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FERNANDO PRADOS MARTÍNEZ Y FELICIANA SALA SELLÉS (EDS.

EL ORIENTE DE OCCIDENTE
FENICIOS Y PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA

VIII EDICIÓN DEL COLOQUIO INTERNACIONAL


DEL CEFYP EN ALICANTE

UNIVERSITAT D’ALACANT
CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PÚNICOS (CEFYP)
INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN
EN ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO HISTÓRICO (INAPH)
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ÍNDICE

Prólogo......................................................................................................... 11
Carlos G. Wagner

El Oriente de Occidente. La VIII Edición del Coloquio Internacional


del CEFYP en Alicante................................................................................ 13
Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

FENICIOS EN EL ÁREA IBÉRICA

Desmontando paradigmas. Fenicios y Púnicos en el Oriente de


Occidente..................................................................................................... 25
Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de


Guardamar. Un encuentro fortificado entre fenicios y nativos en
la desembocadura del río Segura (Alicante)................................................ 51
Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de


Mazarrón (Sureste Ibérico).......................................................................... 79
María Milagrosa Ros-Sala

Los Almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje


cultural para la Protohistoria albacetense.................................................. 105
Víctor Cañavate Castejón, Feliciana Sala Sellés,
Francisco Javier López Precioso y Rocío Noval Clemente
El poblado fortificado del Castellar (Villena, Alicante)............................ 129
Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent,


Alicante): los fortines de «Les Barricaes» y «El Cantal de
la Campana».............................................................................................. 155
Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería): Fenicios


e indígenas en una necrópolis orientalizante del sureste........................... 177
Alberto J. Lorrio

Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste


peninsular................................................................................................... 209
José Luis López Castro, Víctor Martínez-Hahnmüller,
Laura Moya Cobos y Carmen Pardo Barrionuevo

PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA

El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones.......... 233


Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum


ibérico........................................................................................................ 257
Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y
Feliciana Sala Sellés

Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en


el Tossal de Manises.................................................................................. 285
Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y
Eva Tendero Porras
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio-púnica en
la desembocadura del Segura.................................................................... 329
Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y
Fernando Prados Martínez

Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de


la acrópolis en los siglos iii y ii a.C........................................................... 347
José Miguel Noguera Celdrán, María José Madrid Balanza,
María Victoria García Aboal y Víctor Velasco Estrada

Giribaile. Una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de


la ocupación bárquida del Alto Guadalquivir............................................ 385
Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y
Víctor Martínez Hahnmüller

EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO

Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo


de Ibiza....................................................................................................... 405
Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Gallos, Labrys y campanillas. Elementos simbólicos de la religión


púnico-talaiótica balear.............................................................................. 433
Joan C. de Nicolás Mascaró

La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica


en el imperio romano. Un análisis poscolonial......................................... 465
Francisco Machuca Prieto

La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio


de la urbe y su territorio (vii-ii a.C.).......................................................... 483
Helena Jiménez Vialás
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz).
Investigaciones del Proyecto Carteia Fase II (2006-2013)....................... 509
Juan Blánquez Pérez, Lourdes Roldán Gómez y
Helena Jiménez Vialás

Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione


dell’argento nella Sardegna centro-orientale............................................. 537
Raimondo Secci

COMUNICACIONES Y PÓSTERS

Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera


(San Fulgencio, Alicante) Un edificio singular en los albores de
la segunda guerra púnica........................................................................... 549
Raúl Berenguer González

Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de


les Meravelles (Gandia, València)............................................................. 573
Joan Cardona Escrivà, Miquel Sánchez i Signes y
Josep A. Ahuir Domínguez

La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de


la Oretania.................................................................................................. 587
Cristina Manzaneda Martín

Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis.................................. 609


Rocío Martín Moreno y Enrique Hernández Prieto

La granada: usos y significados de una fruta de Oriente en Occidente.... 625


Octavio Torres Gomariz

Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5


de la necrópolis de Les Casetes, un caso excepcional.............................. 641
Aránzazu Vaquero González
EL BAJO SEGURA HASTA LA II GUERRA
PÚNICA. NUEVAS INVESTIGACIONES

Lorenzo Abad Casal


Feliciana Sala Sellés
Jesús Moratalla Jávega
Universidad de Alicante1

El Bajo Segura es la comarca alicantina más meridional que abarca el tramo


final de la cuenca del río Segura e incluye los últimos municipios alicantinos
lindantes con el campo de Cartagena. Además, dado que los límites con el
Baix Vinalopó son bastante difusos, ambas comarcas conforman realmente
una única unidad de paisaje, la depresión meridional alicantina, caracterizada
por amplios terrenos llanos, en parte antiguas marjales convertidas en fértil
huerta desde las bonificaciones del cardenal Belluga en el siglo xviii, un pai-
saje antiguo del que todavía se conservan las lagunas de La Mata y Torrevieja
explotadas como salinas desde el siglo xiv. Bordeado por elevaciones que ape-
nas alcanzan los 100 m.s.n.m., se convierte en un espacio de fácil tránsito hacia
el interior de la región murciana siguiendo el curso del río, o hacia Cartagena,
recorriendo un camino prerromano en paralelo al litoral de extensas playas
de arena (Olcina, 2011, 144). Esta antigua vía es la que consolidaría Augusto
como el ramal de la vía Augusta conectado con Carthago Nova.
Esta breve caracterización geográfica debe servir para entender el porqué
de la temprana instalación de una comunidad de comerciantes fenicios en la
margen derecha de la desembocadura del río Segura a inicios del siglo viii a.C.
Al consolidarse en este punto se generó un fructífero espacio de encuentro
con las comunidades protohistóricas locales. La situación de la provincia de
Alicante frente a la isla de Ibiza convirtió su litoral en punto de llegada de
las naves que surcaban el Mediterráneo de oriente a occidente siguiendo la

1. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación HAR2012-32754,


financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
234 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 1. Yacimientos citados en el texto (base cartográfica Jorge Molina).

