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El contrato psicoanalítico
1. Consideraciones generales
Tal vez la palabra «contrato», que siempre empleamos, no sea la me
jo r, porque sugiere algo jurídico, algo muy prescriptivo. Sería quizá me
jo r hablar del convenio o el acuerdo inicial; pero, de todos m odos, la pa
labra contrato tiene fuerza y es la que utilizamos corrientemente.* Sin
embargo, y por la razón indicada, cuando llega el m om ento de form u
larlo, no se habla al paciente de contrato; se le dice, más bien, que sería
conveniente ponerse de acuerdo sobre las bases o las condiciones del tra
tam iento. Un amigo mío, discípulo entonces en M endoza, me contó lo
que le pasó con uno de sus primeros pacientes, a quien le propuso «hacer
el contrato». El paciente, abogado con una florida neurosis obsesiva, vi
no a la nueva entrevista con un borrador del contrato a ver si al médico le
parecía bien. La palabra, pues, debe quedar circunscripta a la jerga de
los analistas y no a los futuros pacientes. Digamos, de paso, que mi joven
discípulo de entonces, hoy distinguido analista, cometió dos errores y no
uno. Empleó inadecuadam ente la palabra y creó además una expectativa
de ansiedad para la próxim a entrevista. Si se aborda el tem a del contrato,
debe resolvérselo de inmediato y no dejarlo para la próxim a vez. Frente
a esa espera angustiosa, un abogado obsesivo puede responder como lo
hizo aquel hombre.
El propósito del contrato es definir concretamente las bases del trab a
jo que se va a realizar, de modo que am bas partes tengan una idea clara
de los objetivos, de las expectativas y tam bién de las dificultades a que
los compromete el tratam iento analítico, para evitar que después, duran
1 Freud prefería la palabra pacto, que en nuestro medio tiene una clara connotación psi
copática.
te el curso de la terapia, puedan surgir ambigüedades, errores o malos en
tendidos. Digamos m ejor, para no pecar de optimistas, que el convenio
sirve para que cuando la ambigüedad se haga presente —porque los m a
lentendidos surgirán en el tratam iento, inevitablemente— se la pueda
analizar teniendo como base lo que se dijo inicialmente. Desde ese pun
to de vista, se podría decir que, en cierto m odo, el proceso analítico
consiste en cumplir el contrato, despejando los malentendidos que impi
den su vigencia.
Con esto queda dicho que lo que más vale es el espíritu de lo pactado,
mientras que la letra puede variar de acuerdo con la situación, con cada
enfermo y en cada m om ento. Es justam ente atendiendo a ese espíritu que
algunas estipulaciones se tienen por ineludibles y otras no. Esto se
desprende de la lectura de los dos ensayos que Freud escribió en 1912 y
1913, donde form uló con toda precisión las cláusulas del pacto analítico.
En los «Consejos al médico sobre el tratam iento psicoanalítico»
(1912e) y en «Sobre la iniciación del tratam iento» (1913c) Freud form ula
las bases teóricas del contrato, es decir su espíritu, a la vez que establece
las norm as fundamentales que lo componen, es decir sus cláusulas.
Freud tenia una singular capacidad para descubrir los fenómenos y
al mismo tiempo explicarlos teóricamente. Cada vez que se lo piensa,
vuelven a sorprender la precisión y la exactitud con que él definió los tér
minos del pacto analitico y sentó con ello las bases para el establecimien
to del encuadre. Porque para com prender el contrato hay que pensarlo
con referencia al encuadre, y al revés, sólo puede estudiarse el encuadre
con referencia al contrato, ya que, evidentemente, es a partir de determina
dos acuerdos, que no pueden llamarse de otra m anera que contractuales,
cómo ciertas variables quedan fijadas como las constantes del setting.
Estos dos trabajos definen las estrategias que hay que utilizar para
poner en marcha el tratam iento y, previo a dichas estrategias, los acuer
dos a que hay que llegar con el paciente p ara realizar esa tarea singular
que es el análisis. También está incluida en la idea de contrato la de que el
tratam iento debe finalizar por acuerdo de las partes; y por esto, si sólo
uno de los dos lo decide, no se habla de term inación del análisis sino de
interrupción. Desde luego, el analizado tiene libertad para rescindir el
contrato en cualquier m om ento y en especialísimas circunstancias tam
bién el analista tiene ese derecho.
Cómo bien dice Menninger (1958) toda transacción en la cual hay al
gún tipo de intercambio se basa en un contrato.2 A veces, este es muy
ínevc o implícito, pero siempre existe y a él se remiten las partes para re
alizar la tarea convenida, tanto más cuando surgen dificultades. Si bien
el contrato psicoanalítico tiene sus particularidades, sigue M enninger,
rn última instancia no se diferencia sustancialmente del que uno puede
wtublecer cuando va de com pras o encarga alguna tarea a un operario o
profesional.
*(1958), cap. II: «El contrato. La situación del tratam iento psicoanalítico com o una
Irtutaccíün de dos partes contratantes».
U na vez explicitadas las cláusulas de un contrato, sea cual fuere,
queda definido un tipo de interacción, una tarea; y por esto im porta
siempre exponerlas claramente. Sólo si se estipularon correctamente las
norm as con que se va a desenvolver una determ inada labor podrán supe
rarse las dificultades que surjan después.
Vale la pena señalar, tam bién, que el contrato psicoanalítico no sólo
implica derechos y obligaciones sino tam bién riesgos, los riesgos inheren
tes a toda empresa hum ana. Si bien el contrato se inspira en la intención
de ofrecer al futuro analizado la m ayor seguridad, no hay que perder de
vista que el riesgp nunca se puede elim inar por completo, y pretenderlo
im plicaría un error que podríam os calificar de sobreprotección, control
omnipotente, manía o idealización, según el caso. Oi comentar alguna vez
que una de las mejores analistas del mundo, ya de avanzada edad, al tomar
a un candidato le advirtió el riesgo que corría por esa circunstancia.
4 Pertenece por entero al estilo d d analista que deje fum ar a sus pacientes o les ruegue
que se abstengan de hacerlo.
form a tal que ¿1 sepa que la norm a existe y que su incumplimiento va a
ser m ateria de mi trabajo.
C uando al comienzo de mi práctica no introducía claramente la nor
m a de acostarse en el diván, la m ayoría de mis pacientes se quedaban sen
tados y yo no sabía qué hacer. Un ejemplo más risueño todavía es el de
aquel alum no mío que me consultó porque todos sus pacientes se que
daban callados. P o r más que él ya había leído su Análisis del carác
ter y les interpretaba el silencio, no lograba absolutam ente nada. Su
difícil y enigmática situación sólo pudo resolverse cuando explicó cómo
form ulaba la regla fundam ental: «Usted puede decir todo lo que piensa y
tam bién tiene el derecho de quedarse callado». Con esta consigna, los pa
cientes optaban por lo más sencillo. Esta form ulación, dicho sea de paso,
es un ejemplo típico de contrato demagógico.
Esto nos vuelve al punto de partida. Dijimos que el contrato analítico
debe ser justo y equitativo. En el caso recién citado, el contrato era de
magógico, ya que se le daba al paciente más libertad de la que tiene. La
regla fundam ental es, por cierto, una invitación generosa a hablar con li
bertad, pero es también una severa solicitud en cuanto pide sobreponerse
a las resistencias. P o r esto no creo que la atm ósfera analítica sea permisi
va, como se dice con frecuencia. El contrato analítico supone responsabi
lidad, una grande y com partida responsabilidad.
