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Ética de la Intervencion Social

Article · January 2001

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2 authors:

Alipio Sánchez-Vidal Isaac Prilleltensky


University of Barcelona University of Miami
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ETICA DE LA INTERVENCION SOCIAL
Alipio SANCHEZ VIDAL
1. Contexto socio-histórico: Modernidad, crisis moral e intervención social 1
1. La herencia de la modernidad 1
2. ¿Disolución de las certezas? La confusión postmoderna 5
3. Lo moral y lo social: Ética social 7
4. La crisis moral 9
5. Modernidad, postmodernidad e intervención social 12

2. Contexto científico-técnico: Ciencia, técnica y ética en la IS 15


1. ¿Neutralidad valorativa? Ciencia y valores 15
2. Ilustraciones en la acción social 18
1. Evaluación 18
2. Construcción social de los problemas sociales 19
3. Consecuencias para la IS 21
4. Ética y técnica social 22
5. Relación técnica-valoración: Independencia lógica 24
1. Distinción conceptual: Naturaleza y funcionamiento 24
2. Ritmo temporal 25
6. Praxis: Autonomía funcional y metodológica 26
1. Funciones y temporalidad 26
3. Autonomía metodológica y criterios éticos en la acción social 27
7. Interacciones 29
1. Temporales 29
2. Temáticas 29
8. Extremismos y riesgos derivados 31
1. Tecnocracia: Respuestas técnicas a cuestiones valorativas 31
2. Fundamentalismo: Respuestas valorativas a cuestiones técnicas 32
3. El abuso de lo valorativo: La ética como técnica 32
9. Resumen y conclusiones 33

3. Ética e intervención social: Estructura ética de la acción social 36


1. Ética 36
1. La estructura y dinámica de la acción moral: Vectores éticos y proceso 37
2. Intervención social 41

1. Estructura funcional 44
3. Estructura ética de la IS 47
1. Ética del acto profesional 47
2. Estructura ética de la IS 48
3. Conclusión: "Teoría" y tipología de la ética de la IS 51

4. Ética de la IS: Cuestiones previas y generales 55


1. Ética de la IS 55
1. Concepto: Bueno y malo en la IS 56
2. Asunciones valorativos 57
2. Cuestiones previas: Intencionalidad 60
1. Intenciones y resultados 61
2. Intenciones patentes y latentes: Beneficencia y auto-beneficencia 61
3. El riesgo de anular al otro: Celo y condicionamiento ideológico de la ayuda 65
0
3. El otro: El destinatario de la IS 66
1. ¿Quién es el destinatario de la IS?: Etica, técnica y estrategia 67
4. Legitimidad 68
1. Intervencionismo social y legitimidad 68
2. Libertad personal e intervención externa 71
5. Autoridad 72
1. Autoridad política y técnica, ¿autoridad moral? 72
2. Posicionamiento política y autoridad moral 73
6. Responsabilidad 75
1. Responsabilidad profesional 75
2. Responsabilidad por resultados inesperados: Previsibilidad y libertad 77
3. Contenido: ¿De qué es responsable el interventor social? 81
4. Los límites de la preocupación ética 81
7. Resumen: Cuestiones valorativas en la IS 82

5. Análisis puntuales: Valores (libertad) y métodos (grupos de encuentro) 86


1. La teoría: Libertad e intervención social 86
1. Técnica interventiva y restricciones a la libertad 87
2. Valoración crítica 90
2. La praxis: Controles y garantías interventivas 92
3. Análisis ético de los grupos de encuentro 93
1. Sistema ético y sistema social: Valores, agentes y relaciones 93
2. Intercambios y cuestiones éticas en la determinación de fines 94
3. Valoración crítica 96

6. Ética en la IS: Planteamientos, métodos y contenidos 98


1. Cuestiones éticas en la IS: Origen 98
2. Deontología profesional e IS 99
1. Crítica desde la acción social 100
3. Metodología: Proceso analítico 101
4. Áreas interventivas: Consulta 104
1. Panorámica de las cuestiones éticas 104
2. Ilustración 1: ¿Quién es el cliente? 107
3. Ilustración 2: Por qué y cuándo abogar 108
5. Intervención comunitaria y contexto relacional 109
1. Destinatario: La colaboración y sus problemas 111
6. Dimensión política de la IS y abogacía social 112
1. Información y poder: Ciencia y política en la acción social 113
2. Crítica del enfoque político: Ética y política 114
3. El rol interventor como integrador de demandas diversas 116
7. Conclusiones y recomendaciones 117
1. Relación y rol 117
2. Destinatario
119
3. Otras: Contexto, poder y conocimiento 119

8. Esquema de trabajo sugerido 120

REFERENCIAS 127
1
CAPITULO 1
CONTEXTO SOCIOHISTORICO: MODERNIDAD,
CRISIS MORAL E INTERVENCION SOCIAL
En este capítulo se trazan algunas coordenadas históricas, sociales y psicológicas que, a
modo de "plano de situación" permiten ubicar la consideración ética de la intervención social (IS
en adelante). Situación marcada, precisamente, por una doble crisis, cultural -cuestionamiento de
la herencia de la modernidad- y moral -repudio de los sistemas generales de valor y obligación-,
en que la utilidad y significado de este enmarque pueden resultar engañosos. Primero, porque la
confusión ideológica reinante y el rechazo de cimientos y certezas milita contra la propuesta de
cualquier marco cultural y social -que como consenso global o acuerdo de mínimos sea aceptable
para la mayoría- en que situar coherentemente -y desde el que dar sentido a- la ética de la IS.
Dificultad que torna, precisamente, ese marco o basamento tanto más necesario.
Segundo, porque en el terreno de la ética las lógicas del contexto y de la acción social
navegan en direcciones opuestas. La lógica contextual "postmoderna" postula desmantelar la
ética, al menos en su acepción de canon universal. La acción social, cada vez más consciente de
sus implicaciones y dificultades morales y de lo primitivo de su reflexión sobre ellas, intenta
construir una ética operativa válida. La posibilidad de que esta contextualización ilumine el
análisis ético de la acción social puede quedar, en consecuencia, desvirtuada si se acaban
traspasando a la IS lógicas de funcionamiento que le son substancialmente ajenas, aunque la
influyan de alguna manera. En evitación de tal traspaso y para mantener la perspectiva global,
apuntamos brevemente al final del capítulo algunas relaciones entre IS y modernidad.
Antes de eso nos proponemos poner de manifiesto el clima social histórico -la "herencia
de la modernidad"- que condiciona el examen ético de la IS; discutimos y evaluamos la supuesta
crisis moral actual y examinamos la relación entre las esferas moral y la social, así como la
posibilidad de una ética genuinamente social que obviamente condiciona el tema mismo del
libro.
1. LA HERENCIA DE LA MODERNIDAD
Desaparecido el socialismo, huérfano de certezas, alternativas y "enemigos", y desatadas
las fuerzas de la diversidad -y algunos atavismos disgregadores-, el Occidente opulento y
postindustrial encara en el fin del milenio un panorama crítico, complejo y desconcertante que, a
falta de mayor concreción, algunos han bautizado como "postmoderno". Un panorama que
Victoria Camps (1990) ha retratado resignadamente así: "Vivimos en un mundo plural, sin
ideologías sólidas y potentes, en sociedades abiertas y secularizadas, instaladas en el liberalismo
económico y político. El consumo es nuestra forma de vida. Desconfiamos de los grandes ideales
porque estamos asistiendo a la extinción y fracaso de la utopía más reciente. Nos sentimos como
de vuelta de muchas cosas, pero estamos confusos y desorientados ... Hemos conquistado el
refugio de la privacidad y unos derechos individuales ... el sujeto vuelve a aparecer, pero sin
prepotencia ... Quererse a sí mismo y no privarse de nada es el fin inmediato e indiscutible de la
existencia ... La libertad es el valor propiamente dicho" (p. 7-8).
En este ambiente enrarecido y derrotista, algunos intelectuales han roto con el pasado
moderno -que dan por clausurado-, sembrando el horizonte de nihilismo y perplejidad,
debilitando el ya de por sí pusilánime tono vital del fin de siglo y ensombreciendo, de paso, la
racionalidad ilustrada y sus logros.
La modernización como raíz y referente polivalente
¿Cómo se ha llegado a la semejante situación? Para entender el desfallecimiento actual y
la revuelta antimoderna debemos revisar, siquiera someramente, el proceso modernizador
occidental, que desde sus orígenes renacentistas va trenzando a lo largo de los siglos siguientes
una serie de complejos desarrollos demográficos, urbanísticos y sociales con un horizonte
credencial unificador de fe en el progreso, la razón y la ciencia (Ilustración).
Proceso que hunde sus raíces estructurales en el descubrimiento de los nuevos mundos,
2
las revoluciones científicas (constitución de las ciencias modernas), política (democracias
francesa y americana) e industrial, el capitalismo moderno (con la ética calvinista como substrato
cultural). Y que está, según el análisis sociológico, profundamente penetrado por los valores
directrices de secularización, racionalización instrumental e individualismo que, junto a la fe en
el progreso, crean las condiciones culturales para unos cambios materiales y sociales sin
precedentes, que pueden entenderse como un desarrollo y diversificación crecientes de los
sistemas sociales y de las funciones instrumentalmente útiles de sus miembros. En función de sus
resultados, ese proceso es vivido por unos como espejo en que mirarse -o, al menos, como
proyecto por mejorar o completar- y como herencia nefasta a desterrar, por otros.
La sobriedad, sentido del deber y exaltación del trabajo penetrado de religiosidad
proclamdos por la moral calvinista aportan una base cultural del capitalismo inicial. El método
científico, el racionalismo, la contrastación empírica y los descubrimientos de las ciencias
físico-químicas -y sus aplicaciones industriales y domésticas- fortalecen la fe de los hombres en
su propio poder y en el conocimiento y el progreso basado en la razón. Las revoluciones políticas
francesa y americana alumbran un nuevo orden democrático basado en la voluntad y
autodeterminación de los pueblos y los ciudadanos. La revolución industrial trae consigo el
maquinismo, posibilita la producción masiva de bienes, pone en primer plano el proceso de
producción.
Causa, también grandes desplazamientos del campo a la ciudad y enormes dislocaciones
sociales bajo las condiciones de producción capitalista que, a la vez que posibilitan la liberación
de los hombres de los ligámenes feudales, los "fragmenta", alienándolos del otrora proceso
unitario de producción y convirtiendo su trabajo en mercancía adquirible en un mercado "libre"
profundamente injusto para él. El paso de una economía agraria, de subsistencia a una industrial
de producción y la mejora de la medicina y condiciones públicas de salud generan una
"explosión" demográfica sin precedentes. El mundo se urbaniza. La ciudad pasa a ser el centro
de producción y comercio, sede de la burguesía e identificado con una forma de cultura más
heterogénea, sedentaria y dinámica característico de la modernidad.
La sociedad y la vida diaria sufren profundas -y frecuentemente desvertebradoras-
convulsiones en la mayoría de sus órdenes y relaciones. El rol social de la familia se debilita en
similar medida al fortalecimiento del rol del trabajo, perdiendo muchas de sus funciones
económicas y sociales y quedando en refugio de afectividad y vida privada. Lo que, unido al
avasallador individualismo, reduce en tamaño y significación social al núcleo familiar
haciéndolo más frágil e inestable. El trabajo -la nueva religión secular- recoge las funciones
-como generar valor e identidad social- que familia, religión y comunidad pierden,
convirtiéndose en esfera autónoma y centro de la vida pública. Algo similar ocurre con el
territorio cuyos lazos y vinculaciones comunitarias se debilitan con la creciente movilidad (física
y simbólica), interdependencia de las comunidades e individualismo.
La emancipación del individuo torna conciencia e identidad individual lo que antes era
conciencia tribal (familiar y comunitaria). La secularización desmitifica el mundo, desplazando
el papel de la trascendencia y la religión en favor de la razón humana. La creciente racionalidad
instrumental e impersonal (la ciencia y la técnica, la ley y la lógica capitalista del mercado)
substituyen en gran parte a los lazos y valores ceremoniales y personalizados o divinizados. Nace
así el individuo emancipado "desanclado" (disembedded) como actor autónomo y ciudadano
titular de derechos, no como agente de un dios o un señor feudal. La sociedad pasa, en fín, de un
todo cohesionado, integrado y relativamente estático a un conjunto diverso y dinámico de
instituciones y sistemas especializados y autónomos cuyos intereses y proyectos es preciso
coordinar o, cuando menos, hacer compatibles.
Retornando a la situación actual, es lugar común del debate sociocultural la idea de que
atravesamos una crisis. Crisis cuyo alcance, significado -y existencia misma- son, sin embargo,
objeto de encendido debate y cuyos trazos globales -la citada "herencia de la modernidad"-
3
podrían cifrarse como sigue. Hundimiento del socialismo, fin de la bipolaridad de bloques y
consecuencias ligadas: debilitamiento de los ideales y alternativas, resurgir de fundamentalismos
y nacionalismos y recrudecimiento de las diferencias (Norte-Sur) entre pobres y ricos. Crisis
política, desencanto con la democracia y nueva "agenda" encarnada por los movimientos
sociales: ecología, pacifismo, nuevo asociacionismo, altruismo social, etc. Mundialización
económica asociada al "nuevo orden" neoliberal, debilitamiento de los estados nacionales y paso
de una economía centrada en la producción industrial a una centrada en los servicios y el
consumo. Consumo que, trascendiendo la economía, impregna todas las esferas vitales y sociales
(política, cultura, comunicación, relaciones personales ...), conformando un modo de vida a la
vez que un horizonte materialista de realización personal basado en tener y acumular, no en ser o
relacionarse con otros.
Puesta en cuestión del "estado del bienestar" y las conquistas sociales de épocas pasadas;
escasez del trabajo y creciente fragmentación social. Transición de los valores "capitalistas"
iniciales (austeridad, ahorro, trabajo) hacia el hedonismo consumista y la satisfacción inmediata
y egoista. Cuestionamiento del racionalismo moderno y vacío de certidumbres cognoscitivas
(ciencia), valorativas (moral) y estéticas (arte): se rechazan las antiguas y su legitimidad sin
aportar otras que las substituyan. Afirmación de la diversidad, localismo y el contexto frente a lo
establecido, cohesionador o unificador. Imposición -frente a los artefactos materiales de la era
industrial- de la comunicación simbólica (icónica e informativa) e impersonal como materia
prima del "nuevo mundo". "Polución" simbólica: escalada de sensacionalismo, superficialidad y
frivolización utilitarista -o halagadora de los apetitos más elementales- generalizados de los
medios de masas y agobiante manipulación de la publicidad comercial. Dificultad creciente del
sujeto ("self" saturado o "vacío") para integrar y dar sentido a tan voluminoso e inescapable
bombardeo sensorial y simbólico. Tecnificación y profesionalización, enfín, especialista en
respuesta a la complejización simbólica y operativa de la vida cotidiana.
La creciente complejidad y rapidez de los cambios resulta tan desconcertante como
difícil de evaluar, provocando con frecuencia juicios polivalentes y contradictorios en virtud del
multifacetismo de las situaciones, la pluralidad de efectos para el ciudadano medio y la
diversidad de juicios emitidos desde los grupos influyentes en función de sus intereses.
Bivalencia y contradicción manifiestos en la valoración del progreso y la propia dirección de la
evolución del mundo actual.
De ninguna manera puede afirmarse que el progreso económico y tecnológico ha traído
consigo el avance social y humano. Si prescindimos de anteojeras ideológicas
'progresistas' o bienpensantes que con demasiada frecuencia prejuician la realidad en este
campo impidiendo contemplarla en su integridad, con sus luces y sus sombras, es difícil
evitar la conclusión de que el progreso material, no sólo no ha aumentado, sino que con
frecuencia ha disminuido, la calidad de vida de los ciudadanos (de gran parte de ellos, al
menos) en los paises occidentales... Aunque el progreso ha creado, por un lado, las
condiciones tecnológicas y económicas para una vida mejor, ha destruido, por otro,
tramas sociales y relacionales básicas creando escenarios psicosociales que degradan
notablemente el bienestar de personas y grupos humanos. Se produce así una situación
paradójica, compleja y frustrante en que las mejores condiciones materiales de vida
conviven con las peores condiciones de desintegración comunitaria y problemática
psicosocial. La productividad tecnológica es espectacular; la productividad social y
humana, catastrófica. (Sánchez Vidal, 1993; p. 13).
La extensión de esta visión dialéctica y poliédrica del progreso a las condiciones de vida
del hombre actual permite captar la doble potencialidad de la herencia moderna con sus
contradicciones y malestar intrínseco: el enorme potencial de progreso social y humano liberado
a la vez que la extendida patología personal y social (el "malestar del bienestar") generada. Así,
el énfasis en el trabajo frente a familia y comunidad ha tornado críticamente frágiles e inestables
4
las vinculaciones personales y generado un considerable desarraigo. La gran oportunidad de
actuar y producir comporta una elevación paralela de las exigencias mínimas para sobrevivir:
mantener un trabajo, entender lo que sucede alrededor, tomar decisiones y elegir entre la miríada
de ofertas, planificar la actividad vital, etc. Lo cual excluye, en fin, cada vez a más personas del
flujo habitual de la vida social contribuyendo críticamente a la marginación y fragmentación
social.
El frenético ritmo vital en algunas esferas y momentos contrasta llamativamente con el
sedentarismo y automatización de otras que pasamos sentados frente a la televisión o el
ordenador o en tediosas rutinas. Las tremendas posibilidades de comunicación -material y
simbólica- van acompañadas por una paradójica sensación de aislamiento e incomunicación. La
explosión de imágenes y mensajes externos y la "democratización" de la cultura no nos ha hecho
ni más sabios, ni más capaces de tomar decisiones respecto a nuestras vidas; ni, desde luego,
mejores, más solidarios con los demás. Bien al contrario, con frecuencia ese flujo abrumador
aumenta nuestra perplejidad y pasividad para actuar, refuerza la tendencia al distanciamiento
social y la impermeabilización de la conciencia y embota nuestra sensibilidad ética y social.
Parecemos padecer, en fín, una "fatiga del desarrollo" que sobrecarga de nuestras funciones
simbólicas e intelectuales y, en ausencia de vínculos, convicciones y valores sólidos, debilita
nuestras capacidades afectivas, relacionales y morales.
En una cultura que gira en torno al individuo, este se convierte en protagonista obligado
de casi toda acción y dinamismo. Eso le confiere una tremenda capacidad de auto realización,
pero tiene también un alto coste de responsabilidad y frustración. Aunque, sobre el papel,
bienestar y éxito personal están al alcance de todos, en la realidad resultan sólo asequibles a
aquellos que tienen acceso a los medios socialmente sancionados -trabajo, excelencia productiva
y consumo material- excluyendo y frustrando a muchos otros y fatigando a casi todos. La
felicidad basada en producir, ser eficaz y acumular posesiones y estatus se muestra esquiva, se
convierte con frecuencia en una alocada carrera de "logros" externos sin enriquecimiento interno
o queda truncada por la frustración y el fracaso. Una carrera que exprime cada vez más de la
persona (tiempo, energía, dedicación intelectual y emocional) hacia la esfera social y laboral y
convierte a los otros en competidores o adversarios impersonales, en vez de compañeros
humanos.
Hay algo, en fin, profundamente irracional y contradictorio en el proceso modernizador,
tan liberador por otro lado. Y es que no está hecho "a la medida" del hombre (Adelson, 1974)
sino, en buena parte, a su costa. La racionalización y secularización modernas han sentado, junto
al progreso técnico, las bases para "construir" el individuo autónomo, "desanclado" de las
estructuras primarias de lugar, parentesco, religión y tradición en que estaba "encuadrado"
(Giddens, 1994). Quizá eso ha satisfecho las necesidades de autonomía y libertad, pero ha
erosionado seriamente, a la vez, las fuentes tradicionales de normas, valores y significado, por un
lado, y de vinculación humana (Memmi, 1984), por otro.
Si asumimos que esos nutrientes normativos y relacionales son necesarios para el
desarrollo humano, la imposibilidad de obtenerlos de sus fuentes primarias y personalizadas
llevaría a buscarlos a través de vinculaciones adictivas a la droga, a los demás, a las ideas y los
credos, etc. Las adicciones (físicas, ideológicas, afectivas, icónicas, etc.) serían en esta hipótesis
substitutos irracionales y espurios de los vínculos humanos, a la vez que manifestaciones del
déficit de significado y normatividad creados por el modo de vida moderno. Apuntando, como
los "nuevos valores" (ecología, feminismo, salud, familia, etc.), hacia una compensación
humanizadora del exceso de individualismo y racionalidad utilitarista soportado por el hombre
actual. Y reclamando reconducir el proceso modernizador a la medida del hombre y a su
servicio, no al de impersonales y abstractos sucedáneos como la tecnología o el desarrollo
económico.
2. ¿DISOLUCION DE CERTEZAS? LA CONFUSION POSTMODERNA
5
Uno de los planos que ha vivenciado más dramáticamente los cambios y contradicciones
es el ético. Privado de los referentes morales externos que definían nítidamente el bien y el mal,
guiaban la conducta individual y daban cohesión a la comunidad. "Desprovisto" de Dios,
memoria significativa (historia), el otro, la comunidad y hasta de sí mismo (self) e incitado por
mil influjos y mensajes, el hombre moderno tiene cada vez más dificultades para distinguir lo
bueno y lo malo, para juzgar u obrar rectamente.
Perplejo, se plantea qué hacer y en qué creer. Enfrentado a la labor de dotarse
deliberadamente de una ética, no tiene nada claro que la desorientación, angustia e inseguridad
de tal tarea, compensen las ventajas de libertad y crecimiento personal que prometen coronarla.
Oscila entre el vértigo del nihilismo y la nostalgia de las antiguas -y ya "inservibles"- certezas:
religión, patria, clan o líder carismático. Con frecuencia se retira, en fín, a la duda, la indiferencia
o el desapego.
No sólo ha desaparecido la verosimilitud de un nexo con la divinidad, base de la moral
religiosa. Peor, se ha debilitado seriamente el referente ético básico, el nexo con los otros
hombres, la alteridad, arrinconada por la autosuficiencia y el individualismo. Suplantado el otro
por el yo, el nexo con él deviene autocomplacencia y aislamiento egoísta; el interés por el otro,
autointerés e insolidaridad. Insolidaridad con las víctimas de la miseria y la injusticia social
doméstica y planetaria. Como señala, algo apocalípticamente, González Casanova (1992): "no es
que exista un vacío de valores en el campo de las estrategias sociales y políticas ... Es que priman
unos valores egoístas e inmediatistas que imposibilitan radicalmente la propia existencia de unas
estrategias que merezcan el auténtico nombre de 'sociales' y 'políticas'... El capitalismo ha llegado
a su culminación lógica: la destrucción de todo valor constitutivo de una comunidad social y
política..." (p. 15).
La crisis así planteada -y sus posibles salidas- son el centro de un amplio debate que, al
hilo de la crítica del racionalismo moderno, ha reavivado el interés por la ética y su papel en el
mundo actual. El punto de partida de la discusión es la aceptación de los valores racionalistas y
utilitarios actuales, del que se deriva la afirmación o denegación de la existencia de una crisis
moral real: la aceptación de tales valores como sistema moral válido, conduce a negar la crisis;
su rechazo, a reconocerla. Frente a la inflación de derechos e individualismo, los pensadores
"comunitarios" (Etzioni, 1993) enfatizan comunidad y responsabilidad social como fuentes
válidas de moral y núcleos de una forma de vida alternativa. Para MacIntyre (1984), vivimos en
una época histórica post virtuosa en que, desaparecida la auténtica moral como consecuencia de
los catastróficos cambios operados por la Ilustración, apenas poseemos apariencias fragmentarias
de moralidad. La tarea de recuperar la moral se torna así imposible a menos que puedan
reconstruirse comunidades que den sentido a la vida humana y de cuya textura puedan resurgir
virtudes y valores humanos.
Otros, "liberales", parten de la situación existente para construir una ética basada en la
libertad y el auto-interés individual y su maximización como satisfacción colectiva. Rawls
(1971), partiendo de un hipotético contrato social "racional", enfatiza justicia e igualdad como
complementos éticos necesarios de las virtudes liberales, a la vez que contrapesos necesarios
para corregir sus excesos y desigualdades de manera que los más desfavorecidos vivan lo mejor
posible. Una sociedad verdaderamente democrática habría de tomarse muy en serio los derechos
de las minorías más débiles (Dworkin, 1977). Otra línea argumental del debate subraya los
ideales de la modernidad: democracia, libertad, igualdad, racionalidad. La identificación con
tales ideales conformaría el núcleo universalizador que, superando la creciente desintegración y
diversificación social, aportaría sentido ético a la vida de las personas y coherencia social
racional substituta de la cohesión comunitaria "mecánica" o del particularismo tribal.
Más radical es la línea de pensamiento "postmoderna" que lleva el relativismo y
nihilismo moral a sus últimas consecuencias. Lipovetsky (1994), por ejemplo, acepta los valores
"liberales". Vivimos, según él, en una época "post deber" en que la moral individualista,
6
pragmática y dialogada ha substituido a la ética dogmática, maniquea y rigorista. No es que se
desintegre la moral, sino sólo la forma imperativa de entenderla, el deber austero, que es
substituido por una moral más gradualista y "realista" que acepta el deseo, la subjetividad y las
humanas apetencias de felicidad. Una ética "light", vamos.
La posición de Bauman (1993) es más matizada y distante, crítica por igual de la postura
moderna y de la postmoderna. Negada la moral dada (desde la religión o el pensamiento
moderno), clara y universal, la tarea de nuestro tiempo sería construir una ética personal
autónoma. Una ética ambivalente, no exenta de contradicciones; no racional (irreducible a reglas
y esquemas racionales); no fundada socialmente, puesto que la valencia ética precede a la social,
ni universalizable, puesto que los universales éticos suelen reflejar la imposición universal de los
intereses particulares de un grupo o institución. Una moral que evite, también, el relativismo
absoluto.
El racionalismo habría fracasado en su intento de subyugar la moral a la razón, tratando
de garantizar la gobernabilidad y unidad de acción social del complejo mundo moderno frente a
la fuerza disgregadora del imparable individualismo. El postmodernismo está así justificado al
denunciar el fracaso de tal intento de asfixiar la diversidad y en su afirmación de la pluralidad de
trayectorias y proyectos en la vida social. Fracasa, sin embargo, en la acción: desacredita las
opciones globales previas, pero no aporta soluciones propias. Es más, la opresión centralizante y
uniformadora que subyacía a la moralidad moderna ha sido substituida por una opresión difusa y
multiforme. Ambas tendencias, modernidad y postmodernidad, resultan igualmente negativas y
reduccionistas del hecho moral: las dos lo niegan y tratan de reducirlo a otra cosa, sea la razón, la
estética o la socialidad. Pero la conciencia moral, concluye Bauman, sigue existiendo
anestesiada, pero no amputada. Y es irreductible a cualquier otra cosa o esfera. Es más, es la
posesión humana más preciada e inalienable; no necesita excusas ni razones: el ser para el otro es
previo al ser con otro.
¿Qué decir de la "ética postmoderna"? Primero, es una contradicción in terminis: no se
puede afirmar aquello mismo que se está negando de entrada. Además de pretenciosa: los
presuntos contenidos de tal ética no aparecen por ningún lado. Estamos, más bien ante una crítica
(aceradamente destructiva y unilateral) de algunos aspectos del pensamiento socio-moral
moderno que, como justamente señala Bauman, no aporta alternativas. Las ideas "postmodernas"
dejan a menudo un sabor de boca agridulce. Mientras que una parte de sus críticas parecen
justificadas, su tono y la frecuente superficialidad y cartón piedra conceptual que las acompaña
despiden un sospechoso tufillo de moda intelectual generada por una minoría ensimismada en la
"alta cultura". Parecen más un síntoma del malestar de reinante y un estado de ánimo que una
teoría válida de lo que sucede o una propuesta consecuente y razonada de soluciones.
La "mirada" postmoderna entrega una visión profundamente negativa del hombre actual
como perdido, a merced de un entorno opresivo y confuso, sin criterios morales directores. Es
más, aunque se alcance alguna certeza moral, esta tendrá un valor meramente particular y local,
sin posibilidad de trascender el propio contexto comunitario o vital. Una visión que ciertamente
no se corresponde ni con la experiencia diaria ni con los datos empíricos. La experiencia muestra
que el común de la gente sigue disponiendo de una conciencia moral que permite distinguir lo
bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo que mejor conviene -y lo que no conviene- en
la mayoría de las situaciones y momentos. Una conciencia que sigue haciéndonos sentir
culpables y causando remordimientos cuando transgredimos la norma moral, mentimos o
hacemos daño a otros y sentirnos en paz y contentos cuando la cumplimos.

7
Eso es lo normal y habitual, no lo excepcional o inexistente como transparentan los
análisis nihilistas. Cierto que las condiciones de la vida actual crean, según se dijo, mayores
espacios de novedad, ambigüedad o complejidad, en que es más difícil desarrollar criterios
morales claros e inmediatos. Cierto, también, que parecen escasear más que en otros momentos
históricos los modelos personales e ideológicos. Pero, no menos cierto, que todo esto habla de la
aspereza de las condiciones a que estamos expuestos los hombres y mujeres modernos, no de
cómo nos enfrentamos a ellas ni del poso que -como conciencia moral individual y colectiva-
desarrollamos en la confrontación con esas condiciones y en la deliberación consiguiente. ¿O
acaso somos meros reactores pasivos ante los "desmanes" ambientales, como parece traslucir
tanto análisis falaz y lastrado de un pesimismo inexpugnable y sociológicamente reduccionista?
A nivel empírico el nihilismo postmoderno se da de bruces con algunas evidencias
acumuladas en los campos de la socialización, identidad personal o el desarrollo moral, que
atestiguan la existencia de "universales" (valores generalizados, compartidos o como queramos
llamarlos) morales. Kohlberg (1969 y 1981), por ejemplo, ha puesto de manifiesto una secuencia
de desarrollo moral que, con distintos tiempos y ritmos según los paises y culturas, llevan al niño
desde un estado inicial de egocentrismo premoral hasta una orientación moral consciente basada
en principios abstractos postconvencionales ("verdaderamente" morales) como la justicia o la
ley. En medio quedarían varias etapas de moralismo convencional con el castigo y el placer, la
aceptación de los otros y el estatus social como criterios centrales.
Por su parte Schwartz (1994) ha propuesto, a partir de los datos obtenidos en 44 paises,
un modelo de estructura valorativa formado por 10 valores potencialmente universales: poder,
logro, hedonismo, estimulación, autodirección, universalismo, benevolencia, tradición,
conformidad y seguridad.
Resulta como mínimo difícil casar el relativismo nihilista postmoderno con estas
experiencias y evidencias que, aunque no refuten literalmente sus argumentos, sí contradicen
frontalmente sus tesis generales y las implicaciones de su línea argumental. Es casi imposible
probar que hay valores universales si por eso entendemos que están presentes con similar
intensidad en todas las culturas y en cada uno de los hombres. Puede también suceder que en el
ámbito moral unos y otros llegan a conclusiones distintas (complementarias con frecuencia)
porque están hablando de cosas diferentes: unos de los aspectos y valores más "periféricos" y
mudables (los valores más sociales o culturales) y otros de los núcleos más generales o
universales (los "propiamente" morales) de tal ámbito. Un ámbito, el moral, suficientemente
heterogéneo y penetrado de vaguedad conceptual y confusión semántica como para que cosas
distintas reciban el mismo nombre ("valor" o "moral"), o cosas iguales nombres distintos.
3. LO MORAL Y LO SOCIAL: ETICA SOCIAL
La relación entre lo moral y lo social, una cuestión de larga tradición filosófica ha
asomado ya a las discusiones planteadas en las páginas anteriores. Debemos abordarla aquí
siquiera someramente para obtener algunos criterios orientativos del análisis y la praxis dado el
carácter doblemente social de la ética de la intervención social: como ética profesional, por tanto,
colectiva o social; como ética de la intervención social. La relación entre moralidad y socialidad
está marcada, de entrada, por una disyuntiva contradictoria:
a) La irreductibilidad de lo moral a cualquier otra dimensión (social, psicológica, política,
cultural, biológica, etc.) humana tan ardientemente defendida por Bauman. La bondad o maldad
trasciende, según esta línea argumental, los datos biológicos o psicológicos, el consenso grupal o
el acuerdo político, que no bastan, por ejemplo, para justificar moralmente un acto (así un
linchamiento) por más respaldo social o conveniencia política que lo sustenten o en función de
determinadas características físicas o psicológicas del actor.
b) El papel instrumental de los valores morales en la vida individual y colectiva. La supuesta
autonomía -e irreductibilidad- de la ética constituyen, según algunos (Bilbeny, 1992) una
9
auténtica estafa. La moral cumple una función preservadora de la especie humana y su equilibrio
ecológico. La conducta moral tiene, en fin, una explicación extra moral. Así, la prohibición del
incesto o la muerte protegen la base biológica de la especie; los mandatos de tratar
equitativamente a los demás o no robar, preservan el intercambio comercial; la veracidad intenta
mantener el valor que la información y la confianza personal tienen en la vida social. Y así
sucesivamente.
Giner (1989) ha esbozado una "sociogénesis" de la ética en esta época de relativismo,
secularización y racionalismo. Se trata de una ética mosaica -en que conviven morales sectoriales
de distintos grupos sociales-, contradictoria y difusa; generada desde criterios y áreas de acuerdo
en las prioridades sociales -como los "derechos humanos"- que son elaboradas como interés
común en procesos dialécticos generados desde arriba (autoridad política) o desde abajo
(movimientos sociales). Black (1993) ha llevado aún más lejos la tesis sociologista. Partiendo de
la visión sociológica de la moral como sistema de control social, describe "la estructura social del
bien y el mal" mostrando los parámetros sociales -igualdad, movilidad, distancia o estatus social-
que condicionan el sistema moral de control (justamente la estructura social del relativismo
ético) y su uso social y jurídico en conflictos entre individuos y grupos.
¿Como se compaginan los dos cuernos del dilema socio moral? Apuntemos algunas ideas
orientadoras desde nuestro concreto interés temático, la IS.
1) Autonomía e interdependencia. La esfera moral es autónoma, no independiente, de otros
aspectos humanos a los que no se puede reducir, pero con los que está marcadamente
interrelacionada: personas y grupos necesitamos integrar esos distintos aspectos para actuar y
relacionarnos. De otra forma, lo moral es distinto de lo psicológico o lo social, precisando un
tratamiento metodológico, conceptual y práctico diferenciado. Pero no está desligado de esos
aspectos, de forma que el abordaje de los asuntos morales en relación con esos otros aspectos y
perspectivas ha de permitir entender -y manejar- mejor y más integralmente los asuntos de
interés teórico o práctico. Estoy, en fin, afirmando el derecho de lo moral a existir en el concepto
y la acción; sobre todo frente a otras esferas o lógicas (la económica, la sociológica o la jurídica)
en que se la acostumbra a subsumir con frecuencia. Por ejemplo, cuando, se juzga la bondad de
una acción social en función de su costo económico, no de las oportunidades que brinda a
personas y grupos afectados de desarrollarse, mejorar o llegar a ser más justos y equitativos.
2) Ética social. ¿Es la ética un atributo individual o social? También esta es una falsa disyuntiva:
no hay ética estrictamente individual. La ética es siempre social: además de cimentarse sobre la
valencia social de la alteridad, la conciencia moral de los individuos se construye -como ha
mostrado Kohlberg- en un proceso dinámico de inter-acción y transacción social. Eso en
principio... ¿Y en la práctica? ¿Podemos hablar con sentido de "ética social" o "ética de la
intervención social"? Creo que sí. ¿Bajo qué tipo de criterios y convenciones? Las siguientes, en
mi opinión:
* El tema juzgado -un programa, el comportamiento de un equipo interventor- es social,
trascendiendo los límites de lo privado o personal para afectar a grupos o colectivos.
* El titular de la acción -y, por tanto, de la evaluación y responsabilidad moral derivadas- es
social: equipo interventor, institución, organización benéfica, colegio profesional, asociación
vecinal, etc. Es decir, el "actor" es social no individual. En tales casos los criterios y
responsabilidades morales les serán aplicables por igual y como roles (no como individuos), al
conjunto de miembros del colectivo social.
3) En tales situaciones asumiré que el proceso es social, en tanto que el contenido de los criterios
es -debe seguir siendo- moral. ¿Qué significa esto? Tres cosas:
* Los criterios (principios, valores, consideraciones) usados son de naturaleza moral, aunque el
proceso seguido (consenso, negociación, persuasión, razonamiento, etc.) sea social; debe serlo ya
que va a afectar al conjunto de quienes los elaboran, no a individuos particulares, que siempre
10
podrán modificarlos o adaptarlos a su particular visión y concreta circunstancia en que se hallen.
* El consenso mayoritario no puede decidir, por sí sólo, la bondad o maldad de una acción o
aspecto determinado de la IS.
* Es fundamental una consideración autónoma de la vertiente ética de la IS. Al plantear una
discusión explícitamente moral sobre un tema o acción social, los implicados (analistas,
interventores, etc.) sabrán que se trata de aportar argumentos y usar criterios específicamente
morales, no de alcanzar consensos grupales o acuerdos políticos, aunque al final se tengan en
cuenta también esos aspectos. Desde el punto de vista práctico no es lo mismo plantear una
discusión sobre un tema como una tarea moral, que organizativa, psicológica o política.
4. LA CRISIS MORAL
Matizado el aspecto social, retomamos el tema de la crisis. ¿Padecemos en la actualidad
una grave crisis moral, como sostienen muchos, o se trata sólo, como dicen otros, de una
exageración de las dificultades existentes doblada con el rechazo parcial de los valores
prevalentes? La respuesta a esa pregunta depende tanto de la postura adoptada ante esos valores
como de lo que entendamos por "crisis moral". Si por tal entendemos vacío "total" de valores
morales (no hay ética y la gente no sabe a qué atenerse a la hora de formar un criterio moral y
actuar rectamente) y damos por buenos los valores individualistas y utilitaristas dominantes, no
cabe hablar de crisis. Si por crisis entendemos que, aunque existen valores, esos no son ni
suficientes ni adecuados para las personas y grupos lo cual genera malestar y desorientación
subjetivos y desorganización social, entonces no podemos, en mi opinión, negar la crisis.
Explicitemos, para situar la discusión, el punto de partida: qué asumimos. Parto de una
visión integral del hecho moral que considere los valores morales, además de una forma de
disciplina y control, como suministros y guías positivas. Asumo que:
a) Las orientaciones morales son una necesidad humana vital. Las necesitamos para juzgar
situaciones, actuar ante problemas y temas relevantes y para dirigir nuestra vida hacia metas que
nos importan y son apropiadas.
b) La carencia, insuficiencia o inadecuación de orientaciones valorativas en relación a los fines
vitales planteados se vive internamente como angustiosa y contribuye a producir disfunciones
externas (anomia, ineficacia personal y social, violencia, adicciones destructivas...) en los
individuos y grupos más vulnerables.
c) Como recurso directriz y motivador, la insuficiencia o inadecuación de los valores morales
dificulta seriamente el desarrollo del potencial de personas y grupos sociales, tendiendo a
paralizarlos, incapacitarlos o a mal dirigirlos por caminos insatisfactorios, dañinos o irracionales
ya señalados en el apartado inicial de este capítulo.
d) Las personas incorporamos valores universales (presentes en todos, o casi todos), sociales
(compartidos con otros miembros de los grupos socioculturales -familia, amigos, comunidad,
etc.- a que pertenecemos) e individuales, cuya singular configuración final dará una estructura
ética personal.
Desde estas premisas, una crisis sería una situación crucial en que ni lo aprendido sirve
para abordar los retos y dificultades presentes, ni se han encontrado soluciones nuevas para ellos.
Toda crisis tendría, así, un doble potencial: negativo, como riesgo de fracaso y retroceso;
positivo, como oportunidad de aprendizaje y desarrollo. Desde ese punto de vista, la conciencia
de dificultad y el tímido rebrote actual del debate ético serían signos positivos (de reacción), no
negativos. El extendido sentimiento de impotencia (tan bien encarnado por las tesis
postmodernas), la tibieza y cortedad de la reflexión ética y la reacción social, constituirían, en
cambio, el signo más preocupante de la crisis. Desde esa dinámica, cobran, en fin, sentido las
contradicciones y desajustes notados por algunos analistas entre la "decadencia" moral (síntoma
de crisis) y la revitalización ética (signo de reacción a ella).
Es mi opinión, en respuesta a la pregunta planteada más arriba, que sí existe una crisis
11
moral -en el sentido ya acotado- cuyos signos y manifestaciones podrían cifrarse en los
siguientes (algunos ya reseñados en las páginas previas, otros relacionados con ellos):
1. Erosión de la alteridad derivada del individualismo y utilitarismo modernos que socava los
cimientos de cualquier moral digna de tal nombre: la conciencia de, y el respeto a, el otro.
Excepto, claro es, si la moral se entiende como autointerés. Cierto que individualismo y
autointerés tienen una importante papel -son funcionales- en un mundo que pasa de la
dependencia familiar y comunitaria a la autonomía individual. Y que se acompañan de efectos
positivos como la auto-suficiencia y el respeto a la persona. Entiendo, sin embargo, que tales
valores sólo son aceptables como base de una verdadera moral si están en un equilibrio razonable
con el interés y empatía por los otros que compatibilice el desarrollo propio con el de los demás
sin poner, además, en peligro los vínculos y tramas sociales más básicos. En los tiempos que
corren la balanza parece haberse desequilibrado tanto hacia el "sí mismo" que:
* Los vínculos sociales básicos se han hecho excesivamente frágiles e inestables, se ha debilitado
en extremo la solidaridad y empatía social sobre todo con los más débiles y desfavorecidos.
* Esa fragilidad del cemento -y cimiento- moral ha cristalizado en normas sociales y jurídicas
excluyentes y disgregadoras o en una relativa indiferencia hacia la miseria o el sufrimiento del
otro.
* Ha florecido en los espacios públicos y privados (como la familia) un nivel de "patologías"
ligadas al egoísmo y la agresividad individualista suficiente como para señalar el excesivo
arraigo de tales orientaciones valorativas.
Cada una de estas constataciones señalan, creo yo, preocupantes, no irreversibles, signos
de una desmesurada, que no catastrófica, crisis moral que se hace preciso reconocer para
buscarle remedio.
2. La consideración del hombre como medio -o mercancia- no como un fin en sí mismo inherente
al capitalismo y reactualizada y exacerbada por el neoliberalismo. Y visible en aspectos y
situaciones del sistema productivo (temporalización de la contratación laboral, feroz incitación al
consumo masivo, especulación financiera, desmesurada competitividad y exigencia de eficacia
por encima de cualquier otra consideración, etc.) en que las personas son tratadas, y se relacionan
con otros, como instrumentos deshumanizados -competidores, obstáculos, productores- para
otros fines: eficacia, beneficio, dinamismo económico, etc. Así las personas "han" de competir y
las familias "deben" consumir para que "la economía" vaya mejor; se ha de facilitar el despido
para incrementar el empleo; y así sucesivamente.
3. Desequilibrio entre desarrollo material y moral. El gran desarrollo material y técnico no se ha
traducido, como se señaló antes, en progreso moral y cultural. No es sólo que en numerosas áreas
de crecimiento o cambio rápido carezcamos aún de criterios morales apropiados -algo esperable-
o que no sepamos como valorar -y usar en el sentido no técnico del término- ciertas tecnologías o
artilugios nuevos. Peor, con frecuencia cultura y moral son vistas como una rémora para el
avance material y sacrificadas a él.
¿Resultado? El desarrollo se ha hecho en buena parte a espaldas, sino en contra, de las
verdaderas necesidades y deseos de las personas precisamente encarnados en esos -ausentes o
endebles- valores morales. El consumo de masas o la tecnología audiovisual serían dos campos
ilustrativos. El dato quizá más significativo del desatino apuntado es la grotesca inversión de la
relación en ciertas áreas entre el hombre y la técnica en que aquél acaba convertido en servidor
en vez de amo de aquélla (del entramado de intereses que la sustentan, en realidad). La técnica
pasa de medio o instrumento a fin en sí mismo al que el hombre queda con frecuencia
supeditado.
Es tarea de la ética (junto a otros enfoques y disciplinas irrenunciablemente humanistas)
recordar ese papel instrumental de la técnica, señalándole límites y ordenando su inserción en la
vida personal y social a partir de un esquema global de valores resultado de una deliberación
12
moral consciente cuyo centro sea el hombre. Algo de muy oportuno recordatorio en el contexto
de este volumen y del campo aún en formación de la acción social donde a la ética le cumple el
obligado deber de controlar el uso de la técnica de intervención social dirigiéndola hacia el
servicio de las verdaderas necesidades y bienes de las personas y grupos sociales.
4. La extendida anomia (falta de normas u orientaciones) ligada tanto al estancamiento moral y
los avances técnicos como a los déficits socializadores de los grupos sociales primarios, como la
familia, o a la creciente complejización del proceso de socialización humana. Manifiesta en:
* Situaciones de vacío de valores ante nuevos hechos y procedimientos derivados de novedades
tecnológicas u organizativos: multiplicación explosiva de los contenidos televisivos o
informáticos a nuestro alcance, papeleo y burocratización crecientes, etc.
* Inadecuación de los valores incorporados en la niñez y adolescencia a los nuevas realidades
técnicas, económicas, políticas o sociales ligadas al acelerado ritmo vital actual. Así, las
orientaciones políticas previas a la desaparición de la alternativa socialista de escasa utilidad hoy
en día; el cambio de significado del valor "trabajo" cuando el paro se convierte en una realidad
constante para un 15 % o un 20% de personas (y el trabajo parece inasequible para muchos,
como los más jóvenes).
* Debilitamiento de los modelos de rol y comportamiento positivos en grupos significativos
como niños, adolescentes o personas mayores. En el caso de adolescentes se observa un
desfallecimiento de los roles parentales ("desaparición del padre", desajuste de roles
-padre/madre- entre sexos, confusión sobre la disciplina y el pautamiento positivo de los hijos
...), complejización del proceso socializador y "competencia" de los múltiples -con frecuencia
contradictorios- mensajes sociales como el grupo de iguales o los poderosos y distorsionadores
medios de masas.
5. Problemas de modulación moral, es decir, de generar juicios razonablemente ciertos y
comportarse moralmente de forma coherente y estable. Están ligados a la dificultad de integrar y
dar sentido a la multitud de mensajes (relacionales, simbólicos, sensoriales) recibidos por el
sujeto en situaciones complejas y de emitir una respuesta valorativa y conductual única,
proporcionada (graduada) al tema y estable en el tiempo. También ligada a situaciones de
ambigüedad o incertidumbre, como las descritas en otros puntos, y a grupos (adolescentes,
adultos que se jubilan, etc.) en tránsito vital. Se manifiestan en forma de incapacidad de formar
criterios morales, confusión y desorientación, embotamiento, anestesia o indiferencia ante
hechos relevantes, o como conducta moral incierta o errática que constituyen, también, signos
más o menos "blandos" de crisis moral.
6. Confusión de valores instrumentales y finales (medios y fines). Aunque esa distinción no es
absoluta ni mantenible en cada caso, tiene una importancia práctica capital para discernir lo que
es moralmente básico de lo secundario o sustituible, la meta del camino y, en fin, para mantener
un esquema moral global ordenado, no un conglomerado informe de pautas y valores. La
felicidad, el bienestar, la justicia, el desarrollo personal, la bondad son, como cosas dignas de ser
perseguidas por sí mismas y de marcar metas vitales humanamente significativas, fines, valores
finalistas. El dinero, el trabajo, la eficacia, el consumo, la rapidez son medios o instrumentos para
lograr esos fines, en función de ellos.
Una de las claves de la crisis moral presente es la confusión de valores instrumentales y
finalistas, la substitución de unos por otros o la inversión de su relación, ya mencionada en el
binomio hombre/técnica. La eficacia, el trabajo o la posesión material pasan de medios para
alcanzar la felicidad personal o la justicia social a fines autónomos deshuminazados que rigen la
vida personal y social desde criterios impersonales. El fenómeno es indicador significativo del
desequilibrio y de un cierto fracaso moral desde una cuádruple consideración. A saber:
* La dificultad de los individuos de encontrar y mantener metas vitales significativas.
* La deshumanización implicada en esos valores falsamente finalistas.
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* La absorción relativamente acrítica de las personas (de muchas personas) por un sistema (el
stablishment) irracional, vendido como único posible y que, so capa de beneficiar a la mayoría,
sirve en realidad a una minoría más o menos difusa pero determinada que mueve los hilos
ideológicos y productivos (la "mano invisible") del entramado social.
* El retraso de los esquemas morales respecto a los tecnológicos y materiales que con
frecuencia acaban imponiendo sin mayores miramientos sus propias lógicas e intereses.
7. Los problemas psicosociales (abuso de drogas, violencia pública y doméstica, delincuencia
juvenil, fracaso escolar, paro, desintegración familiar y abuso de menores ...) como "síntoma"
palpable del doble fracaso o extravío moral: de las personas (malestar, sufrimiento e
incapacidad de los más vulnerables y sus allegados) y del sistema social que los "produce" y es
incapaz tanto de colmar las necesidades de esas personas o darles una salida digna a sus
problemas y a su vida, como de mantenerlas integradas en su seno. La "patología" psicosocial
constituye así el lado moralmente obscuro e indeseable del industrialismo y la modernización, el
malestar del bienestar, el fracaso del progreso y la modernización socioeconómica.
4. MODERNIDAD, POSMODERNIDAD E INTERVENCION SOCIAL
Como producto genuinamente moderno que es, la intervención social refleja, quizá
asimétricamente, las dos caras, positiva y negativa, del proceso de modernizador. La positiva:
* Como intento deliberado de cambiar situaciones sociales indeseables o injustas, encarna
perfectamente el proyecto moderno de emancipación e ilustración humana, afirmando, frente al
resignado fatalismo precedente, que daba por inalterables ("naturales") las condiciones dadas, no
sólo la posibilidad de alterar tales condiciones a partir del conocimiento sino, además, su
voluntad consciente de cambiarlas para crear un mundo mejor y más humano. El hombre pasa de
ejecutor de los intereses y deseos de otro (Dios, señor feudal, familia, ...) a agente de sí mismo,
de sus propios designios. Se constituye, en otras palabras, en sujeto histórico. Algo
particularmente cierto en las modalidades más participativas de la IS que reconocen a las
personas afectadas la cualidad de sujeto protagonista, y no sólo objeto, de la acción social.
* Como legitimación social de la búsqueda del bienestar y desarrollo personal implícitas en la
vertiente positiva de la IS que asume, la moderna secularización de la felicidad y el bienestar
como metas lícitas a perseguir en este mundo, no a esperar como premio, en el otro. Y la
democratización que pone, sobre el papel, esa meta al alcance de todos. La escandalosa
comercialización materialista y consumista del bienestar dibuja -junto a la dudosa
democratización real del proclamado derecho a la felicidad- un importante contrapunto negativo
al pretendido logro inicial.
Pero también encarna la IS, con no menor centralidad, la faceta sombría, negativa de la
modernización en la medida en que trata de reducir los desequilibrios y problemas que la
industrialización y el capitalismo modernos han creado. No sólo es, pues, la IS producto
emblemático del progreso moderno, sino también personificación del retroceso acompañante.
Otra vez la cara y la cruz. Más aún, la IS es acusada con frecuencia de hacer el "trabajo sucio" de
capitalismo y liberalismo haciendo más tolerables el sufrimiento humano y la desorganización
social creados por aquellos sin modificar en lo substancial las condiciones -ligadas a estructuras
y procesos económicos, políticos y sociales a los que el interventor social no tiene acceso- que
las generan y mantienen y que -como la libertad genérica- son prerrequisitos socioculturales de
tales ideologías.
Pero intervención -y ciencia- están penetradas, siquiera periférica o puntualmente, por las
obsesiones y enfoques postmodernas o, mejor, por las temáticas actuales que, subyaciendo a
ambos ámbitos, obligan a una consideración y posicionamiento al respecto. Temas enfoques
como:
* El constructivismo en la teoría y evaluación social, signo tanto de la recuperación del sujeto en
la esfera cognitiva (y valorativa) como del intento, si no de recomponer la antigua integridad
14
orgánica sujeto-objeto, al menos de restituir una cierta convivencia armónica o cuasi-simétrica
entre sus dos términos sin el sacrificio del sujeto tan caro al al racionalismo positivista, y tan
rentable en no pocos respectos... Pero tan costoso en otros ya manifestados en puntos previos o
por explicitar en los análisis éticos, particularmente vulnerables a la mutilación positivista de la
subjetividad. La cuestión del constructivismo es retomada, a un nivel más concreto, en el
Capítulo 2.
* La pluralidad metodológica (incluyendo las metodologías cualitativas, otro indicio de la
vindicación del sujeto) de estudio de la realidad social paralelas a la actual pluralidad de
enfoques y "miradas". Pero, a diferencia de los enfoques filosóficos, la IS sólo puede tolerar esa
pluralidad metodológica hasta un punto. Como actividad práctica que es, precisa integrar
analítica y operativamente la información obtenida con tal multiplicidad de enfoques.
Necesariamente ha de rechazar, por tanto, los supuestos epistemológicos postmodernos de
ilimitada pluralidad, horizontalidad igualitaria y, sobre todo, renuncia a la integración
significativa de la información. Supuestos que, en mi opinión, hacen igualmente repudiable esa
epistemología radical al hombre de la calle necesitado de significado y orientación unívoca en el
vivir diario (una actividad, claro es, también práctica...).
* La multidisciplinariedad entendida como esfuerzo analítico e interventivo conjunto de
disciplinas allegadas en función de la complejidad y multisectorialidad de los temas sociales y de
la dificultad de su abordaje global desde la especialización científica o profesional. Tampoco
aquí se pueden ignorar las dificultades de la transgresión de fronteras disciplinares (afirmada en
las propuestas postmodernas de superación de textos y géneros) ni los costos (tiempo, energía,
"desespecialización" conceptual y metodológica, etc.) que, como cualquier sistema de superación
de tendencias centrífugas y heterogéneas, comporta el trabajo multidisciplinar. Y también en ese
punto la praxis social testimonia visiblemente las dificultades para manejar la diversidad y la
necesidad de sistemas de coordinación aportando, a la vez, algunas pistas valiosas para su
eventual superación.
* La conciencia de la pluralidad y diversidad psicológica y social, visible en la heterogeneidad
de sujetos personales y colectivos presente en la acción social (y en la "epistemología"
evaluativa). También generadora de problemas de coherencia en los intereses y puntos de vista
emergentes que demandan, como en los otros casos citados, procedimientos de síntesis e
integración práctica.
* Tolerancia hacia la diversidad humana y los localismos como valores instrumentales más
adecuados para manejar analítica y operativamente las nuevas realidades de pluralidad étnica,
religiosa y cultural y las consiguientes reivindicaciones -de poder, presencia y voz social, etc.- de
las múltiples minorías que emergen como nuevos sujetos o "interlocutores sociales válidos"
(Conill, 1996).
* La importancia del contexto como reflejo del papel de periferia y diversidad externa, frente a
homogeneidad y unidad, en la definición de la identidad social. A tener en cuenta tanto en la
evaluación causal (la información cobra sentido en el contexto en que se inserta) como en la
intervención: acentuando el papel transformador de los contextos socio-ambientales y
comunitarios en relación a los fenómenos (marginación, droga, paro, violencia ...) "insertos" en,
o dependientes de, esos contextos.
* La participación, el diálogo y la negociación social. Piedra angular, la primera, de la
democratización de la acción social a la vez que vehículo de crecimiento personal por medio del
empowerment resultante de compartir el poder en el proceso participativo. Procedimiento, el
diálogo social, de presencia polivalente en la IS como forma de: superación de conflictos y
divergencias (diálogo y negociación "horizontal"); de profundización democrática y
empowerment a través del diálogo "vertical" (entre agentes sociales e interventor o autoridad); de
plantear y resolver problemas sociales.
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* La creciente explicitación teórica y operativa del poder (notorio en varios puntos anteriores
como participación, diálogo social o empowerment) como ingrediente clave de la vida social.
Debe ser considerado en la acción social per se, en pie de igualdad con los ingredientes y
procesos racionales al uso (evaluación, planificación, resolución de problemas). Ha de ser
incorporado generalizada y habitualmente a la investigación y análisis teórico como una variable
más en lugar de ignorarlo, ocultarlo bajo ropajes engañosos, pero socialmente inocuos o
relegarlo a la bruma de lo intangible y metafísico ("el poder").
La dispersa e irregular sensibilidad de ciencia y acción social hacia el poder deben, en
resumen, pasar a norma ordinaria contemplando su multiforme y poderosa presencia en las
interacciones y relaciones cotidianas entre hombres y mujeres, entre roles, entre grupos y entre
sistemas sociales; llamándolo por su nombre (por sus nombres), identificando, en fin, sus efectos
positivos y negativos y las reales posibilidades de su eventual manejo para potenciar personas y
colectivos.
Volveremos repetidamente sobre el tema del poder que aparecerá una y otra vez detrás de
muchas consideraciones teóricas y prácticas encadenadas a lo largo del libro, especialmente en
los capítulos 4 y 6.