ruta de las islas (Aubet, 2009, 203). Además, la orografía de la costa alican-
tina ofrece a los navegantes numerosos hitos de referencia así como lugares
para el refugio temporal, tanto en las calas entre los abruptos acantilados del
tramo costero septentrional como en las extensas playas arenosas de la mitad
meridional. Así pues, más que los productos y materias primas que la región
pudiera ofrecer, son estas excelentes condiciones para la navegación las que
explican que a lo largo del i milenio a.C. la costa alicantina albergara diversos
puntos para el intercambio comercial y cultural (Sala y Abad, 2014). Además
de la desembocadura del Segura, l’Alt de Benimaquia, con su temprana pro-
ducción vinaria (Gómez Bellard y Guérin, 1991), y la Vila Joiosa, a través
de los rituales de las tumbas orientalizantes de Les Casetes (García Gandía,
2009), materializan un contacto prolongado entre los siglos vii y vi a.C. A
partir del siglo v a.C., coincidiendo con la extensión del dominio marítimo en
el Mediterráneo occidental de Cartago, aumentan el número de estos espacios
costeros con evidencias de sólidos contactos: de norte a sur, el Penyal d’Ifac,
la Illeta dels Banyets, l’Albufereta de Alicante, la Picola y, sin solución de con-
tinuidad desde la llegada de los fenicios, la desembocadura del Segura (Fig.
1). En estos enclaves de la costa alicantina, iberos y comunidades de comer-
ciantes púnicos, quizá con la concurrencia de navegantes foceos, convivieron
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones235

en diferentes circunstancias hasta el final de la Segunda Guerra Púnica. El


encuentro continuado durante tres siglos no produjo un nuevo sistema cultural,
aunque enriqueció la sociedad ibérica integrándola en la koiné mediterránea,
como atestiguan, por poner solo unos ejemplos, el sincretismo religioso, la
adopción de la escritura o del arte figurado. En este trabajo nos centraremos en
las huellas del contacto entre púnicos e iberos en la desembocadura del Segura.

El Bajo Segura en el siglo v a.C.


En los primeros años 80 se iniciaban las excavaciones en el poblado ibérico
de El Oral (San Fulgencio, Alicante), en la margen izquierda de la desembo-
cadura. Su adscripción a la fase antigua de la cultura ibérica quedó establecida
gracias a la cultura material mueble, especialmente las importaciones. Estas
señalaban unas relaciones comerciales estables tanto con Cádiz y los centros
púnicos de la costa andaluza, de donde proceden las abundantes ánforas de
salazones tipo T.11.2.1.3 de Ramón, como con la colonia focea de Ampurias,
desde la que se redistribuiría la cerámica ática, ánforas massaliotas, corintias
y quiotas, así como ánforas y bronces etruscos (Fig. 2). A medida que avanza-
ban las excavaciones, la cultura material inmueble confirmaba la antigüedad

Figura 2. Selección de importaciones de El Oral: ánforas, vasos áticos, bronces etruscos, huevo
de avestruz y recipiente de pasta vítrea.
236 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 3. Planimetría general de El Oral. En la parte superior se identifica la muralla y el


bastión, de donde viene perpendicular una calle, de la que es anexa una plazoleta (ambos en
tono gris intenso); a ambos lados de la calle, casas en distintos tonos de gris.

del enclave ibérico, con paralelos, curiosamente, en asentamientos dos o tres


siglos anteriores, principalmente en las colonias fenicias peninsulares2.
El Oral desvelaba un urbanismo y una arquitectura inéditos hasta ese
momento que, para empezar, ponían en entredicho la idea tradicional de una
arquitectura ibérica pobre (Bendala, 2009, 363-379). Sin embargo, las exca-
vaciones de la colonia fenicia de La Fonteta (Guardamar) descubrían cómo el
empleo de fábricas constructivas de barro ciertamente complejas, el peculiar
y variado equipamiento doméstico de las casas y la arquitectura en general de
El Oral tenían sus paralelos en las construcciones de la colonia, especialmente

2. La documentación de esta arquitectura se publica con detalle en los correspondientes capítu-
los de las memorias de excavación (Abad y Sala 1993 y 2001).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones237

en su fase II, datada hacia la 1.ª mitad del s. vii a.C. (Sala, 2005). Además, su
urbanismo tan regular y una ordenación planificada del espacio residencial y
público indicaban, sin duda, que los fundadores partían de modelos arquitec-
tónicos ya ensayados; no se trataba de soluciones urbanísticas y constructivas
improvisadas en el momento (Fig. 3).
Por su enorme significado en este sentido, no nos cansamos de traer a
colación los desagües de los patios de las grandes casas adosadas a la mura-
lla oriental construidos con la primera hilada del zócalo de la fortificación
(Abad y Sala, 1993, lám. XVIII). Este pequeño detalle tiene, sin embargo, una
enorme trascendencia, pues significa que, con antelación a la construcción de
la muralla, el espacio urbano estaría parcelado y adjudicado a los diferentes
grupos familiares. Las casas de El Oral ofrecen un aire mediterráneo innegable
en un repertorio tipológico que abarca desde casas sencillas de familias mono-
nucleares a grandes casas con patio central pertenecientes a familias extensas
aristocráticas, lo que refleja una interesante diferenciación social a través de
la arquitectura. Son rasgos de la cultura material inmueble que adquieren otra
dimensión al asociarlos a otros hallazgos que remiten a la religiosidad fenicio-
púnica (Abad y Sala, 2009), como los fragmentos de huevo de avestruz o de
ánade coloreados con ocre de la casa IIIL en un ambiente de capilla doméstica
(Abad y Sala, 2001, 36-39), el larnax de piedra en la casa IVF (Abad y Sala,
2001, fig. 36, 10), el keftiu en el pavimento de un posible templo (Abad y Sala
1993, fig. 139; Escacena, 2002, 67) (Fig. 4) o el uso de mosaicos de conchas

