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KANT: CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA

1. Datos biográficos y obras.


Inmanuel Kant (1724 – 1804) nació en Königsberg, en la antigua Prusia, en una
familia modesta. Trabajó como preceptor de muchachos de familias ricas hasta
que logró una cátedra en la Universidad de su ciudad natal en 1770. Se suele
dividir su obra en dos periodos: el precrítico y el crítico. Sus obras más
conocidas pertenecen al segundo periodo que se inaugura con la publicación
de la Crítica de la razón pura en 1781, su obra más conocida. Otras obras
importantes son Crítica de la razón práctica (1788), Crítica del juicio (1790) y
La metafísica de las costumbres (1797). En ese mismo año abandona la
cátedra por problemas de salud. A lo largo de su vida fue rector de la
Universidad y miembro de las Academias de Berlín, San Petersburgo y Viena.

2. Introducción.
La filosofía moderna es un continuo comenzar y recomenzar. Descartes intentó
construir una filosofía a salvo del escepticismo pero su intento fracasó, pues un
siglo más tarde Hume renovó las viejas posiciones antimetafísicas.
La filosofía de Kant pretende ser una superación de las principales corrientes
de la filosofía anterior a él. Kant, siguiendo a Hume, reprocha a los racionalistas
su actitud dogmática que consiste en confiar plenamente en la razón sin
someter antes a un análisis sus capacidades. El racionalismo pensó que la
metafísica podía construirse a partir de la razón, sin recurrir a la experiencia;
pero Hume fue capaz de mostrar que la metafísica como ciencia a priori no
existe ni puede existir.
Según Kant, Hume tiene razón cuando limita nuestro conocimiento a la
experiencia pero se equivoca cuando afirma que no es posible la ciencia; de
hecho la ciencia, en contra de la opinión de Hume, existe: la matemática y la
física (desde Newton) están perfectamente elaboradas y son aceptadas por
todos sin discusión. Son los hechos los que contradicen a Hume. Ahora bien, si
la experiencia sólo nos permite conocer cosas singulares y concretas y la
ciencia es un conocimiento universal y necesario ¿cómo es posible construirla?
La Crítica de la razón pura tratará de responder a este problema.
Otro asunto que trata Kant es la validez de la metafísica. La metafísica
pretende conocer realidades que están más allá de la experiencia, por eso es
preciso plantearse si es o no posible; lo cierto es que aún no ha alcanzado el
estatuto de ciencia, pues, al contrario que las demás, no ha progresado ni ha
conseguido poner de acuerdo a los filósofos. Los problemas planteados por los
filósofos griegos siguen siendo tema de estudio y mientras los científicos se
ponen de acuerdo en sus teorías, en filosofía cada autor tiene una teoría
propia. Por eso es preciso plantearse seriamente el siguiente problema: ¿es
posible la metafísica como ciencia?
Para investigar si es posible la metafísica como ciencia Kant trata de averiguar
en primer lugar cómo son posibles las ciencias ya consagradas (matemáticas y
física) para luego comprobar si esas mismas condiciones de posibilidad se dan
(o se pueden dar) en la metafísica. Ésta es la tarea fundamental de la Crítica
de la razón pura.

3. Teoría del conocimiento.


Kant comienza analizando los elementos que constituyen todo conocimiento.
Toda ciencia es un conjunto de enunciados, de juicios; el problema ahora se
concreta en estudiar los diversos tipos de juicios y ver cuáles son los que
engendran un conocimiento universal y necesario. Una vez descubiertos estos
juicios, habrá que investigar qué condiciones los hacen posibles, y aplicar el
resultado de esta investigación al objeto de la metafísica para ver si aquí es
posible formular juicios universales y necesarios.
Juicio es toda relación de sujeto y predicado bajo la forma “S es P”. Según Kant
pueden distinguirse los siguientes tipos de juicios:
- Clasificación según la relación entre sujeto y predicado:
a) Juicios analíticos: a este grupo pertenecen todos aquellos juicios en los
que el predicado está incluido en el sujeto. Por ello son meramente
formales. Es decir, su construcción no añade ningún conocimiento
nuevo al que ya teníamos al conocer el sujeto del juicio sino sólo una
variación en la “forma” de presentación de éste. Los juicios analíticos
se rigen por la ley de no contradicción. Se llaman analíticos porque del
análisis del sujeto se extrae el predicado sin necesidad de recurrir a la
experiencia. Expresan lo que Hume llamaba “relaciones entre ideas”.
Ejemplo de juicio analítico: “todo soltero es no casado”.
b) Juicios sintéticos: son aquellos juicios en los que el predicado no está
incluido en el sujeto. No se rigen por el principio de no contradicción,
para saber si son ciertos hay que recurrir a la experiencia. Amplían
nuestro conocimiento, es decir añaden algo al concepto del sujeto. Se
llaman sintéticos porque enlazan (= sintetizan) cosas diversas.
Expresan lo que Hume llamaba “cuestiones de hecho”. Ejemplo de
juicio sintético: “la pared es blanca”.

