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Doctorado en Humanidades
Ensayo final
Introducción
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pie para el desarrollo de reflexiones filosóficas acerca de la condición humana, la relación
del hombre ante lo divino, la disyuntiva entre el bien y el mal (Hernández Ching: 2015),
o reflexiones éticas en torno a los límites de la ciencia, y bioéticas acerca de la
conveniencia del transhumanismo, o mejora en la naturaleza humana a partir de los
medios o mecanismos técnico-científicos a disposición (Rodríguez Valls, 2011).
Cabe mencionar que, por las razones expuestas, si bien el tema general propuesto
por Shelley no es del todo inédito la originalidad de su obra consistió, por un lado, en una
más evidente reflexión acerca de la condición humana enmarcada en un contexto
“naturalista” en el que no influyen ningún tipo de fuerza sobrenatural, ni divina ni
demoniaca como en los ejemplos mencionados, pues la criatura es creada por el hombre
y con los mecanismos técnico-científicos desarrollados por él mismo y, por otro lado, en
la crítica al contexto sociocultural de la época que se derivan de su planteamiento y de
la casi simpatía con la que hace aparecer al monstruo en una sociedad divida en clases
y convencionalismos morales y estéticos, su, por decirlo de alguna manera, “cercana”
monstruosidad nos obliga a plantear el problema de la diferencia humana, y en repensar
al final de cuentas quién es verdaderamente el héroe o el monstruo de la historia
(Ramalle Gómara: 2007).
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Encontramos en la obra de Shelley un estilo de narrativa cadencioso, a pesar de
no ser una obra demasiado extensa, que mantiene un ritmo dinámico y ágil pero nunca
acelerado, y que si bien trata un tema cercano a la ciencia natural de su época sabe
superar lo aparentemente engorroso pues no está focalizado en la precisión de detalles
en torno a los fundamentos científicos o tecnológicos por medio de los cuales se da vida
al monstruo, los cuales en la literatura del siglo XX y todavía hoy en día, por ejemplo,
serían imprescindibles para salvar la crítica. Y si bien la historia de fondo no deja de ser
una historia de terror, la forma epistolar en la que se expone, muy socorrida a principios
del siglo XIX y que sin duda influiría en la posterior obra literaria Drácula de Bram Stocker,
parece en ocasiones llevarnos de la mano de manera íntima y como “susurrada” por un
drama acerca de la condición humana dejando en ocasiones en segundo plano el terror
subyacente, con profundas reflexiones filosóficas que rara vez caen en el vulgar
patetismo o en la evidente ansía de crear en el lector un sentimentalismo forzado.
La película dirigida por Branagh titulada Mary Shelley’s Frankenstein, por su parte,
vio la luz en el año de 1994 y rápidamente uno de los elementos que llamaron
poderosamente la atención fue el hecho de que se hizo explícito que a diferencia de
películas anteriores que retomaban fundamentalmente la historia planteada por Shelley,
como el Doctor Frankenstein de 1931 o La novia de Frankenstein de 1935, ambas
dirigidas por James Whale, a lo cual siguieron otras, la mayoría de bajo presupuesto o
con un sentido más bien paródico o caricaturesco en el que no es necesario ahondar
aquí, repito, a diferencia de dichos antecedentes la película de Branagh se presentaba
como una adaptación directa, de alto presupuesto, del texto de Shelley, lo cual en sí
mismo generó mucha expectativa, sumando a ello el prestigio mismo del director, quien
fuera reconocido por obtener un éxito rotundo con la dirección (y actuación) en el filme
Henry V en el año 1989, además de contar la participación estelar de un Robert de Niro
en su mejor momento, y el apoyo en la producción de Francis Ford Coppola, por lo que
se podía suponer que se repetiría la fórmula de éxito de la película Bram Stocker´s
Dracula, dirigida por Coppola un par de años antes, augurando con ello una nueva época
dorada para el cine de horror y suspenso monstruoso.
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La película, sin embargo, fue duramente criticada tras su estreno, lo cual no
impidió que obtuviera una nominación al Oscar por mejor maquillaje y una nominación a
los premios BAFTA por mejor diseño de producción, las críticas se condensaron sobre
todo en el ritmo de la película, en lo innecesariamente pretensiosa que resultaba hasta
el hartazgo, en la incorporación de escenas y secuencias producto más del constructo
de la cultura popular en torno al monstruo “Frankenstein” que del concepto mismo de la
autora (la película retoma incluso el cliché de “¡Esta vivo, vivo!”), y otros como el apartado
técnico, en el cual se resaltaba, por ejemplo, el frenético movimiento de cámaras
impropio del ritmo pausado y contenido de la obra original.
