Está en la página 1de 427

NOTA

Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad.

Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que


suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias
historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.

Algunas autoras ya han descubierto los foros que traducen sus libros
ya que algunos lectores los suben al Wattpad, y piden en sus páginas
de Facebook y grupos de fans las direcciones de los blogs de descarga,
grupos y foros.

¡No subas nuestras traducciones a Wattpad!

Es un gran problema que están enfrentando y contra el que luchan


todos los foros de traducción. Más libros saldrán si no se invierte
tiempo en este problema. Igualmente por favor, no subas capturas de
los PDF a las redes sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus
páginas a pedir la traducción de un libro cuando ninguna editorial lo ha
hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus libros, ni subas
capturas de las portadas de la traducción, recuerda que estas tienen el
logo del foro o del grupo que hizo la traducción.

No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedaras sin

Wattpad, sin foros de traducción y sin sitios de descarga!


STAFF
SINOPSIS
Como hermano menor del famoso clan Falcone, Adamo creció
rodeado de sangre y violencia. Las drogas pronto se convirtieron en
su forma de afrontar la situación.

Convertirse en un Made Man como sus hermanos era su destino,


pero nunca su pasión. Cuando se convierte en el organizador de las
exitosas carreras callejeras e ilegales de su familia. Él como uno de
los conductores que buscan la adrenalina, finalmente encuentra su
propio camino en el duro mundo de la mafia.

Su propósito no es lo único que Adamo descubre en las carreteras


empapadas de combustible que llama hogar...

Dinara Mikhailov es la única piloto femenina de carreras y es difícil


de ignorar. No sólo por su flamante pelo rojo y su implacable estilo
de conducción, sino también porque a la princesa de La Bratva se
le permite conducir en territorio enemigo.

Pronto Adamo y ella se encuentran enredados en un juego


apasionado que va más allá de la pista de carreras. Sin embargo,
ambos perseguidos por acontecimientos del pasado, sus oscuras
ansias lo ponen todo en juego.

Lo que más ansían tiene un precio brutal.


ÍNDICE
Prólogo Capítulo 15

Capítulo 1 Capítulo 16

Capítulo 2 Capítulo 17

Capítulo 3 Capítulo 18

Capítulo 4 Capítulo 19

Capítulo 5 Capítulo 20

Capítulo 6 Capítulo 21

Capítulo 7 Capítulo 22

Capítulo 8 Capítulo 23

Capítulo 9 Capítulo 24

Capítulo 10 Capítulo 25

Capítulo 11 Capítulo 26

Capítulo 12 Epílogo

Capítulo 13 Sobre el autor

Capítulo 14
PRÓLOGO

La sangre cubre sus labios, una mancha de color contra su piel


pálida. Incluso el rojo en llamas de su cabello palidece en
comparación. Ella yace inmóvil en el suelo de piedra fría, sus
amplios ojos dirigidos al techo, pero sin ver lo que yace delante de
ella. Se me cae el cuchillo. Aterriza con un ruido sordo, sangre
salpicando a su alrededor. Por un segundo una parte de mi cara
está reflejada en el único punto limpio de la hoja afilada. Por
primera vez en mi vida, comprendo el miedo que la gente alberga
cuando escuchan nuestro apellido. Falcone. Hoy mi expresión
justifica su terror. El derramamiento de sangre estaba en mis
genes. Toda mi vida, había luchado contra este deseo en lo profundo
de mis venas, lo había atenuado con drogas y alcohol, pero su
llamado siempre había estado presente, un trasfondo en mi cuerpo
que amenazaba con tirar de mí. No lo había dejado. En cambio, me
había lanzado de cabeza a su profundidad, había seguido la
corriente a la parte más oscura de mi alma. Durante tanto tiempo,
este día había sido mi mayor pesadilla, un miedo sin medida. Pero
mierda, hoy se siente como un renacimiento, como un regreso a
casa a mi verdadero yo. Mis palmas están pegajosas con su sangre
y se sienten perfectas. Ninguna carrera callejera podría competir
con la emoción, el máximo absoluto de una muerte, y aún menos
con la fiebre del poder de la tortura. Negar la propia naturaleza era
vivir una mentira. Sólo las drogas en todas las figuras y formas lo
habían hecho posible en el pasado. Nada más.

La gente finalmente tenía una razón para el apodo que nos dieron
a mis hermanos y a mí. Los monstruos de Las Vegas. Mi lado
monstruoso había salido a jugar, pero el juego acababa de
comenzar.
1

El sol arde sobre la tierra seca, haciendo que el aire centelle,


distorsionando las formas de casi dos docenas de coches de
carreras alineados en la parada de la carretera abandonada. Era
sólo finales de abril, pero no muy lejos del Valle de la Muerte, las
temperaturas ya alcanzaban alturas insoportables por la tarde.
Apago el motor de mi Corvette C8 amarillo y salgo. El sudor casi
instantáneamente aparece, haciendo que mi camiseta blanca se
pegue a mi piel. Estaba familiarizado con las olas de calor, después
de haber crecido en Las Vegas, pero el aire inexistente en esta parte
del país todavía a menudo me deja sin aliento. El calor causa
estragos en los coches de carreras y en los pilotos, esa es la razón
por la cual elegimos el área para nuestras calificaciones.

Muchos rostros conocidos asienten hacia mí a través de las


ventanas de sus autos, quedándose en el refugio fresco que el
interior de sus vehículos les proporciona. Algunos de ellos nunca
llegaron más lejos de las calificaciones, pero otros mostraron un
talento serio. Mis pasos flaquean brevemente, mi mirada
mágicamente se dirige a una mancha de rojo en llamas. Por un
momento estoy seguro que es una fata morgana 1. Pero, poco a poco,
va tomando forma la mancha roja.

1 El efecto Fata Morgana, recibe su nombre del italiano fata Morgana (es decir: hada
Morgana), en referencia a la hermanastra del Rey Arturo (Morgan le Fay) que, según la
leyenda, era un hada cambiante. Es un espejismo o ilusión óptica que se debe a una
inversión de temperatura.
Una larga melena de cabello rojo enmarcando una cara pálida. Sus
labios rojos, el color de la sangre seca, se curvan en una sonrisa
alrededor del cigarrillo colgando de su boca. La sonrisa no es
coqueta ni particularmente amistosa.

El desafío yace en sus ojos. Es demasiado pronto para las chicas


pit2 y las groupies3, la mayoría aparecen en las carreras finales o
andan alrededor de los ganadores de las carreras de clasificación
después de la línea de meta, incluso si no fuera así, habría sabido
que no era una de esas chicas.

La forma en que se posa en el capó de un Toyota Supra verde neón


me dice que es su auto y que corre hoy. Las mujeres rara vez pasan
a la final. Mi hermano Remo piensa que carecen de crueldad y
ambición, pero probablemente sólo son más sensatas que nosotros
los hombres. Con esta chica, tengo la sensación que nos puede
sorprender.

Arrastro mis ojos lejos de la pelirroja para fijarlos en la estación de


gasolina.

Un generador se desploma junto a la tienda en mal estado,


alimentando una pequeña unidad de aire acondicionado dentro del
edificio decrépito. Entro en nuestra sede improvisada, donde Crank
ya está revisando las hojas de registro amontonándose en el
escritorio. El calor es marginalmente más soportable en el interior,
pero la pequeña unidad de aire acondicionado no tiene una
oportunidad contra los casi cuarenta y ocho grados que nos
abruman. La ventana rota de la estación de gasolina tampoco
ayuda.

2
Chica modelo que participa en competiciones de motor con el fin de promocionar algún
producto y de acompañar a alguno de los equipos participantes.
3 Groupies: alude a los seguidores de cantantes, grupos musicales, deportistas u otros

personajes populares que viajan de una ciudad a otra siguiendo sus conciertos,
competiciones, etc.
—¿Alguien nuevo? —le pregunto, estrechando la mano extendida
de Crank. Sé de al menos una, y tengo mucha curiosidad sobre ella.

—Tres —dice Crank—. Una chica y su hermano. Además, otro tipo


con un gran ego.

—¿No puede ser peor que nuestro ego maníaco favorito? —Las
carreras eran un imán para un cierto tipo de persona, pero algunos
mostraban una cantidad excesiva de egocentrismo.

—No estoy seguro todavía, pero está cerca.

Alcanzo las hojas de información que Crank ha conseguido sobre


los novatos.

Estrecho los ojos mientras leo lo que Crank ha encontrado de la


chica y del tipo que la acompaña, su supuesto hermano. Nada. No
hay arrestos. Limpios con nombres genéricos. —Esto apesta —
murmuro. Mary, ¿en serio? Esta chica no es una Mary. La única
manera en que una Mary se relacione con ella es probablemente un
vaso de Bloody Mary.

Crank asiente. —Nombres falsos, definitivamente. Ese tipo tiene un


leve acento. El Este de Europa o algo así.

El Este de Europa. La única vez que me ocupé de los europeos del


Este, eran tipos Bratva tratando de meterse con los negocios o
matarme. Sin embargo, las carreras no eran su principal objetivo.
Después de todo, las drogas y la prostitución son áreas de negocio
más exitosas.

Voy en busca de “John” y “Mary”.


La carrera de clasificación comenzará en una hora. Si esta chica y
su compañero traen problemas, quiero saberlo de antemano y me
aseguraré que se mantengan jodidamente lejos, a menos que fuera
el tipo divertido de problemas. La pelirroja todavía se apoya en el
capó de su auto, fumando. El cigarrillo se ha reducido a una
pequeña colilla. Dado el rojo de sus labios, habría esperado que
sus uñas fueran del mismo color, pero las suyas son cortas y están
pintadas de un color oscuro, casi negro.

El tipo que está a su lado con corte militar pisa su cigarrillo


mientras aterriza ante sus botas. Tengo la sensación que es su
dinámica habitual. Me dirijo hacia ellos. “John” le dice algo a “Mary”
pero ella sólo me sonríe. Sus ojos no demuestran nerviosismo
cuando me detengo frente a ellos. Enciende otro cigarrillo. Tal vez
esto es un pequeño signo de nerviosismo, pero es difícil decirlo con
esta chica. Por lo general, el tatuaje de Camorra en mi antebrazo
hace que la mayoría de la gente se cague en los pantalones, incluso
algunas de las personas que me conocen bien, y ni siquiera se
registraron con nombres falsos en mis carreras.

—Mary, John —digo con una sonrisa dura.

El tipo asiente.

La chica toma otra calada profunda antes de aplastarlo bajo una


pesada bota de cuero negro.

—Qué nombres tan bonitos...

—En realidad, es Dinara.

El falso John le lanza una mirada de advertencia. —Mary, ¿qué…

Sus palabras tienen un cierto toque que demuestra que el inglés no


es su lengua materna. —Danos un momento, Dima. —Él no me
quita los ojos de encima. Dima me mira con dureza, prometiéndome
retribución, y algo en sus ojos azules deja claro que no es ajeno en
el acto de causar dolor a otros, al igual que yo.

—¿Dinara?

Me da una sonrisa apretada. —Mikhailov. Dinara Mikhailov.

Dice el nombre como si significara algo, o debería significar algo


para mí. No estoy acostumbrado a involucrarme demasiado en
todas las áreas de negocio de la Camorra. Organizar y conducir las
carreras es un trabajo de tiempo completo.

—Suena ruso. —Y no sólo eso, era el nombre del maldito Pakhan


en Chicago, la realeza Bratva. Mikhailov era un nombre común en
Rusia, así que esto no significaba nada.

—Lo es.

—¿Por qué los nombres falsos si renuncias a ellos en la primera


oportunidad que tienes?

Se encoge de hombros. —Dima insistió, y llamó tu atención.

Como si hubiera necesitado nombres falsos para eso. Esta chica es


difícil de ignorar.

—Un nombre ruso habría tenido el mismo efecto.

Su sonrisa de dientes blancos se ensancha contra el rojo delicioso


de sus labios. —¿No te gustan los rusos?

Camino alrededor de su auto, echando un vistazo más de cerca al


trabajo de pintura. Viper, está escrito a través de la puerta del
pasajero y una serpiente rizada a lo largo del lado del capó. —Sólo
un cierto tipo de ruso.

Nunca me quita los ojos de encima. No sabría decir si se debe a la


preocupación que le haga algo a su auto, o porque tiene problemas
de confianza en general. Probablemente las dos cosas. —¿Y qué
clase de ruso sería?

Me detengo a su lado y me inclino contra el capó de su coche, una


provocación abierta. No tocar el auto de otro sin permiso y
definitivamente no usarlo como silla. —¿Quieres correr?

Ella sonríe. —Piensas rápido.

Sofoco una sonrisa. Me gusta su descaro. —Esto requiere coraje.


Pocas chicas han logrado llegar a la carrera final. Es un juego difícil.
La gente se lastima. La gente muere.

Se levanta del capó, viéndose más alta que yo. Un parpadeo de ira
yace en sus ojos. —No soy como otras chicas.

—No tengo dudas. —Me pongo de pie, imponiéndome de nuevo


sobre ella. Este es mi territorio y todos siguen mis reglas, incluso
esta chica tendría que aprenderlo—. Buena suerte con la carrera de
clasificación. No te mates.

—Soy difícil de matar.

Asiento con una sonrisa hacia Dima, que no nos ha dejado fuera de
su vista por un segundo, me dirijo de vuelta a Crank en la estación
de gasolina. Se ha deshecho de su camiseta, revelando su espalda
marcada y desnuda. Desde un accidente automovilístico el año
pasado, las heridas de quemaduras enmarcan la espalda y el brazo
izquierdo.
—¿Y? —pregunta, mirando hacia arriba desde una de las
computadoras portátiles. El Wi-Fi puede ser irregular, pero
tratamos de realizar un seguimiento de las apuestas entrantes.
Nino y un par de contadores manejan la mayor parte de las
apuestas, pero si las cosas se ponen demasiado lentas, a veces
tenemos que hacer las carreras un poco más difíciles para
aumentar la emoción.

—Como sospechamos. No son sus nombres reales.

Crank hace una mueca y recoge sus registros. —Entonces, ¿qué


quieres hacer? ¿Echarlos con una advertencia? ¿O...?

—Tendré que llamar a Remo. Tal vez él sabe lo que está pasando.

—Sólo faltan cuarenta y cinco minutos para la carrera.

—No tomará mucho tiempo. Remo odia las conversaciones.

Doy una mirada por la ventana. Dinara también me observa. Si está


involucrada con la Bratva, está jugando un juego peligroso. Los días
de nuestra tregua habían transcurrido. Si es una espía o quiere
manipular las carreras, tendré que enfrentarme a Dima y a ella. La
idea no me gusta, pero los tiempos en los que los reparos me
impedían hacer lo necesario ya han pasado.
Había hecho mi investigación sobre Adamo Falcone. Cualquier otra
cosa habría sido tonta. Pero aun así él me sorprendió. Las fotos que
había encontrado de él en la Dark net4 lo habían hecho parecer más
joven, más bronceado, con su cabello rebelde, ligeramente rizado y
la barba recortada. Como los surfistas que había visto durante unas
vacaciones en Portugal. Esperaba un mocoso mimado que lanzará
su apellido como una granada, tratando de impresionar, y con un
apellido como Falcone habría tenido un éxito seguro.

Había conocido a hombres de este tipo antes, muchos, pero podía


decir que él no era uno de ellos. Había visto un par de videos de él
en la jaula. No había muchos, pero había tenido problemas para
vincular esas peleas brutales con las fotos de sonrisa de niño
bronceado en la Dark net. Ahora lo entiendo. Algo oscuro acechaba
detrás de esos ojos marrones. Tengo la sensación que puede pasar
de la brutalidad fácil a la brutalidad despiadada en un segundo. Un
Falcone después de todo. Su reputación llega mucho más allá de
sus fronteras. El miedo no es mi fuerte, así que nunca entendí la
reverencia en las voces de tanta gente cuando hablaban de los
monstruos de Las Vegas.

No dudo que lleva el apellido Falcone como un arma si fuera


necesario, pero parece lo suficientemente seguro como para
controlar a los corredores con su propia personalidad. Lo veo
regresar a la estación de gasolina en mal estado. Un par de chicas

4
Dark net o darknet es una red superpuesta dentro de Internet a la que solo se puede
acceder con software, configuraciones o autorización específicos, y a menudo, utiliza un
protocolo de comunicación personalizado único.
pit que se han reunido a la sombra del techo lo siguen con sus ojos
hambrientos. Un nombre poderoso, dinero y el aura de un chico
malo con el hecho indiscutible que Adamo, tiene un cuerpo que
pocas chicas descartarían. Las atrae como una polilla a la llama.
Su camisa sudorosa se aferra a su pecho, revelando las líneas de
los músculos y un impresionante abdomen marcado, y su trasero
en los jeans azul oscuro tampoco está mal.

Sabía que ahora él llamaría a Las Vegas, pidiendo más


instrucciones. Adamo puede ser el organizador de las carreras, pero
su hermano mayor y Capo Remo Falcone es un fenómeno del
control y vigila todo. Que dos rusos aparecieran en su territorio
definitivamente requiere una conversación familiar. Se me acelera
el pulso al pensar en Remo, pero oculto mi ansiedad. Esto no es un
sprint5, es una competencia.

Dima me acecha. —Esto es malo. Lo sabes, ¿verdad? —susurra en


ruso.

—Ya veremos —le contesto, sin molestarme en bajar la voz. Pronto


todo el mundo se dará cuenta que somos rusos, ¿por qué tratar de
ocultarlo?

—Deberíamos llamar a tu padre en caso que las cosas vayan mal.


No puedo protegerte solo.

—No —digo—. Recuerda tu promesa, Dima.

—Lo hago. Y el primer juramento que hice fue protegerte.

—Estaremos bien. —No siento la misma cantidad de confianza que


mi voz transmite. Adamo no había sido demasiado hostil, y de tenía
la sensación que Remo no me haría daño. No estaba completamente

5
Sprints (Carreras Cortas) Los Sprints son carreras cortas que ocurren en los eventos
de atletismo, pista y campo.
convencida la seguridad de Dima, pero cada intento de hacerlo huir
de mi lado había sido inútil. Sin embargo, la tortura o la muerte no
eran mi principal preocupación. No quería que me enviaran lejos.
Necesitaba conocer a Adamo Falcone, hacer que confiara en mí para
que me contara todo lo que quería saber. Pero para que eso
sucediera, tenía que formar parte del circuito de carreras.
2

Remo no contesta su celular, así que llamo a Nino.

—¿Qué pasa? Nunca llamas poco antes de una carrera a menos que
sea urgente.

Por supuesto, Nino ya se había adelantado. —Es urgente. Tal vez


tengamos un problema aquí. Dos nuevos corredores. Identificación
falsa. Dima Antonov y Dinara…

—Mikhailov.

Estaba acostumbrado a que Nino lo supiera todo, así que no me


sorprendió demasiado. —¿La conoces?

Nino guarda silencio durante casi un minuto, lo que significa que


esto es realmente malo. —Habla con Remo. Él puede decirte más.

—Si él sabe, tú sabes. ¿De qué se trata el gran secreto?

—Dinara y Remo tienen historia.

—Historia, ¿qué mierda se supone que significa eso? —Dinara es


más joven que yo, como mucho de mi edad, así que la historia no
puede significar que se la ha follado, porque ése había sido
prácticamente su único interés en la especie femenina antes de
encontrar a su esposa Serafina.

—Habla con Remo.

—¿No está por ahí? ¿Por qué no le entregas el celular?

—Dame un segundo. Está en la jaula con Nevio. —Mi sobrino tiene


sólo seis años, casi siete, pero Remo y él, a menudo entrenan en la
jaula, principalmente para controlar los arrebatos de Nevio y su
hiperactividad.

Suena un susurro, luego la línea se queda en silencio. Espero


impacientemente. Solía molestarme mucho que mis hermanos
mayores me guardaran secretos, pero ahora aún más. Remo y Nino
han pasado por mucho juntos. Comparten muchos secretos de los
que nunca estaré al tanto. Otro susurro en la línea, luego la voz
profunda y sin aliento de Remo. —Adamo, ¿quieres hablar?

Dudo que Nino no lo haya puesto al corriente de lo que quiero


hablar, pero a estas alturas ya conozco los juegos de Remo. Me
apoyo en la pared, mis ojos siguen a la pelirroja a través de la
ventana rota. Hoy se han incorporado al circuito dos corredores
rusos. Dima Antonov y Dinara Mikhailov. Me pregunto si es una
coincidencia que Dinara comparta el mismo apellido con el Pakhan
de la Bratva de Chicago.

Sus ojos se encuentran brevemente con los míos y de nuevo esa


sonrisa desafiante me golpea, como si supiera lo que estoy haciendo
y con quién estoy hablando. No parece preocupada en absoluto. Eso
la hace muy valiente o muy imprudente. Esto último explicaría por
qué está en carreras callejeras ilegales.

—No, no hay coincidencia. Ella es su hija.


—¿Su hija? —repito con incredulidad, sobre todo porque Remo no
suena sorprendido por la noticia o incluso preocupado. Esperaba
que fuera un pariente lejano. ¿Pero su hija?

Mierda.

—¿Y qué mierda está haciendo ella en nuestro territorio? ¿Jugando


al corredor de coches? No me digas que es toda una coincidencia.

—¿Hablaste con ella?

—Sí, se registró con una identificación falsa. Ella y su amigo ruso.

—Probablemente su guardaespaldas. Dudo que Grigory le permita


caminar sola.

—¿Crees que el Pakhan sabe que su hija está en nuestro territorio?

—Creo que Grigory se asegura de saber sobre el paradero de Dinara


en todo momento.

—¿Qué tal si me dices por qué no tiene miedo de estar en territorio


enemigo? ¿Por qué reveló su nombre sin parpadear?

Remo guarda silencio en el otro extremo. Mientras Nino lo había


hecho para pensar las cosas, Remo probablemente sólo quiere jugar
conmigo.

Pierdo la paciencia. —Nino dijo que tú y ella tenían historia.


¿Historia cómo? Supongo que no te la follaste en algún momento.
No te follas a menores y dudo que le fueras infiel a Fina.

—Cuidado, Adamo.
—Sólo digo la verdad. No tengo tiempo para sacarte cada una de las
respuestas. Tengo una carrera que organizar.

—Entonces hazlo. No veo el problema.

¿No lo hace?

—¿Quieres que la detenga a ella y a ese tipo? ¿Cómo potencial


contra la Bratva?

No habíamos estado en guerra abierta con los rusos en territorio de


el Outfit. No eran nuestra preocupación, pero la Bratva en territorio
de la Camorra definitivamente lo es. Habían atacado nuestros
restaurantes, matado al padre y a la abuela de la esposa de mi
hermano Savio, Gemma. Yo era el menos vengativo de mis
hermanos mayores, pero definitivamente guardaba un enorme
rencor contra la Bratva. Sin mencionar que Remo había declarado
la guerra a Grigory por no ayudarlo cuando El Outfit me secuestró.
Tener una princesa de la Bratva en nuestro territorio,
especialmente participando en nuestras carreras parece una idea
particularmente mala.

Remo guarda silencio por un tiempo. —No, déjala quedarse. No veo


nada malo en dejarla conducir en nuestras carreras.

—¿No ves nada malo? ¿Seguro que Grigory compartirá tu creencia?


—murmuro. Si Dinara resulta herida, o incluso muerta en nuestras
carreras, Grigory levantaría el infierno.

Remo me está ocultando cosas. Otra vez. ¿Todavía piensa que no


puedo manejar la mierda? ¿No he demostrado que ya no soy un
maldito marica desde que regresé de Nueva York? Estos últimos
tres años me han servido de experiencia para hacer todo lo
necesario por las carreras en nuestro territorio y que sean aún más
rentables.
—Estoy seguro que Grigory interferiría si tuviera preocupaciones.

—Eso es lo que me preocupa, y estoy un poco confundido por qué


no lo estás, a menos que no le importe una mierda su hija.

—Oh, le importa una mierda, créeme.

—Sólo detén los malditos juegos y dime qué mierda pasó.

—¿Te acuerdas de Eden?

—¿La puta que trabaja en The Sugar Trap? —Nunca he hablado


con ella, y mucho menos la he tocado, pero mi amiga con beneficios
C.J. la había mencionado un par de veces. Ambas vendían sus
cuerpos por dinero.

—Ella es la madre de Dinara. Huyó de Grigory con Dinara y


finalmente terminó en Las Vegas, pidió ayuda para mantenerse
oculta de Grigory.

—¿Y qué? ¿Hiciste un trato con Grigory y le devolviste a su hija en


bandeja de plata y obligaste a Eden a trabajar como prostituta para
hacerla pagar por secuestrar a su propia hija? Savio una vez
mencionó que Grigory te pidió que hicieras su vida un infierno.

—Siempre piensas lo peor de mí. —Sus palabras son sarcásticas.


Mi relación con Remo ha sido mala por un tiempo, especialmente
en mis primeros años de adolescencia, pero hemos superado ese
punto, incluso si todavía luchamos en ocasiones.

—¿Por qué te ensuciaste las manos? ¿Por qué no dejaste que


Grigory la manejara?
Se ríe oscuramente. —¿Crees que ella habría conocido un destino
más amable en sus manos?

—No, pero me pregunto por qué te encargaste que la castigaran.

—Soy un bastardo sádico y retorcido, ¿recuerdas?

—Maldición, Remo. Eso es mentira y lo sabes.

—¿Así que estás diciendo que no soy sádico y retorcido?

—Lo eres, pero siempre haces las cosas con un propósito.

Remo no dice nada durante mucho tiempo. —No la pierdas de vista.

—¿Crees que está tratando de acercarse a nosotros para


reconciliarse con su madre? ¿Averiguar la verdad sobre su pasado,
el cual no estás compartiendo conmigo?

—Estoy seguro que el pasado es la razón por la que está allí.


Mientras la vigiles y te asegures que no se haga matar, o que te
mate, estamos bien por ahora. Mantenme informado.

Su despido me molesta. Ya estoy acostumbrado a sus palabras


crípticas, pero a veces todavía me ponen de los nervios

—Te mantendré actualizado, Capo.

Remo se ríe. —Será mejor que lo hagas. ¿Cómo va el negocio de las


carreras?

—Muy bien. ¿Nino no te dio un informe con los números? Hemos


estado creciendo estos últimos dos años, especialmente con las
carreras de clasificación ampliadas. Pero no tengo tiempo para
charlar ahora. Necesito decirle a Dinara las buenas noticias.
Cuelgo y mi mirada vuelve a Dinara y Dima. La falta de
preocupación de Remo por su repentina aparición me preocupa. Le
encanta la provocación y la emoción de un conflicto, incluso aún
más ahora que es un hombre casado. Tal vez ve la aparición de la
princesa rusa como una oportunidad perfecta para poner un poco
de acción en nuestra vida. Yo, en cambio, quiero que mi negocio de
carreras siga funcionando sin problemas. Es mi bebé, uno en el que
he invertido mi corazón y mi alma. Necesito averiguar por qué
Dinara y Dima están realmente aquí y si serán un problema. Si lo
son, me aseguraré que abandonen nuestro territorio. Remo puede
encontrar otra forma de hacer su vida más interesante si la tortura
a los enemigos y las peleas de jaula ya no le sirven.

Dinara sigue sobre el capó de su auto, con su cabello rojo ondeando


en la brisa de la tarde. Dima está a su lado con los brazos cruzados,
lanzando miradas sospechosas a los corredores de alrededor. No es
de extrañar, teniendo en cuenta las miradas que le dirigen a Dinara.
Algunas de ellas sólo son divertidas y despectivas, otras para
coquetear o son francamente lascivas.

A lo mejor ellos piensan que sólo es un gran pedazo de culo y que


no tiene ninguna oportunidad en la carrera y que se impresionara
por sus habilidades.

Algunos de estos tipos probablemente incluso piensan que tienen


una oportunidad con ella después.

Dinara se aleja del auto y camina hacia mí, lanzando su cigarrillo


en el camino y pisoteándolo. Fumo de vez en cuando, pero esta
chica es una chimenea en comparación conmigo. La espero,
empujando mi celular de nuevo en mi bolsillo. Ella es
impresionante: con sus pómulos altos, labios regordetes y piernas
largas. El fuego en sus ojos y esa sonrisa segura sombreando sus
labios la hacen parecer una diosa feroz, especialmente con ese pelo
rojo ardiendo bajo el sol que se oculta.

Se detiene frente a mí. —¿Y? ¿Pasamos la inspección? ¿Se nos


permite participar en tu circo de carreras?

Sonrío. —Hoy se te permite participar en la carrera de clasificación.


Si entras en nuestro campo de carreras depende de ti y de tus
habilidades de conducción.

Dinara inclina la cabeza. —No estoy preocupada por mis


habilidades de conducción, Falcone. ¿Y las tuyas? ¿Cuándo fue la
última vez que estuviste en una carrera de clasificación? Sólo
compites en las carreras principales, ¿no?

Tiene una gran boca y una gran valentía, tengo que concedérselo.
La mayoría de la gente, incluso en el campo de las carreras, o bien
besa el suelo que yo piso o intentan apartarse de mi camino por
miedo.

—Formo parte del campamento, porque soy uno de los mejores


pilotos, Dinara. Si me uniera a la carrera de clasificación, eso sólo
significaría que menos pilotos nuevos tendrían la oportunidad de
clasificar. —Los pilotos que participaban en todas las carreras
principales de la temporada forman parte de nuestro campamento
de carrera, que es lo que el nombre promete: campamento donde
todos viviremos los meses de las carreras.

Ella se inclina más cerca, dándome la oportunidad de admirar


realmente el azul-verde de sus ojos, un tono que nunca había visto.
—¿Entonces por qué no te unes a la carrera hoy? Muestra tus
increíbles habilidades de conducción. Vamos a ver lo que tienes,
Falcone.
Normalmente no muerdo el anzuelo con facilidad, pero Dinara me
tiene enganchado. Quiero impresionarla, y quiero saber por qué
está aquí. Cuál es su objetivo. —Muy bien —digo sonriendo—.
Correré hoy, pero no vengas a llorarme después porque tu hermano
no pasó a la siguiente ronda.

—Dima es un niño grande. Puede manejarse solo. No lo subestimes.

—Yo no subestimo a ninguno de ustedes. Pero será mejor que


tampoco me subestimes. Soy un Falcone, ganar esta en mi sangre.

—¿Arrogancia también?

Sonrío. —Creo que tanto tú como yo no carecemos de confianza


cuando se trata de carreras. Ahora detengamos la charla y
demostremos que no somos sólo palabras.

Dinara se pone de puntillas, inclinándose aún más y acercando sus


labios a mi oído. —Sí, hagámoslo, Adamo.

Da un paso atrás y se da la vuelta, alejándose, dándome una visión


perfecta de su culo en sus ajustados pantalones. Me paso una mano
por el cabello. Es un buen culo, pero prefiero menos problemas en
mi vida sexual. Follar con chicas de la cuadrilla o con chicas de las
carreras ha resultado ser una molestia en el pasado, así que he
dejado de reaccionar a los avances. Es mejor que los negocios y el
placer permanezcan separados.

No he participado en una carrera de clasificación desde hace


mucho. Veinticinco pilotos están listos en el campo de carreras y
cinco más podrían clasificarse para ser parte de el, a través de una
carrera de clasificación, pero sólo los corredores con las mejores
posiciones durante todo el año se quedan en el campamento para
la próxima temporada. Siempre he estado entre los mejores
corredores, durante años, así que las calificaciones no han sido
necesarias. Sin embargo, tengo que admitir que siento un tipo
vertiginoso de emoción por volver a ser parte de una calificación. El
ambiente es diferente, menos dominado por el dinero y las
apuestas, es más de espíritu libre.

Sonrío. Esto será divertido.

La cara de Dima brilla con desaprobación. Su humor habitual


últimamente. —Estamos listos para irnos —le digo.

—¿Entonces, tenemos la bendición oficial del clan Falcone? —


se burla en ruso.

—No sé si tenemos su bendición, pero no les importa que corramos.


O más bien a Remo Falcone no le importa, porque es él quien mueve
los hilos.

—Hará que su hermano pequeño nos vigile. Tienen que sospechar


que hay algo más detrás de esto que jugar a los corredores.

—Por supuesto, lo hacen. Estoy segura que Adamo hará todo lo


posible para extraer información de mí.

Dima me estudiaba, ojos grises entrecerrados.

—No dejes que su encanto baje tu guardia.


Me echo a reír. ¿Qué encanto? Sólo porque tú tengas la
personalidad de un chico soleado en vez de ser un pan congelado
no significa que cualquier tipo capaz de sonreír sea un casanova a
la caza.

Dima no sonríe. Golpeo mi hombro contra el suyo. —No te


preocupes. Puedo manejarme.

—Sé que puedes, pero no subestimes a los Falcone, ni siquiera a


los más jóvenes. No lo toman a la ligera si están jugando, y aquí
estamos en su territorio. Grigory enviaría refuerzos, pero no les iría
bien a nuestros hombres.

Ruedo los ojos. —No conjures fantasmas, Dima. No habrá una


razón para la caballería o cualquier otra misión de rescate. —Le
beso la mejilla—. Y te tengo, ¿no?

Suspira. —Sólo ten cuidado. Ya sabes lo que hará tu padre si se


entera de esto. Un día me va a tirar en un barril de aceite.

—Le gustas demasiado, por eso te dará un final rápido —le digo con
una sonrisa retorcida.

Dima suelta una risa aguda. —Me alegro que te parezca divertido.

—Todo estará bien.

—Eventualmente, tendrás que poner el pasado a descansar,


Dinara, o te va a tragar.

—Ya me ha masticado la mitad. La única manera de ponerle fin es


encontrar toda la verdad. Ambos sabemos que mi padre fue
selectivo cuando me contó lo qué pasó.

—Quiere protegerte.
—Él no puede, ni tú tampoco. Nadie puede. Esta es mi lucha.

El rugido de los motores llena el aire. Siempre me ha gustado la


velocidad. La emoción de ello. Dima y yo hemos corrido uno contra
el otro, bicicletas al principio, posteriormente en coches, pero
nunca a nivel profesional, o con tantos competidores.

Adamo detiene su auto junto al mío, mostrándome una sonrisa


confiada.

A diferencia de la mayoría de los otros chicos, él no me mira como


si estuviera delirando por pensar que puedo correr un coche. La
mayoría de las chicas que forman parte del campo de carreras
llevan pantalones cortos calientes y descansan en los capós de los
coches. Su único objetivo es follar con un corredor y mejor aún:
convertirse en su novia oficial.

Una de estas "chica pit" aparece en un podio a la izquierda con una


bandera de salida. Sus pantalones cortos ni siquiera cubren la
parte inferior de sus nalgas, pero tengo que admitir que se ve
caliente.

Dima se detiene en su coche a mi derecha y me lanza una mirada


de advertencia. "No hagas ninguna tontería", dice su expresión.
Pongo los ojos en blanco. Estamos aquí por una razón y nada me
impedirá alcanzar mi objetivo.
Mi atención se desvía hacia mi izquierda, donde Adamo aparca en
su Corvette C8 amarillo. Tiene la ventanilla bajada y su musculoso
brazo descansa despreocupadamente sobre la puerta. Sus ojos se
encuentran con los míos y una de las comisuras de su boca se
levanta. El corazón se me acelera y entrecierro los ojos, sin que me
guste la reacción de mi cuerpo ante el hermano pequeño de los
Falcone, demasiado confiado. Pero, mierda, parece todo un hombre,
un problema y un peligro, se reclina en su asiento como si ese fuera
el lugar en el que debía estar. Su reino.

Acelero el motor, un desafío. No me intimido fácilmente. Adamo es


una fuerza a tener en cuenta en la pista, pero no es el único que
lleva la velocidad en las venas. El sonido de dos docenas de motores
llena el silencio, como una manada de lobos gruñendo al unísono.
Se me pone la piel de gallina y mis dedos alrededor del volante se
tensan. Nunca había participado en una carrera con más de un par
de pilotos.

La chica del pantalón corto levanta una bandera sobre su cabeza,


sonriendo con audacia. Adamo me hace un gesto con la cabeza,
como si me diera buena suerte.

En el momento en que la chica de los pantalones cortos deja caer


el brazo con la bandera, piso a fondo el acelerador. La Viper sale
disparada hacia delante con un rugido, el polvo se levanta y me
oculta el entorno. Durante varios segundos no veo a mis adversarios
ni la calle que tengo delante, sólo la impenetrable tormenta de arena
que despiertan los neumáticos al girar. Dirijo el coche hacia delante
a ciegas, sin aflojar el pie en el acelerador. Entonces, por fin, el polvo
se asienta y mis alrededores se enfocan y, con ellos, el Corvette de
Adamo, que está un coche por delante de mí. Dima sigue a mi
derecha y otro coche ha ocupado el lugar que ocupaba Adamo.
Todos entramos en la primera curva de la carretera, pero apenas
redujo la velocidad, incluso cuando mi auto embiste a mi
desconocido oponente. Acelero en el momento en que mi auto sale
de la curva, con las manos agarrando el volante para controlar a
Viper. Adamo sigue por delante de mí, pero pienso que mi
arriesgada maniobra me ha acercado.

Mi oponente de la izquierda embiste mi lado, casi mandándome a


volar fuera de la carretera. Obviamente es una venganza. —¡Vete a
la mierda! —digo enfurecida. Mi pie en el acelerador se hace pesado
por la fuerza de la presión que ejerzo. Dima se deja caer hacia atrás
y luego se desliza detrás de mí y se coloca detrás de mi agresivo
oponente. Entonces se posiciona enfrente de él.

Sonriendo, devuelvo mi enfoque a Adamo por delante de mí. Dima


se ocupará del vengativo idiota.

Estoy alcanzando lentamente al Corvette cuando Adamo frena de


repente hasta que estamos a la altura del capó, y puedo ver su cara.
Sonríe.

Enarco una ceja. Nos espera una curva cerrada, mucho peor que la
anterior. Adamo enarca las cejas antes de enfocar la calle y acelerar
de nuevo. El imbécil ha frenado para ver cómo estaba. Por mucho
que pise el acelerador, Adamo se mantiene medio coche por delante
de mí. Entro en la curva menos de un segundo después de él y mis
neumáticos traseros se rompen. Me agarro con fuerza y dirijo con
cuidado el volante en la otra dirección, antes de acelerar una vez
más y catapultar a Viper y a mí fuera de la peligrosa curva. Cuatro
coches se encuentran a media distancia de mí, uno de ellos es
Dima. Hemos dejado atrás a la mayoría de los demás corredores,
pero sólo cinco de nosotros llegaremos a la carrera final y tengo la
sensación que Adamo no va a estar en el bando perdedor. Es
demasiado bueno y su coche demasiado rápido.

Veinte segundos después, Adamo cruza la línea de meta en primer


lugar y yo entro tras él. Suelto un grito de guerra al estacionarme
junto al coche de Adamo, aparcado al lado de una tribuna
improvisada para los ganadores, bajo la ventanilla. Adamo ya está
saliendo de su auto. El sol, que se esconde, ha convertido el cielo
en un fuego ardiente a su espalda. Saca un paquete de cigarrillos
de sus vaqueros.

—Buena carrera, Falcone —grito sobre el sonido de los coches de


carreras entrantes.

Sus labios tiemblan alrededor del cigarrillo y se dirige hacia mí. Una
vez más no puedo dejar de admirar sus antebrazos fuertes y
besados por el sol y el contorno de su paquete de seis a través de
su delgada camiseta blanca. Como si supiera lo que estaba
pensando, su sonrisa se vuelve arrogante.

Me ofrece el paquete por la ventana y le robo un cigarrillo. Al abrir


la puerta, salgo.

—Arriesgaste mucho —dice Adamo.

Me encojo de hombros y me acerco a él. —¿Puedes darme fuego? —


Me pongo el cigarrillo en la boca. Adamo se acerca con el mechero,
y con una de sus manos protegiendo la llama de la brisa. Por
costumbre, porque siempre lo hago con Dima, guio su mano con la
mía para que la llama toque la punta de mi cigarrillo. Su mano está
caliente y fuerte bajo mi palma. Sus ojos se encuentran con los míos
y por un momento, ambos nos quedamos congelados en el
momento, al darnos cuenta de nuestra repentina cercanía. En el
momento en que la punta se enciende, me aparto de Adamo y doy
una profunda calada.

Mis ojos escanean los otros autos, preocupada por Dima.

—Lo logró —dice Adamo como si mi proceso de pensamiento fuera


un libro abierto para él. Es inquietante.
—Cuarto. Pero Kay no estará contento con la forma en que lo
embistieron. Presentará una queja.

Pongo los ojos en blanco. —Estás son carreras callejeras ilegales. Si


no puede soportar la quemadura, debería dejar de jugar con fuego.

Adamo se ríe y asiente. —Su denuncia caerá en saco roto, por


supuesto.

—Porque me quieres en la carrera final —le digo, sonriendo


desafiante.

—Porque las maniobras arriesgadas elevan las apuestas. Y tengo la


sensación que proporcionarás movimientos más imprudentes como
hoy.

—Todo es cuestión de dinero, ¿eh? —Me apoyo en. mi auto,


expulsando una cortina de humo. Conozco el negocio de Adamo y
sus hermanos. El dinero y el poder son lo único que importa, pero
con Adamo da la impresión que se trata de algo más que eso.

—El precio por ganar una carrera principal es de 25 mil. Ganar la


temporada, son 250 mil más. A excepción de algunos adictos a la
velocidad con padres ricos que nunca ganan de todos modos, todos
los corredores quieren ese dinero. Pero no es por eso que estás aquí,
Dinara, ¿verdad?

Teniendo en cuenta que tanto él como yo venimos del dinero, sus


palabras despectivas me parecen hipócritas, pero entiendo lo que
quiere decir. Busca en mis ojos, tratando de profundizar. Me
pregunto qué le ha contado Remo. Tal vez medias verdades como
mi padre. Si lo supiera todo, no me miraría así.

Dima avanza sobre nosotros, endureciendo la expresión cuando ve


a Adamo a mi lado. —Arriesgaste demasiado —dijo en ruso.
—Hay cosas que merecen la pena arriesgarlo todo —digo en inglés,
con los ojos clavados en los de Adamo.

Adamo inclina la cabeza con una sonrisa apretada.

—Felicidades a los dos por llegar a la final. Crank les enviará los
detalles de nuestro campamento para que puedan unirse a nosotros
para la próxima carrera. Si no aparecen sin una buena excusa,
serán descalificados por el resto del año.

Asiento con la cabeza. —Vamos a estar allí.

Sin decir una palabra más, se da la vuelta, dirigiéndose hacia el


tipo Crank, que nos había registrado.

—Es sospechoso —murmura Dima—. Esto podría ser una trampa.

Me rio un poco. —Eres paranoico, Dima. No habrá trampa para


nosotros. Y me habría decepcionado si no sospechara. Esto hace
que sea un juego más interesante.

Dima sacude la cabeza. —No olvides lo que está en juego.

Miro con desprecio. —Nadie sabe lo que realmente está en juego,


excepto yo.
3

La primera carrera de la temporada estaba programada casi dos


semanas después de la carrera de clasificación donde había
conocido a Dinara. Tuvimos cuarenta carreras en total repartidas a
lo largo del año. Al salir de mi carpa, inhalo profundamente el aire
todavía fresco del desierto. Decenas de tiendas de campaña
instaladas a mi alrededor, todas rodeando una fogata y un área de
barbacoa donde los corredores y las chicas pit se reúnen por la
noche. Nuestro campamento siempre ha viajado de un punto de
partida a otro. Muchos corredores pasan todo el año en nuestro
campamento de corredores, es el único hogar que conocen. Incluso
hay quienes lo comparan con el festival Burning Man 6, pero la
rivalidad entre algunos conductores ha hecho que sea un lugar
menos relajado y menos liberador.

Es el día antes de la carrera, la fecha límite en la que todos los


pilotos deben presentarse en el campamento. Mis ojos registran
un Viper verde neón en el mismo borde del campamento. Reprimo
un suspiro. Dinara es la última en aparecer y anoche me
preocupaba que no lo hiciera. Ni siquiera estoy seguro del por qué
me importa. Su presencia significa problemas.

6
Burning Man es un festival anual de siete días de duración que se desarrolla
en la «ciudad» de Black Rock, Nevada, Estados Unidos.
Nuestro cocinero del campamento está volteando panqueques en
una estufa de gas móvil, tomo un plato llenando con una pila de
panqueques humeantes antes de dirigirme hacia el auto de Dinara.

No la veo por ningún lado, sólo a Dima, que se inclina sobre una
taza de café, apoyado contra el capó de su auto. Le doy un breve
asentimiento que apenas responde. Metiendo un panqueque en mi
boca, camino de regreso a mi tienda.

Por el rabillo del ojo, un familiar mechón de cabello color rojo me


llama la atención. Girando mi cabeza, veo a Dinara. Ella viene desde
las duchas móviles que uno de nuestros trabajadores de las
carreras transporta en un camión de una escala del campamento a
la siguiente. Su cabello cae en rizos húmedos sobre sus hombros,
y no está usando maquillaje. Una camiseta Van Halen demasiado
grande anudada por encima de su vientre y unos pantalones cortos
de jean colgando bajos en sus caderas, revelando un piercing en el
ombligo que me hace querer descubrir el resto de su cuerpo, para
saber si hay más piezas de joyería corporal escondidas debajo de su
ropa.

Al darse cuenta de mi atención, me da una sonrisa confiada antes


de dirigirse directamente hacia mí.

Sus botas negras de motociclista le quedan enormes, como si no


fueran para sus delicados pies femeninos, y no importa cuánto
actúa Dinara como una chica dura, las dimensiones de su cuerpo
la hacen ver simplemente delicada. —¿Son esas de tu hermano?
¿No crees que compartir ropa lleva el amor entre hermanos
demasiado lejos?

Por supuesto, ya sé que Dima no es el hermano de Dinara, pero ella


nunca se ha retractado de la mentira original.
Dinara camina hacia mí y se sienta en el capó de mi auto sin
preguntar. Se espera que le preguntes a otro conductor incluso
antes de tocar su auto, pero a ella obviamente no le importan las
reglas como lo había demostrado antes. Menos mal que a mí
tampoco.

Le ofrezco el plato con la pila de panqueques, pero ella niega con la


cabeza.

—¿Dima? —Saca un cigarrillo y lo enciende.

—Sí. El tipo alto y larguirucho que nos está viendo mal.

Dinara no mira en su dirección. —¿Todavía piensas que es mi


hermano?

Me inclino a su lado con los brazos cruzados, tratando de lucir como


si no me importara, mientras meto otro trozo de panqueque en la
boca. —¿Él no lo es?

—No —dice con un toque de diversión—. Él no lo es.

Me tiende su paquete de cigarrillos. Por lo general, no fumo tan


temprano en la mañana, pero tomo uno de todos modos y me lo
meto en la boca. —¿Tienes fuego ?

Una sonrisa pasa por su rostro, pero con la misma rapidez se


desvanece. Levanta el encendedor, la llama ondeando con la suave
brisa. Dejo el plato sobre el capó antes de inclinarme más cerca
hasta que la punta del cigarrillo cuelga sobre el fuego y se enciende.
Nuestros ojos se encuentran, y sostenemos las miradas firmemente.
Muchas chicas intentan mostrarse tímidas o agitar sus pestañas,
algunas incluso miran hacia otro lado, porque el apellido Falcone
tiene ese efecto en las personas. Pero Dinara mantiene la mirada.
Tengo la sensación que está tratando de ver más allá de lo que yo
quiero que vean los demás, y sin embargo, ella mantiene sus
propios muros levantados. Lo que sea que esté ocultando, lo
descifraré.

—Supongo que tiene sentido que no viajes sin un guardaespaldas


—le digo—. De hecho, me sorprende que tu padre te permita tener
sólo uno.

—No necesito un guardaespaldas y mi padre sabe que nunca


dejaría que nadie me enjaulara. Elegí a Dima y él es el único a quien
acepto.

Hay un atisbo de familiaridad y protección en la forma en la que


ella habla sobre el chico, pero nunca los vi comportarse físicamente
íntimos, así que espero que realmente no haya algo entre ellos.

Dima todavía nos mira. Algo en la forma en que mira a Dinara


despierta mis sospechas. Quiero que Dinara lo niegue.

—¿Él es tu novio?

Exhala humo, mirando al cielo.

—No, pero lo fue. Hace un tiempo.

—Parece que todavía le gustaría serlo.

Dinara me da una sonrisa irónica. —Tienes mucha curiosidad sobre


el estado de nuestra relación.

—Prefiero saber todo sobre las personas que conducen en mis


carreras.

—¿Incluso las historias sobre las personas con quiénes follan?


—Incluso esas, especialmente si involucran a la princesa de la
Bratva. La información sobre ti es mercancía costosa.

—Lo apuesto —dice—. ¿Remo preguntó por mí?

La forma en que dice su nombre me hace hacer una pausa. Mi


hermano siembra el miedo en los corazones de los hombres, incluso
en el hombre más valiente. La voz de Dinara no suena asustada.
Suena como si estuviera hablando de un viejo conocido, alguien a
quien no le importaría volver a ver. Tienen asuntos pendientes de
algún tipo. Tal vez soy su forma de acercarse a mi hermano, incluso
si realmente no es difícil encontrarlo y él no es muy propenso a
evitar a las personas que significan problemas. No estoy seguro de
cómo me siento sabiendo que ella sólo podría estar buscando mi
cercanía para vengarse de mi familia, o cualquier otra cosa que su
linda cabeza tenga en mente.

—Supongo que has leído sobre mi familia —le digo.

Ella se ríe. —Como si eso fuera necesario. La reputación de tu


familia no es realmente un secreto. Incluso en otras partes del país.

Entrecierro los ojos, tratando de no mirar su vientre. —¿Incluso en


Rusia?

Deja caer el cigarrillo y lo aplasta. —En los círculos


correspondientes, por supuesto, pero pasé la mayor parte de mi
vida en los Estados Unidos.

Me encojo de hombros. —Trabajamos duro para mantener nuestra


reputación —No fue hace mucho tiempo cuando no quería tener
nada que ver con el negocio de mis hermanos y la Camorra. Incluso
había considerado rechazar el tatuaje. Por supuesto, Remo no lo
permitió. Ahora estoy contento. Esta vida es realmente todo lo que
conozco, y me permite seguir mi pasión: las carreras.
—Y es una reputación espectacular —dice.

—La mayor parte es gracias a Remo.

—Una de las historias más fascinantes sobre tu familia llegó gracias


a ti, si no me equivoco. Eres el asesino de madres —dice. Sus ojos
verde azulado clavándose en los míos, detenidamente.

Esas palabras saliendo de su boca me hacen sonar como si


mereciera elogios. —Yo no maté a mi madre. Mis hermanos lo
hicieron.

—La apuñalaste. Querías matarla y lo habrías hecho si tus


hermanos no hubieran sido más rápidos.

También hacen sonar su muerte como si hubiera sido una


competencia. No lo fue. Todo había sucedido como en cámara lenta.

No me gusta pensar en ese día, pero ocasionalmente visitaba mis


sueños.

—La hubieras matado, ¿verdad?

Busco en los ojos de Dinara, preguntándome por qué querría


saberlo. La mayoría de las personas se sienten incómodas con ese
tema en particular.

Matar a tu madre simplemente no es un buen tema de conversación


trivial.

Asiento. No había sido una decisión consciente apuñalar a mi


madre. Actué por puro instinto y la feroz determinación de proteger
a mis hermanos y sus familias.
—¿Qué hay de tu madre? —pregunto.

Una sombra pasa por el rostro de Dinara. —Muerta. Ella fue


asesinada.

Asiento con la cabeza, preguntándome si miente o si no sabe la


verdad. La vida que lleva Eden difícilmente puede considerarse
como vivir, pero definitivamente no está muerta.

Ella se inclina más cerca. —¿Todavía piensas en ese día? ¿Te


arrepientes?

—¿La brutal muerte de mi madre es lo que más te fascina de mí?


—pregunto, con la voz más dura que antes.

—Es fascinante. Se supone que los chicos perdonan y olvidan las


malas acciones de sus madres. Se supone que deben amarlas y
apreciarlas a pesar de sus faltas. Pero ustedes, los Falcone, no son
propensos a perdonar, ¿eh?

El desafío se escucha en su voz.

Apago el cigarrillo en la palma de mi mano, un lugar que ya no es


sensible al dolor después de haberme acostumbrado a apagar mis
cigarrillos de esa manera cuando era adolescente. Las cejas de
Dinara se arquean una fracción. —No, no estamos en el negocio del
perdón, Dinara. —Me levanto, elevándome sobre ella. No se mueve
de su lugar en el capó, solo echa la cabeza hacia atrás para mirarme
a la cara—. Eso es algo que siempre debes recordar.

Ella salta de mi capó y pasa a mi lado. Dándome una oscura sonrisa


por encima del hombro mientras se aleja, y grita:

—Oh, lo sé, Adamo, y no lo olvidaré.


Niego con la cabeza. Ella es diferente.

Mis ojos siguen su cuerpo de infarto hasta que llega a su propio


auto. Tengo una política estricta de no tener relaciones sexuales
con otros corredores, pero tengo la sensación que Dinara no se
quedará en el campamento por mucho tiempo, sólo hasta que se dé
cuenta que no puede conseguir lo que quiere, o hasta que la eche.
Ha pasado mucho tiempo desde que una mujer ha llamado mi
atención de esta manera, desde que sentía un impulso tan fuerte
de conquistar a alguien.

Pero si quiero jugar al juego de Dinara, necesito saber más sobre


ella y el motivo de su aparición.

CJ podría saber más sobre Eden. Habían trabajado juntas durante


un tiempo, incluso si nunca han sido cercanas. En ese entonces
había estado envuelto en mis propios problemas, así que nunca
presté mucha atención a las amistades entre las prostitutas. Si
quería entender a Dinara, primero necesitaba averiguar más sobre
su madre, y estaba claro que ni Dinara ni Remo ayudarían en esa
labor.

Viajo con el campamento de carreras la mayor parte del año, pero


hay varias ocasiones familiares que me obligan a regresar a la
mansión Falcone en Las Vegas. En los primeros meses de mi vida
nómada, me molestaba volver a casa, donde todavía era el hermano
menor y siempre lo sería, donde todos me recordaban como una
mierda inestable y probablemente siempre lo harán. Había
disfrutado la libertad de una nueva vida que me ofrecían las
carreras, pero finalmente me di cuenta que extrañaba a mi familia
y nuestras locas reuniones, incluso si Remo sabe cómo presionar
todos mis botones. Quizás es su venganza por mis años de
adolescencia.

Me detengo frente a la enorme mansión blanca y, por primera vez


en mucho tiempo, casi me doy la vuelta y regreso al campamento.
Por alguna razón, no quiero estar lejos de Dinara, es como si ella
pudiera desvanecerse en el aire si la dejo fuera de mi vista.

Al verla conducir en la carrera principal por primera vez y


mantenerse firme, terminando entre los diez primeros a pesar de la
fuerte competencia, mi admiración por la pelirroja solo ha crecido.
No estoy seguro de lo que hizo para meterse en mi cabeza de esa
manera, y necesito que se detenga.

Quizás un par de días con mi familia me darán la oportunidad de


sofocar mi fascinación por la pelirroja, y al mismo tiempo reunir
más información sobre ella, si Remo está de buen humor.

Salgo de mi auto. La puerta principal se abre de golpe y mi sobrino


Nevio irrumpe afuera.

—¡Adamo! —él grita. Se precipita hacia mí y choca con mi cintura


menos de cinco segundos después. El aire sale rápidamente de mí
por la fuerza del impacto.

—Feliz cumpleaños —le digo, despeinando su cabello negro. Se


aparta para mirarme con sus ojos oscuros. Cada vez que lo veo, se
parece un poco más a mi hermano mayor Remo, su viva imagen por
dentro y por fuera. Temo pensar qué tipo de problemas causará una
vez que crezca un poco.

—¿Dónde está el resto del circo? —pregunto.


Nevio da un paso atrás. —En el jardín. ¿Pelearás conmigo por mi
cumpleaños?

Me rio mientras nos dirigimos hacia la puerta principal. —Dudo que


tu madre aprecie si pateo tu escuálido trasero en tu día especial.
Hagámoslo otro día.

—Eso es lo que dijiste la última vez. —Se queja Nevio. Y tiene razón.
Por lo general, no me quedo lo suficiente para tener tiempo y pelear
en la jaula con mis sobrinos. El campamento siempre me llama
demasiado fuerte.

Como dijo Nevio, el resto de la familia está en el jardín. Nevio se


apresura hacia sus primos Alessio y Massimo, que están haciendo
una especie de pelea de espadas con palos.

Sacudiendo la cabeza, me uno a mi familia en la gran mesa. Antes


de saludar a nadie más, me acerco a Greta, la hermana gemela de
Nevio. Está sentada en el regazo de Remo y se come un trozo del
espectacular pastel apiñado en el centro de la mesa. —Feliz
cumpleaños, Greta.

Beso su mejilla y ella me sonríe. —Gracias. —Ella es todo lo


contrario a Nevio: tímida, amable y amante de la paz.

—Cuánto tiempo sin verte, hermanito —dice Remo, sus ojos


oscuros clavados en los míos como si quisiera extraerme respuestas
a preguntas no formuladas. Tengo la sensación que su curiosidad
está vinculada a Dinara. Kiara señala el pastel que sin duda ha
horneado—. Crema de chocolate. ¿Quieres un pedazo?

—No me lo perdería —le digo, dándole una cálida sonrisa.

Savio se levanta y me abraza brevemente. Nuestra relación, una vez


tensa, ha mejorado considerablemente con la distancia.
—¿Sigues en una relación monógama con una puta? —Savio
pregunta como su forma de saludar, manteniendo la voz baja para
que Greta y Aurora, sentada en el regazo de Fabiano, no puedan
escuchar.

Fabiano entrecierra los ojos. Savio obviamente no lo mira.

Su esposa Gemma le da un golpe en el vientre, pero él sólo sonríe y


se encoge de hombros.

—CJ y yo somos amigos. Lo que sea que suceda a puerta cerrada


no es asunto tuyo. —Tomo su mano extendida.

—Eso significa que sí —dice, poniendo los ojos en blanco mientras


se hunde junto a Gemma una vez más.

—No, no es así, pero lo que sea.

Nino sale a la terraza. —Kiara, creo que tu lasaña está lista para
salir del horno. —Me saluda con un movimiento de cabeza.

Kiara rápidamente regresa al interior, seguida de Gemma, quien a


menudo la ayuda a cocinar para reuniones familiares grandes. Son
las mejores cocineras de la familia. Serafina y la esposa de Fabiano,
Leona, suelen ser responsables de mantener a los niños bajo
control.

—¿Pastel antes del almuerzo? ¿Qué tipo de anarquía es esta? —


pregunto, sentándome en una de las sillas vacías entre Fabiano y
Savio.

—El deseo de Nevio. Anarquía es su segundo nombre —dice Fina,


poniendo los ojos en blanco.
—Mi deseo también —dice Greta en voz baja.

Fina le da a su hija una sonrisa paciente. —El tuyo también, pero


ambas sabemos que siempre dices que sí a los deseos de Nevio.

—No siempre —dice Greta aún más tranquila.

—Con demasiada frecuencia, mia cara7 —dice Remo, besando su


sien.

Kiara y Gemma regresan, ambas con cazuelas de lasaña humeante.

—Una es vegetariana con antipasti y limón-ricotta, y la otra es una


lasaña más tradicional con panceta y carne picada —explica Kiara.
Tanto ella como Greta no comen carne, pero el resto de nosotros sí,
incluso si nos hemos acostumbrado a más comidas vegetarianas
desde que Kiara se casó con Nino.

—¡La comida está lista! ¡Siéntense! —Fina grita para ser escuchada
por los chicos a través del juego de espadas.

Alessio es el primero en soltar su espada y comienza a trotar hacia


nosotros. Massimo y Nevio siguen haciendo sonar sus espadas.

—¡Nevio! —llama Remo.

La cabeza de Nevio gira y baja su espada. Massimo ya lo ha hecho


y juntos corren hacia nosotros. Alessio me da una sonrisa, pero
como Greta, él no es un niño demasiado extrovertido, al menos con
la mayoría de la gente. Nino le toca el hombro y él se sienta a su
lado.

Nevio y Massimo lo siguen poco después y se dejan caer en las dos


sillas vacías que quedan.

7
Querida mía.
Massimo me sonríe ampliamente, el sudor brillando en su rostro.
Cada día se parece más a Nino.

Finalmente comenzamos a comer. Por supuesto, la cena no es un


asunto tranquilo. Incluso cuando habíamos sido sólo mis hermanos
y yo hace muchos años, ese no había sido el caso, pero los temas y
el entretenimiento se han vuelto menos explícitos y más aptos para
menores de trece años.

Después de la cena, me alejo para fumar. Remo lo odia, pero yo ya


no soy un niño. Kiara se acerca después de un momento. —¿Cómo
estás? Te ves feliz.

Sonrío, bajo el cigarrillo y exhalo el humo en la otra dirección. —Lo


estoy, ¿y tú?

El rostro de Kiara brilla de felicidad. —¿Cómo no voy a estar feliz


rodeada de mi familia? Te extrañamos.

La acerco a mí con un brazo. —Yo también te extraño. Pero


pertenezco a la carretera.

—Lo sé.

Remo se acerca a nosotros. Kiara, siendo la mujer inteligente que


es, se da cuenta que quiere hablar conmigo. Se disculpa y se acerca
a las mujeres.

—Entonces, ¿cómo van las cosas con nuestra princesa rusa?

—Ella no actúa como una princesa. Fuma como una chimenea, y


puede beber con un hombre el doble de su tamaño y dejarlo debajo
de la mesa. También es una muy buena piloto de carreras.
Dinara y Dima todavía están al margen de la vida del campamento,
pero participaron en la fiesta posterior a la carrera, y Dinara se
había bebido media botella de ginebra sin ningún signo externo de
estar borracha. No había hablado con ella desde nuestra
conversación sobre mi madre, incluso me ha costado controlarme
bastante mantenerme alejado.

—Suenas fascinado —dice Remo con su sonrisa torcida.

—Soy cauteloso. No necesito problemas en mis carreras.

—Los problemas pueden traernos dinero.

—Depende del tipo de problema. Quizás deba hablar con Eden. Ella
podría darme información importante sobre Dinara.

El rostro de Remo se endurece. —Mantente alejado de Eden. Ella


no podrá decirte nada que valga la pena sobre Dinara.

—¿Porque le prohibiste hablar? ¿Cuál es tu objetivo, Remo? ¿Por


qué mantenemos a la ex del Pakhan en nuestros burdeles? ¿Y por
qué Dinara cree que su madre está muerta?

Algo parpadea en los ojos de Remo, tal vez un indicio de


comprensión. Desearía que compartiera esa idea conmigo. —¿Ella
te habló de su madre?

—Ella me preguntó sobre el día en que matamos a nuestra madre,


más bien. ¿Los problemas de su madre volverán para mordernos el
culo?

La expresión de Remo se oscurece aún más ante la mención de


nuestra madre. La había odiado con una pasión ardiente antes de
que la matáramos, y sus sentimientos no han mejorado desde
entonces, especialmente ahora que está rodeado de buenas madres
como Fina, Leona y Kiara.

—Si quiere hablar sobre los problemas de su madre, envíala


conmigo.

Eso es lo último que quiero hacer antes de saber lo que está


pasando. Si Dinara quisiera salvar a su madre, o peor, vengarla,
ella estaría en más peligro del que podría anticipar. Tal vez un Capo
razonable dudaría en herir a la hija de un Pakhan, pero Remo
nunca ha rehuido a maniobras desquiciadas. Después de todo,
secuestró a la sobrina del Capo del Outfit e incluso hizo que se
enamorara de él.

Incluso si Dinara tiene motivos ocultos para unirse a las carreras y


buscar mi cercanía, no quiero que salga lastimada. Amo a Remo,
pero no estoy de acuerdo con todo lo que hace, y muchas de sus
acciones me tienen preocupado, especialmente las del pasado.
4

CJ sonríe alegremente cuando abre la puerta y me abraza. —Te


extrañé. —Vive a treinta minutos en automóvil de la mansión, y
después de dar por terminada la celebración, me dirigí dónde ella.
No nos habíamos visto en cuatro semanas, que es mucho tiempo.
Por lo general, trataba de regresar a Las Vegas cada dos semanas
durante al menos una o dos noches.

—Yo también te extrañé —le digo besando sus labios. Está vestida
con un sexy camisón violeta que deja poco a la imaginación, su
cabello castaño cayendo en suaves rizos sobre sus hombros.
Después de todo, ambos sabemos acerca de lo que se trata nuestra
reunión. ¿Por qué tratar de ser tímido al respecto? A pesar de lo que
piensa Savio, no estoy enamorado de CJ, pero disfruto de su
compañía y el sexo, y a ella le pasa lo mismo.

—¿Cómo están las cosas en el trabajo?

—Duro —dice—. Los últimos días fueron un verdadero espectáculo


de mierda. Sólo clientes idiotas. Al menos, utilicé el tiempo mientras
me los quitaba de encima para pensar en mi propio bar.

Me toma de la mano y me conduce a la pequeña sala de estar de su


apartamento. Es un lugar cómodo, aunque sigue siendo pequeño,
porque CJ ahorra la mayor parte de su dinero para abrir algún día
su propio negocio. Le dije que la ayudaría, pero no quiso aceptar
dinero de nadie más. Estaba cerca de tener suficiente dinero pronto,
y me alegré que por fin dejará de chupársela a los hijo de putas por
dinero. El comienzo de C.J. en el negocio fue uno de los temas por
los que Remo y yo tuvimos más peleas.

CJ es diez años mayor. Ella y las otras chicas con las que había
follado de vez en cuando, eran mayores que yo. Dinara es la primera
chica de mi edad que llama mi atención en mucho tiempo, otra
razón que la hace aún más fascinante. Sigo a CJ hacia su pequeña
cocina y acepto la copa de vino tinto que me ofrece. Distraído por
mis pensamientos sobre Dinara, y a juzgar por los pezones erectos
de CJ, ella está distraída por el motivo por el que estoy aquí. Se
acerca, tomando otro sorbo de vino antes de mirarme con una
sonrisa seductora. Dejo mi copa y la beso, esperando que mi lujuria
desvanezca cualquier pensamiento sobre Dinara.

Poniendo aún más pasión en nuestro beso, respondo a la necesidad


de CJ. Ella se frota contra mí y yo deslizo mi mano debajo de su
camisón, encontrándola empapada. —Ha sido una semana de
mierda. Todo en lo que podía pensar era en esto —admite CJ en un
susurro. Sabía que no había estado con ningún otro tipo, excepto
por los desconocidos que le tocaban en el trabajo desde que
empezamos a follar. Siempre me aseguró que era porque su trabajo
no permitía otras relaciones con hombres, pero a veces me
preocupaba que fuera más que eso. Toco a CJ hasta que explota
después de sólo un minuto. Se pone de rodillas y comienza a
chuparme profundamente en su boca hasta que mis bolas golpean
su barbilla. Gimo, mis ojos se cierran revoloteando. A lo largo de los
años, había estado con varias chicas, todavía mucho menos que
mis hermanos, pero las suficientes para saber que las habilidades
de CJ estaban fuera de este mundo. Una imagen de la sonrisa
desafiante de Dinara aparece en mi mente. La aparto. Eso no es
justo para CJ.
Todavía recuerdo vívidamente mi primera vez con CJ. Me había
atraído desde el principio, pero después de lo que pasó con mi
primera novia Harper, que me engañó y se burló de mi falta de
habilidades sexuales. Me había preocupado estar con alguien de
nuevo. Por supuesto, realmente no podía hablar con nadie sobre
mis problemas. Mis hermanos no lo habrían entendido. Todos
habían perdido su virginidad a una edad más temprana y se habían
abierto camino con suficientes mujeres para practicar cuando
tenían mi edad. Realmente no quería follar con chicas al azar, pero
tampoco quería arriesgarme a otra relación, así que estaba en un
callejón sin salida.

CJ había notado cómo la miraba constantemente. Al final le


pregunté si podíamos pasar un rato juntos. Al principio, sólo
habíamos hablado, pero al final quería más. CJ era sexy y segura,
pero no quería utilizarla. Así que insistí en que me enseñara cómo
excitar a una chica y eso fue todo lo que hicimos las primeras
semanas hasta que finalmente follamos. Los primeros meses
ciertamente no fui un buen polvo y CJ probablemente sólo disfrutó
la mitad del tiempo que pasamos juntos, pero aprendí rápido y
estaba decidido a hacerla pasar un buen rato.

Mantengo mis ojos en CJ mientras me chupa, preocupado de ver


otro rostro de nuevo si cierro los ojos o aparto la mirada. Después
de correrme en su boca, se endereza y pasa sus manos por mi
cabello, su expresión llena de necesidad. Hablamos y follamos.

Así había sido siempre. No éramos exclusivos pero compartíamos


un vínculo especial. Tal vez fue este vínculo lo que hizo preguntarme
si podría seguir haciendo esto con Dinara en la ecuación. No había
nada entre Dinara y yo, a excepción de la rivalidad, la fascinación
y las burlas, pero yo quería más, y tenía la sensación que ella no
estaba completamente desinteresada con la idea.

—¿Te pasa algo? —pregunta CJ con cuidado.


Ella estaba excitada y había tenido una semana difícil. Yo también.

Ambos necesitábamos esto. Olía a su gel de ducha de vainilla, no a


algo que Dinara usaría. —Estoy bien. —La beso de nuevo y como
antes, ella responde con pasión y necesidad. Nos abrimos paso a
tientas hasta su sofá, despojándonos del resto de nuestra ropa por
el camino.

Enredo mi mano en su cabello y suavemente lo aparto hacia atrás,


considerando detener esto después de todo. Levanta su mirada y
sus labios se tuercen en una sonrisa necesitada.

Mierda. La agarro por los brazos y la empujo hacia el sofá.

Hasta el día de hoy, CJ es la mejor relación que he tenido, y mucho


más que eso, pero estas últimas semanas todas mis fantasías han
girado en torno a una pelirroja. Me arrodillo ante ella y levanto sus
talones sobre mis hombros antes de sumergirme en ella. Como
siempre desde que nos conocimos, follamos toda la noche hasta que
nos agotamos. Es entonces cuando comenzamos a hablar de todo
lo que nos molesta, pero esta vez tenía un tema más importante que
discutir que la conducción de coches de carrera.

—¿Qué sabes sobre Eden?

CJ levanta la cabeza de mi hombro, luciendo sorprendida. —¿Eden?


¿Por qué estás interesado en ella?

—Estoy interesado en llegar al fondo de su historia. Remo no quiere


compartir detalles conmigo, pero sospecho que sucedió algo
importante. Podría ser útil para nuestra lucha contra la Bratva.

Mentirle a CJ no es algo que me guste hacer, y por lo general pasaba


por alto temas de los que ella no tenía permitido saber.
CJ se sienta lentamente, luciendo pensativa. —La mayoría de las
otras chicas y yo mantuvimos nuestra distancia con Eden. Al
principio porque tu hermano nos ordenó ignorarla y luego porque
ella realmente prefería estar sola. No he trabajado en el mismo lugar
que ella desde hace tiempo. Creo que ahora está asignada en un
pequeño y sucio club en las afueras de Las Vegas.

—Ustedes las chicas hablan. ¿Nunca se especuló sobre las razones


de su trato especial?

—Donna era una de las pocas chicas que estaban allí cuando Eden
apareció por primera vez en Las Vegas. Ella siempre decía que Eden
cabreaba a Remo sobretodo.

Eso era lo que ya había reunido. Realmente no hay nueva


información.

CJ sonríe disculpándose. —Perdón. Desearía poder ayudarte.


Quizás deberías hablar con Donna. Ella está sirviendo mesas en el
Red Lantern si quieres ir a buscarla.

Hablar con CJ era una cosa, pero ir por ahí interrogando a otras
prostitutas sobre Eden definitivamente enfurecería a Remo. Cuanto
más lo moleste ahora, es menos probable que me escuche si hablo
de Dinara en caso que alguna vez ella aparezca en Las Vegas para
hacer lo que sea que tenga en mente.
Al día siguiente, decido darle a Remo otra oportunidad. Me uno a
mis hermanos en nuestro gimnasio en un casino abandonado para
entrenar para las peleas. Savio se sorprende cuando le pregunto si
puedo conducir con él. Nino y Remo ya están dentro de la jaula de
combate cuando Savio y yo entramos en el vasto salón.

La mayoría de las personas que entran a nuestro gimnasio, aunque


a pocas se les permitan, no pueden dejar de mirar el candelabro
que cuelga del techo sobre la jaula de combate. Remo y Nino dejan
de pelear cuando nos ven. Savio y yo caminamos hacia la jaula.
Fabiano está esperando su turno y se mantiene ocupado
levantando pesas.

Se sienta. —Hola extraño.

Le doy un saludo corto. Nino ya está saliendo de la jaula, dejando


espacio para el próximo oponente de Remo. Fabiano se levanta del
banco pero lo agarro por el hombro.

—Es mi turno —le digo. Arquea una ceja, luego se encoge de


hombros y vuelve a sentarse.

—De dejarte inconsciente. Porque eso es lo que Remo va a hacer.

—Así es. —Asiente Savio, riendo.

Yo no reacciono. Quiero respuestas y Remo ha evitado dármelas.


En el pasado, habíamos compartido algunas de nuestras
conversaciones más honestas en la jaula de pelea. Esperaba que
hoy fuera igual.

La sonrisa de Remo se ensancha con complicidad cuando entro en


la jaula de lucha. Es difícil engañar a Remo para que haga algo. Él
mismo es tramposo. Pero esta vez no me echaría atrás. Estaba harto
de pescar en la oscuridad.
—Esa mirada en tus ojos es un buen comienzo para una pelea —
dice Remo.

No me molesto en pegarme las manos con cinta adhesiva, sino que


las levanto. —¿Estás listo para pelear?

—Siempre.

Por lo general, soy un luchador cauteloso, manteniendo mis


defensas en alto durante mucho tiempo, y no soy un luchador de
movimientos arriesgados, pero hoy entro inmediatamente en modo
de ataque. Remo acepta mi oferta y nuestros siguientes golpes
rebotan en nuestras respectivas defensas antes que Remo aterrice
dos golpes duros en mi estómago y uno en mis riñones. Luego
obtengo mi primer golpe. Corro más de lo que peleo, y Remo sigue
siendo el mejor luchador porque se asegura de estar en la jaula de
pelea con la mayor frecuencia posible, y no sólo para entrenar.
Luchó contra oponentes reales por dinero. Si quería mantener esta
pelea el tiempo suficiente para obtener respuestas, necesitaba traer
mi mejor juego.

Diez minutos después, tanto él como yo estamos cubiertos de sudor


y sangre. Estoy sangrando por un corte en mi labio inferior y Remo
por uno en su ceja, donde está abierta parte de su cicatriz que
marca un lado de su cara. Tomamos un descanso por agua,
apoyados contra la malla de la jaula uno al lado del otro.

—Pregunta —murmura Remo entre tragos de agua.

—¿Por qué Dinara cree que su madre está muerta?

—Se acabó el descanso —declara y apenas tengo tiempo de guardar


mi botella antes que me lance un golpe a la cara, pero lo esquivo.
—Porque él cree que puede protegerla —gruñe Remo, mientras evita
mi golpe.

—¿Protegerla de qué?

—De ella misma, supongo. —Remo me da una sonrisa irónica—.


Pero ambos sabemos que proteger a alguien de ellos mismos es
jodidamente imposible, ¿verdad?

Salto fuera del alcance de su brazo. Remo trató de salvarme de mi


abuso de drogas y mis amistades equivocadas cuando era más
joven. Sólo lo logró cuando me envió a Nueva York, lejos de su
protección. A veces, el riesgo de caer sin una red de seguridad es
necesario, eso es lo que Remo aprendió de esta experiencia.

—Por el amor de Dios, ¿por qué no puedes decirme qué diablos está
pasando? —gruño, enviando un fuerte golpe hacia su cara, que él
bloquea.

Remo inclina la cabeza con una sonrisa oscura. —¿Hay algo entre
tú y Dinara?

Frunzo el ceño. Remo siempre sabe más de lo que debería, y lo


disfruta. —No es de tu incumbencia, pero no pasa absolutamente
nada.

Todavía. No es que no lo hubiera imaginado...

—Algunas personas pueden no estar de acuerdo contigo. Después


de todo, Dinara es parte de la Bratva a través de su familia. Estás
fraternizando con el enemigo.

—Como dije, no pasa nada, y no te hagas el santo. Fina también


solía ser el enemigo y ahora es tu esposa.
La sonrisa de Remo se vuelve más peligrosa. —Tienes razón. Pero
fui quien movió los hilos cuando la conocí. Asegúrate tú también de
ser quien los mueva.

—Sería útil si pudieras decirme a qué me enfrento. ¿Está Dinara en


busca de venganza?

—Una vez que descubra la verdad, definitivamente.

Hago una mueca. —¿Qué diablos hicieron Grigory y tú? Debo


decirle a Dinara que su madre está viva.

—Si, deberías.

Hago una pausa y entrecierro los ojos. —¿Cuál es tu objetivo,


Remo? No quiero que Dinara salga lastimada.

Remo niega con la cabeza. —Tienes un gusto complicado por las


mujeres.

—Eso es algo que tenemos en común.

Remo se ríe entre dientes. —Ve a decirle y mira cómo reacciona.