- Clasificación según su relación con la experiencia:


a) Juicios a priori: se llama así a aquel tipo de juicios que se obtienen al
margen de la experiencia. Como consecuencia no dependen para su
valor de verdad de la experiencia y no hay experiencia que pueda
invalidarlos, por lo cual son válidos siempre, es decir, son universales y
necesarios.
b) Juicios a posteriori: se llama así a aquel tipo de juicios que se obtienen
“posteriormente” a la experiencia y, como consecuencia, no pueden ser
universales y necesarios.

Pues bien, antes de Kant se consideraba que estos cuatro tipos de juicios se
reducen en realidad a dos: (1) por un lado los juicios analíticos que son siempre
a priori (dado que se obtienen al margen de la experiencia), (2) por otro lado los
juicios sintéticos que son siempre a posteriori (dado que enlazan cosas
diversas, este enlace sólo puede ser justificado a partir de lo que se observa en
la experiencia).
Kant asume que el conocimiento científico tiene que ser conocimiento de lo
universal y necesario y dar además información acerca de la experiencia. Pues
bien, los juicios analíticos no nos dan conocimiento de la experiencia. Los
juicios sintéticos no nos dan conocimientos universales y necesarios. Luego,
según Kant, los tipos de juicios que habíamos considerado posibles hasta
ahora no nos sirven para constituir las leyes de la ciencia. Si resultase que no
hay ningún otro tipo de juicios, la ciencia (al menos tal y como era concebida
hasta ahora) sería imposible. La única fundamentación del conocimiento
científico sería la costumbre (tal como sostenía Hume).
Pero Kant intentará demostrar que existe otro tipo de juicios a los que llama
juicios sintéticos a priori. Tales juicios por ser a priori nos dan conocimiento
universal y necesario (ya que, al no ser derivados de la experiencia ninguna
experiencia puede invalidarlos); y por ser sintéticos nos dan conocimiento de
experiencia ya que sintetizan, enlazan, un concepto con un objeto.
Los juicios sintéticos a priori son, según Kant, los que componen las dos
ciencias constituidas: las matemáticas y la física.
El problema que Kant se plantea puede entonces resumirse en las tres
cuestiones siguientes:
1. ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas?
2. ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en física?
3. ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en metafísica?
Para responder Kant investigará una por una las tres funciones del
conocimiento que según él se dan en el hombre: la sensibilidad, el
entendimiento y la razón. Estas tres funciones son estudiadas en partes
separadas de la obra: la estética trascendental, la analítica trascendental y la
dialéctica trascendental.

