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EL ORIENTE DE OCCIDENTE
FENICIOS Y PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA
UNIVERSITAT D’ALACANT
CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PÚNICOS (CEFYP)
INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN
EN ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO HISTÓRICO (INAPH)
Este libro ha sido debidamente examinado y valorado por evaluadores ajenos a la
Universidad de Alicante, con el fin de garantizar la calidad científica del mismo.
ISBN: 978-84-16724-45-1
Depósito legal: A 104-2017
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ÍNDICE
Prólogo......................................................................................................... 11
Carlos G. Wagner
EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO
COMUNICACIONES Y PÓSTERS
ruta de las islas (Aubet, 2009, 203). Además, la orografía de la costa alican-
tina ofrece a los navegantes numerosos hitos de referencia así como lugares
para el refugio temporal, tanto en las calas entre los abruptos acantilados del
tramo costero septentrional como en las extensas playas arenosas de la mitad
meridional. Así pues, más que los productos y materias primas que la región
pudiera ofrecer, son estas excelentes condiciones para la navegación las que
explican que a lo largo del i milenio a.C. la costa alicantina albergara diversos
puntos para el intercambio comercial y cultural (Sala y Abad, 2014). Además
de la desembocadura del Segura, l’Alt de Benimaquia, con su temprana pro-
ducción vinaria (Gómez Bellard y Guérin, 1991), y la Vila Joiosa, a través
de los rituales de las tumbas orientalizantes de Les Casetes (García Gandía,
2009), materializan un contacto prolongado entre los siglos vii y vi a.C. A
partir del siglo v a.C., coincidiendo con la extensión del dominio marítimo en
el Mediterráneo occidental de Cartago, aumentan el número de estos espacios
costeros con evidencias de sólidos contactos: de norte a sur, el Penyal d’Ifac,
la Illeta dels Banyets, l’Albufereta de Alicante, la Picola y, sin solución de con-
tinuidad desde la llegada de los fenicios, la desembocadura del Segura (Fig.
1). En estos enclaves de la costa alicantina, iberos y comunidades de comer-
ciantes púnicos, quizá con la concurrencia de navegantes foceos, convivieron
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones235
Figura 2. Selección de importaciones de El Oral: ánforas, vasos áticos, bronces etruscos, huevo
de avestruz y recipiente de pasta vítrea.
236 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega
2. La documentación de esta arquitectura se publica con detalle en los correspondientes capítu-
los de las memorias de excavación (Abad y Sala 1993 y 2001).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones237
en su fase II, datada hacia la 1.ª mitad del s. vii a.C. (Sala, 2005). Además, su
urbanismo tan regular y una ordenación planificada del espacio residencial y
público indicaban, sin duda, que los fundadores partían de modelos arquitec-
tónicos ya ensayados; no se trataba de soluciones urbanísticas y constructivas
improvisadas en el momento (Fig. 3).
Por su enorme significado en este sentido, no nos cansamos de traer a
colación los desagües de los patios de las grandes casas adosadas a la mura-
lla oriental construidos con la primera hilada del zócalo de la fortificación
(Abad y Sala, 1993, lám. XVIII). Este pequeño detalle tiene, sin embargo, una
enorme trascendencia, pues significa que, con antelación a la construcción de
la muralla, el espacio urbano estaría parcelado y adjudicado a los diferentes
grupos familiares. Las casas de El Oral ofrecen un aire mediterráneo innegable
en un repertorio tipológico que abarca desde casas sencillas de familias mono-
nucleares a grandes casas con patio central pertenecientes a familias extensas
aristocráticas, lo que refleja una interesante diferenciación social a través de
la arquitectura. Son rasgos de la cultura material inmueble que adquieren otra
dimensión al asociarlos a otros hallazgos que remiten a la religiosidad fenicio-
púnica (Abad y Sala, 2009), como los fragmentos de huevo de avestruz o de
ánade coloreados con ocre de la casa IIIL en un ambiente de capilla doméstica
(Abad y Sala, 2001, 36-39), el larnax de piedra en la casa IVF (Abad y Sala,
2001, fig. 36, 10), el keftiu en el pavimento de un posible templo (Abad y Sala
1993, fig. 139; Escacena, 2002, 67) (Fig. 4) o el uso de mosaicos de conchas
Figura 4. Plano del supuesto templo e imagen del keftiu que decora su pavimento (arriba);
abajo, el keftiu del pavimento de la cella del santuario del Carambolo.