1. Recapitulación
Anunciamos al com enzar la cuarta parte que el concepto de situación
analitica es m ás fácil de captar intuitivam ente que de poner en conceptos,
y desgraciadamente lo estamos dem ostrando. Tam poco es sencillo, por
cierto, separar la situación analitica del proceso analitico.
En el capítulo anterior vimos la preocupación de Zac (1968, 1971) por
discrim inar entre situación y proceso, así como la form a nítida y convin
cente con que estudia las variables y las constantes que configuran a la
par que hacen posible el proceso analitico.
En «Un enfoque metodológico del establecimiento del encuadre»
(1971), uno de los trabajos más rigurosos que he leído sobre el tem a, Zac
destaca que esas constantes están ligadas a una determ inada concepción
teórica, y todos reconocemos como un rasgo del genio de Freud haberse
dado cuenta de cuáles eran las variables que debían trasfo rm an e en cons
tantes para que el proceso asumiera el carácter de analitico. Al estudiar
las constantes, Zac distingue las absolutas, que dependen de la teoría psi
coanalitica, y las relativas que tienen que ver con el analista y con la pare
ja analista/analizado.
1 V o lv e r tm o i t o t o tod avía al final d e eite capitulo; y adelantém onos a decir que va-
m o i ■ p ro p c flw o t i » « H H ó n .
/en
C uando el encuadre se perturba, afirm a Bleger, pasa a ser proceso,
porque lo que define el setting es su estabilidad. Una experiencia que to
dos hemos tenido muchas veces es que, a partir de una ruptura del en
cuadre, aparecen configuraciones nuevas en el m aterial, a veces de lo m ás
interesantes. Coincido defm idam ente con Bleger en que esto no autoriza
en m odo alguno a m odificar el encuadre con fines experimentales.
Quiero acotar tam bién, porque es muy im portante, que cuando digo
que el encuadre es estable quiero decir con m ás precisión que, a diferen
cia de las variables que cam bian continuam ente, el encuadre tiende a m o
dificarse con lentitud y no en relación directa con el proceso sino con
norm as generales. En otras palabras, el encuadre cam bia lentam ente,
con autonom ía y nunca en función de las variables del proceso.
Siempre que m odifiquem os el encuadre en respuesta a las c a r a c t é r i s é
cas del proceso estam os recurriendo a la técnica activa. Sí una persona,
por ejemplo, tiene avidez, esa avidez debe ser analizada y no m anejada
aum entando o disminuyendo el núm ero de las sesiones. O tro ejemplo
pueden ser los honorarios. Un aum ento o una disminución de honorarios
no deben hacerse nunca sobre la base del material que está surgiendo. El
materia] puede m ostrar convincentemente que el analizado desea que se
le aum enten los honorarios, o que se le disminuyan; pero n o debe ser a
partir de esa circunstancia que se tom a la decisión de proponer un cam
bio en el m onto de los honorarios, sino sobre la base de hechos objetivos,
ajenos fundam entalm ente al material. No serán, pues, los deseos del p a
ciente sino los datos de la realidad (por difícil que nos sea evaluarlos y
por m ás que nos equivoquemos al hacerlo) los que nos hagan aum entar o
dism inuir los honorarios. Vale la pena señalar aquí que el error que p o
dam os cometer al evaluar los hechos objetivos no afecta al m étodo y no
hace m ás que m ostrar una falla personal, siempre subsanable y anali
zable. Yo pienso en cambio, firmemente, que si m odificam os el setting
respondiendo al m aterial cometemos un error que no vamos a poder an a
lizar, simplemente porque hemos abandonado por un m om ento el m éto
do psiconalítico. El encuadre no debe depender de las variables.2 Lo mis
mo piensa Jean Laplanche (1982) cuando se pronuncia en contra de cual
quier m anipulación del setting. Toda m anipulación pretende ser una m a
nera de comunicar m ensajes, pero lo único que logra es desestabilizar las
variables sobre las cuales debería operar la interpretación (ibid., pág.
139). «Yo pienso — dice severamente Laplanche (y coincido con él)— que
toda acción sobre el encuadre constituye un acting out del analista»
(ibid., pág. 143).
Es necesario señalar, tam bién, que este tipo de error no depende para
2 Recuerdo que cuando empecé mi análisis didáctico era bastante frecuente que se « in
terpretara» que el analizado quería o necesitaba que le aum entaran los honorarios. E stas
Interpretaciones, previas a un aum ento, se dirigían a la culpa o al deseo d e reparar pero
nunca, com o es natural, al m asoquism o; y desde luego sobrevenían uniform em ente en UIM
determ inada época del aflo (o del ciclo económico).
nada del contenido de lo que hagamos ni tam poco de la buena voluntad
con que estemos procediendo. Lo que aquí im porta no son nuestras in
tenciones sino que hemos alterado las bases de la situación analítica. En
este sentido, y en clara oposición a lo que siempre dice Nacht (1962, etcé
tera), pienso que de nada vale ser buena persona si se es mal analista. ¡Y
habría que ver, todavía, qué clase de buena persona somos cuando pro
cedemos de esta manera!
Esta norm a no es, sin em bargo, absoluta. A veces corresponde tener
en cuenta ciertos deseos del analizado y por diversas razones, ya que el
encuadre debe ser firme pero tam bién elástico. Esta condescendencia
tendrá que ser siempre m ínima, consultando la realidad no menos que
nuestra contratrasferencia; y nunca debe hacerse con la idea de que a
partir de una m odificación de ese tipo vamos a obtener cambios estructu
rales en el paciente.
E n resumen, pienso que el proceso inspira el encuadre pero no lo debe
determ inar.
4. Un caso clínico
Recuerdo un hom bre de negocios, joven, inteligente y sim pático, cu
yos discretos rasgos psicopáticos no me pasaban inadvertidos. A p ropó
sito de un reajuste de honorarios, que ya estaba previsto por la inflación,
afirm ó que el honorario propuesto era más de lo que podía pagar.
Describió las dificultades que pasaba con su pequeña industria (y que yo
conocía), me recordó que su m ujer tam bién se analizaba y term inó pi
diéndom e una reducción de algo menos del diez por ciento. Acepté, no
sin señalarle que, hasta donde yo podía juzgarlo, él estaba en condiciones
de hacerse cargo de mis honorarios completos. Se sintió muy contento y
aliviado cuando yo acepté su propuesta y siguió asociando con tem as ge
nerales. Un rato después dijo que había estado recordando los últimos
días una anécdota de su infancia que le provocaba un sentim iento singu
lar. C uando estaba en tercer grado juntaba figuritas, como la m ayoría de
sus compañeros, y tam bién la m aestra tenía su álbum . A él le faltaba p a
ra completar d suyo una de las figuritas difíciles y advirtió con gran exci
tación que su maestra la tenía entre las repetidas. D ando por sentado que
ella no sabría el valor de esa figurita, le propuso un cambio y le ofreció
una cualquiera de las suyas. Ella aceptó, y fue así que él completó su co
lección y pudo cam biarla por aquella am bicionada pelota de fútbol que
lo acompaftó poi un largo tiem po de su infancia que, digámoslo entre pa-
rénteiU, IinWft lido bastante desolada, Le dije entonces que, tal vez, él se
equivocata III Jlllgar a su m aestra. Es probable que ella supiera que la fi
gurita (JUt* 61 nceoltaba era difícil de obtener, pero se la dio generosa
mente, «ubiemiu etlAnto am bicionaba él aquella pelota de fútbol. Cam
bió lûWtftliïcsiili* од tono hipom aníaco y dijo con insight que tal vez yo tu
viera rturôtti. it»»» u lo habla pensado; pero tenía que reconocer que su
m aestra era inteligente y generosa. Recordó a continuación varias anéc
dotas en que se la m ostraba ayudando con buena voluntad a sus alum
nos. Un par de semanas después dijo que la situación en la fábrica había
m ejorado y que podía volver a pagarm e mis honorarios completos.
