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WALTER TROBISCH

YO ME CASÉ
CONTIGO

Pedal 7

EDICIONES SIGUEME ·SALAMANCA.· 1974


.Tradujo Luis Martín sobre el original inglés I married you.
Revisó Felipe Mas sobre la traducción alemana Heiraten oder ni&/Jt,

Cubierta: Luis de Horna

Walter Trobisch, 1971


,'e)
Ediciones Sígueme, 1972
e)
Apartado 332 • Salamanca (España)
ISBN 84-301-0518-2
Depósito Legal: S. 322-1973
Printed in Spain
Imprime : Gráficas Ortega
Asadería, 17. Salamanca
A cuatro. parejas africanas que
indican el camino del futuro:
Jean y Ernestine
Roland y Priscilla
Ezra y Gennet
Enmanuel y Esther

Nada de este libro es ficción. Todas las narraciones han


ocurrido de verdad. Todas las conversaciones son reales. Los
personajes viven todavla. Por esta razón no se menciona el nom-
bre eje la ciudad ni se da descripción alguna sobre la misma.
El .marco de los acontecimientos se localiza en ~frica, pero
los problemas de que trata son iguales en todas las partes de la
tierra y en todas las culturas.
W ALTER TROBISCH
Lichtenberg 6
A-4880 St.Georgen
(Austria)
1

La tierra estaba cada. vez más cercana. De pronto


apareció el hormigón de la pista de aterrizaje. Las ruedas
tomaron contacto, botaron un poco, tocaron de nuevo
y siguieron rodando. Rugían los motores. El avión re­
dujo la marcha, viró, se dirigió hacia el edificio del
aeropuerto y paró.
Habíamos llegado.
Me desabroché el cinturón de seguridad, eché la ga­
bardina al brazo, tomé mi equipaje de mano y forcejean­
do por el pasillo me abrí camino hacia la salida de atrás.
La azafata africana me hizo una inclinación de cabeza
sonriendo.
-Adiós, señor. Espero que haya tenido un vuelo
agradable.
-Gracias -contesté-, y bajé con cuidado· por los
estrechos peldaños de la escalera de desemb_arque. De

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pronto. sentí el calor como un duro golpe. Estaba de
nuevo· en Africa. ·
Cegado por un sol brillante, me uní al resto de los
pasajeros, caminando hacia el edificio del aeropuerto.
A medio camino entre el avión y el edificio se en-
contraba una chica de pie, mirando atentamente a los
pasajeros, como si buscara a alguno concreto. Vestía
uniforme de azafata. De pronto se dirigió hac;a mi y
pronunció mi nombre.
-¿Cómo me ha reconocido? -pregunté.
-Había visto su fotografía en uno de sus libros.
Soy Miriam. Le escribí a usted una vez una carta.
¿Miriam? Rebusqué en mi memoria.
-¿Le contesté?
-Sí.. Usted me dijo que un compromiso roto es un
mal menor que el divorcio.
Poco a poco comencé a recordar su carta. D~jé mi
equipaje en el suelo y miré a Miriam. Era pequeña, de
finas facciones~ vivos ojos castaños que chispeaban bajo
una frente inteligente. Su largo y negro cabello, casi azu-
lado, se enrollaba con elegancia por detrás del cuello.
-Me escribió usted -dije con una sonrisa- que
desconfiaba de sus sentimientos por su novio y que no
sabía si eran lo suficientemente profundos como para
pensar en el matrimonio.
- Y usted me respondió que debía escuchar mis sen-
timientos. Las chicas generalmente se dan cuenta antes
que los chicos, si falta esa profundidad a los sentimientos.
Ahora recordaba su caso por completo: tenia un
año más de .edad que su prometido, había ido cuatro
años más a la escuela y su sueldo era mejor. Esto le
preocupaba.
-Pero, ya ve usted, yo no puedo abandonarlo. El
me quiere y en cierto modo yo también le quiero. A ve-
ces no sé cómo me siento.
-Bien, Miriam,. no podemos hablar aquí. ¿Seguimos
hablando mientras paso por el control de pasaportes?

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Entre los dos llevamos mi maleta más pesada. Me puse
la cartera bajo el brazo izquierdo y marchamos haca el
edificio.
-Perdone -dijo ella- perq tengo que contarle
muchas cosas. Cuando nos dijo nuestro pastor 1 que
estaría aquí sólo cuatro días, decidí verle antes de que
vinieran los demás. Trabajo en el aeropuerto. Por esto
he podido llegar hasta aquí.
-¿Pertenece usted a la iglesia del pastor Daniel?
- Sí. El también ha venido a esperarle. Le verá us-
ted después de haber pasado por la aduana.
Mientras hadamos cola ante el control de pasaportes,
no podía olvidar que Miriam necesitaba hablar más
despacio conmigo. Había hecho un verdadero esfuerzo.
Y suponía un gran valor haberme abordado. Por esto
no quise decepcionarla y proseguí de nuevo nuestra
conversación. •
- Miriam, me pregunto por qué te comprometiste
con aquel chico antes de saber algo más sobre él.
- En nuestro país no podemos hablar con un chico
y salir con él si antes no ·nos hemos comprometido.
No podemos tener amigos. En su libro dice usted que
uno no se debería comprometer si no conoce bien al
otro. Pero nosotros no podemos conocernos si no es-
tamos comprometidos.
Me llegó el turno para revisar mi pasaporte.
-¿Es usted turista? -me preguntó el funcionario.
- Vengo a dar unas conferencias.
-¿Sobre qué?
-Sobre el matrimonio.
Pasó una rápida mirada sobre mí y después selló mi
pasaporte sin más comentario.
Miriam y yo avanzamos hacia el lugar en que se tenía
que descargar el equipaje facturado.

1. El nombre de «pastor» se aplica al ministro del culto y pre-


dicación en las parroquias protestantes. Toda la obra se desarrolla
en una parroquia protestante africana,, ·
1t
-Me elijo que si yo le abandonaba, podría ser la cul-
pable de un suicidio.
-¿Suicidio? ¿Tú crees que tiene intención de sui-
cidarse?
-No sé, pero tengo miedo de que lo haga.
-Quizá fuera oportuno que yo hablara con él.
-Sería estupendo, También irá a su conferencia esta
noche.
-Entonces debes presentármelo después de la con-
ferencia.
-Gracias -elijo con alivio-. Muchas gracias.
Por el tono de su voz pude deducir que eso era pre-
cisamente lo que estaba deseando: concertar una con-
versación entre su novio y yo.
Llegó mi maleta grande. Miriam habló al funciona-
rio de la aduana en su lengua nativa. El nos hizo señal
de seguir adelante.
Se abrió la puerta y entramos en la sala de espera.
El pastor Daniel avanzó hacia mí, me tomó ambos
braz~s según el modo africano de saludar y después me
abrazó.
-Bienvenido. Seas bienvenido.
-Sí, por fin lo hice -le respondí y dejé en el suelo
mi cartera.
-Celebro que estés aquí. ¿Puedo presentarte a mi
esposa Esther?
Me señaló una mujer alta, de·aspecto inteligente, como
de unos treinta años, que se hallaba detrás de él. Esther
-llevaba un vestido verde oscuro con un adorno negro
y cubría su cabeza con un pañuelo amarillo. Sobre el
brazo izquierdo tenía un niño y cogido a su mano dere-
cha un pequeño de unos tres años.
Lo dejó y me ofreció la mano al modo occidental,
mirando tímidamente a un lado.
-Bienvenido a nuestro país -elijo.
El muchacho me miraba fijamente con curiosidad.
Pero cuando yo me incliné para saludarle, se ocultó de-

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trás de la falda de su madre, agarrándose a ella con ambas
manos.
-Te vimos bajar del avión -exclamó Daniel-.
Estábamos en el restaurante del primer piso. Empezaste
tu trabajo exactamente un minuto después de haber lle-
gado. ¿Conocías ya a Miriam?
-No, no la conocía, pero nos habíamos escrito.
Ella me reconoció por la fotografía que hay en la contra-
portada de mi libro.
Miriam se sentía algo turbada. Se excusó porque te-
nía que volver a su trabajo y prometió estar en la iglesia
aquella tarde para asistir a mi conferencia.
Nos dirigimos al coche de Daniel que se hallaba
aparcado frente al edificio. Era un Volkswagen.
Su esposa montó atrás con los dos niños. Y o me senté
delante con Daniel.
- ¿Cuánto tiempo hace qué nos conocimos por pri-
mera vez, Daniel?
- Exactamente dos años.
Sólo nos habíamos visto una vez. Había sido en una
conferencia internacional para dirigentes de iglesias. Me
insistió entonces que viniera a hablar a su comunidad.
Hasta ahora no me había sido posible aceptar !111 invita-
ción.
Rodamos silenciosamente por unos momentos. Des-
pués traté de decirle cómo me sentía.
-Me da miedo el acto de esta noche, Daniel. Creo
que no me encuentro preparado. Me gustaría saber
algo más sobre la gente antes de hablar. Preferiría em-
pezar mañana.
- Si sólo puedes estar aquí cuatro días, tenemos que
.empezar esta misma noche.
Y o lo comprendía.
-¿Es ésta la primera vez que vienes a nuestra ciu-
dad? -preguntó.
:-Sí, siento decir que así es. He estado antes en otros
países africanos, pero nunca en vuestro país. Sé. algo

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sobre sus costumbres, pero nada sobre sus problemas
particulares.
-Esto también puede ser una ventaja -repuso él
con un parpadeo en los ojos-. Nuestra gente joven está
esperando con ilusión tus conferencias.
-¿Y los de más edad?
-Hay alguna resistencia. Piensan que la iglesia no
es el lugar apropiado para dar unas charlas sobre el ma-
trimonio. De modo especial los asuntos sexuales son
tabú para ellos. Supongo que ocurrirá lo mismo en toda
Africa. ¿Qué sucede en América y en Europa?
-Básicamente ocurre lo mismo. Los cristianos se
sienten cohibidos al hablar sobre el sexo, y los que ha-
blan sobre ello muy frecuentemente no son cristianos.
-De todas las man~ras deberías tener cuidado, al
menos en la primera conferencia, de no hablar demasiado
sobre el sexo. Y ser lo más sencillo posible. Evitar ero-
. plear nombres abstractos y simplificar los términos.
Tendrás que usar frases cortas de forma que yo pueda
ir traduciendo frase por frase. ·
-Lo haré lo mejor que pueda. ¿Tienes un encerado
en la iglesia? -le pregunté. ·
-Se• puede preparar.
En aquel momento llegamos al centro de la ciudad.
Exceptuando el color de la gente, no parecía muy distin-
ta de una ciudad americana o europea: las aceras, los anun-
cios de neón, los altos edificios de los bancos y compa-
ñías de seguros, los hoteles, los restaurantes, las agencias
de viajes, los supermercados y la constante afluencia de
un intenso tráfico.
-¿Se encuentra bien su familia? -preguntó Esther.
-Gracias, está muy bien.
-¿Cuántos hijos tiene usted? . ·
-Cinco, pero son un poco mayores que los suyos.
-¿No se quedaron tristes cuando usted se vino?
-Querían venir conmigo. Cuatro nacieron en Africa.
Para ellos ésta es su patria.

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- ¿Va a venir -su esposa?
- Espero que pueda pasar conmigo el fin de semana.
- Estupendo.
Empecé a pensar en mi esposa y en lo mucho más
fácil que sería todo esta noche, si estuviera ella aquí. Si
al menos pudiéramos hablar... Cuanto más pensaba en
ella más solo me sentía. ·
-Quisimos invitarte a quedarte en nuestra casa
-explicó Daniel-. Pero decidimos alojarte en un ho-
tel. En casa no hay mucha tranquilidad: tenemos visitas
a todas horas. Además, puede haber gente que quiera
hablar contigo y que no se atrevería a ir a verte a nuestra
casa.
-Me hubiera gustado alojarme en tu casa -contes-
té- pero me hago cargo de las razones.
-¿Quier~ usted cenar .i.hora con nosotros? -pre-
guntó Esther.
-Gracias por la invitaciqn, Esther, pero me temo que
no voy a tener tiempo. Ahora tengo que cambiarme.
Todavía llevo la ropa de invierno.
- Bien, sólo quería saberlo. Daniel nunca me avisa
cuando trae huéspedes a casa. Ni sé tampoco cuándo va
a estar en casa a las horas de las comidas.
Hubo un momento de silencio y de cierta tirantez en
el interior del coche.
Paramos delante de un hotel. Esther se quedó en el
coche con los niños mientras Daniel me acompañaba
hasta dentro. Después que hube dado mis datos persona-
les, me acompañp a mi habitación. Era una habitación
individual de aspecto pulcro, con una cama, escritorio
y teléfono. Ante la ventana había un sofá, una butaca y
una mesita. La habitación tenía buen aspecto. En ella
se podría charlar a gusto.
- Siento no poder venir a recogerte para la reunión
-se excusó Daniel antes de marcharse-, pero te enviaré
a alguien que te lleve a la iglesia.

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Fui a la ventana y miré hacia fuera. Mi habitación
estaba en el cuarto piso. Desde allí podía ver los tejados
de los edificios vecinos. Los había visto antes desde
arriba, desde el avión. Ahora estaban más cerca, mucho
más cerca.
Me duché y me cambié de ropa. Después saqué de
mi cartera las notas de mi primera conferencia y las ex-
tendí sobre la mesa.
Comencé a leerlas. Pero no me decían nada.
De pronto sonó el teléfono. Era la telefonista del
hotel.
-Un momento: le paso una llamada para usted.
Se oyó la voz de una mujer y preguntó por mi nombre.
-He leído en la prensa que hablará usted esta noche
sobre el matrimonio. ¿Es cierto?
-Sí.
- Me gustaría hacerle una pregunta: ¿es siempre
malo abandonar al propio marido?
-¿Por qué quiere usted dejarle?
-No quiere casarse conmigo.
-Creía que él era su marido.
- Estamos viviendo juntos. El me dice: «Si tú vives
conmigo es como si yo me hubiera casado contigo».
Y sin embargo no se ha casado conmigo. Con frecuencia
me habla de la boda, pero siempre la retrasa. Así que
estoy casada y no estoy casada. Me siento confusa. ¿Qué
es lo que hace que un matrimonio sea un matrimonio?
-¿Cuánto tiempo habéis estado viviendo juntos?
-Durante más de un año.
-¿Tenéis hijos?
-No. El no quiere.
En seguida me hice idea del problema.
-El es muy bueno conmigo -decía la voz-. Me
paga la escuela. Me lleva por la mañana y 111e recoge por
la noche.
-¿Te lleva a la escuela? ¿Qué edad tienes?

16
- Ventidós años. Mis, padres no pudieron darme una
buena educación. Y por eso estoy ahora recuperándome.
-¿Dónde viven tus padres?
-En un pequeño poblado, muy lejos de aquí.
-¿No podrías regresar con tus padres y volver tan
sólo bajo la condición de que se arreglara lo del ma-
trimonio? •
-Eso es imposible. Mis padres me echaron de casa
cuando empecé a vivir con él. Ellos no lo veían bien.
....:.. ¿Por qué no?
- Porque es europeo.
Esto explicaba muchas cosas: que fuera hombre de
mucho dinero, que no quisiera tener hijos y buscara un
«amor libre».
-Bueno, en realidad te hallas en una situación di-
fícil. ¿Podrías venir a verme aquí al hotel?
-No. No me lo permitifía él. Nunca me deja salir
a mí sola.
-¿Por qué no viene contigo?
-El nunca iría -sonrió ella.
-¿Podrías venir a mi conferencia esta noche?
-Esta noche tengo clase. Además, él no quiere que
vaya a ninguna iglesia.
-¿Cómo pasáis vuestros fines de semana?
- Yo me quedo en casa. Cuando él sale fuera me deja
cerrada con llave en la casa.
-¿A dónde va él?.
-No sé. Nunca me lo dice.
Me quedé sin palabra. Después oí su· voz de nuevo.
- Pero, ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué puedo hacer?
La vieja pregunta.
-No sé -contesté-, verdaderamente, no sé.
-:-¿Puede usted al menos reza:f por mí?
-¿Rezar... ? ¿Eres cristiana?
Apenas había hecho la pregunta cuando me arre-
pentí de hacerla. ¿Qué importaba? Llegó la respuesta.
-No. Mis padres son musulmanes. Pero fui a una

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escuela cristiana. No había ninguna otra escuela más en
el poblado.
¡Rezar! Debo admitir que nunca había rezado por te-
léfono, y menos con una persona a la que nunca había
visto.
Después pensé: ¿por qué no? ¿Importaba si yo la
había visto y si la conocía? ¿No la veía Dios y la conocía
lo mismo que me ve y me conoce a mí?
Recé una pequeña oración. Cuando dije «amén»,
ella colgó.
Me quedé sumergido en la quietud de mi habitación.
Seguí mirando las notas de la conferencia que tenía de-
lante y me sentí impotente. Me parecía que no guarda-
ban ninguna relación con la vida.
Después, como un sobresalto, recordé que me había
olvidado preguntar a la chica su nombre y su número de
tel.éfono. ¡Qué error! No había oportunidad de ponerme
en contacto con ella. ¿Volvería a llamar?
El teléfono sonó de nuevo. Tomé el auricular con
ansiedad esperando que fuera ella. Pero era la telefonista
de la centralita.
-Hay un caballero en el salón de entrada esperán-
dole.
-Dígale que iré en seguida.
Metí apresuradamente mis notas dentro de la cartera
y bajé las escaleras. Un africano de aspecto distinguido,
como de unos treinta años, que vestía un traje hecho al
corte. Se presentó como Maurice. P.:abía venido para lle-
varme a la iglesia donde tenía que dar mi conferencia.
Me condujo hasta su brillante y moderno coche, aparcado
delante del hotel.
-¿Es suyo el coche?
-Sí -dijo con apenas disimulada vanidad-. Como
todavía tenemos tiempo antes de la conferencia, quisiera
dar un rodeo y enseñarle un poco nuestra ciudad.
Abandonamos el casco de la ciudad. Pronto terminó
el asfalto y poco después la iluminación. Casi sin crepúscu-

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lo irrumpió· la noche africana, como si hubiese caído de.
pronto un telón. Maurice subió un camino arenoso,
suavemente empinado. Ahora ya no µabía casas de pie-
dra ni de ladrillo. Pequeñas cabañas de barro con tejados
de paja bordeaban la calle. La mayor parte tenían de-
lante una pequeña tienda, donde se ofrecían a la venta
cerveza y otras bebidas alcohólicas. Dentro lucia una bo-
rrosa luz de petróleo.
-Este es nuestro red-light-district -dijo Maurice-.
Al menos, así se diría en América, ¿no?
-¿Quiere usted decir que estas chozas pertenecen a
prostitutas.
-Sí.
- Debe haber millares.
- Sí, muchos miles.
-¿Y pueden todas vivir de este negocio?
-Sí. •
-¿Y por qué se hacen prostitutas?
-Con frecuencia son chicas que vienen del campo y
no encuentran trabajo en la ciudad. Otras son mujeres
estériles, de las que se han separado sus maridos porque
no les dan hijos.
-¿Y qué es lo que las hace estériles?
-Enfermedades venéreas la mayor parte de las veces,
dicen los médicos.
-¿Y dónde se contagian de estas enfermedades?
-Con sus maridos.
-¿Y los maridos?
-Con las prostitutas.
- Y, entonces, sus mujeres se hacen prostitutas y
contagian de nuevo a otros hombres.
-Sí.
. -Es decir, un círculo vicioso.
-Sí, naturalmente muchos de sus clientes son tam-
bién hombres solteros, en gran parte estudiantes. No se
pueden casar, p'Orque están estudiando todavía.
- Entonces están ya enfermos antes de casarse.

19
-Muchos de ellos. ¿Hay también prostitutas en
Europa?
-Sí, por supuesto. Todavía no se ha resuelto el pro­
blema. Pero todas tienen que inscribirse y pasar el reco­
nocimiento médico.
Maurice soltó una carcajada:
-En ese caso, aquí deberían edificar cinco nuevos
hospitales e instalar un ejército de médicos sólo para la
revisión de las prostitutas.
-Eso me temo. Y con todo, no se solucionada el
problema.
-Algunas de estas mujeres son viudas -aclaró
Maurice-. Se niegan a ser la segunda o tercera mujer de
su cuñado. Pues según nuestras costumbres, los niños
pertenecen al hermano del marido muerto. Si una mujer
se casa con otro que no sea de la familia del marido, pier­
de sus hijos. Por esto, muchas viudas prefieren ganar su
sustento como prostitutas y conservar así a sus hijos.
-Es horrible.
-Sí, ¿pero qué pueden hacer?
-No lo sé.
Abandonamos· el barrio y volvimos a una calle de
cemento. De nuevo empezó la iluminación a medida que
nos íbamos acercando· a la ciudad.
-¿Está usted casado? -pregunté para cambiar de
conversación.
-No, todavía no.
-¿Qué edad tiene usted?
-Treinta y cuatro.
Treinta y cuatro y no está casado. ¿Cuál podría ser
la razón?, pensé. Luego Maurice siguió:
..:...Perdí a mi padre cuando era aún un niño. Tuve
que cuidar de mi madre. Además, quería terminar pri­
mero mis estudios y tener una ocupación decente. Soy
administradot' en una compañía de construcción. Además
no es nada fácil hallar una chica para casarse.
-¿Qué es lo que lo hace tan difícil?

20
-El conocerla. No sé dónde conocer a una chica.
-¿Tiene usted alguna en perspectiva?
-Sí. Tengo una.
-Y ¿qué dice ella?
-No sé. No le he hablado todavía.
-¿Por qué no?
-El único lugar donde puedo encontrarme con ella
es en el autobús. Sé qué autobús toma cuando va por la
mañana a la escuela. Y o tomo el mismo y trato de hablar
con ella entre dos paradas.
- ¿Qué edad tiene ella?
- No sé. Creo que no más de dieciséis.
¿Era posible? He aquí un distinguido caballero, de
buena educación, que tenía un empleo de mucha respon­
sabilidad y que todavía estaba persiguiendo a una cole-
giala en un autobús. •
-¿Por qué ha escogido usted a una chica tan joven?
- Las de más edad están o maleadas o casadas. ¿Cree
usted que es un error?
-Cuando usted tenga sesenta años, ella tendrá cua-
renta y dos.
-Sí, creo que debería pensarlo mejor.
Paramos delante de una iglesia.
Cuando entramos, ya estaba la gente cantando. Es­
taba llena hasta el último banco, los hombres sentados
a la izquierda y las mujeres a la derecha. Al conducirme
Maurice por la nave central, se volvieron algunas cabezas
con curiosidad, pero casi inadvertidamente. Daniel se ha­
llaba en el primer banco y me hizo una seña para que
me sentara a su lado.
Me dio su libro de himnos y me indicó la estrofa
que estaban cantando. Podía leer, pero no entender.
La melodía me resultaba familiar y me sumé al canto.
Era oportuno hacer algo en colaboración con aquella
comunidad antes de dirigirle la palabra.
En la última estrofa Daniel cerró su libro de himnos
y me indicó que pasara yo primero. Subí los pocos pel-

21
daños del púlpito. El me siguió y se colocó de pie a mi
lado para traducir mis palabras.
Mientras cantaban las últimas líneas pude hacerme
una idea de la comunidad a la que me iba a dirigir. Había
algunas personas mayores ocupando los primeros bancos.
La generación más joven, que era la gran mayoría, se
sentaba en la parte de más atrás. Estaban tan apiñados
que sus cabezas de intenso cabello negro me recordaban
una alfombra de terciopelo. Ninguno nos miraba.
Susurré a Daniel el pasaje que iba a leer. Abrió su
Biblia y yo la mía en inglés. Después se hizo un gran
sHencio en la iglesia y comencé.

22
2

La Biblia hace una afirmación muy sencilla acerca del.ma­


trimonio. Es clara y fácil de entender, y sin embargo ml{J pro­
funda.
Es como un pozo profundo lleno de agua clara para beber.
Durante toda vuestra vida podéis sumergir en él vuestro cubo
y nunca saldrá vacío. Siempre sacaréis agua fresca y clara.
Si escuchamos esta afirmación con corazón dispuesto des­
cubriremos que Dios mismo nos habla. Nos habla como quien
quiere ayudarnos, como quien desea orientarnos. Exigir nuestra
atención. Pero, sobre todo, nos habla como quien quiere ofre­
cernos algo.
Es la única afirmación sobre el matrimonio que se repite
cuatro veces en la Biblia. La Biblia no habla frecuentemente
sobre el matrimonio. Por esto es tanto más sorprendente que
esta afirmación aparezca cuatro veces en lugares ml{J decisivos.
La primera vez resume la na"ación de la creación que nos da

23
el capitulo 2 del Génesis. Después, Jesús &ita esta afirmación
en Mateo 19, 5 y Marcos 10, 7 cuando se le pregunta sobre el
divorcio. Por último, el apóstol Pablo la refiere directamente
a Jesucristo en Efesios 5, 31.
Estas afirmaciones fueron escritas en un tiempo que en
muchos aspectos fue semejante al nuestro. Fue un tiempo de
cambio social rápido ...
Hasta aquí Daniel había ido traduciendo mi confe-
rencia frase por frase sin vacilar y casi maquinalmente.
Era como si estuviera oyéndome a mí mismo hablando
en otra lengua. Pero cuando usé la expresión «cambio
social rápido» vaciló y se entretuvo en una explicación
más larga. Yo seguí y traté de describir el tiempo de
David y Salomón.
Se abrlan nuevas rutas comercia/es. Culturas extranjeras en-
traban en contacto unas con otras. Ideas nuevas influían sobre las
gentes. Ya no practicaban las viejas tradiciones. Costumbres an-
cestrales pare&lan de pronto anticuadas. Las tribus se desmem-
braban. Se daba al traste con los tabúes. Fue un tiempo de com-
pleta confusión moral. Todas las cosas quedaban desa"aigadas,
lo mismo que hoy. Por esto creo que la afirmación de la Biblia
puede servirnos de gula durante estos próximos dlas. Permi-
tidme q11e os Jea ahora el párrafo del Génesis 2, 24.
Hasta este momento no había conseguido ninguna
reacción en mis oyentes. Pero ahora empezaron a abrir
las Biblias que muchos tenían a mano. Esperé unos mo-·
mentos y seguí leyendo:
«Por eso 4eJa el hombre a su padre y a su madre;
y se une a su mujer;
y se hacen una sola carne»;
Al leerlo me sentí de nuevo impresionado por la sim-
plicidad y clar~dad del versículo. Tenía la sensación de
que me ponían algo en las manos para transmitirlo a los
demás. Y proseguí:

24
Este versículo time tres partes. Habla de tres cosas qite son
esenciales en el mah;imonio: el dejar, el unirse y el hacerse u,,a
sola carne. Tratare111os de las tres partes por separado.
El dejar. No 'j)uede haber matrimonio sin dejar. La pa-
labra dejar indica que se ha efectuado un acto público y legal
que hace que un matrimonio sea matrimonio.
En los tiempos antiguos, cuando la novia dejaba su poblado
por el poblado de su marido, esto ya constitula un acto público.•
En algunas partes de A/rica todo el cortejo de la hoaa re-
corre bailando los muchos kilómetros. que separan el pueblo de
la f!OVia del pueblo del novio. No hay nada secreto en todo esto.
El acto púGlico de «dejar» hace que el matrimonio sea legal.
A partir de aquel día todo el mundo sabe que aquel hombre
y tl(Jtlella mujer son maridoy mujer, que están viviendo en ma-
trimonio. ·
Hoy, en muchos países, esl! acto público de «dejar» ha sido
sustituido por un anuncio. público q~ se hace antes de la boda y
por un permiso oficial de matrimonio. La forma exterior no
es lo más importante¡ lo importante de verdad es el hecho de que
se realice una acción pública y legal.
«Por esto deja el hombre a su padre y a su madre». El ma-
trimonio n(! afecta sólo a las dos personas que se casan. El
padre y la. madre representan a la familia, que a su vez es una
parte de la comunidad y ,!el estado. El matrimonio nunca es
un asunto privado. No hay matrimonio sin boda. Por eso las
bodas se celebran haciendo una gran fiesta.
«Deja a su padre y a su madre». Cuando yo pronuncio
estas palabras sin duda que sentiréis una gran pena en vueitro
corazón. Eso de dejar no tiene nada de gozoso. En Europa no
es raro que se llore durante la boda.
Hubo un gesto de aprobación con la cabeza sobre
todo entre las mujeres de más edad. Una exclamó a media
voz: «Lo mismo pasa aquí».
Todos esperábamos que la doctrina sobre el matrimonio
resultara algo más alegre y hermosa. Pero la Biblia es muy
realista y sensata. Dice: «deja el hombre a su padre y a su ma-

25
dre». Dejar es ql precio de la felicidad. Tiene que haber una
separación sincera y completa. Lo mismo que el recién nacido
no puede crecer si no se le corta el cordón umbilical, así tampoco
puede crecer ni desarrollarse él matrimonio mientras no haya un
dejar, una clara separación de la propia familia.
Y esto resulta difícil. Es difícil para los hijos dejar a los
padres. Pero igual de difícil es para los padres dejar marchar
a los hijos.
Los padres son como esas gallinas que incuban huevos de
pato. Cuando nacen los patitos se meten en el estanque y se ale­
jan nadando. Las gallinas no pueden seguirles, y se quedan ca­
careando a la orilla del estanque.
Mucho antes de que Daniel hubiera traducido la úl­
tima frase se oían carcajadas en el auditorio, principal­
mente entre la gente joven.
No se puede uno casar sin «dejar». Si no hay un verdadero
«dejar», el matrimonio se cargará de problemas. Si la pareja
no tiene oportunidad'de empezar a vivir en su propia casa, com­
pletamente separados de sus familias, hay un gran peligro de
que se interfieran constantemente los parientes.
En Africa, a veces se usa la costumbre del precio que htfY
que pagar por la novia como una especie de interferencia. Algunos
padres que no quieren dejar marchar a su hija suben tanto el
precio de la novia que la pareja queda en deuda durante largo
tiempo. Tales deudas se usan entonces para evitar ttna verdadera
separación de los padres.
En aquel momento se hizo un silencio total en la igle­
sia. En aquel silencio pude percibir cierta resistencia. Leía
en sus rostros que no eran capaces de aceptar esto. Era
evidente que el «dejar» les resultaba difícil de aceptar.
Por eso continué:
¿Es este el concepto occidental sobre el matrimonio? De
ningún modo. No he venido aquí para presentaros el concepto
occidental del matrimonio. He venido para presentaros el con­
cepto bíblico.

26
Todo el mundo tiene problemás en «defar». Si preguntáis
a un asesor matrimonial europeo con qué problema tiene que
enfrentarse con más frecuencia probab�emente os contestará:
«Con el problema de la suegra».
De nuevo sonaron carcajadas. La misma clase de car­
cajada y sonrisa, que suele suscitar esa palabra en audito­
rios americanos y europeos. Después continué:
En América y en Europa es la madre del marido la · que
suele interferirse. No le cabe en la cabeza que esa muchacha con
la que se ha casado su hijo sea capaz de cuidar de él. ¿Sabrá
lavarle bien las camisas? ¿Sabrá cocinar como a él le gusta?
Allí, aunque no hery que pagar nada por la novia, se suele usar
el dinero como un medio de retener a la parefa en dependencia y
obligarlos a vivir en la misma casa y hasta en el mism() aparta­
mento que uno de los padres. •
Un verdadero «dejar» y un verdadero «permitir marchar»,
no sólo apaante y exterior sino también interno, es difícil para
cualquiera. He leído que en Africa es la madre de la esposa la
que suele causar más problemas. En caso de que herya problemas
matrimoniales la esposa trata de volver a casa con su madre.
Por esto uno de mis amigos africanos ha defendido que esta ,
frase bíblica deberla indicar expresamente que también la mr,ger
debe defar a su padre y a su madre. ¿Por qué se suelen marchar
a casa las mr,geres africanas? Porque la mr,ger ha defado su
familia, mientras que el esposo, no. En vuestro país el hombre
se queda en su propia casa, o cerca de su casa, y su esposa tiene
que unirse a él.
El hombre que escribió la frase que estf!Y comentando vivió
en una sociedad muy parecida. Allí era cosa muy natural que
la mr,ger tuviera que defar su casa y hacerse un miembro del clan
del marido. El mensaje revolucionario y sin precedentes consistía
en que el hombre tuviera también que defar su familia. Esto
debió herir los oídos de los (!Yentes masculinos de aquel tiempo
tanto como puede herir los vuestros hf!Y.
Dicho mensaje protege los derechos de las mr,geres. Pretende
crear una unidad entre el marido y la esposa. El mensaje se

27
puede expresar en otras palabras: ambos tienen de dejar, no
sólo la mujer sino también el marido. Y lo mismo que ambos
tienen que dejar, ·así también ambos tienen que tmirse, no sólo
la mujer al marido, sino también el marido a la mujer, como
expresamente afirma nuestra frase bíblica.
Esto nos lleva a la segunda parte:
El unirse. Dejar y unirse se corresponden mut11t1mente.
Uno describe más bien el aspecto público y legal del matrimonio,
otro, en cambio el aspecto personal. Se entrelazan mutuamente.
En realidad no es posible unirse si no se ha dejado. Y tampoco
es posible dejar si no se ha tomado la decisión de unirse.
El sentido literal de_ la palabra hebrea que equivale a «unir-
se» es adherirse a, pegarse, ser pegado con cola a una persona.
El marido y la esposa son pegados uno a otro con cola como dos
pedazos de pape/. Si intentamos separar dos pedazos de papel
que han sido pegados con cola tenemos que romper los dos. Si se
quiere separar un ho111bre y mujer que se han unido, los dos
resultan dañados,y también los hijos en el caso de que los tengan.
El divorcio es como tomar una sierra y partir cada hijo de
la cabeza a los pies.
Un silencio sepulcral cayó sobre el auditorio.
Otra consecuencia de• este estar pegados con cola es que el
marido y la mujer están ml!J próximos el uno al otro, más
próximos que a ninguna otra cosa y más que a nadie en el mundo.
Más próximos que a ninguna otra cosa. O sea, que esto e.r
más importante que el trabajo o la profesión del marido, más
importante q11e la limpieza de la casa, más que cocinar o q11e
cttalquier otro trabajo de la esposa, en caso de que trabaje.
Más próximos que ,1 nadie. Más importante por tanto que
las amistades del marido o de la esposa, más importante que lo.r
visitantes _y huéspedes~ y hasta más importante que los hijos.
Cuando vuelvo a casa de un viaje, doy siempre una gran im-
portancia al hecho de abrazar a mi esposa antes q11e a mis hijos.
De esta manera quiero hacerles comprender que el padre está
más cerca de la ,11adre y la madre más del padre. ·
En ·los matrimonios jóvenes es mt[J frecuente que haya una

28
crisis después del nacimiento del primer hijo. ¿Por qué? La
esposa comete el error de estar más cerca de su hijo que de su
esposo. El niño se convierte en el centro de su vida, Jo cual hace
que el esposo se sienta como un extraño.
Los hombres se sonreían dando a en.tender que esta-
ban de acuerdo.
El «unirse» según este sentido profundo, el estar pegados
uno al otro, sólo es posible por supuesto entre dos personas. Un
hombre sólo puede unirse a su. mujer, nunca a sus mujeres.
Nuestra frase bíblica fue redactada intencionadamente como un
ata-que contra la poligamia de David y de Salomón~ Afirma: ·
«Por eso ... el hombre... se une a su mujer».
Esta frase arremete no sólo contra la .poligamia simultánea
de la sociedad africana, sino también contra la poligamia suce-
siva de la sociedad occidental.•EJ elevado número de divorcios
en Europa y América no significa que uno tenga varias mttieres
a la vez, sino una después de oira.
Quizá tendríamos que usar hoy otra palabra en vez de
«unirse->>. Usaríamos sin duda la palabra <<amar». Pero es in-
teresante que la biblia no use aquí esta palabra.
Unirse significa amar, pero amar de una manera especial.
Es un amor que ya ha tomado una decisión y no anda a tientas
y como buscando. El amor que se une es un amor maduró, amor
que ha decidido permanecer fiel, fiel a una sola persona, y com-
partir con esta única persona toda la propia vida.
Esto nos lleva a la tercera parte.
Hacerse una sola carne. Esta expresión describe el as-
pecto físico del matrimonio.
Recordé que Daniel me había dicho que evitara el
usar la pa~abra «sexo».
Este aspecto físico es tan esencial en el matrimonio como el
aspecto personaJ'y legal. La unión física entre el marido y la
mujer entra dentro de la voluntad de Dios respecto al matri-
monio, como el dyar los padres.y unirse el uno al otro.
Sé que. algunas personas se sienten molestas al hablar sobre

29
el aspecto físico del matrimonio. Creen que es algo profano,
quizá hasta indecente, algo que nada tiene que ver con Dios.
Me gustaría hacer a estas personas la misma pregunta que
Pablo hacia a la iglesia de Corinto: «¿No sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu santo?». Y así nos es permitido
y necesario hablar del aspecto corporal del matrimonio. Yo me
atrevería a preguntar: ¿Dónde podríamos hablar sobre este
problema ·con mcryor libertad y respeto que en la iglesia?
El silencio continuaba. Me di cuenta de que estos
pensamientos eran totalmente nuevos para muchos.
Me diréis: «Hablar sobre las cosas del cuerpo va contra
nuestra tradición africana. Estas cosas son tabú para .nosostros».
Es mffY curioso. Si hablo a los padres en Africa y les
aconsefo enseñar a sus hijos estas funciones del cuerpo, me dicen:
«Los padres europeos y americanos quizá puedan hacerlo porque
para el/os estas cosas son más naturales. Pero pára los africanos
esto es imposible». Sin embargo cuando hablo _a padres europeos
y americanos, me dicen: «La gente en Africa está más cerca de
la naturaleza. Quizá ellos puedan hacer esto, pero para nosotros
es imposible».
Tengo la impresión de que e.rta dificultad es mundial. En
todo el mundo a los padres les 'resulta difícil dar a sus hijos una
educación adecuada sobre los aspectos físicos del matrimonio.
La razón es porque o se le considera tan santo, que ni siquiera
se puede pronunciar, o tan profano, q,,e nos da verguenza mencio-
narlo. La Biblia rechaza ambas posturas al afirmar que perte-
nece a Dios y por consiguiente podemos y debemos hablar de
ello. La unión física del hombre y de la mtefer está tan cerca de
Dios y le es tan querida como puede serlo la fidelidad de ambos
y la legalidad de su matrimonio.
Por supuesto, «hacerse una sola carne» significa mucho
más que la unión física. Significa que dos personas comparten
todo lo que tienen, no sólo sus cuerpos y posesiones materiales,
sino también su pensar y sentir, su gozo y sufrimiento, sus espe- -
ranzas y temores, sus triunfos y fracasos. «Hacerse una sola
carne» significa que dos personas se hacen enteramente una sola

30
en el cuerpo, el alma y el espíritu, y sin embargo, permanecen
dos personas diferentes.
Este es el más profundo misterio del matrimonio. Es di-
fícil de entender. Quizá no podamos entenderlo del todo. Tan
sólo podemos experimentarlo. Una vez lo vi representado de
una forma original.
Saqué de mi cartera una escultura de dos cabezas, la
de un hombre y la de una mujer. Las cabezas estaban
unidas con una cadena de eslabones de madera. Levanté
hacia arriba la escultura.
Esto es un símbolo del matrimonio que la iglesia de Libe-
ria entrega a la parqa como recuerdo de sus promesas matri-
moniales. Si os acercarais y la observarais detalladamente, ve-
ríais que la cadena no tiene junturas. Toda ha sido tallada ele
una sola pieza de madera para• significar un mensaje: «Donde
Dios une, no hcry ninguna juntura».
Para mí ésta es la demostración más convincente del mis-
terio profundo del matrimonio. Los dos se hacen del todo uno,
una sola carne, h~hos de una pieza de madera, y sin embargo
siguen siendo dos personas individuales. No son dos mitades
que forman un todo, sino que dos personas completas forman un
todo totalmente nuevo. En esto consiste el hacerse una sola
carne ...
Bajé hacia mis oyentes y di el símbolo del matrimo-
nio a los que estaban sentados en primera fila. Se lo pa-
saron de mano en mano mirándolo. A vaneé hacia el
gran encerado que Daniel había colocado a un lado del
altar y tomé un trozo de tiza.
Ahora viene el mensaje más importante de nuestra frase
bíblica. Hemos estudiado las tres partes: el dqar, el unirse y el
hacerse una sola carne. El mensaje consiste en que estas tres
partes son inseparables una de otra. Si falta una de las partes,
el matrimonio no es completo. Sólo quien ha «ddado», sin
reparar en las consecuencias y sólo los que «se unen» exclusiva-
mente el uno al otro pueden llegar a ser «una sola carne».

