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EL SECRETO DE LA GRACIA

«La consideración del AT como Biblia Hebraica, independiente y autónoma, procede


en gran medida de la Reforma y de la Ilustración, más que del propio judaísmo. El
protestantismo tiende a considerar el AT con independencia del NT, como dos polos
opuestos que representan respectivamente la Ley y la Gracia… Es significativo el
hecho de que en el protestantismo haya podido tener desarrollo una “Teología
bíblica” del AT, más o menos independiente del NT. El catolicismo no ha conocido
apenas este desarrollo y el judaísmo no conoce en absoluto una teología de la Tanak,
independiente de la tradición judía…
El crítico moderno tiende a establecer diferencias y discontinuidades, olvidando que
la tradición religiosa y, muy en particular, la tradición bíblica es un continuum que, a
pesar de las distancias geográficas y temporales, discurre desde Abrahán hasta Hillel
y Jesús de Nazaret y se perpetúa en la Iglesia y en la Sinagoga.
La relación entre AT y NT no es uno de los problemas de la teología cristiana, sino el
problema teológico y cristiano por excelencia. Obliga a señalar los límites de lo que
es cristiano y de lo que no lo es. A partir del siglo II d.C. el cristianismo aceptó
definitivamente el AT como parte integrante de las Escrituras cristianas, pero quedó
planteado, y sin una verdadera resolución, el problema de cómo interpretarlas
adecuadamente desde una perspectiva cristiana. La interpretación cristiana del AT y
la misma aceptación del AT en el cristianismo han sido y siguen siendo objeto de
discusión; pero determinadas corrientes han tomado posiciones que no hacen sino
resucitar el rechazo marcionita del AT.» [Julio Trebolle; La Biblia judía y la Biblia
cristiana]
Gracia, palabra traducida del hebreo: Jen, y que según el diccionario significa: «Favor
que hace uno sin estar obligado a ello». Pero lo cierto es que, de acuerdo con la
Biblia, es la razón por la cual alcanzamos la salvación. Como está escrito: «Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» [Efe 2: 8-9].

Analicemos el concepto de gracia y sus implicaciones, con la ayuda de una parábola:


«Un hombre llegó a buscar empleo como vendedor a un almacén, y el dueño le dijo:
El trabajo es suyo. Pero, ¿cómo prefiere el pago, por ventas o un sueldo fijo?
El hombre pensó: Si gano conforme a lo vendido podría ganar mucho, pero si no
vendo no ganaré nada. En cambio, si gano un sueldo fijo, tendré algo seguro, pero
no podré aspirar a más.
El dueño, al ver que aquel hombre no sabía qué decidir, le dijo: Seré sincero con
usted. En este negocio hay días que son muy buenos. Pero a veces pasan muchos
días sin venderse nada. Para ser justo con usted ofrezco pagarle un sueldo fijo, uno
bueno, y si llega a vender mucho le daré una comisión por ello. ¿Qué le parece la
oferta?
El hombre aceptó de inmediato y sin protestar.
Sucedió que después de un tiempo el hombre se sintió muy a gusto con el sueldo
que su jefe le pagaba, pues era un buen sueldo, y estimó no necesitar más de la
cantidad que ya tenía asegurada. Mas como sabía que recibiría su paga sin importar
cuánto vendiera, dejó de esforzarse, y sin mayor demora sus ventas decayeron en
gran manera.
Entonces el dueño, al ver que aquel hombre se había tornado mal trabajador, se vio
obligado a despedirlo.»
De manera que el reino de los cielos es semejante a la ganancia obtenida del trabajo
en un almacén. El almacén es el mundo, mientras las ventas son las buenas obras;
aunque éstas pueden depender de si los días son buenos o no. Entonces Dios, al ver
que el hombre no sabía escoger de qué manera obtener la salvación, eligió por él; y
le ofreció alcanzarla por gracia, sin importar la cantidad de sus buenas obras, más la
posibilidad de obtener una gran recompensa si la cantidad de éstas era grande. Así
que el hombre aceptó de inmediato y sin protestar. Pero como todo jefe, al
asegurarles un buen sueldo a sus vendedores, espera que estos sean buenos
trabajadores; respondiendo así a la confianza que Él depositó en ellos al garantizarles
su paga, sin importar cuanto vendieran.
De modo que cuando el trabajador es malo, el jefe se ve obligado a despedirlo. Esto
significa que, aunque el hombre tenga ya ganada la salvación por gracia, sin importar
que haga buenas obras, Dios espera que obre bien, conforme a la altura de un buen
trabajador. De tal forma que cuando el hombre obra mal se vuelve como un mal
trabajador y Dios se ve obligado a despedirlo, convirtiéndose así en el causante de la
pérdida de su propia salvación, aun cuando ya la hubiese tenido asegurada por
gracia. Como está escrito: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús
para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos
en ellas.» [Efe 2: 10] (Nótese que ésta es la continuación del verso citado
anteriormente). Y también dice: «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo,
y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.»
[Jn 3: 19].

