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Este sistema, impuesto por las circunstancias, permitió por una parte, el desa
rrollo de la evangelización de las misiones, la edificación de los templos y la primera
organización de las comunidades locales con su respectiva jerarquía, pero contri
buyó también a la decadencia moral agravada en el siglo X V III y agudizada en el pe
ríodo republicano inicial.
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Así, pues, resultaron vanas varías tentativas de comunicarse con la Santa Sede.
El Congreso de Angostura, que se reunió el 15 de febrero de 1819 nombró una co
misión para que obtuviera de Pío V II la preconización de los obispos; pero parece
que no fueron reconocidos los negociadores.
Pero por otra parte, la situación se hacía más tirante con la insistencia del Po
der civil de avocarse el derecho de Patronato, alegando que correspondía a los Go
biernos republicanos en cuanto sucesores de las prerrogativas reales sobre estos do
minios de América, sin considerar que el Patronato regio era una concesión persona-
lísima.
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Prevaleció sin duda un simple apego al sistema experimental durante tres si
glos, una inercia reacia a ensayar nuevas fórmulas. Se unirla a esa actitud subcons
ciente, en algunos casos, el cálculo razonado de quienes no querían perder situacio
nes privilegiadas, de que no se habían servido de la Iglesia en provecho propio.
También se puede atribuir a falta de imaginación creadora, el excesivo apego al viejo
sistema de patronato; efectivamente, los hombres de la Independencia y de los pri
meros años de la República parecieron agotar sus recursos en la acción bélica y en la
organización del nuevo orden político, sin sobresalir por entonces en aspectos crea
tivos en el plano filosófico, institucional o social.
Y por fin se llegó a la consagración legal de las ideas regalistas, con la Ley de
Patronato, aprobada el 28 de julio de 1824.
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en el Ecuador ningún otro culto disidente, ni sociedad alguna condenada por la Igle
sia”.
El Art. V III afirma el fuero eclesiástico y que “en todos los juicios que sean
de competencia eclesiástica, la autoridad civil prestará su apoyo y protección, a fin
de que los jueces puedan hacer observar y ejecutar las penas y las sentencias pronun
ciadas por ellos” .
Por el Art. X II "El Sumo Pontífice concede al Presidente del Ecuador el dere
cho del Patronato” . No se trataba, pues, de un derecho inherente a la soberan ía na
cional, ni de la herencia de la Corona española, como hasta entonces se sostenía co?
munmente en el Ecuador, sino de una concesión del Romano Pontífice. Y esta con
cesión estaba bien delimitada en cuanto a su contenido en el mismo Art. X II y en
los demás del Concordato. En el presente, se disponía la intervención del Jefe del
Estado en la elección de obispos: podía: "proponer para los obispados y arzobis
pados a sacerdotes dignos en el sentido de los sagrados cánones”; de entre una lista
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de tres presentada a su vez por los obispos. Esta concesión como observa acertada
mente el doctor Tobar Donoso, era bastante limitada, para el criterio de entonces,
aunque hoy pueda parecer extensa y desmesurada.
Los diezmos fueron igualmente el asidero para la injusta suspensión del Con
cordato decretada el 28 de junio de 1877 por el Dictador Veintimilla, quien declaró
vigente la Ley del Patronato de 1824, con la consiguiente protesta de la Iglesia. Si
guieron varias leyes, antirreligiosas y atropellos cometidos contra los eclesiásticos.
ridas a los tribunales laicos. Mas, en los juicios de 2a. y 3a. instancia, formarán ne
cesariamente parte de los respectivos tribunales, como conjueces, dos eclesiásticos
que el respectivo Ordinario nombrará . . . Estos juicios no serán públicos” . Se tra
taba, pues, de un fuero especial y mixto.
La sustitución del diezmo por una contribución predial del tres por mil se ve
rificó por medio de un pacto firmado en Roma el 18 de noviembre de 1890 por el
Cardenal Rampolla y don Leónidas Larrea, encargado de negocios del Ecuador.
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miento y se establecía un jurado especial para las infracciones de imprenta, los talle
res enemigos eran asaltados . .
