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Sinopsis Capítulo 14
Advertencia Capítulo 15
Prólogo Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Epílogo
Capítulo 12 Sobre la Autora
Capítulo 13 Créditos
Como hermano menor del famoso clan Falcone, Adamo creció rodeado de
sangre y violencia. Las drogas pronto se convirtieron en su forma de afrontar la
situación.
Convertirse en mafioso como sus hermanos era su destino, pero nunca su
pasión. Cuando se convierte en el organizador de las exitosas carreras callejeras
ilegales de su familia y en uno de sus conductores en busca de emociones,
finalmente establece su propio camino en el duro mundo de la mafia.
Su propósito no es lo único que Adamo descubre en las carreteras empapadas
de combustible a las que llama hogar…
Dinara Mikhailov es una de las pocas mujeres piloto de carreras y es difícil
de ignorar. No solo por su cabello rojo llameante y su estilo de conducción
despiadado, sino también porque a la princesa de la Bratva se le permite conducir en
territorio enemigo.
Pronto Adamo y ella se ven envueltos en un juego apasionante que va más
allá del circuito. Sin embargo, ambos atormentados por eventos del pasado, sus
anhelos oscuros ponen todo en juego.
Ya que lo que más anhelan viene con un precio brutal.

The Camorra Chronicles #6


Twisted Cravings trata muchos temas delicados como el abuso de drogas, el
abuso infantil, la violencia y la tortura, así que tenlo en cuenta.
L a sangre cubría sus labios, una franja de color contra su piel pálida.
Incluso el rojo llameante de su cabello palideció en comparación.
Ella yacía inmóvil sobre el frío suelo de piedra, con los ojos
totalmente abiertos mirando fijamente al techo, pero sin ver lo que tenía delante.
Dejé caer el cuchillo. Aterrizó con estrépito, la sangre salpicando alrededor.
Por un segundo, una parte de mi rostro se reflejó en el único punto limpio de la hoja
afilada. Por primera vez en mi vida, entendí el miedo que las personas albergaban
cuando escuchaban mi apellido.
Falcone.
Hoy mi expresión justificaba su terror.
Derramar sangre estaba en mis genes. Toda mi vida, había luchado contra
este anhelo en lo profundo de mis venas, lo había atenuado con drogas y alcohol,
pero su llamado siempre había estado presente, una corriente subyacente en mi
cuerpo que amenazaba con hundirme.
No lo había permitido. En su lugar, me arrojé de cabeza a sus profundidades,
seguí la corriente hasta la parte más oscura de mi alma. Durante mucho tiempo, este
día había sido mi mayor pesadilla, un miedo sin medida. Pero maldición, hoy sentía
como si hubiera renacido, como si fuera un regreso a casa, a mi verdadero ser.
Mis palmas estaban pegajosas con su sangre y se sentía perfecto.
Ninguna carrera callejera podría competir con la emoción, el subidón
absoluto de una muerte, y menos aún con el poder de la tortura.
Negar tu naturaleza era vivir una mentira. Solo las drogas en todas las formas
y tamaños lo habían hecho posible en el pasado. Ya no más.
La gente finalmente tenía una razón para el apodo que nos dieron a mis
hermanos y a mí.
Los monstruos de Las Vegas.
Mi lado monstruoso había salido a jugar, pero la juerga apenas había
comenzado.
E l sol ardía sobre la tierra seca, haciendo que el aire titilara,
distorsionando las formas de casi dos docenas de autos de carrera
alineados en la parada del camino abandonado. Solo estábamos a
finales de abril, pero no muy lejos del Valle de la Muerte, y las temperaturas ya
alcanzaban alturas insoportables por la tarde. Apagué el motor de mi Corvette C8
amarillo y salí. El sudor brotó de mi piel casi instantáneamente, haciendo que mi
camiseta blanca se pegue a mi piel. Estaba familiarizado con las olas de calor,
habiendo crecido en Las Vegas, pero el aire inmóvil en esta parte del país aún me
dejaba sin aliento. El calor causaba estragos en los autos de carrera y los pilotos por
igual, razón por la cual elegimos esta área para nuestras calificaciones.
Muchos rostros familiares me saludaron con la cabeza a través de las
ventanas de sus autos, permaneciendo en el refugio fresco que brindaba el interior.
Algunos de ellos nunca llegaban más allá de las calificaciones, pero otros
demostraban un gran talento. Mis pasos vacilaron brevemente, mi mirada atraída
mágicamente por una franja de rojo llameante. Por un momento estaba seguro que se
trataba de un espejismo. La franja de color rojo fue tomando lentamente cada vez
más forma. Una melena larga de cabello rojo enmarcando un rostro pálido. Sus
labios rojos, del color de la sangre seca, se curvaron en una sonrisa alrededor del
cigarrillo colgando de su boca. La sonrisa no era coqueta ni particularmente
amistosa. El desafío yacía en sus ojos. Era demasiado pronto para las chicas de
boxes y las groupies, ellas se limitaban a las carreras finales o se arremolinaban en
torno a los ganadores de las carreras clasificatorias después de la línea de meta, y,
aunque no fuera así, habría sabido que ella no era una de esas chicas. La forma en
que se recostaba en el capó de un Toyota Supra verde neón me indicó que era su
auto y que hoy estaría corriendo. Las mujeres rara vez lograban pasar a la final. Mi
hermano Remo pensaba que carecían de crueldad y ambición, pero probablemente
solo eran más sensatas que nosotros los hombres. Con esta chica, tenía el
presentimiento de que podría sorprendernos.
Arrastré mis ojos lejos de la pelirroja y me dirigí hacia la gasolinera.
Un generador chisporroteó junto a la tienda en ruinas, alimentando una
pequeña unidad de aire acondicionado dentro del edificio decrépito. Entré en nuestra
sede improvisada, donde Crank ya estaba repasando las hojas de registro que se
amontonaban sobre el escritorio. El calor era un poco más soportable en el interior,
pero la pequeña unidad de aire acondicionado no tenía ninguna posibilidad contra
los casi treinta y ocho grados centígrados que caían sobre nosotros. La ventana rota
de la gasolinera tampoco ayudaba.
—¿Algún recién llegado? —pregunté, estrechando la mano extendida de
Crank. Sabía de al menos una, y sentía una gran curiosidad por ella.
—Tres —respondió Crank—. Una chica y su hermano. Además de otro chico
con un ego grande.
—¿No puede ser peor que nuestro ególatra favorito? —Las carreras eran un
imán para cierto tipo de personas, pero algunas mostraban una cantidad excesiva de
egocentrismo.
—Aún no estoy seguro, pero está cerca.
Extendí mi mano para las hojas de información que Crank había desenterrado
de los novatos.
Entrecerré los ojos mientras leía lo que Crank había encontrado sobre la chica
y el chico que la acompañaba, su supuesto hermano. Nada. Sin arrestos.
Absolutamente limpios con nombres genéricos.
—Esto apesta —murmuré. Mary, ¿en serio? Esta chica no era una Mary. La
única forma en que alguna Mary probablemente se acercara a ella era en un vaso
como Bloody Mary.
Crank asintió.
—Nombres falsos, definitivamente. Ese tipo, tiene un poco de acento. Europa
del Este o algo así.
Europa del Este. La única vez que traté con europeos del este, fueron tipos de
la Bratva intentando meterse con los negocios o matarme. Sin embargo, las carreras
no eran su objetivo principal. Después de todo, las drogas y la prostitución eran sus
áreas de negocio más exitosas.
Fui en busca de “John” y “Mary”.
La carrera de clasificación comenzaría en una hora. Si esta chica y su
compañero provocarían problemas, quería saberlo con anticipación y asegurarme
que se mantuvieran jodidamente alejados, a menos que fuera un problema divertido.
La pelirroja seguía apoyada contra el capó de su auto, fumando. A estas alturas, su
cigarrillo se había reducido a una colilla pequeña. Lo sacudió con sus dedos. Dado el
rojo de sus labios, habría esperado que sus uñas tuvieran el mismo color, pero las de
ella eran cortas y estaban pintadas de un color oscuro, casi negro.
El tipo que estaba a su lado con el corte rapado apagó su cigarrillo cuando
aterrizó ante sus pies calzados con botas. Tenía la sensación de que era su dinámica
habitual. Avancé hacia ellos.
“John” le dijo algo a “Mary” pero ella solo me sonrió. Sus ojos no mostraron
nerviosismo cuando me detuve frente a ellos. Encendió otro cigarrillo. Quizás esto
era una pequeña señal de malestar, pero era difícil de decir con esta chica. Por lo
general, el tatuaje de la Camorra en mi antebrazo hacía que la mayoría de la gente se
cague en los pantalones, incluso personas que me conocían bien, y que no se
registraban en mis carreras con nombres falsos.
—Mary, John —saludé con una sonrisa dura.
Un asentimiento corto del chico.
La chica tomó otra calada profunda antes de aplastarlo bajo una pesada bota
de cuero negro.
—Qué nombres tan encantadores…
—De hecho, es Dinara.
El John falso le lanzó una mirada de advertencia.
—Mary, qué…
Hubo un cierto borde en sus palabras que desmentía que el inglés no era su
lengua materna.
—Danos un momento, Dima. —Nunca me quitó los ojos de encima. Dima
me miró con dureza, prometiéndome venganza, y algo en sus ojos azules dejó en
claro que estaba familiarizado con el acto de causar dolor a los demás, pero yo
también. Se apartó del capó y se dirigió hacia su vehículo, un Nissan Silvia azul.
—¿Dinara?
Me dio una sonrisa con los labios apretados.
—Mikhailov. Dinara Mikhailov.
Dijo el apellido como si significara algo, o debiera significar algo para mí. No
tenía la costumbre de involucrarme demasiado en todas las áreas comerciales de la
Camorra. Organizar y conducir las carreras era un trabajo de tiempo completo.
—Suena ruso. —Y no solo eso, era el apellido del puto Pakhan en Chicago, la
realeza de la Bratva. Sin embargo, Mikhailov era un apellido común en Rusia, de
modo que esto no significaba nada.
—Lo es.
—¿Por qué los nombres falsos si los abandonas a la primera oportunidad que
tienes?
Se encogió de hombros.
—Dima insistió, y llamó tu atención.
Como si hubiera necesitado nombres falsos para eso. Esta chica era difícil de
ignorar.
—Un nombre ruso habría tenido el mismo efecto.
Su sonrisa se ensanchó, blanca contra el rojo delicioso de sus labios.
—¿No te gustan los rusos?
Rodeó su auto, mirando más de cerca el trabajo de pintura. Viper estaba
escrito en la puerta del pasajero y una serpiente se enroscaba a lo largo del costado
del capó.
—Solo un cierto tipo de ruso.
Nunca me quitó los ojos de encima. No sabía si se debía a la preocupación de
que le hiciera algo a su auto, o porque tenía problemas de confianza en general.
Probablemente ambos.
—¿Y qué tipo de ruso sería ese?
Me detuve a su lado y me apoyé en el capó de su auto, una provocación
abierta. No tocabas el vehículo de otra persona sin permiso y definitivamente no lo
usabas como silla.
—¿Quieres correr?
Sonrió.
—Qué astuto.
Reprimí una sonrisa. Me gustaba su descaro.
—Eso requiere coraje. Pocas chicas llegan al corte final. Es un juego rudo. La
gente se lastima. La gente muere.
Se levantó del capó, superándome en altura. Un destello de ira apareció en
sus ojos.
—No soy como otras chicas.
—No lo dudo. —Me paré, elevándome sobre ella nuevamente. Este era mi
territorio y todos seguían mis reglas, incluso esta chica tendría que aprender esto—.
Buena suerte con la carrera de clasificación. No dejes que te maten.
—Soy difícil de matar.
Asentí y luego, con una sonrisa hacia Dima quien no nos había perdido de
vista ni por un segundo, regresé con Crank en la gasolinera. Se había quitado la
camiseta, dejando al descubierto su desnuda espalda llena de cicatrices. Desde un
accidente automovilístico el año pasado, las quemaduras marcaban su espalda y
brazo izquierdo.
—¿Y? —preguntó, levantando la vista de una de las computadoras portátiles.
La conexión Wi-Fi podía ser irregular, pero intentábamos realizar un seguimiento de
las apuestas entrantes. Nino y un par de contadores manejaban la mayor parte de las
apuestas, pero si las cosas iban demasiado lentas, a veces era necesario que
hiciéramos las carreras un poco más desafiantes para aumentar la emoción.
—Como sospechábamos. No son sus nombres reales.
Crank hizo una mueca y recogió sus registros.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? ¿Echarlos con una advertencia? ¿O…?
—Tendré que llamar a Remo. Quizás él sepa lo que está pasando.
—Solo quedan cuarenta y cinco minutos para la carrera.
—No tomará mucho tiempo. Remo odia las charlas innecesarias.
Eché una mirada por la ventana. Dinara también me observaba. Si estaba
involucrada con la Bratva, estaba jugando un juego peligroso. Los días de nuestra
tregua habían expirado. Si era una espía o quería manipular las carreras, tendría que
lidiar con Dima y ella. La idea no me sentó bien, pero la época en la que los
escrúpulos me impedían hacer lo necesario había terminado hace mucho.
Había hecho mi investigación sobre Adamo Falcone. No investigarlo habría
sido una tontería. Pero aun así me sorprendió. Las fotos que había encontrado de él
en la Darknet lo habían hecho parecer más joven, más como un chico alegre con su
cabello rebelde, ligeramente rizado y barba recortada. Como los chicos surfistas que
había visto durante unas vacaciones en Portugal. Esperaba un mocoso malcriado que
arrojaba su apellido como una granada, intentando impresionar, y con un apellido
como Falcone habría tenido la certeza de tener éxito.
Ya había conocido antes más que suficientes hombres de ese tipo, pero ya
podía decir que él no era uno de ellos. Había visto un par de videos de él en la jaula.
No había habido muchos, pero tuve problemas para vincular esas peleas brutales con
las fotos del alegre chico sonriente en la Darknet. Ahora lo hago. Algo oscuro
acechaba detrás de esos ojos castaños. Tenía el presentimiento de que podía pasar de
la tranquilidad a la brutalidad despiadada en un abrir y cerrar de ojos. Después de
todo, era un Falcone. Su reputación se remontaba mucho más allá de sus fronteras.
El miedo no era mi fuerte, así que nunca había entendido la reverencia en las voces
de tanta gente cuando hablaban de los monstruos de Las Vegas.
No dudaba de que llevara el apellido Falcone como un arma si era necesario,
pero parecía lo suficientemente seguro como para controlar a los corredores con su
propio carisma. Lo vi regresar a la gasolinera destartalada. Un par de chicas de
boxes que se habían reunido a la sombra del tejado lo siguieron con ojos
hambrientos. Un nombre poderoso, dinero y el aura de un chico malo con el hecho
indiscutible de que Adamo tenía un cuerpo que pocas chicas descartarían las había
atraído como una polilla a la llama. Su camisa sudada se pegaba a su pecho,
revelando las líneas de los músculos y unos abdominales impresionantes, y su
trasero en esos jeans azul oscuro tampoco estaba nada mal.
Sabía que ahora llamaría a Las Vegas para pedir más instrucciones. Adamo
puede ser el organizador de las carreras, pero su hermano mayor y Capo Remo
Falcone era un fanático del control y lo estaría vigilando todo. Definitivamente, dos
rusos apareciendo en su territorio requeriría de una charla familiar. Mi pulso se
aceleró al pensar en Remo, pero aplasté mi ansiedad. Esto no era una carrera corta,
era un maratón.
Dima se acercó a mí.
—Esto es malo. Lo sabes, ¿verdad? —susurró en ruso.
—Ya veremos — respondí, sin molestarme en bajar la voz. Pronto todos se
darían cuenta que éramos rusos, ¿por qué intentar ocultarlo?
—Deberíamos llamar a tu padre en caso de que las cosas vayan mal. No
puedo protegerte solo.
—No —espeté—. Recuerda tu promesa, Dima.
—Lo hago. Y el primer juramento que hice fue protegerte.
—Estaremos bien. —No sentía la misma cantidad de confianza que transmitía
mi voz.
Adamo no había sido demasiado hostil, y tenía la sensación de que Remo no
me haría daño. No estaba completamente segura de la seguridad de Dima, pero cada
intento de hacer que se vaya de mi lado había sido inútil. Sin embargo, la tortura o la
muerte no eran mi preocupación principal. No quería que me echaran. Necesitaba
conocer a Adamo Falcone, lograr que confíe en mí de modo que me dijera todo lo
que quería saber. Pero para que eso suceda, tenía que formar parte del circuito de
carreras.
Remo no contestaba su teléfono, así que llamé a Nino.
—¿Qué pasa? Nunca llamas tan cerca de una carrera a menos que sea
urgente.
Por supuesto, Nino ya estaba por delante.
—Es urgente. Podríamos tener un problema aquí. Dos nuevos corredores.
Carnet falso. Origen ruso. Dima Antonov y Dinara…
—Mikhailov.
Estaba acostumbrado a que Nino lo supiera todo, así que no me sorprendí
demasiado.
—¿La conoces?
Nino se quedó en silencio durante casi un minuto, lo que significaba que esto
era realmente malo.
—Habla con Remo. Él puede contarte más.
—Si él lo sabe, tú lo sabes. ¿De qué se trata el gran secreto?
—Dinara y Remo tienen historia.
—Historia, ¿qué diablos se supone que significa eso? —Dinara era más joven
que yo, mi edad máximo, por lo que la historia no podía significar que se la hubiera
follado, pero ese había sido prácticamente su único interés en la especie femenina
antes de encontrar a su esposa Serafina.
—Habla con Remo.
—¿No está por ahí? ¿Por qué no le entregas el teléfono?
—Dame un segundo. Está en la jaula con Nevio. —Mi sobrino solo tenía seis
años, casi siete, pero Remo y él solían entrenar en la jaula, principalmente para
controlar los arrebatos de Nevio y su hiperactividad.
Sonó un crujido, luego la línea se quedó en silencio. Esperé con impaciencia.
Solía fastidiarme mucho que mis hermanos mayores me guardaran secretos, pero
ahora solo me molesta. Remo y Nino habían pasado por muchas cosas juntos.
Compartían muchos secretos de los que nunca estaría al tanto. Otro crujido en la
línea, luego la voz profunda y sin aliento de Remo.
—Adamo, ¿quieres hablar?
Dudaba que Nino no lo hubiera puesto al corriente de lo que quería hablar,
pero a estas alturas ya conocía los juegos de Remo. Me apoyé contra la pared, mis
ojos siguieron a la pelirroja a través de la ventana rota.
—Dos corredores rusos se unieron hoy al circuito. Dima Antonov y Dinara
Mikhailov. Me pregunto si es una coincidencia que Dinara comparta el mismo
apellido con el Pakhan de la Bratva en Chicago.
Sus ojos se encontraron brevemente con los míos y nuevamente esa sonrisa
desafiante me golpeó, como si supiera lo que estaba haciendo y con quién estaba
hablando. Ella no parecía preocupada en absoluto. Eso la hacía muy valiente o muy
imprudente. Esto último explicaría por qué estaba en las carreras callejeras ilegales.
—No es casualidad, no. Ella es su hija.
—¿Su hija? —Repetí con incredulidad, sobre todo porque Remo no parecía
sorprendido por la noticia o incluso preocupado. Esperaba que fuese algún pariente
lejano. ¿Pero su hija?
Joder.
—¿Y qué diablos está haciendo en nuestro territorio? ¿Jugando a la corredora
de autos? No me digas que esto es una coincidencia.
—¿Hablaste con ella?
—Sí, se registró con una identificación falsa. Ella y un chico ruso con ella.
—Probablemente su guardaespaldas. Dudo que Grigory le permitiera caminar
sola.
—¿Crees que el Pakhan sabe que su hija está en nuestro territorio?
—Creo que Grigory se asegura de conocer el paradero de Dinara en todo
momento.
—¿Qué tal si me dices por qué no tiene miedo de estar en territorio enemigo?
¿Por qué reveló su nombre sin pestañear?
Remo guardó silencio al otro lado de la línea. Si bien Nino lo había hecho
para pensar las cosas, Remo probablemente solo quería jugar conmigo.
Perdí la paciencia.
—Nino dijo que tú y ella tienen historia. ¿Historia cómo? Supongo que no te
la follaste en algún momento. No te follas a menores y dudo que engañes a Fina.
—Cuidado, Adamo.
—Solo escupe lo que sabes. No tengo tiempo para arrancarte todas las
respuestas. Tengo una carrera que preparar.
—Entonces hazlo. No veo ningún problema.
Oh, ¿no lo hacía?
—¿Quieres que la detenga a ella y al tipo que está con ella? ¿Como ventaja
contra la Bratva?
No habíamos estado en guerra abierta con los rusos en territorio de la
Organización. No eran de nuestra incumbencia, pero la Bratva en territorio de la
Camorra definitivamente sí lo era. Atacaron nuestros restaurantes, mataron al padre
y a la abuela de la esposa de mi hermano Savio, Gemma. Era el menos vengativo de
mis hermanos mayores, pero definitivamente le guardaba un gran rencor a la Bratva.
Sin mencionar que Remo le había declarado la guerra a Grigory por no ayudarlo
cuando la Organización me secuestró. Tener una princesa de la Bratva en nuestro
territorio, especialmente participando en nuestras carreras, parecía una idea
particularmente mala.
Remo guardó silencio durante un rato.
—No, déjala quedarse. No veo ningún daño en dejarla conducir en nuestras
carreras.
—¿No ves ningún daño? ¿Estás seguro de que Grigory compartirá tu
creencia? —murmuré. Si Dinara resultara herida, o incluso muerta en nuestras
carreras, incluso si las muertes ocurrían raramente, Grigory armaría un infierno.
Remo me estaba ocultando cosas. Otra vez. ¿Seguía pensando que no podía
soportar una mierda? ¿No había demostrado que ya no era un maldito maricón desde
que regresé de Nueva York? Estos últimos tres años, había hecho todo lo necesario
para que las carreras en nuestro territorio fueran aún más rentables.
—Estoy seguro que Grigory interferiría si tuviera preocupaciones.
—Eso es lo que me preocupa, y estoy un poco confundido por qué no lo
estás, a menos que a él no le importara un carajo su hija.
—Oh, le importa un carajo, créeme.
—¿Detén los putos juegos y dime qué diablos pasó?
—¿Te acuerdas de Eden?
—¿Esa puta que trabaja en Sugar Trap? —Nunca había hablado con ella,
mucho menos la había tocado, pero mi amiga con beneficios C.J. la había
mencionado un par de veces.
Ambas vendían sus cuerpos por dinero.
—Ella es la madre de Dinara. Se escapó de Grigory con Dinara y finalmente
terminó en Las Vegas, pidiendo ayuda para permanecer escondida de Grigory.
—¿Entonces qué? ¿Hiciste un trato con Grigory y le devolviste a su hija en
bandeja de plata y obligaste a Eden a trabajar como prostituta para hacerle pagar el
secuestro de su propia hija? Savio mencionó una vez que Grigory te pidió que le
hicieras la vida un infierno.
—Siempre piensas lo peor de mí. —Sus palabras destilaron sarcasmo. Mi
relación con Remo había sido mala por un tiempo, especialmente en mis primeros
años de adolescencia, pero habíamos superado ese punto, incluso si seguíamos
peleando en alguna ocasión.
—¿Por qué te ensuciaste las manos? ¿Por qué no dejaste que Grigory la
manejara?
Se rio oscuramente.
—¿Crees que ella habría encontrado un destino más amable en sus manos?
—No, pero me pregunto por qué te encargarías de castigarla.
—Soy un bastardo sádico y retorcido, ¿recuerdas?
—Maldita sea, Remo. Eso es una mierda y lo sabes.
—¿Entonces estás diciendo que no soy un sádico y retorcido?
—Lo eres, pero siempre haces las cosas con motivos.
No dijo nada durante mucho tiempo.
—Vigílala.
—¿Crees que está tratando de acercarse a nosotros para reconciliarse con su
madre? ¿Descubrir la verdad sobre su pasado, el que no quieres compartir conmigo?
—Estoy seguro de que el pasado es la razón por la que ella está allí. Siempre
y cuando la vigiles y te asegures de que no se mata a sí misma, o te maten,
estaremos bien por ahora. Mantenme informado.
Su despido me frotó de la manera equivocada. A estas alturas ya estaba
acostumbrado a sus crípticas palabras, pero a veces todavía me ponían contra la
pared.
—Te mantendré informado, Capo.
Se rio entre dientes.
—Eso espero. ¿Cómo va el negocio de las carreras?
—Bien. ¿No te dio Nino un informe con los números? Hemos estado
creciendo estos últimos años, especialmente con las carreras de calificación
ampliadas. Pero ahora no tengo tiempo para charlar. Necesito contarle a Dinara las
buenas noticias.
Colgué y mi mirada volvió a Dinara y Dima. La falta de preocupación de
Remo por su repentina aparición me preocupó. Le encantaba la provocación y la
emoción de un conflicto, incluso ahora que era un hombre casado, tal vez más.
Quizás vio la aparición de la princesa rusa como una oportunidad perfecta para traer
algo de calor a nuestra vida. Yo, por otro lado, quería que mi negocio de carreras
funcionara sin problemas. Era mi bebé, uno en el que invertí mi corazón y mi alma.
Necesitaba averiguar por qué Dinara y Dima se encontraban realmente aquí y si
serían un problema. Si lo fueran, me aseguraría de que abandonaran nuestro
territorio. Remo podría encontrar otra forma de hacer su vida más interesante si
torturar a los enemigos y las peleas en jaula ya no lo lograban.
Dinara todavía estaba sentada en el capó de su auto, su cabello rojo ondeando
con la brisa de la tarde. Dima se hallaba de pie a su lado con los brazos cruzados,
dando a los corredores circundantes miradas sospechosas. No es de extrañar dadas
las miradas que le estaban dando a Dinara. Algunos de ellos solo se mostraban
divertidos y despectivos, otros coqueteaban o la miraban con lascivia.
Pensaban que era un buen pedazo de culo que no tenía ninguna posibilidad en
la carrera y que quedaría impresionada por sus habilidades en las carreras. Algunos
de estos tipos probablemente incluso creían que tendrían una oportunidad con ella
después.
Dinara se apartó del auto y se acercó a mí, arrojando la colilla de su cigarrillo
en su camino y apagándola. De vez en cuando fumaba, pero esta chica era una
chimenea en comparación conmigo. La esperé, metiendo mi teléfono en mi bolsillo.
Era impresionante con sus pómulos altos, labios regordetes y piernas largas. El
fuego en sus ojos y esa sonrisa confiada en sus labios la hacían lucir como una diosa
feroz, especialmente con ese cabello rojo llameante bajo el sol poniente.
Se detuvo justo enfrente de mí.
—¿Y? ¿Pasamos la inspección? ¿Se nos permite participar en tu carrera de
circo?
Sonreí.
—Se te permite participar en la carrera de clasificación, hoy. El hecho de que
puedas entrar en nuestro campamento de carreras depende de ti y de tus habilidades
de conducción.
Ladeó la cabeza.
—No me preocupan mis habilidades de conducción, Falcone. ¿Qué tal las
tuyas? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste una carrera de clasificación? Arrancas
en las carreras principales, ¿no es así?
Tenía agallas y bravuconería, debía reconocérselo. La mayoría de las
personas, incluso en el circuito de carreras, besaban el suelo sobre el que caminaba o
trataban de alejarse de mi camino por miedo.
—Soy parte del campamento, porque soy uno de los mejores pilotos, Dinara.
Si me uniera a la carrera de clasificación, eso solo significaría que menos pilotos
nuevos tendrían la oportunidad de calificar. —Los corredores que participaban en
todas las carreras principales de la temporada formaban parte de nuestro
campamento de carreras, que era lo que prometía el nombre: un campamento donde
todos vivíamos durante los meses de las carreras.
Se inclinó más cerca, dándome la oportunidad de realmente admirar el azul
verdoso de sus ojos, un tono que nunca había visto.
—Entonces, ¿por qué no te unes a la carrera hoy? Demuestra tus increíbles
habilidades de conducción. Veamos qué tienes, Falcone.
Por lo general, no era fácil engancharme, pero Dinara me tenía en su anzuelo.
Quería impresionarla y quería saber por qué se encontraba aquí. Cuál era su fin.
—Está bien —dije, sonriendo—. Correré hoy, pero no vengas a llorarme
después porque tu hermano no pasó el corte.
—Dima es un chico grande. Puede manejarse solo. No lo subestimes.
—No subestimo a ninguno de los dos. Pero es mejor que tampoco me
subestimes. Soy un Falcone, ganar corre en mi sangre.
—¿La arrogancia también?
Sonreí.
—Creo que a ti y a mí no nos falta la confianza en las carreras. Ahora
detengamos la charla y demostremos que no somos solo palabras.
Dinara se puso de puntillas, inclinándose aún más y acercando sus labios a mi
oído.
—Sí, hagámoslo, Adamo.
Dio un paso atrás y se dio la vuelta, alejándose, dándome una vista perfecta a
su trasero en sus pantalones ajustados. Pasé una mano por mi cabello. Era un pedazo
de culo caliente, pero prefería menos problemas en mi vida sexual. Ligar con las
chicas de las carreras o la rara chica corredora había demostrado ser una molestia en
el pasado, así que dejé de reaccionar a los avances. Es mejor que los negocios y el
placer permanezcan separados.
No había participado en una carrera de clasificación en una eternidad.
Veinticinco pilotos se establecían en el campamento de carreras y cinco más podrían
calificar para ser parte de él a través de una carrera de clasificación, pero solo los
corredores con las mejores posiciones durante todo el año se quedaban en el
campamento para la próxima temporada. Siempre estuve entre los mejores
corredores, lo había estado durante años, por lo que las calificaciones no habían sido
necesarias. Sin embargo, tenía que admitir que sentí una especie de emoción
vertiginosa por ser parte de una calificación nuevamente. El ambiente era diferente,
menos dominado por el dinero y las apuestas, más libre.
Sonreí. Sería divertido.

El rostro de Dima brilló con desaprobación. Su estado de ánimo favorito


últimamente.
—Estamos bien para ir — dije.
—Entonces, ¿obtuvimos la bendición oficial del clan Falcone? —se burló en
ruso.
—No sé acerca de su bendición, pero no les importa que corramos. O mejor
dicho, a Remo Falcone no le importa porque es él quien mueve los hilos.
—Hará que su hermano pequeño nos vigile. Tienen que sospechar que hay
más detrás de esto que jugar a los corredores.
—Por supuesto que lo hacen. Estoy segura de que Adamo hará todo lo
posible para extraerme información.
Dima me miró, sus ojos grises se convirtieron en rendijas.
—No dejes que su encanto baje tu guardia.
Me eché a reír.
—¿Qué encanto? Solo porque tienes la personalidad alegre de un pan
congelado no significa que cualquier chico capaz de sonreír sea un Casanova a la
caza.
Dima no esbozó una sonrisa. Choqué mi hombro contra el suyo.
—No te preocupes. Puedo apañármelas sola.
—Sé que puedes, pero no subestimes a los Falcone, ni siquiera al más joven.
No se toman a la ligera si están siendo engañados, y aquí estamos en su territorio.
Grigory enviaría la caballería, pero no les iría bien a nuestros hombres.
Puse los ojos en blanco.
—No evoques fantasmas, Dima. No habrá una razón para que venga la
caballería o cualquier otra misión de rescate. —Besé su mejilla—. Y te tengo a ti,
¿no?
Suspiró.
—Sólo sé cuidadosa. Sabes lo que hará tu padre si se entera de esto. Un día
me va a tirar en un barril de petróleo.
—Le gustas demasiado para hacerte eso. Te dará un final rápido —le dije
con una sonrisa torcida.
Dima soltó una risa aguda.
—Me alegra que lo encuentres divertido.
—Todo va a estar bien.
—Eventualmente, tendrás que dejar el pasado a un lado, Dinara, o te va a
tragar.
—Ya me tiene medio masticada. La única forma en que puedo dejarlo de lado
es encontrando la verdad completa. Ambos sabemos que mi padre fue selectivo
cuando me contó lo que pasó.
—Quiere protegerte.
—No puede, ni tú puedes. Nadie puede. Esta es mi pelea.

El rugido de los motores llenó el aire. Siempre me había gustado la velocidad.


La emoción de eso. Dima y yo habíamos corrido uno contra el otro, primero con
motos, después con autos, pero nunca a nivel profesional ni con tantos
competidores.
Adamo se detuvo en su auto al lado del mío, dándome una sonrisa de
confianza.
A diferencia de la mayoría de los otros tipos, él no me miró como si estuviera
delirando por pensar que podía correr con un auto. La mayoría de las chicas que
formaban parte del campamento de carreras usaban pantalones cortos y
holgazaneaban sobre el capó de los automóviles. Su único objetivo era meterse en la
cama con un corredor y mejor aún: convertirse en su novia oficial.
Una de estas chicas de boxes apareció en un podio a la izquierda con una
bandera de salida. Sus pantalones cortos ni siquiera cubrían la parte inferior de sus
nalgas, pero tenía que admitir que podía lucirlo.
Dima detuvo su vehículo a mi derecha, enviándome una mirada de
advertencia. “No hagas nada estúpido”, decía su expresión. Le puse los ojos en
blanco. Estábamos aquí por una razón y nada me impediría alcanzar mi objetivo.
Mi atención se desvió hacia mi izquierda, donde Adamo estacionó en su
Corvette C8 amarillo. Su ventana estaba bajada y su brazo musculoso descansaba
casualmente sobre su puerta. Sus ojos se encontraron con los míos y una esquina de
su boca se inclinó hacia arriba. Mi corazón se aceleró y entrecerré los ojos hacia él,
sin gustarme la reacción de mi cuerpo ante el confiado hermano menor Falcone.
Pero maldición, parecía todo un hombre, problemas y peligro, cómo se reclinaba en
su asiento como si ese fuera el lugar donde debía estar. Su reino.
Aceleré el motor una vez, un desafío. No me dejaba intimidar fácilmente.
Adamo era una fuerza a tener en cuenta en la pista de carreras, pero no era el único
que tenía velocidad en las venas. El sonido de dos docenas de motores llenó el
silencio, como una manada de lobos gruñendo al unísono. Se me puso la piel de
gallina y mis dedos alrededor del volante se tensaron. Nunca había formado parte de
una carrera con más de un par de pilotos.
La chica del box levantó una bandera sobre su cabeza, sonriendo
atrevidamente. Adamo me asintió con la cabeza como para decirme buena suerte.
Sonreí. No necesitaba suerte. Tenía habilidad y la ventaja de ser subestimada
por la mayoría de mis oponentes.
En el segundo en que la chica de boxes dejó caer su brazo con la bandera,
pisé el acelerador de golpe. El Viper se lanzó hacia adelante con un rugido, el polvo
se elevó y escondió mi entorno de mí. Durante varios segundos no vi a mis
oponentes ni a la calle frente a mí, solo la tormenta de arena impenetrable
despertada por los neumáticos girando. Conduje el auto hacia adelante a ciegas, mi
pie en el acelerador no se aflojaba. Luego, finalmente, el polvo se asentó y mi
entorno se enfocó y, con ellos, el Corvette de Adamo, que estaba a una distancia de
un auto por delante de mí. Dima seguía a mi derecha y otro auto había tomado el
lugar donde había estado Adamo. Todos nos desviamos hacia la primera curva del
camino, pero apenas reduje mi velocidad, incluso cuando mi auto chocó contra mi
oponente desconocido. Aceleré en el segundo en que mi automóvil salió de la curva,
mis manos agarraron el volante para controlar al Viper. Adamo todavía se hallaba
por delante de mí, pero creía que mi maniobra arriesgada me había acercado.
Mi oponente de la izquierda chocó contra mi costado, casi enviándome
volando fuera de la carretera. Obviamente, venganza.
—¡Vete a la mierda! —grité enfurecida. Mi pie en el acelerador se volvió
pesado por la fuerza de la presión que ejercía. Dima se dejó caer hacia atrás y luego
se deslizó detrás de mí y se colocó detrás de mi agresivo oponente. Luego chocó
contra su maletero.
Sonriendo, volví a concentrarme en Adamo, que se encontraba delante de mí.
Dima se ocuparía del idiota vengativo.
Me estaba acercando lentamente al Corvette cuando Adamo de repente redujo
la velocidad hasta que estuvimos capó a capó, y pude ver su rostro. Sonrió.
Arqueé una ceja. Frente a nosotros había una curva pronunciada, mucho peor
que la anterior. Adamo arqueó las cejas antes de concentrarse en la calle y aceleró de
nuevo. El bastardo había disminuido la velocidad para ver cómo estaba. No importa
lo fuerte que puse mi pie en el acelerador, Adamo se mantuvo a la mitad del largo de
un auto frente a mí. Entré en la curva menos de un segundo después de él y mis
neumáticos traseros resbalaron. Me aferré rápido y con cuidado dirigí el volante en
la otra dirección antes de acelerar una vez más y catapultarnos al Viper y a mí fuera
de la peligrosa curva. Cuatro autos estaban a solo medio auto detrás de mí, uno de
ellos Dima. Dejamos atrás a la mayoría de los otros corredores, pero solo cinco de
nosotros llegaríamos a la carrera final y tenía la sensación de que Adamo no iba a
estar en el lado perdedor. Era demasiado bueno y su auto demasiado rápido.
Veinte segundos después, Adamo cruzó la línea de meta primero y yo le
seguí. Dejé escapar un grito de batalla. Estacionando al lado del auto de Adamo
junto a la improvisada tribuna de ganador, bajé la ventanilla. Adamo ya estaba
saliendo de su auto. El sol poniente había convertido el cielo en un resplandor de
fuego detrás de él. Sacó un paquete de cigarrillos de sus jeans.
—Buena carrera, Falcone —grité por encima del sonido de los autos de
carrera que se acercaban.
Sus labios se movieron alrededor del cigarrillo y se acercó a mí. Una vez
más, no podía dejar de admirar sus fuertes antebrazos bañados por el sol y el
contorno de su paquete de seis a través de su delgada camiseta blanca. Como si
supiera lo que estaba pensando, su sonrisa se volvió arrogante. Me tendió el paquete
a través de la ventana y tomé uno con cautela. Abrí la puerta de un empujón y salí.
—Arriesgaste mucho —dijo.
Me encogí de hombros y me acerqué a él.
—¿Puedes darme fuego? —Me llevé el cigarro a la boca. Adamo se inclinó
más cerca con el encendedor, una de sus manos protegiendo la llama de la brisa. Por
costumbre, porque siempre lo hacía con Dima, guie su mano con la mía para que la
llama tocara la punta de mi cigarrillo. Su mano estaba caliente y fuerte debajo de mi
palma. Sus ojos se encontraron con los míos y por un momento ambos nos
quedamos congelados en el momento, al darnos cuenta de nuestra repentina
cercanía. En el segundo en que la punta se encendió, me aparté de él y di una calada
profunda.
Mis ojos escanearon los otros autos, preocupada por Dima.
—Lo logró —dijo Adamo como si mi proceso de pensamiento fuera un libro
abierto para él. Fue inquietante—. Cuarto. Pero Kay no estará feliz con la forma en
que ustedes dos lo embistieron. Presentará una denuncia.
Puse los ojos en blanco.
—Esto es una carrera callejera ilegal. Si no puede soportar la quemadura,
debería dejar de jugar con fuego.
Se rio entre dientes y asintió.
—Su queja caerá en oídos sordos, por supuesto.
—Porque me quieres en la carrera final —dije, sonriendo desafiante.
—Porque las maniobras arriesgadas aumentan las apuestas. Y tengo la
sensación de que proporcionarás movimientos más imprudentes como el de hoy.
—Se trata de dinero, ¿eh? —Me apoyé en mi auto y solté una columna de
humo. Estaba familiarizada con el negocio de Adamo y sus hermanos. El dinero y el
poder eran lo único que importaba, pero daba la impresión de que para Adamo se
trataba de algo más que eso.
—El precio monetario por ganar una carrera principal es de 25000. Ganar la
temporada, es de 250.000 en la cima. A excepción de algunos adictos a la velocidad
con padres ricos que nunca ganan de todos modos, todos los corredores quieren ese
premio. Pero no es por eso que estás aquí, Dinara, ¿verdad?
Teniendo en cuenta que ambos veníamos del dinero, sus palabras despectivas
parecían hipócritas, pero entendí lo que quería decir. Buscó mis ojos, tratando de
profundizar más. Me pregunté qué le habría dicho Remo. Quizás medias verdades
como mi padre. Si lo supiera todo, no me miraría así.
Sonreí.
—No, no se trata de dinero. Eso es lo que nos conecta.
Dima avanzó hacia nosotros, su expresión se endureció cuando vio a Adamo
a mi lado.
—Arriesgaste demasiado —dijo en ruso.
—Por algunas cosas vale la pena arriesgarlo todo —dije en inglés, con los
ojos clavados en los de Adamo.
Adamo inclinó la cabeza con una sonrisa tensa.
—Felicidades a ambos por llegar a la final. Crank les enviará los detalles de
nuestro campamento para que puedan unirse a nosotros para la próxima carrera. Si
no se presentan sin una buena excusa, serán descalificado por el resto del año.
Asentí.
—Estaremos ahí.
Sin otra palabra, se dio la vuelta, dirigiéndose hacia Crank, el tipo que nos
había registrado.
—Es sospechoso —murmuró Dima—. Esto podría ser una trampa.
Solté una carcajada.
—Estás paranoico, Dima. No habrá trampa para nosotros. Y me habría
decepcionado si no sospechara. Esto lo convierte en un juego más interesante.
Negó con la cabeza.
—No olvides lo que está en juego.
Lo fulminé con la mirada.
—Nadie sabe lo que realmente está en juego excepto yo.
L a primera carrera de la temporada estaba programada casi dos
semanas después de la carrera de clasificación donde conocí a Dinara.
Teníamos cuarenta carreras en total repartidas a lo largo del año. Al
salir de mi tienda, aspiré profundamente el aire todavía fresco del desierto. Decenas
de tiendas de campaña se instalaron a mi alrededor, todas rodeando una fogata y un
área de barbacoa donde los corredores y las chicas de boxes se reunían por la noche.
Nuestro campamento siempre viajaba de un punto de partida a otro. Muchos
corredores pasaban todo el año en nuestro campamento de corredores, su único
hogar. Algunos lo comparaban con el festival Burning Man, pero la rivalidad entre
algunos conductores hacía que fuera un lugar menos libre y relajado.
Era el día antes de la carrera, la fecha límite en la que todos los pilotos debían
presentarse en el campamento. Mis ojos registraron un Viper verde neón en el
mismo borde del campamento. Reprimí un suspiro. Dinara fue la última en aparecer
y anoche me preocupaba que no lo hiciera. Ni siquiera estaba seguro de por qué me
importaba. Su presencia significaba problemas.
Nuestro cocinero del campamento estaba volteando panqueques en una estufa
de gas móvil y agarré un plato con una pila de panqueques humeantes antes de
dirigirme hacia el auto de Dinara.
No la vi por ningún lado, solo a Dima, que se inclinaba sobre una taza de
café, apoyado contra el capó de su auto. Le di un breve asentimiento con la cabeza,
que apenas respondió. Metiendo un panqueque en mi boca, caminé de regreso a mi
tienda. Por el rabillo del ojo, una familiar línea de rojo me llamó la atención.
Girando mi cabeza, vi a Dinara. Venía de la dirección de las duchas móviles que uno
de nuestros trabajadores de carrera transportaba en un camión de una parada de
campamento a la siguiente. Su cabello colgaba en rizos húmedos sobre sus hombros
y no usaba maquillaje. Una camiseta de Van Halen demasiado grande estaba
anudada sobre su vientre y sus pantalones cortos de jean colgaban bajos en sus
caderas, revelando un piercing en el ombligo que me hizo querer descubrir el resto
de su cuerpo para saber si había más joyas ocultas debajo de su ropa.
Al darse cuenta de mi atención, me dio una sonrisa de confianza antes de
dirigirse directamente hacia mí.
Sus botas negras de motociclista parecían enormes en ella, como si no fueran
para los delicados pies femeninos, y por mucho que Dinara actuara como una tipa
dura, se veía delicada por el simple hecho de las medidas de su cuerpo.
—¿Esas son de tu hermano? ¿No crees que compartir la ropa lleva el amor
entre hermanos demasiado lejos?
Por supuesto, ya sabía que Dima no era el hermano de Dinara, pero ella
nunca se había retractado de la mentira original.
Dinara caminó hacia mí y se sentó en el capó de mi auto sin preguntar. Se
esperaba que le preguntaras a otro conductor incluso antes de que tocaras su auto,
pero a ella obviamente no le importaban las reglas como había demostrado antes.
Menos mal que a mí tampoco.
Le tendí el plato con la pila de panqueques, pero ella negó con la cabeza.
—¿Dima? —Sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Sí. El tipo alto y larguirucho que nos mira mal.
Dinara no miró en su dirección.
—¿Sigues pensando que es mi hermano?
Me incliné a su lado, con los brazos cruzados, tratando de lucir como si no
me importara de ninguna manera mientras me metía otro trozo de panqueque en la
boca.
—¿No lo es?
—No —dijo con un toque de diversión—. No lo es.
Me tendió su paquete de cigarros. Por lo general, no fumaba tan temprano en
la mañana, pero tomé uno de todos modos y me lo metí en la boca.
—¿Tienes fuego?
Una sonrisa cruzó por su rostro pero con la misma rapidez se desvaneció.
Levantó el encendedor, la llama ondeando en la suave brisa. Dejé el plato sobre el
capó antes de inclinarme más cerca hasta que la punta del cigarrillo tocó el fuego y
se encendió. Nuestras miradas se encontraron y ella sostuvo la mía firmemente.
Muchas chicas intentaban mostrarse tímidas o agitar sus pestañas, algunas incluso
apartaban la mirada porque el nombre Falcone tenía ese efecto en las personas. Pero
Dinara me miró. Tuve la sensación de que estaba tratando de ver más allá de lo que
yo quería que vieran otras personas y, sin embargo, mantenía sus propias guardias.
Lo que sea que tuviera que ocultar, yo lo resolvería.
—Supongo que tiene sentido que no viajes sin un guardaespaldas —dije—.
De hecho, me sorprende que tu padre te permita tener solo uno.
—No necesito guardaespaldas y mi padre sabe que nunca dejaría que alguien
me atrapase. Elegí a Dima y él es el único que yo acepto.
Había algo familiar y protector en la forma en que hablaba del chico, pero
nunca los había visto intercambiar intimidades físicas, así que eso me dio la
esperanza de que en realidad no había algo entre ellos.
Dima todavía nos miraba. Algo en la forma en que miró a Dinara despertó
mis sospechas. Quería que Dinara lo negara.
—¿Es tu novio?
Exhaló el humo, mirando al cielo.
—No, pero solía serlo. Hace un tiempo.
—Parece que le hubiera gustado seguir siéndolo todavía.
Dinara me dio una sonrisa irónica.
—Tienes mucha curiosidad sobre mi estado civil.
—Prefiero saber todo sobre las personas que conducen en mis carreras.
—¿Incluso sus historias de cama?
—Incluso esas, especialmente si involucran a la princesa de la Bratva. La
información sobre ti es un gran lujo.
—Lo apuesto —dijo—. ¿Remo preguntó por mí?
La forma en que dijo su nombre me hizo detener. Mi hermano esparce miedo
en los corazones incluso del hombre más valiente. La voz de Dinara no estaba
asustada. Sonaba como si estuviera hablando de un viejo conocido, alguien a quien
no le importaría volver a ver. Tenían asuntos pendientes de algún tipo. Tal vez yo
era su forma de acercarse a mi hermano, incluso si realmente no fuera difícil
encontrarlo y él no era realmente propenso a evitar a las personas que significaban
problemas. No estaba segura de cómo me sentía sabiendo que ella solo podría estar
buscando mi cercanía para vengarse de mi familia, o cualquier otra cosa que su linda
cabeza tuviera en mente.
—Supongo que has leído sobre mi familia —dije.
Se rio.
—Como si eso fuera necesario. La reputación de tu familia no es realmente
un secreto. Incluso en otras partes del país.
Entrecerré los ojos, tratando de no volver a mirar su vientre.
—¿Incluso en Rusia?
Dejó caer el cigarrillo y lo aplastó.
—En los círculos correspondientes, por supuesto, pero pasé la mayor parte de
mi vida en Estados Unidos.
Me encogí de hombros.
—Trabajamos duro para mantener nuestra reputación. —No fue hace mucho
tiempo que no quería tener nada que ver con el negocio de mis hermanos y la
Camorra. Incluso había considerado rechazar el tatuaje. Por supuesto, Remo no lo
permitió. Ahora estaba contento. Esta vida era realmente todo lo que conocía y me
permitió seguir mi pasión: las carreras.
—Y es una reputación espectacular —dijo.
—La mayor parte es gracias a Remo.
—Uno de los cuentos más fascinantes sobre tu familia llegó a existir gracias a
ti, si no me equivoco. Eres el asesino de madres —dijo. Sus ojos verde azulado se
clavaron en los míos, deteniéndome.
Saliendo de su boca, lo hizo sonar como si me mereciera elogios.
—Yo no maté a mi madre. Mis hermanos lo hicieron.
—La apuñalaste. Querías matarla y lo habrías hecho si tus hermanos no
hubieran sido más rápidos.
Ella también lo hizo sonar como una carrera. No lo había sido. Todo había
sucedido como en cámara lenta. No me gustaba pensar en ese día, pero
ocasionalmente visitaba mis sueños.
—La hubieras matado, ¿verdad?
Busqué los ojos de Dinara, preguntándome por qué quería saberlo. La
mayoría de la gente se sentía incómoda con ese tema en particular. Matar a tu madre
no era un buen tema de conversación trivial.
Asentí. No había sido una decisión consciente apuñalar a mi madre. Había
actuado por puro instinto y la feroz determinación de proteger a mis hermanos y sus
familias.
—¿Qué hay de tu madre? —pregunté.
Una sombra pasó por el rostro de Dinara.
—Muerta. Fue asesinada.
Asentí con la cabeza, preguntándome si estaba mintiendo o si no sabía la
verdad. La vida de Eden difícilmente podría considerarse viva, pero definitivamente
no estaba muerta.
Se inclinó más cerca.
—¿Todavía piensas en ese día? ¿Te arrepientes?
—¿La brutal muerte de mi madre es lo que más te fascina de mí? —pregunté,
mi voz más fuerte que antes.
—Es fascinante. Se supone que los hijos perdonan y olvidan las malas
acciones de sus madres. Se supone que deben amarlas y apreciarlas a pesar de sus
faltas. Pero a ustedes, los Falcone, no les importa el perdón, ¿eh?
El desafío sonaba en su voz.
Apagué el cigarrillo en la palma de mi mano, un lugar que ya no era sensible
al dolor después de haberme acostumbrado a matar mis cigarrillos de esa manera
cuando era adolescente. Las cejas de Dinara se elevaron una fracción.
—No, no estamos en el negocio del perdón, Dinara. —Me paré, elevándome
sobre ella. No se movió de su lugar en el capó, solo echó la cabeza hacia atrás para
mirarme a la cara—. Eso es algo que siempre debes recordar.
Saltó de mi capó y pasó a mi lado. Lanzándome una oscura sonrisa por
encima del hombro mientras se alejaba, gritó:
—Oh, lo sé, Adamo, y no lo olvidaré.
Negué con la cabeza. Ella era otra cosa. Mis ojos siguieron su cuerpo para
morirse hasta que llegó a su propio auto. Tenía una política estricta de no tener
relaciones sexuales con otros corredores, pero tenía la sensación de que Dinara no se
quedaría en el campamento por mucho tiempo, solo hasta que se diera cuenta de que
no podía conseguir lo que quería o la echara. Había pasado mucho tiempo desde que
una mujer me llamó la atención de esta manera, desde que sentí un impulso tan
fuerte de querer conquistar a alguien.
Pero si quería jugar al juego de Dinara, necesitaba saber más sobre ella y el
motivo de su aparición.
C.J. podría saber más sobre Eden. Habían trabajado juntas durante un tiempo,
incluso si nunca habían sido cercanas. En ese entonces había estado envuelto en mis
propios problemas, así que nunca había prestado mucha atención a las amistades
entre las prostitutas. Si quería entender a Dinara, primero necesitaba averiguar más
sobre su madre, y estaba claro que ni Dinara ni Remo me ayudarían con eso.

Viajaba con el campamento de carreras la mayor parte del año, pero teníamos
varias ocasiones familiares que me obligaban a regresar a la mansión Falcone en Las
Vegas. En los primeros meses de mi vida nómada, me molestaba volver a casa,
donde todavía era el hermano menor y siempre lo sería, donde todos me recordaban
como el jodido inestable y probablemente siempre lo harían. Había disfrutado de la
libertad de una nueva vida que me ofrecían las carreras, pero finalmente me di
cuenta de que extrañaba a mi familia y nuestras locas reuniones, incluso si Remo
sabía cómo presionar todos mis botones. Quizás fuera una venganza por mis años de
adolescencia.
Me detuve frente a la enorme mansión blanca, y por primera vez en mucho
tiempo, casi me di la vuelta y regresé al campamento. Por alguna razón, no quería
estar lejos de Dinara, como si ella pudiera desaparecer en el aire si la dejaba fuera de
vista. Al verla conducir en la carrera principal por primera vez y mantenerse firme,
terminando entre los diez primeros a pesar de la fuerte competencia, mi admiración
por la pelirroja solo había crecido. No estaba seguro de lo que había hecho para
meterse en mi cerebro de esa manera, y necesitaba detenerse. Quizás un par de días
con mi familia me daría la oportunidad de sofocar mi fascinación por la pelirroja y
al mismo tiempo reunir más información sobre ella… si Remo estaba de buen
humor.
Salí de mi auto. La puerta principal se abrió de golpe y mi sobrino Nevio
irrumpió afuera.
—¡Adamo! —gritó. Se precipitó hacia mí y chocó con mi cintura menos de
cinco segundos después. El aire salió de mí por el impacto.
—Feliz cumpleaños —le dije, despeinando su cabello negro. Se apartó para
mirarme con sus ojos oscuros. Cada vez que lo veía, se parecía un poco más a mi
hermano mayor Remo, su viva imagen por dentro y por fuera. Temía pensar en qué
tipo de problemas causaría una vez que creciera un poco.
—¿Dónde está el resto del circo? —pregunté.
Nevio dio un paso atrás.
—En el jardín. ¿Pelearás conmigo por mi cumpleaños?
Me reí mientras nos dirigíamos hacia la puerta principal.
—Dudo que tu mamá aprecie si pateo tu escuálido trasero en tu día especial.
Hagámoslo otro día.
—Eso es lo que dijiste la última vez —se quejó. Y tenía razón. Por lo general,
no me quedaba el tiempo suficiente para participar en peleas en la jaula con mis
sobrinos. El campamento siempre me llamaba demasiado fuerte.
Como había dicho Nevio, el resto de la familia se encontraba en el jardín.
Nevio se apresuró hacia sus primos Alessio y Massimo que estaban haciendo una
especie de pelea de espadas con palos. Sacudiendo la cabeza, me uní a mi familia en
la gran mesa. Antes de saludar a nadie más, me acerqué a Greta, la hermana gemela
de Nevio. Se hallaba sentada en el regazo de Remo y comía un trozo del
espectacular pastel que se apiñaba en el centro de la mesa.
—Feliz cumpleaños, Greta.
Besé su mejilla y ella me sonrió.
—Gracias. —Ella era todo lo contrario de Nevio: tímida, cuidadosa y amante
de la paz.
—Cuánto tiempo sin verte, hermanito —dijo Remo, sus ojos oscuros
clavados en los míos como si quisiera extraerme respuestas a preguntas no
formuladas. Tenía la sensación de que su curiosidad estaba vinculada a Dinara.
—Crema de chocolate. ¿Quieres una porción? —dijo Kiara, señalando el
pastel que sin duda había horneado.
—No me lo perdería —le dije, dándole una cálida sonrisa.
Savio se levantó y me abrazó brevemente. Nuestra relación, antes tensa, había
mejorado considerablemente con la distancia.
—¿Sigues en una relación monógama con una puta? — preguntó Savio como
forma de saludo, manteniendo la voz baja para que Greta y Aurora, que estaba
sentada en el regazo de Fabiano, no escucharan.
Fabiano entrecerró los ojos. Savio obviamente no lo había logrado.
Su esposa Gemma le dio un puñetazo en el vientre, pero él solo sonrió y se
encogió de hombros.
—C.J. y yo somos amigos. Lo que suceda a puerta cerrada no es asunto tuyo.
—Choqué su mano extendida.
—Eso significa que sí —dijo, poniendo los ojos en blanco mientras se
sentaba junto a Gemma una vez más.
—No, no lo es, pero lo que sea.
Nino salió a la terraza.
—Kiara, creo que tu lasaña está lista. —Me saludó con un movimiento de
cabeza.
Kiara rápidamente regresó al interior, seguida de Gemma, quien a menudo la
ayudaba a cocinar para reuniones familiares más grandes. Eran las mejores cocineras
de la familia. Serafina y la esposa de Fabiano, Leona, solían ser responsables de
mantener a los niños bajo control.
—¿Pastel antes del almuerzo? ¿Qué tipo de anarquía es esta? —pregunté,
sentándome en una de las sillas vacías entre Fabiano y Savio.
—El deseo de Nevio. Anarquía es su segundo nombre —dijo Fina, poniendo
los ojos en blanco.
—El mío también —dijo Greta en voz baja.
Fina le dio a su hija una sonrisa paciente.
—El tuyo también, pero ambas sabemos que siempre dices que sí a los deseos
de Nevio.
—No siempre —dijo Greta aún más tranquila.
—Demasiado a menudo, mia cara —dijo Remo, besando su sien.
Kiara y Gemma regresaron, ambas con recipientes con lasaña humeante.
—Una es vegetariana con antipasti y limón-ricotta, y la otra es una lasaña
más tradicional con panceta y carne picada —explicó Kiara. Ella y Greta no comían
carne, pero el resto de nosotros sí, incluso si nos habíamos acostumbrado a comidas
más vegetarianas desde que Kiara se había casado con Nino.
—¡La comida está lista! ¡Siéntense! —gritó Fina para ser escuchada sobre el
rudo juego de espadas de los chicos.
Alessio fue el primero en soltar su espada y comenzó a trotar hacia nosotros.
Massimo y Nevio siguieron chocando espadas.
—¡Nevio! —llamó Remo.
La cabeza de Nevio giró y bajó su espada. Massimo ya lo había hecho y
juntos corrieron hacia nosotros. Alessio me dio una sonrisa pero, como Greta, no era
un niño demasiado afectuoso, al menos con la mayoría de la gente. Nino le tocó el
hombro y el chico se sentó a su lado. Nevio y Massimo lo siguieron poco después y
se dejaron caer en las dos sillas vacías que quedaban.
Massimo me sonrió ampliamente, el sudor brillaba en su rostro. Cada día se
parecía más a Nino.
Finalmente empezamos a comer. Por supuesto, la cena no fue un asunto
tranquilo. Incluso cuando habíamos sido solo mis hermanos y yo hace muchos años,
ese no había sido el caso, pero los temas y el entretenimiento se habían vuelto menos
explícitos y más aptos para menores de 13 años.
Después de la cena, me alejé para fumar. Remo lo odiaba, pero yo ya no era
un niño. Kiara se acercó después de un momento.
—¿Cómo estás? Te ves feliz.
Sonreí, bajé el cigarrillo y soplé el humo en la otra dirección.
—Lo soy, ¿y tú?
El rostro de Kiara brillaba de felicidad.
—¿Cómo no podría ser feliz estando rodeado de mi familia? Te extrañamos.
Le di un abrazo con un brazo.
—Yo también te extraño. Pero pertenezco a los corredores.
—Lo sé.
Remo se acercó a nosotros. Kiara, siendo la mujer inteligente, se dio cuenta
de que quería hablar conmigo. Se disculpó y se acercó a las chicas.
—Entonces, ¿cómo van las cosas con nuestra princesa rusa?
—No actúa como una princesa. Fuma como una chimenea y puede beber
como cualquier hombre del doble de su tamaño. También es una muy buena piloto
de carreras.
Dinara y Dima todavía estaban al margen de la vida del campamento, pero
habían participado en la fiesta posterior a la carrera, y Dinara había bebido media
botella de ginebra sola sin ningún signo visible de estar borracha. No había hablado
con ella desde nuestra conversación sobre mi madre, incluso me había costado
mucho contenerme para mantenerme alejado.
—Suenas fascinado —dijo Remo con su sonrisa torcida.
—Soy cauteloso. No necesito problemas en mis carreras.
—Los problemas pueden traernos dinero.
—Depende del tipo de problema. Quizás debería hablar con Eden. Ella podría
darme información importante sobre Dinara.
El rostro de Remo se endureció.
—Mantente alejado de Eden. Ella no podrá decirte nada que valga la pena
sobre Dinara.
—¿Porque le prohibiste hablar? ¿Cuál es tu fin, Remo? ¿Por qué mantenemos
a la ex del Pakhan en nuestros burdeles? ¿Y por qué Dinara cree que su madre está
muerta?
Algo parpadeó en los ojos de Remo, tal vez un indicio de comprensión.
Desearía que compartiera esa información conmigo.
—¿Ella te habló de su madre?
—Más bien, me preguntó sobre el día en que matamos a nuestra madre. ¿Sus
problemas con su madre volverán para mordernos en el culo?
La expresión de mi hermano se apagó aún más ante la mención de nuestra
madre. La había odiado con una pasión ardiente antes de que la matáramos, y sus
sentimientos no habían mejorado desde entonces, especialmente ahora que estaba
rodeado de buenas madres como Fina, Leona y Kiara.
—Si quiere hablar sobre los problemas de su mamá, mándamela.
Eso era lo último que quería hacer antes de saber lo que estaba pasando. Si
Dinara quisiera salvar a su madre o, peor aún, vengarla, estaría en más peligro del
que podría anticipar. Tal vez un Capo razonable dudaría en herir a la hija de un
Pakhan, pero Remo nunca había rehuido de las maniobras locas. Después de todo,
había secuestrado a la sobrina del Capo de la Organización e incluso hizo que se
enamorara de él.
Incluso si Dinara tenía motivos ocultos para unirse a las carreras y buscar mi
cercanía, no quería que se lastimara. Amaba a Remo, pero no estaba de acuerdo con
todo lo que hacía, y muchas de sus acciones me tenían preocupado, especialmente
en el pasado.
C .J. sonrió alegremente cuando abrió la puerta y me abrazó.
—Te extrañé. —Vivía a treinta minutos en auto de la mansión y
después de que terminaron las festividades, me dirigí hacia ella. No nos
habíamos visto en cuatro semanas, lo que era mucho tiempo. Por lo general, trataba
de regresar a Las Vegas cada dos semanas durante al menos una noche o dos.
—Yo también te extrañé —le dije y besé sus labios. Estaba vestida con un
camisón violeta sexy que dejaba poco a mi imaginación y su cabello castaño colgaba
en suaves rizos sobre sus hombros. Después de todo, ambos sabíamos de qué se
trataba nuestra compañía. ¿Por qué tratar de ser tímido al respecto? A pesar de lo
que pensaba Savio, yo no estaba enamorado de C.J. pero disfrutaba de su compañía
y del sexo, y a ella le pasaba lo mismo—. ¿Cómo están las cosas en el trabajo?
—Duro —dijo—. Los últimos días fueron un verdadero espectáculo de
mierda. Solo clientes idiotas. Al menos, aproveché el tiempo mientras los hacía
venirse para pensar en mi propio bar.
Me tomó de la mano y me condujo a la pequeña sala de estar de su
apartamento. Era un lugar cómodo pero pequeño porque C.J. ahorraba la mayor
parte de su dinero para abrir su propio negocio algún día. Le sugerí ayudarla, pero
no quería aceptar dinero de nadie más. Ella se encontraba cerca de tener suficiente
dinero, y me alegraría cuando finalmente dejara de chupar a pendejos por dinero en
efectivo. El comienzo de C.J. en el negocio fue uno de los temas por los que Remo y
yo tuvimos más peleas.
C.J. era diez años mayor que yo. Ella y las otras chicas con las que había
follado en ocasiones eran todas mayores que yo. Dinara fue la primera chica de mi
edad que me llamó la atención en mucho tiempo, otro punto que la hacía aún más
fascinante. Seguí a C.J. hacia su pequeña cocina y acepté la copa de vino tinto que
me ofreció. Pero estaba distraído por mis pensamientos sobre Dinara, y a juzgar por
los pezones erectos de C.J., ella estaba distraída porque yo estuviera aquí. Se acercó,
tomando otro sorbo de vino antes de mirarme con una sonrisa seductora. Dejé mi
copa y la besé, esperando que mi lujuria desvaneciera cualquier pensamiento sobre
Dinara.
Puse aún más pasión en nuestro beso, respondiendo a la necesidad de C.J. Se
frotó contra mí y deslicé mi mano debajo de su vestido, encontrándola empapada.
—Ha sido una semana de mierda. Todo en lo que podía pensar era en esto —
admitió en un susurro. Sabía que ella no había estado con ningún chico excepto con
los clientes por trabajo desde que empezamos a follar. Siempre me había asegurado
que era porque su trabajo no le permitía tener otras relaciones con hombres, pero a
veces me preocupaba que fuera más que eso. Toqué a C.J. hasta que explotó después
de solo un minuto. Se puso de rodillas y comenzó a chuparme profundamente en su
boca hasta que mis bolas golpearon su barbilla. Gemí, mis ojos se cerraron
revoloteando. A lo largo de los años, había estado con varias chicas, ni cerca de la
cantidad que habían follado mis hermanos, pero lo suficiente para saber que las
habilidades de C.J. estaban fuera de este mundo. Una imagen de la sonrisa
desafiante de Dinara apareció. La aparté. Eso no era justo para C.J.
Todavía recordaba vívidamente mi primera vez con C.J. Me había atraído
desde el principio, pero después de lo de mi primera novia, Harper, que me engañó y
se burló de mi falta de habilidades sexuales, me había preocupado estar con alguien
de nuevo. Por supuesto, realmente no podía hablar con nadie sobre mis problemas.
Mis hermanos no lo habrían entendido. Todos habían perdido su virginidad a una
edad muy temprana y se habían abierto camino con suficientes mujeres para
practicar cuando tenían mi edad. Realmente no quería follar con chicas al azar, pero
tampoco quería arriesgarme a tener otra relación, así que estaba en un callejón sin
salida.
C.J. había notado cómo la miraba constantemente. Al final le pregunté si
podíamos pasar un rato juntos. Al principio, solo habíamos hablado, pero al final
solo quería más. C.J. era sexy y era segura, pero no quería usarla. Así que insistí en
que me mostrara cómo hacer que se corra una chica y eso fue todo lo que hicimos
las primeras semanas hasta que finalmente follamos. Los primeros meses
ciertamente no fui un buen polvo y C.J. probablemente solo disfrutó la mitad del
tiempo que pasamos juntos, pero aprendí rápido y estaba decidido a hacerla pasar un
buen rato.
Mantuve mis ojos en C.J. mientras me chupaba, preocupado de ver otro rostro
de nuevo si cerraba los ojos o apartaba la mirada. Después de que me corriera en su
boca, se enderezó y pasó sus manos por mi cabello, su expresión llena de necesidad.
Hablábamos y follábamos. Así había sido siempre. No éramos exclusivos, pero
compartíamos un vínculo especial. Tal vez fue este vínculo lo que me hizo
preguntarme si podría seguir haciendo esto con Dinara incluida en la mezcla. No
había nada entre Dinara y yo, excepto rivalidad, fascinación y burlas, pero yo quería
más, y tenía la sensación de que la idea no la apagaba por completo.
—¿Ocurre algo? —preguntó C.J. con cuidado. Era sexy y había tenido una
semana difícil. Yo también. Ambos necesitábamos esto. Olía a su gel de ducha de
vainilla, no a algo que Dinara usaría.
—Estoy bien. —La besé de nuevo y como antes ella respondió con pasión y
necesidad. Nos abrimos paso a tientas hasta su sofá, despojándonos del resto de
nuestra ropa por el camino.
Enredé mi mano en su cabello y lo aparté suavemente, considerando detener
esto después de todo. Su mirada se disparó y sus labios se torcieron en una sonrisa
necesitada. Mierda. La agarré por los brazos y la empujé hacia el sofá.
Hasta el día de hoy, C.J. era la mejor relación que había tenido, y mucho más
que eso, pero estas últimas semanas todas mis fantasías habían girado en torno a una
pelirroja. Me arrodillé ante ella y levanté sus talones sobre mis hombros antes de
sumergirme en ella. Como siempre cuando nos reuníamos después de mucho
tiempo, follábamos toda la noche hasta que nos agotábamos. Era entonces cuando
comenzábamos a hablar de todo lo que nos molestaba, pero esta vez tenía un tema
más importante que discutir que la conducción de autos de carrera.
—¿Qué sabes sobre Eden?
C.J. levantó la cabeza de mi hombro, luciendo sorprendida.
—¿Eden? ¿Por qué estás interesado en ella?
—Estoy interesado en su historia de fondo. Remo no quiere compartir los
detalles conmigo, pero tengo la sensación de que sucedió algo importante. Podría ser
útil para nuestra lucha contra la Bratva.
Mentirle a C.J. no era algo que me gustara hacer, y por lo general me pasaba
por alto temas de los que ella no podía saber nada.
Se sentó lentamente, pensativa.
—La mayoría de las otras chicas y yo mantuvimos nuestra distancia con
Eden. Al principio porque tu hermano nos ordenó ignorarla y luego porque ella
realmente prefería estar sola. No he trabajado en el mismo lugar que ella por un
tiempo. Creo que ahora está apostada en un pequeño y sucio club en las afueras de
Las Vegas.
—Ustedes hablan. ¿Nunca especularon sobre los porqués de su trato especial?
—Donna era una de las pocas chicas que estaban allí cuando Eden apareció
por primera vez en Las Vegas. Siempre decía que Eden cabreaba a Remo sobre todo.
Eso era algo que ya sospechaba. Realmente no era nueva información.
C.J. sonrió disculpándose.
—Perdón. Desearía poder ayudarte. Quizás deberías hablar con Donna. Está
sirviendo mesas en el Red Lantern si quieres ir a buscarla.
Hablar con C.J. era una cosa, pero ir por ahí cuestionando a otras prostitutas
sobre Eden definitivamente enfurecería a Remo. Cuanto más lo cabreara ahora, era
menos probable que me escuchara si hablaba bien de Dinara en caso de que alguna
vez apareciera en Las Vegas para hacer lo que ella tuviera en mente.

