Está en la página 1de 5

1

San Justino mártir


Vida de santidad.
Flavio Justino, conocido como San Justino Mártir, nació en Neápolis
(actual Nablus o Naplusa, en Samaria, Palestina) hacia el año 100 de nuestra
era y murió, martirialmente, en el año 165, en Roma. Poseía una poco
frecuente sed por el saber, la verdad y el conocimiento y fue esto lo que lo
llevó a buscar respuestas en diversas escuelas filosóficas de su tiempo, como
la escuela de los estoicos, peripatéticos, pitagóricos y neoplatónicos; su amor
por la Verdad lo llevó a su definitiva conversión al Cristianismo, conversión
que le llegó por medio de las enseñanzas de un anciano cristiano en Éfeso,
quien le enseñó la fe católica por medio de la lectura del Antiguo y el Nuevo
Testamento. Por esto es considerado el primer filósofo cristiano y también uno
de los primeros Padres Apologistas griegos, siendo la escuela filosófica
cristiana fundada por él, un puente entre el paganismo y el Cristianismo, un
puente que conduce, desde el error del politeísmo pagano, a la Verdad de un
Dios Uno, según sus propias palabras: “la filosofía es lo que nos conduce a
Dios y nos une a Él”.
Escribió unas ocho obras, pero sólo se conservan fragmentos de sus dos
“Apologías” y de su “Diálogo con Trifón”. La primera o defensas de la Fe
Cristiana frente a los malentendidos, ataques y persecuciones de los paganos,
está dirigida al emperador Adriano y contiene tres artículos dedicados al
Bautismo y a la Eucaristía y en ellos se nos muestran cómo la Iglesia se
mantiene fiel al Cristianismo primigenio; la segunda apología es continuación
de la anterior y va dirigida al emperador Marco Aurelio; en ambos casos, dice
que las escribe “a favor de unos hombres y una raza que son injustamente
perseguidos, yo uno de ellos, Justino, hijo de Prisco”. Por su parte el diálogo
con el judío Trifón, su obra más importante en el marco de la Filosofía, recoge
2

sus principales enseñanzas de corte filosófico y describe su búsqueda de la


verdad, esto es, la Fe, después de la insatisfacción que le produjeron las
diversas respuestas ofrecidas por los movimientos filosóficos de su tiempo.
Según las actas notariales de su martirio fue decapitado bajo el prefecto
Junio Rústico (163-167), en Roma, junto a otros seis cristianos: Caridad,
Caritón, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano. Así finalizó su vida terrena un
hombre santo que vivió buscando la Verdad de Dios y la encontró en
Jesucristo y, habiéndola encontrado, dio su vida por Jesucristo, la Sabiduría
Encarnada.
Mensaje de santidad.
Ante todo, San Justino es ejemplo de santidad en su deseo apasionado
por conocer la Verdad acerca de Dios –y en esto se parece mucho a San
Agustín-; por este deseo de conocer la Verdad divina, es que se dio cuenta de
que en las escuelas filosóficas paganas no se encontraba la Verdad Absoluta,
tal vez, algunos destellos de verdad, pero no la Verdad Total que Él andaba
buscando. Esto es un ejemplo para nosotros, porque quien busca y ama la
Verdad, en realidad está buscando y amando a Dios, que es la Verdad
Increada y la filosofía, esto es, el uso del intelecto humano en búsqueda de la
Verdad, es un instrumento óptimo para esta búsqueda, siempre que se sea
honesto, como San Justino, es decir, siempre que, en la búsqueda de la
Verdad, el alma sea capaz de apartarse de todo aquel sistema filosófico o
religioso en donde no se encuentre la Verdad. San Justino, en su “Diálogo con
el judío Trifón”, dice que “la divinidad no es visible a los ojos de los hombres
pero sí es comprensible por su inteligencia” y esto es así, porque el hombre es
“capax Dei”, es capaz de encontrar a Dios con su intelecto, rectamente usado.
Por esto es que San Justino es ejemplo para todo aquel que busca, con
sinceridad de corazón y con amor, la Verdad Absoluta acerca de Dios. Quien
3

