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El devenir histórico de los

paisajes culturales de un pueblo


catamarqueño (Andalhuala,
Yocavil, Argentina)
The Historical Trajectory of Cultural Landscapes of a
Catamarca Village (Andalhuala, Yocavil, Argentina)
Alina Álvarez Larrain*1
Universidad Nacional Autónoma de México

RESUMEN ABSTRACT
Este trabajo se propone realizar una síntesis This work aims to synthesize the historical tra-
del devenir histórico de los paisajes cultura- jectory of the cultural landscapes of Andalhua-
les de Andalhuala, un pueblo catamarque- la, a village located in Catamarca, Northwest
ño del noroeste argentino. Entendemos los Argentina. Cultural landscapes are understood
paisajes culturales como construcciones so- as social constructs that are the product of the
ciales producto de la interacción de las per- interaction of people with their environments.
sonas con sus entornos. Abarcaremos desde Temporally, we will cover from the first hunter-
los primeros grupos cazadores-recolectores gatherer groups that inhabited the area until
que habitaron la zona hasta el periodo colo- the Colonial period, when the Spanish society
nial, cuando se afianza la sociedad española. is consolidated. In the current revaluation of
En el contexto actual de revalorización de ancestral cultures in Argentina, we expect this
las culturas ancestrales en Argentina, espe- case study to provide a better understanding
ramos que el caso de estudio proporcione of this cultural heritage and the long-term pro-
un mejor conocimiento de dicha herencia cesses of change of these pre-Columbian land-
cultural para entender los procesos de cam- scapes resulting from different ways of inhab-
bio en el largo plazo de estos paisajes pre- iting, episodes of conquest, and configuration
colombinos, producto de distintos modos of new social identities.
de habitar, episodios de conquista y confi- Keywords: cultural landscapes, pre-Columbi-
guración de nuevas identidades sociales. an societies, Andalhuala, Argentine Northwest.
Palabras clave: paisajes culturales, socie-
dades precolombinas, Andalhuala, noroeste
argentino.

* Doctora en Arqueología de la Universidad de Buenos Aires. Becaria posdoctoral DGAPA-UNAM


en el Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Universidad Nacional Autónoma de
México, Campus Morelia; miembro del Conicet-Instituto de las Culturas (Idecu), Universidad
de Buenos Aires (UBA). Recientemente publicó: “Paisajes agroalfareros del primer y segundo
milenio DC en la Mesada de Andalhuala Banda (Yocavil, noroeste argentino)”, Ñawpa Pacha:
Journal of Andean Archaeology 36, n.o 2 (2016): 161-184 y “Don Mateo-El Cerro, a Newly Redis-
covered Late Period Settlement in Yocavil (Catamarca, Argentina)”, Andean Past 12 (2016):
203-210. alinaalvarez larrain@gmail.com.

revista colombiana
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Vol. 54, N. 0 1 RECIBIDO: 12 de diciembre del 2016
pp. 219-252
de antropología enero-junio DEl 2018 Aprobado: 29 de agosto del 2017
Alina Álvarez Larrain

A los pobladores de Andalhuala

Introducción

E
l noroeste argentino (en adelante NOA) es una región geográfica com-
prendida en el área andina meridional que limita con Bolivia y Chile.
Su territorio abarca los ambientes desérticos del altiplano, los valles
y quebradas que se despliegan hacia el sur y el este de la puna y la
ceja de selva hacia el oriente. Las evidencias de ocupación humana
en esta región se remontan hasta finales del Pleistoceno, con bandas de cazado-
res recolectores. Para el siglo XV, momento de la Conquista española, sociedades
sedentarias productoras de alimentos ya modelaban los paisajes de la región (Al-
beck 2000; Aschero 2000; Castro y Tarragó 1992; Ruiz 1995-1996).
Los valles Calchaquíes del NOA (de los cuales el valle de Yocavil o Santa
María es su porción sur) fueron una región de gran complejidad sociopolítica en
tiempos prehispánicos y actualmente es una zona rica en vestigios arqueológicos
(Scattolin 2010; Tarragó 2000; Williams 2003). Estos valles son significativos tam-
bién dado que a la llegada de los españoles le siguió más de un siglo de rebeliones
indígenas contra la dominación europea, una resistencia singular en el mundo
andino que construyó una imagen de los indígenas de la región como indómitos
y peligrosos (Rodríguez 2008, 2011).
En la década de 1960, los pobladores del valle de Yocavil parecían descono-
cer la suerte de las poblaciones nativas (Rodríguez y Lorandi 2005, 435), aunque
numerosos sitios arqueológicos eran evidencia de su existencia pasada1. Según
Rodríguez y Lorandi (2005), el legado precolombino no formaba parte de la au-
toidentidad cultural del área, que se percibía como de descendencia europea o
a lo sumo mestiza. No obstante, para inicios del 2000 esa situación comenzó a
cambiar con el surgimiento de una preocupación social y política por recupe-
rar las tradiciones y el pasado prehispánico, poco conocido por los locales, pero
revalorado como lo culturalmente “auténtico” (436). En este proceso se fueron
constituyendo comunidades indígenas locales, vinculadas a través de la Unión
de los Pueblos de la Nación Diaguita, que fueron recuperando, revalorizando y

1 Nos referimos, principalmente, a los poblados-pukara del periodo Tardío (1000-1430 d. C.)
que albergaban a cientos de miles de habitantes y que aún hoy se destacan en el paisaje del
valle.

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recreando prácticas culturales de reminiscencia prehispánica (Isla 2003; Lazza-


ri y Korstanje 2013; Marchegiani et al. 2006).
En este contexto sociopolítico de revalorización de rasgos de las culturas
ancestrales, y a partir de encuentros con pobladores, maestros y estudiantes de
Andalhuala interesados en conocer el pasado precolombino de su pueblo, nuestro
objetivo es hacer una síntesis del conocimiento existente hasta el presente sobre
los paisajes culturales de Andalhuala que contribuya a un mejor entendimiento
de dicha herencia cultural. El rango temporal abarcado va desde unos 10.000
años antes del presente (a. P.), con los primeros grupos cazadores-recolectores
que habitaron la zona, hasta el siglo XVIII d. C., momento en el que se afianza la
sociedad colonial española al tiempo que se produce un proceso de repoblamien-
to indígena en los valles.
Abordaremos el devenir histórico de Andalhuala poniendo el eje en el es-
tudio de los paisajes culturales en el largo plazo. Entendemos los paisajes cultu-
rales como construcciones sociales que son el producto de la interacción de las
personas con sus entornos (Criado 1999; Thiébaut, García y Jiménez 2008; Tilley
1994), donde cada grupo introduce sus propias pautas de ocupación, añadiendo
estratos a los restos materiales de los usos anteriores (Anschuetz et al. 2001; Bai-
ley 2007).
La manera en que la gente se relaciona con el mundo depende del tiem-
po, el lugar y las condiciones históricas específicas (Bender 1993); las formas del
paisaje, sus lugares significativos, se construyen y cambian a partir de la tempo-
ralidad del movimiento de los seres humanos que lo habitan (Ingold 2000; Tilley
1994). Al moverse a través de los paisajes construidos, es decir, en espacialida-
des significativamente constituidas, las personas adquieren conocimiento sobre
las cosas y sus relaciones (Bourdieu [1972] 2012). Así, un punto de partida en el
estudio de los paisajes es el registro de los distintos lugares habitados y modifi-
cados por los seres humanos en sus actividades cotidianas e interacciones con el
entorno. El estudio de dicha materialidad, entendida como la relación que se es-
tablece entre los sujetos y los objetos en las prácticas sociales que los constituyen
mutua­mente (Miller 2005), permite abordar los paisajes que fueron el producto
de distin­tos modos de habitar de los grupos asentados allí (Ingold 2000). El concep-
to de lugar (Tuan [1977] 2003) se refiere a localidades que se vuelven signifi­ca­t ivas
desde la experiencia humana, y pasan a formar parte de mundos más ex­tensos de
sentido y acción. La reconstrucción progresiva de la red de lugares en Andal-
huala nos permite desagregar algunos de los distintos paisajes que se su­cedieron
en esta localidad (Smith 2003; Thomas 2001; Zedeño 2000).

