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LA RELACIÓN ENTRE EL ESTADO Y LA IGLESIA CATÓLICA

EN LA HISTORIA DE MÉXICO

Federico Seyde

Este documento analiza la relación entre el Estado y la Iglesia Católica en México desde
una perspectiva histórica. En el primer apartado se explora el origen de esta relación en el
seno del Virreinato de Nueva España a partir de la constitución del Patronato Real en el
siglo XVI, y se analiza el cambio cualitativo operado en la misma como resultado de las
reformas borbónicas emprendidas en el siglo XVIII. En el segundo apartado se analiza la
abierta confrontación entre el Estado y la Iglesia Católica en el marco de las luchas entre
conservadores y liberales que marcaron la vida política de México en el siglo XIX y que
dieron origen a las Leyes de Reforma. El tercer apartado considera el caso de la dictadura
porfiriana, de la fase armada de la Revolución Mexicana y, de manera especial, la política
de exclusión y control que el régimen populista y corporativo surgido de éste proceso
histórico impuso sobre la Iglesia Católica por espacio de siete décadas. Finalmente, se
analiza el escenario que actualmente rige las relaciones entre el Estado y la Iglesia
Católica en México. Este nuevo escenario histórico se configura a partir de las reformas
constitucionales emprendidas por el gobierno federal en 1992 en el seno de una estrategia
integral de modernización jurídica e institucional. En el marco de este nuevo escenario, la
Iglesia Católica se ha convertido en un actor importante dentro del proceso de evolución
democrática experimentado por el país desde el año 2000. Es importante señalar que, no
obstante la expansión registrada en las últimas décadas por diversas iglesias protestantes
en el sureste de la República Mexicana (01), la Iglesia Católica continúa siendo la
institución religiosa dominante con más de noventa y cinco millones de fieles que
representan el 85 por ciento de la población total del país (02).

El Virreinato de Nueva España: Patronato Real y Reformas Borbónicas

En el Virreinato de Nueva España las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica se


organizaron y regularon mediante la institución jurídica del Patronato Regio o Patronato
Real, cuyo surgimiento y desarrollo estuvo determinado tanto por la Reconquista de la

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Península, cómo por el descubrimiento y colonización de los territorios americanos. De
hecho el Patronato Real permitió que el proyecto de expansión de la Iglesia Católica
Española quedase plenamente integrado al proyecto estatal de conquista de nuevos
territorios en el continente americano. Mientras en el ámbito peninsular los Reyes Católicos
obtuvieron en 1483 del Papa Inocencio VIII el derecho a presentar candidatos para ocupar
cargos eclesiásticos en los reinos situados bajo su control y dominio; en el ámbito
americano la institución jurídica del Patronato fue constituida mediante la bula Universalis
Eclessiae expedida por el Papa Julio II en favor de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel,
en el año de 1508 (González Avelar 1971).
La institución del Patronato Real se fortaleció como resultado de la introducción de
las “Leyes de Indias” y, con el paso del tiempo, la Iglesia Católica quedó totalmente
subordinada en el ámbito político y jurídico al Estado Virreinal. De hecho algunos autores
han afirmado que en el marco histórico del México colonial borbónico los sacerdotes y
demás clérigos tenían prácticamente el status de funcionarios públicos (Miranda 1953).
Esta integración de la Iglesia en el aparato del Estado configuró un sistema centralizado de
dominación política que tuvo en la religión católica, y en la función social y educativa de la
Iglesia, dos pilares fundamentales de su legitimidad. En el Virreinato de Nueva España
“muchas de las funciones que hoy se consideran públicas eran desempeñadas por la
Iglesia, la cual participaba con el Estado en los más diversos asuntos”. Mientras el clero
secular dominaba la educación pública (03), las diversas corporaciones religiosas se
ocupaban de la asistencia social de los habitantes a través de una vasta red de hospitales,
asilos y orfanatos. Otra función de gran importancia llevada a cabo por la Iglesia Católica
era la función registral, ya que el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones se
hallaba en manos de los curas párrocos de las diversas localidades (González 1992).
La subordinación política y jurídica de la Iglesia Católica con respecto al Estado se vio
notablemente reforzada a partir del siglo XVIII con la irrupción de las administraciones
borbónicas tanto en la península ibérica como en las dominaciones americanas. Bajo el
absolutismo borbónico el Patronato Regio dejaría de ser considerado como una concesión
hecha por la Iglesia Católica en beneficio de la Monarquía, para conceptualizarse como un
derecho inherente al propio Estado, es decir, como una manifestación directa de su poder
soberano.
La expulsión de los jesuitas en 1767 reveló la intolerancia del Estado borbónico con
toda forma de jurisdicción eclesiástica que, en virtud de su dependencia directa del
Papado, pusiese en tela de juicio su soberanía al negar el derecho del gobierno para

