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palabra de la lengua
yámana que significa
Sol

Vitale, Luis 1927 - 2010


Interpretación marxista de la Historia de Chile [texto
impreso] / Luis Vitale. – 1ª ed. – Santiago: LOM
ediciones; 2011. 504 p.: Volumen II - tomos III y IV;
16x21 cm. (Colección Historia)
isbn: 978-956-00-0249-5
1. Chile – Historia I. Título. II. Serie.
Dewey: 983 .– cdd 21
Cuer: V836i

fuente: Agencia Catalográfica Chilena

© LOM ediciones
Primera edición, 2011
isbn: 978-956-00-0249-5
rpi: 32.822

A cargo de esta Colección: Julio Pinto

Motivo de portada: Pulpería de una Salitrera.

edición y composición
LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
teléfono: (56-2) 688 52 73 | fax: (56-2) 696 63 88
lom@lom.cl | www.lom.cl

Tipografía: Karmina

impreso en los talleres de lom


Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

Impreso en Santiago de Chile


LUIS VITALE

Interpretación marxista
de la Historia de Chile
Volumen II
tomo iii
Los decenios de la burguesía comercial
y terrateniente (1831-1961)
Introducción

Al igual que en los tomos anteriores, hacemos esta Introducción a modo de puesta al día
y enriquecimiento del presente volumen, que fue escrito en 1971. En aquel entonces no
le dimos la suficiente dimensión a la revolución anticolonial contra el Imperio español.
Agregamos asimismo un fenómeno muy poco conocido: la creación de un Gobierno
de los Estados Unidos de Buenos Aires y Chile en el Caribe en 1818. También ampliamos
lo dicho sobre la posición de Inglaterra, Estados Unidos y Francia ante la Independencia
de nuestros países. Finalmente, presentamos el contexto latinoamericano de la rebelión
de las provincias contra la capital, intentando precisar el carácter de las guerras civiles
y la ideología de sus líderes.

7
capítulo i.
La lucha por la Independencia Política

En el último capítulo del tomo II, procuramos demostrar que el movimiento de 1810
no fue una revolución social sino una revolución política de carácter separatista.
La Revolución de 1810 cambió la forma de gobierno, no la estructura socioeconómica
heredada de la Colonia, manteniendo el carácter dependiente de nuestra economía.
No fue una revolución democrático-burguesa porque no realizó la reforma agraria
ni fue capaz de crear las bases para una industria nacional. Al reforzar la economía
exportadora dependiente impidió un proceso efectivo de liberación nacional.
Los sectores de la clase dominante criolla estaban todos comprometidos en la tenen-
cia de la tierra y en una política económica cuyo denominador común era la exportación
de productos agropecuarios y mineros. La burguesía criolla estaba incapacitada por
estos motivos para realizar la reforma agraria e impulsar la industrialización, medidas
que históricamente caracterizan a una revolución democrático-burguesa.
La única tarea democrática que cumplió la burguesía criolla fue la independencia
política formal al romper nuestra condición de colonia del imperio español. En la
realización de esta tarea surgieron tendencias que procuraron retardar o acelerar este
proceso, cuyo estudio es el motivo esencial del presente capítulo.
Aunque el desarrollo del movimiento revolucionario que culmina con la indepen-
dencia política de Chile constituye un proceso ininterrumpido que abarca la década
de 1810 a 1820, suceden importantes fenómenos de acción y reacción y de lucha de
tendencias contradictorias que nos conducen a delimitar etapas o períodos, a con-
dición de no olvidar que se trata de un solo proceso histórico global. La clasificación
tradicional de Patria Vieja y Patria Nueva, impuesta por la historiografía oficial, incurre
precisamente en el error de establecer entre ambos períodos una cesura demasiado
marcada y, lo que es más grave aún, no refleja la lucha de fracciones ni las características
fundamentales de la revolución por la independencia política formal.
El movimiento separatista de 1810 abre paso a una lucha entre la revolución y la
contrarrevolución. Los fenómenos de acción y reacción que provoca este combate
frontal, especialmente durante el período de la Reconquista española, polarizan los
sectores indecisos de la burguesía criolla y determinan una relativa participación

9
popular. En el campo de los partidarios de la independencia se produce una lucha de
tendencias entre los que aspiran a una vía pacífica que conduzca a una separación
paulatina de España y los que plantean una ruptura violenta e inmediata con el
imperio español. Estas contradicciones van configurando los períodos de la revolución,
caracterizados por el mayor o menor predominio de las fracciones o embriones de
partidos políticos en pugna.
Para una mejor comprensión del proceso de la revolución por la independencia
política, preferimos distinguir cuatro períodos fundamentales:
a) Período centrista, de septiembre de 1810 al golpe carrerino de noviembre de
1811, caracterizado por un curso moderado de la burguesía criolla que no se decide a
romper abiertamente con la corona española.
b) Período izquierdista, de noviembre de 1811 al desastre de Rancagua, singularizado
por las medidas concretas hacia la independencia política que adopta el sector criollo
encabezado por los Carrera.
c) Período contrarrevolucionario, del desastre de Rancagua al triunfo de Chacabuco,
caracterizado por la participación masiva de las capas criollas en el proceso revolucio-
nario como reacción ante la Reconquista militar española,
d) Período de consolidación de la Independencia durante el gobierno de O’Higgins.

El período centrista
Este período transcurrió desde la Primera Junta de Gobierno de septiembre de 1810
hasta el advenimiento de José Miguel Carrera al poder. Estuvo caracterizado por una
orientación moderada y reformista de la burguesía criolla, aún vacilante para provocar
una ruptura definitiva con España. Esta actitud estaba motivada, fundamentalmente,
por el temor de la burguesía criolla a perder sus riquezas en un enfrentamiento armado,
en un momento en que la relación de fuerzas a escala internacional e hispanoamericana
estaba lejos aún de decidirse a favor de la revolución por la independencia. Una
abrupta separación de España y, por ende, una ruptura con el Virreynato del Perú,
significaban para los terratenientes chilenos la pérdida inmediata del mercado peruano,
sin posibilidades de reemplazarlo a corto plazo. Domingo Amunátegui sostiene que
los criollos, luego de instalarse la Primera Junta, comenzaron a “sentirse acobardados
ante el peligro de un rompimiento con el virrey del Perú. ¿Dónde se venderían nuestros
tratos? ¿De dónde nos llegaría el azúcar necesaria para el consumo de nuestros
habitantes? (…) El espectro de la ruptura con el virrey del Perú inspiraba terror a los
pacatos agricultores de la capital”.1

1
Domingo Amunátegui S. La Revolución de la Independencia, pp. 31 y 37, Santiago, 1945.

10
Las fracciones políticas de la burguesía criolla habían comenzado ya a configurarse
varios meses antes del cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810. En este día, que se
considera como el inicio de la Revolución por la independencia de Chile, José Miguel
Infante manifestó:
Ya sabéis, señores, la peligrosa situación en que se ha visto esta capital en los días
anteriores, los diversos partidos que se habían formado y sus opiniones sobre la forma
de gobierno que debía adaptarse en tan críticas circunstancias. Sabéis también que cada
día se aumentaba más el odio y la aversión entre ambas facciones, hasta amenazarse
recíprocamente con el exterminio de una por otra.2
En la Primera Junta se entabló una lucha por el control del poder entre un ala, que
respondía a intereses de derecha, representada por Mateo de Toro y Zambrano, Conde
de la Conquista; Ignacio de la Carrera y los españoles Márquez de la Plata y el coronel
Reina, y un ala de centro, dirigida por Martínez de Rozas y Juan Enrique Rosales. El
sector que expresaba las tendencias izquierdistas, encabezado por Camilo Henríquez,
no había logrado aún representación en la Junta de Gobierno. El uso de esta clasificación
en derechistas, centristas e izquierdistas obedece únicamente al criterio de conside-
rar la posición de las tendencias y personalidades ante el problema esencial de ese
momento histórico: la lucha por la independencia política. Nuestra clasificación de
las tendencias no tiene relación alguna con el criterio historiográfico liberal ni con
posteriores corrientes derechistas, centristas e izquierdistas que se dieron, por otros
motivos y en otros contextos, a lo largo de los siglos XIX y XX. Ha sido utilizada por
nosotros para ubicar las fracciones políticas por la posición que adoptan y la praxis
que realizan en un momento histórico concreto.
Encina incurre en el error de señalar que los roces entre Martínez de Rozas y el
ala derecha fueron producidos porque “el bando de Rozas estaba constituido fun-
damentalmente por los autoritarios, por los adeptos a un gobierno fuerte y aún personal
y atrabiliario”;3 y lleva su argumentación al absurdo cuando insiste en que la “repulsión
del castellano-vasco por la dureza excesiva en el mando” fue la causa del enfrentamiento
con la corriente de Martínez de Rozas: “entre la mentalidad ultra-argentina de Rozas y
la aristocracia castellano-vasca, no mediaban tabiques susceptibles de ser derribados
por las conmociones, sino muros indestructibles de sólido granito”.4
Analizar la pugna entre rocistas y antirrocistas como una antítesis entre autoritarios
y antiautoritarios, que respondería a rasgos personales o diferencias raciales y
psicológicas, es una abstracción histórica que contribuye a mistificar la realidad. Toda

2
Colecciones de Historiadores y Documentos relativos a la Independencia de Chile, XVIII, 220.
3
Francisco Encina. Historia de Chile, T. VI, p. 216, Santiago, 1952. En las subsiguientes referencias de
esta obra citaremos: Encina, tomo, página.
4
Ibid., VI, 241.

11
caracterización de las personalidades y fracciones políticas del período que analizamos
debe estar en función de la praxis que realizan en la lucha por la independencia
política. En tal sentido, Juan Martínez de Rozas, el hombre más rico de Chile en 1810,
surge históricamente como uno de los más adecuados jefes del ala centrista: adopta,
en forma cautelosa, medidas tendientes a consolidar a la burguesía criolla, sin alterar
radicalmente el status político y la relación de dependencia formal respecto de España.
La imagen de un Juan Martínez de Rozas decidido y desinteresado caudillo liberal
de avanzada de nuestra independencia es una de las tantas ideologizaciones de la
historiografía burguesa acerca de los héroes de la patria.
La lucha en la Primera Junta entre el ala derecha y el centro afloró ante cada hecho
de importancia. Uno de los primeros choques se suscitó a raíz de las medidas de or-
ganización militar. Mientras el ala de centro procuraba crear el ejército nacional para
enfrentar un eventual golpe militar de la reacción española, el ala derecha saboteaba
esa iniciativa. La necesidad del ejército nacional se hizo patente a raíz del motín
contrarrevolucionario del 1 de abril de 1811, dirigido por el coronel Tomás Figueroa
y alentado por la Real Audiencia. Las tendencias de la burguesía criolla volvieron a
chocar al discutirse el alcance de las penas que merecían los participantes en el frus-
trado golpe militar español. Martínez de Rozas logró imponer su criterio en la Junta,
a pesar de la fuerte oposición del sector derechista, que se negaba a tomar medidas
drásticas contra los sediciosos.
Posiciones divergentes enfrentaron también a estas dos alas políticas en el problema
de las relaciones con la Junta de Buenos Aires. Martínez de Rozas fomentó la alianza
con esta Junta no porque fuera cuyano de nacimiento, como mañosamente lo sugiere
Encina, sino porque comprendía que la ayuda recíproca era decisiva para enfrentar
a los ejércitos españoles del Perú y de la Bolivia Oriental. El ala derecha, temerosa de
verse arrastrada a una guerra en la que podía perder el mercado triguero del Perú,
llegó a negar, con el apoyo del Cabildo, la ayuda a la junta bonaerense, en instantes en
que era inminente la invasión española desde Montevideo, comandada por Francisco
Javier Elío, el hombre que precisamente España había designado para la Capitanía
General de Chile.
Los partidarios de Martínez de Rozas lograron el apoyo de un importante sector
criollo:
Ciento quince individuos, entre los cuales se contaban algunas personas acaudaladas y
prestigiosas, hicieron una representación a la Junta en que recordándole la conveniencia
de mantener y de estrechar la alianza con Buenos Aires, le pedían no solo que se le enviara
el auxilio prometido, sino que se reprendiese severamente a cualquier contradictor de
esta medida.5
5
Diego Barros Arana. Historia general de Chile, T. VIII, p. 295, Stgo. 1887. En las posteriores citas de
esta obra solo indicaremos Barros Arana, tomo, página.

12
El delegado argentino en Chile, Antonio Álvarez Jofré, manifestaba en aquella
oportunidad que “esos gobiernos debían estrechar sus relaciones, mantenerse unidos,
auxiliarse mutuamente para resistir los esfuerzos con que el virrey del Perú trataba de
restablecer el régimen antiguo en Chile y en Buenos Aires. Debían, por tanto, hacer de
común acuerdo la paz y la guerra, y de acuerdo también a celebrar con los extranjeros
pactos comerciales y políticos que más interesan a estos países”.6 La relación con
Buenos Aires no tenía solamente un carácter político-militar para enfrentar la invasión
española, sino también un objetivo económico: aumentar la exportación de cobre
chileno a Buenos Aires a cambio de liberar de aranceles la importación de yerba mate.
La promulgación de la medida más importante adoptada por la Primera Junta, la ley
de libre comercio, suscitó también una ardua discusión entre las fracciones políticas de
la burguesía criolla. Después de cuatro meses de intensos debates, Martínez de Rozas
logró su aprobación el 21 de febrero de 1811. El ala derecha de la Junta se oponía no
porque fuera en detrimento de sus intereses, sino por el temor a la reacción española
ante esta medida de trascendental importancia que terminaba definitivamente con
el monopolio comercial español.
Algunos historiadores han exagerado la influencia del liberalismo económico
europeo en el decreto de libre comercio de 1811, al considerar solo aquellas medidas
de potencias extranjeras. En realidad, el decreto de 1811 no solo adoptó resoluciones
sobre libre comercio, sino que fue el primer intento de planear una política económica
general en la que advertía sobre los peligros del libre comercio y se tomaban medidas
proteccionistas para la incipiente industria artesanal criolla. En el plan propuesto por
Juan Egaña a la Primera Junta, se manifestaba que el comercio libre puede “impedir
la industria nacional, y aunque casi ninguna tenemos, debemos procurarla de todos
modos”.7
Uno de los veinticinco artículos del decreto de libre comercio de 1811, prohibía
la introducción de vinos y aguardientes extranjeros que hicieran competencia con
los que se producían en el país; se prohibió, asimismo, la entrada de tabaco y naipes
para garantizar el estanco de estos productos, que constituían casi la tercera parte de
los ingresos fiscales. Las mercaderías extranjeras, decía el artículo 11, “pagarán por
derechos reales sobre precios de reglamento el 28%, el 11/2 de subvención y el ½%
de avería”. El fomento de la marina mercante nacional fue otra de las preocupaciones
de este decreto al señalar que las embarcaciones chilenas pagarían solamente el
12% contra el 22% de las extranjeras, las que inclusive deberían llevar dos tercios de
tripulación chilena.

6
Ibid., VIII, 250.
7
Colección de Historiadores y Documentos relativos a la Independencia de Chile, XIX, p. 97 y sigs.

13
El artículo 17 protegía la producción minera nacional al establecer que “las
embarcaciones extranjeras no podrán extraer el oro o plata en pasta, en piña labrada
o chafalonía, ni los reales, pesetas y cuartos del nuevo cuño”, aunque se les permitía
extraer los doblones y pesos fuertes, pagando por el oro el 21/2 de derecho y 5% por
la plata. Otro de los artículos se preocupaba de eliminar el contrabando, impidiendo
la internación de productos por otros puertos que no fueran Valparaíso, Coquimbo,
Talcahuano y Valdivia. De este modo, la burguesía criolla, que se había desarrollado
al socaire del contrabando, fue la más interesada en desterrarlo una vez que llegó al
poder. Se prohibía a los buques extranjeros introducir mercaderías por otras zonas
“por sí ni por terceras manos”; tampoco se les permitía venderlas al por menor, sino
por “facturas, tercios, barricas y fardos”, medida que tenía por objeto favorecer a los
comerciantes criollos que trabajaban con el mercado interno. Finalmente, el artículo 21
señalaba que “los habitantes del país podrán hacer por sí el comercio libre en todos los
puertos extranjeros del globo pertenecientes a potencias aliadas o neutrales”. Uno de
los aspectos fundamentales del decreto de 1811 para la burguesía criolla era el referente
a las exenciones establecidas para la exportación de minerales, sebo, trigo y “demás
productos, comprendidos con disimulo en un etc.”.8
La ley de libre comercio produjo un aumento sensible de las entradas fiscales.
“En el transcurso de pocos meses se había constatado ya un aumento sorprendente
de un 100%. En enero de 1811 las entradas de Aduana fueron de $ 12.752 y en agosto
llegaron a $ 24.814, siendo después bastantes superiores. La tesorería general anota
para abril de 1813 una renta aduanera de $ 101.892”.9 Si bien es cierto que este ritmo fue
detenido por la guerra contra los españoles y que el contrabando afectó los ingresos
aduaneros, la ley de 1811, en lo que se refiere al fomento de la exportación minera y
agropecuaria y a las exenciones tributarias, satisfizo, en gran medida, las aspiraciones
de la burguesía criolla.
El triunfo del ala centrista fue, sin embargo, efímero, Las elecciones del Primer
Congreso Nacional, en abril de 1811, significaron una derrota aplastante para los par-
tidarios de Martínez de Rozas, los Larraínes, Irisarri, José Antonio de Rojas y, también,
para O’Higgins, que colaboraba con este sector desde su incorporación a la vida del
país. El ala derecha –dirigida por Eyzaguirre, Errázuriz y los mayorazgos como De
la Cerda, Juan A. Ovalle, Francisco Ruiz Tagle y Juan Agustín Alcalde, el conde de
Quinta Alegre– eligió la mayoría de los diputados gracias al apoyo de los españoles que
practicaron la política del “mal menor”. El realista Manuel Antonio Talavera escribía
en su diario personal:

8
Encina, VI, 203.
9
Daniel Martner. Historia de Chile. Historia Económica, Tomo I, p. 109, Ed. Balcells, Stgo. 1929.

14
La fracción europea era casi toda contraria al nuevo sistema de gobierno; pero el conflicto
de la precisión de vivir en este reino, les hizo elegir del mal el menor (…) Concibieron
los europeos que elegir a los de la lista de la fracción Rozas, era darle la mano para
hacerse presidente de la Junta o al menos para que continuase de vocal, exponiéndose
nuevamente a sufrir otros vejámenes.10
Años más tarde, aún fresco el recuerdo de la tradición oral, José Victorino Lastarria
hizo una aguda caracterización del sector derechista del Primer Congreso Nacional:
La revolución no podía marchar con esta organización tan heterogénea, que carecía
de sistema y unidad; de modo que los amigos de la independencia no podían hacer
valer sus principios ni desarrollar sus miras sin disfraz. Un historiador ha dicho que la
mayoría [del Congreso] era compuesta de hombres pacatos e ignorantes en la ciencia del
gobierno y bastantes débiles para constituirse en instrumentos de otros más atrevidos
y notoriamente afectos al régimen colonial.11
El retiro de los diputados de minoría del Congreso agudizó la lucha fraccional.
Martínez de Rozas regresó a su provincia, comenzando desde Concepción una campaña
de agitación contra el gobierno. Esta fue la primera expresión política de los roces entre
las provincias y la capital, contradicción que se pondrá manifiestamente de relieve en
la segunda mitad de la década de 1820 a 1830.
El Primer Congreso, controlado sin contrapeso por el ala derechista, dilató las
medidas tendientes a consolidar la real independencia política del país, provocando
una tirantez en las relaciones con la Junta de Buenos Aires al exigir el reemplazo de
Álvarez Jofré en junio de 1811, por sus vinculaciones con el sector de Rozas.
Mientras tanto había comenzado a surgir un embrión de ala izquierda como
respuesta a las vacilaciones del sector derechista de la burguesía criolla. Esta fracción,
aún informe, propugnaba medidas para acelerar la revolución chilena y exigía la
ruptura definitiva con España. Su portavoz más destacado, Camilo Henríquez, lector de
Raynal y Rousseau, se había iniciado como agitador en el movimiento revolucionario
de Quito en 1809. Su proclama de enero de 1811, firmada con el seudónimo de Quirino
Lemáchez, se puede considerar como el documento político más revolucionario de este
período, pues fue el primero que se atrevió a plantear abiertamente la ruptura con el
imperio español. En uno de sus párrafos señalaba claramente su posición favorable a
la implantación de una república soberana e independiente:
De cuanta satisfacción es para un alma nacida en el odio de la tiranía ver a su patria
despertar del sueño profundo y vergonzoso que parecía hubiese de ser eterno, y tomar

10
Manuel A. Talavera. Revoluciones de Chile, Diario Histórico imparcial de los sucesos memorables
acaecidos en Santiago de Chile, cit. por Barros Arana, VIII, 339.
11
José V. Lastarria. Bosquejo histórico de la constitución del gobierno de Chile, en Serie de Estudios
Históricos, p. 71, editado en Stgo.

15
un movimiento grande e inesperado hacia su libertad, hacia este deseo único y sublime
de almas fuertes, principio de la gloria y dicha de la república (…) Consiguió al cabo
el Ministerio de España llegar al término porque anhelaba tantos siglos la disolución
de la monarquía (…) Nadie puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguno
patentes del cielo que acrediten que debe mandaros? Está, pues, escrito ¡oh pueblo! que
fueseis libres (…) y que se dijese algún día la república, la potencia de Chile, la majestad
del pueblo chileno.
A pesar de no tener ninguna simpatía por Camilo Henríquez, el historiador
Francisco Encina lo ubica con precisión en la lucha de tendencias de este período: “No
tenía auditorio en el bando rocista, violento, pero aristócrata y autoritario (…) Menos
aún podía despertar simpatía entre el poderoso grupo de Errázuriz y Eyzaguirre”.12
El golpe militar del 4 de septiembre de 1811, promovido por los hermanos Carrera,
significó la caída del sector derechista y la restauración en el poder de la fracción
contraria, apoyada momentáneamente por el ala izquierda en franco proceso de
estructuración con el regreso de José Miguel Carrera a Chile. En La Serena, Concepción
y otras zonas se reemplazaron los diputados derechistas, cambiando la composición
política del Congreso en un sentido favorable a los centristas, quienes eligieron
presidente al presbítero Joaquín Larraín, jefe de la familia de los “ochocientos”,
así llamada por sus vastas ramificaciones económicas y políticas. Las provincias
comenzaron a adquirir mayor relieve, reivindicando sus derechos en la creación de
Juntas locales, que operaban con relativa autonomía respecto de Santiago, expresando
ya, desde los inicios de la República, la contradicción Capital-Provincias, que se revelará
a través de guerras y revoluciones durante las décadas posteriores.
La nueva Junta, encabezada por Martínez de Rozas, Rosales, Mackenna, Marín
y Calvo, restableció cordiales relaciones con Buenos Aires, nombrando delegado
a Francisco A. Pinto. Publicó un edicto en el que se notificaba a los españoles
realistas la aplicación de severas penas en caso de reincidir en sus actividades
contrarrevolucionarias.
La burguesía criolla consolidó sus intereses económicos al ser abolidos los derechos
de exportación del 3%. A principios de octubre, se acordó que durante dos años se
permitirá en Chile el cultivo del tabaco, que hasta entonces había sido monopolizado
por el Virreynato del Perú. Una proclama del 15 de octubre de 1811, manifestaba:
“Agricultor, la siembra de tabaco estaba prohibida; ya podéis hacerla. Formaréis vuestra
subsistencia con esta ocupación si os dedicáis a ella empeñosamente”.13
La esclavitud fue suprimida a medias con la dictación de la “libertad de vientre”,
por la cual fueron declarados libres no los que en ese momento eran esclavos, sino los

12
Encina, VI, 245.
13
Citado por Barros Arana: VIII, 405.

16
que nacieran a partir de la promulgación de la ley. Esta medida, a pesar de su limitación,
tuvo repercusiones sociales, según el cronista hispanófilo Melchor Martínez:
Esta inconsiderada providencia causó improvisadamente tal conmoción en la esclavitud,
que al día siguiente se mancomunaron más de 300 esclavos, y orgullosos con el favor del
gobierno hicieron una representación pidiendo su libertad, y ofreciendo en recompensa
sus personas y vidas para defender el sistema de la patria, previniendo prontamente de
cuchillos y amenazando de causar alguna sublevación en el pueblo. El gobierno temió
males resultas y se prendieron y encarcelaron como 20 de las cabezas principales,
conteniendo a los demás con amenazas, con lo que se sosegaron por el pronto.14
También se tomaron algunas medidas referentes a la Iglesia, entre ellas la supresión
de la cuota que se enviaba a Lima para sufragar los gastos de la Inquisición y la
prohibición de sepultar a los muertos en los templos. Pero estas medidas reformistas
no significaban un real avance en el camino hacia la independencia política. Con el fin
de terminar con este curso vacilante, el sector izquierdista, frustrado con los resultados
del golpe del 4 de septiembre y con la gestión centralista de la Junta, decidió realizar
un nuevo movimiento político.

El período izquierdista
El movimiento del 15 de noviembre de 1811, que lleva al poder a José Miguel Carrera,
abrió una nueva etapa en la revolución chilena. El ala izquierda canceló el período
de vacilaciones de la burguesía criolla, encaminándose en forma resuelta hacia la
independencia política del país. A pesar de la oposición cerrada de los derechistas y
centristas que se habían coaligado contra el gobierno, José Miguel Carrera aceleró el
proceso revolucionario mediante la adopción de medidas decisivas para la creación
de un Estado independiente.
En este sentido, el paso más importante fue la promulgación del Reglamento
Constitucional de 1812, cuyo acápite V establecía: “Ningún decreto, providencia u
orden que emane de cualquier autoridad o tribunales fuera del territorio de Chile,
tendrá efecto alguno; y los que intentaren darle valor, serán castigados como reos de
Estado”. Mediante esta resolución, Chile se declaraba de hecho un país independiente,
puesto que dejaba de aceptar la tutela de España y pasaba a gobernarse de acuerdo
con sus propias leyes. Carrera simbolizó este paso por la soberanía nacional creando la
bandera tricolor, la escarapela y el escudo con el lema: “Por la razón o la fuerza”. Bajo
su gobierno, el encabezamiento tradicional de los decretos que a la letra decía: “El Rey,
y en su cautiverio la Junta representativa de la soberania en Chile”, fue reemplazado
14
Melchor Martínez. Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile, desde el cautiverio de Fernando
VII hasta 1814, p. 124, Valparaíso, 1848.

17
por esta significativa frase: “Junta Gubernativa de Chile, representante de la soberanía
nacional”. Paralelamente, empezó a concederse ciudadanía a los españoles que
reconocieran al nuevo gobierno chileno y que prestaran el siguiente juramento de
nacionalidad: “¿Confesáis bajo el propio juramento que ni las Cortes ni la Regencia,
ni los pueblos del Estado peninsular, ni otra extraña autoridad, tiene ni debe tener
derecho a regir y gobernar al pueblo de Chile?”.15
La enumeración de estas medidas, dilatadas durante dos años por los gobiernos
anteriores, bastaría para mostrar en forma objetiva que José Miguel Carrera fue
indiscutiblemente el dirigente criollo más importante de la lucha por la independencia
política y un revolucionario esclarecido de la época. Los argumentos de los detractores
de Carrera, cargados de subjetivismo, aparecen como mezquindades anecdóticas frente
a las graníticas resoluciones que afianzaron la soberanía nacional de Chile.
¿Qué combinación de factores permitía este político a la apertura de una nueva etapa
en la revolución chilena? ¿En qué fuerzas sociales se apoyó Carrera para llevar adelante
esta política revolucionaria, si era combatido por la derecha y el centro burgués? Los
escritores carrerinos atribuyen el ascenso vertiginoso de Carrera a su extraordinaria
personalidad. Nosotros, sin desconocer las virtudes personales del caudillo, opinamos
que el curso separatista y rupturista con España se debió, fundamentalmente, a la
incorporación de sectores populares al proceso revolucionario cuya importancia
real y decisiva supo aquilatar Carrera. Esta integración, obstaculizada por la política
elitista de las fracciones de la burguesía criolla que controlaron la Primera Junta y el
Primer Congreso Nacional, fue el factor dinámico de clase que permitió a los Carrera
profundizar la lucha por la independencia. El mérito de José Miguel Carrera fue haber
comprendido que solo la participación popular podría acelerar la lucha rupturista con
el imperio español, paralizada por los elementos vacilantes de la burguesía criolla.
José Miguel Carrera, descendiente de una familia burguesa de activa participación
política en los sucesos de 1810, a los pocos días de su regreso de España, donde había
trabado relaciones con otros jóvenes latinoamericanos influidos por el pensamiento
liberal europeo, se dio cuenta de que la revolución estaba estancada en Chile. En 1811,
escribía a su padre: “Las obras cuando se empiezan, es menester concluirlas […] Ha
llegado la hora de la independencia americana; nadie puede evitarla. La España está
perdida”.16
El poder de atracción personal de José Miguel, su aureola de combatiente ejemplar
en el ejército, su inteligencia, simpatía y generosidad y, fundamentalmente, su decisión
de luchar por la independencia, crearon rápidamente un círculo de influencia entre
las milicias criollas y los jóvenes burgueses y pequeñoburgueses, descontentos con el

15
Ibid., p. 184.
16
Eulogio Rojas Mery. El general Carrera en Chile, p. 18, Stgo. 1951.

18
curso moderado de los primeros gobiernos criollos. A los veintiséis años, José Miguel
era el líder del ala izquierda burguesa, un joven que se mofaba del espíritu ramplón y
pacato de la “aristocracia” criolla. Su desprecio por la mezquina e interesada actitud
de ciertos líderes de 1810 se trasluce en los retratos de personajes estampados en su
diario: “Rozas era un patriota; pero el interés personal era su primer cuidado”. Del
jefe de la familia de los “ochocientos” se formó la siguiente impresión, luego de un
intercambio de ideas sobre la acción del futuro gobierno surgido el 4 de septiembre
de 1811: “Le vi tender la vista sobre la Casa de Moneda, administración de tabacos,
aduanas y otros empleítos de esta naturaleza”.17 Expresaba su decisión de desplazar a
los Larraínes de una manera tajante: “Era pues preciso elegir entre nuestra muerte y
la esclavitud de Chile o el abatimiento de la familia de Larraínes y sus adictos”.18 Para
uno de sus biógrafos, José Miguel Carrera fue “ese joven aristocrático, que dejando a
un lado blasones, riquezas y honores, se lanzó en medio de las masas populares para
imbuir en ellas las ideas republicanas”.19
Su hermana Javiera, que a la sazón contaba con treinta años, fue una infatigable,
consecuente y voluntariosa compañera de los ideales libertarios de sus hermanos,
en los días de triunfo como en los de derrota. En los momentos en que la burguesía
criolla se aferraba a la fórmula de gobernar en nombre de Fernando VII, Javiera Carrera
simbolizó su repudio a la corona española con ocasión de un baile de gala realizado
el 18 de septiembre de 1812 en el palacio de Toesca: “Doña Javiera Carrera llevaba en
la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes de la cual pendía una corona, aquél en
el sombrero y éste en la gorra y sobre ella una espada en ademán de partirla y un fusil
en aptitud de darle fuego”.20
La tonada “La Panchita”, cantada por el pueblo en las “chinganas”, era una de las
expresiones más claras de la simpatía que gozaba Javiera Carrera. Su hermano Luis había
logrado también conquistar popularidad en los arrabales de Santiago. Desde enero de
1812, el gobierno alentaba al pueblo a reunirse en los Tajamares, hecho comentado por
el cronista español Melchor Martínez del siguiente modo: “Con este depravado arbitrio
tomó tal exaltación el entusiasmo de la plebe y toda la juventud en general que no se
veía ni oía otro clamor que viva la Patria y vivan los Carrera, a quienes todos ofrecían
gustosos a sostener y defender traídos de la licenciosa libertad”.21
Los hermanos Carrera fueron los primeros caudillos que buscaron en ese período
el apoyo de los sectores populares para acelerar el proceso revolucionario por la
17
José Miguel Carrera. Diario Militar, Colección de Historiadores y Documentos relativos a la Inde-
pendencia de Chile, T. I, p. 30, Stgo. 1900.
18
Ibidem, p. 49.
19
Ambrosio Valdés C. Revolución Chilena y campañas de la Independencia, p. V, 2ª edición, Stgo. 1888.
20
Melchor Martínez, op. cit., p. 151.
21
Ibid., p. 139.

19
independencia. Uno de los mejores investigadores de este período histórico, Julio
Alemparte, sostiene que “los golpes de Carrera fueron apoyados no por minúsculos
grupos adictos a la aristocracia, como ocurriera hasta entonces, sino por elementos
más numerosos y populares”. Burlándose de esto, un memoralista de la época hablaba
del “soberano pueblo de Carrera”. Y otro autor satírico, en un pasquín que apareció por
esos días, en forma de bando, expresaba: “El Congreso os convoca, pueblo chileno, a
sus representantes, los escribanos, procuradores, receptores, papelistas, escribientes
de oficinas, mozos vagabundos, ociosos, viejos descalzos, pobretones, ambiciosos, para
hoy a las nueve de la mañana. El Cabildo os califica de buenos patriotas, y fía de vuestra
decisión su suerte futura. Hombres de bien, condes, marqueses, familias, bienes y
obligaciones, estad metidos en vuestras casas para impedir el vejamen de ser el ludibrio
y expulsos de las puertas del Cabildo”. Estas y otras burlas –sigue Alemparte– en las
cuales se refleja la irritación que a los patricios causaba el contacto de los Carrera con
el pueblo”, son uno de los tantos testimonios del franco espíritu revolucionario del
bando carrerino. Ya en la nota que enviaran a la derrocada Junta, el 15 de noviembre,
decían claramente los Carrera que una de las causas de la inestabilidad política derivaba
de que “el pueblo nunca ha sido oído, ni ha podido hablar libremente, pues las más
de las veces se han provocado sus sufragios por convites a ciertas personas (…) por lo
cual declarábase que, en esta oportunidad podían concurrir a la plaza mayor todos los
vecinos sin excepción”. Comentando este llamado, escribe Barros Arana: “La asamblea
que pedía Carrera importaba una peligrosa innovación, por cuanto se pretendía dar
parte en los negocios públicos a las turbas populares siempre fáciles de ser manejadas
por caudillos audaces y ambiciosos”.22 A pesar de su escasa simpatía por Carrera, el
historiador Barros Arana se vio obligado a reconocer que Carrera “consiguió popularizar
el movimiento revolucionario, dando al elemento democrático intervención en las
manifestaciones de la opinión y del patriotismo, en que hasta entonces solo habían
tomado parte las clases acomodadas”.23
El carácter popular del movimiento carrerino fue inclusive reconocido más tarde
por un gobierno contrario a José Miguel Carrera, como el de Pueyrredón, quien en un
documento de 1816 dirigido a San Martín expresaba:
Siendo notoria la división en que se hallaba Chile por dos partidos poderosos, antes de la
entrada de las tropas del rey, presididos a saber, el uno por la familia de los Carrera, y el
otro por la casa de los Larraínes (…) el general (San Martín) tendrá presente que el primero
de los dichos partidos contaba con el afecto de la plebe, y que sus procedimientos, aunque
nada honestos ni juiciosos, investían un carácter más firme contra los españoles; y que

22
Julio Alemparte. Carrera y Freire, p. 40 y 41, Ed. Nascimento, Santiago, 1963.
23
Barros Arana, IX, 184.

20
al segundo, pertenecían la nobleza, vecinos de caudal y gran parte del clero secular y
regular, siempre tímidos en sus empresas políticas.24
Los principales dirigentes del ala izquierda, además de los Carrera, eran Camilo
Henríquez, Baltazar Ureta, Julián Uribe y Manuel Rodríguez, que se había incorporado
a la lucha activa en noviembre de 1811. El primero cumplió un destacado papel en la
difusión de las ideas libertarias y republicanas, mediante la fundación del primer
periódico nacional La Aurora de Chile. Allí se vertían, todos los jueves, opiniones del
siguiente tenor:
Es absurdo creer que exista en algún punto de la tierra la libertad civil sin la libertad
nacional […] Las revoluciones son en el orden moral lo que son en el orden de la naturaleza
los terremotos y las tempestades. Los meteoros son terribles; pero hasta ahora nos han
sido saludables (…) Comencemos declarando nuestra independencia. Ella sola puede
borrar el título de rebeldes que nos da la tiranía (…) Ya es tiempo de que cada una de
las provincias revolucionarias de América establezca de una vez lo que ha de ser para
siempre: que se declare independiente y libre y que proclame la justa posesión de sus
eternos derechos.25
En el seno del movimiento carrerino se fue gestando una corriente de extrema
izquierda, plebeya y jacobina, que no se conformaba solamente con acelerar la lucha
por la independencia política, sino que comenzó a plantear por primera vez en Chile
la “cuestión social”. El líder de esta tendencia, cuyo contenido programático rebasaba
los límites burgueses de los Carrera, ya que aspiraba a combinar la independencia
política con la revolución social, fue el franciscano Antonio Orihuela, hijo de Francisco
Borja y sobrino carnal de Manuel de Salas. De Santiago, donde había tomado los
hábitos en 1797, se trasladó a Concepción en 1808. Allí apoyó el golpe carrerino del
4 de septiembre de 1811 y fue uno de los líderes del movimiento que reemplazó a las
autoridades derechistas de esa provincia. Este movimiento penquista, que tuvo un
contenido más popular que el de Santiago, obligó a un obispo contrarrevolucionario
de Concepción a pronunciar una pastoral donde decía: “Y vosotros fuisteis testigos de
los turbulentos cabildos abiertos que le precedieron y subsiguieron, en que hicieron
el papel más brillante las personas más despreciables del pueblo, y entre ellas un vil
esclavo, bien conocido por sus insípidas bufonadas y sandeces”.26
Antonio Orihuela, elegido diputado por Concepción el 4 de septiembre de 1811,
en una asamblea popular, “repartió –dice Domingo Amunátegui– a los vecinos de la
ciudad, y en seguida a los miembros del Congreso una violenta proclama, en la cual

24
Citado por Pedro Lira Urquieta. José Miguel Carrera, p. 75-76, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1960.
25
La Aurora de Chile: números del 4 de junio y del 8 de octubre de 1812.
26
Barros Arana, VIII, 405.

21
declamaba contra los aristócratas y aconsejaba su exterminio”.27 Esta proclama, que
constituye uno de los primeros documentos de la historia del pensamiento social
chileno, señalaba en sus párrafos más relevantes:
Pueblo de Chile: mucho tiempo hace que se abusa de vuestro nombre para fabricar
vuestra desdicha (…) El infame instrumento de esta servidumbre que os ha oprimido
largo tiempo es el dilatado rango de nobles, empleados y títulos que sostienen el lujo
con vuestro sudor y se alimentan de vuestra sangre (…) ¡qué lamentarse de los artesanos,
reducidos a ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y
fatigas; de los labradores que sinceramente trabajan en el cultivo de pocas simientes
para sus amos y morir ellos de hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les
era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies, cuya cosecha hubiera pagado bien
su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la tierra todo el año para
alimentar la codicia de los europeos! ¡qué lamentarse por la estrechez del comercio,
decaído hasta lo sumo por el monopolio de la España (…) La nobleza de Santiago se
arrogó así la autoridad que antes gritaba competir solo al pueblo (como si estuvieran
excluidos de este cuerpo respetable los que constituyen la mayor parte y más preciosa
de él) y creó una junta provisional que dirigiese las operaciones (…)Ved aquí en este
solo pueblo de Concepción patentes ya las funestas consecuencias de la instrucción
maldita en la elección del Conde de la Marquina, del magistral Urrejola y del doctor
Cerdam (…) Ninguno más inepto para desempeñar cualquier encargo público que el
conde de la Marquina. Lo primero por Conde. En las actuales circunstancias, los títulos
de Castilla que, por nuestra desgracia abundan demasiado en nuestro reino, divisan ya
en la imitación del gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su egoísmo
e hinchazón, les raspe el oropel con que brillan a los ojos de los negocios (…) El remedio
es violento pero necesario. Acordáos que sóis hombres de la misma naturaleza que
los condes, marqueses y nobles; que cada uno de vosotros es como cada uno de ellos,
individuo de ese cuerpo grande y respetable que se llama Sociedad; que es necesario
que conozcan y les hagáis conocer esta igualdad que ellos detestan como destructora de
su quimérica nobleza (…) Con vosotros hablo, infelices, los que formáis el bajo pueblo.
Atended: Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras gastáis vuestro sudor
y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol, y a todas
las inclemencias del tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados duermen entre
limpias sábanas y en mullidos colchones, que les proporciona vuestro trabajo; se divierten
en juegos y galanteos, prodigando el dinero que os chupan con diferentes arbitrios,
que no ignoráis; y que no tienen otros cuidados que solicitar, con el fruto de vuestros
sudores, mayores empleos y rentas más pingües, que han de salir de vuestras miserables
existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes sí desprecio, ultrajes,
baldones y opresión. Despertad, pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad,
si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra
dicha, y levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad.28
27
Domingo Amunátegui S. “Dos franciscanos revolucionarios”, Rev. Chilena de Historia y Geografía,
Nº 108, 1946, p. 6.
28
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, 1811 a 1845, Tomo I, pp. 357 a 359.

22
Esta proclama demuestra que desde los albores de nuestra independencia política
existió una corriente plebeya que, aunque minoritaria, planteó no solo el combate
contra el imperio español, sino contra los propios explotadores nacionales. Para Marcelo
Segall, “la presión de clase obrera comienza con las proclamas de Antonio Orihuela
en 1812, que dispuesto a transformar la independencia política en revolución social
llamaba a los trabajadores a la rebelión y al levantamiento”.29
Otra expresión de extrema izquierda dentro del movimiento carrerino, que podría-
mos calificar hasta de “jacobina”, fue la exigencia de expropiar a la burgesía criolla unos
tres millones de pesos para financiar el ejército patriota, ante la inminente invasión
española. La petición del Batallón de Granaderos, entregada el 16 de noviembre de 1811,
decía: “Que el nuevo gobierno no omita diligencia alguna para engrosar el erario con
tres millones de pesos sin perdonar arbitrio!”. La reacción de los círculos burgueses,
ante tal exigencia, ha sido reflejada a su manera por el cronista español Talavera:
Esparcidas estas especies a pocos días de efectuada la reforma del gobierno, producían
las más tristes y melancólicas ideas en los corazones del vecindario, en términos que
los ciudadanos del mayor rango tentaron retirarse de la capital improvisadamente,
llevando consigo sus caudales y alhajas; otros depositan en el seno de la tierra su dinero
y preciosidades; otros se transportan a los conventos; las familias más realzadas emigran
precipitadamente a los campos, llenas de consternación; la capital no ofrecía sino un
cuadro melancólico de pavor y de sustos, porque cada vecino esperaba la desolación
de su casa.30
Estas apreciaciones, aunque exageradas y recargadas de subjetivismo, expresaban
en parte la reacción de la burguesía ante la probabilidad de ser expropiada. Las presiones
obligaron a Carrera a rechazar las exigencias de sus partidarios y tuvo que dar garantías
de que no se efectuarían expropiaciones en las circulares del 16 y 19 de noviembre de
1811. Sin embargo, Carrera no olvidó este planteamiento de los sectores populares y
meses después estableció una contribución forzosa. Uno de los expropiados fue el
bodeguero español don Joaquín de Villa Urrutia, que había hecho construir frente a su
casa un enorme malecón de piedra; en sesión de la Junta Cívica Auxiliadora declaró:
“Que don Joaquín de Villa Urrutia, poseyendo una fortuna de más de doscientos mil
pesos, debe contribuir al empréstito con $12.000 y que de no hacerlo, se proceda a
embargarle y rematarle prontamente lo necesario”.31
El equipo carrerino fue el ala izquierda durante las primeras fases de la revolución
porque se constituyó en la vanguardia intransigente de la lucha por la independencia

29
Marcelo Segall. Desarrollo del capitalismo en Chile, p. 27, Stgo. 1953, y Las luchas de clases en las
primeras décadas de la República, p. 6, Stgo. 1962.
30
M. A. Talavera. Diario…, cit. por Barros Arana, VIII, 477.
31
Roberto Hernández. Valparaíso en 1827, pp. 86-87, Imp. Victoria, Valparaíso, 1927.

23
política. Para contrarrestar la oposición de la derecha y el centro burgués, Carrera apeló
a los sectores populares, quienes dieron un impulso decisivo al proceso revolucionario.
El movimiento carrerino, de carácter populista, no era ni podía ser en aquella época
una corriente proletaria, sino que fue la expresión más consecuente de la izquierda
burguesa en el cumplimiento de la tarea democrática esencial del momento: la
independencia política. La corriente auténticamente plebeya fue la extrema izquierda
que se desarrolló dentro del movimiento carrerino. Uno de sus exponentes más
destacados, el franciscano Orihuela, trató de combinar, como Hidalgo y Morelos en
México, la lucha por la independencia política con la revolución social. Sin embargo,
esta tendencia plebeya, inorgánica y aún intuitivamente revolucionaria, no podía
prosperar por la cuasi inexistencia de la única clase históricamente capaz de realizar
la revolución social: el proletariado.
La oposición cerrada al gobierno de Carrera provenía en lo inmediato del temor de
la derecha y el centro burgués a que las medidas para acelerar la independencia provo-
caran la guerra con España y el Virreynato del Perú. Una de las causas del descontento
de estos sectores de la burguesía era la firme resolución de Carrera de organizar de una
vez por todas el ejército y las milicias criollas. Los terratenientes protestaban contra
los preparativos militares porque les quitaba mano de obra: “La convocación de las
milicias y el acuartelamiento de los campesinos, precisamente en los momentos en
que habían comenzado a hacerse las cosechas, causaban los más graves perjuicios”.32
Una guerra con España y, por consiguiente, con el Virreynato del Perú, significaba
para los terratenientes pérdida del principal mercado para la exportación de trigo, que
aún permanecía firme en 1812. El norteamericano Samuel B. Johnston, que vino a Chile
en 1812 como tipógrafo para hacer funcionar la imprenta que Hoevel había importado
de Estados Unidos, relata en sus cartas sobre Chile que
Lima depende en absoluto de Chile para un artículo tan indispensable como el trigo.
Hay veinte buques empleados en el tráfico entre El Callao y Valparaíso, que lo componen
el trigo, carne salada, fruta seca, mantequilla, queso, sebo y vino en cambio de azúcar,
arroz, cacao, tabaco, sal, hierro y manufacturas europeas. Fue materia de admiración
para mí el ver que los chilenos permitiesen que se llevase trigo a Lima, cuando el Virrey
hacía la guerra a Buenos Aires (y, en consecuencia, a los principios que habían abrazado)
estando estrechadamente aliados con esa provincia. Al paso que el ejército de Buenos
Aires está sitiando a los realistas de Montevideo, el hacendado patriota de Chile labra
sus campos para proveer con el pan a los enemigos de su país.33

32
Barros Arana, VIII, 513.
33
Samuel B. Johnston. Cartas escritas durante una residencia de tres años en Chile, traducidas y
prologadas por José T. Medina, Anales en noviembre-diciembre 1916 comienza la publicación; la cita
correspondiente al número siguiente, p. 23.

