Está en la página 1de 17

RELACIONES IGLESIA — ESTADO EN EL ECUADOR

Mons. JUAN LARREA HOLGU3N


RELACIONES IGLESIA - ESTADO EN EL ECUADOR

Varios acontecimientos notables marcan una clara división de periodos de la


historia de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en el Ecuador: la Independen­
cia de España pone fin a la primera etapa, llamada colonial; el incipiente período
Republicano se extiende hasta la firma del Concordato de 1862 que inicia a su vez
la época de mayor florecimiento, trágicamente frustada por el desconocimiento del
Concordato; el período de ruptura se extiende hasta la celebración del Modus V¡-
vendi de 1937, desde el cual se inicia el período contemporáneo.

El período colonial se caracteriza por el régimen de Patronato Real, que ha


sido profundamente estudiado por Mons. Angel Gabriel Pérez y por otros estudio­
sos nacionales y extranjeros. La Iglesia en la Audiencia de Quito, se vio privada de
toda comunicación directa con la Santa Sede; los reyes de España se mostraron ce­
losos de sus prerrogativas y privilegios, en ejercicio del patronato,y así, todas las
bulas, rescriptos y demás documentos pontificios se transmitían exclusivamente a
través de las autoridades-seculares y consiguientemente estaban sometidos al “ pla-
cet” real. La corona proveía al nombramiento de todas las dignidades y beneficios
y a su dotación.

Período colonial. ¿Qué concepto inspira el sistema? No se puede atribuir


todo a una sola idea, pero parece predominar un sentido práctico, de eficacia evan­
gelizados, que deja de lado las viejas controversias teóricas sobre el predominio del
Poder espiritual o el Poder temporal. Se trata de una estrecha colaboración que
tiende al bien común mediante la concesión por parte del Papa de amplios privile­
gios a los monarcas, y de una acción generosa en esfuerzos humanos personales, or­
ganizativos y económicos, por parte del poder temporal, en beneficio de la difusión
del Evangelio.

Este sistema, impuesto por las circunstancias, permitió por una parte, el desa­
rrollo de la evangelización de las misiones, la edificación de los templos y la primera
organización de las comunidades locales con su respectiva jerarquía, pero contri­
buyó también a la decadencia moral agravada en el siglo X V III y agudizada en el pe­
ríodo republicano inicial.

343
M ONS. JU A N LA RREA H O L G U IN

Rotos los vínculos de dependencia de España, quedaron también destrui'dos


los que habían sido medios normales de comunicación con la Silla Apostólica; y
fue difícil restablecerlos porque de una parte los Gobiernos americanos pretendie­
ron atribuirse el ejercicio del Patronato, y de otra, la Santa Sede no se mostraba fa­
vorable a esta concesión, y en un primer momento ni siquiera se resolvía a estable­
cer ninguna clase de relaciones con los nuevos Estados previendo las naturales com­
plicaciones diplomáticas con España y la Santa Alianza, con los consiguientes per­
juicios para la acción religiosa en los países europeos.

Uno de los mayores males que se siguieron de aquella situación consistió en la


larga vacancia de numerosas diócesis, y una serie de provisiones de beneficio por
parte de encargados de obispados o de las autoridades civiles, de muy dudosa vali­
dez.

Así, pues, resultaron vanas varías tentativas de comunicarse con la Santa Sede.
El Congreso de Angostura, que se reunió el 15 de febrero de 1819 nombró una co­
misión para que obtuviera de Pío V II la preconización de los obispos; pero parece
que no fueron reconocidos los negociadores.

Abrió la posibilidad de llegar a una solución de los graves problemas eclesiásti­


cos de América la declaración de Gregorio XV I en la Constitución Apostólica del 5
de agosto de 1831, en el sentido de que cuando la Santa Sede trata de negocios ecle­
siásticos con gobiernos temporales, no entiende conocer sino el hecho, prescin­
diendo de toda disquisición sobre el derecho y la legitimidad de tales gobiernos, y
con el solo objeto de que no se retarden por consideraciones puramente temporales,
políticas o mundanas, las providencias del ministerio apostólico dirigidas a la salva­
ción de las almas.

Pero por otra parte, la situación se hacía más tirante con la insistencia del Po­
der civil de avocarse el derecho de Patronato, alegando que correspondía a los Go­
biernos republicanos en cuanto sucesores de las prerrogativas reales sobre estos do­
minios de América, sin considerar que el Patronato regio era una concesión persona-
lísima.

Sería difícil juzgar sobre la buena fe o el intento de hacer daño positivo a la


Iglesia o sobre la intención de los personajes políticos de la época. Evidentemente
debieron mezclarse varias consideraciones: el deseo de robustecer el poder civil, el
recelo de los prelados extranjeros (españoles, de país enemigó, en guerra entonces),
miras a explotar las riquezas eclesiásticas, intereses personales e intrigas de las logias,
etc.