Figura 4. Plano del supuesto templo e imagen del keftiu que decora su pavimento (arriba);
abajo, el keftiu del pavimento de la cella del santuario del Carambolo.
238 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

en umbrales y bancos (Abad y Sala, 1993, lám. XVII, 1; 2001, fig. 62, lám. 5;
24-25)3.
Con la información ya disponible de La Fonteta (Rouillard et alii, 2007;
González Prats, 2011; 2014) y la reciente puesta al día del Cabezo del Estaño
(García Menárguez y Prados, 2014), es innegable que en el Bajo Segura el
motor que produjo el cambio desde el modo de vida protohistórico a la cultura
ibérica fue la vecindad con una comunidad fenicia durante tres siglos, la cues-
tión ahora es el cómo. Esta ha sido tratada desde el marco teórico postcolonial,
describiendo un escenario de contactos complejo y variado que habría acabado
con el tiempo en la hibridación cultural y el mestizaje a través de matrimonios
y/o alianzas mixtas, es decir, en la formación de un nuevo contexto social que
favorecía el cambio cultural (Vives-Ferrándiz, 2005, 230-231). Sin embargo, y
sin poner en duda el protagonismo de las sociedades autóctonas en la interac-
ción, otras opiniones autorizadas siguen defendiendo una posición privilegiada
de los fenicios frente a las comunidades locales en unas relaciones calificadas
de desiguales (Aubet, 2009, 353), hasta el punto de que fortificar las colonias
fenicias estaría señalando un conflicto social en el territorio en el que se insta-
lan (Alvar, 2005, 7-8, 11, 13). De un modo u otro, en El Oral se constata que
el cambio social y cultural se fue gestando a lo largo de la segunda mitad del
siglo vi a.C. y ha cristalizado en el momento de la fundación a fines de esa cen-
turia. La investigación reciente pretende ver en este enclave el modelo donde
observar la génesis del cambio a través de la hibridación (Aranegui y Vives-
Ferrándiz, 2006; Moratalla, 2006), si bien, echamos en falta la aplicación de la
interpretación teórica al ya abundante registro material. El Oral se fundaba ex
novo en la margen opuesta de la desembocadura poco después del abandono
de La Fonteta, y heredó la función comercial que en los siglos anteriores había
desempeñado la colonia fenicia. El Oral podría ser el resultado del mestizaje
producido en la región del Bajo Segura entre la comunidad fenicia y la proto-
histórica local a través de matrimonios mixtos y alianzas y, así, la hibridación
cultural, más que la aculturación, explicaría el aire orientalizante de su arqui-
tectura (Abad y Sala, 2009). Como hemos visto, este carácter orientalizante
está bien presente en los registros mueble e inmueble, de donde sabemos dife-
renciarlo y destacarlo, sin embargo, no somos capaces de distinguir los rasgos
que en este proceso de convergencia debió aportar la población protohistórica,
cuyos registros tenemos en yacimientos cercanos, Peña Negra o Saladares, y
en el interior de la cuenca fluvial del Segura, el Castellar de Librilla (Murcia)
y Los Almadenes (Hellín, Albacete).

3. Sobre el origen de los pavimentos de conchas en la zona siriopalestina y su uso como ele-
mento apotropaico en edificios de culto remitimos al trabajo de Escacena y Vázquez, 2009.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones239

Figura 5. Imagen actual de la desembocadura del Segura con la situación de la colonia fenicia
de La Fonteta y los poblados ibéricos de El Oral y La Escuera; en el espacio intermedio entre
los yacimientos se extendería el paleoestuario.

El proceso de convergencia debió verse favorecido por el propio paisaje


de la paleodesembocadura del Segura. Recientes estudios geológicos (Barrier
et alii, 2004; Barrier y Montenat, 2007) ponen de relieve el estuario en el que
desembocaba el río, cuyos márgenes se adentraban un par de kilómetros res-
pecto al litoral actual, y constatan fluctuaciones del tramo final del río a lo largo
del i milenio (Fig. 5). Según los datos de las prospecciones, en el tránsito del ii al
i milenio a.C. el río discurría por el límite meridional, donde están emplazados
los enclaves fenicios, para después fluir a los pies de la sierra del Molar, el
límite septentrional de la cuenca, donde se ubican los asentamientos ibéricos.
Las consecuencias de un proceso geomorfológico de este tipo deberán ponerse
en relación con el poblamiento, ya que, se nos ocurre para empezar como una
consecuencia obvia, la fluctuación del curso fluvial hacia el norte pudo provocar
la colmatación del viejo puerto fluvial fenicio en la ribera meridional y que la
nueva zona de varado de naves se dispusiera al norte desde mediados del siglo vi
a.C. Así pues, no descartamos que la empresa fundacional de El Oral estuviese
promocionada por los últimos habitantes del viejo enclave colonial, obligados a
trasladarse al lado opuesto de la desembocadura por causas medioambientales.
Si es que no se había producido ya, en el nuevo enclave se darían las condicio-
nes para la creación de un contexto cultural de base semita y oriental pero con
elementos nuevos que identifican lo ibero en el sur de la Contestania.
240 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

El Oral se abandonaba en las últimas décadas del siglo v a.C. La ausencia


de cerámica ática de la Clase Delicada o copas Cástulo confirma esa datación.
Hasta ahora no hay constancia de un final violento, de lo que se deduce que
la misma población fundara La Escuera a solo un kilómetro. Desconocemos
los motivos del traslado a tan escasa distancia, aunque sí hemos podido docu-
mentar algunos detalles que pueden estar en relación con esa decisión final. La
excavación de la puerta de la fortificación muestra una rampa de tierra en el
inicio del pasillo de acceso, por tanto, en los momentos finales del poblado la
entrada de carros no era posible. Este dato concuerda con la entrada de carro
de algunas casas obliterada dejando un vano simple de 90 cm. Es interesante
asimismo constatar en esos momentos finales la ocupación de plazas y espa-
cio público por construcciones domésticas, es decir, hubo una falta de espacio
residencial. En los últimos años empezamos a conocer yacimientos con una
ocupación similar en la costa almeriense y malagueña, como el interesante
Altos de Reveque (López Castro et alii, 2010)4. Tal vez poner en común el
final de estos enclaves costeros en las postrimerías del siglo v a.C. pudiera dar
alguna luz sobre los hechos que los causaron.

El Bajo Segura en los siglos iv y iii a.C.