24
En la urgente e ineludible tarea de consolidar el ejército criollo para enfrentar a
los realistas, Carrera suplió sus improvisadas condiciones de organizador con su des-
bordante entusiasmo y actividad. Elevó el número de los granaderos a 1.500 y mandó
confeccionar 10.000 lanzas y 1.500 tiendas de campaña. Trató de financiar los gastos
militares con nuevos impuestos que acrecentaron las protestas de los terratenientes
y comerciantes. Con el mismo fin, gravó con seis pesos por quintal la internación de
yerba mate. “No entre –decía el decreto gubernamental– yerba mate del Paraguay
sin satisfacer uno y medio reales del derecho de balanza en lugar de los tres cuartos
que hasta aquí ha pagado”.34 Según los cálculos del gobierno, el nuevo impuesto a la
yerba mate debía producir 57.000 pesos anuales y el de balanza unos 25.000 pesos.
“Estas medidas –afirma Barros Arana– produjeron una profunda perturbación (…)
desprestigiaban la revolución ante propios y extraños”.35 En realidad, afectaban a la
burguesía importadora que controlaba el monopolio comercial de distribución de la
yerba mate y los intereses de los exportadores argentinos. Esta medida determinó un
agravamiento de las ya tensas relaciones entre la Junta de Buenos Aires y el gobierno
de Carrera, cuyo ascenso al poder había sido mal visto por el representante de Buenos
Aires en Chile:
Cuando el movimiento del 4 de septiembre nos prometía los mejores resultados –decía
el delegado Bernardo Vera en su informe– cuando este país se congratulaba ya por la
alianza muy estrecha con V.E. acreditada en el aumento considerable de las cantidades
de pólvora con que se le quería auxiliar, la revolución del 15 de noviembre último ha
cambiado todo el semblante de las cosas hasta hacer incalculables los fines en que
terminará esta crisis terrible.36
La derecha y el centro burgués siguieron saboteando a Carrera no solo a través de la
oposición obstruccionista del Congreso, sino también alentando golpes militares, como
el dirigido por los hermanos Huici el 27 de noviembre de 1811. Ante la actitud del sector
derechista de retirar a los diputados para no dar el quórum necesario a las sesiones
donde el gobierno planteaba sus medidas de urgencia, Carrera se vio inducido a disolver
el Congreso el 2 de diciembre de 1811. Fundamentaba su resolución en una proclama
en la que decía que el Congreso constituía un estorbo para alcanzar la “independencia
absoluta”, ya que era incapaz de declarar la ilegitimidad de las cortes españolas; “es
constante que, separado el trono, el Rey cautivo, los pueblos de la monarquía española
reasumieron exclusivamente la posesión de la soberanía que le había depositado;
e instalada la Regencia del interregno y sus Cortes generales extraordinarias de un
modo ilegal, ellas no tuvieron autoridad bastante para extenderse sobre los dominios

34
Bando del 17 de enero de 1812, citado por Barros Arana, VIII, 512.
35
Barros Arana, VIII, 512.
36
Ibid., VIII, 494.

25
de ultramar. Chile, por eso, suspende su reconocimiento”. Carrera, al plantear el
desconocimiento del Consejo de Regencia, medida que no se habían atrevido a tomar
los gobiernos anteriores, daba un paso decisivo hacia la independencia política de Chile.
A pesar de tener que concentrar los esfuerzos en la defensa militar para hacer
frente a una eventual invasión española, el gobierno de Carrera se preocupó de la
Educación, de la Salud pública y del fomento de la minería, la marina mercante
nacional y la industria criolla. Propuso medidas para alentar la producción de salitre
y un proyecto para crear un banco de rescate de pastas y de plata en Huasco, con un
capital de veinticinco mil pesos.
El 14 de enero de 1813 quedó fundada la “Sociedad de Amigos del país” con el fin
de fomentar la agricultura, la ganadería, la industria y la artesanía. Estaba dirigida por
Juan Egaña, Antonio José de Irisarri, Manuel de Salas, Domingo Eyzaguirre y Joaquín
Gandarillas. El gobierno, consciente de la importancia económica de la minería,
decretó el 19 de mayo de 1813 que los trabajadores mineros, operarios, pirquineros,
cateadores, etc., quedaran “exentos de todo alistamiento y servicio de armas, conforme
a lo prevenido en las ordenanzas de minería y militar, y a la actualidad y conveniencia
que en las actuales circunstancias resulta al Estado del fomento y labores de las minas,
ningún jefe militar molestará a estos individuos”.37
En marzo de 1813, el decreto de libertad de comercio de 1811 fue reglamentado
bajo el nombre de “Apertura y Fomento del Comercio y la Navegación”, en el que se
establecieron medidas proteccionistas a la industria y a la marina mercante nacional,
gravando con un 30% las mercaderías extranjeras y concediendo a los barcos chilenos
la exclusividad del comercio de cabotaje.
Una de las principales medidas de sabiduría pública, promovida por el gobierno,
fue la Junta de Vacuna, institución que en 1812 llegó a vacunar 2.729 personas contra
la viruela.
La educación fue motivo de especial preocupación del gobierno de Carrera. En
enero de 1813, se levantó el primer censo escolar de la República que “registró en la
capital únicamente siete escuelas, con seiscientos sesenta y cuatro alumnos, en una
población de cincuenta mil habitantes”.38 Ese mismo año, se fundó el Instituto Nacional
con el fin de promover el estudio de “las ciencias, artes y oficios, instrucción militar (…)
Desde la instrucción de las primeras letras se hallarán allí clases para todas las ciencias

37
Benjamín Vicuña Mackenna. La Edad de Oro en Chile, p. 214, segunda edición, Ed. Francisco de
Aguirre, Buenos Aires.
38
Julio César Jobet. Doctrina y Praxis de los educadores representativos chilenos, p. 63, Ed. Andrés Bello,
Santiago, 1970. Este libro de Jobet constituye uno de los primeros enfoques marxistas de la Historia
de la Educación en Chile.

26
y facultades útiles a la razón y las artes; se hallarán talleres de todos los oficios, cuya
industria sea ventajosa a la República” –señalaba el título XI, sección I, del Instituto.
Camilo Henríquez destacaba la importancia del Instituto Nacional en los siguientes
términos:
Es necesario proteger la industria, y es indispensable domiciliar entre nosotros los
conocimientos útiles. Para tener hombres que posean los conocimientos y de que pende
el adelantamiento de las minas y demás producciones del reino, y que éstos sean en
número suficiente a cubrir todos los puntos que exigen sus atenciones, con unos costos
tolerables sin el riesgo de ser el juguete de los charlatanes, es forzoso que se formen
aquí; es forzoso que este género de estudios se establezcan entre nosotros. Ellos están
comprendidos en el plan del Instituto Nacional.39
Durante el gobierno de Carrera se fomentó la instrucción de la mujer, como se
desprende del decreto de agosto de 1812: “La indiferencia con que miró el antiguo
gobierno la educación del bello sexo, es el comprobante menos equívoco de la
degradación con que era considerado el americano. Parecerá una paradoja que la
capital de Chile poblada de más de cincuenta mil habitantes (con su distrito rural) no
haya aún conocido una escuela de mujeres”. Según este decreto, cada monasterio de
monjas debía tener la obligación de suministrar una sala para la escuela de primeras
letras de niñas pobres. Los conventos de monjas se resistieron a cumplir la orden del
gobierno. El interés de Carrera por la educación está reflejado también en un emotivo
gesto familiar: en 1818, en medio del fragor de las luchas intestinas de Argentina, país
en el que estaba relegado, “tradujo del inglés un tratado de educación infantil, y envió
los treinta pliegos de su manuscrito a su mujer, con estas sentidas palabras: Es el único
obsequio que por la primera vez he hecho a mis hijas”.40
Con la finalidad de forjar una conciencia republicana en la juventud, el gobierno
de Carrera difundió en las escuelas un catecismo político. El tipógrafo norteamericano
Samuel Johnston comentaba en sus cartas sobre Chile que el catecismo político era
una medida “bien calculada para propagar la forma republicana de gobierno, y que
demostraba en su autor un profundo conocimiento de la naturaleza humana”. El
catecismo político comenzaba de este modo:
¿De qué nación es usted? Soy americano. ¿Cuáles son sus deberes como tal? Amar a
Dios y a mi patria, consagrar mi vida a su servicio, obedecer las órdenes del gobierno
y combatir por la defensa y sostén de los principios republicanos. ¿Cuáles son las
máximas republicanas? Ciertos sabios dogmas encaminados a hacer la felicidad de los
hombres, establecen que todos hemos nacido iguales y que por ley natural poseemos
ciertos derechos, de los cuales no podemos ser legítimamente privados. Se consigna

39
Miguel Luis Amunátegui. Camilo Henríquez, T. I, p. 63, citado por Jobet: op. cit., p. 140.
40
Julio Alemparte, op. cit., p. 49.

27
enseguida una larga enumeración de privilegios de que se goza bajo el imperio de la
forma republicana de gobierno, en constraste con lo que el pueblo padecía bajo el antiguo
régimen colonial de España. Una vez por semana se celebra un certamen escolar público,
en el que se ejercita a los niños en el referido catecismo y se otorgan premios a los que
se manifiestan saberlo mejor. Se señalan también dos de los muchachos más despiertos
para que declamen discursos redactados en forma de diálogo entre un español europeo
y un americano, en los cuales aquél sostiene el derecho de conquista como suficiente
título del rey a su poder absoluto. El que lleva la representación de América, va armado de
fuertes argumentos para sostener su causa basado en los derechos del hombre y concluye
por derrotar a su contradictor, que acaba por convertirse al nuevo régimen. Toda esta
argumentación aparece redactada en términos claros y sencillos, calculados para que
los entiendan aún los de pocos alcances, estando enderezada solo para instrucción de
los que no saben leer o no tienen medios para adquirir libros.41
Hemos citado in extenso esta referencia de un testigo de la época, poco mencio-
nada por los historiadores, porque constituye una de las mejores expresiones del
ideario republicano de José Miguel Carrera y de su preocupación porque la campaña
de educación política llegara en los términos más sencillos a los sectores populares
del naciente Estado.
El gobierno carrerino tuvo que enfrentar la oposición permanente y enconada
de la Iglesia que, como vanguardia de la contrarrevolución, reaccionaba ante las
medidas tendientes a acelerar la independencia política, además de sentirse afectada
por el decreto que declaraba exentos de derechos eclesiásticos a los matrimonios y
entierros de los pobres y, sobre todo, por la supresión de la palabra “romana” en el
reglamento constitucional de 1812. Carrera fue el primer gobernante chileno dispuesto
a tomar medidas contra la Iglesia, como parte de su plan político de desarmar a la
contrarrevolución en cuyas filas precisamente militaba la mayoría del clero.
La oposición al gobierno de Carrera adquirió un carácter manifiestamente
ultraderechista en los momentos más críticos para la independencia chilena: la invasión
del ejército realista, dirigido por Pareja. En vez de cerrar filas en defensa del país, la
oposición derechista trató de aprovechar la invasión española para derribar a la Junta
de Carrera. Los sectores izquierdistas acentuaron su decidido apoyo al gobierno y
exigieron la aplicación de impuestos forzosos a la burguesía. En una vibrante proclama
del 31 de marzo de 1813, José Miguel Carrera declaraba: “Ya se borró del diccionario de
Chile la funesta voz del moderantismo”. En su “Diario Militar”, anotaba el rechazo a las
proposiciones del jefe del ejército español: “Yo le contesté asegurándole que debíamos
despreciar toda amistad con el virrey y con Sanchez, si se fundaba en sostener los
derechos de Fernando; que los pueblos de Chile trabajaban por su independencia”.42

41
Samuel B. Johnston, op. cit., pp. 95-96.
42
José Miguel Carrera. Diario Militar… op. cit., p. 158.

28
La campaña militar de Carrera contra la invasión realista fue saboteada por los
terratenientes, quienes, por encima de todo, exigían garantías para la exportación de
su trigo al Perú. En su “Diario” Carrera manifestaba: “Ejemplo de lo incapaces que eran
aquellos pelucones, siendo dueños de Santiago y de parte de la Concepción, no podían
proveer de víveres y caballos al ejército; y el enemigo se paseaba por todas partes, con
sus fuerzas montadas en excelentes caballos”.43
A pesar de que la situación comprometía el porvenir de la independencia, los
comerciantes también protestaban porque la lucha contra los españoles en la zona
de Maule les impedía vender normalmente sus mercaderías.
El orgullo aristocrático –escribía Lastarria– ofendido con la frecuente aparición de
hombres nuevos que, sin timbres de familia y sin más título que su mérito personal
ocupan puestos importantes en el ejército o toman parte en los negocios públicos; y
la incuria y el egoísmo de gran parte de propietarios, que se resisten a erogar algo de
sus rentas para sostener los gastos de la administración y de la guerra, a pesar de que
la prensa los estimula con razonamientos enérgicos y aun de los campesinos que se
despojan gustosos de los objetos de su uso para contribuir a la defensa de la patria, son
también estímulos poderosos que vienen a propagar el descontento.44
Los intentos inmediatos de la oposición triunfaron transitoriamente con el
reemplazo de Carrera por O’Higgins y luego por Lastra en la Junta de Gobierno. El
símbolo del nuevo curso derechista fue el Tratado de Lircay en 1814, negociado por el
comodoro Hillyard, de Inglaterra, entonces aliada de España. Gran parte de la burguesía
criolla, enterada de la derrota de Napoleón y del retorno de Fernando VII al trono en
1814, se apresura a firmar un tratado que pusiera a cubierto sus intereses más concretos,
renegando de todas las medidas adoptada por Carrera a favor de la independencia
política. La vergonzosa capitulación de los sectores derechistas de la burguesía criolla
se reflejaba en uno de los acápites del Tratado de Lircay:
Chile, deseoso de conservarse para su legítimo rey y huir de un gobierno que lo entregase
a los franceses, eligió una Junta Gubernativa (la del 18 de septiembre de 1810) compuesta
de sujetos beneméritos (…) Se reunió efectivamente el congreso de sus diputados, quienes
en su apertura juraron fidelidad a su rey Fernando VII, mandando a su nombre cuantas
órdenes y títulos se expidieron, sin que jamás intentasen ser independientes del rey
de España libre ni faltar al juramento de fidelidad (…) Hasta el 15 de noviembre de 1811
quedó todo en aquel estado y entonces fue cuando por fines e intereses particulares, y
con la seducción de la mayor parte de los europeos del reino, fue violentamente disuelto
el congreso por la familia de los Carrera (…) Así es como durante el tiempo de aquel
despotismo, se alteraron todos los planes y se indicó con signos alusivos –la bandera,

43
Ibid. p. 264.
44
José V. Lastarria, op. cit., p. 136.

29
el escudo– una independencia que no pudieron proclamar solemnemente por no estar
seguros de la voluntad general.45
El ala izquierda carrerina se levantó contra la indigna capitulación de los sectores
más vacilantes de la burguesía criolla y al grito de “Viva la Pancha” –alusión a Javiera
Carrera– repuso en el poder a José Miguel el 2 de julio de 1814. El segundo gobierno
de Carrera, plenamente consciente de la situación, aceleró el proceso revolucionario
imponiendo medidas contra los curas reaccionarios y empréstitos forzosos a los
realistas y a los terratenientes criollos por valor de 300.000 pesos y 136.000 pesos,
respectivamente, con el fin de financiar el ejército.
Se impuso –dice Carrera en su “Diario”– una contribución de 400.000 pesos sobre los
europeos o hijos del país, cuya indiferencia por nuestra libertad era manifiesta. Se echó
mano de la plata labrada de las iglesias y se dieron órdenes terminantes para que pagasen
los que fuesen deudores del tesoro para asegurar la tranquilidad interior y cortar de
raíz la seducción con que los sarracenos procuraban desanimar nuestras tropas. Fue
indispensable aterrarlos, apresando, desterrando y expatriando 85 frailes y 70 de los
principales godos.46
La nueva Junta, entre cuyos integrantes se destacaba Julián Uribe por su tendencia
plebeya, hizo denodados esfuerzos para organizar la resistencia contra la invasión
española, pero fue saboteada por los sectores derechistas. “Empezó la huelga de brazos
caídos; el retraimiento general, que iba a impedir al gobierno organizar nada delante
del avance de Osorio y que los historiadores del siglo pasado disimularon de acuerdo
con el difunto concepto que erigía la historia en cátedra de educación cívica”.47
O’Higgins, dirigente en aquel período de la oposición burguesa de centro, coronó
los desaciertos al desconocer la Junta de Carrera, exigir la convocatoria a un Congreso
Nacional en momentos en que los españoles estaban a las puertas de Santiago y romper
el frente único de los criollos al avanzar desde el sur contra las fuerzas de Carrera. El
combate entre las tropas de Carrera y las de O’Higgins en Las Tres Acequias el 26 de
agosto de 1814 fue la antesala del desastre de Rancagua, porque exacerbó los roces
entre los patriotas, debilitando la unidad del ejército nacional.
La interminable discusión entre o’higginistas y carrerinos sobre quién fue el
responsable del desastre de Rancagua es el resultado del apasionamiento de dos
bandos de escritores que sobreestiman el papel de los héroes en la historia. En
rigor, existieron causas objetivas muy profundas, generadas con anterioridad, que
condicionaron el desastre. La derrota de Rancagua fue el producto de tres años de
sabotaje, boicot y oposición cerrada de la derecha y el centro burgués a la labor
45
Citado por Jorge Carmona Yáñez. Carrera y la Patria Vieja, pp. 345-346, Santiago, sin fecha de edición.
46
José Miguel Carrera. Diario… op. cit., p. 389.
47
Encina, VI, 661.

30
revolucionaria del gobierno de los Carrera. En Rancagua no podía triunfar un ejército
minado por una lucha intestina entre bandos irreconciliables ante una fuerza militar
española, disciplinada y homogénea, que se había mostrado capaz de hacer retroceder
a los criollos en anteriores combates. La deserción de la mayoría burguesa, su espíritu
derrotista y capitulante, sintetizado en el Tratado de Lircay y en la emigración a Cuyo
antes del desastre de Rancagua, facilitaron el triunfo español. El cierre de la frontera
decretado por Uribe para impedir la huida de los cobardes y el intento postrero de
Carrera para organizar la resistencia en Coquimbo –paso táctico no tan descabellado,
como opinan ciertos historiadores, ya que San Martín lo propuso en 1817 en caso de
derrota– expresaban la voluntad inquebrantable del ala izquierda carrerina de defender
hasta las últimas consecuencias la independencia política del país.

El período contrarrevolucionario
La restauración de Fernando VII en 1814, como consecuencia de la derrota de los
ejércitos napoleónicos, trajo un resurgimiento del colonialismo español. Entre los años
1814 y 1819, España envió cerca de 30.000 soldados a nuestro continente. En 1815, las
tropas realistas habían ya restaurado casi todo el imperio español en América Latina.
Chile fue reconquistado en 1814 por el ejército comandado por el general Mariano
Osorio. De inmediato comenzaron las medidas punitivas contra las capas de la
población que mayor participación habían tenido en la lucha por la independencia
política. Se crearon los “tribunales de justificación” y el “Tribunal de Vigilancia y
Seguridad Pública”, encargados de procesar a las personas que se habían destacado
en las primeras fases de la revolución chilena y a los nuevos sospechosos de ideas
subversivas. Fueron deportados a la isla Juan Fernández los dirigentes de la burguesía
criolla que aún quedaban en Chile: José Antonio de Rojas, Manuel de Salas, Juan Egaña y
otros. Se clausuró el Instituto Nacional y se restauraron los tribunales de la Inquisición.
Durante el gobierno de Marcó del Pont, que había sucedido al general Osorio,
recrudecieron las represalias, los abusos y tropelías contra los criollos. El regimiento
de los Talaveras, dirigido por el capitán Vicente San Bruno, se hizo famoso por sus
arbitrariedades. Hubo prohibición de salir de Santiago sin permiso, bajo la pena de
confiscación de bienes si el infractor era rico o de diez años de presidio si era pobre.
Se implantó la pena de muerte para los que colaboraran con los patriotas u ocultaran
cualquier tipo de armamento.
Fueron expropiados los bienes de los dirigentes más destacados de la burguesía
criolla y se les impusieron empréstitos forzosos y fuertes contribuciones. En 1815, se
impuso a los vecinos de Santiago un empréstito forzoso de 125.000 pesos y, luego, dos
más por valor de 150.000 y 105.000 pesos. La pérdida de gran parte de sus riquezas

31
y las medidas represivas de los españoles decidieron a los elementos vacilantes de la
burguesía criolla a emprender el camino de la lucha por la independencia política.
Estos sectores, que habían saboteado o paralizado la revolución chilena adoptando
una posición moderada y pacifista en los primeros gobiernos criollos, durante la
Reconquista, una vez expropiados sus bienes y cuando poco o nada tenían que perder,
se incorporaron a la lucha armada para liquidar el coloniaje español. Sin embargo,
algunos elementos de la burguesía criolla pesistieron en colaborar abiertamente con
los invasores realistas.
Los mayorazgos rindieron pleitesía a los jefes españoles con tal de salvar sus
propiedades. Uno de ellos, Juan Agustín Alcalde, “bajo el gobierno de la Reconquista
quedó viviendo tranquilo en Santiago, sin que Osorio ni Marcó lo molestaran un solo
día”.48 Nicolás de la Cerda, mayorazgo también, compró su libertad pagando 20.000
pesos, mientras las osamentas de sus compatriotas se pudrían en los calabozos realistas.
Otros se declararon enemigos de los Carrera para ponerse a cubierto de las represalias
del régimen español. La cobardía de algunos sectores de la burguesía criolla alcanzó
los límites de la traición cuando en vísperas de la batalla de Chacabuco firmaron un
acta de adhesión al rey de España. En una de las partes del acta del 10 de febrero de
1817, refrendada por personajes como el conde de Quinta Alegre, el marqués de Larraín,
Manuel Aldunate, Pedro Prado Jaraquemada, Manuel Ruiz Tagle, Domingo Eyzaguirre,
Miguel Echeñique, José María Tocornal y otros, se llegaba a manifestar lo siguiente:
Habiendo convocado los principales vecinos para manifestar y acreditar al Sr. Presidente
y Capitán General del Reino la íntima y decidida adhesión que tienen a la sagrada causa
de nuestro legítimo monarca el Sr. D. Fernando VII (que Dios guarde), les hizo un ligero
razonamiento sobre las actuales circunstancias, arbitrios y otras medidas que debían
tomarse para la defensa y seguridad del reino, y castigar como era justo la osadía y el
orgullo de los insurgentes de la otra banda –el Ejército de San Martín; y en consecuencia
de ello, unánimes todos los que firman esta acta dijeron que con sus vidas, haciendas,
y sin reserva cosa alguna, estaban prontos y resueltos a defender los sagrados derechos
del rey, a cuya obediencia vivían gustosamente sujetos.49
Si bien la Reconquista significó el triunfo momentáneo de la contrarrevolución,
en esta etapa se incubaron contradictoriamente las mejores voluntades para lograr la
independencia política. Durante la Reconquista se produjo, por primera vez, un sólido
frente único de las distintas fracciones políticas criollas para expulsar a los españoles.
Carrerinos y o’higginistas, sin relegar al olvido sus diferencias, lucharon juntos para
organizar la resistencia en el interior del país, además de contribuir en Mendoza a la
formación del Ejército Libertador de los Andes. O’Higgins, que ya había quemado sus

48
Barros Arana, IX, 26.
49
Citado por Domingo Amunátegui S. Historia Social de Chile, pp. 264-265, Santiago, 1936.

32
naves, superando su etapa centrista de los primeros años de la revolución, se convirtió
en el jefe de la izquierda burguesa y en el abanderado de la independencia política. José
Miguel Carrera, obligado a salir de Mendoza por el general San Martín, integrante de la
misma Logia que O’Higgins, hizo esfuerzos supremos para organizar una expedición
militar. En su viaje a Estados Unidos, logró concretar un acuerdo con comerciantes
norteamericanos, alcanzando a formar una escuadrilla con una apreciable cantidad
de armas y municiones, pero no tuvo la gloria de conducir a Chile esta ayuda militar,
porque el gobierno de Pueyrredón se apoderó de ella en el puerto de Buenos Aires.
Por otra parte, otro destacado miembro del ala izquierda carrerina, el cura Uribe, pudo
equipar en Buenos Aires la goleta “Constitución” y hacerse a la mar en viaje a Chile, pero
naufragó en el Estrecho de Magallanes, terminando allí la vida de este vigoroso líder
de tendencia plebeya y de otros valientes criollos que hicieron el intento de regresar
a su país para enfrentar al ejército español.
El estado de miseria en que se encontraba el pueblo, debido a la crisis económica
surgida de la guerra, junto a las arbitrariedades cometidas por los realistas contra el
campesinado y el artesanado, determinaron un salto cualitativo en la conciencia del
pueblo. Durante la Reconquista hubo una incorporación masiva de los sectores po-
pulares al proceso revolucionario por la independencia política. Esta participación
popular se produjo más bien como fenómeno de reacción frente a los abusos de los
españoles que como adhesión a sus patrones criollos.
La incorporación de los sectores populares, encarnada en el “roto Ño Cámara”
descrito por Blest Gana en su novela histórica Durante la Reconquista, dio un decisivo
impulso a la lucha por la liberación política de Chile. Los avances de la guerra de guerrillas
de 1816 y 1817 solo pueden explicarse por la incorporación de activos contingentes del
campesinado a las guerras de la independencia. El respaldo de los campesinos de la
zona central fue la clave del éxito de Manuel Rodríguez. Sus disfraces, su ocultamiento
en los ranchos, sus increíbles fugas, sus contactos y su movilidad permanente eran,
en cierta medida, fruto de su genio guerrillero, pero su labor fue indiscutiblemente
facilitada por el decidido apoyo del movimiento campesino. Las capas populares o
artesanado santiaguino contribuyeron también al éxito del guerrillero, suministrándole
casas para ocultarse y ayuda material para su lucha clandestina. Manuel Rodríguez se
ha convertido en uno de los personajes más queridos de nuestro pueblo por su lucha
junto a los pobres del campo y la ciudad. Nuestra historia tiene líderes populares con
un pensamiento social aún más avanzado que Manuel Rodríguez, pero pocos como él, a
excepción de Luis Emilio Recabarren, han calado tan hondo en el sentimiento popular.
Disconforme con el curso moderado de la burguesía criolla, Manuel Rodríguez
se había enrolado en el sector más izquierdista del movimiento carrerino, llegando
a formar parte de la Junta de Gobierno en 1814. Al igual que José Miguel Carrera, se
mofaba de la pacatería burguesa y de los títulos nobiliarios. En un análisis del papel

33
de las clases sociales en la lucha contra el coloniaje español, manifestaba en carta a
San Martín:
Es muy despreciable el primer rango (la aristocracia). Yo solo trato por oír novedades.
Mas la plebe es de obra y está por la libertad como muchos empleados y militares (…) La
nobleza en Chile no es necesaria por el gran crédito que arrastran en este reino infeliz
las cartas y las barrigas (…) Los artesanos –decía en otra carta– son la gente de mejor
razón y de más esperanzas (…) La última plebe tiene cualidades muy convenientes. Pero
anonadada por constitución de su rebajadísima educación y degradada por el sistema
general que los agobia con una dependencia feudataria demasiado oprimente.50
Manuel Rodríguez no podía representar en aquella época una tendencia proletaria,
pero su ligazón con el artesanado y el movimiento campesino lo fue convirtiendo no
solo en el líder de la lucha por la independencia política, sino también en el defensor
de las capas empobrecidas de la población. Su actividad fue descrita en los siguientes
términos por Marcó del Pont, en un oficio dirigido al Virrey de Lima el 29 de enero
de 1817:
Manuel Rodríguez, joven corrompido, natural de esta ciudad, secretario e íntimo
confidente de don José Miguel Carrera, con quien fugó al otro lado de los Andes, fue
mandado el 24 de diciembre de 1815, con otros sus iguales para preparar el ánimo de los
residentes. Rodríguez no perdió tiempo en el ejercicio de su misión, formó un complot
con varios vecinos de los partidos del sur; los bosques de sus haciendas y sus casas
mismas le albergaron, facilitándole cuantas proporciones podía apetecer para el logro
de sus designios. Esta ciudad fue su mansión por mucho tiempo, aquí observó, y salvo, el
número de tropas, sus progresos en la disciplina, y en suma, cuánta providencia tomaba
el gobierno para su mayor seguridad. Aquí formó sus combinaciones con sus adictos,
extendiendo, de acuerdo con ellos, una clave, por cuyo medio podían todos entenderse
sin ser descubiertos aun en caso de ser sorprendida la correspondencia. El Gobierno, a
costa de vencer mil dificultades, había llegado a tener noticias de la misión de Rodríguez,
después de pasado mucho tiempo. No pudo lograr dar con su paradero para conseguir
su aprehensión, por más que se doblaron todos los esfuerzos. Tal ha sido la protección
que ha logrado de sus confidentes, pues la oferta del olvido eterno de cualquier delito
y la de una gratificación de mil pesos, no fueron bastante, para que uno solo diese el
menor aviso de su existencia.51
La zona central fue el principal campo de operaciones de las guerrillas. Melipilla, San
Fernando y Curicó fueron sorpresivamente atacados por los montoneros. El ataque de
Villota a Curicó fue rechazado porque otro grupo guerrillero, comandado por el clérigo
Juan Félix Alvarado, que venía con indios y campesinos de la costa, no alcanzó a llegar
50
Citado por Ricardo A. Latcham. Vida de Manuel Rodríguez, pp. 150, 152 y 193, Ed Nascimiento, Santiago,
1932.
51
Citado por Alejandro Chelén Rojas. El guerrillero Manuel Rodríguez y su hermano Carlos, 2ª edic.,
pp. 71-72, Ed. PLA, Santiago, 1964.

34
el día convenido. La táctica era ocupar ciudades medianas y pueblos, requisar armas y
dinero de los españoles y criollos colaboracionistas y luego retirarse. El objetivo de la
guerra de guerrillas –distraer las fuerzas españolas para facilitar el ataque del Ejército
Libertador de los Andes– fue cumplido con creces porque Marcó del Pont tuvo que
descentralizar su ejército y enviar cerca de 1.500 hombres a la zona central para hacer
frente a las guerrillas. “El arrojo de la guerrilla insurgente –decía Marcó del Pont el 5 de
enero 1817– exige un resguardo y jefes de mayor actividad en los pueblos distantes”.52
La guerra de guerrillas se extendió rápidamente a otras zonas del país y surgieron
numerosos jefes montoneros del seno del movimiento campesino. Neira incursionaba
desde el Cachapoal al Maule. Salas, Ramírez y Silva atacaron San Fernando. Los
guerrilleros Salinas, Traslaviña y Pedro Regalado Hernández actuaban entre Aconcagua
y Quillota, hasta que fueron apresados y ahorcados en la Plaza de Armas de Santiago.
Marcó del Pont comunicaba a Ordóñez en septiembre de 1816: “Se han acuadrillado
gran número de facinerosos y conspiradores armados, abrigados en las cordilleras
de Colchagua hasta Maule, de donde hacen sus incursiones y salteos con la mayor
insolencia”.53 El 4 de febrero de 1817, el fray realista Domingo González escribía desde
Chillán: “Los papeles seductores que han corrido son muchos. Por estos mundos
también prosigue la expurgación de los patriotas. En donde todavía subsiste mucha
de esta mala semilla es por los lados de Cauquenes y demás espacio hasta la costa”.54
Arrieros y huasos baqueanos, entre los cuales se destacaba el campesino Justo Estay,
contribuyeron a la “guerra de zapa”, orientada por San Martín y Manuel Rodríguez,
desinformando a los enemigos y transmitiendo informaciones sobre las fuerzas
realistas a los guerrilleros y al Ejército Libertador de los Andes.
En síntesis, la incorporación de los sectores populares a la lucha por la indepen-
dencia, durante el período de la Reconquista española, fue un factor decisivo para la
liberación política del país, hecho minimizado por aquellos historiadores que, con
un criterio burgués de clase, pretenden ocultar el papel jugado por el artesanado, los
guerrilleros y el movimiento campesino en las guerras de la Independencia.

El período de consolidación de la Independencia Política


En esta etapa, caracterizada por el afianzamiento de la independencia política y
la adopción de importantes medidas de organización nacional, O’Higgins cumplió
un papel tan relevante como el que había desempeñado Carrera durante las primeras
fases del proceso revolucionario. La polémica entre carrerinos y o’higginistas ha con-
ducido a magnificar o rebajar el papel de los caudillos de la independencia, haciendo

52
Citado por Roberto Hernández. El roto chileno, p. 36, Valparaíso, 1929.
53
Barros Arana, X, 231.
54
Ibid., X, 472-473.

35
abstracción del condicionamiento propio de cada período histórico concreto, como
si los hombres pudieran actuar por encima de las clases sociales y de las condiciones
objetivas de su tiempo.
Para los o’higginistas, los hermanos Carrera son unos elementos desorbitados,
ambiciosos y sedientos de poder. Para los carrerinos, O’Higgins es prototipo del
dictador, promonárquico y extranjerizante. Nuestro método de análisis, consistente
en caracterizar políticamente a los personajes en función de la posición que adoptan,
como representantes de clases y sectores de clase frente al problema histórico esencial
del momento, nos permite afirmar que desde 1811 hasta 1814 José Miguel Carrera se
constituyó en la más alta expresión política de la izquierda burguesa, porque fue el
encargado de acelerar el proceso revolucionario. O’Higgins, luego de superar la posición
centrista que había adoptado desde 1810 hasta la Reconquista española, se convirtió
hacia 1817 en un dirigente capaz de realizar la tarea fundamental de ese período: el
afianzamiento de la independencia política de Chile.
Los triunfos de Chacabuco y Maipú, junto con la Declaración de la Independencia el
12 de febrero de 1818 significaron el término del dominio español en Chile. Las primeras
medidas del gobierno de O’Higgins tendieron al desarme de los contrarrevolucionarios,
tanto por la vía de la expropiación directa de sus riquezas y del reemplazo de los
funcionarios realistas que aún permanecían en el aparato estatal, como del combate
contra los últimos restos del ejército español en la zona sur.
Así como el régimen español había creado un tribunal de justicia para comprobar la
fidelidad de los habitantes de Chile al rey, el Director Supremo instituyó otro similar para
averiguar la conducta de los principales pobladores frente a los ideales revolucionarios.
Los que no pudieran acreditar su patriotismo quedarían inhabilitados para el desempeño
de cualquier empleo. Igualmente decretó el secuestro de todos los bienes de los realistas
prófugos.55
O’Higgins asumió el poder inaugurando un gobierno de tipo “bonapartista”, es
decir, un gobierno de clase que aspiraba a jugar un papel de árbitro entre sectores de
la clase dominante, pretendiendo administrar el país en beneficio de los intereses
generales de la burguesía criolla, sin comprometerse en la apariencia con ningún
sector en particular. La fuerza del gobierno de O’Higgins no residía en la izquierda
plebeya ni en la extrema derecha burguesa, sino principalmente en el Ejército, la Logia
Lautarina y los comerciantes enriquecidos con el abastecimiento militar. Referente a
estos comerciantes criollos, que lucraron con las guerras de la independencia, San
Martín escribía en 1819: “Mañana debe decidir el Senado sobre el proyecto de Solar,
Peña y Sarratea para habilitar y transportar 4.000 hombres para fines de diciembre;

55
Jaime Eyzaguirre. O’Higgins, p. 180, Ed. Zig-Zag. Santiago, 1946.

36
piden sesenta pesos por soldado y setenta por caballo”.56 En este convenio, en el que
participaba como principal financista el chileno Felipe del Solar, se establecía que
el gobierno debía entregar a los empresarios los buques que tomara como presas y
concederles en los países liberados por el Ejército de los Andes “la gracia de la libera-
ción de derechos nacionales y municipales en la introducción de quinientas toneladas
por recompensa de los servicios y fatigas que prestan para la expedición”.57
El carácter bonapartista del gobierno de O’Higgins se expresaba asimismo en los
poderes autoritarios que se hizo otorgar por la Constitución de 1818. La concentración
del poder en el Director Supremo reflejaba la concepción elitista de O’Higgins, cuyo
alejamiento de los sectores populares se ahondó a raíz del asesinato de los Carrera y
del aplastamiento del movimiento plebeyo dirigido por Manuel Rodríguez.
Algunos historiadores han pretendido crear el infundio de un Manuel Rodríguez
dedicado a sabotear las medidas de consolidación de la Independencia adoptadas
por el gobierno de O’Higgins. En uno de sus últimos libros, Alejandro Chelén Rojas
ha demostrado que las drásticas resoluciones tomadas por Manuel Rodríguez en
la zona central nunca tuvieron como objetivo provocar conflictos al gobierno ni
menos fomentar un poder paralelo, sino que obedecieron a instrucciones precisas de
O,Higgins en contra de los reaccionarios. Chelén sostiene que “esta documentación casi
desconocida y que ningún historiador ha analizado con imparcialidad ha sido publicada
en el tomo VII del Archivo de don Bernardo O’Higgins. Revisándola minuciosamente,
desmiente en forma categórica las afirmaciones antojadizas, parciales y equívocas
formuladas por los historiadores” en contra de Manuel Rodríguez.58
La destitución de Rodríguez no se debió a los métodos empleados para aplicar
medidas ordenadas por O’Higgins, sino a su posición para organizar el país.
Rodríguez que creía sinceramente en la necesidad de que el pueblo participara en el
gobierno a través de organismos generados por elecciones, había alzado su voz en la Sala
Capitular y acompañó al Cabildo hasta el Palacio Directorial, donde volvió a sostener con
energía sus puntos de vista. O’Higgins, que oyó sus discursos, no pudo tolerar por más
tiempo las palabras del osado tribuno que fueron aplaudidas frenéticamente. Lo hizo
detener y conducir preso al Cuartel San Pablo, cuyo lóbrego recinto ya tanto conocía.
A los pocos días se le traslada a Quillota y es asesinado el 26 de mayo de 1818 en los
alrededores de Tiltil.59

56
Citado por Eduardo Astesano. San Martín y el origen del capitalismo argentino, p. 19, Ed. Coyoacán,
Buenos Aires, 1961.
57
Ibid., p. 20.
58
Alejandro Chelén Rojas, op. cit., p. 75.
59
Ibid., p. 119.

37
Durante su gobierno, O’Higgins tuvo que enfrentar la tenaz oposición de los terra-
tenientes. Es una superficialidad sostener que la “aristocracia” odiaba a O’Higgins por
su condición de “huacho”. Este término peyorativo no fue utilizado en los primeros
años de la revolución separatista, cuando O’Higgins era el dirigente del ala burguesa de
centro, sino precisamente en el período en que O’Higgins adopta medidas que afectan
algunos intereses de los terratenientes.
Una de estas medidas fue imponer fuertes contribuciones a los agricultores y
comerciantes para financiar la expedición del Ejército Libertador de los Andes. A tal
efecto, en mayo de 1817, se estableció una contribución extraordinaria por un año que
produjo 80.000 pesos. Durante el mismo año se decretó otra contribución obligatoria de
600.000 pesos, de los cuales se recogieron 330.000.Los criollos acomodados que habían
colaborado con los españoles durante la Reconquista, debieron pagar 12.000 pesos cada
uno: Francisco Ruiz Tagle (mayorazgo), José Toribio Larraín (marqués), José Nicolás de
la Cerda (mayorazgo) y Manuel Calvo Encalada (marqués de Villapalma); otros tuvieron
que pagar 10.000 pesos: Vicente García Huidobro (marqués de Casa Real), Joaquín
Fermín de Aguirre (marqués de Montepío), Francisco y Valentín Valdivieso. Al resto le
correspondió pagar entre 1.000 y 8.000 pesos. En 1818, se impuso otra contribución de
500.000 pesos, de los cuales hasta septiembre de 1820 se habían recaudado 377.000
pesos. Durante la recolección de estas contribuciones se descubrió que los propietarios
más ricos habían entregado objetos de plata de mala ley, doblando algunas piezas para
colocar en su interior hierro u otros materiales falsos que aumentaran su peso.
En este período fueron expropiados los bienes del mayorazgo de Sierra Bella, la
hacienda Bucalemu, que había sido comprada a los jesuitas por el mayorazgo Pedro
Fernández Balmaceda, y se embargó el mayorazgo Toro y Zambrano porque Manuel,
el hijo del Conde de la Conquista, había apoyado a los españoles; sin embargo, bajo
la presión del Senado, el gobierno debió suspender esta medida. Al mismo tiempo, se
expropiaron los bienes de numerosos realistas, entre los cuales cabe destacar a Pedro
Nolasco Chopitea y Rafael Bertrand, ricos comerciantes españoles de Valparaíso. El
gobernador de este puerto, Francisco Calderón, en 1818
intimó a los señores Chopitea y Bertrand que en el término de nueve horas entregasen
ciento cincuenta mil pesos, con apercibimiento que no haciéndolo, dice fríamente la
diligencia que asentó en su presencia el escribano Menares, serían pasados por las armas
(…) El señor Bertrand entregó por de pronto y por vía de donativo, una talega de mil
pesos y cincuenta onzas de oro, ofreciendo además sus estancias de San José y de otras
comarcas de la costa con todos sus ganados, valorizado todo en docientos mil pesos.
Chopitea fue todavía más pródigo en el rescate de su vida, si bien en realidad ésta nunca
había estado en peligro más allá de la amenaza, e inmediatamente puso en manos del
gobernador Calderón, mil pesos en plata, cincuenta onzas de oro sellado, libra y media
de oro en polvo, $ 72.000 en documentos ejecutivos de la plaza de Santiago y $20.000 en

38
mercaderías. Agregó aún el producto de una habilitación hecha a un mercader e industrial
llamado Nicolás Lenis, que importaba $ 30.000: otra de igual género en Mendoza en
$ 75.000; la mitad del valor de la fragata “Resolución”, valorizada en $ 50.000; $ 16.000
en deudas del Consulado y $ 160.000 que importaba el balance de su casa de comercio
en Lima. Todos estos datos constan del archivo del escribano Menares.60
La burguesía criolla protesta contra el gobierno de O’Higgins porque las entradas
del fisco no se utilizaban en beneficio de sus estrechos intereses particulares, sino en
la mantención del Ejército Libertador de los Andes. En 1818, se gastaron más de un
millón de pesos en el pago de sueldos a las Fuerzas Armadas. Se ha calculado que el
costo total de la expedición libertadora al Perú fue de 4 millones de pesos. El 26 de
febrero de 1819, se exigió a los terratenientes de Santiago una donación de 600 caballos
para el Ejército y el 12 de marzo unos 3.000 caballos más a los terratenientes de los
partidos situados entre Rancagua y Talca. En marzo de 1820, los dueños de fundos de
Santiago debieron contribuir con 400 caballos cada uno.
Estas contribuciones forzosas determinaron frecuentes críticas de los terratenientes
que miraban la gestión de San Martín y O’Higgins con las anteojeras de sus mezquinos
negocios, menospreciando la empresa que culminaría con la liberación política de
Hispanoamérica.
La burguesía criolla presionaba a las autoridades para que apresuraran la partida
al Perú del Ejército Libertador de los Andes. En tal sentido, Miguel Zañartu escribía
al ministro Echeverría el 4 de abril de 1820: “Echen ustedes, por Dios, el ejército
fuera, para que viva a costa de otro país (…) ¿Cómo el pobre Chile sostendrá ejército y
escuadra?”.61 El 22 de diciembre de 1819, el Senado, controlado por los terratenientes,
tomaba el acuerdo de que el Ejército de los Andes “ejecutara la expedición teniendo
presente que, si debemos sostener la escuadra conservando el Ejército para una guerra
puramente pasiva, el país se consume y se agotan los recursos”.62
La respuesta que dio el Senado chileno, por intermedio de José María Rozas, a una
petición de ayuda formulada por San Martín desde el Perú, reflejaba las protestas de
la burguesía criolla por los gastos ocasionados por el Ejército de los Andes:
La pesada deuda que contrajo este erario para costear la expedición libertadora, no
solo ha anulado la hacienda pública sino las mismas fuentes de las riquezas, porque,
sacado de la circulación el metálico que prestaron los capitalistas y lo que en especies
contribuyeron ganaderos y hacendados, han paralizado aquéllos sus giros y arruinado
éstos sus fundos y labores; de suerte que en todas las clases del estado se siente la
miseria y el desaliento”.63
60
Roberto Hernández. Valparaíso en 1827, pp. 86-87. Imp. Victoria, Valparaíso, 1927.
61
Encina, VIII, 98.
62
Ibid., VIII, 99.
63
Ibid., VIII, 329.

39
El mismo José María Rozas, en un altercado con Monteagudo, señaló que “el
gobierno de Buenos Aires no había gastado en la expedición de 1817 ni la cuarta parte
de lo que Chile en la de 1820; que en abono de esta deuda y como muestra de gratitud,
le había otorgado franquicias comerciales, que el gobierno de Cuyo había reconocido
en numerosos documentos”.64 Como puede apreciarse, la lucha de la burguesía
criolla por la libertad de otros países hermanos no era entusiasta ni desinteresada. La
burguesía argentina, por su parte, reclamaba a la chilena el pago de los gastos de la
expediciones de 1817, y ésta a su vez exigía a la del Perú el reembolso de los gastos del
Ejército Libertador. El gobierno de O’Higgins compensó a los comerciantes argentinos
mediante un decreto del 3 de octubre de 1820, por el cual “todos los productos de Cuyo
quedaron libres de derecho”.
Los terratenientes chilenos presionaban al gobierno de O’Higgins para que acelerara
la partida del Ejército Libertador de los Andes al Perú no solo para liberarse de las
cargas que acarreaba su mantención, sino también con la esperanza de recuperar el
mercado peruano en caso de triunfo. Se convencieron de que solo la expulsión de los
españoles reabriría las puertas al trigo chileno, cuya importación había sido suspendida
por el Virrey Abascal.
La burguesía chilena criticaba a O’Higgins porque su gobierno era orientado por
la Logia Lautarina, institución en que predominaba la alta oficialidad argentina. La
Logia era un cuerpo extraño a la burguesía chilena, un organismo que escapaba a su
control. Los Estatutos de la Logia Lautarina, fundada por San Martín y O’Higgins para
coordinar y acelerar la independencia hispanoamericana, fueron encontrados por
Vicuña Mackenna en el archivo de O’Higgins. Algunos de sus artículos establecían:
Art. 9: Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el supremo gobierno no
podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer a la
Logia. Art. 11: No podrá dar empleo alguno principal y de influjo en el estado, ni en la
capital, ni fuera de ella, sin acuerdo de la Logia. Art. 15: Todo hermano deberá sostener,
a riesgo de la vida las determinaciones de la Logia. Art. 23: Cuando el supremo gobierno
estuviese a cargo de algún hermano, no podrá disponer de la fortuna, honra, vida, ni
separación de la capital de hermano alguno sin acuerdo de la Logia. Todo hermano que
revele el secreto de la existencia de la Logia ya sea por palabras o por señales, será reo
de muerte.
La falta de control de la burguesía chilena sobre el gobierno de O’Higgins, ligado
más estrechamente a los objetivos hispanoamericanistas de la Logia Lautarina que a
los intereses localistas de los terratenientes, acrecentaron los roces entre el gobierno
y el Senado durante los últimos dos años de la administración O’Higgins.