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La revisión presentada aquí constituye una mirada amplia de la historia


de la zona, basada en la recopilación de estudios antropológicos y etnohistóricos,
investigaciones arqueológicas llevadas a cabo por el Proyecto Arqueológico Yo-
cavil desde la década de los ochenta y mis propios trabajos de campo en Andal-
huala durante mis estudios de licenciatura y doctorado. Los cortes temporales
propuestos responden a hitos que marcaron la historia del valle, tal como fueron
abordados en las investigaciones científicas. El caso es pertinente también para
entender los procesos de cambio en el largo plazo que han sufrido los paisajes
precolombinos del noroeste argentino, en relación con los distintos modos de ha-
bitar de las poblaciones nativas y foráneas, los episodios de conquista que han
enfrentado y la consecuente configuración de nuevas identidades sociales.

Marco geográfico
El valle de Yocavil (provincias de Tucumán y Catamarca) es una depresión tec-
tónica de 100 km de longitud, surcada por el río Santa María y enmarcada por
la Sierra del Cajón o Quilmes al oeste, y por las Cumbres Calchaquíes-Sierra del
Aconquija al este. Se caracteriza por ser un entorno semiárido, con precipitacio-
nes estivales (O. Ruiz 1972). Actualmente, la población del valle se concentra en
pueblos ubicados en un eje longitudinal a lo largo de la planicie aluvial del río
Santa María (que coincide con el trayecto de la Ruta Nacional 40), y en caseríos
sobre los valles y quebradas del este (figura 1).
La localidad de Andalhuala2 se ubica entre el río Santa María y la Sierra
del Aconquija, a 25 km al sureste de la ciudad de Santa María y a 9 km de San
José, capital del municipio homónimo al que pertenece. Desde Santa María se
llega en vehículo tomando la ruta nacional 40 rumbo al sur unos 16 km y luego
girando hacia el este por la ruta provincial 39 otros 8 km, una vía sin pavimen-
tar que desemboca en el centro cívico de Andalhuala (figura 2). Este nombre es
un topónimo en lengua kakán3 que hablaban las poblaciones nativas del valle
en tiempos prehispánicos. Con el arribo de los españoles que poseían algunos
conocimientos del quechua adquiridos en Cusco, se fomentó este idioma foráneo

2 Muchas veces confundida con Andalgalá, en el departamento homónimo, aparece escrita


también como “Andalhualá”, “Andalgualá”, “Andalguala” y “Andaguala”.

3 La única referencia que tenemos sobre el significado del topónimo lo encontramos en Lafo-
ne Quevedo (1898, 28), quien propone que el nombre vendría de anta = cobre y huala = cosa
redonda, haciendo alusión a “un bolón o disco colosal de arenisca roja”.

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Figura 1. Mapa del valle de Yocavil con la ubicación de algunas ciudades modernas
y poblados prehispánicos

Fuente: imagen satelital tomada de Google Earth Pro 2014.

como lengua franca debido a la dificultad de aprender el kakán por sus sonidos
guturales (Giudicelli 2013); como consecuencia, el kakán se ha convertido en una
lengua muerta de la que solo sobreviven topónimos y apellidos.
La población actual de Andalhuala se encuentra sobre una formación se-
dimentaria del Terciario Superior (formación Andalhuala), que se adosa al basa-
mento precámbrico de la Sierra del Aconquija (Ruiz Huidobro 1972). Sobre estos
sedimentos se formaron depósitos aluviales del Cuaternario (formación Caspin-
chango), antiguos abanicos aluviales labrados por la erosión laminar y eólica
que hoy se observan como glacis4. Este ambiente de mesadas se encuentra sur-
cado por los principales cauces tributarios del río Santa María que nacen en la
cumbre de la Sierra del Aconquija y generan un entorno de “oasis fértiles”, que
contrasta con el ambiente más árido del valle principal (Tineo 2005) (figura 3)5.

4 Los lugareños denominan a los glacis mesadas, dadas sus extensas superficies planas y ele-
vadas con respecto al entorno.

5 En las mesadas se encuentra representado el monte espinoso, arbustal abierto con especies
caducifolias espinosas, y la estepa de Larrea (o de jarillas), junto con la presencia de cactáceas
columnares (cardones) hacia el oriente. Este tipo de vegetación es utilizada como leña, para
forraje de cabras, construcción de corrales y techos. De los bosques originarios de algarrobo,
tan preciados por las poblaciones prehispánicas, solo se preservan pequeños sectores dado que
la agricultura ha llevado a una tala extensiva. Los glacis altos y las faldas bajas de la Sierra
del Aconquija, entre los 2.500-3.000 m s. n. m., se caracterizan por la presencia de la provincia
Prepuneña con cactáceas columnares de gran tamaño, mientras que por encima de los 3.000
m s. n. m. se encuentra la provincia Puneña, con una vegetación baja y rala de estepa arbustiva
abierta, y la provincia Altoandina, con estepa de gramíneas duras (Cabrera 1976).

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Figura 2. Imagen satelital de Andalhuala. Las estrellas indican sitios arqueológicos

Fuente: imagen satelital tomada de Google Earth Pro 2014.

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Figura 3. a. Río Andalhuala; b. Río Azampay

Fuente: elaboración propia.

En Andalhuala se distinguen tres sectores de caseríos con pequeñas fincas


de propiedad privada que no suelen superar las 5 o 6 ha cada una. La econo-
mía del pueblo se centra en el cultivo de árboles frutales (nueces, duraznos, vid,
membrillo), papa y ají, junto a la cría de ganado europeo (Bolsi 1967). El sector
meridional es Andalhuala del Bajo, conformado por terrenos cultivados sobre la
planicie aluvial del río Andalhuala, cerrados por el sur por una mesada alta don-
de se construyó un calvario o vía crucis. El sector central, Andalhuala del Alto,
consiste en el trecho de planicie aluvial abandonada del antiguo curso del río
Andalhuala, limitado al sur por el río Andalhuala y al norte por el río Yapes. En
este sector se ubica el centro cívico del pueblo; allí las fachadas de las viviendas
se ubican mirando al camino principal, sobre cuyo eje se encuentran también
la escuela, el centro cultural, el destacamento policial, la delegación comunal, la
iglesia y la posta médica. Al norte, Andalhuala La Banda consiste en fincas si-
tuadas en las planicies aluviales de los ríos Yapes y Azampay. Durante la época
estival, la comunicación con las otras zonas se ve reducida debido a que la vía sin
pavimentar que atraviesa ambos lechos queda anegada. En La Banda y El Bajo,
si bien las viviendas se encuentran cerca de los caminos de acceso, presentan un
patrón más disperso (figura 4).

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Figura 4. a. Vista de Andalhuala La Banda desde el norte; b. vista de Andalhuala del Alto desde el sur;
c. calle principal del Alto; d. vista de Andalhuala del Bajo desde el este

Fuente: elaboración propia.

El paisaje de los cazadores-recolectores


(10.000 años antes del Presente)
Hace unos 10.000 a 8000 años a. P., el valle de Yocavil estuvo poblado por gru-
pos cazadores recolectores (CR). Se sabe poco de estos primeros pobladores, dado
que sus asentamientos son difíciles de hallar, por un lado, porque eran cuevas y
aleros internados en la sierra o porque contaban con construcciones temporales
que no se habían preservado y, por otro lado, debido a la larga trayectoria de
ocupación que ha generado un palimpsesto o superposición de paisajes, que ha
borrado o alterado las huellas de estas ocupaciones más antiguas.
Un pionero en el estudio de estas poblaciones en Yocavil fue Eduardo Ci-
gliano, quien trabajó en un sitio cantera-taller emplazado en una hoyada rodeada

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de mesadas en la localidad de Ampajango, al sur de Andalhuala (Cigliano et al.


