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Maestro Eckhart

El fruto de la nada
y otros escritos

Edición y traducción de
Amador Vega Esquerra

El Árbol del Paraíso Ediciones Siruela


Los pobres de espíritu
Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum caelorum [Mt 5, 3]

La bienaventuranza abrió su boca de sabiduría y dijo: «Bie-


S naventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el rei-
no de los cielos» [Mt 5, 3].
Todos los ángeles y los santos y todo cuanto jamás ha na-
cido debe callar cuando habla la sabiduría del Padre, pues to-
da la sabiduría de los ángeles y de las criaturas es pura locura
1O ante la sabiduría insondable de Dios. Ella ha dicho que los po-
bres son bienaventurados.
Ahora bien, hay dos tipos de pobreza: una pobreza exte-
rior, que es buena y digna de elogio en la persona que la to-
ma consigo por amor de Nuestro Señor Jesucristo, porque él
15 mismo la asumió en la tierra. De esa pobreza no quiero decir
nada más, pero hay todavía otra pobreza, una pobreza interior,
es la que hay que entender en la palabra de nuestro Señor,
cuando dice: «Bienaventurados son los pobres de espíritu».
Ahora os pido que seáis de la misma manera, para que en-
20 tendáis estas palabras: pues, por la verdad eterna, os digo que
si no os hacéis semejantes a esa verdad de la que ahora vamos
a hablar aquí, no podréis comprenderme.
Algunas personas me han preguntado qué es la pobreza en
sí misma y qué es un hombre pobre. Vamos a responder.
25 El obispo Alberto dice que un hombre pobre es aquel que
no encuentra satisfacción en las cosas que Dios ha creado, lo
cual está bien dicho. Pero nosotros lo vamos a decir todavía
mejor y consideramos la pobreza en un sentido superior: un
hombre pobre es el que nada quiere, nada sabe y nada tiene.
30 Queremos hablar de esos tres puntos y os ruego, por el amor
de Dios, que comprendáis esa verdad si podéis; pero si no la
comprendéis, no os preocupéis por ello, pues la verdad de

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la que voy a hablar es tan genuina que sólo poca gente buena la
comprenderá.
35 En primer lugar decimos que un hombre pobre es aquel
que no quiere nada. Alguna gente malinterpreta este sentido;
son aquellos que se apegan a la penitencia y al ejercicio exte-
rior, que ellos tienen en gran consideración. Que Dios se
apiade de ellos por conocer tan malla verdad divina. Se les lla-
40 ma santos en razón de las apariencias, pero en el interior son
asnos, pues no saben discernir la verdad divina. Ellos dicen
que un hombre pobre es aquel que no quiere nada y lo de-
muestran como sigue: el hombre debe vivir de forma que no
cumpla jamás su propia voluntad en nada y que deba esfor-
45 zarse por cumplir la deliciosa voluntad de Dios. Esos hombres
están bien encaminados y su opinión es correcta, por eso que-
remos alabarlos. Dios quiera en su misericordia darles el reino
de los cielos. Pero yo digo, por la verdad divina, que esa gen-
te no es exactamente gente pobre, ni se parece a los pobres.
50 Son vistos con grandeza a los ojos de la gente que no sabe na-
da mejor. Y sin embargo digo que son asnos, que no entien-
den nada de la verdad divina. Que alcancen el reino de los cie-
los por sus buenas intenciones, pero de la pobreza de la que
ahora hablamos no saben nada.
55 Si alguien me pregunta, ahora, qué es un hombre pobre
que nada quiere, contesto y digo: mientras el hombre tenga la
voluntad de cumplir la preciosa voluntad de Dios, no posee
la pobreza de la que hablamos; pues en él todavía hay una vo-
luntad que quiere satisfacer a Dios y eso no es la pobreza co-
60 rrecta. Pues si el hombre quiere ser verdaderamente pobre de-
be mantenerse tan vacío de su voluntad creada como hacía
cuando él todavía no era. Pues, por la verdad eterna, os digo
que mientras queráis cumplir con la voluntad de Dios y ten-
gáis deseo de Dios, no seréis pobres, ya que sólo es un hom-
65 bre pobre el que nada quiere y nada desea.
Cuando estaba en mi primera causa no tenía ningún Dios
y yo era causa de mí mismo; allí nada quise ni nada deseé, ya
que era un ser vacío y me conocía a mí mismo gozando de la
verdad. Me quería a mí mismo y no quería otra cosa; lo que