Pero la misión del Encargado de Negocios apostólico sólo dio pierpara nuevas
injurias a la Santa Sede por parte de personeros del Gobierno. Es célebre el Memo
rándum reservado del Ministro Cueva, lleno de denuestos para la Iglesia, y qué el
Gobierno no tuvo escrúpulos de publicarlo, haciendo así más grave el ultraje.
Entre tanto, el Congreso de 1898 dictó una ley que privaba a la Iglesia de la
contribución predial reemplazante del diezmo en virtud de acuerdo que se conside
raba incorporado al Concordato, de manera que éste quedó violado abiertamente.
Por fin, la Legislatura de 1899 aprobó nuevamente una ley de Patronato por
la que se pretendía someter la Iglesia a la esclavitud. Todo el episcopado ecuato
riano protestó, como lo hizo la Santa Sede, pero fueron desoídas las protestas.
Siguieron otras leyes que atentaban tontra los derechos de la Iglesia. La del
14 de octubre de 1904, llamada Ley de Cultos, entre otras disposiciones inicuas,
prohibió a los institutos religiosos abrir noviciados. La ley de Beneficencia Pública
arrebató a las comunidades religiosas sus bienes. Los planteles de enseñanza queda
ban sometidos al Estado y varios tuvieron que cerrarse.
así, la Santa Sede, procedió en 1906 a nombrar Arzobispo de Quito a Mons. Gonzá
lez Suárez, sin contar para nada con el Gobierno y desafiando su obstinada resisten
cia.
El sentido profundamente católico del pueblo ecuatoriano hizo que las leyes
persecutorias de la Iglesia, en muchos casos quedaran en letra muerta, como ha su
cedido co’n la pretendida secularización de los cementerios, que han conservado en
casi todas partes del Ecuador, su carácter de lugares sagrados.
Y en casi medio siglo de dominio absoluto del poder, el liberalismo logró im
ponerse profundamente en todos los aspectos de la vida nacional, incidiendo en la
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El Modus Vivendi. El régimen de facto del ingeniero Federico Páez que se ini
ció en 1935, parecía aún más peligroso para la Iglesia. El decreto de 18 de diciem
bre de aquel año pretendía equiparar totalmente la Iglesia y sus instituciones a las
personas jurídicas comunes. Por otros decretos dictatoriales se acrecentaron las
causales para el divorcio y se facilitó su tramitación. La Ley de Defensa Social daba
atribuciones a la policía para cerrar los templos, al igual que los teatros y otros esta
blecimientos, cuando en ellos se atentase contra el orden, la tranquilidad ciudadana,
etc. Y es fácil comprender lo peligroso de estos poderes discrecionales de la policía.
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Se habían vencido con notable sagacidad las ingentes dificultades de todo or
den. Don Gonzalo Zaldumbide en carta al Canciller de la República pone en realce
dichos obstáculos y las calidades diplomáticas de quienes los superaron.
Quedaron así restablecidas las relaciones con la Santa Sede, se reconoció ple
namente la personalidad propia de la Iglesia y de sus instituciones, se garantizó en
forma satisfactoria la libertad dentro del régimen de separación del Estado, y se
plantearon unos cuantos aspectos en los que las dos potestades deben colaborar
para el bien común de la sociedad, como son los campos de atención al indígena, las
misiones, la cultura y la educación. Fue, además, el Modus Vivendi un gran instru
mento de pacificación social y de tranquilidad para la conciencia de los católicos.
Se inicia con este instrumento internacional, un nuevo período que deja atrás
el sectarismo perseguidor de la Iglesia y en tierra definitivamente cualquier trasno
chada pretensión de regalismo o patronato. Por su parte la Iglesia renunciaba a
cualquier género de situación privilegiada, anticipándose en esto con muchos años a
las directrices que saldrían del Concilio Vaticano II.
