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UN TABERNÁCULO EN LA AZOTEA

Por David Wilkerson

Aquí, en la Iglesia de “Times Square” hemos designado este año como uno de
oración para el avivamiento. El “avivamiento” no lo conceptuamos como un
grandioso mover espiritual en donde la gente viene de lejos para ver algo
sensacional. Por el contrario, estamos anhelando que haya gente preparada.
¡Preparada en santidad para ser una morada de la presencia del Señor!
Queremos un avivamiento de la santa presencia del Señor, en donde las cosas
sean tan agradables a Dios que Él venga para suplir cada necesidad. ¡Un lugar
donde Su gloria es revelada!

En el octavo capítulo de Nehemías se encuentran lo que yo llamo “las cinco


absolutas evidencias del avivamiento”. No se le puede llamar avivamiento o
despertar a menos que cada una de las cinco evidencias estén presentes.
Nehemías es un libro de avivamiento. Es la historia de 42,360 judíos regresando a
Jerusalén del exilio de Babilonia, para santidad y verdadera adoración. La salida
de Babilonia es un tipo de la salida de los creyentes de iglesias muertas, tibias y
mundanas para ir con un remanente a la santa Sion, para regresar a las sendas
antiguas e ir adelante con un pueblo y unos pastores que caminen en la verdad.

Este remanente santo arremangó las mangas de su camisa y trabajó en unidad


para quitar la basura y la inmundicia que había contaminado a Jerusalén. Ellos
reconstruyeron los muros desmoronados y levantaron las puertas. Eso es lo que
estamos haciendo en la iglesia “Times Square”: quitando la basura que se ha
acumulado, la basura de falsas doctrinas, de materialismo, de pecado y tibieza en
el púlpito y en las bancas. Estamos reconstruyendo los muros que se habían
desmoronado. Cientos de personas del pueblo de Dios han sido saqueadas y
destruidas por fuerzas satánicas; los hogares y los matrimonios han estado
trabajando juntos para levantar los muros y las puertas para mantener fuera al
enemigo. Dios ha reunido a un remanente de entre todos aquellos que han
escapado de Babilonia y están listos para tomar los cinco grandes pasos para la
restauración y el avivamiento.

LA PRIMERA EVIDENCIA DEL AVIVAMIENTO ES UN FERVIENTE DESEO DE


LUCHAR Y OBEDECER LA PALABRA DEL SEÑOR.

“Y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que


está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el
escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová
había dado a Israel.
Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así
de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender,
el primer día del mes séptimo.
Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta
de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de
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hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos
de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley.
Y el escriba Esdras estaba sobre un púlpito de madera que habían
hecho para ello, y junto a él estaban Matatías, Sema, Anías, Urías,
Hilcías y Maasías a su mano derecha; y a su mano izquierda,
Pedaías, Misael, Malquías, Hasum, Hasbadana, Zacarías y
Mesulam.
Abrió, pues, Esdras el libro a ojos de todo el pueblo, porque estaba
más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo
estuvo atento” (Neh. 8:1-5).

El clamor de sus corazones era: “¡Tráenos la verdadera palabra del Señor!”


Esdras se paró sobre un púlpito de madera y leyó la palabra de Dios por seis
horas, mientras la multitud estaba atenta, aprendiendo que la causa de su
sufrimiento era su propia terquedad y rebelión. La evidencia más certera de un
avivamiento en un alma, una iglesia o una ciudad es una gran hambre de la
palabra de Dios. Los cristianos descarriados no quieren esa diversión. Los
predicadores negligentes no predican mucho de la palabra de Dios, por el
contrario, ellos dan cortos sermoncitos. ¡Ellos no predican la ley, porque esto
produce convicción y sacude a la iglesia! ¡Hace que los conformistas se retuerzan!

Donde el Espíritu Santo está trabajando, la gente en las bancas está clamando por
la Palabra. Yo recibo cientos de cartas de santos necesitados que claman:
“Estamos hambrientos. No escuchamos la verdadera Palabra. Recibimos la letra
muerta sin la unción: “¡Jabón suavizado!”. Donde Dios está obrando hay Biblias
por todos lados. Hay una expectación de la predicación y la enseñanza con una
verdadera reverencia por la Palabra, la Palabra es amada y honrada.