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CAPITULO 2
CONTEXTO CIENTIFICO-TECNICO:
CIENCIA, TECNICA Y ETICA EN LA INTERVENCION SOCIAL
Trazado ya el contexto socio-histórico (macro) de la ética de la IS, este capítulo se ocupa
del contexto micro, científico-técnico. Se examinan primero las implicaciones valorativas de la
ciencia y el análisis social, centrándonos después en la relación entre técnica y valoración en la
acción social y en algunas de sus consecuencias prácticas.
Las dos patas de la técnica: Ciencia y profesión
La técnica se sostiene sobre dos pies. Uno, la ciencia, impersonal, amoral, le aporta
conocimiento potencialmente aplicable. Otro, la profesión, personalizado -moral, por tanto-, usa
ese conocimiento para transformar un área concreta de realidad. La profesión representa a la vez
un sistema de relación de la técnica -los técnicos- con el entorno social y un proceso de
desarrollo de la identidad social (rol) de aquellos. De la dimensión profesional nos ocupamos
más adelante; de la dimensión científica y su relación con técnica y ética en las páginas que
siguen.
La técnica es uno de los aspectos centrales del proceso de racionalización directamente
ligado al desarrollo de las ciencias modernas. Ese desarrollo permite pasar de un conocimiento
experiencial y general del mundo (la gente conoce por experiencia -y tradición- el entorno vital
inmediato) a un conocimiento especializado y sectorial: cada cual sabe mucho de una parcela
pequeña del mundo de forma que su vida depende en gran medida del conocimiento y las
habilidades profesionales de los demás. Ciencia y tecnología permiten controlar mejor las
calamidades naturales y miserias humanas. Y, dada la centralidad del trabajo en la constelación
de valores modernos, la profesión deviene, como identidad laboral, forma de vida específica de
la persona, casi un segundo carácter. (Algo cada vez menos cierto en la medida en que, en este
fin del milenio, el empleo se hace inestable y la profesión mudable y temporal).
1. ¿NEUTRALIDAD VALORATIVA?: CIENCIA Y VALORES
El enorme poder transformador de las ciencias naturales y las tecnologías derivadas
(incluida su demostrada capacidad de exterminio masivo), el creciente protagonismo y
aplicación de las ciencias humanas y sociales (incluido el potencial de manipulación masiva o de
creación de necesidades artificiales) y el llamativo descuido -si no retroceso comparativo- de la
moral y los los valores, han devuelto al primer plano la relación entre ciencia y valores y, en
paralelo, la tensión nunca resuelta entre objeto y sujeto, entre lo objetivo y lo subjetivo. Con la
reciente desmitificación de los sistemas de certezas estatuidas, la ciencia y la técnica han sufrido
un severo escrutinio crítico (Kuhn, 1970), cuestionándose algunos de sus más queridos
presupuestos -objetividad, neutralidad valorativa o universalidad- y desvelándose las
sospechosas connivencias éticas y políticas de ambas. La "sociología del conocimiento" o los
estudios sobre "ciencia, tecnología y sociedad" (González García y otros, 1997) son un buen
exponente actualizado de tales tendencias.
Los encontrados puntos de vista sobre la relación entre ciencia y valores parecen reflejar
dos concepciones o "miradas" divergentes -y complementarias- de la ciencia de la ciencia:
a) La ciencia como empresa ideal que, en virtud de su pretendida deshumanización genera unos
contenidos (leyes científicas) supuestamente objetivos, universales, desinteresados y amorales.
La concepción positivista, natural. La ciencia sería así valorativamente neutra, de manera que las
leyes sobre el comportamiento de las moléculas o los hombres podrían usarse tanto para hacer el
bien y promover causas justas (curar tumores o combatir actitudes racistas) como para hacer el
mal o avanzar causas injustas (fabricar bombas nucleares o manipular conciencias y
comportamientos).
b) La ciencia como realización humana y, por tanto, imperfecta y saturada de subjetividad.
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Emerge aquí una imagen desmitificada, más prosaica y realista de la ciencia desprovista de su
tradicional aureola de misterio y omnipotencia. Una ciencia que parte de asunciones usualmente
inverificables, involucra opciones y juicios de valor subjetivos, no siempre explicitados y
sometidos a la crítica y contrastación pública. Que está influida por factores extra científicos tan
evidentes y poderosos como los intereses personales del investigador la mayor o menor
disponibilidad de financiación o el favor de los grupos de poder establecidos. Así, se señala
(Krasner y Houts, 1984) como la globalidad de teorías sociales y psicológicas, más allá de sus
pretensiones de neutralidad y objetividad, reflejan en realidad los valores e ideología
culturalmente dominantes (positivismo, individualismo, conductismo o darwinismo social) que
impregnan en su socialización profesional a los científicos que construyen esas teorías.
Kendler (1993) y Prilleltensky (1989, 1994, 1997) han reiterado respectivamente desde la
Psicología los términos del persistente debate entre la concepción positivista y amoral de la
ciencia (hoy en horas bajas) y la desmitificada, valorativa y activista, escorada hacia territorios
críticos y postmodernos corregidos en el caso de Prilleltensky.
La controversia arrecia cuando, con la aplicación y el intervencionismo, las ciencias se
tornan más aplicadas y humanas (ciencias psicológicas o sociales) exponiendo a plena luz sus
flancos valorativos y subjetivos.
Primero, a medida que las ciencias se hacen más prácticas o aplicadas, se ligan a la
acción, frente al mero estudio de las personas, se impregnan inevitablemente de valoraciones
éticas y en cuanto se ocupan de las relaciones entre ellas y de las acciones sociales, de valores
políticos. Aunque los juicios de valor son inseparables del propio proceso investigador,
adquieren especial intensidad y relevancia en los procesos psicológicos y sociales ligados al uso
de la ciencia conductual y social. Así, construir una plaza o fabricar un coche, conllevan mucho
más que la "simple" aplicación de unos conocimientos urbanísticos, arquitectónicos o mecánicos:
suponen la expropiación terrenos que perjudican a unos y benefician a otros, decidir trayectorias
que separan vecinos y seccionan barrios, seleccionar trabajadores, negociar unas condiciones
laborales, etc.
Existe, sin embargo, una diferencia importante entre ciencias naturales y sociales en
relación a su uso o a la acción de ellas derivada. Mientras en las primeras, sería ajustado hablar
de "aplicación" de la ciencia a un supuesto dado, en las segundas, parece más correcto hablar de
intervención como interferencia más directa e intencionada en aspectos indeseables de la vida de
las personas y en los procesos sociales. Precisamos, pues, una teoría de la intervención social que
examine no sólo la vertiente técnica sino también sus supuestos e implicaciones valorativas,
especialmente relevantes para nosotros por la doble condición, de acción directa y acción social,
de la IS. Tal teoría es bosquejada más adelante (Capítulo 3).
Tras estas consideraciones no debería extrañarnos que los científicos exhiban en general
una actitud de marcada ambivalencia y reticencia a involucrarse en la acción técnica (aplicada) o
social (interventiva). Aunque quieren ayudar al hombre resolver sus problemas "físicos" o
sociales y a alcanzar sus metas positivas, la ciencia, como estructura básicamente deshumanizada
y neutral, carece de instrumentos para resolver la multitud de delicadas y complejas cuestiones
valorativas (éticas, políticas, relacionales...) que su uso humano y social plantea.
Es el precio que finalmente paga la ciencia positiva por haberse divorciado del lado
humano del proceso: no sabe -no puede- reencontrar la subjetividad y los valores al volver al
mundo social a través de la acción. Y, sin embargo, lo necesita desesperadamente: aunque
asumamos que la ciencia reside en el limbo de la abstracción y la lógica, el científico es de carne
y hueso y vive en el mundo real. Un mundo cargado de valencias e intereses que lo solicitan y
que, advertida o inadvertidamente, el mismo contribuye a crear.
Funtowicz y Ravetz (1990, 1997), partiendo de la complejidad, incertidumbre y novedad
del actual quehacer científico-técnico en el área social y de la exigencia de calidad en sus
18
resultados, han acuñado el término ciencia post normal para denominar la praxis científica que,
superando la concepción "normal" (Kuhn, 1970) de la ciencia como proceso racional de
resolución de problemas, incluye también los aspectos éticos y sociales y los cuestionamientos
metodológicos amplios asociados al proceso científico y a sus productos tecnológicos o de otro
tipo. Valores e intereses juegan un papel crucial en la concepción post normal (como en otras
perspectivas actuales) de forma que el rango de los datos brutos relevantes se ve
considerablemente ampliado para incluir esos "inputs" extra-cognitivos y la noción de
evaluación hereda (como también destacamos aquí) la preeminencia antes otorgada a la
predicción como proceso nucleador de la acción técnica.
Y, en fin, la noción relativamente simple y mecanicista de "aplicación" del conocimiento
(ciencia aplicada) se ve también extendida hacia otros tipos de praxis (como el asesoramiento
científico y la "ciencia post normal") en que relevancia social y la incertidumbre del
conocimiento útil tienen mayor peso. Nosotros mismos (Sánchez Vidal, 1997) hemos ofrecido
argumentos y conclusiones convergentes desde la revisión del campo de la "aplicación
psicosocial" que parece decantarse, finalmente, en tres apartados crecientemente
descentralizados respecto de la base científica: conocimiento (o investigación) aplicable, uso
práctico del conocimiento (equiparable, con matices, al asesoramiento técnico) e intervención
social.
Segundo, los aspectos valorativos y subjetivos adquieren relevancia a medida que las
ciencias se hacen más humanas: más psicológicas (nivel individual) y más sociales (nivel social).
En las ciencias "naturales" el hombre es sujeto, no objeto, de conocimiento. La situación es
bastante diferente en las ciencias sociales y humanas (como la Política, Economía, Psicología o
Sociología) en que el hombre es a la vez sujeto y objeto de conocimiento y, además, parte
integral del método investigador. En esa triple faceta de sujeto, objeto y vehículo metodológico
el científico, -portador de deseos, sentimientos, intenciones, opiniones e intereses inexistentes en
los objetos inanimados- de la ciencia natural- suele introducir una serie -variable pero relevante-
de sesgos y valores tanto en el proceso de estudio como, en consecuencia, en sus resultados
(datos y teorías). Sesgos y valores como:
* Reactividad psicológica y social en función de las intenciones que el sujeto atribuya al
observador o de lo que crea que, como objeto de interés indagador, se espera de él (que asienta,
disienta, coopere, etc.).
* Efectos específicos en los sujetos a estudiar en cuanto parte de una situación o campo social
que, como sujeto y vehículo metodológico, contribuye poderosamente a configurar: credibilidad,
atracción, repulsión, curiosidad, interés...
* Pérdida de objetividad como actor e interactuador involucrado en un campo social poblado de
valencias afectivas, morales y normativas, e ideológicas.
* Fenómenos sociales como el liderazgo, la diferencia de estatus grupal o los intereses políticos
pueden también distorsionar el proceso investigador y los datos resultantes. Por ejemplo, cuando
se estudian los problemas de una comunidad a través de grupos de expertos o informantes clave.
Estos efectos e interferencias dependen de la intensidad de la subjetividad, implicación
del investigador en la situación y de la valencia social de la temática en cuestión. Temas o
situaciones afectiva o políticamente muy cargadas como el aborto o las pensiones de los mayores
tienen mayor potencial de provocar distorsiones subjetivas y relacionales que otras más neutras o
meramente intelectuales. Por más que se intente neutralizar esos efectos a través de la reflexión
personal, el feedback social o el control experimental o estadístico, lo cierto es que siempre van a
afectar el proceso científico, quedando adheridos como elementos subjetivos (del sujeto, no del
objeto) y valorativos a las teorías finalmente producidas. Algo que puede pasar relativamente
desapercibido si actuamos en contextos sociales en que esos valores o ideas son compartidos por
la mayoría. El problema aparece cuando pasamos a grupos o contextos sociales o culturales
19
heterogéneos -o, simplemente, diferentes de aquellos en que se generaron las teorías- en que los
valores adheridos pueden descubrirse como patéticamente inadecuados o llamativamente
extraños.
En resumen, en las ciencias sociales, las implicaciones éticas y políticas no aparecen
sólo, como en la ciencia natural, en su aplicación técnica (que es ya un proceso humano), sino
que son inherentes a su propio carácter en cuanto que el hombre individual y social es sujeto,
objeto y -parte del- método de estudio. Las ciencias humanas y sociales no pueden, así, eludir los
dilemas y cuestiones valorativos abogando, por ejemplo, por una ciencia social "natural" o
positiva (ciencia de objeto humano o social y método natural). Lo que no significa que hayan de
rehuir la búsqueda de regularidades y leyes generales o el uso de métodos objetivos y
cuantitativos, sino tener igualmente en cuenta esa otra vertiente (subjetiva, valorativa, cualitativa)
siempre presente en los fenómenos y procesos humanos.
¿Cómo? No lo sabemos exactamente; no disponemos de la fórmula o procedimiento
preciso (aunque sí de ejemplos) para la mutua incorporación o integración de aspectos subjetivos
y objetivos, conceptuales y cuantitativos. El campo de la evaluación (que, como proceso central
en la IS, substituye y supera a la tradicional "medición" de la ciencia natural) es un claro caso de
integración de aspectos objetivos (medidas) y subjetivos (valoraciones). Parece claro, en todo
caso, que ambos aspectos, subjetivos y objetivos, han de convivir en la ciencia e intervención
social y que su mutua relación e integración debería ayudar a captar los fenómenos sociales en su
integridad multifacética, a comprender, además de explicar, a detectar las regularidades que
gobiernan la subjetividad personal y social y, en consecuencia, a adaptar las leyes generales a los
parámetros personales y situacionales concretos. Nada de lo cual nos librará, naturalmente, de las
responsabilidades implicadas en la investigación o la intervención ni de tener que elegir y tomar
decisiones en base a valores (y también a datos).
En conclusión, hoy en día, la cuestión no es si la ciencia humana y social contiene o no
valores e ideología, sino qué valores concretos concurren en cada proceso y situación, cuál es su
papel y cómo se podrán, y deberán, manejar e integrar en la práctica. Una regla de principio sería
que si no podemos -o no debemos- eliminar la subjetividad y los valores de la ciencia y de sus
usos técnicos, habríamos de esforzarnos en hacerlos explícitos sea para intentar controlarlos, sea
para observar su aportación al resultado final de nuestra actividad, sea, en fin, para utilizarlos
equitativa y provechosamente en la acción social. (Volvemos a este tema más adelante en
relación a la técnica de la IS.)
2. ILUSTRACIONES EN LA ACCION SOCIAL
Examinamos ahora dos ilustraciones concretas de la variable convivencia -y eventual
integración- de ciencia y valores en la esfera social: la evaluación y la "construcción social" de
los problemas sociales.
2.1. Evaluación
La evaluación es el primer paso de toda acción social: se trata de conocer y valorar la
situación a cambiar como la dependencia indeseada o nociva de una droga o ciertas necesidades
y problemas de unas personas mayores. Como conocimiento instrumental que es, la evaluación
está guiada por principios científicos que señalan los aspectos relevantes a evaluar o la
metodología más apropiada para hacerlo. Pero también es guiada por preferencias o juicios de
valor que se entrelazan con los científicos en las numerosas consideraciones a hacer y decisiones
a tomar -en unas condiciones dadas, nunca ideales- por el evaluador a lo largo del proceso.
* Al seleccionar el tema de interés y el nivel y la unidad a evaluar. Por ejemplo, al elegir como
tema de interés la droga frente al paro, la vejez o la prostitución. O, una vez elegido el tema
"droga", podemos concentrarnos en la propia substancia adictiva, en las personas que se drogan,
en el tráfico asociado, en la represión policial y judicial, y así sucesivamente. Si bien esas
opciones pueden estar orientadas en parte por datos, su motivación mayor suele provenir de
20
preferencias, intereses o convenciones sobre lo que es personal y socialmente más deseable y
más indeseable, usándose con frecuencia los datos (generalmente fragmentarios y poco
concluyentes) para justificar públicamente como "racional" una opción esencialmente valorativa.
* Al fijar los objetivos de la intervención que dependen -además de las valoraciones hechas en la
propia evaluación, de la que se derivan directamente- de elementos extra científicos como
recursos disponibles, asunciones ideológicas del tema, "color" político que encarga o paga el
trabajo, etc.
* Al elegir los métodos de evaluación (cuestionarios objetivos, entrevistas, historias de vida,
discusiones de grupo...) y la forma concreta para realizarla. Aunque, de nuevo, hay algunas
indicaciones metodológicas que orientan la elección, cada método tiene sus propios sesgos,
ventajas y costos en términos del tipo -y nivel- de información (cualitativa o cuantitativa)
producida, asunciones y compatibilidad con otros métodos, que dejan un amplio margen de
elección.
* La interpretación de los resultados se hace en base no sólo a principios lógicos y empíricos
sino, también, a convenciones sociales e intuiciones personales tanto sobre el significado de
determinado dato o grupo de datos como, sobre todo, a la hora de establecer conexiones y
suponer relaciones entre datos puntuales. Algo similar a la integración final de resultados que
depende del peso o ponderación (valoración) atribuido a cada medición o pieza de evidencia y el
significado que le es atribuido en la constelación final. Esas operaciones dependen tanto de la
coherencia lógica del conjunto y de su validez empírica como del olfato subjetivo y consenso
social sobre el tema.
* Habría que mencionar, por fin, las condiciones personales y ambientales en que se realiza la
evaluación que pueden afectar poderosamente su proceso y los resultados: premura de tiempo,
medios económicos y humanos disponibles, presión laboral o social, libertad ideológica de
considerar el rango plausible de hipótesis causales, etc. No es igual, por ejemplo, hacer una
evaluación sobre la droga para un político en época de elecciones, que un informe general sobre
el tema con plena libertad para sugerir soluciones a medio o largo plazo sin restricciones
ideológicas en cuanto a su real factibilidad u oportunidad política en un momento dado.
También es cierto que la validez general de una evaluación puede, al fin calibrarse por
comparación con los resultados de otras evaluaciones en el mismo terreno, la crítica
metodológica externa o los resultados de la intervención subsiguiente a la evaluación. Tampoco
esos procedimientos están, sin embargo, libres de sesgos valorativos ni, al depender de otros
factores que la mera documentación empírica, se pueden dar por definitivos.
Funtowicz y Ravetz (1990 y 1997) han sostenido desde la base de la desmitificación
kuhniana de la "ciencia post normal" ideas convergentes con las precedentes sobre la relevancia
y extraracionalidad (abarcadora de valores e intereses sociales) de la evaluación. La consiguiente
ampliación del rango de datos relevantes en la empresa científico-técnica comentada en páginas
anteriores se ve acompañada de una ampliación social de los evaluadores relevantes que, en base
a la pertinencia de valores e intereses y a la menor eficacia del conocimiento científico en temas
sociales vitales, incluyen, además de los expertos científicos y "oficiales", a diversos actores
sociales externos. Es lo que los autores llaman comunidades ampliadas (mejor que "extendidas")
de evaluadores.
2.2. "Construcción social" de los problemas sociales
Algunos analistas sociales sostienen (así, para la teoría, Spector y Kitsuse, 1977; o, para
la ilustración práctica, Humphreys y Rappaport, 1993) que los problemas sociales lejos de tener
una entidad externa y objetiva se construyen socialmente. Los análisis constructivistas tienen la
virtud de desenmascarar la innegable vertiente de elaboración socialmente subjetiva presente en
mayor o menor grado en los problemas sociales.
Tomados en su literalidad traslucen, sin embargo, una visión engañosamente simple y
21
voluntarista de los procesos sociales que entraña considerables riesgos. Como pensar que los
problemas sociales sólo existen en el deseo o la imaginación colectiva, careciendo de substancia
objetiva o estructural alguna que necesite ser analíticamente desentrañada e interventivamente
subsanada. La construcción social de las cuestiones sociales sería así un proceso arbitrario
carente de pautas o regularidades que permitan explicarlos racionalmente. Si, en consecuencia,
los problemas sociales simplemente "se construyen", no haría falta intervenir seriamente en ellos
o en sus determinantes estructurales (económicos, demográficos, urbanísticos, etc.), bastaría
"deconstruirlos" para que se disolvieran como azucarillos en el café...
Deslizamientos ciertamente peligrosos que no anulan, sin embargo, el potencial
explicativo y heurístico de los elementos construidos cuya lógica constructiva es preciso, y creo
que posible, desentrañar. Veámoslo a través de dos ejemplos de análisis social, el sida (síndrome
de inmunodeficiencia adquirida) y la inseguridad ciudadana.
El sida. Cuando a fines de los ochenta, la epidemia irrumpe en Occidente algunos medios
de comunicación, aprovechando el ansia de información y con claros móviles comerciales,
lanzan una campaña sensacionalista difundiendo informaciones e imágenes alarmistas y
morbosas centradas en ciertos grupos (homosexuales y heroinómanos) con mayor riesgo de
contagio. Se crea así una "epidemia social" añadida a la epidemia biológica de base. Una típica
"construcción social" (periodística, en este caso) del problema. Si observamos cuidadosamente la
situación, podemos constatar, sin embargo, que la "construcción" es sólo un aspecto del
problema y que el proceso constructivo ni es arbitrario ni gratuito. Se construye siempre sobre
algo y según unas lógicas bastante implacables que dotan de una razonable coherencia
psicológica y social al proceso.
En este caso, la invasión de un agente mortífero que se propagaba de forma desconocida
mueve a la gente a buscar desesperadamente información (único medio de protección en ese
momento) que mitigue el pánico dominante. Como las instituciones sociales formales no
reaccionan con la suficiente presteza -dada su gran inercia burocrática y el escaso "atractivo"
inicial del tema-, la información es aportada por los medios de masas, más ágiles y, dada su
descarada motivación económica -no social- mucho más provechosa desde el punto de vista
económico (sobre todo si se salpica con unas gotas de morbo, relación con el "sexo prohibido",
etc.).
Pero lo importante, al fin, es que se aporta, aunque sea distorsionada e inexacta, una
información psicológica y socialmente vital en esa coyuntura. Psicológicamente, permite reducir
la intensa ansiedad producida por un agente desconocido y peligroso (conduce inexorablemente
a la muerte) que en principio puede afectar a cualquiera. La gente necesita una explicación del
fenómeno: saber que es y "cómo funciona" y se propaga.
Socialmente, la información sirve para construir (en su sentido literal) unas categorías
sociales "tangibles" e identificables (los "grupos de riesgo", homosexuales, hemofílicos, etc.) que
permitan a la gente excluirse del peligro de contraer la mortal enfermedad ("desimplicarse") y
del terror psicológico consiguiente aportando seguridad personal básica. Permite también a
ciertos medios de masas pocos escrupulosos hacer dinero difundiendo "información" (o
cualquiera de sus sucedáneos vendibles) sobre un tema socialmente candente y de gran "interés
humano" del que -por el fallo institucional de base- hay mucha demanda y poca oferta ("ley del
mercado").
Vemos, pues, que la "construcción social" se puede explicar en este caso razonablemente
por la información como respuesta a la ansiedad y lo desconocido, los mecanismos sociales de
desimplicación personal (para mantener la seguridad psicológica básica), el inmoral
mercantilismo de algunos medios de masas y la falta de agilidad funcional de ciertas
instituciones burocratizadas.
También en la "inseguridad ciudadana" puede identificarse una lógica constructiva
22
coherente sustentada por la confluencia de: la amenaza a la seguridad vital colectiva; el afán
mercantilista de ciertas organizaciones sociales (televisión, cine, prensa, etc.) en un contexto
capitalista ferozmente competitivo y moralmente poco crítico; la relativa ineficacia de los
sistemas judiciales y policiales en el marco garantista del moderno estado de derecho; un
contexto de relativa desintegración y desvinculación social, debilitamiento de los sistemas
"naturales" de control social e integración comunitaria y de elevadas tasas de paro y pobreza.
Sería, pues, una temeridad asumir que el problema no es real y que, por lo tanto, puede
ser resuelto ("deconstruido" a base de información adecuada, por ejemplo) sin actuar sobre el
resto de los factores causales implicados: paro y necesidad económica, seguridad vital, fallos
institucionales, desarraigo social, etc. Bien al contrario, la conclusión sugerida por estos someros
análisis es que la "construcción social" es un complejo proceso de elaboración retroalimentada
entre los distintos ingredientes (objetivos y subjetivos) del tema en cuestión y el contexto y
coyuntura social en que se da. Un proceso, en fin, tan alejado de la imagen tersa e incontaminada
del positivismo objetivista como del fácil voluntarismo y rendición incondicional a entender lo
complejo que late bajo el constructivismo o el relativismo científico (la ciencia como paradigma
ideológico) radicales.
3. CONSECUENCIAS PARA LA INTERVENCION SOCIAL
Si la ciencia debe aportar la base de conocimiento para construir una praxis social
igualmente fundada en la ética y los valores, ¿qué consecuencias tiene el soslayo generalizado de
esos por las corrientes hegemónicas de la ciencia social (y humana)? Sinteticemos lo ya apuntado
y sus efectos para la IS antes de entrar a examinar con mayor detalle la relación entre técnica y
ética, eje central del capítulo.
1. En general las ciencias humanas y sociales han ignorado o despreciado sus propias
implicaciones valorativas y las de sus aplicaciones técnicas. En las ocasiones en que el tema de
la ética y los valores es abordado en los foros de discusión científicos suele ser despachado con
evasivas, generalidades o formulismos retóricos sospechosamente auto justificativos. Al analista
-y al interventor- social se le nota incómodo tratando complejas y sutiles cuestiones valorativas a
las que no encuentra solución desde lógica científica -o técnica- que le es familiar y habiéndose
de adentrar en "divagaciones filosóficas" difícilmente coronadas por conclusiones ciertas y
empíricamente verificables ("la solución").
2. Se detecta una marcada -y desigual- ambigüedad de las ciencias sociales y humanas ante la
acción aplicada que suele manifestarse en forma de resistencia bivalente a involucrarse en la
acción social: se percibe la necesidad e importancia de tal implicación a la vez que sus
eventuales riesgos e imponderables, tan alejados de la envolvente permisividad intelectual e
inconsecuencia práctica de la abstracción académica. Resistencia con frecuencia racionalizada
subrayando interesadamente las dificultades de la IS y sus imperfecciones de método y contenido
a la luz de los supuestos y estándares de la ciencia "pura" lo que justificaría "racionalmente" la
consecuente postura de distanciamiento y desimplicación de la acción social.
3. También la práctica profesional tiende a rehuir el tema ético, ante el que el practicante suele
mostrar incomodidad y desconcierto similares. La diferencia con el terreno científico es que aquí
los aspectos valorativos son parte inevitable, vital muchas veces, de la actividad cotidiana, lo
cual dificulta, casi imposibilita, la cómoda inhibición o distanciamiento del experto forzando una
mínima familiaridad con -y confrontación de- las cuestiones éticas y políticas implicadas. Es
también frecuente encontrar en el discurso aplicado una autojustificación de la praxis profesional
acompañada de una reticencia a juzgar éticamente esa praxis, examinando los valores que la
subyacen y contemplando alternativas distintas de actuación. Posibilidad que, al cuestionar la
propia praxis, supondría un riesgo para la autoestima profesional difícilmente soportable en un
área tan cargada de dificultad y novedad como carente de anclajes y asideros -cognoscitivos,
valorativos, económicos, sociales- sólidos.
23
4. Todo lo cual genera una considerable anomia que deja al interventor social en una situación
delicada. Como miembro de una profesión es responsable de lo que hace y de lo que, debiendo
hacerlo, no hace. La profesión no lo provee, sin embargo, de las adecuadas guías valorativas y
conductuales, ya que las existentes, proviniendo en general de la acción individual, son
patéticamente estrechas o inadecuadas pra el complejo y multifacético trabajo social. No debe
extrañar así que el interventor se refugie en la seguridad de lo conocido abrazando las
-inadecuadas pero existentes- pautas éticas clínicas y defendiendo lo que hace (frente a lo que
podría o debería haber hecho) para mantener su frágil autoestima profesional.
4. ETICA Y TECNICA SOCIAL
Por lo común la noción de "técnica" suele referirse en la literatura y en la imaginación
popular a la tecnología física (la ingeniería, sobre todo), a los artilugios materiales generados a
partir de las ciencias físico-químicas: un ordenador, un robot, un coche, la construcción de una
casa. Pese al escaso interés por examinar las implicaciones y responsabilidades morales
asociadas a la creación, difusión y uso de esa tecnología, las cuestiones éticas han irrumpido con
fuerza en función de su potencial transformador y, especialmente, de su impacto en esferas
significadas de la vida y relaciones de las personas como la vida y su destrucción, la
supervivencia de la especia, la relación e intercambio social o la degradación del entorno (aborto,
"fabricación genética" de seres vivos, producción y uso de armas mortíferas etc.).
Las implicaciones valorativas que aquí importan no son, sin embargo, las de la de la
ingeniería o la tecnología física sino las de la técnica social: la técnica originada en las ciencias
sociales (y la vertiente social de otras ciencias humanas o "naturales") en cuanto es usada para
producir cambios sociales que afectan a las personas. Debemos reconocer la centralidad de las
ciencias "naturales" -y la tecnología derivada- en las primeras oleadas de revolución industrial.
Pero también añadir que la técnica social adquiere cada día mayor importancia en relación a la
física en función de los últimos desarrollos estructurales y sociales (que ya no podemos designar
con propiedad como industriales) ya citados en el Capítulo 1:
* El paso de una sociedad industrial (centrada en la producción de artilugios materiales) a una,
post material o postindustrial, centrada en los servicios y la comunicación (con la información,
no la energía y los bienes materiales, como materia prima) confiere a la vida actual un carácter
cada vez más simbólico, inmaterial y social en que la técnica se hace, por tanto, cada vez más
social y menos física o material. Más exactamente, se hace también social, en el sentido de que,
aunque la técnica física (cada vez más "inmaterial", al servicio de la comunicación) sigue siendo
ubicua, precisa cada vez más la compañía de procesos ligados a la técnica social (y psicosocial):
comunicar con otros, vender, negociar, relacionarse con, discernir y juzgar mensajes, organizar
grupos y actividades, etc.
* El paso de un capitalismo de producción (centrado en producir bienes y servicios) a uno
centrado en la distribución y venta de productos, actividades y personas, que exige el paralelo
desarrollo de enormes estructuras instrumentales de influencia, "creación de imagen" y
manipulación social (publicidad, "comunicación" social y "relaciones públicas", etc.).
* El desarrollo y reorientación de las ciencias humanas y sociales como base para entender tanto
esa "nueva" sociedad crecientemente inmaterial y la recomposición de los diversos procesos
relacionales y sociales como, en el nivel más macro, entender un mundo más "global",
económica e informativamente inter-conectado y multicultural en que, junto a la propia realidad
habitual (occidental) emergen como realidades económicas, sociales, psicológicas y morales
varios "otros" (el tercer mundo otrora silente y pasivo). Desarrollo también preciso para generar
la técnica social que permita relacionarse con -y utilizar- ese mundo "ampliado" y global (que
incluye también la esfera doméstica).
* Las profundas repercusiones psicológicas y sociales del proceso modernizador descritas en el
capítulo anterior: desintegración social, masificación, alienación y estrés personal, etc.
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Psicoterapia, relación y encuentro grupal, ayuda a la familia, reconstrucción social,
empowerment o reparación de desigualdades e injusticias, son algunas de las estrategias con que
la técnica social (y psicológica) ha tratado de paliar el malestar, y restablecer el equilibrio,
existencial y social generados.
La relevancia ética de la técnica social no deriva sólo de su creciente importancia frente
a la técnica física sino, también, de su mayor impregnación valorativa derivada de la mayor
humanidad, subjetividad e indeterminación que le son propios y de la mayor complejidad
relacional de las acciones que la materializan.
* Humanidad y subjetividad. Como sucedía en la ciencia, el hombre es aquí, además de sujeto,
objeto y agente metodológico: la técnica social la hacen unos hombres, usando técnicas
básicamente humanas (organizar personas o grupos, activarlos, etc.) con -sobre- otros hombres.
La ampliación de la presencia humana directa desde la autoría hasta la recepción y realización
metodológica multiplica las responsabilidades e implicaciones éticas en las dos direcciones
-destinatario y metodología- indicadas y en las relaciones, solapamientos e interferencias entre
ellas.
* Indeterminación. La mayor juventud, debilidad relativa de su base científica y centralidad de lo
humano en la técnica social frente a la física generan espacios adicionales de libertad,
intencionalidad y subjetividad -materia prima de ética- que exigen elegir, decidir y asumir
responsabilidades (la esencia de la acción moral).
* Complejidad relacional. La técnica social involucra una pluralidad de actores individuales y
sociales y de relaciones mutuas muy superior a la técnica física, socialmente más amorfa y
unidireccional. Eso no sólo multiplica y diversifica los intereses afectados -y la posibilidad de
conflictos entre ellos-, las concepciones de lo que es bueno y malo y la consecuente multi
valencia de los resultados (lo que es bueno para unos puede resultar malo para otros). Unido a la
relativa inexperiencia y a la consabida relegación de lo moral del campo, hace, también, más
difícil y complicado el proceso de atribuir y valorar las responsabilidades éticas en la IS.
Lo cual significa que, por ejemplo, la libertad del interventor de elegir un curso de acción
o un método determinado es mayor, pero también y paralelamente, es mayor su responsabilidad
por los resultados (positivos o negativos) obtenidos. O que la intención y percepción subjetiva
-personal o profesional- de aquél puede topar con la reactividad, intenciones o percepciones de
los destinatarios, ejecutores profesionales o "pagadores" y patrocinadores de las acciones. Que la
elección de las técnicas de quien promueve la acción puede coartar la libertad de los grupos
destinatarios (u otros implicados) en función del contenido -persuasivo, coercitivo, etc.- de los
métodos usados. O que, en situaciones de divergencia de intereses respecto a los fines, medios o
procedimientos de la acción social, se multiplique la anomia normativa del interventor y los
conflictos de rol o de lealtades hacia las distintas partes.
Temas y situaciones de técnica social que han planteado cuestiones -y encendidos
debates- éticos incluyen: el uso de técnicas conductuales en general, y con ciertas personas o
grupos sociales -como minorías, niños u homosexuales-, en particular; el uso de tests
psicológicos (de contenidos supuestamente intrusivos o discriminatorios) para tomar decisiones
sobre aptitud para realizar un trabajo o función social (piloto de avión o policía); la utilización de
métodos de persuasión al servicio del marketing o la publicidad masiva; el impacto de grupos
terapeúticos o de encuentro (sobre todo con personas más o menos sutilmente forzadas a
participar en ellos); el control de la población y el uso -y promoción pública- de anticonceptivos.
También temas más amplios o generales como: los efectos -y control social- de la
televisión y otros medios de difusión especialmente sobre los niños; la "construcción" social de
los problemas sociales y la escasa voz social de las minorías más débiles en el proceso; la
relativa bondad de la ayuda a los más desfavorecidos, contrapartidas ideológicas implícitas y
promoción de dependencia que pueden acompañarlas; la intervención con los mayores y su
25
posible explotación política; o el rol -y compromiso- político del técnico social y su compromiso
social con los más débiles.
Al final del Capítulo 4 se ofrece un listado sistemático de las cuestiones valorativas en la
IS.
5. RELACION TECNICA-VALORACION EN LA IS: INDEPENDENCIA LOGICA
Valoración: ética y política. Los aspectos valorativos de la IS son múltiples: éticos,
políticos, sociales (convencionales), relacionales, etc. Aunque la mayor parte del análisis que
sigue es globalmente aplicable a ese conjunto de dimensiones, no siempre es así. Es por eso que
dejamos constancia de la distinción de principio esperando disculpa por la relativa imprecisión
terminológica en que se pueda incurrir en el texto cuando, por mor de la simplicidad, se equipare
analítica -no descriptivamente- las categorías diferenciadas, aunque solapadas, de "valor" y
"ética". Quede claro que casi siempre nos estamos refiriendo a los valores éticos, aquellos
ligados a la dimensión valorativa bondad-maldad.
Aunque no entraré en las especificidades o los matices diferenciales entre las distintas
dimensiones valorativas, es preciso destacar la política, ligada al uso del poder para regir o
cambiar un sistema social. Y lo es porque, como veremos una y otra vez a lo largo del libro, la
ética de la IS como ética social, es, además de más plural y compleja que la ética individual,
necesariamente política, al tratar de continuo con realidades de poder y estatus social. Y eso,
tanto en el lado interventor profesional (detentador de poder técnico y estatus social) y político
(detentador de poder político), como, más importante, en el propio proceso de la intervención,
frecuentemente ligado a desigualdades -y conflictos- de poder y recursos entre grupos sociales y
destinado, según muchos, a potenciar (empower) a las personas y grupos sociales más desvalidos
e impotentes. Así es que la ética de la IS es, genérica y casi inevitablemente, ética política.
Pasamos a ocuparnos de la relación entre los aspectos valorativo y técnico, crucial per se
(técnica y valoración son ingredientes esenciales de la IS) y por las importantes cuestiones y
riesgos que de ella se derivan para la acción social. Ha de ser, por tanto, examinada con detalle
en los ejes básicos que la constituyen: independencia lógica (conceptual) de las dimensiones;
autonomía funcional; interacciones entre ellas; extremismos y riesgos derivados. En el Capítulo
3 se examina la estructura de la IS añadiendo un tercer componente -la estrategia- aquí excluido
por mor de la simplificación y tradicional centralidad de los ingredientes valorativo y técnico en
los análisis al uso.
5.1. Distinción conceptual: Naturaleza y funcionamiento
Valoración y técnica son lógicamente independientes. Que sean conceptualmente
distintas no significa que no se solapen, mezclen e interactúen en la realidad de la acción social
(como ya se evidenció, por otra parte, en los casos de la evaluación y construcción social de los
problemas sociales). Al contrario, lo hacen continua y complejamente, precisamente desde esa
autonomía. Sí significa que han de ser consideradas por separado en el análisis y la acción, pues
su naturaleza, principios reguladores y temporalidad difieren que examinamos siguiendo nuestra
propia exposición (Sánchez Vidal, 1996):
Técnica. Como estructura deshumanizada e instrumental, la técnica es -de modo similar
a la ciencia en su contraste con la ética- lógica y objetiva. Está regida por principios científicos y,
sobre todo, por los resultados de las acciones realizadas a los que, como criterio empírico y
objetivo, remite finalmente -y más allá de los valores y juicios subjetivos- la actuación técnica.
(Lo cual no elimina tales valores y juicios del conjunto del proceso: la evaluación de resultados
requiere un acuerdo previo sobre ojetivos programáticos y criterios de relevancia -qué se
considera importante- de tal evaluación). En consecuencia, en las cuestiones técnicas (por
ejemplo, cuál es el mejor procedimiento para alcanzar tal o cual objetivo social) sólo hay, en
principio y en una situación dada, una solución válida y correcta, siendo el resto de las opciones
incorrectas. En una intervención, la técnica se interesa sobre todo por los resultados (el qué) y la
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forma técnicamente más adecuada -los métodos técnicos- de conseguirlos; apenas le importa el
proceso humano seguido para alcanzarlos.
Ética. Las dimensiones valorativas no son de naturaleza lógica, sino retórica y
deliberativa. Hacen referencia a lo que las cosas pudieran o debieran ser de acuerdo a principios
y valores (éticos, políticos, convencionales...) alógicos para los que no existen criterios objetivos
de validez. Las cuestiones valorativas no se resuelven, en consecuencia, a través de la
investigación y recolección de datos, sino de juicios de valor humanos. Su terreno es la acción
práctica y la toma de decisiones, no la lógica y la abstracción. Su punto de partida, la
incertidumbre, que se intenta superar a través de la certeza (Origen bien cercano al de la técnica
-la impotencia- y la ciencia -la ignorancia- que son superados a través del poder transformador y
el conocimiento respectivamente). Las acciones guiadas por valores generan información
analógica, no objetiva: no se actúa en base al "conocimiento acumulado" sobre un tema, sino en
función de valores deseables a perseguir ("bienes") o de la conducta de otros considerados
referentes positivos (modelos).
Más que acciones concretas, de la dimensión valorativa se deducen orientaciones
conductuales y criterios generales de actuación. Aquí no existe una única salida válida ("la
solución"), sino valores entre los que optar y cursos de acción alternativos (que afectarán
desigualmente a unos u otros grupos sociales) entre los que elegir. Elegir a partir de principios
aceptados o aceptables, consecuencias previstas o previsibles o por analogía con otros agentes,
pero elegir. La decisión última es siempre singular y concreta: no hay artilugios, sistemas o
reglas abstractas que puedan evitar o substituir el juicio y la deliberación humana.
Es precisamente la centralidad e irrenunciabilidad de esa opción y la subjetividad
personal o grupal que expresa, lo que marca la diferencia esencial entre ética (valoración) y
técnica y sus respectivas potencialidades y riesgos en la acción social. Y la ausencia de pautas
fijas y asideros empíricos sólidos, uno de los aspectos más desconcertantes para investigadores y
técnicos al entrar en el terreno moral: acostumbrados a la lógica del método científico y del
pragmatismo técnico, les resulta enormemente dificultoso avenirse a análisis y decisiones en que
cualquiera de los puntos de vista puede "tener razón" y en que no se existen procedimientos o
criterios objetivos para resolver las diferencias y eliminar la incertidumbre ante la conclusión
analítica o la acción práctica.
Es obvio que, a diferencia de la técnica, los campos valorativos se interesan tanto o más
por el proceso humano seguido (el cómo) que por los resultados alcanzados (el qué).
5.2. Ritmo temporal
Si la técnica subraya más por los resultados de la acción y la ética (y otros aspectos
valorativos) cómo se logran, es lógico que funcionen con ritmos temporales distintos. En general,
la técnica tiene efectos visibles y a corto plazo; la valoración, implícitos y a largo plazo. Así, ante
una necesidad comunitaria, a la técnica le interesará el método apropiado de paliarla y la eficacia
inmediata del programa o servicio establecido. Si se priman, en cambio, valores como desarrollo
humano y autonomía de la comunidad, nos embarcaremos, en cambio, en un proceso de
participación social que muy probablemente será menos vistoso a la corta, rindiendo sus frutos
-si es eficaz- a medio o largo plazo y desarrollando cualidades "de proceso" que, además de ser
deseables, la gente puede usar en otras situaciones (como aprender a escuchar, dialogar y tener
en cuenta el punto de vista ajeno, aceptar responsabilidad y participar, "negociar" diferencias,
etc.).
De alguna manera, los valores preceden en el tiempo a la actividad técnica. Hay que
determinar lo que se juzga bueno y deseable (o malo e indeseable) para poder actuar en la
dirección de perseguirlo (o erradicarlo) técnicamente, estableciendo objetivos, y criterios de
evaluación, por ejemplo. Si, como sucede frecuentemente, se omite el paso de discutir
explícitamente a priori los valores que orientarán la intervención, se estará de hecho sacrificando
27
las nociones valorativas (los ideales que guiarán la acción) a las técnicas. Dado que los valores
siempre existen en la intención y realización de la IS, se estarán adoptando implícitamente los
valores dominantes en el entorno profesional o social concreto.
Reproduciendo, en otras palabras, la estructura valorativa existente que habitualmente
beneficiará a los más poderosos, numerosos o mejor situados (en términos de información,
estatus, presencia social, etc.) y perjudicando a los más débiles, peor situados o minoritarios. Es
uno de los riesgos típicos de la tecnocracia (apartado 8.1) que descubre, además, un conflicto
potencial medios-fines harto frecuente en la IS. Se intenta lograr el desarrollo humano (fin) a
través de medios que, si bien técnicamente pueden aportar instrumentos de bienestar, promueven
implícitamente en los sujetos valores y actitudes de pasividad y dependencia (contrarias a ese
desarrollo) de los medios o incentivos usados en la intervención (subvenciones, beneficios
económicos, etc.) o de las instituciones (técnicas y políticas) que la promueven y realizan.
6. PRAXIS: AUTONOMIA FUNCIONAL Y METODOLOGICA
No sólo difieren técnica y valoración en su carácter y principios rectores sino, también,
en la función que tienen en la IS. Necesitan, en consecuencia, un tratamiento metodológico
diferenciado, en general y en cuanto a su cadencia temporal, ya reconocido genéricamente en el
Capítulo 1 una vez señalada la autonomía de la ética respecto de otras dimensiones, como la
social.
6.1. Funciones y temporalidad
Lo valorativo tiene, en principio, un papel fundamentador o motivador de la acción social
(no único, la IS está siempre multi determinada), que con frecuencia se basa en razones éticas,
políticas o sociales como la búsqueda de justicia social, la responsabilidad profesional ante los
problemas sociales o el compromiso con los más débiles. Los valores señalan pues, en buena
parte, los objetivos de la intervención, en tanto la técnica marca su contenido técnico: las
acciones instrumentalmente eficaces para alcanzar esos objetivos. O así debería ser.
Simplificando mucho, la ética motiva la acción social, la técnica le da contenido.
Así, en un caso de discriminación de unos niños en una escuela, el principio ético de
igualdad de las personas se traducirá en el objetivo de suprimir la discriminación y sus causas. La
manera de realizar esa supresión (presión social, información realista, denuncia social,
"llamamiento" moral, etc.) será ya cosa de la técnica interventiva. (Eso en cuanto a los
resultados; también deberemos prestar atención -apartado 6.2- al aspecto procesal: qué valores
fomenta implícitamente cada uno de los métodos a adoptar).
Temporalidad: Resultados frente a desarrollo procesal
Si, como sucede en una época tan tecnocrática como la actual, se ignora la precedencia
lógica y temporal de lo valorativo sobre lo técnico, no sólo corremos el riesgo de reproducir los
valores dominantes, sino de encontrarnos, a posteriori y agravados, las cuestiones y conflictos
valorativos que hemos evitado a priori. De manera que, al igual que se hace con los técnicos, es
necesario abordar los aspectos valorativos antes de comenzar la intervención considerando tanto
las cuestiones implicadas en el problema o tema de interés (como el racismo), como en las
distintas soluciones contempladas.
Dado que, como se ha indicado, la técnica tiene efectos más visibles y a corto plazo y la
valoración más implícitos y a largo plazo, si en la IS se subrayan los aspectos técnicos,
primaremos los resultados concretos. Si, por contra, se subrayan los valorativas, se primará el
desarrollo, a través del proceso, de actitudes y cualidades deseables en personas y grupos. En la
medida en que, como sucede en la intervención comunitaria, se busque el desarrollo humano,
deberemos anteponer los aspectos valorativos a los técnicos. (En realidad, hay una interacción
entre técnica y valoración: las realizaciones materiales posibilitadas por la técnica también
contribuyen al desarrollo humano).
Tan importante como el técnico es, pues, el "diseño valorativo" de la intervención: de
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qué forma se promueven -implícita e explícitamente- valores que -como la participación,
autonomía y responsabilidad- vehiculan activamente el desarrollo positivo. En eso consistiría
precisamente, y en una palabra, la ética de la IS. En examinar qué valores promueve -en la
intención y en la realidad- la intervención: qué tipo de "cosas" (valores como la justicia) se trata
de hacer avanzar y hasta qué punto se da efectivamente ese avance.
¿Cuál es la vía para conseguirlo? Dual. Uno, abogando explícitamente por los valores
tenidos por deseables (así, la participación o el derecho a la información) al diseñar y realizar los
programas. Dos -más importante- implícitamente: realizando las actividades interventivas en la
forma indicada por esos valores. Facilitando realmente información -y el acceso a ella- a la gente
sobre el programa y acogiendo positivamente y fomentando la participación de todos en esas
actividades. Para que ese "diseño valorativo" funcione, ha de existir una clara coherencia entre el
nivel explícito y el implícito. Tampoco se pueden perder de vista las interacciones ética-técnica y
los costos técnicos del diseño: además de participativo (lo que conlleva tiempo y energía) el
programa debe ser técnicamente eficaz mejorando realmente las condiciones de vida de la gente.
6.2. Autonomía metodológica y criterios éticos en la acción social
A la diferencia conceptual y funcional de valoración y técnica corresponde un
tratamiento metodológico autónomo. Es decir, en la IS, los aspectos técnicos deben ser tratados
(analizados y resueltos) en sus propios términos -y con su propia metodología- y los valorativos
(éticos u otros) en los suyos y con su propio método. Ni los principios y método científicos
servirán -o darán pistas- para manejar las cuestiones valorativas, ni, viceversa, los análisis y
decisiones sobre temas valorativos mejorarán un ápice la solución de los técnicos.
Cada dimensión tiene su propio terreno conceptual y metodológico no sustituible u
ocupable por la otra. Así, en el caso de la discriminación escolar de los niños, el deseo de
suprimir la discriminación por considerarla éticamente reprobable (análisis valorativo), marca el
objetivo general de la intervención, pero nada dice sobre las técnicas a utilizar para conseguirlo.
El problema práctico reside, naturalmente, en identificar y deslindar cada tipo -valorativo o
técnico- de aspectos cuando, como es habitual, aparecen superpuestos y entremezclados.
Hay, de todas maneras, interacciones entre ambos aspectos: cada línea técnica de trabajo
(información pública, presión social, medidas policiales, etc.) comporta su propio análisis y
consecuencias éticas. Y, viceversa, cada opción valorativa (traducible en objetivos deseables),
comporta sus propias cuestiones y dificultades técnicas (y estratégicas). Es fundamental, por
tanto, tener en cuenta al final, el conjunto de aspectos técnicos y valorativos relevantes, junto a
sus interacciones previsibles. Tampoco se puede sacrificar una dimensión a la otra politizando,
por ejemplo, los aspectos técnicos, o reduciendo a la dimensión técnica cuestiones que implican
juicios de valor o tomas de posición moral, política o social. Esa reducción supone una falsa
simplificación que, además de no solucionar realmente los problemas, contribuye a confundir su
verdadero carácter y a confundir a la gente con falsas soluciones prefabricadas.
¿Cuál es el método propio de cada dimensión, técnica y, sobre todo, ética, la que nos
importa aquí? Examinémoslos indicando al final los tipos de criterios éticos existentes en la IS.
Ya hemos indicado que las cuestiones técnicas se resuelven aplicando principios científicos
generales a situaciones concretas (lo que implica identificar los principios apropiados y usarlos
en función de ciertos parámetros específicos de la situación), derivando ciertas acciones y
observando sus efectos y ajustando, mediante un proceso de retorno continuo, principios y
acciones al criterio empírico -los resultados- que acaban determinando la solución
comparativamente mejor (la correcta).
Con las cuestiones éticas se sigue un proceso similar identificando valores y principios
morales pertinentes -en lugar de principios científicos- para el caso y circunstancia concreta,
optando entre ellos, "aplicándolos" -a través de juicios de valor y decisiones subjetivas- a esa
circunstancia concreta y observando los efectos de las acciones derivadas de ellos. Ni los valores
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previos ni las consecuencias de las acciones marcan, sin embargo, una única línea de valoración
o actuación correcta, puesto que ambos (puntos de partida y de llegada de la acción) son
heterogéneos y por tanto incomparables entre sí desde un punto de vista lógico (Es decir, no se
pueden comparar lógicamente la bondad de sistemas de valores diferentes; sí, en parte, las
consecuencias de las acciones realizadas en base a ellos. Para esto necesitamos, sin embargo,
disponer de criterios de relevancia y valoración -lo que es bueno e importante y lo que es malo e
irrelevante- compartidos por las distintas partes, algo nada frecuente).
Bajando al terreno más práctico y simplificando, podemos concluir que en la acción
social disponemos de tres tipos de criterios éticos de carácter, respectivamente, abstracto,
concreto- consecuencial y analógico-personal:
a) Principios y valores, como la honestidad personal o la justicia social. Criterio abstracto y
apriorístico. Independiente, en teoría, de la acción por lo que puede utilizarse sin necesidad
-antes- de actuar.
b) Consecuencias previsibles de las acciones (a veces conocidas a través de la evaluación
sistemática de los programas realizados). Criterio operativo, concreto y consecuencial sólo
utilizable después de la acción a la que está directamente ligado.
c) Analogía con el juicio y decisión de otros que se han ocupado de situaciones similares y han
conseguido efectos determinados. Criterio más humano, analógico y procesal (ligado al
desarrollo de la acción más que a sus consecuencias).
Los dos primeros criterios encarnan la clásica distinción de Max Weber (1967) entre la
ética de la responsabilidad, basada en consecuencias y resultados, y la ética de la convicción,
basada en principios. En lugar del enfoque dicotómico implicado por Weber, parece más
acertado para la acción social un enfoque totalizador que trate principios y consecuencias como
aspectos complementarios e igualmente necesarios del análisis ético. El primer criterio será útil
en aquellos casos y situaciones (poco frecuentes) en que se hayan clarificado los valores de los
interventores (personas, equipos o instituciones) y de los grupos sociales afectados. El segundo,
cuando se tenga una cierta experiencia interventiva real en el terreno en cuestión y se hayan
evaluado apropiadamente las consecuencias de los programas. El criterio analógico podrá usarse
cuando exista experiencia práctica sobre los aspectos procesales (deliberación y toma de
decisiones), más que sobre las consecuencias, en casos y situaciones similares al considerado.
Se pueden deducir interacciones y combinaciones obvias de los tres tipos de criterios
(principios, consecuencias y analogía) que los hacen susceptibles de utilización conjunta (lo cual
puede a su vez generar divergencias y conflictos entre criterios, claro es) o encadenada: las
consecuencias de una acción alimentan el debate sobre los valores y principios implicados cuya
valía "real" (práctica) será después mostrada por las consecuencias de las acciones derivadas de
ellos; el proceso de deliberación y toma de decisiones seguido por los actores sociales (y el
bienestar o malestar resultante) habría de mostrar algún paralelo (o relación) con consecuencias
externas y calidad de los valores de base manejados; etc. Dado que raramente podremos utilizar
un solo tipo de criterios en la evaluación ética de la IS, la consideración de tales interacciones es
tarea relevante de la ética aplicada que necesita ulterior investigación.
7. INTERACCIONES
Para entender la IS como totalidad articulada y no como un aglomerado de piezas
inconexas, es fundamental contemplar, siquiera mínimamente, las interacciones entre aspectos
técnicos y valorativos. Esas interacciones se pueden dar en el tiempo (procesales) o en los
contenidos (temáticas). Algunas han sido ya aludidas en los puntos precedentes.
7.1. Temporales
Se pueden dar dos tipos de interacciones. Una general, en el punto de partida; otras
muchas, específicas y dinámicas, en el curso de la intervención.
Iniciales. Ya se ha indicado que cada opción valorativa inicial conlleva su propia técnica
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interventiva. Así, la postura adoptada en cuestiones previas como quién es el titular de la
autoridad para intervenir, quién el destinatario de la intervención (a quién va dirigida) o qué
grado de iniciativa corresponde a la comunidad, marcarán una u otra forma técnica de trabajar.
Así, una orientación participativa usará una metodología distinta de otra dirigista. Y viceversa:
cada línea técnica plantea sus propias cuestiones valorativas. En el caso del racismo escolar, no
tiene las mismas implicaciones una intervención basada en la coerción administrativa y judicial
contra los discriminadores que una basada en la información a los padres y la movilización de los
convencidos.
De proceso. A lo largo del proceso se producen continuamente interacciones en que
acciones técnicas plantean cuestiones éticas (una remodelación urbana deja a unos chabolistas en
la calle; un fracaso técnico descubre un conflicto de valores no resuelto...). O, viceversa, los
criterios valorativos requieren actuaciones o cambios técnicos: la presión social fuerza un cambio
de planes; un conflicto de valores entre dos grupos hace inviable una solución técnica... Ya se ha
descrito la interacción temporal entre desarrollo a largo plazo (en que prima el aspecto valorati-
vo) y resultados (prima la eficacia inmediata). Se suele también señalar en la IS la necesidad
estratégica de conseguir algún resultado temprano vistoso (por ejemplo, un servicio deseado)
para poder sostener un proceso organizativo o reivindicativo a largo plazo (otro caso de
interacción temporal).
7.2. Temáticas
Dado que la IS tiene componentes valorativos y técnicos, habrá que considerar sus
interacciones, sopesando con cuidado el "toma y daca" recíproco y su previsible incidencia en el
resultado final, antes decidir qué curso de acción se sigue. Qué se gana -o se pierde- en "pureza
ética" frente a lo que se gana -o se pierde- en eficacia técnica y factibilidad. Lo más deseable
moralmente puede resultar muy costoso -o imposible- técnicamente. Lo más correcto -o barato-
técnicamente puede chocar con valores prioritarios como la seguridad y la vida, la libertad, la
justicia o el bienestar social. Así, sacar a los niños discriminados de una escuela para evitar
conflictos o mantener el nivel de la mayoría, vulnerará los principios de igualdad de trato y no
discriminación.
Al actuar, el interventor habrá de elegir un curso de acción que tenga en cuenta ambos
tipos de aspectos -valorativos y técnicos- a la luz de una línea estratégica coherente que haga
viable la intervención. Ambos son, por otro lado, imprescindibles en una IS que, pretendiéndose
integral, contemple la pluralidad real de aspectos de la temática social incluyendo, además de los
técnicos, aquellos otros -éticos, sociales, políticos- que, como constituyentes importantes de ella,
serán fundamentales para resolver los problemas planteados o promover el desarrollo humano y
social.
Valoración y técnica pueden converger y potenciarse recíprocamente o divergir y entrar
en conflicto al mismo nivel (explícito) o a distintos niveles (uno explícito y otro implícito).
Convergencia. Además de ser parte del aprendizaje realizado durante el proceso, los
valores (participación, igualitarismo, tolerancia...) se pueden incluir como contenidos a transmitir
en la intervención a través de procesos como clarificación de valores, educación moral o
facilitación de la toma de decisiones. Este tipo de intervención, crecientemente incorporada al
currículo escolar, parece particularmente pertinente para atajar los componentes de anomia o
déficit valorativo tan propios de mundo actual (Capítulo 1) y tan frecuentemente ligados a los
problemas sociales de determinados grupos como los adolescentes. Más aún, para algunos
enfoques interventivos, como el comunitario, este aprendizaje procesal de largo alcance importa
más -por su contribución decisiva al desarrollo humano integral- que la mera adopción de unos u
otros valores.
Divergencia y conflicto. La divergencia de los planos técnico y valorativo es frecuente
teniendo difícil solución, sobre todo si se da en niveles -explícito e implícito- distintos del
31
análisis social.
El conflicto al mismo nivel puede darse entre valores del mismo tipo (por ejemplo, entre
la confidencialidad debida al cliente puntual y el derecho general a la información pública) o de
distinto tipo: entre obligaciones profesionales (confidencialidad) y derechos sociales (derecho a
la seguridad o al bienestar básico) o entre intereses de un grupo social (participar, organizarse
para redistribuir el poder) y de otro (mantener auto seguridad o poder amenazados).
A distinto nivel lógico. En este tipo de interacción, tan significativa como poco estudiada,
una dimensión (casi siempre la técnica) funciona a nivel explícito, (es reconocida por el sistema
social), mientras que la otra (valorativa) opera a nivel implícito, ya que, no siendo reconocida
socialmente, no puede ser abiertamente abordada en el análisis o la intervención. Un buen
ejemplo de esta divergencia sería la interventora que a la hora de evaluar la viabilidad de una
casa para mujeres maltratadas (O'Neill, 1989) opera bajo la lógica científica de la obtención de
datos objetivos (dimensión técnica explícita), mientras que los demás a su alrededor parecen
moverse según la lógica -no explicitada- de lucha por el poder y los recursos escasos (dimensión
política), en que la información es simplemente un arma política más.
Otra ilustración, en el terreno académico esta vez. Se toma una decisión (asignar una
ponencia en un congreso o elegir a un miembro de un comité científico o editorial)
explícitamente en base a criterios de calidad (producción científica) cuando, en realidad, el
criterio determinante (o que, cuando menos, interactúa con él) es otro ni explicitado ni
explicitable: jerarquía, afinidad ideológica o relación personal con quién decide. Se trata de una
complicada situación de "doble vínculo" porque la dimensión implícita (casi siempre el poder
bajo distintas apariencias psicológicas o sociales) arma la lógica real de las acciones. Como
socialmente, sin embargo, no existe (no está recogido por las "reglas del juego") no puede ser
explicitada en el análisis o la acción y ha de ser "vestida" como lógica racional (calidad
profesional), que resulta ser, entonces, un simple señuelo formal insignificante porque la acción
real no está motivada desde ahí.
Este tipo de situaciones son crónicas en grupos e instituciones en cuanto hay algo
(recursos, dinero, estatus, poder...) que repartir. Y tienen efectos perniciosos sobre el
funcionamiento global, socialmente disfuncional, del sistema ya que fomenta en la realidad algo
indeseable (caciquismo y docilidad), mientras "finge" fomentar valores funcionales (ciencia,
conocimiento, investigación) que le han sido institucionalmente "mandadas". También resulta
negativa para los miembros del sistema que, conscientes de lo que sucede y no pudiendo
resolverlo "oficialmente", acaban cayendo en la desmotivación y la anomia desacreditando de
paso los valores y normas explícitos del sistema. El manejo práctico de estos dilemas es difícil:
ignorar la dimensión implícita reafirma su "eficacia", aunque evita conflictos externos.
Confrontarla puede facilitar la solución (al reconocer su existencia y efectos), pero puede
también desatar un serio conflicto: los detentadores de poder y estatus no se resignarán a perderlo
o a reconocer la verdadera -e indeseable- motivación de su conducta y la divergencia entre lo que
dicen y lo que hacen.
8. EXTREMISMOS Y RIESGOS DERIVADOS
Si cada aspecto tiene su propio espacio y función en la intervención, el exceso -o el
intento de monopolio- de cualquiera de ellas resultará perjudicial tanto para el aspecto
"sacrificado" como para la IS en su conjunto. Tan inapropiadas serán las respuestas técnicas a
cuestiones valorativas (postura tecnocrática) como los juicios de valor en respuesta a problemas
técnicos (postura fundamentalista). En ambos casos se estará violando la pluridimensionalidad
real de la acción social y mutilando arbitrariamente su originaria complejidad. Revisemos
brevemente esas posturas extremas y los riesgos ligados a cada una.
8.1. Tecnocracia: Respuestas técnicas a cuestiones valorativas
La postura tecnocrática, tan extendida hoy en día, ignora o minimiza las cuestiones
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valorativas inmolándolas en el altar supremo de la eficiencia técnica. Importan los resultados (el
fin), no cómo se consiguen (el proceso o los medios) y qué cualidades y valores son promovidos
a través de ese proceso. Se reconoce aquí un "despotismo ilustrado tecnocrático" que reduce el
cambio social a construir fábricas y carreteras, ignorando a las personas, que son quienes al final
han de cambiar y desarrollarse. El enfoque tecnocrático tiene dos riesgos en la IS: uno social, el
partidismo valorativo; otro psicológico, el desarrollo humano unilateral.
Partidismo valorativo. Ya se ha señalado que, si se ignoran los aspectos valorativos, la
IS, lejos de resultar neutral o uniformemente beneficiosa para todos, resultará social y
políticamente unilateral, contribuyendo implícitamente a mantener, en nombre de la ciencia y la
técnica, la estructura establecida de poder y valores. Existe, en ese sentido, un riesgo real de
intervención partidista y antisocial que perjudique seriamente los intereses de los grupos sociales
más débiles. (No siempre ha de ser así; las mejoras técnicas pueden también favorecer a esos
grupos; la secuencia real de las acciones de sesgo tecnocrático suele ser más mixta y matizada).
Desarrollo humano unilateral. La técnica no tiene -en sí misma- mensaje alguno pare el
hombre. Puede aportar instrumentos físicos y sociales vitales para eliminar la miseria y para
desarrollar el potencial humano. Si no está, sin embargo, guiada por valores adecuados puede
acabar creando condiciones irracionales de vida y fomentando una forma de desarrollo, más
regresivo que progresivo. Un "desarrollo" desequilibrado y unilateral -basado en competir,
producir, ganar dinero, consumir y así sucesivamente- en que el hombre sea esclavo de la técnica
en vez de su dueño.
Precisamente una de las tareas centrales de la ética de la IS es situar apropiadamente los
términos de la relación medios-fines (técnica-desarrollo humano/felicidad/etc.) en la acción
social. Se trata, en resumidas cuentas, de reconocer el papel instrumental de la técnica social,
poniéndola al servicio de aquellos valores y cualidades deliberadamente elegidas como deseables
por los hombres y grupos sociales. Esa es la tarea y no la de limitarse a auscultar las cuestiones
éticas de detalle que surgen una vez aceptada la -inaceptable- subordinación de todos los avance
económico y productivo que, de nuevo, nada significan per se sino pavimentan el camino para el
avance de las personas y colectivos hacia su liberación e igualación en la dignidad y el bienestar.
8.2. Fundamentalismo: Respuestas valorativas a cuestiones técnicas
En simetría con la postura tecnocrática, el fundamentalismo minimiza los aspectos
racionales (cognoscitivos, técnicos) de la vida social aduciendo cantinelas ideológicas del tipo de
"todo es político" o "todo es moral" que aparte de afirmar lo evidente, nada añaden al análisis o
solución de los problemas sociales cuyo punto de partida es, precisamente, identificar sus
aspectos -y determinantes causales- centrales y relevantes, descartando los triviales e
irrelevantes. Más aún, el exceso de celo moralizador -o politizador- en la IS supone, cuando se
hace en detrimento de los aspectos técnicos, dos riesgos específicos: ineficacia y arbitrariedad. Y,
además, otros riesgos generales derivados del abuso de una concepción prescriptiva, no
descriptiva, de la conducta humana comentados más adelante.
Ineficacia, escrupulosidad y saturación. Moralizar -o politizar- desmedidamente los
temas sociales (en relación a su contenido moral o político real, se entiende) aboca la IS a la
ineficacia al engendrar soluciones guiadas por consideraciones morales o políticas, no por
hipótesis racionales y plausibles. Se puede acompañar también de un exceso de escrupulosidad
moral que esterilizará la intervención, reduciéndola a una serie interminable de discusiones sobre
las posibilidades y detalles más nimios de las que apenas derivará resultado visible alguno.
Se corre finalmente el riesgo de saturar el limitado interés y receptividad que la gente
destina a cada parcela (política, familia, etc.) de su entorno vital en función de la importancia que
le atribuye y acabe produciendo un rechazo paradójico o reticencia pasiva a cualquier mensaje o
sugestión emanado de élites intelectuales o grupos sociales en base a análisis unilaterales o al
"marketing" político más descarado. Esos acostumbran a ser los mecanismos de pasivización y
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resistencialismo de las "mayorías silenciosas" a la descarada manipulación -o la indisimulada
violencia- política e intelectual ejercida desde los medios de masas y los aparatos institucionales
(o contra-institucionales) de creación de imagen -"comunicación"- social en nuestros días.
Arbitrariedad valorativa. Se suele, en este caso, partir de la afirmación de que todo ha de
regirse por principios éticos (o políticos), afirmando después los principios propios como los
únicos válidos e intentando, finalmente, imponerlos a los demás como "la verdad". Esta variante
de despotismo moral suele definir el modus operandi de los grupos cerrados y sobre ideologi-
zados y de algunos líderes carismáticos. Puede resultar peligrosa en la IS en función del riesgo de
adicción ideológica y abdicación de las responsabilidades personales que comportan y por los
innecesarios conflictos y callejones sin salida a que no pocas veces conducen este tipo de
planteamientos que poseen, sin embargo, gran potencial de arrastre social.
8.3. El abuso de lo valorativo: La ética como técnica
Horizonte común a los riesgos ligados a la exageración de lo valorativo es una
concepción prescriptiva, no descriptiva, de la conducta humana, particularmente tentadora en la
IS por el exceso de idealismo e ideología que alberga. Tal concepción encierra considerables
peligros analíticos e interventivos. Veamos:
En el análisis, nos arriesgamos a confundir la realidad humana y social (lo que la gente y
los grupos sociales son y hacen) con el deseo personal o la norma moral (lo que queremos que
sean o lo que deberían ser). Algo que no sólo ocasiona imperdonables distorsiones de la realidad
a evaluar, si no, que, peor, acaba eximiendo al analista social de su cometido básico: entender lo
que pasa -y porqué la gente hace lo que hace- antes de intentar cambiarlo. Explicación válida y
comprensión racional no pueden nunca ser substituidos por el juicio moral o político apriorístico.
(Y, viceversa: tampoco puede la comprensión racional reemplazar a la valoración moral o
política). Comprensión racional y valoración moral pueden, deben, complementarse, nunca
substituirse mutuamente.
La intervención puede perder bajo la concepción prescriptiva su carácter racional (estar
basada en principios descriptivos) quedando reducida a mera acción moral: su base (principios
prescriptivos) y su contenido (regañar a la gente o dirigirla hacia valores, modelos y utopías) son
exclusivamente morales. Ese tipo de "acción moral" está abocada al fracaso por partida doble.
Primero, por estar basada en una visión falseada de la realidad física y social. Segundo, porque, a
partir de esa visión, tenderá a marcar metas inalcanzables para las personas de a pie, asignando a
interventor y agentes sociales roles heroicos e irreales y teniendo, al final, efectos subjetivamente
desanimadores y objetivamente regresivos -en lugar de progresivos- hacia los objetivos
propuestos.
Esto no supone negar la existencia en la esfera social de una tensión "dialéctica" entre
realidad existente y realidad deseable, cuyo conocimiento y manejo práctico es, de hecho,
esencial en la IS. Bien al contrario, implica reconocerla (si se confunden sus polos o se anula uno
de ellos, la tensión desaparece) y situarla en su justa dimensión. El manejo interventivo de la
tensión moral entre la realidad que es y la que debe ser (el uso técnico de la ética. en una
palabra), está sometido, sin embargo, a tres limitaciones precisas:
a) Ser capaz de reconocer las dos dimensiones (la real y la deseable o normativa) como
diferentes, no confundiéndolas entre sí o con los deseos y valores del propio interventor.
b) Manejar esa tensión razonablemente, no como plastelina moldeable a capricho del interventor.
"Razonablemente" significa dos cosas. Una, nos basamos en principios científicos (descriptivos
en todo caso) sobre la conducta humana (que incluyen sus dimensiones morales, sociales y
políticas). Dos, hemos hecho una evaluación objetiva de la situación y de las capacidades de los
agentes sociales que nos permite hacer una previsión aproximada de los resultados de la acción.
c) Hacer de la ética herramienta central de intervención (regañando a la gente o recordando lo
malo que es discriminar a otros o no ser solidarios con los demás), excluyendo los principios
34
científicos, torsiona gravemente el papel de aquella en la acción social, poniendo al interventor
en manifiesto riesgo de convertirse en un predicador de cualquier credo, en lugar del técnico
racional (científico) y consciente (con conciencia) que habría de ser.
Reconocer la función y utilidad potencial de la ética en la IS no implica negar la
racionalidad de esta ni rendirla moral o políticamente irracional; significa acompañar y
complementar moralmente esa racionalidad. La acción social ha de ser, pues, racional y moral.
Parece claro, para concluir, que ni el tema de la relación ética-técnica en la IS ni sus
implicaciones prácticas están agotados. Todo lo más, acotados y roturados.
9. RESUMEN Y CONCLUSIONES
1. La ciencia positiva impone unos límites para estudiar objetivamente los procesos naturales y
humanos que los despoja de aspectos (emocionales, valorativos, etc.) igualmente vitales para su
descripción y manejo práctico y que se hace preciso recuperar (como subjetividad valorativa) al
volver, a través de la acción o la relación, al plano humano individualizado o social. Es preciso,
ahí, hacer el camino de vuelta del objeto al sujeto, combinando los dos planos (objetivo y
subjetivo) si, trascendiendo sus limitaciones mutuas, queremos comprender y actuar integral e
integradamente.
2. En el plano del conocimiento, difícilmente puede sostenerse como real la imagen de
neutralidad valorativa de las ciencias. Sobre todo, a medida que se acercan a esa realidad de la
que, para poderla describir más fructíferamente, se han divorciado de entrada. Esto es, a medida
que las ciencias se hacen más humanas (psicológicas y/o sociales) y cercanas a la aplicación y la
acción, como sucede en los ejemplos -a medio camino entre ciencia y técnica- de la evaluación y
la "construcción social" de los problemas sociales.
3. Neutralidad valorativa inimaginable ya en el plano (técnico) de la aplicación y la acción
social, constitutivamente valorativas al ser los juicios de valor, las decisiones y las
responsabilidades por las consecuencias de las acciones su materia prima.
4. Consecuencia de todo ello es la dificultad para manejar valores del científico positivo y su
resistencia ambivalente (la desea, pero la teme) a involucrarse en la acción social. Resistencia
que suele ir acompañada en académicos (y practicantes) de una racionalización que justifica la
conducta propia en lugar de enfrentarse abiertamente a los aspectos éticos e intentar solventarlos
en su propio terreno valorativo poblado de incertidumbre, elección y valores. El profesional
acaba soportando, como anomia, tal ignorancia o desprecio de la ética.
5. La relación -e interacciones- entre técnica y valoración es analítica y operativamente
fundamental en la acción social de la que son ingredientes centrales. Técnica y ética son
lógicamente distintas, independientes: cada una ha de ser tratada en sus propios términos
conceptuales y metodológicos. Y tienen distintas cadencias temporales e intereses en la IS: la
técnica, se mueve en el corto plazo y se centra en la eficacia y los resultados; la ética
(valoración), en el medio/largo plazo y en los valores promovidos durante el proceso.
6. La valoración (ética) tiene la función general de motivar la acción social y darle un sentido u
objetivo final. Función básica de la técnica es, en cambio, dotar de contenido técnico
(instrumental) a la IS, indicando cómo podemos alcanzar los objetivos finales marcados. Ambas
dimensiones son necesarias en una IS integral. Dada su autonomía metodológica, no se puede
sacrificar la ética de la acción social a su realización técnica, ni tampoco la técnica interventiva a
cualquier imperativo ético.
7. Para que la IS funcione como un conjunto integrado es preciso tener en cuenta las
interacciones temporales (que se dan según las opciones valorativas y/o técnicas iniciales, y
dinámicamente durante el proceso interventivo) y temáticas (que se dan entre valores del mismo
tipo o de distinto tipo, al mismo o a distinto nivel lógico: una funciona explícitamente y otra
implícitamente). Al final habrá que tratar conjuntamente aspectos valorativos y técnicos teniendo
ambos en cuenta -junto a sus interacciones previsibles- en el diseño de la IS y en el curso de la
35
acción real.
8. El abuso de cualquiera de los dos aspectos condena a la IS a la unilateralidad e ineficacia
conllevando serios riesgos para la acción en general y para sus destinatarios en particular. El
abuso de la técnica lleva a dar respuestas técnicas a cuestiones valorativas. La tecnocracia es un
riesgo generalizado en una sociedad que ensalza la técnica y la acción experta como soluciones a
cualquier dificultad, despreciando los aspectos valorativos. Conlleva los riesgos de: arbitrariedad
valorativa y posibilidad de imponer los valores e intereses particulares a los demás;
insensibilidad hacia las necesidades de los más débiles; ineficacia en situaciones muy cargadas
emotiva o valorativamente para las que carece de la perspectiva evaluadora y las soluciones
apropiadas; desarrollo personal "inhumano" y unilateral (en la dirección de "producir" personas
intelectual y laboralmente sobresalientes pero infradotadas en sus capacidades de valorar, juzgar
y sentir).
9. El abuso de la ética lleva a tratar como uniformemente valorativas y subjetivas cuestiones
objetivas y técnicas. El "fundamentalismo" (moral, político...) es especialmente tentador entre los
profesionales de una IS sobreideologizada y con una base científica y técnica aún débil.
Comporta riesgos de: ineficacia y parálisis de la acción social por su desprecio de las soluciones
técnicas y su escrupulosidad formalista en el abordaje de los temas; saturación de las personas de
la dimensión (ética, política ...) "abusada"; e idealismo interventivo que lleve a perder de vista o
distorsionar seriamente la realidad exterior, las dificultades de la acción social y los límites de las
personas y de las técnicas que utilizan.
10. Ignorar la ética en favor de la técnica llevará a no entender realmente el contexto social ni
responder sensiblemente a la necesidad del más débil, sacrificando la intencionalidad a la
racionalidad. Ignorar la técnica -idealizando o politizando en exceso la IS- sacrificará la
racionalidad a la intencionalidad interventiva generando ineficacia y frustración social. Con el
riesgo terminal de convertir al interventor social en un predicador de cualquier credo (laico o
religioso) que falsea la realidad sobre la que interviene para adaptarla a sus intenciones o
convicciones en lugar de un agente de cambio racional que intenta modificar esa realidad desde
su evaluación correcta y objetiva.