64
Ibid., VIII, 330.

40
Estos roces se habían originado no solo por las contribuciones forzosas impuestas
por el Director Supremo a los terratenientes y comerciantes, sino también por la
supresión de los títulos de nobleza y los escudos de armas y, fundamentalmente, por su
tentativa de abolición de los mayorazgos el 5 de junio de 1818. Esta medida fue resistida
por los terratenientes, quienes, por intermedio del Senado, cuestionaron su aplicación.
El 7 de junio de 1819 “el Senado acordó pasar los antecedentes a la Cámara de Justicia
o Tribunal de Apelaciones para que éste resolviera si convenía o no llevar a efecto la
abolición de los mayorazgos decretada por el Director Supremo el año anterior”.65
Este Tribunal soslayó el problema al prohibir la fundación de nuevos mayorazgos, sin
pronunciarse sobre la aplicación inmediata de la medida de abolición. El 17 de diciembre
de 1819, el Senado aplazó indefinidamente una decisión al respecto y los mayorazgos
pudieron subsistir hasta 1852, a pesar de los intentos de 1823 y 1828 por suprimirlos.
O’Higgins también tuvo la oposición de la Iglesia al ordenar la construcción
del Cementerio de Santiago el 26 de agosto de 1819, con el propósito de terminar
con la costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y sobre todo, al autorizar
a los protestantes para adquirir terrenos en Santiago y Valparaíso destinados a la
construcción de cementerios. El número de residentes de religión protestante en Chile
había aumentado como consecuencia del desarrollo comercial a partir de 1817.
El valor de las exportaciones británicas a Chile durante 1820, 1821 y 1822 fue de
126.383, 362.771 y 443.580 libras esterlinas, respectivamente, en contraste con el pro-
medio anual de 15.000 libras esterlinas de años anteriores. Antes de 1810, entraban
anualmente a Valparaíso unos 20 barcos; en 1818, entraron 67 y en 1819 más de 120,
de los cuales 83 eran mercantes y 17 balleneros.
Sin embargo, este auge comercial, alentado por la política económica librecambista
de O’Higgins, no correspondía a un aumento real de la producción chilena. La agricul-
tura recién comenzaba a superar el período de crisis de la guerra contra los españoles
e iba a demorar varios años en recuperar su anterior volumen de exportación.
La industria artesanal había experimentado un cierto desarrollo a raíz de los
pedidos del gobierno para abastecer al ejército en las guerras de la Independencia.
Aparejos, monturas, mochilas, riendas, arneses, mantas y uniformes dieron un relativo
impulso a la industria textil y del cuero. La fabricación de cañones, fusiles, bayonetas y
municiones permitió el surgimiento de una industria metalúrgica de guerra. Fray Luis
Beltrán, carrerino desde 1813, fue el principal inspirador de las maestranzas del Ejército
Libertador de los Andes. Esta industria artesanal criolla, producto de las necesidades
coyunturales de la guerra, pudo haber sido el inicio de nuestra industria nacional,
pero rápidamente entró en crisis porque los gobiernos de la burguesía criolla, inte-
resados exclusivamente en la exportación de los productos agropecuarios y mineros
65
Barros Arana, XII, 416, edición de 1892.

41
y en el aumento de los ingresos aduaneros, permitieron la entrada indiscriminada de
manufactura extranjera.
Durante este período, una vez más, los productos mineros salvaron al país de la
crisis. La minería financió las guerras de la Independencia. El oro, la plata y el cobre
fueron la base económica de los gobiernos surgidos de la revolución de 1810. José Miguel
Carrera pudo comprar armas a los comerciantes norteamericanos en 1815 porque tenía
como respaldo la producción minera. En el proyecto que Carrera presentó al gobierno
argentino el 8 de mayo de 1815 para expulsar a los españoles de Chile, recomendaba
invadir por Coquimbo porque la expedición podría costearse con la riqueza minera
del Huasco. La mina de plata Agua Amarga financió parte de la expedición al Perú. El
minero José Antonio de Zavala contribuyó a costear los gastos del Ejército Libertador
de los Andes, así como más tarde Lambert, fundidor de cobre, iba a colaborar con la
expedición de Freire a Chiloé para terminar con el último reducto español en Chile. El
hecho de que las guerras de la independencia hayan sido financiadas por la minería
nacional reafirma nuestra caracterización de Chile como país esencialmente minero.
En sus críticas al gobierno de O’Higgins, los terratenientes eligieron como blanco al
ministro Rodríguez Aldea, a quien se atribuía la inspiración de las medidas financieras
y se acusaba de proteger los negociados de Antonio Arcos y de los nuevos magnates
enriquecidos con la guerra en su calidad de contratistas y proveedores del Ejército. Si
bien es cierto que algunas de estas críticas tenían cierto fundamento, su virulencia
era el reflejo de la ira de los terratenientes afectados por la proposición del ministro
Rodríguez Aldea relacionada con el traslado de la Aduana.
La Aduana principal de Chile no estaba en un puerto sino en Santiago, ciudad
interior a más de tres días de viaje de la costa en aquella época. Podría suponerse que la
Aduana estuviera en Valparaíso y que en el mismo puerto se aplicase el aforo, es decir,
el control de las mercaderías para el pago de los derechos de internación. Pero no era
así. Los terratenientes santiaguinos, desde la época colonial, lograron que el aforo se
hiciera en Santiago, por lo cual las mercaderías que llegaban a Valparaíso debían ser
transportadas a la Capital. En Valparaíso solo existía una pequeña oficina aduanera
que se limitaba a registrar los bultos entrados para controlar al menos el monto del
contrabando que se hacía en el traslado de las mercaderías entre el puerto y Santiago.
Los sucesivos gobiernos surgidos de la Revolución de 1810 mantuvieron este criterio
antieconómico para la nación, aunque favorable para los intereses particulares de la
burguesía santiaguina.
Hasta 1820, la Aduana de Chile estuvo en Santiago. En septiembre de ese año, Luis
de la Cruz, gobernador de Valparaíso, solicitó al gobierno el traslado de la Aduana al
primer puerto de Chile. La burguesía se opuso, aduciendo que los negocios de Santiago
dejarían de percibir alrededor de quinientos mil pesos que los comerciantes extranjeros

42
gastaban en hoteles, alquileres de casas, artículos de lujo, etc., lamentando, asimismo,
que en caso de traslado de la Aduana, las niñas casaderas de Santiago perderían la
oportunidad de relacionarse con jóvenes europeos, amoríos que a veces terminaban
en matrimonios en los que no estaba ausente la conveniencia económica.
En una nota dirigida al gobierno, la burguesía santiaguina fundamentaba su
oposición al traslado de la Aduana en los siguientes términos:
¿Qué diremos de las considerables cantidades que éstos (los extranjeros) gastan en
la capital, ya con el subido precio de las casas y sirvientes, ya con el lujo, ostenta y
placeres? Muy diminuto nos parece el cómputo de ciento cincuenta mil pesos que por
esta razón gastarán anualmente. A esto se agrega que proporcionándoles esta metrópoli
mejores objetos que Valparaíso, muchos de los que han hecho capitales se enlazan
con matrimonios y quedan en el país gruesas sumas (…) Todo esto, considerado bajo
el aspecto de una aritmética política, no deja de producir en la época presente cerca de
medio millón de pesos.66
El gobierno de O’Higgins resolvió impulsar el traslado de la Aduana a Valparaíso.
Pero aquella medida tan indiscutiblemente útil y razonable, iba a hallar en la rutina y
en las preocupaciones creadas por ella, una resistencia formidable. El Senado rechazó
en sesión de 2 de octubre la reforma que se le proponía (…). El Director Supremo, por su
parte, insistió el 7 de octubre en el proyecto de trasladar la aduana principal a Valparaíso
(…) El Tribunal del Consulado del 16 de octubre se pronunció en contra, argumentando,
entre otras cosas, “que perjudicarían considerablemente a los carreteros que hacían la
conducción de las mercaderías y que percibían regularmente mil pesos por el cargamento
de cada buque; los extranjeros dejarían de pagar agentes y Santiago perdería lo que los
extranjeros gastaban en alquileres de casa, en sirvientes y en lujo.67
Ante la insistencia de O’Higgins, el Senado se vio obligado a buscar una fórmula
de transacción que consistía en unificar las aduanas de Valparaíso y Santiago. Sin
embargo, las cuentas de la Aduana siguieron centralizándose en Santiago hasta 1831,
a pesar de que la aduana de Valparaíso en septiembre de 1820 fue elevada al mismo
rango principal que la de Santiago.
Las causas de la caída de O’Higgins no fueron, como afirmaban los historiadores
liberales del siglo XIX, el producto de una lucha entre el despotismo del mandatario
y el deseo de libertad de la oposición; ni tampoco el resultado, como sostiene Encina,
del choque entre el temperamento irlandés de O’Higgins y la manera de ser de la
aristocracia castellano-vasca, sino la culminación de un proceso social en el que se
combinaron las críticas de los terratenientes, afectados por las medidas del gobierno,

66
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, III, p. 304.
67
Barros Arana. XII, Cap. XV, ediciones de 1892. Ver la discusión del proyecto sobre la Aduana en
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, Tomo III, p. 303, 427 y sigs.

43
el descontento de los carrerinos y la protesta de las provincias por el centralismo de la
capital. Las contribuciones forzosas, la liquidación de los títulos de nobleza, el intento
de abolir los mayorazgos y el traslado de la Aduana de Santiago a Valparaíso generaron
un fuerte movimiento de oposición de los terratenientes y de la Iglesia Católica. Por
otra parte y por intereses distintos a los que defendían los latifundistas, los carrerinos,
que jamás olvidaron los asesinatos de los hermanos Carrera y de Manuel Rodríguez,
se sumaron al híbrido frente de oposición al gobierno. Sin embargo, el descontento de
las provincias por el excesivo centralismo de la Capital fue, a nuestro juicio, el factor
decisivo en la caída de O’Higgins, inaugurando un nuevo período en la historia de
Chile, conocido con el nombre de “anarquía” y que nosotros preferimos denominar
“la rebelión de las provincias”.

La guerra a muerte
La “guerra a muerte” constituyó uno de los últimos intentos de resistencia reali-
zados por los españoles en Chile. Esta guerra, caracterizada por feroces represalias y
fusilamientos en masa de prisioneros, se desarrolló desde 1818 hasta 1824 en la zona
sur. Su larga duración puede ser explicada no solo por la aplicación de la táctica de
guerrillas, sino también por el apoyo masivo que recibieron los restos del ejército es-
pañol de numerosas tribus indígenas y de vastos sectores de la población de la zona
de Chillán, Concepción y La Frontera.
Vicente Benavides, chileno que había desertado del Ejército criollo, surgió como
principal caudillo de la resistencia, jugando un papel contrarrevolucionario al aliarse
con los jefes realistas, el cura Antonio Ferrebú y el comerciante español Juan Manuel
Pico. Nombrado por el Virrey del Perú, Joaquín Pezuela, como Teniente Coronel
graduado en infantería con sueldo de Comandante de Batallón, Benavides obtuvo
al comienzo algunos triunfos relevantes porque logró el apoyo de importantes tri-
bus mapuche, para quienes la independencia política de Chile no tenía ninguna
significación en la medida que no estuviera ligada con la reconquista de sus tierras y
con la garantía de que se les respetarían sus derechos a la autodeterminación.
Los gobiernos de la República no dieron en este sentido pasos significativos para
asegurarse el apoyo de los indígenas. El Parlamento realizado por la Junta de Con-
cepción con los mapuche el 24 de octubre de 1811, al cual acudieron 13 caciques y 400
mocetones, solo tuvo por objeto informar acerca del cambio de gobierno. El Reglamento
dictado por la Junta de 1813, aunque impregnado de una fraseología paternalista,
planteó el remate público de las tierras de los “pueblos de indios” de la zona central.
Conspicuos personajes criollos, como el conde de Quinta Alegre, trataron de desalojar
a los indios de Melipilla, hecho que provocó el levantamiento del cacique Andrés Tello.

44
Los indios “en su desesperación, llegaron hasta incendiar cuatro de los ranchos que les
había construido en Llopen don Juan Agustín de Alcalde; y cuando el subdelegado de
Melipilla se dirigió en persona a notificarles le contestaron, atrincherados todos, que
perderían la vida antes que abandonar su pueblo. Después de estos actos de violencia, la
Junta de Gobierno con fecha 20 de septiembre de 1813, autorizó el empleo de la fuerza
militar para obligarlos a obedecer”.68
Tomás Guevara señala que
los iniciadores de la revolución chilena cometieron un grave error descuidando desde el
principio la propaganda entre los araucanos, el trato amistoso y cordial con ellos y, sobre
todo, dejando armada a sus espaldas una poderosa máquina de guerra que pertenecía
a los realistas (…) Todo este cuerpo de empleados [capitanes de amigos y lenguaraces]
se manifestaba profundamente adicto al rey. Suspendidos los sueldos de muchos por
las necesidades del nuevo orden de cosas y el descuido de los servicios de la frontera,
creían y propalaban que el antiguo gobierno español disponía de mayores recursos
y cumplía mejor sus compromisos (…) Entre los agentes realistas, ejercían un influjo
directo y decisivo en la opinión del indio los capitanes de amigos y los lenguaraces.69
Los curas, especialmente los franciscanos de Chillán, recorrían “las reducciones
cercanas a las plazas militares e incitaban a los caciques a prestar su concurso a la causa
del rey. Para decidirlos a obrar con entereza, les presentaban un cuadro de ventura para
el porvenir, de comercio amplio, de respeto a sus costumbres y sus tierras, de apoyo
armado contra las agrupaciones enemigas y subvenciones del tesoro real”.70 Una de las
primeras medidas adoptadas por los españoles cuando iniciaron la Reconquista fue
lograr el apoyo de los indígenas. En 1813, el general Sánchez hizo un parlamento con
320 caciques y mocetones en el que “quedó convenido que, cuando fuere necesario,
prestarían su cooperación armada y que dejarían traficar sin dificultad por sus tierras
a la gente de rey, la cual dispondría para ello de pasaportes”.71
Durante el período de la Reconquista, Osorio y Marcó del Pont reforzaron los
acuerdos con numerosos caciques mapuche. En 1817, O’Higgins trató de reorganizar
la administración de la zona de La Frontera nombrando al brigadier Andrés Alcázar
como uno de los principales “capitanes de amigos” por sus reconocidas conexiones
con algunos caciques. Sin embargo, Alcázar no obtuvo éxito en su gestión, porque el
gobierno de la burguesía criolla carecía de una política que garantizara lealmente los
derechos históricos de los indígenas.

68
Domingo Amunátegui S. Mayorazgos y Títulos de Castilla, Tomo III, pp. 304-305, Santiago, 1901.
69
Tomás Guevara. Los Araucanos en la revolución de la Independencia, pp. 23 y 25, Santiago, 1910.
70
Ibid., p. 26.
71
Ibid., p. 35.

45
Numerosas tribus apoyaron a Benavides no solo por la promesa de que se les
respetarían sus tierras, sino también por la posibilidad de obtener armas y botín
de guerra, especialmente ganado. En esta lucha, en que la mayoría de los caciques
apoyaron circunstancialmente a los españoles, los mapuche combatieron por sus
propias reivindicaciones que iban más allá de la adhesión a la “causa del Rey”.
Benavides logró el apoyo de los indios “costinos”, dirigidos por Catrileo, de los
caciques Curiqueo de Boroa, Leucapí de Arauco, Francisco Mariluán, de la zona de
Malleco, José Colvún de Renaico y Juan Mañil-Huenu, jefe de los “arribanos”, que
dominaban los contrafuertes andinos desde Cautín hasta Valdivia. Los pehuenches,
dirigidos por Martín Toriano, Chuica y Neculmán, también apoyaron a los realistas,
coordinando sus acciones con Vicente Bocardo y Santa María, hacendado de Rere.
En una de sus primeras proclamas, Benavides manifestaba en febrero de 1819, en
relación a las fuerzas que lo apoyaban: “Tenéis a los pehuenches, huiliches, pulchanes,
chacaicos, angolinos y araucanos, que en número de más de diez mil y en combinación
conmigo y las tropas de mi mando os convidan por mi conducto a vindicar nuestro
honor deprimido y vulnerado, y los ultrajes que habéis recibido en vuestras haciendas
y familias”.72
El gobierno de O’Higgins solo conquistó el apoyo de algunos caciques, entre los
cuales se destacaban Juan Colipí y Venancio Coñuepán, quienes entraron en muy
contadas ocasiones en combate con los españoles. “Aunque Colipí no tomaba parte
personalmente en las campañas contra los indios y guerrilleros realistas, servía en el
carácter de agente activo para ganarse a las reducciones vecinas”.73
El apoyo de la mayoría de los indígenas a Benavides explica la fuerte base de
sustentación social que tuvo la guerrilla contra el gobierno republicano. Este apoyo
permitió a los realistas mantener durante un lustro el dominio de la región comprendida
entre Concepción, Arauco y Los Ángeles.
La participación masiva de los mapuche y la forma de lucha guerrillera podría indu-
cir a ciertos investigadores a otorgarle un carácter “progresivo” a la “guerra a muerte”.
Esta apreciación queda desmentida porque esa guerra fue promovida por el Virreynato
del Perú, último baluarte de la monarquía española en América, respaldada y financiada
en Chile por los terratenientes y comerciantes hispanófilos y, fundamentalmente, por
la Iglesia, que se oponía a escala continental a la independencia de Hispanoamérica.
En rigor, la “guerra a muerte” cumplió un papel objetivamente contrarrevolucionario.
La jerarquía eclesiástica de la zona sur se constituyó en la vanguardia de la con-
trarrevolución; sus principales exponentes fueron los curas Juan Antonio Ferrebú,

72
Documento citado por Edmundo Vega Miquel. Que vienen los montoneros, p. 56, Ed. Orbe, Santiago,
1966.
73
Tomás Guevara, op. cit., p. 194.

46
de Rere; Ángel Gatica, de Chillán; Juan de Dios Bulnes, de Arauco; Pedro Curriel, de
Cauquenes; José Luis Brañas, de Yumbel y otros. La Iglesia alentó en 1818 la fuga de
las Monjas Trinitarias de Concepción, que habían creado un Banco Hipotecario que
otorgaba créditos a los agricultores y cuyo papel financiero en la zona parece haber sido
tan importante que “no hay familia de las conocidas y antiguas de Concepción, que no
haya sido deudora de las Trinitarias”.74 En su viaje hacia la zona del río Lebu, las monjas
perdieron sus alhajas, archivos, escrituras y toda la documentación referente al Banco.
Los eclesiásticos –dice Alejandro Méndez– que en gran número se habían incor-
porado a las bandas, prestaban a la insurrección una colaboración muy eficaz, ya sea
sirviendo de consejeros o secretarios a sus jefes, ya desarrollando una apasionada
propaganda, destinada a mostrar a los patriotas como elementos crueles, vengativos,
enemigos de Dios y dominados por los oficiales extranjeros que militaban en sus filas
–O’Carrol, Beauchef, Viel, etc.–, a quienes tildaban de ateos o de herejes. En el afán de
exacerbar las pasiones, aquellos eclesiásticos no descuidaron por cierto el profetizar,
ante agricultores o comerciantes modestos que aún tenían algo que perder, que con
el triunfo del gobierno chileno volverían las exacciones y atropellos realizados por las
tropas de don José Miguel Carrera durante las campañas de la Patria Vieja.75
Esta actitud de la mayoría de los curas obedecía a la política general adoptada
por el Papado frente a la Independencia política hispanoamericana. La Iglesia fue la
vanguardia de la contrarrevolución. Desde el canónigo José Santiago Rodríguez Zorrilla
en 1810 hasta José Ignacio Cienfuegos en 1817, la jerarquía eclesiástica chilena mantuvo
una posición intransigente en defensa de los intereses de la monarquía española. El Papa
León XII expidió el 24 de septiembre de 1824 una encíclica condenando la revolución
por la independencia y exhortando a los obispos de nuestro continente a mantener
fidelidad a su “muy amado hijo Fernando, rey católico de España”.76 La Iglesia de las
colonias hispanoamericanas “puso –dice Barros Arana– más obstáculos al triunfo de
la revolución que todo el poder de Fernando VII”.77
Los hacendados que se plegaron a la causa realista no solo proporcionaron dinero,
armas y caballos, sino que obligaron a los inquilinos chilenos a pelear contra la
independencia del país. Los latifundistas hispanófilos más destacados fueron Antonio
Bocardo y Santa María, Gervasio Alarcón, Clemente Lantaño, Pablo San Martín, Camilo
Lermanda y los hermanos Seguel. A estos terratenientes, que tenían sus posesiones en
74
Reinaldo Muñoz Olave. Las Monjas Trinitarias de Concepción, p. 271, Stgo. 1926.
75
Alejandro Méndez G. La Guerra a Muerte, p. 31, Ed. Nascimento, Santiago, 1964.
76
Miguel Luis Amunátegui. “Encíclicas de los Papas Pío VII y León XII contra la Independencia de la
América Española”, en La Iglesia frente a la Emancipación Americana, p. 19, Ed. Austral, Santiago,
1960.
77
Diego Barros Arana. La acción del clero en la Revolución de la Independencia Americana, en Ibid., p.
108.

47
la zona comprendida entre Chillán y Concepción, se sumaron comerciantes influyentes,
como Vicente Elizondo.
Los terratenientes y la Iglesia promovieron la migración masiva de los habitantes
de las ciudades dominadas por el gobierno republicano. Según Vicuña Mackenna, seis
mil personas se fueron de Concepción en 1818 acompañando el Ejército español de
Sánchez en su retirada al sur. Hechos similares se produjeron en Yumbel, Los Ángeles y
otras plazas. “Millares de familias atravesaron el río fronterizo y fueron a estacionarse,
ya en Quilapalo, bajo la protección de Bocardo y Elizondo, que allí establecieron su
cuartel general; ya en el estero boscoso de Pile con el lenguaraz Rafa-Burgos, que los
protegía de los indios con su influencia; ya en el río Bureo amparados por la alianza
de Mariluán (…) esa población nómade pero aguerrida, apasionada, tenaz, subyugada
varias veces con el nombre de “emigrados” y cuyo número, por un cálculo prudente, no
bajaría de diez mil del otro lado del Bío-Bío y sus afluentes. Solo en Quilapalo, asegura
el historiador Gay, se asilaron entre Quilaco y Huinquen no menos de setecientas
familias; allí, poco más tarde, fueron entregadas por capitulación en 1822 no menos
de cuatro mil personas”.78 Con el fin de lograr el regreso de una parte de los emigrados,
O’Higgins emitió un Bando el 8 de febrero de 1819, en el cual se manifestaba que “no se
confiscará ni secuestrará propiedad alguna de habitantes de Concepción que se hayan
retirado involuntariamente con el enemigo y existan bajo su dominio interíno conste
de un modo legal que han tomado las armas contra la causa de la patria”.79
Benavides logró centralizar bajo su mando las guerrillas que habían surgido en 1817
en diversas regiones que actuaban sin ninguna coordinación, como la de José María
Zapata, capataz de arrieros de la hacienda de “Cucha-Cucha”, del coronel realista Luis
de Urrejola, próxima a Chillán. Hacia 1820, contaba con cerca de 2.000 soldados y varios
miles de indios, que utilizaban como táctica militar la guerra móvil combinada con la
guerra de guerrillas. Eran guerrillas montadas, de gran movilidad, que aprovecharon
las experiencias de lucha adquiridas por los mapuche durante los siglos de la colonia.
El objetivo principal de las fuerzas de Benavides no consistía en pasar a la ofensiva
estratégica, sino en distraer y desconcentrar a las tropas del Ejército Libertador, ya
dispuestas a marchar a la conquista del Virreynato del Perú. Esta orientación fue
revelada por el Virrey Pezuela, quien en carta del 9 de julio de 1819, dirigida a la
monarquía española, señalaba que había dado las siguientes instrucciones al coronel
Juan Francisco Sánchez, que se mantenía en el sur de Chile:
Como mis miras de mantener la guerra en la provincia de Concepción tenía entre otros
objetos el interesante de entretener a los enemigos de sus empresas hostiles sobre estas

78
Benjamín Vicuña Mackenna. La Guerra a Muerte, Obras Completas, Vol. XV, pp. 180-181, Ed. Univer-
sitaria de Chile, Stgo. 1940.
79
Ibid., pp. 181-182.

48
costas [del Perú], y por otra como no me podía convencer de que tres mil hombres fuesen
suficientes a arrojar a nuestras tropas de fuertes posiciones, máxime si se adoptaba la
guerra de detalle que tenía prevenido se hiciese como más a propósito para alargarla,
evitando golpes decisivos, desaprobé la anunciada retirada y despaché un buque con
órdenes terminantes al comandante general Sánchez para que a costa de los mayores
sacrificios se mantuviese en las fronteras de Arauco (…) Yo me prometo las mayores
ventajas de esta clase de guerra que aun sin decidir la suerte de la provincia de Con-
cepción obligará a los enemigos a mantener fuertes guarniciones y entretendrá de algún
modo la opinión pública en Chile.80
La guerra móvil combinada con la guerrilla permitió a Benavides desplazar impor-
tantes contingentes que se concentraban en un punto para atacar a fuerzas inferiores
en número y luego se dispersaban hacia otras regiones desguarnecidas. De este modo,
Juan Manuel Pico, al mando de 1.700 soldados y centenares de indígenas, derrotó a
los comandantes del ejército chileno Viel y O’Carrol en Pangal el 23 de septiembre de
1820 y en Tarpellanca, cerca del río Laja, el 26 del mismo mes, procediendo al fusila-
miento en masa de los prisioneros criollos. Paralelamente, operaban los pehuenches
y la guerrilla de los Pincheira, quienes ese año llegaron a ocupar Chillán y San Carlos.
Las fuerzas chilenas al mando de Freire no pasaban de 1.000 hombres, distribuidos
entre Concepción, Chillán, Los Ángeles, Santa Juana y Yumbel. Mal pagados y peor
vestidos, no trepidaban en desertar. El gobierno, para tratar de asegurarse el apoyo
de algunos indígenas, les asignó un sueldo, medida que se desprende de una carta
enviada por el general Freire a O’Higgins el 18 de mayo de 1819:
Hoy pienso llamar al cacique Venancio, y luego que llegue, encargarle el mando de esta
plaza (Santa Juana) y dejarle algunos pocos soldados y que de sus mocetones ponga
cincuenta y que se les pagará lo mismo que a nuestros soldados. Este es el único modo
de ver si puedo comprometer a estos hombres y ver si puedo sostener este punto, pues
si dejo algún otro al instante se levantan.81
Para contrarrestar la táctica militar de Benavides, el gobierno de O’Higgins resolvió
combinar las acciones del ejército regular con “guerrillas volantes”. En un documento
del mayor Gaspar Ruiz, enviado al Director Supremo el 13 de julio de 1819, se mani-
festaba:
Régimen que observarán los comandantes de Guerrillas: El objeto es hostilizar al enemigo
y especialmente paralizarle sus marchas. Jamás el guerrillero comprometerá acción; pero
continuamente se presentará al enemigo a distancia de una legua o más, donde no pueda
ser reconocido, formando polvaredas, despliegues y otros movimientos que llamen la
atención y contribuyan a parar su marcha. Todo soldado o sirviente del enemigo que se

80
Ibid., pp. 30-31.
81
Ibid., p. 41.

49
halle disperso será fusilado, aunque convendrá hacer algunos prisioneros para tomar
noticias (…) Los soldados de guerrillas serán altamente halagados por el comandante,
les proporcionará todo socorro de caballos, víveres y cuanto necesitan, sacándolo de
donde lo haya. El gobierno por su parte les ofrece todo lo que se quite al enemigo, los
terrenos y toda propiedad correspondiente a godos, sin distinción (…) Los comandantes
de guerrillas pueden obrar de acuerdo o separadamente y darán de todo parte al gobierno.
Jamás se presentarán al enemigo sin dejar acordado el punto de reunión para juntarse
en caso de ser dispersados.82
Este documento muestra que el gobierno de O’Higgins no solo trataba de emular la
táctica guerrillera de los enemigos sino también las represalias feroces del “siniestro”
Benavides, tentando a los soldados criollos con un suculento botín de guerra.
Envalentonado con los triunfos de Pangal y Tarpellanca, y en conocimiento de las
debilidades del Ejército de Freire, Benavides se lanzó al asalto de Concepción, logrando
mantenerse en esta ciudad desde el 2 de octubre hasta el 25 de noviembre de 1820.
Se autoproclamó Intendente de Concepción, adoptando medidas administrativas,
imponiendo contribuciones e incautando propiedades. Designó una comisión de
“secuestros”, integrada por su cuñado Pedro Ferrer, Rodríguez y Vázquez, cuya misión
era confiscar los bienes de los patriotas fugitivos, sobre todo trigo y ganado. Al mismo
tiempo, trataba de neutralizar a otros sectores de la población penquista, mediante el
Bando emitido el 12 de octubre:
Por cuanto habiendo llegado a mi noticia los muchos y detestables desórdenes que
se cometen tanto en esta ciudad como en los demás partidos de la provincia, con
motivo y a pretexto de comisiones fingidas y vejámenes que han experimentado
algunos habitantes por individuos sin autoridad legítima ni facultades para ello (…)
mando que se observen inviolablemente los artículos siguientes: 1) Que cualquiera
persona que insultara de palabra o de obra a los que hayan estado bajo el gobierno de
los enemigos, aun cuando éstos les hayan prestado los mayores servicios o hubiesen
seguido el sistema revolucionario, serán castigados con graves penas que les impondré
a mi arbitrio para su escarmiento, pues todos aquellos que se hayan presentado a las
autoridades legítimas, sean de cualquiera opinión, se conceptúan indultados en virtud
del bando que últimamente he mandado publicar. 2) Del mismo modo prohíbo que
ningún individuo pueda entrar en hacienda ni casa alguna de campo a menos que no
lleve expresa orden mía (…) que cualquiera comisionado que comparezca sin él en alguna
de las expresadas casas o haciendas a exigir prorratas de cualquier clase, embargos, etc.,
será inmediatamente preso por los dueños o encargados de las haciendas y conducidos
bien asegurados ante el gobernador de la provincia, con obligación de ser auxiliados
por los jueces a fin de contener y poner término a las exacciones y robos que se hacen
y castigar a los inicuos agresores.83

82
Ibid., pp. 97-98.
83
Ibid., Apéndice Nº 7, pp. 541-542.

50
Este Bando, que para la mayoría de los historiadores tan solo expresa la hipocresía
del traidor Benavides, tuvo, a nuestro juicio, la intención de ganar algunas capas de la
población, garantizando la propiedad privada en una zona reconquistada para el Rey de
España. Benavides, como Intendente de la provincia de Concepción, pretendía imponer
un “orden” que protegiera la propiedad privada porque ni él, ni Pico ni Ferrebú, eran
rebeldes sociales, sino soldados al servicio de la monarquía española.
Vicuña Mackenna señala que después de la toma de Concepción y Chillán, las
fuerzas de Benavides cometieron el error de no avanzar hacia Santiago. Nosotros
opinamos que este objetivo –que hubiera demostrado la intención de pasar a la ofensiva
estratégica– no formaba parte de los planes militares de Benavides. El virrey Pezuela
del Perú solo había ordenado iniciar una guerra de guerrillas tendiente a distraer a
las fuerzas chilenas en la zona sur, para evitar la concentración de tropas del Ejército
Libertador que se disponía a marchar sobre el Virreynato del Perú. Por otra parte,
las fuerzas de Benavides no eran capaces de triunfar en una guerra de posiciones ni
estaban preparadas para una guerra de tipo regular o convencional. Cuando Benavides
intentó enfrentar a Freire, fue fácilmente derrotado en las vegas de Talcahuano el 25
de noviembre de 1820 y se vio obligado a abandonar Concepción.
Benavides logró reorganizar parte de sus tropas, estableciendo su cuartel general
en Arauco, en las cuevas de Lebu. En febrero de 1821 inició operaciones de piratería
ayudado por Mateo Maineri, marinero genovés, logrando apoderarse del bergantín
norteamericano “Hero”, que había anclado en la isla Santa María, a tres leguas de Tubul,
lugar de recalada de los barcos balleneros extranjeros. El 28 de marzo, Juan Manuel Pico
se apoderó de la ballenera inglesa “Perseverance” en la misma isla, incautándose de 2
cañones, 12 fusiles, municiones, un barril de pólvora y 10.000 pesos. El 10 de mayo fue
también apresado el bergantín norteamericano “Hercilia”, que traía gran cantidad de
víveres, telas de algodón, 3 cañones y 11.000 cueros de focas. La captura del bergantín
“Ocean”, en julio de 1821, fue más importante, pues llevaba para El Callao 3.000 fusiles,
carabinas, sales, municiones y víveres.
Las fuerzas reorganizadas de Benavides cayeron sobre Los Ángeles, Nacimiento,
Yumbel, Purén y Santa Bárbara; mientras las tropas de Pico, en coordinación con las de
Zapata, Bocardo y los Pehuenches, avanzaban sobre Chillán. Benavides llegó a emitir
moneda propia; unos 50.000 billetes que decían: “vale un real por el comandante
general de la providencia de Concepción. Sirve desde el 1º de agosto de 1821”. Al mismo
tiempo, prohibía la circulación de otra moneda, la que solo podía ser canjeada por
valores de la “Tesorería Real”.
Las posteriores incursiones de los realistas ya no tuvieron el éxito de anteriores
campañas porque el ejército criollo, al mando del coronel Joaquín Prieto, había
cambiado eficazmente de táctica. En lugar de mantenerse a la defensiva, encerrado

51
en las ciudades y pueblos como lo había hecho Freire, el nuevo comandante planteó
un cambio en las operaciones militares. En carta del 22 de junio de 1821 enviada al
gobierno, Prieto manifestaba:
Yo creo que para la primavera podremos vernos en la precisión de obrar activamente
y para esto es necesaria la caballería de que carezco. Si no hacemos la guerra sino a la
defensiva, nada se consigue, solo se aumentan los gastos del erario y los enemigos no se
acaban. Sin dominar las campañas, pocas ventajas nos da la ocupación de los pueblos.84
Prieto propuso no solo una modificación de la táctica en lo militar, sino también
en los procedimientos para ampliar la base de sustentación social de apoyo al ejército
criollo. En la correspondencia intercambiada con Zenteno, refuta las apreciaciones
de este ministro, que incitaba a la guerra de “vandalaje” y al pillaje, recomendando
escoger “hombres que siendo patriotas conocidos tengan, si es posible, las mismas
calidades que Zapata, Pincheira y demás detestables corifeos que dirigen las atroces
hordas de Benavides”.85 Esta orientación tan “racional” del ministro de la burguesía
criolla, cuya “moral” repudiaba las “atroces hordas de Benavides”, no obstante
recomendar sus mismos métodos, fue rechazada por el coronel Prieto, seguramente
no por razones éticas, sino porque estaba consciente de que si el ejército continuaba
con esos métodos se enajenaría la confianza de los propietarios. En su respuesta al
ministro, Prieto manifestaba:
Los pueblos donde van a ensayarse nuestros nuevos bandidos se componen de patriotas
y amigos. Sus ganados y haciendas van a ser el botín de aquéllos cuando los enemigos
no tienen sino fundos limpios y pelados. Exigirán como es justo por el remedio; verán
una completa indiferencia, se persuadirán de la autorización de los robos y huirán sin
duda a donde puedan ocultarse con el robo de sus animales. Las milicias que componen
la mayor parte de casi toda nuestra fuerza de ultra-Maule van a participar de estos robos
y salteos (…) La tropa de línea con este ejemplo, y el permiso táctico que US me indica,
perderá su moralidad, rompiendo los diques de la subordinación, se agavillarían bajo
el primero que los recibiese (…) Dígnese, pues US, calcular sobre estos males y tener en
consideración las ventajas que podrían sacar los anarquistas de este desorden.86
Con el fin de ganarse a los sectores influidos por los realistas, Prieto les garantizó la
propiedad de sus tierras y otorgó un indulto general, al que se acogieron los hacendados
Pablo San Martín y Camilo Lermanda, además del guerrillero Francisco Rodríguez, alias
“El Macheteado”. En carta del 8 de noviembre de 1820, Prieto comunicaba al gobierno
que los vecinos que habían simpatizado con los españoles estaban satisfechos con la
promesa de que se les respetarían sus bienes. Había por tanto que impedir el robo de
84
Ibid., p. 340.
85
Ibid., Apéndice Nº 6, p. 538.
86
Ibid., p. 540.

52
sus ganados por soldados criollos porque si no “los hombres de bien se retirarán; los
milicianos que sirven para defender sus propiedades se despecharán y la provincia
de Concepción será el teatro de la miseria, los vicios y la desolación. Los tiros de estos
nuevos bandidos van a convertir en godos aun a estos mismos infelices que nos ayudan
y defienden, cuando vean que sus ganados son consumidos por nosotros”.87
Esta política permitió a Prieto consolidar la base de sustentación social de apoyo al
Ejército criollo o, al menos, neutralizar la influencia de los realistas. Prieto logró infligir
una derrota decisiva a Benavides en las vegas de Saldías en octubre de 1821. Meses
después, caía prisionero, siendo ejecutado el 23 de febrero de 1822. Al mes siguiente, se
rindió el hacendado Antonio Bocardo. En su campamento de Quilapalo, se “encontró
la mayor desolación. Bocardo estaba allí, rodeado de catorce oficiales y doce soldados
que carecían de armamento, seis o siete frailes y una multitud haraposa y hambrienta
de ancianos, mujeres y niños, que se calculó en más de tres mil personas”.88
Juan Manuel Pico, el cura Ferrebú y Senosian continuaron la lucha. Aliados con los
Pincheira incursionaron sobre Chillán durante 1823. Ferrebú fue capturado y fusilado
el 2 de septiembre de 1824 y Pico se retiró a Mulchén, donde fue definitivamente
derrotado en octubre de ese mismo año. Con el aplastamiento de los últimos restos
del ejército español en la zona sur, terminaba la “guerra a muerte”.

La guerrilla de los Pincheira


Algunos autores, entre ellos Alejandro Méndez, sostienen que la “guerra a muerte”
comprende no solo el período de Benavides, Pico y Ferrebú, sino que se prolonga hasta
la liquidación de los Pincheira en 1832.89 A nuestro juicio, existe una diferencia entre los
objetivos que tuvo la “guerra a muerte” y la guerrilla de los Pincheira, especiamente a
partir de 1825. Mientras la primera tuvo un fin político concreto –luchar en defensa del
rey de España para impedir la independencia de Chile– la guerrilla de los Pincheira, si
bien hizo alianzas coyunturales con los realistas, perseguía un objetivo restringido y
precario: el pillaje y el contrabando de ganado. Los Pincheira no luchaban por defender
sus tierras, menos por mantener una guerra de posiciones para arrebatarle el poder
político a la burguesía criolla.
La integración de campesinos cesantes y vagabundos a la guerrilla de los Pincheira
no obedecía a la intención de adherirse a la “causa realista”, sino a la necesidad de
supervivencia que tenían estas misérrimas capas mestizas. La incorporación a esas
guerrillas de soldados que desertaban del Ejército nacional tampoco era motivada por
87
Ibid., pp. 245-246.
88
Alejandro Méndez G. La Guerra a Muerte, p. 53. Ed. Nascimiento, Santiago, 1964.
89
Ibid., p. 9, Ed. Nascimento, Santiago, 1964.

53
la decisión de luchar a favor de la monarquía española y en contra de la independencia
del país, sino a causa de la falta de pago y de la tentación por obtener parte del botín
que con frecuencia lograban los Pincheira.
No se trata de idealizar ni magnificar la incorporación de campesinos pobres a
la guerrilla de los Pincheira, sino de explicar esa integración como fenómeno so-
cial. Independientemente de sus objetivos y de los de otros jefes montoneros, la
participación de sectores campesinos pobres y oprimidos era la expresión inconsciente
y primaria de una protesta social en un momento de crisis de la sociedad.
El objetivo fundamental de los cuatro hermanos Pincheira –Antonio, Santos, Pablo
y José–, campesinos pobres de San Carlos, fue el contrabando de ganado, para lo cual
escogieron una zona que facilitaba el pillaje, el traslado del botín y el rápido contacto
con sus aliados, los pehuenches y los “pampas” de Argentina. Se instalaron en la zona
cordillerana, próxima a Chillán, desde donde iniciaban sus incursiones. Volvían a su
refugio o “base de seguridad”, ubicada en quebradas y desfiladeros, defendidos en
el invierno por las montañas de nieve y en el verano por los caudalosos ríos. Vicuña
Mackenna señalaba que
la entrada del lugar donde residían los Pincheiras no era accesible sino por un punto
preciso, que distaba tres leguas de su domicilio. A pesar de esto, tenía de día y de noche
centinelas apostados de distancia en distancia si se presentaba al lugar de entrada alguna
tropa de la patria, o individuo desconocido. De esta manera, el aviso circulaba dando la
primera centinela un hachazo en un roble, que retumbaba a mucha distancia, y así se
comunicaba instantáneamente de unos a otros hasta llegar al campamento; y la señal
de los hachazos, más o menos, indicaba la novedad del parte que se daba.90
Claudio Gay, que recorrió la zona de guerrillas en 1828, decía que “el número de
hombres que mandaba Pincheira no era, sin embargo, muy considerable, pero encon-
trándose en completa seguridad en sus ciudadelas naturales, podían muy bien llevar a
cabo sus improvisadas sorpresas, merced al bien organizado espionaje que tenían en
todas partes, y también dividirse en pequeñas fracciones para caer sobre las aldeas y
haciendas faltos de defensa”.91
Otro testigo de estos sucesos narraba que “solo raras veces era posible infligir una
derrota a las ligeras guerrillas, y el efecto no era nunca duradero, pues al ser expulsado
de Chile, Pincheira se dejaba caer con redoblado ímpetu en las pampas orientales.
Dominaba la cordillera andina desde Talca hasta los orígenes del Bío-Bío, y se hizo
invencible por adaptarse, en todo sentido a las antiguas costumbres de las tribus
nómades aliadas”.92
90
B. Vicuña Mackenna. La Guerra … op. cit., p. 339.
91
Claudio Gay. Historia Física y Política de Chile, Tomo VIII, p. 341, París, 1871.
92
Eduardo Poepping. Un testigo en la alborada de Chile (1826-1829), p. 459, Ed. Zig-Zag, Santiago, 1960.

54
Mario Góngora señala que “la lucha contra la población del Valle Central tomó la
forma de salidas anuales desde que la cordillera quedaba libre en septiembre, hasta
el otoño siguiente: eran indispensables, por lo demás, para obtener trigo y carne. Las
partidas entraban por los boquetes, recogían el ganado que los vecinos mantenían
en los potreros de veranada y saqueaban las haciendas, se llevaban plata labrada de
las casas, aperos de montar, toda clase de bestias de silla. La documentación habla
de centenares de vacas y caballos; en 1829 se llevan de San Fernando 3 mil vacas (…)
No obstante, el número total de montoneros a lo largo de más de una década , nunca
parece haber superado mucho la cifra de 200, al decir de los distintos informes de
guerra y confesiones de prisioneros (…) Esta guerrilla tenía muchos adictos entre los
campesinos de la precordillera, que transmitían las noticias; a sus casas solían bajar
los jefes de noche, a aprovisionarse de aguardiente, naipes y tabaco”.93
Es probable que el número de guerrilleros fuera superior a 200. En muy raras
ocasiones los Pincheira ordenaban concentrar las fuerzas. Sus guerrillas operaban
en forma separada. Solo unificaban los grupos guerrilleros cuando realizaban alguna
operación en gran escala o debían enfrentar una ofensiva del ejército gubernamental.
Por lo general, los grupos dirigidos por los hermanos Pincheira, Hermosilla, Rojas,
Lavanderos y Zúñiga, no presentaban combate al ejército regular. “Los guerrille-
ros, que conocían perfectamente todos los senderos de la cordillera, mantenían sus
comunicaciones entre sí, espiaban el momento oportuno de hacer sus correrías y
se replegaban mañosamente a la montaña para evitar un choque que pudiera serles
funesto”.94 Atacaban por sorpresa haciendas, pueblos y ciudades medianas, como
Chillán en 1820 y Linares en 1823, donde murió Antonio, creador de la montonera.
En 1824, las guerrillas incursionaron sobre San Fernando, Curicó y San Carlos. En
1825, asaltaron Parral, después de derrotar a una partida del ejército compuesta de
58 hombres.
Las deserciones de soldados que se pasaban al bando de los guerrilleros se pro-
dujeron especialmente entre los años 1823 y 1825. El 18 de marzo de 1823 hubo en
Tucapel un motín del cuerpo de dragones, integrado por 80 hombres. Los soldados
“se fugaron hasta la montaña y fueron a reunirse a las bandas que capitaneaban los
hermanos Pincheira”.95 El 2 de enero de 1825, se rebeló un escuadrón de cazadores a
caballo de Chillán. Algunos de sus componentes se incorporaron a la guerrilla y otros
amenazaron con plegarse a los Pincheira si no se les entregaban 5.000 pesos a cuenta
de sueldos atrasados. Según Melchor Concha y Toro, estos cazadores saquearon el

93
Mario Góngora. Vagabundaje y Sociedad Fronteriza en Chile (siglos XVII a XIX), Cuaderno Nº 2, p.
34, CESO, U de Chile., 1966.
94
Melchor Concha y Toro. Chile durante los años de 1824 a 1828, p. 187, Santiago, 1862.
95
Barros Arana, XVI, 20, edición de 1897.