Es muy triste que en muchas iglesias carismáticas la predicación sea rechazada.


Ellos no pueden esperar hasta que se termine, para seguir con la alabanza y la
adoración. ¡Todo es música, entretenimiento y cantares especiales que a ellos le
gustan!

Cuando el Espíritu Santo viene no hay más necesidad de algún evangelista


estrella o un maestro en el centro del escenario, sino la Palabra siendo aclamada.
El clamor será: “¡Señor, lo quiero todo; lo bueno, lo malo, los mandamientos, las
promesas, todo el consejo de Dios!”.

LA SEGUNDA EVIDENCIA DEL AVIVAMIENTO ES UN ARREPENTIMIENTO


CON UN CORAZON QUEBRANTADO.

“Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo


respondió: ¡Amén! ¡Amén! Alzando sus manos; y se humillaron y
adoraron a Jehová inclinados a tierra.

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Y los levitas Jesúa, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sebatai, Hodías,
Maacías, Kelita, Azarías, Jozabeth, Hanán y Pelaía, hacían
entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba en su lugar.
Y leían en el libro de la ley de Dios claramente y ponían el sentido,
de modo que entendiesen la lectura.
Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los
levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día
santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis;
porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley” (Neh.
8:6-9). Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba,
y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el
pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni
lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley”
(Neh. 8:6-9).

Su primera reacción a la palabra fue de exaltación y de gozo, ellos clamaron:


¡Amén! ¡Amén! Alzando sus manos. David dijo: “Alzad vuestras manos al
santuario, y bendecid a Jehová” (Sal. 134:2). Pero la palabra hizo que enseguida
se postraran. Cuando la palabra de Dios nos lleva a postrarnos esto es verdadero
arrepentimiento. “Se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra”. “…
Porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley”. ¡Ellos temblaron ante
la palabra de Dios, la tomaron en serio y se arrepintieron!

Cuando un avivamiento del Espíritu Santo llega, los cristianos no guardan rencor,
no murmuran, calumnian o critican. No están tratando de corregir a la iglesia o a
los pastores. ¡No se sientan ociosamente como un costal de papas enfrente de la
televisión! ¡No! Ellos están postrados delante de Dios, llorando, porque la palabra
ha impresionado sus corazones. No están juzgando ni mirando a otros. Ellos
están siendo redargüidos por la Palabra, por no alcanzar los estándares de Dios.

LA TERCERA SEÑAL DEL AVIVAMIENTO ES UN INCREIBLE ESPIRITU DE


GOZO Y CELEBRACION.

“Luego les dijo: Id, comer grosuras, y beber vino dulce, y enviad
porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es
a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es
vuestra fuerza.
Los levitas, pues, hacían callar a todo el pueblo, diciendo: Callad,
porque es día santo, y no os entristezcáis.
Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar
porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido
las palabras que les habían enseñado” (Neh. 8:10-12).

Dondequiera que el amor por la palabra de Dios ha sido restaurado, y el


arrepentimiento ha llegado y donde ha habido una convicción de pecado, siempre
habrá una gran ola de gozo y celebración. Pero hay un tipo de gozo fingido y falsa
celebración en la tierra. Actualmente es la celebración de uno mismo y de la
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idolatría. ¡La danza alrededor del becerro de oro! Necesitamos mucho
discernimiento para conocer la diferencia entre el verdadero gozo de
arrepentimiento y el falso regocijo de los idólatras.

Moisés y Josué descendieron del monte al clamor del pueblo que gritaba: “No es
voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo…”
(Ex. 32:18). Ellos estaban gritando, cantando y danzando, pero Moisés sabía
desde el principio que todo era de la carne. Él sabía que ellos eran un pueblo
rebelde y de dura cerviz, lleno de lujuria, fornicación, desnudez y sensualidad. ¡Era
el grito de idolatría!