36
CAPITULO 3
ESTRUCTURA ÉTICA DE LA ACCION SOCIAL
Corresponde a este capítulo definir nuestros temas centrales de estudio -ética e
intervención social- y sus componentes y examinar la estructura ética de la acción social a la luz
de los vectores morales básicos: libertad, intencionalidad, el otro, conciencia moral,
responsabilidad. Se discute también en qué medida el acto interventivo socio-profesional es
sujeto de ética, cómo cualifican y modulan su evaluación ética las particulares características y
condiciones de realización de la IS y qué papel juega cada una de sus partes (interventor,
destinatario y cliente, relación profesional, fines interventivos y contexto social) en tal
evaluación. Se concluye ofreciendo, a partir de los esquemas producidos, un esbozo teórico de la
ética de la IS que explicita la génesis -condiciones generatrices- y tipología de las cuestiones
éticas en la IS.
1. ÉTICA
El fin de la ética es discernir y realizar el bien. Trata, pues, sobre el bien, el mal y el
deber moral en las acciones humanas. Más concretamente, sobre los principios y valores morales
(como justicia, libertad, honestidad o verdad) desde los que se puede juzgar la conducta humana
como buena o mala. Designa también la ética el conjunto de principios y normas que gobiernan
la conducta individual y social en la medida en que -aceptados o sancionados como "el bien" o el
"deber moral"- obligan y orientan a personas y grupos a conducirse de conformidad con ellos.
Esta acepción de contenido es a veces llamada "moral" en contraposición a la connotación, más
procesal, de "ética". Distinción, de dudosa consistencia, no mantenida en este libro, en que los
términos "ética" y "moral" se usan como generalmente equivalentes. Notas centrales del carácter
ético son su "alternatividad" respecto a lo real y su, con frecuencia ignorada, bipolaridad.
Alternatividad/opcionalidad. La ética no se refiere a la realidad existente, lo que es, sino a
lo que -como alternativa o posibilidad- debe -¿y puede?- ser. Implica, por tanto, autonomía
respecto a la realidad dada, un juicio sobre ella y un potencial de actuar para cambiar realidad y
conducta dadas a partir del ideal moral, lo que debe ser. Autonomía relativa, sin embargo, como
advierte aviesamente Ambrose Bierce (1911/1957) en su Diccionario del Diablo al definir
"moral" como "conforme a la norma local y mutable de lo recto o lo correcto. Poseyendo la
propiedad de lo oportuno o conveniente" (p. 124). El autor nos está señalando en clave no por
irónica menos atendible, la senda de convención social y costumbre cultural que comunica moral
y realidad. Autonomía que, como ya se enfatizó en el capítulo anterior, debe administrarse con
prudencia en la práctica. Ni las personas pueden ser dirigidas hacia cualquier meta o valor, por
quiméricos que sean o "adaptadas" a reglas impersonales absurdas. Ni están sólo guiadas por
criterios éticos, si no, además, por una amalgama de razones, deseos, emociones y otros motivos,
cuya articulación experiencial y situacional teje la irreductible complejidad, sutileza y variedad
de conducta individual y relación social que nos hace personas humanas, no "autómatas"
moralmente teledirigidos.
Bipolaridad. La ética tiene una doble, e irreductible, potencialidad. Negativa, establece
límites y restricciones -lo que no se debe hacer, aunque se pueda- en la vida personal o la acción
social en función de lo que consideramos malo, incorrecto o indeseable: engañar al otro o actuar
en la IS beneficio propio. No es ético. Positiva, orienta la conducta y el desarrollo personal o
social en la dirección de lo que se juzga bueno, correcto o deseable. No sólo no debo engañar al
otro o actuar socialmente en función de mis necesidades, sino que debo ser honesto y generoso
con el otro y -como profesional social y en la medida de mis capacidades- ayudarle a satisfacer
sus legítimas necesidades y tratar avanzar la justicia de la sociedad común. Reducir la ética a un
recetario de obligaciones, prohibiciones y sanciones, es desfigurarla amputándole la mitad de su
ser que, como construcción humana de los bienes por los que merece la pena vivir y luchar,
37
acaba retratándonos, también, en positivo, mostrando lo mejor, no sólo lo peor, de los humanos.
Este breve apunte sobre la ética nos permite avanzar una idea inicial de la ética de la IS
en un doble nivel, abstracto o general y concreto o personal. A nivel abstracto, la ética de la IS
estaría constituida por aquellos principios y valores (como la libertad o la justicia distributiva)
que, como atributos deseables o ideales de la vida personal y social, son perseguidos en la acción
social, y por aquellos (como la miseria o la injusticia) que, como características humanamente
indeseables, se tratará de evitar o minimizar. El nivel concreto de la ética de la IS se centrará en
el comportamiento particular del interventor -y el resto de los agentes- social/es y en su
evaluación moral a partir de los valores y principios generales mencionados.
1.1. Estructura y dinámica de la acción moral: Vectores éticos y proceso
El proceder moral se construye sobre seis ejes o vectores que precisarán examen para
evaluar éticamente cada acción -y conducta- concreta. Esos ejes, que analizamos brevemente
ahora en relación a la IS, son: libertad, intencionalidad, el otro, conciencia moral, responsabilidad
y contenido.
Libertad. La base del acto moral. Un acto es moral, y genera responsabilidad, en la
medida en que el sujeto tiene libertad para elegir, decidir y actuar. La moral es, pues, el "peaje" a
pagar por el uso que hacemos de la libertad -y el poder- que poseemos. Al contrario que la
ciencia, que asume determinación, la moral supone libertad y, aunque esa esté coartada, si el
sujeto conserva algunos "grados de libertad" es imposible no elegir o responder a un estímulo o
situación sea por acción sea por omisión. De lo que se deduce que el análisis ético concreto habrá
de tener en cuenta -y ser cualificado desde- las limitaciones a la libertad de las distintas partes
implicadas.
En el caso de la IS, la acción del interventor puede estar coartada por la carencia de
medios o por las directrices ideológicas de la institución de que depende. La relativa ignorancia
socio-cultural, baja autoestima personal o capacidad económica de los afectados por, y sujetos
de, la acción social, limitan seriamente su capacidad para orientarse socialmente (saber lo qué es
socialmente importante y lo que no, conocer las instituciones y los programas, saber a dónde o a
quién ir para obtener tal o cual ayuda, etc.), tomar decisiones informadas y participar
provechosamente en las acciones interventivas.
Tales limitaciones plantean difíciles cuestiones éticas: ¿hasta qué punto debe el
interventor responder de las consecuencias de acciones en gran parte decididas o realizadas por
otros? ¿en las decisiones colectivas y las tareas interdependientes (de un equipo profesional o
una institución), podemos seguir hablando de responsabilidades individuales? ¿cómo podemos
evaluar la bondad de la IS respecto de sujetos marginales en las citadas condiciones restrictivas?
Son estas preguntas complejas y apenas discutidas que requieren detenido análisis y para las que
no habrá respuestas simples y unívocas. Ofrezco ahora algunas orientaciones básicas.
Volveremos repetidamente sobre el tema de la libertad en los capítulos por venir.
Las condiciones de libertad en que se realizan las acciones cualifican la responsabilidad
ética, no la anulan: la valoración final dependerá de los "grados de libertad" que conserve el
interventor y, sobre todo, del uso que haga de ellos. Por otro lado, una acción colectiva (como es
casi siempre la IS), cuya preparación y realización -y, por tanto, consecuencias- dependen de una
red de personas -e instancias institucionales- interconectadas por determinadas reglas y acuerdos
sociales debe obviamente generar responsabilidad social o compartida en que no se pueden
ignorar las reglas o contratos, explícitos o implícitos. ¿Anula eso la responsabilidad individual?
No, la limita y, pienso, supera globalmente (Es por esto que en el Capítulo 1 se planteó
conceptualmente la posibilidad de una "ética social" frente a la clásica concepción individualista
de la moral de limitada aplicación en nuestro campo).
En cuanto a la evaluación moral del mérito de la IS con sujetos marginales, la clave
reside, en mi opinión, no tanto en su punto de partida, como en el de llegada: la medida en que la
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IS contribuye a aumentar los grados de libertad (las opciones vitales o el acceso a los medios y
condiciones socio-culturales para su propio desarrollo) de esos colectivos. Ese sería uno de los
criterios base para evaluar el éxito -moral- de la acción social.
Intencionalidad. Nuestras acciones no son casuales y erráticas, sino, en general,
deliberadas, con intención y propósito. Es la suma de intencionalidad, libertad y poder lo que
otorga responsabilidad a las acciones humanas, personales o profesionales. En la IS suele existir
una clara intención de ayudar. La evaluación ética ha de considerar, no sólo las buenas
intenciones (ayudar a otros, incrementar la justicia social o las opciones vitales...) que motivan
las acciones sino, además, sus resultados reales. También las posibles distorsiones y excesos
(como paternalismo o intrusión en la vida de los demás) que las intenciones altruistas pueden
introducir en la IS. Una cuestión especialmente espinosa es si las consecuencias no previstas de
los actos profesionales "devengan" responsabilidad profesional. Retomaremos esas cuestiones en
los próximos capítulos.
El "otro": Exclusión moral e igualdad relacional. Como intencional que es, el acto
moral tiene siempre una dirección, un destinatario, siquiera potencial, "el otro". Aunque asediada
por fuertes corrientes individualistas y utilitaristas (Capítulo 1), la alteridad sigue siendo la clave
del arco de bóveda moral. Algo especialmente cierto en la IS cuya misión ética consiste, en
buena medida, en reconocer al otro, incrementando su "visibilidad social" (o, mejor,
disminuyendo su "invisibilidad" y marginalidad) y nuestra conciencia y empatía social y
reconociéndole com ser humano, válido y digno por sí mismo, no por lo que produce, consume o
"figura" socialmente. Y en potenciarlo, ayudándole a desarrollar sus capacidades (y a paliar sus
miserias y problemas vitales). Pero, en la IS, ¿quién es "el otro", en primer lugar?
Recientemente se ha planteado, en paralelo a la exclusión social, el tema de la exclusión
moral (Opotow, 1990): qué categorías -humanas o no- excluimos del dominio en que rigen las
consideraciones y reglas morales. Dónde trazamos, en otras palabras, la frontera de lo moral y
qué es lo que esa frontera incluye ("comunidad moral") y excluye. El tema tiene una relevancia
obvia para la IS: los incluidos en la "comunidad moral" son considerados iguales a nosotros,
titulares de reciprocidad y mutualidad, con derecho a un trato justo por un lado y a participar de
los recursos comunitarios, por otro. Al segregar al otro como distinto y extraño (outsider), la
exclusión moral se constituye, pues, en un proceso marginador básico tanto para "construir" los
problemas sociales como para impedir su solución social. Así, si nuestra comunidad moral es
muy reducida y excluimos de ella a las madres solteras, les estaremos de hecho negando el
acceso a los recursos y programas sociales pagados por todos o, peor, la consideración misma de
personas dignas. El caso del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) es, desde este punto
de vista, revelador: aunque había causado numerosas víctimas africanas (excluidas de nuestra
comunidad moral), no adquiere la categoría de problema social hasta que comienza a afectar a
blancos y occidentales (sujetos, faltaría más, de moralidad y respeto). Si, por contra, desde una
postura super altruista, definimos una comunidad moral muy amplia, los costos de extender a esa
totalidad los beneficios de que disfrutan sólo algunos pueden ser tan elevados que hagan
económicamente inviables o socialmente inasumibles los niveles de protección social necesarios.
Igualdad relacional y reconocimiento de la diferencia. Otro aspecto importante del acto
moral es la relación entre interventor y destinatario (el otro) de la acción social. Lo enfocamos
ahora desde el valor justicia considerando la cualidad de igualdad de esa relación y la
correspondiente deseabilidad (o justicia) planteada por los dos polos extremos -igualitario y
diferencial- de esa cualidad. (En el punto 3.2 nos centramos en la relación profesional en la IS).
O, traduciendo la pregunta a disyuntiva: ¿qué es más deseable, la igualdad relacional (ser tratado
por igual y como un igual), o la diferencia, ser tratado como único y distinto? ¿Cuál de las dos
posturas ideales es más justa en la IS? Si nuestro comportamiento relacional estuviera sólo
dictado por el principio de estricta igualdad, habríamos de tratar a todos por igual (como iguales
39
a nosotros y como iguales entre sí); las relaciones y los intercambios resultantes serían
estrictamente simétricos.
Pero los supuestos de esa relación son falsos: ni los otros son iguales entre sí (si no, bien
al contrario, marcadamente distintos y diversos en lo psicológico, lo social, económico, etc.), ni
lo son respecto al sujeto iniciador de la relación. Paradoja: una acción social soportada -por mor
de la justicia- por una relación rigurosamente igualitaria, no sólo podría ser profundamente
injusta (al tratar como iguales a quienes son diferentes), sino resultar irrealizable en la práctica, al
ignorar las marcadas diferencias (de saber, poder, rol asignado, etc.) entre interventor y
destinatario.
¿Cómo resolver el dilema relacional igualitarismo-diferencialidad en la IS? ¿Cómo salvar
la aparente contradicción que plantea? He aquí algunas pistas generales, que no soluciones
definidas y definitivas, para encarar el tema. Uno, el ideal igualitario de trato se refiere a la
categoría moral de persona como semejante, no a las diferencias como persona psicológica, rol
social o productor económico que pueden, y deben, ser tenidas en cuenta. Es desde el punto de
vista moral (no desde el económico o psicológico), que hemos de tratar igual al listo que al tonto,
al rico que al pobre. Dos, diferencia no implica necesariamente desigualdad: no deberíamos tener
dificultades con las diferencias -de carácter, ubicación social u ocupación- que no suponen
inferioridad o desventaja personal o social. (Algo más bien difícil en el ambiente social que
respiramos: el racionalismo capitalista trata, precisamente, de crear diferencias entre las personas
en base a su rendimiento productivo).
Tres, el interventor debe ser particularmente cuidadoso de no hacer de su actividad
profesional (o la relación que la fundamenta) vehículo de discriminación social, algo que puede
suceder, por ejemplo, cuando usa "etiquetas diagnósticas" socialmente estigmatizadoras. Cuatro,
trascendiendo el igualitarismo literal, algunos proponen tratar mejor (o ayudar más) al más débil
y desfavorecido (discriminación positiva). No es claro, sin embargo, que esa fórmula ayude a
reducir la desigualdad en lugar de perpetuar las minusvalías y dependencias de los menos
dotados. Pero tampoco es deseable que la estricta igualdad de trato a todos se limite a mantener
-que no reducir- la desigualdad existente o, peor, a tratar bien a los que están mal sin mejorar sus
carencias objetivas.
Cinco, y reiterando la radical alternatividad de lo moral en la acción humana, las
diferencias y desigualdades son la realidad de la que partimos (y que como tales se han de
reconocer); la igualdad en algún aspecto relevante, el ideal al que aspiramos: lo que debe ser. Y
... es que, seis, perseguir la igualdad en algunos aspectos supone, según parece, aceptar la
desigualdad en otros: no existe un único, sino varios, conceptos de justicia o igualdad
(Domenech, 1989; Sen, 1995) interrelacionados de manera que la maximización de unos
supondrá, casi necesariamente, el decremento o minimización de otros.
Conciencia moral: la instancia -y el proceso de deliberación- que permiten distinguir lo
bueno de lo malo y alcanzar conclusiones operativas en el terreno ético. Irreductiblemente
individual según unos, ya justifiqué aquí (Capítulo 1), la dimensión social de la conciencia
moral. Para ilustrar el argumento en nuestro terreno, un grupo (digamos un equipo de trabajo)
que discute los aspectos éticos de una acción social está a todos los efectos dotado de una
conciencia moral de carácter social generando pautas éticas también sociales en la medida en que
son fruto de una deliberación grupal y afectan a colectivos, no a individuos. Otro tema de interés
especulativo es la supuesta universalidad y univocidad del juicio moral que permitiría incluir
todo tema o evento en el terreno moral negando, por tanto, cualquier posibilidad de zonas de
amoralidad, ambigüedad o neutralidad moral.
La versión práctica de esa cuestión es la posibilidad de formar criterios morales claros y
unívocos cuando, en un mundo social tan complejo y anómico como el actual, se actúa sobre
temas poco conocidos, poliédricos y valorativamente multivalentes que difícilmente admiten un
40
juicio moral integrado. Y en los que, faltos de utilidad los criterios consecuenciales o analógicos,
nos vemos forzados a usar valores y principios como criterios excesivamente bastos,
esencialistas y poco o nada afinados a las circunstancias concretas y los imponderables de las
acciones.
Y es que no se trata de evaluar conductas individuales como robar o mentir en una
situación dada, sino acciones sociales complejas, que tienen efectos múltiples (unos
aparentemente buenos, otros malos), son gestados por equipos multiprofesionales y van dirigidos
a colectivos amplios con intereses diversos. Queda así patente la dificultad y complejidad de una
evaluación moral integrada y la multivalencia y ambigüedad ética de las acciones sociales que
asomarán una y otra vez en los análisis de casos de IS en forma de dualidad de roles, conflicto de
intereses o simple perplejidad del interventor a la hora de juzgar, decidir o actuar.
Responsabilidad. Resultado, según se ha dicho, de intencionalidad, libertad y poder
(esencialmente técnico en la IS). El interventor social es responsable del uso que hace de su
libertad de elegir y actuar, del poder profesional -la técnica- que la sociedad ha depositado en sus
manos y de las propias intenciones hacia "el otro", el destinatario de la IS. La responsabilidad por
las consecuencias, buscadas o no, de las acciones sociales es probablemente la categoría más
analizada en la ética de la IS. Nos haremos eco repetidamente de ella, y de las difíciles cuestiones
que plantea, a lo largo del libro.
Contenido. Aquello (el deber, la felicidad, el bienestar, el interés individual o colectivo
...) que se define como el bien -lo bueno- y, su contrapartida, el mal, así como, a otro nivel, las
normas o reglas de conducta que se consideran apropiadas para alcanzar ese bien. Conforman
conjuntos coherentes de principios y valores (sistemas morales) que sirven de fundamento moral
y guía comportamental, de la IS. El contenido moral de la IS es analizado en el Capítulo 4
(apartado 1).
Hasta aquí los componentes del acto moral. Más adelante (apartado 3) los usamos para
examinar la estructura ética del acto profesional en el campo social, la estructura ética de la IS.
Proceso y niveles operativos. Abordamos aquí el proceso general para examinar las
cuestiones éticas en la IS. En el Capítulo 6 se elabora más extensa y específicamente ese aspecto.
Laue y Cormick (1978) han sido raramente explícitos al respecto. Proponen uno de cinco fases o
momentos centrados respectivamente en: asunción básica, valores, principios, decisión y acción.
Pienso que el proceso gana en continuidad añadiendo dos fases más (IV, normas-criterios y VII,
consecuencias) quedando con tales alteraciones en la siguiente secuencia total:

I II III IV V VI VII
Asunción Básica Valores Principios Criterios Decisión Acción Consecuencias

Recorriendo el esquema de izquierda a derecha, partimos de una asunción básica sobre