1962). Allí, definió la llamada Industria Ampajanguense, compuesta por grandes
lascas, bifaces, raederas y raspadores confeccionados sobre andesita, materia
prima de fácil acceso y buena calidad que predomina en forma de grandes blo-
ques en la superficie de mesadas y vallecitos (figura 5a).

Figura 5. a. Punta Ampajanguense (adaptado de Cigliano et al. 1962, figura 59); b. puntas Ayampitín
(adaptado de González 1952, lámina 13). Originales sin escala

Fuente: elaboración propia.

Esta línea de investigación ha sido retomada por Juan Pablo Carbonelli


(2013a, 2013b), en localidades del sudeste del valle como Andalhuala, donde tam-
bién se han hallado materiales de la Industria Ampajanguense. Sus trabajos han
permitido determinar que otra de las rocas de buena calidad utilizada por estas
poblaciones fue el basalto, disponible en forma de nódulos sobre las mesadas o
rodados transportados por los ríos. También se ha encontrado cuarzo, materia
prima disponible de menos calidad para la talla, pues su dureza hace difícil pre-
decir el tipo de lasca que se obtendrá.
Carbonelli (2013b) ha propuesto que el sitio cantera-taller de Ampajango
pudo ser utilizado durante miles de años para obtener preformas de instrumen-
tos y bifaces, luego empleados o retrabajados en otros sitios de las cercanías, como
Andalhuala. Las prospecciones en la zona no han permitido encontrar aún sitios
como puestos de caza, campamentos residenciales, escondri­jos o campamentos
logísticos, con la excepción de estructuras rústicas consideradas parapetos en la
mesada del Calvario (Myriam N. Tarragó, comunicación personal).
Cigliano describió también la existencia de puntas Ayampitín en las me-
sadas que rodean la cantera-taller de Ampajango. La Industria Ayampitín fue

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definida en las Sierras Centrales de Córdoba por Alberto R. González (1960), a


partir de la presencia de grandes puntas de proyectil lanceoladas (con forma
de hoja de laurel), trabajadas en ambas caras por retoque a presión (figura 5b).
Estas puntas se integraban como cabezal a un astil que facilitaba la propulsión,
conformando un arma arrojadiza o de enfrentamiento a corta distancia, óptima
para la caza de guanacos (Lama guanicoe). Esta tecnología lítica cuenta con una
amplia dispersión en el NOA y una antigüedad de unos 8000 años a. P. (Bonnin y
Laguens 2000).
Un material lítico de superficie procedente de la Mesada de Andalhuala
Banda arrojó datos interesantes que complejizan la ocupación de Andalhuala du-
rante épocas tan tempranas. A partir de la comparación de atributos morfológicos
de puntas de flechas halladas allí con tipos morfológicos definidos para sitios fe-
chados de Antofagasta de la Sierra, Carbonelli (2013a) ha podido utilizar los dise-
ños de algunas puntas como marcadores cronológicos. Una punta de proyectil con
pedúnculo, elaborada en andesita, presenta similitud con un grupo morfológico
de armas arrojadizas datado en 5490-4350 a. P. Otra punta con pedúnculo y ale-
tas en espolón de andesita se asemeja a un grupo morfológico de 4150-3430 a. P.,
siendo un arma arrojadiza de corto alcance. Asimismo, dos bifaces tallados en
andesita se encuentran asociados a las actividades de talla de grupos CR, técnica
que no se registra en las sociedades agropastoriles de la zona (Carbonelli 2011).
Estas semejanzas han llevado a Carbonelli a plantear a la Mesada de Andalhuala
Banda como un paisaje utilizado desde por lo menos 5000 años a. P. como lugar
de caza o tránsito dentro de los trayectos recorridos hacia las faldas del Aconqui-
ja para dicha actividad.
Una nueva vía de análisis en desarrollo para el estudio de los grupos CR es
la datación de la microestratigrafía del barniz del desierto, una pátina cobriza
presente en la superficie de los bloques y artefactos cuya formación se encuentra
afectada por variaciones climáticas en regiones áridas (Somonte 2009). Una data-
ción de este tipo sobre dos lascas de andesita recuperadas en Ampajango dio como
resultado que la capa más antigua de barniz fue depositada hace 9400 años a. P.,
siendo la manufactura del artefacto lítico anterior a esa fecha lo que demuestra
la profundidad temporal de la ocu­pación humana en el área (Carbonelli 2013a).

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La aldea como centro del espacio habitado


(primer milenio d. C.)
Hace unos 3000 años a. P. se consolidó en el NOA un modo de vida sedentario en el
que se combinaron la caza y recolección con la agricultura y el pastoreo (Olivera
2001; Tarragó 1999). El paisaje estaba habitado por pequeñas comunidades asen-
tadas en aldeas con arquitectura residencial y agrícola, lugares y recipientes de
almacenaje y vasijas cerámicas para la cocción de alimentos. Los asentamientos
presentaban un patrón disperso, en el que cada vivienda estaba rodeada de sus
campos de cultivo, o bien, con un núcleo habitacional más concentrado próximo
a las áreas agrícolas (Scattolin 2010). La vivienda predominante fue la de planta
circular, conocida como patrón alveolar o tipo Tafí. El recinto central de mayores
dimensiones era el patio donde la familia realizaba actividades como el procesa-
miento de materias primas y la elaboración de manufacturas, cocción y almace-
namiento de alimentos, entierro y culto a los muertos (Berberián y Nielsen 1988).
En Yocavil, reconstruir ese mundo agroalfarero temprano no es fácil. Al
igual que pasa con los CR, la magnitud de las ocupaciones más tardías ha altera-
do las evidencias de estas poblaciones, de las cuales, sin embargo, se conocía una
importante cantidad de piezas arqueológicas en museos nacionales y extranjeros
(Scattolin 2000). En comparación con la cantidad de poblados tardíos registrados
en los valles Calchaquíes, las pruebas de asentamientos del primer milenio d. C.
son pocas (Tarragó y Scattolin 1999); en este sentido, Andalhuala se ha configu-
rado como un lugar central para la investigación de esas primeras poblaciones
sedentarias de Yocavil. Trabajos de excavación emprendidos desde el año 2002
en la Mesada de Andalhuala Banda permitieron conocer diversos aspectos de la
casa más antigua encontrada en el valle (Palamarczuk et al. 2007), sitio que fuera
llamado Soria 2 por el nombre de la familia Soria de La Banda, que brindó alber-
gue al equipo de trabajo del Proyecto Arqueológico Yocavil en sucesivas tempo-
radas de campo. Por otro lado, el conjunto artefactual de Soria 2 ha permitido
esbozar un periodo Temprano con rasgos locales que se diferencian ligeramente
de las culturas arqueológicas definidas en otras áreas del NOA (González 1977).
Soria 2 es una casa conformada por, al menos, dos habitaciones adosadas
de plantas cuadrangulares con esquinas redondeadas, denominadas recintos 1 y
2 (figura 6). Sus muros de piedra eran solo parcialmente visibles en la superficie
antes de las excavaciones, dadas las alteraciones producidas por las ocupaciones
tardías de carácter habitacional y agrícola. Fueron construidos con piedras selec-
cionadas de tamaño uniforme, ubicando las caras planas hacia el interior de los

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espacios habitados. Es factible que los muros se continuaran hacia arriba con pa-
redes de adobes, tapia o algún otro material perecedero que hoy no se conserva.

Figura 6. Recintos 1 y 2 de Soria 2

Fuente: elaboración propia.

