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El Libro Magico de La Naturaleza
El Libro Magico de La Naturaleza
de la Naturaleza
Asier Saiz Rojo
Amaia Saiz Andrés
Ilustraciones
Carmen Ramos
Gracias a Charo y a Leire, que nos han
animado y apoyado durante el desarrollo de
este libro, como hacen siempre.
2016 WeebleBooks
http://www.weeblebooks.com
info@weeblebooks.com
Licencia: Creative Commons Reconocimiento-No-
Comercial-CompartirIgual 3.0
Madrid, España, junio 2016 http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/
Este libro se ha realizado con el patrocinio de la empresa ZENIT INGENIERÍA.
ZENIT cuenta con un equipo técnico multidisciplinar con amplia experiencia en el sector
de la ingeniería, el medio ambiente y el asesoramiento técnico a empresas, formado por
muy diversos profesionales como Ingenieros de Montes, Ingenieros de Caminos, Cana-
les y Puertos, Arquitectos, Ingenieros Técnicos Forestales, Licenciadas en Ciencias
Ambientales y Técnicos Superiores en Prevención de Riesgos Laborales, Calidad y
Medio Ambiente.
http://www.zenitingenieria.com
El libro mágico
de la Naturaleza
1.- MI LIBRO
El día que yo nací hacía mucho viento. Mis padres me han contado
que los cristales de las ventanas estaban a punto de romperse y que
las tejas de las casas se movían. Sin embargo, cuando ese día
empecé a llorar por primera vez, el viento se paró. Por eso mis padres
me quisieron llamar “Viento”, pero mis abuelos dijeron que parecía el
nombre de un chico y que yo era una niña. Mi abuelo, que había viaja-
do mucho cuando era joven, dijo que me llamaría “Haizea”, que es lo
mismo que viento pero en otro idioma.
Ahora tengo diez años y vivo con mis padres en un pequeño pueblo
de casas blancas rodeado de campos de cultivo. Es un pueblo bonito,
aunque siempre he pensado que le falta algo… ¡Siempre he pensado
que le faltan más colores!
Cuando miro desde la ventana de mi casa solamente veo el color de la
hierba. Es verdad que ese color cambia durante el año. Por ejemplo, en
primavera es verde, en verano amarillo, en otoño marrón y en invierno
blanco, por la nieve. Un día le pregunté a mi padre que por qué era todo
del mismo color, y mi padre me dijo que era porque en el pueblo todos
sembramos trigo y el resto de los árboles se han quitado para
aprovechar mejor el terreno.
−¡Creo que tengo una idea, aunque tiene que ser un secreto entre tú
y yo!
Me llevó a la cocina, para que no nos oyera nadie y me sentó
en una de las sillas. Sacó un vaso de leche y me dijo que le
esperara allí. Después de unos minutos volvió con un paquete
que puso en la mesa y cerró suavemente la puerta de la
cocina.
−¡Vaya libro, abuelo! ¡Vaya libro más aburrido! Sólo tiene una página
que habla del trigo. ¡Con este libro no voy a aprender nada!
Mi abuelo me contestó:
−Ten paciencia y escucha el secreto que tengo que contarte. Este libro
lo encontré el día que tú naciste y que hacía tanto viento, justo antes de
que se detuviera, por lo que entendí que el libro era para ti y te lo he
guardado todos estos años.
Entonces hizo una pausa y continuó muy serio:
−Es un libro mágico. Este libro tiene el poder de descubrir para qué
sirve cualquier elemento de la naturaleza. Solamente tienes que
colocar lo que quieres investigar en la primera página, la de color verde,
y esperar. Entonces el libro mágico escribirá una página con todas las
funciones y propiedades de lo que hayas colocado. Cuando lo encontré
estaba en blanco y pensé que no serviría para nada. Sin embargo,
cuando lo estaba cerrando, el viento arrastró una espiga de trigo que
cayó en la página verde. Cuando lo volví a abrir surgió lo que acabas de
leer y comprendí para qué servía.