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intervenir en los asuntos internos de las diversas corporaciones religiosas. En este sentido,
el Estado borbónico, tanto en la península como en los virreinatos americanos, se concibe
doctrinalmente como un Estado absoluto de carácter unitario que no acepta la existencia
de ningún poder autónomo en el ámbito temporal (04).
Como resultado de las reformas administrativas y fiscales emprendidas a partir de
1786, el Estado asumió la facultad de designar directamente a las personas que habrían
de cubrir las vacantes dejadas por los altos jerarcas eclesiásticos y, con base en la “Real
Ordenanza de Intendentes”, asumió la administración y control de los diezmos a través de
las denominadas “Juntas de Diezmos”. En el ámbito fiscal las reformas gubernamentales
comenzaron por imponer una carga tributaria del 15% sobre los bienes raíces y capitales
eclesiásticos para finalmente arribar a la expropiación de los caudales de las corporaciones
religiosas, así como de los capitales de las capellanías que hasta ese momento habían
sido administrados por el clero secular. Esta expropiación, que a la postre terminaría con el
poder económico y financiero de la Iglesia novohispana con profundas implicaciones sobre
vastos sectores sociales que dependían estrechamente del crédito eclesiástico (05), se
fundamentó jurídicamente en la “Real Cédula sobre la Enajenación de Bienes Raíces y
Cobro de Capitales de Capellanías y Obras Pías” del 26 de diciembre de 1804. La
impopular medida estuvo animada por la imperiosa necesidad de ingresar los recursos
derivados de las enajenaciones de tierras y, fundamentalmente, de la recuperación de los
numerosos empréstitos otorgados por la Iglesia Católica, en la denominada "Caja de
Consolidación de los Vales Reales" en un momento histórico marcado por la presencia de
una profunda crisis fiscal en la España peninsular (06).
Es importante señalar que, a pesar de la subordinación política y económica que
caracterizó su relación institucional con el Estado Novohispano, la Iglesia Católica siempre
mantuvo un enorme prestigio popular, así como un status jurídico privilegiado con relación
a otras corporaciones, lo que le permitió ejercer una notable influencia moral e ideológica
sobre el gobierno colonial. De hecho, como resultado de la evolución política, jurídica e
institucional del México Virreinal, la Iglesia Católica pasó de ser una corporación
independiente, subordinada al poder monárquico en los términos del Patronato Real, a ser
una corporación plenamente integrada en las estructuras del Estado. A partir de la
segunda mitad del siglo XVIII, “las reformas borbónicas iniciaron en la Nueva España un
conflictivo proceso de reubicación del lugar que debía ocupar la Iglesia Católica en el
proyecto de Estado propuesto por los reformadores ilustrados”. Uno de estos
reformadores, Pedro Rodríguez de Campomanes, acuñó una expresión que habría de

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hacerse famosa en virtud de la claridad con la que reflejaba el nuevo estado de cosas: “La
Iglesia debe estar dentro del Estado” (Ceballos 1996). Puede incluso argumentarse que en
el marco del absolutismo borbónico la Iglesia Católica fue, sin lugar a dudas, uno de los
aparatos de gobierno más importantes y eficaces en manos del Estado, desempeñando
importantes funciones tanto en el ámbito del control político e ideológico, como en el
ámbito de la asistencia social y el fomento económico.

El México Independiente: Conservadores y Liberales

A partir de la firma del Acta de Independencia en 1821, el debate sobre la relación entre la
Iglesia Católica y el Estado ocupó una posición central junto con temas constitucionales de
enorme relevancia como la forma de organización de los poderes gubernamentales y la
forma de estructuración territorial del poder político. De hecho a partir de la disolución del
Virreinato de Nueva España, el naciente país quedó marcado por la confrontación política,
ideológica y, frecuentemente, militar entre dos proyectos de nación. Mientras el primero de
estos proyectos, el conservador, proponía para México una forma de gobierno monárquica
y una organización territorial centralista; el segundo proyecto, el liberal, postulaba la
adopción de una organización política moderna basada en el modelo republicano y federal
existente en los Estados Unidos de América. Además de poseer concepciones
radicalmente diferentes sobre la forma de organizar el gobierno y sobre la manera de
fomentar el desarrollo social y económico del país, cada uno de estos proyectos generó
una concepción particular sobre la forma en que habría de quedar definida y regulada la
relación institucional entre el Estado y la Iglesia Católica.
Para el proyecto conservador la Iglesia Católica tendría que permanecer integrada al
Estado y el catolicismo tendría que preservar el status de religión oficial que mantuvo a
todo lo largo del periodo colonial. La monarquía propuesta tendría que ser,
necesariamente, una monarquía católica, vinculada a España y a las grandes potencias
conservadoras y “católicas” de Europa. Este proyecto oscilaba ideológicamente entre el
modelo Habsburgo que, con base en la institución del Patronato Real, sostenía la
necesidad de no erosionar el poder de la Iglesia fomentando un sano equilibro entre ésta y
el poder político al interior de un Estado católico; y el modelo Borbón que la convertía,
como hemos argumentado anteriormente, en un aparato de gobierno de fundamental
importancia pero plenamente subordinado política y jurídicamente al poder soberano del
Estado. En esencia el eje del debate entre éstas dos propuestas conservadoras que