Acepté.
Creo que mi conducta en este caso fue correcta y estrictamente analí
tica. Al decidirla tuve en cuenta la intensidad de sus mecanismos proyec-
tivos. El paciente decía desde la prim era sesión y sin ningún pudor que yo
ie cobraba indebidam ente, que me aprovechaba de él y que mi deshones
tidad era evidente. C uando él me pidió la reducción de honorarios lo hi
zo, sin embargo, con una actitud de respeto, por mucho que tuviera de
reactiva, y esgrimiendo razones reales, las dificultades financieras de su
empresa y lo m agro de su presupuesto familiar. Luego de consultar mi
contratrasferencia, yo decidí aceptar su propuesta, plenamente conciente
de que el pedido com prom etía mi encuadre, seguro que de hacer valer
mis derechos (que por otra parte no estaban tan amenazados) o de in
terpretarle su deseo de pagar de menos, sólo hubiera logrado dar contra
el muro de su recalcitrante proyección. Creo que lo hecho fue legítimo en
cuanto no se proponía corregir sus fantasías m ostrándole que yo era
«bueno» sino acom odar mi setting a la rigidez de sus mecanismos de de
fensa. Tuve en cuenta, asimismo, que yo no podía decidir hasta qué pun
to sus apreciaciones sobre la m archa de su fábrica eran correctas y, como
dice la sabia m áxim a latina in dubio pro reo.
El analizado respondió a mi (pequeña) generosidad con una generosi
dad mucho m ayor, con el recuerdo encubridor de su latencia que me per
mitió una vez más enfrentarlo con sus mecanismos psicopáticos (engaño,
Inirla).
Deseo decir al pasar, aunque no viene al caso, que, por razones de
incto, no me incluí en la interpretación de la m aestra generosa («y eso le
pasa conmigo a propósito de la reducción de honorarios»). Pienso, sin
embargo, que la interpretación que yo formulé en términos históricos
i on tenía latentemente una auténtica resonancia trasferencial, que no creí
oportuno explicitar en ese m om ento muy particular. Cuando poco des
pués él me pidió volver a mis honorarios completos pude interpretar con
lodo detalle el conflicto trasferencial.
•tilt
problema, justamente para demostrar que lo es. El encuadre, como el amor
y el niño, dice Bleger, sólo se siente cuando llora; y su investigación se dirige
precisamente a ese encuadre que no llora, que es mudo. Tiene mucha razón,
porque cuando el encuadre se altera el analista está sobre aviso, mientras que
cuando no hay alteración tendemos a despreocuparnos.
Bleger se refiere, entonces, a los casos donde el encuadre no se m odi
fica para nada; cuando el analizado lo acepta por com pleto, total y táci
tam ente, sin siquiera com entarlo. Es ahí, nos advierte, donde pueden ya
cer las situaciones más regresivas, donde puede abroquelarse la defensa
más contum az.
Bleger no pone en duda que el encuadre tiene que estar m udo; al
contrario se ha definido porque debe estarlo p ara que se pueda realizar la
sesión, para que haya proceso; y h a dicho, tam bién, que n ada justifica ai
analista que lo mueve para influir sobre el analizado y el proceso. Pero
Bleger sabe, como todos nosotros, que el encuadre no va a estar por
siempre inánime. Tiene que haber estabilidad pero los cambios son inevi
tables: en algún m om ento el paciente va a llegar tarde o el psicoanalista
va a estar resfriado —para decir cosas triviales— . M ientras el psicoana
lista no se enferm e, puede que las fantasías hipocondríacas queden fija
das en el encuadre, que presta asidero «real» a la idea de un analista in
vulnerable a la enferm edad. Se comprende ahora la razón que tiene Ble
ger al decir que hay aspectos del encuadre que permanecen mudos y que
hay que tener mucho cuidado, porque ese silencio implica u n riesgo,
puede esconder una celada, una tram pa.
6. Encuadre y simbiosis
Es notorio que Bleger paite de la hipótesis de que en el sujeto coexis
ten aspectos neuróticos y psicóticos. La parte neurótica de la personali
dad nota la presencia del encuadre y registra las vivencias que provoca (la
sesión fue muy corta o muy larga, se lo atendió dos m inutos antes o des
pués de la hora). Es la evaluación del encuadre que todos aceptamos y
por supuesto también Bleger. Lo que él agrega a este esquema pertenece
a la parte psicòtica de la personalidad — que le gustaba llam ar P P P —,
que aprovecha la falta de cambio en el encuadre a fin de proyectar la
relación indiscrim inada con el terapeuta. No hay pues incom patibilidad
entre el encuadre que habla y corresponde a los aspectos neuróticos y el
encuadre m udo de la psicosis: lo primero se verbaliza, m ientras lo otro
queda inm ovilizado y se lo reconoce sólo cuando el encuadre se altera.
En otras palabras, los aspectos psicóticos de la personalidad aprovechan
la inmovilidad del encuadre para quedarse mudos. P ara decirlo con ma*
yor precisión, la m uda psicosis tiene por fuerza que adosarse al encuadre
que ea, p o r definición, la parte del proceso analítico que n o habla.
C uando Bleger Instato en que el encuadre se presta para recibir los aa»
pectos pitoótiooi que quedan allí m udos y depositados está pensando en
su propia teoría de la psicosis y del desarrollo. Bleger piensa que al co
mienzo hay un sincitio, conjunto de yo y no-yo, form ado por un organis
mo social que es la diada m adre-hijo. El yo se va form ando a partir de un
proceso de diferenciación. El requisito fundam ental del desarrollo es que
el yo esté incluido en un no-yo del cual se pueda ir diferenciando. Este
no-yo, que funciona como un continente para que el yo se discrimine, es
precisamente el que se trasfiere al encuadre.
P ara esta teoría, entonces, la parte no diferenciada de la personalidad
tiene su correlato más natural en el encuadre que, por definición, es el
continente donde se desarrolla el proceso psicoanalítico. De acuerdo con
las ideas de Bleger, el encuadre se presta excelentemente para que en él se
trasfiera y se repita la situación inicial de la simbiosis m adre-niño. Como
puede verse, nuestro autor es muy coherente con sus propias teorías.
Aunque aceptemos otras ideas sobre el desarrollo y la psicosis,
sus precisiones sobre el proceso y el encuadre son de un valor permanente.
' murió el 20 de junio de 1972, a una edad en que to d o hacía suponer q u e iba a
■«•flüHUti tu obr* vigorosa m uchos aflos.
* m t n not Ilava i una discusión honda y difícil, la relación d é la situación y el proceto
fM 'M tIM iltkoi con los comienzos del desarrollo, que procuraré enfrentar m ás adelanta.
MI
Acerca de la mudez del encuadre recuerdo lo que me dijo un alum no,
que a veces el encuadre es m udo porque el analista es sordo. H abría que
hablar, pues, de la sordom udez del encuadre, para incluir la contratras
ferencia y tam bién las teorías del analista con respecto a la psicosis.
C uando se entiende el lenguaje no verbal de la psicosis el encuadre deja
de estar mudo y aparece con su valor significante.
Actualm ente sabemos con bastante seguridad que la parte más a r
caica de la personalidad, que de hecho corresponde al período preverbal
de los primeros meses de la vida y tiene directa relación con el fenómeno
psicòtico, se expresa preferentemente por canales no verbales y paraver-
bales de com unicación, según lo expusimos al hablar de la interpreta
ción.5 Se puede decir con propiedad que la psicosis es verdaderamente
m uda en cuanto se estructura con mecanismos que están m ás allá de la
palabra. Cuando la psicosis empieza a hablar, deja de serlo.
