Está en la página 1de 3

Mesoamérica, entre el desconocimiento del pasado y el olvido del presente.

La presente reflexión se elabora tomando como base dos ideas fundamentales y


recurrentes en el pensamiento y escritos de Miguel León Portilla, la primera es que
Mesoamérica constituye no solamente una de las pocas civilizaciones originarias
de las que se tiene registro, sino que encuentra un lugar especial en la historia
universal dada su condición de aislamiento milenario, lo cual ha atraído el interés
de estudiosos nacionales pero sobre todo extranjeros. La segunda, es que al
interior de ese concepto que Kirchhoff denominó Mesoamérica a mediados del
siglo XX, conviven tanto la idea de unidad como la idea de diversidad.

Es indudable que uno de los fenómenos más traumáticos de la historia de


nuestro país lo constituye la conquista europea, y una de las aristas asociadas a
dicho fenómeno y que pretenden darle explicación lo constituye la aparente
precariedad y atraso de los pueblos indígenas en relación a la tecnología, sobre
todo armamentística, de los conquistadores. En ese sentido es indudable que la
capacidad mortífera del acero y del plomo español no tenía comparación con las,
si se quiere, rudimentarias armas de los nativos, sin embargo, decir que los
pueblos indígenas carecían de recursos o que por ello eran pueblos atrasados es
sumamente relativo e incluso injusto. Es digno de atención la capacidad de
subsistencia, adaptación y expansión que los pueblos mesoamericanos lograron
demostrar en un contexto de aislamiento en relación al resto del mundo,
experiencia que poco se asemeja a la de los pueblos europeos y orientales en los
que si bien el contacto fue paulatino y difícil, pudo lograrse.

El esplendor de las grandes ciudades, su organización política, su lengua,


calendario y cosmovisión, el desarrollo de una religión y filosofía complejas y
estructuradas, la prosperidad de la población a nivel de sus recursos alimenticios,
ganaderos y agrícolas, y sus formas de arte y arquitectura no palidece respecto a
las de sus congéneres europeos y demuestran la presencia no solamente de
pensamiento complejo sino de una auto-reflexividad como sociedad y como
individuos, la cual se manifiesta en la intención de perpetuar su propia historia,
una historia que hoy en día no se cuenta o se cuenta equivocadamente, prueba de
ello es el profundo desconocimiento que los mexicanos tenemos de aquello que
en el pasado representó la que es, quizás, la etapa más gloriosa de nuestra raza.

Ejemplo de esta precaria educación acerca del pasado indígena de nuestro


país lo constituye la incomprensión misma de aquello que habríamos de
denominar Mesoamérica. Generalmente en las escuelas, sobre todo en la
educación básica, se presenta la diversidad de pueblos mesoamericanos como un
abigarrado e incoherente crisol de pueblos inconexos tanto en el tiempo como en
el espacio, la información, sin ser culpa directamente de los profesores, se
presenta sin contemplar las diferencias y especificidades estructurales de cada
pueblo respecto a otros pero, lo que es más grave, sin establecer la pertinente
continuidad cultural y estilística bajo la cual se podría entender el por qué
Mesoamérica fue tanto una como muchas a la vez. Se nos habla de los aztecas-
mexicas como el pueblo insignia que le otorga no sólo identidad a nuestro pasado
sino incluso el nombre a nuestro país, pero se olvidan las profundas relaciones
que existieron entre los diferentes asentamientos a través del tiempo y del espacio
de todas las culturas del área. De ahí que nos parece igualmente lejano nuestro
pasado azteca, olmeca, zapoteca, maya o tolteca. Se toman como parte de un
conjunto de pueblos indígenas que vemos siempre como los otros, o en el mejor
de los casos como a parientes lejanos de los que nos acordamos poco, pues poco
los conocemos; nuestra historia prehispánica se configura entonces como una
desordenada colección petrificada de la cual desconocemos incluso los aspectos
principales de su desarrollo y conformación.

Algo que llama la atención, sumado a lo dicho, es que en la educación


formal de las escuelas parece olvidarse que muchos de esos pueblos llenos de
tradiciones y costumbres, a nuestros ojos exóticas, todavía subsisten en el
presente y han logrado mantener, a pesar de los históricos embates del contexto
externo, sus formas de manifestación incólumes, no es raro entonces que la
sociedad contemporánea educada en el desconocimiento del pasado y presente
de dichas culturas vea en el indígena actual una aparición fantasmagórica de un
pasado a sus ojos concluido, un producto anacrónico, extraño, probablemente
amenazante, un fósil cultural fuera de lugar e incluso erróneo al que, en el mejor
de los casos, se observa con indiferencia, sino es que con vergüenza o manifiesto
desprecio.

Es quizá en éste México, históricamente tan partido, que más que nunca se
necesita no sólo el justo reconocimiento de estos pueblos que hemos mirado con
desdén y olvido sino del aprendizaje sistemático de su pasado y diversidad, y del
importante aporte que podrían tener para la configuración cultural del presente,
además del sincero reconocimiento de que son “nuestros” pueblos, que nos
reflejamos en ellos y que a través de ellos podemos rescatar al menos un ápice
sino de la gloria pretérita, sí al menos de orgullo e identidad. Sin embargo, quizá la
gran tarea consista en conseguir que estas culturas todavía muy vivas nos
reconozcan a nosotros, los mexicanos occidentalizados y supuestamente
“civilizados”, como parte de ellos, que nos permitan adentrarnos en la
comprensión de lo que son y han sido.

En otras palabras, una reconciliación justa y equitativa en el presente no


consistirá simplemente en el acercamiento de nosotros hacia ellos en términos de
cínico descubrimiento, o de ellos hacia nosotros en términos de incorporación
forzada, sino que debe contar, antes que nada, con el innegable esfuerzo y
humildad de tratar de conseguir su reconocimiento y aceptación, en ese respecto
ellos y no nosotros tienen, considero, la última palabra.

También podría gustarte