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podríamos definir como la “tradicionalista” y la “ilustrada”, radicaba en el nivel relativo de
autonomía que la Iglesia habría de tener al interior del Estado como totalidad orgánica.
Para el proyecto liberal, que a la postre y después de muchos avatares históricos
terminaría imponiéndose en el México decimonónico, la relación entre la Iglesia y el Estado
tendría que estar basada en la separación de ambas entidades sobre bases
constitucionales. La propuesta liberal implicaba por lo tanto terminar con la integración de
la Iglesia en el Estado a partir de la transformación de éste en un Estado laico,
caracterizado por la libertad de cultos, la tolerancia religiosa y la participación directa del
Estado en múltiples actividades de fundamental importancia para el desarrollo social y
económico que otrora corrían a cargo del clero secular y regular.
El proyecto liberal de restructuración del Estado Mexicano que habría de triunfar y
consolidarse en la segunda mitad del siglo XIX como resultado de la Guerra de Reforma y
de la restauración republicana que siguió a la derrota del Segundo Imperio, se radicalizó en
gran medida debido a la abierta oposición que el Alto Clero y las fuerzas sociales
ultraconservadoras ligadas a él, siempre manifestaron con relación al sometimiento de la
Iglesia Católica a las leyes de un Estado que, a diferencia del Estado Borbónico
Novohispano, había declarado abiertamente su laicidad (07). Para éstas fuerzas sociales
no era lo mismo, desde una perspectiva ideológica, subordinarse a un Estado Absolutista
Católico que hacerlo a un Estado Liberal Laico. Esta postura intransigente y cerrada de las
fuerzas conservadoras mexicanas provocó importantes colisiones entre los gobiernos
liberales y la Iglesia Católica (Ceballos 1996).
La pugna con relación al carácter confesional o laico del Estado Mexicano librada
entre conservadores y liberales, alcanzó su punto culminante bajo el gobierno de
Maximiliano de Habsburgo entre 1864 y 1867. Al ofrecer la corona del denominado
“Segundo Imperio Mexicano” al hermano del Emperador Austro-Húngaro Francisco José,
contando para ello con el apoyo político, económico y militar de Napoleón III, los
conservadores mexicanos llevaron a cabo un último y desesperado intento por convertir a
México en una monarquía católica evitando de esta manera su transformación en una
república liberal colocada bajo la influencia de los Estados Unidos de América. La
estrategia fracasó, el gobierno imperial fue derrotado militarmente, Maximiliano fue
aprehendido y posteriormente fusilado y el liberalismo liderado por Benito Juárez terminó
por imponerse de manera definitiva.
El movimiento liberal emprendió procesos de reforma jurídica de enorme importancia
para la vida política y económica de México. Entre los más importantes se encuentra la

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“Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y
Religiosas” (Ley Lerdo) del 25 de junio de 1856; la “Ley del Registro Civil” (Ley Lafragua)
del 27 de enero de 1857; la Ley sobre Derechos y Obvenciones Parroquiales” (Ley
Iglesias) del 11 de abril de 1857; la “Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos” del 12
de julio de 1859; la “Ley de Matrimonio Civil” del 23 de julio de 1859; la “Ley sobre Libertad
de Cultos” del 4 de diciembre de 1860; así como el “Decreto de Secularización de
Hospitales y Establecimientos de Beneficencia” y el “Decreto de Exclaustración de Monjas
y Frailes”. Todos estos instrumentos jurídicos encontraron sustento en la Constitución de
1857 dando forma a lo que en la historia moderna de México se conoce como “Leyes de
Reforma”.
Las Leyes de Reforma consolidaron el triunfo del liberalismo en México haciendo
posible la modernización del Estado bajo la forma de una república presidencialista
organizada sobre bases federales y sustentada en principios políticos fundamentales como
la soberanía popular, la separación de poderes y funciones gubernamentales, la sujeción
de los poderes públicos al imperio de la Ley, la protección o tutela estatal de los derechos
civiles y, de manera especialmente importante, la separación del Estado y la Iglesia, la
libertad de cultos y el carácter no confesional o laico del poder político institucionalizado.
Sin embargo éste espíritu modernizador, claramente reflejado en el texto de la Constitución
de 1857, resultó incapaz de transformar muchas de las estructuras sociales y económicas
del país. La tensión dialéctica entre el espíritu de la Ley y la realidad encontró finalmente
una solución en 1876. La insurrección militar comandada por el General Porfirio Díaz bajo
el nombre de “Plan de Tuxtepec” puso fin al efímero periodo conocido como “La República
Restaurada” inaugurando una dictadura que habría de prolongarse por espacio de 35
años.