Al día siguiente, decidí darle a Remo otra oportunidad. Me uní a mis


hermanos en nuestro gimnasio en un casino abandonado para entrenar. Savio se
sorprendió cuando le pregunté si podía ir en auto con él. Nino y Remo ya estaban
dentro de la jaula de combate cuando Savio y yo entramos en el vasto salón.
La mayoría de los que entraban en nuestro gimnasio, aunque pocos podían
hacerlo, no podían dejar de mirar el candelabro que colgaba del techo sobre la jaula
de combate. Remo y Nino dejaron de pelear cuando nos vieron. Savio y yo
caminamos hacia la jaula. Fabiano estaba esperando su turno y se mantuvo ocupado
levantando pesas.
Se sentó.
—Hola extraño.
Le di un saludo corto. Nino ya estaba saliendo de la jaula, dejando espacio
para el próximo oponente de Remo. Fabiano se levantó del banco, pero lo tomé del
hombro.
—Es mi turno —dije.
Enarcó una ceja, luego se encogió de hombros y volvió a hundirse.
— Que te den por saco. Aunque, Remo va a hacer eso.
—Así es —asintió Savio, riendo.
No reaccioné. Quería respuestas y Remo había evitado dármelas. En el
pasado habíamos compartido algunas de nuestras conversaciones más honestas en la
jaula de pelea. Esperaba que hoy fuera igual.
La sonrisa de Remo se amplió con complicidad cuando entré en la jaula. Era
difícil engañar a Remo para que hiciera algo. Él mismo era un tramposo. Pero no me
echaría atrás esta vez. Estaba harto de andar en la oscuridad.
—Esa mirada en tus ojos es un buen comienzo para una pelea —dijo Remo.
No me molesté en protegerme las manos con cinta adhesiva, sino que las
levanté.
—¿Estás listo para pelear?
—Siempre.
Por lo general, era un luchador cauteloso, mantenía mis defensas en alto
durante mucho tiempo y no hacía movimientos arriesgados, pero hoy entré de
inmediato en modo de ataque. Remo aceptó mi oferta y nuestros siguientes golpes
rebotaron en nuestras respectivas defensas antes de que Remo aterrizara dos golpes
duros en mi estómago y uno en mis riñones. Luego conseguí mi primer golpe.
Corría más de lo que peleaba y Remo seguía siendo el mejor luchador porque se
aseguraba de estar en la jaula de pelea con la mayor frecuencia posible y no solo
para entrenar. Luchaba contra oponentes reales por dinero. Si quería mantener esta
pelea el tiempo suficiente para obtener respuestas, necesitaba traer mi mejor juego.
Diez minutos después, tanto él como yo estábamos cubiertos de sudor y
sangre. Estaba sangrando por un corte en mi labio inferior y Remo por uno en su
ceja donde había abierto parte de su cicatriz que marcaba un lado de su rostro.
Hicimos una pausa, apoyados contra la malla de la jaula uno al lado del otro.
—Pregunta —murmuró entre tragos de agua.
—¿Por qué Dinara cree que su madre está muerta?
—Se acabó el descanso — declaró y apenas tuve tiempo de guardar mi
botella antes de que me enviara un golpe a la cara, pero lo esquivé.
—Porque él cree que puede protegerla —gruñó mientras evitaba mi corte
superior.
—¿Protegerla de qué?
—De ella misma, supongo. —Me envió una sonrisa irónica—. Pero ambos
sabemos que proteger a alguien de ellos mismos es jodidamente imposible, ¿verdad?
Salté fuera del alcance de su brazo. Remo había tratado de salvarme de mi
abuso de drogas y mis amigos equivocados cuando era más joven. Solo lo había
logrado cuando me envió a Nueva York, lejos de su protección. A veces, el riesgo
de caerse sin una red de seguridad era necesario, eso es lo que Remo había
aprendido de esta experiencia.
—Por el amor de Dios, ¿por qué no puedes decirme qué diablos está
pasando? —gruñí, enviando un fuerte golpe hacia su rostro que bloqueó.
Inclinó la cabeza con una sonrisa oscura.
—Hay algo entre tú y Dinara.
Lo fulminé con la mirada. Remo siempre sabía más de lo que debería y lo
disfrutaba.
—No es asunto tuyo, pero no pasa absolutamente nada.
Todavía. No es que no me lo hubiera imaginado ...
—Algunas personas pueden no estar de acuerdo contigo. Después de todo,
Dinara es parte de la Bratva a través de su familia. Estás confraternizando con el
enemigo.
—Como dije, no pasa nada, y no juegues al soy más santo que tú. Fina
también solía ser el enemigo y ahora es tu esposa.
La sonrisa de Remo se volvió más peligrosa.
—Tienes razón. Pero yo era quien estaba moviendo los hilos cuando la
conocí. Asegúrate de que tú también lo estés.
—Sería útil si pudieras decirme a qué me enfrento. ¿Dinara está en busca de
venganza?
—Una vez que descubra la verdad, definitivamente.
Hice una mueca.
—¿Qué diablos hicieron Grigory y tú? Debo decirle a Dinara que su madre
está viva.
—Sí, deberías.
Hice una pausa y entrecerré los ojos.
—¿Cuál es tu fin, Remo? No quiero que Dinara se lastime.
Remo negó con la cabeza.
—Tienes un gusto complicado por las mujeres.
—Eso es algo que tenemos en común.
Se rio entre dientes.
—Ve a decirle y mira cómo reacciona.
—No me gusta esto. No quiero que Dinara se convierta en un peón en tu
guerra con Grigory.
No dijo nada.
Consideré darle un puñetazo en la cara, pero probablemente anticipara el
movimiento. En cambio, le di una sonrisa.
—Esta pelea ha terminado. Deja que Fabiano te pruebe. Necesito regresar al
campamento.
Remo se apoyó en la esquina de la jaula, sus ojos nunca me dejaron.
—No soy el villano aquí, Adamo. Mis intenciones son puras al no decírtelo.
No pude evitar reírme cuando salí y Fabiano ocupó mi lugar en la jaula.
—La palabra pura y tú son antónimos.
Nino se acercó a mí antes de que pudiera salir del gimnasio.
—Deberías unirte a nosotros en la piscina esta tarde. Haremos una barbacoa
y disfrutaremos del buen tiempo.
Negué con la cabeza.
—No, gracias, ya he tenido suficiente de los juegos mentales de Remo.
—Él no es el único culpable. Siempre que estás aquí, estás buscando un tema
por el que pelear.
—No tengo que buscar. Remo y yo no estamos de acuerdo en muchas cosas.
—Él y yo también, pero tú solo te concentras en tus desacuerdos y tratas de
ignorar lo bueno. Remo te ama y siempre hace lo que cree que es mejor para ti.
—Realmente necesito regresar al campamento ahora. La próxima carrera es
en solo una semana. Tengo muchas cosas que configurar.
Nino asintió y me dejó pasar. Sentí una punzada cuando me fui. Pero no fue
solo por Remo. La siguiente carrera era el inicio de varias carreras en breve
sucesión, todas ellas sin un día de descanso entre ellas. Tenía mucho que organizar y
debía asegurarme de que mi auto estuviera en las mejores condiciones.
Y estaba ansioso por volver a ver a Dinara.
L os primeros remolques y tiendas de campaña aparecieron a la
distancia y no pude evitar mi sonrisa. Vivir la vida nómada no era
muy cómodo, especialmente las opciones sanitarias a veces dejaban
mucho que desear. Pero preferíamos estar entre nosotros en lugar de quedarnos en
moteles. Por supuesto, algunos corredores optaban por la comodidad de los hoteles
cercanos y solo se unían a nosotros la noche antes de una carrera, especialmente
aquellos que fueron patrocinados por sus padres ricos y no lo hacían por el dinero.
Afortunadamente, no había muchos de ellos. Con las próximas siete carreras en solo
una semana, todos tendrían que acampar o dormir en su automóvil.
Estacioné mi auto en el borde del campamento y salí. El remolque rústico de
Crank estaba en el centro con todas las demás casas improvisadas instaladas a su
alrededor. Él era el tipo a quien acudir cuando yo no estaba allí y su remolque era a
menudo nuestra base de operaciones comercial.
Era a última hora de la tarde y mañana era el último día para poner todo en
orden antes de nuestra carrera de siete días, especialmente para inculcar las reglas a
los participantes. Ya conocía a algunas personas con las que tendría conversaciones
adicionales para asegurarme de que realmente entendieran el mensaje.
Un fuego ardía en el centro en preparación para el anochecer y el aroma de
los ahumadores de carne y las barbacoas llenaba el aire. Monté mi carpa, una
pequeña cosa para dos personas que adjuntaba a mi auto. Prefería vigilar de cerca mi
Corvette. A veces ocurrían accidentes extraños.
—¿Qué tal Las Vegas? —preguntó Dinara detrás de mí, justo cuando cerré la
cremallera de la tienda. Me di la vuelta para encontrarla de pie muy cerca con los
brazos cruzados sobre una camiseta cortada de AC / DC, revelando ese tentador
piercing de nuevo. Era un pequeño huevo rojo y dorado. Por una vez, Dinara no
llevaba botas sino chanclas, dejando al descubierto las uñas pintadas de rojo
oscuro—. ¿Y qué te pasó en la cara?
Mi labio estaba ligeramente hinchado por el puñetazo de Remo.
—Una lucha amistosa con mi hermano. Y Las Vegas es la misma de siempre.
Fuerte, llamativa y sucia —dije, apartando mis ojos de su cuerpo y encontrándome
con su mirada de complicidad. Dinara parecía perceptiva, pero incluso si no lo fuera,
ya se habría dado cuenta de que la estaba mirando. Era realmente difícil no hacerlo.
Su confianza me atraía.
Las cejas de Dinara se levantaron mientras se inclinaba contra mi auto y
tomaba un sorbo de una taza de poliestireno.
—Alguien le guarda rencor a su ciudad natal.
Miré a lo lejos. Me tendió la taza.
—Parece que lo necesitas más que yo. ¿Por qué peleaste con tu hermano?
La tomé sin preguntar qué era y tragué un gran trago. La amarga quemadura
del vodka floreció en mi boca y viajó por mi garganta. Odiaba esas cosas. Nunca
había entendido la razón para beberlo puro. Los labios de Dinara se crisparon como
si supiera lo que estaba pensando.
—Dima lo preparó él mismo.
Le devolví la taza, ignorando su pregunta anterior.
—¿Estás segura de que es seguro consumirlo? —Mis ojos escanearon el
circuito en busca de su sombra con cabeza rapada y, por supuesto, lo encontré al
lado de su auto, mirándonos.
—No pareces alguien que rehúye correr riesgos.
—No lo soy. Pero preferiría no morir por consumir vodka casero. Hay formas
mucho más interesantes de dejar este planeta.
Tomó un sorbo antes de que sus labios formaran una sonrisa burlona.
—¿Como morir en una carrera de autos o ser asesinado por una bala
enemiga?
—Algo así, sí.
Metí la mano en la ventana abierta del pasajero y saqué una camiseta limpia.
Había estado usando esta en el camino desde Las Vegas y mientras instalaba una
carpa bajo el ardiente sol de la tarde. Arrastré mi remera sudada por mi cabeza y la
tiré sobre el capó al lado de Dinara. Ella la miró brevemente pero luego su mirada se
movió hacia mí, definitivamente mirándome. Sus ojos se detuvieron en mis
abdominales antes de escanear las cicatrices en mi cuerpo, terminando en mi
estropeado tatuaje de la Camorra.
—Parece que no eres ajeno a bailar con la muerte.
Me encogí de hombros. No quería hablar sobre el momento en que
aparecieron la mayoría de estas cicatrices. Me puse una camiseta blanca limpia y me
incliné al lado de Dinara. Algunas de las chicas de boxes que compartían carpas con
sus respectivos novios o aventuras amorosas nos observaban con curiosidad.
Algunas de ellas habían tratado de llevarse bien conmigo, pero yo no les había
hecho caso a sus avances. Dinara siguió mi mirada.
—¿Has echado el ojo a una de ellas?
Me reí.
—No. No mezclo negocios y placer.
Dinara ladeó la cabeza.
—Qué cosa tan poco Falcone. ¿Por qué limitarse cuando estableces las
reglas? Ustedes son reyes en su territorio.
—Remo es el rey. El resto de nosotros somos sus vasallos. —Podría haberme
pateado ante la nota de amargura en mi voz, haciéndome sonar como un jodido
adolescente enfurruñado, pero estaba realmente enojado con Remo por mantenerme
en secreto el pasado de Dinara.
—Eres muchas cosas, pero no un vasallo. Parece que tienes la ambición de
convertirte en un regicida para hacerte con la corona.
La furia corrió por mis venas ante la acusación. Incluso cuando Remo a veces
me empujaba contra la pared, él era mi Capo y mi hermano. Lo amaba y preferiría
cortarme en pedazos antes de traicionarlo así. Enmascaré mi primera reacción,
dándome cuenta de que me dio la chance para averiguar las verdaderas intenciones
de Dinara. Si dejaba la puerta abierta para que traicionara a Remo, ella podría verme
como un callejón para confiar en sus posibles planes de venganza. Miré hacia el
horizonte, dejando la pregunta colgando entre nosotros. Dinara me miró de cerca
pero su expresión era imposible de leer.
—¿Les diste a tus hermanos un informe sobre la princesa de la Bratva
mientras estabas en Las Vegas? —preguntó después de casi un minuto de silencio.
Más y más gente se estaba reuniendo alrededor de la hoguera, sentándose sobre
troncos dispuestos a su alrededor, y el aroma de las costillas ahumadas ahora flotaba
inconfundiblemente en mi nariz. Se subió la música, una colorida mezcla de éxitos
de los últimos años porque los gustos variaban mucho en el grupo.
—No hay mucho que informar, ¿verdad?
Se encogió de hombros y me miró fijamente como si no me creyera.
—No sé por qué estás aquí. Eres un misterio y también lo son tus razones
para buscar mi cercanía.
—Alguien es demasiado pedante. Quizás solo quiero disfrutar de la emoción
de las carreras.
—Gran coincidencia que te unes al campamento de carreras que está en el
territorio de la Camorra. Tienes historia con nosotros y también tu padre.
—¿Qué sabes de mi historia con la Camorra? —susurró con dureza. Por
primera vez apareció una grieta en su hermosa máscara. Ella no había sido
demasiado emocional hasta ahora.
Su arrebato me sorprendió, pero mantuve la calma. Me encogí de hombros.
—Sé que tu madre trabaja de puta en uno de nuestros burdeles.
Dinara se congeló, bajando lentamente la taza de sus labios. La incredulidad
descarada apareció en su rostro.
—Mi madre está muerta. — Su voz sonaba… aterrorizada y eufórica a la vez.
—No, ella no lo está. Está viva y en Las Vegas, trabajando para nosotros.
Dinara apartó la mirada con el ceño fruncido, vació la taza y la dejó sobre el
capó. Deseé que me permitiera ver sus ojos, pero los mantuvo apartados con
cuidado, no estaba dispuesta a dejarme ver sus emociones, pero el resto de su cuerpo
me dio un indicio de su confusión. Le temblaban las manos cuando metió la mano
en el bolsillo y sacó un porro. Lo encendió y respiró hondo y temblorosamente.
—¿Estás seguro?
El dulce aroma familiar de la marihuana se filtró en mi nariz y un deseo
profundo se instaló en mi cuerpo. Había renunciado a las drogas más duras durante
mi estadía en Nueva York después de que Luca me rompió algunas costillas cuando
me encontró drogado, pero renunciar a los porros fue más difícil, especialmente
porque mucha gente los fumaba en las fiestas y barbacoas después de la carrera.
Tal vez debería haber retrocedido, pero Remo quería que le dijera por alguna
loca razón. ¿Estaba arriesgando su vida o la de Dinara al decírselo? Pero ya era
demasiado tarde para dar marcha atrás.
—Sí. La he visto varias veces a lo largo de los años. —Eso fue una
exageración. En realidad, nunca había hablado con ella, solo la había visto de
pasada. No recordaba mucho de ella, ni siquiera si había sido tan hermosa como su
hija. Ella era una sombra nebulosa en la que no podía concentrarme.
—¿También la follaste si es una de tus putas?
Hice una mueca.
—No.
Dinara puso los ojos en blanco.
—No luzcas indignado. Sé cómo funcionan las cosas. Los mafiosos a menudo
buscan los servicios de putas y muchos de ellos incluso pierden su virginidad con
una. Estoy familiarizada con el negocio. La Bratva y la mafia italiana no son tan
diferentes cuando las analizas. —Por la forma en que dijo Bratva, casi desarrollé un
aprecio por la palabra.
—No me follé a tu madre, Dinara. No tengo la costumbre de dormir con
todos los coños disponibles.
Sin embargo, no podía hablar por mis hermanos. Remo definitivamente la
había follado en el pasado. No estaba seguro acerca de Nino y Savio, pero este
último había sumergido su polla en cualquier cosa antes de que Gemma lo atara.
Dinara asintió pero no dijo nada. Parecía molesta. Dima se había alejado de
su auto y se estaba acercando lentamente. Un verdadero protector. Quería patear su
estúpido trasero de Bratva. Su expresión no era la de un guardaespaldas, ni tampoco
la de un amigo fraternal.
Ella se puso de pie de un tirón y dejó caer el porro antes de pisarlo. Sentí una
punzada que traté de ignorar.
—Necesito dejar el campamento y regresar a Chicago.
Negué con la cabeza y me levanté también.
—Mañana por la noche comienza la primera carrera del circuito de siete días.
Debes estar presente por la tarde para configurar todo. Si te pierdes la primera
carrera del circuito, no podrás unirte a la carrera en un momento posterior. Cada
carrera se basa en la anterior. Y si te pierdes siete carreras, tus posibilidades de
permanecer en el campamento son casi nulas. —No quería que Dinara desapareciera
tan pronto. Quería mantenerla cerca, saber más sobre su historia y sobre ella.
—Volveré a tiempo —cortó y comenzó a alejarse.
Toqué su brazo.
—Estamos a más de 2000 kilómetros de Chicago.
Me dio una sonrisa sardónica por encima del hombro.
—No te preocupes. No me perderé la carrera de mañana. Aún no hemos
terminado, Adamo.
Con eso, se alejó y yo me quedé mirando su espalda, preguntándome si sus
últimas palabras eran una advertencia o una promesa.

Dima corrió hacia mí.


—¿Qué…?
—Necesito un jet privado desde Salt Lake City en treinta minutos. Prepara
todo.
Dima me miró fijamente. Abrió la boca, pero yo no estaba de humor para
hablar.
—No tengo tiempo para preguntas. Consigue un jet. Tenemos que irnos
ahora. Nos llevamos mi auto.
Dima no intentó extraerme más información. En su lugar, tomó su móvil y
tiró de algunos hilos con sus contactos antes de asentir.
—Hecho.
Nos acomodamos en mi vehículo y pisé el acelerador. Tendríamos que darnos
prisa si queríamos llegar al pequeño aeropuerto privado a tiempo. Se hallaba justo a
las afueras de Salt Lake City.
Eran las cinco y media, así que, si todo salía según lo planeado, abordaríamos
el avión alrededor de las seis.
—¿Qué está pasando Dinara? ¿Estás en peligro? ¿Algo que dijo Falcone te
molestó?
Molesta ni siquiera comenzaba a ocultar mis sentimientos sobre la noticia que
Adamo me había dado. Mi madre se encontraba viva. Durante años, pensé que
estaba muerta. Todos me habían hecho creer que lo estaba.
Mis dedos alrededor del volante se apretaron aún más hasta que me dolió. No
me hallaba de humor para hablar ahora. Mi cabeza era un desastre lleno de
pensamientos zumbantes, una tormenta eléctrica que se acumulaba lentamente y
estaba a punto de desatar su poder destructivo. En lo más profundo de mí, mi oscuro
anhelo comenzó su canto tentador, un canto de sirena que había resistido durante
diez meses.
Dima dejó de hablar conmigo por el resto del viaje y cuando llegamos al
aeropuerto con solo cinco minutos antes de la salida programada, suspiré aliviada.
Después de que Dima y yo subimos al jet privado y nos acomodamos en asientos
uno frente al otro, la azafata nos sirvió bebidas y bocadillos.
—Este podría ser un viaje lleno de baches. Se avecina una tormenta sobre
Chicago.
Le di una rápida sonrisa.
—Eso es perfecto. —Obviamente sorprendida por mi respuesta, se disculpó.
Tomé el vaso y bebí un sorbo de mi Gin & Tonic mientras el avión comenzaba a
moverse y pronto estábamos en el aire.
Dima nunca me quitó los ojos de encima.
—¿No me dirás qué pasa?
—¿Sabías la verdad sobre mi madre?
Si Dima sabía lo que quería decir, lo ocultó bien. Sus cejas rubias se juntaron.
—¿Qué pasa con ella?
El problema era que Dima era el hombre de mi padre, siempre lo sería. A
veces había doblado las reglas por mí, pero en última instancia, nunca traicionaría a
mi padre por completo.
—Que todavía está viva, no muerta como dijo mi padre.
Dima negó con la cabeza.
—¿Cómo lo sabes? ¿Adamo te ha metido esa idea en la cabeza?
Me incliné hacia adelante y entrecerré los ojos. Algo en su voz estaba
apagado. Nuestro estrecho vínculo hacía que guardar secretos el uno del otro fuera
una tarea difícil.
—¿Sabías? ¿Por qué Adamo mentiría sobre algo así?
—Porque él y sus hermanos son maestros de la manipulación. Son el
enemigo, incluso si te sientes cómoda con Adamo.
—No me estoy poniendo cómoda con nadie —dije entre dientes, pero no
podía negar la atracción mutua entre Adamo y yo. Me daba cuenta de la forma en
que me examinaba, y también lo había mirado de esa manera más de una vez—.
¿Qué podrían ganar al hacerme creer que mi madre está viva, hmm?
Dima se reclinó en su silla, su mirada se movió hacia la ventana. ¿Estaba
ganando tiempo? Una tensión sutil había entrado en su cuerpo, pero no me
encontraba segura si era porque sabía más sobre mi madre o porque estaba celoso de
Adamo.
—Quizás esperan que vengas a Las Vegas a buscarla. Podría ser una trampa
ponerte en sus manos. No sería la primera vez que Remo Falcone secuestré a una
mujer de alto rango.
—Si quisiera secuestrarme, podría pedirle a Adamo que lo hiciera. Y dudo
que Adamo sea el único corredor con vínculos estrechos con la Camorra. No
tendría que atraerme a Las Vegas para ponerme las manos encima.
La boca de Dima se apretó y evitó mirarme. Me levanté de mi silla y me
hundí a su lado. Su mirada se encontró con la mía.
—Dima —dije en voz baja, suplicante, y puse mi mano sobre la suya que
estaba apoyada en el apoyabrazos—. Si lo sabes, tienes que decírmelo. Necesito
saber. Sabes que lo hago.
La cara de Dima, que por lo general tenía todas las líneas duras, como una
obra de arte cubista, se suavizó.
—Dinara. —La forma en que dijo mi nombre me recordó nuestro pasado.
Giró la mano y cerró los dedos alrededor de la mía. Tragué. No quería usar los
sentimientos de Dima, o cualquier sentimiento que intentara convencerse a sí mismo
de tener, para obtener lo que quiero, pero esta verdad podría cambiarlo todo.
Necesitaba saber.
—Dime —imploré.
Se inclinó un poco más cerca como para besarme. Me tensé. No quería tener
que alejarlo. No tuve que hacerlo. Dima escaneó mi cuerpo y se retrajo unos
centímetros. Sus dedos alrededor de los míos se aflojaron y su sonrisa se volvió
dolorosa.
—¿Qué vas a hacer con la verdad?
—Lo mismo que siempre quise, conseguir un cierre.
—Y venganza —dijo en voz baja—. No estoy seguro de que encuentres un
cierre en el camino en el que estás.
La venganza era un asunto cotidiano en nuestros círculos. Todos los hombres
vivían y respiraban para vengarse si habían sido agraviados, pero se suponía que las
mujeres debían dejar que otros manejaran sus problemas como damiselas indefensas
en apuros.
—Dima.
Mi camino era asunto mío. Caminaría sola si tuviera que hacerlo. Dima dejó
caer la cabeza hacia atrás.
—Ella está viva. Falcone te dijo la verdad.
—¿Por qué me mentiste? —Pregunté, herida. Dima era mi confidente más
cercano. Lo habíamos compartido todo, o al menos eso pensé.
Ladeó la cabeza.
—Porque tu padre me ordenó que te mintiera y porque quería protegerte.
Aparté mi mano.
—¡No necesito protección de la verdad! —Me levanté, incapaz de quedarme
quieta. Comencé a caminar por el pasillo, con el pulso acelerado. Una pequeña parte
de mí había quedado en duda después de las palabras de Adamo, pero ahora la
verdad me fulminaba con la mirada. Fue mi turno de aceptarlo y decidir cómo
proceder—. Tengo derecho a decidir qué hacer con la verdad. Mi maldito derecho.
Dima asintió.
—Puede que tu padre no esté de acuerdo. Se pondrá furioso si se entera de
que te lo dije.
—No me lo dijiste. Adamo lo hizo.
Soltó una risa amarga.
—Tu nuevo héroe.
Lo fulminé con la mirada y me hundí en el asiento.
—Adamo no es el héroe de esta historia. Ni tú ni mi padre. Seré la heroína de
mi historia.
Volví mi mirada hacia la ventana, admirando el cielo lúgubre que coincidía
trágicamente con mis emociones. Pronto las nubes se espesaron y la lluvia azotó el
avión. Pasé las palmas de las manos hacia arriba y hacia abajo por mis muslos,
deteniéndome en las crestas familiares en lo alto. El canto de la sirena ahora sonaba
en mi sangre. Mi oscuro anhelo era un fuerte oponente, mi mayor enemigo, pero
también un bálsamo y un amigo en mis horas más difíciles. Hizo soportable lo
insoportable, aunque solo fuera por unas pocas horas.
—Eres más fuerte que eso —dijo Dima en el silencio.
Conocía mi lenguaje corporal demasiado bien. Asentí.
—Soy más fuerte de lo que piensan tú y mi padre.
Treinta minutos antes de la hora estimada de aterrizaje, agarré la bolsa con mi
ropa de Chicago y fui al baño a cambiarme. Esto se había convertido en un hábito,
dejar mi estilo y mi libertad cuando regresaba a casa y convertirme en la chica que
mi padre quería y necesitaba que fuera.

Una limusina negra nos estaba esperando cuando aterrizamos en un


aeropuerto afiliado a la Bratva en las afueras de Chicago. Entré sin decir una palabra
y dejé que el viaje también pasara en silencio. Le envié un mensaje a papá poco
después de abordar el avión, anunciando mi llegada. A juzgar por su falta de
sorpresa, Dima le había informado antes de que yo pudiera.
No entramos en Chicago. Papá había comprado cuatro acres de tierra a unas
veinte millas a las afueras de Chicago porque la casa que tenía en mente necesitaba
espacio. Las puertas doradas se abrieron cuando nos acercábamos a ellas. Un largo
camino de entrada con terrenos que recuerdan a Versalles conducía a una espléndida
mansión blanca y azul. Se habían necesitado casi dos años para construir esta
versión más pequeña del Palacio de Catalina la Grande, que papá y yo habíamos
visitado en San Petersburgo muchas veces.
Me pregunté si le daba a papá una sensación de estar en casa viviendo en una
mansión como esta o si solo le recordaba lo que se estaba perdiendo. A veces era
más difícil vivir con una versión menor de lo que nos perdimos que perderlo por
completo.
La limusina estacionó en la base de la majestuosa escalera que conducía a la
puerta principal donde papá ya me estaba esperando con su traje oscuro habitual. Un
miembro del personal me abrió la puerta y salí del automóvil. Siempre me tomaba
unos segundos encontrar el equilibrio en mis zapatos de tacón color champán
después de días o semanas de vivir con botas. Alisé el vestido de seda y cachemira
que hacía juego con mis tacones y me dirigí hacia papá. Dima se quedó atrás, pero la
mirada dura que le envió papá me preocupó.
Mi padre sonrió, pero estaba tenso, como si su sonrisa fuera forzada en su
rostro por hilos invisibles. Dima debió haberle advertido sobre lo que yo sabía.
Quería resentirlo por ser el espía de mi padre tanto como mi confidente. Temía el día
en que tuviera que elegir entre nosotros y lo perdería para siempre. Quizás esa era
otra razón por la que había terminado las cosas entre nosotros.
En el momento en que llegué ante él, papá me abrazó. Me hundí contra su
figura alta y fuerte, oliendo su familiar loción para después de afeitarse. Se apartó
con mis mejillas ahuecadas entre sus grandes manos y presionó un suave beso en
cada una de mis mejillas.
—Te ves bien, Katinka.
No sonreí, solo miré sus ojos azul pálido. Solo tenía cuarenta y tantos años,
era uno de los Pakhans más jóvenes, y su cabello rubio todavía ocultaba bien las
mechas grises.
—Dinara —corregí, aunque sabía que no usaría mi segundo nombre. Cuando
dejé de usar mi nombre de pila, Ekaterina, por Ekaterina la Grande, otra razón por la
que papá había elegido construir su palacio, le había roto el corazón y siguió
llamándome por el apodo de Katinka. Rara vez lo corregía, ni usaba la ropa que
prefería cuando estaba cerca de él.
Siempre elegí vestidos o faldas en colores claros, porque a él le encantaba
verme así. Ekaterina quería decir pura después de todo y quería verme en la luz, no
tropezar con la oscuridad que permanecía en lo más profundo de mí. Envolvió un
brazo alrededor de mis hombros y me condujo al interior de los espléndidos
vestíbulos con paredes de espejos con su decoración blanca y dorada.
—¿Dónde están Jurij y Artur?
—Ya están dormidos, y Galina también.
Papá siempre trataba de mantener a su joven esposa y a mis medio hermanos
fuera de la vista, como si le preocupara que su nueva familia me molestara. Le di
una mirada exasperada. Necesitaba dejar de pensar que necesitaba que me pusieran
en un pedestal. Había sido feliz cuando se casó y Galina le había dado herederos.
Eso significaba que ya no rondaría tanto y yo tendría más libertades.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Asentí. Excepto vodka y ginebra, no había consumido nada todavía, y estaba
empezando a mostrarse en la confusión de mi cerebro. Papá chasqueó los dedos e
inmediatamente un miembro del personal que había estado al acecho en el fondo se
apresuró a ir hacia la cocina.
—Vamos a mi oficina.
Llamar oficina a la vasta habitación donde trabajaba era una burla. Su enorme
tamaño asombraba a la mayoría de la gente, y algunas familias de cuatro o cinco
vivían en apartamentos mucho más pequeños. La decoración dorada y blanca
continuaba, pero los muebles eran más oscuros. Una madera rojiza dominaba todo, y
el escritorio de papá era del tamaño de una pequeña cama de matrimonio. Nos
decidimos por el lujoso sofá dorado y azul que le había comprado a un coleccionista
y que se originó en el siglo XVIII: la época de Catalina la Grande. Papá era un
hombre con un pie firmemente asentado en el pasado y otro en el futuro, tal vez eso
lo hacía tan respetado entre sus hombres.
Sonó un golpe y entró nuestra cocinera con una bandeja de khachapuri fresco,
pan horneado en forma de almendra con relleno de queso y huevo. Nos lo llevó y lo
dejó con cuidado sobre la mesa frente a nosotros antes de desaparecer de nuevo.
Recogí un khachapuri, haciendo una mueca de dolor cuando me quemó las yemas de
los dedos, pero demasiado codiciosa por la delicadeza de la infancia de papá. La
yema de huevo líquida se esparció por mi lengua, mezclándose con la salinidad del
queso y la reconfortante densidad de la masa. Papá había pasado los primeros años
de su vida en el Cáucaso. Tragué el primer bocado y luego volví a poner el pan en el
plato.
Terminé de posponer lo inevitable, así que encontré la mirada de papá.
—¿Por qué mentiste?
Un músculo en su mejilla se contrajo, una señal de su disgusto. Mucha gente
habría tenido motivos para acobardarse ante esta señal de peligro, pero yo no era
uno de ellos.
—Se suponía que Dima no debía decírtelo.
—No lo hizo. Adamo Falcone lo hizo, y luego no le dejé a Dima otra opción
que admitir que sabía la verdad. Sabes que puedo ser convincente si me lo
propongo.
Se rio entre dientes.
—Oh, lo sé. Tienes la terquedad y la astucia de una gran emperatriz.
Suspiré.
—¿Por qué mentiste? Me hiciste creer que estaba muerta. Todos estos años.
—Fue lo mejor. Quería protegerte.
—¡Eso es una mierda!
Los ojos de papá brillaron peligrosamente.
—No uses ese tono a mi alrededor. —Odiaba cuando maldecía, y tal vez
incluso más cuando hablaba en inglés.
Tomé una respiración profunda.
—Perdón.
—La verdad no importa, porque lo que dije es casi cierto. Ella está muerta
para nosotros, borrada de nuestras vidas y fuera de nuestro alcance en el territorio
de la Camorra.
—Nada está fuera de tu alcance, papá, si realmente lo quieres. —Arrastró a
su esposa Galina fuera del rincón más alejado del Cáucaso, un pequeño pueblo
donde sus padres la habían escondido lejos de mi padre, a pesar de que estaba bajo
el control del enemigo.
Sacudió la cabeza con una risa áspera.
—Soy un hombre de negocios y he sobrevivido a muchos ataques a mi vida,
solo porque soy cauteloso. Ir a la guerra con Remo Falcone no es prudente.
Irrumpir en su territorio por una mujer muerta es una locura.
—Ella no está muerta —susurré con dureza.
Ahuecó mis manos.
—Lo es para mí, y debería estarlo para ti también. Olvida que existe. Ella es
el pasado y lo hemos dejado atrás, ¿no es así, Katinka?
Quizás él lo había hecho, quizás podía. Pero yo la veía en mis sueños casi
todas las noches, un fantasma del pasado. Tenía que volver a verla, cara a cara,
aunque eso significara ofender a Remo Falcone y arriesgarme a la guerra con la
Camorra.
E stábamos con poco margen de tiempo, menos del que me gustaba,
pero papá había insistido en que me quedara hasta la mañana
siguiente para dormir unas horas antes de tomar el jet privado de
regreso a Salt Lake City. Había intentado convencerme de que me quedara por
completo. Sabía que estaba participando en las carreras y tal vez incluso por qué,
pero tenía problemas para encerrarme. No porque no tuviera los medios para
hacerlo, sino porque le preocupaba lo que haría sin mi libertad y un propósito.
Confiaba en que eventualmente regresaría a casa, sin poder cumplir con mi objetivo.
Era casi la una de la tarde. cuando Dima y yo corrimos de regreso al
campamento. Dima apenas se sostenía en su asiento. El lado derecho de su rostro
estaba hinchado y azul, y esas eran solo las marcas que podía ver. Papá lo golpeó
por admitir la verdad sobre mi madre. La culpa quemó un camino ardiente a través
de mis entrañas.
—La próxima vez no vuelvas conmigo.
—Eso solo pospondrá mi castigo.
—Entonces no hagas cosas que te castiguen por mí. Quizás sería mejor que
ya no me siguieras por este camino. Mantente alejado antes de que mi padre te dé
un castigo peor.
Su expresión estaba herida.
—Te protegeré, Dinara. Es mi trabajo, mi deseo.
Suspiré. Habíamos tenido esa conversación antes cuando decidí unirme a las
carreras de Adamo. Dima podría ser casi tan terco como yo.
Llegamos al campamento. La mayoría de los corredores se encontraban
ocupados retocando sus autos, algunos de los cuales ya estaban colocados en una
especie de formación de salida: diez filas de tres autos cada una.
La última vez Dima y yo tuvimos que empezar en la última fila porque
éramos novatos, pero debido a nuestro buen resultado en la última carrera, la
primera carrera de este circuito, nos subieron a una de las filas del medio. No me
había molestado en leer en detalle el sistema de puntos y las reglas. Siempre quise
ser la primera, y para eso necesitaba conducir rápido y arriesgarlo todo. Pan comido.
El auto de Adamo estaba en la primera fila, naturalmente, junto con un auto
completamente negro con el que me había topado en la última carrera. Su dueño era
un niño rico, alto y desagradable de los suburbios de San Francisco.
Estacioné mi auto junto al remolque de Crank para preguntar por mi posición
exacta antes de entrar en la formación. Dima se levantó del asiento del pasajero,
agarrándose el costado izquierdo con un gemido.
—¿Estás seguro de que puedes correr? —pregunté preocupada.
—No me apartaré de tu lado.
—Luciendo como tú, dudo que puedas seguir el ritmo de los mejores pilotos
hoy. Dado que la parada de descanso de esta noche y el punto de partida de mañana
es diferente para cada automóvil, dependiendo de la distancia que pongan detrás de
ellos en las diez horas de conducción, probablemente no tendrás la oportunidad de
permanecer cerca de Dinara —explicó Adamo mientras bajaba las escaleras del
remolque. Sus ojos oscuros escudriñaron a Dima de la cabeza a los pies, evaluando
cada herida. A juzgar por las cicatrices de su cuerpo, probablemente podría evaluar
las lesiones de Dima mejor que yo.
—Estoy bien —dijo Dima entre dientes, enderezándose por completo. Él y
Adamo eran de la misma altura, demasiado jodidamente altos para mí. Incluso mis
botas de motociclista con suelas gruesas no cambiaban el hecho de que tenía que
estirar la cabeza hacia atrás. Esa era la única razón por la que extrañaba mis tacones
altos.
Adamo se encogió de hombros como si no le importara de ninguna manera.
—Incluso si estás a kilómetros de distancia de Dinara cuando termina la
carrera, no moverás tu auto ni un puto centímetro más. Pisa el freno exactamente a
las cuatro de la mañana, como todos nosotros, ¿entendido? Y no intentes hacer
trampa. Realizamos un seguimiento de todos.
Dima mostró los dientes en una sonrisa peligrosa.
—Estás demasiado ansioso por tener a Dinara sola, Falcone. ¿Por qué, me
pregunto?
—Por ninguna razón que requiera tus servicios de guardaespaldas —dijo
Adamo con una sonrisa dura.
Eché un vistazo entre ellos.
—No tengo tiempo para sus tonterías. Tengo una carrera que ganar. ¿Cuál es
mi posición en la formación?
Adamo hizo un gesto hacia el interior del remolque.
—Crank tiene la lista. Tienes que preguntarle.
—Adelante —le dije a Dima, quien entró de mala gana en el remolque, pero
antes de desaparecer dentro, gruñó—: No me gusta la forma en que te mira. Un día
voy a quemarle los jodidos ojos.
Le di una mirada dura y finalmente desapareció.
—¿Que dijo? No sonó muy bien —dijo Adamo con un toque de diversión.
Cruzó los brazos, acentuando los músculos en ellos. Lo que me enfureció incluso
más que la reacción de mi cuerpo a sus activos fue el hecho de que no me hallaba
segura de si Adamo estaba tratando de provocarme con ellos a propósito.
—Quizás deberías considerar aprender ruso. Siempre es una buena idea
conocer la lengua de tu enemigo.
Me miró de una manera que elevó mi temperatura corporal varios grados, una
experiencia que no estaba segura de que me gustara.
—¿Eres un enemigo, Dinara?
Sonreí.
—Eso depende de la situación, supongo.
Se rio entre dientes y luego se encogió de hombros.
—Tenemos muchos enemigos. No puedo aprender todos sus idiomas. ¿O
hablas francés e italiano?
Mi sonrisa se ensanchó.
—Por supuesto. Tenía tutores que me enseñaron francés, inglés e italiano, y
en casa hablaba ruso.
—Impresionante —admitió—. Solo hablo italiano e inglés, pero mi hermano
Nino es un diccionario ambulante.
Recordé vagamente al chico de los fríos ojos grises, una imagen borrosa del
pasado, pero duro de olvidar como tantas otras imágenes de esa época.
—Mi profesora de francés nunca estuvo muy contenta con mi pronunciación,
pero lo hablo y lo entiendo con fluidez incluso si no sueno como una dama parisina.
—Tampoco te pareces a una.
Arqueé una ceja.
—¿Tienes algún problema con mi apariencia?
Sus ojos recorrieron mi longitud, de nuevo deteniéndose en la perforación de
mi vientre. Lo había notado antes. Tal vez se preguntó si tendría más escondidos
debajo de mi ropa. Los tenía.
—Absolutamente no. Tu apariencia está más que bien para mí.
—Gracias. Ese es el tipo de aprobación que necesitaba para sentirme valorada
—dije con sarcasmo, pero tenía que admitir que me alteraba cada vez que Adamo
me miraba. No me consideraba normalmente hermosa. Mi apariencia con mi cabello
rojo, pecas y pómulos altos era demasiado provocadora para eso.
Dima eligió ese momento para regresar. Sus ojos se redujeron a rendijas
cuando se interpuso entre Adamo y yo.
—Conseguí nuestras posiciones. Deberíamos empezar a preparar todo.
—Los mecánicos verificarán si sus autos cumplen con las reglas y colocarán
un rastreador en su cabina para asegurarse de que puedan ser castigados o
descalificados si conducen más tiempo del permitido —dijo Adamo, dándole a Dima
una mirada significativa, antes de alejarse.
Dima fulminó su espalda.
—Estamos uno al lado del otro en la formación inicial. Debemos
asegurarnos de permanecer juntos, incluso si uno de nosotros es más rápido que el
otro.
Resoplé.
—De ninguna manera, Dima. Lo siento, pero necesito estar entre los
primeros para poder estar cerca de Adamo. Necesito más oportunidades para
extraer información de él.
Se inclinó más cerca, buscando mis ojos.
—¿Realmente se trata solo de extraer información? No soy ciego.
—Atiende tus heridas o pide ayuda a alguien del equipo médico. Necesito
preparar mi auto.
Me alejé. Nunca me había enfrentado a los celos de Dima. No había hecho
gran cosa cuando terminé nuestra relación, ni había intentado recuperarme. Tal vez
había esperado que eventualmente regresara con él y ahora veía que sus
posibilidades disminuían. No me encontraba segura, pero esperaba que lo controlara
pronto. Necesitaba concentrarme en mi plan. No tenía tiempo de lidiar con un ex
novio loco.
Pasar con mi Toyota entre los autos estacionados y los mecánicos, los
corredores y las chicas de boxes que se dispersaban a su alrededor me llevó casi
quince minutos. Toqué mi bocina con la palma de mi mano con tanta frecuencia que
me dolía la mano, pero finalmente encontré la posición marcada. Mi auto estaba en
óptimas condiciones, así que no tuve que volver a revisarlo y, aparte de algunos
corredores, no tenía un equipo de mecánicos. Dima podía reparar casi cualquier cosa
y yo también era bastante capaz.
En lugar de perder el tiempo en los preparativos, me apoyé en mi vehículo y
miré a la multitud ocupada, empapándome de su emoción y energía nerviosa. Solo
había visto a otra conductora, pero estaba en la última fila. Qué vergüenza. Más
chicas necesitaban confiar en sí mismas para jugar con los grandes. Este no era un
deporte que requiriera músculos, solo audacia e inteligencia, y eso es algo que a las
mujeres no les faltaba en comparación con los hombres.
A mi lado, un tipo que parecía mexicano se apoyó en su auto. Su cuerpo
estaba cubierto de tatuajes y usaba una musculosa negra para mostrarlos y sus
músculos. Al igual que Dima, su cabello estaba recortado, pero el suyo era oscuro.
Me lanzó una sonrisa cuando me sorprendió mirando. No le devolví el gesto, solo
asentí. Me pregunté si los Falcones también tolerarían que los miembros de
pandillas o miembros de un cartel corrieran. Parecían bastante seguros de su poder
sobre el oeste. No estaba aquí para hacer amigos, y mucho menos para coquetear
con chicos al azar.
Adamo se dirigió hacia mí y se inclinó a mi lado. El tipo perdió su interés en
mí de inmediato.
—¿Estás lista?
—Siempre —respondí—. Lo que me pregunto es cómo funciona todo el
asunto de ir al baño. Diez horas es mucho tiempo.
Adamo me dio una mirada significativa.
Me burlé.
—No me digas que no hay pausas oficiales para ir al baño.
—No las hay. Tienes que decidir si quieres perder valiosos minutos para
hacer tus necesidades.
—A diferencia de ti, yo no puedo orinar en una botella.
—Créame, incluso para los hombres no es fácil conducir y orinar en una
botella.
No pude evitar reírme tratando de imaginarlo, pero luego mi mente se quedó
a la deriva, solo evocando imágenes del cuerpo desnudo de Adamo. No una buena
dirección antes de una carrera.
—¿Así que realmente orinas en una botella?
Sonrió. Siempre que lo hacía, se parecía más al surfista oscuro y no al mortal
hermano Falcone. No estaba segura de qué lado de él me atraía más.
—Por lo general, me permito un descanso para ir al baño por carrera, al
menos en las primeras cinco carreras. Sin embargo, las dos últimas carreras… —Se
rio entre dientes.
—No voy a orinar en una botella, pero no me arriesgaré a retrasarme solo
porque mi vejiga es un problema.
—Bueno, entonces tal vez deberías considerar usar un catéter. Pero debo
advertirte. Algunos muchachos muy ambiciosos lo hicieron el año pasado y
contrajeron una infección desagradable.
Arrugué mi nariz.
—Eso es ir demasiado lejos.
—No, si estás endeudado con la Camorra, entonces es mejor que encuentres
formas de conseguir dinero.
—Correcto. Tú y tus hermanos son muy inteligentes cuando se trata de ganar
dinero.
—Apuesto a que tu padre sabe algunos trucos también.
Él lo hacía. Pero mi padre era mejor para poner un exterior sofisticado,
mientras que los Falcones vivían su locura abiertamente.
—Con una carrera de esta dimensión, ¿no nos meteremos en problemas con
la policía?
—Podríamos. Eso depende del condado que estemos pasando. Algunos son
más fáciles de controlar que otros. Definitivamente, algunos alguaciles quieren
atrapar a algunos de nosotros. Y todos los años lo logran y uno o dos terminan en
prisión por un tiempo. Pero, como dije, la policía suele hacer la vista gorda ante lo
que está sucediendo. Principalmente conducimos en rincones remotos de nuestro
territorio, sin mencionar que lo hacemos por la tarde o la noche.
—Entonces esperemos que no nos arresten hoy. —Me aparté del capó cuando
el auto de Dima se acercó a nosotros.
—Estoy seguro de que tu padre te sacará de apuros si lo haces —dijo Adamo
encogiéndose de hombros, pero no me tragué su desinterés ni por un segundo.
Estaba tratando de averiguar cuánto sabía mi padre de mí corriendo en territorio de
la Camorra.
—No me gusta depender de otros para salvarme el trasero —dije. Dima
estaba atrapado detrás de un equipo de cinco mecánicos que se ocupaban de un
automóvil. Me preguntaba cuántos fondos necesitabas para tener un equipo de ese
tamaño a tu alrededor. El dinero no era un problema para mí. La American Express
negra de papá pagaba todo y nunca me preguntaba por qué gastaba demasiado
dinero, pero quería pagarme mis gastos con dinero ganado.
Adamo siguió mi mirada hacia Dima.
—Tiene las costillas rotas por la forma en que se mueve. No podrá
mantenerse a tu lado si no bajas la velocidad por él. Necesitará descansos.
—Dima es duro y sabe que no voy a frenar por nadie. Puedo protegerme a mí
misma.
—Si conduces tan rápido como la última vez, no tendrás que hacerlo. Estarás
a mi lado y puedo vigilarte durante las horas de descanso.
—Qué caballeroso de tu parte —dije—. Pero no creo que confíe en ti,
Falcone.
Inclinó la cabeza, una comisura de su boca se movió hacia arriba.
—Quizás no deberías.
En general, no confiaba fácilmente, incluso si Adamo no me parecía un
peligro… al menos para mí.
Me dirigí al maletero de mi auto, saqué una botella medio vacía de vodka y la
abrí.
—Conducir en estado de ebriedad puede volverte imprudente, pero no
necesariamente más rápido —comentó Adamo.
—No me estoy emborrachando, pero el licor fuerte deshidrata mi cuerpo y
me hace orinar menos. No perderé el tiempo en ir al baño.
Adamo negó con la cabeza.
—No te detienes ante nada para alcanzar tu objetivo.
—Así es. —Por un momento nos miramos a los ojos y luego Dima rompió el
momento cuando salió de su auto. Adamo se dirigió al frente de la formación donde
estaba su auto.

Mis dedos alrededor del volante se pusieron sudorosos a medida que pasaban
los minutos hasta el comienzo. Nunca había conducido una carrera tan larga. Sería
agotador y explicaría por qué cada año los conductores chocan sus autos sin
influencias externas. Incluso una calle recta puede convertirse en un desafío si estás
demasiado cansado para mantener los ojos abiertos.
Desde mi posición en el medio del campo, no podía ver a la chica de boxes
con la bandera, pero mientras los autos de enfrente no se movieran, estaba encerrada
de todos modos. Se necesitaría un tiempo para alcanzar una mejor posición con más
espacio. Pronto el rugido de los motores sonó en mis oídos y el Viper vibró debajo
de mí. Dima me lanzó una mirada de advertencia. Estaba preocupado pero no tenía
ninguna razón para estarlo. Podría manejar mi automóvil.
El polvo se levantó delante de mí, cubriendo los autos de adelante a medida
que se alejaban. Mi pie se cernió sobre el acelerador y en el segundo en que se
apagaron las luces de freno del auto de delante, bajé mi bota de golpe. El Viper
rugió como una bestia salvaje y luego partimos. Tuve que reducir la velocidad casi
al instante o arriesgarme a chocar con el auto que tenía delante.
Una salida rodeada de todos estos autos era una locura, incluso peor que la
última fila.
El tiempo perdió su significado en tanto me abría paso entre un auto tras otro.
La noche cayó a nuestro alrededor y pronto la multitud se atenuó a mi alrededor. No
me hallaba segura de cuántos autos había delante de mí, excepto los tres que podía
ver. Uno de ellos era el Corvette de Adamo. El otro era el monstruo negro del niño
rico. El tercero pertenecía al mexicano que había empezado a mi lado. Ni siquiera lo
había visto pasar.
Dima estaba a unos cuantos autos detrás de mí con otros tres automóviles. Me
pregunté cuánto tiempo podría seguir el ritmo. Tal vez podría ignorar sus heridas
después de solo una hora de carrera, pero su dolor solo empeoraría a medida que
pasaba el tiempo.
Mi suposición se convirtió en realidad después de cinco horas en la carretera.
Dima comenzó a retroceder y luego se detuvo. Pensé que podría necesitar un
descanso para ir al baño, pero en cambio miré a través del espejo retrovisor mientras
se inclinaba y vomitaba.
Por un momento, mi pie en el acelerador se relajó, pero luego mi mirada se
centró de nuevo hacia adelante, en Adamo y los otros dos conductores frente a mí.
Dima era duro. Había sido miembro de la Bratva durante casi diez años. No se
rendiría fácilmente y algunas costillas rotas no eran nada.
Después de ocho horas, incluso la taza de vodka y mi falta de hidratación no
impidieron que mi vejiga se sintiera llena. Mis ojos ardían y el camino se volvía
borroso en ocasiones. La profunda oscuridad donde los faros no tocaban mi entorno
solo aumentaba la necesidad de descanso de mi cuerpo. Pero la distancia entre los
tres autos que iban a la cabeza y yo habían crecido y una ruptura me pondría aún
más atrás, sin mencionar que permitiría a los dos que iban detrás alcanzarme, o peor
aún, adelantarme. Apretando los dientes, traté de ignorar la presión en mi vejiga.
Para disipar mi cansancio, encendí la radio y escuché mi lista de reproducción
favorita de Classic Metal por los parlantes. Welcome to the Jungle de Guns N ’Roses
despertó mis sentidos como de costumbre.
Incluso la música ya no ayudaba a medida que pasaban los últimos treinta
minutos de la carrera. Mi necesidad de orinar se había convertido en un doloroso
latido en la parte inferior de mi cuerpo, y mi espalda y mi trasero estaban
completamente rígidos por estar sentada. Ya casi no sentía mis dedos. Todo en lo
que podía pensar era en orinar y dormir.
Mi atención se centró en uno de los autos que iban en la delantera, que
retrocedía lentamente. Cuando el último minuto del tiempo de carrera llegó a la
cuenta atrás, estaba a solo un auto de largo por delante de mí.
El auto de Adamo. De hecho, había disminuido la velocidad para pasar la
noche a mi lado. No estaba segura de si me sentí halagada o molesta. La damisela en
peligro no era mi papel favorito. Por otro lado, su compañía no sería desagradable,
pero hasta ahora nunca habíamos estado completamente solos. Y me di cuenta de
que eso es lo que estaríamos esta noche, solos, cuando detuve el auto exactamente a
las cuatro de la mañana.
N o pensaba frenar para pasar la noche al lado de Dinara. Fue un
impulso del momento cuando me di cuenta que su auto no estaba
demasiado lejos detrás de mí. No perdí mucho tiempo con los otros
autos que iban en cabeza al dejar que ella me alcancé, nada que no pudiera
compensar en las carreras que seguían. E incluso si no terminaba la carrera de siete
días en el primer puesto, no era un problema. No necesitaba el dinero y aun así
ganaría suficientes puntos para permanecer en el campamento de carreras. Dinara
abrió la puerta del Viper al mismo tiempo que apagué el motor de mi auto, que había
colocado justo al lado del suyo. Apenas miró en mi dirección y en su lugar corrió
hacia la oscuridad hasta la parte trasera de su auto.
Sonreí, dándome cuenta de por qué, lo que me recordó mi propio problema.
Después de también hacer mis necesidades en la oscuridad, me apoyé contra el capó
de mi auto y miré hacia el cielo estrellado. Tan lejos de la civilización, las estrellas
siempre resplandecían intensamente. Algo que extrañaba cada vez que estaba en Las
Vegas. Siempre me había considerado una persona de ciudad hasta que comencé a
vivir largos períodos de tiempo en un campamento en medio de la nada.
Dinara avanzó hacia mí y apoyó la cadera contra el capó.
—No deberías haber hecho eso.
Hice una mueca inocente pero ella entrecerró los ojos.
—Prefiero tu compañía a la compañía de los dos imbéciles al frente. Y
contigo, no tendré que dormir con un ojo abierto para asegurarme que nadie
manipule mi auto —dije, sonriendo.
Dinara resopló.
—¿Quién dice que no intentaré cortar el cable del freno? Quizás incluso te
apuñale cuando estés dormido. Soy rusa, ¿recuerdas?
Difícil de olvidar. La apariencia de Dinara tenía algo exótico, especialmente
sus pómulos altos.
—Me arriesgaré contigo.
Dinara se frotó los brazos. Solo estaba en una camiseta sin mangas y esos
diminutos pantalones cortos de mezclilla. No quería nada más que pasar mis palmas
sobre sus piernas suaves asomando por ellos.
—No empaqué nada de comida. Supongo que no podemos pedir comida para
llevar aquí, ¿verdad?
—Vengo preparado —respondí con una sonrisa y abrí mi maletero donde
guardaba una estufa de gas y un par de latas con chile, crema de champiñones y
macarrones con queso—. Pero, no esperes demasiado.
Dinara escaneó mi selección.
—Nunca antes he comido macarrones con queso.
Le di una mirada incrédula.
—¿Cómo puedes vivir en Estados Unidos sin probarlo?
—Nuestra cocinera es rusa. Cocina recetas del hogar de mi padre, y en
realidad no he cenado con familias estadounidenses. Nos juntamos solo con los
nuestros.
Eso me sonaba familiar. Mis hermanos y yo también siempre nos habíamos
juntado entre nosotros, y mis hermanos aún lo hacían.
—Entonces, será macarrones con queso. Incluso si es una mala introducción
al plato. Deberías probar la versión de mi cuñada Kiara. Es totalmente fuera de este
mundo.
Dinara sonrió con ironía a la tenue luz de mi maletero.
—Tal vez deberíamos esperar para hacer las presentaciones familiares hasta
que al menos hayamos compartido un beso.
Mi pulso se aceleró, mis ojos dirigiéndose a la boca regordeta de Dinara,
todavía sonriendo de esa manera confiada. Mierda. No había considerado besarla
esta noche, ahora sería todo en lo que podría pensar.
—¿Habrá un beso? —pregunté con una sonrisa lenta como si no me hubiera
imaginado haciendo mucho más.
Dinara sacó la estufa de gas del maletero y la colocó entre nuestros autos para
protegerla de la brisa antes de agarrar una chaqueta de cuero y usarla como manta
para sentarse.
—¿También tienes una lámpara? No quiero dejar la puerta abierta.
Sonreí con satisfacción, tomé la lata y una lámpara de gas, y me dejé caer en
el suelo frío. Una vez que arrojó su luz misteriosa a nuestro alrededor, y los
macarrones con queso burbujearon, dije:
—Nunca respondiste a mi pregunta. —Le di a Dinara un tenedor antes de
apagar la llama de la estufa y meter mi propio tenedor en los macarrones con queso.
Dinara hizo lo mismo y probó un bocado después de soplarlo un rato.
Masticó un par de veces con el ceño fruncido.
—No sé por qué tanto alboroto. Nuestros gatos comen mejor.
Me reí.
—Lo siento, mis provisiones no están a la altura de tus estándares.
También se rio.
—Ni siquiera soy quisquillosa con la comida, pero esto en serio es malo. No
sé si le daré otra oportunidad a esto.
—Créeme, es delicioso si se hace bien.
—Quizás algún día tu Kiara pueda convencerme. —Se llevó otro bocado a la
boca—. Besarnos sería una muy mala idea considerando quiénes somos.
Me encontré con su mirada. A la tenue luz de la lámpara de gas, el verde
azulado luminoso de sus ojos parecía el verde oscuro de las ramitas de abeto.
—¿Oponentes?
—Eso. Entre otras cosas. Sería una relación fatídica que seguramente
provocará una mierda entre la Bratva y la Camorra.
Sonreí.
—Me gustan los problemas.
Dinara sacudió la cabeza y se apoyó en los codos mientras yo terminaba la
comida.
—En serio, ¿por qué buscaste mi cercanía esta noche? Y no digas que para
besarme. Si esperas sacarme información, debo advertirte que soy muy buena
guardando secretos.
—Soy muy bueno extrayéndolos —dije, también inclinándome hacia atrás
para que estuviéramos al nivel de los ojos.
Dinara ladeó la cabeza.
—¿Eres el lobo con piel de oveja, Adamo?
—¿Te parezco una oveja? —pregunté, levemente ofendido.
—Creo que escondes tu locura Falcone mejor que tus hermanos. Apuesto a
que esos rizos de surfista y esas sonrisas encantadoras engañan a bastantes personas
haciéndoles creer que eres el chico bueno.
—Quizás lo soy.
Dinara cambió su peso a un codo, descansando sobre su costado,
acercándonos aún más. Me miró a los ojos y por un momento estaba seguro que lo
veía todo.
—Quizás quieres serlo. Pero somos quienes somos. Soy una Mikhailov y tú
eres un Falcone. Nuestros caminos no están del lado de la luz.
—Esa es la melancolía del alma rusa.
—Esa es la realidad. —Dinara dejó escapar un bostezo y cerró los ojos
brevemente—. ¿Qué hora es?
No tuve que revisar mi teléfono para saber la hora. El sol salía en el
horizonte, lo que significaba que tenía que ser alrededor de las seis en esta parte del
país.
—Las seis. Hora de dormir.
Dinara asintió.
—Temo preguntar después de toda la debacle de las pausas para ir al baño,
pero ¿tenemos la oportunidad de ducharnos durante los siete días? No estoy segura
de poder ir sin un lavado y afeitado adecuado durante tanto tiempo.
Me reí.
—Tenemos dos remolques sanitarios con duchas de camino. Mañana en
algún momento también debería detenerse por aquí.
Dinara se puso de pie y yo hice lo mismo, lo que nos acercó mucho a los dos.
Dinara se giró con una sonrisa burlona y abrió su auto, arrastrándose dentro. Se
quitó las botas y se estiró en el asiento trasero.
La forma en que se acostaba frente a mí era demasiado atractiva. No quería
nada más que meterme dentro con ella y descubrir si su piercing del vientre era la
única pieza de arte corporal que tenía.
—¿Puedes cerrar mi puerta? —Las palabras de Dinara estallaron a través de
mi burbuja. Hice lo que me pidió y, después de apagar la lámpara, me acomodé en el
asiento trasero de mi auto. No tardé en quedarme dormido. A pesar de las palabras
de Dinara, no me preocupé de que ella manipulara mi auto.

Desperté con el sonido de otro auto y me incorporé de un tirón, escudriñando


mi entorno con ojos nublados. Cuando vi el remolque sanitario, me relajé. Un
vistazo a mi teléfono reveló que era casi mediodía y había recibido diez mensajes de
Remo, Kiara, Fabiano, Savio y C.J., la mayoría de ellos preguntando por qué había
retrocedido. Por supuesto, una de las cámaras de los drones había filmado al trío
principal. Ignoré sus mensajes y salí de mi auto.
Cuando vislumbré el interior del auto de Dinara, aún estaba tumbada en el
asiento trasero, profundamente dormida. Sus palmas descansaban sobre su vientre,
sosteniendo una pistola. Dinara definitivamente tenía problemas de confianza.
También tenía una pistola en mi auto, y la había guardado debajo de la almohada en
el asiento trasero, pero no me aferraba a ella como si fuera mi cuerda de salvamento.
Me pregunté si había pensado que podría necesitarla en mi contra, o si era una
precaución más general.
Asentí hacia el tipo viajando en el remolque sanitario.
—¿Cuánto tiempo nos queda?
—Diez minutos para los dos.
Asentí, luego agarré una toalla y corrí al baño en el remolque de la camioneta.
No esperé a que el agua se caliente, no quería perder demasiado tiempo.
Probablemente Dinara necesitaba un poco más de tiempo, considerando su cabello
más largo. Eso es algo que aprendí viviendo en la mansión Falcone con las esposas
de mis hermanos.
Resistí el impulso de masturbarme mientras imaginaba a Dinara tomando una
ducha, el agua fría ayudó con eso, y en su lugar me apresuré a pasar por la ducha.
Me sequé con una toalla apresuradamente antes de ponerme unos bóxers y unos
jeans negros. Con la camisa en mi mano, di un paso hacia afuera. En los tres
minutos que me había llevado ducharme, la temperatura parecía haber aumentado
ridículamente.
Dinara debe haberse despertado por el zumbido constante del motor de la
camioneta porque esperaba frente a ella con ropa limpia y una toalla en los brazos.
Bostezó. Un poco de su rímel se había embarrado debajo de sus ojos y su cabello
estaba por todos lados, pero aún lucía atractiva. Un punto de color y emoción en
nuestro entorno árido. Arena y piedra interminables, y caminos polvorientos.
—Estaba empezando a preguntarme si tendría que unirme contigo a la ducha
antes de que se acabara el tiempo y no tuviera la oportunidad de asearme.
—Solo me tomó tres minutos. Eso te da siete lujosos minutos.
Después de escuchar su sugerencia de ducharnos juntos, lamenté no haber
prolongado mi sesión.
Dinara pasó a mi lado con una sonrisa pequeña.
—Gracias. De todos modos, no creo que ducharme contigo hubiera sido una
buena idea.
Con eso, desapareció dentro y cerró la puerta.
Exhalé, inseguro de cómo manejar el coqueteo de Dinara porque no estaba
seguro si en realidad lo decía en serio o estaba jugando conmigo. Tal vez ambos.
Pero cada día me importaba un poco menos esto último. Dos podían jugar.
Dejé que el cálido sol del mediodía me secara el cabello incluso si eso
aumentaba mis rizos. Las mujeres los amaban y prefería que me hicieran ver
diferente a mis hermanos.
El conductor ya había puesto una bolsa con provisiones en cada uno de
nuestros capós, agarré la mía y le di un mordisco al muffin de chocolate mientras
esperaba a que saliese Dinara. Cuando finalmente lo hizo, casi me atraganté con mi
bocado. Estaba vestida con sus pantalones cortos de mezclilla, botas y camiseta sin
mangas habituales, pero por primera vez desde que la conocía, su camiseta era
blanca y se le pegaba al cuerpo. Su cabello escurría agua por sus hombros y frente,
volviendo la tela transparente lentamente. Después de un saludo al conductor,
Dinara se dirigió hacia mí. Mis ojos fueron atraídos mágicamente por el contorno de
sus tetas turgentes a través de la tela transparente y el piercing en su pezón
izquierdo. Dinara tomó su desayuno y se apoyó contra el capó de mi auto.
Las comisuras de su boca se contrajeron con diversión.
—Si te molesta, espera a que el sol seque mi camiseta. No tomará mucho
tiempo.
Jamás podría dejar de ver el piercing del pezón de Dinara, ni dejar de
preguntarme cómo sería jugar con él. Solo podía imaginar lo mucho más sensible
que sería su seno.
—Es una vista agradable —comenté con una sonrisa una vez que aparté los
ojos de su pecho.
Dinara soltó una carcajada antes de tomar su propio muffin y darle un gran
mordisco.
—¿Te dolió más que el del ombligo? —pregunté finalmente, incapaz de
reprimir mi curiosidad.
Dinara asintió.
—Sí. Me dolió muchísimo, pero lo he pasado peor y en realidad me encanta
el resultado. —Cuando me arriesgué a echar otro vistazo a su seno izquierdo, me di
cuenta que el piercing tenía piedras preciosas en ambos extremos, pero la tela no me
permitía distinguir más. El sonido de la cámara de un dron nos hizo separarnos y
Dinara se deslizó dentro de su auto. Había evitado ser entrevistada hasta ahora y no
buscaba las cámaras en absoluto.
Eso no cambió durante los siguientes días. Ella y yo pasamos tres noches más
en el mismo lugar, pero cuanto más duraba la carrera menos hablamos. El
agotamiento era demasiado prominente. Pero incluso sentarse junto a Dinara frente a
la llama de gas azul se sintió bien. Disfruté de su compañía, tal vez porque me
trataba como a un chico normal, sin reverencia ni respeto. Tenía la sensación de que
no dudaría en patearme el trasero si intentaba alguna mierda.
Esperé a que volviera a hablar de su madre o mis hermanos, pero no lo hizo.
Tal vez era una táctica y definitivamente aún desconfiaba de ella. Tenía una razón
para estar aquí y, sin embargo, no podía alejarme de ella.
Aun así, en las últimas dos noches, me aseguré de mantenerme al día con el
dúo principal. Dinara y otros dos autos nos siguieron no muy lejos. Terminé
segundo, tal vez podría haber ganado si no hubiera decidido pasar unas noches junto
a Dinara, pero no me arrepiento. Ella logró terminar en cuarto lugar. Dima, cuyas
heridas lo habían obstaculizado como se esperaba, entró como uno de los últimos.
Se veía jodidamente cabreado durante la ceremonia de premiación, especialmente
cuando mi nombre fue llamado en segundo lugar.
Se paró junto a Dinara, quien observó todo con los brazos cruzados.
Ahora faltaban siete días para la próxima carrera.
Cuando bajé de la tribuna de los ganadores con una botella de champán,
Dinara se dirigió hacia mí. Me quité de encima a algunas de las chicas de los boxes
que vinieron a felicitarme y averiguar si mi postura sobre follarlas había cambiado:
no lo había hecho.
—No solo eres palabras y un gran apellido, Adamo. Sabes competir con un
auto, tengo que reconocerlo —dijo Dinara.
Sonreí.
—Gracias. No es mi único talento.
Dinara arqueó una ceja.
—Tal vez algún día me muestres tus otros talentos.
Tomé un trago de champán y luego le ofrecí la botella a Dinara.
—Cuando quieras. —Dinara tomó la botella y bebió unos tragos antes de
devolvérmela y acercarse.
—Quizás después de la próxima carrera. Hasta entonces tendré que regresar a
Chicago.
—Hasta la próxima carrera —prometí.
Sus labios rozaron mi mejilla lisa. Ayer me afeité la barba porque se había
vuelto demasiado difícil de mantener. Sus ojos capturaron los míos y maldición,
estaba perdido. Quise arrastrarla hacia mi auto, montar una tienda de campaña y
devorarla.

No había visto a C.J. en un par de semanas y me habría quedado en el


campamento y no hubiera regresado a casa después de la carrera de siete días si no
hubiera sabido que tenía que arreglar las cosas con ella lo antes posible. No se sentía
bien tenerla en segundo plano cuando mi mente seguía girando en torno a otra
persona, incluso si no estábamos en una relación. La promesa de un beso y más
había permanecido entre Dinara y yo estos últimos días y definitivamente quería
cumplir esa promesa.
En el momento en que entré al apartamento de C.J., intentó besarme, pero la
agarré por los hombros y la detuve.
—Yo…
—Hay alguien —dijo de inmediato, sonriendo con complicidad. Un indicio
de vacilación cruzó su expresión. Dio un paso atrás. Como de costumbre, solo estaba
en un negligé y por un momento, consideré retractarme de mis palabras. No le debía
nada a Dinara, y C.J. y yo no éramos exclusivos…
Aun así, me preocupaba demasiado por C.J. para mantenerla en la oscuridad.
—En realidad, no. Aún no. Tal vez nunca…
Me indicó que entre y cerró la puerta.
—Pero tu interés está despierto. Creo que es muy poco Falcone de tu parte no
dormir con nadie, incluso cuando aún no estás seguro sobre la chica.
Me hundí en su sofá con una risa oscura.
—No me hagas parecer un santo. No lo soy.
C.J. se cubrió con una bata de baño antes de sentarse a mi lado.
—Lo eres, en comparación con tus hermanos.
—No soy el chico que conociste en un principio —murmuré. Esta era una de
las razones por las que no volvía a menudo a Las Vegas. La gente siempre me
confundía con el chico que había sido, cuando había cambiado irrevocablemente a lo
largo de los años.
Sonrió con nostalgia.
—Extrañaré los orgasmos. El sexo con cualquieras nunca me hace sentir
nada.
—Deberías renunciar y solo trabajar en el bar, así puedes encontrar un novio
que te dé orgasmos.
Se encogió de hombros.
—Pronto. Hasta entonces el dinero me viene bien. ¿Aún nos veremos?
Vacilé. Quería verla porque además del sexo habíamos compartido muchas
conversaciones significativas, pero no estaba seguro si ser solo amigos sería algo
fácil. No estaba seguro de los verdaderos sentimientos de C.J. sobre mí.
—Estaré bastante ocupado con las carreras en los próximos meses, pero
quiero seguir siendo amigos.
C.J. frunció los labios.
—Adamo, soy una niña grande. Puedo ser solo tu amiga.
—¿Qué tal si vemos cómo va esto asunto de “ser solo amigos”?
Ella asintió.
Cuando salí de su apartamento una hora más tarde, un peso se había
levantado de mis hombros. Me di cuenta que mi relación sexual con C.J. me había
impedido perseguir a Dinara como quería, pero ahora ya nada se interponía.
Probablemente Dinara fuese una mala idea. Incluso más que probable, pero la
deseaba, y esto no se trataba de emociones importantes o matrimonio. Quería
divertirme y tenía el presentimiento de que Dinara se sentía de la misma manera,
incluso si también tenía motivos ocultos para buscar mi cercanía.

Algo en el comportamiento de Adamo fue diferente cuando regresó de su


viaje a Las Vegas. Parecía menos distante, y las miradas que me dirigió no
necesitaban mucha interpretación. Adamo quería meterse en mis pantalones. No
quería que no lo intentara. Adamo me atraía. Era todo lo contrario de Dima, mi
único novio, y tal vez eso formaba parte de su atractivo especial. Dima, por
supuesto, también lo notó lo que agrió su mal humor aún más desde sus resultados
desastrosos en la carrera de siete días.
Él y yo nos sentábamos en uno de los troncos dispuestos alrededor de la
hoguera rugiente en el centro del campamento después de la primera carrera desde el
circuito de siete días. Muchos de los otros corredores también estaban presentes,
charlando y bebiendo para celebrar otro día de carreras más o menos exitoso. Las
heridas de Dima habían sanado y había terminado quinto, hoy a un puesto detrás de
mí. Adamo había ganado, lo que probablemente hizo que Dima se sintiera aún más
resentido con él.
—Si sigues terminando en quinto o cuarto lugar hasta el circuito de cinco días
más adelante en el año, entonces todavía terminarás con un lugar decente en los
resultados del año.
Dima resopló.
—Sabes que no me importan los resultados. Solo estoy aquí por ti, Dinara.
Pero haces mi tarea de protegerte muy difícil gracias a la forma en que siempre te
escapas con Falcone.
—No me escapé con él. Manejaste demasiado lento para seguirnos el ritmo.
No dijo nada, solo miró las llamas fijamente. Acepté una taza con algún tipo
de ponche que preparó uno de los mecánicos. Era demasiado dulce para mi gusto,
pero a los otros corredores y especialmente a las chicas de los boxes les encantaba.
Media botella de vodka podría haberlo hecho tolerable.
Mis ojos siguieron una forma alta a medida que se acercaba a la escena.
Adamo se hundió en un tronco frente a mí con el fuego entre nosotros. Nuestras
miradas se encontraron y un escalofrío agradable recorrió mi espalda al ver la
expresión de su rostro. Sus ojos oscuros parecían negros a la luz del fuego mientras
recorrían mi cuerpo. Nunca me había sentido así: como si una simple mirada pudiera
prenderme en llamas. No estaba segura de apreciar la sensación de mi cuerpo
haciendo lo que quería.
Adamo levantó su taza, brindando conmigo. Hice lo mismo y ambos
tomamos un trago e hicimos una mueca al mismo tiempo. No pude evitar reírme y el
rostro de Adamo brilló con una sonrisa de respuesta.
Dima maldijo en voz baja y se puso de pie.
—Me voy a la cama.
—Mañana no tenemos carrera. No necesitas tu sueño reparador —le dije,
aunque quería que se vaya para poder interactuar con Adamo sin la vigilancia de
Dima. Incluso si no le debía nada a Dima, coquetear frente a él se sentía mal.
Dima asintió en la dirección general de Adamo.
—Estoy seguro que te hará compañía. —Se volvió y se dirigió hacia la
oscuridad.
Suspiré pero no lo seguí. Pronto una sombra cayó sobre mí.
—¿Está ocupado este lugar?
Miré el hermoso rostro de Adamo y negué con la cabeza.
—Es tuyo.
Se hundió, más cerca de lo que había estado Dima y nuestros brazos se
rozaron. Se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo.
—Las bebidas no son mucho mejores que la comida —comenté, con un
movimiento de cabeza hacia el ponche.
Adamo se encogió de hombros.
—Este no es un crucero de lujo —dijo—. Y no me digas que el vodka es un
placer gourmet.
—El vodka gana contra esta atrocidad dulce. ¿Y qué sabes de la cocina rusa?
Nombra un plato ruso.
Adamo entrecerró los ojos, pensativo.
—¿Sopa de remolacha?
—Esa fue una suposición afortunada. ¿Alguna vez lo has probado?
—No. La remolacha no es lo mío.
—¿Pero si la pasta blanda con salsa de queso falso?
Adamo apoyó los codos en los muslos, flexionando los bíceps de manera
distractora. Mis ojos se desviaron hacia su tatuaje estropeado de la Camorra. El
mango y la punta de la daga aún estaban intactos, pero el área de la hoja donde había
estado el ojo vigilante estaba desfigurada por cicatrices de quemaduras. Sabía la
historia general de cómo había llegado a verse así. La Organización, una familia de
la mafia italiana opositora en Chicago, lo había torturado, pero tenía curiosidad por
conocer más detalles. Sin embargo, pedir detalles podría llevar a Adamo a hacer más
preguntas personales, y eso no era algo que quisiera.
Se inclinó un poco más cerca.
—¿Qué plato ruso me harías comer si alguna vez tuviéramos una cita?
Mi corazón latió un poco más rápido. También me apoyé en mis muslos,
acercando aún más nuestros rostros.
—Pelmeni o Pirozhki. Nada mejor que hundir tus dientes en una masa blanda
para descubrir un sabroso relleno chisporroteante en su interior. —Mi voz sonó baja,
seductora. No era un tono que soliese usar para describir la comida, o en cualquier
otro momento.
No mencioné que el khachapuri era mi favorito porque se sentía demasiado
personal.
Adamo asintió y una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.
—No puedo esperar para probarlos.
Mi núcleo se tensó, tomándome por sorpresa. Nuestros ojos permanecieron
unidos y, si era posible, nuestros rostros se habían acercado aún más. La risa de una
chica me hizo retroceder. No quería que la gente nos viera tan acogedores.
—Este lugar está demasiado abarrotado. Y necesito una bebida decente. ¿Qué
tal si me acompañas a tomar un vodka en mi auto?
No estaba segura de lo que estaba haciendo. Esto nunca había sido parte de
mi plan. Adamo ladeó la cabeza.
—Lidera el camino.
Me puse de pie, sintiendo una sensación desagradable de nerviosismo. No lo
esperé y me dirigí a mi auto. Estaba estacionado en el borde mismo del
campamento, envuelto por una oscuridad total. El auto de Dima se había ido. Tal
vez lo había estacionado en otro lugar por enojo, o había ido, para variar, en busca
de un bar donde pudiera beber hasta el estupor. Estaría buscando durante mucho
tiempo.
Tomé la botella medio llena de vodka de mi maletero y me senté en el capó
de mi auto. Adamo se inclinó a mi lado. Después de un trago de la botella, se la
entregué. Nuestros hombros se rozaron y mi cuerpo reaccionó con un torrente de
sensaciones, la más destacada y sorprendente: el deseo. Tragué pesado.
Adamo me tendió la botella. La tomé y bebí un trago aún más largo.
—Está empezando a gustarme el vodka. Tal vez me gusten las delicias rusas.
Incliné mi cabeza hacia él.
—Son las mejores.
—Necesito pruebas.
Adamo tomó mi cuello, sorprendiéndome y presionó sus labios contra los
míos. Mi reacción inicial era empujarlo, incluso cuando mi cuerpo gritaba por más.
Mis dedos se curvaron alrededor de sus hombros fuertes para apartarlo, pero en
lugar de eso, clavé las uñas y me incliné aún más cerca.
La otra mano de Adamo aferró mi cadera mientras su lengua separaba mis
labios, probándome. Su beso fue dominación y fuego, y me prendió en llamas de
formas inesperadas.
La manera en que nuestras lenguas se burlaban entre sí y nuestros labios se
moldearon perfectamente se sintió como si esto fuera más que un encuentro casual.
La mano de Adamo se deslizó hacia arriba desde mi cadera, acariciando mis
costillas, extendiendo aún más fuego a su paso. Mis pezones se fruncieron contra mi
camiseta. No me había molestado en ponerme sujetador porque la tela era suelta y
mis pechos no eran muy grandes.
Las yemas de los dedos de Adamo acariciaron la parte inferior de un seno
antes de que su pulgar rozara mi pezón, descubriendo mi piercing. El calor y la
humedad se agruparon entre mis piernas ante la ráfaga de placer. Reprimí un
gemido, intentando controlar la reacción abrumadora de mi cuerpo. Su pulgar
golpeó mi piercing y un jadeo de placer brotó de mis labios. Parecía controlar mi
cuerpo con solo unos pocos toques. Mi cuerpo anhelaba más, mi cerebro exigía
control.
Control. Lo necesitaba.
Me liberé del agarre de Adamo y su beso embriagador, jadeando y
hormigueando por todas partes.
D inara pareció casi asustada por un momento, pero tal vez era la luz
del distante fuego arrojando sombras tenues sobre su rostro. Era
difícil distinguir detalles tan lejos de la única fuente de luz.
Los labios rojos de Dinara se extendieron en una sonrisa atrevida que se
disparó directamente a mi pene.
—¿Pensé que no mezclabas negocios y placer? —Su voz sonó ronca y sin
aliento. Mi corazón estaba martillando con fuerza en mi pecho y mi pene ya estaba
presionándose incómodamente contra mis jeans. No había sentido un deseo tan
fuerte en… nunca.
—No lo hago. Por lo general.
No sería la primera regla que rompía. Tenía una historia larga de cosas que no
debería hacer. Dinara parecía un buen motivo para añadir otra a la lista.
Saqué el paquete de cigarrillos de mi bolsillo trasero.
—¿Qué hay de ti? ¿Mezclas negocios y placer?
Dinara no dijo nada. La caída y elevación de su pecho eran inconfundibles
incluso en la luz tenue fluyendo desde la fogata distante, nuestra única fuente de luz.
Estábamos tan lejos de la civilización que la oscuridad era casi impenetrable fuera
del campamento. Los faros de los autos circundantes habían sido todos apagados
cuando sus dueños se fueron a dormir o se habían unido a la fogata. Dinara sacó un
porro, sus dedos temblando. No podía interpretar su reacción física a nuestro beso.
Encendió el porro y se lo llevó a la boca, haciendo que mi mente cree
asociaciones más explícitas. Resplandeció intensamente a medida que aspiraba
profundamente. Después de otra calada, me entregó el porro y tomé una inhalación
profunda, sintiendo sus efectos zumbar en mis venas. Dejé caer mi paquete de
cigarrillos sobre el capó para una calada después del sexo que con suerte necesitaría.
El sexo y las drogas habían sido mi combinación favorita durante un tiempo.
—No respondiste a mi pregunta. ¿O por qué retrocediste? Tenía la sensación
de que disfrutaste el beso más que un poco. —Sus pezones habían estado duros
como una piedra y ansiosos por llamar la atención cuando los toqué.
Dinara se inclinó más cerca y presionó su palma contra el bulto de mis
pantalones, haciéndome sisear.
—Creo que tú lo disfrutaste aún más. —Resistí el impulso de meter la mano
en sus pantalones, incluso si sabía que la encontraría empapada, lista para ser
follada.
—Lo hice, por eso no veo por qué nos detuvimos.
—Porque me gusta que las cosas sigan mis reglas —dijo Dinara
crípticamente y saltó del capó. Pensé que se iría, pero en cambio me agarró de la
mano y me arrastró hacia mi auto, que estaba aún más lejos del campamento y
envuelto en la oscuridad. La seguí y dejé que me empujara contra el capó de mi
auto. Su rostro se cernió justo delante del mío, su respiración rápida y dulce.
—¿Qué...?
Presionó un dedo contra mis labios, callándome.
Dinara se agachó y desabrochó mi cinturón con un agarre suave, demasiado
ruidoso en la noche estrellada. Nada se movió a nuestro alrededor, pero de todos
modos Dinara no parecía preocupada por ser atrapada mientras bajaba mi
cremallera. Quité el porro de mis labios y me incliné para besarla pero ella volvió la
cabeza.
—Sin besos.
Reprimí mis preguntas, preocupado por evitar que continuara cualquier cosa
que tuviera en mente. Mi pene ya estaba ansioso por su próximo movimiento. Me
quitó el porro de los dedos y dio una calada profunda antes de deslizarlo entre mis
labios. Sus manos bajaron por mi pecho y se hundió de rodillas, tomándome
completamente desprevenido. Tiró de mis bóxers y jeans hasta que mi pene se
liberó. No podía dejar de mirar la coronilla de su cabeza tan cerca de mi punta
goteando.
Sus dedos cálidos se curvaron alrededor de mi eje antes de tomar mi punta en
su caliente boca húmeda. Siseé más allá del porro y luego aspiré una profunda
bocanada de humo cuando Dinara me llevó aún más profundamente en su boca hasta
que mi punta golpeó la parte posterior de su garganta. Ella se atragantó pero no se
retiró.
—Maldición —gruñí. Tomé la parte posterior de su cabeza, pero apartó mi
mano y deslizó mi polla fuera de su boca lentamente.
—Sin tocar. Pon las manos en el capó si quieres que te siga mamando. Mis
reglas, no las tuyas. Recuerda.
Apoyé las palmas de mis manos sobre el auto y observé la cabeza de Dinara
moviéndose de un lado a otro a medida que chupaba. Su lengua rodeó mi punta
lánguidamente, lamiendo mi líquido preseminal. Deseé poder ver más de ella que la
silueta de su cabeza. Quería ver sus hermosos labios rojos alrededor de mi pene
mientras lo chupaba. Esto se sentía como un sueño. Pero incluso mis mejores
alucinaciones inducidas por drogas no habían sido tan buenas como esta.
Maldición, sus labios sobre mi polla se sintieron como el paraíso. Gemí
cuando Dinara comenzó a masajear mis bolas mientras trabajaba solo mi punta con
sus labios y lengua. Cuando comenzó a masajear el área sensible detrás de mis
bolas, el placer irradió a través de mi cuerpo y mis bolas empezaron a tensarse. No
podría aguantar mucho si seguía así. Había estado fantaseando con ella demasiado
tiempo y no estaba preparado para esta mamada sorpresa.
Echó la cabeza hacia atrás, chasqueando los labios.
Gruñí.
—Estoy cerca.
Dinara agarró mis caderas y se puso de pie. En la penumbra, la curvatura de
sus labios se burló de mí.
—Lo sé, Adamo. —Se inclinó hacia adelante y me dio un beso en la
mejilla—. Incluso un Falcone tiene que aprender a tener paciencia.
Dio un paso atrás. Estaba congelado, mis bolas todavía pulsando, mi pene
estaba desesperado por estallar a borbotones. Con una última sonrisa, se giró y se
alejó. Me quedé mirando el vaivén de sus caderas hasta que su cuerpo se fundió con
las sombras y terminó tragada por la oscuridad.
La iluminación interior de su auto se encendió, iluminando a Dinara, una
vista tentadora que ahora me atormentaba. Se deslizó en el asiento trasero y antes de
cerrar la puerta, me echó un vistazo, luego la oscuridad la absorbió una vez más.
No me habían dejado colgando, o más bien de pie desde mi primera novia,
Harper, hace muchos años atrás. Mierda, estaba jugando conmigo. La sangre aún
inundaba mi pene. Estaba jodidamente excitado como para esperar que mi erección
desaparezca pronto. Agarré mi polla con enojo y froté con fuerza, casi
dolorosamente. Si pasaba alguien, tendría un espectáculo que no olvidaría pronto.
No me tomó mucho tiempo disparar mi carga por todo el suelo polvoriento.
Empujé mi pene nuevamente dentro y subí la cremallera de mis pantalones antes de
patear tierra sobre el lugar donde sospechaba que había caído mi semen. Alcancé el
paquete de cigarrillos del capó, pero solo toqué el frío metal.
—Mierda —gruñí. Dinara no solo me había dejado parado aquí con una
maldita erección, sino que también me había robado los cigarrillos. Ya no la trataría
más con delicadeza. En la próxima carrera, conocería al verdadero Adamo Falcone
en la pista de carreras, y la próxima vez sería ella la que terminara con el coño
chorreando.