—No me gusta esto. No quiero que Dinara se convierta en un peón


en tu guerra con Grigory.

Remo no dice nada.

Considero darle un puñetazo en la cara, pero probablemente


anticipe el movimiento. En cambio, le doy una sonrisa. —Esta pelea
ha terminado. Deja que Fabiano tenga un turno contigo. Necesito
regresar al campamento.
Remo se apoya en la esquina de la jaula, sus ojos nunca me dejan.
—No soy el villano aquí, Adamo. Mis intenciones son puras al no
decírtelo.

No puedo evitar reírme cuando salgo y Fabiano ocupa mi lugar en


la jaula. —La palabra pura y tú están en desacuerdo.

Nino se acerca a mí antes que pueda salir del gimnasio. —Deberías


unirte a nosotros en la piscina por la tarde. Haremos una barbacoa
y disfrutaremos del buen tiempo.

Niego con la cabeza. —No, gracias, he tenido suficiente de los juegos


mentales de Remo.

—Él no es el único culpable. Siempre que estás aquí, estás


buscando un tema por el que pelear.

—No tengo que buscar. Remo y yo no estamos de acuerdo en


muchas cosas.

—Él y yo tampoco lo hacemos, pero tú sólo te concentras en sus


desacuerdos y tratas de ignorar lo bueno. Remo te ama y siempre
hace lo que cree que es mejor para ti.

—Realmente necesito regresar al campamento ahora. La próxima


carrera es en solo una semana. Tengo muchas cosas que preparar.

Nino asiente y me deja pasar. Siento una punzada al irme. Pero no


es sólo por Remo. La siguiente carrera es el inicio de varias carreras
en sucesión, todas sin un día de descanso entre ellas. Tenía mucho
que organizar y asegurar que mi auto estuviera en las mejores
condiciones.

Y estaba ansioso por volver a ver a Dinara.


5

Los primeros remolques y tiendas de campaña vislumbran en la


distancia, y no puedo evitar sonreír. Vivir la vida nómada no era
muy cómodo, especialmente cuando las opciones sanitarias a veces
dejaban mucho que desear. Pero preferíamos estar entre nosotros
en estos lugares que alojarnos en moteles. Por supuesto, algunos
corredores optaban por la comodidad de los hoteles cercanos y sólo
se unían a nosotros la noche anterior a la carrera, especialmente
los que estaban patrocinados por sus padres ricos y no lo hacían
por el dinero. Por suerte, no eran muchos. Con las siete carreras
que se avecinaban en sólo una semana, todos tendrían que
acampar o dormir en su coche.

Aparco mi coche en el límite del campamento y me bajo. El rústico


remolque de Crank esta en el centro con las casas de acampar
improvisadas a su alrededor. Era el hombre al que había que acudir
cuando yo no estaba y su casa movil a menudo es nuestra base de
operaciones.

Es tarde y mañana es el último día para poner todo en orden antes


de nuestra carrera de siete días, especialmente para inculcar las
reglas a los participantes. Ya conocía a algunas personas con las
que tendría charlas adicionales para asegurarme que entendieran
bien el mensaje.
Un fuego arde en el centro, preparado para el anochecer, y el aroma
de los asadores de carne y las barbacoas llenan el aire. Monto la
carpa, es pequeña y sólo para dos personas, al lado de mi coche.
Prefiero vigilar de cerca mi Corvette. A veces ocurrían accidentes
extraños.

—¿Cómo estuvo Las Vegas? —pregunta Dinara detrás de mí, justo


cuando cierro la cremallera de la carpa. Me doy la vuelta para
encontrarla muy cerca, de pie con los brazos cruzados sobre una
camiseta cortada de AC/DC, revelando ese piercing tentador de
nuevo. Era un pequeño huevo rojo y dorado. Por primera vez,
Dinara no llevaba botas, sino sandalias, dejando al descubierto sus
uñas pintadas de rojo oscuro. —¿Y qué te pasó en el rostro?

Mi labio estaba ligeramente hinchado por el puñetazo de Remo.

—Una lucha amistosa con mi hermano. Y Las Vegas es la misma de


siempre. Fuerte, llamativa y sucia —le digo, apartando mis ojos de
su cuerpo y encontrándome con una mirada de complicidad. Dinara
parece perceptiva, pero incluso si no lo fuera, ya se habría dado
cuenta que la estaba mirando. Era realmente difícil no hacerlo. Sólo
su confianza me atraía.

Las cejas de Dinara se levantan mientras se inclina contra mi coche


y toma un sorbo de un vaso. —Alguien le guarda rencor a su ciudad
natal.

Miro a lo lejos. Me tiende el vaso. —Parece que lo necesitas más que


yo. ¿Por qué peleaste con tu hermano?

Lo tomo sin preguntar qué es y bebo un gran trago. La amarga


quemadura del vodka florece en mi boca y viaja por mi garganta.
Odiaba tomarlo así. Nunca había encontrado el atractivo de beberlo
puro. Los labios de Dinara se mueven en una pequeña sonrisa como
si supiera lo que estaba pensando. —Dima lo preparó.
Le devuelvo el vaso, ignorando su pregunta anterior. —¿Estás
segura que esto se puede beber? —Mis ojos escanean el circuito en
busca de su sombra de corte militar y por supuesto, lo encuentro
junto a su coche, mirándonos.

—No pareces alguien que evita los riesgos.

—No lo soy. Simplemente prefiero no morir por consumir vodka


casero. Hay formas mucho más interesantes de dejar este planeta.

Ella toma un sorbo antes que sus labios formen una sonrisa
burlona. —¿Como morir en una carrera de autos o ser asesinado
por una bala enemiga?

—Sí, algo así.

Meto la mano en la ventana abierta del pasajero y saco una


camiseta limpia. Había estado usando está en el camino desde Las
Vegas y mientras instalaba una carpa bajo el ardiente sol de la
tarde. Arrastro mi camiseta sudada por mi cabeza y la tiro sobre el
capó al lado de Dinara. Ella la mira brevemente, pero luego su
mirada se mueve hacia mí, definitivamente mirándome. Sus ojos se
detienen en mis abdominales antes de escanear las cicatrices en mi
cuerpo, terminando en mi tatuaje estropeado de la Camorra.

—Parece que no eres ajeno a bailar con la muerte.

Me encojo de hombros. No quiero hablar sobre el momento en el


que aparecieron la mayoría de estas cicatrices. Me pongo una
camiseta blanca limpia y me inclino al lado de Dinara. Algunas de
las Chicas pit que compartían carpas con sus respectivos novios o
aventuras amorosas nos miraban con curiosidad. Algunas de ellas
habían tratado de tener algo conmigo, pero yo no había hecho caso
a sus avances. Dinara sigue mi mirada. —¿Has echado el ojo a una
de ellas?

Me río. —No. No mezclo negocios y placer.

Dinara ladea la cabeza. —Qué cosa tan poco característica de los


Falcone. ¿Por qué limitarte cuando estableces las reglas? Ustedes
son reyes en su territorio.

—Remo es el rey. El resto de nosotros somos sus súbditos. —Podría


haberme pateado ante la nota de amargura en mi voz, haciéndome
sonar como un jodido adolescente malhumorado, pero estaba muy
enojado con Remo por mantener en secreto el pasado de Dinara.

—Eres muchas cosas, pero no eres un súbdito. Parece que tienes la


ambición de convertirte en un regicida para quedarte con la corona.

La furia corre por mis venas ante la acusación.

Incluso cuando Remo a veces me empujaba contra la pared, él es


mi Capo y mi hermano. Lo amó y preferiría cortarme en pedazos
antes de traicionarlo así. Disimulo mi primera reacción, dándome
cuenta que me ofrece la oportunidad de descubrir las verdaderas
intenciones de Dinara. Si dejo la puerta abierta a la posibilidad de
traicionar a Remo, ella podría verme como un aliado para confiar
en sus posibles planes de venganza. Miro hacia el horizonte,
dejando la pregunta colgando entre nosotros. Dinara me mira de
cerca, pero su expresión es imposible de leer.

—¿Les diste a tus hermanos un informe sobre la princesa de la


Bratva mientras estabas en Las Vegas? —pregunta después de casi
un minuto de silencio. Más y más gente se está reuniendo en la
hoguera, sentándose sobre troncos disponibles a su alrededor, y el
aroma de las costillas ahumadas ahora flota inconfundiblemente en
el ambiente. La música está alta, una mezcla de éxitos de los
últimos años, porque los gustos varían mucho en el grupo.

—No hay mucho que informar, ¿verdad?

Ella se encoge de hombros y me observa fijamente con una mirada


que dice que no me cree.

—No sé por qué estás aquí. Eres un misterio y también lo son tus
razones para acercarte a mí.

—Alguien es demasiado desconfiado. Quizás sólo quiero disfrutar


de la emoción de las carreras.

—Que gran coincidencia que te unieras al campo de carreras que


está en el territorio de la Camorra. Tienes historia con nosotros y
también tu padre.

—¿Qué sabes de mi historia con la Camorra? —susurra con dureza.


Por primera vez aparece una grieta en su hermosa máscara. Hasta
ahora no había sido tan emocional.

Su arrebato me sorprende, pero mantengo la calma. Me encojo de


hombros. —Sé que tu madre trabaja como puta en uno de nuestros
burdeles.

Dinara se congela, bajando lentamente el vaso de sus labios. La


evidente incredulidad aparece en su rostro. —Mi madre está
muerta. —Su voz suena… aterrorizada y eufórica a la vez.

—No, ella no está muerta. Está viva y en Las Vegas, trabajando para
nosotros.

Dinara aparta la mirada, frunciendo el ceño, vacía el vaso y lo deja


sobre el capó. Deseé que me permitiera ver sus ojos, pero los
mantuvo apartados con cuidado, no está dispuesta a dejarme ver
sus emociones, pero el resto de su cuerpo me da un indicio de su
confusión. Le tiemblan las manos cuando mete una en el bolsillo y
saca un porro. Lo enciende e inhala hondo y temblorosamente. —
¿Estás seguro?

El dulce aroma familiar de la marihuana se filtra en mi nariz, y un


profundo deseo se instala en mi cuerpo. Había renunciado a las
drogas más fuertes durante mi estadía en Nueva York, después que
Luca me rompiera algunas costillas cuando me encontró drogado,
pero renunciar a los porros fue más difícil, especialmente porque
mucha gente los fuma en las fiestas y barbacoas después de las
carreras.

Tal vez debería haber retrocedido, pero Remo quería que le dijera
por alguna loca razón. ¿Estoy arriesgando su vida o la de Dinara al
decírselo? Pero ya es demasiado tarde para dar marcha atrás.

—Sí. La he visto varias veces a lo largo de los años.

Eso era una exageración. En realidad, nunca había hablado con


ella, sólo la había visto de paso. No recordaba mucho de ella, ni
siquiera si había sido tan hermosa como su hija. Ella era una
sombra nebulosa en la que no podía concentrarme.

—¿También la follaste, ya que es una de tus putas?

Hago una mueca. —No.

Dinara pone los ojos en blanco. —No te hagas el indignado. Sé cómo


funcionan las cosas. Los mafiosos a menudo buscan los servicios
de putas y muchos de ellos incluso pierden su virginidad con una.
Conozco el negocio.
La Bratva y la mafia italiana no son tan diferentes cuando lo
analizas. —Por la forma en que dijo Bratva, casi desarrollo una
apreciación por el nombre.

—No me follé a tu madre, Dinara. No tengo la costumbre de tener


sexo con todos los coños disponibles.

Aunque no podía hablar por mis hermanos. Remo definitivamente


la había follado en el pasado. No estoy seguro acerca de Nino y
Savio, pero este último había sumergido su polla en cualquier cosa
antes que Gemma lo atara.

Dinara asiente pero no dice nada. Parece molesta. Dima se ha


alejado de su coche y se está acercando lentamente. Un verdadero
protector. Quiero patear su estúpido trasero de Bratva. Su
expresión no es la de un guardaespaldas, ni tampoco la de un amigo
fraternal.

Ella se pone de pie de un tirón y dejó caer el porro antes de


pisotearlo. Siento una punzada que trato de ignorar.

—Necesito dejar el campamento y regresar a Chicago.

Niego con la cabeza y también me levanto. —Mañana por la noche


comienza la primera carrera del circuito de siete días. Debes estar
presente por la tarde para preparar todo. Si te pierdes la primera
carrera del circuito, no puedes unirte a la carrera posteriormente.
Cada carrera se basa en la anterior. Y si te pierdes siete carreras,
tus posibilidades de permanecer en el campamento son casi nulas.
—No quiero que Dinara desaparezca tan pronto. Quiero tenerla
cerca, saber más sobre su historia y sobre ella.

—Volveré a tiempo —suelta y comienza a alejarse.

Toco su brazo. —Estamos a casi 1,400 millas de Chicago.


Ella me da una sonrisa sarcástica por encima del hombro.

—No te preocupes. No me perderé la carrera de mañana. Aún no


hemos terminado, Adamo.

Con eso, ella se aleja y yo me quedo mirando su espalda,


preguntándome si sus últimas palabras son una advertencia o una
promesa.

Dima corre hacia mí. —Qué…

—Necesito un jet privado desde Salt Lake City en treinta minutos.


Prepara todo.

Dima me mira fijamente. Abre la boca, pero no estoy de humor para


hablar.

—No tengo tiempo para preguntas. Consigue un jet. Tenemos que


irnos ahora. Nos llevamos mi coche.

Dima no intenta sacarme más información. En su lugar, toma su


celular y tira de algunos hilos con sus contactos antes de asentir
con la cabeza. —Hecho.
Nos subimos en mi coche y piso el acelerador. Tenemos que darnos
prisa si queremos llegar a tiempo al pequeño aeropuerto privado
que está a las afueras de Salt Lake City.

Son las cinco y media, así que si todo va según lo planeado,


abordaremos el jet alrededor de las seis.

—¿Qué está pasando Dinara? ¿Estás en peligro? ¿Algo que dijo


Falcone te molestó?

Molesta ni siquiera comenzaba a abarcar mis sentimientos por la


noticia que Adamo me había dado. Mi madre está viva. Durante
años, pensé que estaba muerta. Todos me habían hecho creer que lo
estaba.

Mis dedos alrededor del volante se aprietan aún más hasta que me
duelen. No estoy de humor para hablar ahora. Mi cabeza es un
desastre lleno de pensamientos zumbantes, una tormenta eléctrica
que se acumula lentamente y está a punto de desatar su poder
destructivo. En lo más profundo de mí, mi oscuro anhelo comenzó
su canto tentador, un canto de sirena que había resistido durante
diez meses.

Dima deja de hablarme por el resto del viaje, y cuando llegamos al


aeropuerto sólo cinco minutos antes de la salida programada,
suspiro aliviada. Después de subir al jet privado, nos acomodamos
uno al frente del otro, la azafata nos sirve bebidas y bocadillos. —
Este podría ser un viaje lleno de turbulencias. Se avecina una
tormenta sobre Chicago.

Le doy una rápida sonrisa. —Eso es perfecto. —Obviamente


sorprendida por mi respuesta, se disculpa. Tomo el vaso y bebo un
sorbo de mi Gin & Tonic mientras el avión comenza a moverse y
pronto estamos en el aire.
Dima nunca me quita los ojos de encima. —¿No me dirás qué pasa?

—¿Sabías lo de mi madre?

Si Dima sabe lo que quería decir, lo oculta muy bien. Sus cejas
rubias se juntan. —¿Que hay de ella?

El problema es que Dima es el hombre de mi padre, siempre lo sería.


A veces rompía las reglas por mí, pero en última instancia, nunca
traicionará a mi padre por completo.

—Que todavía está viva, no muerta como dijo mi padre.

Dima niega con la cabeza. —¿Cómo lo sabes? ¿Adamo te ha metido


esa idea en la cabeza?

Me inclino hacia adelante y entrecierro los ojos. Algo en su voz está


apagada. Nuestro estrecho vínculo hizo que guardar secretos el uno
del otro fuera una tarea difícil. —¿Lo sabías? ¿Por qué Adamo
mentiría sobre algo así?

—Porque él y sus hermanos son maestros de la manipulación. Son


el enemigo, incluso si estás cómoda con Adamo.

—No me estoy poniendo cómoda con nadie —grito, pero no puedo


negar la atracción mutua entre Adamo y yo. Me di cuenta de la
forma en que me miraba, y también me lo comía con los ojos más
de una vez. —¿Qué podrían ganar al hacerme creer que mi madre
está viva, hmm?

Dima se reclina en su silla, y su mirada se mueve hacia la ventana.


¿Está ganando tiempo? Una tensión sutil se ha asentado en su
cuerpo, pero no estoy segura si es porque sabe más sobre mi madre
o porque está celoso de Adamo. —Quizá esperan que vallas a Las
Vegas a buscarla. Podría ser una trampa tenerte en sus manos. No
sería la primera vez que Remo Falcone secuestra a una mujer de
alto rango.

—Si quisiera secuestrarme, podría pedirle a Adamo que lo hiciera.


Y dudo que Adamo sea el único corredor con vínculos estrechos con
la Camorra. No tendría que atraerme a Las Vegas para ponerme las
manos encima.

La boca de Dima se aprieta y evita mirarme. Me levanto de mi


asiento y me hundo a su lado. Su mirada se encuentra con la mía.
—Dima —digo en voz baja, suplicante, y pongo mi mano sobre la
suya, apoyada en el posa brazos—. Si lo sabes, tienes que
decírmelo. Necesito saberlo. Sabes que lo necesito.

El rostro de Dima, que por lo general tiene todas esas líneas duras,
como una obra de arte cubista, se suaviza. —Dinara… —la forma
en que dice mi nombre me recordó nuestro pasado. Gira la mano y
cierra los dedos alrededor de la mía. Trago. No quiero usar los
sentimientos de Dima, o cualquier sentimiento que intentara
convencerse a sí mismo de tener, para conseguir lo que quiero, pero
esta verdad podría cambiarlo todo. Necesito saber.

—Dime —imploro.

Se inclina un poco más cerca, como para besarme. Me tenso. No


quiero tener que alejarlo. No tengo que hacerlo. Dima escanea mi
cuerpo y se retira unos centímetros. Sus dedos alrededor de los
míos se aflojan y su sonrisa se vuelve dolorosa. —¿Qué vas a hacer
con la verdad?

—Lo mismo que siempre quise, conseguir un cierre.

—Y venganza —dice Dima en voz baja—. No creo que encuentres


un cierre en el camino en el que vas.
La venganza es un asunto cotidiano en nuestros círculos. Todos los
hombres viven y respiran para vengarse si habían sido agraviados,
pero se supone que las mujeres deben dejar que otros manejen sus
problemas como damiselas indefensas en apuros.

—Dima.

Mi destino es asunto mío. Caminaría sola si tuviera que hacerlo.


Dima deja caer la cabeza hacia atrás. —Ella está viva. Falcone te
dijo la verdad.

—¿Por qué me mentiste? —pregunto, herida. Dima es mi confidente


más cercano. Lo hemos compartido todo, o al menos eso pensé.

Dima ladea la cabeza. —Porque tu padre me ordenó que te mintiera,


y porque quería protegerte.

Aparto mi mano. —¡No necesito protección de la verdad! —Me


levanto, incapaz de quedarme quieta. Comienzo a caminar por el
pasillo, con el pulso acelerado. Una pequeña parte de mí había
tenido duda después de las palabras de Adamo, pero ahora la
verdad me fulmina con la mirada. Es mi turno de aceptarlo y decidir
cómo proceder. —Tengo derecho a decidir qué hacer con la verdad.
Mi maldito derecho.

Dima asiente. —Puede que tu padre no esté de acuerdo. Se pondrá


furioso si se entera que te dije.

—No me lo dijiste. Adamo lo hizo.

Dima suelta una risa amarga. —Tu nuevo héroe.

Lo fulmino con la mirada y me hundo en el asiento. —Adamo no es


el héroe de esta historia. Ni tú ni mi padre. Seré el héroe de mi
historia.
Vuelvo la mirada hacia la ventana, admirando el cielo lúgubre que
coincide trágicamente con mis emociones. Pronto las nubes se
espesan y la lluvia azota el avión. Paso las palmas de las manos
hacia arriba y hacia abajo por mis muslos, deteniéndome en las
conocidas crestas en lo alto. El canto de la sirena ahora suena en
mi sangre. Mi oscuro anhelo es un fuerte oponente, mi mayor
enemigo, pero también un bálsamo y un amigo en mis horas más
difíciles.

Hizo soportable lo insoportable, aunque sólo fuera por unas pocas


horas.

—Eres más fuerte que eso —dice Dima en el silencio.

Conocía mi lenguaje corporal demasiado bien. Asiento con la


cabeza. —Soy más fuerte de lo que piensan tú y mi padre.

Treinta minutos antes de la hora estimada de aterrizaje, agarro la


bolsa con mi ropa de Chicago y voy al baño a cambiarme. Esto se
había convertido en un hábito, dejar mi estilo y mi libertad cuando
regresaba a casa y convertirme en la chica que mi padre quería y
necesitaba que fuera.

Una limusina negra nos estaba esperando cuando aterrizamos en


un aeropuerto afiliado a la Bratva en las afueras de Chicago. Me
subo sin decir una palabra y dejo que el viaje pase en silencio. Le
envié un mensaje a mi padre poco después de abordar el avión,
anunciando mi llegada. A juzgar por su falta de sorpresa, Dima le
había informado antes que yo pudiera.

No entramos por Chicago. Padre había comprado cuatro acres de


tierra a unas veinte millas a las afueras de Chicago porque la casa
que tenía en mente necesitaba espacio.

Las puertas doradas se abren cuando nos acercamos a ellas.

Un largo camino de entrada con terrenos que me recuerdan a


Versalles conducen a una espléndida mansión blanca y azul.
Habían tardado casi dos años en construir esta versión más
pequeña del Palacio de Catalina la Grande, que padre y yo
habíamos visitado en San Petersburgo muchas veces.

Me pregunto si a mi padre le produce una sensación de estar en


casa vivir en una mansión como esta, o si sólo le recordaba lo que
había perdido. A veces es más difícil vivir con una versión menor de
lo que nos perdimos que perderlo por completo.

La limusina se estaciona en la entrada de la majestuosa escalera


que conduce a la puerta principal donde padre ya me está
esperando con su traje oscuro habitual. Un miembro del personal
me abre la puerta y salgo de la limusina. Siempre me tomaba unos
segundos encontrar el balance en mis zapatos de tacón color
champán después de días o semanas de pasar sólo en botas. Aliso
el vestido de seda y cachemira que hace juego con mis tacones y me
dirijo hacia mi padre. Dima se queda atrás, pero la dura mirada que
padre le envía me preocupó.

Mi padre sonríe, pero está tenso, como si su sonrisa fuera forzada


en su rostro por hilos invisibles. Dima debió advertirle sobre lo que
sé. Quería resentirme con Dima por ser el espía de mi padre tanto
como mi confidente. Temía el día en que tuviera que elegir entre
nosotros y lo perdería para siempre. Quizás esa era otra razón por
la que había terminado las cosas entre nosotros.

En el momento en que estoy frente a él, padre me abraza. Me hundo


contra su figura alta y fuerte, oliendo su familiar loción de afeitar.
Se aparta ahuecando mis mejillas entre sus grandes manos y
presiona un suave beso en cada una de ellas. —Te ves bien,
Katinka.

No sonrío, sólo miro a los ojos azul pálido de mi padre. Sólo tiene
cuarenta y tantos años, es uno de los Pakhan más jóvenes, y su
cabello rubio todavía ocultan bien los mechones grises.

—Dinara —corrijo, aunque sabía que él no usaría mi segundo


nombre. Cuando dejé de usar mi nombre de pila, Ekaterina, por
Ekaterina la Grande, otra razón por la que padre había elegido
construir su palacio, le había roto el corazón, y siguió llamándome
por el sobrenombre de Katinka. Rara vez lo corregía, y usaba la ropa
que prefería cuando estaba cerca de él.

Siempre elegí vestidos o faldas en colores claros, porque a él le


encantaba verme así. Ekaterina quería decir pura, después de todo,
y quería verme en la luz, no tropezar con la oscuridad que
permanecía en lo más profundo de mí. Envolvió un brazo alrededor
de mis hombros y me condujo al interior de los espléndidos
vestíbulos con paredes de espejos con su decoración blanca y
dorada.

—¿Dónde están Jurij y Artur?

—Ellos ya están dormidos, y Galina también.

Padre siempre trató de mantener a su joven esposa y a mis medios


hermanos fuera de mi vista, como si le preocupara que su nueva
familia me molestara. Le doy una mirada exasperada. Necesita dejar
de pensar que necesito que me ponga en un pedestal. Había sido
feliz cuando se casó, y Galina le había dado herederos. Eso
significaba que él ya no estaría merodeando tanto a mi alrededor y
que yo tendría más libertades.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

Asiento. Excepto por el vodka y la ginebra, todavía no había


consumido nada, y estaba empezando a mostrarse en la confusión
de mi cerebro. Padre chasqueó los dedos y de inmediato un
miembro del personal que había estado al acecho en el fondo se
apresuró a ir hacia la cocina. —Vamos a mi oficina.

Llamar oficina a la vasta habitación donde trabaja era una burla.


Su enorme tamaño asombraba a la mayoría de la gente, y algunas
familias de cuatro o cinco vivían en apartamentos mucho más
pequeños. La decoración dorada y blanca continuó, pero los
muebles eran más oscuros. Una madera rojiza dominaba todo, y el
escritorio de padre era del tamaño de una pequeña cama de
matrimonio.

Nos decidimos por el lujoso sofá dorado y azul que le había


comprado a un coleccionista y que tenía su origen en el siglo XVIII:
la época de Catalina la Grande. Padre era un hombre con un pie
firmemente asentado en el pasado y otro en el futuro, tal vez eso lo
hacía tan respetado entre sus hombres.

Suena un golpe y entra nuestra cocinera con una bandeja de


khachapuri fresco, que es pan horneado en forma de almendra con
relleno de queso y huevo. Nos lo lleva y lo deja con cuidado sobre la
mesa frente a nosotros antes de desaparecer de nuevo. Agarro un
khachapuri, haciendo una mueca de dolor cuando me quema las
yemas de los dedos, pero estoy demasiado ansiosa por la delicia de
la infancia de mi padre. La yema de huevo líquida se esparce por
mi lengua, mezclándose con la salinidad del queso y la
reconfortante densidad de la masa. Padre había pasado los
primeros años de su vida en el Cáucaso. Trago el primer bocado y
luego vuelvo a poner el pan en el plato.

Terminé de posponer lo inevitable, así que encuentro la mirada de


padre.

—¿Por qué mentiste?

Un músculo de la mejilla de padre se contrajo, una señal de su


disgusto. Mucha gente habría tenido motivos para acobardarse ante
esta señal de peligro, pero yo no era uno de ellos. —Se suponía que
Dima no debía decírtelo.

—No lo hizo. Adamo Falcone lo hizo, y luego no le dejé a Dima otra


opción que admitir que sabía la verdad. Sabes que puedo ser
convincente si me lo propongo.

Padre se ríe entre dientes. —Oh, lo sé. Tienes la terquedad y la


astucia de una gran emperatriz.

Suspiro. —¿Por qué mentiste? Me hiciste creer que estaba muerta.


Todos estos años.

—Fue lo mejor. Quería protegerte.

—¡Eso es una mierda!

Los ojos de padre brillan peligrosamente. —No uses ese tono


conmigo. —Odiaba cuando maldecía, y tal vez incluso más cuando
hablaba en inglés.

Tomo una respiración profunda. —Disculpa.


—La verdad no importa, porque lo que dije es casi cierto. Está
muerta para nosotros, borrada de nuestras vidas y fuera de nuestro
alcance en territorio de la Camorra.

—Nada está fuera de tu alcance, padre, si realmente lo quieres. —


Había arrastrado a su esposa Galina fuera del rincón más alejado
del Cáucaso, un pequeño pueblo donde sus padres la habían
escondido lejos de mi padre, a pesar de estar bajo el control del
enemigo.

Sacude la cabeza con una risa áspera. —Soy un hombre de negocios


y he sobrevivido a muchos ataques a mi vida, solo porque soy
cauteloso. Ir a la guerra con Remo Falcone no es prudente. Invadir
su territorio por una mujer muerta es una locura.

—Ella no está muerta —susurro con dureza.

Agarra mis manos. —Ella lo está para mí, y debería estarlo para ti
también. Olvida que ella existe. Ella es el pasado y lo hemos dejado
atrás, ¿no es así, Katinka?

Tal vez él lo había hecho, tal vez él podría. Pero yo la veía en mis
sueños casi todas las noches, un fantasma del pasado. Tenía que
volver a verla, cara a cara, aunque eso significara ofender a Remo
Falcone y arriesgarme a la guerra con la Camorra.
6

Nos estábamos quedando más de lo que quisiera, pero padre a


insistido en que me quedé hasta la mañana siguiente para dormir
unas horas antes de tomar el jet privado de regreso a Salt Lake City.
Había tratado de convencerme que me quedara por completo. Sabe
que estoy participando en las carreras, y tal vez incluso sabe el por
qué, pero tiene problemas para tomar la decisión de encerrarme. No
porque no tenga los medios para hacerlo, sino porque le preocupa
lo que yo haría sin mi libertad y sin un propósito. Él confía en que
eventualmente regrese a casa, sin poder lograr mi objetivo.

Es casi la una de la tarde cuando Dima y yo corremos de regreso al


campamento. Dima está desplomado en su asiento. El lado derecho
de su cara está hinchado y azul, y esas eran sólo las marcas que
podía ver. Padre lo había golpeado por admitir la verdad sobre mi
madre. La culpa quema un camino ardiente a través de mis
entrañas. —La próxima vez no vuelvas conmigo.

—Eso sólo pospondrá mi castigo.

—Entonces no hagas cosas por mí que provoquen tu castigo. Quizás


sea mejor que no me sigas más en este camino. Mantente alejado
antes que mi padre te castigue peor.
Su expresión se ve herida. —Yo te protegeré, Dinara. Es mi trabajo,
mi deseo.

Suspiro. Habíamos tenido esa conversación antes, cuando decidí


unirme a las carreras de Adamo. Dima puede ser casi tan terco
como yo.

Llegamos al campamento. La mayoría de los corredores están


ocupados retocando sus coches, algunos de los cuales ya están
ubicados en una especie de formación de salida: diez filas de tres
autos cada una.

La última vez Dima y yo tuvimos que empezar en la última fila


porque éramos novatos, pero debido a nuestro buen resultado en la
última carrera, en la primera carrera de este circuito, nos pusieron
a una de las filas del medio. No me he molestado en leer a detalle el
sistema de puntos y las reglas. Siempre quise ser la primera, y para
serlo necesito conducir rápido y arriesgarlo todo. Es pan comido.

El auto de Adamo está en la primera fila, naturalmente, junto con


un auto completamente negro con el que me había encontrado en
la última carrera. Su dueño es un alto y desagradable niño rico de
los suburbios de San Francisco.

Estaciono mi auto junto al remolque de Crank para preguntar por


mi posición exacta antes de entrar en la cuadrilla. Dima se levanta
del asiento del pasajero, agarrándose el costado izquierdo con un
gemido.

—¿Seguro que puedes correr? —pregunto preocupada.

—No me iré de tu lado.


—Luciendo como lo haces, dudo que puedas seguirles el ritmo a los
mejores pilotos de hoy. Dado que la escala de descanso de esta
noche y el punto de partida de mañana es diferente para cada
automóvil, dependiendo de la distancia que pongan detrás de ellos
en las diez horas de conducción, probablemente no tendrás la
oportunidad de permanecer cerca de Dinara —explica Adamo
mientras baja las escaleras del remolque. Sus ojos oscuros escrutan
a Dima de los pies a la cabeza, evaluando cada herida. A juzgar por
las cicatrices de su cuerpo, probablemente podría evaluar las
heridas de Dima mejor que yo.

—Estoy bien —dice Dima entre dientes, enderezándose por


completo. Él y Adamo tienen la misma estatura, jodidamente
demasiado altos para mí. Incluso mis botas de motociclista con
suelas gruesas no cambian el hecho que tengo que estirar la cabeza
hacia atrás. Esa es la única razón por la que extraño mis tacones
altos.

Adamo se encoge de hombros como si no le importara de ninguna


manera. —Incluso si estás a millas de distancia de Dinara cuando
termine la carrera, no moverás tu auto ni una puta pulgada más.
Pisaras el freno exactamente a las cuatro de la mañana, como todos
nosotros, ¿entendido? Y no trates de hacer trampa. Realizamos un
seguimiento de todos.

Dima muestra los dientes en una sonrisa peligrosa.

—Estás demasiado ansioso por tener a Dinara sola, Falcone. ¿Me


pregunto por qué?

—Por ninguna razón que requiera tus servicios de guardaespaldas


—dice Adamo con una sonrisa dura.

Echo un vistazo entre ellos. —No tengo tiempo para sus tonterías.
Tengo una carrera que ganar. ¿Cuál es mi posición en la cuadrilla?
Adamo señala el interior del remolque. —Crank tiene la lista. Tienes
que preguntarle a él.

—Adelante —le digo a Dima, quien a regañadientes entra en el


remolque, pero antes de desaparecer dentro, gruñe.

—No me gusta la forma en que te mira. Un día voy a quemarle


los jodidos ojos.

Le dedico una dura mirada y finalmente desaparece.

—¿Que dijo? No sonó nada bueno —dice Adamo con un toque de


diversión. Cruza los brazos, acentuando los músculos en ellos.

Lo que me enfurece aún más que la reacción de mi cuerpo a sus


atractivos, es el hecho de no saber si Adamo está tratando de
mostrármelos a propósito.

—Quizás deberías considerar aprender ruso. Siempre es una buena


idea conocer el idioma de tu enemigo.

Adamo me mira de una manera que eleva mi temperatura corporal


varios grados, una experiencia que no estoy segura que me guste.

—¿Eres un enemigo, Dinara?

Sonrío. —Eso depende de la situación, supongo.

Adamo se ríe entre dientes y luego se encoge de hombros. —


Tenemos muchos enemigos. No puedo aprender todos sus idiomas.
¿O hablas francés e italiano?

Mi sonrisa se ensancha. —Por supuesto. Tenía tutores que me


enseñaban francés, inglés e italiano, y en casa hablaba ruso.
—Impresionante —admite Adamo—. Sólo hablo italiano e inglés,
pero mi hermano Nino es un diccionario ambulante.

Recuerdo vagamente al chico de los fríos ojos grises, una imagen


borrosa del pasado, pero difícil de olvidar como tantas otras
imágenes de esa época. —Mi profesora de francés nunca estuvo
muy contenta con mi pronunciación, pero lo hablo y lo entiendo con
fluidez, incluso si no sueno como una dama parisina.

—Tampoco te pareces a una.

Arqueo una ceja. —¿Tienes algún problema con mi apariencia?

Los ojos de Adamo recorren toda mi longitud, de nuevo


deteniéndose en la perforación de mi vientre. Lo había notado antes.
Tal vez se pregunta si tengo más escondidos debajo de mi ropa. Los
tengo. —Absolutamente no. Tu apariencia está más que bien en mi
libro.

—Gracias. Ese es el tipo de aprobación que necesito para sentirme


valorada —digo con sarcasmo, pero tengo que admitir que se siente
una emoción enfermiza cada vez que Adamo me mira. No me
considero normalmente hermosa. Mi apariencia es demasiado
atrevida para eso, con mi cabello rojo, pecas y pómulos altos.

Dima elige ese momento para regresar. Sus ojos se reducen a


rendijas cuando se interpone entre Adamo y yo. —Conseguí
nuestras posiciones. Deberíamos empezar a preparar todo.

—Los mecánicos verificarán si sus coches cumplen con las reglas y


colocarán un rastreador en su cabina para asegurarse que puedan
ser castigados o descalificados si conducen más de lo permitido —
dice Adamo, dándole a Dima una mirada significativa, antes de
alejarse.
Dima le mira la espalda. —Estamos uno al lado del otro en la
formación inicial. Debemos asegurarnos de permanecer juntos,
incluso si uno de nosotros es más rápido que el otro.

Resoplo. —De ninguna manera, Dima. Lo siento, pero necesito estar


entre los primeros para poder estar cerca de Adamo. Necesito más
oportunidades para extraer información de él.

Dima se inclina más cerca, buscando mis ojos. —¿Realmente se


trata solo de extraer información? No soy ciego.

—Atiende tus heridas o pide ayuda a alguien del equipo médico.


Necesito preparar mi auto.

Me alejó. Nunca me había enfrentado a los celos de Dima. No había


hecho gran cosa cuando terminé nuestra relación, ni había
intentado recuperarme. Tal vez había esperado que eventualmente
regresara con él y ahora ve que sus posibilidades disminuyen. No
estoy segura, pero espero que se controle pronto. Necesito
concentrarme en mi plan. No tengo tiempo de lidiar con un exnovio
loco.

Paso con mi Toyota entre los autos estacionados, los mecánicos, los
corredores y las Chicas pit dispersándose a alrededor me lleva casi
quince minutos. Golpeo mi bocina con la palma de la mano con
tanta frecuencia que me duele, pero finalmente encuentro la
posición marcada. Mi auto está en óptimas condiciones, así que no
tengo que volver a revisarlo y, a diferencia de algunos corredores,
no tengo un equipo de mecánicos. Dima puede reparar casi
cualquier cosa y yo también soy capaz.

En lugar de perder el tiempo en los preparativos, me apoyo en mi


coche y miro a la multitud ocupada, empapándome de su
entusiasmo y energía nerviosa. Sólo he visto a otra conductora, pero
estaba en la última fila. Qué vergüenza. Más chicas necesitan
confiar en sí mismas para jugar con los grandes. Este no es un
deporte que requiera músculos, sólo audacia e inteligencia, y eso es
algo que a las mujeres no les falta en comparación con los hombres.

A mi lado, un tipo que parece mexicano se apoya en su auto. Su


cuerpo está cubierto de tatuajes, y usa una camiseta negra sin
tirantes para mostrar los tatuajes y sus músculos. Al igual que
Dima, su cabello está recortado, pero el suyo es oscuro. Me da una
sonrisa cuando me sorprende mirándolo. No le devuelvo el gesto,
sólo le doy un asentimiento. Me pregunto si los Falcone también
toleran que los miembros de pandillas o de un cartel corran.
Parecen bastante seguros de su poder sobre el Oeste. No estoy aquí
para hacer amigos, y mucho menos para coquetear con chicos al
azar.

Adamo se dirige hacia mí y se inclina a mi lado. El tipo pierde su


interés en mí de inmediato. —¿Estás lista?

—Siempre —respondo—. Lo que me pregunto es cómo funciona


todo el negocio de ir al baño. Diez horas es mucho tiempo.

Adamo me da una mirada significativa.

Me burlo. —No me digas que no hay pausas oficiales para ir al baño.

—No las hay. Tienes que decidir si quieres perder valiosos minutos
para hacer tus necesidades.

—A diferencia de ti, no puedo orinar en una botella.

—Créeme, incluso para los hombres no es fácil conducir y orinar en


una botella.
No puedo evitar reírme tratando de imaginarlo, pero luego mi mente
se queda a la deriva, sólo evocando imágenes del cuerpo desnudo
de Adamo. No es un buen camino para tomar antes de una carrera.
—¿Así que realmente orinas en una botella?

Adamo sonríe. Siempre que sonríe, parece más un surfista


bronceado y no el mortal hermano Falcone. No estoy segura de cual
lado de él me atrae más. —Por lo general, me permito un descanso
para ir al baño por carrera, al menos en las primeras cinco carreras.
Sin embargo, las dos últimas carreras… —Se ríe entre dientes.

—No voy a orinar en una botella, pero no me arriesgaré a quedarme


atrás solo porque mi vejiga es un problema.

—Bueno, entonces tal vez deberías considerar el uso de un catéter.


Pero debo advertirte. Algunos chicos muy ambiciosos lo hicieron el
año pasado y contrajeron una infección desagradable.

Arrugo mi nariz. —Eso es ir demasiado lejos.

—No si estás endeudado con la Camorra, entonces es mejor que


encuentres formas de conseguir el dinero.

—Correcto. Tú y tus hermanos son muy inteligentes cuando se trata


de ganar dinero.

—Apuesto a que tu padre también conoce algunos trucos.

Él lo hace. Pero mi padre es mejor para mantener una apariencia


sofisticada, mientras que los Falcone viven su locura abiertamente.
—Con una carrera de esta dimensión, ¿no nos meteremos en
problemas con la policía?

—Podríamos. Eso depende del condado por el que pasemos.


Algunos son más fáciles de controlar que otros. Definitivamente,
algunos alguaciles quieren atrapar a unos de nosotros. Y todos los
años lo logran y uno o dos terminan en prisión por un tiempo. Pero,
como dije, la policía suele hacer la vista gorda ante lo que está
sucediendo. Principalmente conducimos en rincones remotos de
nuestro territorio, sin mencionar si es por la tarde o la noche.

—Entonces esperemos que no nos arresten hoy.

Me aparto del capó cuando el auto de Dima se acerca a nosotros.

—Estoy seguro que tu padre te sacará de apuros si lo hacen —dice


Adamo encogiéndose de hombros, pero no me trago su desinterés
ni por un segundo. Está tratando de averiguar cuánto sabe mi
padre sobre mí corriendo en territorio de la Camorra.

—No me gusta depender de otros para salvarme el trasero —digo.


Dima está atrapado detrás de un equipo de cinco mecánicos que se
ocupan de un automóvil. Me pregunto cuántos fondos necesitas
para tener un equipo de ese tamaño a tu alrededor. El dinero no era
un problema para mí. La American Express negra de padre paga
todo y nunca me pregunta por qué gasto demasiado dinero, pero
quería pagarme mis gastos con el dinero del premio.

Adamo sigue mi mirada hacia Dima. —Tiene las costillas rotas por
la forma en que se mueve. No podrá mantenerse a tu lado si no
disminuyes la velocidad. Necesitará descansos.

—Dima es fuerte y sabe que no reduciré la velocidad por nadie.


Puedo protegerme sola.

—Si conduces tan rápido como la última vez, no tendrás que


hacerlo. Estarás a mi lado y puedo vigilarte durante las horas de
descanso.
—Qué caballeroso de tu parte —le digo—. Pero no creo que confíe
en ti, Falcone.

Él inclina la cabeza, las comisuras de su boca se mueven hacia


arriba. —Quizás no deberías.

Por lo general, no confiaba fácilmente, incluso si Adamo no me


parecía peligroso, al menos a mí.

Me dirijo al maletero de mi auto, saco una botella medio vacía de


vodka y la abro.

—Conducir en estado de ebriedad puede volverte imprudente, pero


no necesariamente más rápido —comenta Adamo.

—No me estoy emborrachando, pero el licor fuerte deshidrata mi


cuerpo y me hace orinar menos. No perderé el tiempo en ir al baño.

Adamo niega con la cabeza. —No te detienes ante nada para


alcanzar tu objetivo.

—Así es. —Por un momento nos miramos a los ojos y luego Dima
rompe el momento mientras sale de su auto. Adamo se dirige al
frente de la cuadrilla donde está su auto.

Mis dedos alrededor del volante se ponen sudorosos a medida que


pasan los minutos hasta el comienzo de la carrera. Nunca había
conducido una carrera tan larga. Será agotador y explicaría por qué
cada año los conductores estrellan sus coches sin motivo alguno.
Incluso una calle recta puede convertirse en un desafío si estás
demasiado cansado para mantener los ojos abiertos.

En mi posición en el medio del campo, no puedo ver a la Chica pit


con la bandera, y mientras los autos frente a mí no se muevan,
estoy atrapada de todos modos. Se necesitará un tiempo para
alcanzar una mejor posición con más espacio. Pronto el rugido de
los motores suena en mis oídos y el Viper vibra debajo de mí. Dima
me da una mirada de advertencia. Está preocupado pero no tiene
ninguna razón para estarlo. Puedo manejar mi auto.

El polvo se levanta delante de mí, cubriendo los coches de al frente


mientras se alejan. Mi pie se posa sobre el acelerador y en el
segundo en que se apagan las luces de freno del auto de adelante,
presiono el acelerador de golpe. El Viper ruge como una bestia
salvaje y luego partimos. Tengo que reducir la velocidad casi
instantáneamente o arriesgar a chocar con el auto que tengo
delante.

Una salida rodeada de todos estos autos es una locura, incluso peor
que en la última carrera.

El tiempo pierde su significado mientras lucho por pasar un auto


tras otro. La noche cae a nuestro alrededor y pronto la multitud se
atenúa a mi alrededor. No estoy segura de cuántos autos hay
delante de mí, a excepción de los tres que puedo ver. Uno de ellos
es el Corvette de Adamo. El otro es el monstruo negro del niño rico.
El tercero pertenece al mexicano que había empezado a mi lado. Ni
siquiera lo vi pasar por mi lado.

Dima está a unos cuantos autos detrás de mí con otros tres autos.
Me pregunto cuánto tiempo podrá seguir el ritmo. Tal vez podrá
ignorar sus heridas después de una hora de carrera, pero su dolor
solo empeorará a medida que pase el tiempo.
Mi suposición se convierte en realidad después de cinco horas en la
carretera. Dima comienza a retroceder y luego se detiene. Pensé que
podría necesitar un descanso para ir al baño, pero en cambio
cuando miro a través del espejo retrovisor lo veo como se inclina y
vomita.

Por un momento, mi pie en el acelerador se relaja, pero luego mi


mirada se centra de nuevo hacia adelante, en Adamo y los otros dos
conductores frente a mí. Dima es fuerte. Ha sido miembro de la
Bratva durante casi diez años. No se rendirá fácilmente y algunas
costillas rotas no son nada.

Después de ocho horas, incluso el vaso de vodka y mi falta de


hidratación no impiden que mi vejiga se sienta llena. Mis ojos arden
y el camino se vuelve borroso en ocasiones. La profunda oscuridad
donde los faros no tocan mi entorno solo aumentan la necesidad de
descanso de mi cuerpo. Pero la distancia entre los tres autos que
van a la cabeza y yo, ha aumentado, y un descanso me dejaría aún
más atrás, sin mencionar que permitiría a mis dos perseguidores
alcanzarme, o peor aún, adelantarme. Apretando los dientes, trato
de ignorar la presión en mi vejiga. Para disipar mi cansancio,
enciendo la radio y escucho mi lista de reproducción favorita de
Classic Metal por los parlantes. Welcome to the Jungle de Guns
N'Roses despierta mis sentidos como de costumbre.

Incluso la música ya no ayuda a medida que pasan los últimos


treinta minutos de carrera. Mi necesidad de orinar se convierte en
un doloroso latido en la parte inferior de mi cuerpo. Mi espalda y
mi trasero están completamente rígidos por estar sentada. Ya casi
no siento mis dedos. Todo en lo que puedo pensar es en orinar y
dormir.
Mi atención se centra en uno de los autos que va al frente, que
retrocede lentamente. Cuando el último minuto del tiempo de la
carrera llega a su fin, sólo hay un auto adelante de mí.

El auto de Adamo. De echo, ha disminuido la velocidad para pasar


la noche a mi lado. No estoy segura de sentirme halagada o molesta.
La damisela en apuros no es mi papel favorito. Por otro lado, su
compañía no a sido desagradable, pero hasta ahora nunca
habíamos estado completamente solos. Y me doy cuenta que así
estaremos esta noche, solos, cuando detengo el auto exactamente
a las cuatro de la mañana.
7

No tenía pensado reducir la velocidad para pasar la noche al lado


de Dinara. Fue un impulso de último momento al darme cuenta que
su auto no estaba demasiado lejos detrás de mí. No perdía mucho
tiempo con los otros autos que iban a la delantera al dejar que ella
me alcanzara, nada que no pudiera compensar en las siguientes
carreras. E incluso si no alcanzara a terminar la carrera de siete
días en el primer lugar, eso no es un problema.

No necesito el dinero, y aún así ganaría suficientes puntos para


permanecer en el campamento de carreras. Dinara abre la puerta
del Viper al mismo tiempo que apago el motor de mi auto, que
estacioné justo al lado del suyo. Apenas mira en mi dirección y en
su lugar corre hacia la oscuridad en la parte trasera de su auto.

Sonrío, dándome cuenta del por qué, lo que me recuerda mi propio


problema. Después de hacer mis necesidades también en la
oscuridad, me apoyo contra el capó de mi auto y miro hacia el cielo
estrellado. Tan lejos de la civilización, las estrellas siempre brillan
intensamente. Algo que extraño cada vez que estoy en Las Vegas.
Siempre me había considerado una persona de ciudad hasta que
comencé a vivir largos períodos de tiempo en un campamento en
medio de la nada.
Dinara avanza hacia mí y apoya la cadera contra el capó. —No
debiste haber hecho eso.

Pongo cara de inocente, pero ella entrecierra los ojos. Sonriendo le


digo: —Prefiero tu compañía a la de los dos imbéciles a la delantera.
Y contigo, no tendré que dormir con un ojo abierto para asegurarme
que nadie manipule mi auto.

Dinara se burla. —¿Quién dice que no intentaré cortar el cable del


freno? Quizás incluso te apuñale cuando estés dormido. Soy rusa,
¿recuerdas?

Difícil de olvidarlo. La apariencia física de Dinara tiene un aire


exótico, especialmente sus pómulos altos. —Me arriesgaré contigo.

Dinara se frota los brazos. Ella sólo viste una camiseta sin mangas
y esos diminutos pantalones cortos de jean. No quiero nada más
que pasar mis palmas sobre sus suaves piernas asomándose por
ellos. —No empaqué nada de comida. Supongo que no podemos
pedir comida para llevar aquí, ¿verdad?

—Vine preparado —digo con una sonrisa. Abro mi maletero, donde


guardé una estufa de gas y un par de latas con chile, crema de
champiñones y macarrones con queso—. Sin embargo, no esperes
demasiado.

Dinara escanea mi selección. —Nunca antes he comido macarrones


con queso.

Le doy una mirada incrédula. —¿Cómo se puede vivir en Estados


Unidos sin probarlos?

—Nuestra cocinera es rusa. Ella cocina recetas de la casa de mi


padre, y yo realmente no ceno con familias estadounidenses. Nos
quedamos entre los nuestros.
Eso sonaba familiar. Mis hermanos y yo siempre nos habíamos
quedado entre nosotros también, y mis hermanos todavía lo hacen.
—Entonces macarrones con queso será. Incluso si es una mala
representación del plato. Deberías probar la versión de mi cuñada
Kiara. Es fuera de este mundo.

Dinara sonríe con ironía a la tenue luz de la luna. —Tal vez


deberíamos esperar hacer las presentaciones familiares hasta que
hayamos compartido al menos un beso.

Mi pulso se acelera, mis ojos se dirigen hacia los regordetes labios


de Dinara, todavía sonriendo de esa manera confiada. Mierda. No
había considerado besarla esta noche, ahora será todo en lo que
pueda pensar. —¿Habrá un beso? —pregunto con una lenta
sonrisa, como si no me hubiera imaginado haciendo mucho más.

Dinara saca la estufa de gas del maletero y la coloca entre nuestros


autos para protegerla de la brisa antes de agarrar una chaqueta de
cuero y usarla como manta para sentarse.

—¿Tienes una lámpara también? No quiero dejar la puerta abierta.

Sonrío con satisfacción, tomo la lata de comida y una lámpara de


gas y me dejo caer en el frío suelo. Una vez que arroja su luz
sobrecogedora a nuestro alrededor, y los macarrones con queso
comienzan a burbujear, le digo: —Nunca respondiste a mi
pregunta. —Le doy a Dinara un tenedor antes de apagar la llama
del gas y meter mi propio tenedor en los macarrones con queso.

Dinara hace lo mismo y prueba un bocado después de soplarlo un


momento. Mastica un par de veces con el ceño fruncido. —No sé de
qué se trata el alboroto. Nuestros gatos obtienen mejor comida.
Me río. —Lo siento si mis provisiones no están a la altura de tus
estándares.

Ella también se ríe. —Ni siquiera soy quisquillosa con la comida,


pero esto es realmente malo. No sé si le daré a esto otra
oportunidad.

—Créeme, si se hace bien, es delicioso.

—Quizás algún día tu Kiara pueda convencerme. —Se mete otro


bocado en la boca. —Besarnos sería una muy mala idea
considerando quiénes somos.

Me encuentro con su mirada. A la tenue luz de la lámpara de gas,


el verde azulado luminoso de sus ojos parece el verde oscuro de las
ramitas de abeto. —¿Oponentes?

—Eso. Entre otras cosas. Sería una relación fatídica que


seguramente provocaría una mierda en la Bratva y la Camorra.

Sonrío. —Me gustan los problemas.

Dinara niega con la cabeza y se apoya en sus codos mientras yo


termino la comida. —¿Por qué buscaste realmente acercarte a mí
esta noche? Y no digas que para besarme. Si esperas obtener
información de mí, debo advertirte que soy muy buena guardando
secretos.

—Soy muy bueno obteniéndolos —le digo, inclinándome hacia atrás


también para quedar al nivel de sus ojos.

Dinara ladea la cabeza. —¿Eres un lobo con piel de oveja, Adamo?

—¿Te parezco una oveja? —pregunto, levemente ofendido.


—Creo que escondes tu demencia Falcone mejor que tus hermanos.
Apuesto a que esos rizos de surfista y esas sonrisas encantadoras
engañan a bastantes personas haciéndoles creer que eres el buen
tipo.

—A lo mejor si lo soy.

Dinara cambia su peso a un codo, descansando sobre su costado,


acercándonos aún más. Me mira a los ojos y por un momento, estoy
seguro que lo ve todo. —Quizás quieras serlo. Pero somos quienes
somos. Yo soy una Mikhailov y tú eres un Falcone. Nuestros
caminos no están del lado de la luz.

—¿Es el espíritu de los rusos?, ser melancólicos.

—Es ser realista. —Dinara deja escapar un bostezo y cierra los ojos
brevemente—. ¿Qué hora es?

No tenía que revisar mi teléfono para saber la hora. El sol salía en


el horizonte, lo que significa que tenían que ser alrededor de las seis
en esta parte del país. —Seis. Hora de dormir.

Dinara asiente. —Tengo miedo de preguntar después de toda la


debacle de los descansos para ir al baño, pero, ¿tenemos la
oportunidad de ducharnos durante los siete días? No estoy segura
de poder seguir sin un baño adecuado y sin afeitarme tanto tiempo.

Me río. —Tenemos dos remolques sanitarios con duchas que


conducen alrededor de nosotros. Mañana en algún momento
deberían detenerse aquí.

Dinara se pone de pie y yo hago lo mismo, lo que nos acerca mucho.


Con una sonrisa burlona, Dinara se gira y abre su auto,
arrastrándose dentro. Se quita las botas y se estira en el asiento
trasero.
La forma en que ella yace frente a mí es demasiado atractiva. No
quiero nada más que meterme dentro del coche con ella y descubrir
si su piercing del vientre es la única pieza de arte corporal que tiene.

—¿Puedes cerrar mi puerta —Las palabras de Dinara atraviesan mi


burbuja. Hago lo que me pide y, después de apagar la lámpara, me
acomodo en el asiento trasero de mi auto. No tardo en quedarme
dormido. A pesar de las palabras de Dinara, no me preocupa que
ella manipule mi auto.

Me despierto con el sonido de otro auto y me incorporo de un tirón,


escudriñando mi entorno con ojos somnolientos.

Cuando veo el remolque sanitario, me relajo. Un vistazo a mi


teléfono revela que es casi mediodía y he recibido diez mensajes de
Remo, Kiara, Fabiano, Savio y CJ, la mayoría de ellos
preguntándome por qué había retrocedido. Por supuesto, una de
las cámaras de los drones había filmado al trío principal. Ignoro sus
mensajes y salgo de mi auto.

Cuando vislumbro el interior del auto de Dinara, todavía está


tumbada en el asiento trasero, profundamente dormida.

Sus palmas descansando sobre su vientre, sosteniendo un arma.

Dinara definitivamente tiene problemas de confianza. Yo también


tengo un arma en mi auto y la había guardado debajo de la
almohada en el asiento trasero, pero no me aferraba a ella como si
fuera mi salvavidas. Me pregunto si pensaba que podría necesitarla
en mi contra, o si era una precaución más bien general.

Asiento hacia el tipo que viaja en el camión sanitario. —¿Cuánto


tiempo tenemos?

—Diez minutos para los dos.

Asiento con la cabeza, luego agarro una toalla y corro al baño en el


remolque del camión. No espero a que el agua se caliente, sin querer
perder demasiado tiempo. Probablemente Dinara necesitará un
poco más de tiempo, considerando su cabello más largo. Eso es algo
que aprendí viviendo en la mansión Falcone con las esposas de mis
hermanos.

Resisto el impulso de masturbarme mientras imagino a Dinara


tomando una ducha -el agua fría ayuda con eso- y en su lugar me
apresuro a terminar de tomar mi baño. Me seco con una toalla
rápidamente antes de ponerme unos bóxer y unos jeans negros.
Con la camisa en mi mano, doy un paso hacia afuera. En los tres
minutos que me había llevado ducharme, la temperatura parecía
haber aumentado ridículamente.

Dinara debió haberse despertado por el constante zumbido del


motor del camión, porque espera frente a el con ropa limpia y una
toalla en los brazos. Ella bosteza. Un poco de su rímel ha manchado
debajo de sus ojos y su cabello está por todos lados, pero aún llama
la atención.

Ella es punto de color y emoción en nuestro árido entorno. Arena,


rocas y caminos polvorientos interminables. —Estaba empezando a
preguntarme si necesitaba ir contigo a la ducha antes que se
acabara el tiempo y no tuviera la oportunidad de limpiarme.

—Me tomó sólo tres minutos. Eso te deja siete lujosos minutos.
Después de escuchar su sugerencia de ducharnos juntos, lamenté
no haber prolongado mi sesión.

Dinara pasa a mi lado con una pequeña sonrisa.

—Gracias. De todos modos, no creo que ducharse contigo hubiera


sido una buena idea.

Con eso, desaparece dentro y cierra la puerta.

Exhalo el aire, sin saber cómo manejar el coqueteo de Dinara


porque no estoy seguro de si realmente lo decía en serio o estaba
jugando conmigo. Tal vez ambos. Pero cada día me importa un poco
menos esto último. Dos pueden jugar este juego.

Dejo que el cálido sol del mediodía me seque el cabello, incluso si


eso descontrola mis rizos. Las mujeres los amaban y prefiero que
ellos me hagan ver diferente a mis hermanos.

El conductor ya había puesto una bolsa con provisiones en cada


uno de nuestros capós, agarro la mía y le doy un mordisco al
panecillo de chocolate mientras espero a que salga Dinara. Cuando
finalmente lo hace, casi me atraganto con mi mordida. Está vestida
con sus habituales pantalones cortos de jean, botas y camiseta sin
mangas, pero por primera vez desde que la conozco, su camiseta es
blanca y se le pega al cuerpo. Su cabello gotea agua por sus
hombros y frente, volviendo la tela lentamente transparente.
Después de un saludo al conductor, Dinara se dirige hacia mí. Mis
ojos se ven mágicamente atraídos por el contorno de sus pechos
alegres y el piercing de su pezón izquierdo, visibles a través de la
tela transparente. Dinara toma su desayuno y se apoya contra el
capó de mi auto.
Las comisuras de su boca se contraen con diversión. —Si te
molesta, espera a que el sol seque mi camiseta. No tomará mucho
tiempo

Nunca seré capaz de dejar de ver el piercing del pezón de Dinara, ni


dejar de preguntarme cómo sería jugar con él. Sólo puedo imaginar
cuánto más sensibles hacen sus senos.

—Es una vista agradable —digo con una sonrisa una vez que aparto
los ojos de su pecho.

Dinara suelta una carcajada antes de tomar su propio panecillo y


darle un gran mordisco.

—¿Te dolió más que el del ombligo? —le pregunto finalmente,


incapaz de reprimir mi curiosidad.

Dinara asiente. —Sí. Me dolió muchísimo, pero he pasado cosas


peores y me encanta el resultado.

Cuando me arriesgo a echar otro vistazo a su seno izquierdo, me


doy cuenta que el piercing tiene piedras preciosas en ambos
extremos, pero la tela no me permite distinguir más. El sonido de
la cámara de un dron nos hace separar y Dinara se desliza dentro
de su auto. Había evitado ser entrevistada hasta ahora, y no busca
las cámaras en absoluto.

Eso no cambió durante los siguientes días.

Ella y yo pasamos tres noches más en el mismo lugar, pero cuanto


más dura la carrera, menos hablamos. El agotamiento es
demasiado intenso. Aunque sentarse al lado de Dinara frente a la
llama de gas azul se siente bien. Disfruto de su compañía, tal vez
porque me trata como a un chico normal, sin reverencia ni respeto.
Tengo la sensación que no dudaría en patearme el trasero si hago
algún tipo de mierda.

Esperé a que volviera a hablar de su madre o mis hermanos, pero


no lo hizo. Tal vez es una táctica y definitivamente todavía desconfío
de ella. Tiene una razón para estar aquí, sin embargo, no podía
alejarme de ella.

Sin embargo, en las últimas dos noches me aseguré de mantenerme


al día con el dúo principal. Dinara y otros dos autos nos siguieron
no muy lejos. Terminé de segundo, tal vez podría haber ganado si
no hubiera decidido pasar unas noches al lado de Dinara, pero no
me arrepiento. Logró terminar en cuarto lugar. Dima, cuyas heridas
lo habían obstaculizado como se esperaba, entró como uno de los
últimos. Se veía muy enojado durante la ceremonia de premiación,
especialmente cuando mi nombre fue llamado en segundo lugar.

Se paró al lado de Dinara, quien miraba todo con los brazos


cruzados.

Faltan siete días para la próxima carrera.

Cuando bajo del podio de ganadores con una botella de champán,


Dinara se dirige hacia mí. Me sacudo a algunas de las Chicas pit
que vinieron a felicitarme y averiguar si mi decisión sobre follarlas
había cambiado, no lo había hecho.

—No eres sólo palabras y un gran nombre, Adamo. Puedes competir


con un auto, tengo que dártelo —dice Dinara.

Sonrío. —Gracias. No es mi único talento.

Dinara arquea una ceja. —Tal vez algún día me muestres tus otros
talentos.
Tomo un trago de champán y luego le ofrezco la botella a Dinara. —
Cuando quieras. —Dinara toma la botella y bebe unos tragos antes
de devolvérmela y acercarse.

—Quizás después de la próxima carrera. Hasta entonces, tengo que


regresar a Chicago.

—Hasta la próxima carrera —le prometo.

Sus labios rozan mi mejilla sin barba. Ayer me corté la barba porque
se había vuelto demasiado salvaje. Sus ojos capturan los míos y
joder, estoy perdido. Quiero arrastrarla hacia mi auto, montar una
carpa y devorarla.

No había visto a CJ en un par de semanas, y me habría quedado en


el campamento y no hubiera regresado a casa después de la carrera
de siete días si no tuviera que arreglar las cosas con ella lo antes
posible.

No se sentía bien tenerla en segundo plano cuando mi mente seguía


girando en torno a otra persona, incluso si ella y yo no estábamos
en una relación.

La promesa de un beso y más había permanecido entre Dinara y yo


estos últimos días, y definitivamente quería cumplir esa promesa.

En el momento en que entro en el apartamento de CJ, ella hace un


movimiento intentando besarme, pero la agarro por los hombros y
la detengo. —Yo…
—Hay alguien —dice de inmediato, sonriendo con complicidad. El
indicio de la duda cruza su expresión. Ella da un paso atrás. Como
de costumbre, ella está solo en un camisón, y por un momento,
considero retractarme de mis palabras. No le debo nada a Dinara,
y CJ y yo no somos exclusivos...

Sin embargo, me preocupaba demasiado por CJ para mantenerla


en la oscuridad.

—Realmente no. Todavía no. Tal vez nunca…

Me indica que entre y cierra la puerta.

—Pero ha conseguido llamar tu atención. Creo que es muy poco


Falcone de tu parte no dormir con nadie, incluso cuando todavía no
estás seguro sobre la chica.

Me hundo en su sofá con una risa oscura. —No me hagas parecer


un santo. No lo soy.

CJ se cubre con una bata de baño antes de agacharse a mi lado. —


En comparación con tus hermanos, lo eres.

—No soy el chico que conociste —murmuro. Ésta es una de las


razones por las que no volvía a menudo a Las Vegas. La gente
siempre me confundía con el chico que había sido, cuando había
cambiado irrevocablemente a lo largo de los años.

Ella sonríe con nostalgia. —Extrañaré los orgasmos. El sexo con


desconocidos nunca me provoca nada.

—Deberías renunciar y sólo trabajar en el bar, entonces puedes


encontrar un novio que te dé orgasmos.
Ella se encoge de hombros. —Pronto. Hasta entonces puedo usar el
dinero. ¿Nos veremos todavía?

Yo dudo. Quiero verla porque además del sexo, habíamos


compartido muchas conversaciones significativas, pero no estoy
seguro de si ser sólo amigos sería fácil. No estoy seguro de los
verdaderos sentimientos de CJ sobre mí. —Estaré bastante
ocupado con las carreras en los próximos meses, pero quiero que
sigamos siendo amigos.

CJ frunce los labios. —Soy una chica grande, Adamo. Puedo ser
sólo tu amiga.

—¿Qué tal si solo vemos cómo va, este asunto de ser sólo amigos?

Ella asiente.

Cuando salgo de su apartamento una hora más tarde, siento que


un peso se ha levantado de mis hombros. Me doy cuenta que mi
relación sexual con CJ me había impedido perseguir a Dinara como
quería, pero ahora ya nada se interponía.

Quizás Dinara es una mala idea. Muy mala idea, pero la deseaba, y
esto no se trata de grandes emociones o matrimonio. Quiero
divertirme y tengo la sensación que Dinara se siente de la misma
manera, incluso si ella también tiene motivos ocultos para buscar
mi cercanía.
Algo en el comportamiento de Adamo es diferente cuando regresó
de su viaje de Las Vegas.

Parecía menos distante y las miradas que me da no necesitan


mucha interpretación. Adamo quiere meterse en mis pantalones.
No quiero que lo intente. Me atrae Adamo. Es todo lo contrario de
Dima, mi único novio, y tal vez eso formaba parte de su atractivo
especial. Dima, por supuesto, también lo notó, lo que agrió su mal
humor aún más desde sus desastrosos resultados en la carrera de
siete días.

Él y yo nos sentamos en uno de los troncos dispuestos alrededor de


la hoguera rugiente en el centro del campamento después de la
primera carrera desde el circuito de siete días.

Muchos de los otros corredores también están presentes, charlando


y bebiendo para celebrar otro día de carreras más o menos exitoso.
Las heridas de Dima han sanado y hoy había terminado de quinto,
un lugar detrás de mí. Adamo había ganado, lo que probablemente
hizo que Dima se sintiera aún más resentido con él.

—Si sigues terminando de quinto o cuarto hasta el circuito de cinco


días más adelante en el año, todavía terminarás con un lugar
decente para el año.

Dima resopla. —Sabes que no me importan los resultados. Sólo


estoy aquí por ti, Dinara. Pero haces mi tarea de protegerte muy
difícil por la forma en que siempre te escapas con Falcone.
—No me escapé con él. Manejaste demasiado lento para seguirnos
el ritmo.

No dice nada, sólo mira fijamente a las llamas. Acepto un vaso con
algún tipo de licor de uno de los mecánicos. Es demasiado dulce
para mi gusto, pero a los otros corredores y especialmente a las
Chicas pit, les encanta. Media botella de vodka podría haberlo
hecho tolerable.

Mis ojos siguen una figura alta mientras se acerca a la escena.


Adamo se sienta en un tronco frente a mí con el fuego entre
nosotros. Nuestras miradas se encuentran y un agradable
escalofrío recorre mi espalda al ver la expresión de su rostro. Sus
ojos oscuros parecen negros a la luz del fuego mientras recorren mi
cuerpo. Nunca me había sentido así: como si una simple mirada
pudiera prenderme fuego. No estoy segura de apreciar la sensación
de mi cuerpo haciendo lo que quiere.

Adamo levanta su vaso brindando conmigo. Hago lo mismo y ambos


tomamos un trago haciendo una mueca al mismo tiempo. No puedo
evitar reírme y el rostro de Adamo muestra una sonrisa en
respuesta.

Dima maldice en voz baja y se pone de pie. —Me voy a la cama.

—No tenemos carrera mañana. No necesitas tener tu sueño de


belleza —le digo, aunque quiero que se vaya para poder interactuar
con Adamo sin la vigilancia de Dima. Incluso si no le debo nada a
Dima, coquetear frente a él se siente mal.

Dima asiente en la dirección de Adamo. —Estoy seguro que te hará


compañía. —Se da la vuelta y se dirige hacia la oscuridad.
Suspiro, pero no voy tras él. Pronto una sombra cae sobre mí. —
¿Ese lugar a tu lado está ocupado?

Miro el hermoso rostro de Adamo y niego con la cabeza. —Es tuyo.

Se sienta, más cerca de lo que había estado Dima y nuestros brazos


se rozan. Se me pone la piel de gallina por todo el cuerpo. —Las
bebidas no son mucho mejores que la comida —digo con un
movimiento de cabeza hacia el ponche.

Adamo se encoge de hombros. —Este no es un crucero de lujo —


dice—. Y no me digas que el vodka es un placer gourmet.

—El vodka gana contra esta dulce atrocidad. ¿Y qué sabes de la


cocina rusa? Nombra un plato ruso.

Adamo entrecierra los ojos pensativo. —¿Borscht?

—Esa fue una suposición afortunada. ¿Alguna vez la probaste?

—No. La remolacha no es lo mío.

—¿Pero pasta blanda con salsa de queso falso sí lo es?

Adamo apoya los codos en sus muslos, flexionando los bíceps de


manera distraída. Mis ojos se desvían hacia su tatuaje de la
Camorra. El mango y la punta de la daga todavía están intactos,
pero el área de la hoja donde había estado el ojo vigilante está
desfigurada por cicatrices de quemaduras. Sé la historia general de
cómo había llegado a verse así. El Outfit, una familia rival de la
mafia italiana en Chicago lo había torturado, pero tengo curiosidad
por conocer más detalles. Sin embargo, pedir detalles podría llevar
a Adamo hacer preguntas más personales, y eso no era algo que yo
quisiera.
Se inclina un poco más cerca. —¿Qué plato ruso me harías comer
si alguna vez tuviéramos una cita?

Mi corazón late un poco más rápido. Me apoyo en mis muslos


también, acercando aún más nuestros rostros. —Pelmeni o
Pirozhki. Nada mejor que hundir los dientes en una masa tibia para
descubrir un relleno sabroso y chisporroteante en su interior. —Mi
voz es baja, seductora. No es un tono que suela usar para describir
la comida, o en cualquier otro momento.

No menciono mi khachapuri favorito porque se siente demasiado


personal.

Adamo asiente y una lenta sonrisa se dibuja en su rostro. —No


puedo esperar para probarlo.

Mi núcleo se aprieta, tomándome por sorpresa. Nuestros ojos


permanecen fijos y, si es posible, nuestros rostros se han acercado
aún más. La risa de una de las Chicas pit me hace retroceder. No
quiero que la gente nos vea poniéndonos cómodos. —Este lugar está
demasiado lleno de gente. Y necesito una bebida decente. ¿Qué tal
si me acompañas a tomar vodka en mi auto?

No estoy segura de lo que estaba haciendo. Esto nunca había sido


parte de mi plan. Adamo ladea la cabeza. —Muéstrame el camino.

Me pongo de pie, sintiendo una desagradable sensación de


nerviosismo. No lo espero y me dirijo a mi auto. Esta estacionado
en el borde mismo del campamento, envuelto totalmente por la
oscuridad. El auto de Dima se ha ido. Tal vez lo había estacionado
en otro lugar por enojo, o había ido en busca de un bar donde
pudiera beber hasta el estupor por una vez. Estará buscando por
mucho tiempo.
Agarro la botella medio llena de vodka de mi maletero y me siento
en el capó de mi auto. Adamo se inclina a mi lado. Después de un
trago de la botella, se lo entrego. Nuestros hombros se rozan y mi
cuerpo reacciona con un torrente de sensaciones, la más destacada
y sorprendente: el deseo. Trago.

Adamo me tiende la botella. La tomo y bebo un trago aún más


profundo.

—Me estoy acostumbrando al vodka. Tal vez me gusten las delicias


rusas.

Inclino mi cabeza hacia él. —Son las mejores.

—Necesito pruebas.

Adamo toma mi cuello, sorprendiéndome y presiona sus labios


contra los míos. Mi primera reacción es empujarlo lejos, incluso
cuando mi cuerpo grita por más. Mis dedos se curvan alrededor de
sus fuertes hombros para empujarlo, pero en lugar de eso, clavo las
uñas y me inclino aún más cerca.

La otra mano de Adamo agarra mi cadera mientras su lengua


separa mis labios, probándome. Su beso es dominación y fuego, y
me prende en llamas de formas inesperadas.

La forma en que nuestras lenguas se burlan entre sí y nuestros


labios se amoldan perfectamente, se siente como si esto fuera más
que un encuentro casual. La mano de Adamo se desliza hacia arriba
desde mi cadera, acariciando mis costillas, extendiendo aún más
fuego a su paso. Mis pezones se fruncen contra mi camiseta. No me
había molestado en ponerme sostén porque la tela quedaba suelta
y mis pechos no son muy grandes.
Las yemas de los dedos de Adamo acarician la parte inferior de un
seno antes de que su pulgar roce mi pezón, descubriendo mi
piercing. El calor y la humedad se juntan entre mis piernas por el
aumento de placer. Reprimo un gemido, tratando de controlar la
abrumadora reacción de mi cuerpo. Su pulgar toca mi piercing y un
grito de placer brota de mis labios. Parece controlar mi cuerpo con
solo unos pocos toques. Mi cuerpo anhela más, mi cerebro exige
control.

Control. Lo necesitaba.

Me libero del agarre de Adamo y su beso embriagador. Jadeando y


hormigueando por todas partes.
8

Por un momento, Dinara parece casi asustada, pero tal vez es la luz
del fuego distante que arroja sombras tenues sobre su rostro. Es
difícil distinguir detalles tan lejos de la única fuente de luz.

Los labios rojos de Dinara forman una sonrisa atrevida que se dirige
directamente a mi polla. —¿Pensé que no mezclabas negocios y
placer? —Su voz es ronca y sin aliento. Mi corazón late con fuerza
en mi pecho y mi polla ya está presionando incómodamente contra
mis jeans. No había sentido un deseo tan fuerte en... nunca.

—Yo no. Por lo general.

No sería la primera regla en romper. Tengo una larga historia de


cosas que no debería hacer. Dinara parece un buen motivo para
añadir otro a la lista.

Saco el paquete de cigarrillos de mi bolsillo trasero. —¿Tú que tal?


¿Mezclas negocios y placer?

Dinara no dice nada. La caída y elevación de su pecho son


inconfundibles incluso en la tenue luz que fluye desde la distante
fogata, nuestra única fuente de luz. Estamos tan lejos y fuera de la
civilización que la oscuridad es casi impenetrable fuera del
campamento. Los faros de los autos circundantes se habían
apagado todos cuando sus dueños se habían ido a dormir o se
habían unido a la fogata. Dinara saca un porro, sus dedos tiemblan.
No puedo interpretar su reacción física a nuestro beso.

Enciende el porro y se lo lleva a la boca, lo que provoca que mi


mente cree asociaciones más explícitas. Resplandece intensamente
mientras aspira profundamente. Después de otra calada, me
entrega el porro y tomo una inhalación profunda, sintiendo sus
efectos zumbar en mis venas. Dejé caer mi paquete de cigarrillos
sobre el capó para fumar después del sexo que con suerte
necesitaría. El sexo y las drogas habían sido mi combinación
favorita durante un tiempo. —No respondiste a mi pregunta. ¿O por
qué retrocediste? Tengo la sensación que disfrutaste el beso más
que un poco. —Sus pezones estaban duros como una piedra y
ansiosos por llamar la atención cuando los toqué.

Dinara se inclina más cerca y presiona su palma contra el bulto de


mis pantalones, haciéndome sisear.

—Creo que lo disfrutaste aún más. —Resisto el impulso de meter la


mano en sus pantalones, incluso si sabía que la encontraría
empapada, lista para ser follada.

—Lo hice, por eso no veo por qué nos detuvimos.

—Porque me gusta que las cosas sigan mis reglas —dice Dinara
crípticamente y salta del capó.

Pienso que se va ir, pero en cambio me agarra la mano y me arrastra


hacia mi auto, que está aún más lejos del campamento y envuelto
en la oscuridad. La sigo y dejo que me empuje contra el capó de mi
auto. Su rostro flota justo delante de mí, su respiración es rápida y
dulce.

—Qué…
Presiona un dedo contra mis labios, callándome.

Dinara se agacha y desabrocha mi cinturón con un suave agarre,


demasiado fuerte en la noche estrellada.

Nada se mueve a nuestro alrededor, pero Dinara no parece


preocupada por ser atrapada de todos modos mientras baja mi
cremallera. Quito el porro de mis labios y me inclino para besarla,
pero ella gira la cabeza. —Sin besos.