31
Estos tres elementos: el dejar, el imirse y el hacerse una
sola carne están relacionados entre si como los tres ángulos de
un triángulo.
Me volví al encerado y tracé un gran triángulo de
esta forma:
dejar

unirse D una sola carne


bn el ángulo superior se podría también escribir «acto
público y legal» o simplemente «boda» o «matrimonio». En el
ángulo izquierdo podríamos también escribir «amor» o «fideli-
dad», y en el ángulo derecho «unión fisica» o simplemente la
palabra «sexo»., si con esta palabra se quiere significar mucho
más que en la mera unión sexual.
Era la primera vez que me atrevía a usar la palabra
«sexo», pero el clima del ~uditorio era ahora tan abierto
que no ~uve temor de herir innecesariamente los senti-
mientos. Dij-e señalando al triángulo:
Si queremos tener un. matrimonio real, es necesario tener
presentes estas tres cosas. Para los Jóvenes que todavía no están
casados, ésta es una meta. Para los casados, una tarea nueva
cada dla. Asl como un triángulo no es triángulo si falta uno de
los ángulos, de la misma .manera el matrimonio no es matri-
monio si falta uno de estos tres elementos.
Pero ahora tengo que llamar vuestra atencion ante otro
hecho ml!J importante de nuestra frase bíblica. ¿Cómo termina?
¿Qué es lo último en este versicu!o del Génesis?
Abrieron de nuevo las Biblias y algunos levantaron
la mano en seguida.
-Es la palabra «carne» -contestó un hombre de
edad madura.
-No ,-dije yo- ¿qué viene después de «carne»?

32
Hubo ·un largo silencio. Finalmente un joven dijo:
-Un punto.
Hubo carcajadas, pero yo acepté la respuesta.
-Sí -dije-, este punto final es de gran importan-
cia.
Regresé al púlpito y volví a leer el versículo de la
Biblia:
«Deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer,
y se hacen ttna sola carne». Punto. En este versículo clave sobre
el matrimonio, citado cuatro veces en la Biblia, no hay ni 1-ma
sola palabra sobre los hijos.
El efecto que produjeron estas palabras sobre el au-
ditorio fue tremendo. Fue como si hubiera arrojado ·una
bomba dentro de la iglesia. Se pusieron impacientes,
movían las 1;,abezas, empezaron•a hablar entre sí y alguno
hizo cierto sonido con los labios indicando desapro-
bación.
Permitidme explicarlo, grité en medio del alboroto.
Eché una mirada al rostro de Daniel. Y o no estaba se-
guro sobre qué pensaría, pero parecía satisfecho. Era evi-
dente que se sentía contento ante la participación activa
de su comunidad.
No me entendáis mal. Los hijos son una bendición de Dios.
La Biblia lo recalca una y otra vez. Yo mismo tengo cinco hi-
jos y estoy mlfJ agradecido. Mi esposa y yo los hemos recibido
como señal de la bondad de Dios, como una verdadera bendición
en nuestro matrimonio.
Los hijos son una bendición para el matrimonio, pero una
bendición adicional. Cuando Dios creó a Adán y a Eva los
bendijo y luego les dijo : «Sed fecundos y multiplfraos» (Gén
1, 28). Según el texto hebreo está claro que este mandamiento
fue una acción adicional a la acción de bendecir.
Por esto cuando la Biblia describe los elementos indispen-
sables del matrimonio es bastante significativo que no mencione
expresamente los hijos. Dejar, unirse y hacerse una sola carne

33
son suficientes. P1111to final. Incluso si 110 hqy hijos, la 1111ión en
1111a sola carne no resulta un sinsentido.
El punto final significa que el hijo no hace que el matrimo-
nio sea matrimonio. Un matrimonio sin hijos es también matri-
monio en el pleno sentido de la palabra.
Punto final significa: la infecundidad no es razón para di-
vorciarse. NinglÍn hombre puede decir: «Esta mujer no me ha
dado un hijo. Por tanto no estoy verdaderamente casado con
ella». No es lícito despedirla y con esto quizá obligarla a ha-
cerse 1111a prostituta. Si un matrimonio no tiene hijos, no signi-
fica que se rompan los elementos del 1111irse, ni se pone en tela
de juicio la legalidad del matrimonio.
Daniel había traducido estas últimas afirmaciones con
un énfasis especial, haciendo ver que el divorcio moti-
vado por la falta de hijos era bastante frecuente en su
país.
Y por esto, a pesar de que el tiempo se hacía corto,
quise seguir desarrollando el tema. Pregunté a Daniel si
podía continuar durante unos diez minutos. Me dijo:
-Te escuchan atentamente. Puedes seguir todo el
tiempo que quieras.
Existe otro concepto sobre el matrimonio. Está en contra-
dicción con la concepción bíblica del matrimonio que acabo. de
exponeros punto por punto. Este concepto del matrimonio
está muy dif1111di.do. Lo he hallado en muchas partes del m1111do.
El concepto-huerto del matrfmonio, como a mí me gusta
llamarlo, está basado en 1111a obra que lleva por título Matri-
monio este y oeste, escrita por David y Vera Mace, ase-
sores americanos de matrimonio, que dirigieron 1111 seminario
sobre matrimonio con veinte asiáticos, el año 1958. en Chieng-
mai, Tailandia.
Este concepto-huerto del matrimonio, tal como lo describen.
los Mace, habiéndolo importado de China; se basa en una bio-
logía errónea. ·
Concibe al hombre como el sembrador de la semilla .Y a la
mujer como la tierra, como el huerto. El hombre siembra su

34
semilla en la mujer. El cuerpo de la mujer nutre la semilla,
lo mismo que el suelo nutre el grano de arroz. Así como la planta
crece del grano, así el niño crece de la semilla del hombre. El
niño es hijo del hombre, su espíritu que fluye~ su vida que se pro-
longa.
Este concepto se funda naturalmente en una biología erró-
nea. Las consecuencias de esta forma de concebir el matrimonio
como un huerto son tremendas. Permitidme exponerlas bre-
ven1ente:
Primero: los hombres son más importantes que las mujeres.
La mt9er nunca puede ser tan importante como el hombre, lo
mismo que el suelo no puede ser tan importante como la semilla.
Por su misma naturaleza, la mujer es secundaria, auxiliar.
Esto explica mejor que ning1111a otra cosa la discriminación en-
tre el hon1bre y la mujer, no sólo en Asia, sino también en Amé-
rica y f,11 Europa. Vosotros sabréis si también sucede en Africa.
Segundo: los hijos son más importantes que las hijas. La
línea de la familia se continúa a través de los hijos. Una familia
que no tiene hijos varones y cuya línea muere es como 1111 árbol
cortado de raíz.. Sus antepasados se avergüenzan y no tienen
paz. .
Advertí un movimiento entre mis oyentes que me
indicó que había dado en el blanco, aunque estaba des-
cribiendo una idea china del matrimonio.
Tercero: la relación entre el marido y la mujer es la misma
que hay entre el poseedor y s11 posesión, así cómo el sembrador
de la semilla posee el suelo en el que siembra. El deber principal
de la mujer es obedecer. Es también privilegio del hombre el
escoger. El escoge el huerto fue va a comprar. El huerto no
tiene nada que decir. El nive de elección es la fertilidad poten-
cial del huerto.
Cuarto: 1111 matrimonio. sin hijos es inútil y sin sentido,
como un campo baldío. Si la mujer fracasa en dar hijos, fracasa
en su destino,ya que según esta opinión, el único sentido del ma-
trimonio son los hijos.
Quinto: explica la práctica del divorcio y. de la poliga-

35
mia 1• Si el huerto de un hombre no da fruto, o devuelve el huerto
a su antiguo poseedor _y pide al padre de la muchacha que le de-
vuelva el precio que él pagó por ella, o retiene el huerto y ad-
quiere uno o dos más que le produzcan fruto. La poligamia sólo
es comprensible en el concepto-huerto. Es más, el hombre puede
tener varios huertos, pero un huerto sólo puede tener un poseedor.
La mujer se halla siempre en desventaja.
Sexto: he mencionado la costumbre del precio que se paga
por la novia. Esta costumbre está estrechamente relacionada con
el concepto-huerto. En realidad no es el precio del hiterto, sino
de los frutos que el huerto va a producir. No es el precio de la
novia, sino de los hijos que ella tiene que dar. Esta es la razón
por la que algunas veces no se paga del todo hasta qtfe no hqya
dado a luz el primer hijo, y sólo si el nacido es varón. Una
viuda pierde los hijos, si se casa fuera del clan de su marido
difunto, que pagó por estos hijos. Ellos en realidad no pertene-
cen a la madre viuda. A propósito, una viuda es la creatura
más digna de lástima según el concepto-huerto. Es una posesión
que ha perdido su poseedor. ·
Séptimo: El concepto-huerto explica también por qué la
mujer es más censurada que el hombre por el adulterio. Ambos
son culpables, pero por motivos diferentes. Si el hombre comete
adulterio, siembra su semilla en un huerto que no le pertenece.
Perjudica al poseedor del otro huerto y ha de compensarle, pa-
gándole una multa. Pero no se considera que hace 'mal a s11 pro-
pia esposa ni que viola su propio matrimonio.
Por el contrario, si una esposa comete adulterio, hace lo
peor que puede hacer a su esposo. Ella permite q11e se siembre
simiente extraña en el huerto de su esposf!. Pone en peligro la
integridad de la linea familiar del mismo. Viola su propio .
matrimonio. Su culpa es mucho mr,ryor.
Finalmente: Según el concepto-huerto, no existe lugar al-

1. La palabra «poligamia» se usa en este libro en el sentido de


«poliginia», o sea, matrimonio de un hombre con varias mujeres.
En Africa se usa generalmente en este sentido, ya que la «polian-
dria», matrimonio de una mujer con varios maridos, es desconocida.
guno para la persona qt1e no está casada. Una muchacha no ca-
sada es un huerto que podría producir fruto, pero que no t!ene
sembrador. Y esto no tiene sentido. ,Pero lo más tonto que se
pueda pensar es un solterón. Es un sembrador de semilla que no
compra ttn huerto en el que sembrar su semilla. ¡ Incompren-
sible!
Una estruendosa carcajada siguió a esta última afirma-
ción. Vi a Maurice todo radiante de alegría mientras sus
amigos le golpeaban en los hombros.
El concepto bíblico de matrimonio contradice el concepto-
huerto en cada punto de los expuestos.
En primer lugar la Biblia prescinde del concepto erróneo
de· reproducción.
El niño no nace de la semilla del hombre, sino que, de acuerdo
con la Biblia y según lo ha aemostrado la ciencia moderna, el
marido y la esposa contribqyen por igual a la creación de una
nueva vida.
El niño no es sólo hijo del hombre, sino que pertenece al
marido y a la esposa. Lo mismo que ambos tienen que dejar a sus
padres y ambos tienen que 1,1nirse el uno al otro y ambos tienen
que hacerse una sdla carne, así también el niño pertenece a los
dos, al esposo y a la mujer.
El concepto-huerto discrimina a la mujer. La Biblia, sin
embargo, concibe a la mujer no como ser inferior, sino como
compañera igual que srt marido, no como ttn oijeto, sino como
persona con sus propios derechos.
El concepto-huerto invita a realizar múltiples matrimonios
porque considera a la mujer como una propiedad que se puede
aumentar en número, a discreción. La Biblia orienta hacia la
monogamia. .
Hay que elegir entre el huerto y el triángulo. ¿Consideráis
a vuestra esposa como un huerto o como una compañera por la
que dejáis vuestros padres, a la que os unís y con la que os hacéis
una sola carne?
Hice una pausa. Reinaba un completo silencio. Mu-

37
chos miraban a mi dibujo del triángulo y pude leer en sus
ojos una gran pregunta. Después continué:
Queda 1111a pregunta. ¿Q11é lugar ocupa el hijo en nuestro
triángulo? ¿Quién quiere contestar a esta pregunta?
Se levantaron muchas manos. Indiqué a una mujer
de unos treinta años que llevaba un niño a la espalda. Se
levantó, y avanzó hacia el encerado. Después, sin vacilar,
señaló el centro del triángulo.
-Sí -contesté, y pude percibir un sentimiento de alivio
en todo el auditorio-. El lugar del hijo está en el centro del
triángulo. Empieza en la unión física del padre y de la madre.
Está rodeado por el amor y la fidelidad Je ambos padres, y se
halla protegido y amparado por la legalidad del contrato matri-
.monial. Este es el lugar del hijo en el triángulo del matrimonio.·
Es el único clima en el que puede madurar y prepararse para
su futuro matrimonio.
Mientras todos los asistentes cantaban el himno fi-
nal, no puede alejar una sensación de fracaso. Habían
permanecido tan callados al acabarse la charla ... No
pude resistir al deseo de buscar una palabra consoladora
en Daniel.
-Me he alargado demasiado, ¿verdad? -mu'~muré a
su oído. .
-No creo. Han estado escuchando muy atentos.
-¡Pero estaban tan callados al final!
-:-Cuando nuestra gente está impresionada, se vuelve
muy callada.
Pero yo no estaba seguro de si lo único que pretendía
era ser cortés. Por eso le pregunté directamente:
-¿Qué te pareció a ti?
Me dedicó una _sonrisa inteligente como si mis pro-
pios sentimientos le fueran familiares y después dijo:
-Bueno, has ido directamente al problema.
-¿No se habrán molestado?
-No creo. Muchas cosas no las hubieran aceptado

38
si las hubiera dicho yo. Y además, si se han ofendido,
¿qué importa? ~¡;_e:;___!.rat!..b.a de que transmitieras tu
pr.gpí2_1P..~, ¿no es cierto? Ahora tienesque saludar
a la gente. ----
Pasaron desfilando, uno por uno, apretando mi mano
con ambas manos según su costumbre.
Miriam fue la última en saludarme.
¿Puedo presentarle a mi ·novio? Este es Timothy.
Un muchacho con uniforme de soldado se acercó a
saludarme. Era algo moreno, y aunque ligeramente más
bajo que Miriam, tenía un cuerpo fuerte y muscular.
- Muchas gracias por su charla. Me gustaría hablar
con usted.
-¿Por qué no vienes conmigo al hotel?
Me dirigí con Miriam y Timothy hacia el coche de
Maurice.
-¿Qué te pareció la• conferencia? -pregunté a
Miriam.
- Entendí muy bien el mensaje. Creo que Timothy
y yo tenemos problemas con el lado izquierdo del trián-
gulo: el ángulo del unirse. No sabemos si nuestro unir-
nos es suficientemente fuerte como para aceptar el dejar.
-Muy bien -respondí-. Timothy y yo podemos
hablar despacio sobre el problema.
Miriam parecía estar contenta.
Timothy montó apresuradamente atrás y yo me senté
delante junto a Maurice. Pero no pudimos arrancar.
Un grupo de jóvenes nos cerró el camino. Uno llamó in-
sistentemente al cristal de mi ventanilla. Yo lo bajé.
-¿Ha venido usted para destruir nuestra cultura
africana? Su voz sonaba algo irritada.
Los demás lo rodearon.
- Usted destruye nuestras familias africanas.
-¿Que yo destruyo vuestras familias?
-Afirmar que se debe dejar padre y madre va contra
todas las tradiciones africanas. Se nos ha enseñado a
amar a nuestros padres, no a dejarlos. Además estarnos

39
obligados no sólo para con la pequeña familia, sino tam-
bién· para con la gran familia.
- Vuestra tradición .me merece todo respeto. Los eu,
ropeos pueden aprender mucho <;lel respeto de los afri-
canos a sus mayores y de su profundo sentido familiar.
Y o no pretendo destruir nada.
Cada vez iba llegando más gente que se apiñaba al-
rededor del coche.
- Esto no se lo creemos ¿Có_mo pide entonces que
tiremos a· nuestros padres a la basura?
-Yo no he dicho eso: debéis. dejarlos. Esa es la
diferencia. Dejarlos no es abandonarlos en la estacada.
Al contrario.
-¿Entendéis vosotros esto? -dijo mi contrincante
volviéndose a los demás-. Para mí es demasiado ele-
vado.
Y o intenté aclarar:
-:-Primeramente se ha de dar a la pareja la posibili-
dad de dejar a sus padres y fundar su propio hogar, des-
pués podrán ayudar a las familias del marido y de la mu-
jer. Un hijo sólo podrá responsabilizarse un ·día de su
madre, si se le ha dado la libertad interior y extedor de
separarse de ella. Igualmente la pareja podrá ayudar a
sus paqres responsablemente y preocuparse por ellos
en su v~jez, si se le permite dejarlos y quedar libres de
las antiguas ataduras.
-¡La pareja, la pareja! -replicó él-. ¿Y la gran
familia?
-Solamente podrá existir si la pequeña familia tam-
bién vive en armonía. Tienen que hacerse independien-
tes, también desde el punto de vista económico, en lu-
gar de dejarse explotar ·por la gran familia. Las pequeñas
familias independientes no só1o no son parásitas, sino
apoyo de la gran familia.
Pero mi oponente no se daba por vencido:
-Eso es una idea europea del matrimonio.

40
- Usted desprecia los valores de nuestra cultura -dijo
uno de entre la multitud.
-Querido amigo -dije yo tan tranquilo como pu-
de-, yo no he venido aquí a ofrecer el modelo europeo
del matrimonio. Porque en realidad no existe tal modelo.
Y o he presentado un modelo bíblico. Este modelo bí-
blico lanza un desafío a todas las culturas. Dejar a los
padres es para nosotros europeos una píldora tan amarga
como para ustedes.
- Usted quiere occidentalizarnos y destruir nuestra
cultura -insistió él.·
-Oiga usted -le respondí-, esta tarde he dado una
vuelta por su barrio de prostitutas. Eso sí que es occi-
dentalizarse. Eso sí que es ~espredo de sus valores cul-
turales. De esa manera destruyen ustedes mismos su
cultura.
Algunos reaccionaron• con risas. En otros se notaba
su repulsa. Y o pedí a Maurice que arrancara. Lentamente
se fue haciendo paso a través de la multitud.
Uno gritó detrás de nosotros:
-¡Mañana volveremos a hablar de esto! _
Continuamos un rato en silencio. Después dije a
Maurice con una sonrisa:
-¿Cómo está el sembrador sin huerto?
- Pensando mucho. Es tan verdad lo que ha dicho
usted sobre las viudas: una propiedad sin propietario.
Por eso he sentido siempre y todavía siento que tengo
un deber para con mi madre viuda. Y a ve usted, en rea-
lidad no me era posible el dejar, y ésta es la razón por la
que todavía no he llegado al unirme.
- Y tú no tuviste un padre que te comprara un
huerto.
-No, tuve que trabajar para pagarme mi educación
y cuidar de mi madre al mismo tiempo. Creo que todavía
debo seguir manteniéndola. Si usted dice que la primera
condición para un matrimonio es dejar la propia madre,
mucho me temo que nunca pueda casarme.

41
- Y o dije que el «dejar» no significa dejar en la es-
tacada.
-Sí, pero ¿cómo puedo ponerlo en práctica? Si yo
me casara tendría que llevar a mi madre conmigo. ¿Cómo
podría yo dejarla y al mismo tiempo vivir con ella?
-Hay una diferencia. Si te quedas en su casa y tu
esposa tiene que mudarse a la casa de tu madre, serán
inevitables las dificultades. Pero si sales fuera y ¡.,ones tu
propia casa, entonces «has dejado» verdaderamente'. Si
después es necesario ofrecer alojamiento a tu madte en tu
propia casa, es muche> menor el peligro de fricción.
Nos paramos delante del hotel.
- Bien -dijo Maurice cuando Timothy y yo salía-
mos del coche-, todo lo que yo necesito es una chica.
- Y o creía que tenías una.
-¿Se refiere usted a aquella del autobús? No sé.
Despué~ de su conferencia tengo serias dudas sobre si
podré llegar a ser con ella · «una sola carne», tal como
usted lo interpretó: compartiendo todas las cosas.
-Si tienes dieciocho años más, ella podría ser tu
hija. Te sentirías tentado a tratarla así. En el mejor de
los casos, ella sería un huerto obediente, no una compa-
ñera.
Maurice rió.
-Pienso que por esto a los africanos les-gusta casarse
con chicas jóvenes. Prefieren tener huertos obedientes.
El problema está en que no sé cómo abordar a una chica,
cómo hablarla.
-Bien, podemos hablar mañana sobre ello. ¿Vendrás
a buscarme de nuevo? Y por favor, tráete a tu madre.
-¿Mi madre? Si pasa de los sesenta. No creo que se
preocupe por los temas del sexo y del amor.
-De todas maneras, tráela contigo.
Se alejó en el coche; Timothy y yo subimos a mi ha-
bitación. Nos sentamos frente a frente y empezamos a
hablar.
-Miriam me habló en el aeropuerto esta tarde.

42
-Si, ya lo sé. ¿Cree usted que ~s buena chica?
-Desde luego. Y también es muy bonita.
. -¿Cree usted que estaría bien que yo me casase con
ella?
-¿Crees tú que Miriam se casará contigo?
- Esta es precisamente la cuestión. Yo sé que ella
tiene sus dudas sobre si nos adaptaremos el uno al otro.
-¿Te ha dicho ella por qué vacila?
-No. Hablamos muy poco. Pero me imagino de qué
se trata. Yo soy unos centímetros más bajo que ella y
también un poco más moreno. •
-¿Es una desventaja el ser más moreno?
-Sí, entre nosotros uno es tanto mejor considerado,
cuanto más blanco es.
-Bien; Minam no mencionó esto.
-¿Qué dijo ella? •
- Yo preferiría que tú mismo se lo preguntaras.'
-Pero no podemos hablar de estas cosas. Creo que
Miriam quiere que usted me lo diga. Por ·eso 'ha concer-
tado ella este encuentro.
- Lo sé. Sin embargo seria mucho mejor que ella
misma te lo dijera. Porque así pgdrías aprender algo que
es indispensable para el matrimonio, esto es, el com-
partir, el comunicar.
Se quedó et,- silencio.
-¿Qué edad tienes?
- Veintidós años.
-¿Sabes qué edad tiene Miriam?
-No, nunca me lo ha dicho.
-¿Cuánto gana ella?
-Nunca se lo he preguntado. Dejé la escuela después
de haber terminado el octavo grado. Después me alisté
en el ejército.
-¿Qué planes tienes ahora?
-¿Qué quiere usted decir con «planes»?
-¿Qué piensas hacer en el futuro? ¿Cuáles son tus
esperanzas?

43
- Nada especial. Después de unos años podría lle-
gar a ser sargento. No sé qué otra cosa decir.
-Pero, Timothy, Miriam tiene los estudios de en-
señanza media. Ella gana más que tú y también es un
año mayor que tú.
-¿Es cierto? -dijo él pensativo-. Pero, ¿son es-
tas cosa,s impedimentos para el matrimonio?
-Normalmente no. Yo pensaría en otros mayores,
por ejempló, convicciones religiosas diferentes, perte-
necer a otra cultura, distintas normas éticas, intereses en-
contrados.
-Así que ¿cree usted que podría tener éxito nuestro
matrimonio? _
· - Podría tener éxito, pero no fácilmente. Supondría
un gran esfuerzo. Todo depende de si os amáis el uno al
otro lo suficiente como para hacer este esfuerzo.
-Pero yo la quiero -dijo Timothy con énfasis-.
Si no puedo conseguirla, no sé qué haría.
-¿Suicidio?
-Se lo dije una vez.
--Cometiste una gran equivocación, Timothy. Esto
me hace dudar de si realmente fa quieres.
-¿Por qué?
-Porque tratas de forzarla con amenazas. Eso no
es amor. El amor nunca fuerza al otro. El amor verda-
dero concede al otro una libertad completa, hasta la li-
bertad de decir «no». Si se casara contigo para que no
te suicidaras, se casaría por miedo, no por amor.
-Pero, ¿qué puedo yo hacer para conseguir que ella
me quiera?
-Demuéstrale tu amor. No utilizando amenazas,
sino haciendo algún trabajo difícil.
-¿Trabajo? -Timothy parecía estar asustado-.
¿Qué clase de trabajo?
-Ocuparte de ti mismo.
Me miraba sin comprender.
-Como ves, Timothy, lo que más me preocupa en

44
tus relaciones con Miriam, más que tu diferencia de edad
y educación, es. tu falta de ambición. Estoy seguro de
que Miriam quiere sacar mayor partido de su propia
vida. Pero tú hace un momento me dijiste que podrías
llegar a ser sargento. Quizá. Pero, quizá no. Te falta
ambición. Si te casaras con Miriam, este;> ocasionaría pro-
blemas.
- Pero yo no puedo cambiar mi estatura o mi edad,
ni mi educación pasada.
-Sin embargo puedes cambiar tus ambiciones. Cam-
bia las cosas que tú puedes cambiar. Esto le demostraría
a Miriam mejor que ninguna otra cosa lo mucho que tú
la quieres.
Timothy seguía pensativo. Decidí interrumpir la con-
versación. Y a tenía bastante para reflexionar.
Marchó. Tenía triste la mirada. Estoy seguro de que
no había esperado que nuestra conversación llegara a
ese resultado. Después de que, se marchó reparé en el
día tan ajetreado que había tenido y durante unos mi-
nutos descansé. Me habría quedado dormido vestido, si
no hubiera sonado el teléfono.
-Soy la chica que le llamó esta tarde.
-¡Cuánto me alegro de que hayas vuelto a llamar!
Me olvidé de preguntarte cómo te llamabas y tu direc-
ción.
-No quise darle mi nombre ni mi dirección, porque
no quiero que se entere mi marido de que he hablado
con usted.
-¿Desde dónde llamas ahora?
-Desde casa. Mi marido acaba de salir a tomar una
cerveza. Pero cuando vuelva tengo que colgar inmedia-
tamente.
-Comprendo .
.:.... Estuve esta noche en su conferencia. Salí de la
escuela, y regresé antes de que se cerrara. Así no advir-
tió mi marido que había ido a la iglesia.
- Bien, ¿qué te pareció?

45
-Fue muy interesante. Pero no me gustó su triángulo.
-¿De verdad? ¿Qué tenía de malo?
-S~pongo que nada. Simplemente que no me gustó.
Tiene muchos •ángulos y vértices y puntos, que pican.
Exactamente lo mismo que el hombre. Lo que él suele
pensar del matrimonio no es más que líneas rectas, án-
gulos, y todo por el estilo. Las piezas deben ensamblar
juntas con precisión. Muy incómodo, muy poco atractivo
para mi.
-Gracias.
-Cuando pienso en el matrimonio pienso en algo
redondo, suave y blando. Algo en lo que uno se puede
envolver como en una capa caliente.
-Quizá debería haber dibujado un círculo con tres
sectores.
-Yo he pensado algo mejor. Viendo el triángulo que
usted dibujó en el encerado, pensaba que parecía algo
así como una tienda.
-¿Una tienda?
-Sí, una tienda. Tiene que tener por lo menos· tres
palos, de lo contrario no podría mantenerse en pie.
Pero si se sostiene, se puede entrar dentro arrastrándose
y sentirse cobijado y protegido de la tormenta. Se está
muy a gusto en una tienda cuando llueve. Esa es la
forma en que me gusta pensar en el matrimonio.
¡Una tienda I Nunca había pensado en esto. ,
-¿Te sientes así en tu casa?
-No. No me siento así. Mi tienda no está terminada.
Falta el ángulo superior: el ángulo que llamó, usted án-
gulo del «dejar», la acción pública y legal del matrimonio,
la boda. ,
-Si falta la parte superior, quiere decir que llueve
en el interior de la tienda.
-Sí. Llueve muy fuerte. No se está nada cómodo.
¿Quién me puede ayudar a arreglarla?
No podía ocultar que estaba sollozando.
· - Me gustaría intentarlo si me lo permites.

46
-Pero yo dejé mis padres y todavía no estoy casada
pública y legalmente.
- Bien, tu dejar fue un dejar diferente del que habla
la Biblia. No hubo un permitir marchar mutuo y volun-
tario entre los padres y la hija, lo cual en definitiva vin-
cula a ambos mucho más estrechamente. Tú los dejaste
por desprecio y ahora ellos te han dejado en la est_acada.
- Pero ¿por qué no cierra mi marido la parte superior
de la tienda?
-Quizá porque sabe que no puedes volver a casa de
tus padres. ·
-Pero por lo menos él no me trata como a un huerto.
-¿Qué te hace estar tan segura de ello?
-Que no quiere hijos.
-Quizá no te quiera como a un huerto, pero sí como
un jardín. Para diversión ile sus til!!mpos libres.
--Pero si él no me-compró. No pagó el precio de la
novia.
- Sin embargo paga tu escuela.
-¿Cree usted que ésta es una forma de pagar el pre-
cio de la novia para hacerme a mí dependiente?
-No puedo afirmarlo antes de haber hablado con él.
Pero es posible.
-Pero si yo le quiero.
- Lo sé. De lo contrario no me habrías llamado.
- Y él me quiere también. Por eso paga mi escuela.
- Y o quisiera que tuvieras razón. Pero ¿por qué no
tapa la parte superior de la tienda y legaliza tu matri-
monio?
Estaba sollozando de nuevo.
- Escucha, ¿no puedes darme el número de teléfono
para que yo pueda llamarle?
-¡Jamás I Ya viene.
Y soltó de golpe el auricular.
¡Una tienda! Debe ser una chica extraordinaria.
Una tienda. El matrimonio como una tienda. Tomé la
Biblia y hojeé las concordancias del índice. Había más de

47
cien textos alistados en la palabra «tienda». Busqué al-
gunos y después me quedé en Jeremías 10, 20:

Mi tienda ha sido saqueada,


y todos mis tensores arrancados,·
mis hijos me han sido quitados y no existen.
No hqy quien despliegue ya mi tienda,
ni quien ice mis toldos.

Este es su versículo, pensé. «No hay quien despliegue


ya mi tienda». ¡Si al menos supiera cómo se llama y el
número de su teléfono I Todo lo que podía hacer entonces
era usar el poder de los que no tienen ningún poder y
orar por ella.
Era la hora de acostarme. Al sacar el pijama de la
maleta cayó en mis manos una nota de mi esposa. La Jeí
y decía: «En amor y unidad contigo, Ingrid.»
Mi tienda, pensaba yo, mi tienda. Y después me quedé
dormido.

48
3

A la mañana siguiente me desperté temprano y des-


ayuné en el comedor del hotel. Cuando volvía a mi ha-
bitación, llegó Daniel.
Había oído muchos comentarios sobre mi confe-
rencia.
-¿Cómo reaccionó la gente mayor?
-En general muy bien. Uno de los más vteJos me
dijo: «Cuando al principio oí que iba a hablar sobre el
matrimonio en la iglesia, pensé que debería ser un hom-
bre perverso. Pero ahora veo que el matrimonio tiene
algo que ver con Dios».
-Si al menos hubiera dejado claro ese punto, ya
sería algo.
-¿Sabes qué me ha alegrado más? Había en la igle-
sia una pareja sin hijos. Sufren mucho porque no tienen
hijos. Pero se aman tiernamente y nunca pensarían en

49
el divorcio. Se s1nt1eron profundamente confortados
porque el triángulo está completo sin el hijo.
-Así que el concepto-huerto también está muy vivo
entre tu gente.
-Sí, mucho. Nuestra gente lo cree punto por punto.
Y también, que el hijo nace de la semilla del hombre,
y que los hijos tienen más valor que las hijas y que hay
que comprar el huerto.
Era un placer hablar con Daniel. Tenía profundas
intuiciones y estoy seguro de que era el mejor intérprete
que yo podía haber deseado. Con él yo me sentía muy
animado. Era un verdadero hermano.
-¿Sabes, Daniel, que he llegado a la conclusión de
que básicamente sólo hay dos conceptos sobre el matri-
monio en el mundo: el concepto-huerto y el concepto
bíblico, el triángulo? Naturalmente que hay toda clase
de divergencias y variantes posibles.
Daniel pensó unos momentos. Después dijo:
-El «dejar» aquí, en nuestra ciudad, es el mayor
problema. Nuestros matrimonios están «enfermos de
dejar». Tanto si los hijos dejan a los padres sin su consen-
timiento, como si no los dejan del todo. En ambos casos
los matrimonios se encuentran con problemas. Nuestra
gente no comprende cómo se puede dejar y al mismo
tiempo permanecer unido, o sentirse unido a pesar de
haber dejado. ,
-No creo que se pueda explicar. Es una paradoja.
El único modo de ilustrarlo es por medio de Cristo. En
su carta a los Efesios dice Pablo expresamente: «Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre... Gran
'misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la igle-
sia ... ». Cristo dejó a su Padre y sin embargo permaneció
uno con él. Los versos de un himno alemán lo expresan
así:
La Palabra del Padre sale
y con él eternamente permanece.

