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SACERDOTES QUE ADEMÁS SON REYES

SOMOS REYES Y SACERDOTES


Dios desea construir sobre la Tierra un Reino de reyes y sacerdotes; no
dos clases o castas separadas, sino dos oficios combinados en la misma
persona. Excepto por Jesucristo, una combinación así no existía desde
Adán. Un rey es un ejecutivo real, un administrador que ejerce gobierno
y juicio sobre un territorio, mientras que un sacerdote es un
representante espiritual entre Dios y su pueblo, y es responsable por el
bienestar espiritual de la nación.

Adán no necesitaba ni un sacerdote ni un rey, porque él


era ambas cosas. Antes de la caída, era un rey con autoridad
administrativa sobre el dominio terrenal, pero también era un sacerdote
que disfrutaba la comunión inmediata, directa y abierta con Dios.

El plan original del Padre fue que la misma persona


contuviera ambas funciones, pero desde la caída, la humanidad se ha
empeñado en tratar de mantenerlas por separado. Cuando Dios libró a
la nación de Israel de la esclavitud en Egipto y los llamó a ser su pueblo,
les dijo: “Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi
pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque
toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de
sacerdotes y una nación santa”(Éxodo 19:5-6)

Era el deseo de Dios bendecir a todas las naciones y pueblos de la Tierra


a través de Israel, como Él le había prometido a Abraham siglos antes.
Por eso llamó a los israelitas “un reino de sacerdotes”. Ellos deberían ser
sus representantes ante el resto del mundo. Aunque la nación de Israel
como un todo fracasó en este aspecto, Dios no abandonó su plan y
plenitud de los tiempos, Jesús vino, en la carne como u el Espíritu, como
la promesa de Dios al mundo.

Dios siempre ha deseado un sacerdote con una corona. El problema en


una democracia, república, monarquía, dictadura o cualquier otro
sistema de gobierno humano es que ellos separan los oficios de rey y
sacerdote. En un mundo caído, esta es probablemente una concesión
necesaria, porque con gente pecadora, el poder del estado combinado
con el poder de la religión con facilidad se
volvería abrumadoramente opresivo. Separar los oficios de rey y
sacerdote puede servir como equilibrio uno del otro.

REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES

Esta separación no es lo que Dios diseñó o planeó originalmente, y su


propósito es restaurar los oficios de rey y sacerdote en uno solo. Jesús
cumplió esto cuando vino a la Tierra. Al igual que Adán, Jesús fue (y es)
un Rey. Cuando Pilato le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los
judíos?” (Juan 18:33), Jesús le respondió: “Mi reino no es de este
mundo (…) Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para
esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad” (vv.36-37). Él es
Aquel de quien el libro de Apocalipsis dice: “Rey de reyes y Señor de
señores” (Apocalipsis 19:16).

Al mismo tiempo, Jesús era también un sacerdote. El libro del Nuevo


Testamento, Hebreos, presenta a Jesús como el gran sumo sacerdote
que intercede por nosotros delante del Padre:

“Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo


sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesa-
mos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse
de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la
misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos
confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la
gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos”(Hebreos
4:14-16)

Jesús es el ejemplo, el prototipo de lo que Dios desea de todos sus


hijos. Él quiere que seamos como Jesús, reyes y sacerdotes en el
mundo: reyes para representar fielmente su gobierno y ejecutar su
autoridad sobre la Tierra. Él desea que seamos sacerdotes que
representarán su amor, gracia y misericordia a un mundo de gente que
tropieza en la oscuridad sin conocerlo a Él ni a su Reino.

Este es el propósito que subyace en su llamado a cada uno de nosotros


cuando venimos a Cristo. Como Pedro escribió en su primera carta del
Nuevo Testamento: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las
obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz
admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo
de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han
recibido” (1 Pedro 2:9-10)

SÚPER AGENTES DE DIOS EN UN MUNDO DE TINIEBLAS

Nosotros, la Iglesia, los “convocados” de Jesucristo, somos “un linaje


escogido, real sacerdocio, nación santa” llamados por Dios para declarar
sus virtudes a un mundo en oscuridad. Un real sacerdocio es otra forma
de decir que cada uno de nosotros es tanto sacerdote como rey. Nuestro
Señor nos ha llamado y comisionado a cada uno como sus embajadores
-sus agentes- para guiar a aquellos que aún están atrapados en la
oscuridad, hacia la “luz admirable” de su Reino. Pablo describió nuestro
llamado especial de este modo:

“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo
ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien
por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio
de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al
mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y
encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que
somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por
medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se
reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de
Dios” (2º Corintios 5:17-21)

Como seguidores de Cristo, hijos de Dios y ciudadanos de su Reino, no


tenemos mayor prioridad que proclamar su Reino. Jesús dedicó su
ministerio terrenal a proclamar el Reino, y su prioridad debe ser la
nuestra también. Cuando Él vino, cumplió la primera parte del plan de
los siglos de su Padre: restauró el Reino de los cielos sobre la Tierra. A
través de su Espíritu, nos ha llamado a cada uno de nosotros al hogar, a
nuestro lugar original como ciudadanos reales, para que podamos
ejercitar nuestros derechos y autoridad ahora mismo y experimentemos
la victoria del Reino en nuestras vidas cotidianas. Él también nos invitó a
unirnos a Él en su obra de reconciliar al mundo consigo mismo. Ese es
su enfoque y debe ser el nuestro también. Todo lo demás es secundario.
El Reino de Dios es todo lo que cuenta, y además del Reino de Dios,
nada importa.

El mandato de Jesús para nosotros es el mismo que Él le dio a sus dis-


cípulos hace dos mil años: “Dondequiera que vayan, prediquen este
mensaje: ‘El reino de los cielos está cerca'” (Mateo 10:7). Somos su
pueblo, un real sacerdocio, una nación santa, un ejército de
embajadores comisionados para traer reconciliación entre Dios y las
naciones. Seamos cuidadosos en atender el mandato del Señor.
¡Prediquemos el Reino de Dios!
Principios

1. El Reino de Dios debe ser nuestra mayor prioridad; Jesús no


nos dio otra comisión.
2. Lo que vemos en el mundo físico tiene una realidad
correspondiente mayor en el mundo espiritual.
3. Dios envió a Jesucristo, su Hijo unigénito -el “segundo
Adán”- para deshacer la maldición que vino sobre la humanidad
a través del primer Adán.
4. Nuestro Padre está siempre trabajando, y nosotros deberíamos
estar trabajando también.
5. Solo Dios puede dar vida, y como el Hijo de Dios es de la
misma esencia, de la misma “madera”, que el Padre, el Hijo
también puede dar vida.
6. Como Él cumplió la voluntad del Padre perfectamente y sin
pecado, Jesús el Hijo del Hombre estaba calificado para juzgar a
la raza humana.
7. En Cristo somos autoritativos sobre la Tierra porque somos
humanos, así como Él lo fue.
8. Si usted es creyente, es un santo, y si usted es un santo, es un
heredero del Reino de Dios.
9. El reinado se trata de protección, de ejercer nuestra autoridad y
de reclamar el territorio conquistado.
10. El propósito de Dios es restaurar los oficios de rey y
sacerdote en uno solo.
11. El Reino de Dios es todo lo que cuenta, y aparte de él nada
importa.

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