(…) esto es un insulso Frankenstein de los años 90, un villano sin culpa pero
cargado a lo trágicamente incomprendido. Incluso la Criatura (Robert De Niro), un solitario
estéticamente impedido con un padre que lo rechazó, sería un excelente invitado en
cualquier programa de televisión durante el día (…) A pesar de la cortesía de su título, no
impactará a nadie como la creación de Mary Shelley.
Por su parte Kenneth Turan de L.A. Times escribió: “La llaman 'Mary Shelley's
Frankenstein' pero, con mis disculpas a la vieja banda de rock, le pega más 'Frankie goes
to Hollywood" (Turain, 1994). Mientras que Brian Lowry de Variety señaló: “Branagh
parece abarcar demasiado, interpretando cada aspecto a un nivel casi operístico
demasiado enfebrecido para su propio bien.” (Lowry, 1994)
Para cualquiera que conozca las dos versiones, la de Shelley y la de Branagh, queda
fuera de duda que para ser una película supuestamente basada en el texto original de
Shelley el director se ha tomado muchas libertades creativas, sin embargo, queda
también claro que del larguísimo catálogo de filmes inspirados en el Frankenstein de
Shelley, éste es el que más se acerca a considerase una versión más cercana al original,
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esto es, representa la versión más afín a la novela (Martínez García, 2017) razón por la
cual se ha elegido para llevar a cabo el presente análisis.
Hay, como se evidencia, una ambición casi febril por parte del científico de
encontrar la gloria personal y el reconocimiento público que en la película se convierte
en mero altruismo científico.
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Universidad de Ingolstadt, en las que de manera sutil establece un juicio de valor acerca
de la calidad de los profesores con los que ha interactuado, exacerbando con ello sus
propias cualidades:
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creación del monstruo Víctor queda tan asqueado de su propia creación que decide
marcharse no destruirlo, un asco en el que se entremezcla el miedo:
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penetrado hasta lo más profundo de mi corazón… Albergaba un infierno en mi interior
que nada podía apagar. (Shelley, s.f.: 55)
Hasta aquí podemos determinar que en la primer parte del filme se nos presenta
un Víctor Frankenstein heroico, un incomprendido iluminado en medio de un mundo
oscurantista, más coherente con un esquema de valores preestablecido, que pocas
veces presenta sentimientos de culpa o remordimiento pues su comportamiento aunque
imprudente rara vez da oportunidad para ello, siendo él también una víctima de las
circunstancias su historia se convierte rápidamente en una lucha en torno a la reparación
del daño, lo que implica, a su manera, un tipo de responsabilidad; esta versión de
Frankenstein está comprometida desde el inicio del filme con la ciencia como servidora
de la sociedad, así se manifiesta en el discurso inicial de uno de los profesores de la
Universidad de Ingolstadt que explícitamente señala a los estudiantes, entre los cuales
está Frankenstein: “ustedes no han venido aquí para pensar en ustedes mismos, han
venido aquí para aprender a pensar en sus pacientes” (Branagh, 1994) un estatuto de la
ciencia médica indudablemente más cercana a la concepción ética de la ciencia médica
posterior a la segunda mitad del siglo XX, que la que podría haberse llevado cabo a
principios del siglo XIX. No se quiere decir con ello que se nos presenta un Frankenstein
“noventero” como criticó Maslin, sin embargo, en los rasgos señalados queda claro que
cada obra es hija de su tiempo y, en este caso, el Frankenstein de Branagh sólo podría
haberse concebido posterior a la segunda mitad del siglo XX.
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determina lo que se podría denominar su “camino o viaje de transformación” en la
diégesis. En el relato original de Shelley hay una conversación medular en la que la
criatura expone, de manera por lo demás elocuente y racional las razones de dicha
petición, ante las cuales el pensamiento también racional del científico encuentran cabida
y en su momento lógica, por lo que accede en primera instancia al deseo del monstruo,
petición que, cabe decirlo, será posteriormente desechada ahora sí por un temor acerca
de las impredecibles posibilidades de destrucción que el nuevo ser podría traer para el
género humano, así menciona: “¿Es que tenía yo algún derecho, solo por mi propio
beneficio, a infligir esta maldición a las generaciones futuras?” (Shelley, s.f.: 112)
Contrástese eso con los pasajes citados arriba en torno a la creación del primer monstruo
y su anhelo de reconocimiento y fama, se repite, es hasta ese momento que se manifiesta
un genuino compromiso social del científico con la humanidad.