50
-Muy bien, pero explica esto a nuestra gente. No
uses la palabra «paradoja». No sabría cómo tradutjrla.
-Trataré de hacerlo, Daniel, ¿puedo hacerte· una
pregunta? ¿Qué fue lo que más te impresionó anoche?
Tenía la respuesta preparada:
- El estar tan próximos el uno al otro; más próximos
que a nadie y que a ninguna otra cosa. Por lo que a mí
respecta me es muy difícil el realizar mi trabajo como ·
pastor en perfecto equilibrio con mi matrimonio. No
tengo tiempo suficiente para mi esposa. Primero es mi
trabajo y después ella. Tiene razón cuapdo se queja de
que nunca puede contar conmigo para las comidas. Y
aun durante la comida tengo que levantarme tres o cua-
tro veces cuando llegan visitantes o suena el teléfono.
- Y o no sabía si Esthe• bromeaba ayer en el coche
o hablaba en serio.
-Hablaba muy en serio, Walter. Tiene razón. Pero
no sé cómo cambiar las cosas. También me impresionó -
mucho lo que dijiste sobre el compartir. Nosotros no
tenemos esto. No le -dedicamos tiempo.
El teléfono empezó a sonar mientras él hablaba.
Era la chica otra vez.
-¿Desde dónde llamas? -pregunté.
- Desde la escuela. Ahora tenemos recreo.
-¿Dijiste a tu marido que viniera a hablar conmigo?
-No. .
- Encontré algo para ti anoche. ¿Tienes una Biblia?
-Sí, tengo una de cuando iba a la escuela en nuestro
poblado. ·
-Entonces, lee Jeremías 10, 20. Es la frase que te va.
- La leeré. Adiós. Suena la campanilla para las clases.
Sólo quería saludarle.
Colgué el auricular.
-Es mi llamada anónima -dije a Daniel-. Es la
tercera vez que me ha llamado. Vive con un hombre que
no quiere legalizar su matrimonio. Pero él la envía a la

51
escuela y ella lo toma como una prueba de que él la
ama.
- Esto no es nada desacostumbrado en nuestra ciu-
dad -dijo Daniel-. Es muy raro que tenga una boda en
mi iglesia. La gente vacila porque hace más difícil el
divorcio. A lo sumo piden casarse por la iglesia cuando
ya han tenido varios hijos. Como ves, aquí la vida no es
tan rectilínea ni tan definida como tu triángulo. Hay
toda clase de intermedios.
· -Gracias por decírmelo. A esta muchacha tampoco
le gustó el triángulo. Dijo que los ángulos pinchaban.
-También me pinch:i.ron a mí -dijo Daniel rién-
dose.
- Bien, volvamos a tu problema. Podríamos cenar
juntos esta noche, después de la conferencia, cuando se
hayan acostado tus hijos. Me gustaría hablar con tu mujer
y contigo.

Cuando Maurice vino a recogerme aquella noche,


venía con él una señora mayor. Era pequeña y delgada,
cubierta su cabeza con un pañuelo blanco. Los ojos re-
lampagueaban en su arrugada cara.
Me saludó y me habló como si entendiera su .lengua.
Maurice traducía:
- Le saluda a usted y dice que ella es una propiedad
sin propietario.
-¿Le habló su hijo sobre la conferencia de anoche?
Movió la cabeza afirmativamente· y señalando a su
hijo añadió:
-Maurice es un propietario sin propiedad.
-Tiene usted un buen hijo.
-Cuida de mí muy bien.
- Puede estar usted orgullosa de él.
-Pero él necesit~ una esposa. Me gustada cuidar
también de ella. Ella· no tendría que trabajar mucho.
Yo podría cocinar para los dos.

52
Después que Maurice hubo traducido esto último
yo le dije:
- Piensa que llevarás a tu esposa con tu madre y que
ella seguirá llevando la casa. Debes explicarle muy de-
talladamente lo que dije ayer sobre el «dejar». Sobre todo
lo referente a la cocina. Aun cuando tu madre fuera
a vivir con vosotros, debe quedar muy claro quién manda
en la cocina.
-Quisiera que usted se lo explicara -contestó Mau-
rice-. Significaría más para ella si se lo oyera_ explicar
a usted. Hay ciertas cosas que aceptamos más fácilmente
si vienen de un extraño.
-Creo que todo el mundo tiene problemas con la
palabra <<dejar». Y es que se trata de una sabiduría que
no es humana, sino divina,-
Llegamos a la iglesia. Estaba otra vez llena. Cuando
me puse de pie en el púlpito al lado de Daniel, tenía la
sensación de ser completamente uno con él en lo que se
refería al mensaje que teníamos que decir.

53
.
4

Hablábamos· '!Yer sobre el triángulo del matrimonio, el


dejar, el 1111irse y el hacerse 1111a sola carne, lo c11al sólo es posible
entre dos personas.
Después me llamó por teléfono una señora para decirme que
a ella no le gustaba el triángulo q11e yo habla dibll}ado sobre el
en-cerado. Me dijo: «Tiene demasiados ángulos, vértices y pun-
tos q11e pican».
Entendí lo que ella quería decir. Tratad de pensar en este
triángulo del matrimonio, amor y sexo, no como algo inamovible
y rígido, sino como algo vivo.
Vi 1111a vez en 1111 circo tres malabaristas que se colocaban
de pie a igual distancia 11110 de otro como los tres p1111tos de 1111
triángulo. Cada 11110 de ellos ª"ojaba pelotas a sus otros dos
compañeros y las recibía de ellos. Cada 11110 tenla· que dar y a
la vez recibir. Mientras podlan mantener el ritmo de dar y re-
cibir seguía el juego en perfecta armonla.

55
El matrimonio es como esta exhibición de habilidad. St1
vida depende de la acción recíproca entre los aspectos físicos,
personales y legales de la relación.
Al llegar a este punto saqué de mi cartera un trián-
gulo de madera y lo levanté para que lo vieran todos.
Empuñé el ángulo izquierdo de la base y dije:
El matrimonio necesita amor. Del amor recibe su cumpli-
miento y su gozo. El amor es 11n don al matrimonio. Carga
al matrin1onio de un espíritu de aventura, de una esperanza sin
fin. El amor es como la sangre que late a través de las venas del
matrimonio. Le da vitalidad.
Y el estado de casado, de matrin1onio, comunica esta vida
a la unión sexual y proporciona un amparo a la unión de una
sola carne. Una mujer me dijo en cierta ocasión que ella prefe-
ría pensar más bien en el triángulo como si fuera ttna tienda.
No cabe duda de que el matrimonio e:r tma tienda para el com-
pañerismo físico. Los amantes se sienten protegidos y cobijados
bqjo ella. Libres de temor, experimentan gran satisfacción
.Y descubren el sentido de una paz redimida.
Este sentido de paz redimida se comunica después al amor.
Es el sólido fundamento ante las exaltaciones y depresiones de
los sentimientos y las emociones. Den_tro de la tienda la expe-
riencia de hacerse ttna sola carne refuerza el amor y lo hace
crecer. Da motivo al amor para la fidelidad y le hace anhelar
una permanencia.
matrimonio

56
El amor 110 sólo recibe fuerza del compañerismo físico;
comunica también su energía a la unión en una sola carne. El
amor anhela la expresión física, la profundiza y la hace signi-
ficativa y de gran valor. En cuanto que es acto de un amor casado,
la unión en ttna sola carne se convierte en «acto de amor» en el
pleno sentido de la palabra. . ·
Por consiguiente, dentro de la tienda el acto de a111or no sólo
recibe seguridad sino que también se la da al matrimonio. Me-
diante la entrega física del uno a otro, los que se aman renuevan
una y otrá vez las promesas de su boda.
El matrin,onio sirve al amor mediante esta afirmación cada
día renovada. Por esta razón el amor necesita del matrimonio
tanto como el matrimonio necesita del amor. En las horas tris-
tes, criando el amor está en peligro de enfriarse, el ,narido y la
esposa se acogen al hecho de estar casados y uno al otro se re-
cuerdan su mutua promesa. <fD(!sp11és de todo, me casé contigo», ,
se dicen. Es así como el 111atrimonio se convierte en protección ·
y en guardián del amor.
H~ en nuestros ·días 11na gran confusión sobre el sexo, el
amor y el matrimonio. Confusión que no sólo existe en Africa
sino también en otras partes del mundo.
A la luz de este hecho, nuestra frase clave to111ada de la
Biblia aparece como 11na afirmación ml!J moderna. Contiene
los tres factores mencionados. La gran cuestión es: ¿Cuál es
la vol11ntad de Dios sobre el sexo, el amor y el matrimonio?
¿Cómo quiere Dios q11e se relacionen? Nadie se atreve a con-
testar esta pregunta.
Sin embargo quisiera hacer una proposición que guíe nuestra
111anera de obrar en este tiempo de confusionismo. He aquí mi .
proposición:
La vohmtad de Dios es la acción recíproca de fuerzas . .
Por esto todo lo que la favorece está de acuerdo con la voluntad
de Dios. Todo lo que la obslrf!Ye no está de acuerdo con la vo-
luntad de Dios.
Esta guía tiene aplicación antes del matrimonio lo mismo
que durante el matrimonio. Antes del matrimonio tendréis que
haceros la preg11nta: «Esto que vamos a hacer ¿nos prepara

57
para ""ª acción recíproca de fuerzas. en nuestro matrimonio,
o má.r bien. nos bloqueará y nos impedirá tal reciprocidad?».
En el matrimonio tendréis que preguntaros: «¿Esta o aquella
acción profundiza la reciprqcidad de fuerzas o la perturba et1en-
tualmente ?».
Dentro del triángulo dinámico la acción recíproca de fuer-
zas está llena de elasticidad y libertad creadora. En Génesis
2, 24 Dios nos ofrece una imagen que satisface la necesidad
personal de cada situación, de cada cultura. La voluntad de Dios
no sólo es válida para el cristiano, sino que vale para toda la
humanidad.
El triángulo dinámico, la imagen-guía de nuestra frase
bíblica, es el ofrecimiento que Dios hace a cada uno. Para mi
es un ofrecimiento, un don. Dios nunca exige nada de nosotros
si al f!Jismo tiempo no nos da eso que nos pide.
Mi auditorio seguía mis palabras en: silencio. Mira-
ban al triángulo del encerado y al que estaba en mi mano.
Yo intenté leer sus pensamientos y dije:
Quizá os sintáis ahora desanimados. Es posible que digáis:
«Si el matrimonio es esa obra de arte, me encuentro entonces
m1!J lyos de vivir un matrimonio perfecto». Lo. sé. A mí me
pasa lo mismo. Y seguramente vuestro·pastor piensá así tam-
bién.
Daniel hizo un gesto de asentimiento.
No hay nada como un matrimonio perfecto. El matrimonio
nos mantiene humildes. El camino má.r seguro para hacerse
humilde respecto a las propias virtudes es casarse. Siempre te-
nemos que trabajar sobre uno de los ángulos del triángulo.
Yo diría que las incomodidades más propias del matrimo-
nio apHntan al hecho de que..r:tJa de las tres fuerzas no está ple-
namente integrada dentro del triángulo. Usemos nuestra imagen-
guía para diagnostica,: algunas enfermedades matrimoniales.
Supongamos ahora que todos vosotros sois médicos especia-
listas en matrimonio. Vamos a visitar un hospital de matri-
monios. Permitidme presentaros algunos de los pacientes.

58
El ~brimer paciente ha te~ido problemas con el ángulo iz.-
qtderdo ele nuestro triángulo. El amor se ha enfriado. Yo llamo
a esta enfermedad el matrimonio vaclo. .
Dejadme describir cómo se -presenta este caso. La pareja
está legalmente casada y lo ha estado durante a/glÍII tiempo.
También ha tenido relación sexual. Pero el amor ha terminado.
Las razones de este estado pueden ser muchas. Qu!z.á no
hubo amor al principio. O se casaron demasiado jóvenes y dema-
siado pronto,y a lo que ellos pensaron que era amor le faltó la
CHaliáad del «dejar». O m matrimonio se basaba IÍllicamenle en
la atracción física, y con el pasar de los años esta atracción dejó
de ser fuerte. O se olvidaron de echar combmtible al fuego de m
amor .'Y se dejaron absorber demasiado por el trabajo de la casa
y la profesión o por los hijos. Cada uno siguió intereses distintos
sin preocuparse de compartirlos, y mlf} pronto terminaron por
perder el terreno comlÍII. · ·
Es 1111a enfermedad peligrosa. NinglÍII matrimonio puede
soportarla durante /argo tiempo sin caer gravemente enfermo.
Al principio ·se puede encubrir esta enfermedad por la «apa-
riencia de casados» engañando el mundo exterior. La pareja
sigue viviendo en la misma casa. Pero esto es todo.
La enfermedad no se mantiene estacionaria. Conforme va
progresanJo, se advierte el siguiente slntoma: los cónyuges se
hacen crueles el 11110 con el otro en palabras y en obras. Esta
crueldad por parle de ambos culmina en 1111a indiferencia com-
pleta y en un abierto vado en las relaciones mutuas.
Es inevitable que este vado también afecte un dla a la
1111ión flsica. Puesto (]lle los tres ángulos del triángulo. son inse-
parables 11110 de otro, la enfermedad de 11110 de ellos infectará a
a los otros. El acto sexual se convierte en algo así como un deber
y 1111a carga. Se crea una tensión entre sexo y matrimonio.
Mlf} pronto el marido se busca otra mll}er que le comprenda
mejor que su esposa. Y la esposa hallará un hombre que pueda
confortarla mejor que su marido. Surgen los celos. La infideli-
dad mental precede a la infidelidad sexual. Finalmente, el
adulterio afecta a los fllildamentos legales.
Esta enfermedad ha sido descrita e ilustrada en miles de

59
películas y novelas. Estas culpan falsamente al matrimonio de
la muerte del amor.
Quisieran hacernos creer que sólo fuera del n1atrimonio el
amor tiene oportunidad de vivir, que sólo este an1or es laudable
e interesante, lleno de atractivo y entusiasmo.
Pero la diagnosis es falsa. No es el matrimonio lo que
,causa de muerte del amor, sino que más bien es la falta de amor
la que causa la muerte del matrin1onio. Sin embargo, el amor
fuera del matrimonio fácilmente se convierte en el fuego, destruc-
tor de una pradera que termina consumiendo también a los que
se aman.
Pero existe también otra posibilidad que estas pellculas _y
novelas casi nunca tienen en cuenta. Es la posibilidad de un
amor casado feliz, de un amor como parte integral del triángulo.
Esta es la única y verdadera terapia. Con todo, hay que apli-
carla antes de que el amor muera totalmente.
Pasemos al siguiente paciente, a la siguiente parefa. Su
problema está en la parte super.ior del triángulo. Yo llamo a
esto la enfermedad de/matrimonio robado.
Los síntomas en este caso son los sigttientes: los dos piensan
que se aman, tienen relaciones sexuales, pero no están todavía
legalmente casados.
Esta es una de las mqyores tentaciones de nuestro tiempo :
considerar el acto legal de la boda con10 una n,era formalidad,
como 11n trozo de papel sin ninguna importancia, que un día se
puede conseguir. Se pretende que el amor y el sexo representen
la totalidad del matrimonio.
Hqy gente que con toda seriedad propone matrimonios de
prueba. Defienden que los novios vivan jttntos durante algún
tiempo para ver si se adaptan mutuamente. Si llegan después
a la conclusión de que no congenian se pueden separar sin correr
el riesgo de un divorcio. Esta postura se funda en la ilusión de
que sexo y amor representan el todo. Pero como no es así, no
se puede probar de este modo el matrimonio.
La relación está enferma. Los síntomas son los siguientes:
corazones rotos y vidas destrozadas, especialmente por lo que
respecta a la muchacha. Yo no sé cuál será vuestra opinión,

60
pero en otras partes 1111a muchacha que ha perdido su virginidad
tiene m19 pocas oportunidades de casarse. En ·nuestros países
Uf/a muchacha que ha tenido 1111 hijo fuera del matrimonio se
halla en 1111a gran desventaja. El resultado es que cuando ella
descubre que está esperando un hijo se celebre un matrimonio
precipitado y forzado. Muchos de estos matrimonios terminan
más tarde en divorcio.
Tampoco debemos olvidar a los hijos que nacen de estas 1111io-
nes. Se ven privados de la protección del matrimonio. Falta la
parte superior de la tienda. Llueve dentro. Están privados no
sólo del conjunto de la tienda del matrimonio, sino también del
padre. Es difícil exagerar lo que esto significa en la vida de Uf/-
niño. Ciertamente la parte superior de la tienda, el matrimonio,
es esencial.
Al llegar a este punto .no pude menos de pensar en
la llamada anónima que había tenido. ¿Estaría ella tam-
bién esta noche entre el auditorio? Este pensamiento me
impulsó a añadir la siguiente observación:
Los que eliminan la parte superior de la tienda y practi-
can el amor libre o un matrimonio de prueba suelen olvidar
que esto hace del uso de los contraconceptivos Uf/a necesidad.
Defienden que esto no tiene ningún ~fecto ni sobre las personas
que los usan ni sobre sus relaciones. Pero no es verdad. De modo
especial, ciertos métodos anticonceptivos -en situaciones prema-
trimoniales representan 1111a amenaza clara contra la esponta-
neidad y dignidad del amor.
Al llegar aquí titubeé. No sabía hasta dónde podía
entrar en detalles. Señalé con el dedo mis apuntes men-
cionando «pronta retirada», «intensa caricia», «preserva-
tivo». Daniel me miró de soslayo y movió suavemente
la cabeza. Este trabajo de equipo en el púlpito era para
mí una -maravillosa experiencia. Obedecí su indicación
y continué.
Lo repito: es un handicap para el amor. Podemos hacer
ahora la misma observación que hicimos cuando estudiábamos

61
el caso del matrimonio vacío. Si uno de los ángulos del triángulo
está enfermo, esto afee~ a los otros dos.
Cuando falta el amor, el sexo y el matrimonio caen a un
lado. Si no hubo boda, terminan haciéndase hostiles el amor y el
sexo.
Entonces se realiza la unión sexual de un modo precipitado
y clandestino, en circunstancias mlfJ poco dignas. Con lo que la
experiencia no hace del amor un capullo y una flor, sino que al
contrario, hace que se marchite. ·
Este problema es mlfJ actual en América y en Europa.
Una buena película que he visto recientemente ilustra mlfJ
bien la enfermedad del amor robado. La película presenta una
joven parefa que viven juntos y mlfJ felices. A los vdnte minutos
de proyección, los espectadores advierten que la parefa no está
casada. Amigos y parientes intentan convencerles para que se
casen. Pero ellos se niegan a hacerlo. Todo les fue bien al prin-
cipio. Pero la chica queda embarazada. Entonces se da cuenta
áe que el amor y la confianza que existe entre ellos no son lo su-
ficientemente profundos como para que ella se atreviera a de-
círselo a su «marido». Tiene miedo de que la defe. Por ello de-
cide abortar en secreto.
En la última escena aparece la chica sin fuerzas, recostada
sobre la cama en su apartamento después de la operación. Re-
gresa él a casa de su trabajo y comprende lo que ha sucedido.
Se sienta al otro extremo de la mesa grande y vacía que los se-
para. Hf!Y un gran silencio. Ninguno de ellos habla. Ya no
tienen nada que decirse. Por faltar el ángulo de la boda, el amor
no tiene oportunida¡I de hacerse mefor y más duradero. _El sexo
se convirtió en la muerte del amor.
Al hacer una pausa por unos momentos, advertí
cierta reacción entre la gente joven. Por la expresión
de sus ojos saqué la conclusión de que esta película se
podía haber hecho también en su ciudad.
Pasemos a los enfermos siguientes en nuestro hospital de
matrimonios.
Llamo a esta enfermedad el matrimonio incumplido. Están

62
casados legalmente y han estado así durante unos diez o veinte
años. Se aman con ternura y nunca pensarían en el divorcio.
Pero a pesar de este amor, su unión física resulta insatisfac-
toria e incompleta. ,
El marido viene y me dice: «Mi esposa es frlgida. No
reacciona de modo normal. Tengo la impresión de que ella sólo
soporta el acto sexual. De hecho ella nunca lleva la iniéiativa.
No parece hallar placer en ello».
Pero la esposa, a su vez, viene a decirme: «Mi marido es
demasiado rápido. Me fuerza y abusa de mí. Nunca tiene bas-
tante>>. O quizá todo lo contrario: «El está siempre cansado.
Yo deseo, pero me da la espalda y se duerme. Creo que es im-
potente>>.
Hubo un estrépito de risas que yo no esperaba. Había
olvidado en aquel momento. que la impotencia es tema
de gran ridículo en Africa. Un hombre impotente no es
considerado como ser humano completo. El africano teme
la impotencia más que la muerte.
Las enfermedades del aspecto físico del matrimonio produ-
cen tremendos sufrimientos a los có,ryuges. Sufren mucho más
porque se aman y quieren hacerse felices. ¿De dónde deriva esta
enfermedad?
En muchos casos el matrimonio incumplido es fruto directo
o indirécto del matrimonio robado. Cuando digo esto no me.
refiero principalmente a enfermedades venéreas. Cuando digo
que el matrimonio robado produce con frecuencia un matrimonio
incumplido pienso en el modo tan superficial de hacer el acto
sexual entre sl!Jetos que son más o menos indiferentes el uno para
el otro, bajo la presión del tiempo y clandestinamente, impli-
cando tan sólo el cuerpo y no el corazón ni toda la pers()na.
Cuando la unión física SE convierte en tortura, porque ter-
mina con la decepción por parte de uno o ambos sl!Jetos, siempre
el uno o el otro reprochará a su compañero la falta de amor.
Nace la monotonía. La relación personal se convierte en meca-
nismo impersonal. Se enfría el amor. Y tan pronto como ocurre
esto es ml!J grande la tentación de satisfacer el deseo sexual

63
fuera del matrimonio con otra parte más considerada y de mejor
respuesta. Esto constit1!)e una amenaza para el aspecto legal
del matrimonio. El adulterio y luego el divorcio son sus conse-
cuencias. También esta enfermedad puede conducir a la muerte
del matrimonio si no se cura a tiempo.
- Al llegar a este punto di un suspiro interior de ali-
vio. Con lo que acababa de decir, concluía la parte más
escabrosa de mi conferencia, pero Daniel lo haoía tra-
ducido sin ninguna vacilación y la gente de más edad
no habían parecido ofenderse. Comencé de nuevo:
Para aquellos que se están preparando para el matrimonio
la cuestión práctica es ésta: ¿Por qué ángulo entrar en el trián-
gulo del matrimonio?
Hqy tres respuestas a esta pregunta: la tradicional, la mo-
derna y la bíblica. Veamos une. por una.
La respuesta tradicional propone entrar en el triángulo
por el ángulo de arriba. Me gustarla llamarla la puerta de la
boda.
Hasta tiempos recientes ésta fue la entrada normal, no sólo
en Africa y Asia, sino también en occidente. ·
Se concierta la boda por los padres y no por la pareja. A
veces la pareja se ve por primera vez el día de la boda o como
máximo un poco antes.
El propósito de esta entrada es ml-!J claro: el hijo. Después
de todo, ¿por qué otra razón deberla uno entrar en el triángulo,
si no fuera por la posteridad? La entrada de la boda pertenece
al concepto-huerto.
Cogí otra vez mi triángulo de madera y señalé al án-
gulo superior.
Se entra por el ángulo de la boda y se va directamente al
ángulo del sexo, que, en este caso, podríamos llamarlo el ángulo
de la fertilidad, porque se considera el fin de la unión sexual
en el sentido estrecho de producir hijos.
Se olvida o se desprecia el ángulo del amor. Y esto podría
desembocar en un conflicto entre la pareja y la familia. ¿Qué

64
ocurriría si la joven pareja hiciera una elección distinta de la
propuesta ppr la familia?
De ningún modo quiero mantener que todos los matrimonios
que se conciertan de este modo tradicional tengan que resultar
necesariamente desgraciados. El amor también puede crecer du-
rante el matrimonio.
Hqy una película musical, mlf)' popular en América y en
Europa, que se titula El violinista sobre el tejado. En ella
se narra la historia de una pareja judía, formada por Tevye
el lechero, y su esposa Golde. Es una pareja típica que entró
en el matrimonio por la puerta de la boda. Después de veinti-
cinco años de matrimonio se preguntan si se aman. Entre ellos
se desarrolla el siguiente diálogo:

Tevye: Golde, te estoy h.aciendo una pregunta: ¿me


quieres?
Golde: Eres tonto.
Tevye: Y a lo sé. Pero, ¿me quieres?
Golde: ¿Qué si te quiero? ... Durante venticinco años he
lavado tu ropa, te he preparado la comida, he
limpiado tu casa, te he dado hijos, te he ordeñado
la vaca. ¿Por qué ahora, después de venticinco
años, hablas del amor?
Tevye: Golde, la primera vez que te conocí fue el día
de nuestra boda. Estaba asustado ...
Golde: Y o, avergonzada.
Tevye: Y o estaba nervioso.
Golde: Y o, también.
Tevye: Pero mi padre y mi madre decían que aprende-
ríamos a amarnos. Y ahora yo te pregunto,
Golde, ¿me amas?
Golde: Soy tu esposa.
Tevye: Lo sé. Pero, ¿me amas?
Golde: ¿Que si le amo? ... Durante venticinco años he
vivido con él, he luchado con él, he pasado
hambre con él. Durante venticinco años mi cama
ha sido la suya. Si esto no es amor, ¿qué es?

65
5
Tevye: Entonces, ¿me amas?
Golde: Supongo que sí.
Tevye: Y yo supongo que también te amo.
Tevyey Eso no ·hace cambiar nada, pero aun así, después
Golde: de venticinco años, es hermoso saberlo.

Americanos y europeos tienden a sobreestimar el valor del


amor romántico. Deberían escuchar a los africanos y a los asiá-
ticos, con su concepción distinta.
Un hindú comparaba el amor a un plato de sopa y el matri-
monio a la placa caliente del fogón, y decía: « Vosotros, los
occidentales, ponéis un plato caliente sobre un fogón frío y la
sopa se va quedando fría lentamente. Nosotros ponemos un
plato frío :robre mrfagón caliente y poco a poco se va calentando».
Htq mucha verdad en esta comparación. No niega que el
amor sea esencial al matrimonio. Pero también hace ver qfe el
matrimonio es algo más, infinitamente más que el amor solo.
No es sólo luna de miel y rosas, sino también platos y trapos.
Con todo, a pesar de esto, sigue siendo dudosa la cuestión
de si la puerta de la boda es la 111ás prometedora. Existe un
peligro mlfJ real de que el poder del amor nunca jut1te el juego de
fuerzas y tqutle a desplegar el dinamismo del triángulo. En
suma, es un gran riesgo convenir una boda sin el consentimiento
de los novios.
En cierta ocasión tomé parte en una reunión con jóvenes
universitarias en una gran 11niversidad africana. Las muchachas
querían preguntar sobre el matrimonio. Con gran sorpresa por
mi parte la pregunta más candente era. «¿Cómo podemos nos-
otras lograr no casarnos?». Y yo pregunté: «¿Por qué no que-
réis casaros?». Respuesta: « Vemos tantos matrimonios vacíos,
sin amor, en torno a nosotras que nos asustamos ante el pensa-
miento de entrar por la puerta de la boda».
De ahí que la respuesta moderna proponga entrar en el
matrimonio por la puerta del sexo.
Me gustaría dejar bien claro lo siguiente: cuando hablo
sobre los que quieren entrar en el triángulo por la puerta del

66
sexo, no me refiero a las parejas ya comprometidas. Su probln11a
es especial y lo trataré mañana.
Hoy quiero hablar de los que empiezan a construir suma-
trimonio con una experiencia sexual, porque creen que el amor
surgirá de ella. Creen, con,o si ft1era la cosa más natural del
del mundo, que este amor se convertirá en fidelidad y que la fide-
lidad, casi automáticamente, los conducirá a la boda.
Dentro de esta misma forma de pensar, otros creen que la
entrega sexual obligará al otro a casarse, y que luego, con el
certificado matrimonial en mano, el amor vendrá de alguna
manera. Ambos criterios son ilusorios.
¿Por qué trata un muchacho de acostarse con 11na chica a la
que apenas conoce ..V por la q11e en realidad no se preompa? Ge-
neralmente hqy tres n,otivos: teme que si no tiene relaciones
sexuales caerá enfermo o neurjtico; piensa que debe aprender
experimentando,· o quiere presumir de su conquista. Ningtmo
de los tres motivos nace del amor ni del interés del rmo por el
otro. Un joven que piensa así, no tiene en cuenta más que a
sí mismo. No se prepara para el matrimonio.
¿Por qué suele 11na muchacha entregarse a ttn chico al qtte
apenas conoce y por el q11e apenas se interesa?
De nuevo encontramos tres motivos: porqt1e quiere ser po-
pular entre los mttchachos; porque consciente o insconcientemente
·quiere saber si es capaz ·de llegar a ser madre; o porque quiere
comprometer al 1m1chacho y buscarse así un marido. .
Aquí también los tres motivos nacen del egoísmo y no del
a111or. Una muchacha que se entrega por una de estas razones
no se prepara tampoco para el matritnonio. Quizá sea popular,
pero sólo entre determinada clase de muchachos. Pronto será
conocida como una chica fácil y los que la escojan por esta razón
serán ttnos pobres maridos.
El co111prometer a un muchacho a través de 'una relación
.rexual es una il11sión en la mtryoría de los casos. El muchacho
J,eneralmente pierde el interés por una fortaleza conquistada.
Una chica decepcionada me dijo una vez: «Para 111í aquello jt,e
el principio. Para éljue el final». En vez de conquistar, perdió
lo que quería conquistar y aprendió de la .amarga experiencia

67
qtte el sexo no sólo no hace crecer el amor, sino que puede des-
truirlo.
H(fY una historia en la Biblia que se podría enc<Jntrar en
cttalquier revista de noticias actual. La tenemos en el libro II
de Samuel, capitulo 13. La narración describe cómo el hijo del
rry David, Amnón, sed'!}o a s11 hermanastra, Tamar. Disimuló
que estaba enfermo y pidió que Tamar le diera de comer. Ella fue
a su habitación y cocinó para él unos pastelitos. Pero aq11ello
no era suficiente. Tamar tuvo que darle de comer con su propia
mano cuando ambos se habían quedado solos en la alcoba.
Entonces ocurrió lo que tenia que ocurrir. Tamar le acercó
la comida para que comiese, pero él la stfietó y le dijo: « Ven,
améstate conmigo, hermana mia». Tamar trató entonces deses-
peradamente, en el último momento, de introducir en la escena
el ángulo de la boda. Suplicó a Amnón que consiguiera del rry
la licencia de la boda. Pero él no q11iso escucharla, sino que la
stfietó y forzándola se acostó con ella.
Después hallamos una afirmación de terribles consecuencias.
El versículo 15 nos dice: «Despttés Amnón la aborreció con tan
gran aborrecimiento que fue m(fYor su aborrecimiento que el amor
con que la había amado. Y le dijo Amnón: Levántate y vete».
Esta historia es una demostración viviente de cómo el deseo
sexual puede llegar a convertirse en fuerza destructora que cam-
bia el amor en aversión y en odio cuando el amor no está prole-.
gido y mantenido por el matrimonio.
Y, de esta forma, el que exige la entrega se:xual como pr11eba
de amor no obra por amor. Para un muchacho. que quiere con-
vencer a una chica con el argttmento: «Si me amas, pr11ébalo
entregándote», 110 hay más que una respuesta adecuada: «Ahora
es cuando veo que no me amas. De lo contrario no me pedi-
rlas esio».
Huelga decir que en caso de qt1e ttna chica use el misma ar-
gume11to y pida ser tomada como prueba de amor, merece la
misma respuesta del chico.
El Dr. Paul Popenoe, fa111oso consejero matrimonial ame-
ricano, ha hecho una sugerencia muy. práctica a este respecto.
Dice que la chica debería pasar una nota a su prometido en la

68
que dijera: «Sé fttidadoso, amigo mío, y muéstra111e todas lasco-
sasbuenas que hay en ti. O ve de prisa, y yo veré qué poco hay
en ti».
V ,¿y a terminar h,¿y con la cita tomada de la carta de una
chica que, de acuerdo con su novio, había decidido no entrar en el
matrimonio por la puerta del sexo. Escribía así: «Desde que
hemos tomado esta decisión hay una gran facilidad en nuestras
relaciones, la facilidad de algo que todavía no es final. Esto es
lo que yo aprecio más. Al mismo tiempo esta facilidad encierra
tma promesa de grandeza .Y de profundidad».

69
5

Mientras estaba despidiendo a la puerta de la iglesia


a la gente que salía de mi conferencia, uná chica me su-
surró al pasar:
- Le llamaré esta noche al hotel.
- Estaré en casa del pastor. Debes l~rnarme allí.
-Muy bien.
-Dime tu nombre para que sepa quién eres cuando
llames. . .
-Fatma.
Despué~ se marchó. Quizá es la que me llama anóni-
mamente, pensé inmediatamente. Me sentí tentado de
correr tras ella. Pero en este inomento llegaron Miriam
y Timothy.
- ~Podríamos hablar un rato?- preguntó.
-Bien, pero me gustaría que vinierais los dos juntos.
- Eso es lo que nosotros quisiéramos también.

71
Concertamos la hora para las cinco de la tarde siguien-
te. Los últimos en saludarme fueron Maurice y su madre.
Ella cogió mi mano derecha con sus dos manos y mientras
hablaba se inclinaba una y otra vez.
-Quiere darle las gracias --:-explicó Maurice.
-Pregúntale qué es lo que más le ha llamado la aten-
ción en la conferencia de esta noche.
La madre estuvo pensando unos momentos y después
Maurice tradujo su respuesta.
-Dice que aquello de que el amor podía entrar en el
matrimonio más tarde. Y lo que dijo la mujer en la pe-
lícula: «Durante venticinco años he vivido con él... Si
eso no es amor, ¿qué es?».
Yo miré a aquella viejecita de cuerpo re_cto y desgas-
tado, miré su arrugada cara, sus ojos brillantes, y no
pude menos de abrir mis brazos y darle un abrazo.
¡Pensar que se acordaba de aquellas frases .... ! Me sen-
tía profundamente confortado. Si ella había comprendido
el mensaje, a pesar de la diferencia de lengua y del am-
biente cultural distinto, podía estar seguro de que tam-
bién lo habían entendido los demás.
¿Distinto ambiente cultural? ¿Y qué? Si una linea de
una película musical americana, de ambiente judío, que
se desarrollaba en Rusia, impresiona a una viuda de casi
setenta años que se crió en la selva africana, sin duda que
los corazones de la gente deben ser los mismos en todo
el mundo. Las diferencias no son más que superficiales.
En el fondo no existe más que el desnudo corazón hu-
mano, que anhela, tetne y espera, siempre el mismo donde
quiera que late.
Entre la iglesia y la casa del pastor discutían acalora-
damente un grupo de jóvenes, al parecer estudiantes.
Reconocí entre ellos a mi compañero de discusión de la
tarde anterior y me acerqué al grupo.
-Bien, ¿a quién he destruido hoy?
-A nosotros -replicó sin vacilar un joven-. Usted
nos ha desacreditado ante las chicas. Como si hoy no hu-

72
biese también chicas agresivas de las que uno tiene que
defenderse.
-Bien -contesté yo-, prepara tú también una
esquela: «Sé cuidadosa, amiga mía, y muéstrame así lo
rica y profunda que eres».
Los demás se echaron a reír. Mi adversario de ayer
cortó diciendo :
-Nosotros hemos leído el informe Kinsey. Tenemos
noticia sobre e_l matrimonio en Europa y en América.
Conocemos las cifras sobre divorcios, el creciente por-
centaje de delitos sexuales y de criminalidad juvenil,
la literatura pornográfica, la. frecuencia de relaciones pre-
matrimoniales y fuera del matrimonio. Nuestros matri-
monios tradicionales son siempre más estables. Es pre-
ferible un huerto a un lodazal. Y tampoco es cierto que
los matrimonios contraídÓs según nuestras costumbres
sean vacíos.
Antes de que yo pudiera responder, preguntó una
joven del grupo: .
-¿Pero es necesario casarse? ¿No es preferible que-
darse soltero ?
Y o me dirigí a ella y pregunté a mi vez:
-¿Y por qué no quieres casarte?
- Porque me parece muy aburrido. Los matrimonios
que conozco me parecen todos muy sosos. Y eso no me
ilusiona, de verdad. Por eso prefiero vivir sin matri-
monio.
-Pues ahí tienes la respuesta -dije a mi oponente-.
Las mujeres sienten el vacío más que los hombres.
-De todos· modos, no nos queda otra alternativa
-prosiguió la chica-. Nuestros hombres formados pre-
fieren mujeres incultas, para poder tratarlas como huer-
tos. Pero para ese oficio ya no nos dejamos nosotras pre-
sionar. ¡Oiga lo que dicen las estudiantes! Ya verá como
entre ellas apenas hay-una que quiera casarse.
-Pero un hijo sí que lo queréis -dijo uno del fondo,
y tuvo de su parte a todos los reidores.