Reprimo mis preguntas, preocupado por evitar que continúe con lo


que tiene en mente. Mi polla ya está ansiosa por su próximo
movimiento. Me quita el porro de los dedos y da una calada
profunda antes de deslizarlo entre mis labios. Sus manos bajan por
mi pecho y se hunde hasta las rodillas, tomándome completamente
desprevenido. Tira de mis bóxer y jeans hasta que mi polla se libera.
No puedo dejar de mirar la coronilla de su cabeza tan cerca de mi
punta que gotea.

Sus cálidos dedos se curvan alrededor de mi eje antes de tomar mi


punta en su caliente y húmeda boca. Siseo más allá del porro y
luego aspiro una profunda ráfaga de humo mientras Dinara, me
mete más profundamente en su boca hasta que mi punta golpea la
parte posterior de su garganta. Ella se atraganta pero no se retira.
—Joder —gruño agarrando la parte de atrás de su cabeza, pero ella
aparta mi mano y lentamente desliza mi polla fuera de su boca.

—No tocar. Manos en el capó si quieres que te siga mamando. Mis


reglas, no las tuyas. Recuerda.

Apoyo las palmas de las manos sobre el auto y miro la cabeza de


Dinara moviéndose de un lado a otro mientras me chupa. Su lengua
rodea mi punta lánguidamente, lamiendo mi pre-semen. Deseando
poder ver más de ella que el esquema de su cabeza.
Quiero ver sus hermosos labios rojos alrededor de mi punta
mientras lo chupa. Esto se siente como un sueño. Pero incluso mis
mejores alucinaciones inducidas por drogas no habían sido tan
buenas como esta.

Joder, sus labios sobre mi polla se sienten como el paraíso. Gimo


cuando Dinara comienza a masajear mis bolas mientras trabaja
sólo mi punta con sus labios y lengua.

Cuando comienza a masajear el área sensible detrás de mis bolas,


el placer irradia a través de mi cuerpo y mis bolas empiezan a
tensarse. No puedo aguantar mucho si ella sigue así. Había estado
fantaseando con ella demasiado tiempo y no estaba preparado para
esta mamada sorpresa.

Ella echa la cabeza hacia atrás, chasqueando los labios. Gruño.


—Estoy cerca.

Dinara agarra mis caderas y se pone de pie. En la penumbra, la


curvatura de sus labios se burla de mí. —Lo sé, Adamo. —Se inclina
hacia delante y me da un beso en la mejilla—. Incluso un Falcone
necesita aprender a tener paciencia.

Ella da un paso atrás. Estoy congelado, mis bolas aún laten y mi


polla está desesperada por sacar mi carga a borbotones.

Con una última sonrisa, se da la vuelta y se aleja. Me quedo


mirando el vaivén de sus caderas hasta que su cuerpo se funde con
las sombras y es tragada por la oscuridad.

La iluminación interior de su auto se enciende, mostrando a


Dinara, una vista tentadora que ahora me provocaba. Se desliza en
el asiento trasero y antes de cerrar la puerta, me mira y luego la
oscuridad la absorbe de nuevo.
No me habían dejado colgado, o más bien de pie desde mi primera
novia, Harper, hace muchos años. Joder, ella estaba jugando
conmigo. La sangre todavía llena mi polla. Estoy demasiado
excitado como para esperar que mi erección desaparezca pronto.
Agarro mi polla con rabia y la froto con fuerza, casi dolorosamente.
Si pasa alguien, obtendrá un espectáculo que no olvidaría pronto.

No me toma mucho tiempo disparar mi carga por todo el suelo


polvoriento. Empujo mi polla hacia adentro y subo la cremallera de
mis pantalones antes de patear tierra sobre el lugar donde sospecho
que a caído mi semen. Agarro el paquete de cigarrillos del capó, pero
toco el frío metal. —Joder —gruño. Dinara no solo me dejó parado
aquí con una jodida erección, sino que también me robó los
cigarrillos. Terminé de manejarla con guantes de seda. En la
próxima carrera, conocerá al verdadero Adamo Falcone en la pista
de carreras, y la próxima vez será ella la que tenga el coño
chorreando.

Mi columna se estremece por el miedo animal cuando le doy la


espalda a Adamo, mis músculos están tensos por la anticipación,
lista para emprender la huida o luchar. No es que esperaba que
Adamo corriera detrás de mí, me agarrara y me obligara a terminar
lo que había comenzado, pero mi cuerpo prefiere esperar lo peor.
De esa forma, a la gente le costara pillarte desprevenido. No suenan
pasos, ni Adamo me llama por nombres desagradables.
Me abro paso entre los otros coches de carrera hasta que llego a mi
Toyota. Abro la puerta, y luego no puedo resistirme a mirar por
encima del hombro, al hombre que había dejado con una furiosa
erección. Adamo también está mirando en mi dirección. Incluso en
la penumbra me doy cuenta que aún no se ha molestado en
abrochar sus pantalones.

No pensé que sería tan difícil alejarme de Adamo, ni de chuparle la


polla nada menos, pero había disfrutado el juego de poder, me había
drogado. Si había algo a lo que me costaba resistir, era a un buen
subidón. No esperaba que fuera así con Adamo, pero me llenó de
una energía explosiva que sólo las drogas o las carreras habían
logrado hasta ahora.

Me subo al asiento trasero quitándome las botas de una patada,


luego cierro la puerta de un tirón, ocultándome en la oscuridad.
Cerrando el auto busco la Glock debajo del asiento delantero, y la
pongo sobre mi vientre mientras me estiro de espaldas. Dormir en
el auto no es cómodo, pero compartir una carpa con Dima parece
imprudente después de nuestra reciente discusión. Ni siquiera sé
cuándo volverá o si vuelve. Quizás una vez que las cosas se calmen.
Pero en realidad prefiero vigilar mi auto incluso de noche. Muchos
corredores tienen mucho que perder cuando no suben al podio. El
dinero en juego significa la salvación para ellos, una forma de pagar
a sus deudores (probablemente también Camorra, o tal vez Bratva)
o pagar la fianza para un miembro de la familia. La desesperación
hace que la gente haga tonterías. No les daré la oportunidad de
cortar mis neumáticos o cortar mi manguera de freno.

Sin embargo, todavía estoy completamente despierta, así que miro


por la ventana. Adamo patea el suelo antes de también subirse a su
auto. Está enojado. No puedo evitar sonreír. Me pregunto cómo será
un Adamo enojado y como correría.
Mi cuerpo anhela volver a él, continuar lo que había comenzado.
Mis bragas se pegan a mí con mi excitación, algo que no esperaba
por darle placer a Adamo. Quiero estar cerca de Adamo, pero al
mismo tiempo su cercanía me sacude.

Mis ojos comienzan a caer pero me mantengo consciente durante


mucho tiempo, hasta que finalmente el sueño gana.

Un fuerte golpe en mi ventana me despierta. El sol acaba de salir


por el horizonte. Mis dedos en mi arma se tensan mientras trato de
orientarme. El rostro de Dima se asoma al interior. Frunciendo el
ceño, me siento, haciendo una mueca de dolor por la rigidez en mi
espalda por dormir medio sentada en el asiento trasero. Abro el auto
y Dima abre la puerta de inmediato. Una ráfaga fría golpea mi
cuerpo. Tan temprano en la mañana es realmente soportable aquí
en el desierto. —¿Qué pasa? —pregunto aturdida, empujándome
hacia el borde del asiento y sacando mis piernas del auto. Los ojos
de Dima están inyectados en sangre y sombras oscuras se
extienden debajo de ellos.

Parece como si no hubiera dormido mucho y posiblemente bebió


más de lo que está acostumbrado.

Me coloco mis botas y me pongo de pie.

Dima frunce el ceño y se acerca un paso más. Pone una de sus


manos detrás de mí en el techo del auto, ocupando demasiado
espacio. —Yo estuve ahí.
—¿Dónde? —pregunto, sin seguir su línea de pensamientos.

—Ayer por la noche.

Me sonrojo. No había hecho nada malo y sin embargo, una parte de


mí se siente culpable. Admitir la debilidad no es mi fuerte, así que
me enojo. —¿Me espiaste?

El rostro de Dima se contrae con la misma ira. —Realmente no


trataste de ocultarlo, ¿verdad? ¿Cómo pudiste hacer esto?

—Porque yo quería.

Dima niega con la cabeza. —¿Chuparás la polla de cada Falcone


para conseguir lo que quieres?

Mis ojos se agrandan y le doy una fuerte bofetada. —No es de tu


incumbencia. No lo ha sido en mucho tiempo. Quizás deberías
recordar tu lugar. Eres mi guardaespaldas, Dima. Trabajas para mí.
Recuerda tu lugar o mi padre te lo recordará.

Dima da un paso atrás. El dolor parpadea en sus ojos, lo cual sólo


capto porque lo conozco mejor que nadie, pero su rostro se vuelve
helado y duro al instante. —Gracias por recordarlo. No te
preocupes. No lo olvidaré de nuevo.

Se da la vuelta y la culpa se apodera de mí.

Dima ha sido mi guardaespaldas durante siete años, el primero de


varios, pero finalmente el único. Antes de eso, habíamos sido
amigos y después nos volvimos aún más cercanos. Nunca había
sido solo un guardaespaldas y nunca lo había amenazado con mi
padre, ni lo había puesto en su lugar.
Es una auténtica mierda disculparme y admitir faltas, pero mis pies
se mueven solos.

—Dima —digo, mi voz todavía al borde y para nada disculpándome.


Maldito sea mi orgullo—. Espera. —La disculpa me hace cosquillas
en la punta de la lengua.

Dima se detiene pero no se da la vuelta. La tensión permanece en


sus hombros.

—¿No me miraras a la cara?

—¿Eso es una orden?

—¡Detén esta mierda! Sabes que no quise decirlo así. Pero tienes
que dejar de meter tu nariz en mis asuntos personales. Si me
relaciono con Adamo, no es asunto tuyo. —No había estado con
nadie más desde que Dima y yo empezamos a salir cuando tenía
dieciséis años, pero él y yo nunca volveríamos a ser pareja. Incluso
cuando habíamos estado juntos, nunca se había sentido bien.

Sin embargo, eso podría tener algo que ver con mí retorcido yo y no
con Dima.

Se da la vuelta. —Deberías saberlo mejor.

—Estás celoso, pero necesitas controlarte.

—¿Celoso? —susurra—. ¿No merezco el derecho a tener un poco de


celos?

—No. Ya no.

—¿Hay algún problema? —pregunta Adamo, que se ve alto y un


poco somnoliento detrás de Dima. Sólo está en bóxer ajustados,
revelando muslos musculosos y una parte superior del cuerpo
impresionante.

Nuestra discusión se hizo ruidosa y despertó a varias personas que


ahora asoman la cabeza fuera de sus carpas o autos.

Al menos, ninguno de ellos habla ruso por lo que yo sé, así que no
saben lo que habíamos estado hablando.

—Vete a la mierda —gruñe Dima, con la cara enrojecida. Agarro su


brazo para calmarlo, pero él me aparta.

Adamo lo agarra por el hombro con expresión dura. —¿Qué tal si


llevas tu ira a otra parte? Cálmate antes de regresar. Dinara no
necesita tu mierda.

Dima se libera del agarre de Adamo, su cuerpo se tensa de una


manera que conozco demasiado bien. Es un luchador de artes
marciales, lo es desde que tengo memoria e incluso había matado a
un par de hombres con patadas directas. Hay una razón por la que
mi padre confía en Dima para mantenerme a salvo.

—Dima —gruño, pero ni siquiera me está escuchando. Su mirada


furiosa se centra en Adamo.

—No tienes por qué involucrarte, cachorro Falcone. Esto es entre


Dinara y yo, así que ¿por qué no vuelves a tu cama y dejas de
molestarme? —Finalmente se mueve como para volverse hacia mí,
probablemente para continuar nuestra discusión, pero Adamo lo
agarra del brazo de nuevo. Todavía se ve notablemente tranquilo, al
menos su rostro, pero en sus ojos, puedo ver un fuego peligroso que
nunca antes había visto en él y no puedo negarlo: estoy fascinada
por él.
Dima se vuelve hacia él, tratando de darle un puñetazo en la cara,
pero Adamo debe haber anticipado el movimiento. Eludiendo el
ataque y enviando un puñetazo al costado izquierdo de Dima.
Después de eso, se desata el infierno.

Retrocedo unos pasos para evitar convertirme en una víctima de su


batalla de testosterona. Los videos de las peleas de Adamo que
había visto casi no le hacen justicia. Verlo en acción ante mis ojos,
ver el sudor brillando en su frente y abdominales, presenciar el
enfoque letal en sus ojos y la precisión determinada de sus patadas
y puñetazos es un asunto completamente diferente. Es la diferencia
entre ver un hermoso huevo de Fabergé en una foto o sostenerlo en
la mano, y ver de cerca el intrincado trabajo realizado en él. Adamo
no es tan frágil como mi obra de arte favorita, pero es una obra
maestra de todos modos, y su arte de luchar requiere tanto
esfuerzo, dedicación y talento. Siempre pensé que Adamo era un
luchador reacio. En los videos a veces había aparecido de esa
manera, pero ahora, mientras intercambia golpes y patadas con
Dima, parece haber nacido para luchar, como si la demanda de
sangre y violencia sonara en sus venas, le llama como lo hace a
menudo mi oscuro anhelo.

Una multitud se reúne a nuestro alrededor, gritando animadamente


y pronto intercambiando apuestas. El polvo se arremolina alrededor
de la batalla, ardiendo en mis ojos.

—¡Basta! —grito, pero no estoy lo suficientemente loca como para


interponerme entre ellos. Son como perros de pelea. Si intentas
interponerte entre ellos, serás al que muerdan.

Crank se tambalea hacia nosotros, luciendo desconcertado por la


violenta escena que tenemos ante nosotros. La sangre salpica el
suelo polvoriento.
Llama con la mano a dos hombres altos y de cabello oscuro,
probablemente miembros de la Camorra. Mi sospecha se confirma
cuando se acercan y veo el tatuaje en su brazo.

Incluso ellos tienen problemas para separar a los dos luchadores,


pero finalmente los separan. El ojo izquierdo de Dima comienza a
hincharse y cerrarse de nuevo, cuando apenas había empezado a
verse mejor después que mi padre lo golpeara. Su nariz también
está rota y gotea sangre por su camiseta blanca.

Adamo tiene un corte en la mejilla derecha. No lleva camisa ni


zapatos, pero su piel está cubierta de salpicaduras de sangre y sus
ojos están salvajes y hambrientos. Me recuerda a un depredador
que ha probado la sangre por primera vez y se vuelve adicto al
instante.

Niego con la cabeza. —¿Era esto realmente necesario?

Las chicas pit susurran entre ellas, algunas incluso me dan


sonrisas burlonas. Les enseño los dientes con una sonrisa peligrosa
que heredé de mi padre. Desvío la mirada y me encuentro con la
mirada de Adamo. Se calma y deja de luchar contra el hombre que
lo sujeta. —No tienes que defenderme de Dima. Él siempre está de
mi lado.

Adamo se burla. —No me pareció así.

Lo fulmino con la mirada y me vuelvo hacia Dima, que se ha


quedado muy quieto. Me pregunto si realmente todavía está de mi
lado, pero no puedo imaginar que fuera de otra manera. Sus celos
tendrán que detenerse eventualmente. Tal vez debería señalarle que
ha estado con algunas chicas desde que rompí con él y nunca hice
una escena por eso.

Dima se vuelve hacia el tipo que lo sostiene. —Suéltame.


El chico mira a Adamo, lo cual es ridículo, pero por supuesto,
Adamo es el miembro de la Camorra de mayor rango presente.
Después de todo, es el cuarto después de sus tres hermanos
mayores.

—Suéltalo —ordena Adamo con voz dura y ambos hombres aflojan


su agarre.

Dima da un paso atrás. —No te preocupes por mi interferencia de


nuevo. A partir de ahora me ocuparé de los negocios en Chicago.

Dudo que realmente me deje fuera de vista. Se mantendrá cerca


para poder intervenir si pasa algo, pero llamaré a mi padre por si
acaso para decirle que despedí a Dima. Papá se enojará y tratará de
convencerme que vuelva a casa, sin duda.

—Dima, vamos a hablar una vez que te hayas calmado, ¿de


acuerdo?

No dice nada, solo se dirige hacia su auto.

—¡Si te pierdes una carrera, corres el riesgo de ser descalificado! —


grita Crank, pero Dima no reacciona. Se sube a su auto y se
marcha.

Suspiro.

Adamo se pasa el dorso de la mano por el corte, sin apartar los ojos
de mí. Lentamente, la multitud se dispersa. Me pregunto si la noche
anterior ha valido la pena la pelea con Dima. ¿Qué había logrado
realmente excepto cabrear a mi mejor amigo, y probablemente
también a Adamo? No lo había pensado bien. Reaccioné por miedo,
lo cuál es una estupidez. Como tengo ganas de perder el control,
traté de ejercer control sobre Adamo de la manera más fácil que se
me ocurrió.

Ahora había creado un lío, y mi cuerpo todavía zumba de deseo


cuando miro al hombre frente a mí, especialmente cubierto de
sangre porque había luchado por mí.

Era una cosa de damisela en apuros pensar, sentir que me excita,


pero mis instintos básicos son obviamente más fuertes que mi
terquedad.
9

Mi atención está por todos lados durante la carrera siguiente, así


que aunque comencé en la primera fila justo al lado de Adamo,
terminé de décima. Por supuesto, Adamo había jugado un papel
muy importante en mi mal resultado. Me cortó brutalmente
después de la salida, así que perdí brevemente el control de mi auto
y tomé un desvío sobre el arcén accidentado de la carretera.

No es que no hubiera hecho lo mismo con otros corredores, pero


hasta ahora Adamo no me había mostrado su lado despiadado.
Tuve que admitir que solo me hizo desearlo más. No quería que
nadie me mimara. Está noche después de la carrera, la fiesta es
bulliciosa y pronto la mayoría de la gente se emborrachó o se
desmayó.

Sólo había bebido un vaso del brebaje un poco menos repugnante


con Schnaps de melocotón que alguien había creado. Adamo y yo
nos hemos estado observando durante toda la noche, pero no
habíamos hablado. Ahora que Dima no era mi sombra, muchos
otros corredores vinieron a charlar y muchos de ellos son más
interesantes de lo que les había dado crédito. A medida que la
multitud disminuye, me inquieto. Algo en mí llama a buscar la
cercanía de Adamo pero me resisto.
Para mi sorpresa, me busca cuando me dirijo de regreso a mi auto.
—¿Ya te vas? —pregunta cerca, haciéndome saltar. Le lanzo una
mirada por encima del hombro.

—Nada mantuvo mi atención.

Adamo me alcanza. —Tal vez yo pueda. Compré una botella del


mejor vodka que pude encontrar en la última licorería por la que
pasamos. ¿Qué tal si compartimos una copa?

Me detuve. Después de cómo terminó nuestro último encuentro


para él, desconfiaba de sus motivos. La confianza no es algo que
entregue libremente. A pesar de mi desconfianza asentí con la
cabeza y lo seguí hacia su auto, que se encontraba lejos de la
mayoría de los demás. Oscuro y aislado.

Compartimos un trago en silencio, apoyados contra el capó de su


auto, nuestros hombros rozándose una vez más. Con la música de
la fiesta de fondo, por una vez una pieza melódica más lenta, esto
se siente casi romántico.

—¿Estás molesto? —le pregunto finalmente.

—La vida es demasiado corta para guardar rencor.

—Ese no es un lema por el que vivo.

—Seguro —dice Adamo. Se endereza y se mueve frente a mí,


elevándose sobre mi cabeza.

No me muevo, solo lo miro con calma. Lentamente se inclina. —


Pareces como si quisieras correr. ¿Tienes miedo de volver a
besarme?
—No tengo miedo de nada —murmuro —. Pero prefiero no tener que
patearte en las pelotas porque sientes la necesidad de vengar tu
orgullo herido y olvidar lo que la palabra “no” significa.

Adamo pone una mano en el capó, acercando nuestros rostros tanto


que el calor de sus labios abrasa los míos. —Soy consciente en el
significado de no, Dinara. No te preocupes. Y mi orgullo no se
lastima fácilmente. Pero dime, ¿estás diciendo que no a un beso?

Debería. La última vez, me había perdido completamente en eso,


pero tener a Adamo tan cerca, especialmente su boca, nubla mi
juicio. Cubro la distancia entre nosotros, rozando mis labios con los
suyos.

Adamo no necesita otra invitación. Arranca el control de mis manos


sobre el beso y lo dejo, demasiado delirante por cada golpe de su
lengua.

Dormir con Adamo nunca había sido parte del plan. Tal vez si
hubiera sabido más sobre él, sobre sus lados oscuros, que me
llaman en voz alta porque reflejaban la oscuridad profunda dentro
de mí, podría haber anticipado que llegaría a esto. Su agarre en mi
cuello se aprieta mientras profundiza nuestro beso. Sabe a pecado
y oscuridad, y puede besar de una manera que nunca había
considerado posible. Mi cuerpo hormiguea por la simple fricción de
nuestros labios, por la suave caricia de su lengua y su sabor. Pronto
el hormigueo se convierte en una necesidad pulsante y mis bragas
se humedecen. Me estoy perdiendo de nuevo en Adamo, perdiendo
el control de mi cuerpo. Vuelvo a prestar atención, forzando a mi
mente a concentrarse y sometiendo mi cuerpo a sus órdenes. Nunca
había sido difícil. Había practicado el control durante años,
dependía de el.

Agarro el cinturón de Adamo y lo desabrocho, apartando mi boca


de sus peligrosos labios. Alcanzando su polla que está tratando de
romper la tela de sus bóxer, pero agarra mi mano y atrapa mis
labios en otro beso. —Mi turno. Tengo algunos problemas de
confianza cuando se trata de ti y de mi polla.

No puedo evitar reírme contra su boca, pero luego su caliente y


hábil lengua traza la comisura de mis labios antes de sumergirse
en mi boca una vez más. La mano de Adamo ahueca mi pecho a
través de mi camiseta. Por supuesto, no estoy usando sostén. Soy
copa A, así que rara vez vi la necesidad de hacerlo. Ahora deseaba
haberlo hecho porque, como la última vez, Adamo comienza a jugar
con mi piercing, enviando rayos de placer a través de mi cuerpo. La
otra mano de Adamo abre el botón de mis pantalones cortos antes
que se deslicen, acariciando mi abertura. Como una almeja que se
cierra de golpe para protegerse, mi mente hace lo mismo
apartándome del contacto. La mano de Adamo se desliza por debajo
de mis bragas, tocando la piel, pero soy testigo de todo a través de
la niebla, apenas notando el toque. Tengo el control de mi mente y
mi cuerpo. Concentrándome en el tatuaje en el antebrazo de
Adamo, siguiendo sus intrincadas líneas rotas por cicatrices de
quemaduras.

Hago lo de siempre. Me quedo a la deriva, hago los movimientos,


gimo de vez en cuando, luego me arqueo cuando pienso que es hora
de un orgasmo, ya que Adamo me ha acariciado por un tiempo.
Nunca tuve mucha paciencia para alargarlo. No me importa si
piensa que me corrí demasiado rápido.

Las cejas de Adamo se juntan cuando me mira a los ojos. Algo en


su expresión pasa de la pasión a la realización y luego a la ira.

Adamo golpea el capó con la palma de la mano y gruñe: —¿Qué


diablos fue eso?

Salto y entrecierro los ojos, sorprendida por su arrebato. —¿De qué


estás hablando?
—Eso fue jodidamente falso. Cada maldito gemido y ese maldito
orgasmo también. No te corriste, ni siquiera estabas cerca, sin
importar lo fuerte que gemiste. Cuando toqué tu coño por primera
vez, estaba goteando y luego se secó como el suelo debajo de
nosotros. No soy idiota y reconozco un orgasmo femenino.

—¿Entonces ahora sabes si tuve un orgasmo? Puede que seas un


Falcone, pero no sabes una mierda sobre mi cuerpo.

El calor sube a mis mejillas al ser atrapada, pero no voy a dejar que
Adamo me arrincone. No le debía un orgasmo.

Adamo parece lívido. —Mierda, Dinara. No me mientas. Reconozco


un jodido orgasmo y ese no fue uno —gruñe—. ¿Por qué lo fingiste?

Lo fulmino con la mirada, tratando de quitarme del capó, pero él


permanece entre mis piernas, con los brazos a ambos lados de mis
muslos.

—Responde la maldita pregunta.

—No te debo una mierda.

—¿Es porque crees que no puedes correrte con un chico?

¿Dima había hablado una mierda de mí? Probablemente algo sobre


mí siendo frígida o algo así. La culpa me atraviesa. Dima no hablaría
mal y definitivamente no hablaría de sexo con Adamo.

—Vete a la mierda.

Adamo se acerca mucho. —¿O tienes miedo de perder el control,


Dinara? —Me tenso porque dio en el clavo—. Lo tienes —dice en voz
baja como si esto revelara otra pieza del rompecabezas. El gran
acertijo de Dinara Mikhailov que tanto quería resolver. Me pregunto
qué pensará él una vez que haya puesto la última pieza. No es una
obra maestra que alguien mostraría en un marco. Es una cosa
desordenada que la gente guarda en el garaje o en el sótano.

—No tengo miedo de nada —me enfurezco. Había vivido demasiados


miedos para inclinarme ante ellos.

Adamo niega con la cabeza, viendo a través de mí como nunca nadie


lo había hecho. Inclina la cabeza, buscando más de esa oscuridad
que trato de reprimir. No es ajeno a los horrores al conocer la
historia de su familia, pero algunas cosas iban más allá de lo que
la gente se sentía cómoda. Me preocupa que se diera cuenta que yo
era una de esas cosas.

Esto no formaba parte del plan. Él era un medio para lograr un fin.

¡Contrólate!

Agarro su cuello y lo beso con dureza, queriendo callarlo y evitar


que me mire así. Me hizo querer cosas que no podía pagar en este
momento, tal vez nunca.

Adamo se aparta de mi boca. Mete su mano entre nosotros y desliza


dos dedos a lo largo de mi abertura. —No quiero un maldito
orgasmo falso. Quiero el verdadero y me lo voy a ganar y tú perderás
el control, Dinara.

Nunca me había corrido con Dima, pero él nunca lo había


mencionado, aunque estoy casi segura que lo había notado. Él
tampoco es estúpido y me conocía incluso mejor que Adamo.

No era que no hubiera disfrutado muchas de las cosas que Dima y


yo habíamos hecho, pero nunca me había permitido dejarme ir por
completo, entregar el control de mi cuerpo a otra persona. Nunca
más.

Me encuentro con la mirada feroz de Adamo. Por alguna razón, algo


en él me obliga a lanzar las precauciones por la borda. —Puedes
perder el control conmigo —murmura —. Estás a salvo.

Sonríe con ironía. “Estás a salvo” era algo que me habían dicho
antes, pero ya no era esa chica y Adamo no era un demonio de mi
pasado. Adamo mete las manos en mis pantalones y los desliza por
mis piernas junto con mis bragas, dejándome desnuda sobre el
capó del auto. No soy tímida con mi cuerpo o una mojigata que tiene
problemas para estar desnuda con los demás. Los viajes desnudos
al sauna con familiares y amigos no eran infrecuentes en mi familia
y sin embargo, me siento vulnerable mientras me siento frente a
Adamo. Sus ojos se deslizan por mi cuerpo hasta mi coño. Él estaba
en lo correcto. Está seco como el aire que nos rodea. La humedad
que había evocado su beso había sido desterrada por mis miedos.
Necesitaba ese beso de nuevo, ese sabor de Adamo. Lo agarro por
el cuello y lo acerco más. Su mano sujeta mi cuello y finalmente su
boca presiona contra la mía, su lengua despierta mi cuerpo. Pronto
una pulsación familiar llena mi núcleo.

—Quédate conmigo —ordena, luego más suave. Quédate. Sus ojos


oscuros me detienen, me mantienen en el presente, sin forma de
escapar. Desliza dos de sus dedos en su boca, mojándolos antes de
presionarlos ligeramente contra mi clítoris. Se deslizan sobre mi
manojo de nervios fácilmente con la humedad adicional y pronto un
hormigueo se extiende a través de mí. Chupa mi labio inferior en su
boca cuando sus dedos se deslizan suavemente hacia arriba y hacia
abajo por mi abertura, haciéndome tijeras hasta que cada
terminación nerviosa de mi coño se despierta.

Mi respiración se acelera, mi cuerpo se pone más tenso. Un nudo


se aprieta peligrosamente con cada golpe de los dedos de Adamo y
él es el único que puede soltarlo. Él controla mi cuerpo, cada
deliciosa sensación que experimento. Reúne la humedad entre mis
pliegues y la extiende sobre mi clítoris, rodeándolo. Su respiración
también se acelera ahora. Nunca me quita los ojos de encima
mientras me conduce más alto. Las sensaciones se vuelven
abrumadoras, el nudo a punto de estallar. —Sí —gruñe Adamo, sus
ojos parecen negros en la oscuridad, como si pertenecieran al diablo
con el que había hecho un pacto.

Me mete dos dedos y los retuerce. Respiro hondo, al borde de la


caída. Mi mente grita por control, mi cuerpo por liberación.

Con cada embestida, retuerce los dedos, golpeando un delicioso


punto profundo dentro de mí. Mis pestañas se agitan, queriendo
bajar y hundirme aún más en la sensación, pero me quedo clavada
en el momento. Su mirada sostiene la mía mientras me folla con
movimientos profundos y precisos. Un gemido se escapa, no
planeado, no forzado. Cae de mis labios como un suspiro de alivio.

Mis paredes internas comienzan a hormiguear como nunca antes,


comienzo a tener espasmos y apretar alrededor de los dedos de
Adamo. No puedo contenerme. Clavando mis talones en el trasero
de Adamo, me arqueo hacia atrás sobre el capó mientras el placer
se apodera de mí, arrancando cualquier pizca de control de mi
cuerpo. Grito, arañando a Adamo casi frenéticamente. Adamo
mueve los dedos más rápido, forzándome a soltar más gemidos y
gritos. No puedo dejar de temblar hasta que finalmente los dedos
de Adamo se detienen. Permanecen dentro de mí, como si Adamo
se hubiera encajado en mi mente, mi cuerpo, cada parte de mí.

Después, con mi cuerpo zumbando, mi respiración ronca, miro


hacia el cielo nocturno. Ninguno de los orgasmos que me había
dado a lo largo de los años había sido tan intenso. Lentamente mis
sentidos regresan. Adamo se cierne sobre mí. —Esto fue un
orgasmo, Dinara.
Perdí el control.

Mi pecho se contrae. Lo empujo con fuerza y él cede, dando un paso


atrás. Un bulto le sobresale de los pantalones. Se lleva los dedos
cubiertos de mis jugos a la boca y los lame con una sonrisa
maliciosa. Mi núcleo se aprieta queriendo más, completamente
hipnotizada por las sensaciones que se atenúan lentamente en mi
cuerpo. Salto del capó, me subo las bragas y mis pantalones cortos
antes de salir corriendo hacia mi coche. Dentro de el, con la puerta
cerrada, mi corazón comienza a ralentizarse.

Adamo todavía está parado frente al capó de su auto. Lo dejé con


una polla dura una vez más. Sólo que esta vez no me siento como
el ganador de nuestro juego. Toco mis bragas, que están
completamente empapadas, luego aparto mi mano y me reclino en
el asiento. —Joder. Vete a la mierda, Adamo. —Lo que sea que esté
pasando entre nosotros podrá volverse peligroso, pero sé que no
puedo mantenerme alejada o reconstruir las viejas barreras. Quiero
más de lo que Adamo me había dado incluso si me asusta.

No era una cobarde, no me habían criado para serlo y no me


permitiría convertirme en una, así que no evité a Adamo como parte
de mí quería hacer después de mi huida. En cambio, me senté junto
a él en el tronco la noche siguiente y le tendí un paquete de
cigarrillos sin abrir. Fue mi ofrenda de paz. Lo aceptó. Se necesitó
aún más coraje para sostener su mirada porque me dio la sensación
que podía ver aún más en mis ojos que el día anterior. Todos los
días desenredaba otra parte de mí, y yo todavía estaba cortando
inútilmente sus barreras. No hablamos, sólo escuchamos a la
banda improvisada que algunos corredores habían juntado. Una de
las chicas del pit tenía una voz asombrosa, que llenaba la noche
con más calor que el fuego. Era mucho después de la medianoche
cuando la mayoría de la gente se había ido a dormir. —¿Tienes más
de ese vodka de ayer en tu auto? —me oí decir.

—Ayer bebí un poco por frustración, pero todavía queda suficiente


—dijo Adamo en voz baja. Nos enderezamos y caminamos hacia su
auto. La gente había empezado a hablar de nosotros. Los rumores
circulaban. Éramos un círculo pequeño y los chismes eran
imposibles de reprimir. No me importaba. Mi reputación es mi
menor preocupación. Esta no es mi casa y esos no son amigos o
familiares.

Antes que Adamo pudiera alcanzar la botella, hundo mis dedos en


su camisa y lo acerco más. No se resiste pero tampoco baja la
cabeza. En lugar de eso, me mira. —¿No has terminado de jugar?

—No estoy jugando. —Al menos no el juego que él podría sospechar.

—La última vez me dejaste ahí parado con una erección.

—Lo hice. Pero no lo volveré a hacer.

Se inclina más cerca. —¿Estas segura de eso? Mis palmas están


duras por masturbarme.

Me rio pero sin previo aviso el beso de Adamo me golpea contra el


auto. La pasión estalla entre nosotros, borrando cualquier sentido
de precaución. Nos arrancamos la ropa el uno al otro. Adamo rasga
la puerta para abrirla, bajando ya mis pantalones cortos de
mezclilla y mis bragas. Los sacudo un momento antes de empujar
a Adamo al asiento trasero. Quiero, necesito tener el control. La
polla de Adamo se pone firme mientras él rodea un condón sobre
ella con impaciencia. Me hundo en él y aspiro profundamente ante
la sensación de saciedad. Ha pasado más de un año desde que
estuve con Dima y eso había sido muy diferente. Los dedos de
Adamo se clavan en mis caderas y comienzo a moverlas. Mis labios
chocan contra los suyos mientras lo monto. Empuja hacia arriba,
aún más profundo, tratando de hacerme ceder el control.

Mis uñas se clavan profundamente en su pecho, como una


advertencia. Adamo agarra mis nalgas y luego nos da la vuelta. Los
Falcone nunca renuncian al control. Me empuja al asiento trasero
con su cuerpo mucho más fuerte y se estrella contra mí. Cada
embestida de él arranca otra astilla de control. Con él encima de mí
así, no tengo forma de recuperarlo.

Perdiendo el control. Fuera de control.

Mi garganta se aprieta de inmediato. Cierro los puños y el placer se


convierte en dolor. Adamo me toca la mejilla y mis ojos se clavan en
los suyos. La preocupación nada en sus ojos oscuros. Vio más
profundo de lo que se suponía, vio cosas que nadie debería ver. No
se suponía que debía hacerlo. —No te detengas —espeto, no
queriendo parecer débil. No soy frágil ni vulnerable, no quiero que
me trate como tal.

Mis pulmones se contraen. Mi cuerpo es más fuerte que mi voluntad


de hierro.

Adamo se da la vuelta, llevándome con él, así que estoy una vez
más encima de él. Después de un momento para agarrarme, clavo
mis uñas en su pecho y muevo mi cadera, conduciendo su polla
profundamente dentro de mí. Me inclino y lo beso con fiereza, mis
ojos se cierran con fuerza contra su mirada inquisitiva. Sus palmas
ahuecan mis senos y sus dedos tiran de mi piercing. Jadeo, mis
ojos se abren de golpe.
—Me encanta ese piercing.

Mis labios se abren cuando lo mueve de nuevo y mi coño se aprieta


con fuerza a su alrededor. Me estoy acercando más y más, sin forma
de detenerme, y por una vez no trato de luchar por el control de mi
cuerpo. Lo dejo libre incluso si me asusta.

Las caderas de Adamo se mueven hacia arriba mientras las gira.


Agarro sus hombros, mis ojos se abren cuando una ola de placer
me atraviesa. No puedo detenerlo, solo puedo someterme a su
fuerza. Grito, mi vientre se contrae, mis pezones se endurecen aún
más.

Casi me desmayo cuando la polla de Adamo se expande bajo su


propio orgasmo.

Abrumada, caigo hacia adelante. Mi rostro se presiona contra su


pecho mientras respira hondo tras otra respiración. La mano de
Adamo se desliza suavemente por mi espalda. La caricia se siente
bien, le da un ancla a mi tumultuoso interior. Me permito disfrutar
de su toque y de nuestra aún íntima conexión.

Podría quedarme así para siempre, escuchando los latidos


acelerados de su corazón, pero finalmente me siento. Adamo
todavía está enterrado en mí, pero lentamente se ablanda. Me
levanto de él y me arrastro hacia atrás y fuera del auto. Adamo no
intenta detenerme. No dice nada en absoluto, sólo se quita el
condón y lo anuda. Busco a tientas mi ropa en la oscuridad cercana
y me la pongo torpemente. Están polvorientas y pegadas a mi piel
sudada.

Miro a Adamo y de nuevo una parte de mí quiere quedarse, volver


a meterse en su auto y estirarme en el asiento trasero junto a él.
Confío en ese lado de mí incluso menos de lo que confío en Adamo.
No estoy segura qué decir. Nunca había follado a alguien con quien
no estaba saliendo, y no sé cómo manejar a Adamo o mis
sentimientos. Finalmente, me doy la vuelta para alejarme.

Antes de estar fuera del alcance del oído, Adamo dice: —Buenas
noches, Dinara.
10

Hasta que no viera a Adamo al día siguiente, no estaba segura de


cómo reaccionaría. Si intentaría devolver nuestra relación a un
estado menos íntimo. Sin embargo, en el momento en que se unió
a mí en el desayuno con su propio tazón mientras yo comía mi
avena tranquilamente, sentándose a mi lado, supe que no quería
dar un paso atrás. Quería más.

—¿Estás bien? —pregunta Adamo finalmente.

Entrecierro mis ojos. —¿Por qué no debería estarlo?

Adamo se encoge de hombros —Pensé que de ahora en adelante me


ibas a querer evitar. Pero parece que me equivoqué.

—¿Prefieres que te ignore?

—Prefiero que vuelvas a acompañarme a mi coche esta noche.

Reprimo una sonrisa. —De acuerdo.

Adamo y yo no perdemos mucho tiempo cuando llego a su coche.


Nos besamos como si fuéramos amantes perdidos desde hace
mucho tiempo; con tiempo limitado para disfrutar el uno del otro.
Quizás eso no está muy lejos de la verdad porque el tiempo
definitivamente no está a nuestro favor. Yo soy rusa. Él es italiano
e incluso si el campamento de carreras podría haber desvanecido
algunas líneas, nuestras familias están en guerra.

Adamo nos hace retroceder hacia su coche y me sube al capó, sin


dejar de besarnos. Sus dedos encuentran mi piercing, luego tira de
la camiseta por mi cabeza y se retira de mi boca solo para bajar sus
labios a mi pecho. Su lengua juguetea con mi pezón, moviendo el
piercing hacia atrás y con fuerza. Suelto un fuerte suspiro, mis
piernas se separan por sí mismas. Adamo presiona una palma
contra mi entrepierna. Me pregunto si puede sentir mi humedad
incluso a través de las capas de tela.

Mis dedos se presionan sobre el capó, mi respiración está en breves


ráfagas. Cada músculo de mi cuerpo se tensa y mi corazón late
salvajemente en mi pecho. Adamo da un paso atrás y casi protesto
pero mi orgullo hace que cierre la boca de golpe.

Adamo abre el botón de mi short, lo desliza hacia abajo junto con


mis bragas y se pone de cuclillas frente a mí. Él me mira. Su rostro
se encuentra envuelto en sombras, pero sé que está esperando a
que le de el visto bueno. Después de ayer, sus acciones han sido
más cautelosas. No quiero que se contenga. Yo no soy frágil.

Mi garganta está seca, demasiado seca para hablar. Abro mis


piernas de par en par. No lo quiero a medias. Estoy empapada por
el hombre que tengo delante. Su lengua traza una línea húmeda a
lo largo de la parte interna de mi muslo, poniéndome la piel de
gallina y haciéndome temblar. Me pregunto si puede sentir en mi
piel los bordes de mis cicatrices del pasado. Hasta ahora no las ha
mencionado. Un hombre con tantas cicatrices como él tuvo que
haber aprendido a no hacer preguntas sobre las marcas de otras
personas.
El aire de la noche se siente frío contra mi centro empapado. No
aparto los ojos de Adamo, no me recuesto. Esta posición me da una
sensación de control, incluso si Adamo pronto la cambia. Pasa a mi
otro muslo y allí arrastra su lengua a lo largo de mi piel sensible. —
¿Cuándo me vas a lamer? —pregunto, pero mi voz carece del
sarcasmo y la bravuconería que quería poner en ella. Quiero sentir
su lengua en mí, dentro de mí.

—Pronto —dice Adamo con voz áspera, y su siguiente exhalación


pasa como un fantasma sobre mi coño mojado. Me muerdo el labio,
tensa por la expectativa y la ansiedad. La idea de perder el control
como la última vez todavía me oprime el pecho, pero mi cuerpo pide
más, y es más fuerte que cualquier duda y ansiedad.

Y luego la lengua de Adamo se desliza sobre mi abertura


lentamente, trazando alrededor de mi clítoris antes de separar mis
pliegues con solo la punta de su lengua. Mis dientes presionan mi
labio inferior mientras su lengua acaricia mi piel sensible,
profundizando lentamente hasta llegar a mi entrada. Mi cabeza cae
hacia atrás por un momento, mis ojos se abren de asombro ante la
sensación que Adamo crea con un roce de su lengua. Rodea mi
abertura, su respiración ahora es más audible.

Sus labios se cierran alrededor de mis sensibles pliegues,


succionando, e inhalo bruscamente.

—¿Te gusta? —murmura Adamo después de un rato, con la voz


cargada de deseo. Como para enfatizar su pregunta, desliza su
lengua hacia arriba y empuja mi clítoris.

—No hables —digo entre dientes—. Lámeme.

Sus dedos ahuecan mis nalgas y realmente se sumerge. Menos


gentil, más fuerte. Su lengua separa mis pliegues, buscando mi
entrada, sumergiéndose en mi coño. Se mueve hacia arriba y hacia
abajo, despertando cada terminación nerviosa. Mi lujuria gotea y
Adamo la lame, haciéndome gemir. —Haz eso de nuevo —susurro,
casi delirando por las sensaciones.

Adamo me abre más y pasa lentamente su lengua por mi abertura.


Mis dedos se agarran de su cabello mientras lo veo sacar más de
mis jugos y darse un festín con ellos. Mis caderas se mueven
inquietas. Adamo mira hacia arriba, encontrándose con mi mirada
mientras sigue devorándome, sus labios brillaban con mi lujuria y
sus ojos hambrientos de más. Mi agarre en su cabello se aprieta
aún más cuando mi coño comienza a tener espasmos. Adamo cierra
sus labios alrededor de mi clítoris mientras empuja dos dedos
dentro de mí y un temblor recorre mi cuerpo, tomando cualquier
apariencia de control con él. Grito, empujando mi coño más fuerte
contra la cara de Adamo, quien acepta la invitación con un gruñido,
succionando más fuerte y hundiendo sus dedos aún más en mí.
Cabalgo sobre sus dedos y su cara, casi llorando de placer. No me
importa quién escuche, no me importa nada más que la sensación
de libertad que siento.

Caigo hacia atrás, completamente exhausta. Paso mis dedos por el


cabello despeinado de Adamo, más suave ahora mientras llena mi
coño de besos. Parpadeo hacia el cielo, preguntándome qué es esto.
Adamo aparece en mi línea de visión. Paso mi palma por su barba
que esta mojada con mis jugos. Su expresión rebosa lujuria y el
bulto en sus pantalones es impresionante. —Date la vuelta —dice
Adamo.

No protesto. En lugar de eso, me doy la vuelta hasta que sostiene


mi estómago sobre el cálido capó del auto y mi trasero se apoyado
en Adamo. Acaricia mis nalgas antes de frotar su punta sobre mi
abertura. Me arqueo contra él. —Fóllame, Adamo. Fóllame como si
lo dijeras en serio.
Adamo se inclina hacia adelante, trazando la piel de gallina de mi
columna con su lengua. La punta de su polla se hunde en mí. Trato
de retroceder, pero el agarre de Adamo en mis caderas me mantiene
en el mismo lugar mientras empuja su punta lentamente hacia mí.
—Más profundo —balbuceo.

—Paciencia. Yo hago las reglas.

Extiendo la mano hacia atrás, ahuecando y apretando sus bolas.


Adamo sisea bajo en su garganta. —¿Así es como quieres jugar? —
gruñe.

—Sí —digo con voz ronca mientras él sigue burlándose de mí con la


punta de su polla.

Adamo se retira y luego sin previo aviso, se estrella contra mí,


llenándome hasta el límite. Grito ante la sensación de estiramiento,
a punto de ser doloroso. Adamo es increíblemente grueso y largo.
Su punta toca el dulce punto profundo dentro de mí.

—¿Es esto lo que quieres? —pregunta Adamo con voz ronca.

Giro mi cabeza para mirarlo a la cara. —Quiero que me folles hasta


que mis piernas tiemblen y me corra por todo tu coche.

Sus ojos brillan con lujuria cruda y luego se estrella aún más fuerte
contra mí. Su coche se sacude bajo nuestra mierda y por una vez
pierdo todo sentido de control y no me asusto.
En ocasiones pienso que he descubierto a Dinara, pero luego
sucede algo que me desconcierta por completo. Como su ataque de
pánico cuando estaba encima de ella cuando follamos por primera
vez. No hemos hablado de eso y no ha vuelto a suceder en las dos
semanas siguientes, a pesar que follamos todas las noches. Sin
embargo, nunca estoy encima. O las finas cicatrices en la parte
superior de sus muslos, primero las sentí con las yemas de mis
dedos y luego con la lengua. Cuando su short se subió un poco más
y el sol le dio en la piel, también las vi.

Dinara es un enigma que estoy desesperado por comprender. No le


he vuelto a pedir a Remo más información. Por alguna razón, ahora
que Dinara y yo nos acercamos, me hace sentir mal hurgar en su
pasado sin su permiso. Ella obviamente no quiere compartir cosas
conmigo. Quizás eventualmente lo hará.

El calor en la carpa es casi insoportable. El sol ha sido implacable


durante el día e incluso por las noches no ha brindado mucho alivio.

Dinara rueda fuera de mí y se estira de espaldas, respirando con


dificultad. Nuestros cuerpos están cubiertos de sudor por el sexo y
el calor.

—¿Me dirás alguna vez por qué estás realmente aquí?

Dinara se pone sobre su costado, acercándonos una vez más. Me


giro para enfrentarla. Mechones de su cabello rojo se le pegan a las
mejillas y la frente. —Me sorprende que Remo no te haya contado
todo.
—Remo tiene un extraño conjunto de reglas y le gusta jugar
conmigo —digo, y luego me encojo de hombros—. Pero realmente
no he intentado extraer información de él desde que esto comenzó
con nosotros.

—¿Esto? —pregunta Dinara, trazando mi desfigurado tatuaje de la


Camorra. Ella lo hace cada vez después del sexo, obviamente
fascinada por su apariencia o tal vez sólo por la historia detrás de
ella. Ella alza los ojos—. ¿Qué es esto entre nosotros?

—Dime tú. Creo que sólo tú sabes lo que realmente quieres.

—¿Qué quieres Adamo?

Levanto la mano y le recorro el pómulo. Ella lo permite, por esta vez


no me aleja, no busca la seguridad de su propio coche después de
tener sexo. —Quiero conocerte mejor. No sólo tu cuerpo, sino tu
mente, tu pasado, tu oscuridad.

Dinara sonríe amargamente. —No, no es así. No si te gusta la


versión de mí que has conocido hasta ahora.

—Déjame decidir eso. Dudo que haya algo que pueda hacerme verte
bajo una luz diferente. Y si lo que albergas es oscuridad, tengo más
que suficiente con la mía, así que no me alejo de ella.

Dinara mira hacia el techo de la carpa. Acaricio su vientre y juego


con su piercing.

—¿Qué es exactamente?

Ella me mira horrorizada. —¿No me digas que no sabes lo qué es


un huevo de Fabergé?
—Es un huevo ruso exactamente con la cabeza exasperada. —Es
arte e historia. Diseño intrincado.

Me inclino sobre su vientre para mirar más de cerca el pequeño


huevo que cuelga de su piercing. Es rojo con decoración dorada. —
¿Este es un original?

—Fue hecho a medida para mí por los mismos fabricantes que


crean los huevos Fabergé más grandes.

—¿Pero por qué elegiste eso para un piercing?

Sus cejas se arrugan. —Es parte de mi historia. Mi padre me ha


regalado un huevo de Fabergé todos los años desde que nací y los
guardo en una vitrina en mi habitación.

—Nunca te he considerado un entusiasta del arte, especialmente


este tipo de arte tradicional. Te pareces más al tipo de chica de Andy
Warhol o Jackson Pollock.

—Te equivocas.

—Porque no me cuentas lo suficiente sobre ti.

—Tú tampoco eres exactamente un libro abierto.

Inclino mi cabeza. —¿Qué quieres saber?

—Hay tantas cosas, es difícil elegir solo una —dice, pero luego su
mirada se posa en mi antebrazo—. Tu cicatriz de quemadura. ¿Por
qué no la quitaste con láser y te rehicieron el tatuaje de la Camorra?

Las sombras oscuras de mi pasado toman forma. Extiendo mi brazo


para que pueda ver mi tatuaje, el cuchillo con el ojo y el lema
Camorra en italiano. Pero la mayoría de las palabras son ilegibles,
torcidas y distorsionadas por las marcas de quemadura al igual que
el ojo. —Ese día me cambió. Despertó un lado de mí que pensé que
no existía. El tatuaje en su estado desfigurado es mi recordatorio y
también una advertencia de lo que acecha debajo.

En las primeras semanas y meses después de mi captura y la


tortura, me despertaba con pesadillas todas las noches. Nunca
antes me habían despojado de mi poder de esa manera, dejándome
a merced de otra persona. Antes de ese día, pensaba que estaba a
merced de Remo y sujeto a sus estados de ánimo. Pero después, me
di cuenta de lo equivocado que había estado. Remo nunca quiso
hacerme daño. Me cuidó a su retorcida manera. Fue necesario estar
en manos del enemigo para darme cuenta.

—¿Nunca buscaste venganza por lo que te hicieron? ¿Por el dolor


que te infligieron? El Outfit te ataco para castigar a tu hermano.
Aún eras joven.

No me sorprende que Dinara conozca detalles. Después de todo,


Grigory lo sabe todo y obviamente, no le importa compartir
información con su hija. Quizás los jefes de la mafia rusa no miman
a sus hijas tanto como los italianos.

De vez en cuando había soñado con la venganza, especialmente al


principio. Me había pasado horas imaginando cómo sería tener a
uno de mis torturadores en mis manos y hacerles lo que me habían
hecho, pero finalmente dejé de obsesionarme con la venganza. —
Dejé el pasado atrás. No necesito venganza. No me importa lo que
pase con el Outfit. Nino y Remo se encargan de ellos. No creo que
la venganza ayude a nadie.

—No puedo creer que no estés furioso —susurra.

—Lo estoy. Pero canalizo la ira que aún me queda de esos sucesos
en carreras y peleas. Eso es suficiente.
No es del todo verdad. Ese día se despertó algo que tenía cada vez
más problemas para reprimir. Mi lado oscuro, un lado que todavía
temo y desprecio a menudo. Sin embargo, los raros momentos de
aceptación y la paz que había tenido me asustaron aún más.

Ella traza la piel de quemadura. La piel no es sensible al tacto ni al


dolor, ni mucho menos la que la rodea. Cuando las yemas de los
dedos de Dinara se deslizan más arriba, descubriendo una pequeña
cicatriz en mi bíceps y luego las cicatrices en mi pecho, la piel de
gallina recorre mi cuerpo. —¿Estas también son de tu tortura?

—No todas. Un par. El resto son de peleas del tiempo que viví en
Nueva York con la Famiglia.

—Creo que es extraño que tu hermano confiara lo suficiente en otra


familia como para enviarte allí. Incluso cuando mi padre hace las
paces con los demás, no significa que confíe en ellos lo suficiente
como para enviar a alguien que le importa.

—Le pedí a Remo que me enviara allí. Necesitaba alejarme de mis


hermanos, de su sombra y su protección. En Nueva York, no me
trataban de ninguna manera especial. Era un don nadie. Tuve que
hacer el trabajo sucio y su Capo me castigó cuando me equivocaba.

—No importa a dónde vayas, nunca serás un don nadie, Adamo.


Incluso si estás lejos de tus hermanos y de Las Vegas, tu nombre
tiene peso, como el mío. Llevamos nuestros nombres como carga y
escudo. La única forma de ser anónimos es adoptar un nuevo
nombre y convertirnos en otra persona.

—¿Alguna vez has considerado hacer eso? ¿Dejar atrás a tu padre


y a la Bratva? ¿Empezar de nuevo?
Dinara niega con la cabeza. —Está en mi sangre. Es parte de mi
vida. No me gustan todos los aspectos de esta vida, pero no quiero
huir de ella —dice, trazando mis cicatrices.

Le hablo de cada cicatriz y cuando finalmente me quedo en silencio,


su rostro está a centímetros del mío. Paso la palma de mi mano por
la parte superior de sus muslos y las delgadas cicatrices que tiene,
una pregunta silenciosa.

Dinara suspira, volviendo su rostro hacia el techo una vez más. —


A veces somos nuestro peor enemigo.

Asiento con la cabeza porque es una verdad que había aprendido


en el pasado. Sospecho que las cicatrices son auto infligidas. Me
recuerdan las cicatrices que algunos de mis conocidos drogadictos
habían tenido en sus muñecas por cortarse. —¿Por qué? —le
pregunto.

—Tomé drogas para encubrir el viejo dolor. Pero me adormecieron


en todos los sentidos y por eso traté de sentir algo, incluso si era
dolor, siempre que decidiera qué era.

Algo en Dinara me recuerda a mí, cuando no había estado limpio


por mucho tiempo. Las drogas eran una cosa de su pasado como lo
fueron en el mío, pero quiero saber las razones de su adicción. —
¿Qué tipo de viejo dolor?

Su expresión se cierra —La verdad sobre mí que esconde tu


hermano cambiará la forma en que me miras. Pero dile a Remo que
le doy permiso para compartirlo contigo, si eso es lo que necesita.

Remo nunca pidió permiso de nadie. Dudaba que esa fuera la razón
por la que me había estado ocultando la verdad.
Dinara se sube encima de mí, dejando que su cabello cubra mi
rostro. —Algún día tendrás que llevarme a Las Vegas contigo y
mostrarme tu ciudad.

—¿Te refieres a llevarte a tu madre?

Los labios de Dinara rozan los míos. —¿Y si digo que sí?

—No creo que sea una buena idea, a menos que Remo permita una
reunión.

—No podrá apartarla de mí para siempre.

Suspiro, pasando mi mano por el cabello de Dinara. —Me temo que


me estás usando contra mis hermanos. Debes saber que les soy
leal.

—Lo sé —dice simplemente y me besa.

Me aparto. —No podrás convencerme, incluso si una parte de mí


quiere hacer lo que me pidas.

—Cállate —murmura Dinara.

Dejo que me silencie con sus besos. No estoy seguro qué secreto
revelará Remo sobre Dinara. Espero que no me haga dudar querer
ayudarla ni siquiera contra Remo. Mi hermano había hecho una
mierda retorcida de su vida, y temo que lo de la madre de Dinara
sea otra mierda en esa lista. A menudo no estoy de acuerdo con lo
que hacen mis hermanos, pero los he apoyado. ¿Y si el secreto de
Dinara lo hacía imposible? Tal vez por eso Remo se ha guardado el
secreto, y tal vez ahora que estoy más cerca de Dinara lo revele por
la misma razón. Para poner a prueba mi lealtad.
11

Mi padre odia a mi madre. Cada vez que mencionaba su nombre, el


odio se reflejaba en cada expresión de su rostro. La quiere muerta.
No, desea que sufra y muera. Una simple muerte no es suficiente
para él. Como Pakhan tiene los medios para matar a cualquiera, y
hacer que sus últimas horas sean insoportables, y ciertamente no
tiene problemas en hacerlo.

Pero mi madre está en territorio de la Camorra, en el centro de la


ciudad de Las Vegas, bajo la atenta mirada de nada menos que el
Capo de la Camorra: Remo Falcone.

Remo Falcone es sólo un vago recuerdo de cuando era niña y es lo


que se interpe entre mi madre y yo. Imposible de evitar, sin ayuda.
Mi padre no me ayudará. No a menos que Remo le entregara a mi
madre para poder matarla él mismo. ¿Y Adamo?

Tal vez Adamo podría ayudar, pero ¿lo haría? Usarlo para obtener
información ha sido fácil, pero lo que necesito de él va más allá de
eso.... No estoy segura si debo considerar pedírselo. Pero, ¿tengo
otra opción?
Esto es demasiado importante como para dejar que las emociones
se interpongan, especialmente cuando no estoy segura de su
magnitud. ¿Podría existir algo entre nosotros?

Pero a diferencia de Adamo, no puedo dejar que el pasado


desaparezca. No me dejaba. ¿Y no buscar la venganza? Imposible.

El pasado es mi carga.

A veces, por la noche, los recuerdos estaban frescos y me


despertaba con el aroma del dulce perfume de mi madre en la nariz,
mientras mi piel se cubría de sudor. Odiaba esas noches, esos
sueños, que me hacían sentir pequeña y débil, destruyendo todo
aquello por lo que había trabajado tanto.

EL Pasado

—Vamos, Mandy —dice mi madre mientras me sacaba del


auto y me llevaba hacia un edificio de ladrillos. No me gustaba
ese nombre. Pero quizás no duraría. Mis últimos cinco
nombres no lo habían hecho. Echaba de menos mi verdadero
nombre. Ekaterina, o Katinka, como siempre me llamaba mi
padre. Pero era malo.

—¡Mandy, apúrate! —Su voz estaba cargada de miedo. Los


hombres nos habían llevado con ellos, lejos de la casa en la que
vivíamos desde hacía semanas. Nos habían metido en un auto
y nos habían llevado a un lugar con un gran cartel luminoso
en su entrada. Las piernas de una mujer brillaban con colores
intensos y entre ellas aparecían las palabras Sugar Trap
centelleando. No me opuse a su agarre, sólo caminé tras ella.
Bajé la mirada al suelo como me habían enseñado cuando
entrábamos a un bar. Olía a alcohol y a humo, pero sobre todo
a un perfume pesado, incluso más fuerte que el que llevaba mi
madre. Casi tropiezo cuando bajábamos unos escalones
empinados. Pero un hombre de ojos grises me cogió del brazo.
Me soltó y mi madre me acercó aún más.

Llegamos a una habitación sin ventanas. Otro hombre


esperaba dentro.

Es muy alto, con el pelo oscuro, y estaba de pie con los brazos
cruzados. Su expresión me aterroriza. Anunciaba problemas.
Pero sabía que incluso una sonrisa no significaba nada. Las
palabras dulces y las sonrisas amables suelen ir seguidas de
dolor. Sus ojos son casi negros y su pelo también. Sólo me miró
brevemente y luego entrecerró los ojos hacia mamá y su novio
Cody, que tiene la nariz ensangrentada. No sabía por qué,
pero no estaba triste. Era un hombre malo. De una forma
diferente a la de mi padre. Peor, aunque mi madre no lo viera.
Mi madre odiaba a mi padre. Dijo que yo también debía
odiarlo.

—¿Sabes quién soy? —preguntó el hombre alto. Su voz es


profunda y segura.

Mamá me agarró la mano con más fuerza. Miré a mi


alrededor. El hombre de ojos grises se apoyó en el escritorio,
observándome. No sonrió ni frunció el ceño. No hizo nada, sólo
miraba como si pudiera ver por debajo de mi piel hasta las
partes oscuras de mí. Miré fijamente mis pies sucios dentro de
las sandalias.
—Por supuesto —dijo Cody. Su voz temblaba. Levanté la
cabeza y lo miré. Nunca había escuchado ese tono en él.
Parecía aterrado. El sudor brillaba en su frente y estaba a
punto de llorar.

—¿Quién soy ? —preguntó el hombre. No era muy viejo. Su voz


era baja y tranquila, pero la cara de Cody se arrugó.

—Usted es Remo Falcone.

—¿Y?

—Capo de la Camorra. —Tragó audiblemente—. He estado


traficando para usted, señor, durante casi seis meses. Pero no
soy nadie que usted conozca.

Cody sonaba tan recatado. Cuando me daba órdenes, siempre


se mostraba confiado y enfadado. ¿Por qué Cody tenía tanto
miedo de Remo Falcone? Si un hombre como Cody se sentía así,
yo debería estar aterrada.

—Se suponía que vendías crack y hierba, pero he oído que has
montado un pequeño y lucrativo negocio adicional con la
ayuda de la señora de allí. Tal vez pensaste que no me daría
cuenta porque estaba demasiado ocupado estableciendo el
poder.

La mano de mi madre alrededor de la mía era dolorosa. Nunca


había oído a nadie decir la palabra señora con más asco.
—¿Cómo te llamas, mujer?

Mi madre se estremeció. —Eden.

—Estoy seguro que ese es tu verdadero nombre.

Mi madre no dijo nada. Al igual que yo había tenido muchos


nombres en los últimos meses. —¿Cuánto tiempo llevas
haciendo tu negocio adicional en mi ciudad?

Mi madre miró a Cody.

—¡No sabía lo que hacía! —espetó—. Hoy ha sido la primera


vez que lo he descubierto.

—Qué casualidad que te enteres el mismo día que te


atrapamos. —Remo señaló con la cabeza al tipo de ojos grises
que había colocado una laptop frente al escritorio y lo miraba
fijamente—. Mi hermano ha cogido unos cuantos discos de tu
casa. Supongo que no demostrarán que tus palabras son falsas,
¿verdad?.

Cody palideció.

Remo se volvió hacia mi madre de nuevo. —¿Cuánto dinero


ganaste?

—No lo sé. Nunca recibí dinero.

—Tienes un lugar para vivir y suficientes drogas para olvidar


el pasado y olvidar el presente, ¿verdad? —Remo se acercó a
mi madre, colocándose delante de ella y de mí—. En mi ciudad
yo pongo las reglas y nadie va en contra de ellas.

—No lo sabía —dijo mamá—. Fue idea de Cody.

Cody la miró con desprecio, pero bajó la cabeza cuando Remo


se dirigió a él.

—¿Hasta dónde llega tu negocio? ¿Hay otros que debamos


conocer?

—No, sólo fuimos nosotros.

—¿Está diciendo la verdad, Eden? —preguntó Remo.

—S-sí. Sólo acabamos de empezar.

—“Sólo acabamos de empezar”. Suena como si tuvieras


grandes planes de negocios sin involucrar a la Camorra.

Mi madre se pasó un mechón de su hermoso pelo rojo por


detrás de la oreja y le dedicó a Remo esa sonrisa que sólo solía
dedicar a sus novios. —Podría hablarte de los clientes. Estoy
segura que podrías ganar mucho más dinero con ello. Nunca
fuimos profesionales. Si usted y su Camorra lo organizaran
todo, podría ganar millones.

Remo sonrió, pero no era una sonrisa agradable. —¿Eso crees?

—Deberías ver esto —dijo el otro hombre. Remo se dio la vuelta


y se dirigió hacia el escritorio. Miró la laptop durante un par
de minutos. El silencio reinaba en la habitación. La cara de
ambos hombres no mostraba ninguna emoción mientras
miraban la pantalla. Remo se apartó del escritorio—.
¿Vendiste estos vídeos en la Darknet?

Cody no reaccionó. Se limitó a mirar fijamente a sus pies.


Parecía estar rezando, pero dudaba que creyera en algo.

—Sí, lo hicimos. Podría ganar incluso más dinero con ello que
con su carreras y peleas en jaula —dijo mi madre. Me
recordaba a la madre que había sido en ocasiones en casa con
mi padre.

Remo se limitó a mirarme fijamente, sin decir nada. Mi madre


me soltó la mano y me tocó el hombro. La miré fijamente. Me
dedicó una sonrisa alentadora. —¿Por qué no le enseñas al
señor Falcone lo buena que eres?

Asentí. Había escuchado esas palabras a menudo en las


últimas semanas. Miré a Remo Falcone y él encontró mi
mirada. Forcé la sonrisa que les gustaba a todos los clientes y
me acerqué a él. Mis sandalias sonaron con fuerza en el
silencio.

Al principio, no había querido hacerlo, pero sólo había


empeorado las cosas. Mi madre me había dicho que tenía que
comportarme y que entonces las cosas irían mejor y al final
había hecho lo que querían. Todavía me dolía, pero mi madre
se sentía mejor cuando no me peleaba.

—Hará lo que quiera —dijo mi madre.


Me dolían las mejillas de tanto sonreír. Remo no me miró como
lo habían hecho los otros hombres. No me dijo lo bonita que era
y lo buena chica que era. De repente su expresión cambió a
algo peligroso, algo salvaje, y apartó la mirada de mí.

Pasó junto a mí y agarró a mi madre por el cuello. Cody lo


había hecho antes. Me había molestado al principio, pero
ahora me sentía vacía con frecuencia. Sabía que no debería
estar tranquila viendo cómo lastimaban a mi madre, pero me
sentía vacía.

—Remo —dijo el otro hombre.

—¿Realmente intentas darme a tu hija para que disfrute?


¿Crees que tolero una mierda asquerosa como esa en mi
territorio? —Su voz se convirtió en un murmullo—. ¿Apuesto
a que incluso me verías follar con tu hija? Tú, puta
despreciable, no pestañearías con tal de conseguir tus drogas
y estar lejos de Grigory.

Mi madre palideció.

—Remo —dijo Nino con firmeza, asintiendo en mi dirección.

—¿De verdad crees que esa mierda va a seguir perjudicándola


después de la miseria que le han hecho?

—¿Mi padre? —pregunté. Mi madre nunca hablaba de él y si


lo hacía era sólo para contarme cosas malas.
Los ojos de Remo se desviaron hacia mí. Sus dedos aún
sostenían a mi madre por el cuello. Cody lloraba en el fondo.

—Nino, lleva a la niña arriba, dale comida y ropa decente


mientras yo me encargo de esta situación.

Mi madre me lanzó una mirada suplicante. No reaccioné.


Suplicar no funciona, madre, ¿no lo recuerdas?

Nino apareció ante mí y me tendió la mano. —Vamos,


Ekaterina.

Mis ojos se abrieron de par en par. Puse mi mano en la suya y


le seguí fuera. Antes que se cerrara la puerta, oí a mi madre
gemir. —Por favor, no me entregues a Grigory. No imaginas
lo que me haría.

—Probablemente lo mismo que yo le haría a una puta escoria


como tú.

Nino me llevó arriba. Cogió una Coca-Cola para mí en el bar


y luego nos dirigimos a una habitación con cama y baño. Tomé
un sorbo vacilante de mi Coca-Cola, y luego le dediqué la
sonrisa que mi madre me había enseñado. Él negó con la
cabeza. —No hace falta que vuelvas a hacer eso, Ekaterina.
Tu padre llegará pronto y entonces estarás a salvo.

Asentí, aunque ya no sabía lo que significaba estar a salvo.


Recordaba haberme sentido a salvo hace tiempo. Recordaba
haberme acostado en los brazos de mi padre mientras me leía
cuentos de hadas rusos. Mi madre no me permitía decir nada
en ruso.

—Puedes ducharte y le pediré a una de las chicas que te traiga


ropa.

Volví a asentir con la cabeza. Él también asintió. —No vas a


correr, ¿verdad? No quiero encerrarte.

—No —susurré. Ya no quería huir. Desde que mi madre me


había llevado con ella, las cosas habían salido mal. Quería que
regresaran a ser como antes.

Asintió con la cabeza y se marchó.

Miré la cama, recordando la que había estado haciendo hace


menos de una hora. Una cama en el sótano de Cody. Me
estremecí. El viejo que había estado conmigo en ella no había
venido con nosotros. Nino se había quedado con él un rato
antes de unirse a nosotros en el auto.

La mirada de Nino después me había recordado la mirada que


a veces veía en los ojos de papá, o incluso en los de Remo ahora
mismo.

Me hundí en la cama y tiré de mi camisón blanco con volantes.


A todos les gustaban los volantes y el blanco. Envolviendo mi
pecho con los brazos, esperé. Odiaba el silencio. Normalmente,
mi madre siempre me permitía ver lo que quisiera en la
televisión después que los hombres se fueran, durante todo el
tiempo que quisiera. Quedarme dormida ante el televisor era
mejor que escuchar mis pensamientos, las voces de los hombres
que repetía mi memoria. Ahora nada ahogaba las palabras
que el viejo había dicho. Se repetían una y otra vez en mi
cabeza. —Dulce niña. Buena chica. Dale a papi lo que necesita.

Me tapé los oídos con las palmas de las manos, pero las voces
no cesaron.

La puerta se abrió y entró una mujer. Seguí con las manos


sobre los oídos. Me miró, con ojos grandes y tristes, y dejó un
montón de ropa. —Te quedarán muy grandes. Pero mejor que
lo que llevas ahora, ¿no?

Parpadeé al verla. Se fue de nuevo y la voz se hizo aún más


fuerte. Tarareé, pero se me metió en la cabeza, más fuerte que
mi voz. Me balanceé de un lado a otro, queriendo salir de mi
cabeza, de mi cuerpo, lejos de las voces. Me sentía muy
cansada. Pero si cerraba los ojos ahora, las caras se unirían a
las voces. Me dolían las palmas de las manos y me zumbaban
los oídos, pero apreté aún más, con las uñas arañándome el
cuero cabelludo. —Para —grité—. Para.

Pero las voces seguían susurrando. Parar nunca funcionó.

La puerta se abrió de nuevo. Remo estaba en el umbral. Entró


y me callé. Tararear en voz alta hacía que la gente pensara
que uno era extraño. Bajé lentamente las manos. La sangre y
la piel se pegaban bajo mis uñas desde donde me había herido
el cuero cabelludo. El esmalte rosa se había desprendido en
algunas partes.
Me distraje momentáneamente con una mancha roja en la
camisa gris de Remo.

—¿Mataste a mi madre y a Cody? —pregunté.

Remo levantó las cejas. Mi padre siempre había intentado


ocultarme todo lo malo, pero mi madre me lo había contado
todo. Remo era como mi padre. Tenía el mismo brillo peligroso
en sus ojos. Eran asesinos. Mi madre decía que eran malos,
pero ni mi padre ni Remo me habían hecho daño. Los hombres
buenos que madre había traído a casa, sí lo habían hecho.

—No, no lo hice —dijo.

Se agachó delante de mí, buscando mi mirada. Los otros


hombres prefirieron ponerse encima de mí. No parecía triste
ni que sintiera lástima por mí. Parecía que me entendía.

—¿Por qué no?

Esbozó una extraña sonrisa. —Porque no son míos para


matarlos.

No lo entendí.

—¿Estarías triste si tu madre estuviera muerta?

Me miré las manos. Quería a mi madre. Pero no estaba triste.


A veces incluso la odiaba. —Soy una chica mala.
—¿Intentas ser una buena chica para que la gente te haga
menos daño?

Fruncí el ceño y luego asentí.

—No lo hagas —dijo con firmeza.

Levanté la vista.

—Nunca intentes ser buena con la gente que te hace daño. No


se lo merecen.

Asentí con la cabeza porque eso era lo que creía que se


esperaba.

—Tu padre llegará en un par de horas, Ekaterina. Te llevará


a casa.

—A casa —repetí, probando la palabra. Recordé la calidez y


la felicidad. Parecía tan lejano, como los cuentos de hadas que
a papá le gustaba contarme.

Se enderezó y me miró. —Nada puede quebrarte a menos que


lo permitas. Si alguna vez vuelves a Las Vegas, tendrás la
oportunidad de acabar con ello.

—No entiendo nada. —Mi cuerpo me pedía a gritos que me


durmiera, pero luché contra ello.

—Hemos pedido pizza. Puedes comer un poco.


Asentí con la cabeza. Entonces mis ojos se dirigieron al
televisor pegado a la pared frente a la cama. Remo se dirigió
a la mesita de noche y cogió el mando a distancia antes de
entregármelo. Lo encendí inmediatamente y subí el volumen.
Era tarde, así que todas las películas eran para adultos. Me
detuve cuando vi una escena familiar de la película Alien.

Una mujer entró con un cartón de pizza y lo puso a mi lado


en la cama. —Vas a tener pesadillas si ves algo así —me dijo.

—Me gustan esas pesadillas —susurré.

—Conviértete en la pesadilla que hasta tu peor pesadilla teme,


Ekaterina —dijo Remo antes que él y la mujer se fueran. Subí
aún más el volumen y cogí un trozo de pizza. No tenía mucha
hambre, pero me lo metí en la boca.

Los ojos me ardían de cansancio, pero me obligué a abrirlos,


concentrada en la televisión.

Se oyó un golpe. No aparté la vista de la segunda película de


Alien. Estaban haciendo un maratón de películas de Alien, y
sentí que sólo si mantenía los ojos en la pantalla las voces y las
imágenes se alejarían.

—Katinka —dijo mi padre en voz baja.

Aparté los ojos de la pantalla y mi corazón se aceleró cuando


vi a mi padre en la puerta, vestido con un traje negro y una
corbata azul claro. Su rostro estaba marcado por la tristeza.
Detrás de él estaban Remo y Nino.
—¿Katinka? —El nombre que siempre usaba para mí sonaba
mal. Lo decía de otra manera. Se sentía diferente. Ya no
conocía a la chica a la que pertenecía. Yo no era ella.

Mi padre se acercó. También me miró diferente, como si


pensara que le tenía miedo. Mi madre había dicho que mi
padre era un hombre malo, que hacía daño a la gente, que los
mataba, que acabaría haciéndonos lo mismo a ella y a mí. Pero
mi padre nunca me había hecho daño, no como los hombres
que mamá había traído a casa para que yo fuera amable con
ellos.

Dejé caer el mando al suelo y me abalancé sobre él. El aire se


me escapó de los pulmones cuando me arrojé contra él. Seguía
llevando la misma colonia que recordaba y su ropa olía
ligeramente a cigarro. Se puso rígido y no me devolvió el
abrazo. —Me he portado mal —dije, esperando que admitirlo
hiciera que mi padre me perdonara.

—Katinka, no —murmuró y entonces sus brazos me rodearon


con fuerza y me levantaron del suelo, apretándome contra él.
Enterré mi rostro contra su garganta. Tenía ganas de llorar,
pero hacía tiempo que había dejado de hacerlo. Ahora ya no
podía hacerlo, por muy triste que estuviera. Me cogió la nuca
y me acunó como había hecho cuando era muy pequeña.

Él no sabía lo que había hecho. Si lo supiera, se enfadaría. Mi


madre me había dicho una y otra vez que mi padre se
enfadaría conmigo, no sólo con ella. Pensaría que yo era sucia
y mala por lo que tenía que hacer.
Se dio la vuelta conmigo en brazos y me sacó del bar. Un auto
negro con los hombres de papá esperaba delante. Antes de
caminar hacia ellos, se dirigió a Remo, que nos había
acompañado. —Más vale que cumplas tu promesa —dijo mi
padre con una voz cargada de venganza.

Remo sonrió. Los hombres nunca sonreían cuando papá usaba


esa voz. —No es una promesa para ti, Grigory. Esa promesa es
para Ekaterina.

Lo miré de reojo, preguntándome de qué estaba hablando.

Mi padre negó con la cabeza. —Mi hija no volverá a pisar el


suelo de Las Vegas. Me aseguraré de ello. Al final, tendrás que
dejar que me vengue.

—Véngate de esa escoria en tu maletero. El resto tendrá que


esperar por ella.

—Ella no volverá a ser tocada por la violencia o la oscuridad,


Falcone. La protegeré de eso hasta mi último aliento.

—No puedes protegerla de algo que está en su interior. Dile lo


que le espera. Que sea su elección.

Mi padre no dijo nada, sólo me abrazó más fuerte. Se dio la


vuelta y se dirigió hacia el auto. Los hombres de mi padre no
me miraron. En el pasado siempre habían intentado hacerme
reír. Me agaché en el asiento trasero y mi padre se sentó a mi
lado, ayudándome a abrocharme el cinturón antes de
rodearme con un brazo. Me lanzó una mirada que me recordó
la vez que rompí mi muñeca de porcelana favorita. Nuestra
ama de llaves la había arreglado, pero después era demasiado
frágil para retirarla de la estantería otra vez. Al final no
pude mirarla más porque cuando lo hacía, sólo me recordaba
que no podía jugar con ella. Me ponía triste.

—¿Qué le pasó a mi madre?

—Está muerta y también los hombres que te hicieron daño.

Agaché la cabeza. Lo sabía.

—Lo siento.

—No te disculpes, Katinka. Nunca más te perderé de vista.


Nadie volverá a tocarte. —Me besó la cabeza—. Pronto
estaremos en casa y entonces todo será como antes. Olvidarás
lo que pasó.

Nunca lo olvidé. Y las cosas no volvieron a ser como antes. Me había


convertido en la frágil muñeca de porcelana. Ahora, de vuelta en
casa en Chicago, para una breve escala entre las carreras, me
sentía cada vez más así.