55
vecindario de San Carlos y “salieron del pueblo llevándose a la grupa de sus caballos
una compañía del batallón Nº 1 de infantería, que guarnecía esa plaza. Después de este
asalto, la tropa amotinada tomó el camino de la cordillera”.96 El general Benavente –
anotaba Mario Góngora– en carta escrita desde Talca en noviembre (de 1825), además
de insitir en la irregularidad del pago de los sueldos militares, y de los consiguientes
peligros de deserción, añadía:
Pero al observar que la guerra presente nada tiene de común con el sentir del vulgo con
la que hemos sostenido contra los enemigos de la Independencia y que lejos de inspirar
el odio con que se ha combatido a éstos, ofrece a un gran número de miserables que
pueblan nuestras Campañas estímulos para declararse contra nosotros, no puedo menos
que recomendar a U.S con todo el interés posible la necesidad de proporcionar auxilios
suficientes, no solo para conservar el Ejército y ponerlo en actitud de obrar, sino también
para alejar los efectos de la desesperación consiguiente a la pobreza y demás peligros
que produciría el interés que encuentran los bandidos en molestarnos, si se pone a los
soldados en ocasión de preferirlos.97
El gobierno hizo varios intentos para pasar a la ofensiva, tratando de liquidar a
los guerrilleros en sus propios reductos. Sin embargo, ni Clemente Lantaño en 1823 al
mando de mil hombres que conocían la zona, ni el coronel Barnechea en febrero de
1826, que atravesó la cordillera hasta las orillas del río Neuquén, en Argentina, lograron
aniquilar las montoneras. Tampoco tuvo éxito la expedición del general Borgoño, a
pesar de ir acompañado de experimentados militares como Viel, Beauchef y Bulnes.
Las guerrillas redoblaron sus incursiones en 1827 sobre Curicó; al año siguiente, se
apoderaron de 10.000 cabezas de ganado en las proximidades de Talca. A mediados
de 1828, los Pincheira, en alianza con los pehuenches y los “pampas”, operaron en la
zona transandina, atacando Mendoza, San Luis y San Rafael, donde se apropiaron de
3.000 vacas, 6.000 ovejas y 5.000 caballos. El 10 de julio de 1828, José Antonio Pincheira
llegó a ocupar la ciudad de Mendoza, imponiendo a sus vecinos un tratado de “alianza
y amistad”, según el cual el gobierno provincial reconoció al jefe de los guerrilleros
como coronel de la provincia, comprometiéndose a suministrarle “todo lo que necesite
con arreglo a las circunstancias del erario”.
En 1829, los Pincheira atravesaron el río Cachapoal e invadieron las haciendas
situadas en el cajón del Maipo, a las puertas de Santiago. Ante las reiteradas incursiones
de los guerrilleros durante 1830 y 1831, el gobierno resolvió iniciar una ofensiva en
gran escala, colocando al mando de las tropas a Manuel Bulnes. Después de una larga
campaña, el ejército logró descubrir su guarida y liquidarlos definitivamente en 1832.

96
Melchor Concha y Toro, op. cit., p. 191.
97
Mario Góngora, op. cit., p. 35.

56
Sin embargo, los problemas sociales, que constituían el sustrato objetivo que
motivaba a sectores campesinos a dar respaldo a las guerrillas, se mantuvieron insolu-
bles durante los posteriores gobiernos, expresándose como protesta social primaria en
el denominado “bandolerismo” o “cuatrerismo”, contra los cuales descargó su violencia
y represión de clase la burguesía criolla.

Actitud de Inglaterra y Estados Unidos


ante la Independencia de Chile
El apoyo de Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica a la independencia
latinoamericana ha sido magnificado por numerosos historiadores que se han basado
más en la posición adoptada por esas metrópolis en el período anterior a la Revolución
de 1810 que en los hechos concretos que se produjeron durante la fase de la in-
dependencia. Es efectivo que Inglaterra y Estados Unidos, en función de sus propios
intereses, alentaron a fines de la Colonia la ruptura de nuestro continente con el imperio
español. Sin embargo, iniciada la Revolución de 1810, ambos países, que estaban
aliados circunstancialmente con España para combatir la expansión napoleónica,
no proporcionaron ayuda concreta, dilatando durante varios años el reconocimiento
de la independencia hispanoamericana. Por ayuda concreta se entiende armas y
financiamiento para la revolución y no meras declaraciones y promesas verbales.
En reiteradas ocasiones, Inglaterra llegó a colaborar con el imperio español para
aplastar la rebelión de nuestros pueblos. En otras, intervino como mediadora, procu-
rando sacar ventajas comerciales de cada situación. Un especialista del tema, apunta:
Después de 1808, los estadistas británicos vieron con malos ojos los movimientos
de rebelión en la América hispana. Estaban empeñados en una lucha terrible contra
Napoleón y les molestaba todo disturbio que tendiera a debilitar a su aliado español.
Enviaron oficiales navales y otros agentes a la América hispana para contrarrestar las
intenciones francesas, y recomendaron lealtad hacia la Madre Patria; a los enviados
rebeldes que fueron a Londres, se les dijo que podrían servir mejor a la gran causa común
si contribuían a conservar la integridad del imperio español.98
Inglaterra se decidió a reconocer la independencia hispanoamericana a partir de
1825 –Chile fue reconocido recién en 1831– cuando nuestros países ya no necesitaban
ayuda, reconocimiento que, según su ministro Lord Castlereagh, obedecía al temor de
que los Estados Unidos pudieran controlar el mercado latinoamericano. Canning –autor
de la frase “la acción está realizada, la garra está puesta. América española es libre,

98
J. Fred Rippy. La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1830),
p. 3, Eudeba, Buenos Aires, 1967.

57
y si no manejamos mal nuestros asuntos, ella es inglesa”– fue uno de los principales
gestores de la política británica para América Latina:
En el presente estado de España, de Inglaterra y el mundo escribía a Wellington desde
Verona en 1822- las cuestiones americanas son más importantes, fuera de toda pro-
porción, que las europeas. Si no las tomamos fuertemente en nuestras manos, y no
las tomamos en provecho nuestro a tiempo, perderemos una oportunidad que nunca,
nunca recobraremos.99
La colaboración de Inglaterra con España fue más estrecha que nunca en el período
en que precisamente nuestros pueblos trataban de liquidar a los ejércitos del Imperio.
No es extraño, por tanto, que la monarquía española se quejara de la actitud inglesa con
ocasión del reconocimiento que hiciera en 1825 de la independencia latinoamericana,
“calificando la conducta de Inglaterra de defección a la política que había servido desde
fines del siglo anterior”.100 Fernando VII, por intermedio de su ministro de Relaciones
Exteriores, Francisco Zea, en nota enviada al encargado inglés de negocios en Madrid
“reprochaba ásperamente al gobierno inglés la inconsecuencia que cometía faltando
a sus antiguos pactos de amistad y alianza con España y a los ofrecimientos que había
hecho de servir de mediador para obtener la pacificación de las colonias rebeladas
de América”.101 Esta acusación de la monarquía española acerca de la “defección e
inconsecuencia” inglesa data de 1825, en el momento en que nuestros países ya se
habían independizado; de lo cual se desprende que en el período anterior Gran Bretaña
había sido consecuente y leal a los Pactos con el imperio español.
Respecto al proceso chileno, no hay antecedentes relevantes que demuestren una
real ayuda de Inglaterra a la causa de la revolución de 1810. Por el contrario, la ma-
yoría de sus acciones tendieron a sabotear la lucha por la independencia. El cronista
español Melchor Martínez, señalaba que “desengañado el gobierno (de Chile en 1811)
de que todos sus conatos y contratas con los ingleses y bostoneses eran vanos para la
adquisición de armas que tanto deseaba, tomó la resolución de acopiar todas las que se
hallasen en el Reino en poder de particulares”.102 La actitud inglesa frente a la revolu-
ción chilena se puso de manifiesto en la misión del brigadier Carlos E. Flemming, que
llegó a Valparaíso el 27 de julio de 1811 comisionado por los gobiernos inglés y español
para plantear a la Junta de Gobierno el traslado de los caudales de Chile a España y el
nombramiento de delegados chilenos a las cortes españolas, lo que conllevaba reco-
nocer nuestro carácter de colonia, La Junta de Gobierno respondió en forma negativa

99
Citado por Hernán Ramírez N. Historia del Imperialismo en Chile, p. 29, Ed. Austral, Stgo. 1960.
100
Barros Arana, XIV, 511, ed. de 1897.
101
Ibid., XIV, 512.
102
Melchor Martínez, op. cit. 124.

58
a dichas exigencias. Flemming hizo llegar el 3 de octubre de 1811 otra nota en la cual
precisaba la posición de Inglaterra:
Para desvanecer equivocaciones que vemos demasiado extendidas y que acaso han
tenido bastante parte para alucinar a los incautos a inducirles a error. De esta clase
es y no de corta consideración el que han puesto en uso los primeros genios malignos
que han alterado el sosiego de las Américas Españolas, suponiendo a la Gran Bretaña
protectora de una Independencia con que han alucinado a los hombres poco reflexivos
(…) Sería una absurda contradicción sostener con una mano los intereses de España en
Europa y arruinarlos con otra en América, debilitando su poder y fuerza para combatir al
enemigo común. No considera la Inglaterra las Américas Españolas, con las disposiciones
y circunstancias indispensables a separarse de su metrópoli (…)Todo el interés de la Gran
Bretaña relativamente a las Américas Españolas debe considerarse mercantil porque de
nada está más distante que de nuevas adquisiciones de terrenos (…) Los países en que tuvo
origen esta delirante idea de la independencia fueron aquellos en que más concurrían los
angloamericanos y algunos ingleses que guiados de su interés particular contribuyeron
eficazmente a la seducción; pero ni ellos estaban autorizados, ni tenían los competentes
conocimientos para dar seguridades que debieron mirarse no solo con desconfianza, sino
con desprecio, pues ellas embebían contradicción y violencia con los sentimientos de la
Gran Bretaña y con las terminantes explicaciones de su gobierno como puede verse en el
oficio del Lord Liverpool dirigido con fecha 29 de junio de 1810 al gobierno de Carrasco a
quien dice, entre otras cosas, que S. M. Británica cree que es un deber suyo en honor de
la justicia y la buena fé oponerse a todo género de procedimientos que pueda producir
la menor separación de las Provincias Españolas de América.103
Algunos comerciantes ingleses vendieron ocasionalmente unas pocas armas a los
criollos. La viajera inglesa María Graham narraba con orgullo en su “Diario” de 1822
la contribución de un compatriota residente en Chile en un intento de magnificar
la ayuda inglesa: “Un documento oficial del gobierno realista de 1816 alegaba como
razón para no permitir a los extranjeros la entrada a los puertos, ni aun para traficar
en cobre, el que D. Juan Diego Bernard había proporcionado a los patriotas noventa y
ocho pares de pistolas”.104 A continuación de este ejemplo tan escuálido de ayuda a la
independencia de Chile, la viajera inglesa agregaba que “es verdad que a veces surtían
también a los realistas”.105
Algunos ingleses residentes en nuestro país tomaron las armas a favor de los
criollos. Una carta de un comerciante inglés a su hijo Juan Barry, que vivía en Valpa-
raíso, demuestra esta decisión personal, además de traslucir los prejuicios que tenían
algunos europeos sobre la lucha de los latinoamericanos:

103
Ibid.
104
María Graham, op. cit., pp. 62-63.
105
Ibid., p. 86.

59
Querido Juan: En tu última carta que recibí me anuncias que han proclamado su
independencia los indios de ese país en que te hallas y también me anuncias haber
tomado las armas en contra de los blancos (españoles). En resumen, saco, pues, que
debes haberte casado con alguna nativa de las indias sudamericanas.106
Las posiciones individuales de estos ingleses residentes en Chile no eran compar-
tidas por el gobierno de Gran Bretaña, el cual hizo demostraciones elocuentes de su
disconformidad con la revolución hispanoamericana.
La posición de Estados Unidos frente a la independencia fue ambigua. Su alianza
con España y, posteriormente, su guerra con Gran Bretaña fueron pretextos para no
proporcionar armas a los revolucionarios de nuestro continente. Paralelamente a su
negativa a dar ayuda concreta a la Revolución de 1810, procuró relacionarse con los
gobiernos criollos mediante la designación de cónsules, cuyo papel era despejar el
camino para un eventual intercambio comercial y contrapesar la influencia europea.
La proclamada tesis de la neutralidad de Estados Unidos ante la lucha de los pueblos
hispanoamericanos contra la monarquía española era frecuentemente violada a favor
del imperio. El investigador Manuel Medina, que ha publicado recientemente un libro
con una exhaustiva documentación sobre el tema, señala:
A iniciativa del presidente Madison, el Congreso de los Estados Unidos aprobó el 3 de
marzo de 1817 una nueva ley de neutralidad, dirigida abiertamente contra la revolución
hispanoamericana. Madison había cedido a la presión del ministro español Luis de Onís.
Según la nueva ley, cualquiera persona que armara en guerra un buque privado contra
un Estado en paz con los Estados Unidos, sería castigada con diez años de prisión y diez
mil dólares de multa.107
Como el país en paz con Estados Unidos era España, el rigor de la ley caía sobre
aquellos individuos que intentaran colaborar con la independencia hispanoamericana
o, en todo caso, negociar con sus necesidades de armamento.
De acuerdo con esta disposición fueron detenidos en Filadelfia unos traficantes
de armas que llevaban un cargamento para los revolucionarios de Venezuela. Las
provisiones de guerra que iban en el barco fueron incautadas por las autoridades
norteamericanas. En represalia, el gobierno venezolano dispuso el 6 de enero de 1817
un bloqueo que impedía la circulación de las naves de los Estados Unidos que actuaban
a favor de España.
Los mercantes norteamericanos burlaron sistemáticamente el bloqueo. El 4 de julio del
mismo año 17 fuerzas marítimas de Venezuela, capturaron la goleta norteamericiana

106
Roberto Hernández. Valparaíso en 1827, p. 35, Imp. Victoria, Valparaíso.
107
Manuel Medina Castro. Estados Unidos y América Latina, siglo XIX. Ed. Casa de las Américas, p. 29.
La Habana, 1968.

60
“Tigre”, cuando salía del Orinoco, en uno de los viajes contratados por el gobernador
español para intercambiar nativos con armamento norteamericano. A poco fue capturada
también la goleta norteamericana “Libertad” cuando conducía municiones de boca para
las fuerzas españolas.108
Estas acciones motivaron la protesta de Bolívar, quien en su correspondencia con
Bautista Irvine, diplomático norteamericano ante el Gobierno de Venezuela, manifes-
taba: los norteamericanos
olvidando lo que se debe a la fraternidad, a la amistad y a los principios liberales
que seguimos, han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de
Guayana y Angostura, para dar armas a unos verdugos y para alimentar a unos tigres
que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana (…) Pretender
que las leyes sean aplicables a nosotros, y que pertenezcan a nuestros enemigos las
prácticas abusivas, no es ciertamente justo, ni es la pretención de un verdadero neutral
es, sí, condenarnos a las más destructivas desventajas (…) Mr. Cobbett ha demostrado
plenamente en su semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España
en nuestra (…)contienda. El resultado de la prohibición de extraer armas y municiones
califica claramente esta parcialidad fácilmente al paso que las que venían para Venezuela
se han detenido.109
Estados Unidos se negó a vender armas a los chilenos que luchaban por la indepen-
dencia, salvo el caso de algunos comerciantes norteamericanos que en 1815 hicieron una
venta de armamento a José Miguel Carrera, cinco años después de iniciada la revolución.
Con anterioridad, en marzo de 1812, la Junta presidida por Carrera se dirigió a un
negociante de los Estados Unidos para hacerle un pedido de dos cañones de bronce,
volantes de a ocho con sus cureñas correspondientes, seis mil municiones, un mil pares
de pistolas y un mil sables, a cambio de lo cual se le aseguraba un 50% de utilidad y el
permiso para introducir azogue y dos mil arrobas de tabaco. Este pedido de urgencia,
en momentos en que era inminente la invasión española, no fue jamás servido por los
negociantes norteamericanos.
En cambio, vendieron armas al Virreynato del Perú en el período en que Chile
preparaba la expedición Libertadora de los Andes con el propósito de asestar el golpe
final a los realistas:
La venta –dice Ricardo Montaner– hecha al virrey del Perú del buque norteamericano
“Gobernor Shelby”, con dos o tres mil juegos de armas que tenía a bordo, pudiéndolo
haber vendido en iguales condiciones al gobierno de Santiago, causó muy mala impresión
en Chile, que se exasperó más con el acto del capitán del buque “Two Catherines”, que
embarcó en Valparaíso un cuantioso cargamento de trigo para llevarlo, según decía, a

108
Ibid., p. 31.
109
Carta de Bolívar a Irvine, Angostura, 20 de agosto de 1818, citada por M. Medina Castro, op. cit., p. 33.

61
Río de Janeiro, y en alta mar se dirigió a El Callao, en donde realizó pingües ganancias,
porque surtió a Lima de un artículo de que carecía por la guerra con Chile.110
Estados Unidos dilató hasta donde convino a sus intereses el reconocimiento de
la independencia hispanoamericana. El norteamericano Bland, que llegó en misión a
Chile durante el gobierno de O’Higgins, “era partidario –dice Eugenio Pereira Salas–
de retardar el reconocimiento de las nuevas potencias, y en una ocasión se mostró
desfavorable a la firma de un tratado entre Chile y los Estados Unidos, alegando que
no creía que el gobierno de Santiago fuera capaz de garantizar sus compromisos”.111 El
cambio de actitud de los Estados Unidos se produjo recién a comienzos de la década de
1820, cuando la lucha por la independencia de nuestro continente había adquirido un
carácter irreversible. Entonces adaptó su tesis de la neutralidad a los nuevos tiempos,
adelantándose tres años a Inglaterra en el reconocimiento de la independencia
hispanoamericana, en una astuta maniobra diplomática que perseguía anticiparse
a las metrópolis europeas en la obtención de importantes franquicias económicas.
En referencia a esta posición de Estados Unidos, Portales escribía a José M. Cea,
desde Lima en marzo de 1822:
El presidente de la federación de Norteamérica, Mr. Monroe, ha dicho: “se reconoce
que la América es para éstos”. ¡Cuidado con salir de una dominación para caer en
otra! Hay que desconfiar de estos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros
campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor.
¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar ministros, delegados y en reconocer
la independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso,
mi amigo! Yo creo que esto obedece a un plan combinado de antemano y ese sería así:
Hacer la conquista de América no por las armas, sino por la influencia en toda esfera.
Esto sucederá tal vez hoy no, pero mañana sí.112
En síntesis, es falso afirmar que sin la ayuda de Inglaterra y Estados Unidos
nuestros países no habrían podido derrotar al imperio español. En realidad, los pueblos
hispanoamericanos lograron su independencia con sus propias fuerzas y recursos. Sin
embargo, la burguesía criolla fue incapaz de convertir la independencia política formal
en una liberación real. Nuestros países cayeron bajo la dependencia de las metrópolis
que, sin haber contribuido en forma concreta a la revolución hispanoamericana,
sacaron prestamente ventajas de la quiebra del imperio español.

110
Ricardo Montaner Bello. Historia Diplomática de la Independencia de Chile, p. 66. Ed. Andrés Bello,
Santiago, 1961.
111
Ibid., p. 64.
112
Epistolario de Portales, Carta Nº 5, Lima, marzo de 1822, recopilación y notas de Ernesto de la Cruz
y Guillermo Feliú Cruz, Stgo. 1938.

62
El contexto latinoamericano de la lucha
por la independencia política*
El movimiento de rebelión, iniciado en Haití y propagado a toda Hispanoamérica
en las dos primeras décadas del siglo XIX, constituye una de las más importantes
revoluciones anticoloniales de la Historia moderna. Un movimiento que abrazó a un
subcontinente, cuya magnitud, nunca registrada en la Historia universal, solo será
superada en el siglo XX con la revolución anticolonial de Asia y África.
Si bien es cierto que la historia había conocido la rebelión de pueblos del Medio
Oriente ante la expansión griega, el levantamiento de los galos, germanos, judíos y otras
comunidades colonizadas por el Imperio Romano; la resistencia de siete siglos de los
españoles a la conquista musulmana; las rebeliones de los pueblos del norte de África
y Medio Oriente, sojuzgados por el Imperio Otomano; la resistencia de los hindúes a
la colonización inglesa, etc., ninguno de esos movimientos tuvo la trascendencia de
la revolución anticolonial latinoamericana, ni por su extensión ni por su contenido
político. Solo la revolución anticolontal norteamericana podría equiparse en impor-
tancia histórica al movimiento de América Latina.
Esta rebelión anticolonial formó parte de un proceso mundial de ruptura con el
“antiguo régimen”, expresado en el triunfo de la burgesía industrial sobre la monarquía
feudal en Francia y el inicio de la independencia de los Estados Unidos, un mundo que
no solo había superado la fase de transición del feudalismo al capitalismo, sino también
inauguraba un nuevo ciclo histórico en el campo del pensamiento y la cultura. Rebasada
la concepción teológica, en el plano de la filosofía hubo un cambio significativo entre el
pensamiento aún creyente de un Descartes y las ideas radicales de Rousseau, Voltaire
y, en general, del Iluminismo europeo, facilitando el avance de la ciencia y liberándola
de las amarras escolásticas.
América Latina, incorporada abruptamente a la formación social capitalista
occidental en camino de hacerse mundial, fue sacudida por los vientos frescos del
dieciocho europeo. Sus hombres más esclarecidos se apropiaron de la ideología libe-
ral, adaptándola a los intereses de una clase acomodada criolla que pugnaba por la
autonomía política.
Vista la importancia de la revolución anticolonial latinoamericana, resulta extraño
que no se haya puesto de relieve este fenómeno en el estudio de la Cuestión Nacional.
Mientras la lucha de los pueblos asiáticos y africanos por la Independencia en el
presente siglo ha sido objeto de exhautivos estudios a la luz de la cuestión nacional,
todavía no hay un procesamiento teórico del significado de nuestra revolución
anticolonial contra el Imperio Español.

* Texto agregado por el autor con posterioridad a la edición de 1973 (N.E.).

63
Pareciera que las corrientes historiográficas más controvertidas se hubiesen
puesto de acuerdo en omitir el tratamiento de este problema. Unos, los liberales y
conservadores, para ocultar la participación de las masas populares en una revolución
que desembocó en guerras donde se entremezclaron lo político separatista con lo étnico
y social. Otros, los historiadores de izquierda, para no magnificar una lucha que a la
postre dejó intacta la estructura social y económica de la colonia.
Efectivamente, la revolución latinoamericana por la independencia no fue una
revolución social como la francesa, ya que no produjo cambios de estructura, sino
que solamente cumplió una de las tareas de la revolución democrático-burguesa: la
independencia política formal. Pero el hecho de que esa liberación nacional resultara
frustrada por los lazos de dependencia que pronto se anudaron con las metrópolis
europeas, no puede conducir a negar –a riesgo de perder la perspectiva histórica– la
importancia de una revolución anticolonial de una envergadura desconocida hasta
entonces en la historia universal, en cuanto a fenómeno masivo de autodeterminación
de los pueblos.
Corresponde, entonces, analizar esta Revolución Latinoamericana a la luz de la
teoría relacionada con la cuestión nacional. Sus orígenes se remontan a la invasión
hispano-portuguesa. Los llamados colonizadores sometieron a los aborígenes, pero
nunca pudieron integrarlos totalmente: las comunidades autóctonas se mantuvieron
como nacionalidades. La opresión fue tanto de clase como cultural y étnica. De ahí
que para estudiar la Cuestión Nacional en América Latina, desde sus orígenes, sea
necesario considerar la relación etnia-clase-colonialismo.
Durante la Colonia se fue gestando una conciencia de la opresión que se manifestó
en la rebelión de Túpac Amaru (1780), en el levantamiento de los comuneros de
Colombia (1781), en la insurrección de José Leonardo Chirino (1795) y de Picornell,
Gua y España (1797) en Venezuela; en el movimiento Tiradentes en Brasil; en el de los
“Tres Antonios” en Chile (1786), y en las ideas libertarias de Francisco de Miranda.
Esta revolución anticolonial, cuyas causas de estructura hemos analizado, aprove-
chó la coyuntura de la invasión napoleónica en España para llevar adelante sus deseos
de autonomía política. La clase dominante criolla, que tomó el poder, no cambió en
lo fundamental la estructura económica y social heredada de la Colonia, al bloquear
la industrialización y la reforma agraria en aras de la mantención de una economía
primaria exportadora, que reforzó las relaciones de dependencia con el mercado
mundial, controlado entonces por el Imperio Británico.
Por consiguiente, la clase privilegiada nativa resolvió a medias la cuestión nacional;
se liberó de España, pero dejó insolutos los problemas de la dependencia económica
y de la opresión de las minorías (entonces mayorías) nacionales. Realizó solo una de
las tareas democrático-burguesas, la independencia política formal, pero negó los

64
derechos democráticos al pueblo y a las minorías étnicas. Se autodeterminó, pero se
opuso a la autodeterminación de las nacionalidades indígenas.
La revolución haitiana (1791-1804) –la primera revolución anticolonial de América
Latina, y la primera nación independiente de este continente– fue la única en acometer
a fondo la solución de las etnias oprimidas, al lograr no solo la liberación de los esclavos,
sino también el término de la discriminación racial.
Las guerras de la Independencia adquirieron un carácter combinado: separatista
anticolonial, por un lado, de los criollos acomodados, y, por otro, social y étnico de
los más explotados y oprimidos que peleaban por su tierra, su cultura y por mejores
condiciones de vida. Este proceso se abrió en tijera inmediatamente después del triunfo
sobre los españoles. Los de arriba se organizaron en defensa de sus intereses de clases
una vez conquistado el control del gobierno, mientras que los de abajo proseguían su
combate por sus reivindicaciones nuevamente postergadas. La institucionalidad lograda
solamente por arriba explica la inestabilidad de los regímenes post-independentistas
y su incapacidad para lograr la unidad nacional.
Paralelamente a la lucha anticolonial de los criollos encumbrados, fue desarro-
llándose una guerra social y étnica, cuya trascendencia ha sido minimizada por la
historiografia tradicional.
La relación etnia-clase se fue configurando, a lo largo de tres siglos de opresión
colonial, de manera multifacética porque a las etnias aborígenes se les sumaron las
multietnias africanas. La explotación en las minas, haciendas y plantaciones dio lugar
a las primeras clases explotadas, bajo la forma de esclavitud y servidumbre indígena
y negra, además de incipientes formas salariales.
Esta estructura de clase estaba íntimamente relacionada con las etnias, aunque
en algunos movimientos, como la lucha de los indígenas por la defensa de la tierra, la
etnia fue preponderante. En cambio, en las luchas por el salario y mejores condiciones
de vida, lo fundamental fue el interés de clase. En el sector negro, la condición de clase
esclava se fue acentuando a la par que se perdía la lengua materna y parte de la cultura
africana, a raíz de la brutal explotación de los esclavistas. Mientras los indígenas, que
lograron conservar su idioma y sus tradiciones culturales, siguieron combatiendo por
recuperar las tierras que les arrebataron los blancos, los negros –que nunca tuvieron
tierras en suelo americano– combatían por otras reivindicaciones, básicamente el
término de la esclavitud.
Las luchas indígenas de las primeras décadas del siglo XIX pusieron de manifiesto
una guerra social y étnica que se entremezclaba con las guerras de la independencia.
La participación de los aborígenes en los ejércitos libertarios de Hidalgo y Morelos
fue decisiva, al igual que la de sus hermanos de Bolivia, como Juan Manuel Cáceres
y Baltasar Cárdenas. En el Perú, se produjo en 1814 uno de los levantamientos más

65
sobresalientes de esta guerra social y étnica. Fue encabezado por Mateo Pumacahua,
descendiente de los incas, quien al frente de 12.000 personas se apoderó de Arequipa,
fortaleza del aún inexpugnable Virreinato del Perú. Finalmente, fue derrotado por el
general realista Juan Ramírez y fusilado en Sicuani en mayo de 1815, ante la indiferencia
e inclusive el repudio de los mismos criollos que deseaban la Independencia.113
La guerra social y étnica, combinada con la guerra anticolonial, fue un factor
decisivo en el triunfo sobre los ejércitos realistas, hecho debidamente aquilatado por
Bolívar, aunque minusvalorado por quienes discriminan la participación de millones
de indígenas y negros que entregaron sus vidas por la libertad de un continente, cuya
dirigencia política les negó en definitiva su propia liberación étnica y de clase.

La extensión de la revolución al campo


La revolución de 1810 fue al principio un movimiento urbano, encabezado por
los criollos residentes en las ciudades coloniales, que gobernaron desde el inicio a
espaldas de los pueblos del interior, mirando solamente los puertos de exportación y
las metrópolis europeas.
Los sectores provincianos tenían menos contradicciones con la corona española,
debido a que su economía estaba menos ligada al mercado internacional que la de la
oligarquía de los puertos. La población explotada del interior tampoco tenía motivos
para apoyar a los exportadores criollos, a los cuales veía como a sus enemigos directos.
De este modo, se produjo una apertura en tijeras entre las provincias y la capital.
La crisis política se agudizó cuando la burgesía criolla se vio obligada a apelar a
los pueblos del interior para enfrentar a los nuevos ejércitos españoles enviados por
Fernando VII en su cruzada de reconquista. Con las armas en la mano, las masas rurales
hicieron sentir su presencia, reclamando sus derechos. La entrada de las huestes de
Estanislao López en Buenos Aires, atando sus caballos al pie de los monumentos de la
ciudad, o la del montonero negro León Escobar sentándose en el sillón presidencial de
Lima, son imágenes elocuentes del peso específico que fueron adquiriendo las masas
rurales del interior.
Estos sectores populares, aparentemente anónimos durante la colonia, comenzaron
a jugar un papel protagónico, mostrando que un país no es la capital, y que los más
decididos luchadores por la independencia fueron los hombres que sabían manejar
lanzas y cuchillos.
La burguesía criolla soportó esta situación hasta el momento de la victoria sobre
los españoles. Luego, integró hábilmente a su clase a los caudillos más destacados

113
John Linch. Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, Ed. Ariel, Barcelona, 1983, pp. 191 y 192.

66
del interior, como el venezolano Páez, para asegurar la paz social y mediatizar las
reivindicaciones de las provincias. Esta táctica solo duró un tiempo; pronto estallaron
las guerras civiles, producto de la contradicción irresuelta entre campo y ciudad.

La lucha por la unidad latinoamericana en los mares:


la República Amelia (Florida) y los Estados Unidos
de Buenos Aires y Chile en el Caribe
La lucha por la unidad latinoamericana se hizo no solo en tierra firme, sino también
en los mares e islas. Es un mérito del investigador argentino Edmundo Heredia haber
reivindicado la gesta de los hombres libertarios del mar:
Precisamente la solidaridad y acción común revolucionaria se manifestó sobre todo en
la guerra en el mar: esta guerra naval fue el ejemplo más contundente de que el conflicto
era de carácter internacional, y de que la complementación entre la acción de las diversas
naciones era indispensable para el triunfo final.114
Algunos corsarios, como el francés Louis Michel Aury y el escocés Gregorio
MacGregor, llegaron a identificarse tanto con la causa latinoamericana que contri-
buyeron a fundar dos efímeras repúblicas en el Caribe: Amelia en 1817 y los Estados
Unidos de Buenos Aires y Chile en las Islas San Andrés, Vieja Providencia y Santa
Catalina en 1818.
Estas acciones libertarias en el Caribe fueron concertadas por latinoamericanos
refugiados en Estados Unidos, entre los cuales estaban los chilenos José Cortés de
Madariaga y José Miguel Carrera, el alto peruano Vicente Pazos Silva, el venezolano
Pedro Gual, el colombiano Manuel Torres y los argentinos Thompson y Aguirre. En
1816 se había formado una junta revolucionaria en Filadelfia, encabezada por Manuel
Torres y el venezolano Telésforo de Orca, cuya primera tarea fue respaldar la expedición
de Francisco Javier Mina para terminar con el poder realista en México.
Varios de estos exiliados habían recorrido el continente en pro de la causa
anticolonial, como el canónigo chileno José Cortés de Madariaga, que fue el primer
representante latinoamericano a las Cortes de Cádiz y luego promotor de la Junta criolla
de Caracas. En 1810, consecuente luchador de la unidad de nuestros pueblos, llevó el
mensaje revolucionario a Santa Fe de Bogotá, donde fue apresado en 1812 por el general
Monteverde y enviado a España. De allí se fugó en 1815, regresando a Cartagena para
reanudar el combate contra los colonialistas: luego pasó a Jamaica para desempeñar el

114
Edmundo A. Heredia. Los Estados Unidos de Buenos Aires y Chile en el Caribe, Ed. Culturales Argen-
tinas, Min. de Educación y Justicia, Secret. de Cultura, Buenos Aires, 1984, p. 25.

67
papel de enlace entre los criollos refugiados en Estados Unidos y los de Sudamérica,
inspirando la operación liberadora de La Florida.
También es necesario destacar la figura casi olvidada del aymara Vicente Pazos Silva,
oriundo del alto Perú, decidido partidario de la República, amigo de Mariano Moreno,
agudo periodista de La Gaceta (181l), El Censor y La Crónica Argentina (1812), editados
en Buenos Aires. Crítico de algunos políticos argentinos partidarios de establecer un
gobierno monárquico, Kanki –como firmaba en El Censor– se vio obligado a exiliarse
en Estados Unidos, donde se conectó con otros patriotas para implementar el Proyecto
de liberación de la Florida española.115
Esta acción fue concertada también con varios europeos partidarios de la Indepen-
dencia Latinoamericana, como Louis Michel Aury, nacido en París dos años antes de
la revolución. A los 16 años navegaba hacia las Antillas; en 1808 adquirió una goleta
que bautizó con el agresivo nombre de “Venganza”. Dos años más tarde ofrecía los
servicios de su pequeña flota al gobierno republicano de Cartagena de las Indias,
recorriendo el Caribe desde el golfo de México a la isla Margarita, para hostilizar a los
buques españoles. En 1815 cumplió la heroica tarea de evacuar a los patriotas derrotados
en Cartagena, entre los cuales se encontraban connotados patriotas, como Antonio
Nariño, Manuel Piar, Francisco Antonio Zea, Luis Brion y Carlos Soublette. Tres años
después participaba activamente en el proyecto de la nueva república de La Florida.116
Otro notable anticolonialista fue el escocés Gregorio Mac Gregor, quien llegó
como naturalista a Caracas, poniéndose rápidamente a las órdenes de Francisco de
Miranda. Derrotada transitoriamente la junta criolla, Mac Gregor se hizo corsario.
Lideró en nombre del gobierno venezolano la ocupación de la isla Amelia, próxima a
la península de La Florida. El 29 de junio de 1817 designó capital del nuevo territorio
liberado al puerto de Fernandina, después de haber derrotado al Gobernador español
Francisco Morales. Su intención fue atacar San Agustín para ocupar íntegramente La
Florida. El objetivo era distraer a las fuerzas españolas, obligándolas a salir de México
para proteger a Cuba, favoreciendo así el proceso independentista mexicano. Al mismo
tiempo, Fernandina servía de centro de abastecimiento y de puente para la compra
“ilegal” de armamentos, además de lugar estratégico para interceptar buques realistas.
Estados Unidos protestó por la ocupación de la isla, no obstante que La Florida Oriental

115
Helio Vianna. “El peruano - platino - boliviano Vicente Pazos en Banda Oriental, en Brasil y en Portugal
(1819-1822)”, ponencia al IV Congreso Internacional de historia de América, Buenos Aires, 1966, t.
III, pp. 633 a 649, ha reconstruido la vida de Pazos Silva luego de su participación en la “República
de Amelia”: su detención en Brasil y Portugal, su defensa y su posición inclaudicable en pos de la
independencia.
116
Carlos Ferro. Vida de Luis Aury (Dep. de Relaciones Públicas, de la Jefatura de Estado, Tegucigalpa,
1973), y Jaime Duarte French: América de Norte a Sur. ¿Corsarios o libertadores?, Biblioteca Banco
Popular, Bogotá, 1975.

68
era Colonia Española, llegando a acusar a Venezuela de potencia extranjera, invasora
de La Florida, cuando en realidad era territorio español, al cual tenían derecho a liberar
los partidarios de la Independencia Latinoamericana.
La decisión de fundar una nueva república fue tomada por Louis Aury a su lle-
gada a la isla en septiembre de 1817. Al mes siguiente desembarcaba el venezolano
Pedro Gual, quien de inmediato escribió a su país: “Aquí estamos haciendo algo en
beneficio de Suramérica. Este es el único y exclusivo objeto que nos une a todos (…) El
establecimiento de una república de Florida reclama la atención y el apoyo de todos
los verdaderos amigos de Suramérica.117
El 5 de noviembre, Aury se dirigía a los habitantes de la isla Amelia en los siguientes
términos: “Ciudadanos, nosotros somos republicanos de principios (…) Hemos venido
a sembrar el árbol de la libertad, a fomentar las instituciones libres y a luchar contra
el tirano español, opresor de América y enemigo de los derechos del hombre”.118 El 19
de noviembre convocó a elecciones de la nueva república, siendo designado Pedro
Gual con 151 votos, Vicente Pazos Silva con 150, Murden con 148, Luis Comte 148 y así
sucesivamente hasta completar cerca de 20 candidatos.
El 22 de diciembre de 1817 invadía la isla el general norteamericano Andrew Jackson.
Este revés no paralizó al libertario Aury; pronto comenzó a preparar otra expedición
destinada a fundar una nueva república en las islas San Andrés, Vieja Providencia y
Santa Catalina, a 400 km. de las costas colombianas y a 180 km. de las nicaragüenses.
El 12 de julio de 1818, Luis Aury y el italiano Agustín Codazzi –quien luego fuera
uno de los más importantes geógrafos– ocuparon las susodichas islas en nombre de los
gobiernos de Buenos Aires y Chile, como lo decía taxativamente la proclama de Aury:
“Los poderosos Estados Unidos de Buenos Aires y Chile, deseando cooperar, en cuanto
les sea posible, a la emancipación de sus oprimidos hermanos, me han comisionado
para cumplir esta noble empresa en la Nueva Granada”.119
El nombre de la nueva república, “Estados Unidos de Buenos Aires y Chile”, tenía
por finalidad poner de manifiesto que la ocupación de dichas islas contaba con la
aprobación de esos gobiernos, hecho que nunca fue confirmado oficialmente, aunque
el canónigo chileno José Cortés de Madariaga aseguró haber recibido esos poderes no
solo para la ocupación de las islas, sino también de las de Portobelo y Chagres. Era
evidente –dice Heredia– que ni Cortés de Madariaga ni Aury tenían dicha autorización;
pero esta era una cuestión formal de poco interés para aquellos hombres dispuestos a
llevar adelante la revolución anticolonial.

117
Citado por J.L Salcedo Bastardo. Historia fundamental de Venezuela, UCV, Caracas, 1979, p. 143.
118
Jaime Duarte French: op. cit., p. 160.
119
Jaime Duarte French, op. cit., pp. 250 y 251.

69
El hecho de que no se encuentre en ninguna galería de héroes debe adjudicarse a que
ninguna nación tiene interés en incorporarlo a su panteón, puesto que su ideal iba
más allá de los intereses nacionales y se fundaba en los intereses continentales. Otra
conclusión vinculada estrechamente a la primera es que la República de Amelia –a
diferencia de lo mostrado antes de ahora– y los Estados Unidos de Buenos Aires y Chile
no fueron simples paraderos de corsarios, sino que su propósito principal era –según
los proyectos de sus dirigentes– organizar repúblicas sólidas para ayudar a la revolución
de independencia con un criterio de solidaridad continental.120

El contexto internacional y la actitud de Inglaterra


y Estados Unidos ante la Independencia de Chile
Para comprender a cabalidad la posición de Europa y Estados Unidos respecto de
la Independencia Latinoamericana es fundamental analizar el contexto internacional.
A principios del siglo XIX, Europa occidental estaba en los inicios de la primera
revolución industrial, elaborando no solo manufacturas, sino bienes de capital, que
pronto serían mejorados con el descubrimiento del hierro colado para el avance
de la industria del acero. Aunque en las primeras décadas del siglo XIX imperaba
la denominada libre competencia, de hecho los grandes capitalistas comandaban
el proceso de acumulación, concentrando en sus fábricas a un proletariado que se
afianzaba progresivamente como clase en sí. La ampliación del mercado interno como
resultado de una distribución de tierras, que en algunos países como Francia fue más
profundo que en otros, facilitó el desarrollo manufacturero, generando una burguesía
industrial dispuesta a ser hegemónica en el bloque de poder de una clase dominante
donde todavía tenían peso los terratenientes, la burguesía comercial y bancaria. No
obstante su adhesión a la ideología del laissez-faire, el Estado practicaba una forma
de intervención en la economía con el fin de erradicar las supervivencias feudales y
señoriales, torpedeando las barreras que impedían el ensanchamiento del mercado
interno y la liberación de mano de obra, al mismo tiempo que consolidaba el sistema
monetario nacional y el régimen bancario.
El capitalismo se desarrolló de manera desigual, ya que Inglaterra y, en menor
medida, Francia y los Estados alemanes avanzaban a un ritmo mayor que Italia y
España, donde todavía se mantenían relaciones precapitalistas de producción en el
campo. Por su parte, Estados Unidos, independiente desde hacía casi medio siglo y
sin trabas feudales, comenzaba a despegar por su fabulosa riqueza agropecuaria y
energética y por una industria que crecía en función del mercado externo, básicamente
destilerías y astilleros.

120
Edmundo A. Heredia, op. cit., p. 150.

70
Si bien es cierto que en Europa occidental hubo un notable desarrollo del capita-
lismo agrario, que permitió un abaratamiento de los alimentos de consumo popular, el
crecimiento demográfico hizo ya necesario, a principios del siglo XIX, la importación
de materias primas tanto para el consumo como para la industria, especialmente textil.
Era entonces urgente promover un reajuste en la división internacional del trabajo,
encontrando nuevos mercados para exportar productos manufacturados y, al mismo
tiempo, importar alimentos y materias primas. El subcontinente que presentaba
mejores condiciones para dicho objetivo era América Latina, puesto que la colonización
a fondo de Asia y África recién fue puesta en marcha en la segunda mitad del siglo XIX.
Al capitalismo inglés y francés no le interesaba tanto la independencia política
formal de América Latina, sino fundamentalmente la quiebra del monopolio comercial
español para su política contingente de importación y exportación. Una forma de
autonomía comercial latinoamericana, regida por formas monárquicas constitucionales
dependientes de la corona española y portuguesa, era la mejor apuesta a que jugaban
las potencias europeas, como quedó demostrado posteriormente con su respaldo al
Emperador Pedro I de Brasil.
La principal forma política de gobierno en la Europa de principios del siglo XIX
era la monarquía. Luego del embate republicano democrático-burgués, motorizado
por la Revolución Francesa de 1789, se había producido una reacción conservadora,
inclusive en la propia Francia napoleónica, que en 1815 se formalizó con la creación
de la Santa Alianza, promovida por Rusia, España, Francia, Austria y Prusia. Si bien es
cierto que Inglaterra no compartía todos sus puntos de vista, respaldaba en relación a
la cuestión “sudamericana” la solución monárquica, aunque reiterando su exigencia
de una mayor libertad de comercio para las colonias hispanoamericanas.
El papel jugado por la Santa Alianza respecto de la independencia latinoamericana
fue clave en el apuntalamiento de la política colonialista de España. Sin una seria
evaluación de este apoyo, resulta insuficiente explicarse la decisión española de
reconquistar sus colonias. Se ha presentado la Reconquista como si hubiese sido el
producto de una voluntad unilateral de la monarquía española, cuando en realidad
formó parte de una política global de las naciones que integraban la Santa Alianza.
Esta política consistió básicamente en oponerse cerradamente a todo proceso
radical de cambio que cuestionara el orden conservador del período denominado
Restauración, tanto dentro como fuera de Europa.121 En tal sentido, el movimiento
anticolonial latinoamericano podía repercutir gravemente en Europa, alentando
tendencias republicanas jacobinas, fenómeno político que ha descuidado la histografía
tradicional. Uno de los principales fundamentos de la Santa Alianza fue no legitimar
ningún gobierno surgido de revoluciones, como era el caso de los movimientos por la
121
J.H. Pirenne. La Sainte Alliance, Neuchatel, 1946.

71
independencia de Hispanoamérica. En última instancia se llegó a tolerar una variante
independentista, como la de Brasil, que mantuvo el sistema monárquico y el orden
conservador siempre que siguiera el consejo del canciller austríaco Metternich: “Ne
jacobinisez pas”.
Gracias a esta política, el régimen absolutista español logró el apoyo de las potencias
europeas para su plan de reconquista colonial. Falta un estudio riguroso acerca de la
magnitud de la ayuda militar que los países de la Santa Alianza proporcionaron al
imperio español, aunque existen indicios de armas entregadas por Rusia y Francia,
sobre todo de esta última luego de su intervención armada en España para aplastar
el levantamiento de Riego y restaurar el poder del rey Fernando VII. De ahí la alerta
lanzada por Bolívar: “Temía que Francia, vanguardia de la Santa Alianza, atacase a las
nuevas repúblicas independientes del Nuevo Mundo. Es necesario –decía en carta a
Santander– prepararse para una lucha muy prolongada y muy ardua”.122
Sin embargo, estos planes militares fueron contrapesados por las contradicciones
entre Inglaterra y la Santa Alianza, no solo respecto de los vaivenes de la política in-
terna europea –peligro de guerra entre España y Portugal–, sino también en relación
a Latinoamérica. En el Congreso de Aquisgrán de 1818, Inglaterra, apoyada coyuntu-
ralmente por Austria y Prusia, rechazó la posición rusa de respaldar militarmente la
intervención española en las colonias hispanoamericanas.
Estas contradicciones entre las potencias europeas favorecieron en una medida no
debidamente evaluada aún por la historiografia el avance anticolonial, porque dieron
a los criollos, especialmente a Bolívar y San Martín, nuevos tiempos y espacios para
sus campañas libertadoras, a pesar de que muchos de ellos no lo percibieran en el
momento preciso por problemas de distancia y de falta de representantes diplomáticos
experimentados en el juego de la política europea.
En la base de estos roces estaba la rivalidad por conquistar los mercados de América
Latina: “A comienzos del siglo XIX –sostiene Kossok– los extensos territorios de Centro
y Suramérica constituían el mayor mercado vendedor de ultramar y de materias primas
de Europa”.123
En el siglo XVIII, el comercio exterior de Inglaterra aumentó en forma exponencial.
Según Schlote, las exportaciones subieron de 3.645.000 libras esterlinas en 1700 a
20.185.000 en 1800, al mismo tiempo que las importaciones crecieron en dicho siglo
de 5.699.000 a 28.078.000 libras esterlinas. De dicho total, a las dos Américas les
correspondió el 33,5% de las exportaciones en 1801 y el 45,4% de las importaciones,
porcentajes que en 1701 eran de 11,9 y 19,6 respectivamente. Por consiguiente, a

122
Archivo Santander, cartas recibidas en marzo de 1825, Bogotá, 1913, 25 vol.
123
Manfred Kossok. Historia de la Santa Alianza y la emancipación de América Latina, Ed. Cartago,
México, 1983, p. 32.