73
-¿Por qué no? -se defendió la estudiante- ¿No
tenemos nosotras derecho a tener un niño?
- Y un niño, ¿no tiene también derecho a tener su
padre? -fue mi contestación.
-¡Pues ahí lo tiene usted! -prosiguió mi oponente-.
Renunciar al modelo-huerto, es echar a los perros lo
mejor de nuestras tradiciones africanas. Antes entre nos-
otros eran una vergüenza los niños fuera del matr'monio.
Ahora se convierten en norma de vida.
- Usted puede decir lo que quiera -corroboró otro
de los presentes-, los matrimonios-huerto tienen siem-
pre más posibilidad de resultar que los matrimonios
occidentales de amor. Es preferible un puchero frío en
un fogón caliente, y así se calienta poco a poco, a un
puchero caliente en un fogón frío, pues acabará en-
friándose.
-Seguramente hay algo (\e verdad en eso -dije
yo-. Los europeos nos inclinamos a supervalorar el
amor romántico. Pero también el matrimonio-huerto
tiene su riesgo. Hay que tener en cuenta que un puchero
frío sobre un fogón frío, sigue estando frío.
-Lo mismo he pensado yo -aprobó la estudiante.
Pero mi oponente no se daba por vencido:
- El riesgo es incomparablemente mayor con el amor.
Nosotros vemos a qué conduce esto en América y en
Europa. No queremos contagiarnos de su inmoralidad.
No aceptamos juegos de azar con el amor.
-Si entiendes por amor lo que aquí se importa de
Europa para proyectarlo en los cines, estoy completa-
mente de acuerdo contigo. Pero yo entiendo por amor
otra cosa distinta.
-¿Y qué entiende usted por amor?
-De eso hablaré mañana.
Con ·esto me di por satisfecho y me dirigí hacia la
casa del pastor. Daniel, a quien observé entonces en el
grupo, prosiguió la discusión con ellos.

74
Cuando entré, estaba puesta la mesa para la cena.
Esther se encontraba ·en la cocina con una joven que la
ayudaba. Esther me rogó que ocupara mi sitio en la mesa.
- La cena estará preparada dentro de unos minutos.
-¿Has estado en la iglesia esta noche? -
- Sí, por supuesto.
Era evidente que había preparado la cena con anti-
cipación. Debe ser buen ama de casa, pensé.
Al cabo de unos diez minutas puso sobre la mesa un
plato de fideos caliente y humeante. Después trajo una
fuente de carne cortada en filetes guarnecida con huevos
duros y tomates. Sobre la mesa había, para el postre, un
tarro grande de cristal lleno de ensalada de frutas, bana-
nas cortadas en cubos, piña, papayas, naranjas y to-
ronja. •
-¿Qué prefiere, te o café?
-Mejor te. Todavía estoy excitado. Y si tomo café
no podría dormir en toda la noche.
Nos sentamos uno enfrente del otro. El asiento de
cabecera de la mesa estaba reservado para Daniel.
-Debe ser muy cansado el dar una conferencia
-dijo Esther.
-No es tanto la conferencia como el coloquio de
después, que requiere mucho aguante.
Durante unos minutos permanecimos sentados en
silencio.
-¿Dónde está Daniel?
-Está fuera, hablando con la gente.
-¿No sabe que está preparada la comida?
-Si, lo sabe.
De nuevo hubo otro silencio. La comida seguía so-
bre la mesa.
-¿No puedes llamarle?
-Es inútil. No vendrá hasta que no haya terminado.
Esperamos.
-Me gustó su conferencia -dijo Esther, segura-
mente para cambiar de tema.

75
-Es maravilloso tener como intérprete a Daniel.
Me siento muy unido a él, casi como si un solo hombre
estuvi~ra hablando. Me parece que al traducirlas mejora
un poco mis conferencias.
· -Traduce bien.
Otro silencio. Cogió el plato caliente y lo llevó de
nuevo a la cocina.
-Estás sufriendo -dije cuando regresó- y estás
preocupada por mí.
Luchó con las lágrimas, pero en seguida logró do-
minarse.
-Quiero mucho a Daniel -contestó-, pero no es
un hombre que observe un horario. No me importa el
trabajo duro, pero quiero hacer el plan del día y llevar
un orden de mis obligaciones. Es un hombre que obra
sin pensar. Es UQ. pastor excelente. A la gente le gusta
mucho. Pero temo que se aprovechen de él también.
- Tus cualidades son diferentes; podrían comple-
mentarse mutuamente.
·-Quizá. Pero no sabemos cómo coordinar nuestras
cualidades. No echamos las pelotas uno a las manos del
otro. Las tiramos en direcciones distintas. Y todas . caen
al suelo. No hay nadie que las recoja.
-Déjame ir a buscarle.
Ella encogió los hombros y trató de sonreír, pero no
me lo impidió.
Daniel estaba junto a la iglesia rodeado de un grupo
de gente, enzarzados en viva discusión. Y o le dije:
-Daniel, ¿me dejas decir una cosa?;
Asintió con una sonrisa.
-Señoras y señores -dije-, este hombre al que us-
tedes han estado hablando está muy cansado. Tiene tam-
bién mucha hambre. En su casa su esposa está llorando
porque la comida se está quedando fría. Y además,
tienen un huésped, que está también muy cansado y
con hambre, porque dio una conferencia esta noche en
una iglesia...

76
Las últimas palabras quedaron ahogadas en carcajadas
y disculpas. En menos de un minuto se marcharon to-
. dos.
- Tú puedes hacerlo -decía Daniel mientras entrá-
bamos en su casa-, pero de mí no lo aceptarían.
-¿Lo has intentado alguna vez?
Entramos en la casa y nos sentamos a la mesa. Esther
había calentado de nuevo la comida. Daniel rezó. Des-
pués sonó el teléfono. Como si le hubiera picado una
abeja, Daniel dio un salto.
Y o también lo di. Puse mis manos sobre sus hombros
y le volví a colocar en su silla, diciendo a Esther:
-Atiende tú la llama~a. Di al que llame que tu es-
poso está cenando. Pregúntale si puede llamar más tarde
o si puedes recibir tú su mensaje ..
Regresó en seguida. •
- Era un hombre. Dijo que sólo quería saludarle a
usted. No tenía motivo especial para llamar.
Empezarnos juntos la comida.
-Siempre ocurre lo mismo -comentó Esther-.
Tan pronto como nos sentamos para comer suena el
teléfono. Daniel se levanta cuatro o cinco veces cada
comida.
-Te pondrás enfermo, Daniel, si sigues así. Y tu
deber es protegerle, Esther.
-Si al menos me lo permitiera.
-Daniel, tú no eres el botones de tu parroquia; eres
el pastor.
De nuevo sonó el teléfono. Advertí que Daniel tuvo
que emplear todo su aguante y su fuerza de voluntad
para no levantarse. Hice una seña a Esther -y ella fue a
contestar.
Mientras ella estaba ausente dijo Daniel:
¿Te das cuenta por qué te alojamos en un hotel?
- Sí, lo entiendo. Pero debes buscar una solución.
Así no administras bien tu tiempo ni tus energías.
Esther volvió.

77
-Hay una mujer enferma -dijo-. Pero no es de
gravedad. Podrías verla mañana por la mañana. Apunté
la dirección.
- En realidad, tú tampoco tendrías que contestar el
teléfono, Esther. Deberías enseñar a alguien de vuestra
parroquia a tomar estas llamadas en determinadas horas.
-No sólo es el teléfono. Las visitas son también un
problema. Vienen a todas horas.
- Y o no veo otra solución. Debéis decidir vosotros
sobre ciertas horas en las que estéis disponibles y fijar
este horario sobre la puerta. ·
Daniel dijo: .
- Los africanos no lo entenderían. Lo considerarían
muy descortés. Va contra sus tradiciones.
- Escúchame, hermano, si vinieras a. Alemania y
fuéramos a una parroquia veríamos que allí sucede lo
mismo. Te puedo asegurar que allí existe el mismo pro-
blema. Esto no depende de las costumbres, sino del tra-
bajo. Ya sabes la historia sobre el guarda del faro. Tenía
la responsabilidad de mantenerlo abastecido de aceite
y la luz encendida. día y noche. El faro guiaba a los bar-
cos cuando pasaban .por los estrechos peligrosos. La
gente del pueblo vecino solía venir al guarda del faro y
pedirle un poco de aceite para sus lámparas. Era dema-
siado bueno, y no sabía negarse. Y así, poco a poco
se le fueron agotando las reservas de aceite, hasta que un
día sé quedó sin aceite y se apagó la luz. Muchos barcos
encallaron en las rocas y se hundieron. ·Su bondad natu-
ral había causado la muerte de muchos.
- Tienes razón - repuso Daniel-, sólo que yo no
puedo negarme.
-No sólo está en peligro tu ministerio sino también
tu matrimonio.
-Lo sé, tenemos que empezar de nuevo. Es el án-
gulo derecho del triángulo sobre el que necesitamos tra-.
bajar, el ángulo del compartir. ·
-¡Si al menos pudiéramos pasar juntos un rato cada

78
día sin que nadie nos interrumpiera! -dijo Esther-.
Pero tropezamos con el día sin plan y entonces no hace-
mos más que esperar y ver q1,1é pasa. Y o nunca sé lo que
él va a hacer. El no sabe lo que yo hago. No tenemos
horas fijas de comidas. Es duro también para los niños.
Llamaron a la puerta. Ambos se miraron inquisiti-
vamente.
-¿Qué está haciendo la muchacha que está en la
cocina? -pregunté.
-- Está esperando para laygr los platos cuando ha-
yamos terminado.
Llamaron otra vez.
-Dile que vaya a ver quién es y que le diga que
vuelva mañana.
- Pero que sea antes de las nueve -interrumpió
Daniel. •
Después de unos momentos volvió la muchacha.
-¿Qué dijo?
-Quedó conforme.
-Bien -dijo Daniel moviendo la cabeza- a la
larga nuestra gente no entenderá esto.
-Si nunca se lo exiges, por supuesto que no. Este
cuarto de hora por la mañana que pide Esther es como
el timón del día. No lo olvides: el testimonio que tú
des con tu propia vida de casado hace más que cien con-
ferencias sobre el matrimonio.
Daniel contestó:
-Te digo que nosotros tenemos que recordarnos
muchas veces que estamos casados. Si fuera tan sólo por
nuestros sentimientos de amor, ya hace tiempo se habría
ido a pique nuestro matrimonio.
-Y esto a pesar de que nos queremos -añadió
Esther.
-No es a pesar de que os queráis, sino que precisa-
mente por esto, tenéis que recordaros que estáis casados.
-¿Es generalmente aceptado en América y en Eu-
ropa que el matrimonio mantiene el ainor? -inquirió
Daniel.
79
Siempre me da un poco de miedo cuando los afri-
canos me hacen estas preguntas.
-De ningún modo -dije honestamente-. Tanto en
América como en Europa el triángulo está hoy roto en
pedazos. El matrimonio y el amor están desgajados, el
amor y el sexo también; y, por supuesto, el sexo y el ma-
trimonio.
-¿Y cómo separan el amor y el matrimonio?
-Con el argumento de que el amor lo justifica todo.
Con o sin matrimonio, se puede disfrutar del sexo donde
se quiera, cuando se quiera y con quien se quiera, mien-
tras «se le ame» a él o a ella.
-¿Y qué hay de malo en pensar así?
-Es ilusorio. No ven este mundo como es en rea-
lidad, No hay nada peor que' una libertad ilimitada.
Lo mismo que el fuego en un bosque o en una pradera
se hace destructivo, así también el «amor libre»· se hace
inhumano, satánico. En la Unión Soviética se intentó
hace algún tiempo implantar el amor libre. El experimento
terminó en un fracaso. El matrimonio significa para el
amor lo que el hogar para el fuego.
- ¿Pero cómo puedo yo explicar esto a mi gente?
-S~lo hay un camino: hablándoles del amor de Dios.
Dios mismo es amor, pero renunció a su libertad y po-
der. Se humilló a sí mismo y aceptó la sujeción y las li-
mitaciones. Dios se encarnó. El amor se hizo carne.
-Pero esto significaría que sólo el que cree en el
Dios encarnado puede ayudar a los demás en sus proble-
mas matrimoniales.
- En el sentido más profundo, sí; porque sólo él
sabe que Dios mismo está oculto en el que amamos. Si
no encontramos a Dios en nuestro compañero fracasamos
en hallar nuestro compañero.
Daniel pensó por unos momentos.
-¿Y cómo separan el amor y el sexo en occidente?
-Por supuesto hay muchas opiniones. Una tenden-
cia de pensamiento defiende el sexo sin amor. Estas gen-

80
tes suelen ridiculizar el amor como un cuento chino.
Dicen: «El sexo es para diversión, no para el amor.
Para el sexo el amor es represivo. El sexo es para la fe-
licidad del momento. Sólo es un placer si se practica sin
obligaciones ni remordimientos». Pero, Daniel, yo no he
venido a hablar a tu gente como un occidental, sino como
quien cree en el Dios encarnado.
- Lo sé. De lo contrario no te hubiera invitado
-dijo Daniel afectuosamente-. Pero, ¿dices que este
mensaje sería hoy menos popular en América y en Euro-
pa que en Africa?
-Exactamente. Todo el que proclame el mensaje del
triángulo dinámico es una voz solitaria en el desierto,
independientemente de la cultura. El que formuló ese
versículo en el que se dice 4ue el hombre dejará a su
padre y a su madre, se unirá a su esposa y será una sola
carne con ella, debió haber sido una persona solitaria.
Me extraña que nadie más en el antiguo testamento cite
este versículo. Ninguno de los profetas hasta que lo usó
Jesús. .
-Pero ¿no está también presente en el antiguo tes-
tamento un concepto-huerto? -preguntó Esther-. Hay
un dominio masculino. Existe el divorcio como derecho
del varón. Se da la poligamia y se pone el acento sobre
la fertilidad.
-Yo creo que es un proceso, Esther -respondí-.
Y o creo que el mensaje de esta frase inició un proceso
que fue empapando la cultura israelit~\. Hay también una
tendencia en el antiguo testamento a superar el concepto-
huerto. Cuando Jesús cita este versículo en el nuevo tes-
tamento, es evidente que lo usa contra el divorcio y en
favor de la monogamia.
Sonó de nuevo el teléfono. Daniel hizo un gesto con
la mano a su esposa como un jeque árabe.
-Mi huerto debe servirme -bromeó.
Esther se levantó obedientemente y marchó al des-
pacho de Daniel, donde estaba el teléfono. Volvió riendo
y se dirigió a mí:
81
- Esta vez es para usted.
Sin apenas darme cuenta di un salto como había he-
cho antes Daniel. Daniel rompió en una carcajada mien-
tras yo permanecía de pie, confuso, advirtiendo que ha-
bía actuado en contra de mi propio consejo.
-Estás excusado -dijo bromeando-. Primero, por-
que has terminado de comer, si exceptuamos la mitad
del postre. Segundo, porque me has enseñado que no
eres un legalista.
Cogí el auricular.
-¿Eres Fatma?
-Sí.
- Dime, ¿fuiste tú la que ya me llamó dos veces
ayer?
-Sí, fui yo.
-Bueno, pues por lo menos ya conozco tu nombre.
-¿Tiene eso importancia?
-Así es más fácil rezar por ti.
-¿Reza usted por mí?
-Sí.
-¿Y por qué?
-Es el único modo de ayudarte. No puedo hacer
otra cosa. Además, tú me pediste que lo hiciera.
Silencio.
-¿Estuviste también anoche en la iglesia?
-Sí.
-¿Y también sin permiso?
-Sí.
-¿Te fijaste cómo usé tu idea de la tienda en mi con-
ferencia?
-Sí. Busqué la cita de la Biblia que usted me indicó.
Describe perfectamente mi situación: «Mi tienda ha sido
saqueada y todos mis tensores arrancados». Todos.
Después de haber oído anoche su conferencia, sé que
todo está roto.
- ¿A qué te refieres?

82
-A que los anticonceptivos son una amenaza para
el amor.
- Bien, ¿y cómo habéis resuelto el problema?
-No lo hemos resuelto. Y ése es el problema. Quizá
él piense que sí. Pero para mí no está resuelto. Al prin-
cipio me dijo que vigilara los días fértiles y que llevara yo
la cuenta. Pero no dio resultado, y quedé encinta. El me
mandó abortar.
-¿Y tú le obedeciste? .
- Sí, por supuesto. Ahora cada mañana me hace
tragar una píldora. Pero esto supone que después de
tres semanas, tengo una semana de echar sangre. Y no
siento placer. Desde que estoy tomando las píldoras me
siento como entumecida.
- Muchas mujeres que to~an píldoras dicen lo mismo.
-Son malos los anticonceptivos, ¿verdad?
¡Qué preguntas!
-Como ves, Fatma, todo depende de si la tienda se
ha derrumbado o de si está intacta, si está entera. Si la
tienda está entera, el marido y la esposa' pueden hablar
juntos con confianza. Por alguna razón pueden tomar la
decisión de no tener un hijo o esperar a tener otro. Des-
pués se pondrán de acuerdo en cuanto al método, a ser
posible con la ayuda de un médico que haga una revi-
sión periódica. Serán muy sinceros el uno con el otro y
se dirán mutuamente cómo se siente cada uno. Incluso
si sobreviniera el embarazo más pronto de lo planeado,
esto no sería. un problema· irremediable. Pues si la tienda
está entera, hay también en ella un lugar para el hijo.
Cada uno necesita un lugar; el hijo también. Pero si la
tienda está rota, si falta uno de los palos y llueve dentro,
entonces todo es diferente.
- Lo sé muy bien por desgracia. Tengo un miedo
terrible a otro embarazo, porque entonces me forzaría
a abortar otra vez. Es exactamente como usted dijo: si
falta un ángulo, los otros dos no funcionan. Como dice
la Biblia, «no hay quien despliegue ya mi tienda».

83
-Escucha, Fatma. De nada sirve seguir lamentán-
dose por teléfono. Si quieres que cambien las cosas,
tráeme a tu marido para que yo pueda hablarle.
-¡Imposible!
-Inténtalo, de todos modos.
-¿Tendría que ir solo o hemos de ir juntos?
-Como prefieras.
-Está llegando ahora. Tengo que cortar. Adiós.
Gracias.
Cuando volví a la mesa, dije a Daniel y a Esther
algo sobre el problema de Fatma con la esperanza de que
ellos pudieran ayudarme.
-El la trata como un1 verdadera esclava -comentó
Esther. ,
-Tenemos que abordarlo -añadió Daniel-. El
dominio masculino absoluto está profundamente arrai-
gado en la cultura africana.
-Esther y Daniel -dije- me siento avergonzado de
admitirlo, pero. Fatma no vive con un africano. El hom-
bre con quien vive es europeo. No es cuestión de cul-
tura. Es cuestión de un corazón que l? Biblia llama en-
gañoso.
Ellos no dijeron nada. Sensibles a los sentimientos de
otros, estaban entristecidos por mi turbación.
- Dime, Daniel, si ella decide abandonarle, ¿le sería
posible encontrar un empleo y vivir sola?
-En esta ciudad, no. Es poco menos que imposible.
No hemos abandonado todavía el concepto-huerto. No
hay lugar para una persona soltera.
- Entonces la tiene totalmente a su merced. Sus pa-
dres le cerraron la puerta de casa cuando se marchó con
él. Nadie se casaría ahora con ella, porque ya no es vir-
gen. Y vivir sola es imposible. Fatma tiene razón. Ya no
hay quien despliegue su tienda.
-En todo caso, ella tiene que dejarlo -dijo Da-
niel-. Quizá pudiera vivir con sus parientes o amigos.

84
Pero supongamos que estuviera casada con él, ¿aconse-
jarías en este caso el divorcio?
-¿Aconsejaría un médico a su enfermo el morirse?
Lucharía por la vida de su paciente mientras hubiera
una chispa de esperanza. De la misma manera lucharía
yo por un matrimonio mientras hubiera en él el último
signo de vida. Pero hay matrimonios en los que no hay
más remedio que admitir que están muertos.
- Y o pienso en matrimonios donde el amor ha muerto.
totalmente -dijo Daniel-. La unión física hace ya tiem-
po que cesó. Lo único que permanece es el ángulo su-
perior del triángulo. Están casados. Lo demás ha des-
aparecido. Quizá hasta vivan en la misma casa, pero mar-
chan por caminos distintos. Muchos de ellos llevan vi-
das separadas. Sin embargo todavía no están divorciados.
Esta situación se prolonga años enteros. Para mí esos
matrimonios están muertos. Sin embargo Jesús dijo:
«Lo que Dios unió, no lo separe el hombre».
-Pero la cuestión es saber si realmente Dios los
había unido.
-¿No tendrías, entonces, ninguna dificultad en casar
de nuevo a divorciados?
-No lo haría indiscriminadamente, sino bajo ciertas
condiciones. En todo caso, yo sólo volvería a casar a.
la parte culpable.
- Y o no estoy de acuerdo.
-Si alguien alega que es completamente inocente
cuando su matrimonio ha fracasado y que la falta es de
su compañero en ·un cien por cien, entonces tengo ra-
zones para pensar que ese segundo matrimonio será tam-
bién un fracaso.
-Pero en algunos casos, hay verdaderamente ino-
centes; por ejemplo, la esposa de un alcohólico.
-Sí, pero bajo esta superficie d~ inocencia hay un
profundo nivel de culpabilidad. En este nivel más pro-
fundo el hombre se encuentra no ante su compañera,
sino ante Dios. Ese nivel de culpabilidad tierie muchas

85
veces que ver con el mbdo cómo se ha llegado al matri-
monio. Y o dudaría en volver a casar a quien no estuviera
dispuesto a enfrentarse con este nivel más profundo.
-¿Es Fatma inocente?
-Por supuesto, sus padres tienen gran parte de
culpa. Y ese hombre también. Sin embargo, ante Dios
ella no es inocente.
-¿Y cómo quieres ayudarla?
-No creo que la pueda ayudar mientras no se dé
cuenta de todo esto.
Seguí hablando con Daniel sobre esta cuest1on.
Esther se había sentado en una butaca para tomar el te.
No tardó en quedarse dormida. ·
-Mi huerto se ha dormido -bromeó Daniel.
-Esther no es tu huerto, Daniel. Es tu compañera
~e habitación en tu tienda, o simplemente tu compañera,
si lo prefieres. Tú también necesitas dormir. ¿Podrías
llevarme al hotel?

Cuando recogí la llave de mi habitación, el recepcio-


nista del hotel me entregó una carta. Era de mi esposa.
Ella hablaba conmigo por encima de la larga distan-
cia que nos separaba.
Pero yo no podía darme por satisfecho. El tiempo entre
mi viaje anterior y éste había sido demasiado corto.
En casa había sido todo muy agradable, como siempre.
Sin embargo, no había alcanzado el tiempo para nuestro
ocio interno y para una alegría completa y mutua. Estos
sentimientos, reflejados en su carta, me hicieron pensar
que nuestra tienda se había aflojado y era necesario ten-
sarla de nuevo.
Pero ella hablaba conmigo. Al menos teníamos una
tienda.

Todavía estaba profundamente dormido cuando me


despertó el sonido de un timbre. Cuando quise saltar de

86
la cama para parar el despertador, me di cuenta de que
lo que sonaba era el teléfono.
Encendí la luz. Eran las dos de la madrugada. Levanté
el auricular. La telefonista se excusó por despertarme.
-Hay una pareja aquí en el salón de entrada. Insisten
en verle a usted.
Pensando que posiblemente fuera Fatma y su «es-
poso», pedí a la empleada que los hiciera esperar cinco
minutos antes de hacerles subir. Los recibiría tan pronto
me hubiera vestido.
He visto muchas chicas bellas africanas, pero nunca
una como Fatma. Era alta y delgada y vestía un traje
indígena que le caía hasta los tobillos. Caminaba con
gran elegancia. Todo era en ella pulcro y limpio. Llevaba
puesto un collar, pendientes y pulsera que resaltaban
con un gusto exquisito las bellas facciones de su rostro.
Sus grandes ojos marrones tenían cierto aire de tristeza.
El hombre que la acompañaba llevaba unos panta-
lones d~ trabajo, en parte rotos y manc~ados . de aceite.
La camiseta fuera del pantalón: Venía sin afeitar y con
las uñas sucias. Era rubio.
Después de presentarme Fatma a su compañero, se
excusó por la hora de su visita. Habían' estado discu-
tiendo hasta la una y media de la madrugada. Al fin él
cedió y aceptó venir a verme con ella.
-Si no hubiéramos venido ahora mismo, podría
haber cambiado de opinión.
-No importa Fatma. Me alegra que hayáis venido
los dos.
Y me dirigí a él:
-Me complace de modo especial el que haya venido
usted con ella. Es un signo claro de su interés por Fatma ...
-Llámele John -añadió Fatma-. No es su nombre
real, pero es el equivalente inglés.
John se había hundido en la butaca y estaba sentado
con las piernas extendidas y los brazos cruzados en el
pecho. Se mostraba hostil y a mí no me sorprendió.

87
Por supuesto me tenía miedo y sospechaba con razón
que yo estaba del lado de Fatma. Era una situación di-
fícil, pues yo mismo tenía que reconocer que estaba
a fayor de ella.
-Seguramente que usted ine tiene miedo.
No reaccionó.
- Seguro que usted piensa que Fatma le ha acusado.
Pero no ha sido así.
Ninguna respuesta.
-Me ha dicho que usted cuida muy bien de ella. Le
está muy agradecida, sobre todo, porque la envía a la
escuela. Veo que usted le permite vestir con gusto.
Sacudió los hombros. Entonces dijo Fatma:
-Eres muy bueno conmigo, John. No sé qué haría
yo sin ti. Te estoy muy agradecida. Te quiero mucho.
-Pero no puedo entender por qué no nos casamos.
-La vieja historia -dijo con un suspiro sin levantar
los ojos -del suelo-. ¿Para qué quieres tú ese papel?
Hay cientos de parejas en mi país que viven sin ese papel
y son felices. Hay otras que lo tienen y no son felices.
No es el papel que certifica que estás casada lo que te
va a hacer feliz.
-Pero me siento avergonzada cuando encuentro al-
guna de mis amistades. ¿Qué les digo? ¿Estoy casada
o no?
-¡Tus amistades! No me importan tus amistades.
-Pero si forman parte de mí. Si me quieres a mi, de-
bes quererme con mis amistades. Para mi no es impor-
tante el papel, sino la fiesta de la boda. A mí me gustaría
tener una gran fiesta e invitar a trescientas o cuatrocien-
tas personas.
El levantó sus brazos con expresión de horror.
-¡Trescientas personas! -exclamó-. Si nos casamos,
irán muy pocos invitados. Sólo nosotros dos y los tes-
tigos. ¿Para qué más?
- Pero entonces todo el mundo va a pensar que yo
estoy avergonzada de ti, que oculto algo. Quiero hacer

88
ver a la gente que estoy orgullosa de ti. No podría so-
portar la vergüenza de una boda pequeña.
Hubo un silencio.·
-Mi impresión es, John -dije con cautela- que
usted ha dado un paso, pero que no es plenamente cons-
ciente de todas sus consecuencias.
-¿Qué paso he dado yo? -preguntó de modo
arisco, pero me alegró de que al menos hubiera empezado
a hablarme.
-El de llevarse a Fatma a su casa. Como puede ver,
si escoge en este país a una muchacha como esposa suya,
o como presunta esposa, .!!~~9g__e... ~l,Q ,a <::S!ª p~;s~!?:~L
_aislada qc:: todo lo demás. La escog5=. con su educación,
con sus gestos, coñ~~~atías y ~f!!:pa~í~. con sus-
.tradiciones y costumbres, en uiii-pii.lá.Drl!, con su ~ura
De la corta conversación que hemos tenido, yo concluyo
que usted la quiere como persona aislada, pero que no
la quiere con su cultura.
-Yo la quiero -dijo en tono defensivo y obstinado.
-Sí, lo comprendo. Pero el amor verdadero signi-
fica amarla con sus antecedentes, con su cultura. Una
gran fiesta de boda es algo que pertenece a su cultura.
Si se casa con una chica de -este país, debe aceptar este
hecho. Y algo más, f!.O sólo debe aceptarlo de buen grado,
-~no que le tiene que gustar.
De nuevo se quedó en silencio. Me parecía que mis
palabras eran nuevas para él.
- Mire usted -proseguí- el matrimonio es una car-
ga, una responsabilidad, incluso en circunstancias nor-
males. Esta carga adicional de diferencias culturales, si
no se acepta, puede destruirlo todo. Lo que hace que
estos matrimonios se vengan abajo es el hecho deª que los
consortes no ~mutuamente sus culturas difere_n::.__
~ E l problema puede empezar con cosas pequeñas,
como preferencias y aversiones por ciertos alimentos
o el modo de prepararlos, y puede terminar con una di-
ferente actitud ante la vida.

89
-¿Fracasan todos estos matrimonios? -quiso saber
Fatma.
-No -respondí-. Pero si tienen éxito, suele ser
porque ambos han vivido durante largo tiempo en la
cultura en la que piensan crear su hogar. Por desgracia
este caso no ocurre con frecuencia. Si un muchacho
africano se casa con una chica europea o americana, a la
que conoce en el país de ella, y ésta nunca estuvo en
Africa, su matrimonio casi siempre fracasa. A pesar de
su buena voluntad y deseo sincero, ella no puede adap-
tarse.
-Es como si diera un paso más largo de lo que le
permiten sus pantalones, ¿verdad? - bromeó J ohn, y
después se rio de su propio chiste. Me sentí contento al
ver que parecía ahora más relajado. Por eso me atreví
a decir:
-Existe la posibilidad de que los dos os halléis a
punto de cometer la misma equivocación.
-Nos queremos -insistió John. Me miraba como
un crío temeroso de que alguien pudiera quitarle su
juguete.
-Sí, pero el matrimonio es algo más que amor.
Na sólo es. )una de roiel y rosas, sino también plato~___y_
trapos.,.
-¡Tra¡:,osl - John arrugó la nariz con desagrado.
-¿No le gustan los hijos?
Sacudió la cabeza.
-¿Y a ti, Fatma?
- Los amo con locura y qu1s1era tener muchos.
-Otro punto en el que no estáis de acuerdo -ob-
servé-, y bastante importante. ¿Cuáles son sus planes,
John? ¿Piensa quedarse en este país?
- Tengo un empleo en el gobierno, pero el contrato
termina dentro de un año.
-¿Y después?
-No sé, quizá vaya a algún otro sitio, como Amé-
rica del Sur o Japón.

90
Fatma se quedó de una pieza.
-Supongo que se llevará a Fatma.
-¿Qué le hace a usted pensar eso?
- Porque usted dijo que pertenece a la clase de mari-
dos que son felices sin un «papel». Si uno es realmente
feliz, nunca quiere renunciar a su propia felicidad.
Se encogió de hombros. Después Fatma estalló.
-Nunca me dijiste que terminaba tu contrato. Siempre
creí que querías quedarte aquí toda la vida.
De pronto se levantó J ohn.
-Adiós. Tenemos que marcharnos. Se está haciendo
tarde, o más bien temprano.
- Sólo una palabra - repliqué tomando su mano y
mirándole fijamente a los ojos-. Por favor, John, por el
bien de Fatma, decídase. Si quiere llevarla con usted,
dígaselo. Y si piensa s@pararse después de que expire
su contrato, dígaselo también, para que pueda decidir
si quiere quedarse con usted. Le ruego que deje de jugar
al escondite y ponga las cartas sobre la mesa.
-Muchas gracias -dijo fríamente.
-¿Tienen que ir muy lejos? -pregunté para relajar
la tensión.
-No, sólo al otro lado del río.
Después abandonó la habitación. Fatma le siguió sin
mirarme.
Volví_ a la cama, pero no pude dormir. Mis pensa-
mientos no se apaciguaban. La gente seguía girando en
torno a mi cabeza: Fatma y John, Miriam y Timothy,
Maurice y su madre, Daniel y Esther, mi esposa.
Me levanté y pedí que me subieran alguna cosa de
comer. Después leí otra vez la carta de mi esposa. ¿Por
qué no me había escrito una carta más alentadora?
«¡Cómo te echo de menos... Me gustaría poder hablar
contigo ... !» ¿No habíamos estado haciendo esto todo el
tiempo? Después de todo, esta vez nuestra separación
no iba a ser larga. ¿Es esto en realidad tan difícil?
Intenté leer, pero mis pensamientos volvieron a mi
esposa.
91
¿Por qué me escribe una carta así? Quiere que yo la
consuele, pensé. ¿Por qué estoy tan decepcionado? Veo
que no me entiende ni a mí ni a mi trabajo, con todos
estos problemas que yo no puedo resolver, y con toda
esta gente a la que no puedo ayudar.
Puesto que no me siento comprendido, ,no puedo con_-
solada., pensé. Y si no la consuelo, no puede entenderme.
Un círculo vicioso.
«Gracias por escuchar siempre ... » ¿Era yo? ¿Yo en
realidad? Al menos ella estaba hablando. ¿No estaba ella
haciendo lo que no podían hacer Fatma y John, ni si-
quiera Timothy y Miriam, ni tampoco Daniel y Esther?
Sí. El pensamiento me ayudó. Estábamos todavía ha-
blando en nuestra tienda a pesar de que se estaba aflo-
jando.
Abrí la Biblia y leí el salmo 27. Y fui bebiendo cada
palabra como si fuera un agua refrescante.
«Aunque acampe contra mi un ejército, mi corazón
no teme ... ; que él... me esconderá en lo oculto de su
tienda».
Hasta ahora nunca . me habían impresionado estas
palabras. No habían tenido un significado especial para
mí. De pronto empezaba a hablarme con voz atrona-
dora.
Su tienda, pensé. No es nuestra tienda, es la tienda de
Dios. Estamos en su tienda y su tienda no se derrumba.

Después del desayuno sonó el teléfono. Era Fatma


otra vez.
-¿Desde dónde llamas?
-Desde casa.
-¿Por qué no estás en la escuela?
- John me dijo que esta mañana debería dormir.
Estuvo muy atento conmigo; como nunca lo había
estado.
-¿Cerró la casa con llave otra vez?

92
-Sí, estoy como un pájaro en la jaula. Es muy ce-
loso. ¿No son los celos también señal de amor?
-De cierta clase de.amor. Una clase angustiada y no
muy madura. El amor maduro tiene confianza y da li-
bertad a quien se ama.
-¿Cree usted que John no tiene confianza conmigo?
-¿Qué te parece a ti?
Evadió la respuesta y cambió de tema.
-Le he llamado porq~e quisiera saber qué piensa
usted de él.
- Vino tan desarreglado que me parecía que ni si-
quiera se había lavado las manos. ¿No te molesta a veces
su apariencia?
-:-Sí, pero pienso que el amor debe saber superar esto.
Y o le quiero y él me quiere.
Se agarra a un clavo ardiendo, pensé. ¿No le había
abierto los ojos la conversación de esta madrugada pa-
sada?
-Sí, Fatma, puede ser. Pero cuando os decís el uno
al_ otro «te quiero», pensáis en cosas diferentes. El piensa
en el sexo, mientras que tú piensas en el matrimonio. Esa
es la diferencia. No estáis levantando una misma tienda.
Tú tienes un palo en el suelo, o crees que lo tienes, tu
amor. Pero luego él pone un palo a la derecha y tú otro
a la izquierda. Y así nunca podrá mantener en pie la
tienda.
-¿Cuáles cree usted que son sus planes?
-El no quiere tomar una decisión. Y esto es lo que
hace que la situación sea tan difícil para ti.
-¿Cree usted que me abandonará cuando haya ter-
minado su contrato?
Era evidente que no había caído en la cuenta de sus
advertencias. ¡Increíble! Lo menos que yo puedo hacer
por ella, pensé, es dejar entrar la luz para que pueda
ver.
-No hay nada que pueda forzarle a casarse contigo,
nada que pueda impedirle abandonarte.

