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5.- Condición interseccional y vida cotidiana (golpe de realidad en la vida concreta) (DNP)
6.- MER como insumo dentro de los esquemas de certidumbre (Prieto Castillo/Grajeda)
7.2. Esteriotipos sobre condiciones diferenciadas entre hombres y mujeres en materia de EPE
8.- ¿Cómo ocurre que las maneras de decir expresen maneras de vivir? (David Grajeda)
A efecto de tener una visión de conjunto de la íntima complementariedad de los cuatro elementos de la propuesta para
la distinción de las organizaciones sociales como redes de conversaciones donde se cultivan determinadas sinergias
MER, se presenta en el siguiente cuadro una síntesis del contenido y la contribución de los mismos a la autogeneración
del sistema (70)
Cuadro 10.
Caracterización de los elementos constitutivos de las organizaciones sociales como redes de conversaciones
--La “forma biológica” de inmortalidad: por la que aspiramos seguir viviendo por medio de nuestra
descendencia (de ahí la intolerancia de “mayorías” respecto de la renuncia consciente de las
mujeres a la experiencia de la maternidad). Visión reproductiva de especie 1.
--La “forma de las obras” que inmortalizan: estriba en el sentimiento según el cual por medio de
nuestras producciones y contribuciones, alguien “nunca muere” (vive en su obra). Visión estética.
--La “forma de natura eterna”: sentimiento certero de que aunque yo me muera el mundo o la
vida no acaba conmigo. Visión ecologista.
--La “forma de trascendencia”: alude a la experiencia de vínculo directo con energías que habilitan
para “ir más allá” de los límites que la vida humana plantea al ser humano (éxtasis psíquico y
espiritual). Aquí se hace énfasis en un estado psíquico (no ontológico) de disposición intensa que
al ser experimentado “supera” temores (incluso mortales). Estado de gran unidad psíquica e
intensidad perceptiva que puede producir un orden simbólico resignificante para la vida de quien
lo experimenta. Todo esto puede acontecer dentro del ámbito religioso pero no exclusivamente:
puede experimentarse en danza (u otras artes), la guerra, la vivencia de la sexualidad, mediante
fármacos, etc.
--la “forma teológica”: según la cual se está convencido de que una energía espiritual es capaz de
superar la muerte (de persona y sociedades). Aquí cabe rescatar que la comprensión de esta
forma en nuestra cultura occidental cristiana supone la postulación de un principio externo,
eterno y trascendente. Este postulado es una forma particular y no necesariamente definitoria de
esta forma de inmortalizar. En forma más general, se puede (81) decir que esta perspectiva brota
del reconocimiento de que nuestra vida dice relación con una fuente que nos desborda y que, sin
embargo, es el fundamento último que la inspira y motiva. Este reconocimiento se expresa por
medio de prácticas sacramentales 82.
El postulado central de este ensayo reside en establecer que la inmoralidad simbólica y el proceso
formativo constituyen el ámbito adecuado dentro del cual analizar e interpretar las prácticas de fe
religiosa o de inmortalidad sacramental 2.
1
Desde los primeros relatos de historia de la humanidad junto al progreso de útiles destaca la presencia de
visiones y de comunidades enteras que se dicen encarnaciones de alianzas con divinidades: esta selección
sobrenatural transmitida a héroes cuyas vivencias colectivas con toda seguridad avalan su veracidad. La
inclinación ante los santuarios de la propia tradición resulta más que justificada: si mis signos son santos,
esto no quiere decir otra cosa que los signos de los otros tienen que ser demoniacos (83).
2. Postulado FAH: una energía Fontal como fundamento del planteamiento
“En la tensión entre vida y cultura y entre colectividad e individuo se asoma la presencia de algo
inefable, el misterio que a pesar de no ser objeto, se atisba como “energía Fontal” (85) en y por la
cual, en última instancia, vivimos. La consciencia de lo anterior nos orienta hacia la interpretación
de hasta dónde nuestra existencia tiene lazos más allá del tiempo y del espacio.
Los seres humanos sabemos que nuestras vidas son transitorias, esto supone que no solo tenemos
que construir nuestras vidas, que recibimos biológica y culturalmente condicionadas pero no
concluidas, sino que ese proceso constructivo (formativo/creativo) tenemos que llevarlo a cabo
desde la perspectiva de su desaparición.
Este dilema es como la situación dese la cual emana el esfuerzo por entender nuestras vidas y
hacerlas perdurar: requerimos estar vivos y seguir viviendo. La tensión entre la conciencia de que
vivimos y de que hemos de morir, nos mueve o impulsa crear formas o imágenes que nos
permitan imprimir en nuestras representaciones de la realidad, nuestras aspiraciones de
inmortalidad.