La Escuera se funda en la misma ladera de la sierra del Molar, aunque a una
cota mucho más baja, a pocos metros sobre el marjal. Las excavaciones de
los años 80 mostraron la existencia de dos niveles constructivos superpuestos
en la parte alta del poblado, en tanto que desde media ladera hasta el límite
meridional se documenta una única fase constructiva levantada directamente
sobre el terreno natural (Abad y Sala, 2001, 233-247, 261). La presencia de
determinados vasos áticos data la fundación en el último cuarto del siglo v
a.C. (Abad y Sala, 2001, 252), confirmando el traslado de población desde El
Oral sin solución de continuidad. Es importante destacar que no se trata de un
único enclave urbano que se desarrolla en el siglo iii a.C., sino de dos fases
urbanas diferentes y superpuestas: la primera, en la zona alta y de extensión
más reducida, se inicia a finales del siglo v a.C. y acaba a finales del siglo iv
a.C.; el enclave se reurbanizó en un momento todavía sin concretar del siglo
iii a.C. hasta casi triplicar la extensión original, pues calculamos para el primer
asentamiento una extensión en torno a 1 Ha para superar los 25000 m2 con
dicha ampliación. El nuevo urbanismo se expandió aterrazando la ladera hasta
llegar a pocos metros sobre la marjal, y se monumentalizó con una nueva forti-
ficación de rasgos helenísticos y un gran templo de entrada en la última terraza,
junto a la puerta sur de la fortificación (Nordström, 1967, 18 ss.). La Escuera se

4. Véase las actas del VII Congreso de Estudios Fenicios y Púnicos publicadas en el n.º 32 de
la revista Mainake.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones241

suma así a la lista de enclaves ibéricos del sureste abandonados de forma súbita
o violenta en la segunda mitad del siglo iv a.C., hecho que M. Tarradell (1961,
19) ya constató y puso en relación con estrategias territoriales consecuencia
del tratado del 348 entre Roma y Cartago.
Desde 2004 venimos desarrollando distintas actuaciones en el yacimiento
que se han visto limitadas por una evidente falta de medios económicos y
materiales, por lo que los resultados obtenidos que aquí presentamos son, por
lo general, de carácter puntual. Estamos lejos de conocer las características
arquitectónicas y materiales del oppidum ibérico más destacado, al menos por
tamaño, de la depresión meridional alicantina. No obstante, dichas actuaciones
permiten vislumbrar ya algunos elementos que le confieren un indudable rango
y plantean incluso la posibilidad de una intervención exterior.
Una de estas actuaciones ha sido la prospección geofísica de parte del
asentamiento, tareas desarrolladas en 2004, 2006 y 2009 (Peña et alii, 2008).
La documentación alcanzada confirma la existencia de una trama urbana densa
en el tercio meridional del asentamiento. Concretamente en el Bancal B o infe-
rior, a ambos lados del templo, el registro obtenido dibuja tanto construcciones
de planta ortogonal como espacios a priori abiertos, probablemente plazas y
calles. Del mismo modo, también se perciben unas estructuras aparentemente
macizas en las esquinas suroriental y suroccidental del yacimiento que relacio-
namos con torreones de la fortificación. Además, la prospección de un tercer
espacio cuandrangular, elevado sobre estos bancales por su cuadrante nororien-
tal, ha revelado la existencia de potentes muros a unos 3-4 m de profundidad,
cuya señal es acorde con aparejos de sillería. Estos elementos permiten intuir
una trama urbana bien diseñada y ejecutada a partir de un plan preconcebido en
ese segundo urbanismo del siglo iii a.C. Todo ello convertiría el antiguo oppi-
dum en una auténtica ciudad, con un templo de entrada en su acceso principal.
De su complejidad estructural y evolución cronológica poco podemos añadir a
lo escrito, si acaso confirmar su abandono apresurado a fines del siglo iii a.C.
La revisión de la cartografía aérea histórica, en especial del vuelo Ruiz
de Alda (1929-30), está proporcionando datos de interés5. Una circunstancia
que no acabábamos de entender del patrón de localización de La Escuera era
la fácil accesibilidad que presentaba por el norte y por el oeste. Hoy pode-
mos despejar esta duda, pues los fotogramas antiguos unidos al estudio de la
antigua red de riego de la finca La Escuera, que recorre parte del yacimiento,
certifican que en época antigua este se emplazaba en un antecerro, elevado
por encima de su entorno, hoy completamente transformado y rellenado por la

5. Nuestro agradecimiento a A. Ramón Morte, del Dpto. de Analisis Geográfico Regional y


Geografía Física de la Universidad de Alicante, por las sugerentes apreciaciones a propósito
de los fotogramas de este vuelo.
242 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 6. Resultado de las prospecciones geofísicas en La Escuera.

presión inmobiliaria existente en la sierra del Molar hasta convertir el asenta-


miento, falsamente, en un hito de ladera. Otros trabajos emprendidos han sido
el reestudio de los materiales arqueológicos procedentes de la excavación de
S. Nordström en 1960 en el templo, que ha deparado un mejor reconocimiento
funcional de los vasos cerámicos, insistiendo varios de ellos en su carácter
singular6, o la muy reciente consolidación de los muros del templo7.

6. Véase el trabajo de R. Berenguer en esta misma publicación.


7. Hemos de reconocer el interés demostrado por la última corporación del Ayto. de San
Fulgencio en la salvaguarda de su patrimonio arqueológico, interés acompañado de una pro-
visión de recursos económicos que nos han permitido prolongar los trabajos de campo hasta
2014.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones243