El Recinto 1, de unos 8 m de lado, ha sido interpretado como un patio. A


partir de la presencia de un fogón, agujeros de postes, un pozo de residuos, la
posición horizontal de los hallazgos, restos de animales (camélidos, armadillos
y cérvidos), restos vegetales (quínoa: Chenopodium quinoa, algarrobo: Prosopis,
maíz: Zea mays y chañar: Geoffroea decorticans) y el ensamble de los fragmen-
tos cerámicos, se pudo determinar la presencia de una superficie de ocupación
donde los habitantes de Soria llevaron a cabo actividades como la cocción y el
consumo de alimentos.
El conjunto cerámico “ordinario” de cocción oxidante, pasta gruesa y su-
perficies alisadas responde en su mayoría a ollas empleadas para la cocción y tal
vez para el almacenaje. El conjunto “fino”, de pastas delgadas plomizas y super-
ficies pulidas, está representado en su mayoría por pucos (cuencos). Algunos po-
seen modelados zoomorfos aplicados sobre los labios. Ambos tipos de alfarerías

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fueron utilizados tanto en el ámbito cotidiano, en tareas de consumo y servicio


de alimentos y bebidas, como en eventos excepcionales para el entierro de niños
dentro de los muros de la casa (Baigorria di Scala 2009; Spano, Grimoldi y Pala-
marczuk 2014). También, fue hallado aquí un fragmento de pipa cerámica, arte-
facto que las sociedades tempranas utilizaban para fumar cebil (Anadenanthera
colubrina) y otras plantas psicoactivas en contextos rituales (Rosso y Spano 2005-
2006) (figura 7).

Figura 7. Hallazgos de Soria 2. a. Puco no restringido bruñido; b. botellón negro pulido con decoración
incisa; c. botellón con decoración modelada e incisa (adaptado de Spano 2008; figs. 29, 30a y 49a);
d. cuchillo con retoque bifacial marginal de filita; e. puntas de proyectil de obsidiana
(adaptado de Carbonelli 2013; figs. 2 y 3)

Fuente: elaboración propia.

El conjunto lítico de Soria 2 fue confeccionado principalmente en andesita,


materia prima local. La excepción más destacada son dos puntas de proyectil de
obsidiana, materia prima de excelente calidad para la talla, proveniente de las
fuentes Ona y Laguna Cavi ubicadas en Antofagasta de la Sierra, que indican el
contacto de las sociedades tempranas de Andalhuala con sus contemporáneas de
la puna (Carbonelli 2011). Para la preparación de los artefactos de molienda como
molinos6, morteros y manos fueron seleccionadas rocas metamórficas, dados sus

6 Conocidos coloquialmente en la zona como conanas.

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atributos de dureza, rugosidad, tenacidad y capacidad de abrasión (Carbonelli


2013a).
El Recinto 2 pudo tratarse de una habitación techada de 6 m de lado y su
conjunto artefactual fue similar al encontrado en el R1. En ambas habitaciones
se encontraron estructuras funerarias consistentes en vasijas y cerramientos de
piedras empleados para el entierro de infantes. El análisis emprendido por Spa-
no, Grimoldi y Palamarczuk (2014) señala que los eventos de entierro ocurrieron
tal vez unos 200 años después del abandono de los recintos como espacio de vi-
vienda, por gente que compartía pautas culturales con los habitantes, debido a
las similitudes entre los recipientes cerámicos empleados en ambos contextos.
Los trabajos posteriores de registro de la arquitectura de superficie de la
Mesada de Andalhuala Banda nos permitieron registrar otras 12 unidades arqui-
tectónicas con recintos de plantas circulares y subcirculares con muros seme-
jantes a Soria 2 (Álvarez 2016b). Un sondeo exploratorio (1 x 1 m) de una de esas
unidades, un recinto semicircular de 4 x 7 m de planta interna ubicada 300 m al
NO de Soria 2, permitió descubrir, dentro de sus muros, la inhumación de un
neonato en una olla de tipo ordinario, de forma restringida y cocción oxidante,
semejante a las empleadas en Soria 2 (Álvarez, Spano y Grimoldi, en prensa). El
análisis estratigráfico y artefactual de Soria 3, como optamos por llamar a la
unidad arquitectónica 11, nos llevó a pensar que esta consistió en una antigua
casa, utilizada como espacio funerario luego de su desocupación como espacio
doméstico. Los fechados realizados sobre el individuo inhumado confirmaron
la cronología temprana del entierro. Al mismo tiempo, los materiales cerámicos,
líticos y restos faunísticos recuperados en el sondeo eran coherentes con un po-
sible uso doméstico previo de la unidad (Álvarez, Spano y Grimoldi, en prensa).
Las prospecciones emprendidas en Andalhuala nos permitieron registrar
arquitectura y estilos alfareros de modalidad semejante a Soria 2 y 3, en la mar-
gen sur del río Azampay. Estos espacios, próximos al río, parecen estar formando
parte de un mismo sector de asentamiento donde se concentró la ocupación du-
rante el primer milenio d. C. en Andalhuala. Una ocupación temprana en estos
glacis bajos es esperable dadas las mejores condiciones en términos de calidad de
suelos, pendiente moderada, insolación para los cultivos y accesibilidad al agua
de riego. La ausencia de presión demográfica habría permitido la utilización de
las mejores tierras para el cultivo, que requieren una inversión tecnológica mo-
derada para su aprovechamiento. Aunque no tenemos datos directos, los campos
de cultivo pudieron estar dispersos en íntima asociación con los recintos habita-
cionales, o bien, ubicados en los terrenos bajos del fondo de valle, donde hoy se
concentra el pueblo.

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

Por lo que conocemos hasta el momento, el periodo Temprano en Andal-


huala se asemejaría a lo propuesto para las primeras aldeas registradas en el
NOA que, no obstante, han tenido sus particularidades según las distintas regio-
nes (Korstanje et al. 2015): sociedades sedentarias que subsistían principalmente
de la agricultura y el pastoreo, enterraban a sus muertos y habitaban el paisaje
a partir de patrones aldeanos dispersos o concentrados, pero con baja densidad
demográfica y bajo nivel de diferenciación social, regidas, tal vez, por distincio-
nes sexuales, grupos de edad y pertenencia a linajes.

Pukaras, chacras y puestos en el paisaje


“calchaquí” (1000-1430 d. C.)
No sabemos aún si las poblaciones que habitaron Andalhuala durante el primer
milenio d. C. fueron antepasados directos de las poblaciones tardías. La abun-
dante presencia de alfarería San José, considerada de inicios del periodo Tardío
(Palamarczuk, Álvarez y Grimoldi 2014; Podestá y Perrotta 1973), es un dato a
favor de que la ocupación de la zona haya podido ser relativamente continua.
De la gran cantidad de piezas del universo San José procedentes de entierros y
conservada en museos, varios ejemplares son originarios de Andalhuala; inclu­so
Ambrosetti (1899) denominó estas alfarerías con ese nombre. Estas se encuentran
presentes de manera profusa en superficie y contextos estratigráficos de si­tios
arqueológicos de la localidad, como Loma Rica de Shiquimil y Mesada de An­
dalhuala Banda (figura 8).
Entre el 1000 y el 1430 d. C., las sociedades de los Andes meridionales habi-
taron un paisaje político marcado por el crecimiento y la redistribución poblacio-
nal, el conflicto armado y cambios climáticos (Arkush 2011; Bouysse-Cassagne y
Harris 1987; Nielsen 2001, 2009). Las evidencias arqueológicas parecen indicar
que para fines del 1200 d. C., cuando las sequías se volvieron más severas, el
conflicto se incrementó, antes de que la región quedara bajo control del incana-
to (Arkush y Stanish 2005; Nielsen 2009). Algunos pukaras7 funcionaron como
fortalezas en sentido estricto, es decir, refugios temporales para la congregación

7 Pukara (en lenguas quechua y aymara) o pucará (Diccionario de la lengua española, Real Academia
Española) remite originalmente a las fortalezas de piedra construidas por las poblaciones
indígenas de los Andes en lugares estratégicos elevados. Actualmente, el término también
se emplea en arqueología para hacer alusión a poblados de ocupación permanente con ca-
racterísticas defensivas.