Pero la oposición al nuevo pacto fue muy aguda, así como satisfizo o agradó a
las grandes mayorías y a notables pensadores de diversos bandos políticos, que así
lo manifestaron en cartas al Canciller y en artículos de prensa. Algunos habrían
pretendido que el Acuerdo fuera desconocido por la Asamblea Constituyente, pero
ésta no sólo no derogó el Pacto sino que aprobó en forma global los actos del Go
bierno ratificando así el Modus Vivendi, y dio especial voto de confianza al Canci
ller de la República. Quedó así consolidado el Acuerdo con plena validez en el or
den interno y en el orden internacional. No obstante lo cual, algunos políticos han
pretendido esporádicamente su derogación para volver a las luchas de antaño. La
asamblea del partido liberal reunida en Cuenca en 1941 ordenó a los representantes
de aquel partido que debían concurrir al Congreso Nacional que obtuvieran la dero
gación del Modus Vivendi. Pero ese Congreso, y todas las Legislaturas ecuatorianas
han respetado el honor nacional y mantenido el Tratado, cuya validez nadie ha
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Quizás no existe aún la suficiente perspectiva temporal para juzgar este nuevo
período de relaciones entre Iglesia y Estado en el Ecuador, pero algunos datos con
cretos sí deben destacarse para formar un juicio al respecto.
Después del Modus Vivendi han ingresado al país y han establecido valiosísi
mas obras, numerosas comunidades religiosas. El país ha contado también con el
aporte generoso del clero de otras naciones.
Quedan sin embargo algunas disposiciones legales que en estricta técnica jurí
dica debían considerarse derogadas por el convenio internacional, normas civiles
que limitan la libertad de la Iglesia o que atentan contra la libertad de las concien
cias. Cabe destacar las más graves: La ley que prohíbe la celebración del sacra
mento del matrimonio mientras no se hayan cumplido ciertas ceremonias civiles
previas; la que obsta a la administración del sacramento del bautismo, mientras no
se haya hecho la inscripción civil. Estas disposiciones legales son absolutamente ti
ránicas, contrarias a los principios jurídicos más elementales, contrarias a los Dere
chos Humanos por la ONU, contrarias a los preceptos constitucionales que garanti
zan la libertad religiosa, contrarías al Modus Vivendi, contrarias a un sentido laico
bien entendido y a las más hondas y legítimas aspiraciones del pueblo católico y de
todo ciudadano amante de la libertad. Leyes injustas, opresivas, que ninguna ven
taja traen y que acarrean ¡numerables dificultades para la labor pastoral de la Iglesia,
y cuya derogación urge.
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Otro punto de capital importancia que queda pendiente de una solución razo
nable, es el de dar la debida estabilidad a la familia, seamediante la derogación del
divorcio, o por lo menos, permitiendo que quienes así lo deseen puedan dar firmeza
y perennidad a su vínculo civil, renunciando a toda posibilidad de romperlo por el
divorcio.
Todavía quedan muchos otros campos en los que la acción mancomunada del
Estado y la Iglesia aseguraría el verdadero bien común de la Patria: mucho queda
por hacer en el campo misional en el Oriente y en las regiones selváticas .del resto
del país; la elevación cultural, moral y social del indígena es tarea superior a las
fuerzas aisladas del Estado o de la Iglesia; amplios sectores de población, como la in
tegrada por las Fuerzas Armadas, requieren de cuidados pastorales específicos que
deberían ser regulados por acuerdos complementarios del Modus Vivendi, que lo
ejecuten y perfeccionen dentro de las líneas de acción trazadas por aquel admirable
instrumento internacional.
Como dice el notable jurista venezolano Jesús Leopoldo Sánchez “ puede ser
laico, y hay distintas maneras de serlo en Europa y América; pero no puede el Es
tado desentenderse de las estimaciones éticas fundamentales de la comunidad, que
son casi siempre valores religiosos” (op. cit. p. 64). En el Ecuador, efectivamente,
la conciencia pública de un pueblo de raigambre católica y de actual integración ma-
yoritariamente cristiana, exige: 1.) plena libertad y respeto para la Iglesia y la prác
tica de la religión; 2.) una legislación estatal conforme al sentido cristiano de la vi
da, sobre todo en materia de familia, educación y trabajo; y, 3.) en consecuencia,
un perfeccionamiento del actual sistema jurídico para lograr lo indicado en los dos
puntos anteriores.
Juan Larrea Holgufn *
Obispo Coadjutor de ¡barra.
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