344
R E L A C IO N E S I G L E S I A — E S T A D O EN E C U A D O R

Prevaleció sin duda un simple apego al sistema experimental durante tres si­
glos, una inercia reacia a ensayar nuevas fórmulas. Se unirla a esa actitud subcons­
ciente, en algunos casos, el cálculo razonado de quienes no querían perder situacio­
nes privilegiadas, de que no se habían servido de la Iglesia en provecho propio.
También se puede atribuir a falta de imaginación creadora, el excesivo apego al viejo
sistema de patronato; efectivamente, los hombres de la Independencia y de los pri­
meros años de la República parecieron agotar sus recursos en la acción bélica y en la
organización del nuevo orden político, sin sobresalir por entonces en aspectos crea­
tivos en el plano filosófico, institucional o social.

En la primera Constitución Política del nuevo Estado, se manifiesta el sentido


acendradamente católico de sus redactores, pero nada revela de cómo se concebían
las relaciones con el Pontificado Romano ni la solución práctica de los problemas
religiosos. Es lícito suponer que por el momento se pensaba mantener el régimen
existente.

Incorporado a la Gran Colombia el Distrito del Sur siguió los avatares de la


política colombiana, más decididamente regalista. Comenzó entonces la legislación
de las autoridades civiles locales sobre materias canónicas, así por ejemplo una ley
prohibió los derechos por dispensas matrimoniales y dispuso sobre el trámite de las
mismas.

Y por fin se llegó a la consagración legal de las ideas regalistas, con la Ley de
Patronato, aprobada el 28 de julio de 1824.

“ La Ley de Patronato —dice el doctor Tobar Donoso— sin embozo, o mejor


dicho con maña diabólica, subordina todos los asuntos eclesiásticos al poder civil,
establece la preeminencia del Estado, restringe la libertad de la Iglesia a términos in­
concebibles, la mutila en sus derechos más esenciales, desconoce las prerrogativas
pontificias y hace depender, aun las que acepta, del “ placet gubernativo” .

Por ella, correspondería al Congreso decretar la erección de Obispados, fijar


sus límites, permitir la celebración de Concilios y Sínodos, la fundación de monas­
terios, la administración de los diezmos, etc.; y aun las autoridades administrativas
de las provincias se arrogaban importantes poderes en materia religiosa, así los go­
bernadores darían permiso para la erección de templos y capillas.

La separación de la Gran Colombia no significó decadencia de Ley de Patro­


nato en el Ecuador, sino que fue consolidada por un precepto constitucional: Art.
7: “ La Religión Católica, Apostólica, Romana es la del Estado. El Gobierno, en
ejercicio del Patronato, debe protegerla, con exclusión de cualquiera otra” .
345
M O N S. J U A N LA R R EA H O L G U IN

Y en virtud del Patronato las legislaturas de 1832 y 1833 invadieron el campo


de la Iglesia con disposiciones sobre la enseñanza de la religión y la formación del
clero.

La Constitución de 1835 suprimió aquellas palabras "en ejercicio del patrona­


to” , pero no parece que haya habido la intención positiva de renunciar a tal dere­
cho. Fue nuevamente enunciado el principio en la Constitución de 1843 y tuvo
práctica aplicación hasta el Concordato, aunque las Constituciones intermedias de
1850 y 1852 no se declaran en ningún sentido.

La primera muestra efectiva de acercamiento de la Santa Sede a los nuevos Es­


tados consistió en el nombramiento del Internuncio para Nueva Granada y el Ecua­
dor, en 1837. Al año siguiente el enviado del Ecuador, don José Modesto Larrea,
Marqués de San José, obtuvo el reconocimiento del nuevo Estado, por parte de Gre­
gorio X V I.

Pero estos contactos diplomáticos no condujeron a la regularización de la si­


tuación jurídica de la Iglesia en el Ecuador: ésta seguía siendo la pupila del poder
civil que se había arrogado por propia fuerza los derechos de Patrono, sin preocu­
parse mucho de los deberes, y lo que es peor, sin tener un criterio claro respecto de
los razonables límites de la intervención.

La ingerencia del gobierno en los asuntos eclesiásticos fue enorme y^descendía


desde aquellos de mayor trascendencia hasta detalles nimios. A sila Legislatura de
1839 dictó una ley de reforma de regulares, proporcionando facilidades para la se­
cularización de religiosos; también expidió un nuevo arancel de derechos parroquia­
les.

La Constitución de 1843, que parecía consentir en la República el ejercicio de


otros cultos además deí Católico, confirmaba el patronato y declaraba la incapaci­
dad de los clérigos para ser elegidos diputados. Se suscitaron ásperas polémicas. Se
discutía la licitud del juramento que los Obispos debían prestar a la Constitución.
Consultado el Delegado Apostólico, lo declaró lícito, pero tal dictamen no fue apro­
bado por Roma, como relata el doctor Juan de Dios Navas.

El nombramiento de obispos dio origen a graves conflictos, debido a las velei­


dades del Gobierno y al criterio pol ítico con que procedía. Particularmente notable
fue la situación creada por la intervención del Gobierno en la elección del Vicario
Capitular de Guayaquil cuando la separación del limo. Obispo Garaicoa, y por las
exigencias para que l^ Santa Sede nombrara Obispo a un amigo del Presidente, des-
346
R E L A C IO N E S I G L E S I A — E S T A D O EN E C U A D O R

pués de haber presentado ya otro candidato. Estos incidentes, como atestigua el P.


Legouir, significaron una larguísima vacancia de aquella diócesis.

