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29 de octubre de 2021
En las últimas décadas se ha visto un avance referente a los países que regulan la
Eutanasia. Naciones a lo largo del mundo buscan despenalizarla con el fin de ejercer
el derecho a morir dignamente. Por ejemplo, Países Bajos aprobó hace 20 años la ley
de eutanasia, que actualmente cuenta con una aceptación social mayor al 80%.
Según la resolución 229 de 2020, el derecho a morir dignamente es un derecho
fundamental, que le permite a la persona tomar decisiones libres respecto a la
manera de enfrentar la muerte. Por lo tanto, decidir sobre la forma en que queremos
morir es incumbencia de una sola persona; bien sea una enfermedad terminal o no,
prolongar el sufrimiento es tan inmoral como los juicios emitidos por la IPS respecto
al estado de salud y evolución de Sepúlveda.
Vale la pena recalcar el desgaste emocional que conlleva el proceso para acceder a la
eutanasia, en especial el requisito de terminalidad. Sepúlveda no contaba con dicho
requisito, pero gracias a la sentencia C-233 de 2021, esta condición pasa a un
segundo plano y no es necesario padecer una enfermedad terminal para acceder a la
eutanasia. Sin embargo, Incodol asumió que Sepúlveda, después de la nota emitida
por noticias Caracol, no era un paciente adecuado para la eutanasia y debía
continuar con vida, ya que su estado anímico no coincidía con el adecuado según la
IPS. El caso de Ovidio González es un ejemplo de esto, González fue la primera
persona en recibir la eutanasia en Colombia, pero 15 minutos antes de ser
implementada la cancelaron, la razón: ‘No se encuentra lo suficientemente mal para
recibir la eutanasia’. Considerar que una persona solo debe morir con la eutanasia
cuando su vida es miserable, va en contra de lo que busca la eutanasia en sí: una
muerte lejos de la desgracia.
Entonces, ¿cuándo somos merecedores de una muerte digna? ¿Solo cuando somos
infelices y desdichados?; elegir ponerle fin a nuestra vida implica un arduo proceso
de introspección y menospreciarlo demuestra que la supuesta libertad que tenemos
está limitada por los intereses de algunos. Así como el caso de Sepúlveda muchas
personas luchan por una muerte digna, en tranquilidad y lejos del sufrimiento;
mientras que otras anteponen sus ideas y les privan de sus derechos. En conclusión,
y de acuerdo con la editorial, entre tanto la moral médica esté motivada por
opiniones religiosas e intereses negligentes, se deberá sufrir para morir dignamente.