Está en la página 1de 8

VARIAS VERSIONES DE CAPERUCITA ROJA

¿Qué pasaría si… tuvieses que recordar un cuento que hace tiempo te
contaron? ¿Qué pasaría si… al contarlo no recordaras ciertos detalles?
¿Qué pasaría si… en lugar de contar te apeteciera inventar? ¿Qué
pasaría si…?

Muchas veces contar es sinónimo de crear, recrear, e incluso


reinventar. Ahí está la clave de este cuento. El autor ha elegido un
cuento tradicional y lo ha contado a su manera. Ha escrito una nueva
versión. ¿Cuál es la diferencia entre tantas Caperucitas? ¿Qué núcleos
temáticos se mantienen intactos y cuáles son las aportaciones de cada
autor?

Charles Perrault fue el primero que recogió la historia de Caperucita


y la incluyó en un volumen de cuentos (1697), en el que destacaba
sobre los otros por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel,
destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos, y
cuyo ámbito territorial no iba más allá de la región del Loira, la mitad
norte de los Alpes y el Tirol.
Ilustración de Gustave Doré

Este autor suprimió el lance en que el lobo, ya disfrazado de abuelita, invita a la niña a consumir carne y sangre,
pertenecientes a la pobre anciana a la que acaba de descuartizar. Al igual que en el resto de sus cuentos, quiso dar una
lección moral a las jóvenes que entablan relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente
hasta entonces en la historia.

Caperucita Roja de Charles Perrault

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella
y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que
todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.

-Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.

Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con
el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí
cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:

-Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

-¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo.

-¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja-, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.

-Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega
primero.

El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo
entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba.
Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.

-¿Quién es?
1
-Es su nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi
madre le envía.

La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:

-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía
más de tres días que no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a
Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.

-¿Quién es?

Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:

-Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:

-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama
bajo la frazada:

-Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.

Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de
dormir. Ella le dijo:

-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!


-Es para abrazarte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Es para oírte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
-Es para verte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
-¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.

Moraleja

Aquí vemos que la adolescencia,


en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
2
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

3
Caperucita Roja. Cuento folclórico. Anónimo.

Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo
que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que
no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí
el lobo.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar
a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pajaritos, las
ardillas...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

-¿A dónde vas, niña? -le preguntó el lobo con su voz ronca.
-A casa de mi Abuelita -le dijo Caperucita.

"No está lejos", pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: "El lobo se ha ido, pensó, no tengo nada que
temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles".

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que
era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo
que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.

La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.

-Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!


-Son para verte mejor -dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
-Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Son para oírte mejor -siguió diciendo el lobo.
-Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

-Son para... ¡comerte mejoooor! -y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo
que había hecho con la abuelita.

Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió
echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al
lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.

El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!

Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó
de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban
mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.

En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la
lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en
adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

4
Caperucita Roja de James Finn Garner

Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un
día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo
considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a
afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no [1] estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud
física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque
era un lugar siniestro y peligroso, por loque jamás sw aventuraban en él. Caperucita roja, por el contrario, poseía la
suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente
freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.

-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como
persona adulta y madura que es –respondió.
-No sé si sabes, querida –dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional
condición de proscrito social y a la perspectiva existencial –en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia
que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa
esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de
la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta
completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo
masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita roja entró en la cabaña y dijo:

-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa
matriarca.
-Acércate más criatura, para que pueda verte –dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! –repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos
tan grandes tienes!

-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.


-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!… relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
-Ha olido y ha perdonado mucho, querida.
-Y…¡abuela! Qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

Soy feliz de ser quien soy y lo que soy –y, saltando de la cama aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a
devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada
invasión que había realizado de su espaciopersonal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él
mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero
apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita roja se detuvieron simultáneamente.

5
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? –inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el
arma que lleva consigo! –prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres
y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero
y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus
objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y,
juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.

James Finn Ganner , Cuentos infantiles políticamente correctos.

6
Caperucita Roja de Gianni Rodari

- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.


- ¡No Roja!
- ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde..."
- ¡Que no, Roja!
- ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata."
- No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel".
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?"
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?".
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió...
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate".
- ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino".
- Exacto. Y el caballo dijo...
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y
encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle".
- Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno: toma la moneda.

Y el abuelo siguió leyendo el periódico.

Gianni Rodari, Cuentos por teléfono.

7
Caperucita Roja de Roal Dalh

Estando una mañana haciendo el bobo Caperucita dijo: ¡Qué imponente


le entró un hambre espantosa al Señor Lobo, abrigo de piel llevas este invierno!".
así que, para echarse algo a la muela, el Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
se fue corriendo a casa de la Abuela. O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó. ¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
la pobre anciana, al verlo, se asustó te comeré ahora mismo y a otra cosa".
pensando: "¡Este me come de un bocado!" Pero ella se sentó en un canapé
Y, claro, no se había equivocado: y se sacó un revolver del corsé,
se convirtió la Abuela en alimento con calma apuntó bien a la cabeza
en menos tiempo del que aquí te cuento. y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda Al poco tiempo vi a Caperucita
que al Lobo no le fue de gran ayuda: cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
"Sigo teniendo un hambre aterradora... ¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
¡Tendré que merendarme otra señora!" Pues nada menos que un sobrepelliz
Y, al no encontrar ninguna en la nevera, que a mí me pareció de piel de un lobo
gruñó con impaciencia aquella fiera: que estuvo una mañana haciendo el bobo.
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!" Roal Dahl , Cuentos en verso para niños perversos.
que aquí llamaba al Bosque la alimaña
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza.
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!. "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente,

También podría gustarte