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Incluso el más ilustre pensador o el más sutil artista es un primate gobernado por un
encéfalo, unas hormonas, una red inmunológica… El arte no deja de ser algo hecho por
ciertos mamíferos para otros mamíferos que como él dependen de sus relaciones con
otras especies. Entre bestias nos entendemos. En los años cincuenta, a raíz de los más
primitivos ensayos sobre aprendizaje simbólico no humano, se propició la carrera
pictórica de algunos chimpancés; se observó que no se limitaban a una gimnasia
somática indiscriminada, sino que se conducían de acuerdo a ciertas pautas
compositivas: registros formales, vínculos estructurales, abstracciones… Lo
espectacular de las investigaciones hizo que se celebrasen exposiciones y subastas en el
mundo civilizado; Adversarios del arte moderno quisieron ver en esta habilidad plástica
una crítica substancial …mientras, artistas del expresionismo abstracto (De Kooning),
de la pintura de acción o del tachismo (Rainer), así como otros grandes artistas ligados
a los principios de autoexpresión, como Picasso, o a la expresión de lo inconsciente
(Miró), quisieron ver en ellas la prueba de una subjetividad particular que legitimaba el
nuevo arte, en tanto testimonios de una fehaciente arqueología del autor. Con todo, se
pudo apreciar cómo una vez concluida su obra, los simios ya no la miraban jamás; que
se trataba de imágenes sin evaluación, y que su impulso por marcar el espacio pronto se
veían debilitado por la ineficacia de su acción, por aburrimiento, por la incapacidad
para cubrir en su obra las expectativas de su propia curiosidad. No se producía ese
deslizamiento de lo que es a lo que casi es, a lo que podría haber sido, que parecen
definir autoría y creatividad (D. Hostadter)… Ello no niega las facultades cognitivas de
aquellos primates, sino la impertinencia de una divulgación tendenciosa. El
conocimiento de las “culturas animales”, han contribuido a la deslegitimación del
principio de “singularidad humana”, del “sujeto trascendental”, de ese “exceso de
interpretación” (Dalí) en que consiste la paranoia antrópica.
La evolución de los homínidos parece haber estado ligada no sólo a una
“disposición técnica” -una capacidad para el diseño, el funcionamiento y la
construcción-, sino sobre todo a una “disposición intencional” -una capacidad creciente
para valorar las consecuencias de su propia conducta, el comportamiento posible de los
demás, de sopesar el balance de ganancias y pérdidas…y todo ello en un contexto en el
que la evidencia de sus cálculos es efímera, ambigüa, sujeta a cambios (Humphery,
Carrithers). Las ventajas adaptativas de esta competitiva y cooperativa “destreza
maquiavélica” (Byrne), habrían hecho de ese álgebra intencional un núcleo
fundamental de la inteligencia humana. Hasta tal punto, que, dada su eficacia, los
humanos más antiguos la habrán proyectado incluso sobre fenómenos o seres
inanimados -lo que se denomina una “tendencia interactiva”: todo fenómeno
importante desde el punto de vista existencial se supondrá una entidad subjetual con
actitudes u objetivos, que planea alcanzar esos objetivos y cuyas acciones reflejan sus
estados mentales (Dennett): fenómenos naturales (tormentas, estaciones, astros), seres
vivos poderosos (osos, ciervos, árboles), seres inanimados (piedras, lugares, tormentas),
y otros homínidos se habrán convertido causas personificadas, autores dramáticos
dentro de un diálogo vital … Materiales didácticos que habrán propiciado un nivel de
compromiso mental o intersubjetividad que ninguna otra especie tiene a ese nivel. Esta
noción de creatividad mutualista reconoce la originalidad de la intersubjetividad sobre
la subjetividad misma (Vigotsky); la prevalecencia de un plano inter-psicológico
(relacional, social) sobre otro intra-psicológico (ontológico, individual). De hecho,
ninguna cultura conocida es producto exclusivo de su propia historia; lo que se
denomina su identidad (o hecho diferencial) es resultado efímero y ambiguo de
intercambios, y entrecruzamientos con otras culturas y especies. No tenemos identidad,
sino complejos de relaciones que nos identifican. Esta precendencia de la relación
instaura la noción de “representación” en tanto correspondencia y complicidad. El
reconocimiento de los demás, y la evidencia de una singularidad subjetual se habrán
desarrollado en este juego de atribuciones, gestando la hipótesis mnemotécnica de un
“yo ejecutivo” (ergo=ego; Lacan) capaz de establecer una distancia respecto a los actos
reflejos o el puro principio de placer… En efecto, el cálculo intencional demora la
acción, imponiendo una distancia respecto a la inmediatez del fenómeno y de la
necesidad -un principio de realidad requerido en las transacciones con el mundo.