Conflictos de no menor importancia se produjeron en Cuenca. En fin, la lista


de los escándalos y atropellos sería larga. Resulta más interesante señalar sü raíz
profunda, y ésta era la ley y su aplicación, inspirada quizá en buena fe, en deseo de
servir a la Iglesia, pero siempre producto de una torcida formación de las ¡deas.

Entre tanto, cundía la inmoralidad en los conventos, y aunque el poder civil


demostraba un exagerado celo por remediar este mal, por otra parte proporcionaba
el medio para hacer ineficaz el esfuerzo represivo de los Prelados; me refiero al lla­
mado “ recurso de fuerza” por el cual los eclesiásticos sancionados por la autoridad
religiosa podían recurir a la civil. Con razón llama el doctor Tobar Donoso a esta
disposición de) Código de Enjuiciamiento “ sepulcro de la autoridad prelaticia” .

En resumen, durante este período la situación de la lglesia_en el Ecuador era


deplorable; carecía de libertad y se hallaba desprovista de los medios para cumplir
sus fines sobrenaturales. Hubo varios conatos de llegar a un entendimiento con la
Santa Sede, pero se anteponía como condición indispensable la confirmación de las
prerrogativas patronales del Estado; es decir que sólo se pretendía legalizar y perpe­
tuar aquel estado de cosas. Por otra parte, de ningún modo se podía afirmar que los
legisladores y autoridades ecuatorianas hubieran tenido el propósito de perseguir o
hacer daño a la Iglesia, como lo demuestran las discusiones parlamentarias en las
que la gran mayoría de los hombres públicos confesaban abiertamente su fe, y
como lo manifiestan los textos mismos de algunas leyes. Personas mal intenciona­
das, labor oculta de las logias, todo esto ciertamente hubo, pero los deplorables he­
chos brevemente relatados, fueron efecto principalmente de una errada concepción
de las funciones del Estado respecto a la Iglesia, originada en el sistema vivido por
casi trescientos años.

El Concordato de 1862. Sólo la férrea voluntad y el inmenso prestigio de Ga­


briel García Moreno, que había salvado al país de la invasión peruana y de la anar­
quía interna, era capaz de romper los viejos moldes y procurar a la Iglesia una situa­
ción más digna. Esto se propuso conseguir mediante la celebración de un Concor­
dato y la labor de depuración y reforma de las costumbres depravadas de algunos
clérigos y religiosos, lo que pretendía lograr mediante la colaboración de los dos po­
deres. Ambos puntos del programa eran tareas dificilísimas y en la ejecución de una
y otra hubo ciertos excesos, pero en definitiva se realizó algo altamente benéfico
para la Iglesia y el Estado.

347
M ONS. J U A N LA R R EA H O L G U IN

Inspiraba a García Moreno un gran amor a la Iglesia y a la Patria. Anticipán­


dose a los tiempos concebía el orden público de la sociedad como fruto del recto
uso y respeto de la libertad de ambas potestades y de su estrecha colaboración para
el bien común. La fórmula clave para lograr tan altos fines, era por entonces la del
Estado confesional, oficialmente católico. Debe juzgarse del sistema teniendo pre­
sente que la inmensa mayoría, si no la totalidad, de los ecuatorianos eran católicos.

Obtuvo el Presidente permiso de la Convención Nacional para celebrar el Con­


cordato “ sin que pudiesen servir de obstáculo las leyes sobre la materia” ; de modo
que, contra la tradición, no se exigía la consagración del Patronato, sino que, por el
contrario, García Moreno quería restituir a la Iglesia su libertad.

Las instrucciones dadas al plenipotenciario ecuatoriano, el Arcediano doctor


Ignacio Ordóñez, demuestran el noble propósito del Presidente. Resultan realmente
sorprendentes para la época. El delegado ecuatoriano decía: “ procederá sin perder
un instante a celebrar el Concordato entre la Santa Sede y la República del Ecua­
dor, exponiendo a Nuestro Santo Padre que el Gobierno ecuatoriano no pretende
imponer ni exigir condiciones, sino suplicar a su paternal benevolencia se remedien
los males que ahora aquejan a la Iglesia en este país . . . El Gobierno desea única­
mente que la Iglesia goce de toda libertad . . . y que el poder civil sea defensor de
esa independencia y garante de esa libertad . . .” . Y quería que el Concordato esta­
bleciera que la Constitución de la República debiera prohibir el establecimiento de
cultos disidentes y de cualquier sociedad condenada por la Iglesia. “ Ninguna re­
forma es posible —añadía—, mientras las bulas, breves y rescriptos pontificios estén
sometidos a la sanción interesada y tardía de la autoridad civil. La supresión del
“ pase” es por consiguiente de vital necesidad” . Y así continuaba señalando una
serie de reformas que bien podía figurar más bien en las Instrucciones de la Secreta­
ría de Estado a su representante.

El 1o. de mayo de 1862 firmaron pues, en Roma, el Concordato, el Cardenal


Antonelli y Monseñor Ordóñez. Poco después llegó a Quito el Delegado Apostólico
Monseñor Tavani.

Pero al Presidente no pareció el Concordato suficientemente eficaz para reme­


diar los males de la Iglesia ecuatoriana, por lo cual envió nuevamente a Morís. Ordó­
ñez para tratar de reformarlo; y se llegó así a la redacción definitiva, suscrita el 26
de septiembre de aquel año.