Detengámonos ahora, por un m om ento, en la noción misma de rup
tura del encuadre. Si queremos definirla objetivam ente, la ruptura del
encuadre consiste en algo que altera notoria y bruscam ente las normas
del tratam iento, y modifica consiguientemente la situación analitica. A
veces la alteración proviene del analizado, configurando entonces un ac
ting out; otras veces de un error (o acting out) del analista, otras, por fin,
de una circunstancia fortuita, por lo general una inform ación no perti
nente que el analizado recibe de terceros. En todo caso, se conmueve el
m arco en que se desarrolla el proceso, se abre una grieta por la cual el
analizado puede literalmente meterse en la vida privada del analista.
Junto a esta definición objetiva, al hablar de ruptura del encuadre de
bemos tener en cuenta las fantasías del analizado. El paciente puede ne
gar que h a habido una ruptura del encuadre, como puede pensar que la
hubo donde no sucedió. Como siempre en nuestra disciplina, lo decisivo
será la respuesta personal del analizado. El encuadre es, pues, un hecho
objetivo que el analista propone (en el contrato) y que el analizado irá re
cubriendo con sus fantasías.
Desde una perspectiva instrum ental, el encuadre se instituye porque
ofrece las mejores condiciones para desarrollar la tarea analítica; y, cu
riosam ente, buena parte de esta tarea consiste en ver qué piensa el pa
ciente de esta situación que nosotros establecemos, qué teorías tiene
sobre ella. El encuadre es la lámina del Rorschach sobre la cual el pacien
te va a ver cosas, cosas que lo reflejan.
9. Encuadre y metaencuadre
Hemos estudiado detenidamente las relaciones del proceso con el en
cuadre y hemos suscrito la opinión de la m ayoría de los autores de que el
encuadre no debe variar con los azares del proceso.
El encuadre recibe, en cambio, influencias del medio social en que el
tratam iento se desarrolla. Esto es inevitable y también conveniente. De
term inadas situaciones del ambiente deben ser recogidas por el encuadre,
que adquiere así su asiento en el medio social en que se encuentra. El en
cuadre debe legítimamente modificarse a partir de los elementos de la re
alidad a la que en última instancia pertenece.
Al medio social que circunda al encuadre y opera en alguna medida
sobre él, Liberman (1970) lo llama metaencuadre. Son contingencias que
no siempre contem pla estrictamente el contrato analitico pero gravitan
desde afuera, y que el encuadre tiene, a la corta o a la larga, que con
tem plar. Ejem plo típico, la inflación. Otro ejemplo podría ser el respeto
de los feriados im portantes: en esos días no es aconsejable trabajar. Los
analistas argentinos que no trabajan los feriados nacionales (pero sí otros
menos im portantes) se vieron frente a un pequeño conflicto cuando años
atrás se dejó de considerar feriado nacional el 12 de octubre, el día del
descubrimiento de América, que el presidente H ipólito Yrigoyen exaltó
com o Día de la Raza. Hace algunos años le habían quitado ese carácter
que se le volvió a asignar recientemente, después del conflicto por las
islas Malvinas. Sería un ejemplo típico de la «alteración» del encuadre
que viene de afuera y corresponde al metaencuadre.
Con el plástico nom bre de mundos superpuestos, Janine Puget y Leo
nardo W ender (1982) estudian un fenómeno ciertamente común que pa
sa casi siempre inadvertido, y es cuando analista y analizado com parten
una inform ación que es en principio extrínseca a la situación analítica y
sin embargo se incorpora al proceso por derecho propio. En estos casos
una realidad externa común en ambos surge en el campo analítico. «Su
presencia en el material es fuente de distorsiones y trasform ación en la es
cucha del analista, asi como de perturbación en la función analítica»
(pág, 520)< Ш analista se ve asi de pronto en una situación donde está
de hecho compartiendo algo con su analizado, lo que le hace perder la
protecddn que lí brinda el encuadre y lo expone a fuertes conflic
tos de eontrntrMforonclA que jaquean especialmente su narcisismo y
su eicoptofllla.
Si bien el campo de observación de Puget y W ender tiene límites
am plios que van de la ética a la técnica, de la contratrasferencia al en
cuadre y de la teoría al m étodo, he decidido estudiarlo en este punto
com o un ejemplo privilegiado de las form as en que el encuadre psicoana
lítico depende del ám bito social en que analista y analizado inevitable
mente se encuentran.
1. La regresión terapéutica
Es bien sabido que muchos psicólogQS del yo afirm an rotundam ente,
que el proceso analítico es de naturaleza regresiva, que tal regresión se
produce como respuesta al setting y es la condición necesaria para que
se constituya una neurosis de trasferencia analizable. C on matices dife
rentes, esta opinión se encuentra en casi todos los cultores de la psicolo
gía del yo del Nuevo y el Viejo M undo, así como tam bién en muchos
otros investigadores que no pertenecen a esa escuela.
P ara entender la teoría de la regresión terapéutica de la psicología del
yo tenemos que tom ar en cuenta principalmente dos factores: prim ero (y
principal a mi juicio), el concepto de autonomía secundaria de H artm ann
(1939); segundo, la función del encuadre.
Si releemos con atención «The autonom y o f the ego» de David Ra-
p ap o rt (1951), vamos a ver claramente expuesto el principio de la auto
nom ía secundaria, sobre todo en el parágrafo IV. Los aparatos de
control que surgen del conflicto pueden hacerse independientes de su
fuente de origen, y esto lo sabemos por de pronto porque en nuestra ta
rea terapéutica encontram os defensas que no conseguimos derribar a
pesar de que el análisis se prolongue mucho tiempo. A parte de esta consi
deración práctica, Rapaport insiste en que toda actitud contrafóbica y
toda formación reactiva llevan concomitantemente un valor de m otiva
ción (motivating valué) que, aunque surgió del conflicto, no se pierde en
un análisis bien logrado. En suma, lo que se produjo como resultado del
conflicto, a la corta o a la larga se puede independizar de él, se puede vol
ver relativamente autónom o.
En el parágrafo V del mismo trabajo, Rapaport diferencia, dentro de
una misma formación psíquica, el aspecto autónom o de este valor de
m otivación del aspecto defensivo. La conclusión de R apaport és que, co
mo la autonom ía secundaria es siem pre relativa, el analista debe respe
tarla cuidadosamente para no provocar un proceso regresivo, que hasta
1 «I.» libidi; (I!) lodo o tn ptr<() ic hn Internado p o ' el cambio de ta regresión y rcsntr
m a lit iM*#m |iU*i!llk‘- Y bit», 1 м ш alli sigue la cura analítica, que quiere pillarla,
v o lv r lt d i tttiMcl tttu tllltlí « 1» condendo y, p o r ultim a, ponerla al servicio de la realidad
objitlvt» МЛ 12, p i i ÍOdí
puede llevar a la psicosis. Es pues ineludible que el analista trate la de
fensa involucrada en el conflicto sin atacar la autonom ía del valor de m o
tivación. Así por ejemplo, una interpretación directa del sentido agresivo
de la independencia reactiva desencadenó en un caso fronterizo un
cuadro de excitación catatònica {ibid., pág. 366).