3.1 La estética trascendental.


La sensibilidad es definida como receptividad, pasividad y es además la única
fuente de intuiciones, es decir, de conocimiento inmediato de objetos
singulares. Este hecho de negar que exista una intuición intelectual es típico de
una postura empirista y con ello Kant se distancia del racionalismo. Para Kant
la sensibilidad es una facultad pasiva: es la impresión que un objeto deja sobre
la facultad representativa.
En todo conocimiento hemos de distinguir dos elementos, a saber, la materia y
la forma. La materia del conocimiento son las sensaciones o impresiones que
recibimos del exterior. La forma es el marco en el que ordenamos y
encuadramos las impresiones recibidas.
Si no hubiera forma no conoceríamos nada, pues recibiríamos sólo un caos de
impresiones inconexas y desordenadas. Si no hubiera materia no
conoceríamos nada real.
Según Kant la forma de todas nuestras sensaciones son el espacio y el tiempo
ya que es absurdo afirmar que hemos visto algo en ningún sitio y en ningún
momento y lo mismo ocurre con el resto de nuestros sentidos.
El espacio y el tiempo son, por tanto, intuiciones sensibles, pero intuiciones
puras dadas a priori, es decir, previas a toda experiencia de objetos. El espacio
y el tiempo son las formas a priori de la sensibilidad y por ello la condición de
toda sensación posible.
Una vez puestas de manifiesto las condiciones trascendentales del
conocimiento sensible, Kant pasa a demostrar que, gracias a ellas, son
posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas.
La geometría estudia el espacio y la aritmética la sucesión numérica; según
Kant la sucesión numérica se basa en la sucesión temporal y, por tanto, puede
decirse que la aritmética estudia el tiempo. Pero como espacio y tiempo son
formas a priori, los juicios que se hagan sobre ellos serán también a priori. Y
puesto que no son conceptos sino intuiciones sensibles, esos mismos juicios
serán también sintéticos.
Además de fundar la matemática como ciencia la estética trascendental tiene
otra consecuencia importante: sólo podemos conocer las cosas en la medida
en que están sometidas a las formas de nuestra sensibilidad y puesto que el
espacio y el tiempo no son propiedades reales de las cosas sino algo puesto
por el sujeto es evidente que no podemos conocer jamás las cosas tal como
son en sí mismas sino sólo las cosas tal y como se nos aparecen.
A lo que aparece al sujeto Kant lo llama fenómeno. No podemos conocer las
cosas en sí sino solamente los fenómenos. Las cosas en sí, precisamente
porque son en sí y no en nosotros son incognoscibles.

3.2 La analítica trascendental.


En esta parte de la obra Kant estudia la segunda función del conocimiento: el
entendimiento.
Para el racionalismo sólo era válido el conocimiento intelectual pues la
sensación era siempre un conocimiento confuso; para el empirismo la única
fuente válida de conocimiento era la sensibilidad. Kant no está de acuerdo con
ninguna de estas posturas y busca una intermedia. Para Kant lo que es
“recibido” por los sentidos ha de ser al mismo tiempo “producido” por el
entendimiento; de otro modo los datos de la experiencia no tendrían ninguna
relación con las ideas del entendimiento.
Kant niega que el entendimiento pueda intuir ¿cuál es su función? Según Kant
es pensar los objetos dados por la sensibilidad. Porque percibir impresiones no
es comprenderlas; comprender los fenómenos es poder referirlos a un
concepto: poder decir de un conjunto de colores, formas olores, etc. Que
aquello es una flor, un hombre, etc. La operación por la que referimos
fenómenos a un concepto es el juicio a través del cual predicamos algo de un
sujeto. El entendimiento es por tanto la capacidad de juzgar.
También aquí es posible distinguir entre la materia y la forma del conocimiento:
- La materia es aquello acerca de lo cual se juzga, es decir, los datos de
experiencia.
- La forma es el modo en que el entendimiento los unifica y coordina, o sea,
el modo de juzgar.
La forma, los modos de unificar los datos de la experiencia, es puesta a priori
por el sujeto. Esto no significa que todos nuestros conceptos sean puros; Kant
admite conceptos empíricos, es decir, obtenidos a través de la experiencia.
Pero para formar esos conceptos empíricos tenemos previamente que unificar
los datos sensibles y esa unificación la realizamos mediante conceptos puros.
Por ejemplo, para formar el concepto “perro” que es empírico, primero hemos
tenido que unificar toda una serie de sensaciones mediante el concepto a priori
de sustancia, porque todos entendemos que un perro es una sustancia.
¿Cuántos conceptos puros tenemos? Puesto que el entendimiento es la
facultad de hacer juicios por medio de conceptos habrá tantos conceptos puros
como tipos de juicios.
Kant clasifica los juicios en cuatro grupos cada uno de los cuales se divide a su
vez en tres:
1. Por la cantidad los juicios pueden ser universales (Todo X es Y),
particulares (algún X es Y) y singulares (un único X es Y).
2. Por la cualidad los juicios pueden ser afirmativos (X es Y),
negativos (X no es Y), infinitos (X es no Y).
3. Según la relación pueden ser categóricos (X es Y), hipotéticos
(si X es Y, Q es R) y disyuntivos (X es Y o Q).
4. Según la modalidad pueden ser problemáticos (X es
posiblemente Y), asertóricos (X es realmente Y) y apodícticos (X
es necesariamente Y).