En el Art. 1 se consagraba la confesionalidad del Estado ecuatoriano y se re­


conocía “ todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la Ley de Dios
y las disposiciones canónicas, la Iglesia. En consecuencia jamás podrá ser admitido
348
R E L A C IO N E S IG L E S IA — EST A D O EN E C U A D O R

en el Ecuador ningún otro culto disidente, ni sociedad alguna condenada por la Igle­
sia”.

En los tres artículos siguientes se aseguraba plenamente los derechos de la


Iglesia respecto a la educación en general, y en particular sobre la formación deí cle­
ro, hasta entonces dominada por la intervención estatal.

El Art. VI declara el derecho de los Obispos de gobernar con entera libertad


sus diócesis y convocar Concilios, Sínodos, etc., y además: “ El Gobierno dispen­
sará su poderoso patrocinio y apoyo a los obispos, en los casos en que lo soliciten” .

Por el Art. V II se suprimen los “ recursos de fuerza” y se reconoce el orden ca­


nónico de apelación conforme a las leyes eclesiásticas.

El Art. V III afirma el fuero eclesiástico y que “en todos los juicios que sean
de competencia eclesiástica, la autoridad civil prestará su apoyo y protección, a fin
de que los jueces puedan hacer observar y ejecutar las penas y las sentencias pronun­
ciadas por ellos” .

Conforme al Art. IX quedan, como anteriormente, sometidas las personas y


los bienes eclesiásticos a los impuestos del Estado, exceptuando los “ Seminarios, los
bienes y cosas inmediatamente destinados al culto y los establecimientos de benefi­
cencia” .

El Art. X se refiere a la inmunidad de los templos. Sólo con el permiso de la


autoridad eclesiástica se podría extraer a los refugiados en las iglesias.

Respecto de los diezmos, dispone así el Art. X I: "El Gobierno ecuatoriano se


obliga a conservar en la República esta institución católica y la Santa Sede consiente
en que el Gobierno continúe percibiendo la tercera parte de los productos decima­
les. Para la recaudación y administración de la renta decimal las autoridades (la civil
y la eclesiástica) acordarán un reglamento”.

Por el Art. X II "El Sumo Pontífice concede al Presidente del Ecuador el dere­
cho del Patronato” . No se trataba, pues, de un derecho inherente a la soberan ía na­
cional, ni de la herencia de la Corona española, como hasta entonces se sostenía co?
munmente en el Ecuador, sino de una concesión del Romano Pontífice. Y esta con­
cesión estaba bien delimitada en cuanto a su contenido en el mismo Art. X II y en
los demás del Concordato. En el presente, se disponía la intervención del Jefe del
Estado en la elección de obispos: podía: "proponer para los obispados y arzobis­
pados a sacerdotes dignos en el sentido de los sagrados cánones”; de entre una lista

349
M O N S. J U A N LA RREA H O L G U IN

de tres presentada a su vez por los obispos. Esta concesión como observa acertada­
mente el doctor Tobar Donoso, era bastante limitada, para el criterio de entonces,
aunque hoy pueda parecer extensa y desmesurada.

Igualmente los limites de la intervención del poder civil en los nombramientos


de otros beneficiarios, eran bastante moderados (Arts. 12 —15).

En sentido directamente opuesto a la práctica de aquellos tiempos, el Art.


XVI declara; “ La Santa Sede usando de su propio derecho, erigirá nuevas diócesis
y hará nuevas circunscripciones en las ya existentes. . . ”.

El Art. X V II derogaba un arbitrario decreto del Poder Ejecutivo sobre reden­


ción de censos y regulaba la materia, en éste y en el Art. siguiente.

El X IX garantizaba a la Iglesia sus derechos patrimoniales, y la administración


de los mismos “ conforme a los sagrados cánones” .

Luego se habla de la libertad absoluta de la Iglesia para establecer institucio­


nes religiosas, órdenes y que se abordó en sucesivas negociaciones y mediante acuer­
dos provisionales, fue el de la sustitución del diezmo.

Los diezmos fueron igualmente el asidero para la injusta suspensión del Con­
cordato decretada el 28 de junio de 1877 por el Dictador Veintimilla, quien declaró
vigente la Ley del Patronato de 1824, con la consiguiente protesta de la Iglesia. Si­
guieron varias leyes, antirreligiosas y atropellos cometidos contra los eclesiásticos.

Pero arrepentido Veintimilla y quizá como medida polftica, se resolvió a rea­


nudar las relaciones con el Vaticano, hasta llegar a la firma de una nueva “ versión
del Concordato” , el 15 de agosto de 1880. La Santa Sede hizo modificaciones* y el
arreglo definitivo se firmó el 14 de marzo de 1882.