Porfiriato, Revolución y Populismo Corporativo

La abierta confrontación con la Iglesia Católica que caracterizó a los gobiernos liberales de
Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, se transformó en una relación de respeto
mutuo en el marco histórico del Porfiriato. El pragmatismo político de Porfirio Díaz, un
liberal que preservó las formas republicanas y federales contenidas en la Constitución de
1857 en el marco de una dictadura altamente centralizada, le llevó a seguir una política de
reconciliación e incluso de colaboración con la Iglesia Católica. De esta manera la Iglesia
se convirtió en uno de los soportes ideológicos del régimen, especialmente debido a su

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importante influencia sobre las clases populares. Por paradójico que resulte, la doctrina
social de la iglesia incorporada en la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, resultó
funcional para los intereses de un régimen cuyo discurso político se sustentaba
ideológicamente en el liberalismo individualista, positivista e incluso darwiniano que
postulaba la casta intelectual de “Los Científicos”. No obstante su oposición al positivismo y
al darwinismo, la doctrina social de la Iglesia, al defender la “propiedad privada” como un
derecho natural inalienable, ofreció un útil contrapeso a los discursos sociales más
radicales enarbolados por socialistas, comunistas y anarco-sindicalistas a comienzos del
siglo XX.
En síntesis, la relación entre el régimen porfirista y la Iglesia Católica fue una relación
mutuamente benéfica. El dictador no derogó pero tampoco aplicó en toda su extensión las
Leyes de Reforma y la Iglesia, por su parte, preservó su integridad corporativa, su
importante papel en el ámbito educativo, así como su prestigio e influencia moral sobre el
pueblo, aunque hubo de abstenerse siempre de una participación política activa. De una
manera claramente funcional para el régimen, el discurso y la obra social de la Iglesia
permitió atenuar los excesos que caracterizaron el salvaje capitalismo agro-exportador que
el régimen de Porfirio Díaz promovió en México a través del sistema productivo de la gran
Hacienda y de las diversas formas de servidumbre agraria en que éste se apoyaba
incluyendo la ominosa figura de los “peones acasillados” o “peones de residencia”.
El estallido revolucionario de 1910 provocó la caída del régimen porfiriano y, después
de 35 años de férreo control político y paz social, hundió al país en un estado de anarquía
y guerra civil que habría de prolongarse por más de una década. Durante la fase armada
de la Revolución Mexicana, y como resultado del colapso de la autoridad central, la Iglesia
Católica hubo de relacionarse con las diversas fuerzas beligerantes. Mientras que la
relación con el efímero gobierno de Francisco I. Madero (1911-1913) fue en términos
generales cordial en gran medida como resultado del talante conciliador y moderado del
presidente, así como del apoyo que el Partido Católico Nacional brindó a su candidatura
presidencial (08); a partir del golpe de estado de Victoriano Huerta, las diversas fuerzas
políticas que participaron en el derrocamiento de Porfirio Díaz se radicalizaron y la Iglesia
Católica pasó a ser vista tanto por los ejércitos “constitucionalistas” como por los ejércitos
campesinos de Villa y Zapata como una institución reaccionaria opuesta a la restauración
de la democracia y al logro de una efectiva justicia social y agraria en beneficio del pueblo.
La Constitución Federal promulgada en la Ciudad de Querétaro en 1917 surgió como
un documento híbrido que, no obstante sus contradicciones, tuvo la enorme virtud de