Hay por tanto doce tipos de juicios a cada uno de los cuales le corresponde un
concepto puro o categoría. La lista de categorías es la siguiente: para los
juicios según la cantidad, unidad, pluralidad y totalidad; para los juicios según la
cualidad, realidad, negación y limitación; para los de relación, sustancia,
causalidad y comunidad (acción reciproca); para los de modalidad, posibilidad,
existencia y necesidad.
¿Qué función tienen las categorías? Unificar las impresiones sensibles dadas
en el espacio y en el tiempo; si no se diera esta función unificadora nos
quedaríamos con un conjunto de impresiones inconexas y desarticuladas.
Por otra parte, como las categorías son conceptos puros, vacíos de contenido
empírico ellas solas no nos dan a conocer nada; esto significa que sin los datos
de la intuición sensible podemos “pensar” muchas cosas pero el resultado será
sólo una construcción puramente ideal, un puro juego mental. Para “conocer”
algo hemos de aplicar las categorías a los datos de la intuición sensible. Dicho
de otro modo podemos “pensar” lo que queramos pero no podemos “conocer”
más que aquello de lo que hayamos tenido intuición sensible. Las intuiciones
sin conceptos son ciegas pero los conceptos sin contenido son vacíos, dice
Kant.
La actividad del entendimiento tiene, pues, un límite que no puede superar
jamás y ese límite es la sensibilidad: el entendimiento sólo conoce cuando
piensa sobre impresiones sensibles, si faltan éstas, todo lo que pensemos
carece de valor.
Kant insiste con frecuencia en que los datos que recibimos a través de la
sensibilidad forman un conjunto desordenado e inconexo de impresiones; el
orden y la conexión entre los fenómenos es siempre obra del sujeto.
Por la aplicación de las categorías a los fenómenos, éstos pasan a ser objeto
del entendimiento. Para Kant cuando el entendimiento conoce no capta objetos
sino que más bien “construye” sus propios objetos de conocimiento. El
entendimiento mediante la aplicación de las categorías confiere a los
fenómenos el sello de la objetividad. La cosa en sí, de suyo incognoscible,
pasa a ser objeto de conocimiento por las condiciones a las que la ha sometido
el sujeto.
En esto consiste el giro copernicano que Kant da a las teorías del
conocimiento: no es el sujeto quien al conocer se adecua a las cosas, como se
había pensado siempre, sino que son las cosas las que se adecuan a nuestros
conceptos.
El subjetivismo que encierra esta postura no exige caer en el escepticismo, al
contrario, Kant piensa que con esta teoría ha logrado evitar el fenomenismo
escéptico de Hume. Porque aunque el conocimiento sea subjetivo es también,
al mismo tiempo, universalmente válido, ya que todos los hombres aplicamos
las mismas categorías y, por tanto, fabricamos los mismos objetos de
conocimiento.
Gracias a las categorías es posible la física como ciencia, como conocimiento
universal y necesario. Porque la naturaleza (que es el objeto de la física) no es
más que el mundo objetivo resultante de la aplicación de las categorías a los
fenómenos.