R apaport concluye «que la autonom ía, y en particular la autonom ía
secundaria, es siempre relativa, y que la embestida de la motivación pul-
sional puede revertir la autonom ía, sobre todo si no queda bajo el
contralor de la ayuda terapéutica o si la favorece una actividad terapéuti
ca excesiva^ provocando un estado psicòtico regresivo en el cual el
paciente queda a la merced de sus impulsos instintivos en una extensión
demasiado grande» (ibid.).
Com o he procurado m ostrar al hablar de alianza terapéutica (capítu
lo 18) y tam bién en las lecciones sobre interpretación (especialmente
el capítulo 25), las interpretaciones que tanto teme R apaport no son en
realidad tales sino m aniobras descalificatorias del analista por ignorancia
o por conflictos muy fuertes de contratrasferencia. Otras veces se trata
de una reacción terapéutica negativa del analizado que busca dejar en
falta al analista.
En la misma línea de pensamiento se coloca Elizabeth R. Zetzel
(1956a), cuando dice en su ya clásico trabajo «C urrent concepts o f trans
ference», que la neurosis de trasferencia se desarrolla después de que las
defensas del yo han sido suficientemente socavadas para que se movilicen
los conflictos instintivos ocultos hasta entonces (pág. 371). En la misma
página dice la au tora que la hipótesis de los psicólogos del yo es que, en el
curso del desarrollo, la energía instintiva al alcance del yo m aduro ha
sido neutralizada y divorciada en form a relativa o absoluta del significa
do de las fantasías inconcientes, y así se presenta el analizado al comien
zo del análisis.
En «El proceso analítico», presentado al II Congreso Panam ericano
de Psicoanálisis, reunido en Buenos Aires en 1966, dice la misma autora:
«Según nuestro punto de vista, la neurosis trasferencial depende de la
regresión y la concom itante m odificación de las defensas autom áticas in
concientes que abre áreas que eran anteriorm ente inaccesibles » . 2
El segundo factor a tener en cuenta para entender la teoría de la,
regresión terapéutica de la psicología del yo es la afirm ación de que el en
cuadre en que se desarrolla el tratam iento psicoanalitico promueve el
fenómeno de la regresión. Esta nueva teoría, que desde luego busca su
npoyatura en la clínica, hace juego con la anterior y es su corolario. Si la
neurosis de trasferencia depende de la regresión, ¿de qué m anera se
podría tra ta r a un paciente si no fuera gracias a algún artificio que pro
duzca un desequilibrio en su autonom ía secundaria? Digo esto porque
¡íienso que esta necesidad de la teoría gravita en la apreciación de los
¡techos clínicos en que estos autores se apoyan.
HI tratam iento psicoanalítico en cuanto tarea que el analista le propo-
1 V illa , pur ÿttmplu, «In the beginning is silence» y «L a significación psicológica del
iU«ncio»i
4 S i t o * t u to ie * d W íii, lürm át, que hey otro aspecto de la situación analitica que tam
bién Indue# Я I t tfgrttlA n У H *1 holding, que reproduce ta buena relación del analizado*
b o b * eon t t s n e llita q u i lo M W t n i f y sm p ire , Y agregan: « L a regresión útil en el progreso
del р то в **# etifelltlto ¡ н о * 1 и * (te rm o s , de cite segundo aspecto de la situación analitica»
(Pfe 100).
2. Discusión
P ara empezar la discusión de la teoría que acabo de exponer me diri
giré resueltamente al punto decisivo y diré que la regresión en el proceso
psicoanalítico tiene que ver con la enfermedad y no con el encuadre. El
paciente viene con su regresión, su enfermedad es la regresión.
El encuadre no la fom enta, la regresión ya está; lo que hace el en
cuadre es detectarla y contenerla. Por ello pienso que el concepto de hold
ing de W innicott (1958, pàssim) o continente de los autores klenianos
es valedero para explicar la dinámica del proceso analítico.
Quiero ser preciso: el tratam iento psicoanalítico no_ prdm ueve la
regresión más allá del côëTîcîërifé’entre equilibrio y desequilibrio' em o
cional de la persona que lo enfrenta, como podrían hacerlo para el caso
otras experiencias vitales significativas y difíciles (casamiento o divorcio,
examen, nom bram iento en un cargo im portante, nacimiento o m uerte en
la familia).
Examinemos con más detenimiento los factores del encuadre que
condicíoriarlan la regresión, empezando por la privación sensorial. Toda
tarea que requiere esfuerzo y concentración mental trata de evitar los es
tímulos que la perturben. Son las condiciones que nos procuram os cuan
do queremos leer, escuchar música o m antener una conversación seria. Si
en estos casos se produce una regresión no la vamos a atribuir a la atm ós
fera de recogimiento sino a la psicopatologia del sujeto. P ara com pren
derlo así basta pensar en el adolescente que se m asturba en el silencio de
su cuarto de estudios o el creyente que tiene pensamientos profanos en el
sereno ambiente de su iglesia.
Por otra parte, la privación sensorial es muy difícil de cuantifícar, y
hay que preguntarse si al hacerlo no se incurre en una petición de princi
pios. Recuerdo un m om ento grato que nos procuró el sano humorismo
de un colega norteam ericano en el Congreso Panam ericano de Nueva
York de 1969, cuando la doctora Zetzel y yo relatamos la primera sesión
de análisis. Yo llevé un caso5 de los que había iniciado recientemente al
llegar a Buenos Aires; ella el material de un supervisado. Discutíamos
sobre la privación sensorial y las interpretaciones en la prim era sesión,
cuando aquel colega señaló que las intervenciones del analista de Boston
¡eran tres veces más numerosas que las mías!
De la m ano con la sensorial va la privación del m undo objetal, que
comprende dos casos, cuando el analista está en silencio o cuando habla.
El analista está siempre presenteen la sesión, ya que aunque esté callado
está escuchañaó. El analízalo puede considerar ese silencio comò priva
ción si decide que la atención del analista no le basta; pero esto es ya un
rendimiento de su fantasía. En los casos extremos, como la técnica de
Reik, de Lacan o de Menninger, opera un artefacto como dije antes: estos
autores callan para forzar la regresión. Si el analista está mudo para que
el paciente regrese, entonces el analizado hace muy bien en regresar, es
* «Such a dual approach impUts a developm ental differentiation between the defensive
ego which mutt rrgrtsi and the autonom ous ego which m u s t retain the capacity f o r сопз1з>
tant object rrlationt» (ibid., p ág . JO ). La estructura de esta oración expresa с! trasfondo
preceptivo d * ls t sor l i .
10 De NM t t n t l П01 o c u p in io i ìambtén en el capitulo 18, «La alianza te ra p è u ti» d o d f
W ln b a d o n ■ Olnibu » .
Com o los procesos vitales que se estudian en biología, psicología y
sociología, el análisis se desarrolla siempre con avances y retrocesos que
se alternan y contraponen. Este curso le es propio, no lo crea el encuadre.
En términos generales, podemos considerar que este opera como conflic
to actual, mientras que la disposición del paciente dará cuenta de los fe
nómenos regresivos que van apareciendo, según la serie com plem entaria.
En cambio, la actividad interpretativa del analista, si es acertada, lleva eD
general el proceso hacia adelante en térm inos de crecimiento, integración
o cura (a no ser que el paciente responda en form a paradójica, como en
la reacción terapéutica negativa). Es esto lo específico del análisis, por
que el conflicto actual con el encuadre no es más significativo qiie cual
quier otro de la vida real. No hago aquí otra cosa que aplicar el concepto
freudiano de la prim acía del conflicto infantil en la explicación de las
neurosis.