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70 yo quise es lo que fui y lo que fui es lo que quise, quedando
aquí vacío de Dios y de todas las cosas. Pero cuando por libre
decisión de mi voluntad salí y recibí mi ser creado, entonces
tuve un Dios; pues antes de que las criaturas fueran, Dios no
era [todavía] Dios: pero era lo que era. Y cuando las criaturas
75 llegaron a ser y recibieron su ser creado, entonces Dios no era
Dios en sí mismo, sino que era Dios en las criaturas.
Ahora decimos que Dios, en tanto que es Dios, no es fin
último de las criaturas; pues tan alto grado en el ser [también]
tiene la criatura más baja. Y si una mosca tuviera intelecto y
80 quisiera dirigirse intelectualmente al abismo eterno del ser di-
vino, del que ha provenido, entonces diríamos que Dios, con
todo lo que es en tanto que Dios, no podría [una sola vez] dar
a esa mosca plenitud ni satisfacción. Por eso rogamos a Dios
que nos vacíe de Dios y que alcancemos la verdad y la disfru-
85 ternos eternamente, allí donde los ángeles supremos y las mos-
cas y las almas son iguales, allí, donde yo estaba y quise lo que
fui y fui lo que yo quise. Por eso decimos: si el hombre quie-
re ser pobre en voluntad, debe poder querer y desear tan po-
co como quiso y deseó cuando no era. Así es el hombre po-
90 bre que no quiere nada.
Por otro lado es pobre el hombre que no sabe nada. He-
mos dicho a menudo que el hombre debería vivir de tal ma-
nera que no viviera ni para sí mismo, ni para la verdad, ni pa-
ra Dios. Pero ahora esto lo vamos a decir de otra manera, y
95 vamos a ir más lejos si decimos que el hombre que quiera te-
ner esa pobreza debe vivir de tal manera que ignore que no
vive ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios; es mas,
debe estar tan vacío de todo saber que no sepa ni conozca ni
encuentre que Dios vive en él; es más: debe estar vacío de to-
1 00 do conocimiento que habite en él. Pues cuando el hombre es-
taba en el ser eterno de Dios, no vivía en él nada más; es más,
lo que allí vivía era él mismo. Por eso decimos que el hombre
debe estar vacío de sí mismo, tal como lo era cuando [toda-
vía] no era, y dejar actuar a Dios como él quiera, para que el
105 hombre se mantenga vacío.
Todo lo que siempre proviene de Dios tiene por fin una

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acción pura. El obrar apropiado al hombre es, sin embargo,
amar y conocer. Ahora bien, la cuestión es en qué consiste,
esencialmente, la bienaventuranza. Algunos maestros han di-
11 O cho que reside en el conocer, otros dicen que en el amor,
otros incluso dicen que en el conocimiento y en el amor y és-
tos lo encuentran mejor. Nosotros, sin embargo, decimos que
ni en el conocimiento ni en el amor; hay un algo en el alma
de donde fluyen el conocer y el amar, que ni conoce ni ama
115 como lo hacen las potencias del alma. Quien lo conoce [ese
algo], conoce en qué consiste la bienaventuranza. Ese algo no
tiene ni un antes ni un después y no espera nada por venir,
pues no puede ni ganar ni perder nada. Por eso [ese algo] ig-
nora que Dios actúa en él; es más, ese algo goza de sí mismo
120 a la manera en que lo hace Dios. Tan quieto y vacío debe ha-
llarse el hombre, decimos, que no sepa nada ni conozca que
Dios actúa en él, y así el hombre puede poseer la pobreza. Los
maestros dicen que Dios es un ser y un ser inteligible que co-
noce todas las cosas, pero nosotros decimos que Dios ni es un
125 ser ni es inteligible, ni conoce esto ni lo otro. Por eso Dios es-
tá vacío de todas las cosas y [por ello] es todas las cosas. Quien,
por tanto, quiera ser pobre de espíritu debe serlo en todo su
saber propio, de forma que no sepa de nada, ni de Dios ni de
las criaturas ni de sí mismo. Por eso es necesario que el hom-
130 bre desee no saber nada de las obras de Dios ni las quiera co-
nocer. En ese sentido el hombre consigue ser pobre en su pro-
pio saber.
En tercer lugar, un hombre pobre es quien no tiene nada.
Mucha gente ha dicho que la perfección consiste en no po-
135 seer ninguna cosa material de la tierra, y es ciertamente ver-
dad en la medida en que se hace a propósito. Pero éste no es
el sentido que yo le doy.
Antes he dicho que un hombre pobre es aquel que no
quiere cumplir la voluntad de Dios y que vive de tal forma
140 que está vacío de su propia voluntad y de la de Dios, tal co-
mo lo era cuando [todavía] no era. De esta pobreza decimos
que es la pobreza sublime. En segundo lugar hemos dicho que
un hombre pobre es aquel que no sabe nada de la acción de