238 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega
en umbrales y bancos (Abad y Sala, 1993, lám. XVII, 1; 2001, fig. 62, lám. 5;
24-25)3.
Con la información ya disponible de La Fonteta (Rouillard et alii, 2007;
González Prats, 2011; 2014) y la reciente puesta al día del Cabezo del Estaño
(García Menárguez y Prados, 2014), es innegable que en el Bajo Segura el
motor que produjo el cambio desde el modo de vida protohistórico a la cultura
ibérica fue la vecindad con una comunidad fenicia durante tres siglos, la cues-
tión ahora es el cómo. Esta ha sido tratada desde el marco teórico postcolonial,
describiendo un escenario de contactos complejo y variado que habría acabado
con el tiempo en la hibridación cultural y el mestizaje a través de matrimonios
y/o alianzas mixtas, es decir, en la formación de un nuevo contexto social que
favorecía el cambio cultural (Vives-Ferrándiz, 2005, 230-231). Sin embargo, y
sin poner en duda el protagonismo de las sociedades autóctonas en la interac-
ción, otras opiniones autorizadas siguen defendiendo una posición privilegiada
de los fenicios frente a las comunidades locales en unas relaciones calificadas
de desiguales (Aubet, 2009, 353), hasta el punto de que fortificar las colonias
fenicias estaría señalando un conflicto social en el territorio en el que se insta-
lan (Alvar, 2005, 7-8, 11, 13). De un modo u otro, en El Oral se constata que
el cambio social y cultural se fue gestando a lo largo de la segunda mitad del
siglo vi a.C. y ha cristalizado en el momento de la fundación a fines de esa cen-
turia. La investigación reciente pretende ver en este enclave el modelo donde
observar la génesis del cambio a través de la hibridación (Aranegui y Vives-
Ferrándiz, 2006; Moratalla, 2006), si bien, echamos en falta la aplicación de la
interpretación teórica al ya abundante registro material. El Oral se fundaba ex
novo en la margen opuesta de la desembocadura poco después del abandono
de La Fonteta, y heredó la función comercial que en los siglos anteriores había
desempeñado la colonia fenicia. El Oral podría ser el resultado del mestizaje
producido en la región del Bajo Segura entre la comunidad fenicia y la proto-
histórica local a través de matrimonios mixtos y alianzas y, así, la hibridación
cultural, más que la aculturación, explicaría el aire orientalizante de su arqui-
tectura (Abad y Sala, 2009). Como hemos visto, este carácter orientalizante
está bien presente en los registros mueble e inmueble, de donde sabemos dife-
renciarlo y destacarlo, sin embargo, no somos capaces de distinguir los rasgos
que en este proceso de convergencia debió aportar la población protohistórica,
cuyos registros tenemos en yacimientos cercanos, Peña Negra o Saladares, y
en el interior de la cuenca fluvial del Segura, el Castellar de Librilla (Murcia)
y Los Almadenes (Hellín, Albacete).
3. Sobre el origen de los pavimentos de conchas en la zona siriopalestina y su uso como ele-
mento apotropaico en edificios de culto remitimos al trabajo de Escacena y Vázquez, 2009.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones239
Figura 5. Imagen actual de la desembocadura del Segura con la situación de la colonia fenicia
de La Fonteta y los poblados ibéricos de El Oral y La Escuera; en el espacio intermedio entre
los yacimientos se extendería el paleoestuario.
4. Véase las actas del VII Congreso de Estudios Fenicios y Púnicos publicadas en el n.º 32 de
la revista Mainake.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones241
suma así a la lista de enclaves ibéricos del sureste abandonados de forma súbita
o violenta en la segunda mitad del siglo iv a.C., hecho que M. Tarradell (1961,
19) ya constató y puso en relación con estrategias territoriales consecuencia
del tratado del 348 entre Roma y Cartago.
Desde 2004 venimos desarrollando distintas actuaciones en el yacimiento
que se han visto limitadas por una evidente falta de medios económicos y
materiales, por lo que los resultados obtenidos que aquí presentamos son, por
lo general, de carácter puntual. Estamos lejos de conocer las características
arquitectónicas y materiales del oppidum ibérico más destacado, al menos por
tamaño, de la depresión meridional alicantina. No obstante, dichas actuaciones
permiten vislumbrar ya algunos elementos que le confieren un indudable rango
y plantean incluso la posibilidad de una intervención exterior.