3.3 Dialéctica trascendental.


En la Analítica trascendental Kant ha demostrado que hay conceptos puros y
que esos conceptos o categorías son condiciones necesarias de conocimiento;
también ha concluido que son aplicables sólo a los datos recibidos en la
intuición sensible.
En la Dialéctica Kant analiza la tercera función de conocimiento que se da en el
hombre: la razón. Así como el acto propio del entendimiento es hacer juicios, la
actividad propia de la razón es razonar, es decir, enlazar juicios y extraer
conclusiones.
En todo razonamiento lo que hacemos es, según Kant, vincular unos juicios
con otros según la relación de principio a consecuencia; los juicios que forman
las premisas constituyen los principios del razonamiento; la conclusión es la
consecuencia lógica de los principios.
La razón al igual que la sensibilidad y el entendimiento realiza una función de
síntesis. Según Kant la razón intenta crear una unidad sometiendo todos los
juicios que le sean posibles bajo una regla general, bajo un juicio más universal
que abarque una multiplicidad de juicios particulares sirviendo a éstos de
fundamento. Veamos el ejemplo de Kant. Tomemos el siguiente silogismo:
Todos los hombres son mortales.
Todos los sabios son hombres.
Todos los sabios son mortales.
La razón no se conforma sólo con construir tales razonamientos sino que
intenta buscar el fundamento que los hace válidos. La verdad de la conclusión
depende de la verdad de las premisas y, por tanto, la razón intentará hacer otro
razonamiento que dé razón de la verdad de “todos los hombres son mortales”.
Este razonamiento puede ser el siguiente:
Todos los animales son mortales.
Todos los hombres son animales.
Todos los hombres son mortales.
Esta función de la razón es perfectamente válida, más aún, es el fundamento
de la ciencia, que trata continuamente de buscar leyes generales que expliquen
el mayor número de fenómenos. Pero esta función tiene también sus límites.
Porque la razón busca, en definitiva, lo incondicionado que dé razón de todo lo
condicionado; pero lo incondicionado, por definición, es incognoscible. El
motivo es que todos nuestros conocimientos vienen condicionados por la
aplicación de las categorías a los fenómenos sensibles.
Este concepto incondicionado debería ser un concepto no basado en los datos
de la intuición sensible, pues estos datos nos informan siempre de cómo son
las cosas para mí y no de cómo son en sí. Pero hemos visto que Kant ha
afirmado que no existe intuición intelectual, que la única intuición que el ser
humano posee es la sensible. Todo lo que conozco estará siempre
determinado por mi modo de conocer.
Ahora bien, la ciencia que trata de estudiar la realidad tal y como ésta es “en
sí”, es precisamente la metafísica; luego la metafísica como ciencia es
imposible. No podemos formular juicios sintéticos a priori acerca de lo en sí
porque ni siquiera lo conocemos.
Kant niega la posibilidad de la metafísica como ciencia porque nuestro
conocimiento de lo real está siempre condicionado por nuestro modo de
conocer, las formas a priori de la sensibilidad y las categorías del
entendimiento.
Con todo, desde hace muchos siglos los hombres se han empeñado en hacer
metafísica ¿cómo es posible que durante este tiempo nadie cayera en la
cuenta de que ello es imposible? La respuesta es la siguiente: todas nuestras
funciones de conocimiento son, según Kant, funciones de síntesis. A partir de
una pluralidad de datos intentan unificarlos para obtener un conocimiento
unitario y total de la realidad. Esto mismo, pero en grado máximo, ocurre con la
razón. Si bien es cierto que objetivamente no puede llegar nunca a un concepto
que dé razón de nuestro conocimiento tiene, con todo una tendencia connatural
a intentar alcanzarlo. Esto explica que siempre haya existido la inclinación a
hacer metafísica, a conocer lo “en sí”. Tener esta inclinación es algo natural
aunque nunca pueda ser satisfecha.
El problema surge cuando, dejándose llevar por esa inclinación el filósofo cree
haber logrado su propósito. Puesto que si no llegamos a conocer lo
incondicionado todos nuestros conocimientos carecen de un verdadero
fundamento la razón tiende a sintetizar tres ideas absolutas en las que fundar
todos los razonamientos: Dios, alma y mundo. Esta tendencia es inevitable,
pero es una ilusión. El error está en no reconocerla como tal ilusión y pensar
que efectivamente se ha llegado a lo absoluto.

4. Conclusiones
El problema crítico planteado por Kant (¿es posible la metafísica como
ciencia?) se inscribe dentro de un marco más amplio, característico de la
filosofía moderna: la pregunta por el fundamento de la objetividad del
conocimiento: ¿qué relación guardan nuestras representaciones de objetos con
las cosas?).
Como hemos visto Kant consigue afirmar la objetividad del conocimiento
negando al mismo tiempo la trascendencia: no conocemos las cosas como son
en sí, pero es posible el conocimiento objetivo y la ciencia porque la objetividad
es una propiedad que el sujeto confiere a las representaciones al someterlas a
determinadas condiciones.

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