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facilitar la construcción de consensos entre constitucionalistas y agraristas, dos fuerzas
políticas altamente discordantes tanto en términos ideológicos como en términos de sus
pretensiones y reivindicaciones básicas pero claramente unidas en torno a la convicción de
que el nuevo régimen tendría que neutralizar desde sus inicios el poder y la influencia de la
Iglesia Católica. En virtud de lo anterior, la Constitución de 1917 no sólo actualizó sino que
en muchos sentidos radicalizó los principios liberales contenidos en la Constitución de
1857, al negar personalidad jurídica a la Iglesia Católica; establecer el carácter
obligatoriamente laico de la educación primaria en todo el territorio nacional; someter todos
los actos de culto a control gubernamental; prohibir la celebración de actos de culto en
lugares públicos; y privar a los sacerdotes del voto activo y pasivo así como del derecho de
asociación con fines políticos. Estas medidas provocaron la incorporación al patrimonio
estatal de todos los bienes raíces y capitales propiedad de la Iglesia Católica, así como la
supresión de todos los partidos y asociaciones políticas de carácter confesional.
La aplicación de la Constitución de 1917, que fuera inicialmente postergada durante
la administración de Venustiano Carranza (1917-1920), se transformó en una bandera
ideológica de la acción del gobierno federal “revolucionario” durante el gobierno de Álvaro
Obregón (1920-1924) y, especialmente, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles
(1924-1928). Mediante la aplicación de la “Ley de Tolerancia de Cultos”, también
denominada “Ley Calles” (14 de junio de 1926), el gobierno federal instrumentó una
agresiva política de represión y control sobre la Iglesia Católica sustentada en una
interpretación sumamente radical del texto constitucional. La “Ley Calles” limitaba el
número de sacerdotes a uno por cada seis mil habitantes, además de imponer al clero
católico la obligación de obtener permiso del Congreso Federal o de las legislaturas
estatales para poder ejercer el culto, así como la obligación de registrar a todos los
sacerdotes ante las autoridades municipales correspondientes. Mediante reformas al
Código Penal se establecieron penas específicas para sancionar el incumplimiento de
éstas normas. La reacción popular no se hizo esperar dando origen a la “Guerra Cristera” o
“Cristiada”. Este movimiento armado tuvo una base fundamentalmente campesina e
involucró a varios estados del centro y noroeste del país. La lucha se prolongó por espacio
de tres años y produjo decenas de miles de muertos.
La experiencia de la Guerra Cristera redujo el radicalismo gubernamental,
especialmente en lo relativo a las persecuciones de religiosos, al cierre de órdenes y
templos, y a la prohibición del celibato. Sin embargo el régimen de control político sobre la
Iglesia Católica se mantuvo adquiriendo nuevos matices a partir de la transformación del

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Estado post-revolucionario en un régimen populista y corporativo en la década de los
treintas (09). Durante la Presidencia de Lázaro Cárdenas la tensión entre el gobierno
federal y la Iglesia Católica cobró nuevo impulso a raíz de la propuesta gubernamental de
transformar la educación pública en “socialista” a partir de una modificación al texto del
artículo tercero constitucional (10).
Una vez superado el radicalismo ideológico de perfiles marxistas y socialistas que
caracterizó la presidencia de Cárdenas, la relación entre el Estado y la Iglesia Católica
alcanzó lo que podríamos denominar un “punto de equilibrio”, basado en una particular
combinación de tolerancia gubernamental y prudencia eclesiástica. Esta situación permitió
a la Iglesia Católica lograr un modus vivendi que hizo posible la recuperación de su
prestigio e influencia. La fundación de la Conferencia Episcopal Mexicana en 1953, la
apertura de numerosas escuelas y universidades privadas a todo lo largo del territorio
nacional por parte de diversas órdenes religiosas como el Opus Dei, los Jesuitas y los
Legionarios de Cristo, así como la visita del Papa Juan Pablo II a México en 1979,
constituyen claras pruebas de lo anterior.

Modernización y Democratización

El régimen “corporativo-populista” surgido durante la administración de Lázaro Cárdenas y


consolidado durante la década de los cuarentas, dotó al Estado mexicano de la estabilidad
política necesaria para emprender un acelerado y altamente exitoso proceso de
industrialización. Este proceso de desarrollo capitalista impulsado por el Estado, conocido
por muchos como “el milagro mexicano”, transformó profundamente y en un horizonte de
tiempo relativamente breve las estructuras sociales y económicas del país. Sin embargo, el
modelo de desarrollo comenzó a mostrar claras señales de agotamiento a partir de la
segunda mitad de la década de los sesentas y, para finales de la década de los ochentas,
hubo de ponerse en marcha una estrategia de modernización que habría de afectar no
solamente a la economía sino también al sistema político.
Desde el inició de su mandato en 1988, el Presidente Carlos Salinas de Gortari puso
en marcha un ambicioso programa de reformas que implicó una ruptura con muchos de los
principios ideológicos que, habiendo surgido en el proceso histórico de la Revolución
Mexicana, dieron sustento al régimen corporativo-populista puesto en marcha por Lázaro
Cárdenas. Junto con la transformación del modelo económico (11), la terminación del
proceso de reparto de tierras y la introducción de nueva legislación en materia agraria, la