“Los grandes temas no fueron sino huídas y verdades a medias” (P. Sloterdijk)
A partir del final del XVIII, el pensamiento materialista supuso el intento ilustrado de
un ajuste de las disposiciones intencionales. El derecho divino de los reyes cedió su
lugar a la libertad natural y al contrato; el origen sagrado y el imperativo categórico
cedieron su lugar al cálculo utilitario y la responsabilidad, lo que provocó el
establecimiento de los “derechos de autor” (copyright). Pero estos intentos
microhumanistas surgen sobredeterminados por la estructura expresiva de la
“identidad”. Deponer al dios y al monarca ensalzando al individuo fue un modo de
afianzar la propiedad y la norma, esto es, democratizar la manía más que des-
maniatizar el poder. Extremando la tradición a la que pertenecen, individualismo,
psicologismo, y conductismo, supeditarán la interacción a un autor sobredeterminado
por el absolutismo irresponsable de los dioses y sus obras sublimes.
El desarrollo del capitalismo coincidió con formas de arte capaces de dramatizar
una responsabilidad delegada, una iniciativa individual sin ambajes, compromisos o
restricciones. Así, el tipo de autor auto-expresivo, que simboliza su “espacio vital”,
coincide con la política de la no-intervención, legitimada en la suposición narcisista de
una coincidencia entre el interés individual y el colectivo (Bentham, Hume). De modo
que la acción del artista, como la del gobernante o el empresario, serían inevitable,
incondicionalmente beneficiosas, incluso para quienes no las desean… “Para gobernar
mejor, sería preciso gobernar menos” (M. de Argensón, 1751) …pero mediante ese
principio del “dejar hacer” (laissez-faire), “aumenta el beneficio del individuo que, por
habilidad o por buena fortuna, se halla con sus recursos productivos en el lugar
correcto y en el tiempo apropiado. Un sistema que permite al individuo industrioso o
afortunado cosechar la totalidad de los frutos de esa coyuntura, ofrece evidentemente
un inmenso incentivo para la práctica del arte de estar en el sitio adecuado en el
tiempo oportuno.” (Keynes).