¿Puedes ver la diferencia? Si no existe la predicación de la ley para redargüir de


pecado, si no hay llanto o rostros inclinados a tierra, si no hay amor por la palabra
reprobatoria de Dios, si no hay arrepentimiento, entonces, ¡no hay grito espiritual,
no hay canto santo! ¡Ten mucho ciudado! Tú puedes ser atrapado por el canto de
idolatría.

¿Por qué había tan grande regocijo y un espíritu de gozo tan festivo en este
avivamiento relatado en Nehemías? Ellos tenían grande alegría. “…porque habían
entendido las palabras que les habían enseñado” (Neh. 8:12). En otras palabras
ellos discernieron y lo tomaron en serio: ¡ellos obedecieron!

¡LA CUARTA EVIDENCIA DEL AVIVAMIENTO ES UN TABERNACULO EN LA


AZOTEA!

“Al día siguiente se reunieron los cabezas de las familias de todo el


pueblo, sacerdotes y levitas, a Esdras el escriba, para entender las
palabras de la ley.
Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano
de Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la
fiesta solemne del mes séptimo; y que hiciesen saber, y pasar
pregón por todas sus ciudades y por Jerusalén, diciendo: Salid al
monte, y traed ramas de olivo, de olivo silvestre, de arrayán, de
palmeras y de todo árbol frondoso, para hacer tabernáculos, como
está escrito.
Salió, pues, el pueblo, y trajeron ramas e hicieron tabernáculos,
cada uno sobre su terrado, en sus patios, en los patios de la casa
de Dios, en la plaza de la puerta de las Aguas, y en la plaza de la
puerta de Efraín.
Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo
tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de
Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos
de Israel. Y hubo alegría muy grande” (Neh. 8:13-17).

La palabra del Señor fue restaurada, y el arrepentimiento y la obediencia eran


genuinos. El gozo del Señor se había vuelto su fortaleza, pero algo estaba
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faltando: ¡Los tabernáculos! ¡No puede haber un avivamiento real y perdurable, ni
una llenura de Dios, hasta que edifiquemos un tabernáculo! Este es
verdaderamente, un mensaje para estos últimos tiempos.

Los líderes, los sacerdotes y los levitas se reunieron con Esdras para escudriñar
las escrituras y ver que quería Dios de ellos. Ellos encontraron algo que el Señor
les había mandado años atrás, un mandamiento perpetuo que había sido
abandonado desde los días de Josué. Se encontraba en Levítico 23:40-43: “Y
tomaréis el primer día ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, de
árboles frondosos, y sauces de los arroyos, y os regocijaréis delante de Jehová
vuestro Dios por siete días.

Y le haréis fiesta a Jehová por siete días cada año; será estatuto perpetuo por
vuestras generaciones; en el mes séptimo la haréis.

En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en


tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo
habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová
vuestro Dios”.

Por siete días el pueblo de Dios edificaría un refugio temporal (en hebreo
“sukkah”) hecho con un techo de varias ramas. Se les mandó vivir en sus refugios
por siete días.

El periódico “New York Times” tenía una sección entera dedicada a la


construcción de un sukkah. En la ciudad de Nueva York estos se construyen en
diminutos balcones, patios pequeños y azoteas a finales del mes de septiembre y
durante la primera semana de octubre. De los seiscientos trece mandamientos
judíos éste es todavía, uno de los más importantes. Los judíos ortodoxos lo
practican rigurosamente. Vivir en la cabaña aún significa el día de hoy lo siguiente:
“solamente vamos pasando por este mundo, solamente pasando la noche, así que
no debemos de preocuparnos con sus placeres y vanidades”. El sukkah es tan
santo para un judío, ¡que es un pecado tomar siquiera una astilla de éste para
usarlo como un palillo! Tan sólo un mal olor lo contaminaría. Se dice: “Si uno no
puede guardar el sukkot (la fiesta de los tabernáculos), ¡no puede guardar ninguno
de los seiscientos trece mandamientos de la “Torah” (la ley)!