72
principios del siglo XIX, las dos Américas se habían constituido en el principal mercado
del Imperio Británico. De esta cifra global, el 9,9% de las exportaciones inglesas en
1814 tenían como destino a Sudamérica.124 A estas cifras oficiales habría que agregarle
la venta por vía del comercio de contrabando, que en las colonias hispanoamericanas
constituía una parte sustancial, a veces de más del 50% de la producción, como lo
hemos demostrado en el tomo correspondiente a la formación social colonial.
Aumentar esta corriente comercial con Hispanoamérica fue el objetivo central
de la corona británica, para lo cual tenía que implementar una política pragmática,
plena de ambigüedades respecto a la independencia latinoamericana y de la propia
España. Resultado: las exportaciones inglesas a Centro y Suramérica aumentaron de 2,9
millones de libras esterlinas en 1821 a 6,4 millones en 1825. Su mayor preocupación fue
impedir, o en todo caso neutralizar, todo intento de expansión territorial y comercial
de Estados Unidos en Hispanoamérica.
Similar aspiración, aunque en menor escala, perseguían los Países Bajos, Austria,
Prusia y otros Estados alemanes, sobre todo después del lanzamiento de la doctrina
Monroe. Mientras de palabra legitimaban el dominio colonial de España, de facto
incrementaron el comercio con las nacientes repúblicas latinoamericanas, como ha
comprobado Kossok a través del estudio de las actas de las compañías de comercio de
Hamburgo, Bremen, Silesia, etc.
A pesar de las violentas protestas de España, el comercio con los rebeldes (región del
Río de la Plata, Gran Colombia, México) fue continuamente en aumento hasta 1821.
Los comerciantes de Hamburgo (Diputación de Comercio), sobre todo, solicitaron una
decidida defensa de las relaciones, por el momento aún no oficiales, a fin de no quedar
a la zaga de la competencia inglesa.125
Tampoco Francia prestó ayuda a los partidarios de la independencia latinoamericana.
Por el contrario, fue la nación que, junto a la Rusia de los Zares, avaló la política
colonialista de España, luego de haber inspirado con su ejemplo revolucionario de
1789 a los precursores de la Independencia. El gabinete conservador de Francia, en
plena época de la Restauración, no solo respaldó a los contrarevolucionarios, sino
que llegó a sugerir un plan conjunto con España para reconquistar Colombia, después
de su intervención armada en la Península Ibérica en 1823 para reforzar el poder de
Fernando VII.
Sin embargo, la burguesía francesa seguía teniendo expectativas bien fundadas
en el mercado latinoamericano, en su carácter de competidora de Inglaterra, como
lo había ya mostrado largamente en el comercio de contrabando practicado con las
124
W. Schlote. Entwicklung und Strukturwandlunge des englischen Aussenhandels von 1700 bis zur
Gegenwart, Jena, 1938, pp. 133 y 156.
125
Manfred Kossok: Historia de la Santa Alianza..., op. cit., pp. 284 y 285.

73
colonias hispanoamericanas desde el siglo XVII. El ministro F. R. Chateaubriand
manifestaba al embajador francés en San Petersburgo el 1 de noviembre de 1823:
“Inglaterra está enviando cónsules a las colonias españolas, pero declara que esto no
significa el reconocimiento de su independencia, sino solo una simple medida para
cuidar sus intereses comerciales”.126 A su momento, cuando las colonias estuvieron
irremediablemente perdidas para la corona española, Francia se mostró de nuevo
interesada en el comercio ya oficial con las nacientes repúblicas de América Latina.

126
F.R. Chateaubriand. Congrès de Vérone. Negotiations. Colonies espagnoles, París, 1838, p. 302.

74
capítulo ii.
La rebelión de las provincias

El período que transcurre de 1823 a 1830 es tradicionalmente conocido con el nombre


de “Anarquía”. Para la mayoría de los escritores es la etapa del caos, del desorden
y la inoperancia, una especie de “noche negra” de la historia de Chile. A través de
las páginas de nuestros historiadores desfilan personajes que ascienden al poder y
luego son desplazados abruptamente, golpes militares sin una justificación política
real, constituciones que dejan de tener vigencia poco después de ser promulgadas.
El lector anota acontecimientos, nombres y fechas de los numerosos gobiernos que
se suceden en el mando del país, sin encontrar una explicación de las causas de este
aparente caos político.
Sube Freire, le sucede Blanco Encalada; a los pocos meses Agustín Eyzaguirre, quien
es derribado por Campino. Vuelve Freire, renuncia; sigue la rotativa con Pinto, Vicuña
y Ruiz Tagle hasta la guerra civil de 1829 y la batalla de Lircay. En el intertanto, se han
dictado tres constituciones y las provincias desconocen al gobierno central. El lector,
perdido ante tantas tendencias que se disputan el poder sin motivo aparente, renuncia
a explicarse las raíces profundas que condicionan el período 1823-30 y termina por
aceptar el nombre de “anarquía”.
Detrás de la caracterización de “anarquía”, hecha sobre la base de esa errónea
metodología que pone énfasis en el suceder político formal, hay una intencionada
deformación histórica. El término “anarquía”, divulgado peyorativamente para deni-
grar una importante etapa de nuestro pasado nacional, fue impuesto por la tradición
conservadora que triunfó en Lircay, con el objeto de descalificar el período en que se
intentó abolir los mayorazgos, expropiar ciertos bienes de la Iglesia católica, dar par-
ticipación política a sectores populares, como el artesanado, combatir el centralismo
de la capital fundamentalmente y reivindicar los derechos de las provincias.
José Victorino Lastarria, agudo crítico liberal de la tradición conservadora, alertaba
a mediados del siglo pasado: “Se ha hecho creer generalmente que la administración
de los pipiolos era el tipo del desorden, de la dilapidación, de la injusticia y de la
arbitrariedad. Pero semejantes acusaciones, hijas de la mala fe o de la ignorancia,
caen al suelo cuando se hojean los boletines de las leyes de la época y se estudia un

75
poco la historia”.127 Posteriormente, otro historiador liberal, Domingo Amunátegui,
manifestaba: “La época de nuestra Historia Nacional más censurada, más vilipendiada,
más ridiculizada, ha sido la que empieza con la abdicación de O’Higgins y termina con
el triunfo conservador en Lircay. Nada es más injusto”.128 En los últimos años, Julio
Alemparte ha tratado de retomar esta olvidada línea de pensamiento crítico, en un
afán de reivindicar la figura de Freire:
Bien se sabe que ese período es designado, generalmente, con el nombre de “Anarquía”;
término bastante injusto, porque supone un caos inútil, cuando lo cierto es que
fue fecundo en valiosas tareas y reformas y estuvo animado de nobles y generosos
propósitos, que aprovecharon, precisamente, sus enemigos para producir disturbios y
complicaciones y aumentar, así, esa inestabilidad política de que le culpan.129
Sin embargo, estos escritores liberales tampoco logran dar una interpretación
acertada de este período, al que erróneamente designan con el nombre de “era de los
pipiolos”, o “ensayo del régimen representativo o parlamentario”,130 porque colocan
el acento en los hechos de la superestructura política con el fin de poner de relieve las
ideas liberales, embrionariamente expresadas por los pipiolos” en su lucha contra los
“pelucones” y el clero, trasladando de manera mecanicista los debates políticos de la
segunda mitad del siglo XIX al período 1823-30.
En el análisis de este período, la tradición conservadora del siglo pasado ha sido
reforzada en el presente por Encina y, especialmente por su padre ideológico Alberto
Edwards, quien sostiene:
Se ha dado a aquella época el nombre convencional de ‘era de los pipiolos’; en realidad,
fue solo el tiempo de nuestros gobiernos ‘sin forma’ (…) Se ha querido dar a ese período
la significación de un ensayo sincero, pero infructuoso del régimen democrático (…) La
incapacidad de los caudillos, los odios que dividían a la clase dirigente, la indisciplinaria
militar, he allí los obstáculos que se oponían al establecimiento de un régimen estable
y ordenado.131
Esta época anárquica y caótica, del Estado “sin forma”, era el escenario “ideal” de
los “turbulentos”, “alocados” y “desconformados cerebrales”, al decir de Encina.
Es indudable que estamos en presencia de una fase de extrema inestabilidad
política. ¿Pero cuáles son las bases socio-económicas de este aparente caos político?
¿A qué se deben los frecuentes cambios de gobierno, asonadas, motines y reemplazo
de constituciones?
127
José V. Lastarria. Obras Completas, Tomo IX, p. 177.
128
Domingo Amunátegui S. Pipiolos y Pelucones, p. 5, Stgo. 1919.
129
Julio Alemparte. Carrera y Freire, p. 360, Santiago, 1963.
130
Isidoro Errázuriz. Historia de la Administración Errázuriz, p. 159, Santiago, 1952.
131
Alberto Edwards. La Fronda Aristocrática, pp. 46 y 47, Ed. del Pacifíco, 4ª Edición, Santiago, 1952.

76
Una profunda crisis económica afectaba a Chile desde la revolución de 1810. Las
guerras de la independencia habían significado la paralización, disminución y, en
el mejor de los casos, estancamiento de las fuerzas productivas. Los campos fueron
devastados, tanto por los ejércitos criollos como por los españoles, atendiendo a las
necesidades inmediatas de la táctica militar que tiende a arrasar todo aquello que
pueda servir al enemigo. Fue una guerra de larga duración en la que deben considerarse
no solo las batallas principales, como Rancagua, Chacabuco y Maipú, sino también
la guerra de guerrillas de Manuel Rodríguez y, posteriormente, la prolongada lucha,
conocida con el nombre de “guerra a muerte”, contra los restos del ejército español,
dirigido por Benavides y Ferrebú.
Durante estos años de guerra permanente, se produjo una sensible baja de la
exportación agropecuaria. Las entradas de la Aduana, del estanco y demás ingresos
fiscales debieron necesariamente atender al financiamiento del Ejército para enfrentar
a las tropas realistas. La guerra contra España significó la pérdida del mercado peruano
del trigo y de otras plazas del imperio español donde se exportaba cobre y productos
derivados de la ganadería. Estos mercados fueron recuperados en parte o reemplazados
por la demanda inglesa recién a fines de la década de 1820-30. En 1827, todavía no se
alcanzaba a exportar ni siquiera la mitad de las toneladas de trigo que se vendían al
Perú a fines de la colonia; según Roberto Hernández,132 ese año se exportaron 100.000
fanegas de trigo, en constraste con las 220.000 de los últimos años de la época colonial,
y solo 1.000 quintales de sebo contra 21.500 de 1791. El único sector de la producción
que logró mantenerse a los niveles de 1800 fue la minería, base del financiamiento de
las guerras de la Independencia.
El cobre no pudo superar en el período 1810-1820 las 2.000 toneladas de promedio
de fines de la colonia. Hubo un pequeño aumento de la producción de plata a raíz
del descubrimiento de Agua Amarga en 1811 por el esclavo negro José María Ríos; las
principales minas de plata, como la de Arqueros, fueron descubiertas en los últimos
años de la década 1820-30.
La crisis económica, agravada por la contradicción del empréstito Irisarri, fue
puesta de manifiesto por la “Memoria” de 1824 elevada al Senado por el Ministro
de Hacienda Diego José Benavente, quien señalaba que el Estado tenía un déficit de
$400.000 y que era necesario fijar impuestos directos al capital, porque a través de
los impuestos indirectos “contribuye más el laborioso gañán que el rico sibarita”. La
“Memoria” terminaba con una crítica a la burguesía criolla: “Solo puede ser bastante
ignorante, para dudar que sea derecho divino el que cuando la patria está en peligro
de perecer por falta de recursos, solo en Valparaíso 16 regulares posean un capital de
$440.000 y una superficie plana de 180.000 varas cuadradas”.

132
Roberto Hernández. Valparaíso en 1827, p. 14, Imp. Victoria. Valparaíso, 1927.

77
El incremento del comercio con Inglaterra, Estados Unidos y Francia, a partir de
1820, permitió aumentar las entradas de la Aduana, pero, al mismo tiempo, la intro-
ducción indiscriminada de mercaderías extranjeras aceleró el proceso de liquidación
de la industria casera artesanal, que había tenido un breve período de resurgimiento
durante las guerras de la Independencia al abastecer las necesidades del Ejército.
La crisis económica produjo graves problemas sociales. La desocupación alcanzó
caracteres crónicos durante las décadas de 1810 y 1820. La devastación de los cam-
pos, producida por la guerra, y la pérdida del mercado peruano del trigo, lanzaron
a la cesantía a miles de campesinos. La proliferación del llamado “bandidaje” se
basó, precisamente, en la falta de trabajo para la masa campesina. La desocupación
alcanzó también a los trabajadores de la ciudad, especialmente al artesanado. Esta
capa social, que había experimentado un relativo crecimiento durante la guerra al
aumentar la producción de la industria artesanal criolla proveedora de las necesidades
de vestuarios y alimentos del Ejército, entró en crisis no solo con motivo del término
del conflicto bélico, sino también porque en esos mismos años se abrieron las puertas
a las mercaderías extranjeras que competían en forma ventajosa con los productos
elaborados por los artesanos chilenos, huérfanos de una política proteccionista. La
crisis tampoco permitió incorporar a la producción a los miles de soldados licenciados
del ejército al finalizar las guerras de la Independencia. A su regreso de la expedición
libertadora del Perú, los soldados y la baja oficialidad en su mayoría se quedaron en
las ciudades como cesantes, sirviendo de trampolín para cualquier golpe militar que
les garantizara al menos el pago de los sueldos atrasados.
Al término de la guerra, hizo crisis el frente único de carácter político que habían
formado, a pesar de sus diferencias, los distintos sectores de la burguesía criolla para
enfrentar al ejército español. Se abrió entonces un período de lucha entre las fracciones
burguesas por el control del aparato del Estado. La inestabilidad política de 1823 a 1830,
condicionada por la crisis económica, fue el reflejo de una lucha por el poder entre
fracciones que aún no representaban fuerzas políticas burguesas consolidadas. En este
período de gestación de los partidos políticos chilenos, ninguna fracción burguesa era
lo suficientemente fuerte y decantada como para imponerse sin contrapeso sobre las
demás. Las tendencias pequeño-burguesas liberales y de contenido plebeyo pudieron
aflorar en este cuadro político contradictorio, ya sea para servir a los intereses de la
burguesía minera o para jugar un papel relativamente autónomo en representación de
los nuevos y pujantes sectores artesanales.
La rebelión de las provincias fue la característica más relevante de esta fase de
inestabilidad política. La contradicción fundamental del período 1823-30 no fue la
disputa puramente formal entre “pipiolos y pelucones”, como se ha afirmado, sino
la lucha de las provincias contra el centralismo de la capital. Basados en esta caracte-
rización, hemos preferido denominar “rebelión de las provincias” al período conocido

78
en nuestra historia con los nombres de “anarquía”, “era de los pipiolos” o “ensayo
del régimen representativo y parlamentario”. La contradicción capital-provincias,
que en apariencia tiene un sentido geopolítico, representaba una profunda pugna
de intereses de clase. Era la expresión aguda de la protesta de sectores burgueses
provincianos postergados por el centralismo de la capital, cuyos gobiernos actuaban
como representantes de la burguesía santiaguina.
El hecho de que la rebelión de las provincias sea el rasgo esencial de este período
no significa restar importancia al análisis de las luchas del liberalismo embriona-
rio contra los mayorazgos y los privilegios de la iglesia católica, ni menos dejar de
considerar el papel que jugaron las primeras organizaciones populares del artesanado,
los planteamientos de la corriente plebeya y otras medidas progresivas dictadas en este
período tan denigrado por la historiografía tradicional.

Las causas de la rebelión de las provincias


El fenómeno más relevante del período 1823-30 fue la participación activa de las
provincias en la política nacional. Desde la caída de O’Higgins hasta la guerra civil de
1829, pasando por la elección de los Congresos Nacionales y la promulgación de las
constituciones federales, no hubo acontecimiento político de importancia donde las
provincias no jugaran un papel decisivo. Las reiteradas protestas de las provincias
por el centralismo de Santiago y su manifiesto desconocimiento del gobierno central
promovieron un ensayo de federalismo en 1826.
Chile no fue el único país de América Latina en que hubo enfrentamiento de las
provincias contra la capital. Las guerras civiles de la Argentina del siglo XIX entre
unitarios y federales y entre porteños y provincianos tuvieron como causa principal el
papel opresor asumido por la capital: Buenos Aires. Un esclarecido pensador argentino
del siglo pasado, Juan Bautista Alberdi, expresaba: “La Revolución de Mayo fue la
substitución de la autoridad metropolitana de España por la de Buenos Aires sobre
las provincias argentinas; el coloniaje porteño substituyendo al coloniaje español”.133
El proceso de rebelión de las provincias en Chile tuvo características específicas
que se remontan a la Colonia. De aquella época data la formación de tres bloques
regionales: Coquimbo, Santiago y Concepción.
La Intendencia de Santiago, que incluía Valparaíso y llegaba hasta el Maule, fue
desde el inicio de la conquista el asiento del gobierno español. Santiago, capital de la
Capitanía General, centralizaba las entradas de la Aduana, del estanco y de los demás

133
J.B. Alberdi. Escritos Póstumos, V, 108, Bs. As. 1895, cit. por Milcíades Peña, quien ha hecho un análisis
marxista acertado de las luchas entre unitarios y federales en “El Paraíso Terrateniente”. Ed. Fichas,
Bs. As., 1969.

79
ingresos fiscales. La Intendencia de Santiago fue no solo el epicentro político sino la
base del poderío de la burguesía comercial y terrateniente de la Colonia.
La Intendencia de Coquimbo, que comprendía el actual Norte Chico, desde
Copiapó hasta Aconcagua, era ya a fines de la colonia el principal centro minero y la
columna vertebral de la economía chilena, hecho reconocido por los reyes de España.
El oro, la plata y el cobre fueron, desde la época colonial, la base económica de este
país preponderantemente minero. Sin embargo, el norte fue una de las regiones más
postergadas por la Capital, que se apropiaba de las entradas fiscales proporcionadas
por la exportación de los productos mineros.
La Intendencia de Concepción, que abarcaba de Talca al Sur, era no solo el centro
militar más importante, sede del Ejército de la Frontera, sino la principal zona triguera
y viñatera. Gran parte de la exportación de los productos agropecuarios al Perú y a otros
mercados del imperio español provenía de esta región. Los artículos elaborados por su
industria artesanal abastecían en cierta medida las necesidades del mercado interno.
Los fuertes intereses socioeconómicos de las burguesías locales de Coquimbo y
Concepción fueron generando una conciencia regionalista que se arraigaba a me-
dida que Santiago iba postergando sus aspiraciones. La Revolución de 1810, lejos de
superar la contradicción capital-provincias, agudizó la conciencia regionalista, porque
Santiago impuso desde la instauración de las primeras Juntas de Gobierno un criterio
centralista. Desde las primeras fases de la revolución de 1810 las provincias plantearon
sus reivindicaciones económicas y políticas. Los choques de Martínez de Rozas, en
defensa de los intereses de Concepción, con la Junta de 1811 llegaron al borde de la
guerra civil, solo abortada por el peligro de la invasión española. No es extraño que
Barros Arana sostenga que en ese período “Concepción quería tener gobierno propio”.134
El frente único constituido por las fracciones políticas de la burguesía criolla para
enfrentar al ejército realista postergó momentáneamente la lucha entre las provincias
y la capital. Ni bien fue derrotado el enemigo común, los choques afloraron con mayor
violencia. Su expresión más elocuente fue el levantamiento provinciano de Freire, que
condujo a la caída de O’Higgins y a la apertura del período de mayor exacerbación de
la lucha de las provincias contra la capital.
Las provincias protestaban contra el centralismo de la capital, porque Santiago
monopolizaba las entradas fiscales, favorecía la liquidación de las industrias regiona-
les al permitir la libre introducción de mercaderías extranjeras y gravaba con fuertes
derechos de exportación los productos de las provincias.
Las provincias exigían que los ingresos fiscales provenientes del estanco del tabaco,
de los diezmos, de la alcabala y, fundamentalmente, de las entradas de la Aduana, se
distribuyeran proporcionalmente a la riqueza que entregaba cada zona y de acuerdo
134
Barros Arana: VIII, 404.

80
a la población y las necesidades de cada región. Las provincias tenían derecho a una
mejor distribución de las entradas fiscales, porque el Norte Chico aportaba la casi
totalidad de la producción de oro, plata y cobre, y la zona centro-sur, un porcentaje
apreciable del total de la producción agropecuaria. Las provincias, carentes de recursos
fiscales propios de importancia, solicitaban con razón una mayor cuota del presupuesto
nacional para cubrir sus gastos regionales y realizar obras de infraestructura, como
puentes, caminos y obras de regadío que facilitaran un desarrollo económico más
acelerado.
Santiago no era Chile. El censo de 1831-35, al igual que los anteriores, demostró que
la mayoría de la población vivía en las provincias. La cifra global, ligeramente superior
a un millón de habitantes que arrojó ese censo, sin contar a los indígenas (!!!), tenía la
siguiente distribución por provincias: Santiago: 243.929; Colchagua: 167.419; Aconcagua:
137.039; Concepción: 118.364; Maule: 120.180; Coquimbo: 89.921; Talca: 60.810. Sin
embargo, la distribución del ingreso fiscal no correspondía proporcionalmente a la
cantidad de habitantes de cada provincia ni menos a la riqueza que aportaban.
El gobierno central de Santiago retaceaba la ayuda a las provincias, invirtiendo
la mayoría de los ingresos fiscales en obras que favorecían a los terratenientes y
comerciantes santiaguinos. De hecho, Santiago actuaba no en su calidad de capital
de la nación, sino como capital de la provincia de Santiago. Al utilizar en beneficio
casi exclusivo de la burguesía santiaguina las entradas de todo el país, aportadas
mayoritariamente por las provincias, ejercía una variante de coloniaje sobre las
provincias, reproduciendo en pequeña escala la relación metrópoli-satélite, al decir
de André G. Frank.135
Sin embargo, la relación metrópoli-satélite dentro del propio país asumía en aquella
época una forma distinta a la actual, porque no se trataba de la inversión de capitales
de la burguesía de Santiago –metrópoli– en las provincias –satélites– para extraer la
plusvalía de los trabajadores coquimbanos o penquistas, sino de la apropiación de
parte del excedente por vía de los derechos de exportación y otros impuestos fiscales.
La otra parte de la plusvalía quedaba en manos de una burguesía regional que se había
desarrollado con capitales propios y que reclamaba una mejor distribución de los
ingresos fiscales a los cuales contribuía con sus productos de exportación.
Una demostración del criterio exageradamente centralista de la capital era el hecho
insólito de que la Aduana principal del país estuviera en Santiago, y no, como podría
suponerse, en un puerto. En las páginas finales del capítulo I de este volumen hemos
analizado los intereses económicos que motivaron este increíble fenómeno histórico.
Solo cabe agregar que la resolución del gobierno de O’Higgins de trasladar la Aduana

135
André G. Frank. “Capitalism and Underdevelopment in Latin America”, Monthly Review Press, New
York, 1967.

81
de Santiago a Valparaíso, medida que aceleró su caída, continuó siendo resistido por
la burguesía santiaguina hasta fines de la década de 1820-30. A pesar de que el Senado
de 1820 elevó la Aduana de Valparaíso al mismo rango que tenía la de Santiago, las
cuentas aduaneras siguieron centralizándose en la capital. No obstante la resolución
de diciembre de 1828 de suprimir la Aduana de Santiago, ésta siguió subsistiendo
hasta 1832, hecho que se comprueba al analizar las entradas fiscales de la nación. Du-
rante los años 1829, 1830, 1831 y 1832, la Aduana de Santiago percibió respectivamente
$ 412.088, $ 378.801, $ 329.346 y $ 370.054, mientras que para los mismos años el ingreso
de la Aduana de Valparaíso fue el siguiente $ 547.254, $ 466.941, $ 369.838 y $ 470.947.
A fines de la década de 1820-30, los terratenientes y comerciantes santiaguinos
no se resignaban aún al traslado de la Aduana principal a Valparaíso. Barros Arana
comentaba al analizar los sucesos de 1828:
Desde tiempo atrás se había pedido la supresión definitiva de la Aduana de Santiago,
no solo porque su despacho había llegado a ser muy reducido, y su producto inferior al
costo que ocasionaba, sino porque la traslación de mercaderías de Valparaíso para ser
aforadas en la capital, daba origen, según el rumor público, a frecuentes contrabandos.
Pero aquella reforma hallaba resistencias formidables en la rutina, en el interés de los
funcionarios públicos que deseaban la conservación de sus empleos, y en la necesidad, se
decía, de que la oficina central de Santiago mantuviera a su cargo la revisión de cuentas
de las demás aduanas de la República. El 3 de noviembre, el senador don Manuel Antonio
González presentaba un proyecto según el cual la Aduana de Santiago sería suprimida,
corriendo en adelante el despacho y las demás obligaciones que estaban a su cargo en la
Aduana de Valparaíso. Este proyecto, modificado en sus accidentes y considerablemente
completado en sus disposiciones, quedó definitivamente aprobado en ambas cámaras el
24 de diciembre siguiente; pero su cumplimiento quedó aplazado por diversas causas…136
El hecho de que la Aduana estuviera en una ciudad interior y no en un puerto
era una aberración económica, pero no hubiera sido tan grave si la capital hubiese
distribuido a las provincias los ingresos aduaneros en proporción al aporte que le
hacían a la riqueza nacional las diferentes regiones del país. Pero Santiago invertía en
su provincia la parte del león de la renta aduanera.
Las rentas de la Aduana en los países atrasados del siglo XIX, que recién nacían a
la vida política independiente, eran no solo la parte sustancial del total de los ingresos
del Estado, sino que constituían el respaldo económico más importante que podían
ofrecer esas naciones para solicitar empréstitos o créditos. Una política económica
verdaderamente nacional hubiera sido distribuir la renta aduanera de acuerdo con
las necesidades de las provincias, invirtiéndola básicamente en la creación de una
industria nacional que pudo haberse iniciado con el proteccionismo a las industrias

136
Barros Arana, XV, 284.

82
regionales de carácter artesanal. Pero la burguesía santiaguina no actuaba con un
criterio nacional. Disponía de los ingresos de la Aduana como si fueran propios,
particulares de su provincia. Al disponer de los fondos de la Aduana principal, de hecho
disponía del destino económico de las provincias, no importándole la liquidación de las
industrias regionales al permitir la entrada indiscriminada de artículos manufacturados
extranjeros, si con ello aumentaban las entradas de su Aduana.
En el afán de romper el monopolio santiaguino de la Aduana, las provincias
plantearon en plena etapa federalista medidas que por su estrechez localista no
permitieron superar el problema económico. El 12 de julio de 1826, los diputados
Cienfuegos y Fernández propusieron el establecimiento de un tesoro y una aduana
en cada provincia.137 Esta proposición, en lugar de solucionar el problema, trababa el
comercio interior al fijar impuestos aduaneros en cada provincia. Un ejemplo de esta
actitud desesperada de las provincias en defensa de sus intereses lesionados por el
centralismo de Santiago, la proporcionaba una resolución de la asamblea de Aconcagua
realizada el 8 de julio de 1827: “La provincia de Aconcagua se declaraba en el pleno goce
de sus derechos naturales (…) y por no existir autoridad nacional legislativa, entraba a
gobernarse a sí misma y a percibir el producto de todos los impuestos que se pagaban
en la provincia”.138 En 1826, la asamblea de Coquimbo pidió que se estableciera una
Casa de Moneda en su provincia.
Sin embargo, la mayoría de los arrestos separatistas del período federal no tenían
como objetivo deliberado su marginación de la República, sino que expresaban una
tendencia a la reafirmación de la autonomía provincial. Las provincias no se resistían a
que Santiago fuera la capital. Al contrario, exigían que Santiago actuara como capital de
la nación y no como representante de los intereses de su provincia. Una de las provincias
más federalistas, en cuyo honor Infante bautizó su periódico con el nombre de El
Valdiviano Federal, se pronunció en 1827 “por el sistema federal, contando con que la
capital de la República auxilie a esta provincia, mientras ella no tenga cómo sufragar los
gastos”. En el período más agudo del federalismo, Coquimbo tampoco llegó a plantear
una posición separatista; uno de los acuerdos de la asamblea coquimbana de 1827
luchaba “porque se constituya la República bajo un sistema de gobierno representativo
popular, que dándose a las autoridades generales cuantas facultades se crean necesarias
al efecto de procurar la dicha común, seguridad y dignidad del país, se proporcione
al mismo tiempo a las provincias medios y facultades para proveer a sus necesidades
interiores por el órgano de sus autoridades provinciales; les sea reservado el derecho
de tener parte en el nombramiento de sus magistrados; y a sus pueblos e individuos
respectivos se les ponga a cubierto de toda arbitrariedad que pudieran tener de parte

137
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, XII, 107.
138
Citado por Encina, IX, 342.

83
del capitalismo y despotismo”.139 Estas y otras resoluciones provinciales demuestran
que la finalidad del movimiento regionalista no era propiamente el separatismo, sino
la exigencia de que Santiago asumiera su papel de capital de la República y no de una
provincia en particular.
Algunas provincias, en especial las de la zona centro-sur, protestaban porque el
gobierno permitía la entrada masiva de artículos manufacturados extranjeros que
competían con los productos elaborados por las industrias regionales. Desde la época
colonial, a partir del siglo XVII en que América Latina estuvo en un relativo aislamiento
comercial a raíz de las continuas guerras de España con otras potencias europeas,
comenzaron a desarrollarse ciertas industrias destinadas a satisfacer la parte de la
demanda interna que no podía ser cubierta por la imposibilidad que tenía la corona
española en aquel siglo de enviar productos manufacturados a sus colonias. Estas in-
dustrias de carácter artesanal, de tipo familiar o doméstico en su mayoría, se originaron
en Chile especialmente en la zona central y sur. Se dedicaban a la fabricación de calzado,
vestuario, uniformes, ponchos, sombreros, alfarería de greda y productos derivados de
la ganadería, como curtiduría y lana de ovejas que se utilizaba en los talleres caseros
y en los obrajes. Eran famosas las mantas y alfombras de Chillán y Concepción. Estas
industrias entraron en crisis a fines del siglo XVIII con la implantación de las Reformas
Borbónicas. La política económica de los reyes borbones tendía a desarrollar la
propia industria española, ampliando el mercado latinoamericano para los artículos
manufacturados de la metrópoli. La libre introducción de estos productos, sumado
al auge del contrabando en el siglo XVIII, inundó los mercados de manufacturas
que rápidamente desplazaron a los artículos elaborados por las modestas industrias
coloniales.
Los primeros gobiernos surgidos de la revolución de 1810 establecieron impuestos a
los artículos extranjeros, pero este recargo de las tarifas tenía como objetivo inmediato
el aumento de los ingresos aduaneros y no formaba parte de una auténtica política
de desarrollo industrial. Sin embargo, las necesidades de abastecimiento del Ejército
durante las guerras de la Independencia permitieron un resurgimiento de las industrias
regionales, especialmente aquellas dedicadas a la elaboración de monturas, mochilas,
apareos, arneses, mantas y uniformes. La industria metalúrgica de guerra tuvo un auge
coyuntural con la fabricación de cañones, fusiles y municiones.
Estas industrias entraron en crisis no solo por la finalización de la guerra, sino
también porque los gobiernos de la burguesía criolla, interesados fundamentalmente en
la exportación de materias primas y en el aumento de los ingresos aduaneros, facilitaron
la libre introducción de artículos manufacturados extranjeros. En cifras comparativas,
Chile fue una de las naciones de América Latina a la cual ingresaron mayor cantidad de

139
Ibid., IX, 340-341.

84
mercaderías inglesas, francesas y norteamericanas durante la década 1820-30. Hacia
1827, Inglaterra vendía anualmente a Chile por un valor superior a los tres millones de
pesos; le seguía Estados Unidos con un millón y luego Francia.
La introducción de mercaderías extranjeras por vía del contrabando aceleró la crisis
de las escasas industrias artesanales del país. El ministro Rodríguez Aldea manifestaba
ante la Asamblea Legislativa de 1822: “El contrabando ha llegado a tal exceso que los
efectos y géneros extranjeros se venden internados con muy poca o ninguna diferencia
de los precios que cuestan a bordo”.140 El presidente Freire afirmaba en abril de 1823:
“Es tan público y notorio el contrabando que se hace en el puerto de Valparaíso que
acaso no hai persona que allí ni aquí lo ignore. Los comerciantes mismos, que han
asistido a las sesiones del reglamento, han asentado de positivo que la mitad de las
internaciones se hacen clandestinamente”.141
El contrabando era alentado, con un criterio mezquino, por ciertas provincias
que no tenían industrias regionales que pudieran verse afectadas por la competencia
de artículos extranjeros. Era el caso de Coquimbo, uno de los focos principales del
contrabando, donde se cambiaba oro, plata y cobre por manufacturas europeas, evi-
tando ambas partes el pago de los derechos aduaneros. Vicuña Mackenna afirmaba
que durante el período 1818-1830 “casi en su totalidad el dúctil metal ‘salía por alto’,
es decir, se exportaba de contrabando”.142
La entrada masiva de artículos extranjeros provocó rápidamente la ruina de las
industrias regionales de calzado, tejidos, alfombras, alfarería, etc., que abastecían el
consumo popular. Si bien no cabe exagerar retrospectivamente las posibilidades de
desarrollo que tenía esta industria artesanal por sus métodos primitivos y su escasa
capitalización, no puede dejarse de señalar que una política auténticamente nacional
hubiera permitido, con fuertes medidas proteccionistas, crear sobre nuevas bases una
industria autóctona que cortara los nuevos lazos de dependencia establecidos con las
metrópolis inmediatamente después de lograda la independencia política formal. Pero
a la burguesía criolla, interesada exclusivamente en mejores precios y más amplios
mercados para la exportación de las materias primas, no le preocupaba el destino
nacional de las industrias regionales.
El comercio al detalle, que había quedado en manos de los criollos por resolución
de la Primera Junta de Gobierno, fue concedido también a los extranjeros en 1820.
Rápidamente comenzaron a establecerse las casas europeas y norteamericanas de
importación, como Waddington, Templeman, Price, Haigh, Head, Budge, Brandt, etc…

140
Ibid., IX, 191.
141
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, VII, p. 79.
142
Benjamín Vicuña Mackenna. La Edad de Oro en Chile, p. 220, segunda edición, Ed. Francisco de
Aguirre, Buenos Aires, 1968.

85
En 1824 fue fundada en Valparaíso la Casa Huth y Cía.; en 1826, las Casas Gibbs, Linch,
Hill, Hemenway, que después se convirtió en Wessel, Duval y Cía. La proliferación de
productos extranjeros era tan notoria que una viajera inglesa de la época comentaba:
“En todas las calles (de Valparaíso) se ven colgadas las muestras de sastres, zapateros,
talabarteros y posaderos ingleses; y la preponderancia del idioma inglés, sobre todas
las demás lenguas que se hablaban en la calle, lo harían a uno creerse en una ciudad
de la costa inglesa”.143
Estas casas mayoristas de importación movieron sus influencias políticas cuando
algunos gobernantes plantearon medidas proteccionistas. Así ocurrió con los propó-
sitos de Rodríguez Aldea, quien en el preámbulo de un proyecto manifestaba: “Ojalá
nuestras instituciones preparen el día en que los productos de todas las aduanas, por
importaciones del extranjero, los viésemos reducidos a cero. Este mismo sería el día
en que veríamos la verdadera estrella naciente de nuestra prosperidad”. A raíz de esta
proposición, Encina comenta:
Las medidas inquisitoriales que consultaba el reglamento para extirpar el contrabando y
la nueva elevación de los derechos de aduana, ya tres veces más altos que los coloniales,
provocaron un verdadero furor en el comercio extranjero, a la sazón todopoderoso. La
propia María Graham, tan tranquila y ecuánime, perdió el aplomo, y agotó contra el
proyecto del ministro el arsenal de los calificativos.144
Manuel de Salas, apoyado por Camilo Henríquez, fue uno de los escasos defensores
de la industria artesanal criolla, al propiciar el alza de las tarifas aduaneras para
los productos extranjeros que competían con los nacionales, la enseñanza técnica
industrial y la obligación de vestir a los soldados con tejidos nacionales y equipar a
los buques chilenos con velamen de fabricación nacional. El 10 de abril de 1824 hizo
aprobar una ley que otorgaba gratuitamente terrenos y eximía de contribuciones
a quienes establecieran fábricas con materias primas del país. Mas estas medidas
fueron torpedeadas por las casas importadoras extranjeras que habían adquirido ya
una influencia decisiva en los círculos políticos criollos. Los productos europeos,
de mejor calidad y de precios más bajos que los nacionales, cambiaron el gusto y la
moda de los criollos, haciéndolos más receptivos al cosmopolitismo extranjerizante.
Las provincias afectadas por el hundimiento de sus industrias regionales intentaron
durante el período 1823-30 detener este proceso general sin alcanzar sus objetivos.
La rebaja de los derechos de exportación fue otra de las reivindicaciones planteadas
por las provincias, especialmente mineras. Gregorio Cordovez, representante de
Coquimbo, presentó el 31 de enero de 1823 un proyecto para suprimir el derecho de

143
María Graham. Diario de su residencia en Chile (1822), p. 173, Ed. América, Madrid, sin fecha edición,
Trad. José Valenzuela.
144
Encina, X, 143.

86
quinto que gravaba a las minas de plata; y el 3 de marzo de 1825 otro en el que planteaba
que se redujera el derecho de salida de dos pesos por quintal métrico que pagaba el
cobre. El 21 de marzo de 1827 el Congreso se pronunció a favor de que el derecho
de exportación de cobre disminuyera a un peso por quintal. El 18 de enero de 1826
se suprimieron los derechos de quinto y minería que se cobraban al oro y la plata,
decretándose de esa manera la libre exportación de plata y oro sellados. Francisco
Pinto, ex intendente de Coquimbo y Presidente de la República en el período en que se
dictaron algunos de estos derechos, no fue ajeno a la promulgación de esas leyes que
beneficiaban a la burguesía minera. Pinto Edwards era dueño de la importante mina
de plata Arqueros. El viajero Gabriel Lafond du Lucy narraba cómo se fue gestando la
fortuna del general Pinto y de sus socios: “Después de tres meses de trabajo, cayeron
en un ojo de metal que les indemnizó de todos sus gastos y los puso en situación de
continuar sus trabajos, luego el beneficio de cada uno de los asociados se elevó a 80.000
pesos o sea 400.000 francos”.145
La rebaja de los derechos de exportación, medida que afectó las entradas aduaneras
del país, benefició directamente los intereses de la burguesía minera del Norte chico.
Las provincias, disconformes con el monopolio santiaguino de los ingresos fiscales,
apoyaron las demandas mencionadas creyendo que redundarían en un bienestar
general. La política nacional que correspondía en ese entonces era exigir que la
burguesía minera pagara los derechos de exportación correspondientes y que estos
ingresos, que pertenecían a la nación, fueran distribuidos proporcionalmente de
acuerdo con las necesidades de las provincias.

Las luchas contra la capital


Las causas enumeradas, principalmente el monopolio santiaguino de las rentas
fiscales de la nación, impulsaron el proceso de rebelión de las provincias. Desde la
caída de O’Higgins hasta la guerra civil de 1829 sucedieron innumerables y variadas
expresiones de luchas contra la capital.
El descontento de las provincias con O’Higgins tuvo su origen en la promulgación de
la Constitución de 1822, de corte unitario y centralista, porque suprimía las provincias
y las reemplazaba por departamentos y distritos, quedando facultado el Director
Supremo para nombrar a los gobernadores. El levantamiento de Freire en 1823 respondía
a los reclamos de Concepción por haber sido postergada en forma reiterada por el
gobierno central. Los documentos de la época revelan una situación de hambruna
excepcional, en 1822, en la región sureña. En una comunicación al Intendente de
Concepción, en agosto de 1822, el subdelegado de Cauquenes, José Antonio Fernández,
145
Gabriel Lafond Du Lucy. Viaje a Chile, p. 129, Santiago, 1911.

87
manifestaba: “Son señor tan repetidos los clamores de los infelices habitantes de este
partido por falta de mantenimiento”.146 El subdelagado de La Florida, Domingo Cruzat,
escribía a Freire: “En esta subdelegación de La Florida se muere la gente de hambre.
Los pordioseros andan que se estorban, tanto en esta villa como en los campos. Los
trabajos de las haciendas están paralizados”.147 El documento más dramático provenía
del párroco de Rere, José María Gallardo: “Lastima el corazón más empedernido el ver la
miseria de los habitantes de las doctrinas de Rere y Talcamávida, que tengo a mi cargo.
Desde fines de julio último llevo enterrados muy cerca de setesientos cadáveres”.148
Como el documento estaba fechado en septiembre, cabe inferir que en dos meses
murieron 700 personas de hambre en dos pequeños departamentos.
La causa inmediata de la rebelión sureña fue la negativa del gobierno a enviar ayuda
y la orden de trasladar trigo de Concepción a otra provincia precisamente en el período
de hambruna mencionado. El acuerdo de la Asamblea de Concepción de fecha 11 de
diciembre de 1822 llamaba a las cosas por su nombre:
La falta de un numerario para sostener el ejército, la desnudez, hambre y demás calami-
tosas miserias que ha padecido, nos han persuadido de que se trataba de su disolución.
El alto desprecio con que se han mirado los justos reclamos de este pueblo para la
terminación de esta guerra de sangre que ha asolado la provincia, las órdenes para que
se permitiera a determinados hombres la exportación de granos para la otra provincia
en circunstancias de morirse de hambre las gentes de necesidad en ésta; por último la
destructora ley de división de la provincia en partidos…149
La rebelión penquista, dirigida por Ramón Freire, encontró rápido eco en otras
provincias, como Coquimbo, donde José Miguel Irarrázabal movilizó 400 peones de
Illapel para marchar sobre Santiago. El hecho de que los terratenientes santiaguinos
hayan aprovechado la situación para acelerar la renuncia de O’Higgins y canalizar
el movimiento, no invalida el origen y la esencia de la rebelión provincial contra el
gobierno. La prueba de que la caída de O’Higgins fue decidida por el levantamiento de
las provincias es que Concepción y Coquimbo desautorizaron a la Junta constituida en
Santiago por Eyzaguirre, Errázuriz e Infante, y reconocieron a Freire como Presidente
de la República.
Además de Concepción y Coquimbo, otras zonas del país, como Rancagua, San
Fernando y Curicó, se pronunciaron contra la junta santiaguina que provisoriamente
reemplazó a O’Higgins.

146
Citado por Reinaldo Muñoz Olave. Las Monjas Trinitarias de Concepción, p. 255, Santiago, 1926.
147
Ibid., 256.
148
Ibid., p. 257.
149
Citado por Encina, VIII, 662.

88
Bandas de gentes armadas amenazaban a las autoridades proclamando la revolución
contra el gobierno de Santiago, y excitando a los pueblos a que reconocieran a la
asamblea de Concepción y se incorporaran a esta provincia, como lo había hecho Talca. El
comandante Don Domingo Urrutia, que fue enviado por Prieto con una partida de tropa
a mantener el orden en San Fernando, no se atrevió a entrar a este pueblo que estaba
ocupado por cerca de trescientos montoneros. El capitán don Francisco Borcosqui, que
mandaba las partidas de avanzadas del Ejército de Freire, apoyaba con ellas las tendencias
de segregarse del gobierno de la capital, que estimulaban los jefes de aquellas bandas.150
La ciudad de Valdivia, cuya guarnición estaba al mando de Beauchef, también
apoyó el movimiento de rebeldía de las provincias encabezado por Freire. Días antes
del Congreso convocado para marzo de 1823 con el objeto de elegir al nuevo Presidente
de Chile, continuaba la rebelión en varias zonas del país.
En Quillota algunos individuos armados, convocando revolucionariamente al pueblo,
en la mañana del 8 de marzo, dos días antes de la elección, depusieron al Cabildo (…) En
San Fernando y Santa Rosa de los Andes, hubo también lucha obstinada (…) El Cabildo
de Talca, por sugestión de la Asamblea de Concepción, continuaba considerándose
segregado de Santiago.151
La lucha de las provincias no se paralizó con la elección de Freire como Director
Supremo porque la mayoría estaba disconforme con el contenido unitario y centralista
de la Constitución de 1823. Concepción rechazó esta Constitución: “Quería una
independencia casi absoluta en su régimen interior y el mantenimiento de una
preponderancia igual a la de Santiago en la sanción de las leyes orgánicas”.152 En una
actitud de protesta por la primacía que seguía manteniendo Santiago, el Cabildo
Abierto de Concepción celebrado el 20 de abril de 1825 resolvió retirar sus diputados
del Congreso; en la nota enviada al Ministro del Interior, los penquistas manifestaban:
Pareció que éstos eran los tiempos primeros de la revolución hasta el año catorce, en que
el pueblo solo de Santiago era el árbitro de la supremacía i las provincias sus colonias
que debían obedecer ciegamente su voluntad. Concepción no quiere dar la lei; pero no
quiere tampoco que se la dé un pueblo que es semejante e igual en derechos: la quiere
recibir de la nación.153
El 23 de marzo de 1825, con la asistencia de representantes de los departamentos,
se constituyó la Asamblea Provincial de Concepción; su primer acuerdo fue reconocer
a Freire como Director Supremo y plantear un Senado legislativo compuesto de nueve

150
Barros Arana, XVI, p. 10, Santiago, edición de 1897.
151
Ibid., XIV, 39.
152
Ibid., XIV, 457.
153
Ibid., XIV, 549. El subrayado es nuestro.