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Figura 8. Alfarerías San José procedentes de Andalhuala: a) pieza 44-1889 (colección Breyer depositada
en el Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti, FFyL-UBA); b) pieza MLP-Ar-(v) 5633 (Colección Methfessel,
depositada en la División Arqueología del Museo de La Plata); c ) pieza MLP-Ar-(v) 4770 (Colección
Lafone Quevedo, depositada en la División Arqueología del Museo de La Plata)

Fuente: elaboración propia, fotografías de Valeria Palamarczuk.

en momentos de amenazas (Arkush 2011; González Dubox et al. 2011), mientras


que, un número elevado de ellos muestra evidencias de residencia permanente
(Arkush 2011; Tarragó 2011; Uribe, Adán y Agüero 2004; Wynveldt 2009).
Las sociedades tardías del NOA formaron parte de este proceso surandino,
caracterizadas por un cambio en los patrones de asentamiento con el surgimien-
to de poblados concentrados, extensas áreas agrícolas con regadío artificial y
formas de cultura material regionalmente distintivas, como la Santamariana,
con epicentro en Yocavil (Albeck 2000; Nielsen 2001, 2007; Tarragó 2000, 2011;
Williams 2003). Este estilo se plasmó en distintos soportes (metalurgia, textiles,
arte rupestre), pero es más conocido por la cantidad de tinajas y pucos (cuencos)
empleados como urnas funerarias.
Alrededor del siglo XIII, centros poblados de cientos a miles de habitantes
ubicados en la parte cumbral de cerros o sobre lomas elevadas se encontraban en
funcionamiento, siendo considerados cabeceras políticas en la jerarquía de asen-
tamientos y constituyendo un rasgo sustantivo de los paisajes tardíos (Tarragó
2011). En los valles Calchaquí y Yocavil se han registrado decenas de poblados
con estas características.

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

Por esta época, los valles Calchaquíes estaban habitados por distintos pue-
blos que compartían pautas culturales pero contaban con autonomía política, y
fluctuaban entre encuentros bélicos y alianzas. Ellos se llamaban a sí mismos con
distintos nombres: pulares, gualfines, angastacos, cafayates, tolombones, cola-
laos, amaichas, acalianes, quilmes, yocaviles, ingamanas, abaucanes, andalgalás,
famatinas, entre otros (Lorandi y Boixadós 1987-1988), que hoy identifican varios
de los lugares de la región. Producto de dos episodios de conquista que veremos
en la próxima sección, pasaron a la historia como diaguitas —nombre que se cree
fue dado por los incas— o calchaquíes —nombre que les brindaran los españoles
por el apellido de un importante cacique— (Rodríguez 2011).
Según estudios etnohistóricos (Lorandi y Boixadós 1987-1988; Lorandi et
al. 1997), los yocaviles poblaron la región sur-sudeste del valle, incluido proba-
blemente el territorio de Andalhuala. Los estudios arqueológicos indican que la
ocupación tardía de Andalhuala fue intensa (Álvarez 2010, 2015) y, posiblemente,
el centro geográfico de un poderío político con base en Loma Rica de Shiquimil
(Tarragó 2011; Tarragó et al. 1988). Este pukara cuenta con 189 recintos y 2 plazas
en 2,45 ha de superficie cumbral, sobre un relicto de glacis que se levanta 100 m
sobre el nivel del valle. Su emplazamiento hace su ascenso arriesgado y permite
un dominio visual del valle troncal. Según Tarragó (2000), el pukara como centro
social, político y religioso, circunscrito y elevado, ejercía un control del espacio
agropecuario circundante que se extendía en los terrenos bajos.
Trabajos emprendidos en la Mesada de Andalhuala Banda, ubicada al pie
del mencionado pukara, indicaron que gran parte de las unidades arquitectó-
nicas registradas pudieron ser chacras, es decir, contaban con un uso agrícola
durante este periodo (Álvarez 2015, 2016b). Las terrazas y recintos de siembra
debieron ser empleados para el cultivo de maíz y otros cultivos mesotérmicos,
como zapallo y ají. Montículos y acumulaciones longitudinales de piedras fueron
el producto de tareas de despedre de la superficie para la siembra. Asimismo,
estos campos debieron estar irrigados, como nos indican los tramos empedrados
de canales y acequias. La presencia de morteros fijos, móviles y molinos revela
que el procesamiento de alimentos fue realizado in situ. Estos debieron ser em-
pleados tanto para el procesamiento de los granos del maíz como para las vainas
de algarroba y frutos de chañar, plantas silvestres utilizadas desde épocas pre-
hispánicas en la producción de harinas, arropes8 y bebidas fermentadas. Más de
60 unidades circulares de menos de 3 m de diámetro pudieron funcionar como
depósitos.

8 El arrope es un dulce típico de la región hecho con frutas locales maduras (tuna, algarroba,
chañar, uva, higo) que se hierven lentamente hasta conseguir la consistencia de un jarabe.

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Dispersos entre las estructuras agrícolas se observaron recintos habita-


cionales de clara manufactura tardía. Estas unidades son interpretadas como
lugares de residencia de las personas dedicadas a cultivar los campos, criar ani-
males, procesar los alimentos y administrar los depósitos. No descartamos que
algunas unidades simples de mayor tamaño fueran corrales empleados para el
confinamiento de los camélidos en situaciones específicas (v. gr. protección de
llamas hembras y crías durante la época de parición, castración de machos, es-
quila o faena) (Flores 1977; Yacobaccio y Vilá 2012).
Las grandes áreas productivas del periodo Tardío, separadas de los pobla-
dos concentrados, indican sociedades de mayor tamaño que las comunidades
aldeanas del primer milenio d. C. La asociación espacial en Andalhuala entre
la mesada y el pukara es un buen indicador de que la población instalada en el
bajo debió de ser la encargada de producir los alimentos para los habitantes que
residían en el poblado alto, carente de espacios productivos básicos.
Otro poblado tardío se levanta al este de las fincas de Andalhuala del
Alto. Denominado El Cerro por Arocena y Carnevali —quienes lo excavaron en
1960—, los lugareños lo conocen como Don Mateo o El Rincón (Álvarez 2016a).
Ubicado sobre una pequeña falda de un glacis, cuenta con al menos 12 unidades
arquitectónicas, entre ellas conjuntos de recintos adosados de muros dobles con
relleno que se escalonan siguiendo la pendiente del cerro entre 2.280 y 2.323
m s. n. m. Es factible que el sitio comprenda un número mayor de recintos que
abarcan un área aproximada de 26 ha, hoy cubierto por abundante vegetación.
Este poblado pudo estar ligado a Loma Rica de Shiquimil, tanto en términos cul-
turales, al mostrar una modalidad arquitectónica y estilos alfareros semejantes,
como perceptivos, al presentar una excelente intervisibilidad entre las cumbres
de ambos asentamientos, hipótesis que deberá ser contrastada con nuevos fecha-
dos radiocarbónicos para demostrar la estricta contemporaneidad de los asenta-
mientos (figura 9). De ser demostrada dicha contemporaneidad, pensamos que
la población de Loma Rica pudo aprovechar una localización topográfica estra-
tégica que le otorgaba protección y control visual del valle principal, a la vez que
le permitía proteger a la población rural y áreas agrícolas, como la Mesada de
Andalhuala Banda, así como a poblados de fácil acceso, como Don Mateo.
Este fenómeno de disputa por recursos que caracterizó al periodo Tardío
(Tarragó 2000; Williams y Castellanos 2011) podría explicar, asimismo, la pre-
sencia en Andalhuala de puestos de observación ubicados en los glacis altos, por
encima de los 2.300 m s. n. m., lugares estratégicos del paisaje con control visual
del espacio circundante. Uno de esos puestos fue la Loma Alta de Shiquimil, ce-
rro que tiene muros de contención de ladera y recintos alineados sobre su flanco