Mi espalda se estremeció con un miedo animal cuando le di la espalda a


Adamo, mis músculos tensos por la anticipación, lista para emprender el vuelo o
luchar. No era que esperara que Adamo corra detrás de mí, me agarre y me obligue a
terminar lo que había comenzado, pero mi cuerpo prefería esperar lo peor. De esa
forma, a la gente le costaba pillarte desprevenido. No sonaron pasos, ni Adamo me
llamó por sobrenombres desagradables.
Me abrí paso entre los otros autos de carrera hasta que llegué a mi Toyota.
Abrí la puerta, y luego no pude resistirme a arriesgarme a mirar por encima del
hombro al hombre que había dejado con una erección furiosa. Adamo también
estaba mirando en mi dirección. Incluso en la penumbra podía decir que aún no se
había molestado en cerrar sus pantalones.
No pensé que sería tan difícil alejarme de Adamo, ni mucho menos dejar de
chupar su pene, pero había disfrutado el juego de poder, me había extasiado,
drogado. Si había algo a lo que me costaba resistir, era un buen subidón. No había
esperado que sea así con Adamo, pero me llenó de una energía explosiva que solo
las drogas o las carreras habían logrado hasta ahora.
Me subí al asiento trasero, me quité mis botas de una patada, después cerré la
puerta de un tirón, ocultándome en la oscuridad. Puse los seguros del auto, busqué la
Glock debajo del asiento delantero y la apoyé sobre mi vientre mientras me estiraba
de espaldas. Dormir en el auto no era cómodo, pero compartir una tienda de
campaña con Dima parecía imprudente después de nuestra discusión reciente. Ni
siquiera sabía cuándo volvería, o si volvería. Quizás una vez que las cosas se
hubieran calmado. Pero en realidad prefería vigilar mi auto incluso de noche.
Muchos corredores tenían mucho que perder cuando no subían al podio. El dinero en
juego significaba la salvación para ellos, una forma de pagar a sus deudores
(probablemente también la Camorra, o tal vez la Bratva) o pagar la fianza para un
miembro de la familia. La desesperación hacía que la gente haga tonterías. No les
daría la oportunidad de cortar mis neumáticos o cortar mi manguera de freno.
Sin embargo, aún estaba completamente despierta, así que miré por la
ventana. Adamo pateó el suelo antes de también subirse a su auto. Estaba cabreado.
No pude evitar sonreír. Me pregunté cómo se vería un Adamo cabreado, cómo
correría.
Mi cuerpo anhelaba volver a él, continuar lo que había comenzado. Mis
bragas se pegaban a mí con mi excitación, algo que no había esperado de darle
placer a Adamo. Quería estar cerca de Adamo pero al mismo tiempo su cercanía me
sacudía.
Mis párpados comenzaron a caer pero permanecí consciente durante mucho
tiempo hasta que finalmente ganó el sueño.

Me despertó un golpe fuerte en mi ventana. El sol acababa de salir por el


horizonte. Mis dedos en mi arma se tensaron a medida que intentaba orientarme. El
rostro de Dima se asomó al interior. Me senté frunciendo el ceño, haciendo una
mueca de dolor por la rigidez en mi espalda de dormir medio sentada en el asiento
trasero. Desbloqueé el auto y Dima abrió la puerta de inmediato. Una ráfaga fría
golpeó mi cuerpo. En realidad era insoportable aquí en el desierto tan temprano en la
mañana.
—¿Qué ocurre? —pregunté aturdida, empujándome hacia el borde del asiento
y sacando mis piernas del auto. Los ojos de Dima estaban inyectados en sangre y
sombras oscuras se extendían debajo de ellos. Parecía como si no hubiera dormido
mucho, y probablemente bebió más de lo que estaba acostumbrado.
Me subí mis botas y me puse de pie.
Dima frunció el ceño, acercándose un paso más. Apoyó una de sus manos
detrás de mí en el techo del auto, ocupando demasiado espacio.
—Estuve ahí.
—¿Dónde? —pregunté, sin seguir su línea de pensamientos.
—Anoche.
Me sonrojé. No había hecho nada malo y, aun así, una parte de mí se sintió
culpable. Admitir debilidad no era mi fuerte, así que en su lugar me enojé.
—¿Me espiaste?
El rostro de Dima se contrajo con la misma ira.
—En realidad no intentaste esconderlo, ¿verdad? ¿Cómo pudiste hacer esto?
—Porque quise.
Dima negó con la cabeza.
—¿Chuparás la polla de cada Falcone para conseguir lo que quieres?
Mis ojos se abrieron por completo. Le di una bofetada fuerte.
—No es de tu incumbencia. No lo ha sido en mucho tiempo. Quizás deberías
recordar tu lugar. Eres mi guardaespaldas, Dima. Trabajas para mí. Recuerda tu
lugar, o mi padre te lo recordará.
Dima dio un paso atrás, el dolor reflejándose en sus ojos, lo cual solo capté
porque lo conocía mejor que nadie, pero su rostro se volvió helado y duro al
instante.
—Gracias por recordármelo. No te preocupes. No lo olvidaré de nuevo.
Se giró, y la culpa se apoderó de mí. Dima había sido mi guardaespaldas
durante siete años, el primero de varios, pero el único con el tiempo. Antes de eso,
habíamos sido amigos y después nos volvimos aún más cercanos. Nunca había sido
solo un guardaespaldas y nunca lo había amenazado con mi padre, ni lo había puesto
en su lugar.
Era una mierda auténtica disculpándome y admitiendo mis faltas, pero mis
pies se movieron por sí mismos.
—Dima —llamé, mi voz aún al borde y para nada arrepentida. Maldito sea mi
orgullo—. Espera. —La disculpa hormigueaba en la punta de mi lengua.
Dima se detuvo pero no se volvió. La tensión permanecía en sus hombros.
—¿No vas a enfrentarme?
—¿Es una orden?
—¡Detén esta mierda! Sabes que no quise decirlo así. Pero tienes que dejar
de meter tu nariz en mis asuntos personales. Si me enredo con Adamo, no es asunto
tuyo. —No había estado con nadie más desde que Dima y yo empezamos a salir
cuando tenía dieciséis años, pero él y yo nunca volveríamos a ser pareja. Incluso
cuando habíamos estado juntos, nunca se había sentido bien. Sin embargo, eso
podría tener algo que ver con mi retorcido ser y no con Dima.
Se dio la vuelta.
—Deberías saberlo mejor.
—Estás celoso, pero tienes que controlarte.
—¿Celoso? —susurró—. ¿No merezco el derecho a tener un poco de celos?
—No. Ya no.
—¿Hay algún problema? —preguntó Adamo, pareciendo alto y un poco
somnoliento detrás de Dima. Solo estaba en bóxers ajustados, revelando unos
muslos musculosos y un torso impresionante.
Nuestra discusión se había vuelto ruidosa y despertó a varias personas que
ahora asomaban la cabeza fuera de sus carpas o autos.
Al menos, ninguno de ellos hablaba ruso hasta donde sabía, así que no sabían
de lo que habíamos estado hablando.
—Vete a la mierda —gruñó Dima, con el rostro enrojecido. Agarré su brazo
para calmarlo, pero él me apartó.
Adamo lo agarró por el hombro, con expresión severa.
—¿Qué tal si llevas tu ira a otra parte? Cálmate antes de regresar. Dinara no
necesita tu mierda.
Dima se liberó del agarre de Adamo, su cuerpo tensándose de una manera
que conocía demasiado bien. Era un luchador de artes marciales, lo había sido desde
que tengo memoria e incluso había matado a un par de hombres con patadas
directas. Había una razón por la que mi padre confiaba en Dima para mantenerme a
salvo.
—Dima —gruñí, pero ni siquiera me estaba escuchando. Su mirada furiosa se
centraba en Adamo.
—No tienes por qué involucrarte, cachorro Falcone. Esto es entre Dinara y
yo, así que por qué no vuelves a tu cama y dejas de molestarme. —Finalmente se
movió como para volverse hacia mí, probablemente para continuar nuestra
discusión, pero Adamo lo sujetó del brazo una vez más. Aún se veía notablemente
tranquilo, al menos su rostro, pero en sus ojos, podía ver un fuego peligroso que
nunca antes había visto en él, y no podía negarlo: estaba fascinada por ello.
Dima se giró hacia él, intentando darle un puñetazo en la cara, pero Adamo
debe haber anticipado el movimiento. Eludió el ataque y envió un puñetazo al
costado izquierdo de Dima. Después de eso, se desató el infierno. Retrocedí unos
pasos para evitar convertirme en una víctima de su batalla de testosterona. Los
videos de las peleas de Adamo que había visto difícilmente le habían hecho justicia.
Verlo en acción ante mis ojos, ver el sudor brillando en su frente y abdominales,
presenciar el enfoque letal en sus ojos y la precisión determinada de sus patadas y
puñetazos fue un asunto completamente diferente. Era la diferencia entre ver un
precioso huevo de Fabergé en una foto o sostenerlo en tu mano, viendo de cerca el
trabajo intrincado que se le ha puesto. Adamo no era tan frágil como mi obra de arte
favorita, pero de todos modos era una obra maestra, y su arte en la lucha había
requerido igual esfuerzo, dedicación y talento. Siempre pensé que Adamo era un
luchador reacio, en los videos a veces parecía así, pero ahora, mientras
intercambiaba puñetazos y patadas con Dima, parecía que había nacido para luchar,
como si la demanda de sangre y violencia retumbara en sus venas, lo llamaba como
solía hacer mi oscuro anhelo.
Una multitud se reunió a nuestro alrededor, soltando gritos de aliento y
pronto intercambiando apuestas. El polvo se arremolinaba alrededor de la batalla,
ardiendo en mis ojos.
—¡Paren! —grité, pero no estaba lo suficientemente loca como para
interponerme entre ellos. Eran como perros de pelea. Si intentabas interponerte entre
ellos, serías a quien morderían.
Crank se tambaleó hacia nosotros, luciendo desconcertado por la escena
violenta que teníamos ante nosotros. La sangre salpicó el suelo polvoriento.
Hizo señas a dos hombres altos de cabello oscuro, probablemente miembros
de la Camorra. Mi sospecha se confirmó cuando se acercaron y vi el tatuaje en su
brazo.
Incluso ellos tuvieron problemas para separar a los dos luchadores, pero
finalmente los separaron. El ojo izquierdo de Dima comenzó a hincharse y cerrarse
otra vez cuando apenas había empezado a verse mejor después de que mi padre lo
golpeara. Su nariz también estaba rota, y escurría sangre en su camiseta blanca.
Adamo tenía un corte en la mejilla derecha. No llevaba camisa ni zapatos,
pero su piel estaba cubierta de salpicaduras de sangre y sus ojos lucían salvajes y
hambrientos. Me recordó a un depredador que había probado la sangre por primera
vez y se había vuelto adicto al instante.
Sacudí la cabeza.
—¿En serio esto era necesario?
Las chicas de los boxes susurraban entre ellas, algunas incluso me dieron
sonrisas burlonas. Les enseñé los dientes con una sonrisa peligrosa que había
heredado de mi padre. Desviaron la mirada y me encontré con los ojos de Adamo.
Se calmó y dejó de luchar contra el hombre sujetándolo.
—No tenías que defenderme de Dima. Siempre está de mi lado.
Adamo resopló.
—No me pareció así.
Lo fulminé con la mirada y me volví hacia Dima, quien se había quedado
muy quieto. Me pregunté si en realidad aún estaba de mi lado, pero no podía
imaginar que fuese de otra manera. Sus celos con el tiempo tendrían que detenerse.
Tal vez debería señalarle que había estado con algunas chicas desde que rompí con
él, y nunca hice una escena por eso.
Dima se volvió hacia el tipo que lo sostenía.
—Suéltame.
El tipo miró a Adamo, lo cual era ridículo en sí, pero por supuesto, Adamo
era el miembro de la Camorra de mayor rango presente. Después de todo, era el
cuarto después de sus tres hermanos mayores.
—Vámonos —ordenó Adamo con voz dura, y ambos hombres aflojaron su
agarre.
Dima dio un paso atrás.
—No te preocupes por mi interferencia nunca más. A partir de ahora me
ocuparé de los asuntos en Chicago.
Dudaba que en realidad me dejase de vigilar. Se mantendría cerca para poder
intervenir si pasaba algo, pero llamaría a mi padre por si acaso para decirle que
había despedido a Dima. Sin duda papá se cabrearía y trataría de convencerme de
que vuelva a casa.
—Dima, hablemos una vez que te hayas calmado, ¿de acuerdo?
No dijo nada, solo se dirigió hacia su auto.
—¡Si te pierdes una carrera, corres el riesgo de ser descalificado! —llamó
Crank, pero Dima no reaccionó. Se subió a su auto y se marchó.
Suspiré.
Adamo se pasó el dorso de la mano por su corte, sin apartar los ojos de mí. La
multitud se dispersó lentamente. Me pregunté si la noche anterior había valido la
pena la pelea con Dima. En realidad, ¿qué había logrado excepto cabrear a mi mejor
amigo, y probablemente también a Adamo? No lo había pensado bien. Reaccioné
por miedo, lo cual era una estupidez. Porque tenía ganas de perder el control, había
intentado ejercer control sobre Adamo de la manera más fácil que se me ocurrió.
Ahora había creado un lío, y mi cuerpo aún zumbaba de deseo cuando miré al
hombre frente a mí, especialmente cubierto de sangre porque había luchado por mí.
Era una cosa de damisela en apuros pensar así, sentir que me excitaba, pero
mis instintos básicos obviamente eran más fuertes que mi terquedad.
M i atención estuvo dispersa durante la carrera siguiente, así que
aunque comencé en la primera fila justo al lado de Adamo,
terminé décima. Por supuesto, Adamo había jugado un papel muy
importante en mi pésimo resultado. Se interpuso brutalmente delante de mí después
de la salida, de modo que perdí el control de mi auto brevemente y tomé un desvío
sobre el arcén accidentado de la carretera.
No es que no hubiera hecho lo mismo con otros corredores, pero hasta ahora
Adamo no me había mostrado su lado despiadado. Tenía que admitir que solo me
hizo desearlo más. No quería que nadie me mimara. Esa noche después de la carrera,
la fiesta siguiente fue bulliciosa, y pronto la mayoría de la gente se emborrachó o se
quedó dormida.
Solo había bebido un vaso del brebaje un poco menos repugnante con
Schnaps de melocotón que alguien había creado. Adamo y yo nos habíamos estado
vigilando durante toda la noche, pero no habíamos hablado. Ahora que Dima no era
mi sombra, muchos otros corredores vinieron a charlar y muchos de ellos fueron
más interesantes de lo que les había dado crédito. A medida que la multitud
disminuyó, me inquieté más. Algo en mí me instaba a buscar la cercanía de Adamo
pero me resistí.
Para mi sorpresa, me buscó cuando me dirigía de regreso a mi auto.
—¿Ya te vas? —preguntó, cerca, haciéndome saltar.
Le lancé una mirada por encima del hombro.
—Nada llamó mi atención.
Adamo me alcanzó.
—Tal vez yo pueda. Compré una botella del mejor vodka que pude encontrar
en la última licorería por la que pasamos. ¿Qué tal si compartimos un trago?
Me detuve. Desconfiaba de sus motivos, después de cómo había terminado
nuestro último encuentro para él. La confianza no era algo que entregara libremente.
Asentí, a pesar de mi desconfianza, y lo seguí hacia su auto, que estaba lejos de la
mayoría de los demás. Oscuro y aislado.
Compartimos un trago en silencio, apoyados contra el capó de su auto,
nuestros hombros rozándose una vez más. Con la música de la fiesta de fondo, por
primera vez una pieza melódica más lenta, esto se sintió casi romántico.
—¿Estás cabreado? —pregunté eventualmente.
—La vida es demasiado corta para guardar rencor.
—Ese no es un lema por el que viva.
—Estoy seguro —dijo Adamo. Se enderezó y se movió frente a mí,
elevándose sobre mi cabeza.
No me moví, solo lo miré con calma. Se inclinó muy despacio.
—Pareces como si quisieras correr. ¿Tienes miedo de volver a besarme?
—No tengo miedo de nada —murmuré—. Pero prefiero no tener que patearte
en las pelotas porque sientes la necesidad de vengar tu orgullo herido y olvidar lo
que significa la palabra no.
Adamo apoyó una mano en el capó, con lo que nuestros rostros terminaron
aún más cerca, el calor de sus labios chamuscando los míos.
—Sé muy bien lo que significa no, Dinara. No te preocupes. Y mi orgullo no
se lastima fácilmente. Pero dime, ¿te estás negando a un beso?
Debería. La última vez, me había perdido completamente en ello, pero tener a
Adamo tan cerca, especialmente su boca, nubló mi juicio. Cubrí la distancia entre
nosotros, rozando mis labios con los suyos.
Adamo no necesitó otra invitación. Tomó el control del beso de mis manos y
lo dejé, demasiado delirante por cada golpe de su lengua.
Dormir con Adamo nunca había sido parte del plan. Tal vez si hubiera sabido
más sobre él, sobre sus lados oscuros, que me llamaban en voz alta porque
reflejaban la oscuridad profunda dentro de mí, podría haber anticipado que llegaría a
esto. Su agarre en mi cuello se apretó a medida que profundizaba nuestro beso.
Sabía a pecado y oscuridad, y podía besar de una manera que nunca había
considerado posible. Mi cuerpo hormigueaba por la simple fricción de nuestros
labios, por la caricia suave de su lengua y su sabor. Pronto el hormigueo se convirtió
en una necesidad pulsante y mis bragas se empaparon. Me estaba perdiendo
nuevamente en Adamo, perdiendo el control de mi cuerpo. Volví a prestar atención,
forzando a mi mente a concentrarse y sometiendo mi cuerpo a sus órdenes. Nunca
había sido difícil. Había practicado el control durante años, dependía de él.
Me estiré para agarrar el cinturón de Adamo y lo desabroché, apartando mi
boca de los labios peligrosos de Adamo. Alcancé su pene que estaba intentando
romper la tela de sus bóxers, pero agarró mi mano y atrapó mis labios en otro beso.
—Mi turno. Tengo algunos problemas de confianza cuando se trata de ti y mi
polla.
No pude evitar reírme contra su boca, pero entonces su caliente y hábil
lengua trazó la comisura de mis labios antes de sumergirse en mi boca una vez más.
La mano de Adamo acunó mi seno a través de mi camiseta. Por supuesto, no estaba
usando sujetador. Era una copa A, así que rara vez veía la necesidad de hacerlo.
Ahora deseaba haberlo hecho porque, como la última vez, Adamo comenzó a jugar
con mi piercing, enviando ráfagas de placer a través de mi cuerpo. La otra mano de
Adamo abrió el botón de mis pantalones cortos antes de deslizarse dentro,
acariciando mi hendidura. Como una almeja que se cierra para protegerse, mi mente
hizo lo mismo, apartándome del toque. La mano de Adamo se deslizó por debajo de
mis bragas, tocando la piel, pero fui testigo de todo a través de una niebla, apenas
notando el toque. Tenía el control de mi mente y cuerpo, concentrándome en el
tatuaje en el antebrazo de Adamo, siguiendo sus intrincadas líneas rotas por
cicatrices de quemaduras. Lo feo y hermoso convirtiéndose en uno.
Hice lo que siempre hacía. Divagué, seguí los movimientos habituales, gemí
de vez en cuando, luego me arqueé cuando pensé que era hora de un orgasmo
porque Adamo me había acariciado por un tiempo. Nunca tenía mucha paciencia
para prolongarlo. No me importaba si pensaban que me corría demasiado rápido.
Las cejas de Adamo se fruncieron cuando levantó la vista a mis ojos. Algo en
su expresión pasó de la pasión a la realización y después a la ira.
Adamo estampó la palma de su mano en el capó, gruñendo:
—¿Qué carajos fue eso?
Salté y entrecerré los ojos, sorprendida por su arrebato.
—¿De qué estás hablando?
—Eso fue jodidamente falso. Cada maldito gemido, y también ese maldito
orgasmo. No te corriste, ni siquiera estabas cerca, sin importar lo fuerte que gemiste.
Cuando toqué tu coño por primera vez, estaba goteando y luego se secó como el
suelo debajo de nosotros. No soy idiota, y reconozco un orgasmo femenino.
—¿Entonces ahora sabes si tuve un orgasmo? Podrías ser un Falcone, pero no
sabes ni mierda de mi cuerpo.
El calor subió a mis mejillas al ser atrapada, pero no iba a dejar que Adamo
me arrincone. No le debía un orgasmo.
Adamo pareció lívido.
—Eso es pura mierda, Dinara. No me mientas. Reconozco un puto orgasmo y
ese no fue uno —gruñó—. ¿Por qué lo fingiste?
Lo fulminé con la mirada, intentando bajarme del capó, pero él permaneció
entre mis piernas, con los brazos a ambos lados de mis muslos.
—Responde la maldita pregunta.
—No te debo una mierda.
—¿Es porque crees que no puedes correrte con un chico?
¿Dima había mencionado alguna mierda de mí? Probablemente algo sobre mí
siendo frígida o algo así. La culpa me atravesó. Dima no hablaría mal de mí, y
definitivamente no hablaría de sexo con Adamo.
—Jódete.
Adamo se acercó mucho más.
—¿O tienes miedo de perder el control, Dinara? —Me tensé porque dio en el
clavo—. Lo tienes —dijo en voz baja como si esto revelara otra pieza del
rompecabezas. El gran rompecabezas de Dinara Mikhailov que tanto quería resolver.
Me pregunté qué pensaría una vez que colocara la última pieza. No era una obra
maestra que alguien mostraría en un marco. Era una cosa desastrosa que la gente
guardaba en el garaje o en el sótano.
—No tengo miedo de nada —respondí enfurecida. Había vivido demasiados
miedos para doblegarme ante ellos.
Adamo sacudió la cabeza, viendo a través de mí como nunca nadie lo había
hecho. Inclinó la cabeza, buscando más de esa oscuridad que intentaba reprimir. No
era ajeno a los horrores conociendo la historia de su familia, pero algunas cosas iban
más allá con lo que las personas se sentían cómoda. Me preocupaba que se diera
cuenta que era una de esas cosas.
Esto no formaba parte del plan. Él era un medio para lograr un fin.
¡Contrólate!
Agarré su cuello y lo besé con dureza, queriendo callarlo y evitar que me
siguiera mirando así. Me hacía querer cosas que en este momento no podía
permitirme, tal vez nunca.
Adamo se apartó de mi boca bruscamente. Metió la mano entre nosotros y
deslizó dos dedos a lo largo de mi hendidura.
—No quiero un maldito orgasmo falso. Quiero que uno real y voy a
ganármelo, y perderás el puto control, Dinara.
Nunca me había corrido con Dima, pero nunca lo había mencionado, aunque
estaba casi segura que lo había notado. Tampoco era estúpido y me conocía incluso
mejor que Adamo. No era que no hubiera disfrutado muchas de las cosas que Dima
y yo habíamos hecho, pero nunca me había permitido dejarme caer por completo,
entregar el control de mi cuerpo a otra persona. Nunca más.
Me encontré con la mirada feroz de Adamo. Por alguna razón, algo en él
obligándome a arrojar la precaución al viento.
—Puedes perder el control conmigo —murmuró—. Estás a salvo.
Sonreí con ironía. Estás a salvo era algo que me habían dicho antes, pero ya
no era esa chica y Adamo no era un demonio de mi pasado. Adamo hundió sus
manos en mis pantalones y las deslizó por mis piernas con mis bragas, dejándome
desnuda sobre el capó del auto. No era tímida con mi cuerpo o una mojigata que
tuviera problemas para estar desnudo con los demás. Los viajes desnudos al sauna
con familiares y amigos no eran infrecuentes en mi familia y, sin embargo, me sentí
vulnerable cuando me senté frente a Adamo. Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo
hasta mi coño. Tenía razón. Estaba seca como el aire que nos rodeaba. La humedad
que su beso había evocado había terminado desterrada por mis miedos. Necesitaba
otra vez ese beso, ese sabor de Adamo. Lo agarré por el cuello y lo acerqué más. Su
mano sujetó mi cuello y su boca se presionó contra la mía finalmente, su lengua
despertó mi cuerpo una vez más. Pronto una pulsación familiar inundó mi núcleo.
Mi mente gritó para mantener el control y como si Adamo pudiera sentirlo, se apartó
un poco, sus labios aún tan cerca que rozaron los míos cuando habló.
—Quédate conmigo —ordenó, luego más suave—. Quédate. —Sus ojos
oscuros me inmovilizaron, me mantuvieron en el presente, sin forma de escapar.
Deslizó dos de sus dedos en su boca, mojándolos antes de presionarlos contra mi
clítoris ligeramente. Se deslizaron sobre mi manojo de nervios fácilmente con la
humedad adicional y pronto un hormigueo se extendió a través de mí. Chupó mi
labio inferior en su boca a medida que sus dedos se deslizaban suavemente de arriba
hacia abajo por mi hendidura, frotándome hasta que cada terminación nerviosa de
mi coño despertó.
Mi respiración se aceleró, mi cuerpo poniéndose más tenso. Un nudo se
apretó peligrosamente con cada estocada de los dedos de Adamo y él era el único
que podía soltarlo. Controlaba mi cuerpo, cada sensación deliciosa que
experimentaba. Reunió la humedad entre mis pliegues y la extendió sobre mi
clítoris, rodeándolo. Su respiración ahora también se estaba acelerando. Nunca me
quitó sus ojos de encima mientras me conducía más alto. Las sensaciones se
volvieron abrumadoras, el nudo a punto de estallar.
—Sí —gruñó Adamo, sus ojos pareciendo negros en la oscuridad, como si
pertenecieran al diablo con el que había hecho un pacto.
Hundió dos dedos y los retorció. Respiré de forma entrecortada, al borde de la
caída. Mi mente gritaba por control, mi cuerpo por liberación.
Retorció sus dedos con cada embestida, golpeando un delicioso punto
profundo dentro de mí. Mis pestañas se agitaron, queriendo caer y hundirme aún
más en la sensación, pero permanecí clavada en el momento. Su mirada sostuvo la
mía a medida que me follaba con profundos movimientos precisos. Se me escapó un
gemido, sin planificarlo, sin forzarlo. Escapó de mis labios como un suspiro de
alivio.
Mis paredes internas comenzaron a hormiguear como nunca antes,
comenzaron a tener espasmos y apretarse alrededor de los dedos de Adamo. No
podía contenerme. Clavando mis talones en el trasero de Adamo, me arqueé hacia
atrás sobre el capó mientras el placer se apoderaba de mí, arrancando cualquier pizca
de control de mi cuerpo. Grité, arañando a Adamo casi frenéticamente. Adamo
bombeó sus dedos más rápido, obligándome a soltar más gemidos y gritos. No pude
dejar de temblar hasta que los dedos de Adamo se detuvieron finalmente.
Permanecieron dentro de mí, como si Adamo se hubiera encajado en mi mente, mi
cuerpo, cada parte de mí.
Después, con mi cuerpo zumbando, mi respiración ronca, miré hacia el cielo
nocturno. Ninguno de los orgasmos que me había dado a lo largo de los años había
sido tan intenso. Mis sentidos regresaron muy despacio. Adamo cernido sobre mí.
—Esto fue un orgasmo, Dinara.
Perdí el control. Mi pecho se contrajo. Lo empujé con fuerza y él cedió,
dando un paso atrás. Un bulto cubría sus pantalones. Se llevó los dedos, cubiertos de
mis jugos, a la boca y los lamió con una sonrisa maliciosa. Mi núcleo se apretó,
queriendo más, completamente hipnotizada por las sensaciones atenuándose
lentamente en mi cuerpo. Salté del capó, me subí los pantalones cortos y las bragas
antes de salir corriendo hacia mi auto. Dentro de él, con la puerta bloqueada, mi
corazón comenzó a ralentizarse.
Adamo aún estaba parado frente al capó de su auto. Otra vez lo dejé con la
polla dura. Solo que esta vez no me sentí como la ganadora de nuestro juego. Toqué
mis bragas, que estaban completamente empapadas, luego aparté mi mano y me
recliné en el asiento.
—Mierda. Maldita sea, Adamo.
Cualquier cosa que estuviera pasando entre nosotros podría volverse
peligrosa, pero sabía que no podía mantenerme alejada o reconstruir mis viejas
barreras. Quería más de lo que Adamo me había dado incluso si me asustaba.

No era una cobarde, no me habían criado para serlo y no me permitiría


convertirme en una, de modo que no evité a Adamo como parte de mí quería hacer
después de mi huida. En su lugar, me hundí junto a él en el tronco la noche siguiente
y le tendí un paquete de cigarrillos sin abrir. Era mi ofrenda de paz. Lo aceptó.
Aunque necesité aún más coraje para sostener su mirada porque me dio la sensación
de que podía ver aún más en mis ojos que el día anterior. Todos los días desenredaba
otra parte de mí, y yo seguía desgastando inútilmente sus barreras. No hablamos,
solo escuchamos a la banda improvisada que algunos corredores habían reunido.
Una de las chicas del box tenía una voz asombrosa, que inundó la noche con más
calidez que el fuego. Era mucho después de la medianoche cuando la mayoría de la
gente se había ido a dormir.
—¿Tienes más de ese vodka de ayer en tu auto? —Me escuché decir.
—Ayer bebí un poco por frustración, pero aún queda suficiente —respondió
Adamo en voz baja. Nos enderezamos y caminamos hacia su auto. La gente había
empezado a hablar de nosotros. Los rumores circulaban. Éramos un círculo pequeño
y los chismes eran imposibles de reprimir. No me importó. Mi reputación era mi
menor preocupación. Este no era mi hogar, y esos no eran amigos o familiares.
Antes de que Adamo pudiera alcanzar la botella, hundí mis dedos en su
camisa y lo acerqué más. No se resistió pero tampoco bajó la cabeza. En lugar de
eso, me miró.
—¿No has terminado de jugar?
—No estoy jugando. —Al menos no el juego que podría sospechar.
—La última vez me dejaste ahí parado con una erección.
—Lo hice. Pero no volveré a hacerlo.
Se inclinó más cerca.
—¿Estás segura de eso? Van a salirme callos por masturbarme.
Me reí pero sin previo aviso, el beso de Adamo me estrelló contra el auto. La
pasión estalló entre nosotros, borrando cualquier sentido de precaución. Nos
arrancamos la ropa el uno al otro. Adamo abrió la puerta bruscamente, ya bajando
mis pantalones cortos de mezclilla, y con ellos, mis bragas. Me los quité un
momento antes de empujar a Adamo al asiento trasero. Quería, necesitaba estar en
control. El pene de Adamo se alzaba firme cuando rodó un condón sobre él con
impaciencia. Me hundí en él y aspiré profundamente ante la sensación de plenitud.
Había pasado más de un año desde que estuve con Dima y eso había sido muy
diferente. Los dedos de Adamo se clavaron en mis caderas y comencé a moverlas.
Mis labios chocaron con los suyos a medida que lo montaba. Empujó hacia arriba,
conduciéndose aún más profundo, intentando hacerme ceder el control.
Mis uñas se hundieron más profundamente en su pecho, una advertencia.
Adamo agarró mis nalgas y luego nos dio la vuelta. Los Falcones nunca renunciaban
al control. Me empujó al asiento trasero con su cuerpo mucho más fuerte y se
estrelló dentro de mí. Cada embestida de él arrancó otra pizca de control. Con él
encima de mí así, no tenía forma de recuperarlo.
Estaba perdiendo el control. Fuera de control.
Mi garganta se apretó de inmediato. Apreté los puños y el placer se convirtió
en dolor. Adamo tomó mi mejilla y mis ojos se clavaron en los suyos. La
preocupación nadaba en sus ojos oscuros. Veía más profundo de lo que se suponía,
veía cosas que nadie más debería ver. No se suponía que debía hacerlo.
—No te detengas —espeté, sin querer parecer débil. No era frágil ni
vulnerable, no quería que me tratara como tal.
Mis pulmones se contrajeron. Mi cuerpo más fuerte que mi voluntad de
hierro.
Adamo se dio la vuelta, llevándome con él, de modo que una vez más estaba
encima de él. Después de un momento para estabilizarme, clavé mis uñas en su
pecho y retorcí mi cadera, conduciendo su pene profundamente dentro de mí. Me
incliné y lo besé con fiereza, mis ojos cerrándose con fuerza contra su mirada
inquisitiva. Sus palmas acunaron mis senos, y sus dedos tiraron de mi piercing.
Jadeé, mis ojos abriéndose de golpe.
—Me encanta ese piercing.
Mis labios se abrieron cuando lo sacudió de nuevo y mi coño se apretó con
fuerza a su alrededor. Me estaba acercando más y más, sin forma de detenerme, y
por una vez no intenté luchar por el control de mi cuerpo. Lo dejé liberarse incluso
si me asustaba.
Las caderas de Adamo se movieron hacia arriba a medida que yo las giraba.
Agarré sus hombros, mis ojos abriéndose por completo cuando una ola de placer me
atravesó. No podía detenerla, solo podía someterme a su fuerza. Grité, mi vientre
contrayéndose, mis pezones endureciéndose aún más. Casi me desmayo cuando la
polla de Adamo se expandió bajo su propio orgasmo.
Caí hacia adelante, abrumada. Mi rostro se presionó contra su pecho mientras
respiraba bruscamente, respiración tras respiración fuerte. La mano de Adamo se
deslizó gentilmente por mi espalda. La caricia se sintió bien, le dio un ancla a mi
interior tumultuoso. Me permití disfrutar de su toque y nuestra aún conexión íntima.
Podría haberme quedado así para siempre, escuchando los latidos acelerados
de su corazón, pero al final me senté. Adamo aún estaba enterrado dentro de mí,
pero se ablandó lentamente. Me levanté y me arrastré hacia atrás, saliendo del auto.
Adamo no intentó detenerme. No dijo nada en absoluto, solo se quitó el condón y lo
anudó. Busqué mi ropa a tientas en la oscuridad cercana y me la puse torpemente.
Estaban polvorientas y pegadas a mi piel sudada.
Miré a Adamo y, una parte de mí quiso quedarse nuevamente, volver a
meterme en su auto y estirarme en el asiento trasero junto a él. Confiaba en ese lado
de mí incluso menos de lo que confiaba en Adamo.
No estaba segura qué decir. Nunca había follado con alguien con quien no
estuviese saliendo, y no sabía cómo manejar a Adamo, o mis sentimientos. Al final,
me giré para alejarme.
—Buenas noches, Dinara —dijo Adamo, antes de estar fuera del alcance del
oído.
H asta que volví a ver a Adamo al día siguiente, no estaba segura de
cómo reaccionaría. Si intentaría devolver nuestra relación a un
estado menos íntimo. Sin embargo, en el momento en que se unió a
mí en la mañana con su propio plato mientras yo comía mi avena y comió a mi lado
tranquilamente, supe que no quería dar un paso atrás. Quería más.
—¿Estás bien? —preguntó Adamo finalmente.
Entrecerré mis ojos.
—¿Por qué no debería estarlo?
Adamo se encogió de hombros.
—Pensé que me evitarías ahora. Pero parece que me equivoqué.
—¿Preferirías que te ignore?
—Preferiría que esta noche volvieras a acompañarme a mi auto.
Reprimí una sonrisa.
—Es un trato.
Adamo y yo no perdimos mucho tiempo cuando llegué a su auto. Nos
besamos como si fuéramos amantes perdidos hace mucho tiempo con un tiempo
limitado para disfrutar el uno del otro. Quizás eso no estaba muy lejos de la verdad
porque el tiempo definitivamente no estaba a nuestro favor. Era rusa. Él era italiano.
E incluso si el campamento de carreras podría haber difuminado algunas líneas,
nuestras familias estaban en guerra.
Adamo nos hizo retroceder hacia su auto y me subió al capó sin dejar de
besarnos. Sus dedos encontraron mi piercing, luego tiró de la camiseta por mi
cabeza y se retiró del beso solo para bajar sus labios a mi seno. Su lengua jugueteó
con mi pezón, agitando el piercing de un lado a otro y con fuerza. Solté un jadeo
fuerte, mis piernas separándose por sí solas. Adamo presionó una palma contra mi
entrepierna. Me pregunté si podía sentir mi humedad incluso a través de las capas de
tela.
Mis dedos se presionaron en el capó, mi respiración tornándose en ráfagas
breves. Cada músculo de mi cuerpo se tensó y mi corazón latía salvajemente en mi
pecho. Adamo dio un paso atrás y casi protesté hasta que mi orgullo me cerró la
boca de golpe.
Adamo abrió el botón de mis pantalones cortos de mezclilla, los deslizó hacia
abajo junto con mis bragas y se puso en cuclillas frente a mí. Me echó un vistazo. Su
rostro estaba envuelto en sombras, pero sabía que estaba esperando que yo le dé el
visto bueno. Después de ayer, sus acciones habían sido más cautelosas. No quería
que se contenga. No era frágil.
Mi garganta estaba seca, demasiado seca para hablar. Abrí mis piernas
ampliamente. No lo haría a medias. Estaba empapada por el hombre que tenía
delante. Su lengua trazó una línea húmeda a lo largo de la parte interna de mi muslo,
poniéndome la piel de gallina y haciéndome temblar. Me pregunté si podía sentir las
arrugas del pasado en mi piel. Hasta ahora no las había mencionado. Un hombre con
tantas cicatrices como él podría haber aprendido a no hacer preguntas sobre las
marcas de otras personas.
El aire de la noche se sintió frío contra mi centro empapado. No aparté los
ojos de Adamo, no me recosté. Esta posición me daba una sensación de control
incluso si Adamo pronto me lo arrancaría. Pasó a mi otro muslo y arrastró su lengua
a lo largo de mi piel sensible allí.
—¿Cuándo vas a lamerme? —pregunté, pero mi voz careció del sarcasmo y
la bravuconería que quería poner en ella. Quería sentir su lengua en mí, dentro de
mí.
—Pronto —respondió Adamo con voz ronca, y su siguiente exhalación pasó
como un fantasma sobre mi coño mojado. Me mordí el labio, tensa por la
expectativa y la ansiedad. La idea de perder el control como la última vez aún me
oprimía el pecho, pero mi cuerpo pedía más, más fuerte que cualquier duda y
ansiedad.
Y entonces, la lengua de Adamo se deslizó sobre mi hendidura lentamente,
trazando alrededor de mi clítoris antes de separar mis pliegues con solo la punta de
su lengua. Mis dientes se hundieron en mi labio inferior a medida que su punta
acariciaba mi piel sensible, profundizando muy despacio hasta llegar a mi entrada.
Mi cabeza cayó hacia atrás por un momento, mis ojos se abrieron de asombro ante la
sensación que Adamo creaba con un roce de su lengua. Rodeó mi abertura, su
respiración ahora más audible. Sus labios se cerraron alrededor de mis pliegues
sensibles, succionando, e inhalé bruscamente.
—¿Te gusta? —murmuró Adamo después de un rato, su voz cargada de
deseo. Como para enfatizar su pregunta, deslizó su lengua hacia arriba y empujó mi
clítoris.
—No hables —mascullé entre dientes—. Lámeme.
Sus dedos acunaron mis nalgas y, de hecho, se sumergió. Menos gentil, más
fuerte. Su lengua separó mis pliegues, buscando mi entrada, zambulléndose. Se
movió de arriba hacia abajo, despertando cada terminación nerviosa. Mi lujuria
escurría y Adamo la lamió, haciéndome gemir.
—Haz eso otra vez —susurré, casi delirando por las sensaciones.
Adamo me abrió más y pasó su lengua por mi abertura lentamente. Mis dedos
tiraron de su cabello mientras lo veía sacar más de mis jugos y darse un festín con
ellos. Mis caderas se mecían inquietas. Adamo alzó la vista, encontrándose con mi
mirada a medida que seguía devorándome, sus labios brillantes con mi lujuria y sus
ojos hambrientos por más. Mi agarre en su cabello se apretó aún más cuando mi
núcleo comenzó a sufrir espasmos. Adamo cerró sus labios alrededor de mi clítoris
mientras empujaba dos dedos dentro de mí, y un temblor recorrió mi cuerpo,
llevándose cualquier pizca de control con él. Grité, empujando mi coño aún más
fuerte contra la cara de Adamo, quien aceptó la invitación con un gruñido,
succionando más fuerte y hundiendo sus dedos aún más profundamente en mí.
Cabalgué sobre sus dedos y su rostro, casi llorando de placer. No me importó quién
escuchara, no me importó nada más que esta sensación de libertad que sentí.
Caí hacia atrás, completamente exhausta. Pasé mis dedos por el cabello
despeinado de Adamo, más gentil ahora mientras salpicaba besos sobre mi coño.
Parpadeé hacia el cielo, preguntándome qué era esto. Adamo apareció en mi línea de
visión. Pasé mi palma por su barba que estaba mojada con mis jugos. Su expresión
rebosaba lujuria y el bulto en sus pantalones lucía impresionante.
—Date la vuelta —dijo Adamo.
No protesté. En lugar de eso, me di la vuelta hasta que mi estómago descansó
sobre el cálido capó del auto y mi trasero sobresalió hacia Adamo. Acarició mis
nalgas antes de frotar su punta sobre mi abertura. Me arqueé contra él.
—Fóllame, Adamo. Fóllame como si fuera en serio.
Adamo se inclinó hacia adelante, trazando los bultos de mi columna con su
lengua. Su punta gruesa se hundió en mí. Intenté retroceder, pero el agarre de
Adamo en mis caderas me mantuvo en el lugar a medida que empujaba lentamente
hacia mí con solo su punta.
—Más profundo —jadeé.
—Paciencia. Yo hago las reglas.
Extendí la mano hacia atrás, acunando sus bolas y apretándolas. Siseó bajo en
su garganta.
—¿Así es cómo quieres jugar? —gruñó.
—Sí —respondí con voz ronca mientras él seguía tentándome con su punta.
Adamo se retiró y luego, sin previo aviso, se estrelló contra mí, llenándome
hasta el borde.
Grité ante la sensación de estiramiento, a punto de ser doloroso. Adamo era
increíblemente grueso y largo. Su punta tocó el profundo punto delicioso dentro de
mí.
—¿Eso es lo que quieres? —preguntó Adamo con voz ronca.
Giré mi cabeza para mirarlo a la cara.
—Quiero que me folles hasta que mis piernas cedan y me corra por todo tu
auto.
Sus ojos destellaron con una lujuria cruda y luego se embistió aún más fuerte
contra mí. Su auto se sacudió bajo nosotros y por una vez perdí todo sentido de
control y no me asustó.

En ocasiones pensaba que había descifrado a Dinara, pero entonces sucedía


algo que me desconcertaba por completo. Como su ataque de pánico cuando estuve
encima de ella cuando follamos por primera vez. No habíamos hablado de eso, y no
había vuelto a suceder en las dos semanas siguientes, a pesar de que follamos todas
las noches. Sin embargo, nunca estuve arriba. O las cicatrices finas en la parte
superior de sus muslos, primero las sentí con las yemas de mis dedos y luego con la
lengua. Cuando sus pantalones cortos se subían y el sol golpeaba su piel
directamente, ahora también las veía.
Dinara era un enigma que estaba desesperado por comprender. No le había
vuelto a pedir más información a Remo. Por alguna razón, ahora que Dinara y yo
nos acercamos, se habría sentido mal hurgar en su pasado sin su permiso.
Obviamente no quería compartir cosas conmigo. Quizás eventualmente lo haría.
El calor en la tienda era casi insoportable. El sol había sido implacable
durante el día e incluso la noche no había brindado mucho alivio.
Dinara rodó alejándose de mí y se estiró sobre su espalda, respirando con
dificultad. Nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor por el sexo y el calor.
—¿Alguna vez me dirás por qué estás aquí en realidad?
Dinara rodó sobre su costado, acercándonos una vez más. Me giré para
enfrentarla. Mechones de su cabello rojo se le pegaban a las mejillas y frente.
—Me sorprende que Remo no te haya contado todo.
—Remo tiene un extraño conjunto de reglas y le gusta jugar conmigo —dije,
luego me encogí de hombros—. Pero en realidad no he intentado sacarle
información desde que esto entre nosotros comenzó.
—¿Esto? —preguntó Dinara, trazando mi tatuaje de la Camorra desfigurado.
Lo hacía cada vez después del sexo, obviamente fascinada por su apariencia o tal
vez solo por la historia detrás de ello. Alzó los ojos—. ¿Qué es esto entre nosotros?
—Tú dime. Creo que solo tú sabes lo que quieres en realidad.
—¿Qué quieres tú, Adamo?
Me apoyé en mi codo y recorrí su pómulo. Ella me permitió hacerlo, por una
vez, sin alejarme, sin buscar la seguridad de su propio auto después de dormir
juntos.
—Quiero conocerte mejor. No solo tu cuerpo, sino tu mente, tu pasado, tu
oscuridad.
Dinara sonrió con amargura.
—No, no es así. No si te gusta la versión de mí que has conocido hasta ahora.
—Déjame decidir eso por mi cuenta. Dudo que haya algo que pueda hacerme
verte bajo una luz diferente. Y si lo que albergas es oscuridad, tengo más que
suficiente de la mía, así que no huiré de eso.
Dinara miró hacia el techo de la tienda. Acaricié su vientre y jugué con su
piercing.
—¿Qué es exactamente?
Me miró horrorizada.
—¿No me digas que no sabes lo que es un huevo de Fabergé?
—Es un huevo ruso.
Sacudió la cabeza exasperada.
—Es arte e historia. Un diseño intrincado.
Me incliné sobre su vientre para mirar más de cerca el pequeño huevo que
colgaba de su piercing. Era rojo con decoración dorada.
—¿Es original?
—Fue hecho a medida para mí por los mismos fabricantes que crean los
huevos Fabergé más grandes.
—Pero ¿por qué elegiste eso para un piercing?
Sus cejas se fruncieron.
—Es parte de mi historia. Mi padre me ha regalado un huevo de Fabergé
todos los años desde que nací y los guardo en una vitrina en mi habitación.
—Nunca te había considerado una entusiasta del arte, especialmente este tipo
de arte tradicional. Te pareces más al tipo de chica de Andy Warhol o Jackson
Pollock.
—Te equivocas.
—Porque no me cuentas lo suficiente de ti.
—Tú tampoco eres exactamente un libro abierto.
Incliné mi cabeza.
—¿Qué quieres saber?
—Hay tantas cosas que, es difícil elegir solo una —dijo, pero entonces su
mirada se posó en mi antebrazo—. Tu cicatriz de quemadura. ¿Por qué no lo
removiste con láser y rehiciste el tatuaje de la Camorra?
Las sombras oscuras de mi pasado tomaron forma. Extendí mi brazo para que
así pudiera ver mi tatuaje, el cuchillo con el ojo y el lema la Camorra en italiano.
Pero la mayoría de las palabras eran ilegibles, retorcidas y distorsionadas por las
marcas de quemaduras al igual que el ojo.
—Ese día me cambió. Despertó un lado de mí que pensé que no existía. El
tatuaje en su estado desfigurado es mi recordatorio y también una advertencia de lo
que acecha debajo.
En las primeras semanas y meses después de mi captura y tortura, había
despertado con pesadillas todas las noches. Nunca antes me habían despojado de mi
poder de esa manera, dejándome a merced de otra persona. Antes de ese día, pensé
que estaba a merced de Remo y sujeto a sus estados de ánimo. Pero después, me di
cuenta de lo equivocado que había estado. Remo nunca quiso hacerme daño. Me
cuidó a su manera retorcida. Fue necesario estar en manos del enemigo para
comprenderlo.
—¿Nunca buscaste venganza por lo que te han hecho? ¿El dolor que te
infligieron? La Organización te buscó para castigar a tu hermano. Aún eras joven.
No me sorprendía que Dinara supiera los detalles. Después de todo, Grigory
lo sabía todo y, obviamente, no le importaba compartir información con su hija.
Quizás los jefes de la mafia rusa no mimaban a sus hijas tanto como los italianos.
De vez en cuando había soñado con la venganza, especialmente al principio.
Me había pasado horas imaginando cómo sería tener a uno de mis torturadores en
mis manos y hacerles lo que me habían hecho, pero al final dejé de obsesionarme
con la venganza.
—Dejé el pasado atrás. No necesito venganza. No me importa lo que pase
con la Organización. Nino y Remo se encargan de ellos. No creo que la venganza
ayude a nadie.
—No puedo creer que no estés furioso —susurró.
—Lo estoy. Pero estoy canalizando la ira que aún queda de ese momento en
las carreras y las peleas. Eso es suficiente.
No era del todo verdad. Ese día había despertado algo que tenía cada vez más
problemas para reprimir. Mi lado oscuro: un lado que a menudo aún temía y
despreciaba. Sin embargo, los raros momentos de aceptación y paz que me habían
traído me asustaron aún más.
Trazó la cicatriz de mi quemadura. La piel no era sensible al tacto o al dolor,
pero la que la rodeaba lo era aún más. Cuando las yemas de los dedos de Dinara se
deslizaron más arriba, descubriendo una pequeña cicatriz en mi bíceps y luego las
cicatrices en mi pecho, la piel de gallina recorrió mi cuerpo.
—¿Estas también son de tu tortura?
—No todas. Un par. El resto son de peleas y de mi tiempo en Nueva York
con la Famiglia.
—Creo que es extraño que tu hermano confiara lo suficiente en otra familia
como para enviarte allí. Incluso cuando mi padre hace las paces con los otros, eso no
significa que confíe en ellos lo suficiente como para enviar allí a alguien que le
importa.
—Le pedí a Remo que me envíe allí. Necesitaba alejarme de mis hermanos,
de su sombra y su protección. En Nueva York, no me trataron de manera especial.
Era un don nadie. Tuve que hacer el trabajo sucio y su Capo me castigó cuando me
equivoqué.
—Sin importar adónde vayas, jamás eres un don nadie, Adamo. Incluso si
estás lejos de tus hermanos y Las Vegas, tu apellido tiene peso, como el mío.
Llevamos nuestros apellidos como carga y escudo. La única forma de ser anónimos
es adoptar un nombre nuevo y convertirnos en otra persona.
—¿Alguna vez has considerado hacer eso? ¿Dejar atrás a tu padre y a la
Bratva? ¿Empezar de nuevo?
Dinara negó con la cabeza.
—Está en mi sangre. Es parte de mi vida. No me gustan todos los aspectos de
esa vida, pero no quiero huir de ella —dijo, trazando mis cicatrices.
Le hablé de cada cicatriz y cuando finalmente me quedé en silencio, su rostro
estaba a centímetros del mío. Pasé la palma de mi mano por la parte superior de sus
muslos y las cicatrices delgadas allí, una pregunta silenciosa.
Dinara suspiró, volviendo su rostro hacia el techo una vez más.
—A veces somos nuestro peor enemigo.
Asentí porque era una verdad que había aprendido en el pasado. Sospechaba
que las marcas eran autoinfligidas. Me recordaban las cicatrices que algunos de mis
conocidos drogadictos habían tenido en sus muñecas por cortarse.
—¿Por qué? —pregunté.
—Tomé drogas para encubrir un viejo dolor. Pero me adormecían en todos
los sentidos y por eso intenté sentir algo, incluso si era dolor, siempre que yo
decidiera lo que era.
Algo en Dinara me recordó a mí mismo cuando no había estado limpio por
mucho tiempo. Las drogas eran una cosa de su pasado como lo eran del mío, pero
quería saber las razones de su adicción.
—¿Qué tipo de viejo dolor?
Su expresión se cerró.
—La verdad que esconde tu hermano sobre mí cambiará la forma en que me
ves. Pero si lo que Remo necesita es mi permiso, dile que acepto que lo comparta
contigo.
Remo nunca pedía permiso, de nadie. Dudaba que esa fuera la razón por la
que me había estado ocultando la verdad.
Dinara se subió encima de mí, dejando que su cabello cubra mi rostro.
—Algún día tendrás que llevarme a Las Vegas contigo y mostrarme tu
ciudad.
—¿Te refieres a llevarte a tu madre?
Los labios de Dinara rozaron los míos.
—¿Y si digo que sí?
—No creo que sea una buena idea, a menos que Remo permita una reunión.
—No podrá apartarla para siempre de mí.
Suspiré, pasando mi mano por el cabello de Dinara.
—Temo que estás usándome contra mis hermanos. Pero debes saber que les
soy leal.
—Lo sé —dijo simplemente y me besó.
Me aparté.
—No podrás convencerme, incluso si una parte de mí quiere hacer lo que me
pidas.
—Cállate —murmuró Dinara.
Dejé que me silencie con sus labios. No estaba seguro qué secreto revelaría
Remo sobre Dinara. Esperaba que no me hiciera vacilar, que no quisiera ayudarla
incluso contra Remo. Mi hermano había hecho algunas mierdas retorcidas en su
vida, y temía que lo de la madre de Dinara fuese otra en esa lista. A menudo no
estaba de acuerdo con lo que hacían mis hermanos, pero los apoyaba. ¿Y si el
secreto de Dinara lo hacía imposible? Tal vez por eso Remo se había guardado el
secreto para sí, y tal vez ahora que estaba más cerca de Dinara lo revelaría por la
misma razón. Para poner mi lealtad a prueba.
M i padre odiaba a mi madre. Cada vez que mencionaba su nombre,
el odio se filtraba en cada línea dura de su rostro. La quería
muerta. No, quería que sufriera y muriera. Una muerte simple no
le bastaba. Como Pakhan, tenía los medios para matar a casi cualquier persona, para
hacer que sus últimas horas fueran lo más insoportables posible, y ciertamente no
tenía reparos en ello.
Pero mi madre estaba en territorio de la Camorra, en el mismísimo centro de
la misma en Las Vegas, bajo la mirada atenta de nada menos que el Capo de la
Camorra: Remo Falcone.
Remo Falcone solo era un recuerdo lejano de una niña y lo que se interponía
entre mi madre y yo. Imposible pasar por alto, sin ayuda. Mi padre no me ayudaría.
No a menos que Remo le entregara a mi madre para que él mismo pudiera matarla.
¿Y Adamo?
Adamo quizás podría ayudar, pero ¿lo haría? Usarlo para conseguir
información había sido fácil, pero lo que necesitaba de él iba más allá de eso… no
estaba segura si debería siquiera considerar preguntar. Pero ¿tenía elección?
Esto era demasiado importante para permitir que las emociones se
interpongan, especialmente cuando no estaba segura de su alcance. ¿Podría durar
esto entre nosotros?
Pero a diferencia de Adamo, no podía dejar descansar el pasado. No me
permitía. ¿Y no perseguir la venganza? Imposible.
El pasado era mi carga.
A veces, por las noches, los recuerdos eran más frescos y despertaba con el
aroma del perfume dulce de mi madre en mi nariz, mi piel cubierta de sudor. Odiaba
esas noches, esos sueños, que me hacían sentir pequeña y débil, destruyendo todo
por lo que había trabajado tan duro.
Pasado