La “ Nueva Versión” contiene muchos artículos idénticos a los correspondien­


tes de 1862 (del 1 al 7, el 9, el 10, del 13 al 17 y del 20 al 25) y otros apenas están
retocados. Las modificaciones más importantes se refieren al privilegio del fuero
eclesiástico. El Art. 10 lo regula en esta forma: El Ecuador reconoce el fuero ecle­
siástico “ sea por razón de la persona o de la m aterial “ Mas, la Santa Sede atendi­
das las circunstancias y a petición del Gobierno del Ecuador, no impide: 1o.; que
las causas civiles de los eclesiásticos y las que se refieren a las propiedades y dere­
chos de la Iglesia, beneficios y otras funciones eclesiásticas, sean deferidas a los tri­
bunales civiles; 2o. que las causas criminales de los eclesiásticos por delitos extraños
a la religión y que sean penados por los Códigos de la República sean también defe­
350
R E L A C IO N E S IG L E S IA — ES T A D O EN ECU A D O R

ridas a los tribunales laicos. Mas, en los juicios de 2a. y 3a. instancia, formarán ne­
cesariamente parte de los respectivos tribunales, como conjueces, dos eclesiásticos
que el respectivo Ordinario nombrará . . . Estos juicios no serán públicos” . Se tra­
taba, pues, de un fuero especial y mixto.

En el Art. X I se reconocía el derecho de la Iglesia a los diezmos y el Gobierno


se comprometía a mantenerlos “ hasta que pueda sustituirlos por otra contribución
de acuerdo con la Santa Sede”.

La sustitución del diezmo por una contribución predial del tres por mil se ve­
rificó por medio de un pacto firmado en Roma el 18 de noviembre de 1890 por el
Cardenal Rampolla y don Leónidas Larrea, encargado de negocios del Ecuador.

Las buenas relaciones con la Iglesia se prolongaron hasta la revolución liberal


de 1895. El Presidente Antonio Flores en su mensaje al Congreso el 10 de junio de
1890: “ En ningún tiempo la Iglesia ha sido más libre. Se ha llevado a tal punto la
consideración hacia los Prelados, que les he dejado proveer, puedo decir, por sí mis­
mos los beneficios de libre presentación del Ejecutivo . . Y las leyes ecuatorianas
por su parte, confirmaron siempre las libertades acordadas a la Iglesia.

La Revolución Liberal. Ruptura del Concordato. Triunfante la revolución


Radical, al frente de la que se puso el General Eloy Alfaro, se procedió a la forma­
ción de una nueva Carta Política, que debía inspirarse en las doctrinas liberales. Sin
embargo, casi ninguna modificación sustancial se encuentra respecto de la forma de
gobierno, régimen administrativo, derechos y deberes de los ciudadanos, etc.; el
punto de mayor contraste con las anteriores no es de carácter político —como sería
razonable esperar—, sino meramente religioso. Aunque figura la religión Católica
como religión oficial, el espíritu de la ley no era conforme a ella; se permitía el ejer­
cicio de todo culto a pesar de la absoluta unidad religiosa del país, y se prohibía la
entrada de comunidades religiosas al Ecuador.

Se produjo, pues, un retroceso en el camino de la libertad y se comenzó a en­


contrar sin motivo los ánimos con el atropello a las convicciones mayoritariamente
católicas del pueblo.

Y bajo el imperio de estas leyes de carácter ambiguo, comenzó la persecución


de hecho, y los ataques más violentos al Concordato, por parte de las autoridades.
Dice el historiador liberal Oscar Efrén Reyes, que, “ mientras la Ley Suprema de la
República establecía el Catolicismo del Estado, la soldadesca vituperaba o infamaba
al culto, o asesinaba a sus ministros; mientras se preconizaba la libertad de pensa-

351
MONS. JU A N L A R R E A H O LG U IN

miento y se establecía un jurado especial para las infracciones de imprenta, los talle­
res enemigos eran asaltados . .

Las reformas que pedía el Gobierno del Ecuador significaban prácticamente la


derogación del Concordato, como lo expresó el Cardenal Rampolla; sin embargo
consintió en que se entablaran negociaciones sobre ello.

Pero la misión del Encargado de Negocios apostólico sólo dio pierpara nuevas
injurias a la Santa Sede por parte de personeros del Gobierno. Es célebre el Memo­
rándum reservado del Ministro Cueva, lleno de denuestos para la Iglesia, y qué el
Gobierno no tuvo escrúpulos de publicarlo, haciendo así más grave el ultraje.

Entre tanto, el Congreso de 1898 dictó una ley que privaba a la Iglesia de la
contribución predial reemplazante del diezmo en virtud de acuerdo que se conside­
raba incorporado al Concordato, de manera que éste quedó violado abiertamente.

Por fin, la Legislatura de 1899 aprobó nuevamente una ley de Patronato por
la que se pretendía someter la Iglesia a la esclavitud. Todo el episcopado ecuato­
riano protestó, como lo hizo la Santa Sede, pero fueron desoídas las protestas.

Ante las insistencias gubernativas, consintió la Santa Sede en mandar un


nuevo representante, a pesar del rompimiento; y éste fue Mons. Gasparri, más tarde
Cardenal, quien entabló conversaciones con el Ministro Peralta. Estas terminaron
en varios acuerdos, por los cuales la Sede Apostólica hacía extraordinarias concesio­
nes. Sin embargo, el Congreso de 1901 los desechó casi unánimemente. Y el
mismo Ministro Peralta tuvo una conducta doble ante la Legislatura ya que a la vez
proponía la aprobación de los acuerdos tan favorables a las pretensiones del Estado,
remitía a las cámaras un proyecto de matrimonio civil en abierta oposición a lo pac­
tado.