esto hace, encuentra a Dios, porque Dios se deja encontrar por quien lo busca
con recto corazón y con amor. Y cuando encuentra a Dios Uno con la
inteligencia, Dios se revela, en Cristo, como Dios Uno y Trino, como Trinidad
Una y Santa, que pone en marcha, por deseo de Dios Padre, el plan de
salvación, enviando a la Segunda Persona de la Trinidad a morir en Cruz, para
conducir a los hombres, por medio de la Tercera Persona de la Trinidad, el
Espíritu Santo, al Reino de los cielos. Es esto lo que le sucedió a San Justino y
es lo que le sucede a todo hombre que con rectitud de corazón y con amor
busca a Dios: lo encuentra con su inteligencia como Dios Uno y ese Dios Uno
se le revela como Uno y Trino, que ha venido a la tierra en el Hijo de Dios,
para llevarlo, en el Hijo, por el Espíritu Santo, al seno de Dios Padre.
Apresados los santos, fueron conducidos ante el prefecto de Roma, de
nombre Rústico.
Llegados ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino: «Ante todo
cree en los dioses y obedece a los emperadores.»
Justino contestó:
«El hecho de que obedezcamos los preceptos de nuestro Salvador
Jesucristo no puede ser objeto ni de acusación ni de detención.»
Rústico replicó:
«¿Qué doctrinas profesas?»
Justino dijo:
«Me he esforzado por conocer todas las doctrinas, y sigo las verdaderas
doctrinas de los cristianos, aunque desagrade a aquellos que son presa de sus
errores.»
Rústico replicó:
«¿Estas doctrinas te agradan a ti, desgraciado?»
Justino contestó:
4

«Sí, porque profeso la verdadera doctrina siguiendo a los cristianos.»


Rústico preguntó:
«¿Qué doctrinas son ésas?»
Justino contestó:
«Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de
todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor
Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había
de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes
discípulos. Yo soy un hombre indigno para poder hablar adecuadamente de su
infinita divinidad; reconozco que para hablar de él es necesaria la virtud
profética, pues fue profetizado, como te dije, que éste, de quien he hablado, es
el Hijo de Dios. Yo sé que los profetas que vaticinaron su venida a los
hombres recibían su inspiración del cielo.»
Rústico preguntó:
«¿Luego tú eres cristiano?»
Justino respondió:
«Sí, soy cristiano.»
El prefecto dijo a Justino:
«Escucha, tú que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas;
si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al
cielo?»
Justino contestó:
«Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices;
pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa
divina hasta el fin de los siglos.»
El prefecto Rústico preguntó:
5

«Así, pues, ¿te imaginas que cuando subas al cielo recibirás la justa
recompensa?»
Justino contestó:
«No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto.»
El prefecto Rústico dijo:
«Vamos al asunto que nos interesa y nos apremia. Poneos de acuerdo y
sacrificad a los dioses.»
Justino respondió:
«Nadie, a no ser por un extravío de su razón, pasa de la piedad a la
impiedad.»
Rústico replicó:
«Si no hacéis lo que os mandamos, seréis torturados sin misericordia.»
Justino contestó:
«Es nuestro deseo más ardiente el sufrir por amor de nuestro Señor
Jesucristo, para ser salvados. Este sufrimiento nos dará la salvación y la
confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y
más terrible que éste.»
Igualmente, los otros mártires dijeron:
«Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificaremos a los ídolos.»
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Por no haber querido sacrificar a los dioses ni obedecer la orden del
emperador, que sean azotados y conducidos al suplicio, para sufrir la pena
capital de acuerdo con las leyes.»
Los santos mártires, glorificando a Dios, fueron conducidos al lugar
acostumbrado; allí
fueron decapitados y consumaron su martirio en la confesión de nuestro
Señor Jesucristo.

También podría gustarte