Paso las yemas de los dedos por el borde de la estantería que


contiene mis huevos de Fabergé. Hay veintiuno. Mi padre ha
comprado uno para mi cumpleaños todos los años, incluso cuando
mi madre me había llevado con ella. Me había regalado ese huevo
el día que volví a casa con él y lo había colocado en mi estantería
junto a todos los demás. Todo había sido como lo recordaba. Sólo
yo había cambiado. Rodeada de la belleza de mi pasado, me siento
fuera de lugar, como una intrusa en una vida a la que ya no
pertenezco.

—Katinka —analizo la palabra. Sigo sintiéndome como si estuviera


hablando de otra persona. Tolstoi, nuestro gato, un precioso azul
ruso, se acerca a mi pierna, quizá sintiendo mi angustia. Le doy
una caricia en la cabeza que le hace ronronear.

Mi padre ha intentado hacerme olvidar, se había mudado a Rusia


conmigo durante un tiempo, pensando que podríamos dejar atrás
los horrores, pero me siguieron.

Con el tiempo, él también se dio cuenta que no me convertiría en la


Katinka que había sido antes. Cada vez que me miraba con lástima
o tristeza en los ojos, yo también lo recordaba. Ahora ya no me
miraba así. Era más fuerte que antes. No necesitaba la compasión
de nadie.

Me pregunto si Adamo también me mirará de forma diferente


cuando sepa lo que había pasado.
12

Mi viaje de vuelta a Las Vegas estuvo acompañado por una


sensación de inquietud. El pasado de Dinara obviamente contiene
horrores. Posiblemente creados por mis hermanos. A ella le
preocupa que la vea de otra manera una vez que lo descubra, pero
a mí me preocupa que se abran viejos resentimientos hacia mis
hermanos, especialmente hacia Remo. Él había hecho demasiado
para que perdiera mi lealtad, pero tal vez la verdad destruiría
nuestra relación o, como mínimo, haría retroceder hasta la
tolerancia que sentía hacia él en mi adolescencia.

Había enviado a Remo y a Nino un mensaje que volvería a visitarlos


este fin de semana antes de salir del lugar, pero no el motivo. Tal
vez Remo tenía una idea. Sus mensajes de las últimas dos semanas
habían revelado sus sospechas sobre la relación entre Dinara y yo.
Mi hermano siempre ha tenido una especie de sexto sentido cuando
se trata de olfatear los secretos de la gente.

Me dirijo hacia el Sugar Trap porque Remo me había pedido que me


reuniera allí con él y Nino. Normalmente evitaba ese lugar porque
apestaba a demasiado sufrimiento para mi gusto. Que Remo lo
considere el mejor lugar para hablar sobre aquello que sospechaba
de mi visita no anunciaba nada bueno. Entrar en la lúgubre luz del
pasillo del prostíbulo siempre me daba la sensación de entrar en
una especie de limbo.
El pasillo se abre a una zona de bar de terciopelo rojo y pintura
negra, que no hace más que intensificar el ambiente infernal del
lugar. Hay postes y cabinas con cortinas de terciopelo y varias
puertas que se alejan de la sala principal, donde las prostitutas
llevan a sus clientes para tener intimidad. Otro largo pasillo,
también de color rojo y negro, conduce al despacho de Remo.

Cuando entro en la larga habitación sin ventanas, los ojos de Remo


me dicen que sabe por qué estoy allí. Nino está sentado en el sofá y
me mira con una señal de desaprobación. Piensa que busco pelea
con Remo, pero no es el caso. A diferencia de Nino, yo tengo
conciencia y a veces se oponía a la crueldad de Remo.

—Tus visitas vuelven a ser más frecuentes, pero esto no es una


simple reunión familiar, ¿verdad, Adamo? —pregunta Remo, con
los brazos cruzados frente a su amplio pecho. Lleva ropa de
gimnasia, probablemente porque había pateado el infierno de la
pesada bolsa que colgaba del techo entre su escritorio y el sofá. Sus
ojos oscuros contienen una pizca de sospecha. Tal vez es mi propia
emoción la que se refleja en mí.

—¿Cómo van las cosas con Dinara? —pregunta Nino con calma,
tratando de ejercer la función pacificadora, pero tocando
accidentalmente la colmena.

Entrecierro los ojos. —Ella sigue siendo parte de las carreras y


hemos hablado a menudo estas últimas semanas. —No era una
mentira, pero ciertamente tampoco era la verdad.

La sonrisa de respuesta de Remo me indica que lo sabe. No me


importa. No me había dicho que debía alejarme de Dinara, y aunque
lo hubiera hecho, no le habría echo caso. Su presencia me atrae
demasiado. Meterse en la cama con el enemigo es algo que él y yo
tenemos en común.
—Quieres respuestas sobre Dinara. Respuestas que ella no está
dispuesta a darte.

—Respuestas que ella es incapaz de darme. Parece que eres el único


que conoce todos los aspectos de su pasado. Tú y Nino. —Asiento
mirando a Nino, que mantiene su habitual cara de póquer, aunque
no espero que muestre ningún tipo de reacción. Su esposa Kiara y
sus hijos son la mejor opción para sacarle un sentimiento. Antes de
casarse con Kiara, todos estábamos convencidos que no era capaz
de sentir nada—. Dinara me dijo que quiere que me cuentes la
verdad.

—¿Es así? Espero que le hayas recordado que no acepto órdenes,


ni necesito permiso. Guardar sus secretos no es sólo por su bien.

—Eso es lo que pienso. Si te preocupa que lo que digas me


sorprenda o me haga quedar molesto por tus acciones, estás
olvidando que te conozco, Remo. Conozco cada acto despreciable
que has cometido. Nada podría escandalizarme cuando se trata de
ti.

La cara de Remo se vuelve dura. —Nino, por qué no reúnes la


información que exige Adamo.

Nino se levanta sin decir nada y se dirige al ordenador que está


sobre el escritorio. Lanza una mirada de advertencia a Remo. Tal
vez el secreto que protegía a ambos.

—¿Qué crees que descubrirás hoy? —pregunta Remo.

—Dinara pasó por una mierda en el pasado. Algo relacionado con


Grigory y contigo. Su madre trató de huir con ella, pero tú los
atrapaste y entregaste a Dinara a su padre. Te quedaste con Eden
por alguna retorcida razón. Así que tal vez Eden y Dinara hicieron
algo en nuestro territorio que te hizo enojar. Ambos sabemos que
eras aún más psicópata en esa época de lo que eres ahora. —
Recuerdo los días en que Remo y Nino se habían peleado por Las
Vegas, cuando la sangre y la violencia brillaban en sus rostros
cuando volvían a casa de sus incursiones por la noche.

—Estaba muy enojado en ese momento. Grigory también —dice


Remo—. Me pregunto si crees que Dinara necesite tu ayuda contra
mí, y si se la darías si te la pidiera.

—¿Estás poniendo a prueba mi lealtad?

—¿Debería hacerlo?

Nino hace un pequeño sonido de impaciencia. —No es necesario


poner a prueba ninguna lealtad.

—Tiene razón. Soy leal a nuestra familia y a la Camorra. —Levanto


mi brazo con el tatuaje estropeado de la Camorra—. Pero eso no
significa que me impida enfrentarme a ti si estás causando daño a
Dinara.

—Veo que te ha atrapado —dice Remo con una risa oscura.

—Listo —dice Nino, levantando la vista de la pantalla del ordenador.


Remo asiente con una sonrisa antes de volver a dirigirse a mí.

—Quizá algún día dejes de pensar lo peor cuando se trata de mí. —


Remo me dedica una dura sonrisa—. No soy un buen hombre, pero
sea lo que sea que pienses de Eden y Dinara, te equivocas. —Asiente
a Nino y luego se da la vuelta y se va.

Frunzo el ceño al ver la puerta cerrada. Hubiera pensado que Remo


se quedaría para ver mi reacción, para medir mi lealtad, aunque
dijera que no era una prueba.
Nino levanta una memoria USB y me hace un gesto hacia la laptop
que está en la mesa frente al sofá. —Será mejor que te sientes.

—Puedo soportarlo. —He visto suficientes muertes y torturas en mi


vida como para prepararme contra lo que pueda haber en esa
memoria USB. Le arrebato el dispositivo de la mano y lo meto a la
laptop, queriendo terminar con esto.

Nino no se va. Se apoya en la pared detrás de mí.

Al principio, no sé qué está pasando en la pantalla. La cámara está


dirigida a una cama en una habitación vacía. ¿Era un vídeo de cómo
Eden empezó a trabajar para la Camorra? O peor, ¿el vídeo del
primer encuentro de Remo con la mujer? Realmente no me apetece
verlo haciéndolo con la madre de Dinara, pero eso explicaría por
qué salió de la habitación.

Entonces aparece una niña en camisón blanco, definitivamente no


es una mujer adulta. Con solo mirar su rostro y su cabello pelirrojo,
sé que se trata de Dinara, de unos ocho o nueve años. Un tipo gordo
en ropa interior y con una máscara que le cubre la mayor parte de
la cara la sigue y se me revuelve el estómago, temiendo lo que
vendrá después. La niña niega con la cabeza desesperadamente. Ni
siquiera puedo pensar en ella como Dinara. Entonces aparece una
mujer, con el mismo pelo rojo y rasgos lejanamente familiares.
Eden. Habla con Dinara y luego vuelve a desaparecer de la vista.

No estoy seguro de lo que esperaba exactamente. Ni lo que veo. El


corazón me late frenéticamente, el pecho se me aprieta mientras
sigo observando. La ira sube por mi garganta. No estoy seguro de
cuánto tiempo conseguí observar el horror que tenía ante mí. Pronto
las náuseas luchan contra la rabia extrema en mi cuerpo.
Agarro la laptop y la arrojo contra la pared, destrozándola. La
pantalla se pone finalmente en negro y los horribles sonidos
desaparecen. Mi respiración está agitada, como si hubiera corrido
o librado una batalla, y el aumento de adrenalina indica lo mismo.
Pero seguí sentado en el mismo lugar del sofá. Mis dedos se clavan
en los muslos, temblando por la necesidad de atacar y destruir.

—Remo y yo habíamos descubierto que la Bratva buscaba a la


esposa de Grigory. Recibimos un aviso que estaba en la ciudad, así
que fuimos a buscarla, con la esperanza de extorsionarlos. Lo que
encontramos no fue lo que esperábamos. Eden y su novio producían
este tipo de vídeos con su hija y los vendían en la Darknet.
Informamos a Grigory y le devolvimos a su hija.

Me quedo con la mirada perdida en la pantalla destruida. No es


suficiente. La necesidad de destruir es más, el deseo de causar daño
y furia es casi imposible de contener. Es un anhelo conocido, que
había sentido en ocasiones a lo largo de los años -nunca tan
potente, tan envolvente, por otra parte- que había ignorado siempre.
Apenas había visto tres minutos del vídeo, había tenido que
apagarlo antes de que empezara realmente, incapaz de ver los
horrores que Dinara había vivido. Ella no había podido evitarlos.
Había imaginado tantos horrores, pero nada se acercaba a lo que
había visto.

—Siempre me pregunté si alguna vez vería esa mirada en tus ojos.

Llevo mi mirada hacia Nino, con la sangre corriendo en mis oídos y


el pulso palpitando en la sien. —¿Qué mirada? —Apenas reconozco
mi voz. Está impregnada de veneno, no dirigida a mi hermano.

Nino mira brevemente hacia Remo, que debió de entrar mientras yo


estaba absorto en los horrores de la pantalla, antes de decir: —Una
mirada que normalmente sólo veo en los ojos de Remo. El hambre
de sangre y violencia. La necesidad de muerte y destrucción.
Cuando eras un bebé y un niño pequeño, eras exactamente igual
que Remo. Y en ocasiones un temperamento similar brillaba.

Había visto fotos de mi juventud y Nino tiene razón. Cuanto más


crecía, más intentaba distinguirme de mis hermanos,
especialmente de Remo. Durante el tiempo que pasamos en el
internado de Inglaterra, tuve la primera experiencia con gente
normal, con sus valores y su dinámica familiar, y pronto se
convirtieron en objetivos que quería alcanzar. Estaba sediento de
normalidad, aunque mi propia naturaleza a menudo me pedía otra
dirección. Quería ser mejor, quería perdonar en lugar de vengarme,
simpatizar en lugar de condenar. Podía sentir compasión, a
diferencia de Nino e incluso de Remo. Eso hacía que mi deseo de
atormentar a los demás -incluso si se lo merecían- fuera mucho
peor.

—Supongo que es la sangre Falcone, ¿no? —digo en voz baja.

—Puede ser una maldición o una bendición, dependiendo de tu


punto de vista —dice Remo con una sonrisa retorcida. Levanta una
pila de CDs y me los entrega—. Los confiscamos cuando
encontramos a Eden y a su hija.

Me levanto de golpe, y por un momento me preocupa que mis


piernas cedan, pero me acerco a él y los recibo. Me encuentro con
la mirada de mi hermano. —Pusiste fin a esto.

—Por supuesto —dice Remo—. Nino mató al asqueroso imbécil que


encontramos delante de la cámara con Dinara, y entregué al novio
de Eden a Grigory para que pudiera cobrarse la venganza que tanto
ansiaba.

Asiento indiferente. —¿Por qué no le entregaste a Eden? Merecía la


muerte después de lo que le hizo a su hija.
Un gesto de crueldad en la boca de Remo aparece. —Se merece algo
peor que eso. Pero sea lo que sea, no es algo que debamos decidir
ni tú ni yo ni Grigory.

Poco a poco empiezo a entender la lógica desordenada de Remo,


influida por nuestros propios problemas maternos. Miro la pila de
CDs que tengo en la mano con temor, sabiendo que cada uno de
ellos representa un momento doloroso del pasado de Dinara,
horrores que explican mucho, pero no todo. Nada que explique
cómo esa niña de la pantalla pudiera crecer hasta convertirse en la
mujer fuerte con la que me gusta pasar el tiempo. —¿Entonces
todos muestran a Dinara con diferentes abusadores?

—Sí —dice Nino—. Algunos aparecen en más de una grabación. Hay


diez tipos en total y una mujer.

Mis labios se mueven con asco. Es difícil refrenar mis emociones.


En el pasado, el anhelo de un respiro en forma de drogas me habría
abrumado en una situación como ésta, pero ahora lo único que mi
cuerpo pide es sangre. Mucha y de la manera más brutal posible.
No estoy seguro de poder calmarlo esta vez, si es que quiero
intentarlo. —Sus abusadores, ¿también los mataste?

—Seis hombres y la mujer siguen vivos —dice Nino—. Sólo nos


aseguramos que mantengan sus manos quietas.

—¿Por qué no los mataste? —Pero ya lo sé. Por la misma razón por
la que Remo no había matado a Edén y tampoco había permitido
que lo hiciera Grigory, porque no era su derecho.

—Dile a Dinara —dice Remo—. Sabemos el nombre de cada persona


en las grabaciones y su paradero. Si los quiere, se los podemos dar.

—Pero a mí no —digo con ironía. A la fuerza lo entendí. Por primera


vez, la retorcida lógica psicológica de Remo tiene sentido para mí
con su brutal intensidad. Si me da sus direcciones, haría una visita
a cada uno de esos cabrones y los torturaría hasta la muerte.
¿Querer ser mejor que mis hermanos? ¿Que mi naturaleza?

Imposible.

—¿Y si Dinara quiere hablar contigo?

—Entonces puede hablar conmigo en persona. Nada de llamadas


telefónicas.

Entrecierro los ojos. —Dinara está a salvo en Las Vegas. —Las


palabras no salen como una pregunta, como pretendo, sino más
bien como una afirmación con un tono amenazador.

Remo inclina la cabeza. —Si quisiera hacerle daño, lo habría hecho


en los meses transcurridos desde que empezó a correr en nuestro
territorio. Atribuyo tu falta de respeto a tus emociones por la chica.

—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta Nino.

Me trago mi primer impulso de jurar venganza e ir por todas de


inmediato. —Lo que Dinara necesite que haga.

Remo me mira y asiente. —Lo que ella necesita te llevará por un


camino que juraste no recorrer nunca. Es un camino que todos los
Falcone conocemos bien. Está pavimentado con sangre y muerte, y
una vez que lo has recorrido, ningún otro camino será suficiente.

No lo niego porque la llamada de mis demonios internos exigiendo


sangre y dolor es más fuerte de lo que habían sido mis ansias de
droga. Prometen ser aún más gratificantes y estoy ansioso en
creerles. Había evitado la tortura y los asesinatos por una razón.
Los disfruto demasiado. La culpa se instala más tarde, cuando lloro
a la persona que debería haber sido.
Por mucho que quisiera ser diferente a Remo, a veces pienso que
me parezco más a él que a cualquiera de mis hermanos. Nino
tortura porque es una manera eficaz de disuadir y castigar, además
de un reto científico para prolongar la muerte de la víctima y causar
el máximo daño. Savio tortura porque resulta un mal necesario en
nuestro negocio. Remo tortura porque disfruta, porque para él está
ligado a la pura emoción... y para mí es lo mismo.

—¿Por qué no pasas la noche en la mansión? Podemos cenar todos


juntos y tendrás tiempo para dejar que las cosas se asienten, para
calmarte —dice Nino con su tranquilo tono.

Asiento con la cabeza. Dinara tampoco estará todavía en el


campamento, pero, aunque lo estuviera, necesito otro día para verla
como la mujer que he conocido y no como la chica asustada. Quizás
una noche no será suficiente para ello. —Necesito hablar con Kiara
de todos modos.

Nino asiente. Kiara había sido abusada por su tío cuando era una
niña, aunque unos años mayor que Dinara, y tal vez podría arrojar
algo de luz sobre los sentimientos de Dinara.

De vuelta a la soledad de mi auto, los breves destellos del pasado


de Dinara se encienden.

Había visto a Eden como una víctima de la crueldad de Grigory y


Remo. Un hombre despreciado por su mujer y otro con un odio
hacia la mayoría de las mujeres. Había parecido la explicación
lógica.

Cuando la mansión aparece frente a mi parabrisas, respiro aliviado.


Por primera vez en mucho tiempo, me siento desesperado por el
ambiente caótico de mi casa, por su naturaleza distraída. No quiero
quedarme con mis pensamientos.
En cuanto entro, los chicos se golpean a mi alrededor, hablando
todos a la vez, ansiosos por contarme sus aventuras y escuchar mis
relatos de las últimas carreras. Remo y Nino ya están en la sala
común, sentados en la larga mesa del comedor con sus esposas.
Fabiano, Leona, Gemma y Savio no están presentes. Tal vez tienen
noche de cita.

Kiara escucha algo que dice Nino, y luego su mirada se dirige a mí


y sonríe amablemente. Fina se levanta y me abraza brevemente, sus
agudos ojos azules revisan mi cara. Supongo que estaba mirando
hacia adelante. —¿No vas a perder la cabeza otra vez? —susurra.

Sonríe con ironía, recordando mi forma adolescente de afrontar las


situaciones difíciles. —Ya no soy un niño.

—No lo eres —está de acuerdo y da un paso atrás para dejar espacio


a Kiara mientras acompaña a los niños a la mesa.

—¿Por qué no me ayudas a traer la comida de la cocina? —pregunta


Kiara.

Asiento con la cabeza y la sigo por el largo pasillo hasta la amplia


cocina. Antes, cuando sólo éramos mis hermanos y yo, y nuestra
alimentación consistía principalmente en pizza para llevar, la
habitación parecía un desperdicio de espacio. Eso había cambiado
desde que nuestra familia se había expandido al unirse a nosotros
las mujeres, que disfrutaban de opciones saludables en ocasiones.

Cuando me arriesgo a echar un vistazo al horno, me rio secamente.

Kiara enarca las cejas. —¿Qué pasa? ¿Se ha quemado? —Se


apresura a pasar junto a mí y abre el horno para comprobar su
cazuela.
—No —digo—. Es que hace poco que le hablé a Dinara de tus
macarrones con queso después que probara por primera vez el plato
de una lata.

Kiara cierra el horno y lo apaga, pero no hace ningún movimiento


para retirar la cazuela. En su lugar, se apoya en la encimera de la
cocina con una expresión ligeramente sorprendida. —¿Le has
hablado de nuestra familia?

Me encojo de hombros. —Algunas cosas. No mucho. Pero le prometí


que tus macarrones con queso la conquistarían.

Kiara intenta reprimir una sonrisa, pero no lo consigue. —Ustedes


dos pasan mucho tiempo juntos. Debe ser algo serio cuando
consideras presentárnosla.

De repente, empiezo a preocuparme. Me apoyo en el mostrador


junto a Kiara, pero no la miro directamente. —No vamos en serio.
No hemos definido lo que tenemos. Es más bien una situación de
amigos con derechos.

—¿Como lo fue con CJ? ¿O también te sigues viendo con ella? —


Kiara pregunta sin una insinuación en su voz. Eso es lo que aprecio
de ella. No juzga a la gente. Escucha y trata de entender.

—No, terminé con ella antes de empezar algo con Dinara. —Hago
una pausa, considerando mi tiempo con CJ en comparación con lo
que tengo ahora con Dinara. Se siente diferente. Quiero que sea
diferente. Con CJ nunca me había planteado un futuro juntos,
nunca había querido pasar cada momento con ella, pero con
Dinara...

Kiara me toca el brazo. —La expresión de tu cara me dice que es


algo más que amigos con derechos.
Me rio. —Teniendo en cuenta la razón por la que Dinara me buscó
en primer lugar y lo que sé ahora, no estoy seguro que esté de
acuerdo con tu evaluación.

—¿Crees que está contigo para descubrir la verdad sobre su pasado


y ponerse en contacto con su madre? —La insinuación de
protección en su tono me hace sonreír. Kiara intenta proteger a
todos los miembros de la familia.

—Ella no sabia que su madre estaba viva cuando se unió a las


carreras, pero definitivamente esperaba obtener información a
través de mí —digo—. Pero no creo que sea esa la razón por la que
pasa todas las noches conmigo. Ella y yo compartimos una historia
de drogas. Es como si estuviéramos conectados en un nivel
profundo e inexplicable.

Sacudo la cabeza con una mueca. —Joder, parezco un maldito


horóscopo.

—Estás enamorado —dice Kiara, con los ojos encendidos de


diversión.

Mi alarma suena. Enamorarse era algo que había tratado de evitar


desde que Harper rompió mi estúpido e ingenuo corazón de
adolescente. Dañar mis sentimientos no es tan fácil ahora. Nadie se
había acercado lo suficiente como para siquiera intentarlo.

—No lo sé. Pero incluso si ese fuera el caso, Dinara es una princesa
Bratva. Su padre es nuestro enemigo. Dudo que Grigory o Remo
estén dispuestos a hacer la paz. Y después de lo ocurrido con la
familia de Gemma, causaría una tormenta de mierda en la Camorra
si Remo intenta establecer una tregua.

Kiara asiente lentamente, con expresión comprensiva. Me toca el


brazo. —No es que a Remo le importe la opinión de los demás. Si
cree que la paz con los Bratva es una ventaja táctica, lo hará. Con
tormenta de mierda o sin ella. —Siempre será divertido ver a Kiara
decir palabrotas. Es obvio que se siente incómoda usándolas—. Y
sabes que haría casi cualquier cosa por ti, Adamo.

Suspiro. —Sí, lo sé. —Remo es un hombre de familia. Daría su vida


por cualquiera de nosotros. Pero me estoy adelantando. Dinara y yo
aún no estamos saliendo realmente. No estoy seguro de lo que ella
quiere, ahora menos que nunca—. ¿Te ha contado Nino el pasado
de Dinara? —pregunto con cuidado. Me preocupa tratar el tema de
los abusos sexuales con Kiara, renuente a abrirle viejas heridas.
Todavía recuerdo lo sumisa y temerosa que había sido cuando se
unió por primera vez a nuestra familia, y me pone furioso pensar
en los horrores a los que tanto ella como Dinara han sido sometidas.

—Lo mencionó, sí, y me dijo que te habías enterado hoy.

—Vi unos minutos de una de las grabaciones que esos asquerosos


pervertidos hicieron de ella. —Trago saliva, mi pulso comienza a
palpitar salvajemente de nuevo. Hablar con Kiara me había
calmado, pero ahora la furia de antes vuelve a mostrar su fea
cabeza—. Remo me dio los CDs con las grabaciones. Me ha dicho
que tiene los nombres de todos los implicados. Quiere que le dé
ambos a Dinara.

Kiara no parece sorprendida. En el pasado esta conversación le


habría causado una tremenda ansiedad, pero ahora su única
reacción es una sutil tensión en su cuerpo y sus dedos amasando
el paño de cocina. —Remo tiene su propia forma de pensar.

—Pienso que quiere que Dinara se vengue. Para él es natural que


ella quiera ver a sus abusadores muertos, incluso a su madre. —No
estoy del todo seguro de lo que siento al respecto. Por un lado, la
perspectiva de venganza me excitaba, pero por otro, temía las
consecuencias para Dinara.
—¿Y qué quiere Dinara?

—No tengo ni idea. No me lo ha dicho. Quiere saber la verdad. Una


vez que la tenga, no sé qué hará con ella. Quizá le pida a su padre
que se vengue.

—Parece que quieres que te pregunte a ti en su lugar —dice Kiara


con curiosidad.

Tiene razón, no lo puedo negar. Si el deseo de Dinara es vengarse


de la gente que le hizo daño, entonces quiero que me lo pida a mí y
no a su padre, o a Dima. Lo peor es que no es sólo porque quiero
ayudar a Dinara, una pequeña parte de mí también está ansiosa
por una razón para derramar sangre. —¿Qué crees que es lo que
quiere? Probablemente eres la única de todos nosotros que la
entiende.

Kiara no dice nada al principio, sus ojos distantes como si mis


palabras la hubieran hecho retroceder muchos años. En lugar de
responder, abre el horno y saca la cazuela, obviamente meditando
sus palabras por la mirada tensa que tiene. —No todo el mundo
tiene que vengarse de sus agresores para superar el trauma. Parece
la opción lógica, tal vez la única, desde el punto de vista de tus
hermanos e incluso de ti, pero algunas personas buscan la
reconciliación y una conversación aclaratoria antes que la violencia.
Lo que Dinara necesita y desea es imposible de decir sin conocerla.

Conozco a Dinara, o al menos, sabía todo lo que me había permitido


ver hasta ahora, pero no estoy seguro de sus motivos. Es una chica
dura, por lo que la venganza no parece del todo descartada. —¿Y
tú, Kiara? Nino mató a tu tío de la forma más cruel posible. Ejerció
la venganza en tu nombre. ¿Querías ser vengada? ¿O hubieras
preferido hacer las paces con tu agresor?
El rostro de Kiara parpadea de dolor, y su sonrisa se vuelve un poco
más débil. Estas pequeñas señales me indican que, incluso después
de todos estos años, los acontecimientos seguían persiguiéndola.
Tal vez es imposible superar algo tan horrible para siempre. Me
deprime pensar que Dinara llevará el peso de su pasado sobre sus
hombros para siempre. —Nunca podría haberle perdonado.
Necesitaba que se fuera, pero nunca podría haberlo hecho. Creo
que ni siquiera habría podido pedirlo, si Nino no hubiera decidido
hacerlo. Él me quitó la decisión, el peso de ésta de las manos. Tal
vez podría haber salvado a mi tío de su destino, pero no quise
hacerlo. Si hubiera vivido, siempre habría temido que volviera a
buscarme, aunque Nino me protegiera. Para encontrar la paz,
necesitaba su muerte.

—Así que estás agradecida a Nino por haber matado a tu tío de la


forma en que lo hizo.

—Lo estoy, tanto de Nino como de Remo. Cuando supe que se había
ido, sentí alivio. Nunca me sentí culpable por ello. Era un paso
necesario para sanar.

—¿Crees que Dinara quiere que descubriera la verdad para que


ejerza la venganza por ella?

—No lo sé. Ella no está indefensa como yo en ese entonces. Tiene a


su padre y a sus hombres como apoyo. Por lo que dijo Nino, su
padre sabe lo que pasó, así que Dinara no está obligada a mantener
el secreto. Podría pedirle a su padre que matara a sus abusadores,
y él lo haría, ¿no?

—Lo haría, sin duda, pero se arriesgaría a la ira de Remo y a las


represalias si derramara sangre en territorio de la Camorra.

—Remo quiere que la venganza ocurra.


—Quiere que suceda como él quiere, y creo que para él sólo hay una
persona que debe derramar sangre, y esa es Dinara. Si yo matara a
todos por Dinara, Remo no me haría nada. Soy su hermano. Se
enfadaría, pero eso sería todo. Tal vez Dinara lo sospeche. O quizá
prefiera arriesgar mi vida que la de su padre o la de Dima.

—¿Crees que ella te utiliza así? ¿Para hacer lo que ella y su padre
no pueden hacer?

—Eso explicaría por qué él le permite correr en nuestro territorio.

Kiara me mira con preocupación en sus ojos marrones. Deja


escapar un pequeño suspiro. —Supongo que sólo hay una forma de
averiguarlo. Habla con ella. El engaño no es un buen comienzo para
una relación.

Eso es algo que había aprendido por las malas con mi primera
novia, Harper. Había superado el profundo sentimiento de traición
y ya no era el adolescente inestable de entonces, pero si vengarse a
través de mis manos había sido el plan de Dinara desde el principio,
definitivamente dejaría sus huellas. Aun así, por alguna razón no
podía imaginarme que Dinara fuera mentirosa. Se había
sorprendido sinceramente de que su madre estuviera viva y no
supiera de la existencia de las grabaciones ni que mis hermanos
hubieran reunido los nombres y direcciones de sus agresores.
Aunque la venganza hubiera estado en su mente, sólo podía ser un
concepto abstracto.

Kiara sonríe. —Habla con ella. Cuéntale lo que sabes y ve cómo


reacciona, luego aún puedes decidir si quieres dejar de tener
contacto con ella.

Asiento con la cabeza. —A Dinara le preocupa que la tratara de


forma diferente después de saberlo. Ahora pienso, ¿Cómo puedo
ignorar esto? Ella pasó por una mierda horrible que debe haber
dejado profundas cicatrices.

—Definitivamente, pero cuando la conociste esas cicatrices ya eran


parte de ella. Ella no cambió. Sigue siendo la misma chica que
conociste.

Señalo la cazuela humeante de macarrones con queso. —Si no


llevamos pronto la comida a la mesa, me temo que el grupo de
hambrientos nos va a devorar.

Kiara me aprieta brevemente el antebrazo antes de coger un bol con


ensalada. Llevo la cazuela y trato de disfrutar de la caótica velada
con mi familia, aunque mi mente no deja de dar vueltas a un sinfín
de pensamientos. Lo único que deseaba era volver a tener a Dinara
en mis brazos, aunque una parte de mí temía el encuentro.
13

El viaje de vuelta de Las Vegas al campamento pareció durar una


eternidad. Es difícil concentrarse en la calle, en nada en realidad,
excepto en las horribles imágenes que había visto. Habían
atormentado mi noche. No puedo evitar preguntarme hasta qué
punto habría empeorado la situación de Dinara. En ocasiones
hemos compartido carpa y su sueño había sido interrumpido a
menudo por murmullos ininteligibles. Siempre que le había
preguntado qué estaba soñado, había evitado responder.

Es imposible relacionar a aquella niña indefensa y encogida con la


mujer feroz y segura de sí misma con la que he pasado tanto tiempo.
Había esperado una historia triste, pero no esto. Ni siquiera una
noche de sueño había conseguido calmar el torrente de emociones
en mi cuerpo.

La última vez que nos vimos, dos días atrás, antes que ella se fuera
a Chicago y yo condujera hasta Las Vegas, le había preocupado que
la viera de otra manera una vez que conociera su pasado. Yo había
pensado que exageraba. Había confiado en que nada podría
cambiar mi opinión sobre ella. Ahora, no estoy seguro.

La reacción de Dinara en el coche cuando me acosté sobre ella, la


necesidad de mantener el control de su cuerpo en todo momento.
Todo tiene sentido ahora. Incluso antes de descubrir la verdad, la
había considerado fuerte, ahora su fuerza parece casi inhumana.

Cuando las primeras carpas del campamento se hacen visibles, mi


pecho se oprime. Estoy malditamente nervioso por volver a verla,
por hacer lo que había prometido no hacer, por verla bajo una
nueva luz. Y no sólo eso, un pequeño hilo de duda sobre sus motivos
permanecía. Quizá se sienta decepcionada si volví sin haber matado
a su madre y a todos los demás.

Un rápido vistazo revela el Toyota de Dinara en el borde mismo del


lado oeste del campamento. Dirijo mi coche en esa dirección.

En cuanto me ve, Dinara se dirige hacia mí desde donde estaba


hablando con una de las chicas del campamento. Este es el
momento de la verdad.

Había estado esperando ansiosamente el regreso de Adamo de Las


Vegas, preguntándome si Remo le había revelado mi pasado. Una
parte de mí quiere que lo sepa, porque facilitaría las cosas. Adamo
podría estar más dispuesto a ayudar si sabe por qué hago lo que
hago. Por otro lado, había disfrutado de nuestro tiempo juntos, del
sexo y de las conversaciones, de la forma en que me trata como su
igual. No me considera quebradiza. Le había demostrado mi fuerza.
Pero una vez que conociera mi pasado, nada de eso importaba.
La gente sólo veía ese aspecto de mí una vez que se enteraba, como
si fuera lo único que me definía. La niña abusada. La niña violada.
Es una parte importante de mí, sin duda, y me persigue hasta hoy,
pero no quiero un trato especial por ello. Quiero que me traten como
a cualquier otra persona, no como a alguien frágil, vulnerable o
dañado. No soy ninguna de esas cosas.

En el momento en que el auto de Adamo se detiene en el


campamento, me excuso de Kate, la chica pit con voz de ángel, que
también es una cocinera de primera. Me dirijo hacia él, mi pulso se
acelera cuando Adamo se baja. Una mirada suya y sé que Remo le
a dicho lo suficiente. Como era de esperar, ha cambiado la forma
en que Adamo me mira. Ya no soy sólo Dinara, princesa de Bratva
y piloto de carreras. Soy la pobre chica de antes.

Doy media vuelta y regreso a mi auto, no estoy de humor para ese


tipo de confrontación.

Estoy enfadada, pero por debajo de eso, tengo miedo, miedo de


perder la conexión que Adamo y yo habíamos desarrollado,
nuestras interacciones fáciles. Es una de las razones por las que
me gusta formar parte del campamento de las carreras. Nadie sabe
quién había sido antes, qué había pasado. En Chicago, todo el
mundo lo sabía, y a pesar de los años transcurridos, a menudo se
nota en la forma en que me miran y me tratan. ¿Cómo iba a dejar
atrás el pasado si ni siquiera los testigos podían hacerlo?

Me da miedo que la gente de aquí me mire igual, que Adamo me


mire así. Es una de las razones por las que Dima y yo no habíamos
funcionado, por las que nuestra relación había estado condenada
desde el principio. Lo que le había hecho parecer una opción segura
para una relación al principio, había sido finalmente el clavo en
nuestro ataúd.

Pronto me sigue el paso, y mi corazón sólo late más rápido.


Odio sentir miedo. Me recuerda a la chica con la que Adamo me
confunde ahora. No quiero volver a ser ella.

—¡Dinara! —Adamo llama y finalmente me alcanza en mi auto.

Me giro hacia él y le miro fijamente a los ojos, esperando que diga


algo, pero al mismo tiempo tan jodidamente asustada de lo que
será. Adamo me toca el hombro. Incluso ese simple toque parece
más vacilante que cualquiera de nuestros toques en el pasado.

Adamo me observa sin decir una palabra. No tiene que hacerlo. Sus
ojos hablan una lengua clara: la lengua de la compasión. No hay
nada que odie más que eso. —¿Entonces Remo te contó todo?

Le había dado el visto bueno a Adamo, le había dado el visto bueno


a Remo, pero tal vez una parte estúpida de mí había esperado que
Adamo lo dejara descansar. Fue una idiotez. Eventualmente lo
descubriría. Era inevitable si quería seguir adelante con mi plan.

Adamo se pasa una mano por el pelo y mira hacia otro lado. Una
variedad de emociones nadan en sus ojos. —Sí, no todo, pero sí lo
suficiente.

No está diciendo la verdad. Hay un momento de vacilación antes


que respondiera.

Me alejo del auto de un empujón. —No lo hagas. No me mientas


para protegerme.

Estoy tan cansada de que la gente lo hiciera. Me merecía la cruda


verdad, aunque me destroce el corazón.

Adamo se mete las manos en los bolsillos. Su expresión aumenta la


compasión.
Y no puedo soportarlo. —¿Qué dijo exactamente? —Me quejo, tan
jodidamente enfadada, pero al mismo tiempo llena de
desesperación. Todo por culpa de Adamo, de la forma en que podría
tratarme en el futuro. Nunca había sentido algo similar con Dima,
como si mi corazón pudiera romperse.

—¿Importa?

—¡Claro que importa! —me burlo—. ¿Te imaginas lo frustrante que


es no saber nada de algo que te concierne tan íntimamente? Por la
forma en que me miras, sé que estás muy afectado por lo que dijo
Remo. Él es quizás el único que lo sabe todo porque es quien manejó
todo en ese entonces. Ni siquiera yo lo sé todo, sólo las mentiras y
las verdades a medias que me contaron mi padre, tú y tus
hermanos.

Puedo sentir la traidora carga en la parte posterior de mi garganta,


el pinchazo en la parte posterior de mis globos oculares, indicadores
de lágrimas. No va a suceder. Llorar es un signo de debilidad que
no me he permitido en mucho tiempo.

El deseo de alivio crece como la marea, imparable, carcomiendo


lentamente mi determinación como las olas se apoderan de la
arena. Busco un cigarrillo a tientas, aunque odio el sabor, el olor y
la sensación del papel empapado en la boca. Nunca seré una
fumadora porque lo disfrute. Pero es mejor que nada, mejor que la
otra opción. Necesito algo para calmar mi mente ansiosa, para
acallar la llamada de mi oscuro anhelo.

Adamo se acerca, sus ojos agudos examinando mis dedos


temblorosos. Tal vez conoce los signos delatores. Al fin y al cabo, él
también conoce los antojos oscuros.
Me preparo para que me toque, pero sus manos no se mueven de
sus vaqueros. Sus ojos oscuros buscan los míos. Dando una
profunda calada, giro la cabeza, dando mi perfil. —No estoy
mintiendo —dice, y luego respira profundamente—. Remo me
enseñó un vídeo tuyo y lo que pasó.

Siento que se me va el color del rostro y se me hace un nudo en la


garganta. Habían pasado demasiados años como para recordar
todo, o incluso la mayor parte de lo que había sucedido. Recuerdo
fragmentos. Acontecimientos de las pesadillas que me atormentan
en episodios incoherentes o en destellos de imágenes fijas. Me había
esforzado por olvidar todo lo posible, había consumido alcohol y
drogas para acelerar el proceso. —Tú... —Mis cuerdas vocales se
congelan y no puedo decir más.

La ira lucha con el horror y la frustración en mi cuerpo. De nuevo


los demás saben más de mí y de mi vida que yo.

Adamo se acerca aún más, con mucho cuidado, como si temiera


que me diera a la fuga. Correr nunca ha solucionado nada. —
Apenas miré algo. Sólo un par de minutos hasta que me di cuenta
de hacia dónde se dirigía. No pude soportar seguir mirando.

Lo miro mal. —¿No pudiste soportar mirar? Yo viví lo que tú no


pudiste ver.

Ni siquiera estoy segura por qué estoy enfadada por eso. Una gran
parte de mí se alegra que no hubiera visto más de mis horrores.
Una pequeña parte todavía se avergüenza cuando recuerda lo que
me habían hecho. Es una fea voz que ni siquiera los años de terapia,
drogas y distracción han podido silenciar.

Adamo asiente, con una expresión amable y solemne a la vez.


Quiero darle un puñetazo tan fuerte como pueda. En lugar de eso,
cierro una mano en un puño y doy otra calada al cigarrillo. Me
tiemblan los dedos, dejando que el humo salga en un zigzag
impreciso.

—Lo sé —murmura con voz de seda—. No debí haber mirado sin


pedirte permiso antes. Esto fue grabado en tu espacio personal.

Me burlo. —Créeme, a nadie le importaba mi espacio personal en


aquella época. —Me estremezco, mientras restos de recuerdos
parpadeaban en el fondo de mi mente. Palabras, olores, imágenes
que habían dejado marcas permanentes en mi subconsciente.

—Dinara, yo... —Suelta un suspiro.

Me encuentro con la mirada de Adamo. —Di lo que tengas que decir.


No soy débil, Adamo. Lo que pasó entonces no me rompió, lo que
pase ahora y en el futuro tampoco me romperá. —Mi voz es de puro
acero, al igual que la capa protectora que cubre lentamente mi
corazón.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Adamo, con una mirada


sinceramente confusa—. No tengo ninguna intención de hacer algo
que pueda herirte, y mucho menos romperte.

—La mirada en tus ojos ahora cuando me miras... significa que lo


que teníamos se acabó.

Lo que teníamos. Ni siquiera le habíamos puesto nombre, no nos


habíamos permitido definir algo que iba en contra de muchas
probabilidades. No me había permitido darle demasiada
importancia a nuestro vínculo. Había intentado decirme que sólo se
trataba de divertirse y de acercarse a un Falcone, pero ahora que
veo nuestro vínculo desmoronarse ante mis ojos, me doy cuenta que
había sido algo más que una simple diversión. Más de lo que debí
haber permitido. Más de lo que mi padre jamás aceptaría.
Agacha la cabeza, capturando mi mirada con la suya. Su aroma,
cálido y picante, me envuelve. —¿Cómo te estoy mirando?

Me rio amargamente y lo señalo con la punta brillante en su cara.


—Así. De la misma manera que me miró mi padre cuando Remo me
devolvió a él. Como si fuera una muñeca rota. Tu muñeca favorita
que sacas para jugar todos los días pero de repente tiene una grieta
irreparable, y ahora no puedes volver a jugar con ella porque temes
que se rompa si lo haces. Así que la pones en una estantería y
apenas la miras porque siempre que lo haces te entristece lo que
has perdido. Así es como me miras, Adamo. Así que, sigue tu
camino, yo sobreviviré.

No dejo que nuestra relación continúe porque Adamo actúe por


lástima, porque no tiene los cojones de terminar conmigo.

Yo soy una superviviente. Sobreviviré si Adamo se aleja, no sin mi


oscuro anhelo, pero sobreviviré de una forma u otra. Aun así, se me
revuelve el estómago al pensar que este podría ser nuestro último
adiós, aunque el adiós fuera inevitable para nosotros.

Adamo niega con la cabeza. —Mentira. Nunca he jugado contigo, y


no voy a seguir mi camino. No hemos terminado y no permitiré que
pongas un obstáculo entre nosotros. —Me agarra por los hombros,
sin delicadeza alguna, y mi estúpido corazón palpita de esperanza—
. Nada ha cambiado entre nosotros.

Y, sin embargo, todo había cambiado. Sus ojos dicen la verdad. Si


queremos una oportunidad, Adamo tiene que verme como la chica
que había sido antes de conocer la verdad. Tiene que verme como
un ser distinto de la pobre chica del vídeo. No estoy segura que
pueda hacerlo. Papá lo había intentado y había fracasado. Nunca le
guardé rencor por ello. Es mi padre. Acepté la forma en que me mira
porque somos familia. Pero no haré lo mismo por Adamo. No puedo.
Necesito que esta parte de mi vida sea sólo para Dinara, y no para
la pobre y maltratada Katinka. —Entonces fóllame, Adamo. Fóllame
como lo hubieras hecho hace dos días y no como si fuera rompible.
—Dejo caer el cigarrillo y lo aplasto bajo mi bota—. ¿O no puedes
hacerlo ahora que sientes lástima por mí?

Adamo me agarra el cuello, el calor y la ira batallando en sus ojos.


—No me da pena la chica que tengo delante, Dinara. Me da pena la
chica del pasado. Pero tú... eres dura como una piedra. No necesitas
mi puta compasión.

Asiento con la cabeza, tanto para confirmar sus palabras como para
convencerme que realmente había dejado atrás cada parte de esa
niña. En el fondo, sé que sigue escondida en una parte oscura de
mi cerebro, pequeña y asustada, amenazando con estallar. Quiero
sacarla de allí, y ahora tengo una idea de cómo conseguirlo
finalmente.

—Fóllame —respiro.

Adamo me empuja contra su cuerpo y su lengua se introduce en mi


boca. Me abro para él, le rodeo el cuello con los brazos y junto
nuestros cuerpos. Adamo me aprieta el pecho a través de la
camiseta y tira del pezón. Paso los dedos por su pelo ondulado y le
muerdo el labio inferior para calmarlo con la lengua un momento
después. Aprieta la palma de su mano contra mi entrepierna y me
arqueo contra él, deseando sentir su tacto sobre la piel desnuda.

—Consigan una habitación —dice alguien. Estoy demasiado


desorientada por nuestro beso para saber quién es. Adamo me coge
de la mano y me jala. Lo sigo, con el corazón palpitando
salvajemente en mi pecho, mi centro vibrando de necesidad. Adamo
me lleva a la vieja gasolinera, pasando por delante de un
sorprendido Crank.
—Sal —grita Adamo, y Crank lo hace murmurando una grosería.
Luego entramos a tropezones en la trastienda, con su viejo
congelador y sus cajas desparramadas. El hedor a cartón con moho
y a algo podrido me tapa la nariz.

Adamo cierra la puerta de golpe y me aprieta contra el borde del


congelador, sus manos hacen un rápido trabajo con mi cremallera.
No se molesta en bajarme los pantalones, sólo mete la mano en las
bragas. Su dedo corazón roza mi clítoris mientras me mete los dedos
con fuerza y rapidez.

Nuestras miradas se mantiene fijas, mis labios se separan mientras


Adamo arranca un gemido tras otro de mi boca. Mi excitación
empapa mis bragas, haciendo que el dedo de Adamo se deslice
dentro y fuera con facilidad. Añade un segundo dedo y me penetra
con más fuerza. El deseo en sus ojos marca cada centímetro de mi
piel. No hay señales de piedad, sólo de lujuria.

Grito mi liberación, pero Adamo apenas me da tiempo a


recuperarme antes de bajarme los pantalones y subirme al
congelador. Me separa las piernas y me da unos cuantos besos
profundos, haciéndome estremecer y aferrarme a su pelo. Luego se
endereza y saca su polla. Me agarra los tobillos y los apoya en sus
hombros antes de meterse dentro de mí de una sola vez. No me da
tiempo a adaptarme, sino que me penetra de golpe. Se inclina hacia
delante, acercando mis piernas a mi cuerpo y cambiando el ángulo
para que entre aún más profundo. Respiro entrecortadamente, con
los dedos de los pies apretados por la fuerza de las sensaciones.

La furia y el deseo han sustituido a la compasión, y vuelvo a ser


Dinara, mientras me pierdo en la mirada de Adamo. Clavo mis uñas
en sus hombros, mis caderas se unen a sus embestidas, y entonces
mis labios se abren para gritar mientras me corro de nuevo. Adamo
se introduce con más fuerza en mí antes de liberarse con un leve
gemido.
Cierro los ojos, jadeando. No quiero que esto terminé. Ni hoy ni
mañana, quizá nunca.

Adamo me hace querer perder el control ante él. Me hace sentir


como si pudiera perder el control ante él sin miedo.

Cuando Adamo y yo nos calmamos por nuestra liberación, se


encuentra con mi mirada. Tiene la cara cubierta de sudor y la
camisa pegada a la parte superior del cuerpo. —No hemos
terminado —exclama.

Asiento con la cabeza, respirando con dificultad. —No hemos


terminado.

En ese momento, Adamo me mira de la misma manera que lo había


hecho antes de descubrir la fea verdad, como si yo siguiera siendo
la dura Dinara de las carreras para él. Sé que habrá momentos en
los que esta nueva expresión conmovedora volvería, pero mientras
él pudiera hacerme sentir tan viva, podría vivir con los pequeños
recuerdos.
14

Pasamos la noche juntos en la carpa de Adamo. Se me ha quitado


el sueño. Mis pensamientos giran en torno a los acontecimientos
del día anterior, a la certeza que todavía hay vídeos míos por ahí.
Ahora que lo sé, recordé que la cámara siempre me apuntaba. Se
había desvanecido en la oscuridad de mis recuerdos a lo largo de
los años. Otras imágenes habían sido más destacadas.

El cálido aroma de Adamo me envuelve, con uno de sus brazos


echado sobre mi cintura. Su cercanía me proporciona el consuelo
que nunca admitiré que necesito. Miro hacia el techo de la carpa,
aunque la mayor parte del tiempo está envuelta en la oscuridad.
Sólo una pizca de luz llega hasta nosotros, tal vez procedente del
fuego o de uno de los autos. El murmullo de las voces me dice que
los demás tampoco pueden dormir.

—¿No puedes dormir? —La voz somnolienta de Adamo suena,


haciéndome saltar.

—Demasiados pensamientos —admito.

Adamo asiente, con su nariz rozando mi mejilla. —Para lo que


necesites, estoy aquí. Sé que hay una razón por la que te uniste a
las carreras, por la que buscaste mi cercanía, y una vez que estés
lista para revelar tus razones, estoy aquí para escuchar.

Trago saliva, escuchando la sospecha en su voz. Si yo estuviera en


su lugar, también desconfiaría de mis motivos, y no han sido del
todo inocentes. —Acostarme contigo, pasar tanto tiempo contigo,
no se trata de un plan. Nunca quise que esto sucediera. Sólo quería
conocer a un miembro del notorio clan Falcone para aclarar mi
pasado, al menos los rincones que mi padre mantenía oscuros a
propósito. Pensé que tú serías la mejor opción. La reputación de tus
hermanos es aún menos atractiva. Nunca te mentí sobre mi
identidad. Desde el principio, supiste que buscaba algo que sólo un
Falcone podía darme.

Adamo se ríe. —¿Soy la opción menos peligrosa, quieres decir?

Dejo escapar una pequeña risa. —Entrar en Las Vegas me parecía


una mala idea, incluso en mi cabeza, y tú me resultaste fascinante
desde el momento en que empecé a investigar sobre tu familia.

—¿Qué te fascinó?

—Las carreras, sin duda. Pero más que eso, es el conflicto que a
veces veía en tus ojos durante las peleas de jaula. Como si una parte
sedienta de sangre luchara con tu conciencia. Me recordabas a mí
misma. Mi padre cree que pertenezco a la luz, pero yo no encajo allí.

Adamo se levanta para que su rostro se pose ante el mío, pero está
demasiado oscuro para distinguir más que el contorno general. —
La sangre de la que tienes sed, ¿está en Las Vegas?

No digo nada. En los últimos dos meses, mi objetivo había


cambiado. —Quiero saber más sobre mi pasado, y sabía que sólo
Remo podría decirme lo que mi padre no me diría. No tenía muchas
esperanzas que él divulgará alguna información. Quizá si mi padre
y él siguieran cooperando, pero ahora que su relación se a vuelto
hostil, sabía que las posibilidades eran escasas. Pero tenía que
arriesgarme. Una parte de mí esperaba que supieras lo que quería
saber.

—¿Qué quieres ahora?

Mi corazón se acelera cada vez que intento determinar qué quiero


exactamente. En el fondo sólo una opción suena satisfactoria. —
Necesito hacer lo que había planeado en un principio. Averiguar
todo antes de poder decidir realmente lo que voy a hacer a
continuación.

—Tengo los CDs en mi auto. ¿Los quieres?

Rápidamente niego con la cabeza. —Todavía no —susurro. Algún


día intentaría verlos, pero no ahora, aunque me muestre la fría y
dura verdad en cada desagradable detalle. No estoy preparada para
esa confrontación.

Adamo me acaricia la mejilla. —¿Quieres que te lleve a Las Vegas?


Para conocer a Remo. ¿Verdad?

Había imaginado conocer al hombre que me había salvado de


posibles años de abusos en infinidad de ocasiones a lo largo de los
años. Mi padre nunca dijo palabras muy positivas sobre el Capo.
Ahora suponía que la razón era que Remo había conservado a mi
madre y no había permitido que mi padre la matara. No estoy
segura de por qué. Parece poco probable que Remo Falcone tuviera
dudas a la hora de acabar con la vida de una mujer.

—Sí. —El silencio de Adamo llena la oscuridad entre nosotros—. Sé


que eres leal a la Camorra y no te pido que los traiciones. Quiero
conocer oficialmente a Remo si él lo permite.
—Podemos ir a Las Vegas después de la próxima carrera.

—¿No tendrás que preguntarle a Remo primero? —Aunque Adamo


es el hermano del Capo, hay que seguir algunas reglas, a no ser que
la Camorra funcionara de forma completamente diferente a la
organización de mi padre, cosa que dudo seriamente. Toda
organización criminal se basa en una estricta estructura jerárquica.

—Durante mi último viaje a Las Vegas, le mencioné que tal vez


quisieras verlo para hablar. Estuvo de acuerdo.

Me levanto. —¿Cómo lo sabías? ¿Tal vez deba asesinar a tu


hermano por retener a mi madre todos estos años? No puedes saber
mis verdaderos motivos. Podría estar mintiendo.

—Todavía no has revelado tus verdaderos motivos, tal vez ni


siquiera tú los conozcas en toda su extensión en este momento,
pero Remo puede protegerse y es el maestro de los juegos y la
astucia. Engañarlo es difícil, mucho más difícil que engañarme a
mí.

Resoplo.—Creo que te estás subestimando.

—No, soy muy bueno leyendo a la gente, e incluso manipulando si


quiero, es el gen Falcone, pero Remo es el puto amo en eso. Bien
podría haberlo inventado.

—¿Así que Remo quiere verme para averiguar mis motivos? Va a


averiguar si represento un riesgo para él, para ti o para la Camorra.

Adamo me acaricia el brazo. —No, dudo que quiera conocerte por


eso. Remo retuvo a tu madre y los vídeos por una razón, pero no
me lo dijo todo. Tanto tú como él ocultan parte de la verdad, y al
juntar a los dos, espero descubrirlo todo.
—¿Pero tienes tus sospechas de por qué tu hermano hizo lo que
hizo?

—Conozco a Remo. Sus valores no han cambiado con los años. Son
tan retorcidos y moralmente sospechosos como antes.

—No es que su moral sea socialmente aceptable.

Adamo se ríe. —Soy un Falcone. La moral retorcida está en mi


genética.

—¿Me pregunto cuándo decidirás que no valgo la pena?

—Oh, tengo la sensación que vales todos los problemas que me


puedas hacer pasar.

Me muerdo el labio, sin saber cómo responder a eso. Cada día que
paso con Adamo, me gusta más. Lo echaba de menos cuando no
estaba y no dejaba de pensar en él y en cómo se siente estar con él.
No estoy segura hacia dónde me lleva mi camino, pero espero que
Adamo me acompañé en él, al menos durante un tiempo más. No
me atrevo a mirar demasiado lejos en el futuro.

—Dima no puede venir con nosotros a Las Vegas. Eso no le gustará


a Remo —dice Adamo.

Dima y yo no hablábamos mucho, pero había vuelto al campamento


conmigo después de mi último viaje a Chicago. No estoy segura de
si es por orden de mi padre o si su propia vena protectora ha salido
a flote. —Entonces tendremos que escondernos. Dudo que me
escuche si le digo que se quede atrás. Si mi padre le dio órdenes de
vigilarme, no permitirá que nada lo detenga.

—Entonces nos escaparemos después de la próxima carrera. Pocas


veces se queda mucho tiempo en la post-fiesta. Y tal vez puedas
deslizar un par de pastillas para dormir en su bebida. Puedo darle
algo fuerte.

Sacudo la cabeza. Aunque confío en Adamo conmigo, no estoy


segura de si debo confiarle la vida de Dima. Después de todo, es un
soldado de la Bratva, y sin duda el primero al que Adamo mataría.
—Yo me encargo.

Adamo se ríe. —Muy bien. Pero no tienes que preocuparte. Si


quisiera deshacerme de Dima, no lo haría de forma vil. Le ganaría
en una lucha a muerte.

—Eso es un alivio —digo secamente.

Adamo acerca aún más nuestros rostros y me besa. El beso es dulce


con un toque de posesividad. Me muerde el labio antes de
separarse. —¿Por qué Dima?

—¿Te refieres a por qué salí con él?

—Sí —dice—. Tú y él estuvieron juntos durante unos años,


¿verdad?

—Tres años.

—Entonces, ¿por qué él? Al principio, pensé que estaba celoso de


nosotros, pero ahora ya no estoy tan seguro. Definitivamente lo
desaprueba, pero no estoy seguro que sea porque te quiere para él
o si hay otra razón. Pero definitivamente te mira como si pudiera
ser tu hermano y no tu ex.

—¿Estás celoso? No he estado con él en más de un año, y tampoco


con nadie más.
—Sólo es curiosidad. Sigo pensando que actúa más como un
hermano protector que como un antiguo amante. Es extraño.

—¿Más raro que un Falcone y un Mikhailov haciéndolo? —


pregunto, arrastrando mis dedos por el pecho y los abdominales
musculosos de Adamo.

Adamo se ríe. —Buen intento.

Suspiro. Había conocido a Dima casi toda mi vida. Habíamos sido


amigos incluso antes que mi madre me llevara y, después, él
también ha sido la compañía que yo buscaba. A diferencia de los
adultos, él no me miraba con lástima y horror. No sabía realmente
lo que había pasado. Eso cambió más tarde y también la forma de
tratarme, pero siempre había estado a mi lado.

Alcanzo el paquete de cigarrillos que está en el suelo a mi lado y


enciendo un cigarrillo, luego le doy una profunda calada.
Normalmente este era un tema demasiado personal, pero Adamo y
yo hemos llegado a un punto en nuestra... relación en el que quería
compartir más de mí misma. Es una sorpresa y una sensación
aterradora.

Dejo salir una columna de humo antes de girar la cabeza hacia


Adamo —Quería tener el control, quería experimentar la sexualidad
en mis propios términos. En el pasado... —Mi voz se apaga. Miro la
punta brillante de mi cigarrillo durante un par de respiraciones
antes de poder volver a hablar—. Las cosas que me hicieron... todo
estaba fuera de mi control. Tuve que soportar el dolor, el miedo y la
humillación.

»Pero con Dima, a pesar que era doloroso, era mi elección. Él dejó
que fuera mi elección. Dima fue una opción segura. Como mi
guardaespaldas, estaba destinado a protegerme. Mi padre lo habría
matado si me hubiera hecho daño. Es el hombre de mi padre hasta
la médula. Sabía que nunca haría nada que yo no quisiera. Con él
podía hacer lo que quería, recuperar el poder que me habían
quitado de niña.

El sexo con Dima había sido... liberador en cierto modo porque


había sido en mis términos. No había sido forzado. Todo fue mi
elección. Pero nunca se había sentido... bien. Nunca había dejado
de lado mi control tan completamente hasta que llegó Adamo. Dima
y yo habíamos sido un vínculo de conveniencia. Dima
probablemente había esperado que le diera una ventaja a largo
plazo porque como huérfano criado por la Bratva sus opciones son
limitadas. Pero también quería ayudarme. Y para mí, había
significado romper una parte de mis cadenas y al mismo tiempo
quitarme a mi padre de encima. Verme en una relación con Dima
le había dado a papá la esperanza de que había superado el pasado
y podía vivir una vida normal. Si no hubiera vivido lo que viví, dudo
que le hubiera entusiasmado tanto que saliera con uno de sus
hombres.

Adamo asiente, y aunque no pueda ver su expresión, lo advierto. —


Sin piedad. —El timbre de mi voz es casi feroz.

—Nada de lástima. Los Falcone no tenemos piedad —dice con


firmeza, arrebatándome el cigarrillo de la mano y dándole una
calada.

—Casi lo olvido —digo con sarcasmo. Adamo me besa de nuevo, su


mano se desliza por mi vientre desnudo, dejándome la piel de
gallina a su paso. Empieza a jugar distraídamente con el piercing
de mi pezón de nuevo. El brillo del cigarrillo arroja sombras sobre
su rostro, reflejándose en sus ojos oscuros.

—Lo que has dicho tiene sentido. Espero no ser otra opción segura.
Ahogo un gemido cuando Adamo tira un poco más fuerte. —El sexo
contigo no tiene nada que ver con una opción segura, es un viaje
salvaje que me roba por completo cualquier indicio de control.

Adamo me besa la comisura del labio y aplasta el cigarrillo. —¿Así


que esto es sólo sexo y orgasmos sucios?

No lo es. Ya no. Aunque mi cuerpo anhela constantemente su


contacto. Paso las uñas por su pecho y sus abdominales. —¿De qué
otra cosa podría tratarse? Realmente disfruto de todos los orgasmos
sucios. Nunca te has quejado.

Adamo se inclina sobre mi pezón. —No me quejo en absoluto. Cada


orgasmo sucio que tu hábil boca y tu coño exprimen de mi polla son
muy apreciados. —Me acaricia el pezón con su lengua. Luego
desciende con su cálido aliento rozando mi vientre. Entierra su cara
en mi coño, lamiendo mi deseo por él—. Tampoco oigo que tu coño
se queje.

—Cállate —jadeo, y lo hago mientras su boca y su lengua tocan mi


coño como un instrumento. Perder el control nunca se había
sentido mejor.

Durante la carrera del día siguiente, me cuesta concentrarme. Una


de las razones era la falta de sueño porque Adamo y yo nos
habíamos mantenido ocupados hasta la madrugada. La otra son los
pensamientos de mi próximo encuentro con Remo que me distraen.
Estaré más cerca de mi madre de lo que había estado en más de
una década. La única vez que la había visto realmente había sido
en las pesadillas. ¿La realidad será peor?

No estoy segura de querer verla. Cuando creía que estaba muerta,


siempre había deseado tener la oportunidad de enfrentarme a ella,
pero ahora que la opción es real y está a mi alcance, se me oprime
el pecho con sólo pensarlo. Aunque el pasado todavía me persigue
en ocasiones, lo tenía bajo control la mayoría de los días. ¿Y si al
verla se abren heridas que no puedo cerrar?

Terminé la carrera en decimoquinto lugar. Mi peor resultado hasta


el momento, pero, a pesar de mi ambición, eso apenas se notó.

Lo único en lo que podía pensar era en que nos iríamos a Las Vegas
temprano en la mañana.

Dima no se unió a la fiesta después de la carrera y en su lugar se


metió en su carpa de inmediato. Fui tras él. Quería ver cómo estaba,
y todavía tenía que darle los somníferos para que no se interpusiera
en nuestro plan de ir a Las Vegas. Realmente no necesito una
escolta de los hombres de mi padre a mi lado. Eso no haría que
Remo revelará la información que tenía. Nos sacaría a patadas con
armas de fuego.

—¿Dima? —llamo. No puedo llamar a su tienda. Una figura se


mueve dentro y finalmente la carpa se abre y Dima asoma la cabeza.
Sólo lleva puesto un bóxer, algo que ya había visto en innumerables
ocasiones, pero que ahora me resulta incómodo. El tatuaje de los
kalashnikovs cruzados le marcan el pecho: el signo de la Bratva.

—¿Qué necesitas?

Levanto las dos copas con vodka. —No compartimos una copa
después de la carrera.
—No hay razón para celebrar, ¿verdad? Los dos no lo hemos hecho
bien hoy.

A Dima nunca le había importado mucho triunfar en las carreras.


Se había quedado por mí. —El vodka es adecuado en cualquier
situación. Para conmemorar, para celebrar y porque sí.

El destello de una sonrisa pasa por la cara de Dima antes de


desaparecer.

Le entrego una de las copas y la acepta mientras sale de la carpa.


La dosis no es demasiado alta. Se aseguraría que se duerma pronto
y que durmiera hasta la mañana. De lo contrario, su sueño ligero
resultaría complicado.

Chocamos las copas antes de vaciar el vodka de un trago, seguido


de un suspiro. Sonrío. Es un vodka casero del cocinero de papá y
más fuerte que el que se puede comprar en las tiendas,
especialmente en Estados Unidos. El fabricante de viudas era uno
de sus apodos entre los hombres de papá.

Dima examina mi rostro. —Estoy preocupado por ti, Dinara. Desde


que descubriste lo de tu madre, te alejaste de mí. Siento que ya no
me confías tus planes.

Me burlo, aunque ha dado en el clavo. —Te alejaste porque no te


gusta que esté con Adamo. Te di espacio.

—No cometas el error de confiar en él. Un lobo sigue siendo un lobo


incluso cubierto de piel de oveja.

—Tú tampoco eres una oveja. No tengo ninguna oveja en mi vida. Y


no olvides que yo también soy un lobo.

Dima se ríe. —Lo eres.


Mi mirada se desvía hacia la fiesta. La gente baila alrededor del
fuego, ya borrachos con cualquier bebida que hubieran preparado
hoy. Adamo habla con Crank, pero no deja de lanzarme miradas.

—Será mejor que vuelvas —dice Dima con frialdad—. Está


esperando.

Le doy una mirada exasperada, pero se desliza dentro de la carpa y


la cierra. En cuanto llego a la fiesta, alguien me agarra de la mano
y me mete en un círculo de baile alrededor del fuego. Estoy
demasiado aturdida para reñirle. En cambio, dejo que mi cuerpo se
mueva al ritmo de la música.

Adamo sonríe mientras me observa. Cuando pasamos junto a él, lo


agarro de la camiseta y lo arrastro. Durante unos segundos, me
olvido de lo que me espera y sólo vivo el momento, existo en el ritmo.
Mis botas remueven la tierra seca mientras bailo al ritmo de la
música.

La post-fiesta está todavía en pleno apogeo cuando Adamo y yo nos


escapamos hacia su carpa. Nadie sospecha, ya que lo habíamos
hecho antes. A estas alturas nuestra aventura ya no es un secreto.
Por suerte, la gente no mete las narices en nuestros asuntos. La
mayoría tiene sus propios secretos que quieren ocultar. El único
que comentó algo al respecto fue Dima. Me pregunto si le habrá
comentado algo a mi padre, pero lo dudo. Papá me habría
preguntado si lo supiera.

Son las cuatro de la mañana cuando Adamo y yo retiramos la carpa


y subimos a su auto. Adamo apenas toca el acelerador y, en cambio,
deja que el auto se aleje lentamente del campamento. Cuando
estamos a una buena distancia, acelera y salimos a la calle en
dirección a Las Vegas.
Mi mirada observa el paisaje monótono, únicamente interrumpido
de vez en cuando por los árboles de Josué o las formaciones de
piedra.

—¿Cuánto dura el viaje?

—El viaje dura unas tres horas. Tal vez cuatro, dependiendo del
tráfico, una vez que lleguemos a Las Vegas.

—¿Y Remo sabe que vamos?

—Le envié un mensaje. Él y Nino nos esperan en el Sugar Trap.

Sugar Trap... el nombre me suena y, finalmente, la imagen de un


cartel de neón con las piernas abiertas se forma en mi mente como
si fuera sacada de aguas turbias. Con el recuerdo llega una
sensación de tensión en mi vientre. —¿Regresaremos de inmediato?

Adamo me dirige una mirada cautelosa. —Tal vez necesites más que
un par de horas. He reservado un hotel para nosotros en el Strip.
Propiedad de la Camorra.

—No tienes que pasar la noche en un hotel conmigo en lugar de con


tu familia. Sé que no confían en mí.

—Es una pena pasar la noche en un hotel de cinco estrellas con


una preciosa pelirroja en lugar de tener a mi familia metiendo las
narices en mis asuntos y haciéndome un millón de preguntas sobre
ti.

Mis cejas se levantan. —¿Qué tipo de preguntas?

—Mis cuñadas quieren saberlo todo sobre ti. Una chica secreta en
mi vida las tiene a todas muriendo de curiosidad.
—Chica secreta en la vida de Adamo Falcone. Me gusta ese título.

Antes que pudiera pensarlo, le agarro la mano y, antes que pueda


apartarla de nuevo, Adamo enlaza nuestros dedos. Me dedica una
sonrisa cómplice y el silencio se apodera de nosotros. A veces me
pierdo en la calidez de sus ojos. Me hacen sentir como si pudiera
confiarle todos los oscuros secretos que albergó.

Mi pulso se acelera ante el flujo de emociones que me provoca esta


idea y aparto la mirada. Me asomo a la ventana, tratando de
recordar aquello que me acordaba de Remo y Nino Falcone, y de Las
Vegas. No había entendido quiénes eran entonces, excepto los
hombres que me habían liberado de mi infierno diario y me habían
devuelto a mi padre. Durante un tiempo, habían resultado ser
héroes. Pero finalmente mi padre había dejado claro que todo lo que
habían hecho era por razones de negocios, para crear una tregua
frágil con los Bratva. Papá había mentido sobre la muerte de mi
madre, así que no estaba segura de hasta qué punto sus historias
son también falsas. Sin embargo, la Camorra no son realmente
conocida por sus planes altruistas.

Al aparecer Las Vegas en el horizonte, se me revuelve el estómago y


se me seca la boca. Más de una década. La chica que se había ido
de la ciudad hacía mucho tiempo ya no existía... o eso esperaba.

—¿Cuánto tiempo? —pregunto, con la voz baja.

Adamo me aprieta la mano, pero ni siquiera su contacto ahora me


calma. —Diez minutos.

No hay tiempo suficiente para prepararme a lo que me espera.


Ahora que me acercaba a mi objetivo la calma interior parecía
imposible de alcanzar.
Diez minutos más tarde nos detenemos frente al Sugar Trap.
Empujo la puerta, separándome de la mano de Adamo. Respiro
profundamente, luchando contra la presión que siento en el pecho.

La simple visión del letrero de neón me trae recuerdos del pasado,


de los días y semanas anteriores a que Remo me devolviera a mi
padre. Las Vegas está llena de recuerdos horribles para mí. Pero no
era la única ciudad. Incluso antes que mi madre y yo nos
mudáramos aquí, ella había permitido que los hombres que nos
daban refugio abusaran de mí.

—¿Dinara? —pregunta Adamo con cuidado, acercándose a mí.

—Estoy bien —le digo antes que pueda preguntar—. Guíame el


camino.

Adamo me agarra de la mano y lo dejo, mientras me guía hacia la


puerta negra y desgastada que conduce a Sugar Trap. Es un
prostíbulo, el primer establecimiento de este tipo que piso desde
aquel fatal día de hace muchos años, y el lugar que determinará mi
futuro.
15

Adamo abre la puerta y la mantiene abierta para mí. Entro a una


sala poco iluminada, hay un armario y un enorme hombre fornido
con traje negro sentado en la mesa. Sus ojos se entrecerraron
brevemente en mí antes de dirigirse a Adamo y asentir secamente.

Adamo no dice nada, sólo le dedica una sonrisa tensa, antes de


guiarme. Siento que las piernas me pesan mientras lo sigo a la zona
del bar en Sugar Trap, donde los clientes pueden ver la selección de
putas y charlar con ellas hasta que pasaban a una de las salas
traseras para el acto final. Ahora la zona está casi desierta, excepto
por un hombre de piel oscura que está detrás del mostrador de la
barra, haciendo inventario del alcohol. Todavía es demasiado
temprano para que los clientes lleguen. Mis ojos se fijan en las
cabinas de cuero rojo, la decoración en color negro y las plataformas
de baile con postes en color plateado. La combinación de colores no
ha cambiado, ni tampoco el ambiente. Pero ahora todo parecía más
pequeño y menos desalentador. A la pequeña y angustiada niña que
era antes, todo esto le había parecido mucho más grande. Ahora
era un bar de mala muerte como cualquier otro, no tan diferente de
los que tiene papá en Chicago. No se me permitía poner un pie en
ellos, pero había visto fotos. Manejé todos los negocios en línea de
los clubes y bares, así como de la Darknet para la sección de Bratva
de papá. Tengo una cierta afinación por la informática, así que era
una forma de sentirme útil y de justificar la infinita cantidad de
dinero que tengo a mi disposición.

Mi pulso no se redujo mientras cruzábamos la barra, aunque no


percibí ningún indicio de peligro. Adamo me lanza otra mirada de
preocupación porque había disminuido aún más la velocidad de mis
pasos. —No tenemos que reunirnos con mis hermanos. Podemos
volver al campamento.

—No —digo bruscamente—. Tengo que hablar con Remo.

Algunas partes de mi vida, de mi pasado, habían quedado fuera de


mi control, y necesito recuperarlo. Necesito hablar con alguien que
también estuvo allí.

Adamo asiente, pero me doy cuenta que no está convencido. Él no


puede entenderlo. No estoy segura que alguien pueda hacerlo.
Adamo pasó por una mierda muy jodida, sobre todo con su madre,
pero lo que había hecho, atacarla, había sido algo improvisado
cuando se trataba de la vida de sus hermanos o de la suya. Mis
deseos más profundos iban mucho más allá.

—Déjame hablar con mis hermanos antes de llevarte con ellos ¿De
acuerdo? —dice—. ¿Por qué no bebes algo? Estoy seguro que Jerry
te servirá con gusto lo que quieras.

Jerry levanta la vista detrás de la barra y me dedica una rápida


sonrisa, sus dientes blancos resaltan por su tez oscura.

Suelto su mano y desaparece por la puerta trasera. Me dirijo a la


barra, pero no me siento. —¿Tienes vodka?

Jerry sonríe. —Por supuesto. Y uno muy bueno, si se me permite


decirlo.
Me sirve un generoso vaso de Moskovskaya, que definitivamente no
es el peor vodka. Tomo un sorbo y mis ojos vuelven a la puerta por
la que había desaparecido Adamo.

A estas alturas, Dima ya se tuvo que haber dado cuenta de mi


desaparición y habrá alertado a mi padre. Por eso fue que dejé el
celular en el auto del campamento. No quiero que mi padre me siga
hasta este lugar y envié a sus soldados para salvarme, cuando yo
no quiero ni necesito que me salven. Al menos no el tipo de
salvación que él pueda tener en mente. La puerta se abre y Adamo
sale seguido de dos hombres altos. En mi memoria, tanto Remo
como Nino Falcone habían sido gigantes, pero ahora me doy cuenta
que ambos son de la altura de Adamo. Habían parecido mucho más
altos para una niña. Me bebo el Vodka de un solo trago, disfrutando
de la quemadura y el calor que me produce.

La boca de Remo se tuerce al seguir mis acciones. Sus ojos


muestran reconocimiento y un toque de oscura diversión y ningún
signo de piedad. El rostro de su hermano Nino está completamente
vacío de emociones, tal como lo recordaba. No espero a que se
acerquen a mí, sino que camino en su dirección, con la cabeza en
alto.

Soy consciente de su reputación, y que la protección de Adamo sólo


llegaría hasta cierto punto. Son sus hermanos, y aunque disfruta
de mi compañía, su lealtad está con la Camorra y su familia, como
debe ser.

Le doy la mano a Remo. —Ha pasado mucho tiempo.

Remo asiente con otro movimiento de labios y me estrecha


brevemente la mano. —Efectivamente. Has cambiado.
Adamo se coloca a mi lado y apoya su mano en mi cadera. Le dirijo
una breve mirada, sorprendida por su cercanía y su señal abierta
de nuestra unión. No puedo negar que me calienta el pecho más de
lo que lo ha hecho el vodka.

Tanto Nino como Remo miran el movimiento de Adamo, pero no


hacen ningún comentario. Probablemente mi padre habría
intentado matar a Adamo ante esta muestra de afecto.

—¿No lo hemos hecho todos? —digo—. El cambio es inevitable.

Nino inclina la cabeza y me da la mano. —¿Qué tal si continuamos


nuestra conversación en la oficina?

—Eso suena razonable —digo.

Remo y Nino intercambian una mirada antes de volver a entrar a


donde estaban antes.

Adamo sonríe con ánimo, deslizando su pulgar por mi cadera. —


Estás a salvo en Las Vegas. —Sus oscuros ojos no albergan ninguna
duda.

—Lo sé —digo y lo beso brevemente. Seguimos a sus hermanos,


pasando por una larga fila de puertas cerradas. Se me revuelve el
estómago cuando reconozco que una de ellas era la puerta de la
habitación donde había pasado la noche. Más recuerdos de ese día
toman forma. La cara de Cody, que había estado envuelto en la
oscuridad hasta éste momento, se manifestó ante mí, y con él llegó
una oleada de repulsión.

Remo lanza una mirada por encima de su hombro, antes de abrir


la puerta de lo que supongo es su oficina. Me mira al rostro y me
armo de valor, recordando las palabras de Adamo sobre el talento
de su hermano para reconocer las debilidades y las emociones más
oscuras de los demás.

Cuando entro a la oficina, mis ojos se abren al ver el saco de boxeo;


se me corta brevemente la respiración, ya que los eventos de hace
una década aparecen en mi mente. La expresión de horror de Cody,
los intentos de mamá de negociar con el Capo y su furia por ello.
Adamo cierra la puerta con un suave chasquido, pero saltó de todos
modos. Me lamento por esta señal de angustia porque no pasa
desapercibida. Los tres hombres registran mi nerviosismo. Si no me
controlo, me verán como la oveja de la manada, no como otro lobo.

Adamo vuelve a mi cintura y, aunque agradezco su apoyo, y acabe


diciéndoselo, necesito mostrarme fuerte. No llegué hasta aquí para
acobardarme como la chica que había sido en el pasado. Lo había
superado. Había cambiado.