La diferencia radical entre la experiencia del análisis y otras de la vida
cotidiana reside en que la conducta patológica del paciente recibe un trato
distinto. El paciente repite, el analista no. Esta enfática añrm ación no su
pone una concepción especial del proceso; la creo aceptable para los que lo
ubican en el paciente, en el campo, en la interacción, etcétera. Podemos di
ferir, y mucho, en el grado y el tipo de participación del analista; pero to
dos consideramos que la relación es asimétrica, un punto que Liberman se
ñaló a lo largo de toda su obra, y en especial en el primer capítulo de Lin
güística, interacción comunicativa y proceso psicoanalítico (1970). Ningún
analista pone en duda la necesidad de ser reservado y de no participar con
opiniones, consejos, admoniciones y referencias personales.
Quizá la m ayor dificultad de la teoría de la regresión terapéutica no es
tanto que trasform a un proceso espontáneo en artefacto sino que puede
explicar cómo empieza un análisis pero jam ás de qué m odo term ina. Ida
Macalpine y Menninger se plantean este problem a y reconocen la dificul
tad. Consecuente con sus rigurosos puntos de vista, Macalpine se ve lle
gada a concluir que muchos de los logros del análisis se dan después de la
term inación. M enninger, por su parte, con encomiable honestidad, dice
que es este un punto que no ha podido integrar en su teoría.
La m ayor p arte de los defensores de la regresión terapéutica, sin em
bargo, no parecen considerar este problema. D an por sentado que, a me
dida que se va resolviendo la neurosis de trasferencia, el paciente se
ttccrca a la curación y al final del análisis, Pero entonces hay que concluir
ni que la regresión se debía a la enferm edad (que es lo que disminuyó) y
no al encuadre, que permanece constante.
A veces nos dejam os llevar por una especie de ilusión óptica y deci
mos que tal conflicto (la dependencia de la m adre, el tem or de castración
Im ite al padre, la rivalidad con los hermanos) adquirió inusitada intensi
fied por la regresión trasferencial. Si observamos bien, veremos que el
«inflicto ya existía, sólo que no se lo reconocía y estaba disem inado en
rntilt jptes relaciones de la vida real. La rivalidad fraterna, por ejem plo, te
Ш
dará con los verdaderos herm anos, con los hijos, con los amigos, con los
com pañeros de trabajo, etcétera. Si esta rivalidad no estuviese activa, su
análisis estaría de más. Es la recolección (gathering) de la trasferencia,
como dice con precisión Meltzer (1967, cap. 1), lo que aum enta a m odo
de sum atoria la intensidad del fenómeno trasferencial. P ara decirlo con
otras palabras, a m edida que disminuye el acting out gracias a nuestra la
bor interpretativa, crece la trasferencia.
En franca oposición a los que creen que el encuadre tiene por finali
dad prom over la regresión, yo pienso como muchos otros autores, que el
encuadre detecta y denuncia, a la p,ar que contiene la regresión; y sosten
go, además, que así lo fue diseñando Freud en la segunda décadfe del
siglo, al escribir sus definitivos ensayos sobre técnica. Fue el descubri
miento de la trasferencia, por ejemplo, lo que hace com prender a Freud
que debe ser reservado y por eso nos sugiere (\9 \2 e) que seamos impe
netrables para el enfermo. Sí se establecen confesiones recíprocas, dice
Freud, abandonam os el terreno psicoanalítico y provocam os en el p a
ciente una curiosidad insaciable. Al darse cuenta de la curiosidad del p a
ciente (que surge de la investigación sexual infantil), Freud introduce la
regla y no es que se muestre reservado para despertar regresivamente la
curiosidad del analizado.
Coincido con Zac, cuando afirma que «el encuadre está pensado en for
m a tal como para que el paciente pueda realizar una alianza terapéutica con
el analista (una vez que aquel internalizó el encuadre)» (1971, pág. 600).
Cuando en la sesión 76a del análisis de Ricardito en 1941 Melanie
Klein llega con una encomienda para su nieto y el paciente la descubre, se
d a cuenta de que ha cometido un error técnico porque le despierta celos,
envidia y sentimientos de persecución, como dice en la nota de la pág.
387 (Melanie Klein, 1961). No es, pues, que el analista no hable de su fa
milia para despertar celos; los celos están y no conviene reactivarlos arti
ficialmente hablando de hijos o nietos o, para el caso, con encomiendas
reveladoras. U na «privación sensorial» en este punto le hubiera ahorra
do a Ricardito un inoportuno ataque de celos.
H asta donde le es posible, el encuadre lejos de fom entar evita los f ^
nóm enosregresivos. De ahí que la palabra con tención sea muy adecuada
por su doble significado.
No es sólo en la experieacia de Freud y sus grandes seguidores que el
setting se va haciendo más riguroso a partir de la dura enseñanza que da
la clinica, sino también en el desarrollo individual de cada analista. Dolo-
roiamente vamos aprendiendo a respetar nuestro encuadre, al ver que
cuando lo pasamos por alto tenemos que enfrentar intensas reacciones
regresivas en nuestros pacientes.
En conclusión, el encuadre no fue diseñado para prom over la regr»*
slón elm;, al eontrnrlo, pars descubrirla y contenerla. No es que la neuro»
iti do tnutfenniúu ieri uno respuesta al encuadre sino que el encuadre es,le
respuesta пии válida y racional de nuestra técnica frente a los fenómeno»
de trnirçrwtrifti
4. Las ideas de Arlow y Brenner
En su relato presentado en el Prim er Congreso Panam ericano, estos
distinguidos investigadores desarrollaron el tem a «La situación analíti
ca», exponiendo ideas muy interesantes. Algunas de ellas las estudiare
mos al hablar de situación y proceso, otras corresponden al tem a que
ahora nos ocupa. Estos autores piensan, por de pronto, que la situación
analitica ha sido diseñada con la intención de alcanzar los objetivos de la
terapia analítica, esto es, ayudar al paciente a lograr una solución de sus
conflictos intrapsíquicos a través de la com prensión, que le perm itirá m a
nejarlos en forma más m adura. De acuerdo con estos postulados, se es
tablecen una serie de condiciones en la situación analítica, gracias a las
cuales el funcionam iento de la mente del analizado, sus pensamientos y
las imágenes que surgen en su conciencia están determ inadas endógena
mente hasta el límite en que es hum anamente posible (1964, pág. 32).
Estos autores ponen en duda que la regresión que se observa en el tra
tamiento derive del setting {ibid., págs. 36-7) y recuerdan que el analizado
no es enteramente pasivo, inm aduro y dependiente com o con frecuencia
se dice, para term inar insistiendo en que la situación analítica se organiza
de acuerdo con la teoría psicOEyialítica del funcionam iento de la mente y
respondiendo a los objetivos del psicoanálisis como terapia.
Mí
43. El encuadre y la teoría
continente/contenido
1. Resumen
Vamos a ubicarnos frente a este tem a no tanto en función de la obra
compleja y tan llena de sugerencias de Bion, sino más bien en la línea de
lo que estamos estudiando, que es el proceso psicoanalítico. Recordemos
que, al iniciar este estudio, establecimos prim ero la relación del proceso
con el encuadre, cómo influye el encuadre en el desarrollo del proceso,
cómo influye específicamente, porque por supuesto todo encuadre influ
ye en el desarrollo del proceso al que pertenece y, viceversa, ningún p ro
ceso puede darse si no es dentro de un encuadre. En este m om ento, por
ejemplo, yo estoy tratando de dar el encuadre adecuado que ubique a
Bion dentro del capítulo, para no perdernos. Si no recordamos que
nuestro propósito es dar razón de las teorías que tratan de entender el
proceso analítico, podemos tom ar otro camino y llegar incluso a apren
der mucho de Bion, pero no de lo que realmente debemos estudiar.
