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Maria Camila Granados Grimaldo

“Sufrir para morir dignamente”

29 de octubre de 2021

Aunque Martha Sepúlveda le aprobaron un procedimiento que daría fin al dolor y le


permitiría una muerte digna, 36 horas antes de llevarlo a cabo fue cancelado bajo
ideas cuestionables. En la editorial de El Espectador “¿Por qué algunos médicos
prefieren la crueldad?” narran los hechos ocurridos alrededor de Sepúlveda, y su
proceso con el Instituto Colombiano del Dolor (Incodol) de Medellín en el cual
recibiría la eutanasia. El texto propone ver a la eutanasia como un acto de amor y un
triunfo en el que se reconocen las restricciones humanas y se enfrentan con
madurez. El escrito critica la decisión de la IPS y la califica como un acto de
negligencia médica, segada por el “oscurantismo religioso”. La editorial afirma que
algunos médicos prefieren que sus pacientes sufran al tomar decisiones arbitrarias y
crueles; como en el caso de Sepúlveda.

Ciertamente la historia de la eutanasia en Colombia deja mucho que desear y se


anteponen ideas religiosas contra la voluntad propia. Coincido en que la eutanasia
es en sí misma, una expresión de libertad que implica una gran madurez para la cual
muchas personas no están preparadas. Por esta razón a Sepúlveda le cancelaron un
procedimiento que le permitiría afrontar la muerte dignamente, pues se desconoce
el proceso que lleva tomar una decisión de tal magnitud. Es por esto que la decisión
de terminar con la vida dignamente debe ser respetada, y no debe ser desmeritada
por dudosas apreciaciones respecto al estado de salud de una persona.

En las últimas décadas se ha visto un avance referente a los países que regulan la
Eutanasia. Naciones a lo largo del mundo buscan despenalizarla con el fin de ejercer
el derecho a morir dignamente. Por ejemplo, Países Bajos aprobó hace 20 años la ley
de eutanasia, que actualmente cuenta con una aceptación social mayor al 80%.
Según la resolución 229 de 2020, el derecho a morir dignamente es un derecho
fundamental, que le permite a la persona tomar decisiones libres respecto a la
manera de enfrentar la muerte. Por lo tanto, decidir sobre la forma en que queremos
morir es incumbencia de una sola persona; bien sea una enfermedad terminal o no,
prolongar el sufrimiento es tan inmoral como los juicios emitidos por la IPS respecto
al estado de salud y evolución de Sepúlveda.

Conforme a la sentencia C-350 de 1994 Colombia es un Estado laico, es decir, existe


un desprendimiento entre el Estado y cualquier orden religiosa. Además, el artículo
19 de la constitución política colombiana, garantiza la libertad de cultos, y los iguala
ante la ley. Pero la realidad es que las creencias religiosas de unos se anteponen a las
libertades de otros; la Conferencia Episcopal Colombiana pretendió inducir a
Sepúlveda a recapacitar y comparó el conflicto armado con la eutanasia. Por
consiguiente, la decisión de revocar el derecho que ya le había sido otorgado a
Sepúlveda nos demuestra que instituciones como la iglesia católica sí influyen en
decisiones como la tomada por la IPS. Aún peor, desacreditan los motivos por los
que un paciente podría considerar la eutanasia como un acto de amor.

Vale la pena recalcar el desgaste emocional que conlleva el proceso para acceder a la
eutanasia, en especial el requisito de terminalidad. Sepúlveda no contaba con dicho
requisito, pero gracias a la sentencia C-233 de 2021, esta condición pasa a un
segundo plano y no es necesario padecer una enfermedad terminal para acceder a la
eutanasia. Sin embargo, Incodol asumió que Sepúlveda, después de la nota emitida
por noticias Caracol, no era un paciente adecuado para la eutanasia y debía
continuar con vida, ya que su estado anímico no coincidía con el adecuado según la
IPS. El caso de Ovidio González es un ejemplo de esto, González fue la primera
persona en recibir la eutanasia en Colombia, pero 15 minutos antes de ser
implementada la cancelaron, la razón: ‘No se encuentra lo suficientemente mal para
recibir la eutanasia’. Considerar que una persona solo debe morir con la eutanasia
cuando su vida es miserable, va en contra de lo que busca la eutanasia en sí: una
muerte lejos de la desgracia.

Entonces, ¿cuándo somos merecedores de una muerte digna? ¿Solo cuando somos
infelices y desdichados?; elegir ponerle fin a nuestra vida implica un arduo proceso
de introspección y menospreciarlo demuestra que la supuesta libertad que tenemos
está limitada por los intereses de algunos. Así como el caso de Sepúlveda muchas
personas luchan por una muerte digna, en tranquilidad y lejos del sufrimiento;
mientras que otras anteponen sus ideas y les privan de sus derechos. En conclusión,
y de acuerdo con la editorial, entre tanto la moral médica esté motivada por
opiniones religiosas e intereses negligentes, se deberá sufrir para morir dignamente.

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