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2ª edición

¡QUIERO CHUCHES!
Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil
Dr. Isaac Amigo
Dr. José Errasti

¡QUIERO CHUCHES!
Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil

Ilustraciones de Pablo García


2ª edición

Desclée De Brouwer
1ª edición: octubre 2006
2ª edición: febrero 2007

© Dr. Isaac Amigo y Dr. José Errasti, 2006


Ilustraciones de Pablo García, 2006

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2006


Henao, 6 - 48009 BILBAO
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de los citados derechos.

Impreso en España - Printed in Spain


ISBN: 978-84-330-2101-4
Impresión: Publidisa, S.A. - Sevilla
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
1. LA OBESIDAD INFANTIL: LA EPIDEMIA DE NUESTRO SIGLO . . . . 13
1.1. El mito del peso ideal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
1.2. El Índice de Masa Corporal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
2. ¿POR QUÉ LA OBESIDAD SE PUEDE PREVENIR PERO ES
MUY DIFÍCIL DE CURAR? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
3. LAS NUEVE CAUSAS DE LA OBESIDAD INFANTIL . . . . . . . . . . . . 29
3.1. Comer viendo la televisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
3.2. Ausencia de horarios y picoteos entre horas . . . . . . . . . . . . 36
3.3. Comer solo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
3.4. Saltarse sistemáticamente el desayuno . . . . . . . . . . . . . . . . 44
3.5. Comer únicamente lo que gusta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
3.6. Dormir poco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
3.7. Superar el aburrimiento comiendo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
3.8. Calmar la ansiedad y la depresión comiendo . . . . . . . . . . . 56
3.9. Practicar un estilo de vida sedentario . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
4. YA, PERO ¿CÓMO SE PUEDEN ENSEÑAR BUENOS HÁBITOS? . . 63
4.1. La educación es una cuestión de dos . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
4.2. La educación es una cuestión de plazos . . . . . . . . . . . . . . . 67
4.3. La educación es una cuestión de dar ejemplo . . . . . . . . . . 69
¡Quiero chuches!

4.4. La educación es una cuestión de muchos premios


y algunos castigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
4.5. La educación es una cuestión de regularidad . . . . . . . . . . . 77
4.6. La educación es una cuestión de calma . . . . . . . . . . . . . . . 80
5. ¿QUÉ TIPO DE ALIMENTOS GARANTIZAN MEJOR MANTENERSE
EN UN PESO NORMAL A LO LARGO DE LA VIDA? . . . . . . . . . . . 81
5.1. Razones de los prejuicios hacia los hidratos de carbono . . . 81
5.2. La alimentación saludable que contribuye a mantener
un peso normal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
5.3. Los alimentos que contienen menos tóxicos . . . . . . . . . . . . 88
6. EL PAPEL DEL EJERCICIO FÍSICO EN EL CONTROL DEL PESO
Y LA SALUD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
6.1. Efectos sobre el apetito y el consumo de alimentos . . . . . 92
6.2. Efectos sobre el control de los estados emocionales . . . . . 94
6.3. Efectos sobre el incremento del gasto calórico . . . . . . . . . 96
7. EL PAPEL DE LAS DIETAS EN LA INFANCIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
8 7.1. ¿Sirven las dietas para perder peso? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
7.2. ¿Sirve perder peso para mejorar la autoestima de los
niños obesos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
7.3. ¿Pueden afectar las dietas al crecimiento de los niños? . . . . 104
7.4. ¿Pueden ganar más peso los niños haciendo dietas? . . . . . 105
7.5. ¿Pueden llevar las dietas a los atracones? . . . . . . . . . . . . . . 107
7.6. ¿Pueden las dietas provocar trastornos de la
alimentación como la anorexia o la bulimia? . . . . . . . . . . . . 108
7.7. ¿Es recomendable el uso de los tratamientos
quirúrgicos en la obesidad infantil? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
EPÍLOGO: OBESIDAD, CONSUMISMO Y FELICIDAD . . . . . . . . . . . . . . 113
Introducción

La alimentación constituye una de las preocupaciones fundamen-


tales de los padres, –y quizá particularmente de las madres–, en rela-
ción a la salud de sus hijos. Es bien conocido que esta preocupación
en ocasiones ni siquiera cesa cuando los hijos llegan a ser adultos. Los 9
motivos son múltiples. Por un lado, garantizar en los hijos una buena
nutrición a través de una alimentación adecuada es una de las funciones más
enraizadas en la actividad de ser padres, presente no sólo en nuestra
especie animal, sino también generalizada a lo largo de todo el árbol
evolutivo. Pero también, de forma más específica a nuestras circuns-
tancias en el Primer Mundo actual, hay que destacar el creciente reco-
nocimiento entre la población del papel que los hábitos alimenticios desempe-
ñan para la salud a lo largo de toda la vida. Cada vez todos somos más
conscientes de que estos hábitos se van aprendiendo en la niñez hasta
conformar el estilo de comer de cada persona.
Ahora bien, los hábitos alimenticios no sólo tienen que ver con
el tipo de alimentos ingerido sino también con el cómo, cuándo y
dónde se come. No olvidemos que estamos hablando de hábitos, es
decir, de conductas muy sólidamente establecidas en nuestra actividad
cotidiana, de ahí que el nutricionista, –aquel experto que estudia la
¡Quiero chuches!

forma en como los nutrientes afectan al cuerpo humano–, deba traba-


jar conjuntamente con el psicólogo, –aquél experto que estudia la forma
en como se adquieren, se modifican o se eliminan los comporta-
mientos humanos–. Generalmente al hablar de nutrición se insiste
mucho en el primer aspecto, dando la impresión de que una correc-
ta alimentación depende únicamente de si comemos más o menos
grasas que hidratos de carbono, o más o menos hidratos de carbono
que proteínas. Siendo cierto que la nutrición depende de lo que se consume,
no se puede olvidar que lo que se consume depende de los hábitos alimenticios.
En este sentido, se podría decir que la obesidad se aprende, o, al menos, que
se aprenden las principales costumbres alimenticias que la provocan: se
aprende el gusto por los alimentos hipercalóricos, se aprende a des-
regular el apetito de forma que cualquier situación y cualquier hora
actúen como estímulos que incitan a comer, y se aprenden estilos de
vida sedentarios en donde faltan elementos fundamentales para man-
tener un peso adecuado, –como la actividad física–.
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Clásicamente se ha pensado que el conocimiento de las relaciones
entre nutrición y salud bastaría para ayudar a mejorar ésta a través
del cuidado de aquélla. Pero hoy en día nadie puede seguir siendo tan
ingenuo como para creer que la información es suficiente para hacer
que la gente practique conductas saludables. Nunca ha habido una
sociedad en la historia cuyos ciudadanos posean tantos conocimien-
tos acerca de nutrición como en el Primer Mundo actual. Términos
técnicos, –como proteínas, grasas saturadas, hidratos de carbono, coleste-
rol, e infinidad de ellos más–, han pasado al lenguaje habitual y for-
man parte del vocabulario básico de uso de cualquier ciudadano de
cultura media. Y, sin embargo, según todos los datos, nunca una
sociedad sin carencias en sus posibilidades se caracterizó por pautas
alimenticias tan insalubres como la nuestra. Los informes sobre obe-
sidad infantil y adulta muestran tendencias de futuro sencillamente
alarmantes. Los trastornos de la alimentación, –anorexia, bulimia,
etc.–, se han convertido en una seña de identidad de nuestra cultura.
Introducción

Hace falta algo más que información para obtener una buena alimentación.
Hace falta entender cómo se forman los hábitos alimenticios para poder corre-
gir sus posibles vicios y prevenir mil variadas conductas de mil variados ries-
gos para la salud.
En este libro trataremos de analizar con cierto detalle qué tipo
de comportamientos cotidianos tendríamos que enseñar a nuestros
hijos si pretendemos que se mantengan dentro de su peso natural.
Describiremos qué hay que enseñarles, pero, sobre todo, explicaremos de forma
muy práctica y concreta cómo se puede hacer esa enseñanza. Las costumbres
alimenticias adquiridas en la infancia influirán notablemente en el
estilo de alimentación que poseerá la persona durante el resto de su
vida. Tendremos siempre presente la importancia esencial y decisiva
de los nutrientes en la alimentación, –y nos detendremos suficiente-
mente en ese punto–. Pero éste es un libro escrito por psicólogos, de
forma que nos centraremos de forma especialmente protagonista en
algo tan importante como el aprendizaje de los hábitos que confor-
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man el estilo de alimentación de nuestros hijos.
1.
La obesidad infantil:
la epidemia de nuestro siglo

La idea de que la obesidad, tanto la infantil como la adulta, puede


llegar a convertirse en una epidemia de nuestro siglo es algo sobre lo
que comienza a existir un amplio consenso entre los especialistas
implicados en este problema. Nos referimos, por supuesto, a la obe- 13
sidad propia de los habitantes de nuestro Primer Mundo occidental,
y parece estar en una relación inmediata con el estilo de vida que se
impone de forma cada vez más marcada en nuestras sociedades desa-
rrolladas. La realidad es que, efectivamente, la constatación del incre-
mento de la obesidad ha hecho sonar con fuerza las alarmas del sistema sani-
tario a comienzos del siglo XXI, tras registrarse un crecimiento espectacular
de este problema en relación a las últimas décadas del siglo pasado. Parecería
que en los últimos años se hubiese producido un despegue exponen-
cial de las personas que muestran un exceso de peso.
En España se ha pasado de un porcentaje de niños obesos del 5%
en 1990 hasta el 16% en la actualidad. La pequeña Malta es el único
país europeo que nos supera en este aspecto. Eso significa que el cre-
cimiento de la obesidad infantil está próximo al 1% anual y que, de
no tomarse las medidas adecuadas, en un par de décadas 1 de cada 3
niños serán obesos. Este veloz crecimiento de los problemas de exceso
¡Quiero chuches!

de peso elimina la posibilidad de cualquier explicación del mismo en


términos geneticistas. Las especies animales no cambian tan rápido,
pero las circunstancias socioculturales en donde se desenvuelven
nuestros hábitos alimenticios sí. Tan sólo aproximadamente un 7%
de los casos de sobrepeso u obesidad tienen como causa más relevan-
te factores de tipo biológico mientras que el 93% restante corres-
ponde a una obesidad exógena, es decir, a aquélla que tiene su causa
en un saldo positivo entre el consumo de calorías y el gasto energé-
tico del organismo. El ser humano, –y, curiosamente, también sus
animales de compañía–, son los únicos animales que pueden desa-
rrollar obesidad a lo largo de su vida. ¿Acabaremos asumiendo en un
futuro como algo natural, casi biológico, que la infancia y la obesi-
dad son elementos inseparables?
Este futuro hipotético, en donde la parte rica del mundo está habi-
tada por el homo obesus, no es un espejismo. En la Unión Europea apare-
cen 400.000 nuevos casos de niños obesos al año. En algunos países como
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EE.UU., la nación más desarrollada del planeta en la actualidad, el
30% de la población adulta es obesa y más del 60% de sus habitantes
tiene problemas vinculados al sobrepeso. En España ese índice oscila-
ría alrededor del 15%. Aun así, el crecimiento de la obesidad sigue
siendo vertiginoso: mientras que en 1998 tan sólo el 7% de los Estados
de Norteamérica tenían una prevalencia de obesidad infantil superior
al 20% de la población, en 2000 ya eran el 50% de los Estados los que
alcanzaban esa cifra, y en 2002 tres Estados norteamericanos superaban
entre su población un porcentaje de obesidad infantil del 25%. Las cur-
vas de crecimiento de la obesidad infantil en España durante los últimos años
y las que se registraron en los Estados Unidos hace dos décadas escasas son tan
llamativamente parecidas que todo indica que la situación sanitaria norteame-
ricana actual vinculada al exceso de peso infantil va a darse con toda probabi-
lidad en nuestro país dentro de una década.
Las complicaciones de salud derivadas de la obesidad son múlti-
ples, tanto en la infancia como en la edad adulta. En su informe de
La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo

2002, la Organización Mundial de la Salud señalaba que la obesidad


está ligada al 60% de las muertes producidas por enfermedades no contagio-
sas, principalmente cáncer, trastornos cardiovasculares y diabetes.
Por otro lado, la obesidad infantil y la obesidad adulta se encuentran
relacionadas, en la medida en que casi ocho de cada diez niños que son
obesos a los diez años de edad terminan convirtiéndose en adultos obesos. No
obstante, la obesidad infantil no afecta por igual a todos los sectores
de la población. Se ha observado que es mucho más frecuente entre
niños de clase media-baja y clase baja y, curiosamente, también es
más frecuente en el campo que en la ciudad. Los motivos de esta
mayor presencia de problemas de exceso de peso en contextos rurales
que urbanos puede encontrarse en la todavía presente cultura de la
sobrealimentación que persiste en ocasiones entre las familias dedi-
cadas a la ganadería y la agricultura; por otro lado, la universaliza-
ción de la televisión y su llegada a todos los núcleos poblacionales,
por pequeños que sean, ha contribuido a aumentar el sedentarismo
15
como componente central del ocio de la infancia rural.
Los problemas médicos derivados de la obesidad infantil son
numerosos. Por nombrar únicamente los más llamativos, cabe desta-
car que han comenzado a detectarse casos sorprendentes de diabetes
tipo II no insulino-dependiente entre los niños, trastorno que hasta
la fecha había sido extremadamente raro en la infancia. Así mismo,
los problemas del colesterol elevado ya no son exclusivos de las eda-
des adultas, con su pésima repercusión en la futura hipercolesterole-
mia del individuo. El 50% de los niños obesos presentan lo que se
denomina “síndrome metabólico” que constituye un factor de riesgo
muy importante para padecer enfermedades cardiovasculares cuando
lleguen a adultos. Se ha llegado a decir, incluso, que esta generación
será una de las pocas que tendrá una esperanza de vida inferior a la de sus
padres, ya que las enfermedades asociadas al exceso de peso incre-
mentan progresivamente el riesgo de mortalidad temprana cuanto
mayor es el grado de sobrepeso.
¡Quiero chuches!

Pues bien, este grave problema de nutrición está causado por unas
graves disfunciones en los hábitos comportamentales alimenticios.
Ante el problema del sobrepeso y la obesidad infantil hay cosas que no pode-
mos hacer y otras que, por el contrario, sí están en nuestra mano. No pode-
mos cambiar la predisposición genética que ciertas personas mues-
tran hacia la obesidad. Pero sí podemos educar en nuestros hijos unos há-
bitos comportamentales alimenticios saludables que actuarán como freno
ante la posibilidad de la obesidad exógena y como un importantísi-
mo moderador ante el problema de la obesidad con componentes
hereditarios. Al fin y al cabo, como se ha dicho, por encima de que
constitucionalmente todas las personas nos diferenciemos en nuestra
estructura física y en la anchura de partida de nuestros cuerpos, son
poquísimos los casos de trastornos de exceso de peso debidos exclu-
sivamente a causas metabólicas o biológicas en general. Un poco más
delgados o un poco más gorditos, la práctica totalidad de las perso-
nas, adultos y niños, tenemos un peso natural que oscila dentro de la
16 normalidad y está relacionado con factores que nos protegen ante
varios tipos de trastornos o enfermedades. Este libro se centrará en
aquellas acciones que sí está en nuestra mano emprender para atajar
el problema del sobrepeso y la obesidad infantiles, acciones que, por
cierto, son las principales determinantes del problema.

1.1. El mito del peso ideal

En cualquier caso, antes de seguir adelante, sería necesario preci-


sar cuándo podemos hablar de “sobrepeso” y “obesidad” infantil, ya
que en la actualidad se utilizan estos términos en contextos colo-
quiales de forma muy ligera, y se han vuelto sinónimos otros con-
ceptos como “delgadez”, “peso ideal” o “salud”, cuando en realidad
estás cuestiones son ciertamente más complejas. La imagen de un
“cuerpo ideal delgado” que hemos dibujado en el mundo desarrolla-
do y las prácticas que se preconizan para conseguirlo no llevan nece-
La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo

sariamente a un cuerpo saludable (tal y como veremos en un próxi-


mo capítulo). Justamente el aumento de la obesidad idealiza la del-
gadez y la eleva al estado deseable por excelencia, lo cual es una espe-
cie de reacción ante la expansión del sobrepeso tan inadecuada como
el problema contra el que aparece.
La preocupación por este asunto es tal que forman ya parte del
lenguaje diario expresiones como “peso ideal”, que dan a entender
que todos los individuos podemos alcanzar el peso que teóricamente
nos apetezca tener, de forma que el fracaso en su logro sólo sería indi-
cativo de una debilidad o falta de voluntad de la persona. Parece que-
rer darse a entender que la constitución física de partida de cada uno
no tuviera nada que ver con el peso ni marcase los límites del adel-
gazamiento que podemos conseguir. Como veremos más adelante, la
delgadez no es una mera cuestión de voluntad. En todo momento, y espe-
cialmente una vez que el cuerpo ha entrado en sobrepeso u obesidad,
cualquier intento de perder peso chocará contra unos mecanismos
17
metabólicos de regulación que van a dificultar en gran medida ese
adelgazamiento, especialmente si la estrategia para perder peso se
basa sólo en una dieta hipocalórica. No obstante, con la imprescin-
dible ayuda de los medios de comunicación y de un puñado de per-
sonas que han entregado su vida a toda una serie de intervenciones
dietéticas, gimnásticas y quirúrgicas para esculpir ilimitadamente su
silueta, se ha pretendido delimitar las características necesarias del
prototipo del cuerpo ideal, de tal forma que todo lo que se desvíe de
esa norma parecería estar al margen de la belleza oficial.
Esa presión acerca de lo que debe ser el cuerpo está mucho más
detallada en la mujer que en el hombre y la conocidísima barbie ilus-
tra perfectamente lo que se espera del cuerpo femenino en la actuali-
dad. Esta muñeca que sirve de modelo para muchas niñas hoy en día,
muestra, además de un pecho grande, una bajísima proporción cin-
tura/cadera de 0.54, prácticamente imposible para un cuerpo de
mujer, ya que en esa cintura tan estrecha difícilmente podrían caber
¡Quiero chuches!

los órganos internos. Para darse cuenta de esta exageración, baste


decir que las modelos más conocidas exhiben una proporción cerca-
na a 0.70. Las operaciones de cirugía estética destinadas a incremen-
tar o disminuir el tamaño de los senos o a extraer la costilla inferior
tienen como objeto ese ideal.
Tanta atención al cuerpo ha aparecido en una sociedad terriblemente indi-
vidualista en donde el individuo ha perdido las relaciones y los modelos socia-
les que clásicamente le han formado como persona. La lógica de la ciudad,
del mercado laboral, de los medios de comunicación con su potentí-
sima capacidad de seducción, ha convencido a los individuos a bus-
car en el egocentrismo y el narcisismo el sentido de sus vidas.
Desborda claramente las intenciones de este libro desarrollar en deta-
lle estos aspectos socioculturales vinculados al individualismo, que
sirven de caldo de cultivo al culto desmedido al cuerpo y a la delga-
dez. Excelentes textos se pueden encontrar en el mercado para cubrir
esta temática. Baste decir que en este contexto el cuerpo ha pasado a ser
18
la manifestación más importante de la identidad personal, y es así como la
presión social puede urgir a muchas personas a ajustar las medidas
del propio cuerpo al estándar social más valorado, hasta hacer de ello
el deseo central de sus vidas.
El estatus laboral, la situación personal, las relaciones afectivas y
el éxito parecen depender en estos momentos del estado del cuerpo.
La idea ha calado con tanta fuerza que muchas personas, especial-
mente adolescentes, tienen que pensarlo dos veces antes de poder
describir otros elementos que puedan influir decisivamente en una
vida satisfactoria. Parece haberse olvidado que si bien el cuerpo
puede ser importante, las habilidades sociales, la empatía, el auto-
control emocional o el modo de comunicarse verbal y no verbalmen-
te son lo más decisivo a largo plazo para mantener el equilibrio emo-
cional y conseguir una solida red de apoyo social.
Y es precisamente en este mundo occidental, donde se ha logrado
crear un verdadero paraíso nutricional para sus habitantes, en donde
La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo

se valora tantísimo el control personal sobre la alimentación y se hala-


ga tanto la delgadez. Desde un punto de vista estrictamente lógico
este comportamiento puede resultar bastante incomprensible e inclu-
so absurdo. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica podemos
encontrar su razón de ser emocional. En las culturas que han vivido
bajo la presión continua de la escasez de alimentos, el sobrepeso y la
obesidad son poderosos estimulantes de la autoestima. El exceso de
peso en un contexto de carencias básicas es un indicador muy evi-
dente del estatus social, económico o personal. De ahí que en ciertos
momentos de la historia el cuerpo voluminoso fuese particularmente
atractivo. Del mismo modo, la delgadez ha llegado a ser en la actua-
lidad el prototipo de la belleza, porque la delgadez, en un mundo de
abundancia, resulta difícil, cara y costosa de alcanzar. No es de extrañar,
entonces, que las medidas de las modelos que aparecen en algunas
revistas muy conocidas, como se ha citado en múltiples ocasiones, se
hayan ido estilizando progresivamente a lo largo de las últimas tres 19
décadas.
Estas creencias culturales propias de nuestros días son extremada-
mente inadecuadas. Se podrían criticar desde la psicología, la filoso-
fía, la sociología, la ética, la economía, la historia del arte o la estéti-
ca. A nosotros nos interesa ahora centrarnos en sus errores relaciona-
dos con la promoción de la salud. A la evidencia cotidiana de que las
personas muy delgadas, –o que se preocupan intensamente por conseguir tal
delgadez–, no son más felices, ni se encuentran más satisfechas, ni consiguen
mayores éxitos a largo plazo en sus relaciones interpersonales, cabría añadir
que lo que dichas personas suelen considerar su “peso ideal” no es, ni mucho
menos, el peso saludable por excelencia, y es de hecho, en grandísima parte de
los casos, un peso insalubre asociado a ciertos trastornos médicos. Los pro-
blemas vitales asociados a la obesidad no deben hacernos olvidar lo
inadecuado de la delgadez y los trastornos vinculados a su búsqueda
continuada.
¡Quiero chuches!

1.2. El Índice de Masa Corporal

Contra lo que a veces se cree, el peso en sí mismo no dice mucho


de nuestra salud. Cada cuerpo tiene su propia estructura y el rango
del peso en el que podemos movernos para estar saludables es mucho
más amplio del que suele considerarse. Es por eso que el llamado
“peso ideal” no es el mejor predictor de nuestro bienestar físico. En
su lugar se ha comprobado que el Índice de Masa Corporal (IMC)
permite hacer un mejor pronóstico de los riesgos para la salud a los
que están expuestos las personas. Este índice pone en relación el peso
del sujeto con su altura, conforme a la siguiente fórmula:
Índice de Masa Corporal = Peso en Kg. / (Altura en m.)2
A partir de esta fórmula se ha establecido un baremo que pone en
relación los distintos niveles de obesidad y su riesgo para la salud
(véase tabla 1). A estos efectos, debemos distinguir tres niveles rela-
20
cionados con el peso del individuo: en primer lugar encontraríamos
el “normopeso”, propio de las personas cuyo peso se mantiene dentro
de la normalidad y de valores medianos; a continuación hablaríamos
de “sobrepeso” ante excesos de peso que sin ser muy elevados mere-
cen ya cierta consideración médica; por último, se denomina “obesi-
dad” a los excesos de peso muy considerables asociados a una gran
cantidad de trastornos físicos y que repercuten de forma general en
la calidad de vida del individuo.
De acuerdo a este baremo ocurriría que una niña de 10 años que
midiese 1,41 metros y cuyo peso fuese de 32 kilogramos tendría un
Índice de Masa Corporal de 16,16, por lo que podría llegar a pesar
hasta 7 kilogramos más sin alcanzar el límite del sobrepeso para su
edad (IMC=19,9) y sin que ello representase un riesgo significativo
para su salud. Además se ha constatado que el sobrepeso moderado
no constituye un factor de riesgo por sí mismo en la enfermedad car-
diovascular o en cualquier otro tipo de enfermedad. De hecho tan
La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo

sólo el 7% de los niños con este sobrepeso ligero tienen problemas de


salud. No obstante, a partir de ese punto el incremento de Índice de
Masa Corporal sitúa a la persona en un riesgo cada vez mayor de
padecer muchos tipos de trastornos médicos. Es por ello que, en tér-
minos de salud, hablar de un “peso ideal” concreto o restringido a un
intervalo de valores muy estrecho carece de sentido. El cuerpo huma-
no puede adaptarse sin dificultad a un rango relativamente amplio de
peso. El “peso ideal” sólo se puede considerar como uno más de los
mitos de nuestra cultura.

Tabla 1. Cálculo del sobrepeso y la obesidad infantil


según el IMC

EDAD SOBREPESO SOBREPESO OBESIDAD OBESIDAD


EN AÑOS EN NIÑOS EN NIÑAS EN NIÑOS EN NIÑAS
(IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...)
6,0 17,6 17,3 19,8 19,7 21
6,5 17,7 17,5 20,2 20,1
7 17,9 17,8 20,6 20,5
7,5 18,2 18,0 21,1 21,0
8 18,4 18,3 21,6 21,6
8,5 18,8 18,7 22,2 22,2
9 19,1 19,1 22,8 22,8
9,5 19,5 19,5 23,4 23,5
10 19,8 19,9 24,0 24,1
10,5 20,2 20,3 24,6 24,8
11 20,6 20,7 25,1 25,4
11,5 20,9 21,2 25,6 26,1
12 21,2 21,7 26,0 26,7

IMC = Peso en kilos / Altura en metros al cuadrado


2.
¿Por qué la obesidad se puede prevenir
pero es muy difícil de curar?

Puede parecer un tópico afirmar que prevenir es mejor que curar.