Vimos entonces que la relación del proceso psicoanalítico con los fe
nómenos de regresión y progresión inherentes a la definición misma de
proceso puede explicarse con dos enfoques teóricos: el que sostiene que
la regresión depende del encuadre y el que, al contrario, afirm a que la
regresión deriva de la enfermedad. La prim era teoría entiende la regre
sión como un producto artificial del setting, gracias al cual el tratam iento
analítico puede ser efectuado, y por esto la hemos denom inado la teoría
de la regresión terapéutica. La opuesta adm ite, en cambio, una regresión
psicopatológica, a la cual se acom oda en la form a más racional posible el
encuadre analítico.
Estudiamos después una tercera posibilidad según la cual hay una
regresión curativa que le da ai paciente la oportunidad de hacer borrón y
cuenta nueva. La curación consiste en que pueda desarrollarse un proce
la üc regresión a partir del cual la natural tendencia del individuo a cre
iti sanamente pueda restablecerse trasforinándose de virtual en real y ac-
Itllil. Esta teoría se apoya necesariamente en la tesis ad hoc de que nacemos
fìlli una disposición al crecimiento que va a cumplirse inexorablemente si
t) medio no la interfiere, Los que creemos, al contrario, que el crecimien-
■le e» en sí mismo un conflicto, jam ás podremos aceptar esta teo ría.1
1 í ’teo recordar de mis difusos estudios etológicos que cienos pichones seguirían reci-
UtMltt Indefinidam ente el alim ento d e sus solidtos padres sobreprotectores, ya que el dii-
ih) «nergético de abrir el pico es m ucho m enor que el de volar, si no fuera por algún
S tuno picotazo parental.
La idea de holding en justicia pertenece a W innicott, pero se la en
cuentra en casi todos los analistas de la escuela inglesa y está también
muy extendida en todo el m undo psicoanalítico. Yo diría que todos los
analistas que aceptan el papel decisivo de la m adre (o subrogados) en el
prim er año de la vida no pueden sino pensar que esa función m aternal se
vincula a algún tipo de sostén, y a eso W innicott le dio el nom bre acerta
do de holding. El concepto se encuentra en muchos pensadores, pero el
nom bre lo introdujo W innicott y con él una teoría consistente del papel
de la m adre en el desarrollo. W innicott afirm a con vehemencia que el de
sarrollo dei niño no puede explicarse sin incluir a la madre.
Dejando por fin atrás las complejas relaciones entre el proceso, la
regresión y el setting (o holding), luego utilizamos el concepto de hold
ing para dar cuenta de otra form a de entender el proceso psicoanalítico,
donde la función continente del análisis y del analista perm ite que las a n
gustias del individuo que se acerca al análisis puedan ser prim ero recibi
das y en segundo lugar devueltas. Este es, entonces, un enfoque muy dis
tinto del anterior, que parte de que la regresión es un fenómeno psicopa-
tológico que nuestra técnica debe enfrentar. Con estas premisas pasamos
revista a los autores que tienen como punto de m ira el análisis de la an
gustia de separación en el setting analítico y ahora nos proponemos estu
diar otra teoría de este grupo, donde la piel de Bick y Meltzer, el holding
de W innicott y el espacio de Resnik se conceptúan con un nivel más alto
de abstracción.
Podríam os decir para aclarar las cosas que el concepto de holding no
diñere sustancialmente en todos los autores que estamos considerando,
pero se lo em plea con diferentes objetivos terapéuticos. En todos esos ca
pítulos hemos señalado que, por su estructura y organización, el proceso
analítico enfrenta al sujeto con períodos de contacto y ausencia que con
dicionan un tipo especial de angustia, la angustia de separación, íunda*
mental en el período tem prano de la vida. Con arreglo a este presupuesto
teórico, el setting debe estar diseñado para que pueda servir de continen*
te a los azares del contacto y la separación.
En el capítulo anterior vimos que los conceptos de identificación pro
yectiva y adhesiva sirven para com prender y m anejar la angustia de sepa*
ración cuando opera a través de mecanismos primitivos. El m ejor recur
so frente a la angustia de separación parece ser la identificación proyecté
va, porque si uno puede meterse dentro del objeto no hay angustia do te
paración que valga. Sin embargo, en los prim eros estadios del desarrolla,
cuando no se ha configurado todavía el espacio tridimensional, el únlt- j
recurso frente a la angustia de separación consiste en tom ar contacto m
díante la identificación adhesiva. En ambos tipos de identificación extf ir
una confusión de sujeto y objeto, y por esto las dos son narcisiste», ti
bien Ib adhesiva no tiene la «hondura» de la proyectiva.
Como se com prenderá, el concepto de piel de Bick es distinto, p m -
tam bién coincidente con el de holding. Winnicott no hace hincapié <íh Ir
piel lino tal vox en los brazos. De todos modos, am bos concepto» мм
boitante coinddcntei, «I bien responden a esquemas referencialet d b itit
tos. Tam bién en esto converge la investigación de Didier Anzieu sobre lo
que él llam a el yo-piel. Anzieu llega por su propio camino a una teoría
muy similar a las de W innicott y Bick.
2. Teoría continente/contenido
Siguiendo esta línea, vamos a aplicar ahora la función continente de
Bion (19626, etc.) al proceso analítico. La idea es afín al concepto de hol
ding de W innicott y al de piel de Bick, aunque también hay algunas dife
rencias, que no sé si son verdaderamente sustanciales. Form alm ente, da
la impresión de que los conceptos bionianos de continente y contenido
tienen un nivel de abstracción mayor que el de holding, que siempre evo
ca un poco pañales y brazos de la madre, o el de piel, tan concreto. Bion
procura ser abstracto, y hasta incluye signos para expresar sus ideas, los
signos de hem bra y m acho representan el continente y el contenido, y di
ce —no sin cierta picardía— que estos signos simbolizan y a la vez deno
tan los órganos sexuales y el coito. Es una idea que viene de la teoría de la
genitalidad de Fereivczi (1924), cuando el coito se define com o un intento
de regresar al vientre de la m adre. El m acho identifica su pene con el be
bé que se mete adentro. Desde aquí, y por mucho que nos disguste, el coito es
estrictamente una operación de alto nivel de abstracción, para nada concreta.
En realidad, de lo que Bion se ocupa con su teoría de continente y
contenido es de la relación muy prim itiva —y yo diría tam bién que muy
concreta— que el niño tiene con el pecho. Cuando tiene hambre, el niño
busca algo que alivie su m alestar y el pecho resulta ser el continente don
de puede volcar esa ansiedad y del cual puede recibir leche y am or, a la
par que significación, en form a tal que esa situación sea m odificada. Es-
l« idea de continente y contenido representados por el bebé y el pecho to-
trnidos en cuanto signos de una explicación es el punto de partida de toda
tina serie de desarrollos bionianos sumamente im portantes, de los que
4 Urge una teoría del pensamiento no menos que una teoría de la relación de
objeto. Vamos a ver en qué cçmsisten estas dos teorías de Bion, para luego
Bítitularlas con la práctica, porque estamos tratando de estudiar teorías
que nos permitan captar la angustia de separación e interpretarla más allá
líe las generalidades que no son nunca muy operativas, muy eficaces.
l’ara explicar cómo se origina el pensamiento, Bion utiliza el concep
iti tic identificación proyectiva tal como lo planteó Melanie Klein. Bion
mtnca habla de identificación adhesiva y es posible que no haya llegado a
InOlicrsc en contacto con esa idea. A diferencia de Bick y Meltzer, al
Jbiblnr de continente y contenido, Bion da p or supuesta la tridimensiona-
iu M , el espacio. .