Pero sin duda los datos más sugerentes provienen de los nuevos trabajos
arqueológicos desarrollados a partir de 2007. Los dos primeros años se centra-
ron en el propio templo, donde después de una ardua limpieza –las estructuras
han estado a la intemperie casi cincuenta años– y documentación, así como la
realización de pequeñas catas comprobatorias en su interior, se han obtenido
datos que la aplicación de los sistemas de registro arqueológicos modernos
permite ahora constatar (Fig. 6). Por ejemplo, confirmando el carácter singular
del edificio, hoy sabemos que estamos ante una construcción unitaria edificada
sobre el sustrato natural, cuya parte parcial exhumada mide unos 300 m2 de
extensión; en determinados espacios existen aparejos específicos monumen-
tales, como grandes bloques escuadrados en los muros centrales, cercano al
opus quadratum, así como determinados elementos constructivos muy singu-
lares, como tambores o basas de columna, dos basamentos cuadrados macizos
de piedras casi ciclópeas –soporte quizá de una construcción desarrollada en
altura, tipo torre–, o un posible podio escalonado frente a esas basas.
Además, las catas abiertas en su interior han permitido reconocer un
pequeño cubo de escalera en el ambiente b8, adosada al paramento sur de la
estancia d, un equipamiento que recuerda enormemente ámbitos domésticos
de la ciudad púnica de Kerkouane, concretamente patios interiores provistos
de una escalera parecida que, obviamente, debe conducir a una segunda altura
(Fantar, 1998). Si la interpretación es correcta, podría atribuirse a esta estancia
b un carácter similar, con una planta en L y amplia abertura hacia el norte,
a la calle, precisamente en un ambiente donde la excavación de Nordström
siempre incidió en su carácter productivo (suelo parcialmente enlosado, abun-
dantes cenizas, el instrumental metálico o de piedra de su interior...), lo que
se compadecería muy bien con su carácter abierto. En las estancias c y d, se
comprobaron sus niveles de circulación respectivos –una lechada de arcilla
anaranjada con trazas blancas–, conectados a través de una estrecha puerta.
También se trabajó en la localización de la hornacina con betilo que Nordström
describe y fotografía en su memoria y es recogida en el estudio de I. Seco
(2010). En general, este muro sur del departamento d ha sufrido especialmente
las consecuencias de un abandono de tantos años, como las raíces vegetales,
por lo que no es fácil reinterpretar lo que hubo. La limpieza actual muestra una
estructura rectangular maciza a la que aboca la escalera ya mencionada, cuyo
macizado aparece erosionado formando un plano inclinado hacia el interior de
la estancia d que no concuerda con la imagen tomada por S. Nordström en el
momento de su excavación. No parece que existiera tal hornacina y se desco-
noce el paradero del supuesto betilo que sí es bien visible en la foto antigua.

8. Hemos mantenido la nomenclatura de estancias realizada por S. Nordström.


244 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 7. Imagen comparada de los cimientos de las casernas de la muralla bárquida de


Cartagena y de un muro del templo de La Escuera.

En el departamento e, la intervención de estos años ha reafirmado su carácter


singular, que ya se intuía por los hallazgos en 1960 de cenizas, caracoles, huesos
de animales o un pequeño vaso geminado en su interior. Lo más significativo ha
sido el hallazgo en su esquina noroccidental de un ritual fundacional con diver-
sas partes anatómicas de un cabritillo9, no localizado por Nordström al alcanzar
ella solo el nivel de ocupación-abandono del habitáculo. En los aspectos arqui-
tectónicos, además de hallarse en un plano inferior respecto al resto del edificio,
por lo que debieron disponer una puerta de acceso con dos peldaños, otro dato
interesante ha sido la constatación de su noble fábrica de piedras escuadradas
arriba mencionada, bien cimentadas con un zócalo de mampostería de unos 50
cm de grosor. Esta técnica, alejada de la tradición ibérica de construir sin cimen-
tación, directamente sobre un sustrato sólido, es, para nuestro asombro, idéntica
a la empleada en los cimientos de los tabiques de las casernas de la muralla
bárquida de Cartagena (Fig. 7). Finalmente, la intervención en el departamento
f, pendiente de retomar en futuros trabajos, sirvió para redescubrir el pavimento
original y confirmar que se trata de un espacio abierto –Nordström lo denomina
patio–, así como documentar un vano desconocido entre esta estancia y la g, al
este, que por sí solo ya sirve para reconsiderar que el edificio continúa en esa

9. El estudio ha sido realizado por Miguel Benito Iborra.


El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones245

Figura 8. Imagen del templo consolidado desde el oeste. En primer plano, la estancia f con los
tambores de columna; al fondo, cubiertas con geotextil, la posible área de almacenaje junto a
la fachada de la calle que discurre a continuación.

dirección. A ello cabe añadir que el llamado departamento g no es tal, sino una
estructura escalonada ascendiendo hacia el este en dos anchos escalones. En
realidad, el muro con pilastras que Nordström interpretó como cierre este de
departamento f constituye el primer peldaño y el muro que en el plano de 1960
cerraba el departamento g por el este es el segundo10. Justo a continuación, la
prospección geofísica señala un espacio abierto que puede tratarse de un gran
patio del propio templo antepuesto a la zona edificada.
A partir de 2011 nuestro interés se ha centrado en la franja no excavada de
4-5 m de anchura que separa el templo de la calle con rodadas localizada en
1984 (Abad y Sala, 2001, lám. 61). El objetivo era poner en relación ambas
áreas, pues presumiblemente la fachada occidental del templo podría ser el
muro de la calle que viene desde la puerta de la muralla. La primera conclusión
que podemos extraer de esta actuación, todavía en curso, es la existencia en
este espacio intermedio de un cuerpo constructivo posterior que debe guardar
relación con el templo, aunque solo sea por inmediatez física. Podemos ade-
lantar que se trata de varias estancias dispuestas en batería sobre el muro de
la calle, que abren a un estrecho pasillo que discurre por detrás del muro de la
estancia b; este dato, sumado a la notable presencia de fragmentos anfóricos
en sus estratos de colmatación, apunta la tentadora posibilidad de encontrarnos
ante un área de almacenaje asociada al templo (Fig. 8). A ello cabe añadir un

10. Ambos carecen de paramento oriental, luego no pueden ser muros.


246 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 9. A la izquierda, muro ataludado de la calle de entrada de La Escuera con su


guardacantón; a la derecha, muro ataludado o kisu de Cartago.

curioso registro que apenas empezamos a constatar: la existencia de remo-


delaciones arquitectónicas de factura tosca, podríamos decir que realizadas
de forma apresurada, en los últimos momentos de ocupación, como puertas
tapiadas o estrechos tabiques de barro y guijarros, sin zócalo, para crear una
nueva estancia, la más septentrional de este cuerpo, en un área previamente
pavimentada con un grueso mortero de cal y presumiblemente abierta, quizá
una plaza o calle11. En el cercano corte K de 1984 se documentó un registro
similar (Abad y Sala, 2001, 226, fig. 134) que podría ser la continuación de las
remodelaciones documentadas en 2011. Por último, destacamos por inusual
que en este cubículo de construcción tosca hayan aparecido un buen número de
vasos pequeños –platos, cuencos, caliciformes y botellas– rotos in situ.
En la calle se procedió a retirar un par de testigos de los cortes de los años
80. En apenas 1 metro el más meridional ha deparado una exquisita documen-
tación relativa a la calle y el trasiego que por ella se dio. Nada más empezar
a desmontar el testigo apareció un bloque alisado dispuesto en vertical, que
alcanza los 70 cm de altura. El bloque remata por el sur el gran muro que
constituye la fachada oriental de la calle. Esta se construye formando un talud:
el paramento no se levanta como una pared vertical sino en dos escalones;
a continuación se dispone sobre los escalones una masa de barro y piedras
embutidas que conforma el plano ataludado. No se ha conservado el revesti-
miento. El interés de este zócalo ataludado reside en que puede compararse
con una técnica constructiva documentada en algunas fachadas de calle de
ciudades púnicas donde el agua de lluvia puede circular a cierta velocidad (Fig.
9). Un primer repaso bibliográfico ofrece buenos paralelos para esta solución