Sin embargo, pocas veces esta frase es tan verdadera como al referi-
mos al problema de la obesidad en general y de la obesidad infantil 23
en particular. Una vez que se ha adquirido un nivel de sobrepeso ele-
vado e ingresamos en el terreno de la obesidad resulta especialmente
difícil perder ese peso excesivo y, sobre todo, consolidar esa pérdida de peso a lo
largo del tiempo. Es por ello que la educación del niño en un estilo de
vida saludable que le permita mantener su peso natural a lo largo de
su vida es de gran importancia.
Y es curioso que nada más empezar a estudiar la forma de implan-
tar tales hábitos alimenticios saludables nos encontremos con una
primera dificultad inesperada: a pesar de lo incomprensible que nos
pueda parecer, algunos estudios indican que tres de cada cuatro
padres no son capaces de percibir el exceso de peso de sus hijos. En
estos casos, a pesar de que los niños alcanzan un peso que ya se sale
de la normalidad, sus padres los ven como niños con un peso ade-
cuado. Así, al margen de lo mucho que se escribe y se lee sobre la del-
gadez, la realidad es que la noción general que muchas veces posee-
mos acerca de lo que es tener un peso adecuado dista mucho de lo
¡Quiero chuches!

que las tablas de Índice de Masa Corporal (IMC) indican (véase tabla
1). Estas dificultades para reconocer el sobrepeso de los hijos están
además moduladas por el sexo del niño, de forma que tanto los
padres como las madres son más ciegos a la obesidad de sus hijos que
a la que presentan sus hijas.
Para explicar por qué es mucho más sencillo prevenir el exceso de
peso que eliminarlo una vez adquirido habría que referirse en primer
lugar a una serie de factores de carácter muy general que explican por
qué el organismo humano es especialmente avaricioso a la hora de
almacenar y retener las calorías que ingresan en él. Por más que viva-
mos en una época histórica particularmente opulenta y repleta de ali-
mentos calóricos a nuestra disposición, conviene recordar que el fun-
cionamiento nutritivo y energético de nuestro cuerpo se encuentra adaptado a
un contexto ya muy lejano en el tiempo caracterizado por la escasez de ali-
mentos y la dificultad para conseguir los recursos calóricos necesarios. Segui-
24 mos teniendo el mismo organismo que hace 35.000 años, por más
que las circunstancias que rodean a tales organismos sean muy dife-
rentes, y las características fisiológicas que optimizan la supervivencia en un
contexto de escasez alimenticia pueden acarrear serios problemas en un con-
texto de superabundancia. Nuestro organismo está especialmente dise-
ñado para retener los recursos calóricos que ingresan en él, y con fre-
cuencia una vez almacenados sólo se liberan con mucha dificultad
cuando la deprivación a la que se somete la persona es intensa o muy
constante en el tiempo. Es por eso que no se puede compensar un día
en el que hemos comido el doble de lo habitual manteniéndonos sin
comer durante el día siguiente.
Pero, además, el propio sobrepeso genera una serie de efectos que de forma
más o menos indirecta ayudan a perpetuar tal exceso de peso. En una publi-
cación de los doctores Swinburn y Egger del año 2004 podemos
encontrar una tabla referida a estos efectos indirectos. Por más que
estos autores no estaban centrados en el estudio de la obesidad infan-
¿Por qué la obesidad infantil se puede prevenir pero es muy difícil de curar?

til, es fácil ver que bastantes de los procesos de autoperpetuación de


la obesidad a los que se refieren tienen también su relevancia en el
caso de la aparición y mantenimiento de este problema durante la
infancia. Estos círculos viciosos de la obesidad se encuentran resumi-
dos en la tabla 2:
• en primer lugar, cuando se llega a la obesidad las personas tie-
nen cada vez más dificultades para moverse y cada uno de los
movimientos que realizan les supone un esfuerzo mayor que a
otra persona que tenga un peso más normalizado. Esto suele
provocar que las personas obesas reduzcan, muchas veces sin
ser conscientes de ello, todos sus niveles de actividad y de
gasto de energía. Restringen sus movimientos en el trabajo,
tienden a buscar un ocio sedentario y para los desplazamien-
tos eligen cualquier clase de vehículo que les alivie de la tarea
de caminar. Esto implica un gasto calórico muy escaso, por lo
que fácilmente cubrirán sus necesidades energéticas por poco 25
que coman.
• junto a la reducción del movimiento, la obesidad está médi-
camente asociada a ciertos problemas físicos que redundan en
lo mismo. La artrosis en la columna o la rodilla, la apnea del
sueño u otras dificultades respiratorias son algunos ejemplos
de trastornos asociados al exceso de peso que repercuten en la
persona provocando cansancio o dolores que a su vez contri-
buyen a que la persona reduzca más aun su actividad, se man-
tenga más tiempo sentada o lleve un estilo de vida más seden-
tario.
• por si ello no fuese suficiente, el estigma que supone la obesi-
dad y el sobrepeso hace que muchas personas vean deteriorada
su autoestima, se echen la culpa de la forma de su cuerpo y pue-
dan sentirse ansiosas o deprimidas. Como muchas personas
saben, comer es una de las estrategias habituales para atenuar
¡Quiero chuches!

los síntomas de la ansiedad y del desánimo. El hecho de que


esta estrategia sólo funcione a muy corto plazo y sea contra-
producente a la larga no evita que sea practicada por un buen
porcentaje de personas con problemas de peso. De forma secun-
daria, también procede citar que algunos de los medicamentos
que se prescriben para el tratamiento de la depresión favorecen
el apetito y la ganancia de peso. Por lo cual, los trastornos emo-
cionales en las personas con obesidad pueden contribuir de una
manera destacada a impedirles bajar de peso e, incluso, en
muchos casos, a incrementarlo aun más.
• por último, y aunque pueda resultar paradójico, las dietas
hipocalóricas que muchas personas ponen en práctica por la
recomendación de algún amigo o bajo la prescripción de su
propio médico pueden contribuir no ya a solucionar el pro-
blema del exceso de peso sino a agravarlo más todavía.
Aunque de este asunto hablaremos más en profundidad en un
26
próximo capítulo, cabría apuntar que las dietas hipocalóricas
restrictivas implican la restricción severa de la ingestión de
calorías y suelen implicar, además, la prohibición de determi-
nados alimentos. Esta situación no es sostenible a largo plazo,
por lo que suele aparecer lo que se ha denominado “efecto de
la manzana prohibida”, nombre que ilustra muy gráficamente
el papel emocional tan destacado que adquieren entonces en la
vida de la persona los alimentos restringidos, con lo que eso
supone de incremento de la posibilidad de que se realicen
conductas de consumo excesivo, o atracones, y se violen de
forma frecuente y exagerada las dietas que pretendían reducir
el exceso de peso. Al final no es extraño que las personas some-
tidas a dietas hipocalóricas terminen consumiendo más calorí-
as que las que ingerirían si no hubieran iniciado la dieta, –y
cuando más radical y restrictiva sea la dieta, más habitual e
intenso será este fenómeno–.
¿Por qué la obesidad infantil se puede prevenir pero es muy difícil de curar?

Tabla 2. Círculos viciosos de la obesidad que favorecen


la continua ganancia de peso y dificultan su pérdida
LA OBESIDAD FAVORECE: LO CUAL PROVOCA: LO CUAL HACE AUMENTAR
EL PESO DEBIDO A:

Reducción del movimiento La necesidad de un Reducción de los niveles


mayor esfuerzo para de actividad laboral,
realizar cualquier recreativa y de ocio y los
actividad física desplazamientos activos
Problemas Artrosis en la columna y Dolor que restringe los
físicos rodilla, apnea del sueño movimientos, sueño
y dificultad respiratoria diurno, cansancio y estrés
Alteraciones Baja autoestima, culpa, Atracones, alivio al comer,
emocionales ansiedad y depresión consumo excesivo de alcohol,
letargo, medicaciones que
favorecen la ganancia de peso

Dieta Prohibir alimentos y una Respuesta metabólica del


restricción permanente organismo para frenar la
insostenible pérdida de peso y violación 27
dietas.

Adaptado de Swinburn y Egger (2004)

En definitiva, tal y como se ha venido argumento a lo largo de las


páginas anteriores, prevenir la obesidad es la mejor manera de luchar
contra ella, tanto por motivos constitucionales propios del funciona-
miento de nuestro organismo, como por la presencia de mecanismos
de círculos viciosos que, con frecuencia de forma no consciente, per-
petúan la obesidad y dificultan enormemente la pérdida de peso. La
educación en la infancia de un estilo de alimentación adecuado es una de las
mejores herencias de salud que podemos dejar a nuestros hijos.
3.

Las nueve causas de la obesidad infantil

Imaginemos que una madre extravagante se hubiera planteado el


increíble objetivo de conseguir que sus hijos fueran adultos obesos,
y, a sabiendas de que un 80% de los niños obesos mantienen su obe-
sidad en las etapas maduras de la vida, hubiera decidido conseguir
29
que sus hijos adquirieran un inadecuado exceso de peso. El contrae-
jemplo que esta madre supondría para las demás madres sería extre-
madamente útil, ya que serviría como una guía de todo lo que no se
debe hacer en lo referente a la educación alimentaria de los niños y
nos permitiría pensar en alternativas de cara al establecimiento de
costumbres saludables.
Y afrontemos ahora una pregunta incómoda: ¿cuántos de los
malos hábitos que la madre antes citada habría enseñado a sus hijos
para que se vuelvan obesos estamos nosotros permitiendo que tam-
bién ocurran en nuestros propios hijos, a los que, obviamente, no les
deseamos ningún trastorno de este tipo? En este capítulo pretende-
mos presentar cuáles son los malos hábitos más frecuentes y perni-
ciosos relacionados con el sobrepeso y la obesidad infantil. Hemos
seleccionado nueve hábitos de conducta inadecuados referidos a la
nutrición de nuestros hijos, que desarrollaremos con el detalle que
cada uno merece. Son los siguientes:
¡Quiero chuches!

• comer viendo la televisión


• ausencia de horarios y picoteos entre horas
• comer solo
• saltarse sistemáticamente el desayuno
• comer únicamente lo que gusta
• dormir poco
• superar el aburrimiento comiendo
• calmar la ansiedad y la depresión comiendo
• practicar un estilo de vida sedentario.

3.1. Comer viendo la televisión

Para María la televisión y la comida habían ido juntas a lo largo de


toda la vida. Ya desde que era un bebé y dejó de recibir la lactancia
materna, los padres habían observado que comía mejor las papillas si
30 tenía cerca un televisor en el que estuvieran apareciendo dibujos ani-
mados. Y desde que su padre instaló un aparato en la cocina era una
costumbre permanente encender la tele siempre que se desayunaba, comía
o cenaba. A su vez, María empezaba a sentir que le faltaba algo cuan-
do se sentaba a ver la tele en la salita con sus padres, y poco a poco fue
cogiendo la costumbre de comer los montones de chucherías que sus abue-
los le traían en cada visita mientras veía la televisión. A los 11 años
de edad, María ya no sabía ver ni cinco minutos de dibujos animados
si no tenía las manos y la boca ocupada en golosinas que saboreaba de
forma mecánica sin prestar casi atención.
Cuentan que un cura fue una vez preguntado por uno de sus fie-
les acerca de si estaba permitido fumar mientras se rezaba. “¡De nin-
guna manera!”, exclamó el sacerdote, “el rezo es una actividad sagra-
da, y fumar mientras se reza sería una falta de respeto hacia la ora-
ción”. Decepcionado, el feligrés regresó al día siguiente, y esta vez
preguntó al cura si le permitiría rezar mientras estaba fumando.
Las nueve causas de la obesidad infantil

“¡Por supuesto!”, contestó con seguridad, “todo momento es bueno


para la oración. Si sientes las ganas de orar mientras fumas puedes
hacerlo con toda tranquilidad”. Si en el chiste anterior sustituimos
“rezar” por “ver la televisión”, y “fumar” por “comer”, seguramente
descubramos que muchos de nosotros nos estamos comportando
como el cura del ejemplo en relación a nuestros hijos.
Decir que la televisión también engorda podría parecer una broma
más de las que se hacen en relación a este asunto. Sin embargo, lejos
de ser una gracia, es un hecho que fue puesto de manifiesto a princi-
pio de los años 80 cuando el problema del sobrepeso infantil no había
alcanzado las dimensiones actuales y que hoy en día se ha confirma-
do plenamente. Y esto es así hasta el punto de que recientemente la
revista de la Academia de Pediatría Estadounidense ha publicado un
estudio en donde se señala que el predictor más potente del peso de
los niños es justamente el tiempo diario que tales niños dedican a ver
la televisión. Tanto las personas adultas como los niños que pasan más horas
31
delante del televisor tienen, en general, un Índice de Masa Corporal más alto
y una mayor probabilidad de tener sobrepeso u obesidad. Existen al menos
dos razones fundamentales que explican por qué la televisión tam-
bién engorda: una de ellas relacionada con la propia actividad de ver
la televisión, y otra referente a la peligrosa asociación entre televisión
y comida.
Así, por una parte, y como es fácil de entender, pasar mucho
tiempo delante de la televisión es el ejemplo perfecto de una acti-
vidad sedentaria. Se trata de un comportamiento muy representa-
tivo de un estilo de vida, y en una gran cantidad de casos es un indi-
cador de un estilo general de vida también sedentario. Esta falta de acti-
vidad física de las personas cuyo ocio gira especialmente en torno
al televisor, –o a los juegos de ordenador–, es una de las posibles
causas de su posible exceso de peso. La relación es tan estrecha que
cuando se compara a los niños que tienen sobrepeso u obesidad con
los niños que están dentro de un rango normal de peso a veces no
¡Quiero chuches!

se encuentran grandes diferencias en su estilo de alimentación; sin


embargo, lo que les diferencia claramente es su nivel de actividad
física y las horas que están sentados delante de la pantalla. No es de
extrañar entonces que se haya demostrado que los niños que no se
implican al menos en una actividad física moderada durante al menos unos
60 minutos al día son los que más probabilidades presentan de llegar a
tener exceso de peso.
Los datos sobre el consumo de calorías mientras se ve la televisión
son también son muy reveladores. ¿Cuántas calorías cree usted que
gastamos cuando estamos sentados delante del televisor? Muy pro-
bablemente, menos de las que ha pensado, ya que el organismo consu-
me prácticamente la misma energía viendo la televisión que durmiendo. Un
adolescente que pese alrededor de 50 kg quemará más o menos unas
60 calorías por hora, que son prácticamente las mismas que consu-
miría si esa hora se la pasara durmiendo, –con la diferencia de que,
además, mientras duerme, ese chico no estará comiendo chocolatinas
32
y chucherías–. Por el contrario, si ese joven emplea esa misma hora
jugando al baloncesto consumirá cinco veces más energía, en torno a
unas 300 calorías.
Este hecho debería hacer que nos replanteásemos la conveniencia de que el
niño disponga de un televisor en su habitación para su uso personal, tal y
como ocurre en muchos hogares. Es ésta una cuestión compleja, para
la que existen consideraciones de diferente tipo a favor o en contra, y
el efecto de esta medida sobre el sobrepeso del niño no tiene por qué
ser el factor crítico que resuelva la decisión. Pero ya que es el tema
de este libro, no cabe sino destacar aquí que los televisores colocados
en las habitaciones individuales de los hijos son un elemento favore-
cedor del sobrepeso. Qué duda cabe que esto puede ser muy cómodo
para toda la familia, ya que la abundancia de televisores permite que
todos sus miembros puedan ver en cada momento el programa que
desean. Pero, como contrapartida, la posesión de un televisor propio
tiene, como mínimo, dos serios inconvenientes:
Las nueve causas de la obesidad infantil

• en primer lugar, la total disponibilidad del aparato incrementa su


uso. Dadas las características de la programación infantil, en
donde priman espacios cortos y que exigen muy poco esfuerzo
de atención o pensamiento al niño espectador, es fácil que
nuestros hijos aprendan a llenar su ocio de forma exagerada con
tal actividad, viendo cualquier cosa que se esté emitiendo, bien
porque les gusta, o bien porque en cualquier momento puede
empezar algo que les guste. El niño puede aprender a disfrutar
su ocio de un modo sedentario, y, si este aprendizaje se conso-
lida, acabará prefiriendo esta actividad a cualquier otra que,
pudiendo ser incluso más divertida, –por ejemplo, jugar con
otros niños–, suponga en su inicio un mayor esfuerzo, o no
ofrezca su diversión en el inmediato aquí y ahora en el que la
están ofreciendo los dibujos animados. Al final, el juego inter-
personal más destacado puede terminar siendo ponerse a ver la
televisión con otros niños. 33
• además, no se debería olvidar que forma parte importante de
la educación enseñar a los niños a compartir y a criticar lo que se ve.
El hecho de no ponerse de acuerdo sobre qué programa se ve es
una excelente ocasión para aprender a negociar, a ceder, para
descubrir que no siempre se puede ver lo que uno quiere y que
se puede llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes
cuando aparecen conflictos en la familia. Por su lado, sentarse
ante el televisor con los hijos facilita que los padres sepan en
todo momento los contenidos que sus hijos están viendo, y
puedan modular con sus comentarios o sus prohibiciones la
influencia que tales programas ejercen sobre los niños.
Junto con el efecto sobre el peso relacionado con la propia activi-
dad de ver la televisión, también habría que destacar los peligros de
la asociación que tantas veces se establece entre la televisión y la
comida. Comer y sentarse delante de la tele son conductas que se fortalecen
¡Quiero chuches!

mutuamente. En general, los niños que desayunan, comen o cenan


delante el televisor pasan un mayor número de horas viéndolo que los
niños que no mezclan ambas actividades. En este caso se pone en
marcha un mecanismo más sutil de condicionamiento que acaba
enganchando a los niños todavía con más fuerza a la actividad seden-
taria de ver la televisión. Si el niño se acostumbra a comer delante de
la televisión, el hecho de estar delante de ella llegará a ser agradable per se,
incluso en los momentos en que el programa es aburrido o carente de
interés, ya que la televisión se ha contagiado de las respuestas emo-
cionales positivas que despiertan las sensaciones de comer.

34

NO CONVIENE ASOCIAR LA TELEVISIÓN CON LA COMIDA


“–La verdad, Laurita, me parece una exageración que haya habido que instalar un quios-
ko en la salita”.
Las nueve causas de la obesidad infantil

Pero más importante aun es entender que la asociación entre la


comida y la televisión ocurre en ambas direcciones. Así como la comi-
da puede empezar a evocar el deseo de ver la televisión, ver la televisión puede
empezar a evocar el deseo de comer, hasta el punto de que aprovisionarse
de chucherías, palomitas, u otros alimentos de alto contenido calóri-
co que se pueden comer con comodidad sentados o tumbados en un
sofá, se convierte en un elemento más del ritual de sentarse a ver la
tele. Así, cuando no hay picoteo calórico, el niño siente que le falta
algo. Es fácil recordar el ejemplo del cine, y cómo para algunas per-
sonas las palomitas llegan a ser tan necesarias para disfrutar de la
película como los propios asientos.
Así, estas ingestas altamente calóricas y completamente super-
fluas que acompañan en muchas familias a la actividad de ver la
televisión son en cierta parte responsables de los problemas de
sobrepeso que puedan presentar los niños. Se trata de una ingesta
mecánica, que prácticamente no se disfruta ya que el chico se encuentra aten- 35
to al curso del programa televisivo, y que sólo cumple la función de aliviar
esa extraña y vaga sensación de vacío que aparece cuando el niño se sienta a
ver la televisión sin nada entre las manos para comer. A poco que calcu-
lemos lo que supone esta rutina practicada de forma habitual duran-
te muchos meses o años en la infancia, comprobaremos la altísima
cantidad de consumo innecesario de calorías a que da lugar. Todo es
fruto de una asociación inadecuada entre comida y televisión, y cada
vez que se practica se fortalece más y se reducen las posibilidades de
que nuestros hijos se encuentren a gusto viendo la televisión sin
comer nada. Por todo esto es fundamental que los niños aprendan a dis-
criminar claramente estos dos elementos, y eso pasa casi necesariamente
por el hecho de que alimentarse sea un acto que tenga valor por sí
mismo y que se realice en un lugar específico al margen del televi-
sor. Cuando se adquiere este hábito se ha ganado mucho, porque el
niño habrá aprendido a discriminar ambas actividades, de forma que
¡Quiero chuches!

ver la tele no le provocará con tanta probabilidad ganas de comer ni


comer será la ocasión para sentarse delante de la tele.

No lo olvide
Se debe enseñar a los niños a comer en un lugar sin grandes dis-
tracciones y, obviamente, sin televisor. La comida ha de ser una
actividad regular y cotidiana en la que el niño se centre en lo que
está haciendo. Asociar la comida con la televisión puede hacer que,
por un lado, la comida evoque ver la televisión, –lo que favorece el
aumento de horas de televisión, la reducción del ejercicio y el esti-
lo de vida sedentario, y, por tanto, el sobrepeso–, y, por otro, que la
televisión evoque la conducta de comer, –lo que favorece la inges-
ta superflua de caprichos altamente calóricos, y, por tanto, el sobre-
peso.

36
3.2. Ausencia de horarios y picoteos entre horas

Más de la mitad del carro de la compra que empuja Elena por el super-
mercado está ocupado por alimentos pensados para ser comidos entre
horas. Cerca de una docena de bolsas de patatas fritas de sabores y pre-
paraciones diversas, aceitunas, barritas de cereales, frutos secos y dos
bolsas llenas de unos pequeños bollos suizos deliciosos que encantan a
toda la familia. Su hijo Carlos ha añadido otra bolsa de unos nuevos
snacks de queso que quiere probar. Su madre le mira y se encoge de hom-
bros. Sabe que Carlos está un poco gordito para su edad, pero piensa
que eso se arreglará cuando ella y su marido consigan unos horarios
laborales más estables que no obliguen al niño a comer cada día a una
hora diferente y con una compañía diferente. Esperando para pagar en
la caja, Carlos se fija en unos huevos de chocolate y pide uno. “Venga,
pero sólo uno”, contesta la madre y cree que así compensará lo mal que
comió hoy.
Las nueve causas de la obesidad infantil

Al igual que un lugar puede acabar suscitando el deseo de comer,


nuestro apetito puede aprender a activarse en determinados momen-
tos o a determinadas horas. Esto es lo que les ocurre a las personas
que tienen un horario regular de comidas, y así son capaces de espe-
rar el momento de sentarse en la mesa sin demasiada ansia o descon-
trol, al tiempo que cuando se sientan para comer lo realizan con ape-
tito pero sin prisas. En estos casos el organismo ha aprendido a comer
a su hora. Y esto es muy importante porque quiere decir que las sen-
saciones de hambre se pueden poner bajo un control horario y por tanto deli-
mitar las ocasiones en las que aparecen y en las que ingerimos alimentos.
Todas las culturas acostumbran a tener unos horarios fijos en los
que los individuos realizan sus comidas, si bien la complejidad labo-
ral, escolar, familiar, urbana, etc., que caracteriza la sociedad occi-
dental actual ha provocado que la planificación horaria de las comi-
das se vuelva más difusa y variable. En las culturas tradicionales, –y,
para los que puedan recordar la España de hace tres o cuatro décadas,
37
éste sería un buen ejemplo–, existía un horario regular de comidas
que se hacían en familia y que era compartido casi con una precisión
de minutos por toda la población. A esas horas el país se paralizaba,
no había ninguna tienda abierta, ninguna actividad laboral, comer-
cial o escolar. Aunque ésta no es en absoluto la única ni la principal
variable responsable, conviene recordar que en aquellos momentos el
sobrepeso infantil era prácticamente inexistente. La enseñanza de los
ritmos de alimentación es otro de los elementos importantes para
educar un peso normal y saludable en los niños.
En la actualidad es fácil comprobar cómo se ha producido un cam-
bio sustancial en este aspecto. La variabilidad de horarios entre los
miembros de la familia propicia la búsqueda de soluciones “fáciles”
al problema de las comidas, y así el mercado permite disponer en casa
de todo tipo de alimentos, especialmente de alto valor calórico, de
facilísima preparación, que hace muchos jóvenes coman “lo que les
apetece cuando les apetece”. Por otro lado, y esto tampoco es trivial,
¡Quiero chuches!