Los líderes en Jerusalén, en el tiempo de Nehemías hicieron una proclamación:


“¡Volveremos a celebrar la fiesta del sukkot! salgan a los montes y traigan ramas
de olivo, de olivo silvestre, de arrayán y de palmeras y hagan su “sukkah” como
está escrito”. Que gozo debe haber llenado el aire: ¡niños y familias cargando
ramas para construir sukkahs! Que panorama debió haberse visto desde lo alto:
en cada azotea plana una pequeña cabaña; en toda lote vacío o en cada plaza, en
el atrio del templo visitantes acampando. ¡Aún Esdras, Nehemías y todos los
sacerdotes! Por siete días nadie comía o dormía en su casa; nadie dormía en las
posadas. ¡Toda la población vivía en estas cabañas temporales!

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Estos no fueron siete días tristes de trabajo arduo, por el contrario, fueron siete
días de júbilo y de gran alegría. “… y os regocijaréis delante de Jehová vuestro
Dios por siete días” (Lev. 23:40). “Siete días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu
Dios en el lugar que Jehová escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios
en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos y estarás verdaderamente
alegre” (Deut. 16:15).

Hoy en día se predica mucho acerca de la fiesta de los tabernáculos, se dice que
la Iglesia está entrando en su tiempo de cosecha, “una colecta del maíz y el vino”,
un tiempo de bendición y crecimiento; que estamos en un tiempo de gran regocijo
y alabanza, un tiempo de gozo glorioso en el Señor. ¡Lo que está faltando a ese
mensaje es el sukkah, el mover hacia la cabaña! Toda la alabanza, la adoración,
el júbilo y la alegría debería ser bajo el tabernáculo, “en el lugar que el Señor
escogiere”.
¿Qué significa todo esto para nosotros el día de hoy? ¿Qué tiene que ver el
sukkah con el caminar con Cristo hoy en día?

EL SUKKAH SIGNIFICA QUE SOMOS EXTRANJEROS AQUI, CIUDADANOS


DE OTRA CIUDAD.

Los siete días pasados en el terrado, aludían a los setenta años del lapso de vida
humana. El sukkah era para recordarles que su vida era temporal. Conforme las
hojas se marchitaban, ellos iban a ver el deterioro de su vida, de su salud y de su
fortaleza. Dios quería que sus corazones y mentes estuvieran puestos en la
eternidad. Ellos debían recordarse a sí mismos y a sus hijos: “Solamente estamos
acampando aquí. Nos regocijamos no únicamente por todas estas bendiciones
pasajeras, sino que también nuestra esperanza y gozo están en la ciudad que
desciende del cielo: ¡Sion!”. En los días de Nehemías esto era lo que Dios quería
que entendieran: “Han reconstruido los muros, colocado las puertas, establecido
los hogares y plantado los jardines y viñedos. El Señor había sido bueno, pero
este no es un lugar de reposo. ¡Deben buscar una ciudad de la que el constructor
y el hacedor sea Dios!”.

David amaba su ciudad: Sion. Él escribió grandes poemas y cantos acerca de su


belleza: “Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion… la
ciudad del gran Rey” (Sal. 48:2). David se hizo rico y dio carretadas de oro y plata
para la construcción del Templo. “Del oro, de la plata, del bronce y del hierro no
hay cuenta…” (1 Cron. 22:16). Sin embargo, David hace esta terrible declaración:
“…porque forastero soy para ti, y advenedizo como todos mis padres” (Sal.
39:12). Esto fue dicho después de que Israel fue establecido y prosperado.
“Advenedizo”, significa residente extranjero, uno que sólo va de paso. La palabra
“extranjero” en hebreo proviene de la raíz de la palabra que significa “retraerse
con temor, como de un lugar desconocido”. Todos nuestros padres en la fe
consideraron este mundo “una tierra extraña”. Ellos eran extranjeros, ciudadanos
de otro mundo.

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“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de
recibir como herencia; y salió sin saber a donde iba. Por la fe habitó como
extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con
Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que
tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:8-10).

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino


mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran
extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente
dan a entender que buscan patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella
de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una
mejor; esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de
ellos, porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:13-16). Ellos desearon “una
mejor ciudad, esto es, una celestial…”. Hay una mejor ciudad que Estados Unidos
o que cualquiera que sea tu tierra natal. Es la nueva Jerusalén, el cielo con Cristo.

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