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En cierta ocasión le pregunté a mi abuela por qué en el pueblo la mayoría de los vecinos

utilizaban para saludarse expresiones como “anda con Dios” o “ve con Dios”, cuando se
cruzaban por la calle; en lugar del habitual “hasta luego” que con tanta asiduidad
empleamos en nuestro entorno urbano… Si daba lo mismo despedirse utilizando una
forma u otra. Esto, que de entrada me pareció una cuestión baladí, y tal vez fruto de
cierta curiosa superficialidad, encerraba sin duda, un contenido mucho más profundo.

La clave a esta pregunta, que mi abuela no supo muy bien responderme, salvo apelando
a la tradición de que siempre había sido así; tuvo paradójicamente su respuesta, en las
palabras de un ateo universal, Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán escribía en “El
loco”, que “mientras Dios permanezca en el lenguaje humano, no se podrá decir que
Dios ha muerto”.

Cada día, multitud de personas dedican gran parte de su jornada, con no poco esfuerzo y
sacrificio, al misterio de la contemplación, como forma preciosa de entrega a los demás
a través de Dios. Si bien esto no es posible para la mayoría de los que pertenecemos al
pueblo llano, ya que la mayor parte del día nos hayamos afanados en los cotidianos
rigores del trabajo que frecuentemente se extiende de sol a sol; sí que es posible
mantener en nuestra mente de forma continua, la presencia de nuestro Padre amoroso
que cuida de nosotros en todo momento. Esta necesidad se ha ido materializando a los
largo de la historia, y no son pocas las distintas maneras en las que podemos también
consagrar nuestra vida de mundo, de trabajo cotidiano, y de vorágine familiar, teniendo
presente a Dios de forma permanente, al menos en nuestra mente. Seguro que en gran
medida, nuestro léxico, puede ayudarnos en esta contienda diaria.

Los más de siete siglos de invasión musulmana en España, sin duda constituyen un
ejemplo digno de mención. Durante todo este tiempo la conversión de cristianos al
Islam (conocidos como muwaladun o muladíes) fue un hecho innegable, sobre todo a
medida que las leyes y la presión tributaria se fueron haciendo cada vez más asfixiantes
para los dimmíes (cristianos). Aun así, después de muchas generaciones de islamización,
era frecuente encontrar en las conversaciones de estos muladíes, términos como “adiós”,
“ve con Dios”, “calvario” o “cruz” y expresiones como “¡Santa María!” o “¡por todos
los santos!” Estos nietos o biznietos de cristianos, cuyos ancestros habían decidido
hacerse musulmanes para no perder sus propiedades ni su posición en la ciudad; que
frecuentaban las mezquitas, hacían sus abluciones y rezaban a Allah invocando el
nombre del Profeta; seguían manteniendo de alguna forma a través del lenguaje
cotidiano la presencia del Dios único y verdadero1.

Adiós es un término surgido como expresión de buen deseo… de ir con Dios, de


dirigirse y mirar hacia Dios. Y tiene su equivalencia en prácticamente todas las lenguas
de la Europa cimentada sobre las bases del cristianismo: a-dieu en francés y en alemán;
a-dio en italiano; a-deus en portugués… Hasta en la lengua anglosajona, aunque con
distinta conformación, el significado etimológico de la palabra adiós es el mismo:

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Si bien también se produjeron algunos intercambios en sentido inverso, fruto de los años de
convivencia, baste mencionar el término “ojalá”, procedente de “Oh!-Allah”’, del árabe, (si Dios quiere).
“good-bye“, que no es otra cosa que la contracción de “God be with you”, “Dios esté
contigo”.

No hace falta más que echar un vistazo al lenguaje común, para descubrir las no pocas
invocaciones a Dios, que en la mayoría de los casos repetimos constantemente de
manera automática, casi sin darnos cuenta; y que han ido generando una cultura en el
correr de los siglos, en la que de manera difusa, silenciosa y prácticamente inapreciable
mantenemos presente a Dios en nuestra vida y al menos en el lenguaje.

Tampoco es ninguna tontería invocar el nombre de Jesús, cuando alguien estornuda.


Cuando la peste negra asoló la Europa del siglo XIV, un simple estornudo podía muy
bien constituir el primer síntoma que pusiera de manifiesto la fatal enfermedad, por eso
a modo de rogativa se acudía inmediatamente al mismísimo nombre de Jesús para evitar
el mal, o incluso por qué no, a toda la sagrada familia: Jesús, María y José.

Hasta mañana, “si Dios quiere”, solemos decir al despedirnos. Todo en nuestra vida
sucede, “gracias a Dios”. Nuestras empresas y proyectos saldrán adelante, “Dios
mediante”. Los asuntos de extrema necesidad, se ruegan “por Dios”, o incluso por “el
Amor de Dios”. Un buen trabajo se hace “como Dios manda”; aunque aquello que casi
nos superó pudimos culminarlo a pesar de costarnos “Dios y ayuda”. Y ante la injusticia
se “clama al cielo”. Los mejores momentos de nuestra vida son “divinos” o incluso
“celestiales” y cuando el gozo y la alegría brotan de nuestro corazón, estamos “en la
gloria”.

Tanto en la desnudez como en la precariedad nos encontramos “como Dios nos trajo al
mundo”. La espontaneidad se enuncia “a la buena de Dios” o “como Dios nos dio a
entender”. En los momentos de escasez, “Dios provee”. Ante la sorpresa, “¡Dios
Santo!”; y frente a lo que no damos crédito “que baje Dios y lo vea”. De aquello que
nos sobrecoge pedimos, “¡qué Dios nos libre!, ¡Dios nos valga!, ¡Dios nos coja
confesados!, ¡Dios nos ampare! o ¡Dios nos proteja!”. En la incertidumbre, “Dios dirá”
y ante un futuro dudoso, “sabe Dios”. En la gratitud, “que Dios te lo pague”. En los
buenos deseos, “que Dios te bendiga”. En la contrariedad, “válgame, o vaya por Dios”.
En la resignación “¡Ay Señor!”. En la turbación, “¡Dios mío!”. Del peligro, “que Dios
nos guarde”. Y en las grandes adversidades “que Dios nos ampare”. En las largas
despedidas, “ve con Dios”. Y ante el futuro, nos abandonamos a la providencia con un
“que sea lo que Dios quiera”.

Todo eso por no hablar de las invocaciones a la Madre de Dios, como ¡Virgen Santa! o
¡Ave María purísima!; A los santos, o las continuas expresiones de las Sagradas
Escrituras incorporadas de manera natural a nuestra comunicación diaria. Sin olvidar
nuestro refranero popular, con inagotables referencias: “Dios aprieta, pero no ahoga; al
que madruga Dios le ayuda; cada uno en su casa y Dios en la de todos; a Dios rogando y
con el mazo dando; una vela a Dios y otra al diablo”…

Para terminar solo indicar que en el seno de los regímenes comunistas, donde se ha
intentado eliminar, no solo a Dios, sino cualquier aspecto que pueda trascender de lo
puramente material, ya se han encargado de sustituir cualquier expresión cristiana por
otras que no permitan encontrar a Dios ni siquiera “en el lenguaje”. Así que cuando en
estos países se estornuda o te despides no esperes escuchar un adiós o un Jesús, sino
simplemente: ¡salud!

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