Le dedico una sonrisa tensa antes de salir de su alcance y


acercarme a Remo, que está apoyado en su escritorio,
observándonos con ojos de halcón. Me pregunto qué le habrá
contado Adamo sobre nuestra relación y qué piensa el Capo sobre
ello. —A lo largo de los años, me aseguré de estar al tanto de tu vida
—dice Remo enigmáticamente.

No muestro ninguna reacción. Como hija del Pakhan, a quien le


gusta llevar una vida ostentosa, estoy en público más a menudo de
lo que me gusta. Nunca me he escondido, y mi padre tampoco lo ha
permitido. Siempre me ha querido en el centro de atención, vestida
con bonitos vestidos para que el mundo me vea. Pocas personas se
atreven a hablar del pasado, aunque los rumores se extendieron
tras mi regreso. —Yo también. Tú y tus hermanos han mantenido
las cosas interesantes a lo largo de los años.

Los ojos de Remo brillan de diversión.


—¿Por qué el Capo de la Camorra tendría interés en la hija de su
enemigo? Mi vida no proporcionó la misma emoción que la tuya.

Adamo y Nino observan nuestra conversación, pero no intervienen.

—Quiero ver si tengo razón en mi valoración sobre ti.

Entrecierro los ojos. —¿Qué valoración?

—Si demuestras ser tan fuerte como te he considerado.

Me burlo. —Era una niña asustada que permitía que la gente la


usara y abusara de ella. No era fuerte. No soy la misma persona que
solía ser. He cambiado.

Remo se aparta del escritorio y se acerca, sobresaliendo por encima


de mí, lo que hizo que Adamo se tensara. Me encuentro con la
mirada de Remo, sin que se me escapé nada. Tal vez fuera una
tontería por mi parte no temerle, pero sólo podía verle como el
hombre que me había liberado de mis torturadores. —Incluso
entonces vi tu fuerza, aunque no pudieras. El echo que estés aquí
hoy, demuestra que tenía razón. Quizá hayas cambiado por fuera,
pero en el fondo eres la misma niña fuerte que sobrevivió.

Trago saliva, porque sus palabras despiertan emociones con las que
no quiero lidiar. Adamo se acerca un paso, y su expresión
protectora no augura nada bueno. Esto es entre Remo y yo. Si
quiero llegar al fondo de mi pasado, necesito hablar con Remo a
solas. Tengo la sensación que no será tan comunicativo con la
información mientras Adamo este en plan niñera y guardaespaldas.
Me está poniendo a prueba. Me aclaro la garganta y miro a Adamo.
— Necesito hablar con Remo a solas.

Si Remo se sorprendió por mi petición, lo ocultó bien.


Nino intercambia una mirada con su hermano mayor antes de
marcharse sin decir nada más. Adamo, sin embargo, me atrae a su
lado. —¿Qué pasa?

—Tu hermano y yo necesitamos hablar a solas.

—¿Todavía no confías en mí? —me pregunta Adamo.

—No —gruño—. No es eso. Pero la verdad que voy a descubrir hoy


es mi verdad. Una que quiero procesar antes de compartirla con
alguien. Incluso contigo. Es mi pasado.

Adamo suspira. Se inclina y me da un beso. —Está bien, pero


recuerda que estoy aquí si me necesitas.

Le da a su hermano una mirada de advertencia que me hizo querer


pedirle que se quedara después de todo. Cuando Remo y yo nos
quedamos por fin solos, el silencio se apodera de nosotros durante
un rato. Remo me observa atentamente, y todo lo que ve parece
gustarle. —Pocos de mis hombres se sienten cómodos en mi
presencia. La mayoría de las mujeres prefieren estar encerradas en
una jaula con un perro de pelea que conmigo, pero tú pides un tête-
à-tête y no pareces asustada en lo absoluto...

—¿Tengo motivos para tenerte miedo? —le pregunto.

De nuevo el tic de su boca. —Creo que ya te has respondido esa


pregunta tu misma antes de poner un pie en Las Vegas.

Me encojo de hombros. —Tengo mis suposiciones, pero por


supuesto no puedo estar segura. Mi padre es tu enemigo. Tú y él se
matarían el uno al otro si se encontraran.

—Tu padre no entra en el top 10 de mi lista de enemigos, Dinara.


Probablemente vivirá.
Aprieto los labios. —Mi padre es un hombre fuerte con un ejército
de seguidores muy leales.

Remo se ríe. —Ahh, ¿una princesa Bratva después de todo? Uno


podría pensar que no te importa el negocio de tu padre,
considerando la imprudencia con la que te adentras en el territorio
de la Camorra y te conviertes en alguien de nuestro campamento
de carreras.

—Soy leal a mi padre, igual que Adamo es leal a ti y a la Camorra.

Algo cambia en los ojos de Remo, y me doy cuenta que estoy pisando
terreno peligroso. —¿Has puesto a prueba su lealtad?

—No lo hice y no lo haré. Adamo tiene su lugar y yo el mío.

—Pero las líneas se han vuelto borrosas, ¿no es así? Tú y Adamo se


han acercado en las últimas semanas —dice Remo, y el matiz de la
sospecha y la amenaza oscila en su profunda voz.

Se que será inútil negarlo. No estoy segura de cuánto le ha contado


Adamo a su hermano, y tengo la sensación que Remo habrá olido
la mentira. —Lo hemos hecho. Compartimos la pasión por las
carreras.

—Pero no es por eso que sus caminos se cruzaron, Dinara, ¿tengo


razón? Te uniste a nuestro campamento por una razón.

—Lo hice —digo con firmeza, sin apartar mis ojos de él. Sé que si
en este momento bajo la mirada o trato de evitar, Remo lo verá como
una admisión de culpa. Definitivamente soy culpable de haber
buscado la cercanía de Adamo inicialmente para averiguar sobre
los Falcone y utilizarlo para entrar en contacto con Remo, pero
acostarme o pasar tanto tiempo con él nunca ha servido para ese
propósito. Mi cuerpo y mi alma lo han anhelado. Cuando estoy con
Adamo, rara vez anhelo el subidón de las drogas que me ha
perseguido durante tantos años. Él es mi droga preferida—. Mi
padre siempre ha tenido cuidado de divulgarme la menor
información posible sobre mi pasado. Se que tú eres el único que
puede revelar las partes que dejé en la oscuridad.

—¿Así que crees que voy a hacer eso? ¿Por qué tengo que revelar
información sin pedir algo a cambio? Y a diferencia de tu padre no
tienes nada de valor que ofrecer.

Por un momento me siento desconcertada. Mi padre siempre ha


insistido en que Remo no me ayudará con mi pasado. Que tendría
suerte si no me mataba. De nuevo veo un atisbo de desafío en los
ojos de Remo. Recordando lo que Adamo me dijo sobre la capacidad
de manipulación de su hermano, enderezo los hombros. —Mi padre
tuvo que haberte ofrecido mucho por mi madre. No hay nada que
prefiera hacer que matarla con sus propias manos. Pero todo lo que
ofreció nunca fue suficiente para ti, lo que significa que no tiene
nada que quieras. Tal vez eres tan retorcido como todos dicen y sólo
quieres mantener su destino sobre su cabeza para burlarte de él,
pero, entonces la paz que duró muchos años no tiene sentido.

La sonrisa de Remo se amplía. —Continúa. Estoy empezando a


disfrutar de tu análisis.

—Tal vez esperaste a que yo apareciera. Tal vez mi padre no es a


quien le quieres dar la información.

—¿Y por qué te elegiría a ti, Dinara?

—Porque es mi pasado. Es mi derecho saber la verdad. De nadie


más.

Remo inclina la cabeza. —Bien dicho.


—Entonces, ¿me lo vas a contar todo?

—Lo haré, pero primero quiero hablar de Adamo.

—Adamo es un hombre adulto. Puede protegerse solo.

—Oh, lo sé, pero tengo el presentimiento que pronto volverás a


necesitar su ayuda para un camino que no puedes recorrer sola.
Hará lo que le pidas porque le importas y porque es un camino al
que no puede resistirse. Debes estar segura que es lo que quieres
de Adamo, y si no se acabará el día en que llegues al final de ese
camino, porque si es así, mejor lo acabas ya.

—Adamo y yo no tenemos una relación seria. Nos divertimos juntos.


Eso es todo.

Remo se acerca más, y retrocedo involuntariamente. —Lo que hay


entre ustedes dos va más allá de follar. Ustedes dos comparten los
mismos vicios.

—Lo de Adamo y yo, tenemos que resolverlo nosotros solos.

Remo me dirige una mirada que me hace sentir un escalofrío en la


espalda. No le guardaré rencor por su actitud protectora hacia su
hermano menor. Si Adamo conociera a mi padre... las cosas no
serían diferentes. Mi padre ha intentado ahuyentarlo o al menos
asustarlo para que me tratara bien. Si no fuera el hermano de Remo
Falcone, probablemente incluso lo mataría. Tal vez lo haría de todos
modos si considerara que es la única opción para protegerme.

—Tal vez deberíamos hablar de la razón por la que estás aquí ahora.
Pregunta lo que quieras saber.

—¿Sabía mi padre todos estos años, que mi madre estaba viva?


Remo asiente. —Nunca le dije lo contrario. No tenía ninguna razón
para matarla.

—Tú no lo hiciste, pero mi padre sí. Entonces, ¿por qué no


permitiste que mi padre la matara? Puedo ver en sus ojos que quiere
hacerlo. Tú eres lo único que se interpone en su camino —digo.

—Porque —gruñe Remo—. Ese es tu privilegio. Le dije a tu padre


que la mantendría en mi territorio hasta que tú tuvieras la edad
suficiente para decidir sobre su destino. Siempre pensé que
vendrías antes a matarla.

Me quedo helada, al darme cuenta del regalo que se me ofrece, el


regalo que Remo me ofrece. Mi padre nunca había mencionado esa
información. Por supuesto, no lo había hecho. Me quiere en la luz,
y lo que Remo ofrece me conduce a la profundidad del infierno. —
¿Me la has guardado para que pueda matarla?

Matar a mi madre. Perdí la cuenta de las veces que lo había


considerado en fantasías abstractas, pero nunca había estado tan
cerca. Mi corazón se acelera. En los últimos días, la idea había
tomado forma, pero la Camorra siempre me ha parecido un
obstáculo, una barrera que tendría que cruzar para conseguir lo
que quiero. Ahora me doy cuenta que lo único que me detenía era
yo. Si quisiera hacerlo, podría hacerlo ahora y acabar con su vida.

—Mátala o haz lo que creas conveniente para alguien como ella,


después de todo lo que ha hecho.

—¿Romperme? —le pregunté, aunque fuera en un tono no apto


para un capo.

—No veo a alguien roto cuando te miro. Y si crees que lo estás,


entonces debes intentar arreglarte porque nadie más puede hacerlo.
Asiento con la cabeza. Mi padre lo había intentado, Dima lo había
intentado, incluso Adamo lo intentaba, pero en el fondo sé que sólo
hay una forma de superar lo que había pasado.

—¿Y si quiero que ella sea libre? ¿Y si quiero hacer las paces con
ella? No todo el mundo necesita matar a su madre para seguir
adelante. —Es arriesgado decirlo, pero Remo me había atrapado
con el cambio equivocado.

Su expresión se vuelve peligrosa. —Es cierto. Algunas personas


pueden hacer la paz con sus abusadores, pero los de nuestra clase
no son capaces de hacerlo.

Nuestra clase. Mi padre siempre ha intentado alejarme de la


oscuridad, pero su llamado siempre ha sido fuerte y claro en mi
corazón. —Nunca consideré matarla.

Remo me lanza una mirada que deja claro que no me cree.

—En detalle —me enmendé—. Creía que estaba muerta, así que
nunca lo consideré una opción válida. Era la fantasía imposible de
una mente desesperada.

—Ya no es una fantasía imposible, Dinara. Es tu venganza. Está a


tu alcance. Sólo tienes que tomarla.

Trago saliva. —No puedo matarla ahora. Todavía no. Nunca lo he


hecho —admití. Ni siquiera había presenciado la muerte de alguien.
Una vez entré por casualidad después de una matanza, cuando mi
padre había disparado a uno de sus soldados en su oficina. Pero el
hombre ya había muerto y yacía ensangrentado. No le había mirado
a los ojos en sus últimos momentos de vida.

Remo se encoge de hombros. — Nadie está libre de culpas.


Resoplo. —Algunas personas podrían ver como una virtud el
abstenerse a matar.

—Suelen ser personas que nunca han visto el lado oscuro de la vida
y no han probado lo buena que puede ser si la doblegas a tu
voluntad.

—He visto suficiente oscuridad... —Hago una pausa, tratando de


sentirlo realmente dentro de mí—. No dudo que puedo apretar un
gatillo si se me daba el incentivo adecuado, especialmente para
protegerme a mí o a las personas que me importan. Pero la
venganza es una bestia diferente. Se derivaba de un impulso aún
más oscuro.

Sin embargo, quiero seguir su llamado.


16

Prácticamente caí de golpe en el taburete del bar mientras espero


que Dinara hable con Remo. No me sentó bien que tenga que tratar
con él a solas.

—Remo quiere ayudarla. No hay razón para que estés tenso —dice
Nino. Se sienta en el taburete de la barra a mi lado, mirándome con
su habitual expresión de calma analítica.

—¿Tú estarías tranquilo teniendo a Kiara en una habitación con


Remo desde el principio?

—Kiara necesita sentirse protegida y sólo confía en mí. Dinara


parece una mujer que puede manejarse sola. No dejará que Remo
la intimide. No tienes por qué preocuparte. —Entrecierra los ojos en
señal de consideración—. Pero tu comparación demuestra que tu
relación con Dinara va más allá del aspecto físico. Te preocupas por
ella a nivel emocional.

Aparto mis ojos de los suyos. —Es complicado.

Sí, es verdad.

Suenan unos pasos y la puerta del pasillo trasero se abre. Dinara


estaba muy pálida cuando entró en el bar. Es un aspecto que
muchas personas muestran después de pasar un rato a solas con
Remo.
Salto del taburete y me apresuro a acercarme a ella. Le toco el
hombro, atrayendo su mirada hacia la mía. —¿Estás bien?

Dinara asiente distraída. —Sí —gruñe roncamente—. O tal vez no.

—¿Qué te dijo Remo?

Dinara levanta un papel con una nota. —Me dio la dirección del bar
donde trabaja mi madre.

—Dinara —digo lentamente. Remo siempre había querido matar a


nuestra madre por lo que les había hecho a él y a mis hermanos.
La venganza había sido su motor. Para él es imposible comprender
que no todos sigan la misma lógica.

—Llévame a ese lugar —dice Dinara, sin permitirme expresar mis


preocupaciones. Puedo sentir la mirada de Nino sobre nosotros,
probablemente analizando nuestro lenguaje corporal para evaluar
nuestro nivel de conexión emocional.

Suspiro y resisto el impulso de entrar en la oficina de Remo para


confrontarlo. Habría sido hipócrita de todos modos porque vengar
a Dinara ha estado en mi mente desde que descubrí su pasado.
Pero quería protegerla de él. Nino nos hizo un gesto cortante
mientras pasábamos junto a él y caminamos hacia mi auto. Dinara
se muestra tensa a mi lado mientras me dirijo a la dirección. Sólo
había estado en el bar una vez. Es uno de nuestros prostíbulos más
ruines, no es un lugar en el que me gusta pasar el tiempo.

—¿Qué harás cuando veas a tu madre? —pregunto. Recuerdo haber


visto a mi madre por primera vez en años cuando era un
adolescente. Estaba en un manicomio, una mujer aparentemente
rota que quería paz. Por aquel entonces, yo quería ir más allá de la
constante necesidad de sangre y muerte de mis hermanos. Quería
ser mejor. En cambio, mi intento desesperado de cambiar el destino
sólo me había empujado más profundamente hacia mi camino
predeterminado.

Dinara se vuelve hacia mí, con los ojos azules muy abiertos. —No
lo sé.

—Supongo que Remo te dio permiso para matarla.

—Lo hizo. Me dio permiso para hacerle lo que quisiera. Lo llamó “mi
privilegio”.

Eso suena como mi hermano. —No tienes que hacerlo. Tienes


opciones.

—¿Cuáles opciones? —susurra Dinara con dureza—. No es que no


haya considerado matarla. Todas las noches, desde que me enteré
que está viva, he soñado con verla morir. Tu hermano no me metió
la idea en la cabeza. Ha estado ahí todo el tiempo —Se inclina contra
su costado.

Tomo su mano, uniendo nuestros dedos.

—¿Imaginaste matar a tu madre antes del día en que la apuñalaste?


—me pregunta.

—Durante mucho tiempo creí que matar a mi madre no cambiaría


nada. Una parte de mí incluso esperaba que pudiéramos hacer las
paces, y ser al menos una familia disfuncional. Yo no había nacido
cuando ella hirió a mis hermanos. Siempre había escuchado las
historias, e incluso éstas eran escasas. Remo intentó alejar de mí
los horrores del día en que mi madre intentó matarlos. Pero
necesitaba darme cuenta del horrible impacto que tuvo en nuestra
familia por mí mismo. —Nino había contado una vez cómo nuestra
madre le había cortado las muñecas, había drogado al bebé Savio y
había intentado cortar también a Remo antes de prender fuego a la
habitación. Remo salvó a Nino y a Savio de un destino cruel.
Nuestra madre todavía estaba embarazada de mí, y si hubiera
tenido éxito con su plan, yo nunca habría nacido.

Me di cuenta que había estado demasiado tiempo en silencio,


perdido en mis pensamientos, y continué con mi historia:

—Cuando la vi aquel día, intentando matar a todos los que me


importaban y sonriendo mientras lo hacía, me di cuenta de lo que
era. Que ella era la raíz de los problemas de mis hermanos, de todas
nuestras luchas. Nuestro padre no había sido mejor que ella, pero
al menos estaba muerto y ya no podía proyectar su oscura sombra
sobre nosotros. En ese momento quise matarla y nunca me
arrepentí. Sin embargo, me alegro que mis hermanos lo hicieran.
Era su privilegio.

—¿Ayudó a tus hermanos verla muerta? ¿Y Matarla también?

Lo pienso. Nunca he hablado de ello con mis hermanos. El tema de


la muerte de nuestra madre había sido enterrado con su cadáver.
Ella se había ido. Tal vez mis hermanos hablan de ello con sus
esposas, pero definitivamente no conmigo, y yo nunca me he
atrevido a hablar de ello. Poner el pasado a descansar había sido
un gran paso para encontrar la felicidad en mí caso.

—No estoy seguro que les haya ayudado. No los cambió. Para
entonces todos estábamos ya demasiado dañados como para volver
a encontrar un camino diferente, pero quizá les dio tranquilidad
durante un tiempo.

Dinara traga saliva. —Paz mental es lo que quería encontrar cuando


te busqué a ti y a la verdad. Quería descubrir los fantasmas de mi
pasado que no han dejado de perseguirme, quería enfrentarme a
ellos y ponerlos a descansar, pero no sabía cuántos de ellos seguían
rondando.

—¿Te refieres a tu madre y a tus abusadores?

Ella asiente. Meto el auto en el aparcamiento medio vacío del


prostíbulo y apago el motor, pero no hago ningún movimiento para
salir porque Dinara tampoco lo hace. Dirijo una mirada cautelosa
hacia la puerta principal. Es una simple puerta de acero en un
edificio de ladrillo sin ventanas en la parte delantera.

Aprieto su mano. —Estoy aquí.

Dinara asiente con más decisión y abre la puerta de un empujón.


La suelto y salgo del coche, siguiéndola hacia la entrada del
prostíbulo. Se queda paralizada frente a ella y se vuelve hacia mí,
con los ojos desesperados. Busca la funda de mi pistola, pero la
detengo con un suave toque. —No puedes dispararle en medio de
un bar. Si quieres matarla, tienes que hacerlo en un lugar privado.

Dinara aparta la mano, con la mirada perdida por un momento. —


¿Me darás tu arma cuando la necesite? No llevo ningún arma
encima.

—¿Sabes disparar?

—Dima me enseñó.

—Puedes quedarte con mi arma si la necesitas —Sigo pensando que


Dinara parece demasiado ida para tomar esta gran decisión en tan
poco tiempo después de tener la opción en bandeja de plata.

—Es mi decisión —dice, y sus ojos se vuelven más concentrados—


. Mi pasado, mi decisión. No intentes detenerme.
—No lo haré —prometo.

Respira profundamente antes de entrar en el edificio y la sigo.

El aire está espeso por el humo, huele a cerveza derramada y sudor


cuando nos dirigimos al bar poco iluminado del prostíbulo. Un par
de hombres están sentados en la barra, charlando con las
prostitutas, y también hay media docena de cabinas ocupadas. En
algunas de ellas las putas y sus clientes ya han pasado a charlar.
En nuestro mejor establecimiento cualquier tipo de interacción se
limita a las trastiendas, pero aquí las cosas se manejan un poco
más abiertamente. Una de las putas está frotando a un tipo gordo
a través de sus pantalones mientras él le manosea los pechos y le
babea el cuello.

Dinara no parece darse cuenta. Sus ojos escudriñan la habitación


y yo hago lo mismo, pero no veo a nadie que pudiera ser Eden. —
Vamos al mostrador del bar —digo.

Los hombres de la barra observan a Dinara con interés, pero la


mirada que les envió les hace apartar sus ojos apresuradamente. El
barman, un rubio larguirucho de unos veinte años, se acerca a
nosotros. —Sr. Falcone —dice con una inclinación de cabeza
reverente—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Dos vodkas, y puedes decirme dónde está Eden.

—Está en la trastienda con un cliente. ¿Quiere que se la traiga?

—No —dice Dinara rápidamente.

El barman me mira de forma interrogativa y yo asiento —La


esperaremos. Dejemos que termine sus asuntos. Pero tráenos esas
bebidas. Estaremos en una cabina esperando.
Con una mano en la espalda de Dinara, la conduzco hacia una
cabina de la esquina. Nos ponemos cómodos y un momento
después una camarera nos entrega nuestras bebidas. Dinara mira
a su alrededor, con la cara llena de dolor. —Este lugar es asqueroso.

—¿Los prostíbulos de tu padre son mejores?

—La mayoría no lo son. Pero también tiene algunos


establecimientos más lujosos.

Dinara da un sorbo a su vodka y vuelve a dejarlo. Me acerco a ella,


buscando su mirada.

—Gracias por estar a mi lado —murmura—. Tienes toda la razón


para desconfiar de mí o para ocuparte de tus propios asuntos, pero
en lugar de eso elegiste ayudarme, incluso cuando estoy siendo una
perra.

—No eres una perra. Sólo eres testaruda y de carácter fuerte.

Una lenta sonrisa se dibuja en su bello rostro, pero desaparece


rápidamente.

Sus ojos se dirigen al bar y sigo la dirección de su mirada. Una


mujer y un hombre acaban de salir por la puerta trasera. El hombre
le rodea la cintura con el brazo y ella se inclina hacia él, dedicándole
una sonrisa coqueta.

Su pelo es de color rojo burdeo y su piel es bronceada, pero sus


pómulos son inconfundibles.

Dinara se congela. —Es ella.

Suena pequeña y aterrorizada, como la chica de las grabaciones. Le


paso el pulgar por la mano, esperando darle fuerzas. Entrecierro los
ojos hacia su madre, que sigue encima de su cliente. El odio arde
en mis venas. Odio y hambre de venganza por parte de Dinara.
Deseé que me pidiera que me encargara de la mujer por ella. No lo
dudaría, pretender lo contrario sería una puta mentira. Ni siquiera
tendría reparos en ello.

Eden besa a su cliente una última vez antes que se marchara, luego
su agradable sonrisa cae y frunce el ceño a su espalda antes de
volverse hacia los hombres de la barra con una sonrisa seductora.
No se ha fijado en nosotros.

—Tengo que irme —dice Dinara—. Ahora.

Se pone de pie de un tirón, con la mirada perdida. Me levanto, la


agarro de la mano llevándola afuera tan rápido como puedo. No
estoy seguro que Eden nos haya visto, y aunque lo hiciera,
¿reconocería a Dinara?

Dinara está hiperventilando cuando la empujo al asiento del


copiloto y me pongo en cuclillas ante ella. Le toco los muslos. —
Oye, mírame. Estoy aquí. Puedo protegerte.

—Lo sé —dice entre jadeos y poco a poco su respiración se calma y


sus ojos se centran realmente en mi cara—. Pero necesito
protegerme. En lugar de eso, me pierdo como si siguiera siendo la
niña de entonces. —La desesperación en su voz y en sus ojos me
afecta profundamente.

—Y lo harás —digo con firmeza—. Pero tienes que darte tiempo.


Pasaste de pensar que tu madre estaba muerta a verla en carne y
hueso. Necesitas tiempo para resolver las cosas.

—Llévame de vuelta al campamento —susurra Dinara—. Necesito


salir de Las Vegas. Necesito... —Sacude la cabeza—. Sólo llévame
lejos.
Me inclino hacia ella y la beso antes de cerrar la puerta y ponerme
detrás del volante. Por primera vez desde que conocí a Dinara,
parece la niña asustada que no quería ser vista. Podía ver su lucha
por hacerse la fuerte, pero la niña de los vídeos, una sombra del
pasado, permanecía en sus ojos.

Dinara está terriblemente callada en nuestro viaje de vuelta al


campamento. No puedo olvidar la mirada atormentada de sus ojos
cuando vio a su madre. Ahora, su expresión está controlada y sus
ojos cerrados. Esto es casi peor que antes, porque no sé lo que
realmente está pasando.

Después de estacionar el auto en el límite del campamento, ninguno


de los dos se mueve —No estarás pensando en volver a Chicago para
siempre, ¿verdad?

Me doy cuenta de lo mucho que me perturba la idea de perderla. No


puedo dejarla ir.

Dinara no me mira, su mirada se dirige al frente. —No, no lo haré.


No encontraré lo que necesito allí.

Dima observa en nuestra dirección, como si estuviera dispuesto a


ejecutarme. Mi hambre de sangre todavía me llama con fuerza, así
que una parte de mí quiere que lo intente. —Genial —gruño.

—Deja que me encargue de él —Dinara sale y yo la sigo rápidamente


a pesar de sus palabras. Aunque deje que ella se encargue de él, me
quedaré con ella. Dima dice algo en ruso, pero Dinara lo ignora.
Pasa junto a él sin decir nada y se dirige a su auto. ¿Esa era su
manera de tratar con él? Estaba a punto de seguirla, no quería que
estuviera sola en el estado en que se encuentra, pero Dima me
impide el paso.

—¿A dónde mierda la llevaste?

—Eso no es asunto tuyo.

Me agarra del hombro y lo aparto de un empujón entrecerrando los


ojos. Estoy empezando a enfadarme seriamente por su falta de
respeto. Si no fuera por Dinara, podría darle a probar mi cuchillo.
Tal vez eso hubiera calmado la llamada de sangre en mis venas.

Tengo que controlar mi mierda.

—La llevaste a Las Vegas, ¿no? Le dije a mi Pakhan. Está enfadado


con tu hermano.

—Estoy seguro que a mi hermano se le romperá el corazón al oír


eso —digo con sarcasmo.

Dima frunce el ceño y se acerca. —La última vez que parecía tan
asustada, tuvo una recaída y casi se muere. Si le pasa algo, te
mataré.

Me paro frente a él. —Ella es mía, y me aseguraré que esté a salvo,


así que vete a la mierda.

—¿De verdad crees que podrá ser tuya? —Dima me mira con dureza
antes de dirigirse a Dinara. Odio que él sepa más que yo sobre el
pasado de Dinara. Tengo que averiguar más sobre su historial de
drogas. Por mi propia experiencia, sé que la llamada de las drogas
sigue siendo muy fuerte en ciertos momentos, y Dinara está
bastante agitada ahora mismo.

Sigo a Dima con la mirada y ahogo un suspiro de alivio cuando


Dinara no abre el coche en el que se ha metido. Dima se aleja hacia
su propio coche, probablemente para contactar de nuevo con
Grigory. Tal vez debería pedirle a Remo que envié a más guardias
para las carreras en caso de que los Bratva decidieran atacar. Antes
que pueda decidirme si acercarme a Dinara, su coche se aleja.

—Mierda —murmuro. Me costó mucho contenerme para no


seguirla. Se enfadará si me comporto como un acosador. Tengo que
confiar en que sólo necesita un tiempo para ella. No hay ningún
lugar en nuestro entorno donde pueda comprar drogas, así que
tendrá que conformarse con un licor barato si lo que quiere es dejar
de pensar en lo que sucedió el día de hoy.

Regresó una hora más tarde, y no demasiado pronto, porque había


estado cerca de iniciar una búsqueda. Me acerqué a ella de
inmediato. Se apoyaba en su coche, evitando mis ojos y se centraba
en su mechero mientras encendía la punta del cigarrillo. No olí a
alcohol ni a marihuana.

—Adamo, necesito estar a solas ahora mismo. Sé que quieres


hablar, pero las voces de mi cabeza ya son suficientes. —Por un
momento, sus ojos se encuentran con los míos, pidiéndome que
respete su deseo.

Asiento de mala gana. —Está bien, ya sabes dónde encontrarme.


No hagas ninguna tontería sin mí.

El destello de una sonrisa cruza su rostro. —No te preocupes.

Tras un rápido beso, me doy la vuelta y la dejo sola, aunque es lo


último que quiero hacer. Nuestra próxima carrera está programada
para dentro de tres días, así que no es como si no tuviera bastante
que hacer. Mi coche necesita otra revisión y Crank y yo teníamos
que repasar las estadísticas de las carreras.

Esa noche fue la primera vez que Dinara y yo no nos vimos desde
que empezamos a tener relaciones sexuales. Era extraño estar
acostado en mi tienda, sabiendo que ella sólo estaba al otro lado del
campamento y preguntándome qué estará haciendo y cómo se
siente en estos momentos.

Cuatro días después, hay una gran fiesta porque habíamos llegado
al punto medio de la temporada. Después de los acontecimientos
de los dos últimos días, no estoy seguro de tener ganas de bailar,
pero, emborracharme era otra cosa. Eso parece una opción
tentadora en este momento.

No vi a Dinara por la mañana y resistí el impulso de buscarla a


pesar del creciente deseo de hacerlo.

En su lugar, ayudé a Crank y a algunos otros a montar una gran


hoguera en el centro para esta noche. Compré carne para hacer una
barbacoa para toda la multitud. La Camorra siempre patrocina las
grandes celebraciones para mantener entretenidos a los corredores.
Después de todo, ganamos mucho dinero con ellos. Cuando Crank
y yo descargamos el maletero, veo a Dinara por primera vez ese día.
Está sentada sobre el capó con los brazos apoyados detrás de ella y
los ojos cerrados. Dima está a su lado y le está hablando, pero ella
no da ninguna señal que le esté escuchando. Parecía estar a
kilómetros de distancia. Sólo podía imaginar a dónde la llevaba su
mente.

Finalmente, Dima se aleja. Corro tras él y lo alcanzo antes que


pudiera entrar en su coche. —¿Cómo está ella?

Dima se burla. —¿Me estas preguntando a mí? Ni siquiera sé qué


mierda pasó estos últimos días. Te la llevaste y ahora está hecha
una mierda. ¿La dejaste ver a su madre?

—Dinara tiene derecho a descubrir todos los aspectos de su pasado,


aunque a ti y a Grigory no les guste.

Dima se inclina con los ojos brillando en señal de advertencia. —


Deberías tener cuidado, Falcone. Tus hermanos no están aquí para
protegerte y cuando se trata de Dinara, a Grigory no le importan las
consecuencias. Te arrancará el corazón y se lo dará de comer a los
perros si le pasa algo.

Sonrió de forma sombría. —Puede intentarlo —Me giro, dándole la


espalda a Dima. ¿De verdad creía que podía asustarme? Había
perdido la cuenta del número de enemigos que querían vernos a mí
y a mis hermanos muertos. Grigory tendría que esperar al final de
la fila para que le llegara su maldito turno.

Al otro lado del campamento, Dinara capta mi mirada. Debió ver mi


enfrentamiento con Dima. No aparta la vista y me acerco a ella,
tomándolo como una invitación. Se pone las gafas de sol
despreocupadamente, pero esto era una admisión mayor, de su
agitación emocional de lo que probablemente se daba cuenta.

En lugar de preguntar lo que realmente quería saber, cómo estaba


sobrellevando todo, le dije: —¿Te vas a unir a la fiesta de esta
noche? Va a estar buena.
—Una fiesta —dice con una extraña sonrisa—. Suena como algo
que no quiero perderme.

—Empieza justo antes de la puesta de sol.

Es extraño no estar más cerca de ella, no tocarla, pero Dinara


seguía recostada sobre su capó y no hacía ningún movimiento para
buscar mi cercanía. Si todavía necesitaba espacio para procesarlo
todo, se lo daría.

—Estaré allí.

Asiento con la cabeza, resistiendo las ganas de arrancarle las gafas


de sol para ver su mirada. En lugar de eso, me aparto y vuelvo con
Crank. —¿Problemas en el paraíso? —me preguntó cuándo le ayudo
a encender una de las barbacoas que había construido con un viejo
barril de vino robado.

—Dinara y yo disfrutamos en ocasiones de darnos nuestro espacio


. No somos siameses.

—Si tú lo dices —dice Crank. Ese es el problema de vivir en el


campamento.

Poco antes de la puesta de sol, todos los miembros del campamento,


incluidas las chicas pit y otras mujeres que los corredores habían
encontrado en los bares cercanos, se reúnen para la fiesta. Las
llamas de la hoguera del centro serpentean hacia el cielo e
iluminaban la noche llenando nuestros cuerpos de calor. El olor a
carne asada y a marihuana flotaba en el aire. Un brebaje picante
que te hacía sentirte drogado sin un solo roce.

Me paro junto a una de las barbacoas, dando vueltas a las costillas


para mantenerme ocupado mientras ojeaba a la multitud. Gracias
a las barbacoas y a la hoguera, el aire seguía caliente y muchos
invitados de la fiesta bailaban semidesnudos. Ninguna de las chicas
llevaba más que la parte superior de un bikini y unos shorts, e
incluso la mayoría de los chicos ya se habían deshecho de sus
camisetas. Yo era uno de ellos, pero tan cerca de la barbacoa, un
fino brillo de sudor cubría mi pecho a pesar de mi falta de ropa.

Me quedo helado cuando por fin encuentro a Dinara. La había


estado buscando desde el comienzo de la fiesta, pero o bien se había
escondido entre la multitud hasta entonces, o bien se había unido
a la fiesta sólo hasta ahora. El sol empezaba a desaparecer tras el
horizonte. Le paso las pinzas de la barbacoa a Crank y dejo mi lugar
en la barbacoa para ver de cerca de Dinara. La vista es demasiado
hermosa para perdérmela.

Baila descalza bajo el sol que se hundía, con su cabello rojo


ardiendo en la penumbra. Es maravillosamente imperfecta,
perfectamente hermosa. Esa risa, esa ligereza y esa felicidad.

Nuestras miradas se cruzan y por un segundo ella parece quedarse


quieta, un leve tropiezo en su farsa, luego echa la cabeza hacia atrás
y se ríe. Empieza a girar sobre sí misma hasta que pierde el
equilibrio y tropieza hacia mí. Se estrella contra mi pecho con
fuerza, sin dejar de reírse. Sus ojos brillan con una felicidad
forzada. Nadie ve la oscuridad que se cierne sobre ella.

—Finge hasta que lo consigas —dice, y luego estrella sus labios


contra los míos. Nos besamos y caemos al suelo bajo los vítores de
la multitud. Ruedo sobre mi espalda, llevándola conmigo. Ella se
sienta a horcajadas sobre mis caderas y lanzó un grito de guerra.

Sonrío.

Finge hasta que lo consigas. Podía hacerlo por ella, si esto era lo
que necesitaba para superar sus demonios, su desesperación. Su
aliento olía a alcohol y marihuana, pero no estaba ni borracha ni
drogada como para explicar su repentina alegría. Quería olvidar,
ser feliz y estaba decidida a lograrlo.

La multitud empieza a bailar en círculo alrededor de nosotros y


Dinara se inclina de nuevo para darme un beso prolongado.
Normalmente soy menos abierto con las demostraciones de afecto
en público, pero la acepto sin dudar y le devuelvo el beso, queriendo
que todo el mundo viera que es mía, ahora y por el tiempo que me
se me permitiera.

—Baila conmigo esta noche. Ayúdame a olvidar —dice, con los ojos
casi encendidos por la desesperación—. Seamos sólo nosotros esta
noche. Sin ser la hija o el hermano de nadie. Vivamos el momento.
Sin pasado, sin futuro.

Le doy una palmada en el trasero como respuesta, haciendo que la


multitud rugiera de alegría. Los ojos de Dinara brillan de
indignación y luego de entusiasmo. La agarro por las caderas y me
siento. —Sólo nosotros —la beso con dureza antes de señalar con
la cabeza a donde estaban bailando los demás.

Agarro a Dinara y tiró de ella hacia el círculo de baile. Me pongo en


pie de un salto y me uno a ellos. Bailamos hasta que nos duelen los
pies, hasta que nuestro entorno se volvió borroso por el alcohol y
los porros que se pasaban.

Dinara nunca se apartó de mi lado, nuestros cuerpos se amoldaron


mientras bailábamos al ritmo. Al sentir su cuerpo apretado contra
el mío y ver el fuego en sus ojos, el deseo por ella se encendió en mí
y pronto mi polla se clavó en su vientre. Sus ojos se iluminaron de
lujuria. Me inclino y le beso la oreja. —Necesito follarte ahora,
Dinara.

—Entonces fóllame —dice. La levanto del suelo y sus piernas se


enredan en mis caderas mientras la llevó lejos de la fiesta.
Esconderse ya no era una opción. Todo el mundo sabía lo nuestro
y yo quería que lo supieran. Quería que todo el puto mundo supiera
lo de Dinara y yo, incluso la Bratva y su padre asesino.

A la tarde siguiente, Crank se me acerca cuando iba a ducharme.


Me dolía la cabeza. Dinara y yo nos habíamos mantenido despiertos
hasta la madrugada, e incluso habíamos vuelto a la fiesta entre
nuestros momentos a solas. Ni siquiera podía recordar la última vez
que había estado tan jodido. Lo último que quería era hablar con
alguien, especialmente porque la expresión de Crank me decía que
no me iba a gustar lo que tuviera que decir. —¿Problemas? —
pregunto, esperándolo en el primer escalón del remolque de los
lavabos.

Hace una mueca. —He oído que Dinara ha preguntado por drogas,
Adamo.

Mis ojos recorren el campamento en dirección a mi coche y a la


tienda donde Dinara y yo habíamos pasado la noche. No la vi por
ninguna parte, así que probablemente seguía durmiendo. —¿Qué
tipo de drogas?

—No es exigente. Pero la cocaína o la heroína eran sus opciones


preferidas.

No había ninguna norma que prohibiera las drogas durante las


carreras. Varios corredores eran clientes fieles de los traficantes de
la Camorra, aunque la mayoría eran de éxtasis y LSD. Y sabía que
mucha gente se había drogado con algo más que hierba la noche
anterior. No me involucré en ese lado de nuestro negocio. Es
demasiado arriesgado para mí estar cerca de drogas más fuertes,
aunque llevara muchos años limpio. Había aprendido a no confiar
fácilmente, y menos en mí mismo.

—Pensé que te gustaría saberlo —dice Crank.


—¿Alguien le vendió de esa porquería? —gruño.

Crank me dedica una sonrisa ladeada: —Nadie se ha atrevido a


hacerlo antes de pedirte permiso, ya que es tu chica.

No le llevo la contraria, aunque probablemente Dinara odiará que


la marcaran como mía... o de cualquiera, en realidad. —Bien. Iré a
hablar con ellos para asegurarme que mantengan las drogas
guardadas.

Después de una ducha rápida, me dirijo a uno de los corredores


que también trabajaba como nuestro distribuidor de drogas y le
digo que se asegurara que nadie en el territorio de la Camorra se
atreva a venderle nada a Dinara. Pronto se correría la voz. Ella es
mía y quien se atreva a proporcionarle cosas lo pagaría con sangre.

Volví a mi tienda, pero Dinara había desaparecido, así que fui en su


búsqueda hasta que finalmente la encontré en su Toyota.

Se inclina bajo el capó abierto de su coche, retocando el motor. Sus


largas piernas se asoman por encima de sus shorts y las suaves
protuberancias de su columna vertebral invitaban a mi lengua a
registrarlas, pero contuve mi necesidad de estar cerca de ella.
Primero teníamos que hablar de nuestros asuntos. Al notar mi
presencia, se endereza y entrecierra los ojos. —¿Qué pasa?

Me apoyo en el coche, intentando reprimir mi enfado. Estaba


actuando como si la noche anterior no hubiera ocurrido nada, y
volviera a ser la misma de siempre. Pero la palidez de su piel y la
forma en que entrecerraba los ojos por la luz revelaban la verdad de
la fiesta de anoche. —Esta es mi carrera, y la gente me cuenta
cosas. Nadie trafica con drogas si no tiene el visto bueno de la
Camorra.
—Lo sé. Por eso le pregunté a alguien si podía comprarme cosas.
Noté que me iba a costar mucho conseguir algo por mí misma
porque la gente parece creer que puede decidir lo que hago o no
hago.

—No viniste a mí.

—No me las hubieras vendido, ¿o sí? A juzgar por tu mirada, ahora


recibiré un sermón. Realmente no estoy segura de tener la
capacidad cerebral después de anoche.

—¡No, por supuesto que no te dejaré comprar drogas! Yo mismo me


he metido toda esa mierda. Heroína, cocaína, incluso cristal. Sé lo
que le hace al cuerpo. Te arruina tu cuerpo, tu mente, todo.

Me reí amargamente. —He bailado con el diablo antes. Sé lo que


hace —Una parte de mí se alegra de la preocupación de Adamo,
pero la mayor parte se siente atrapada y a la defensiva. Me siento
muy cansada, desde la noche anterior, de intentar olvidar mis
retorcidos sentimientos. En la fiesta y con Adamo, me había
olvidado de mi madre durante unas horas, pero esta mañana todo
había vuelto a golpearme. No podía escapar de la realidad, al menos
no por mucho tiempo, no sin mis viejos vicios.

—¿Cuánto tiempo llevas limpia?

Cierro el capó y suspiro. —Ya casi un año.


La preocupación y la frustración luchan en los ojos de Adamo. —Y
ahora quieres tirarlo por la ventana, ¿para qué?

Había pensado exactamente lo mismo la primera noche tras


nuestro regreso de Las Vegas, sola en mi tienda después que todo
el mundo se negara a venderme cosas. Por un momento había
considerado la posibilidad de conducir hasta la siguiente ciudad,
un lugar donde nadie me reconociera, y mucho menos supiera que
era la chica de Adamo, como me llamaba todo el mundo por aquí.
Con los últimos restos de mi determinación, me quedé aquí y pasé
la mayor parte de la noche mirando el techo de mi tienda,
demasiado asustada para quedarme dormida y ser perseguida por
nuevos recuerdos, despertados por mi reciente viaje a Las Vegas.
Estar limpia y seguir estándolo había sido una lucha. Era el mayor
tiempo que había conseguido alejarme de las drogas desde los
catorce años y casi lo había tirado todo por la borda por culpa de
mi madre. Ella había arruinado mi vida una vez y casi le había dado
el poder de hacerlo de nuevo. Estaba furiosa conmigo misma, pero,
como siempre, era demasiado orgullosa para admitirlo.

Lo miro fijamente. —No puedes ni imaginar qué tipo de imágenes


ha reproducido mi mente desde que vi a mi madre. Ha resurgido
mucha mierda que estaba enterrada. Me está carcomiendo, y sé que
la única manera de detenerla es dejándome llevar por las drogas.

Adamo se acerca más. Me doy cuenta que quiere tocarme, tal vez
incluso abrazarme, y yo quiero que lo haga, pero seguí sin moverme.
Anoche nuestros cuerpos se habían unido, alimentados por la
pasión y el regocijo, ahora cada toque estaría lleno de emociones
con las que no quería lidiar. —Los recuerdos vuelven a ser el doble
de malos una vez que el efecto desaparece, Dinara. No puedes
escapar de ellos. Yo también lo intenté.
Mierda, me costó todo lo que pude contenerme para no salir volando
a sus brazos. Quería que me abrazara, pero no quería parecer débil.
Aunque, probablemente era demasiado tarde para eso. En Las
Vegas, había perdido completamente la cabeza. Ver a mi madre me
había retorcido las entrañas, me había hecho sentir como una niña
pequeña. Había cambiado tanto con los años desde que papá ya no
le pagaba los tratamientos de belleza y trabajaba como una puta
barata, pero mi mente había sacado imágenes del pasado.

—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunto en voz baja,


acercándome un poco más a él.

—Sea lo que sea, estoy ahí para ti, pero no necesitas las drogas,
Dinara.

—No sabes lo que necesito. No puedes. No hasta que hayas vivido


lo que yo. Lo único que hace que el dolor desaparezca por un tiempo
son las drogas.

—No tiene por qué ser así.

Tiene razón. Había luchado demasiado para llegar a donde estaba


ahora mismo. Adamo me toca la mejilla y me inclina hacia él. —
Encontraremos la manera para que superes esta mierda. Juntos.

Asiento con la cabeza. —Juntos.


17

Dinara se une a mí en mi tienda ésta noche, pero está inquieta.

—¿Podemos ir a otro lugar? ¿A algún lugar lejos de todos donde


podamos dormir afuera sin nuestra tienda? Siento que todo se me
viene encima —su voz es vacilante.

—Por supuesto —murmuro.

Empacamos todo y conducimos cerca de una milla lejos del


campamento. Mañana no es un día de carrera así que no hay
ningún problema. Colocamos nuestros sacos de dormir y
almohadas en el suelo hasta que creamos una cama espaciosa bajo
las estrellas. Durante un rato, nos sentamos uno al lado del otro,
mirando hacia la oscuridad. A la distancia las luces del
campamento iluminan el horizonte, pero pronto también se apagan.
Entonces enciendo la lámpara de gas detrás de nosotros con la
llama más pequeña posible para crear solo la luz suficiente para
poder vernos las caras. —He estado pensando en ver las
grabaciones que me diste pero tengo miedo. Si ver a mi madre ya
me alteró tanto, ¿qué me hará ver a todos esos tipos y lo que
hicieron? —Cierra la boca, el arrepentimiento en su cara. En los
meses que conozco a Dinara aprendí una cosa sobre ella, odia
admitir debilidad, o lo que ella percibe como debilidad. Entrelazo
nuestros dedos.
—Si quieres, puedo estar presente cuando lo veas —digo aunque el
pensamiento de ver el abuso hacia Dinara me revuelve el estómago.
Ver unos minutos ya fue demasiado. Pero por ella lo haría.

Voltea su cabeza hacia mí. —No creo que quiera que tú me veas así,
no más de lo que has visto —Sacude su cabeza—. Joder, esto es un
desastre.

—Podría quemarlos por ti. Si Remo no me los hubiera dado, nunca


habrías sabido que existen. Sólo finge que nunca lo averiguaste.

—Él quería que los tuviera para que viera a mis abusadores y
decidiera su destino. A tu hermano le gusta todo sobre El Juicio
Final, ¿Cierto?

Me río. —No en un sentido bíblico, pero ojo por ojo definitivamente


es su estilo. Aunque él no se conformaría con un ojo. Él tomaría los
ojos, la lengua y al menos un órgano antes de considerar que está
a mano.

—¿Qué les haría a mis abusadores?

Probablemente lo mismo que yo estoy fantaseando. Es irónico que


yo pasé casi toda mi vida intentando ser mejor que Remo.

—Torturarlos hasta que rueguen por la muerte, hasta que cada


parte de su cuerpo esté rota y también su mente. Él se aseguraría
que otros abusadores se enteraran de lo que está sucediendo para
que se mearan en sus pantalones sabiendo que son los siguientes.
Él empezaría trabajando en el cabrón menos culpable hasta el
número uno, manteniendo lo mejor para el final —mi voz suena con
ansias y oscuridad. Recorro una mano por mi pelo, mi sangre
bombeando en mis venas.
Dinara observa mi cara. —Suena como que lo has pensado mucho.

Sonrío malvadamente. —Soy un Falcone. Mierda retorcida está en


mi sangre.

Ella se acerca y se inclina sobre mí, empujándome hacia atrás. Su


cabello envuelve nuestras caras cuando monta mis caderas. Se
pone seria —Sólo hay otra cosa que puede ayudarme a seguir
adelante. No drogas, y definitivamente no perdón.

—Dime —pero en el fondo se lo que quiere, lo que me pedirá, y con


la misma certeza sé que no se lo negaría. Joder, quiero que suceda.
No debo desearlo tanto.

—Ayúdame a matarlos, ayúdame a matar a cada uno de ellos —Ella


me besa severamente y luego me frota duramente a través de mis
pantalones. Apretando su cuello, le devuelvo el beso con aún más
fuerza. Con un gruñido, nos volteo y bajo sus pantalones cortos
antes de abrir mis pantalones. Deslizando sus bragas a un lado,
entro en ella con una dura embestida, se arquea gimiendo. Fijamos
nuestras miradas y en ella aparece confianza y una emoción que
ambos no nos podemos admitir. Sólo nuestros jadeos y gemidos
llenan el vacío cuando nuestros cuerpos se unen. Más que el
aspecto físico puedo sentir como este momento nos une más a un
nivel emocional.

Después estamos acostados uno al lado del otro, los dos


silenciosamente mirando el cielo estrellado. Dinara saca un cigarro,
lo enciende y toma una larga calada antes de sostenerlo hacia mí.
Estoy tratando de dejar de fumar de nuevo, pero hoy no es un buen
día para empezar, y dudo que las siguientes semanas sean mejor.
Tomo el cigarro e inhalo profundamente.

—¿Y? ¿Me ayudarás?


Soplo una columna de humo, oscureciendo la hermosa noche. —Sí.
—No hay ninguna duda en mi voz, ni un poco de duda en mi mente.

Dinara apoya su cabeza sobre mi hombro y yo envuelvo mi brazo a


su alrededor—. Nunca he matado a nadie. Ni siquiera he herido a
nadie.

Yo no puedo decir lo mismo. Siendo un Falcone, me he


acostumbrado a la violencia desde una edad temprana. —Si no
puedes hacerlo, yo puedo hacerlo por ti.

Dinara levanta su cabeza. —No, no quiero usarte como mi asesino


a sueldo. Ese nunca fue el plan. Joder, cuando vine aquí a averiguar
más sobre mi pasado, no pensé que terminaría haciendo planes
para una masacre contigo.

Observo su rostro. No puedo detectar ni una pizca de mentira en su


voz. —¿Pero tenías curiosidad por mí y mis hermanos matando a
nuestra madre?

—Por supuesto que la tenía. Si conoces a alguien que apuñaló a su


madre, debe ser lo más interesante acerca de ellos, aún si tu vida
probablemente implica muchos incidentes interesantes.

—Tu padre es un Pakhan. Ciertamente tu vida tampoco ha sido


aburrida.

La boca de Dinara forma una línea. —Papá trató de darme la vida


de una princesa, o más bien la vida de una zarina. Mis
guardarropas están llenos de más vestidos de los que puedo usar y
tengo joyería que vale muchos millones. Hay personal para cada
necesidad en nuestra casa. Asisto a bailes en Rusia y a fiestas en
Chicago. He vivido una vida aburrida.
—Suena como que viviste la vida de alguien más. No te puedo
imaginar en un vestido de gala, intercambiando comentarios
amables con personas presumidas.

—Me sentía como una impostora.

—¿Entonces por qué lo hiciste? ¿Por qué no le dijiste a tu padre que


tú no eras así?

—Él sabe que no soy así, pero espera que me convierta en eso. Él
piensa que es una señal de mi sufrimiento el que no disfrute
insignificantes festividades como muchas otras chicas en nuestro
círculo. Él piensa que podría arreglarme mostrándome ese lado de
la vida. Y se lo permito porque lo hace sentir mejor. Lo veo como un
trabajo, y me paga muy bien.

Me río. —Esa es una manera de mirarlo. Pero bailar vals en pistas


de baile era solo una pequeña parte de lo que hiciste.

—Dima me llevó a aventuras, a carreras y fiestas, a partes de


Chicago en las que no debería poner ni un pie.

—Pero tu padre sabía.

—Dima es su hombre de confianza. Él le dice todo, pero papá aceptó


la parte de mí que es indomable y me permitió vivirla, mientras que
él no tuviera que presenciarlo.

—Tal vez eventualmente él acepte que eso es quien eres, indomable


y fuerte, porque quieres serlo, y no como una señal de horrores del
pasado.

—Tal vez —acordó, pero con duda en la palabra. —Tú mencionaste


que tu hermano tiene los nombres y las direcciones de los hombres
que abusaron de mí.
—Lo llamaré en la mañana y le pediré que me los envíe por email.

—Él probablemente estará molesto si se entera que te estoy


arrastrando a este desastre conmigo.

Remo vive por venganza y violencia sangrienta, especialmente si


involucran madres horribles, pero ciertamente está inquieto por los
motivos de Dinara. Piensa que todavía necesita protegerme cuando
soy perfectamente capaz de protegerme.

—He estado considerando pedirle a Dima que me ayude, tal vez


hasta a mi padre. Los dos matarían a cada persona que me lastimó.

Frunzo el ceño. —Te dije que te ayudaría. No hay ninguna razón


para que se lo pidas a nadie más, especialmente porque Remo no
estará feliz si tu padre entra en nuestro territorio.

—Yo lo haría para demostrarte que no estoy aquí porque necesito


tu ayuda. No quiero que pienses que lo que hay entre nosotros es
con el propósito de hacerte ayudarme. Ese no es el caso. Yo quería
información, eso era todo. Ahora que la tengo, no necesitaría a
nadie más, especialmente ahora que sé que Remo está dispuesto a
darme toda la información que necesito para vengarme.

—Ouch —digo secamente. —Es bueno saber que ya no me necesitas


—le doy una sonrisa sarcástica.

Ella rueda sus ojos. —Sabes lo que quiero decir. Estoy aquí porque
disfruto estar contigo, el sexo, la conversación, todo. Estoy aquí
porque quiero estar.

Recorro mis dedos a través de su cabello, disfrutando la sedosa


sensación contra mi piel. Dinara tiene el cabello más suave de lo
que puedo imaginar. —No hay lugar en el que preferiría estar que a
tu lado, aún si involucra venganza brutal.

Dinara suspira. —¿Qué pasará después? Cuando termine la parte


de la venganza. Somos quienes somos.

—Tú lo dijiste antes —murmuro— ¿Qué tal si vivimos un día


después del otro?

—Trato hecho —dice antes de quedarse en silencio durante unos


minutos. La tensión entrando en su cuerpo me dice que sus
pensamientos han vagado al pasado.

—Pienso que necesitamos hacerlos ver las grabaciones cuando los


confrontemos antes de lidiar con ellos. Eso sirve a dos propósitos.
Les recordará sus pecados y tú estarás lo suficientemente enojada
para conseguir venganza.

Dinara suelta una risa perversa. —¿Crees que necesito más


estímulo para matarlos?

—Si nunca has matado a nadie, tal vez. La primera matanza


siempre es la más difícil.

—¿Lo fue para ti?

—Fue durante un ataque para salvar mi vida y la de mis hermanos,


así que no tuve tiempo de pensar. Simplemente jalé el gatillo. Mi
matanza más difícil fue la que sucedió después, la que Remo me
hizo hacer para convertirme en Camorrista. Él me hizo estar furioso
con el tipo antes de tener que dispararle. Hizo las cosas más fáciles.

—Supongo que sí. No creo que la ira sea la cuestión, ¿pero qué pasa
si me paralizo como lo hice con mi madre? ¿Qué pasa si me
convierto en una niña indefensa que no puede hacer nada?
—Yo estaré ahí para sacudirte y sacarte de eso. Si realmente quieres
matarlos, entonces me aseguraré que puedas hacerlo.

—Joder, los dos somos retorcidos, ¿lo sabes verdad?

—Ya hice las paces con eso —digo con una sonrisa irónica— ¿Has
considerado cómo quieres matarlos? Con un arma, rápido y fácil, o
con un cuchillo, más personal y dado que no tienes experiencia
apuñalando a alguien, es más doloroso. Probablemente necesitarás
algunas puñaladas para matar. ¿Quieres torturarlos antes? ¿O
tienes otro tipo de muerte en mente?

Dinara presiona su frente contra la mía. —Tal vez es una mala señal
que nada de lo que acabas de decir me asustó.

—Si yo diciéndolo ya te hubiera asustado, entonces no tenemos que


cazar a tus abusadores.

—Sí —Dinara suspira lentamente—. Creo que dispararle a nuestra


primera víctima sea lo mejor. De esa forma puedo terminar
rápidamente con mi primera vez. No creo que pueda meterle un
cuchillo a alguien, mucho menos varias veces. Tal vez lo consideraré
para las siguientes matanzas.

—Yo puedo mostrarte cómo hacerlo. Podríamos practicar con el


cadáver de la primera víctima.

Dinara se ríe. —Ahora estoy un poco asustada.

—¿Lo suficientemente malo como para huir de mí? —murmuro. En


el pasado siempre mantuve ésta parte de mí oculta, especialmente
cuando estaba rodeado de chicas pero aún más alrededor de mi
familia. Con Dinara, siento como si pudiera finalmente revelar este
lado retorcido y morboso de mí.
—Nunca —dice firmemente, mordiendo mi labio inferior.

Eventualmente Dinara se duerme en mis brazos y como muchas


veces antes, ella murmura y se retuerce en sus sueños. Quito un
mechón de su cabello de su frente, preguntándome si éste camino
que vamos a emprender sea la elección correcta para Dinara, si va
a disipar sus pesadillas o va a añadir unas nuevas.

Dejamos el campamento justo después de la siguiente carrera.


Adamo imprime una lista con las direcciones de mis abusadores.
Yo veo los nombres pero no significan nada para mí. Ellos nunca se
presentaron con sus nombres reales. Los nombres no traen los
horrores del pasado, pero yo sé que sus caras si lo harán. Aún si
hubieran cambiado a través de los años, yo reconoceré sus ojos.
Esos son los que me atormentan más. Las ansias… el hambre…

Adamo y yo nos registramos en un motel miserable en la


interestatal justo fuera de Reno, un lugar más adecuado para
nuestro viaje que un lindo hotel.

Sólo pasaremos una noche aquí antes de finalmente ir mañana a


buscar la primera persona de nuestra lista. Mi primer abusador.
Miro el techo entre gris y blanco del motel, y escucho a Adamo
tomar una ducha.
No será difícil encontrarlo. Él es dueño de una ferretería en Reno
donde trabaja seis días a la semana. Él es conocido como un
abusador sexual. Desde una condena justo después que abusara
de mí y algunos años en prisión, ha vivido una vida solitaria.
Ningún familiar vive cerca y si los contactos de Adamo son
correctos, tampoco amigos cercanos. Adamo ha hecho suficiente
investigación desde que recibió la lista. Él está determinado a
ayudarme. Sus propios demonios se apoderan de él. Demonios aún
más sedientos de sangre que los míos.

Adamo sale del baño en una nube de vapor con sólo una toalla
alrededor de su cintura estrecha. Usualmente la vista de sus
abdominales y su pecho musculoso siempre me ponen de humor
pero hoy mi mente está llena de muchos pensamientos de lo que
tenemos por delante.

—Te cortaste el cabello —digo silenciosamente. Aún para mis


propios oídos, mi voz sonó extraña, como si estuviera perdida en
otra dimensión.

Adamo viene hacia mí y se sienta al final de la cama. Toco su corto


cabello, ya sin los rizos en los que podía hundir mis dedos.

—Es más fácil de limpiar. Las cosas se podrían poner desastrosas


pronto.

Él quiere decir sangrientas. Pronto las cosas se pueden poner


sangrientas. —¿Es difícil lavar la sangre del cabello? —pregunto con
una voz ronca—. Tal vez yo también debo cortar mi cabello

—No, mantén tu cabello así. Me encanta —su ceño se frunce.

—¿Estás preocupada por mañana? Él no escapará, y si no puedo


contenerlo, lo cual dudo, todavía puedo pedir refuerzos.
—No estoy preocupada por eso. Te vi pelear con Dima. Sé que
puedes manejar hasta el más capaz luchador. Estoy preocupada
por mí.

Adamo se estira a mi lado, cubriéndome con el aroma de su gel de


ducha. La cama cruje por el peso adicional. —¿Sobre cómo
manejarás la situación?

Asiento y señalo la nueva arma en mi mesa de noche. Adamo la


consiguió para mí. —La sostuve en mi mano esta mañana y me
imaginé jalando el gatillo mientras miro a los ojos del imbécil. En
mi imaginación se sintió bien, fue fácil, sólo un movimiento de mi
dedo, nada más

Adamo se inclina más cerca, sus labios rozando mi oreja. —Si estás
preguntando si será así de fácil en la vida real, entonces tengo que
decir que probablemente no. No lo sabremos hasta ese momento.
Tal vez jalarás del gatillo sin pensarlo dos veces, o tal vez te darás
cuenta que no puedes seguir con nuestro plan.

—Tengo que hacerlo.

No quiero que Adamo sea mi verdugo. No puedo poner esa carga en


nadie más. —Es mi venganza. Yo debo hacerlo. Contigo a mi lado,
puedo hacerlo.

Los ojos oscuros de Adamo se reúnen con los míos. —Podemos


detenernos en cualquier punto. No tenemos que terminar cada
nombre en la lista. Esto se trata de ayudarte a afrontar lo que pasó,
no de hacerlo peor. Y si necesitas que yo lo haga, lidiaré con todos
ellos por ti.

Si sólo necesitara un verdugo, le podría haber pedido a papá que


cazara a cada uno de mis abusadores. Él lo habría hecho
alegremente. Él también anhela una manera de vengarme, y tal vez
hasta a él mismo. Esos hombres se atrevieron a poner la mano en
la hija de un miembro de alto rango de la Bratva fue como una
bofetada en la cara, aún si mis abusadores no sabían quién era yo.

La mañana siguiente, antes que Adamo y yo nos dirigiéramos a


encontrar el tipo número uno en nuestra lista, nos acomodamos
frente a su laptop para observar el disco de mi grabación con el
blanco de hoy. La pantalla se ilumina con la imagen de una cama y
una versión mía más joven sentada en el borde con las manos en
su regazo, sus ojos hacia abajo. Es como mirar a alguien más pero
sé que eso cambiará en el momento en que empiece la grabación.
Los horrores de la chica se convertirán en los míos. El video se
convertirá en una realidad en mi cabeza, formará recuerdos de
olores y sensaciones de las oscuridades de mi mente. Seré
arrastrada al pasado. Adamo espera a que yo presione play, sus
ojos son amables con una expresión paciente.

Yo sólo miro la pantalla, mi cuerpo paralizado. La Dinara del pasado


tiene su cabello en coletas, algo que a muchos de mis abusadores
les gustaba.

—No tenemos que verlo —dice Adamo—. Tú sabes lo que pasó.


Nosotros sabemos que él es culpable. No hay razón para torturarte
con imágenes del pasado.

Yo no reacciono, sólo miro la pantalla. El problema es que éstas


imágenes me atormentan casi cada día de mi vida desde que papá
me recogió en Las Vegas hace más de una década.
—O si no quieres que yo lo vea puedo ir a caminar hasta que
termines.

El pánico me recorre por su sugerencia, así que tomo su mano,


uniendo nuestros dedos. —No —susurro rudamente—. No puedo
verlo sola. Es lo suficientemente malo que lo viva en mis pesadillas
cada noche sola.

Él aprieta mi mano y mi corazón se aprieta con una mezcla de


emociones por su apoyo. Adamo no tiene absolutamente ninguna
razón para ayudarme, pero aquí está. Intenta mantener sus
emociones bajo control por mí, pero en sus ojos, puedo ver muchas
de mis propias emociones. El odio absoluto hacia mis abusadores y
la determinación para ejercer venganza, y debajo de todo eso, una
emoción que Adamo y yo no podemos arriesgarnos a tener dada
nuestras familias, nuestros antecedentes… nuestros futuros. Estoy
intentando ignorar mis sentimientos pero mirándolo ahora no
puedo negar que me estoy enamorando de Adamo. Es una absoluta
locura y me alegra que nuestro plan de venganza me mantenga
demasiado ocupada como para considerar la locura de la elección
de mi corazón.

Me concentro en la pantalla y presiono play, mi cuerpo tensándose


aún más. El primer tipo en nuestra lista entra en la habitación. Su
sonrisa es exageradamente amable mientras se acerca a mi antigua
yo, pero debajo de esa sonrisa hay ansias y hambre. Pronto su cara
aparece ante mis ojos, ya no en la pantalla. Mi agarre en la mano
de Adamo se aprieta mientras intento mantener mi rostro neutral,
deseando ser fuerte, aún si la repulsión y el terror batallan en mi
interior. Mi garganta se cierra y un sudor frío recorre mi cuerpo,
pegando la ropa a mi cuerpo. Cuando el hombre se sienta al lado
de la joven Dinara sobre la cama y toca su pierna, presiono el botón
de pausa y detengo el video. Libero un fuerte suspiro, mi pulso corre
en mis venas mientras mis pasados temores provocan mi
adrenalina. —No puedo verlo.

—Está bien. Aún podemos deshacernos de todos los discos.

Sacudo mi cabeza—. Lo llevaremos con nosotros hoy. Quiero que él


lo vea, aún si yo no puedo hacerlo.

—De acuerdo —dice Adamo simplemente. Lo beso antes de


moverme al borde de la cama.

—Vámonos ahora —Necesito moverme antes de perder el valor.


Encerrada en esta habitación de hotel me siento como un animal
enjaulado.

Adamo no duda. Él metió el disco y la laptop en un bolso antes de


seguirme. Me preguntó si quería que empacara material para
tortura pero le dije que no. Matar a otra persona será suficiente
desafío. La tortura está fuera de discusión, aún si cada uno de mis
abusadores lo merecen. Los quiero muertos. Eso será suficiente.

Adamo estacionó en la curva frente a la ferretería donde el tipo


trabaja y también vive en un cuarto trasero. Ya es tarde y la tienda
se supone que cierra en media hora. No hablamos mientras nos
sentamos juntos en el auto. Adamo trajo una bolsa con donas pero
no puedo forzar más de un mordisco a través de mi garganta
apretada. Mi corazón no ha dejado de palpitar desde que
observamos los primeros minutos del video. Me siento como si fuera
la presa y no el cazador.

Mis manos están pegajosas, y me alegra tener a Adamo a mi lado


porque él luce impresionantemente en calma.

—Es hora —dice eventualmente, y me percato que habían pasado


casi treinta minutos sin que me diera cuenta—. Él cerrará la tienda
en cualquier minuto.

—Ok —digo con voz ronca.

Adamo toma mi barbilla y me obliga a mirarlo a los ojos.

—Debemos ir ahora para poder meternos como clientes del último


minuto. Entrar a la fuerza trae el riesgo de alertar a la policía. Esto
no es Las Vegas, no tenemos a cada policía en nuestra nómina.

Trago fuerte y asiento pero no puedo moverme. Lágrimas de ira


hacia mí misma quieren brotar y parpadeo para que no caigan. —
Yo…

—Iré solo y lo mataré por ti, ¿a menos que no quieras que lo haga?

Quiero a mi abusador muerto, quiero hacerlo yo misma, pero tal vez


soy demasiado débil para hacerlo. Le doy un pequeño asentimiento,
odiándome a mí misma por ello. Adamo me da un beso y sale del
auto antes de tomar el bolso del maletero. Trota hacia la ferretería,
ni un minuto demasiado pronto un tipo aparece en la puerta para
dar la vuelta al aviso que está cerrado. Adamo le muestra una
encantadora sonrisa y le permite entrar. Ambos hombres
desaparecen de mi vista y pronto Adamo cuelga el aviso que dice
que está cerrado antes de desaparecer de mi vista de nuevo.
Miro a mis manos, furiosa conmigo por permitirle a alguien más
repartir mi venganza.
18

Veo la lucha interna en los ojos de Dinara y no me sorprende que


no pueda seguir adelante con nuestro plan. Esperaba que perdiera
el valor. Una cosa es desear venganza, imaginar matar a alguien,
pero es un asunto completamente diferente hacerlo en realidad, ver
a alguien a los ojos mientras se le va la vida. Aún si Dinara es una
princesa de la Bratva, ella nunca ha sido parte del lado brutal del
negocio. Su padre la protegía de eso, de la misma manera que yo la
hubiera protegido si ella quisiera que lo hiciera. Matar a alguien se
hace más fácil con el tiempo. En el principio había sido más difícil
para mí de lo que es ahora.

Mientras cierro la puerta de la ferretería detrás de mí y veo la


sonrisa confiada del bastardo, las ansias se apoderan de mí.
Conseguir venganza a nombre de Dinara no es ninguna carga. Es
satisfactorio de muchas maneras. Tal vez hasta podré seguir
fingiendo que no lo estoy disfrutando.

Pongo el cerrojo y le doy al número uno, el primer nombre de


nuestra lista, una sonrisa maliciosa.

Su expresión cae, miedo brota de sus ojos. Tal vez piensa que esto
es un robo. No tiene tanta suerte. Es mayor que en los videos pero
sin duda es él. Aún si Remo no me hubiera dado el paradero de
nuestros objetivos, habría reconocido al hombre frente a mí. La cara
simple, la misma apariencia desafeitada. Él tropieza hacia atrás,
chocando contra el mostrador, probablemente para presionar la
alarma. Lo persigo, tomo su brazo bruscamente. Él pierde su
balance y cae al suelo con un grito de dolor. Sus amplios ojos azules
se reúnen con los míos. —¡No tengo mucho dinero! Puedes quedarte
con todo.

—Esto no se trata de dinero —digo mientras lo rodeo. No debo


disfrutar esto tanto como lo estoy haciendo. Siempre tuve
resentimiento hacia Remo por jugar con sus víctimas.

La confusión se refleja en sus ojos. Saco mi arma y el color se drena


de su cara. Tranquilamente camino de vuelta hacia la puerta y le
doy vuelta al rótulo donde dice que está cerrado antes de regresar
al número uno. Siguiendo la petición de Dinara no empaqué mis
instrumentos de tortura, pero una ferretería es la tierra prometida
para alguien como yo.

—Escuché que te gustan las niñas.

Él se sorprende antes de sacudir rápidamente su cabeza. —Eso fue


hace mucho tiempo. Ya cambié, pague por lo que hice.

Recojo la laptop y le muestro la primera imagen de Dinara en la


cama.

—Seguro como el infierno no pagaste por lo que le hiciste a ella. —


El horror entra en sus ojos. Ser confrontado con tu propia
depravación debe doler—. Pero lo harás —prometo—. Ésta chica en
la pantalla. Su nombre es Dinara y ella quiere que mueras. Ella no
quiere que te torture pero tal vez lo haré por mí.

Soñé con eso anoche.


Un toque en la puerta provoca una ola de tensión a través de mi
cuerpo.

El hombre grita —¡Ayuda! ¡Llame a la policía!


Lo pateo en su lado derecho, a nivel de su riñón y su hígado,
silenciándolo efectivamente mientras jadea.

Cuando veo a Dinara en la puerta, me relajo y voy hacia ella. Abro


el cerrojo de la puerta y la dejo entrar. Una rápida mirada hacia la
calle me dice que nadie ha notado nada todavía.

Ella entra indecisa, aún con una mirada asustada en su rostro. No


estoy seguro si es una buena idea que ella esté aquí. Es jodidamente
egoísta, pero estoy preocupado que cambie de opinión y le perdone
la vida al imbécil.

Sus ojos se mueven más allá de mí hacia el hombre en el suelo que


está sosteniendo el lado de su cuerpo, llorando. Su mirada llorosa
se concentra en ella. —Por favor ayúdame.

Lentamente Dinara se mueve hacia él y se detiene justo sobre él. —


¿Recuerdas mi rostro? —susurra.

El hombre sacude su cabeza desesperadamente.

—Es gracioso porque yo veo tu cara y cada repulsivo centímetro de


tu cuerpo cada noche cuando cierro mis ojos —dice Dinara, su voz
quebrándose.

—¡Lo siento! Lo juro. He cambiado. Era una mala persona en ese


entonces, pero ya no hago eso. Pagué por mis pecados. Estuve en
la cárcel.

—Por lastimar a otras chicas como yo —dice Dinara—. Chicas cuyas


noches son acechadas por pesadillas.
Me pongo a su lado, toco su hombro para mostrarle mi apoyo. Ella
tiembla bajo mi toque.

—Por favor no me mates. ¿No merezco una segunda oportunidad?

Aprieto los dientes, deseando nada más que golpear su cara para
que se calle. Puedo ver la duda en el rostro de Dinara. Tomó todo
mi autocontrol para no intentar convencerla de matarlo. Ésta es su
decisión. No tengo derecho de forzarla a ir en una dirección sólo
porque soy un jodido retorcido que quiere torturar y matar al tipo
frente a mí.

Dinara aleja su mirada del hombre.

—¿Crees que dice la verdad? ¿Crees que ha cambiado?

—Lo dudo —digo—. ¿Quieres que revise donde vive? Tal vez
podamos encontrar algo.

Dinara me da un pequeño asentimiento. No estoy seguro que una


nueva prueba importe realmente. Ésta es una batalla interna para
Dinara, una entre su lado oscuro y su lado bueno. Yo he peleado la
misma batalla.

Le entrego mi otra arma. —Si se mueve, le disparas.

No estoy seguro si lo hará pero por la mirada en el rostro del imbécil,


él cree que ella es capaz de matarlo y eso es todo lo que importa.

Me dirijo a los cuartos traseros de la tienda que él usa como su


apartamento. No quiero encontrar pruebas de su depravación
porque significa que más chicas han sufrido pero al mismo tiempo,
quiero encontrar algo que convenza a Dinara de seguir con nuestro
plan. Algo que suba la escala en favor de su lado oscuro.
Después de veinte minutos de búsqueda, encuentro imágenes en
su computadora que no dejan ninguna duda que él seguía
albergando los mismos deseos asquerosos del pasado, aún si él no
está en las fotos. Ellas lucen como si él las hubiera descargado de
la red oscura. Regreso a la tienda. Dinara está a unos pasos lejos
del hombre, el arma apuntando hacia él. Sus ojos se mueven hacia
mí y asiento. —Encontré fotos.

Da otro asentimiento casi imperceptible.

Número uno mira de atrás hacia adelante entre Dinara y yo. —Sólo
son fotos. No he tocado una niña desde que salí de la cárcel.

—Las niñas en esas fotos fueron tocadas por otros pervertidos como
tú para que puedas masturbarte mirando las fotos —gruño.

Me acerco a Dinara y ella baja el arma. Nos movemos unos pasos


lejos del hombre. —¿Qué quieres hacer ahora?

Dinara traga fuertemente, el conflicto mostrándose en su rostro. —


Lo quiero muerto. Quiero ser la que lo haga, pero… simplemente no
sé si puedo. Es como si algo sigue reteniéndome.

—Nunca has hecho esto antes. Es natural que tengas dudas.

No recuerdo los momentos previos antes de jalar el gatillo hacia otro


ser humano por primera vez. Pasó demasiado rápido, no tuve
tiempo de dejar hablar a mi conciencia. A veces me pregunto si lo
hubiera hecho. En las semanas después de mi asesinato, no me
había molestado tanto mi conciencia sino la falta de ella.

—¿Puedes mostrarle el video? Quiero que recuerde lo que hizo, y tal


vez me dará el coraje de hacer lo que quiero.
Número uno no se mueve ni un centímetro como esperando que
olvidemos que existe.

Quito la laptop y el disco de mi bolso y coloco todo en un estante


para que el imbécil tenga una buena vista de la pantalla. Después
de un asentimiento de Dinara, enciendo la grabación. Esta vez ni
Dinara ni yo presionamos el botón de pausa. En lugar de eso
observamos cada momento desgarrador del video. Yo no quiero
nada más que apagar la pantalla, o mejor aún quebrar la maldita
cosa como hice con la laptop de Remo, pero me quedo quieto. El
único movimiento que me permito hacer es la mirada ocasional
hacia Dinara que parece perdida en las imágenes, su mirada
distante y su cuerpo quieto por la tensión. ¿Qué tan difícil debe ser
para ella revivir esos momentos?

Le lanzo una mirada asesina al imbécil en el suelo quien ha bajado


su cabeza como si no pudiera soportar mirar. La furia corre a través
de mí. Agarro su cabeza rudamente y levanto su barbilla, forzando
su atención de vuelta a la pantalla de la laptop. —¡Sé lo que hice!
No necesito ver —lloriquea, cerrando sus ojos, y mi furia se
multiplica, tornándose feroz—. Abrirás tus jodidos ojos o uniré con
grapas tus pestañas a tus jodidas cejas. Estoy seguro que puedo
encontrar una engrapadora en alguna parte de tu tienda.

Sus ojos se abren y no se atreve a alejar la mirada de la pantalla de


nuevo. Me alegra cuando llegamos al final de la grabación. Los
sonidos y las imágenes me revuelven el estómago, y yo solamente
quiero ayudar a Dinara a dejar esos horrores en el pasado.

Dinara luce como una figura de cera, pálida y perfectamente


inmóvil. Esto es para ayudarla, pero ¿qué pasa si no le ayudo? ¿Qué
pasa si esto sólo llena mi propia retorcida hambre de sangre?
Las imágenes en la pantalla se hacen borrosas y mi mente asume
el cargo, repitiendo mis recuerdos mucho más vívidamente que el
video.

