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TEORÍA DE LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

Durante los años 70, Martin Seligman desarrolló una interesante teoría que, si bien en
un principio sirvió para explicar comportamiento animal, posteriormente se ha mostrado
con gran capacidad explicativa para un número importante de fenómenos humanos,
especialmente con la incorporación de la teoría de la atribución al modelo.

Seligman descubrió que, tras someter a un animal a descargas eléctricas sin posibilidad
de escapar de ellas, dicho animal no emitía ya ninguna respuesta evasiva, aunque, por
ejemplo, la jaula hubiese quedado abierta. En otras palabras, había aprendido a sentirse
indefenso y a no luchar contra ello.

Más concretamente, Seligman explicó el fenómeno en términos de una percepción de no


contingencia entre posibles conductas de evasión y sus nulas consecuencias: haga lo que
haga el animal siempre obtendrá el mismo resultado negativo. La consecuencia más
directa del proceso es la inacción o pérdida de toda respuesta de afrontamiento. Este es
el principio de su Teoría de la Indefensión Aprendida.

Sin embargo, una vez comprobados fenómenos similares en el comportamiento


humano, especialmente asociados a estados depresivos, la teoría se enriqueció
notablemente durante los años 80 con la incorporación de las teorías de la atribución o
el denominado estilo atribucional. Según ello, los efectos de la indefensión aprendida
serán más o menos severos en función del estilo atribucional que tenga la persona en
relación con las causas atribuibles a la no contingencia. Así, los efectos serán mayores si
uno tiende a pensar que la no contingencia es debida a factores estables o de carácter
global, mientras que los efectos serán menores o transitorios si uno tiende a atribuir el
fenómeno a factores inestables o de carácter más específico. La estabilidad y la
especificidad, junto a la importancia atribuida al efecto o factores de personalidad como
el locus de control explicarían diferentes síntomas de indefensión entre diferentes
personas ante una misma situación vital.

 
Así, por ejemplo, un estilo explicativo en el que los fracasos se atribuyen a factores
internos estables mientras que los éxitos se atribuyen a factores externos situacionales es
una de las causas del fracaso escolar en una parte importante de alumnos: "soy tonto o
no tengo suficiente capacidad para sacar los estudios; ese examen, ah, sí, lo aprobé por
suerte, el profesor estaba de buen humor".

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