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Tema 1. Diderot Escritos Sobre Arte
Tema 1. Diderot Escritos Sobre Arte
ÍNDICE
DIDEROT Y EL CUERPO FIGURADO .................................................................................. IX
NOTAS ............................................................................................................................197
Jean Baptiste Greuze: La novia de pueblo. Óleo sobre lienzo. 92 x 117 cm.
Museo del Louvre, París.
su lado. Entre la madre y la novia, una hermana menor de pie, inclinada sobre la novia y
agarrándola por los hombros con un brazo. Detrás de este grupo, un niño que se pone de
puntillas para ver lo que pasa. Más debajo de la madre, en primer término, una
muchacha que tiene trocitos de pan cortado en el delantal. Totalmente a la izquierda, al
fondo y lejos de la escena, dos sirvientes de pie mirando. A la derecha, una fresquera
muy limpia, con lo que se acostumbra a guardar en ella, formando parte del fondo. En
medio, un viejo arcabuz colgado de su gancho; a continuación una escalera de madera
que conduce al piso superior. En primer término, en el suelo, en el espacio vacío que
dejan las figuras, cerca de los pies de la madre, una gallina seguida de sus polluelos a
los que la niña echa pan; un cuenco lleno de agua y en el borde del cuenco un polluelo,
con el pico levantado, para dejar que le baje al buche el agua que ha bebido. Tal es la
ordenación general. Vayamos a los detalles.
El escribano va vestido de negro, el calzón y las medias de color, lleva puestos el
gabán y la golilla; el sombrero en la cabeza. En su gesto hay una mezcla de astucia y
trapicheo, como corresponde a un hombre de su profesión; es una bella figura. Escucha
lo que el padre dice de su yerno. El padre es el único que habla. Los demás escuchan y
callan.
El niño que está entre las piernas del escribano es excelente por el realismo de su
acción y de su color. Sin interesarse por lo que pasa, mira los papeles garabateados y
pasa sus manitas por encima.
Se ve a la hermana mayor, que está de pie, apoyada en el respaldo de la butaca
de su padre, rabiando de dolor y de celos porque han decidido a favor de su hermana
menor y la han ignorado a ella. Tiene la cabeza apoyada en una de las manos y dirige a
los novios una mirada curiosa, entristecida y furiosa.
El padre es un anciano de sesenta años, cabellos grises y un pañuelo enrollado
alrededor del cuello; tiene un aspecto bondadoso que agrada. Con los brazos extendidos
hacia su yerno, le habla de un modo encantador con el corazón en la mano; parece
decirle: «Jeannette es dulce y buena; te hará feliz; tú también la harás feliz a ella...», o
cualquier otra cosa sobre la importancia de los deberes del matrimonio... Lo que dice,
sin duda, es conmovedor y honesto. Una de sus manos, que se ve hacia fuera, está
bronceada y morena; la otra, que se ve hacia dentro, es blanca; esto está en la
naturaleza.
El novio es una figura muy agradable. Es moreno de cara, pero se ve que es
blanco de piel; está un poco inclinado hacia su suegro; presta atención a su discurso y
parece convencido; tiene buen aspecto y va maravillosamente vestido, sin salirse de su
condición. Digo lo mismo de todos los demás personajes.
El pintor ha dado a la novia una figura encantadora, decente y reservada; está
maravillosamente vestida. El delantal de tela blanca no se puede hacer mejor; hay un
cierto lujo en su atuendo porque es el día de la petición de mano. Hay que ver cómo
todos los pliegues de la ropa de esta figura y de las demás son auténticos. Esta
encantadora muchacha no está rígida; hay una ligera y suave inflexión en toda su figura
y en todos sus miembros que la llena de gracia y autenticidad. Es realmente bella, muy
bella. Un pecho bien hecho que no se ve en absoluto; pero apuesto a que no hay nada
que lo levanta y que se sostiene solo. En relación a su prometido, ella no hubiera sido
bastante decente; en relación a su madre o su padre, hubiera sido falsa. Pasa el brazo a
medias bajo el de su futuro esposo y las puntas de sus dedos caen y se apoyan
suavemente en su mano; es la única señal de ternura que le transmite y seguramente sin
saberlo ella misma; es una idea delicada del pintor.