—Vamos, Mandy —dijo mi madre a medida que me arrastraba fuera del auto
y hacia un edificio de ladrillos. No me gustaba ese nombre. Pero tal vez no duraría.
Mis últimos cinco nombres no lo habían hecho. Extrañaba mi nombre real.
Ekaterina, o Katinka, como siempre me llamaba papá. Pero estaba mal.
—¡Mandy, date prisa! —Su voz sonaba tensa por el miedo. Los hombres nos
habían llevado con ellos, lejos de la casa en la que habíamos vivido durante
semanas. Nos metieron en un auto y nos llevaron a un lugar con un gran letrero de
neón encima de la entrada. Las piernas de una mujer resplandecían en colores
brillantes y entre ellas parpadeaban las palabras Sugar Trap. No luché contra su
agarre, solo caminé tras ella penosamente. Bajé la mirada al suelo como me habían
enseñado mientras atravesábamos un bar. Olía a alcohol y humo, pero sobre todo,
a un perfume denso, incluso más fuerte que el que usaba mamá. Casi tropecé
cuando bajamos los escalones empinados. Pero un hombre de ojos grises me agarró
del brazo. Me soltó y mamá me acercó aún más.
Llegamos a una habitación sin ventanas. Otro hombre esperaba adentro.
Era muy alto, de cabello oscuro y estaba de pie con los brazos cruzados. Su
expresión me aterrorizó. Prometía problemas. Pero sabía que incluso una sonrisa
no significaba nada. El dolor a menudo seguía a las palabras dulces y las sonrisas
amables. Sus ojos eran casi negros y también su cabello. Solo me miró brevemente y
luego entrecerró los ojos hacia mamá y su novio Cody. Cody tenía la nariz
ensangrentada. No sabía por qué, pero no estaba triste. Era un hombre malo. Un
mal diferente al de papá. Peor aún, incluso si mamá no lo veía. Mamá odiaba a
papá. Dijo que yo también tenía que odiarlo.
—¿Sabes quién soy? —preguntó el hombre alto. Su voz era profunda y
segura.
Mamá apretó su agarre en mi mano. Eché un vistazo alrededor. El hombre
de ojos grises se apoyaba contra el escritorio, observándome. No sonreía ni fruncía
el ceño. No hacía nada, solo parecía que podía ver debajo de mi piel, dentro de las
partes oscuras de mí. Me quedé mirando mis pies sucios en mis sandalias.
—Por supuesto —respondió dijo Cody. Su voz tembló. Mi cabeza se disparó
en alto y lo miré. Nunca había escuchado ese tono en él. Sonaba aterrorizado. El
sudor le brillaba en la frente y parecía a punto de llorar.
—¿Quién soy? —preguntó el hombre. No era muy mayor. Su voz era baja y
tranquila, pero el rostro de Cody se arrugó.
—Eres Remo Falcone.
—¿Y?
—Capo de la Camorra. —Tragó audiblemente—. He estado negociando para
usted, señor, durante casi seis meses. Pero no soy nadie que conocería.
Cody sonó tan recatado. Cuando me daba órdenes, siempre sonaba confiado
y enojado. ¿Por qué Cody estaba tan asustado de Remo Falcone? Si un hombre
como Cody se sentía así, debería estar aterrorizada.
—Se suponía que tenías que vender crack y marihuana, pero escuché que
construiste un pequeño negocio lucrativo paralelo con la ayuda de la señorita de
allí. Tal vez pensaste que no me daría cuenta porque estaba demasiado ocupado
estableciendo el poder.
La mano de mamá alrededor de la mía fue dolorosa. Nunca había escuchado
a nadie decir la palabra señorita con más disgusto.
—¿Cuál es tu nombre, mujer?
Mi madre se estremeció.
—Eden.
—Estoy seguro que ese es tu nombre de verdad.
Mamá no dijo nada. Como yo, había tenido muchos nombres en los últimos
meses.
—¿Cuánto tiempo han estado haciendo sus negocios paralelos en mi ciudad?
Mamá miró a Cody.
—¡No sabía lo que estaba haciendo! —gruñó—. Hoy fue la primera vez que
me enteré.
—Qué coincidencia que te enteraras el mismo día que los atrapamos. —
Remo asintió hacia el chico de ojos grises que había instalado una computadora
portátil frente al escritorio y la estaba mirando—. Mi hermano tomó algunos discos
de tu casa. Supongo que no probarán que tus palabras son falsas, ¿verdad?
Cody palideció.
Remo se volvió hacia mamá nuevamente.
—¿Cuánto dinero ganaron?
—Yo… yo no lo sé. Nunca recibí dinero.
—Tienes un techo sobre tu cabeza y drogas suficientes para olvidar el
pasado y también oscurecer el presente, ¿verdad? —Remo se acercó a mamá,
elevándose sobre ella y yo—. Hago las reglas en mi ciudad y nadie va en contra de
ellas.
—No lo sabía —dijo mamá—. Fue idea de Cody.
Cody la fulminó con la mirada, pero bajó la cabeza cuando Remo se volvió
hacia él.
—¿Hasta dónde llega tu negocio? ¿Hay otros de los que deberíamos saber?
—No, solo éramos nosotros dos.
—¿Está diciendo la verdad, Eden? —preguntó Remo.
—S-sí. Acabamos de empezar.
—Solo acababan de empezar. Suena como si tuvieran grandes planes de
negocios sin involucrar a la Camorra.
Mamá tiró de un mechón de su hermoso cabello rojo detrás de su oreja y le
dio a Remo esa sonrisa que generalmente solo le daba a sus novios.
—Podría hablarte de los clientes. Estoy segura que podrías ganar mucho
más dinero con este negocio. Nunca fuimos profesionales. Si tú y tu Camorra
organizaran todo, podrías ganar millones.
Remo sonrió, pero no fue una sonrisa agradable.
—¿Eso crees?
—Deberías echarle un vistazo a esto —dijo el otro hombre. Remo se volvió y
se dirigió hacia el escritorio. Miró la computadora portátil durante un par de
minutos. El silencio reinó en la habitación. Los rostros de ambos hombres no
mostraron ninguna emoción mientras veían la pantalla. Remo se apartó del
escritorio.
—¿Vendiste estos videos en la Darknet?
Cody no reaccionó. Solo se miró los pies sin comprender. Parecía estar
rezando, pero dudaba que creyera en algo.
—Sí, lo hicimos. Podrías ganar aún más dinero con eso que con tus carreras
y peleas en la jaula —dijo mamá. Me recordó a la mamá que había sido
ocasionalmente en casa con papá.
Remo solo me miró fijamente, sin decir nada. Mamá soltó mi mano y tocó mi
hombro. Me encontré con su mirada. Ella me dio una sonrisa alentadora.
—¿Por qué no le muestras al señor Falcone lo agradable que eres?
Asentí. Había escuchado esas palabras a menudo en las últimas semanas.
Miré a Remo Falcone y él me miró a los ojos. Forcé la sonrisa que a todos los
clientes les gustaba y me acerqué más a él. Mis sandalias sonaron con fuerza en el
silencio.
Al principio, no había querido hacerlo, pero solo había empeorado las cosas.
Mamá me había dicho que tenía que comportarme para que las cosas fueran mejor
y, finalmente, había hecho lo que ellos querían. Aún dolía, pero mamá se sentía
mejor cuando no peleaba.
—Ella hará lo que quieras —dijo mamá.
Me dolían las mejillas de sonreír. Remo no me miró como lo habían hecho
los otros hombres. No me dijo lo bonita que era y lo buena chica. De repente, su
expresión cambió a algo peligroso, algo salvaje, y apartó la mirada de mí.
Pasó a mi lado y agarró a mamá por el cuello. Cody lo había hecho antes. Al
principio, me había molestado, pero ahora me sentía vacía con demasiada
frecuencia. Sabía que no debería sentirme bien viendo a mamá ser lastimada, pero
todo en mí estaba vacío.
—Remo —dijo el otro hombre.
—¿En serio estás intentando darme a tu hija para un paseíto? ¿Crees que
tolero una mierda tan repugnante como esa en mi territorio? —Su voz se convirtió
en un zumbido bajo—. ¿Apuesto a que incluso me verías follarme a tu hija? Maldita
puta despreciable seguro ni te inmutarías, siempre y cuando consigas tus drogas y
estés lejos de Grigory.
Mamá palideció.
—Remo —dijo Nino con firmeza, asintiendo en mi dirección.
—¿En serio crees que esa mierda aún va a dañarla después de la mierda que
ella le ha estado haciendo?
—¿Papá? —pregunté. Mamá nunca hablaba de él y si lo hacía solo era para
contarme cosas malas.
Los ojos de Remo se deslizaron sobre mí. Sus dedos aún sostenían a mamá
por el cuello. Cody estaba llorando en el fondo.
—Nino, lleva a la niña arriba, dale comida y ropa decente mientras me
encargo de esta situación.
Mamá me envió una mirada suplicante. No reaccioné. Mendigar no funciona,
mamá, ¿no recuerdas?
Nino apareció ante mí y me tendió la mano.
—Vamos, Ekaterina.
Mis ojos se abrieron por completo. Puse mi mano en la suya y lo seguí
afuera. Antes de que se cerrara la puerta, escuché a mamá gemir.
—Por favor, no me entregues a Grigory. No creerías lo que me haría.
—Probablemente lo mismo que yo haría con una maldita escoria como tú.
Nino me llevó arriba. Me compró una Coca-Cola en el bar y luego nos
dirigimos a una habitación con una cama y un baño. Tomé un sorbo vacilante de mi
Coca-Cola, luego le di la sonrisa que mamá me había enseñado. Sacudió la cabeza.
—Ekaterina, no necesitas hacer eso nunca más. Tu padre estará pronto aquí,
entonces estarás a salvo.
Asentí, aunque ya no sabía lo que significaba estar a salvo. Recordaba
vagamente sentirme a salvo. Recordaba estar en los brazos de papá mientras me
leía cuentos de hadas rusos. Mamá no me permitía decir nada en ruso.
—Puedes darte una ducha y le pediré a una de las chicas que te traiga ropa.
Asentí una vez más. Él también asintió.
—No vas a huir, ¿verdad? No quiero encerrarte.
—No —susurré. No quería huir más. Desde que mamá me había llevado con
ella, las cosas habían ido mal. Quería que volvieran a ser como solían ser.
Él asintió, después salió.
Miré la cama, recordando la cama en la que había estado hace menos de una
hora. Una cama en el sótano de Cody. Me estremecí. El anciano que había estado
en esto conmigo no había venido con nosotros. Nino se había quedado con él por un
tiempo antes de unirse a nosotros en el auto.
La mirada en los ojos de Nino después me había recordado la mirada que a
veces veía en los ojos de papá, o incluso en los ojos de Remo hace un momento.
Me hundí en la cama y tiré de mi camisón blanco con volantes. A todos les
encantaban los volantes y el blanco. Esperé, envolviendo mis brazos alrededor de
mi pecho. Odiaba el silencio. Por lo general, mamá siempre me permitía ver lo que
quisiera en la televisión después de que los hombres se fueran, durante el tiempo
que quisiera. Quedarme dormida ante la televisión era mejor que escuchar mis
pensamientos, las voces de los hombres que mi memoria seguía repitiendo. Ahora
nada ahogaba las palabras que había dicho el anciano. Se repetían una y otra vez
en mi cabeza.
—Mi pequeña y dulce niña. Buena niña. Dale a papi lo que necesita.
Presioné mis palmas sobre mis oídos, pero las voces no se detuvieron.
Se abrió la puerta y entró una mujer. Me tapaba los oídos con las manos.
Ella me miró con sus grandes ojos tristes, y dejó un montón de ropa.
—Serán demasiado grandes para ti. Pero mejor que lo que llevas puesto
ahora, ¿verdad?
Parpadeé hacia ella. Se fue otra vez y la voz se hizo aún más fuerte. Tarareé,
pero estaban en lo más profundo de mi cabeza, más fuerte que mi voz. Me balanceé
de un lado a otro, queriendo salir de mi cabeza, fuera de mi cuerpo, lejos de las
voces. Me sentía tan cansada. Pero si cerraba los ojos ahora, los rostros se unirían
a las voces. Me dolían las palmas de las manos y me zumbaban los oídos, pero
presioné aún más fuerte, mis uñas arañando mi cuero cabelludo.
—Detente —jadeé—. Detente.
Pero las voces siguieron susurrando. “Detente” nunca funcionaba.
La puerta se abrió una vez más. Remo se detuvo en el umbral. Entró y me
callé. Tararear fuerte hacía que la gente pensase que eras extraño. Bajé mis manos
lentamente. La sangre y la piel se me pegaron debajo de las uñas, donde me lastimé
el cuero cabelludo. Mi esmalte rosa se había despegado en algunos lugares.
Me distrajo momentáneamente una mancha roja en la camisa gris de Remo.
—¿Mataste a mamá y Cody? —pregunté.
Remo enarcó las cejas. Papá siempre había intentado ocultarme todo lo
malo, pero mamá me lo había contado todo. Remo era como papá. Tenía el mismo
brillo peligroso en sus ojos. Eran asesinos. Mamá dijo que eran malos, pero ni papá
ni Remo me habían lastimado. Los hombres buenos que mamá había traído a casa,
lo hicieron.
—No, no lo hice —dijo.
Se agachó ante mí, mirándome fijamente a los ojos. Los otros hombres
preferían dominarme. Él no parecía triste o como si sintiera lástima por mí. Parecía
como si me entendiera.
—¿Por qué no?
Sonrió con una sonrisa extraña.
—Porque no son míos para matar.
No entendí.
—¿Estarías triste si tu madre estuviera muerta?
Me miré las manos. Amaba a mamá. Pero no estaba triste. A veces incluso la
odiaba.
—Soy una niña mala.
—¿Estás intentando ser una niña buena para que la gente te lastime menos?
Fruncí el ceño y luego asentí.
—No —dijo con firmeza.
Alcé la vista.
—Nunca intentes ser buena con las personas que te lastiman. No se lo
merecen.
Asentí porque eso es lo que pensé que se esperaba.
—Tu padre estará aquí en un par de horas, Ekaterina. Te llevará a casa.
—Casa —repetí, probando la palabra. Recordaba calidez y felicidad.
Parecía tan lejano, como los cuentos de hadas que a papá le encantaba contarme.
Él se enderezó y me miró.
—Nada puede romperte a menos que lo permitas. Si alguna vez regresa a Las
Vegas, tendrás la oportunidad de ponerle fin.
No entendí nada. Mi cuerpo gritaba para que me fuera a dormir, pero
luchaba contra eso.
—Pedimos pizza. Puedes comer un poco.
Asentí. Entonces, mis ojos se lanzaron al televisor pegado a la pared frente a
la cama. Remo se dirigió hacia la mesita de noche y tomó el control remoto antes de
entregármelo. Lo encendí inmediatamente y subí el volumen. Era tarde, así que
todas las películas eran para adultos. Me detuve cuando vi una escena familiar de
la película Alien.
Entró una mujer con una caja de pizza y la dejó a mi lado en la cama.
—Vas a tener pesadillas si miras algo así —me dijo.
—Me gustan esas pesadillas —susurré.
—Conviértete en la pesadilla que incluso tus peores pesadillas teman,
Ekaterina —dijo Remo antes de que la mujer y él se fueran. Subí el volumen aún
más y tomé un trozo de pizza. No tenía mucha hambre, pero me lo llevé a la boca.
Mis ojos ardían de cansancio, pero los obligué a abrirse, centrándome en la
televisión.
Sonó un golpe. No aparté la mirada de la segunda película de Alien. Estaban
haciendo una maratón de películas de Alien, y sentí que si solo mantenía mis ojos
en la pantalla, las voces y las imágenes se mantendrían alejadas.
—Katinka —dijo papá en voz baja.
Aparté mis ojos de la pantalla, mi corazón latiendo más rápido cuando vi a
papá en la puerta, vestido con un traje negro y corbata azul claro. Su rostro estaba
lleno de dolor. Detrás de él estaban Remo y Nino.
—¿Katinka? —El nombre que siempre usaba para mí sonó mal. Lo dijo
diferente. Se sintió diferente. Ya no conocía a la chica a la que pertenecía. No era
ella.
Papá se acercó. También me miró diferente, como si pensara que le tenía
miedo. Mamá había dicho que papá era un hombre malo, que lastimaba a las
personas, que las mataba, que haría lo mismo con ella y conmigo eventualmente.
Pero papá nunca me había lastimado, no como los hombres que mamá había traído
a casa, así fuese amable con ellos.
Dejé caer el control remoto al suelo y corrí hacia él. El aire salió de mis
pulmones cuando me arrojé contra él. Aún usaba la misma colonia que recordaba y
su ropa olía levemente a cigarros. Se puso rígido y no me devolvió el abrazo.
—Me porté mal —jadeé, esperando que admitir eso haría que papá me
perdone.
—No, Katinka —murmuró y luego sus brazos me rodearon con fuerza y me
levantó del suelo, apretándome contra él. Enterré mi rostro contra su garganta.
Tenía ganas de llorar pero dejé de llorar hace un tiempo. Ahora ya no podía
hacerlo, por muy triste que estuviera. Acunó la parte posterior de mi cabeza y me
meció como lo había hecho cuando era realmente pequeña.
No sabía lo que había hecho. Si lo supiera, se enojaría. Mamá me había
dicho una y otra vez que papá se enojaría conmigo, no solo con ella. Pensaría que
soy sucia y mala por lo que tuve que hacer.
Se volvió conmigo en sus brazos y me sacó del bar. Un auto negro con los
hombres de papá esperaba delante. Antes de caminar hacia ellos, se volvió hacia
Remo, quien nos había acompañado.
—Será mejor que cumplas tu promesa —dijo papá con una voz que contenía
violencia.
Remo sonrió. Los hombres nunca sonreían cuando papá usaba esa voz.
—No es una promesa para ti, Grigory. Esa promesa es para Ekaterina.
Lo miré, preguntándome de qué estaba hablando.
Papá sacudió la cabeza.
—Mi hija nunca volverá a pisar Las Vegas. Me aseguraré de ello.
Eventualmente, tendrás que dejarme impartir mi venganza.
—Ve a vengarte de esa escoria en tu maletero. El resto tendrá que esperar
por ella.
—Ella jamás volverá a ser tocada por la violencia o la oscuridad, Falcone.
La protegeré de eso hasta mi último aliento.
—No puedes protegerla de algo que se está pudriendo dentro de ella. Dile lo
que le espera. Deja que sea su elección.
Papá no dijo nada, solo me abrazó más fuerte. Se volvió y se dirigió hacia el
auto. Los hombres de papá no me miraron. En el pasado siempre habían intentado
hacerme reír. Me encorvé en el asiento trasero y papá se sentó a mi lado,
ayudándome a abrocharme el cinturón antes de rodearme con un brazo. Me lanzó
una mirada que me recordó la única vez que rompí mi muñeca de porcelana
favorita. Nuestra ama de llaves la había arreglado, pero después de eso era
demasiado frágil para sacarla del estante. Eventualmente no pude mirarla más
porque cuando lo hacía, solo recordaba que no podía jugar con ella. Me entristecía.
—¿Qué le pasó a mamá?
—Está muerta y también los hombres que te lastimaron.
Agaché la cabeza. Él sabía.
—Lo siento.
—Katinka, no te disculpes. Nunca más te perderé de vista. Nada volverá a
tocarte jamás. —Besó mi cabeza—. Pronto estaremos en casa y entonces todo será
como solía ser. Olvidarás lo que pasó.
Nunca olvidé. Y las cosas no volvieron a ser como solían ser. Me convertiría
en la frágil muñeca de porcelana Ahora, de regreso en Chicago, para una breve visita
entre carreras, lo sentí aún más.
Pasé las yemas de mis dedos por el borde del estante que contenía mis huevos
Fabergé. Había veintiuno de ellos. Papá había comprado uno para mi cumpleaños
todos los años, incluso cuando mamá me había llevado con ella. Me había dado ese
huevo el día que volví a casa con él y lo había puesto con todos los demás en mi
estante. Todo había estado como lo recordaba. Solo yo había cambiado. Rodeada
por la belleza de mi pasado, me sentía fuera de lugar, como una intrusa en una vida a
la que ya no pertenecía.
—Katinka —probé la palabra. Aún se sentía como si estuviera hablando de
otra persona. Tolstoi, nuestro gato, un hermoso Azul Ruso, me rozó la pantorrilla, tal
vez sintiendo mi angustia. Le di unas palmaditas en la cabeza, haciéndolo ronronear.
Papá había intentado hacerme olvidar, se había mudado a Rusia conmigo por
un tiempo, pensando que podíamos dejar atrás los horrores, pero me siguieron.
Y con el tiempo, él también se dio cuenta que no me convertiría en la Katinka
que fui una vez. Cada vez que me miraba con lástima o tristeza en sus ojos, también
me lo recordaba. Ahora ya no me veía con esa mirada. Era más fuerte de lo que solía
ser. No necesitaba la compasión de nadie.
Me pregunté si Adamo también me vería de manera diferente, una vez que
supiera lo que había sucedido.
M i viaje de regreso a Las Vegas estuvo acompañado por un
presentimiento. El pasado de Dinara obviamente contenía
horrores. Probablemente creados por mis hermanos. Estaba
preocupada de que la viera bajo una luz diferente una vez que me enterara, pero me
preocupaba que los viejos resentimientos hacia mis hermanos, especialmente Remo,
se abrieran. Remo había hecho demasiado por mí para perder mi lealtad, pero tal vez
la verdad destruiría nuestra relación o al menos la devolvería a la tolerancia a
regañadientes que había sentido hacia él en mi adolescencia.
Les había enviado un mensaje a Remo y Nino de que volvería a visitarlos este
fin de semana antes de partir del campamento, pero no el motivo. Remo quizás tenía
una idea. Sus mensajes durante las últimas dos semanas habían revelado sus
sospechas sobre la relación entre Dinara y yo. Mi hermano siempre había tenido una
especie de sexto sentido cuando se trataba de descubrir los secretos de la gente.
Conduje hacia el Sugar Trap porque Remo me había pedido que me
encontrara con Nino y él allí. Por lo general, evitaba ese lugar porque apestaba a
demasiada desesperación para mi gusto. Que Remo considerara que era el mejor
lugar para discutir lo que sea que sospechara de mi visita no presagiaba nada bueno.
Entrar en la luz lúgubre del pasillo del burdel siempre me daba la sensación de estar
entrando en una especie de limbo.
El pasillo se abría a una zona de bar de terciopelo rojo y laca negra, que solo
intensificaba el ambiente infernal del lugar. Había postes y casetas con cortinas de
terciopelo y varias puertas que se ramificaban en la sala principal donde las putas
llevaban a sus clientes en busca de privacidad. Otro pasillo largo, también en rojo y
negro, conducía a la oficina de Remo.
Cuando entré en la habitación larga sin ventanas, los ojos de Remo indicaron
que sabía por qué estaba allí. Nino se sentaba en el sofá, mirándome con una pizca
de desaprobación. Pensaba que buscaba peleas con Remo, pero ese no era el caso.
Pero a diferencia de Nino, tenía consciencia y a veces chocaba con la crueldad de
Remo.
—Tus visitas son cada vez más frecuentes nuevamente, pero esta no es una
simple reunión familiar, ¿verdad, Adamo? —preguntó Remo, con los brazos
cruzados frente a su pecho ancho. Llevaba ropa deportiva, probablemente porque
había masacrado a patadas la pesada bolsa colgando del techo entre su escritorio y el
sofá. Sus ojos oscuros tenían una pizca de sospecha. Tal vez era mi propia emoción
reflejándose en mí.
—¿Cómo van las cosas con Dinara? —preguntó Nino con calma, intentando
ser la presencia atenuante pero incitando la colmena accidentalmente.
Entrecerré mis ojos.
—Aún es parte de las carreras y estas últimas semanas hemos estado
hablando a menudo. —No era una mentira, pero ciertamente tampoco la verdad.
La sonrisa en respuesta de Remo me dijo que lo sabía. No me importaba. No
había dicho que debería mantenerme alejado de Dinara, e incluso si lo hubiera
hecho, no habría escuchado. Su proximidad me llamaba demasiado. Acostarse con el
enemigo era algo que él y yo teníamos en común.
—Quieres respuestas sobre Dinara. Respuestas que ella no está dispuesta a
darte.
—Respuestas que ella es incapaz de darme. Parece que eres el único que
conoce todos los aspectos de su pasado. Nino y tú. —Asentí hacia Nino quien
mantuvo su cara de póquer habitual, no es que habría esperado que muestre algún
tipo de reacción. Su esposa Kiara y sus hijos eran la apuesta más segura para
provocarle una emoción. Antes de su matrimonio con Kiara, todos estaban
convencidos de que él no era capaz de tener sentimientos en absoluto—. Dinara
quiere que tú me digas la verdad.
—¿En serio? Espero que le hayas recordado que no recibo órdenes ni
necesito permiso. Guardar sus secretos no es solo por su bien.
—Eso es lo que pensé. Si te preocupa que lo que digas me sorprenderá o me
hará resentir contigo por tus acciones, estás olvidando que te conozco, Remo.
Conozco todos los actos despreciables que has cometido. Nada podría sorprenderme
cuando se trata de ti.
El rostro de Remo se puso duro.
—Nino, ¿por qué no reúnes la información que Adamo exige?
Nino se levantó sin decir una palabra y se dirigió a la computadora en el
escritorio. Le lanzó a Remo una mirada de advertencia. Quizás el secreto los
protegía a ambos.
—¿Qué crees que descubrirás hoy? —preguntó Remo.
—Dinara pasó por una mierda en el pasado. Algo que ver con Grigory y
contigo. Su madre intentó huir con ella, pero las atrapaste y devolviste a Dinara a su
padre. Te quedaste con Eden para ti por cualquier retorcida razón. Así que, tal vez
Eden y Dinara hicieron algo en nuestro territorio que te cabreó. Ambos sabemos que
eras incluso más psicótico en el pasado de lo que eres ahora. —Recordé los días en
que Remo y Nino se habían peleado por Las Vegas, cuando la sangre y la violencia
brillaban en sus rostros cuando regresaban a casa de sus redadas por las noches.
—Estaba jodidamente cabreado en ese entonces. También Grigory —dijo
Remo—. Me pregunto si crees que Dinara necesita tu apoyo en mi contra, ¿y se lo
darías si te lo pidiera?
—¿Estás poniendo mi lealtad a prueba?
—¿Debería?
Nino hizo un pequeño sonido de impaciencia.
—No es necesario poner las lealtades de nadie a prueba.
—Tiene razón. Soy fiel a nuestra familia y a la Camorra. —Levanté mi brazo
con el tatuaje estropeado de la Camorra—. Pero eso no quiere decir que no me
enfrente a ti si le haces daño a Dinara
—Veo que te atrapó —dijo Remo con una risa oscura.
—Listo —dijo Nino, levantando la vista de la pantalla de la computadora.
Remo asintió bruscamente antes de volverse nuevamente hacia mí.
—Quizás algún día dejarás de sospechar lo peor cuando se trata de mí. —
Remo me dio una sonrisa dura—. No soy un hombre bueno, pero estás equivocado
con lo que sea que pienses sobre Eden y Dinara. —Asintió hacia Nino, luego se giró
y se fue.
Fruncí el ceño ante la puerta cerrada. Pensé que Remo se quedaría para ver
mi reacción, para medir mi lealtad, incluso si dijera que no era una prueba.
Nino levantó una memoria USB y señaló la computadora portátil en la mesa
frente al sofá.
—Podría ser mejor si te sientas.
—Puedo manejarlo. —Había visto suficientes muertes y torturas en mi vida
como para endurecerme para lo que sea que me esperara en esta memoria USB. Le
arrebaté el dispositivo de la mano y lo metí en la computadora portátil, queriendo
terminar con esto.
Nino no se fue. Se apoyó contra la pared detrás de mí.
Al principio, no sabía lo que estaba pasando en la pantalla. La cámara estaba
dirigida a una cama en una habitación que de otro modo estaría vacía. ¿Este era un
video de cómo Eden comenzó a trabajar para la Camorra? O peor aún, ¿el video del
primer encuentro de Remo con la mujer? En realidad no estaba interesado en verlo
follarse a la madre de Dinara, pero eso explicaría por qué se fue de la habitación.
Entonces, apareció una niña con un camisón blanco, definitivamente no una
mujer adulta. Una mirada a su rostro y su cabello rojo, y supe que era una Dinara
más joven, tal vez de ocho o nueve años. Un tipo gordo en solo ropa interior con una
máscara cubriendo la mayor parte de su rostro la siguió y mi estómago se revolvió,
temiendo lo que vendría después. La niña negó con la cabeza frenéticamente. Ni
siquiera podía pensar en ella como Dinara. Entonces apareció una mujer, el mismo
cabello rojo y rasgos distintivamente familiares. Eden. Habló con Dinara y después
volvió a desaparecer.
No estaba seguro qué esperaba exactamente. No lo que conseguí. Mi corazón
latía frenéticamente, mi pecho se apretaba a medida que seguía mirando. La bilis
subió por mi garganta. No estaba seguro de cuánto tiempo logré ver el horror ante
mí. Pronto las náuseas combatieron con una rabia absoluta en mi cuerpo.
Agarré la computadora portátil y la arrojé contra la pared, rompiéndola. La
pantalla finalmente se volvió negra y los sonidos horribles murieron. Mi respiración
era entrecortada como si hubiera corrido o peleado una batalla, y el pico de
adrenalina indicaba lo mismo. Pero aún estaba sentado en el mismo lugar del sofá.
Mis dedos se clavaban en mis muslos, temblando por la necesidad de enfurecerme y
destruir.
—Remo y yo habíamos descubierto que la Bratva estaba buscando a la
esposa de Grigory. Recibimos un aviso de que estaba en la ciudad, así que fuimos a
buscarla con la esperanza de chantajearlos. Lo que encontramos no fue lo que
esperábamos. Eden y su novio reprodujeron este tipo de videos con su hija y los
vendieron en la Darknet. Informamos a Grigory y le devolvimos a su hija.
Me quedé mirando fijamente la pantalla destruida. No era suficiente. La
necesidad de destruir más, de enfurecerme y lastimar era casi imposible de reprimir.
Era un anhelo familiar, uno que había sentido en ocasiones a lo largo de los años,
aunque nunca tan potente, tan absorbente, y siempre lo había ignorado. Apenas
había visto tres minutos del video, tuve que apagarlo antes de que comenzara en
realidad, sin poder ver los horrores que había vivido Dinara. Ella no había podido
detenerlos. Había imaginado tantos horrores, pero nada se acercaba a lo que había
visto.
—Siempre me pregunté si alguna vez vería esa mirada en tus ojos.
Arrastré mi mirada hacia Nino, la sangre zumbaba en mis oídos y el pulso me
latía en las sienes.
—¿Cuál mirada? —Apenas reconocí mi voz. Estaba mezclada con veneno,
no dirigido a mi hermano.
Nino miró hacia Remo brevemente, quien debe haber entrado cuando estaba
absorto en los horrores de la pantalla, antes de decir:
—Una mirada que normalmente solo veo en los ojos de Remo. El hambre de
sangre y violencia. La necesidad de muerte y destrucción. De bebé y de niño
pequeño, te veías exactamente como Remo. Y, en ocasiones, se reflejaría un
temperamento similar.
Había visto fotos de mi yo más joven y Nino tenía razón. Cuanto mayor me
hice, más intenté diferenciarme de mis hermanos, especialmente de Remo. En
nuestro tiempo en el internado en Inglaterra, pude vislumbrar a la gente normal por
primera vez, a sus valores y su dinámica familiar, y pronto esas se convirtieron en
metas que quería alcanzar. Ansiaba la normalidad, incluso cuando mi propia
naturaleza a menudo requería otra dirección. Quería ser mejor, quería perdonar en
lugar de vengar, simpatizar en lugar de condenar. Podía sentir compasión a
diferencia de Nino e incluso de Remo. Eso hacía que mi deseo de atormentar a los
demás, incluso si lo merecían, fuese mucho peor.
—Supongo que es la sangre Falcone, ¿verdad? —dije en voz baja.
—Puede ser una maldición o una bendición dependiendo de tu punto de vista
—respondió Remo con una sonrisa torcida. Levantó una pila de CD y me los
tendió—. Confiscamos estos cuando encontramos a Eden y su hija.
Me puse de pie, y por un momento me preocupé que mis piernas cedieran,
luego me acerqué a él y los tomé. Me encontré con la mirada de mi hermano.
—Le pusiste fin.
—Por supuesto —dijo Remo—. Nino mató al imbécil repugnante que
encontramos frente a la cámara con Dinara, y le di el novio de Eden a Grigory de
modo que pudiera tomar la venganza que ansiaba desesperadamente.
Asentí aturdido.
—¿Por qué no le diste Eden? Merecía morir después de lo que le hizo a su
hija.
La boca de Remo se torció cruelmente.
—Se merece algo peor que eso. Pero sea lo que sea, no es para que lo
decidamos tú, Grigory o yo.
Comencé a comprender poco a poco. La lógica retorcida de Remo se
desplegó, influenciada por los problemas con nuestra propia madre. Contemplé la
pila de CD en mi mano con pavor, sabiendo que cada uno de ellos representaba un
momento doloroso en el pasado de Dinara, horrores que explicaban muchas cosas,
pero no todo. No cómo esa niña en la pantalla podría crecer para convertirse en la
mujer fuerte con la que amaba pasar el tiempo.
—Entonces ¿todos muestran a Dinara con abusadores diferentes?
—Sí —contestó Nino—. Algunos de ellos están en más de una grabación.
Hay diez hombres en total y una mujer.
Mis labios se retorcieron con disgusto. Era difícil controlar mis emociones.
En el pasado, el anhelo de un respiro en forma de drogas me habría abrumado en
una situación como esta, pero ahora lo único que mi cuerpo necesitaba era sangre.
Mucha y tan brutalmente extraída como sea posible. No estaba seguro si podría
sofocarlo esta vez, si siquiera quería intentarlo.
—Sus abusadores, ¿también los mataste?
—Seis hombres y la mujer aún están vivos —respondió Nino—. Solo nos
aseguramos que mantuvieran las manos quietas.
—¿Por qué no los mataste? —Pero lo sabía. Por la misma razón por la que
Remo no había matado a Eden y tampoco había permitido que Grigory lo haga,
porque ese no era su derecho.
—Dile a Dinara —dijo Remo—. Conocemos el nombre de cada persona en
las grabaciones y su paradero. Si los quiere, podemos dárselos.
—Pero a mí no —dije con ironía. Y maldita sea, lo entendía. Por primera vez,
la psicología retorcida de Remo tenía sentido para mí en toda su enormidad brutal.
Si me daba sus direcciones, visitaría a cada uno de esos cabrones y los torturaría
hasta la muerte. ¿Querer ser mejor que mis hermanos? ¿Que mi naturaleza?
Imposible.
—¿Y si Dinara quiere hablar contigo?
—Entonces, puede hablar conmigo en persona. Sin llamadas telefónicas.
Entrecerré mis ojos.
—Dinara estará a salvo en Las Vegas. —Las palabras no salieron como una
pregunta como pretendía, sino más bien como una declaración con un tono
amenazador.
Remo inclinó la cabeza.
—Si quisiera hacerle daño, lo habría hecho en los meses desde que comenzó
a correr en nuestro territorio. Consideraré que tu falta de respeto es debido a tus
emociones por la chica.
—Ahora, ¿qué vas a hacer? —preguntó Nino.
Me tragué mi primer impulso de jurar venganza y armar un alboroto de
inmediato.
—Lo que sea que Dinara necesite que haga.
Remo me contempló a los ojos y asintió.
—Lo que ella necesita te llevará por un camino que juraste no seguir nunca.
Es un camino que todos los Falcones conocemos bien. Está pavimentado con sangre
y muerte, y una vez que lo hayas recorrido, ningún otro camino será suficiente.
No lo negué porque la llamada de mis demonios internos exigiendo sangre y
dolor era más fuerte de lo que nunca habían sido mis ansias de drogas. Prometieron
ser aún más gratificantes y estaba ansioso por creerles. Había evitado la tortura y los
asesinatos por una razón. Los disfrutaba demasiado. La culpa se instalaba más tarde,
cuando me lamentaba por la persona que debería haber sido.
Por mucho que quisiera ser diferente de Remo, a veces pensaba que me
parecía más a él que a cualquiera de mis hermanos. Nino torturaba porque era una
disuasión y un castigo efectivos, así como un desafío científico para prolongar la
muerte de una víctima mientras causaba el máximo daño posible. Savio torturaba
porque era necesario el mal en nuestro negocio. Remo torturaba porque lo
disfrutaba, porque para él estaba ligado a la emoción pura… y para mí era lo mismo.
—¿Por qué no pasas la noche en la mansión? Podemos cenar todos juntos y
tendrás tiempo para dejar que las cosas se asienten, para calmarte —dijo Nino con
su voz tranquila.
Asentí. Dinara tampoco estaría de regreso en el campamento, pero incluso si
lo estuviera, necesitaba otro día para verla como la mujer que conocí y no como la
niña asustada. Quizás una noche no sería suficiente para eso.
—De todos modos, necesito hablar con Kiara.
Nino asintió. Kiara había sido abusada por su tío cuando era una niña, aunque
era unos años mayor que Dinara, y tal vez ella podría arrojar algo de luz sobre los
sentimientos de Dinara.
De vuelta en la soledad de mi auto, los destellos breves del pasado de Dinara
estallaron en mi mente.
Había visto a Eden como una víctima de la crueldad de Grigory y Remo. Un
hombre despreciado por su mujer y otro con odio hacia la mayoría de las mujeres.
Había parecido la explicación lógica.
Cuando la mansión apareció frente a mi parabrisas, solté un suspiro de alivio.
Por primera vez en mucho tiempo, estaba desesperado por la atmósfera caótica de
mi hogar, por su naturaleza distractora. No quería estar solo con mis pensamientos.
En el momento en que entré, los niños se amontonaron a mi alrededor,
hablando todos a la vez, ansiosos por contarme sus aventuras y escuchar mis relatos
de las últimas carreras. Remo y Nino ya estaban en el área común, sentados en la
mesa larga del comedor con sus esposas. No estaban presentes Fabiano y Leona, ni
Gemma y Savio. Tal vez estarían en alguna cita nocturna.
Kiara estaba escuchando algo que dijo Nino, y entonces su mirada me
encontró y sonrió amablemente. Fina se levantó y me abrazó brevemente, sus
penetrantes ojos azules revisando mi rostro. Supuse que vigilándome.
—No vas a perder la puta cabeza otra vez, ¿verdad? —susurró.
Sonreí con ironía, recordando mis maneras de afrontar las situaciones
difíciles en la adolescencia.
—Ya no soy un niño.
—No lo eres —coincidió y dio un paso atrás para hacer espacio para Kiara
mientras conducía a los niños a la mesa.
—¿Por qué no me ayudas a traer la comida de la cocina? —preguntó Kiara.
Asentí y la seguí por el pasillo largo hasta la amplia cocina. En el pasado,
cuando solo éramos mis hermanos y yo, y nuestra nutrición consistía principalmente
en pizza para llevar, la habitación parecía una pérdida de espacio. Eso había
cambiado desde que nuestra familia se expandió y las mujeres, que en ocasiones
disfrutaban de opciones saludables, se unieron a nosotros.
Cuando me arriesgué a echar un vistazo al horno, me reí secamente.
Las cejas de Kiara se levantaron.
—¿Qué ocurre? ¿Está quemado? —Se apresuró a pasar junto a mí y abrió el
horno para revisar su cazuela.
—No —respondí—. Es solo que recientemente le hablé a Dinara de tus
macarrones con queso después de probar el plato por primera vez en una lata.
Kiara cerró el horno y lo apagó, pero no hizo ningún movimiento para retirar
la cazuela. En cambio, se apoyó contra la encimera de la cocina con una expresión
levemente sorprendida.
—¿Le hablaste de nuestra familia?
Me encogí de hombros.
—Pedacitos. Poco. Pero le prometí que tus macarrones con queso la
convencerían.
Kiara intentó reprimir una sonrisa, pero falló.
—Ustedes dos pasan mucho tiempo juntos. Debe ser serio si siquiera
consideras presentárnosla.
De repente, me sentí atrapado. Me apoyé contra la encimera junto a Kiara
pero no la miré directamente.
—No vamos en serio. No hemos definido lo que tenemos. Es más una
situación de amigos con beneficios.
—¿Como lo era con C.J.? ¿O también la sigues viendo? —preguntó Kiara sin
una pizca de juicio en su voz. Eso era lo que apreciaba de ella. No juzgaba a las
personas. Escuchaba y trataba de comprender.
—No, terminé con ella antes de comenzar algo con Dinara. —Hice una
pausa, considerando mi tiempo con C.J. en comparación con lo que tenía ahora con
Dinara. Se sentía diferente. Quería que sea diferente. Con C.J. nunca había
considerado un futuro juntos, nunca quería pasar cada momento de vigilia con ella,
pero con Dinara…
Kiara tomó mi brazo.
—La expresión de tu rostro me dice que son más que amigos con beneficios.
Me reí.
—Teniendo en cuenta la razón por la que Dinara me buscó en primer lugar y
lo que sé ahora, no estoy seguro que esté de acuerdo con tu evaluación.
—¿Crees que está contigo para descubrir la verdad sobre su pasado y ponerse
en contacto con su madre? —La pizca protectora en su tono me hizo sonreír. Kiara
intentaba proteger a todos los miembros de la familia.
—Cuando se unió a las carreras no sabía que su madre estaba viva, pero
definitivamente esperaba conseguir información a través de mí —dije—. Pero no
creo que sea por eso que pasa todas las noches conmigo. Ella y yo compartimos un
historial de drogas. Es como si estuviéramos conectados a un profundo nivel
inexplicable. —Sacudí la cabeza con una mueca—. Mierda, sueno como un maldito
horóscopo.
—Estás enamorado —dijo Kiara, sus ojos brillando con diversión.
Mis campanas de alarma sonaron. Enamorarme era algo que había intentado
evitar desde que Harper rompió mi estúpido corazón ingenuo de adolescente. Ahora
no era tan fácil herir mis sentimientos. Nadie había estado lo suficientemente cerca
como para intentarlo.
—No lo sé. Pero incluso si ese fuera el caso, Dinara es una princesa de la
Bratva. Su padre es nuestro enemigo. Dudo que Grigory o Remo estén interesados
en hacer las paces. Y después del asunto con la familia de Gemma, causaría un
montón de mierdas en la Camorra si Remo intentara establecer una tregua.
Kiara asintió lentamente, con expresión comprensiva. Tocó mi brazo.
—No es que Remo se preocupe por las opiniones de otras personas. Si cree
que la paz con la Bratva es una ventaja táctica, lo hará. Con un montón de mierdas o
sin ella. —Se sonrojó.
Siempre era divertido ver a Kiara decir palabrotas. Era obvio que se sentía
incómoda usándolas.
—Y sabes que él haría casi cualquier cosa por ti, Adamo.
Suspiré.
—Sí, lo sé. —Remo era un hombre de familia. Daría su vida por cualquiera
de nosotros. Pero me estaba adelantando. De hecho, Dinara y yo aún no estábamos
saliendo. No estaba seguro de lo que quería, ahora menos que nunca—. ¿Nino te
contó sobre el pasado de Dinara? —pregunté con cuidado. Me preocupaba abordar
el tema del abuso sexual con Kiara, reacio a abrirle heridas viejas. Aún recordaba lo
sumisa y temerosa que había sido la primera vez que se unió a nuestra familia, y me
enfurecía pensar en los horrores a los que Dinara y ella habían sido sometidas.
—Sí, lo mencionó, y me dijo que hoy lo descubriste.
—Solo vi unos minutos de una de las grabaciones que esos pervertidos
repugnantes hicieron de ella. —Me tragué, mi pulso comenzando a latir
salvajemente otra vez. Hablar con Kiara me había calmado, pero ahora la furia de
antes volvía a mostrar su fea cabeza—. Remo me dio los CD con las grabaciones.
Me dijo que tiene los nombres de todos los involucrados. Quiere que le dé las dos
cosas a Dinara.
Kiara no pareció sorprendida. En el pasado, esta conversación le habría
causado una ansiedad tremenda, pero ahora su única reacción fue una tensión sutil
en su cuerpo y sus dedos apretando el paño de cocina.
—Remo tiene su propia forma de pensar.
—Creo que quiere que Dinara se vengue. Para él, simplemente es natural que
ella quiera ver muertos a sus abusadores, incluso a su madre. —No estaba del todo
seguro de lo que sentía acerca de esto. Por un lado, la perspectiva de la retribución
me emocionaba demasiado, pero por el otro, me preocupaban las consecuencias para
Dinara.
—¿Y qué quiere Dinara?
—No tengo ni idea. No me lo dijo. Quería saber la verdad. Una vez que la
tenga, no sé qué hará con ella. Tal vez le pedirá a su padre que se vengue.
—Suena como si quisieras que te lo pida a ti, en su lugar —dijo Kiara con
curiosidad.
Tenía razón, no podía negarlo. Si el deseo de Dinara era vengarse de las
personas que la lastimaron, entonces quería que me lo pida a mí y no a su padre, ni a
Dima. Lo peor era que no solo era porque quería ayudar a Dinara, una pequeña parte
de mí también estaba ansiosa por una razón para derramar sangre.
—¿Qué crees que es lo que quiere? Probablemente eres la única de todos
nosotros que la comprende.
Kiara no dijo nada al principio, sus ojos distantes como si mis palabras la
hubieran hecho retroceder muchos años. En lugar de responder, abrió el horno y
sacó la cazuela, obviamente sopesando sus palabras por la expresión tensa en su
rostro.
— No todo el mundo se venga de sus agresores para superar el trauma. Parece
la opción lógica, tal vez incluso la única para tus hermanos y tal vez incluso para tu
punto de vista, pero algunas personas buscan la reconciliación y una conversación
aclaratoria por encima de la violencia. Lo que Dinara necesita y desea es imposible
de decir sin conocerla.
Conocía a Dinara, o al menos, sabía tanto como me había permitido ver hasta
ahora, pero no estaba seguro de sus motivos. Era una chica dura, de modo que la
venganza no parecía completamente descabellada.
—¿Y tú, Kiara? Nino mató a tu tío de la forma más cruel posible. Se vengó
en tu nombre. ¿Querías ser vengada? ¿O habrías preferido hacer las paces con tu
abusador?
El rostro de Kiara reflejó dolor y su sonrisa se volvió un poco más
temblorosa. Estas señales pequeñas me mostraron que, incluso después de todos
estos años, los eventos aún la atormentaban. Quizás era imposible superar algo tan
horrible como eso para siempre. Me deprimía pensar que Dinara llevaría el peso de
su pasado sobre sus hombros para siempre.
—Jamás podría haberlo perdonado. Necesitaba que se vaya, pero nunca
podría haberlo hecho. Creo que ni siquiera podría haberlo pedido, si Nino no hubiera
decidido hacerlo. Él tomó la decisión, el peso de ella, de mis manos. Tal vez podría
haber salvado a mi tío de su destino, pero no quería. Si hubiera vivido, siempre
habría temido que viniera a buscarme nuevamente, incluso si Nino me protegía.
Necesitaba su muerte, para encontrar la paz.
—Entonces, estás agradecida con Nino por haber matado a tu tío de la forma
en que lo hizo.
—Lo estoy, tanto con Nino como con Remo. Sentí alivio cuando me enteré
que se había ido. Nunca me sentí culpable por eso. Era un paso necesario para sanar.
—¿Crees que Dinara quería que averiguara la verdad para que me vengara
por ella?
—No lo sé. No está indefensa como yo en ese entonces. Tiene a su padre y a
sus hombres como apoyo. Por lo que dijo Nino, su padre sabe lo que pasó, de modo
que Dinara no tiene la carga de mantenerlo en secreto. Podría pedirle a su padre que
mate a sus abusadores, y él lo haría, ¿verdad?
—Lo haría, sin duda, pero se arriesgaría a la ira y represalias de Remo si
derramara sangre en territorio de la Camorra.
—Remo quiere que suceda la venganza.
—Quiere que suceda como él quiere, y creo que para él solo hay una persona
que debería derramar sangre, y esa es Dinara. Si matara a todos por Dinara, Remo
no me haría nada. Soy su hermano. Estaría cabreado, pero eso sería todo. Quizás
Dinara lo sospecha. O tal vez preferiría arriesgar mi vida que la de su padre o la de
Dima.
—¿Crees que te usaría así? ¿Para hacer lo que ella y su padre no pueden
hacer?
—Explicaría por qué le permite correr en nuestro territorio.
Kiara me contempló con preocupación en sus ojos castaños. Dejó escapar un
suspiro pequeño.
—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo. Habla con ella. El engaño
no es un buen comienzo para una relación.
Eso es algo que había aprendido por las malas con mi primera novia, Harper.
Había superado la sensación profunda de traición y no era el adolescente inestable
de entonces, pero si el plan de Dinara desde el principio había sido vengarse a través
de mis manos, definitivamente dejaría sus huellas. Aun así, por alguna razón, no
podía imaginarme a Dinara siendo tan engañosa de esa manera. Honestamente, se
había sorprendido de que su madre estuviera viva y no sabía de la existencia de las
grabaciones o que mis hermanos habían recopilado los nombres y direcciones de sus
abusadores. Incluso si la venganza hubiera estado en su mente, solo podría haber
sido un concepto abstracto.
Kiara sonrió.
—Habla con ella. Dile lo que sabes y observa cómo reacciona, así podrás
decidir si quieres dejar de tener contacto con ella.
Asentí.
—A Dinara le preocupaba que la tratara de manera diferente después de
saberlo. Ahora solo pienso, ¿cómo puedo no saber lo que sé ahora? Pasó por una
mierda horrible que debe haber dejado cicatrices profundas.
—Definitivamente, pero cuando la conociste esas cicatrices ya eran parte de
ella. No cambió. Sigue siendo la misma chica que conociste.
Señalé la cazuela humeante de macarrones con queso.
—Si no llevamos la comida a la mesa pronto, temo que el grupo hambriento
va a devorarnos.
Kiara apretó mi antebrazo brevemente antes de agarrar un cuenco con
ensalada. Cargué la cazuela y traté de disfrutar de una velada caótica con mi familia,
incluso aunque mi mente siguiera zumbando con una miríada de pensamientos. No
quería nada más que volver a tener a Dinara en mis brazos, incluso si una parte de
mí temía el encuentro.
E l viaje de regreso al campamento desde Las Vegas pareció durar una
eternidad. Fue difícil concentrarme en la carretera, en cualquier cosa
en realidad, excepto en las imágenes horribles que había visto. Habían
atormentado mi noche. No pude evitar preguntarme lo mucho peor que debe ser para
Dinara. En ocasiones, habíamos compartido una tienda de campaña y su sueño a
menudo había sido interrumpido por murmullos ininteligibles. Siempre que le
preguntaba qué había estado soñando, eludía una respuesta.
Era increíblemente difícil vincular a esa indefensa niña acobardada con la
feroz mujer segura con la que había estado pasando tanto tiempo. Esperaba una
historia triste, pero no esta. Incluso una noche de sueño no había logrado calmar el
torrente de emociones en mi cuerpo.
Cuando nos vimos por última vez hace dos días antes de que ella se fuera a
Chicago y yo condujera a Las Vegas, había estado preocupada que la viera de otra
manera una vez que supiera de su pasado. Pensé que estaba exagerando. Había
estado seguro que nada podría cambiar mi opinión sobre ella. Ahora, no estaba
seguro.
La reacción de Dinara en el auto cuando me puse encima de ella, su
necesidad de mantener el control de su cuerpo en todo momento. Ahora todo ha
cobrado sentido. Incluso antes de descubrir la verdad, la había considerado fuerte,
ahora su fuerza casi parecía inhumana.
Cuando las primeras tiendas del campamento aparecieron a la vista, mi pecho
se apretó. Estaba jodidamente nervioso por volver a verla, por hacer lo que había
prometido no hacer, por verla bajo una luz nueva. Y no solo eso, quedaba un
pequeño hilo de duda sobre sus motivos. Tal vez se decepcionaría si volviera sin
haber matado a su madre y a todos los demás.
Un escaneo rápido reveló el Toyota de Dinara en el borde mismo del lado
oeste del campamento. Conduje mi auto en esa dirección.
Para el momento en que me vio, Dinara se dirigió hacia mí desde donde
estaba hablando con una de las chicas de los boxes. Este era el momento de la
verdad.

Había estado esperando ansiosamente el regreso de Adamo de Las Vegas,


preguntándome si Remo le habría revelado mi pasado. Una parte de mí quería que lo
supiera, porque eso facilitaría las cosas. Adamo podría estar más dispuesto a ayudar
si sabía por qué estaba haciendo lo que hacía. Por otro lado, había disfrutado nuestro
tiempo juntos, el sexo y las conversaciones, la forma en que me trataba como a su
igual. No me consideraba frágil. Le había probado mi fuerza. Pero nada de eso
importaría una vez que supiera sobre mi pasado.
Las personas solo ven ese aspecto de mí una vez que se enteran, como si
fuera todo lo que me define. La niña abusada. La niña violada. Sin duda era una gran
parte de mí, y me atormentaba hasta el día de hoy, pero no quería un trato especial
por eso. Quería que me trataran como cualquier otra persona, no como alguien
frágil, vulnerable o dañada. No era ninguna de esas cosas.
En el momento en que el auto de Adamo llegó al campamento, me excusé
con Kate, la chica del box con voz de ángel, quien también era una cocinera genial,
y me dirigí hacia él. Mi pulso se aceleró cuando Adamo salió. Una mirada suya, y
supe que Remo le había dicho suficiente. Como era de esperar, había cambiado la
forma en que Adamo me contemplaba. No solo era Dinara, la princesa de la Bratva
y piloto de carreras. Era la pobre niña de antes.
Hice un giro en U y regresé a mi auto, sin estar de humor para ese tipo de
confrontación.
Estaba enojada, pero debajo de eso, estaba asustada, asustada de perder la
conexión que Adamo y yo habíamos desarrollado, nuestras interacciones sencillas.
Era una de las razones por las que me encantaba ser parte del campamento de
carreras. Nadie sabía quién había sido antes, qué había sucedido. En Chicago, todos
lo sabían y, a pesar de los años que habían pasado, se notaba a menudo en la forma
en que me miraban y trataban. ¿Cómo se suponía que iba a dejar atrás el pasado si ni
siquiera los espectadores podían hacerlo?
Estaba tan jodidamente asustada que la gente aquí me mire de la misma
manera, que Adamo me mire de esa manera. Era una de las razones por las que
Dima y yo no habíamos funcionado, por qué nuestra relación había estado
condenada desde el principio. Lo que lo había hecho parecer una opción segura para
una relación al principio había sido, en última instancia, el clavo en nuestro ataúd.
Pronto escuché unos pasos siguiéndome, y mi corazón solo latió más rápido.
Odiaba sentirme asustada. Me recordaba a esa niña con la que Adamo ahora
me confundía. No quería volver a ser ella nunca más.
—¡Dinara! —llamó Adamo y finalmente me alcanzó en mi auto.
Me giré hacia él y lo miré a los ojos, esperando a que diga algo, pero al
mismo tiempo tan jodidamente asustada de lo que sería. Adamo tomó mi hombro.
Incluso ese toque simple pareció más vacilante que cualquiera de nuestros toques en
el pasado.
Adamo me observó sin decir una palabra. No tenía por qué hacerlo. Sus ojos
hablaban un lenguaje claro: la lengua de la lástima. No odiaba nada más que eso.
—Entonces, ¿Remo te lo contó todo?
Le había dado el visto bueno a Adamo, le había dado el visto bueno a Remo,
pero tal vez una parte estúpida de mí había esperado que Adamo lo dejara pasar. Era
una idiotez. Lo descubriría con el tiempo. Era inevitable si quería seguir adelante
con mi plan.
Adamo se pasó una mano por su cabello, y desvió la mirada. Una miríada de
emociones nadó en sus ojos.
—Sí, no todo, pero lo suficiente.
No estaba diciendo la verdad. Hubo un momento de vacilación antes de que
él respondiera.
Me aparté del auto.
—No lo hagas. No me mientas para protegerme.
Estaba tan cansada de que la gente lo hiciese. Merecía la cruda verdad,
incluso si me aplastaba el corazón.
Adamo se metió las manos en los bolsillos. Su expresión aumentó la
compasión.
Y no pude soportarlo.
—¿Qué dijo exactamente? —pregunté hirviendo, tan jodidamente enojada
pero al mismo tiempo llena de desesperación. Todo por Adamo, por la forma en que
podría manejarme en el futuro. Nunca había sentido nada similar con Dima, como si
mi corazón podría romperse.
—¿Importa?
—¡Claro que lo hace! —resoplé—. ¿Te imaginas lo frustrante que es estar a
oscuras sobre algo que te concierne de manera tan integral? Por la forma en que me
estás mirando, sé que estás bastante alterado por lo que dijo Remo. Quizá sea el
único que lo sabe todo porque es quien manejaba todo en ese entonces. Incluso yo
no lo sé todo, solo las mentiras y las medias verdades que mi padre, tus hermanos y
tú me dijeron.
Podía sentir la pesadez traidora en la parte posterior de mi garganta, el
hormigueo en la parte posterior de mis globos oculares… presagios de lágrimas. No
va a pasar. Llorar era una señal de debilidad que no me había permitido en mucho
tiempo.
El ansia de alivio creció como la marea, imparable, devorando mi resolución
lentamente como las olas se apoderaban de la arena. Busqué un cigarrillo a tientas,
aunque odiaba el sabor, el olor, la sensación del papel empapado en mi boca. Nunca
sería fumadora porque lo disfrutara. Pero era mejor que nada, mejor que la
alternativa. Necesitaba algo para calmar mi mente ansiosa, para silenciar la llamada
de mi anhelo oscuro.
Adamo se acercó más, sus ojos penetrantes escaneando mis dedos
temblorosos. Quizás conocía las señales reveladoras. Después de todo, él también
tenía intimidad con los anhelos oscuros.
Me armé de valor para enfrentar su toque, pero sus manos permanecieron
alojadas en sus jeans. Sus ojos oscuros buscaron los míos. Tomando una calada
profunda, giré mi cabeza, dándole mi perfil.
—No estoy mintiendo —dijo, después respiro profundo—. Remo me mostró
un video de ti y lo que sucedió.
Sentí que el color desapareció de mi cara y mi garganta se contrajo. Habían
pasado demasiados años para recordar todo, o incluso la mayor parte de lo que había
sucedido. Recordaba fragmentos y pedazos. Eventos de pesadilla que atormentaban
mi sueño en episodios inconexos o destellos de imágenes fijas. Había trabajado duro
para olvidar tanto como sea posible, había usado alcohol y drogas para acelerar el
proceso.
—Tú… —Mis cuerdas vocales se congelaron y no pude decir más.
La ira luchó con el horror y la frustración en mi cuerpo. De nuevo, otros
sabían más sobre mí y mi vida que yo.
Adamo se acercó aún más, con tanto cuidado como si temiera que huyera.
Correr nunca había resuelto nada.
—Apenas vi nada. Solo un par de minutos hasta que me di cuenta hacia
dónde se dirigía. No podría soportar ver más.
Fruncí el ceño.
—¿No pudiste soportar verlo? Viví lo que ni siquiera pudiste ver.
Ni siquiera estaba segura por qué estaba enojada por eso. Una gran parte de
mí se alegraba que no hubiera visto más de mis horrores. Una pequeña parte aún
estaba avergonzada cuando pensaba en lo que me habían hecho. Era una voz fea que
incluso años de terapia, drogas y distracciones no habían silenciado.
Adamo asintió, su expresión amable y solemne a la vez. Quise darle un
puñetazo tan fuerte como pudiera. En cambio, cerré una mano en un puño y di otra
calada profunda a mi cigarrillo. Me temblaban los dedos, dejando que el humo se
elevara en un rumbo errático en zigzag.
—Lo sé —murmuró con una voz como la seda—. No debí haberlo visto sin
antes pedir primero tu permiso. Esto fue tomado en tu espacio personal.
Resoplé.
—Créeme, en ese entonces a nadie le importó mi espacio personal. —Me
estremecí, a medida que los remanentes de recuerdos parpadeaban en el fondo de mi
mente. Palabras, aromas, imágenes que habían dejado marcas permanentes en mi
subconsciente.
—Dinara, yo… —Soltó un suspiro.
Me encontré con la mirada de Adamo.
—Di lo que tengas que decir. No soy frágil, Adamo. Lo que pasó en ese
entonces no me rompió, lo que suceda ahora y en el futuro tampoco me romperá. —
Mi voz era de acero puro, al igual que la capa protectora cubriendo mi corazón
lentamente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Adamo, luciendo honestamente
confundido—. No tengo ninguna intención de hacer algo que pueda lastimarte, y
mucho menos romperte.
—La mirada en tus ojos ahora cuando me miras… significa que lo que
tuvimos se acabó.
Lo que tuvimos. Ni siquiera le habíamos puesto un nombre, no nos habíamos
permitido definir algo que iba en contra de muchas probabilidades. No me había
permitido darle demasiada importancia a nuestra relación. Intenté decirme que solo
se trataba de divertirme y acercarme a un Falcone, pero ahora que vi cómo nuestro
vínculo se desmoronaba ante mis ojos, me di cuenta que había sido más que
diversión. Más de lo que debí haber permitido. Más de lo que mi padre aceptaría
jamás.
Inclinó la cabeza, capturando mi mirada con la suya. Su aroma, cálido y
picante, me envolvió.
—¿Cómo te estoy mirando?
Me reí amargamente y apunté su rostro con la punta brillante del cigarro.
—Así. De la misma manera que mi padre me miró cuando Remo me
devolvió. Como si fuera una marioneta rota. Tu marioneta favorita que sacabas a
jugar todos los días pero de repente se rompió irreparablemente, y ahora no puedes
volver a jugar con ella porque temes que se rompa si lo haces. Así que, la pondrás en
un estante y casi nunca la mirarás porque siempre que lo haces, estás triste por lo
que perdiste. Así es como me miras, Adamo. Así que sigue tu camino feliz,
sobreviviré.
No dejaría que nuestra relación continúe porque Adamo actuara por lástima,
porque no tenía las pelotas para terminar con la pobre de mí.
Era una superviviente. Sobreviviría a Adamo al alejarme, no sin mi anhelo
oscuro, pero sobreviviría de una forma u otra. Aun así, mi estómago se retorció al
pensar que este podría ser nuestra última despedida, incluso si la despedida era
inevitable para nosotros.
Adamo negó con la cabeza.
—Esas son puras mierdas. Nunca jugué contigo, y no seguiré mi camino
feliz. No hemos terminado y no permitiré que pongas una brecha entre nosotros. —
Me agarró por los hombros, de manera nada gentil, y mi corazón estúpido latió
ferozmente lleno de esperanza—. Nada cambió entre nosotros.
Y sin embargo, todo lo había hecho. Sus ojos decían la verdad. Si queríamos
una oportunidad, Adamo tenía que verme como la chica que había sido antes de que
supiera la verdad. Tenía que verme como un ser separado de la pobre niña del video.
No estaba segura que pudiera. Papá lo había intentado y había fallado. Nunca me
sentí resentida con él por eso. Era mi padre. Acepté la forma en que me miraba
porque éramos familia. Pero no haría lo mismo por Adamo. No podía. Necesitaba
que esta parte de mi vida solo sea por Dinara, y no por la pobre Katinka maltratada.
—Entonces, fóllame, Adamo. Fóllame como lo habrías hecho hace dos días y
no como si fuese frágil. —Dejé caer el cigarrillo y lo aplasté bajo mi bota—. ¿O no
puedes hacerlo ahora que sientes lástima por mí?
Adamo tomó mi cuello, el calor y la ira batallando en sus ojos.
—No me compadezco de la chica frente a mí, Dinara. Compadezco a esa niña
del pasado. Pero tú… eres dura como un clavo. No necesitas de mi maldita lástima.
Asentí, tanto para confirmar sus palabras como para convencerme que en
realidad había dejado atrás cada parte de esa niña. Sabía en el fondo que aún se
encogía de miedo en alguna parte oscura de mi cerebro, pequeña y asustada,
amenazando con estallar. Quería que se vaya de allí, y ahora tenía una idea de cómo
finalmente tener éxito.
—Fóllame —susurré.
Adamo me atrajo contra su cuerpo, su lengua sumergiéndose en mi boca. Me
abrí para él, arrojé mis brazos alrededor de su cuello y moldeé nuestros cuerpos
entre sí. Adamo apretó mis senos a través de mi camiseta y luego tiró de mi pezón
erizado. Pasé mis dedos por su cabello ondulado, mordí su labio inferior solo para
apaciguarlo con mi lengua un momento después. Presionó su palma contra mi
entrepierna y me arqueé contra él, queriendo sentir su toque en mi piel desnuda.
—Consigan una habitación —llamó alguien. Estaba demasiado desorientada
por nuestro beso para saber quién era. Adamo me agarró de la mano y tiró de mí. Lo
seguí, mi corazón latiendo salvajemente en mi pecho, mi centro hormigueando de
necesidad.
Adamo me arrastró hasta la vieja gasolinera, y pasó junto a un Crank
sorprendido.
—Vete —gruñó Adamo, y Crank lo hizo con una maldición entre dientes.
Luego entramos en la trastienda a trompicones con su congelador viejo y cajas
desparramadas. El hedor a cartón mohoso y algo podrido me obstruyó la nariz.
Adamo cerró la puerta de golpe y me presionó contra el borde del congelador,
sus manos abriendo mi cremallera rápidamente. No se molestó en bajarme los
pantalones cortos, solo metió la mano en mis bragas y hundió su dedo medio en mí.
Su palma frotó mi clítoris a medida que me follaba con su dedo fuerte y rápido.
Nuestros ojos permanecieron clavados entre sí, mis labios se separaron
mientras Adamo sacaba gemidos tras gemidos de mi boca. Mi excitación empapó
mis bragas, haciendo que el dedo de Adamo se deslizara de adentro hacia afuera con
facilidad. Añadió un segundo dedo y me embistió aún más fuerte. El deseo en sus
ojos abrasó cada centímetro de mi piel. Sin ninguna señal de lástima, solo lujuria.
Grité mi liberación, pero Adamo apenas me dio tiempo para recuperarme
antes de bajarme los pantalones cortos y subirme al congelador. Separó mis piernas
y lamió profundamente, haciéndome estremecer y aferrarme a su cabello. Después
se enderezó y sacó su polla. Agarró mis tobillos y los apoyó sobre sus hombros
antes de sumergirse en mí con una estocada fuerte. No me dio tiempo para
adecuarme, sino que se estrelló contra mí. Se inclinó hacia adelante, acercando mis
piernas a mi cuerpo y cambiando el ángulo de modo que fuera aún más profundo.
Tomé aire después de respirar entre jadeos superficiales, los dedos de mis pies
enroscándose con fuerza bajo la fuerza de las sensaciones.
La furia y el deseo habían reemplazado a la lástima, y me convertí en Dinara
nuevamente, mientras me perdía en la mirada de Adamo. Clavé mis uñas en sus
hombros, mis caderas encontrándose con él, empuje a empuje, y entonces mis labios
se abrieron para soltar un grito cuando me corrí otra vez. Adamo se estrelló aún más
fuerte contra mí antes de liberarse en mí con un gemido bajo.
Cerré mis ojos, jadeando. No quería que esto termine. Ni hoy, ni mañana,
quizás nunca.
Adamo me hacía querer perderle el control. Me hacía sentir como si pudiera
perder el control sin miedo.
Cuando Adamo y yo nos calmamos de nuestra liberación, se encontró con mi
mirada. Tenía el rostro cubierto de sudor y la camisa se le pegaba a la parte superior
del cuerpo.
—No hemos terminado —dijo con voz ronca.
Asentí, respirando con dificultad.
—No lo creo.
En ese momento Adamo me miró de la misma manera que lo había hecho
antes de descubrir la fea verdad, como si aún fuera la ruda corredora Dinara para él.
Sabía que habría momentos en los que esta nueva expresión conmovedora volvería,
pero mientras él pudiera hacerme sentir así de viva, podría vivir con los
recordatorios pequeños.
P asamos la noche juntos en la tienda de Adamo. El sueño me eludió.
Mis pensamientos giraron en torno a los eventos del día anterior, a
descubrir que aún había videos míos por ahí. Ahora que lo sabía,
recordé que la cámara siempre me apuntaba. Se había desvanecido en la oscuridad
de mis recuerdos a lo largo de los años. Otras imágenes habían sido más
prominentes.
El aroma cálido de Adamo me envolvió, uno de sus brazos se echó sobre mi
cintura. Su cercanía me proporcionó el consuelo que nunca admitiría que necesitaba.
Miré hacia el techo de la tienda, incluso si estaba mayormente envuelto en la
oscuridad. Solo nos llegaba un indicio de luz, tal vez del fuego o de uno de los autos.
El murmullo de voces me indicaba que los demás tampoco podían dormir.
—¿No puedes dormir? —preguntó la voz somnolienta de Adamo,
haciéndome saltar.
—Demasiados pensamientos —admití.
Adamo asintió, rozando mi mejilla con su nariz.
—Aquí estoy, para lo que sea que necesites. Sé que hay una razón por la que
te uniste a las carreras, por la que buscaste mi cercanía, y una vez que estés lista para
divulgar tus razones, aquí estoy para escuchar.
Tragué pesado, escuchando una pizca de sospecha en su voz. Si estuviera en
su lugar, también desconfiaría de mis motivos, y no habían sido completamente
inocentes.
—Dormir contigo, pasar tanto tiempo contigo, eso no se trata de un plan.
Nunca quise que esto suceda. Solo quería conocer a un miembro del famoso clan
Falcone para arrojar algo de luz en mi pasado, al menos en los rincones que mi
padre mantuvo a oscuras deliberadamente. Pensé que serías la mejor opción. La
reputación de tus hermanos es aún menos atractiva. Nunca te mentí sobre mi
identidad. Desde el principio, sabías que estaba buscando algo que solo un Falcone
podía darme.
Adamo rio entre dientes.
—Quieres decir que, ¿soy la opción menos peligrosa?
Dejé escapar una risa pequeña.
—Entrar en Las Vegas parecía una mala idea, incluso en mi cabeza, y me
fascinaste desde el momento en que comencé a investigar sobre tu familia.
—¿Qué te fascinó?
—Definitivamente, las carreras. Pero más que eso, era el conflicto que a
veces veía en tus ojos durante las peleas en jaula. Como si una parte sedienta de
sangre batallara con tu consciencia. Me recordaste a mí. Mi padre cree que
pertenezco a la luz, pero no encajo allí.
Adamo se incorporó de modo que su rostro se cernió sobre el mío, pero
estaba demasiado oscuro para distinguir más que el contorno general.
—La sangre por la que estás sedienta, ¿está en Las Vegas?
No dije nada. Mi objetivo había cambiado durante los últimos meses.
—Quería saber más sobre mi pasado, y sabía que solo Remo podía decirme lo
que mi padre no quería. No tenía muchas esperanzas de que divulgara alguna
información. Tal vez si mi padre y él aún cooperaran, pero ahora que su relación se
ha vuelto hostil, sabía que las posibilidades eran escasas. Pero tenía que arriesgarme.
Una parte de mí esperaba que supieras lo que quiero saber.
—Y ahora, ¿qué es lo que quieres?
Mi corazón se aceleraba cada vez que intentaba determinar qué quería
exactamente. En el fondo, solo una opción sonaba satisfactoria.
—Necesito hacer lo que había planeado originalmente. Averiguar todo antes
de que en realidad pueda decidir qué voy a hacer después.
—Tengo los CD en mi auto. ¿Los quieres?
Sacudí la cabeza rápidamente.
—Aún no —susurré. Un día intentaría verlos, pero ahora no, incluso si me
mostrarían la dura y fría verdad en cada detalle repugnante. No estaba preparada
para ese enfrentamiento.
Adamo acunó mi mejilla.
—¿Quieres que te lleve a Las Vegas? Para reunirte con Remo. ¿Cierto?
Innumerables veces a lo largo de los años me había imaginado reuniéndome
con el hombre que me había salvado de posiblemente años de abuso. Mi padre
nunca había hablado sobre el Capo en palabras muy favorables. Ahora suponía que
la razón era que Remo se había quedado con mi madre y no había permitido que mi
padre la mate. No estaba segura por qué. Parecía poco probable que Remo Falcone
tuviera reparos en acabar con la vida de una mujer.
—Sí. —El silencio de Adamo llenó la oscuridad entre nosotros—. Sé que
eres leal a la Camorra y no te estoy pidiendo que la traiciones. Quiero conocer a
Remo oficialmente si él lo permite.
—Podemos conducir a Las Vegas después de la próxima carrera.
—¿No tendrás que preguntarle primero a Remo? —Incluso si Adamo era el
hermano del Capo, había algunas reglas a seguir, a menos que la Camorra operara de
manera completamente diferente a la organización de mi padre, lo cual dudaba
seriamente. Toda organización del crimen se basaba en una estricta estructura
jerárquica.
—Durante mi último viaje a Las Vegas, mencioné que podrías querer verlo
para hablar. Y él aceptó.
Me empujé hacia arriba.
—¿Cómo supiste? ¿Quizás debo asesinar a tu hermano por quedarse con mi
madre todos estos años? No puedes conocer mis verdaderos motivos. Podría estar
mintiendo.
—Aún no has revelado tus verdaderos motivos, tal vez a estas alturas ni
siquiera los conoces en todo su alcance, pero Remo puede protegerse a sí mismo y
es el maestro de los juegos y la astucia. Es difícil engañarlo, mucho más difícil que
engañarme a mí.
Resoplé.
—Creo que te estás menospreciando.
—No, soy muy bueno leyendo a las personas, e incluso en la manipulación si
quiero serlo, es el gen Falcone, pero Remo es el puto maestro en eso. Bien podría
haberlo inventado.
—Entonces, ¿Remo quiere verme para determinar mis motivos? Va a
averiguar si supongo un riesgo para él, para ti o para la Camorra.
Adamo acarició mi brazo.
—No, dudo que por eso quiera conocerte. Remo conservó a tu madre y los
videos por una razón, pero no me lo reveló todo. Tanto tú como él ocultan parte de
la verdad, y al unirlos a los dos, espero descubrirlo todo.
—¿Pero sospechas por qué tu hermano hizo lo que hizo?
—Conozco a Remo. Sus valores no han cambiado a lo largo de los años. Son
tan retorcidos y moralmente dudosos como solían ser.
—No es como si tu moralidad fuera aceptable socialmente.
Adamo se rio.
—Soy un Falcone. Una moral retorcida está en mi reserva genética.
—Me pregunto cuándo decidirás que no valgo la pena.
—Oh, tengo la sensación de que vales la pena todos los problemas por los
que podrías hacerme pasar.
Mordí mi labio, sin saber cómo responder a eso. Cada día que pasaba con
Adamo, se grababa más en mí. Lo extrañaba cuando no estaba cerca y seguía
pensando en él y en cómo se sentía estar con él. No estaba segura de adónde me
estaba llevando mi camino, pero esperaba que Adamo se uniera a mí, al menos por
un tiempo más. No me atrevía a mirar demasiado lejos en el futuro.
—Dima no puede ir con nosotros a Las Vegas. Eso no le sentaría bien a
Remo —dijo Adamo.
Dima y yo no hablábamos mucho, pero regresó al campamento conmigo
después de mi último viaje a Chicago. No estaba segura si era por orden de mi padre
o si su propia veta protectora se había manifestado.
—Entonces, tendremos que escabullirnos. Dudo que me escuche si le digo
que se quede atrás. No permitirá que nada lo detenga si mi padre le dio órdenes de
vigilarme.
—Entonces nos escabulliremos después de la próxima carrera. Rara vez se
queda mucho tiempo para la fiesta posterior. Y tal vez puedas echarle un par de
pastillas para dormir en su bebida. Puedo darte algo fuerte.
Negué con la cabeza. Si bien confiaba en Adamo conmigo misma, no estaba
segura si debía confiarle la vida de Dima. Después de todo, era un soldado de la
Bratva, y definitivamente el primero al que mataría Adamo.
—Yo me encargaré.
Adamo rio entre dientes.
—Está bien. Pero no tienes que preocuparte. Si quisiera deshacerme de Dima,
no lo haría de forma cobarde. Lo vencería en una pelea a muerte.
—Eso es un consuelo —dije secamente.
Adamo acercó aún más nuestros rostros y me besó. El beso fue dulce con una
pizca de posesividad. Mordió mi labio antes de alejarse.
—¿Por qué Dima?
—Quieres decir, ¿por qué salí con él?
—Sí —contestó—. Él y tú estuvieron juntos durante algunos años, ¿verdad?
—Tres años.
—Entonces, ¿por qué él? Al principio, pensé que estaba celoso de nosotros,
pero ahora ya no estoy tan seguro. Definitivamente lo desaprueba, pero no estoy
seguro que sea porque te quiera para él o si hay otra razón. Pero definitivamente lo
miras como si bien podría ser tu hermano y no tu ex.
—¿Estás celoso? No he estado con él en más de un año, y tampoco con nadie
más.
—Solo curioso. Sigo pensando que actúa más como un hermano protector
que como un antiguo amante. Es extraño.
—¿Más extraño que un Falcone y una Mikhailov enrollándose? —pregunté,
pasando mis dedos por el pecho musculoso y los abdominales de Adamo.
Adamo rio entre dientes.
—Buen intento.
Suspiré. Había conocido a Dima casi toda mi vida. Habíamos sido amigos
incluso antes de que mi madre me alejara y, después de eso, también había sido su
compañía la que busqué. A diferencia de los adultos, él no me miró con lástima y
horror. En realidad, no sabía lo que había sucedido. Eso cambiaría más tarde y
también la forma en que me trató, pero siempre había estado a mi lado.
Tomé el paquete de cigarrillos que estaba en el suelo a mi lado y encendí uno,
luego di una calada profunda. Por lo general, este era un tema que se sentía
demasiado personal, pero Adamo y yo habíamos llegado a un punto en nuestra…
relación en el que quería compartir más de mí. Era una realización sorprendente y
aterradora.
Dejé escapar una columna de humo antes de girar la cabeza hacia Adamo.
—Quería tener el control, quería experimentar la sexualidad en mis propios
términos. En el pasado… —Mi voz murió. Entrecerré los ojos hacia la punta
brillante de mi cigarrillo durante un par de respiraciones antes de que pudiera hablar
de nuevo—. Las cosas que me hicieron… todo estuvo fuera de mi control. Tuve que
soportar el dolor, el miedo y la humillación. Pero con Dima, incluso aunque fue
doloroso, fue mi elección. Dejó que fuera mi elección. Dima era una opción segura.
Como mi guardaespaldas, estaba destinado a protegerme. Padre lo habría matado si
me hubiera hecho daño. Es el hombre de mi padre hasta la médula. Sabía que nunca
haría nada que no quisiera. Con él podía hacer lo que quisiera, recuperar el poder
que me quitaron cuando era niña.
El sexo con Dima había sido… liberador de alguna manera porque había sido
en mis términos. No me lo habían impuesto. Todo fue mi elección. Pero nunca se
había sentido… bien. De hecho, nunca había abandonado mi control tan
completamente hasta Adamo. Dima y yo habíamos sido una unión por conveniencia.
Dima probablemente había esperado que le diera alguna ventaja a largo plazo
porque, como huérfano criado por la Bratva, sus opciones habrían sido limitadas.
Pero también había querido ayudarme. Y para mí, había significado romper parte de
mis grilletes y al mismo tiempo sacar a mi padre de mi espalda. Verme en una
relación con Dima le había dado a papá la esperanza de que superaría el pasado y
podría vivir una vida normal. Si no hubiera vivido lo que tuve que pasar, dudo que
habría estado tan emocionado de que salga con uno de sus hombres.
Adamo asintió y, aunque no podía ver su expresión, le advertí.
—Sin lástima. —El timbre de mi voz sonó casi salvaje.
—Sin lástima. Los Falcones no tenemos lástima —dijo con firmeza,
arrebatándome el cigarro de la mano y dando una calada él mismo.
—Casi lo olvido —dije con sarcasmo. Adamo me besó de nuevo, su mano
deslizándose sobre mi vientre desnudo, dejando la piel de gallina en su camino.
Comenzó a jugar una vez más con mi piercing en el pezón distraídamente. El brillo
del cigarrillo arrojaba sombras sobre su rostro, reflejándose en sus ojos oscuros.
—Lo que dijiste tiene sentido. Espero no ser otra opción segura.
Me tragué un gemido cuando Adamo tiró un poco más fuerte.
—El sexo contigo no tiene nada que ver con una opción segura, es un viaje
salvaje que me arranca por completo cualquier apariencia de control.
Adamo me besó en la comisura del labio y aplastó el cigarrillo.
—Entonces, ¿esto solo se trata de orgasmos y sexo sucio?
No lo era. Ya no. Incluso si mi cuerpo anhelaba su toque constantemente.
Pasé mis uñas por su pecho y abdominales.
—¿De qué más se trataría? En realidad disfruto de todos los orgasmos sucios.
Nunca te quejaste.
Adamo se inclinó sobre mi pezón.
—No hay ninguna queja. Cada orgasmo sucio que tu boca hábil y coño toman
de mi polla son muy apreciados. —Agitó mi pezón con su lengua. Después se movió
más abajo, su aliento cálido como un fantasma sobre mi vientre. Enterró su rostro en
mi coño, lamiendo mi lujuria por él—. Tampoco escucho a tu coño quejarse.
—Cállate —jadeé, y lo hizo a medida que su boca y lengua tocaban mi coño
como un instrumento. Perder el control nunca se había sentido tan bien.