Cada sensación recorre mi cuerpo, cada dolor y olor, cada sonido e


imagen cubren mi cuerpo como una avalancha imparable,
arrastrando hacia la superficie emociones que estaban enterradas.
Vergüenza y repulsión, miedo y desesperación, pero encima de todo:
ira. Ira contra el hombre frente a mí. Cuando la pantalla se torna
negra y el tormento de la Dinara del pasado ha terminado, bajo mi
mirada al hombre encogido de miedo frente a mí. Él me ruega con
sus ojos, fingiendo ser una víctima, cuando es un monstruo que
arruinó mi infancia para satisfacer sus propias necesidades.

Recuerdo sus ojos y sus palabras, los nombres por los que me llamó
y el nombre que quería que yo lo llamara, aún antes de mirar el
video, recordaba su baja respiración, su crema de afeitar y el sudor
debajo de ella. Me acerco más, inhalo profundamente. Su loción de
afeitar sigue siendo la misma. Un nuevo flujo de imágenes, las
mismas que reviví antes, quieren salir para repetirse, pero mi mente
lucha contra ello.

Repulsión brota en mí, seguida por pánico, pero no le permito


mostrarse, finalmente la ira gobierna todo lo demás. Mis manos
están temblando y mi garganta está apretada mientras coloco el
arma sobre el mostrador. Adamo observa mi movimiento frunciendo
el ceño. Mi sangre pulsa con ira feroz mientras me acerco a Adamo,
mi respiración sale rápidamente. Nuestros ojos se reúnen y su
mirada muestra una infinidad de preguntas. Él piensa que no
puedo disparar a mi abusador. Tal vez hasta piensa que le mostraré
piedad y lo dejaré vivir. Lo consideré cuando entré en la ferretería y
vi al miserable pero cada vez que ese pensamiento intenta
permanecer ahí, cada fibra de mi cuerpo lucha y la voz que llama
por retribución suena más fuerte. Respiro profundamente y le doy
otra mirada al hombre. Esperanza en su expresión y me da otra
mirada suplicante. Hace más de una década, a nadie le importó lo
que yo quería, mis ruegos.

Sin piedad.

Sin pensarlo dos veces, tomo el cuchillo que está en la funda en el


pecho de Adamo, y doblo mis dedos alrededor de su mango frío.
Adamo no me detiene cuando yo retiro la hoja afilada siseando
satisfactoriamente.

Nunca he usado un cuchillo de una manera tan violenta y no estoy


segura de lo que estoy haciendo mientras me lanzo hacia mi
abusador. Él intenta retroceder pero lo sigo. Mi corazón palpita en
mi garganta y mis alrededores se tornan borrosos mientras me
lanzo hacia él. Levanta sus brazos, intenta pelear contra mí pero lo
ataco con el cuchillo. Lo hundo en sus brazos, la parte superior de
su cuerpo, en cada centímetro de él que puedo alcanzar. Él intenta
quitarme de encima y la voz de Adamo suena en mi cabeza, pero los
gritos del hombre la apagan. No puedo detenerme, aún si ni siquiera
veo lo que estoy haciendo. Mi visión está borrosa por las lágrimas y
la sangre. La palma de mi mano y mi muslo arden, mi mejilla pulsa,
pero mi mano con el cuchillo sigue bajando hacia mi abusador
hasta que soy arrastrada lejos y alguien me sostiene fuertemente
en sus brazos a pesar de mi forcejeo.

Jadeando busco el aliento. Cada respiración hace arder mi pecho.

—Shhh, Dinara. Todo está bien. Cálmate. Él está muerto. Cálmate.


La voz tranquilizadora de Adamo viaja a través de la niebla que
opaca mi cerebro y me hace regresar a ser yo misma lentamente.
Adamo arranca un pedazo de su camisa y limpia mi rostro con ella.
Cierro mis ojos, le permito limpiarme. Cuando los abro de nuevo,
me concentro de nuevo en mis alrededores. El asombro me llena
mientras veo lo que está frente a mí. El hombre yace en una piscina
de sangre y su cadáver está cubierto de puñaladas. Sus manos, sus
brazos, su pecho, su cara, su garganta… el cuchillo no evitó nada
de la parte superior de su cuerpo. Yo no evité ninguna parte de su
cuerpo. Yo hice esto.

Suspiro un aliento tembloroso. Lentamente me miro. El brazo de


Adamo sigue envuelto alrededor de mi cintura y me quedo en medio
de sus piernas, su pecho cálido presionado contra mi espalda. Mis
piernas desnudas están llenas de sangre, y mis shorts están
completamente bañados en ella. Levanto mis manos, también
cubiertas de rojo. El cuchillo choca contra el suelo y el sonido me
hace estremecer. Mi camiseta, mi cabello… todo está cubierto de
sangre. Y el trozo de tela que Adamo usó para limpiar mi rostro y
pestañas ahora está rojo. Parpadeo, asombrada por lo que hice. —
¿Por qué me detuviste? —digo, pero mi voz suena distante, como si
algo estuviera tapando mis oídos. Tal vez más sangre. Siento un
escalofrío.

Adamo toma mi mano y la voltea para que yo pueda ver una larga
pero superficial cortada y luego señala otra más profunda en mi
pantorrilla. —Te cortaste en el estado en el que estabas y no quiero
que te lastimes seriamente. Él ya está más que muerto.

Yo asiento. —No sé qué me pasó. Simplemente enloquecí.

Adamo presiona su mejilla contra la mía, aunque yo estoy hecha


un desastre. —Tal vez esto es un comienzo. Tal vez esta es tu
manera de liberar el dolor que tienes guardado.
Ahora no hay ningún dolor. Ningún recuerdo. Ningún temor u odio,
solo adormecimiento y una maravillosa calma.

—¿Qué hacemos ahora?

—Tengo que llamar a nuestro equipo local de limpieza para que


vengan a encargarse de esto.

Me río fuerte. —Supongo que es algo bueno el que esto sea territorio
de la Camorra.

—Hace las cosas más fáciles. En Las Vegas hubiera sido mejor, pero
nuestros hombres limpiarán esto y se desharán del cuerpo. Nadie
podrá rastrear nada a ti o a mí.

Adamo se levanta y estira su mano. La tomo y le permito


levantarme. Mis piernas están temblorosas. Ahora que la primera
ola de adrenalina se desvanece, la palma de mi mano y mi
pantorrilla palpitan donde me corté. El darme cuenta que mi sangre
está mezclada con la de mi abusador envía una nueva ola de
repulsión a través de mí y no puedo detener un escalofrío. Adamo
toca mi brazo, buscando mis ojos. —¿Dinara?

—Tengo que ducharme. Necesito deshacerme de esta sangre. —


Respiro profundo, dándome cuenta que estoy muy cerca de entrar
en pánico, algo que no nos sirve justo ahora.

—¿Puedes ducharte en la parte de atrás?


Sacudo mi cabeza firmemente. Sólo la idea de usar la misma ducha
que mi abusador me hace sentir aún más asqueada. —En nuestro
motel —digo.

—Bien —dice Adamo lentamente, como si estuviera hablando con


una niña asustada, y tal vez es exactamente esa la impresión que
doy—. Primero necesito llamar al equipo y necesitamos limpiarnos
un poco, encontrar algo que cubra nuestra ropa llena de sangre. No
podemos cruzar la calle luciendo como si estuviéramos bañados en
sangre.

Asiento, aún si mi deseo de irnos se hace más fuerte cada segundo.

Adamo recoge su teléfono para hacer dos llamadas rápidas antes de


aparecer de nuevo frente a mí. Yo estoy ocupada mirando los restos
de mi abusador. —Estaba preocupada de no poder matar a alguien.
Preocupada de no ser capaz de jalar un gatillo. En lugar de eso lo
masacré con un cuchillo. Esto es más jodido que dispararle a
alguien.

Adamo frota mi mejilla. —Es más personal. Lo que este hombre te


hizo fue muy personal, y tú le pagaste de la misma manera. No es
tan extraño si piensas al respecto.

—Pienso que la mayoría de las personas no estarían de acuerdo


contigo. Nada de lo que hacemos es normal.

—¿A quién le importa?

—Sí —susurro.

Treinta minutos después, dejamos la ferretería. Adamo, que luce


menos desastroso, menos lleno de sangre, va a traer el auto y lo
estaciona frente a la ferretería. Su equipo de limpieza ya está
ocupado arreglando el desastre que causé. Ellos hasta me trajeron
ropa nueva para usar en lugar de la mía de camino hacia el motel.
Incómodamente liberé mi cabello de sangre en el lavatorio del baño
para clientes, pero mi piel pica en todas partes. Necesito ducharme
lo más pronto posible.
En el momento en el que entramos a nuestro pequeño motel, me
dirijo directo hacia el baño y cierro la puerta. Necesito unos minutos
sola para procesar todo lo que pasó. Mientras el agua caliente forma
vapor en mi cuerpo, cierro mis ojos y dejo que las lágrimas que
antes evité liberar, caigan por mis mejillas. Por largo tiempo, no me
muevo y cada momento que pasa, y cada lágrima que derramo, me
siento más ligera, como si el asesinato hubiera levantado un peso
de mis hombros. Todavía permanece bastante peso en mi alma,
pero es un comienzo.
19

Después de la ducha, me miro en el espejo. Me faltó un lugar con


sangre seca cerca de mi sien. Tomo una toalla y froto para quitarla.
Mis ojos están en calma, no llenos de adrenalina o perturbación,
ninguna señal que maté a un hombre con una ira deseosa de sangre
hace menos de una hora. Doy la vuelta y salgo del baño con el
cabello aún húmedo y sólo una toalla alrededor de mi cuerpo.
Adamo está hablando por teléfono, asintiendo mientras escucha lo
que la persona al otro lado dice. —De acuerdo, gracias. Buen
trabajo.

Adamo alza la mirada y se levanta de la cama antes de aproximarse


a mí. Sostiene mis mejillas en sus manos cálidas, sus ojos buscan
los míos sin decir una palabra en lo que me parece una eternidad.
Se lo permito, encontrando paz interna mientras me pierdo en su
mirada. Los eventos brutales del día tampoco han dejado rastro en
sus ojos. —¿Estás bien?

Busco dentro de mí por algún sentimiento de inquietud, por una


profunda sensación de malestar, pero estoy tranquila. Sacudo mi
cabeza y me presiono contra Adamo. —Estoy bien.
—Qué bueno. El equipo se deshizo del cuerpo y limpió cada
centímetro de la tienda. Nadie sospechará nada. Tardará un rato
antes que alguien note que no está y esperemos que la policía piense
que él se fue para evitar los rumores.

Asiento, pero mi mente ya se movió del hombre que maté hacia el


siguiente nombre en la lista.

Adamo retrocede —Deja ducharme, luego podemos hablar más.

Se dirige al baño pero a diferencia de mí no cierra la puerta.

Me estiro en la cama y enciendo mi teléfono. Lo apagué desde ayer


para evitar llamadas de Dima y de mi padre. Como era de esperar,
mi buzón está rebosando de mensajes de ambos. Como si papá
pudiera sentir que encendí mi teléfono, me llama de nuevo. Respiro
profundo, y contesto.

—Dinara, ¿dónde diablos estás? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Sus palabras salen rápidamente, haciendo difícil entenderlas. —


Estoy bien. No necesito ayuda. Estoy lidiando con algunos asuntos.

—¿Qué asuntos?

—Nada de lo que tengas que preocuparte, papá. Honestamente.


Regresaré a Chicago pronto. Sólo dame un poco de tiempo y
espacio.

Entre más tiempo paso con Adamo menos quiero volver a Chicago.
Me siento fuera de lugar allí, ahora más que nunca, y aunque
extraño a Dima, él y yo nos hemos distanciado desde el año pasado.
—Te he dado suficiente tiempo y espacio recientemente. Pocos
hombres en mi posición le permitirían a sus hijas caminar alrededor
de territorio enemigo. ¿Ahí es donde sigues, cierto?

—Sí, pero sabes que no estoy en peligro.

—¿Lo sé? Estás buscando en tu pasado y eso nunca es algo bueno.

—Nadie guarda rencores mejor que tú, papá, y nadie se aferra al


pasado más testarudamente. Lo saqué de ti.

Él hace un sonido de disgusto. —Dima debería estar a tu lado. No


debes estar sola.

—No estoy sola —digo.

Papá se burla. —¿Crees que un Falcone va a protegerte? No cometas


el error de hacerte muy amiga de ellos, Dinara. Es un camino
peligroso.

—¿Qué te dijo Dima?

—Vi un video tuyo con el Falcone más joven bailando y besándose.

—Lo último fue dicho descaradamente.

Una vez que me aseguro que la ducha sigue corriendo, digo —No
tienes que preocuparte. No hay nada entre nosotros. Él es un medio
para un fin. Nada más. Él me ayuda a conseguir lo que quiero.

Culpa llena mi estómago por mentirle así a mi padre, y por hablar


de Adamo como si él no significara nada, cuando cada día que
estamos juntos, él captura más mi corazón. Me alegra que no pueda
escucharme hablar así. Aunque Adamo no sabe hablar ruso, no
quiero que esté presente cuando escupo mentiras tan hirientes.
—¿Y qué es eso?

—Matar el pasado.

—No dejes que este hombre te arrastre a la oscuridad.

De hecho, yo estoy arrastrando a Adamo a la oscuridad. Pero ni eso


suena cierto. Se siente como si los dos estuviéramos en este camino
como iguales, mano a mano, conducidos por nuestros demonios. —
Promete no enviar a Dima por mí, o me desharé de mi teléfono y no
serás capaz de hablar conmigo hasta que haya terminado.

—Quiero mensajes diarios diciéndome que estás bien, y rastrearé


dónde estás. Si no me envías mensaje un día, enviaré hombres,
aunque signifique guerra con la Camorra.

Suspiro. Conozco ese tono y que es inútil discutir más el tema con
él. —De acuerdo.

La ducha se apaga en el baño. Afortunadamente, pude oír el toque


en una puerta en el lado de la línea de papá. Él está en silencio un
momento, como si estuviera escuchando a alguien. —Tengo que
colgar, Katinka. Ten cuidado.

—Siempre. —Él cuelga y yo bajo el teléfono suspirando


profundamente.

—¿Malas noticias? —pregunta Adamo cuidadosamente,


inclinándose en la puerta con solo una toalla envuelta alrededor de
su cadera.

—Mi padre se preocupa por mí.

—¿Enviará hombres?
—No, mientras le de informes diarios que estoy viva, no actuará. Él
confía en mí.

—Pero definitivamente no en mí —dice Adamo caminando hacia


mí—. Y nunca lo hará.

Él tiene razón. Mi padre no es un hombre que confía fácilmente, y


ciertamente no en un miembro de la Camorra —No importa.
Mientras yo confíe en ti —digo.

Adamo se hunde en la cama junto a mí. —¿Y tú confías en mí?

—¿Estaría aquí contigo si no lo hiciera?

Adamo se encoge de hombros. —Tal vez soy tu única opción.

Sacudo mi cabeza. —Podría hacer esto yo misma. Sé las direcciones


de cada persona en nuestra lista y después de hoy sabemos que
puedo continuar matándolos, así que si sólo fuera por conveniencia,
no te necesitaría a partir de ahora.

Adamo sonríe tristemente —¿Entonces por qué sigo aquí?

—No necesito que los mates, pero necesito tu apoyo, tu ánimo.


Cuando estás cerca, me siento mejor, más segura de quien soy.

—No me necesitas, pero si lo haces —murmura.

Suspiro. —Tal vez no tenga sentido.

—Tal vez sólo tienes que admitir que me necesitas. Hoy actuaste
por impulso, y perdiste completamente el control. No prestaste
atención a lo que estaba pasando a tu alrededor. Si lo mismo pasa
la próxima vez, me necesitarás para asegurarme que no pase nada
mientras estás así.

—Como lastimarme a mí misma.

—O que alguien te vea. Dudo mucho que notaras si alguien de


repente hubiera entrado en la ferretería.

—Tienes razón. Fue como si estuviese poseída. —Me inclino más


cerca hacia Adamo—. Bien, te necesito, pero no quiero que pienses
que por eso quiero estar contigo.

—¿Entonces por qué quieres estar conmigo?

—¿Por qué quieres ayudarme? ¿Por qué haces esto por una chica
con la que tienes sexo?

—Tú no eres sólo una chica con la que tengo sexo.

—Y tú no eres sólo un chico con el que tengo sexo.

Adamo sonríe malvadamente. —Un día uno de nosotros tendrá que


ser valiente y ponerle un nombre a lo que tenemos.

—¿Tenemos que hacerlo? —susurro. Adamo se acuesta en la cama


y me jala contra él, un brazo a mi alrededor—. ¿Quién va a
obligarnos?

—Tal vez querremos certeza en algún punto, o tal vez


eventualmente nuestras familias querrán respuestas, más
respuestas de las que tenemos en este punto.

—Eso no es algo en lo que quiero pensar ahora. Quiero vivir el


momento. Ahora mismo en lo único en lo que quiero concentrarme
es en la venganza y en cómo vamos a hacer pagar a cada persona
en nuestra lista por lo que me hicieron, y a otros niños.

Adamo frota su mano ligeramente por la parte superior de mi brazo.


—Aún si mataste apresuradamente hoy, no significa que no serás
poseída por pesadillas por ese asesinato. Tal vez se desvanecerán
eventualmente, tal vez no lo harán. Yo sólo quiero que estés segura
que puedes vivir con ellas, especialmente si seguimos cazando a tus
abusadores y se añadan más muertes a tu conciencia.

Suelto una risa amargada. —¿Serán peores que las pesadillas que
ya propagan mis sueños desde que era una niña pequeña? Lo dudo.
Así que si me lo preguntas, éstas nuevas pesadillas serán una
maldita mejora a los horrores de mis pesadillas actuales.

El brazo de Adamo se aprieta a mi alrededor. —Joder. Realmente


desearía que hubiera podido torturar a ese imbécil hoy. Realmente
consideré hacerlo antes que apareciera.

Levanto la cabeza y me apoyo. —El siguiente nombre en nuestra


lista… él era uno de los peores. Es decir, cada experiencia fue
horrible pero algunas fueron más amables que otras.

Adamo aprieta los dientes. —Amable no es una palabra que usaría


para describir las atrocidades que te hicieron esos pervertidos.

Trago. —Y ellos pagarán por lo que hicieron. Pero el siguiente tipo


en la lista, él era malo, realmente malo. A él le gustaba herirme, y
yo...

Matar a mis abusadores es una cosa, pero torturarlos es otro


asunto. Aún algunos de los hombres de mi padre no pueden
presenciar torturas, ¿podría yo? ¿Y no sólo observar, podré torturar
a alguien?
Adamo inclina su cabeza para atrapar mi mirada. —¿Tú quieres
torturar al imbécil?

Mis labios se abren, pero una ola de nervios pasa a través de mí. —
Quiero que sufra antes de morir.

—Lo hará si tú quieres. Puedo hacerlo.

—Al menos debería ser parte de ello. Ésta es mi venganza y no


quiero ser una cobarde.

—No se trata de ser cobarde. Torturar a alguien te quita mucho de


ti. Es diferente que el acto de matar. Tienes que enfrentar el
sufrimiento de la víctima, los ruegos, tienes que disfrutarlo y usarlo
como otra arma de sufrimiento contra ellos.

—¿A cuántos has torturado? Sé que Remo y Nino son famosos por
sus talentos especiales, pero no escuché ninguna historia sobre ti.

—Intenté no involucrarme en las torturas excepto cuando era


absolutamente necesario. Ambos, Nino y Remo querían que yo
ganara experiencia pero eventualmente dejaron de obligarme a
participar en esas sesiones.

Hasta Adamo, que es un Falcone, no puede soportar torturar a


alguien, ¿cómo podré hacerlo yo? —Si te molesta, si te da
pesadillas, entonces no quiero que lo hagas, no por mí. Si quiero
que sufran, tendré que hacerlo. No te pediré que hagas algo que
odias.

Adamo se ríe malvadamente, y presiona un duro beso en mis labios.


—No es que lo odie o que me dé pesadillas, Dinara. Yo lo disfruto
demasiado, ese es el jodido problema. Me deleito en el acto de
causarles dolor a otros, al menos cuando creo que se lo merecen.
Desearía que fuera diferente, pero soy un desastre. Y las personas
en nuestra lista, todos lo merecen así que será jodidamente genial
hacerlo.

—¿Así que no participaste en torturas porque te gustaba


demasiado?

Él asiente. —Sí, rápidamente me di cuenta que tenía el potencial de


ser tan bueno y creativo como Remo, pero nunca quise ser así. Yo
pensé que podía ser mejor. —su sonrisa se hace más oscura—. Pero
no lo soy, y el siguiente imbécil en la lista lo aprenderá de la manera
difícil, si me lo permites.

Trago y le doy un asentimiento. Adamo me besa y me envuelve en


sus brazos aún más apretadamente. Apenas puedo respirar, pero
solo lo abrazo con la misma fuerza. Después de los eventos del día,
después de todo lo que acabamos de discutir, mi cuerpo arde con
la necesidad de estar lo más cerca posible de Adamo. No me importa
si me hace lucir débil o necesitada. Adamo me hace sentir que está
bien no ser fuerte siempre. Él presiona un beso en mi frente y yo
cierro mis ojos, sintiéndome a salvo.

La mañana siguiente, nos dirigimos a la próxima parada de nuestro


viaje: Sacramento, el hogar del número dos en nuestra lista. Aún si
este es mi camino hacia la venganza, Adamo y yo estamos en esto
juntos. Me alegra no tener que tomar este viaje tan difícil sola.

Las ventanas del auto están abiertas mientras tomamos la


interestatal 80 hacia Sacramento. El aire cálido revuelve mi cabello
y mis ojos están cerrados. El bajo sonido de una canción de rap
saliendo de los parlantes. Los dedos de Adamo alrededor de los míos
me mantienen en calma como siempre lo hacen cuando imágenes
del pasado pasan por mi cabeza. Está vez no se apoderan de mí.
Llamé a mis demonios personales para encontrar lo que venía por
delante.

Adamo estaciona frente a la casa del número dos y apaga el motor.


La casa no es como la había imaginado. Esperaba un lugar en
abandono, sin mantenimiento. Algo que reflejara mis propios
sentimientos de oscuridad cuando su cara volviera a mi memoria.
Él había sido el temor de mi pasado.

Escalofríos corren por mi cuerpo. El jardín del frente está


inmaculadamente cuidado, con césped podado perfectamente y un
corredor blanco hermoso. Luce como una casa llena de felicidad.

—¿Estás seguro que vive aquí solo?

—No, solo no. Él comparte la casa con su madre, no tiene su propia


familia.

—¿Ella sabe?

—Sí, le dio una coartada en un caso, pero lo condenaron de todas


maneras.

Asiento, preguntándome cómo puede vivir con lo que su hijo ha


hecho, aunque ella no es mi preocupación. —¿Ella no está en casa
ahora?

—No, trabaja en una gasolinera. Estamos despejados para entrar.


Despejados para entrar. Sonrío sarcásticamente. —Lo haces sonar
como si fuéramos un equipo de SWAT.
—Lo vamos a secuestrar, así que al menos tenemos que ser
cautelosos.

—Éste es un buen vecindario así que las personas van a reportar


cualquier comportamiento sospechoso.

Adamo se encoge de hombros. —Estamos bien. Esperemos aquí


hasta que regrese del trabajo.

Nos sentamos en silencio durante casi una hora antes que un auto
se detenga en la entrada y un hombre bajo y con sobrepeso salga.
Tiene menos cabello y se ha vuelto gris, pero hasta desde lejos su
cara envió un estremecimiento a través de mi cuerpo. Mis dedos se
hunden alrededor de mis rodillas y mi respiración disminuye
mientras mi pulso se acelera. Estaba indecisa entre la urgencia de
huir y mi deseo de atacar. —¿Dinara? —dice Adamo suavemente.

Alejo mis ojos. Las cejas de Adamo se fruncen. —Estás a salvo. Los
papeles se voltearon. Tú no eres su víctima. Tú serás su juez.

—Lo sé —digo, y las palabras en voz alta desvanecen el miedo del


pasado hacia la esquina más oscura de mi mente donde la pequeña
Katinka estaba indefensa. Hoy ella conseguirá justicia.
20

Mis dedos tiemblan de nervios y emoción cuando Adamo arrastra


al hombre que lucha hasta el sótano de un almacén de la Camorra.
Teniendo en cuenta que su muerte no será rápida, Adamo había
elegido el lugar por su ubicación remota. Las paredes son gruesas
y contendrán los gritos de mi abusador.

Nunca había herido a alguien a propósito antes que Adamo y yo


comenzáramos nuestro viaje de justicieros. Nunca tuve una razón
para hacerlo. No era alguien a quien le gustara ver a las personas
siendo heridas. No me causaba emoción, ni siquiera me fascinaba.

Adamo es diferente. De vez en cuando capté el destello de


entusiasmo en sus ojos oscuros cuando hablábamos de posibles
métodos de tortura que podríamos probar con el número dos.
Adamo los había llamado por sus nombres al principio, pero preferí
darles números. Los hace parecer menos humanos y más como los
monstruos que acechan mis pesadillas.

El sótano está húmedo y el hedor de algo podrido y meado flota en


el aire. Quizás ratas. Unos charcos de agua más pequeños cubren
el suelo por donde el techo tiene goteras. —Podríamos haber usado
una de las salas de tortura de la Camorra. Están mejor equipadas
y más limpias. —comenta Adamo mientras empuja al hombre que
lucha contra la pared. Este se estrella con fuerza y cae de rodillas
con un grito ahogado.

—No —digo con firmeza. Ya había aceptado demasiada ayuda de la


Camorra, y técnicamente todavía la estaba aceptando, incluso si
Adamo no estaba haciendo esto en su calidad de Camorrista sino
como mi... amante. ¿Novio? Alejo el pensamiento.

El número dos se dio la vuelta y se puso de pie a trompicones. Sus


ojos buscan los míos. Les faltaba emoción y recordé vívidamente la
mirada en blanco en ellos cuando él puso sus manos en mí hace
muchos años. Había pagado más. Eso también lo recordaba. Mi
madre no quería que él volviera a verme, pero finalmente Cody la
convenció porque el dinero era demasiado bueno. Tres
encuentros… tres horas llenas de horror. No recordaba mucho de
ello, como si mi mente hubiera borrado partes para protegerme.

Adamo me tiende el cuchillo, una hoja curva más pequeña, no


destinada a matar, sino para mutilar o desollar. Después de
inmovilizar a mi abusador en el suelo, Adamo usa cinta adhesiva
para unir las manos y los pies del hombre.

El hombre lucha contra sus ataduras y, por primera vez, miedo real
brilla en esos ojos despiadados. Asiento con una sonrisa amarga.
—Eso fue lo que yo sentí.

Recordé el miedo asfixiante, el pánico abrumador y, finalmente, la


comprensión desgarradora que estaba indefensa. Que ni siquiera
mi madre lo detendría. Pero ahora yo tenía el control. Me acerco a
él lentamente, apretando los dedos alrededor de la hoja.

—¿Te acuerdas de mí? —le pregunto.


El hombre frunce el ceño mientras escanea mi rostro. —¡No! Lo
juro. Debe ser un malentendido.

No lo era. Lo reconocí y los Falcone se habían asegurado que fuera


la persona correcta. No habría errores, ni arrepentimientos, ni
piedad.

Miro a Adamo y asiento brevemente. Adamo desempaca su laptop y


la coloca frente al hombre. —Míralo bien —dice Adamo, la furia
hormiguea en su voz. La violencia retuerce su expresión. Tomo un
extraño consuelo al darme cuenta que incluso si fallaba, Adamo
estaría allí para hacer lo que yo no podía.

El video comienza y los ojos del hombre se abren con sorpresa. Doy
un paso atrás, le permito ver nuestros videos. En ocasiones, el
entusiasmo parpadea en sus ojos y mi estómago se aprieta ante su
evidente excitación por lo que me había hecho hace muchos años.
Quería creer que la gente podía cambiar, que podía mejorarse, pero
hasta ahora las experiencias de Adamo y las mías demostraban lo
contrario. Adamo se apoya contra la pared a la derecha del hombre
con los puños cerrados. Es obvio lo difícil que le resulta contenerse.
Cada vez que mi abusador muestra signos de disfrute, el cuerpo de
Adamo se balanceaba hacia adelante.

Apago el video cuando no puedo soportar un segundo más. Me


permito respirar profundamente unas cuantas veces para
recuperarme, para encerrar a la pequeña Katinka en lo más
profundo de mi mente antes de enfrentarme a mi antiguo
torturador. —¿Te acuerdas de mí ahora?

Su mirada se vuelve hacia la mía. No dice nada, pero el nerviosismo


de sus ojos me dice que está tratando de pensar en una excusa.
Levanto el cuchillo. Comienza a luchar contra sus ataduras de
nuevo y grita a todo pulmón pidiendo ayuda. Me estremezco ante el
volumen, escalofríos recorren mi piel. Me acero y sostengo el
cuchillo frente a su cara. —Deja de gritar —susurro con dureza. Mi
voz no es tan fuerte y amenazante como quiero.

El hombre no se detiene. Luchando aún más fuerte, casi cayendo


hacia atrás con la silla a la que Adamo lo había atado. —Cállate —
le digo con voz ronca.

El hombre ni siquiera parece escucharme. Yo soy aire para él. Le


doy una mirada a Adamo. Él sabe cómo manejar situaciones como
esta. No podía pedir ayuda, tengo la lengua demasiado pesada y
afortunadamente, no tuve que hacerlo. Adamo se aparta de la pared
y saca su segundo cuchillo. En dos largos pasos aparece a mi lado,
agarra el cabello del hombre y presiona la hoja contra su garganta.
—Cállate o te cortaré la puta lengua —gruñe sonando tan aterrador,
que incluso mi cuerpo se inclina involuntariamente lejos de él por
un momento.

Adamo disfruta de lo que hace. Sus ojos tienen la misma euforia


que recordaba al consumir drogas. Me pregunto si su caída sería
tan pronunciada una vez que el subidón se desvaneciera. Recordé
las tristes y deprimentes horas que seguían y el creciente anhelo de
la siguiente dosis. ¿Cuándo necesitaría Adamo su próxima dosis?

La mirada de Adamo se posa frenética en mi, ansiosa, hambrienta.


—Es tuyo.

Mío. Mío para juzgar. Torturar. Matar. Levanto el cuchillo y examino


la hoja afilada. Conteniendo la respiración, clavo el cuchillo en su
muslo. Mis ojos se abren, mis nudillos se vuelven blancos alrededor
del mango, sorprendida por mi propia acción. El hombre grita con
dureza, los ojos muy abiertos y agonizantes. La sangre empapa la
tela alrededor de la hoja, que todavía está enterrada dentro de su
pierna.

—Gíralo —murmura Adamo, con una voz irresistible.


Aprieto mi agarre pero no me muevo. Adamo cubre mi mano con la
suya. —Puedo ayudar.

Asiento. Guiando mi mano y girando la hoja en el sentido de las


agujas del reloj.

Los gritos se intensifican, se entierran en mi cabeza y me pone la


piel de gallina. Mi cuerpo se rebela contra mis acciones. Niego con
la cabeza y Adamo me suelta la mano. Me aparto del cuchillo.

—¿Quieres que lo haga? —pregunta Adamo.

Doy un paso atrás. No miro al número dos, sólo al hombre del que
me enamoro cada día más. Quiere ayudarme, pero más allá de eso,
está sediento de violencia. Él quiere esto, necesita esto, tal vez tanto
como yo.

—Sí —susurro.

Adamo observa al número dos con una mirada escalofriante. Un


cazador dispuesto a destrozar a su presa. Adamo arranca el cuchillo
de la pierna de número dos antes de pasarlo a través de su
abdomen, creando un corte superficial. Doloroso pero no letal.

Retrocedo mirando, fascinada y aterrorizada por Adamo, por su


concentración, su entusiasmo, su habilidad.

No puedo evitar preguntarme si yo soy la razón del despertar de su


sed de sangre, si mi solicitud había atravesado sus paredes y
desatado un hambre imparable.

—Adamo —susurro finalmente. Deja caer el cuchillo y sus ojos se


posan en mí. Le toma un latido antes de verme realmente.
—Él es tuyo ahora —dice con voz ronca.
Asiento y agarro el arma. Apretar el gatillo fue fácil y extrañamente,
se siente casi como un acto de misericordia.

El disparo sonó en el sucio sótano, seguido de un silencio absoluto.


Respiro con dificultad, tratando de bajar de mi euforia. Mi pulso
latía salvajemente en mis venas y me sentía casi invencible y en
general: estimulado y vivo. Poco a poco me volví consciente de la
presencia de Dinara. Ella se para a unos metros de mí. Lo había
visto todo sin decir una palabra, cada segundo de mi perdida el
control. Debo haber lucido como un loco mientras me perdía en la
juerga de sangre. Joder. No puedo creer que dejé que me
consumiera así.

Me encuentro con la mirada de Dinara, esperando lo peor: disgusto


y tal vez incluso miedo, pero solo encuentro comprensión y una
pizca de sorpresa. Dinara baja el arma y la vuelve a meter en la
bolsa. Me siento en cuclillas, preguntándome si debería explicarme.
Pero, ¿qué podría decir para justificar mis acciones? Soy un
maldito retorcido. Una sonrisa amarga tuerce mis labios cuando me
encuentro con los hermosos ojos de Dinara. —Un monstruo
matando a otro, una vista aterradora, ¿eh?

Dinara ladea la cabeza. —No eres como él.

—Pero soy un monstruo. Si fuera tú, querría alejarme lo más


posible de mí.
Quizás necesitaba aceptar finalmente que no podía ser mejor, que
mi naturaleza nunca me permitiría alcanzar el nivel de bondad que
había deseado cuando era más joven.

Ella niega con la cabeza, mientras su expresión se llena de


agradecimiento. —No. Hiciste esto por mí. Eso es algo que nunca
olvidaré. Y seguro como la mierda que no iré a ninguna parte,
Adamo.

—Hago esto por ti, sí, pero una pequeña parte también lo hace por
mí, porque yo lo quiero.

—Eso está bien.

Me río roncamente. —¿Bien?

—Sí, porque incluso si al final lo disfrutas, lo haces por mí. Si eso


no es prueba de... —Se calla, luciendo casi avergonzada.

—Es una prueba —Estoy de acuerdo. Demostrarle a Dinara lo


mucho que significa para mí es la razón por la que estoy aquí. Fue
por eso que comencé, pero no es por eso que continuaba una vez
que puse mis manos sobre mi víctima. Una vez que comencé mi
oscura tarea, estaba perdido, perdido en un profundo anhelo y una
oscura hambre. Me pongo de pie tambaleándome. Sentía las
piernas inestables como si me hubiera subido a una montaña rusa
con demasiada frecuencia. Esta sensación después de la tortura se
acercaba más que cualquier otra cosa a la fiebre de las drogas, y
como ninguna otra cosa podría.

Dinara toma una toalla de mi bolso y me la entrega. La tomo. Mis


manos están cubiertas de sangre y mi ropa empapada. Está
arruinada. Recordé cuando Remo y Nino regresaban a casa así y
fingía disgusto cuando realmente sentía fascinación.
Dinara me mira con calma y me pregunto qué ve. Recordé la
fascinación enfermiza que había sentido la primera vez que vi a
Remo y Nino en acción. Incluso en ese entonces, una parte de mí
se había preguntado cómo se sentiría perderme en algo tan
depravado, pero había luchado contra eso, había resistido todo el
tiempo que pude.

Dinara examina los restos del número dos. Si la vista la inquieta, lo


oculta. Una vez que mis manos están limpias, toco su brazo,
atrayendo su atención hacia mí.

—Estoy bien —digo en voz baja.

—Me alegro que hicieras lo que hiciste. Se lo merecía, pero no es


algo que yo pueda hacer. Me doy cuenta de eso ahora.

—No es necesario. Puedo hacerlo si quieres que lo haga. —Quería


sentirme así de eufórico de nuevo. Probablemente Dinara podía
verlo en mi cara.

—No quiero ser la razón por la que pierdes el control —dice.

Una oscura risa sale de mí. Toco su mejilla. —De verdad crees que
es tu culpa que yo sea así. Ese es el gen Falcone y mi maldita
crianza, no tú.

Dinara presiona un suave beso en mis labios. —Vamos a salir de


aquí. No quiero darle un segundo más de mi vida. Él obtuvo lo que
merecía. Es el pasado ahora.

Después de llamar al equipo de limpieza, Dinara y yo nos dirigimos


de regreso a nuestro motel. Es mejor que el basurero en Reno, pero
definitivamente no un lugar que invita a quedarse por mucho
tiempo.
Dinara está sentada con las piernas cruzadas en la cama cuando
salgo del baño después de una larga ducha. Ella está mirando la
lista de sus abusadores. Ya había tachado al número dos. Me
hundo a su lado. —Me pregunto cómo me sentiré una vez que
podamos tachar el último nombre.

Ese era el nombre de su madre. Todavía no habíamos hablado de


su final. Dinara evitaba el tema. No importa cuánto odiara a su
madre, matarla sería diferente a cualquier otra muerte. —Te
sentirás libre —digo. Era el resultado que esperaba.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Dinara, cambiando el tema como


siempre que discutíamos el final de nuestra venganza.

Me acerco más a ella y envuelvo un brazo alrededor de sus hombros


mientras considero mis sentimientos. No me sentía culpable, ni
siquiera un poco. Se merecía todo lo que había hecho. —Bien.
Volviendo a la normalidad.

Dinara arquea las cejas. —Normal no es una palabra que usaría


para describirte.

—Es lo mismo —digo con una sonrisa, pero me pongo serio cuando
veo la honesta preocupación en los ojos de Dinara—. Esto es sobre
ti, no sobre mí. Estamos haciendo esto para que puedas enterrar tu
pasado y encontrar la paz. Lo que siento no es importante, pero no
miento. Me siento bien. Una mejor pregunta es ¿cómo te sientes tú?

Dinara frunce el ceño como si se escuchara. —Es surrealista, todo


esto. Durante mucho tiempo, esta gente acechó mis pesadillas y no
pude hacer nada, pero ahora ya no soy la víctima y se siente bien.
Quiero seguir adelante.

—Seguiremos adelante, pero creo que es bueno para nosotros tener


un descanso durante unos días antes de movernos a Las Vegas.
Cuando Dinara y yo hicimos la lista por primera vez y discutimos
nuestro plan de venganza, acordamos regresar al campamento
después de los dos primeros asesinatos para conducir dos carreras
antes de dirigirnos a Las Vegas, donde viven el resto de los
abusadores. Nos daría tiempo para calmarnos y reduciría al mínimo
las especulaciones en el campo.

—Lo sé —dice Dinara—. Pero ahora que hemos comenzado, odio


parar.

—¿No quieres tiempo para dudar de nuestras acciones?

Dinara se encoge de hombros. —Quizás. No puedo imaginar que mi


conciencia se convierta en un problema, no con la forma en que me
siento ahora, pero yo... —suspira—. No lo sé. No quiero arriesgarme.
Quiero que todos obtengan lo que se merecen.

—Lo harán, porque seguro como la mierda que mi conciencia no se


convertirá en un problema.

Dinara sonríe extrañamente y me besa. —Quien iba pensar que


alguna vez me enamoraría de un mafioso italiano... —Ella cierra los
labios de golpe, los ojos muy abiertos.

El subidón de la tortura no era nada comparado con lo que sentía


ahora.

Abro la boca pero Dinara me tapa los labios con la mano. —No digas
nada. Ahora no.

Mis ojos se arrugan con diversión. Besando su palma, asiento con


la cabeza. Lentamente, Dinara baja la mano.
—Nunca pensé que me enamoraría de una princesa Bratva —me
apresuro a decir.

Dinara me besa con fuerza. —Cállate cállate. No quiero hablar de


emociones, no ahora. Todavía no.

—Después de todo lo que hemos hecho y todo lo que planeamos


hacer, ¿tienes miedo a las emociones? —bromeo. Sus ojos me
ruegan que me callé y esta vez lo hice. En cambio, la acerco a mí y
le muestro con mi cuerpo lo que siento. Sin necesidad de palabras.
21

Dinara y yo regresamos al campamento y participamos en las dos


carreras siguientes, pero nuestros corazones no estaban
interesados. La lista ocupaba nuestros pensamientos. Era inútil
fingir lo contrario. Nos dirigimos a Las Vegas la mañana después de
la segunda carrera, incapaces de aguantar más para continuar con
nuestra venganza. Ambos estábamos ansiosos.

Pagamos por otro motel en mal estado en la parte antigua del Strip.
Un lugar como este se sentía más apropiado para nuestra búsqueda
que un hotel de cinco estrellas. No regresaríamos al campamento
hasta que todos los apellidos de nuestra lista estuvieran tachados,
sin importar cuánto tiempo tomara. Las carreras podían esperar.

Los siguientes asesinatos transcurrieron sin problemas, sin


tortura. Matanzas fáciles que Dinara ejecutó con un arma de fuego.
Contuve mis propias ansias de sangre, permitiéndole hacer esto en
sus propios términos. Peor que resistir mi sed de sangre era ver las
grabaciones. Cada minuto se quemaba en mi cabeza y, a veces,
incluso me seguían en mis pesadillas.

Dinara yace estirada en la cama a mi lado después de tachar el


número seis, completamente desnuda y hermosa más allá de las
palabras. Verla así y recordar las grabaciones que había visto de
ella era difícil de conciliar. Dinara había sobrevivido a horrores que
yo ni siquiera podía comprender, y se había vuelto feroz y decidida,
pero también amable. Muchas personas se habrían agotado
después de todo lo que ella había pasado.

No habíamos vuelto hablar de nuestras emociones, habíamos


evitado el tema con cuidado, pero mirándola ahora, el deseo de
expresar mis sentimientos era casi irresistible.

Los ojos de Dinara me dicen que sabe lo que estaba pensando. —


Todavía no —susurra.

Sonrío con ironía. —¿Cuando?

—Todavía no —dice simplemente.

La tortura hizo rugir mi sangre. Todavía estaba drogado, eufórico,


pero ya no estaba perdido en un trance. Dinara tenía toda mi
atención. La forma en que había desatado su dolor. Las últimas
muertes habían sido casi inexpresivas. Dinara había disparado a
todos los abusadores con una bala en la cabeza. Tranquila y
controlada. Pero hoy había sido diferente. Al igual que con su
primer asesinato, Dinara se había perdido en la necesidad de
venganza. Tal vez fue porque nos enfrentamos a dos abusadores,
una pareja casada, y ambos habían abusado de Dinara. Su ira se
había centrado principalmente en la mujer. Había perdido la cuenta
de las veces que Dinara la apuñaló. Ella había atacado salvajemente
una vez que terminó, había matado como si estuviera poseída.

Ahora se había hecho el silencio en la celda debajo del Sugar Trap.


Estaba congelado mientras miraba a Dinara.

La sangre cubre sus labios, una franja de color contra su piel


pálida. Incluso el rojo llameante de su cabello palideció en
comparación.

Yace inmóvil sobre el frío suelo de piedra, con los ojos muy abiertos
al techo, pero sin ver lo que tenía delante.

Dejo caer el cuchillo. Aterriza con estrépito y la sangre salpica a su


alrededor. Por un segundo, una astilla de mi cara se refleja en el
único punto limpio de la afilada hoja. Por primera vez en mi vida,
entendí el miedo que las personas abrigaban cuando escuchaban
mi apellido. Falcone.

Hoy mi expresión justifica su terror.

El derramamiento de sangre está en mis genes. Toda mi vida, había


luchado contra este deseo en lo profundo de mis venas, lo había
atenuado con drogas y alcohol, pero su llamado siempre había
estado presente, una corriente subterránea en mi cuerpo que
amenazaba con hundirme.

No lo había dejado. Me había arrojado de cabeza a su profundidad,


había seguido la corriente hasta la parte más oscura de mi alma.
Durante tanto tiempo, este día había sido mi mayor pesadilla, un
miedo sin medida. Pero joder, hoy lo sentí como un renacimiento,
como un regreso a casa a mi verdadero yo.

Mis palmas están pegajosas con su sangre y se siente perfecto.


Nunca antes había matado a una mujer, y mucho menos había
causado dolor a propósito, pero después de ver la grabación, ella se
había vuelto sin rostro para mí, un simple objetivo que necesitaba
erradicar.
Ninguna carrera callejera podría competir con la emoción, la euforia
absoluta de una muerte, y menos aún con el poder de la tortura.

Negar la propia naturaleza es vivir una mentira. Sólo las drogas en


todas sus formas y tamaños lo habían hecho posible. No más.

La gente finalmente tendría una razón para el apodo que nos dieron
a mis hermanos y a mí.

Los monstruos de Las Vegas.

Mi lado monstruoso había salido a jugar, pero la juerga apenas


había comenzado.

Remo y yo somos similares en apariencia, pero esa no era nuestra


similitud más sorprendente. Su crueldad y brutalidad me habían
horrorizado la mayor parte de mi vida porque reflejaba una parte de
mí que despreciaba. Hoy hice las paces con él y conmigo.

Tenía que agradecerle a Dinara por eso.

Vuelve la cabeza y me mira parpadeando, su pecho palpita. —


¿Siempre será así?

—¿Cómo? —pregunto con voz ronca. Ni siquiera estaba seguro de


por qué me dolía la garganta. A diferencia de nuestra víctima, yo no
había gritado. Casi no había dicho nada.

Respira hondo como si necesitara tiempo para ordenar sus


pensamientos, para formar las palabras adecuadas. —Estoy
igualmente horrorizada y disgustada por lo que hicimos, y también
me siento regocijada y empoderada. ¿Siempre será así? Este
conflicto me desgarra el pecho porque me perdí por completo en la
sed de sangre. Solo apretar el gatillo es diferente, pero esta... esta
muerte personal... —Ella suspira.

Me acerco a ella y me hundo de rodillas a su lado. —No lo sé.


Ella busca mis ojos. —¿Qué sientes, Adamo?

Considero mentir, enmascarar mis verdaderos sentimientos. —


Horror no. Ni asco. —Mi mirada se desvía hacia los cadáveres,
esperando un destello de arrepentimiento, cualquier tipo de
emoción que una persona normal sentiría, pero no había nada, sólo
la necesidad de repetir lo que acababa de experimentar. Cuando
vuelvo a mirar a Dinara, la comprensión llena su expresión. El
monstruo es difícil de esconder una vez que lo sacabas a jugar.

—Te gusta cada vez más lo que hacemos.

Sonrío oscuramente. —Sabes cómo nos llaman a los Falcone.

Remo y Nino estarían muy orgullosos de mí si me hubieran visto


así. El orgullo precede a la caída. Siempre les había dado una
excusa a lo que hacían, a lo que disfrutaban haciendo, y ahora aquí
estaba yo.

Ella se sienta y toma mi mano, entrelazando nuestros dedos.


Nuestras palmas se pegan con la sangre de nuestras víctimas. —No
podría haber hecho esto sin ti. No puedo seguir sin ti.

—¿Quieres ceñirte a nuestro plan? ¿Incluso tu madre?

—Sí —dice sin dudarlo—. Quiero que paguen, todos y cada uno de
ellos. Deben sangrar.

Aprieto su mano. —Y sangrarán, Dinara. Sus gritos ahuyentarán a


los fantasmas que dejaron en tu alma por sus acciones.
Dinara niega con la cabeza con una pequeña sonrisa. Presiona un
beso en mis labios. Sabe a sangre y lágrimas, e incluso eso no me
disgusta. —Poeta y asesino. Nunca dejas de sorprenderme, Adamo.
—Sus ojos brillan con resolución—. Creo que me estoy enamorando
de ti.

La sorpresa me invade. —¿Qué pasó con todavía no?

Dinara niega con la cabeza. —¿Por qué debería tener miedo?

Probablemente haya cientos de razones por las que nuestras


emociones deberían asustarnos, pero me importan una mierda
cualquiera de ellas. Acuno su cuello, acercándola más. —Iré contigo
en cada paso del camino. Te daré la justicia que te mereces, incluso
si me toma hasta mi último aliento.

—No —susurra—. Ninguno de nosotros va a dar su último aliento


por estas repugnantes criaturas. Vamos a vivir cuando su sangre
haya terminado de derramarse.

La beso de nuevo, más fuerte esta vez, mi lengua separando sus


labios. Mi mano vaga por su espalda.

Dinara se aparta con un movimiento de cabeza. —No puedo. Así no.


—Hace un gesto a su estado cubierto de sangre—. No junto a ellos.
—Ella asiente con la cabeza hacia los cuerpos—. ¿Podrías tú?

Deseé que la respuesta hubiera sido no, pero mis venas latían con
los restos de adrenalina de la muerte y el deseo. Podría haber follado
con Dinara aquí mismo, en el suelo frío y empapado de sangre. Me
pongo de pie y le tiendo la mano. —No hagas preguntas si las
respuestas te pueden asustar.

Dinara toma mi mano y la pongo de pie. Me toca el pecho, clavando


las uñas. —Nunca te tendré miedo. —Su rostro se acerca mucho
hasta que es todo lo que puedo ver—. Porque tu monstruo nunca
me hará daño.

Asiento con la cabeza, porque es cierto. —Vamos a darnos una


ducha y comer algo. Mañana tendremos un largo día.

Dinara mira de reojo a los cadáveres. —¿Qué pasa con ellos? ¿No
tenemos que deshacernos de sus cuerpos?

Saco mi celular y llamo a Nino. Él y Remo están arriba en la oficina


y manejarán la situación. —Se solucionará.

Dinara asiente. Subimos las escaleras, cubiertos de sangre y


extrañamente eufóricos. Al salir del bar, nos encontramos con
Remo y Nino. Remo me mira a los ojos, pero no dice nada. Le doy
un pequeño asentimiento. Hoy, tal vez por primera vez, realmente
lo entendí y él lo vio en mi cara.

—Nos ocuparemos de los cadáveres —dice Nino con total


naturalidad.

Una energía nerviosa rodea a Dinara cuando salimos de Sugar Trap,


pero cuanto más nos acercábamos al coche, más tranquila se veía.
Abre la puerta del pasajero y suelta una pequeña risa. —Realmente
lo hicimos. Casi hemos terminado con nuestra lista.

Sólo quedaba un nombre, un nombre que evitamos mencionar.

Prácticamente pude ver cómo le caía el peso de ello. La euforia


estaba desvaneciendo cualquier atisbo de ansiedad. Por ahora, sus
demonios fueron puestos a descansar. Sin embargo, no se irían
para siempre. Estaba íntimamente familiarizado con los demonios
del pasado. Volverían para perseguirla, pero habrían perdido parte
de su poder sobre ella.
—Lo hicimos, y no nos detendremos hasta que obtengas lo que
quieres.

Subimos al coche y piso el acelerador, saliendo disparado de la


ciudad. Dinara se acerca, su palma cubriendo mi polla a través de
mis jeans. Le doy una mirada inquisitiva. Sus labios forman una
sonrisa burlona, pero en sus ojos, la oscuridad se mezcla con la
lujuria. Joder, y me excita. La habría follado allí mismo con los
cadáveres.

Ella frota más fuerte. Reduzco la velocidad del coche, queriendo


detenerme. Ella sacude su cabeza. —Sigue conduciendo. Rápido.

Elijo calles laterales que están menos concurridas a esta hora de la


noche. Mi pie presiona el acelerador de nuevo.

Dinara asiente y baja los ojos hacia mi bulto. Se desabrocha el


cinturón y se acerca más antes de abrir mi cremallera. Después de
un poco de torpeza, mi polla se libera y ella se la lleva a la boca.

Siseo al sentir su húmedo calor. Su lengua bordea mi punta antes


de succionarme aún más profundo. Una de mis manos se enreda
en su melena roja mientras su cabeza se balancea hacia arriba y
hacia abajo. Mis ojos están fijos en la calle de enfrente, corriendo a
través de la oscuridad cercana.

Gimo cuando Dinara chupa sólo la punta mientras sus manos


palmean mis bolas a través de los jeans. Los sonidos húmedos de
su boca trabajando en mi polla llenan el auto. Mis dedos se aprietan
en su cabello cuando embisto su garganta. Ella se echa hacia atrás
un poco, sólo para trabajar mi punta más febrilmente aún con su
boca y lengua. Mis dedos se cierran con más fuerza alrededor del
volante cuando la primera pulsación traicionera se apodera de mis
bolas. Dinara me chupa más fuerte, sus dedos masajeando mis
bolas hasta el orgasmo, y luego el placer me atraviesa y me corró
directamente en su boca.

Gimiendo, muevo mis caderas, mi pie en el acelerador se afloja,


mientras Dinara me ordeña hasta secarme. —Joder —gruño
mientras casi desvío el auto de la calle. Dinara levanta la cabeza,
sonriendo oscuramente, sus labios cubiertos con mi semen. Su
lengua saliendo disparada y lamiendo.

—Tu turno ahora —digo con voz ronca, conduciendo el auto hacia
el costado de la carretera.

Agarra el volante y empuja el coche hacia la calle. —Sigue


conduciendo. Rápido.

Niego con la cabeza. —No puedo comerte mientras conduzco.


Incluso mis habilidades de conducción no son lo suficientemente
buenas como para conducir a ciegas.

Ella sonríe con malicia. —Dame un dedo y conduce.

Acelero una vez más mientras veo a Dinara bajarse sus pantalones
y tanga en un solo movimiento, revelando esas piernas delgadas y
sexy y su delicioso coño con el vello rojo recortado. Me da una
mirada que me dice que sabe el efecto que su cuerpo tiene en mí.
Ella apoya la espalda contra la puerta y apoya una pierna contra
mi muslo, dándome una vista privilegiada de ese húmedo y rosado
coño empapado.

—Ojos en la calle, Falcone —dice con una sonrisa atrevida.

—¿Cómo se supone que debo concentrarme en conducir si tu coño


me está tentando?

—Eres un chico grande. Puedes lidiar con ello. Ahora hazme llegar.
Me río entre dientes mientras vuelvo mis ojos a la calle. Extendiendo
la mano y ahueco la rodilla de Dinara, luego lentamente arrastro mi
mano por la parte interna de su muslo. —Más rápido.

—¿El coche o mis dedos?

—Ambos —sisea, agarrando mi muñeca y presionando mis dedos


contra su coño mojado. Gimo al sentir su calor acogedor, sabiendo
que se sentiría perfecto alrededor de mi polla.

Deslizo dos dedos dentro de ella. Ella gime, sus paredes apretadas
alrededor de mis dedos.

Pronto las caderas de Dinara giran frenéticamente, conduciendo


mis dedos más profundamente en su coño. Las luces de Las Vegas
aparecen a la vista y pronto pasamos por edificios y aceras
abarrotadas.

Toco a Dinara aún más rápido hasta que ella grita, sus músculos
internos apretando duramente alrededor de mis dedos. Sigo
follándola pero disminuyo la velocidad. Mi pie en el acelerador
también se afloja y pronto la confusión de hoteles y personas se
hacen distinguibles. Dinara apoya la mejilla contra el cristal,
mirando con los labios entreabiertos. Curvo mis dedos, haciéndola
gemir y empañar el cristal. Entro en el estacionamiento de un hotel
al azar y estaciono a un lado. En el momento en que el auto se
detiene, empujo mi asiento hacia atrás.

Dinara no duda antes de subirse a mi regazo y bajar sobre mi polla.

Los pasajeros de los autos que pasan nos miran con sorpresa. Es
sólo cuestión de tiempo antes que sus informes traigan a la
seguridad o incluso a la policía aquí. Agarro el cuello de Dinara y la
bajo para darle un beso mientras mi otra mano palmea su firme
trasero mientras me monta. Nuestros cuerpos parecen volverse uno
y nuestro entorno se desvanece en el fondo.

Nos aferramos el uno al otro casi desesperadamente, como si fuera


la última vez que estaríamos cerca.

Cuando regresamos a nuestra habitación de motel esa noche,


nuestro estado de ánimo es solemne. Casi habíamos llegado al final
de nuestra lista y, con él, al final de nuestro viaje de vigilantes.
Después de eso, tendríamos que volver a nuestra vida normal, o tan
normal como podría serlo. Nos metemos juntos en la cama, ambos
de espaldas, con los brazos tocándose.

—¿Qué vamos a hacer después de la última matanza? —pregunto.

Dinara parpadea hacia el techo. —Espero sentirme libre.

—Yo también lo espero, pero eso no es lo que quise decir.

Se da la vuelta para mirarme con una sonrisa solemne. —Lo sé.


¿Supongo que volverás al campamento de carreras?

—La temporada ha terminado, además, con todas las carreras que


me perdí no podré estar entre los diez primeros.

Dinara asiente. Acaricia con las yemas de los dedos la barba


incipiente de mi barbilla y mejilla. —¿Entonces volverás a Las Vegas
para celebrar la Navidad con tus hermanos?
La Navidad parecía estar a años luz de distancia, incluso si solo
faltaba un mes para la víspera de Navidad. —Ese es el plan, sí —
digo lentamente—. Pero pensé que podrías unirte a mí.

La sorpresa cruza el rostro de Dinara. —¿Quieres que pase las


fiestas con tu familia?

—Conmigo y con mi familia —le corrijo—. ¿Realmente te sorprende


tanto que te quiera a mi lado, incluso durante las fiestas? Hemos
pasado día y noche juntos durante los últimos meses, y para ser
jodidamente honesto, a pesar de toda la mierda brutal que implicó
nuestra aventura, fue el mejor momento de mi vida.

—Entonces deberías reconsiderar tus elecciones de vida —dice con


una sonrisa irónica, pero sus ojos tienen ternura—. Dice mucho de
ti y de mí que también fuera el mejor momento de mi vida. Estamos
jodidos.

—¿Y que sí es así?

—Una vez que hayamos terminado con la lista, tú seguirás siendo


Camorrista y yo seguiré siendo la hija del Chicago Pakhan. ¿Hay
alguna manera que esto funcione? —Sus labios rozan los míos y
sus ojos tienen esperanza y ansiedad.

—Si es que queremos.

—Mi padre no quiere la guerra con el Outfit. Eso golpearía


demasiado cerca de casa, pero si accede a una tregua con tus
hermanos, eso muy bien podría conducir a una declaración de
guerra por parte del Outfit.

—No peleamos por el mismo territorio —digo—. Tu padre gobierna


Great Lakes. No tenemos que declarar una tregua para ignorar la
existencia del otro.
—¿Crees que ignorar la existencia del otro es suficiente para que tú
y yo seamos una pareja oficial? ¿Dónde viviríamos siquiera? No
podríamos vivir juntos en Chicago porque eso causaría problemas.

—Sin mencionar que el Outfit tendría un día de fiesta si me


pusieran las manos encima para terminar lo que comenzaron.

Dinara acaricia la cicatriz en mi antebrazo distraídamente mientras


continuaba, —Y yo viviendo en Las Vegas quedaría igual de mal. No
importa lo que digamos, la gente me consideraría parte de la
Camorra y sospecharía de una tregua entre tu familia y la mía, que
tendría el mismo resultado. Guerra entre las Bratva y el Outfit.

El Outfit tiene fuertes lazos con la élite política en Chicago e Illinois.


Incluso si la Camorra y la Bratva lucharan juntas para atacar,
significaría mucha atención no deseada. Eso no era algo que
quisiéramos o necesitáramos. Pero no estoy dispuesto a renunciar
a Dinara por la política de la mafia.

—Quiero que estemos juntos. Si ambos lo queremos, nada puede


detenernos.

Dinara apoya su frente contra la mía. —Hablemos de esto una vez


que hayamos terminado.

Ella todavía no podía decirlo. El último nombre de nuestra lista era


el mayor desafío de Dinara.

—No será fácil. Quizás no puedas seguir adelante con eso. Y eso
también está bien. Eso no significa que hayas fallado o que todavía
estás encadenada por el pasado.

—Tengo que hacerlo —susurra Dinara—. Tengo que matarla.


Beso su sien. Lo que fuera necesario para ayudar a Dinara, lo haría.
Antes que pudiera continuar con el asesinato de mi madre,
necesitaba regresar a Chicago. Adamo se mostró reacio a dejarme
ir, pero al final, entendió y aceptó mi necesidad de hablar con mi
padre.

Entré al vestíbulo de nuestra mansión. Por un momento, solo inhalé


el aroma familiar. Odiaba vivir en esta jaula dorada y, sin embargo,
siempre la extrañaba. O tal vez simplemente extrañaba Rusia.

Papá esperaba en su oficina. Incluso el Zar no podría haber tenido


un espacio de trabajo más magnífico. Papá mira hacia arriba
cuando entro.

Derramamiento de sangre es su profesión. No me hacía ilusiones


con respecto a las atrocidades de las que es capaz. Si quisieras
convertirte en cualquier cosa en la Bratva, no podías permitirte una
conciencia. Pero yo siempre había sido su pequeña niña, una
muñeca preciosa que quería mantener alejada de los terrores de su
negocio.

Ahora había mostrado mis verdaderos colores. Había torturado y


matado. Yo era una Mikhailov.

No se levanta de su silla, sólo se inclina hacia atrás, mirándome de


cerca. —Trabajaste con la Camorra para repartir la venganza que
yo podría haberte dado. ¿Por qué pedirías ayuda al enemigo pero
no a tu propio padre?

La decepción y la ira resuenan en su voz profunda. Sus ojos me


golpean con toda la fuerza de su decepción. Camino hacia él, mis
tacones haciendo clic en el parquet. El disfraz de señorita rusa
apenas oculta lo que realmente hay debajo, una asesina destrozada
y desordenada.

—Porque nunca me habrías permitido ser parte de los asesinatos.


Mi única oportunidad de vengarme era buscar otros aliados.

Padre golpea el escritorio con la palma de la mano y se pone de pie


de un empujón, elevándose sobre mí. —Porque no quería sangre en
tus manos. Quería protegerte del mal de este mundo. Y los malditos
Falcone te arrojan directo al abismo del infierno.

Enfrento su mirada furiosa. Hombres adultos caían de rodillas ante


este hombre, pero yo nunca le había tenido miedo. Tal vez fui una
tonta por pensar que estaba a salvo de su lado cruel. —Protegerme
ahora, en contra de mi voluntad, podría agregar, no hará que el
pasado se deshaga. Sé que te sientes culpable por no poder
protegerme en ese entonces.

La furia se multiplica, sus ojos prácticamente arden de rabia, pero


detrás de ella se enciende la culpa.

—Los Falcone nunca tuvieron el poder de arrojarme a ningún


abismo, porque llevo años viviendo en un jodido infierno, desde el
momento en que el primer bastardo me violó.

Padre agarra uno de los costosos huevos Fabergé de su escritorio y


lo arroja contra la pared más cercana. Se hace añicos con un
estruendo ensordecedor y cada hermosa pieza cae al suelo. La
palabra violación es algo que habíamos pasado por alto hasta
ahora. Sabíamos lo que había sucedido, pero de alguna manera
poner una palabra amenazaba con empeorar las cosas. Tomo su
mano, acercándome. —No puedes salvarme, papá. Nadie puede.
Necesito salir del abismo al que me arrojó mi madre.

—No pronuncies ese nombre.

—Matar a esos hombres se sintió bien, muy bien. Su dolor quitó


algo del mío.

Padre ahueca mis mejillas, buscando en mis ojos como si esperará


encontrar a la pequeña hija que había vestido con vestidos de
princesa. Pero esa chica estaba muerta, murió muchas muertes
dolorosas para renacer como algo vil y vengativo. —Si pudiera
deshacer lo que te han hecho, mataría a todos y cada uno de mis
hombres solo para recuperar a mi pequeña Katinka.

Mis ojos se arrugan. —Lo sé. Pero está muerta, y ahora me


aseguraré que todas las personas que la mataron también lo estén.

—Un padre nunca quiere que su hija se vuelva como él, no si es un


hombre como yo.

—Me alegro de ser como tú en este sentido. Me alegro de haber


podido sostener el cuchillo que ejecutó la matanza. Me alegro de no
ser la princesa que necesita un príncipe para ajustar sus cuentas.

—Pero recibiste ayuda del príncipe Falcone, ¿no es así?

Asiento —Me ayudó a localizarlos. Pero fui yo quien los mató. Están
todos muertos. Ahora sólo queda mi madre.

—Debería ser yo quien la mate, no tú. Matar a una mujer, matar a


tu madre, dejará cicatrices. Cicatrices que no creo que debas
infligirte.
Sonrío sin emoción. —Ella es el peor monstruo de todos. Esa mujer
es la razón por la que nunca sabré qué significa realmente la
palabra "madre". Matarla me hará libre.

Padre me acaricia la mejilla. —Espero que así sea. Realmente


espero que así sea, pero sí he aprendido algo a lo largo de los años,
es que la venganza rara vez nos libera. Sólo nos encadena a nuevos
demonios. A veces, esos solo se unen a los antiguos. No puedo
perderte, Dinara.

Me aparto con el ceño fruncido. —Crees que me escaparé con


Adamo, unirme a la Camorra.

—Esa no es la pérdida que me preocupa. —Sus dedos se curvan


alrededor de mi antebrazo.

—No traté de suicidarme. Y no me he cortado en un tiempo. —A


pesar de los muchos años que habían pasado desde mi desliz, papá
no pudo superarlo y me siento culpable por eso, pero estaba
tratando de vivir una vida nueva y mejor.

Los ojos de padre se vuelven distantes. —Cuando Dima te encontró


en un charco de sangre con espuma alrededor de tu boca, pensé
que te había perdido.

—No volveré a tener una sobredosis, padre. Estoy limpia. Sabes que
nadie me va a vender mierda en tu territorio de todos modos.

—¿Y el territorio de la Camorra?

—Allí tampoco, créeme. Adamo se aseguró de ello.

—Adamo —repite padre, con un brillo peligroso en sus ojos—. ¿Qué


hay realmente entre este chico Falcone y tú?
—No es un chico, padre.

Padre sigue mirándome a los ojos. —¿Es serio?


—¿Qué harías si dijera que sí?

—Vas a estar dividida entre dos mundos.

—Es el mismo mundo, sólo diferentes lados.

—Exactamente. Sabes que no puedo permitir que salgas con el


enemigo. Nadie lo entenderá.

—No tienen que hacerlo, siempre y cuando tú lo hagas.

—¿Te das cuenta en qué posición me pones? Permitirte seguir


deambulando por tierras de la Camorra pone en riesgo el negocio.
Moscú no estará feliz con eso.

—No sé nada acerca de tu negocio, e incluso si lo supiera, no se lo


diría a nadie.

—Si la Camorra te usara como cebo, me tendrían en sus manos y


lo sabes.

Sonrío con ironía. —Conoces a Remo mejor que yo, e incluso yo sé


que él nunca me usaría así.

—Ese hombre no tiene un hueso amable en su cuerpo, Dinara. Hay


una razón por la que controla el Oeste sin contratiempos.

—Hay una razón por la que eres Pakhan, Padre. Y aún así, vives de
acuerdo con ciertas reglas. Una de ellas se asegura que me permitas
hacer lo que hago aunque no lo apruebes, y las mismas reglas
hacen que Remo Falcone me vea como fuera de los límites también.
—Tener hombres como nosotros en tu mano, es una posición
poderosa en la que estar, espero que te des cuenta —murmura,
ahuecando mi cabeza—. Te estoy regalando más libertad de la que
jamás permitiría a nadie más y no por estas reglas que mencionas.

—Por lástima —supuse.

Padre sonríe con nostalgia. —Oh, tampoco es por lástima. La chica


que tengo hoy ante mí no necesita mi lástima. —Besa mi sien—. El
amor es un juego de tontos. No lo juegues.

—Necesito regresar a Las Vegas para terminar lo que comencé.

Los labios de padre se tensan. —No te pierdas a ti misma. No le des


a tu madre ningún poder sobre ti. Ella merece morir y ser olvidada.
22

Los últimos asesinatos habían sido fáciles, más fáciles de lo que


deberían haber sido, pero tal vez matar estaba en mi sangre como
Adamo siempre afirmó que estaba en la suya.

Sin embargo, hoy es diferente, y nada de esto sería fácil. Me sentía


aún más nerviosa que antes del primer asesinato. Adamo aprieta
mi mano, su mirada buscando la mía, tratando de determinar si
estoy bien.
No estoy segura de lo que estaba sintiendo. Mis emociones se
derrumban sobre sí mismas, y vomito lo poco que había
desayunado. Esta era la cumbre que tenía que escalar. Cada
muerte hasta este punto había sido una mera preparación para este
día. Cuando hablé con Padre ayer, me ofreció matarla si no podía
hacerlo. Adamo tampoco dudaría en quitarme esta carga de encima,
pero no podía permitir que ninguno de los dos matara por mí. Esto
era entre mi madre y yo. Ella fue quien me vendió al mejor postor,
quien me arrancó de mi casa y de mi padre porque quería libertad.
Padre nunca había revelado los detalles de su relación, hasta
anoche. La había conocido como escort, pero sus encuentros
sexuales terminaron en que mi madre se quedó embarazada de mí
y mi padre insistió en que me tuviera. Más tarde, le prohibió
trabajar como escort, la envió a una clínica de rehabilitación y la
obligó a vivir en su mansión, así que tuve una madre. Él quería que
tuviera padres, pero mi madre nunca había querido tenerme, ser
madre, estar limpia. Quería recuperar su vida y cuando quedó claro
que mi padre no se la daría, me utilizó como un medio para
castigarlo y conseguir lo que quería.

—¿Dinara? —Adamo pregunta, preocupado.

Salgo de mis pensamientos. Estamos aparcados frente al edificio de


apartamentos donde vive mi madre. Ayer había intentado huir
después de haberse enterado de los asesinatos, pero un soldado de
la Camorra había vigilado su lugar. Ahora esperaba que llegáramos.
Me pregunto si sabe que compartirá el mismo destino que cualquier
otro nombre de nuestra lista o si espera misericordia.

Agarro la manija de la puerta. —Estoy lista. —Mi voz suena


resuelta, decidida, tranquila, lo opuesto a lo que estaba sintiendo.

Adamo y yo tomamos el ascensor hasta el tercer piso y luego nos


dirigimos hacia la última puerta a la izquierda. Un hedor
polvoriento y rancio permanece en el pasillo y la alfombra había
visto días mejores. Adamo llama. Aprieto mis manos en puños para
evitar que tiemblen. Había esperado este día durante mucho
tiempo, pero ahora estaba aterrorizada. Un hombre de mediana
edad, el soldado de la Camorra, abre la puerta y nos deja entrar.
Adamo entra primero y yo lo sigo después de un momento de
vacilación. El lugar no es lo que esperaba. Pensé que sería un lugar
triste y sucio, pero el apartamento está limpio y recién amueblado
con mucho vidrio, mármol falso y decoración dorada. Fotos en
blanco y negro de mi madre en lencería cuelgan de la pared sobre
el sofá de cuero blanco. No encuentro ni rastro de mí en ningún
lugar del apartamento. Probablemente mi madre se había olvidado
de mi existencia.
Cuando la veo, un escalofrío recorre mi espalda y el deseo de irme
se vuelve casi imparable.

La última vez solo había visto a mi madre de lejos. Ahora solo nos
separan unos pocos metros. Recordé que Padre había comparado
mi belleza con la de mi madre cuando era muy pequeña, antes de
que nunca volviera a hablar de ella. La belleza aún permanecía bajo
sus arrugas y del ceño alrededor de su boca y frente. Está con un
vestido de aspecto caro, con uñas y cabello impecables. Un cigarrillo
arde en el cenicero de la mesa de cristal frente a ella. Sus ojos se
mueven entre Adamo y yo, la ansiedad cubre su rostro.

—Katinka —dice en voz baja, como si estuviera feliz de verme, como


si tuviera algún derecho a llamarme por el nombre que me había
arrancado.

—No lo hagas —me enfurezco—. No uses ese nombre. Ahora soy


Dinara. ¿O tal vez quieres usar uno de los muchos nombres que
elegiste para mí mientras dejabas que un hombre tras otro me
violara?

Ella palidece. Puedo ver cómo está tratando de pensar en algo que
decir. Toma el cigarrillo y da una calada temblorosa. Nunca volvería
a fumar. Su energía nerviosa me dice que necesita algo más fuerte
que el tabaco. Drogas. No puedo creer que hubiera seguido sus
pasos y también caí en la trampa de la adicción. Juro que nunca
volveré a tocar nada. Nunca me convertiré en la mujer despreciable
ante mí.

—Dinara —comienza vacilante—. Nunca quise que salieras


lastimada. Estaba en un mal estado de ánimo. Estaba llena de
desesperación.

Me tambaleo más cerca de ella, lágrimas furiosas arden en mis ojos.


—¿Desesperación?
—Tu padre…

Su perfume familiar, demasiado dulce y demasiado fuerte penetra


en mi nariz, trayendo recuerdos vívidos que casi me doblan las
piernas. —Mi Padre te prohibió consumir drogas. Quería que me
cuidaras. Él te proveyó para que pudieras ser una madre para mí.
Te dio dinero para que ya no tuvieras que vender tu cuerpo.

—Nunca pedí nada de eso. Estaba feliz con lo que tenía.

Trago saliva. Ella no parece culpable en absoluto.

—No sabía lo que esos hombres te hicieron. Te lastimaron a ti, no


a mí.

No podía creer su audacia. —Hay grabaciones de lo que pasó. Estás


en muchas de ellas, diciéndome que sea amable con esos imbéciles.
Grabaste lo que pasó. ¡Lo sabías, no finjas que no lo sabías!

—Yo... estaba drogada. Esos hombres me presionaron.

—Puedes culparlos a ellos o a mi Padre, pero el verdadero monstruo


eres tú, Eden. Ellos no me conocían. Deberías haberme amado.

Hace un movimiento como para ponerse de pie, pero Adamo le lanza


una mirada de advertencia.

—Era demasiado joven cuando te di a luz. Ni siquiera quería tener


un hijo —dice, mirando de él a mí. El cigarrillo que tiene entre los
dedos casi se ha terminado.

Aprieto los labios, recordando las palabras de Padre. Mi madre no


me había querido. Quería abortar, pero él no se lo permitió. No le
permitiría deshacerse de su hijo. No la odiaba por no estar lista para
tener un hijo, ni siquiera porque hubiera querido abortarme, la
odiaba por cómo me había usado, por cómo dejó que otros abusaran
de mí solo para poder vivir la vida que ella quería. Eso no era algo
que pudiera perdonar.

—Se supone que una madre debe proteger a su hijo de todo daño,
no ponerlo en su camino. Yo te amaba. Confié en ti y lo destruiste
todo. Arruinaste mi vida.

Ella me hace un gesto. —Estás aquí ahora y te ves fuerte.

—Estoy aquí gracias a Padre, porque él me protegió.

—No te vuelvas como él, no me mates, Dinara. Puedo salir de


Estados Unidos para que nunca más tengas que volver a verme.

—Quizás puedas huir de lo que pasó, pero yo no. Siempre será parte
de mí.

Madre le lanza una mirada evaluadora a Adamo, como si se


preguntara si él podría ser su salvación. Ella no lo conocía. Él era
la última persona de quien podría esperar misericordia.

—¿Alguna vez tuviste pesadillas por lo que me hiciste? —le


pregunto.

—Remo Falcone se aseguró que no pudiera olvidar lo que sucedió


—dice, pero no lo dice como si esto le hubiera causado angustia en
mi nombre. Su voz suena con autocompasión. Se encuentra con la
mirada de Adamo. —Él es tu hermano. Sabes como es. ¿Le has
dicho?

—Lo que sea que hizo mi hermano no es nada en comparación con


lo que le hiciste a tu propia hija —gruñe Adamo, sus ojos brillando
con violencia.
Mi propia hambre de sangre responde. No estaba segura de por qué
seguía hablando con mi madre. Quizás en el fondo esperaba que se
diera cuenta de lo que hizo, de cómo rompió la confianza de una
niña pequeña y arruinó mi vida, pero no obtendría la satisfacción
de una disculpa honesta. Mi madre era incapaz de ver sus errores.

Saco el arma de la funda debajo de mi chaqueta de cuero. Mi madre


se pone de pie de un tirón con las manos levantadas. —Por favor,
Dinara. No te sentirás mejor si me matas. Serás culpable.

—¿Culpable? —digo con voz ronca—. ¿Tan culpable como te sientes


tú por lo que me hiciste?

Levanto el arma y apunto directamente a su cabeza. Sus ojos


frenéticos buscan en la habitación una oportunidad para escapar,
para salvarse. Mi dedo en el gatillo tiembla. Sólo tengo que apretar
el gatillo para terminar con esto, pero no puedo moverme. No estoy
segura de qué me está reteniendo. No amaba a la mujer que tengo
delante, pero hasta este momento, una pequeña y tonta parte había
esperado que todo resultara en un gran malentendido, que hubiera
una explicación que probara la inocencia de mi madre. Sabía que
eso no sucedería, pero mi corazón se había aferrado tontamente a
la esperanza. Quería encontrar una madre a la que pudiera amar,
una madre a la que pudiera perdonar. La mujer que tenía ante mí
no era esa madre.

Me vuelvo, incapaz de mirarla. Adamo me toca el hombro,


escudriñando mis ojos. —No puedo —digo casi sin voz, bajando el
arma.

—Quieres…

—No —digo rápidamente. Dejo el arma en la mesa lateral.


Por el rabillo del ojo, noto que mi madre se nos acerca vacilante. —
No te arrepentirás, lo juro. Ahora que decidiste perdonarme, Remo
me dejará ir, como dijiste. Me iré y nunca volveré. Pero… —Ella se
humedece los labios—. Tu padre me cazará. Necesitaré algo de
dinero para llegar a Europa y crear una nueva vida para mí allí.