este talante encaja perfectamente con el estilo educativo actual,


caracterizado por cierta cómoda candidez permisiva, y por la equivo-
cada idea de que las demandas y los caprichos de los niños son la
manifestación de una esencia auténtica y natural que no conviene
contrariar. No es necesario entrar en el fondo del asunto para darse
cuenta de qué ocurre si en casa se puede comer a cualquier hora y
además hay distintos tipos de alimentos preparados que se pueden
llevar directamente a la boca.
En esas circunstancias el niño aprende a comer no tanto porque tenga
hambre o porque llegue el momento del día reservado para hacerlo, sino por-
que en un momento determinado no hay nada mejor que hacer. Si consume
de esta manera es muy probable que las comidas principales las haga
mal, lo cual inicia un círculo vicioso intervenido por los padres, ya
que éstos aceptan ese mal comer de sus hijos en la medida en que lo
creen compensado por esas otras comidas irregulares. De esta forma, se
refuerza el desorden temporal y la desregulación de la conducta de comer, lo
38
cual favorece que se desregule el peso de los que comen. Esta buena intención
paterna aleja la posibilidad de que los hijos adquieran el autocontrol
y la autorregulación alimentaria necesarios para aprender a alimen-
tarse adecuadamente, es decir, que aprendan a comer, básicamente,
guiados por sensaciones de apetito y hambre que, en los días en que
no ha habido un esfuerzo físico particularmente destacado, han caído
bajo el control de una rutina temporal.
El hecho de haber desvinculado la actividad de comer de sus anclajes hora-
rios ayuda a que el “picoteo” se convierta más en la norma que en la excep-
ción. Al tener el chico disponible muchos tipos de alimentos en todas
las ocasiones, se recurre a ellos sin necesidad alguna de tener hambre, bus-
cando una gratificación inmediata que suele estar apoyada en el artificial e
intenso sabor de tales productos. Cualquier quiosco ofrece a los niños la
ocasión de elegir entre decenas y decenas de chucherías, y es habitual
que los niños compren estos productos no pensando en su apetito o
en su disfrute, sino atentos a cómo gastar hasta el último céntimo
Las nueve causas de la obesidad infantil

que llevan encima. La elección suele ser ardua, ya que no obedece a


una necesidad real, sino al afán de conseguir comprar el mayor núme-
ro de golosinas posibles con el escaso dinero que suelen tener, y los
colores y las formas de las chuches terminan siendo los factores deci-
sivos que determinan la elección.
Los alimentos que se consumen entre horas suelen tener un valor
energético alto y están pensados para estar llenos de sabores poten-
ciados mediante productos químicos. Esto hace que el sabor de las
chuches, los snacks, las “bolsas” o las golosinas sea muy marcado y
esté muy alejado del tipo de sabor propio de los alimentos adecuados
que deben constituir la base de la alimentación infantil y humana en
general. Al final, esto da lugar a que la comida se haga mal “porque
no se tiene mucha hambre”, y, lo que es peor, a que los alimentos fun-
damentales que aparecen en las comidas principales nunca lleguen a gustar
del todo porque el niño ha malacostumbrado el paladar a base de potencia-
dores del sabor.
39
No se debe olvidar que una de las razones más importantes por las
que adquirimos el gusto por los alimentos se basa en las consecuencias
fisiológicas de su consumo. Aprendemos a que nos gusten los alimen-
tos que nos quitan el hambre, y si nuestras comidas no las realizamos
bajo una rutina temporal que ya esté vinculada al apetito estaremos
dificultando la adquisición de gusto por los alimentos que comemos.
Es por ello que posiblemente las legumbres, por poner un ejemplo
habitual, no jueguen en igualdad de condiciones que los “gusanitos”
para ganarse la simpatía de los niños, y siempre que se permite que
queden en el plato sin comer se acrecenta más el problema. Y todo esto
puede arrancar de la falta de un horario estable de comidas, donde
regularmente nos alimentamos por el placer de éstas, que va íntima-
mente unido a su capacidad para paliar la sensación de apetito.
Nuestro propio modelo de comportamiento es fundamental para enseñar a
nuestros hijos a comportarse de este modo. Ellos se fijan en lo que comemos
y en cómo lo comemos. Supone un buen primer paso dentro del ámbi-
¡Quiero chuches!

to doméstico ofrecerles un estilo regular de alimentación donde las


comidas principales se realizan habitualmente a la misma hora. En
general, los niños tienen de nuevo apetito cada cuatro horas aproxima-
damente y no es tan importante cuáles sean esas horas establecidas
cuanto la regularidad de las mismas. Si se come algo fuera de ese hora-
rio debe quedar claro que se trata de una excepción sin mayor impor-
tancia ya que la conducta alimentaria está, en general, bien ordenada.
Pero, por suerte o por desgracia, los padres no son la única fuente
de influencia sobre el comportamiento en general y la conducta ali-
mentaria en particular de sus hijos. Cabría destacar al menos otras
dos que pueden competir con las normas paternas, por más que ide-
almente deberían reforzarlas. En primer lugar, hay que destacar el
papel que los abuelos juegan en la educación de sus nietos. Con la
aparición y expansión de la familia nuclear, los abuelos dejaron de
vivir en la misma casa que sus nietos, y, por tanto, se redujo su
influencia sobre ellos. En la actualidad estamos llegando a otra etapa
40
en donde la familia ya está fragmentada en partículas subatómicas y
se ha de recurrir a la ayuda de los abuelos para el cuidado de los niños
pequeños. Pero los abuelos de antaño, los que convivían con los nie-
tos, eran figuras de autoridad, que, con mayor o menor rigor, se adhe-
rían a la disciplina paterna y la hacían cumplir. Los nuevos abuelos,
para los que estar con sus nietos tiene un carácter no habitual con un
gran valor afectivo, suelen caracterizarse por una especial permisivi-
dad hacia los mismos, por un gran interés por tenerlos contentos
todo el tiempo, lo que favorece el desorden horario y alimenticio que
estamos comentando dada la voluntad que existe de cumplir los
caprichos de los nietos. Así, se permite a los niños decidir cuándo
quieren comer, se les prepara lo que más les gusta, y si no comen sufi-
cientemente a su hora se les permite que tomen algo poco tiempo
después. Este juego sienta las bases de unos hábitos nutricionales poco ade-
cuados que favorecen el gusto por alimentos inadecuados y el desorden respec-
to al dónde y cuándo comer.
Las nueve causas de la obesidad infantil

La segunda influencia que puede contrarrestar el ejemplo paterno la


ejercen los compañeros de clase y los amigos. Una de las frases que
todos los padres escuchan con mayor frecuencia de boca de sus hijos es
“todos mis compañeros hacen tal cosa menos yo”. Muchos padres ven
como sus hijos rompen las reglas que se han establecido en casa porque
sus compañeros de clase o sus amigos tienen otras costumbres o no han
adquirido estos hábitos saludables que estamos exponiendo. En este
punto, una explicación firme pero también razonada de por qué en
nuestra casa hacemos las cosas de esa manera en particular puede ser
una herramienta también poderosa para persuadirles y convencerles.

No lo olvide
Es muy conveniente establecer un horario regular de comidas y
enseñar a los niños a no comer habitualmente fuera del mismo. Esto
fomenta muy intensamente su autocontrol de tal manera que apren-
derá a que sus sensaciones de apetito se encuentren convenientemen-
te reguladas por las horas de las comidas. Además, en las comidas 41
fuera de hora suelen ingerirse productos de gran valor calórico y
sabor intenso y artificial, lo que compite con la ingesta regular “a su
hora en la mesa” y dificulta que el niño adquiera gusto por los sabo-
res de los alimentos habituales y adecuados.

3.3. Comer solo

Andrés llega de clase. Aunque ya lleva varios meses haciéndolo, toda-


vía le gusta esa sensación de usar la propia llave y entrar en la casa
cuando no hay nadie. Arrima la mochila contra la pared del hall y
se dirige hasta la cocina. Pegada con un imán al frigorífico, como todos
los días, está una nota escrita a mano: “Lentejas en el tupper verde. 2
minutos y medio al microondas. Croquetas de las que te gustan. Coge
5 o 6. 3 minutos en el microondas”. Andrés abre el frigorífico, coge el
tupper verde, lo abre y pone mala cara. Vuelca las lentejas por el wáter,
¡Quiero chuches!

tira de la cadena y se asegura de que no queda ningún resto. Calienta


9 croquetas sin sacarlas del envase, coge una lata de un refresco de cola
y se va a comer delante del ordenador.
Este punto mantiene una estrecha relación con el anterior.
Alimentarse ha sido siempre a lo largo de la historia y en todas las culturas
un acto social. Las personas nos reunimos para comer porque es un
momento para la distensión y puede suponer un saludable ejercicio
de bienestar. Sin embargo, en nuestro mundo occidental, cada vez es
más frecuente que las comidas se hagan en soledad, bien por los dis-
tintos horarios de cada uno de los miembros de la familia, bien por
el gran número de personas que viven solas, o bien porque los miem-
bros de la familia prefieren comer mientras realizan otra actividad al
margen de las demás personas que se encuentran en casa, –ver la tele-
visión, estudiar, chatear, jugar con el ordenador–. Esta situación
tiene una gran influencia sobre los hábitos de alimentación. Se ha
42 observado que cuando se come solo se suele comer peor, y este efecto se acen-
túa mucho más en el caso de los hombres que en el de las mujeres, y
también es más marcado en el caso de los adolescentes que en el caso de los
adultos. En nuestro lenguaje son expresiones de uso común “tomo
cualquier cosa” o “pico algo por ahí” para referirnos a un modo de
comer urgente que sirva para poder mantener el nivel necesario de
actividad cotidiana, y que dé a la persona la sensación de que ya ha
cumplido el trámite de su alimentación.
En esta misma línea, habría que destacar que se ha importado del
mundo anglosajón a través de los medios de comunicación la cos-
tumbre de comer mientras se realiza otra actividad. Aunque se
comentó en páginas anteriores el inadecuado hábito de asociar la
comida con la televisión, se retoma aquí el tema visto desde una pers-
pectiva más amplia. El almuerzo, la comida que se realiza en la mitad
del día, tiene menor importancia en el mundo anglosajón que en la
cultura mediterránea. Y así es frecuente ver en muchas escenas de
cine a personas que comen mientras trabajan. Aplicar eso directamente
Las nueve causas de la obesidad infantil

a nuestro estilo de vida puede provocar una serie de problemas que no van a
aparecer en tales películas. A pesar de que los actores que representan
estas escenas suelen tener un aspecto muy saludable, no se debe olvi-
dar que la realidad es una cosa y el cine otra. Compaginar el hecho
de comer con otra actividad que requiera nuestra atención, –trabajar,
ver la televisión, pero también pasear, o estudiar, o usar el ordenador
para jugar o para chatear–, es un hábito intensamente asociado con
la conducta de comer demasiado rápido, con la ingesta de alimentos
preparados que no son necesariamente muy saludables, y con una alta
probabilidad de que aparezca la sensación de hambre poco después.
Todo lo cual favorece la aparición del sobrepeso y la obesidad.
Pues bien, este modo de hacer se ha trasladado en parte a la reali-
dad nutricional infantil, ya que debido a la ocupación laboral de sus
padres muchos niños y adolescentes tienen que realizar alguna de las
comidas solos. En España, según los datos más recientes, nada menos
que el 27% de las familias raramente come reunida. Como se ha
dicho, esta situación tiene consecuencias sobre lo que se come y cómo 43
se come. Respecto a lo primero, es muy probable que se recurra a
comidas preparadas que sólo necesiten calentarse, y este tipo de ali-
mentación no suele ser nutricionalmente muy adecuada. Y respecto
a lo segundo, sabemos que cuando un chico come sólo aumenta la
probabilidad de que coma rápido, busque distracciones de cualquier
tipo, o pueda deshacerse de cualquier alimento en el momento en el
que aparezca la menor sensación de desagrado hacia él.

No lo olvide
Debido a la ocupación laboral de sus padres muchos chicos tienen
que realizar alguna de las comidas solos, lo cual tiene consecuencias
tanto sobre la calidad de lo que se come como sobre el modo de
comer. Intentar comer en familia en la medida en que las posibilida-
des laborales, escolares o de cualquier otro tipo lo permitan, es la
mejor manera de paliar este problema.
¡Quiero chuches!

3.4. Saltarse sistemáticamente el desayuno


Por más que se lo propone, Ángel es incapaz de conseguir que los niños
se levanten a tiempo para desayunar los días de colegio. Su esposa entra
a trabajar muy temprano y ya no está en casa cuando los niños se
levantan. Siempre termina haciéndose tarde, y el autobús escolar no
espera ni un minuto. “Al menos tómate un colacao bebido”, le insiste a
Julia, la hija menor. Ésta lo hace a regañadientes, de pie y dejando al
fondo de la taza todo el cacao sin disolver. Nacho, que ya tiene 12
años, perdió hace 2 años la costumbre de desayunar los días de colegio,
aunque los días de fiesta, cuando no madruga, es capaz de terminar él
sólo una caja entera de cereales.
En relación con lo que venimos comentando, cabe también seña-
lar la inadecuación de saltarse de forma sistemática alguna de las
principales comidas del día. La ausencia de los padres durante algu-
nos momentos de la jornada puede facilitar que algunos jóvenes no
44 realicen alguna de las comidas fundamentales del día. Esto es particu-
larmente relevante y especialmente grave y frecuente si nos referimos a una de
las más importantes de todas: el desayuno. La situación de prisa que habi-
tualmente caracteriza a los momentos previos a salir de casa hacia el
colegio, así como el poco apetito que suele acompañar a la somno-
lencia también propia de los madrugones, provoca que en muchas
familias se caiga en la tentación de disculpar el desayuno de los chi-
cos o resolverlo con una simple bebida caliente. Algunas encuestas han
revelado, aunque pueda parecer sorprendente, que ocho de cada diez menores
salen de casa con frecuencia sin desayunar o sin hacerlo adecuadamente.
Este hecho tiene una enorme importancia en relación a la evolución
del peso, y, así, se ha demostrado que los adolescentes que no desayunan regu-
larmente tienen mayores probabilidades de padecer algún grado de sobrepeso que
sus compañeros que sí lo hacen. En principio este dato podría parecer con-
tradictorio, ya que se podría suponer que la supresión de una comida
fundamental, en la que se pueden consumir más del 20% de las calo-
rías totales del día, supone un ejercicio dietético que favorece el man-
Las nueve causas de la obesidad infantil

tenimiento o incluso el descenso del peso. Y, sin embargo, la supresión


de esas calorías en el primer momento del día termina dando lugar
habitualmente a un aumento en la ingesta total a lo largo del día.

ES IMPORTANTE TOMAR UN BUEN DESAYUNO PARA COMENZAR EL DÍA 45


“–Ya sé que cuando te levantas no te apetece desayunar, pero la solución no es desayunar
antes de irse a la cama”.

Para explicar esta aparente paradoja basta analizar qué es lo que


típicamente le ocurre al adolescente que cae en este hábito. Aunque
cuando arranca el día puede no sentir sensación alguna de hambre o
debilidad a pesar de no haber desayunado, a las dos o tres horas esas
sensaciones aparecerán cada vez con más fuerza, lo que le impulsará a
comer un alimento alternativo al desayuno durante el recreo. Lo que se
encuentra habitualmente disponible a esta hora de la mañana en los
colegios suelen ser productos de bollería industrial, ricos en grasas y
azúcares, que contienen muchas más calorías que un desayuno normal,
–y, por cierto, normalmente con contenidos nutritivos nada saludables,
dado el tipo de grasas y de aditivos utilizados en su composición–. De
nuevo, como se comentó en un apartado anterior, se trata de productos
de intensos sabores artificiales, que son comprados en cantidad excesi-
¡Quiero chuches!

va por el chico en un momento en el que el hambre le hace pensar que


no habrá cantidad de alimento capaz de saciarle. Al principio se come
por apetito, pero después, satisfecho éste y en especial una vez que se
ha consolidado este hábito, se termina la cantidad excesiva de comida
por el disfrute de los intensos sabores de la bollería, los snacks, etc. Es
decir, la privación matinal de alimentos se sobrecompensa con un pequeño atra-
cón a media mañana. Por otro lado, es difícil hacer entender a muchos
jóvenes que durante estos episodios se consumen más calorías que con
una alimentación regular.
Pero quizá otro efecto más sutil de este hábito es el que tiene que
ver con el condicionamiento del gusto. Es sabido, y así se comentó
anteriormente, que los sabores que producen la sensación de saciedad
y alivian el hambre tienden a convertirse en los preferidos de las per-
sonas. Este hecho se ha comprobado tanto en seres humanos como en
animales de otras especies. Cada vez que una necesidad nutritiva que
46 debería haber sido satisfecha mediante una alimentación regular,
equilibrada y de sabores suaves, se resuelve mediante un consumo
exagerado de productos extremadamente calóricos y de artificiales
sabores potenciados, se refuerza un poco más la preferencia del chico
por este segundo tipo de productos, y los alimentos tradicionales y
adecuados descienden un poco más en su escala de preferencias. A
diario esto está ocurriendo con un elevadísimo porcentaje de jóvenes que acu-
den a clase sin haber desayunado correctamente, y que sacian su hambre a
media mañana con productos de pastelería industrial ricos en grasas y azú-
cares. No es de extrañar que estos chicos muestren una marcada pre-
ferencia por este tipo de nutrientes que son, precisamente, los más
ricos en calorías y los que más contribuyen a ganar peso.

No lo olvide
Saltarse cualquier comida, lejos de ayudar a controlar el peso como
pudiera parecer, suele terminar provocando un incremento del mismo.
Las nueve causas de la obesidad infantil

Esto es especialmente cierto si nos referimos al desayuno, en donde se


ha comprobado repetidas veces que las privaciones a primera hora de
la mañana se sobrecompensan posteriormente. Además, si el apetito
que despierta el no haber realizado una comida se sacia con alimentos
ricos en grasas y azúcares, como son los productos de pastelería indus-
trial, el niño estará condicionando su gusto hacia los alimentos que
tengan este tipo de nutrientes de gran capacidad calórica.

3.5. Comer únicamente lo que gusta

“No puedo con Laura”, se lamenta la madre a su mejor amiga. “En


vez de ir para adelante parece que va para atrás. Yo creo que come
ahora peor que cuando tenía 4 años. Ahora le da por decir que no
soporta los sandwichs de jamón y queso. ¡Los sandwichs de jamón y
queso, que es lo más suave que hay en el mundo! Siempre termina
tirando el queso. No conseguimos que coma nada de verdura, de pesca- 47
do sólo acepta comer las barritas ésas de merluza, no prueba la fruta
si no es en zumo. Carne sí, toda la que quieras. Y en cuanto insistes
para que coma algo que no quiere empieza con las arcadas. El otro día,
en el aniversario de Tomás, no había nada en toda la carta que le ape-
teciera. ¿Y qué vas a hacer? Hoy está con los abuelos: pasta de pri-
mero, pizza de segundo y natillas de postre. De maravilla, claro”.
De sobra es conocido que muchos niños tienen un gusto limitado
a un pequeño número de alimentos, y también es habitual que los
padres accedan a darles únicamente aquellas comidas que les gusta
para evitar las innumerables molestias que sufren cuando un niño se
niega a comer la comida que se le sirve en plato, tanto dentro como
fuera de casa. En principio, esta actitud consigue resolver el proble-
ma a muy corto plazo, siendo que a la larga este hábito fomenta una ali-
mentación muy poco variada, precisamente lo opuesto de lo que se recomienda
habitualmente desde el punto de vista nutricional.
¡Quiero chuches!

En este punto se debe recordar que, aunque el gusto por determi-


nados sabores puede estar influido por ciertas diferencias individua-
les, en su mayor parte el gusto por los alimentos se va aprendiendo a través
de la experiencia. Si no fuese así, difícilmente se podrían explicar las
diferencias existentes entre las distintas culturas en el gusto por los
alimentos. Los niños japoneses comen sushi, los niños mejicanos
comen enchiladas, en la India existe una marcada preferencia por los
alimentos muy picantes, los chinos consideran asquerosa la idea de
beber leche de vaca y los ingleses sienten un intenso rechazo hacia el
pulpo o los mejillones.
Así, nuestro gusto por los alimentos se ha ido modulando a través
de las innumerables experiencias con los olores, los sabores, las sen-

48

NO CONVIENE QUE LOS NIÑOS COMAN SÓLO LO QUE LES GUSTA


“–Al principio Julia sólo quería lácteos, después sólo quiso queso, luego sólo queso manche-
go, y ahora me exige queso manchego de la provincia de Cuenca que caduque en el 2009”.
Las nueve causas de la obesidad infantil

saciones de hambre y las sensaciones de saciedad que tenemos ocasión


de sentir varias veces al día a lo largo de toda nuestra vida. Es por eso
que la familiaridad con un determinado modo de cocinar condiciona
nuestro gusto por un modo concreto de preparar los alimentos. Esa
impronta deja huella y muchas personas están convencidas de que el
modo particular con el que sus padres preparaban los alimentos era
especialmente delicioso.
Pero también se ha de tener en cuenta que aprender a comer de
un modo variado o de un modo menos diverso se va aprendiendo en
la familia. Los gustos por unos u otros sabores pueden ir variando,
generalmente ampliándose, a lo largo de la vida de los individuos,
pero es condición necesaria para tal ampliación que las personas sigan
comiendo los alimentos que no son especialmente de su agrado. Sólo
así tales alimentos podrán llegar a gustar algún día. Si el paladar se
acostumbra a una serie muy limitada de olores y sabores, y el chico
tiene capacidad para imponer sus preferencias mediante enfados,
49
llantos o retrasos en la comida, es muy posible que tienda a elegir
siempre los mismos platos a los que está acostumbrado. En este sen-
tido, los gustos infantiles, una vez que aparecen, ponen en marcha
toda una serie de mecanismos para perpetuarse que los padres debe-
rían contrarrestar. Y así, si educamos a un niño variando los alimentos que
consume a diario, él mismo estará más dispuesto a aventurarse a probar nue-
vos sabores y por lo tanto a adoptar, sin saberlo, un alimentación variada.
No obstante, además de la familiaridad, existen otros procesos que
ejercen gran influencia sobre la preferencia de los niños sobre deter-
minados alimentos. Uno de ellos es la asociación de sabores. Cuando
se combina un sabor nuevo con otro conocido y que es del gusto del
niño, es probable que el primero pueda empezar pronto a gustarle.
Es por ello que si la meta es conseguir que el niño aprenda a comer
de todo, no es mala idea presentar el plato preferido del niño aña-
diéndole una pequeña cantidad del alimento nuevo que deseamos
lograr que le guste. Lentamente, en siguientes ocasiones se podrá ir
¡Quiero chuches!

aumentando la proporción del nuevo alimento, disminuyendo el que


ya es de su gusto. Es muy probable que al final el nuevo sabor le
resulte grato y sirva para emparejarse con nuevos sabores que tam-
bién pueden acabar gustando.

No lo olvide
Aunque el gusto por determinados sabores puede estar influido
por ciertas diferencias individuales, la realidad es que en su mayor
parte el gusto por los alimentos se va aprendiendo a través de la expe-
riencia. Permitir que el niño coma únicamente sus alimentos preferi-
dos empobrece su dieta e impide que tenga ocasión de ampliar pro-
gresivamente el conjunto de platos que le resultan agradables. Esto,
una vez más, termina repercutiendo negativamente en la salud y el
peso de los chicos. Una forma sensata de conseguir que el niño dis-
frute de sabores nuevos es asociarlos con otros que ya sean de su gusto.
50
3.6. Dormir poco

Primero convenció a sus padres para que instalaran un televisor en su


cuarto. Después su tío Eduardo le compró un ordenador como premio por
sus buenas notas. Y finalmente se compró un móvil con el dinero que
fue ahorrando durante casi un año. En este momento Julián tiene en
su habitación todo lo que él necesita para ser feliz. Durante las vaca-
ciones de verano solía ponerse a ver la tele, a llamar a los amigos y a
jugar al ordenador después de la cena. Y en ocasiones cuando miraba
el reloj ya eran las dos o las tres de la mañana. Por eso se levantaba
tan tarde durante julio y agosto. Pero ahora han vuelto a comenzar
las clases, y él sigue empleando mucho tiempo en sus aficiones después
de la cena. No llega a acostarse a las tres, pero raro es el día que se
mete en la cama antes de la una de la madrugada. Y el despertador
suena a las ocho menos cuarto al día siguiente.
Las nueve causas de la obesidad infantil

La ausencia de horarios estables que caracteriza a nuestra sociedad


occidental actual ha sido comentada previamente en relación con sus
efectos sobre los hábitos de alimentación vinculados a la insana cos-
tumbre de comer a cualquier hora. Sin embargo, esta ausencia de
horarios también afecta de forma indirecta al peso de los chicos a
través de un canal insospechado: la reducción del sueño. Como se
expondrá a continuación, la reducción de las horas de sueño conduce a
comer más alimentos y a que éstos sean más calóricos. Para comprobar este
efecto se ha desarrollado una serie de estudios en donde se obliga a
un grupo de jóvenes a dormir tan sólo durante cuatro horas al día, al
tiempo que se registra lo que comen y el grado de apetito que mani-
fiestan. Además, a los chicos se les mide el nivel de dos hormonas: la
leptina, responsable de avisar al cerebro de que ya estamos saciados,
y la grelina, que estimula la sensación de apetito. Los resultados son
muy claros: la falta de sueño provocó en los jóvenes un cambio en estas hor-
monas, lo cual les hacía tener más apetito y les provocaba más dificultades
51
para sentirse saciados. Además, el deseo de alimentos que se incre-
mentó más marcadamente fue específicamente el de dulces y galle-
tas, patatas fritas o comidas saladas, mientras que el deseo de frutas
o verduras apenas aumentó. Hoy sabemos también que, así como las
personas que ayunan tienden a dormir más, es frecuente que las personas
que son privadas de sueño presenten un estado de hiperfagia, es decir, un
incremento notable de su consumo de alimentos.
Esos datos apoyan un hecho aparentemente paradójico, como es
que la falta de sueño puede facilitar mucho la ganancia de peso. De
hecho, no es extraño que los chicos que duermen mal acaben delante de la
puerta del frigorífico en algunos momentos de la noche, y tampoco llama ya
la atención la extendida y desafortunadísima costumbre de “picotear” en la
cama como forma de entretenerse hasta la llegada del sueño. Se trata de un
hábito que, como es obvio, dificulta la llegada de dicho sueño e ini-
cia un círculo vicioso de difícil interrupción. En una primera fase, el
chico se levanta a comer o a coger comida que comerá en la cama ya
¡Quiero chuches!

que no puede dormir, pero más adelante, en una segunda fase, al


chico no le apetecerá dormir ante el atractivo que tiene levantarse a
comer unos snacks o para llevarse unas galletas a la cama.
Aunque claramente no estamos ante una relación causa-efecto
directa y exclusiva, no deja de tener interés destacar que el incre-
mento de peso de la población en general y de los jóvenes en parti-
cular durante las últimas décadas ha corrido paralelo a un descenso
generalizado de las horas de sueño. Así, por ejemplo, en España se
duerme cuarenta minutos menos de media que en el resto de Europa,
y el 60% de los jóvenes duerme una o dos horas menos de las ocho o nueve
recomendadas para su edad. El cambio en relación al sueño es tan
importante que en algunos Estados de los EE.UU. las escuelas han
retrasado el inicio de las clases para paliar la falta de sueño de muchos
de sus alumnos. A todo ello habría que añadir que durante el sueño
aumentan los momentos de producción de la hormona del creci-
miento, y que, por lo tanto, el desarrollo físico de los niños también
52
se verá influido por el número de horas que descansen.
Todos estos datos colocan de nuevo el problema de control del
peso en relación al estilo de vida global en el que el chico está sien-
do educado, más que como consecuencia directa de los nutrientes
concretos que ingiere. Si en apartados anteriores veíamos cómo el uso
excesivo de televisión y la falta de horarios se asociaban al sobrepeso,
podemos ahora completar el esquema señalando cómo estos dos fac-
tores también están asociados a la reducción de las horas de sueño,
que, de forma indirecta, revierte también en la facilitación del exce-
so de peso. Los niños que tienen televisor en su cuarto, y, por supues-
to, aquéllos que poseen en su dormitorio acceso a Internet o consolas
de videojuegos, tienen enormes posibilidades de retrasar el momen-
to de meterse en la cama debido a la enorme oferta de distracciones
que tienen a su disposición. Y, por otro lado, es difícil que los jóve-
nes desarrollen un hábito regular de sueño si se es muy flexible y
variable en la hora a la que se les pide que vayan a la cama. Todo esto
Las nueve causas de la obesidad infantil

termina provocando un leve déficit de sueño crónico en muchos de


nuestros hijos, –y los maestros lo saben bien–, lo que facilita que se
encuentren más hambrientos y busquen el consumo de más calorías.
Una norma frecuentemente ignorada que ayuda a mantenerse dentro de un
peso normal es conseguir un hábito regular de sueño que pasa, inexcusable-
mente, por la regularidad a la hora de meterse en la cama y apagar la luz.