Independientemente de que estuviese basada en el estado de la naturaleza, la
voluntad de Dios, o en una ley matemática, la idea de una armonía entre las ventajas
privadas y el bien público convenía a la creciente autonomía del Capital. La conexión
misma entre laissez-faire y darwinismo (H. Spencer) parece legitimar un tipo de autoría
exenta de responsabilidad en un espacio absoluto de transaciones supuestamente neutral
e igualitario, pero de hecho sobredeterminado por un sistema de diferencias e
identidades hegemónicas. Ese paraíso político coincide con el principio del “placer
desinteresado” del Arte, un espacio idílico donde -en nombre de la libertad- todo gesto,
es consentido y aplaudido, por muy inaceptable, interesado o deplorable que pueda ser,
haciendo patente la indiscutibilidad de la manía. Existe una simetría entre la
estetificación difusa -que el naturalismo del XIX lega al ready-made …y la manía
difusa propia de la interactividad del XX; por ello, la interactividad llega al arte sólo
después de que el artista haya renunciado a la acción, delegando su responsabilidad en
una realidad ubicuamente artística. Así, la conformidad formal inagurada por el “ya-
hecho” (ready-made) coincide con el “dejar hacer” y el “todo marcha”. No es extraño
que la evolución del principio expresivo concluya en una aparente disolución del autor
(Ortega, Barthes, Benjamin). En primer lugar, en función del proceso alterativo del
sujeto, él mismo se somete a las alteraciones y reificaciones propias de la expresión,
produciendo tanto una sistemática arqueología del autor, como modalidades de autor
impersonal; En segundo lugar, la legitimidad sustentada en la verdad de un “yo” interior
es eventualmente universal, de modo que la democratización de la manía implica
además una autoría ubicua: Así, las nociones modernas de una creatividad colectiva
(Proletkult) o la de una creatividad universal (dadá) sugieren la posibilidad de un
estado (estético) de derecho que haría públicos los derechos de autor y el derecho a la
autoría… Dos nociones a veces contradictorias por cuanto la exclusividad del artista
moderno a veces se expresa en discursos igualitarios alejados por completo de la
complicidad social propugnada por ellos; Continuando los anhelos dadaistas y
constructivistas, las manifestaciones neorománticas de Fluxus, o la Internacional
Situacionista, la consideración de “la sociedad como arte” (Marcuse); la identificación
de “arte=hombre” en una “plástica social” (Beuys), el desarrollo del expresionismo en
el apropiacionismo …harán pensar en una obra abierta (Eco), una “interactividad
textual” (Barthes), en una autoría difusa, pero también en una razón cínica: el abuso de
autoridad de un juego de lenguaje efectuado desde una posición preeminente que
protege el status de las hegemonias. Libertad natural, evolucionismo como libre
mercado de competencias... un “todo marcha” postmoderno, una sociedad anónima.
El artista clásico será un productor, un demiurgo; el artista moderno teatralizará
la nueva fundación de la ciudad política e industrial, convirtiéndose en planificador y
agitador. A la sociedad administrativa y de servicios corresponderá un artista que
teatraliza los media, el espectáculo de la política, el consumo socializador …asimilando
el papel de divulgador, empresario, intermediario, jefe de ventas, notario, asesor de
imagen, creativo publicitario, galerista, especulador, info-navegante …teatralizando los
roles propios de los fundadores y gestores de la nueva Ciudad. Los poderes sin rostro, la
“no-imagen” del decididor anónimo o del capital financiero, encontrarán su símbolo en
un autor-gestor, maestro del individualismo, que nos sirve al propio tiempo que se sirve
a sí mismo. La autoría como dramatización de la individualidad se desarrollará en una
teatralización de la intermediación. Warhol organiza su Factory como ámbito escénico
donde se ensayan nuevas formas de socialización; no es un taller industrial o artesanal
como el de Bernini, sino una factoría de servicios; Jeff Koons hará gala de su origen
financiero; McKollum teatralizará el rol del empresario; mientras Vaisman el de
galerista, A. Leccia o G. Bijl no querrán ser identificados como “artistas”, sino como
“organizador de exposiciones”, o “instalador”. La ficción de una exterioridad es tan
extrema que cualquier indicio de una intrapsicología queda abolido. El autor escenifica
su renuncia a la personalidad, convirtiendo su autoría en impersonal, delegando su
responsabilidad en una especie de “ello social”, o “superyo”, pero rentabilizando al
máximo los privilegios derivados de su condición pública como artista… En los últimos
100 años, el arte ha cuestionado hasta la saciedad las formas de producción artística -
técnicas, textos, materiales, contextos, motivaciones- en una afirmación de identidad
donde el autor, aún en situación crítica o cínica, incierto o negado, permanece como
sujeto sustancial. Y lógicamente, conforme más se realiza esa dramatización del autor,
más se habrán visto fortalecidos e institucionalizados los sistemas de distribución y
recepción. Hasta tal punto la especulación se ha confinado al territorio expresivo de la
producción, que incluso ciertas formas de consumo, de recepción o de interacción se
han convertido en modelos operatorios (Kosuth, McKollum). Incluso el consumo,
fórmula básica de socialización actual, queda convertido en modelo de producción
artística: el autor como espectador o como cliente que proclama su deseo en la
inmediatez del consumo (Oldenburg, Broodthaers, Steinbach). De este modo se habrá
producido una fetichización de la interactividad, que queda alterada en expresión. Los
sistemas de distribución, ligados no sólo a la recepción, sino a la retroalimentación, a la
apertura intersubjetiva, quedan reducidos a juegos de interactividad meramente
testimoniales o metafóricos, a la transformación de la interactividad en interpasividad
(tráfico de inhibiciones -TV, web, etc.). La paradoja extrema de una interactividad
expresiva: las suaves pero implacables maneras de la manía difusa.