11. Localizado por L. Abad (Abad y Sala, 2001, lám. 62), continua hacia el este pavimentando
una probable calle que S. Nordström identifica en el dep. h (Nordström, 1967, 37).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones247

arquitectónica, concretamente en Morgantina y Byrsa. Aquí el talud aparece


revestido con un mortero de cal (Lancel, 1982, 65). De confirmarse que este
muro ataludado es el límite occidental del templo, tendríamos entonces una
curiosa referencia en algunos templos mesopotámicos, donde este elemento
constructivo también se empleó en el zócalo bajo de la pared exterior; allí
se reconoce con el término acadio kisu (Leick, 1988, 120). Tendría por ello
una interesante connotación religiosa, tal y como recuerdan algunos autores
al afirmar que serviría para delimitar un espacio sacro, aislándolo del exterior
(Aurenche, 1977, 108).
Por otro lado, dada su disposición, el bloque vertical debe interpretarse
como un guardacantón colocado para evitar el rozamiento de los ejes de los
carros con las construcciones de esta calle principal. Su presencia permite
inferir la existencia de una puerta, con la luz suficiente para permitir el paso
de un carro de 1,34 m de anchura de eje. Teniendo en cuenta que el bloque apa-
rece a unos 5 m al norte de la proyección del lienzo meridional de la muralla,
intramuros pues, habrá que convenir la existencia de una segunda puerta en
este punto, quedando entre ambas un estrecho y fácilmente defendible pasillo.
Puede tratarse de una puerta doble de connotaciones militares, no una puerta
urbana. El paso de pesados carruajes por este acceso sur debió ser constante,
pues las rodadas se han marcado en el sustrato hasta 20 cm en algunos puntos,
y son considerablemente anchas, consecuencia del continuo «baile» de las rue-
das en el surco. Por ello fueron necesarias continuas repavimentaciones, que
ahora hemos excavado, en las que se utilizaron diferentes soluciones. Capas
de arena, gravas o de cerámica machacada fueron extendidas para nivelar el
acceso, destacando en esta secuencia acumulativa otras definidas como mor-
teros de cal y grava fina, muy duros y bien nivelados, algo inédito en la arqui-
tectura doméstica ibérica.
El segundo testigo retirado ha vuelto a poner ante nosotros el colapso de los
alzados de adobe ya documentados en los cortes I, J, K y L (Abad y Sala, 2001,
fig. 128; 132; 135; 138). En el corte I son bien visibles hasta 15 hiladas, que
dan un alzado para la fábrica de adobe de, al menos, 1,5 m; sumado al zócalo
ataludado de mampostería da una altura de entre 3 y 4 m para las fachadas de
la calle. El muro exacto de procedencia del alzado se nos antoja ahora una
cuestión menor frente a la causa que produjo su caída en bloque. Se nos ocu-
rren dos causas: una natural por terremoto, frecuentes en el sureste peninsular,
o una segunda por asalto con maquinaria de guerra. Hoy por hoy, esta última
nos parece más plausible, toda vez que viene a sumarse a la lista de indicios
que apuntan a un final trágico para La Escuera: la ocultación del tesorillo de
monedas hispano-cartaginesas (Llobregat, 1966; 1972: 136; Villaronga, 1973;
1993: 66), el ajuar cerámico del templo hallado in situ, las abundantes capas de
ceniza detectadas por S. Nordström (1967, fig. 5; 7-8), las extrañas reformas
248 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 10. Imagen final del sondeo en la muralla meridional de La Escuera con el glacis
adosado al paramento y las improntas en paralelo de hipotéticos objetos muebles o artilugios
de madera en el estrato antepuesto.

hechas de forma tosca en los momentos finales ocupando espacio de tránsito y


la propia fortificación que, a medida que avanzan los trabajos de campo, se va
desvelando como una construcción compleja.
Se han abierto dos nuevas áreas de excavación, todavía en curso de desa-
rrollo, destinadas a un mejor conocimiento de la fortificación. Uno de estos
sondeos se localiza a unos 40 m al oeste de la puerta de acceso sur, en un punto
donde ya afloraban varias hiladas del lienzo en el talud del bancal moderno. La
intervención ha constatado la muralla pero aún no ha alcanzado su base, por
lo que los datos son preliminares. El lienzo ofrece un trazado rectilíneo y su
fábrica se muestra bastante discreta, pues a pesar de buscar una cierta regulari-
dad en sus hiladas, los bloques utilizados son de diferentes calibres y algunos
bien escuadrados. Una vez levantados los estratos de desechos que contra ella
se arrojaron, con abundantísimo material arqueológico que, en parte, oblitera-
ron el alzado de la muralla en su momento final, la excavación ha alcanzado
una superficie horizontal de arcilla rojiza, dura y gruesa adosada contra el
lienzo, con una anchura bastante uniforme en torno a 1,40 m, formando una
especie de glacis plano en la base de la muralla (Fig. 10). La excavación, como
señalamos, no ha terminado pero el dato ya sirve para avalar la posible exis-
tencia de variados equipamientos en la fortificación, cuya función real está por
determinar.
La campaña de 2010 se dedicó al área excavada por Nordström muy cerca
del punto más alto del yacimiento y que denominó Bancal A. La arqueóloga
señaló el hallazgo de la muralla cuyo quiebro formaría un torreón de 4,30 x 6
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones249

Figura 11. Imagen final de los trabajos en el sondeo del posible antemural de La Escuera.
Quedan visibles cuatro hiladas y el paquete de capas de tierra que contiene.