A partir de su trabajo al Congreso de Edim burgo de 1961, «A theory
ni ¡hlnking»,2 y luego de haber estudiado en la década anterior la psico
3. El rêverie m aterno
Bion utiliza con m ano m aestra la teoría de la identificación proyecti
va para dar cuenta de los primeros vínculos. Tal vez más que Melanie
Klein, entiende la identificación proyectiva como un tipo arcaico de co
municación. El concepto de rêverie m aterno está vinculado, justam ente,
a los mensajes que dirige el bebé a la m adre poniendo dentro de ella, vía
identificación proyectiva, partes de él en apuros. Al poner el acento en la
vertiente comunicativa de la identificación proyectiva, Bion realza su va
lor en la tem prana relación de objeto.
P ara responder a ese m étodo primitivo y arcaico de comunicación
que es la identificación proyectiva del bebé, Bion supone en la m adre una
respuesta especial que llama rêverie.4 Bion ha propuesto esta palabra sin
iluda porque evoca en nosotros una penum bra de asociaciones que
vienen a designar paradógicam ente su significado. Rêverie en francés
viene de sueño y significa ese estado en que el espíritu se deja llevar por
sus recuerdos y sus imaginaciones. En español, la palabra que más se le ase
meja es ensoñar. La madre responde a su bebé como ensoñándolo, como
estuviera flotando con sus sueños por encima.de los hechos. Salvadas
tus disputas escolásticas, el rêverie de Bion se asemeja mucho al área de la
ilusión winnicottiana, al menos hasta donde yo lo entiendo.
La función rêverie así considerada presenta una fuerte similitud con
tü formación del sueño, con el pasaje de proceso prim ario a la form ación
tic imágenes oníricas, que Bion asigna en su teoria a la función alfa. Es
Algo bien distinto, por cierto, a la experiencia emocional del bebé, por-
i]Ur la experiencia emocional del bebé tiene que ser, en todo caso, signifi-
lUdii por la madre: la m adre tiene que darle significación. Tiene que ha-
entonces, una fuerte identificación (Íntroyectiva) que permite a la
liím lt e sentir el bebé dentro de ella, sentir lo que él siente. Este proceso su-
gl’ tr fuertemente, al menos para mí, el mecanismo de la elaboración pri-
ttlAi tft del sueño: el chico entra en la madre y la madre cambia el proceso
por el cual el niño e n tT a dentro de ella en proceso secundario.
( 'reo en conclusión que si Bion prefiere la palabra rêverie a otras más
UHialch, como cuidados m aternos, es porque pretende alcanzar otro ni-
H*I, cjuiüá más abstracto, más subjetivo, más psicológico. La expresión
Militados meternos sugiere demasiado los aspectos fácticos de la crianza,
M i m de resonancia emocional; y lo que Bion quiere subrayar justam en-
* Í'KTi»s> que la identificación proyectiva del bebé y el reverie de la m adre tienen una
•tH lM ffi'r trlactón con los fix e d action patterns y los innate releasing mechanisms de loi
рЬшц
JM
te es este aspecto de la cuestión, el contacto emocional intersubjetivo que
da significado a la relación m adre/niflo.
5. Aplicaciones
Las ideas de Bion tienen valor para interpretar las angustias de sepa
ración teniendo en cuenta ciertos matices que se pueden presentar. Des
pués de todo el recorrido que hemos hecho, estamos lejos, creo, de la in
terpretación clisé que se limita a afirm ar que el paciente se sintió mal por
que extrañó al analista en el fin de semana. Disponemos ahora de toda
una serie de matices que van de la relación dé objeto al deseo, de la vora
cidad y la envidia y los procesos de splitting a la pérdida, la dependencia
y la pena con los cuales podem os decirle al paciente lo que realmente le
pasa y no simplemente una generalidad sentimental.
Recuerdo de u na supervisión el caso de una paciente que viene un lu
nes y habla largamente y con angustia de toda la serie de problem as que
se le fueron presentando desde la sesión del viernes: lo que le pasó con su
liíjo, la intempestiva llam ada telefónica de la suegra, la discusión con el
marido. La primera interpretación de la analista fue que ella necesitaba
ventar todas esas situaciones de tensión y ansiedad por las que había p a
tudo el fin de semana y que se le habían hecho difíciles de aguantar, para
que la analista las reciba, se haga cargo y pueda ir devolviéndoselas de a
poco, de m anera tal que ella las pueda ir pensando. El objetivo de esta in
terpretación es que la paciente tome conciencia de la form a, legítima, por
ac rto , en que usa a su analista y, al decírselo, la analista no sólo
comprende lo que pasa sino que de hecho se hace cargo. Antes de hacer
conciente esta situación de nada vale entrar en el contenido de los distin-
toi problemas.
Una interpretación como esta parece sencilla pero, en realidad, es
complicada y sutil. Piénsese en el trasfondo teórico que la respalda y se
vetA que no es para nada simplista o convencional. La analista la hizo
upoyada en el concepto de continente de Bion y en las teorías de la fun
ción alfa y del rêverie m aterno.
1л respuesta de la analizada fue un sueño de esa m añana al despertar:
nhoflé que estaba esperando que viniera la sirvienta para limpiar la casa y
niipezaba a entrar en desesperación porque no aparecía. Sabía que me
РШ necesaria, que si no está se me desorganiza todo el tiem po». El suefto
« in firm a que la interpretación fue correcta y resultó operativa, en cuan*
io alude sin mucha deform ación a la necesidad de que la analista la lint
pie y la organice, le ayude a pensar; confirm a que el punto de urgencia
era la función continente del analista que, como tantas veces en los
sueños, aparece de sirvienta. La interpretación form ulada, que le hizo re
cordar el sueño, fue m ejor que cualquier otra que, atendiendo los conte
nidos, dejara de lado el m anejo proyectivo de la ansiedad.
Puede decirse también que la analista pudo pensar lo que pasaba y, al
decírselo, le devolvió a su analizada la función alfa que le había proyec
tado en el fin de semana. La analizada pudo entonces pensar y recordó el
sueño que confirm aba la hipótesis de la interpretación. P or lo rápido y
ajustado de su respuesta se puede suponer que esta enferm a no es muy
grave, porque pudo responder bien, porque bastó una buena interpreta
ción para que recuperara su capacidad de pensar; y, sin embargo, yo es
toy convencido de que si se le hubieran interpretado algunos de los conflic
tos que traía el material no lo hubiera comprendido, porque necesitaba an
tes que nada que alguien contuviera su ansiedad y la hiciera pensar.
O tro aspecto im portante de este m aterial, y en general de este capítu
lo, es que la idea de evacuación es distinta a la acepción peyorativa que le
da comúnmente el lenguaje ordinario. Que ella homologue a su analista
con la sirvienta expresa la trasferencia positiva, porque para ella la sir
vienta era muy im portante. Le había costado siempre tolerar una sirvien
ta que la ayudara.
Si se hacen adecuadamente, como en este ejemplo, las interpreta
ciones de la angustia de separación abren el camino al diálogo analítico,
reconstruyen la relación comensal entre analizado y analista, restablecen
la alianza de trabajo y permiten, entonces sí, hacer una interpretación de
los contenidos del material.
Deseo afirm ar por últim o, y sé que muchos analistas no estarán de
acuerdo, que una interpretación como esta que trata de hacer conciente
en el enfermo su necesidad de sostén, es superior al silencio comprensivo
y a toda m aniobra o m anejo que pretenda cumplir con la función de hoU
ding o reforzar la alianza de trabajo. Es m ejor porque lo que necesita en
ese momento el analizado no se actúa sino que se interpreta.
fil