“En Las voces del silencio, Malraux recuerda que en el borrador de El Idiota, el asesino no es
Rogozhin, sino el príncipe: `A Dostoievski no le importa que la piedra golpee la yesca o la Yesca la
piedra, si la chispa es idéntica´” (Roger Vigoroux)
La differánce (Derrida) del autor alterativo es una carrera acelerada que se precipita
infinitesimalmente hacia el colapso. La delegación de responsabilidad no sólo no
consigue evitar los conflictos, sino que los incrementa. La manía es devastadora,
agotadora: su expresionismo vehicula la violencia de un consumo, de una apropiación
que se desea inocente, irresponsable. Conforme las consecuencias del éxito del
principio hegemónico se desvelan como causas de su fracaso, la hipoteca del futuro y
de la tierra no puede ya sostenerse, exigiendo una asunción de responsabilidad respecto
a un mundo extremadamente sofisticado y complejo: La irresponsabilidad de la manía
se vislumbra estúpida, por cuanto finalmente implica la “causa de un daño a otra
persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o
incluso obteniendo un perjuicio” (C. Cipolla).
El arte de la inteligencia significará la habilidad para causar un provecho
personal al mismo tiempo que se produce un beneficio para otros, un desarrollo
compartido. El transcurso a un más acá del principio de placer se nos ofrece como la
posibilidad de modelos de reciprocidad. Frivolizar los ensayos del “multiculturalismo”,
la “interactividad”, los “estudios de género”, el “pensamiento de la diferencia”, es
siempre conveniente al mantenimiento del principio maniático. Institucionalizada la
conflictiva identidad y diferencia de ese “sujeto alterativo”, su desarrollo dará por
sentado que todo conflicto termina con la victoria de uno de los dos rivales o con la
intervención de un tercero, por encima, en medio o contra ambos; La búsqueda de un
tercero ausente (N. Bobbio) -ni excluído como en el estado polémico (macrohumanista,
cuyo límite será el totalitarismo. Cfr. J. Freund), ni tampoco incluído, como en el estado
agónico (microhumanista, cuyo límite será el anarquismo)- significa, en el marco de las
relaciones estéticas, el ensayo de modelos productivos y receptivos ajenos al principio
maniático. Según estos modelos pragmáticos, el autor será definido de nuevo como una
integral de relaciones interculturales, cuya relacionalidad será tanto intra como
interpsicológica como intrapsicológica. Este “sujeto como multiplicidad” (Nietzsche)
coincide con una “pluralización interna de los individuos”(Valery)- …Ser “plural
como el universo” (Pessoa) se convertirá en condición de posibilidad para una
deconstrucción de la expresión. De hecho, hay miles de artistas trabajando en una
“auto-transformación” que no siempre coincide con una “alteratividad expresiva”.
Identidades en expansión, personalidades múltiples, cambiantes, interactivas (Sherman,
Antin, Morimura, Wall, etc.) …muestran otros modos de concebir la falta de
“sustancialidad” del autor. La importancia de esta insustancialidad no sólo deriva de su
carácter deconstructivo en relación a las clásico-modernas nociones de autor (lo que
podría significar una refluencia del principio alterativo, aún cuando opere sobre/contra
el “yo” mismo), sino a la afirmación de un tipo de autoría que se ofrece como
consecuencia (efímera, problemática) -y no como causa (eficiente o formal)- de una
acción socializada, de una mutualidad.
