El metano se produce por la descomposición o putrefacción de la materia
orgánica y puede introducirse en la atmósfera tanto por procesos naturales, como la descomposición de la materia en los pantanos, las filtraciones de gas de los depósitos del subsuelo o la digestión del alimento del ganado o por actividades humanas, como la producción de lubricantes y gas, el cultivo de arroz o la gestión de los residuos.
El gas metano es un agente del cambio climático mucho más poderoso que el CO2 y su concentración aumenta cada año.
El metano es el principal contribuyente a la formación de ozono a nivel del suelo,
un contaminante atmosférico peligroso. También este es un poderoso gas de efecto invernadero. Durante un período de 20 años, su capacidad de calentamiento es 80 veces más potente que la del dióxido de carbono.
El metano es responsable de aproximadamente 30% del calentamiento global
desde la época preindustrial y se está proliferando más rápidamente que en cualquier otro momento desde que se iniciaron los registros en la década de 1980. De hecho, según los datos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, incluso cuando las emisiones de dióxido de carbono se desaceleraron durante los confinamientos relacionados con la pandemia de 2020, el metano atmosférico se disparó, en 2019, los niveles de metano en la atmósfera alcanzaron niveles récord, cerca de dos veces y medio más de lo que había en la era preindustrial.
Este gas está acelerando el cambio climático de manera muy considerable,
debido a esto debemos trabajar para reducir su emisión a la atmosfera y así proteger la biodiversidad del planeta.