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reforma de las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica ocupo una posición central
en la estrategia integral de modernización emprendida por el gobierno federal.
La reforma de las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica no sólo respondió a
un imperativo de normalización institucional en virtud de que México era el único estado
importante del hemisferio occidental que carecía de relaciones diplomáticas con el
Vaticano, sino también a un imperativo de legitimidad política motivado por la necesidad de
ampliar y fortalecer las bases sociales de apoyo del partido oficial entre las clases medias
urbanas como resultado del fortalecimiento de la derecha pro-católica articulada en torno al
Partido Acción Nacional.
La reforma salinista operó en varias vertientes modificando la redacción de varios
artículos de la Constitución Política de 1917. Mediante la modificación del artículo tercero
constitucional, se permitió a las corporaciones religiosas impartir educación en las escuelas
privadas de conformidad con los programas oficiales, preservando de esta manera el
carácter laico de la educación en México. Esta reforma lo que realmente hizo fue
regularizar una situación de hecho ya que desde la década de los cincuentas las
corporaciones religiosas venían participando activamente tanto en el ámbito de la
educación básica, como en el ámbito de la educación superior y universitaria. La reforma al
artículo quinto, por su parte, eliminó la prohibición expresa al voto religioso y la reforma al
artículo veinticuatro eliminó la prohibición de las prácticas de culto en lugares públicos
remitiendo las condiciones de realización de las mismas a lo establecido por la legislación
reglamentaria (Galindo Rodríguez).
La modificación del artículo veintisiete constitucional fue particularmente importante
en virtud de sus efectos patrimoniales ya que permitió a las asociaciones religiosas, es
decir a las iglesias en general y a la Iglesia Católica en particular, “adquirir, poseer o
administrar los bienes indispensables para cumplir con su objetivo”. La palabra
“indispensables” es importante en virtud de que si bien restaura los derechos patrimoniales
de la Iglesia Católica, abiertamente negados en el marco constitucional precedente, se
coloca en sintonía con la experiencia histórica del país y con el importante legado
ideológico del liberalismo mexicano.
Sin embargo la columna vertebral del proceso de reforma radicó en el texto del
artículo ciento treinta constitucional. La primera modificación importante permitió reconocer
la existencia jurídica de las iglesias en general y de la Iglesia Católica en particular.
Mientras el texto constitucional original establecía que “La ley no reconoce personalidad
alguna a las agrupaciones religiosas denominadas iglesias”, el texto reformado en 1992

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señala que éstas pueden acceder a la personalidad jurídica como “asociaciones religiosas”
a partir del momento en que obtengan su registro ante la Secretaría de Gobernación de
conformidad con la “Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público” (LARCP).
Este registro ante la autoridad federal, si bien garantiza el control jurídico sobre la
Iglesia Católica y sobre otras asociaciones religiosas por parte del gobierno, permite
trascender el status quo precedente de control político en virtud de que el propio artículo
ciento treinta reformado establece textualmente que “las autoridades no intervendrán en la
vida interna de las asociaciones religiosas” y, por su parte, el artículo sexto de la LARCP
señala que “las asociaciones religiosas se regirán internamente por sus propios estatutos,
los que contendrán las bases fundamentales de su doctrina o cuerpo de creencias
religiosas y determinarán tanto a sus representantes como, en su caso, a los de las
entidades y divisiones internas que a ellas pertenezcan”. La LARCP establece con toda
claridad que el Estado ejerce su autoridad sobre toda manifestación religiosa, individual o
colectiva, sólo en lo relativo a la observancia de las leyes, conservación del orden público y
tutela de derechos de terceros lo cual implica que, bajo ninguna circunstancia, podrán las
autoridades gubernamentales participar con carácter oficial en los actos de culto religioso o
establecer algún tipo de preferencia o privilegio en favor de alguna iglesia, religión o
asociación religiosa (Soberanes Fernández 1994).
Otro cambio importante en beneficio de la Iglesia Católica radica en la eliminación de
la facultad previamente asignada a las legislaturas locales para determinar el número
máximo de ministros de culto en sus respectivas jurisdicciones, así como en el
otorgamiento de derechos políticos a los sacerdotes. Con relación a este último punto, es
importante señalar que mientras en la redacción original se negaba tajantemente a los
ministros de culto el ejercicio del derecho al voto tanto activo como pasivo; en el texto
reformado se reconoce el derecho al sufragio activo para los ministros de culto “en su
carácter de ciudadanos”, así como el derecho al sufragio pasivo para todos aquellos
ministros de culto que hubiesen dejado de serlo dentro de los plazos previstos para las
diversas jerarquías en el texto de la LARCP.
No obstante los importantes avances que representa en términos de los derechos
jurídicos y patrimoniales de las asociaciones religiosas, así como de los derechos políticos
de los ministros de culto en su carácter de ciudadanos mexicanos, es fundamental señalar
que el texto reformado del artículo ciento treinta preserva el “principio histórico de la
separación del Estado y las iglesias”, y continúa prohibiendo la participación de las
asociaciones religiosas en la vida política del país estableciendo que los ministros de cultos