la naturaleza humana, que vertimos a valores relevantes de los que derivamos principios
generales de actuación y normas o criterios específicos para la clase de casos y situaciones
habitualmente manejados que permitirán a su vez al interventor tomar las oportunas decisiones,
actuar en base a ellas y examinar finalmente las consecuencias de su actuación.
Así, Laue y Cormick asumen al hombre como buscador de realización personal y
significado y capaz de tomar decisiones. De ello derivan los valores centrales de libertad
individual, justicia social y empowerment (capacitación o fortalecimiento) que, jerárquicamente
articulados, permiten deducir ocho principios básicos (y criterios) para intervenir en conflictos
sociales. Principios como: orientar la acción a dotar de poder a los más débiles; promover
decisiones conscientes, explícitas, racionales y públicas sobre los temas en conflicto; abogar por
la toma de decisiones conjuntas de las partes implicadas en los conflictos. Finalmente
ejemplifican esos principios en diversas situaciones y casos.
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¿Qué decir de este esquema procesal? Es infrecuentemente exhaustivo y explícito, con un
valor más pedagógico (señala lo que podría o debería ser el análisis ético) que descriptivo: muy
raramente poseen los análisis reales la admirable linealidad y continuidad de tales esquemas
ideales (lo cual no impide, como muestran los autores, su provechosa aplicación). Se puede,
además, usar, bidireccionalmente: deductivamente, de arriba (principios y valores) a abajo
(acciones y consecuencias) e inductivamente, de abajo a arriba, partiendo de las acciones y sus
consecuencias para derivar principios y valores pertinentes.
Hay que notar, sin embargo, que estos modelos aparentemente deductivos son en
realidad una destilación formal de la elaboración inductiva desde la experiencia y el caso
singular de valores y principios aplicables a ciertas clases de casos y situaciones. O, más
exactamente, suelen resultar de un ajuste continuo de recorridos inductivos desde las acciones y
sus consecuencias, y deductivos, desde los valores y principios. Y es que conciencia -y
valoración- moral se configuran esencialmente en un proceso retroalimentado primariamente
desde la acción real o imaginada, que es después articulado a un nivel de mayor abstracción y no,
al contrario, generado directamente desde valores y principios dados.
Al final podemos condensar los esquemas procesales al uso en dos -quizá tres- niveles
básicos en la ética aplicada que nos revelan la estructura (y eventual dinámica) del análisis ético
práctico.
* Nivel general: principios y valores que, como valoración de conjunto, capta la esencia ética
abstracta y global de un área y que podríamos denominar, en este caso, la ética de la IS.
Ejemplos (bastante infrecuentes en el campo) son los análisis de Glidewell (1978) de la ética de
los grupos de encuentro y el ya citado de Laue y Cormick sobre las disputas sociales. Ambos
muestran, por otro lado, la dificultad del tal análisis ético deductivo o "abstracto", directamente
proporcional a la densidad del tejido social y ético o, si se quiere, al número de valores y de
actores implicados.
* Nivel concreto, operativo, ligado a la conducta (decisiones y acciones) particular del actor -o
actores- y a su evaluación ética; lo que podríamos llamar por contraste, ética en la IS, dado que
examina cuestiones éticas concretas en situaciones singulares. El más frecuente en el campo
aplicado. Puede complementarse, como se ha señalado, con la "inducción" de normas, valores y
principios generales a partir del análisis de un número suficiente de casos o situaciones. Y es que
los dos niveles (valorativo-abstracto, conductual-concreto) y enfoques -inductivo y deductivo-
son complementarios y deben combinarse y alimentarse mutuamente en la realidad. Vienen, a
coincidir, además, con dos de los tres criterios (principios, basales para el nivel general, y
consecuencias, centrales para la evaluación concreta) ya mencionados como clásicos en la acción
social.
Entre los dos niveles podemos, en fin, situar un nivel intermedio de normas, criterios y
reglas de comportamiento que conectaría valores y principios generales con decisiones y
actuaciones singulares (y viceversa).
2. INTERVENCION SOCIAL
Podemos definir la intervención social (Sánchez Vidal, 1991; ver, también, Goodstein y
Sandler, 1978; o Seidman, 1983a) como una interferencia intencionada para cambiar una
situación social que, desde algún tipo de criterio (necesidad, peligro, riesgo de conflicto o daño
inminente, incompatibilidad con valores y normas tenidos por básicos, etc.) se juzga insoportable
por lo que precisa cambio o corrección en una dirección determinada. Concretando más, se trata
de una acción externa, intencional y autorizada para cambiar (a mejor, se supone) el
funcionamiento de un sistema social (institución, grupo humano, comunidad ...) que, perdida su
capacidad de auto regularse, es incapaz de resolver sus propios problemas o alcanzar metas
vitales deseadas. Ampliemos brevemente los puntos y calificaciones clave cuyas implicaciones
éticas se examinan más adelante.
42
* La acción externa al propio sistema social ya que este ha perdido su capacidad de auto
regulación y respuesta a los problemas. Se introduce algún tipo de "input" para producir un
efecto deseado: ayuda educativa, terapéutica o económica; dinamización o fomento de la
cohesión social, amparo a niños maltratados o personas vulnerables, redistribución de poder y
recursos, lucha contra la discriminación y marginación, prevención de problemas sociales,
mejora de la prestación de servicios sociales, etc.
En realidad, la etiqueta "intervención social" funciona como paraguas conceptual que
agrupa acciones diversas según el nivel social, supuestos ideológicos e instituciones que la
realizan. Y en la que pueden distinguirse modalidades como: acción desde arriba (servicios
profesionales, ayuda económica, planificación y coordinación de acciones...) y desde abajo
(intervención comunitaria: desarrollo de recursos personales y sociales); IS desarrollista (mejora
de la calidad de vida de grupos mayoritarios: mayores, mujeres...) e IS "política" ligada al
cambio social y la justicia distributiva; etc.
La interferencia externa puede ser "responsiva" o impositiva según que, respectivamente,
se haga en respuesta a una demanda de ayuda o se imponga sin necesidad del consentimiento de
los miembros del sistema o en contra de la voluntad de ellos cuando se estima preciso (pensemos
en situaciones como el maltrato infantil o la miseria o marginación social en que raramente
existen peticiones de ayuda externa). El carácter de interferencia externa en la vida de las
personas y el curso de las instituciones sociales tiene resonancias éticas relevantes, aunque
desiguales, en ambos casos. Mientras que en la intervención responsiva esas son, en principio,
más benévolas y leves limitándose al uso que se hace de las intenciones de ayuda (y a sus
consecuencias relacionales y funcionales), en la intervención impositiva son de mayor calado,
planteando cuestiones éticas ineludibles como la legitimidad de la intervención y, también, de la
autoridad que la respalda.
* Intencional. Es un intento deliberado, intencionado, de ayudar a otros. No es una acción casual
o fruto del azar.
* Autorizada. El interventor puede interferir en el curso vital de personas y grupos sociales
porque tiene una autoridad: política, científico-técnica u otra (¿moral?). La primera, detentada
por el político, se basa en el mandato democrático recibido de un colectivo para representar sus
intereses y resolver (ayudar a resolver, mejor) sus problemas. La autoridad técnica, detentada por
el practicante profesional, deriva exclusivamente del conocimiento, experiencia válida y
habilidades metodológicas y técnicas para diseñar, organizar, realizar y evaluar competentemente
acciones sociales. El posible compromiso político o social del interventor social (otra importante
cuestión ético-política) no tiene, de entrada, respaldo técnico alguno.
* El sistema social ha perdido su capacidad de auto regularse, de regir la vida social, resolver
efectivamente los problemas y alcanzar fines y aspiraciones básicos (educar a los niños,
asociarse con otros, conseguir un servicio o equipamiento, mejorar el entorno urbano, etc.). Es
precisamente porque el sistema -o alguna de sus partes suficientemente importante como para
afectar al conjunto- ha perdido su capacidad de funcionar por sí solo (desmotivación o
incapacidad para actuar, extrema necesidad, novedad o urgencia de una situación, etc.) por lo que
se precisa una acción externa que evite la perpetuación -o el deterioro- de la situación indeseable.
Niveles macro y micro. Podemos distinguir dos niveles de IS que implican conceptos de
intervención y responsabilidades éticas relativamente distintas (Sánchez Vidal y otros, en
prensa):
* Nivel macro. La IS es en este nivel un esfuerzo institucional, supra personal. El agente de
cambio es la institución pública (u organizaciones privadas), no el profesional que es sólo un
engranaje de un complejo mecanismo de cambio social. La IS incluye aquí (Kelman y Warwick,
1978), además de la ideología y modelos de ayuda profesional, ingredientes más amplios como
la filosofía social y política o la organización de las instituciones, legislación y políticas sociales
43
del gobierno, o tradiciones intelectuales (socialismo, liberalismo, etc.) que enmarcan los
esfuerzos de cambio social. * Nivel micro: acción social personalizada en que el agente de
cambio es un profesional (o un equipo de varios profesionales). Es el concepto habitual de IS
como cambio profesional (más técnico y menos político) en el sentido de estar enmarcado en una
ideología y modelo de prestación de servicios profesional: trabajo social, psicología, etc.
Parece claro que la concepción macro se ajusta más que la micro a la realidad global de
la intervención social como proceso complejo y multiforme del que el esfuerzo profesional es
sólo una parte, importante pero limitada. El problema es que los instrumentos y casuística
disponibles se centran casi siempre (y más allá de algunas generalidades globales o extra-éticas),
tanto en el plano ético como en el socio-interventivo, en el nivel micro. Las definiciones -y
marcos operativos- de la IS se desarrollan casi siempre en el plano profesional. La consideración
de responsabilidades de éticas se centra tradicionalmente en las personas (los profesionales),
difícilmente en las instituciones sociales (en cuyo caso, se asume, estaríamos ya abandonando el
territorio ético para entrar en terrenos políticos y sociales). En consecuencia, aquí adoptaremos el
marco de referencia micro (mucho más manejable y simple que el macro) intentando siempre,
eso sí, contextualizar los análisis y reconocer la pluralidad de actores e influencias sociales (y sus
interacciones) que eviten reducir el análisis de la acción social al de la conducta individual de los
profesionales que la ejecutan.
Presupuestos. En el Capítulo 4 se recogen más detalladamente las asunciones
valorativas ligadas en la literatura a la IS. Resumo algunos presupuestos generales (a veces más
desiderativos que descriptivos), común denominador de muchas, no de todas, las variantes de la
IS (Sánchez Vidal, 1995b):
1. Intervencionismo social intermedio entre planificación total y liberalismo individualista
absoluto ("laissez faire"). Se asume el "Estado del bienestar" como marco político-social global,
sin ignorar su actual crisis en los países industrializados y su inexistencia real -aunque si ideal-
en aquellos en desarrollo.
2. Solidaridad social y responsabilidad pública en la resolución de los asuntos comunes y
problemas sociales: su solución corresponde coordinadamente al gobierno organizado y a la
sociedad civil en su conjunto sobre la base de que tales asuntos y problemas afectan a todos los
ciudadanos y no sólo a aquellos directamente afectados.
3. Democracia política y participación de los ciudadanos en la gestión política en general y,
variablemente, según las modalidades, en la IS en particular. Mientras que la ausencia de cauces
democráticos dificulta -no imposibilita- la realización de muchas variantes interventivas deja
irresuelto el problema de cómo articular los intereses de las minorías.
4. Un concepto amplio de intervención que, aunque viene a corresponder con el concepto micro
trata de ampliarlo cuando es posible incluyendo: a) el contexto institucional, comunitario y socio
político de la IS; b) las relaciones e intercambios entre los actores sociales; c) las distintas formas
de intervención: desde arriba y desde abajo; desarrollo de recursos y mejora de la calidad de
vida, organización comunitaria y justicia social; etc.
5. Existencia de una doble autoridad que fundamenta -y junto a democracia y participación,
legitima- la acción social: política, ligada al mandato democrático de los ciudadanos;
científico-técnica, derivada del conocimiento y habilidades válidas de los practicantes
debidamente formados. Esa autoridad no excluye, ni es incompatible con, la participación activa
de personas y colectivos sociales en diversos niveles y procesos de la IS.
Quede claro que no existe sólo un juego de asunciones aplicables a todas las variantes de
IS y aceptado por todos los interventores. Así, se puede hacer IS en condiciones no democráticas
ni participativas, aunque no sea el ideal de la mayoría. Se puede cuestionar que el desarrollo de
recursos (por ejemplo, fomento del asociacionismo) sea realmente interventivo o que los
interventores hayan de ser profesionales. Etcétera. De hecho, diversos aspectos de los supuestos
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recogidos serán aquí cuestionados en distinta medida.
Terminología. Dada la gran dispersión conceptual y variedad terminológica de la
literatura, propongo para, simplificar y a título convencional, las siguientes partes, y nombres, de
la IS. Interventor, aquél (persona, grupo o institución) que prepara y realiza la intervención;
destinatario o blanco, aquellas personas, grupos o comunidades a los que se dirige; cliente, aquél
(persona, grupo o institución) que, coincidiendo o no con el destinatario, paga (patrocina a veces)
la intervención.
Habremos de tener también en cuenta otras partes -organizadas o no- afectadas por la IS.
En un primer nivel de proximidad están los "otros significativos" (familia, vecinos, compañeros
de trabajo, etc.) como más directamente afectados, aunque no sean destinatario directo. Así los
familiares de los alcohólicos, blanco de un programa de rehabilitación, resultarán significativos
para tal programa. Un segundo nivel estará formado por los más indirectamente afectados, como
los vecinos de un barrio ante la instalación en él de un servicio de ayuda a drogadictos. Las
partes interesadas ("sociedad interesada", en expresión de Glidewell, 1978) incluyen, además de
los afectados, aquellos individuos o colectivos que tienen interés en que la acción social
"funcione" bien (o mal). Así, los pacifistas estarán positivamente interesados en el cese de la
guerra o en la ayuda humanitaria en un asunto y país que no les afecta directamente; la Iglesia
estará negativamente interesada en una campaña para despenalizar el aborto. Los afectados son
parte interesada en la IS, pero los interesados no tienen por qué ser (directamente al menos)
afectados por las consecuencias de la IS.
En realidad, el "interés" en la acción social vendrá dado por la vinculación empática o
simbólica (afectiva o ideológica) que creamos (y queramos) tener con aquellos "otros"
(desposeídos, infelices, maltratados, dolientes ...) a quienes va destinada. En última instancia,
como vivenció el maestro Donne en su milenario poema, todos estamos interesados en la suerte
de los demás. El daño o sufrimiento de cualquiera es nuestro propio daño porque, lejos de ser
islas autosuficientes, estamos ligados a los otros, somos parte de un todo, la humanidad. Y es
que, contra cualquier tentación aislacionista o radicalmente utilitarista, en el fondo de la IS bien
entendida late siempre un impulso ético, una intención altruista de ayudar al otro, de mejorar la
condición humana. La IS es, en, fin, profunda, nuclearmente ética.
2.1. Estructura funcional
En el capítulo anterior se identificaron -y relacionaron- dos ingredientes básicos de la IS,
técnica y valoración (ética, sobre todo). Se añade ahora un tercero, la estrategia, para completar
la estructura funcional de la acción social. Y es que, aunque aquí interesa más el ético, la
combinación de los tres aspectos compone, como se ilustrará a lo largo del libro, una visión
analítica más matizada y global de la acción social en general y de cada actuación en particular.
* Técnica. Es el componente instrumental, el "como" de la IS: cómo aplicar conocimientos y
métodos, diseñar programas, ejecutar acciones; como evaluar necesidades y resultados. Es un
instrumento para conseguir resultados: su fin es la eficacia. Y en eso, en aportar soluciones
válidas para resolver los problemas de la gente y para hacer realidad sus aspiraciones, radica su
importancia y legitimidad en la IS. Se basa, por un lado, en el conocimiento científico (que
indica como relacionar objetivos y acciones instrumentales para alcanzarlos) y, por otro, en los
principios éticos (y políticos) que marcan los criterios de valor para elegir objetivos y evaluar
resultados. Es un proceso en gran parte "de pizarra": exige capacidades intelectuales de previsión
y proyección.
* Aspectos valorativos. Guían y regulan la intervención. Definen principios positivos a seguir
en la fijación de objetivos y evaluación de resultados y señalan las potencialidades y límites de la
intervención. A nivel concreto, premian o censuran la conducta del interventor a partir de pautas
socio-profesionales derivadas de los principios generales. Forman un conjunto heterogéneo de
dimensiones (éticas, políticas, sociales, de rol) frecuentemente ignorados o supeditadas a otras
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como las técnicas. Destrezas apropiadas para manejar estos aspectos son la clarificación,
deliberación y el juicio iluminados, no desde principios científicos como en la técnica, sino desde
principios y valores éticos, políticos, sociales y relacionales, dimensiones en todas las cuales la
IS tiene implicaciones relevantes.
* Estrategia. Asegura el tránsito del diseño ideal o racional a la realidad concreta y actual, de
forma que las soluciones creadas son -además de socialmente deseables, científicamente
fundadas y técnicamente correctas- viables, realizables. Su referente último es la realidad social
concreta. La destreza central requerida no es -como en la técnica- idear, prever y preparar, sino,
teniendo los pies en el suelo, reconocer esa realidad y saber manejarla. Se ocupa de aspectos de
la IS como: abordabilidad de los temas elegidos; accesibilidad de los destinatarios de la acción;
motivación de participantes y afectados; o, disponibilidad de medios y personal. Aspectos
críticos son si, a nivel macro, existen recursos económicos y voluntad política para impulsar y
pagar la intervención y, a nivel micro, si la disposición y actitud (y condiciones organizativas)
del personal profesional es la adecuada para llevar a cabo las acciones sin "quemarse" o fatigarse
en exceso.
Interacciones. Como se indicó en el Capítulo 2, la diferenciación funcional no excluye
la interacción de las dimensiones; al contrario, la implica. Ya se examinaron ampliamente en ese
capítulo las relaciones entre ética y técnica como ingredientes básicos de la IS. Apuntamos ahora
algunas conexiones de la dimensión añadida, la estrategia, con las otras dos. La interdependencia
de estrategia y técnica es obvia. Esta depende de aquella para hacerse realidad. Y, viceversa, la
estrategia depende del estado de desarrollo de la técnica: si un tema carece de soluciones técnicas
en un momento dado será estratégicamente inabordable. Otra instancia, a nivel micro ahora. El
"mantenimiento" de los profesionales (para evitar la fatiga crónica tan frecuente en la IS) es parte
importante de la estrategia interventiva, pero, también, de la técnica en la medida en que aquellos
son componente central de ella. Se da ahí una clara convergencia entre técnica y estrategia.
También son patentes las relaciones evolutivas ética-estrategia. No es infrecuente que el
impulso valorativo -ético, político o social- que acostumbra a motivar la IS lleve a hacer
planteamientos interventivos excesivamente idealistas que desatienden la viabilidad estratégica
de los planes resultantes. La experiencia y los fracasos acaban obligando a incorporar la
estrategia al diseño de las acciones para ver si, además de deseables, los objetivos son
alcanzables y las acciones factibles en función de los medios y esfuerzo personal disponibles y
del contexto y momento en que se actúa. La inyección de realismo estratégico y dosificación del
esfuerzo resultante permite evitar frustraciones y mantener la moral profesional y el impulso
institucional. El consiguiente reajuste de los planteamientos éticos iniciales desde la realidad
social y personal debe ser, pues, parte integral del proceso interventivo ya que permite, al fin,
conectar y combinar valores ideales y efectos reales.
Recordemos por último la autonomía metodológica, y necesidad de integración final, de
los tres aspectos de la IS señaladas en el Capítulo 2. Ya se indicó que, como consecuencia de su
autonomía funcional, no se pueden solucionar cuestiones técnicas con criterios estratégicos o
políticos, ni aspectos éticos o políticos con criterios técnicos o estratégicos. Habrá cuestiones
principalmente contestables desde criterios de valor (¿qué se quiere promover con esta acción?),
desde el conocimiento científico (¿cuál es la solución más eficaz para el tema X?) o desde
consideraciones estratégicas (¿está motivada la gente? ¿cómo accedo a la comunidad C?). La
mayoría de las cuestiones serán, sin embargo, pluridimensionales, lo que exigirá combinar e
integrar operativamente criterios valorativos, técnicos y estratégicos.
Así, los objetivos de la intervención se fijan en parte desde consideraciones éticas o
políticas sobre lo que es deseable o preciso hacer, en parte desde criterios técnicos como el
estado de necesidad o problemática existente y en parte desde criterios estratégicos que aseguren
la viabilidad de lo propuesto asegurando que no malgastaremos el dinero de los ciudadanos y el
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tiempo de los técnicos. La manera de interesar o movilizar a un colectivo social es, en principio,
una cuestión estratégica, pero tiene claros tintes técnicos y científicos (¿conocemos técnicas
asamblearias o grupales que se hayan mostrado eficaces en circunstancias similares?) ... E
implica premisas ético-sociales básicas: movilizar a la gente, ¿para qué? ¿quién será socialmente
perjudicado y beneficiado con lo que vamos a hacer? ¿qué premisas ideológicas o intenciones
personales justifican tal movilización?
Estructura social. Si la trama interna de la IS la tejen estrategia, técnica y valores, su red
externa la forman las instituciones -"partes"- interesadas en la acción social con las que mantiene
relaciones significativas y que podemos reducir a las tres más directamente implicadas: el
político, el público y el profesional. Sistema político y público vienen a coincidir,
respectivamente y a nivel micro social, con el contexto institucional (institución política
impulsora de la IS) y comunidad. Así son considerados en el apartado siguiente.
* Sistema político. Impulsa (encarga) y paga la acción social y, con frecuencia, tiene bajo
contrato al interventor directo. Recoge la filosofía social de la IS plasmándola en líneas de
política social que, como ideario general, enmarcan las acciones a realizar en cada comunidad.
En el escenario social encarna el interés público: el del conjunto de ciudadanos y grupos de una
comunidad, por cuyo bienestar, y no sólo el de sus votantes o simpatizantes, debe velar. En la
realidad ejerce el poder (ejecutivo, dispensador, comunicador, etc.; Sánchez Vidal, Beltri y Pou,
1997), defiende ciertos intereses y prometen gobernar en función de ideas vagas y generales
(Aron, 1967). Suele abusar de un irresponsable y halagador marketing político centrado en
ofrecer siempre más (protección social, salud, etc.) que el adversario.
* El público. Destinatario abstracto (casi siempre especificado en algún sector o grupo social
particular) de la IS. Titular de problemas que intenta resolver, y aspiraciones que trata de
alcanzar, con sus propias capacidades y medios. Delega autoridad en el sistema político y pide
ayuda cuando percibe que exceden tales medios. Como cliente final del interventor social (es
receptor de su trabajo y lo paga a través de los impuestos) espera ver cubiertas sus necesidades o,
al menos, derivar alguna satisfacción o ayuda tangible de su contacto con los sistemas de ayuda
social (con los que raramente está familiarizado). Exhibe una generalizada "mentalidad
acreedora" (el Gobierno o "la sociedad" nos debe siempre algo; tenemos multitud de derechos,
apenas deberes) y reivindicativa que, unida al citado marketing político, aboca al fracaso práctico
a la mayoría de los sistemas de ayuda social carcomidos por una insostenible espiral de
concesiones -a cambio de los correspondientes votos y simpatías políticas- en respuesta a las
continuadas reivindicaciones sociales.
* La profesión. La sociedad delega determinadas funciones en expertos especialistas. A cambio
de esa autonomía para actuar, las profesiones controlan la calidad técnica y responsabilidad ética
de las actuaciones de sus miembros y regulan el acceso y, a veces, los requisitos formativos de
los futuros profesionales. De cara al interventor, la profesión establece estándares (técnicos y
éticos) de ejercicio profesional sancionando a quienes los incumplen y, a veces, premiando la
excelencia de sus mejores seguidores. Es, como se ve, una instancia clave para la ética de la IS
desde el punto de vista del control moral y la generación de normativa concreta.
3. ESTRUCTURA ÉTICA DE LA IS
Definidas ya ética, intervención social y sus correspondientes estructuras, podemos
examinar ahora la primera desde la segunda viendo, primero, si, a la luz de los vectores éticos
básicos, el acto interventivo social es un acto ético y describiendo, después y a partir de ese
examen, la estructura ética de la IS y el papel de cada uno de sus componentes.
3.1. Etica del acto profesional
¿Es la acción interventiva social un acto ético, es decir, sujeto de ética y sujeto a ética?
Para responder a esa cuestión habremos de examinar los ejes constitutivos del acto ético:
libertad, intencionalidad, el otro, conciencia moral y responsabilidad. En los capítulos que siguen
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y al tratar separadamente distintas cuestiones éticas se profundizará en varios de esos vectores,
como libertad o responsabilidad. La conciencia moral fue ya discutida en el Capítulo 1 en
referencia sobre todo a su dimensión social. El contenido ético de la IS es revisado en el Capítulo
4 desde sus asunciones valorativas.
Libertad. Los actos humanos están sujetas a responsabilidad ética en la medida en que la
persona puede elegir y tomar decisiones libremente. ¿Es ese el caso del interventor social? Se
asume que, en principio, tiene libertad personal y autonomía profesional para elegir objetivos,
destinatario de la acción, técnicas adecuadas y criterios de evaluación de resultados. También
podemos asumir que puede tomar decisiones sobre las cuestiones que se plantean y actuar en
consonancia con esas opciones y decisiones.
En la realidad, sin embargo, el interventor social opera en unas condiciones más precarias
y en un contexto social altamente organizado en que sus "grados de libertad" pueden quedar
notablemente mermados por limitaciones de la ciencia social (y de su capacidad de prever
correctamente las consecuencias de las acciones), económicas (la IS es mucho más cara y
compleja que el ejercicio profesional individualizado), técnicas (técnicas interventivas poco
desarrolladas), por directrices ideológicas, presión social, etc. Habrá situaciones en las que no
haya medios para hacer realidad la intervención que el interventor considera idónea. Otras en que
es presionado en sentido contrario por grupos sociales enfrentados o en que las alternativas son
tan limitadas y difíciles de discernir o llevar a cabo, que le dejan escasos resquicios para actuar.
Dado que la moral asume libertad, la responsabilidad del interventor habrá de ser cualificada en
función de los grados de libertad -y las alternativas- de que real, no nominalmente, dispone.
Tampoco puede olvidarse que, en la IS, como en cualquier empresa joven y apenas
regulada, la libertad de acción hay que conquistarla y defenderla en cada caso y situación, sobre
todo frente al poder establecido cuya tendencia "natural" es a coartar y tutelar la libertad
profesional e instrumentalizarla en su beneficio, especialmente si el interventor está a sueldo de
la institución correspondiente y la conciencia -y el poder- del gremio profesional no están aún
bien cimentados.
Intencionalidad. La IS es definitivamente moral en este respecto: suele estar movida
desde la clara intención de ayudar al otro. Otra cosa es determinar la identidad de ese "otro" y la
mejor forma de ayudarle. Aunque la intencionalidad subjetiva (de la persona, el equipo
profesional o la institución que intervienen) de ayudar al otro juega un papel fundamental en la
elección de los fines interventivos, no es el único factor. Esa elección depende también de
cualidades más objetivas de la situación (como la presencia de un problema patente o el estado
de necesidad de las personas) evaluados a través técnicas científicas.
El otro. Tampoco hay dudas en este apartado respecto a la moralidad del acto
interventivo social: la presencia del otro como destino de la acción social es patente... Con la
diferencia de que el otro filosófico indiferenciado y homogéneo de la ética tradicional es
sustituido aquí por unos "otros" sociales plurales (varios, no sólo uno), heterogéneos,
diferenciados y socialmente interrelacionados. La tarea (esencialmente ética) de seleccionar el
destinatario es por tanto tan importante en la IS como la (técnica) de decidir cómo ayudarle
mejor.
Responsabilidad. El interventor social ha de responder de sus opciones y acciones, pero,
sobre todo y en último término, de cómo utiliza el poder (la técnica y el prestigio social) que la
sociedad pone en sus manos. La responsabilidad es una cuestión moral crucial sometida a
paralelas consideraciones a las hechas en relación a la libertad (No podía ser de otra forma, ya
que se basa en ella). Una primera cuestión es la naturaleza de la responsabilidad profesional
como variante de responsabilidad social y personal genéricas. Es decir, ¿tiene el profesional una
responsabilidad específica distinta de la de cualquier persona que interactúa con los demás
influyéndolos? ¿cuál es el contenido de esa responsabilidad: de qué es responsable el interventor
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social?
Otra cuestión, espinosa y polémica, es la de la responsabilidad por los efectos
secundarios (no previstos), ¿hasta qué punto puede ser alguien responsable de consecuencias
complejas en cuyo desencadenamiento no interviene intencionadamente y sobre las que no tiene
control real? Una última cuestión de fondo es la de los límites de la preocupación ética dadas las
restricciones a la libertad de opción y acción del interventor y los riesgos de que el exceso de
escrúpulos morales paralice de hecho el avance de acción y ciencia social, haciendo insufribles
tales ocupaciones a las personas que las ejercen. Todo eso es, naturalmente, complemento y
detalle del principio general: el interventor es responsable de sus acciones y de las consecuencias
derivadas de ellas.
Conciencia moral: la "instancia" humana encargada de deliberar sobre el bien y el mal
de los actos personales. ¿Y en los actos profesionales? En tales actos, la conciencia personal es
complementada -modificada en algún caso- por la deliberación del colectivo profesional que
elabora principios guía de la práctica y criterios de buena y mala conducta -y de excelencia-
profesional. Si, como se concluyó en el Capítulo 1, el consenso social no puede substituir al
debate moral, debemos reconocer que un grupo debatiendo temas morales comunes funciona
como "conciencia moral colectiva" que elabora criterios morales (plasmados en códigos
deontológicos) orientadores de la acción de los interventores singulares. Eso es particularmente
cierto en un equipo multiprofesional reducido que funciona como unidad interventiva y se reune
para discutir cuestiones técnicas y éticas de su trabajo.
Dado que el interventor forma su criterio moral final combinando conciencia personal y
"conciencia" profesional, necesita orientaciones éticas profesionales a derivar de la experiencia
(y la reflexión subsiguiente) del colectivo socio-profesional de que es parte.
Resumiendo, el acto profesional es, como acción humana que además implica una
relación con otros, un acto ético; un acto sujeto a, y sujeto de, ética. El papel de ciertos elementos
relativamente "externos" a la acción como la base científica que lo fundamenta y el contexto
social (complejo, dinámico, interrelacionado) de la acción, le imprimen ciertos rasgos propios
(una relativa deshumanización y complejidad relacional) y lo lastran con no pocas dependencias
externas. El cuadro final de la cualificación ética del acto interventivo social es mixto y
contrastado. Si el poder técnico y la mayor capacidad de influir sobre la vida de los demás
acrecientan la responsabilidad exigible al interventor social, las limitaciones de la base científica
y el influjo del contexto social la reducen o, al menos, la matizan y difuminan. Habrá, pues, que
tener en cuenta ese conjunto de factores en la evaluación ética de cada acción social.
3.2. Estructura ética de la IS
Examinados los vectores basales del acto ético, perfilamos ahora la estructura ética de la
IS identificando sus ingredientes y el papel de estos. Hago uso para ello de algunas nociones de
Kelman y Warwick (1978), Hurrelmann y otros (1987) y Rey (1994).
En la IS concurren las siguientes partes: interventor, destinatario, relación interventor-
destinatario, objetivos y contexto social. También se relaciona la IS con una base científica, que
la fundamenta, pero no es parte directa de ella. Examinemos sucintamente cada parte, su carácter
y rol ético en la IS.
Interventor: la persona, grupo o institución que, dependiendo del nivel micro o macro,
realiza la intervención. En el nivel micro, suele ser un profesional ligado al trabajo o la ciencia
social, psicología, pedagogía y otros, o, más usualmente un equipo multiprofesional. A nivel
macro, la IS es realizada por instituciones y entes sociales mucho más amplios (ayuntamientos,
consejerías, departamentos ministeriales, etc.). La valoración ética se hace notoriamente más
compleja y cuestionable en este nivel: ¿tiene intencionalidad un ayuntamiento o un ministerio?
¿quién es el titular de la libertad y responsabilidad en la política social? Etc. Se torna, a la vez,
aceradamente política, hasta el punto qué en los análisis éticos de nivel más alto se propondrá un
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esquema operativo mitad moral, mitad político.
El interventor puede, o no, ser profesional. De hecho, y aunque se le asuma singular y
nítidamente identificable, en la IS real participan casi siempre una multiplicidad de actores
(grupos sociales activos, voluntarios y para profesionales, asociaciones, medios de masas, etc.),
más o menos formados profesionalmente y con un mayor o menor grado de iniciativa y
actividad. No siempre se puede trazar una frontera que separe a los actores y participantes de los
interventores socialmente reconocidos, distinguibles en principio por detentar la legitimidad y
capacidad de iniciar la intervención y la autoridad técnica (usualmente ligada a la acreditación
profesional). El interventor es sujeto de intenciones, valores e ideología que pueden influir
-deliberadamente o no, positiva o negativamente- en la acción social.
Destinatario: personas, grupos, comunidades o instituciones a que va específicamente
dirigida la IS. El destinatario puede ser plural, no singular: existen varios grupos a los que está
potencialmente destinada la acción. Ese caso exigirá establecer prioridades (en base a los valores
rectores de la intervención) para resolver conflictos de intereses o de objetivos y aclarar el rol y
responsabilidades del interventor hacia los distintos destinatarios. Puede también cambiar (o
ampliarse) en el curso de la acción: se empieza trabajando con un grupo y, en función de nuevos
datos o de la marcha de la acción, se pasa a trabajar con otros no incluidos en la intención y
planificación inicial. Eso puede conllevar un reajuste, no siempre fácil o exento de conflictos, del
rol y las coordenadas ético-políticas iniciales.
El destinatario puede, o no, estar bien definido. Así, el destinatario "mujeres maltratadas"
(Capítulo 6) diferirá según el concepto de maltrato -físico, psicológico ...- utilizado. Lo cual
puede crear sus propias dificultades y dilemas éticos en la medida en que introduce
incertidumbre y ambigüedad para elegir (destinatario, en este caso) y tomar decisiones. También
el grado de estructuración social y liderazgo representativo serán importantes si trata de un
grupo o colectivo, al marcar diferencias notables en cuanto a su participación en las decisiones o
acciones. Un destinatario difuso, poco estructurado o sin liderazgo fuerte tendrá menos peso (y
consideración social) que otro claramente identificable, socialmente consciente y estructurado y
con un liderazgo robusto. Por otro lado, el liderazgo puede ser más o menos representativo en
función del grado de consenso o conflicto interno del grupo y del empuje o ambición -y
"hambre" de prestigio y estatus- del líder (algo relevante en relación con la personalización más
o menos egocéntrica de las cuestiones sociales planteadas y con la forma de presentación y
"solubilidad" real de esas).
Por último, el destinatario puede o no coincidir con el cliente, aquel que paga la
intervención. Este punto importa porque la deontología clásica, al coincidir cliente y destinatario,
está construida sobre la base de una única relación diádica. El desdoblamiento y proliferación de
roles -cliente, destinatarios- y la introducción de terceros -afectados, interesados- multiplica las
posibles relaciones y efectos de las acciones complicando el análisis y creando una pléyade de
nuevos problemas. Con frecuencia la intervención es pagada y auspiciada por una institución
pública (un ayuntamiento) siendo el destinatario un determinado grupo -o grupos- social/es.
Otras veces, un grupo no gubernamental promueve una iniciativa -para la que puede o no
contratar profesionales- en favor de un tercero que no ha solicitado ninguna intervención. La
complejidad ética y relacional crece rápidamente al aumentar las partes implicadas y al disminuir
la formalización de sus relaciones (el "contrato"), en la medida en que esos factores introducen
incertidumbre o anomia moral y generan un potencial de discrepancias o conflictos entre las
partes que interactúan a lo largo del proceso interventivo.
La relación profesional. A partir de la medicina, la ética profesional se ha construido
tradicionalmente sobre la base de una relación profesional entre un experto que presta un servicio
remunerado y un cliente que lo ha solicitado o ha sido de alguna forma definido como
destinatario de él. Notas y características definitorias de la relación profesional en la IS son:
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* Se basa en la pericia técnica de un profesional debidamente formado.
* El profesional tiene autonomía para establecer la evaluación e intervención apropiados a cada
caso y situación y la profesión para controlar el ejercicio profesional y el acceso a él. Para ello se
constituye en servicio (semi)público que fija estándares morales y técnicos positivos (de
excelencia como modelo ideal de cómo hacer las cosas) y negativos, de conducta indeseable y
sancionable.
* Como toda relación humana "artificial" (contractual) modifica algunas normas y valores
culturales prevalentes en función de sus objetivos o de la imagen de excelencia profesional a
transmitir. Así, se introduce la obligación de ser puntual o escuchar atentamente al otro en una
cultura laxa con el tiempo o informal con la conversación, como parte de la conducta profesional
apropiada. También añade nuevas obligaciones morales a las ya asumidas en una relación no
profesional. Así, en el campo del manejo de la información, al mandato ético común de no
engañar al otro, el profesional añade el deber de la confidencialidad de sus comunicaciones con
él y el de no usar los datos conocidos en razón de su trabajo para fines personales o de terceros.
* No es diádica, sino múltiple. Más que un encuentro entre dos personajes bien definidos se
asemeja más a un escenario difuso en que varios actores interactúan a varias bandas. Precisa, por
tanto, adaptar y modificar muchas de las normas y principios éticos pensados para una relación
entre dos personas con roles y posiciones sociales relativamente bien definidos en temas como
pluralidad, interdependencia y colisión de derechos y deberes, afectación de terceros o dispersión
y complejidad de responsabilidades. Así, en cuanto a las responsabilidades contraídas cuando
una acción afecta a un tercero que no solicitó acción alguna. O cuando una parte (administración
o gerencia) contrata una intervención o servicio (digamos, un encuentro grupal) para otra
(trabajadores) sin la consulta o consentimiento previo de esta última.
* No es siempre pactada al no existiendo un contrato que explicite los derechos y deberes de
cada participante en la relación. Situación que garantiza dificultades: es en el terreno de nadie de
la ambigüedad y los sobreentendidos donde florecen -sobre todo en condiciones de divergencia
de intereses o escasez de recursos- los problemas y dilemas éticos.
* Incluye, también, semiprofesionales como parte de la intervención. De hecho, algunos
enfoques interventivos, particularmente el comunitario, cuestionan la necesidad de las
credenciales profesionales en la IS en base a la insidiosa tendencia del servicio profesional a
autoreproducirse (definiendo las soluciones en términos profesionales y haciéndose a la postre
imprescindible y centro en vez de prescindible y medio para el otro) y a obstaculizar el
desarrollo del otro haciendo -en nombre de las buenas intenciones y el "afán de servicio"- por él
lo que él podría -debería- hacer por sí mismo: tomar sus propias decisiones, marcar sus propios
objetivos, actuar, etc.
Contexto social y político micro: comunidad e institución. Puede ser tan determinante o
más en la IS como los propios actores singulares, cuya identidad, además, se difumina a medida
que se amplía el nivel de intervención. Simplificando, la institución es el contexto del
interventor; la comunidad el del destinatario. De hecho, el concepto de interventor y contexto son
relativos. Si, a nivel macrosocial, la institución puede ser considerada el interventor, a nivel
micro, será el contexto de la actuación de una persona o equipo pluripersonal. Si bien esto
complica el análisis ético pensado en términos individuales o de relaciones diádicas, facilita, en
cambio, el análisis político y social en que la institución y, con mucha mayor complejidad la
comunidad, sirven de mediador o puente entre los individuos (y fenómenos micro) y los
fenómenos macro en los planos político (institución) y social (comunidad).
* La institución. Como contexto inmediato, guía y orienta la acción del interventor personal y
grupal a la vez que la limita y coarta. Es difícil que aquél pueda funcionar coherentemente en un
contexto institucional ideológicamente divergente pues su trabajo estará continuamente marcado
por la discrepancia, el enfrentamiento y la insatisfacción. El interventor deberá, por otro lado,
51
analizar el "encargo institucional" que recibe: es claro; define roles y objetivos de trabajo
aceptables y realizables; facilita el diálogo y participación del interventor en la institución y, más
importante, de la institución en la comunidad circundante; etc. Por ejemplo, un encargo
institucional ambiguo (o inexistente) creará una anomia de rol y un potencial de apatía y
conflicto entre los miembros de un equipo de trabajo considerables. Si se asigna una gran
variedad de tareas a un equipo, este habrá de dedicar buena parte de su energía a la coordinación
y organización. Etc.
* La comunidad. El contexto, como se ha indicado, del destinatario y de la intervención en
general. Tiene cometidos y funciones paralelos, aunque más amplios y difusos, a los ya
indicados para el "público": definir problemas y objetivos relevantes y participar en la solución
de los unos y la consecución de los otros. También las cuestiones aquí planteadas son casi
iguales a las del destinatario con las modificaciones de mayor globalidad y difusión apuntadas:
homogeneidad o heterogeneidad de fines e intereses, organización, participación, liderazgo,
representatividad, etc.
* Los medios de comunicación. Espacio simbólico de obligada consideración en la IS por su
enorme poder para modular y definir conceptual y socialmente tanto las cuestiones sociales
(creando y difundiendo masivamente "representaciones sociales" de ellas) como sus soluciones.
Y por su capacidad, como instrumento interventivo, para modificar actitudes, crear opinión
favorable, o contraria, a ciertos hábitos sociales, etc. Todo lo cual plantea numerosas
responsabilidades éticas, más o menos periféricas a la IS entendida desde el interventor nominal,
en relación al sensacionalismo en el tratamiento de temas sensibles, invasión del espacio privado,
comercialización de la miseria y sufrimiento ajenos, insensibilización ante determinadas lacras
"ocultas", etc.
3.3. Conclusión: "Teoría" y tipología de la ética de la IS
El examen de la estructura ética de la IS permite extraer alguna conclusión y avanzar, y
hasta catalogar, los tipos de cuestiones éticas esperables en la acción social una vez identificados
los temas base y las situaciones propensas a generar problemas éticos. Esbozar, enfín, una
modesta e inicial teoría de la ética de la IS.
1. La evaluación ética de acciones sociales multilaterales y contractualmente ambigüas,
realizadas en medios sociales densos, dinámicos e inter ligados (entre sí y con los actores
sociales) es notoriamente más compleja y dispersa que la de la acción interpersonal
intencionalmente dirigida desde un sujeto hacia un destinatario con el que se establece una
relación especificada por vínculos contractuales. Ni la atribución global de responsabilidades ni
las responsabilidades concretamente atribuibles al interventor personal o grupal aparecen claras
en una trama social articulada e interconectada. Sí es clara, en cambio, su responsabilidad de
tomar en cuenta el contexto y sus relaciones significadas con los problemas y sus eventuales
soluciones.
2. La ampliación y densificación del medio social conlleva la progresiva impregnación política
de la relación y acción social y de su valoración moral que se aleja -en las direcciones social y
política- de la moralidad individual "pura". El consenso, y conflicto, grupal e intergrupal ocupan
parcialmente el lugar de la deliberación moral y la relación personal. En consecuencia (y con
independencia de la postura conceptual sobre la relación entre lo moral y lo político o social), en
cuanto se entra en terrenos o acciones macro grupales o sociales, los aspectos políticos y las
relaciones sociales deben ser tenidos en cuenta desde el doble prisma evaluativo (para
comprender adecuadamente la situación) e interventivo, para dibujar las soluciones adecuadas.
3. Del esquema estructural de la ética de la IS presentado y de lo ya apuntado en las páginas
precedentes se deduce que las cuestiones y dificultades éticas surgirán, entre otras, en
condiciones o situaciones de:
* Ambigüedad o dificultad para identificar o definir algún aspecto o parte del proceso
52
interventivo: quién es el destinatario o el interventor, qué rol es apropiado en la situación, qué
relaciones mantienen los actores sociales, etc.
* Discrepancia entre distintos aspectos y partes de la IS. Sea, entre dos posiciones del mismo
aspecto: divergencia entre valores, entre fines interventivos, entre intereses de las partes, entre
valores (o principios) y conducta, etc. Sea, entre distintos elementos: entre conducta real y
valores nominales, entre intereses o fines concretos y valores rectores, etc.
* Escasez de medios y recursos, que fuerza a elegir entre distintas opciones o cursos de acción al
no ser todas ellas realizables.
Las condiciones se pueden solapar en situaciones concretas lo que aumentará el potencial
de dificultad o conflicto. Cada tipo de situación define un tipo de dificultad ética. Las situaciones
de ambigüedad generarán anomia, desmotivación y déficit moral demandando aportar valores y
pautas normativas o conductuales apropiadas. Las de discrepancia o divergencia causarán
conflictos, disensión y enfrentamiento entre intereses o actores exigiendo, por el contrario,
apaciguamiento, mediación y transacción. Las condiciones de escasez funcionan más como
factor sensibilizador o modulador externo que como generatriz directo de problemática ética. Su
solución es, por eso, dual: aportar más medios externos, por un lado; clarificar situaciones de
necesidad y prioridades socio-morales para una asignación más justa de los medios existentes,
por otro.
4. Podemos fijar en tres los ejes temáticos sobre los que condensan las dificultades éticas
generadas en las situaciones descritas: valores, partes o participantes y tiempo. Del cruce o
colusión de situaciones y temas obtendremos los distintos tipos de cuestiones éticas. Las
cuestiones éticas se darán, por tanto, en condiciones de ambigüedad, divergencia o escasez de
recursos dentro de cada categoría temática (así, ambigüedad, escasez o conflicto de valores) o
entre ellos (por ejemplo, entre los valores prioritarios de una parte y los de otra). Algunas de las
dificultades previsiblemente asociadas a los tres ejes mentados serán las que siguen.
5. Cuestiones éticas relacionadas con los valores y fuentes que los generan.
* Faltan valores apropiados a la situación o acción concreta o se hace difícil identificarlos,
seleccionarlos o aplicarlos.
* El comportamiento del interventor no se ajusta al valor (o valores) guía.
* Los fines de la intervención no se ajustan a tales los valores.
* Existe discrepancia entre los valores que las distintas fuentes éticas consideran prioritarios:
código deontológico, conciencia personal, costumbre social prevalente, racionalidad o utilidad,
asunciones valorativas del método o enfoque usado, etc.
* Existe conflicto entre dos valores afectados por la IS; se maximiza la libertad de opción de los
sujetos, perjudicando la justicia social; se mantiene la confidencialidad con unos a costa del
derecho a la información pública; etc.
6. Dificultades relacionadas con los participantes o partes implicadas en la IS:
* Dificultad para determinar quién es el destinatario; conflicto entre dos o más destinatarios
potenciales o entre cliente y destinatario.
* Problemas para establecer quién es el interventor y cuales sus deberes; conflicto entre varios
interventores potenciales. Son frecuentes los conflictos entre el interventor personal (o grupal) y
el entorno social u organizativo de que es parte: desacuerdo sobre el encargo transmitido o sobre
el interventor designado, etc.
* Dificultad para especificar los fines al pensar que favorecen selectivamente a unos grupos
sociales sobre otros: conflicto de intereses entre destinatarios o entre destinatario e interventor.
* Conflicto sobre la priorización de distintos fines a perseguir cuando, debido a la escasez de
recursos, hay que optar entre unos u otros.
* Conflicto de valores o intereses entre las distintas partes implicadas: destinatario, afectados o
interesados. Sin duda una de las cuestiones éticas más frecuentes de la acción social.
53
* Discrepancia o conflicto de valores entre interventor y destinatario: sobre fines, métodos, etc.
* Discrepancia entre interventor y contexto; los valores o formas de trabajo del contexto
institucional o comunitario chocan con los del interventor.
* Dificultades derivadas del contrato o relación profesional (para establecer la relación, para
mantenerla, violación de lo pactado o habitual, etc.).
7. Dificultades éticas asociadas al tiempo (relación del antes y el después) y consecuencias de la
IS:
* Discrepancias entre objetivos (e intenciones) y resultados reales (objetivos no complidos,
efectos indeseados, perjuicio de personas o grupos, etc.).
* Discrepancias en la forma de evaluar los efectos de la intervención (por ejemplo, sobre los
criterios de relevancia o enfoques generales a usar).
* Carencia de criterios éticos para evaluar las consecuencias de las acciones o dificultad para
seleccionarlos o aplicarlos a una circunstancia concreta.
El resto de las cuestiones ligadas al tiempo y la evaluación de efectos se derivan más o
menos directamente de las generadas desde otros ejes.
8. El somero esquema apriorístico expuesto prefigura -y los análisis de casos del campo
confirman- la reiterada complejidad y multilateralidad moral de la acción social comparada con
la individual. Permite, también, ordenar esa complejidad, en función del origen de cada dificultad
lo que podría facilitar su solución. No siendo, en todo caso, excluyentes las categorías (temáticas
y contextuales) usadas, las dificultades se pueden repetir a lo largo de los ejes. Así, un conflicto
de intereses entre grupos comunitarios se reflejará en la discrepancia de los fines que esos grupos
propongan para la IS y, en función de la extracción social (o identificación del interventor con un
grupo), en discrepancias de este (y los fines que plantea) con el otro grupo social. Tal
discrepancia puede también generar conflictos a la hora de definir qué se considera un resultado
exitoso de la acción social y, por tanto, como se evaluará.
La literatura interventiva ofrece algunas propuestas de agrupación o tipologías de las
cuestiones éticas en la IS. Kelman y Warwick (1978) las agrupan en cuatro apartados ligados a
otros tantos aspectos centrales de la intervención: elección de fines, definición del blanco
(problema o destinatario) del cambio, elección de los medios técnicos y evaluación de
consecuencias.
Walton (1978) menciona como supuestos en que se dan conflictos éticos: el interventor
ayuda a una organización cuyos fines o métodos desaprueba; se liga a acciones ordenadas por
otros. pero moralmente objetables; utiliza medios o produce consecuencias inconsistentes con
sus propios valores personales; actúa violando las normas habituales de la relación profesional
con un cliente; la intervención produce valores incompatibles con el método de trabajo. Es decir,
cuando se dan inconsistencias entre: fines, métodos o acciones de destinatario (o contexto) e
interventor; sus actos y la deontología profesional (ligada a la relación con el cliente); resultados
y valores del enfoque dentro del que se trabaja. O, sintetizando, cuando se enfrentan las
intenciones y conducta del interventor o las consecuencias de la intervención con los criterios
morales de: el propio interventor, la relación profesional o el enfoque o método de trabajo usado.
En los capítulos por venir nos detendremos en muchas de las cuestiones que aquí me he
limitado a clasificar y situar globalmente. Al final del Capítulo 4 resumo las cuestiones éticas
básicas de la IS en su conjunto y sin sujeción a los parámetros, más teóricos y generales, usados
aquí. Al comienzo del Capítulo 6 se resumen, a partir de la literatura social y comunitaria
aplicada, las situaciones y supuestos concretos más usualmente asociadas con problemas y
dilemas éticos.

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CAPITULO 4
ETICA DE LA IS:
CUESTIONES PREVIAS Y GENERALES
Revisados el contexto socio-histórico y técnico de la acción social y definidos sus
términos y estructura, es hora ya de centrarse en las cuestiones éticas, grandes y pequeñas, de la
IS. Empezamos abordando, en este capítulo, los grandes temas -generales y previos-, lo que
podemos llamar "ética de la IS", que viene a corresponder al nivel más abstracto de los valores o
principios citado en el Capítulo 3. Descendiendo en el Capítulo 6 a las cuestiones más puntuales
y ligadas a la práctica, la ética en la IS, el nivel conductual-concreto. Y centrando el Capítulo 5,
de transición, en el análisis ilustrativo de valores (la libertad) y métodos (grupos de encuentro).