93
Silencio.
- Y si te soy sincero, casi me gustaría que te abando-
nara. Nunca llegarías a ser feliz con él.
Sentí, mientras hablaba, que estas palabras la atra-
vesaban como un cuchillo.
- Pero si él me abandona... entonces estoy ante un
abismo. ¿A dónde puedo ir yo?
A la tienda de Dios, pensé. Si al menos pudiera con-
ducirla hacia ella. Si al menos pudiera curarla después
de herirla.
No podía ocultar que estaba llorando. Su voz se aho-
gaba en sollozos.
-Adiós.
-Fatma -insistí...,_ lee el salmo 27. Hay un mensaje
en él para ti. ·
No estaba seguro si había colgado antes de que pu-
diera haber terminado.

Miriam y Timothy se retrasaron aquella tarde. Eran


casi las cinco y media. Me explicaron que Timothy no
había podido salir antes.
-Bien -dije- tenemos que ir directamente al gra-
no. Maurice va a venir pronto a recogerme. Lo que más
me preocupa de vuestras relaciones es que al parecer
no sois capaces de hablar entre vosotros. Ni siquiera
sabe Timothy qué edad tienes, Miriam, ni cuál ha sido tu
educación, ni cuánto ganas. En realidad, sobre ti sabía
yo más que Timothy. ¿Cómo os explicáis esto?
- Tuvimos una corta conversación antes de venir
aquí -dijo Miriam- y nosotros también queremo.s ir
directamente al grano.
Era interesante y significativo que diera ella la res-
puesta y no él.
-Hemos entrado en nuestro triángulo por la puerta
del sexo -continuó ella.
Hubo un breve silencio. Me di cuenta el valor que su-
ponía en ella decir esto. Me gustó su sinceridad.

94
- Ya le dijimos a usted que en nuestra cultura no
podemos tratarnos si no estamos comprometidos. Pero
luego, unas cuatro semanas después de nuestro compro-
miso, llegamos a intimar.
-¿Y qué tiene eso que ver con que no podáis hablar
entre vosotros?
-Mucho. Pronto se convirtió en la cosa principal
y en la razón principal de nuestras citas. Sabíamos que
siempre que nos juntábamos terminaríamos acostándonos.
Sólo pensábamos en esto. Todo lo demás era secun'dario.
-Debéis explicarme ahora, Timothy y Miriam, una
cosa para que yo pueda comprender mejor. Decís que en
vuestra cultura no podéis trataros si no estáis compro-
metidos. ¿Pertenece también a vuestra cultura el intimar
durante el tiempo del compmmiso?
-Bueno -dijo Timothy sonriendo y un poco co-
hibido-, como usted ve, nosotros pertenecemos a la
generación más joven. Nosotros, la gente joven de hoy,
somos más modernos. Defendeinos el progreso. No cree-
mos que ya nos obliguen las viejas tradiciones.
-Esto era lo que yo quería saber -dije-. Mientras
vuestras costumbres satisfacen vuestros propios deseos,
sois africanos. y no vaciláis en llegar a comprometeros,
sin conoceros siquiera. Pero si vuestras costumbres no
se ajustan a vuestros deseos, os hacéis de pronto moder-
nos y progresistas y echáis por la borda vuestras costum-
bres. ¿Soy demasiado duro con vosotros?
· -Sea duro, por favor -dijo Miriam-. Ojalá nues-
tros padres hubieran sido más duros con nosotros. Pero
ellos nunca hablan. Sólo sospechan.
- De acuerdo, entonces permitidme ser duro. Empe-
záis diciendo que en vuestra sociedad le es imposible a
la gente joven de diferente sexo tratarse. Ni siquiera pue-
den hablar entre ellos, a no ser que estén comprometidos.
Luego, de golpe, os resulta posible dormir juntos a pesar
de todas las restricciones sociales. ¿Por qué habría de
ser tan difícil hablar entre vosotros y tan fácil acostaros
juntos?
95
Ellos miraban al suelo. Por fin dijo Miriam:
-No es fácil. El único lugar donde lo pudimos hacer
fue en un coche.
-Era la única posibilidad -dijo Timothy-. Su fa-
milia es muy rigurosa y la mía también.
-Sin embargo hallasteis un lugar a pesar de su se-
veridad -contesté yo-·. Si hubierais querido, también
hubierais podido haber encontrado un lugar pan hablar
aun sin estar comprometidos.
-Pero yo no estoy arrepentido --dijo Timothy-.
No es verdad lo que usted dijo ayer de que el sexo sin
matrimonio destruye el amor y lo hace convertirse en
odio. Por lo menos no es verdad en nuestro caso. Profun-
dizó más nuestro amor. Fue hermoso.
Miré a Miriam. Apretaba la mano de Timothy como
si no quisiera hacerle daño. Después dijo suavemente:
-Puede que lo fuera para ti, pero no lo fue para mí.
-¿Que. no lo fue? -Timothy pareció ruuy sor-
prendido- ¿Qué es lo que no fue exactamente?
-Todo. El lugar, la precipitación, el sigilo. El miedo
a ser descubiertos. -Un coche no es exactamente una tien-
da en la que te sientes cobijado.
Timothy dejó escapar un suspiro profundo. Todo un
mundo se le venía abajo. Miriam prosiguió:
-Además, a pesar de las precauciones que tomamos,
yo siempre tuve miedo a quedar embarazada. Esto no fue
hermoso.
-Te dije que tomaras píldoras.
-¿Ir al médico yo, sin estar casada y pedirle una re-
ceta? No soy tan moderna.
-Te dije que podía retirarme, pero a ti no te gustó.
- Y o te pedí que compraras preservativos, pero tú
no te atrevías a pedirlos en la farmacia.
-Claro, porque suelen ser mujeres las que trabajan
en las farmacias y las que te atienden. Además, el preser-
vativo se usa con las prostitutas y tú no eres una pros-
tituta, Miriam.

96
- Y o no te censuro, Timothy -decía Miriam con
toda la ternura que podía poner en su voz mientras apre-
taba más fuertemente su mano-. Trato de decir que aque-
llo no fue muy hermoso.
-¿Pero por qué no me lo dijiste?
-Pensé que tú lo necesitabas y que te sentirías de-
cepcionado y que empezarías a dudar de mi amor.
Timothy suspiró de nuevo. Durante unos momentos
estuvieron en silencio. Yo no había querido interrum-
pirlos. Me alegró el que hubieran empezado a hablarse
con franqueza y a compartir honestamente sus senti-
mientos. Por esto dije:
-¿Por qué no os marcháis y seguís hablando, pero
solos, entre vosotros dos? Creo que sois vosotros quie-
nes tenéis que llegar a adoptar una decisión. Pero pienso
que estas experiencias más o menos frustradoras tienen
algo que ver con la incertidumbre que sentís sobre vues-
tro amor.
-¿Cómo podemos saber si nos amamos? -pregun-
taron ambos con la misma voz.
Sonó el teléfono y la encargada anunció a Maurice.
-Esta noche voy a contestar a vuestra pregunt¡i en
mi conferencia- les prometí.
Acababan de marchar Timothy y Miriam cuando
Maurice entró en mi habitación. De nuevo me quedé
sorprendido por su aspecto. Andaba del mismo modo
que hablaba, decidido, pero sin tratar de causar impresión.
Me daba cuenta de que era inteligente, pero él nunca
trataba de ser brillante. Con todo, había cierta contra-
dicción en su personalidad. Por una parte, sus gestos
varoniles, y por otra, cierto aire de impotencia; su modo
adulto de expresarse acompañado de una sonrisa de
muchacho.
-¿Dónde dejaste a tu madre?
-Está esp~rando en el coche. Le dije que quería
hacerle a usted una pregunta. Dijo que de todos modos

97
7
,
no podría entender nuestra conversacron. Usted recor-
dará mi pregunta: ¿Cómo abordar a una chica?
-Maurice, ¿te resulta eso tan difícil? Te conozco un
poco. No trates de hacerte el interesante. No pretendas
ser el que no eres, pero demuéstrale que te interesas por
ella. Pregúntale por sus aficiones, sus simpatías y anti-
patías, sus libros favoritos y temas de estudio, su familia.
Procura hallar algún interés común y después habla de
ello.
-Como si fuera eso tan fácil.. .-
-Dime, Maurice, tú tienes treinta y cuatro años.
¿No tuviste una chica?
-Sí, la tuve, y quise casarme con ella.
-·¿Por ·qué no os casasteis?
-La hice ir al médico para que le hiciera un chequeo.
Descubrió que no era virgen.
-¿Y la dejaste por esta razón?
-Sí.
-¿Qué fue de ella?
-No sé. ¿Cree usted que obré mal?
- Maurice, la otra noche me enseñaste el «distrito
de la luz roja». ¿Y si tu muchacha está viviendo ahora
entre esas prostitutas? Puede ser que tú la hayas empu-
jado hacia la misma suerte de la que procuraste salvar a
tu madre.
Maurice no dijo nada.
- Lo que a mí me vuelve loco es esa doble norma
moral: las muchachas deben permanecer vírgenes y los
hombres deben practicar el sexo. Es tan ilógico como
injusto.
-¿Pero no cree usted que hay que tener alguna ex-
periencia antes del matrimonio? No se puede ir al matri-
monio sin haber experimentado.
-Todo el mundo va al matrimonio sin experiencia,
Maurice. Cada persona es diferente, y por eso cada pa-
reja es doblemente diferente. Esas experiencias prematri-
moniales se convierten en carga más bien que en ayuda

98
para vuestro matr.itnonio. La elección está sólo entre dos
cosas: o se entra en el matrimonio sin ninguna experien-
cia o con una experiencia equivocada... Pero excúsame,
.creo que tenemos que marchar. La conferencia empieza
a las seis y media.
Al bajar las escaleras me dijo Maurice:
-¿Por qué cree usted que es tan difícil convencer a
la gente joven de que experimentando antes del matri-
monio adquieren una experiencia equivocada?
- Porque sólo pueden saber esto después de haber
tenido una experiencia acertada.
- Entonces, ¿no cree usted que la causa es una fuerte
tendencia sexual?
-No creo que sea primordialmente un problema
sexual en absoluto. Necesitan alguien en quien confiar,
en tal medida que crean que él o ella dice la verdad,
aunque todavía no puedan experimentarlo. Necesitan
aceptar una verdad que todavía no pueden probar por
medio de la experiencia. Sólo cuando tengan este grado
de confianza pueden estar seguros de que no son enga-
ñados, sino más bien empujados hacia una meta que me-
rece la pena.
Llegamos al coche. La madre de Maurice me demostró
en su saludo una gran amistad y cortesía. .
-Pregúntale qué opina del triángulo -dije a Maurice
cuando ya nos dirigíamos hacia la iglesia.
Shilah, la madre de Maurice, hizo un largo discurso.
El sonreía mientras ella hablaba y después me lo resumió:
- Ella no cree en el triángulo. Prefiere hablar de un
taburete de tres patas. Un taburete no puede nunca tam-
balearse mientras tenga tres patas, aun en el caso de que
las patas sean de distinta longitud o e1 sudo sea desigual.
Pero si se le quita una pata, se cae al suelo el que estaba
sentado en él.
-Tienes una --madre extraordinaria, Maurice. Dile
que me gusta mucho su comparación y pregúntale si
también podría comparar la poligamia con un taburete
de tres patas.
99
El tradujo y ella contestó.
-Dice que el matrimonio polígamo siempre se tam-
balea. Que le hace caer a uno al suelo. Ella nunca hubiera
sido la segunda esposa de un hombre casado; antes se
hubiera muerto.
-¿Es éste el parecer de las jóvenes?
-No sólo de las jóvenes, sino también de los jóvenes.
En general, la generación joven rechaza hoy la poligamia,
con excepción de algunos funcionarios ricos quizá. Pero
los demás prefieren vivir con una mujer. Solamente que
algunos no saben cómo deben hacerlo.
-Di a tu madre que hay gente en América y en Euro-
pa que quieren introducir hoy de nuevo la poligamia.
-Ella quiere saber por qué -tradujo Maurice la
observación de su madre.
-Opinan que esto solucionaría el problema de las
solteras y de las viudas y haría más variada la vida ma~
trimonial.
Maurice explicó esto a su madre. Shilah replicó algo
que hizo reír a carcajadas a Maurice.
-¿Qué ha dicho?
-Es intraducible. Ha empleado una expresión muy
fuerte. Algo así como: «Están chiflados. No tienen idea
de lo que dicen».

100
6

Al acercarnos a la iglesia, venía gente en dirección


contraria.
-La iglesia está llena -comentó Maurice-. Los que
no han hallado lugar se marchan ya.
Tenía razón. No sólo estaban los bancos abarrotados,
sino que la gente estaba de pie en los pasillos. Tuvimos
dificultad para poder pasar. Se habían colocado sillas
hasta en la entrada de la iglesia y en torno al altar. En
éstas se sentaban algunos hombres de edad avanzada y
venerables. ·
De nuevo el miedo se apoderó de mí. Conocía algu-
nos de los problemas, pero distaba mucho de saberlos
todos. Imposible sospechar cómo afectarían mis pala-
bras sus vidas, cómo penetrarían en ellas para provocar
esperanza o desesperación. Era una responsabilidad que
me agobiaba.

101
Dirigió la oración uno de los hombres de más edad.
Esto me confortó. Pensé que no lo hubiera hecho si
la gente de edad estuviera ofendida. .
Cuando Daniel vino a sentarse junto a mí, me sentí
con más fuerza. Me tranquilizó recordar que no había
venido a transmitir mi mensaje, sino el de Dios.
Fatma fue la primera persona que localicé entre el
auditorio. Estaba sentada en uno de los últimos bancos.
Su cara, con ojos brillantes y hambrientos, destacaba
de todas las demás. Pedí al Señor una palabra de ayuda
para ella.
Había algunas caras nuevas que no habían estado
en la iglesia las dos noches anteriores. Por esto decidí
resumir brevemente lo que había dicho antes.
Hqy tres cosas que pertenecen esencialmente al matrimo-
nio: el dejar a los propios padres, el unirse al otro, y el conver-
tirse en una sola carne. En otros términos, en el matrimonio
hqy un aspecto físico, otro personal y otro legal. Estos aspectos
jon inseparables. Si los separáis, se viene abajo todo el con-
sunto.
Uno de vosotros me dijo que el matrimonio es como un ta-
burete de tres patas. Si le falta una, el taburete no se sostiene
cuando os sentáis en él.
Vi algunas caras iluminadas. Esta era una buena
imagen. Shilah tenía razón. ·
La noche pasada discutimos la pregunta: ¿Por dónde te-
nemos que acercarnos al matrimonio, por el lado físico, por el
personal o por el legal? La respuesta tradicional es empezar
por el aspecto legal, con la boda. El gran peligro 'que encie"a
esta respuesta es que el aspecto personal, el del amor, queda
prácticamente suprimido. Por esto la gente joven, aquí, entre
vosotros, se rebela hoy contra la respuesta tradicional, porque
está descubriendo la belleza de este aspecto personal.
La respuesta moderna consiste en empezar por el aspecto
físico, por el sexo. El peligro está en que queda. eliminado el

102
aspecto legal y nunca se llega a una boda. Por eso la gente de
más edad entre vosotros se rebela contra esta respuesta moderna.
Tienen miedo de que la vida familiar quede totalmente dete-
riorada.
Escucharemos hqy la respuesta que da la Biblia a nuestra
pregunta. Para hallar esta respuesta tenemos que reflexionar
sobre la primera palabra de nuestro verslculo bíblico, tomado
de Génesis 2, 24: «Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su m,ger,y se hacen una sola carne».
Para comprender la expresión <<.por eso» debemos recordar
la historia que la antecede. Es una historia muy conocida y con
frecuencia ridiculizada. Habla de la incomprensible bondad
que Dios quiso mostrar al hombre cuando le hizo una «com-
pañera», una «ayuda adaptada a él», una ayuda igual a él, que
le completara: «Entonces Yah¡é Dios hizo caer un profundo
sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las
costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé
Dios había tomado del hombre formó una ml!}er, y la llevó ante
el hombre».
Esta historia es una admirable descripción de la realidad
del amor.
¿Por qué se desean constantemente los dos sexos? ¿Qué ex-
plicación se puede dar al hecho de que se sientan magnéticamente
atraídos? La respuesta es: Están hechos de la misma pieza,
lo mismo que la escultura que os enseñé la otra noche. Son partes
de un todo y tienden a reconstruir ese todo, necesitan comple-
tarse, hacerse «una sola carne».
La fuerza poderosa que les conduce el uno al otro, es la
fuerza poderosa del amor.
Por eso, por causa del amor, dejarán los dos a sus padres
y se unirán y se harán una sola carne.
Cuando nos preguntamos por qué ángulo entrar en el trián-
gulo del matrimonio, la Biblia contesta que por el ángulo del
unirse.
Tomé en la mano mi triángulo de madera y señalé
al ángulo izquierdo:

1Q3
El ángulo del unirse es la mejor puerta para entrar en el
triángulo. El amor tiene que preceder al matrimonio y al sexo.
No es el matrimonio el que lleva al amor, sino que es el amor el
que lleva al matrimonio. No es el sexo el que crea el amor, sino
que es el amor el que busca, entre otras cosas, también la expre-
sión física.
La entrada por el ángulo del amor es la más prometedora
en lo que se refiere al desarrollo y al despliegue del dinan1ismo
del triángulo. Por eso corresponde a la voluntad de Dios.
Hay otra razón por la que Dios quiere que entremos por
la puerta del amor. El acto público y legal de la boda, lo mismo
que el acto del sexo, crean hechos irrevocables que no crea el
amor.
Puede ocurrir que un chico y una chica comprometidos com-
prendan un día que tomaron 1111a decisión demasiado rápida,
que no estaba todavía madura y que su compromiso fue una equi-
vocación. Tienen entonces la posibilidad de romper el compro-
miso sin causar una herida incurable al compañero. Apoyándose
en su amor mutuo, pueden llegar a un acuerdo de separarse.
Al llegar a este punto no pude menos de pensar en
Miriam y Timothy y buscar sus caras en el auditorio.
Los descubrí sentados juntos en el último banco. Miriam
era la única muchacha que estaba sentada en el ládo de
los hombres. Después de todo, pensé, pueden dejar a
un lado sus tradiciones si así lo desean.
Mientras no están implicados los otros dos ángulos, el án-
gulo del amor es como una puerta giratoria, una puerta por la
que se puede entrar, pero por la que, en caso de necesidad, se
puede también salir.
Pero el acto de la boda ya no es como una puerta giratoria.
Es como 1111a puerta que se cierra, sin picaporte por dentro. Por
supuesto, se puede abrir forzándola. Pero eso es mucho más
dificil. Podríamos decir que el divorcio es más dificil y que
tiene más consecuencias que el éompromiso roto, por muy lamen-
table que éste pueda ser.

104
Lo mismo se puede decir del acto sexual. Crea también
un hecho irrevocable.
De acuerdo con el pensamiento bíblico, un hombre y una mu-
jer que han realizado el acto sexual, en·adelante ya nunca son
los mismos. Ya no pueden actuar el uno con el otro como si no
.hubieran tenido esa experiencia. Los que la han llevado a cabo•
constilf!Yen ya una parefa, en la que uno está obligado para con
el otro. Aquel acto crea el vínculo de una sola carne con todas
sus consecuencias.
Y esto lo afirma la Biblia sin tener en cuenta si la parefa
es formal o no, si piensan casarse o no; el apóstol Pablo dice que
esto es verdad hasta en el caso de la prostitución. En 1 Cor 6,
16 leemos: «¿No sabéis que quien se une a la meretriz se hace
un solo cuerpo con ella?».
Después del acto sexual, son una parefa incluso a pesar de ellos
mismos. Robert Grimm dice: «La carne queda marcada con un
sello indeleble. Yo no puedo divorciarme de mi propio cuerpo».
Hubo un movimiento en la parte de atrás de la iglesia.
Alguien quería marchar, pero como la puerta estaba blo-
queada por los últimos que habían llegado, se originó
un gran revuelo.
Reconocí a la persona que marchaba. Era Fatma..
A partir de entonces me sentí intranquilo. Pensé que
quizá se marchaba porque se le hacía tarde para estar de
vuelta en la escuela antes de que John fuera a buscarla.
Pero esta explicación no me satisfizo del todo. Tenía la
sensación de que ocurría algo malo. Pero no acababa de
comprender qué podía ser. Tuve que continuar.
Repito: podéis tener éxito si entráis por una de las otras
dos puertas, pero es m"!J arriesgado. Si queréis volf!eros atrás,
dañaréis al compañero y a vosotros mismos.
Esto nos lleva a una cuestión m"!Y práctica. Conozco muchas
parefas jóvenes que dicen: «Quisiéramos entrar por la puerta
del amor. Pero ¿cómo podemos nosotros saber que nuestro amor
es lo suficientemente profundo para llevarnos a una unión de toda
la vida, a una fidelidad completa? ¿Cómo podemos nosotros estar
105
seguros de que nuestro amor es lo suficientemente maduro como
para asumir en la boda la promesa y el compromiso de estar
juntos toda nuestra vida hasta que la muerte nos separe? Si el
sexo no es el test del amor, ¿cuál es, entonces?».
Permitidme ofreceros una respuesta con seis tests del amor 1 •
Primero: El test del compartir. El amor real quiere co111-
partir, dar, prolongarse. Piensa en el otro, no en sf mismo.
Cuando lees algo, ¿se te ocurre que lo podrías discutir o .-omentar
con tu compañero? Cuando haces algún plan ¿piensas en lo que
te gustaría hacer o en lo que el otro disfrutaría?
Esta es, pues, la pregunta del primer test: ¿Somos capaces
de compartir juntos? ¿Busco mi propia felicidad, o me esfuerzo
por hacer feliz al otro?
Segundo: El test de la fortaleza: ¿Nos infunde nuestro
amor nueva fortaleza y nos llena de energía creadora, o nos pri-
va de nuestra fuerza y de nuestra energía?
Tercero: El test del respeto. No hqy amor real sin res-
peto, sin ser capaces de· valorar al otro.
Una muchacha puede admirar a un chico cuando le ve jugar
al fútbol y marcar goles. Pero si se hace la pregunta: «¿quiero
que sea este muchacho el padre de mis hijos?», muchas veces la
respuesta será negativa. .
Un muchacho puede admirar a una chica cuando la ve bai-
lar. Pero si se hace la pregunta: «¿quiero yo que esta muchacha
sea la madre de mis hijos?», puede ser que ella le parezca mf!J
distinta. ¿Sentimos en realidad verdadero respeto el uno por el
otro? ¿Estf!_y orgulloso de mi compañera?
Cuarto: El test de la costumbre. Una vez una mucha-
cha europea que tenia novio vino a verme mf!J preocupada:
«quiero mucho a mi novio -decía-, pero no puedo soportar
su manera de comer una manzana».
Hubo una inteligente carcajada en el auditorio.
El amor acepta al otro con sus costumbres. No os caséis
en plan de facilidades de pago, pensando que estas cosas van a

1. Algunos de estos test están tomados de Evelyn Duvall, Lo-


ve and the Facls of Lije, New York 1963.

10.6
cambiar más tarde. Lo más probable es que no cambien. Debéis
aceptar al otro como es ahora, incll!Jendo sus costumbres y de-
fectos. ¿Nos ama_mos solamente o también nos gustamos?
Quinto: El test de lá riña. Cuanda vi~ne a mi una pareja
a pedirme que les case, siempre les pregunto si han reñida al-
guna vez. No una diferencia de opinión sin importancia, sino
una riña verdadera.
Muchas veces dicen: «¡No! Nosotros nos queremos».
Entonces yo les digo: «Primero reñid; y después os casaré».
Por supuesto que lo importante no es reñir, sino la habili-
dad para reconciliarse mutuamente. Esta habilidad debe ser
ensayada y probada antes del matrimonio. La experiencia pre-
matrimonial requerida, no es la experiencia del sexo, sino más
bien este test de la riña. ¿Somos capaces de perdonarnos y de
ceder muttlamente?
Sexto: El test del tiempo~ Una pareja vino a mlpara que
les casara. «¿Cuánto tiempo hace que·os cot1océis? -pregunté-.
Ya hace tres, casi cuatro semanas» -fue la respuesta.
Eso es demasiado poco. Me parece que un año debe ser el
minimum. Y para .fRl!JOr seguridad, dos años. Conviene que os
veáis no sólo en las fiestas y vistienda la ropa de los domingos,
sino también en el trabajo, en el vivir diario; sin afeitar y en ca-
miseta, despeinados y sin arreglar, en situaciones de ansiedad
y de peligro.
Hay un viejo refrán que dice: «Nunca te cases hasta que
hayas pasado un verano y un invierno con tu compañera-».
Si dudáis sobre vuestros sentimientos de amor, dejad que el
tiempo os dé la respuesta.
Pregunta del último test: ¿Ha pasada nuestro amor un
verano y un invierno? ¿Nos llevamos conociendo durante un
tiempo suficiente?
Y dejadme hacer una afirmación final con toda claridad:
El sexo no es el test del amor.
Aquí fui interrumpido. Daniel me dijo que mucha
gente preguntaba si podía escribir los seis tests en el
encerado. Accedí. Escribí en inglés en el lado izquierdo
y Daniel escribió en el derecho.

107
Esto llevó mucho tiempo. Muchos tomaron notas.
Algunos que no habían traído papel, usaban las páginas
en blanco del libro de himnos para apuntar los tests
del amor.
Después, debajo de los seis tests, escribí con letras
mayúsculas: El sexo no es el test del amor
No sé cómo lo tradujo Daniel, pero pensé que ha-
bíamos hecho algún progreso desde anteayer, cuando pu-
dimos escribir la palabra «sexo» en un encerado coloca-
do ante el altar.
Seguí explicando:
Si una pareja quiere usar el acto sexual para saber si se
aman, h<!J que preguntarles: ¿tan poco os amáis? Necesitar
esta prueba de amor, significa ya una falta de amor. Por otra
parte, del éxito o del fracaso del experimento no se puede dedu-
cir si se aman o no se aman.
Más aún, el sexo no es el test del amor, porque precisamente
lo que se quiere comprobar, es lo que se destr1!Je al comprobarlo.
Trata de observarte a ti mismo cuando te duermes. O te observas,
y entonces no te puedes dormir, o te quedas dormido y entonces
no te puedes observar. Lo mismo sucede respecto al sexo como
prueba de amor. O haces la prueba y entonces no amas, o amas
y entonces no haces la prueba.
Por lo general este esperar es más difícil para el muchacho
que para la chica. Por eso la chica tiene que <!JUdar en esto al
chico, que por su natural impetuosidad, está más tentado a des-
viarse del recto ol:ifetivo.
La primera <!JUda que la chica puede ofrecer al chico es
enseñarle a decir «no» sin herir, a rechazar sin necesidad de
rupturas. Esto es un arte. Sin ambargo,pronto descubrirá que un
«no» /fano y rotundo es más útil y efectivo que largas explicaciones
y excusas. Si él la ama, la respeta tanto más por esta razón.
Ella tendrá también que enseñarle que una atención puede ser
más significativa para ella que un abrazo apasionado.
· Otra qydda que la chica puede ofrecer al chico es su habilidad
para ruborizarse. Dicen que antes las chicas se ruborizaban
cuando las abrazaban. Hoy les da vergüenza ruborizarse. Pero
108
este rubor, esta reacción natural de vergüenza, no es algo de
lo que ht!Ja que avergonzarse. Es una defensa y al mismo
tiempo una protección. Las chicas deberían considerar su sen-
timiento natural de vergüenza y modestia como un don y ponerlo
al servicio del amor.
Había una gran tranquilidad en el auditorio. Y o
sabía que este sentimiento natural de vergüenza y mo-
destia está todavía más arraigado en la sociedad africana
que en la occidental. Las escenas de películas que pre-
sentan el largo y elaborado beso les resultan repugnantes
a los africanos. Los espectadores se sienten incómodos
cuando aparecen tales escenas y algunos hasta bajan la
vista. Sin embargo estas películas se proyectan en toda
Africa y los que las ven empiezan a desconfiar de sus
propios sentimientos. Por estp creí convenientes decirles
unas palabras que los tranquilizaran.
Calculé con él el tiempo que }levaba hablando. Daniel,
a mi lado, me dijo que podía seguir hablando otros diez
o quince minutos. Entonces decidí terminar tratando de
la situación especial de las parejas comprometidas:
1maginemos ahora que tenemos una pareja que no entró
en el triángulo por la puerta del sexo, sino por la puerta del
amor. S.u situación es diferente.
Se han conocido durante mucho tiempo. No necesitan probar
su amor por el sexo. Han aprendido a compartir. Su amor les
ha dado más energías y fortaleza. Su respeto mutuo se ha profun-
dizado. Han aceptado las costumbres de uno y otro y se gustan.
Han reñido y han pasado por situaciones tormentosas. Pero
saben que son capaces de perdonarse mutuamente.
Se encuentran ahora en el momento en que se pueden hacer
la promesa: «Queremos unirnos para toda la vida». Esto quiere
decir que se han comprometido. Han entrado en el triángulo
por la puerta del amor, del a111or decidido a unirse. Pero ahora
tienen que tomar una decisión crucial: «¿Por cuál de los otros
dos ángulos vamos a entrar? ¿Nos casamos primero y después
dormimos juntos, o empezamos a dormir juntos .Y después nos
casamos?».
109
matrimonio

j
amor sexo

Hice una pausa, miré a la gente joven y dije:


«¿Qué pensáis vosotros?».
Fue como si hubiera descorchado una botella. Todos
empezaron a hablar. A Daniel le costó tranquilizarles.
Repetí:
Esta situación es totalmente diferente de la que velamos
t!Jer cuando discutlamos la «entrada del sexo». Esta pareja
no considera el sexo como el primer paso que hay que dar, previo
a un compromiso mutuo. Se han comprometido después de un
examen largo y detenido. En realidad no tienen motivos egolstas
sino que han aceptado la responsabilidad del uno para con el
otro.
Ahora ellos preguntan: «¿Por qué. no nos podemos expresar
nuestro amor de una forma flsica? ¿Por qué tenen1os que obtener
primero ttna autorización oficial para acostarnos juntos? ¿Es
ese trozo de papel el que hace que estemos realmente casados?».
Por supuesto que no; lo mismo que tampoco el certificado
de nacimiento hace nacer al niño. Sin embargo, es algo más
que un trozo de papel. Porque protege legalmente la vida
humana.
Y lo mismo se puede decir del certificado matrimonial.
Ese certificado protege al matrimonio legalmente. Hemos visto
que el aspecto legal es tan esencial para el despliegue del juego
de fuerzas dentro del triángulo del matrimonio como el aspecto
flsico y personal.

110
Esas parc;as comprometidas que quieren seguir el camino
verdadero y empezar su matrimonio antes de la boda descuidan
un hecho: el papel que juegt:J lo imprevisto en la vida humana.
¿Cólllo pueden estar seguros de que se casarán?
¿Y si uno de ellos se muere ar1tes de la boda? ¿Un accidente
de coche? ¿Un ataque de corazón? El que queda, ¿es viudo o no?
¿Pueden heredar uno de otro? La chica, es una señorita o una
señora? Y en ca.ro de que ella quede embarazada, ¿qué apellido
llevará el niño? Estas preguntas demuestran que un certificado
matrimonial es algo más que un· trozo· de papel. Mientras la
pareja no esté preparada para dar un paso legal, no está pre-
parada para tomar una responsabilidad plena. La responsa-
bilidad exige la legalidad.
¿Quiere esto decir que han de suprimir todos los signos de
afecto? ¿Ir primero al altar P41'ª esperar después la gran re-
velación?
No, sin duda que no. Esto bloquearía el despliegue del
juego de fuerzas .'Y causaría el desprecio del aspecto legal. El
secreto está en que los que se aman crezcan y hagan progresos en
am~as direcciones al 1»ismo tiempo, sin saltarse ninguno de los
pasos que hay que dar. ·
Volví al encerado y tracé unas líneas paralelas d~ este
modo: ·

matrimonio

amor _..._...__.._..__....,..._...,__._. sexo


~ ternura

111
Cada paso en dirección de la fidelidad y del matrimo-
nio debería ir acompasado con una mqyor projundtzación en la
ternura y en la intimidad, hasta que, finalmente, partiendo de
la entrada del amor, se alcancen al mismo tiempo los otros dos
ángulos, el matrimonio y la unión sexual.
Sólo se puede contestar esta pregunta desde la perspectiva
de la meta. Lo importante es que cada paso que .re dé hacia la
intimidad esté equilibrado por la misma medida de responsa-
bilidad y fidelidad.
Me volví a Daniel, que estaba a mi lado, y le pregunté
con voz que todos pudieron oír:
_;_¿Cómo actúan sus jóvenes? ¿Suelen llegar a los dos
ángulos al mismo tiempo?
Hubo una estruendosa carcajada principalmente entre
los de más edad. Daniel sonrió con ·conocimiento de causa
y esperó a que se serenaran. Después se puso serio. Me
senté en el primer banco junto a Maurice que me susurró
al oído la interpretación de lo que decía Daniel:
Lo que suele ocurrir aquí es lo siguiente: el muchacho dice
a la chica: «yo te quiero» y con ello no da más que un paso en el
terreno de la fidelidad. Pero la chica se siente tan¡;eliz, que le
permite al chico dar tres pasos en el terreno de a intimidad.
De nuevo otra explosión de carcajadas.
El chico piensa: la cosa resultó bien, y entonces da otro
paso hacia la fidelidad. La chica responde dejándole dar cuatro
pasos más en el terreno de la intimidad. Antes de que se den
cuenta, terminan en el ángt1lo del sexo, sin ser capaces de asumir
la plena responsabilidad de este paso. En vez de líneas para-
lelas, lo que tenemos son líneas oblicuas.
Daniel borró las líneas paralelas que yo había pin-
tado, y las sustituyó por unas líneas oblicuas:

112
matrimonio

amor sexo

Me quedé maravillado ante la facilidad de Daniel


para ilustrar gráficamente la situación. Me hizo una se-
ñaly volví a ocupar mi luglfr a su lado para terminar la
conferencia.
Como veis -dije señalando las líneas oblicHaS del trián-
gulo-, ahora el triángulo tiene un espacio vacío. Esta es tam-
bién la situación de .muchas de nuestras parejas comprometidas
en América y en Europa. Piensan que se aman. Y por eso van
muy pronto demasiado lejos. En sus relaciones se crea un vacío.
Cada vez se sienten menos seguros de su amor. Por eso intensi-
fican sus intimidades con la esperanza de intensificar también
su amor. Pero cuantas más veces lo hacen, menos seguros están
de su amor.
Por otra parte, no se atreven a romper su compromiso por-
que ya han ido demasiado lejos. Entonces se casan, pero llevan
al matrimonio ese vacío que poco a poco se convierte en la causa
de muchos problemas y desavenencias que i"emediablemente ven-
drán más tarde.
Conseguir que las líneas paralelas• no se hagan oblicuas
es una tarea que resulta difícil. No, ni mucho menos, un
juego de niños. Supone algo más que fuerza y sabiduría hu-
manas. Requiere la fuerza y la sabiduría del maestro artista
del matrimonio que es el mismo Dios.

113
8
El sabe por qué relaciona los tres elementos del matrimonio :
defar, 1111irse, 1111tt sola carne, tan estrechamente que resulten
inseparables. Tenemos que cunftar en él, y saber que no pretende
quitarnos algo que nos pertenece, sino darnos 1111a realidad nueva,
f!YUdarnos a realizar una obra de arte. Esta confianza en él
nos dará fuerza para obedecer su voluntad: «Por eso defa el
hombre a su padre y a su madre, y se 1111e a su mtefer, y se hacen
una sola carne>>. ·
Para terminar voy a pediros que atenfiis a una frase que,·
a primera vista, parece extraña. Es·la stguiente: «El hombre
y su mtefer estaban desnudos, pero no se avergonzaban uno del
otro» ( Génesis 2, 25).
Esta frase ocupa 1111 extraño lugar en la Biblia. Se encuentra
entre el paraíso y el m1111do caído. Es la frase final de la historia
de la creación, precisamente antes de narrar la caída. Por esto
es una sugerencia de que el matrimonio es 1111 débil vislumbre del
paraíso en medio del mundo caído.
«Desnudos, pero no se avergonzaban». «Desnudos», no sólo
en sentido físico. Significa estar uno.frente al otro, sin vestidos
ni disfraces, sin pretensiones, sin ninguna máscara, sin armas
ocultas, sencillamente sin ocultarse nada, viendo al compa-
ñero como él o ella es realmente y mostrándome a él o a ella
como yo soy en realidad, y sin embargo no sentir vergüenza.
«Desnudos... , pero no se avergonzaban».
Pero esta última meta de un amor maduro sólo se promete
a aquellos que, como dice el versículo anterior, han defado al
padre y a la madre y se han unido; en otras palabras, a aquellos
que pública y legalmente se han casado.
Estos dos, no los que se han unido antes del matrimonio
o los que están fuera de él, se hacen una sola carne. Es mffY
significativo que la Biblia use el término «hacerse una sola car-
ne>> solamente en el contexto del matrimonio.
Estos dos, no los que están al margen o fuera del matrimo-
nio, tri1111farán en la tarea tremendamente difícil de enfrentarse
el 11110 al otro como son en realidad, de vivir el uno con el otro,
desnudos y no avergonzados.