No lo olvide
La falta de horas de sueño incrementa el hambre y el apetito por
alimentos ricos en calorías. Además, el insomnio está relacionado con
un aumento de la ingesta nocturna, en la cama o fuera de ella, de ali-
mentos de alto contenido en grasas y azúcares. Establecer el hábito
de meterse en la cama a una hora determinada de manera regular
puede ayudar a mantener un peso normal porque facilita la regulari-
zación del sueño. La presencia de televisores, ordenadores o consolas
de videojuegos en el dormitorio infantil dificulta tal regularización 53
del sueño.

3.7. Superar el aburrimiento comiendo

“Mamá, no sé qué hacer”, se suele quejar Vanessa cuando su madre le


quita el mando a distancia y decide ver un programa de cotilleos.
“Hija, llevo todo el día trabajando, déjame descansar un poco”. Al
cabo de dos minutos Vanessa reaparece por la puerta de la salita.
“Mamá, me aburro”. Esta vez ya la madre casi ni la mira. Todos los
días es igual. Otros dos minutos después Vanessa vuelve a aparecer.
“Mamá, ¿cuánto falta para que termine ese programa?”. Ahora está
comiendo una bolsa de patatas fritas. “Media hora”, contesta la madre,
“¿no puedo ver ni siquiera media hora en la televisión lo que yo quie-
ro?”. Vanessa se da la vuelta y marcha. Su madre la ve de espaldas y
nota que ha engordado un poquito en esta última temporada.
¡Quiero chuches!

Se ve a menudo en las películas y las series de televisión, y segu-


ramente todos lo hemos practicado en alguna ocasión: a veces el
“picoteo” responde únicamente a un momento pasajero de aburri-
miento, y no tiene otra función que la de suponer un entretenimien-
to trivial ante la ausencia de otras actividades más atractivas. Y todos
en alguna ocasión hemos comprobado también cómo al término del
pequeño “picoteo” realizado para cubrir un momento de espera tene-
mos mucho más apetito que el que teníamos antes, por lo que al
final, y en contra de lo que habíamos planeado, terminamos comien-
do hasta saciarnos.
Utilizar la comida como forma de entretenimiento es efectivo sólo a corto
plazo. Saborear un alimento apetecible es siempre algo grato y esti-
mulante, pero ese pequeño placer dura únicamente el breve tiem-
po que se mantiene en la boca. Y, una vez ingerido, el niño vuelve
a encontrarse en el estado previo, si acaso con más urgencia por
seguir comiendo dado el intenso placer que ha supuesto la golosi-
54
na comida en la situación de aburrimiento en la que se encontraba
el chico. Por todo esto es importante no dar chucherías a los hijos como
una forma de entretenerles, de matar el rato, o de acallar una queja de
aburrimiento.
Y es que, en contra del mensaje que implícitamente se nos envía
desde los medios de comunicación, el aburrimiento, por mucha
incomodidad que genere, forma también parte de la vida. No es posi-
ble vivir en un estado de permanente diversión, por más que la publici-
dad base buena parte de su éxito en convencernos de semejante
error, o por más que los personajes de las series televisivas, con su
enorme influencia como modelos sobre nuestros hijos, parezcan
encontrarse siempre en ese tipo de estado. Por todo ello, y en un
intento de contrarrestar en la medida de lo posible estos intentos
interesados, es muy importante que los padres se presenten en este
punto como un modelo adecuado a sus hijos, que saben tolerar el
aburrimiento cuando no tienen nada que hacer, se mantienen sere-
Las nueve causas de la obesidad infantil

nos a la espera de las situaciones más interesantes, o ingenian peque-


ñas actividades para entretener ese momento aburrido. Además, en
nuestra relación con los chicos debería quedar clara la idea de que el
aburrimiento permite apreciar realmente el valor de aquellos mo-
mentos que más nos agradan.
El empleo del ocio por parte de los niños es una materia comple-
ja sobre la que podrían escribirse muchas páginas, y cuyo análisis
detallado sobrepasa el objetivo de este libro. Ha venido aquí a cola-
ción en referencia al mal hábito de emplear la comida como entrete-
nimiento o forma de escapar del aburrimiento. Parece sensato que el ocio
de los niños gire básicamente alrededor de actividades lúdicas, de relaciones
con otros niños, de aprendizaje de habilidades físicas o deportivas, de la lec-
tura de buenos libros o la visión de buenos programas de televisión. Las acti-
vidades consumistas, como las compras, ciertas comidas o ciertos jue-
gos electrónicos individuales, no tienen por qué quedar excluidas del
ocio infantil, aunque convendría que no se convirtiera en la actividad
55
central de tal ocio, ni fueran utilizadas, como ocurre con frecuencia
en la actualidad, para cubrir las carencias presentes en las formas más
saludables de entretenimiento. El niño debe descubrir que no es
necesario consumir para divertirse y que el tiempo de juego no sólo
esta marcado por el contador de tiempo de las máquinas electrónicas.
Así aprenderá a crear las condiciones necesarias para que el tiempo de
juego lo marquen serenamente las propias situaciones por las que se
va atravesando, sin pretender encontrarse permanentemente en un
estado de diversión y estimulación en donde la comida puede con-
vertirse en una de las alternativas menos adecuadas.
Como se ha ido viendo ya varias veces a lo largo de estas páginas,
enseñar a comer adecuadamente a un niño forma parte de una enseñanza glo-
bal de un estilo de vida, que supone, por lo que respecta al apartado en
el que nos encontramos, aprender a tolerar el aburrimiento y apren-
der a implicarse en distintas y continuadas actividades para contro-
lar mejor sus ritmos y su vida.
¡Quiero chuches!

No lo olvide
Es importante educar a los niños para que aprendan a superar los
momentos de aburrimiento de la vida sin recurrir de manera con-
tinuada a cualquier forma de consumo, especialmente, el consumo
de alimentos de gran contenido calórico. Presentarse como un
modelo que sabe aceptar el aburrimiento como algo natural de la
vida, pero sobre todo que sabe salir de él a través de un ocio acti-
vo, es una buena forma de facilitar que nuestros hijos adquieran ese
mismo autocontrol y eviten convertir el alimento en una fuente de
alivio del tedio.

3.8. Calmar la ansiedad y la depresión

“Me ha llamado Esther. Pilló a Juan con Maika. Lo han dejado.


Está hecha polvo. No paraba de llorar. Ese Juan es un cerdo. Ya es el
56 segundo novio que pierde. A los catorce años no es normal. Que si vamos
a su casa”. “Claro, necesita a sus amigas. Juan es un cerdo. Ya lo
sabía yo. ¿Quién lleva el chocolate? ¿Tiene ella?”. “Sí. Espera. Deja,
que voy a pillar yo unas tabletas nuevas que han salido rellenas de
crema como de... están muy buenas. De la que voy compro tres”.
“Cuatro”. “A y media, ¿vale? Compraré cinco”. “¿Va también
Carla?”. “Ya está ahí. Compraré seis”. “Juan es un cerdo”.
Muchas personas saben por experiencia propia que un medio
habitual al que se recurre para calmar la ansiedad y la depresión es la
búsqueda y el consumo de alimentos ricos en calorías, hasta el punto
de que algunos alimentos, –por ejemplo, el chocolate–, han adquiri-
do un prestigio popular como golosos tranquilizantes o como eleva-
dor de los estados de ánimo ante los pequeños malos momentos que
nos da la vida. No es de extrañar: los estados emocionales intensos,
–todos ellos, los positivos y los negativos, aunque aquí nos centra-
remos en éstos últimos–, afectan siempre al apetito. Un grupo mi-
Las nueve causas de la obesidad infantil

noritario de personas ven reducidas sus ganas de comer cuando se


encuentran bajo estados de ansiedad o depresión ligeras. Pero mayo-
ritariamente estas pequeñas alteraciones del ánimo dan lugar a un aumen-
to, en ocasiones descontrolado, de la comida, con clara preferencia por ali-
mentos altamente calóricos. Los nervios también engordan.
Así, la mayoría de las personas comen más y tienden a ganar peso
cuando están bajo estados de tensión. En muchos casos, la educación
que le damos a los niños puede favorecer este aprendizaje. Del mismo
modo que veíamos en páginas anteriores cómo se puede llegar a aso-
ciar la conducta de ver la televisión con la necesidad de picotear algo,
también ahora hay que señalar que enseñar a los niños a calmar los ner-
vios o a compensar la tristeza comiendo algo puede favorecer que estos estados
emocionales se conviertan en situaciones que despierten de forma inmediata el
apetito. Volviendo al ejemplo del chocolate antes citado, muchas per-
sonas sienten unas ganas intensas de comer ese alimento en cuanto se
enfrentan a una discusión con su pareja, a un problema laboral, o a
57
un aumento del estrés general en sus vidas, y esas ganas son fruto de
un aprendizaje completamente incorporado en nuestra vida cotidia-
na relacionado con el consumo de alimentos calóricos como forma de
controlar los estados emocionales.
A todo lo anterior se junta la existencia de un mecanismo biológi-
co que favorece el consumo de alimentos para calmar los nervios.
Debido a nuestros orígenes, nuestro organismo se encuentra muy bien
adaptado para responder y afrontar situaciones de estrés agudo, breves
e intensas, pero no funciona igualmente bien cuando tiene que enfren-
tarse a situaciones de estrés crónico que se extienden durante largas
temporadas. Ante las situaciones de tensión que se mantienen duran-
te largos períodos nuestro organismo busca alimentos preferentemen-
te muy ricos en calorías porque estos alimentos bloquean temporal-
mente la acción de las hormonas del estrés, es decir, disminuyen
momentáneamente la producción de hormonas que causan nuestro
malestar. Desafortunadamente, esta estrategia funciona sólo a corto
¡Quiero chuches!

plazo, e, incluso, el consumo de grandes cantidades de dulces puede


producir al cabo de pocas horas un efecto de rebote en la producción
de las hormonas del estrés, haciendo que éstas aumenten a un nivel
superior al habitual. Si la persona consume entonces más azúcar para afron-
tar su ansiedad se estará iniciando un círculo vicioso altamente ineficaz en el
control del estrés y muy favorecedor de la obesidad.
Por todo ello, la educación del peso normal en los niños pasa por
enseñarles a modificar sus estados emocionales recurriendo a otras
estrategias diferentes del aumento en la cantidad de calorías ingeri-
das. Al igual que ocurría en el apartado anterior, la educación emo-
cional de nuestros hijos es un asunto extremadamente complejo y
que rebasa ampliamente las pretensiones de este libro, pero cabría
esbozar unas pocas líneas para presentar algunas directrices genera-
les respecto del manejo de los estados de desánimo y ansiedad en los
chicos. Como es lógico, dar la oportunidad a un niño que está ner-
vioso de contar lo que le ha ocurrido es un buen camino para que se
58
libere de alguna parte emocional de su problema. Poder hablar
sobre lo que le pasa puede ser insuficiente para solucionar la situa-
ción que está generando malestar o desánimo pero es muy útil para
aliviar la tensión con la que se está viviendo, particularmente en los
jóvenes que ya se están acercando a la adolescencia o se encuentran
en ella. En cualquier caso, el aspecto crítico que va a decidir hasta qué
punto la charla va a ayudar al chico a mejorar en su estado de ánimo es el
estilo de escucha que nosotros practiquemos, la capacidad que demostre-
mos para comprender las emociones que nos están expresando, nues-
tra habilidad para saber escuchar sin interrupciones y después acon-
sejar sutilmente sin imponer nuestras soluciones o sermonear.
Enseñar a un niño a distraerse cuando el problema no tiene solución o alen-
tarle a enfrentarse a él cuando se pueden cambiar las cosas es un buen ejer-
cicio de salud.
Una vez más, el logro del peso natural propio de cada niño está
muy relacionado con el aprendizaje de un estilo de vida general que
Las nueve causas de la obesidad infantil

se va configurando a lo largo de la educación, debido a que son


muchos los factores que influyen en el mismo. Algo en principio tan
distante como las emociones puede alterar mucho nuestro modo de
alimentarnos, y esta influencia dependerá de los aprendizajes que
hayamos hecho en nuestra infancia.

No lo olvide
En nuestra vida cotidiana está tan enraizado controlar los estados
de ánimo mediante la comida que, por ejemplo, recurrir al chocola-
te resulta una estrategia bastante común para sobrellevar los momen-
tos de desánimo. Controlar las emociones con la comida favorece la
obesidad y, muy especialmente, no resuelve las causas de los proble-
mas que nos están provocando la ansiedad o la tristeza. Una escucha
atenta y comprensiva de las emociones de los chicos, y el aprendiza-
je de estrategias de solución de los problemas que afectan a nuestras
emociones, son algunas de las pautas educativas generales que pue- 59
den ayudar a evitar un consumo exagerado y desordenado de ali-
mentos altamente calóricos.

3.9. Practicar un estilo de vida sedentario

Desde que era pequeño, Julio estaba acostumbrado a ir con sus padres
en autobuses o taxis para cada desplazamiento que hubiera que hacer
por la ciudad. Es cierto que no vivían en el centro, pero su ciudad tam-
poco era muy grande, y en veinte minutos podías plantarte en casi cual-
quier sitio. Pero siempre había un motivo para no ir a pie. Que si el
frío, que si era tarde, que si era de noche. Incluso a veces, cuando iban
a salir a pasar la tarde dando un paseo por el centro, Ilde, el padre,
se paraba un momento en la puerta y preguntaba si llamaba a un taxi.
Todos decían que sí. Ya pasearían luego por el parque. Julio, Ilde y
Miri, la madre, tenían sobrepeso moderado.
¡Quiero chuches!

Es algo comúnmente aceptado que el balance energético en el ser


humano, es decir, la diferencia entre las calorías que se ingieren y las
que se gastan, es más fácil de alterar modificando el primero de los
dos factores, –la dieta–, que incrementando el gasto de energía a tra-
vés de la actividad física. Sin embargo, los datos parecen indicar que la
prevención del sedentarismo y la práctica regular de ejercicio físico es un mag-
nífico método para controlar el exceso de peso en nuestro jóvenes. Tal y como
subrayamos en un apartado anterior, los niños que invierten más
tiempo jugando con el ordenador, consolas o viendo la TV tienen más
probabilidades de tener algún grado de sobrepeso u obesidad que los
niños que son más activos físicamente, hasta el punto de que, hoy por
hoy, el número de horas empleadas en estos entretenimientos es el principal pre-
dictor del peso infantil. Además, algunos estudios han mostrado que
reducir el tiempo que los niños pasan delante del televisor, al tiempo
que se les proporciona una alternativa de juego activo, es suficiente
para conseguir una reducción estable de su Índice de Masa Corporal.
60
Es importante subrayar que cuando hablamos de actividad física
infantil no nos referimos en absoluto al deporte de competición al
estilo que se práctica mayoritariamente en el ámbito escolar o fede-
rado. Es más, la promoción tan insistente del deporte de competi-
ción, –aun siendo éste necesario por la función social que cumple–,
suele crear una amplísima bolsa de niños que se sienten emocional-
mente alejados de la práctica regular de la actividad física, justa-
mente por la frustración que produce no poder alcanzar los altos
requisitos propios de ese tipo de deporte. La insistencia en la actividad
física de competición, unida a la falta de habilidades deportivas o su mal
aprendizaje, ayuda a que muchos niños se aparten de todo tipo de actividad
física y se acerquen a otras actividades sedentarias de las que no salen derro-
tados, simpatizando y uniéndose a otros niños que tampoco alcanzan las
metas de sus compañeros deportistas.
Por ello, el deporte de competición no debe ser el único modelo de
ejercicio para los niños. Tanto los padres como los profesionales de la
Las nueve causas de la obesidad infantil

educación física deberían velar para que todos los niños realicen jue-
gos y actividades físicas recreativas, con un sentido lúdico. Este tipo
de actividad hace que el ejercicio físico cobre sentido por sí mismo y
consigue que los niños tengan una ocasión idónea para cooperar en un
juego y practicar ciertas habilidades dentro de unas reglas predefini-
das. La actividad física no competitiva es fuente de una serie de sensa-
ciones positivas que no pueden quedar contrarrestadas por la frustra-
ción de perder contra los demás. Por ello, tiene mayores posibilidades
de consolidarse como un componente del ocio infantil, y es el estilo de
actividad no sedentario que debe ser promovido por los padres o pro-
fesores si pensamos en el conjunto total de la población infantil y no
solamente en la minoría con grandes aptitudes deportivas.
En esta misma línea, con vistas a mantener la motivación en los
programas de actividad física dentro de la escuela, sería muy impor-
tante que los niños no fuesen valorados en función de su posición en
la clase o por su marca respecto a otros. Esto, como se ha expuesto,
61
suele llevar a que aquellos chicos que están situados en las últimas
posiciones traten de evitar este tipo de actividad. Frente a esto, los niños
deberían ser valorados en función de su progresión individual, es decir, deberí-
an obtener aliento y reconocimiento cuando mejoran su rendimiento personal en
una u otra actividad al margen de cuál haya sido el rendimiento de los demás.
Si un niño ve que puede mejorar significativamente su marca en una
carrera de mil quinientos metros, y que se le va a ser reconocer un gran
mérito por ello, es posible que afronte el deporte con ánimo para
seguir corriendo. Si, por el contrario, esa marca, a pesar de mejorar,
sigue considerándose fundamentalmente mala por su comparación con
la de los otros compañeros, de forma que su esfuerzo no se ve recono-
cido, es posible que el chico adquiera cierta antipatía por la actividad
deportiva y no sienta interés por seguir practicándola.
Antes de terminar este apartado, habría que señalar que existe otra
vía por la cual el sedentarismo puede llevar a ganar peso de una forma
indirecta. Se ha observado que las personas que son físicamente inac-
¡Quiero chuches!

tivas muestran mayores signos de ansiedad y mayores problemas


emocionales de este tipo. Si, como hemos subrayado previamente, la
ansiedad puede provocar un mayor consumo de alimentos, es evi-
dente que la actividad física puede permitir un mayor autocontrol
alimentario en la medida en que reduce la ansiedad. Pero de todo
esto hablaremos en próximos capítulos.

No lo olvide
El sedentarismo se asocia a un Índice de Masa Corporal más ele-
vado en los niños. La actividad física regular constituye un elemento
crucial para mantenerse dentro de un peso normal. Por ello, tanto en
casa como en la escuela se ha de estimular la práctica de tal tipo de
actividad, pero no desde un punto de vista competitivo, sino como
un medio a través del cual cada niño puede obtener una serie de sen-
saciones positivas placenteras y puede adquirir una seguridad en sus
propias capacidades observando sus propios progresos sin comparar-
62
se con los demás. Ello le permitirá beneficiarse de la relajación y
mejora del estado de ánimo que provoca el ejercicio físico moderado
y reducirá los impulsos para comer por razones tales como la ansie-
dad o el aburrimiento.
4.
Ya, pero ¿cómo se pueden
enseñar buenos hábitos?

Hemos presentado en el capítulo anterior una relación de los


principales hábitos alimenticios que se encuentran en la base de los
problemas de exceso de peso infantil. Tal y como se comentó en las
63
primeras páginas de este libro, la gran mayoría de los problemas de
obesidad en la infancia no es debida a factores genéticos o biológi-
cos sobre los que los padres no podamos intervenir, sino a costum-
bres aprendidas en relación a las prácticas alimenticias respecto de
las que los padres y cuidadores de los niños tenemos mucho que
ver. Aun así, incluso cuando nos referimos a los hábitos y los com-
portamientos habituales que tienen nuestros hijos respecto de la
comida no podemos garantizar que tengamos control o capacidad
de influir sobre su alimentación. Por ejemplo, hemos nombrado en
el capítulo anterior el nada recomendable hábito que muchos jóve-
nes practican de comer solos, que principalmente está provocado
por los horarios laborales de los padres, sin que éstos tengan en su
mano normalmente la capacidad para poder alterar tales condicio-
nes de trabajo.
Y, sin embargo, en la mayoría de los comportamientos a los que nos
hemos referido en el capítulo anterior sí podemos intervenir a través de la edu-
¡Quiero chuches!

cación para modificarlos en favor de otros hábitos que no favorezcan la apa-


rición de problemas de exceso de peso. Una vez más, aquí no basta con
señalar cuál es la meta que debemos conseguir, ya que no siempre
tenemos claro cómo alcanzarla. Podemos estar de acuerdo en lo ina-
decuado de que un niño pase demasiadas horas al día delante del tele-
visor y además vincule esa actividad al consumo permanente de chu-
cherías, podemos estar de acuerdo en la conveniencia de que nuestros
hijos desayunen correctamente antes de ir al colegio y no consuman
bollería industrial todos los días a media mañana, podemos estar de
acuerdo en lo problemático que puede ser que un niño reduzca con-
siderablemente el abanico de alimentos que está dispuesto a comer al
ir adquiriendo muchas manías respecto de los gustos que no tolera.
Pero también sabemos que muchos padres intentan conseguir estos objetivos y
sencillamente no lo logran.
Y es que la educación de nuestros hijos no es una tarea fácil ni
64 sencilla, especialmente cuando pretende instaurar hábitos y cos-
tumbres contrarios a los que se proponen desde otros elementos de
influencia sobre los jóvenes tan seductores como la televisión, el
cine, su grupo de amigos o la publicidad de bollerías elaboradas a
base de grasas inadecuadas y altamente calóricas, refrescos y zumos
muy azucarados, u otro tipo de chucherías. Los mensajes saludables
que los niños reciben en la escuela o en su casa pueden quedar barri-
dos simplemente por un capítulo de dibujos animados, las risas y el
desprecio de algunos compañeros en clase, o el modelo que supone
algún personaje televisivo altamente atractivo. En este sentido,
nunca como hoy en día ha sido tan ingrata y tan poco apoyada la
tarea de ser madre o padre.
Mientras que décadas atrás todos los elementos educativos,
–padres, abuelos, escuela, medios de comunicación, modelos sociales,
autoridades variadas, etc.–, apuntaban en una misma dirección y se
ayudaban mutuamente en la tarea de conseguir jóvenes con determi-
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

nados hábitos, valores o costumbres, en la actualidad estas fuentes de


educación discrepan con frecuencia, y se convierten en elementos que compiten
contra los padres en vez de remar en su misma dirección. Los padres acos-
tumbran a tener que enfrentarse a la excesiva permisividad que los
abuelos tienen respecto a la alimentación de sus nietos, se encuentran
ante un mercado que realiza campaña publicitarias muy agresivas rela-
cionadas con maquinitas electrónicas que potencian el ocio seden-
tario y que seducen por completo a los hijos, contemplan sin poder
hacer nada cómo en los centros educativos se venden productos alta-
mente calóricos y poco saludables, se encuentran con que en los pro-
gramas de televisión infantil se presentan como seductores a perso-
najes que alaban la comodidad, abominan de cualquier esfuerzo y
presentan el incumplimiento de las normas como algo seductor.
Y, para terminar, ni siquiera la educación paterna cuenta con un
conjunto de técnicas infalibles que consigan en nuestros hijos los
cambios buscados en la dirección adecuada. De ahí que el mero reco- 65
nocimiento de las metas que desearíamos lograr en el comporta-
miento de los niños no produzca de forma inmediata su logro. Sin
embargo, no todo es negativo. La Psicología ha ido refinando a lo
largo de mucho tiempo una serie de nociones que, lejos todavía de
poder constituir un recetario infalible para la educación, puede ser-
vir de ayuda, sugerencia o punto de partida para los padres que no
sepan cómo comenzar a instaurar en sus hijos las pautas alimenticias
que se comentaron en el capítulo anterior, o para aquéllos otros que
ya lo hayan intentado sin éxito. El capítulo que ahora comienza actúa
como el complemento del anterior. Lamentablemente no tenemos la
solución perfecta para todos y cada uno de los casos, pero estamos
convencidos de que en las próximas páginas muchas familias podrán
encontrar ideas concretas, valiosas y de cierta utilidad, acerca de qué
hacer para impedir que arraiguen en nuestros hijos los nueve hábitos
expuestos anteriormente.
¡Quiero chuches!

