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La iglesia en el siglo XX.

Las reformas al Concordato


A pesar de las polémicas en torno a la educación y al matrimonio, el liberalismo
había terminado por aceptar el Concordato de 1887, pero sin abandonar su
aspiración a reformar al texto vigente, para adaptarlo a la realidad nacional,
como proclamó en la Convención Liberal de 1935: allí aclara que no es de su
esencia ser un partido de propaganda religiosa ni antirreligiosa, pero proclama
la libertad de cultos y se muestra partidario de la escuela gratuita, única, laica y
obligatoria. También considera que la vida civil debe ser regida por la ley civil:
por ello, debe llevarse el divorcio vincular a la legislación nacional.

Por esto, esos años se vieron caracterizados por una intensa polarización en
torno a la reforma constitucional de 1936, a la cual se opuso el episcopado en
pleno y el directorio conservador: no se podía admitir como Constitución
colombiana, afirmaban los obispos, "una cosa" que no interpretaba "los
sentimientos y el alma religiosa de nuestro pueblo", pues se suprimía el nombre
de Dios del encabezamiento del texto constitucional y la mención de la religión
católica como elemento esencial del orden social. Además, se suprimía el
reconocimiento explícito de los derechos de la Iglesia, su exención de
impuestos para templos y seminarios, su dirección de la educación, etc. Se
hablaba, afirman los obispos, de "libertad de cultos en vez de una razonable
tolerancia", se sustituye la mención de "la moral cristiana" por la de "orden
moral", que es "una frase vaga y ambigua". En resumen, sostienen los obispos,
se cambiaba "la fisonomía de una Constitución netamente cristiana por la de
una Constitución atea".

Además, se quejaba el episcopado, la reforma admitía el divorcio vincular


prescindiendo del Concordato vigente, declaraba la beneficencia pública como
función del Estado, al que otorgaba una intromisión inadmisible en las obras
asistenciales de la Iglesia, a la que obligaba a recibir en sus colegios privados a
"los hijos naturales", sin distinción de raza ni de religión. Consideraban los
obispos que la reforma constitucional estaba "preñada de tempestades y luchas
religiosas", pues los legisladores verían que no era fácil "imponer a un pueblo
creyente instituciones contrarias a la religión que profesa". Pero, en realidad, la
reforma sólo pretendía una normal secularización de la vida política y de la
legislación colombianas, que chocaba lógicamente con la mentalidad
sacralizada, de tipo constantiniano, de la mayoría de la jerarquía y clero del
país.

RELIGION
Esta polémica se proyectaría en la discusión en torno al Concordato de 1942,
que buscaba precisamente armonizar la situación de las relaciones Iglesia-
Estado con el nuevo texto constitucional. Según algunos analistas, en el curso
de las negociaciones el gobierno liberal había ido moderando sus exigencias
inicialmente extremistas hasta contentarse con una negociación parcial sobre
matrimonio, registro civil y administración de cementerios. Por esta "actitud tan
conciliadora", el Vaticano aceptó la negociación y quiso aprovechar la ocasión
para desterrar los vestigios del patronato español, ocultos en el Concordato de
1887. Como resultado de cinco años de estudio y negociación, el 12 de abril de
1942 se llegó a un acuerdo entre Darío Echandía y el cardenal Luis Maglione,
en nombre de Pío XII. La Santa Sede estaba interesada en excluir el privilegio
presidencial de recomendación de obispos, pero el acuerdo terminó
reafirmando el derecho de veto presidencial a los candidatos al episcopado,
que se extendía ahora a los obispos coadjutores con derecho a sucesión,
aunque se hacía constar el principio de que el nombramiento pertenecía a la
Santa Sede y se suprimía el derecho de presentación de candidatos. Todos los
obispos deberían ser colombianos y jurar obediencia a las leyes nacionales, lo
mismo que no participar ni dejar participar al respectivo clero en "ningún
acuerdo que pueda perjudicar el orden público o a los intereses nacionales". Se
reiteraba la obligación de la presencia de un funcionario civil en los matrimonios
católicos, las causas de separación matrimonial pasaban a la justicia civil y la
administración civil se hacía cargo de los cementerios.

Sin embargo, algunos sectores de la Iglesia y del partido conservador no


estaban de acuerdo con el arreglo conciliatorio, sino que consideraban que el
nuevo texto concordatario era fruto de un complot masónico, que no tenía en
cuenta a la mayoría del clero y la jerarquía, ni la realidad católica de la nación.
Este ambiente polarizado explica por qué el concordato de 1942 nunca entró
en vigencia, a pesar de haber sido aprobado por el Congreso, ya que el
presidente se abstuvo de realizar el canje de ratificaciones, requerido para su
vigencia.

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