Dicho de otra manera, el reino de los cielos es semejante a una escuela a la que es
posible ingresar becado y estudiar gratuitamente, o sea por gracia. Pero, aunque en
condiciones ideales una beca está a disposición de todos los estudiantes, los que la
tienen deben perseverar en ella; como está escrito: «Y despedida la congregación,
muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé;
quienes, hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios.»
[Hch 13: 43]. De otro modo se arriesgan a perderla, pues también dice: «Porque si
pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la
verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación
de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la
Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y
tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta
al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el
pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer
en manos del Dios vivo!» [Heb 10: 26-31]. De aquí, que haya quienes caigan de la
gracia.

Al contrario de lo que suele pensarse, el concepto de gracia no es privativo del Nuevo


Testamento; antes bien, aparece a lo largo de toda la Biblia, pues dice: «Así ha dicho
el Señor: El pueblo que escapó de la espada halló gracia en el desierto, cuando
Israel iba en busca de reposo.» [Jer 31: 2]; y ya en el Pentateuco se hace evidente la
presencia de ésta, en donde sobresalen tres personajes por el hecho de ser los únicos
en hallar gracia (Jen) específicamente ante los ojos del Señor. En las otras partes del
Pentateuco en que aparece la palabra gracia (Jen) es ante los ojos de los hombres.
Por tal razón se entiende que la gracia puede ser hallada tanto ante los ojos de Dios,
como ante los ojos de los hombres, como está escrito: «Y hallarás gracia y buena
opinión ante los ojos de Dios y de los hombres.» [Pr 3: 4].
Analicemos cuál es el secreto para hallar la gracia ante los ojos de Dios, de acuerdo
con el testimonio de estos tres personajes del Pentateuco. Lo cual puede que
determine los tres tipos de personas que están destinadas a alcanzar el reino de los
cielos.

La primera vez que aparece la palabra gracia (Jen) en la Biblia es con Noé (cuyo
nombre en hebreo: «Noaj», se escribe como «Jen» pero al revés), como está escrito:
«Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor» [Gen 6: 8].
Es de anotar que sólo Noé halló gracia en aquel momento, aun en medio de toda la
población del mundo. ¿Y por qué no hallaron gracia las personas de aquel entonces?
Porque dice: «Y vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la tierra,
y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal» [Gen 6: 5]. Pero, ¿entonces por qué Noé halló gracia ante los ojos
del Señor? Porque dice: «Estos son los descendientes de Noé: Noé, varón justo, era
perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé.» [Gen 6: 9].
¿Quién, pues, hallará gracia ante los ojos del Señor? Quien sea justo, perfecto y ande
por el camino del Señor; ¿y cómo es el camino del Señor? Perfecto, pues escrito está:
«En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra del Señor.» [2
Sam 22: 31]. Para qué más se repetiría el asunto de la perfección, sino para ratificar
la importancia y la imperativa necesidad de ésta en el camino al reino de los cielos.
Como lo enseñó Jesús: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que
está en los cielos es perfecto» [Mat 5: 48]. Y no es ésta cualquier perfección, sino
más bien la que se aprende en la Biblia, como dice Pablo: «Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra» [2 Tim 3: 16-17].
Y no se debe pensar que esto es apenas algo de aquellos tiempos lejanos, que ya
pasó o que para nosotros será diferente, pues la misma Biblia dice: «Mas como en
los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre.» [Mat 24: 37].

Resulta notable cómo la palabra gracia (Jen) tarda diez generaciones en aparecer de
nuevo en la Biblia, y más todavía el personaje con el cuál hace su reaparición; pues
se trata de Abraham (Avraham), como está escrito: «Después le apareció el Señor
en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del
día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando
los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra,
y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu
siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos
debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y
después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos
dijeron: Haz así como has dicho» [Gen 18: 1-5].
¿Qué le pidió el Señor a Abraham antes de que se hiciera manifiesta dicha gracia? La
Biblia dice: «Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció el
Señor y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto»
[Gen 17: 1]. Nótese que se repite la cualidad que presentó Noé, andar en el camino
del Señor y ser perfecto. De modo que tal cualidad pareciera tener el carácter de
requerimiento; y digo cualidad, en singular, porque no se trata de dos cosas aparte,
sino que es una en sí misma, ya que la métrica hebrea se funda en el artificio retórico-
estilístico del paralelismo semántico; es decir, ser perfecto y andar en perfección, o
más bien una perfección absoluta.
Además, está escrito acerca de Abraham: «Y creyó al Señor, y le fue contado por
justicia» [Gen 15: 6]. Pero, ¿cómo es eso de que «creyó»? Si también dice la
Escritura: «Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y
tiemblan» [Stg 2: 19]. Esto es porque escrito está: «Vosotros veis, pues, que el
hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe» [Stg 2: 24]. ¿Y cuáles
fueron sus obras, en que cumplió Abraham? En mucho, como está escrito: «por
cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis
estatutos y mis leyes» [Gen 26: 5]. ¿Y en dónde está la fe aquí? En el oír la palabra
del Señor y en el obrar, juntamente, como dice Pablo: «Así que la fe es por el oír, y
el oír, por la palabra de Dios» [Rom 10: 17], y dice Santiago: «porque como el
cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» [Stg 2:
26].
De manera que por todo esto es que se dijo: «¿Mas quieres saber, hombre vano,
que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro
padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó
juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la
Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue
llamado amigo de Dios» [Stg 2: 20-23].