114
Puede que tenga que darse itn sentimiento de vergüenza antes
del matrimonio para que dentro del matrimonio se dé la gracia
de no sentirse avergonzados.
«Desnudos, y ... no avergonzados». Esto es lo que la Biblia
quiere decir con la palabra «conocer». «Conoció el hombre a
Eva su mujer» (Gén 4, 1).
El marido y la esposa se pueden «conocer» solamente dentro
de la tienda.
«Por eso dda el hombre a su padre y a su madre y se une a
stl mujer, y se hacen una sola carne».

115
7

Tan pronto como hube terminado, marché de prisa


hacia la puerta. Estaba intranquilo por Fatma. Ni siquiera
esperé al final. Mientras salía, oí a Daniel que anun~aba
algo en lengua nativa. Deduje que decía que no habría
reunión el sábado por la noche, pero que yo predicaría
el domingo y que se esperaba que pudiera estar también
presente mi esposa.
Necesité algunos minutos para abrirme paso entre
la gente y llegar a la plaza situada delante de la iglesia.
Fatma no estaba allí. Y o había pensado que quizá ella se
había sentido mal en el aire viciado de la iglesia repleta
de gente. Pero ahora estaba claro que Fatma había aban-
donado la iglesia por otro motivo.
Algunos estudiantes me habían seguido y me rodearon.
Uno preguntó:
-Lo que usted ha dicho de «ser una carne», ¿vale
también cuando hay violación, por ejemplo en tiempo

117
de guerra? Una mujer violada ¿forma también una pa-
reja con el que la ha violado?
Estaba confuso y no sabía qué responder.
- Y o no diría sencillamente que no. Sin embargo,
sea como sea, hay una diferencia en este caso. Honrada~
mente, en este momento no puedo responderos. Pero
permitidme una pregunta: ¿Habéis visto alguno de vos-
otros a una chica que salió antes de terminar la confe-
rencia?
Me dijeron que sí y mi confusión creció.
-¿Ha venido alguien a buscarla? ¿Iba acompañada?
-No, se marchó sola.
-¿Sabe alguno de vosotros dónde vive?
Me dijeron que no con la cabeza. Me pareció que era
un caso perdido querer buscarla en la gigantesca ciudad.
Por esto me alegré de que Maurice, que acababa de lle-
gar, me indicase que subiera al coche. Para una discusión
estaba yo ~emasiado cansado y me sentía internamente
fatigado.
Maurice emprendió un camino distinto que otras
veces.
-¿A dónde vas? -pregunté.
- Voy a llevar primero a mi madre. Después quiero
invitarle a usted a cenar conmigo en nuestro mejor res-
taurante.
-¿No viene también tu madre con nosotros?
-¡Oh, no!; no se sentiría a gusto en un restaurante.
Ella pertenece a la generación que prefiere el «taburete
de tres patas».
Shilah estaba cansada y no habló en todo el trayecto.
La dejamos en su casa y volvimos a la ciudad. Maurice
se detuvo delante de un edificio muy moderno.
Tan pronto como nos sentamos y pedimos el menú,
Maurice empezó a dispararme preguntas:
-¿No se dio cuenta de que esta noche se contra-
. ;>
diJO.
-¿De verdad?

118
-Sí, primero dijo usted que, según el apóstol Pablo,
el acto sexual crea el lazo de una sola carne, aun cuando
se trate de una prostituta. Pero después dijo que la Bi-
blia sólo usa el término «una sola carne» en el contexto
del matrimonio.
Maurice se echó a reír triunfante.
-Tienes razón -dije-, 1 Cor 6, 16 es sin duda el
único lugar en el que no se usa esta expresión en el con-
texto del matrimonio. Pero yo creo que es para demos-
trar lo absurdo que resulta hacerse una sola carne fuera
del matrimonio. Es absurdo hacerse una sola carne con
una prostituta. Pablo quiere decir: «Fuera del matrimonio
este acto queda completamente sacado de su contexto».
Maurice pensó un momento mientras se servía la
sopa. Después dijo:
- Sí, pero ¿son realmt:nte una sola carne, o no ·lo
son? Fíjese, usted dijo que ellos se hacían una sola carne
por la unión sexual, a pesar de que no tenían intención
formal de casarse, en otras palabras, sin querer cons-
truir una tienda; y después dijo que sólo podían llegar
a ser plenamente una sola carne dentro de la tienda,
dentro -del matrimonio.
- Maurice, eres demasiado inteligente. Has puesto el
dedo precisamente en el punto más débil de mi confe-
rencia .
. - Si un hombre puede llegar a ser una sola carne con
una prostituta, entonces todo el que duerme una sola
vez con una prostituta, prácticamente quedará casado
con ella.
- Yo dije que el acto forma la pareja. No dije que estén
casados.
- ¿Y cuál es la diferencia?
- Esa es precisamente la cuestión.
Maurice parecía perplejo. Estuvimos en silencio du-
rante unos minutos.
-Como ves, Maurice, lo que tocas aquí es una pre-
gunta no contestada. Pero hay dos cosas que son claras

119
para mí. Primero: la unión sexual es una acción muy
seria, incluso si se realiza con una prostituta. Segundo:
el hacerse una sola carne supone mucho más que la mera
unión sexual, aun con la propia esposa. Tenemos que
buscar a tientas el camino recto entre estas dos verdades.
Maurice suspiró. Dos verdades, nada fáciles de com-
paginar.
-Entonces forman una pareja sin estar casados -su-
girió Maurice.
-Dale más bien la vuelta: son no-casados, empa-
rejados. De este modo suena más absurdo.
-¿Qué lugar ocuparía la prostitución en su trián-
gulo?
-Es un aislamiento completo del ángulo derecho.
Sólo sexo, separado del amor y del matrimonio.
- Y sin embargo entran en la tienda. ¿Se hacen uno?
-¿Cómo podría yo describir este absurdo con una
imagen?... Es como si entraran en la tienda y descubrie-
sen que no tiene techo. Abren la puerta de una casa,
entran y cierran con llave, y luego ven que la casa no
tiene paredes ni techo. Entran dentro y sin embargo si-
guen fuera. ·
Nos interrumpió el camarero que traía el segundo
plato. Después que marchó, dijo Maurice:
- Está tarde me dejó intranquilo cuando me censuró
por no haberme casado con aquella muchacha que ya
no era virgen. ¿Defiende usted que por regla general se
puede uno casar con una chica que ya no es virgen, sin
matizar esta afirmación?
-No, por supuesto. Todo depende de la chica, de su
carácter, de las circunstancias en las que ocurrió, de su
actitud ante este hecho. Pero cuando veo a esas chicas, mu-
chas de ellas de trece o catorce años, no puedo menos de
sentir pena por ellas. Nadie les ha dado una educación
sexual. Lo único que se les enseñó es que porque son
chicas tienen que obedecer en todo a los hombres. Si
un hombre se acerca a ellas, tienen que obedecer. No se

120
les enseñó a resistir... Como ves, Maurice, la virginidad
no consiste en una marca del cuerpo, no es cuestión de
tener himen o no. Para mí es principalmente cuestión
de corazón, de capacidad para amar. No es algo que una
chica pierde, sino algo que ella da.
-No comprendo.
-Toda chica tiene un don único: la capacidad de
darse totalmente una vez a un hombre. Este don es como
un capital en un banco. Pero muchas chicas lo van gas-
tando poco a poco. Cada día sacan un poco de su capital,
y en flirteos por aquí y por allí, lo arrojan al viento.
Técnicamente hablando tal muchacha puede ser todavía
virgen, pero a través de una serie de experiencias de
abrazos y caricias amorosas ha perdido su capacidad de
amar. Por otra parte puede haber una chica de la que
algún hombre abusara porque no tenía experiencia. Téc-
nicamente hablando, perdió su virginidad, pero por lo
que se refiere a su corazón, yo la llamaría virgen.
-Quisiera decirle a usted algo -replicó Maurice.
Hizo una pausa.
-Lo crea usted o no lo crea, Walter, yo todavía no
tengo experiencia. Todavía soy virgen.
-Gracias por decírmelo, Maurice. Yo te creo.
Después preguntó:
-¿Comprende usted ahora, Walter, por qué es es-
pecialmente difícil para mí pensar en casarme con una
muchacha que no sea virgen?
-No.
-¿Aun como cristiano?
- Precisamente porque eres cnsttano. ¿Quién otro
pudiera hacerlo si no un cristiano? No veo cómo de otro
modo podrías rezar honestamente el padrenuestro:
«Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdo-
namos a nuestros deudores».
-Pero el perdón debe ser mutuo._
- Ella se equivocó en ese terreno, pero tú te equivo-
caste ert otros. ¿Cuál es la diferencia? No se me ocurre

121
mejor pegamento para unirse uno al otro que el perdón
mutuo. En eso precisamente nos parecemos a Dios. El
está dispuesto siempre a empezar de nuevo con nosotros.
Por eso nosotros siempre podemos empezar de nuevo
con los demás. Y o te puedo asegurar que en el matri-
monio no hay ni un solo día en el que no tengas que em-
pezar de nuevo en algún aspecto con tu esposa. Y ella
contigo. ·
Terminamos la cena en silencio. Pero este silencio for-
maba parte de nuestra conversación; no era su final.
Mientras regresábamos al hotel pregunté a Maurice qué
le parecía el matrimonio con una viuda.
No pude haberle preguntado algo más ajeno a su
pensamiento. Si no hubiera ido al volante, probablemente
se hubiera echado las manos a la cabeza.
-¿Pero por qué me pregunta eso?
-Siento una fuerte simpatía por las jóvenes viudas
de Africa. Nadie cuida de ellas. No tienen pensión ni
seguridad social. No todas son prostitutas. Algunas tra-
tan de llevar una vida honesta. Me gustaría que pudieran
tener un marido como tú. Búscate una joven viuda con
hijos. A tu edad serías un buen padre. Me imagino la
cara de tu madre si le llevaras a casa cinco nietos de una
vez.
Maurice tuvo que respirar profundo.
- Usted me toma el pelo -dijo.
-No -le aseguré- no estoy bromeando.
-¿Cree usted de verdad que una viuda de aproxima-
damente mi edad podría ser mejor compañera para mí
que una chica joven?
-Podría ser una compañera, no una hija.
-¿Y si yo tuviera mis propios hijos con ella, no
sería todo menos difícil?
-Sí, sería mucho menos difícil que educar hijos sin
padre, y para los hijos mucho menos difícil que tener
una madre que podría ser la hija de su padre.

122
-Entonces, ¿me podría también casar con una di-
vorciada?
Llegamos al hotel y entramos en el vestíbulo. Pedí
mi llave al conserje.
-Walter -dijo Maurice- usted pone patas arriba
todo lo que hay en mí.
-No quiero que te conviertas en un solterón.
Maurice rio y me dio un abrazo espontáneo.
El conserje, que había alcanzado a oír las últimas
palabras, nos miraba con asombro. ·
. -Un caballero le ha llamado varias veces -me dijo.
-¿Dejó su número para que yo le llamara?
-No, señor. Dijo que llamaría de nuevo.
En este momento la telefonista salió de su cabina y
me dijo que el señor estaba llamando otra vez.
- Páseme la comunicación. Hablaré desde mi habi-
tación.
Despedí a Maurice de prisa. Mientras esperaba el
ascensor, volvió para darme su tarjeta.
-Si me necesita puede llamarme a cualquier hora.
Mañana estoy libre.
Tan pronto como llegué a mi habitación, levanté el
auricular.
-Aquí, John.
-Me alegro de que hayas llamado. ¿Cómo estás?
¿Has pensado sobre la conversación que tuvimos la
otra noche?
-Quiero decirle algo a usted -dijo con voz fría
y áspera-. La suciedad de mis manos es una suciedad
honesta, fruto de mi trabajo. Y me siento orgulloso. Mi
trabajo es más duro que dedicarme a hablar con chicas
en hoteles... Y el modo cómo yo visto es asunto ,mío,
y no de usted. También Fatma es asunto mío. De sobra
sé cómo hay que cuidarla. Le conté a usted aquella his-
toria de abandonar el país para ver cómo reaccionaba.
Yo sé lo que quiero hacer. Usted no puede interferirse

123
en .mis asuntos. Y si usted no me envía a Fatma a casa
inmediatamente, llamaré a la policía.
-Fatma no está aquí.
-No puedo creerlo.
-Se lo aseguro, no está aquí.
-No creo ni una sola plabra de lo que usted me
diga. Ella no estaba en casa cuando regresé de mi tra-
bajo. Se fugó por la ventana. Sé que fue a la iglesia.
-Por favor, escuche, J ohn. Siento haberle herido.
Le pido perdón por lo que dije sobre su forma de vestir.
·Pero lo importante ahora es encontrar a Fatma.
- Yo sé que ella fue a la iglesia.
-Sí, estuvo en la iglesia. Pero marchó en seguida.
Creí que tendría que encontrarse con usted. ·
-Son las once en punto. Si no está en casa a las doce,
llamaré a la policía y si le ha pasado algo, Je acusaré a
usted.
-Por favor, dígame John... .
Pero ya había colgado. Traté de respirar con calma.
Había cometido un imperdonable error. Las observacio-
nes que hice sobre sus manqs y su vestido eran innecesa-
rias. Cada crítica negativa que se hace sobre alguien es
una plegaria al_ diablo que se cumple inmediatamente.
Con todo, ¿cómo se había enterado J ohn? ¿Era posi-
ble que Fatma se lo hubiera dicho? Pero si dijo que no
la había visto durante todo el día. ¿Me había mentido?
Y ¿dónde estaba Fatma? Es peligroso para una chica
salir sola de noche. La podía haber sucedido cualquier
cosa. Si al menos tuviera yo la menor idea de dónde
vivía. ¿A dónde podría ·haber marchado?
Me aéosté y traté de dormirme. Me dominaba un sen-
timiento de impotencia e inutilidad. No pude hacer más
que poner a Fatma en las manos de Dios. Un asesor
matrimonial incapaz de orar, pensé, es como un jinete
sin caballo. .
No sé cuánto tiempo 11<:vaba dormido cuando me
desperté de repente. Era como si hubiera oído una voz

124
en mi habitación. La voz de John. Había estado soñando
en él, reproduciendo en sueños su visita: se iba a marchar
y le pregunté si tenía que marchar muy lejos. «No, nada
más que al otro lado del río» dijo. Eran las tres de la ma-
ñana. .
Un angustioso pensamiento relampagueó en mi
mente.
Fui al teléfono y tomé el auricular. Me respondió una
voz soñolienta. Era la telefonista de noche.
-Dígame, ¿hay algún río en esta ciudad?
-Sí, señor.
-¿Es grande?
- Sí, bastante.
-¿A qué distancia está de aquí?
-Está un poco lejos.
-¿Cuánto tiempo se mrda andando?
-Un poco ...
Esto podía significar todo: quince minutos o dos
horas.
- Y o no vi ningún río cuando fui a la iglesia: a dar
mi conferencia.
-Porque usted no tiene que cruzar el puente para ir
a la iglesia.
- Dígame, si alguien está aquí en el hotel y dice
«vivo al otro lado del río», ¿tiene que pasar el puente?
-Sí, señor.
- Y yendo de la iglesia al otro lado del río, ¿hay que
pasar por el mismo puente?
-Sí, señor.
-¿Sólo hay un puente?
- Solamente uno, señor.
-¿Se puede encontrar un taxi a esta hora?
-Es difícil. Yo no le aconsejaría que tomara un taxi
ahora usted solo.
-Entonces, por favor, llame a este número.
Oí la llamada durante un largo tiempo. Después con-
testó Maurice.

125
-Maurice, soy Walter. Me dijiste que te podía llamar
a cualquier hora. Te necesito ahora mismo.
- Estoy a su disposición.
-¿Cuánto puedes tardar en venir al hotel?
-Quince minutos.
- Procura hacerlo en diez.
Me vestí, bajé y esperé a Maurice a _la puerta del ho-
tel. Las calles estaban .vacías de gente y de tráfico. Final-
mente apareció la luz del coche de Maurice. Se detuvo
y monté.
-¿Sabes dónde está el puente?
Maurice se echó a reír.
- Por favor, no me hagas preguntas. Llévame al
puente, pero antes de pasar por él desvíate a un lado y
párate.
Avanzábamos en el coche. Me alegré de que no me
hiciera preguntas. Al fin vimos el puente. Era largo y
estrecho, con balaustrada de piedra a ambos lados. A la
derecha había un pequeño pasadizo para los peatones.
Maurice se detuvo en un lugar desde donde podía-
mos ver todo el puente. En la calle no había luces, pero
brillaba la luna y pudimos ver fácilmente la otra orilla.
Allí estaba ella. Era Fatma apoyándose sobre la ba-
laustrada y mirando fijamente al río.
-¿Ves aquella muchacha?
-Sí.
-No te puedo contar ahora su historia. Pero sé que
está desesperada y podría suicidarse. ¿Hay algún puesto
de policía cerca de aquí?
-Hay uno al otro lado del puente.
- Bien. Conduce por el puente. Pasa unos cinco me-
tros más allá de ella, de forma que piense que seguimos
adelante. Después párate, saltaré fuera y trataré de co-
gerla antes de que se tire.
-Y ¿si se tira? .
- Entoncés ve lo más rápido que puedas a la policía
y da la alarma. Pero, si es posible, quisiera evitarlo.

126
-De acuerdo.
- Si me ves hablar con ella tranquilamente, entonces
apártate y aparca a cierta distancia, de forma que no pue-
das oírnos pero sí vernos.
-¿Por qué?
- Podría haber un juicio y necesito testigos de todo
lo que yo haga con esa chica.
No había tiempo que perder. Maurice rezó por mí
unos momentos, apoyando sus manos sobre el volante.
Y o miré aquellas manos fieles sabiendo que la oración
de Maurice tenía mucha importancia en este momento.
Fatma no se movió cuando nos acercamos a ella.
Siguió de pie, dándonos la espalda, apoyada en los codos
y con los ojos fijos en el agua.
Maurice pasó despacio y paró. Abrí la puerta de un
empujón, salté fuera y cori"Í hacia ella con toda la rapi-
dez que pude. Ella se volvió asu;,tada. Antes de que pu-
diera reaccionar, la agarré por el brazo.
- Fatma, ¿qué haces aquí?
Me miró durante un segundo, después forcejeando
por quedar libre recobró la posición que tenía. Sin decir
una sola palabra se puso de nuevo a mirar el río.
Maorice llevó el coche a cierta distancia de nosotros,
dio la vuelta y aparcó al otro lado como a unos quince
metros. Apagó los faros. No había nadie en el puente
más que nosotros tres.
La quietud de la noche sólo era interrumpida por el
murmullo del agua debajo de nosotros.
Permanecí de pie junto a Fatma con los codos apoya-
dos sobre la balaustrada de piedra, mirando al agua lo
mismo que ella.
Después de un corto silencio pregunté con voz lo
más tranquila y relajada posible:
-¿Sabes a dónde irás cuando te tires al río?
Ella no contestó. Y o esperé. Pasaron unos minutos.
-No me importa -dijo al fin. -Lo principal es
que todo acabe.

127
-No se acaba. Estás equivocada.
-Cuando haya muerto, todo habrá terminado.
-No terminará.
-Pero se me habrá ido el peso.
-Al contrario .. Tendrás que llevar tu peso toda la
eternidad. Y, además, el peso de haberte suicidado.
Fatma, eso no soluciona nada, absolutamente nada.
-¿Qué importa? Todo lo que sé es que así 00 puedo
seguir viviendo. No puedo soportar más este peso.
- Y o no te pedí eso. Y o lo que quiero es que vivas
sin peso.
- Usted no sabe lo que está diciendo. Ni siquiera
sabe usted lo que me pasa. Le mentí a usted. He mentido
a todo el mundo. Soy mucho peor de lo que usted piensa.
Quedaría usted aterrado si supiera la verdad sobre mí,
toda la verdad.
-Te lo prometo, no me asustaré.
Seguía mirando el agua oscura e inmóvil. Después
dijo:
-Si yo no destruyo mi propia vida podría destruir
la vida de otro. La muerte es lo que merezco.
- Estoy de acuerdo.
-¿Que está usted de acuerdo?
-Sí, al margen de lo que yo sepa sobre ti, mereces
la muerte. Y yo también. Y todo el mundo. La única
diferencia es que unos lo saben y otros no. Me alegra
que tú lo sepas. •
-Entonces, ¿por qué no me deja morir?
-Porque es demasiado tarde. Alguien ha muerto ya
por ti.
- Es demasiado tarde para cambiar mi vida, pero no
demasiado tarde para morir.
-Al revés, Fatma. Todavía no es demasiado tarde
para cambiar tu vida, pero sí es demasiado tarde para
morir.
-¿Demasiado tarde para morir? -volvió la cabeza
y me miró-. No entiendo.

128
-Déjame que te cuente una historia. ¿Has oído ha-
blar alguna vez de Barrabás?
-¿Se refiere usted al· asesino que estuvo en la cárcel
con Jesús?
-Sí, a él me refiero. Era costumbre judía soltar a un
preso en la fiesta de la pascua. Pilatos preguntó a los ju-
díos que a quién querían liberar, si a Jesús o a Barrabás.
-Recuerdo que escogieron a Barrabás.
-Sí. Ahora imagina. Barrabás quedó libre y empezó
a vagar por las calles de Jerusalén aquel viernes. Vio
que las multitudes iban hacia el Calvário y él las siguió.
Cuando llegó arriba, ¿a quién vio?
-A Jesús clavado en la cruz.
-Aprendiste muy bien 13: lección en la escuela de
aquel pueblo. •
-Oí varias veces la historia, pero nunca me dijo
nada.
-Ahora escucha: Barrabás reconoció a su compa-
ñero de prisión. De pronto se le ocurrió esta idea: si
Jesús no estuviera colgado allí... ¿Puedes ·terminar la
frase, Fatma?
-Entonces estaría yo en su lugar -dijo ella.
-Sí, Fatma, tú estarías. Y yo también. Estaríamos los
dos.
Nos quedamos de nuevo en silencio contemplando
el agua que pasaba arremolinándose.
-Continúe la historia -dijo ella otra vez sin mi-
tarme.
-Imagínate que Barrabás hubiera pensado: es in-
justo que él muera. Después de todo yo soy el asesino,
no él. Yo he merecido la muerte, no él. Todo lo que puedo
hacer ahora es suicidarme. ¿Qué pensarías tú de eso?
-Que hubiera sido un tonto.
-Tan tonto como lo hubieras sido tú si te hubieras
tirado allí abajo. Es demasiado tarde, Fatma. Jesús ya
ha muerto con la muerte que tú merecías. Desde su muer-

129
te, cada· suicidio es demasiado tarde. Es innecesario.
Tú eres libre. Libre como Barrabás.
-¿Libre? .
Se volvió y me miró fijamente a la cara apoyando la
espalda en la balaustrada. Su apatía había desaparecido.
En sus ojos había desesperación.
-¿Libre? ¿Soy libre?
Risa amarga y entrecortada.
-Pastor, estoy cerrada con llave. La puerta no tiene
ni siquiera picaporte para abrir. Estoy encerrada...
-¿Es por eso por lo que te marchaste de la iglesia
tan pronto? .
-Sí, usted me arrancó la última gota de esperanza.
Cerré fos ojos. ¿Qué había hecho yo? ¿Qué clase· de
mensajero había sido? ·
- Y o entré en la tienda. Y cuando estaba dentro,
me di cuenta de que no tenía techo. Llovía dentro. Pero
sin embargo no podía salir. Entonces tuve ese horrible
sentimiento de estar dentro cerrada con llave. Quería
salir fuera. A cualquier lugar. Dar un salto. A cualquier
lugar... .
Permaned de pie ddante de ella con los ojos cerra-
dos. Me estremed.
-Fatma, yo ...
-¿Qué importa que esté casada? «Después ellos son
una pareja, dijo usted, a pesar de sí mismos». Estoy for- .
mando pareja a pesar de mí misma.
Empezó a gritar, olvidándose de sí misma, con rabia,
desesperadamente. · .
-Estoy marcada. La carne está marcada con una .
huella indeleble, dijo usted. Estoy marcada, marcada,
marcada. No precisamente por John. Por lo menos por
otros seis antes que él. Mi puerta está cerrada seis ve-
ces, pastor. -O quizá estén cerradas seis puertas .y nadie
puede ·romper las ce~duras.
-Una came, sí, una carne -prosiguió Fatma-.
Pero no con todo «lo que yo soy y tengo» sino con este

130
pobre, sucio y maldito · cuerpo. «No es posible divor-
ciarse del propio cuerpo», dijo usted. Bien, yo no puedo .
• Yo no estoy casada y sin embargo no me pue4o divor- .
ciar.
La ley mata, pensé. La ley mata. Si se hubiera arro-
jado al río desde el puente, hubiera sido por mi culpa,
no por la de John. «Tú, que me despertaste esta noche,
dame ahora la palabra más acertada. Sobre este puente,
entre el cielo y la tierra, entre las dos orillas de un río,
entre la muerte y la vida, dame tu palabra».
-Fatma, la iglesia estaba llena de jóvenes. Ellos no
habían construido todavía su tienda. Yo tema que ad-
vertirlos, salvarles de lo que les podía ocurrir. Esta no-
che no me dirigía a ti.
- Y a mí, ¿qué me hubiera dicho?
Fatma se volvió de nuevo y 'Siguió apoyada sobre la
balaustrada.
-Que Dios puede romper y abrir la puerta desde
fuera, prescindiendo de que haya una, seis o cien.
-¿Divorciarme de mi propio cuerpo?
-«Para los hombres es imposible, pero no para Dios;
pues todas las cosas son posibles para Dios».
-¿Y cómo podía él hacer lo imposible para mí?
-No te he contado todavía el final de la historia.
Barrabás se dio cuenta de que si Jesús no estuviera col-
gado allí, lo estaría él. Pero Barrabás no se quedó en esto.
Dio la vuelta, y con la cruz tras de sí y el mundo por de-
lante, se dijo: «Porque ha muerto por mí, viviré al menos
para él».
Fatma no dijo nada. Yo esperé. Después me vino a
la mente el pasaje Juan 8, 11 :
- Jesús dijo a la adúltera: «Tampoco yo te condeno.
Vete y en adelante no peques más». ·
-¿Vete? ¿Adónde?
-¿Leíste el sdmo 27 como te dije por teléfono?
-Sí, y hallé mi versículo.
-¿Puedes repetirlo?

131
-«Mi padre y mi madre me han abandonado». Para
mí todo es al revés. No es como usted dijo en su confe-
rencia, no es que yo haya dejado a mi padre y a mi madre.•
Ellos me han abandonado a mí.
- Y o no pensé en ese versículo para ti. Pero si lo ci-
tas, debes también escuchar cómo acaba: «Si mi padre
y·mi madre me abandonan, el Señor me acogerá».
-¿Y dónde está el Señor?
-Ahora precisamente soy yo su portavoz y en su
nombre déjame que te diga la frase que me consoló ayer
profundamente y que yo pensé que era la indicada para
ti:
El me dará cobijo en su cabaña
en el dla de desdicha;
me esconderá en lo oculto de su tienda,
sobre una roca me levantará (Salmo 27, 5).

-No -replicó-, prefiero Jeremías: «Mi tienda ha


sido saqueada y todos mis tensores arrancados. Mis hi-
jos me han sido quitados y no existen... ». Recuérdelo,
yo los aborté. Los maté. «No hay quien despliegue ya
mi tienda ni quien ice mis toldos».
-Sí, lo hay, Fatma. Dios mismo es tu tienda.
-¿Quiere usted decir que tengo una tienda, aun vi-
viendo .sola, soltera, po estando casada?
-Sí, una .tienda completa, impermeable, con techo
y todo, un cobijo donde puedes ocu,tarte en el día de
angustia.
Se volvió de nuevo a la balaustrada, pero no miraba
al río. Sus ojos seguían el río hasta el horizonte. El cla-
roscuro cielo africano dejaba penetrar un suave gris, la
primera señal de un nuevo día.
- Y o no puedo entrar en la tienda de Dios con todos
mis pecados. Me olvidé de él, lo excluí de mi vida.
-El no te olvidó, pero ha olvidado tus pecados.
-¿Cómo puede usted decir eso sin conocerlos?
-Puedo decirlo con certeza, aun sin conocerlos.

132
-¿Y cuándo los olvida Dios?
-Es como si no los hubieras cometido.
-No puedo creerlo. Todavía no. Deme tiempo para
pensar. Ayúdeme a construir mi tienda.
-Estoy dispuesto a ayudarte.
-No puedo ir a casa .ahora. Tengo miedo ...
-Entonces sugiero que vayamos primero a la casa
del pastor .Daniel.
Hice una seña a Maurice. Puso en marcha el motor
del coche y se acercó a donde estábamos: Fatma se sento
junto a él y yo me coloqué atrás. ·
-Perdón por hacerte esperar -elije.
-No importa. He estado ocupado -replicó Maurice.
- Ya me he dado cuenta. Tu trabajo no fue en vano.
Maurice conducía despacio, echando de vez e.n cuando
una tímida mirada a Fatma. •
Cuando llegamos a la casa de Daniel, hallamo.s un
rótulo sobre la puerta escrito evidentemente por Esther,
que decía: «Por favor, si le es posible, llame entre ocho
y nueve de la mañana -o entre cinco y seis de la tarde».
Todavía no eran las seis de la mañana. Una vez más tuve
que obrar contra el consejo que había dado a Daniel.
Llamamos varias veces. Hasta que no golpeó Maurice
la ventana del dormitorio, nadie nos respondió.
-¿Quién es?
- Unos visitantes mañaneros, tan indisciplinados que
no pueden observar tus horas de oficina.
-¡Walterl
Daniel abrió la puerta después de haberse vestido
rápidamente.
-¿Ya estáis levantados?
- Tumo de noche -elijo Maurice.
Daniel miraba de mí a Fatma y de Fatma a Maurice.
No cabía duda de que formábamos un grupo de aspecto
extraño.
-Pasad.

133
Le expliqué brevemente la situación. Después dis-
cutimos quién debería llamar a John. Fatma se negó a
hacerlo. Daniel se ofreció, pero Fatma temía que John
se enterara que ella estaba allí. Pidió a Daniel que no se
lo dijera.
-Dudo que en este caso sea yo el más indicado
-dije- No quisiera hablar con él hasta que Fatma no
haya tomado una decisión. Está muy enojado conmigo ...
Fatma, ¿le hablaste de nuestras conversaciones telefó-
nicas?
-¡Nunca!
- Pero él sabia que yo te había hecho alguna obser-
vación sobre sus manos sucias.
-Grabó nuestras llamadas telefónicas.
-¿Todas?
-Sí.
-¿También la llamada que hiciste a la casa del pas-
tor?
-Sí, ayer por la tarde descubrí que tenía conectado
al teléfono un magnetófono. Tenía miedo de que me
pegara cuando volviera a casa. Me escapé por una ven-
tana y marché a la iglesia antes de que regresara del
trabajó. Pero cuando le oí a usted hablar de la puerta sin
picaporte por dentro, me pareció estar todavía más en-
cerrada que dentro de casa y perdí toda esperanza. No
podía volver con John, ni con mis padres, ni tampoco
volver a usted.
Entonces Maurice se ofreció a llamar a John. No
hubo respuesta.
Esther entró en la habitación trayendo al niño que
acababa de despertar. La presenté a Fatma.
-Aquí está una chica muy cansada. Tiene que tomar
una decisión crucial. Necesita tranquilidad para hacerlo,
pero antes necesita algo que comer y después dormir.
- Puede -ocupar nuestra habitación de huéspedes
-dijo Esther.

134
-Cuando haya descansado me gustaría que tuvieras
una larga conversación con ella, Esther, -le dije.
Daniel sonrió comprensivamente y Esther accedió.
· -¿Cuándo va a venir tu esposa? -me preguntó.
-A las cuatro de la tarde, si el avión llega a la hora.
-: Bien. Esther y yo te recogeremos en el hotel a las
tres y media. Si quieres también cenaremos juntos los
cuatro en el restaurante del aeropuerto.
Nos pusimos de acuerdo y me marché con Maurice.
Al principio Maurice estaba muy callado, después
preguntó:
-¿Le habían grabado alguna vez sus conversaciones
telefónicas?
-No, Maurice, nunca pensé en esta posibilidad.
-Quizá él haya necesitado esta censura respecto a
su apariencia exterior. Quizá fuera conveniente para él.
- Maurice, si yo no creyera que Dios puede usar hasta
nuestras equivocaciones, tendría que abandonar inme-
diatamente este trabajo. Y lo mismo tengo que decir
de lo que dije sobre la puerta sin picaporte por dentro.
Estaba bien, y sin embargo para Fatma en aquel momento
fue perjudicial.
-Y sin embargo Dios la usó con Fatma ~replicó
Maurice.
. .-Esto es lo que nosotros llamamos «gracia», Maurice.
Oios juega al billar. Quizá nosotros impulsemos la bola
en dirección equivocada, pero Dios Ia hace rebotar y
termina dohde debería, en su meta.
Llegamos al hotel. Maurice, con su típica cortesía
africana, me acomfañó hasta el salón de entrada. No
dije nada. Tenía e sentimiento de que estaba preocu-
pado. Allí, en e1 salón de entrada, estaba John. Parecía
transnochado y ojeroso. Pero iba vestido con un traje.
Nos saludamos y le dije lo que había ocurrido. Le
di tiempo para pensar. Pude ver que luchaba consigo
mismo. Finalmente dijo:

1.35
-Quiero decirle a usted una cosa: Fatma es libre
para hacer lo que ella quiera. Puede quedarse conmigo
o marchar.
. -Gracias, John. Me alegra oírte decir eso.
Le prometí mantenerle informado sobre Fatma. Se
despidió fríamente, pero al menos se marchó en paz.
Al verle dejar el hotel, no pude menos de sentir pena
por él. ¿Cuál podría ser su historia? Quizá hubiera te-
nido problemas en Europa. Quizá una lucha con su pa-
trón o un compromiso roto. Quizá un hijo fuera de ma-
trimonio o un divorcio. O quizá ni siquiera estaba di-
vorciado y pensó que la distancia resolvería el problema.
Pero la distancia no resuelve ningún problema, aunque
esté camuflado por el celo misionero.
Me volví a Maurice que estaba sumido en sus pen-
samientos y le di las gracias por su ayuda. Cuando fui
por mi llave a conserjería, rogué a la telefonista que no
me pasara ninguna llamada ni admitiera visitas hasta
mediodía. Tenia que dormir.
-Peto, por favor, sea cortés y explique que tuve
que levantarme a las tres de la mañana. La mayoría de
la gente que llama tiene problemas.
-¿Cuál es su trabajo, señor?
-Tratar de ayudar a la gente en sus problemas.
Tuve la sensación de que quería :decir algo más,
pero los demás empleados estaban escuchando atenta-
mente. Entonces prometió hacerlo como mejor pudiera
y ocupó su lugar en el cuadro de mandos.
Subí a mi habitación y quedé dormido inmediata-
mente.

136
8

Eran las doce en punto cuando el teléfono me des-


pertó.
-Perdone que le despierte, pero hay una llamada
para usted.
- Está bien. ¿Hubo muchas llamadas?
-Sí; muchas. Además, un chico y una chica, que se
llaman Timothy y Miriam, llevan aquí esperando en el
salón de entrada desde las diez. Quieren hablar con
usted.
- Tenga la bondad de decirles que esperen un poco.
Comeré algo rápidamente. Después podré verles.
-Sí, señor. Y otra cosa: ¿puedo yo hablar también
con usted?
-Por supuesto. ¿Quiere subir aquí arriba?
-Nos está prohibido al personal empleado en el ho-
tel entrar en las habitaciones de los huéspedes. Tendría-
mos que hablar por teléfono.