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Examinamos aquí concretamente las cuestiones de: intencionalidad y beneficencia; el
otro destinatario de la IS; legitimidad y libertad personal; autoridad e implicación política; y
responsabilidad, al hilo de la cual se plantean los límites de la preocupación ética. Al final, y a
modo de recapitulación, se extraen algunos principios éticos generales y se resumen
puntualmente las cuestiones valorativas en la IS, varias de las cuales aparecen, de una u otra
forma, en otros capítulos.
1. ÉTICA DE LA IS
Debemos ahora llenar de contenido la noción general de ética de la IS avanzada en el
capítulo anterior. Parto de la idea de que antes de entrar a discutir las cuestiones éticas puntuales
de un campo de acción concreto, se impone una evaluación de conjunto sobre lo que el campo
pretende hacer (intencionalidad) y lo que realmente consigue hacer (resultados). Sólo a partir de
esa evaluación global tendrá sentido analizar las cuestiones de detalle como problemas de
confidencialidad, parcialidad o desacuerdo con algún aspecto de la relación o contrato. ¿Como se
puede realizar esa valoración de conjunto que hemos denominado ética de la IS? Examinando
algunos elementos básicos, frecuentemente implícitos, como:
1. Aquello que, a nivel de funcionamiento psicológico de las personas y de funcionamiento
social de los grupos o colectivos sociales, se identifica (en personas o grupos concretos) o define
(general y abstractamente) como bueno y deseable y aquello que se identifica o define como
malo e indeseable. En otras palabras, el ideal de hombre y sociedad (y su antítesis) y las
cualidades que esos deberían tener -y las que no deberían tener-. La primera noción, señalaría los
objetivos generales a perseguir en la IS; la segunda, aquellos a rechazar o evitar.
2. Valores nominalmente centrales del campo más o menos explicitados -o de alguna forma
captable en- la filosofía social (y psicológica) de las instituciones y profesiones interventoras, o
implícitos en cada método (prevención, consulta, etc.) de trabajo. Muy cercanos a la noción ideal
de hombre y sociedad, cuyas cualidades básicas señalarán en buena parte los valores centrales
del campo (y viceversa). A veces recogidos en la literatura práctica o teórica del campo.
3. Cuestiones éticas previas y generales implicadas en el propio concepto y características
básicas de ética e intervención social ya examinados en el capítulo anterior: legitimidad,
autoridad, intencionalidad, destinatario. etc. Por su entidad, merece mención especial el tema de
la responsabilidad. También puede separarse la noción intencional y los efectos a inducir en "el
otro" (destinatario) de la IS y el tipo de relación consecuentemente establecida con él. ¿Se
potencia al otro y se le concibe como sujeto capaz de acción y desarrollo o, por el contrario, se le
reduce a objeto de atención?...
Es dudoso, sin embargo, que un examen esencialista basado en tales criterios genéricos
pueda capturar realmente la configuración ética de un área de acción amplia como la IS. Por
varias razones. Primera, se trata de una tarea, la ética, muy poco trabajada en la IS, mucho más
preocupada con los aspectos técnicos. Lo existente resulta, además, generalmente vago e
implícito, no manifiesto. Segunda, la IS no es, como ya se indicó, un campo homogéneo, sino
diverso y heterogéneo en cuanto a ideologías y enfoques teóricos, acciones, profesiones e
instituciones interventoras. Por consiguiente, habría que hablar, en plural, de éticas de la IS
(según el enfoque dominante en cada caso), más que de una ética unitaria y singular. (En la
literatura se suelen examinar las cuestiones éticas básicamente en función del método
interventivo). En consecuencia, la pluralidad de posturas, no el consenso, es la norma a la hora
de enjuiciar las implicaciones éticas de la acción social.
Tercera, cuando se analizan a posteriori acciones realizadas, se observa una frecuente
discordancia entre el contenido de los valores previos (principios, convicciones) y las
consecuencias reales de las acciones. Discordancia explicable por: la complejidad las situaciones
-y acciones- sociales en términos de partes y valores implicados y posibles conflictos entre ellos
que hace difícilmente previsibles las consecuencias finales; la polivalencia de la evaluación de
56
resultados: aún estando de acuerdo sobre el método, lo que para unos es un buen resultado, para
otros puede no serlo, lo que para unos es un avance, es para otros un retroceso; la conducta
variablemente libre e intencionada de los actores sociales y las complejas y sutiles relaciones y
dinámicas entre ellos que limita notablemente la previsibilidad de su conducta o del resultado
final de la IS.
Si, resumiendo, la ética de la IS está aún vagamente formulado y es plural y diversa
según los puntos de vista sociales (partes implicadas) e interventivos (métodos usados), se hace
ncecesario usar una cierta diversidad de enfoques que permita captarla en su globalidad y
matices. Si, además, existe una divergencia entre valores previos y resultados finales, parte
central de tal variedad de enfoques analíticos consistirá en complementar el análisis ético previo
y general -la ética de la IS- con el posterior de las cuestiones surgidas en la praxis y desde el
funcionamiento real de la IS (ética en la IS). Sólo desde esa duplicidad, y desde su
retroalimentación dinámica tendremos una imagen real e integral -más o menos integrada- de la
ética de la IS.
1.1. Bueno y malo en la IS
El grueso del capítulo será dedicado al tercer punto: las cuestiones previas y generales.
Nos ocupamos, primero, de los otros dos -nociones de "bueno" y "malo" y valores centrales-
como aspectos más generales y formales de la ética de la IS que intentamos desvelar a través de
las asunciones más o menos explícitamente recogidas en la literatura teórica o práctica.
¿Como captar lo bueno y lo malo en la IS (y los valores nucleares del campo ligados a
esas nociones) en el doble plano intencional y real? Ya lo hemos sugerido a lo largo de este y los
capítulos precedentes. En el plano intencional, se trata de explicitar y clarificar las cualidades
básicas que el interventor (o la sociedad) atribuyen implícitamente al hombre y la sociedad
ideales (y a sus contrarios indeseables) y que, como tales, indicarán los objetivos generales de la
IS y su destinatario.
Así, si el ideal es el crecimiento y la riqueza económica, se primará la productividad y el
esfuerzo y la capacidad individual centrándose la intervención en promover esas cualidades,
reducir sus contrarias (ineficiencia, incapacidad, holganza) y en ayudar a los más pobres (algo
contradictorio, sin embargo, con el fomento de la productividad en la medida en que la pobreza
resulte de la incapacidad productiva...). Si el ideal se orienta hacia la igualdad humana y la
justicia social, la acción social buscará poner a todos los hombres y mujeres en situación de
igualdad (sea lo que sea lo que eso signifique) e incentivar la justa distribución de la riqueza,
poder y recursos existentes, en vez de su creación (lo que puede reducir la "productividad" global
del sistema).
En general lo que se considere malo, indeseable o, en el extremo, intolerable (pobreza,
improductividad económica, marginalidad, sufrimiento, desigualdad, violencia, etc.) acotará las
condiciones sociales o personales que, como problemas sociales, precisan corrección y han de
ser por tanto objeto de IS. Sus contrarios (riqueza, normalidad, comunidad social, igualdad,
bienestar, etc.) marcarán entonces los criterios valorativos indicativos del avance, o retroceso, de
la IS en general y del éxito o fracaso de cada acción particular. Esas nociones ideales influirán
también, en menor medida, en la elección de la estrategia y método de actuación que ha de
resultar procesalmente coherente con ellas. La promoción de la autonomía y libertad demandarán
métodos participativos en que los sujetos elijan y tomen decisiones; la de la eficacia técnica y
satisfacción objetiva de necesidades demanda, en cambio, coordinación, productividad y buen
servicio profesional.
Las cosas son bastante más complicadas en cuanto, trascendiendo los supuestos teóricos
de homogeneidad y simplicidad ético-social, introducimos la diversidad e interdependencia ética
y social real. Ética, al examinar varios valores y sus interacciones, el análisis se enmaraña
rápidamente: ¿Qué ocurre si teniendo libertad, justicia y productividad económica como valores
57
nucleares tratamos de promoverlos conjuntamente a sabiendas de que el fomento de uno
(justicia) tenderá a hacer retroceder los otros (libertad, producto económico)? ¿Y si, encarnando
socialmente esas ideas, constatamos que unos grupos sociales tienen unas prioridades valorativas
(libertad de empresa, productividad) y otros grupos otras (justicia, bienestar) divergentes, si no
opuestas?
¿Y si, para añadir una tercera fuente de divergencia real, los interventores sustentan
preferencias discrepantes respecto al método interventivo (con implicaciones valorativas
relevantes)? Sucede que nos estamos situando en el terreno real de la ética en la IS. Un terreno
plagado de disyuntivas y conflictos éticos, sociales y metodológicos; tres de las caras (valorativa,
política, técnico-ideológica, respectivamente) de la multilateral interacción que, hemos señalado,
entreteje el campo.
¿Como captaremos el contenido ético subyacente en la práctica real? De forma similar a
lo sugerido para el plano intencional, en un doble frente. Primero, haciendo explícitos y
clarificando (como ya se comentó en el Capítulo 2) los valores implícitamente promovidos, es
decir los contenidos y actitudes éticas "transmitidos" procesalmente por las acciones realizadas.
¿Se admite y fomenta la iniciativa y participación de las personas o se limitan estas a seguir lo
que los profesionales diseñan? ¿Se prima la eficacia y cantidad de servicios ofrecidos o la
elección del destinatario más necesitado? ¿Se dice una cosa y se hace otra distinta sin explicar la
discrepancia? ¿Se fomenta una relación igualitaria y de confianza con personas y grupos
comunitarios o una más fría y jerárquica? Etc. En cada uno de esos casos se están alentando unos
valores (libertad, poder personal, eficacia, etc.) y desalentando otros (disciplina, coherencia,
igualdad relacional, etc.). Segundo, viendo, a través de la evaluación de programas, si los valores
que se intentaba promover han avanzado efectivamente en el conjunto de acciones sociales: ¿es
la gente (o ciertos grupos diana elegidos) más libre o eficaz en sus vidas? ¿es más justa la
distribución del poder o la toma de decisiones en la comunidad?; etc.
1.2. Asunciones valorativas
La, ya de por sí escasa, literatura sobre IS apenas dedica espacio a las asunciones
valorativas de la praxis, como si, al no ser datos técnicos o darlas por sentadas, carecieran de
importancia. Los análisis se revelan con frecuencia vagos e imprecisos y sus contenidos
heterogéneos en función del método (abogacía social, desarrollo comunitario, consulta, etc.),
profesión del autor (trabajo social, psicología, activismo político, etc.) y posición socio-política
de base. Dado su claro posicionamiento ético, la Psicología Comunitaria (la intervención
comunitaria en general) ha sido particularmente
beligerante en la tarea de explicitar y discutir los valores subyacentes. También el trabajo social
ha mostrado preocupación histórica por los valores.
Revisamos aquí algunas propuestas relevantes, resumiendo al final sus comunidades
tópicas, advertidamente provisionales, artificiales (al "nivelar" conglomerados valorativos
correspondientes a distintos colectivos y posiciones) y más desiderativas que descriptivos. Benne
y otros (1975), Colomer (1988), Conner (1990), Glidewell (1978), Heller y otros (1984), Knitzer
(1980), Laue y Cormick (1978), Levine y Perkins (1987), Mitroff (1983), Rappaport (1977),
Seidman (1983b), Trickett y Levin (1990) o Tropman y Cox (1987) son algunos de los autores
que discuten el tema.
Julian Rappaport (1977), ha evidenciado la importancia concedida por la variante
comunitaria de la IS -de la que es autor destacado desde la Psicología- a los valores. Adscribe a
la intervención comunitaria tres componentes: ciencia social, desarrollo de recursos y acción
política (componente claramente valorativo). A partir de ahí afirma el derecho de personas y
grupos sociales a ser diferentes (sin ser socialmente sancionado) y, a la vez, iguales,
compartiendo equitativamente los recursos de la comunidad. Propone, en consecuencia, como
valores centrales de la IS el respeto a la diversidad humana, el derecho a la diferencia y a la
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justicia social, la comprensión ecológica de los problemas humanos, el empowerment (dotación
de poder y habilitación) de los más débiles e, implícitamente, la comunidad social. Heller y otros
(1984) añaden los valores de participación, cambio e innovación social y negación del
individualismo que lleva a atribuir a las víctimas de los problemas sociales las causas de los
mismos (victim blaming: los pobres tienen la culpa de su pobreza y los delincuentes de sus
crímenes; no hay que cambiar, por tanto, la sociedad, sino a los pobres y delincuentes; Ryan,
1971).
Levine y Perkins (1987) reiteran empowerment, pluralidad de perspectivas sobre la
problemática y el mundo social y equidad. Seidman (1983), desde una visión más postmoderna,
insiste en la negación del individualismo (y la culpabilidad de las víctimas), el replanteamiento
de las cuestiones sociales desde una visión crítica y plural, la negación dialéctica del orden social
dado y el reconocimiento del poder y los grupos de interés (stakeholders) como influencias
relevantes en la vida social. Más recientemente, Holtzman (1997) ha remachado el sesgo
pluricultural de una IS que desee sintonizar con las aspiraciones de los colectivos sociales
asiáticos y africanos cada vez más presentes en las sociedades occidentales. Glidewell (1978) ha
hecho una elaborada propuesta (examinada en el Capítulo 5) de los valores nucleares de la IS
microsocial (a nivel grupal, más concretamente): la vida, el bienestar psicológico, la libertad
personal, la verdad y el desarrollo personal.
Ya se citaron (Capítulo 3) los valores que Laue y Cormick (1978) consideran, desde el
campo de los conflictos comunitarios, basales a la IS: libertad individual, empowerment
proporcional (a la diferencia de poder social), justicia social y, como valor fuente o final,
realización personal. Trickett y Levin (1990), aprecian el contexto y las relaciones de
colaboración como vitales para la acción social preventiva. También desde ese campo Conner
(1990) propone que la IS sea honesta, justa, sensible al contexto, responsable, que mantenga la
confidencialidad y se preocupe por los efectos no deseados de las acciones.
Colomer (1988) resume apretadamente los valores que han conformado históricamente el
trabajo social. En un primer momento, de marcada influencia vocacional y religiosa, predominan
la caridad y la justicia social. Valores substituidos, en una segunda etapa -más secular,
profesionalizada e individualista-, por el respeto a la persona y a su libertad y capacidad de
auto-derminación sin juzgar su conducta (fiel versión ética, como se ve, del humanismo
rogeriano).
En una tercera etapa -comunitaria y más politizada, los años sesenta- dominan la
participación, acción educativa y el poder y conflicto como instrumentos analíticos y operativos.
A ellos se añaden, desde otros foros y como corrección de la deriva individualista anterior, el
contexto, el compromiso político, la eficacia técnica, la esencia social de las personas y su
perfectibilidad y potencial -personal, grupal y comunitario- de desarrollo. La universalización de
los derechos humanos y la "normalización" (en oposición a la marginación) de los atendidos, son
valores adicionales presentes en la mayoría de los sistemas éticos de trabajo social.
Mención y comentario, siquiera mínimo, aparte merece una recentísima propuesta de
sistema ético realizada por Isaac Prilleltensky (1997) un continuado activista moral y político del
campo psico-social. Se trata de fundamentar moralmente la teoría ("discurso") y acción
psicológica (Robinson, 1992) desde unos valores básicos tanto para la "buena vida" como para la
"buena sociedad" que el autor reduce a cinco: cuidado (caring) y compasión, autodeterminación
personal, diversidad humana, colaboración y participación, y justicia distributiva. Esos valores
sirven al autor para examinar las implicaciones éticas de las nociones teóricas y orientaciones
prácticas del campo recogidas en cinco modelos de actuación psico-social: tradicional, dotación
de poder (empowering), postomoderno y emancipador y comunitario.
Mi impresión inicial -a falta del correspondiente rodaje y reacciones teóricas y prácticas-
es que se trata de una propuesta cuidada, pero insuficiente por excesivamente reducida, que
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recoge un mosaico mínimo, pero relativamente equilibrado, de valores relevantes en distintos
dominios y áreas de la Psicología sugiriendo, además, algunas interesantes implicaciones
teóricas y prácticas, así como razonables inter-conexiones entre los valores. Así, se incluyen
valores: individuales (como el cuidado o la autodeterminación) y colectivos (justicia social o
participación); procedentes de la constelación cultural dominante (autodeterminación),
"profesionales" (humanistas, cuidado y compasión), sociales (ligados a la reforma social,
participación y justicia distributiva) y "nuevos" valores asociados a la constelación crítica y
postmoderna (diversidad humana). Se detecta, de todos modos, un claro sesgo psicoterapéutico
(frente al área de la acción social) tanto en la fuente de derivación de valores como en la
casuística comentada, así como un desenfocado sobre énfasis en los "últimos" valores y
enfoques, cuyo mérito está, más allá del oportunismo discursivo coyuntural, por determinar.
Hay que reconocer, en fin, a Prilleltensky la valentía y oportunidad de proponer una
fundación valorativa explícita de la ciencia y acción psicológica que, más allá de la adecuación
del limitado contenido propuesto, espoleará el debate moral y, espero, generará nuevas
propuestas y discusiones deseablemente más amplias, matizadas -y quizá sectoriales-: el sistema
propuesto es demasiado reducido y generalista para cubrir eficazmente las diversas orientaciones
y ámbitos (teóricas y prácticas, individuales y sociales, humanistas y conflictivas, etc.). Nuestra
síntesis de las propuestas implícitas que sigue es, como puede verse, notablemente más amplia,
plural y matizada y -naturalmente- social que la comentada.
La razonablemente amplia gama de valores examinada contiene, junto a claras
diferencias y matices temáticos, metodológicos o profesionales, amplias zonas de coincidencia (y
de coincidencia en la divergencia) que permiten bosquejar un núcleo inicial de la ética previa de
la IS sobre la base de los siguientes valores:
* Respeto por la libertad y dignidad de las personas; reconocimiento de su naturaleza social.
* Derecho a la diferencia personal y a la diversidad cultural.
* Negación del individualismo y la psicologización en la atribución de responsabilidad (y
culpabilización) social.
* Pluralidad de concepciones de los problemas sociales y, por tanto, de las soluciones posibles.
* Participación en la vida social de la comunidad y reconocimiento del poder como factor clave
en la vida social y personal.
* Cambio/innovación social como negación -dialéctica- del estado de cosas dado y de la cultura
que lo sustenta y como afirmación de la existencia de alternativas personales y sociales positivas.
* Comunidad social e integración normalizadora (ser tratado lo mismo que los otros) frente la
marginación (ser tratado como diferente y extraño).
* Justicia y equidad sociales (derecho a la igualdad de trato y al reparto equitativo de recursos
sociales).
* Derechos humanos como suelo igualador en la dignidad personal de todos los humanos.
* Consideración del contexto en la acción social.
* Empowerment y desarrollo humano y social desde la asunción de la perfectibilidad (del
hombre y la sociedad) y de la existencia de alternativas.
* Compromiso social e ideológico como valor polarizador de divergencias básicas del campo:
unos lo rechazan, otros lo ensalzan.
Parece conveniente añadir unas notas aclaratorias que sitúen esta recopilación en sus
justos términos. Primera, recordar su carácter intencional y "ornamental" que exhibe como
querríamos que fuera y lo bonita que podría ser -no como es- la IS, ocultando, a la vez, la faz
negativa y problemática de su praxis y siendo de dudosa utilidad, por su lejanía conceptual y
desiderativa, para guiarla realmente. Segunda, la laxitud con se usa el término "valor" aplicado
casi a cualquier cosa que se aprecie. Tercera, la lista está hecha "desde arriba", desde el
interventor, lo que garantiza la ausencia en ella de valores y cuestiones relevantes para otras
60
partes fuera del alcance del interés o la conciencia de aquél. Cuarta, el acuerdo de autores y
líneas temáticas e ideológicas en algunos temas recurrentes (poder y empowerment, libertad
individual, justicia social, diversidad cultural, valor del contexto, etc.) no excluye ni una cierta
"nivelación" trans grupal en la síntesis realizada ni desacuerdos (apenas aparentes cuando
distintas partes se limitan a afirmar valores genéricos).
También acuerdos en el desacuerdo, que habrían de permitir en el futuro elaborar líneas
-incluso sistemas- valorativas diferenciadas en el campo de la IS. La comunitaria, por ejemplo, se
apunta, a través de las distintas propuestas, con una notable coherencia valorativa. Se detectan
también valores (y cuestiones) -como el poder y la postura política del interventor- críticos para
concretar las diferencias y vertebrar las distintas líneas éticas en la medida en que el disenso
sobre ellas separa una línea de otra. Esas son, sin duda, tareas de futuro en un área, la ética de la
IS, en que queda aún mucho camino por recorrer.
2. CUESTIONES PREVIAS: INTENCIONALIDAD
Dedicamos el resto del capítulo al tercer aspecto de la ética de la IS, los temas más
generales y previos, de intencionalidad, el otro, legitimidad, autoridad y responsabilidad que,
como centrales, aunque frecuentemente ignoradas, al quehacer ético en la IS consideramos con
cierto detalle empezando con la intencionalidad.
Como humana que es, la acción social no es fruto del azar, sino, al menos en buena parte,
premeditada, deliberada. Se busca (Capítulo 3) cambiar una situación o ayudar a otros en la
dirección de las asunciones del apartado anterior (aumentar la justicia social o el poder de los
más débiles, mejorar la libertad o dignidad de los oprimidos, etc.) que no son, en el fondo, nada
más que un ramillete de buenas intenciones.
Éticamente el tema de la intencionalidad da mucho de sí, porque rascando su superficie
emerge el rico filón de las motivaciones, personales o institucionales, de la IS y las varias
maneras en que esos motivos afectan a las relaciones que se entablan en ella y a sus
consecuencias finales. Tampoco extrañe que, vadeando ese terreno nos topemos con otras
cuestiones colindantes o tributarias: el otro como destino de la intencionalidad y la legitimidad o
la responsabilidad por los resultados como controles externos de los motivos internos. Temas a
tratar en conexión con la intencionalidad son su relación con los resultados, intenciones latentes
y auto beneficio del interventor y el riesgo de anular al otro.
2.1. Intenciones y resultados
Reza el refrán que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Alerta de que las
buenas intenciones, si bien convenientes e inicialmente meritorias (mal se puede ayudar a otros
desde intenciones malignas), no sólo son, por sí solas, insuficientes, sino que pueden resultar
nefastas. Lo que realmente ayuda a la gente no es la bondad del "input" subjetivo, las buenas
intenciones, sino la del "output" objetivo, las buenas acciones resultantes de esas intenciones. Y
es que para lograr buenos resultados necesitamos, además de buenos motivos, racionalidad: una
técnica válida y una estrategia apropiada. De manera que la intencionalidad es -como las
convicciones o los principios- en la IS un mero punto de partida a examinar siempre en su doble
relación con los resultados y con la racionalidad técnica y estratégica que permite (Capítulo 3)
conectar intencionalidad y resultados. Yo puedo preferir el transporte público o la opción política
X, pero si en la práctica no funcionan bien es probable que acabe utilizando el transporte privado
o votando a la opción Y.
De forma que, aunque el carácter declaradamente benéfico de la IS habría de suponer un
claro mérito moral, acaba resultando una complicación añadida que nos aleja de la ética del
blanco y negro y los juicios claros y tajantes, situándonos en el terreno del claroscuro, el matiz y
el contraste. Terreno en que, evitando los excesos simétricos de la autocomplacencia en la
benevolencia y el rigorismo paralizador, habremos de examinar y controlar la realidad y
viabilidad de las buenas intenciones y los peligros a que su abuso puede abocar al interventor
61
singular y a la IS general.
Y es que, en la realidad, prácticamente nadie admite intenciones malignas. Los fines del
delincuente, el criminal de guerra, el traficante de armas o el manipulador publicitario son
siempre, según ellos, buenos y su conducta está plagada de buenas intenciones y de convincentes
"justificaciones": sobrevivir y salvarse uno mismo, descargar de dinero al que tiene demasiado,
ganarse la vida, salvar a la patria, y así sucesivamente. Los medios pueden ser cuestionables,
argumentan, pero las intenciones son -¡faltaría más!- admirables. Así es que la distancia moral
entre IS "benéfica" y otros campos "maléficos" no es tan grande como se podría pensar de
entrada. Todo lo cual nos fuerza a salir de la envolvente subjetividad del actor, remitiéndonos a
la dialéctica externa medios-fines y a su gemela intenciones-acciones (y resultados). Debemos
también examinar la dialéctica interna entre intenciones patentes y latentes.
2.2. Intenciones patentes y latentes: Beneficencia y auto-beneficencia
Dos son los temas a tratar aquí, intenciones latentes (y agendas ocultas) y papel del
autobeneficio y autointerés, obviamente conectados en la acción: la no aceptación social de los
últimos los relega a la latencia y la ocultación. En la IS emergen como cuestiones relevantes,
cuando el interventor, actuando en base a necesidades, deseos o intereses personales o
institucionales, busca su propio interés o beneficio (poder, estatus, prestigio social, rentabilidad
política) en lugar del bienestar del destinatario; lo que crea una fea discrepancia entre intenciones
declaradamente altruistas y desinteresadas y acciones -y consecuencias- realmente egoístas e
interesadas.
La discrepancia deviene dilema o conflicto cuando la búsqueda de auto beneficio
substituye a la del beneficio del otro, entra en colisión con ella, o, peor, se hace a costa de su
bienestar al humillarlo o condicionar la ayuda desde premisas -ideológicas o de otro tipo-
inaceptables. La cuestión es más espinosa de lo que puede parecer a primera vista. No se trata de
someter sin más al interventor a la tiranía imposible del altruismo profesionalizado porque, como
alerta juiciosamente Thompson (1989), si de entrada negamos los motivos auto interesados, es
probable que aparezcan en la relación profesional en forma de agendas ocultas. Para obtener una
visión amplia del tema, lo examinamos desde la triple perspectiva ética, psicológica y social que
aportan visiones contrastadas de él desde los principios de beneficencia, mantenimiento personal
y reputación social.
Ética. El punto de vista ético puede sintetizarse en el principio de la beneficencia: el
interventor debe perseguir el beneficio de aquellos, destinatarios o clientes, con quienes trabaja
profesionalmente, no el suyo propio. Deberá, por ende, examinar las premisas ideológicas y
sociales y las motivaciones personales de su actuación para asegurarse de que son compatibles
con una praxis esencialmente benéfica. Si existen necesidades, ambiciones o intereses personales
(de seguridad psicológica, prestigio social, ambición política, etc.) que pueden interferir
significativamente en el desempeño profesional, deben ser examinados y controlados -o
encauzados- fuera de la praxis (a través, por ejemplo, de la psicoterapia personal, o de la
actividad extraprofesional que aporte reconocimiento social o político) para que no la afecten
negativamente. Preferentemente, en la supervisión práctica previa al ejercicio propiamente
profesional.
En la medida en que esas tendencias estén profesionalmente generalizadas o sean fruto
estructural de las condiciones del ejercicio de la IS (como sustitutos, por ejemplo, de la baja
remuneración y consideración social) o la situación política y social, será el gremio (o gremios)
profesional o las instituciones marco de la IS los encargados de aportar los medios y espacio
formativo para hacer ese examen y buscar las soluciones grupales apropiadas, que pueden incluir
la generación de una conciencia, o un pronunciamiento, social colectivo respecto a la situación o
acciones políticas implicadas. Las reuniones periódicas -profesionales o interprofesionales- en
que se examinan las dificultades técnicas y profesionales del trabajo, constituyen un buen medio
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para "trabajar" esas tensiones, ayudar al sostenimiento psicológico de los interventores y generar,
al mismo tiempo, criterios y normas de conducta frente a las situaciones y tentaciones más
frecuentes. Las reuniones con el público y las partes socialmente interesadas de la comunidad
serían, además, un foro muy conveniente para aportar el punto de vista externo.
Psicológica. Resalta la necesidad de mantenimiento del personal interventor que, aunque
esté prestando un servicio en beneficio de los otros, tiene derecho a conservar su autoestima e
integridad emocional. Mantenimiento psicológico que marca el límite inferior de lo que es
permisible en la ayuda a otros. No se trata de que la IS sea guiada por la seguridad del
interventor, sino limitada por ella, de forma que si las acciones le causan un desgaste o daño
psicológico sistemático y significativo habrán de ser modificadas (en su contenido o método)
para evitarlo. Y de que el interventor social tiene derecho a disponer de los medios y condiciones
de trabajo adecuados para llevar dignamente a cabo su tarea. Si ese no es caso, ni la expectativa a
corto plazo, habrá de redefinir su rol de forma que -en función de los medios técnicos y
estratégicos disponibles- sea realizable.
Así, es fácil que un interventor excesivamente idealista con medios personales o externos
limitados se marque metas inalcanzables que, además de hacerle sentirse continuamente
frustrado (y, a la larga, "quemarse"), le llevarán a sacar conclusiones equivocadas sobre su falta
de capacidad para realizar la tarea (lo que reducirá su estima profesional) o sobre la viabilidad
del cambio social... Cuando lo adecuado sería redefinir las metas -y su propio rol- atemperando
el exceso de altruismo ético con una buena dosis de racionalidad. El fenómeno es frecuente en un
campo novel, con poca experiencia y conciencia de sus límites y excesivamente impregnado por
el ideal caritativo (religioso) o político-social que han marcado su desarrollo histórico.
¿Como compaginar la exigencia ética de beneficencia y la psicológica de mantenimiento
de la integridad del interventor? Dos ideas pueden ayudar. Primera, el interventor participa en la
IS como rol profesional, no como persona: aunque puede implicarse más o menos como tal (no
hay separación estricta entre la persona y el rol asumido) y algunos así lo proponen, no está
obligado a hacerlo ni, mucho menos, a sacrificar parcelas centrales de su persona a la IS o al
beneficio de sus destinatarios. En otras palabras, el sujeto de la IS es sólo una "parte" de la
persona (la profesional) y no debe, en principio, haber exigencia -ética, psicológica, etc.- alguna
de traspasar esa frontera.
Segunda, existe un auto beneficio legítimo del interventor en la IS concretable en, al
menos, dos aspectos, uno material, otro psicológico (un tercero, la reputación profesional, se
incluye en el punto siguiente). Uno, fundamental, la remuneración que como profesional recibe a
cambio de sus servicios: uno de los rasgos que definen el "carácter" profesional es, precisamente,
que trabaja por dinero (lo que no excluye elementos de interés vocacional en la elección del tipo
de trabajo que hace, pero ese es otro tema). Y no lo es por capricho, sino, bien al contrario, para
descartar otras motivaciones más insidiosas y garantizar el carácter universal del servicio (sin el
cual ayudaría sólo a los pensaran como él, le cayeran bien, etc.). Dos, las recompensas ligadas a
la tarea de ayudar a, y relacionarse con, los demás: sentirse útil o socialmente competente o
"realizarse" como persona al ayudar a los necesitados y ver los progresos de lo que se está
haciendo. Aclaremos, este auto beneficio resulta imprescindible, no sólo como "egoísmo"
mantenedor del interventor (contrarrestando la fatiga psicológica y el burn-out que acucian a las
"profesiones de ayuda" en cuanto dan más de lo que reciben), sino, sobre todo, para evitar que
esa fatiga le incapacite para hacerse profesionalmente disponible a los demás.
Resumiendo, el altruismo ha de estar en razonable equilibrio con el egoísmo auto
consevador de forma que el amor a los demás no agote el amor propio. Lo contrario señala un
desequilibrio indeseable entre el elemento intencional y el racional de la acción social que aboca
a esta -y al interventor- al fracaso a largo plazo.
Socio-profesional: Reputación profesional y auto beneficio ilegítimo. Debemos explorar
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en este nivel el auto beneficio legítimo, el derecho del interventor a la reputación profesional y el
ilegítimo (la "apropiación" personal del estatus común), matizando, siquiera mínimamente, las
situaciones diferenciales, más delicadas y complejas, de los actores sociales no profesionales y
de las instituciones interventoras y su derecho a mantener su integridad institucional.
El prestigio o reputación profesional, resultado del trabajo técnica y éticamente bien
hecho, es parte -junto al salario y al sentimiento de competencia y utilidad social- del auto
beneficio legítimo del interventor en la IS. Y compete a los gremios profesionales aportar un
referente público y razonablemente objetivo de esa reputación en base a la evaluación
acumulativa de la eficacia e integridad moral de las acciones sociales de sus miembros que
servirá, también, para forjar una imagen social de la profesión. En la práctica, tal referente sólo
se ha desarrollado en alguna medida en las profesiones liberales tradicionales. Apenas hay, en
cambio, sistemas solventes de evaluación de la actividad profesional en el campo social, donde
prestigio y reputación se derivan de procedimientos indirectos (participación en reuniones y
conferencias, contactos con asociaciones sociales o prensa, etc.).
Apropiación ilegítima de estatus. En un mundo social tan orientado hacia la búsqueda de
estatus e imagen pública, el interventor social puede caer fácilmente, en función de su situación
social privilegiada, en la tentación de apropiarse del estatus colectivo generado en el curso de las
acciones que dirige o impulsa prevaliéndose de su posición de autoridad. Sucede, sobre todo, en
el contacto con aquellos foros (grupos, comisiones, medios de comunicación, acción política,
etc.) en que se genera y reparte poder y estatus social. Por ejemplo, si el interventor que dirige
una evaluación o echa a andar un programa está más interesado en -y actúa más en función de-
salir en la televisión, engordar su currículo o hacer méritos políticos que en servir a los afectados
o resolver el problema.
Si bien la obtención de esas recompensas no es en sí misma condenable, pasa a serlo
cuando, dejando de ser beneficios secundarios (no buscados primeramente y por sí mismos), su
búsqueda se erige, por delante del bienestar del otro, en fin, primario de la acción. Tal proceder
es éticamente -aunque no jurídica o socialmente- reprobable porque viola los dos principios
morales (beneficio del destinatario y equidad relacional) que deben regir la relación del
profesional con los destinatarios de su actuación. Porque, en otras palabras, utiliza el poder que la
sociedad ha puesto en sus manos para aumentar su propia estima en vez del de aquellos,
contribuyendo así al empowerment propio (el del más poderoso), no al de los más débiles, que
son quienes realmente necesitan ese poder.
¿Y el interventor social no profesional? ¿Qué tipo de auto beneficio es lícito para que
voluntarios y grupos socialmente activos mantengan su actividad social sin "quemarse", dado
que, de entrada, actúan desinteresada y altruistamente, no por dinero como los profesionales? En
principio sí obtienen, como ellos mismos suelen reconocer, beneficios psicológicos, auto
realización y sentimientos de utilidad y competencia. Por lo demás, les es aplicable un examen y
control de las propias motivaciones similar predicado para los profesionales, aunque en su caso
sea menos factible y obligado que en aquellos e implique diferencias en parámetros relevantes: el
mayor altruismo en su motivación, la citada ausencia de recompensas materiales y de
reconocimiento -y obligación- institucional y, en consecuencia, el menor poder e influencia
asociado. Lo cual, puede tornar más insidiosa, que no suprimir, la búsqueda compensatoria de
recompensas y las distorsiones en los procesos de relación y ayuda.
Dado que en la vida social no es costumbre dar algo (servicio, apoyo, ayuda ...) a cambio
de nada y que aquellos que dan más de lo que reciben en sus intercambios acaban fatigándose o
"quemándose", parece razonable contar con un sistema de recompensas psicológicas y sociales
para sostener a los colaboradores sociales no profesionales en el largo plazo. Parte de ellas (como
los sentimientos de utilidad y competencia por ayudar eficazmente a otros) dimanan del propio
proceso de ayuda. Otras se habrán, sin embargo, de aportar en forma de participación en la toma
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de decisiones y en el proceso interventivo, formación, reconocimiento social, etc. Unas y otras
deben contribuir al empowerment social, fin central de la acción social para muchos.
El fondo del tema resulta, sin embargo, polémico. Si inducimos al voluntario o activista
social a actuar por medio de incentivos materiales, psicológicos o sociales, no por ideales
altruistas, solidarios o de progreso social, ¿no estamos viciando de autointerés la propia esencia
de esas actividades extraprofesionales, abriendo la puerta a la misma competitividad y codicia
que se trata precisamente de evitar y creando, en fin, una cierta contradicción moral entre fines
humanitarios y medios egoístas? No parecen, estas, cuestiones menores o meramente retóricas.
Cobran de hecho relevancia ante algunas nacientes propuestas de regulación jurídica del
voluntariado y ante el aluvión de ayuda económica vertido en ciertas "organizaciones no
gubernamentales" (que apunta ominosamente hacia un intento de control político doblado con
una vergonzante expiación de culpa del neoliberalismo ambiente ante la miseria del tercer
mundo foráneo y doméstico que tan eficazmente ha contribuido a desarrollar).
Quede también apuntada la cuestión, mucho más compleja y virgen, del mantenimiento
de la integridad social e ideológica del interventor institucional: consejería, ayuntamiento, etc. El
supuesto del "auto beneficio" (autopropaganda, rentabilización política de la IS, etc.) legítimo es
aquí rechazable toda vez que, a diferencia del interventor personal, la razón de ser de esas
instituciones es ayudar a resolver los problemas de la comunidad. Por otro lado, las instituciones,
también han de poder mantenerse (tener el apoyo social, una filosofía que les dé coherencia y
unas reglas organizativas que las hagan funcionales, etc.) para realizar efectivamente la tarea que
les ha sido mandada socialmente.
La cosa se complica si reconocemos que, al mismo tiempo, instituciones y personas han
de evolucionar y adaptarse (sobre todo las primeras) a las demandas y necesidades del entorno
social, no pudiendo esclerotizarse en una cómoda auto reproducción, aduciendo la dificultad y
dolor del cambio e ignorando sus funciones y relaciones sociales. La solución yace en hallar un
punto de equilibrio -de difícil precisión práctica- entre mantenimiento -personal e institucional- y
cambio. Las nociones sobre el auto mantenimiento del interventor como límite funcional inferior
y su eventual incapacitación para prestar las funciones profesionales o sociales básicas que su
ausencia ocasiona deberían orientar la fijación de ese punto de equilibrio.
2.3. El riesgo de anular al otro: Celo y condicionamiento ideológico de la ayuda
Este riesgo (Rey, 1994) se da cuando, por exceso de altruismo o buenas intenciones,
ayudamos al otro sin su consentimiento, violamos su privacidad o capacidad de autonomía o
decidimos lo que es bueno para él sin consultarlo. Tal comportamiento encierra el peligro
potencial de invalidar al otro como sujeto capaz de dirigir su propia vida, resolver sus problemas
y desarrollar su potencial psicológico y social. Va ligado a ciertas filosofías interventivas que
abusan del idealismo o la militancia ideológica o religiosa y, suele conllevar una flagrante
contradicción, ya mencionada en los párrafos precedentes, entre fines (de bienestar y desarrollo
humano) y medios (métodos que minusvaloran al sujeto y fomentan su dependencia respecto del
interventor). Como señala Rey, en la IS, "la posición ética por excelencia es procurar que todo
ser humano tenga acceso a la solución de sus propios problemas" (p. 24).
Debemos, sin embargo, introducir en este punto una consideración ya explicitada al
definir la IS: su necesidad y legitimidad. Si la acción social es, como asumimos, precisa para
ayudar al destinatario a resolver problemas (o alcanzar objetivos vitales) que no puede solventar
por sí sólo, la omisión de intervención externa puede ser tan reprobable (o más) como la
violación del espacio psicológico y social del destinatario. Es desde el contraste de esos dos
riesgos -de acción intrusiva y de omisión de una acción precisa- y no desde uno sólo de ellos que
debemos evaluar éticamente la situación intentando compatibilizar los dos valores
(necesidad/justicia social y autonomía personal) implicados o elegir entre ellos si eso no es
posible.
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El riesgo de invalidación del otro va usualmente asociado a dos tendencias filosóficas, o
situaciones relacionadas, dominadas por el celo religioso o político y el condicionamiento de la
ayuda a determinados supuestos ideológicos.
El exceso de celo religioso o político puede generar (Capítulo 2) una acción social
"posesiva" en que el interventor desarrolla una vinculación dependiente que no permite al otro
movilizar sus propias capacidades o hacerlo desde sus propias ideas y valores. De nuevo se da
aquí un conflicto entre los intereses individuales y sociales, y uno paralelo entre principios éticos
y exigencia técnica.
En principio, el destinatario de la IS tiene derecho a ser ayudado sin cambiar
substancialmente su forma de pensar o vivir (desde luego sin ser adoctrinado por el interventor)
siempre que no perjudique a los demás. Pero es que... la IS consiste en gran parte precisamente
en eso: en tratar de modificar ciertos hábitos o formas de vida causalmente asociados con el
problema a resolver, sea este la drogadicción, el maltrato o la polución ambiental. De tal forma
que, llevado a su extremo, ese punto de vista haría inviable la intervención social y, en general, la
mejora de las condiciones sociales prevalentes... Y así lo debe advertir el interventor: no tiene
porqué desperdiciar energía y dinero público si el otro se opone de entrada a colaborar en algo
directamente relacionado con lo que se intenta modificar.
Existe aquí un doble conflicto. Primero, entre bienestar personal (a corto plazo al menos)
e interés colectivo. Segundo, entre la libertad personal y la necesidad técnica de contar con los
medios necesarios para alcanzar el fin perseguido que, llevada a su extremo, permitiría justificar
los medios usados desde la bondad de los fines perseguidos. ¿Cuál es la solución al dilema de
fondo? Encontrar un equilibrio que salve ética y eficacia, respetando la legitimidad social de la
acción y el derecho a la autonomía individual.
En cuanto a la faceta eficacia-ética (medios-fines) se impone una triple recomendación.
Uno, los medios usados han de ser, ética, además de técnicamente, válidos, lo que llevaría, por
un lado, a recomendar el uso de la técnica menos restrictiva para la libertad de los individuos
(pero, también, más acorde con las necesidades sociales a paliar). Dos, hay que justificar que las
pautas vitales a cambiar están racionalmente conectadas con los resultados a conseguir, no
simplemente con la ideología del interventor, en cuyo caso carecen de justificación ética. Tres,
debería haber un acuerdo básico entre interventor y destinatario sobre los fines a perseguir -lo
que implica necesariamente la participación activa de ese en la IS- y en cuya ausencia la
intervención no pasará de ser un forcejeo éticamente inaceptable y técnicamente ineficaz.
El otro supuesto de riesgo de invalidación del otro se da cuando, de una forma más o
menos explícita y usando las más variadas estratagemas, se condiciona ilegítimamente la ayuda.
De las variads formas de hacerlo, la más seria y frecuente -por más que se realice sin coacción
aparente- es el clientelismo político: se condiciona la ayuda (su concesión, volumen o contenido)
a un sector social a su voto y/o fidelidad política. El caso típico en la IS son los mayores, blanco
preferido del más descarado manoseo político y social; también "organizaciones no
gubernamentales" y entidades varias son blanco común. Es frecuente que, para más inri, la
manipulación política vaya agravada por la explotación publicitaria de las operaciones realizadas
pues, como es bien sabido, lo que no sale en los medios, no existe políticamente.
La rentabilización partidista de la ayuda social es probablemente la más seria amenaza a
la credibilidad y funcionamiento de la IS que puede quedar desnaturalizada si se substituyen los
criterios técnicos de base por los criterios políticos así entendidos: se destinan programas y
ayudas a las organizaciones o sectores afines, sumisos o rentables, en vez de a los realmente
necesitados. La solución al inaceptable condicionamiento político o ideológico es dual:
profesionalización de la acción social, por un lado, y denuncia por parte de las organizaciones
profesionales, desde la independencia del escalón político que les exigible, de las situaciones y
tendencias de instrumentalización partidista de la política social, por otro.
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Un condicionamiento ideológico más genérico es el implicado en la culpabilización de
las víctimas (victim blaming) de los males sociales, repetidamente denunciada (Ryan, 1971) en la
literatura social. Se trata de atribuir a las víctimas de los problemas sociales la culpa de sus
infortunios: el parado por no encontrar trabajo, el pobre por no trabajar, etc. Se impone,
entonces, cambiar la actitud y forma de pensar de esas minorías, sin abordar los cambios sociales
de fondo. En esa imposición del marco ideológico del interventor reside el condicionamiento
final de la ayuda. No todos los condicionamientos de la IS son, sin embargo, ilegítimos; como
hemos apuntado muchas condiciones para prestar ayuda están moralmente justificadas.
Es lógico, por ejemplo, que se supedite una ayuda económica a una familia o madre
soltera con problemas económicos a que envíen a sus hijos a la escuela en vez de dejarlos vagar
por la calle. De nuevo, el elemento crítico es que el condicionamiento venga dictado por el
bienestar del ayudado (tal y como es apreciado por el interventor a partir de la información de
que dispone, es cierto) no el del ayudador. La solución al conflicto entre autonomía personal e
iniciativa social (profesional e institucional) para promover el desarrollo humano y la justicia
social no tiene porqué decantarse a priori por ninguna de las dos.
3. EL OTRO: EL DESTINATARIO DE LA IS
Identificado ya "el otro" como referente ético básico y su potenciación desde el respeto a
su dignidad como tarea -y criterio de evaluación- central de las intenciones morales, es hora ya
de pasar al terreno específicamente social y cuestionar la noción filosófica de un otro homogéneo
e indiferenciado como no adecuada a las condiciones de pluralidad y heterogeneidad del mundo
social. Utilizo, en consecuencia, los términos ya acuñados de "destinatario" y "cliente" referidos,
respectivamente, al blanco de la IS y a quién la paga que, como se indicó, pueden o no coincidir,
ser varios y cambiar en el curso de la acción. Ya hemos explorado el concepto ético del otro
(Capítulo 3) y los efectos de la relación intencional con él en la IS (apartado anterior). Resta aquí
por discutir la noción del otro social (el destinatario) y algunas implicaciones éticas ligadas a su
elección en la IS.
Destinatario de la IS y otro ético. A diferencia del "otro" ontológico y homogéneo de la
ética filosófica, el "otro social", el destinatario de la IS se caracteriza por su pluralidad,
heterogeneidad e interrelación, lo cual matiza relevantemente el análisis ético. Empecemos por la
pluralidad. En la realidad social hay, como en la individual, muchos "otros", destinatarios
posibles de intenciones y acciones. El problema es que, dada nuestra escasez de recursos, en la IS
debemos elegir sólo algunos del total de destinatarios potenciales, lo que tiene inescapables
implicaciones para la justicia social de la acción. Como también las tienen, en un plano más
genérico, la cuestión de la exclusión moral (Capítulo 3). Implicaciones negativas, excluyendo de
entrada a ciertas categorías sociales como destinatarios potenciales de la IS. Positivas, sesgando
en una u otra dirección la elección de destinatario y tendiendo a reservar la ayuda para aquellos
ideológica o socialmente más próximos (y restringiéndola a los diferentes, lejanos o ajenos).
Segundo, los destinatarios sociales potenciales son diferentes y heterogéneos en términos
de necesidades, valores e intereses, teniendo perspectivas sociales y necesidades diferenciadas o
distintas, de forma que lo que para uno es beneficioso puede no serlo, o resultar perjudicial, para
otro. Si bien podemos aspirar moralmente a su igualación final en algún respecto básico (acceso
a bienes materiales y culturales, oportunidades, nivel de renta, etc.), esa desigualdad real marcará
el punto de partida planteando la cuestión de la igualdad -o diferencia- relacional (Capítulo 3), y
la asociada, de las distintas modalidades de IS en función de las diferentes situaciones de déficit
ligadas a la pluralidad de destinatarios sociales.
Tercero, los "otros sociales" tienen relaciones y están socialmente articulados siendo
afectados por las acciones de las demás (o dirigidas a otros con los que uno está relacionado). Lo
que se viene a traducir, en condiciones de limitación de medios, en que una acción puede
beneficiar a unos grupos sociales perjudicando a otros en razón de su mutua articulación y de la
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diferencia de intereses. Así, si se amplía el horario de un servicio (una guardería o una biblioteca)
para beneficio de familias o lectores, los trabajadores se pueden sentir perjudicados; la concesión
de una subvención a unos significará su denegación a otros; etc.
3.1. ¿Quién es el destinatario de la IS?: Ética, técnica y estrategia
La selección del destinatario es, pues, una de las cuestiones éticas centrales de la IS. Para
Kelman y Warwick (1978) es uno de los cuatro apartados éticos básicos (la elección de fines, la
de medios técnicos y la evaluación de resultados, son las otras). Argumentan que la forma de
construir el problema social de interés determina en gran parte la elección de destinatario. Así,
una manifestación callejera se puede "construir" (percibir) como una ruptura del orden social, en
cuyo caso el blanco de la acción serán los manifestantes -y su contenido, la represión-, o como
signo visible de un fallo social (injusticia, disfunción institucional, etc.), en cuyo caso el
destinatario será esa institución social y la respuesta, su cambio o reforma. Eso es cierto, en mi
opinión, sólo a medias; por dos razones:
Primera, Kelman y Warwick deberían distinguir problema y destinatario (el qué y el
quién) como elementos de la IS relacionados pero diferentes. El problema (o la cuestión positiva
de interés) puede ser de un colectivo humano, pero, también, de un territorio: barrio urbano,
comunidad rural, etc. Segunda, como ya se ha señalado en capítulos precedentes, los temas
sociales sólo en parte son construidos, de forma que la ideología o los valores del interventor que
hace la "construcción" son sólo uno de los varios inputs que determinan la selección de
destinatario que incluye también aspectos técnicos y estratégicos. Técnicos, que documentan, a
través de la evaluación inicial, el estado de necesidad, injusticia, riesgo u otro en que, dados unos
supuestos valorativos, es preciso intervenir.
Estratégicos, que, en función de su abordabilidad técnica, social y personal, nos indican
cuando es viable la intervención. Si un tema es ética y técnicamente importante pero insolubles
en un momento dado, se impone investigar primero los determinantes y soluciones. Es también
posible que las soluciones técnicas adecuadas caigan fuera de la competencia profesional de un
interventor dado o la competencia política de una institución concreta. En todas esas situaciones
existen problemas relevantes que no serán seleccionados por el interventor en función de su
acceso técnico o estratégico.
La ayuda al otro: técnica y ética. Se han discutido los riesgos que subyacen al proceso de
intentar ayudar al otro desde las buenas intenciones y examinado la dialéctica altruismo-auto
beneficio implicada. No podemos obviar un último apunte sobre la validez de los criterios éticos
en la IS, a partir del diferente rol asignado, en función de su mutua autonomía, a aspectos
técnicos y valorativos en el Capítulo 2. Si los criterios éticos son importantes -aunque no
determinantes por sí solos- en la elección de destinatario, resultan casi irrelevantes para
establecer el contenido explícito de la acción social, fijado esencialmente desde criterios técnicos
(sí pueden influir en el "contenido" implícito o procesal: la forma de llevar a cabo las acciones).
Así, aunque los valores de justicia o compasión humana nos lleven a dirigir la intervención a
servir los intereses, o mejorar el bienestar, del grupo más necesitado o débil (por ejemplo, las
mujeres maltratadas; Heller, 1989), nada nos dirán sobre como servir esos intereses y bienestar.
¿Es mejor "montar" una casa de acogida segregada de la comunidad que, por ejemplo, ayudar a
las mujeres a buscar trabajo, o sostenerlas jurídica y psicológicamente, mediar con la familia
desgajada, prevenir en la comunidad y la escuela, etc.? Ni lo sabemos de entrada, ni la ética va
iluminarnos al respecto, sólo el conocimiento empírico de que estrategias han resultado eficaces
para promover el bienestar de esa población (o de distintos subgrupos de ella) constituirá ahí una
guía eficaz.
4. LEGITIMIDAD
Si desde la intencionalidad podemos construir las cuestiones valorativas ligadas a la
subjetividad de la acción social (al interventor), desde la legitimidad (y los tópicos conexos de
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autoridad e intervencionismo social) podemos proponer las cuestiones objetivas o externas
ligadas a la intervención social y sus efectos. Aquí no se plantea, como es natural, la legitimidad
legal o administrativa (recogida en leyes y regulaciones varias) sino la, más básica y general,
legitimidad ética de la IS. También se aborda aquí el tema de la libertad individual frente a la
intervención externa. La cuestión del titular de la IS (quién es o debe ser) y sus "credenciales"
(técnicas, políticas, etc.) será tratada en el apartado correspondiente a la autoridad.
4.1. Intervencionismo social y legitimidad
Debemos examinar la legitimidad de intervenir en la vida personal y social en
determinados supuestos, justificando la intervención exterior frente a las críticas que al
intervencionismo social se hacen desde el derecho a la libertad y autonomía de las personas. ¿Es
legítimo entrometerse en la vida de personas y grupos sociales? Si lo es, ¿en qué condiciones y
supuestos? Desarrollo las respuestas a esas preguntas, implícitas en la propia descripción de la IS
(Capítulo 3), a partir de una doble alternativa (Sánchez Vidal, 1990 y 1991a) ante las situaciones
de dificultad: una de principio, sobre la legitimidad general de la IS; otra, más práctica y
concreta, sobre las formas y grados legítimos de intervención externa.
1. Intervención frente a no intervención (de ningún tipo y en ningún caso): la posición, laissez
faire, del liberalismo puro. Si existe un problema, conflicto o necesidad social el agente político
y técnico se abstendrán de intervenir (excepto para garantizar la libertad para competir): allá cada
cual con sus propios problemas y responsabilidades. Para esta postura la IS no debe existir, lisa y
llanamente no tiene legitimidad. Es un punto de vista inaceptable. Supone una vuelta atrás en la
historia al negar implícitamente los supuestos de responsabilidad pública y solidaridad social que
sustentan no sólo la acción social, sino la propia vida humana en sociedad, y nos retrotrae a la
jungla social premoderna. Los más desafortunados, débiles o inadaptados serían abandonados a
su suerte y las situaciones de miseria e injusticia toleradas en nombre de los supuestos de libertad
e iniciativa individual. Se están asumiendo aquí serias responsabilidades éticas -y políticas- por
omisión.
2. Injerencia externa frente a otras opciones menos intervencionistas de actuación. Aceptada la
bondad de principio de la IS, qué grado, y qué formas, de intervención son legítimas en función
de su efecto alentador o desalentador del desarrollo humano y social. Si inaceptable es el
liberalismo radical (fielmente encarnado en el "neoliberalismo" actual) no menos rechazable es
su opuesto ideológico, el intervencionismo y planificación total de la vida social. Rechazable
porque convierte la IS (innecesaria, en realidad, en un contexto globalmente interventor) en una
imposición política y técnica unilateral que inhibe -en vez de potenciar- la capacidad de crecer y
resolver de problemas de personas y colectivos sociales fomentando pasividad y dependencia en
vez de dinamismo y desarrollo.
Sin alcanzar el extremo del socialismo real (cuyas miserias y horrores debemos recordar,
aunque los sistemas hayan desaparecido), el intervencionismo puede ser fomentado por
determinadas intenciones o tendencias profesionales. Ya revisamos los peligros del exceso de
celo o del altruismo mal entendido. Hay otras propensiones (omnipotencia redentora, exceso de
profesionalismo, despotismo técnico o político ilustrado) que arraigan en el suelo del exceso de
celo profesional o político y el altruismo, componiendo un cuadro de profesionalismo
malentendido que, en nombre de la ciencia, la técnica y las buenas intenciones tiende a imponer
ilegítimamente la necesidad de intervenir. ¿Cómo? Problematizando y patologizando la realidad
social (se crea un "problema" para poder intervenir y ayudar a los demás) y forzando la
consiguiente acción profesional externa, preferiblemente del propio gremio.
El gremialismo profesional requiere, obviamente, control. La inclusión de análisis éticos
(generales y de casos) en la formación -y durante el ejercicio- de los profesionales son medios
apropiados. También la discusión profesional (e interprofesional) con inclusión de grupos
sociales comunitarios que puedan quebrar la autocomplacencia y externalización de
69
responsabilidades típicas de las organizaciones corporativas y entablando un diálogo real con las
distintas partes implicadas en la IS. La ética dialogada adquiere aquí pleno sentido. También la
elaboración conjunta desde el, cada día más frecuente, trabajo multidisciplinar.
¿Qué condiciones o límites son exigibles a la IS para mantener un equilibrio razonable
entre el respeto a la autonomía individual y colectiva y a la solidaridad y responsabilidad social a
la hora de resolver las cuestiones sociales controlando, también, las perturbadoras querencias
personales y profesionales apuntadas? ¿En qué casos será, de otra forma, legítima la IS? A saber,
cuando:
a) Esté justificada, siendo la acción externa precisa para lograr un efecto socialmente necesario o
deseado que, de no intervenir no se produciría. Estoy proponiendo una intervención de carácter
más aditivo, que invasivo o substitutivo, de la acción de personas y grupos. Una intervención, en
fin, que añade algo (conocimiento, metodología, medios materiales, impulso o catálisis social,
etc.) externo imprescindible para lograr un efecto necesario o bueno para la comunidad. La idea
es que, por disfunciones psicológicas o sociales varias, personas y colectivos no pueden usar su
habitual capacidad de afrontar problemas y alcanzar metas, necesitando ser puntualmente
reforzados o potenciados para recuperarla.
Así un padre en paro que abusa del alcohol necesitará ayuda externa para poder hacer uso
de recursos personales y sociales (familia, vecinos, etc.) disponibles, pero no usados en este
momento y situación. La cuestión clave es, por supuesto, la especificación razonada de los
criterios concretos que hacen en cada caso necesaria la intervención (lo que no excluye la
catalogación sistemática a largo plazo). Y la evaluación crítica de esa necesidad -frente a otras
alternativas de actuación- por parte del equipo y la supervisión profesional, que ayuden a
controlar y evitar injustificadas querencias intervencionistas o invasivas.
b) Se plantea desde una doble perspectiva finalista y temporal: primera, ayudar a resolver el
problema o situación presente; segunda, aumentar la capacidad del destinatario de enfrentarse a
otras situaciones o problemas en el futuro.
c) Es compatible con los valores del destinatario y, en lo posible, con su participación activa en
los cambios. Eso, sobre el papel. En la realidad, las cosas se complican: el principio general
propuesto asume una unicidad y homogeneidad de intereses y valores inusual en los destinatarios
sociales reales, ya caracterizados como plurales, heterogéneos e interrelacionados. Su aplicación
práctica demanda un mínimo consenso entre los distintos componentes del destinatario potencial
(los mayores, la comunidad X, los drogadictos ...) que permita identificar unos intereses y visión
global sobre la cuestión de referencia con los que el trasfondo valorativo de la acción sea
congruente. Eso implica dos cuestiones encadenadas. Una, ¿Qué hacer en situaciones de disenso
social (Warren, 1971) en que varias facciones tienen posturas divergentes o enfrentadas sobre el
tema planteado? ¿Tomamos como buenos los intereses de la mayoría? Y, aun así, ¿cómo -a
través de qué o quién- se elaboran y expresan esos intereses? El uso de criterios mayoritarios
podría, a trancas y barrancas, "salvar" la barrera de la legitimidad democrática, pero abre una
segunda cuestión, particularmente ominosa en la IS, ¿Qué sucede con los intereses, y punto de
vista, de las minorías más débiles y necesitadas, parados, drogadictos, vagabundos, "sin techo",
maltratados, etc.?
La cuestión se torna crucial si, en una coyuntura histórica marcada, bajo la égida
utilitarista y neoliberal, por la insolidaridad social, por un lado, y por la explosión de la
desigualdad y la exclusión, por otro, asignamos a la IS una finalidad básicamente igualadora en
que el destinatario genérico son, precisamente, los colectivos más débiles y necesitados. El cóctel
potencialmente explosivo -¡y no sólo metafóricamente!- resultante es irresoluble por la simple
regla democrática de las mayorías. Sobre todo, si esas exhiben el rampante egocentrismo e
insolidaridad dominante en el chato y ramplón clima social actual, negándose a financiar con
"sus" impuestos las necesidades más perentorias o llamativas de los más necesitados, a abrir
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centros de atención en "su" barrio o, incluso, a discutir los problemas de los "otros". ¿No debe
prevalecer en tales condiciones y supuestos el interés de la minoría más débil y necesitada sobre
el de las mayorías egoístamente volcadas en mantener su propio estatus y bienestar frente a las
demandas y exigencias ajenas?
Vemos como esta excursión por los confines de la legitimidad de la IS en situaciones de
injusticia y disenso reabre viejos interrogantes y nos devuelve a la cuestión de quien es el
destinatario de la acción social que retomamos, más a ras de suelo, en el Capítulo 6
contemplándola desde la óptica interventiva comunitaria. Si, en fin, la IS no cumple las tres
condiciones requeridas, su legitimidad queda, como mínimo, en cuestión, no estando justificada
salvo en situaciones de muy excepcional urgencia o necesidad (incluibles en el terreno de las
urgencias sociales) que exigen, en todo caso, análisis ético diferente: como poco un cuidado
examen (y extracción de conclusiones) a posteriori.
4.2. Libertad personal e intervención externa
En el frente más psicológico, Herbert Kelman (1965) ha realizado un influyente análisis
de las cuestiones éticas suscitadas por la manipulación del comportamiento humano desde la
ciencia social, especificando en esa dirección las condiciones de compatibilidad entre libertad
personal e intervención externa. El dilema inicial es la oposición entre la libertad de elección de
las personas como valor fundamental -violado en cualquier forma de control conductual- y la
constatación de que el cambio efectivo del comportamiento de las personas implica siempre
algún grado de manipulación (intervención, traducido a nuestro vocabulario social). Sea ese
cambio deseable (como en la psicoterapia, socialización infantil o integración racial) o
indeseable. Si bien el dilema es inescapable (de hecho, un cierto grado de coerción es
consustancial a la vida social) ciertos elementos mitigan, según Kelman, la gravedad ética de la
manipulación. A saber: cuando aumenta la libertad de elección personal; si la manipulación es
recíproca, no unidireccional; si está orientada hacia el bienestar del cliente.
Algunas tendencias deterministas -como el conductismo eskineriano- no reconocen la
libertad de elección, y se extrañan de que se cuestione el cambio humano planificado, como la
psicoterapia, cuando en la vida diaria sufrimos tantas restricciones ambientales o sociales (el
"control social"). Para otros, como Carl Rogers, la libertad de elección y la adhesión a
determinados valores que la posibilitan son parte integral del proceso de actualización humana
resultando, en consecuencia, referentes básicos de la interacción humana, profesional o no. El
terapeuta, el agente socializador o el educador puede -debe-, en consecuencia, estructurar la
situación y la interacción personal de forma que maximice la libertad de elegir del otro y
minimice el control ejercido, sin ignorar, no obstante, las diversas, y sutiles, formas de control
implicadas en el proceso.
Kelman examina el dilema general en las situaciones de psicoterapia, conducción de
grupos e investigación social aplicada. En cuanto a la psicoterapia importa que la relación sea
voluntaria y se centre en ayudar a conseguir los fines del cliente y a ampliar su libertad para
optar. Será difícil, sin embargo, evitar introducir los valores del terapeuta -y su concepto del
bien- en el proceso. Las implicaciones éticas de los grupos de encuentro son analizadas más
ampliamente de la mano de Glidewell en el Capítulo 5.
Las dificultades éticas de la última situación, la investigación social aplicada, se
complican notablemente por la disparidad de objetivos de destinatario y cliente, la complejidad
del contexto organizativo y social y la dificultad de prever y controlar el uso que se hará de la
investigación. Para salvar esas dificultades, Kelman sugiere que el investigador se haga las
siguientes preguntas: 1) para quién trabajo; 2) aumenta o disminuye mi trabajo la libertad de
opción de la gente; 3) como van a ser -probablemente- usados los datos obtenidos en el contexto
social de referencia; 4) en qué procesos sociales estoy participando a través de la investigación
que realizo.
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Hasta aquí Kelman, al que se debe reconocer la oportunidad de haber abordado un tema
tan central para las ciencias humanas y agradecer la claridad de su planteamiento y
recomendaciones cuestionadoras. El problema radica en las respuestas. Es dudoso que un
investigador o interventor pueda responder cuestiones tan amplias, complejas y de largo alcance
con la validez y expeditividad que son necesarias para tomar decisiones y actuar en el día a día.
Es ciertamente difícil, por ejemplo, prever las consecuencias de cualquier acción -o
investigación- mínimamente compleja... lo que deja abierta la cuestión de la responsabilidad por
las consecuencias indeseadas. La realización de proyectos piloto previos al verdadero estudio o
acción parece más laudable y provechosa en ese sentido.
Y, segunda parte, una cosa es prever los efectos potenciales de una acción -o los
resultados hipotéticos de una indagación- y otra, distinta, poderlos controlar. Algo similar sucede
con las otras preguntas: su correcta respuesta teórica no implica el poder de modificar la
conducta o situación involucrada en el sentido deseado. Quizá pueda uno identificar grosso
modo los procesos sociales en que se inserta la investigación -o actuación- propia, pero no
siempre podrá cambiar esos procesos o su propia implicación en ellos (lo cual, de nuevo, no
soslaya su responsabilidad personal, pues adquirida la conciencia cierta de su ubicación social, el
investigador (o interventor) siempre podrá cesar su propia actividad o cambiarla si es
moralmente condenable).
5. AUTORIDAD
La autoridad en la IS se refiere a aquello que avala las decisiones y acciones de cada
parte y los resultados alcanzados. Estando indisolublemente vinculada a la legitimidad, buena
parte de la vertiente ética -la genérica- de la autoridad ha quedado ya reflejada. En principio, en
la IS, coexisten dos tipos de autoridad ligadas a los dos roles centrales: la científico-técnica y la
política (Sánchez Vidal 1991a; y otros, en prensa). Podemos discutir la posibilidad de, al menos,
una tercera, la moral.
5.1. Autoridad política y técnica; ¿autoridad moral?
La autoridad política es decisoria y ejecutiva: le corresponde -con asesoría técnica-
decidir cuándo es necesario intervenir y, en representación de la comunidad, qué objetivos
globales se han de perseguir en la IS; también dotarla de los medios económicos, materiales y
personales necesarios. En los sistemas democráticos deriva del mandato de la comunidad cuyos
intereses globales ostenta y ante la que debe responder de los resultados de la acción social en su
conjunto. La autoridad científico-técnica es, en principio, instrumental: le corresponde
determinar los objetivos concretos de cada acción o proyecto (en función de las directrices
sociopolíticas emanadas del escalón político), el contenido de las acciones para alcanzarlos,
ejecutar competentemente esas acciones y evaluar adecuadamente sus resultados. La autoridad
profesional no deriva de la comunidad (al técnico no lo ha votado nadie) sino de la ciencia y
técnica que garantizan la eficacia de los programas. Más concretamente deriva de: los
conocimientos teóricos; la experiencia válida acumulada; las habilidades metodológicas y
ejecutivas para diseñar, evaluar y realizar competentemente las acciones.
¿Otros tipos de autoridad en la IS? En principio cada autoridad tiene su propio espacio y
autonomía en la acción y no parece social o éticamente adecuado que el político invada el terreno
del técnico ni, viceversa, este el del político. Dos cuestiones surgen, sin embargo, de inmediato.
Una, ¿está justificada la toma de postura política del interventor que, según el aserto inicial,
carece de autoridad política que la avale? Dos, ¿existen otros tipos de autoridad (que pudieran
estar, de alguna manera, ligados a una autoridad política no formalizada)? Dejamos para el
próximo apartado la primera cuestión, enfocando ahora la segunda.
De entrada y en un sistema democrático "normalizado", no parece justificada la
existencia de otros roles o tipos de autoridad, al menos de forma reglada y socialmente
reconocida. Serias disfunciones del sistema como las asociadas a la lacerante cuestión de las
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minorías en condiciones de injusticia y disenso planteada más arriba dan pie para postular otros
tipos de autoridad, como la moral. La autoridad moral se justifica por la existencia de situaciones
de injusticia, violencia o necesidad relevante no contempladas por las autoridades política o
técnica, emanando de los mandatos éticos básicos de justicia social y solidaridad con el más
débil. Tendría un rol genérico aportando, en línea con la función motivadora atribuida a los
valores en la IS, un respaldo de principio a la actuación de los agentes sociales reconocidos,
aunque no necesariamente organizados formalmente, por la comunidad. En otras palabras,
cubriría, como principio justificador, no como medio organizativo, los déficits o brechas de
legitimidad, detectados en la lógica política y técnica de la IS en situaciones de distribución, más
que de normativa, social.
Ejemplos de autoridad moral abundan en la acción comunitaria, no por casualidad la
variante menos formalizada y más frecuentemente asociada a la justicia social de la IS. Así una
asociación vecinal puede denunciar una situación nefasta de un barrio no abordada por las
instituciones pertinentes exigiendo -y en ciertos casos iniciando- acción al respecto que, a la
larga, habría de ser asumida por los agentes institucionales. Ciertas organizaciones asumieron
funciones de asistencia a drogadictos o afectados por el sida mucho antes de que las
administraciones reaccionaran y establecieran los correspondientes servicios públicos. La
iniciativa social se revela así como un componente esencial de la IS, supliendo puntualmente a la
acción pública en problemáticas nuevas o de base en que la burocratización, conveniencia
política (o técnica) o falta de diligencia administrativa las torna ineficaces o insuficientes. Estoy
sugiriendo una autoridad, y un rol, complementarios y puntualmente substitutivos de las clásicas
autoridades, y roles, político y técnico.
5.2. Posicionamiento político y autoridad moral
Tema polémico y controvertido donde los haya, el posicionamiento político del
interventor traza la divisoria entre las distintas concepciones teóricas y orientaciones prácticas y
el eje sobre el que esas concepciones y orientaciones pivotan. Lo trato en términos simples y
prácticos a partir del dilema operativo planteado al interventor. De un lado y como técnico, el
profesional carece de autoridad política, no pudiendo ni representar la voluntad popular -tarea
asignada al político- ni, menos aún, imponer sus propias convicciones u opiniones políticas a los
demás prevaliéndose de su posición dominante en la IS en la que su mandato es, como se ha
indicado, esencialmente ejecutivo.
Bien al contrario, debe tratar a todos por igual y en función de sus atribuciones
exclusivamente técnicas... Y punto. Ha de ser, pues, neutral (o independiente) o, cuando menos,
intentarlo. De otro lado, sin embargo, y como actor social que es, al interventor profesional le
asiste el derecho a tener conciencia, generar valores y tomar postura -política, social u otra- sobre
los temas de su incumbencia... ¿quién, si no, va a hacerlo? Debe, por tanto, ser agente político
(partidista y comprometido según algunos).
¿Como conjugar los dos polos aparentemente antitéticos de neutralidad valorativa y
posicionamiento político? Es obvio que, como persona, el interventor tiene una conciencia y
unos puntos de vista sociopolíticos. Eso no se discute... Lo discutible es si esos puntos de vista
pueden, o deben, ser usadas de una u otra forma como parte de su rol profesional o si, por contra,
deben permanecer en el ámbito de lo privado para permitir que los otros hagan sus propias
opciones personales sin ser coartados por presiones externas. Si esas preferencias deben ser, o
no, en resumidas cuentas, parte del rol interventor.
Podemos alegar que ambos supuestos, neutralidad técnica y posicionamiento profesional,
se dan en planos distintos: en la inmediatez de la acción específica, la primera, como proceso
colectivo paralelo, la segunda; como técnico neutral e instrumental, la una, como profesional
-por tanto, actor socialmente reconocido- la otra. El problema es que, por un lado, ambos, técnico
y profesional son la misma persona y su actuación no puede disociarse y, por otro, el proceso de
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intervención social comporta, como se ha reiterado ad nauseam, elementos valorativos
relevantes, además de los técnicos, que la postura de neutralidad desatiende.
Algunos argumentan que la acción social es un terreno inherentemente político en que el
interventor es, lo quiera o no, un agente político, y la postura de neutralidad es, además de
imposible, excusa para favorecer el injusto status quo. Otros señalan los riesgos de confundir el
rol profesional con el político y de ser irreflexivamente utilizado por unos grupos contra otros o
de crear, en nombre de las creencias y experiencia propia, expectativas irreales en los más
desfavorecidos. De entrada y genéricamente, tan legítima parece una postura como otra siempre
que se adopte desde la reflexión, no como respuesta visceral e inmediata a una situación. Lo que
no es legítimo es la imposición -cuadre o no cuadre al interventor, caso o situación- de una u
otra: neutralidad universal o politización por decreto.
La elaboración del punto de vista más general desde los dos modelos, lógico y político,
contrapuestos de entender la vida social se hará en el Capítulo 6 al hilo de los planteamientos
comunitarios. No trato, por otro lado, aquí de dar respuesta directa a la cuestión de la
politización; me limito a ofrecer algunas consideraciones que ayuden a situar la pregunta y a
formar criterios para responderla sin ignorar la complejidad del tema y los parámetros
específicos de la situación que condicionan la respuesta.
a) La opción ha de ser reflexiva, tomando en cuenta no sólo la necesidad o conveniencia del
momento sino, también, el impacto de la postura adoptada a largo plazo. Primero, sobre el
propio rol y actuación del interventor. ¿Es reversible en sus efectos la postura tomada o va a
incapacitarle para seguir actuando como profesional en el futuro? Segundo, el impacto sobre la
cohesión de la comunidad y los grupos en presencia, si desea -o ha de- seguir trabajando con ella.
¿Es, o no, reversible ese impacto en el tiempo o va a ser encasillado como partidario de uno de
los grupos en conflicto, exacerbando las tensiones existentes? ¿va a ser utilizado (Bermant y
Warwick, 1978) por el grupo o institución "x" como "escopeta alquilada" contra los demás
grupos comunitarios? El análisis histórico del tema de referencia y de sus protagonistas o el
examen de casos similares pueden ser sumamente instructivos para responder esas preguntas.
b) El tipo de postura -partidista o de experto neutral- adoptada debe ser claro al propio
interventor y a la comunidad: el interventor debe aclarar (empezando por sí mismo) y explicitar
si actúa como abogado partidista de uno o más grupos o como experto objetivo. Lo que no puede
es pretender asumir ambas posturas a la vez, ni, tampoco, pasar de una a otra sin hacerlo saber a
la comunidad. Si entra en una situación, particularmente si es conflictiva, como abogado de una
parte no puede intentar ser neutral más tarde. O alinearse con una parte, tras haber entrado en la
situación como experto independiente. Tales tránsitos causarán en general (y si no están
excepcionalmente avalados por cambios dramáticos de la coyuntura social) considerable
conflicto interno y externo acompañados de la erosión del rol interventor.
c) La pasividad -o falsa neutralidad- no exime de responsabilidades morales que se contraen
tanto por acción (al actuar en un determinado sentido o en favor de unos intereses dados) como
por omisión (por no hacer algo que, a la luz de los principios o efectos pertinentes, uno debería
haber hecho). Eso es especialmente aplicable a la no intervención en situaciones extremadamente
difíciles, peligrosas o arriesgadas para los más débiles o minoritarios en que la acción externa es
imprescindible para obtener cambios y mejorar la situación de aquellos.
d) La dificultad -ética, técnica o estratégica- de cualquiera de las dos posturas (con frecuencia se
tilda de hipócrita e imposible la de neutralidad) no es argumento ético válido (aunque sí
estratégicamente meritorio). Se entiende que la independencia y, menos, la implicación
partidista, son ideales a aproximar en la conducta real no mandatos matemáticamente exigibles
en cada momento y situación.
e) Neutralidad o implicación se refieren al rol profesional no a la persona, aunque tal distinción
es con frecuencia ignorada en la postura de implicación. Es la conducta profesional, no la
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persona, lo que se postula como -idealmente- neutral o comprometido. La cuestión práctica es,
pues, si las valencias personales han de ser controladas en el desempeño profesional para no
perjudicarlo, o si, por el contrario, pueden ser parcialmente usadas para potenciar ese desempeño.
f) El interventor puede estar respaldado por una autoridad moral que avala, por sí misma, su
intervención en determinados supuestos -como ilegitimidad y vacio de rol- excepcionales
respecto a la autoridad política habitual. Primero, cuando existe un vacío de rol político el
interventor puede, si no hay otro más capacitado, asumir temporalmente el liderazgo social o
político si ese es el curso de acción más adecuado -o necesario- para resolver el problema
planteado. Segundo, ilegitimidad de la acción política que no responde a los intereses de la
mayoría o las minorías más débiles. Es este un supuesto extremadamente complejo y
excepcional que exige la exhibición pública de los criterios -relativamente claros y objetivos- de
ilegitimidad para evitar confundir la acción legítima y necesaria con la suposición subjetiva de
un interventor con ambiciones políticas que busca medrar o apropiarse de un poder y estatus de
que él carece (el caso más frecuente en la práctica).
En ambas situaciones, quede claro, el interventor está respaldado por una autoridad
profesional (social) no meramente técnica, de la que no se deriva licencia alguna para actuar
como otra cosa que como tal técnico y en base a la autoridad científico-técnica tal y como ha
sido definida.
g) Se puede tomar postura respecto a, o comprometerse con, una idea o ideal (la justicia social),
un grupo social (los vagabundos, los mayores) o una filosofía política o social global
("progresista", liberal...). Mucho menos justificable parece, en cambio, alinearse con una opción
política determinada (el partido X o Y) en cuanto que supone una disolución particularista de la
identidad técnico-profesional en la política. Que, en otras palabras, el interventor deja de ser
técnico para actuar como político.
6. RESPONSABILIDAD
El interventor social es responsable de sus acciones (y sus consecuencias) porque es libre
para elegir y porque dispone de un considerable poder (derivado de la técnica científica
aprendida y el estatus social conferido) para influir positiva o negativamente la vida de personas
y grupos sociales. Siendo -con ciertas restricciones- personalmente libre y profesionalmente
autónomo, el interventor debe responder de cómo usa el poderoso instrumento de cambio que es
la técnica desde la posición de privilegio que como experto reputado y socialmente autorizado
ostenta. Para qué (intenciones internas y fines externos de la acción) y para quién (quién es el
otro, el destinatario de la acción y de las responsabilidades contraídas) la usa.
En la dualidad subjetivo-objetiva que conforma las hechuras de la consideración moral,
la responsabilidad encarna, junto a legitimidad y autoridad, la faceta objetivista y consecuencial
de la ética social, ya señalada como complemento necesario de las pretensiones subjetivas
iniciales. Examino a continuación el carácter de la responsabilidad profesional, las dificultades
para delimitarla en la IS, el supuesto de los "efectos secundarios" y los límites de la
responsabilidad y, en general, de la preocupación ética.
6.1. Responsabilidad profesional
Podemos distinguir tres tipos -o ámbitos- de responsabilidades: personales, jurídicas y
profesionales (sociales en general). Las personas son responsables ante los demás por sus
acciones según dicte la conciencia moral. Si esas acciones violentan la ley, se producen, además,
responsabilidades jurídicas decididas por un tribunal competente. Se contraen, por fin,
responsabilidades profesionales al actuar como tal y según la "conciencia profesional" más o
menos materializada en una norma acordada por -o costumbre prevalente en- la profesión
correspondiente (deontología profesional). Pero ¿existe realmente en el campo de la acción
social tal "conciencia profesional" y, dando un paso más, criterios explícitos sobre conducta
apropiada e inapropiada? Por desgracia, y dada la juventud y prioridades del campo, en la
75
mayoría de los casos tal norma explicita o no existe o es netamente insuficiente para guiar la
conducta del interventor.
¿Qué sucede, desde el punto de vista de la responsabilidad, en tal situación de relativa
anomia normativa y hasta tanto no se desarrolle la correspondiente deontología profesional?
¿queda el profesional sujeto sólo a la responsabilidad general como ciudadano y a la legal
(irrelevante para el grueso de casos y acciones)? Naturalmente que no. Es de sentido común que,
el plus de libertad (autonomía profesional) y poder técnico y social que, a diferencia del común
de los mortales, ostenta el profesional, han de generar responsabilidades suplementarias, aunque
no estén aun claramente definidas en contenido y destino. La constatación de las poderosas
consecuencias de algunas acciones sociales (igualmente inasequibles al lego) confirma la
impresión de que el profesional debe tener en la IS mayores responsabilidades que, por ejemplo,
un voluntario o una asociación X (también titulares de responsabilidad social en la medida en
que, aun no poseyendo formación científica y técnica acreditada, dispongan de la autonomía y
poder excedentarios señalados).
Dificultades para establecerla. Las dificultades para establecer la responsabilidad en la
IS no derivan sólo de carencias ligadas al estado iniciático del campo. Hay una serie de factores
de base de la vida social que complican la determinación del alcance y contenido de la
responsabilidad profesional en la acción social en relación a la conducta personal, matizando esa
responsabilidad y haciendo, en esencia, más difícil relacionar el "input" de la IS (intenciones y
objetivos) con el "output" (resultados reales) que es la base para establecer esa responsabilidad.
Al menos tres:
Uno, la debilidad de la base científica y de la técnica interventiva y evaluadora. La
primera entorpece la adecuada previsión de consecuencias. Si, obrando desde las mejores
intenciones y conocimiento disponibles se obtienen unas consecuencias imprevistas e
indeseables, ¿en que medida es el interventor responsable de ellas? Segunda, los límites de la
técnica interventiva social en relación a otros campos (ingeniería, medicina, etc.): muchas
técnicas usadas son relativamente nuevas y experimentales de manera que sus efectos e
indicaciones no suelen ser conocidos con precisión o varían con los contextos y momentos.
Tercero, la propia dificultad, técnica y social, de evaluar los efectos (Hurrelmann y otros, 1987)
de la IS dada su multiplicidad (nunca obtenemos un sólo efecto, el que buscábamos, sino varios,
unos positivos y deseables, otros negativos e indeseables) y su multi valencia valorativa: lo que
para unos constituye un buen resultado, puede ser malo para otros en función de sus intereses y
valores en el tema de referencia. No es, así, infrecuente el desacuerdo, pese a existir indicadores
numéricos claros, sobre si una acción ha sido positiva o negativa, ha "funcionado" o no.
Dos, la complejidad de los factores e influencias que intervienen en la vida social y la
interacción humana. No se trata ya, únicamente, de contar con la libertad e intencionalidad de
los individuos que actúan de forma no siempre previsible o "racional" desde el punto de vista del
observador externo (en la medida de que este no tenga acceso a sus motivaciones internas).
Existen, además, las modificaciones y poderosas influencias que el conjunto de interacciones y
relaciones con otros (igualmente desconocida para el observador externo) ejercen sobre la
conducta de los sujetos tornándola aún más imprevisibles (de nuevo, en la medida en que el
analista desconoce el contenido e intensidad de las interacciones, como clave para reducir esa
imprevisibilidad). Y, habría que añadir, los efectos sinérgicos, no siempre comprensibles, de las
masas; y los intereses colectivos; o la tremenda influencia distorsionadora de los medios de
masas; etc.
En resumen, el menor poder científico-técnico, la libertad, intencionalidad (e
"impenetrabilidad") de los sujetos, la complejidad de la interacción social y las sinergias e
influencias colectivas y mediáticas merman el poder cognitivo y transformador de que
nominalmente dispone el interventor social, matizando -que no eliminando- la responsabilidad
76
profesional. No es posible hacerse responsable de aquello que no se puede prever, pero, tampoco
se puede no ser responsable de los efectos que la propia acción genera. El interventor deberá, en
consecuencia, hacer todo lo posible y actuar de tal manera y en tales condiciones, para, sin
coartar ilegítimamente la libertad de los sujetos, aumentar la previsibilidad de sus acciones
sociales: aumentar el conocimiento, mejorar la técnica (incluida la de evaluación de programas),
ponerse en condiciones de -y contar con- la subjetividad individual y colectiva de los sujetos e
identificar los efectos de la motivación, interacciones y sinergias social/es y de los medios de
masas.
Tres, la presencia conjunta de un exceso de ideología (heterogénea según las tendencias e
interventor concreto) doblada de un defecto de experiencia práctica tienden a sesgar
erróneamente las previsiones en la dirección de lo que se desea, no de lo realmente esperable. La
presencia en la IS de diversas profesiones con sus correspondientes sesgos conceptuales y
metodológicos, tradiciones ideológicas y valorativas -frecuentemente plasmadas en líneas
deontológicas divergentes- refuerza ese mosaico de sesgos y tendencias diversificadoras que,
como no, complican la valoración de responsabilidades y su integración consensuada como
eventual germen de una deontología común.
6.2. Responsabilidad por resultados inesperados: Previsibilidad y libertad
¿Es el interventor responsable de los efectos imprevistos de la IS? La cuestión, que ha
asomado repetidamente a las páginas precedentes, es clásica en los análisis éticos de la acción
social, plagada de efectos "secundarios" indeseables que suponen un reto ético fundamental,
espinoso y controvertido para cuyo análisis carecemos de criterios claros. Si la responsabilidad
del interventor social tiene como base su libertad de decidir y actuar y su capacidad de preveer
los resultados, debemos revisar ambos factores a luz de lo ya escrito.
Previsibilidad de los efectos
Ya se han especificado los factores que dificultan la previsión de los efectos de la IS así
como la multiplicidad y polivalencia subjetiva de esos efectos. Y se ha resumido el dilema
nuclear de la responsabilidad profesional: el interventor no puede ser responsable de aquello que
no puede prever o controlar, pero tampoco puede no ser responsable de las consecuencias
-intencionadas o no- de su actuación. Un punto clave para establecer la responsabilidad es que el
interventor use el mejor conocimiento disponible en el momento de decidir o actuar. Otro
complementario que en ese momento, disponga -o no- de medios (información, asesoramiento
especialista, etc.) adecuados para prever o abortar los efectos indeseados. Aun así, algunos
piensan que el interventor debe hacerse cargo de los efectos dañinos de su actuación profesional.
Por ejemplo, Glidewell (1978) sostiene en su análisis ético de los grupos de encuentro que se han
de reparar las consecuencias negativas (daño a la autoestima, enfrentamientos personales, etc.)
causadas.
Lo más turbador de este asunto es la inescapabilidad del dilema planteado (los efectos
secundarios son norma, no excepción, en la IS) y la aparente imposibilidad de optar en abstracto
por cualquiera de sus polos contrarios parejamente justificables. Tan injusto parece
responsabilizar a alguien de algo que no puede razonablemente prever o evitar como socialmente
lógico que quien causa algún tipo de perjuicio a otro se haga responsable de él y haya de
repararlo con los medios de que dispone. Y es que se trata de un típico caso de colisión de
derechos individuales (los del interventor) y responsabilidades sociales inherente a nuestro
ordenamiento social y genéricamente irresoluble por el similar mérito valorativo que asiste a
cada parte: integridad y autonomía del individuo, posibilidad misma de la vida social.
Afortunadamente se pueden hacer algunas matizaciones generales para ayudar a salvar el dilema
y proponer líneas concretas de actuación para paliar las responsabilidades resultantes o guíar en
la dirección correcta el comportamiento del interventor (e instituciones sociales ligadas).
Parece primero lógico, en general que, si el profesional actúa de acuerdo a los mejores
77
principios científicos y técnicos existentes, la responsabilidad ha de recaer sobre el colectivo
profesional (y científico) en su conjunto y no sobre el interventor singular. Mientras que si existe
negligencia personal o profesional del interventor singular (evaluación inadecuada, engaño o
manipulación, actuación precipitada, etc.), la responsabilidad debe ser asumida por él. Esa regla
choca, sin embargo, con la tradición filosófica y la costumbre práctica de atribuir
responsabilidades a los individuos no a las instituciones y con la dificultad práctica de delimitar
los supuestos de cada tipo de responsabilidad, personal o colectiva.
Segundo, eventuales soluciones, siquiera paliativas, señaladas en la literatura para
mejorar a medio y largo plazo la previsibilidad de la IS son:
* La correcta formación científica y técnica del interventor que garantice la adquisición de los
conocimientos soportados por la evidencia existente y de las técnicas conocidas como válidas.
De no existir esa evidencia empírica, el interventor ha de familiarizarse con toda la gama de
conocimientos y técnicas, no simplemente aquellos que le resultan más atractivos o conforme a
sus valores. En este sentido, no sólo es técnicamente incorrecto, sino moralmente reprobable,
que, como sucede con alarmante frecuencia, el profesional obre en base a sus preferencias o
valores, no según el dictado de los conocimientos válidos del campo. Las instituciones sociales
tienen, por tanto, deberes complementarios adicionales a los del interventor. Las científicas,
aportar y difundir el conocimiento aplicable preciso; las técnicas (colegios profesionales),
facilitar la disponibilidad del conocimiento técnico y certificar su suficiencia capacitadora para
una praxis profesional responsable.
* El desarrollo de la investigación aplicada en el campo social, vital en el medio y largo plazo
para, junto a la investigación básica, mejorar la previsibilidad científica de los efectos de la IS.
* La adecuada evaluación de los programas realizados y la difusión pública de sus resultados
entre profesionales y científicos, responsabilidad conjunta de las instituciones que promueven los
programas sociales y de los interventores que los llevan a cabo. La evaluación descriptiva y
causal de resultados es esencial para establecer la previsibilidad técnica, determinando
empíricamente que programas funcionan, y cuales no, con cada tipo de problemas y cuales son
las técnicas o procedimientos adecuados en cada tema y situación. De tal manera que no evaluar
fehacientemente las acciones sociales es ética, además de técnicamente, rechazable.
* La realización de pruebas o programas piloto (práctica rutinaria en otros campos técnicos
como la ingeniería) y el cuidadoso estudio de sus consecuencias es, probablemente, la mejor
receta práctica para anticipar efectos indeseados en la IS.
* La creación de mecanismos (seguros, fondos de compensación, etc.) profesionales o sociales
que puedan hacerse cargo de las responsabilidades económicas de los profesionales no
atribuibles claramente al interventor singular o que superan lo que ese puede asumir.
* La cuidada planificación (técnica, política y ética) de las acciones, acompañadas de la
correspondiente revisión crítica por los iguales (antes de ponerlas en marcha) y de un estudiado
proceso de contratación que, al aclarar los deberes y derechos de las partes intervinientes,
permita perfilar el alcance y contenido de sus respectivas responsabilidades por los resultados
que se produzcan.
Por desgracia la mayoría de estas recomendaciones distan mucho de ser práctica habitual,
reconocida siquiera, en el mundo social. No es que, en fin, su adopción vaya a evitar todas las
consecuencias indeseadas, aunque sí bastantes de ellas. Contribuirá, en todo caso, a mantener
una praxis social más racional y ética.
El tema de los efectos secundarios reitera, por otra parte, la complicación y globalidad
ética de la IS mostrando como, en un entramado social complejo, las obligaciones de cada uno
de los titulares intervinientes -instituciones y agencias, grupos, personas- tejen una tupida malla
de responsabilidades éticas interdependientes y globalmente articuladas que tornan radicalmente
insuficientes los clásicos análisis centrados en los individuos aislados.
78
En efecto, esas responsabilidades son distintas: cada parte es titular primariamente, en
principio, de unas obligaciones, pero no de otras. Escalonadas en cascada desde el tejido social
más amplio (instituciones) hasta la conducta singular del interventor, más reducida en amplitud
desde el punto de vista de la responsabilidad, pero de mayor intensidad en función de su mayor
cercanía a la acción. Interdependientes, la responsabilidad de uno depende de la conducta -y
responsabilidad asumida por- los otros... y la de estos, a su vez, de la reacción del primero... y así
sucesivamente. Encadenadas: la responsabilidad de uno empieza donde acaba la del otro.
Complementarias en amplitud, afectación temporal (corto, medio, largo plazo) y contenido, de
manera que la "suma" de deberes parciales forma -debe formar- una totalidad articulada
correspondiente al conjunto de responsabilidades a asumir en el tema o área de actuación.
Jerarquizadas, de tal forma que cada interviniente será responsable primario de unas
determinadas responsabilidades y sólo secundaria, y subsidiariamente, de otras, cuya primacía
corresponderá a otros titulares y que sólo deberían ser asumidas por el primero, si sus titulares
primarios no lo hacen o fracasan al asumirlas.
Así, la acumulación de conocimiento social aplicado es una responsabilidad a largo plazo
cuyo titular primero es la comunidad científica (y, como titulares secundarios, los practicantes e
instituciones asociadas). Esa comunidad tiene (como conjunto y en cada uno de sus miembros),
sin embargo, la responsabilidad actual de orientar su actividad investigadora en esa dirección.
Una universidad recargada de enseñanzas teóricas y librescas será responsable de no formar
apropiadamente al futuro interventor social... y los profesores particulares de no contribuir a esa
formación ni a la adecuada modificación de los planes de estudio en la dirección de la relevancia
y utilidad social. Pero, también los profesionales e instituciones ligadas a la praxis tendrán una
responsabilidad subsidiaria de exigir a la universidad esa orientación y de facilitarla a través de
prácticas, conciertos formativos etc.
La profesión es primariamente responsable de garantizar, a través de la
acreditación y control ético y técnico, un ejercicio profesional efectivo, íntegro y al servicio de la
sociedad. No es responsable, en cambio, de la conducta singular del interventor. Como colectivo
organizado, y en cada uno de sus miembros, es también responsable de generar y sostener un
sistema de valores éticos conducente a una buena praxis. No es, en cambio, responsable
(primario) de carecer de una base científica sólida sin la cual no es posible un ejercicio efectivo:
depende pues vitalmente del input cognoscitivo de las instituciones acumuladoras de
conocimiento, más allá del cual difícilmente pueden exigírsele responsabilidades.
El interventor singular depende, a su vez, de toda la cadena institucional mentada
-además de las instituciones promotoras de la IS-: es responsable de obtener y "aplicar" -a la luz
de sus convicciones- el mejor input cognitivo, valorativo y técnico existente, pero no de no
disponer de ese conocimientos u orientaciones valorativas en un momento dado... aunque si
pueda -deba- contribuir sistemáticamente a su acumulación, de lo que será sólo secundariamente
responsable. Y así sucesivamente...
Libertad de acción
La ética asume decisiones y acciones libres. En la IS, que depende tanto del contexto
político y social, la libertad de elegir y actuar del interventor suele estar caortada, a veces
seriamente, por las directrices y limitaciones emanadas tanto desde las instituciones sociales
como desde la sociedad. Directrices y limitaciones como:
* Limitaciones económicas: no hay dinero para pagar la intervención más correcta o deseable
que acostumbra a ser más compleja y costosa que otras alternativas.
* Directrices ideológicas dictadas por la filosofía social de la institución o partido político
gobernante (o simplemente desde conveniencias electorales) que promueven y pagan la IS y en
las que no encaja el tipo de acciones más idóneo para encarar una cuestión social o el estilo de
realizarlas preferido por el interventor.
79
* Presión social: el grueso de la comunidad (o un sector minoritario pero política o socialmente
poderoso) intenta imponer sus intereses o visión del tema a abordar, frecuentemente contrarios a
los de las minorías más necesitadas.
La responsabilidad del interventor por las decisiones tomadas y las acciones realizadas
resultará entonces modificada, quizá reducida, por tales condicionamientos a cuya luz habrá de
ser valorada en el entendimiento de que, aún condicionado y limitado, el interventor social
siempre conserva algunos grados de libertad, cierto margen de maniobra del cual -y de las
razones que eventualmente hayan llevado a reducir ese margen- debe responder. Puede, por
ejemplo, denunciar las coacciones o restricciones que sufre o negarse a intervenir y explicar
públicamente las razones de ello. (Naturalmente supongo que antes se han intentado remover las
limitaciones y dificultades poniendo "las cartas sobre la mesa" y dejando bien claros los efectos
de tales límites sobre la acción a realizar). Es claro, también, que mientras limitaciones y
presiones son parte -relativamente lógica y "admisible" (tolerable, al menos)- del panorama
habitual de la IS, las coacciones o amenazas son ya inadmisibles y deben ser siempre rechazadas
y denunciadas.
La cuestión se torna más sutil y delicada al descender al terreno de la praxis cotidiana
donde el interventor suele contar con unos recursos, económicos y otros, siempre insuficientes y
ha de tener en cuenta que vive de su trabajo interventivo. En ese contexto, ¿hasta qué punto ha de
transigir con las limitaciones, restricciones y presiones (sociales, psicológicas, laborales, etc.)
habituales, inatacables en ese momento y en el plano individual, para plantearlas como problema
colectivo más amplio y a más largo plazo? ¿Cuándo ha de "plantarse" denunciando la
imposibilidad de actuar coherente y responsablemente?... El interventor no debe olvidar que,
según las condiciones del contrato profesional, le son socialmente exigibles responsabilidades
tanto por acción como por omisión: por no advertir claramente a la comunidad del efecto de las
condiciones dadas y por no replantear -antes, no después- la redistribución de responsabilidades
en función de esas condiciones.
La decisión dependerá de la percepción personal (o grupal), correctamente asesorada, de
cuando se rompe el frágil equilibrio entre las demandas subjetivas del interventor -guiadas por un
ideal de servicio irrealizable en su literalidad- y la disponibilidad real de recursos sociales y de
condiciones materiales y personales (mano de obra, nivel de cooperación de la gente, etc.) que
las hagan viables. La exigencia o exceso de celo del interventor pueden fácilmente deslizarse
hacia la intransigencia unilateral socialmente injustificable. Mientras que su excesivo
conformismo puede llevarle a aceptar lo inaceptable: unas condiciones y restricciones que
garanticen la perenne precariedad y pobreza de resultados efectivos de la IS. Dos medidas son
pertinentes para conjugar los tres aspectos -demanda subjetiva del interventor, disponibilidad
institucional y exigencia social de resultados- barajados.
Una, más personal e inmediata, la correcta negociación -y aceptación general- de un
contrato que, como en el caso de la previsibilidad, perfile derechos y deberes de las partes y
aclare sus responsabilidades (aunque moralmente no las determine, ni anule las derivadas de lo
que después se decide o hace realmente: pacto social y moralidad no son lo mismo, ni coinciden
necesariamente las responsabilidades derivadas de cada uno de ellos). Otra, colectiva y de
proceso, la elaboración social de las quejas recurrentes, como reivindicaciones profesionales que
consideren no sólo el beneficio propio (mejora de las condiciones laborales, dotación de medios,
etc.) sino, también, el de la comunidad (o grupos desfavorecidos) a que sirve la profesión. Lo
cual implica el diálogo social con esta última y la apertura en esa dirección de los foros de
discusión profesionales.
En caso de discrepancia o conflicto puede resultar útil la mediación de un tercero -ajeno a
los contendientes, pero respetado por ellos- que actuando como árbitro ayude a aclarar las
distintas responsabilidades. Ese árbitro puede ser una comisión de expertos o una comisión mixta
80
con representantes de la comunidad o sus organizaciones. Menos deseable es la mediación
judicial que, además de lenta, suele ser relativamente irrelevante al aportar soluciones
mayormente inadecuadas para situaciones que requieren diálogo, transacción y alternativas
sociales, no represión o pronunciamientos jurídicos.
6.3. Contenido: ¿De qué es responsable el interventor social?
Bermant y Warwick (1978) resumen en tres los temas básicos que subyacen a las
diversas cuestiones éticas suscitadas en la IS: poder, libertad y responsabilidad (accountability).
En este último tema consideran tres aspectos: ante quién es responsable el interventor, de qué, y
con que métodos se hacen cumplir esas responsabilidades. Es decir, destinatario, alcance y
contenidos, y formas de control de la responsabilidad. La cuestión del destinatario ha sido ya
examinada aquí; será retomada con más amplitud al examinar, en el Capítulo 6, el caso de
intervención comunitaria. En cuanto al contenido, el interventor social tiene, según los autores,
cuatro áreas de responsabilidad.
1) Competencia. El interventor debe estar capacitado para realizar la IS, debiendo existir
estándares mínimos de competencia que imposibiliten el ejercicio profesional de la IS a quienes
carezcan de cualificaciones adecuadas y que garanticen que los profesionales eligen los métodos
más adecuados para cada caso y situación.
2) Veracidad de la publicidad de la actividad profesional: el interventor debe decir la verdad al
difundir su actividad y capacidades evitando despertar falsas expectativas no respaldadas por su
competencia y experiencia reales.
3) Garantizar la confidencialidad en su relación con el destinatario de la IS como signo del
respeto y confianza hacia él. Hasta el punto de que el interventor debe estar dispuesto a enfrentar
responsabilidades jurídicas -incluido el encarcelamiento- eventualmente ligadas al
mantenimiento de esa garantía.
4) Efectos indeseados, tema, ya tratado aquí, en que Bermant y Warwick tampoco detectan un
consenso claro sugiriendo soluciones similares a las aquí descritas.
6.4. Los límites de la preocupación ética
El hilo del alcance de la responsabilidad del interventor nos conduce con naturalidad
hasta el tema de los límites de tal responsabilidad, y de la preocupación ética en general, en la
acción e investigación social. Una cuestión que hemos rozado reiteradamente en diversos
momentos de la exposición y que habremos de tratar, enunciar al menos, de la mano de Donald
Warwick (1978), en función de su gran relevancia práctica en la IS. Y es que si tensamos en
exceso la cuerda de la ética podemos romper el arco de la acción -e investigación- social en su
totalidad (acciones buenas y malas) privando a la gente de acciones buenas y necesarias y
abandonándola a la impotencia ante sus propios problemas y deseos. Warwick, reconociendo
esos riesgos, vocaliza la crítica frecuente del interventor que trata de conseguir cambios sociales
beneficiosos para los más débiles: ¿no estaremos haciendo montañas morales a partir de los
granos de arena interventivos?
Por nuestra parte, ya se señalaron (Capítulo 2) los riesgos de pasividad e ineficacia
ligados al exceso de escrupulosidad y formalismo moral que condenan al interventor a dar mil
vueltas a todos y cada uno de los principios, valores y conflictos éticos posibles, mientras los
problemas de la gente siguen sin resolver y su potencial sin desarrollar. Llevados a su extremo,
esos excesos son antiéticos: van contra el propio espíritu de la ética -discernir y perseguir el bien-
al impedir que se realice lo que es mejor en un colectivo o campo dado.
Tampoco puede servir la ética -como en tiempos de Galileo- para bloquear la
investigación y el progreso del conocimiento social que pueden beneficiar grandemente a
personas y sociedades. En el otro sentido, indica Warwick, tampoco podemos usar el argumento
de que las acciones y experimentos sociales son útiles o mínimamente dañinos para sofocar el
debate ético. Eso supondría caer en el "oportunismo estratégico" como regla de actuación y
81
justificar los medios (y las acciones humanas) por la bondad de los fines perseguidos, un
supuesto largamente denunciado como ilegítimo en la filosofía ética.
La solución propuesta por el autor es mantener la perspectiva global y avanzar
simultáneamente por ambos caminos -acción e investigación social y deliberación moral- pero
manteniendo un contacto y diálogo constante entre ambos. Algo muy razonable. Ya señalé antes
la necesidad de considerar globalmente la ética de un campo de acción o profesión (valores
promovidos en la intención y la realidad) antes de pasar a examinar el detalle de las cuestiones y
conflictos implicados en su praxis cotidiana. De manera que si la actividad tomada en su
conjunto es juzgada moralmente aceptable no se le puede hacer éticamente imposible su ejercicio
a quienes la practican en base a inacabables formalismos y letanías morales cuya consideración y
puntual no ha de invalidar globalmente, o poner bajo sospecha permanente, la actuación en un
campo o profesión dados.
Recapitulando lo ya escrito, podemos sugerir algunas recomendaciones útiles para
mantener el deseable equilibrio entre eficacia y respeto por la ética en la IS:
- Mantener la visión de conjunto y valorar relevancia jerárquica de las cuestiones sin perderse
obsesivamente en los detalles.
- Considerar los temas sociales en su integralidad aquí recogida en la tridimensionalidad de
aspectos -técnicos, valorativos y estratégicos- y en su continua interrelación y ponderación
global. Los análisis de Ronald Lippitt (1983), dos de los cuales son resumidos en el Capítulo 6,
ilustran brillantemente esa integración global.
- Mantener el diálogo y la reflexión distanciada, no sólo entre moralistas e investigadores o
interventores sociales, sino, también, entre los profesionales -e investigadores- del mismo o
distinto gremio y, también, entre distintos gremios profesionales. Ese diálogo y discusión entre
grupos debe servir para controlar los excesos y arbitrariedad (ética o técnica) de cada grupo y,
también, para salvar el acostumbrado autismo auto interesado de las deontologías profesionales.
- Participación de los grupos comunitarios que, además de contribuir a controlar el exceso de
unilateralidad profesional, introducirá preocupaciones, valores y puntos de vista frecuentemente
excluidos de la conciencia social de los intervinientes en la IS o del proceso de evaluación
formal.
- Analizar cuidadosamente los resultados y las reacciones a ella de los distintos grupos sociales
contrastándolos con la planificación y consideraciones éticas iniciales. Una cosa es apostar a
priori por unos valores (justicia social, igualdad de oportunidades, etc.) y otra muy distinta
avanzarlos en la práctica social. El contraste de intenciones y resultados en el terreno ético debe
introducir -junto a las reacciones de los afectados- una dosis de sano sentido común que
contrarreste la frecuente megalomanía y escaparatismo social observada al marcar objetivos y
premisas.
7. RESUMEN: CUESTIONES VALORATIVAS EN LA IS
Trataré ahora de resumir los temas éticos señalados como relevantes en la literatura sobre
IS: Bermant, Kelman y Warwick (1978), Conner (1990) Davidson (1989), Glidewell (1978),
Golann (1969), Gracia (1994), Heller (1989), Kelman (1965), Kelman y Warwick (1978), Laue
y Cormick (1978), Levine y Perkins (1987), Lippitt (1983), O'Neill (1989), Pope (1990), Riger
(1989), Sánchez Vidal (1991a, 1991b, 1993, 1996), Shore y Golann (1969), Sieber (1982), Snow
y Gersick (1986), Trickett y Levin (1990), Walton (1978), Warwick (1978) y Williams (1978).
En conjunto se incluyen aquí temas significativos que, poseyendo una fuerte carga valorativa,
aparecen comúnmente en los análisis éticos, políticos u otros, a diversos niveles de IS.
Advertencias, probablemente innecesarias, por obvias, a estas alturas: ni la enumeración
se pretende exhaustiva o definitiva, ni las cuestiones son bloques estancos y distintos, sino
interrelacionados. Recogemos las cuestiones en forma preguntas, dilemas o afirmaciones
tentativas para realzar más sus aspectos centrales, subrayados en el enunciado y desgranados
82
después puntualmente:
1) Legitimidad y justificación de la IS:
* Derecho a -y deber de- intervenir en la vida de personas, grupos y comunidades, frente a
respeto por su libertad de elegir y funcionar autónomamente y por su intimidad y dignidad
personal.
* ¿En qué condiciones es legítima la IS en general, y cada intervención concreta?
* ¿Qué limitaciones imponen esas condiciones -y los derechos personales y sociales citados- a la
intervención social externa y a la forma en qué es llevada a cabo?
* Posible contradicción entre fines (desarrollo autónomo de las personas y grupos y de su
capacidad de confrontar problemas) y medios: intervención externa.
2) Autoridad social que fundamenta la IS: política, científico-técnica; otras, autoridad moral.
* Autoridad política: decisoria y ejecutiva; ostenta el mandato de la comunidad.
* Autoridad científico-técnica: instrumental y ejecutiva; basada en conocimientos científicos y
experiencia y habilidades prácticas.
* ¿Existe una autoridad moral en la IS? ¿Tiene alguna virtualidad (por sí sola o junto a la
autoridad técnica) para sustentar en el ámbito público una acción social? ¿En qué condiciones?
* ¿Qué base de autoridad tiene el componente -o compromiso- político del interventor social?
(cuestiones 13, 14 y 15).
3) Destinatario de la IS: a quién va -debe ir- dirigida.
* ¿Quién es (debe ser): la comunidad (sociedad) en su conjunto, el gobierno que los representa,
el cliente nominal -el que paga-, la minoría más débil, varios a la vez?
* ¿Quién lo identifica, el interventor, el político, la comunidad, conjuntamente a través de la
participación? ¿Cómo se le identifica, desde criterios éticos (el más débil o desfavorecido), desde
criterios técnicos o desde ambos a la vez?
* ¿Es justa la elección de destinatario? ¿Incrementa la justicia social disminuyendo los
desequilibrios existentes; la disminuye o no la afecta?
* ¿Son compatibles -en general o en una situación singular- los fines o intereses de los grupos
implicados o interesados en la IS?
* Si no lo son, ¿cómo se resuelven -quién resuelve- los conflictos de intereses?
4) Intencionalidad del interventor personal o institucional.
* ¿Existen intenciones latentes, reconocidas o no?
* ¿Plantean objetivos auto benéficos para el interventor (rendimiento electoral, estatus, prestigio,
etc.) ilegítimos, disfuncionales para realizar la IS o negativos para su destinatario legítimo?
* ¿Está -ideológica o psicológicamente- condicionada, o de alguna manera impuesta, la IS? ¿Es
legítimo y/o necesario ese condicionamiento? ¿En base a qué criterios morales o sociales?
* Controles psicológicos, sociales y profesionales de la intencionalidad y los condicionamientos
personales o institucionales de la IS.
5) Objetivos de la intervención.
* ¿Qué consideran los actores sociales bueno y deseable como meta personal o social? ¿Quién
(cómo) se establecen los objetivos de la IS o se toman decisiones a lo largo del proceso?
¿Existen mecanismos de participación de la comunidad? ¿Son estos apropiados y eficaces de
forma que incluyen al conjunto de grupos sociales, especialmente a los más débiles y
marginales?
* Conflictos potenciales entre los objetivos de los distintos grupos y los intereses o valores
beneficiados o perjudicados por cada conjunto de objetivos. Mecanismos para resolverlos.
6) Metodología: técnicas usadas.
* ¿Cómo se eligen? ¿Se usan conjuntamente criterios técnicos y ético-políticos o se ignoran estos
últimos?
* ¿Se toma en consideración el impacto ético de los métodos elegidos, manipulación o
83
intromisión en la vida del destinatario, equilibrio del poder de los grupos comunitarios, etc.?
7) Resultados: ¿cómo sabremos que la IS ha alcanzado los objetivos marcados?
* ¿Cómo se miden las consecuencias? Selección de variables e instrumentos de medida y análisis
estadísticos.
* Criterios de relevancia para valorar la información y para su integración final. ¿Cómo se
eligen?
* ¿Cómo se detectan -e intentan evitar- los efectos indeseados? ¿Se ha realizado una prueba
piloto y previsto otros mecanismos de control apropiados? ¿Se preveen compensaciones para
reparar esos efectos negativos? ¿Se han pactado tales reparaciones con las víctimas potenciales
de ellos?
8) Responsabilidad del interventor. Abarca tres aspectos: orientación de la responsabilidad
(quién es el destinatario, cuestión 3); alcance; contenido de la responsabilidad.
* Alcance: ¿Hasta qué punto -hasta dónde- es responsable el interventor de las consecuencias
indeseadas de la IS dada la debilidad de la base científica, falta de contrato y normas
deontológicas claras al respecto?
* Contenido: ¿Cuáles son las responsabilidades generales o específicas -obligaciones,
lealtades...- hacia cada parte de la IS? ¿Son compatibles entre sí? Criterios y procedimientos para
decidir en caso de divergencia o conflicto. (Relacionada con la cuestión 3).
9) Valores promovidos por la intervención (en sus fines, proceso, técnicas y, sobre todo,
resultados):
* ¿Cuáles son/deberían ser?
* ¿Cómo se eligen (quién los elige)? ¿Se tienen en cuenta los valores de la comunidad? ¿A través
de que procedimiento?
* Interacción con los aspectos técnicos y estratégicos de la IS ¿Cómo se resuelven los conflictos
entre los dos aspectos en condiciones de limitación de recursos (de tiempo, medios, energía,
etc.)?
10) Rol del interventor (y del resto de partes de la IS; cuestión ligada a otras muchas: 2, 3, 7, 8...).
* Contenido del rol general en la IS (experto científico neutral; abogado partidista y agente de
cambio social; colaborador) o de los roles específicos (mediador, evaluador, abogado social...) en
cada tipo de situación o problema.
* Ambigüedad y conflictos de rol en función de la indeterminación de funciones o vacío de
expectativas, divergencias de intereses o lealtades enfrentadas.
* Transiciones -e integración- de rol derivadas de los cambios de situación -y de la diversidad de
demandas funcionales-.
* Rol del resto de partes (administración, destinatario, grupos comunitarios afectados e
interesados...) en la IS: grado de iniciativa y participación admitidos, procedimientos de relación
y negociación y contenido final estipulado para las partes en la IS en general o en cada tipo de
situación particular.
11) Relación interventor-destinatario (muy ligada a las cuestiones 10 y 12).
* Tipo de relación: igualitaria y de colaboración o jerárquica (de arriba a abajo, del interventor al
destinatario; de abajo a arriba, el destinatario lleva las riendas y el interventor le "sirve", trabaja
para él).
* Contenido: definido por el tipo de intercambios (informativos, emocionales, de poder, etc.)
entre las partes de acuerdo a los roles y contrato establecidos.
12) Contrato explícito o implícito.
* ¿Existe un contrato explícito que aclare los derechos y obligaciones de cada parte? ¿Quedan
suficientemente perfiladas las responsabilidades -y el rol- del interventor, destinatario de tales
responsabilidades y como serán evaluadas y exigidas en función de los resultados obtenidos?
* ¿Ha sido pactado en condiciones razonablemente igualitarias para las partes? ¿Han participado
84
todas las partes previsiblemente afectadas o es probable que resultan afectadas terceras partes
sin su acuerdo o consentimiento explícito?
* Si no hay un contrato explícito, ¿se han acordado verbalmente -o de otro modo- las normas o
procedimientos que regularán la intervención y señalarán las responsabilidades de cada parte?
13) Postura socio política del interventor: independiente, neutral, simpatizante, alineado o
comprometido con una o más de las partes de la IS (o comprometido con un valor o ideal). Tema
muy polémico desgajable en tres cuestiones. La postura de neutralidad -o independencia-
respecto de las distintas partes:
* ¿Es deseable?
* ¿Es posible en general o en una situación dada?
* ¿Cómo -qué criterios usar para- decidir entre las posturas de neutralidad o alineación?
14) Alineamiento (compromiso) político o social: el interventor "toma partido" por una (o más)
partes (Uno de los grandes temas de la acción social).
* ¿Es legítimo? ¿qué autoridad respalda esa postura?
* ¿Es deseable? ¿Cómo sabe el interventor que su actuación es buena para la gente y no una
simple imposición bienintencionada de sus propias creencias o valores?
* ¿Con quién debe alinearse o comprometerse el interventor: con la mayoría (primando la
"rentabilidad general" de la IS) o con la minoría más desfavorecida (primando la justicia social)?
¿Son los intereses de la comunidad y las minorías más débiles compatibles?
* ¿Se ha de comprometer con alguien o con algo: un ideal o valor? ¿Es posible comprometerse
con un ideal sin comprometerse con unas personas o situaciones concretas en que se encarna o
entra en juego ese ideal o valor (libertad, justicia social, etc.)?
15) Consecuencias y generalidad del alineamiento político o social.
* ¿Es compatible el alineamiento político o el compromiso social con la apropiada realización
técnica de la IS?
* ¿Cómo se verá afectada su relación con el resto de los grupos comunitarios? ¿será percibido
como "enemigo", agente de uno de los grupos o instrumentalizado por unos contra otros? ¿podrá
retornar en el futuro a su rol al servicio de toda la comunidad?
* ¿Puede su postura profundizar seriamente los enfrentamientos o conflictos existentes en la
comunidad o desencadenar una reacción contra el grupo con que se alinéa?
* ¿Qué perjuicios se derivan para el grupo más débil (o aquél con se compromete) si el
interventor no lo apoya o se alinéa activamente con él? ¿Puede compatibilizar su papel de
abogado partidista con el de experto al servicio del conjunto de la comunidad?
* ¿Depende el alineamiento de las circunstancias políticas o sociales o habría de ser norma
general? O sea, ¿es una postura o rol en situaciones excepcionales o admisible (u obligada) en
situaciones y sociedades "normales" con roles políticos normalizados y funcionales?
Esta detallada enumeración puede usarse como check-list para examinar las cuestiones
éticas implicadas a lo largo del proceso interventivo y para calibrar la calidad ética de las
intervenciones. En ambos casos, y dada su extensión, se usará selectivamente, entresacando los
puntos más representativos de cada proceso interventivo en el primer caso, y los más relevantes y
objetivables, si la usamos como índice de calidad ética. Al final del Capítulo 6 se ofrecen algunas
conclusiones y respuestas tentativas a varias de -¡no todas!- las cuestiones y dilemas planteados.