La Ley de Matrimonio Civil de 28 de octubre de 1902, preparada ya por la de


Registro del 29 de octubre de 1900, ponía un abismo más para el buen entendi­
miento con la Iglesia.

Siguieron otras leyes que atentaban tontra los derechos de la Iglesia. La del
14 de octubre de 1904, llamada Ley de Cultos, entre otras disposiciones inicuas,
prohibió a los institutos religiosos abrir noviciados. La ley de Beneficencia Pública
arrebató a las comunidades religiosas sus bienes. Los planteles de enseñanza queda­
ban sometidos al Estado y varios tuvieron que cerrarse.

La Santa Sede no consintió ni por un momento en la Ley de Patronato y la


valiente actitud de los obispos ecuatorianos, hizo que prácticamente no se aplicara;
352
R E L A C IO N E S I G L E S I A — E S T A D O EN E C U A D O R

así, la Santa Sede, procedió en 1906 a nombrar Arzobispo de Quito a Mons. Gonzá­
lez Suárez, sin contar para nada con el Gobierno y desafiando su obstinada resisten­
cia.

La nueva Constitución terminada al año siguiente señala un cambio radical en


la política religiosa del Estado; no se insiste ya en el Patronato y se proclama la ab­
soluta separación del Estado y la Iglesia, y el laicismo más extremo del primero. El
Art. 6 deroga todas las leyes y tratados que se opongan a la constitución, y por lo
tanto debían considerarse sin valor legal el Concordato y la Ley de Patronato; sin
embargo posteriormente algunos gobiernos adujeron dicha ley para cqmeter nuevos
abusos. El Art. 29 de la Carta Política pretende quitar a la Iglesia su personalidad
pública; esta materia quedó sumamente confusa hasta la celebración del Modus Vi­
vendi que puso fin al período. De todos modos, la Iglesia pudo continuar viviendo
dentro de la ley gracias a las libertades genéricamente reconocidas por la Constitu­
ción. '

Varias restricciones de los derechos de la Iglesia se encuentran en la Constitu­


ción, como la prohibición a sacerdotes y religiosos para ser diputados o senadores,
y el desconocimiento del fuero eclesiástico. Pero fueron más graves las limitaciones
impuestas por leyes secundarias varias veces en abierta contradicción con los postu­
lados constitucionales. De este modo, una ley de 1927 prohibía la intervención de
los ministros de culto en las elecciones, los privaba del sufragio, y un decreto dicta­
torial de 22 de septiembre del mismo año prohibió el ingreso de sacerdotes extran­
jeros al Ecuador y el establecimiento de nuevas casas y noviciados religiosos, aun de
las comunidades ya establecidas.

Durante este período se agravó la disidencia de la legislación del espíritu cató­


lico de la nación; secularización de cementerios, enseñanza laica, divorcio cada vez
más fácil de obtener, etc.

El sentido profundamente católico del pueblo ecuatoriano hizo que las leyes
persecutorias de la Iglesia, en muchos casos quedaran en letra muerta, como ha su­
cedido co’n la pretendida secularización de los cementerios, que han conservado en
casi todas partes del Ecuador, su carácter de lugares sagrados.

En todos aquellos años, desde principio de siglo, tampoco se mantuvieron re­


laciones diplomáticas con la Santa Sede. El rompimiento parecía definitivo e irre­
mediable.

Y en casi medio siglo de dominio absoluto del poder, el liberalismo logró im­
ponerse profundamente en todos los aspectos de la vida nacional, incidiendo en la
353
M O N S. J U A N L A R R E A H O L G U IN

opinión pública y logrando convencer a muchos que aquellas leyes contrarias a la


Iglesia no son tan malas, o tal vez son necesarias, y que el laicismo del Estado es una
especie de mito político intocable y fundamento de una aparente paz.

El Modus Vivendi. El régimen de facto del ingeniero Federico Páez que se ini­
ció en 1935, parecía aún más peligroso para la Iglesia. El decreto de 18 de diciem­
bre de aquel año pretendía equiparar totalmente la Iglesia y sus instituciones a las
personas jurídicas comunes. Por otros decretos dictatoriales se acrecentaron las
causales para el divorcio y se facilitó su tramitación. La Ley de Defensa Social daba
atribuciones a la policía para cerrar los templos, al igual que los teatros y otros esta­
blecimientos, cuando en ellos se atentase contra el orden, la tranquilidad ciudadana,
etc. Y es fácil comprender lo peligroso de estos poderes discrecionales de la policía.

Pero la verdadera característica del señor Páez, hombre de temperamento pa­


cífico y reposado, fue la gran autonomía con la que actuaban sus ministros, cada
uno conforme a sus propias ideas.

Parece que con la intención de presentar quejas contra el Arzobispo de Quito


y tal vez para procurar su remoción, pidió el Jefe Supremo la venida del Nuncio en
Lima, pretextando el deseo de llegar a un acuerco con la Iglesia. Se trasladó el hábil
diplomático Monseñor Fernando Cento a Quito en septiembre de 1936 y entabló
conversaciones con el Ministro de Gobierno, de modo que estos contactos no se
pueden considerar precisamente como reanudación de relaciones diplomáticas. No
se llegó a ningún acuerdo por entonces.