4.1. La educación es una cuestión de dos

Conviene no olvidar que en cualquier acto educativo intervie-


nen, como poco, dos personas: un adulto y un niño. A lo largo de
una jornada habitual en la vida del chico probablemente se haya
relacionado con varios adultos que de una forma más o menos
explícita cumplen una función educativa. Y en el conjunto de la
infancia serán decenas los adultos que hayan desempeñado un papel
en la formación de los hábitos y costumbres del niño. Pero convie-
ne acentuar que, hasta en el acto educativo mínimo en el que
pudiéramos pensar, no hay un adulto influyendo o cambiando la forma
de ser de un niño pasivo que se deja manejar por nosotros, sino dos personas
influyéndose y cambiándose mutuamente en la relación que mantienen. Y
cada uno juega sus cartas en función de lo que le interesa y respon-
de a la jugada del otro según le convenga.
Si yo moldeo un trozo de arcilla para darle la forma de un plato,
66 ésta se dejará moldear sin hacer nada hacia nosotros como respuesta
a la forma que le estamos dando. Pero si yo mando a mi hijo que se
termine el plato de espinacas para lograr que esté mejor alimentado
a largo plazo, que aprenda a habituarse a ciertos sabores, o que apren-
da a tolerar ligeros desagrados al comer, mi hijo probablemente, a su
vez, pondrá mala cara, se negará a hacerlo, o dirá que no puede, para
lograr librarse de la molestia inmediata que está teniendo en ese
momento. Y si yo insisto de una forma más enfática para conseguir
mis objetivos, él pondrá cara de que va a empezar a llorar para con-
seguir los suyos. Y si yo grito, amenazo con castigos o pierdo los ner-
vios, para salirme con la mía, él probablemente tenga arcadas y llore
congestionado para salirse con la suya. Yo sé que mostrándome duro
y autoritario puedo conseguir de mi hijo la conducta que me intere-
sa. Él sabe que mostrando extremo sufrimiento y congestión digesti-
va puede conseguir de mí la conducta que le interesa. ¿Cuál va a ser
el resultado de esta relación mutua, de este acto educativo concreto?
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

La educación tiene muchas dificultades, y una buena parte de ellas se deriva


del sencillísimo hecho de que los niños también juegan.

4.2. La educación es una cuestión de plazos

Cuenta Fernando Savater en uno de sus libros que un viejo profesor


empezaba el primer día de clase mirando a sus alumnos y diciendo:
“Señores, o ustedes o yo”. Por ahí van los tiros. La educación, obvia-
mente, no es una lucha entre adultos y niños, y pocas actitudes fami-
liares serían tan erróneas como el enfrentamiento para conseguir obje-
tivos educativos adecuados. La educación es una cooperación entre adultos y
niños, con el beneficio de éstos últimos como meta. Pero tampoco podemos olvidar
que los adultos y los niños tenemos puesta la vista en plazos temporales muy dife-
rentes. Yo quiero que mi hijo termine las espinacas para ayudar a que
esté bien alimentado las próximas semanas o para se vaya acostum-
brando a ellas y obtenga ventajas por eso el resto de su vida. Mi hijo no 67
quiere terminar las espinacas porque no quiere sentir ahora mismo un
sabor desagradable en la boca. Unos pensamos en el medio y largo
plazo. Los niños están atrapados en la inmediatez del cortísimo plazo.
Y estar pensando en un plazo temporal u otro hace que la cooperación
que supone la educación lleve a veces a enfrentamientos entre los adul-
tos y los niños cooperantes. Obviamente, así planteadas las cosas, no cabe
duda de cuál es el criterio que debe finalmente imponerse: el del adulto, el del
largo plazo, el que más va a beneficiar al niño. Ya, pero, ¿cómo?
He aquí un principio muy presente en muchos actos educativos:
con muchísima frecuencia los padres nos encontramos en situaciones en donde
debemos elegir entre una acción cómoda que provoca beneficios a corto plazo y
perjuicios a largo plazo, y otra acción incómoda que probablemente sea bene-
ficiosa a medio o largo plazo aunque provoca molestias en el presente. Si mi
hijo está llorando a todo volumen porque no quiere comer las espi-
nacas nada será más cómodo para mí que retirárselas y ofrecerle espa-
¡Quiero chuches!

guetis. Ese acto tiene beneficios a cortísimo plazo para el adulto y


para el niño. Todos sabemos lo profundamente desasosegados que
podemos llegar a sentirnos los padres cuando nuestros hijos lloran a
moco tendido de una forma escandalosa. La evolución biológica es
sabia y ha hecho que esa situación sea extraordinariamente motivan-
te para una madre o un padre. Pero si nos comportamos de esa forma esta-
mos cortando el llanto actual pagando el precio de aumentar la probabilidad
de multitud de llantos futuros.
Un viejo chiste cuenta que unos padres llevaron al médico a su hijo
preocupados porque a la edad de 8 años no había empezado a hablar.
El médico le realizó múltiples pruebas y no encontró ninguna anoma-
lía. Esa noche, durante la cena, el niño dijo “pásame la sal” y los padres
contentísimos le preguntaron por qué no había hablado hasta enton-
ces. “No me hizo falta, hasta ahora todo salió como yo quise”, contes-
tó el niño. Obviamente, ningún niño puede crecer sin someterse a
múltiples incomodidades, contratiempos o demandas no satisfechas.
68
Independientemente de lo que yo le diga a mi hijo con mis palabras,
cada vez que le retiro las espinacas cuando comienza a llorar le estoy
enseñando una regla del juego: “Llorando se consiguen las cosas”.
Dejará de llorar en ese momento y aumentarán los llantos en el futuro.
Salvo raras excepciones, los adultos conocen las reglas de juego de
la vida adulta mejor que los niños, tienen puesta su vista en un plazo
más relevante y fructífero que el inmediato, y están más movidos a
buscar el bien de sus hijos que los propios hijos. No cabe ninguna
duda: la educación es cosa de dos, y en ella intervienen activamente dos perso-
nas, pero las reglas del juego de tal relación deben ser decididas por los padres,
teniendo en cuenta la opinión de los hijos a medida que van crecien-
do. Los padres deben reflexionar acerca de cómo van a influir a sus hijos y,
atención, acerca de cómo van a ser influidos por sus hijos. Centrándonos en
nuestro tema, los padres deberán decidir, teniendo la vista puesta en
el medio y largo plazo, si los niños deberán comer la comida normal
que come la familia o no, si podrán ir al colegio sin desayunar o no, si
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

se les permitirá emplear el 80% de su ocio jugando a los marcianitos


o no, si habrá o no en casa siempre disponibles palomitas o gusanitos
para cuando el niño quiera ver la tele o esté aburrido sin saber qué
hacer, etc. Pero también, y esto es fundamental, los padres deberán decidir
cómo van a comportarse cuando el niño juegue sus cartas para conseguir sus
objetivos a corto plazo, cuando llore, cuando se enfade, cuando deje de
comer, cuando origine momentos violentos en reuniones sociales,
cuando altere el horario que los padres tenían previsto, etc.
¿Cederán entonces los padres prefiriendo el alivio inmediato y los
problemas futuros en vez de la molesta constancia cuyos frutos sólo
se ven con el paso del tiempo? Recordando a los dentistas y a los chi-
cles sin azúcar, cabría asegurar que nueve de cada diez psicólogos
entrevistados recomendarían ante cualquier acto educativo, –y ocu-
rren montones de ellos al día en una familia normal con niños peque-
ños–, tener ante todo presente lo que el niño va a aprender si ante su
conducta nos comportamos de una u otra forma. Esto siempre debe-
rá ser prioritario respecto del aparcamiento momentáneo del proble- 69
ma gracias a haberle dado una falsa solución que, de hecho, ha pues-
to su grano de arena para empeorarlo. Estamos hablando de prevenir
un problema de salud digno de ser tenido en cuenta, con bastante
probabilidad de cronificarse y acarrear muy negativas consecuencias
en la vida juvenil y adulta de nuestros hijos. Lo que les apetezca o no
comer en este preciso momento tiene muy poca importancia.

4.3. La educación es una cuestión de dar ejemplo

Especialmente en los primeros años de vida, antes de que llegue


la adolescencia y el grupo de iguales comience a suponer la influen-
cia más importante en la conducta de los jóvenes, los padres son la refe-
rencia más relevante para el niño y su principal fuente de influencia. Incluso
determinan en ocasiones cuáles van a ser sus otras fuentes de influen-
cia, como cuando se relacionan con otros padres y de esa forma pro-
¡Quiero chuches!

vocan que los hijos de ambas familias se hagan amigos y jueguen


juntos. Y entre las varias escalas desde las que los padres ejercen la educa-
ción sobre sus hijos destaca especialmente la referida a la gran capacidad que
tienen de convertirse en modelos imitados por ellos.
Resultará difícil conseguir que los niños no asocien ver la televi-
sión a comer chucherías si los padres acostumbran a comer chucherí-
as viendo la televisión. Si los padres picotean entre horas se podrá pre-
decir con gran probabilidad de acierto que también lo harán los hijos.
Si los niños ven y escuchan a sus padres quejarse ante el disgusto que
les produce ciertos alimentos y negarse a comerlos aprenderán la equi-
vocada idea de que el elemento determinante de que haya que comer
o no cierta comida es lo agradable que nos resulte su gusto.
Los padres tenemos en nuestras manos una importantísima arma
educativa cuando nos presentamos ante nuestros hijos como modelos
adecuados, tanto de los hábitos y costumbres alimenticias que pretendemos
que adquieran, como de las actitudes emocionales correctas hacia la comida
70
que suelen ir acompañando tales hábitos. Cualquier comida juntos es una
buena ocasión para que el padre o la madre dejen caer sin dar mayor
importancia que ese día no le gusta especialmente la comida que hay
servida en la mesa, asegurándose de que el niño vea que, a pesar de
ello, el padre o la madre siguen comiéndola con total normalidad y
charlando ya animadamente de otros temas. Dudar en voz alta sobre
si comprar o no palomitas a la entrada del cine y resolver también en
voz alta que no se comprarán acompañándose de un gesto de alegría
ayudará también a que los niños aprendan que el enfado y la frustra-
ción no es la única emoción que se puede despertar ante la pérdida
de un capricho. El mantenimiento de un nivel adecuado de actividad
física por parte de los padres, continuado en el tiempo de forma esta-
ble como un elemento más de la rutina diaria, hará que el niño dé
por obvio que la actividad física es una parte de la vida cotidiana y la
lleve a cabo sin siquiera plantearse que cabría la posibilidad de llevar
un estilo de vida sedentario basado en el ocio pasivo.
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

CONVIENE QUE NUESTRA CONDUCTA SEA UN BUEN EJEMPLO PARA EL JOVEN


“–Carlitos, no me mires durante diez minutos, que me voy a zampar litro y medio de hela-
do viendo esta peli”.

Así, tanto en los hábitos como en las emociones, un buen ejemplo


ofrecido por los padres a sus hijos facilitará notablemente el aprendi- 71
zaje de las metas que nos hemos planteado en su educación alimenti-
cia. Si esta buena labor como modelos se completa con un buen uso de
los premios y los castigos, a los que se dedica el siguiente epígrafe,
quizá podamos llegar a conseguir logros educativos que superen nues-
tras propias expectativas. No ocurre en todos los casos, pero estas mejo-
rías en el comportamiento infantil es una experiencia habitual que
muchos padres comentan a diario en las consultas de los psicólogos.

4.4. La educación es una cuestión de muchos premios y algunos


castigos

En efecto, uno de los principales recursos educativos con los que contamos los
padres para realizar nuestra función es el de poder imponer consecuencias a la
conducta de nuestros hijos, que normalmente toman la forma de premios o de
castigos según queramos potenciar o eliminar el comportamiento con-
¡Quiero chuches!

creto que premiamos o castigamos. Esto es muy razonable. Por un


lado, la causa fundamental de los hábitos y las costumbres que tene-
mos las personas está en las consecuencias que se derivan de ellos y
como nos proporcionan lo que buscamos en nuestra vida cotidiana.
Pero además es sensato que la relación con los padres sea el campo de entrena-
miento en donde los niños se acostumbren a experimentar que los buenos compor-
tamientos acostumbran a dar lugar a consecuencias positivas y los malos com-
portamientos acostumbran a dar lugar a consecuencias negativas. En este sen-
tido, los premios y los castigos suponen un sencillo modelo a escala
pequeña de lo que de forma mucho más compleja será la vida adulta.
Y sin embargo, a pesar de que nos estamos refiriendo a los premios
y los castigos como si fueran las dos caras de una misma moneda, las
investigaciones psicológicas han demostrado en muchas ocasiones que el uso de
premios como recurso educativo tiene importantes ventajas respecto del uso de los
castigos para tal fin. Sería demasiado extenso detenerse en este punto
72 con todo el detalle que merece, pero al menos de forma resumida
cabría destacar tres importantes motivos por los que los pequeños pre-
mios resultan más adecuados que los castigos, de especial relevancia en
el ámbito del aprendizaje de costumbres alimenticias adecuadas:
• en primer lugar, se ha comprobado en repetidas ocasiones que las con-
ductas aprendidas mediante el incentivo de premios se generalizan más
ampliamente que las que se aprenden bajo la amenaza de castigos. Si yo
castigo a mi hijo cuando le descubro comiendo bollería indus-
trial entre horas es muy posible que mi hijo deje de comerla sólo
en mi presencia, pero seguirá comiéndola por igual cuando yo no
puedo controlarle. Por el contrario, si premio a mi hijo por pasar
una tarde sin haber comido nada fuera de horas aumenta la posi-
bilidad de que mi hijo pase tardes sin comer nada fuera de horas
esté yo presente o no. A los padres nos interesa que nuestros hijos
se comporten adecuadamente tanto en nuestra presencia como
en nuestra ausencia, y aunque esto último es muy difícil de con-
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

seguir, es más probable que ocurra si premiamos las conductas


adecuadas que si castigamos las inadecuadas.
• en segundo lugar, es sabido que el uso de premios como método edu-
cativo despierta en el niño simpatía y emociones positivas hacia el adul-
to que le premia, mientras que el uso de castigos despierta las emociones
contrarias de antipatía y enfado hacia la madre o el padre que impone
el castigo. Esto es más importante de lo que parece. Las emocio-
nes que los padres o cuidadores provocan en sus niños influyen
mucho en la capacidad que tendrán los adultos para educar. Los
adultos que suscitan cariño y simpatía tienen mayor capacidad para
influir como modelos de conducta sobre los niños, tienen mayor credibili-
dad cuando les hablan y les dan consejos o instrucciones, y consiguen que
los hijos tengan con ellos mayor confianza. Cualquier educador,
–padres, familiares, profesores–, que tenga interés en ser una
fuente de influencias positivas sobre los niños debe saber que,
como primer paso, ha de ganarse la simpatía del chico. Mi hijo
73
de 10 años me creerá más cuando le cuente los motivos por los
que debe ir al colegio habiendo desayunado bien si le premio
cuando lo hace en vez de castigarle cuando no lo hace.
• por último, también sabemos hoy en día que conseguir premios
aumenta la autoestima de los niños en mayor medida que evitar casti-
gos, potenciando la sensación de logro cuando consiguen las metas que
se proponen y sintiéndose cada vez más seguros y más capaces de conse-
guir los objetivos futuros. Si yo alabo enfáticamente a mi hijo
delante de terceras personas por haber conseguido aprender a
andar en bicicleta, aguantar nadando más largos de la piscina o
cargar con la compra hasta casa con energía y sin quejas,
aumentará su sensación de valía personal, y probablemente
aumente también las ganas de volver a tener ocasión de reali-
zar tal actividad física para comprobar su buen rendimiento de
nuevo. Si, por el contrario, impongo a mi hijo la realización de
actividad física como una obligación que debe cumplir para no
¡Quiero chuches!

ser criticado ante terceras personas, entonces es probable que


no aprecie los logros que consigue, no tenga mejor concepto de
sí mismo al hacerlo, y no tenga ganas de volver a tener la oca-
sión de practicar dicha actividad.
Todo esto no implica que nunca haya que usar el castigo. En oca-
siones, ante la aparición de un comportamiento claramente inade-
cuado, lo más conveniente es que el adulto proporcione una conse-
cuencia concreta, inmediata y desagradable para el niño. Si mi hijo
de 5 años tira al suelo de un manotazo el plato de puré de verduras
cuando yo le insisto para que lo termine, será sensato impresionarle
con un “¡¡no!!” potente y tajante, una expresión facial de mucho enfa-
do y la retirada durante esa tarde de uno de sus juguetes o diversio-
nes favoritas. El castigo tiene su lugar en la educación ejercido de forma con-
creta, ante conductas graves que conviene cortar de raíz y aplicado de forma
inmediata a la realización del mal comportamiento.
74 Pero la educación de hábitos alimenticios es el ejemplo perfecto de un campo
en el que los premios deben primar sobre los castigos. Como se ha insistido
varias veces en el capítulo anterior, de una forma u otra, todos los con-
sejos que ahí se encuentran terminan apuntando al aprendizaje de un
estilo general de vida saludable, activa, y en donde la comida se man-
tenga acotada con regularidad a ciertos momentos del día y a alimen-
tos variados y habituales en la cocina. Al final, tanto cuando comenta-
mos que no se debe asociar ver la televisión con el consumo de chuche-
rías, cuando insistimos en que no se pique entre horas, o cuando reco-
mendamos no limitarse a comer los alimentos preferidos, estamos refi-
riéndonos al aprendizaje de una actitud saludable hacia la comida. Y las
actitudes, las emociones y los sentimientos son aspectos de nuestra vida que res-
ponden muy bien a estímulos positivos y muy mal a estímulos negativos. Quizá
podamos conseguir que nuestro hijo haga los deberes de matemáticas
si le castigamos por no hacerlo, pero si lo que pretendemos es que le
gusten las matemáticas hasta el punto de que desee ir a clase, entonces
deberemos centrarnos en los premios para educar su conducta.
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

LOS PREMIOS HAN DE SER PROPORCIONALES AL BUEN


COMPORTAMIENTO DEL JOVEN
“–Mira, María, aquí tienes el coche que te habíamos prometido para cuando pudieras
pasar una tarde sin picar entre horas”.
Cabe comentar dos aspectos importantes antes de terminar este
apartado. El primero está referido a la naturaleza de los premios y los 75
castigos. Obviamente, cuando hablamos de premios no nos estamos refi-
riendo a grandes trofeos o a objetos materiales importantes. Un premio
puede ser un cromo, los sesenta céntimos que le faltan al niño para
comprar un comic, la posibilidad de elegir el canal que se pone en la
televisión, una alabanza sincera, un gesto de cariño, el permiso para
quedarse más tiempo jugando con sus amigos, una partida al futbo-
lín, el permiso para colgar un póster en la habitación, el permiso para
no realizar algunas tareas domésticas como hacer la cama, bajar la
basura o colgar la ropa, y tantísimas cosas más. Las muestras de entu-
siasmo, de orgullo y de alegría ante los logros de los niños pueden ser
potentísimos premios capaces de provocar un gran efecto en la edu-
cación. Pocas cosas funcionan para los niños como premios más potentes que
sentir que se han ganado la admiración de sus padres. Por desgracia, no
hace falta elaborar de forma semejante una lista de los posibles casti-
gos que se pueden usar para controlar la conducta infantil. Todos los
hemos conocido en nuestra infancia de forma sobrada.
¡Quiero chuches!

Tanto en el caso de los premios como en el de los castigos, parece


obvio que su intensidad debe ser proporcionada a la de la conducta que pre-
tendemos premiar o castigar. No parece razonable regalar un fin de
semana en Disneylandia a un niño por desayunar correctamente una
mañana, pero un logro continuado en el tiempo, gracias al cual se
haya eliminado completamente algún mal hábito alimenticio siendo
sustituido por uno saludable, sí podría ser merecedor de una prenda
de ropa especial, algún objeto deportivo elegido por el joven, un per-
miso extra para pasar un fin de semana en casa de algún amigo o un
pequeño viaje.
Y el segundo aspecto, el último que comentaremos en este epí-
grafe, es el referido a la cercanía temporal que debe existir entre el
comportamiento del niño y el premio o castigo con el que preten-
demos influir en tal comportamiento. Muchos estudios han com-
probado en detalle algo que de modo informal todos sabemos: los
76 premios y los castigos pierden rápidamente su capacidad para premiar o cas-
tigar las conductas a medida que se distancian temporalmente del compor-
tamiento al que se refieren. Si reprendo a mi hijo después de que un
análisis de sangre revele un alto colesterol que indique haber estado
comiendo muchas grasas saturadas últimamente, mi castigo recae
sobre comportamientos realizados semanas o incluso meses antes.
Cuando al día siguiente mi hijo se vea en la disyuntiva de obtener
en ese mismo instante el placer de zamparse o no dos bollos, con el
riesgo de ser castigado semanas más tarde, elegirá probablemente
obtener las pequeñas consecuencias positivas inmediatas antes que
evitar las grandes consecuencias negativas muy retrasadas en el
tiempo.
Un gran psicólogo español, anciano ya, bromeaba en una ocasión
anunciando que había descubierto un método infalible para evitar
los embarazos no deseados. “Es sencillísimo”, decía, “bastaría con
que los jóvenes que hacen el amor tuvieran el hijo inmediatamente
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

y el orgasmo nueve meses después”. Sería suficiente cambiar los plazos


en los que aparecen las consecuencias, aunque éstas se mantuvieran iguales,
para que el comportamiento de las personas variase por completo. Pues lo
mismo ocurre en la conducta alimenticia. Por desgracia, los malos
hábitos en la comida acostumbran a provocar satisfacción inmedia-
ta y problemas a medio y largo plazo. Eso ocurre cuando se pica
entre horas, se restringe la variedad de alimentos consumidos, se
abusa de los productos industriales con potenciadores artificiales del
sabor, o se elige un refresco gaseoso azucarado antes que un fresqui-
to vaso de agua para acompañar la merienda. Si queremos contrarrestar
este efecto hace falta que los premios mediante los que pretendemos incentivar
los hábitos saludables se concedan al niño de forma también inmediata a su
realización.

4.5. La educación es una cuestión de regularidad


77
¿Y qué pasa con las excepciones a las normas del capítulo ante-
rior? ¿Es que no se va a poder comer nunca entre horas unas gomi-
nolas? ¿Es que un día que emitan por televisión una película de espe-
cial interés para los niños no van a poder cenar delante de la panta-
lla? ¿Es que pasa algo grave porque un día el niño no se termine el
plato que se le ha puesto en la mesa? El equilibrio entre el cumpli-
miento de las normas para adquirir hábitos alimenticios saludables y
las excepciones a tales normas es uno de los aspectos más delicados
del asunto que estamos tratando.
De entrada, dejemos una idea muy clara: la regularidad en las pau-
tas educativas es un aspecto fundamental para que éstas den sus frutos. Ni
en el ámbito de la educación alimenticia ni en ninguno otro conse-
guiremos que el niño aprenda hábitos y costumbres adecuados si
nuestros consejos, el ejemplo que le damos, los premios o castigos
que utilizamos, las órdenes, la facilidad con la que cedemos ante sus
¡Quiero chuches!

protestas, etc., varían considerablemente de unos días a otros, o en


función del humor, el cansancio o la compañía con la que se encuen-
tren los padres. En este sentido, los principios que guían la relación
de los adultos con los niños han de ser claros, firmes y constantes. Si
los padres deciden aplicar alguna de las normas aquí propuestas
deben hacerlo de forma continuada a lo largo del tiempo, para que
dé como resultado los sólidos beneficios propios de un hábito salu-
dable arraigado.
Pero, entonces, ¿no se puede hacer ninguna excepción? ¿Nuestro
hijo ha de ser el único que se quede sin tomar un refresco azucarado
en el cumpleaños de algún amigo? ¿No se pueden comer palomitas
un día que se va al cine? Es difícil dar principios exactos acerca de la
permisividad respecto de las excepciones, pero cabe comentar algu-
nas ideas. Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábitos regulares
cuando se realizan en circunstancias excepcionales; por ejemplo, es más
78 aconsejable que un niño se coma una bolsa de golosinas el día de su
cumpleaños que un día del montón en el que no habría motivo para
hacer la excepción. Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábi-
tos regulares cuando el hábito ya está empezando a quedar establecido o ya lo
está por completo; por ejemplo, es más aconsejable que un niño se pegue
un atracón de chucherías cuando ya lleva muchas semanas ajustán-
dose a un comportamiento alimenticio saludable que cuando sólo
hace tres días que los padres decidieron iniciar la enseñanza de estas
costumbres. Las excepciones afectan menos al aprendizaje de hábitos regu-
lares cuando tienen una intensidad moderada; por ejemplo, es más acon-
sejable que el niño rompa la norma un día comiendo una bolsa de
gusanitos en vez de cuatro bolsas.
Pero, sobre todo, las excepciones no suponen ningún problema cuando son
verdaderamente excepcionales. En las consultas de dietistas y psicólogos
es habitual encontrarse con padres y madres para los que con dema-
siada frecuencia hay motivo para hacer una excepción a las normas
Ya, pero ¿cómo se pueden enseñar buenos hábitos?

alimenticias, hasta el punto de que en ocasiones se piensa la justifi-


cación de la excepción cuando ya se ha decidido que se va a ceder a
las quejas de los hijos o que ese día no apetece tomarse la incomodi-
dad de mantenerse firme en la norma. No tendría ningún sentido
defender que los principios expuestos en el capítulo anterior han de
ser aplicados con un rigor extremo y sin que se permita la menor
excepción. No tendría ningún sentido, sería imposible de llevar a
cabo y haría que fracasaran los intentos paternos por enseñar hábitos
y costumbres alimenticias saludables. Pero también hay que señalar
que la posibilidad de incumplir ocasionalmente las normas hace que estos
consejos fracasen en algunas familias dada la frecuencia con la que se utili-
zan las excepciones. Al final no hay principios matemáticos ni exactos
al respecto, y queda a la consideración de los adultos el uso modera-
do y auténticamente excepcional de las excepciones, habida cuenta
del importantísimo papel que la regularidad y la constancia juegan
en la formación de nuestros hijos.
79

LAS EXCEPCIONES HAN DE SER VERDADERAMENTE EXCEPCIONALES


“–Bueno, anda, puedes comerte estas rosquillas. Al fin y al cabo, hoy se cumplen 3 sema-
nas del cumpleaños de tu amigo Andrés, y un día es un día”.
¡Quiero chuches!