Me costó concentrarme durante la carrera del día siguiente. Una razón fue la
falta de sueño porque Adamo y yo nos habíamos mantenido ocupados hasta altas
horas de la madrugada. Lo otro distrayéndome fueron mis pensamientos de mi
próxima reunión con Remo. Estaría más cerca de mi madre de lo que había estado
en más de una década. La única vez que la había visto de hecho había sido en
pesadillas. ¿La realidad sería peor?
No estaba segura de querer verla. Cuando pensé que estaba muerta, siempre
había deseado tener la oportunidad de confrontarla, pero ahora que la opción era real
y estaba a mi alcance, mi pecho se contrajo ante el mero pensamiento. Incluso si el
pasado aún me atormentaba en ocasiones, la mayoría de los días lo tenía bajo
control. ¿Y si verla abriría heridas que no podría cerrar de nuevo?
Terminé la carrera en decimoquinto lugar. Mi peor resultado hasta ahora,
pero a pesar de mi ambición, ni siquiera registré eso. Todo lo que podía pensar era
que temprano en la mañana saldríamos a Las Vegas.
Dima no se unió a la fiesta después de la carrera y en su lugar se escondió de
inmediato en su tienda de campaña. Fui tras él. Quería ver cómo estaba, y aún
necesitaba darle las pastillas para dormir de modo que no se interpusiera en nuestro
plan de ir a Las Vegas. En serio no necesitaba que los hombres de mi padre me
escoltaran. Eso no haría que Remo renuncie a sus conocimientos. Nos echaría a la
fuerza con armas de fuego.
—¿Dima? —llamé. En realidad no podía llamar a su tienda. Una forma se
movió en el interior y al final la solapa se abrió y Dima asomó la cabeza. Solo estaba
en bóxers, una imagen que había visto antes en innumerables ocasiones, pero ahora
se sentía incómodo. El tatuaje de las Kalashnikov cruzadas marcaba su pecho: el
símbolo de la Bratva.
—¿Qué quieres?
Levanté las dos tazas con vodka.
—No compartimos un trago después de la carrera.
—No hay razón para celebrar, ¿verdad? A los dos no nos fue bien hoy.
A Dima nunca le había importado mucho tener éxito en las carreras. Se había
quedado por mí.
—El vodka es bueno en cualquier situación. Para conmemorar, celebrar y
simplemente porque sí.
El destello de una sonrisa apareció en el rostro de Dima antes de desaparecer.
Le entregué una de las tazas y la aceptó mientras salía de la tienda. La dosis
no era demasiado alta. Se aseguraría que se durmiera pronto y siguiera de largo
hasta la mañana. De lo contrario, su sueño ligero resultaría complicado.
Chocamos las tazas antes de vaciar el vodka de un trago seguido de un siseo.
Sonreí. Era un vodka casero del cocinero de papá y más fuerte que el que se podía
comprar en las tiendas, especialmente en Estados Unidos. El fabricante de viudas era
uno de sus apodos entre los hombres de papá.
Dima examinó mi rostro.
—Estoy preocupado por ti, Dinara. Desde que te enteraste de lo de tu madre,
te apartaste de mí. Siento que ya no me confías tus planes.
Resoplé, incluso si hubiera dado en el clavo.
—Te alejaste porque no te agrada verme con Adamo. Te di espacio.
—No cometas el error de confiar en él. Un lobo sigue siendo un lobo incluso
cubierto de piel de oveja.
—Tú tampoco eres una oveja. No tengo ninguna oveja en mi vida. Y no lo
olvides, yo misma soy una loba.
Dima se rio.
—Lo eres.
Mi mirada se desvió de nuevo a la fiesta. La gente bailaba alrededor del
fuego, ya borracha con cualquier brebaje que hubieran preparado hoy. Adamo
hablaba con Crank pero seguía lanzándome miradas.
—Será mejor que regreses —dijo Dima con frialdad—. Está esperando.
Le envié una mirada exasperada pero se deslizó dentro de la tienda y la cerró.
Cuando llegué a la fiesta, alguien me agarró de la mano y me llevó al círculo que
bailaba alrededor del fuego. Estaba demasiado aturdida para regañarlos. En cambio,
dejé que mi cuerpo se balancee con la música.
Adamo sonrió a medida que observa. Cuando pasamos junto a él, agarré su
camisa y tiré de él. Por segundos, olvidé lo que me esperaba y viví solo el momento,
existí en el ritmo. Mis botas removieron la tierra seca mientras bailaba con la
música.
La fiesta posterior aún estaba en pleno apogeo cuando Adamo y yo nos
escabullimos hacia su tienda. Nadie sospechó nada dado que antes lo habíamos
hecho. A estas alturas, nuestra aventura ya no era un secreto. Afortunadamente, la
gente no metía la nariz en nuestros asuntos. La mayoría de ellos tenían secretos
propios que querían ocultar. El único que lo comentó fue Dima. Me pregunté si le
habría mencionado algo a mi padre, pero lo dudaba. Papá me habría preguntado si lo
hubiera sabido.
Eran las cuatro de la mañana cuando Adamo y yo desmantelamos la tienda y
subimos a su auto. Adamo apenas tocó el acelerador y, en cambio, dejó que el
automóvil se alejara lentamente del campamento. Cuando estuvimos a una buena
distancia, aceleró y salimos a la calle hacia Las Vegas.
Mi mirada siguió el paisaje monótono, solo ocasionalmente interrumpido por
árboles o formaciones de piedra.
—¿Cuánto tiempo tardará?
—El viaje tarda unas tres horas. Quizás cuatro dependiendo del tráfico una
vez que lleguemos a Las Vegas.
—¿Y Remo sabe que vamos a ir?
—Le envié un mensaje. Nino y él nos esperarán en Sugar Trap.
Sugar Trap… el nombre sonó una campana en mi cabeza y, al final, la
imagen de un letrero de neón con unas piernas abiertas se formó en mi mente como
si lo hubieran sacado de aguas turbias. Con el recuerdo vino una sensación de
opresión en mi vientre.
—¿Regresaremos de inmediato?
Adamo me dirigió una mirada cautelosa.
—Quizás necesitarás más de un par de horas. Reservé un hotel para nosotros
en el Strip. Propiedad de la Camorra.
—No tienes que pasar la noche en un hotel conmigo en lugar de con tu
familia. Sé que no confían en mí.
—Es toda una carga pasar la noche en un hotel de cinco estrellas con una
pelirroja hermosa en lugar de con mi familia metiéndose en mis asuntos y
haciéndome un millón de preguntas sobre ti.
Mis cejas se alzaron.
—¿Qué tipo de preguntas?
—Mis cuñadas quieren saber todo de ti. Una chica tan secreta en mi vida los
tiene a todos muriendo de curiosidad.
—La chica secreta en la vida de Adamo Falcone. Me gusta ese título.
Antes de que pudiera pensar en ello, tomé su mano y antes de que pudiera
alejarme otra vez, Adamo entrelazó nuestros dedos. Me dio una sonrisa cómplice y
el silencio se apoderó de nosotros. A veces me perdía en la calidez de sus ojos. Me
hacían sentir como si pudiera confiarle cada secreto oscuro que albergaba.
Mi pulso se aceleró ante la avalancha de emociones que provocó esta
comprensión y aparté la mirada. Miré por la ventana, intentando recordar lo que
recordaba de Remo y Nino Falcone, y Las Vegas. En ese entonces, no había
entendido quiénes eran excepto los hombres que me habían liberado de mi infierno
diario y me habían devuelto a mi papá. Me parecieron héroes por un tiempo. Pero al
final papá dejó en claro que todo lo que habían hecho era por razones comerciales,
para crear una tregua inestable con la Bratva. Papá había mentido sobre la muerte de
mi madre, así que no estaba segura de cuántos de sus relatos también fueron falsos.
Sin embargo, la Camorra en realidad no era conocida por su agenda altruista.
Cuando Las Vegas apareció en el horizonte, mi estómago dio un vuelco y mi
boca se secó. Más de una década. Ya no existía la niña que había dejado esta ciudad
hace mucho tiempo… o eso esperaba.
—¿Cuánto falta? —pregunté, mi voz baja.
Adamo apretó mi mano pero ahora ni siquiera su toque me calmó.
—Diez minutos.
No era tiempo suficiente para prepararme para lo que me esperaba. Ahora que
me acercaba a mi meta, la calma interior parecía imposible de alcanzar.
Diez minutos después nos detuvimos frente a Sugar Trap. Abrí la puerta de
un empujón, apartándome del agarre de Adamo. Respiré profundo, luchando contra
la opresión en mi pecho. La mera visión del letrero de neón me trajo recuerdos del
pasado, de los días y semanas anteriores a que Remo me devolviera a mi padre. Las
Vegas estaba llena de recuerdos horribles para mí. Pero no era la única ciudad.
Incluso antes de que mamá y yo nos mudáramos aquí, había permitido que los
hombres que nos dieron refugio en otras partes abusen de mí.
—¿Dinara? —preguntó Adamo con cuidado, caminando a mi lado.
—Estoy bien —insistí antes de que pudiera preguntar—. Lidera el camino.
Adamo me tomó de la mano y lo dejé mientras me conducía hacia la puerta
negra destartalada que conducía a Sugar Trap. Era un burdel, el primer
establecimiento de ese tipo en el que ponía un pie desde ese día fatídico hace
muchos años atrás, y el lugar que determinaría mi futuro.
A damo abrió la puerta y la sostuvo abierta. Entré en la antesala poco
iluminada con su guardarropa y un enorme guardia negro sentado a
una mesa. Sus ojos se entrecerraron brevemente en mí antes de pasar
a Adamo y asentir brevemente.
Adamo no dijo nada, solo le dio una sonrisa tensa al hombre, antes de
guiarme adelante. Mis piernas se sintieron plomizas cuando lo seguí al área del bar
de Sugar Trap, donde los fulanos podían ver la selección de putas y charlar con ellas
hasta que entraran en una de las trastiendas para el asunto real. Ahora el área estaba
casi desierta, excepto por un hombre de piel oscura detrás de la barra del bar,
haciendo un balance del mueble de bebidas. Aún era demasiado pronto para los
clientes.
Mis ojos se fijaron en las cabinas de cuero rojo, la decoración lacada en negro
y las plataformas de baile con postes plateados. El esquema de color no había
cambiado ni la vibra general del establecimiento. Pero ahora parecía más pequeño y
menos abrumador. Para la pequeña niña angustiada del pasado, todo le había
parecido mucho más grande. Ahora era un bar lúgubre como cualquier otro, no tan
diferente de los que tenía papá en Chicago. No se me permitía poner un pie en ellos,
pero había visto fotos. Manejaba todas las presencias en línea de los clubes y bares
en internet, así como la Darknet para la sección de la Bratva de papá. Tenía
predilección por las ciencias de la computación, de modo que era una forma de
sentirme útil y justificar la cantidad infinita de dinero a mi disposición.
Mi pulso no se desaceleró cuando cruzamos el bar, incluso si no captaba ni un
indicio de peligro. Adamo me lanzó otra mirada preocupada porque había
disminuido aún más la velocidad.
—No tenemos que reunirnos con mis hermanos. Podemos regresar al
campamento.
—No —dije bruscamente—. Tengo que hablar con Remo.
Algunas partes de mi vida, de mi pasado, habían permanecido fuera de mi
control y necesitaba recuperar el control. Necesitaba hablar con alguien que hubiera
estado allí.
Adamo asintió, pero podía decir que no estaba convencido. No podía
entender. No estaba segura si alguien en realidad podría hacerlo. Él había pasado por
una mierda retorcida, especialmente con su madre, pero lo que había hecho, atacarla,
había sido un impulso del momento cuando era la vida de sus hermanos o la de ella.
Mis deseos más profundos iban mucho más allá.
—Déjame hablar con mis hermanos antes de llevarte con ellos, ¿de acuerdo?
—pregunto—. ¿Por qué no tomas algo de beber? Estoy seguro que Jerry te dará con
gusto lo que quieras.
Jerry alzó la vista detrás de la barra y me dio una sonrisa rápida, puros dientes
blancos en su tez oscura.
Solté la mano de Adamo y desapareció por la puerta trasera. Me dirigí a la
barra pero no me senté.
—¿Tienes vodka?
Jerry sonrió.
—Por supuesto. Y uno bueno, si se me permite decirlo.
Me sirvió un vaso generoso de Moskovskaya, definitivamente no el peor
vodka. Tomé un sorbo, mis ojos volviendo a la puerta por donde Adamo había
desaparecido.
A estas alturas, Dima se habría dado cuenta de mi desaparición y habría
alertado a mi padre. Por eso dejé mi teléfono celular en mi auto en el campamento.
No quería que papá me rastree hasta este lugar y envíe a sus soldados a salvarme,
cuando no quería o necesitaba que me salven. Al menos no el tipo de salvación que
él tenía en mente.
La puerta se abrió y Adamo salió seguido por dos hombres altos. En mi
memoria, tanto Remo como Nino Falcone habían sido gigantes, pero ahora me di
cuenta que Adamo era de su altura. Para una niña se verían mucho más altos. Vacié
el vaso de un trago rápido, disfrutando del ardor y el calor resultante.
La boca de Remo se retorció cuando siguió mis acciones. Sus ojos mostrando
reconocimiento y un toque de diversión oscura. Ninguna señal de lástima. El rostro
de su hermano Nino estaba completamente desprovisto de emociones, tal como lo
recordaba. No esperé a que se me acerquen, sino que caminé en su dirección con la
cabeza en alto.
Era consciente de su reputación, y la protección de Adamo solo llegaría hasta
cierto punto. Eran sus hermanos, y aunque disfrutara de mi compañía, su lealtad
estaba con la Camorra y su familia como debería.
Le tendí la mano a Remo.
—Ha sido un largo tiempo.
Remo asintió con otro temblor de su boca y estrechó mi mano brevemente.
—Así es. Cambiaste.
Adamo se colocó a mi lado y tomó mi cadera. Miré en su dirección
brevemente, sorprendida por su cercanía y su señal abierta de nuestra unión. No
podía negar que me calentó por dentro más que el vodka.
Tanto Nino como Remo echaron un vistazo al movimiento de Adamo pero no
dijeron nada. Papá probablemente habría intentado matar a Adamo por esta muestra
de afecto.
—¿No lo hacemos todos? —pregunté—. El cambio es inevitable.
Nino inclinó la cabeza y estrechó mi mano.
—¿Qué tal si continuamos nuestra conversación en la oficina?
—Eso suena razonable —respondí.
Remo y Nino intercambiaron una mirada antes de regresar por la puerta.
Adamo sonrió alentadoramente, su pulgar deslizándose a lo largo de mi
cadera.
—Estás a salvo en Las Vegas. —Sus ojos oscuros no tenían absolutamente
ninguna duda.
—Lo sé —dije y lo besé brevemente. Seguimos a sus hermanos, pasamos una
hilera larga de puertas cerradas. Mi estómago dio un vuelco cuando reconocí a una
de ellas como la puerta de la habitación donde había pasado la noche. Más recuerdos
de ese día tomaron forma. El rostro de Cody, quien había estado envuelto en la
oscuridad hasta este punto, se manifestó ante mi ojo interior, y con él vino una
oleada de repulsión.
Remo echó un vistazo por encima del hombro antes de abrir la puerta de lo
que asumí que era su oficina. Escaneó mi rostro y me armé de valor, recordando las
palabras de Adamo sobre el talento de su hermano para reconocer las debilidades y
las emociones más oscuras de otras personas.
Cuando entré a la oficina con el saco de boxeo, el escritorio y el sofá, mi
respiración se atascó brevemente en mi garganta, a medida que los eventos de hace
una década aparecieron en mi cabeza. La expresión horrorizada de Cody, los
intentos de mamá de negociar con el Capo y su furia por ello. Adamo cerró la puerta
con un clic suave, pero de todos modos salté. Podría haberme pateado por esta señal
de angustia ya que no pasó desapercibida. Los tres hombres notaron mi nerviosismo.
Si no me controlaba, me verían como la oveja entre la manada, no como otro lobo.
Adamo frotó mi cintura una vez más y, aunque aprecié su apoyo, y se lo diría
eventualmente, necesitaba mostrar fuerza. No había llegado tan lejos para
acobardarme como la niña que había sido en el pasado. Había ido mucho más allá de
ella. Había cambiado.
Le di una sonrisa forzada antes de salir de su alcance y acercarme a Remo,
quien se apoyó en su escritorio, observándonos con ojos penetrantes. Me pregunté
qué le habría dicho Adamo sobre nuestra relación y qué pensaba el Capo de ella.
—Me aseguré de estar al día con tu vida a lo largo de los años —dijo Remo
crípticamente.
No mostré ninguna reacción. Como hija del Pakhan a quien le encantaba
llevar una vida llamativa, estaba en público más a menudo de lo que prefería. Nunca
me había escondido y papá tampoco lo habría permitido. Quería que sea el centro de
atención, vestida con vestidos bonitos para que todo el mundo lo viera. Pocas
personas se atrevían a hablar del pasado, incluso si los rumores se hubieran
extendido después de mi regreso.
—Igual yo. Tus hermanos y tú han mantenido las cosas interesantes a lo largo
de los años. —Los ojos de Remo resplandecieron divertidos—. ¿Por qué el Capo de
la Camorra se interesaría por la hija de su enemigo? Mi vida no proporcionó la
misma emoción que la tuya.
Adamo y Nino observaban nuestra conversación pero no intervinieron.
—Quería ver si tenía razón en mi valoración de ti.
Entrecerré mis ojos.
—¿Qué valoración?
—Si demostrabas ser tan fuerte como consideré que eres.
Resoplé.
—Era una niña asustada que permitió que la gente la use y abuse de ella. No
era fuerte. No soy la misma persona que solía ser. Cambié.
Remo se apartó del escritorio y se acercó, elevándose sobre mí, lo que
provocó que Adamo se tense. Me encontré sin vacilar con la mirada de Remo. Tal
vez era una tontería por mi parte no temerle, pero solo podía verlo como el hombre
que me había liberado de mis torturadores.
—Incluso entonces vi tu fuerza, aunque tú no pudieras. Que estés aquí hoy
demuestra que tenía razón. Tal vez has cambiado por fuera, pero en el fondo eres la
misma niña resistente que sobrevivió.
Tragué con fuerza, porque sus palabras despertaron emociones con las que no
quería lidiar. Adamo se acercó un paso más, y su expresión protectora no presagió
nada bueno. Esto era entre Remo y yo. Si quería llegar al fondo de mi pasado, tenía
que hablar a solas con Remo. Tenía el presentimiento de que no sería tan
comunicativo con la información mientras necesitara a Adamo como niñera y
guardaespaldas. Me estaba poniendo a prueba. Aclaré mi garganta y miré a Adamo.
—Tengo que hablar a solas con Remo.
Si Remo se sorprendió por mi pedido, lo ocultó bien.
Nino intercambió una mirada con su hermano mayor antes de irse sin decir
una palabra más. Sin embargo, Adamo me atrajo hacia su costado.
—¿Qué pasa?
—Tu hermano y yo tenemos que hablar a solas.
—¿Aún no confías en mí, hmm? —preguntó Adamo con ironía.
—No —gruñí—. No es eso. Pero la verdad que voy a descubrir hoy es mi
verdad. Una que quiero procesar antes de compartirla con nadie más. Incluso
contigo. Es mi pasado.
Adamo suspiró. Se inclinó y me besó.
—Está bien, pero recuerda que si me necesitas aquí estoy.
Le envió a su hermano una mirada de advertencia que después de todo me
hizo querer pedirle que se quede. Cuando Remo y yo finalmente estuvimos solos, el
silencio cayó sobre nosotros por un tiempo. Remo me observó de cerca y cualquier
cosa que viera pareció complacerlo.
—Pocos de mis hombres se sienten cómodos en mi presencia. La mayoría de
las mujeres preferirían estar encerradas en una jaula con un perro de pelea que
conmigo, pero ¿pides una charla y no pareces para nada asustada?
—¿Tengo alguna razón para tenerte miedo? —pregunté.
Una vez más el temblor en su boca.
—Creo que ya respondiste esa pregunta por ti misma antes de poner un pie en
territorio de Las Vegas.
Me encogí de hombros.
—Tenía mis suposiciones, pero, por supuesto, no podía estar segura. Mi
padre es tu enemigo. Se matarían el uno al otro si alguna vez se encontraran.
—Dinara, tu padre no está entre los diez primeros de mi lista de enemigos.
Vivirá, probablemente.
Mis labios se apretaron.
—Mi padre es un hombre fuerte con un ejército de seguidores leales.
Remo rio entre dientes.
—Ahh, ¿después de todo eres una princesa de la Bratva? Uno podría pensar
que no te importa el negocio de tu padre considerando lo imprudente que eres al
entrar en territorio de la Camorra y convertirte en parte de nuestro campamento de
carreras.
—Soy leal a mi padre, así como Adamo es leal a ti y a la Camorra.
Algo se reflejó en los ojos de Remo, y me di cuenta que estaba pisando un
terreno peligroso.
—¿Has probado su lealtad?
—No lo hice y no lo haré. Adamo tiene su lugar y yo tengo el mío.
—Pero las líneas se han vuelto borrosas, ¿no? Adamo y tú se han acercado
durante las últimas semanas —dijo Remo, y la insinuación de sospecha y amenaza
cambió en su voz profunda.
Sabía que sería inútil negarlo. No estaba segura de cuánto le había dicho
Adamo a su hermano, y tenía el presentimiento de que Remo habría olido la mentira.
—Así es. Compartimos la pasión por las carreras.
—Pero no es por eso que se cruzaron sus caminos, ¿verdad, Dinara? Te uniste
por una razón a nuestro campamento de carreras.
—Lo hice —respondí con firmeza, sin apartar la mirada. Si hubiera bajado la
mirada o intentado evitar el tema, Remo lo habría visto como una admisión de culpa.
Definitivamente era culpable de buscar la cercanía de Adamo inicialmente para
averiguar sobre los Falcone y usarlo para ponerme en contacto con Remo, pero
dormir con él o pasar tanto tiempo con él nunca había servido para ese propósito. Mi
cuerpo y alma lo habían anhelado. Cuando estaba con Adamo, rara vez anhelaba la
avalancha de drogas que me había perseguido durante tantos años. Él era mi droga
preferida.
—Mi padre siempre tuvo cuidado de divulgarme la menor cantidad de
información posible sobre mi pasado. Sabía que eras el único que podía revelar las
partes que dejó en la oscuridad.
—Entonces, ¿crees que eso haré? ¿Por qué revelaría información sin pedir
algo a cambio? Y, a diferencia de tu padre, no tienes que ofrecer nada de valor.
Me sentí desconcertada por un momento. Mi padre siempre había insistido en
que Remo no me ayudaría con mi pasado. Tendría suerte si no me mataba el Capo
loco. Pero, nuevamente noté el destello de desafío en los ojos de Remo. Enderecé
los hombros, al recordar las palabras de Adamo sobre las habilidades de
manipulación de su hermano.
—Mi padre debe haberte ofrecido mucho por mi madre. No hay nada que
prefiera hacer que matarla con sus propias manos. Pero cualquier cosa que te
ofreciera nunca fue suficiente para ti, lo que significa que no tiene nada que quieras.
Tal vez eres tan retorcido como todos dicen y solo quieres mantener su destino sobre
su cabeza para burlarte de él, pero entonces, no tiene sentido la paz que duró tantos
años.
La sonrisa de Remo se ensanchó.
—Continúa. Estoy empezando a disfrutar de tu análisis.
—Tal vez esperaste a que aparezca. Tal vez mi padre no es a quien le quieres
dar información.
—¿Y por qué te elegiría a ti, Dinara?
—Porque es mi pasado. Tengo derecho a saber la verdad. Nadie más.
Remo inclinó la cabeza.
—Bien dicho.
—Entonces, ¿me lo dirás todo?
—Lo haré, pero primero quiero hablar de Adamo.
—Adamo es un hombre adulto. Puede protegerse por su cuenta.
—Oh, lo sé, pero tengo el presentimiento de que pronto podrías necesitar otra
vez su ayuda para un camino que no puedes recorrer sola. Hará lo que le pidas
porque se preocupa por ti y porque es un camino que no puede resistir. Deberías
estar segura que lo que quieres de Adamo no termina el día que llegues al final de
ese camino, porque si es así, será mejor que lo termines ahora.
—Adamo y yo no estamos en una relación seria. Nos divertimos juntos. Eso
es todo.
Remo se inclinó más cerca, y retrocedí involuntariamente.
—Cualquier cosa que haya entre ustedes dos se extiende más allá de follar.
Ustedes dos comparten los mismos vicios.
—Adamo y yo tenemos que resolverlo por nosotros mismos.
Remo me dio una mirada que envió un escalofrío por mi espalda. No estaba
resentida con él por su protección hacia su hermano menor. Si Adamo alguna vez
conociera a mi padre… las cosas no serían diferentes. Papá intentaría asustarlo o al
menos aterrarlo para que me trate bien. Si no fuera el hermano de Remo Falcone,
probablemente incluso lo mataría. Tal vez de todos modos lo haría si lo consideraba
la única opción para protegerme.
—Tal vez deberíamos hablar sobre la razón por la que estás ahora aquí.
Pregunta lo que quieras saber.
—¿Mi padre supo todos estos años que mi madre estaba viva?
Remo asintió.
—Nunca le dije lo contrario. No tenía ninguna razón para matarla.
—Tú no, pero mi padre sí. Entonces, ¿por qué no permitiste que mi padre la
mate él mismo? Puedo ver en sus ojos que quiere hacerlo. Eres lo único que se
interpone en su camino —dije.
—Porque —gruñó Remo—. Ese es tu privilegio. Le dije a tu padre que la
mantendría en mi territorio hasta que tuvieras edad suficiente para decidir sobre su
destino. Pensé que vendrías mucho antes para matarla.
Me congelé, dándome cuenta del regalo que tenía delante, el regalo que me
estaba ofreciendo Remo. Papá nunca había mencionado ese detalle. Por supuesto
que no lo había hecho. Me quería en la luz, y lo que ofrecía Remo me llevaba a las
profundidades del infierno.
—¿La has conservado de modo que pudiera matarla?
Matar a mi madre. Había perdido la cuenta de las veces que lo había
considerado en fantasías abstractas, pero nunca había estado tan cerca. Mi corazón
se aceleró. En los últimos días, la idea había tomado forma, pero la Camorra siempre
me había parecido una barrera que tenía que pasar para conseguir lo que quería.
Ahora me daba cuenta que lo único que me detenía era yo. Si quería hacerlo, podría
encontrarla ahora y acabar con su vida.
—Matarla o hacer cualquier otra cosa que creas conveniente para alguien
como ella después de todo lo que ha hecho.
—¿Cómo romperme? —pregunté tajante, incluso si era un tono que no era
apropiado para un Capo.
—Cuando te miro, no veo a nadie roto. Y si crees que lo estás, entonces
deberías intentar arreglarte porque nadie más puede hacerlo.
Asentí. Papá lo había intentado, Dima lo había intentado, incluso Adamo lo
estaba intentando, pero en el fondo sabía que solo había una forma de superar lo
sucedido.
—¿Y si quiero que sea libre? ¿Y si quiero hacer las paces con ella? No todo
el mundo necesita matar a su madre para seguir adelante. —Era arriesgado decirlo,
pero Remo me había pillado con el pie izquierdo.
Su expresión se tornó peligrosa.
—Eso es cierto. Algunas personas pueden hacer las paces con sus abusadores,
pero los de nuestra clase no pueden hacerlo.
Nuestra clase. Mi padre siempre había intentado mantenerme alejada de la
oscuridad, pero su llamada siempre había sido fuerte y clara en mi corazón.
—Nunca consideré matarla.
Remo me dio una mirada que dejó en claro que no me creía.
—En detalle —enmendé—. Pensé que estaba muerta, así que nunca lo
consideré una opción válida. Era la fantasía imposible de una mente desesperada.
—Dinara, ya no es una fantasía imposible. Es tu venganza. Está a tu alcance.
Solo tienes que tomarla.
Tragué con fuerza.
—Ahora no puedo matarla. Aún no. Nunca he matado a nadie —admití. Ni
siquiera había presenciado la muerte de alguien. Una vez, entré por accidente
después de un asesinato cuando papá le disparó a uno de sus soldados en su oficina.
Pero el hombre había estado muerto y yaciendo en su sangre. No lo había mirado a
los ojos en sus últimos momentos de vigilia.
Remo se encogió de hombros.
—Nadie está libre de culpa.
Resoplé.
—Algunas personas podrían ver como una virtud abstenerse de matar.
—Suelen ser personas que nunca han visto el lado oscuro de la vida, y han
probado lo bueno que puede ser si la doblas a tu voluntad.
—He visto suficiente oscuridad… —Hice una pausa, intentando de hecho
sentir dentro de mí. No dudaba que podría apretar un gatillo si se me daba el
incentivo adecuado, especialmente para protegerme o a las personas que me
importan. Pero la venganza era una bestia diferente. Provenía de un impulso aún
más oscuro.
Sin embargo, quería seguir su llamado.
P rácticamente rebotaba en el taburete de la barra mientras esperaba a
que Dinara terminase de hablar con Remo. No me sentó bien que
tuviera que lidiar sola con él.
—Remo quiere ayudarla. No hay razón para que estés tenso —dijo Nino
arrastrando las palabras. Estaba sentado en el taburete de la barra junto a mí,
contemplándome con su expresión analítica y tranquila de siempre.
—¿Te habrías relajado en un principio al tener a Kiara en una habitación con
Remo?
—Kiara necesitaba sentirse protegida y solo confiaba en mí. Dinara parece
una mujer que puede manejarse sola. No dejará que Remo la intimide. No tienes que
preocuparte. —Entrecerró sus ojos en consideración—. Pero tu comparación prueba
que tu relación con Dinara va más allá del aspecto físico. Te preocupas por ella a
nivel emocional.
Aparté mis ojos de los suyos.
—Es complicado.
—Por supuesto.
Sonaron unos pasos y la puerta del pasillo trasero se abrió. Dinara estaba
terriblemente pálida cuando entró en el bar. Esa era una mirada que muchas
personas mostraban después de un tiempo a solas con Remo.
Salté del taburete y corrí hacia ella. Tomé su hombro, atrayendo su mirada
hacia la mía.
—¿Estás bien?
Dinara asintió distraídamente.
—Sí. —Se rio con voz ronca—. O tal vez no.
—¿Qué dijo Remo?
Dinara levantó un trozo de papel con una nota escrita a mano.
—Me dio la dirección del bar donde trabaja mi madre.
—Dinara —dije lentamente. Remo siempre había querido matar a nuestra
madre por lo que le había hecho a mis hermanos y a él. La venganza había sido su
fuerza impulsora. Para él era imposible comprender que no todo el mundo seguía la
misma lógica que él.
—Llévame allí —dijo Dinara, sin permitirme expresar mis preocupaciones.
Podía sentir la mirada de Nino sobre nosotros, probablemente analizando nuestro
lenguaje corporal para evaluar nuestro nivel de conexión emocional.
Suspiré y resistí el impulso de entrar en la oficina de Remo para enfrentarlo.
De todos modos, habría sido hipócrita porque vengar a Dinara había estado en mi
mente desde que me enteré de su pasado. Pero quería protegerla de eso. Nino nos
dio un asentimiento breve cuando pasamos junto a él y nos dirigimos a mi auto.
Dinara estuvo tensa a mi lado mientras conducía hacia la dirección. Había estado en
el bar solo una vez antes. Era uno de nuestros prostíbulos más miserables, no un
lugar en el que disfrutara pasar el tiempo.
—¿Qué harás cuando veas a tu madre? —pregunté. Recordaba haber visto a
mi madre por primera vez en años cuando era adolescente. Estaba en un asilo, una
mujer aparentemente rota que quería paz. En ese entonces había querido ir más allá
de la necesidad constante de sangre y muerte de mis hermanos. Quería ser mejor. En
cambio, mi intento desesperado de cambiar el destino solo me había empujado más
profundamente en mi camino predeterminado.
Dinara se volvió hacia mí, sus ojos color verde azulado completamente
abiertos.
—No lo sé.
—Supongo que Remo te dio permiso para matarla.
—Lo hizo. Me dio permiso para hacerle lo que quisiera. Lo llamó mi
privilegio.
Eso sonaba como mi hermano.
—No tienes que hacerlo. Tienes opciones.
—¿Qué opciones? —susurró Dinara con dureza—. No es que no haya
considerado matarla. Todas las noches, desde que descubrí que está viva, he estado
soñando con cómo la vería morir. Tu hermano no puso la idea en mi cabeza. Ha
estado ahí todo el tiempo. —Dio unos golpecitos en su sien.
Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos.
—¿Te imaginaste matando a tu madre antes del día en que la apuñalaste? —
preguntó.
—Creí que matar a mi madre no cambiaría nada durante mucho tiempo. Una
parte de mí incluso esperó que pudiéramos hacer las paces con ella, y convertirnos al
menos en una familia disfuncional. No había nacido cuando lastimó a mis hermanos.
Siempre había escuchado solo las historias, e incluso esas eran escasas. Remo
intentó mantener alejados de mí los horrores del día en que mi madre intentó
matarlos. Pero necesitaba darme cuenta por mí mismo del impacto horrible que tuvo
en nuestra familia. —Nino había contado una vez cómo nuestra madre le cortó las
muñecas, drogó a un Savio bebé y también intentó cortar a Remo antes de incendiar
la habitación. Remo salvó a Nino y Savio de un destino cruel. Nuestra madre en ese
entonces aún estaba embarazada de mí, y si hubiera tenido éxito con su plan
tortuoso, nunca habría nacido.
Me di cuenta que había estado en silencio durante demasiado tiempo, perdido
en mis pensamientos, así que continué con mi historia:
—Cuando la vi ese día, intentando matar a todos los que me importaban y
sonriendo mientras lo hacía, me di cuenta de lo que era. Que ella era la raíz de los
problemas de mis hermanos, de todas nuestras luchas. Nuestro padre no había sido
mejor que ella, pero al menos estaba muerto, y ya no podía proyectar su sombra
oscura sobre nosotros. Quise matarla en ese momento y nunca me arrepentí. Sin
embargo, me alegro que mis hermanos lo hayan hecho. Era su privilegio.
—¿Ayudó a tus hermanos verla muerta? ¿Matarla ellos mismos?
Lo consideré. En realidad, nunca había hablado con mis hermanos de eso. El
tema de la muerte de nuestra madre había sido enterrado con su cadáver. Se fue.
Quizás mis hermanos hablaban de eso con sus esposas, pero definitivamente no
conmigo, y nunca me había atrevido a hablar de eso. Para mí, poner el pasado a
descansar había sido un gran paso para encontrar la felicidad.
—No estoy seguro que les haya ayudado. No los cambió. Para entonces, ya
estábamos demasiado arruinados para encontrar el camino de regreso a un destino
diferente, pero tal vez les dio paz mental por un tiempo.
Dinara tragó con fuerza.
—Cuando estaba buscándote y a la verdad, lo único que quería era paz
mental. Quería descubrir los fantasmas de mi pasado que seguían atormentándome,
quería enfrentarlos y ponerlos a descansar, pero no sabía que muchos de ellos aún
estuvieran presentes.
—¿Te refieres a tu madre y tus abusadores?
Ella asintió. Estacioné el auto en el estacionamiento medio vacío del
prostíbulo y apagué el motor, pero no hice ningún movimiento para salir porque
Dinara tampoco lo hizo. Dirigió una mirada cautelosa hacia la puerta principal del
establecimiento. Era una puerta simple de acero en un edificio de ladrillos sin
ventanas en el frente.
Apreté su mano.
—Aquí estoy.
Dinara asintió con más determinación y abrió la puerta. La solté y salí del
auto, siguiéndola hacia la entrada del prostíbulo. Se congeló frente a él y se volvió
hacia mí, sus ojos frenéticos. Tomó la funda de mi pistola pero la detuve con un
toque suave.
—No puedes dispararle en medio de un bar. Si quieres matarla, debes hacerlo
en un lugar privado.
Dinara apartó la mano, por un momento, luciendo perdida.
—¿Me darás tu arma cuando la necesite? No tengo armas encima.
—¿Sabes disparar?
—Dima me enseñó.
—Puedes quedarte con mi arma si la necesitas. —Aún pensaba que Dinara se
veía demasiado fuera de lugar para tomar este tipo de decisión monumental tan poco
después de habérsele entregado la opción en bandeja de plata.
—Es mi decisión —cortó, sus ojos tornándose más enfocados—. Mi pasado,
mi decisión. No intentes detenerme.
—No lo haré —prometí.
Respiró profundo antes de entrar al edificio, seguida de cerca por mí.
El aire estaba cargado de humo, cerveza derramada y sudor mientras nos
dirigíamos a la barra con poca luz del prostíbulo. Un par de hombres estaban
sentados en la barra, charlando con prostitutas, y también había media docena de
cabinas ocupadas. En algunas de ellos, las putas y sus clientes ya habían dejado de
charlar. En nuestro mejor establecimiento, cualquier tipo de contacto se limitaba a
las habitaciones traseras, pero aquí las cosas se manejaban un poco más
abiertamente. Una de las putas estaba frotando a un gordo a través de sus pantalones
mientras él manoseaba sus senos y babeaba por todo su cuello.
Dinara no pareció darse cuenta. Sus ojos escudriñaron la habitación y yo hice
lo mismo, pero no vi a nadie que pudiera ser Eden.
—Vamos a la barra —dije.
Los hombres de la barra observaron a Dinara con avidez, pero la mirada que
les envié los hizo desviar la vista apresuradamente. El barman, un tipo rubio
larguirucho de unos veinte años, se acercó a nosotros.
—Señor Falcone —dijo con un gesto reverente—. ¿Qué puedo hacer por
usted?
—Dos vodkas, y puedes decirme dónde está Eden.
—Está en la parte de atrás con un cliente. ¿Quiere que la traiga para usted?
—No —respondió Dinara rápidamente.
El barman me miró interrogante y asentí.
—La esperaremos. Déjala terminar sus asuntos. Pero tráenos esas bebidas.
Estaremos esperando en una cabina.
Con una mano en la espalda de Dinara, la guie hacia una cabina en la esquina.
Nos pusimos cómodos y un momento después una camarera nos trajo las bebidas.
Dinara miró alrededor, su rostro duro.
—Este lugar es repugnante.
—¿Los prostíbulos de tu padre son mejores?
—No, la mayoría no lo son. Pero también tiene algunos establecimientos más
lujosos.
Dinara dio un sorbo a su vodka y luego volvió a dejarlo. Me deslicé más
cerca de ella, buscando su mirada.
—Gracias por estar junto a mí —murmuró—. Tienes todas las razones para
desconfiar de mí o para preocuparte de tus propios asuntos, pero en cambio elegiste
ayudarme, incluso cuando estoy siendo una perra.
—No eres una perra. Eres terca y obstinada.
Una sonrisa lenta se extendió por su rostro hermoso, pero cayó rápidamente.
Sus ojos se dirigieron de golpe hacia el bar y seguí su mirada. Una mujer y un
hombre acababan de entrar en el bar por la puerta trasera. El hombre tenía su brazo
envuelto alrededor de su cintura y ella se inclinaba hacia él, dándole una sonrisa
coqueta. Su cabello estaba teñido de un rojo burdeos y su piel bronceada, pero sus
pómulos eran inconfundibles.
Dinara se quedó helada.
—Es ella.
Sonó pequeña y aterrorizada, como esa niña de las grabaciones. Pasé mi
pulgar por su mano, esperando darle fuerza. Entrecerré los ojos sobre su madre,
quien aún estaba sobre su cliente. El odio ardió en mis venas. Odio y hambre de
venganza en nombre de Dinara. Deseé que me pidiera que me ocupe de la mujer por
ella. No dudaría, fingir lo contrario habría sido una puta mentira. Ni siquiera tendría
reparos en ello.
Eden besó a su cliente una última vez antes de él marcharse, luego su sonrisa
agradable se desvaneció y frunció el ceño a sus espaldas antes de volverse hacia los
hombres en el bar con una sonrisa seductora. No se había fijado en nosotros.
—Tengo que irme —soltó Dinara—. Ahora.
Se puso de pie de un tirón, con una mirada atormentada. Me paré, agarré su
mano y la llevé afuera lo más rápido que pude. No estaba seguro si Eden nos vio, e
incluso si lo hiciera, ¿reconocería a Dinara?
Dinara estaba hiperventilando cuando la empujé hacia el asiento del pasajero
y me senté en cuclillas frente a ella. Toqué sus muslos.
—Oye. Mírame. Aquí estoy. Puedo protegerte.
—Lo sé —dijo entre jadeos y su respiración se calmó lentamente y sus ojos
de hecho se enfocaron en mi rostro—. Pero tengo que protegerme por mi cuenta. Y
en su lugar, pierdo el control como si aún fuera la niña de entonces. Debería ser
fuerte, pero no lo soy. —La desesperación en su voz y sus ojos me cortan
profundamente.
—Lo eres —dije con firmeza—. Pero tienes que darte tiempo. Pasaste de
pensar que tu madre estaba muerta a verla en carne y hueso. Necesitas tiempo para
resolver las cosas.
—Llévame de regreso al campamento —susurró Dinara—. Necesito salir de
Las Vegas. Necesito… —Sacudió la cabeza—. Solo sácame de aquí.
Me incliné y la besé antes de cerrar la puerta y ponerme detrás del volante.
Por primera vez desde que conocía a Dinara, parecía la niña asustada en la que no
quería que la percibieran. Podía ver su lucha por ser fuerte, pero la niña de los
videos, una sombra del pasado, permanecía en sus ojos.

Dinara estuvo terriblemente callada en nuestro camino de regreso al


campamento. No podía olvidar la mirada atormentada en sus ojos cuando vio a su
madre. A estas alturas, su expresión lucía controlada y sus ojos herméticos. Esto era
casi peor que antes porque no sabía lo que estaba pasando en realidad dentro de ella.
Después de estacionar el auto al borde del campamento, ninguno de los dos
se movió.
—No estás pensando en volver corriendo a Chicago para siempre, ¿verdad?
Podía decir lo mucho que me molestó la idea de perderla. No podía dejarla ir.
Dinara no me miró, su mirada permaneció hacia adelante.
—No, no voy a hacerlo. Allí no encontraré lo que necesito.
Dima avanzaba en nuestra dirección, como si estuviera en camino a
ejecutarme. Mi hambre de sangre aún me llamaba fuerte, así que parte de mí quería
que lo intente.
—Genial —gruñí.
—Déjame encargarme de él. Por favor, quédate atrás.
Dinara salió y la seguí rápidamente a pesar de sus palabras. Incluso si la
dejaba lidiar con él, la respaldaría.
Dima dijo algo en ruso, pero Dinara lo ignoró. Pasó junto a él sin decir una
palabra y se dirigió hacia su auto. ¿Esa era su forma de encargarse? Estaba a punto
de seguirla, sin querer que esté sola en el estado en el que se encontraba, pero Dima
me impidió el paso.
—¿A dónde carajo la llevaste?
—Eso no es de tu incumbencia.
Me agarró del hombro y lo empujé, entrecerrando los ojos. Estaba empezando
a cabrearme seriamente con su falta de respeto. Si no fuera por Dinara, podría
haberle dado una probada de mi cuchillo. Tal vez eso habría acallado la llamada de
sangre en mis venas.
Tenía que conseguir un puto control.
—La llevaste a Las Vegas, ¿verdad? Le dije a mi Pakhan. Está cabreado con
tu hermano.
—Estoy seguro que mi hermano estará devastado al escucharlo —dije con
sarcasmo.
Dima frunció el ceño y se inclinó más cerca.
—La última vez que se vio así de asustada, tuvo una recaída y casi muere. Te
mataré, si le pasa algo.
Lo enfrenté.
—Ella es mía, y me aseguraré que esté a salvo, así que jódete.
—¿En serio crees que alguna vez podrá ser tuya? —Dima me miró con
dureza antes de ir tras Dinara. Odiaba que supiera más sobre el pasado de Dinara
que yo. Necesitaba averiguar más sobre su historial de drogas. Por mi propia
experiencia, sabía que la llamada a las drogas seguía siendo fuerte en ciertos
momentos, y en este momento Dinara estaba bastante conmocionada.
Seguí a Dima con los ojos y ahogué un suspiro de alivio cuando Dinara no
abrió el auto donde se había retirado. Dima se alejó furioso hacia su propio auto,
probablemente para ponerse de nuevo en contacto con Grigory. Tal vez debería
pedirle a Remo que envíe más guardias a las carreras en caso de que la Bratva
decida atacar. Antes de que pudiera decidirme a acercarme a Dinara, su auto
arrancó.
—Mierda —murmuré. Me costó mucha moderación no seguirla. Se cabrearía
si actuaba como un acosador. Tenía que confiar en que solo necesitaba algo de
tiempo para sí. No había ningún lugar en nuestro entorno inmediato donde pudiera
comprar drogas, de modo que tendría que conformarse con licor barato si quería
adormecer lo que pasó.
Regresó una hora más tarde, y en el momento justo, porque había estado
cerca de iniciar una búsqueda. Me acerqué a ella de inmediato. Se apoyaba en su
auto, pero evitó mis ojos y se centró en su encendedor a medida que encendía la
punta de su cigarrillo. No olí alcohol ni marihuana en ella.
—Adamo, ahora mismo necesito estar sola. Sé que quieres hablar, pero en
este momento tengo suficiente lidiando con las voces en mi cabeza. Solo dame
tiempo. —Sus ojos se encontraron con los míos por un momento, pidiéndome que
respete su decisión.
Asentí de mala gana.
—Está bien, ya sabes dónde encontrarme. No hagas nada estúpido sin mí.
El destello de una sonrisa cruzó su rostro.
—No te preocupes.
Me volví y la dejé sola después de un beso rápido, incluso si era lo último que
quería hacer. Nuestra próxima carrera estaba programada en tres días, así que no era
como si no tuviera suficiente para hacer. Mi auto necesitaba otro chequeo, y Crank y
yo necesitábamos repasar las estadísticas de las carreras.
Esa noche fue la primera vez que Dinara y yo no nos vimos desde que
empezamos a tener sexo. Era extraño estar acostado en mi tienda, sabiendo que solo
estaba al otro lado del campamento y preguntándome qué estaba haciendo, cómo se
estaba sintiendo.

Cuatro días después se armó una gran fiesta porque habíamos llegado a la
mitad de nuestra temporada. Después de los acontecimientos de los últimos días, no
estaba seguro si estaba de humor para bailar, aunque emborracharme era otro asunto.
En este momento esa parecía una opción tentadora.
No vi a Dinara por la mañana y resistí el impulso de buscarla a pesar del
deseo creciente de hacerlo.
En lugar de eso, ayudé a Crank y a algunos otros chicos a instalar una gran
hoguera en el centro para esta noche, y compré carne para asar a la parrilla para toda
la multitud. La Camorra siempre patrocinaba las celebraciones grandes para
entretener a los corredores. Después de todo, ganábamos mucho dinero con ellos.
Cuando Crank y yo descargamos mi maletero, vi a Dinara por primera vez ese día.
Estaba sentada sobre su capó con los brazos apoyados detrás de ella y los ojos
cerrados. Dima estaba a su lado, hablándole, pero ella no daba ninguna indicación de
que estuviera escuchándolo. Parecía estar a kilómetros de distancia. Solo podía
imaginar adónde la estaría llevando su mente.
Al final, Dima se marchó. Corrí detrás de él y lo alcancé antes de que pudiera
entrar en su auto.
—¿Cómo está?
Dima resopló.
—¿Me preguntas? Ni siquiera sé qué carajo pasó estos últimos días. Te la
llevaste y ahora está hecha un lío. ¿Le dejaste ver a su madre?
—Dinara tiene derecho a descubrir todos los aspectos de su pasado, incluso si
a Grigory y a ti no les gusta.
Dima se inclinó, sus ojos fulgurando en advertencia.
—Deberías tener cuidado, Falcone. Tus hermanos no están aquí para
protegerte y cuando se trata de Dinara, a Grigory no le importarán las
consecuencias. Si algo le sucede a esa chica, te arrancará el corazón y se lo dará de
comer a los perros.
Sonreí oscuramente.
—Puede intentarlo. —Me volví, dándole la espalda a Dima. ¿En serio
pensaba que podía asustarme? Había perdido la cuenta de la cantidad de enemigos
que querían vernos muertos a mis hermanos y a mí. Grigory solo tendría que esperar
al final de la cola para su maldito turno.
Dinara captó mi mirada al otro lado del campamento. Debe haber visto mi
confrontación con Dima. No apartó la mirada así que me acerqué a ella, tomándolo
como una invitación. Se puso sus lentes de sol casualmente, pero fue una admisión
aún más grande de su agitación emocional de lo que probablemente se daba cuenta.
En lugar de preguntarle lo que en realidad quería saber, cómo estaba lidiando con
todo, le dije:
—¿Vas a unirte a la fiesta esta noche? Va a ser una maravilla.
—Una maravilla —repitió con una sonrisa extraña—. Suena como algo que
no me quiero perderme.
—Empieza justo antes del atardecer.
Era extraño no estar más cerca de ella, no tocarla, pero Dinara aún se
reclinaba en su capó y no hizo ningún movimiento para buscar mi cercanía. Si aún
necesitaba espacio para procesar todo, se lo daría.
—Allí estaré.
Asentí, resistiendo el impulso de quitarle los lentes para ver la expresión de
sus ojos. En su lugar, retrocedí y volví con Crank.
—¿Problemas en el paraíso? —preguntó cuando lo ayudé a encender una de
las barbacoas que había construido con un viejo barril de vino.
—En ocasiones, Dinara y yo disfrutamos del espacio personal. No estamos
atados por la cadera.
—Si tú lo dices —comentó Crank. Ese era el problema de vivir en el
campamento.
Poco antes del atardecer, todos los miembros del campamento, incluyendo a
las chicas de los boxes y otras mujeres que los corredores habían encontrado en los
bares cercanos, se habían reunido para la fiesta. Las llamas de la hoguera en el
centro se elevaban serpenteando hacia el cielo e iluminaban la noche y llenaban
nuestros cuerpos de calor. El olor a carne asada y marihuana flotaba pesadamente en
el aire. Una mezcolanza picante que te hacía sentir drogado sin una sola probada o
calada.
Estaba en una de las barbacoas, girando costillas para mantenerme ocupado
mientras escudriñaba a la multitud. Gracias a las barbacoas y la hoguera, el aire
seguía siendo cálido y muchos invitados a la fiesta bailaban semidesnudos. Ninguna
de las chicas vestía más que un bikini y pantalones cortos, e incluso la mayoría de
los chicos ya se habían deshecho de sus camisas a estas alturas. Era uno de ellos,
pero al estar tan cerca de la barbacoa, una fina capa de sudor cubría mi pecho a pesar
de mi falta de ropa.
Me congelé cuando finalmente vislumbré a Dinara. La había estado buscando
desde el comienzo de la fiesta, pero se había escondido entre la multitud hasta ahora
o se había unido a la fiesta solo ahora. El sol comenzaba a desaparecer detrás del
horizonte. Empujé las tenazas hacia Crank y dejé mi lugar en la barbacoa para ver
más de cerca a Dinara. La vista era demasiado hermosa para perdérsela.
Bailaba descalza bajo el sol poniente, su cabello rojo en llamas bajo el
resplandor tenue. Era hermosamente imperfecta, imperfectamente hermosa. Era risa,
ligereza y felicidad.
Nuestras miradas se encontraron y por un segundo pareció quedarse inmóvil,
un ligero tirón en su farsa, luego echó la cabeza hacia atrás y se rio. Comenzó a girar
sobre sí misma hasta que perdió el equilibrio y se tambaleó hacia mí. Chocó duro
con mi pecho, todavía riendo. Sus ojos resplandecieron con una felicidad forzada.
Nadie veía la oscuridad persistiendo justo debajo.
—Finge hasta que lo sientas —suspiró y luego estrelló sus labios contra los
míos. Caímos al suelo besándonos, bajo los vítores de la multitud. Rodé sobre mi
espalda, llevándola conmigo. Se sentó a horcajadas sobre mis caderas y dejó escapar
un grito de batalla.
Sonreí.
Finge hasta que lo sientas. Podía hacer eso por ella, si esto era lo que
necesitaba para superar sus demonios, superar su desesperación. Su aliento olía a
alcohol y marihuana, pero no estaba tan ebria ni lo suficientemente drogada como
para explicar su alegría repentina. Quería olvidar, ser feliz y estaba decidida a
forzarlo.
La multitud comenzó a bailar en círculo a nuestro alrededor y Dinara se
inclinó de nuevo para un beso prolongado. Por lo general, era menos abierta con las
demostraciones públicas de afecto, pero la tomé en brazos sin dudarlo y le devolví el
beso, queriendo que todos vean que era mía: ahora y durante el tiempo que me deje.
—Baila conmigo. Ayúdame a olvidar esta noche —dijo con voz ronca, sus
ojos casi febriles por la desesperación—. Solo seamos nosotros esta noche. Ni la hija
ni el hermano de nadie. Vivamos el momento. Sin pasado, sin futuro.
Apreté su trasero en respuesta, haciendo que la multitud ruja con deleite. Los
ojos de Dinara resplandecieron con indignación, luego con entusiasmo. La agarré
por las caderas y me senté.
—Solo nosotros. —La besé con dureza antes de asentir a una de las
bailarinas. Agarró a Dinara y tiró de ella hacia el círculo de baile. Me puse de pie de
un salto y me uní a ellos. Bailamos hasta que nos dolieron los pies, hasta que nuestro
entorno se volvió borroso por el alcohol y los porros que se pasaron alrededor.
Dinara nunca se apartó de mi lado, nuestros cuerpos se amoldaron entre sí a
medida que bailábamos al ritmo de la música. Sintiendo su cuerpo presionado contra
el mío y viendo el fuego en sus ojos, el deseo por ella ardió en mí y pronto mi polla
se clavó en su vientre. Sus ojos se iluminaron con lujuria. Me incliné, besándola en
la oreja.
—Ahora necesito follarte, Dinara.
—Entonces, fóllame —dijo. La levanté del suelo y sus piernas se envolvieron
alrededor de mis caderas mientras la llevaba lejos de la fiesta. Esconderse ya no era
una opción. Todo el mundo ya sabía de nosotros, y quería que lo supieran. Quería
que todo el puto mundo supiera sobre Dinara y yo, incluso la Bratva y su padre
asesino.
A la tarde siguiente, Crank se me acercó cuando me dirigía a darme una
ducha. Mi cabeza palpitaba con un dolor de cabeza. Dinara y yo nos habíamos
mantenido despiertos hasta la madrugada, e incluso regresamos a la fiesta entre
nuestros momentos a solas. Ni siquiera podía recordar la última vez que había estado
tan destrozado con una resaca. Lo último que quería era hablar con alguien,
especialmente porque la expresión de Crank me decía que no me gustaría lo que
tendría que decir.
—¿Problemas? —pregunté, esperando por él en el primer escalón del
remolque del baño.
Hizo una mueca.
—Escuché que Dinara estuvo pidiendo drogas, Adamo.
Mis ojos se lanzaron al otro lado del campamento hacia mi auto y la tienda
donde Dinara y yo habíamos pasado la noche. No la veía por ningún lado, de modo
que probablemente aún estaba dormida.
—¿Qué tipo de drogas?
—No fue quisquillosa. Pero la cocaína o la heroína fueron sus opciones
preferidas.
Asentí lentamente. No había una regla contra las drogas durante las carreras.
Varios corredores eran clientes leales de los traficantes de la Camorra, en su mayoría
éxtasis y LSD. Y sabía que anoche mucha gente había estado drogada con más que
marihuana. No me involucraba en este aspecto de nuestro negocio. Era demasiado
arriesgado para mí estar rodeado de drogas más duras, incluso si hubiera estado
limpio durante muchos años. Había aprendido a no confiar fácilmente, y menos en
mí.
—Pensé que quizás querrías saber —dijo Crank.
—¿Alguien le vendió alguna mierda? —gruñí.
Crank me dio una sonrisa torcida.
—Nadie se atrevió a hacerlo antes de pedirte permiso, ya que es tu chica.
No lo contradije, incluso si Dinara probablemente odiara que la tildaran como
mía, o de cualquier otra persona.
—Bien. Hablaré con ellos para asegurarme que mantengan sus drogas para
ellos.
Después de una ducha rápida, fui a ver a uno de los corredores que también
trabajaba como nuestro distribuidor de drogas y le dije que se asegurara que nadie en
territorio de la Camorra se atreviera a venderle nada a Dinara. Pronto se difundiría la
voz. Era mía y quienquiera que se atreviera a proporcionarle cosas pagaría con
sangre.
Regresé a mi tienda, pero Dinara había desaparecido, de modo que fui a
buscarla y finalmente la encontré en su Toyota.
Se inclinaba bajo el capó abierto de su auto, jugueteando con el motor. Sus
piernas largas asomaban por sus pantalones cortos de mezclilla y los suaves bultos
de su columna invitaban a mi lengua a trazarlos, pero contuve mi necesidad de estar
cerca de ella. Primero teníamos que discutir los problemas. Se enderezó al notarme,
y entrecerró los ojos.
—¿Qué ocurre?
Me apoyé contra el auto, intentando reprimir mi enfado. Actuaba como si la
noche anterior no hubiera sucedido y volviera a su ser distante. Pero la palidez de su
piel y la forma en que entrecerraba los ojos hacia la luz revelaban la verdad de la
juerga de anoche.
—Esta es mi carrera, y la gente me cuenta cosas. Nadie trafica drogas a
menos que tenga el visto bueno de la Camorra.
—Lo sé. Por eso le pregunté a alguien si podía comprarme cosas. Anticipé
que me sería difícil conseguir algo ya que la gente parece pensar que puedes decidir
lo que hago o no hago.
—No viniste a mí.
—No me habrías vendido drogas, ¿verdad? A juzgar por tu mirada cabreada,
ahora recibiré un sermón. De hecho, no estoy segura de tener la capacidad cerebral
después de anoche.
—¡No, por supuesto que no te dejaré comprar drogas! Yo mismo usé esa
mierda. Heroína, cocaína, incluso cristal. Sé lo que le hace al cuerpo. Te arruina. Tu
cuerpo, tu mente, todo.
Me reí amargamente.
—Ya he bailado antes con el diablo. Sé lo que hace. —Una parte de mí estaba
contenta por la preocupación de Adamo, pero la mayor parte se sentía atrapada y a la
defensiva. Estaba tan cansada, desde anoche, de intentar olvidar mis sentimientos
retorcidos. En la fiesta y con Adamo, me había olvidado de mi madre durante unas
horas, pero esta mañana todo había vuelto a golpearme. No podía escapar de la
realidad, al menos no por mucho tiempo, no sin mis viejos vicios.
—¿Cuánto tiempo llevas limpia?
Cerré el capó y suspiré.
—Casi un año ahora.
La preocupación y la frustración batallaron en los ojos de Adamo.
—Y ahora quieres arrojarlo por la ventana, ¿por qué?
Había pensado exactamente lo mismo la primera noche después de nuestro
regreso de Las Vegas, sola en mi tienda después de que todos se hubieran negados a
venderme cosas. Había considerado por un momento conducir hasta la próxima gran
ciudad, un lugar donde nadie me reconociera, y mucho menos supiera que era la
chica de Adamo, como me llamaban todos los de aquí. Con los últimos jirones de mi
determinación, me quedé y pasé la mayor parte de la noche mirando al techo de mi
tienda, demasiado asustada para quedarme dormida y ser atormentada por los
recuerdos nuevos, despertada por mi viaje reciente a Las Vegas. Estar limpia y
mantenerse limpia había sido una lucha. Este era el tiempo más largo que lograba
alejarme de las drogas desde que tenía catorce años y casi lo arruiné todo por culpa
de mi madre. Una vez me había arruinado la vida y casi le había dado el poder para
hacerlo de nuevo. Estaba furiosa conmigo, pero como siempre, era demasiado
orgullosa para admitirlo.
Lo fulminé con la mirada.
—Ni siquiera puedes imaginar la clase de imágenes que han estado
reproduciéndose en mi mente desde que vi a mi madre. Ha resurgido tanta mierda
enterrada dentro de mí. Me está carcomiendo, y sé que la única forma de detenerlo
es dejarme inconsciente con las drogas.
Adamo se acercó. Podía decir que quería tocarme, tal vez incluso abrazarme,
y quería que lo haga, pero aun así no me moví. Nuestros cuerpos se habían unido
anoche, alimentados por la pasión y la euforia, ahora cada toque estaría lleno de
emociones con las que no quería lidiar.
—Los recuerdos vuelven el doble de terribles una vez que desaparece el
efecto, Dinara. No puedes escapar de ellos. También lo intenté.
Maldita sea, necesité cada gramo de moderación para no volar a sus brazos.
Quería que él me abrace, pero no quería parecer débil. Sin embargo, probablemente
era demasiado tarde para eso. Lo había perdido por completo en Las Vegas. Ver a
mi madre me había retorcido las entrañas, me había hecho sentir como una niña.
Había cambiado mucho a lo largo de los años desde que papá ya no pagó más por
sus tratamientos de belleza y trabajaba como una puta barata, pero mi mente había
dejado imágenes atrás.
—¿Qué se supone que haga? —pregunté en voz baja, acercándome un poco
más a él.
—Sea lo que sea, aquí estoy para ti, pero no necesitas drogas, Dinara.
—No sabes lo que necesito. No puedes. No hasta que hayas vivido lo que
viví. Lo único que hace que el dolor desaparezca por un tiempo son las drogas.
—No tiene por qué ser así.
Tenía razón. Había luchado demasiado para llegar a donde estaba ahora.
Adamo tocó mi mejilla y me incliné hacia él.
—Descubriremos una manera para que puedas dejar atrás esta mierda. Juntos.
Asentí.
—Juntos.
D inara se unió a mí en mi tienda esa noche, pero estaba inquieta.
—¿Podemos ir a otro lugar? ¿Algún lugar lejos de todos donde
podamos dormir afuera sin nuestra tienda? Siento que todo se cierra a
mi alrededor. —Su voz sonó vacilante.
—Por supuesto —murmuré.
Empacamos todo y condujimos mi auto a unos kilómetros del campamento.
Mañana no era día de carrera, así que no era un problema. Colocamos nuestros sacos
de dormir y almohadas en el suelo hasta que creamos una cama espaciosa bajo las
estrellas. Por un tiempo, nos sentamos uno al lado del otro, mirando hacia la
oscuridad. A lo lejos, las luces del campamento iluminaban el horizonte, pero pronto
también morirían. Puse la lámpara de gas detrás de nosotros con la llama más
pequeña posible para crear la luz suficiente de modo que pudiéramos vernos la cara.
—He estado pensando en ver las grabaciones que me diste pero tengo miedo.
Si ver a mi madre ya me inquietó tanto, ¿qué me hará ver a todos esos tipos y lo que
hicieron? —Cerró la boca de golpe, el arrepentimiento reflejándose en su rostro. En
los meses desde que había conocido a Dinara, había aprendido una cosa sobre ella:
odiaba admitir debilidad, o lo que percibía como debilidad.
Entrelacé nuestros dedos.
—Si quieres, puedo estar presente cuando los veas —dije, incluso si la idea
de ver el abuso de Dinara me revolvió el estómago. Ver unos minutos ya había sido
demasiado. Pero lo haría por Dinara.
Giró la cabeza hacia mí.
—No creo que quiera que me veas así, no más de lo que ya has visto. —
Sacudió su cabeza—. Maldición, esto está tan mal.
—Podría quemarlos por ti. Si Remo no me los hubiera dado, nunca habrías
sabido que existen. Solo finge que nunca te enteraste.
—Quería que los tenga de modo que pueda ver a mis abusadores y decidir
sobre su destino. A tu hermano le encanta lo del Día del Juicio, ¿no?
Me reí.
—No en un sentido religioso, pero el ojo por ojo es definitivamente su estilo.
Aunque no se conformaría con un ojo. Tomaría los ojos, la lengua y al menos un
órgano antes de siquiera considerarlo.
—¿Qué les haría a mis abusadores?
Probablemente lo mismo con lo que había estado fantaseando. Era irónico
que hubiera pasado la mayor parte de mi vida intentando ser mejor que Remo.
—Torturarlos hasta que rueguen la muerte, hasta romperles cada parte del
cuerpo y también la mente. Se aseguraría que los otros abusadores se enteraran de lo
que está sucediendo de modo que se orinaran en los pantalones sabiendo que eran
los siguientes. Se abriría camino desde el hijo de puta menos culpable hasta el
número uno, dejando lo mejor para el final. —Mi voz sonó con impaciencia y
hambre oscura. Pasé una mano por mi cabello, mi sangre latiendo con fuerza en mis
venas.
Dinara contempló mi rostro.
—Parece que lo pensaste mucho.
Sonreí torcidamente.
—Soy un Falcone. Esas mierdas retorcidas están en mi sangre.
Se acercó más y se inclinó sobre mí, empujándome hacia atrás. Su cabello
cubrió nuestros rostros a medida que se sentaba a horcajadas sobre mis caderas. Se
puso seria.
—Solo hay otra cosa que puede ayudarme a seguir adelante. Ni las drogas, y
definitivamente ni el perdón.
—Dime. —Pero en el fondo sabía lo que quería, lo que me pediría, y sabía
con la misma certeza que no se lo negaría. Maldita sea, quería que suceda. No
debería desearlo tanto.
—Ayúdame a matarla, ayúdame a matar a todos y cada uno de ellos. —Me
besó con dureza, luego se estiró entre nosotros y me frotó con fuerza a través de mis
pantalones. Agarrando su cuello, le devolví el beso con aún más fuerza. Con un
gruñido, nos volteé y bajé sus pantalones cortos antes de desabrochar mis
pantalones. Deslizando sus bragas a un lado, me estrellé contra ella de una sola
estocada. Se arqueó con un gemido. Nos miramos fijamente y en sus ojos albergó
una confianza y una emoción que ambos no podríamos admitir. Solo nuestros jadeos
y gemidos inundaron el vacío a medida que nuestros cuerpos se unían. Más que el
aspecto físico pude sentir cómo este momento nos acercó a nivel emocional.
Después nos acostamos uno al lado del otro, ambos observando el cielo
estrellado en silencio. Dinara sacó un cigarrillo y lo encendió, luego dio una calada
larga antes de ofrecérmelo. Había estado intentando dejar de fumar de nuevo, pero
hoy no era un buen día para comenzar esta búsqueda, y dudaba que las próximas
semanas fueran mejores. Tomé el cigarro e inhalé profundamente.
—¿Y? ¿Vas a ayudarme?
Solté una columna de humo, oscureciendo el hermoso cielo nocturno.
—Sí.
No hubo vacilación en mi voz, ni un atisbo de duda en mi mente.
Dinara apoyó su cabeza en mi hombro y la rodeé con el brazo.
—Nunca he matado a nadie. Ni siquiera en realidad he lastimado a nadie.
No podía decir lo mismo. Como Falcone, me había tocado acostumbrarme a
la violencia desde una edad temprana.
—Si no puedes hacerlo, puedo hacerlo por ti.
Dinara apoyó la cabeza en alto.
—No, no quiero usarte como mi asesino. Ese nunca fue el plan. Mierda,
cuando vine aquí para averiguar más sobre mi pasado, no pensé que terminaría
haciendo un plan para ir a una matanza contigo.
Busqué su rostro. No pude detectar un indicio de mentira en su voz.
—Pero tenías curiosidad por saber cómo mis hermanos y yo matamos a
nuestra madre.
—Por supuesto que sí. Si conoces a alguien que apuñaló a su madre,
seguramente será lo más interesante de ellos, incluso si tu vida probablemente
implica muchos incidentes interesantes.
—Tu padre es Pakhan. Ciertamente, tu vida tampoco ha sido aburrida.
La boca de Dinara se tensó en una línea.
—Papá intentó darme la vida de una princesa, o más bien la vida de una
zarina. Mis guardarropas están llenos de más vestidos de los que puedo usar y tengo
joyas que valen muchos millones. Hay personal para cada pequeña demanda en
nuestro hogar. Asistí a bailes en Rusia y fiestas en Chicago. Viví una vida aburrida.
—Parece que viviste la vida de otra persona. No puedo imaginarte en un
vestido de gala, intercambiando cortesías con gente engreída.
—Me sentía como una impostora.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué no le dijiste a tu padre que no eras
tú?
—Él sabe que no soy yo, pero espera que sea en quien pueda convertirme.
Piensa que es una señal de mi sufrimiento continuo que no disfrute de las juergas sin
sentido como lo hacen muchas otras chicas de nuestro círculo. Piensa que podría
arreglarme mostrándome ese lado de la vida. Y lo complazco porque lo hace sentir
mejor. Lo veo como mi trabajo, y me pagan muy bien.
Me reí.
—Esa es una forma de verlo. Pero bailar el vals sobre las pistas de baile solo
era una pequeña parte de lo que hacías.
—Dima me llevó a las aventuras, carreras y fiestas, a partes de Chicago en las
que no debería poner un pie.
—Pero tu padre lo sabía.
—Dima es su hombre. Le cuenta todo, pero papá aceptó mi parte indomable y
me permitió vivirla, siempre y cuando no tuviera que presenciarlo.
—Tal vez acepte con el tiempo que eso es lo que eres, indomable y fuerte,
porque quieres serlo, y no como una señal de horrores pasados.
—Tal vez —coincidió, pero la duda llenó las palabras—. Mencionaste que tu
hermano tiene los nombres y direcciones de los hombres que abusaron de mí.
—Mañana lo llamaré y le pediré que me los envíe por correo electrónico.
—Probablemente se cabreará si se entera que te estoy arrastrando a este lío
conmigo.
Remo estaba a favor de la represalia y las venganzas sangrientas,
especialmente si se trataba de madres horribles, pero ciertamente estaba siendo
reservado con los motivos de Dinara. Pensaba que aún necesitaba protegerme
cuando era perfectamente capaz de protegerme.
—He estado considerando pedirle ayuda a Dima, tal vez incluso a mi padre.
Ambos matarían a todas las personas que me lastimaron.
Fruncí el ceño.
—Te dije que te ayudaría. No hay razón para que se lo pidas a nadie más,
especialmente porque Remo no estará feliz si tu padre traspasa nuestro territorio.
—Lo haría para mostrarte que no estoy aquí porque necesito tu ayuda. No
quiero que pienses que lo que hay entre nosotros sirve para hacer que me ayudes.
Ese no es el caso. Quería información, eso era todo. Ahora que la tengo, no te
necesitaría más, especialmente ahora que sé que Remo está dispuesto a darme toda
la información que necesito para vengarme.
—Ouch —dije secamente—. Es bueno saber que ya no me necesitas. —Le di
una sonrisa sarcástica.
Puso los ojos en blanco.
—Sabes a lo que me refiero. Estoy aquí porque disfruto estar contigo, el sexo,
la conversación, todo. Estoy aquí porque quiero estarlo.
Pasé mis dedos por su cabello, disfrutando de la sensación sedosa del mismo
contra mi piel. Dinara tenía el cabello más suave que podía imaginar.
—No hay lugar en el que preferiría estar que a tu lado, incluso si se trata de
una venganza brutal.
Dinara suspiró.
—¿Y después? Cuando termine la parte de la venganza. Somos quienes
somos.
—Lo has dicho antes —murmuré—. ¿Qué tal si tomamos un día a la vez?
—Hecho —respondió antes de quedarse en silencio durante un par de
minutos. La tensión entrando en su cuerpo me indicaba que sus pensamientos habían
regresado al pasado—. Creo que debemos hacer que vean las grabaciones cuando las
confrontemos... antes de lidiar con ellos.
—Eso tiene dos propósitos. Se les recordará sus pecados y estarás lo
suficientemente enojada como para vengarte.
Dinara soltó una risa oscura.
—¿Crees que necesitaré más estímulo para matarlos?
—Tal vez, si nunca has matado. La primera muerte es siempre la más difícil.
—¿Lo fue para ti?
—Fue durante un ataque para salvar mi vida y la de mis hermanos, así que no
tuve tiempo para pensarlo. Solo apreté el gatillo. Mi muerte más difícil fue la
siguiente, la que Remo me hizo hacer para convertirme en Camorrista. Me hizo
enojar con el tipo antes de que tuviera que dispararle. Hizo las cosas más fáciles.
—Supongo que sí. No creo que la ira sea un problema, pero ¿y si me congelo
como lo hice con mi madre? ¿Y si me convierto en esta chica indefensa que no
puede hacer nada?
—Estaré allí para sacártelo de encima. Si en serio quieres matarlos, me
aseguraré que puedas hacerlo.
—Mierda, te das cuenta lo retorcidos que somos, ¿verdad?
—Hice las paces con eso —respondí con una sonrisa irónica—. ¿Has
considerado cómo quieres matarlos? Con una pistola, rápido y fácil, o con un
cuchillo, más personal y dado que no tienes experiencia apuñalando a alguien, más
doloroso. Probablemente necesites algunas puñaladas para matar. ¿Quieres
torturarlos de antemano? ¿O tienes otra muerte en mente?
Dinara presionó su frente contra la mía.
—Tal vez sea una mala señal que nada de lo que acabas de decir me asustara.
—Si lo que estoy diciendo te asusta desde ya, entonces no tenemos que cazar
a tus abusadores.
—Sí... —exhaló Dinara lentamente—. Creo que dispararle a nuestra primera
víctima sería lo mejor. De esa manera puedo terminar mi primera vez rápidamente.
No creo que pueda simplemente clavar un cuchillo en alguien, y mucho menos
varias veces. Tal vez lo consideraré para las muertes posteriores.
—Puedo mostrarte cómo hacerlo. Podríamos practicar con el cadáver de la
primera víctima.
Dinara rio.
—Ahora estoy un poco asustada.
—¿Lo suficiente como para huir de mí? —murmuré. En el pasado, siempre
había mantenido esta parte de mí escondida de forma segura, especialmente cuando
estaba con chicas, pero incluso con mi familia. Con Dinara, sentía como si
finalmente pudiera revelar este lado morboso y retorcido de mí.
—Nunca —contestó con firmeza, mordiendo mi labio inferior.
Al final, Dinara se durmió en mis brazos y, como tantas veces antes,
murmuró y se retorció entre sueños. Aparté un mechón de cabello de su frente,
preguntándome si este camino en el que nos embarcaríamos era la elección correcta
para Dinara, si disiparía sus pesadillas o solo agregaría nuevas.

Dejamos el campamento justo después de la siguiente carrera. Adamo había


impreso la lista con las direcciones de mis abusadores. Escaneé los nombres pero no
significaron nada para mí. Nunca se habían presentado con sus nombres reales. Los
nombres no tenían los horrores del pasado, pero sabía que sus rostros sí. Incluso si
hubieran cambiado a lo largo de los años, reconocería sus ojos. Esos siempre me
atormentaron más. El afán… el hambre…
Adamo y yo nos registramos en un motel destartalado en la interestatal a las
afueras de Reno, un lugar más apropiado para nuestro viaje que un buen hotel.
Solo pasaríamos una noche aquí antes de finalmente disponernos a encontrar
mañana a la primera persona en nuestra lista. Mi primer abusador. Miré hacia el
techo blanco grisáceo del motel, escuchando a Adamo duchándose.
No sería difícil encontrarlo. Era dueño de una ferretería en Reno, donde
trabajaba seis días a la semana. Era conocido como delincuente sexual. Desde una
condena poco después de haber abusado de mí y unos años en prisión, había vivido
una vida solidaria. Sin familia viviendo cerca y si los contactos de Adamo tenían
razón, tampoco amigos cercanos. Adamo había investigado mucho desde que recibió
la lista. Estaba decidido a ayudarme. Lo impulsaban sus propios demonios. Unos
demonios aún más sedientos de sangre que los míos.
Adamo salió del baño envuelto en una nube de vapor con solo una toalla
envuelta alrededor de su cintura estrecha. Por lo general, ver sus abdominales y
pecho musculoso siempre me ponía de humor, pero hoy mi mente daba vueltas con
demasiados pensamientos sobre lo que me esperaba.
—Te cortaste el cabello —dije en voz baja. Incluso para mis propios oídos,
mi voz sonó extraña, como si estuviera perdida en otra dimensión.
Adamo se acercó a mí y se sentó en el borde de la cama. Toqué su cabello
corto, los rizos en los que podía hundir mis dedos habían desaparecidos.
—Es más fácil de limpiar. Las cosas podrían complicarse pronto.
Se refería a sangrientas. Pronto las cosas se pondrían sangrientas.
—¿Es difícil quitar la sangre del cabello? —pregunté con voz ronca—. Tal
vez también debería cortarme el cabello.
—No, conserva tu cabello. Me encanta. —Frunció el ceño—. ¿Estás
preocupada por mañana? No escapará, y si no puedo contenerlo, lo cual dudo, aún
puedo pedir refuerzos.
—No estoy preocupada por eso. Te vi pelear con Dima. Sé que puedes
manejar incluso a un luchador capaz. Estoy preocupada por mí.
Adamo se estiró a mi lado, cubriéndome con su aroma fresco a gel de ducha a
base de hierbas. La cama crujió bajo el peso adicional.
—¿Cómo manejarás la situación?
Asentí y señalé la pistola nueva en mi mesita de noche. Adamo me la había
conseguido.
—Esta mañana, la sostuve en mi mano y me imaginé apretando el gatillo
mientras veía a los ojos del imbécil. En mi imaginación se sintió bien, fue fácil, solo
un movimiento de mi dedo, nada más.
Adamo se acercó, sus labios rozando mi oreja.
—Si estás preguntando si en realidad será tan fácil, entonces debo decir que
probablemente no. No lo sabremos hasta el momento. Tal vez apretarás el gatillo sin
pensarlo dos veces, o tal vez te darás cuenta que no puedes seguir adelante con
nuestro plan.
—Tengo que hacerlo.
No quería que Adamo sea mi verdugo. No podía poner esa carga sobre nadie
más.
—Es mi venganza. Debería hacerlo. Puedo hacerlo, contigo a mi lado.
Los ojos oscuros de Adamo se encontraron con los míos.
—Podemos detenernos en cualquier momento. No tenemos que terminar
todos los nombres de esa lista. Se trata de ayudarte a sobrellevar lo sucedido, no de
empeorarlo. Y si necesitas que lo haga, me encargaré de todo por ti.
Si solo hubiera necesitado un verdugo, podría haberle pedido a papá que
cazara a todos y cada uno de mis abusadores. Lo habría hecho con mucho gusto. Él
también anhelaba una forma de vengarse por mí, y tal vez incluso por sí. Que los
hombres se hubieran atrevido a poner la mano encima de la hija de un miembro de
alto rango de la Bratva era como una bofetada en la cara, incluso si mis abusadores
no supieran quién era yo.

A la mañana siguiente, antes de que Adamo y yo partiéramos para buscar al


tipo número uno en nuestra lista, nos acomodamos frente a su computadora portátil
para ver el disco con mi grabación con el objetivo de hoy. La pantalla se iluminó
con la imagen de una cama y una versión joven de mí sentada en el borde con las
manos en el regazo y los ojos bajos. Era como ver a otra persona, pero sabía que eso
cambiaría al momento en que comencé la grabación. Los horrores de la niña se
convertirían en los míos. El video se convertiría en mi cabeza en realidad, arrastraría
recuerdos desde los rincones oscuros de mi mente de aromas y sensaciones. Sería
arrastrada de regreso al pasado. Adamo esperó a que le diera a reproducir, su mirada
amable y su expresión paciente.
Solo miré la pantalla fijamente, mi cuerpo congelado. En el pasado, Dinara
tenía el cabello recogido en coletas, algo que favorecía muchos de mis abusadores.
—No tenemos que mirar —dijo Adamo—. Sabes lo que pasó. Sabemos que
es culpable. No hay ninguna razón para torturarte con las imágenes del pasado.
No reaccioné, solo miré la pantalla. El problema era que, estas imágenes me
habían atormentado casi todos los días desde que papá me recogió en Las Vegas
hace más de una década.
—O si no quieres que mire, puedo ir a caminar hasta que termines.
El pánico se apoderó de mí por su sugerencia, así que agarré su mano,
entrelazando nuestros dedos.
—No —susurré con dureza—. No puedo verlo sola. Ya es bastante malo que
lo reviva en mis pesadillas todas las noches sola.
Apretó mi mano y mi corazón se oprimió con una mezcla de emociones ante
su apoyo. Adamo no tenía absolutamente ninguna razón para ayudarme, pero aquí
estaba. Estaba intentando mantener sus emociones bajo control por mí, pero en sus
ojos, podía ver muchas de mis propias emociones. El odio absoluto hacia mis
abusadores y la determinación de esgrimir la venganza, y debajo de todo eso, una
emoción que tanto Adamo como yo no podíamos arriesgarnos dadas nuestras
familias, nuestros antecedentes… nuestro futuro. Había estado intentando ignorar
mis sentimientos, pero mirándolo ahora no podía negar que me estaba enamorando
de Adamo. Era absolutamente una locura y me alegraba que nuestro plan de
venganza me mantendría demasiado ocupada para considerar la locura de la elección
de mi corazón.
Me concentré en la pantalla y le di a reproducir, mi cuerpo tensándose aún
más. El primer tipo de nuestra lista entró en la habitación. Su sonrisa fue demasiado
amable cuando se acercó a mi yo pasado, pero debajo de ella, persistió el entusiasmo
y el hambre. Pronto su rostro apareció ante mi ojo interior, ya no estaba en la
pantalla. Mi agarre en la mano de Adamo se apretó a medida que intentaba mantener
mi expresión neutral, deseando ser fuerte, incluso mientras la repulsión y el terror
batallaban en mis entrañas. Mi garganta se congeló y un sudor frío brotó de mi
cuerpo, pegando mi ropa a mi cuerpo. Cuando el hombre se sentó junto a la joven
Dinara en la cama y tocó su pierna, presioné el botón de pausa, deteniendo el video.
Solté un suspiro fuerte, mi pulso corriendo en mis venas a medida que los miedos
del pasado aumentaban mi adrenalina.
—No puedo verlo.
—Está bien. Aún podemos deshacernos de todos los discos.
Negué con la cabeza.
—Hoy se lo llevaremos con nosotros. Quiero que lo vea, incluso si no puedo
hacerlo.
—De acuerdo —dijo Adamo simplemente. Lo besé antes de deslizarme hasta
el borde de la cama.
—Ahora, vamos. —Necesitaba moverme antes de perder el valor. Encerrada
en esta habitación de motel me sentía como un animal enjaulado.
Adamo no vaciló. Metió el disco y la computadora portátil en una bolsa antes
de seguirme. Me preguntó si quería que empacase material para torturar, pero le dije
que no. Matar a otra persona sería un desafío suficiente. Torturarlo estaba fuera de
discusión, incluso si todos y cada uno de mis abusadores lo merecían. Los quería
muertos. Eso sería suficiente.
Adamo estacionó en la acera frente a la ferretería donde trabajaba el tipo y
también vivía en una trastienda. Ya era tarde y se suponía que la tienda cerraría en
media hora. No hablamos mientras permanecíamos sentados juntos en el auto.
Adamo había comprado una bolsa con donas, pero no pude forzar más que un
bocado más allá de mi garganta atada. Mi corazón no había dejado de latir feroz
desde que vimos los primeros minutos del video. Me sentía como la presa y no el
cazador. Tenía las manos húmedas, y me alegré de tener a Adamo a mi lado porque
se veía notablemente tranquilo.
—Es hora —dijo finalmente, y me di cuenta que habían pasado casi treinta
minutos sin que lo notara—. Cerrará la tienda en cualquier momento.
—Está bien —susurré entrecortado.
Adamo sujetó mi barbilla y me obligó a mirarlo a los ojos.
—Deberíamos irnos ahora para poder entrar como clientes de última hora.
Irrumpir implica el riesgo de alertar a la policía. Esto no es Las Vegas, no tenemos a
todos los oficiales de policía en nuestra nómina.
Tragué con fuerza y asentí, pero no podía moverme. Lágrimas de ira contra
mí brotaron y las parpadeé en seguida.
—Yo...
—Iré solo y lo mataré por ti, ¿a menos que no quieras que lo haga?
Quería matar a mi abusador, quería hacerlo yo misma, pero tal vez era
demasiado débil para hacerlo. Asentí mínimamente, incluso aunque me odiara por
ello. Adamo me dio un beso y salió del auto antes de agarrar la bolsa del maletero.
Corrió hasta la ferretería y ni un minuto antes. Un tipo había aparecido en la puerta
para girar el letrero a “Cerrado”. Adamo le dedicó una sonrisa encantadora y se le
permitió entrar. Ambos hombres desaparecieron de mi vista y poco después Adamo
colgó el letrero de “Cerrado” antes de volver a perderse de vista.
Me miré las manos, furiosa conmigo por permitir que alguien más impartiera
mi venganza.
H abía visto la lucha interna de Dinara en sus ojos y no me sorprendía
que no pudiera seguir adelante con nuestro plan. Había esperado que
perdiera el valor. Una cosa era desear venganza, imaginarse matar a
alguien, pero era un asunto completamente diferente seguir adelante con eso, ver
cómo la vida se desvanecía de los ojos de alguien. Incluso si Dinara era una princesa
de la Bratva, nunca había sido parte del lado brutal del negocio. Su padre la había
protegido de eso, de la misma manera que yo la protegería si quería. Matar a alguien
se hacía más fácil con el tiempo. Al principio había sido más difícil para mí de lo
que ahora era.
Cuando cerré la puerta de la ferretería detrás de mí y vi al bastardo sonreír
desprevenido, el entusiasmo se apoderó de mí. Vengarse en nombre de Dinara no
era una carga. Sería satisfactorio de muchas maneras. Tal vez incluso podía seguir
fingiendo que no lo estaba disfrutando.
Abrí la cerradura y luego di al número uno, al primer nombre de nuestra lista,
una sonrisa oscura.
Su expresión decayó, el miedo reflejándose en sus ojos. Quizás pensó que se
trataba de un robo. No tendría tanta suerte. Sin duda se veía mayor que en los
videos, pero era él. Incluso si Remo no me hubiera proporcionado el paradero de
nuestros objetivos, habría reconocido al hombre ante mí. La cara de ratón, el mismo
aspecto sin afeitar. Tropezó hacia atrás contra su mostrador de ventas,
probablemente para hacer sonar una alarma. Lo perseguí, lo agarré del brazo y lo
arrojé al suelo. Perdió el equilibrio y cayó al suelo con un grito de dolor. Sus
grandes ojos azules se encontraron con los míos.
—¡No tengo mucho dinero! Puedes quedártelo todo.
—No se trata de dinero —dije a medida que lo rodeaba. No debería estar
disfrutando tanto esto como lo hacía. Siempre había resentido a Remo por jugar con
sus víctimas.
La confusión resplandeció en los ojos del hombre. Saqué mi arma y el color
desapareció de su rostro. Caminé tranquilamente de regreso a la puerta de la tienda y
cambié el letrero a “Cerrado” antes de regresar al número uno. Siguiendo el pedido
de Dinara no había empacado ningún instrumento de tortura, pero una ferretería era
la tierra prometida para alguien como yo.
—Escuché que te gustan las niñas pequeñas.
Pareció atrapado antes de negar con la cabeza rápidamente.
—Eso fue hace mucho tiempo. Cambié. Pagué por lo que hice.
Saqué el portátil y le mostré la primera imagen de Dinara en la cama.
—Es jodidamente seguro que no pagaste por lo que le hiciste.
El horror entró en los ojos del hombre. Enfrentarse a su propia depravación
debe haberle dolido.
—Pero lo harás —prometí—. Esta niña en la pantalla. Su nombre es Dinara y
quiere que mueras. No quiere que te torture, pero tal vez lo haré solo por mí.
Anoche lo había soñado.
Un golpe envió una ola de tensión a través de mi cuerpo.
—¡Ayuda! ¡Llame a la policía! —gritó el hombre.
Le di una patada en el costado derecho, a la altura de los riñones y el hígado,
silenciándolo eficazmente mientras jadeaba por respirar. Cuando vi a Dinara en la
puerta, me relajé y me acerqué a ella. Abrí la puerta y la dejé entrar. Una mirada
breve a la calle me indicó que aún nadie había notado nada.
Ella entró vacilante, aún con una mirada asustada en su rostro. No estaba
seguro si era una idea buena que estuviera aquí. Era jodidamente egoísta, pero me
preocupaba que cambiara de opinión y perdonara al imbécil.
Sus ojos se movieron más allá de mí hacia el hombre en el suelo que estaba
sosteniendo su costado, llorando. Su mirada llorosa se posó en ella.
—Por favor, ayúdame.
Dinara se acercó a él muy despacio, y se detuvo justo encima de él.
—¿Te acuerdas de mi rostro? —susurró.
El hombre negó con la cabeza frenéticamente.
—Eso es curioso porque veo tu rostro y cada centímetro repugnante de tu
cuerpo cada noche cuando cierro los ojos —dijo Dinara, su voz rompiéndose.
—¡Lo siento! Lo juro. Cambié. En ese entonces era una persona mala, pero
ya no hago esto. Pagué por mis pecados. Estuve en la cárcel.
—Por lastimar a otras niñas como yo —dijo Dinara—. Niñas cuyas noches
siempre estarán atormentadas por pesadillas.
Me acerqué a ella, tomé su hombro para mostrarle mi apoyo. Ella tembló bajo
mi toque.
—Por favor, no me mates. ¿No merezco una segunda oportunidad?
Apreté los dientes, sin querer nada más que romperle la cara para que se calle.
Podía ver la vacilación en el rostro de Dinara. Necesité de todo mi control para no
intentar convencerla de que lo maté. Esta era su decisión. No tenía derecho a
forzarla en una dirección determinada solo porque era un maldito retorcido que
quería torturar y matar al tipo que tenía delante.
Dinara apartó los ojos del hombre.
—¿Crees que dice la verdad? ¿Crees que cambió?
—Lo dudo —respondí—. ¿Quieres que registre su vivienda? Quizás podamos
encontrar algo.
Dinara asintió levemente. No estaba seguro si en realidad importaría una
prueba nueva. Esta era una batalla interna para Dinara, una entre su lado oscuro y su
lado bueno. Había peleado la misma batalla.
Le entregué mi segunda pistola.
—Dispárale si hace algún movimiento.
No estaba seguro si lo haría, pero por la expresión de su rostro, el idiota creía
que ella era capaz de matarlo y eso era todo lo que importaba.
Me dirigí a la trastienda que usaba como apartamento. No quería encontrar
pruebas de su depravación continua porque significaría que más niñas habían
sufrido, pero al mismo tiempo, quería encontrar algo que convenza a Dinara de
continuar con nuestro plan. Algo que inclinara la balanza a favor de su lado oscuro.
Después de veinte minutos buscando, encontré imágenes en su computadora
que no dejaban ninguna duda que aún albergaba los mismos deseos repugnantes del
pasado, incluso si no estaba en las fotos. Parecían como si las hubiera descargado de
la Darknet. Regresé a la tienda. Dinara estaba a unos pasos del hombre, con el arma
apuntada hacia él. Sus ojos se lanzaron hacia mí y asentí.
—Encontré fotos.
Otro asentimiento casi imperceptible.
El número uno miró de un lado a otro entre Dinara y yo.
—Solo son fotos. No he tocado a una niña desde que salí de la cárcel.
—Las niñas en esas fotos fueron tocadas por otros pervertidos como tú de
modo que pudieras masturbarte viendo esas fotos —gruñí.
Me acerqué a Dinara y ella bajó el arma. Nos alejamos unos pasos del
hombre.
—Ahora, ¿qué quieres hacer?
Dinara tragó de forma audible, el conflicto reflejándose a través de sus rasgos
tensos.
—Lo quiero muerto. Quiero ser la que lo haga, pero... no sé si puedo. Es
como si algo aún me está refrenando.
—Nunca antes has hecho esto. Es natural que vaciles.
No recordaba los momentos antes de apretar el gatillo por primera vez contra
otro humano. Había sucedido demasiado rápido, no hubo tiempo para dejar que mi
consciencia intervenga. A veces me preguntaba si lo habría hecho. En las semanas
posteriores a mi asesinato, mi consciencia no me había preocupado tanto sino la falta
de ella.
—¿Puedes mostrarle el video? Quiero que recuerde lo que hizo, y tal vez me
dé el valor para seguir adelante con lo que quiero.
El número uno no se había movido ni un centímetro como si esperara que
pudiéramos olvidar que existía.
Saqué la computadora portátil y el disco de mi bolso y puse todo en un
estante de modo que el idiota pudiera ver bien la pantalla. Después de un
asentimiento de Dinara, encendí la grabación. Esta vez ni Dinara ni yo pausamos el
video. En cambio, vimos cada momento devastador del video. No quise nada más
que apagar la pantalla, o mejor aún aplastar la maldita cosa como había hecho con la
computadora portátil de Remo, pero me quedé clavado en el lugar. El único
movimiento que me permití fue la mirada de reojo ocasional a Dinara quien parecía
estar perdida en las imágenes, su mirada distante y su cuerpo rígido por la tensión.
¿Qué tan difícil debe ser para ella revivir esos momentos?
Fruncí el ceño al imbécil en el suelo quien había bajado la cabeza como si no
pudiera soportar mirar. La furia corrió a través de mí. Agarré su cabeza con
brusquedad y levanté su barbilla, obligando su atención de vuelta a la pantalla del
portátil.
—¡Sé lo que hice! No necesito ver —gimió, cerrando los ojos, y mi furia se
multiplicó, se tornó salvaje.
—Abrirás tus malditos ojos o te engraparé los párpados en tus putas cejas.
Estoy seguro que puedo encontrar una grapadora en algún lugar de tu tienda.
Sus ojos se abrieron de golpe y no se atrevió de nuevo a apartar la mirada de
la pantalla. Me alegré cuando nos acercamos al final de la grabación. Los sonidos y
las imágenes me habían revuelto el estómago, y solo quería ayudar a Dinara a
superar esos horrores.
Dinara parecía una figura de cera de sí misma, pálida y perfectamente
inmóvil. Esto estaba destinado a ayudarla, pero ¿y si no lo hacía? ¿Y si esto solo
estaba satisfaciendo mi propia hambre de sangre retorcida?