Es en ese episodio, tal vez el episodio de mayor carga emocional de toda la obra,
en donde hay una identificación entre el creador y el monstruo, y a la vez un atisbo de
responsabilidad del creador respecto a su obra, él mismo lo manifiesta de manera
explícita: “Por vez primera también, sentí que un creador tenía deberes para con su
criatura, y que antes de quejarme por su maldad debía conseguir que fuera feliz. Esos
motivos me forzaron a aceptar su ruego.” (Shelley, s.f.: 65). La aceptación es, pues,
producto de una nueva consideración y conmiseración acerca de la criatura, una especie
de sentimiento de obligación ética por proporcionar una justicia reparadora al ser al que
había dado vida y posteriormente abandonado.
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pactado que la pareja se alejará de la humanidad, sin involucrar todo el proceso de
problematización psicológica, moral y ética que en la novela obliga al personaje a
establecer una especie de autocrítica sobre su pretérito comportamiento y sobre el futuro
de la criatura. En el filme parece provenir más bien del temor que del mencionado
sentimiento de responsabilidad para con su creación, en ello encontramos el primer
atisbo de caída moral del protagonista, cuyo valor y valentía manifestada a lo largo del
filme parece, en ese momento, comenzar a desdibujarse.
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sus experimentos, como posteriormente de su responsabilidad y culpa. Elizabeth,
encarnación paradigmática del principio femenino como era entendido en la Europa del
siglo XIX, es a ojos de Víctor un ser cuasi-angelical cuya dulzura nunca debiera verse
corrompida por las abominaciones cometidas por el principio masculino, encarnado por
él mismo. Esta misma actitud se encuentra en relación con los demás personajes
femeninos como su madre y Justine. En el filme por el contrario encontramos no sólo
personajes femeninos más fuertes e independientes, sino una relación masculina
respecto a ellos mucho más equilibrada, es paradigmática la escena en el filme en la
cual Elizabeth va a buscarlo a Ingolstadt, una actitud por lo demás impensable en la
Elizabeth de Shelley, y después de tocar la puerta reiteradamente del laboratorio de
Víctor este decide dejarla entrar, esto en el paternal Víctor de Shelley hubiera sido
también impensable. El Víctor de Shelley es hermético y protector respecto a lo
femenino, el Víctor de Branagh involucra de manera mucho más directa y concedida a la
mujer, incluso puede verse subordinado a los caracteres femeninos que en consecuencia
se ven reforzados y emancipados.
El primer rasgo distintivo en torno al personaje del monstruo tiene que ver con la
forma en que la criatura reacciona ante las problemáticas situaciones a las que en
principio el abandono del creador lo expone, en la novela el monstruo nace como una
criatura inocente, un estado de naturaleza en el que el mal aparece de manera
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intermitente y generalmente detonado por el desprecio originario de su creador como de
la sociedad, con la que posteriormente tendrá un necesario contacto, así afirma la
criatura con una asombrosa lucidez filosófica: “Soy malvado porque soy desgraciado. ¿O
no me desprecia y me odia toda la humanidad? Vos, mi creador, me destrozaríais en mil
pedazos y os preciaríais de semejante triunfo.” (Shelley, s.f.: 97) una misma reflexión
parecida se formula al afirmar:
Desde mi primer recuerdo yo había sido como era en esos momentos, tanto en
altura como en proporciones. No había visto a nadie que se me pareciera, ni que quisiera
mantener ninguna relación conmigo. ¿Qué era yo? La pregunta surgía una y otra vez, y
solo podía contestarla con lamentos. (Shelley, s.f.: 79)
Es tal la distinción que el propio Branagh, para mantener coherencia con su propio
relato habrá de justificar esta especie de tendencia natural al mal del monstruo con base
en el hecho de que ha sido creado con partes de los peores seres humanos de la
sociedad: “Cómo está formado – se escucha decir a una voz en off – con pedazos de
ladrones… pedazos de criminales… el mal está cosido al mal” (Branagh, 1994) se dirá
en algún momento de la película, esto no pertenece al relato original de Shelley pues no
hay necesidad de justificar ningún tipo de maldad originaria, ésta simplemente no existe.