4.6. La educación es una cuestión de calma

Permítannos un breve apunte final extremadamente sencillo:


mantengan siempre la calma. Las normas más tajantes y coherentes pueden
ser aplicadas con toda la firmeza y toda la tranquilidad del mundo.
Comentábamos al principio de este capítulo cómo la educación es
una cuestión de dos personas, y cómo cada una juega sus cartas en
función de sus intereses, unos con la mirada puesta en el medio y
largo plazo, y otros con la mirada puesta en el plazo inmediato. Pues
bien, perder los nervios, tomar decisiones impulsivas movidas por el
enfado del momento o demostrar emociones muy negativas de enfa-
do o agresividad, suelen ser jugadas perdedoras a medio plazo, por
más que consigan sus propósitos en ese preciso momento. Y reaccio-
nar de esta manera a las quejas y resistencias de los niños indica una
debilidad que enseña a los niños que ellos tienen todavía ases en la
manga para controlar el curso de la situación.
80 El cariño no es incompatible con la firmeza y la existencia de normas. Los
gritos, los enfados extremos, suelen ser la antesala de las excepciones injusti-
ficadas, los castigos inadecuados o la rendición final de los padres. Cuando
los niños experimentan de forma indudable que ninguna de sus con-
ductas inadecuadas, –protestas, enfados, llantos, chantajes emocio-
nales, congestiones, etc.–, les van a librar de terminar las lentejas se
ajustan al cumplimiento de las normas de una forma tan simple y sin
problemas que muchos padres quedan sorprendidos de cómo final-
mente cambia la conducta de los niños. En el ámbito de la educación de
hábitos alimenticios, el que tiene la razón y mantiene la calma es el que ter-
mina imponiendo sus criterios. Y si sus criterios buscan el bienestar físico y
emocional de los jóvenes no hay ninguna razón para no aplicarlos de forma
calmada.
5.
¿Qué tipo de alimentos garantizan
mejor mantenerse en un peso normal
a lo largo de la vida?

Uno de los temas más discutidos dentro del ámbito de la nutri-


ción, y sobre el que sigue existiendo algunas polémicas no del todo
resueltas, es el relativo al tipo de alimentos más adecuados para con-
trolar el peso. El tipo de alimentación consumida por el niño es, 81
obviamente, uno de los principales determinantes de su peso, –aun-
que no el único: ya se ha comentado cómo los alimentos ingeridos
dependen a su vez de los hábitos de comportamiento alimentario
adquiridos–, y, por eso, trataremos de responder en este capítulo a la
pregunta acerca del contenido de las comidas más adecuado para pro-
mocionar un saludable peso normal.

5.1. Razones de los prejuicios hacia los hidratos de carbono

Si saliéramos con un micrófono a la calle para preguntar a la gente


cuáles son los alimentos que engordan, nos encontraríamos proba-
blemente con que la respuesta más habitual se referiría al pan o a las
patatas. En principio, esta respuesta falla desde la base, ya que todos
los alimentos engordan, en la medida de que todos los alimentos
aportan en mayor o menor medida calorías al organismo y, por tanto,
¡Quiero chuches!

contribuyen al incremento o, al menos, al mantenimiento del peso


actual. Pero, salvando este detalle, y volviendo a centrarnos en el pan
y las patatas, los datos de que hoy disponemos permiten afirmar con
total seguridad que los alimentos ricos en hidratos de carbono, –legumbres,
patatas, pasta, etc.–, aportan menos calorías que otros que tienen fama de ser
menos calóricos, y, por lo tanto, ayudan a controlar mejor el peso.
Empecemos por unos simples datos: las grasas aportan 9 calorías por
gramo, las proteínas 4 calorías por gramo, y los hidratos de carbono
tan sólo suponen 3,5 calorías por gramo consumido. Obviamente,
estos alimentos, como cualquier otro, proporcionan un cierto núme-
ro de calorías, pero no tienen por qué ser en absoluto los responsables
de la obesidad ni tan siquiera de la dificultad para perder peso.
No obstante, el prejuicio contra los hidratos de carbono está en la
calle, y una de las dificultades más importantes que se encuentra la
promoción de una alimentación saludable para los niños tiene que
ver con las reticencias de los padres para superar estas creencias nega-
82
tivas sobre los alimentos ricos en hidratos. Quizá la clave para enten-
der cómo se ha formado el prejuicio en torno a ellos tenga que ver
con una dieta que se hizo muy popular en las últimas décadas del
siglo XX: la dieta del doctor Atkins. Básicamente, lo que Atkins
proponía en su dieta era la práctica supresión de los alimentos ricos
en hidratos de carbono, al tiempo que se permitía todo tipo de ali-
mentos ricos en proteínas y grasas.
Si se sigue este tipo de alimentación se produce efectivamente una
engañosa pérdida de peso, que, al menos al principio, es más rápida
que la que se obtiene con cualquier otro tipo de dieta, –salvo el
ayuno, obviamente–. Decimos que se trata de una pérdida de peso
engañosa porque lo que se pierde al dejar de consumir los hidratos de
carbono es mayoritariamente agua. Los hidratos de carbono se alma-
cenan en nuestro organismo en forma de glucógeno en el hígado y en
los músculos. Esas reservas de glucógeno están muy bien hidratadas
y cuando se van consumiendo dichas reservas se va perdiendo en el
¿Qué tipo de alimentos garantizan mejor mantenerse en un peso normal...?

proceso también mucha agua. Es por eso que una dieta que reduzca
el consumo de carbohidratos parece muy efectiva, ya que con ella se
pierde peso más rápidamente que con otro tipo de alimentación más
equilibrada. Ahora bien, perder peso rápidamente al comienzo de una dieta
no es garantía de que se habrá perdido peso a su término.
Además, la dieta de Atkins, –que hasta la fecha ha sido seguida por
miles y miles de personas–, pronto se revela ineficaz y perjudicial para
la salud. Por un lado, la restricción de los hidratos de carbono que
impone no hace más que incrementar el deseo que las personas sienten
hacia ellos y la voracidad con la que se consumen. Pero es que no con-
viene olvidar que los hidratos de carbono son la fuente primaria de
energía. Los deportistas los consumen en gran cantidad antes de la
competición para estar especialmente vigorosos durante la misma. Su
retirada de la alimentación provoca en el ser humano fatiga, desánimo
y depresión. En este estado, el propio organismo anhela los hidratos de
carbono, lo cual supone un importantísimo factor que contribuye al
83
fracaso que habitualmente suelen cosechar estas dietas.
Por otro lado, también se ha observado que una dieta rica en gra-
sas socava los sistemas de regulación del apetito. Lejos de lo que las
dietas ricas en grasas proclaman, se ha observado que no provocan
antes la saciedad sino que incrementan el deseo por este tipo de ali-
mentos y el incremento del consumo de los mismos. Además, es fre-
cuente que lleven a un estado en el que aumenta especialmente el
volumen de alimentos consumidos, conocido como “hiperfagia”, que
puede estar provocado, a su vez, por el reducido volumen y peso de
los alimentos ricos en estos nutrientes grasos en relación a alimentos
ricos en hidratos de carbono. Y en cuanto a su peligrosidad, hoy es
de sobra conocido que una dieta rica en grasas tiende a elevar el nivel
de colesterol además de contribuir sustancialmente a problemas de
estreñimiento. Por todo ello se puede afirmar que las dietas que redu-
cen los hidratos de carbono a costa de incrementar las grasas cuentan con pocos
argumentos a su favor.
¡Quiero chuches!

Posiblemente, el que mejor llegó a conocer los perversos efectos


de esta dieta fue su propio creador, el mismo doctor Atkins. Según
filtró una organización médica norteamericana, cuando Atkins
falleció presentaba una notable obesidad, ya que su peso era de 113
kilos. Pero es que, además, según el informe del forense que certi-
ficó su defunción, padecía hipertensión y estaba aquejado del cora-
zón. Por lo que, si fuese cierta esta noticia, o bien el propio Atkins
no seguía su propia dieta o bien su dieta le produjo los conocidos
efectos de una alimentación rica en grasas y proteínas y baja en car-
bohidratos.
Ahora ya podemos entender por qué ha calado tan hondo entre la
población la creencia de que el pan, las patatas o las legumbres son
los alimentos que producen mayor cantidad de sobrepeso u obesidad.
La causa principal de este error tiene que ver con la rápida pérdida de
peso que tiene lugar en principio cuando se reduce de forma drástica
el consumo de hidratos de carbono. Muchas personas lo han compro-
84
bado en su propio cuerpo, y, aunque con toda probabilidad hoy en día
la mayoría de esas personas pesan lo mismo o más de lo que pesaban
al comienzo de su dieta, este hecho comprobado en uno mismo se ha
transformado en una creencia difícil de conmover. Contra estas expe-
riencias personales, los datos no dejan lugar a dudas: con todas las die-
tas hipocalóricas que restringen alimentos se consiguen al final reducciones
similares de peso y todas tienen una altísima probabilidad de fracasar a largo
plazo.
Otra razón de gran importancia en el rechazo actual hacia los ali-
mentos ricos en carbohidratos radica en el valor cultural de los ali-
mentos. En nuestra sociedad este tipo de alimentos, –como, por
ejemplo, las legumbres–, está asociado a la alimentación de las per-
sonas de clase baja o media baja, confundiéndose de este modo total-
mente el valor nutricional con el valor social o económico de los ali-
mentos. Confundimos lo que un alimento cuesta con lo que vale, y hemos
aprendido a valorar los alimentos en función de su precio en el mercado. Un
¿Qué tipo de alimentos garantizan mejor mantenerse en un peso normal...?

ejemplo muy clarificador lo encontramos en la evolución de la con-


sideración social del pescado a lo largo de las últimas décadas.
Cuando se trataba de un alimento abundante y, por lo tanto, muy
asequible para muchas personas se le consideraba un alimento pobre
respecto a la carne, que a su vez se consideraba socialmente como el
alimento de calidad por excelencia. En actualidad, la escasez del pes-
cado lo ha encarecido notablemente, y esto ha contribuido, –junto a
un conocimiento más generalizado sobre su valor nutricional–, a que
pase a ser considerado como un alimento muy valioso, preferible
incluso a la propia carne. Esta misma lógica la estamos aplicando a
otros muchos alimentos que son considerados pobres no tanto por su
valor nutricional como por su precio en el mercado. Al final, estas
confusiones contribuyen a fomentar realmente una alimentación
pobre, ya que, en contra de lo que pudiera parecer, hoy por hoy la ali-
mentación rica y saludable es también la más económica.
85
5.2. La alimentación saludable que contribuye a mantener un
peso normal

Frente a este prejuicio sobre el valor nutricional y calórico de los


alimentos, la realidad nos muestra que las personas con un Índice de
Masa Corporal más adecuado, que suelen mantenerse en su peso nor-
mal a lo largo de la vida y no tienden a engordar con los años, mues-
tran, además de un estilo de vida físicamente activo, un patrón de ali-
mentación característico. En concreto, en su dieta está presente una pro-
porción de hidratos de carbono muy superior al de grasas y proteínas. Esto
coincide plenamente con las recomendaciones de las agencias inter-
nacionales de alimentación y con los mejores especialistas, que sos-
tienen que una alimentación saludable es aquélla en la que propor-
cionalmente se consumen un 55% de carbohidratos, un 30% de gra-
sas y un 15% de proteínas.
¡Quiero chuches!

Existen diversas razones que explican cómo los carbohidratos ayu-


dan a controlar el peso. En primer lugar, tal y como señalábamos más
arriba, los hidratos de carbono son los nutrientes que menos calorías
aportan por unidad de volumen, lo cual contradice obviamente la cre-
encia popular que les responsabiliza principalmente de la obesidad.
Este tipo de alimentos favorece el gasto energético tanto cuando el
cuerpo está en reposo como cuando realiza alguna actividad, ya que su
transformación en calor corporal es muy elevado. Así, mientras que la
energía eliminada en forma de calor después de la ingestión de ali-
mentos ricos en grasas es tan sólo de un 2% o un 3%, la eliminada en
forma de calor después del consumo de carbohidratos se eleva hasta un
9%. Además, los hidratos de carbono dificultan el almacenamiento de
calorías no consumidas, ya que mientras que la conversión de grasa
consumida en grasa corporal requiere un gasto energético de 3 calo-
rías por cada 100 calorías de grasa consumida, el almacenamiento de
hidratos de carbono requiere 28 calorías por cada 100 calorías consu-
86
midas. Por otra parte, los carbohidratos sacian mejor el apetito que las
grasas y retrasan la reaparición de las ganas de comer, y, finalmente,
cuanto más se incrementa su consumo en la dieta más tiende a bajar
de una manera espontánea el consumo de grasas.

Tabla 3. ¿Cómo ayudan los hidratos de carbono


a controlar el peso?

• Aportan menos calorías que las grasas


• Se almacenan menos calorías extra
• Favorecen el gasto energético tanto cuando el cuerpo está en reposo
como cuando realiza alguna actividad
• Tienen de un alto contenido en agua y fibra
• Sacian mejor el apetito que las grasas y retrasan su aparición
• Cuanto más se incrementa su consumo en la dieta más tiende a bajar de
una manera espontánea el consumo de grasas
¿Qué tipo de alimentos garantizan mejor mantenerse en un peso normal...?

Poner en práctica este tipo de alimentación supone recordar una


regla muy sencilla. Bastaría con lograr que un tercio del total de calorías
consumidas provenga de frutas y verduras, otro tercio provenga de legumbres,
cereales, patatas, y el tercio restante se obtenga de carne, pescado y lacteos.
Parecería que en un país como el nuestro, donde tanto énfasis se pone
en la dieta mediterránea, este estilo de alimentación es el más fre-
cuente, y, sin embargo, la realidad es otra, ya que las encuestas indi-
can que los españoles consumimos diariamente casi el mismo por-
centaje de grasas que de carbohidratos, en ambos casos alrededor del
40 por ciento. De hecho, en torno al 60 por ciento de los españoles
consumen carne a diario cuando la recomendación anterior apuntaría
a limitar su consumo a dos veces por semana.
Otro aspecto que se ha de tener presente es que la alimentación que
garantiza el peso adecuado no depende del consumo de alimentos concretos
cuanto de una proporción adecuada entre ellos. Desde el punto de vista de
87
la alimentación infantil esto supone una ventaja, teniendo en cuenta
la escasa variedad de gustos que exhiben a veces los niños ante los ali-
mentos. Sin dejar de recordar las recomendaciones hechas en capítu-
los anteriores respecto a la conveniencia de que los niños no coman
únicamente lo que les apetezca sino lo que se sirve en la mesa para el
resto de la familia, parece claro que, ya que se trata de que nuestros
hijos consuman alimentos de todos los grupos y dentro de cada
grupo existe una gran variedad, se puede alcanzar una adecuada
nutrición ajustandose a sus gustos. Si, por ejemplo, a un niño sólo le
gustan dos o tres variedades de fruta, bastaría con que la consumiese
con la frecuencia adecuada para garantizar su correcta alimentación.
Lo mismo ocurriría con los cereales o las legumbres. Por último,
antes de finalizar este capítulo es necesario subrayar otra razón que
justifica todavía más si cabe el tipo de alimentación que hemos pro-
puesto. Nos referimos a la toxicidad de los alimentos.
¡Quiero chuches!

5.3. Los alimentos que contienen menos tóxicos

Si bien no es una razón directamente relacionado con el control


del peso, sí tiene que ver mucho con la salud la ingestión de pro-
ductos tóxicos que inevitablemente comemos al consumir cualquier
tipo de alimentos. Dioxinas, hidrocarburos aromáticos policíclicos y
metales pesados como el mercurio, el cadmio, el arsénico y el plomo
también están, desafortunadamente, presentes en los productos que
consumimos. No hay que alarmarse, ya que la concentración de todas
estas sustancias es, en general, lo suficientemente baja como para no
representar un peligro importante para la salud a corto plazo. Ahora
bien, a largo plazo el organismo humano los va acumulando y pue-
den acabar provocando en muchas personas enfermedades tan graves
como el cáncer, además de alteraciones en el sistema hormonal,
reproductor o inmunológico.
88 Paradójicamente, según los resultados de un grupo de investiga-
dores españoles dirigido por el profesor Josep Lluis Domingo, uno de
los alimentos que más tóxicos contienen es uno de los más saluda-
bles, el pescado. El pescado debe formar parte de la dieta, pero en una
proporción adecuada. En la zona media de la toxicidad se encuentran
la carne, las grasas, los aceites, los lácteos y los cereales. No se debe
olvidar que muchas de las sustancias tóxicas son liposolubles y por
ello se acumulan en las grasas. Ésta sería una de las razones para con-
sumir leche desnatada frente a la entera. Finalmente, los alimentos
menos contaminados por dioxinas, hidrocarburos y metales pesados
son la fruta, las legumbres, las verduras y los tubérculos. Es impor-
tante hacer notar que los niveles de la mayor parte de los contami-
nantes que consumimos inevitablemente con nuestra dieta los inge-
rimos en una proporción que se encuentra muy por debajo de lo que
el organismo puede tolerar y, por lo tanto, no supone un alto riesgo
para la salud. Ahora bien, muchos de estos contaminantes son acu-
¿Qué tipo de alimentos garantizan mejor mantenerse en un peso normal...?

mulativos y a largo plazo sí pueden incrementar el riesgo de padecer


algunas enfermedades. Sin embargo, en el caso de las dioxinas y los
bifeniles policlorados, su consumo en algunas dietas puede estar muy
cerca de los máximos tolerables, especialmente si dichas dietas son
ricas en grasas, pescados y mariscos.

Tabla 4. Contenido tóxico de los distintos tipos de alimentos


ordenados de mayor a menor según su nivel de contaminación

Clases de alimentos y nivel de contaminantes Principales tipo de contaminantes

Pescados y mariscos *** Dioxinas, bifeniles policlorados, difenil


éteres polibromados, arsénico, mercurio
y cadmio

Carnes, grasas, aceites Dioxinas, hexaclorobenceno, hidrocar- 89


y cereales ** buros aromáticos policíclicos, nafta-
lenos policlorados y cadmio

Fruta, legumbres, verduras * Dioxinas, hidrocarburos aromáticos


y tubérculos policlorados y cadmio

Estos resultados permiten concluir que la dieta más saludable para


el ser humano es aquélla en la que priman los alimentos ricos en hidratos de
carbono, –la fruta, las legumbres, las verduras, los tubérculos e, incluso, los
cereales–, frente a los demás nutrientes. Por un lado, tal y como hemos
visto, este tipo de alimentación permite un mejor control del peso a
largo plazo y, por otra, los alimentos de este tipo contienen la menor
cantidad de agentes tóxicos por lo que su consumo frecuente y regu-
lar reduce la probabilidad de padecer algunas enfermedades poten-
cialmente graves.
6.
El papel del ejercicio físico
en el control del peso y la salud

Todos los especialistas están de acuerdo en que el bienestar físico y psí-


quico de nuestra especie depende, en buena medida, de la realización de
una actividad física regular y moderada. Todos los sistemas fisiológi- 91
cos de nuestro cuerpo, –cardiovascular, inmunológico, metabólico,
nervioso, etc.–, alcanzan su funcionamiento óptimo cuando se
mantiene un nivel adecuado de actividad física. Encontramos aquí
otro ejemplo más de como el simple conocimiento de los hábitos
de conducta adecuados para la salud no garantiza su cumplimien-
to, ya que, a pesar de que estamos todos advertidos de las bonda-
des del ejercicio físico, una buena parte de los habitantes del
mundo occidental actual llevan un estilo de vida muy cercano al
sedentarismo. El mundo laboral, la vida cotidiana e, incluso, el
ocio, buscan cada vez más formas de llevarse a cabo que requieran
el menor esfuerzo físico.
Además, hemos elevado la comodidad a uno de los puestos más
altos de nuestra escala de valores, sobreentendiéndose que todo aque-
llo que suponga algún esfuerzo es algo que probablemente no merez-
ca la pena hacerse, y ante lo que la persona siempre estará justificada
¡Quiero chuches!

para buscar alguna alternativa más cómoda. Obviamente, la activi-


dad física no suele ser apetecible de entrada, ya que supone un esfuer-
zo cuya recompensa suele estar dilatada un poco en el tiempo. Sin
embargo, tal como veremos a continuación, la práctica de ejercicio físi-
co incorporado como un elemento rutinario más dentro de la vida cotidiana
constituye una de las herramientas más útiles de las que disponemos para
mantenernos dentro de un rango normal de peso. Justamente esta vida coti-
diana nos ofrece ocasiones en las que practicar actividades físicas
saludables sin necesidad de realizar explícitamente actividades
deportivas para tal fin. Ir caminando a los lugares a los que hace falta
acudir a lo largo del día en vez de desplazarse en coche o autobús,
ocuparse de la compra y de llevarla hasta el domicilio, elegir las esca-
leras en vez del ascensor o realizar ciertas tareas domésticas serían
buenos ejemplos de actividades que suponen un ejercicio físico
moderado y adecuado para los niños, y que es posible realizar de
92 forma cotidiana y sencilla.
Los mecanismos a través de los cuales la actividad física sirve para
este fin son básicamente tres: su efecto sobre el apetito y el consumo
de alimentos, su efecto sobre el control de los estados emocionales y
el incremento del gasto calórico que supone.

6.1. Efectos sobre el apetito y el consumo de alimentos

A veces se cree erróneamente que la práctica del ejercicio físico


puede conllevar el incremento del apetito y, de este modo, provocar
un consumo mayor de alimentos. Por ello en ocasiones se piensa que
el ejercicio físico es un método poco útil para controlar el peso. La
realidad es bien distinta. El ejercicio físico moderado constituye un
elemento esencial para prevenir la ganancia de peso con la edad, de
ahí la importancia de adquirir un estilo de vida activo en la infancia
y adolescencia.
El papel del ejercicio físico en el control del peso y la salud

No obstante, es preciso insistir en que el tipo de ejercicio del que


hablamos no es un ejercicio de competición caracterizado por el alto
nivel de intensidad con el que se practica, sino una actividad mode-
rada como la que se realiza cuando se juguetea un partidillo de fut-
bol o de baloncesto con unos amigos. En estos casos prima el carác-
ter lúdico frente al de competición. Y esta diferencia es importante,
porque los efectos sobre el apetito de los que vamos a hablar parecen estar
directamente asociados al ejercicio moderado más que al deporte de gran
intensidad.
En este sentido, se ha observado que la actividad física mejora la
sensibilidad a las señales de saciedad a las cuales respondemos dejando de
comer. Como ya sabemos, a medida que ingerimos alimentos el cere-
bro empieza a recibir señales que le sirven para ir indicando que
empezamos a estar llenos. Pues bien, tras la realización del ejercicio
físico nuestro organismo tiene más capacidad para discriminar el
contenido energético calórico de los alimentos, sintiéndose saciado 93
antes si lo que se consume es un alimento rico en calorías.
Así mismo, también se ha observado que la práctica de la actividad
física nos hace tender a buscar determinados tipos de alimentos, particular-
mente aquéllos ricos en hidratos de carbono. La principal fuente de ener-
gía que utilizamos cuando hacemos ejercicio es el glucógeno y éste
proviene de los hidratos de carbono. Es por ello quizá que cuando
hemos consumido la energía que proviene de este tipo de nutrientes
busquemos los mismos nutrientes para reemplazarla. Esta preferen-
cia por los carbohidratos es, como ya hemos visto en un capítulo
anterior, muy importante, porque este tipo de alimentos son aquéllos
que deben primar en la dieta y además los que mejor sirven para pre-
venir la ganancia de peso a lo largo de la vida.
En lo referente a los efectos que la actividad física tiene sobre el
apetito, se ha comprobado que el ejercicio físico incrementa la satisfacción
y el placer que se obtiene durante el consumo de alimentos. Sin embargo,
¡Quiero chuches!

aunque las personas que hacen ejercicio disfruten más comiendo, esto
no se traduce en que coman más. Este aspecto es muy importante,
porque muchas personas buscan en la comida una fuente de placer
experimentando con nuevos y variados sabores, lo cual suele tradu-
cirse en un ingreso extra de calorías. Pues bien, el ejercicio físico hace
que los sabores más cotidianos resulten más sabrosos y que, posible-
mente, no sea necesario recurrir a un consumo mayor de alimentos
para satisfacer el paladar.
Finalmente, el ejercicio es una estrategia ideal para el control del apeti-
to porque se trata de una actividad que resulta incompatible con el picoteo.
Ya hemos visto como el sedentarismo o el no tener nada que hacer
facilita mucho la conducta de picotear, tanto en las personas adultas
como en los niños. La actividad física bloquea temporalmente el con-
sumo de alimentos, no sólo durante su realización sino también
media hora o una hora después, ya que mientras dura la activación
94 muscular y emocional que provoca el ejercicio la sensación de apeti-
to suele estar ausente.