Las imágenes de la pantalla se volvieron borrosas y mi mente tomó el control,


reproduciendo mis recuerdos mucho más vívidamente que el video.
Cada sensación recorrió mi cuerpo, cada dolor y olor, cada sonido e imagen.
Inundaron mi cuerpo como una avalancha imparable, arrastrando emociones
enterradas. Vergüenza y repulsión, miedo y desesperación, pero sobre todo: ira. Ira
contra el hombre ante mí. Cuando la pantalla se puso negra y terminó el calvario de
la Dinara del pasado, bajé la mirada hacia el hombre encogido que tenía ante mí. Me
suplicaba con la mirada, fingiendo ser una víctima, cuando era un monstruo que
había arruinado mi infancia para satisfacer sus propias necesidades.
Recordé sus ojos y sus palabras, los apodos que usó conmigo y el apodo con
el que quería que lo llame, incluso antes de ver el video. Recordé su respiración
entrecortada, su loción para después del afeitado y el sudor debajo. Me acerqué,
inhalé profundamente. Incluso su loción para después del afeitado seguía siendo la
misma. Una avalancha de imágenes nueva, la misma que había reproducido antes,
quiso volver a estallar para una repetición, pero mi mente luchó contra el asalto.
La repulsión hirvió en mí, seguida por el pánico, pero no permití que eche
raíces, y finalmente la ira se apoderó de todo lo demás. Mis manos estaban
temblando y mi garganta estaba apretada cuando dejé el arma en el mostrador.
Adamo observó el movimiento con el ceño fruncido. Mi sangre parecía palpitar con
una furia ardiente cuando me acerqué a Adamo, mi respiración escapando en jadeos
rápidos. Nuestras miradas se encontraron y sus ojos sostuvieron una miríada de
preguntas. Pensó que no podría dispararle a mi abusador. Tal vez incluso pensó que
le mostraría misericordia y lo dejaría vivir. Lo había considerado cuando entré por
primera vez en la ferretería y vi al tipo lamentable, pero cada vez que el pensamiento
intentó echar raíces, cada fibra de mi cuerpo lo combatió y la voz pidiendo
represalia cantó más fuerte. Respiré hondo y volví a mirar al hombre. La esperanza
había entrado en su expresión y me dio otra mirada suplicante. Hace más de una
década, a nadie le importó lo que yo quería, mis súplicas.
Sin piedad.
Sin pensarlo, alcancé el cuchillo en la funda del pecho de Adamo, y curvé
mis dedos alrededor del mango frío. Adamo no me detuvo cuando retiré la hoja
afilada con un siseo satisfactorio.
Nunca había usado un cuchillo de manera violenta y no estaba segura de lo
que estaba haciendo cuando me tambaleé hacia mi abusador. Intentó retroceder, pero
lo seguí. Mi corazón latía en mi garganta y mi entorno se volvió borroso a medida
que me abalancé hacia él. Levantó los brazos, intentó luchar contra mí, pero lo
ataqué con el cuchillo. Lo balanceé hacia sus brazos agitándose, hacia la parte
superior de su cuerpo, cada centímetro de él que pude alcanzar. Intentó luchar contra
mí, y la voz de Adamo sonó en la parte posterior de mi cabeza, pero los gritos del
hombre la ahogaron. No podía detenerme, incluso si ni siquiera veía lo que estaba
haciendo. Mi visión estaba borrosa por las lágrimas y la sangre. Mi palma y mi
muslo dolían, mi mejilla palpitaba, pero mi mano con el cuchillo aún se arqueaba
hacia mi abusador hasta que fui arrastrada y alguien me sostuvo con fuerza entre sus
brazos a pesar de mi lucha.
Jadeé por respirar. Cada ingesta doliendo en mi pecho.
—Shhh, Dinara. Todo está bien. Cálmate. Está muerto. Cálmate.
La voz tranquilizadora de Adamo vadeó a través de la niebla nublando mi
cerebro y me recuperé lentamente. Adamo se arrancó un trozo de la camisa y me
secó la cara con él. Cerré mis ojos, permitiéndole que me limpie. Cuando los abrí de
nuevo, mi entorno volvió a enfocarse. El shock se estrelló sobre mí cuando vi la
escena delante de mí. El hombre yacía en un gran charco de sangre y su cadáver
estaba lleno de puñaladas. Sus manos, sus brazos, su pecho, su cara, su garganta... la
hoja no había perdonado ninguna parte de su torso. Yo no había perdonado ni una
parte de su cuerpo. Yo había hecho esto.
Solté un suspiro tembloroso. Me miré muy despacio. El brazo de Adamo aún
estaba envuelto alrededor de mi cintura y me sentaba entre sus piernas, su pecho
cálido presionado contra mi espalda. Mis piernas desnudas estaban manchadas de
sangre, y mis pantalones cortos de mezclilla estaban completamente empapados.
Levanté las manos, también cubiertas de rojo. El cuchillo cayó al suelo y el sonido
me hizo estremecer. Mi camisa, mi cabello... todo estaba cubierto de sangre. Y el
jirón de tela que Adamo había usado para limpiarme la cara y los párpados ahora
estaba rojo. Parpadeé, atónita por lo que había hecho.
—¿Por qué me detuviste? —pregunté, pero mi voz sonó distante, como si
algo estuviera bloqueando mis oídos. Quizás más sangre. Me estremecí.
Adamo tomó mi mano y la giró de modo que vi un corte largo pero
superficial en mi palma y luego señaló otro corte más profundo en mi pantorrilla.
—Te cortaste en ese estado y no quería que te lastimes seriamente. Lleva
mucho tiempo muerto.
Asentí.
—No sé qué me pasó. Simplemente perdí…
Adamo presionó su mejilla contra la mía, incluso aunque era un desastre.
—Quizás esto sea un comienzo. Quizás esta sea tu forma de liberar el dolor
que has reprimido.
Ahora no sentía dolor. Ni recuerdos. Ni miedo, ira u odio, solo
entumecimiento y una calma maravillosa.
—Ahora, ¿qué hacemos?
—Tengo que llamar a nuestro equipo de limpieza local para que vengan y se
encarguen de esto.
Me reí huecamente.
—Creo que es bueno que esto sea territorio de la Camorra.
—Facilita las cosas. Las Vegas sería aún mejor, pero nuestros hombres
limpiarán esto y se desharán del cuerpo. Nadie podrá rastrear nada de esto hasta
ninguno de los dos.
Adamo se levantó y después me tendió una mano. La tomé y dejé que me
ayude a ponerme de pie. Mis piernas se sintieron temblorosas. Ahora que la primera
oleada de adrenalina se desvaneció, mi palma y pantorrilla palpitaron donde me
había cortado. El darme cuenta que mi sangre se mezclaba con la sangre de mi
abusador envió una nueva oleada de repulsión a través de mí y no pude reprimir un
estremecimiento violento. Adamo tomó mi brazo, evaluando mis ojos.
—¿Dinara?
—Tengo que ducharme. Tengo que deshacerme de su sangre. —Respiré
profundo, comprendiendo que estaba a punto de entrar en pánico, algo que en
realidad no podía hacer en este momento.
—¿Podrías ducharte en la parte de atrás?
Sacudí la cabeza con brusquedad. La sola idea de usar la misma ducha que
había usado mi abusador me hizo sentir aún más enferma.
—En nuestro motel —insistí.
—Está bien —dijo Adamo lentamente, como si estuviera hablando con un
niño asustado, y tal vez esa era exactamente la impresión que emitía—. Primero
tengo que llamar al equipo y tenemos que limpiar un poco y encontrar algo para
cubrir nuestra ropa ensangrentada. No podemos cruzar la calle viéndonos como si
nos hubiéramos bañados en sangre.
Asentí, incluso si mi deseo de huir se estaba tornando más fuerte a cada
segundo.
Adamo tomó su teléfono para hacer dos llamadas rápidas antes de aparecer
frente a mí nuevamente. Estaba ocupada mirando los restos de mi abusador.
—Me preocupaba no poder matar a alguien. Me preocupaba no poder apretar
el gatillo. Y en su lugar, lo masacré con un cuchillo. Esto es mucho más desastroso
que dispararle a alguien.
Adamo acarició mi mejilla.
—Es más personal. Lo que este hombre te hizo era muy personal y tú también
le pagaste de manera personal. Si lo piensas, no es tan extraño.
—Creo que la mayoría de las personas no estarían de acuerdo contigo. Nada
de lo que hacemos es normal.
—¿A quién le importa?
—Sí —susurré.
Salimos de la ferretería treinta minutos después. Adamo, quien parecía menos
un desastre sangriento, tomó el auto y lo estacionó en la acera justo en frente de la
ferretería. Su equipo de limpieza ya estaba ocupado resolviendo el desastre que
había causado. Incluso me habían traído ropa limpia para usar en lugar de la mía
para el viaje de regreso a nuestro motel. Había limpiado mi cabello torpemente de la
sangre en el lavabo del baño de los clientes, pero me picaba la piel por todas partes.
Necesitaba ducharme lo antes posible.
Cuando entramos en nuestra pequeña habitación de motel, me dirigí
directamente al baño y cerré la puerta. Necesitaba unos minutos para mí, para
procesar todo lo que había sucedido. Cuando el agua caliente corrió por mi cuerpo,
cerré mis ojos y dejé que las lágrimas que había retenido corran por mi rostro. No
me moví durante mucho tiempo, y con cada momento que pasó, y con cada lágrima
que derramé, me sentí un poco más ligera, como si el asesinato me hubiera quitado
un peso de los hombros. Aún quedaba mucho lastre en mi alma, pero era un
comienzo.
D espués de la ducha, me arriesgué a mirarme en el espejo. Había
pasado por alto una mancha de sangre seca cerca de mi sien. Tomé
una toalla y la froté. Mis ojos lucían tranquilos, no llenos de
adrenalina ni angustiados, ninguna señal de que hubiera matado a un hombre en una
rabia sedienta de sangre hace menos de una hora. Alejándome de mi reflejo, salí del
baño, mi cabello aún estaba húmedo y solo una toalla envolvía mi cuerpo. Adamo
estaba al teléfono, asintiendo mientras escuchaba lo que la persona del otro extremo
estaba diciendo.
—Muy bien, gracias. Buen trabajo.
Adamo alzó la vista y se levantó de la cama antes de acercarse a mí. Acunó
mis mejillas en sus palmas cálidas, sus ojos evaluando los míos sin decir una palabra
por lo que se sintió como una eternidad. Lo dejé, encontré la paz interior a medida
que me perdía en su mirada. Los acontecimientos brutales del día tampoco habían
dejado rastro en sus ojos.
—¿Estás bien?
Busqué dentro de mí alguna sensación de intranquilidad, alguna profunda
sensación inquietante, pero estaba serena. Sacudí la cabeza y me apreté contra
Adamo.
—Estoy bien.
—Eso es bueno. El equipo se deshizo del cuerpo y limpió cada centímetro de
la tienda. Nadie sospechará nada. Pasará un tiempo antes de que alguien se dé cuenta
que se ha ido y, con suerte, la policía solo pensará que se mudó para evitar los
rumores.
Asentí, pero mi mente ya había pasado del hombre al que había matado al
siguiente nombre de la lista.
Adamo se apartó.
—Déjame tomar una ducha, luego podemos hablar un poco más.
Se dirigió al baño pero, a diferencia de mí, no cerró la puerta.
Me estiré en la cama y encendí mi teléfono. Lo había apagado desde ayer
para evitar las llamadas de Dima y mi padre. Como era de esperar, mi buzón estaba
lleno de mensajes de ambos. Como si papá pudiera sentir que mi teléfono estaba
encendido, llamó nuevamente. Contesté, tomando una respiración profunda.
—Dinara, ¿dónde diablos estás? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Las palabras me fueron disparadas rápidamente, lo que dificultó
comprenderlas.
—Estoy bien. No necesito ayuda. Estoy lidiando con algunos asuntos.
—¿Qué tipo de asuntos?
—No tienes de qué preocuparte, papá. En serio. Volveré pronto a Chicago.
Solo dame algo de tiempo y espacio.
Cuanto más tiempo pasaba con Adamo, menos quería volver a Chicago. Ahí
me sentía fuera de lugar, ahora más que nunca, y aunque extrañaba a Dima, él y yo
nos habíamos separado durante el último año.
—Últimamente te he estado dando demasiado tiempo y espacio. Pocos
hombres en mi posición permitirían a sus hijas caminar en territorio enemigo. Ahí
es donde aún estás, ¿verdad?
—Sí, pero sabes que no estoy en peligro.
—¿Lo sé? Estás cazando el pasado, y eso nunca es bueno.
—Papá, nadie guarda rencor mejor que tú, y nadie se aferra al pasado más
obstinadamente. Lo saqué de ti.
Hizo un sonido disgustado.
—Dima debería estar a tu lado. No deberías estar sola.
—No estoy sola —dije.
Papá resopló.
—¿Crees que un Falcone te protegerá? No cometas el error de ser
demasiado amigable con ellos, Dinara. Es una pendiente resbaladiza.
—¿Qué te dijo Dima?
—Vi un video del Falcone más joven y tú bailando y besándose. —Dijo lo
último con desprecio insolente.
Una vez que me aseguré que la ducha seguía en marcha, dije:
—No tienes que preocuparte. No hay nada entre nosotros. Es un medio para
lograr un fin. Nada más. Me ayuda a conseguir lo que quiero.
La culpa se instaló en la boca de mi estómago por mentirle así a mi padre, y
por hablar de Adamo como si no significara nada, cuando cada día que estábamos
juntos, capturaba más de mi corazón. Me alegraba que no pudiera oírme hablar así.
A pesar de que, Adamo no sabía hablar ruso, no quería que estuviera presente
cuando arrojaba unas mentiras tan hirientes.
—¿Y qué será?
—Matar el pasado.
—No dejes que este hombre te arrastre a la oscuridad.
En todo caso, yo estaba arrastrando a Adamo a la oscuridad. Pero incluso eso
no parecía del todo cierto. Se sentía como si fuéramos por este camino como iguales,
tomados de la mano, impulsados por nuestros demonios.
—Prométeme no enviar a Dima a buscarme, o me desharé de mi teléfono y
no podrás hablar conmigo hasta que termine.
—Quiero mensajes diarios diciéndome que estás bien, y rastrearé tu
paradero. Si no me envías un mensaje al día, enviaré hombres, incluso si eso
significa la guerra con la Camorra.
Suspiré. Conocía ese tono y era inútil seguir discutiendo con él del asunto.
—Está bien.
La ducha dejó de sonar en el baño. Afortunadamente, pude escuchar un golpe
de fondo en el extremo de papá. Papá guardó silencio por un momento, como si
estuviera escuchando a alguien.
—Tengo que irme, Katinka. Ten cuidado.
—Siempre. —Colgó y bajé el teléfono con un suspiro profundo.
—¿Malas noticias? —preguntó Adamo con cuidado, apoyándose en la puerta
con solo una toalla envuelta alrededor de su cadera.
—Mi padre se preocupa por mí.
—¿Enviará hombres?
—No, no actuará mientras le informe a diario que estoy viva. Confía en mí.
—Pero definitivamente no en mí —dijo Adamo, avanzando hacia mí—. Y
nunca lo hará.
Tenía razón. Mi padre no era un hombre que confiara fácilmente, y
ciertamente no en un miembro de la Camorra.
—No importa. Siempre y cuando yo confíe en ti —le dije.
Adamo se hundió junto a mí.
—¿Y confías en mí?
—¿Estaría aquí contigo si no lo hiciera?
Adamo se encogió de hombros.
—Quizás soy tu única opción.
Negué con la cabeza.
—Podría hacer esto por mi cuenta. Conozco las direcciones de todas las
personas de nuestra lista y, a partir de hoy, sabemos que puedo seguir adelante y
matarlos, así que si en realidad fuera solo por conveniencia, no te necesitaría más
allá de este punto.
Adamo sonrió sin alegría.
—Entonces, ¿por qué sigo aquí?
—No necesito que los mates, pero necesito tu apoyo, tu aliento. Cuando estás
cerca, me siento mejor, más segura de quién soy.
—No me necesitas, pero sí —murmuró.
Suspiré.
—Tal vez no tiene sentido.
—Tal vez solo necesitas admitir que me necesitas. Hoy actuaste por impulso
y perdiste el control por completo. No prestaste atención a lo que estaba sucediendo
a tu alrededor. Si la próxima vez pasa lo mismo, necesitarás que me asegure que no
ocurra nada mientras estás en tu zona.
—Como hacerme daño.
—O alguien acercándose a ti. Dudo que te hubieras dado cuenta si alguien
hubiera entrado en la ferretería de repente.
—Tienes razón. Fue como si estuviera poseída. —Me incliné más cerca de
Adamo—. Está bien, te necesito, pero no quiero que pienses que es por eso que
quiero estar contigo.
—Entonces, ¿por qué quieres estar conmigo?
—¿Por qué quieres ayudarme? ¿Por qué haces esto por una chica con la que
solo tienes sexo?
—No eres solo una chica con la que tengo sexo.
—Y no eres solo un chico con el que tengo sexo.
Adamo sonrió torcidamente.
—Un día uno de los dos tendrá que ser valiente y ponerle nombre a lo que
tenemos.
—¿Tenemos que hacerlo? —susurré. Adamo se recostó en la cama y me
acercó a él, rodeándome con un brazo—. ¿Quién va a obligarnos?
—Tal vez en algún momento querremos certeza, o tal vez nuestras familias
con el tiempo querrán respuestas, más respuestas de las que tenemos en este
momento.
—Eso no es algo en lo que quiera pensar ahora. Quiero vivir el momento.
Ahora mismo, lo único en lo que quiero centrarme es en la venganza y en cómo
podemos hacer que todas las personas de la lista paguen por lo que me hicieron a mí
y a otros niños.
Adamo pasó la mano suavemente por la parte superior de mi brazo.
—Incluso si hoy mataste en un arrebato, no significa que no te acosarán las
pesadillas del asesinato. Quizás cesarán eventualmente, quizás no. Solo quiero que
estés segura que puedes vivir con ellas, especialmente si continuamos cazando a tus
abusadores y agregando más muertes a tu conciencia.
Dejé escapar una risa amarga.
—¿Serán peores que las pesadillas que han estado atormentando mis sueños
desde que era niña? Lo dudo. Así que, si me preguntas, estas pesadillas nuevas serán
una maldita mejora para los horrores atormentando mis noches ahora mismo.
El brazo de Adamo a mi alrededor se apretó.
—Mierda. En serio desearía haber torturado al imbécil de hoy. De hecho,
consideré hacerlo antes de que aparecieras.
Me incorporé.
—El siguiente nombre en nuestra lista… fue uno de los peores. Quiero decir,
cada experiencia fue horrible, pero algunos fueron más amables al respecto.
Adamo apretó los dientes.
—Amable no es una palabra que usaría para describir las atrocidades que
esos jodidos pervertidos te hicieron.
Tragué pesado.
—Y todos pagarán por lo que hicieron. Pero el siguiente tipo de la lista fue
malo, realmente malo. Le gustaba hacer daño, y yo… —Matar a mis abusadores era
una cosa, pero torturarlos era otra cuestión. Incluso algunos de los hombres de mi
padre no podían presenciar la tortura, ¿verdad? Y no solo mirar, ¿podría torturar a
alguien con mis manos?
Adamo inclinó la cabeza para atrapar mi mirada.
—¿Quieres torturar al imbécil?
Mis labios se separaron, pero una ola de nervios me invadió.
—Quiero que sufra antes de morir.
—Si quieres, lo hará. Puedo hacerlo.
—Al menos debería ser parte de eso. Esta es mi venganza y no quiero ser
cobarde.
—No se trata de ser cobarde. Torturar a alguien te quita mucho. Es diferente
al acto de matar. Tienes que afrontar la desesperación, el dolor y los ruegos de la
víctima, tienes que saborearlo y utilizarlo como otra herramienta de sufrimiento para
ellos.
—¿A cuántos has torturado? Sé que Remo y Nino son famosos por su talento
especial, pero no escuché ninguna historia sobre ti.
—Intentaba no involucrarme en la tortura excepto cuando era absolutamente
necesario. Tanto Nino como Remo querían que adquiriera algo de experiencia, pero
al final dejaron de obligarme a participar en esas sesiones.
Si incluso Adamo, que era un Falcone, no podía soportar torturar a alguien,
¿cómo podría hacerlo?
—Si te molesta, si te da pesadillas, entonces no quiero que lo hagas, no por
mí. Si quiero que sufran, tendré que hacerlo yo misma. No voy a pedirte que hagas
algo que odias.
Adamo se rio oscuramente, y presionó un beso feroz en mis labios.
—No es que lo odie o que me atormente en mis pesadillas, Dinara. Lo
disfruto demasiado, ese es el puto problema. Disfruto con el acto de causar dolor a
los demás, al menos cuando creo que se lo merecen. Ojalá fuera diferente, pero soy
retorcido. Y la gente de nuestra lista, todos se lo merecen, así que me lo pasaré
jodidamente bien haciéndolo.
—Entonces, ¿no participabas en la tortura porque te gustaba demasiado?
Asintió.
—Sí, comprendí rápidamente que tenía el potencial de ser tan bueno y
creativo como Remo, pero nunca quise ser así. Pensé que podía ser mejor persona.
—Su sonrisa se volvió más oscura—. Pero no lo soy, y el siguiente imbécil de la
lista lo aprenderá de la manera difícil, si me dejas hacerlo.
Tragué pesado y asentí entrecortadamente. Adamo me besó y me rodeó con
sus brazos con más fuerza. Apenas podía respirar, pero solo le devolví el abrazo con
la misma fuerza. Después de los eventos del día, después de todo lo que acabábamos
de discutir, mi cuerpo resonaba con la necesidad de estar lo más cerca posible de
Adamo. No me importaba si me hacía parecer débil o necesitada. Adamo me hacía
sentir como si estuviera bien no ser fuerte todo el tiempo. Presionó un beso en mi
frente y cerré los ojos, sintiéndome a salvo.

A la mañana siguiente, nos dirigimos a la siguiente parada de nuestro viaje:


Sacramento, el hogar del número dos de nuestra lista. Aunque este era mi camino
hacia la venganza, Adamo y yo estábamos juntos en esto. Me alegraba no tener que
emprender sola este viaje tan difícil.
Bajamos las ventanillas del auto cuando tomamos la Interestatal 80 hacia
Sacramento. El aire cálido despeinó mi cabello y mis ojos permanecieron cerrados.
El ritmo bajo de una canción de rap resonaba en los altavoces. Los dedos de Adamo
alrededor de los míos me mantuvieron enraizada como siempre lo hacían cuando las
imágenes del pasado se reprodujeron en mi cabeza. Esta vez no me habían
dominado. Había convocado a mis demonios personales para encontrar la
mentalidad adecuada para lo que me esperaba adelante.
Adamo estacionó frente a la casa del número dos y apagó el motor. La casa
no era como la había imaginado. Esperaba un desolado lugar descuidado. Algo que
reflejara mis propios sentimientos oscuros siempre que el rostro de él se repetía en
mis recuerdos. Él había sido el terror de mi pasado.
Se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo. El patio delantero estaba
cuidado impecablemente, con césped recortado perfectamente y un porche blanco
hermoso. Este parecía un lugar de felicidad.
—¿Estás seguro que vive aquí solo?
—No, solo no. Comparte la casa con su madre, pero no tiene familia propia.
—¿Ella lo sabe? —pregunté.
—Sí, le dio una coartada en un caso, pero de todos modos fue condenado.
Asentí, preguntándome cómo podría vivir con lo que había hecho su hijo,
pero no era mi problema.
—¿Pero no está ahora en casa?
—No, trabaja en una gasolinera. Está despejado así que podemos entrar.
Despejado. Sonreí con ironía.
—Lo haces sonar como si fuéramos un equipo SWAT.
—Vamos a secuestrarlo, así que tenemos que ser muy sigilosos.
—Es un buen vecindario, la gente informará sobre comportamientos
sospechosos.
Adamo se encogió de hombros.
—Estaremos bien. Esperemos aquí a que vuelva a casa del trabajo.
Nos sentamos en silencio durante casi una hora antes de que un automóvil se
detuviese en el camino de entrada y saliese un hombre bajo pero con mucho
sobrepeso. Su cabello había comenzado a desaparecer y a volverse gris, pero incluso
desde lejos su rostro envió un escalofrío a través de mi cuerpo. Mis dedos se
apretaron en mis rodillas y mi respiración se tornó irregular a medida que mi pulso
se aceleraba. Estaba dividido entre el impulso de correr y el deseo de atacar.
—¿Dinara? —llamó Adamo suavemente.
Arrastré mis ojos lejos de ahí. Las cejas de Adamo se fruncieron.
—Estás a salvo. Los roles han cambiado. No eres su víctima. Serás su juez.
—Lo sé —dije, y las palabras dichas en voz alta desterraron el miedo del
pasado al rincón más oscuro de mi mente, donde la pequeña Katinka aún se encogía
de miedo, impotente. Hoy conseguiría justicia.
M is dedos temblaron de nervios y emoción cuando Adamo arrastró
al hombre luchando hasta el sótano de un almacén de la Camorra.
Teniendo en cuenta que su muerte no sería rápida, Adamo había
elegido el lugar por su ubicación remota. Las paredes eran gruesas y contendrían los
gritos de mi abusador.
Nunca había lastimado a alguien a propósito antes de que Adamo y yo
comenzáramos nuestro viaje de justicieros. Nunca había habido una razón para
hacerlo. No era alguien a quien le gustara ver a la gente sufriendo. No me provocaba
emoción, ni siquiera me fascinaba.
Adamo era diferente. De vez en cuando capté el destello de entusiasmo en sus
ojos oscuros cuando discutimos posibles métodos de tortura que podríamos probar
con el número dos. Adamo los había llamado por sus nombres al principio, pero
preferí darles números. Los hacía parecer menos humanos y más como los
monstruos que acechaban mis pesadillas.
El sótano era húmedo y el hedor a orina y algo podrido flotaba en el aire.
Quizás ratas. Unos charcos de agua más pequeños cubrían el suelo por donde el
techo tenía goteras.
—Podríamos haber usado una de las salas de tortura de la Camorra. Están
mejor equipadas y más limpias —comentó Adamo mientras empujaba al hombre
todavía luchando contra la pared. Chocó con fuerza con ella y cayó de rodillas con
un grito ahogado.
—No —dije con firmeza. Ya había aceptado demasiada ayuda de la Camorra,
y técnicamente aún estaba haciéndolo, incluso si Adamo no hacía esto en su calidad
de Camorrista sino como mi… amante. ¿Novio? Alejé el pensamiento.
El número dos se giró y se puso de pie a trompicones. Sus ojos buscaron los
míos. Les faltaba emoción y recordé vívidamente la mirada en blanco en ellos
cuando me puso las manos encima hace muchos años. Había pagado más. Eso
también lo recordaba. Mi madre no quería que me volviera a ver, pero al final, Cody
la convenció porque el dinero era demasiado bueno. Tres encuentros… tres horas
llenas de horror. No recordaba mucho de ello, como si mi mente hubiera borrado
partes para protegerme.
Adamo me tendió el cuchillo, una hoja curva más pequeña, no destinada a
matar, sino mutilar o desollar. Después de que hubiera inmovilizado a mi abusador
en el suelo, Adamo usó cinta adhesiva para atar las manos y pies del hombre.
El hombre luchó contra sus ataduras y, por primera vez, un miedo real se
reflejó en esos ojos despiadados. Asentí con una sonrisa amarga.
—Eso es lo que sentí.
Recordé el miedo asfixiante, el pánico abrumador y, finalmente, la
comprensión desgarradora de que estaba indefensa. Que incluso ni mi madre lo
detendría. Pero hoy era la que tenía el control. Me acerqué a él lentamente,
apretando los dedos alrededor de la hoja.
—¿Me recuerdas? —pregunté.
El hombre frunció el ceño a medida que escaneaba mi rostro.
—¡No! Lo juro. Debe ser un malentendido.
No lo era. Lo reconocí y los Falcone se habían asegurado que fuera la persona
correcta. No habría errores, ni arrepentimientos, ni piedad.
Eché un vistazo a Adamo y asentí brevemente. Adamo desempacó su
computadora portátil y la colocó frente al hombre.
—Observa muy atentamente —dijo Adamo, la furia hormigueaba en su voz.
La violencia retorcía su expresión. Recibí un consuelo extraño al darme cuenta que
incluso si fallaba, Adamo estaría allí para hacer lo que no pudiera.
El video comenzó y los ojos del hombre se abrieron con sorpresa. Di un paso
atrás, le permití ver nuestros videos. El entusiasmo parpadeó en sus ojos en
ocasiones, y mi estómago se apretó ante su frenesí evidente por lo que me había
hecho hace muchos años. Quería creer que la gente podía cambiar, que podía
mejorarse a sí misma, pero hasta ahora las experiencias de Adamo y mías habían
demostrado lo contrario. Adamo se apoyaba contra la pared a la derecha del hombre
con los puños cerrados. Era obvio lo difícil que le resultaba reprimirse. Cada vez que
mi abusador mostró señales de disfrute, el cuerpo de Adamo se balanceó hacia
adelante.
Apagué el video cuando no pude soportar ni un segundo más. Me permití
respirar profundamente unas cuantas veces para recuperarme, para encerrar a la
pequeña Katinka en lo más profundo de mi mente antes de enfrentarme a mi
atormentador del pasado.
—¿Ahora me recuerdas?
Su mirada se posó en la mía. No dijo nada, pero el nerviosismo en sus ojos
me dijo que estaba intentando pensar en una excusa. Levanté el cuchillo. Comenzó a
luchar contra sus ataduras nuevamente y gritó a todo pulmón pidiendo ayuda. Me
estremecí al oír el volumen, la piel de gallina erizó mi piel. Me acerqué y sostuve el
cuchillo justo frente a su cara.
—Deja de gritar —susurré con dureza. Mi voz no sonó tan fuerte y
amenazante como quería.
El hombre no se detuvo. Luchó aún más fuerte, casi cayendo hacia atrás con
la silla a la que Adamo lo había atado.
—Cállate —dije con voz ronca.
El hombre ni siquiera pareció escucharme. Era aire para él. Le di una mirada
de reojo a Adamo. Él sabía cómo manejar situaciones como esta. Pero no podía
pedir ayuda, tenía la lengua demasiado pesada y, afortunadamente, no tuve que
hacerlo. Adamo se apartó de la pared y sacó su segundo cuchillo. En dos zancadas
largas apareció junto a mí, agarró el cabello del hombre y presionó la hoja contra su
garganta.
—Cierra la puta boca, o te cortaré la maldita lengua —gruñó, sonando tan
aterrador que incluso por un momento mi cuerpo se apartó de él involuntariamente.
Adamo disfrutaba de lo que hacía. Sus ojos tenían la misma euforia que
recordaba de usar drogas. Me pregunté si su recaída sería tan pronunciada una vez
que el subidón se desvanezca. Recordaba las tristes horas deprimentes que seguían
después, y el anhelo creciente de la próxima dosis. ¿Cuándo Adamo necesitaría su
próxima dosis?
La mirada de Adamo se posó en mí, frenética, ansiosa, hambrienta.
—Es tuyo.
Mío. Mío para juzgar. Torturar. Matar.
Levanté el cuchillo, examiné la hoja afilada. Clavé el cuchillo en su muslo,
conteniendo la respiración. Mis ojos se abrieron por completo, mis nudillos
tornándose blancos alrededor del mango, sorprendidos por mis propias acciones. El
hombre gritó con dureza, sus ojos totalmente abiertos y agonizantes. La sangre
empapó la tela alrededor de la hoja, que aún estaba enterrada dentro de su pierna.
—Retuércela —murmuró Adamo, con una voz irresistible.
Apreté mi agarre pero no me moví. Adamo cubrió mi mano con la suya.
—Puedo ayudar.
Asentí. Guio mi mano, retorciendo la hoja en el sentido de las agujas del
reloj.
Los gritos se intensificaron, se enterraron en mi cabeza y me pusieron la piel
de gallina. Mi cuerpo se rebeló contra mis acciones. Negué con la cabeza y Adamo
soltó mi mano. La aparté del cuchillo.
—¿Quieres que lo haga? —preguntó Adamo.
Di un paso atrás. No miré al número dos, solo al hombre del que me estaba
enamorando cada día más. Quería ayudarme, pero más allá de eso, estaba sediento
de violencia. Quería esto, necesitaba esto, tal vez tanto como yo.
—Sí —susurré.
Adamo fijó al número dos con una mirada escalofriante. Un cazador
dispuesto a destrozar su presa. Adamo arrancó el cuchillo de la pierna del número
dos antes de deslizarla a través de su abdomen, creando un corte superficial.
Doloroso pero no letal.
Retrocedí y observé, fascinada y aterrorizada por Adamo, por su
concentración, su entusiasmo, su habilidad.
No podía evitar preguntarme si era la razón del despertar de su sed de sangre,
si mi solicitud había atravesado sus paredes y había desatado un hambre imparable.
—Adamo —susurré finalmente. Dejó caer el cuchillo y sus ojos se posaron
inmediatamente en mí. Les tomó un segundo antes de mirarme en realidad.
—Ahora es tuyo —dijo con voz ronca.
Asentí y agarré el arma. Apretar el gatillo fue fácil y, extrañamente, se sintió
casi como un acto de misericordia.
El disparo resonó en el sótano sucio, seguido de un silencio absoluto.
Respiraba con dificultad, intentando deshacerme de mi euforia. Mi pulso estaba
latiendo salvajemente en mis venas y me sentía casi invencible y en general:
exaltadamente vivo. Me volví consciente de la presencia de Dinara poco a poco. Se
paraba a unos metros de mí. Había observado todo sin una palabra, cada segundo de
mí perdiendo el control. Debo haber lucido como un lunático porque me había
perdido en el frenesí de sangre. Mierda. No podía creer que hubiera dejado que me
consuma así.
Me encontré con la mirada de Dinara, esperando lo peor: disgusto y tal vez
incluso miedo, pero solo encontré comprensión y una pizca de sorpresa. Dinara bajó
la pistola y la volvió a meter en la bolsa con las otras armas. Me senté en cuclillas,
preguntándome si debería explicarme. Pero, ¿qué podía decir para justificar mis
acciones? Era un maldito retorcido. Una sonrisa amarga retorció mis labios cuando
me encontré con los hermosos ojos de Dinara.
—Un monstruo matando a otro, una visión aterradora, ¿eh?
Dinara ladeó la cabeza.
—No eres como él.
—Pero soy un monstruo. Si fuera tú, querría alejarme lo más lejos de mí.
Tal vez finalmente tenía que aceptar que no podía ser mejor, que mi
naturaleza nunca me permitiría alcanzar el nivel de bondad que deseaba cuando era
más joven.
Ella sacudió la cabeza, a medida que su expresión se llenaba de gratitud.
—No. Haces esto por mí. Eso es algo que nunca olvidaré. Y estoy segura que
no iré a ninguna parte, Adamo.
—Sí, hago esto por ti, pero una pequeña parte también lo hace por mí, porque
lo quiero.
—Está bien.
Me reí roncamente.
—¿Está bien?
—Sí, porque incluso si lo disfrutas, lo haces por mí. Si eso no es prueba de…
—Se calló, luciendo casi avergonzada.
—Es una prueba —coincidí. Probarle a Dinara lo mucho que significaba para
mí era la razón por la que estaba aquí. Era por eso que comencé, pero no era por eso
que continué una vez que puse mis manos sobre mi víctima. Una vez que comencé
mi oscura tarea, estaba perdido, perdido en un anhelo profundo y un hambre oscura.
Me puse de pie tambaleándome. Mis piernas se sentían inestables como si me
hubiera subido a una montaña rusa con demasiada frecuencia. Esta sensación
después de la tortura se acercaba mucho al subidón de las drogas que cualquier otra
cosa, y nada más podría hacerlo.
Dinara tomó una toalla de mi bolso y me la entregó. La tomé. Mis manos
estaban cubiertas de sangre y mi ropa empapada. Estaban arruinadas. Recordé
cuando Remo y Nino regresaban así a casa y fingía disgusto cuando en realidad
sentía fascinación.
Dinara me observó con calma, y me pregunté qué veía. Recordé la
fascinación enfermiza que sentí cuando vi por primera vez a Remo y Nino en
acción. Incluso en ese entonces, una parte de mí se había preguntado cómo se
sentiría perderme en algo tan depravado, pero había luchado contra ello, había
resistido todo el tiempo que pude.
Dinara examinó los restos del número dos. Si la vista la inquietó, lo ocultó.
Una vez que mis manos estuvieron limpias, toqué su brazo, atrayendo su atención
hacia mí.
—Estoy bien —dijo en voz baja—. Me alegra que hicieras lo que hiciste. Se
lo merecía, pero no es algo que pueda hacer. Comprendí eso ahora.
—No tienes que hacerlo. Yo puedo si quieres que lo haga. —Quería sentirme
así de exaltado otra vez. Probablemente Dinara podría verlo en mi rostro.
—No quiero ser la razón por la que pierdas el control —dijo.
Una risa oscura escapó de mis labios. Tomé su mejilla.
—¿En serio crees que es tu culpa que sea así? Es el gen Falcone y mi maldita
crianza, no tú.
Dinara presionó un beso suave en mis labios.
—Salgamos de aquí. No quiero darle ni un segundo más de mi vida.
Consiguió lo que merecía. Ahora es el pasado.
Después de llamar al equipo de limpieza, Dinara y yo nos dirigimos de
regreso a nuestro motel. Era mejor que el basurero en Reno, pero definitivamente no
era un lugar que invitara a quedarse por mucho tiempo.
Dinara estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama cuando salí del
baño después de una ducha larga. Estaba mirando la lista con sus abusadores. Ya
había tachado el número dos. Me hundí junto a ella.
—Me pregunto cómo me sentiré una vez que podamos tachar el último
nombre.
Ese era el nombre de su madre. Aún no habíamos hablado de su final. Dinara
evitaba el tema. Sin importar lo mucho que odiara a su madre, matarla sería
diferente a cualquier otra muerte.
—Te sentirás libre —le dije. Era el resultado que esperaba.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Dinara, cambiando el tema como siempre
cuando discutíamos el final de nuestra venganza.
Me acerqué más a ella y envolví un brazo alrededor de sus hombros a medida
que consideraba mis sentimientos. No me sentía culpable, ni siquiera un poco. Se
merecía todo lo que había hecho.
—Bien. De vuelta a la normalidad.
Dinara arqueó las cejas.
—Normal no es una palabra que usaría para describirte.
—Lo mismo digo —comenté con una sonrisa, pero me puse serio cuando vi
la preocupación honesta en los ojos de Dinara—. Esto va de ti, no de mí. Estamos
haciendo esto para que puedas enterrar tu pasado y encontrar la paz. Lo que siento
no es importante, pero no estoy mintiendo. Me siento bien. Una mejor pregunta es
¿cómo te sientes tú?
Dinara frunció el ceño como si se estuviera escuchando a sí misma.
—Todo esto, es surrealista. Estas personas atormentaron mis pesadillas
durante mucho tiempo y no pude hacer nada, pero ahora ya no soy la víctima, y se
siente bien. Quiero seguir adelante.
—Seguiremos adelante, pero creo que es bueno para nosotros tener un
descanso durante unos días antes de irnos a Las Vegas.
Cuando Dinara y yo hicimos la lista por primera vez y discutimos nuestro
plan de venganza, acordamos regresar al campamento después de las dos primeras
muertes para conducir dos carreras antes de irnos a Las Vegas, donde vivían el resto
de los abusadores. Nos daría tiempo para calmarnos, y reduciría al mínimo las
especulaciones en el campamento.
—Lo sé —dijo Dinara—. Pero ahora que hemos comenzado, odio detenerme.
—¿No quieres tener tiempo para dudar de nuestras acciones? —supuse.
Dinara se encogió de hombros.
—Quizás. No puedo imaginar que mi consciencia se convierta en un
problema, no con la forma en que me siento ahora, pero... —Suspiró—. No lo sé. No
quiero arriesgarme. Quiero que todos consigan lo que merecen.
—Lo harán, porque mi consciencia no se convertirá en un problema.
Dinara sonrió extrañamente y me besó.
—Pensar que alguna vez me enamoraría de un mafioso italiano… —Cerró los
labios de golpe, sus ojos totalmente abiertos.
El subidón de la tortura no era nada comparado con lo que sentí ahora.
Abrí la boca pero Dinara me tapó los labios con la mano.
—No digas nada. Ahora no.
Mis ojos se arrugaron con diversión. Asentí en acuerdo, besando su palma.
Dinara bajó la mano muy despacio.
—Nunca pensé que me enamoraría de una princesa de la Bratva —dije
rápidamente.
Dinara me besó con fuerza.
—Cállate, cállate. No quiero hablar de emociones, ahora no. Aún no.
—Después de todo lo que hemos hecho, y todo lo que planeamos hacer, ¿te
asustan las emociones? —bromeé. Sus ojos me rogaron que me callé y esta vez lo
hice. En su lugar, la acerqué contra mí y le mostré con mi cuerpo lo que sentía. Sin
palabras.
D inara y yo regresamos al campamento y participamos en las dos
siguientes carreras, pero nuestros corazones no estuvieron en ello.
La lista ocupaba nuestros pensamientos. Era inútil fingir lo
contrario. Nos dirigimos a Las Vegas la mañana después de la segunda carrera,
incapaces de parar con nuestra venganza. Ambos estábamos ansiosos.
Pagamos por otro motel andrajoso en la parte antigua del Strip. Un lugar
como ese se sentía más apropiado para nuestra búsqueda que un hotel de cinco
estrellas. No regresaríamos al campamento hasta que todos los apellidos de nuestra
lista estuvieran tachados, sin importar cuánto tiempo tome. Las carreras podían
esperar.
Los siguientes asesinatos transcurrieron sin problemas, sin tortura. Matanzas
fáciles que Dinara ejecutó con una pistola. Contuve mis propias ansias de sangre,
permitiéndole hacer esto en sus propios términos. Peor que resistir mi sed de sangre
fue ver las grabaciones. Grabé cada minuto en mi cabeza y, a veces, incluso me
seguían en mis pesadillas.
Dinara yacía estirada en la cama a mi lado después de tachar el número seis,
completamente desnuda y hermosa más allá de las palabras. Verla así y recordar las
grabaciones que había visto de ella era algo difícil de conciliar. Dinara había
sobrevivido a horrores que ni siquiera podía comprender, y se había vuelto feroz y
decidida, pero también amable. Tantas personas se habrían hastiados después de lo
que ella había pasado.
No habíamos vuelto a discutir nuestras emociones, habíamos evitado el tema
con cuidado, pero viéndola ahora, el deseo de expresar mis sentimientos fue casi
irresistible.
Los ojos de Dinara me decían que sabía lo que estaba pensando.
—Aún no —susurró.
Sonreí con ironía.
—¿Cuándo?
—Aún no —respondió simplemente.

La tortura hacía cantar mi sangre. Aún estaba extasiado, eufórico, pero ya no


estaba perdido en un trance. Dinara había captado toda mi atención. La forma en que
había desatado su dolor. Las últimas muertes habían sido casi inexpresivas. Dinara
había disparado a todos los abusadores con una bala en la cabeza. Tranquila y
controlada. Pero hoy había sido diferente. Al igual que con su primer asesinato,
Dinara se había perdido en la necesidad de venganza. Tal vez era porque nos
habíamos enfrentado a dos abusadores, una pareja casada, ambos habiendo abusado
de Dinara. Su ira se había centrado en la mujer principalmente. Había perdido la
cuenta de las veces que Dinara la apuñaló. Había atacado salvajemente una vez que
terminé, había matado como si estuviera poseída.
Ahora el silencio había caído en la celda debajo del Sugar Trap.
Estaba congelado a medida que observaba a Dinara.
La sangre cubría sus labios, una franja de color contra su piel pálida. Incluso
el rojo llameante de su cabello palideció en comparación.
Yacía inmóvil sobre el frío suelo de piedra, con los ojos totalmente abiertos al
techo, pero sin ver lo que tenía delante.
Dejé caer el cuchillo. Aterrizó con estrépito, la sangre salpicando alrededor.
Por un segundo, una parte de mi rostro se reflejó en el único punto limpio de la hoja
afilada. Por primera vez en mi vida, entendí el miedo que las personas albergaban
cuando escuchaban mi apellido.
Falcone.
Hoy mi expresión justificaba su terror.
Derramar sangre estaba en mis genes. Toda mi vida, había luchado contra
este anhelo en lo profundo de mis venas, lo había atenuado con drogas y alcohol,
pero su llamado siempre había estado presente, una corriente subyacente en mi
cuerpo que amenazaba con hundirme.
No lo había permitido. En su lugar, me arrojé de cabeza a sus profundidades,
seguí la corriente hasta la parte más oscura de mi alma. Durante mucho tiempo, este
día había sido mi mayor pesadilla, un miedo sin medida. Pero maldición, hoy sentía
como si hubiera renacido, como un regreso a casa a mi verdadero ser.
Mis palmas estaban pegajosas con su sangre y se sentía perfecto. Nunca antes
había matado a una mujer, y mucho menos la había hecho sufrir a propósito, pero
después de ver la grabación, había terminado sin rostro para mí, un simple objetivo
que necesitaba erradicar.
Ninguna carrera callejera podría competir con la emoción, el subidón
absoluto de una muerte, y menos aún con el poder de la tortura.
Negar tu naturaleza era vivir una mentira. Solo las drogas en todas las formas
y tamaños lo habían hecho posible en el pasado. Ya no más.
La gente finalmente tenía una razón para el apodo que nos dieron a mis
hermanos y a mí.
Los monstruos de Las Vegas.
Mi lado monstruoso había salido a jugar, pero la juerga apenas había
comenzado.
Remo y yo éramos similares en apariencia, pero esa no era nuestra similitud
más sorprendente. Su crueldad y brutalidad me habían horrorizado la mayor parte de
mi vida porque reflejaban una parte de mí que despreciaba. Hoy hice las paces con
él y conmigo.
Y tenía que agradecerle a Dinara por eso.
Volvió la cabeza y me miró parpadeando, su pecho pesado.
—¿Siempre será así?
—¿Así cómo? —pregunté con voz ronca. Ni siquiera estaba seguro por qué
me dolía la garganta. A diferencia de nuestra víctima, no había gritado. Apenas
había dicho algo.
Respiró profundamente como si necesitara tiempo para ordenar sus
pensamientos, para formar las palabras adecuadas.
—Estoy igualmente horrorizada y disgustada por lo que hicimos, así como
me siento regocijada y empoderada. ¿Siempre será así? Este conflicto desgarrando
mi pecho porque me pierdo por completo en la sed de sangre. Solo apretar el gatillo
es diferente, pero esta… esta muerte personal… —Suspiró.
Me acerqué a ella y me hundí de rodillas a su lado.
—No lo sé.
Evaluó mis ojos.
—Adamo, ¿qué sientes?
Consideré mentir, enmascarar mis verdaderos sentimientos.
—Ni horror. Ni disgusto. —Mi mirada se desvió hacia los cadáveres,
esperando una pizca de arrepentimiento, cualquier tipo de emoción que sentiría una
persona normal, pero no había nada, solo la necesidad de repetir lo que acababa de
experimentar.
Cuando volví a mirar a Dinara, la comprensión llenó su expresión. El
monstruo era difícil de esconder una vez que lo sacabas a jugar.
—Te gusta más cada vez que lo hacemos.
Sonreí oscuramente.
—Sabes cómo llaman a los Falcones.
Remo y Nino estarían muy orgullosos de mí si me hubieran visto así. El
orgullo precedido a la caída. Siempre les había recriminado por lo que hacían, por lo
que disfrutaban haciendo, y ahora aquí estaba.
Se sentó y tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos. Nuestras palmas se
pegaron con la sangre de nuestras víctimas.
—No podría haber hecho esto sin ti. No puedo seguir sin ti.
—¿Quieres ceñirte a nuestro plan? ¿Incluso tu madre?
—Sí —respondió sin dudarlo—. Quiero que paguen, todos y cada uno de
ellos. Deben sangrar.
Apreté su mano.
—Y sangrarán, Dinara. Sus gritos ahuyentarán a los fantasmas que sus
acciones dejaron en tu alma.
Dinara sacudió la cabeza con una sonrisa pequeña. Presionó un beso en mis
labios. Me supo a sangre y lágrimas, e incluso eso no me disgustó.
—Poeta y asesino. Nunca dejas de sorprenderme, Adamo. —Sus ojos
brillaron con resolución—. Creo que me estoy enamorando de ti.
La sorpresa me invadió.
—¿Qué pasó con aún no?
Dinara sacudió la cabeza.
—¿Por qué debería tener miedo?
Probablemente había cientos de razones por las que nuestras emociones
deberían asustarnos, pero no me importaba ni un carajo una sola de ellas. Acuné su
cuello, acercándola más.
—Iré contigo en cada paso del camino. Te daré la justicia que mereces,
incluso si requiere mi último aliento.
—No —susurró—. Ninguno de los dos va a dar su último aliento por estas
criaturas repugnantes. Viviremos durante mucho tiempo cuando su sangre se haya
derramado.
La besé nuevamente, más fuerte esta vez, mi lengua separando sus labios. Mi
mano vagando por su espalda.
Dinara se apartó con una sacudida de cabeza.
—No puedo. Así no. —Hizo un gesto a su estado cubierto de sangre—. No
junto a ellos. —Asintió hacia los cuerpos—. ¿Podrías?
Deseé que la respuesta hubiera sido no, pero mis venas latían con los restos
de adrenalina de la muerte y el deseo. Podría haberme follado a Dinara aquí mismo,
en el suelo frío y empapado de sangre. Me puse de pie y le tendí la mano.
—No hagas preguntas si las respuestas pueden asustarte.
Dinara tomó mi mano y la puse de pie. Tocó mi pecho, clavándome las uñas.
—Jamás me asustaré de ti. —Su rostro se acercó mucho más hasta que fue
todo lo que pude ver—. Porque tu monstruo jamás me hará daño.
Asentí, porque eso era cierto.
—Tomemos una ducha y comamos algo. Mañana tendremos un largo día.
Dinara miró de reojo a los cadáveres.
—¿Qué hay de ellos? ¿No tenemos que deshacernos de ellos?
Saqué mi teléfono y llamé a Nino. Remo y él estaban arriba en la oficina y se
encargarían de la situación.
—Está solucionado.
Dinara asintió. Subimos las escaleras, cubiertos de sangre y extrañamente
eufóricos. Al salir del bar, nos encontramos con Remo y Nino. Remo me miró a los
ojos, pero no dijo nada. Le di un asentimiento breve. Hoy, tal vez por primera vez,
en realidad lo entendí y él lo vio en mi rostro.
—Nos ocuparemos de los cadáveres —dijo Nino con total normalidad.
Una energía nerviosa rodeaba a Dinara cuando salimos del Sugar Trap, pero
cuanto más nos acercábamos al auto, más tranquila se sintió. Abrió la puerta del
pasajero y soltó una risa pequeña.
—En serio lo hicimos. Casi hemos terminado con nuestra lista.
Solo quedaba un nombre, un nombre que evitábamos mencionar.
Prácticamente podía ver cómo se quitaba el peso de encima. La euforia estaba
desvaneciendo cualquier atisbo de ansiedad. Por ahora, sus demonios fueron puestos
a descansar. Sin embargo, no se habían ido para siempre. Estaba íntimamente
familiarizado con los demonios del pasado. Regresarían para atormentarla, pero
habrían perdido parte de su poder sobre ella.
—Lo hicimos, y no nos detendremos hasta que consigas lo que quieres.
Subimos al auto y pisé el acelerador, saliendo a toda velocidad de la ciudad.
Dinara se estiró, su palma cubriendo mi pene a través de mis jeans. Le di una mirada
inquisitiva. Sus labios formaron una sonrisa burlona, pero en sus ojos, la oscuridad
se mezclaba con la lujuria. Maldición, eso me excitó. Me la habría follado allí
mismo con los cadáveres.
Frotó más fuerte. Reduje la velocidad del auto, queriendo detenerme. Ella
sacudió su cabeza.
—Sigue conduciendo. Rápido.
Elegí calles laterales que estuvieran menos concurridas a esta hora de la
noche. Mi pie presionó el acelerador una vez más.
Dinara asintió y bajó los ojos hacia mi bulto. Se desabrochó el cinturón y se
acercó más antes de abrir mi cremallera. Después de un poco de torpeza, mi polla se
liberó y ella se la llevó a la boca.
Siseé al sentir su calor húmedo. Su lengua bordeó mi punta antes de
succionarme aún más profundamente. Una de mis manos se enredó en su melena
roja a medida que su cabeza bombeaba de arriba abajo. Mis ojos estaban fijos en la
calle de enfrente, corriendo a través de la oscuridad cercana.
Gemí cuando Dinara chupó solo mi punta mientras sus manos palmeaban mis
bolas a través de los jeans. Los sonidos húmedos de su boca trabajando en mi polla
llenaron el auto. Mis dedos se apretaron en su cabello cuando golpeé su garganta.
Ella se echó un poco hacia atrás solo para trabajar mi punta aún más febrilmente con
su boca y lengua. Mis dedos se cerraron con más fuerza alrededor del volante
cuando la primera pulsación traicionera se apoderó de mis bolas. Dinara me chupó
más fuerte, sus dedos masajeando mis bolas hasta el orgasmo, y entonces el placer
se disparó a través de mí y me corrí directamente en su boca.
Bombeé mis caderas gimiendo, mi pie en el acelerador aflojando, a medida
que Dinara me ordeñaba hasta secarme.
—Mierda —gruñí cuando casi desvié el auto de la calle. Dinara levantó la
cabeza, sonriendo oscuramente, sus labios cubiertos con mi semen. Su lengua salió
disparada, lamiéndolo.
—Ahora tu turno —dije con voz ronca, conduciendo el auto hacia el costado
de la carretera.
Agarró el volante, empujando el auto de vuelta a la calle.
—Sigue conduciendo. Rápido.
Sacudí la cabeza.
—No puedo devorarte mientras conduzco. Ni siquiera mis habilidades de
conducción son lo suficientemente buenas como para conducir a ciegas.
Ella sonrió con malicia.
—Fóllame con tus dedos y conduce.
Aceleré una vez más mientras veía a Dinara deshacerse de sus pantalones y
tanga en un solo movimiento, revelando esas esbeltas piernas sexy y su coño
delicioso con vello pelirrojo recortado. Me dio una mirada que me dijo que sabía el
efecto que su cuerpo tenía en mí. Descansó la espalda contra la puerta y apoyó una
pierna contra mi muslo, dándome una vista privilegiada de ese húmedo coño rosado
y empapado.
—Mantén los ojos en la calle, Falcone —dijo con una sonrisa atrevida.
—¿Cómo se supone que me concentre en conducir si tu coño me está
tentando?
—Eres un chico grande. Puedes lidiarlo. Ahora masturbarme.
Me reí entre dientes a medida que volvía mis ojos a la calle. Extendí la mano
y acuné la rodilla de Dinara, luego arrastré mi mano lentamente por la parte interna
de su muslo.
—Más rápido.
—¿El auto o mis dedos?
—Ambos —siseó, agarrando mi muñeca y presionando mis dedos contra su
coño empapado. Gemí al sentir su calor acogedor, sabiendo que se sentiría perfecto
alrededor de mi polla.
Deslicé dos dedos dentro de ella. Gimió, sus paredes apretándose alrededor
de mis dedos.
Pronto las caderas de Dinara se mecieron frenéticamente, conduciendo mis
dedos aún más profundamente en su coño. Las luces de Las Vegas aparecieron a la
vista y pronto pasamos por edificios y aceras abarrotadas.
Follé a Dinara con mis dedos aún más rápido hasta que gritó, sus músculos
internos apretándose como una prensa alrededor de mis dedos. Seguí follándola pero
disminuí la velocidad. Mi pie en el acelerador también aflojó y pronto el borrón de
hoteles y personas se hizo distinguible. Dinara apoyó la mejilla contra el cristal,
observando con los labios entreabiertos. Curvé mis dedos, haciéndola gemir y
empañar el cristal. Entré en el estacionamiento de un hotel al azar y estacioné a un
lado. Al momento en que el auto se detuvo, empujé mi asiento hacia atrás.
Dinara no dudó antes de subirse a mi regazo y hundirse en mi polla.
Los pasajeros de los autos pasando nos observaron con los ojos totalmente
abiertos. Solo era cuestión de tiempo antes de que sus informes llevaran a la
seguridad o incluso a la policía hasta aquí. Agarré el cuello de Dinara y la incliné
para darle un beso mientras mi otra mano palmeaba su trasero firme a medida que
me montaba. Nuestros cuerpos parecieron volverse uno y nuestro entorno se
desvaneció en el fondo.
Nos aferramos entre sí casi desesperadamente, como si fuera la última vez
que pudiéramos estar cerca.
Cuando regresamos a nuestra habitación de motel esa noche, nuestro estado
de ánimo era solemne. Casi habíamos llegado al final de nuestra lista, y con él, el
final de nuestro viaje de justicieros. Después de eso tendríamos que volver a nuestra
vida normal, o tan normal como podría ser nuestra vida. Nos metimos juntos en la
cama, ambos de espaldas, nuestros brazos tocándose.
—¿Qué vamos a hacer después del último asesinato? —pregunté.
Dinara parpadeó hacia el techo.
—Espero sentirme libre.
—También lo espero, pero eso no es lo que quise decir.
Se dio la vuelta para mirarme con una sonrisa solemne.
—Lo sé. ¿Supongo que volverás al campamente de carreras?
—La temporada ha terminado prácticamente y de todos modos, con todas las
carreras que me perdí, no alcanzo a estar entre los diez primeros.
Dinara asintió. Deslizó las yemas de sus dedos por la barba incipiente en mi
barbilla y mejilla.
—Entonces, ¿volverás a Las Vegas para celebrar la Navidad con tus
hermanos?
La Navidad parecía estar a años luz de distancia, incluso si solo faltaba un
mes para la víspera de Navidad.
—Sí, ese es el plan —respondí muy despacio—. Pero pensé que podrías
unirte a mí.
La sorpresa cruzó el rostro de Dinara.
—¿Quieres que pase las fiestas con tu familia?
—Conmigo y mi familia —corregí—. ¿En serio te sorprende tanto que te
quiera a mi lado, incluso durante las fiestas? Hemos pasado día y noche juntos
durante los últimos meses, y para ser jodidamente honesto, a pesar de toda la mierda
brutal que implicó nuestra aventura, fue el mejor momento de mi vida.
—Entonces, deberías reconsiderar tus elecciones de vida —dijo con una
sonrisa irónica, pero sus ojos tenían ternura—. Dice mucho de ti y de mí que
también fuera el mejor momento de mi vida. Estamos jodidos.
—¿Y qué?
—Una vez que terminemos con la lista, tú seguirás siendo Camorrista y yo
seguiré siendo la hija del Pakhan de Chicago. ¿Hay alguna manera de que esto
funcione? —Sus labios rozaron los míos y sus ojos albergaron esperanza y ansiedad.
—Si queremos.
—Mi padre no quiere la guerra con la Organización. Eso golpearía demasiado
cerca de casa, pero si accediera a una tregua con tus hermanos, eso muy bien podría
conducir a una declaración de guerra por parte de la Organización.
—No peleamos por el mismo territorio —dije—. Tu padre gobierna Great
Lakes. No tenemos que declarar una tregua para ignorar la existencia del otro.
—¿Crees que ignorar la existencia del otro es suficiente para que tú y yo
seamos una pareja oficial? ¿Siquiera en dónde viviríamos? No podríamos vivir
juntos en Chicago porque eso causaría problemas.
—Sin mencionar que la Organización tendría un festín si me pusieran las
manos encima para terminar lo que comenzaron.
Dinara acarició la cicatriz en mi antebrazo distraídamente a medida que
continuaba:
—Y yo viviendo en Las Vegas se vería igual de mal. Sin importar lo que
dijéramos, la gente me consideraría parte de la Camorra y sospecharía de una tregua
entre tu familia y la mía, lo cual tendría el mismo resultado. Una guerra entre la
Bratva y la Organización.
La Organización tenía lazos fuertes con la élite política en Chicago e Illinois.
Incluso si la Camorra y la Bratva lucharan juntas para atacar, significaría mucha
atención indeseada. Eso no era algo que quisiéramos o necesitáramos. Pero no
estaba dispuesto a renunciar a Dinara por la política de la mafia.
—Quiero que estemos juntos. Si ambos lo queremos, nada puede detenernos.
Dinara apoyó su frente contra la mía.
—Hablemos de esto una vez que hayamos terminado.
Aún no podía decirlo. El último nombre de nuestra lista era el desafío más
grande de Dinara.
—No será fácil. Quizás no puedas seguir adelante con ello. Y eso también
está bien. Eso no significa que hayas fallado o que aún estás encadenada por el
pasado.
—Tengo que hacerlo —susurró Dinara—. Tengo que matarla.
Besé su sien. Haría cualquier cosa que fuera necesario para ayudar a Dinara.

Antes de que pudiera continuar con el asesinato de mi madre, tenía que


regresar a Chicago. Adamo se mostró reacio a dejarme ir, pero al final, entendió y
aceptó mi necesidad de hablar con mi padre.
Entré al vestíbulo de nuestra mansión. Y por un momento, solo inhalé el
aroma familiar. Había odiado vivir en esta jaula dorada y, sin embargo, siempre la
extrañaba. O tal vez simplemente extrañaba Rusia.
Papá esperaba en su oficina. Ni siquiera el zar podría haber tenido un espacio
de trabajo más magnífico. Papá alzó la vista cuando entré.
Su profesión era derramar sangre. No me hacía ilusiones con respecto a las
atrocidades de las que era capaz. Si querías convertirte en algo en la Bratva, no
podías permitirte una conciencia. Pero siempre había sido su pequeña, una muñeca
preciosa que quería mantener alejada de los terrores de su negocio.
Ahora había mostrado mis verdaderos colores. Había torturado y matado. Era
una Mikhailov.
No se levantó de su silla, solo se reclinó, contemplándome de cerca.
—Trabajaste con la Camorra para impartir la venganza que podría haber
impartido por ti. ¿Por qué pedirías ayuda al enemigo pero no a tu propio padre?
La decepción y la ira resonaron en su voz profunda. Sus ojos me golpearon
con toda la fuerza de su decepción. Caminé hacia él, mis tacones resonando en el
parquet. El disfraz de dama rusa apenas ocultaba lo que había debajo en realidad,
una rota asesina destrozada.
—Porque nunca me habrías permitido ser parte de los asesinatos. Mi única
oportunidad de vengarme era buscar otros aliados.
Papá golpeó el escritorio con la palma de su mano y se puso de pie de un
empujón, elevándose sobre mí.
—Porque no quería tus manos llenas de sangre. Quería protegerte del mal de
este mundo. Y los malditos Falcones te arrojaron directo al abismo del infierno.
Me encontré con su mirada furiosa. Hombres adultos habían caído de rodillas
ante este hombre, pero nunca le tuve miedo. Tal vez era una tonta por pensar que
estaba a salvo de su lado cruel.
—Protegerme ahora, en contra de mi voluntad, podría agregar, no hará que el
pasado desaparezca. Sé que te sientes culpable por no poder protegerme en ese
entonces.
La furia se multiplicó, sus ojos prácticamente ardiendo de rabia, pero detrás
de ello se encendió la culpa.
—Los Falcones nunca tuvieron el poder de arrojarme a ningún abismo,
porque llevo años viviendo en un puto infierno, desde el momento en que el primer
bastardo me violó.
Papá agarró uno de los costosos huevos Fabergé de su escritorio y lo arrojó
contra la pared más cercana. Se hizo añicos con un estruendo ensordecedor y cada
pieza hermosa cayó al suelo. La palabra violación era una que hasta ahora habíamos
pasado por alto. Sabíamos lo que había sucedido, pero de alguna manera ponerlo en
palabras había amenazado con empeorar las cosas. Tomé su mano, acercándome.
—Papá, no puedes salvarme. Nadie puede. Necesito salir del abismo al que
me arrojó mi madre por mi cuenta.
—No pronuncies ese nombre.
—Matar a esos hombres se sintió bien, muy bien. Su dolor se llevó parte del
mío.
Papá tomó mis mejillas, evaluando mis ojos como si esperara encontrar a la
pequeña hija que había vestido con vestidos de princesa. Pero esa niña estaba
muerta, murió muchas muertes dolorosas para renacer como algo vil y vengativo.
—Si pudiera deshacer lo que te han hecho, mataría a todos y cada uno de mis
hombres solo para recuperar a mi pequeña Katinka.
Mis ojos se entrecerraron.
—Lo sé. Pero está muerta, y ahora me aseguraré que todas las personas que la
mataron también lo estén.
—Un padre nunca quiere que su hija se vuelva como él, no si es un hombre
como yo.
—En este sentido, me alegra ser como tú. Me alegra haber podido sostener el
cuchillo que ejecutó la matanza. Me alegra no ser la princesa que necesita un
príncipe para ajustar sus cuentas.
—Pero recibiste ayuda del príncipe Falcone, ¿no?
Asentí.
—Me ayudó a localizarlos. Pero fui yo quien los mató. Están todos muertos.
Ahora solo queda mi madre.
—Debería ser yo quien la mate, no tú. Matar a una mujer, matar a tu madre,
dejará cicatrices. Cicatrices que no creo que debas infligirte a ti misma.
Sonreí sin emoción.
—Es el peor monstruo de todos. Esa mujer es la razón por la que nunca sabré
lo que significa de verdad la palabra “madre”. Matarla me hará libre.
Papá acarició mi mejilla.
—Espero que así sea. En serio espero que así sea, pero si he aprendido algo a
lo largo de los años, es que la venganza rara vez nos libera. Solo nos encadena a
demonios nuevos. A veces, esos solo se unen a los antiguos. No puedo perderte,
Dinara.
Me aparté con el ceño fruncido.
—Crees que voy a escapar con Adamo, unirme a la Camorra.
—Esa no es la pérdida de la que me preocupo. —Sus dedos se curvaron
alrededor de mi antebrazo.
—No intenté suicidarme. Y no me he cortado en mucho tiempo. —A pesar de
los muchos años que habían pasado desde mi desliz, papá no podía superarlo y me
sentía culpable por eso, pero estaba intentando vivir una nueva vida mejor.
Los ojos de papá se tornaron distantes.
—Cuando Dima te encontró en un charco de sangre con espuma alrededor de
tu boca, pensé que te había perdido.
—No volveré a sufrir una sobredosis, papá. Estoy limpia. De todos modos,
sabes que nadie va a venderme mierda en tu territorio.
—¿Y el territorio de la Camorra?
—Allí tampoco, créeme. Adamo se aseguró de ello.
—Adamo —repitió papá, con un brillo peligroso en sus ojos—. ¿Qué hay en
realidad entre ese niño Falcone y tú?
—No es un niño, papá.
Papá siguió contemplándome a los ojos.
—¿Es serio?
—¿Qué harías si dijera que sí?
—Vas a estar dividida entre dos mundos.
—Es el mismo mundo, solo lados diferentes.
—Exactamente. Sabes que no puedo permitir que salgas con el enemigo.
Nadie lo entenderá.
—No tienen que hacerlo, siempre y cuando tú lo hagas.
—¿Te das cuenta en qué posición me pones? Permitirte seguir deambulando
por territorio de la Camorra pone en riesgo el negocio. Moscú no estará feliz con
eso.
—No sé nada de tu negocio, e incluso si lo supiera, no se lo diría a nadie.
—Si la Camorra te usara como cebo, me tendrían en sus manos y lo sabes.
Sonreí con ironía.
—Conoces a Remo mejor que yo, e incluso yo sé que nunca me usaría así.
—Ese hombre no tiene un hueso amable en su cuerpo, Dinara. Hay una razón
por la que controla el Oeste sin contratiempos.
—Hay una razón por la que eres Pakhan, papá. Aun así, vives de acuerdo con
ciertas reglas. Una de ellas se asegura que me permitas hacer lo que hago aunque no
lo apruebes, y las mismas reglas hacen que Remo Falcone también me vea como
fuera de los límites.
—Tener hombres como nosotros en tus manos, es una posición poderosa en
la que estar, espero que te des cuenta de eso —murmuró, acunando mi cabeza—. Te
estoy regalando más libertad de la que jamás permitiría a nadie más y no por estas
reglas que mencionas.
—Por lástima —supuse.
Papá sonrió con nostalgia.
—Oh, tampoco es lástima. La chica que tengo hoy ante mí no necesita mi
lástima. —Besó mi sien—. El amor es un juego de tontos. No lo juegues.
—Tengo que regresar a Las Vegas para terminar lo que comencé.
Los labios de papá se tensaron.
—No te pierdas. No le des ningún poder a tu madre sobre ti. Merece morir y
ser olvidada.
L os últimos asesinatos habían sido fáciles, más fáciles de lo que
deberían haber sido, pero tal vez matar estaba en mi sangre como
Adamo siempre afirmó que estaba en la suya.
Aun así, hoy era diferente, y nada de esto sería fácil. Me sentí aún más
nerviosa que antes del primer asesinato. Adamo apretó mi mano, su mirada
buscando la mía, intentando determinar si estaba bien.
No estaba segura de lo que estaba sintiendo. Mis emociones se derrumbaban
sobre sí, y había vomitado lo poco que había desayunado. Esta era la cumbre que
tenía que escalar. Cada muerte hasta este punto había sido una mera preparación
para este día. Cuando ayer hablé con papá, él se ofreció a matarla si no podía
hacerlo. Adamo tampoco dudaría en quitarme esta carga de encima, pero no podía
permitir que ninguno de los dos matase por mí. Esto era entre mi madre y yo. Fue
ella quien me vendió al mejor postor, quien me arrancó de mi casa y de mi padre
porque quería libertad. Papá nunca había revelado los detalles de su relación… hasta
anoche.
La había conocido como acompañante, pero sus encuentros sexuales
terminaron cuando mi madre se quedó embarazada de mí, y mi padre insistió en que
debía conservarme. Más tarde, le prohibió trabajar como acompañante, la envió a
una clínica de rehabilitación y la obligó a vivir en su mansión, de modo que tuviera
una madre. Él había querido que tuviera padres, pero mi madre nunca había querido
tenerme, ser madre, estar limpia. Quería recuperar su vida y cuando quedó claro que
mi padre no se la devolvería, me utilizó como un medio para castigarlo y conseguir
lo que quería.
—¿Dinara? —preguntó Adamo, preocupado.
Salí de mis pensamientos. Estábamos estacionados frente al edificio de
apartamentos donde vivía mi madre. Ayer había intentado huir después de haberse
enterado de los asesinatos, pero un soldado de la Camorra había vigilado su lugar.
Ahora esperaba que llegáramos. Me pregunté si sabía que compartiría el mismo
destino que cualquier otro nombre de nuestra lista o si esperaba misericordia.
Agarré la manija de la puerta.
—Estoy lista. —Mi voz sonó resuelta, decidida, tranquila: lo opuesto a lo que
estaba sintiendo.
Adamo y yo tomamos el ascensor hasta el tercer piso y luego nos dirigimos
hacia la última puerta a la izquierda. Un polvoriento hedor rancio permanecía en el
pasillo y la alfombra había visto días mejores. Adamo llamó. Apreté mis manos en
puños para evitar que tiemblen. Había esperado este día durante mucho tiempo, pero
ahora estaba aterrorizada. Un hombre de mediana edad, soldado de la Camorra,
abrió la puerta y nos dejó entrar. Adamo entró primero y yo lo seguí después de un
momento de vacilación. El lugar no era lo que esperaba. Pensé que sería un triste
lugar sucio, pero el apartamento estaba limpio y recién amueblado con mucho
vidrio, mármol falso y decoración dorada. Fotos en blanco y negro de mi madre en
lencería colgaban de la pared sobre el sofá de cuero blanco. No encontré ni rastro de
mí en ningún lugar del apartamento. Mi madre probablemente se había olvidado de
mi existencia.
Cuando la vi, un escalofrío recorrió mi espalda y el deseo de irme se volvió
casi imparable.
La última vez solo había visto a mi madre de lejos. Ahora solo nos separaban
unos pocos metros. Recordé que, cuando era muy pequeña, papá había comparado
mi belleza con la de mi madre, antes de que nunca volviera a hablar de ella. La
belleza aún permanecía bajo sus arrugas y las líneas del ceño alrededor de su boca y
frente. Estaba vestida con un vestido de aspecto caro, con uñas y cabello impecables.
Un cigarrillo ardía en el cenicero de la mesa de cristal frente a ella. Sus ojos se
movieron entre Adamo y yo, la ansiedad cubrió su rostro.
—Katinka —dijo en voz baja, como si estuviera feliz de verme, como si
tuviera algún derecho a llamarme por el nombre que me había arrancado.
—No —herví—. No uses ese nombre. Ahora soy Dinara. ¿O tal vez quieres
usar uno de los muchos nombres que elegiste para mí mientras dejabas que un
hombre tras otro me violara?
Palideció. Podía ver cómo estaba intentando pensar en algo qué decir.
Alcanzó el cigarrillo y dio una calada temblorosa. Nunca volvería a fumar. Su
energía nerviosa me dijo que necesitaba algo más fuerte que el tabaco. Drogas. No
podía creer que hubiera seguido sus pasos y también caí en la trampa de la adicción.
Juré que nunca más volvería a tocar nada. Jamás me convertiría en la mujer
despreciable ante mí.
—Dinara —comenzó vacilante—. Nunca quise que salieras lastimada. Estaba
mal de la cabeza. Estaba totalmente desesperada.
Me acerqué a ella tambaleándome, con lágrimas furiosas en mis ojos.
—¿Desesperada?
—Tu padre...
Su perfume familiar, demasiado dulce y demasiado fuerte penetró en mi
nariz, trayendo recuerdos vívidos que casi me doblaron las piernas.
—Mi padre te prohibió consumir drogas. Quería que me cuides. Te proveyó
para que pudieras ser una madre para mí. Te dio dinero de modo que ya no tuvieras
que vender tu cuerpo.
—Nunca pedí nada de esto. Estaba feliz con lo que tenía.
Tragué pesado. No parecía en absoluto culpable.
—No sabía lo que esos hombres te hicieron. Te lastimaron a ti, no a mí.
No podía creer su audacia.
—Hay grabaciones de lo que pasó. Estás en muchas de ellas, diciéndome que
sea amable con esos imbéciles. Grabaste lo que pasó. ¡Lo sabías, no finjas que no lo
sabías!
—Yo... yo estaba drogada. Esos hombres me presionaron.
—Puedes culparlos o a mi padre, pero eres el verdadero monstruo, Eden.
Ellos al menos no me conocían. Tú debiste haberme amado.
Intentó ponerse de pie, pero Adamo le disparó una mirada de advertencia.
—Era demasiado joven cuando te di a luz. Ni siquiera quería tener un hijo —
dijo, echando un vistazo de él a mí. El cigarrillo entre sus dedos casi se había
quemado del todo.
Apreté los labios, recordando las palabras de papá. Mi madre no me había
querido. Había querido abortar, pero papá no lo permitió. No le permitiría
deshacerse de su hijo. No la resentía por no estar lista para tener un hijo, ni siquiera
porque hubiera querido abortarme, pero la odiaba por cómo me había usado, cómo
había dejado que otros abusaran de mí solo para poder vivir la vida que quería. Eso
no era algo que pudiera perdonar.
—Se supone que una madre debe proteger a su hijo de todo daño, no ponerlo
en su camino. Te amaba. Confié en ti, y lo destruiste todo. Arruinaste mi vida.
Me señaló entonces.
—Ahora estás aquí y te ves fuerte.
—Estoy aquí por papá, porque él me protegió.
—No te vuelvas como él, no me mates, Dinara. Puedo dejar los Estados
Unidos de modo que nunca más tengas que volver a verme.
—Quizás puedas huir de lo que pasó, pero yo no puedo. Siempre será parte
de mí.
Madre le lanzó una mirada evaluadora a Adamo, como si se preguntara si él
podría ser su salvación. No lo conocía. Él era la última persona de quien esperar
misericordia.
—¿Alguna vez tuviste pesadillas por lo que me hiciste? —pregunté.
—Remo Falcone se aseguró que no pudiera olvidar lo que pasó —respondió,
pero no lo dijo como si esto le hubiera causado angustia en mi nombre. Su voz sonó
con autocompasión. Se encontró con la mirada de Adamo—. Es tu hermano. Tú
sabes cómo es. ¿Le has dicho?
—Cualquier cosa que hizo mi hermano no es nada en comparación con lo que
le hiciste a tu propia hija —gruñó Adamo, sus ojos resplandeciendo con violencia.
Mi propia hambre de sangre respondió. No estaba segura de por qué seguía
hablando con mi madre. Quizás en el fondo había esperado que comprendiera lo que
hizo, cómo rompió la confianza de una niña y arruinó mi vida, pero no conseguiría
la satisfacción de una disculpa honesta. Mi madre era incapaz de ver sus errores.
Saqué la pistola de la funda debajo de mi chaqueta de cuero. Mi madre se
puso de pie de un tirón con las manos levantadas.
—Dinara, por favor. Si me matas no te sentirás mejor. Te sentirás culpable.
—¿Culpable? —pregunté con voz áspera—. ¿Tan culpable como te sientes
por lo que me hiciste?
Levanté el arma, y apunté directamente a su cabeza. Sus ojos desesperados
evaluaron la habitación por una oportunidad de escapar, para salvarse. Mi dedo en el
gatillo tembló. Solo tenía que apretar el gatillo para terminar con todo esto, pero no
podía moverme. No estaba segura qué me estaba reteniendo. No amaba a la mujer
que tenía delante de mí, pero hasta ese momento, una pequeña parte tonta había
esperado que todo resultara en un gran malentendido, que hubiera una explicación
que probara la inocencia de mi madre. Sabía que eso no sucedería, pero mi corazón
se había aferrado tontamente a la esperanza. Quería encontrar una madre a la que
pudiera amar, una madre a la que pudiera perdonar. La mujer que tenía ante mí no
era esa madre.
Me volví, incapaz de mirarla. Adamo tomó mi hombro, escudriñando mis
ojos.
—No puedo —dije casi en un susurro, bajando el arma.
—¿Quieres que...?
—No —respondí rápidamente. Dejé el arma en la mesa lateral.
Noté que mi madre se nos acercaba vacilante por el rabillo del ojo.
—No te arrepentirás, lo juro. Ahora que has decidido perdonarme, Remo
dejará que me vaya, como dijiste. Me iré y nunca volveré. Pero… —Se humedeció
los labios—. Tu padre me cazará. Necesitaré algo de dinero para llegar a Europa y
crear una vida nueva para mí allí.
La expresión de Adamo cambió a la furia absoluta.
—¿Le estás pidiendo dinero a Dinara?
Eden dio un paso atrás.
—Si quiere que viva y no tener mi muerte en su consciencia, necesito algo de
dinero para escapar de Grigory.
Lágrimas nuevas se presionaron contra mis globos oculares.
—Al igual que necesitaste dinero la última vez, pero en ese entonces no me lo
podías pedir, así que me vendiste a unos viejos que abusaron de mí.
Comencé a temblar, la ira y la desesperación absoluta batallando dentro de
mí. Saqué el cuchillo de su funda y me giré. Con un grito ronco, hundí la hoja en su
pecho. Sus ojos se abrieron por completo y sus labios se separaron en un grito
silencioso. Luego se desplomó en el suelo, llevándome con ella porque aún estaba
aferrando el cuchillo. Aterricé de rodillas junto a ella. Solté el cuchillo, la agarré por
los hombros y comencé a sacudirla.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo? ¿Cómo? —grité. Mis lágrimas
cegaron mi visión y mi garganta terminó en carne viva por los gritos—. ¿Cómo?
¿Por qué no me amaste lo suficiente para protegerme? ¿Por qué? —Seguí
sacudiéndola y gritando, pero no podía responderme, y sin importar lo que hubiera
dicho, nunca me habría dado la respuesta que quería.
La solté y me acurruqué, mi rostro enterrado en mis manos, que estaban
pegajosas con su sangre. Sollocé y me estremecí.
—¿Por qué no me amaste?
Adamo se arrodilló junto a mí y me rodeó con un brazo, atrayéndome contra
él.
—Era un monstruo y nunca mereció ser tu madre. Eres digna de amar, y por
eso te amo.
Me congelé contra él, respirando entrecortadamente. Levanté mi rostro. Debo
haber parecido un desastre con sangre, lágrimas y mocos en mi rostro, pero la
expresión de Adamo estaba llena de amor.
—¿Me amas?
—Sí, incluso si estoy rompiendo nuestro pacto casual. No me importa. No
esconderé mis emociones. Maldita sea, te amo, y será mejor que lidies con eso.
Dejé escapar una risa ahogada.
—También te amo. —Besé a Adamo pero cuando aparté sus labios estaban
cubiertos de sangre. Mis ojos buscaron el cadáver de mi madre junto a nosotros. Su
sangre se extendía lentamente por debajo de su cuerpo y sus ojos sin vida miraban al
techo.
Me hundí contra Adamo, la adrenalina desvaneciéndose y dejando una
sensación extraña de vacío. Lo había hecho. Lo habíamos logrado. Matamos a todos
los torturadores de mi lista. Incluso mi madre. Esperaba euforia y alivio, y hubo un
destello de alivio, pero la incertidumbre fue más fuerte. ¿Ahora qué? Toda mi vida,
había prosperado para descubrir mi pasado y luego castigar a aquellos que habían
abusado de mí. Ahora que había tenido éxito, tenía que concentrarme en mi futuro,
en objetivos nuevos y descubrir lo que quería en realidad.
Metí mi mano en mis pantalones cortos de mezclilla y saqué el papel
arrugado, salpicado de sangre. Lo había guardado en mi bolsillo desde que
comenzamos nuestro camino de venganza.
Terminamos con nuestra lista. Parecía que había sido una eternidad desde que
habíamos matado al primer hombre en ella. Cada segundo de cada día había estado
dominado por pensamientos de venganza. Había ocupado todos mis pensamientos,
mis noches y mis días, y ahora, que habíamos llegado al final, un sentimiento de “¿y
ahora qué?” se apoderó de mí.
Adamo acarició mi espalda. Ni él ni yo hicimos un movimiento para
levantarnos del charco de sangre acumulándose a nuestro alrededor, empapando
nuestra ropa. Aún estaba caliente.
—Se acabó —susurré, casi asombrada.
Adamo besó mi sien.
—Ahora puedes seguir adelante.
Busqué sus ojos, preguntándome qué haríamos ahora y si sería tan fácil como
dijo.
Eché un vistazo a mi madre. No, a la mujer que me había dado a luz. En
realidad, no era una madre y nunca lo había sido.
—El equipo de limpieza se ocupará de ella. Puedes olvidar que existió —dijo
Adamo—. Salgamos de aquí. —Se levantó y me tendió la mano.
Asentí, incluso si aún me sentía atrapada en ese aturdimiento, y le permití que
me ayude a ponerme de pie. Adamo llamó al equipo de limpieza y me condujo hacia
la puerta. Me arriesgué a mirar por última vez hacia mi madre antes de irme. La
había querido muerta y no sentía ningún arrepentimiento por haberla matado, pero la
euforia y la sensación de libertad aún no habían llegado.