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no podrán desempeñar cargos públicos, no podrán asociarse con fines políticos, y no
podrán realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política
alguna. En sintonía con esto, se prohíbe constituir “agrupaciones políticas cuyo título tenga
alguna palabra o indicación cualquiera que la relacione con alguna confesión religiosa”, así
como celebrar reuniones de carácter político en los templos.
En síntesis, como resultado de la reforma constitucional emprendida a comienzos de
1992 y de la promulgación de la “Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público”, la
relación entre el Estado y la Iglesia Católica en México ingresa en una nueva etapa
histórica que se corresponde estructuralmente con el proceso de modernización y
democratización que ha marcado la vida nacional durante más de dos décadas. En el
nuevo orden de cosas, las asociaciones religiosas en general y la Iglesia Católica en
particular han superado el estado de inexistencia jurídica y de control político vertical que
caracterizó al régimen populista-corporativo surgido de la Revolución Mexicana. Hoy en día
las asociaciones religiosas, en línea con los nuevos principios constitucionales, cuentan
con un marco normativo que les garantiza una relación institucional abierta, imparcial e
igualitaria con el gobierno federal, basada en el principio de legalidad. Esta nueva relación
ha permitido que numerosas asociaciones religiosas hayan sido registradas ante la
Secretaría de Gobernación, obteniendo con ello personalidad jurídica y derechos
patrimoniales. En diciembre de 1992 la Iglesia Católica, la Conferencia del Episcopado
Mexicano y la Arquidiócesis Primada de México obtuvieron sus correspondientes registros
(12).
El hecho de que el texto del artículo ciento treinta constitucional no fuera reformado
por las dos administraciones presidenciales emanadas de la derecha pro-católica vinculada
al Partido Acción Nacional, y que bajo el mandato de Vicente Fox y Felipe Calderón
gobernaron México entre 2000 y 2012, pone claramente de manifiesto la fuerte carga
ideológica implícita en la concepción decimonónica del Estado Mexicano como un Estado
laico organizado sobre bases republicanas y plenamente separado de una Iglesia Católica
provista de personalidad jurídica pero regulada por la Constitución Federal y las leyes e
instituciones emanadas de ella.
De cualquier manera y más allá de lo permisivo o limitante que pueda ser el marco
constitucional y jurídico que actualmente la rige, la Iglesia Católica, al ser la principal
corporación religiosa del país, ha sido un actor fundamental dentro del proceso de
evolución democrática experimentado por México desde el año 2000. Tanto en los estados
que en las últimas dos décadas han sido gobernados por la derecha, como en aquellos

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que lo han sido por la izquierda, la Iglesia Católica ha sido un interlocutor importante de las
fuerzas políticas y sociales. Las posiciones asumidas por la Iglesia Católica con relación a
diversos asuntos de relevancia nacional como el modelo económico neoliberal y el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte, la insurrección indígena y campesina en Chiapas,
la victoria electoral del Partido Acción Nacional a nivel federal, la corrupción política, la
expansión del narcotráfico, el matrimonio homosexual y la despenalización del aborto, dan
fiel testimonio tanto de su creciente autonomía con relación al Estado, como de la
profundidad y complejidad de sus contradicciones internas.