Este es un elemento relevante porque, como ya se señaló anteriormente, demarcará la
caracterización del creador mismo, y la perspectiva moral que de ello se desprenda pues
en la novela existe siempre un halo de censura ante el comportamiento moral de Víctor
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y su franca irresponsabilidad como científico pero también como creador, una especie
de padre que no supo, o no quiso, ser un verdadero padre para una criatura horrible pero
inocente, en el filme esto queda trastocado pues la reacción de desprecio del científico
no procede de algo tan burdo como la apariencia física, lo cual potencializa lo reprochable
en Víctor, sino de una previsión lógica en torno a la naturaleza agresiva del monstruo al
cual habrá de detener, lo que convierte a Víctor Frankenstein en un individuo en el peor
de los casos imprudente desde el punto de vista de la ética de su quehacer como
científico, pero no irresponsable pues intenta casi de inmediato poner remedio a su
imprudencia. Ello sin lugar a dudas encuentra explicación en la propia consideración de
la ciencia de cada época, el siglo de Shelley es el siglo del descubrimiento científico,
pero también del temor ante ello, el siglo de Branagh en el siglo del desarrollo y
consolidación de la ciencia como paradigma absoluto de conocimiento, y por lo tanto
existe un planteamiento más positivo respecto al quehacer propio del científico y los
objetivos de la ciencia.
Es tal la distinción en la caracterización del personaje que incluso los rasgos más
llamativos del monstruo en la novela son deliberadamente omitidos o trastocados, en la
novela de Shelley el monstruo puede llegar a maravillar convirtiéndose en un personaje
sumamente complejo (Ramalle Gómara, 2007), no sólo por el mencionado estado de
inocencia moral que se le atribuye, sino por la inteligencia y racionalidad que desarrolla,
la cual se manifiesta en la rapidez de su aprendizaje de la lengua por ejemplo y de la
singular capacidad de argumentación como la que expone ante su creador en la cabaña,
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suplicando la creación de una compañera bajo los términos del más básico sentimiento
de justicia o, contrariamente, en la forma maquiavélica de servir su venganza al propio
creador, una venganza planeada, sistematizada y fría ante la que el propio Víctor
Frankenstein parece asombrarse:
El monstruo que presenta Branagh, además, no parece ser tan inteligente, lo cual
se manifiesta en su torpe utilización del lenguaje y, como ya se ha visto, no cuenta con
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el factor de inocente moralidad originaria. Es una contraposición fuerte de caracteres
bajo los cuales se puede afirmar sin temor a error que mientras que el Frankenstein de
Shelley tiende por naturaleza al bien, el de Branagh se inclina necesariamente al mal.
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película se hace énfasis en una fealdad más cercana a patrones intertextuales de otros
filmes como el del jorobado de Notre-dame de Anthony Quinn o El hombre elefante de
John Hurt.
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manera directa a ello, o en todo caso no es el principal detonante de las actitudes del
monstruo que desde su origen contiene una maldad innata.
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novela que todos los filmes antecesores, sin embargo, no acaba de encajar del todo
como adaptación por transposición pues hay también una interpretación a veces
radicalmente distinta de los personajes que sin transpolarlos a un contexto
contemporáneo al estilo Romeo y Julieta de Luhrmann, parecen ser influenciados por la
forma de entender la ciencia y el papel del científico en el siglo XX, además de la apertura
a las diferencias y los estereotipos estéticos, y las relaciones de género que hubieran
sido impropios en el siglo de la autora.
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Por otro lado, desde la tipología establecida por Adriana Cid en Pasajes de la
literatura al cine; algunas reflexiones sobre la problemática de la transposición fílmica
(2011) la propuesta de Branagh podría inscribirse dentro del tipo de transposición de
proximidad relativa o transposición como orientación en el que se “presenta una relectura
del texto literario que coloca ciertos acentos, modifica elementos de manera más o
31) Se considera que esta determinación quizá sea la que más orientación dé sobre la
correcta categorización de la adaptación de la obra de Branagh sobre el texto de Shelley.
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Referencias bibliográficas
- Lowry, Bryan. (Oct 30, 1994). «Mary Shelley’s Frankenstein». variety.com (en
inglés). Consultado el 1 de Junio de 2021 en:
https://variety.com/1994/film/reviews/mary-shelley-s-frankenstein-1200438753/
- Maslin, Janet (Nov 4, 1994). «Frankenstein; A Brain on Ice, a Dead Toad and
Voila!». nytimes.com (en inglés). Consultado el 1 de Junio de 2021 en:
20
https://www.nytimes.com/1994/11/04/movies/film-review-frankenstein-a-brain-on-
ice-a-dead-toad-and-voila.html
- Vidaurre, Carmen. (2005). El ojo del Cíclope, “Vampiros, monstruos y otras figuras
de la alteridad en cuatro filmes de autor.” Universidad de Guadalajara. [Internet]
Disponible en:
https://www.researchgate.net/publication/266740312_En_el_ojo_del_Ciclope_Va
mpiros_monstruos_y_otras_figuras_de_la_alteridad_en_cuatro_filmes_de_autor
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