Regresamos a nuestro hotel y entramos al edificio por una entrada trasera


porque lucíamos como salvajes cubiertos de sangre. El personal hizo la vista gorda
ante nuestro estado. Las Vegas y especialmente nuestros hoteles estaban bajo
nuestro control total. Todos los que trabajaban para nosotros sabían que era mejor no
mostrar interés en los comportamientos sospechosos.
Dinara se dirigió al baño y la seguí. No había dicho nada desde que dejamos
la casa de su madre.
Se hundió en el borde de la bañera y siguió mirándose los dedos cubiertos de
sangre, flexionándolos como si no confiara en sus ojos. Después de nuestros últimos
asesinatos, la euforia y la emoción habían sido nuestros sentimientos dominantes.
Con cada nombre tachado en nuestra lista, otro peso pareció haberse levantado de
los hombros de Dinara. Aunque, hoy no. Me senté junto a ella.
—Merecía morir.
—Definitivamente, según nuestros estándares —dijo Dinara.
—No solo según nuestros estándares. Creo que mucha gente estaría de
acuerdo en que merecía morir después de lo que hizo. —Las normas sociales y la
moral promedio eran algo con lo que ni Dinara ni yo teníamos muchas experiencias,
pero el abuso infantil era un crimen que la mayoría de la gente quería ver castigado
con la mayor dureza posible—. ¿Te arrepientes de haberla matado?
Dinara finalmente levantó la vista de sus manos, frunciendo el ceño a medida
que consideraba mi pregunta.
—No. No siento ningún remordimiento. Habría seguido pensando en ella si
hubiera sabido que estaba viva. De hecho, nunca podría haber seguido adelante. Y
no solo eso. Si la hubiera mantenido con vida y hubiera sufrido por eso, papá con el
tiempo habría tomado el asunto en sus propias manos. Habría movido cielo y tierra
para matarla en el territorio de tu hermano y eso solo habría causado problemas. No
quiero que nuestras familias estén en guerra.
—No es que en este momento estemos en paz.
—Tampoco en guerra. Mientras nos ignoremos el uno al otro, existe la
posibilidad de que estemos… —Se calló, su expresión apagándose.
Agarré su mano.
—Que estemos juntos —terminé. Los ojos de Dinara se clavaron en los míos.
Unas gotas diminutas de sangre salpicaban sus mejillas y frente, su cabello era un
desastre y su piel lucía pálida, sin embargo, se veía más hermosa que cualquier otra
persona que hubiera visto alguna vez.
—Sí —concordó en voz baja—. ¿Ahora qué? Siento como si en este
momento hubiera un vacío abriéndose ante mí donde antes había un propósito.
—Ahora nos duchamos y dormimos bien durante toda la noche, y mañana
regresamos al campamento. —La sorpresa cruzó la expresión de Dinara como si ni
siquiera hubiera considerado la opción de regresar al campamento—. Quieres volver
al campamento, ¿verdad?
Una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.
—Ahora mismo, es el único lugar donde quiero estar.

Desperté en medio de la noche con una cama vacía. Buscando en la


habitación, encontré a Dinara frente a las ventanas panorámicas. Su mirada se
desviaba sobre las luces parpadeantes del Strip debajo de nosotros. Me levanté de la
cama y me uní a ella. Una mirada perdida yacía en sus ojos, como si estuviera
buscando un ancla al que aferrarse. Toqué su espalda y me dio una sonrisa cansada
por encima del hombro.
—No podía dormir.
—¿Pesadillas?
Sacudió la cabeza con un ligero ceño fruncido.
—No, en realidad no. Me siento un poco perdida. Había pensado que mataría
el pasado al matar a mis abusadores, pero aún permanece en el fondo de mi mente,
no tan prominente como antes, pero sigue ahí.
Curar llevaría más que matar a su madre y a sus abusadores, y sobre todo,
tomaría más tiempo. La llevé de regreso a la cama y nos acostamos, mis brazos
alrededor de su cintura. Podía sentir la inquietud en su cuerpo.
—Tal vez deberías hablar con Kiara —dije finalmente.
—Tu cuñada —dijo, comenzando a alejarse. Sus defensas se levantaron en su
lugar—. ¿Y por qué debería?
—Porque experimentó algo similar. —No había hablado de esto con Kiara,
pero era una de las personas más amables y serviciales que conocía, así que estaba
seguro que ayudaría a Dinara.
Dinara se levantó de la cama, de espaldas a mí. Sacó un cigarrillo del paquete
y se lo puso entre los labios, pero no lo encendió. En cambio, frunció el ceño ante la
punta. Encendió el mechero casi con rabia y finalmente encendió su cigarrillo.
También me senté para poder ver su rostro, pero estaba entrecerrando los ojos ante
la punta ardiente. Al final, se volvió hacia mí con ojos duros.
—¿Y qué sería eso?
—Su tío abusó de ella cuando era niña.
Dinara soltó una risa amarga y dio una calada profunda a su cigarrillo,
soplando el humo lentamente.
—¿Su mamá también recibió dinero en efectivo por vender a su hijita? ¿Fue
violada por una docena de tipos, a veces mientras su madre miraba?
—Sé que no experimentaron exactamente lo mismo, pero eso no significa que
ella no entienda el trauma por el que pasaste. Tal vez hablar con ella te ayude.
Me fulminó con la mirada.
—¿Manejas el trauma de la misma manera que lo hacen Remo o Nino? ¿La
mierda que pasó en tu juventud, la muerte de tu madre? No, no es así. Pero, por
alguna razón, la gente piensa que todas las víctimas de violación son iguales, como
si todos lidiásemos con la mierda de la misma manera. Como si todos quisiéramos
tener lástima y ser mimados como si de repente fuésemos frágiles.
—Mierda, no te mimo ni te compadezco, y definitivamente no creo que seas
frágil.
—Pero cuando te enteraste, eso es exactamente lo que pensaste.
La ira se apoderó de mí. Le arrebaté el cigarrillo de la boca y lo apagué en el
cenicero.
—No sabía en qué carajo estaba pensando. Me sorprendió el espectáculo de
mierda que Remo arrojó a mis pies.
Dinara puso los ojos en blanco.
—¿Te sorprendió lo que viste? Viví ese espectáculo de mierda.
Pasé una mano por mi cabello con un suspiro. Agarré la mano de Dinara y
para mi sorpresa me dejó, incluso me permitió unir nuestros dedos.
—Lo sé. Maldita sea, Dinara, quiero ayudarte.
—Y lo haces, ya lo hiciste al ayudarme a acabar con estos imbéciles uno tras
otro.
—¿Crees que es suficiente?
Me miró fijamente a los ojos, sin decir nada durante mucho tiempo.
—No lo sé, pero me hizo sentir mejor, al menos temporalmente. Supongo que
ahora tendré que determinar lo que quiero, y cómo vivir con los demonios que no
puedo matar tan fácilmente.

Pude ver cómo se levantó un peso de sus hombros cuando dejamos atrás Las
Vegas. La ciudad siempre estaría asociada con recuerdos dolorosos para ella. Capté
su atención, entrelazando nuestros dedos. Me dio una sonrisa distraída.
—¿Te sientes diferente? —pregunté.
—¿Diferente a antes de que comenzáramos nuestra venganza?
Asentí.
Consideró eso.
—Ayer habría dicho que “no”. Sentí como si estuviera cayendo en un agujero
negro, pero estoy empezando a comprender lo que logramos. Las personas que me
lastimaron a mí y a otras chicas se han ido. Mi madre se ha ido y no pueden volver a
tener poder sobre mí.
—Te sentirás incluso mejor después de la próxima carrera.
Su sonrisa se volvió menos tensa.
—De hecho, extrañé las carreras. Nunca pensé que me gustarían tanto.
—Tampoco pensaste que yo te gustaría tanto —bromeé, queriendo aligerar
aún más el estado de ánimo.
Dinara puso los ojos en blanco, pero luego se inclinó y me distrajo
brevemente con un beso.
—Me pillaste por sorpresa. Eso no volverá a suceder.
—Ya tengo tu corazón.
—Así es, ahora solo tendrás que quedártelo —dijo en broma. Se hundió
contra el asiento y sus hombros se relajaron por primera vez desde ayer.
—Ahora que lo tengo, no voy a devolverlo.
La mirada de Dinara se tornó distante.
—Tendremos que convencer a nuestras familias.
—Es nuestra vida. Tendrán que aceptar nuestra elección.
Dinara me lanzó una mirada que dejó en claro que no sería tan sencillo. Sabía
que tenía razón, pero ya habíamos pasado por muchas cosas y no dejaría que nadie
nos aparte.
E star de vuelta en el campamento de hecho se sintió como volver a
casa. Amaba la casa de mi infancia en Chicago, pero siempre se había
sentido como una especie de prisión. Cuando viví allí, tuve que
cumplir con ciertas reglas. Los soldados de papá y el personal requirieron que
reflejara cierta imagen. Sin mencionar que papá prefería ver una versión de mí que
se parecía poco a la Dinara real.
Kate, la chica de los boxes con la voz hermosa me saludó con un abrazo
cuando me encontré con ella camino al baño. Podía vernos convertirnos en amigas a
largo plazo, si me quedaba en el campamento y en realidad comenzaba a verlo como
mi hogar. Si había escuchado lo que había sucedido, no lo dejó ver. No podía creer
que nadie hubiera difundido rumores.
Nunca llegué al remolque porque Dima se dirigió hacia mí. No lo había visto
en semanas. Lo abracé.
—Te extrañé —admití.
Su expresión se contrajo con aprehensión cuando se apartó. Me preparé para
lo que tenía que decir.
—Ahora deberíamos regresar a Chicago. No hay razón para que nos
quedemos. Falcone y las carreras cumplieron su propósito. Ya no los necesitamos.
Dejé que mi mirada asimile las tiendas y los autos de carrera, absorbiendo la
emoción del día anterior a la carrera. No quería irme. Quería formar parte del
campamento, solo porque sí y no por ninguna otra razón. Quería estar con Adamo.
—¿Por qué debería regresar a Chicago?
—Porque ahí es donde perteneces —murmuró Dima—. Este no es tu hogar.
No abuses más de la hospitalidad, Dinara. Remo Falcone podría haber tolerado tu
presencia para poder jugar contigo, pero ahora que el juego ha terminado, te querrá
fuera de su territorio lo antes posible.
—Nadie jugó conmigo. Me dio una opción y la tomé. Solo porque era una
opción que papá y tú desaprueban no significa que sus motivos fueran malos. Me
dio lo que quería.
Dima hizo una mueca.
—Es bueno manipulando a las personas. Tengo que admitirlo. Remo te usó
para vengarse de lo que tu padre quería.
—Podría haberlo querido, pero para empezar era mío. Ni de él, ni de nadie
más.
—Y aun así, lo compartiste con Adamo en lugar de conmigo o con tu padre.
—Porque ninguno de ustedes me habría permitido ensuciarme las manos.
Habrían tomado el asunto en sus propias manos. Tal vez me habrías permitido ver,
pero definitivamente no participar.
—Porque lo que hiciste puede destruirte.
—Pero no fue así —dije con firmeza—. No tengo pesadillas, y no me siento
culpable.
Eso no era del todo cierto. Tenía pesadillas, pero eran mejores que las que me
habían atormentado en el pasado. No me despertaban con un sudor frío y el corazón
palpitando ferozmente.
—Por ahora, no regresaré a Chicago. Terminaré la temporada…
—Tu padre quiere que vuelvas a Chicago, así que ahí es adónde te llevaré.
Conseguiste lo que querías, ahora tienes que recobrar el sentido.
Entrecerré mis ojos.
—¿Vas a atarme y secuestrarme?
—Tu padre no aceptará un no en este caso, y culpará a Adamo si no te
presentas esta noche en Chicago.
Apreté los dientes. No quería provocar a mi padre. Había estado cabreado por
mi búsqueda de justicia, pero me había permitido hacer lo que tenía que hacer,
aunque tenía el presentimiento de que no sería tan tolerante esta vez si ignoraba su
orden. No quería ponerlo en contra de Adamo. Quería que Adamo le agrade, que lo
acepte como el hombre que amaba, sin importar lo improbable que fuera.
—Primero tendré que hablar con Adamo —dije. Dima no se molestó en
ocultar su desaprobación, pero no me importó. No me escabulliría. Adamo merecía
saber lo que estaba pasando. Giré sobre mis talones y fui en busca de Adamo. Lo
encontré, como esperaba, en el remolque de Crank, probablemente discutiendo
detalles de último minuto para la carrera de mañana. Me dio una sonrisa distraída,
pero su rostro se transformó en un ceño fruncido cuando vio mi expresión. Le dijo
algo a Crank quien asintió, antes de trotar hacia mí.
—¿Qué ocurre?
Era extraño lo bien que me conocía Adamo. Siempre me había enorgullecido
de mi cara de póquer, pero después de todo lo que Adamo y yo habíamos pasado,
conocíamos las expresiones falsas del otro y el significado real detrás de ellas. Era
aterrador y reconfortante a la vez.
—Tengo que regresar a Chicago... esta noche.
Adamo se quedó helado.
—¿Por qué? Te perderás la carrera de mañana.
—Lo sé. Pero mi padre insiste en que regrese para hablar con él. Me ha dado
tiempo para hacer lo que tenía que hacer, pero ahora se le está acabando la
paciencia.
Adamo me contempló en silencio durante un par de segundos. La pizca de
preocupación y sospecha estalló en sus ojos, pero desapareció tan rápido que lo
habría pasado por alto si no lo conociera tan bien como él me conocía a mí.
—Volveré lo antes posible —dije con firmeza—. Pero primero necesito
arreglar las cosas con mi padre. No quiero que envíe la caballería y cree más tensión
entre nuestras familias.
Adamo tomó mis caderas, acercándome.
—Tal vez no te permita regresar.
—La única forma en que podría hacer que me quede es encerrándome y eso
es algo que nunca haría. —Al menos, conmigo. Por lo que me pasó, papá odiaba
forzarme a hacer su voluntad, por eso tenía más libertades que la mayoría de las
chicas que conocía.
—Si no regresas, conduciré hasta Chicago y te buscaré yo mismo.
Resoplé.
—No te atrevas. Eso sería una locura. Papá te mataría al verte. Confía en mí,
puedo encargarme de mi padre. No me obligará a quedarme. Lo conozco.
Adamo aún parecía dudar, pero de todos modos asintió.
—Está bien. Confío en ti. Prométeme que te apresurarás.
—Lo haré.
—¡Dinara! —llamó Dima al otro lado del campamento, la impaciencia
resonando en su voz.
Suspiré.
—Es hora de que me vaya. —Adamo presionó sus labios contra los míos y
me besó apasionadamente. Cuando se apartó y me soltó, la expresión de Dima se
había oscurecido aún más.
—¿Te despediste? —preguntó Dima cuando subimos juntos al auto.
—No fue una despedida. Fue un hasta luego.
Dima me envió una mirada exasperada.
—Eso no es lo que quiere tu padre.
—Es lo que quiero —dije bruscamente.

Chicago se sintió incluso menos como un hogar que la última vez. Me había
transformado en los últimos meses. No me molesté en ponerme ropa nueva antes de
ver a papá. Mis botas, jeans andrajosos y chaqueta de motero eran yo, y no quería
fingir que era alguien más.
El rostro de papá reflejó sorpresa cuando entré a su oficina. Escaneó mi
atuendo, obviamente disgustado. Para él, las mujeres debían usar vestidos y faldas
para enfatizar su feminidad. Se levantó de la silla de su escritorio y se acercó a mí
para abrazarme con fuerza.
—Es bueno tenerte de vuelta. No podía dejar de preocuparme por ti mientras
pasabas tiempo en territorio de la Camorra.
Le di una sonrisa tensa. Pensaba que había regresado para siempre, que no
regresaría al campamento, a Adamo.
—Papá —comencé, retrocediendo.
Los ojos de papá se tensaron.
—Tu lugar está aquí, con tu gente, con tu familia.
—Soy una adulta, y los adultos se mudan con el tiempo y viven su propia
vida. Sabes que nunca sentí que perteneciera en realidad a nuestros círculos. No
quiero parlotear con las esposas de oligarcas y políticos, o fingir que me importa una
mierda el bolso de edición limitada más nuevo de Louis Vuitton. Quiero ser libre y
hacer lo que me plazca. No quiero cumplir con mi papel de hija del Pakhan. Nunca
lo quise. Tienes a Galina y los chicos para eso. No me necesitas.
Papá dio un paso atrás, con los hombros rígidos. Podía decir que estaba
herido por mis palabras.
—Te di toda la libertad que necesitas, más de la que se le permitiría a
cualquier otra chica en tu posición. Todo lo que te pido es que seas leal.
Mis cejas se fruncieron.
—Por supuesto que soy leal. Que quiera pasar el año como piloto de carreras
en territorio de la Camorra no significa que no te sea leal. Papá, te amo. Jamás te
traicionaría.
—Quieres estar con el niño Falcone.
—No es un niño —dije—. Y sí, quiero estar con él. No es que nos vayamos a
casar. Simplemente disfrutamos pasar tiempo juntos.
Papá acarició mi mejilla como si fuera una niña delirante.
—Dinara, esto no puede funcionar. Estarás dividida entre dos mundos,
mundos que nunca se fusionarán. No quiero una guerra abierta con Dante Cavallaro,
pero si hago las paces con la Camorra, su archienemigo, ese será el resultado. Ha
adquirido algunos aliados políticos muy importantes en los últimos años y
perjudicará a mi negocio si empiezan a centrar su atención en mí.
—No te estoy pidiendo que te arriesgues a una guerra con la Organización, o
que hagas las paces con la Camorra. No soy parte de la Bratva, y si dejo de visitar
nuestros sitios web, no tendré ninguna participación en nuestros negocios. No
correré el riesgo de revelarle nada a Adamo, ni siquiera por accidente. De todos
modos, él y yo ni siquiera hablamos de negocios.
—Dinara, eres una Mikhailov y la gente te juzgará como tal. Durante unos
meses viviste una fantasía pero ahora tienes que afrontar la realidad. Una Mikhailov
y un Falcone no pueden estar juntos. No puedo permitirlo.
Di un paso atrás.
—¿No puedes o no quieres?
Papá sonrió sin alegría.
—No importa. El hecho es que no puedes volver a ver a Adamo Falcone.
La ira corrió por mis venas.
—¿Me estás pidiendo que deje de ver a Adamo?
—No te lo estoy pidiendo. No volverás a verlo y no pondrás un pie en
territorio de la Camorra.
—No puedes darme órdenes así. Es mi vida. Siempre te respeto, pero tú
también debes respetarme.
El rostro de papá se endureció.
—Puedes dejar de verlo, o encontraré alguna otra manera de sacarlo de la
escena. Depende de ti, pero el resultado final será el mismo. Adamo Falcone no será
parte de tu vida.
Mi boca se abrió.
—¿Estás amenazando con matarlo?
Papá se apoyó en el borde de su escritorio, su expresión de negocios
reemplazando la mirada que solía darme.
—Haré lo que sea necesario para protegernos a todos. —Su voz no dejaba
lugar para una discusión. Para él el asunto estaba zanjado y mi opinión era
irrelevante. Este lado de él no era nuevo para mí, pero por lo general no lo dirigía
hacia mí.
Lo fulminé con la mirada.
—¡No estás protegiéndome al mantenerme alejada de Adamo! Pensé que
querías verme feliz, pero obviamente solo te preocupan los negocios.
—Si estalla una guerra abierta en Chicago, todos estarán en riesgo. Galina,
los chicos, mis hombres y tú. Tengo una responsabilidad que va más allá de tu
capricho con un chico que apenas conoces.
No podía creer su descaro. No sabía nada sobre Adamo y yo. Nunca quiso
saberlo y yo tuve cuidado de no decirle demasiado. ¿Por qué agitar una colmena?
—Adamo me salvó. Me dio lo que necesitaba para olvidar el pasado. Me trae
felicidad en el presente y me emociona por el futuro. ¿No es eso más que un
estúpido capricho? —Intenté fingir durante mucho tiempo que no estaba enamorada
de Adamo, temí cualquier tipo de compromiso, pero ahora que había superado el
punto de la negación, me enfurecía aún más que otros cuestionen los sentimientos
con los que luché durante meses—. No soy alguien que permite las emociones
fácilmente. Tú me conoces, papá. Si te digo que quiero estar con Adamo, eso
significa algo.
—¿En serio crees que su familia le permitirá estar contigo? Sus tradiciones
no son las nuestras. Nunca te aceptarán plenamente, nunca confiarán en ti.
No estaba segura. Adamo me había asegurado que su familia me aceptaría.
No eran tan tradicionales como las otras familias de la mafia italiana. Después de
todo, su Ejecutor estaba casado con una Forastera, lo cual si lo pensabas, era un
riesgo mayor que tener una relación con alguien de una organización criminal
adversa. Me crie en un mundo de violencia y estaba sujeta a reglas estrictas. Sabía
cómo guardar un secreto, por muy oscuro que sea. Podía mentir en la cara de un
oficial de policía sin pestañear. Incluso si Adamo y yo habíamos crecido en lados
diferentes, nuestras vidas eran similares.
—Cruzaré ese puente cuando lo alcance, pero ese es mi problema, no tuyo.
Papá se puso de pie y me agarró por los hombros gentilmente, su sonrisa
nostálgica pero sus ojos implacables.
—Katinka, haré lo que sea necesario para protegerte. No fuerces mi mano.
No dudaba ni por un segundo que papá mataría a Adamo. Quería protegerme
a toda costa. El hecho de que no se metiera con la Organización al hacerlo era un
efecto secundario, no la razón.
—Estás intentando compensar el pasado porque no pudiste protegerme de mi
madre y los hombres que abusaron de mí, pero no puedes deshacer lo que pasó, y
ciertamente no me proteges al intentar arruinar mi vida ahora.
Los dedos de papá se apretaron alrededor de la parte superior de mis brazos.
—Tienes a Dima. Ustedes dos eran felices juntos. Te quedarás si quieres
proteger a Adamo. Es joven. Encontrará un amor nuevo, alguien con quien de hecho
pueda estar. ¿O en serio crees que puedes vivir en Las Vegas con él?
Las Vegas estaba fuera de discusión, siempre lo estaría, pero Adamo tampoco
quería vivir allí.
Aun así…
—Katinka, sé razonable —dijo papá en voz baja—. Algunas cosas no están
destinadas a ser. Si extrañas las carreras, podemos intentar organizar algo.
Me solté de su agarre, incapaz de soportar su cercanía. Salí furiosa de su
oficina, sin otra palabra. Mis ojos ardían pero no lloré. Casi choqué con Dima en el
vestíbulo. Debió haberme estado esperando y ahora probablemente me vigilaría para
asegurarse que no saliera de la casa. Una furia al rojo vivo chisporroteó en mis
venas. Cargué hacia la puerta principal, decidida a irme. Tomaría el auto, porque
probablemente papá les había dado órdenes a todos nuestros pilotos de que no me
lleven a ningún lado.
No llegué lejos. Dima me agarró del antebrazo, obligándome a detenerme.
Me giré hacia él, furiosa y desesperada.
No quería perder a papá, ni a Dima. Tampoco quería dejar de ver a mis
medios hermanos nunca más. ¿Pero renunciar a Adamo? No estaba segura de poder
hacerlo.
—Suéltame —siseé, pero Dima no aflojó su agarre.
—Dinara —murmuró implorante, la voz que usualmente era un bálsamo para
mi ira—. Piensa antes de actuar. ¿En serio quieres que Adamo muera? ¿Crees que él
querría morir por ti? —Me quedé helada—. ¿Quieres que Adamo insista en estar
contigo aún si Remo amenaza tu vida por eso? ¿Morirías por una relación que podría
no durar tanto tiempo?
Ni siquiera tuve que pensar en eso. La respuesta sonó fuerte y clara en mi
corazón. Sí, arriesgaría mi vida por estar con Adamo porque lo amaba y porque él ya
había hecho tanto por mí. Dima pareció ver la respuesta en mi rostro porque su
expresión decayó pero aun así no me soltó.
—¿Estás segura que su respuesta sería la misma? Podría haberte ayudado a
vengarte, pero eso nunca supuso una amenaza real para su vida. Pero si tu papá lo
pone en su lista de muerte, sus días están contados.
Pocas personas sobrevivían por mucho tiempo si papá los quería muertos. Mi
madre lo había hecho por la intervención de Remo Falcone. Adamo tenía a la
Camorra a sus espaldas, pero era un blanco fácil cuando vivía en el campamento, y
papá había dejado en claro que esta vez se arriesgaría a una guerra con la Camorra si
era necesario. Mis hombros se hundieron. La idea de estar separada de Adamo dolía,
pero el miedo a que lo matasen era aún mayor. Quizás papá y Dima tenían razón.
Adamo y yo no habíamos estado juntos por mucho tiempo, y la mayoría de las veces
habíamos sido demasiado cobardes para siquiera ponerle un nombre a lo que
teníamos. No podía decidir que Adamo arriesgara su vida. No, definitivamente no
quería que arriesgara su vida.
—Necesito terminarlo cara a cara, Dima. No lo haré por teléfono. Eso es una
mierda después de todo lo que ha hecho por mí.
—Tu padre no te permitirá volver al campamento. Sospecha que podrías
quedarte.
—Habla con él. Si lo hago ahora, solo empeoraré las cosas. Estoy demasiado
enojada. Dile que te asegurarás que regrese.
—Voy a asegurarme que regreses —dijo Dima firmeza—. Porque si no lo
haces, tu padre me quitará la cabeza. En realidad, no quiero morir solo para que
puedas andar con Falcone. Quédate aquí. No te atrevas a salir corriendo.
Me sentí vacía a medida que veía a Dima dirigirse a la oficina de mi padre.
Anoche, me había permitido imaginar un futuro con Adamo. Había sido borroso,
con muchas variables, pero había sido feliz y libre. Si me quedara en Chicago, nunca
lo sería, no sin Adamo, no como la Dinara que papá quería que sea.
Dima regresó cinco minutos después.
—Estuvo de acuerdo, pero dejó muy claro que enviará hombres a buscar a
Adamo si no regresas a casa mañana para el almuerzo.
—Regresaré —dije.
Cuando Dima y yo nos sentamos en el jet privado de papá por segunda vez
ese día, mi estómago se hundió. Adamo merecía que le dijeran el motivo de la
ruptura en persona, pero la idea de decírselo, de estar cerca de él por última vez, me
partió el corazón en dos. ¿Y si no podía despedirme?

El mensaje de Dinara diciéndome que volvería pronto despertó mi alarma y


en cuanto Dinara apareció en el campamento temprano a la mañana siguiente con
Dima, supe que algo estaba pasando. Parecía exhausta y como si se estuviera
preparándose para una batalla.
Anoche apenas había dormido. Corrí hacia ella, ansioso por aclarar las cosas.
Dinara salió del auto pero Dima no. Se quedó detrás del volante, luciendo estoico
como de costumbre. Agarré a Dinara y la besé. Se tensó por un momento pero luego
se arrojó al beso, rezumando desesperación y pasión. Acuné su nuca, acercándola
aún más. Sentí como si no nos hubiéramos visto en una eternidad.
Finalmente, Dinara se apartó y se tambaleó un paso atrás. Tenía las mejillas
enrojecidas. La mirada aturdida en sus ojos se transformó en aprehensión
rápidamente, después determinación. Esto no era bueno.
—¿Qué ocurre? —murmuré. Estábamos a una buena distancia de Dima, pero
las ventanillas del auto estaban bajas y no quería arriesgarme a que escuchara
nuestra conversación en caso de que fuera parte de la razón de la tensión de Dinara.
—Nada —respondió rápidamente, pero su voz demostró que su respuesta
estaba mal.
—No pensé que volverías a tiempo para la carrera de esta noche. Me
preocupaba que te llevara días convencer a tu padre de que aquí estás a salvo.
Apartó la mirada brevemente y cuando se encontró con mis ojos nuevamente,
sus paredes se habían levantado, sacándome de su mente y corazón.
—Dinara —dije suplicante, tomando su mano—. Dime qué está pasando.
Sus ojos se clavaron en los míos y luego apartó la mano.
—No volví para la carrera de esta noche. No volveré a correr. Correr siempre
solo fue un medio para un fin, y tú también lo fuiste. —Su voz vaciló cuando dijo lo
último.
—Mentirosa —gruñí, acercándome una vez más. No le permitiría poner
distancia entre nosotros, ni físicamente ni tampoco con palabras. Habíamos pasado
por demasiado. Ambos estábamos atormentados por demonios internos, demonios
que solo nosotros podíamos entender. Tal vez habíamos nacido en lados diferentes,
pero el destino nos había unido porque estábamos destinados a estarlo, porque nadie
vería el mundo de la forma en que lo hacíamos—. Si solo era un medio para un fin,
no estarías aquí ahora mismo. Te habrías ido sin una explicación o me habrías
dejado por teléfono. Pero aquí estás, Dinara. ¿Por qué?
Sostuvo mi mirada, intentando parecer resuelta y sin emociones, pero había
visto cada emoción en esos ojos verdes y la conocía demasiado bien para creer en su
farsa.
—Simplemente pensé que merecías saberlo en persona después de todo lo
que hiciste por mí. No soy ingrata, incluso si te usé para mis propósitos.
Sonreí.
—Tienes que hacerlo mejor si esperas convencerme.
Dinara me fulminó con la mirada.
—No importa. No estoy aquí para convencerte, Adamo. Estoy aquí para
informarte sobre mi decisión. Esta es la última vez que me verás. No voy a
quedarme en el campamento ni nos volveremos a ver jamás. Pertenezco a Chicago
con mi gente.
—¿Tu gente? ¿La gente que quiere que te vistas como una versión falsa de ti
misma? La gente que solo conoce un lado de ti, pero no todos los aspectos de ti, no
las partes oscuras que solo yo puedo ver.
Dinara metió la mano en su bolsillo y sacó un cigarrillo. Sus dedos estaban
temblando cuando lo encendió.
—¿Pensé que querías parar?
Se encogió de hombros.
—No funcionaría.
—¿Lo de no fumar o nosotros?
Dio una calada profunda y miró sus botas.
—Ambos. —Volvió a mirarme—. Escucha, Adamo. Esto es una cortesía. No
explicaré mis razones. Lo que tuvimos fue divertido mientras duró, pero nunca
estuvo destinado a durar para siempre. Tienes que aceptar mi decisión. Pero incluso
si no lo haces, no cambiará nada. Dima y yo volaremos hoy de regreso a Chicago, y
regresaré a mi vida anterior, y tú también deberías hacerlo.
—No somos las mismas personas de nuestras vidas anteriores. Cambiamos.
—Ahora debería irme. Esto no tiene sentido —cortó Dinara y arrojó su
cigarrillo al suelo y luego lo pisoteó con sus botas.
No movió ni un músculo a pesar de sus palabras, como si estuviera clavada
en el suelo.
Di un paso más cerca.
—Dinara, puedes confiarme cualquier cosa. ¿No probé eso una y otra vez en
los últimos meses? Dime la puta verdad. ¿Esto es porque tu padre no quiere que
estés conmigo? —pregunté en voz baja.
Dinara miró hacia otro lado, obviamente luchando por mantener su expresión
neutral.
—Siempre supimos que nuestra relación tenía fecha de vencimiento. Somos
de dos mundos diferentes.
Me coloqué justo en frente de ella, acuné sus mejillas y la obligué a mirarme
a los ojos. Los estrechó para mantenerme a distancia, pero la conocía demasiado
bien para caer en eso. Lo que habíamos hecho estas últimas semanas, matando y
torturando juntos, superando demonios del pasado, me había dado una clave para
mirar más allá de sus barreras, justo como ella podía mirar más allá de las mías.
—Quizás nuestras familias sean de mundos diferentes, y de lados diferentes,
pero nosotros no. Nuestras vidas, tal como las hemos llevado durante el año pasado,
han sido en un mundo propio.
—Exactamente —susurró—. Pero no podemos quedarnos en nuestra propia
burbuja o mundo o como quieras llamarlo. Tenemos familia y pertenecemos a ellos.
—Nos pertenecemos el uno al otro. Es donde encontramos la felicidad. No
voy a renunciar a ti y sé que no quieres renunciar a mí. ¿Tu padre amenazó con
matarme si no rompías conmigo? —Dinara tenía su propia opinión, y dudaba que
permitiera que nadie, ni siquiera su padre, le prohibiera verme, pero si temía por mi
vida eso cambiaría las cosas.
Cerró los ojos, intentando bloquearme, pero seguí acariciando sus mejillas
con mis pulgares y al final cubrió mis manos con las suyas.
—Odio que me conozcas tan bien, que sepas cómo funcionan las cosas en el
mundo desordenado en el que vivo. Nunca debí haberte dejado entrar.
—No te di opción —dije en voz baja—. Así como tú tampoco me diste una.
Dinara dejó escapar un suspiro brusco, y abrió los ojos. Esta vez fue más
difícil medir sus emociones. Realmente lo estaba dando todo.
—Entonces, ¿amenazó con matarme o al menos herirme seriamente si seguías
viéndome? —Dinara siempre hablaba de su padre con respeto y amor. Nunca había
conocido al hombre, pero incluso Remo y Nino parecían respetarlo hasta cierto
punto. Sin embargo, eso probablemente era un testimonio de su crueldad y
brutalidad, ambos rasgos de carácter que mis hermanos apreciaban.
Era obvio que él era importante para Dinara, había sido la persona más
importante en su vida durante mucho tiempo. Si Grigory estaba dispuesto a
arriesgarse a la guerra con la Camorra, dispuesto a provocar la ira de Remo, porque
ambas estarían garantizadas si me ponía una mano encima, entonces de hecho debe
desconfiar de mí, o tener una relación más cercana con la Organización de lo que
pensábamos. Fuera lo que fuese, sería un hueso duro de roer. Y teniendo en cuenta
el amor de Dinara por su padre, matarlo parecía una mala idea.
—¿A tu familia no le importa que estemos juntos? —preguntó.
—Remo nunca ha sido alguien que haya seguido las reglas. Confía en mí y
acepta mi elección. Por supuesto, nunca me confiaría ningún detalle comercial
relevante para la Bratva mientras estuvieras presente, pero no me impedirá verte. Mi
trabajo principal son las carreras y seguirá siendo así. No es como si estuviese en la
base del negocio de la Camorra en Las Vegas. Ni siquiera tengo que vivir allí.
Ella resopló.
—Las carreras son uno de sus negocios más importantes y ¿cómo puedes
estar seguro que serás feliz viviendo esta vida nómada para siempre?
—Pensaremos en algo, y no sé cómo, pero no te dejaré, ¿me oyes?
Dinara dio un paso atrás pero yo la seguí. No la dejaría hacer esto.
—No hagas esto más difícil de lo que es. No arriesgaré tu vida.
—No me importa. Yo decido en mi vida. Y estoy dispuesto a correr el riesgo
porque lo que tenemos lo vale.
—No puedes decidir solo, y para mí, el riesgo no vale la pena, Adamo. Y no
es solo tu vida la que está en juego. Este conflicto podría poner en peligro a mi
padre, Dima y al resto de mi familia. No vale la pena arriesgar tanto, y mucho
menos una relación basada en algo tan retorcido como la venganza y sed de sangre.
Se dispuso a girar y regresar a su auto, pero la agarré por la muñeca y la atraje
hacia mí. No se resistió, pero la desesperación brilló en sus ojos.
—Suéltame. Tienes que aceptar mi decisión. Y seamos honestos, en un año o
tal vez menos habrás encontrado una chica nueva con la que sentirte cómodo,
alguien que no tenga a la mafia rusa a sus espaldas, o que esté tan jodida como yo.
—Me gusta tu tipo de equipaje y tu cerebro jodido. Te quiero a ti, y a nadie
más.
Bajé la cabeza y la besé ferozmente, y por un momento ella me devolvió el
beso con la misma pasión, solo alimentada por la desesperación, luego se apartó.
—Adamo, se acabó. Acéptalo. Sigue adelante. Es lo que haré. —Tropezó
hacia el auto.
—¿Volver a tu antigua vida incluye volver a estar con Dima? —pregunté, los
celos haciendo estragos en mi cuerpo. Maldita sea. Quería clavar mi cuchillo en la
estúpida cara de Dima. Estaba fingiendo estar ocupado con su teléfono, pero no lo
creía ni por un momento. Estaba prestando mucha atención a lo que estaba pasando
entre Dinara y yo.
Dinara se puso rígida pero cuando me miró su expresión fue fría.
—Quizás. Pero a partir de este día, no es asunto tuyo. —Abrió la puerta de su
Toyota bruscamente.
—No puedes huir de lo que tenemos, Dinara. Ambos sabemos que las
emociones, oscuras o claras, te siguen a dondequiera que corras.
Dinara se subió al auto y cerró la puerta de golpe. Se volvió hacia Dima y
dijo algo. Él miró en mi dirección brevemente. No lucía triunfante, pero aun así
quise matarlo. El motor rugió y entonces el Toyota de Dinara se alejó, dejando solo
una nube de polvo detrás.
—¡Mierda! —gruñí a medida que la veía alejarse. Mi respiración era
entrecortada y mi corazón galopaba en mi pecho. Cerré mis ojos, intentando
calmarme. Necesitaba pensar. En este momento, mi primer impulso era tomar
nuestro jet de la Camorra y volar a Chicago para poner una bala en la cabeza de
Grigory, y en la cabeza de todos los hijos de putas que pensaran que podía
mantenerme alejado de Dinara.
Después de algunas respiraciones profundas más, saqué mi teléfono y llamé a
Remo. Por lo general, Nino era la persona a la que llamaba para pedir consejo.
Después de todo, él era la voz de la razón.
—Adamo...
—Necesito tu consejo —lo interrumpí.
—Pensé que Nino era tu asesor favorito.
No dije nada. Por supuesto, Remo metería su dedo en la herida.
—Que me elijas para darte un consejo me dice que ya tomaste una decisión y
necesitas aliento para un esfuerzo irracional y cargado emocionalmente que Nino
desaprobaría.
—Odio que leas a la gente tan bien —murmuré. Tenía razón, como siempre.
—Supongo que se trata de Dinara. Ella y tú completaron su lista, de modo
que sus razones para estar juntos deben evaluarse nuevamente.
—Eso suena como Nino.
—Nadie ha recibido más a menudo los consejos lógicos de Nino que yo.
Puedo anticiparme a sus consejos sin hablar con él.
—Y, sin embargo, siempre haces lo que te da la puta gana.
—Justo como lo que tienes en mente —dijo con diversión oscura.
—Dinara puso fin a las cosas entre nosotros porque su padre amenazó mi
vida. —Me quedé en silencio. Ya no era un niño, pero el instinto protector de Remo
aún no se había puesto al día.
—¿Lo hizo, no? —preguntó Remo con una voz que hizo sonar mis campanas
de alarma.
—No quiero que te encargues. Remo, este es mi problema. Tu participación
podría terminar todo con Dinara para siempre. Me ocuparé de Grigory.
—Si Grigory te echa la mano encima, pagará las consecuencias, Adamo. Eres
mi hermano y destrozaré su culo ruso si te toca.
Esta era la forma en que Remo demostraba que se preocupaba por mí. Ahora
lo sabía, pero no podía permitirlo.
—Me ocuparé de las cosas. Si quiero recuperar a Dinara, tendré que
demostrarle lo serio que soy.
—Planeas ir a Chicago.
—Sí. Tengo que hacerlo. Si arriesgo mi vida, se dará cuenta que pase lo que
pase no la abandonaré.
—¿Y esperas que te dé el visto bueno para esta mierda suicida? —gruñó
Remo.
—Harías lo mismo si nuestros roles se invirtieran. Nunca te preocupaste por
tu vida cuando las personas que amas estuvieron involucradas. Permitiste que
Cavallaro te torture por mí y por Serafina. Era casi segura una muerte dolorosa, pero
a ti no te importó. Ahora es mi turno de seguir tus pasos maníacos.
—Te estás pareciendo demasiado a mí, Adamo —dijo Remo.
—Pensé que serías feliz.
—Se suponía que eras el Falcone bueno.
Resoplé.
—Ambos sabemos que eso nunca habría funcionado.
—Podrías tener que matar a Grigory —dijo Remo.
—Si lo mato, Dinara nunca me perdonará. Tendré que convencerlo…
—O morir.
—Ese no es el resultado que espero.
—No es un resultado que pueda permitir, te das cuenta de eso.
—Quiero tu promesa de que no harás a una matanza si las cosas no salen
bien. Soy quién está invadiendo el territorio de Grigory. Si decide matarme, tiene
todo el derecho a hacerlo.
—Y como tu hermano, tengo todo el derecho a buscar venganza.
—Remo —dije entre dientes—. No quiero que me vengues. Si también
mataran a su padre, rompería a Dinara.
—Si en realidad te ama, no permitirá que su padre te mate, y si no puede
detenerlo, debería estar feliz si lo mato.
Para Remo, muchas cosas eran en blanco y negro, especialmente en lo que
respecta a la lealtad. En el fondo, esperaba que Dinara no permitiera que su padre
me mate, pero sobre todo, quería convencerlo de mis sentimientos por su hija.
—Si Greta se enamorara de un enemigo, ¿podría evitar que lo mates si su
amor por ella era real y si intentara demostrártelo al arriesgar su vida?
—No —respondió Remo sin dudarlo.
—¿Incluso si eso significa que Greta nunca te perdonaría?
—Greta no puede ser separada de Nevio, ni debería separarse de su familia.
Somos su refugio seguro. Nunca permitiría que nadie le quite eso, ni siquiera por
amor.
—Está bien, tal vez Greta no fuese el mejor ejemplo, pero Dinara no tiene
problemas para adaptarse a un entorno nuevo. Le encantó vivir conmigo en el
campamento.
—Pero estar contigo todavía significa que la estás alejando de Grigory. La
perdió una vez antes y aún no se ha perdonado por ello. Permitir que esté contigo
significa ponerla en riesgo en territorio enemigo, lejos de su poder.
—Tendré que intentarlo —dije suplicante.
—Haz lo que debes hacer, eres un adulto. Pero dile a Grigory que destruiré
todo lo que ama si te toca.
—Lo haré —dije, incluso si no tenía la más mínima intención de hacerlo.

Después de mi conversación con Remo, estaba decidido a seguir adelante con


mi plan. Esto era una locura, pero si eso era lo que hacía falta para convencer a
Dinara y su padre de que teníamos que estar juntos, entonces lo haría.
Alquilé un jet privado en lugar de tomar uno de la Camorra. Si aparecía con
un jet de la Camorra, Grigory podría considerarlo un gesto amenazante, pero no
estaba aquí como Camorrista. Estaba aquí como Adamo.
Un taxi me llevó al palacio Mikhailov. En cuanto caminé hacia la puerta y le
dije mi nombre al guardia, hizo sonar la alarma. En un minuto, varios guardias de la
Bratva y Dima corrían por el camino de entrada.
Dima sacudió la cabeza, con una expresión de incredulidad retorciendo sus
rasgos. Las puertas se abrieron y el guardia me empujó hacia Dima. No me resistí.
Dima sujetó mi brazo con un apretón aplastante, acercando su boca a mi oído.
—¿Qué carajo, Falcone? ¿Estás loco? Debes comprender que ni siquiera tu
apellido puede protegerte en Chicago. Este no es territorio de la Camorra. Grigory se
cabreará y te matará.
—Eso es lo que has estado esperando, ¿verdad? Así que, este será un buen
día para ti.
Dima sacudió la cabeza, murmurando algo en ruso en voz baja.
—Eres un idiota. Dinara quedará devastada si te pasa algo.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su nombre.
—Dinara y yo nos amamos.
Dima asintió.
—Lo sé, pero a Grigory no le importará. Quiere a Dinara en Chicago, la
quiere a salvo. Enviarla con un Falcone no es algo que pueda aceptar. —Dima me
palmeó y me quitó los cuchillos y las pistolas, y se los entregó a los otros guardias
que apuntaban sus armas hacia mí.
—¿Estás solo? —preguntó Dima.
—Sí.
—Por lo general, diría que estás mintiendo porque es absolutamente estúpido
venir aquí sin respaldo, pero te creo. Tienes más agallas de las que pensé.
Dima me arrastró por el camino de entrada hacia un palacio magnífico y
después al interior del edificio. Era algo sacado directamente de Rusia, un palacio
tan lleno de esplendor que incluso yo estaba asombrado a pesar de haber crecido en
una mansión enorme. Los Estados Unidos e incluso la Camorra parecían a años luz
de distancia en este lugar.
—Quizás puedes hablar bien de mí, ya sabes, si quieres que Dinara sea feliz
—bromeé.
Dima me miró divertido.
—Si Dinara aún no lo ha convencido, definitivamente yo no puedo hacerlo. Y
si crees que Grigory te escuchará, entonces eres el mayor tonto que conozco.
Dima llamó a una puerta doble de madera maciza con adornos dorados. El
negocio parecía ir espléndidamente para la Bratva.
—Adelante —dijo una profunda voz masculina en ruso. Me había esforzado
mucho en aprender el idioma cada vez que tuve un momento libre, pero aún estaba
lejos de ser fluido. Pero entendía lo suficiente e incluso podía comunicarme en un
nivel básico. Había querido sorprender a Dinara con eso. Ahora solo podía esperar
que apaciguara a Grigory lo suficiente como para salvar mi vida.
Dima abrió la puerta de un empujón y me condujo a una oficina amplia.
Había visto fotos del padre de Dinara en Internet, pero esta era la primera vez que lo
veía en persona. Se levantó de la silla de su escritorio y rodeó el mueble enorme con
expresión severa. Era un hombre alto y, a juzgar por la mirada en sus ojos, no tenía
ningún interés en escuchar lo que tenía que decir. Ante sus ojos, era una amenaza.
Para su hija, para la Bratva, para su negocio. Quería que me vaya, tan lejos de
Dinara como sea posible, y que me hubiera presentado hoy, hacía que quisiera
matarme.
Tal vez era una falta de respeto ante sus ojos. Remo habría respetado a
alguien que arriesgara su vida de una manera tan suicida. Pero la forma de pensar de
Remo era diferente a la de la mayoría de las personas. Aun así, tenía la esperanza de
que Grigory se diera cuenta de lo que significaba esto.
Que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por su hija. Quizás me perdonara la
vida. No es que salvar mi vida fuera mi máxima prioridad. No me iría a menos que
pudiera estar con Dinara.
C
uando había estado con Adamo, el tiempo a menudo pasó volando y a
menudo deseé poder ralentizarlo, había querido saborear nuestros
momentos juntos. Ahora que nunca más volvería a verlo, deseé haber
disfrutado en realidad cada segundo de nuestra unión sin dudas ni reservas.
Sola en mi habitación, cada segundo parecía arrastrarse y solo quería
acelerarlo, pero ¿para qué? ¿Qué podía esperar? Había vuelto a mi vida, pero no era
la misma Dinara que se había unido al campamento de carreras a principios de año.
Después de experimentar amor, alegría y pasión con Adamo, mi existencia
emocionalmente distante en Chicago era insoportable. En el pasado, habría optado
por crear una euforia falsa con las drogas, pero ahora sabía que no se acercarían a lo
que había sentido con Adamo.
Escaneé los estantes con los huevos de Fabergé. Siempre me daban una
sensación extraña de paz. Podía pasar horas observando sus diseños intrincados. Por
esta misma razón, había instalado un sillón cómodo frente a la vitrina y aquí era
donde había pasado la última hora. Sin embargo, la paz no llegó. Ni siquiera el arte
podía evitar que mis pensamientos zumbaran.
Mi teléfono sonó. Al mirar la pantalla, vi que era un mensaje de Dima.
Adamo está aquí. En la oficina de tu padre.
Me incorporé de golpe y miré la pantalla con horror.
¡Esto no es gracioso!
No respondió. ¿Y si esto no era una broma? Dima en realidad no era alguien
que hiciera bromas sobre algo así, o para nada. Salí corriendo de mi habitación y
bajé las escaleras a toda prisa. Adamo no podía estar aquí. Ni siquiera él sería tan
imprudente, ¿verdad?
Pero en el fondo, sabía que lo haría. Adamo era imprudente.
Era el hombre que se había unido a mí en mi venganza sin pensarlo dos
veces, que amaba la emoción de los autos de carreras al límite, que quería salir con
la hija de su enemigo sin importar el costo.
Maldita sea.
No me molesté en tocar y simplemente irrumpí en la oficina de papá, donde
esperaba encontrar a Adamo. Mientras papá no hubiera dejado que los guardias
lleven a Adamo a nuestro sótano, aún había esperanza, por pequeña que sea.
Entonces me congelé porque Adamo estaba en medio de la habitación. Dima y dos
de los guardias de mi padre se alineaban a sus costados. La cabeza de Adamo giró y
me dio una sonrisa. ¿Por qué diablos estaba sonriendo? ¿Quería morir?
—¿Has perdido la cabeza? —pregunté horrorizada. La expresión de papá
dejó en claro que esperaba que no me enterara de la llegada de Adamo. Deshacerse
de él sería más difícil conmigo aquí.
Adamo se encogió de hombros.
—Perdí mi corazón —respondió con ironía.
Podría haberlo matado, pero más que eso, quería besarlo y presionarme
contra él, y nunca dejarlo ir. Estos últimos días sin él, pensando que tal vez nunca
más volvería a verlo, habían sido un infierno. Apenas había dormido porque me
había quedado despierta preguntándome si debería dejar Chicago para siempre y
regresar a Adamo. Pero el miedo a la reacción de mi padre me había refrenado. No
había querido arriesgar la vida de Adamo. Y aun así, ahora estaba aquí, firmando su
sentencia de muerte por mí.
—Papá —dije, volviéndome hacia mi padre—. Déjalo irse. Probablemente
está drogado o borracho. Ni siquiera recordará nada mañana. No sabe lo que está
haciendo.
—Estoy perfectamente sobrio y no he estado drogado en muchos años, señor
Mikhailov. Y estoy absolutamente seguro de lo que estoy haciendo. Estoy aquí para
pedirle que permita que su hija esté conmigo, que sea libre de vivir la vida que
quiera —dijo Adamo en un ruso entrecortado, pero el rostro de papá brilló con
sorpresa, que disimuló rápidamente con ira. Entré en la habitación y cerré la puerta,
sin perder de vista a mi padre y a Adamo—. No puede mantenerme alejado de su
hija, a menos que detenga mi corazón.
Papá se veía como si eso fuera exactamente lo que iba a hacer. Había matado
a tantas personas en su vida, algunas casi sin ninguna razón, y Adamo le daba
muchas razones.
—Aparecer aquí requiere mucha valentía, o tal vez solo sea locura. Eso es
algo que el apellido Falcone ha representado durante mucho tiempo.
—Papá —intenté de nuevo, y finalmente se encontró con mi mirada. Su
expresión mostraba pesar, como si ya hubiera tomado una decisión y supiese lo que
eso me haría.
Me tambaleé hacia adelante, pero uno de sus hombres me detuvo.
—Papá —susurré desesperadamente—. No puedo perdonarte si haces esto.
—Katinka, deberías irte. Esto es entre Adamo y yo.
—No —gruñí—. No lo es. Se trata de mi vida, de mi corazón. No puedes
despedirme como si fuese una niña.
Papá hizo un gesto a uno de sus soldados que se dispuso a sujetarme del
brazo y llevarme lejos. Le di una palmada en la mano.
—¡No te atrevas!
Metí la mano en mi bolsillo, mis dedos cerrándose alrededor de mi teléfono.
Quizás debería irme y llamar a Remo. Pero, ¿para qué serviría eso? No sería lo
suficientemente rápido para enviar ayuda.
Adamo se acercó un paso más a mi padre. No detecté ni una pizca de miedo
en su expresión, solo determinación.
—Vadeé a través de la sangre por su hija, y lo haré de nuevo, incluso si es la
mía, porque vale la pena derramar hasta la última gota de mi sangre por Dinara. No
voy a dejarla, sin importar lo que haga o diga. Y si se necesita tortura y muerte para
demostrar mis sentimientos por su hija, entonces eso es lo que estoy dispuesto a
hacer. La amo y ninguna fuerza en este mundo puede impedir eso, así que si no
quiere que esté con su hija, si quiere que renuncie a ella, entonces tendrá que acabar
hoy con mi vida.
Respiré temblorosamente, incapaz de procesar las palabras que Adamo había
dicho. Dima había vivido para protegerme. Él también habría muerto por mí, pero su
lealtad había sido hacia mi padre, y una de las razones, tal vez incluso la razón
principal de su disposición a morir por mí, había derivado de su deber hacia su
Pakhan, pero Adamo lo estaba arriesgando todo solo por mí. Se oponía a mi padre
en su propio territorio por mí. Aceptaba la muerte para demostrar su amor. Intenté
marginar mis sentimientos por el hombre que tenía ante mí, intenté decirme que se
desvanecerían con el tiempo, pero ahora que Adamo mostraba el coraje de
proclamar sus sentimientos de una manera tan arriesgada, habría sido absolutamente
cobarde de mi parte fingir que no lo amaba. No quería estar sin él, ni un día más.
Los últimos días habían sido un infierno, llenos de un tipo nuevo de pesadilla donde
perdía a Adamo cada noche. Me había despertado bañada en sudor, con el corazón
latiendo feroz en mi garganta.
Me sentía temblorosa bajo la fuerza de mis emociones, bajo la demostración
de emoción en el rostro de Adamo. Me amaba con fiereza. Imprudentemente.
Definitivamente tontamente.
Miré a mi padre de reojo, aterrorizada por su reacción ante una aparición tan
contundente. Papá esperaba respeto como Pakhan y estaba acostumbrado a que la
gente se lo demuestre. Por supuesto, Adamo no era uno de sus súbditos, pero no
estaba segura de lo mucho que le importara eso.
En lugar de la furia temida, el respeto parpadeaba en sus ojos. Respeto por las
palabras de Adamo. Incluso Dima parecía menos hostil hacia Adamo. La sorpresa y
el alivio me invadieron. Quizás podríamos salir de esto en una pieza. Si papá hería o
mataba a Adamo, dudaba que sane de nuevo.
—Hablas ruso —dijo papá con total naturalidad. Podría haberme reído de su
tono conversacional como si esto no fuera una audiencia determinando el destino de
Adamo—. Supongo que tu hermano Nino te enseñó a manejar a los soldados de la
Bratva que se cruzaron en tu camino durante tus carreras.
—Lo aprendí por Dinara. Para mostrarle mi respeto por su herencia, y la tuya.
Papá mantuvo su expresión fría y dura, pero lo conocía mejor que casi nadie.
Adamo le agradaba, tanto como a un Pakhan le podría agradar un Falcone, y a un
padre protector le podría agradar el amante de su hija.
—Papá —dije con firmeza a medida que me dirigía hacia Adamo. Uno de los
hombres de papá intentó detenerme, pero le envié una mirada fulminante y pasé
junto a él. Tomé la mano de Adamo y enfrentamos a mi padre como una unidad—.
Amo a Adamo, y también estoy dispuesta a vadear a través de sangre por él. No
dejaré que lo mates. Si quieres protegerme, si quieres que encuentre la felicidad y
permanezca en la luz, entonces permitirás que Adamo y yo estemos juntos. No
puedo vivir sin él. No lo haré. —Lo último fue una amenaza que papá entendió muy
bien. El día en que casi muero de una sobredosis lo atormentaba hasta el día de hoy
e incluso si no hubiera intentado suicidarme, papá nunca lo creyó realmente. Odiaba
chantajearlo con algo así. Quería vivir y no intentaría nada de eso, pero él no lo
sabía. Siempre se preocupaba por mí.
Papá frunció el ceño a sus soldados.
—Fuera. Ahora.
Dima enarcó las cejas.
—¿Estás seguro? Uno de nosotros podría quedarse…
—Soy perfectamente capaz de protegerme de un enemigo, Dima. Ahora sigue
mi orden.
Dima me lanzó una mirada inquisitiva, como si me considerara un enemigo
más de mi padre, pero luego se fue.
No era el enemigo de papá, nunca lo sería, pero iba a evitar que matase a
Adamo. Una vez que estuvimos solo nosotros tres, papá rodeó su escritorio y se
sentó en su silla. Que le hubiera dado la espalda a Adamo podría ser una señal de
que no lo consideraba una amenaza, un juego de poder y testosterona, pero también
podría ser una señal de paz. Rogué por esto último. No quería que ninguno de los
hombres más importantes de mi vida saliera lastimado, especialmente no por la
mano del otro.
—Eres un idiota —susurré, mirando a Adamo a los ojos.
Adamo sonrió con ironía.
—Lo sé.
Papá golpeteó sus dedos sobre el escritorio, sus ojos deteniéndose en mi
mano en la de Adamo.
—No habrá paz con la Camorra. Ese barco ha zarpado después de los últimos
ataques. —Papá habló en inglés y mi pulso desaceleró un poco más. Papá intentaba
que Adamo se sintiera más cómodo hablando en su lengua materna.
—No estoy pidiendo la paz. Estoy pidiéndole la oportunidad de estar con su
hija.
—¿Cómo vas a estar con mi hija si están en bandos diferentes en una guerra?
Eso podría convertirse en un problema. A menos que esperes quitármela y hacerla
parte de tu clan Falcone y la Camorra.
Detrás de la máscara fría de papá, reconocí su preocupación por perderme. La
familia lo era todo para él y, aunque tenía a Galina y a sus hijos, también necesitaba
que yo sea parte de ella.
Adamo enarcó las cejas.
—Dinara en realidad no es parte de la Bratva, ¿verdad? —La ira fulguró en
los ojos de papá, pero Adamo continuó imperturbable—. Pero no tengo
absolutamente ninguna intención de quitarle a Dinara, no que ella me deje. Me
patearía el trasero, porque lo ama y lo quiere en su vida.
La mirada de papá se encontró con la mía y, por un instante, estalló la
incertidumbre. La pizca de duda se enconaba dentro de él. Le sostuve la mirada,
esperando que pudiera ver que no podía imaginar una vida sin él, pero tampoco
podía imaginarme sin Adamo. No tenía muchas personas en mi vida por las que en
realidad me preocupara y quería a esas pocas lo más cerca posible de mí.
—La felicidad de Dinara es y siempre ha sido mi principal preocupación —
dijo papá con firmeza—. No olvidaré que la ayudaste a hacer justicia a los
monstruos de su pasado.
—Haría cualquier cosa por ella. —Apreté la mano de Adamo. Palabras como
esas siempre me habían parecido una promesa sin sentido, pero ahora sabía que las
decía en serio.
—¿Cómo dejar la Camorra? —preguntó papá con una ceja arqueada. Le
envié una mirada de incredulidad. Sabía que Adamo nunca traicionaría a sus
hermanos, ni siquiera por mí, y si le pedía eso, de todos modos, no me merecería su
amor. Ambos necesitábamos a nuestras familias en nuestras vidas, aunque nunca
pudiéramos llegar a ser una gran familia única.
Adamo le dio a mi padre una sonrisa conocedora.
—¿Estás sugiriendo que podría unirme a la Bratva?
Papá no dijo nada, solo escrutó a Adamo con una expresión ilegible.
La Bratva nunca aceptaría a un ex soldado de la Camorra en sus filas. Sin
importar lo bien que Adamo aprendiera a hablar ruso, siempre sería un extraño: el
enemigo.
—Creo que ambos sabemos que nunca encontraría un hogar en Chicago y no
tengo la menor intención de dejar a mi familia o la Camorra. Ambos son parte de mi
identidad, de mi propio ser. Dejar la Camorra sería como dejarme atrás y cambiar
quien soy. Tu hija ama al hombre que soy hoy, no a una versión alternativa de mí —
dijo Adamo, antes de que pudiera expresar mis pensamientos.
Los ojos oscuros de Adamo se posaron en mí y le di un gesto de
asentimiento. No quería que cambie. Quería al hombre que había conocido.
—Entonces, ¿qué sugieres? Parece que estamos en un callejón sin salida,
atrapados en bandos diferentes de una guerra. Dinara estaría dividida entre nosotros.
—No voy a dividirme. No es como si hubiera una guerra abierta en tu
territorio entre la Bratva y la Camorra. La Bratva en Las Vegas no tiene lazos fuertes
con tu organización.
—No necesitamos una tregua. Necesitamos un acuerdo de ignorancia mutua.
Un simple pacto de no agresión —dijo Adamo.
—La línea entre una tregua que podría traerme la ira de la Organización y un
pacto de no agresión parece efímera.
Adamo negó con la cabeza.
—Una tregua a menudo implica cooperación. Coincidimos en la coexistencia.
No te ayudamos contra la Organización. No nos ayudas contra la Organización.
—En ese caso, no puedes venir a Chicago como te plazca. Fuera de mi casa,
no estarás protegido de los ataques. Mis hombres no te ayudarán si la Organización
intenta secuestrarte nuevamente.
Adamo sonrió.
—La Organización no volverá a capturarme. Era un niño ingenuo cuando lo
hicieron. Y si alguna vez me atraparan, la Camorra vendría en mi ayuda. No
necesitaría a la Bratva para eso.
Papá se reclinó en su silla. Lo que Adamo sugería era un arreglo inestable. Si
algo le pasaba a Adamo, movería cielo y tierra para convencer a mi padre de que
enviara a sus hombres a salvarlo, y Adamo indudablemente usaría a sus soldados de
la Camorra para salvarme si pasara algo. Las líneas se volverían borrosas. Incluso
este pacto de coexistencia podría obligar a la Organización a actuar si consideraran
nuestro acuerdo como una amenaza para sus negocios.
De hecho, no me importaba la Bratva más allá del hecho de que la vida de
papá dependía de su éxito.
—¿Dónde vivirían? ¿Cómo estarían juntos? —preguntó papá, volviendo su
atención hacia mí—. ¿Vivirás en Las Vegas, con el clan de la Camorra? Eso sería
difícil de explicar a mis hombres. La coexistencia solo llega hasta cierto punto. —
Los hombres de papá lo admiraban. Confiaban en su juicio, pero tenía razón. Si me
ponía demasiado cómoda con la Camorra, eso no les sentaría bien a ellos. Entonces,
la única opción de papá sería declarar su desaprobación oficialmente y expulsarme.
El punto de todos modos era discutible. Negué con la cabeza con fuerza. No
quería vivir en Las Vegas. La ciudad tenía demasiados horrores para mí. La pequeña
Katinka aún permanecía en los rincones oscuros de mi mente, lista para traerme sus
recuerdos. Me encontré con la mirada de Adamo, preguntándome si esperaba que
me mudara eventualmente a Las Vegas con él. Su familia era muy unida. Todos sus
hermanos compartían una mansión, y probablemente esperaban que Adamo en algún
momento se uniera a su convivencia.
Por supuesto, papá se percató de mi incertidumbre. Se puso de pie y se alisó
el traje oscuro.
—Les daré a los dos un momento para hablar. Quiero respuestas cuando
regrese para poder tomar una decisión.
Papá pasó junto a nosotros y salió de la habitación.
Me giré hacia Adamo y le di una palmada en el pecho con fuerza,
fulminándolo.
—¿Qué diablos te sucede? ¿Has perdido la cabeza como para entrar en la
casa de mi padre? ¡Pudo haberte matado al solo verte!
—No lo hizo —respondió Adamo con una sonrisa lenta a medida que
envolvía sus brazos alrededor de mi cintura y me atraía hacia él. ¿No se daba cuenta
de la cantidad de problemas que tenía?
—Aún podría hacerlo.
—No, no lo hará.
—Entonces, ¿ahora puedes mirar hacia el futuro?
Adamo se inclinó, sus labios presionándose contra los míos. Me ablandé y le
devolví el beso. Lo había extrañado estos últimos días. Ahora que podía tocarlo otra
vez, me pregunté cómo podría haber considerado vivir sin su toque, su sonrisa.
Adamo se echó hacia atrás.
—Tu padre no habría escuchado todo lo que tenía que decir y no nos habría
dado tiempo a solas si hubiera decidido matarme. Confía en mí, y eso es muy
importante considerando que obviamente eres muy valiosa para él.
—Quizás quiere darnos tiempo para despedirnos —dije. Aunque, tenía que
estar de acuerdo. A papá no le desagradaba Adamo. Era más de lo que jamás me
había atrevido a esperar.
—Entonces, ¿qué dices? ¿Queremos estar juntos?
Le di una mirada condescendiente.
—Por supuesto. Pero papá quiere una solución que no le cause problemas.
—Quiere tu felicidad. Esa es su máxima prioridad, incluso si no debería serlo.
—Fruncí mis labios. Adamo se rio—. Es verdad. El jefe de una organización
criminal nunca debería dar prioridad a su familia sobre los negocios. Pero Remo es
igual. Quizás por eso se toleran a regañadientes a pesar del conflicto eterno entre
italianos y rusos.
—No aceptará que vaya contigo a Las Vegas.
—De todos modos, no quieres vivir en Las Vegas —dijo Adamo con
suavidad.
Suspiré.
—Tienes razón. Jamás me gustará ese lugar. No después de lo que pasó.
Incluso si matamos a los monstruos de mi pasado, eso no erradica lo que pasó. Aún
está en mi cabeza.
—Lo sé. No experimenté tus horrores, pero incluso yo aún tengo pesadillas
ocasionalmente sobre mi secuestro y tortura.
—¿Pero tu familia no esperará que vivas en la mansión con ellos?
—Creo que saben que en realidad nunca quise eso. Incluso antes de
conocerte, vivía la mayor parte del año en un campamento. Prefiero la vida nómada.
Organizar las carreras es una parte del negocio con la que disfruto lidiar.
—Pero eso era antes de que descubrieras tu amor por la tortura. Estoy segura
que tus hermanos pueden utilizar mejor tus nuevos talentos.
Adamo se rio entre dientes sin alegría alguna.
—Créeme, mis hermanos tienen suficiente experiencia torturando gente. No
necesitan mi ayuda. Y no es que descubrí mi talento para la tortura a través de
nuestro viaje de venganza. Ha sido algo con lo que he estado batallando durante
mucho tiempo. Es un anhelo oscuro que he estado sintiendo durante mucho tiempo,
y por eso de hecho consumí drogas. Mermaron este impulso. Me convirtieron en la
persona que quería ser, pero el efecto nunca duró mucho.
—Si ese es el caso, ¿estás seguro que puedes vivir sin la emoción de la sangre
sin recurrir a las drogas para mermar tu impulso?
Adamo lo pensó.
—Sí. Siento que el impulso ha disminuido desde que me permití vivirlo por
un tiempo. Reprimirlo, solo aumentó el deseo. Supongo que solo necesito permitir
que mi anhelo oscuro juegue de vez en cuando para mantenerlo bajo control. ¿Qué
hay de tu anhelo oscuro?
—Está ahí. Siempre lo estará, supongo, pero no me rendiré. No después de
ver cómo dictó la vida de mi madre.
—Bien —murmuró Adamo.
—Pero aún no tomamos una decisión con respecto a nuestro futuro.
—Es fácil. Vivimos en el campamento. Las carreras tienen lugar nueve meses
al año, de modo que aun así tendremos que seguir el circuito. Quiero seguir
corriendo. ¿Qué hay de ti?
—Oh, sí —respondí con una sonrisa. Extrañaba la emoción de las carreras.
Incluso extrañaba la atmósfera caótica del campamento.
—Podríamos comprar una caravana para tener más espacio. Eso nos
permitiría crear un hogar para nosotros sin instalarnos en un lugar. Podríamos visitar
Las Vegas de vez en cuando y si tu padre alguna vez no quiere matarme, también
podríamos visitar Chicago. De lo contrario, tendremos que separarnos para nuestras
visitas familiares.
—¿Crees que tus hermanos estarán de acuerdo con eso?
—Una vez que Gemma y Savio empiecen a producir bebés, mis hermanos
pueden usar el espacio adicional. Y los gemelos de Remo probablemente nunca se
mudarán, de modo que también necesitarán habitaciones. Si solo necesito una
habitación para las visitas, eso les da a mis hermanos la oportunidad de crear un
espacio vital para sus hijos. Si me preguntas, es una situación en la que todos ganan.
Parecía la solución perfecta. Aún no estaba convencida de que sus hermanos
estuvieran de acuerdo, pero tal vez podríamos convencer a papá como primer paso y
sacar a Adamo de Chicago en una pieza.
—¿Te puedes imaginar viviendo en una casa rodante conmigo, o tal arreglo
de vivienda no es adecuado para una princesa de la Bratva? —preguntó Adamo en
voz baja, acercándome aún más y apretando mi trasero.
Arqueé una ceja.
—Prefiero la libertad y estar contigo a un palacio. ¿Y tú, príncipe de la
Camorra?
Adamo sonrió.
—Llevo un par de años viviendo la vida nómada en una tienda de campaña y
un auto. No necesito mucho.
Bajó su boca a la mía una vez más, su lengua separando mis labios. Su mano
en mi trasero se movió aún más abajo hasta que sus dedos acariciaron mi
entrepierna. Gemí en su boca y me puse de puntillas para darle un mejor acceso. Por
supuesto, papá eligió ese momento para regresar.
Me alejé de Adamo rápidamente, mis mejillas calentándose. Ser atrapada por
papá era algo que hasta a mí me hizo sonrojar. Adamo sonrió como si no me acabara
de tocar a través de mis pantalones cortos de mezclilla.
Me alegré por la cara de póquer de papá porque no dio ningún indicio de que
se hubiera dado cuenta de lo que habíamos estado haciendo.
—¿Y? —preguntó neutralmente.
Adamo le explicó a mi padre nuestros arreglos de vivienda planeados,
haciendo que todo suene perfectamente razonable. Cuando terminó, papá asintió.
—Eso podría funcionar. Pero ¿quién garantiza la seguridad de Dinara?
—Jamás le pasará nada a Dinara. Fui su protector cuando matamos a sus
abusadores. Ni Dima ni tú estuvieron allí, pero Dinara siempre estuvo a salvo.
Apreté los dientes, odiando cómo hablaban de mí como si no estuviera
presente.
—No necesito protección constante. Soy capaz de alejarme del peligro y, si
es necesario, defenderme. Puedo matar a alguien.
Tanto Adamo como papá ignoraron mi protesta.
—Si te encomiendo la seguridad de mi hija, es mejor que te asegures de no
decepcionarme, porque si le pasa algo, te encontraré y te torturaré hasta la muerte
con mis propias manos, y créeme que son muy capaces.
—Papá —murmuré.
—Si algo le pasa a Dinara, que no sucederá, merezco todo lo que has
planeado para mí y acepto mi destino con gusto —dijo Adamo.
Sacudí la cabeza.
—Ustedes dos son imposibles.
Papá le dio a Adamo un asentimiento breve, lo cual era el grado de
aprobación del que probablemente era capaz.
—No voy a matarte hoy. Ahora mismo, estoy dispuesto a darte luz verde a tu
relación con mi hija. No me hagas cambiar de opinión.
—No lo haré —prometió Adamo.
—¿Eso significa que Adamo y yo podemos regresar mañana al campamento?
Papá asintió, pero podía decir que aún tenía problemas para dejarme ir. Solté
la mano de Adamo y me acerqué a papá para abrazarlo con fuerza.
—Gracias —susurré. Su decisión era un riesgo. Si alguien más que yo
hubiera empezado algo con un italiano, o peor con un Camorrista, los habría matado
en el acto, pero por mí, estaba dispuesto a aceptar incluso eso.
—Todo por ti, Katinka —dijo en voz baja antes de besar mi sien.