137
-¿Cuándo acaba su trabajo?
-A las once de la noche.
- Bien, ¿podría llamarme esta noche antes de mar-
char?
Después me pasó la comunicación.
Era Esther. Decía que Fatma había estado descan-
sando y que había mantenido una larga conversación
con ella. Fatma todavía no había tomado una ¿edsión.
Estaba aún luchando.
- Le dije que de momento podía quedarse con nos-
otros.
- Está bien, Esther, gracias. Esto me recuerda otros
casos de suicidio. Se podía haber hallado una solución,
si ellos hubieran esperado un día más. Quedarse con
vosotros no es por supuesto una solución definitiva.
No es lo que Fatma necesita con más urgencia. Hay sin
embargo una cosa que no puedo entender. He leído
mucho sobre la «familia grande» en Africa. Pero cuando
se llega a una emergencia como ésta, no parece haber
un alma que eche una mano. _
-La familia grande funciona todati"ía en los pueblos,
pero no en las ciudades.
- Fatma decía que quería tener trescientos o cuatro-
cientos invitados a su boda.
- Pero no es lo mismo invitar gente a una boda que
necesitarla para que le ayuden a uno.
-Cierto, pero ella los llamaba amigos. ¿No habría
ni un solo amigo verchdero entre tantos invitados?
Esto es lo que no puedo entender.
- Trataré de hablar con Fatma sobre esto. Conozco
bien esta ciudad. No es problema fácil. Pero ¿qué quería
usted decir cuando dijo que quedarse coa nosotros no
es lo que Fatma necesita más? ¿Cuál es su necesidad más
profunda? ¿Cree usted que es el matrimonio?
- No, no necesariamente.
- ¿Es necesidad sexual? ¿Podría ser que estuviera tan
enredada que no pudiera vivir sin satisfacerla?

138
-No lo creo. Más bien creo que está cansada y de
cepcionada de todo Jo que se refiere al sexo.
-¿Qué está buscando entonce~?
-Un lugar. '
-Pero si yo le ofrezco un lugar en nuestra casa.
Típico, pensé. Para los que están casados es muy
difícil comprender los problemas de los que no lo están ...
-Tu ofrecimiento es muy amable, Esther. De mo-
mento es lo mejor que yo podría desear para Fatma.
Pero vuestra casa no es lo que yo entiendo por un «lu-
gar». Ella necesita un lugar al que pueda pertenecer,
que sea suyo, en cuya puerta esté escrito su nom-
bre y donde pueda tener sus muebles. Un lugar en el
que se encuentre en casa y que pueda ser también un lugar
para otros. Creo que ha estado buscando ese lugar du-
rante toda su vida, pero. aún no lo ha encontrado. Ella
pensó que lo iba a encontrar cuando se entregó a los
hombres. Pero lo único que halló fue una cama, y no
un lugar. La falta de lugar es una de los principales
motivos de suicidio.
Esther pensó durante un momento. Después dijo:
- En otras palabras, que si alguien no se casa con ella
nunca llegará a ser feliz.
Todavía no me había entendido.
-No es eso precisamente -dije con paciencia-.
Hay parejas casadas que nunca llegan a tener un lugar.
Y hay personas solteras que tienen su lugar, que ellas
mismas son un lugar. Cuando se habla con ella, es algo
que se nota en seguida.
-¿Y Dios? ¿Dónde entra Dios en todo este asunto?
¿No sería mejor decir que la necesidad más profunda de
Fatnia es Dios?
-Sí, ciertamente.
-Pero usted dijo que lo que más necesitaba era te-
ner un lugar.
- Es lo mismo. Dios es el único lugar. Los que en-
cuentran un lugar, encuentran a Dios. Y los que encuen-

139
tran a Dios han encontrado también un lugar, prescin-
diendo de dónde se encuentren y de si estén casados o
solteros.
- Tengo que pensar eso que me acaba de decir.
Creo que tan necesario es el asesoramiento de la vida ma-
trimonial, como el asesoramiento de la vida soltera
-dijo Esther. ·
-Si -accedí cordialmente-. ¿Qué está haciendo
ahora Fatma?
-Está escribiendo. No sé qué. No se lo he pregun-
tado.
-Bien.
-¿Y qué he de hacer si quiere volver con J ohn?
-Déjala marchar.
-¿Y si mi pide que.vaya con ella a recoger sus cosas?
-Pues vas.
-Pero yo ...
- Y trata de hablar un buen rato con J ohn al mismo
tiempo. Necesita también ayuda. Tú eres la persona que
mejor le puede ayudar. La puerta está cerrada para mí.
Y o le he decepcionado.
-Pero yo nunca he hecho nada parecido, ni estoy
preparada.
- Usa tan sólo tu intuición femenina. Si estuvieras
muy preparada no te serviría ahora de mucho. El aconse-
jar es un arte, no una ciencia.
- Pero si yo no soy más que un cero a la izquierda.
- Yo también. Los dos somos ceros, Esther... Y que
Dios te bendiga cuando vayas a casa de John.
Colgué antes de que tuviera oportunidad de replicar.
Después de terminar mi rápida comida, Timothy y
Miriam entraron en mi habitación. Noté que algo había
cambiado en ellos. Parecían estar más seguros de sí mis-
mos. Timothy fue el primero en hablar después de ha-
berse sentado juntos en el sofá. Era evidente que habían
planeado el modo de hacerlo.
-Hemos hablado entre nosotros -dijo.

140
-¿Dónde?
-En casa de mi hermano.
-Entonces hay lugares donde, a pesar de todo, po-
déis hablar.
-Sí que los hay -dijo él con una sonrisa-. Hemos
hablado y hemos llegado a la conclusión de que Miriam
no tenía del todo razón ayer cuando dijo que habíamos
entrado en el triángulo por la puerta del sexo. La verdad
es que hemos entrado también por la puerta del amor.
En cierto modo hemos estado moviéndonos entre las
dos puertas. Como usted ve, somos un caso especial,
un caso intermedio.
-Casi todos somos un caso especial.
-Creo que al principio de nuestras relaciones había
amor, amor de verdad. .f,.sí que, como diría usted, en-
tramos por la puerta del amor. Pero después, cuando es-
tuvimos dentro, fuimos hacia la puerta del sexo. En se-
guida nos olvidamos de cómo habíamos entrado. ¿Cómo
le diría yo? Nos hicimos una sola carne, pero no del
todo. Compartimos nuestros cuerpos, sin compartir
nuestra forma de pensar. Tan pronto como nos dimos
cuenta, intentamos volver hacia al amor. Pero ya no
pudimos encontrar la puerta.
-Me dio miedo decir «no» -dijo finalmente Mi-
riam-. Yo creía que amar significaba no decir nunca
«no». Y me daba vergüenza sonrojarme.
-Tú puedes sonrojarte Miriam -la interrumpí-.
Lo yi ayer cuando hablabas de cosas no tan hermosas.
- Yo respetaré sus «no» y sus sonrojos -dijo
Timothy con un nuevo tono de seguridad en su voz.
-Está bien -dije-; esta es la diagnosis. ¿Cuál es
la terapia?
-Queremos preguntarle dos cosas -respondió Ti-
mothy.
Una vez más estaba claro que habían preparado al
detalle lo que iban a decirme.
- La primera pregunta es: ¿Piensa usted que nues-

141
tras diferencias en edad, educación y carácter harían
fracasar nuestro matrimonio?
- Y o no diría tanto. No- tiene necesariamente que
fracasar. En realidad pienso que si vuestro matrimonio
tuviera éxito podría ser un testimonio muy valioso.
-¿Qué quiere usted decir?
-Sería evidente para todos que el vuestro no es un
matrimonio-huerto, en el que el marido domina a su
esposa y la respeta sólo en cuanto que es la que cría a
sus hijos. Miriam nunca representará el papel de huerto.
Tarito si se casa como si no se casa. La gente a vuestro
alrededor lo advertirá. Eso es lo que yo entiendo por
testimonio ..
Hice una pausa.
-Pero ... -dijo Timothy.
-Pero... ¿qué?
-Bien, usted dijo que no creía que nuestro matri-
monio tuviera que fracasar necesariamente y que podrla
ser un testimonio si llegara a tener éxito. Lo que usted
acaba de decir está pidiendo un «pero ... ».
Tuve que reírme.
-Cierto, si Miriam no tiene suficiente tacto y dis-
creción y juega en cambio la carta de su superioridad,
y si tú no tienes bastante humildad para aceptar que ella
vaya delante de ti ocasionalmente, vuestro matrimonio
estará en peligro. Y todo eso exige un esfuerzo especial.
-¿Cree usted que seremos capaces de hacerlo?
...:....preguntó Timothy con ansiedad, mientras Miriam
le cogía la mano-. Nosotros somos personas vulgares,
sin nada de extraordinario.
- Vosotros podréis ser normales, pero puede ser que
Dios quiera hacer algo extraordinario con vosotro~.
-¿Quiere usted decir que como cristianos podríamos
intentarlo? -concluyó Miriam.
-Quiero decir que será decisiva la intensidad de
vida que vosotros viváis con Dios.
Ellos quedaron en silencio.

142
- Esto nos lleva a nuestra segunda pregunta -fue
Timothy el que volvió a tomar la iniciativa-: ¿es posible
empezar de nuevo?
-¿Qué quieres decir? .
-Partir de cero, como si nunca hubiéramos entrado
en el triángulo. Aproximarse despacio a la puerta del
amor y después, desde allí, avanzar en ambas direcciones
sin saltarse ningún paso .
.:..... Timothy quiere decir -:-a.ñadió Miriam de modo
franco y directo- que si podríamos abstenernos . del
sexo a partir de ahora hasta que estemos casados, a pesat
de que hayamos ido ya demasiado lejos.
-Ciertamente no será fácil. Las dificultades serán
mayores. Pero no creo que sea imposible. Sólo que la
fuerza humana no será suficiente. Supone una gracia
especial, un poder extraordinario. Sin embargo conozco
otros que lo han conseguido.
-¿Y cuál fue el resultado?
-Por lo general sus relaciones se hicieron más pro-
fundas. Tan pronto como excluyeron el sexo, pudieron
conocerse en un nivel más profundo. Pero, por supuesto,
se ayudaron mutuamente.
-¿Cómo podemos nosotros ayudarnos mutuamente?
-quiso saber Miriam.
- Evitando ciertas situaciones. Por ejemplo, desis-
tid de vuestros paseos nocturnos en coche. Salid con
otras parejas. Sed honrados, no pretendáis que algo sea
hermoso, cuando no lo es en realidad.
-¿No creará esto muchas tensiones?
-Ciertamente, sí. Muchos problemas sexuales sur-
gen porque la gente piensa que a toda costa hay que evi-
tar el esfuerzo, la renuncia, la tensión. Yo creo qu,e la
tensión es algo positivo. Es algo que pertenece al crecer
y al madurar. Algún día tendréis que aprender a man-
teneros. de pie bajo la tensión, y el tiempo mejor para
aprenderlo es antes del matrimonio.

14.J
-¿Sigue habiendo tensiones aun dentro del matri-
monio?
-Si, los que no han aprendido antes del matrimonio
a mantenerse en pie a pesar de las tensiones, se enfren-
tarán con una seria crisis durante el matrimonio. Hay
tensión entre los tres ángulos del triángulo : entre sexo
y amor, entre amor y matrimonio, y entre matrimonio
y sexo. Pasa lo mismo que con una tienda. Será imper-
meable sólo cuando la lona esté bien tensa. Tan pronto
como desaparece la tensión, se arruga la tienda.
Timothy y Miriam no dijeron más. Se despidieron
y marcharon cogidos de la mano.

Daniel subió a recogerme para ir al aeropuerto.


Cuando pasamos por conserjería, la telefonista levantó
la cabeza del cuadro de la centralita y me saludó con los
ojos. Yo le hice una inclinación. De pronto recordé
que no había reservado habitación para Ingrid.
Preguntamos al portero si podía cambiarme a una
habitación doble. Explicó que todas estaban ocupadas
para el fin de semana.
-Si la hubiera reservado usted ayer o esta mañana...
- Me siento verdaderamente avergonzado, Daniel.
Durante toda la semana he estado tan ocupado en hablar
sobre el matrimonio y el compartir, que me olvidé de
reservar una habitación que pudiera compartir con mi
esposa.
El empleado sugirió que tomara una habitación in-
dividual para ella en el mismo piso, al otro lado preci-
samente del hall de mi habitación, y convenimos en
ello.
-Parecerá que no estamos en buenas relaciones
-dije.
Daniel intentó consolarme:
- Tiene la ventaja de que así puedes seguir hablando
con la gente en lugar separado. Hoy, por ejemplo, nos

144
ha sido muy útil tener una habitación de huéspedes li-
bre, cuando Esther habló con Fatma.
Esther nos esperaba en el coche. Le pregunté quién
había cuidado de los niños mientras estuvo hablando con
Fatma y conmigo después.
-Mi marido -dijo orgullosamente.
Daniel suspiró de forma ostensible.
-¿Resulta muy difícil?
-¡Terriblemente! Si las cosas siguen así, no sé a
dónde vamos a ir a parar -bromeó. Después cambió el
tono de su voz-. En serio, Walter, Esther es una mujer
distinta desde que ha empezado a trabajar conmigo.
-¿Quién cuida ahora de los niños? -pregunté.
-Fatma se ofreció a cuidarlos para que yo pudiera
ir con usted y Daniel al aeropuerto.
Mientras íbamos haci2 el aeropuerto, Daniel quiso sa-
ber si tambíén había dado clases de asesoramiento a la
telefonista del hotel.
-Traté de ponerme en contacto contigo esta mañana
poco después de las nueve y la telefonista me dijo con voz
suave y amable: «Perdone; sé que usted debe estar muy
preocupado, pero no desista de su esperanza. El doctor
está ahora durmiendo. No debo despertarle antes de las
doce. Pero estoy segura que le ayudará si le llama de
nuevo a esa hora».
Los tres nos echamos a reír.
-Sólo le dije que fuera correcta -contesté-. Pero
¿quién hubiera pensado que ibas a ser tú el primer cliente?
Hoy hubo muchas llamadas. No me explico cómo no
se le ha ocurrido todavía a nadie montar aquí un servi-
cio de asesoramiento por teléfono.
Mientras tanto habíamos llegado al aeropuerto. El
avión en que venía Ingrid traía media hora de retraso.
Mientras esperábamos, Daniel y Esther hicieron algún
comentario sobre mi conferencia de la noche anterior.
-Anoche discutimos sobre el triángulo de las líneas
oblicuas -empezó Daniel-, y el espacio vado que se

145
creaba, el «vacío en las relaciones», como tú dijiste.
Pero conocemos muchas parejas que no se ajustan a
esta descripción. Su situación es diferente. Se han co-
nocido ya durante largo tiempo. Están seguros de su
amor. Se han demostrado una y otra vez su fidelidad.
Han sufrido juntos muchas crisis. Poco a poco han cre-
cido en las expresiones de amor y al mismo tiempo en la
responsabilidad mutua. Pero debido a ciertas circunstan-
cias exteriores, todavía no pueden casarse. Quizá no ten-
gan un lugar para vivir o estén todavía formándose o
estudiando, por ejemplo. En esos casos no se ha creado
un vado sino sólo un pequeño espacio que los separa
·de la boda y de la plena unión física. Su caso podría ser
algo así.
Daniel sacó una tarjeta de su chaqueta y dibujó sobre
ella un triángulo con lineas paralelas de las quP. sólo la
última estaba ligeramente inclinada:

matrimonio

amor sexo

A continuación, añadió:
- Estas parejas dicen: «No es culpa nuestra el que
hayamos empezado nuestro matrimonio antes de la boda.
Nos vemos forzados a hacerlo así por circunstancias
externas. Sabemos que no es lo ideal, pero nos parece
el mal menor. Optamos por este riesgo, que es mejor·

146
que el peligro que supone reprimir nuestros deseos na-
turales, con la pérdida de serenidad y el nerviosismo que
esto lleva consigo, que a veces desemboca en el cansancio
mutuo». Francamente, Walter, cuando yo les oigo hablar
así, debo admitir que tienen su razón. Esperar durante
tanto tiempo podría distorsionar el juego dinámico de
fuerzas mucho más que el entregarse mutuamente antes
de la boda.
-En realidad, este es el caso más difícil así como
también el más discutido -repliqué-. Nadie ajeno al
problema tiene derecho a juzgarles ni tampoco a conde-
narlos.
-Pero ¿qué le diría usted a una pareja así?
-Primero examirtaría con ello~ todas las razones que
tienen para no casarse. A veces el motivo real no es más
que un falso orgullo. Són demasiado orgullosos para
empezar su vida de casados tan sólo con una mesa y una
cama. ¿Por qué no? Hasta puede ser bueno el vivir sin
comodidades al principio. Yo les diría: si empezáis desde
abajo, sólo podréis ir hacia ·arriba.
-¿Entonces usted les animaría a empezar en una
pequeña casa alquilada con un hornillo portátil que haga
de cocina?
-Pienso que el dilatar la boda sólo porque no tienen
una casa nueva es una necedad.
-Ese es el problema -explicaba Daniel-: muchos
de nuestros feligreses no se casan porque no pueden ir
vestidos en la boda comos los blancos: un traje oscuro
para el novio y un traje largo de satin para la novia.
Otros dilatan la boda porque creen que es obligatoria
la tradicional fiesta que es costosa.
-Esto me convence más de que deberíamos recomen-
dar que las bodas fueran sencillas -propuse-. Una pa-
reja comprometida que ha experimentado su amor y fi-
delidad durante un largo período de tiempo debería sen-
tirse animada por la familia a celebrar la boda lo antes
posible.

147
- Y ¿si esto no es posible? -insistió Daniel.
- Entonces hay que convencerlos de que si bien
pueden resolver un problema mediante la entrega física,
el problema de su tensión sexual, sin embargo hay otros
muchos problemas nuevos, fruto de esa entrega física.
-¿Y cuáles son esos problemas principales? -pre-
guntó Esther.
-Hay que recordar a la pareja que no hay regreso.
La puerta giratoria se queda fija a partir de aquel día.
También si la pareja no tiene lugar propio, la adapta-
ción mutua resulta difícil. El sentimiento de no estar
cobijada afecta más a la chica que al chico y esto puede
impedir que la chica consiga una satisfacción sexual
plena.
-¿Y qué me dice usted de los anticonceptivos?
-preguntó Esther.
-Muchas veces ni siquiera piensan en ellos al tomar
la decisión. Pronto reconocen que no hay una solución
ideal para este problema y que cada método exige un com-
promiso. No es tan fácil ponerse de acuerdo sin vivir
juntos.
Por fin llegó el avión de Ingrid. Aparecieron los pri-
meros pasajeros.
Al fin vi descender a mi esposa. Bajaba las escaleri-
llas suavemente, digna y erguida. Llevaba un ligero ves-
tido marrón, con un chal verde alrededor del cuello.
Sus colores favoritos.
Cuando la vi recorrer con pasos medidos la distan-
cia entre el avión y el edificio, me sentí orgulloso de estar
casado con una mujer de tan distinguida elegancia. Da-
niel estaba en silencio.
Al hacernos señas Ingrid, su cara resplandecía fresca
y radiante. Me resultaba incrdble que fuera aquella misma
persona la que había escrito una carta tan deprimente
unos días antes.
Eché una mirada a su equipaje de mano y secreta-

148
mente esperé que se hubiera acordado de lo que a mí se
me había pasado: traer algún regalo para Daniel y Esther.
Después de un saludo afectuoso, fuimos al restaurante
del aeropuerto. Buscamos una mesa libre, y nos sentamos
para comer. Mientras esperábamos, Ingrid distribuyó a
cada uno los regalos: una blusa para Esther, una corbata
para Daniel, un gran calendario con fotografías en color
de los Alpes austriacos, juguetes para los niños.
Los regalos sorpresa rompieron el primer hielo.
En seguida nos pusimos a conversar como si fuéramos
viejos amigos. Ingrid había tomado contacto con una
gran facilidad.
- Ellos tienen el mismo problema que nosotros,
Ingrid -expliqué-: ni un momento libre, muchas in-
terrupciones, y el constante conflicto entre el matrimo-
nio y el trabajo. Daniel tiene tiempo para escuchar las
preocupaciones de todos, pero no las de su esposa. Te
resultará familiar esto, ¿verdad?
Ingrid pensó por un momento. Después dijo:
-Sólo hay una solución. Necesitáis un lugar para
ocultaros. Un lugar fuera de la ciudad donde nadie
pueda hallaros. Allí deberíais ir una vez a la semana
durante todo el día o al menos medio día.
La cara de Esther se iluminó.
-Ya sé dónde podríamos ir -dijo.
-¿Dónde? -quería saber Daniel.
- Te lo diré cuando estemos solós - dijo con cierta
picardía-. Nadie tiene que saberlo.
-Walter va a veces a un monasterio católico cuando
quiere trabajar sin que le molesten -dijo Ingrid.
-Sí, es cierto -dije-, y cuando lo hago, siento
envidia de los sacerdotes católicos por no estar casados.
Esther quería saber si yo hablaba en serio.
-¡Cierto! -replicó Daniel por mí-; creo que todo
hombre casado tiene momentos en que desearía estar
soltero.
En el hotel nos despedimos de Esther y Daniel.

149
-Por favor, llámame cuando llegues a casa -dije
a Daniel-, y dime cómo está Fatma.
Me alegré de que esta noche no hubiera conferencia.
Todavía me sentía cansado de la noche pasada.
Cuando nos quedamos solos en mi habitación, mi
mujer se sentó agotada en el sofá.
- Es demasiado -dijo.
-¿Cómo dejaste a los niños? -pregunté.
-Están bien. El jueves los llevé al internado. Te
traigo una carta de David.
Leí las garrapateadas líneas de mi hijo de doce años .
.«Anoche tuve un sueño extraño. Soñé que iba contigo
y mami a Africa. Me preguntaste cuál era mi lema. Pensé
un momento, y recordé entonces las palabras de la can-
ción: Gehe mit dem He"n allewege ('Ve con el Señor todo
el camino')».
Este prescindir de nuestros hijos nos ayuda a des-
cubrirles de un modo nuevo, pensé, y quizá hasta favo-
rezca su crecimiento interior.
-¿Pero no le costó. mucho a Ruthy quedarse sola?
Sólo tiene ocho años -dije a Ingrid. ·
-No creas. Se puso muy contenta cuando supo que
iba a quedarse con los vecinos mientras yo estuviera de
viaje. Le puso tu vieja gorra de capitán marino a su ele-
fante de juguete, y dijo que así no se sentiría sola. ¿Sabes
lo último que me dijo? «Mami, no te pongas triste por-
que no me vas a ver. Ya sabes que los días se pasarán en
seguida». Muchas veces pienso que son más valientes
que su madre. Dime, ¿qué tal resultaron tus conferen-
cias? ·
-Pregúntaselo mejor a la gente que fue a oírme.
Sonó -el teléfono. Era Daniel.
-Sólo quería felicitarte por tu esposa. ¿Sabes que me
ha impresionado como si fuera un ángel? Nunca había
sentido nada parecido respecto a otra persona. Primero
me parecía que no era real, aunque después me di cuenta
que lo era... Tiene un algo especial...

150
-Sí -dije-. A veces me pregunto cómo un tipo tan
·torpe y rudo como vo, ha podido encontrar una es-
posa así.
Ingrid levantó la cabeza, yo le cogí las manos suave-
mente.
-Y ¿cómo está Fatma? -dije, intentando cambiar
de tema.
-Está bien. Cuando llegamos a casa la encontramos
jugando con los niños y después cenó con ellos. Me da
la impresión de que ha recuperado la paz consigo misma.
Parece como si hubiera tomado una decisión, pero no
me he atrevido a darle ningún consejo.
-No te preocupes -dije-, de todas las maneras
ella sabe lo que tú quieres que haga.
-Dice que te va a escribir una carta. Quiere dártela
mañana. Pero, Walter, la razón por la que te llamo
ahora es porque la iglesia se está llenando otra vez.
Acude la gente en masa. Tienes que venir a dar otra con-
ferencia esta noche.
-¿No anunciaste que esta noche no habría confe-
rencia?
-Si, lo anuncié. Pero la gente ha venido. Quizá no
lo dije lo suficientemente claro. Hay muchas caras nuevas.
Yo no puedo enviarles a casa. Tienes que venir, Walter.
- Pero no puedo, Daniel.
-¿Intentas enseñarme cómo tengo que decir «no»?
-¿No podría ir Ingrid por mí?... Voy a pregun-
tarle.
Ingrid sacudió la cabeza con violencia en señal de
negativa.
-Ha dicho que muy bien -contesté-. Ven a re-
cogerla dentro de quince minutos.
Ingrid me arrancó el auricular de la mano, pero yo
ya había cortado.
-Pero si no tengo nada preparado -arguyó Ingrid.
Y o sabía que no se molestada por esto y por el tono
de su voz pude deducir que estaba cediendo.

151
-Que te hagan preguntas -sugerí-. Estoy seguro
de que tendrán muchas que hacerte una vez hayas ganado
su confianza, y eso no te resultará difícil. Pero date prisa
y vístete. Van a venir pronto a buscarte.
-Está bien -contestó- no importa.
Después marchó a prepararse a su habitación.
Maurice llegó muy pronto para llevar a Ingrid. Traté
de trabajar en mi sermón. El texto escogido era Efesios
5, 21-23.
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la iglesia», era el versículo clave. ¿Cómo amó
Cristo a la iglesia? La sirvió, pensé. No vino a ser ser-
vido sino a servir. Se sometió a ella, se entregó a ella.
Esto proyectó una nueva luz sobre el versículo que
todos los maridos acogen con alborozo y todas las es-
posas detestan: «que las mujeres estén sumisas a sus ma-
ridos». Pero se me ocurrió que la sumisión de la esposa
no es más que una sumisión en respuesta a la sumisión
de su marido. «Sed sumisos los unos a los otros».
Sí, pero ¿cómo? ¿Quién ha realizado alguna vez este
equilibrio? Parece ser tarea de cada día.
Sonó de nuevo el teléfono. Era la telefonista, pero
esta vez llamaba para hablarme de ella misma.
-Usted me dio permiso para que le llamara.
-Sí, se lo di. ¿Cuál es su problema?
-Que mi marido bebe.
-¿Por qué?
-No sé.
-Debiera saberlo. Su vida debe tener un agujero
en alguna parte.
-¿Un agujero?
- Sí, un bebedor siempre trata de llenar un agujero,
un recipiente vacío. Tiene que haber alguna deficiencia,
un vacío en su vida.
-No tengo la menor idea.
-¿Tiene usted hijos?
- Sí, un niño.

152
-¿Qué edad tiene?
-Casi cuatro años.
-¿No quiere su marido tener más hijos?
-Sí, pero si bebe yo tengo que trabajar y entonces
no tengo medios para sufragar los gastos.
-¿Por qué no llegan a un acuerdo entre los dos?
-¿Un acuerdo?
-Sí, también dentro del matrimonio hay que llegar
a acuerdos.
-Está bien, ¿sobre qué tendríamos que llegar a un
acuerdo?
- El deja de beber y usted accede a tener otro hijo.
-Gracias, señor. No lo olvidaré.
- Y ahora quiero darle otro número a donde puede
llamar.
- Sí, démelo. •
-Cuatro, trece.
- Falta una cifra. Todos los números de teléfono
de esta ciudad tienen cuatro cifras.
-Es un número para usted, para que pueda llamar
cuando lo necesite.
-¿Para mí?
- Sí, ¿tiene usted Biblia?
-Puedo buscar una.
- Entonces, en caso de necesidad, llame a Filipenses,
capítulo cuatro, versículo trece: «Todo lo puedo en
aquel que me conforta».
Hubo un silencio. Colgué. Otra vez había dado un
consejo. Soy un consejero imposible, un pobre marido,
y un pastor sin sermón. Estaba sentado delante de una
cuartilla de papel y no podía escribir ni una línea. Era
el mismo sentimiento que había tenido aquí la primera
noche.

Cuando regresó Ingrid de la iglesia, no había escrito


todavía una sola palabra de mi sermón. Podía muy bien
haber ido con ella.

153
-¿Cómo resultó? -le pregunté.
-Muy bien, teniendo en cuenta las circunstancias.
Daniel me presentó como tu esposa y madre de tres hi-
jos y dos hijas. Después les animó a hacer preguntas
sobre lo que quisieran. Empezaron a llover preguntas.
Podíamos haber continuado durante horas.
-¿De qué trataban?
- La mayor parte de ellas sobre la mujer y sus fun-
ciones biológicas. Uno quería saber qué hacer cuando
su esposa está embarazada y se encapricha con cosas
raras que a veces cuestan mucho dinero. ¿Debería reírse
de ella o debería intentar conseguir las cosas que pide?
- Ya sé lo que respondiste. Seguro que les con-
taste la historia de las manzanas, cuando estábamos en
el Camerún y te encontrabas en el embarazo de Kathy.
Cómo tu ejemplar esposo tuvo que ir expresamente al
aeropuerto para esperar el avión que venía de Europa
y comprar dos kilos de manzanas carísimas... Fue mejor
que yo no estuviera presente. ¿Y qué más te preguntaron?
-Querían saber de dónde vienen los gemelos, cuál
es la causa del aborto, si el hombre puede dormir con su
mujer cuando ella está embarazada, por qué mueren en
el parto tantas madres ... Todas eran preguntas intere-
• santes. Afortunadamente me había llevado mis láminas.
Usé una que presenta la fotografía aumentada de los ór-
ganos reproductores femeninos para explicarles cómo su-
cede la concepción de un niño.
-¿Quieres decir que colgaste la lámina allí?
-Por supuesto. Daniel preparó un pequeño soporte
y colgamos el cuadro allí, delante del altar, para que todo
el mundo lo pudiera ver.
-¿Sabes, Ingrid, que antes de dar mi primera con-
ferencia Daniel me dijo que tuviera cuidado con usar
allí la palabra «sexo»? Y ahora tú, vas y cuelgas la lá-
mina de un útero delante del altar. Parece que se ha avan-
zado bastante.
-No parecían tener grandes reparos. Sin embargo,

154
Daniel tuvo que llamar a Esther para que le ayudara a
traducir lo que yo iba diciendo sobre los órganos feme-
ninos. Después me contó qué términos había empleado
en su lengua nativa. Al útero lo llamó «la casa del niño»,
los ovarios eran «el almacén de los huevos», y de la va-
gina dijo que era como «el camino para el nacimiento».
-¿Te aceptaron lo que les dijiste?
-La mayoría creo que sí. Aunque a veces creo que
les costó bastante. Por ejemplo, estaban totalmente con-.
vencidos de que si una madre lactante tiene relación
sexual con su marido, su leche se estropea y el niño se
pondrá enfermo y hasta quizá se muera. Y como tienen
la costumbre de amamantar a sus hijos hasta que por
lo menos empiezan a andar, la relación sexual les está
vedada durante un año, y algunas veces hasta dos años
después del nacimiento ,d.el niño.
-Sí, lo sé. Es una creencia muy extendida en toda
Africa.
-Nunca se me había ocurrido pensar hasta qué
punto una falsa concepción biológica puede tener con-
secu~ncias éticas. Si una pareja no se atreve a tener re-
lación sexual durante dos años después del nacimiento
del niño se explica en parte la poligamia de tiempos pa-
sados y la prostitución de hoy.
-Ingrid -dije poniendo mis manos sobre sus hom-
bros y mirándole a los ojos-, te estoy muy agradecido.
Eres una buena compañera de equipo. ¿Por qué no me
ayudas a predicar mañana?
-¿Quieres decir en el piílpito? ¡Ni hablar!
--si quieres, puedes estar de pie debajo. Pero sería
maravilloso si pudieras contarles la historia de mamá
Gerda.
- Ya veré. A propósito, he leído algo estupendo en
el avión que me gustaría mucho poder comentar con-
•tigo.
-Ingrid, por favor, ahora no. Todavía no he prepa-
rado nada de mi sermón. ·

155
Ingrid vaciló, pero sólo durante un segundo. Des-
pués dijo:
- Está bien. Siento que no tengas tiempo. De todos
modos tengo que marchar. Hay una chica que quiere
hablar conmigo. Se llama Miriam. Dice que está coqipro-
metida. Se interesó mucho por los síntomas de la ovula-
ción y quiere hacerme algunas preguntas. Es mejor que
empiece ahora a familiarizarse con su ciclo, porque des-
pués de la boda es demasiado tarde para empezar a de-
.terminar sus días fértiles y no fértiles.
- Me alegra que hagas eso, Ingrid. Y o no podría.
Me vienes muy bien como colaboradora.
-¿A qué hora tenemos que levantarnos mañana?
-A las siete, lo más tarde. El acto religioso empieza
a las nueve y yo quisiera repasar antes mi sermón contigo.
También tenemos que hacer las maletas. Nuestro avión
sale a mediodía. No tendremos tiempo para regresar al
hotel, sino que tendremos que ir directamente de la
iglesia al aeropuerto.
La besé dándole las buenas noches y marchó.

156
9

A la mañana siguiente me levanté a las seis e hice


mis maletas. Poco antes de las siete, llamé a la habitación
de Ingrid para ver si estaba despierta. Me abrió la puerta.
Entré en su habitación y me senté al lado de su cama.
Tenía los ojos cerrados, pero vi que había llorado.
-¿No has dormido bien? ·
Sacudió la cabeza, pero no dijo nada.
-Pero Ingrid, ¿qué te pasa? Nos sentimos tan fe-
lices anoche. Tú tuviste una intervención espléndida.
Después te besé al darte las buenas noches ...
-No, no lo hiciste.
-Sí lo hice.
- Y o no llamo a eso un beso. Estuve esperando que
vinieras después a mi habitación.
- Ingrid, no seas tonta. Y o sabía que estabas hablando
con Miriam y no quería molestarte. Además, tenía que
trabajar en mi sermón.