En cuanto enlace con sustratos profundos de nuestra existencia humana, los símbolos o
representaciones son caminos para sentirnos vivos y compartir nuestras vidas con los demás. Por
medio de los símbolos las generaciones humanas se vinculan entre ellas y generan un sentido de
continuidad y de sentimiento de poder trascender los límites del tiempo y el espacio. Así se puede
decir que la vida humana es como un símbolo de la “energía fontal de la vida” y que a su manera,
la dimensiona históricamente, dotándola de impronta humana.
Por ejemplo, la práctica sacramental (en las liturgias sociales de las iglesias) supone una relación
explícita y diferenciada con la “energía fontal de la vida.” Alude en forma expresa a que la vida
tiene su fundamento en una realidad que transciende sus límites históricos. Esta modalidad de
“inmortalidad simbólica” se expresa en una gran variedad de formas que es lo que llamamos
religiones.
En medio de las tensiones que acontecen entre vida y cultura y entre colectividad e individuo se
asoma la presencia de la realidad inefable, el “misterio” que a pesar de no ser objeto, se atisba
como “energía Fontal” en y por la cual, en última instancia vivimos. Desde un punto de vista
teológico es fundamental afirmar la dimensión no objetiva de la fe y de sus símbolos que
llamamos sacramentos. No obstante, por cuanto los sacramentos son precisamente eso
(“símbolos” y éstos sí son objetivos e históricos e inciden en la historia) es posible y necesario
encontrar formas o modelos de explorarlos. Sugiero que para ello el método formativo en cuanto
aproximación a la práctica simbólica, puede ser enriquecedor” (87).
2
FAH sostiene la hipótesis de que contemporáneamente –en muchos de nuestros países y en las iglesias—la
práctica de los sacramentos (misa y otros) canalizan el problema de la vida relacionando las vidas humanas
con realidades que trascienden sus propios límites (2000, 82). Esto, en sí mismo, torna operativo –con
relativa vigencia—el esquema de certidumbre cotidiano del creyente común y corriente. Funda lo que
Avendaño llama “la inmortalidad sacramental”; es decir, genera cierta alquimia comprensiva entre “esta
vida” y “el más allá”.
“Parto del supuesto de que para sentirse con vida, tanto las colectividades como los individuos
requieren confiar en sí mismos, en sus propias posibilidades y recursos: también en los lazos que
los vinculan con sus semejantes. Estas dimensiones constituyen las bases sobre las que se apoya la
confianza en la comunidad de la vida. Cuando esas bases se derrumban nos encontramos en el
umbral de un desequilibrio espiritual: se experimenta un sentimiento de pérdida, se genera la
sospecha de que se ha vivido un engaño, alguien nos ha engañado, ocurre una “entropía
espiritual.” (Avendaño 2000, 87)
“Utilizo el término entropía espiritual en el sentido de un atascamiento energético, que por causa
de un colapso en las formas o representaciones, produce una desintegración de su flujo. La
“entropía espiritual” es una especie de interrupción del proceso formativo-integrativo.
Obstrucción de la función simbolizadora, que tiende a generar imágenes de muerte y
desintegración. Surge así la sensación de que se está muerto en vida” (Avendaño 2000, 88).
“Debido a su importancia, es necesario aquí tratar de expresar qué es lo que entendemos por
muerte. La muerte, en cuanto símbolo o conjunto de representaciones o imágenes, es una
realidad compleja y polifacética. No obstante, es posible señalar tres dimensiones de su
significado:
En ocasiones la muerte puede ser vista como un símbolo “reconstructivo” o “reformativo” que
habilita al ser humano para enfrentar situaciones difíciles y para emerger con una sensibilidad más
profunda y una representación más amplia de sus propios límites. Desde este enfoque se puede
interpretar los conceptos de sufrimiento, sacrificio, en cuanto “sacramento” (propios de las
liturgias religiosas).
Quiero resaltar aquí que en la “simbolización” se puede percibir una tendencia fundamental a
desarrollar capacidades de compartirse en el amor, de participar en relaciones comunales
(compromisos éticos y morales) y, de mantener la identidad propia que permita el desarrollo y el
cambio.
Dimensiones
Para que podamos afrontar las diferentes situaciones los seres humanos necesitamos
retrotraer imágenes previas y poder así, anticipar situaciones futuras. De ahí la
importancia de la “dimensión temporal”.
El ser humano requiere que exista una conexión entre sus compromisos inmediatos con lo
distante, lo último y lo inmortalizador, esta es la dimensión espacial.
Nosotros tendemos a distinguir entre las imágenes que nos animan y mueven, y aquellas
que nos son periféricas (secundarias), esta es la dimensión emocional.
La fundamentación
Tiene que ver con la relación que los grupos y las personas necesitan cimentar con su propia
historia y con su biología. Es la base para la descentralización: separación y alternabilidad de los
compromisos personales que son necesarios para el crecimiento y para el cambio (92).
Cierre
Es necesario tener presente que los procesos formativos se llevan a cabo porque existen
condiciones para ello. Cada encuentro y cada confrontación es una nueva creación que acontece
porque siempre perseguimos la vida y la sobrevivencia (92).