—Supongo que tendremos que vivir para siempre en pecado —dije con una
risa de alivio a medida que salíamos de la oficina de mi padre. Teniendo en cuenta
lo conservadoras que eran grandes partes de la mafia italiana, estar juntos sin estar
casados causaría un escándalo, pero de todos modos nuestra relación ya era
escandalosa en muchos niveles.
—Entonces, ¿estás diciendo que dirías que no si alguna vez te pidiera que te
cases conmigo?
Le envié a Adamo una mirada de advertencia mientras lo guiaba por el
vestíbulo.
—No te atrevas a hacer esa pregunta. Ni siquiera hemos salido durante un
año, e incluso entonces sería demasiado pronto. Ni siquiera estoy segura de querer
casarme, definitivamente no antes de los treinta. En realidad, no hay razón para
casarse.
No tenía prisa por casarme y nunca había pensado de hecho en mi futuro en
tanto detalle. Amaba a Adamo, pero eso no significaba que quisiera casarme.
Adamo y yo pudimos pasar la noche juntos en mi habitación, lo que
obviamente sorprendió a Adamo a juzgar por su expresión cuando no le ofrecí un
dormitorio de invitados.
—Papá sabe que estamos teniendo sexo, así que mantenernos separados por
una noche parece inútil.
Para el momento en que cerré la puerta, Adamo me presionó contra ella y me
besó. Me aparté un momento.
—No debería recompensarte por ser casi asesinado.
—Estoy muy vivo —dijo Adamo.
Pasé junto a él hacia el estante con mis huevos Fabergé. Adamo me siguió.
—Manejaste muy bien a mi padre. Pocos hombres saben qué decir.
—No conozco a tu padre, pero conozco a otros hombres como él. Crecí entre
mis hermanos, y créeme cuando digo que nadie es más homicida que Remo.
—Pero Remo es tu hermano. No te mataría. Nada detendría a mi padre.
—Tú sí —dijo Adamo a medida que envolvía sus brazos alrededor de mi
cintura desde atrás—. Esos huevos son hermosos, pero no podemos llevarlos al
campamento.
Resoplé.
—Se quedan aquí. Son demasiado preciosos y hermosos para montarlos en
una casa rodante.
—Tú eres demasiado preciosa y hermosa.
Le di un codazo.
—Los cumplidos no te conseguirán sexo. Aún estoy enojada de que hayas
arriesgado tanto. Nunca me habría perdonado si mi padre te hubiera matado.
Tampoco lo habría perdonado a él.
Adamo deslizó su mano por debajo de mi camisa, jugando con mi piercing
del ombligo, a medida que señalaba con la cabeza hacia el huevo de Fabergé en el
centro, la pieza más cara del gabinete y el primer huevo que papá me había regalado.
—Es como el piercing de tu ombligo.
—Así es. Es mi favorito y me encanta tenerlo cerca sin importar dónde esté.
Adamo asintió y luego su mano se deslizó más abajo. Abrió mi botón antes
de deslizarse dentro de mis bragas. Sus dedos encontraron mi clítoris y comenzaron
a frotar pequeños círculos burlones.
Mordí mi labio, apoyándome contra él.
—No necesito cumplidos para conseguir sexo —dijo Adamo en voz baja
antes de mordisquear mi garganta. Sus dedos me acariciaron abriendo mis pliegues,
separando mi piel sensible.
—Mi padre podría considerar irrespetuoso que no puedas controlarte ni
siquiera por una noche —jadeé.
Adamo rio entre dientes.
—No voy a decirle. ¿Y tú? —Hundió dos dedos en mí.
—No —jadeé.
Esa noche me quedé despierta en los brazos de Adamo durante mucho
tiempo, sin estar atormentada por preocupaciones o miedos. Imaginé nuestro futuro
juntos y terminé emocionada por eso. De hecho, ahora nada nos detendría.
C
uando Dinara y yo regresamos al campamento al día siguiente, de
hecho se sintió como un último regreso a casa. Crank me saludó y
levantó el pulgar cuando vio a Dinara. Ya había llamado a Remo
anoche para asegurarme que no atacara Chicago cuando no tuviera noticias mías
durante demasiado tiempo. En realidad, no quería que mi relación tentativa con
Grigory se viera socavada. No le había dado detalles sobre mi acuerdo con Grigory,
pero conociendo a Remo, probablemente sospechaba algo. De todos modos, mis
hermanos sabían que prefería la vida en un campamento a quedarme en Las Vegas.
Dinara brillaba de felicidad cuando instalamos nuestra tienda entre nuestros
autos. No era una casa espléndida, pero en ese momento era todo lo que
necesitábamos. Una vez terminada la temporada en dos semanas, tendríamos tiempo
de comprarnos una caravana.
No pasé por alto las muchas miradas curiosas o incluso aprehensivas de los
compañeros conductores o las chicas de los boxes.
—¿Crees que saben por qué nos fuimos con tanta frecuencia estos últimos
meses? —preguntó Dinara.
—Saben algo. Debí haber sabido que los rumores se difundirían
eventualmente.
—Creo que algunos se lo pensarán dos veces antes de bloquearte durante una
carrera. Nadie quiere ser torturado y asesinado —dijo Dinara con ironía.
—No es como si fuese una persona diferente.
—Lo eres para ellos. Fue fácil para la gente olvidar que eres un Falcone por
tu personalidad despreocupada. Ahora se dan cuenta que de hecho uno de los
monstruos de Las Vegas camina entre ellos y los pone nerviosos.
Podía decir que esto divertía mucho a Dinara.
—Odio ese apodo.
—Pero cumple su propósito. En el negocio de la mafia es mejor ser temido
que agradar a todos.
Me reí oscuramente.
—Por supuesto. Ese es el credo de Remo. Supongo que era inevitable que
cumpliera el destino de mi familia en algún momento.
—Las personas en el campamento se controlarán eventualmente una vez que
vean que nada ha cambiado. Hasta entonces, será más fácil recuperar puntos.
—No hay forma de que pueda recuperar los puntos que perdí en las últimas
carreras, ni tú tampoco. Tendremos que pasar por las carreras de clasificación la
próxima temporada.
La emoción resplandeció en los ojos de Dinara.
—Me encantan los desafíos.
—Creo que la gente también te ve bajo una luz nueva. Las miradas
aprehensivas no son solo por mí.
Dinara echó un vistazo alrededor y la gente miró hacia otro lado rápidamente.
—Dudo que me teman por mí misma. Las mujeres siempre son subestimadas.
—Cualquiera que te subestime es un tonto.

—En serio extrañé esto —comentó Dinara cuando nos sentamos en un tronco
alrededor del fuego con el resto del campamento, bebiendo cerveza y comiendo
alitas de pollo que chamuscaron mis papilas gustativas. La música country resonaba
por los altavoces instalados en todo el perímetro.
—Sí, es un pequeño mundo extraño en el que podemos infringir las reglas.
Dinara movía las piernas al ritmo de la música campestre. Sonreí
desafiantemente.
—Nunca te tomé por una chica de campo.
Tomó un sorbo de su cerveza, una sonrisa lenta extendiéndose por su rostro
hermoso.
—Tengo una personalidad de múltiples facetas.
Me reí.
—No me digas. —Envolví mi brazo alrededor de sus hombros y ella apoyó la
cabeza en mi hombro—. Es extraño pensar que este será nuestro hogar a partir de
ahora.
Dinara se encogió de hombros.
—Seremos libres. No creo que haya nada mejor en el mundo.
—Sí —murmuré. Las primeras personas comenzaron a bailar alrededor del
fuego a medida que aumentaban sus niveles de alcohol—. ¿Hablaste con Dima?
Dinara suspiró.
—No lo vi antes de que nos fuéramos. Supongo que me estaba evitando. Tal
vez sienta que traicioné lo que teníamos.
—Pero ya no eran pareja. Era tu guardaespaldas.
—Siempre ha sido más que eso. Pero Dima es leal a mi padre y no puede
seguirme en este camino nuevo. Siempre servirá a mi padre hasta que muera o lo
maten cumpliendo con su deber. Tal vez piensa que es mi deber quedarme en
Chicago y ser la princesa de la Bratva que mi padre siempre quiso que sea.
—Pero no es lo que quieres ser. Si Dima alguna vez te amó de verdad, debe
darse cuenta de ello.
Dinara levantó la cabeza.
—Lo que Dima y yo tuvimos no era amor de verdad, ahora que estoy contigo
comprendo eso.
—Porque me amas.
Dinara me dio una sonrisa extraña.
—En serio quieres que lo diga más a menudo, ¿no?
La besé.
—Oh, definitivamente.
El baile a nuestro alrededor se tornó más salvaje, levantando polvo por
doquier. Mucha gente comenzó a cantar las canciones, la mayoría sin tener ni idea
de la letra real.
—Unámonos a ellos —dijo Dinara, dejando su botella de cerveza en el suelo.
—Pensé que nunca lo pedirías. —Me levanté de un empujón y la atraje
conmigo.
Cuando nos unimos a los bailarines, algunos de ellos vacilaron, obviamente
aún inseguros de nosotros después de los rumores de la pareja asesina de los que me
había hablado Crank, pero pronto la música y el alcohol se llevaron su tensión y
volvimos a formar parte del campamento.
Dinara se rio a medida que bailábamos a trompicones con la música en una
formación de baile en línea descoordinada pero divertida. Sus ojos se clavaron en los
míos, su rostro iluminado maravillosamente por el fuego. Esta no era una felicidad
falsa. Ni una risa fingida. La oscuridad era parte de Dinara y de mí, pero la
habíamos desterrado a un lugar lejano en nosotros. No regía nuestras vidas.
Eran casi las tres de la mañana cuando Dinara y yo finalmente nos acostamos
en nuestra tienda. No estábamos ebrios, pero un zumbido suave recorría mi cuerpo.
Nos quedamos dormidos abrazados después de hacer el amor.
Dinara daba vueltas y vueltas, y sus murmullos ininteligibles me despertaron
de mi propia pesadilla: la misma que me había atormentado durante años, pero
aparte del pasado, no desperté cubierto de sudor y con el corazón latiendo en mi
garganta. La pesadilla había cambiado desde que Dinara y yo comenzamos nuestro
viaje de venganza. Ahora siempre me las arreglaba para liberarme de mis ataduras
eventualmente y luchaba contra mis torturadores. Parecía que mis pesadillas ahora
me permitían vengarme.
La respiración de Dinara se tornó más lenta una vez que despertó y la besé en
la mejilla.
—Ojalá las pesadillas hubieran muerto con mis abusadores —susurró en la
oscuridad.
—Se desvanecerán con el tiempo o tal vez cambiarán —le dije y luego le
conté sobre mi propia pesadilla alterada.
—Aún me sorprende que nunca buscaste venganza contra las personas que te
torturaron. Tienes el respaldo de la Camorra.
—La venganza contra la Organización, especialmente su Capo y sus
lugartenientes no cambiaría nada, solo continuaría una espiral interminable de
violencia y venganza. Pudiste acabar con todo matando a tus abusadores, pero en
una guerra, la venganza solo conduce a más violencia. Lo que me pasó no fue
personal.
Dinara soltó una risa ahogada.
—Creo que ser torturado es bastante personal.
—No se trataba de mí, se trataba de Remo. Mi dolor fue la venganza por las
acciones de Remo, y si me vengaba a su vez, me llevaría a un nuevo acto de
venganza por parte de la Organización.
—Una espiral de violencia sin fin.
—Quiero vivir en el presente y en el futuro. El pasado es el pasado.
—Por primera vez en mi vida, quiero lo mismo. El pasado está muerto, y
estoy muy emocionada por nuestro futuro.
—En muchos sentidos, va a ser un viaje muy loco.
Dinara tarareó en aprobación.
—Solo quedan dos carreras más antes de que termine la temporada y la
mayoría de las personas volverán con sus familias por Navidad. Solo unos pocos se
quedan en el campamento, como Crank, y celebran juntos.
—No celebramos la Navidad en diciembre. La Navidad ortodoxa es en enero,
así que tal vez me quede en el campamento hasta enero.
Sobre mi cadáver.
—Quiero que celebres la Navidad conmigo y mi familia en Las Vegas.
Ella se congeló en mis brazos.
—No soy parte de tu familia. Estoy segura que tus hermanos y sus familias
no me querrán allí.
Aún no les había preguntado a mis hermanos, pero amaba a Dinara y quería
pasar las fiestas con ella. Dudaba que Kiara y Serafina tuvieran algo en contra.
Remo era muy protector de nuestra mansión, así que no estaba seguro de su
reacción. Y luego estaban Savio y Gemma. Ambos eran absolutamente llevaderos en
circunstancias normales, pero la mitad de la familia de Gemma había sido asesinada
por la Bratva, de modo que podrían estar sesgados en su opinión sobre Dinara. Me
guardé esos pensamientos para mí. Encontraría una manera de convencer a mi
familia de que Dinara no era una amenaza.
—Mi familia debería conocerte y ¿qué mejor manera de hacerlo que en
Navidad? Te amarán como yo.
—No soy alguien que tenga una lista larga de fanáticos. No soy una de esas
chicas dulces y siempre sonrientes que todo el mundo quiere en su familia.
—Créeme, encajarás perfectamente en mi familia con tu personalidad. No me
dejes celebrar solo la Navidad. No hay nada más deprimente que estar rodeado de
parejas y familias felices estando solo.
Dinara se quedó callada por un rato largo y entonces suspiró.
—Está bien, pero asegúrate de que seré bienvenida. En serio no quiero
entrometerme en tu tiempo familiar.
—Eres mi familia —murmuré.
Dinara se apretó aún más contra mi cuerpo y besó mi garganta.
—Te amo.

Llamé a Remo a la mañana siguiente. Era la primera persona a la que tendría


que convencer. Para mi sorpresa, no estuvo en contra de mi sugerencia.
—Tráela contigo. Kiara estará encantada de cocinar para más personas.
—Esperaba más resistencia de tu parte —admití.
—Si confías en Dinara, confío en tu juicio. Sin mencionar que tanto Nino
como yo la conocemos, y dudamos que suponga un riesgo. Tiene más razones para
estar agradecida con nosotros que para odiarnos por una enemistad entre las familias
de la mafia que de hecho no le concierne.
—¿Qué hay de Savio y Gemma? —pregunté.
—Habla con Savio. Si él está en contra, no puedo permitir que Dinara se una
a nosotros.
—Entiendo —dije—. Gracias, Remo. Sé que a menudo no te mostré mi
agradecimiento por lo que has hecho, pero nunca olvidaré lo que hiciste para hacerle
justicia a Dinara. En el futuro, intentaré ser menos idiota contigo.
—Eso es un comienzo —dijo Remo con ironía—. Ahora aclara las cosas con
Savio.
—Sí, Capo. —Colgué y marqué el número de teléfono de Savio. Contestó
después del décimo timbre.
—Será mejor que esto sea bueno —murmuró—. Estás interrumpiendo mis
deberes maritales.
Podía escuchar a Gemma siseando algo ininteligible y algo que sonó como
una bofetada. Savio se rio entre dientes.
—Tengo que hablar contigo sobre Navidad —empecé.
—¿De acuerdo? No estoy en el comité de organización para Navidad.
Pregúntale a las chicas.
—Se trata de Dinara. Quiero llevarla para celebrar la Navidad con nosotros.
Se produjo un silencio en el otro extremo de la línea.
Su voz había perdido su soltura habitual cuando finalmente habló.
—Remo mencionó que tú y ella aún están juntos. Pensé que las cosas
terminarían después de que terminaras tu ola de asesinatos.
—Nos amamos —admití, incluso si me sentía expuesto al admitir esto ante
Savio. Él y yo no solíamos compartir nuestras emociones más profundas y oscuras.
—Amar al enemigo parece ser algo hereditario.
—Dinara no es el enemigo. De hecho, nunca fue parte de la Bratva.
—Su padre es Pakhan. Nuestras mujeres son parte de nuestro mundo por
asociación, incluso si no han sido iniciadas. —Era extraño escuchar a Savio tan serio
y eso me indicó que este era un tema difícil para él y para Gemma.
—Dinara abandonó Chicago para estar conmigo.
—Bien por ti.
—Sé que tienes todas las razones para odiar a la Bratva, y Gemma aún más, y
por eso quiero preguntarte si estarás bien si llevo a Dinara.
—Esa no es mi decisión —dijo Savio, luego su voz se apagó, a medida que
probablemente le describía la situación a Gemma. No conocía a Gemma tan bien
como a Kiara, pero nunca me había parecido alguien que juzgara a la gente
fácilmente.
—Está bien —respondió Savio sin previo aviso.
—¿Qué?
—Está bien que la lleves contigo. Gemma y yo no juzgaremos a Dinara antes
de conocerla. Le daremos una oportunidad.
—Gracias, Savio —dije con sinceridad.
—No tengo tiempo para seguir charlando contigo. Necesito satisfacer a mi
esposa. —Colgó y sacudí la cabeza con una sonrisa.
Encontré a Dinara retocando su auto para la carrera de mañana. Arqueó las
cejas al verme.
—Te ves emocionado.
—Hablé con mi familia. Quieren que te unas a nosotros en Navidad.
—Suenas aliviado, así que no estabas seguro que lo harían.
Envolví un brazo alrededor de su cintura.
—Savio y Gemma estaban un poco inciertos, pero quieren conocerte.
—¿Para ver si soy una amenaza?
Sonreí.
—Todo el mundo siente curiosidad por ti. Y creo que Gemma te agradará. A
ella le gustan las peleas en jaula.
Dinara frunció el ceño.
—No me gustan las peleas.
—Pero te gustan las carreras, que también es una actividad dominada por los
hombres.
Dinara puso los ojos en blanco.
—No necesito tener pene para patear traseros en la pista de carreras.
—Oh, lo sé —dije—. Entonces, ¿celebrarás la Navidad conmigo y mi
familia?
Dinara asintió con decisión, pero podía decir que estaba nerviosa.
—No te preocupes, sobreviví a tu padre y tú sobrevivirás a mi familia.
—Eso es un consuelo.

Nunca había celebrado la Navidad en diciembre. No es que fuera una gran


fanática de las fiestas en general. Siempre la había celebrado solo por mi papá y
luego por mis medio hermanos.
Adamo me había contado tanto sobre su familia que sentía como si ya los
conociera. Me pregunté cuánto sabrían de mí. No era alguien que se pusiera nerviosa
fácilmente o que estuviera ansiosa antes de conocer personas nuevas.
Definitivamente era más que extrovertida, incluso si tampoco tenía problemas
estando sola. Sabía que no le agradaba a todo el mundo y podía vivir con ello, así
que no me preocupaba convertirme en la Señorita Popularidad. Sin embargo, estaba
nerviosa porque no se trataba de una reunión al azar. Esto significaba algo.
Constituía que, mi relación con Adamo era seria para los dos. Hasta ahora nunca le
hemos puesto un nombre real. Lo vivíamos. Pero este era un paso nuevo en nuestra
relación.
Cuando nos detuvimos en el camino de entrada de la magnífica mansión
blanca, mis palmas de hecho se pusieron sudorosas. Esto era importante para Adamo
y, a su vez, lo era para mí.
—¿Nerviosa? —preguntó Adamo con una sonrisa después de que salimos del
auto. Agarró la bolsa enorme con regalos del maletero antes de acercarse a mi lado.
Puse los ojos en blanco, pero acepté con gusto su mano extendida como
apoyo moral.
—¿Tengo alguna razón para estarlo? ¿Todos están de acuerdo con que esté
aquí?
Adamo me dio una mirada que dejó en claro que pensaba que estaba siendo
tierna. Le di un codazo en el costado.
—¿Crees que alguna vez tendré la oportunidad de encontrarme con tu padre
para una reunión familiar relajada? ¿Quizás celebrar su Navidad ortodoxa juntos?
Que papá no hubiera matado a Adamo cuando apareció en nuestra puerta
había sido un milagro. Era muy protector con Galina y sus hijos, así que dudaba que
permitiera a Adamo estar en su presencia en el corto plazo. Quizás Remo no me
consideraba un riesgo para su familia, pero Adamo era un Camorrista, un Falcone, y
que mi padre no lo considerara una amenaza tomaría mucho tiempo, si es que
llegaba a ocurrir.
—Vamos a dar un paso a la vez, ¿de acuerdo? No te mató la última vez. Es
un buen comienzo, pero no deberíamos sobrecargar demasiado nuestra suerte.
Démosle tiempo para que se acostumbre a la idea de que eres una presencia
constante en mi vida. En este momento, probablemente aún espera que nuestra
relación fracase.
Adamo se detuvo en seco, con las cejas arqueadas y la misma sonrisa en su
rostro.
—¿Y? ¿Apostarías por nosotros?
—No somos una apuesta segura —respondí con una sonrisa maliciosa—.
Pero quién quiere estar seguro cuando pueden tener lo que tenemos. —Lo agarré por
el cuello y lo atraje hacia mí para darle un beso. Adamo me rodeó con sus brazos.
Unos ruidos fuertes de besos interrumpieron el momento. Adamo y yo nos
separamos. Adamo gimió y entrecerró sus ojos a un trío de niños que se cernían en
la puerta abierta, observándonos. El chico más alto con cabello negro se precipitó
hacia nosotros y le dio a Adamo una sonrisa antes de mirarme con un brillo
cauteloso en sus ojos.
—¿Quién eres tú? —preguntó, no, exigió.
Adamo lo empujó hacia adelante.
—No es de tu incumbencia, Nevio. Y será mejor que vigiles tu lenguaje o
tendrás problemas.
Nevio apretó los labios, pero no se vio en absoluto culpable cuando me lanzó
otra mirada. El niño tenía unos ocho años, pero definitivamente tenía el descaro y la
confianza de un adulto. A pesar de su rudeza, me gustó el niño. Si alguna vez tuviera
hijos, preferiría que tuvieran su propia cabeza y no dejasen que los adultos o
cualquier otra persona los pisoteen.
Le arqueé las cejas al niño. Los otros dos chicos mostraron más moderación,
pero obviamente también desconfiaban de mi presencia. No se parecían a Nevio.
Supuse que eran los hijos de Nino.
—¿Ahí están nuestros regalos? —preguntó Nevio, señalando la bolsa. Eso
también pareció despertar la curiosidad de los otros dos chicos quienes se
abalanzaron sobre Adamo.
Adamo se encogió de hombros.
—Eso depende de su comportamiento.
—¡Nevio, Alessio, Massimo! —gritó una mujer, su impaciencia resonó
fuertemente en su voz. Los chicos giraron sobre sus talones y volvieron a entrar,
dejándonos a Adamo y a mí solos.
Dejé escapar una carcajada.
—¿El resto de tu familia me dará una bienvenida similar?
Adamo volvió a entrelazar nuestras manos.
—Los niños no están acostumbrados a que extraños visiten la mansión. Remo
no suele permitir visitas. Es muy protector.
Asentí, comprendiendo lo que Adamo me estaba diciendo. Que Remo me
diera la bienvenida a su casa era un gran asunto.
—Confía en tu juicio sobre mí.
Nino se acercó hasta el porche donde nos encontrábamos.
—¿No van a entrar?
—Quería darle a Dinara la oportunidad de cambiar de opinión después de la
bienvenida grosera de Nevio.
Nino me dio un gesto de bienvenida a medias antes de volverse hacia Adamo
una vez más.
—¿Qué hizo?
—Exigió saber quién es. ¿No les dijeron a los niños?
Nino sacudió la cabeza.
—Les dijimos que traerías a tu novia. Causó bastante revuelo porque nunca
antes nos habías presentado a alguien.
Adamo había mencionado que nunca había sido lo suficientemente serio con
nadie como para someterlas a la presencia de su familia. Que confiara en mí lo
suficiente como para traerme me llenó de calidez.
—Vamos —dijo Nino—. Kiara preparó la cena. No queremos que se enfríe.
Adamo y yo seguimos a Nino a través de un pasillo largo hasta una
habitación enorme que parecía servir como área común de la mansión. Adamo había
mencionado que cada hermano tenía su propia ala donde vivían con su esposa e
hijos. Incluso Adamo aún tenía su propia ala a pesar de que vivía en el campamento
la mayor parte del año.
El área común ya estaba abarrotada con el clan Falcone. Media docena de
niños zumbaban creando un nivel de ruido impresionante. Tres niños y dos niñas.
Todos se volvieron hacia nosotros cuando entramos en la habitación. Adamo me
había mostrado fotos de su familia, pero no estaba segura de poder recordar los
nombres de los niños correctamente. Al menos los adultos eran más fáciles de
recordar. El tercer hombre de cabello oscuro tenía que ser el hermano de Adamo,
Savio, y junto a él, la bomba sexual de su esposa, Gemma. Estaba feliz con mi
cuerpo, pero incluso yo sentí un destello de inseguridad al ver sus curvas. Parte de
su familia había sido asesinada por la Bratva, de modo que su expresión vacilante no
fue una sorpresa. Me encontré con su mirada y le di una sonrisa tensa. No me
sentiría culpable por algo de lo que no era responsable. Mi padre me había
asegurado que él no había participado en el ataque. Pero incluso si lo hubiera hecho,
no era parte de sus negocios. Que nuestras familias nunca se sentarían alrededor de
una mesa y jugarían a la familia feliz había estado claro desde el principio.
—Bienvenida a nuestra casa —dijo Remo. Incluso su lenguaje corporal era
diferente al de nuestras reuniones anteriores. Un indicio de tensión en sus miembros
hablaba de su protección y precaución. No era una amenaza ante sus ojos o no
estaría aquí, pero la confianza aún no era parte de nuestra relación. Adamo apretó mi
mano y me acercó a su familia. La mesa ya estaba puesta, pero aún nadie había
ocupado sus respectivos asientos.
La esposa de Remo, quien me recordó un poco a Grace Kelly, le envió a su
hijo Nevio una mirada de advertencia antes de acercarse a mí y sonreírme. El primer
gesto completamente amistoso de mi visita, no es que tuviera motivos para
quejarme. Después de todo, mi padre casi mata a Adamo.
—Hola Dinara, es maravilloso conocerte finalmente. Casi perdimos la
esperanza de que Adamo te trajera hasta aquí. Ha sido muy reservado sobre su
relación contigo —dijo Serafina.
—Necesitábamos tiempo para resolver las cosas por nosotros mismos antes
de contar los detalles a los demás —dije con una sonrisa.
—Eso tiene sentido —dijo Leona, la esposa de Fabiano, el Ejecutor de la
Camorra y hermano no consanguíneo de los Falcones.
—¡La cena está lista! —dijo una mujer de cabello oscuro a medida que se
dirigía hacia nosotros. La reconocí como la esposa de Nino, Kiara. Por alguna razón,
sentí que se me calentaron las mejillas cuando recordé la sugerencia de Adamo de
hablar con ella sobre mi pasado. Aún no me sentó bien que él pensara que un pasado
similar de abuso significaba que Kiara y yo podíamos darnos consejos de vida. Cada
persona tiene una forma única de afrontar el trauma. Ella parecía haber encontrado
su refugio seguro en su familia, viviendo el papel tradicional de mantener a su
enorme familia. No era alguien que quisiera seguridad y continuidad para lidiar con
mi pasado. Quería emoción y aventura. Kiara fue directamente hacia mí y me dio
una sonrisa radiante. Parecía genuinamente feliz de verme. Me dio un abrazo
entonces. Al principio me puse rígida porque no lo esperaba. Mi familia era más
reservada. Rara vez nos abrazábamos, especialmente a personas que apenas
conocíamos.
Después de un momento de sorpresa, me obligué a relajarme, pero ella se
apartó instantáneamente y me dio una sonrisa avergonzada.
—Lo siento. No quise imponerte mi abrazo.
—No te preocupes. Encantada de conocerte.
Kiara era una hermosa mujer menuda con los ojos más amables que jamás
hubiera visto. Era alguien que me hubiera imaginado como la esposa dócil de un
pastor, no un notorio e indudablemente sociópata mafioso como Nino Falcone.
—Nino, ¿puedes ayudarme a llevar todo a la mesa? —preguntó Kiara antes
de que su esposo y ella desaparecieran.
—También te ayudaré —dijo Gemma, corriendo tras ellos. Quizás esto no era
tan fácil para ella como Adamo había pensado. Miró a su hermano Savio pero no
pude leer la mirada que pasó entre ellos.
Saludé a Leona y Serafina quienes me recibieron sin reservas. Ellas también
parecieron sinceramente interesadas en conocerme. Después de saludar a las mujeres
de la familia, Adamo me llevó hacia Remo y Nino, así como a Fabiano y Savio.
Fabiano me estrechó la mano con una sonrisa tensa. No esperaba una bienvenida
más cálida del Ejecutor de la Camorra, pero no fue hostil, así que lo tomé como una
buena señal. Mi estómago se apretó cuando finalmente me enfrenté a Savio.
—Hola —dije estúpidamente. No estaba segura por qué me sentía incómoda.
No era culpable por asociación.
Savio me examinó de la cabeza a los pies. Llevaba mis amadas botas de
motero, pero en lugar de jeans rotos o pantalones cortos de mezclilla, había optado
por una falda a cuadros más festiva, medias negras y una chaqueta de cuero negra
sobre una camiseta negra de manga larga.
—Debí haber sabido que mi hermanito emo se conseguiría una chica rockera
emo.
Parpadeé.
—El papel de Barbie y Ken en la familia ya está asumido, así que tuvimos
que conformarnos con la pareja emo —respondí antes de que pudiera pensar en ello.
Remo arqueó una ceja con esa mirada de diversión oscura que siempre
persistía en su rostro.
Savio de hecho se partió de risa. Dio una palmada fuerte en el hombro de
Adamo.
—Ahora sé por qué la elegiste.
Reprimí una sonrisa satisfecha. Adamo se encogió de hombros, pero podía
ver que la tensión abandonaba sus hombros.
—No fue una elección. Dinara es una fuerza a tener en cuenta. No tuve más
remedio que enamorarme de ella.
Mi rostro se calentó. Hundí mis uñas en su mano a modo de advertencia. Se
suponía que no debía avergonzarme. Hablar de emociones frente a las personas en
realidad me ponía en un aprieto.
Después de un par de minutos, Kiara, Nino y Gemma regresaron con
cacerolas y sartenes, y nos sentamos alrededor de la mesa. Los niños aún me
contemplaban con una mezcla de cautela y curiosidad. Con suerte, los regalos
mañana los acercarían a mí, pero no estaba segura de cómo manejar a Gemma.
Hasta ahora me había evitado.
De vez en cuando le eché un vistazo durante la cena. Afortunadamente, el
resto del clan Falcone conversó animadamente conmigo sobre las carreras. Evitamos
cualquier mención de Rusia o la Bratva hasta que Leona preguntó:
—¿Cómo celebras la Navidad en Rusia?
Vacilé, mirando a Gemma y Savio. No quería abrir viejas heridas, pero
Gemma levantó la vista de su plato y se encontró con mi mirada. Me dio una sonrisa
pequeña. Me relajé y a su vez le di una sonrisa de agradecimiento.
—Celebramos el siete de enero. En mi familia cocinamos doce platos que
representan a los discípulos de Jesús, pero no es así como lo hacen todos en Rusia.
Tenemos una multitud de tradiciones en nuestro país.
Pronto me llovieron más preguntas sobre Rusia. Me sentí aliviada que mi
herencia ya no fuera el elefante rosa en la habitación.
—Algún día me encantaría ver el ballet de Bolchoi —dijo una pequeña niña
con el mismo cabello negro y ojos oscuros que su gemelo Nevio. Su nombre era
Greta si recordaba correctamente las instrucciones de Adamo, y parecía una muñeca
preciosa con sus rasgos faciales simétricos, ojos grandes y piel de porcelana.
—Los vi algunas veces en San Petersburgo y Moscú. Mis ballets favoritos
son El Cascanueces y El Lago de los Cisnes.
Greta me sonrió tímidamente, mirándome brevemente a los ojos antes de
apartar la mirada.
—También los míos.
De inmediato, todos se volvieron aún más afectuosos conmigo, como si el
veredicto de esta niña tuviera un significado particular. Adamo palmeó mi pierna y
luego entrelazó nuestros dedos debajo de la mesa.
Al final de la noche, estaba completamente relajada. Aún no me sentía parte
de la familia, pero no era algo que hubiese contado lograr. Sin embargo, disfruté de
la comodidad caótica de la casa Falcone.
Fue una Navidad diferente a la que celebrábamos en Chicago y me encantó
esta experiencia nueva. Quería que Adamo también sea parte de nuestras
tradiciones, pero me preocupaba lo que papá le haría si lo llevaba a casa conmigo.
Aunque estaba a salvo en Las Vegas con el clan Falcone, no estaba segura si Adamo
estaría a salvo en Chicago. Papá aún podría cambiar de opinión cualquier día.
Después de la cena de Navidad, todos nos dirigimos hacia los sofás. El árbol
de Navidad magníficamente decorado se elevaba sobre nosotros e iluminaba nuestro
entorno con el resplandor suave de las velas eléctricas. Gemma se me acercó, antes
de que pudiera sentarme junto a Adamo.
—Siento haber sido grosera y no haberte recibido de inmediato. La Navidad
es difícil para mí… —Tragó pesado—. Pero no debería descargar mi tristeza
contigo.
—Lamento lo que pasó a tu familia. Odio que el negocio de la mafia mate a
tantos inocentes.
—Gracias —dijo Gemma con una sonrisa pequeña—. Me alegra que Adamo
te haya encontrado. Nunca antes lo había visto tan feliz.
Adamo estaba hablando con Fabiano, pero podía decir que estaba medio
escuchando mi conversación con Gemma.
Después de que Greta hiciera una breve actuación de ballet que Kiara
acompañó con el piano, Kiara comenzó a recoger los platos. La ayudé y llevé una
pila de platos a la cocina. Me pregunté si Adamo también le había mencionado una
conversación. Me hizo sentir incómoda. No me avergonzaba de mi pasado, pero
prefería que la gente me juzgara por mis acciones de hoy y no por algo que me
hicieron hace más de una década.
Ella notó mi mirada curiosa y se apoyó contra la encimera de la cocina.
—Adamo siempre lucía tan inquieto cuando venía de visita, especialmente
durante las vacaciones de Navidad, pero hoy, por primera vez desde que lo conozco,
parecía irradiar calma. Ha llegado. Eres su ancla y sin importar dónde vivan los dos
o si continúan viajando con el campamento de carreras, él ha encontrado su hogar en
ti. Eso es maravilloso. Todos necesitamos algo que nos dé raíces de modo que
podamos crecer para el futuro, y ustedes son las raíces del otro.
Mordí mi labio, mi garganta obstruyéndose con las emociones.
—Gracias, Kiara. Nunca quise que suceda. No pensé que de hecho pudiera
confiar en alguien como confío en Adamo.
Kiara asintió.
—Nunca pensé que podría experimentar lo que tengo con Nino, pero el
pasado no tiene por qué definirnos. No deberíamos dejarlo.
—Sí —coincidí.
La puerta se abrió y sus dos hijos entraron corriendo. Se apretujaron contra
ella.
—Mamá, ¿podemos comer galletas antes de acostarnos? —preguntó
Massimo, el niño más bajo.
—Es Navidad —le recordó Alessio.
Kiara se rio, y yo también me uní. Me recordaron a mis medio hermanos.
Cuando se trataba de dulces, podían ser bastante astutos.
Un momento después, Adamo entró con un par de vasos vacíos, pero era
obvio que me estaba controlando. Envolvió su brazo alrededor de mi cintura,
acercándome a él.
—Estoy bien —le dije antes de que pudiera preguntar.
Adamo asintió.
—Sabía que lo estarías.
Reprimí una sonrisa. Siempre había querido a alguien a mi lado que supiera
que podía manejarme sola, que no me tratara como una damisela en apuros, y había
encontrado a esa persona en Adamo.
E staba de pie contra el horizonte, iluminada por el sol poniente,
completamente desnuda a excepción de sus botas de motero. Su
cabello rojo resplandecía como llamas bajo los últimos rayos, y su
pálido cuerpo hermoso se veía casi nacarado. Salí de la tienda y la observé un poco
más.
Era tan jodidamente hermosa. Se volvió y encontró mi mirada. Una sonrisa
apareció en su rostro. No era una de las sonrisas falsas, agobiadas por la oscuridad
del pasado. Era una sonrisa libre y honesta. Eso no significaba que aún no abrigara
la oscuridad. Ambos lo hacíamos. Era lo que nos hacía entender tan bien al otro.
Pero ahora controlábamos nuestra oscuridad, como una bestia domada tras las rejas
de hierro. A veces la dejábamos salir a jugar, pero sobre todo dormía plácidamente
en su rincón.
Aún me sentía tan estúpidamente enamorado de Dinara como lo había estado
cuando corrí a Chicago para convencer a su padre. Nos habíamos acercado más,
Dinara y yo, e incluso su padre me toleraba a regañadientes. Incluso este año
habíamos celebrado juntos por primera vez la Navidad ortodoxa en Aspen.
Dinara se mordió el labio de esa manera provocadora que tenía, volviéndose
completamente hacia mí de modo que pudiera ver la longitud de su cuerpo desnudo.
Una de sus manos acunó su seno, provocando su piercing, mientras la otra se
deslizaba lentamente por su vientre hasta el vértice de sus muslos con el suave
parche de vello pelirrojo. La sangre corrió por mi cuerpo, reuniéndose en mi polla.
Ella y yo siempre nos tomábamos un tiempo fuera del campamento para poder
disfrutar plenamente de la compañía del otro.
Me acerqué a ella, asimilándola y la forma en que se estaba acariciando.
Cuando me detuve justo frente a ella, estaba jadeando suavemente, sus labios
separados. Dos dedos trabajaban sobre su clítoris, esparciendo humedad por todo él.
Agarré sus caderas y chupé su pezón perforado en mi boca. Sus dedos se movieron
más rápido sobre su clítoris y dejó escapar un gemido agudo. Me hundí lentamente,
trazando mi lengua sobre su vientre antes de llegar al nivel de su coño. Sus dedos
rodearon su manojo de nervios y su lujuria ya se había reunido a su alrededor. La
vista de sus pliegues relucientes me hizo la boca agua. Me incliné hacia adelante y
jugueteé con sus dedos y clítoris con mi lengua, saboreando su dulce excitación. Sus
dedos no dejaron de dar vueltas en su clítoris. En su lugar, pronto comenzaron a
luchar contra mi lengua por el dominio. Después de correrse, la senté en mi regazo.
Hacer el amor con ella aún se sentía cada vez como una revelación.
Después, vimos el cielo nocturno mientras nos reclinábamos en el capó de mi
Corvette y bebíamos cerveza helada.
—En el pasado, habría necesitado un cigarrillo para disfrutar de verdad del
momento —murmuró Dinara.
—Ya ni siquiera extraño fumar.
—Tampoco yo. Las carreras y tú me dan los subidones que necesito —dijo
con una sonrisa burlona. Toqué su mejilla, incapaz de creer lo afortunado que era, lo
ridículamente feliz que era.
Y entonces me di cuenta. Este era el momento que había estado esperando.
Por supuesto, no estaba preparado, pero no importaba. No quería esperar para
conseguir un anillo. Este era el momento adecuado y esperaba que Dinara también
lo viera. Me bajé del capó y me hundí en el suelo polvoriento ante Dinara.
Se sentó lentamente, sus ojos abriéndose brevemente, luego la incredulidad se
apoderó de su rostro.
—¿Qué estás haciendo?
Tomé su mano con una sonrisa.
—Llegamos a los cinco años, aunque pensaste que no lo haríamos. Creo que
aún seguimos firmes. Apostaría todo mi dinero a que llegaremos a cincuenta años
juntos.
Dinara se mordió el labio inferior, sofocando la risa.
—Teniendo en cuenta nuestro estilo de vida arriesgado, dudo que vivamos
tanto tiempo.
—Sé que aún no tienes treinta años, de modo que tu segundo requisito no se
ha cumplido, pero no puedo esperar otros cinco años. Diría que estamos listos para
esto… —Busqué a tientas dentro del bolsillo de mis jeans y saqué un envoltorio
plateado de chicle.
Dinara soltó una risa incrédula pero no hizo ningún comentario. Formé un
anillo improvisado con la envoltura y luego volví a tomar su mano.
—Dinara Mikhailov, ¿quieres casarte conmigo? —Levanté el anillo de
envoltura, que resplandeció con los faros, haciéndolo parecer más resistente de lo
que era.
—¡Estás loco! —exclamó Dinara, pero sus ojos lucieron suaves y tuvo
problemas para reprimir su sonrisa.
Levanté el anillo un poco más.
—Temo que necesito una respuesta.
Cerró los ojos por un momento y cuando los volvió a abrir, dijo:
—Sí.
Empujé el anillo de envoltura en su dedo, luego me puse de pie y la rodeé con
mis brazos. La besé ferozmente mientras la presionaba contra mí.
—Por un segundo me preocupé que dijeras que no.
—Por un segundo consideré decir que no. En realidad amo nuestra vida de
pecado, sin compromiso, de espíritu libre y salvaje.
La miré directamente a los ojos.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —Dinara y yo nunca habíamos hablado
seriamente sobre el matrimonio. No era como algunas chicas que soñaban con una
boda grande y un vestido de princesa. Si hubiera tenido más tiempo para planificar
este momento, probablemente me habría arrepentido. Pero había dicho que sí, a mí,
a nosotros, para siempre.

Adamo sonrió como si hubiera ganado el premio mayor. Extendí mi mano y


admiré el anillo plateado alrededor de mi dedo, sin responder aún a su pregunta.
—Me alegra que hayas puesto tanto esfuerzo en nuestro anillo de
compromiso —bromeé. De hecho, no me importaba. Rara vez usaba joyas, a pesar
de que poseía una cantidad sorprendente de ellas, todas regaladas por mi padre o mi
familia en Rusia. No me había traído ninguna de mis joyas y no las extrañaba. Lo
único que en realidad quería tener conmigo eran mis huevos de Fabergé, pero una
caravana no era un buen lugar para esas obras de arte tan valiosas.
Pasó una mano por su cabello rebelde. Siempre lo cortaba al comienzo de la
temporada, pero dejaba que creciera en los meses siguientes.
—Pensé que las joyas no te importaban.
De hecho, parecía preocupado.
—No me importa —susurré—. Este es el anillo perfecto para nosotros.
Adamo rio entre dientes.
—No estoy seguro de estar de acuerdo. Pronto tendrás un anillo mejor. —
Hizo una pausa, arqueando las cejas—. Pero no respondiste a mi pregunta.
¿Por qué dije que sí? Había estado en contra del matrimonio durante mucho
tiempo, lo consideraba superfluo y restrictivo. La mera idea de unirme a una persona
así me había puesto nerviosa, pero cuando Adamo hizo la pregunta, mi cuerpo no
había reaccionado con un sudor frío o una sensación de náuseas. Se había sentido
bien, inexplicablemente.
—Porque no puedo imaginarme volver a vivir sin ti, así que bien podríamos
hacerlo oficial. Comprendí que ya estábamos comprometidos, y el matrimonio
contigo no significa que ya no podamos ser salvajes y de espíritu libre.
—Creo que es lo más dulce que me has dicho —bromeó Adamo.
Golpeé su hombro antes de besarlo con fuerza.
—Te amo, y me encanta ser imprudente contigo, y sé que podemos seguir
siendo imprudentes incluso aunque estemos casados y eso es perfecto.
—Y yo te amo. —Me tomó de la mano e inspeccionó el anillo que había
armado—. Podemos ir a comprar anillos la próxima vez que pasemos por una
ciudad.
Fruncí los labios pensando. En realidad no podía verme con un anillo de
bodas.
—¿Tenemos que conseguir un anillo real? ¿No podemos conseguir algo más
que demuestre que estamos juntos? O tal vez simplemente nada más que el amor en
nuestros corazones.
Adamo sonrió.
—Buen intento. Quiero un símbolo de que eres mía para que todos la vean.
—Tú también serás mío, ¿recuerdas?
—No quiero olvidarlo.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello.
—Sin anillo. Pero si tienes una sugerencia mejor, podría estar abierta a ella.
Adamo lo pensó por un momento antes de que una sonrisa se extendiera por
su rostro. Aún se las arreglaba para lucir como un adolescente temerario cuando me
daba esa mirada.
—¿Qué tal si nos hacemos un tatuaje de boda? Nino podría hacer el diseño y
el tatuaje.
Mis cejas se levantaron con sorpresa. De hecho, la idea me gustó.
—¿Por qué no? Al menos de esa manera no podemos perderlo.
—Perfecto.
—Te das cuenta que no podemos tener una gran celebración, ¿verdad? —La
Camorra y la Bratva apenas se toleraban, y hasta ahora la relación inusual de Adamo
y yo no le había causado ningún problema a mi padre, pero una fiesta de bodas que
involucrara a nuestras familias podría cambiar eso.
Adamo se encogió de hombros.
—De hecho, no me importa tener una gran fiesta. Se trata de nosotros. Por lo
que a mí respecta, solo podemos ser tú y yo, y sería la boda perfecta.
—Podríamos casarnos en una de esas capillas en Las Vegas. Ya sabes,
aquellas en los que Elvis sella el vínculo.
Adamo obviamente tuvo que reprimir una carcajada.
—Sin Elvis, pero podemos casarnos en una capilla en Las Vegas si eso es lo
que quieres.
—Sería perfecto, ¿no?
Adamo dejó caer su frente contra la mía, sonriendo torcidamente.
—Una chica que odia el día de San Valentín, que odia los anillos y que no
quiere un festín de bodas que te ponga los nervios de punta. Estoy bastante seguro
que fuiste enviada del cielo.
—Lo dudo seriamente. En todo caso, el cielo me dejó en la tierra porque no
me comporté.
—Me gusta cuando no te portas bien —murmuró Adamo.
—Lo sé. —Lo empujé encima de mí.

Una semana después, Dinara y yo viajábamos a Las Vegas para pasar unos
días con mis hermanos y sus familias, y contarles nuestra decisión. Por supuesto, al
momento en que anunciamos nuestro plan de casarnos, Kiara ya estaba fantaseando
con planificar la boda.
Dinara me miró con pánico, de modo que hablé antes de que mis cuñadas
llamaran a una organizadora de bodas.
—Dinara y yo no queremos celebrarlo. Solo queremos fugarnos a una capilla
por aquí. Nada grande.
—Oh —murmuró Kiara, intercambiando una mirada con las otras mujeres.
—Te das cuenta que estás rompiendo algunos corazones por aquí, ¿verdad?
—dijo Remo, pero pareció que no le importaba. Nunca había asistido a las
celebraciones grandes y probablemente no habría tenido ningún tipo de ceremonia
de boda si Serafina no lo hubiera querido.
—Para nosotros, no se trata de la celebración, se trata de la promesa que nos
hacemos —dijo Dinara con cuidado.
—Teniendo en cuenta la dificultad de tener a su familia y la nuestra bajo un
mismo techo, su decisión es sabia —dijo Nino.
Dinara asintió rápidamente.
—Sí, esa es otra razón por la que no queríamos darle mucha importancia. Es
solo por nosotros.
—Tampoco queremos un anillo —dije—. En cambio, queremos que Nino nos
cree tatuajes de boda.
Savio le dedicó una sonrisa a Nino.
—Entonces habrás tatuado a casi todos los miembros de nuestra familia. Se
está convirtiendo en una tradición reconfortante.
Resoplé.
—Un tatuaje de toro sobre tu pene no es la señal más reconfortante posible.
Savio le lanzó a Gemma una mirada arrogante.
—Ver mi toro siempre calienta las bragas y el corazón de Gemma, ¿verdad?
—Ella golpeó sus abdominales, haciéndolo gruñir.
—Espero que no quieras los tatuajes de tu boda en lugares igualmente
sombríos —dijo Nino secamente.
Dinara rio.
—No te preocupes —le dije.
—¿Cuándo van a casarse? —preguntó Kiara. Podía decir que estaba
disgustada por no poder organizar una gran boda.
—Mañana —dijimos Dinara y yo al mismo tiempo.
Kiara sonrió esperanzada.
—¿Podemos estar allí?
Nino tomó su hombro.
—Creo que los tortolitos quieren estar solos —dijo Remo.
Asentí.
—De hecho, no queremos darle mucha importancia. —Invitar a mi familia a
la boda no le iría bien a Grigory, y no había forma de que pudiéramos tenerlo en la
ceremonia en Las Vegas sin causar un gran escándalo y, muy probablemente, un
baño de sangre.
—Al menos, que alguien grabe la ceremonia —suplicó Kiara.
—Creo que hay un paquete que podemos reservar que incluye fotos e incluso
un video —dijo Dinara—. Podría comprobarlo. —Sacó su teléfono pero Remo lo
desestimó con un movimiento de su mano.
—Van a tomar fotos y grabar todo si se lo pides. Serás una Falcone.
Dinara y yo intercambiamos una mirada.
—En realidad —dije—. Dinara conservará su apellido. Como dijimos, solo
queremos casarnos como un símbolo para nosotros, no por las apariencias.
—Eso es razonable dada la situación con Grigory —dijo Nino arrastrando las
palabras.
Me reí.
—Sabía que estarías de acuerdo.
Kiara negó con la cabeza, luciendo honestamente perturbada.
—Ustedes dos son las personas menos románticas que conozco. Nino al
menos finge ser romántico por mi bien.
—Al menos, ninguno de los dos tiene un hueso romántico en su cuerpo —
dijo Serafina.
Dinara se encogió de hombros.
—Nuestra idea del romance es compartir una cerveza en el capó de un auto
después de patearnos el trasero durante una carrera.
La acerqué a mí y la besé en la sien.
—Perfecto.
Cuando Dinara le contó esa noche a su padre sobre nuestra decisión, su
entusiasmo fue limitado. No tanto porque eligió casarse conmigo. A estas alturas
creo que había hecho las paces conmigo, pero estaba consternado por el hecho de
que su preciosa hija se casaría en una capilla cliché en Las Vegas. Pero él, como mi
familia, tuvo que aceptar nuestra decisión.

A la mañana siguiente, Dinara y yo seguimos a Nino a una habitación que él


había preparado como un estudio de tatuajes improvisado.
Estaba nervioso si a Dinara le gustaría el tatuaje que había elegido. Busqué en
Internet durante días posibles opciones. La mayoría solo fueron anillos tatuados,
pero esa habría sido la elección demasiado obvia. Dinara y yo queríamos algo más
sutil, que no todos vieran.
Nino sacó las hojas con su diseño de los tatuajes de nuestra boda. Empujó la
hoja con el tatuaje hacia la palma de Dinara y la otra hoja hacia mí. Dinara escaneó
el dibujo de un candado intrincado en forma de corazón y luego miró mi hoja con la
llave correspondiente.
—¿Te gusta? —pregunté cuando no dijo nada. Asintió con una sonrisa lenta.
—¿Puedes hacer algo tan delicado a una escala pequeña como un dedo? —
preguntó a Nino, quien frunció el ceño en respuesta.
—Pensé que podríamos tatuarlo en nuestras palmas. De esa forma la llave y
la cerradura siempre se fusionan cuando nos tomáramos de la mano. La desventaja
es que los tatuajes en las palmas solo duran hasta un año, así que tendríamos que
rehacerlos regularmente —dije rápidamente. Aún no había hablado de esto con ella.
Se suponía que era una sorpresa.
Dinara asintió de inmediato.
—Eso de hecho es perfecto, porque significa que tenemos que renovar
nuestros votos cada año. —Hizo una pausa—. Me sienta un poco mal que seas el
romántico en nuestra relación.
—Créeme, me alegro que tus expectativas sean bajas cuando se trata de
gestos románticos.
Dinara y yo intercambiamos una sonrisa. Nino parecía impaciente.
—Entonces, ¿supongo que a los dos les parece bien que les tatúe los diseños
en las palmas?
—Sí —respondió Dinara, y asentí.
—Debo advertirles que la palma es un punto sensible y el tatuaje será al
menos incómodo, tal vez incluso doloroso, dependiendo de su nivel de sensibilidad.
—No creo que ninguno de los dos seamos muy sensible al dolor —dije
secamente. Había pasado por la tortura a manos de nuestro enemigo y más huesos
rotos de los que quería contar durante las peleas o los accidentes de carrera. Y
Dinara también había vivido bastantes mierdas. Sin mencionar que tenía un piercing
en el pezón, algo que por supuesto Nino no sabía.
—¿Quién quiere ir primero?
—Yo —contestó Dinara sin dudarlo y le dio la mano a Nino, quien la
desinfectó a fondo.
Tomó la aguja para tatuar, pero no empezó de inmediato.
—Si necesitas que me detenga, dilo.
Dinara asintió pero no dijo nada a medida que Nino tatuaba el diseño
intrincado en su palma, solo observó con fascinación. Si bien admiraba el arte del
tatuaje de mi hermano, mi mirada se posó a menudo en el rostro hermoso de Dinara,
incapaz de creer que en realidad nos diríamos hoy que sí. Cuando Nino terminó, ella
levantó la mano entre nosotros. La piel estaba roja pero era obvio que mi hermano
había creado algo magnífico.
—Tu turno —me dijo Nino.
Extendí mi mano pero no aparté los ojos de Dinara, quien me dio una sonrisa
pequeña. Cuando la aguja atravesó mi piel, temblé una vez. Era incómodo como
había dicho Nino, pero nada parecido al dolor que había sentido antes, solo que esta
vez el resultado final valió la pena cada segundo de incomodidad.
Después de que Nino terminó con mi tatuaje, asintió con satisfacción antes de
volver nuevamente a su modo de advertencia.
—Intenten mantener las heridas limpias y no se tomen de las manos ni
fusionen los tatuajes en los próximos días. El resultado se verá afectado si contraen
una infección.
—Nos comportaremos —dije a Nino con sarcasmo.
Le dio a Dinara una mirada.
—Espero que seas la más sensata de los dos.
—Me encantan las carreras y me hice un piercing en el ombligo en un
callejón lúgubre que también vendía teléfonos móviles de segunda mano.
Nino suspiró y se levantó.
—Creo que ustedes dos son una buena pareja.
—Lo somos —coincidí.
Después de todo, tres horas más tarde nos parábamos frente a un imitador de
Elvis. Dinara y yo habíamos elegido ir a juego, usando nuestras chaquetas de cuero
favoritas, jeans rotos y camisetas blancas, sin ninguna mierda lujosa. Pero había
metido una rosa blanca en el bolsillo de mi chaqueta y Dinara tenía un ramo de rosas
blancas en las manos. Una sola flor también se entretejía en su cabello rojo, creando
un contraste hermoso.
Después de que dijimos nuestros votos y nos besamos más de lo apropiado,
saqué a Dinara de la capilla y me dirigí hacia mi Corvette. La senté en el asiento del
pasajero, luego le di otro beso prolongado antes de cerrar la puerta y tomar mi
asiento detrás del volante.
—¿Lista para un feliz para siempre conmigo?
—Tan lista —respondió Dinara. Pisé el acelerador y salimos disparados del
estacionamiento con un estrépito fuerte. Los niños habían insistido en que
colgáramos una docena de latas en el tubo de escape.
Bajamos las ventanillas, subimos la música, “Highway to Hell”, que parecía
el toque irónico perfecto para nuestro día y atravesamos Las Vegas a toda velocidad.
Pronto dejamos la ciudad detrás de nosotros para encontrar un lugar remoto para
nuestra primera noche juntos como pareja casada. Teníamos todo lo que
necesitábamos para que sea la luna de miel perfecta. El uno al otro, latas de
macarrones con queso por motivos nostálgicos, y un paquete de seis cervezas
heladas.
D inara me envió una mirada desafiante, levantando una ceja roja
perfectamente depilada de una manera exagerada.
Una comisura de mi boca se retorció hacia arriba e imité su expresión.
—Te patearé el trasero, Falcone —dijo por encima del rugido de los motores.
Respondí al dejar que mi auto rugiera.
—No si primero te pateo tu trasero, señora Falcone.
Dinara aún era oficialmente una Mikhailov, pero pronto se dio cuenta que en
el campamento y en Las Vegas todos la consideraban una Falcone. Así que, al final,
dejó de corregirlos.
La chica del box levantó la bandera de salida. Me tensé debido a la ansiedad,
la emoción de la carrera avecinándose disparándose por mis venas. Esta era la
primera carrera del circuito de siete días, y Dinara y yo estábamos en la primera fila
gracias a nuestros resultados excelentes hasta ahora.
Cuando la chica del box dejó caer la bandera, la risa de grito de batalla de
Dinara estalló a través del rugido de los motores. Sonreí a medida que pisaba el
acelerador hasta el fondo.
Mi corazón latía con fuerza, mi pulso martilleaba en mis venas y me sentía
extasiado de libertad y adrenalina. Dinara y yo habíamos competido juntos durante
casi quince años hasta ahora, pero aún disfrutábamos cada segundo de una carrera.
Dinara intentó empujarme fuera de la carretera cuando se me atravesó en la primera
curva, pero aguanté contra ello. Mi sonrisa se ensanchó. Estaba encendido. No había
nada mejor que una esposa que podía patearte el trasero en una carrera.
Dinara ganó el primer día, pero yo estaba justo detrás de ella de modo que
pudiéramos pasar la noche en el mismo lugar. Se había convertido en nuestro ritual.
—¿Me esperaste? —bromeé cuando salí de mi auto.
Dinara resopló.
—¡No soy nostálgica! —Desapareció detrás de su maletero para hacer sus
necesidades, y yo me escondí detrás de una variedad de rocas para hacer lo mismo.
Dinara escudriñó el horizonte cuando me uní a ella un par de minutos
después. Besé sus labios regordetes.
—No te preocupes, pronto estarán aquí.
—Lo sé —dijo, pero no dejó de escanear la zona. Finalmente, el contorno de
nuestra enorme caravana apareció en la distancia. Tenía su propia ducha e inodoro,
cocina, sala de estar y mucho espacio para dormir.
La bocina sonó un par de veces como de costumbre antes de que la casa
rodante se detuviera junto a nuestros autos. La puerta del lado del conductor se abrió
y Aurora saltó de la caravana, su cabello rubio recogido en una coleta desordenada.
—Roman se negó a tomar una siesta. Estaba demasiado ansioso por ver la
carrera —dijo con una expresión de disculpa.
—No te preocupes —le dije—. Puede ser tan terco como su madre.
Dinara me envió una mirada de advertencia antes de dirigirse al lado del
pasajero y trepar para liberar a Roman de su asiento para niños. Envolvió sus piernas
cortas alrededor de su cintura mientras ella se acercaba a mí. Su cabello oscuro
estaba alborotado. Había crecido en las últimas semanas y caía sobre sus ojos, pero
odiaba que se lo cortaran, así que simplemente nos dimos por vencidos. Quizás
eventualmente se cansaría de que sea tan largo.
—Prepararé la cena —dijo Aurora mientras se dirigía a la parte trasera de la
caravana. Cuando nació nuestro hijo, hace cuatro años, nos preguntamos cómo nos
las arreglaríamos para seguir compitiendo. Dinara había hecho una pausa durante un
año y se limitó a apoyarme, pero luego lo había extrañado demasiado. Las carreras
estándar no fueron un gran problema. La amiga de Dinara y ex chica de boxes, Kate,
podía vigilar a Roman durante ese tiempo, pero el circuito de siete días era un
problema mayor. Afortunadamente, Aurora, la hija de Fabiano y Leona, estaba
fascinada con las carreras y quería ganar dinero adicional rápido, de modo que hacía
de niñera durante unas semanas durante las vacaciones de verano. Este era el
segundo año que nos ayudaba después de rogarle a su padre durante más de un año
que le permitiera este trabajo. Tuve que jurarle que la protegería con mi vida, lo que
de todos modos habría hecho. Fabiano era como de la familia, y también Aurora.
Prendí una fogata pequeña frente a la casa rodante. Dinara y yo nos hundimos
frente a ella con Roman entre nosotros. Se había quedado dormido al momento en
que se reunió con nosotros. No es de extrañar teniendo en cuenta que eran las cuatro
de la mañana. Su rutina de siesta y sueño siempre se estropeaba durante esta semana.
Aurora nos llevó el desayuno. Papas fritas, tocino y huevos estrellados. Bostezó y
nos dio una sonrisa avergonzada.
—Vete a dormir —la instó Dinara. Ella también lucía agotada. Yo estaba más
allá de ese punto. Mi cabeza se sentía como si estuviera llena de algodón de azúcar.
Aurora desapareció en la caravana con una despedida y al cabo de unos
minutos se apagaron las luces.
—Ojalá pudiéramos dormir en nuestra cama —murmuró Dinara.
—Sí. —Acaricié los rizos rebeldes de Roman. Elegimos su nombre porque
funcionaba en Rusia e Italia, de modo que no ofendíamos a ninguna de nuestras
familias—. Pero las reglas son las reglas.
Dinara puso los ojos en blanco.
—Lo entiendo. Todos tenemos que dormir incómodos para tener las mismas
condiciones. —Quince minutos después, los tres nos acurrucamos en nuestra tienda
compartida. Roman no se había despertado. Lo admiraba por su capacidad para
quedarse dormido en un abrir y cerrar de ojos, y seguir durmiendo sin importar lo
que sucediera a su alrededor. Dinara y yo nos quedamos dormidos, con él entre
nosotros. Esto se había convertido en una tradición para nosotros. Uno de nosotros
siempre cedía y conducía un poco más lento de modo que el otro pudiera ponerse al
día y pudiéramos pasar tiempo en familia por las noches. Dinara y yo éramos
competitivos, pero en realidad no corríamos para ganar. Corríamos porque era
nuestra vida.
La respiración de Dinara se estabilizó. Se había quedado dormida con la
barbilla apoyada en la cabeza de Roman y una expresión pacífica en su rostro. Tener
a Roman de hecho nos había convertido en nuestra propia pequeña familia. Nos
había preocupado si sería un problema mantener nuestra vida nómada con un niño,
pero Roman nunca había conocido otra forma de vida. Le encantaba ser adulado por
todas las chicas de los boxes y montar en todos los autos de carreras geniales. Y
desde que lo teníamos, mis hermanos y sus familias visitaban el campamento
ocasionalmente, incluso si Dinara y yo intentábamos visitarlos con la frecuencia que
permitía nuestro apretado programa de carreras.
A última hora de la mañana siguiente, durante nuestro segundo desayuno,
Aurora, Roman, Dinara y yo nos sentamos juntos alrededor de la mesa de la cocina
en la casa rodante y comimos el khachapuri que Dinara había hecho.
—Mi padre compró una cabaña nueva cerca de Aspen, una más grande —dijo
Dinara mientras revisaba sus mensajes en su teléfono celular. Nuestro principal
contacto con nuestras familias durante la temporada era por teléfono. Dinara veía a
su padre y a sus medios hermanos con menos frecuencia que a mi familia. Y su
contacto con Dima se limitó por completo a ocasionales mensajes de texto. Me
mostró la pantalla con varias fotos de una espléndida cabaña de madera.
—La última ya era demasiado grande para nosotros. Le dijiste que no
agregaremos más niños a nuestra familia, ¿verdad?
—Lo hice, pero creo que prefiere ignorarlo. Una vez que Jurij y Artur
comiencen a darles nietos, estaremos libres de responsabilidades.
—Eso puede llevar una década.
—Podríamos celebrar todos juntos con tanto espacio. Una gran Navidad
Falcone-Mikhailov —bromeé. La Bratva y la Camorra aún apenas se toleraban entre
sí. No había cooperación alguna. El matrimonio de Dinara conmigo no había
cambiado eso, no es que hubiéramos anunciado nuestra unión. No queríamos crear
problemas en Chicago. Durante la última década, habíamos establecido una rutina.
Celebrábamos la Navidad con mi familia en diciembre y luego volvíamos a celebrar
con la familia de Dinara. Como su padre no quería que pusiera un pie en Chicago,
había comprado una cabaña en Aspen donde podíamos celebrar juntos y disfrutar de
unas vacaciones de esquí y snowboard. Era un compromiso que funcionaba bien y
Roman estaba extasiado por recibir regalos dos veces.
—Creo que es genial que celebres la Navidad dos veces —dijo Aurora—.
¿Qué dices, Roman?
—¡Sí! —Asintió con entusiasmo.
Dinara y yo intercambiamos una mirada divertida. Ella tomó mi mano debajo
de la mesa, presionando nuestros tatuajes juntos.

Roman aplaudió con entusiasmo a medida que observaba la ceremonia de


premiación. Aurora había tenido que sujetarle la mano con fuerza para evitar que
corriera.
Solo era la segunda vez que conseguía ganar el circuito de siete días. En el
pasado, mis descansos constantes para orinar habían destruido cualquier posibilidad
de ganar, sin mencionar que Adamo y yo nos esperábamos a menudo entre sí en los
primeros días para pasar la noche juntos.
Cuando pisé la tribuna del ganador, Roman aplaudió aún más fuerte,
sonriendo radiantemente.
Adamo se subió a la tribuna junto a mí. Había terminado en tercera posición.
Le di una mirada tímida. Hasta ahora seguía a la cabeza en lo que respecta a
victorias totales, pero tenía toda la intención de alcanzarlo eventualmente.
Después de la ceremonia, Roman corrió hacia nosotros y se arrojó a mis
brazos. Lo levanté y alzó los brazos por encima de la cabeza, como si él también
hubiera ganado. Adamo me sonrió ampliamente. A pesar de nuestra competitividad,
perder el uno contra el otro nunca dolía, incluso si nos burlábamos sin piedad en los
días siguientes. El ganador siempre tenía el derecho de fanfarronear y el perdedor
prometía retribución.
—Mamá, le ganaste a papá —me recordó Roman, antes de volverse hacia
Adamo para decirle con voz grave—. Papá, lo siento.
Adamo despeinó el cabello rebelde de Roman.
—No te preocupes, amiguito. La próxima vez papá volverá a ganar.
Le envié una mirada que dejó en claro que eso no sucedería.
—¡También quiero correr! —declaró Roman.
—Quizás el año que viene —dijo Adamo con un guiño.
Sobre mi cadáver. Esta era una de las ocasiones en las que deseaba que
Adamo y yo no le hubiéramos pasado nuestra imprudencia. Adamo siempre
bromeaba sobre que estaba siendo sobreprotectora, y tenía razón, pero no podía
evitarlo.
Bajamos la tribuna juntos y acepté las felicitaciones de mis compañeros de
carrera y de muchas chicas de los boxes. Curiosamente, estas chicas se habían vuelto
mucho más amables conmigo desde que di a luz, probablemente porque ya no me
veían como una competencia ahora que era mamá. No es que alguna vez hubiera
competido con ellas por su presa: los corredores solteros. Solo había tenido ojos para
Adamo desde el principio.
Aún usaba pantalones cortos de mezclilla y blusas cortas, incluso si tuve que
quitarme el piercing del ombligo por una infección durante el embarazo. Ahora
llevaba el diminuto huevo de Fabergé como colgante alrededor de mi cuello. De
hecho, Adamo había tenido la idea y me regaló el collar poco después de que diera a
luz a Roman.
—Me muero de hambre —dije mientras seguía a Adamo, quien abrió un
camino entre la multitud bulliciosa, que ya estaba preparando todo para la gran fiesta
que siempre seguía al circuito de siete días.
Una hora después, Adamo, Aurora, Roman y yo estábamos en plena
celebración. Una fogata rugía hacia el cielo y nos arrasaba con calor. Sostenía la
mano de Roman con fuerza a medida que tiraba para acercarse a las llamas furiosas.
—A alguien le gustaba demasiado el acelerante de fuego —reflexionó Aurora
mientras tomaba un sorbo de su Coca-Cola. Si bien Adamo y yo no éramos estrictos
con las reglas, le habíamos dado nuestra palabra a Fabiano de que vigilaríamos a su
hija de cerca, de modo que no le permitíamos beber alcohol.
Un par de corredores habían echado un vistazo a Aurora cuando apareció por
primera vez en el campamento, pero una mirada de Adamo y un recordatorio sutil de
mi parte en cuanto a su padre siendo el Ejecutor de la Camorra detuvieron cualquier
interés que la población masculina del campamento podría haber tenido en ella.
Roman tiró aún más fuerte de mi brazo y señaló las llamas con su mano libre.
—¡Quiero ver el fuego!
—Puedes verlo desde aquí —dije, después me volví hacia Adamo—. Ojalá
fuera menos imprudente.
Adamo rio entre dientes y envolvió un brazo alrededor de mis hombros.
—¿En serio pensaste que un niño nuestro sería cauteloso?
Aurora escondió una sonrisa detrás de su lata de Coca-Cola. Un momento
después se unió a la multitud bailando. Había tomado prestado uno de mis crop tops
y lo había combinado con jeans holgados y zapatillas blancas cubiertas con dibujos
con rotulador permanente, luciendo como si perteneciera aquí y no a una escuela
secundaria de élite. La mirada vigilante de Adamo la siguió brevemente, pero
cuando vio que estaba rodeada de chicas de los boxes y que los chicos mantenían
una distancia respetuosa, volvió a mirarme a los ojos.
La frustración de Roman aumentó a medida que lo retenía en su lugar. Sus
ojos oscuros me enviaron una mirada de reproche, como si no pudiera creer que me
atreviera a restringir su deseo de libertad con tanta vergüenza. Adamo lo levantó por
encima de su cabeza y lo colocó sobre sus hombros. Usé mi mano ahora libre para
tomar una cerveza de la mesa de bebidas y tomé un sorbo a medida que Adamo
comenzaba a mecerse con la música, acercándose al fuego, para el deleite de
Roman. Su risa emocionada me hizo sonreír y los seguí, mi cuerpo perdiéndose al
ritmo rápido de la música.
Adamo y yo celebramos así durante dos horas antes de despedirnos poco
antes de la medianoche con un Roman dormido. Colgaba flácido sobre el hombro de
Adamo, con la boca abierta por el sueño.
Nuestros días de fiesta hasta las primeras horas de la mañana donde
tropezábamos hacia nuestra tienda en medio de una neblina ebria habían terminado
desde que quedé embarazada de Roman. Ahora dos cervezas ya creaban un zumbido
en mi cuerpo que solo media botella de vodka había hecho en el pasado. Aurora nos
siguió ya que no le permitíamos ir de fiesta sola.
—¿Puedes prepararlo para ir a la cama? —pregunté—. Nos gustaría ver las
estrellas por un rato. —Aurora sonrió afirmativamente antes de quitarnos a Roman y
entrar en la casa rodante.
Adamo deslizó su palma alrededor de mi estómago desnudo.
—Ver las estrellas, ¿eh? —Su voz baja y el beso que plantó en mi cuello
enviaron un escalofrío agradable por mi espalda. Eché un vistazo a la casa rodante,
pero la puerta estaba cerrada y Aurora no estaba cerca de las ventanas.
—Es una noche hermosa —dije encogiéndome de hombros, asintiendo hacia
el cielo.
—Así es —respondió Adamo mientras me arrastraba hacia nuestros autos
estacionados—. ¿Qué tal si hacemos un pequeño paseo a un lugar más apartado para
ver las estrellas?
Lo empujé sonriendo, y me deslicé en el asiento del conductor.
—El ganador conduce.
Adamo levantó las manos, con las palmas hacia mí.
—De acuerdo. —Como siempre, ver su llave tatuada conmovió mi corazón.
Después de unos minutos conduciendo, las luces de las celebraciones ya no
fueron visibles. Estacioné el auto a la izquierda de la carretera y apagué las luces,
bañándonos en la oscuridad.
Respiró profundo, bajando a la noche fría. Me encantaba vivir en un
campamento, el caos y el ruido. Amaba a Roman, su terquedad e imprudencia. Pero
también me encantaban estas pequeñas porciones de tiempo a solas que Adamo y yo
teníamos para nosotros mismos. Salté sobre el capó de mi auto y Adamo empujó
entre mis piernas casi de inmediato, colocando sus brazos alrededor de mi cintura y
atrayéndome contra su cuerpo. Su erección se presionó contra mi entrepierna,
haciéndome gemir. No habíamos tenido la energía para dormir juntos en los últimos
siete días, pero la emoción de ganar había despertado mi libido.
—Te mereces un premio por ganar —murmuró Adamo—. Recuéstate.
Me bajé sobre el capó aún caliente. Los labios y lengua de Adamo trazaron
mi vientre mientras sus dedos abrían mis pantalones y los deslizaban hacia abajo.
Mirando hacia el cielo, hacia la miríada de estrellas resplandeciendo
maravillosamente contra su lienzo negro, mis labios se separaron en un gemido bajo
cuando la boca de Adamo encontró mi centro. Luché contra el impulso de cerrar los
ojos a medida que el placer aumentaba mucho más, apretando un nudo en lo
profundo de mi núcleo. Me corrí con un grito, las estrellas en el cielo mezclándose
con las luces estallando ante mis ojos mientras las sensaciones me abrumaban.
Pronto Adamo envolvió sus brazos alrededor de mí una vez más,
atrayéndome contra él, y entonces, hicimos el amor. Las estrellas se volvieron
insignificantes cuando nuestras miradas se cruzaron. No miramos a ningún lado
excepto el uno al otro hasta que llegamos y nos quedamos agotados sobre el capó,
envueltos el uno en el otro, con mi pierna sobre la cadera de Adamo.
—¿Cuánto tiempo crees que continuaremos viviendo esta vida nómada? —
pregunté sin aliento.
Adamo besó mi mano y luego mi mejilla.
—Hasta que seamos viejos y canosos, o viejos y calvos en mi caso.
—Tienes bastante cabello. No vas a quedarte calvo.
Adamo rio entre dientes.
—Esa es tu principal preocupación.
Le di un codazo fuerte.
—¿Crees que aún podremos correr carreras cuando tengamos ochenta? Dudo
que ganemos ni una sola carrera de clasificación.
—¿Quieres establecerte en un suburbio bonito?
—Sí, claro —respondí sarcásticamente, luego bostecé. Había sido un día
largo, pero estar acostada en los brazos de Adamo bajo el cielo nocturno,
escuchando el zumbido suave del viento y el chirrido ocasional de un grillo era
demasiado bueno para cambiarlo por el sueño.
—Vamos a tomarlo un día a la vez. Eso siempre funcionó muy bien para
nosotros, ¿no crees?
—Funcionó perfectamente —contesté—. Aún no puedo creer que estemos
aquí, casados y con un hijo, sin una guerra entre nuestras familias a nuestras
espaldas. Tal vez sea la forma del karma de compensar el show de mierda que fue
mi infancia.
—Tal vez —murmuró Adamo—. O tal vez simplemente luchaste por tu
felicidad, como lo hice yo.
—Estoy feliz —dije, a veces aún era difícil de creer—. Cuando era
adolescente, siempre pensé que terminaría como una deprimida solterona fumadora
empedernida de treinta y tantos años con problemas con la bebida que moriría de
cáncer de pulmón o cirrosis hepática.
Adamo se echó a reír.
—Nuestros yo adolescentes emo habrían tenido un día de campo juntos.
Pensé que moriría de una sobredosis o porque Remo me mataría.
—Creo que es bueno que no nos cruzáramos durante ese tiempo.
—Solo me alegro que nos conociéramos. No puedo imaginar mi vida sin ti en
ella.
Acerqué mi rostro aún más al suyo.
—Cada día desde que has estado en mi vida ha sido mejor que cualquier día
antes de conocernos.
Lo besé y él me acercó aún más hasta que apenas podía respirar, pero me
aferré a él.
—No habrá otro día sin ti en mi vida.
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra Chronicles
y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexy.
Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue una autora publicada
tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como con
el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando despierta con
libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina platos muy picantes
de todo el mundo.
A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a leyes
cualquier día.

Born in Blood Mafia Chronicles: The Camorra Chronicles:


1. Luca Vitiello 1. Twisted Loyalties
2. Bound by Honor 2. Twisted Emotions
3. Bound by Duty 3. Twisted Pride
4. Bound by Hatred 4. Twisted Bonds
5. Bound by Temptation 5. Twisted Hearts
6. Bound by Vengeance 6. Twisted Cravings
7. Bound by Love
8. Bound by the Past
Otros:
9. Bound by Blood
1. Sweet Temptation
2. The Dirty Bargain
3. Forbidden Delights
7. Fragile Longing

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