Después de esto, resulta inquietante la identidad de aquel tercer personaje que,


según la Biblia, halló gracia (Jen) ante los ojos de Dios. Pues tardaría otras dieciséis
generaciones en aparecer. Se trata de nada más y nada menos que del maestro de
la Ley, Moisés, como está escrito: «Y el Señor dijo a Moisés: También haré esto que
has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu
nombre» [Exo 33: 17].
¿Qué hizo Moisés para hallar gracia ante los ojos del Señor? Mucho, pues dice: «Y
Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio
de lo que se iba a decir» [Heb 3: 5]. Y también afirma la Biblia: «nunca más se
levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido el Señor cara a cara;
nadie como él en todas las señales y prodigios que el Señor le envió a hacer en
tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder
y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel»
[Deu 34: 10-12].
No cabe duda que Moisés dio testimonio de lo que se dijo. Es decir que cumplió con
la Ley que el Señor le entregó. De manera que fue perfecto como lo demanda la
palabra de Dios, donde dice: «Perfecto serás delante del Señor tu Dios» [Deu 18:
13].
Al igual que con Noé y con Abraham, el Señor consideró a Moisés, en medio de su
generación, digno de ser el padre de un gran pueblo sujeto a Él, como está escrito:
«Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo
haré una nación grande» [Exo 32: 10]. Sin embargo, Moisés intercedió por el pueblo
de Israel, porque la Biblia dice de él: «Y aquel varón Moisés era muy manso, más
que todos los hombres que había sobre la tierra» [Num 12: 3].

Esto es lo que el Pentateuco enseña acerca de las personas que hallaron gracia ante
los ojos de Dios. Y si por gracia somos salvos, ¿será que sólo Noé, Abraham y Moisés
fueron salvos? ¡De ninguna manera! Pues el Pentateuco da testimonio de muchos
otros santos. Pero, ¿por qué sólo de estos tres dice que hallaron gracia ante los ojos
del Señor? Porque éstos encierran a los otros, pues el Pentateuco no enseña que
solamente estas tres personas alcanzaron la salvación, sino que sólo estos tres tipos
de personas lo logran; ya que escrito está: «dijo luego el Señor a Noé: entra tú y
toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación»
[Gen 7: 1]. De manera que son los hijos de estas tres personas los que alcanzan la
salvación que es por gracia.
Pero, si toda la humanidad desciende de Noé, ¿será toda la humanidad salva? ¡De
ninguna manera! Como está escrito: «porque sabéis esto, que ningún fornicario, o
inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios»
[Efe 5:5].
Sabemos que hijo no es todo el que nace de las entrañas del padre, sino el que hace
los deseos del padre, como está escrito: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo,
y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio,
y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla
mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» [Jn 8: 44].
Pues no dice de Noé: “Estos son los descendientes de Noé: Sem, Cam y Jafet”. No,
sino que dice: «Estos son los descendientes de Noé: Noé, varón justo, era perfecto
en sus generaciones; con Dios caminó Noé. Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a
Cam y a Jafet» [Gen 6: 9-10]. De manera que los hijos de Noé deben ser justos,
perfectos y andar por el camino de Dios.
De Abraham dice: «No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que
descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos
hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos
según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa
son contados como descendientes» [Rom 9: 6-8]. ¿Y cómo se obtiene esta
promesa? Como está escrito: «porque os es necesaria la paciencia, para que,
habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa» [Heb 10: 36]. ¿Y cómo
es esta paciencia? Como está escrito: «Aquí está la paciencia de los santos, los que
guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» [Apo 14:12].
Y de Moisés dice: «Estos son los descendientes de Aarón y de Moisés, en el día en
que el Señor habló a Moisés en el monte de Sinaí. Y estos son los nombres de los
hijos de Aarón: Nadab el primogénito, Abiú, Eleazar e Itamar» [Num 3: 1-2]. Pero
ni en éstos, ni en los versos siguientes, se hace mención de los nombres de los
descendientes de Moisés, por lo menos no de los hijos salidos de sus entrañas. ¿Qué
significa esto? Pues significa que los hijos de Aarón, lo eran en la carne, pero eran
hijos de Moisés en el espíritu, porque aprendieron de Moisés que fue su maestro.
De modo que son Noé, Abraham, Moisés y aquellos que siguen su ejemplo, quienes
hallan gracia ante los ojos de Dios.

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