6.2. Efectos sobre el control de los estados emocionales

En un capítulo anterior veíamos cómo el consumo superfluo de


calorías puede servir para controlar algunos estados emocionales
como la ansiedad, el estrés o el desánimo. Este hábito favorece el
incremento de peso cada vez que la persona, –adulto o niño–, se
enfrenta a este tipo de dificultades en la vida. Y, una vez más, nos
encontramos con que el ejercicio moderado realizado de un modo regular
funciona como el mejor tranquilizante y antidepresivo natural que existe,
además de ser muy barato y poseer efectos secundarios muy positivos. De
hecho, se ha constatado que las personas sedentarias sufren con una
mayor probabilidad síntomas de ansiedad y depresión que las per-
sonas que son físicamente activas. Incluso se ha calculado que en
El papel del ejercicio físico en el control del peso y la salud

torno a un 12% de estos estados emocionales negativos son debidos


al sedentarismo. Es por ello que la educación física como conteni-
do que forma parte de los currículos escolares cobra especial rele-
vancia, ya que a través de ella los niños pueden aprender a contro-
lar mejor sus emociones y a disponer de unos óptimos recursos para
sentirse mejor cuando deben afrontar ciertas dificultades. Ahora
bien, tal y como quedó dicho anteriormente, su enseñanza no debe-
ría fundamentarse en la mejora del rendimiento del niño en rela-
ción al de sus compañeros, sino en la mejora del rendimiento del
niño en relación a sí mismo.
En la tabla 5 se describen los efectos biológicos y psíquicos del
ejercicio físico que explican cómo mejora el control emocional. Los
cambios físicos que provoca la actividad física moderada facilitan
directamente la relajación muscular, incrementan la reserva de hor-
monas necesarias para enfrentarnos a las situaciones de estrés, y libe-
ran sustancias químicas cerebrales que mejoran el ánimo y provocan
95
una agradable sensación de bienestar. Pero además de estos cambios
en el organismo, el ejercicio físico también tiene importantes efectos
psíquicos, como son el servir de distracción y ocasión para encon-
trarse con otros. No se debe olvidar que la relación con los otros es el
mejor modo de mantener la salud emocional. Además, mediante el
deporte moderado el niño también está aprendiendo a exponerse a los
efectos ingratos del estrés, –sudoración, palpitaciones o dificultad
para respirar–, pero sin la ansiedad que provocan dichos efectos.
Este bienestar emocional que se asocia a una actividad física regular tiene
una enorme importancia en el comportamiento alimenticio tanto en los niños
como en los adultos. No debemos olvidar que algunos de los estímulos
que disparan el consumo de calorías superfluas que consumimos en
exceso sin necesidad son el estrés, la ansiedad o el aburrimiento. Ante
esos estados recurrimos al picoteo de alimentos muy variados y gene-
ralmente bastante calóricos buscando un alivio temporal de la
inquietud o el desanimo.
¡Quiero chuches!

Tabla 5. El control emocional a través del ejercicio físico

Efectos biológicos
• El ejercicio físico provoca una subida de la temperatura corporal que en sí
misma tiene un efecto tranquilizante
• El ejercicio físico favorece las reservas de hormonas que son necesarias para en-
frentarse a la situaciones de estrés y sin las cuales la persona se vería desbordada
• Al igual que hacen algunos fármacos antidepresivos, el ejercicio físico favore-
ce el funcionamiento cerebral de ciertas sustancias como la serotonina o dopa-
mina que provocan una mejora del estado de ánimo
• Después del ejercicio físico se produce una relajación muscular que suele aso-
ciarse a un estado de relajación mental
• Al igual que el enamoramiento o el consumo de chocolate, el ejercicio físico
favorece la liberación de opiáceos naturales en el cerebro que provocan un
estado de bienestar general
Efectos psíquicos
• El ejercicio físico es una forma de distracción y posiblemente de diversión que
suele permitir a las personas olvidarse, aunque sea temporalmente, de sus pre-
ocupaciones
• La práctica de ejercicio físico suele ser una ocasión para encontrarse con otros,
96 establecer vínculos y aprender a cooperar en forma de juego. La relación con
los otros es el mejor modo de mantener la salud emocional
• La mejora de la salud que se consigue a través del ejercicio físico proporciona
a la persona una sensación de control, capacidad y cierta autosuficiencia
• El ejercicio físico hace que las personas se expongan a los efectos ingratos del
estrés (palpitaciones, sudoración, dificultad para respirar, etc.) pero sin vivir-
los como una experiencia desagradable, por lo que, en cierta medida, se inmu-
niza contra la inquietud que provocan esas sensaciones
• El ejercicio físico incrementa el valor gratificante de otros comportamientos
fundamentales, ya que posibilita dormir mejor y por lo tanto una mayor sen-
sación de descanso después del sueño e incrementa la satisfacción que provo-
ca el consumo de alimentos sin que se incremente dicho consumo
• El ejercicio físico, en definitiva, bloquea o atenúa los estados de ansiedad y
depresión

6.3. Efectos sobre el incremento del gasto calórico

Es una creencia común que a través del ejercicio físico se pueden


quemar una gran cantidad de calorías y, de este modo, perder peso
El papel del ejercicio físico en el control del peso y la salud

con cierta facilidad. Pues bien, esta creencia requiere de ciertos mati-
ces importantes para ser precisa. Tal y como se puede observar en la
tabla 7, la actividad física no sirve para quemar tantas calorías como sole-
mos imaginar. Practicando los deportes más comunes, como el fútbol,
el baloncesto o el tenis, un niño no gastará más de 240 calorías si pesa
en torno a unos 30 kg y unas 400 calorías si se trata de un adoles-
cente que pesa unos 50 kg. Es evidente que para reponer esa energía
no se requiere una alimentación especial.
Sin embargo, aunque el ejercicio físico pueda contribuir tan sólo
moderadamente a perder peso, constituye una estrategia fundamen-
tal para prevenir el sobrepeso y la obesidad. En los apartados ante-
riores hemos visto los mecanismos que explican la moderación en el
consumo de alimentos asociada a esta actividad. A todo ello, habría
que añadir que a veces ese incremento en el gasto de energía que se
realiza a través del deporte puede ser suficiente para igualar el con-
sumo y el ingreso de calorías superfluas en el organismo y, de este
97
modo, prevenir una continua ganancia de peso. Baste pensar que un
pequeño exceso de sólo 50 calorías diarias por encima de las necesi-
dades energéticas del joven supone un aumento de 2 kg de peso al
año, añadidos al incremento de peso ya esperable por el crecimiento
natural del niño. La actividad física puede ser fundamental para
limar ese exceso sobrante.
Pero también se ha observado que la actividad física no supone, como
muchas personas creen, un incremento proporcional en la cantidad de alimen-
tos que se consumen. En general, los niños que realizan una actividad
física moderada no incrementan significativamente lo que comen, y
si se produce ese incremento es sólo de un modo bastante ligero. Es
decir, el incremento en el consumo de calorías que se observa cuan-
do se inicia la práctica de ejercicio no suele cubrir la energía consu-
mida, por lo que se puede afirmar que la compensación alimentaria
es parcial e incompleta y en muchos casos no supera el 30% de la
energía empleada en el ejercicio físico.
¡Quiero chuches!

Y también se ha observado un fenómeno similar pero de sentido


contrario. Sería el caso de las personas activas que en un momento
determinado adoptan un estilo de vida sedentario. Habitualmente se
observa en estas ocasiones que estos individuos no reducen espontáne-
amente el consumo de calorías para ajustarlo a su nueva situación de
menores necesidades calóricas. Esto es lo que le ocurre a muchos depor-
tistas que tras dejar los entrenamientos y la competición sufren, en
muchos casos, un rápido incremento de peso ya que siguen comiendo
lo mismo que acostumbraban a comer cuando hacían ejercicio intenso.

Tabla 6. Gasto calórico por cada hora de actividad


física o deportiva

Actividad Peso corporal


30 kg 40kg 50kg 60kg
- Pasear (a un ritmo de 75 100 125 150
98 19 min el km)
- Bailar 90 120 150 180
- Ciclismo (a menos de 120 160 200 240
16 km/hora)
- Caminar (a un ritmo de 135 180 225 270
9 min el km)
- Monopatín 150 200 250 300
- Esquí alpino (ligero) 150 200 250 300
- Baloncesto (partidillo) 180 240 300 360
- Futbol (partidillo) 210 280 350 420
- Correr (a un ritmo de 240 320 400 480
7.5 min el km)
- Tenis (partido) 240 320 400 480
- Hockey (partido) 240 320 400 480
- Saltar a la cuerda 240 320 400 480
- Natación (a un ritmo 240 320 400 480
de 26 sg los 20 m)
- Artes marciales 300 400 500 600
El papel del ejercicio físico en el control del peso y la salud

No lo olvide
El ejercicio físico modifica la sensación de apetito y los hábitos ali-
menticios, e introduce a la persona en un círculo virtuoso nutricio-
nal. En primer lugar, la actividad física, sin incrementar la sensación
de hambre, fortalece la señales de saciedad que llegan a nuestro cere-
bro y facilitan que parar de comer sea algo natural y más fácil. Por
otra parte, el ejercicio propicia la preferencia por el tipo de nutrien-
tes que deben estar más presentes en una dieta adecuada, –los hidra-
tos de carbono, véanse los capítulos anteriores–, y que mejor facili-
tan el control del peso. Además, la actividad física también incre-
menta el disfrute de los alimentos más cotidianos y bloquea la sen-
sación de hambre durante su práctica y algún tiempo después, lo que
facilita el control alimentario. El ejercicio físico sirve también para
facilitar el control emocional, ayudando a que las relaciones persona-
les y el bienestar físico bloqueen los estados anímicos que llevan al
descontrol alimenticio. Por otra parte, el consumo calórico que se 99
consigue a través del ejercicio físico no tiene porqué ser excesivo. Es
por ello que resulta muy difícil perder peso recurriendo sólo a la
práctica de un deporte. Sin embargo, la actividad física permite
limar el exceso de calorías que se consumen a lo largo del día y, por
lo tanto, constituye una de las mejores estrategias posibles para evi-
tar la ganancia de peso con la edad y desde edades tan tempranas
como la infancia.
7.

El papel de las dietas en la infancia

Tal y como hemos visto en los capítulos anteriores, en nuestro


Primer Mundo desarrollado se ha ido configurando un estilo de vida
que está favoreciendo el incremento de la obesidad infantil de un
101
modo muy destacado y que ha provocado que las principales agen-
cias sanitarias hayan advertido de la gravedad de la situación. Se cal-
cula que en España un 16% de la población infantil entre los seis y los doce
años padece obesidad. Este dato es todavía más alarmante si se tiene en
cuenta que el 80% de los niños que son obesos entre los diez y los trece años
serán adultos obesos en el futuro.
Este dato cobra más importancia todavía si se tiene en cuenta que
tres de cada cuatro padres no perciben la obesidad o el sobrepeso en
sus propios hijos. No obstante, las madres suelen percibir algo mejor
que los padres la existencia del problema. Así mismo, esta falta de
percepción del exceso de peso ocurre en mayor medida en relación a
los hijos que en relación a las hijas. En cualquier caso, no se debe
olvidar que el sobrepeso o la obesidad infantil suelen infravalorarse o pasar
desapercibidos para los progenitores, lo que impide que se tomen las
medidas adecuadas para tratar de controlarlo.
¡Quiero chuches!

En principio, se puede pensar que el problema de la obesidad


infantil sería abordable mediante el uso temprano de dietas que res-
trinjan el consumo de calorías y ayuden a la normalización del peso.
Sin embargo, este tipo de intervención está lejos de ser una solución
efectiva, y puede traer consecuencias mucho más problemáticas de
las que trata de resolver. A continuación expondremos algunos de los
problemas del uso de dietas en la infancia y comentaremos algunos
de sus posibles efectos secundarios, con objeto de prevenir su uso
indiscriminado.

7.1. ¿Sirven las dietas para perder peso?

En primer lugar habría que subrayar, aunque resulte obvio, que


todas las dietas que se basen en algún tipo de restricción alimenta-
ria provocan de forma directa una pérdida de peso respecto del esta-
102 do previo en el que se encontraba la persona. Es decir, de entrada
todas las dietas hipocalóricas funcionan. De esta forma, la eficacia
de la dieta no se basa en el tipo de alimentos que se consumen o se
dejan de consumir, tal y como tanto insisten los promotores de
algunas dietas, sino en la restricción de calorías globales propia
del nuevo régimen de alimentación en el que se coloca al niño o al
joven.
En este sentido merece la pena subrayar lo que pasa con la dieta
de adelgazamiento más restrictiva que ha sido usada bajo supervisión
pediátrica. Esta dieta limita el consumo a un máximo de 900 calorí-
as, e incluye el consumo elevado de proteínas de alto valor biológico,
además de suplementos minerales y vitamínicos, y el consumo de un
litro y medio de agua al día. Se utiliza durante un mínimo de cuatro
semanas y un máximo de doce, y está pensada para maximizar la pér-
dida de peso conservando la masa muscular de los niños que están en
crecimiento. Por sorprendente que pueda resultar, transcurridos unos
El papel de las dietas en la infancia

meses desde el fin de esta dieta se observa que los niños sometidos a
este régimen han reducido su sobrepeso en la misma medida que los
niños que han seguido dietas menos restrictivas. Los datos dejan
claro que la pérdida de peso inicial que provoca el cumplimiento de una dieta
hipocalórica no está directamente relacionada con el mantenimiento de esa
pérdida de peso una vez que tal régimen de alimentación vuelve a la norma-
lidad. Esto es especialmente cierto en aquellas intervenciones sobre
la obesidad infantil que se limitan a privar al niño de ciertos ali-
mentos o a restringirle su comida. Existe un acuerdo generalizado
entre los especialistas relativo a que tales soluciones sólo consiguen
que el niño pase hambre, ya que una vez finalizada esa dieta su peso
acostumbra a volver al punto de partida.

7.2. ¿Sirve perder peso para mejorar la autoestima de los niños


obesos?
103
La mejora en la autoestima es una de las consecuencias que habi-
tualmente se atribuyen a los programas de reducción de peso tanto
en los niños como en los adultos. Se supone que una mejor imagen
personal lleva a una mejor valoración por parte de las personas signi-
ficativas en la vida del individuo, lo cual revierte en el aumento de
la propia valoración personal. Sin embargo, aunque efectivamente se
ha constatado que los niños que se someten a estos programas mejo-
ran su autoestima, no está claro cuál es el proceso de tal mejoría, ya
que se ha observado también que esa mejora se produce incluso cuando
siguiendo la dieta el joven no pierde peso. Es más, se ha observado que el cum-
plimiento de la dieta también reduce los sentimientos de depresión de la per-
sona de forma independiente al propio peso perdido.
Este hecho es importante porque subraya que los estados emocio-
nales que a veces se atribuyen de forma exclusiva al estado de obesi-
dad no dependen sólo del exceso de peso sino también del modo en
¡Quiero chuches!

como se afronta este problema. Así, hay varias formas mediante las que
los padres pueden ayudar emocionalmente a sus hijos: si no muestran una
preocupación excesiva o ansiosa por la obesidad de su hijo, si valoran
otros muchos aspectos de su comportamiento y modo de ser, si le
explican que la figura no es algo que se pueda controlar totalmente,
o si le transmiten el sentimiento de que podrán ayudarle, en parte, a
controlar su peso evitando los hábitos descritos en las páginas ante-
riores y adoptando un estilo de vida saludable que sirva para superar
dichos hábitos.

7.3. ¿Pueden afectar las dietas al crecimiento de los niños?

Conviene no olvidar que, a diferencia de lo que ocurre en la edad


adulta, una parte considerable de la energía que los jóvenes obtie-
nen mediante su alimentación se destina a producir su crecimiento
104 corporal. Cualquier dieta que se siga durante la infancia y la ado-
lescencia reducirá esos nutrientes y esas calorías que los niños
emplean para crecer. Se podría pensar, por tanto, que la limitación
a los chicos de lo que pueden comer podría tener como consecuen-
cia directa una limitación en su crecimiento. Pues bien, los datos
que conocemos hoy a este respecto parecen indicar que durante el
tiempo que se realiza la dieta los niños y los adolescentes reducen significa-
tivamente el ritmo de crecimiento de su estatura. Además, también se redu-
ce el ritmo de crecimiento de su masa muscular en relación a los niños que
no se someten a dieta.
Sin embargo, estas ralentizaciones del desarrollo físico muscular y la
estatura no parecen dejar huellas irreversibles o definitivas. Al final de su
etapa de crecimiento, los niños que han sido sometidos a dieta a lo
largo de su infancia o pubertad muestran el nivel de desarrollo espe-
rado en función del sexo, la edad, la altura que alcanzaron en la infan-
cia o la altura de sus padres.
El papel de las dietas en la infancia

7.4. ¿Pueden ganar más peso los niños haciendo dietas?

Uno de los efectos secundarios que menos se comentan en rela-


ción a las dietas tiene que ver con la posibilidad de que a su térmi-
no el joven recupere más peso del que de hecho perdió durante el
cumplimiento del régimen, provocándose así que el niño o el ado-
lescente, al volver a su forma habitual de comer, termine pesando
más de lo que pesaba en el momento en el que comenzó la dieta
hipocalórica. Esta consecuencia fue descrita ya hace muchos años en
una investigación muy interesante sobre los efectos de una dieta que
se acercaba al ayuno. Durante tres meses se sometió a un grupo de
jóvenes, –voluntarios objetores de conciencia que evitaban así parti-
cipar en la Segunda Guerra Mundial–, a una dieta en la que se les
permitía comer tan sólo la mitad de lo que comían habitualmente
con el objeto de que redujeran un 25% de peso.
Al principio los sujetos estaban constantemente hambrientos, y
empezaron a perder peso rápidamente. Sin embargo, ese rápido ritmo 105
inicial de pérdida de peso no duró mucho ya que se observó que poco
a poco esas personas tenían que reducir aun más el consumo de ali-
mentos y calorías para continuar con la reducción de peso, lo que
hizo que algunos abandonaran la investigación. En cualquier caso, al
final de estos tres meses de dieta los sujetos que la completaron
lograron alcanzar el objetivo propuesto.
A partir de ese momento se les proporcionó la alimentación normal
previa a la dieta, y para ello los investigadores pensaron en introducir
el consumo de alimentos de una manera gradual. Sin embargo, los
sujetos, –que durante la dieta habían mostrado además importantes
cambios de humor y cierta obsesión con los alimentos y los sabores–,
dieron muestras de una enorme voracidad comiendo todo cuanto podí-
an. Algunos llegaban a comer hasta cinco comidas completas en un
solo día, por todo lo cual la recuperación de peso fue más rápida de lo
que se esperaba. Y tal y como hemos comentado en las líneas anterio-
res, muchos de ellos engordaron ligeramente por encima de su peso inicial.
¡Quiero chuches!

En la actualidad, cuando se sigue a lo largo del tiempo a las per-


sonas que han hecho dieta y han conseguido perder peso, se suele
observar con frecuencia este efecto. En el primer año transcurrido
desde el término de la dieta las personas suelen recuperar una terce-
ra parte del peso que habían perdido, a los dos años ya han recupera-
do dos terceras partes de ese peso, y a los cinco años suelen haber
recuperado todo lo que consiguieron perder mediante el cumpli-
miento de la dieta. Pero además al menos un 30% de las personas que
han hecho dieta terminan pesando al menos dos kilos más de lo que pesaban
al comienzo de la misma.
También se ha observado entre las adolescentes cómo aquellas chi-
cas que se someten con frecuencia a dietas suelen acabar pesando más que
aquéllas otras que, con un mismo peso al principio, han mantenido una ali-
mentación regular durante esos años. Cuando se ha seguido estrecha-
mente los comportamientos alimenticios de las jóvenes a lo largo de
un período de tres años, desde los 14 a los 17 años, se ha constata-
106
do que aquéllas que hacen esfuerzos extremos para no ganar peso a
través de dietas severas, consumo de laxantes, supresores del apetito
e, incluso, forzando el vómito, son las que más posibilidades tienen
de tener sobrepeso.
Varios son los factores que explican la ganancia de un peso extra
como consecuencia de los esfuerzos que se hacen para controlar el
peso. Hay que destacar aquí los cambios en el comportamiento ali-
menticio que causan las dietas. Cuando se finaliza una dieta aparece
lo que se denomina “efecto de la manzana prohibida”, que se tradu-
ce en un mayor deseo de consumir los alimentos que ha sido restrin-
gidos, un mayor gusto por ellos y una gran desinhibición a la hora
de comer. Tras una dieta puede aparecer en muchas personas una voracidad
que el individuo nunca había presentado antes de someterse al régimen. Y esa
voracidad es la que, muy probablemente, causa un consumo de calo-
rías mucho más amplio del necesario y mayor del que se consumiría
con una alimentación normalizada.
El papel de las dietas en la infancia

Anecdóticamente, se ha observado esto mismo en algunos niños.


Cuando se les pone a dieta de una forma impuesta, los alimentos res-
tringidos comienzan a desearse de una forma mucho más intensa de como se
hacía antes de que apareciese la prohibición. Si el niño vive el régimen
como un elemento más de una autoridad de la que quisiera librarse,
no es extraño que se las ingenie para terminar consumiendo una
mayor cantidad de las comidas restringidas de la que consumía habi-
tualmente. Se explican así ciertos fenómenos paradójicos observados
cuando algunos jóvenes son puestos bajo regímenes alimenticios,
bien en sus casas o bien en los comedores escolares.
En definitiva, tal y como hemos visto, las dietas por sí solas sirven
de poco para ayudar a controlar el peso. O bien sus efectos no son
duraderos o bien provocan un estado de voracidad que puede llevar a
comer más de lo habitual y a ganar un exceso de peso que antes no
se tenía.
107

7.5. ¿Pueden llevar las dietas a los atracones?

Muy relacionado con lo anterior se encuentran los atracones. Por


“atracón” se entiende el consumo muy rápido de una gran cantidad
de alimentos, sin tiempo para degustarlos, y teniendo presente la
persona la sensación de que no puede parar de comer y de que ha per-
dido el control. Cuando se ha estudiado la amplitud de este proble-
ma entre las jóvenes se ha observado que alrededor de un 10% de las
chicas que tienen un peso normal y alrededor de un 20% de las chi-
cas que tienen algún grado de sobrepeso se dan atracones una vez por
semana. Sin embargo, lo más interesante de los datos obtenidos fue
que las chicas que más sufrían este problema eran las que suelen ponerse a
dieta con frecuencia, son más sedentarias y tienen niveles más elevados de
depresión.
¡Quiero chuches!

No parece fácil a partir de estos datos concluir una relación de


causa directa entre el seguimiento de dietas hipocalóricas y la apari-
ción de atracones en las adolescentes. Es posible que las dietas, con
su potente capacidad para convertir los alimentos en algo irresisti-
blemente deseado, provoquen la aparición de estos hábitos poco salu-
dables. Es posible también que los atracones ya existieran previa-
mente al cumplimiento de las dietas, y que éstas se sigan ante el
incremento de peso a que da lugar esa ingesta excesiva y descontro-
lada. Es muy posible que ambos elementos se enlacen formando círculos vicio-
sos muy perniciosos para la salud de las jóvenes. Lo que sí parece claro es que
los regímenes de adelgazamiento, de una u otra manera, forman parte del
conjunto de las conductas alimenticias inadecuadas en la juventud.

7.6. ¿Pueden las dietas provocar trastornos de la alimentación


como la anorexia o la bulimia?
108
La anorexia nerviosa y la bulimia son los trastornos de alimenta-
ción más frecuentes entre los adolescentes. Particularmente las jóve-
nes son más proclives a desarrollar estos comportamientos malsanos.
Mientras que en la anorexia la persona deja de comer incluso cuando
su peso está por debajo del valor mínimo normal, –el criterio habi-
tual se sitúa alrededor del 85% del peso esperable–, en la bulimia los
momentos de voracidad incontenible, que se aplacan a través de atra-
cones, suelen ir seguidos de una purga realizada generalmente a tra-
vés del vómito.
Aunque ambos trastornos de la alimentación comparten algunos
elementos en común, existen muchas diferencias entre la bulimia y
la anorexia nerviosa:
• respecto al estado corporal, los cuadros de anorexia suelen mos-
trarse con claridad en los cuerpos desnutridos de las jóvenes
adolescentes, mientras que el trastorno bulímico puede pasar
El papel de las dietas en la infancia

mucho más desapercibido debido a que las mujeres, general-


mente de una edad mayor, pueden ocultar sus atracones iden-
tificativos realizándolos en la intimidad, manteniendo un peso
igual o por encima de un nivel normal.
• parece haber datos sólidos que apuntan a una característica
sobreprotección en la relación de la madre con su hija anoréxi-
ca, mientras que las mujeres bulímicas suelen recordar la falta
de atención y cuidados de sus padres, en particular de la madre,
a lo largo de su infancia.
• la anorexia, a pesar de encontrarse en todas las capas sociales,
suele tener una prevalencia mucho más acusada entre las clases
media-alta y alta, mientras que la bulimia no suele estar asig-
nada a una clase social concreta ya que parece distribuirse por
igual entre todas ellas.
• frente a la disminución de la libido causada por la pérdida exa-
gerada de peso en la anorexia, las mujeres bulímicas mantienen 109
relaciones sexuales que suelen oscilar entre momentos de cier-
to descontrol de los impulsos y promiscuidad, y momentos de
gran retraimiento.
• quizá la diferencia más significativa entre ambos trastornos
contrastaría, por un lado, el hipercontrol que sobre su vida pre-
tende conseguir la chica anoréxica a través de alimentación,
contra, por otro lado, el sufrimiento bulímico que proviene de
esa falta de control sobre la alimentación en particular y sobre
otros muchos aspectos de su comportamiento en general.
A pesar de todas esas diferencias, existe un elemento fundamental
que une a ambos trastornos. Entre las muchas causas que precipitan
la aparición de estos problemas, hay una común a ambos. Se ha cons-
tatado en repetidas ocasiones que tanto la anorexia como la bulimia tienen
demasiado habitualmente su punto de arranque en la realización de una
dieta hipocalórica. Ahora bien, es necesario subrayar que la práctica de
¡Quiero chuches!

las dietas hipocalóricas constituye una condición necesaria aunque no


suficiente para el desarrollo de los trastornos de la alimentación.
En el caso de la anorexia, el cuadro puede iniciarse a través de una
dieta con la que se pretende mejorar la imagen corporal. Juntamente
con esto, las personas anoréxicas muestran una serie muy particular
de características sociodemográficas, personales y familiares, que
facilitan y consolidan su problema de comportamiento. La bulimia
también suele iniciarse con una dieta hipocalórica restrictiva que,
paradójicamente, suele justificarse como una práctica saludable. En
este caso también es necesario otro conjunto de variables, como por
ejemplo una autoestima muy dependiente de la silueta corporal y un
estado de ánimo depresivo, para que el cuadro se mantenga y conso-
lide. Sin embargo, la restricción calórica que la mujer bulímica se
autoimpone es un elemento fundamental en el desarrollo de su pro-
blema de comportamiento. Estos episodios de restricción calórica
110 severa provocan una reacción en el organismo de demanda de ali-
mentos energéticos. Y esto suele acabar en un atracón que, a su vez,
genera en la mujer bulímica una gran preocupación por su peso y que
le lleva, habitualmente, a iniciar algún tipo de maniobra purgativa.
Se inicia así un círculo peligroso en el que la restricción calórica
autoimpuesta conduce a un atracón, que de nuevo va seguido de
algún tipo de purga. Sobre la base de este problema, se ha constata-
do que un elemento inicial básico, aunque no el único, para el trata-
miento de la bulimia consiste en romper la cadena de comporta-
miento en la que se enlazan de forma inmediata dieta restrictiva-epi-
sodio de voracidad-conducta purgativa a través de la normalización
de la alimentación.
En definitiva, la anorexia nerviosa y la bulimia tienen en común
su frecuente inicio con una dieta, y la resolución de ambos trastornos pasa
por la normalización de la alimentación y el abandono de las dietas y la res-
tricción de alimentos.
El papel de las dietas en la infancia

7.7. ¿Es recomendable el uso de los tratamientos quirúrgicos


en la obesidad infantil?