157
-Eso es: tu sermón es más importante que cualquier
otra cosa.
- Pero tengo que predicar hoy sobre el matrimonio.
-No sé qué tendrás que decir. No comprendes a
la mujer. No sabes qué es el matrimonio. Si al menos
supieras lo difícil que es estar casada contigo. A veces
pienso que no hemos progresado nada en estos dieciocho
años.
Ahora era yo el que callaba. Ingrid continuó:
-Cuando dijiste que no tenías tiempo para escuchar
lo que quise leerte, sentí como si me hubieras dado una
bofetada. .
Hizo una pausa. Como yo no decla nada, siguió
ella:
-Comprendí que querías que no te molestase. Toda
la noche he estado luchando con la tentación de creer·
que cualquier cosa o cualquier persona tiene en tu vida
más importancia que yo. Y a pesar de todo, no pude
superar el deseo de estar sola contigo.
-Pero, Ingrid, escucha. No me has comprendido.
Hemos llegado hasta aquí de un modo admirable. Den-
tro de un rato estará la iglesia llena de gente que es-
pera de nosotros una palabra de aliento para su matri-
monio. Podemos viajar juntos, trabajar juntos. ¿Re-
cuerdas cómo empezamos nuestra vida de matrimonio?
-Sí, en la pequeña habitación de un ático con una
pared inclinada donde no había más que el suficiente
espacio para poder ponernos de pie los dos. Nuestra
cocina fue un hornillo sobre el palanganero. Anoche
deseé volver a encontramos juntos en aquella habita-
ción, en vez de vivir en dos lujosas habitaciones de
hotel.
- Verdaderamente no me has comprendido.
-No, no soy más que una mujer. Eso es lo que tú
no entiendes. Puedes escribir y hablar todo lo que quie-
ras sobre el matrimonio, pero a veces pienso que ni si-
quiera has entendido las reglas del juego. Para ti no soy

158
más que una compañera de equipo, una colaboradora,
una pieza de lucimiento, pero no tu esposa.
Me levanté~ fui a la ventana y me puse a mirar fuera,
dándole la espalda a Ingrid. Descubrí la torre de la igle-
sia. Ya estaría tocando la campana. Muy pronto nos ven-
drían a buscar para el oficio religioso. Me era imposible
predicar ahora. No tengo nada que decir. Siempre hace
lo mismo: cuando me siento más feliz, lo echa todo a
perder.
-Ahora desearías ser un sacerdote católico, ¿verdad?
-preguntó Ingrid.
Me volví hacia ella.
-Sí, lo deseo -dije sin tratar de ocultar mi despre-
cio-. Todo sería más fácil.
-La monogamia puede ser una aventura emocio-
nante -contestó Ingrid, y me di cuenta de que trataba
de herirme. •
Me senté de nuevo al lado de su cama. Pasaron los
minutos. No hay nadie que extienda mi tienda, pensé.
Ha sido una semana de victorias: Maurice, Miriam,
Daniel, Fatma. Y ahora, aquí, no era más g,ue un hombre
derrotado. ¿Quién me ayudará a extender mi tienda?
Toda la tranquilidad quedó interrumpida por el tim-
bre del teléfono.
-El señor que siempre viene a recogerle está aquí.
Maurice era siempre puntual.
-¿Subo para ayudarle a bajar su equipaje?
-Escucha, Maurice, todavía no estamos preparados.
Ingrid aún está en la cama.
-¿Está enferma?
-No ... o sí, en cierto modo.
-¿Qué le pasa?
-Nuestra tienda se ha descompuesto.
-¿Quiere usted decir que... ?
-Sí, tenemos dificultades.
- Usted bromea. ¿Es posible que un asesor de matri-
monios tenga también sus crisis matrimoniales? ·

159
- Eso es lo mismo que preguntar ¿es posible que un
médico se ponga enfermo?
-¿Qué puedo hacer yo?
- Sólo esperar. ¿Podías pedir café y unos panecillos
y hacer que nos los sirvan en la habitación de mi esposa?
Te volveré a llamar lo antes que pueda.
Colgué. Sabía que Maurice rezaría por nosotros.
Dios ya había oído otra vez su oración.
lngrid estaba más tranquila. Me incliné sobre ella
y rodeé su cabeza con mis brazos.
- Me gustaría compartirlo todo contigo, pero a ve-
ces me resulta muy difícil.
Ingrid trató de sonreír.
-¿Qué querías decir con eso de que «nuestra tienda
está rota»?
- Fatma, una chica que asistió a mis conferencias,
me dijo que mi triángulo le refordaba una tienda.
-¡Una tienda! -dijo Ingrid pensativa- ¡Qué buena
idea I Es una imagen que cualquier mujer puede enten-
der. También yo prefiero una tienda a tu triángulo tan
anguloso y de esquinas tan puntiagudas.
-Sabía que te gustaría.
-¿Recuerdas cuando estábamos una vez acampando
sólo los dos, y una tormenta nos destrozó la tienda?
-Sí, me acuerdo. Se rompieron los palos y tuvimos
que pasar la noche cubiertos con la lona mientras la tor-
menta arreciaba sobre nosotros.
-Se rompió la tienda, pero a pesar de todo estába-
mos cubiertos.
-¿Y ahora? ¿No estamos todavía cubiertos aún
ahora? ¿No estamos todavía casados?
En vez de contestar, Ingrid dijo:
-Walter, esto es lo que yo quería que hicieras ano-
che: venir a mi habitación y arroparme como entonces.
Suspiré de alivio, pero sentía al mismo tiempo un
peso sobre mi.
-Bien, Ingrid, podía haberlo hecho sin ninguna di-

160
ficultad. Pero lo que me hace sentir inseguro y con miedo,
es el que hagas depender todas las cosas, nuestro matri-
monio, nuestro trabajo, nuestro ministerio, de un solo
·gesto.
- Para mí no es sólo un gesto. Está lleno de signi-
ficado. Me hubiera hecho sentirme cobijada y segura con
tu amor.
La camarera trajo el desayuno.
-¿Quién es ese Maurice con el que hablaste? -pre-
guntó Ingrid mientras desayunábamos.
-Trabaja en una compañía de construcción. No es
un psicólogo, ni un teólogo. Además de eso, está sol-
tero todavía. ¿Le llamo para que suba y haga de árbitro
entre nosotros? Es muy prudente.
-Por mí no hay inconveniente -dijo Ingrid con
gran sorpresa mía. •
Para ambos esto supuso un- paso decisivo. Haber
venido aquí desde Europa para ayudar a los africanos en
sus problemas matrimoniales, y tener que pedir ahora
ayuda a un africano. Pero fue una cosa buena para nos-
otros. El recibir ayuda es el mejor modo, si no el único,
de aprender a ayudar a los demás.
Maurice llegó en seguida. Al entrar en la habitación
nos miró con curiosidad. Seguro que había esperado
encontrar una escena diferente. Aquello no tenía apa-
riencias de ser una crisis importante. Ingrid y yo está-
bamos sentados en la cama y yo tenía cogida su mano.
Tomó una silla y no dijo nada. Estaba claro que no
sabía qué decir. .
-Anoche -empecé- cometí todos los errores que
he aconsejado no cometer a otros maridos. Solamente
hablé de mi trabajo. Dije a mi esposa que diera una con-
ferencia y que se preparara para hablar esta mañana
en la iglesia. Pero me olvidé de besarla como es debido
al darle las buenas noches.
- Y ni siquiera me dijo que me quería.
-Eso es. Ni siquiera le dije que la quería, ni la arro-
pé ...
161
-Lo último que me dijo anoche -añadió Ingrid-
fue que me tenía que levantar a las siete y tener todo el
equipaje preparado antes de ir a la iglesia.
Finalmente Ingrid acertó a reír:
- Y no tuvo tiempo de escuchar cuando yo le quise
leer una cosa.
~ Tiene razón. En cambio, estuve preparando un
sermón sobre cómo los maridos deberían amar a sus
esposas. ,
-Como ve -explicó ella-, lo que me molestó fue
el que tuviera tiempo para cualquier otra cosa cosa, me-
nos para mí; que cualquiera tuviera acceso a él, hasta la
telefonista del hotel.
Maurice no sabía qué decir. Al fin, se agarró a la pa-
labra «telefonista» y dijo a Ingrid con la mayor amabi-
lidad:
- Hablé con la telefonista mientras estaba esperando
abajo. Su marido le dijo anoche que el matrimonio a
veces es cuestión de llegar a un acuerdo. ¿Por qué no
llega usted a un acuerdo con Walter? Primero él escucha
lo que usted quería leerle anoche y después le deja usted
decir a él lo que quiera;
Sin más comentarios, lngrid tomó un folleto que
tenía sobre la mesita de noche. Se trataba de un ensayo
del autor alemán Karl Krolow sobre la ternura. Leyó
el párrafo que tenía subrayado:
«La ternura es el pianísimo del corazón, más suave
que el pulso, late durante la noche. La ternura nunca
duerme. Está siempre despierta, atenta en la clara luz
del mediodía y sumergida en las oscuras aguas de la media
noche. Bella y sin descanso, podemos alegremente con-
fiarle nuestros sentimientos más íntimos ... ».
Miré a mi esposa y sentí un gran amor por ella. ¡Esto
era lo que ella había querido leerme! Ahora la comprendí.
-Ahora le corresponde el turno a Walter para decir
a su esposa lo que quiera.

162
Maurice hacia muy bien su oficio de árbitro. Y o
estaba preparado:
-Quiero que Ingrid hable esta mañana en la iglesia
sobre mamá Gerda.
Ingrid accedió .
. -Ahora no tengo fuerzas para levantar de nuevo
nuestra tienda -dijo-, pero puedo arrastrarme dentro
~e la tienda del Señor y él me dará el cobijo que necesito.
-Son las nueve -dijo Maurice-. El oficio reli-
gioso está empezando. No tenemos tiempo para esperar
a Ingrid. ·
-Maurice, ¿por qué no me llevas a la iglesia, y vuel-
ves después a recoger a Ingrid y nuestro equipaje? Yo
hablaré hasta que ella llegue y después le cederé la pa-
labra.
Mientras íbamos en el. coche, Maurice . me dijo que
todavía tenía que hacerme una pregunta, pero que la
haría después, al ir al aeropuerto.
Cuando llegamos a la iglesia, la comunidad estaba ya
cantando el himno de entrada. Los bancos también es-
taban abarrotados, pero reinaba una atmósfera distinta
que en las conferencias de la· noche. La gente estaba
sentada con una gran compostura, sus rostros con aire
de solemnidad. Estaban preparados para presentarse ante
Dios, para ser interpelados por él de un modo especial.
· Tuve que subir inmediatamente al púlpito. Qué di-
ferencia en comparación con la primera noche, pensé
al mirar la aterciopelada alfombra que formaban sus ne-
gras cabezas. Sentí como un estrecho lazo entre la asam-
blea y yo, como si fuéramos una gran familia. Habí~
un clima de acogida y receptividad, como si cientos de
manos vacías se levantaran en el aire esperando llenarse
de algo.
Me sentí más pobre que nunca. Y sin embargo te-
nía algo que comunicar, yo era el portador de un men-
saje y al mismo tiempo el mensaje me sostenía a mí.

163
Decidí escoger sólo los versículos del 25 al 32 de
Efesios 5 y leí:
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la iglesia y se entregó a sí nusmo por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua,
en virtud de la palabra, y presentársela resplkdeciente a
sí mismo; sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino
santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus
mujeres: como a sus propios cuerpos. El que ama a su
mujer se ama a sí mismo. Porqué nadie aborreció jamás
su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con
cariño, lo mismo que Cristo a la iglesia, pues somos miem-
bros de su cuerpo. "Por eso dejará el hombre a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una
sola carne". Gran misterio es éste, lo digo respecto a
Cristo y a la iglesia».
Daniel lo leyó también en la lengua nativa y después
fue traduciendo mi sermón frase a frase, tranquilamente
y sin esfuerzo. Era como si estuviéramos otra vez ha-
blando por una sola boca.
Durante los últimos cuatro días hemos estudiado el trián-
gulo del matrimonio: dejar, unirse, hacerse una sola carne.
En el texto que acabo de leer, el apóstol Pablo añade una
nuef/12 dimensión a este triángulo. Dice: «Gran misterio es
éste».
Esta afirmación se encuentra en un lugar intermedio dél
texto. Se refiere al versículo anterior y al mismo tiempo señala
el siguiente.
Pablo dice: Cuando un hombre deja a su padre y a su ma-
dre, es un gran misterio. Cuando un hombre se une a su esposa,
es un gran misterio. Cuando los dos se hacen uno, es un gran
misterio.
Cierto que lo es. Todos nosotros nos hemos sentido afecta-
dos a lo largo de esta semana. Todos hemos sido afectados por
la profundidad de este misterio. Hemos sido tocados por el
pot1er de la palabra de Dios. El verslculo bíblico que hemos

164
estudiado ha sido como 1111 martillo que iba deshaciendo las rocas
en medio de nosotros. Pero a todos nos ha infundido una nueva
peseranz.a.
Fatma, Miriam y Esther estaban sentadas juntas en
el lugar reservado a las mujeres. No pude menos de mi-
rarlas durante un momento. Había una expresión de ale-
gría en sus rostros: nueva visión y nueva profundidad
en el de Esther; seguridad y decisión en el de Miriam;
el toque de la curación en el de Fatma.
Sin duda éste es un gran misterio. Pero después
Pablo sigue: «Lo digo respecto a Cristo y 1a· iglesia».
Pablo dice: «Cuando hablo de que el hombre deja
a su padre y a su madre, estoy hablando de Cristo. Cuando
digo que el hombre se une a su esposa, estoy hablando
de Cristo. Cuando digo que los dos se hacen uno, lo di-
go de Cristo». •
Saqué de nuevo mi triángulo de madera.
En otras ¡a/abras: El más profundo misterio de nuestro
triángulo es e mismo Cristo. Cuando os presentl el triángulo
-dejar, unirse, una sola carne- como guía del matrimonio,
no os di ninguna otra cosa ni a nadie más como guía que al mismo
Jesucristo.
Porque nos ama, Cristo dejó a su Padre en navidad. Se hizo
hombre. Un niño en el pesebre. No consideró la igualdad con
Dios como un tesoro codiciable. Se anonadó a sí mismo. Fue
obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Porque nos ama, Cristo dejó a su madre el viernes santo.
Cuando estaba en la cruz., dio a su madre otro hijo. Le dijo:
«Mujer, he ahí a tu hijo»,y a juan: «He ahí a tu madre».
Porque nos ama, Cristo se une a nosotros, la iglesia, su
esposa, se une a nosotros fiel y definitivamente.
La Biblia presenta la alianza entre Cristo y la iglesia
como un matrimonio. «Porque han llegado las bodas del Cor-
dero, y su esposa se ha engalanado» ( Ap 19, 7). «Yvi la ciudad
santa... engalanada como una novia ataviada para su esposo»
(Ap21,2).

165
No hay matrimonio sin crisis. La iglesia es a veces una es-
posa dificil. Somos ingratos, desobedientes, infieles a Cristo.
No aceptamos estar sometidos a él.
Una vez 'IIIVO que decir a la iglesia de Sardes: «Puesto
que eres tibia y ni fria ni caliente, voy -a vomitarte de mi boca»
( Ap 3, 16).
El verdadero amor no se abstiene de palabras duras.
Pero Cristo nunca se desentiende de su esposa, aunque lo
mereciera una y otra vez. Nunca se alefa demasiado. «He aquí
que estoy a la puerta y llamo».
Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la
iglesia...
El está siempre dispuesto al perdón. El la santificó. El la
purificó. La lavó. Lo mismo que un esclavo lava los pies de su
amo. La hizo aparecer con esplendor. Sin manchas. Sin arrugas.
Nunca puede haber un divorcio entre Cristo y su iglesia. Se dio
a si mismo por ella. Se entregó por esta esposa dificil e infiel.
Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a stt
iglesia. . ·
Y puesto que· Pablo lo refiere a Cristo cuando afirma: Los
dos serán una sola carne, también podemos decir: «Esposas
amad a vuestros maridos, como Cristo amó a su iglesia». Pues
si son uno en Cristo, lo que es verdadero respecto a uno lo es tam-
bién respecto al otro.
Porque Cristo nos ama, se hace uno con nosotros, lo mismo
que la cabeza y el cuerpo son uno.
El lo comparte todo con nosotros. Todo lo que es nuestro
se hace SlfYO, Nuestra pobreza se hace su pobreza. Nuestro
miedo se hace su miedo. Nuestro sufrimiento se hace su sufri-
miento. Nuestra culpa se hace su culpa. Nuestro castigo se hace
su castigo. Nuestra muerte se hace su muerte.
Todo lo que es SlfYO se hace nuestro. Su riqueza se hace nues-
tra _riq11eza. Su paz se hace nuestra paz. Su alegria se hace
nuestra alegria. Su perdón se hace nuestro perdón. Su inocencia
se hace nuestra inocencia. Su vida se hace nuestra vida.
Y se hace una carne con nosotros en un sentido 111"!)' concreto,
se hace físicamente parte nuestra en la santa comunión. ·

166
El triángulo del matrimonio apunta a Jesucristo, nos re-
vela lo que él ha hecho por nosotros. Os he hablado sobre el
matrimonio a lo largo de la semana. Pero en sentido más pro-
fundo, de quien os he estado hablando ha sido de Jesucristo.
Y quisiera deciros, como dijo Pablo a los Corintios 2, 2: «Pues
no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo,y éste crucificado».
La voz de Daniel se hada cada vez más expresiva.
Me di cuenta de cómo se volcaba totalmente en cada
palabra que traducía. Era como si anticipara lo que yo
iba a decir, como si sacara las palabras de mi boca aún
antes de que yo las pronunciara. Quería de todo corazón
que su comunidad captara este mensaje.
Podéis olvidar muchas de las cosas que hemos dicho mi
esposa y yo sobre el matrimonio, pero no olvidéis una cosa:
Que Cristo dejó al Pdtire por vosotros, porque os ama,
os ama personalmente. .
Que Cristo dejó su madre por vosotros, porque os ama,
os ama personalmente.
Que Cristo quiere unirse a vosotros, porque os ama, os ama
a pesar de que vosotros no os unáis a él.
Que Cristo quiere hacerse uno con vosotros, una carne, de
un modo mttJ intimo y personal, porque os ama, os ama eter-
namente.
La iglesia estaba completamente en silencio. De re-
pente ocurrió algo inesperado. Un hombre, que estaba
sentado en los primeros bancos, se puso de pie y empezó
a cantar en voz alta. Antes de que me diera cuenta, toda
la comunidad se unió a aquel hombre cantando desde
lo profundo de sus corazones.
Miré a Daniel.
- ¿Quieren que me retire?
-No -susurró-, esto significa que están de acuerdo
contigo. Quieren expresar su alegría. Al mismo tiempo
quieren darte un descanso para que puedas continuar con
nuevas fuerzas.

167
Nunca me había pasado nada parecido.
-¿Qué cantan? -pregunté a Daniel.
-Alaban el amor de Dios -respondió.
Cuando terminó el canto, traté de buscar una pala-
bra apropiada a la necesidad de Fatma.
A uno de vosotros el triángulo del matrimonio le recordaba
una tienda. La imagen de la tienda me ha ayudado a comprender
mejor el misterio del matrimonio.
La Biblia nos habla de la nueva creación, después de que
haya pasado esta tierra y toda lágrima haya sido borrada de
nuestros t!ios. Entonces vivirán juntos Dios y su pueblo, tan
unidos como una pareja casada bajó el cobijo de una · tienda:
«Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada
entre ellos» (Ap 21, 3).
Pero antes de que llegue esta hora, Cristo es la tienda de
Dios entre nosotros, una tienda con tres palos: dejar, unirse,
una sola carne. Por esto el mensqje de nuestra tienda no es sólo
un mensaje para los casados. En Cristo, todos los que no están
casados están incluidos también bajo la tienda de Dios. Pues
Cristo dejó también por ellos a su padre y a su madre; se une
también a ellos; se hace también uno con ellos.
En Cristo su vida encuentra finalidad y realización, liber-
tady alegría. En Cristo encuentran su lugar, su tienda.
Desde que Jesús vino a este mundo no hay ·nadie si,1 tienda.
En este momento se abrió la puerta principal de la
iglesia y entraron Ingrid y Maurice. La gente volvió la
cabeza para mirarlos. Yo aproveché esta pausa y dije:
-¿Queréis que mi esposa os cuente una historia?
Hubo evidentes muestras de asentimiento.
- Ingrid, por favor, cuéntanos la historia de mamá
Gerda como ejemplo de un matrimonio que vive en la
tienda de Dios.
Daniel hizo una señal a Esther para que tradujera
a Ingrid. Las dos mujeres se situaron en la parte delan-
tera de la nave central, mientras Daniel y yo seguimos
de pie en el púlpito.

168
En seguida observé que Ingrid había vuelto a ser la
misma. En su cara no había ninguna señal de su insom-
nio de la noche anterior ni de haber llorado. Sus ojos
buscaban contacto con. el auditorio y lo hallaban. Había
pasado la prueba y esto parecía darle especial autoridad
en este momento. lngrid empezó a hablar:
El pastor que presidió la ceremonia de nuestra boda tuvo
siete hijos. Después de treinta años de matrimonio, su esposa
se puso mttJ enferma. Tenía un tumor cerebral. Esto quería
decir que había veces que no podía pensar con claridad. A veces
le acometía un extraño deseo de marcharse de casa. Por lo que
su marido tenía que vigilarla día y noche.
Cuando se agravó más su enfermedad, sólo podía andar y
hablar. con gran dificultad. Su marido tenía que ayudarla en
todo. Tenía que darle la comida, lavarla y vestirla.
Esto continuó durante qtzince años.
Una exclamación de asombro y compasión recorrió
toda la iglesia.
Ingrid continuó:
Cuando sus amigos le sugerían al pastor que la internara
en una casa o un hospital de enfermos incurables, él siempre
respondía: «Es mi esposa y la madre de nuestros siete hijos.
No puedo llevarla a un hospital o a una casa de enfermos».
Poco antes de su muerte fui a verla. Aquel día podía ha-
blar sólo un poco. Y esto fue lo que me dijo: «Ingrid, cuando
tú y Walter habléis sobre el matrimonio, quiero que digas a la
gente que mi marido me ama hr.ry lo mismo que me amó cuando
era su novia».
El auditorio respondió a estas últimas palabras con
un profundo silencio. Ingrid y Esther se sentaron des-
pués en el primer banco. Después de unos momentos yo
continué desde el púlpito:
Este es el amor que refleja el amor de Cristo a s11 iglesias
Es lo mismo que si miramos a un espejo. Cuando miramo.

169
al amor de Cristo, podemos ver una pintura de cómo quiere
Dios que vivan Juntos el marido y la esposa.
Cuando el marido y la esposa viven juntos de acuerdo con
la voluntad de Dios, su matrimonio se hace como un espefo,
un rej/efo del amor de Cri}to.
Lutero dice: «El matrimonio nos obliga a creer».
Bajé del fúblico y me senté junto a mi esposa. Daniel
rezó luego e padrenuestro, y el acto terminó con un him-
no y la bendición.
Todavía tuvimos tiempo para apretar las manos de
los fieles, antes de dejar la iglesia. Después tuvimos que
darnos prisa para ir al aeropuerto.
Maurice se ofreció a llevarnos en su coche, pero Da-
niel insistió en que fuéramos con Esther y con él. Esto
nos permitiría estar solos media hora con Esther y Daniel.
Decidieron que Maurice llevara a Timothy," Miriam y
Fatma. Con gran sorpresa mía, el hijo de Daniel de tres
años, que había estado en la iglesia con su madre, quiso
ir con Fatma. Se habían hecho amigos inseparables.
Ya estaba yo dentro del coche, cuando Fatma golpeó
en la ventanilla de al lado. Abrí y me entregó un sobre
cerrado.
-Por favor, léalo antes de que nos separemos -dijo,
y después volvió al coche de Maurice.
Iba dirigido a nosotros dos. Por esto, se lo entregué
a Ingrid para que lo leyera primero.
-¿Cómo estuvo el sermón que me he perdido? -pre-
guntó ella a Daniel mientras abría el sobre. Era evidente
que no pensaba que la carta contuviera algo importante.
-A mi-contestó Daniel mientras ponía en marcha el
coche-, me ha hecho ver claro que todo asesor de matri-
monios que excluya la dimensión espiritual es inadecuado
porque no capta la verdadera naturaleza del matrimonio.
Después añadió:
-Es un gran inconveniente que no puedan estar más
tiempo. ·

170
-Yo también lo siento, Daniel -dije-. Nos gusta-
ría poder estar más tiempo. Pero esta misma noche co-
menzamos otro ciclo de conferencias que durará diez
días. Asistirán unas cincuenta parejas, y tendremos clases
por la mañana y por la tarde. Y además están nuestros
hijos. No podemos dejarlos solos con la excusa de nues-
tras conferencias sobre vida familiar. Sería una verdadera
paradoja.
-Comprendemos -dijo Esther-. Dad las gracias
a vuestros hijos porque os han dejado venir.
-Lo haremos -contesté-. En seguida me di cuenta
de que Ingrid no seguía nuestra conversación. Vi en su
cara que estaba profundamente impresionada por lo que
leía. En silencio me pasó la primera página. A partir de
entonces no hablamos más hasta que llegamos al aero-
puerto. Fatma nos descubría en su carta toda _su vida
pasada.
La carta empezaba así: «Durante estos días pasados
he visto por primera vez toda mi vida a la luz de los ojos
de Dios. Ahora veo que todo lo que hice era malo, com-
pletamente malo. Me olvidé de Dios. Seguí mi propio
camino. Lo más importante de mi vida no era Dios, sino
yo misma. Por eso toda mi vida es una confusióm>.
Seguía después una descripción detallada de la his-
toria de su vida. Era como yo había pensado: estaba cons-
tantemente buscando un lugar sin hallarlo.
Cuando su padre se negó a dejarla casar con el primer
pretendiente, se escapó con él de casa. Su padre intentó
hacerla volver, pero ella se negó tercamente. La situación
legal de sus relaciones con este hombre no estaba nada
clara. Fatma lo expresaba así: «Me casé con él por mí
misma, sin Dios».
Después de vivir con él durante algunos meses, des-
cubrió que él ya tenía un hijo con otra mujer. Entretanto
quedó embarazada y no se atrevió a dejarlo.
El párrafo siguiente era un ejemplo del infierno en que
se puede convertir un matrimonio. Nada se omitía: des-

171
confianza, peleas, golpes, infidelidad: «Empecé a fumar
marihuana, a beber, a ir a hechiceros y adivinos».
Al fin abandonó a aquel hombre pero él se quedó
con el hijo que tuvieron. Anduvo errante de pueblo en
pueblo, de ciudad en ciudad, buscando siempre un lugar,
hasta que terminó en esta ciudad. Ni siquiera podía re-
cordar todos los hombres con los que había vivido antes
de juntarse con John.
La carta terminaba así:
«Yo no censuro a estos hombres. Hago recaer sobre
mí toda la culpa. He transgredido con pleno conocimien-
to todos los mandamientos de la ley de Dios. He deso-
bedecido a mis padres y los he engañado. Soy una adúl-
tera y una criminal. He abortado a mi hijo y quise sui-
cidarme .. Sé que merezco el castigo de Dios. Pero pido
perdón a Dios. No puedo lihe;mrme can rois __p.r.op_fa.s_
~erE§.:_ P~~--~~nfío en que Cristo mutj§__~~-~l:>ié11 pQr mí_,
para gue J..º ueda vivir ara él. Quiero e7ezar _de_ nuev~
· por favor, ayu eme a constrmr tn1 tlen a».
Terminábamos la carta de Fatma cuando llegábamos
al aeropuerto. Maurice había llegado antes que nosotros.
Miriam se había marchado ya a su trabajo porque estaba
de servicio. Fatma estaba con Maurice y Timothy, y
cuando nos vio volvió la cabeza por la turbación que
sentía.
Daniel aparcó junto al coche de Maurice. Ingrid se
acercó a Fatma y le dio un abrazo. Fatma rompió a llorar,
puso su cabeza sobre el hombro de Ingrid y empezó a
gritar sin poder reprimirse.
-¿Cuánto tiempo tenemos? -pregunté a Daniel.
- Y a son las once. Dentro de una media hora darán
el aviso para su vuelo.
-¿Por qué no os vais a facturar el equípaje?
Mientras ellos se fueron al mostrador con el equipaje,
Ingrid y yo nos fuimos con Fatma a la sala de espera.
Estaba llena de gente y con mucho ruido. Encontramos
un sitio para sentarnos.

172
-Quedaría usted horrorizado después de leer mi
carta, ¿verdad?- preguntó Patina.
-No, me siento feliz.
-¿Feliz?
-Sí, porque en el cielo hay una gran alegría por un
pecador que se arrepiente.
El altavoz· anunció: «Se ruega a la señorita Made-
laine R... que se dirija en seguida a la sala de llegada,
donde está esperándola su padre».
Fatma parecía sentirse aliviada de que no la conde-
náramos. Esperó a que terminaran la repetición del aviso
y preguntó:
-¿Cree usted que puedo ser perdonada? ·
-Sí, pero ante todo debes darte cuenta de que has
hecho tu confesión a Dios, no a nosotros. Nosotros no
somos más que testigos.
-Sí, lo sé. •
«El avión para el último vuelo a Abidjan está prepa-
rado para partir. Se ruega a los señores pasajeros que se
dirija:n a la puerta C», anunció el altavoz. Alrededor de
nosotros, algunas personas se levantaron y se dirigieron
a la puerta C.
-¿Quieres aceptar nuestra palabra de perdón como
palabra del perdón de Dios?
-Sí.
-Entonces, lee otra vez el último párrafo de tu carta.
Le entregué el sobre y ella desdobló la carta sobre
sus rodillas.
- Voy a empezar un poco antes del último párrafo-
dijo.
-Como quieras.
Fatma tuvo que esperar hasta que terminó el aviso
siguiente. La señorita Madelaine R ... seguía sin encontrar
a su padre.
Fatma empezó a leer a media voz, pronunciando con
claridad cada palabra:
«He transgredido con pleno conocimiento todos los

173
mandamientos de la ley de Dios. He faltado a la obedien-
cia a mis padres y los he engañado. Soy una adúltera y
una criminal. He abortado.a mi hijo ... ».
Su voz se ahogó. Sollozaba y todo su cuerpo se estre-
mecía. Finalmente pudo decir:
-¿Entiende usted? He matado una vida. El aborto
es un crimen, a pesar de lo que diga la gente. ¿Cómo
puedo yo enmendar este mal?
Ingrid puso su brazo izquierdo sobre los hombros
de Fatma y dijo:
-Fatma, hay cosas que, nunca podemos enmendar.
Sólo podemos colocarlas bajo la cruz.
-¿Está ocupado este sitio? -'--preguntó un señor que
arrastraba dos pesadas maletas.
Y o le ofrecí con un ademán el asiento junto a mi, que
acababa de quedar libre.
Fatma se calmó y pudo seguir leyendo:
«Quise suicidarme. Sé que me merezco el castigo de
Dios. Pero pido perdón a Dios. No puedo librarme con
mis propias fuerzas. Pero confío en que Cristo murió
también por mi, para que yo pueda vivir para él. Quiero
empezar de nuevo. Por favor ayúdeme a construir mi
tienda».
Dobló la carta y la metió cuidadosamente en el sobre.
La colocó sobre su falda, cubriéndola con sus manos
entrelazadas. Cerró los ojos e inclinó suavemente la ca.:
beza.
De nuevo fue anunciado el vuelo retrasado hacia
Abid jan. .
Nosotros nos olvidamos de tocio lo que había a nues-
tro alrededor. Estábamos en la presencia de Dios. El
no está sólo en las iglesias. Está también en los aero-:-
puertos.
Puse mi mano izquierda sobre las manos entrelazadas
de Fatma e Ingrid puso la suya encima de la mía:, mientras
su brazo izquierdo seguía en ademán protector sobre el
hombro de Fatma. -

174
Yo dije: •
-Señor, te doy gracias porque has perdonado mis
pecados y porque ahora puedo transmitir lo que he
recibido.
Después puse mi mano derecha sobre la cabeza de
Fatma y dije:
-Así dice el Señor: Fatma, no temas. Y o te he redi-
mido. Y o te he llamado por tu nombre. Aunque tus
pecados sean como la grana, quedarán blancos como la
nieve, aunque sean rojos como el carmesí, quedarán como
la lana. Tus pecados son perdonados. Vete y no vuelvas
a pecar. Todo el que comete pecado es esclavo del pecado.
Si Cristo te libera, serás verdaderamente libre 1 .
Fatma seguía sentada sin moverse, con los ojos ce-
rrados. Su cuerpo temblaba ligeramente. Después dijo:
-Ahora estoy en la tienda de ·J?ios, ¿no es cierto?
-Sí, ese es tu lugar. •
«La señora W ... que estaba anotada en lista de espera
para el vuelo a París y Nueva York, puede retirar su bi-
llete en la cabina S. Hay sitio libre para ella», se oyó decir
por el altavoz. . ·
-Esta noche iré a buscar mis cosas a casa de John
-dijo Fatma.
-Lleva a Esther contigo.
-De acuerdo. Me quedaré en su casa las próximas
semanas. Ella me ha contado lo que usted le dijo sobre
un lugar ... Daniel tratará de buscarme uno.
Los altavoces anunciaron nuestro vuelo.
-Sólo dos cosas más, Fatma -dije-. En primer
lugar, que ahora eres libre, absolutamente libre. El pa-
sado ha quedado borrado de tu memoria. Si sigues ator-
mentándote con tus pecados ya perdonados,_ cometes
uno nuevo.
-Comprendo.
-Segundo: la gracia de Dios es como una ~uz que

1. Is 43, 1; 1, 18; Mt 9, 2; Jn 8, 11. 34. 36.

175
crece y que cae en tu habitación oscura. Pero éste es un
proceso que sigue adelante. Puede ocurrir muy bien que
durante los próximos días descubras todavía más cosas
oscuras en tu vida que no pudiste ver ahora. No te
desanimes y no te desesperes. Simplemente significa que
tu vida está expuesta a la luz de Dios.
-Gracias.
Daniel vino corriendo hacia nosotros:
- Tenéis que marchar en seguida. Aquí tenéis vues-
tras tarjetas de embarque. Ya está la gente subiendo al
avión, y vosotros todavía no habéis pasado por el control
de pasaportes.
- Pero si acaban de anunciar nuestro vuelo.
-Es ya la segunda llamada. No oíste la primera.
Nos levantamos y seguimos a Daniel. Fatma se quedó
con Ingrid mientras sellaban nuestros pasaportes.
-¿Cómo te sientes ahora, Fatma? -preguntó In-
_grid.
Estuvo pensando durante un momento y después dijo:
- Es extraño, estoy sola y sin embargo no me siento
sola.
- Ese es el caso. Creo que sólo se deberían casar aque-
llos que sean capaces de vivir solos. Dios quiere que te
pruebes a ti misma.
Di a Ingrid su pasaporte y marchamos de prisa a la
puerta en la que Miriam estaba inspeccionando las tar-
jetas de embarque.
Esther y Daniel nos dieron el equipaje de mano. Y a
no teníamos libres las manos. N-1estros amigos nos abra-
zaron cariñosamente.
-Dios se valió de vosotros dos -dijo Daniel.
-A pesar de nosotros mismos -contesté.
Al volverme para despedir a Maurice recordé que
todavía quería hacerme una pregunta.
-Escríbeme tu pregunta -le dije.
-Ya lo •he hecho -respondió, metiendo de prisa
un sobre en el bolsillo de mi americana.

176
Pasamos por la puerta de embarque, dejándoles de-
trás. Miriam era a la única que se le permitía acompañar-
nos hasta el avión.
Con su acostumbrada espontaneidad preguntó:
-¿Recuerda usted mi primera carta cuando le es-
cribí que me temía que mis sentimientos por Timothy
no fueran lo suficientemente profundos como para ca-
sarme con él? Y usted me dijo que yo debería escuchar
mis sentimientos, porque las chicas lo perciben antes
que los chicos. Ahora que la cosa va resultando, me
pregunto si es también la chica la que lo percibe antes
que el chico. ·
-¿Qué opinas tú, Miriam?
Ella no respondió inmediatamente. Cuando subía-
mos por la mitad de la escalerilla del avión, gritó:
-Opino que sí. •
Sólo pude agitar la mano hacia ella en señal de apro-
bación. Fuimos los últimos en entrar en el avión. La
azafata estaba ya cerrando la púerta cuando ocupamos
nuestros asientos y nos apretamos los cinturones de se-
guridad. En seguida el avión se puso en movimiento
y empezó a recorrer la pista.
Ingrid puso su mano sobre la mía.
-Estoy avergonzada por lo de esta mañana -dijo-.
A veces tengo el sentimiento de que no puedo seguir
tu paso .. ¿Me entiendes?
-Fue una buena ocasión para seguir siendo humil-
des -repliqué-. Pienso que Dios nos deja pasar por
estas pruebas para que comprendamos mejor los pro-
blemas de los demás.
El avión estaba ya despegando. El hormigón de la
pista desapareció. La tierra se alejaba. El avión se diri-
gió hacia el cielo abierto.
Otra vez estábamos en nuestro camino: en ruta ...
-¿Por qué no abres la carta de Maurice? -preguntó
Ingrid.

177
-¿Qué piensas que hay en ella, otra confesión?
- Tengo la sensación de .que es otra cosa.
- ¿Qué te hace pensar así? ¿La intuición femenina?
-Sí.
-Dímelo antes de abrirla.
-¿No te diste cuenta de lo feliz que se puso Maurice
cuando se decidió que Fatma viniera con él al aero-
puerto?
uieres deor
-e:·Q. . que....;:i
-Abrela y veamos.
Ni siquiera yo había pensado en ello. Rompí el so-
bre y leí:
«¿Es Dios también casamentero? Cuando recé den-
tro del coche sobre el puente, mientras usted hablaba
con Fatma, oí una voz tan clara como una campana
que me decía: «Esta muchacha con la que está hablando
Walter será tu esposa». Fue una locura. Nunca la había
visto antes, no tenía la menor idea de quién era, cómo
era su aspecto. Sólo pude ver vagamente su figura en
la oscuridad. ¿Podía ser esto la voz de Dios? Tenga la
bondad de enviarme un telegrama con el «sí» o el «no»
tan pronto como pueda».
-¡Qué suerte tienes con tu intuición femenina! -di-
je a Ingrid con envidia.
-No era difícil -respondió ella.
-Pobre Maurice -murmuré-. Tenía tanto interés
en casarse con una virgen, y termina casándose con Fatma.
Ingrid me contestó:
-Pero si ella es virgen, Walter. Quedó purificada
como la esposa de Cristo. «Sin mancha, sin arruga, sin
lunar».
Desde luego, Ingrid tenía razón.
Llamé a la azafata y pregunté si el piloto estaba to-
davía en contacto por radio con la torre de control.
-Sí -contestó-, pero no para mensajes privados.
-Tengo que enviar un mensaje muy importante a
una empleada de su compañía.

178
Ella prometió intentarlo. Le di el nombre de Miriam
y dije:
- Este es el mensaje. Sólo tres palabras: «Di Maurice
'si'».
Seguíamos sentados juntos en silencio. Ingrid volvi6
_la cabeza y me miró.
-¿En qué piensas? -pregunté.
-Me siento feliz de haberme casado contigo -dijo
con una sonrisa.
- Y yo también.

179
pedal

Matñmonio. amor y sexo


mamienen el ritmo de dar y recibir
en un juego de armonía perfecta.
El amor le da al matrimonio espíritu de aventura,
una esperanza sin fin. Le da vitalidad.
La unión sexual refuerza el amor
y le hace anhelar una permanencia.
En las horas tristes marido y mujer se acogen
al hecho de estar casados
y se recuerdan su mutua promesa : «Yo me casé contigo».
Walter Trobisch es también autor de cYo Quise a una chica».

yoma casé contigo

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