La madre es una bondadosa campesina que se acerca a los sesenta, pero que
goza de buena salud; también va vestida con holgura y maravillosamente. Con una
mano agarra la parte superior del brazo de su hija; con la otra, le aprieta el brazo por
encima de la muñeca; está sentada; mira a su hija de abajo a arriba; le cuesta separarse
de ella; pero el partido es bueno. Jean es un buen muchacho, honrado y trabajador; no
duda que su hija será feliz con él. La alegría y la ternura están mezcladas en la
fisonomía de esta bondadosa madre.
En lo que se refiere a la hermana que está de pie al lado de la novia, que la
abraza y se aflige sobre su seno, es un personaje interesantísimo. Realmente le disgusta
separarse de su hermana y llora por ello; pero este incidente no entristece la
composición; por el contrario; aumenta lo que tiene de conmovedor. Hay gusto, y buen
gusto, en haber imaginado este episodio.
Los dos niños, de los cuales uno, sentado al lado de la madre, se divierte
echando pan a la gallina y a su pequeña familia, y el otro se pone de puntillas y estira el
cuello para ver, son encantadores; pero sobre todo el último.
Las dos sirvientas, de pie, al fondo de la estancia, indolentemente apoyadas una
contra otra, parecen decir, con la actitud y el gesto: «¿Cuándo llegará nuestro turno?»
Y la gallina que ha llevado sus polluelos al centro de la escena y que tiene cinco
o seis pequeños, como la madre a los pies de la cual busca su vida tiene seis o siete
hijos, y la niña que les echa pan y los alimenta; hay que reconocer que todo ello es de
una encantadora coherencia con la escena que se desarrolla y con el lugar y los
personajes. Se trata de un toque poético absolutamente ingenioso.
El padre es el que atrae principalmente la mirada; después el esposo o el novio,
después la novia, la madre, la hermana menor o la mayor, según el carácter de quien
mire el cuadro, después el escribano, los otros niños, las sirvientas y el fondo. Prueba
indudable de una buena ordenación.
Teniers pinta costumbres quizá más auténticas. Sería más fácil reconocer las
escenas y los personajes de este pintor; pero hay más elegancia, más gracia, una
naturaleza más agradable en Greuze. Sus campesinos no son ni toscos como los de
nuestro buen flamenco, ni quiméricos como los de Boucher. Considero a Teniers muy
superior a Greuze en cuanto al color. También le atribuyo más fecundidad; además, es
un gran paisajista, un gran pintor de árboles, bosques, aguas, montañas, chozas y
animales.
A Greuze se le puede reprochar haber repetido una misma cabeza en tres cuadros
diferentes: la cabeza del Padre que paga y la del Padre que lee la Sagrada Escritura a
sus hijos, y me parece que también la del Paralítico. O, al menos, son tres hermanos con
mucho aire de familia.
Otro defecto. La hermana mayor, ¿es una hermana o una sirvienta? Si es una
sirvienta, no debería estar apoyada en el respaldo de la silla de su amo y no sé por qué
envidia tan violentamente la suerte de su ama; si es un miembro de la familia, ¿por qué
ese gesto huraño, por qué ese desaliño? Contenta o disgustada, tenían que haberla
vestido adecuadamente para la petición de mano de su hermana. Advierto que la gente
se equivoca, que la mayoría de los que miran el cuadro la toman por una sirvienta y que
los demás están perplejos. No sé si la cabeza de esta hermana mayor no es también la de
la Lavandera.
Una mujer de mucho ingenio ha dicho que este cuadro estaba compuesto de dos
naturalezas. Pretende que el padre, el novio y el escribano son campesinos, gente del
campo, pero que la madre, la novia y todas las demás figuras proceden del mercado de
París. La madre es una gruesa vendedora de fruta o de pescado; la hija, una bella
florista. Esta observación, al menos, es delicada; compruebe, usted, amigo mío, si es
justa.