85
CAPITULO 5
ANALISIS PUNTUALES: VALORES (LIBERTAD)
Y METODOS (GRUPOS DE ENCUENTRO)
La ética de la IS se construye en la encrucijada de un método para producir cambios
sociales, un interventor que lo usa para unos fines y una constelación de grupos sociales cuyo
estado y relaciones se busca mejorar. Las cuestiones y problemas éticos en la acción social nacen
de la ambigüedad para identificar a cada parte -actores sociales, interventor, método- y definir su
rol en la IS, de las pugnas e interacciones dinámicas de esas partes y de la discrepancia, o
congruencia, de los valores e intereses de cada uno. Así pues, valores, agentes sociales,
interventor y métodos son las hebras que trenzan el tejido ético en el campo social.
En este breve capítulo, de transición entre los temas éticos generales y las cuestiones más
puntuales y prácticas, se abordan análisis ligados a dos de esos ingredientes. El de un valor
fundamental, la libertad, y el de un método interventivo, los grupos de encuentro. El primero da
pie a subrayar las insuficiencias de los análisis valorativos unidimensionales en el campo social.
El segundo considera un método psicosocial -los grupos de encuentro- en que ya se pueden
identificar los agentes o protagonistas básicos de la acción social ilustrando, además, un
interesante procedimiento de análisis ético-social centrado en el examen de las relaciones
recíprocas entre las partes intervinientes.
1. LA TEORÍA: LIBERTAD E INTERVENCION SOCIAL
En el Capítulo 4 se trató ya el tema de la libertad tanto en su dialéctica con la
intervención externa como en referencia a los dilemas que, al restringir la libertad, plantea la
manipulación sistemática del comportamiento humano. Sin perder de vista esa reflexión general,
examinamos ahora, desde una óptica más aplicada, las implicaciones que para la libertad tiene la
técnica interventiva en la IS. Seguimos para ello la exposición de Kelman y Warwick (1978) que
es críticamente valorada recalcando los límites y riesgos de los análisis éticos unilaterales y
sugiriendo alternativas prácticas.
Para Kelman y Warwick (1978) las cuestiones éticas aparecen en la IS en 4 áreas o
momentos -ligados a sendos tipos de pociones-: al elegir los fines, al definir el destinatario, al
escoger los medios (técnicas) para alcanzar los fines y al evaluar las consecuencias de las
acciones. Las cuestiones más difíciles opinan, son, las relacionadas con la elección de las
técnicas interventivas. (Algo ciertamente discutible vista la frecuencia y dificultad de los
conflictos éticos que surgen al definir los fines, elegir el problema o población diana o al valorar
las consecuencias (sobre todo las no deseadas; ver Capítulo 4). Bien es verdad que la de las
técnicas es la elección más específicamente profesional, estando el resto más ligadas a otros
agentes sociales). Tales cuestiones pueden, en todo caso, ser clarificadas a la luz del valor
libertad; examinando, más concretamente, en qué medida la elección de uno u otro tipo de
técnica incrementa o disminuye la libertad del destinatario.
Punto de partida del análisis de Kelman y Warwick es la definición (Warwick, 1971) de
la libertad como la capacidad, oportunidad y el estímulo de elegir reflexivamente y de actuar de
acuerdo con lo elegido. Por tanto, una persona será libre cuando:
1) Su entorno esté estructurado de tal manera que aporte opciones o alternativas entre las que
elegir. 2) No es forzada por otros o por las circunstancias a restringir sus opciones entre todas
aquellas de que es consciente.
3) Es consciente de las opciones presentes en su entorno y posee conocimiento de las
características y consecuencias de cada una, no necesitando tal conocimiento ser completo,
aunque si suficiente para permitir una deliberación racional.

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4) Es psicológicamente capaz de ponderar las alternativas y sus consecuencias.
5) Es capaz de elegir entre las distintas alternativas una vez sopesados sus méritos relativos, es
decir, es capaz de pasar de la deliberación a la decisión práctica.
6) Es capaz de actuar de acuerdo con lo elegido, algo que, aun teniendo el conocimiento
necesario, puede ser dificultado por la falta de conocimiento sobre cómo hacer realidad la
opción, ansiedad ante la acción o poca confianza en las propias capacidades.
1.1. Técnica interventiva y restricciones a la libertad
Tal descripción de las condiciones de libertad permite ordenar los medios técnicos
usados en la IS a lo largo de un continuo con la coerción en el extremo más restrictivo de la
libertad, la facilitación, en el más libre, y la manipulación y la persuasión entre ambos extremos.
A) Coerción. La persona o grupo actúa obligada, por la fuerza o la amenaza de otros, de privarla
de bienes altamente valorados como la vida, el bienestar, el honor, la propiedad o los bienes
materiales. Por ejemplo, se confiscan propiedades en una reforma agraria, se nacionalizan
propiedades extranjeras tras una revolución o se amenaza a la gente con privarles de sus
derechos sociales o ayudas económicas a cambio de limitar el número de hijos por familia. La
coerción debe ser distinguida del uso de la ley legítima: por ejemplo, las sanciones a quien no
paga impuestos o viola una norma social o legal. Dos condiciones son comúnmente invocadas
para justificar el uso de métodos coercitivos: la amenaza grave a valores sociales básicos y la
necesidad de acción rápida para alcanzar cambios sociales. Examinémoslas.
Amenaza grave a valores sociales básicos, como la supervivencia de la especie o el
bienestar material de los ciudadanos de un país. Señalan Kelman y Warwick que el agente de
cambio debe demostrar tal amenaza, en vez ser darla por cierta, citando como ejemplo el campo
de la población, periódicamente sacudido por incumplidas predicciones de desastres (implicadas,
habría que señalar, debido en parte a la juiciosa aplicación de programas que intentaban paliar
los desastres anunciadas). Recurriendo a un concepto legal, los autores sugieren que la presencia
de un "daño claro y actual" podría ser criterio necesario, aunque no suficiente, para orientar la
admisibilidad moral del uso de la coerción en el campo social.
Aunque de cierta utilidad, estimo, sin embargo, tal criterio difícilmente aplicable a la vida
y la acción social dadas sus substanciales diferencias con el campo jurídico. Una, con frecuencia
ni existen -ni se pueden recopilar- "pruebas" palpables de la existencia -presente o futura- de un
daño, dada la disparidad de la naturaleza y método de investigación y acumulación de evidencia
propios de la IS y del proceso jurídico. En la primera se opera con relaciones y procesos
complejos y generalmente inmateriales cuyo seguimiento no corre a cargo de ninguna institución
y sobre los que no existen criterios operativos consensuados de lo que constituye una "prueba".
El proceso judicial, por contra, se basa en hechos y acciones que dejan "huellas" y testigos
materializables a través de unas instituciones judiciales y policiales dedicados a su seguimiento e
investigación específica.
Dos, el hipotético daño, puede estar ausente actualmente (produciéndose en el futuro) y
no existir tangible y corporalmente en las personas, manifestándose difusa o "internamente" en el
estado, o interrelaciones, de ciertos colectivos: miseria extrema, malestar social, posibilidad de
una explosión o conflicto, etc. Tres, puede también suceder que, dada la imperfección de los
sistemas de investigación y evaluación social, los riesgos sociales existan y necesiten corrección
inmediata, pero no sean detectables con el adecuado grado de certeza.
Acción necesaria para alcanzar cambios sociales, argumento típico de los gobiernos o
movimientos revolucionarios que buscan drásticos cambios políticos. Los autores argumentan
que, dado que la justificación de métodos coercitivos descansa con frecuencia en la legitimidad
de quienes los usan, la determinación de esa legitimidad es una parte básica del análisis ético,
particularmente difícil en el caso de movimientos revolucionarios en que no ha sido establecida
por medios democráticos. Pistas útiles serán, en ese caso, el grado en que esos movimientos
87
representan amplios sectores de la población y en que sus esfuerzos van dirigidos contra
detentadores del poder ilegítimos o que explotan al resto. Es bastante claro que el análisis
discurre aquí por unos cauces cuyo nivel y contenido -directamente político-, aun cuando tengan
un interés argumental genérico sobre la justificación de métodos coercitivos, desbordan
sobradamente el que corresponde habitualmente al interventor social.
¿Qué decir del análisis de Kelman y Warwick sobre el uso de estrategias coercitivas (o,
en su extremo, de violencia)? Específicamente en la IS, me permito hacer algunas
consideraciones y matizaciones que, por supuesto, no pretenden concluir un tema tan difícil y
polémico:
1. La legitimidad del interventor o la amenaza a valores sociales básicos pueden justificar la
acción externa e inmediata, no el uso de la coerción o la violencia. Para justificar el uso de esos
métodos, hay que demostrar, además, que los resultados buscados no pueden alcanzarse
eficazmente por medio de otros métodos menos dañinos o coercitivos como la negociación o la
persuasión. Que la coerción es, en otras palabras, un último no, primero y único, recurso técnico
para alcanzar las justas metas perseguidas.
2. Al elegir las técnicas a usar, habríamos de tener en cuenta, además de los elementos anteriores,
la bondad de los fines perseguidos y de los resultados previstos. Aun cuando el fin no justifique
-por sí sólo- los medios, si debe matizar significativamente su valoración moral.
3. Recapitulando, podríamos fijar como sigue las condiciones que justificarían el uso de la
coerción (dejando ahora de lado la espinosa cuestión de la violencia) en la IS: legitimidad del
interventor social; grave amenaza para la supervivencia o valores sociales básicos; necesidad de
acción rápida y positiva para resolver la situación (o evitar que empeore por inacción); ineficacia
o insuficiencia de otros métodos menos restrictivos; las consecuencias previstas son globalmente
beneficiosas (o las "menos malas" entre las disponibles) para la mayoría de la población.
4. El examen de Kelman y Warwick, es más ajustado para el nivel directamente político que para
el más profesional e institucional de la IS, en que se da en un espacio de posibilidades y
responsabilidades mucho más modesto. Ello es consecuencia de un planteamiento excesivamente
global de la IS que no distingue el rol técnico y el político (Sánchez Vidal y otros, 1997).
Aunque el análisis global de las responsabilidades éticas en la IS tenga su interés, rara vez se
verá el interventor profesional directamente implicado en situaciones de cambio coercitivo como
la expropiación de propiedades.
Parece más útil y realista, en mi opinión y considerando la distinción citado, un análisis
de la dimensión política del rol técnico o la actuación profesional. Revisando, por ejemplo, los
criterios o condiciones -situaciones de vacío de rol o de crisis- de asunción del rol político por el
técnico (Capítulo 4, apdo. 5), o el uso cómplice que ese pueda hacer de estrategias coercitivas
globalmente generadas por el interventor político. En tales casos el profesional deberá revisar la
responsabilidad moral implicada en su connivencia con el régimen político y su aceptación -más
o menos tácita- de estrategias coercitivas para lograr cambios sociales que otros -el escalón
político- han juzgado deseables.
B) Manipulación del entorno. La libertad humana puede restringirse manipulando las opciones
disponibles (entorno) o los procesos psicológicos (conocimiento, elección, disposición a actuar,
etc.) implicados. Hay formas de manipulación ambiental -como la planificación urbana, la
tributación o el control de la calidad de las viviendas- que no plantean mayores objeciones
morales. Otras, como las limitaciones a la libertad de prensa, discriminación en el trabajo o el
bloqueo de las oportunidades o el progreso social en razón del sexo o la raza, resultan mucho
más controvertidas. Las terapias conductistas, que promueven la manipulación metódica
(refuerzo) de la conducta para eliminar ciertos problemas u obtener efectos deseados (por el
terapeuta o la sociedad, no necesariamente por el afectado), son un caso típico. Las dificultades
éticas derivan aquí de la restricción unilateral por el terapeuta -a través del refuerzo- de las
88
opciones de comportamiento de los sujetos y de que los objetivos de la intervención, los fija el
terapeuta, no el sujeto. Se corre así el riesgo de usar metodologías psicológicas para promover el
control social, promover los intereses de un grupo a costa del individuo (o de otros grupos) y, en
fín, de intentar cambiar a las personas sin su consentimiento o participación en los cambios.
También presentan problemas éticos (examinados en el apartado 3) los distintos métodos de
cambio grupal (y social en general) en la medida en que el entorno social es usado para forzar
cambios en la conducta de sus miembros individuales.
C) Manipulación psicológica, incluida en la decepción implícita en determinados experimentos
sociales o en la asfixiante inducción publicitaria a consumir y comprar productos o servicios.
También, en el adoctrinamiento religioso o sectario, las terapias de autoconocimiento
(analíticas), los programas de cambio de actitudes, los grupos de encuentro y determinadas
formas de educación. En todos los casos se restringe alguno de los procesos psicológicos
(conocimiento, deliberación, elección, etc.) involucrados en la libre acción humana. El problema
es, señalan Kelman y Warwick, que los interventores sociales suelen estar tan convencidos de
que se limitan a dar información y preparar un entorno social para que facilite el cambio
autogenerado, que no son conscientes de los aspectos manipulativos del proceso, lo que les
impide siquiera plantearse las correspondientes cuestiones morales. El caso de los grupos de
encuentro, discutido más adelante, es bien ilustrativo de esa situación.
D) Persuasión. Como forma de influencia interpersonal, los métodos persuasivos parecen de
entrada acordes con la libertad personal: suponen un proceso abierto de comunicación en que el
otro puede sopesar los argumentos ofrecidos y se siente libre para discutirlos, aceptarlos o
rechazarlos. Pero es precisamente esa aparente apertura y neutralidad del proceso de influencia
social lo que, junto a las diferencias -de rol, estatus, conocimiento, etc.- entre las partes que
interactúan y el clima social o forma de estructurar la situación, puede generar manipulación
personal.
Sea desde los valores "escondidos" tras la noción de salud mental o desarrollo personal,
sea a través de los valores implícitamente inducidos o transmitidos por quien define la situación
de interacción en un programa de lucha contra la drogodependencia o la pobreza. Por otro lado,
ninguna instancia humana puede pretenderse asépticamente neutral u operar en el vacio social:
interventores e instituciones aportan unos valores y operan en contextos cargados ideológica y
moralmente. Pueden intentar distanciarse o abstraerse más o menos de ellos en su desempeño
público, pero siempre estarán inmersos en un contexto social y cultural que marcará unas
prioridades ideológicas y valorativas y unas leyes a respetar.
Las cuestiones éticas se multiplican y hacen más apremiantes a medida que nos
movemos hacia un contexto de persuasión masiva, como sucede en las campañas -preventivas o
de otro tipo- en medios de masas o en la propia influencia de los medios de masas, raramente
desconectada de algún tipo de intereses comerciales o políticos. La frontera entre la persuasión o
influencia "razonable" (tratamos de convencer a la gente de que no fume o de que participe en
los asuntos de la comunidad) y la manipulación descarada es tan difícil de trazar en ocasiones
como esencial de mantener en general. El interventor social tiende a aceptar como natural usar
los métodos de influencia psicológica y social de que dispone para promover cambios que él -o
la comunidad o sociedad- tienen por buenos y deseables.
E) La facilitación a los individuos de la realización de sus propias opciones vitales es la más
inocua de las posturas desde el punto de vista del respeto a la libertad personal. Como señalan
acertadamente los autores, los reparos éticos a la facilitación aumentan en la medida en que se
usa como última fase de una estrategia persuasiva o manipulativa para reforzar selectivamente
los deseos del destinatario en función de los fines establecidos por un tercero.
1.2. Valoración crítica
El análisis de Kelman y Warwick supone una valiosa aportación a la ética de la IS,
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permitiendo juzgar los métodos usados en función de su impacto sobre la libertad de las personas
a afectar. Debe, sin embargo, ser criticado en lo referente al restrictivo concepto de libertad
manejado, absolutismo acontextual del enfoque y unilateralidad inherente a los análisis basados
en un sólo valor. (El tema concreto de la coerción fue ya comentado en el punto
correspondiente).
Concepto restrictivo de libertad. El análisis asume un concepto de libertad, en que, a
semejanza de un consumidor en un supermercado, el sujeto elige entre opciones que le vienen
dadas. Ese concepto -de claras reminiscencias economicistas y utilitaristas- es inapropiado, por
restrictivo y estático, para una IS que, aspirando a cambios reales, implique un verdadero sujeto:
un sujeto, que lejos de limitarse a elegir entre lo que otros le ofrecen desde sus propios intereses,
crea sus propias opciones vitales. Algo particularmente crítico en un mundo social sometido a
formidables presiones publicitarias y mediáticas tendentes a monopolizar y homogeneizar las
alternativas (de pensamiento, valoración, realización personal, relación social, etc.) laminando la
auténtica libertad y fuente final de poder de los sujetos: ser lo que desean ser (ética) y contar con
los medios sociales adecuados para conseguirlo (IS). Lo que desvela la función subversiva de la
IS iluminada por la ética en un entorno cultural tan patéticamente rendido a los cantos de sirena
del economicismo liberal, el pensamiento único y los "valores del mercado", reflejados hoy en
día tanto en la superficialidad del concepto de libertad, como en la indiscutida prioridad de ese
valor.
Frente al elector pasivo que trata de vendernos el neoliberalismo, debemos, pues,
reivindicar para el interventor social el rol de agente ético activo que crea (ayuda a crear, mejor)
alternativas vitales relevantes para los sujetos, además de facilitar que los sujetos elijan entre
ellas. Y recordar que la libertad no queda dada de una vez y graciablemente, sino que se
conquista (o "construye", como se dice ahora en la ciencia social) -y defiende- dinámica y
evolutivamente.
El rol de creador, o inductor, de opciones personales y sociales sugerido para el
interventor es más coherente con un enfoque de recursos -no de patología- permitiendo, además,
ampliar el análisis ético al examen de como contribuyen las técnicas usadas a aumentar los
"grados de libertad" de los sujetos en lugar de centrarse sólo en como los restringen. Posibilidad
positiva ya reconocida por Kelman (1965) como paliativa de la virtualidad manipuladora de la
intervención psicológica o social.
Snow y Gersick (1986), por su parte, exponen dos estrategias generales para manejar
valores en la IS con implicaciones relevantes para la libertad de los afectados: las
"independientes" de los valores, en que el que interventor busca aumentar las opciones
disponibles a los sujetos (actuando como choice increaser) y las "dependientes de valores" en
que el interventor, actuando como abogado de valores, apoya ciertos valores restringiendo las
opciones aceptables y, por tanto, la libertad de los sujetos. Necesitamos, en todo caso, concretar
y contextualizar este análisis genérico: en un entorno social plural e interdependiente, ampliar las
opciones de unos grupos puede implicar reducir las de otros.
Absolutismo y descontextualización. Si aceptamos con Kelman (1965) la premisa de
que un cierto grado de manipulación es inherente a toda forma de intervención (si no no habría
cambios: todo seguiría como está o a merced de su propia deriva evolutiva), la evaluación ética
de las técnicas interventivas sociales ha de pasar de un falso planteamiento dicotómico
univalorativo (hay, o no, restricción de la libertad de los sujetos) a una valoración más
gradualista, plural y contextualizada. Una valoración, en fin, que tenga en cuenta la necesidad o
evitabilidad de tal o cual tipo de manipulación para producir cambios deseables, efectos
beneficiosos o dañinos a producir y el tipo y grado de manipulación relativo de unas técnicas
concretas frente a otras.
Lo contrario sería repetir lo evidente: todo lo que no sea dejar a los individuos y grupos a
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su libre albedrío implica manipulación. (Lo que tampoco garantiza la libertad de los sujetos: toda
interacción social conlleva alguna forma de presión o manipulación.) O, peor, instalarse en el
absurdo purismo moral de elevar la preocupación ética al límite de pensar que para no incurrir en
ningún tipo de restricción de la libertad de los otros hay que abstenerse de intervenir... Con lo
que se invalida la posibilidad misma de ayudar a los demás, uniendo así al fundamentalismo
paralizador la ingenua unilateralidad de dejar que un sólo valor, y no uno cualquiera, dicte en
exclusiva la bondad o maldad de las acciones sociales.
Resulta también esclarecedor incorporar al análisis ético la situación y el entorno social.
Se ha subrayado ya en esa dirección la indicación de Warren (1971) de tomar en cuenta a la hora
de elegir estrategia la homogeneidad o heterogeneidad de los intereses y valores básicos de una
comunidad. Mientras que en una comunidad homogénea es apropiado usar estrategias de
consenso, en una heterogénea debemos emplear estrategias de disenso o conflicto pues, no
siendo posible la colaboración, respetar la libertad de las mayorías, o de los más poderosos, y
abstenerse de intervenir, supondría permitir que esos impongan su voluntad a los demás. Es
preciso, entonces, introducir otros valores apropiados, como el poder, la equidad o el bienestar
humano, que clarifiquen el análisis ético aportando datos y puntos de vista morales
complementarios (que resultarán tanto más clarificadores, cuanto más antitéticos sean respecto
del valor inicial).
Otros datos contextuales útiles, como criterios de evaluación ética, serían: la existencia, o
no, de una demanda (Trickett y Levin, 1990) o la percepción por parte de los sujetos del carácter
gratificante (ayudas, satisfacción de reivindicaciones, etc.) o, al contrario, restrictivo o exigente
de las acciones: dejar de fumar, ahorrar energía, donar algo para otros, responsabilizarse de una
acción, etc. La afectación de la libertad de los sujetos queda seriamente matizada por estos tres
supuestos: disenso social, reactividad o impositividad de la intervención y carácter sintónico o
distónico respecto a los deseos de los sujetos a afectar.
Unilateralidad valorativa. Cada paso que hemos dado ha mostrado la cortedad de los
análisis éticos basados en un sólo valor y la necesidad de introducir valores complementarios
para tener un análisis equilibrado y útil. Por tres razones básicas:
Primera, interdependencia de los valores: la libertad real en un contexto social concreto
implica (Sen, 1995) la necesidad de otros valores como la justicia o, en las acciones
interventivas, el bienestar humano. Difícilmente podrán ciertos grupos y personas ser libres sin la
justa distribución de riqueza y poder que les garantice el acceso a los "bienes primarios" (Rawls,
1971) que soportan esa libertad: trabajo, educación, salud, seguridad psicológica y estatus social,
etc. En los campos aplicados (como la IS), una mayor libertad ("libertad de" o "libertad para")
para nada asegura un resultado humano (bienestar, felicidad) deseable.
Segunda, y consecuencia de la anterior, parcialidad. Los análisis basados en un sólo
valor tienden, por importante que sea ese valor, a deformar la realidad al ignorar aspectos
relevantes de ella enfatizados por otros valores. El análisis en términos de libertad -o de cualquier
valor en solitario- es del todo insuficiente. Así, la restricción de la libertad de un grupo resultante
de una acción social debe ser sopesada por la ampliación del poder de los grupos más débiles o
de la justicia distributiva del conjunto social, efectos ambos "invisibles" a un análisis basado sólo
en la libertad.
Y tercera, los riesgos y excesos ligados al monopolio y omnipresencia de un valor y la
ausencia de valores complementarios que equilibren el análisis y la acción social. Así el sobre
énfasis en el valor libertad -y autonomía individual- nuclea la "patología social" actual (Capítulo
1) tanto en su forma "positiva" (ligada al exceso de ese valor: soledad, anomia, debilidad de la
comunidad social, etc.) como en la forma negativa, manifestada como carencia de valores
complementarios y opuestos: justicia social, solidaridad, responsabilidad colectiva, etc. Las
limitaciones y riesgos de los análisis univalorativos -y "desde arriba"- son tanto más evidentes
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cuanto más nos acercamos (Capítulo 6) a las cuestiones prácticas que, por su propio carácter,
precisan un enfoque plural y concreto, considerando "desde abajo" el conjunto de valores
significativamente afectados (no todos, ese sería un esfuerzo estéril) en cada caso. Visión
compartida por Kelman y Warwick (1978) para quienes el análisis ético práctico debe tratar de
optimizar el equilibrio entre lo que "se gana" en los valores promovidos como primarios y lo que
"se pierde" en los valores secundarios o negativos.
El protagonismo de la libertad -y la relativa relegación de sus antagonistas y
complementarios sociales, justicia y poder- en los análisis ético-sociales aplicados revela, por
otro lado, una preocupante contaminación de la IS por la cultura dominante, cuya constelación
valorativa se tiende a adoptar acríticamente. Entiendo que el campo de la IS en general, y cada
interventor en particular, han de distanciarse lo suficiente de la cultura ambiente como para poder
introducir valores relevantes para el campo y la praxis -como la justicia, el empowerment o el
respeto al más débil- que contrapesen tal sesgo cultural.
Cuanto más antipódicos sean esos respecto a los valores dominantes, más revelador e
integral será, como se ha dicho, el análisis ético resultante. A salvo de concreciones pertinentes,
ya sugerimos en el Capítulo 4 una serie de valores básicos a la IS, no necesariamente
coincidentes, según lo dicho, con los socialmente dominantes. Libertad, justicia,
supervivencia/seguridad, bienestar, desarrollo humano, poder y respeto al otro, entre los
finalistas. Y participación, no violencia, respeto a los valores tradicionales o legitimidad
democrática (como supuesto) entre los instrumentales.
2. LA PRAXIS: CONTROLES Y GARANTIAS INTERVENTIVAS
Tras examinar las diversas aportaciones recogidas en el volumen sobre La ética de la
intervención social, Bermant y Warwick (1978) sugieren una serie de controles útiles para
eliminar o reducir las diversas barreras a la capacidad y oportunidad de libre elección de los
sujetos en la IS. Los cinco siguientes:
1. Mejorar la información sobre la intervención ofrecida a los sujetos, de forma que pueda ser
adecuadamente captada y que no provenga de fuentes sesgadas positiva o negativamente. Como,
por ejemplo, los profesionales que van a realizar la intervención -y convencidos de su bondad-
tenderán a describirla en términos demasiado positivos, ocultando eventuales problemas,
dificultades o efectos negativos. La información de los prospectos farmacéuticos sobre los
medicamentos y sus riesgos potenciales es un ejemplo útil, en otro campo. En el campo social,
podría recurrirse a un ombudsman que -de forma similar al "defensor del pueblo" en otro nivel-
represente, los intereses de los destinatarios en la intervención.
2. La participación de los afectados por la intervención es un método más directo, y
probablemente más efectivo, que el "defensor del usuario", para corregir errores, dinamizar a la
gente y plantear y resolver los problemas y conflictos que pudieran surgir. Hay que determinar,
en cada caso, en qué procesos y decisiones debe participar la comunidad, quién la representa y
cuáles son los límites de la participación habida cuenta de los costos de tiempo, energía y otros
que conlleva.
3. Empowerment. Aumentar el poder y la capacidad de los más débiles es vital para garantizar su
participación en pie de igualdad (de poder, de información, de presencia social, etc.) con los
demás en todas las decisiones y acciones que les afectan. Como argumentan, entre otros, Laue y
Cormick (1978), sin poder no hay ni verdadera libertad ni verdadera participación. El
fortalecimiento y capacitación de los más débiles es, pues, una premisa vital para perseguir otras
metas relevantes.
4. La realización de pruebas piloto para examinar a pequeña escala y antes de la realización
definitiva de una intervención. Útil para observar sobre el terreno los efectos de la intervención,
las reacciones de los afectados y, como no, detectar, e intentar corregir, los efectos secundarios
nocivos.
92
5. Controles externos. En el caso de intervenciones con poblaciones básicamente indefensas
(niños, presos, retrasados mentales, mayores seniles) puede ser muy ventajoso introducir un
tercero independiente (un árbitro autorizado o un comité asesor) que represente a esos afectados
y sus intereses tanto frente al interventor como frente al "cliente" (agencia, administración, etc.)
que paga la intervención.
3. ANALISIS ETICO DE LOS GRUPOS DE ENCUENTRO
John Glidewell (1978) ha realizado un esclarecedor análisis ético de los grupos de
encuentro a través del examen de como las relaciones entre los agentes implicados afecta al
conjunto de valores básicos identificados, lo cual permite localizar y discutir las cuestiones y
temas éticos básicos. Un método generalizable a otras situaciones interventivas con un número
limitado de valores y agentes implicados, pues, de lo contrario, se urdiría una maraña de
relaciones difícilmente manejable.
El caso de los grupos de encuentro es interesante desde el punto de vista genérico de la IS
porque, aun tratándose de un entorno micro social relativamente bien estructurado en términos de
intereses y valores, contiene ya muchos de los agentes sociales básicos, aflorando en él un
sinnúmero de cuestiones éticas centrales, sólo algunas de las cuales son mostradas aquí para
ilustrar el enfoque analítico y las temáticas éticas consideradas. Puede, por tanto, ser usado, con
ciertas cautelas, como modelo a escala reducida para analizar la estructura y dinámica ética de la
IS.
3.1. Sistema ético y sistema social: Valores, agentes y relaciones
En los grupos de encuentro, expone Glidewell, se utilizan intencionadamente las fuerzas
generadas en su seno para inducir el desarrollo autosostenido de recursos de las personas (como
mejorar la aceptación de sí mismo o la capacidad de relacionarse con otros) enfatizando el "aquí
y ahora", la autoconciencia y experiencia vivencial, etc. Valores básicos implicados en el método
son: la vida (y la seguridad personal), el bienestar, la libertad, la verdad (como conocimiento y
representación válidos de sí mismo y del mundo) y el desarrollo de los recursos personales.
Actores o protagonistas de los grupos de encuentro (GE en adelante) son: el agente de
cambio (A, el conductor del grupo); los sujetos participantes (P); la "sociedad interesada"
formada por aquellos (colegios profesionales, empleadores o clientes que contratan y pagan los
GE y al agente, y familia y amigos de los participantes) explícitamente afectados por las
actividades de los GE que, teniendo algún tipo de comunicación entre sí, están interesados en
comprobar la validez de sus pretendidos logros y tienen poder para designar a los agentes de
cambio y garantizar el adecuado cumplimiento de las condiciones de funcionamiento pactadas.
Las relaciones entre los actores vienen definidas por los derechos y deberes recíprocos y
complementarios que esos tienen entre sí. De forma que sí P tiene el derecho de poder desarrollar
sus recursos humanos, A tiene el deber de facilitar ese desarrollo, teniendo aquél a la vez el deber
de aportar un pago monetario y participar si espera beneficiarse de ese desarrollo. O si la
sociedad tiene el derecho a obtener recursos humanos socialmente valorados (como la
comunicación interpersonal) tiene también el deber de aportar al A poder social y evaluación de
las actividades de los GE. El conjunto de relaciones diádicas entre los tres actores está
esquemáticamente representado en la Tabla 1.
Las relaciones suponen también un intercambio de recursos valorados más o menos
equitativamente por los agentes dependiendo de sus distintos sistemas de valores y del tiempo
(corto y largo plazo) en que se genera cada recurso intercambiado. Así (Tabla 1), en los
intercambios entre A y P, P intercambia bienestar y la libertad a corto plazo (dinero pagado,
pérdida de privacidad en el grupo y ansiedad ante la nueva situación) por verdad (conocimiento)
sobre, y desarrollo de, sus propias capacidades a largo plazo.
Aparece ahí, pues, una cuestión de justicia o equidad en esos intercambios. En general -y
operando siempre en un contexto de recursos (tiempo y valores) limitados y divergentes entre las
93
partes- los conflictos de valores -presentes o potenciales- son inherentes a la propia naturaleza
recíproca y complementaria de tales intercambios. Así, P puede valorar más la libertad o el
bienestar perdidos actualmente que el futuro conocimiento -y desarrollo- de sus capacidades
experienciales y relacionales en el GE. Para A, sin embargo, la disposición del conjunto de los Ps
a ese sacrificio inicial a cambio de los beneficios posteriores es imprescindible para echar a andar
el GE.
Tabla 1. Derechos y deberes mínimos de los actores en los grupos de encuentro
Derechos a esperar
Agente (A) Participante (P) Sociedad (S)
Debe Agen. Posibilidad ampliada de Incremento de recursos
(A) desarrollar recursos humanos social mente
apor humanos valiosos
tar Part. Participación Utilización de recursos
(P) Dinero humanos
Soc. Poder social Protección de explotación
(S) Estima

Glidewell examina los contenidos de los distintos intercambios y las cuestiones y


conflictos potenciales en los siguientes apartados, que incluyen los sugeridos por Kelman y
Warwick: al fijar los fines, en la entrada y salida de los GE, al seleccionar los medios
interventivos y al evaluar las consecuencias. Consideramos aquí en mayor detalle el primero para
ilustrar el modelo de análisis, limitándonos a resumir las cuestiones centrales suscitadas en los
otros tres puntos.
3.2. Intercambios y cuestiones éticas en la determinación de fines
Los intercambios entre las tres partes (P, A y sociedad interesada) vienen dados, en
forma de derechos y deberes, en la Tabla 2. Las columnas recogen los derechos de las tres partes,
las filas sus respectivos deberes. Al ser, como se ha indicado, derechos y deberes recíprocos, al
deber de cada una de las tres partes le corresponde un derecho en la otra y, viceversa, a cada
derecho de una parte corresponde un deber de otra.
Listamos el resumen de derechos y deberes en la tríada de relaciones resultante de
considerar dos a dos los tres actores: A-P, A-sociedad interesada y P-sociedad interesada.
Agente: Deberes respecto a P. A tiene el deber de aportar -y P el derecho a esperar o
recibir-:
1. La verdad en la especificación de los fines de los GE incluyendo el grado en que son
alcanzables, los beneficios para el desarrollo y los costos en bienestar de P.
2. La libertad para que P persiga sus propios fines en el GE.
3. La libertad para que P negocie con A y con otros Ps la elección de fines del GE.
Tales condiciones permiten -aunque no garantizan- que se fijen fines alcanzables con
unos costos razonables por parte de todos los Ps. No impiden, sin embargo, que surjan conflictos
entre los valores sustentados por A y P, o por cada una de tres las partes.
Participante: Deberes respecto para con A. En contrapartida, P tiene el deber de aportar
-y A el derecho a esperar o recibir-:
1. La verdad en la especificación de sus fines, la responsabilidad de estimar el grado en que tales
fines son alcanzables, sus costos en bienestar y sus beneficios en términos de desarrollo personal.
Estos tres deberes son secundarios respecto de A que, como se ha indicado más arriba, tiene
responsabilidad primaria por ellos.