m en su interior (Nordström, 1967, 13-18). La limpieza y documentación de


las estructuras visibles en la actualidad ha confirmado la muralla, de 1,5 m
de ancho, y el quiebro de su trazado, aunque mantenemos las dudas sobre el
torreón al no existir un muro de cierre al oeste, al menos hasta la cota alcan-
zada. Además, el lado septentrional no es la continuación de la muralla, como
podría dar a entender el plano de 1967, sino una plataforma maciza más ancha
que el lienzo y a una cota algo más baja. Forma parte, en cualquier caso, de
la fortificación y, con todas las reservas posibles dada la provisionalidad de
los trabajos, solo se entiende si correspondiera a un elemento adelantado de
una segunda puerta de la muralla de diseño complejo, una puerta septentrional
conectada con la sierra. En 2010 también se planteó un sondeo perpendicular
a la muralla, una larga zanja de 1,5 m de anchura que cruzaba la plataforma
de tierra que constituye el límite oriental del yacimiento, y que ya aparece en
el vuelo Ruiz de Alda de 1929. El sondeo ha puesto al descubierto un sólido
muro de mampostería situado a unos 12 m al este del lienzo defensivo, que
contiene un paquete de sucesivas capas de tierra (Fig. 11). El hallazgo dio
pie a una ampliación, que constató la continuidad de la estructura hacia el
sur, en paralelo a la muralla. Nos atrevemos a identificar este elemento como
un antemural o proteichisma, lo que indudablemente supone un gran aliciente
para la investigación de la fortificación, pues introduce un elemento de defensa
complementario a los lienzos que es propio de planteamientos defensivos de
la poliorcética helenística. La referencia más cercana la tenemos en la con-
temporánea fortificación púnica del Tossal de Manises (Olcina, 2009). Aquí el
250 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

proteichisma mide 10 m de ancho y ofrecía al atacante un aspecto más robusto


con un muro de fábrica ciclópea, pero también es cierto que la fortificación se
erige ex novo, mientras que en La Escuera la construcción del antemural en la
segunda fase urbana del siglo iii a.C. vendría a complementar la fortificación
ya existente de la primera fase.
En conjunto y a pesar del carácter preliminar de algunos datos, existen
en nuestra opinión serios indicios que convierten a La Escuera en uno de los
principales centros urbanos más próximos a Qart Hadasht, si no el que más,
con elementos arquitectónicos únicos que remiten a la cultura arquitectónica
púnica, que siempre han estado por otro lado presentes en la zona pero que
parecen cobrar mayor protagonismo en el contexto del siglo iii a.C. En las
líneas que siguen incidiremos en esta cuestión, que afectan a la interpretación
de la secuencia ibérica en la zona, pero a la vista de los nuevos documentos
arqueológicos que van surgiendo en las comarcas meridionales alicantinas,
parece oportuno situar este proceso histórico en unas coordenadas espacio-
temporales más amplias.

Los intereses cartagineses en la costa contestana y en el Bajo Segura


Los textos que relatan la Segunda Guerra Púnica destacan la gesta de Escipión
de poner en marcha el ejército romano de forma sorpresiva hacia Qart
Hadasht, a la que llegó en tan solo siete días, y se recrean en la descripción
de la conquista de la ciudad. No dicen nada del paso del ejército por la región
contestana, ni siquiera de acciones previas de reconocimiento. Sin embargo,
no aceptamos que el silencio de las fuentes escritas signifique ausencia de
acontecimientos. Al contrario, si examinamos con detenimiento la particular
geografía y situación de la Contestania en el sureste peninsular, frente a Ibiza,
reconoceremos un territorio clave para el movimiento y el avituallamiento
de tropas, tanto por tierra como por mar, y su control –o el de las vías que
lo atraviesan– sería fundamental para el ejército cartaginés. Desde la pérdida
del dominio marítimo tras la Primera Guerra Púnica, los generales bárquidas
serían conscientes de que los problemas llegarían por mar, como confirmó el
desembarco del 218 a.C., y por ello tener bajo control la vecina franja costera
contestana formaría parte de la estrategia para asegurar un territorio en torno a
la capital bárquida desde su misma fundación.
Los trabajos de los años 90 en el Tossal de Manises (Alicante) descubrían
una fortificación inédita en la arqueología ibérica, construida en el último
tercio del s. iii a.C. siguiendo los dictados de la poliorcética helenística. La
aparición de contextos de incendio y destrucción en diversos sectores anexos
a la muralla, fechados pocas décadas después de su construcción, terminó por
vincular la fortificación y su trágico final con la conquista de Qart Hadasht
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones251

en el 209 a.C. (Olcina, 2009: 157-165). Los materiales arqueológicos de las


trincheras de fundación de la muralla confirman que la fortificación se erigió
en un momento prebélico, en ese escenario preventivo de control del sureste
peninsular planificado por la familia Barca. Si Cartago había organizado la
protección de la costa de la metrópoli africana mediante una serie de fortines,
especialmente tras la pérdida del dominio del mar en la Primera Guerra Púnica,
con toda lógica debió aplicar el mismo plan en un litoral tan estratégico para
el tráfico marítimo como el cabo de la Nau y costa alicantina frente a Iboshim
(Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 246-247). Ello explicaría la funda-
ción del Tossal de Manises en el paraje de l’Albufereta de Alicante, un buen
punto de refugio y escala de embarcaciones a un centenar de kilómetros al
norte de Qart Hadasht, un espacio aliado y seguro desde mucho tiempo atrás,
como indica, por ejemplo, la presencia de exvotos de birreme de terracota en
su barrio portuario y artesanal del siglo iv a.C. (Esquembre y Ortega, 2008;
Rosser et alii, 2008).
En trabajos anteriores ya pusimos en relación los abandonos súbitos de La
Serreta y La Escuera, oppida contestanos de rango principal en sus respectivos
territorios12, con las causas de la destrucción del Tossal de Manises, gracias a
que el contexto material, la asociación de la vajilla campaniense A con ánforas
grecoitálicas, púnico-ebusitanas, del Estrecho y cartaginesas, se repetía en los
tres yacimientos. Hoy sabemos que el mismo contexto aparece en los niveles
de destrucción de Cartagena, Castillo de Doña Blanca y Baria (Olcina et alii,
2010, 24; López Castro y Martínez Hahnmüller, 2012, 337-340), con lo que
podemos caracterizar un contexto de Segunda Guerra Púnica. Los últimos
habitantes abandonaron La Serreta y La Escuera dejando atrás todos sus ense-
res, herramientas, documentos epigráficos o el mismo tesorillo monetario de
La Escuera. Si la fortificación costera del Tossal de Manises en l’Albufereta
responde a una estrategia de seguridad en el litoral cercano a la capital, es
impensable que el estuario del Bajo Segura, más cercano a Cartagena y esce-
nario también de un contacto continuado entre comerciantes fenicio-púnicos
y población local desde el siglo viii a.C. (Sala y Abad, 2014), no quedase
igualmente bajo el control cartaginés. En este contexto se entiende la reurba-
nización de La Escuera en el s. iii a.C., acompañada de la construcción de un
gran santuario de entrada y de la fortificación con elementos helenísticos que
hemos avanzado en este trabajo, y se explica la ocultación del citado tesorillo
de monedas hispano-cartaginesas de La Escuera. En un estudio más reciente,
se concluye que, por su homogénea composición –dos tipos de moneda13–, el