Pero sería mejor dejar a un lado estas bagatelas y extasiarse en una obra en la
que hay belleza por todos los lados; sin duda, lo mejor que ha hecho Greuze. Este
cuadro le honrará, como pintor hábil en su arte y como hombre sensible y de gusto. Su
composición está llena de sensibilidad y delicadeza. La elección de sus temas demuestra
sensibilidad y buenas costumbres.
(Salón de 1761)
Jean Baptiste Greuze: Piedad filial. Óleo sobre lienzo. 130 x 163 cm.
Museo del Louvre, París.
Valor, amigo Greuze, ¡haz pintura moral, y hazla siempre así! Cuando te llegue el
momento de abandonar la vida, no habrá una sola de tus composiciones que no puedas
recordar con placer. ¿Acaso no estabas al lado de aquella muchacha que, al contemplar
la cabeza de tu Paralítico, exclamó con encantadora vivacidad: «¡Ay, Dios mío, cómo
me conmueve! Si sigo mirándolo, me echaré a llorar»? ¡Y aquella muchacha no era hija
mía! Pues la hubiera reconocido en ese gesto. Cuando yo vi a ese anciano elocuente y
patético, sentí como ella que mi alma se enternecía y que las lágrimas estaban a punto
de brotar de mis ojos.
(Salón de 1763)
18
. Ténaro: según la tradición más difundida, para bajar a los infiernos Heracles tomó el camino del cabo Ténaro, en
Laconia. Diversis studiis...: «Estirpe de un mismo huevo [nacida] para diversos afanes o inclinaciones».
las expresiones! Decía esas palabras que van derechas al alma, y, al decirlas, estaba
arrodillado ante ti: esto también se concibe. Te había cogido una mano; de cuando en
cuando sentías el calor de las lágrimas que caían de sus ojos y que rodaban por tus
brazos. Tu madre no acababa de llegar. No es culpa tuya; es culpa de tu madre... Pero
ahora te echas a llorar... Aunque lo que te digo no es para hacerte llorar. Y ¿por qué
llorar? Él te ha hecho muchas promesas y no dejará de cumplir nada de lo que te ha
prometido. Cuando se ha tenido la dicha de encontrar a una muchacha encantadora
como tú, para unirse a ella, para complacerla, es para toda la vida...» «¿Y mi pájaro...?»
«Sonríes.» (¡Ay, amigo mío, qué bella estaba! ¡Ay! ¡Si usted la hubiera visto sonreír y
llorar!) Continué. «¿Qué pasa con tu pájaro? Si uno se olvida de sí mismo, ¿se acuerda
de su pájaro? Cuando se acercó la hora del regreso de tu madre, el que te ama se fue.