94
2. Libertad a A para perseguir sus fines.
3. Libertad a A para negociar el establecimiento de fines del conjunto del GE.
4. Aceptación de riesgos a corto plazo para el bienestar propio (ansiedad ante el cambio o lo
inesperado, limitación de la libertad personal, etc.).
Tabla 2. Derechos y deberes en el establecimiento de fines en grupos de encuentro (GE)
Derechos a esperar
Agente (A) Participante (P) Sociedad (S)
Agen. Verdad al fijar fines Verdad al fijar los fines
Debe (A) (viabilidad, benefi (viabilidad. Beneficios, costes)
cios, costos Postura sobre bases para verifi
bienestar) car logro de fines GE
Libertad perseguir
apor ppios fines + negociar
fijación fines GE
Part. Verdad al especificar Verdad en la fijación fines
(P) fines. Libertad para ppios. Postura sobre bases para
perseguir fines pro verificar logro de fines
tar pios y negociar fines
Aceptar riesgos
bienestar
Soc. Libertad para negociar Protección para
(S) y perseguir fines perseguir fines
Libertad para negociar
elección fines

Sociedad interesada: Derechos y deberes. Familiares, amigos, empleadores, empleados,


clientes o patrocinadores de los GE, tienen derecho a esperar de A y los Ps que:
1. Digan la verdad sobre sus fines para desarrollar los recursos de los Ps que es de valor para ella.
2. Tener una postura sobre la verificación extrapersonal (verdad) del grado en que se alcanzan
tales fines.
Deberes de la "sociedad interesada" es aportar a los otras partes (A y Ps):
1. Libertad de perseguir los propios fines.
2. Libertad de negociar entre ellas los fines a perseguir en el GE.
Glidewell señala como cuestiones y conflictos potenciales surgidos entre derechos y
deberes de las tres partes en el momento de fijar los fines de los GE los siguientes:
* Entre desarrollo de recursos humanos y libertad, dado que alcanzar aquél a largo plazo implica
aceptar una limitación en la libertad a corto plazo.
* Entre las diferentes bases evidenciales para verificar la verdad (hasta que punto se han
alcanzado los fines). Mientras que para unos -Ps o A- esos criterios pueden ser puramente
personales (expresividad personal o afecto), la "sociedad interesada" insistirá sobre la
verificación extra personal como criterio para financiar los GE, permitir la asistencia de los Ps o,
simplemente, tener una base para establecer la reputación de los As y la calidad del
funcionamiento de los GEs.
Los conflictos pueden darse, aunque cada parte cumpla sus deberes con dedicación,
sabiduría y pericia ya que, señala el autor, en la medida en que se prime un valor, habrán de
sacrificarse aquellos valores contrarios a él. En la medida en que las prioridades valorativas de A

95
y Ps converjan, los conflictos serán mínimos y se generará desarrollo mutuo. En la medida en
que se contradigan, los conflictos se multiplicarán y se generará interferencia mutua. En la
medida en que, a su vez, las prioridades valorativas del grupo sean consistentes con las de la
sociedad interesada el grupo será aprobado, mientras que, si colisionan con ellas, la sociedad
interesada tratará de coartar los fines y actividades de los GEs. Por otro lado, y en la medida en
que la participación en grupos de encuentro requiere un compromiso gradual con los fines y
medios técnicos para alcanzarlos, es preciso manejar gradual y dinámicamente los conflictos de
valor a medida que surgen.
3.3. Valoración crítica
Aunque este escueto resumen no haga justicia a la exposición de Glidewell, sí muestra,
creo, su estrategia general de análisis aplicable, en principio, a otros contextos y formas de
intervención más complejos en cuanto a las partes y valores involucrados, y más ambigüos o
indeterminados en cuanto a los intereses, roles de cada parte y estrategia a utilizar. Hay, sin
embargo, matizaciones críticas a hacer tanto en cuanto al propio análisis ético de los GEs, como
en relación a las diferencias significativas de ese método psicosocial (micro) con la IS más
amplia que implica un nivel más macrosocial y menos formalizado en cuanto a los intereses y
valores imperantes.
En cuanto al propio método, Back (1978) ha criticado desde una visión mucho más
política, y unilateral, la ambigüedad y conflictividad potencial del rol del líder grupal. Por un
lado, concede y garantiza la libertad de elegir y actuar de los miembros del grupo, mientras que,
por otra, lo conduce e intenta que se alcancen sus fines globales, lo que puede llevar a
manipularlo de forma que los participantes "elijan" lo que en realidad el líder desea o piensa que
deben lograr en el grupo. Se trata, como puede verse, del clásico conflicto entre libertad
individual y autogobierno social en medio del cual puede quedar atrapado el supuesto agente o
conductor del grupo. Tal conflicto es detectable en los cuadros relacionales de Glidewell, si bien
la manera segmentada por pares en que este presenta las relaciones entre las partes contribuye a
"esconder" o maquillar tales ambigüedades y conflictos entre la formalización del método. Back
también censura la ausencia de responsabilidades del líder en el análisis de Glidewell.
En cuanto a la validez transsocial del método y las conclusiones del análisis, hay que
notar algunas diferencias relevantes entre el entorno "artificial" y microsocial, en que se usa y el
más general, macrosocial, y natural de muchas acciones sociales. Al ser entornos sociales
construidos para un fin previamente acordado, los GEs tienen un marco contractual dado,
estando relativamente bien estructurados en términos de intereses presentes y de roles a asumir
por cada parte. Nada de lo cual se da en el nivel macro notablemente más complejo e indefinido
en cuanto a las partes presentes, intereses implicados y rol a asumir por cada parte, fines del
proceso y método a usar. Así, aunque en los GEs aparecen ya varios de los agentes sociales
básicos (agente de cambio, participantes y afectados, y sociedad interesada), los "participantes"
tenderán a ser, en el nivel macro, grupos en vez de individuos, la "sociedad interesada" necesitará
mayor especificación en términos de instituciones, asociaciones, grupos de presión, profesionales
y otros, y el "agente de cambio" será frecuentemente un equipo multiprofesional, no una persona.
La agenda de fines sería notablemente más amplia e indeterminada de entrada y los
intereses tendrán un contenido más político no encuadrado, además, como en los GEs, por un
marco contractual y unas reglas de juego razonablemente definidas de entrada. Tampoco la
estrategia de cambio estará tan clara. Y, como consecuencia y reflejo de todo este acúmulo de
complejidades y ambigüedad, el rol de las distintas partes o agentes -cuya interdependencia debe
mantenerse si el proceso de cambio ha de ser unitario- resulta fuertemente impregnado de
indefinición y dependencia de la conducta ajena.
La suma de los efectos de esa mayor multiplicidad, indeterminación e interdependencia
alimenta, según se ha dicho, la complejidad del análisis ético y, al final, del número y dificultad
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de los conflictos éticos potenciales. De forma que, aunque ya Back señala algunos de ellos en el
marco psicosocial, más doméstico y cercano al análisis ético individual y a la clásica relación
profesional, ¿qué nos deparará el nivel más social y comunitario -la "genuina" IS-
distintivamente más complejo y, valorativamente alejado, del examen ético al uso? La respuesta,
en el próximo capítulo.