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Figura 9. Vista de MAB y Don Mateo-El Cerro desde la cima de LRS

Fuente: elaboración propia.

oriental, empleados como puestos de observación del Camino de la Quebrada,


paso natural entre las areniscas que conecta la población de Entre Ríos/Shiqui-
mil con la Mesada de Andalhuala Banda. Un segundo puesto estuvo emplazado
en lo que hemos denominado Alto de Andalhuala, con vista a Loma Rica y la
Mesada de Andalhuala Banda. Debemos mencionar también estructuras regis-
tradas en la cima de Don Mateo, cuyo emplazamiento pudo relacionarse con el
control visual del poblado bajo y terrenos productivos adyacentes. En este senti-
do, es interesante resaltar que estos puestos conforman una línea de buena inter-
visibilidad con el pukara, lo que sugiere la necesidad de un control coordinado
del entorno ligado a la protección de los sectores bajos más vulnerables.
En íntima relación con el uso del espacio de las poblaciones tardías que
ocuparon Andalhuala, debemos hablar también de las evidencias de arte rupes-
tre. La localidad de Ampajango, al sur de Andalhuala, es un lugar en el que los
antiguos habitantes eligieron representar de manera profusa sus creencias con
decenas de piedras grabadas (Fiore 1997; Lorandi 1966). Los bloques grabados
encontrados en Andalhuala del Alto y del Bajo, emplazados sobre los glacis, entre

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de antropología enero-junio DEl 2018
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los cuales se abre el paso hacia Ampajango, pudieron ser marcadores en el pai-
saje de los caminos a seguir durante peregrinajes a los campos de petroglifos del
sur (Álvarez 2015).
Por su parte, el hallazgo de la Gruta de Chiquimí, en el bajo de la Mesada
Alto de Andalhuala, nos permitió aproximarnos a una modalidad de arte rupes-
tre que era desconocida para Yocavil (Álvarez, Cabrera y Carbonelli 2011). La
presencia de grabados en un alero de areniscas marca la singularidad que ha
tenido el ambiente de glacis en los modos de habitar de las poblaciones locales
(figura 10). La situación de baja visibilidad de las representaciones indica que los
grabados fueron elaborados por y para grupos que conocieron el lugar.
Figura 10. a. Acceso a la GCh desde las areniscas de Andalhuala (la flecha
blanca indica el alero); b. vista de la GCh hacia el sur, las líneas punteadas indi-
can el sector con grabados; c. vista desde la GCh hacia el norte de la quebrada.
Por otro lado, la localización de los grabados en el entorno de la montaña
puede ser entendida en el marco del culto a los cerros en el mundo andino. Los ce-
rros y las montañas son protagonistas indiscutibles de los paisajes andinos e in-
fluyen en la cosmovisión de los grupos que los habitaron (Gil y Fernández 2008).
Los cerros son lugares de origen mitológico, centros de peregrinación y espacios
rituales donde se localizan entidades tutelares. Como puntos sagrados del paisaje
con cualidad de trascender en el tiempo debido a su carácter imperecedero, los
cerros se constituyen en lugares de adoración y son escenarios del ritual para el
pago de ofrendas (Aschero, Martel y López 2009; Gallardo, Sinclaire y Silva 1999).
Este protagonismo de los cerros en la cosmovisión andina se encuentra estrecha-
mente vinculado a su importancia económica. De los cerros, entidades masculi-
nas, desciende un recurso vital para la vida como es el agua que fecunda la tierra
(Aschero, Martel y López 2009; Gil y Fernández 2008), de ahí la relevancia que
pudo tener la localización de los grabados a la vera de un cauce que en época esti-
val descarga agua de lluvia y deshielo. Refuerza esta inter­pretación la presencia
de motivos (líneas en zigzag, serpiente, tridígitos y antropomorfo femenino), que
pudieron tratar el tema de la importancia del agua y la fertilidad de la tierra. Así,
la gruta pudo funcionar como un geosigno en el pai­saje (Álvarez 2012), no solo
expresando creencias, sino también marcando el lu­gar donde hacer el pedido o
pago a las entidades tutelares de la montaña para garantizar buenas cosechas y
la reproducción de los animales en el marco de rituales productivos.

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

Incas y españoles a la conquista


de los valles Calchaquíes (1430-1665 d. C.)
Para inicios del siglo XV d. C., al parecer el NOA ya formaba parte del Kollasuyu,
la provincia sur del Imperio incaico (Greco 2012; Marsh et al. 2017). La ocupa-
ción inca en esta región fue intensa pero selectiva, con algunos asentamientos
imperiales y numerosos sectores intrusivos en sitios locales; por su parte, mu-
chos pukaras disminuyen en intensidad de uso. En el Kollasuyu, la provincia de
Quire-Quire (sur del valle Calchaquí, Yocavil, Andalgalá, Hualfín y Abaucán) fue
fuente de producción agropecuaria, riquezas minerales y artesanos metalúrgi-
cos especializados (D’Altroy, Williams y Lorandi 2007).
La variabilidad en el modo de ocupación incaica sugiere que se habrían
utilizado una serie de estrategias desde la negociación hasta el enfrentamiento
armado. Al parecer, la resistencia de los “diaguitas” obligó a implementar me-
didas más severas, como el destierro de ciertos grupos y la implantación de mit-
maqkuna (colonos), procesos que comenzaron a alterar el mapa étnico de la zona
(Lorandi 1988, 2000; Williams 2003).
En los valles Calchaquí y Yocavil, los incas construyeron su paisaje con
base en la instalación de centros estatales en áreas estratégicas (v. gr. Cortaderas,
Potrero de Payogasta, Angastaco o Punta de Balasto), la remodelación de sectores
arquitectónicos en poblados locales (La Paya, Tolombón, Quilmes, Fuerte Que-
mado, El Pichao o Ampajango), la intensificación de la producción agrícola con
la construcción de andenes, canales y sistemas de almacenamiento (Mayuco, Co-
rralito, Hualfín) y la construcción de fortalezas fronterizas y santuarios de altu-
ra (Pucará de Aconquija, Nevado de Chuscha, Cerro Galán) (Tarragó y González
2005; Williams y Castellanos 2011).
En el momento no hay en Andalhuala evidencias incaicas significativas.
Una unidad emplazada en la Mesada de Andalhuala Banda, con dos recintos de
clara modalidad tardía, presenta un cerramiento mayor. Este patrón de un gran
patio con habitaciones de planta cuadrangular adosados al interior se correspon-
de con el diseño de la kancha incaica o rectángulo perimetral compuesto (RPC),
como ha sido denominado para el NOA. La instalación de los RPC ha sido regis-
trada en asociación con importantes poblados preexistentes (Raffino 2007). La
remodelación de Loma Rica de Shiquimil, en momentos incaicos, que le otorgó
una plaza trapezoidal (González y Tarragó 2005), pudo implicar también la cons-
trucción de un RPC en su proximidad. Tal vez los administradores estatales es-
tablecieron relaciones diplomáticas con los líderes locales, sin influir de manera
profunda en sus aspectos organizativos internos.