89
miembros: 3 por Santiago, 3 por Coquimbo y 3 por Concepción, representación que
aseguraba la preponderancia de las provincias.
La posición de Coquimbo era parecida a la de Concepción. En nota al Director
Supremo:
La Asamblea de Coquimbo fundaba en varios motivos su negativa a enviar diputados al
Congreso. Sostenía que el gobierno central no había tenido autoridad para convocarlo sin
el acuerdo de las asambleas provinciales. Impugnaba la convocatoria por cuanto en ella
se daba a la provincia de Coquimbo menos representación de la que ésta tenía derecho
a exigir. Y por último concluía con estas palabras: si por desgracia nuestra se insistiese
en la disolución de las asambleas y reunión de un Congreso sin los debidos preliminares
que garanticen su estabilidad y el bienestar de la República, Coquimbo desde entonces no
se considerará más como parte integrante de un país libre, sino colonia de Santiago.154
Al quedar sin los representantes del Norte y del Sur, de hecho el Congreso de 1825
no fue nacional. Las provincias rechazaron todos sus oficios por considerarlos solo
representativos de Santiago, como lo prueba un acuerdo de la asamblea de Coquimbo
“después de proclamar que el Congreso que funcionaba en la capital no podía con-
siderarse sino como una simple asamblea de la Provincia de Santiago”.155 En esas
circunstancias, el Congreso de 1825, a sugerencia de Infante, tuvo que resolver que
no se adoptaría ningún acuerdo de carácter nacional hasta que no se integraran los
representantes de Concepción y Coquimbo. En Santiago, se organizó el 13 de junio de
1825 una asamblea que eligió una Junta Provincial integrada por José Miguel Infante,
Carlos Rodríguez y José A. Ovalle. En dicha asamblea, Carlos Rodríguez, el hermano
del guerrillero, hizo aprobar la siguiente proposición:
Que el Director Supremo quedase en el gobierno únicamente con las atribuciones de
carácter general como la dirección de las relaciones exteriores y al mando del ejército,
y que se formase una Junta de gobierno compuesta de 3 individuos, encargada de la
administración pública de la provincia de Santiago, y que buscaría el acuerdo de las
otras dos provincias y su conformidad con ellas.156
Valparaíso se plegó al movimiento de rebeldía contra la capital como protesta
por el decreto gubernamental del 8 de julio de 1825 que establecía el desarme de los
buques de la escuadra que no estaban en servicio, medida que dejaba sin trabajo a las
tripulaciones. Al mismo tiempo, el gobierno disponía que la carga y descarga se hiciera
en doce embarcaciones del Estado, resolución que lanzaba a la cesantía a los lancheros.
El pueblo de Valparaíso, reunido en una asamblea de más de 500 personas, acordó pedir
la derogación de estos decretos en una nota en la que manifestaba:
154
Ibid., XIV, 550. El subrayado es nuestro.
155
Ibid., XIV, 465.
156
Ibid., XIV, 541.

90
El pueblo todo ha solicitado con la mayor energía de sus sentimientos se eleve recurso
a la superioridad para que decrete la renovación del actual comandante del resguardo
don Antonio Vergara y del tesoro ministro de marina don José del Carmen Almanche,
principalmente, entre otros motivos que se omiten, porque los cree autores de las
medidas erróneas, tiránicas y llenas de ignorancia con que se ha oprimido la miserable
industria de la clase de pescadores, lancheros y boteros, atacándoles de un modo infame
sus propiedades (…) que se represente al gobierno supremo que los hijos de Valparaíso,
aunque no aspiran a ninguna clase de empleos, miran con el mayor sentimiento la
eterna postergación, o desprecio, más bien con que en las justas ocasiones de colocarles
compatiblemente a sus aptitudes, se les dasaira u olvida. Que se solicite del supremo
gobierno se destine la mitad del producto del ramo de caminos para componer el de
Quillota y el de la calle pública que sirve de entrada al principal embarcadero de este
puerto y que normalmente se deteriora por los temporales.157
El Intendente de Valparaíso, José Ignacio Zenteno, castigado por el gobierno a raíz
de estos acontecimientos, declaraba en un oficio del 21 de octubre de 1825:
Valparaíso que era el único pueblo que se mantenía tranquilo en medio de las oscilaciones
que han sufrido todos los demás de la República, se hizo al fin el blanco de los célebres
ensayos políticos-económicos del anterior ministerio: vió en consecuencia arruinado su
comercio, prohibido el ejercicio de su pesca, monopolizado por el gobierno el fletamiento
en bahía de sus buques menores, y amenazada en fin la seguridad pública por la situación
desesperada a que aquellas y otras innumerables providencias habían reducido a las
clases más numerosas e indigentes (…) Notorio es que después el mismo pueblo de
Santiago desobedeció expresa y terminantemente las órdenes supremas instalando una
autoridad gubernativa provincial en vez de elegir diputados para una asamblea (…) Nadie
ignora las conmociones populares de San Fernando, Aconcagua, Casablanca, etc. (…) Por
último Concepción y Coquimbo no solo instalan inconsulto S. E. (y debe creerse que
contra sus sentimientos) legislaturas provinciales sino que resueltamente le desobedecen
negándose a enviar diputados al Congreso general mandado crear por S. E.158
El gobierno de Freire desconoció los acuerdos de la asamblea de Valparaíso y dispuso
el envío de un escuadrón de caballería al puerto. Enterado de este eventual ataque, el
pueblo de Valparaíso organizó “una compañía de tiradores para defender la entrada de
la ciudad en los cerros conocidos con el nombre de Alto del Puerto. El Cabildo mismo
declaraba que no se reconocería al nuevo Gobernador, poniéndose así a la cabeza de
la resistencia popular”.159
La expresión política de las aspiraciones provinciales fue el federalismo. La con-
tradicción capital-provincias fue reflejada políticamente por un federalismo de ropaje
157
Melchor Concha y Toro. Chile durante los años de 1824 a 1828, p. 316, Documento Nº 20, Santiago,
1862.
158
Ibid., Documento Nº 24.
159
Barros Arana, XIV, 561.

91
liberal. Pero no hay que identificar federalismo con liberalismo porque hubo políticos
de tendencia liberal que defendieron el sistema unitario y, a la inversa. conservadores
de provincia que empuñaron la bandera del federalismo.
Cuando Infante, el principal teórico del federalismo, planteaba en el Congreso de
1826 que “este es el día en que empiezan a temblar los tiranos y los hombres libres a
llenarse de consuelo al oir la federación” quería decir que había llegado el momento
en que las provincias, bajo la constitución federal, alcanzarían su “libertad” frente a
los “tiranos” o dictadores del gobierno central santiaguino. El mismo alcance tenían
las palabras de Lazo, otro dirigente federal: “En la federación veo un antemural contra
la opresión y la mejor garantía de los pueblos”. Un manifiesto de la provincia de
Coquimbo en 1825 es también ejemplo de que la terminología liberal estuvo al servicio
de la tesis federal:
La libertad nunca es bien pagada, cualquiera sea su precio y que hay mucha más en la
federación que en la unidad, nadie se atreve a disputarlo (…) No hay otro arbitrio que
privar al gobierno de esa amplitud de poder con que le reviste la unidad (…) Para mitigar el
odio a la monarquía, se nos dice que tratan de constituir una república; pero la centralidad
está en contradicción con ese nombre lisonjero (…) si el objeto de la unidad centralizada
es hacer un gobierno robusto ¿quién destruye ese coloso cuando quiera perpetuarse?160
La constitución federal fue promulgada el 14 de julio de 1826 por 36 votos contra
2, pero no fue aplicada, debiendo ser suprimida a menos de un año de su aprobación;
esta medida provocó algunos levantamientos armados en San Felipe y Colchagua,
donde hubo durante unos meses dos gobiernos. El cabildo de Linares llegó a exigir
que se declarasen traidores a los diputados que votaron a favor de la disolución del
Congreso que había aprobado la constitución federal.
Las asambleas provinciales más importantes, Concepción y Coquimbo, ante el
fracaso de la Constitución de 1826, comenzaron a plantear un federalismo más mo-
derado. Ricardo Donoso sostiene que “el entusiamo federalista se desvaneció con la
misma rapidez con que había surgido encendida la llama de su eficacia como ideal de
organización política, la reacción unitaria no se hizo esperar.161
La Constitución de 1828, redactada en gran parte por José Joaquín de Mora, fue una
transacción entre las posiciones federales y unitarias, un compromiso de las provincias
con la capital, que conllevaba la derrota definitiva de la rebelión de las provincias.

160
Citado por Encina IX, 264.
161
Ricardo Donoso. Las ideas políticas en Chile, p. 77. Ed. FCE, México, 1946.

92
Las medidas contra la Iglesia y los terratenientes
Durante el lapso transcurrido entre 1823 y 1828 se plantearon importantes iniciativas
de avanzada social cuyo contenido ha sido minimizado por los historiadores tradicio-
nales en su afán de menospreciar esta etapa de la evolución chilena.
Estas medidas agudizaron el enfrentamiento entre las nuevas fracciones políticas
de la burguesía criolla, acelerando el estadillo de la guerra civil de 1829. Las ácidas
críticas de la historiografía conservadora a este período, al que no por casualidad han
calificado de caótico y anárquico, revelan, no obstante su racionalización ideológica,
la importancia de las medidas adoptadas.
A las tendencias federales, liberales y plebeyas corresponde el mérito histórico de
haber continuado la lucha iniciada por Carrera y O’Higgins contra los privilegios de
la Iglesia Católica. La corriente anticlerical, fortalecida con la divuldación de las obras
de Rousseau y Voltaire, con la propaganda del periódico El Liberal de Gandarillas,
Benavente y Campino y con la polémica entre Camilo Henríquez y el fraile Tadeo Silva,
propuso medidas radicales que atentaban directamente contra los intereses terrenales
de la Iglesia. Planteó la supresión de la cobranza de los derechos parroquiales con el
fin de evitar los abusos eclesiásticos y la expoliación del pueblo. Llegó a proponer que
los curas párrocos fueran designados por elección popular. Hizo presión para que el
gobierno de Freire redujera el número de festividades religiosas e hiciera cumplir la
disposición de prohibir el entierro de los cádaveres en los templos. También obligó a
que las monjas pusieran en funcionamiento las escuelas para las mujeres del pueblo.
Una de las medidas más importantes contemplaba la entrega al fisco de los bienes
del clero “regular”, disponiendo que los comisionados del gobierno ocuparan los
conventos para efectuar un inventario de las riquezas. Un escritor del siglo pasado,
contrario a esta iniciativa, comentaba:
La expropiación de las comunidades regulares era una medida proyectada de tiempo
atrás y calculada sobre los principios que había adoptado la asamblea constituyente de
Francia en años anteriores. El decreto de 19 de septiembre de 1823 que declaraba nulas
las enajenaciones de bienes raíces que hiciesen los regulares, prueba que el gobierno
había puesto sus ojos en las muchas y valiosas haciendas de esos conventos (…) los bienes
de regulares producían una ingente suma, pues tan solo los situados en Santiago se
estimaban en tres millones de pesos (…) Entonces se dictaron también algunas medidas
que alarmaron a ciertas clases de la sociedad. El nuevo gobierno no supo conocer ni
atacar la autonomía e independencia de la iglesia. Pocas veces se ha respetado menos
los límites que separan las órdenes religiosas y políticas. Por decreto de 13 de septiembre
de 1824 el gobierno invalidó el campo de la enseñanza religiosa y pretendió sacarla de su
dominio, mandando que los eclesiásticos instruyesen a los pueblos sobre la conveniencia
y justicia que había para que Chile permanenciese independiente de la España.162

162
Melchor Concha y Toro, op. cit., pp. 20-21.

93
Como puede apreciarse, este portavoz de la tradición historiográfica conservadora,
indignado por la medida de expropiación de los bienes de la Iglesia, llega a condenar
al gobierno de Freire por haber obligado a los curas a propalar en las escuelas la
independencia de Chile.
De acuerdo con el decreto del 31 de julio de 1824, “el gobierno tomó en plena
propiedad las haciendas denominadas el Bajo y Espejo, pertenecientes al Hospicio
de San Juan de Dios, y mandó proceder a su venta por hijuelas, obligándose a pagar a
aquel establecimiento el interés de 4 por ciento sobre la suma de la tasación. Una ley
de abril de 1828 autorizó al gobierno para enajenar a dinero la hacienda llamada de
Santo Domingo, de cuyo producto debía enviar a Londres 100.000 pesos, a cuenta de
los dividendos del empréstito inglés”.163
No hemos podido encontrar datos precisos sobre el total de tierras expropiadas
a la Iglesia en ese período. Una información señala que para financiar la expedición
de Freire a Chiloé en 1826, que liquidó el último reducto español en Chile, el Estado
vendió 4.000 vacas que habían pertenecido a la Iglesia. Existen informaciones acerca
de la expropiación de la hacienda de Apoquindo y de la venta en 1828 de una de las
haciendas de los “regulares”. Pero son noticias aisladas; no hay estadísticas conocidas
sobre el número de hectáreas expropiadas y el total del dinero pagado por tal concepto.
La lucha del ala liberal y plebeya contra los terratenientes estuvo centrada en
los problemas relacionados con la esclavitud, las contribuciones y los mayorazgos,
planteando por primera vez en la historia de Chile la cuestión agraria de un modo
relevante para la época.
Una de las medidas más importantes fue la abolición definitiva de la esclavitud
el 25 de julio de 1823. De esta manera, Chile fue una de las primeras naciones del
mundo en resolver esa cuestión social. La respectiva proposición, formulada por
Camilo Henríquez y José Miguel Infante, fue resistida por los terratenientes, quienes,
por intermedio de Mariano Egaña, argumentaron que la abolición de la esclavitud
constituía un atentado contra el “sagrado derecho de propiedad” y que, en todo caso,
el propietario debería recibir la indemnización correspondiente. “Refiriéndose a este
episodio, un contemporáneo decía, caracterizando a las dos tendencias en pugna,
que en ese momento Camilo Henríquez era la vela y don Mariano Egaña el ancla de
la República, o en otros términos, el primero respresentaba el impulso renovador y el
último la parálisis de la revolución”.164 Se estima que más de cuatro mil esclavos fueron
beneficiados por esa resolución de 1823.

163
Ramón Sotomayor Valdés. Historia de Chile bajo el gobierno del general D. Joaquín Prieto, Tomo I,
p. 33, 2ª edición. Santiago, 1900.
164
Ricardo Donoso, op. cit., p. 66.

94
Otra manifestación importante de la lucha contra los terratenientes fue la contri-
bución directa planteada el 7 de enero de 1825 por Infante. Este proyecto, que tendía
a reemplazar el antiguo diezmo, fácilmente burlado por los latifundistas, por un
impuesto territorial directo, fue en definitiva rechazado después de largos debates
parlamentarios. Melchor Concha y Toro escribía:
Se ocupaba el Congreso en disentir importantes mociones de diferentes diputados,
como la de establecer una contribución directa a razón de uno por mil en los fundos
urbanos y de dos por mil en los rústicos, la conversión del diezmo en un aumento de la
contribución directa.165
Otro debate que provocó inquietud entre los terratenientes se refería a la situación
de los inquilinos. En octubre de 1823 se hizo una proposición de reforma del inquilinaje,
sistema de explotación social que se había originado en el último siglo de la colonia.
Barros Arana comenta que era frecuente imponer al inquilino “el pago de cierta
contribución a título de arriendo de los terrenos que ocupaban, obligándolos a hacerlo
con los frutos de sus cosechas al precio ínfimo que quería fijarles el propietario. Estos
abusos fueron señalados al Congreso con claridad y con indignación por el diputado
don Manuel Cortés en una moción presentada el 15 de octubre. En ella proponía que
se prohibiera a los propietarios exigir el pago en especies, a menos de hacerlo por sus
precios corrientes. Aunque informado favorablemente por una comisión del Congreso,
este proyecto, así como otro dirigido a imponer a los propietarios la obligación de dar
a sus inquilinos pequeños lotes de terrenos en arriendo o en enfiteusis, quedó sin
aprobación”.166
El proyecto de ley presentado por Manuel Cortés indicaba que “siendo una de las
consideraciones que con preferencia deben llamar la atención del Soberano Congreso,
el bien de infelices labradores, es de su resorte cortar los abusos que en las campañas
del Estado ha introducido la costumbre, sin otro motivo que la arbitrariedad y el
interés de los hacendados y comerciantes que, a costa del sudor de los desdichados,
logran grandes ganancias y usurarias utilidades. Los arriendos de tierras para labranza
de trigos, después de darse al labrador por el precio supremo y que acaso no es
correspondiente al interés del fundo arrendado, obligan al cosechero a que haga el
pago con el mismo fruto; poniéndole el ínfimo precio de cuatro reales en que se ha
estimado en los desgraciados tiempos de la opresión, cuando los efectos del país no
merecían el menor aprecio. Es un escándalo horroroso ver en los campos en tiempos de
cosecha los hacendados y comerciantes cómo se arrojan en las eras de los miserables
labradores a extraerles el grano (…) El Soberano Congreso ha acordado y decreta: Que

165
Melchor Concha y Toro, op. cit., p. 28.
166
Barros Arana, XIV, 146, edición de 1897.

95
los hacendados y propietarios del Estado no puedan obligar a sus inquilinos a que les
paguen en trigo el cánon de los terrenos de labranza”.167
Otros aspectos de la cuestión agraria fueron tratados por el Congreso Constituyente
de 1823. El diputado Lorenzo Montt redactó un proyecto de ley por el cual se obligaría
a los terratenientes a dar pequeñas porciones de terrenos a los labradores, en contrato
de enfiteusis o en arriendos. El texto de la proposición era el siguiente:
Las grandes propiedades comprensivas de terrenos inmensos, sujetas a un solo dominio
y pertenecientes a un amo, cuando hay infinitos ciudadanos cargados de familia y que
no cultivan los terrenos, siendo aparentes y dedicados, porque no los tienen, trae al
Estado infinitos males, y aunque nos pongamos en el caso de que los propietarios sean
laboriosos y virtuosos, que tengan cultivados todos sus terrenos, el Soberano Congreso
sabe que esos grandes campos aún cuando estén reducidos a pastos artificiales, no
fructifican la mitad que producirían repartidos en pequeñas porciones (…) Por lo que se
propone el proyecto de ley siguiente: Artículo primero: la agricultura, como uno de los
principales recursos de la República, se extiende y ampara, ordenándose que los grandes
propietarios conservando el dominio directo, den y sean obligados a dar pequeñas
porciones de terrenos a los labradores o en contrato de enfiteusis o en arriendos, según
el reglamento de materia.168
En 1825, José Miguel Infante presentó otro proyecto en el que señalaba la convenien-
cia de subdividir las grandes propiedades latifundarias: “La división en pequeños lotes
de las propiedades rurales que habían pertenecido a los conventos, que se venderían
en remate público. El proyecto fue aprobado con modificaciones, pero en práctica
no tuvo el éxito que se esperaba”.169 En otras palabras, éste y otros proyectos sobre la
cuestión agraria, aprobados por la mayoría liberal y plebeya del Parlamento fueron
encarpetados por los gobiernos sometidos a la presión de los terratenientes.
Uno de los problemas más “tramitados” en este período fue la abolición de los
mayorazgos. El 4 de septiembre de 1823 el cura Joaquín Larraín y Salas, diputado liberal
de avanzada en representación de San Felipe, presentó un importante proyecto que no
pudo aprobarse por la tenaz oposición de los diputados influidos por los latifundistas.
El 31 de enero de 1825 volvió a plantearse el problema en el Congreso, con el mismo
resultado desfavorable. El proyecto de abolición de los mayorazgos discutido el 7 de
julio de 1826 fue votado favorablemente por la Cámara, pero, de inmediato, los afectados
buscaron una interpretación del acuerdo que les permitió cuestionar el momento de
su aplicación.

167
Sesiones de los Cuerpos Legislativos, VIII, p. 317, Anexo 526, sesión del 15 de octubre de 1823.
168
Ibid., VIII, p. 358. Anexo 610. Proyecto presentado el 27 de octubre de 1823.
169
Daniel Martner. Historia de Chile, Historia Económica, Tomo I, pp. 125-126, Imp. Balcells, Santiago,
1929.

96
Forzoso fue a los sostenedores de las vinculaciones asilarse al terreno de la sofistería;
sostuvieron con gran calor que el Congreso había acordado que los mayorazgos se
disolverían, no que quedaban disueltos desde luego, faltando por tanto el fijar el tiempo
en que se verificaría la disolución. En aquella sesión no alcanzó a resolverse la cuestión
de mayorazgos en esta nueva faz; y no volvió a tratarse de ella.170
Poco después, el artículo 21 del proyecto de Constitución de 1828 replanteaba la
abolición de los mayorazgos. Un escrito de ese año, en defensa de los terratenientes,
fue contestado con un folleto titulado Respuesta a la memoria sobre los mayorazgos de
Chile. Este folleto, que aparece como anónimo pero que probablemente fue redactado
por José Joaquín de Mora, planteaba puntos de vista interesantes sobre la propiedad
que no han sido dados a conocer por los historiadores tradicionales.
Pero si, según la Memoria, el Congreso Constituyente no tiene la competencia necesaria
para dictar leyes civiles, ¿será consecuencia precisa que no le compete abolir los
mayorazgos? ¿Es de segundo orden una materia que abraza en sí la cuestión de si ha
de existir en la República una clase de hombres, que por la tendencia natural de las
cosas, ha de adquirir una superioridad legal irresistible, con respecto a las otras clases?
Por último ¿se podrá decir que la ley sobre mayorazgos no afecta directamente la
constitución fundamental de la República, cuando el fundamento de toda constitución es
la composición de las masas y cuando los mayorazgos forman en ellas unas escrecencias
de poder que alteran su homojeneidad y rompen su equilibrio? (…) Pero la propiedad
es inviolable, dice la Memoria, y bajo aquel nombre se comprende no solo la propiedad
actualmente ocupada, sino también los derechos futuros garantidos por las leyes
de la sociedad. Entendámosnos. ¿Cuál es esa sociedad cuyas leyes dan garantía a la
perpetuidad de los mayorazgos? ¿Es acaso la sociedad presente, compuesta de miembros
iguales, y regida por la soberanía nacional, o la sociedad antigua, formada de vasallos
y de un rey absoluto? ¿Cuáles son esas leyes que se aseguran los derechos futuros de
los primogénitos? ¿Son las leyes que el pueblo se ha dado a sí mismo, en virtud de los
derechos que ha rechazado, o bien esa armazón de códigos pragmáticos y cédulas
reales, a las que faltaba el primer atributo de la verdadera ley, que es el bien general,
y su primera condición, que es un pacto libre y anterior? Si se disuelve una sociedad
¿no se anulan de facto las leyes que la rejían? Si se anulan las leyes ¿no desaparecen
los derechos garantidos por ellas? La perpetuidad que la Memoria invoca en favor de
los derechos garantidos por las leyes de la sociedad cerraría para siempre la puerta a
toda especie de mejora. Las prerrogativas feudales, las jurisdicciones personales, los
privilegios exclusivos, la Inquisición misma, tenían derechos garantidos por las leyes.
¿Por que han naufragado todos ellos, sino porque naufragó la sociedad que los llevaba
en su seno? No confundamos pues lo que somos con lo que fuimos; no desvirtuemos la
significación de las voces sociedad y leyes, aplicándolas indistintamente a uno y otro
caso. Fuimos colonia y somos república.171
170
Melchor Concha y Toro, op. cit., p. 125.
171
Respuesta a la memoria sobre los mayorazgos de Chile, folleto publicado en Santiago el 2 de junio de
1828 por la Imprenta de R. Rengifo, pp. 3, 6, 7 y 25.

97
Estas ideas planteadas en 1828 deberían figurar en una antología del pensamiento
social de Chile por su claridad de exposición en el cuestionamiento de la propiedad
territorial, además de constituir una notable lección de derecho civil en el sentido de
que las leyes caducan cuando caduca la sociedad de clases que las ha dictado.
Las tendencias federales, liberales y plebeyas, que impulsaron las medidas contra
la Iglesia Católica y los terratenientes, eran de carácter policlasista y sin una es-
tructura partidaria consolidada. En las filas liberales militaban destacados miembros
de la burguesía minera, como Francisco Antonio Pinto, elementos de la pequeña
burguesía, como Campino, y curas liberales de avanzada, como el penquista Pedro
Acre, el presbítero Isidoro Pineda y el canónigo Joaquín Larraín y Salas de San Felipe.
Del seno de este liberalismo embrionario o “pipiolismo” surgió también una corriente
plebeya portaestandarte de nuevos ideales sociales y populares, encabezada por Carlos
Rodríguez, José María Novoa, Melchor José Ramos y el jacobino Francisco Fernández,
boticario y diputado de Cauquenes. Barros Arana, con un criterio liberal burgués
moderado, comenta que durante el período no faltaron “espíritus turbulentos que
pretendían levantar al pueblo en nombre de una libertad tumultuosa y de principios
que éste no podía comprender ni mucho menos practicar”.172
Chelén Rojas sostiene que “Carlos Rodríguez participó en forma activa durante
este período como fervoroso republicano y liberal. Con Infante, sin combatir las ideas
federalistas, impulsaron las primeras iniciativas de Benavente, Freire, Pinto y José
Manuel Gandarillas. Rodríguez, con más vehemencia que los pipiolos moderados,
contribuyó con su acción y conocimiento a dar fisonomía a las ideas republicanas
y liberales en base a los preceptos nacidos de la Revolución Francesa. En los pe-
riódicos de entonces se exponían estos principios, publicando intervenciones de los
convencionales franceses”.173
La base de sustentación social de esta corriente plebeya estaba principalmente
constituida por los artesanos, sector que había crecido como consecuencia de las
nuevas necesidades de abastecimiento de las ciudades. Los artesanos comenzaron a
organizarse y a participar en la vida política. En 1829, el tipógrafo Victorino Laynez
fundó la primera sociedad de artesanos.
La Constitución de 1828 otorgó a los artesanos el derecho a voto, medida avanzada
para la época por cuanto en las anteriores elecciones solo podían votar aquellos que
tuvieran un bien raíz. En 1826, un diputado llegó a plantear el sufragio universal:
Para mí, dijo el presbítero don Antonio Bauzá, no hay distinción entre los hombres sino
la que se adquiere por sus virtudes y buena Conducta, y ¿cuántos de esos infelices que

172
Barros Arana, XIV, 37.
173
Alejandro Chelén Rojas. El guerrillero Manuel Rodríguez y su hermano Carlos, primera edición, p.
157, Ed. PLA, Santiago, 1964.

98
tratamos de degradar merecerán el derecho de elegir mejor que otros muchos de esos
ricos propietarios? Digo, pues, que mi opinión es que no se ponga ninguna traba, ni de
mil pesos, ni de doscientos, ni de un real.
La corriente popular de pensamiento antioligárquico no solo se desarrolló en
Santiago, sino que tuvo curiosas organizaciones en provincias. En Quillota, el 28
de noviembre de 1825 se fundó una asociación literaria y filantrópica denominada
“Sociedad de Amigos del género humano”, cuyo artículo 2º declaraba “sostener el
éxito de las miras liberales que la presente admiración ha difundido en el Estado
chileno; oponiendo sus fuerzas morales, sus trabajos literarios y sus luces al fanatismo
con que los aristócratas propietarios y nobiliarios quieren sorprender la ignorancia
o la inteligencia de los demás ciudadanos”.174 Esta sociedad, dirigida por Manuel
Magallanes, Tadeo Urrutia, J.J. Orrego, Pedro Mena, Juan Muñoz y Félix Callejas, fue
clausurada por el gobierno en abril de 1826, sobre la base del siguiente informe del
delegado de la zona: “Siendo uno de los principales deberes de mi cargo el mantener
este pueblo en la quietud y tranquilidad que tanto me recomienda el Supremo Gobierno,
y no pudiendo desentenderme de los clamores de la mayor parte de los vecinos de
representación, a causa de la apertura de la Sociedad…”.175
Las tendencias liberales y plebeyas en general hacían frente único con los
federalistas en la lucha contra los terratenientes. Pero es preciso señalar que hubo
liberales que votaron a favor del centralismo santiaguino y de constituciones unitarias
y, paralelamente, federales que luchaban a favor de las reivindicaciones de su provincia,
con un pensamiento más cercano al conservador que al liberal. Limitar la lucha de este
período a la exclusiva pugna entre “pipiolos y pelucones”, sin considerar los matices y
las contradicciones internas de estas corrientes, en las cuales participaban los federales,
es trabajar con un esquema que no permite analizar la dinámica del proceso de rebelión
de las provincias, factor esencial para poder entender la denominada “anarquía” del
período 1823-30.
Las medidas planteadas por las corrientes liberal y plebeya en contra de la Iglesia
Católica y los terratenientes, las nuevas ideas de avanzada social, el peso político que
comenzaban a adquirir los sectores populares, como los artesanos, y fundamentalmente
el temor a las consecuencias de una nueva rebelión de las provincias, alentada por
los partidarios del federalismo, plantearon en forma perentoria a la mayoría de las
fracciones de la burguesía criolla la necesidad de unificar sus fuerzas políticas. La
vanguardia de este proceso de formación de una corriente unida y homogénea de
la burguesía comercial y terrateniente fue el grupo de los estanqueros dirigidos por
Portales.

174
Roberto Hernández. Valparaíso en 1827, p. 347. Valparaíso, 1927.
175
Ibid., 348.

99
La Guerra Civil de 1829-30
La guerra civil de 1829-30, que conmovió a Chile durante seis meses, fue promovida,
financiada y orientada por los terratenientes, el clero y la burguesía comercial.
Los diferentes sectores de la burguesía criolla se aliaron en un sólido frente con el
objeto de aplastar las tentativas más democráticas de las corrientes liberales y de las
tendencias plebeyas que habían impulsado medidas contra la Iglesia y los latifundistas.
La inestabilidad política de ese período fue el fundamento real que permitió con-
figurar una ideología que se expresaba en la urgente necesidad de un gobierno fuerte
y centralizado, capaz de imponer un nuevo orden burgués que asegurara de modo
permanente los intereses de los latifundistas y comerciantes.
Al nuevo frente político confluyeron los “pelucones”, los o’higginistas de Rodríguez
Aldea y los “estanqueros” dirigidos por Diego Portales, Manuel José Gandarillas, Manuel
Rengifo y Diego José Benavente, quienes a través de los periódicos El Hambriento y El
Sufragante prepararon el ambiente político para derrocar al gobierno liberal. La Iglesia
Católica respaldó los planes golpistas, pretextando motivos de irreligiosidad de parte
de las autoridades gubernamentales. “Los frailes y algunos clérigos fanáticos, dice un
testigo de aquellas ocurrencias, habían redoblado su energía para ganarse prosélitos a
los cuales seducían incesantemente hablándoles contra la perversidad y la inmoralidad
de un gobierno que estaba empeñado en promover tan heréticas innovaciones”.176
Este frente político –el más sólido de cuantos había podido formar la burguesía
criolla, después de varios lustros de lucha fraccional, agudizada por las guerras de la
Independencia y el período de rebelión de las provincias– necesitaba contar con el
apoyo del Ejército.
La inestabilidad política y social había repercutido en una de las instituciones
fundamentales del Estado burgués, el Ejército, provocando una crisis crónica en sus
filas, fenómeno que adquirió un carácter convulsivo al término de las guerras de la
Independencia. Un sabio europeo, Claudio Gay, que llegó a Chile a fines de la década
de 1820-30, analizaba la situación del Ejército en los siguientes términos:
Principiaban a dar indicios de insubordinación, principalmente y causa de la privación de
su sueldo, y el dogma de la obediencia pasiva se enervaba cada vez más con las pobladas.
Si bien es verdad que las tropas no se mezclaban con los facciosos, dejábanse sin embargo
arrastrar con bastante facilidad por la seducción revolucionaria de algunos de sus jefes
–el soborno estaba a la orden del día. Los actos sediciosos a lo cuales el ejército acababa
de entregarse dejaban entrever claramente que si todos sus atrasos no les eran pagados
con religiosidad, y sí se permanecía más tiempo indiferente a la miseria que desde muy
antiguo venía soportando, no tendría el menor escrúpulo en ponerse a sueldo de los

176
Barros Arana, XV, 338, ed. de 1897.

100
partidos o a la disposición de los jefes ambiciosos, quienes podrían ganarle con dinero
o por medio de promesas.177
Esta crisis interna del Ejército facilitó la acción sediciosa de los pelucones y
estanqueros, cuya solvencia económica les permitió inclinar a su favor, por medio del
soborno, a importantes sectores militares. Sus motines de 1827 y 1828 formaron parte
de los planes golpistas de pelucones y estanqueros y sirvieron de globo de ensayo para
visualizar las posibilidades de lograr el apoyo de la mayoría del Ejército. Una clara
expresión de esta tendencia golpista de los sectores más importantes de la burguesía
criolla fue el motín militar del 6 de junio de 1829 en Santiago. Este abortado golpe de
Estado, dirigido por el capitán Felipe de la Rosa al mando de un cuerpo de coraceros,
pretendía apresar a Francisco A. Pinto, vicepresidente en ejercicio, y a Carlos Rodríguez,
ministro del Interior.
Barros Arana señala que es difícil establecer quiénes estuvieron detrás de este motín,
sofocado a las pocas horas de su estallido. Sin embargo, el propio capitán De la Rosa,
en un documento escrito en Guayaquil dos años después de los sucesos, relataba que
el motín fue inspirado por Pedro Urriola, Enrique Campino y Diego Portales y que el
mayorazgo Ruiz Tagle, ministro de Hacienda, estaba en conocimiento de los planes
conspirativos. Por otra parte, Gay sostiene que Urriola, “confiando en ser sostenido
por los estanqueros y pelucones, que en caso necesario podrían facilitar el dinero que
hiciera falta para sobornar el ejército, organizó una nueva revolución la víspera misma
de las elecciones de diputado (…) Los estanqueros se esforzaban en hacer creer que
nada tenían que ver en el asunto y, sin embargo, su abstinencia en el palacio, donde
tantos ciudadanos se habían reunido, su llamamiento al pueblo para que se reuniera
en el Consulado, las proclamas, los artículos subversivos del “Sufragante” y el dinero
distribuido entre la plebe, podían muy bien persuadir de lo contrario”.178 La línea
golpista de pelucones y estanqueros y sus relaciones con los militares no iba a tardar
en probarse una vez más y, en forma ya decisiva, con ocasión del levantamiento del
Ejército del Sur.
La ofensiva política de pelucones y estanqueros tuvo la ventaja de encontrar
debilitado el bloque político que varios años antes habían formado los federalistas
con los liberales de avanzada y las tendencias plebeyas. Los federales de José Miguel
Infante rompieron con los liberales de tendencia unitaria a raíz del sabotaje a la
constitución federal de 1826. En el sector liberal se habían producido importantes
diferenciaciones políticas, logrando predominar el ala más moderada de Freire y Pinto.
La orientación conciliadora con los pelucones y estanqueros, estos últimos salidos de
las filas del liberalismo moderado, fue costando apoyo popular a la corriente liberal
177
Claudio Gay. Historia Física y Política de Chile, tomo VIII, p. 81, París, 1871.
178
Ibid., VIII, 162 y 167.

101
gobiernista. El fenómeno más relevante, que aceleró la crisis del frente único entre
federales y liberales, fue la posición centralista y unitaria de la dirigencia liberal. En
una semblanza de Freire, el científico Gay decía: “A pesar de toda la imparcialidad que
pretendió guardar y observar en sus actos, sus instintos y su conciencia gravitaban
hacia el gobierno unitario, y por consiguiente, hacia el lado de los pelucones, entonces
unidos a los Estanqueros menos por simpatías que con el fin de duplicar sus fuerzas
contra el sistema federal”.179
La línea conciliadora del liberalismo, tendiente a buscar un puente de plata con
los pelucones y estanqueros, tuvo una nueva expresión concreta cuando Pinto,
vicepresidente en ejercicio por renuncia de Freire, llamó en 1829 a colaborar con el
gobierno, como ministro de Hacienda, al mayorazgo Francisco Ruiz Tagle, primo her-
mano de Portales.
La coyuntura política que precipitó el estallido de la guerra civil se dio con ocasión
de las elecciones para designar electores encargados de nombrar al Presidente y Vice-
presidente. En estas elecciones, realizadas en marzo de 1829, triunfaron por amplia
mayoría los liberales, asegurando la elección de Pinto como presidente. Sin embargo,
su candidato a vicepresidente, Joaquín Vicuña, solo obtuvo el tercer lugar, después de
Francisco Ruiz Tagle y del general Joaquín Prieto.
Francisco Ramón Vicuña, en su calidad de Presidente del Senado, tuvo que hacerse
cargo del gobierno ante la renuncia de Pinto. Quebró la línea de conciliación del
liberalismo con los pelucones y estanqueros adoptando medidas drásticas contra los
promotores del motín militar del 6 de junio de 1829, inspirado por Urriola, Campino
y Portales, y designando como ministros del Interior y de guerra a los liberales de
avanzada: Melchor José Ramos y Santiago Muñoz Bezanilla, dos de los políticos más
odiados por los terratenientes. Francisco Ramón Vicuña, también separó de su cargo
al ministro de Hacienda, Ruiz Tagle, y alentó al Congreso para que nombrara vice-
presidente a su hermano Joaquín Vicuña, a pesar de haber quedado en el tercer lugar.
Los pelucones y estanqueros tuvieron entonces una ocasión propicia para acelerar
el enfrentamiento y, bajo el pretexto de que el gobierno y el Congreso con mayoría
liberal habían violado la Constitución al nombrar Vicepresidente a Joaquín Vicuña,
alentaron el levantammiento militar.
El ejército –escribía Federico Errázuriz– levantaba el estandarte de la rebelión en el
nombre de la constitución, en obsequio de la libertad, en defensa de los derechos
de los pueblos; nombres pomposos, promesas seductoras que traía el soldado en sus
cartucheras y en los cañones de sus fusiles, proclamándose el protector oficioso de ese
código mismo a que daba el golpe más mortal y alevoso, convirtiendo la sedición de
cuartel en garantía constitucional.180
179
Ibid., VIII, 74.
180
Federico Errázuriz. Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828, p. 34, Santiago, 1861.

102
El 24 de octubre de 1829 se rebeló contra el gobierno el Ejército del Sur, coman-
dado por el general Joaquín Prieto, que había obtenido la segunda mayoría para la
vicepresidencia. Una asamblea de los elementos penquistas más acomodados apoyó el
levantamiento, invocando como motivo de esta decisión el hecho de que el Congreso no
hubiera aceptado la incorporación del senador José Antonio Rodríguez Aldea, elegido
por Concepción. El Ejército del Sur ocupó Concepción y el general Prieto fue designado
Intendente. Un sector de la población penquista, dirigido por Rivera y Manzanos, se
opuso a estas medidas organizando un movimiento de apoyo al gobierno liberal, que
encontró cierto respaldo en Nacimiento, Florida y Valdivia.
El levantamiento militar sureño estuvo coordinado con los pelucones y estanqueros
de Santiago, quienes el 7 de noviembre realizaron una asamblea que desconoció la
autoridad del presidente Francisco R. Vicuña. Esta asamblea estaba “compuesta de
gente de diversas condiciones y edades, pero casi en su totalidad de la clase denominada
decente; esa reunión contaba en su seno muchos hombres considerables por su posición
social, por su fortuna y por sus antecedentes”.181 El presidente Vicuña y las autoridades
liberales de la provincia, que contaban con el apoyo de los regimientos con sede en
Santiago, dirigidos por Viel y Tupper, en lugar de apelar a los sectores populares para
contrarrestar la manifestación pelucona, trasladaron el gobierno a Valparaíso.
El ejército del sur, al mando del comandante Bulnes, que había acampado en Viluco,
a 35 Km. de Santiago, destacó soldados para apoderarse de Valparaíso. El Cabildo
porteño repartió armas al pueblo para enfrentar este ataque, mientras el sector de
comerciantes acaudalados, los orientados por Victoriano Garrido, hombre de confianza
de Portales, desconoció a las autoridades de la provincia y adhirió al levantamiento
de los pelucones santiaguinos. El presidente Vicuña cometió entonces otra torpeza al
trasladarse a Coquimbo, donde fue apresado por los insurrectos encabezados por el
hacendado Sainz de la Peña.
El 14 de diciembre de 1829 tuvo lugar el combate de Ochagavía, de resultado
ligeramente favorable a las fuerzas del gobierno dirigidas por Francisco Lastra, pero
éste no supo aprovechar las circunstancias para aplastar la revuelta pelucona en un
enfrentamiento decisivo, y se vio envuelto en la madeja de las negociaciones y tratados
de pacificación, que solo sirvieron a los pelucones y estanqueros para ganar tiempo.
En Santiago, los pelucones nombraron una Junta, respaldada por el general Prieto.
Esta Junta “mandaba ni más ni menos que como un poder absoluto, sin preocuparse
mucho de la soberanía popular. Había destituído a todos los miembros del Cabildo de
Santiago para reemplazarlo con regidores de su mismo partido (…) Cuando fue preciso
elegir los plenipotenciarios que debían encargarse del nombramiento de Presidente y
Vice-presidente de la República, se siguió la misma marcha anteriormente empleada
181
Barros Arana, XV, 416.

103
para el de la Junta; es decir, se convocó, mediante esquelas, a las personas que eran
favorables a las nuevas autoridades”.182
El general Ramón Freire, que había tenido una posición equívoca y plagada de
componendas entre pipiolos y pelucones, decidió finalmente actuar en defensa del
Gobierno cuando en enero de 1830 el general Prieto rompió el tratado por el cual
los dos ejércitos contendientes se comprometían a ponerse bajo el mando único de
Freire. Después de ocupar Valparaíso y Coquimbo, Freire se dirigió al sur; uno de sus
regimientos al mando de Viel y Tupper ocupó Concepción en febrero de 1830, apoyan-
do al movimiento liberal de Juan Esteban Manzanos, que había logrado el concurso
de algunas comunidades mapuche, del gobernador de Nacimiento, Ventura Ruiz, y
de otras fuerzas del departamento de Lautaro. Estas tropas, después de ocupar Santa
Juana y Los Angeles, avanzaron sobre Chillán, donde fueron rechazados por el coronel
José María de la Cruz.
Mientras tanto, Freire había logrado el apoyo de los milicianos de Talca y de otras
regiones del Maule, denunciando a los pueblos que Prieto buscaba el “entronizamiento
de los pelucones y sus aliados”. El hecho de que parte de la población de la zona de La
Frontera, de Concepción, Talca, San Felipe y, posteriormente, de Coquimbo apoyaran a
las fuerzas de Freire, demostraba que los liberales pudieron haber canalizado un amplio
movimiento popular contra los pelucones si se hubiera decidido a movilizar al pueblo
para enfrentar con éxito a los terratenientes y comerciantes golpistas.
En febrero de 1830, un Congreso pre-fabricado por los pelucones y estanqueros
nombraba Presidente a Ruiz Tagle y Vice-presidente a Tomás Ovalle. Poco después,
se incorporaba Diego Portales al gabinete como ministro del Interior, Relaciones
Exteriores y Guerra. El Ejército de Prieto, convenientemente reforzado y bien pagado,
salió al encuentro de Freire cerca de Talca, derrotándolo en la batalla de Lircay el 17
de abril de 1830.
Días antes, había ocurrido una rebelión anti-pelucona en Coquimbo. El 22 de
marzo de 1830, el comandante Uriarte toma el control de la provincia y una asamblea
independiente “no reconoce autoridad ninguna de los de afuera de su territorio hasta
que haya un gobierno legalmente constituido”.183 Uriarte pretendió avanzar con 500
milicianos sobre Santiago, pero al llegar a Illapel supo el resultado de la batalla de
Lircay. A pesar de que las tropas de Viel alcanzaron a unírseles, los coquimbanos fueron
derrotados por el general Aldunate.
Terminaba así una guerra civil de seis meses de duración cuyo resultado fue el
aplastamiento del movimiento liberal y plebeyo. Los pelucones y estanqueros llegaban
al poder a través de un levantamiento militar inspirado por ellos, en nombre de la
182
Gay, VIII, 218.
183
Barros Arana, XV, 582.

104
Constitución. La tendencia liberal, que pudo gobernar mientras los terratenientes y
comerciantes estuvieron fraccionados políticamente, había levantado un programa
democrático que, a pesar de su tibieza, fue rechazado por la vía de las armas por una
burguesía criolla solo interesada en un gobierno fuerte, centralizado y elitista que
le garantizara la exportación de sus materias primas básicas, la propiedad privada
de la tierra y el control de las masas plebeyas y artesanales. Cuando pudo cristalizar
una tendencia política sólida, el sector terrateniente y comercial, respaldado por
la Iglesia Católica, no vaciló en imponer su política a través de una guerra civil. En
brazos del Ejército, se iniciaba el período de consolidación de la burguesía comercial
y terrateniente.

105
capítulo iii.
Los decenios de la burguesía comercial
y terrateniente

El período comprendido por los tres primeros gobiernos de los decenios es conocido
en nuestra historia con el nombre de “República autocrática o autoritaria”. Hemos
reemplazado esta denominación meramente política y formal por la de “los decenios
de la burguesía comercial y terrateniente” porque define con precisión el contenido de
clase de los gobiernos de Joaquín Prieto (1831-1841), Manuel Bulnes (1841-51) y Manuel
Montt (1851-1861).
El hecho de que los conservadores o “pelucones” hayan gobernado durante este
lapso, después de haber aplastado las tendencias liberales y plebeyas de las primeras
décadas de la República, ha inducido a ciertos historiadores a caracterizar este
período como una vuelta al pasado colonial. Las medidas retardatarias adoptadas
por el gobierno de Prieto, como la devolución de las tierras expropiadas a la Iglesia,
el predominio del catolicismo, sancionados por la Constitución en 1833 y, en general,
la ideología conservadora traducida en la intolerancia política y religiosa, serían las
principales manifestaciones formales de este aparente curso regresivo.
Esta interpretación, basada fundamentalmente en algunos hechos de carácter
superestructural, es unilateral, porque no toma en cuenta el proceso global de desarrollo
experimentado por Chile en estos decenios. La política económica de los gobiernos
de este período no puede ser caracterizada de “retorno al pasado colonial” porque
expresaba los intereses de una burguesía criolla que obtuvo su consolidación a través
de nuevos mercados, antes constreñidos por el monopolio comercial español. Los
rasgos superestructurales heredados de la colonia, como la influencia cultural de la
Iglesia, fueron utilizados por los gobiernos de los decenios para aplastar la oposición del
sector liberal y reforzar el control político de la burguesía comercial y terrateniente. La
intolerancia política y religiosa fue aprovechada para afianzar un nuevo orden burgués,
diferente al colonial, que garantizara el desarrollo económico y el predominio de los
terratenientes y comerciantes en el aparato del Estado. La ideología conservadora sirvió
no para volver al pasado colonial, sino para consolidar los intereses de una burguesía
criolla en proceso de expansión.