97
CAPITULO 6
ETICA EN LA INTERVENCION SOCIAL: PLANTEAMIENTO, MÉTODO
YCONTENIDO
Tras examinar el contexto socio-cultural y técnico, la estructura ética de la IS, los temas
básicos y algunos valores y métodos analíticos, abordamos finalmente las cuestiones surgidas de
la práctica de la IS en su nivel más macrosocial en los campos de la consulta y la intervención
comunitaria. Ello da pie a retomar y reelaborar desde la praxis varios de los temas ya tratados
desde otras perspectivas y contextos a lo largo del libro, sobre todo en el Capítulo 4. La discusión
de las cuestiones concretas es precedida por una contextualización general incluyendo su origen
en la IS, deontología profesional y propuestas metodológicas para analizarlas.
1. CUESTIONES ETICAS EN LA IS: ORIGEN
Como se ha indicado, los problemas éticos aparecen en situaciones de ambigüedad o
conflicto en que el sujeto tiene dificultades para identificar a los actores, reconocer las opciones y
valores existentes, o elegir entre ellos. De forma que, a medida que el terreno de actuación se
torna más novel, complejo o cambiante, se multiplica la complejidad ética, siendo las cuestiones
morales planteadas más frecuentes y difíciles de encarar. Golann (1969), Kelman (1965), Walton
(1978), Keith-Spiegel y Koocher (1985), O'Neill (1989), Shore y Golann (1969), Sieber (1982) y
Snow y Gersick (1986) han señalado diversas circunstancias y factores -que se superponen en la
práctica- como origen o causa de las cuestiones éticas en la acción social. Las resumimos como
sigue:
1. Lealtades distintas, divergentes con frecuencia, hacia varios de los actores sociales
implicados.
2. Demandas divergentes o conflictivas. Si las demandas que los actores sociales hacen al
interventor, aunque distintas, son compatibles entre sí, no hay mayor problema. Pero si son
incompatibles, el interventor habrá de elegir entre ellas, planteándose externamente un conflicto
de intereses entre los demandantes e, internamente, una fragmentación -dual o múltiple- del rol
del interventor.
3. Conflicto entre los valores de los distintos actores sociales o entre los de estos y el interventor,
de forma que lo que es importante para unos, no lo es para otros. Tal conflicto se traducirá en un
planteamiento de objetivos -y estrategias de actuación- esencialmente dispares. Puede también
existir concordancia en los valores básicos, divergiendo, en cambio, su jerarquización. Eso
dificultará el establecimiento de prioridades y, en consecuencia, la toma de decisiones del
interventor.
4. Demandas cambiantes en el tiempo que requieren reconsideración del escenario y
responsabilidades éticas cuando ya el interventor ha tomado una decisión y adoptado una línea
de acción determinada, casi siempre difícil de alterar.
5. Nuevos problemas y retos éticos surgidos en tiempos de cambio, con la aparición de nuevos
fenómenos (flexibilidad laboral, "nueva" pobreza, etc.), o posibilidades técnicas (renta de
inserción, nuevos servicios ... ) sobre los que aún no hay deliberación, mucho menos consenso,
orientativos.
6. Situaciones imprevistas por ignorancia, inexperiencia, imposibilidad de previsión o por la
aparición de datos nuevos que modifican seriamente la situación inicial.
7. Responsabilidad por el manejo del poder e influencia detentados y por la consiguiente
capacidad de alterar la vida de personas y grupos que el interventor puede usar negligente,
malévola o abusivamente en beneficio propio o en perjuicio del otro, no en su beneficio.
8. Responsabilidad por el uso, y abuso, del conocimiento para mejorar el comportamiento
humano y las relaciones sociales, ayudando a su corrección terapéutica o desarrollo o, al
contrario, a su coartación y control ilegítimo.
9. Efectos secundarios indeseados o afectación de terceras partes no implicadas de forma
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voluntaria o directa en la preparación y desarrollo de la IS, especialmente en la fijación de
objetivos, y el "contrato", iniciales.
10. No se anticipa o identifica correctamente el conflicto ético o, aunque sea identificado por
adelantado, su evitación contraviene otro criterio ético relevante. Así, mantener la
confidencialidad imposibilita a veces la experimentación o recogida de información que podrían
evitar un conflicto posterior.
11. El conflicto es inherente al método usado o, en una situación de recursos limitados, a las
posiciones de rol o relaciones recíprocas entre los actores sociales (Glidewell, 1978).
12. Se actúa en condiciones de crisis o urgencia, precipitación, escasez de medios o presión
externa en que la elección y toma de decisiones es inadecuada entrañando muchos más riesgos
de error o conflicto.
Si bien algunos de estos problemas y conflictos pueden ser evitados o reducidos por el
progreso del conocimiento de base, la técnica interventiva o las condiciones de trabajo del campo
de la IS, otros persistirán como inherentes a todo proceso multiformado y complejo que exige
elecciones y valoraciones diversas, por fuerza discordantes a veces. Requerirán, pues, análisis y
deliberación ética para cada caso y situación y, con el tiempo, para el conjunto de las cuestiones
y situaciones recurrentes.
2. DEONTOLOGIA PROFESIONAL E IS
Como se ha indicado, una profesión precisa, además de técnicas eficaces para resolver
problemas o alcanzar objetivos deseados, orientaciones valorativas que ayuden a los
profesionales a tomar decisiones en situaciones ambiguas, complejas o conflictivas, controlando,
a la vez, su comportamiento. Tal es la misión de la deontología o ética profesional, plasmada en
códigos deontológicos que reúnen (Siguán, 1994) un catálogo de situaciones típicas de duda o
dificultad para las que, partiendo de unos principios y valores generales, se define la pauta de
conducta éticamente correcta a adaptar a su situación concreta.
La elaboración de un código ético es un paso esencial en el proceso de profesionalización
que, como fruto de la experiencia compartida, sólo aparece cuando, bastante avanzado el
ejercicio profesional, se van constatando las áreas recurrentes de duda o dificultad dentro de la
profesión y las quejas de los clientes atendidos. Así, el código deontológico de la Asociación
Americana de Psicología (APA), no aparece hasta 40 años después de la fundación de la
asociación.
Condiciones de aparición. Ya señalamos en los capítulos iniciales algunas de las razones
del descuido de la ética en la acción y la ciencia social. Trickett y Levin (1990) opinan, por
ejemplo, que el deseo de ganar respetabilidad profesional centrándose en la eficacia técnica e
ignorando las áreas de conflicto y ambigüedad puede haber contribuido en buena medida a tal
descuido. Lo cierto es, sin embargo, lo contrario: el retraso de la ética -de las dimensiones
valorativas en general- milita a la larga en contra del verdadero desarrollo -el integral- de
cualquier campo aplicado causando problemas y desfases prácticos que con frecuencia deterioran
la autoconfianza de la profesión y su imagen social.
Pope (1990) ha apuntado tres requisitos como necesarios para el desarrollo de un código
deontológico profesional. Uno, que exista una identidad grupal en la profesión. Dos, que se
reconozca la necesidad de normas de conducta y de métodos para asegurar su cumplimiento,
algo infrecuente en la práctica. Muchos profesionales tienden, por inercia o comodidad, a pensar
que la bondad de los fines perseguidos justifica las consecuencias negativas de la conducta
profesional si esa está guiada por buenas intenciones; o que el bienestar de la mayoría justifica
perjudicar a unos pocos (por ejemplo, esterilizar a los discapacitados). Tres, la participación
activa de la profesión: sin una "masa social crítica" que avale el sistema de responsabilidad ética
y auto-regulación colectiva, las normas son más o menos activamente resistidas por la mayoría
de los profesionales al ser percibidas como una intrusión o imposición de una minoría.
99
Carácter y funciones. Los códigos deontológicos son armas de doble filo. Experiencia y
evaluación escrita revelan una asimétrica bivalencia respecto a las funciones -positivas, pero
también negativas- que cumplen. Junto a la generalizada impresión de que son necesarios y
convenientes, se desliza la crítica, no menos cierta y contundente por más infrecuente, a su
escaso realismo práctico y a su tendencia a preservar más los privilegios de los profesionales que
los derechos de sus clientes. En su versión positiva e ideal, los códigos éticos son (Keith Spiegel
y Koocher, 1985):
1) Guías morales auto reguladoras que aseguran el uso apropiado por parte de los profesionales
de las habilidades, técnicas y poder que, por delegación social, detentan.
2) Una serie de principios que especifican los derechos y responsabilidades de los profesionales
en sus relaciones entre ellos y con sus clientes, a los que deben proteger tales principios.
3) Un conjunto de valores prescriptivos y normativos que reflejan el consenso social de la
profesión sobre los temas importantes o polémicos de su incumbencia.
Desde la postura crítico-realista los códigos deontológicos son vistos como:
4) Recopilaciones abstractas, poco realistas y frecuentemente ignoradas de las concepciones (o
deseos) de lo que la profesión debería ser -en vez de lo que es-, de utilidad muy limitada en las
situaciones concretas y problemas habituales de la acción profesional.
5) Guías o atajos para conseguir el prestigio y el estatus social de una profesión desde
formulaciones esencialmente auto propagandísticas (window dressing) e irreales a menos que se
basen en un razonable consenso o fuertes sanciones que respalden su cumplimiento (Snow y
Gersick, 1986).
6) Expresiones de corporativismo que, en lugar de proteger al público de los abusos de los
profesionales, acaban protegiendo a estos y amparando tales abusos.
7) Formas de coartar el debate público (Golann, 1969) del ejercicio de una profesión, en vez de
estimularlo. Los códigos deontológicos parecen pensados para poner límites que aseguren que
ningún profesional hará nada incorrecto o improcedente que provoque o fomente ese debate.
2.1. Crítica desde la acción social
La deontología profesional se ha desarrollado siguiendo el modelo médico de actuación
centrado en clientes individuales. Los códigos resultantes han sido, en consecuencia, criticados
como inadecuados para manejar situaciones sociales complejas marcadas por la multilateralidad
relacional y la relativa indefinición de la tarea a realizar. Desde la IS, Colomer (1988), Heller
(1989), O'Neill (1989), Snow y Gersick (1986) y Riger (1989) han aireado sus insuficiencias
prácticas con variados argumentos que pueden ser resumidos subrayando el desajuste entre las
asunciones subyacentes a los códigos éticos convencionales y las condiciones de realización de
la IS.
En efecto, mientras que esos códigos presumen que toda la información relevante es
conocida planteándose una sola elección con alternativas claras entre las que el interventor puede
elegir sin mayores condicionantes, la IS es, primero, un proceso dinámico, en que las cuestiones
éticas pueden aparecer sobre la marcha cuando ya se han adoptado las decisiones pertinentes y
el interventor está embarcado en una línea de acción difícilmente modificable. Segundo, las áreas
de actuación nuevas y complejas, plagadas de incertidumbre, lejos de la elección simple con
alternativas claras y determinadas, presentan opciones múltiples, con alternativas desconocidas
(o apenas entrevistas) que, además, están encadenadas entre sí -de manera que una elección
condiciona las que la siguen-, o no tienen una respuesta única o consensualmente aceptada por
toda la profesión o área.
Tercero, y ligado al punto anterior, en la IS coexisten una pluralidad de actores y
relaciones sociales incomparablemente superior en número e indefinición (o que carecen de
reconocimiento social) a la acción individual. Cuarto, con frecuencia operamos con información
insuficiente, imperfecta o inadecuada, lo que dificulta o desorienta el examen de alternativas, la
100
toma de decisiones y la actuación consiguiente, aumentando, por contra, la probabilidad de
cometer errores y las zonas de penumbra y ambigüedad. Y quinto, los códigos convencionales no
están pensados para las nuevas condiciones de trabajo -como la multidisciplinariedad o la falta
de un contrato explícito- o perspectivas interventivas, que rechazan el profesionalismo o
relativizan el rol profesional al uso lo que, como se verá al considerar la intervención
comunitaria, puede modificar substancialmente el análisis de la responsabilidad ética.
Situándose en un punto de equilibrio que reconoce las posibilidades, a la vez que los
límites, de la deontología profesional, Heller (1989) matiza así la utilidad de los códigos éticos
en el trabajo comunitario:
No podemos esperar que los códigos de ética contesten nuestros dilemas porque nunca
intentaron remover las decisiones valorativas de los encuentros profesionales. Pretenden
proteger los derechos y bienestar de los clientes y asegurar que los profesionales no
abusan de su poder u obtienen ventajas personales a costa del cliente. Pero los códigos
éticos no eliminan la necesidad de tomar decisiones difíciles basadas en la elección entre
valores... En ese sentido los dilemas éticos en intervención comunitaria no tienen
soluciones "correctas" porque están entrelazados con un proceso que requiere decisiones
valorativas sobre la marcha. No se quiere sugerir con esto que los códigos éticos son
inútiles y deben ser abandonados. Al contrario, subrayan opciones valorativas que se han
de hacer constantemente y fuerzan al interventor a reflexionar sobre, y cuestionar,
asunciones básicas de su trabajo. (p. 377).
3. METODOLOGÍA: PROCESO ANALITICO
Los apuntes metodológicos y procesales han salteado los capítulos precedentes. Así, en el
Capítulo 5, se describió e ilustró un método para analizar las cuestiones éticas en base a las
relaciones recíprocas entre los actores sociales y su impacto sobre un sistema ético predefinido.
El Capítulo 3 incluyó como parte del examinen del aspecto dinámico del acto ético, un esquema
teórico para el análisis y toma de decisiones ético. Describo aquí propuestas procesales (y
metodológicas) más explícitas, pensadas tanto para la acción individual -el caso más común-,
como para la acción social (más raras).
Entre las primeras, Tymchuk (1981) detalla el proceso analítico-decisorio en los
siguientes pasos (muchos de ellos comunes a la mayoría de los esquemas genéricos):
1. Describir la situación de partida.
2. Definir las cuestiones implicadas.
3. Consultar las guías disponibles (códigos deontológicos, leyes, regulaciones, principios
generales, etc.) para orientar la respuesta correcta a cada cuestión.
4. Valorar los derechos, responsabilidades y bienestar de los diversos afectados.
5. Generar alternativas para cada cuestión.
6. Enumerar las diversas consecuencias (económicas, sociales, psicológicas, etc.) previsibles de
cada alternativa a corto y largo plazo, en tiempo y esfuerzo preciso y en cuanto a riesgos y
beneficios esperables.
7. Recoger evidencia sobre las consecuencias y beneficios de cada opción.
8. Decidir.
Se trata, como se ve, de un esquema "máximo" poco ajustado a situaciones sociales en
que difícilmente encontramos "códigos", "regulaciones" o "principios" que puedan orientar al
interventor. Aún así, explicita los pasos ideales para llegar a una decisión racional y fundada.
Apenas encontramos propuestas específicas para la IS, no pasando de ser las existentes
meros esbozos o indicaciones implícitas... Lo que no quiere decir que carezcan de interés: bien al
contrario, es el propio interés del tema lo que lleva a desear un mayor desarrollo y especificación
de los métodos y procesos de análisis y decisión ética en el terreno, y la acción, social. Lippitt
(1983), por ejemplo, ha descrito e ilustrado un interesante proceso "inductivo" de análisis ético
101
en que externaliza el diálogo interno (la "voz de la conciencia") del interventor en la toma de
decisiones. Está pensado para escenarios relacionales psicosociales, intermedios entre la relación
individual diádica y la multi relación entre actores sociales. Consta de seis etapas (ampliadas e
ilustradas más adelante en dos casos de consulta):
1. Identificar y definir el dilema o cuestión ética.
2. Identificar las alternativas concretas existentes.
3. Localizar los criterios valorativos a considerar
4. Tomar la decisión y actuar.
5. Inferir los principios valorativos usados.
6. Identificar las habilidades utilizadas para poder desarrollarlas.
Además de su relativa simplicidad podemos destacar en este método el acertado énfasis
en dos aspectos capitales del análisis ético práctico, generalmente olvidados en otros esquemas:
la derivación de principios generales y el desarrollo de habilidades para mejorar el análisis y
toma de decisiones.
Kelman y Warwick (1978) proponen un esquema específico para la acción social y sus
condiciones de pluralidad y complejidad valorativa y social. Las fases inferidas de su vago
bosquejo son las siguientes:
1. Identificar los valores relevantes y grupos sociales -no sólo el cliente o destinatario y el
profesional interventor- significativamente implicados en la situación interventiva.
2. Explicitar los valores a promover y la forma cómo fueron derivados (teoría social o
psicológica, universales empíricos, discusión grupal, razón humana...). La especificación de ese
procedimiento contribuye a identificar posibles sesgos valorativos introducidos en el proceso a la
vez que reduce su arbitrariedad y facilita la discusión de las eventuales discrepancias entre los
valores básicos sostenidos por los distintos grupos.
3. Adoptar un conjunto de valores, ponderando (jerarquizando) los valores, sustentados por los
distintos grupos sociales. Dado que los valores a ponderar corresponden a grupos sociales con
intereses divergentes, enfrentados con frecuencia, la cuestión de "qué valores" se convierte aquí
inevitablemente en los valores "de quién". Y la elección y ordenamiento del conjunto de valores
en tal escenario social exige tratar de alcanzar un equilibrio global que -añadiría yo- tenga en
cuenta, junto a su mérito moral, su titularidad e impacto social.
4. Resolver los conflictos entre valores (o entre grupos que los proponen, se entiende)
incompatibles, optimizando el balance global del conjunto de valores: tratando de maximizar los
valores elegidos como primarios sin sacrificar -o sacrificando lo menos posible- los valores
secundarios; esa, no la elección de uno u otro sistema de valores, es, subrayan los autores, la
cuestión clave ¿Cuánta libertad se debe sacrificar, por ejemplo, en favor del bienestar y la
supervivencia en el campo del control de la natalidad? ¿En qué medida debe ceder la cultura
tradicional en favor de la modernización en un programa de cambio social? Y así
sucesivamente...
Así, en el tema del control de la natalidad en que (paso 3) valoramos la supervivencia
colectiva (valor primario) por encima de la libertad (valor secundario) trataremos de maximizar
aquella sin afectar a esta. Ahora bien, en el momento en que la supervivencia colectiva choque
con el mantenimiento de la libertad personal, intentaríamos actuar garantizando aquélla en un
grado que reduzca lo menos posible la libertad de los sujetos participantes.
A pesar de su esquematismo, la propuesta de Kelman y Warwick recoge explícitamente
la multiplicidad ética y social repetidamente reivindicada como rasgo esencial y distintivo del
análisis ético social. Es de destacar, también, el énfasis puesto en lograr un equilibrio global de
esa diversidad valorativa (que, en la arena social, equivale prácticamente equilibrar los intereses
de los grupos sociales) como cuestión clave del proceso.
Énfasis cargado de realismo que sitúa el centro de gravedad del quehacer ético-social
102
donde, a diferencia del individual, debe estar: en la articulación y armonización de la pluralidad
(organizada y finita, por supuesto) de valores y actores sociales que cercene de raíz los sesgos
propios de los análisis lineales y uni valorativos en el campo social. A subrayar también, y en
conexión con la referida pluralidad, el papel instrumental central asignado a la participación de
los actores sociales como vehículo para clarificar el proceso y para abortar, desde la discusión
intergrupal, la imposición unilateral de los valores del interventor (o de los grupos dominantes,
habría que añadir). La propuesta necesita, sin embargo, ulterior desarrollo e ilustración
casuística.
Nosotros mismos hemos presentado (Sánchez Vidal, 1993) un proceso (que se ilustra
brevemente más adelante) para examinar las cuestiones éticas y políticas, y ayudar a definir el rol
interventor, en la IS. Consta de los pasos siguientes:
1. Identificar los actores sociales o grupos de interés relevantes.
2. Determinar sus fines plausibles en la situación.
3. Discutir y determinar las responsabilidades del interventor -persona o equipo- hacia cada uno
de los grupos.
4. Determinar las opciones posibles a partir de la información existente.
5. Analizar el rol (o roles sucesivos) correspondientes a cada opción y situación, posibilidad de
asumirlos y eventuales dificultades (por ejemplo, del tránsito de roles).
6. Analizar las consecuencias negativas o positivas previsibles para cada curso de acción y grupo
de interés en función de los fines que persiguen.
7. Tomar la decisión sobre la estrategia a seguir a partir de las conclusiones de los análisis
anteriores tanto en cuanto al impacto sobre el interventor como sobre la situación externa.
8. Corregir en función de la marcha de la acción y evaluar consecuencias reales.
Decisiones en situaciones de crisis: Matices y modificaciones. Keith-Spiegel y Koocher
(1985) han abordado la toma de decisiones en situaciones de crisis -como el suicidio o la
violencia doméstica- en que, debido a sus especiales características no son aplicables, o sólo lo
son en parte, los esquemas procesales al uso. En tales situaciones, primero, no hay tiempo de
recoger la información necesaria, planificar adecuadamente la intervención o realizar la
evaluación procesal que permita hacer correcciones sobre la marcha. Segundo, no están
involucradas todas las partes afectadas o no se ha podido identificar el grupo cliente principal. Y,
tercero, el interventor no está libre de estrés ni suficientemente desimplicado de la situación
como para hacer valoraciones y tomar decisiones racionales.
Recomendaciones específicas de los autores para facilitar las decisiones y prevenir los
problemas éticos -y jurídicos- derivados de la acción bajo tales circunstancias incluyen: conocer
los recursos emergencia de la comunidad; formar redes con otros colegas para intercambiar
información y consultas en casos de crisis o emergencia y seguir de cerca la labor de las redes
existentes; conocer la política y las leyes locales en relación a emergencias y tener localizado a
un abogado conocedor de tales temas por si se presentan complicaciones legales; formarse en los
estrategias de intervención de crisis; conocer las propias fortalezas y limitaciones al actuar en ese
tipo de situaciones.
El tema de la decisión y responsabilidad ética en situaciones de crisis no ha sido
prácticamente tocado en la literatura a pesar de su gran interés. Siendo estas recomendaciones
iniciales razonables y útiles, serían de desear más análisis y consideraciones éticas sobre como
modifican las condiciones de crisis y emergencia el análisis y toma de decisión al uso y que
medidas podrían mitigar las dificultades y problemas derivados.
4. AREAS INTERVENTIVAS: CONSULTA
Dado que, como se ha indicado, el análisis ético surge tras un prolongado período de
experiencia profesional, no es de extrañar que la literatura ética sea escasa en el campo de la
acción social o psicosocial.
103
Sólo algunas áreas parecen haber alcanzado el nivel de madurez interventiva suficiente
para abordar más o menos sistemáticamente los temas éticos, o valorativos, en general. A tenor
de la literatura disponible, las siguientes: experimentación social (Sieber, 1982; Warwick, 1978);
evaluación de programas (Albrech y Otto, 1991; Conner, 1990); prevención (Trickett y Levin,
1990); niños y "menores" (Gracia, 1994; López, 1992); consulta (Lippitt, 1983; Snow y Gersick,
1986; Walton, 1978); abogacía social (Brumlik, 1991; Gallesich, 1982; Glidewell, 1984; Knitzer,
1980); intervención comunitaria (Heller, 1989; Laue y Cormick, 1978; O'Neill, 1989; Sánchez
Vidal, 1990, 1991a y 1993; Tolan y otros, capítulos 7 y 8); o, a nivel introductorio, intervención
social (Bermant, Kelman y Warwick, 1978) en que se evalúan temas como grupos de encuentro,
desarrollo de las organizaciones, reforma educativa, vivienda, y planificación familiar.
En lo que resta de capítulo examinamos con algún detalle y especificidad las cuestiones
ligadas a dos de esas áreas. Una, la consulta, más concreta y de nivel más psicosocial y otra, más
global y valorativamente diferenciada, la intervención comunitaria.
4.1. Panorámica de las cuestiones éticas
Las evaluaciones éticas de la consulta organizativa, de salud mental y comunitaria que
recoge la literatura, se sitúan en un nivel intermedio entre la deontología individualizada
tradicional (centrada en la relación entre profesional y cliente) y la ética más plenamente social,
correspondiente a la intervención comunitaria, en que -a partir de la pluralidad relacionl y la
indeterminación y complicación de la tarea del interventor y los distintos actores sociales-
emergen ya cuestiones éticas nuevas y más complejas (varias de las cuales son, no obstante,
anticipadas en los enfoques interventivos intermedios como los grupos de encuentro -Capítulo 5-
o la consulta). Si se ha incluido la consulta en este capítulo en vez de en el anterior es por existir
un cuerpo de literatura específica más detallado y explícito que en el caso de los grupos de
encuentro.
Resumo en este apartado la excelente panorámica de cuestiones éticas y profesionales
ofrecida por Snow y Gersick (1986). En el siguiente se ilustra el interesante enfoque analítico de
Lippitt (1983) para dos situaciones concretas de consulta.
Marco conceptual. Snow y Gersick utilizan un marco conceptual sistémico que,
trascendiendo la reducida visión del contrato entre varias partes, permite contemplar el proceso
consultivo en toda la complejidad del contexto (organizacional, interorganizacional y
comunitario) e influencias (organizativas, económicas y políticas) en que está inmerso. La
consulta busca el cambio de los sistemas, no de los individuos, debiendo considerar las
características de sus cuatro componentes básicos:
a) Consultor: rasgos y valores personales, recompensas buscadas, posición en el sistema social (y
grados de libertad y autoridad ligados) y relación con los roles o tareas de las demás partes.
b) Consultante, según el mismo esquema.
c) Relación consultor-consultante: historia de la relación entre ellos y los sistemas sociales en
que están insertos, intercambios y relación de trabajo en otras áreas que la de consulta, personas
clave en los dos sistemas (consultante y consultor) inter ligados, impacto de la consulta sobre los
dos sistemas, etc.
d) Relación de los sistemas consultante y consultor con la comunidad: ¿sirven a la misma
comunidad?, relación e intercambios del sistema consultor con otros proveedores de servicio del
sistema consultante, elementos (políticos, cargos, financiación, etc.) comunes a ambos sistemas,
consecuencias de relacionar los sistemas consultante y consultor con otros sistemas y redes
comunitarias.
El sistema consultor es el grupo, organización o institución que recibe la demanda y que
designa a una persona o equipo concreto -consultor- para llevarla a cabo. El sistema consultante,
el grupo, institución u organización (ayuntamiento, empresa, escuela, etc.) que -habitualmente a
través de una persona concreta, el consultante- demanda la consulta. Este marco es, como se ve,
104
suficientemente amplio y flexible como para adaptarse a la mayoría de los casos y situaciones de
IS.
Cuestiones y problemas éticos habituales. De la revisión de la literatura los autores
derivan un conjunto de cuestiones éticas relevantes ligadas a cinco temas, y momentos, del
proceso consultivo:
Contrato. El proceso de contratación es vital para el interventor porque condiciona la
autonomía y autoridad que tendrá durante la intervención. Cuestiones ligadas a ese proceso y a
la entrada en el sistema consultante son:
* ¿Quién es el cliente?: quien negocia el contrato, los participantes directos, los potenciales
afectados, los que autorizan y pagan o el "jefe" de la organización consultante. Se pueden
presentar problemas si una parte contrata la consulta para otros e intenta condicionar sus
objetivos y contenidos. La pluralidad de partes involucradas en el proceso conlleva también una
cuestión de ambigüedad en el contenido de la responsabilidad del interventor y en su orientación
(con quién se contrae la responsabilidad), un tema ya planteado por Kelman y Warwick (1978) y
que es retomado en la intervención comunitaria (O'Neill, 1989).
* Quién es el consultor y temas asociados: quien negocia el contrato puede diferir de quien
realiza la consulta; se puede "vender" una consulta concreta a alguien que interesa como cliente
condicionando así su planteamiento y objetivos; etc.
Valores (individuales o colectivos), cuya falta de claridad o divergencia entre actores
genera con frecuencia conflictos en varios aspectos de la acción: importancia de los resultados,
riesgos razonablemente asumibles y consecuencias interventivas aceptables. Para Snow y
Gersick hay dos temas generales ligados a los valores en que pueden aparecer dificultades:
* Posición -independiente o dependiente- del interventor respecto a los valores manejados. En la
primera, el interventor trata de incrementar los "grados de libertad" (choice increaser) y
capacidad de elegir del cliente intentando ser neutral y no interferir en las decisiones de ese. El
interventor dependiente adopta ciertos valores (como el bienestar de los menores o la igualdad
social), de los cuales -y de los grupos que los sustentan- se constituye en abogado tratando de
hacer realidad tales valores: promoviendo la protección o los derechos de los niños o luchando
contra la discriminación social.
* Explicitación o encubrimiento de los valores. Tema que plantea cuestiones ética y
estratégicamente vitales. Una, hasta qué punto está obligado el consultor a desvelar sus propios
valores ante los clientes. Dos, cuándo (y cómo) desvelarlos, si es que se considera obligado a
hacerlo. Tres, en qué condiciones de discrepancia o incompatibilidad de valores se justifica una
decisión del interventor en una de las dos direcciones posibles: abandonar la intervención, si la
discrepancia va a interferir con ella; mantener los valores propios intentando resolver los
conflictos que puedan aparecer o convencer al cliente de la bondad de tales valores.
Los dilemas valorativos son un componente específico esencial de la problemática ética
de la IS como ya se ha reconocido a la largo de este volumen. Kelman y Warwick han sugerido
(apartado 3 de este capítulo) algunos métodos para paliar o resolver tales problemas: clarificar las
fuentes y procedimientos de derivación de los valores, participación social y discusión y diálogo
entre los participantes (incluido el interventor) en la IS. El enfoque de Snow y Gersick es, en mi
opinión, sumamente clarificador, pareciendo sus criterios generales -junto a los ofrecidos por
Lippitt y Kelman y Warwick- útiles para abordar esos dilemas.
Confidencialidad de la información compartida por el consultor con otras partes. Los
problemas clásicos de confidencialidad en la relación dual se complican aquí por la multitud de
partes afectadas, que no siempre participaron en el acuerdo o contrato inicial, aunque padezcan
las consecuencias de la actuación derivada. Los autores sugieren, como criterio general, tratar de
equilibrar en lo posible el derecho individual a la confidencialidad con el deber de información
pública y el bienestar colectivo (conflicto repetido en la intervención comunitaria; ver apartado
105
5). Ampliando la perspectiva interventiva estimo, sin embargo, razonable sustituir la
confidencialidad clásica por el consentimiento informado de las partes, cuyos límites y contenido
sería negociado con ellas durante el contrato para que asegure, en lo posible, el citado equilibrio
entre derechos privados (clientes) y deberes sociales y públicos.
Competencias y recursos del consultor, que plantea cuestiones como:
* El reconocimiento de los límites del consultor que debe autoevaluar sus capacidades y recursos
(conocimientos, energía, tiempo...) por un lado, la comprensión adecuada del problema a
resolver, por otro, y ver, finalmente, hasta qué punto los primeros se ajustan -o no- a lo segundo.
* La presentación inadecuada (misrepresentation) de la capacidad del consultor o la existencia
de necesidades -económicas, de estatus, etc.- o presiones externas a las que se intenta conformar
la tarea del consultor. La consulta debe basarse en la evaluación objetiva de la situación, no en
las necesidades personales o intereses profesionales, resultando las desviaciones de ese principio
éticamente inaceptables.
Resultados. La responsabilidad por las consecuencias es un tema clásico de la literatura
ética sobre IS (por ejemplo, y especialmente: Albrecht y Otto, 1991; Conner, 1990). Fue ya
ampliamente discutido aquí partiendo (Sánchez Vidal, 1995b) de la complejidad y multiplicidad
de efectos (y valores ligados) de la IS y de la dificultad para documentarlos válidamente. Snow y
Gersick consideran los siguientes temas ligados:
* Importancia de anticipar en el contrato qué grupos van a ser significativamente afectados y
cómo: a corto o largo plazo, en una o otra dirección, etc.
* Responsabilidad del consultor por las consecuencias indeseadas, cuestión tan clásica como
difícil de resolver (Capítulo 4).
* Responsabilidad por las recomendaciones o soluciones propuestas por el consultor (como
presentación de alternativas, riesgos y efectos secundarios de cada una y responsabilidad por su
seguimiento) y ejecutadas por el cliente. El grado en que el consultor no ejecuta directamente las
acciones introduce un componente de mediación, muy propio del rol interventivo social, de tan
grandes virtualidades técnicas como complicación ética al crear una cadena causal compleja que
distribuye la responsabilidad a lo largo de las distintas etapas -diseño la intervención, ejecución,
evaluación- y entre sus respectivos, y con frecuencia distintos, titulares.
* Responsabilidad por evaluar las consecuencias de la consulta.
Como sugiere este breve resumen, Snow y Gersick ofrecen, desde la parcela de la
consulta, una panorámica altamente comprensiva y elaborada de las cuestiones éticas de la
acción social que puede complementar a las presentadas, desde otras ópticas y formatos, por
Lippitt (1983) sobre consulta o, más generales, por Bermant, Kelman y Warwick (1978) o
nosotros mismos (Sánchez Vidal, 1996).
Lippitt identifica cuestiones nodales para tomar decisiones a lo largo de cada una de las
seis fases del proceso de consulta que define. Así en la fase de contacto inicial y entrada habría
que considerar, entre otras cuestiones: quién es apropiado definir como cliente, cómo detectar
necesidad de ayuda y crear expectativas de poder ayudar sin tener toda la información
diagnóstica, cómo demostrar pericia y establecer credibilidad como ayudador sin crear
dependencia, cómo transmitir confianza sin implicar que la solución es rápida y fácil. En la fase
de acordar el contrato y establecer una relación: cómo subrayar la responsabilidad del cliente sin
asustarlo o inducirlo a abandonar el proceso, cómo clarificar los recursos del consultor sin crear
suspicacia, cómo desarrollar una perspectiva temporal apropiada, etc. Y así sucesivamente para
el resto de las fases: diagnóstico e identificación del problema; establecimiento de fines y
planificación; conversión de los planes en acciones; final, continuidad y apoyo.
4.2. Ilustración 1: ¿Quién es el cliente?
Ronald Lippitt (1983) ha presentado varias ilustraciones usando su esquema inductivo de
análisis y toma de decisiones (apartado 3) con algunas de las cuestiones éticas aparecidas en
106
distintos momentos del proceso de consulta. Tras especificar los valores metodológicos de
partida, el ayudador profesional confronta, según él, tres retos básicos: clarificar los valores
propios sobre las decisiones y acciones implicadas en el proceso de ayudar a los demás;
desarrollar las habilidades necesarias para usar esos valores en tales decisiones y acciones;
recoger en las interacciones con los clientes los datos que nos permitan seguir y revisar nuestros
valores y su utilización en los procesos de ayuda profesional.
En uno de los casos un administrador de un centro pide ayuda al consultor para resolver
un conflicto de duplicidad de competencias entre una unidad de ayuda domiciliaria comunitaria
dirigida por un psicólogo y un equipo de servicios voluntarios encabezado por un trabajador
social. Resumo aquí el proceso de análisis y toma de decisiones de Lippitt como la
externalización -en primera persona- del diálogo interno que el interventor tendría (y que,
salvadas las distancias, podría traducirse a un diálogo externo en el caso de un equipo multi
personal) a lo largo de las seis fases del proceso: identificación del dilema o cuestión,
determinación de alternativas, localización de criterios valorativos pertinentes, tomar decisión y
actuar, inferir los principios valorativos e identificar las habilidades utilizadas.
1. Identificación de la cuestión: ¿quién es el cliente: el administrador o las unidades de trabajo?
2. Alternativas existentes tal como las ve el consultor
- Aceptar como legítima la demanda del administrador (admr.)
- Pedir al admr. que involucre a las dos unidades y obtenga su aceptación de mi presencia como
ayudador.
- Decir al admr. que necesito reunirme con los jefes de las unidades para averiguar si aceptarán
ser mis clientes.
- Pedir al admr. que convoque a las dos partes a que se reúnan conmigo para explorar la
posibilidad de comenzar a trabajar con él.
3. Criterios valorativos a considerar para tomar una decisión
- El admr. tiene el derecho y el deber de intervenir para mejorar la calidad del servicio prestado
por sus trabajadores.
- No veo ético tratar de influenciar la conducta (o decisiones) de personas que no han aceptado
mi ayuda.
- Creo que muchos de los que necesitan ayuda no aceptan esa necesidad o no se sienten capaces
de pedirla: estimo, pues, apropiado que alguien trate de convencerlos para que utilicen mis
servicios.
- El admr. es, probablemente, una parte crucial del sistema; debo, pues, trabajar para con él para
encontrar -y mantener funcionalmente- una solución válida.
- Creo que soy un recurso apropiado para este tipo de problema.
- Otros criterios que se puedan descubrir y aportar.
4. Decisión y actuación
- Le dije al admr. que estaba interesado en el problema y que podría ayudar a resolverlo.
- Y que no podría trabajar a menos que obtuviera el acuerdo de los jefes de las unidades
enfrentadas.
- Considerando que el admr. podría tener dificultades para obtener la colaboración no coercitiva
o evitar una resistencia contra dependiente de los jefes, sugerí tomar la responsabilidad de
"venderles" mis servicios, si el respaldaba mi iniciativa.
- Dejé claro que, de lograr la conformidad de las dos unidades para trabajar conmigo, esperaba
tener una reunión a tres bandas (incluyendo al admr.) para llegar a un acuerdo general sobre mi
rol, uso de mi tiempo y el de los otros, su rol, el acceso a las unidades, etc. Ellos (los tres) serían
mi "cliente".
5. Principios valorativos usados
- El contrato de trabajo deber ser mutuamente voluntario, o convertirse en tal en los inicios del
107
proceso.
- La definición del cliente debe incluir a todos los que hayan de ser influidos para alcanzar -y
mantener- el resultado buscado.
6. Habilidades utilizadas. No basta clarificar los valores implicados: es preciso, además,
fomentar la capacidad de articularlos operativamente. El interventor debe, por tanto,
responsabilizarse de desarrollar las destrezas conductuales necesarias para representar y
expresar sus valores a través de la acción, siendo ese uno de los valores críticos (quizá el más
crítico) de la intervención. Ese desarrollo exige, pues, práctica y retorno correctivo continuo
como parte integral de formación para llegar a ser un ayudador efectivo. En la viñeta anterior
esas destrezas incluirían:
- Comunicar la justificación valorativa al admr. de forma que no se sienta amenazado por la
intervención externa y acepte esa justificación y la idea de que el consultor sabe lo que lleva
entre manos y puede ayudarle a resolver el embrollo.
- Reunirse, por separado o conjuntamente, con los jefes de unidad para fomentar la
comunicación abierta sobre la situación-problema y obtener su cooperación para trabajar en su
solución.
- Diseñar las tareas precisas y obtener la sanción y el apoyo de los jefes para trabajar con el
personal de las dos unidades.
4.3. Ilustración 2: Por qué y cuándo abogar
Situación de partida en la visión, en primera persona, del consultor. El consejo de
administración de una agencia de servicios está embarcado en el proceso de establecer objetivos
a dos años vista que veo muy ambiciosos: no son alcanzables en ese tiempo, olvidan revisar la
probable duplicidad de servicios con otras agencias relacionadas y pueden tener efectos
potencialmente dañinos por olvidar a algunos clientes y malgastar el dinero del patrocinador.
1. Dilema decisorio: Debo decirles qué fines veo razonables y abogar por una relación de
colaboración con otras agencias o abandonar mi rol de consultor y decirles "lo qué tienen que
hacer".
2. Alternativas de decisión y actuación a considerar, entre otras
- Presentar mis recomendaciones defendiendo mi postura.
- Presentar mis ideas como una alternativa más a considerar.
- Recomendar procedimientos de resolución de problemas que les ayuden a generar alternativas
y prever consecuencias.
- Ayudarles a perseguir sus propios fines, aunque no esté de acuerdo con ellos.
- Decidir que sus valores y los míos son incompatibles y retirarme del proceso.
3. Criterios valorativos a considerar
- Todos los clientes tienen el derecho a, y la responsabilidad de, tomar sus propias decisiones
valorativas, como fijar los fines a perseguir.
- Pero el consultante tiene la responsabilidad de ayudar al cliente a usar métodos de resolución de
problemas y recursos tan apropiados como sea posible para tomar sus decisiones y hacer los
planes consecuentes.
- El consultante debe considerar normales las diferencias valorativas. Pensar que "ellos deben
pensar como yo" es una trampa a evitar.
- Si pienso que la conducta de mi cliente va a ser dañina para sí o para otros, puede ser necesario
movilizar recursos superiores a los míos propios para evitar el eventual daño.
4. Decisión y actuación
- Propongo un proceso dual para establecer los fines: imaginar todos los resultados -o imágenes
de los fines- deseables; jerarquizarlos examinando la viabilidad de cada una y proyectando los
pasos precisos para alcanzar lo imaginado en dos años.
- Añadí mis propios items al ejercicio de imaginar resultados y generar imágenes.
108
- Representé a los otros directores de agencia reaccionando a los fines propuestos y recomendé
recoger algunos datos adicionales para establecer finalmente los fines.
- Planteé algunas cuestiones sobre motivación y valores cuando aparecieron resistencias en
forma de quejas de "prestar demasiada atención" a como serían afectadas otras agencias por las
decisiones sobre fines y planes.
- Decido continuar la consulta a pesar de varias decisiones con las que no estoy de acuerdo.
5. Principios valorativos usados
- Hay una distinción fundamental entre abogacía posicional (decirles que tienen que creer o
hacer, o lo que yo desearía que creyeran o hicieran) y abogacía metodológica: qué métodos de
resolver problemas creo deben usar.
- El desarrollo y utilización de valores y habilidades es un proceso progresivo. Esperar que los
clientes sean "perfectos" o se conduzcan como yo creo deberían hacerlo en un momento dado es
una trampa que me impide ser útil en el proceso.
- Aunque el ayudador tiene la responsabilidad de compartir su visión de las cosas como un
recurso, debe hacerlo en un contexto relacional cooperativo, no en uno que que cree dependencia
o basado en el estatus social del experto.
- El consultor ha de estar listo para terminar el contrato si piensa que colabora en actividades que
violan valores éticos básicos que el cliente no desea, o no puede, considerar como cuestiones a
trabajar (revisar, clarificar, etc.) apropiadamente.
6. Destrezas utilizadas
- Hacer una presentación creíble del mérito del procedimiento de generar alternativas y examinar
consecuencias.
- Forma de conducir ese procedimiento si es aceptado.
- Representar el rol (role-playing) de los no presentes sin crear defensividad.
- Compartir las ideas propias sin darles un peso excesivo en el proceso de resolución de
problemas.
Hasta aquí los ejemplos de Lippitt. Sin perjuicio de reparos y matices puntuales,
constituyen, en mi opinión, excelentes instrumentos de aprendizaje práctico, aportando un
interesante modelo de análisis ético que, aún dentro de su telegráfica simplicidad, combina
acertadamente los aspectos técnicos, valorativos y estratégicos de la IS subrayando la interacción
de estos dos últimos, precisamente los más ausentes de la casuística interventiva mayormente
limitada al diseño técnico.
5. INTERVENCION COMUNITARIA Y CONTEXTO RELACIONAL
Vista en su globalidad, y descartadas aportaciones puntuales o tangentes, la literatura
sobre ética de la IS se despliega a partir de dos grandes núcleos: la compilación de 1978 de
Bermant, Kelman y Warwick y el vigoroso replantemiento del American Journal of Community
Psychology (AJCP, 1989) en el campo comunitario. La primera ha sido ya comentada
extensamente en este capítulo y otros anteriores. Corresponde ahora discutir la segunda que -aún
sin reconocerlo explícitamente- arranca justo de dos preguntas básicas en que Bermant y sus
colegas resumen las discusiones del libro sobre el tema de la responsabilidad del interventor
social: ante quién es responsable (quién es el destinatario de la IS) y de qué (cuál es el alcance y
contenido de esa responsabilidad). En comparación con la inicial, la revisión comunitaria es más
homogénea (se centra en el nivel comunitario de la IS), temáticamente más concentrada -en
torno a la responsabilidad y el rol-, más radical en su planteamientos -especialmente respecto a la
dimensión política de la IS- y más específica respecto a la casuística presentada, rehuyendo el
debate abstracto y los planteamientos retóricos para partir de dilemas presentados por casos
reales comentados por varios autores desde distintas perspectivas.
La intervención comunitaria (Sánchez Vidal, 1991; con Musitu, 1996; Goodstein y
Sandler, 1978) es una variante de intervención social centrada en el nivel de la comunidad local
109
(como grupo social arraigado en un territorio) o sus elementos comunitarios (interacción y lazos
mutuos, pertenencia, solidaridad) que persigue un cambio "desde abajo", subrayando la
participación activa de personas y grupos como vía para el desarrollo humano y social, metas
finales del cambio. Personas y grupos son vistos como agentes potenciales (no como pacientes
de problemas o receptores de soluciones diseñadas por los profesionales). El interventor actúa,
pues, más como catalizador de esfuerzos y promotor de desarrollo (ayudar a los otros a ayudarse
a sí mismos) que como profesional que aporta directamente soluciones a los problemas.
Las cuestiones éticas planteadas en la intervención comunitaria (IC) serán, pues, muy
similares en contenido y complejidad a las de la IS en su conjunto con las particularidades
ligadas al cuestionamiento del rol profesional al uso (que afecta al tipo de contrato interventivo)
y a la adopción de una postura valorativa explícita ausente en otras variantes de IS construida
sobre los valores de democracia, desarrollo humano, participación, solidaridad y empowerment
personal y social. Con matices puntuales podemos, por tanto, generalizar la discusión que sigue
al conjunto de la IS, sin perder tampoco de vista análisis intermedios (sobre todo la consulta y los
grupos de encuentro) que aproximan ya notablemente el análisis ético al nivel social. Los
matices están asociados a las diferencias de complejidad social y ética de los distintos campos y
a las especificidades valorativas de cada enfoque -"valores metodológicos"- y campo concreto
-valores temáticos-... que sin duda constituyen un tema tan interesante como ignorado en la
literatura ético-social.
Retraso ético, maniqueismo y realidad. El punto de partida de la discusión del AJCP
(O'Neill, 1989) es el reconocimiento del desinterés y falta de diligencia del campo comunitario
para confrontar sus dificultades éticas. Hecho que Davidson (1989) atribuye a una "identificación
angélica" que lleva al interventor comunitario a situarse autoindulgentemente por encima del
bien y del mal y a caer en un maniqueísmo inaceptable: "nosotros somos los 'buenos', tenemos
los valores correctos y los demás, 'malos' o hipócritas, fingen neutralidad cuando en realidad
están sosteniendo los valores dominantes y apuntalando el status-quo".
Esa postura "angélica", junto a la aceptación casi incondicional de los valores de los
demás en nombre del relativismo cultural, la debilidad de la base científica y el uso de métodos
interventivos nuevos e indirectos que, como la consulta, hacen al interventor víctima del
comportamiento ajeno -al situarle en roles de experto invitado sin apenas control sobre las
acciones-, explicarían la persistente omisión de temas éticos de la IC, a pesar de que ya Golann
había incluido en 1969 a la Psicología Comunitaria entre las áreas de especial preocupación ética
(también, en 1977, Perlman).
Las críticas internas y externas y la inescapable complejidad y dureza del trabajo
cotidiano han forzado, sin embargo, al interventor enfrentarse con modestia a las implicaciones y
condicionantes éticos reales de su tarea. Lo que implica descender desde el debate abstracto y
genérico hasta el análisis de casos concretos, al exigir actuar "aquí y ahora", obligan a examinar
las cuestiones y clarificar los valores -y sus consecuencias interventivas- sin prejuicios hipócritas
o caricaturas ideológicas prefabricadas. Tal es el enfoque del debate del AJCP, que tiene la
ventaja añadida del análisis distanciado, que permite considerar alternativas difícilmente
imaginables sobre el terreno y bajo la presión de la acción inmediata.
Insuficiencias de la deontología y base relacional tradicionales. Ya se han resumido
(apartado 2) las críticas a los códigos éticos convencionales pensados para situaciones clínicas
más estáticas y acotadas que los complejos, dinámicos y novedosos escenarios de la acción
social, lo que reduce notablemente su valor y utilidad en el campo comunitario. Frente a las
situaciones clínicas, el interventor comunitario se encuentra (O'Neill, 1989) con frecuencia en
situaciones en que (primero) no existe un contrato formal claro con alguno de los grupos
identificados como "clientes" por la IC en su conjunto. Segundo, aunque exista ese contrato
explícito, afecta a terceros que no han tomado parte en el proceso de contratación: así, un grupo
110
(ver caso del maltrato) pide ayuda para otros que no han hecho una demanda formal ni dado su
consentimiento para ser ayudados. Tercero, aparecen consecuencias negativas imprevistas.
En esas situaciones y en el contexto de intervenciones, como las comunitarias, de gran
alcance y vagamente definidas en cuanto a su "mandato" social (que deben tratar de conseguir),
surgen dos difíciles cuestiones en torno a la responsabilidad del interventor (ya consideradas,
como se indicó, por Bermant y Warwick, 1978):
1) Quién es el destinatario ("cliente") de esa responsabilidad
2) Cuál es su alcance y contenido: de qué es responsable.
Los dilemas y conflictos aparecerán fácilmente cuando el interventor haya de optar, en
esas circunstancias, entre valores enfrentados o afrontar acontecimientos inesperados
particularmente si carece, algo nada infrecuente, de información suficiente en el momento de
decidir.
5.1. Destinatario: La colaboración y sus problemas
Pero la cuestión de "quién es el cliente", señala O'Neill, está íntimamente ligada al
modelo médico y la relación profesional generalmente rechazados por inapropiados en la IC en
favor de uno de los dos tipos de relación siguientes:
* Colaboración; interventor y destinatario cooperan en pie de igualdad en la evaluación y
solución de los problemas.
* Abogacía; el interventor es agente de la comunidad cuyos intereses promueve.
Aunque asumir estas formas de relación interventor-destinatario cambia notablemente la
óptica con que se contemplan las responsabilidades éticas del interventor, ni las elimina ni las
aclara demasiado. Bien al contrario, las nubla y multiplica, planteando nuevas y agudas
cuestiones. Primero, aun suponiendo que sea deseable, ¿es posible una colaboración genuina
entre dos partes esencialmente distintas -en conocimiento, intereses, estatus y poder- como un
interventor profesional y un grupo comunitario?
Dada la asimetría de la relación, el grado de colaboración posible estará, pues, limitado
por: a) las diferencias citadas entre las dos partes; b) la propia "agenda" del interventor (fines,
valores personales, prioridades de cambio, autoconcepto profesional, etc.) que puede interferir
seriamente con los objetivos o deseos de los grupos comunitarios o ser incompatible con ellos
(Bond, 1989). De manera que la colaboración estará tanto más condicionada y limitada cuanto
mayor sea la asimetría relacional y más acusada y particularista la agenda personal y profesional
del interventor.
Destinatario: Casa-refugio para mujeres maltratadas. Segunda cuestión: ¿con quién
colaborar si, por la disparidad de intereses entre grupos o por los propios límites del interventor,
no es posible colaborar con todos (o servir a todos, el problema del destinatario es común a
ambos tipos de relación)? Para ilustrar -y llevar al límite- la cuestión O'Neill expone el caso real
de la viabilidad de una casa refugio para mujeres maltratadas.
Un grupo organizado de mujeres, interesado en abrir un refugio para las mujeres
maltratadas de una zona rural, pide ayuda económica a la administración local correspondiente
que, recelosa del partidismo del grupo, solicita pruebas de que el proyecto será económicamente
viable. El grupo encarga la correspondiente evaluación de necesidades a una psicóloga
comunitaria del lugar que recopila datos de maltrato por medio de los servicios sociales,
sanitarios y de seguridad (médicos, policía, juzgados...) de la zona y de denuncias telefónicas
anónimas. La psicóloga concluye que parecen existir suficientes casos de maltrato para hacer
viable la casa, aunque, debido a las duplicidades -cuyo número es imposible de detectar por la
confidencialidad de los datos- no se puede asegurar.
Informado el ayuntamiento y ante las dudas de la evaluadora, decide avanzar una
pequeña parte del dinero al abrir la casa, reservando el resto para donarlo en función de su nivel
de ocupación, mínimo al principio, pero considerable cuando, más adelante, se admiten casos, no
111
sólo de maltrato físico (para el que se realizó la evaluación y asignaron los fondos) sino, también,
"emocional". Sabedora de lo cual, la profesional se siente traicionada por la conducta del grupo
de mujeres (que gestiona la casa).
Está, al mismo tiempo, obligada a la confidencialidad, lo que le plantea varios dilemas
debidos a las obligaciones (y lealtades) enfrentadas: confidencialidad y privacidad del cliente
(grupo de mujeres), responsabilidad pública ante el gobierno que representa a todos, veracidad e
integridad profesional y fidelidad hacia el grupo más desvalido (las mujeres maltratadas que no
han pedido nada y que, sobre el papel, son representadas por el grupo organizado). Más allá de la
casuística singular, yacen interrogantes éticos de grueso calibre, ya familiares a estas alturas:
¿quién es el "cliente" (o "clientes") de la acción social? ¿de qué es responsable el interventor en
condiciones de ambigüedad, información imperfecta o "cambio de escenario" respecto al
imaginado inicialmente?
El grupo más débil como destinatario de la IS. Hasta aquí el caso, que será aludido de
continuo en el resto de capítulo. Desde él, y a partir del replanteamiento del contexto relacional
tradicional introducido por el enfoque comunitario, retomamos la cuestión del destinatario de la
IS.
Una respuesta posible es que el destinatario sea el grupo más débil o vulnerable, las
mujeres maltratadas en este caso. Pero eso tiene sus propias dificultades: ni está bien definido en
este caso (¿todas las mujeres maltratadas, sólo las maltratadas físicamente, sólo aquéllas de entre
las maltratadas que vayan a usar la casa si abre...?), ni podemos rendirle cuentas directamente
puesto que ni nos ha pedido nada, ni está físicamente presente. Existe ahí, según O'Neill, una
laguna en la responsabilidad (accountability gap) debida. Sobre el papel el desfase puede
salvarse respondiendo ante el grupo organizado que dice representar los intereses de las mujeres
maltratadas. Pero es precisamente la validez de tal pretensión lo que debemos establecer: en qué
medida ese grupo representa los intereses de las mujeres maltratadas realmente y más allá de sus
propios intereses o necesidades "egoístas" de prestigio, aplacar la conciencia bien pensante, etc.
El tema de la abogacía nos retrotrae, como se ve, a terrenos éticos ya transitados al hilo
de la intencionalidad del interventor.
6. DIMENSION POLITICA DE LA IS Y ABOGACÍA SOCIAL
La complicación introducida en el marco relacional de la IS por la colaboración como
alternativa a la relación clientelar clásica, es incomparablemente menor a la ligada a la otra
posibilidad, la abogacía social, que abre la puerta al tema del poder, en torno al que, parece,
estamos condenados a errar eternamente en la IS y que ahora consideramos en relación a su
complemento dialéctico en la ciencia y acción social: el conocimiento teórico (o la información,
en la práctica).
6.1. Información y poder: Ciencia y política en la acción social
Lo que más llama, quizá, la atención en el caso del poder es el contraste entre el
frecuente reconocimiento de su relevancia teórica (así: Blau, 1964; Dye, 1996) y práctica y su
masiva omisión en el análisis y la intervención social. Y la intensa polarización -en forma de
llamativa ausencia en muchos casos y omnipresencia en otros- que produce entre pensadores y
actores sociales.
Su ausencia del análisis social (en base a la falta de teoría, deficiente formación o a la
tendenciosidad ideológica o personal del interventor) produce una visión deforme y acaramelada
de la realidad social que, al amputar la parte ("desagradable") de escasez, dominación, conflicto,
injusticia y violencia, torna esa parte inasequible a la intervención, reducida así a un ejercicio
experto de diseño, y ejecución, racional burdamente insuficiente. Su exclusiva omnipresencia en
otros casos produce, por el contrario, una deformación simétrica de la vida social, amputada esta
vez de sus aspectos armónicos y positivos -acuerdo, equilibrio, mutualidad, desarrollo,
racionalidad, liderazgo, previsión... - igualmente imprescindibles en el análisis y la acción social.
112
El poder es, en fin, la savia (una de las savias) que vivifica -o deprime- las relaciones y
acciones sociales. Eso explica su ubicuidad en la IS -donde es manejado como instrumento de
cambio- y en los análisis éticos, donde se cuestiona ese manejo. Olvidar el poder, y los intereses
de los grupos sociales, es el error al que Guskin (1978) achaca primordialmente el fracaso de la
intervención para crear un sistema escolar paralelo para los sectores sociales marginados de una
ciudad norteamericana (Huey y otros, 1978). El poder es -junto a responsabilidad y libertad- uno
de los temas básicos en que Kelman y Warwick (1978) resumen los aspectos éticos de las
acciones sociales. También Bryk (1983), Cook y Shadish (1986), Reinharz (1989), Riger (1989)
y Sánchez Vidal (1991b), han reconocido su papel clave en la evaluación, e intervención, social.
Y también nuestro análisis ha mostrado su ubicuidad y potencia. En el Capítulo 2 quedó
constancia de la conflictiva relación entre el poder como dimensión implícita pero activa de la IS
y la técnica como dimensión explícita dominante. El poder latía detrás de varias de las 15
cuestiones básicas (contrato, relación interventor-destinatario, valores promovidos...) listadas al
final del Capítulo 4, centrando la de la postura política del interventor abordada específicamente
(junto a las repercusiones sobre el rol) en otra parte de ese capítulo al hilo de una posible
autoridad moral fundamentadora. La cuestión de la dimensión política de la IS y el rol de
abogado ligado es retomada más adelante.
Varios autores reconocen al poder -y variables ligadas- un papel central en la IC. Así
para Laue y Cormick (1978; Laue, 1981) la lucha por el poder y los recursos escasos es causa
esencial de las disputas comunitarias y el empowerment (fortalecimiento) de los grupos sociales
más débiles para que puedan defender por sí mismos sus reivindicaciones y objetivos, la misión
esencial del interventor comunitario. También para Rappaport (1981) el empowerment de las
personas es el objetivo central de la IC.
Riger (1989) es más radical en sus planteamientos. Señala la insuficiencia del concepto
de empowerment como meta de la IC. Opone al enfoque "estructural" (o experto, donde la
información es la clave de análisis e intervención) un enfoque político en que poder e intereses
son los factores determinantes para entender la vida social y transformarla. Los problemas éticos
no tienen, por tanto, su origen en la falta de información precisa a la hora de tomar decisiones
sino en la naturaleza esencialmente política de la IC. El interventor comunitario, dice Riger,
juega -lo quiera o no- un juego político: es siempre, advertida o inadvertidamente, abogado o
agente de alguien. Tanto peor para él si, ignorante de ello, no tiene en cuenta los fines e intereses
de los grupos sociales: no sólo se arriesga a ser utilizado por ellos, sino que, peor, no se entera de
lo que realmente sucede a su alrededor no pudiendo, por tanto, actuar en consecuencia.
Es lo que sucede con la interventora del caso. Siguiendo el modelo experto, trata de
resolver el problema recogiendo información, asumiendo un rol neutral e ignorando la
observación de Reinharz (1989) de que "los datos nunca hablan por sí mismos... son recogidos y
construidos en contextos sociales y son interpretados por partes interesadas" (p. 393). Los demás
-con intereses enfrentados en lucha por recursos económicos escasos- se guían, sin embargo, por
el modelo político.
El problema no reside sólo en la radical discrepancia entre los modelos de análisis y
actuación usados por la interventora y el resto de los grupos sino, sobre todo, en que esa ignora,
según Riger, en que consiste realmente la IC. Está, por decirlo así, fuera de juego y difícilmente
podrá así actuar eficazmente. Por eso, añade la autora, resulta deficiente la noción de
empowerment: se mueve en el nivel individual sin tomar en cuenta el complejo contexto socio
político en que se da y las luchas de poder entre facciones sociales. El empowerment de los más
débiles puede significar el debilitamiento los más poderosos, que no van a ceder el poder sin más
ni más.
6.2. Crítica del enfoque político: Etica y política
No le falta razón a Riger, y a otros abogados de la dimensión política de la IS,
113
especialmente al criticar la ignorancia que de ella hacen gala muchos esquemas analíticos y
formativos. Caen, sin embargo, en la misma unilateralidad (aunque de signo opuesto) que
achacan a aquellos que lo explican todo desde el conocimiento y proponen un rol de experto
neutral. El acierto de subrayar el trasfondo político de muchas situaciones y acciones sociales no
justifica singularizar al poder como su único -o principal- determinante. Las situaciones y temas
sociales son mucho más complejas y diversas; no todo se entiende o resuelve desde claves de
poder. El enfoque político en la IS puede, pues, ser criticado -o matizado- (Sánchez Vidal, 1993)
en varios puntos (ampliados en su vertiente práctica en el Capítulo 4):
1. Los enfoques político y lógico no son incompatibles, sino complementarios. Se necesitan el
uno al otro y cada uno por sí sólo es netamente insuficiente. Precisamos una perspectiva
globalizadora y flexible de la evaluación e intervención social que tenga en cuenta los
conocimientos (y la técnica) y los intereses e ideología; no una que únicamente considere los
unos o los otros.
2. Suele conllevar una preocupante pérdida de la objetividad y visión global de los temas y
situaciones y una tendencia a sobre simplificarlos y colorearlos según la propia ideología.
3. No resuelve, por sí solo, los temas prácticos de la intervención y el rol a adoptar.
Supongamos que reconocemos la importancia de los factores políticos (y también de los ligados
al estatus, prestigio, etc.) en una cuestión social, ¿cómo actuaremos entonces? (¿cuál es la línea
estratégica y éticamente correcta de actuación?), ¿qué rol adoptaremos?, ¿nos convertiremos en
políticos, intentaremos convencer a los profesionales, promoveremos la agitación social,
trataremos de liderar la comunidad o alguno de los grupos enfrentados?, etc.
4. El rol primariamente político (abogado social) puede crear, según se ha sugerido más arriba y
detallado en el Capítulo 4, tantos -o más- problemas como los que resuelve, pudiendo:
* No ser el indicado en muchos temas y situaciones en que, al no ser el aspecto político el
dominante, se precisa otro tipo de respuesta.
* Dificultar o imposibilitar que el retorno a otros roles más apropiados a las demandas del
momento: mediador o negociador reconocido por todos, evaluador u observador distanciado,
planificador, etc.
* Enemistar al interventor con grupos sociales contrarios a aquel del que es (o es visto como)
aliado o abogado, dificultando que en el futuro pueda trabajar con todos o ensanchando, en vez
de reducir, las disensiones y enfrentamientos entre grupos.
Conlleva, en fin, el riesgo (Capítulo 2) de confundir el rol político y el profesional,
politizando este o reduciéndolo, en el extremo, a aquél. Hay, además, otros riesgos y sospechas
más "malévolas" (pero probablemente cercanas a la realidad cotidiana): ¿cómo distinguir la toma
de postura política "justificada" por la situación de la simple imposición de los deseos y
preferencias políticas del interventor o de la realización espura de soterradas ambiciones
políticas? Devolvemos al lector al Capítulo 4 (apartado 5) donde, en respuesta a esta difícil
pregunta se apuntaron dos criterios analíticos iniciales: ilegitimidad de la acción del político y
situaciones de vacío de rol político. Ambas son, no obstante, circunstancias excepcionales cuya
constatación requiere, como se indicó, una cuidada consideración ético-política.
Confundiendo ética y política: Los riesgos del autointerés. Williams (1978) comparte,
al comentar al análisis político de las disputas comunitarias de Laue y Cormick (1978), la crítica
al excesivo énfasis en el poder en detrimento de los aspectos más racionales de la IS. Añade,
además, otro revelador argumento dirigido al corazón mismo de la postura política y sus
adherentes. Estos, sostiene Wiliams, ignoran los aspectos verdaderamente morales, confundiendo
en sus análisis ética y política, bondad/maldad y poder. Pero, como son diferentes, hay que
distinguirlas. Necesitamos, concluye, una concepción de la ética social en base al ideal de
sociedad buena y justa y al bien común a los distintos grupos que guíe la acción social. Esa ética
debe ser previa y supra ordinada al poder, controlando el uso que de él hacen los agentes
114
sociales. Los partidarios de la postura política ponen, por el contrario, a la ética liberal del
autointerés y el egoismo individual como único árbitro de la situación: todo se decide por medio
de luchas de poder y a través de la negociación ligada al poder poseído. Laue y Cormick no están
proponiendo una ética de la acción social, sino una simple estrategia de cambio que, además,
generará una tendencia a que cada grupo se aferre al poder e interés egoísta y pelee por él con los
demás.
El empowerment de personas y grupos desvalidos en situaciones concretas, prosigue
Williams, difícilmente cambiará el equilibrio global de poder o eliminará los profundos
desequilibrios y conflictos sociales. Más bien generará -en conjunción con la "ética" del
autointerés individualista que lleva a todos a buscar más poder- un aumento de la conflictividad
y la confrontación como forma preferida de resolver las diferencias, una inflación de demandas
y reclamaciones y la fragmentación social. El riesgo último es la ruptura del sistema social en
multitud de partes aisladas o enfrentadas. Eso no significa que no se deba favorecer a los más
débiles, sino que eso ha de hacerse en el marco de unas normas generales de justicia y bien
común (ética) que iluminen los fines de todos los grupos sociales y la conducta del interventor.
El enfoque político de la IS ignora, en fin, la ética y los valores del interventor. De hecho, niega
al interventor profesional como parte autónoma (no como agente político) y, habría que añadir,
niega cualquier postura ética personal que no sea la del propio interés y el partidismo político.
La crítica ética de Williams es irreprochable en el plano de los principios. El problema es
su aplicabilidad. La posibilidad de que su punto de vista pueda guiar, como ética práctica, la
conducta de un interventor doblemente social: actúa sobre temas sociales en un mundo social
con unos valores morales ya dados, que el no fija. Vayamos por partes. La crítica moral es
contundente: ataca a las filosofías interventivas que tienen como base moral el autointerés donde
más les duele. El bien común debe prevalecer tanto sobre los intereses particulares como sobre la
socialmente ruinosa filosofía global del autointerés como guía de actuación: difícilmente
podemos llamar social a una ética construida sobre el interés particular e ignorante del bien (o
interés) común.
En su purismo, parece olvidar, sin embargo, la potencia del clima moral utilitarista que
estamos inmersos y la fuerza motriz del egoismo. Y es que, hasta tanto no se pueda definir -y
alcanzar- de alguna forma razonable el bien común o el contenido de una justica social aceptable
para la mayoría, el interventor social está operando sobre un futurible moral deseable pero
inexistente, que difícilmente puede sustentar su actuación diaria.
El tema de fondo es como conciliar la profunda verdad moral que irradian estas críticas
sobre lo que debería ser, con las dificultades de actuar aquí y ahora, con lo que es y en el
asfixiante clima socio-moral imperante. La solución genérica pasaría por partir de lo que es
(vacío moral y autointerés) y actuar en base a ello, peleando, al mismo tiempo y a más largo
plazo, por lo que "debe ser" y la visión deseable de la moral social y el bien común. Lo que no
puede hacer el interventor es asumir una moral que no existe, o actuar como si existiera. A
menos, claro es, que quiera dar testimonio o ser mártir incomprendido en vez de un facilitador
del cambio en el único mundo social existente.
6.3. El rol interventor como integrador de demandas diversas
Reinharz (1989) aporta otra interesante visión del tema centrándose en la dinámica y
problemas del rol asociados a la intervención en condiciones difíciles como la de la casa refugio.
En la medida en que, como se ha indicado ya, el rol a adoptar debe estar primordialmente dictado
por las demandas funcionales de la situación y no por las necesidades o capacidades del
interventor, situaciones complejas, cambiantes o ambiguas (como la de la casa refugio) tenderán
a crear no pocas dificultades éticas y de desempeño del rol como:
* Conflictos (incompatibilidad, divergencia, etc.) entre los distintos roles a asumir (evaluador
neutral y abogado de un grupo).
115
* Dificultades de transición de un rol a otro, si esos son compatibles.
Reinharz analiza el caso del refugio para el maltrato en clave de tales dificultades: la
interventora es contratada como experta (para evaluar necesidades) y, cuando ya trabaja
asumiendo ese rol, le piden que actúe como abogada partidista de uno de los grupos (el grupo
organizado de mujeres). Lo que está sucediendo, en realidad, es que los grupos en litigio
(administración local y grupo de mujeres) intentan dirimir sus discrepancias a través de la
profesional que se convierte, entonces, en depositaria de un conflicto ajeno y materialmente
sometida a las demandas opuestas (información verídica y abogacía partidista) de los grupos
enfrentados. Pero, dice la autora, no se puede actuar al mismo tiempo como experta neutral y
como abogada de una parte. Eso es, precisamente, lo que trata de hacer la interventora. Y ese es
su error: está intentando combinar dos roles incompatibles: o se es agente o abogado de unos o se
experto neutral e imparcial de todos, no se puede ser una y otra cosa a la vez.
Resultaría analíticamente útil añadir que las dificultades éticas y de rol descritas no están
ligadas no sólo a las situaciones complejas, cambiantes y ambiguas tan frecuentes en la IS (y que
exigen roles paralelamente diversos, mudables y poco definidos), sino, también (Bond, 1989), a
los roles indirectos -como consulta, mediación, dinamización u otros- que el interventor social ha
de asumir con frecuencia.
Heller (1989) por su parte, elevándose sobre la casuística concreta examinada, ofrece una
descripción más amplia, clarificadora y, a la vez, matizada del quehacer social. En su actuación,
el interventor social, está sometido, según él, a tres tipos de presiones o demandas básicas:
a) Normas y expectativas sociales
b) Derechos de los clientes individuales
c) Responsabilidades y necesidades profesionales.
Al intervenir sobre cuestiones sociales complejas, el interventor deberá tener en cuenta
las tres demandas ponderándolas y tratando de alcanzar un equilibrio óptimo entre ellas en las
situaciones y dilemas concretos a partir del consenso existente o de la opinión de los colegas. No
se trata tanto, en consecuencia, de preguntar "quién es 'cliente'" como de ver cómo va la
intervención a afectar (positiva o negativamente) a corto y largo plazo a los distintos grupos.
Además, establecer qué el "cliente" es el grupo más vulnerable no siempre nos dirá como servir
mejor sus intereses, con lo que la pregunta de "quien es el 'cliente'" tiene una utilidad limitada.
Así, por ejemplo, en el caso del refugio para mujeres maltratadas, parece preferible a largo plazo
montar un programa educativo y preventivo en la escuela y la comunidad que la residencia
exigida por el grupo organizado.
El quehacer ético del interventor social es, en fin, sintetizado por Heller de la siguiente forma:
Es importante clarificar las decisiones valorativas inherentes a nuestro trabajo y abrir la
práctica de la Psicología Comunitaria a la discusión pública y profesional... Debemos
tratar de entender la sutil interacción entre los valores personales y profesionales que
guían nuestras acciones. Debemos... luchar por actuar de una manera ética, pero también
reconer que los dilemas éticos no pueden frecuentemente ser resueltos de una forma clara
a pesar de la impresión contraria creada por los códigos éticos. A veces ayudar a un
grupo puede significar dañar a otro; o ayudar a resolver una crisis actual puede aumentar
la probabilidad de dificultades futuras... efectos próximos positivos pueden conducir a
otros distales negativos. Entender estos dilemas éticos puede no ayudarnos a resolverlos
porque, a veces, las soluciones pueden estar fuera de nuestro alcance. Contribuiremos al
menos a aclarar nuestras propias responsabilidades por la influencia que hayamos
ejercido sobre los acontecimientos (p. 368).
7. CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
Hemos tenido ocasión de contemplar el multi facetismo, complejidad y estado iniciático
del tema de la ética (y el rol) en la intervención social. Un tema cuya profundidad y pluralidad
116
trasciende la simpleza y unilateralidad de los clichés y versiones de "brocha gorda" tan usuales
en los análisis éticos y políticos de la acción social y del rol interventor. Es lógico, pues, que al
tratar de extraer conclusiones orientativas -siempre provisionales y limitadas- sobre el rol y las
cuestiones éticas y políticas planteadas a lo largo de este capítulo, encontremos tantas
divergencias como concordancias. Y concordancias en la discrepancia que, como en el tema de
la posición política, tienden a polarizar -y monopolizar a veces- los debates en torno a algunas
posturas.
Estas conclusiones y recomendaciones se centran en la relación y el rol, el destinatario de
la IS y otros aspectos como los contextuales y la relación entre poder y conocimiento relativas al
rol. Hemos incorporado aquí las implicaciones significadas de nuestra propia discusión del caso
amplificada en el próximo apartado a partir de una publicación anterior (Sánchez Vidal, 1993).
Dado que es más fácil preguntar que responder y que hemos vertido a lo largo del libro (de forma
especial y condensada al final del Capítulo 4) un tremendo número de cuestiones no debe,
obviamente, esperarse una respuesta (desde luego no la respuesta) a todas ellas sino, más bien un
conjunto de pistas y orientaciones que balicen éticamente el camino de la acción social en los
temas más habituales o relevantes.
9.1. Rol y relación
1. Los tópicos del destinatario de la IS, relación interventor-destinatario y responsabilidad del
interventor están íntimamente conectados y son reflejadas y resumidos por el rol a asumir: el tipo
de relación considerado apropiado condicionará a quién va destinada la intervención. Así, la
colaboración implica un igual; la abogacía social, alguien que no se puede valer por sí mismo, y
así sucesivamente. Y, al contrario, dependiendo de a quien deba dirigirse la acción social será
apropiado un tipo u otro de relación. Y, sin embargo, ni el destinatario determina la relación
adecuada, ni esta dicta quién ha de ser aquél. Ambas son cuestiones éticas en la medida en que
requieren optar a partir de unos valores elegidos o seleccionados.
2. Los criterios éticos se basan en la acción profesional al uso sobre una relación diádica, única y
uniforme con destinario establecido según el modelo médico. Esos criterios resultan difícilmente
aplicables a la IS que se basa en una relación:
* Múltiple. Hay diversos grupos (ver punto 6) que pueden, simultáneamente o en distintos
momentos, ser considerados destinatarios de la acción. Existen por tanto una multiplicidad de
relaciones diferenciadas.
* Heterogénea (no uniforme): la relación variará en función de las demandas situacionales,
destinatario de la acción y contexto que modula e influye a ambos (demandas y destinatario).
Estará también condicionada por las diferencias -de estatus, poder, información, etc.- entre
interventor y destinatario/s.
3. No existe un acuerdo sobre el contenido de la relación interventor-destinatario, lo cual no debe
extrañar si esa relación es heterogénea y múltiple. Los distintos contenidos relacionales descritos
se condensan (con denominaciones variables) en torno a tres núcleos básicos de rol:
* Experto científico-técnico neutral o independiente.
* Abogado o agente partidista de uno o más grupos.
* Colaborador igualitario con uno u otro.
Cada forma de relación tiene sus propios partidarios y detractores que resaltan sus
respectivos méritos y deméritos. No hay a acuerdo sobre cuál debe prevalecer en el conjunto del
desempeño social. Otros contextos relacionales o de rol como mediador, educador o procurador
de recursos, son también mencionados en la literatura como alternativas deseables.
4. La mayoría de los análisis hace propuestas de rol excesivamente simplistas y ancladas en un
afán equivocado: la búsqueda de un rol único del interventor social que sea válido para cualquier
momento, tema y contexto social. Creemos que, en función de las demandas de la situación y
grupos en presencia, deben existir varias posiciones de rol, algunas de las cuales pasarán a ser
117
componentes estables del rol social cuando se den como respuesta recurrente al común de las
situaciones presentadas: analista-evaluador, consultor-educador, planificador de programas,
negociador-mediador, abogado social, dinamizador comunitario y "desarrollador" de recursos.
Carece por lo tanto de sentido enfrentar, en abstracto, un rol a los demás. Lo procedente
es elegir entre un rol u otro en una circunstancia concreta. El interventor deberá también sopesar
con cuidado los efectos de adentrarse en dinámicas de rol que puedan incapacitarlo para seguir
actuando como tal y en función de la comunidad en el futuro. Como practicante profesional sus
valoraciones y tomas de posición (personales y profesionales) deberían ser, en todo caso,
secundarias a las demandas funcionales "objetivas" del momento y situación.
5. Una vez adoptado uno u otro tipo de rol (o relación) ese debería ser dado a conocer a los
grupos en presencia evitando asumir roles diferentes ante de unos o otros según convenga, o
adoptar simultáneamente dos roles incompatibles que crearán una gran incongruencia y tensión
interna y externa (una de las estrategias de resolución de conflictos de rol citada por Rothman).
Debe preverse, igualmente y en lo posible, la aceptación e impacto del rol sobre los grupos
sociales significativamente implicados.
El rol o postura adoptada puede ser -o no- inicialmente aceptado en función de la
costumbre social, que se puede tratar de modificar posteriormente desde la explicación y la
praxis diaria. Cambiar de rol en el contexto de una intervención y entorno social puede acarrear
serias dificultades para el propio interventor y provocar resistencias en el entorno social que
deberían ser anticipadas en lo posible siempre que, claro es, el cambio de rol se vea como preciso
o conveniente. En otro la constancia -o al menos consistencia- de rol debería ser la norma.
9.2. Destinatario
6. Destinatarios ("clientes") posibles de la IS son:
* El conjunto de personas y grupos, la comunidad.
* El gobierno como representante de todos (interés público).
* El cliente nominal o designado (el que paga), con el que se establece una relación profesional a
cambio de unos servicios especificados en un contrato.
* El grupo más débil o necesitado (interés social).
Aunque el debate sobre este tema está apenas iniciado, se observa una concentración en
ciertas áreas sociales (como la comunitaria) en el grupo más débil. Otros piensan que el
destinatario de la IS habría de ser la comunidad -o sociedad- en su conjunto; otros, en fin, de
orientación más organizacional el cliente nominal. Las distintas opciones no son necesariamente
incompatibles, aunque:
a) Parece más correcto pensar que en la IS hay varios destinatarios potenciales cuyos intereses o
bienestar conjunto debería buscar, en principio, el interventor. El hecho de que uno de ellos sea
considerado destinatario primario no excluye responsabilidades hacia el resto de los grupos,
como destinatarios secundarios o terciarios. Exige, en cambio, tener criterios valorativos que
permitan jerarquizar esos intereses, ordenando la dedicación del interventor y ayudando a
resolver las demandas enfrentadas o los conflictos de interés de los grupos. Así, si el destinatario
primario es el grupo más débil, su bienestar primará en general sobre el resto en caso de
divergencia o conflicto de intereses.
b) Optar por un destinatario general en la IS, no exime de determinar en cada caso y situación
concretos el destinatario primario en función del tema, momento y contexto específico de la
acción. Tampoco estará siempre claro quién es el más débil en una situación social en que
distintos grupos -parados, presos, drogadictos, etc.- pueden "competir" en cuanto al estado de
necesidad, dificultad, riesgo o conflicto.
c) Elegir un destinatario primario no ayuda en sí mismo a decidir como servir mejor sus
intereses o necesidades, ya que esa es una cuestión esencialmente técnica, no valorativa.
7. Aunando consideraciones éticas y estratégicas, parece que la combinación de los criterios de
118
amplitud del colectivo y vulnerabilidad o necesidad es una forma más adecuada de definir el
destinatario de la acción social. Si se focaliza siempre la acción en un grupo minúsculo, pero
muy vulnerable, se descuidará el conjunto de la comunidad y la IS será difícil de justificar a
largo plazo para el "interés público" que representa al conjunto de la comunidad. Centrarse
sistemáticamente en la gran mayoría ignorando las minorías marginadas es ética y socialmente
reprochable, aunque social y políticamente más rentable.
9.3. Otras: Contexto, poder y conocimiento
8. Antes de comenzar la intervención, es necesario hacer un análisis del contexto -político y
social, sobre todo-: recursos existentes (incluido el poder y el prestigio) y forma de distribuirlos,
sistemas de toma de decisiones, partes implicadas o afectadas, relaciones entre ellas y entre cada
una y el interventor, fines de cada parte, etc.
9. El poder y su distribución es clave en el análisis y acción social. Su evaluación a nivel de
grupos sociales debe preceder y acompañar la intervención en cuanto a las implicaciones
políticas para los grupos de interés en presencia y el papel político implícita o explícitamente
jugado por el interventor y la acción proyectada. Es necesario examinar los intereses de cada
grupo relevantemente implicado en la acción y sus fines, así como su eventual compatibilidad
con los fines implícitos o explícitos del propio interventor (apartado 9.4)
10. Además del rol a asumir (punto 5) el interventor debe tratar de examinar su propia "agenda"
-preferencias, fines e intereses- con los colegas. Deberá también hacerla explícita a (y en su caso
discutirla con) los destinatarios de su trabajo en casos de duda o cuestionamiento, excesiva
implicación, conflicto con los intereses de los destinatarios y otros pertinentes. En ningún caso
debe esa agenda interferir con el desempeño íntegro y objetivo del rol profesional que se supone
orientado al bienestar o beneficio del destinatario de la IS (en los términos pactados o
habituales), no al del interventor.
11. El conocimiento acumulado sobre los temas o problemas a resolver son importantes y deben
primar sobre las preferencias ideológicas del interventor que habrá de revisar, antes de actuar, la
evidencia acumulada sobre el tema de interés y sus implicaciones interventivas.
12. Dada la indefinición relacional del campo social, el establecimiento del contrato con los
grupos sociales es fundamental para establecer un marco relacional y social, explicitando los
derechos y deberes de cada parte en el proceso, las relaciones entre ellas y la responsabilidad del
interventor en los efectos causados. El estudiante debe recibir formación sobre la realización de
tales contratos (explícitos o implícitos) y sobre sus implicaciones relacionales e interventivas
posteriores.
13. Los procedimientos sugeridos no resuelven por sí solos los dilemas ético-valorativos
planteados. Sí ayudan, en cambio, a aclararlos, evitarlos, limitarlos o ponerlos en una
perspectiva más apropiada. Pueden también generar nuevos dilemas y, desde luego, no evitan,
que el interventor tenga que elegir y tomar decisiones en base a valores personales y
profesionales.
8. ESQUEMA DE TRABAJO SUGERIDO
Se amplia e ilustra aquí el esquema operativo para examinar las cuestiones éticas en la IS
ya delineado en el apartado 3. Se trata de un procedimiento ético-político. Es ético en cuanto se
examina la bondad, o maldad, de las distintas opciones y las responsabilidades derivadas de
ellas. Es político en el sentido de reconocer y examinar los intereses políticos que, en
consonancia con la experiencia del campo, asumen un papel clave en las acciones sociales. No
cayendo a pesar de este acento política en los vicios reduccionistas denunciados repetidamente
denunciados en este volumen: ni la valoración ética es sacrificada a la política, ni se asume
operativamente como única válida la moral del autointerés.
Como el resto de los procesos de análisis ético propuesto, complementa -no substituye-
los métodos usuales de planificación técnica tan propensos a olvidar aspectos valorativos y
119
estratégicos básicos como el poder. Racionaliza, sin embargo, el proceso de elegir y tomar
decisiones, ordenando y poniendo en perspectiva inter-relacional las cuestiones éticas y políticas.
Sin embargo, ni evita las cuestiones éticas ni aporta en sí mismo los contenidos de sus respuestas
"correctas". Esa es tarea del interventor particular (personal o grupal) que es quien, en última
instancia, debe elegir y tomar decisiones "en conciencia", tras discutir con sus compañeros de
tarea, teniendo en cuenta los datos contextuales y el saber colectivo decantado en la deontología
profesional. Sus pasos son los siguientes:
1) Identificar los grupos de interés. Los grupos sociales que, como interesados o afectados
potenciales por la cuestión, tendrán una posición definida y un potencial de devenir actores
sociales respecto a su solución -en la que se van a implicar más o menos activamente- o
"reactores" respecto a las acciones que otros emprendan. La posición y acciones -o reacciones-
potenciales de los grupos pueden converger o divergir entre ellas y respecto al tipo de
intervención propuesta, en función de sus respectivos intereses y de las acciones planteadas en
cada caso concreto, por eso es tan importante averiguarlas y tenerlas en cuenta en la IS.
2) Determinar, en función de los intereses y otras motivaciones hipotéticas, los fines plausibles
de los grupos. Tanto los declarados o explícitos como los implícitos, también operativos en la
situación y que pueden inferirse (y ponerse a prueba, en su caso) de "datos" como: intereses
atribuibles, declaraciones verbales o comportamiento previo ante temáticas similares. Importa
detectar aquí los conflictos de fines o intereses entre grupos que pueden derivar en conflictos o
generar dificultades para el practicante en el curso de la intervención.
3) Identificar las responsabilidades o deberes del interventor hacia cada parte. Tanto las
socialmente reconocibles, explícitas, como aquellas que, aunque implícitas, motivan igualmente
la conducta del interventor. Interesa localizar los eventuales enfrentamientos o interferencias
entre las responsabilidades debidas a las distintas partes que pueden originar dualidades o
conflictos de rol. Es también conveniente avanzar soluciones que: a) armonicen
satisfactoriamente los deberes primordiales hacia las distintas partes -si son compatibles-; b)
faciliten la opción por unas responsabilidades (y línea de actuación) sobre otras cuando sean
incompatibles, en base a la bondad ética de cada una.
4) Determinar, a partir de la información disponible, las principales salidas u opciones de
actuación existentes.
5) Analizar a partir de las responsabilidades identificadas, el rol básico (o roles sucesivos si se
preven cambios de rol) correspondiente a cada opción, adecuación del rol a la situación,
posibilidades y limitaciones de asumirlo/s y eventuales problemas de tránsito entre roles o
incompatibilidades entre ellos.
6) Analizar, a partir de la información disponible, las consecuencias positivas o negativas
previsibles para cada grupo de interés relevante de cada línea de acción posible. Es decir, prever
qué beneficios y perjuicios supondrá cada solución para cada grupo a la luz de sus fines
respectivos antes examinados.
7) Tomar la decisión de seguir una línea de acción dada a partir de las conclusiones extraídas de
los análisis previos tanto en cuanto al impacto sobre el propio interventor como sobre la situación
externa. En la realidad final, esa decisión dependerá tanto de juicios de valor éticos como de
evaluaciones técnicas y estratégicas sobre del tema y la situación contextual.
8) Corregir en función del impacto ético-político de la evolución de la situación, actuación de las
diversas partes e información relevante que pueda aparecer y modificar lo ya sabido.
Apliquemos los pasos del esquema al caso del maltrato intentando al mismo tiempo
extraer conclusiones, o elaborar conceptos, más generales y válidos para la IS en su conjunto o,
al menos, para otras muchas situaciones.
1. Grupos directamente interesados: mujeres maltratadas (físicamente y las mujeres maltratadas
en general, dos grupos solapados, pero no coincidentes); grupo organizado de mujeres; y
120
municipio (la administración en general). Corresponden, respectivamente, a los siguientes
agentes o tipos de interés básicos en la IS:
* Interés social, el grupo más débil, necesitado, sufriente o desfavorecido (mujeres maltratadas).
* Cliente nominal (grupo organizado, aquí): aquél con el que se mantiene una relación
profesional regulada por un contrato explícito o implícito (regido por lo que es habitual o
costumbre en el campo profesional respectivo).
* Interés público (el ayuntamiento, aquí): representa al conjunto de ciudadanos (la comunidad),
del que los grupos previos (cliente e interés social) son sólo una parte.
Otros grupos indirectamente implicados o afectados y a tener en cuenta de cara a los
"efectos sistémicos" de la intervención son:
* La comunidad; aquí, el conjunto de pobladores de la zona cubiertas por la casa-refugio (que,
naturalmente, puede no constituir, más allá de la delimitación geográfica y administrativa, una
verdadera comunidad social). Nos interesa conocer el grado de "conciencia de problema"
existente sobre el tema del maltrato (¿es visto como un problema relevante o es un tema
desconocido o irrelevante para la mayoría?) y la actitud y postura global de la comunidad sobre
el tema (¿ven necesario un refugio -u otro tipo de ayuda- para personas maltratadas?) y, en
concreto, sobre la apertura de la casa.
* La profesión -psicológica en este caso- con la que la interventora tiene una "conexión"
simbólica (deontológica, ética en general): debe ejercer su trabajo con integridad y de acuerdo a
los principios reconocidos de ética profesional. El problema es que no hay una sola sino varias
profesiones implicadas en la IC (y en la IS, en general), de manera que los principios de
comportamiento correcto habrían de ser, como la propia praxis, interprofesionales. Lo que
exigiría que las profesiones se pusieran en contacto, debatieran y acordaran principios y normas
de conducta más o menos generales... nada de todo lo cual existe, claro es, todavía.
* Las familias de las mujeres maltratadas. Su situación y la disposición de los maridos es
esencial de cara a su eventual participación en algún programa de rehabilitación o reconstrucción
de la convivencia familiar (si eso fuera viable) o de mediación familiar -y posible ayuda a los
propios maltratadores- para resolver la situación global lo menos traumáticamente posible. Y es
que un punto crucial de la intervención será decidir si el destinatario son sólo las mujeres
maltratadas o las familias en su conjunto. En el primer supuesto, el resto del núcleo familiar será
secundario o irrelevante.
Si, en cambio, ponemos en primer plano el bienestar de los hijos y asumimos, como
parece razonable, que ese bienestar se va a lograr mejor desde el conjunto de la familia, el
destinatario será toda la familia. Y actuaríamos en las dos direcciones, mujeres maltratadas y
resto de la familia, complementando la acción protectora de esas con aquellas estrategias
-rehabilitación, mediación, etc.- apropiadas para restablecer la integridad familiar. Algo que sólo
sería viable, en la práctica, si la relación matrimonial es aún salvable y ambos cónyuges están de
acuerdo en volver a intentarlo con ayuda externa. (En otros términos, más teóricos, estamos
atribuyendo a la familia una cierta integridad y funcionalidad virtual: que puede llegar a volver a
funcionar como tal familia; si no, si consideramos irrecuperable a la familia, no trabajaríamos en
esa dirección).
Nótese que mientras algunos grupos están bien identificados, otros están apenas
perfilados. Así, las "mujeres maltratadas" pueden incluir a aquellas físicamente maltratadas o a
las física y psicológicamente maltratadas. Mientras que el primer grupo es probablemente menor
y más fácilmente identificable (a través de criterios "médicos", ergo "objetivos"), en el caso del
segundo, ¿dónde establecemos el límite del maltrato emocional o verbal y las incidencias
negativas de una situación familiar o parental difícil o conflictiva? La evaluación es más
complicada. Por otro lado, la psicóloga puede contar, al hacer la evaluación del maltrato, a todas
las personas que están siendo maltratadas o sólo a las probables usuarias de la futura casa: la
121
porción de mujeres maltratadas que van a usar la casa cuando abra, en vez de resolver el maltrato
por otras vías (separación de hecho; visita a un profesional, familia, amigos, etc.).
Dado, además, que el maltrato físico suele conllevar maltrato emocional, parece claro a
posteriori que la evaluadora tendría que haber:
a) Clarificado el encargo en los términos aquí discutidos antes de aceptarlo.
b) Negociado la posibilidad, y conveniencia, de no separar ambos tipos de maltrato en previsión
de las medidas apropiadas. En caso de desacuerdo (con los criterios del grupo de mujeres o del
ayuntamiento) en este punto crucial del problema que viene a condensar todos los malentendidos
posteriores (o a ser, al menos, pretexto para ellos), debería haber rechazado el encargo.
2. Fines e intereses plausibles de los grupos
* Mujeres maltratadas. No los conocemos: no han hecho demanda explícita alguna y, sobre el
papel, sus intereses están representados por el grupo organizado. Por lógica y experiencia
podemos suponer que los fines de aquellas son: a corto plazo, seguridad; tener un lugar seguro
para vivir (con sus hijos) lejos del maltrato. A medio y largo plazo (y suponiendo que no sea
viable la reunificación familiar) es muy probable que precisen apoyo psicológico y legal y ayuda
para encontrar un trabajo que les permita ser auto suficientes.
* Grupo de mujeres. En la medida en que actúan como abogadas sociales de las mujeres
maltratadas, su objetivo explícito es conseguir dinero para abrir, y mantener, un refugio para
aquellas. Podemos hipotetizar, sin embargo, intereses implícitos no tan altruistas -frecuentes en
estos casos- como alcanzar un prestigio y reconocimiento social por su labor. Siempre que ese
interés "egoísta" no interfiera con, o se anteponga a, el primario (aquí, ayudar a las mujeres
maltratadas con sus problemas), es psicológica y estratégicamente lógico esperar que los actores
sociales no remunerados derivan algún beneficio -satisfacción personal, aumento de estatus
social o presencia mediática, etc.- de sus acciones de abogacía social. Investigación y experiencia
psicológica dicen que sólo las relaciones razonablemente simétricas duran: quién da mucho y
recibe poco sufre en su nivel de autoestima y acaba quemándose.
Estratégicamente se necesita estímulo y ayuda externa para mantener esos procesos de
ayuda voluntarios y de terceros no profesionales sometidos, de lo contrario, a una cierta
explotación con la consecuente alta "mortalidad" autodefensiva. Éticamente, sin embargo, lo
fundamental es que los motivos de auto mantenimiento no interfieran con la defensa de los
intereses de las mujeres maltratadas: que el grupo organizado defienda los intereses -y bienestar-
de ellas, no el suyo propio. Eso es lo que debe vigilar el interventor, reconociendo y asegurando,
al mismo tiempo, las recompensas debidas para que el autointerés no emerja, bajo disfraces
respetables, por la puerta trasera.
* Municipio. Explícitamente persigue proteger o aumentar el bienestar de sus ciudadanos -de
todos ellos, no de un grupo en concreto- y gastar bien el dinero de la comunidad. Pueden, sin
embargo, existir otros fines implícitos -como la rentabilidad electoral o el impacto social de las
acciones- que lleven en la práctica a negar peticiones de grupos minoritarios o con poca
capacidad reivindicativa o impacto comunitario, como las mujeres maltratadas. Precisamente por
eso es estratégicamente importante apoyar al grupo de mujeres: como abogadas de las
maltratadas, aportan el impacto y movilización social de que aquellas, por su situación (son
muchas, pero temerosas y viven el problema de forma individual), carecen. El interés implícito
merece consideración similar -con matices- al del grupo de mujeres. Sobre el papel, la misión del
político es representar los intereses de toda la comunidad (no sólo de aquellos que lo votaron o
simpatizan con su partido político) y, como al profesional, le pagan por hacerlo, de manera que
éticamente no cabe esperar ningún otro interés secundario o espurio.
En la práctica, sin embargo, esos intereses existen como parte poderosa del
comportamiento político habitual y no pueden ser estratégicamente ignorados por el interventor,
lo que no significa que los haya de hacer suyos. Al contrario, el interventor debe permanecer
122
independiente y distante de ellos, no confundiendo su rol con el político: su único interés en la
acción profesional debe ser la comunidad (o sus sectores más débiles).
¿Qué hacer entonces? Una de dos: o reconocer tales intereses (como ajenos,
naturalmente) y, si son legítimos, tratar de hacerlo compatibles con su interés profesional
primario, o renunciar a trabajar con una línea política con la que no sintoniza y que, además,
genera acciones que, no siendo moralmente condenables, no juzga las más adecuadas (aunque
decidir cuáles son las acciones adecuadas en el nivel global, no es tarea del técnico, sino del
político).
Un ejemplo típico es la "explotación" mediática por el político de las acciones sociales
realizadas, en principio admisible o, al menos tolerable, como parte del día a día social. Si, en
cambio, las acciones -o la línea de actuación general- son juzgadas ilegítimas (así, la reiterada
utilización partidista de la IS), no solo puede, sino que debe -tras discutirlo con sus colegas para
asegurarse de que no es una cuestión meramente personal- denunciarlas ante el destinatario (y
víctima) de la acción, en primer lugar, y ante la comunidad en su conjunto -o los estamentos
apropiados-, después.
El examen global de los fines de los grupos de interés permitirá localizar conflictos de
interés entre grupos que pueden plantear dificultades al interventor. En el caso comentado hay un
evidente conflicto entre los fines del ayuntamiento y del grupo de mujeres: aquél quiere evitar
gastar dinero; ese quiere obtener dinero para financiar la casa-refugio. La interventora está
"pillada" en medio de ese conflicto: debe ser bien consciente de ello y buscar salidas.
Hay que estar alerta también a las posibles discrepancias entre los fines de las mujeres
maltratadas y los que les atribuye el grupo organizado, su abogado social nominal. Aunque unas
y otras parecen coincidir en la ayuda para la amenaza inmediata, el maltrato, las primeras pueden
tener necesidades adicionales de ayuda en el área psicológica, legal y de trabajo no contempladas
por las segundas: habría que recoger información al respecto. El interventor debe vigilar
especialmente esas eventuales discrepancias: si considera a las mujeres maltratadas como su
destinatario primario, ha de actuar en la línea de proteger y promover sus verdaderos intereses,
no aquellos que más o menos bienintencionadamente defiende el grupo organizado.
Pero debe hacerlo teniendo también en cuenta la útil tarea de ese grupo, tratando de
complementarla y corregirla en su caso, no minándola o perjudicándola. Primero, para no tirar
piedras contra su propio tejado: el interventor (o las instancias públicas) tendrá(n) que asumir al
final la parte de acción social que las organizaciones informales y voluntarias no realicen. ¡No
sólo hay que cuidar al desvalido sino a sus aliados y abogados! Segundo, para contribuir a su
empowerment y desarrollo que, por lo que sabemos, se produce a través de la acción (y la ayuda
al otro) eficaz y autónoma de los actores sociales que, según el clásico lema de la ayuda mutua
(Riessman, 1965) y de la acción comunitaria "se ayudan a sí mismo ayudando a los demás".
3. Responsabilidades de la interventora hacia cada grupo de interés:
* Mujeres maltratadas: responsabilidad social -y una cierta fidelidad o lealtad en la defensa de
sus intereses- como grupo más débil o necesitado.
* Grupo de mujeres: las explícitamente recogidas en contrato o, si no hay contrato explícito, las
generalmente acordadas por la profesión en la relación profesional con un cliente:
confidencialidad, veracidad, validez y calidad técnica del trabajo, etc.
* Municipio: veracidad e integridad en el testimonio y asesoramiento experto teniendo en cuenta
que representa -debe representar- los intereses de toda la comunidad.
El conjunto de responsabilidades viene a definir la vertiente ética (y política) del rol del
interventor. Habrá que examinarlas de cara a detectar posibles contradicciones. Si las
responsabilidades son globalmente compaginables no habrá, de entrada, conflictos éticos y el
interventor podrá asumir un rol que le permita trabajar con todos los grupos. Si hay
incompatibilidades, habrá que buscarles solución optando por unos deberes sobre otros. En
123
ambos casos habrá que ordenar los intereses de los grupos en función de su prioridad como
destinatarios (primario, secundario, etc.) en cada caso a partir de su examen general en la IS (y de
los valores básicos que, según el campo temático, método empleado, profesión del interventor y
sus propias opciones éticas, deben orientar cada acción).
Si acordamos que el grupo más vulnerable es el destinatario primario, la administración
(siempre que represente legítimamente los intereses de la comunidad) el secundario y el cliente
nominal, el terciario, la interventora debería primar las responsabilidades hacia las mujeres
maltratadas, por encima de las debidas al municipio y de la confidencialidad hacia el grupo
organizado. Como las primeras no están presentes, el conflicto nuclear específico queda reducido
al enfrentamiento del deber de veracidad e información pública que tiene ante el municipio y el
de confidencialidad que tienen ante las mujeres. Según se prime -como deber y en cuanto a sus
consecuencias previsibles en cada caso-, se actuará en una u otra dirección.
Fases 4 (opciones básicas) 6 (consecuencias de las opciones) y 7 (decisión). A partir del
conflicto nuclear identificado, la interventora tiene dos opciones primordiales según prime un
deber u otro:
a) Si prima la confidencialidad hacia el grupo organizado y valora el riesgo que, de revelar al
municipio el uso real de la casa, esta sea cerrada y no se ayude a nadie, permanecerá en silencio.
Bien es cierto, que el riesgo final es que el ayuntamiento acabe conociendo la situación de la casa
y la reputación e integridad de la interventora sufra bastante más que si confiesa ahora lo que
sabe.
b) Si prima el deber de veracidad, derecho del público a la información (y su propia integridad
profesional), ha de informar al municipio de como se está usando en realidad la casa. Existe el
riesgo de que, al hacerlo, aquél, al sentirse engañado, cierre la casa y se perjudiquen seriamente
los intereses de las mujeres maltratadas que la usan.
Hay, sin embargo, otras opciones. Mis preferencias serían, en lo inmediato, que la
interventora presione al grupo organizado para que dé cuenta al municipio de lo que ocurre,
amenazando, si se niegan, con informar directamente ella misma (ya que tiene el deber de
veracidad al ayuntamiento y se siente engañada por la conducta del grupo) y ofreciendo, en caso
de acuerdo del grupo a la propuesta, su colaboración para ayudar a persuadir al municipio de que
mantenga la ayuda a las mujeres maltratadas pero, eso sí, en condiciones de lealtad entre las dos
partes (municipio y grupo organizado) que habrán de dialogar y entenderse entre ellas. Otra
posibilidad, potencialmente más fructífera a largo plazo, sería (Heller, 1989) montar un
programa de educación en la escuela y la comunidad para prevenir el maltrato. Eso no resolvería,
sin embargo, el problema de refugio inmediato de las personas que están siendo maltratadas
ahora. Sería deseable junto a la casa-refugio, no en substitución de ella.
Hasta aquí el examen del caso según el esquema propuesto. En él se han simplificado
deliberadamente los grupos presentes y las responsabilidades ligadas. Podríamos haber incluido
también otros grupos indirecta o simbólicamente implicados:
* Familias padres maltratadores e hijos que permanecieran con ellos. Habría que clarificar, como
se ha remarcado, si el destinatario de la acción son sólo las mujeres maltratadas o el conjunto de
las familias, pensando sobre todo en el interés -y potencial de desarrollo- de los hijos. En este
último caso habríamos de trabajar también con el resto del núcleo familiar (donde se asume está
la causa del maltrato, no lo olvidemos) de cara a la reconstrucción de la unidad familiar, en la
medida en que eso sea razonablemente viable (y aceptable a ambas partes). Eso implicaría, como
se ha indicado, ayudar también a los padres maltratadores con sus problemas y mediar entre ellos
y las mujeres maltratadas.
* Comunidad. Nos interesa en función de que apoye -o no- y sostenga la casa refugio y, sobre
todo, en la medida en que esté o no concienciada del problema del maltrato femenino (un tema
insidioso, poco publicitado y padecido por mujeres, no por hombres) y constituye, o no, una
124
prioridad o interés para el conjunto de ciudadanos. Sería particularmente crucial si queremos
prevenir el maltrato o implicar a la comunidad en su solución.
* Profesión. Está implícitamente implicada en la medida en que le interesa una práctica
profesional científica, técnicamente eficaz e íntegra desde el punto de vista ético. En ese sentido
y cualquiera que sea el comportamiento real de la interventora, la profesión tiene el derecho, y el
deber, de exigirle que ese comportamiento sea acorde con los principios de responsabilidad e
integridad profesional aplicables a la situación concreta. Lo cual, además de controlar la
conducta individual de los interventores, trataría de evitar que se identifiquen sus actos
impropios con el respectivo gremio profesional que, a través de las condenas o sanciones, se
desmarca de ese comportamiento impropio.
* ¿Interventora? ¿Es -deber ser- parte interesada o no? Podemos recapitular telegráficamente lo
discutido en el Capítulo 4 (apartado 5) y el presente sobre la postura política concluyendo que
-en general y en principio- el interventor:
a) No debe ser parte interesada en el sentido de esperar algún tipo de auto beneficio (estatus,
prestigio...). Como profesional que es, le pagan por sus servicios y no debe esperar -como el
político- otras recompensas. Sí puede esperar, en cambio, mantener su reputación e integridad
profesional, pero como "fruto" indirecto de lo que hace: en función de la evaluación de los
demás; su actuación no debe estar primordialmente guiada por ese interés. El caso del grupo
organizado (las organizaciones voluntarias en general) es distinto: no siendo su tarea remunerada
económicamente es razonable que esperen algún tipo de beneficio de ella.
b) Los intereses se refieren al rol no a persona del interventor. No se trata de negar las
preferencias, ideas o intereses personales, sino de impedir que esos interfieran con -o sean
indebidamente usados en- el desempeño profesional.
c) Tampoco se entiende el interés (y el eventual "posicionamiento" político) como dirigido a un
partido (o color) político determinado si no, más en general a un ideal (como la justicia social) o
con un grupo social, por ejemplo, los más débiles. Es decir, el interés, abogacía o compromiso
del interventor es más social que específicamente político. Se puede llamar político en sentido
genérico, porque va ligado al poder y a su distribución, no en el sentido específico citado que
llevaría a confundir el rol profesional y el político: sería impropio, por ejemplo, que la conducta
de la interventora del caso viniera dictada básicamente por las simpatías, o antipatías, políticas
del actual equipo de gobierno del ayuntamiento.
d) También se entiende que el interventor puede -y probablemente debe- estar vocacionalmente
interesado -o comprometido con- un campo de trabajo (los mayores, las drogas...) o con la ayuda
a los demás. Existe, en ese sentido, un interés básico y genérico por lo que hace, distinto del que
adicionalmente puede tener -por grupos, ideas, líneas de acción...- en las situaciones
interventivas concretas.
e) Si se compromete con una idea o grupo social no debe hacerlo al buen tuntún, sino consciente
y deliberadamente, como fruto de una reflexión personal y de una discusión con los colegas en
que puedan apreciarse, además de los ideales que motivan la postura, sus costos, beneficios y
riesgos para los demás y para el futuro desempeño profesional. La ausencia de reflexión -y
conciencia de la situación- suficiente es, precisamente, uno de los defectos básicos de la
actuación de la interventora del caso, que no parece enterarse del juego que lleva entre manos ni
de sus consecuencias en términos de los objetivos de los grupos y las relaciones con ellos.
f) La postura de abogado social -partidista- se basa en la prioridad del valor justicia y
empowerment del más débil (cuyos riesgos de pérdida de objetividad, enemistarse con otras
partes y dificultar el retorno al rol de ayudador de todos, fueron señalados). La situación del caso
analizado es apropiada para ejercer ese rol. Como ya lo está asumiendo una parte (el grupo
organizado), sería, sin embargo, impropio para la interventora, pues duplicaría un rol ya
existente.
125
g) La postura de experto neutral o independiente, motivada desde la prioridad de trabajar con
toda la comunidad sin favorecer a ninguna de sus partes, está bien ilustrada por la evaluadora del
caso. Sus peligros y costos asociados (dificultad del rol en situaciones de conflicto, favorecer
implícitamente al más fuerte y sostener el estado de cosas injusto, posibilidad de ser usado por
unos contra otros, ingenuidad de la visión objetivista y de "estar por encima de todo", etc.),
también.

126
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