La expresión de Adamo cambia a absoluta furia. —¿Le estás


pidiendo dinero a Dinara?

Eden da un paso atrás. —Si ella quiere que yo viva y no tener mi


muerte en su conciencia, necesito algo de dinero para escapar de
Grigory.

Nuevas lágrimas presionan contra mis ojos. —Al igual que


necesitabas dinero la última vez, pero en ese entonces no podías
pedirlo, así que me vendiste a viejos que abusaron de mí.

Comienzo a temblar, la ira y la desesperación total luchan dentro


de mi, saco el cuchillo de su funda y me doy la vuelta. Con un grito
ronco, le estrello la hoja en el pecho. Sus ojos se abren y sus labios
forman un grito silencioso. Luego se desploma en el suelo,
llevándome con ella porque todavía está agarrando el cuchillo.
Aterrizo de rodillas a su lado. Suelto el cuchillo, la agarro por los
hombros y comienzo a sacudirla.

—¿Cómo pudiste hacerme eso a mí? ¿Cómo? ¿Cómo? —grito. Mis


lágrimas ciegan mi visión y mi garganta está en carne viva por los
gritos—. ¿Cómo? ¿Por qué no me amaste lo suficiente como para
protegerme? ¿Por qué? —Sigo sacudiéndola y gritando, pero ella no
puede responderme, y sin importar lo que hubiera dicho, nunca me
habría dado la respuesta que deseaba.

La suelto y me acurruco, mi rostro enterrado en mis manos, que


están pegajosas con su sangre. Sollozo y me estremezco. —¿Por qué
no me amaste?
Adamo se arrodilla a mi lado y me rodea con un brazo, atrayéndome
contra él. —Ella era un monstruo y nunca mereció ser tu madre.
Eres adorable y yo te amo.

Me congelo contra él, respirando entrecortadamente. Levanto mi


rostro. Debo lucir como un desastre ensangrentado, con lágrimas y
mocos en mi rostro, pero la expresión de Adamo está llena de amor.
—¿Me amas?

—Sí, incluso si estoy rompiendo nuestro pacto casual. No me


importa. No esconderé mis emociones. Te amo y será mejor que te
hagas cargo de eso.

Dejo escapar una risa ahogada. —Yo también te amo. —Beso a


Adamo, pero cuando me aparto sus labios están cubiertos de
sangre. Mis ojos buscan el cadáver de mi madre junto a nosotros.
Su sangre se extiende lentamente por debajo de su cuerpo y sus
ojos sin vida miran al techo.

Me hundo contra Adamo, la adrenalina se desvanece y deja una


extraña sensación de vacío. Lo había hecho. Lo habíamos logrado.
Matamos a todos los torturadores de mi lista. Incluso mi madre.
Esperaba euforia y alivio, y hay un destello de alivio, pero más
fuerte es la incertidumbre. ¿Ahora qué? Toda mi vida, había
prosperado para descubrir mi pasado y luego castigar a quienes
habían abusado de mí. Ahora que había tenido éxito, tenía que
concentrarme en mi futuro, en nuevos objetivos y descubrir lo que
realmente quería.

Meto la mano en mis pantalones cortos de jean y saco el trozo de


papel arrugado, salpicado de sangre. Lo había guardado en mi
bolsillo desde que comenzamos nuestro camino de venganza.
Terminamos con nuestra lista. Parecía que había pasado una
eternidad desde que habíamos matado al primer hombre de la lista.
Cada segundo de cada día había estado dominada por
pensamientos de venganza. Había ocupado todos mis
pensamientos, mis noches y mis días, y ahora, que habíamos
llegado al final, un sentimiento de "¿y ahora qué?" se apodera de
mí.

Adamo me acaricia la espalda. Ni él ni yo hacemos un movimiento


para levantarnos del charco de sangre que se acumula a nuestro
alrededor, empapando nuestra ropa. Todavía estaba caliente. —Se
acabó —susurro, casi asombrada.

Adamo besa mi sien. —Ahora puedes seguir adelante.

Busco sus ojos, preguntándome qué haríamos ahora y si sería tan


fácil como dijo.

Miro a mi madre. No, a la mujer que me había dado a luz. Ella no


era realmente una madre y nunca lo había sido.

—El equipo de limpieza se ocupará de ella. Puedes olvidar que ella


existió —dice Adamo—. Vamos a salir de aquí. —Se levanta y me
tiende la mano.

Asiento con la cabeza, incluso si todavía me sentía atrapada en un


aturdimiento, y permito que me ayudara a ponerme de pie. Adamo
llama al equipo de limpieza y me conduce hacia la puerta. Me
arriesgo a mirar por última vez a mi madre antes de irme. La quería
muerta y no me arrepiento de haberla matado, pero la euforia y la
sensación de libertad no llegan todavía.
Regresamos a nuestro hotel y entramos al edificio por una entrada
trasera porque lucíamos sucios y cubiertos de sangre. El personal
hizo la vista gorda ante nuestro estado. Las Vegas y especialmente
nuestros hoteles están bajo nuestro control total. Todos los que
trabajan para nosotros saben que es mejor no mostrar interés en
comportamientos sospechosos.

Dinara se dirige al baño y la sigo. No a dicho nada desde que


dejamos el lugar de su madre.

Se hunde en el borde de la bañera y sigue mirando sus dedos


cubiertos de sangre, flexionándolos como si no confiara en sus ojos.
Después de nuestros últimos asesinatos, la euforia y la emoción
habían sido nuestros sentimientos dominantes. Con cada nombre
tachado en nuestra lista, otro peso parecía levantarse de los
hombros de Dinara. Aunque hoy no. Me siento a su lado. —Ella
merecía la muerte.

—Según nuestros estándares, definitivamente —dice Dinara.

—No sólo según nuestros estándares. Creo que mucha gente estaría
de acuerdo en que ella merecía morir después de lo que hizo. —Las
normas sociales y la moral promedio son algo con lo que ni Dinara
ni yo teníamos mucha experiencia, pero el abuso infantil es un
crimen que la mayoría de la gente quería ver castigado con la mayor
dureza posible—. ¿Te arrepientes de haberla matado?

Dinara finalmente levanta la vista de sus manos, frunciendo el ceño


mientras considera mi pregunta. —No. No siento ningún
remordimiento. Hubiera seguido pensando en ella sí sé que estaba
viva. Nunca podría haber seguido adelante realmente. Y no solo eso.
Si la hubiera mantenido con vida y hubiera sufrido por eso, Padre
habría tomado el asunto en sus propias manos eventualmente.
Habría movido cielo y tierra para matarla en el territorio de tu
hermano y eso solo habría causado problemas. No quiero que
nuestras familias estén en guerra.

—No es que estemos en paz en este momento.

—Tampoco en guerra. Mientras nos ignoremos, existe la posibilidad


que... —Se calla, su expresión se apaga.

Agarro su mano. —Para que estemos juntos —termino. Los ojos de


Dinara se clavan en los míos. Unas pequeñas salpicaduras de
sangre manchan sus mejillas y su frente, su cabello es un desastre
y su piel está pálida y, sin embargo, se ve más hermosa que
cualquier otra persona que hubiera visto.

—Sí —estuvo de acuerdo en voz baja—. ¿Ahora qué? Siento como


si hubiera un vacío abriéndose ante mí en este momento donde
antes había un propósito.

—Ahora nos daremos un baño y dormiremos bien por la noche, y


mañana regresaremos al campamento.

La sorpresa cruza la expresión de Dinara como si ni siquiera


hubiera considerado la opción de regresar al campamento.

—Quieres volver al campamento, ¿verdad?

Una sonrisa cansada se dibuja en su rostro. —Es el único lugar


donde quiero estar ahora.
Me despierto en medio de la noche con una cama vacía. Buscando
en la habitación, encuentro a Dinara frente a las ventanas
panorámicas. Deja que su mirada se desvíe sobre las luces
parpadeantes del Strip debajo de nosotros. Me levanto de la cama y
me uno a ella. Una mirada perdida yace en sus ojos, como si
buscara un ancla a la que agarrarse. Le toco la espalda y me da una
sonrisa cansada por encima del hombro.

—No pude dormir.

—¿Pesadillas?

Ella niega con la cabeza con un pequeño ceño fruncido. —No, en


realidad no. Me siento un poco perdida. Pensé que mataría el
pasado matando a mis abusadores, pero todavía permanece en el
fondo de mi mente, no tan prominente como antes, pero sigue ahí.

La curación tomaría más que matar a su madre y a los abusadores,


y sobre todo, tomaría más tiempo. La llevo de regreso a la cama y
nos acostamos, mis brazos alrededor de su cintura. Puedo sentir
el malestar en su cuerpo.

—Tal vez deberías hablar con Kiara —digo finalmente.

—Tu cuñada —dice, comenzando a alejarse. Sus defensas se


levantan en su lugar—. ¿Y por qué debería?

—Porque experimentó algo similar. —No había hablado de esto con


Kiara, pero ella es una de las personas más amables y serviciales
que conozco, así que estaba seguro que ayudaría a Dinara.
Dinara se levanta de la cama, de espaldas a mí. Saca un cigarrillo
del paquete y se lo pone entre los labios, pero no lo enciende. En
cambio, frunce el ceño ante la punta. Enciende el mechero casi con
rabia y finalmente enciende su cigarrillo. Me siento también para
poder ver su rostro, pero ella está entrecerrando los ojos ante la
punta ardiente. Finalmente, se vuelve hacia mí con ojos duros. —
¿Y qué sería eso?

—Su tío abusó de ella cuando era niña.

Dinara suelta una risa amarga y da una calada profunda a su


cigarrillo, soplando el humo lentamente. —¿Su mamá también
recibió dinero en efectivo por vender a su pequeña hija? ¿Fue
violada por una docena de tipos, a veces mientras su madre
miraba?

—Sé que no experimentaste exactamente lo mismo, pero eso no


significa que ella no comprenda el trauma por el que pasaste. Tal
vez hablar con ella te ayude.

Ella me fulmina con la mirada. —¿Tu manejas el trauma de la


misma manera que lo hacen Remo o Nino? ¿La mierda que pasó en
tu juventud, la muerte de tu madre? No, no es así. Pero por alguna
razón la gente piensa que todas las víctimas de violación son
iguales, como si todos lidiamos con la mierda de la misma manera.
Como si todos quisiéramos tener lástima y ser mimados como si de
repente fuéramos frágiles.

—No te mimo ni te compadezco, y definitivamente no creo que seas


frágil.

—Pero cuando te enteraste, eso fue exactamente lo que pensaste.


La ira se apodera de mí. Le arrebato el cigarrillo de la boca y lo
apago en el cenicero. —Ni siquiera sabía que mierda pensar. Me
sorprendió el espectáculo de mierda que Remo tumbó a mis pies.

Dinara pone los ojos en blanco. —¿Te sorprendió lo que viste? Yo


viví ese espectáculo de mierda.

Paso una mano por mi cabello con un suspiro. Agarro la mano de


Dinara y para mi sorpresa ella me deja, incluso me permite unir
nuestros dedos. —Lo sé. Joder, Dinara, quiero ayudarte.

—Y lo haces, lo hiciste al ayudarme a matar a estos imbéciles uno


tras otro.

—¿Crees que es suficiente?

Ella me miró a los ojos, sin decir nada durante mucho tiempo. —
No lo sé, pero me hizo sentir mejor, al menos temporalmente.
Supongo que tendré que determinar qué quiero ahora y cómo vivir
con los demonios que no puedo matar tan fácilmente.

Pude ver caer un peso de encima cuando dejamos Las Vegas atrás.
La ciudad siempre estaría asociada con recuerdos dolorosos para
ella. Entrelazando nuestros dedos, llamo su atención. Ella me da
una sonrisa distraída.

—¿Te sientes diferente? —le pregunto.

—¿Diferente que antes que comenzáramos nuestra vendetta?


Asiento.

Ella considera eso. —Ayer hubiera dicho “no”. Sentía como si


estuviera cayendo en un agujero negro, pero estoy empezando a
darme cuenta de lo que logramos. Las personas que me lastimaron
a mí y a otras chicas se han ido. Mi madre se ha ido y no podrán
volver a tener poder sobre mí.

—Te sentirás incluso mejor después de la próxima carrera.

Su sonrisa se vuelve menos tensa. —Realmente extrañé las


carreras. Nunca pensé que me gustarían tanto.

—Tampoco pensaste que yo te gustaría tanto —bromeo, queriendo


aligerar aún más el estado de ánimo.

Dinara pone los ojos en blanco pero luego se inclina y me distrae


brevemente con un beso. —Me pillaste por sorpresa. Eso no volverá
a suceder.

—Ya tengo tu corazón.

—Lo tienes, ahora tendrás que conservarlo —dice en broma. Se


hunde contra el asiento y sus hombros se relajan por primera vez
desde ayer.

—Ahora que lo tengo, no lo devolveré.

La mirada de Dinara se vuelve distante. —Tendremos que


convencer a nuestras familias.

—Es nuestra vida. Tendrán que aceptar nuestra elección.


Dinara me lanza una mirada que deja en claro que no sería tan fácil
como eso. Sabía que tenía razón, pero ya habíamos pasado por
muchas cosas y no dejaría que nadie nos destrozara.
23

Al estar de regreso en el campamento, en realidad me siento como


volver a casa. Me encanta la casa de mi infancia en Chicago, pero
siempre me había parecido una especie de prisión. Cuando vivía
allí, tenía que cumplir con ciertas reglas. Los soldados de Padre y
el personal requirieron que reflejara cierta imagen. Sin mencionar
que Padre prefería ver una versión de mí que se parecía poco a la
Dinara real.

Kate, la chica pit de la hermosa voz me saluda con un abrazo


cuando me encuentro con ella camino al baño. Podía vernos
convertirnos en amigas a largo plazo, si me quedaba en el
campamento y realmente comenzaba a verlo como mi hogar. Si
había escuchado lo que había sucedido, no lo deja ver. No puedo
creer que nadie haya difundido rumores.

Nunca llegó al tráiler porque Dima se dirige hacia mí. No lo había


visto en semanas. Lo abrazo. —Te extrañé —admito.

Su expresión se vuelve aprehensiva cuando se aparta. Me preparo


para lo que tiene que decir. —Deberíamos regresar a Chicago ahora.
No hay ninguna razón para quedarnos. Falcone y las carreras
cumplieron su propósito. Ya no los necesitamos.
Dejo que mi mirada se fije en las carpas y los autos de carrera,
absorbiendo la emoción del día antes de la carrera. No quiero irme.
Quiero formar parte del campamento, solo porque sí y sin ninguna
otra razón. Quiero estar con Adamo. —¿Por qué debería regresar a
Chicago?

—Porque ahí es donde perteneces —murmura Dima—. Este no es


tu hogar. No te quedes más de tu bienvenida, Dinara. Remo Falcone
podría haber tolerado tu presencia para poder jugar contigo, pero
ahora que el juego terminó, te querrá fuera de su territorio lo antes
posible.

—Nadie jugó conmigo. Me dio una opción y la tomé. Sólo porque es


una opción que Padre y tú desaprueban no significa que sus
motivos fueran malos. Me dio lo que quería.

Dima hace una mueca. —Es bueno manipulando. Tengo que


admitirlo. Remo te usó para obtener la venganza que tu padre
quería.

—Él podría haberla querido, pero era mía para empezar. No de él ni


de nadie más.

—Y sin embargo, la compartiste con Adamo en lugar de conmigo o


con tu padre.

—Porque ninguno de ustedes me hubiera permitido ensuciarme las


manos. Habrían tomado el asunto en sus propias manos. Tal vez
me hubieran permitido ver, pero definitivamente no participar.

—Porque lo que hiciste puede destruirte.

—Pero no fue así —digo con firmeza—. No tengo pesadillas y no me


siento culpable.
Eso no era del todo cierto. Tenía pesadillas, pero eran mejores que
las que me habían perseguido en el pasado. No me despertaba con
un sudor frío y el corazón palpitante.

—No regresaré a Chicago ahora. Terminaré la temporada...

—Tu padre quiere que vuelvas a Chicago, así que ahí es donde te
llevaré. Obtuviste lo que querías, ahora tienes que volver a tus
sentidos.

Entrecierro mis ojos. —¿Me vas a atar y secuestrar?

—Tu padre no aceptará un no en este caso, y culpará a Adamo si


no te presentas en Chicago esta noche.

Aprieto los dientes. No quiero provocar a mi padre. Estaba enojado


por mi búsqueda de justicia, pero me había permitido hacer lo que
tenía que hacer, tengo la sensación que no será tan tolerante si
ignoraba su orden esta vez. No quiero ponerlo en contra de Adamo.
Quiero que le guste Adamo, que lo aceptara como el hombre que
amo, sin importar lo improbable que fuera.

—Tendré que hablar con Adamo primero —digo. Dima no se molesta


en ocultar su desaprobación, pero a mí no me importa. No me
escabullaré, Adamo merece saber qué está pasando. Giro sobre mis
talones y voy en busca de Adamo. Lo encuentro, como esperaba, en
el tráiler de Crank, probablemente discutiendo detalles de último
minuto para la carrera de mañana. Me da una sonrisa distraída,
pero su rostro se transforma en un ceño fruncido cuando ve mi
expresión. Le dice algo a Crank, quien asiente con la cabeza antes
de trotar hacia mí. —¿Qué ocurre?

Es extraño lo bien que me conoce Adamo. Siempre me había


enorgullecido de mi cara de póquer, pero después de todo lo que
Adamo y yo henos pasado, conocíamos las expresiones falsas del
otro y el verdadero significado detrás de ellas. Es aterrador y
reconfortante a la vez.

—Necesito regresar a Chicago, esta noche.

Adamo se queda helado. —¿Por qué? Te perderás la carrera de


mañana.

—Lo sé. Pero mi Padre insiste en que regrese para hablar con él. Me
ha dado tiempo para hacer lo que tenía que hacer, pero ahora se le
está acabando la paciencia.

Adamo me mira en silencio durante un par de segundos. El indicio


de preocupación y sospecha estalla en sus ojos, pero desaparece
tan rápido que me lo habría perdido si no lo conociera tan bien como
él me conoce a mí.

—Volveré lo antes posible —digo con firmeza—. Pero primero


necesito arreglar las cosas con mi Padre. No quiero que envíe a la
caballería y cree más tensión entre nuestras familias.

Adamo toca mis caderas, acercándome. —Tal vez no te permita


regresar.

—La única forma en que podría hacer que me quedara es


encerrándome y eso es algo que nunca haría. —A mí, al menos. Por
lo que me pasó, Padre odiaba forzarme a hacer su voluntad, por eso
yo tenía más libertades que la mayoría de las chicas que conocía.

—Si no regresas, conduciré hasta Chicago y te buscaré.

Me burlo. —No te atrevas. Eso sería una locura. Padre te mataría al


verte. Confía en mí para manejar a mi Padre. No me obligará a
quedarme. Lo conozco.
Adamo todavía parece dudar, pero asiente de todos modos. —Está
bien. Confío en ti. Prométeme que serás rápida.

—Lo prometo.

—¡Dinara! —Dima llama al otro lado del campamento, la


impaciencia sonando en su voz.

Suspiro. —Es hora de irme. —Adamo presiona sus labios contra los
míos y me besa apasionadamente. Cuando se aparta y me suelta,
la expresión de Dima se ha oscurecido aún más.

—¿Le dijiste adiós? —pregunta Dima cuando subimos juntos al


coche.

—No fue un adiós. Fue un hasta luego.

Dima me suelta una mirada exasperada. —Eso no es lo que quiere


tu padre.

—Es lo que yo quiero —digo bruscamente.

Chicago se siente incluso menos como en casa que la última vez.


Me había transformado en los últimos meses. No me molesté en
ponerme ropa nueva antes de ver a Padre. Mis botas, jeans
andrajosos y chaqueta de motociclista eran yo y no quería fingir ser
otra persona.
El rostro de padre brilla con sorpresa cuando entro a su oficina.
Escanea mi atuendo, obviamente disgustado. Para él, las mujeres
deben usar vestidos y faldas para enfatizar su feminidad. Se levanta
de la silla de su escritorio y se acerca a mí para abrazarme con
fuerza. —Es bueno tenerte de vuelta ahora. No podía dejar de
preocuparme por ti mientras pasabas tiempo en territorio de la
Camorra.

Le doy una sonrisa tensa. Piensa que he regresado para siempre,


que no regresaría al campamento, a Adamo.

—Padre —comienzo, retrocediendo.

Los ojos de Padre se tensan. —Tu lugar está aquí, con tu gente, con
tu familia.

—Soy un adulto, y los adultos eventualmente se mudan y viven su


propia vida. Sabes que nunca sentí que perteneciera a nuestros
círculos. No quiero codearme con las esposas de oligarcas y
políticos, o fingir que me importa el bolso de edición limitada más
nuevo de Louis Vuitton. Quiero ser libre y hacer lo que me plazca.
No quiero cumplir con mi papel de hija de Pakhan. Nunca lo hice.
Tienes a Galina y los chicos para eso. No me necesitas.

Padre da un paso atrás, con los hombros rígidos. Me doy cuenta


que está herido por mis palabras. —Te di toda la libertad que
necesitabas, más de la que se le permitiría a cualquier otra chica
en tu posición. Todo lo que te pido es que seas leal.

Mis cejas se juntan. —Por supuesto que soy leal. Que quiera pasar
el año como piloto de carreras en territorio de la Camorra no
significa que no te sea leal. Te amo, Padre. Nunca te traicionaría.

—Quieres estar con el chico Falcone.


—No es un chico —digo—. Y sí, quiero estar con él. No es que nos
vayamos a casar. Simplemente disfrutamos pasar tiempo juntos.

Padre me acaricia la mejilla como si fuera una niña delirante. —Eso


no puede funcionar Dinara. Estarás dividida entre dos mundos, que
nunca se fusionarán. No quiero una guerra abierta con Dante
Cavallaro, pero si hago las paces con la Camorra, su archienemigo,
ese será el resultado. Ha adquirido algunos callejones políticos muy
importantes en los últimos años y perjudicará a mi negocio si
empiezan a centrar su atención en mí.

—No te estoy pidiendo que vayas a la guerra con el Outfit, o que


hagas las paces con la Camorra. No formo parte de la Bratva, y si
dejo de visitar nuestros sitios web, no me involucraré en absoluto
con nuestro negocio. No correré el riesgo de revelar nada a Adamo,
ni siquiera por accidente. De todos modos, él y yo ni siquiera
hablamos de los detalles comerciales.

—Dinara, eres una Mikhailov y la gente te juzgará como tal. Viviste


una fantasía durante unos meses pero ahora tienes que afrontar la
realidad. Una Mikhailov y un Falcone no pueden estar juntos. No
puedo permitirlo.

Doy un paso atrás. —¿No puedes o no quieres?

Papá sonríe sin alegría. —No importa. El hecho es que no puedes


volver a ver a Adamo Falcone.

La ira corrie por mis venas. —¿Me estás pidiendo que deje de ver a
Adamo?

—No te lo estoy preguntando. No lo volverás a ver y no pondrás un


pie en territorio de la Camorra.
—No puedes darme órdenes así. Es mi vida.

—Siempre te he respetado, pero tú también debes respetarme a mí.

El rostro de papá se pone duro. —Puedes dejar de verlo, o


encontraré la forma de sacarlo de la escena como sea. Depende de
ti, pero el resultado final será el mismo. Adamo Falcone no será
parte de tu vida.

Mi boca se abre. —¿Estás amenazando con matarlo?

Padre se sienta en el borde de su escritorio, su expresión de


negocios reemplazando la mirada que solía darme. —Haré lo que
sea necesario para protegernos a todos. —Su voz no deja lugar para
una discusión. Para él el asunto estaba zanjado y mi opinión es
irrelevante. Este lado de él no es nuevo para mí, pero por lo general
no estaba en el lado receptor.

Lo fulmino con la mirada. —¡No me estás protegiendo


manteniéndome alejada de Adamo! Pensé que querías verme feliz,
pero obviamente solo te preocupan los negocios.

—Si estalla una guerra abierta en Chicago, todos estarán en riesgo.


Tú, Galina, los chicos, mis hombres. Tengo una responsabilidad
que va más allá de tu enamoramiento con un chico que apenas
conoces.

No puedo creer su descaro. No sabe nada de Adamo y de mí. Él


nunca quiso saberlo y tuve cuidado de no decirle demasiado. ¿Por
qué pinchar una colmena? —Adamo me salvó. Me dio lo que
necesitaba para olvidar el pasado. Me trae felicidad en el presente
y emoción por el futuro ¿No es eso más que un estúpido
enamoramiento? —Durante mucho tiempo, traté de fingir que no
estaba enamorada de Adamo, temía cualquier tipo de compromiso,
pero ahora que había superado el punto de la negación, me
enfurecía aún más que otros cuestionaran los sentimiento con los
que había luchado durante meses—. No soy alguien que se permita
sentir las emociones fácilmente. Tú me conoces, Padre. Si te digo
que quiero estar con Adamo, eso significa algo.

—¿De verdad crees que su familia le permita estar contigo? Sus


tradiciones no son como las nuestras. Nunca te aceptarán por
completo, nunca confiarán en ti.

No estaba segura. Adamo me había asegurado que su familia me


aceptaría. No son tan tradicionales como las otras familias de la
mafia italiana. Después de todo, su Ejecutor está casado con una
Forastera, que si lo miras, era un riesgo mayor que tener una
relación con alguien de una organización criminal adversa. Fui
criada en un mundo de violencia y estaba sujeta a reglas estrictas.
Sabía cómo guardar un secreto, por muy oscuro que fuera. Podría
mentir en la cara de un oficial de policía sin pestañear. Incluso si
Adamo y yo habíamos crecido en lados diferentes, nuestras vidas
eran similares. —Cruzaré ese puente cuando lo alcance, pero ese es
mi problema, no el tuyo.

Padre se pone de pie y me agarra por los hombros gentilmente,


sonrisa nostálgica pero sus ojos son implacables. —Haré lo que sea
necesario para protegerte, Katinka. No fuerces mi mano.

No dudo ni por un segundo que Padre mataría a Adamo. Quería


protegerme a toda costa. Que él no pisara los pies del Outfit para
hacerlo era un efecto secundario, no la razón. —Estás tratando de
compensar el pasado porque no pudiste protegerme de mi madre y
los hombres que abusaron de mí, pero no puedes deshacer lo que
sucedió, y ciertamente no con arruinar mi vida ahora.

Los dedos de padre se aprietan alrededor de la parte superior de


mis brazos. —Tienes a Dima. Ustedes dos eran felices juntos. Si
quieres proteger a Adamo, te quedarás. Él es joven. Encontrará un
nuevo amor, alguien con quien realmente pueda estar. ¿O de verdad
crees que puedes vivir en Las Vegas con él?

Las Vegas estaba fuera de discusión, siempre lo estaría, pero


Adamo tampoco quería vivir allí.

Todavía…

—Katinka, sé razonable —dice Padre en voz baja—. Algunas cosas


no están destinadas a ser. Si te olvidas de las carreras, podemos
intentar preparar algo.

Me suelto de su agarre, incapaz de soportar su cercanía. Sin otra


palabra, salgo de su oficina furiosa. Mis ojos arden pero no lloraré.
Casi me topo con Dima en el vestíbulo. Debió haberme esperado y
ahora probablemente me vigilará para asegurarse que no saliera de
la casa. La furia al rojo vivo chisporrotea en mis venas. Cargo hacia
la puerta principal, decidida a irme. Tomaría un coche, porque
probablemente Padre había dado órdenes a todos nuestros
conductores que no me llevaran a ningún lado.

No llegué lejos. Dima me agarró del antebrazo y me obligó a


detenerme. Me giro hacia él, furiosa y desesperada.

No quería perder a padre ni a Dima. Tampoco quería dejar de ver a


mis medio hermanos. ¿Pero renunciar a Adamo? No estoy segura
de poder hacerlo. —Déjame ir —siseo, pero Dima no suelta su
agarre.

—Dinara —murmura implorantemente, la voz que usualmente era


un bálsamo para mi ira—. Piensa antes de actuar. ¿De verdad
quieres que Adamo muera? ¿Crees que él querría morir por ti?

Me quedo helada.
—¿Quieres que Adamo insista en estar contigo si Remo amenaza tu
vida por eso? ¿Morirías por una relación que tal vez ni siquiera dure
años?

Ni siquiera tuve que pensar en eso. La respuesta suena fuerte y


clara en mi corazón. Sí, arriesgaría mi vida por estar con Adamo
porque lo amo y porque él ya había hecho demasiado por mí. Dima
parece ver la respuesta en mi rostro, porque su expresión decae
pero aun así no me suelta. —¿Estás segura que su respuesta sería
la misma? Puede que te haya ayudado a vengarte, pero eso nunca
supuso una amenaza para su vida. Pero si tu Padre lo pone en su
lista de muerte, sus días están contados.

Pocas personas sobrevivían por mucho tiempo si Padre los quería


muertos. Mi madre lo había hecho gracias a la intervención de Remo
Falcone. Adamo tenía a la Camorra a sus espaldas, pero era un
blanco fácil cuando vivía en el campamento, y Padre había dejado
en claro que esta vez se arriesgaría a la guerra con la Camorra si
era necesario. Mis hombros se hunden. La idea de estar separada
de Adamo dolía, pero el miedo a que lo mataran era aún mayor.
Quizás Padre y Dima tenían razón. Adamo y yo no habíamos estado
juntos por mucho tiempo, y la mayoría de las veces habíamos sido
demasiado cobardes para siquiera poner un nombre a lo que
teníamos. No podía decidir que Adamo arriesgara su vida. No,
definitivamente no quería que arriesgara su vida.

—Necesito terminarlo cara a cara, Dima. No lo haré por teléfono.


Eso sería una mierda después de todo lo que ha hecho por mí.

—Tu padre no te permitirá regresar al campamento. Sospecha que


podrías quedarte.

—Háblale. Si yo lo hago ahora, solo empeoraré las cosas. Estoy


demasiado enojada. Dile que te asegurarás que regrese.
—Me aseguraré que regreses —dice Dima con firmeza—. Porque si
no lo haces, tu padre me quitará la cabeza. La verdad no quiero
morir para que puedas andar con Falcone. Quédate aquí. No te
atrevas a salir corriendo.

Me sentía vacía mientras veía a Dima dirigirse a la oficina de mi


padre. Anoche, me había permitido imaginar un futuro con Adamo.
Había sido borroso, con muchas variables, pero había sido feliz y
libre. Si me quedara en Chicago, nunca lo sería, no sin Adamo, no
como la Dinara que Papá quería que fuera.

Dima regresa cinco minutos después. —Estuvo de acuerdo, pero


dejó muy claro que enviará hombres a buscar a Adamo si no
regresas a casa mañana para el almuerzo.

—Regresaré —digo.

Cuando Dima y yo nos sentamos en el jet privado de papá por


segunda vez ese día, mi estómago se hunde. Adamo merecía que le
dijeran el motivo de la ruptura en persona, pero la idea de decírselo
realmente, de estar cerca de él por última vez, me partía el corazón
en dos. ¿Y si no pudiera despedirme?

El mensaje de Dinara diciéndome que volvería pronto me dio la


alarma y en el momento en que Dinara aparece en el campamento
temprano a la mañana siguiente con Dima, supe que algo estaba
pasando. Se veía exhausta y como si se estuviera preparando para
una batalla.
Apenas había dormido en la noche. Corro hacia ella, ansioso por
aclarar las cosas. Dinara sale del coche pero Dima no. Se queda
detrás del volante, luciendo estoico como de costumbre. Agarro a
Dinara y la beso. Por un momento se tensa pero luego se lanza al
beso, rezumando desesperación y pasión. Tomo la parte de atrás de
su cabeza, acercándola aún más. Siento como si no nos hubiéramos
visto en una eternidad.

Finalmente, Dinara se aparta y se tambalea un paso atrás. Tiene


las mejillas enrojecidas. La mirada aturdida en sus ojos se
transforma rápidamente en aprensión, luego determinación. Eso no
es bueno.

—¿Qué ocurre? —murmuro. Estábamos a una buena distancia de


Dima, pero las ventanillas del coche estaban bajas y no quería
arriesgarme a que escuchara nuestra conversación en caso que
fuera parte del motivo de la tensión de Dinara.

—Nada —dice rápidamente, pero su voz demuestra que su


respuesta es incorrecta.

—No pensé que volverías a tiempo para la carrera de esta noche.


Me preocupaba que te llevara días convencer a tu padre que estás
a salvo aquí.

Ella aparta la mirada brevemente y cuando se encontró con mi


mirada de nuevo, sus paredes se habían levantado, sacándome de
su mente y corazón. —Dinara —digo suplicante, tomando su
mano—. Dime qué está pasando.

Sus ojos se clavan en los míos y luego aparta la mano —No volví
para la carrera de esta noche. No volveré a correr. siempre fue solo
un medio para un fin, y tú también lo eras. —Su voz vacila cuando
dice lo último.
—Mentirosa —gruño, acercándome de nuevo. No le permitiría poner
distancia entre nosotros, ni físicamente ni tampoco con palabras.
Habíamos pasado por demasiado. Ambos estábamos perseguidos
por demonios internos, demonios que sólo nosotros podíamos
entender. Tal vez habíamos nacido en diferentes lados, pero el
destino nos había unido porque estábamos destinados a ello,
porque nadie vería el mundo como nosotros—. Si solo fuera un
medio para un fin, no estarías aquí ahora mismo. Te habrías ido sin
una explicación o me habrías dejado por teléfono. Pero estás aquí,
Dinara. ¿Por qué?

Ella sostiene mi mirada, tratando de parecer resuelta y sin


emociones, pero he visto cada emoción en esos ojos verdes y la
conocía demasiado bien para creer en su farsa.

—Solo pensé que merecías saberlo en persona después de todo lo


que hiciste por mí. No soy una ingrata, incluso si te usé para mis
propósitos.

Sonrío. —Tienes que hacerlo mejor para convencerme.

Dinara me fulmina con la mirada. —No importa. No estoy aquí para


convencerte, Adamo. Estoy aquí para informarte sobre mi decisión.
Esta es la última vez que me verás. No me quedaré en el
campamento ni nos volveremos a ver. Mi lugar es en Chicago con
mi gente.

—¿Tu gente? ¿La gente que quiere que te vistas como una versión
falsa de ti misma? Las personas que sólo conocen un lado, pero no
todos los aspectos de ti, no las partes oscuras que sólo yo puedo
ver.

Dinara mete la mano en el bolsillo y saca un cigarrillo. Sus dedos


están inestables cuando lo enciende.
—¿Pensé que querías dejarlo?

Ella se encoge de hombros. —No funcionó.

—¿El no fumar o nosotros?

Da una calada profunda y mira sus botas. —Ambos. —Ella me mira


de nuevo—. Escucha, Adamo. Esto es una cortesía. No explicaré
mis razones. Lo que tuvimos fue divertido mientras duró, pero
nunca estuvo destinado a durar para siempre. Tienes que aceptar
mi decisión. Pero incluso si no lo haces, no cambiará nada. Dima y
yo volaremos de regreso a Chicago hoy y regresaré a mi vida
anterior, y tú también deberías hacerlo.

—No somos las mismas personas de nuestras vidas anteriores.


Cambiamos.

—Debería irme ahora. Esto no tiene sentido —corta Dinara y tira


su cigarrillo al suelo y luego lo pisotea con sus botas.

A pesar de sus palabras, no mueve un músculo, como si estuviera


clavada en el suelo.

Doy un paso más cerca. —Puedes confiar en mí con cualquier cosa,


Dinara. ¿No probé eso una y otra vez en los últimos meses? Dime
la jodida verdad. ¿Es esto porque tu padre no quiere que estés
conmigo? —le pregunto en voz baja.

Dinara mira hacia otro lado, obviamente luchando por mantener su


expresión neutral. —Siempre supimos que nuestra relación tenía
fecha de caducidad. Somos de dos mundos diferentes.

Me coloco justo en frente de ella, ahueco sus mejillas y la obligo a


mirarme a los ojos. Los estrecha para mantenerme a distancia, pero
la conozco demasiado bien para eso. Lo que habíamos hecho estas
últimas semanas, matar y torturar juntos, vencer a los demonios
del pasado, me había dado una clave para mirar más allá de sus
barreras, al igual que ella podía mirar más allá de las mías. —
Quizás nuestras familias sean de diferentes mundos y de diferentes
lados, pero nosotros no lo somos. Nuestra vida, tal como la hemos
llevado durante el año pasado, ha sido en un mundo propio.

—Exactamente —susurra—. Pero no podemos quedarnos en


nuestra propia burbuja o mundo o como quieras llamarlo. Tenemos
familia y pertenecemos a ellos.

—Nos pertenecemos el uno al otro. Es donde encontramos la


felicidad. No renunciaré a ti y sé que no quieres renunciar a mí.
¿Tu padre amenazó con matarme si no terminábamos? —Dinara
tiene su propia cabeza y dudaba que permitiera que nadie, ni
siquiera su padre, le prohibiera verme, pero si temía por mi vida eso
cambiaría las cosas.

Cierra los ojos, tratando de bloquearme, pero sigo acariciando sus


mejillas con los pulgares y finalmente cubro mis manos con las
suyas. —Odio que me conozcas tan bien, que sepas cómo funcionan
las cosas en el desordenado mundo en el que vivo. Nunca debí
dejarte entrar.

—No te di una opción —digo en voz baja—. Al igual que tú no me


diste una tampoco.
Dinara deja escapar un fuerte suspiro y abre los ojos. Esta vez es
más difícil medir sus emociones. Ella realmente lo estaba dando
todo.

—¿Así que me amenazó con matarme o al menos herirme


seriamente si sigues viéndome? —Dinara siempre hablaba con
respeto y amor de su padre. Nunca había conocido al hombre, pero
incluso Remo y Nino parecían respetarlo hasta cierto punto. Sin
embargo, eso es probablemente un testimonio de su crueldad y
brutalidad, ambos rasgos de carácter que mis hermanos
apreciaban.

Es obvio que él es importante para Dinara, ha sido la persona más


importante en su vida durante mucho tiempo. Si Grigory estaba
dispuesto a arriesgarse a la guerra con la Camorra, dispuesto a
provocar la ira de Remo, porque ambos estarían garantizados si me
echaba la mano encima, entonces realmente debía desconfiar de
mí, o tener una relación más cercana con el Outfit de lo que
pensábamos. Fuera lo que fuese, sería un hueso duro de roer.
Teniendo en cuenta el amor de Dinara por su padre, matarlo
parecía una mala idea.

—¿A tu familia no le importa que estemos juntos? —Ella pregunta.

—Remo nunca ha sido alguien que haya seguido las reglas. Él


confía en mí y acepta mi elección. Por supuesto, nunca confiaría
ningún detalle comercial relevante para la Bratva mientras
estuvieras presente, pero no me impedirá verte. Mi trabajo principal
son las carreras y seguirá siendo así. No es como si estuviera en la
base del negocio de la Camorra en Las Vegas. Ni siquiera tengo que
vivir allí.

Ella se burla. —Las carreras son uno de sus negocios más


importantes y ¿cómo puedes estar seguro que seré feliz viviendo la
vida nómada para siempre?

—Pensaremos en algo, y no me importa cómo, pero no te dejaré,


¿me oyes?

Dinara da un paso atrás pero yo la sigo. No la dejaré hacer esto. —


No nos hagas esto más difícil de lo necesario. No arriesgaré tu vida.

—No me importa. Es mi vida para decidirla. Y estoy dispuesto a


correr el riesgo porque lo que tenemos lo vale.
—No puedes decidir solo, y para mí, el riesgo no vale la pena,
Adamo. Y no es sólo tu vida la que está en juego. Este conflicto
podría poner en peligro a mi Padre, Dima y al resto de mi familia.
Nada vale tanto para arriesgarse así, y mucho menos una relación
basada en algo tan retorcido como la venganza y la sed de sangre.

Hace un movimiento como si fuera a girar y regresar a su auto, pero


la agarro por la muñeca y la atraigo hacia mí. Ella no se resiste,
pero la desesperación brilla en sus ojos. —Déjame ir. Tienes que
aceptar mi decisión. Y seamos honestos, en un año o tal vez menos
habrás encontrado una nueva chica con la que sentirte cómodo,
alguien que no tenga a la mafia rusa a sus espaldas, o que esté tan
destruida como yo.

—Me gusta tu tipo de equipaje y tu cerebro desordenado. Te quiero


a ti y a nadie más.

Bajo la cabeza y la beso ferozmente y por un momento ella me


devuelve el beso con la misma pasión, alimentada solo por la
desesperación, luego se aparta. —Se acabó, Adamo. Acéptalo. Sigue
adelante. Eso es lo que haré. —Se tambalea hacia el coche.

—¿Volver a tu antigua vida incluye volver a estar con Dima? —


pregunto, los celos se apoderaban de mi cuerpo. Joder. Quería
clavar mi cuchillo en la estúpida cara de Dima. Fingía estar
ocupado con su teléfono, pero no me lo tragué ni por un momento.
Estaba prestando mucha atención a lo que está pasando entre
Dinara y yo.

Dinara se pone rígida pero cuando me mira su expresión es fría. —


Quizás. Pero a partir de este día, no es asunto tuyo. —Abre la puerta
de su Toyota.
—No puedes huir de lo que tenemos, Dinara. Ambos sabemos que
las emociones, oscuras o claras, te siguen dondequiera que corras.

Dinara se sube al coche y cierra la puerta de golpe. Se vuelve hacia


Dima y dice algo. Él mira brevemente en mi dirección. No luce
triunfante, pero aun así quiero matarlo. El motor ruge y luego el
Toyota de Dinara se aleja, dejando sólo una nube de polvo detrás.

—¡Joder! —gruño mientras la veo alejarse. Mi respiración es agitada


y mi corazón galopa en mi pecho. Cierro los ojos, tratando de
calmarme. Necesito pensar. En este momento, mi primer impulso
era tomar nuestro jet Camorra y volar a Chicago para poner una
bala en la cabeza de Grigory, y en la cabeza de todos los bastardos
que pensaban que podía mantenerme alejado de Dinara.

Después de algunas respiraciones profundas, saco mi teléfono y


llamo a Remo. Por lo general, Nino es a la persona que llamaba para
pedir consejo. Después de todo, él es la voz de la razón.

—Adamo…

—Necesito tu consejo —lo interrumpo.

—Pensé que Nino es tu asesor de elección.

No digo nada. Por supuesto, Remo metería su dedo en la herida.

—Que me elijas para darte un consejo me dice que ya tomaste una


decisión y necesitas aliento para un esfuerzo irracional y cargado
de emociones que Nino desaprobaría.

—Odio que leas a la gente tan bien —murmuro. Tenía razón, como
siempre.
—Asumo que se trata de Dinara. Tú y ella completaron su lista, por
lo que sus razones para estar juntos deben evaluarse nuevamente.

—Eso suena como Nino.

—Nadie ha recibido los consejos lógicos de Nino tanto como yo.


Puedo anticiparme a sus consejos sin hablar con él.

—Y, sin embargo, siempre haces lo que quieres.

—Justo lo que tienes en mente —dice con oscura diversión.

—Dinara puso fin a las cosas entre nosotros porque su Padre


amenazó mi vida —Me quedo en silencio. Ya no soy un niño, pero
la protección de Remo aún no se había puesto al día.

—¿Lo hizo ahora? —pregunta Remo con una voz que hace sonar
mis campanas de alarma.

—No quiero que lo soluciones. Este es mi problema, Remo. Tu


participación podría terminar con Dinara para siempre. Me ocuparé
de Grigory.

—Si Grigory te pone una mano encima, él pagará las consecuencias,


Adamo. Eres mi hermano y destrozaré su ruso culo si te toca.
Esta es la forma que tenía Remo de demostrar que se preocupaba
por mí. Ahora lo sabía, pero no podía permitirlo. —Yo me ocuparé
de las cosas. Si quiero recuperar a Dinara, tendré que demostrarle
lo serio que soy.

—Planeas ir a Chicago.

—Sí. Tengo que hacerlo. Si arriesgo mi vida, se dará cuenta que no


la abandonaré pase lo que pase.
—¿Y esperas que te dé el visto bueno para esta mierda suicida? —
Remo gruñe.

—Harías lo mismo si nuestros roles se invirtieran. Nunca te


preocupaste por tu vida cuando las personas que amas estaban
involucradas. Permitiste que Cavallaro te torturara por mí y por
Serafina. Una muerte dolorosa era casi segura, pero no te importó.
Ahora es mi turno de seguir tus pasos maníacos.

—Te estás pareciendo demasiado a mí, Adamo —dice Remo.

—Pensé que estarías feliz.

—Se supone que eres el Falcone bueno.

Me burlo. —Ambos sabemos que eso nunca habría funcionado.

—Puede que tengas que matar a Grigory —dice Remo.

—Si lo mato, Dinara nunca me perdonará. Tendré que


convencerlo...

—O morir.

—Ese no es el resultado que espero.

—No es un resultado que pueda permitir, te das cuenta de eso.

—Quiero tu promesa que no irás a una matanza si las cosas no


funcionan. Soy yo quien está invadiendo el territorio de Grigory. Si
decide matarme, tiene todo el derecho a hacerlo.

—Y como tu hermano, tengo todo el derecho a buscar venganza.


—Remo —digo entre dientes—. No quiero que me vengues. Si matan
a su Padre también, eso rompería a Dinara.

—Si ella te ama realmente, no permitirá que su padre te mate, y si


no puede detenerlo, debería estar feliz si lo mato.

Para Remo, muchas cosas eran en blanco y negro, especialmente


en lo que respecta a la lealtad. En el fondo, esperaba que Dinara no
permitiera que su padre me matara, pero sobre todo, quería
convencerlo de mis sentimientos por su hija.

—Si Greta se enamorara de un enemigo, ¿podría evitar que lo


mataras si su amor por ella fuera verdadero e intentara
demostrártelo arriesgando su vida?

—No —dice Remo sin dudarlo.

—¿Incluso si eso significa que Greta nunca te perdonaría?

—Greta no puede separarse de Nevio, ni debería separarse de su


familia. Somos su refugio seguro. Nunca permitiría que nadie le
quitara eso, ni siquiera por amor.

—Está bien, tal vez Greta no fue el mejor ejemplo, pero Dinara no
tiene problemas para adaptarse a un nuevo entorno. Le encanta
vivir en el campamento conmigo.

—Pero estar contigo todavía significa que la estás alejando de


Grigory. La perdió una vez antes y aún no se ha perdonado por ello.
Permitir que ella esté contigo significa ponerla en riesgo en territorio
enemigo, lejos de su poder.

—Tendré que intentarlo —digo suplicante.


—Haz lo que debas, eres un adulto. Pero dile a Grigory que destruiré
todo lo que ama si te toca.

—Lo haré —digo, incluso si no tenía la más mínima intención de


hacerlo.

Después de mi conversación con Remo, estaba decidido a seguir


adelante con mi plan. Esto era una locura, pero si era lo que hiciera
falta para convencer a Dinara y a su padre que teníamos que estar
juntos, entonces lo haría.

Alquilé un jet privado en lugar de tomar uno de la Camorra. Si


aparecía con un jet de la Camorra, Grigory podría considerarlo un
gesto amenazante, pero no estaba aquí como Camorrista. Estaba
aquí como Adamo.

Un taxi me lleva al palacio de Mikhailov. En el momento en que


camino hacia la puerta y le digo mi nombre al guardia, hace sonar
la alarma. En un minuto, varios guardias de la Bratva y Dima
corren por el camino de entrada.

Dima niega con la cabeza, una expresión de incredulidad tuerce sus


rasgos. Las puertas se abren y el guardia me empuja hacia Dima.
No me resisto.

Dima agarra mi brazo con un dureza, acercando su boca a mi oído.


—¿Qué diablos, Falcone? ¿Estás loco? Debes darte cuenta que ni
siquiera tu nombre puede protegerte en Chicago. Esta no es la tierra
de la Camorra. Grigory se enojará y te matará.
—Eso es lo que estas esperando, ¿verdad? Entonces este será un
buen día para ti.

Dima niega con la cabeza, murmurando algo en ruso en voz baja.


—Eres un idiota. Dinara quedará devastada si te pasa algo.

Mi corazón da un vuelco al escuchar su nombre. —Dinara y yo nos


amamos.

Dima asiente. —Lo sé, pero a Grigory no le importará. Quiere a


Dinara en Chicago, la quiere a salvo. Enviarla con un Falcone no es
algo que pueda aceptar. —Dima me registra y me quita los cuchillos
y las pistolas, y se los entrega a los otros guardias que me apuntan
con sus pistolas.

—¿Estás solo? —pregunta Dima.

—Sí.

—Por lo general, diría que estás mintiendo porque es


absolutamente idiota venir aquí sin respaldo, pero te creo. Tienes
más agallas de las que pensaba.

Dima me arrastra por el camino de entrada hacia un magnífico


palacio y luego al interior del edificio. Es algo sacado directamente
de Rusia, un palacio tan lleno de esplendor que incluso yo estoy
asombrado a pesar de haber crecido en una enorme mansión. Los
Estados e incluso la Camorra parecían a años luz de distancia en
este lugar.

—Tal vez puedas hablar bien por mí, si quieres que Dinara sea feliz
—bromeo
Dima me mira divertido. —Si Dinara aún no lo ha convencido,
definitivamente no puedo hacerlo. Y si crees que Grigory te
escuchará, entonces eres el mayor tonto que conozco.

Dima llama a una puerta doble de madera maciza con adornos


dorados. El negocio parecía ir espléndidamente para la Bratva.

—Adelante —dice una profunda voz masculina en ruso. Me había


esforzado mucho para aprender el idioma cada vez que tenía un
momento libre, pero todavía estaba lejos de ser fluido. Pero entendía
lo suficiente e incluso podía comunicarme en un nivel básico.
Quería sorprender a Dinara con eso. Ahora sólo podía esperar que
apaciguara a Grigory lo suficiente como para salvar mi vida.

Dima abre la puerta de un empujón y me conduce a una amplia


oficina. Había visto fotos del padre de Dinara en Internet, pero esta
era la primera vez que lo veía en persona. Se levanta de la silla de
su escritorio y rodea el enorme mueble con expresión dura. Es un
hombre alto y, a juzgar por la expresión de sus ojos, no tiene ningún
interés en escuchar lo que tenía que decir. Yo soy una amenaza a
sus ojos. Para su hija, para la Bratva, para su negocio. Quiere que
me vaya, lo más lejos posible de Dinara, y que me hubiera
presentado hoy, le dio ganas de matarme.

Tal vez fuera una señal de falta de respeto a sus ojos. Remo habría
respetado a alguien que arriesgara su vida de una manera tan
suicida. Pero la forma de pensar de Remo es diferente a la de la
mayoría de la gente. Aun así, tenía la esperanza que Grigory se diera
cuenta de lo que esto significaba.

Que estoy dispuesto a arriesgarlo todo por su hija. Quizás me


salvaría la vida. No es que salvar mi vida fuera mi máxima
prioridad. No me iría a menos que pudiera estar con Dinara.
24

Cuando estaba con Adamo, el tiempo había pasado volando y a


menudo había deseado ralentizarlo, quería saborear nuestros
momentos juntos. Ahora que no volvería a verlo, deseaba haber
disfrutado realmente cada segundo de nuestra relación, sin
vacilaciones ni reservas.

En mi habitación a solas, cada segundo parecía arrastrarse y yo


sólo quería acelerarlo, pero ¿para qué? ¿Qué había que esperar?
Había vuelto a mi vida, pero no soy la misma Dinara que se había
unido al campamento de carrera a principios de año. Después de
experimentar el amor, la alegría y la pasión con Adamo, mi
existencia emocionalmente distante en Chicago era insoportable.
En el pasado, habría optado por crear una euforia con las drogas,
pero ahora sabía que no se acercaba a lo que siento con Adamo.

Recorro los estantes con huevos de Fabergé con la mirada. Siempre


me han dado una extraña sensación de paz. Podría pasar horas
mirando sus intrincados diseños. Por esta misma razón, coloque un
acogedor sillón frente a la vitrina y es allí donde he pasado la última
hora. Sin embargo, la paz no llega. Ni siquiera el arte puede evitar
que mis pensamientos agitados volaran.
Mi celular emite un pitido. Mirando la pantalla, veo que es un
mensaje de Dima.

Adamo está aquí. En el despacho de tu padre.

Me siento completamente y miro la pantalla con horror.

Esto no es divertido.

No me contesta. ¿Y si esto no era una broma? Dima no es realmente


alguien que hace bromas sobre algo así, o en absoluto. Salgo
corriendo de mi habitación y bajo la escalera a toda prisa. Adamo
no puede estar aquí. Ni siquiera él sería tan imprudente, ¿verdad?

Pero en el fondo, sabía que lo haría. Adamo no temía a nada.

Es el hombre que se unió a mí en mi venganza sin pensarlo dos


veces, que ama la emoción de los coches de carreras al límite y
quiere estar con la hija de su enemigo sin importar el costo.

Joder.

No me molesto en llamar a la puerta y entrar en el despacho de mi


padre, donde espero encontrar a Adamo. Mientras mi padre no deje
que los guardias se lleven a Adamo al sótano, aún hay esperanza,
por pequeña que sea. Entonces me quedo helada porque Adamo
está de pie en medio de la habitación. Dima y dos de los guardias
de mi padre se alinean a sus lados. La cabeza de Adamo gira y me
dedica una sonrisa. ¿Por qué demonios sonríe? ¿Quiere morir?

—¿Has perdido la cabeza? —pregunto, horrorizada. La expresión de


mi padre deja claro que esperaba que no me enterara de la
presencia de Adamo. Deshacerse de él sería más difícil conmigo
aquí.
Adamo se encoge de hombros. —Perdí el corazón —dice con ironía.

Podría haberlo matado, pero más que eso, quería besarlo, abrazarlo,
y no dejarlo ir nunca. Estos dos últimos días sin él, pensando que
tal vez no lo volvería a ver, han sido un infierno. Apenas había
dormido por estar pensando si debía dejar Chicago para siempre y
volver con Adamo. Pero el miedo a la reacción de mi padre me ha
frenado. No quería arriesgar la vida de Adamo. Sin embargo, ahora
está aquí firmando su sentencia de muerte por mí.

—Padre —digo, volviéndome hacia él —. Deja que se vaya.


Probablemente esta drogado o borracho. Ni siquiera recordará nada
mañana. No sabe lo que está haciendo.

—Estoy perfectamente sobrio y no me he drogado en muchos años,


señor Mikhailov. Y estoy absolutamente seguro de lo que hago.
Estoy aquí para pedirle que le permita a su hija estar conmigo, para
que sea libre de vivir la vida que quiere —dice Adamo en un ruso
imperfecto, pero la cara de padre brilla con sorpresa, que
rápidamente enmascara con ira. Entro en la habitación y cierro la
puerta, sin perder de vista a mi padre y a Adamo.

—No puedes alejarme de tu hija, a menos que hagas que mi corazón


deje de latir.

Padre parece que eso es exactamente lo que iba a hacer. Ha matado


a mucha gente en su vida, algunos por casi ninguna razón y Adamo
le está dado muchas razones. —Para estar aquí se necesita mucha
valentía, o tal vez sólo sea locura. Eso es algo que el apellido Falcone
ha representado en mucho tiempo.

—Padre —intento de nuevo y finalmente se encuentra con mi


mirada. Su expresión muestra pesar, como si ya estuviera tomada
la decisión y supiera lo que me haría.
Me tambaleo hacia delante, pero uno de sus hombres me retiene.
—Padre —susurro desesperadamente—. Si haces esto, no podré
perdonarte.

—Debes irte, Katinka. Esto es entre Adamo y yo.

—No —gruño—. No es así. Se trata de mi vida, de mi corazón. No


puedes ordenarme salir como si fuera una niña pequeña.

Padre hace un gesto a uno de sus soldados que hace un movimiento


para agarrarme del brazo y llevarme lejos. Le aparto la mano de un
manotazo. —¡No te atrevas!

Meto la mano en el bolsillo y los dedos se cierran en torno a mi


teléfono. Tal vez debería irme y llamar a Remo. ¿Pero de qué sirve
eso? No sería lo suficientemente rápido para enviar ayuda.

Adamo da un paso más cerca de mi padre. No detecto ni una pizca


de miedo en su expresión, sólo veo determinación. —He vadeado la
sangre por tu hija y lo volveré a hacer, aunque sea la mía, porque
merece la pena derramar hasta la última gota de mi sangre por
Dinara. No voy a renunciar a ella, no importa lo que hagas o lo que
digas. Y si hay que torturar y morir para demostrar mis
sentimientos por tu hija, eso es lo que estoy dispuesto a hacer. La
amo y no hay fuerza en esta tierra que pueda hacer que eso
desaparezca, así que si no quieres que esté con tu hija, si quieres
que renuncie a ella, entonces tendrás que acabar con mi vida hoy
mismo.

Aspiro una respiración temblorosa, incapaz de procesar las


palabras que Adamo había dicho. Dima ha vivido para protegerme.
Él también habría muerto por mí, pero su lealtad ha sido para mi
padre y una de las razones, quizá la principal, de su disposición a
morir por mí, ha sido su deber hacia su Pakhan, pero Adamo lo
arriesga todo sólo por mí. Enfrentó a mi padre en su propio territorio
por mí. Acepta la muerte para demostrar su amor. Había intentado
apagar mis sentimientos por el hombre que tengo delante, había
intentado decirme que se desvanecerían con el tiempo, pero ahora
que Adamo muestra el valor de proclamar sus sentimientos de una
forma tan arriesgada, sería absolutamente cobarde por mi parte
fingir que no lo amo. No quiero estar sin él, ni un día más. Los
últimos días han sido un infierno, llenos de una nueva clase de
pesadillas por perder a Adamo, cada noche me he despertado
bañada en sudor y con el corazón latiendo en la garganta.

Sentía que temblaba bajo la fuerza de mis emociones, por la


muestra de emoción en el rostro de Adamo. Me ama feroz e
imprudentemente. Definitivamente, de forma insensata.

Dirijo una mirada a mi padre, aterrada por su reacción ante una


aparición tan contundente. Papá espera respeto como Pakhan y
está acostumbrado a que la gente se lo muestre. Por supuesto,
Adamo no es uno de sus súbditos, pero no estoy segura de cuánto
le importe eso.

En lugar de la temida furia, el respeto parpadea en sus ojos.


Respeto por las palabras de Adamo. Incluso Dima parece menso
hostil con Adamo. La sorpresa y el alivio me invaden. Tal vez
podríamos salir de esto de una sola pieza. Si padre hiere o mata a
Adamo, dudo que volviera a sanar.

—Hablas ruso —dice papá con naturalidad. Pude haberme reído de


su tono de conversación, como si no se tratara de una reunión para
determinar el destino de Adamo—. Supongo que tu hermano Nino
te enseñó para que manejaras a los soldados de Bratva que se
cruzan en tu camino durante tus carreras.

—Me enseñó Dinara. Para demostrar mi respeto por su herencia y


la suya.
Padre mantiene una expresión fría y dura, pero lo conozco mejor
que a nadie. Le gusta Adamo, tanto como a un Pakhan le puede
gustar un Falcone, y a un padre protector le puede gustar el novio
de su hija.

—Padre —digo con firmeza mientras me dirijo a Adamo. Uno de los


hombres de papá trata de detenerme, pero lo fulmino con la mirada
y paso de largo. Tomo la mano de Adamo y enfrento a mi padre con
él como un unido frente—. Amo a Adamo y yo también estoy
dispuesta a derramar sangre por él. No dejaré que lo mates. Si
quieres protegerme, si quieres que encuentre la felicidad y esté
lúcida, entonces permite que Adamo y yo estemos juntos. No puedo
vivir sin él. No lo haré. —Esto último es una amenaza que padre
entiende muy bien. El día que estuve a punto de morir de una
sobredosis le persigue hasta el día de hoy y aunque no había
intentado suicidarme, padre nunca lo creyó. Odiaba chantajearlo
con algo así. Yo quería vivir y no intentaría algo así, pero él no lo
sabía. Siempre se preocupa por mí.

Papá frunce el ceño ante sus soldados. —Fuera. Ahora.

Dima levanta las cejas. —¿Está seguro? Uno de nosotros podría


quedarse...

—Soy perfectamente capaz de protegerme contra un solo enemigo,


Dima. Ahora sigue mi orden.

Dima me envía una mirada escrutadora, como si me considerara


otro enemigo para mi padre, pero luego se va.

Yo no soy enemigo de padre, nunca lo sería, pero le impediría matar


a Adamo. Una vez que sólo somodnosotros tres, papá rodea su
escritorio y se sienta en su silla. Que hubiera dado la espalda a
Adamo podía ser una señal de que no lo consideraba una amenaza,
un juego de poder y testosterona, pero también puede ser una señal
de paz. Yo pedía esto último. No quiero que ninguno de los dos
hombres más importantes de mi vida saliera herido, y menos de la
mano del otro.

—Eres un idiota —susurro, mirando a los ojos de Adamo.

Adamo sonríe con ironía. —Lo sé.

Padre golpea sus dedos en el escritorio, sus ojos se detienen en mi


mano y en la de Adamo. —No habrá paz con la Camorra. Ese barco
ha zarpado después de los últimos atentados. —Padre habla en
inglés, y mi pulso se ralentiza un poco más. Él intenta que Adamo
se sienta más cómodo hablando en su lengua materna.

—No estoy pidiendo la paz. Pido la oportunidad de estar con su hija.

—¿Cómo vas a estar con mi hija si están en bandos diferentes en


una guerra? Eso podría convertirse en un problema. A menos que
esperes quitármela y hacerla parte de tu clan Falcone y de la
Camorra.

Detrás de la fría máscara de padre, reconozco su preocupación por


perderme. La familia significa todo para él y, aunque tiene a Galina
y a sus hijos, necesita que yo también forme parte de ella.

Adamo levanta las cejas. —Dinara no es realmente parte de la


Bratva, ¿verdad? —La ira brilla en los ojos de papá, pero Adamo
continúa imperturbable—. Pero no tengo la menor intención de
quitarte a Dinara, no es que ella me lo permita. Me daría una patada
en el culo, porque te ama y te quiere en su vida.

La mirada de papá se encuentra con la mía y, por un instante, la


incertidumbre se dispara. La insinuación de la duda se esconde en
su interior. Le sostengo la mirada, esperando que pueda ver que no
imagino una vida sin él, pero tampoco puedo imaginarme estando
sin Adamo. No tengo muchas personas en mi vida que realmente
me importen y quiero que esas pocas estén lo más cerca posible de
mí.

—La felicidad de Dinara es y ha sido siempre mi principal


preocupación —dice mi padre con firmeza—. No olvido que la
ayudaste a hacer justicia con los monstruos de su pasado.

—Haría cualquier cosa por ella —aprieto la mano de Adamo.


Palabras como esas siempre me han parecido promesas sin sentido,
pero ahora sé que lo dice en serio.

—¿Dejar la Camorra? —pregunta papá con una ceja arqueada. Lo


miro incrédula. Sé que Adamo nunca traicionaría a sus hermanos,
ni siquiera por mí, y si le pido eso, no merecería su amor de todos
modos. Ambos necesitamos a nuestras familias en nuestras vidas,
aunque nunca podremos convertirnos en una gran familia.

Adamo le dedica a mi padre una sonrisa de complicidad. —¿Estás


sugiriendo que podría unirme a la Bratva?

Padre no dice nada, sólo observa a Adamo con una expresión


ilegible. La Bratva nunca aceptaría a un antiguo soldado de la
Camorra en sus filas. Por muy bien que Adamo aprendiera a hablar
ruso, siempre sería un extranjero: el enemigo.

Antes que pueda expresar mis pensamientos, Adamo dice: —Creo


que ambos sabemos que nunca encontraría un hogar en Chicago y
no tengo la menor intención de dejar a mi familia o a la Camorra.
Ambos forman parte de mi identidad, de mi propio ser. Dejar la
Camorra sería como abandonarme y cambiar lo que soy. Su hija
ama al hombre que soy hoy, no a una versión alternativa de mí.

Los ojos oscuros de Adamo se inclinan hacia mí y le hago un gesto


con la cabeza. No quiero que cambie. Quiero al hombre que conocí.
—Entonces, ¿qué sugieres? Parece que estamos en un punto
muerto, atascados en lados diferentes de una guerra. Dinara estará
dividida entre nosotros.

—No estará dividida. No es que haya una guerra abierta entre la


Bratva en su territorio y la Camorra. La Bratva de Las Vegas no
tiene fuertes lazos con tu organización. No necesitamos una tregua.
Necesitamos un acuerdo de ignorancia mutua. Un simple pacto de
no agresión —dice Adamo.

—La línea entre una tregua que podría traerme la ira del Outfit y
un pacto de no agresión parece fugaz.

Adamo niega con la cabeza. —Una tregua suele conllevar la


cooperación. Estamos de acuerdo en la coexistencia. Nosotros no
les ayudamos contra el Outfit. Ustedes no nos ayudáis contra el
Outfit.

—En ese caso, no puedes venir a Chicago a tu antojo. Fuera de mi


casa, no estarás protegido de los ataques. Mis hombres no te
ayudarían si el Outfit intenta secuestrarte de nuevo.

Adamo sonríe —El Outfit no me capturará de nuevo. Era un niño


ingenuo cuando lo hicieron. Y si alguna vez me capturan, la
Camorra vendría en mi ayuda. No necesitaría a la Bratva para eso.

Padre se recuesta en su silla. Lo que Adamo sugiere es un acuerdo


inestable. Si le ocurre algo a Adamo, yo movería cielo y tierra para
convencer a mi padre para que envié a sus hombres a salvarlo, y
Adamo, sin duda, utilizaría a sus soldados de la Camorra para
salvarme si ocurriera algo. Las líneas se volverían borrosas. Incluso
este pacto de coexistencia podría obligar al Outfit a actuar si
consideran que nuestro acuerdo es una amenaza para su negocio.
Realmente no me importan los Bratva más allá del hecho de que la
vida de padre depende de su éxito.

—¿Dónde vivirían? ¿Cómo estarán juntos? —pregunta mi padre,


volviendo su atención hacia mí—. ¿Vivir en Las Vegas, con La
Camorra? Eso sería difícil de explicar a mis hombres. La
coexistencia sólo llega hasta cierto punto. —Los hombres de papá
lo admiran. Confían en su juicio, pero tiene razón. Si me acerco
demasiado a la Camorra, eso no les sentaría bien. La única opción
de papá sería declarar oficialmente su desaprobación y expulsarme.

De todos modos, la cuestión es discutible. Sacudo la cabeza con


fuerza. No quiero vivir en Las Vegas. La ciudad contiene demasiados
horrores para mí. La pequeña Katinka ronda por demasiados
rincones oscuros, dispuesta a lanzar sus recuerdos sobre mí. Miro
a Adamo, preguntándome si espera que me mude a Las Vegas con
él. Su familia es muy unida. Todos sus hermanos comparten una
mansión, y probablemente esperaban que Adamo se uniera a su
convivencia en algún momento.

Por supuesto, mi padre se da cuenta de mi incertidumbre. Se pone


en pie y alisa su traje oscuro. —Les daré un momento para que
hablen. Quiero respuestas cuando vuelva para poder tomar una
decisión.

Padre pasa junto a nosotros y sale de la habitación.

Me giro hacia Adamo y le doy una fuerte palmada en el pecho,


fulminándolo con la mirada. —¿Qué demonios te pasa? ¿Has
perdido la cabeza al entrar en la casa de mi padre? Podría haberte
matado nada más verte.

—No lo hizo —dice Adamo con una sonrisa ligera mientras rodea mi
cintura con sus brazos y me atrae contra él. ¿No se da cuenta de
los problemas que tiene?
—Todavía puede hacerlo.

—No, no lo hará.

—¿Así que ahora puedes ver el futuro?

Adamo se inclina y sus labios contra los míos. Me suavizo


devolviéndole el beso. Le había echado de menos estos últimos días.
Ahora que puedo volver a tocarlo, me pregunto cómo pude haber
considerado vivir sin su tacto, sin su sonrisa. Adamo se aparta. —
Tu padre no habría escuchado todo lo que tenía que decir y nos
habría dado tiempo a solas si hubiera tomado la decisión de
matarme. Confía en mí contigo, y eso es algo importante teniendo
en cuenta que obviamente eres muy valiosa para él.

—Quizá quiere darnos tiempo para que nos despidamos —digo. Sin
embargo, tiene que estar de acuerdo. A padre no le disgusta Adamo.
Es más de lo que me había atrevido a esperar.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres que estemos juntos?

Le dirijo una mirada transigente. —Por supuesto. Pero padre quiere


una solución que no le cause problemas.

—Él quiere tu felicidad. Esa es su máxima prioridad, aunque no


debería serlo. —Adamo se ríe—. Es cierto. El jefe de una
organización criminal nunca debería dar prioridad a su familia
sobre los negocios. Pero Remo es igual. Quizá por eso se toleran a
regañadientes a pesar del eterno conflicto entre italianos y rusos.

—No aceptará que vaya a Las Vegas contigo.

—De todos modos, no quieres vivir en Las Vegas —dice Adamo con
suavidad.
Suspiro. —Tienes razón. Nunca me gustará ese lugar. No después
de lo que pasó. Aunque hayamos matado a los monstruos de mi
pasado, eso no elimina lo que pasó. Todavía está en mi cabeza.

—Lo sé. No viví tus horrores, pero incluso yo sigo teniendo de vez
en cuando pesadillas sobre mi secuestro y la tortura.

—¿Pero tu familia no espera que vivas con ellos en la mansión?

—Creo que saben que nunca quise eso. Incluso antes de conocerte,
vivo la mayor parte del año en el campamento. Prefiero la vida
nómada. Organizar las carreras es una parte del negocio que me
gusta tratar.

—Pero eso fue antes que descubrieras tu amor por la tortura. Estoy
segura que tus hermanos pueden utilizar tus nuevos talentos de
mejor manera.

Adamo se ríe sin ganas. —Créeme, mis hermanos tienen suficiente


experiencia torturando a la gente. No necesitan mi ayuda. Y no es
que haya descubierto mi talento por la tortura en nuestro viaje de
venganza. Es algo con lo que he estado luchando durante mucho
tiempo. Es un anhelo oscuro que he sentido durante mucho tiempo,
y fue por lo que realmente consumí drogas. Ellas suavizaron este
deseo. Me convertían en la persona que quería ser, pero el efecto
nunca duró mucho.

—Si ese es el caso, ¿estás seguro que puedes vivir sin la emoción
de la sangre sin recurrir a las drogas para suavizar tu impulso —
Adamo lo piensa.

—Sí. Siento que el impulso ha disminuido desde que me permití


vivirlo por un tiempo. Suprimirlo, sólo aumentó la ansiedad.
Supongo que sólo tengo que permitir que mi deseo oscuro salga a
jugar de vez en cuando para mantenerlo bajo control. ¿Qué hay de
tu deseo oscuro?

—Está ahí. Siempre estará, supongo, pero no voy a ceder. No


después de ver cómo dictó la vida de mi madre.

—Bien —murmura Adamo.

—Pero todavía no hemos tomado una decisión sobre nuestro futuro.

—Es fácil. Viviremos en el campamento. Las carreras se celebran


nueve meses al año, así que tendremos que seguir el circuito de
todos modos. Quiero seguir corriendo. ¿Y tú?

—Oh, sí —digo con una sonrisa. Echo de menos la emoción de las


carreras. Incluso echo de menos el ambiente caótico del
campamento.

—Podríamos comprar una casa móvil para tener más espacio. Eso
nos permitiría crear un hogar para nosotros sin establecernos en
un lugar. Podríamos visitar Las Vegas de vez en cuando y, si tu
padre no quiere matarme, también podríamos visitar Chicago. De
lo contrario, tendremos que dividirnos para nuestras visitas
familiares.

—¿Crees que tus hermanos estarán de acuerdo con eso?

—Cuando Gemma y Savio empiecen a tener bebés, mis hermanos


podrán utilizar el espacio adicional. Y los gemelos de Remo
probablemente no se mudarán nunca, así que también necesitan
habitaciones. Si sólo necesito una habitación para las visitas, eso
les da a mis hermanos la oportunidad de crear un espacio para sus
hijos. En mi opinión, es una situación en la que todos ganan.
Parece la solución perfecta. Todavía no estoy convencida que sus
hermanos estén de acuerdo, pero tal vez podríamos convencer a
padre como primer paso y sacar a Adamo de Chicago en una pieza.

—¿Te imaginas viviendo en una casa móvil conmigo, o esa forma de


vida no es apta para una princesa Bratva? —pregunta Adamo en
voz baja, acercándome aún más y tocándome el culo.

Enarco una ceja. —Prefiero la libertad y estar contigo a un palacio.


¿Y tú, príncipe de la Camorra?

Adamo sonríe. —Llevo un par de años viviendo la vida nómada en


una tienda y un coche. No necesito mucho.

Baja su boca a la mía una vez más, con su lengua separando mis
labios. Su mano en mi culo baja aún más hasta que sus dedos
acarician mi entrepierna. Gimo dentro de su boca y me pongo de
puntillas para permitirle un mejor acceso. Por supuesto, padre
eligió ese momento para volver.

Me aparto rápidamente de Adamo, con las mejillas calientes. Ser


sorprendida por mi padre es algo que me hace sonrojar. Adamo
sonríe como si no acabara de meterme los dedos a través de mis
pantalones vaqueros.

Me alegro de la cara de póquer de padre, porque no da ninguna


señal de que se hubiera dado cuenta que nos estábamos
manoseando.

—¿Y? —pregunta con neutralidad.

Adamo le explica a mi padre los arreglos que habíamos planeado


para nuestra vida juntos, haciendo que todo sonara perfectamente
razonable. Cuando termina, papá asiente. —Eso podría funcionar.
¿Pero quién garantiza la seguridad de Dinara?
—Nunca le pasará nada a Dinara. Cuando matamos a sus
abusadores, yo era su protector. Ni Dima ni tú estaban allí, pero
Dinara siempre estuvo a salvo.

Aprieto los dientes, odiando cómo hablan de mí, como si no


estuviera presente. —No necesito protección constante. Soy capaz
de alejarme del peligro y, si es necesario, de defenderme. Puedo
matar a alguien.

Tanto Adamo como padre ignoran mi protesta. —Si te confío la


seguridad de mi hija, será mejor que te asegures de no
decepcionarme, porque si le pasa algo, te encontraré y te torturaré
hasta la muerte con mis propias manos, y créeme que soy muy
capaz.

—Padre —murmuro.

—Si le pasa algo a Dinara, que no le pasará, me merezco todo lo


que has planeado para mí y acepto de buen grado mi destino —dice
Adamo.

Sacudo la cabeza. —Ustedes dos son imposibles.

Padre le dedica a Adamo un asentimiento cortante, que era el grado


de aprobación del que probablemente es capaz. —No te voy a matar
hoy. Ahora mismo, estoy dispuesto a dar luz verde a tu relación con
mi hija. No me hagas cambiar de opinión.

—No lo haré —promete Adamo.

—¿Significa eso que Adamo y yo podemos volver al campamento


mañana? —Padre asiente, pero me doy cuenta que aún le cuesta
dejarme ir. Suelto la mano de Adamo y me acerco a padre para
abrazarlo con fuerza—. Gracias —susurro. Su decisión es un riesgo.
Si cualquier otra persona que no fuera yo hubiera empezado algo
con un italiano, o peor aún con un camorrista, lo habría matado en
el acto, pero por mí estaba dispuesto a aceptar incluso eso.

—Todo por ti, Katinka —dice en voz baja antes de besar mi sien.

—Supongo que tendremos que vivir en pecado para siempre —dice


con una risa aliviada mientras salíamos del despacho de mi padre.
Teniendo en cuenta lo conservadoras que son grandes partes de la
mafia italiana, estar juntos sin estar casados causaría un
escándalo, pero nuestra relación es escandalosa en muchos niveles
de todos modos.

—¿Así que estás diciendo que dirías que no si alguna vez te pidiera
que te casaras conmigo? —Le envío a Adamo una mirada de
advertencia mientras lo guio por el vestíbulo.

—No te atrevas a hacer esa pregunta. Ni siquiera hemos salido


durante un año, e incluso eso sería demasiado pronto. Ni siquiera
estoy segura de querer casarme, definitivamente no antes de los
treinta. —No tengo prisa por casarme y nunca había pensado en mi
futuro en detalle. Amo a Adamo, pero eso no significaba que quiera
casarme.

A Adamo y a mí se nos permite pasar la noche juntos en mi


habitación, lo que obviamente sorprende a Adamo a juzgar por su
expresión cuando no le doy una habitación de invitados. —Padre
sabe que vamos a tener sexo, así que mantenernos separados por
una noche no parece tener sentido.

En el momento en el que cierro la puerta, Adamo me aprieta contra


ella, besándome. Me aparto. —No debería recompensarte por casi
haberte matado.

—Estoy muy vivo —dice Adamo.

Me deslizo junto a él hacia el armario, a mis huevos Fabergé. Adamo


me sigue —Has manejado muy bien a mi padre. Pocos hombres
saben qué decir.

—No conozco a tu padre, pero conozco a hombres como él. He


crecido entre mis hermanos, y créeme cuando digo que nadie es
más homicida que Remo.

—Pero Remo es tu hermano. Él no te mataría. Nada retiene a mi


padre.