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Dios en sí mismo. Quien se halla tan libre de ese saber y co-
145 nocer posee la pobreza más clara. La tercera pobreza, sin em-
bargo, de la que ahora quiero hablar, es la más extrema, es
aquella en la que el hombre no tiene nada.
¡Ahora atiende aquí con aplicación y seriedad! He dicho
frecuentemente, y grandes maestros también lo dicen, que el
150 hombre debería estar vacío de todas las cosas y obras, exterio-
res e interiores, de forma que pudiera ser un auténtico lugar
de Dios, en donde Dios pudiera actuar. Ahora, sin embargo,
decimos otra cosa. Si el hombre se mantiene libre de todas las
criaturas y de Dios y de sí mismo, pero se halla tan en sí mis-
155 mo, todavía, que Dios encuentra en él un lugar para actuar,
entonces decimos que ese hombre no es pobre según lapo-
breza más extrema. Pues Dios no busca para sus obras que el
hombre tenga un lugar en sí mismo, en donde Dios pueda ac-
tuar: la pobreza de espíritu es cuando el hombre permanece
160 tan libre de Dios y de todas sus obras que, si Dios quiere ac-
tuar en el alma, sea él mismo el lugar en donde quiera actuar,
y eso lo hace con agrado. Pues cuando Dios encuentra al
hombre tan pobre, [entonces] actúa y el hombre sufre a Dios
en sí mismo; Dios es un lugar propio para sus obras gracias al
165 hecho de que Dios es alguien que obra en sí mismo. En esta
pobreza reencuentra el hombre el ser eterno que él ya había
sido y que ahora es y que será para siempre.
Hay una palabra de san Pablo que dice: «Todo lo que soy,
lo soy por la gracia de Dios» [1 Cor 15, 10]. Pero ahora mi dis-
1 70 curso parece mantenerse por encima de la gracia, del ser, del
entendimiento y del querer; ¿cómo puede, entonces, ser ver-
dad la palabra de san Pablo? A lo que habría que contestar que
las palabras de san Pablo son verdad. Fue necesario que la gra-
cia de Dios estuviera con él: pues la gracia de Dios actuó en
175 él para que la accidentalidad fuera consumada en la esenciali-
dad. Cuando la gracia concluyó y completó su obra, entonces
Pablo permaneció como había sido.
Por eso decimos que el hombre debería permanecer tan
pobre que ni él mismo fuera un lugar, ni lo tuviera, en don-
180 de Dios pudiera actuar. En la medida en que el hombre con-

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serva un lugar en sí mismo, entonces conserva [todavía] dife-
rencia. Por eso ruego a Dios que me vacíe de Dios, pues mi
ser esencial está por encima de Dios, en la medida en que
comprendemos a Dios como origen de las criaturas. En aquel
185 ser de Dios en donde Dios está por encima del ser y de toda
diferencia, allí era yo mismo, allí me quise a mí mismo y me
conocí a mí mismo en la voluntad de crear a este hombre [que
soy yo]. Por eso soy la causa de mí mismo según mi ser, que es
eterno, no según mi devenir, que es temporal. Y por eso soy
190 no nacido y en el modo de mi no haber nacido no puedo mo-
rir jamás. Según el modo de mi no haber nacido he sido eter-
no y lo soy ahora y lo seré siempre. Lo que soy según mi na-
cimiento debe morir y aniquilarse, pues es mortal; por eso
debe desaparecer con el tiempo. En mi nacimiento [eterno]
19 S nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y de to-
das las cosas, y si [yo] hubiera querido no habría sido ni yo ni
todas las cosas; pero si yo no hubiera sido, tampoco habría si-
do Dios: que Dios sea Dios, de eso soy yo una causa; si yo no
fuera, Dios no sería Dios. Esto no es preciso saberlo.
200 Un gran maestro dice que su atravesar es más noble que su
fluir, y esto es cierto. Cuando fluí de Dios todas las cosas di-
jeron: Dios es; pero eso no me puede hacer bienaventurado,
pues en eso me reconozco criatura. En el atravesar, sin em-
bargo, en donde permanezco libre de mi propia voluntad y de
205 la voluntad de Dios y de todas sus obras y de Dios mismo, en-
tonces estoy por encima de todas las criaturas y no soy ni Dios
ni criatura, soy más bien lo que fui y lo que seguiré siendo
ahora y siempre. Entonces siento un impulso que me debe
lanzar por encima de todos los ángeles. En dicho impulso
21 O siento una riqueza tan grande que Dios no me puede bastar
con todo lo que Dios es, en cuanto Dios, con todas sus obras
divinas; pues en ese atravesar me doy cuenta de que yo y Dios
somos uno. Entonces soy lo que fui y allí ni decrezco ni crez-
co, pues soy una causa inamovible, que mueve todas las cosas.
215 En todo eso Dios no encuentra ningún lugar [más] en el hom-
bre, pues el hombre consigue con esa pobreza lo que él es eter-
namente y lo que siempre será. En todo eso Dios es uno con

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el espíritu y ésa es la extrema pobreza que se puede encontrar.
Quien no comprenda este discurso no debe afligirse en su
220 corazón. Pues mientras el hombre no se haga semejante a esa
verdad, no lo entenderá; es una verdad desvelada que ha sur-
gido directamente del corazón de Dios.
Que Dios nos ayude a vivir de tal modo que lo experi-
mentemos eternamente. Amén.

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