Gus me dijo que esto iba a ser imposible. No había plantas diferentes,
por eso solamente se veía un solo color alrededor de nuestro pueblo.
Entonces le dije:
Era una planta pequeña con hojas alargadas sobre las que
sobresalían unos tallos más altos que los demás, que me parecieron
preciosos. Gus fue a arrancarla y rápidamente le grité:
−¡Para, Gus! No la arranques. Es la única planta que hay. Creo que es
mejor que solamente cojamos un trozo y así el resto seguirá
creciendo.
−Haizea, inténtalo tú esta vez. Igual sólo funciona contigo y con las
personas de tu familia.
−Tienes razón, Haizea, pero esta planta no nos sirve para curar a
Calavera. Tenemos que seguir buscando.
Él sonrió y me dijo que tenía que cuidar el libro porque era un regalo
muy especial que debía utilizar correctamente. Entonces le dije:
Él me respondió:
−En esta comarca quedan pocas plantas. Recuerdo que cuando era
joven visité pueblos con muchas más plantas y animales. Una vez me
enseñaron que eso se llamaba biodiversidad.
Gus se empezó a reír, porque le hacen gracia las palabras largas que
no entiende. En clase siempre le pasa. Cuando la profesora dice
palabras como “circunferencia”, “otorrinolariongólogo”, y sobre todo
“esternocleistomastoideo”, no puede parar de reírse y a veces le
castigan.
Mientras Gus cogía aire y se le quitaba la cara roja
de reírse, le pregunté:
−Gus, ven, corre. Yo creo que esto no es magia. Yo creo que esto es
un insecto un poco raro.
Yo iba caminando con la boca abierta sin ver a nadie, hasta que
llegamos al otro lado del pueblo. Allí había varias filas de árboles con
unas frutas de colores. En uno de los árboles se había subido un niño,
que le lanzaba las frutas a otros dos que estaban en el suelo
guardándolas en unos sacos.
Le dije que sí, ya que estaba aburrida de comer galletas todo el día.
Esteban nos preguntó:
− Son golondrinas. Esas bolas son sus nidos. Los hacen ellas mismas
con barro que recogen en los charcos y lo transportan en sus picos.
Dentro viven sus crías.
Yo me quedé con Calavera, que seguía con los ojos cerrados, como
si estuviese dormido.
Gus, que venía del río, llegó el último. Entre las ramas que trajo y que
consulté en el libro estaba una que se denominaba “Saúco”. Este
arbusto servía para quitar los dolores de cabeza y curar las
inflamaciones.
Cuando llevábamos un buen rato les reuní a todos y les dije que
teníamos un problema. Teníamos muchas plantas que servían para
muchas cosas, pero no sabíamos qué enfermedad tenía Calavera,
por lo que pregunté:
−¿Cómo vamos a saber qué planta darle a Calavera para que le cure?
−Pero Gus, ¿has visto alguna vez comer a un perro una ensalada? –
le dijo Esteban.
Cuando nos íbamos, de repente oímos un ruido que nos paralizó. Era
un ladrido: el inconfundible ladrido de Calavera, que movía la cabeza
sin parar desde la mochila. Esteban y sus hermanos vinieron
corriendo mientras Gus dejaba la mochila en el suelo y Calavera salía
y empezaba a bostezar y a saltar.
Todos nos pusimos muy contentos y nos dimos un abrazo muy fuerte.
Calavera también se quería sumar al abrazo y saltaba sobre nuestras
piernas. “¡Lo hemos conseguido!”, pensé.
−Y ahora, ¿qué vas a hacer con todo lo que has aprendido sobre la
biodiversidad?
Le respondí que a partir de ahora iba a aprender todo lo que pudiese
sobre las plantas y los animales.
En ese momento me di cuenta que tenía que hacer algo para mejorar
este problema. Tenía que trabajar para que los vecinos de mi pueblo
entendiesen la importancia de tener muchos colores y formas
diferentes. Estaba segura que eso les haría sentirse más felices.