Nombrado posteriormente Ministro de Relaciones Exteriores don Carlos Ma­


nuel Larrea en diciembre de 1936, ya a principios de febrero hacía gestiones para el
regreso del Nuncio en Lima, para entablar negociaciones formales tendientes a la
celebración de un Modus Vivendi. El señor Nuncio demoró el viaje temiendo que
sería infructuoso como el primero; pero el Canciller dio seguridades del propósito
firme que animaba el carácter de “ agente confidencial de la Santa Sede” a Monse­
ñor Cento; y éste, con el asentimiento del Vaticano, se resolvió a viajar a Quito. To­
davía se retrasó el traslado por un accidente: el avión que traía las instrucciones de
Roma se perdió, y por tanto hubo que esperar nuevas instrucciones.

Por fin en mayo comenzaron las negociaciones, mientras se producía una


campaña de prensa contra un posible acuerdo con la Santa Sede. El Gobierno co­
rría el riesgo de perder el apoyo del partido liberal que lo había encumbrado, y mu­
chos preveían el fracaso dejas negociaciones; parecía imposible un entendimiento
en aquellas circunstancias.

354
R E L A C IO N E S I G L E S I A — E S T A D O EN E C U A D O R

Las conversaciones duraron hasta julio, y se hicieron por lo menos siete u


ocho proyectos de Modus Vivendi, que, o no fueron aceptados por el Gobierno,
o los objetó la Santa Sede. Por fin se llegó a un texto definitivo que se firmó el 24
de julio de 1937. Previamente el jefe del Estado dictó el Decreto 212 derogatorio
de aquel otro emitido en diciembre de 1935 que privaba de personalidad jurídica a
las entidades eclesiásticas. El Modus Vivendi, después de ser aprobado por su Santi­
dad Pío X I, como lo comunicó el Cardenal Secretario de Estado, Eugenio Pacelli al
Canciller ecuatoriano, se publicó con el correspondiente Decreto de aprobación del
Gobierno del Ecuador en el Registro Oficial No. 30 del 14 de septiembre de 1937.

Se habían vencido con notable sagacidad las ingentes dificultades de todo or­
den. Don Gonzalo Zaldumbide en carta al Canciller de la República pone en realce
dichos obstáculos y las calidades diplomáticas de quienes los superaron.

Quedaron así restablecidas las relaciones con la Santa Sede, se reconoció ple­
namente la personalidad propia de la Iglesia y de sus instituciones, se garantizó en
forma satisfactoria la libertad dentro del régimen de separación del Estado, y se
plantearon unos cuantos aspectos en los que las dos potestades deben colaborar
para el bien común de la sociedad, como son los campos de atención al indígena, las
misiones, la cultura y la educación. Fue, además, el Modus Vivendi un gran instru­
mento de pacificación social y de tranquilidad para la conciencia de los católicos.

Se inicia con este instrumento internacional, un nuevo período que deja atrás
el sectarismo perseguidor de la Iglesia y en tierra definitivamente cualquier trasno­
chada pretensión de regalismo o patronato. Por su parte la Iglesia renunciaba a
cualquier género de situación privilegiada, anticipándose en esto con muchos años a
las directrices que saldrían del Concilio Vaticano II.

Pero la oposición al nuevo pacto fue muy aguda, así como satisfizo o agradó a
las grandes mayorías y a notables pensadores de diversos bandos políticos, que así
lo manifestaron en cartas al Canciller y en artículos de prensa. Algunos habrían
pretendido que el Acuerdo fuera desconocido por la Asamblea Constituyente, pero
ésta no sólo no derogó el Pacto sino que aprobó en forma global los actos del Go­
bierno ratificando así el Modus Vivendi, y dio especial voto de confianza al Canci­
ller de la República. Quedó así consolidado el Acuerdo con plena validez en el or­
den interno y en el orden internacional. No obstante lo cual, algunos políticos han
pretendido esporádicamente su derogación para volver a las luchas de antaño. La
asamblea del partido liberal reunida en Cuenca en 1941 ordenó a los representantes
de aquel partido que debían concurrir al Congreso Nacional que obtuvieran la dero­
gación del Modus Vivendi. Pero ese Congreso, y todas las Legislaturas ecuatorianas
han respetado el honor nacional y mantenido el Tratado, cuya validez nadie ha

355
M ON S. JU A N L A R R E A H O L G U IN

puesto en duda y cuyos frutos de paz y de progreso ya se hacen sentir, aunque el


conjunto de las leyes ecuatorianas no se halla en perfecta armonía con el espíritu ni
con la letra de ese compromiso internacional.

Quizás no existe aún la suficiente perspectiva temporal para juzgar este nuevo
período de relaciones entre Iglesia y Estado en el Ecuador, pero algunos datos con­
cretos sí deben destacarse para formar un juicio al respecto.

Después del Modus Vivendi han ingresado al país y han establecido valiosísi­
mas obras, numerosas comunidades religiosas. El país ha contado también con el
aporte generoso del clero de otras naciones.

Se ha restablecido la libertad para el culto externo, y toda clase de manifesta­


ciones de vida religiosa.