Una de estas actuaciones ha sido la prospección geofísica de parte del
asentamiento, tareas desarrolladas en 2004, 2006 y 2009 (Peña et alii, 2008).
La documentación alcanzada confirma la existencia de una trama urbana densa
en el tercio meridional del asentamiento. Concretamente en el Bancal B o infe-
rior, a ambos lados del templo, el registro obtenido dibuja tanto construcciones
de planta ortogonal como espacios a priori abiertos, probablemente plazas y
calles. Del mismo modo, también se perciben unas estructuras aparentemente
macizas en las esquinas suroriental y suroccidental del yacimiento que relacio-
namos con torreones de la fortificación. Además, la prospección de un tercer
espacio cuandrangular, elevado sobre estos bancales por su cuadrante nororien-
tal, ha revelado la existencia de potentes muros a unos 3-4 m de profundidad,
cuya señal es acorde con aparejos de sillería. Estos elementos permiten intuir
una trama urbana bien diseñada y ejecutada a partir de un plan preconcebido en
ese segundo urbanismo del siglo iii a.C. Todo ello convertiría el antiguo oppi-
dum en una auténtica ciudad, con un templo de entrada en su acceso principal.
De su complejidad estructural y evolución cronológica poco podemos añadir a
lo escrito, si acaso confirmar su abandono apresurado a fines del siglo iii a.C.
La revisión de la cartografía aérea histórica, en especial del vuelo Ruiz
de Alda (1929-30), está proporcionando datos de interés5. Una circunstancia
que no acabábamos de entender del patrón de localización de La Escuera era
la fácil accesibilidad que presentaba por el norte y por el oeste. Hoy pode-
mos despejar esta duda, pues los fotogramas antiguos unidos al estudio de la
antigua red de riego de la finca La Escuera, que recorre parte del yacimiento,
certifican que en época antigua este se emplazaba en un antecerro, elevado
por encima de su entorno, hoy completamente transformado y rellenado por la
Pero sin duda los datos más sugerentes provienen de los nuevos trabajos
arqueológicos desarrollados a partir de 2007. Los dos primeros años se centra-
ron en el propio templo, donde después de una ardua limpieza –las estructuras
han estado a la intemperie casi cincuenta años– y documentación, así como la
realización de pequeñas catas comprobatorias en su interior, se han obtenido
datos que la aplicación de los sistemas de registro arqueológicos modernos
permite ahora constatar (Fig. 6). Por ejemplo, confirmando el carácter singular
del edificio, hoy sabemos que estamos ante una construcción unitaria edificada
sobre el sustrato natural, cuya parte parcial exhumada mide unos 300 m2 de
extensión; en determinados espacios existen aparejos específicos monumen-
tales, como grandes bloques escuadrados en los muros centrales, cercano al
opus quadratum, así como determinados elementos constructivos muy singu-
lares, como tambores o basas de columna, dos basamentos cuadrados macizos
de piedras casi ciclópeas –soporte quizá de una construcción desarrollada en
altura, tipo torre–, o un posible podio escalonado frente a esas basas.
Además, las catas abiertas en su interior han permitido reconocer un
pequeño cubo de escalera en el ambiente b8, adosada al paramento sur de la
estancia d, un equipamiento que recuerda enormemente ámbitos domésticos
de la ciudad púnica de Kerkouane, concretamente patios interiores provistos
de una escalera parecida que, obviamente, debe conducir a una segunda altura
(Fantar, 1998). Si la interpretación es correcta, podría atribuirse a esta estancia
b un carácter similar, con una planta en L y amplia abertura hacia el norte,
a la calle, precisamente en un ambiente donde la excavación de Nordström
siempre incidió en su carácter productivo (suelo parcialmente enlosado, abun-
dantes cenizas, el instrumental metálico o de piedra de su interior...), lo que
se compadecería muy bien con su carácter abierto. En las estancias c y d, se
comprobaron sus niveles de circulación respectivos –una lechada de arcilla
anaranjada con trazas blancas–, conectados a través de una estrecha puerta.
También se trabajó en la localización de la hornacina con betilo que Nordström
describe y fotografía en su memoria y es recogida en el estudio de I. Seco
(2010). En general, este muro sur del departamento d ha sufrido especialmente
las consecuencias de un abandono de tantos años, como las raíces vegetales,
por lo que no es fácil reinterpretar lo que hubo. La limpieza actual muestra una
estructura rectangular maciza a la que aboca la escalera ya mencionada, cuyo
macizado aparece erosionado formando un plano inclinado hacia el interior de
la estancia d que no concuerda con la imagen tomada por S. Nordström en el
momento de su excavación. No parece que existiera tal hornacina y se desco-
noce el paradero del supuesto betilo que sí es bien visible en la foto antigua.