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Unos 50 años después de la conquista incaica del NOA, los españoles ya se


encontraban en tierras americanas y el Imperio incaico se desintegró. Con la lle-
gada de Diego de Almagro desde Perú, en 1536, comenzó progresivamente, pero
no sin conflictos y enfrentamientos bélicos (Lorandi 2000; Palomeque 2000), la
ocupación española de los valles, que dio inicio al llamado periodo Hispano-
Indígena (Stenborg 2003; Tarragó 1984) o, más recientemente, Colonial Temprano
(1536-1665) (Marchegiani 2011)9, etapa histórica en que los indígenas de los valles
permanecieron en estado de guerra con los colonos y que ha sido más abordada
desde la etnohistoria que desde la arqueología. Durante el siglo XVI, el valle de
Yocavil fue un lugar de tránsito de los ejércitos españoles. La penetración espa-
ñola constituyó una conquista diferente a la incaica, realizada por hombres con
una cultura radicalmente disímil, otra lengua y, sobre todo, ajenos a los modos
de vida andinos que se habían ido desarrollando a partir de un conocimiento
profundo del paisaje. Los conquistadores, en su mayoría españoles marginados
en su propia sociedad, sojuzgaron a las poblaciones nativas con el anhelo de nue-
vas tierras y riquezas. La introducción de especies vegetales, la expansión de la
ganadería europea y la obligación de prestar servicios y pagar tributos alteró los
patrones de asentamiento y los sistemas productivos indígenas.
Los primeros años de ocupación española en el valle fueron de carácter
defensivo, mediante fundaciones en lugares estratégicos para el paso de las hues-
tes reales (Meister, Petruzzi y Sonzogni 1963). De a poco, se fue implantando una
sociedad señorial en la que las poblaciones locales fueron sometidas a partir de
encomiendas y repartimientos; los indígenas pasaron a ser propiedad de los se-
ñores españoles, y debieron pagar impuestos y prestar servicios, algunos raya-
nos en la esclavitud. Al avance de la conquista militar del territorio lo acompañó
la evangelización de las almas por jesuitas y franciscanos.
Los abusos sufridos por las poblaciones del valle, y su carácter aguerrido,
llevaron a numerosas sublevaciones a lo largo de 130 años, una resistencia sin-
gular en el mundo andino conocida en la historiografía local como las Guerras
Calchaquíes, cuando los indígenas ataviados con arcos y flechas desde sus for-
talezas en los cerros pusieron en jaque el asentamiento español (Boixadós 2011;
Lorandi 2000; Palomeque 2000; Rodríguez 2008; Tarragó 1984). Estas sociedades
contaban con una organización social multiétnica y fragmentaria, dispuesta a
confederarse para resistir de manera conjunta los embates de los conquistadores

9 El concepto colonial temprano busca resaltar que las sociedades locales fueron participantes
activas en las transformaciones socioeconómicas y culturales que experimentaron durante
la Conquista y no meras receptoras pasivas de los cambios impuestos por los europeos (Mar-
chegiani 2011, 246-248).

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

a través de alianzas entre grupos locales al mando de líderes carismáticos como


Juan Calchaquí, cacique de Tolombón (Lorandi 2000; Rodríguez 2011; Williams
2003). Entre los años 1534 y 1565, Juan Calchaquí y sus aliados arrasaron varias
ciudades españolas. Entre 1565 y 1593, fueron fundadas las ciudades de San Mi-
guel de Tucumán, Córdoba, Salta, La Rioja y Jujuy, que conformaron un cerco
sobre las poblaciones indígenas del valle Calchaquí que permanecían rebeldes.
Entre 1630 y 1643, se desencadenó el “gran alzamiento” liderado por Chalemín,
cacique malfín de Andalgalá, y que involucró una parte importante de las pobla-
ciones de los valles y quebradas del NOA. Según cuentan las crónicas, Utimpa,
cacique de los yocaviles, fue uno de los principales líderes rebeldes que combatió
bajo el mando de Chalemín. Para 1657, este pueblo contaba con 500 “indios de pe-
lea” y 2.500 “almas de familia” (Boixadós 2011). El tercer Alzamiento Calchaquí
se dio entre 1656 y 1665, cuando Pedro Bohórquez, un español autoproclama-
do último descendiente del Inca, lideró un alzamiento general. Las rebeliones
fueron finalmente sofocadas entre 1659 y 1666 por el gobernador del Tucumán,
Alonso de Mercado y Villacorta. Incontables indígenas perdieron la vida y gru-
pos enteros fueron desnaturalizados10, como el conocido caso de los quilmes,
obligados a caminar hasta la provincia de Buenos Aires. En el sur de Yocavil,
yocaviles, tucumangastas e ingamanas fueron repartidos en encomiendas por
familias nucleares en distintos parajes de La Rioja y Catamarca (Boixadós 2011;
Rodríguez 2008).
No contamos aún con evidencias arqueológicas sobre los paisajes de An-
dalhuala en estos momentos. El destierro de los yocaviles probablemente implicó
un abandono masivo de los asentamientos o, al menos, una reducción considera-
ble con un cambio en los patrones de uso del espacio y las viviendas, como ha sido
registrado en otros sectores del valle (Stenborg 2003), hipótesis que deberá ser
contrastada con excavaciones arqueológicas que se concentren en dicho periodo.
Las desnaturalizaciones resolvieron dos problemas para la empresa es-
pañola: la liberación de las tierras del valle para ser explotadas por los colonos
y la disponibilidad de mano de obra indígena. Las mercedes —el reparto de las
tierras nativas por parte del rey de España a sus vasallos en América— y las en­­
comiendas —la entrega de nativos a los españoles para trabajar en sus hacien-
das— dieron inicio a una nueva etapa en el devenir de los paisajes del valle.

10 Con el término desnaturalizados se conocen en la bibliografía etnohistórica los destierros que


sufrieron las poblaciones nativas en manos de los españoles.

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La sociedad colonial y el repoblamiento


indígena de los valles (siglos XVII-XVIII)
La finalización de las Guerras Calchaquíes constituyó un verdadero punto de
inflexión en la historia del valle; hacia fines del siglo XVII y comienzos del siglo
XVIII, la sociedad colonial se afianzó a partir de la instalación permanente de
religiosos, la construcción de templos y pueblos y la repartición de tierras y en-
comiendas (Tarragó 1984).
A comienzos del siglo XVII, una disposición de la Corona determinó que
toda la población indígena sujeta a encomiendas debía convivir nucleada en
asentamientos fijos, los llamados “pueblos de indios”, para facilitar su control,
evangelización y pago de tributo (López 2006; Palomeque 2000). La porción sur
del valle de Yocavil fue una excepción dado que allí no se establecieron pueblos de
indios luego de las Guerras Calchaquíes; los indígenas que sobrevivieron pasa-
ron a formar parte del sistema de encomiendas de servicio personal, viviendo en
las haciendas de los españoles y desmembrados de sus comunidades, lo cual im-
plicaba que ya no poseyeran tierras comunales para su usufructo. Los colalaos,
tolombones y amaichas fueron de los pocos grupos que lograron mantener sus
tierras, así como su sistema de autoridades, mientras que el resto de los indíge-
nas calchaquíes llegaron a fines de la Colonia sin tierras ni pueblos (Palomeque
2000). Según ha podido reconstruir Lorena Rodríguez (2008), el proceso de rea-
signación de tierras en Yocavil se inició a fines de la década de 1660 por la zona
de Punta de Balasto (localidad más austral del valle). Este proceso no fue sencillo
y suscitó varios conflictos debido a superposiciones de mercedes de tierras y ar-
tilugios de diversos actores.
Para fines del siglo XVII, con el efectivo control español, el uso y la orga-
nización social del espacio del valle se modificó con respecto a los patrones de
asentamiento prehispánicos; la ocupación española privilegió el fondo de valle
(más apto para el traslado a caballo y con mejores tierras para cultivos), y ad-
quirió de a poco las características que perduran hasta la actualidad. Las anti-
guas fortificaciones militares y misiones evangelizadoras fueron el origen de los
nuevos centros urbanos como Santa María, que para esta época consistía en un
caserío donde unas pocas familias españolas convivían con indígenas que les
pertenecían.
El cambio de estructura en el uso del paisaje se concreta en el siglo XVIII,
cuando cobran mayor importancia las poblaciones asentadas en el centro del va-
lle en desmedro de los caseríos ubicados en las quebradas transversales. Desde