107
Otros autores, basados en la preponderancia política que tuvieron los terratenientes
durante los tres primeros gobiernos de los decenios, han sostenido que este período
se caracterizó por la consolidación de las relaciones feudales de producción. Hernán
Ramírez Necochea afirma que la aristocracia terrateniente dio “origen en el país a un
régimen de contornos típicamente feudales (…) el feudalismo subsistió en Chile a través
del siglo XIX dando carácter a la estructura agraria nacional”.184 El cuestionamiento que
hicimos en el volumen II de la existencia de un modo de producción feudal durante la
colonización española, cobra mayor vigencia para la época de los decenios. El hecho
de que los terratenientes hayan ejercido un control político durante este período no
implicó el fortalecimiento de un supuesto feudalismo.
La política económica de Prieto, Bulnes y Montt procuró, por el contrario, afianzar
el proceso de desarrollo capitalista incipiente generado en la colonia. Las relaciones
sociales de producción adquirieron formas capitalistas con la generalización del
régimen del salariado minero, el surgimiento del proletariado carrilano y el aumento
de obreros agrícolas y de trabajadores urbanos. La exportación de trigo a California,
Australia y Europa y el aumento significativo de la producción de plata y cobre
reafirmaron el carácter de una economía desarrollada en función del mercado mundial
capitalista. El auge que adquirió Valparaíso a mediados del siglo pasado no fue el
resultado de un crecimiento comercial “en los poros” de una supuesta sociedad feudal
–como la evolución del capital comercial y usurario en el medioevo–, sino que estuvo
en relación directa con el aumento de la exportación de materias primas.
El desarrollo de las fuerzas productivas en la minería, expresado en la industria
fundidora del cobre, y la introducción de una tecnología moderna para la explotación
de la plata y los productos agropecuarios, revelaron el carácter capitalista de nuestra
economía, cuya base era la producción y no la mera circulación de mercancías. Es
obvio que no estábamos en presencia del capitalimo clásico de tipo industrial, sino
de un régimen de producción capitalista incipiente basado en la explotación minera
y agrícola, que había generado una burguesía que se regía por las leyes del valor, la
plusvalía y la cuota de ganancia. Hacia 1850, esta clase social introducía, como signo
de los nuevos tiempos, medios modernos de comunicación, como el ferrocarril y el
teléfono, e inauguraba el sistema bancario.
Durante los decenios se aceleró el proceso de acumulación primitiva de la tierra,
mediante la conquista o compra de algunos terrenos de los mapuche y huilliche.
Sin embargo, la consolidación de la propiedad latifundiaria no significa
necesariamente un reforzamiento del feudalismo. Al identificar erróneamente
latifundio con feudalismo se ha prestado más atención a lo formal –la extensión– que
al contenido: el régimen de producción. El latifundio chileno estaba dedicado no a
184
Hernán Ramírez N. Historia del Movimiento Obrero. Siglo XIX, pp. 61 y 40. Ed. Austral, Santiago, 1956.

108
la pequeña producción agraria y artesanal –rasgos típicos del feudalismo–, sino a
la exportación en gran escala de productos para el mercado mundial capitalista. La
introducción de maquinarias modernas para la explotación agrícola durante las décadas
de 1840-50-60 y el surgimiento de la industria molinera demuestran un proceso de
mecanización del agro chileno que trataba de superar su atraso para responder al
aumento de la demanda del mercado mundial. El capitalismo agrario de Chile, y por
extensión el latinoamericano, no comenzó, como en Europa, a raíz de la expansión del
mercado interno y del desarrollo industrial, sino en estrecha relación con el mercado
externo y las nuevas necesidades de las metrópolis.
El aumento de la demanda de materia prima, promovido por la revolución industrial
europea del siglo XIX, produjo en América Latina el desarrollo de un capitalismo
agrario incipiente que se expresaba en nuevas relaciones sociales de producción y en
el inicio de un proceso de mecanización del agro. La introducción del ferrocarril dio
un nuevo impulso al desarrollo del capitalismo agrario chileno. Las zonas campesinas
más aisladas fueron gradualmente incorporadas al mercado. Los sectores indígenas,
que conservaban su economía de subsistencia, fueron aumentando su excedente de
comercialización, acelerándose así el proceso de disolución de la comunidad primitiva.
Las relaciones sociales de producción durante los decenios tampoco pueden ser
consideradas como “típicamente feudales”. Si bien es cierto que subsistían relaciones
precapitalistas en el campo, la tendencia predominante era el régimen del salariado en
las ciudades, en los talleres artesanales, en los comercios y en las explotaciones mineras.
Inclusive en el campo se produjo un aumento del número de peones asalariados,
sobre todo en las empresas trigueras y en la industria molinera. El surgimiento del
proletariado carrilano, que trabajaba en la construcción de las primeras vías férreas,
consolidó las relaciones capitalistas entre las clases, obligando a los terratenientes a
ofrecer mejores salarios para no perder la mano de obra que emigraba hacia las nuevas
actividades económicas.
Nuestra refutación a los autores que sostienen la existencia de rasgos típicamente
feudales en Chile a mediados del siglo pasado corre el riesgo de ser maliciosamente
interpretada en el sentido de atribuirnos una hipervaloración del proceso de desarrollo
capitalista. Hemos reiterado que no se trataba de un capitalismo industrial ni de
netas relaciones sociales de producción en todas las esferas de la economía. Fue un
capitalismo atrasado, de desarrollo desigual y combinado, expresado en una mayor
preponderancia de la minería sobre la agricultura, y cuyo objetivo primordial fue la
producción y exportación de materias primas, postergando la creación de una industria
nacional, con lo cual reforzó nuestro carácter de país dependiente.
En las últimas décadas, ha surgido una corriente historiográfica que magnífica el
desarrollo de Chile durante los decenios y exalta los “valores” creados por el nuevo

109
orden burgués. Alberto Edwards y Francisco Encina son los portaestandartes del
mito de la “era portaliana”. El orden, la austeridad y la consolidación del principio de
autoridad serían los valores que habrían imperado en sesenta años de historia chilena,
de 1830 a 1890.
Esta tesis, que sobrevalora aspectos superestructurales controvertibles, no toma
en cuenta la totalidad del desarrollo histórico-concreto, los cambios significativos de
nuestra economía durante el siglo XIX, el surgimiento de nuevas capas sociales, el
salto cualitativo que se produce en las relaciones de dependencia con la penetración
del capital financiero extranjero y las transformaciones, políticas y culturales de la
segunda mitad del siglo pasado. El mito de la estabilidad política y la paz social –que
supuestamente haría de los chilenos los “ingleses” de América Latina– es desmentido
por las guerras civiles de 1851, 1859 y 1891, además de las innumerables rebeliones de
los trabajadores e indígenas chilenos y de dos conflictos bélicos con países latinoame-
ricanos: la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana en 1837 y la Guerra del
Pacífico en 1879.
Portales ha sido elevado a la altura de genio político por esta nueva corriente
mistificadora de la historia de Chile. En rigor a la verdad, Portales fue un buen
administrador del aparato estatal burgués, capaz de sanear la hacienda pública, ordenar
los ingresos fiscales en beneficio de la clase dominante y aplicar severas medida de
represión. El nuevo orden implantado por Portales luego del aplastamiento de las
tendencias liberales y plebeyas en la guerra civil de 1829-30, estuvo basado en un
régimen político de tendencia totalitaria, en el que no se respetaron las más elementales
normas democráticas. Sin embargo, la importancia de Portales no radica, a nuestro
juicio, en la implantación de medidas que garantizaran el orden, la reglamentación
administrativa y los ingresos fiscales, aspectos burocráticos que cualquier político
en defensa de los intereses de su clase procura realizar, sino en su plan de convertir a
Valparaíso en el principal puerto del Pacífico, objetivo alcanzado gracias al triunfo de
Chile en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Esta aguda visión política
de Portales, que expresaba la agresividad de la burguesía comercial y terrateniente en
ascenso, ha sido soslayada para disimular la iniciativa bélica de la clase dominante
chilena de esa época.
El “nacionalismo” de los presidentes de los decenios es otro de los mitos fabricados
por los ideólogos de la “era portaliana”. El hundimiento definitivo de las industrias
artesanales como consecuencia de la entrada indiscriminada de manufacturas
extranjeras y la crisis de la marina mercante nacional constituyen muestras inequívocas
de una política librecambista que reforzó nuestra condición de país dependiente. En
este sentido el economista francés Courcelle-Seneuil, llegado a Chile en 1855, no hizo

110
más que reafirmar doctrinariamente el liberalisino económico que de hecho practicaba
la burguesía criolla.
En síntesis, los gobiernos de los decenios representaron el período de consolidación
de la burguesía comercial y terrateniente que aspiraba a un gobierno fuerte y
centralizado que garantizara en su beneficio un orden burgués diferente al de la época
denominada “anarquía”. Para cumplir estos fines fueron reforzadas las instituciones
del Estado, reorganizados el Ejército burgués y la burocracia funcionaria, codificadas
las relaciones entre las clases con la promulgación del Código Civil y promovida
la enseñanza para formar los cuadros especializados que requería la burguesía en
ascenso. La política económica de los gobiernos de los decenios se orientó básicamente
a la construcción de las obras de infraestructura que necesitaba la clase dominante:
ferrocarriles, telégrafo, caminos, puertos y canales de regadío se levantaron en función
de la economía de exportación que, junto con afianzar el dominio de la burguesía criolla,
dialécticamente acentuaba el carácter dependiente de nuestro país.

El desarrollo económico
Los apologistas de la llamada “era portaliana” han tratado de presentar los decenios
de Prieto, Bulnes y Montt como el período de mayor desarrollo económico de la historia
de Chile en el siglo XIX. En realidad, fue una etapa preliminar de despegue de la
economía de exportación agraria y minera, que preparó las condiciones para el ulterior
apogeo de la economía chilena en la segunda mitad del siglo pasado. El desarrollo
económico de 1860 a 1890 fue superior al de los tres primeros decenios porque, además
del auge salitrero y del incremento de la producción de cobre, la exportación de trigo
alcanzó sus más altos niveles entre 1865 y 1900.
El despegue económico de los decenios se inició recién a partir de 1845. Hay,
por lo tanto, que distinguir dos períodos: uno, de 1830 a 1845 y otro, de 1845 a 1860.
Durante la primera fase, caracterizada por un ritmo lento de crecimiento, el hecho
más destacado fue la preponderancia comercial alcanzada por Valparaíso en el Pací-
fico Sur y las medidas de saneamiento de la hacienda pública. Sin embargo, no hubo
un aumento significativo de la producción agraria y minera, con excepción de la plata
a raíz del descubrimiento y explotación de Chañarcillo en 1832. El período de 1845 a
1860, en cambio, representó un notable ascenso de la producción minera y agraria, de
la industria molinera y el inicio de la industria fundidora de cobre.

111
Agricultura y ganadería
La demanda de los nuevos mercados –Australia,California e Inglaterra– y las
necesidades de otras zonas del país en desarrollo, como el Norte Chico, fueron los
factores determinantes en el aumento no solo de la producción agraria, sino también
ganadera. Según Encina:
Las matanzas alcanzaron su mayor auge con la demanda de California en la región minera
del norte. Cada hacienda beneficiaba la quinta parte de su dotación de vacunos, y muchas
compraban ganados gordos. La matanza media anual de la hacienda de la Compañía
era de 2.500 cabezas; pero había otras ramadas de matanzas que beneficiaban cuatro
o cinco mil. El matadero de Valparaíso se estableció en 1843 y el de Santiago en 1845.185
El incremento de la demanda de productos agrícolas estimuló el inicio de un proceso
de mecanización en el campo chileno. En la década de 1840 se introdujeron los primeros
arados modernos de fierro, segadoras y trilladoras. Este proceso de mecanización del
agro solo alcanzó a ciertas haciendas de la zona central y de Concepción. En la mayoría
de los predios se mantuvieron las formas atrasadas de explotación; “existió un sector
de haciendas o, mejor aún, de propietarios, cuyos predios experimentaron cambios
notables, sector que aparece fácilmente identificable porque sus nombres se repiten
entre importadores de ganado fino, en los compradores de maquinarias agrícolas y
de semillas de nuevos cultivos, en personas que ensayan rotaciones. El grupo está
compuesto de propietarios-empresarios capitalistas, sean mineros, comerciantes o
agricultores muy ricos”.186
La construcción de numerosos canales de regadío fue una de las expresiones más
relevantes del avance agrícola experimentado durante los decenios. Para Silvia Her-
nández, el aumento de la producción agraria no fue el resultado de una explotación
intensiva, sino de “la incorporación de nuevas tierras al cultivo triguero. En las primeras
décadas a partir de la del 40, esta habilitación se realiza en la región Aconcagua-Maule
a través de cuatro mecanismos: el desmonte, la transformación de terrenos planos
y empastadas naturales en sementeras, la incorporación en gran escala de tierras al
regadío a través de la construcción de canales y el drenaje exitoso de algunos sectores
pantanosos (…) La construcción de grandes obras de regadío, que se había iniciado con
la inauguración del Canal del Maipo, constituyen un proceso de tal importancia que
merecería un desarrollo independiente. El proceso mismo de la construcción con sus
personajes –dotados de capital, de espíritu empresarial capitalista, de interés específico
en la agricultura– así como el saber técnico concreto, serían tan interesantes de aclarar

185
Encina, XIII, 538.
186
Silvia Hernández. Transformaciones tecnológicas en la agricultura de Chile Central. Siglo XIX, p. 14,
Cuaderno Nº 3 de CESO, Universidad de Chile, Santiago, 1966.

112
como el destino de las tierras habilitadas, el enriquecimiento real que suponen para
sus beneficiarios y constructores, la superficie de cuadras incorporadas al riego”.187
Además de las provincias de Santiago y de Aconcagua, donde José Waddington inició
en 1843 la construcción del canal, las zonas de mayor ampliación del área regada fueron
Colchagua, Maule y Chillán. “El número de canales de alguna importancia derivados
del Maule, Achibueno, el Longaví y el Ñuble, hacia 1861, subía a 11: sin contar veinte o
treinta canales pequeños derivados de los mismos ríos y de los esteros”.188
Durante los decenios hubo una progresiva valorización de la tierra y del ganado. El
valor de la tierra en la zona central subió de 20 a 60 pesos la cuadra. También aumentó
en un 300% el precio de los productos derivados de la ganadería y de la chacarería
que abastecían la ciudades en crecimiento.Hacia 1860, las haciendas habían triplicado
su rentabilidad.
El aumento del precio del trigo en la década de 1850 de 1,50 a 5 pesos la fanega
produjo grandes ganancias a los terratenientes y estimuló la producción. Hubo
haciendas, como la de Chacabuco, que aumentaron su producción de 15.000 a 35.000
fanegas.
De acuerdo con las estadísticas elaboradas por Sergio Sepúlveda G.,189 la exportación
de trigo aumentó de 180.236 qq.m. en 1848 a 336.268 qq.m. en 1852 y a 587.564 qq.m.en
1855. La de cebada creció, según Encina,190 de 25.349 fanegas en 1848 a 278.968 en
1852; la de frejoles, de 13.322 fanegas en 1848 a 46.275 en 1854. El aumento de la
exportación de harina fue más espectacular: de 50.000 qq.m que se producían antes
de 1846, se llegó a 286.000 qq.m. como promedio anual entre 1851 y 1855, según cifras
analizadas por Bauer191 en un reciente estudio. Este autor manifesta que “resulta difícil
calcular el ingreso agrícola total de Chile en el siglo XIX. Si bien el valor monetario
de las exportaciones fue registrado en forma consistente, solo pueden usarse vagas
indicaciones en lo referente al valor del mercado interno. Un importante sector de
la población cultiva sus propios alimentos o recibe raciones de alimentos a cambio
de trabajos realizados en los fundos. Solo ciudades como Santiago y Valparaíso,
los distritos mineros nortinos, y las cuadrillas de peones que construyen las vías
ferroviarias, constituyen un real mercado para la agricultura comercial”.192 Bauer
estima que el valor de las exportaciones agrícolas alcanzó a los siguientes promedios

187
Ibid., pp. 6 y 7.
188
Encina, XIII, 542.
189
Sergio Sepúlveda G. El trigo chileno en el mercado mundial, p. 49, Ed. Universitaria, Santiago, 1959.
190
Encina, XIII, 515. El quintal métrico equivale a 100 k. y la fanega a 92 k.
191
Arnold J. Bauer. “Expansión económica en una sociedad tradicional: Chile Central en el siglo XIX”,
Rev. Historia, Nº 9, 1970, Universidad Católica, p. 151.
192
Ibid., p. 161.

113
anuales: quinquenio 1846-50: 1.705.000 pesos de 44 peniques; 1851-55: 3.756.000;
1856-60: 3.949.000 pesos.193
Gran parte de estas exportaciones fueron absorbidas por los nuevos mercados
de California y Australia. La exportación a California subió de $ 250.195 en 1848 a
$ 2.203.729 en 1852; se redujo a $ 705.470 en 1854 y a $ 102.735 en 1859, totalizando
$ 12.088.524 en el período comprendido entre 1848 y 1859. La exportación a Aus-
tralia aumentó de $ 23.930 en 1852 a $ 2.698.911 en 1855, bajando a $ 272.696 en
1859, totalizando $ 5.546.476 entre 1852 y 1859. Es decir, el período de auge de las
exportaciones a California abarcó de 1849 a 1854; la disminución de este mercado
se compensó con la demanda australiana, especialmente entre 1854 y 1857. Ambos
mercados se perdieron en la década de 1860.
La pérdida de estos mercados fue superada en gran medida por el aumento de la
exportación al Perú, cuya demanda de harina subió de 110.500 quintales en 1857 a
204.307 en 1860; la de trigo aumentó de 174.699 fanegas en 1857 a 243.281 en 1860. Al
mismo tiempo, hubo un notorio incremento de la demanda inglesa. Según Claudio
Gay, “en 1849, fueron embarcadas para la Inglaterra 64.289 fanegas de trigo y pudieron
venderse a razón de 5 pesos cada una. En 1860, la exportación para el mismo país fue
mucho más considerable y en 1861 subió a 153.270 fanegas de trigo y a 107.071 qq. de
harina”.194
La pérdida de los mercados de Australia no provocó una crisis porque de inmediato
se produjo un significativo incremento de las demandas inglesa, peruana y francesa,
que constituyeron durante varias décadas mercados permanentes para la producción
agrícola chilena. En 1860, la exportación agrícola a Inglaterra, Perú y Francia era
superior en cantidad de pesos a la del período de auge de los mercados de California y
Australia, a pesar de la baja del precio del trigo en el mercado mundial.
Este período de prosperidad de la agricultura ha servido de base para que algunos
autores caractericen a Chile como un país agrario. Sin embargo, las cifras demuestran
que, inclusive en este período, Chile fue un país preponderantemente minero.

1844 1852 1860


Exp. Mineras $ 3.618.987 $ 7.807.106 $ 18.893.600
Exp. Agropecuarias 897.025 3.933.149 4.751.652
Este cuadro195 demuestra que en uno de los períodos de mayor auge agrícola de la
historia de Chile, la minería doblaba y hasta triplicaba a la agricultura en el total de

193
Ibid., p. 165.
194
Claudio Gay. Historia Física y Política de Chile. Agricultura, tomo II, p. 77, París, 1865.
195
Dirección General de Contabilidad. Ministerio de Hacienda, 1901.

114
las exportaciones, cifra que se elevó aún más en la segunda mitad del siglo XIX con
la explotación del salitre, reafirmándose el carácter esencialmente minero de Chile.
Durante los decenios hubo un notable desarrollo de la industria molinera, bajo
signos inequívocamente capitalistas.
Los viejos molinos fueron reemplazados –escribía Claudio Gay– por modernos molinos
de vapor construidos con todas las reglas del arte. Los primeros fueron levantados por
Lillyback en la bahía de Talcahuano en la provincia de Concepción, tan rica en trigo
como era necesario para poderlos alimentar; después se han construido más de veinte
en el solo departamento de Concepción y otros en Chillán y Los Ángeles (…) en 1851
se podían contar 43 que podían dar 750.000 sacos de harina de 2 qq. cada uno (…) En
el puerto de Valparaíso hay varios que han costado sumas considerables y entre los
cuales el del señor Stuven, recientemente establecido es uno de los más importantes.
El edificio consta de cuatro cuerpos y posee una poderosa maquinaria que separa con la
más perfecta exactitud las diferentes sustancias de que se compone el trigo. Es de doble
presión y pone en movimiento tres pares de piedras que pueden moler hasta 350 fanegas
al día (…) Otros molinos de vapor de gran poder se hallan también en otros lugares de
la República en las haciendas de San José, Viluco, etc… En Santiago el de San Pablo.196
En Rancagua el molino “San Pedro” de Agustín Salas y en Linares “El Romero”. Los
3 molinos más importantes eran los de Tomé.
Uno de los molinos más modernos fue instalado por Juan Antonio Pando en
Loncomilla, con capacidad para producir 400.000 quintales anuales aproximadamente.
Asociado con Manuel Eyzaguirre, Pando hizo fuertes inversiones de capital en la
instalación de molinos que estuvieran en condiciones de competir con los de Tomé.
Trajo maquinarias y técnicos de los Estados Unidos.
Un aviso aparecido en el periódico El Curicano, en junio de 1858, reflejaba la
importancia de la mecanización en la creciente industria molinera chilena. El aviso,
proveniente de Santiago, se titulaba “Revolución en los molinos” y decía:
A ocho cuadras de la plaza principal de la ciudad de Talca a orillas del río Claro, se
halla situado el establecimiento de los agricultores, compuesto de seis molinos del
sistema cónico. Por su construcción, su sencillez y ventajas económicas es, y merece
serlo, el primer establecimiento en Chile de esta clase. Para otros pormenores, véase
el aviso publicado en “El Ferrocarril” de Santiago de octubre del 56, que es como sigue:
Molinos Cónicos. Privilegiados por decreto supremo de 12 de marzo del presente año.
Desde el 13 del presente se hallará en exhibición pública, en la tienda de don Prudencio
Iglesias, calle Ahumada, un modelo de estos molinos que me ha llegado últimamente
de Londres. El explica bien claro las ventajas que este sistema de moler ofrece al ya
conocido de piedras planas (…) son sencillísimos para manejarlos y todos sus ajustes son
permanentes, por lo que hay un ahorro de brazos (…) Las personas que se interesen en

196
Claudio Gay, op. cit., Agricultura, II, 53 y 54.

115
introducir esta importante mejora en el sistema de molinos; que se interesen en hacer
valer este artículo en los mercados de Europa y Australia, y obtenerlo con economía
no despreciable, pueden verse con don Prudencio Iglesias, quien está autorizado para
hacer cualquiera venta, como yo lo estoy por su interventor don Walterio Westrup de
Londres. Joaquín Benítez.197
En menos de una década, la harina chilena sextuplicó sus exportaciones, comenzan-
do a disputar los mercados del Pacífico a los industriales molineros norteamericanos.

Minería
Los aspectos más relevantes de la producción minera durante los decenios fueron
el aumento de la producción de plata, el surgimiento de la explotación carbonífera y
el inicio de la industria fundidora del cobre.
El descubrimiento de Chañarcillo en 1832 fue decisivo para el crecimiento de la
producción de plata. Entre 1830 y 1847, esta mina produjo 33.697 kilos por valor de más
de 15 millones de pesos de la época. La explotación de nuevas minas como Tres Puntas
(1847), donde llegaron a trabajar cerca de 4.000 obreros. Retamo (1846), Checo Grande
(1847), Garín Nuevo (1848), Chimbero (1848) y otras, hizo subir la producción de plata
de un promedio de 33.500 k. anuales durante los primeros años de la década de 1840 a
100.000 k. en 1851. El año culminante fue 1855 con 212.996 k.; luego comienza la baja
hasta estabilizarse en 100.000 k. en 1860.
Este aumento de la producción de plata en términos absolutos fue el resultado de la
introducción de nuevas técnicas de amalgamación. Uno de los testigos más autorizados
de la época, Vicente Pérez Rosales, manifestaba:
Aunque todavía no figuraban máquinas movidas por vapor en Copiapó, las que existían,
impulsadas por agua, cautivaban la atención del que las visitaba por primera vez. En
ellas se veían consultadas a un mismo tiempo la solidez, la economía y los principios
del nuevo sistema de amalgamación adoptando en este lugar para el pronto beneficio de
los metales de plata nativa y clorurada. En los establecimientos de minas de Freiberg, se
emplean para amalgamar barriles que girando sobre ellos mismos revuelven y mezclan
el mineral molido con el azogue y agua que se depositan en ellos. Aquí se desconocía
el uso del barril; poderosas tinas de madera con fondo de hierro, sentadas de firme en
contorno de un árbol más poderoso aún, que ponía en movimiento circular y arrastrado
las pesadas cruces del mismo metal que giraban dentro de ellas, hacían con suma ventaja
las veces del barril rotatorio de Alemania.198

197
El Curicano, Año I. Nº 38, 10 de junio de 1858, Curicó.
198
Vicente Pérez Rosales. Recuerdos del Pasado, p. 235, Biblioteca de Escritores de Chile, Santiago, 1910.

116
En su Ensayo sobre Chile, Pérez Rosales daba cuenta de los avances tecnológicos
introducidos por la burguesía minera en la explotación de la plata, durante la década
de 1850-60:
En la actualidad, se comienzan ya a ver algunos establecimientos donde se hace uso
de los procederes científicos para preparar el mineral a la amalgamación inmediata
y emplear la fundición en las operaciones. En cuanto a los trabajos de amalgamación
inmediata, se hacen en los numerosos talleres de Atacama con tanta perfección como en
muchos de los establecimientos europeos (…) Todos los establecimientos están provistos
de aparatos de destilación para separar el mercurio de la plata y de pequeños hornos de
reverbero para fundir el metal de amalgamación, que se entrega en seguida al comercio
bajo el nombre de plata en barra (lingote).199
La producción de cobre subió de 9.586.549 k. en 1844 a 32.122.747 k. en 1860,
convirtiéndose Chile en la década de 1860-70 en el primer productor de cobre del
mundo. El apogeo cuprífero estuvo fundamentado en la introducción de una moderna
tecnología y en el surgimiento de la industria fundidora del cobre.
El especialista en historia de la minería chilena. Alberto Herrmann, sostiene que “el
aumento rápido de la producción de cobre fue una consecuencia de haber introducido
en Chile, en el año 1831, el ingeniero don Carlos Lambert, la fundición por hornos de
reverbero según el sistema inglés, que consiste, como es universalmente conocido, en
una primera fundición de los minerales de cobre para obtener ejes, es decir, sulfuros
dobles de cobre y en la posterior transformación de los ejes de cobre en barra”.200
La industria fundidora de cobre, impulsora por José Tomás Urmeneta, ha sido una
de las empresas más importantes acometidas por el capitalismo nacional a lo largo de
la historia de Chile. En 1858, los hornos de Guayacán elaboraban mensualmente 26.000
quintales de cobre provenientes de la fabulosa mina “El Tamaya”, que había producido
por valor de 5 millones de pesos de 45 pequines entre 1853 y 1864. Los nuevos hornos
de fundición levantados en Tongoy, Los Vilos y Lirquén, con capitales nacionales,
fueron índices elocuentes del desarrollo capitalista que había alcanzado la minería
chilena a mediados del siglo pasado.
La industria fundidora de cobre dio impulso a la explotación carbonífera de Lota.
De 5.348 toneladas de carbón producidas en 1852 se pasó a 140.934 en 1857. Entre 1858
y 1860, las fundiciones de cobre del Norte Chico absorbieron 128.204 toneladas de
carbón nacional. Las primeras explotaciones carboníferas de Juan Mackay en 1845, de
Jorge Rojas, Federico Schwager y Guillermo Délano en 1848, experimentaron un rápido
desarrollo en 1852 con las nuevas inversiones de capital realizadas por Matías Cousiño.

199
Vicente Pérez Rosales. Ensayo sobre Chile, pp. 437-438, Imp. Del Ferrocarril, Santiago, 1859.
200
Alberto Herrman. La producción en Chile de los Metales y Minerales más importantes desde la conquista
hasta fines del año 1902, p. 47. Imp. Barcelona, Santiago, 1903.

117
Los avances de la minería dieron origen a nuevas ciudades y villorrios del Norte
Chico, a la construcción de ferrocarriles y obras de infraestructura, a la migración de
trabajadores del sur al norte y a la consolidación del proletariado minero.
La minería proporcionó la mayor cuota de nuestras exportaciones, inclusive en
el período de auge de las ventas agrícolas a los mercados de Australia y California.
El carácter preponderantemente minero del país dio la tónica al peculiar desarrollo
del capitalismo nacional. Un desarrollo desigual y combinado, porque junto a las
modernas explotaciones mineras, donde laboraban miles de obreros, coexistían
pequeñas empresas de tipo familiar y otras en las que supervivían relaciones sociales
de producción precapitalistas. Las empresas de mayor desarrollo capitalista, que
constituían el factor dinámico de la producción, influían sobre las áreas más retrasadas
economía, comandando las líneas fundamentales del proceso productivo del país.

Los comienzos del régimen bancario


Si bien es cierto que hasta mediados del siglo XIX no existieron bancos formalmente
reconocidos por el Estado, funcionaban casas financieras que combinaban el préstamo
a interés con la inversión de capitales en las explotaciones mineras y agrícolas. En
rigor, estas casas financieras rebasaban los marcos del capital usurario al actuar como
empresas bancarias que adelantaban capitales para la producción.
Este sistema de crédito privado se dio primordialmente en la minería a través del
régimen denominado “habilitador”. Su principal exponente fue Agustín Edwards
Ossandón. Anticipaba capitales a los pirquineros o pequeños empresarios con la
condición de que éstos le vendieron su producción. Con frecuencia, el anticipo consistía
solamente en la entrega de instrumentos de trabajo y mercaderías para la subsistencia
de los mineros. En los períodos de crisis de la minería chilena, provocados generalmente
por una disminución de la demanda del mercado mundial, Edwards compraba metales
a bajo precio, acumulando stocks que luego vendía con pingües ganancias.
Las casas financieras de Valparaíso no solo invirtieron en las explotaciones mineras,
sino también en la industria molinera. En un trabajo recientemente publicado por
Bauer, se demuestra que “durante la década de 1850, los comerciantes de Valparaíso
fueron prácticamente la única fuente de capital para los nuevos molineros que
surgieron en Talcahuano y en la cuenca del Maule (…) En el período 1846-1890, ellos
prestan cantidades correspondientes al seis por ciento de todo el crédito hipotecario,
lo que corresponde más o menos a dos millones doscientos mil pesos a los molineros
y terratenientes de Talca y Caupolicán; todo este préstamo se realiza antes de 1865 (…)
En general, los comerciantes estipulaban ciertas condiciones cuando daban crédito a
los molinos. En el ejemplo Meyers, Bland y Cía., exigen que toda la harina producida

118
en el molino de Talca se comercialice a través de la casa comercial que facilita ese
dinero. Muchos otros ejemplos de contratos similares que establecen relaciones entre
el crédito y la forma posterior de mercado se encuentran en los registros notariales
de Valparaíso y Talca”.201
Otras casas prestamistas fueron las de Ossa, Bezanilla, Mac-Clure y Cía. Empezaron
como casas de consignaciones de corretajes, transformándose luego en empresas que
emitían vales o billetes al portador. En 1856, la Casa Ossa funcionaba formalmente
como un Banco. El primer Banco legalmente autorizado por ley del 25 de junio de 1855
fue el “Banco de Depósitos y Descuentos de Valparaíso”. El Banco de Chile, creado en
septiembre de 1859, con un capital de $ 400.000, fue autorizado para emitir billetes a
la vista y al portador, a raíz de la contracción monetaria producida por la crisis de 1860.
La ley del 23 de julio de 1860, que reglamentaba el funcionamiento de los bancos,
establecía que el capital declarado debía ser en dinero efectivo y que las emisiones de
billetes no podían sobrepasar el 150% del capital. Los bancos estaban autorizados para
emitir billetes de 20, 50, 100 y 500 pesos. En su análisis crítico de la Ley de Bancos de
1860, Julio César Jobet manifestaba:
Cualquier persona hábil para ejercer operaciones comerciales podía fundar bancos de
emisión. Los defensores de la intervención del Estado en el campo de la economía y de
la creación de un Banco Nacional fueron vencidos. Los partidarios de la libertad bancaria
triunfaron plenamente y por eso la Ley de Bancos de 1860 consultaba solo el interés de
los accionistas y directores (…) Los Bancos reforzarán y acrecentarán el poder del sector
plutocrático y desde temprano mantendrán un apreciable control del gobierno hasta
imponer el régimen papelero, con la consiguiente desvalorización de la moneda en su
beneficio y en el de los terratenientes, mineros e industriales.202
Pedro Félix Vicuña fue uno de los pocos chilenos en expresar públicamente su
disconformidad con el criterio liberal de la Ley de Bancos a través de un folleto titulado:
“Apelación al crédito público por la creación de un Banco Nacional”, en el que planteaba:
La sociedad apeló a la usura, seducida por las ganancias imaginarias, que desde luego
elevaron a un duplo el valor de la tierra y del trabajo, ensanchando el crédito usuario,
que tomó las mismas dimensiones organizándose en Bancos ruinosos, en que la tasa
de interés era la misma que en oro o plata. A estos Bancos se añadieron instituciones
igualmente funestas, como el “Banco Hipotecario”, el “Porvenir de las familias”, y
el desarrollo de un crédito individual, en que se hacían circular muchos millones de
simples pagarés o escrituras que sostenían su crédito, transfiriéndose de mano en
mano como moneda, pagando exactamente sus intereses (…) Los Banqueros, temiendo
perder su dinero, principiaron sus cobranzas, que satisfacía el gobierno prestando los

201
Arnold J. Bauer, op. cit., pp. 189-191.
202
Julio César Jobet. Ensayo crítico… op. cit., p. 44.

119
fondos del ferrocarril a los que aparecían en mayores conflictos, salvándose los Bancos
a expensas de la nación (…) El crédito privado que emite vales a la circulación, usurpa
una prerrogativa concedida por todas las leyes y principios establecidos a la soberanía
nacional (…) en la actual condición de nuestros Bancos es además un monopolio, desde
que con una parte en dinero pueden emitirse a la circulación valores cuatro veces
mayores, recibiendo intereses cuatriplicados al capital efectivo (…) no se concibe por qué
los gobiernos, tan celosos de sus derechos e inmunidades, se dejan despojar de aquellas
prerrogativas inherentes a la soberanía que representan (…) Los Bancos, sin los présta-
mos del gobierno, habrían sucumbido los primeros, pues ellos se apercibieron de que a
más de sus billetes, circulaban en la capital de diez a doce millones de pesos en pagarés
a interés que corrían de mano en mano sosteniendo el crédito con el solo pago de los
intereses, sin poder jamás cancelar sus capitales. Los Bancos que así giraban estaban
perdidos y solo debieron su salvación a los valores del empréstito inglés que el gobierno
distribuyó (…) Los Bancos organizados, para aumentar los capitales, han continuado en
la misma forma, a pesar de haber, con 12.000 pesos, los señores Macklure y Bezanilla,
hecho negocios de crédito de dos millones.203
Estas críticas a los Bancos privados demostraban la necesidad de organizar el
crédito público a través de un Banco Nacional. Pedro F. Vicuña señalaba que los pri-
meros capitales podrían obtenerse de los fondos del estanco de tabaco por diez años,
de la disminución de una cuarta parte de las rentas que pagaba la nación superiores a
500 pesos y de la nacionalización de los censos y capellanías. Vicuña planteaba que el
Banco Nacional en manos del Estado era la mejor manera de garantizar el desarrollo
económico, evitando las especulaciones de la Banca privada, en gran medida ya en
manos de las casas comerciales extranjeras. Estas y otras ideas sobre la forma de luchar
contra la dependencia foránea, promoviendo el desarrollo de la industria nacional,
“explican” la escasa importancia que la historiografía tradicional ha concedido al
pensamiento de Pedro Félix Vicuña.
El sistema crediticio cobra impulso con la creación en 1855 de la Caja de Crédito
Hipotecario. En cuatro años otorgó préstamos por valor de 1.025.000 pesos sobre 76
hipotecas. La mayoría de estos créditos favorecieron a los terratenientes de la zona
central, demostrándose una vez más que la capa burguesa que controla políticamente
el gobierno es la principal beneficiaria del crédito del Estado. Según Bauer
En Talca, por ejemplo, los 138.000 pesos prestados en el primer año de operaciones,
fueron otorgados a solo cinco hacendados: 30.000 a Juan Fco. Gana, 40.000 a Juan A.
Armas, 10.000 a Ignacio de la Cruz, 50.000 a Santiago Gandarillas y 8.000 a Ramón
Baeza (…) No solo estaban los préstamos de la Caja limitados a los propietarios de

203
Pedro Félix Vicuña. Apelación al Crédito Público por la creación de un Banco Nacional, pp. 4, 9, 11,
12, 19 y 27, Valparaíso, 1862.

120
grandes extensiones sino también se restringieron a aquellos cuyas tierras estaban en
los departamentos cercanos a Santiago.204
En vez de invertir estos préstamos en el mejoramiento tecnológico de sus haciendas,
numerosos terratenientes los utilizaban para explotar a los pequeños propietarios y
medieros, haciendo anticipo de dinero a cuenta de futuras cosechas o “compra en
verde”. Bauer señala que:
En la sociedad rural de más bajo ingreso, el crédito se constituyó en un mecanismo que
permitió a los terratenientes continuar controlando la producción local y guardar una
parte del ingreso de pequeños propietarios y medieros. A medida que los cultivos fueron
reemplazando a las praderas, pequeños arrendatarios reemplazaron o suplementaron a
la mano de obra residente en las haciendas. En tal circunstancia, las haciendas, en vez de
trabajo, exigían una parte de la producción. Hasta cierto punto esta conversión se produce
como consecuencia de una extensión del sistema imperante de anticipar dinero, semilla
e implementos a cuenta de la cosecha, bajo condiciones monopolísticas. Irónicamente,
la mayoría del crédito que fue invertido en la agricultura, se hace a través de los pequeños
agricultores –precisamente los que no tenían acceso a las fuentes formales y baratas.205

El comercio de exportación e importación


Durante los decenios se produjo un aumento significativo en el volumen de las
exportaciones. De $ 4.516.012 (minería: $ 3.618.987, productos agropecuarios: $ 897.025)
en 1844, se llegó a $ 23.645.252 (minería: $ 18.893.600, productos agropecuarios:
$ 4.751.652) en 1860. En este año, Inglaterra absorbió el 60% de nuestras exportaciones,
adquiriendo cobre, trigo, harina y otros productos por un valor de $ 14.345.462. Le
seguían Estados Unidos ($ 2.772.154), Francia ($ 2.461.305) y Alemania ($ 404.634). De
los mercados latinoamericanos, el único realmente importante era Perú con $ 3.437.112.
La Memoria presentada al Congreso nacional de 1860 por el Ministro de Hacienda,
Jovino Novoa, entregaba una lista completa de las principales exportaciones, en la que
se reflejaba la preponderancia de la minería sobre la agricultura y la importancia que
había adquirido la industria fundidora de cobre.206

204
Arnold J. Bauer, op. cit., p. 195.
205
Ibid., p. 208.
206
Documentos Parlamentarios. Discursos de apertura en el Congreso y Memorias Ministeriales. Tomo
VIII, pp. 123 y 125. Imp. Del Ferrocarril, Santiago, 1861.

121
Lista de las principales exportaciones en 1859:

Cobre en barras $ 4.063.340


Cobre en crudo 3.411.819
Cobre en ejes 2.399.250
Plata, piña y en barra 718.829
Minerales de plata 379.267
Minerales de plata y cobre 276.585
Carbón de piedra 408.856
Trigo 624.303
Cebada 581.361
Harina 949.476
Galleta surtida 218.988
Cueros vacunos 806.010
Lana surtida 414.004
Charqhi 168.222
Madera 167.495
Hacia 1860, el grueso de las importaciones provenía de Inglaterra ($7.548.778),
Francia ($ 4.807.606), Estados Unidos ($ 1.994.608), Alemania ($1.679.987), Argentina
($ 1.569.695) y Perú ($ 735.234). Las importaciones superaban a veces a las exportaciones,
determinando déficit en la balanza comercial. Sin embargo, estos déficit eran más
aparentes que reales porque muchos productos provenientes de otros países eran
reexportados. En la Memoria presentada al Congreso Nacional de 1861, el Ministro de
Hacienda especificaba que de un total de $ 24.724.866 en concepto de importaciones,
había mercaderías por valor de $ 4.768.921 que eran para reexportar por mar y otras
por valor de $ 1.101.545 destinadas a la Argentina.
En síntesis, el comercio de exportación e importación expresaba de manera
inequívoca el carácter dependiente de Chile: país exportador de productos mineros
y agropecuarios e importador de artículos manufacturados. La dependencia era muy
manifiesta respecto de Inglaterra, metrópoli que hacia 1860 absorbía el 60% de las
exportaciones chilenas y cubría el 35% de nuestras importaciones.

Ingresos fiscales y régimen impositivo


El aumento de las exportaciones e importaciones se tradujo en mayores ingresos
fiscales. De cerca de 2 millones de pesos en 1830, se pasó a 7.494.750 pesos en 1860, de
los cuales $ 4.824.801 correspondían a la Aduana. En treinta años se cuadruplicaron
los ingresos del Estado sobre la base del incremento de las entradas aduaneras, ya que

122
se conservaron los porcentajes de ingresos por concepto de contribución territorial,
estancos, etc. La burguesía criolla persistió en su política de obstrucción a toda ley
que significara el establecimiento de impuestos directos, recayendo de este modo
el financiamiento estatal en los ingresos aduaneros. Interesados primordialmente
en aumentar los ingresos de la Aduana, los gobiernos alentaron la entrada masiva
de artículos manufacturados extranjeros que debían pagar derechos de internación.
Esta política económica de cortas proyecciones, en función de intereses inmediatos,
reforzó los lazos de dependencia de Chile respecto de las metrópolis, impidiendo el
desarrollo de una industria nacional.
Los derechos de aduana, impuestos en forma discriminatoria a ciertos produc-
tos de exportación, demuestran que los gobiernos de los decenios representaban
fundamentalmente los intereses de los terratenientes. Mientras reiterados decretos
aumentaron los gravámenes a los productos de la minería, “el 21 de diciembre de 1840
una ley declaraba la abolición de los derechos de exportación sobre el trigo y la harina
de 6% y 4% respectivamente, establecidos por la ley de 1835. Poco tiempo después, el
2 de junio de 1842, un nuevo Reglamento de aduanas promovido también por Rengifo
hacía más expedita la tramitación”.207 El gobierno de Prieto fundamentaba esta ley a
favor de la burguesía triguera en los siguientes términos: “Chile por su posición y la
templanza de su clima estaría llamado ser el granero de América del Sur, si las leyes
favoreciesen el cultivo de los granos y no los sujetasen a nuevo gravamen”.208
El mismo año en que se suprimían los derechos de exportación a los productos
agrícolas, se reafirmaba el impuesto del 6% a la exportación de minerales de cobre
y de plata. El decreto del 18 de diciembre de 1840 impuso un nuevo gravamen de
1 ½%, a la exportación de mineral de cobre en bruto, calcinado o en eje. La Ordenan-
za de Aduanas del 23 de agosto de 1851 dispuso que “el cobre en barras o rieles y los
minerales de cobre en bruto, calcinados o en eje, pagarán el 4% por el primer año y
el 2% por el segundo año, quedando extinguido el derecho desde el vencimiento de
este último plazo”. Sin embargo, la ley del 20 de octubre de 1852 derogó esta parte de
la Ordenanza estableciendo un gravamen de un 5% a la exportación de cobre en barra
o rieles y de los minerales en bruto o calcinados. La reacción violenta de la burguesía
minera, expresada en las revoluciones de 1851 y 1859, obligó al gobierno de Montt
a reducir el porcentaje de los gravámenes a la minería. Sin embargo, hacia 1860 se
mantenían las protestas de los productores mineros. Una publicación de esa época
afirmaba:

207
Sergio Sepúlveda G. El trigo chileno en el mercado mundial, p. 36, Ed. Universitaria, Santiago, 1959.
208
Ramón Sotomayor Valdés. Historia de Chile bajo el gobierno del general D. Joaquín Prieto. Tomo IV,
p. 161, Santiago, 1903.

123
El paso dado por Montt en las Aduanas es indudablemente un error y un error bien grave.
Gravar con el 4 por ciento la exportación de la plata en barra y con el 2 por ciento la de
los cobres en ejes o minerales no puede menos que haber postrado nuestra industria
minera (…) Por eso es que todos creemos que Chile, en vez de hacer pesar un fuerte
gravamen sobre la minería y las fundiciones del país, debe, al contrario, otorgarles
cuantas franquicias sean dables.209
En síntesis, la exención del pago de los derechos de exportación a los productos
agrícolas y los reiterados gravámenes a la minería demuestran que los gobiernos
de Prieto, Bulnes y Montt representaron en lo fundamental los intereses de los
terratenientes.
Esta política de los gobiernos de los decenios también se puso de manifiesto en la
inversión de fondos fiscales para la construcción de obras de infraestructura. Mien-
tras la burguesía minera tuvo que financiar las primeras vías férreas del Norte Chico
con sus propios capitales, los ferrocarriles de la zona central, que favorecían a los te-
rratenientes, fueron financiados por el Estado.
Otras obras de infraestructura, como caminos y puentes, se realizaron primor-
dialmente en las regiones agrarias. En el mensaje al Congreso de 1840, el Presidente
Bulnes puso énfasis en la necesidad de construir nuevos caminos para vencer “la
distancia que separa sus más fértiles campañas a los puntos de exportación”.210 La
Ley de Caminos, dictada en 1842, se redactó sobre la base de un estudio elaborado
por la Sociedad Nacional de Agricultura. Las circulares y cuestionarios enviados por la
administración Bulnes a los gobernadores de provincias para determinar cuáles eran
las regiones más necesitadas de caminos fueron confeccionados por esta Sociedad de
terratenientes, quienes impusieron las prioridades para la inversión de fondos fiscales
en la construcción de la nueva red caminera.

Marina mercante
La mayoría de los historiadores ha sobrevalorado el desarrollo de la marina
mercante chilena de mediados del siglo pasado, atribuyendo dicho proceso a una
supuesta política “nacionalista” practicada por Prieto, Bulnes y Montt.
Las medidas proteccionistas a la marina mercante se remontan a la Primera Junta
de Gobierno, como lo hemos demostrado al analizar el Reglamento de Comercio de
1811. Portales reactualizó estas disposiciones. En 1832 –dice Martner– “se dictó una
ley en virtud de la cual se habilitaban las radas, caletas o desembarcaderos situados

209
Cuadro Histórico de la Administración Montt, escrito según sus propios documentos, p. 395, Imp. S.
Tornero, Valparaíso, 1861.
210
Ernesto Greve. Historia de la Ingeniería en Chile, Tomo II, p. 373, Santiago, 1938.