—Tú lo haces —dice Adamo mientras rodea mi cintura con sus


brazos desde atrás—. Esos huevos son hermosos, pero no podemos
llevarlos al campamento.

Resoplo. —Se quedan aquí. Son demasiado preciosos y hermosos


para llevarlos en una casa móvil.

—Eres tan preciosa y hermosa.

Le doy un empujón con el codo. —Los cumplidos no te conseguirán


sexo. Todavía me molesta que hayas arriesgado tanto. Nunca me
habría perdonado que mi padre te hubiera matado. Ni yo se lo
habría perdonado a él.
Adamo desliza su mano por debajo de mi camiseta, jugando con mi
piercing del vientre, mientras señala con la cabeza el huevo de
Fabergé del centro, la pieza más cara del armario y el primer huevo
que me había regalado papá. —Ese es tu piercing en el vientre.

—Lo es. Es mi favorito y me encanta tenerlo cerca sin importar


dónde esté.

Adamo asiente y luego su mano se desliza más abajo. Abre mi botón


antes de deslizarse dentro de mis bragas. Sus dedos encuentran mi
clítoris y empieza a frotar pequeños círculos.

Me muerdo el labio y me apoyo en él.

—No necesito cumplidos para tener sexo —dice Adamo en voz baja
antes de mordisquearme la garganta. Sus dedos acariciaron mis
pliegues, rozando mi piel sensible.

—Mi padre podría considerar una falta de respeto que no puedas


contenerte ni siquiera por una noche —jadeo.

Adamo se ríe. —No se lo diré. ¿Tú lo harás? —Introduce dos dedos


en mi interior.

—No —jadeo.

Esa noche me quedé despierta en los brazos de Adamo durante


mucho tiempo, sin que las preocupaciones ni los miedos me
persiguieran. Imaginaba nuestro futuro juntos y me emocione. En
realidad, nada nos separara.
25

Cuando Dinara y yo volvimos al campamento al día siguiente, fue


como una última vuelta a casa. Crank me saludó con la mano y el
pulgar hacia arriba cuando vio a Dinara. Ya había llamado a Remo
la noche anterior para asegurar que no atacara a Chicago cuando
no tuviera noticias mías durante mucho tiempo. No quería que mi
relación tenza con Grigory se viera perjudicada. No le había dado
detalles sobre mi acuerdo con Grigory, pero conociendo a Remo,
probablemente sospechaba algo. De todos modos, mis hermanos
sabían que prefería la vida en el campamento a quedarme en Las
Vegas.

Dinara resplandecía de felicidad cuando montamos la tienda entre


nuestros coches. No es un hogar espléndido, pero era todo lo que
necesitábamos por el momento. Cuando la temporada terminara en
dos semanas, tendremos tiempo de comprar una casa móvil para
nosotros.

No echo de menos las numerosas miradas curiosas o incluso


aprensivas de otros pilotos o de las chicas pit.

—¿Crees que saben por qué desaparecíamos tan a menudo estos


últimos meses? —pregunta Dinara.
—Algo saben. Debí haber sabido que los rumores acaban por
extenderse.

—Creo que algunos de ellos se lo piensan dos veces ahora antes de


rebalsarte durante una carrera. Nadie quiere que lo torturen y lo
maten —dice Dinara con ironía.

—No es que sea una persona diferente.

—Lo eres para ellos. Debido a tu personalidad despreocupada es


fácil que la gente olvide que eres un Falcone. Ahora se dan cuenta
que uno de los monstruos de Las Vegas camina realmente entre
ellos y eso les pone nerviosos.

Me doy cuenta que esto divierte mucho a Dinara. —Odio ese


nombre.

—Pero sirve para algo. Es mejor ser temido que ser querido en el
negocio de la mafia.

Me río con ganas. —En efecto. Ese es el credo de Remo. Supongo


que es inevitable que cumpla el destino de mi familia en algún
momento.

—La gente del campamento acabará por calmarse cuando vean que
nada ha cambiado. Hasta entonces te será más fácil recuperar
puntos.

—No hay manera que pueda recuperar los puntos que perdí en las
últimas carreras, ni tú tampoco. Tendremos que pasar por las
carreras de clasificación la próxima temporada.

La emoción brilla en los ojos de Dinara. —Me encantan los retos.


—Creo que la gente también te ve bajo un nuevo lente. Las miradas
de aprensión no son sólo para mí.

Dinara mira a su alrededor y la gente aparta rápidamente la mirada.


—Dudo que me teman por quien soy. Siempre se subestima a las
mujeres.

—Cualquiera que te subestime es un tonto.

—Realmente echaba de menos esto —dice Dinara cuando nos


sentamos en un tronco alrededor del fuego con el resto del
campamento, bebiendo cerveza y comiendo alitas de pollo que
queman mis papilas gustativas. La música country suena en los
altavoces instalados en los bordes.

—Sí, este es nuestro extraño y pequeño mundo en el que podemos


saltarnos las reglas.

Dinara mueve las piernas al ritmo de la música country. Sonrío


desafiante. —Nunca te imaginé como una chica de campo.

Toma un sorbo de su cerveza y una lenta sonrisa se dibuja en su


hermoso rostro. —Tengo una personalidad múltiple.

Me río. —No me digas. —Le paso el brazo por los hombros y ella
apoya su cabeza en el mío—. Es extraño pensar que éste será
nuestro hogar a partir de ahora.
Dinara se encoge de hombros. —Somos libres. No creo que haya
nada mejor en el mundo.

—Sí —murmuro. Las primeras personas empiezan a bailar


alrededor del fuego mientras sus niveles de alcohol aumentan—.
¿Hablaste con Dima?

Dinara suspira. —No lo vi antes que saliéramos. Supongo que me


evitó. Quizás siente que he traicionado lo que teníamos.

—Pero ya no eran pareja. Era tu guardaespaldas.

—Siempre ha sido más que eso. Pero Dima es leal a mi padre y no


puede seguirme en este nuevo camino. Siempre servirá a mi padre
hasta que muera o lo maten cumpliendo con su deber. Tal vez
piensa que mi deber es quedarme en Chicago y ser la princesa
Bratva que mi padre siempre quiso que fuera.

—Pero no es lo que quieres ser. Si Dima te ha querido de verdad,


debe darse cuenta.

Dinara levanta la cabeza. —Lo que Dima y yo teníamos no era


realmente amor, me doy cuenta ahora que estoy contigo.

—Porque me amas.

Dinara me dedica una extraña sonrisa. —Realmente quieres que lo


diga más a menudo, ¿no?

La beso. —Oh, definitivamente.

El baile a nuestro alrededor se vuelve más animado, levantando


polvo. Mucha gente empieza a cantar las canciones, la mayoría sin
tener ni idea de la letra real.
—Unámonos a ellos —dice Dinara, dejando su botella de cerveza en
el suelo.

—Pensé que nunca me lo pedirías. —Me pongo de pie y la arrastro


conmigo. Cuando nos unimos a los bailarines, algunos dudaron,
obviamente todavía inseguros sobre nosotros después de los
rumores de la pareja asesina de los que me había hablado Crank,
pero pronto la música y el alcohol se llevaron su tensión y volvimos
a formar parte del campamento.

Dinara se ríe mientras avanzamos al ritmo de la música en una


descoordinada pero divertida formación de baile en línea. Sus ojos
se clavan en los míos y su rostro se ilumina maravillosamente con
el fuego. No es una felicidad falsa. No es una risa fingida. La
oscuridad forma parte de Dinara y de mí, pero la habíamos
desterrado a un lugar lejano de nosotros. No gobernaba nuestras
vidas.

Eran casi las tres de la mañana cuando Dinara y yo finalmente nos


acostamos en nuestra tienda. No estábamos borrachos, pero un
suave zumbido llena mi cuerpo. Después de hacer el amor, nos
dormimos abrazados.

Las vueltas que Dinara da en la cama y los murmullos ininteligibles


me despiertan de mi propia pesadilla, la misma que me persigue
desde hace años, pero, salvo en el pasado, no me despierto cubierto
de sudor y con el corazón latiendo en la garganta. La pesadilla ha
cambiado desde que Dinara y yo iniciamos nuestro viaje de
venganza. Ahora siempre consigo liberarme de mis ataduras y lucho
contra mis torturadores. Parece que ahora mis pesadillas me
permiten vengarme.

La respiración de Dinara se ralentiza cuando se despierta y le beso


la mejilla. —Ojalá las pesadillas hubieran muerto con mis
abusadores —susurra en la oscuridad.
—Con el tiempo se desvanecerán o tal vez cambien —digo y luego le
cuento sobre mi propia pesadilla.

—Me sigue sorprendiendo que nunca hayas buscado venganza


contra las personas que te torturaron. Tienes a la Camorra a tu
disposición.

—La venganza contra la Camorra, especialmente contra su capo y


sus subjefes, no cambiaría nada, sólo continuaría una espiral
interminable de violencia y venganza. Podría acabar con todo
matando a mis agresores, pero en una guerra, la venganza sólo
conduce a más violencia. Lo que me pasó no fue personal.

Dinara deja escapar una risa sin ganas. —Creo que ser torturado
es bastante personal.

—No se trataba de mí, sino de Remo. Mi dolor fue una venganza por
las acciones de Remo, y si yo me vengo a su vez provocaría un nuevo
acto de venganza por parte del Outfit.

—Un espiral de violencia sin fin.

—Quiero vivir en el presente y para el futuro. El pasado es el


pasado.

—Por primera vez en mi vida, quiero lo mismo. El pasado ha muerto


y estoy muy ilusionada con nuestro futuro.

—Va a ser una locura en muchos sentidos. —Dinara tararea su


aprobación.

—Sólo hay dos carreras más antes que termine la temporada y la


mayoría de la gente regresará con sus familias por Navidad. Sólo
unos pocos se quedan en el campamento, como Crank, lo celebran
juntos.

—No celebramos la Navidad en diciembre. La Navidad ortodoxa es


en enero, así que quizá me quede en el campamento hasta enero.

Por encima de mi cadáver. —Quiero que celebres la Navidad


conmigo y mi familia en Las Vegas.

Se congela en mis brazos. —No soy parte de tu familia. Seguro que


tus hermanos y sus familias no me quieren allí.

Todavía no les he preguntado a mis hermanos, pero quiero a Dinara


y quiero pasar las vacaciones con ella. Dudo que Kiara y Serafina
tengan algo en contra. Remo es muy protector con nuestra
mansión, así que no estoy seguro de su reacción. Y luego están
Savio y Gemma. Ambos son absolutamente tranquilos en
circunstancias normales, pero la mitad de la familia de Gemma ha
sido asesinada por la Bratva, así que pueden ser parciales en su
opinión sobre Dinara. Me guardo esos pensamientos para mí.
Encontraré la manera de convencer a mi familia que Dinara no es
una amenaza. —Mi familia debe conocerte y ¿qué mejor manera de
hacerlo que en Navidad? Te amarán como yo.

—No soy alguien que tenga una larga lista de fans. No soy una de
esas chicas dulces y sonrientes que todos quieren en su familia.

—Confía en mí, encajarás perfectamente con tu personalidad. No


dejes que celebre la Navidad solo. No hay nada más deprimente que
estar rodeado de parejas y familias felices estando solo.

Dinara se queda callada durante un largo rato y luego suspira. —


Está bien, pero por favor, asegúrate que seré bienvenida. No quiero
entrometerme en tu tiempo familiar.
—Tú eres mi familia —murmuro.

Dinara se acerca a mi cuerpo y me besa el cuello. —Te amo.

A la mañana siguiente llamé a Remo. Es la primera persona a la


que tengo que convencer. Para mi sorpresa, no está en contra de mi
sugerencia. —Tráela. Kiara estará encantada de cocinar para más
gente.

—Esperaba más resistencia por tú parte —admití.

—Si confías en Dinara, yo confío en tu criterio. Por no hablar que


tanto Nino como yo la conocemos, y dudamos que suponga un
riesgo. Tiene más razones para estar agradecida hacia nosotros que
para odiarnos por una enemistad entre familias mafiosas que no le
concierne realmente.

—¿Qué pasa con Savio y Gemma? —pregunto.

—Habla con Savio. Si él está en contra, no puedo permitir que


Dinara se una a nosotros.

—Entiendo —digo—. Gracias, Remo. Sé que muchas veces no te


muestro mi agradecimiento por lo que has hecho, pero nunca
olvidaré lo que hiciste para darle justicia a Dinara. Intentaré ser
menos hijo de puta contigo en el futuro.

—Eso es un comienzo —dice Remo con ironía—. Ahora aclara las


cosas con Savio.
—Sí, Capo. —Cuelgo y marco el móvil de Savio. Contesta al décimo
timbre.

—Más vale que esto sea bueno —murmura —.Estás interrumpiendo


mis deberes maritales.

Pude oír a Gemma sisear algo ininteligible y algo que suena como
una bofetada. Savio se ríe.

—Tengo que hablar contigo sobre Navidad —digo.

—¿De acuerdo? No estoy en el comité de organización de la Navidad.


Pregúntale a las mujeres.

—Se trata de Dinara. Quiero llevarla a celebrar la Navidad con


nosotros.

El silencio sigue al otro lado.

Su voz pierde su habitual juguetería cuando finalmente habla. —


Remo mencionó que tú y ella siguen juntos. Creí que las cosas
terminarían después que terminaras tu matanza.

—Nos amamos —admito, aunque me siento expuesto admitirlo ante


Savio. Él y yo no solíamos compartir nuestras emociones más
oscuras.

—Amar al enemigo parece ser cosa de familia.

—Dinara no es el enemigo. Ella nunca fue realmente parte de la


Bratva.

—Su padre es Pakhan. Nuestras mujeres son parte de nuestro


mundo por asociación, incluso si no son inducidas. —Era extraño
escuchar a Savio tan serio y esto me decía que es un tema difícil
para él y Gemma.

—Dinara dejó Chicago para estar conmigo.

—Me alegro por ti.

—Sé que tienes todos los motivos para odiar a la Bratva, y Gemma
aún más, y por eso quiero preguntarte si te parece bien que lleve a
Dinara.

—Esa no es mi decisión —dice Savio, y luego su voz se tornó


amortiguada, mientras probablemente describía la situación a
Gemma. No conocía a Gemma tan bien como a Kiara, pero nunca
me había parecido alguien que juzgara a la gente con facilidad.

—De acuerdo —dice Savio sin previo aviso.

—¿Qué?

—Está bien que la traigas. Gemma y yo no juzgaremos a Dinara


antes de conocerla. Le daremos una oportunidad.

—Gracias, Savio —digo con sinceridad.

—No tengo tiempo para seguir charlando contigo. Tengo que


satisfacer a mi mujer. —Cuelga y sacudo la cabeza con una sonrisa.

Encuentro a Dinara retocando su coche para la carrera de mañana.


Levanta las cejas. —Pareces emocionado.

—He hablado con mi familia. Quieren que te unas a nosotros en


Navidad.

—Pareces aliviado, así que no estabas seguro que lo hicieran.


Le rodeo la cintura con un brazo. —Savio y Gemma eran un
obstáculo, pero quieren conocerte.

—¿Para ver si soy una amenaza?

Sonrío. —Todos sienten curiosidad por ti. Y creo que te gustará


Gemma. Le gusta luchar en la jaula.

Dinara frunce el ceño. —No me gustan las peleas.

—Pero sí te gustan las carreras, que también son una actividad


dominada por los hombres.

Dinara pone los ojos en blanco. —No necesito una polla para patear
culos en la pista de carreras.

—Oh, lo sé —digo—. Entonces, ¿celebrarás la Navidad conmigo y


con mi familia? —Dinara asiente con decisión, pero me doy cuenta
que está nerviosa.

—He sobrevivido a tu padre y tú sobrevivirás a mi familia, no te


preocupes.

—Eso es un consuelo.
Nunca he celebrado la Navidad en diciembre. No es que me gusten
mucho la fiesta en general. Siempre la he celebrado sólo por mi
padre y luego por mis medio hermanos.

Adamo me ha hablado tanto de su familia que siento como si ya los


conociera. Me pregunto cuánto sabrán ellos de mí. No soy una
persona que se pone nerviosa con facilidad o que me ponga ansiosa
antes de conocer gente nueva. Definitivamente soy más bien una
persona extrovertida, aunque tampoco tengo problemas para estar
sola. Sé que no le gusto a todo el mundo y puedo vivir con ello, así
que no me preocupa convertirme en Miss Popularidad. Sin
embargo, estoy nerviosa porque esta no es una reunión al azar. Esto
tiene un significado, que mi relación con Adamo es seria para
ambos. Hasta ahora no le hemos puesto un nombre. Lo vivimos.
Pero esto es un nuevo paso en nuestra relación.

Cuando nos detenemos en la entrada de la magnífica mansión


blanca, me sudan las palmas de las manos. Esto es importante para
Adamo, y a su vez, lo es para mí.

—¿Nerviosa? —pregunta Adamo con una sonrisa de oreja a oreja


después que saliéramos del coche. Agarra la enorme bolsa con
regalos del maletero antes de ponerse a mi lado.

Pongo los ojos en blanco, pero acepto de buen grado su mano


extendida como apoyo moral. —¿Tengo motivos para estarlo? ¿A
todo el mundo le parece bien que esté aquí?
Adamo me dirige una mirada que deja claro que piensa que estaba
siendo simpática. Le doy un codazo en el costado. —¿Crees que
alguna vez tendré la oportunidad de conocer a tu padre para una
reunión familiar relajado? ¿Tal vez celebrar juntos su Navidad
ortodoxa?

Que padre no hubiera matado a Adamo cuando se presentó en


nuestra puerta había sido un milagro. Es muy protector con Galina
y sus hijos, por lo que dudo que permita que Adamo esté en su
presencia en un futuro cercano. Tal vez Remo no me considera un
peligro para su familia, pero Adamo es un camorrista, un Falcone,
y para que mi padre no lo considere una amenaza tendrá que pasar
mucho tiempo, si es que alguna vez ocurre.

—Vayamos paso a paso, ¿de acuerdo? No te mató la última vez. Eso


es un buen comienzo, pero no debemos forzar demasiado nuestra
suerte. Démosle tiempo para que se acostumbre a la idea que eres
una presencia constante en mi vida. Ahora mismo, probablemente
todavía espera que nuestra relación fracase.

Adamo se detiene en seco, con las cejas arqueadas y la misma


sonrisa en la cara. —¿Y? ¿Apostarías por nosotros?

—No somos una apuesta segura —digo con una sonrisa malvada—
. Pero ¿quién quiere seguridad cuando puede tener lo que tenemos
nosotros? —Agarro su cuello y lo atraigo contra mí para darle un
beso. Adamo me rodea con sus brazos.

Ruidos de besos falsos interrumpen el momento. Adamo y yo nos


separamos. Adamo gime y entrecierra los ojos ante un trío de niños
que permanecen en la puerta abierta, observándonos. El más alto,
con el pelo negro, se dirige hacia nosotros y le dedica una sonrisa a
Adamo antes de encararse conmigo con un brillo cauteloso en los
ojos. —¿Quién eres tú? —pregunta, no, exige.
Adamo le da un empujón. —Eso no es asunto tuyo, Nevio. Y más
vale que cuides tu boca o tendrás problemas.

Nevio aprieta los labios, pero no parece culpable en absoluto


mientras me lanza otra mirada. El niño tiene unos ocho años, pero
definitivamente tiene el descaro y la confianza de un adulto. A pesar
de su rudeza, el niño me cae bien. Si alguna vez tengo hijos,
preferiría que tuvieran su propia personalidad y no dejaran que los
adultos o cualquier otra persona los pisoteara.

Levanto las cejas ante el pequeño. Los otros dos niños se muestran
más comedidos, pero es evidente que también desconfían de mi
presencia. No se parecen a Nino. Supuse que son los hijos de Nino.

—¿Están nuestros regalos ahí? —pregunta Nevio, señalando la


bolsa. Eso pareció despertar la curiosidad de los otros dos chicos y
se abalanzan sobre Adamo.

Adamo se encoge de hombros. —Eso depende de su


comportamiento.

—¡Nevio, Alessio, Massimo! —grita una mujer, con su impaciencia


resonando en su voz. Los chicos giran sobre sus talones y vuelven
a entrar corriendo, dejándonos a Adamo y a mí solos.

Suelto una carcajada. —¿El resto de tu familia me dará una


bienvenida similar?

Adamo vuelve a unir nuestras manos. —Los niños no están


acostumbrados a que los extraños visiten la mansión. Remo no
suele permitir visitas. Es muy protector.

Asiento, dándome cuenta de lo que Adamo me está diciendo. Que


Remo me reciba en su casa es algo importante. —Confía en su juicio
sobre mí.
Nino se acerca a nosotros donde esperamos en el porche. —¿No
quieres entrar?

—Quiero darle a Dinara la oportunidad de cambiar de opinión


después de la grosera bienvenida de Nevio.

Nino me hace un gesto de bienvenida a medias antes de volverse


hacia Adamo una vez más. —¿Qué ha hecho?

—Exigió saber quién es ella. ¿No se lo dijeron a los niños?

Nino niega con la cabeza. —Les dijimos que traerías a tu novia.


Causó un gran revuelo porque nunca has presentado a alguien.

Adamo me mencionó que nunca había ido tan en serio con nadie
como para someterlo a la presencia de su familia. Que confiara en
mí lo suficiente como para traerme, me llena de calidez.

—Vamos —dice Nino—. Kiara ha preparado la cena. No queremos


que se enfríe.

Adamo y yo seguimos a Nino a través de un largo pasillo hasta una


enorme sala que parece servir de zona común de la mansión. Adamo
había mencionado que cada hermano tiene su propia ala donde
viven con su mujer y sus hijos. Incluso Adamo seguía teniendo su
propia ala, aunque viviera en el campamento la mayor parte del
año.

La zona común ya estaba llena de gente del clan Falcone. Media


docena de niños juegan, creando un nivel de ruido impresionante.
Tres niños y dos niñas. Todos se vuelven hacia nosotros cuando
entramos en la sala. Adamo me ha enseñado fotos de su familia,
pero no estoy segura de poder recordar los nombres de los niños.
Al menos los adultos eran fáciles de recordar. El tercer hombre de
pelo oscuro tenía que ser el hermano de Adamo, Savio, y a su lado
su bomba sexual, Gemma. Estoy contenta con mi cuerpo, pero
incluso yo siento un parpadeo de insuficiencia al ver sus curvas.
Parte de su familia ha sido asesinada por la Bratva, así que su
expresión vacilante no me sorprende. Me encuentro con su mirada
y le dedico una sonrisa tensa. No me siento culpable por algo de lo
que no soy responsable. Mi padre me aseguro que no había
participado en el ataque. Pero, aunque lo hubiera hecho, yo no soy
parte de su negocio. Que nuestras familias nunca se sentaran
juntas en una misma mesa y jueguen a la familia feliz quedo claro
desde el principio.

—Bienvenida a nuestra casa —dice Remo. Incluso su lenguaje


corporal es diferente al de nuestros anteriores encuentros. Una
pizca de tensión en sus extremidades habla de su protección y
precaución. Para él, yo no soy una amenaza, o no estaría aquí, pero
la confianza aún no forma parte de nuestra relación. Adamo me
aprieta la mano y me acerca a su familia. La mesa ya está puesta,
pero nadie había tomado asiento todavía.

La esposa de Remo, que me recuerda un poco a Grace Kelly, envía


a su hijo Nevio una mirada de advertencia antes de acercarse a mí
y sonreír. El primer gesto completamente amable de mi visita, no es
que tenga motivos para quejarme. Después de todo, mi padre casi
había matado a Adamo.

—Hola Dinara, es maravilloso conocerte por fin. Casi perdemos la


esperanza que Adamo te trajera. Ha sido muy reservado con su
relación contigo —dice Serafina.

—Necesitábamos tiempo para descubrir las cosas por nosotros


antes de contarle los detalles a los demás —digo con una sonrisa.

—Eso tiene sentido —dice Leona, la esposa de Fabiano, el ejecutor


de la Camorra y hermano no consanguíneo de los Falcones.
—¡La cena está lista! —dice una mujer de pelo oscuro mientras se
dirige hacia nosotros. La reconocí como la esposa de Nino, Kiara.
Por alguna razón, siento que mis mejillas se calientan al recordar
la sugerencia de Adamo de hablar con ella sobre mi pasado. Todavía
no me siento bien que pensara que un pasado similar de abusos
significaba que Kiara y yo podíamos darnos consejos de vida. Cada
persona tiene una forma única de afrontar el trauma. Ella parecía
haber encontrado su refugio seguro en su familia, viviendo un rol
tradicional el proveer a su enorme familia. Yo no soy alguien que
quiera seguridad y continuidad para lidiar con mi pasado. Quiero
emoción y aventura. Kiara se dirige hacia mí y me dedica una
brillante sonrisa. Parece realmente feliz de verme. Me abraza. Al
principio me pongo rígida porque no me lo esperaba. Mi familia es
más reservada. Rara vez nos abrazamos, sobre todo a personas que
apenas conocemos.

Tras un momento de sorpresa, me obligo a relajarme, pero ella se


aparta al instante y me dedica una sonrisa avergonzada. —Lo
siento. No quería incomodarte con mi abrazo.

—No te preocupes. Es un placer conocerte.

Kiara es una mujer preciosa y menuda, con los ojos más amables
que jamás he visto. Es alguien a quien habría imaginado como la
dócil esposa de un pastor, no un mafioso notorio e indudablemente
sociópata como Nino Falcone.

—Nino, ¿puedes ayudarme a llevar todo a la mesa? —pregunta


Kiara antes que ella y su marido desaparezcan.

—Yo también te ayudaré —dice Gemma, corriendo tras ellos. Quizá


esto no es tan fácil para ella como Adamo había pensado. Mira a su
hermano Savio pero no puedo leer la mirada que pasó entre ellos.
Saludo a Leona y a Serafina, que me recibieron sin reservas.

También ellos parecen honestamente interesados en conocerme.


Tras saludar a las mujeres de la familia, Adamo me conduce hacia
Remo y Nino, así como hacia Fabiano y Savio. Fabiano me estrecha
la mano con una apretada sonrisa. No había esperado una
bienvenida más cálida por parte del ejecutor de la Camorra, pero
no fue hostil, así que lo tomé como una buena señal. Se me aprieta
el estómago cuando por fin me enfrento a Savio. —Hola —digo
estúpidamente. No estaba segura de por qué me sentía incómoda.
No era culpable.

Savio me escanea de pies a cabeza. Llevaba mis queridas botas de


motero, pero en lugar de unos vaqueros rotos o unos pantalones
cortos vaqueros, había optado por una falda de cuadros más festiva,
unas mallas negras y una chaqueta de cuero negra sobre un body
negro de manga larga. —Debí haber sabido que mi hermanito Emo
se encontraría con una chica rockera Emo.

Parpadeo —El papel de Ken y Barbie en la familia ya está tomando,


así que tuvimos que conformarnos como la pareja emo —le disparo
antes que pudiera pensarlo.

Remo enarca una ceja con esa mirada de oscura diversión que
siempre se le dibujaba en el rostro.

Savio suelta una carcajada. Da una fuerte palmada en el hombro


de Adamo. —Ahora sé por qué la elegiste.

Reprimo una sonrisa de satisfacción. Adamo se encoge de hombros,


pero pude ver que la tensión abandonaba sus hombros. —No fue
una elección. Dinara es una fuerza a tener en cuenta. No tuve más
remedio que enamorarme de ella.
Mi cara se calienta. Le clavo las uñas en la mano en señal de
advertencia. No debía avergonzarme. Hablar de sentimientos
delante de la gente me ponía en aprieto.

Después de un par de minutos, Kiara, Nino y Gemma regresaron


con cacerolas y sartenes, y nos acomodamos alrededor de la mesa.
Los niños todavía me miraban con una mezcla de precaución y
curiosidad. Con suerte, los regalos les harían acercarse a mí
mañana, pero no estoy segura de cómo manejar a Gemma. Hasta
ahora me ha evitado.

De vez en cuando la miro durante la cena. Por suerte, el resto del


clan Falcone charla animadamente conmigo sobre las carreras.
Evitamos cualquier mención de Rusia o a Bratva hasta que Leona
pregunta: —¿Cómo celebran la Navidad en Rusia?

Dudo, mirando a Gemma y a Savio. No quiero abrir viejas heridas,


pero Gemma levanta la vista de su plato y se encuentra con mi
mirada. Me dedica una pequeña sonrisa. Me relajo y le regalo una
sonrisa de agradecimiento. —Lo celebramos el 7 de enero. En mi
familia cocinamos doce platos que representan a los discípulos de
Jesús, pero no es así como lo hacen todos en Rusia. Tenemos
multitud de tradiciones en nuestro país.

Pronto me llovieron más preguntas sobre Rusia. Me alivia que mi


herencia ya no fuera el elefante rosa en la habitación.

—Me gustaría ver el ballet Bolchoi algún día —dice una niña
pequeña con el mismo pelo negro y ojos oscuros que su gemelo
Nevio. Se llama Greta si recordaba bien las instrucciones de Adamo,
y parecía una preciosa muñeca con sus rasgos faciales simétricos,
sus grandes ojos y su piel de porcelana.

—Los vi varias veces en San Petersburgo y Moscú. Mis ballets


favoritos son el Cascanueces y el Lago de los Cisnes.
Greta me sonríe tímidamente, encontrando brevemente mis ojos
antes de apartar la mirada.

—Los míos también.

Al instante, todos se volvieron aún más amables, como si el


veredicto de esta niña tuviera un significado especial. Adamo me da
una palmadita en la pierna y luego entrelaza nuestros dedos bajo
la mesa.

Al final de la noche, estaba completamente relajada. Todavía no me


sentía parte de la familia, pero no lo esperaba. Sin embargo, disfruté
de la caótica comodidad de la casa de los Falcone.

Es una Navidad diferente a la que celebrábamos en Chicago y me


encantaba esta nueva experiencia. Quiero que Adamo también
forme parte de nuestras tradiciones, pero me preocupa lo que padre
le haga si lo llevo a casa conmigo. Mientras estoy a salvo en Las
Vegas con el clan Falcone, no estoy segura que Adamo este a salvo
en Chicago. Padre podría cambiar de opinión cualquier día.

Después de la cena Navideña, todos nos dirigimos hacia los sofás.


El árbol de Navidad, bellamente decorado, se alza sobre nosotros e
ilumino nuestro entorno con el suave resplandor de las velas
eléctricas. Antes que pudiera sentarme junto a Adamo, Gemma se
acerca a mí.

—Siento haber sido maleducada y no haberte recibido enseguida.


La Navidad es dura para mí... —Traga saliva—. Pero no debo
descargar mi tristeza en ti.

—Siento lo que le pasó a tu familia. Odio que el negocio de la mafia


mate a tantos inocentes.
—Gracias —dice Gemma con una pequeña sonrisa—. Me alegro que
Adamo te haya encontrado. Nunca le había visto tan feliz.

Adamo está hablando con Fabiano, pero me doy cuenta que está
escuchando a medias mi conversación con Gemma.

Después que Greta hace una breve actuación de ballet que Kiara
acompañó con el piano, Kiara empieza a recoger los platos. La
ayudo y llevo una pila de platos a la cocina. Me pregunto si Adamo
también le había mencionado alguna conversación. Me hizo sentir
incómoda. No me avergüenzo de mi pasado, pero prefiero que la
gente me juzgue por mis acciones actuales y no por algo que me
hicieron hace más de una década.

Ella nota mi mirada curiosa y se apoya en la encimera de la cocina.


—Adamo siempre parecía tan inquieto cuando venía de visita, sobre
todo en las fiestas navideñas, pero hoy, por primera vez desde que
lo conozco, parece que destila calma. Por fin. Tú eres su ancla y no
importa dónde vivan o si siguen viajando con el campamento de
carreras, él ha encontrado su hogar en ti. Eso es maravilloso. Todos
necesitamos algo que nos dé raíces para poder crecer para el futuro,
y ustedes son las raíces del otro.

Me muerdo el labio, con la garganta atascada por las emociones. —


Gracias, Kiara. No quise que esto sucediera. No creí que pudiera
confiar en alguien como confío en Adamo.

Kiara asiente. —Nunca pensé que podría experimentar lo que tengo


con Nino, pero el pasado no tiene que definirnos. No debemos
dejarlo.

—Sí. —Estuve de acuerdo.


La puerta se abre y sus dos hijos entran corriendo. Se acercan a
ella. —Mamá, ¿podemos comer galletas antes de acostarnos? —
pregunta el más bajito, Massimo.

—Es Navidad —le recuerda Alessio.

Kiara se ríe y yo también. Me recordaban a mis medio hermanos.


Cuando se trataba de dulces, podían ser bastante astutos.

Un momento después, Adamo entra con un par de vasos vacíos,


pero es obvio que está comprobando cómo estaba. Me rodea la
cintura con su brazo, atrayéndome contra él.

—Estoy bien —digo antes de que pudiera preguntar.

Adamo asintió. —Sabía que lo estarías.

Reprimo una sonrisa. Siempre he querido tener a mi lado a alguien


que supiera que podía manejarme, que no me tratara como una
damisela en apuros, y había encontrado a esa persona en Adamo.
26

Está de pie contra el horizonte, iluminada por el sol que se esconde,


completamente desnuda excepto por sus botas. Su pelo rojo brilla
como llamas con los últimos rayos y su pálido y hermoso cuerpo
parece casi una aparición. Salgo de la tienda y la observo un poco
más.

Es tan jodidamente hermosa. Se vuelve y se encuentra con mi


mirada. Una sonrisa se dibuja en su rostro. No es una de esas
sonrisas falsas, forzadas por la oscuridad del pasado. Es una
sonrisa libre y sincera. Eso no significa que no siga albergando
oscuridad. Ambos la tenemos. Es lo que nos hace entender tan bien
al otro. Pero ahora controlábamos nuestra oscuridad, como una
bestia domesticada tras unas barras de hierro. A veces la
dejábamos salir a jugar, pero la mayoría de las veces duerme
plácidamente en su rincón.

Sigo sintiéndome tan estúpidamente enamorado de Dinara como


cuando corrí a Chicago para convencer a su padre. Dinara y yo
estamos muy unidos, e incluso su padre me tolera a regañadientes.
Incluso habíamos celebrado juntos la Navidad ortodoxa en Asper
por primera vez este año.

Dinara se muerde el labio de esa manera burlona que tiene, y se


vuelve completamente hacia mí para que pueda ver la longitud de
su cuerpo desnudo. Se lleva una de sus manos al pecho,
acariciando su piercing, mientras la otra se deslizaba lentamente
por su vientre hasta el vértice de sus muslos con la suave mancha
de pelo rojo. La sangre corre por mi cuerpo, acumulándose en mi
polla. Ella y yo siempre nos apartamos del campamento para poder
disfrutar plenamente de la compañía del otro.

Me acerco, observándola y viendo cómo se acaricia. Cuando me


detengo frente a ella, jadea suavemente, con los labios
entreabiertos. Dos dedos trabajan en su clítoris, extendiendo la
humedad por todo el cuerpo. La agarro por las caderas y me meto
en la boca su pezón perforado. Sus dedos se mueven más rápido en
su clítoris y deja escapar un gemido agudo. Me hundo lentamente,
recorriendo con mi lengua su vientre antes de llegar a la altura de
su coño. Sus dedos rodean su manojo de nervios y su lujuria ya se
ha acumulado a su alrededor. La visión de sus brillantes pliegues
me hace agua la boca. Me inclino hacia delante y acaricio sus dedos
y su clítoris con mi lengua, saboreando su dulce excitación. Sus
dedos no dejan de dar vueltas a su clítoris. En cambio, pronto
empieza una lucha con mi lengua por el dominio. Después que se
corre, la tiro sobre mi regazo. Hacerle el amor sigue siendo una
revelación cada vez que lo hacemos.

Luego, observamos el cielo nocturno mientras nos recostamos en el


capó de mi Corvette y bebemos cerveza helada.

—En el pasado, habría necesitado un cigarrillo para disfrutar


realmente del momento —murmura Dinara.

—Ya ni siquiera echo de menos fumar.

—Yo tampoco. Tú y las carreras me dan el subidón que necesito —


dice con una sonrisa burlona. Le toco la mejilla, sin poder creer lo
afortunado que soy. Lo ridículamente feliz que estoy.
Y entonces me doy cuenta. Este es el momento que había estado
esperando. Por supuesto, no estoy preparado, pero no importaba.
No quiero esperar a tener un anillo. Este es el momento adecuado
y esperaba que Dinara también lo viera. Me desprendo de la
capucha y me hundo en el suelo polvoriento ante Dinara.

Ella se incorpora lentamente, sus ojos se abren brevemente, luego


la incredulidad se apodera de su rostro. —¿Qué estás haciendo?

Le tomo la mano con una sonrisa. —Hemos llegado a los cinco años,
aunque pensabas que no lo haríamos. Creo que aún seguimos
amándonos con fuerza. Apostaría todo mi dinero a que llegamos a
los cincuenta años.

Dinara se muerde el labio inferior, conteniendo la risa. —Teniendo


en cuenta nuestro arriesgado estilo de vida, dudo que vivamos
tanto.

—Sé que aún no tienes treinta años, así que tu segundo requisito
no se cumple, pero no puedo esperar otros cinco años. Yo diría que
estamos listo para... —Rebusco en el bolsillo de mis vaqueros y saco
un envoltorio plateado de un chicle desechado.

Dinara suelta una carcajada incrédula, pero no hace ningún


comentario. Hago con el envoltorio un anillo improvisado y vuelvo
a tomar su mano. —Dinara Mikhailov, ¿quieres casarte conmigo?
—Levanto el anillo de envoltorio, que brilla con los faros, haciéndolo
parecer más grueso de lo que es.

—¡Estás loco! —exclama Dinara, pero sus ojos son suaves y le


cuesta luchar contra su sonrisa.

Levanto el anillo un poco más alto. —Me temo que necesito una
respuesta.
Ella cierra los ojos un momento y cuando los vuelve a abrir, dice:
—Sí.

Empujo el anillo envuelto en su dedo, luego me pongo de pie


tambaleándome y la rodeo con mis brazos. La beso ferozmente
mientras ella se aprieta contra mí. —Por un segundo me preocupé
que dijeras que no.

—Por un segundo consideré decir que no. Me encanta nuestra vida


de pecado, sin compromiso, de espíritu libre y salvaje.

La miro a los ojos. —¿Entonces por qué no lo hiciste? —Dinara y yo


nunca habíamos hablado seriamente de matrimonio. Ella no es
como algunas chicas que soñaban con una gran boda y un vestido
de princesa. Si hubiera tenido más tiempo para planear este
momento, probablemente me habría acobardado. Pero ella había
dicho que sí, a mí, a nosotros, para siempre.

Adamo sonríe como si hubiera ganado el premio gordo. Estiro la


mano y admiro el anillo de plata que envuelve mi dedo, sin
responder aún a su pregunta. —Me alegro que hayas puesto tanto
empeño en nuestro anillo de compromiso —me burlo de él. En
realidad no me importa. Rara vez llevaba joyas, aunque poseía una
cantidad escandalosa de ellas, todas regaladas por mi padre o mi
familia en Rusia. No me había traído ninguna de mis joyas, y no las
echaba de menos. Lo único que realmente quería tener conmigo
eran mis huevos de Fabergé, pero una casa móvil no es un buen
lugar para piezas de arte valiosas.

Se pasa una mano por su cabello rebelde. Siempre se lo corta al


principio de la temporada, pero lo deja crecer en los meses
siguientes. —Pensé que no te importaban las joyas.

En realidad suena preocupado. —No —susurro—. Este es el anillo


perfecto para nosotros.

Adamo se ríe. —No estoy seguro de estar de acuerdo. Pronto tendrás


un anillo mejor. —Hace una pausa, levantando las cejas—. Pero no
has respondido a mi pregunta.

¿Por qué dije que sí? Durante mucho tiempo había estado en contra
del matrimonio, lo consideraba superfluo y restrictivo. La sola idea
de atarme a una persona así me había puesto nerviosa, pero cuando
Adamo me había hecho la pregunta, mi cuerpo no había
reaccionado con un sudor frío o una sensación de náuseas. Se
había sentido inexplicablemente bien. —Porque no puedo imaginar
vivir de nuevo sin ti, así que podríamos hacerlo oficial. Me doy
cuenta de que ya estamos comprometidos, y el matrimonio contigo
no significa que no podamos seguir siendo salvajes y de espíritu
libre.

—Creo que eso es lo más dulce que me has dicho nunca —bromea
Adamo.

Le doy un golpe en el hombro antes de besarlo con fuerza. —Te amo,


y me encanta ser imprudente contigo, y sé que podemos seguir
siendo imprudentes incluso cuando estemos casados y eso es
perfecto.
—Y yo te amo a ti. —Toma mi mano e inspecciona el anillo que había
armado—. Podemos ir a comprar el anillo la próxima vez que
pasemos por una ciudad.

Frunzo los labios pensando. No me veía con una alianza. —


¿Tenemos que comprar un anillo de verdad? ¿No podemos comprar
otra cosa que demuestre que estamos juntos? O tal vez no tener
nada más que el amor en nuestros corazones.

Adamo sonríe. —Buen intento. Quiero una señal que eres mía para
que todos la vean.

—Tú también serás mío, ¿recuerdas?

—No quiero olvidarlo.

Rodeo su cuello con mis brazos. —No hay anillo. Pero si tienes una
sugerencia mejor, podría estar abierta a ella.

Adamo se lo piensa un rato antes que una sonrisa se dibuje en su


cara. Todavía se las arreglaba para parecer un niño temerario
cuando me lanzaba esa mirada. —¿Qué tal si nos hacemos un
tatuaje de boda? Nino podría hacer el diseño y el entintado.

Mis cejas se alzan con sorpresa. La verdad es que me gusta la idea.


—¿Por qué no? Al menos así no podemos perderlo.

—Perfecto.

—Te das cuenta que no podemos hacer una gran celebración,


¿verdad? —La Camorra y la Bratva seguían sin tolerarse apenas, y
hasta ahora la inusual relación de Adamo conmigo no había
causado problemas a mi padre, pero un banquete de bodas que
involucrara a nuestras dos familias podría cambiar eso.
Adamo se encoge de hombros. —Realmente no me importa una gran
fiesta. Se trata de nosotros. Por lo que a mi respeta, sólo podemos
ser tú y yo, y sería la boda perfecta.

—Podríamos casarnos en una de esas capillas de Las Vegas. Ya


sabes, esas en las que Elvis sella el enlace.

Obviamente, Adamo tuvo que reprimir la risa. —Elvis no, pero


podemos casarnos en una capilla de Las Vegas si eso es lo que
quieres.

—Quedaría bien, ¿no crees?

Adamo deja caer su frente contra la mía, sonriendo torcidamente.


—Una chica que odia el día de San Valentín, que odia los anillos y
que no quiere un festín nupcial nervioso. Estoy bastante seguro
que te enviaron del cielo.

—Lo dudo mucho. En todo caso, el cielo me dejó caer en la tierra


porque no me comporté.

—Me gusta cuando no te comportas —murmura Adamo.

—Lo sé. —Lo tiro encima de mí.

Una semana después, Dinara y yo viajamos a Las Vegas para pasar


unos días con mis hermanos y sus familias, y contarles nuestra
decisión. Por supuesto, en cuanto anunciamos nuestro plan de
casarnos, Kiara ya fantaseaba con la planificación de la boda.

Dinara me mira con pánico, así que hablé antes que mis cuñadas
llamaran a un organizador de bodas. —Dinara y yo no queremos
celebrar. Sólo queremos fugarnos y casarnos en alguna capilla de
por aquí. Nada del otro mundo.

—Oh —murmura Kiara, intercambiando una mirada con las otras


mujeres.

—Te das cuenta que estás rompiendo muchos corazones aquí,


¿verdad? —dice Remo, pero parecía que no le importara. Nunca
había sido partidario de las grandes celebraciones, y probablemente
no habría tenido ningún tipo de ceremonia de boda si Serafina no
lo hubiera querido.

—Para nosotros, no se trata de la celebración, sino de la promesa


que nos haremos—dice Dinara con cuidado.

—Teniendo en cuenta la dificultad de tener a tu familia y a la


nuestra bajo el mismo techo, tu decisión es sabia —dice Nino.

Dinara asiente rápidamente. —Sí, esa es otra de las razones por las
que no queríamos darle importancia. Es sólo para nosotros.

—Nosotros tampoco queremos un anillo —digo—. En cambio,


queremos que nos hagas tatuajes de boda.

Savio le dedica una sonrisa a Nino. —Así habrás tatuado a casi


todos los miembros de nuestra familia. Se está convirtiendo en una
tradición de corazón.

Me burlo. —Un tatuaje de un toro sobre la polla no es el signo más


reconfortante.
Savio envía a Gemma una mirada arrogante. —La visión de mi toro
siempre calienta las bragas y el corazón de Gemma, ¿verdad? —ella
le da un puñetazo en los abdominales, haciéndole gruñir.

—Espero que no quieras que tus tatuajes de boda estén en lugares


igualmente turbios —dice Nino secamente.

Dinara se ríe.

—No te preocupes —digo.

—¿Cuándo te vas a casar? —pregunta Kiara. Se notaba que estaba


desanimada por no poder organizar una gran boda.

—Mañana —decimos Dinara y yo al mismo tiempo. Kiara sonríe


esperanzada—. ¿Podemos estar allí? —Nino le toca el hombro.

—Creo que los tortolitos quieren estar solos —dice Remo.

Asiento con la cabeza. —En realidad no queremos hacer un gran


alboroto. —Invitar a mi familia a la boda no le sentaría bien a
Grigory, y no había forma que estuviera en la ceremonia en Las
Vegas sin provocar un gran escándalo, y muy probablemente un
baño de sangre.

—Al menos, que alguien grabe la ceremonia —ruega Kiara.

—Creo que hay un paquete que podemos reservar que incluye fotos
e incluso un vídeo —dice Dinara—. Podría comprobarlo. —Saca su
teléfono pero Remo le hace un gesto para que no lo haga.

—Van a hacer fotos y grabar todo si se lo pides. Serás una Falcone.

Dinara y yo intercambiamos una mirada.


—En realidad —digo—. Dinara mantendrá su apellido. Como
dijimos, sólo queremos casarnos como algo simbólico para
nosotros, no para las apariencias externas.

—Eso es razonable dada la situación con Grigory —dice Nino.

Me río. —Sabía que estarías de acuerdo.

Kiara niega con la cabeza, pareciendo honestamente perturbada. —


Son las personas menos románticas que conozco. Nino al menos
finge ser romántico por mi paz mental.

—Al menos, ninguno de los dos tienen un hueso romántico en el


cuerpo —dice Serafina.

Dinara se encoge de hombros. —Nuestra idea del romanticismo es


compartir una cerveza sobre el capó de un coche después de
patearnos el culo mutuamente durante una carrera.

La atraigo hacía mí y le beso la sien. —Perfecto.

Cuando Dinara le cuenta a su padre nuestra decisión esa noche,


su emoción fue limitada. No tanto porque ella eligiera casarse
conmigo. Creo que a esas alturas ya había hecho las paces conmigo,
pero le horrorizaba el hecho que su preciosa hija se casara en una
capilla cliché de Las Vegas. Pero él, al igual que mi familia, tuvo que
aceptar nuestra decisión.
A la mañana siguiente, Dinara y yo seguimos a Nino a una
habitación que había preparado como estudio de tatuaje
improvisado.

Estaba nervioso pensando si a Dinara le gustaría el tatuaje que


había elegido. Había buscado en Internet durante días posibles
opciones. La mayoría eran anillos tatuados, pero esa hubiera sido
la opción demasiado obvia. Dinara y yo queríamos algo más sutil,
que no fuera visto por todos.

Nino saca las hojas con su diseño de nuestros tatuajes de boda. Le


pasa la hoja con el tatuaje en la palma de la mano a Dinara y la
otra hoja a mí. Dinara examina el dibujo de un intrincado candado
en forma de corazón y luego mira mi hoja con la llave a juego.

—¿Te gusta? —pregunto cuando no dice nada. Ella asiente con una
sonrisa lenta.

—¿Se puede hacer algo tan delicado a pequeña escala como un


dedo? —le pregunta a Nino, que frunce el ceño como respuesta.

—He pensado que podríamos entintarlo en la palma de la mano. Así


la llave y la cerradura siempre se funden cuando nos damos la
mano. El inconveniente es que los tatuajes en las palmas sólo duran
hasta un año, así que tendríamos que rehacerlos regularmente —
digo rápidamente. Todavía no había hablado de esto con ella. Era
una sorpresa.

Dinara asiente inmediatamente. —En realidad eso es perfecto,


porque significa que tenemos que renovar nuestros votos cada año.
—Hace una pausa—. Me siento mal porque tú eres el romántico de
nuestra relación.

—Me alegro que tus expectativas sean bajas cuando se trata de


gestos románticos, créeme.
Dinara y yo intercambiamos una sonrisa. Nino parecía impaciente.
—¿Así que supongo que a los dos les parece bien que tatúe los
diseños en las palmas de las manos?

—Sí —dice Dinara, y yo asiento.

—Debo advertirles que la palma de la mano es un punto sensible y


el tatuaje va a ser, como mínimo, incómodo, tal vez incluso
doloroso, dependiendo de su nivel de sensibilidad.

—No creo que ninguno de los dos sea ya muy sensible al dolor —
digo secamente. Había pasado por torturas a manos de nuestro
enemigo y por más huesos rotos de los que me importaba contar
durante peleas o accidentes de carrera. Y Dinara también había
vivido bastante mierda. Por no hablar que tenía un piercing en el
pezón, cosa que Nino por supuesto no sabe.

—¿Quién quiere ir primero?

—Yo —dice Dinara sin dudar y le tiende la mano a Nino que la


desinfecta inmediatamente.

Coge la aguja del tatuaje pero no empieza de inmediato. —Si


necesitas que pare, sólo tienes que decirlo.

Dinara asiente pero no dice nada mientras Nino le tatua el


intrincado diseño en la palma de la mano, sólo observa con
fascinación. Mientras admira el arte del tatuaje de mi hermano, mi
mirada se desvía a menudo hacia el precioso rostro de Dinara,
incapaz de creer que hoy nos diéramos el sí. Cuando Nino termina,
levanta su mano entre nosotros. La piel estaba roja, pero es evidente
que mi hermano había creado algo magnífico.

—Tu turno —me dice Nino.


Extendiendo mi mano, pero no aparto los ojos de Dinara, que me
dedica una pequeña sonrisa. Cuando la aguja atraviesa mi piel, me
estremezco una vez. Es incómodo, como había dicho Nino, pero
nada parecido al dolor que había sentido antes, sólo que esta vez el
resultado final merecía cada segundo de incomodidad.

Cuando Nino termina con mi tatuaje, asiente satisfecho antes de


volver a ponerse en modo de advertencia. —Trata de mantener las
heridas limpias y no te toques con las manos ni frotes el tatuaje en
los próximos días. El resultado se resentirá si se produce una
infección.

—Nos comportaremos —le digo a Nino con sarcasmo.

Él mira a Dinara. —Espero que seas la más sensata de los dos.

—Me encantan las carreras y me hice un piercing en la barriga en


un sórdido callejón que también vendía móviles de segunda mano.

Nino suspira y se levanta. —Creo que hacen buena pareja.

—Lo somos —acepto.

Tres horas más tarde estamos frente a un imitador de Elvis,


después de todo. Dinara y yo habíamos elegido trajes a juego con
nuestras chaquetas de cuero favoritas, vaqueros rotos y camisetas
blancas, nada de lujos. Pero yo había metido una rosa blanca en el
bolsillo de mi chaqueta y Dinara llevaba un ramo de rosas blancas
en la mano. Una sola flor se entrelazaba también con su pelo rojo,
creando un hermoso contraste.

Después de pronunciar nuestros votos y de besarnos más tiempo


del debido, saqué a Dinara de la capilla y la llevé hacia mi Corvette.
La bajé al asiento del copiloto y le di otro beso prolongado antes de
cerrar la puerta y sentarme al volante. —¿Lista para ser feliz para
siempre conmigo?

—Muy lista —dice Dinara. Piso el acelerador y salimos disparados


del aparcamiento con un fuerte estruendo. Los chicos habían
insistido en que ensartáramos una docena de latas en el tubo de
escape.

Bajamos las ventanillas, subimos la música - "Highway to Hell"-,


que nos pareció el toque irónico perfecto para nuestro día, y
atravesamos Las Vegas a toda velocidad. Pronto dejamos atrás la
ciudad para encontrar un lugar apartado para nuestra primera
noche juntos como marido y mujer. Teníamos todo lo necesario para
que fuera la luna de miel perfecta. El uno al otro, latas de
macarrones con queso por razones nostálgicas y un paquete de seis
cervezas heladas.
EPÍLOGO

Dinara me lanza una mirada desafiante, enarcando


exageradamente una ceja roja perfectamente arreglada.

Una de las comisuras de mi boca se levanta e imita su expresión.

—Te daré una patada en el culo, Falcone —dice por encima del
rugido de los motores.

Respondo dejando que mi coche aullara. —No, si yo le doy una


patada en el culo primero, señora Falcone.

Oficialmente, Dinara seguía siendo una Mikhailov, pero pronto se


había dado cuenta que todo el mundo la consideraba una Falcone
en el campamento y en Las Vegas. Con el tiempo, había dejado de
corregirlos.

La chica pit levanta la bandera de salida. Me tenso con entusiasmo,


la emoción de la carrera que se avecina corría por mis venas. Es la
primera carrera del circuito de siete días, y Dinara y yo estábamos
en la primera fila debido a nuestros excelentes resultados hasta el
momento.
Cuando la chica pit deja caer la bandera, la risa de Dinara, parecida
a un grito de guerra, irrumpe en el rugido de los motores. Sonrío
mientras piso a fondo el acelerador.

El corazón me late con fuerza, el pulso me late en las venas y me


siento lleno de libertad y adrenalina. Dinara y yo habíamos corrido
juntos durante casi quince años, pero seguíamos disfrutando de
cada segundo de la carrera. Dinara trató de sacarme de la carretera
cuando se cola delante de mí en la primera curva, pero me resistí.

Mi sonrisa se amplía. Estaba en marcha. No había nada mejor que


una esposa que pudiera darte una paliza en una carrera.

Dinara ganó el primer día, pero yo estaba justo detrás de ella para
que pudiéramos pasar la noche en el mismo lugar. Se había
convertido en nuestro precioso ritual.

—¿Me has esperado? —bromeo cuando salgo de mi coche.

Dinara resopla. —¡No, soy una nostálgica! —Desaparece detrás de


su maletero para hacer sus necesidades, y yo me escondo detrás de
un surtido de rocas para hacer lo mismo.

Dinara aparece por el horizonte cuando me reúno con ella un par


de minutos después. Beso sus labios carnosos. —Llegarán pronto,
no te preocupes.

—Lo sé —dice, pero no deja de buscar en la zona. Finalmente, la


sombra de nuestra enorme casa móvil aparece en la distancia. Tiene
su propia ducha y aseo, una cocina, zona de estar y mucho espacio
para dormir.

El claxon suena un par de veces, como de costumbre, antes que la


casa móvil se detenga junto a nuestros coches. La puerta del
conductor se abre y Aurora sale de la auto caravana con el pelo
rubio recogido en una coleta. —Roman se negó a dormir la siesta.
Estaba demasiado ansioso por ver la carrera —dice con expresión
de disculpa.

—No te preocupes —digo—. Puede ser tan testarudo como su


madre.

Dinara me envía una mirada de advertencia antes de dirigirse al


lado del pasajero y subir para liberar a Roman de su asiento
infantil. Él rodea su cintura con sus cortas piernas mientras se
acercan a mí. Su pelo oscuro está desordenado. Le había crecido en
las últimas semanas y le caía sobre los ojos, pero odiaba que se lo
cortaran, así que desistimos. Quizá con el tiempo se cansará de
tenerlo tan largo.

—Voy a preparar la cena —dice Aurora mientras se dirige a la parte


trasera de la casa movil. Cuando nació nuestro hijo hace cuatro
años, nos habíamos preguntado cómo nos las arreglaríamos para
seguir compitiendo. Dinara había hecho una pausa durante un año
y se limitó a apoyarme, pero luego lo había echado demasiado de
menos. Las carreras estándar no son un gran problema. La amiga
de Dinara y antigua chica pit, Kate, podía cuidar a Roman durante
ese tiempo, pero el circuito de siete días es un problema mayor. Por
suerte, Aurora, la hija de Fabiano y Leona, estaba fascinada por las
carreras y quería ganarse un dinero adicional, así que hizo de
nuestra niñera durante unas semanas en las vacaciones de verano.
Era el segundo año que nos ayudaba después de rogar a su padre
durante más de un año que le permitiera este trabajo. Tuve que
jurarle que la protegería con mi vida, cosa que habría hecho de
todos modos. Fabiano es como de la familia, así que Aurora también
lo era.

Preparó un pequeño fuego delante de la casa movil. Dinara y yo nos


sentamos frente a el con Roman entre los dos. Se había quedado
dormido en cuanto se reunió con nosotros. No es de extrañar,
teniendo en cuenta que eran las cuatro de la mañana. Su rutina de
siesta y sueño siempre se desordena durante esta semana. Aurora
nos trae el desayuno. Patatas fritas, bacon y huevos estrellados.
Bosteza y nos dedica una sonrisa avergonzada.

—Vete a la cama —le insta Dinara. Ella también parecía agotada.


Yo ya había superado ese punto. Sentía la cabeza como si estuviera
llena de algodón de azúcar.

Con un gesto de la mano, Aurora desaparece en la casa movil y al


cabo de unos minutos se apagan las luces.

—Ojalá pudiéramos dormir en nuestra cama —murmura Dinara.

—Sí. —Acaricio la cabeza rebelde de Roman. Habíamos elegido su


nombre porque funcionaba en Rusia e Italia, para no ofender a
ninguna de nuestras familias—. Pero las reglas son las reglas.

Dinara pone los ojos en blanco. —Lo entiendo. Todos tenemos que
dormir incómodos para tener las mismas condiciones. —Quince
minutos después, los tres nos acurrucamos en nuestra tienda
compartida. Roman no se había despertado. Le admiraba por su
capacidad para dormirse en un santiamén y seguir durmiendo sin
importar lo que ocurriera a su alrededor. Con él entre nosotros,
Dinara y yo nos dormimos. Esto se había convertido en una
tradición para nosotros. Uno de nosotros siempre cedía y conducía
un poco más despacio para que el otro pudiera alcanzarlo y
pudiéramos tener tiempo en familia por la noche. Dinara y yo somos
competitivos, pero no corríamos para ganar. Corríamos porque era
nuestra vida.

La respiración de Dinara se estabiliza. Se había quedado dormida


con la barbilla apoyada en la cabeza de Roman y una expresión de
paz en su rostro. Tener a Roman nos había convertido realmente en
nuestra pequeña familia. Nos preocupaba si sería un problema
mantener nuestra vida nómada con un niño, pero Roman nunca
conoció otra forma de vivir. Le encanta que lo adulen todas las
chicas pit y poder montar en todos los coches de carreras. Y desde
que lo tuvimos, mis hermanos y sus familias visitan de vez en
cuando el campamento, aunque Dinara y yo intentábamos
visitarlos tan a menudo como nos lo permitía nuestro apretado
calendario de carreras.

A última hora de la mañana siguiente, durante nuestro segundo


desayuno, Aurora, Roman, Dinara y yo nos sentamos juntos
alrededor de la mesa de la cocina de la casa movil y comemos el
khachapuri que Dinara había preparado.

—Mi padre ha comprado un nuevo alojamiento cerca de Aspen, uno


más grande —dice Dinara mientras revisa los mensajes de su
celular. El principal contacto con nuestras familias durante la
temporada era por teléfono. Dinara veía a su padre y a sus medios
hermanos con menos frecuencia que a mi familia. Y su contacto con
Dima se limitaba a mensajes de texto ocasionales. Me muestra la
pantalla con varias fotos de un espléndido alojamiento de madera.

—El último ya era demasiado grande para nosotros. Le has dicho


que no vamos a añadir más niños a nuestra familia, ¿verdad?

—Lo hice, pero creo que prefiere ignorarlo. Una vez que Jurij y Artur
empiecen a darle nietos nos libraremos del problema.

—Eso puede llevar una década.

—Con tanto espacio, podríamos celebrar todos juntos. Una gran


Navidad FalconeMikhailov —bromeo. La Bratva y la Camorra
seguían tolerándose mutuamente. No había cooperación. El
matrimonio de Dinara y el mío no había cambiado eso, no es que
hubiéramos anunciado nuestra unión. No queríamos crear
problemas en Chicago. Durante la última década, habíamos
establecido una rutina. Celebrábamos la Navidad con mi familia en
diciembre y luego volvíamos a celebrarla con la familia de Dinara.
Como su padre no quería que pusiera un pie en Chicago, había
comprado un alojamiento en Aspen donde podíamos celebrarlo
juntos y disfrutar de unas vacaciones de esquí y snowboard. Fue
un compromiso que funcionó bien y Roman estaba extasiado por
recibir regalos dos veces.

—Me parece genial que celebren la Navidad dos veces —dice


Aurora—. ¿Qué dices, Roman?

—¡Sí! —acepta con entusiasmo.

Dinara y yo intercambiamos una mirada divertida. Me coge la mano


por debajo de la mesa, uniendo nuestros tatuajes.

Román aplaude con entusiasmo mientras ve la entrega de premios.


Aurora tuvo que sujetarle la mano con fuerza para que no corriera.

Es la segunda vez que conseguía ganar el circuito de siete días. En


el pasado, mis constantes pausas para orinar habían destruido
cualquier posibilidad de ganar, por no mencionar que Adamo y yo
nos esperábamos a menudo en los primeros días para pasar la
noche juntos.

Cuando subo a la tribuna de ganadores, Roman aplaude aún más


fuerte, con la cara radiante.
Adamo sube a la tribuna junto a mí. Había quedado en tercera
posición. Le dirigí una mirada tímida. Hasta el momento seguía en
cabeza en cuanto a victorias totales, pero tenía toda la intención de
alcanzarle en algún momento.

Tras la ceremonia, Roman se abalanza sobre nosotros y se lanza a


mis brazos. Lo levanto y él levanta los brazos por encima de su
cabeza, como si también hubiera ganado. Adamo me sonríe
ampliamente. A pesar de nuestra competitividad, perder el uno
contra el otro nunca duele, aunque en los días siguientes nos
burláramos sin piedad. El ganador siempre se lleva el derecho a
presumir y el perdedor prometía retribución.

—Le ganaste a papá, mamá —me recuerda Roman, antes de


dirigirse a Adamo para decirle con voz ronca—. Lo siento, papá.

Adamo despeina el cabello rebelde de Roman. —No te preocupes,


amigo. La próxima vez papá volverá a ganar.

Le envío una mirada que dejaba bien claro que eso no ocurriría.

—¡Yo también quiero correr! —declara Roman.

—Quizá el año que viene —dice Adamo con un guiño.

Por encima de mi cadáver. Esta era una de las veces en las que
deseaba que Adamo y yo no hubiéramos pasado de nuestra
imprudencia. Adamo siempre bromeaba con que yo era
sobreprotectora, y tenía razón, pero no podía evitarlo.

Subimos juntos a la tribuna y acepto las felicitaciones de los


compañeros de carrera y de muchas chicas pit. Curiosamente,
estas chicas se habían vuelto mucho más amables conmigo desde
que había dado a luz, probablemente porque ya no me veían como
una competidora ahora que era madre. No es que haya competido
con ellas por sus presas, los corredores solteros. Desde el principio
sólo tenía ojos para Adamo.

Seguía usando pantalones cortos y camisetas, aunque me hubiera


quitado el piercing de la barriga debido a una infección durante el
embarazo. Ahora llevaba el pequeño huevo de Fabergé como
colgante en el cuello. Adamo había tenido la idea y me había
regalado el collar poco después de dar a luz a Roman.

—Me muero de hambre —digo mientras sigo a Adamo, que se abre


paso entre la bulliciosa multitud, que ya estaba preparando todo
para la gran fiesta que siempre seguía al circuito de los siete días.

Una hora más tarde, Adamo, Aurora, Roman y yo estamos en medio


de las celebraciones. Una hoguera ruge hacia el cielo y nos hace
estallar de calor. Sujeto con fuerza la mano de Román mientras tira
para acercarse a las furiosas llamas.

—Alguien es demasiado aficionado a las llamaradas del fuego —


reflexiona Aurora mientras da un sorbo a su Coca-Cola. Aunque
Adamo y yo no éramos muy estrictos con las reglas, le habíamos
dado nuestra palabra a Fabiano que vigilaríamos de cerca a su hija,
así que no le permitimos tomar alcohol.

Un par de corredores se fijaron en Aurora cuando apareció por


primera vez en el campamento, pero una mirada de Adamo y un
suave recordatorio mío que su padre es el Ejecutor de la Camorra
detuvieron cualquier interés que la población masculina del
campamento pudiera haber tenido en ella.

Roman tira aún más fuerte de mi brazo y señala las llamas con su
mano libre. —¡Quiero ver el fuego!
—Puedes verlo desde aquí —digo, y luego me vuelvo hacia Adamo—
. Ojalá fuera menos imprudente.

Adamo se ríe y me rodea los hombros con un brazo. —¿De verdad


creías que un hijo nuestro sería del tipo precavido?

Aurora oculta una sonrisa tras su lata de Coca-Cola. Un momento


después se une a la multitud que bailaba. Había tomado prestado
uno de mis crop tops y lo combinaba con unos vaqueros holgados
y unas zapatillas blancas cubiertas de dibujos en rotulador
permanente, con un aspecto que parecía pertenecer a este lugar y
no a un instituto de élite. La mirada vigilante de Adamo la sigue
brevemente, pero cuando ve que está rodeada de chicas pit y que
los chicos mantienen una distancia respetuosa, vuelve a clavar sus
ojos en mí.

La frustración de Roman aumenta cuando lo mantengo en su sitio.


Sus ojos oscuros me envían una mirada de reproche, como si no
pudiera creer que me atreviera a restringir su deseo de libertad tan
descaradamente. Adamo lo levanta por encima de su cabeza y lo
coloca sobre sus hombros. Utilizo mi mano, ahora libre, para coger
una cerveza de la mesa de las bebidas y tomo un sorbo mientras
Adamo empieza a mecerse al ritmo de la música, acercándose al
fuego, para deleite de Roman. Su risa emocionada me hace sonreír
y le sigo la corriente, mientras mi cuerpo se pierde al rápido ritmo
de la música.

Adamo y yo celebramos así durante dos horas antes de despedirnos


poco antes de la medianoche con un Roman dormido. Colgaba sin
fuerzas sobre el hombro de Adamo, con la boca abierta por el sueño.

Nuestros días de fiesta hasta las primeras horas de la mañana


hasta que tropezábamos con nuestra tienda en una neblina de
borrachera habían terminado desde que me quedé embarazada de
Roman. Ahora dos cervezas ya creaban un zumbido en mi cuerpo
que sólo media botella de vodka había hecho en el pasado. Aurora
nos sigue ya que no se le permite seguir de fiesta sola. —¿Puedes
prepararlo para la cama? —pregunto—. Nos gustaría ver las
estrellas un rato. —Aurora sonríe afirmativamente antes de tomar
a Roman de nosotros y entrar a la casa movil.

Adamo pasa su mano alrededor de mi vientre desnudo. —¿Mirar las


estrellas, hmm? —Su voz grave y el beso que me planta en el cuello
me provocan un agradable escalofrío. Echo un vistazo a la casa
movil, pero la puerta está cerrada y Aurora no está cerca de las
ventanas.

—Es una noche preciosa —digo encogiéndome de hombros,


señalando con la cabeza el cielo.

—Efectivamente —dice Adamo mientras me arrastra hacia nuestros


coches aparcados—. ¿Qué tal si damos un pequeño paseo hasta un
lugar más apartado para ver las estrellas?

Sonriendo, lo empujo y me siento en el asiento del conductor. —El


ganador conduce.

Adamo levanta las manos, con las palmas hacia mí. —Muy bien. —
Como siempre, la visión de su llave tatuada me calienta el corazón.

Después de unos minutos conduciendo, las luces de la fiesta ya no


son visibles. Aparco el coche a la izquierda de la carretera y apago
las luces, bañándonos en la oscuridad.

Al salir a la fresca noche, respiro profundamente. Me encanta vivir


en el campamento, el caos y el ruido. Amo a Roman, su terquedad
y su imprudencia. Pero también me encantan estos pequeños ratos
de soledad que Adamo y yo nos reservamos. Me subo al capó del
coche y Adamo se coloca entre mis piernas casi de inmediato,
rodeando mi cintura con sus brazos y estrechándome contra su
cuerpo. Su erección presiona contra mi entrepierna, haciéndome
gemir. No habíamos tenido energía para tener sexo en los últimos
siete días, pero la emoción de ganar había despertado mi deseo.

—Te mereces un premio por ganar —murmura Adamo—.


Recuéstate.

Me recuesto en el capó aún caliente. Los labios y la lengua de


Adamo recorren mi vientre mientras sus dedos abren mis
pantalones y los desliza hacia abajo. Contemplando el cielo, la
miríada de estrellas que centellan bellamente contra su lienzo
negro, mis labios se separan en un gemido bajo cuando la boca de
Adamo encuentra mi centro. Lucho contra el impulso de cerrar los
ojos mientras el placer aumenta, apretando un nudo en lo más
profundo de mi ser. Me corro con un grito, las estrellas del cielo se
mezclan con las luces que estallan ante mis ojos mientras las
sensaciones me abruman.

Pronto Adamo me rodea con sus brazos una vez más, atrayéndome
contra él, y hacemos el amor. Las estrellas se vuelven
insignificantes cuando nuestras miradas se cruzan. No miramos a
ningún sitio más que al otro hasta que nos corremos y nos
tumbamos en el capó, envueltos el uno en el otro, con mi pierna
sobre la cadera de Adamo.

—¿Cuánto tiempo crees que seguiremos viviendo esta vida de


nómadas? —pregunto sin aliento.

Adamo me besa la mano y luego la mejilla. —Hasta que seamos


viejos y canosos, o viejos y calvo en mi caso.

—Tienes el pelo grueso. No te quedarás calvo.

Adamo se ríe. —Esa es tu principal preocupación.


Le doy un fuerte codazo. —¿Crees que podremos seguir corriendo
cuando tengamos ochenta años? Dudo que ganemos una sola
carrera de clasificación.

—¿Quieres establecerte en un bonito barrio?

—Sí, claro —digo sarcásticamente, y luego bostezo. Había sido un


día largo, pero estar tumbada en los brazos de Adamo bajo el cielo
nocturno, escuchando el suave silbido del viento y el ocasional piar
de los grillos es demasiado bueno como para cambiarlo por el
sueño.

—Tomáremos un día a la vez. Eso siempre nos ha funcionado muy


bien, ¿no crees?

—Ha funcionado perfectamente —digo—. Todavía no puedo creer


que estemos aquí hoy, casados y con un hijo, sin una guerra entre
nuestras familias a nuestras espaldas. Tal vez sea la forma que
tiene el karma de compensar la mierda que fue mi infancia.

—Tal vez —murmura Adamo—. O tal vez sólo luchaste por tu


felicidad, como hice yo.

—Soy feliz —digo todavía era difícil de creer—. De adolescente,


siempre pensé que acabaría siendo una soltera deprimida,
fumadora empedernida de treinta años y con problemas de
alcoholismo, que moriría de cáncer de pulmón o de cirrosis
hepática.

Adamo se echa a reír. —Nuestros yo adolescentes se habrían


divertido juntos. Pensé que moriría de una sobredosis o porque
Remo me mataría.

—Supongo que fue bueno que no nos hayamos cruzado durante ese
tiempo.
—Me alegro que nos hayamos conocido. No puedo imaginar la vida
sin ti en ella.

Acerco aún más mi rostro al suyo. —Cada día desde que estás en
mi vida ha sido mejor que cualquier día antes de conocernos.

Lo beso y él me acerca aún más hasta que apenas puedo respirar,


pero me aferro a él. —Nunca habrá otro día sin ti en mi vida.

FIN
Por favor, deja un comentario. Los lectores como tú ayudan a otros
lectores a descubrir nuevos ¡libros!

Si quieres estar entre los primeros en recibir actualizaciones sobre libros,


únete a mi Facebook; Cora’s Flamingo Squad

Para contenido adicional y noticias, suscríbase a mi boletín informativo.


Otros libros
The Camorra Chronicles:
Twisted Loyalties (#1) Fabiano
Twisted Emotions (#2) Nino
Twisted Pride (#3) Remo
Twisted Bonds (#4) Nino
Twisted Hearts (#5) Savio
Twisted Craving(#6). Adamo

Born in Blood Mafia Chronicles:


Luca Vitiello (Luca’s POV of Bound By Honor)
Bound by Honor (Aria & Luca)
Bound by Duty (Valentina & Dante)
Bound by Hatred (Gianna & Matteo)
Bound By Temptation (Liliana & Romero)
Bound By Vengeance (Growl & Cara)
Bound By Love (Luca & Aria)
Bound By The Past. (Dante & Valentina)

Mafia Standalones:
Sweet Temptation
Fragile Longing
Sobre la Autora

Cora es la autora de la serie “Born in Blood Mafia”, “Camorra Chronicles”


y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos y
peligrosamente sexys. A ella le gustan sus hombres como sus martinis,
“sucios y fuertes”.

Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Bearded Collie, así como
con su hombre guapo pero loco. Cuando no pasa sus días soñando libros
sexys, planea su próximo viaje de aventura o cocina platos demasiado
picantes de todo el mundo.
Glosario
Esta no es una lista completa de todos los personajes en mi mundo de
mafia; solo los más importantes que destacan en este libro. Algunas
explicaciones podrían estropear partes posteriores de este libro.

⮚ Adamo Falcone —Hermano menor de Remo Falcone.

⮚ Anna Cavallaro —Hija de Valentina y Dante.

⮚ Aria Vitiello —Hija mayor de Rocco Scuderi y la esposa de Luca


Vitiello.

⮚ Arturo —Ejecutador del Outfit.

⮚ Bibiana Fabbri —Mejor amiga y prima de Valentina.

⮚ Camorra —La familia de la mafia dominante en el oeste.

⮚ Capo —El Jefe de la familia más importante de la mafia.

⮚ Capitán —Cuarto rango en mi mundo de la mafia.

Capo → Consigliere → Subjefe → Ellos gobiernan sobre un número


de soldados y son responsables de ciertas áreas de negocios en un
territorio.

⮚ Consigliere —Un Consigliere es el consejero personal del capo.

⮚ Danilo Mancini —Subjefe de Indianápolis, ex prometido de


Serafina.
⮚ Dante Cavallaro —Capo del Outfit.

⮚ Enforcer —Responsable del trabajo sucio. Presiona a los deudores.

⮚ Enzo Bianchi —Escolta de Valentina.

⮚ Fabiano Scuderi —Hijo de Rocco Scuderi y Enforcer de La


Camorra.

⮚ Famiglia —La familia de la mafia dominante en el Este.

⮚ Gabby —Ama de llaves en la casa de los Cavallaro.

⮚ Gianna Vitiello —Segunda hija de Rocco Scuderi y esposa de


Matteo Vitiello.

⮚ Giovanni Aresco —Padre de Orazio y Valentina, y Underboss en


Chicago. Luego es Consigliere del Outfit.

⮚ Ines Mione —Hermana de Dante y esposa de Pietro.

⮚ Leonas Cavallaro —Hijo de Dante y Valentina.

⮚ Liliana Vitiello —Hija menor de Rocco Scuderi y esposa de


Romero Cancio.

⮚ Livia Aresco —Madre de Valentina y Orazio, esposa de Giovanni.

⮚ Luca Vitiello —Capo De La Famiglia.

⮚ Matteo Vitiello —Consigliere De La Famiglia y hermano de Luca.

⮚ Nino Falcone —Consigliere de La Camorra y hermano mayor de


Remo.

⮚ Orazio Aresco —Hijo de Livia and Giovanni, Hermano de


Valentina. Luego: Underboss en Boston.
⮚ Outfit —La familia de la mafia dominante en el medio oeste.

⮚ Pietro Mione —Cuñado de Dante y esposo de Ines. Underboss en


Minneapolis.

⮚ Remo Falcone —Capo de La Camorra.

⮚ Riccardo Scuderi —Hijo menor de Rocco Scuderi con su segunda


esposa.

⮚ Rocco Scuderi —(Eliminado) Consigliere de Dante Cavallaro.

⮚ Rocco Jr. Scuderi —Hijo mayor de Rocco Scuderi con su segunda


esposa.

⮚ Samuel Mione —Hijo de Pietro Mione. Sobrino de Dante.

⮚ Santino Bianchi —Hijo de Enzo Bianchi. Segundo Enforcer del


Outfit.

⮚ Serafina Mione —Hija mayor de Pietro e Ines Mione.

⮚ Sofia Mione —Hija menor de Pietro e Ines Mione.

⮚ Taft —Segundo escolta de Valentina.

⮚ Tommaso Bonello —Un Captain de Dante. Esposo de Bibiana.

⮚ Jubjefe —Gobierna sobre una ciudad y sus alrededores en el


nombre del Capo.

⮚ Valentina Cavallaro —Esposa de Dante Cavallaro.

⮚ Zita —Sirvienta en la casa Cavallaro.

También podría gustarte