La educación católica ha disfrutado de progresiva libertad, amenazada sin em­


bargo en los últimos años por ciertos intentos excesivamente centralizados y planifi­
cadores, que redundan en restricciones de la libertad.

El nombramiento de obispos y demás autoridades eclesiásticas se ha realizado


con absoluta libertad e independencia de los poderes políticos.

Se han multiplicado las circunscripciones eclesiásticas por la creación de va­


rios Arzobispados, Obispados, Vicariatos, etc.

Quedan sin embargo algunas disposiciones legales que en estricta técnica jurí­
dica debían considerarse derogadas por el convenio internacional, normas civiles
que limitan la libertad de la Iglesia o que atentan contra la libertad de las concien­
cias. Cabe destacar las más graves: La ley que prohíbe la celebración del sacra­
mento del matrimonio mientras no se hayan cumplido ciertas ceremonias civiles
previas; la que obsta a la administración del sacramento del bautismo, mientras no
se haya hecho la inscripción civil. Estas disposiciones legales son absolutamente ti­
ránicas, contrarias a los principios jurídicos más elementales, contrarias a los Dere­
chos Humanos por la ONU, contrarias a los preceptos constitucionales que garanti­
zan la libertad religiosa, contrarías al Modus Vivendi, contrarias a un sentido laico
bien entendido y a las más hondas y legítimas aspiraciones del pueblo católico y de
todo ciudadano amante de la libertad. Leyes injustas, opresivas, que ninguna ven­
taja traen y que acarrean ¡numerables dificultades para la labor pastoral de la Iglesia,
y cuya derogación urge.

356
R E L A C IO N E S I G L E S I A — E S T A D O EN E C U A D O R

Otro punto de capital importancia que queda pendiente de una solución razo­
nable, es el de dar la debida estabilidad a la familia, seamediante la derogación del
divorcio, o por lo menos, permitiendo que quienes así lo deseen puedan dar firmeza
y perennidad a su vínculo civil, renunciando a toda posibilidad de romperlo por el
divorcio.

Así como la evolución razonable a favor de la libertad de educación, la liber­


tad de gobierno de la Iglesia y otros aspectos semejantes, sólo han traído ventajas de
armonía social, de paz, de progreso, del mismo modo, el perfeccionamiento del ac­
tual sistema, principalmente en los puntos ya acotados, redundaría en indudable be­
neficio social.

Todavía quedan muchos otros campos en los que la acción mancomunada del
Estado y la Iglesia aseguraría el verdadero bien común de la Patria: mucho queda
por hacer en el campo misional en el Oriente y en las regiones selváticas .del resto
del país; la elevación cultural, moral y social del indígena es tarea superior a las
fuerzas aisladas del Estado o de la Iglesia; amplios sectores de población, como la in­
tegrada por las Fuerzas Armadas, requieren de cuidados pastorales específicos que
deberían ser regulados por acuerdos complementarios del Modus Vivendi, que lo
ejecuten y perfeccionen dentro de las líneas de acción trazadas por aquel admirable
instrumento internacional.

La meditación sobre la historia remota y próxima de las relaciones entre Igle­


sia y Estado, puede, en una palabra, alumbrar poderosamente el camino que habrá
que seguir, con entereza y decisión para perfeccionar esas mismas relaciones, para
superar obstáculos y construir cada vez mejor la sociedad.

Como dice el notable jurista venezolano Jesús Leopoldo Sánchez “ puede ser
laico, y hay distintas maneras de serlo en Europa y América; pero no puede el Es­
tado desentenderse de las estimaciones éticas fundamentales de la comunidad, que
son casi siempre valores religiosos” (op. cit. p. 64). En el Ecuador, efectivamente,
la conciencia pública de un pueblo de raigambre católica y de actual integración ma-
yoritariamente cristiana, exige: 1.) plena libertad y respeto para la Iglesia y la prác­
tica de la religión; 2.) una legislación estatal conforme al sentido cristiano de la vi­
da, sobre todo en materia de familia, educación y trabajo; y, 3.) en consecuencia,
un perfeccionamiento del actual sistema jurídico para lograr lo indicado en los dos
puntos anteriores.
Juan Larrea Holgufn *
Obispo Coadjutor de ¡barra.

* Nacido en 1927 en Quito. Doctor en Derecho Civil en Roma y Quito. Doctor


en Derecho Canónico. Se ordenó sacerdote en 1962 y fue consagrado Obispo
357
M ONS. JU A N L A R R E A H O LG U IN

en 1969. Antiguo Profesor de Derecho Civil y Derecho Internacional Privado


en las Universidades Central y Católica de Quito. Miembro de la Academia Ecua­
toriana de la Lengua, de la Casa de la Cultura y de otras Instituciones similares.
Miembro de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores por más de diez años.
Ha desempeñado algunos cargos públicos, como la Vicepresidencia del Tribunal
Supremo Electoral. Publicaciones: una treintena de libros de asuntos jurídicos,
entre los que se destacan: Derecho Civil del Ecuador (5 volúmenes); Recopila­
ción de Leyes (9 volúmenes); Repertorio de Jurisprudencia (8 volúmenes); Dere­
cho Internacional Privado; Nueva Estructura Constitucional del Ecuador (premio
Tobar).

358

También podría gustarte