Figura 8. Imagen del templo consolidado desde el oeste. En primer plano, la estancia f con los
tambores de columna; al fondo, cubiertas con geotextil, la posible área de almacenaje junto a
la fachada de la calle que discurre a continuación.
dirección. A ello cabe añadir que el llamado departamento g no es tal, sino una
estructura escalonada ascendiendo hacia el este en dos anchos escalones. En
realidad, el muro con pilastras que Nordström interpretó como cierre este de
departamento f constituye el primer peldaño y el muro que en el plano de 1960
cerraba el departamento g por el este es el segundo10. Justo a continuación, la
prospección geofísica señala un espacio abierto que puede tratarse de un gran
patio del propio templo antepuesto a la zona edificada.
A partir de 2011 nuestro interés se ha centrado en la franja no excavada de
4-5 m de anchura que separa el templo de la calle con rodadas localizada en
1984 (Abad y Sala, 2001, lám. 61). El objetivo era poner en relación ambas
áreas, pues presumiblemente la fachada occidental del templo podría ser el
muro de la calle que viene desde la puerta de la muralla. La primera conclusión
que podemos extraer de esta actuación, todavía en curso, es la existencia en
este espacio intermedio de un cuerpo constructivo posterior que debe guardar
relación con el templo, aunque solo sea por inmediatez física. Podemos ade-
lantar que se trata de varias estancias dispuestas en batería sobre el muro de
la calle, que abren a un estrecho pasillo que discurre por detrás del muro de la
estancia b; este dato, sumado a la notable presencia de fragmentos anfóricos
en sus estratos de colmatación, apunta la tentadora posibilidad de encontrarnos
ante un área de almacenaje asociada al templo (Fig. 8). A ello cabe añadir un
11. Localizado por L. Abad (Abad y Sala, 2001, lám. 62), continua hacia el este pavimentando
una probable calle que S. Nordström identifica en el dep. h (Nordström, 1967, 37).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones247
Figura 10. Imagen final del sondeo en la muralla meridional de La Escuera con el glacis
adosado al paramento y las improntas en paralelo de hipotéticos objetos muebles o artilugios
de madera en el estrato antepuesto.
Figura 11. Imagen final de los trabajos en el sondeo del posible antemural de La Escuera.
Quedan visibles cuatro hiladas y el paquete de capas de tierra que contiene.
Figura 12. Propuesta de extensión del dominio territorial bárquida hasta el cabo de la Nao.
tesoro se debió formar en un breve espacio de tiempo, entre los años 221/218
y 211 a.C. y que, por su aparición formando una amalgama, debieron estar en
un saquito de material fibroso. Los usuarios de estas monedas serían personas
que no creaban bienes de consumo intercambiables, como los mercenarios,
y necesitaban la moneda de bronce para pequeñas transacciones cotidianas
(Ramón, 2002: 247).
La franja costera bajo el control cartaginés abarcaría hasta el cap de la Nau,
como es razonable dada la cercanía con la isla de Ibiza y su importancia junto
al promontorio del Montgó como referencia para las naves. En otro conflicto
bélico posterior, las guerras civiles sertorianas, una red de fortines construidos
en la cima de algunos cerros de la costa norte alicantina controlaban el tráfico
de las naves senatoriales que, desde Ibiza y doblando el cap de la Nau, navega-
ban frente a la costa alicantina en dirección al puerto de Carthago Nova (Sala
et alii, 2013). De nuevo a inicios del siglo i a.C., una estrategia para vigilar el
tráfico marítimo similar a la que se pudo desarrollar durante la Segunda Guerra
Púnica, solo que en el siglo iii a.C. la marina bárquida todavía era dueña del
espacio marítimo del sureste peninsular. Dicho de forma gráfica, el mapa de
los territorios peninsulares controlados por los Barca, que tradicionalmente
fija el límite septentrional en el río Segura, debería incluir la franja costera
alicantina hasta el cabo de la Nau (Fig. 12). Nos atrevemos incluso a propo-
ner que en las cimas de algunos cerros donde se levantaron los fortines en el
siglo i a.C. pudo haber con anterioridad torres vigía del ejército cartaginés. La
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones253
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