¡Qué feliz, contento, arrebatado estaba! ¡Cómo le costó separarse de ti...! ¡Cómo me
miras! Yo sé todo eso. ¡Cuántas veces se levantó y volvió a sentarse! ¡Cuántas te dijo, te
volvió a decir adiós sin acabar de irse! ¡Cuántas veces salió y volvió! Acabo de verle en
casa de su padre: se siente alegre, feliz, y su alegría la comparten todos, sin poder
evitarlo...» «¿Y mi madre?» «¿Tu madre? En cuanto él se hubo ido, ella volvió: te
encontró soñadora, como lo estabas antes. Siempre se está así. Tu madre te hablaba y tú
no oías lo que te decía; te mandaba una cosa y tú hacías otra. Las lágrimas acudían a tus
párpados y las contenías, o volvías la cabeza para enjugarlas furtivamente. Tus
continuas distracciones impacientaron a tu madre; te regañó; y se te presentó la ocasión
de llorar tranquilamente y de aliviar tu corazón... ¿Continúo? Temo que lo que voy a
decir resucite tu dolor. ¿Quieres...? Pues bien, tu bondadosa madre se arrepintió de
haberte entristecido; se acercó a ti, te cogió las manos, te besó la frente y las mejillas y
lloraste mucho más. Tu cabeza se inclinó sobre ella; y tu cara, que el rubor empezaba a
colorear, mira, mira como se está coloreando ahora, fue a ocultarse en su seno. ¡Qué
cosas tan dulces te dijo tu bondadosa madre!, ¡y qué daño te hacían esas cosas tan
dulces! Sin embargo, aunque tu canario cantó, te advirtió, te llamó, batió las alas, se
lamentó de tu olvido, tú no lo viste, no lo oíste: estabas pensando en otra cosa. No le
cambiaste el agua ni le pusiste su grano; y esta mañana el pájaro ya no estaba... Me
sigues mirando; ¿todavía me queda algo que decir? ¡Ah, ya comprendo!, el pájaro te lo
había regalado él: bueno, encontrará otro igual de bello... Eso tampoco es todo: tus ojos
se fijan en mí y se afligen; ¿hay algo más? Habla, no puedo adivinarlo...» «¿Y si la
muerte del pájaro no fuera sino un presagio...? ¿Qué haría?, ¿qué sería de mí? Si él fuera
un ingrato...» «¡Qué locura! No temas: ¡no puede ser, no será!»
Pero, amigo mío, ¿no se ríe usted oyendo cómo un grave personaje se divierte
consolando a una muchacha pintada de la pérdida de su pájaro, de la pérdida de todo lo
que usted quiera? Pero observe qué bella es, qué interesante... No me gusta afligir, a
pesar de ello, no me disgustaría demasiado ser la causa de su pena.
El tema de este poemita es tan delicado que muchas personas no lo han
entendido; han creído que la muchacha sólo lloraba por su canario. Greuze ya pintó una
vez el mismo tema: colocó ante un espejo roto a una esbelta muchacha vestida de raso
blanco, invadida de una profunda melancolía. ¿No cree usted que sería tan estúpido
atribuir el llanto de la muchacha de este Salón a la pérdida de un pájaro, como la
melancolía de la muchacha del Salón anterior a un espejo roto? Esta niña llora por otra
cosa, se lo aseguro. En primer lugar, como usted ha visto, ella lo reconoce; y su
aflicción le dice lo demás. ¡Tanto dolor!, ¡a su edad!, ¡y por un pájaro...! Pero, entonces,
¿qué edad tiene...? ¿Qué le responderé y qué pregunta me ha hecho usted? Su cabeza
Le prometí, amigo
mío, que le hablaría del
cuadro de ingreso de Greuze
y le hablaré de él sin
parcialidad; cumpliré mi
palabra19.
En primer lugar tiene
usted que saber que como
los cuadros de este artista,
tanto en el Salón como en el
mundo, producen una fuerte
sensación, a la Academia le
hacía sufrir que un hombre
tan hábil y tan justamente
admirado no tuviera más que
el título de agregado. Deseó
que fuera inmediatamente
Jean-Baptiste Greuze: condecorado con el de
Septimio Severo acusando a su hijo Caracalla académico; este deseo y la
de haber querido asesinarle.
carta que el secretario de la
Óleo sobre lienzo. 124 x 160 cm.
Museo del Louvre, París. Academia, Cochin, se
encargó de escribirle en
consecuencia son un excelente elogio de Greuze. Yo he visto la carta, que es un modelo
de honestidad y aprecio; he visto la respuesta de Greuze, que es un modelo de vanidad e
impertinencia; había que apoyar aquélla con una obra maestra y es lo que Greuze no ha
hecho.
El Septimio Severo es innoble de carácter, tiene la piel negra y curtida de un
esclavo; su acción es equívoca. Está mal dibujado. Tiene la muñeca rota. La distancia
del cuello al esternón es desmesurada. No se sabe adónde va ni a qué pertenece la
rodilla de la pierna derecha, que eleva el mato.
19
. El cuadro de Greuze para ser recibido en la Academia, Septimio Severo y Caracalla.