12. Véase Olcina y Sala, 2015 con la bibliografía anterior.


13. Ocho unidades del tipo Villaronga, 1973, n.º 116 y 56 divisores del tipo Villaronga, 1973,
n.º 117.
252 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 12. Propuesta de extensión del dominio territorial bárquida hasta el cabo de la Nao.

tesoro se debió formar en un breve espacio de tiempo, entre los años 221/218
y 211 a.C. y que, por su aparición formando una amalgama, debieron estar en
un saquito de material fibroso. Los usuarios de estas monedas serían personas
que no creaban bienes de consumo intercambiables, como los mercenarios,
y necesitaban la moneda de bronce para pequeñas transacciones cotidianas
(Ramón, 2002: 247).
La franja costera bajo el control cartaginés abarcaría hasta el cap de la Nau,
como es razonable dada la cercanía con la isla de Ibiza y su importancia junto
al promontorio del Montgó como referencia para las naves. En otro conflicto
bélico posterior, las guerras civiles sertorianas, una red de fortines construidos
en la cima de algunos cerros de la costa norte alicantina controlaban el tráfico
de las naves senatoriales que, desde Ibiza y doblando el cap de la Nau, navega-
ban frente a la costa alicantina en dirección al puerto de Carthago Nova (Sala
et alii, 2013). De nuevo a inicios del siglo i a.C., una estrategia para vigilar el
tráfico marítimo similar a la que se pudo desarrollar durante la Segunda Guerra
Púnica, solo que en el siglo iii a.C. la marina bárquida todavía era dueña del
espacio marítimo del sureste peninsular. Dicho de forma gráfica, el mapa de
los territorios peninsulares controlados por los Barca, que tradicionalmente
fija el límite septentrional en el río Segura, debería incluir la franja costera
alicantina hasta el cabo de la Nau (Fig. 12). Nos atrevemos incluso a propo-
ner que en las cimas de algunos cerros donde se levantaron los fortines en el
siglo i a.C. pudo haber con anterioridad torres vigía del ejército cartaginés. La
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones253

hipótesis se sustenta en algunos datos recuperados al revisar las excavaciones


y publicaciones antiguas de los fortines romanos. Es el caso de ánforas com-
pletas cartaginesas del tipo Mañá D entre los materiales de las excavaciones
de 1956 de M. Tarradell en el Tossal de la Cala de Benidorm14, un envase que,
por su abundancia en el fortín del Tossal de Manises y en la muralla púnica de
Cartagena, se relaciona con el avituallamiento del ejército cartaginés. De allí
mismo pudo proceder un desaparecido conjunto de monedas cartaginesas cuya
noticia recogió E. Llobregat (1972, 139).
El contexto histórico que vamos dibujando promete ser complementado a
corto plazo con otras investigaciones en curso que ayudarán a calibrar mejor
algunos aspectos que ahora solo intuimos. No obviamos, por ejemplo, la
existencia de determinados yacimientos clave para comprender la dinámica
del poblamiento en las comarcas costeras alicantinas. En este sentido, es de
extraordinaria utilidad la publicación en esta misma obra de la secuencia de
ocupación en la Illeta dels Banyets en dos fases urbanas con nuevos datos para
el debate, entre ellos la asociación de la escritura greco-ibérica a la primera
fase, o el peso de la tradición púnica en arquitectura y vajilla cerámica de la
segunda. Y finalmente, nuevos asentamientos van incorporándose a la carto-
grafía de puntos habitados en el litoral, cuyos primeros datos apuntan hacia
una complejidad creciente en la actividad marítima en la zona. En este sentido
traemos a colación el santuario litoral de La Malladeta de reciente publicación
(Rouillard et alii, 2014) o los resultados de la primera campaña de excavación
en el fortín costero del siglo v a.C. de Aigües Baixes (El Campello) (Sala et
alii, e.p.), que podría estar gestionando la salida por mar del hierro extraído en
las minas cercanas de Penya Roja. Ello invita a manejar la hipótesis de estar
ante un jalón más de la política de control marítimo que Cartago pudo proyec-
tar en estas costas en fechas tempranas (Ferrer, 2013, 114), y que estaría en el
germen de lo que fue la política bárquida en el último tercio del siglo iii a.C.
La investigación se presenta por ello apasionante y muy abierta al debate
y pone de manifiesto, en cualquier caso, que el modelo de poblamiento es
mucho más complejo de lo que podríamos esperar, con diversos actores que
interactúan en un espacio de gran valor estratégico y a los que, poco a poco,
vamos poniéndoles cara gracias a un conocimiento cada vez más preciso
de la cultura material del momento, igualmente variada y llena de matices.
Esta hibridación, al mismo tiempo, se compadece bastante bien con los datos
sueltos de las fuentes escritas, que aquí y allá refieren el interés de Cartago
por controlar un territorio al otro lado del Mediterráneo en fechas que pueden
retrotraerse hasta el siglo v a.C., y cuyo desenlace a fines del III no sería sino

14. Hemos iniciado la catalogación de estos materiales depositados en el Ayuntamiento de


Benidorm, por lo que no descartamos otros hallazgos del contexto de fines del siglo iii a.C.
254 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

la consecuencia lógica de una política exterior bien arraigada desde muchas


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