Las ventajas adaptativas del aprendizaje cultural frente a la transformación
filogenética habrán determinado, entre los humanos, una prolongación del periodo
formativo cuya problematicidad y riqueza habrán resultado más eficaces que la
urgencia expresiva de una originalidad a ultranza. El principio colaborativo activaría
una reacción creativa en cadena: una espiral coevolutiva de inteligencia que en todo
momento puede activarse o inhibirse. De hecho, en sociedades sofisticadas, las
habilidades individuales se articulan en “procesos distribuidos” (Carrithers), según los
depositarios del conocimiento no sean individuos, sino colectivos. La cooperación
(colaboro) resultará más fértil que la simple competencia (capolaboro) propia de la
obra maestra conocida o desconocida. En muchos casos, la explosión creativa del arte
(Florencia, París, Berlín, Moscú, N.Y.) fue propiciada no sólo por la competencia
maniática que existió entre los artistas, sino sobre todo por una complicidad cooperativa
respecto a cierto sistema de referencia; Mientras la falta de complicidad social habrá
confinado esos impulsos creativos en una dimensión meramente formal o a una
radicalidad meramente testimonial.
Las formas adaptativas de inteligencia social implican un cálculo cultural de
complejidad (incertidumbre, relatividad, falsación sistemática, apertura al cambio),
traducción (comunicación entre disensibles, alto contexto) y simetría (Derecho,
negociación, descentralización del logos). Lo que estéticamente conlleva correr el
riesgo de perder privilegios derivados de la condición maniática del arte (de la
persistencia secular de ciertas estructuras tecnológicas del yo alterativo), fijada en
categorías jerárquicas de posición y altura, de sublimidad, en la supuesta neutralidad de
la “calidad”, la profundidad, la intensidad de la experiencia artística; reconsiderar su
autonomía, la vigencia no siempre conveniente de sus mitos, superar la resistencia
epistemológica propia del mito artístico y consiguientemente reconsiderar no sólo los
sistemas de producción, sino también los sistemas de recepción y distribución. Estéticas
no basadas en la expresión, sino en la comunicación (lo que no significa inexpresión);
no relacionadas con la voluntad (manía), sino con la complicidad (lo que no significa
ataraxia o nihilismo) y con la correspondencia (lo que no significa abstracción ni
arbitrariedad). Una formatividad visible en su deficiencia, en su incompetencia, en su
imperfectividad, en su factualidad.
Todo estado de derecho, toda diplomacia parte del principio de que vale la pena
hacer concesiones porque la otra parte es inducida a tener en cuenta la prestación
aportada y a hacer en correspondencia una contraprestación; un compromiso y un
reconocimiento recíproco capaces de activar una reacción en cadena de la inteligencia.
Una negociación no basada tanto en consensos basados en “verdades locales”
(Habermas) -versiones microhumanistas de verdad (autoridad) y autoria (identidad,
hecho diferencial), el mismo principio humanista del clasicismo/clasismo-, …sino
sobre la base de “falsaciones compartidas”. Mas esta idea de “cultura como
negociación” (Ch. Oldhill) no se reduce a una mera atención a los índices de audiencia.
Las encuestas podrán definir estadísticamente un artista ideal -un artista definido por el
espectador (CVA. 1981)-, pero la supeditación de la identidad del autor a la interacción
social en absoluto significa una disolución de responsabilidades (jurídicas, personales,
etc.) -que reenunciarían la irresponsabilidad de la manía en el anonimato del “ello” o
“superyo” social. Muy al contrario, la interpsicología compete a una depuración de
responsabilidades; El artista se hace responsable de cierto proceso, y se define en su
acción; le corresponde una praxiología más que una ontología. No habrá existido autor
antes de la acción, y después de la acción, en cuanto lo hecho queda hecho, el autor
simplemente “ha sido”. Ser o hacer, esta es la cuestión.
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