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Este poema pertenece al grupo de poemas que se nombraron “Elogios”,

dedicados a diferentes personajes, concretamente, el que se comenta, dedicado a


Gonzalo de Berceo. En la primera edición ocupó el número cincuenta y cuatro, pasando
a la posición centésimo quincuagésima en la segunda. Es una composición en verso, que
forma una única unidad, un poema. El tema principal sería el que se ha comentado
elogio a la figura y obra de Gonzalo de Berceo. Podemos dividirlo en dos partes.
La primera parte serían los cuatro primeros versos, donde se explica quien fue el
personaje y la visión que tiene Machado de él, pues, al presentarlo ya como “el
primero” en el primer verso, nos anuncia que para él fue el más importante “poeta”, “a
quien los sabios pintan copiando un pergamino”, haciendo referencia a la principal
actividad del poeta, traducir obras del latín, en muchas ocasiones añadiendo alguna
aportación suya, lo que se conoce como amplificatio.
La segunda parte estaría dedicada a la obra del autor, los siguientes doce versos.
Aquí se anuncia la época en que vivió el poeta, ya que “trovó”, como se hacía en la
Edad Media, pero matiza rápidamente que “mi dictado non es de juglaría”, sino que se
dedicaría al mester de clerecía, como demuestra el repertorio de hagiografías que
menciona Machado: “trovó a Santo Domingo”, haciendo referencia a la Vida de Santo
Domingo de Silos de Berceo; “trovó a Santa María”, alusión a Milagros de Nuestra
Señora; “y a San Millán”, por Vida de San Millán; “y a San Lorenzo”, mencionando
pues El martirio de San Lorenzo; “y Santa Oria”, por Poema de Santa Oria. Todas estas
obras, que forman parte de la literatura española, de la literatura universal, “escrito lo
tenemos”, “es verdadera historia”; con estas palabras es donde vemos la influencia de
Unamuno en este poema, pues Machado matiza muy bien lo que escribe con el uso del
adjetivo “verdadera”. Unamuno, en su cuarto ensayo “De mística y humanismo” afirma
que la mística española es casta, autores como Santa Teresa, con sus personajes María y
Marta, o San Juan de la Cruz, con la subida al monte Carmelo, con casta, como lo es
principalmente Fray Luis de León. En este poema Machado quiere hacer un matiz, esta
de acuerdo con el bilbaíno en que los autores de cosas divinas son castizos, forman parte
de la esencia de España, son “verdadera historia”, son intrahistoria, pero, del mismo
modo que para Unamuno el primero era Fray Luis, para Machado “el primero es
Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino”.
Continúa Machado describiendo cómo es la obra del riojano, utilizando una
metáfora para comparar su obra con Castilla: “monótonas hileras de chopos invernales
en donde nada brilla”, todo parecerá que es igual, que no sobresale, pero es lo que hace
castizo a las palabras de los versos de Berceo; compara sus renglones con el trabajo del
jornalero, pues son “como surcos en pardas sementeras”, de nuevo con alusión a lo que
definía Unamuno como intrahistoria, el duro trabajo del que se levanta cada mañana
(volverá a aparecer en decimotercer verso, con la palabra “cansado”); finalmente ya
menciona expresamente a “las montañas azules de Castilla”, utilizando el color típico
del modernismo, y, a la vez, ya acabando la enumeración de lo que es típico español, lo
que hay en la esencia: Berceo, el poeta; su literatura, la literatura; y Castilla. Nos cuenta
el trabajo que hace Berceo (utilizando el término repaire, que también utilizó Berceo en
las estrofas 19 y 23 de Milagros de nuestra Señora): “leyendo santorales y libros de
oración, copiando historias viejas”, más que copiando, muchas veces traduciendo, y,
como hemos indicado, añadiendo cosas de su propia cosecha “mientras le sale afuera la
luz del corazón”, eso es, mientras expone sus propios pensamientos mezclados con esas
vidas de santos con las que está trabajando.
Machado, en este poema, se sirve de la cuaderna vía, en su variante modernista,
como hizo con el primer poema que comentamos, con rima ABAB, componiendo un
total de cuatro estrofas, esto son, dieciséis versos. En cuanto al estilo, comienza el
poema con un hipérbaton, dejando al final del primer verso parte del verbo (“llamado”),
y con la repetición del nombre al que dirige su elogia, “Gonzalo de Berceo”, ambas
figuras para dar importancia al protagonista de la poesía. El cuarto verso puede
entenderse como una metáfora (“los sabios pintan”) el hecho de decir cómo se ve al
riojano. De nuevo, en el octavo verso encontramos hipérbaton, en este caso, para dejar
en primera posición “escrito” y en la última “historia”, dos términos unamunianos
importantes en el contenido del poema (lo que está escrito es historia, pero verdadera
historia, ya que la lengua de una nación hace raza, y forma parte de la intrahistoria).
Destacan las metáforas ya comentadas a propósito de los versos de Berceo: “monótonas
hileras de chopos invernales en donde nada brilla”, “surcos en pardas sementeras” y
“lejos, las montañas azules de Castilla”. Acaba el poema con otra metáfora que alude a
la amplificatio que Berceo hace en sus traducciones.
Como conclusión para este poema, solo recalcar el motivo de su elección, ya que
ejemplifica lo dicho por Unamuno en “La casta histórica. Castilla” de que la literatura
forma parte de la historia verdadera de Castilla, con su lengua, y lo expuesto en “De
mística y humanismo” a propósito del misticismo en la literatura española, que formará
parte de lo castizo de la nación. Unamuno veía todo esto en los autores del del
misticismo del siglo XVI, y Machado lo ve en el siglo XII, pero no es tan diferente a
Unamuno, ya que con este personaje Machado aúna dos conceptos que tenía Unamuno,
pues Gonzalo de Berceo representa la creación, depuración y renovación de la lengua
castellana en sus orígenes, y resulta difícil encontrar algo más castizo que todo esto,
desde el punto de vista del bilbaíno.

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