La cirugía se ha presentado, a veces, como la solución definitiva al


problema de la obesidad extrema. Esta impresión puede derivarse
muchas veces de las fotografías que aparecen en los distintos medios
de comunicación y que contrastan a los niños antes y después de
someterse a la operación. Desafortunadamente esto es sólo una parte
de la realidad. Una de las técnicas que se ha utilizado con adolescen-
tes que duplicaban su peso normal es el bypass gástrico. Se trata de
unir directamente una pequeña parte del estómago con el intestino
delgado; de esta manera la comida no recorre totalmente el intestino
y, por lo tanto, muchos de los nutrientes ingeridos no pasan a la san-
gre sino que son directamente eliminados con las heces.
Sin embargo, a pesar de que los niños operados mantienen una
pérdida significativa de peso incluso diez años después de la opera-
111
ción, los efectos secundarios de la operación son muy importantes. Habitual-
mente se observan diversos déficits nutricionales, en particular de
hierro, calcio, algunas vitaminas y ácidos grasos, y asociado todo ello
puede aparecer también anemia, osteoporosis o problemas neuroló-
gicos. En algunos casos las consecuencias han sido tan severas que los
niños han tenido que ser operados de nuevo para retirar el bypass.
Además, no debe olvidarse que las estadísticas, en relación a los adul-
tos, hablan de una mortalidad de un 1% durante o inmediatamente
después de la operación. Es por ello que esta medida está en líneas
generales totalmente desaconsejada ante la obesidad infantil.
Epílogo:
Obesidad, consumismo y felicidad

Hemos dedicado este libro a analizar con cierto detalle las princi-
pales relaciones que existen entre la obesidad infantil y los hábitos
alimenticios. Nos hemos centrado en los aspectos concretos de esta
relación, pero no quisiéramos terminar estas páginas sin hacer cier- 113
tos comentarios más generales que vinculan la creciente incidencia
de la obesidad infantil a dos de las características más identificativas
de la sociedad en la que vivimos: el consumismo y la obsesión por el logro
de la felicidad.
Las pautas de ocio de la población española se han modificado
notablemente durante las últimas décadas. El ocio tradicional, el que
practicaban nuestros padres en la sociedad de los años 60 y 70, gira-
ba alrededor de las relaciones sociales establecidas con la familia o los
amigos. Se trataba de un ocio al mismo tiempo activo y sereno: el
grupo construía las condiciones de su propio entretenimiento, como
el paseo, la charla, la comida o la excursión, si acaso levemente apo-
yados por el escenario del bar o una televisión mucho más limitada
en su horario y quizá menos atractiva que la actual. Durante ese tipo
de ocio se consumían ciertos productos, pero esa actividad comercial
era pequeña y secundaria al ocio. Por el contrario, en la actualidad se
¡Quiero chuches!

va imponiendo cada vez más un estilo completamente diferente de empleo del


tiempo libre, que gira alrededor del disfrute de productos de entretenimiento,
como el cine, los juegos electrónicos o los parques de atracciones, que
el individuo no ha creado sino que compra para su uso. Este ocio
puede ser ahora practicado en solitario o en compañía, pero en este
segundo caso el núcleo del entretenimiento ya no descansa sobre tales
relaciones sociales. Ahora los amigos o la familia actúan como com-
pañeros que nos acompañan para disfrutar de lo fundamental: el cine,
el restaurante exótico, el juego de ordenador.
Es un rasgo distintivo de las sociedades económicamente desarro-
lladas del Primer Mundo el gran crecimiento que se registra en las
actividades económicas que ofrecen entretenimiento a los ciudada-
nos. Si antiguamente los chicos creaban sus fuentes de diversión,
ahora pueden comprarlas. Existen ofertas comerciales para cubrir
todas nuestras necesidades y todos nuestros caprichos de cualquier
tipo, hasta el punto de que poco a poco comienza a relacionarse de forma
114
inseparable al ocio con el consumo de productos. Esto encuentra su expresión
más visible en la nueva figura de los centros comerciales que nacen por dece-
nas en las afueras de las ciudades: si la compra era para los españoles del
siglo XX una actividad rutinaria y trivial, enmarcada dentro de las
“tareas de la casa” y realizada básicamente por la mujer durante los
días laborables, en el siglo XXI la propia compra se nos ofrece como
una de las posibilidades de ocio y entretenimiento más seductoras del
fin de semana, al alcance de toda la familia y realizada en lugares que
recuerdan a parques lúdicos. Ya no se consume para apoyar o com-
pletar la diversión: ahora el consumo en sí es la diversión.
En estos centros comerciales todo es excesivo. Se trata de centros
visualmente sobresaturados, olfativamente sobresaturados y auditiva-
mente sobresaturados. Los jóvenes caminan por estos complejos
comerciales decorados con colores chillones, y mientras suena una
música repetitiva a gran volumen les están llegando los olores de
ocho, diez, doce restaurantes variados que se mezclan con los sabores
Epílogo: Obesidad, consumismo y felicidad

de las chucherías repletas de calorías, colorantes y potenciadores del


sabor que está comiendo mecánicamente. Cualquier postura juiciosa
entiende que la vida humana ha de rellenarse básicamente de relaciones huma-
nas saludables que nos hacen crecer y convertirnos en personas adultas. En una
sociedad en donde las redes sociales (la familia, los grupos de amigos)
han ido debilitándose y deteriorándose en muchos casos, la sobreesti-
mulación sensorial, –y las “chuches” que aparecen en el título de este
libro son un buen ejemplo de ello–, brinda un fugaz sucedáneo que
parece otorgar, al menos durante el hipnótico momento en el que se
está consumiendo ese ocio, contenido al entretenimiento y sentido a
las relaciones entre los compañeros de ocio. La búsqueda de sensaciones
pasa a convertirse en una de las actividades más identificativas del individuo
moderno, especialmente si es joven, hasta el punto de que muchos de
ellos sencillamente ni se plantean la posibilidad de que su ocio no esté
basado en dicha actividad y pudiera centrarse fundamentalmente en
el propio disfrute compartido de las relaciones de amistad, familiares
115
o de pareja a través de otras actividades no consumistas.
Entiéndase pues cómo algunos de los malos hábitos alimenticios
que hemos analizado a lo largo de los capítulos centrales del libro tie-
nen, además de una relación intensa con las prácticas educativas de
las familias y las escuelas, un anclaje intenso en tendencias globales
de la sociedad que los favorecen. El vínculo entre obesidad y consu-
mismo no es trivial, y cualquier intento de solución basado única-
mente en el entrenamiento de los padres en pautas educativas ade-
cuadas se enfrentará además a la dificultad añadida de vencer ten-
dencias macrosociales sólidamente establecidas.
Y todo esto viene a mezclarse con la obsesión, tan característica en
los individuos contemporáneos, por conseguir algo indefinible y de
significado confuso que nos han enseñado a llamar “felicidad”. Una
vez que los grandes sistemas de valores clásicos han perdido el mono-
polio y se ven obligados a coexistir con nuevos sistemas de valores
competitivos, parciales o contradictorios entre sí, la regulación del
¡Quiero chuches!

comportamiento y las normas morales que lo ordenen se vuelve


mucho más confusa. Ante tal confusión generada por sistemas de valores
múltiples y resquebrajados, queda siempre la certeza de la satisfacción inme-
diata de un placer sensorial inmediato. Todo es discutible menos la sen-
sación que una chocolatina provoca en mi boca.
Así, animado por la intensidad sensorial de las ofertas de ocio, por
el individualismo feroz potenciado por el mercado, y por la caída de
sistemas de valores que no pudieron resistir el embate de discursos
que ofrecen de forma alternativa seducción inmediata y justificacio-
nes de la comodidad, la persona construye de forma vaga su idea de “feli-
cidad” alrededor del mito de la euforia permanente, y dedica buena parte
de sus empeños en vagar en su búsqueda. Nunca como ahora los indi-
viduos se han preocupado tanto de ser felices ni han tenido la felici-
dad en tan alta estima hasta el punto de entender que su consecución
es la meta fundamental que hay que tener en la vida. Nunca, por otro
lado, ha habido una visión tan pobre y a tan corto plazo de lo que es
116
la felicidad, fruto especialmente del tratamiento que ésta recibe en
los medios de comunicación.
Es difícil ser feliz estando tan atrapado en el egocentrismo de las sensacio-
nes. Justamente, la gente no es feliz debido principalmente a que lo
pretende, a que busca la felicidad en el placer inmediato personal, a
que posee unas expectativas tan irreales que convierten a la felicidad
en un horizonte al que, por definición, es imposible llegar. Pero se
representan su insatisfacción como provocada por un déficit de place-
res, por lo que la solución se busca en el “más de lo mismo”, redo-
blándose los intentos por obtener más estimulación a través del con-
sumo. Lo estamos viendo constantemente en televisión: uno puede
estar pasándoselo bien las veinticuatro horas del día, la vida puede ser
la fiesta permanente que es para los protagonistas de nuestras series
favoritas. ¿Quién nos puede negar ese derecho?
¿Cómo negarle a nadie el derecho a ser feliz? O, aplicando estos
términos al tema que nos ocupa, ¿no es un acto de crueldad, de falta
Epílogo: Obesidad, consumismo y felicidad

de amor, una injusticia, no permitir que nuestros hijos disfruten todo


cuanto quieran del gusto que sienten cuando comen chucherías?,
¿cómo puede un padre insistir para que su hijo sufra comiendo algo
que no le gusta? ¿Es que acaso hay mayor satisfacción para una madre
que ver a sus hijos felices, es que acaso hay mayor felicidad que comer
lo que uno quiere cuando quiere? ¿Y si durante la edad adulta sufren
nuestros hijos por no haber podido disfrutar en la infancia todo cuan-
to quisieron?
No es casual que esta idea de felicidad resulte ser la que a corto
plazo implica una menor cantidad de esfuerzo y de molestias. No es
casual tampoco que esta idea de felicidad fracase una y otra vez en con-
seguir el objetivo de la felicidad en cuanto se supera la inmediatez de
la conducta de comer. Tal y como decíamos hace unos párrafos cuando
establecíamos el vínculo entre obesidad infantil y consumismo, habría
que denunciar aquí la inadecuación de una ideología de la felicidad,
–basada en la apología de la satisfacción inmediata y el descrédito de 117
las metas a medio y largo plazo que merecen la pena conseguirse con
esfuerzos moderados–, que alienta también la práctica de alguna de las
malas costumbres alimenticias que hemos venido denunciando en
estas páginas y que constituye una parte destacada del escenario social
en el que se está desarrollando el drama de la obesidad infantil.

El futuro de la obesidad infantil

¿Cómo será el peso de los niños del siglo XXI? ¿A lo largo de los
próximos años seguirá aumentando el número de niños con exceso de
peso tal y como marcan las tendencias presentes en la actualidad,
hasta el punto de llegar a presentarse una generación caracterizada
por el sobrepeso y la obesidad? ¿O, por el contrario, sabremos tomar
las medidas adecuadas para frenar el crecimiento progresivo de los
problemas de peso infantil? Si atendemos a los hábitos nutricionales
¡Quiero chuches!

actuales y a la dirección en la que han ido cambiando a lo largo de


las últimas décadas tendríamos que concluir que, salvo situaciones
excepcionales, –como desastres ecológicos que reduzcan enormemen-
te los nutrientes disponibles, conflictos bélicos o crisis económicas
devastadoras que cambien por completo la estructura sociolaboral de
nuestro mundo occidental–, caminamos hacia un sociedad donde proba-
blemente lo normal será tener algún cierto grado de exceso de peso. Como con-
secuencia de ello, a lo largo de las próximas décadas la delgadez será
todavía más valorada que en la actualidad, ya que serán cada vez
menos las personas que consigan mantener un peso normal a lo largo
de la vida. Paradójicamente, también será previsible que aumenten
los trastornos de la alimentación.
Existen varias razones que permiten sostener esta afirmación.
Habría que empezar destacando el tipo de alimentación actual, carac-
terizado entre otros aspectos porque el consumo de grasas está muy
por encima de las necesidades calóricas del cuerpo del ser humano.
118
Este estilo de alimentación forma parte del estilo vida actual en el mundo desa-
rrollado y esto favorece la ganancia de peso. Los niños de las últimas gene-
raciones han desarrollado cada vez más un gusto intenso por este
nutriente, al formar parte habitual de su dieta y al ser habitual que la
satisfacción de la sensación de hambre se realice con él. Por otra parte,
el estrés cotidiano hace que se coma más y más alimentos muy caló-
ricos. Cada vez más personas viven solas, y cuando una persona come sola tiene
más posibilidades de comer peor, más rápido y alimentos más calóricos.
Este estilo de vida comienza a imponerse igualmente entre la población
infantil. La creciente obesidad de nuestros hijos ha hecho saltar la
alarma de las principales autoridades sanitarias, y ha provocado que
se pongan en práctica desde las instancias gubernamentales progra-
mas nacionales para combatir este trastorno, como el recientemente
presentado programa NAOS, de aplicación en los contextos escolares
gracias a la colaboración entre los Ministerios de Sanidad y Consumo,
de Educación y las Comunidades Autónomas. Este tipo de actuacio-
Epílogo: Obesidad, consumismo y felicidad

nes es de gran interés, en la medida en que corregir aquellos excesos


nutricionales que llevan a los niños a un consumo exagerado de calo-
rías es una de las armas necesarias para controlar el exceso de peso
infantil. Las principales líneas de actuación sobre las que pretende
incidir el programa NAOS (Nutrición, Actividad física, Obesidad y
Salud) son las siguientes:
• incluir en los currículos escolares contenidos referidos a la ali-
mentación y nutrición humanas, así como a la relación entre
estos procesos y la salud. Se pretendería que estos conocimien-
tos no se presenten únicamente en asignaturas científicas, sino
también en otras, –como Educación para la Ciudadanía–, rela-
cionadas con la trasmisión de valores y el aprendizaje de hábi-
tos de comportamiento.
• realizar en la escuela actividades que inicien a los jóvenes en la
práctica de la cocina y en el mundo de la gastronomía, como vía
para adquirir unos primeros conocimientos básicos sobre el 119
manejo adecuado y la preparación conveniente de los alimentos.
• garantizar que en la propia formación docente se encuentren
contenidos relacionados con la nutrición, la actividad física y
los problemas de peso.
• promover el deporte en edad escolar, facilitando su realización
mediante la ampliación de horarios o la habilitación de espa-
cios para tal fin.
• en relación con los comedores escolares, y dado el alto porcen-
taje de niños que realiza en ellos su comida principal, se pre-
tende elaborar un Real Decreto que regule los requisitos de
construcción, diseño y equipamiento de estas instalaciones, los
referentes a la conservación, almacenaje y exposición de los ali-
mentos, y todos los aspectos vinculados a los menús que se sir-
ven a los escolares y a la información que se ofrece a los padres
sobre los mismos.
¡Quiero chuches!

Aspectos como aquéllos sobre los que pretenden influir estas ini-
ciativas son importantes. No se debería olvidar una de las ideas fun-
damentales en el que se apoya nuestro programa para el control del
sobrepeso de los niños que hemos expuesto a lo largo de estas pági-
nas: el exceso de peso se adquiere porque ingresan en el organismo
más calorías de las que se gastan posteriormente. El peso depende prin-
cipalmente del balance entre la ingesta y el ejercicio físico, y el principal deter-
minante de la ingesta son los hábitos comportamentales alimenticios del joven.
En una amplísima parte de los casos de problemas de exceso de peso juveniles
nos encontramos con que el principal determinante de ese trastorno se encuen-
tran en los hábitos alimenticios inadecuados, –por ejemplo, comer a todas
horas y paradójicamente saltarse alguna comida principal, comer
haciendo otras actividades como ver la televisión, o haber desarrolla-
do el gusto por alimentos tan calóricos como la bollería industrial–.
Por todo ello educar el peso infantil pasa por un estrategia global basa-
da en que los niños aprendan aquellos comportamientos incompatibles con un
120
consumo calórico excesivo a través del cual lleguen a consumir aproxi-
madamente las mismas calorías que las que gastan. Aun cuando
pueda parecer sorprendente, muchos de esos hábitos no tienen tanto
que ver con lo qué se come, –lo que habitualmente se conoce como
el “estilo nutricional”–, cuanto con cómo se come y cómo se invier-
te el tiempo de ocio.
En particular, hemos visto cómo tener un lugar adecuado para
comer sin distracciones, un horario regular de comidas donde no
quepa saltarse ninguna de ellas, dejar para excepciones el picoteo
entre horas, y saber afrontar los estados emocionales negativos como
la ansiedad y el aburrimiento sin recurrir a los alimentos es algo fun-
damental. También lo es, en relación con el otro lado de la balanza,
utilizar el tiempo de ocio en una actividad física que incluya el juego
con otros niños.
Evidentemente esto choca con el propio estilo de vida que hemos
creado, que dificulta de forma prácticamente irresoluble que los padres,
Epílogo: Obesidad, consumismo y felicidad

–que a su vez carecen en muchos casos del tiempo libre necesario y par-
ticipan de una vida estresante en sus aspectos laborales o familiares–,
puedan emplearse a fondo en una tarea que en último término supone
hacer que los niños hagan lo que no quieren hacer. Porque los niños
preferirán comer viendo la televisión, donde además no molestan, que
comer en la cocina en la que seguramente reclamarán la atención de sus
padres; porque los niños aprenderán pronto que no hay por qué vencer
la inapetencia propia del sueño con el que inevitablemente se madru-
ga para ir al cole, pudiendo disfrutar a media mañana de un bocado más
sabroso aunque mucho más calórico que el desayuno que no han toma-
do; porque las chucherías son muy asequibles para los padres y com-
prándoselas se quedan los chicos muy contentos, aunque esto suponga
que después no van a comer otros alimentos más necesarios; y porque
para los padres puede resultar menos dificultoso entretener a sus hijos
dándoles algo de comer que buscando un ocio más activo para el que
las ciudades no están siempre preparadas.
121
Y sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, existe una solu-
ción a este problema que pasa necesariamente por que los padres entiendan la
naturaleza y la gravedad de las cuestiones implicadas en el exceso de peso
infantil. Está en nuestra mano conseguir que el cuerpo de los niños del siglo
XXI se caracterice por el sobrepeso y la obesidad, o lograr que su crecimiento
se ajuste a pautas saludables altamente relacionadas con factores de protec-
ción ante múltiples problemas de salud en la edad adulta. Está en nuestra
mano enseñar a nuestros hijos hábitos alimenticios saludables de incalculable
valor positivo a corto, medio y largo plazo. Este libro ha pretendido ser
una guía orientativa para comenzar a caminar en esta dirección, y una
propuesta de métodos, ideas y ayudas para todos aquellos padres que
quieran, puedan y tengan ocasión de comprometerse en la tarea de
educar un peso natural en sus hijos.
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128
Aprender a ser
Directora de la colección: Mª Rosa Buxarrais
La formación del profesorado en educación en valores. Propuesta y materiales, por Mª Rosa
Buxarrais
Educación en valores para una sociedad abierta y plural: Aproximación conceptual, por
Montserrat Payá Sánchez
Programas de educación intercultural, por Mª Auxiliadora Sales Ciges y Rafaela García
López
Jugando con videojuegos: Educación y entretenimiento, por Begoña Gros (Coordinación)
Educar para el futuro: Temas Transversales del currículum, por José Palos Rodríguez
Individuo, cultura y crisis, por Héctor Salinas
Ciudadanía sin fronteras, por Santiago Sánchez Torrado
El contrato moral del profesorado. Condiciones para una nueva escuela, por Miquel
Martínez
Crecimiento moral y filosofía para niños, por Félix García Moriyón (Ed.)
Educación en derechos humanos: Hacia una perspectiva global, por José Tuvilla Rayo
Educación para la construcción personal. Un enfoque de autorregulación en la formación de
profesores y alumnos, por Jesús de la Fuente
Diálogos sobre educación moral, por John Wilson y Barbara Cowell
Modelos y medios de comunicación de masas. Propuestas educativas en educación en valores,
por Agustí Corominas i Casals
Educación infantil y valores, por Ester Casals y Otília Defis (Coordinación)
El educador como gestor de conflictos, por Marta Burguet Arfelis
Educando en valores a través de “ciencia, tecnología y sociedad”, por Roberto Méndez
Stingl y Àlbar Álvarez Revilla
La escuela de la ciudadanía. Educación, ética y política, por Fernando Bárcena, Fernando
Gil y Gonzalo Jover
El diálogo. Procedimiento para la educación en valores, por Ginés Navarro
Inteligencia moral, por Vicent Gozálvez
Historia de la educación en valores. Volumen I, por Conrad Vilanou, Eulàlia Collell-
demont (Coords.)
La herencia de Aristóteles y Kant en la educación moral, por Ana María Salmerón Castro
La educación cívico-social en el segundo ciclo de la educación infantil. (Análisis comparado de
las propuestas administrativas y formación del profesorado), por Fernando Gil Cantero
Aprender a ser personas y a convivir: un programa para secundaria, por Mª Victoria Trianes
Torres y Carmen Fernández-Figarés Morales
Educación integral. Una educación holística para el siglo XXI. Tomo I, por Rafael Yus Ramos
Educación integral. Una educación holística para el siglo XXI. Tomo II, por Rafael Yus
Ramos
Racismo en tiempos de globalización: una propuesta desde la educación moral, por Enric
Prats
Historia de la educación en valores. Volumen II, por Conrad Vilanou, Eulàlia Collell-
demont (Coords.)
Educar en la sociedad de la información, por Manuel Area Moreira (Coord.)
Educarción para la tolerancia. Programa de prevención de conductas agresivas y violentas en
el aula, por Ángel Latorre Latorre y Encarnación Muñoz Grau
El niño y sus valores. Algunas orientaciones para padres, maestros y educadores, por
Carme Travé i Ferrer
El libro de las virtudes de siempre. Ética para profesores, por Ramiro Marques
Construir los valores. Currículum con aprendizaje cooperativo, por Mª Pilar Vinuesa
Formación ética básica para docentes de secundaria. Propuestas didácticas, por Gustavo
Schujman
La educación intercultural ante los retos del siglo XXI, por Marta Sabariego Puig
La mediación: un reto para el futuro. Actualización y prospectiva, por Juan José Sarrado
Soldevila y Marta Ferrer Ventura
La convivencia en los centros de secundaria. Estrategias para abordar el conflicto, por
Miquel Martínez Martín y Amèlia Tey Teijón (Coords.)
Mi querida educación en valores. Cartas entre docentes e investigadores, por Francisco
Esteban Bara (Coord.)
Cómo orientar hacia la costrucción del proyecto profesional. Autonomía individual, sistema
de valores e identidad laboral de los jóvenes, por María Luisa Rodríguez Moreno
Jóvenes entre culturas. La construcción de la identidad en contextos multiculturales, por Mª.
Inés Massot Lafon
Estrategias para filosofar en el aula. Relatos breves para la reflexión, por Isabel Agüera
Espejo-Saavedra
La dimensión moral en la educación, por Larry P. Nucci
Excelentes profesionales y comprometidos ciudadanos. Un cambio de mirada desde la uni-
versidad, por Francisco Esteban Bara
La familia, un valor cultural. Tradiciones y educación en valores democráticos, por María del
Pilar Zeledón Ruiz y María Rosa Buxarrais Estrada (Coords.)
Cultura de paz. Fundamentos y claves educativas, por José Tuvilla Rayo
Pantallas, juegos y educación. La alfabetización digital en la escuela, por Begoña Gros (Coord.)
Conflictos, tutoría y construcción democrática de las normas, por Mª Luz Lorenzo
Mensajes a padres. Los hijos como valor, por Isabel Agüera
Educar con “co-razón”, por José María Toro
¡Quiero chuches! Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil, por Isaac Amigo y José
Errasti
Este libro se terminó
de imprimir
en los talleres de
Publidisa, S.A., en Sevilla,
el 27 de febrero de 2007.

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