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

la instalación del modelo español de uso de la tierra, el valle Calchaquí y el norte


de Yocavil se constituyeron como una zona latifundista que se fue configurando
como una próspera región productora de vinos; el sur, por su parte, se constitu-
yó en una zona minifundista de propietarios criollos. Hacia fines del siglo XVIII,
la reactivación económica del centro minero de Potosí consolidó al espacio sur
andino como eje de un importante comercio mular, siendo los valles de Lerma y
Calchaquí los principales lugares de invernada. La mortalidad indígena facilitó el
auge ganadero en tanto la reducción de la población y el abandono de los campos
de cultivo dejaron las tierras libres para la expansión ganadera (Palomeque 2000).
Sin embargo, las investigaciones de Rodríguez (2008, 2011) han permitido
poner en tela de juicio la idea de la desaparición de los indígenas del valle pro-
ducto de las desnaturalizaciones y su configuración como un espacio netamente
mestizo, pues hacia mediados del siglo XVII, las autoridades españolas se mos-
traban aún preocupadas por el regreso de los pobladores nativos. A estas huidas
voluntarias de regreso al valle se sumaban los nuevos traslados de los indígenas
por parte de los españoles para que trabajaran en sus propiedades.
A fines del siglo XVIII se registra un incremento de la población en Yoca-
vil, debido a la llegada de nuevos españoles (que aún constituían una minoría),
y de poblaciones indígenas de distintos orígenes (principalmente de Atacama y
el Alto Perú, así como indígenas mocovíes y tobas traídos a la fuerza). Así, las
rebeliones, las muertes (por epidemias o conflictos armados), las desnaturaliza-
ciones, el proceso de mestizaje, las encomiendas y la llegada de indígenas prove-
nientes de otras zonas alteraron la constitución de los grupos nativos y sus rasgos
identitarios originarios.
El siglo XVIII implicó nuevos desafíos para las poblaciones nativas sobre-
vivientes; las reformas borbónicas implementadas por la Corona a partir de la
década de 1770 pusieron fin al sistema de encomiendas y servicios personales
(del que solo se beneficiaba el encomendero) y establecieron un nuevo tipo de tri-
buto anual que se debía pagar, tanto por originarios como por forasteros, direc-
tamente a la Corona —proceso lento en Santa María, donde hasta fines de siglo
aún existían indígenas en encomiendas privadas— (Rodríguez 2008).
La sociedad santamariana a fines del siglo XVII absorbió buena parte de
los mestizos bajo la categoría de “españoles”, situación que cambió a finales del
siglo XVIII, cuando la sociedad se volvió más rígida y jerarquizada. Esta se carac-
terizó por ser muy estratificada, y los españoles peninsulares y criollos confor-
maron la cúspide de la pirámide social. La sociedad se aglutinaba alrededor de
la familia española con propiedad de la tierra expropiada a los nativos, integrada

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por indígenas y negros asignados al servicio personal, quienes portaban el ape-


llido familiar como signo de posesión.
El actual pueblo de Andalhuala se fue configurando hacia finales del siglo
XVIII, cuando personas asentadas en la zona comenzaron a comprar tierras dadas
sus buenas condiciones para el cultivo y la ganadería. Para entonces, ya se cultiva-
ba nuez, durazno, membrillos y uvas y se criaba ganado bovino, caprino y vacu-
no. Según Meister, Petruzzi y Sonzogni (1963), la conformación del minifundio en
esta zona pudo deberse a que los propietarios fueron subdividiendo las haciendas
para otorgárselas como herencia a sus hijos. Según Rodríguez (2008), es necesario
señalar que ya de por sí en el sur de Yocavil las tierras otorgadas en merced o las
compradas nunca alcanzaron grandes extensiones, con la excepción de la estancia
San Juan de Ingamana de la familia Retamoso. Estas características tempranas de
la ocupación de Andalhuala la configuraron como una zona de pequeños produc-
tores agropecuarios, situación que se mantiene hasta la actualidad11.

Consideraciones finales
Como mencionamos al inicio de este trabajo, en el actual contexto de revalori-
zación de rasgos de las culturas ancestrales en Argentina, en general, y en el no-
roeste del país, en particular, este artículo se propuso como objetivo realizar una
síntesis del devenir histórico de los paisajes de Andalhuala, tomando como eje
articulador el estudio de los paisajes culturales, entendidos como construcciones
sociales que son el producto de la interacción de las personas con sus entornos.
El caso de estudio presentado nos permitió entender los procesos de cambio en
el largo plazo que han tenido los paisajes precolombinos del noroeste argentino,
en relación con los diversos modos de habitar de las poblaciones nativas y forá-
neas, los sucesivos episodios de conquista (Imperio inca e Imperio español) y la
consecuente configuración de nuevas identidades sociales.

11 Hoy, Andalhuala sufre un proceso importante de despoblamiento, con la venta o el abandono


de las fincas, debido a los altos costos de mantenimiento (abonos, pesticidas, años de mala
producción, etc.), la escasez de mano de obra y los bajos precios de la demanda (principalmente
de la nuez, que es el producto más comercializado). Según el censo de 1991, la población de
Andalhuala era de 321 habitantes, número que fluctuó ligeramente en las décadas siguientes
(339, según el censo del 2001, y 284, según el del 2010).

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El devenir histórico de los paisajes culturales de un pueblo catamarqueño

A partir de una revisión de la información disponible, producto de estu-


dios arqueológicos, histórico-antropológicos y etnohistóricos, buscamos narrar
la historia de Andalhuala a través de grandes bloques temporales, desde los pri-
meros grupos cazadores-recolectores que habitaron la zona hasta el periodo Co-
lonial Tardío, momento en que se afianza la sociedad española, al tiempo que
se produce un proceso de repoblamiento indígena en los valles. En este proceso
tratamos de reconstruir la larga secuencia de ocupación prehispánica que tuvo
la localidad, y cómo los modos de habitar de los distintos pueblos fueron configu-
rando un palimpsesto de paisajes en los que se perdieron, modificaron o resigni-
ficaron materialidades de paisajes previos.
La revisión de la información generada por otros equipos y por nosotros
mismos nos ha permitido notar la disparidad, tanto en cantidad como en calidad,
de la información disponible en lo que respecta al desarrollo de Andalhuala y la
necesidad de avanzar desde el análisis de documentos y desde la arqueología en
el estudio de ciertos momentos históricos particulares, como los periodos Colo-
nial Temprano y Colonial Tardío.
Actualmente, la mayoría de los pobladores de Andalhuala consideran el
legado arqueológico de la zona como perteneciente al pasado prehispánico de
sus antiguos habitantes sin vínculos directos con ellos; no obstante, muestran un
interés genuino por conocerlo e incorporarlo a su herencia cultural. Esperamos
que este trabajo contribuya en el camino de satisfacer ese deseo y permita ir re-
cuperando la memoria de las poblaciones nativas que allí habitaron.

Agradecimientos
A los pobladores de Andalhuala por su siempre cordial recibimiento. A todos los
miembros del equipo Yocavil que han participado en distintos trabajos de campo
en la zona y han contribuido a la generación de conocimiento sobre Andalhuala.
En especial, a Romina Spano por su lectura de una versión temprana de este ma-
nuscrito. A los evaluadores anónimos y editores cuyos comentarios mejoraron
significativamente el presente escrito. Este trabajo fue posible gracias a una beca
posdoctoral otorgada por la Universidad Nacional Autónoma de México a través
de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA).

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252 Vol. 54, N. 0 1 revista colombiana


enero-junio DEl 2018 de antropología

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