NOTAS FINALES

01 Los estados de la federación mexicana que mayor porcentaje de población protestante


presentan son Chiapas (20%), Tabasco (17%), Campeche (15%), Quintana Roo (13%)
y Yucatán (11%). Chiapas es el estado con menor porcentaje de población católica de
la República Mexicana. Solamente el 60% de los chiapanecos son católicos.
02 De conformidad con datos estadísticos del año 2010 presentados por el Pew Research
Religious & Public Life Project, los cinco países con mayor cantidad de católicos del
mundo son Brasil con 126,750,000 (11.7% del total mundial y 65% de la población total
del país); México con 96,450,000 (8.9% del total mundial y 85% de la población total del
país); Filipinas con 75,570,000 (7.0% del total mundial y 81 por ciento de la población
total del país); Estados Unidos de América con 74,380,000 (7.0% del total mundial y
24.7% de la población total del país); e Italia con 49,170,000 (4.6% del total mundial y
81.2% de la población total del país). Es interesante observar que dentro de este
estudio el único país entre los 10 primeros del mundo que supera a México en términos
del número de católicos como porcentaje de la población total es Polonia con un 92.2%.
Lo anterior implica que México ocupa el segundo lugar de la lista no solamente en
términos absolutos sino también en términos relativos.
03 La Iglesia Católica ejercía una gran influencia en el seno de la Real y Pontificia
Universidad de México, fundada por Cédula Real en 1551 bajo el reinado de Carlos V
(tan sólo treinta años después de concluido el proceso de conquista), y que habría de
ser por mucho tiempo la institución educativa más importante del continente americano.
04 El Estado es uno y existe plenamente dentro de sí mismo, en el sentido de que ningún
poder temporal le puede resultar ajeno ni externo. La Iglesia, por lo tanto,

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necesariamente existe dentro del Estado, al menos por lo que a su dimensión temporal
respecta.
05 La Iglesia Católica era probablemente la institución crediticia más importante del México
colonial ya que sus empréstitos llegaban a multitud de agricultores, pequeños
comerciantes, mineros e industriales.
06 Es importante señalar que la finalidad de esta estrategia de política pública no era
mermar el poder económico de la Iglesia sino restaurar la liquidez de las finanzas
estatales. El decreto permitía convertir en crédito público los recursos obtenidos de la
enajenación de los bienes raíces propiedad de la Iglesia, así como el capital circulante
que ésta tenía y administraba en la Nueva España.
07 Es importante señalar que dentro de las primeras formas históricas adoptadas por el
Estado Mexicano, el catolicismo retuvo su carácter de religión de Estado. Una de las
tres garantías o principios fundamentales contenidas en el “Plan para la Independencia
de la América Septentrional” (Plan de Iguala) era el establecimiento del catolicismo
como “religión única”, en el marco de una “monarquía constitucional moderada”. Por su
parte la primera constitución republicana de México, promulgada en 1824 en “el nombre
de Dios Todopoderoso, autor y supremo legislador de la sociedad”, sostenía en su
tercer artículo que la religión del país era y debería ser por siempre “Católica,
Apostólica y Romana”, creando la obligación estatal de protegerla y salvaguardarla
mediante “leyes sabias y justas”, así como de “prohibir el ejercicio de cualquier otra”.
08 El Círculo Católico Nacional se convirtió en partido político y apoyó la candidatura
presidencial de Francisco I. Madero. Como resultado del proceso electoral de 1911, el
recién constituido PCN obtuvo 100 curules en el Congreso de la Unión y las
gubernaturas de Jalisco y Zacatecas.
09 Lázaro Cárdenas llevó a cabo una ambiciosa reorganización del régimen político
surgido de la Revolución Mexicana. Esta reorganización se sustentó en tres pilares: una
institución presidencial fuerte, revestida de amplios poderes jurídicos y metajurídicos
que le convertían en una dictadura sexenal de facto; una organización del partido
hegemónico o “partido oficial” basada en la articulación de corporaciones obreras,
campesinas y populares; y una política populista que, sin atentar contra las bases de
acumulación del sistema capitalista, permitió distribuir los beneficios de la
industrialización y el crecimiento económico entre millones de familias mexicanas.
10 La reforma socialista de la educación pública en México fue revertida después de la
presidencia de Lázaro Cárdenas.

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11 El modelo económico seguido por México desde la década de los cuarentas estuvo
basado en el proteccionismo, la sustitución de importaciones y la activa participación
del Estado en el proceso de formación de capital. A partir del gobierno de Salinas de
Gortari la estrategia cambió radicalmente y, en sintonía con las directrices
macroeconómicas de estabilización y desarrollo emanadas del Banco Mundial y del
Fondo Monetario Internacional y que pasarían a formar parte del denominado
“Consenso de Washington”, se puso en marcha un modelo basado en la apertura
económica, la promoción de exportaciones manufactureras y la privatización de activos
gubernamentales.
12 De conformidad con datos de la Dirección General de Asociaciones Religiosas de la
Secretaría de Gobernación, en la actualidad hay registradas en México un total de
8,054 asociaciones religiosas de las cuales 8,021 son cristianas (3,267 católicas; 29
ortodoxas y 4,725 protestantes).

BIBLIOGRAFÍA

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