124
en las inmediaciones de los puertos de Valparaíso y Talcahuano con el fin exclusivo
de llevar por ellos toda clase de minerales del país, operación que sería permitida en
buque nacional y libre de todo derecho, como la de minerales extranjeros en buques
nacionales y por los puertos mayores de la República”.211 En 1834, se rebajaban de
10 a 20% los derechos de importación de toda mercadería extranjera que entrase a
nuestros puertos en buques nacionales; las leyes de 1835 y 1836 renovaron las medidas
de fomento a la marina mercante nacional.
Sin embargo, estas disposiciones quedaron en el papel porque ninguno de los
gobiernos de los decenios hizo inversiones de importancia para adquirir una flota
de barcos que pudiera gozar de las franquicias otorgadas con el fin de satisfacer las
necesidades comerciales del país.
Las leyes proteccionistas fueron fácilmente burladas por los extranjeros y por la
propia burguesía criolla. Ante la falta de buques chilenos en condiciones de transportar
la nueva demanda de productos agropecuarios y mineros, los empresarios nacionales
recurrieron a los barcos extranjeros. Los exportadores fueron los primeros en pre-
sionar a los gobiernos para que derogaran el derecho exclusivo que tenían los barcos
chilenos en el comercio de cabotaje. Este derecho había sido ya vulnerado por Rengifo
al autorizar en 1820 a los barcos extranjeros a extraer productos nacionales de los
puertos menores de la República.
Los propietarios de buques extranjeros burlaron las leyes proteccionistas de 1835
y 1836 registrando sus barcos bajo bandera chilena o asociándose con comerciantes
chilenos. Un especialista del tema, Claudio Véliz, señala que “de los setenta y un barcos
registrados como chilenos en 1835, solo se podría considerar como naves chilenas –y
esto en forma muy aproximada– a los ocho barcos con capitán chileno. Si a esto se agrega
que ocho años más tarde, en 1844, solo había tres barcos mercantes, capitaneados
por chilenos, se podrá apreciar hasta qué punto era ilusorio el aumento del tonelaje
mercante chileno al abrigo de la legislación de 1835 y 1836”.212
El mismo autor cita un informe de julio de 1839 del cónsul británico en Chile, en
el que se afirma:
De los 68 barcos mercantes chilenos mencionados en el informe general sobre movimien-
to de puertos, alrededor de la tercera parte –a pesar de poseer todos matrículas y papeles
chilenos– pertenecen en realidad a ciudadanos británicos y gran parte de su cargamento
es también o propiedad británica, o ha sido adquirido por capitales británicos.213

211
Daniel Martner, op. cit., p. 132.
212
Claudio Véliz. Historia de la Marina Mercante de Chile, p. 58. Ed. de la Universidad de Chile, Santiago,
1961.
213
Ibid., p. 59. Cita Foreign Office, 16, Vol. 38, folio 84 y 86.

125
En la década de 1840, comenzó a operar en nuestras costas la Pacific Steam Navi-
gation Co., organizada por Wheelwright con capitales ingleses. Este empresario había
expuesto a Portales su plan de navegación a vapor entre Valparaíso y El Callao. En agosto
de 1839, las cámaras aprobaban un proyecto por el cual se concedía a Wheelwright el
privilegio exclusivo por diez años para establecer la navegación a vapor en los mares
y ríos de Chile. La Pacific Steam Navigation Co. se fundó con un capital de 250.000
libras esterlinas. En 1840, dos barcos a vapor entraban a Valparaíso. El 21 de octubre
de ese año, El Mercurio publicaba el siguiente aviso: “Buques de vapor. Para el Callao,
tocando en Coquimbo, Huasco, Caldera, Cobija, Arica y Pisco”.214
Las estadísticas oficiales indican que durante los decenios hubo un aumento del
número de barcos y tonelaje nacionales, pero ocultan el hecho de que gran parte de
dichos buques solo tenían de chilenos la bandera. Es falsa la afirmación de que bajo
Bulnes –continuando con la “tradición portaliana”, como diría Encina– se siguiera
una política de real fomento a la marina mercante nacional. Al contrario, en 1848 se
derogaron las disposiciones de la ley de navegación de 1836, eliminándose de esta
manera los derechos exclusivos que tenían los armadores y dueños de barcos chilenos.
El 4 de septiembre de 1849, el presidente Bulnes promulgaba una ley presentada
por el diputado y escritor José Joaquín Vallejo, según la cual se autorizaba el comercio
de cabotaje a los buques extranjeros por el lapso de 4 meses, prorrogable a seis meses
más. El proyecto del diputado de Vallenar, respaldado por la burguesía minera,
expresaba que:
El monopolio del cabotaje está reducido a que ni el comerciante pueda transportar sus
afectos, ni el minero sus metales, ni el agricultor sus frutos de un punto a otro de la
República, sino en buques que llevan nuestra bandera: los cuales buques imponen fletes
contando con que en este negocio no puede hacerles concurrencia ningún otro buque
de ninguna otra bandera. Es claro, pues, que la ley obliga al comerciante, al agricultor y
al minero a pagar un flete que esa no concurrencia hace natural más subido: les obliga
a una contribución a beneficio de los dueños de esos buques. Todas las industrias del
país resultan estar gravadas con un impuesto a favor de una de ellas, ejercida por ciertos
individuos, de cierta clase, de cierto pueblo, los navieros de Valparaíso.215
Los terratenientes del sur se plegaron también a la campaña tendiente a permitir
el comercio de cabotaje a los buques extranjeros. Dieciséis propietarios de molinos de
la zona de Concepción publicaron un documento en El Mercurio de Valparaíso, el 17
de agosto de 1849, en el que sostenían que “en el día no se encuentran en el puerto de
Talcahuano y creemos que en Valparaíso ni en ningún otro de la República, la décima
parte de los buques nacionales que un año antes hacían el comercio de cabotaje (…) Las

214
Encina. XI, 550.
215
C. Véliz, op. cit., p. 82.

126
producciones agrícolas e industriales de esta provincia no pueden ser oportunamente
exportadas”.216 Joaquín Edwards, dueño de una fundición de cobre de Lirquén, envió
una carta en 1849 al Ministro de Hacienda en la que manifestaba tener un stock de
mercaderías que no podía ser transportado por falta de barcos chilenos, por lo que
solicitaba se le permitiera su traslado en buques extranjeros.
La ley del 8 de enero de 1851 concedió definitivamente “a los vapores extranjeros
que recorrían las costas chilenas el privilegio de practicar en ellas el comercio de
cabotaje”.217 De este modo, en plena “era portaliana”, el mentado “nacionalismo” de
los gobernantes de los decenios se expresaba en la derogación del último derecho con
que contaba la marina mercante nacional para poder desarrollarse. Esa misma ley,
legalizaba la propiedad de los barcos de bandera chilena pertenecientes a ciudadanos
extranjeros con tres años de residencia en Chile. La Ordenanza de Aduanas del 23 de
agosto de 1851 permitió también a los extranjeros hacer el comercio de cabotaje a vela,
derecho que anteriormente estaba solo reservado para los buques chilenos.
El gobierno de Montt otorgó nuevas franquicias a los buques extranjeros en 1855
y 1857. En el decreto del 28 de mayo de 1859, establecía:
Vista la solicitud de los señores Carlos Lambert y Joaquín Edwards por la cual se solicita
se agreguen los minerales de cobre en bruto a la nomenclatura de los artículos con
que los buques extranjeros puedan hacer el comercio de cabotaje (…) Considerando
que la exclusión de los buques extranjeros en el comercio de cabotaje da lugar a que se
aumenten los fletes de su transporte hasta el punto de ser onerosos para la industria
minera (…) Vengo en decretar: los minerales de cobre en bruto quedan incluidos desde la
fecha del presente decreto entre los artículos que es permitido a los buques extranjeros
transportar en el comercio de cabotaje.218
A raíz de una disposición del 8 de junio de 1859, que hacía extensiva a todos los
puertos del Norte la franquicia otorgada a los buques extranjeros para transportar no
solo minerales sino también alimentos y vestuario, los propietarios de barcos chilenos,
los armadores, capitanes y constructores navales nacionales, elevaron una protesta,
reproducida por la “Memoria de Marina” de 1862 en los siguientes términos: desde
1849 “nuevas y posteriores concesiones han venido ampliando las franquicias para las
naves extranjeras y restringiendo la acción de las nuestras (…) Pero lo que vino a dar
el golpe de muerte a la marina mercante nacional, ha sido el decreto por el cual (para
no dejar ya nada que dar) se permite hacer a todos los buques extranjeros el cabotaje,

216
Ibid., p. 84.
217
Diego Barros Arana. Un decenio de la Historia de Chile, T. II, p. 324, en Obras Completas, XV, Santiago,
1913.
218
Citado por C. Véliz: op. cit., p. 123.

127
con destino a los puertos situados al Norte de Valparaíso que son los que sostenían y
reportaban mayor provecho a la marina mercante”.219
Estos documentos refutan la tesis de que el proceso de desnacionalización de
nuestra marina mercante comenzó con la República Liberal, a raíz de la promulgación
de la Ordenanza de Aduanas de 1864, auspiciada por Courcelle Seneuil. Antes de la
llegada de este economista francés, partidario de la política económica librecambista,
la burguesía criolla aplicaba esta teoría en las principales áreas de la economía. En lo
referente a la marina mercante nacional, se expresaba no solo en la derogación de las
medidas proteccionistas sino también en la ausencia de inversiones para adquirir los
barcos que necesitaba el país.
Poderosos intereses de clase se coaligaron para impedir el desarrollo de la marina
mercante nacional. Nuestra condición de país dependiente fue aprovechada por las
potencias europeas para exigir la derogación de las medidas proteccionistas de que
gozaban los barcos chilenos. La clase dominante criolla, interesada fundamentalmente
en la exportación de sus productos agropecuarios y mineros, accedió a las exigencias de
la metrópolis con el fin de evitar roces que pudieran afectar la demanda y los precios
de las materias primas básicas. Los terratenientes y mineros no solo enviaban sus
productos al mercado mundial en buques extranjeros, sino que también presionaron
para que el comercio de cabotaje, reservado en una época para los chilenos, fuera
ejercido por naves extranjeras.
Chile tenía inmejorables condiciones geográficas y de producción para crear una
importante marina mercante nacional. Su desarrollo estaba asegurado tanto por
el volumen de las exportaciones como por el intenso comercio de cabotaje que se
realizaba entre la zona minera del Norte, Valparaíso y la región agraria y carbonífera
del sur. Pocos países de América Latina han tenido condiciones tan favorables como
Chile para el desarrollo de una marina mercante nacional. Sin embargo, la burguesía
criolla anuló esta posibilidad saboteando las medidas proteccionistas, no invirtiendo
capitales en la adquisición de modernos buques y otorgando crecientes facilidades a
las naves extranjeras.

La preponderancia de Valparaíso en el Pacífico Sur


Uno de los objetivos primordiales de la política económica de los gobiernos de
los decenios fue convertir a Valparaíso en el principal puerto del Pacífico sur. Esta
decisión se tradujo en importantes medidas relacionadas con el régimen aduanero,
los almacenes francos, la construcción de bodegas, almacenes y muelles que tenían

219
Ibid., p. 125.

128
por finalidad ofrecer mejores condiciones que otros puertos para el comercio de
exportación e importación.
La burguesía comercial chilena, en estrecha conexión con las casas importadoras
extranjeras con sede en Valparaíso, fue el motor de esta política económica impulsada
por los gobiernos de Prieto, Bulnes y Montt. Mezquinos intereses de los terratenientes
santiaguinos habían impedido el progreso de Valparaíso. En los primeros capítulos
hemos analizado las resistencias que debieron ser vencidas para lograr que la Aduana
principal fuera trasladada de Santiago a Valparaíso. Superada esta situación en la
década de 1830, Valparaíso se transformó rápidamente en la capital económica del país.
Sin embargo, para convertirse en el principal puerto del Pacífico necesitaba
desplazar a El Callao. Durante la colonia, este puerto había sido el más importante del
Pacífico por la preponderancia política del Virreynato del Perú. Valparaíso, subordinado
a Santiago, capital de la Capitanía General de Chile, dependiente en gran medida del
Virreynato del Perú, se mantuvo durante siglos como un villorrio de escasa importancia
económica. Su dependencia respecto de la capital se prolongó durante las dos primeras
décadas de la República hasta que se dispuso el traslado de la Aduana. No obstante,
esta medida no bastaba para convertir a Valparaíso en el principal puerto del Pacífico.
Era necesario que se constituyera en puerto de recalada de los barcos europeos que,
doblando por el Estrecho de Magallanes en su viaje al Oriente, debían obligadamente
anclar en las costas de nuestro continente bañadas por el Pacífico para reabastecerse
tanto en el viaje de ida como en el de regreso.
Para convertir a Valparaíso en el puerto que ofreciera mayores ventajas, había que
construir modernas bodegas y almacenes con comodidades suficientes para que los
comerciantes europeos pudieran dejar sus mercaderías en tránsito. Los almacenes de
depósito no debían cobrar tarifas excesivas. Era necesario también garantizar que los
productos dejados en tránsito no fueran gravados con aranceles extraordinarios por
los puertos de otros países del Pacífico. La ley del 27 de julio de 1832 otorgó a las naves
extranjeras garantías para el depósito de sus mercaderías en tránsito:
Quedó permitido el depósito de toda clase de mercaderías en el puerto de Valparaíso
por el espacio de tres años (…) El antiguo derecho de tránsito quedó extinguido, y las
mercaderías que se despachasen de los almacenes de aduana para el consumo interior,
no pagarían por depósito más que un real al mes por cada quintal de peso calculado (…)
Otra ordenanza estableció extensamente la reglamentación de los almacenes de depósito
y del comercio de tránsito y fijó los procedimientos relativos a la carga, trasbordo e
internación de las mercaderías, suprimiendo las trabas inútiles y embarazosas.220

220
Ramón Sotomayor Valdés. Historia de Chile bajo el gobierno del general D. Joaquín Prieto, Tomo I,
pp. 199-200, Stgo. 1993.

129
Con el fin de otorgar mayores franquicias a los comerciantes extranjeros, la ley del
8 de octubre de 1834 permitió “la importación de toda clase de mercaderías, cualquiera
que fuese su origen o procedencia”. Esta política, que demuestra hasta dónde llegaba el
“nacionalismo” de los gobiernos portalianos, se había expresado ya en 1831 cuando las
autoridades se opusieron a una petición de los artesanos santiaguinos que solicitaban
la adopción de medidas proteccionistas para artículos manufacturados en Chile, como
sombreros, calzados y muebles. “El gobierno –dice un escritor partidario de Portales–
se guardó bien de apoyar semejante demanda y la hizo refutar en El Araucano con mui
sanas i obvias razones”.221
La Ordenanza de Aduanas de 1842, promovida por el ministro Rengifo, rebajó
los derechos que pagaban los artículos manufacturados extranjeros. La ley del 12
de noviembre de 1846 autorizó al gobierno a invertir medio millón de pesos en la
construcción de nuevos almacenes para la aduana. En 1853, el arquitecto norteamericano
J. Brown terminaba la construcción de 88 almacenes de depósito, cifra que se elevó a
246 en 1854 con un costo de 1.200.000 pesos. El ingreso de mercaderías en tránsito
adquirió tanto auge que, a pesar de contar con esta cantidad de almacenes fiscales,
hubo que seguir arrendando cerca de 100 depósitos a comerciantes particulares, que
percibían aproximadamente unos 30.000 pesos anuales en concepto de arriendo.
Estas medidas convirtieron a Valparaíso en el puerto preferido por los buques
europeos para dejar sus mercaderías en tránsito. El desplazamiento de El Callao y la
preponderancia de Valparaíso en el Pacífico Sur estuvieron directamente relacionados
con la guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana en 1837-39.

La guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana


Esta guerra formó parte del proceso de división o “balcanización” de nuestro
continente. Inglaterra, Francia y Estados Unidos aprovecharon las contradicciones
entre las burguesías criollas para abondar la división de América Latina, alentando
guerras entre los países limítrofes. La guerra entre Argentina y Brasil en 1826 y la
segregación de la Banda Oriental –hoy Uruguay– de las Provincas Unidas del Río de
la Plata, constituyeron los primeros triunfos de la diplomacia inglesa para quebrar el
ideario bolivariano de unidad latinoamericana. El aislamiento del Paraguay, producto
de la negativa de Argentina y Brasil para darle una salida al mar mediante la libre
navegación de los ríos, puso de manifiesto los intereses económicos antagónicos que
ya habían comenzado a gestarse entre las burguesías de cada país latinoamericano.
La disolución de la “Gran Colombia” y la fragmentación de Centroamérica mostraron
nuevas fases del proceso de “balcanización” de nuestro continente.
221
Ibid., I, 213.

130
Las metrópolis lograron acelerar esta balcanización porque contaron con burguesías
criollas dependientes, cuyos antagonismos respondían a intereses eeconómicos que
se exacerbaron después de las guerras de la independencia.
La guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana, a solo doce años del
triunfo común sobre España en Ayacucho, puso en evidencia que las burguesías de cada
país ponían sus intereses estrechos de clase por encima de la unidad latinoamericana.
Los soldados chilenos, que se habían batido junto a sus hermanos bolivianos y peruanos
contra los últimos baluartes del ejército español, sirvieron de carne de cañón de la
clase dominante. Uno de los chilenos que en pleno ambiente “chovinista” tuvo la
valentía de retomar las mejores tradiciones del ideal bolivariano fue Pedro F. Vicuña.
En 1837, planteó en un folleto que los “intereses mercantiles” estaban dividiendo a
nuestros pueblos y que era necesario convocar a un “Congreso de todas las Repúblicas
Hispanoamericanas” para formar la “Gran Confederación Americana”.222
La mayoría de los historiadores considera que la causa fundamental de la guerra
fue el aumento de las tarifas arancelarias aplicado al trigo chileno por el gobierno
peruano y la represalia adoptada por Chile contra el azúcar peruano. Sin subestimar
la importancia coyuntural de este factor, que ha sido considerado aisladamente y de
modo unilateral, sostenemos que el motivo primordial del conflicto bélico fue dirimir
la supremacía comercial del Pacífico Sur entre Valparaíso y El Callao.
Convertir a Valparaíso en el principal puerto del Pacífico fue la tarea más importante
que se propuso la burguesía comercial chilena. Su portaestandarte fue un hombre de
sus filas: Diego Portales. La dinámica de su política tendiente a desplazar a El Calllo y
a establecer la supremacía de Valparaíso condujo a la guerra. La estrategia de Portales
está crudamente expuesta en una carta al almirante Manuel Blanco Encalada el 10 de
septiembre de 1836:
La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede
ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio.
No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos con-
federados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas,
costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo (…) La Confederación debe
desaparecer para siempre jamás del escenario de América (…) Las fuerzas navales deben
operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre
en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre.223

222
Pedro F. Vicuña. Único asilo de las Repúblicas Hispanoamericanas en un Congreso General de todas
ellas, en Colec. de Ensayos y Doc. Relativos a la Unión y Confederación de Pueblos Hispanoamericanos,
p. 224, Santiago, 1862.
223
Epistolario de Portales: Carta Nº 546 del 10 de septiembre de 1836. Recopilación y notas de Ernesto
de la Cruz y Guillermo Feliú Cruz, Tomo III, pp. 452 y 454, Santiago, 1938.

131
Los recelos de Portales tenían un contenido ideológico, de inspiración geopolítica,
que se concretó en la lucha por la supremacía comercial del Pacífico Sur, motivo
fundamental de la guerra. Las represalias adoptadas por los gobiernos al elevar las
tarifas aduaneras del trigo chileno y el azúcar peruano aceleraron el desencadenamien-
to de la guerra, pero no eran causa suficiente para provocar un conflicto bélico
internacional. Los empresarios azucareros del Perú hicieron numerosas gestiones
para detener el estallido de la guerra porque quedaban expuestos a perder el mercado
chileno, que absorbía su principal cuota de exportación. Además de oponerse a los
intentos de reemplazar la importación de trigo chileno por el norteamericano, los
productores de azúcar presionaron al gobierno de Orbegoso, un año antes del inicio
de la guerra, para que enviara un representante con el objeto de firmar un tratado de
paz; uno de estos empresarios azucareros, Antonio Joaquín Ramos, llegó a costear los
gastos del delegado Santiago Távara, facilitando 7.500 pesos al gobierno peruano para
realizar las gestiones de paz.
No obstante, la guerra no llegó a ser evitada porque la causa esencial del conflicto
no consistía en una mera lucha por tarifas aduaneras, sino por el control comercial
del Pacífico sur.
Los terratenientes chilenos fueron afectados no solo por el impuesto de tres pesos
por fanega de trigo decretado por el Perú, sino también por la disposición establecida
por el gobierno de ese país, en 1831, en orden a permitir la importación de harina
norteamericana. Sotomayor Valdés comenta el alcance de esta medida en los siguientes
términos:
Atrasada como se hallaba entonces la industria molinera y la tonelería en Chile, y acos-
tumbrado además nuestro comercio a la exportación de trigos para el Perú, la medida
indicada produjo una fuerte alarma entre los especuladores en este artículo, que era el
de mayor importancia en nuestro comercio con el Perú. Desde 1824 pesaba sobre los
trigos de Chile en el Perú un derecho aduanero de tres pesos por fanega, mientras que
antes de la independencia de ambos países este derecho había sido de un real por fanega.
Pero en tanto que había subsistido la prohibición de internar harinas en aquel país, Chile
había visto prosperar su comercio de trigos con el Perú. Una vez permitida la internación
de harinas el comercio del trigo chileno sufrió un quebranto, teniendo que soportar la
competencia de la harina norteamericana, que comenzó a invadir los mercados peruanos
(…) Además de esto, los importadores de trigo chileno fueron obligados por un decreto
especial a pagar los derechos en un plazo más angustiado y corto que el concedido a los
demás importadores de productos extranjeros.224
El impuesto de tres pesos por fanega de trigo existía desde 1824; la nueva medida
del gobierno peruano consistía en exigir el pago inmediato de este gravamen y,

224
Ramón Sotomayor V., op. cit., Tomo I, p. 387.

132
fundamentalmente, en permitir la libre internación de harina norteamericana. Esta
medida significaba a corto plazo la baja de la importación de trigo chileno que hasta
esa fecha había sido elaborado por los molineros peruanos. A medida que aumentara
la entrada de harina norteamericana, los molineros peruanos estarían obligados a
reducir la demanda de trigo chileno.
La disputa de Chile y Estados Unidos por el mercado peruano explica, en gran
medida, la posición antinorteamericana de Portales. El “nacionalismo” de Portales
tuvo buen cuidado de no manifestarse frente a Inglaterra, que era la metrópoli que
principalmente explotaba nuestra condición de país dependiente.
El gobierno de Prieto respondió a la resolución peruana, citada anteriormente,
con la ley del 16 de agosto de 1832, que impuso un derecho aduanero de tres pesos
por arroba a los azúcares y chancacas peruanas. La represalia del Gobierno peruano
consistió en establecer en agosto de 1833 que el derecho de tres pesos por fanega de
trigo debía ser pagado íntegramente en dinero. Al mismo tiempo, “en Lima forjábanse
proyectos que tenían por objeto arruinar a toda costa el comercio de tránsito que se
hacía por el puerto de Valparaíso (…) Decíase que el Perú debía imponer un derecho
adicional a las mercaderias procedentes de los almacenes de depósito de Chile, y
estimular la importación directa de los productos extranjeros, mediante derechos más
bajos. Indudablemente esta idea estaba en la mente del gobierno de Gamarra, que hacía
poco había establecido también almacenes de depósito en El Callao”.225
El gobierno peruano hizo efectivos estos planes al imponer en 1833 un recargo del
8% a las manufacturas europeas depositadas en tránsito en Valparaíso y al promover
la apertura de almacenes francos en El Callao. Como puede apreciarse, las burguesías
de ambos países centraron su disputa en ofrecer las mejores condiciones a los barcos
extranjeros que necesariamente debían dejar sus mercaderías en tránsito en algún
puerto del Pacífico. De esta disputa entre dos naciones hermanas iba a sacar buen
provecho el capitalismo europeo y norteamericano.
Otra prueba de que la lucha por la supremacía comercial del Pacífico Sur entre
Valparaíso y El Callao era el motivo fundamental de la guerra, fue la resolución del 14
de enero de 1836 del gobierno de Orbegoso que suspendió el tratado del año anterior
con Chile en el que se había establecido que los productos de ambos países pagarían
por derecho de aduana la mitad de los impuestos de internación que cancelaban otras
naciones, comprometiéndose a no gravar las mercaderías en tránsito depositadas en
los almacenes aduaneros de ambos países. En el informe del Ministro de Hacienda
del presidente Orbegoso se justificaba la suspensión del tratado de 1835 en términos
inequívocos:

225
Ibid., Tomo I, p. 388.

133
El objetivo primario que debe proponerse el gobierno es volver al puerto del Callao su
pasada consideración y preferencia para que vengan a surtirse en él, como en épocas
más felices, los negociantes de los Estados y puertos del norte en el Pacífico; por las
bases de aquel tratado quedaría siempre El Callao tributario de Valparaíso y ocupando
un lugar secundario.226
Las condiciones para el estadillo de la guerra estaban maduras. Varios hechos
coyunturales precipitaron su inicio. Uno de ellos fue el intento del general Ramón Freire
que, desde su destierro en el Perú, organizó una expedición, en 1836, para derrocar al
gobierno de Prieto, tentativa que culminó en un rotundo fracaso.
El gobierno de Chile, convencido de que la expedición de Freire había sido finan-
ciada por las autoridades peruanas, respondió con el envío de la expedición naval de
Victorino Garrido, apoderándose en agosto de 1836 de dos barcos peruanos en El Callao.
El mariscal Andrés Santa Cruz, convertido en presidente de la flamante Confedera-
ción Perú-boliviana, ordenó el arresto de Ventura Lavalle, encargado de negocios de
Chile en Perú, sin declarar expresamente la ruptura de relaciones. Firmó un tratado
con Garrido en el que se establecía que los barcos apresados quedarían en poder de
Chile hasta la firma de un tratado definitivo, comprometiéndose las fuerzas chilenas
a retirarse de las costas del Perú.
Portales, que había iniciado las hostilidades al enviar la expedición naval de Garrido,
no estaba dispuesto a renunciar a su estrategia tendiente a definir la supremacía
del Pacífico. Hizo desaprobar el tratado firmado por Garrido con el pretexto de que
el gobierno peruano no había dado explicaciones por la detención de Lavalle, y
solicitó la autorización del Congreso para declarar la guerra. Mariano Egaña, al frente
de una escuadra, partió al Perú para exigir la disolución de la Confederación y el
reconocimiento de la deuda del Perú con Chile que ascendía a unos once millones de
pesos por concepto de los empréstitos concedidos a raíz de la expedición libertadora.
Estas exigencias fueron rechazadas por Santa Cruz. La burguesía chilena declaró la
guerra en noviembre de 1837.
Las luchas intestinas del Perú favorecieron los planes del gobierno chileno. Gamarra,
que había sido presidente del Perú desde 1829 a 1833, fue desplazado por Orbegoso.
De inmediato inició la rebelión contra este gobierno, uniendo sus fuerzas a las de
Salaverry. Orbegoso, aliado con Santa Cruz, logró dominar este levantamiento; sin
embargo, las luchas fraccionales internas fueron minando las bases de la Confederación
Perú-Boliviana, creada en 1836.
El gobierno de Prieto, por su parte, adoptó una serie de medidas tendientes a
fortalecer el frente interno para garantizar el éxito de la guerra. Hizo un parlamento
con más de 20 caciques para frenar la rebelión mapuche que había resurgido en
226
Ibid., Tomo II, p. 97.

134
1837. Este tratado permitió al gobierno desplazar al Perú parte del Ejército de la
Frontera, comandado por el general Manuel Bulnes. Haciendo uso de las facultades
extraordinarias otorgadas por el Congreso, Portales impuso medidas drásticas, como
la pena de muerte contra los condenados políticos que no permanecieran en el sitio
de confinamiento; se crearon los consejos de guerra permanentes en cada cabecera
de provincia para juzgar y condenar sin apelación, de acuerdo con las leyes militares,
a los que “perturbaran” el orden público; en abril de 1837 fueron fusilados, en Curicó,
Manuel José de Arriagada, Faustino Valenzuela y Manuel Barros, a quienes se acusó de
haber promovido una conspiración contra el gobierno. Los destierros y las reiteradas
persecuciones políticas crearon un clima de descontento, que fue aprovechado por el
coronel José Antonio Vidaurre para organizar el motín de Quillota, que culminó con
el asesinato de Portales en junio de 1837.
Una nueva expedición al mando de Blanco Encalada sufrió reveses en Arequipa,
viéndose obligado el jefe militar chileno a firmar el tratado de Paucarpata, según el
cual Chile se comprometía a reconocer a la Confederación, a retirar sus tropas y a
devolver los buques apresados a cambio de un reconocimiento por parte del Perú de
la deuda contraída con Chile.
En los fundamentos hechos por el gobierno de Chile para rechazar este tratado,
estaba expresada con nitidez la causa fundamental que condujo a la guerra:
La medida más perjudicial para Chile consultada en los reglamentos de comercio de la
Confederación, consistía en imponer dobles derechos de importación a las mercaderías
que tocasen en cualquier puerto del Pacífico, antes de llegar a las costas de los Estados
confederados. El objeto evidente de esta disposición era impedir el comercio de tránsito
que se hacía por Valparaíso, en cuyos almacenes se depositaban las mercaderías
extranjeras destinadas al consumo de la mayor parte de los Estados del Pacífico.227
Reanudadas las operaciones militares, el general Bulnes desembarcó al norte de
El Callao y avanzó rápidamente hacia Lima, logrando derrotar al ejército de Santa
Cruz en Yungay el 20 de enero de 1839, en una de las batallas más sangrientas de la
historia latinoamericana: cerca de 3.000 muertos y heridos de la Confederación y,
aproximadamente, unas 1.500 bajas del ejército chileno.
Meses después, disuelta la Confederación, el gobierno peruano reducía a 1 peso y 2
reales el impuesto a la fanega de trigo chileno y Valparaíso pasaba a jugar en el Pacífico
un papel preponderante similar al de Buenos Aires en el Atlántico.

227
Ibid., Tomo III, p. 176.

135
Las clases sociales
La burguesía
Para numerosos autores, las primeras capas de la burguesía chilena habrían
surgido a mediados del siglo XIX, como producto del desarrollo económico
experimentado durante los gobiernos de los decenios. Antes de este período, habría
existido una “aristocracia feudal”, originada en la colonia, que logró imponerse
como clase dominante desde el inicio de la República. Las primeras capas burguesas,
sedicentemente generadas en la época de los decenios, serían, para estos escritores,
los mineros y comerciantes.
A nuestro modo de entender, estos sectores burgueses, a los cuales habría que
agregar a los terratenientes, habían surgido ya en al época colonial. La colonización
española, efectuada bajo el signo del capitalismo incipiente, condicionó el surgimiento
de un tipo especial de burguesía, esencialmente productora y exportadora de materias
primas, de características distintas a la burguesía comercial, mera intermediaria
de artículos, sino una burguesía minera y terrateniente que producía y financiaba
empresas que creaban valores de cambio para el mercado mundial capitalista. Las
contradicciones de estas capas burguesas con el imperio español condujeron al
estallido de la Revolución de 1810. La lucha por la Independencia política formal no fue
acaudillada solamente por los comerciantes, como se ha afirmado, sino también por
los mineros y terratenientes que, además de nuevos mercados y mejores precios para
sus materias primas, constreñidos por el monopolio comercial español, aspiraban al
control del poder político, única garantía para redistribuir en su beneficio el excedente
económico, las entradas de la Aduana e imponer una política económica que se
tradujera en el libre comercio y la rebaja de impuestos a los productos de exportación.
Después de las guerras de la Independencia, se abrió un período de consolidación
de la burguesía criolla, a raíz del aumento de la demanda de sus materias primas
provocado por las necesidades de la revolución industrial europea. La relativa
expansión económica experimentada por Chile a partir de 1845 facilitó un mayor
desarrollo de la burguesía minera, terrateniente y comercial.
El crecimiento de la burguesía minera en el Norte Chico, con la explotación de la
plata y el cobre, en la zona sur con los yacimientos carboníferos de Lota y Coronel,
puso de manifiesto el carácter capitalista, aunque atrasado, de nuestra evolución
económica. Sectores mineros más pujantes levantaron la industria fundidora del cobre.
Los terratenientes de la zona central y sur se afianzaron con la exportación de trigo
a California, Australia, Perú e Inglaterra, surgiendo una nueva capa burguesa con el
auge de la industria molinera. El aumento del intercambio comercial y la importancia
adquirida por Valparaíso en el Pacífico, luego del triunfo de Chile sobre la Confederación
Perú-Boliviana, permitió el desarrollo de una burguesía comercial y financiera.

136
Los sectores burgueses se entremezclaron, continuando con el proceso de desarrollo
combinado de la clase dominante que se había iniciado en la época colonial. Los
nuevos comerciantes de Valparaíso invirtieron capitales en la minería y en la compra
de tierras. Los latifundistas colocaron capitales en la industria molinera y abrieron
casas comerciales en las puertos y en las ciudades del interior. Numerosos mineros,
enriquecidos con la explotación de la plata y el cobre, adquirieron fundos en la zona
central. El investigador francés Claudio Gay escribía a mediados del siglo pasado:
Las riquisímas minas nuevamente descubiertas en el norte habían enriquecido a
muchas personas dispuestas por gusto a hacerse hacendados y a emplear gran parte
de sus productos en provecho de la agricultura (…) Los mineros dueños de grandes
haciendas emprenden trabajos de mayor importancia. Los unos abren grandes canales
de regadío, otros desecan vastos pantanos, y como complemento de la agricultura
industrial, la mecánica unida al vapor, levanta grandes máquinas de aserrar maderas,
y los magníficos molinos harineros que reemplazan tan ventajosamente a los tan
imperfectos y defectuosos molinos del país (…) Entre las personas que se consagran tarde
a la agricultura se hallan negociantes y mineros, los que bastantemente acostumbrados
al trabajo y al movimiento de la plata, y conociendo además los resultados de un anticipo
en una especulación, saben gastar sus capitales convenientemente para poner a sus
haciendas en un estado de gran prosperidad. Tienen más experiencia que los antiguos
hacendados del poder de estos capitales, y se apresuran a disponer de una parte de los
productos de su primitivo trabajo para crearse con ella nuevas riquezas. La experiencia
ha probado que bajo la dirección de las personas ricas y especialmente de los mineros,
es como las haciendas de escaso valor se han convertido al cabo de algunos años en un
manantial de riqueza y de grandes productos.228
Este desarrollo desigual y combinado de la burguesía criolla no eliminaba la
existencia de sectores de esa clase con intereses concretos diferentes. La burguesía
minera, salvo excepciones, consideraba en general como secundaria la inversión en la
agricultura; su actividad preponderante era la explotación de nuevas minas de plata y
cobre. Los terratenientes adquirían minas y organizaban empresas comerciales, pero
sus inversiones fundamentales las realizaban en la actividad agropecuaria. El desarrollo
combinado de la clase dominante no significaba identidad absoluta de intereses entre
terratenientes y mineros. Existían diferencias específicas entre los distintos sectores de
la burguesía que se tradujeron en partidos y fracciones políticas y en enfrentamientos
armados como las guerras civiles de 1851 y 1859.
Sin embargo, los choques entre las capas burguesas se amortiguaban porque
todas estaban comprometidas en una política económica cuyo denominador común
era la economía de exportación. Tanto los mineros como los terratenientes estaban
interesados en rebajar los derechos de exportación de sus productos y en disminuir
los gravámenes a los artículos manufacturados importados de Europa.
228
Claudio Gay, op. cit., Agricultura. Tomo I, pp. 32, 36 y 106.

137
Algunos autores han sostenido que los mineros representaban la corriente burguesa
“progresista” y que los terratenientes eran la capa feudal retrógrada. Los choques que
existieron entre estos sectores de la clase dominante no autoriza a otorgar patente
de progresividad a una burguesía minera que se coludió con los terratenientes para
impedir la reforma agraria y la creación de la industria nacional. La burguesía minera
chilena jugó un papel distinto al desempeñado por la burguesía industrial europea.
Mientras ésta, en lucha con las supervivencias feudales, hizo la reforma agraria y creó
un mercado interno, a la medida de sus intereses manufactureros, la burguesía minera
chilena, combinada con los terratenientes y comerciantes, se dedicó exclusivamente
a consolidar la economía exportadora dependiente, heredada de la colonia. Con el fin
de lograr un aumento de la demanda y de obtener mejores precios para el cobre y la
plata, apoyaron a los gobiernos que favorecieron la introducción indiscriminada de
manufacturas extranjeras, liquidando de esta manera las posibilidades de crear una
industria nacional. La burguesía minera, al igual que la terrateniente, contribuyó a
hundir nuestra incipiente marina mercante nacional, al respaldar a los gobernantes que
otorgaron crecientes franquicias a las naves extranjeras. No promovió ninguna medida
proteccionista significativa que permitiera liberarnos de nuestra condición de país
dependiente. La burguesía minera fue librecambista, del mismo modo que lo fueron
los terratenientes, porque esta teoría fundamentaba los intereses de la economía de
exportación. El liberalismo económico fue uno de los principales componentes de la
ideología burguesa criolla, que se hizo más europeizante a medida que se consolidaban
los lazos de dependencia con el Viejo Mundo.
Los terratenientes –que ni siquiera en la época colonial pueden ser comparados
con los señores feudales, a pesar de sus exterioridades formales como los títulos de
nobleza– se consolidaron en el período de los decenios como una capa burguesa,
especialmente el sector de los molineros. Sus intentos de modernización se expresaron
en la compra de nueva maquinaria para aumentar la producción que requerían los
mercados de Europa, Australia y California.
El viajero Poepping testimoniaba hacia 1830 el inicio de este proceso de mecaniza-
ción del agro: “Ahora se han importado frecuentemente desde Europa o la América del
Norte, o se han imitado en el país, arados ingleses y alemanes, en parte provistos de
mejoramientos introducidos por una experiencia más perfecta”.229 Desde 1840 a 1860
se importaron numerosas trilladoras. Claudio Gay escribía a mediados del siglo pasado:
Don Manuel Beauchef ha introducido una costosa máquina de trillar a vapor de forma
portátil; don Agustín Eyzaguirre ha planteado otra máquina fija para el mismo uso movida
por una rueda hidráulica y don José Vargas ha hecho un viaje a los Estados Unidos con el
solo objeto de mandar construir arados modernos y ha llevado a Chile cuatro máquinas

229
E. Poepping, op. cit., p. 131.

138
de trillar movidas por caballos con las que se promete trillar hasta 100 fanegas diarias.
Los señores Larraín y Gandarillas han hecho su última cosecha con máquinas de segar
obteniendo los más brillantes resultados; los señores presidente y vicepresidente de la
Sociedad de Agricultura han practicado en el mismo sentido no menos lisonjeros ensayos,
y la siega por medio del sistema de las máquinas ha llegado hasta las llanuras centrales
del Maule donde el joven agricultor don Juan de la Cruz Vargas ha empleado dos de
estas máquinas de la acreditada fábrica de Mac Cormick (…) En los últimos tiempos, el
general Bulnes ha comprado una máquina de trillar por la que ha pagado 15.000 francos
(…) Una de las provincias que se ha distinguido adoptando esta clase cle progreso es la
de Concepción. Hoy se cuentan en ella por centenares los arados extranjeros que ha
adquirido, cuando hace cerca de doce años ni tan siquiera los conocía.230
Los terratenientes constituyeron el primer sector de la clase dominante que se
organizó en una entidad de apariencia profesional. Bajo el impulso de José Miguel de la
Barra, en 1818 fue creada la Sociedad de Agricultura, cuyas peticiones de fundar la Caja
de Crédito Hipotecario, bancos de fomento agrícola y modernización de la explotación
agraria fueron en gran medida acogidas por los gobiernos de Bulnes y Montt. El carácter
de clase de la Sociedad de Agricultura fue denunciado por José Miguel Infante desde
las páginas de El Valdiviano Federal,231 hecho que merece el siguiente comentario de
Gonzalo Izquierdo, autor de un reciente ensayo sobre el tema:
Al revisar los estatutos de la Sociedad, Infante se manifiesta como un celoso defensor
de las instituciones de origen popular y temeroso de la interferencia de los poderosos.
Asegura que la Sociedad pretende usurpar los derechos y obligaciones de las Munici-
palidades; piensa que la Sección de legislación agrícola está diseñada para realizar una
labor que le corresponde a los Cuerpos Legislativos y no a una corporación privada (…)
Infante vuelve al ataque (en 1842) afirmando que el origen de la Sociedad de Agricultura
no está en el pueblo, sino en el poder, lo que constituye un peligro para la libertad.232
La política crediticia de los gobiernos de los decenios favoreció fundamentalmente
a los terratenientes. En la Memoria presentada al Congreso Nacional de 1860, el
presidente Montt manifestaba: “La Caja de Crédito Hipotecario ha emitido hasta la
fecha la cantidad de cuatro millones ochocientos noventa y cuatro mil seiscientos
pesos”.233 En 1859, se otorgaron 58 créditos a los terratenientes por valor de $ 1.025.000
distribuidos en 50 fundos rústicos y 8 predios urbanos, repartidos en su mayoría en
agricultores de la zona central.

230
Gay, op. cit., Agricultura, Tomo I, pp. 222-224.
231
Gonzalo Izquierdo. Un estudio de las Ideologías Chilenas. La Sociedad de Agricultura en el siglo
XIX, p. 43, CESO, Fac. de Ciencias Económicas de la U. de Chile, Santiago, 1968. Cita números de El
Valdiviano Federal: el Nº 131 de junio de 1838 y el Nº 187 del 7 de octubre de 1842.
232
Ibid., p. 43.
233
Documentos Parlamentarios. Discurso de Apertura en las Sesiones del Congreso y Memorias Minis-
teriales, VIII, p. 4, Imp. del Ferrocarril, Santiago, 1861.

139
Estas y otras medidas del gobierno de Montt en favor de los terratenientes, señaladas
en páginas anteriores, desmienten las versiones de quienes pretenden presentarlo como
un gobernante que enfrentó a los latifundistas por haber decretado la abolición de los
mayorazgos en 1852. En rigor, hacia mediados del siglo XIX, los propios terratenientes
consideraban al mayorazgo como una institución obsoleta. Cuando el gobierno aprobó
su abolición, los escasos mayorazgos que subsistían no opusieron resistencia.
Los terratenientes habían aumentado la extensión de sus fundos sin necesidad de
recurrir al mayorazgo. A mediados del siglo pasado, Gay escribía:
Algunas de las propiedades que contaban, no hace mucho, más de 100.000 cuadras,
conservan todavía una extensión muy considerable. En 1830, no se hallaban más
que algunas de 200 cuadras, las demás tenían muchos miles. La de Las Canteras, que
pertenecía al ilustre O’Higgins y que hoy día se halla en poder de un chileno no menos
recomendable, el general Bulnes, cuenta 36.000 cuadras, aparte de los terrenos de las
cordilleras que son inmensos; la de Longaví, de los antiguos jesuitas, hoy de los señores
Mendiburu, cerca de 80.000; la de La Compañía, que pertenecía también a los jesuitas,
posee todavía más, y entre ellas 9.000 que son de llanura y de riego gracias a su digno e
inteligente propietario actual don Juan de Dios Correa.234
Antes de la conquista definitiva de la Araucanía, unos 2.000 latifundistas poseían
más del 70%, de la tierra cultivada. El Mercurio del 29 de mayo de 1861, comentaba:
Nos parece necesaria la división o fraccionamiento de la propiedad agraria, tanto porque
obraría en favor de los deudores y acreedores, cuanto porque permitiría a los pequeños
capitalistas llegar a ser propietarios, como también porque la producción aumentaría
con el cuidado más inmediato y más prolijo que se puede dar a un pequeño fundo, y al
mismo tiempo, porque esta medida sería una revolución pacífica hecha en la propiedad
territorial.235
Los terratenientes derrocharon parte de la plusvalía extraída a los campesinos
chilenos en viajes a Europa y en mansiones que pretendían estar a tono con el esplendor
parisino o londinense. Vicuña Mackenna escribía en El Mensajero de la Agricultura:
Qué hemos hecho en ocho años de prosperidad agrícola, esto es de prosperidad nacional
por el bien de la agricultura. Nada o casi nada. La tierra nos ha dado trigos, los pastos nos
han dado grasa y charqui; pues nosotros nos hemos dado brocatos, dorados carruajes
parisienses, lacayos engalanados (…) Cada hacienda ha dado los materiales para un
palacio en la capital.236

234
Gay: op. cit., Agricultura, Tomo I, p, 87.
235
Citado por Hernán Ramírez N. Historia del Movimiento Obrero. Siglo XIX, p. 93. Ed. Austral, Santiago,
1955.
236
Ibid., p. 52.

140
Encina sostiene que “en 1855 se calculaba en $ 8.000.000 el valor de las casas
construidas solo en Santiago y de los menajes comprados en Europa para amoblarlas.
El amoblado de salón de uno de los palacios de Santiago costó $ 33.000”.237 El pintor
francés Raymond Monvoisin, llegado a Chile en 1843, iba a dejar estampada en su
prolífica producción la imagen que quisieron dejar para la posteridad las familias de
la clase dominante chilena.
La burguesía comercial tuvo un significativo florecimiento durante los gobiernos
de los decenios. La preponderancia adquirida por Valparaíso en el Pacífico fue el
factor decisivo para la consolidación de un fuerte núcleo de comerciantes mayoristas,
dedicados a la importación y distribución de productos manufacturados. Algunos se
asociaron con extranjeros residentes en el país para fletar barcos que hacían el comercio
de cabotaje. Otros levantaron bodegas para almacenar los artículos que los buques
extranjeros dejaban en tránsito, negocio de arriendo que dejaba suculentas ganancias.
El relativo desarrollo económico experimentado por Chile a partir de 1845 pemitió el
surgimiento de importantes casas comerciales no solo en Valparaíso, sino también en
Santiago y Concepción, que además de vender los artículos europeos de consumo,
distribuían la maquinaria moderna importada para atender los nuevos requerimientos
de la producción agraria y minera en ascenso.
Los intereses de la burguesía comercial fueron notoriamente favorecidos con la
creación del Consulado o Tribunal de Comercio el 29 de mayo de 1839. La composición
de este tribunal reflejó la importancia social y política que había adquirido la alta
burguesía comercial, pues el Reglamento acordado por el gobierno establecía:
En el mes de diciembre de cada año debían reunirse los treinta comerciantes ciudadanos
que hubieran pagado mayor cantidad de derechos en el año anterior, y formar, a
pluralidad absoluta de sufragios, una lista de dieciséis personas, a lo menos, en quienes
concurrieran las cualidades necesarias para ser miembro del consulado; y esta nómina
sería presentada al jefe político de la ciudad, para que éste la dirigiera al Gobierno
con el informe que tuviera a bien, pudiendo añadir a la lista los nombres de aquellos
comerciantes de notorio mérito que se hubieran omitido.238
Algunos comerciantes se convirtieron en financistas de empresas mineras en el
Norte Chico. Eran los llamados “habilitadores” o “aviadores”, cuyo papel rebasaba los
marcos del capital meramente usurario, convirtiéndolos en una especie de banqueros
que anticipaban capitales a los pirquineros para la producción minera. Pérez Rosales
señalaba que “existe en las ciudades una multitud de almacenes de depósitos provistos
de todo lo que puede ser necesario a la explotación. Estas casas se ocupan no solo de
la venta directa de sus mercancías, sino que además suministran a los mineros que
237
Encina, XIII, 521.
238
R. Sotomayor Valdés, op. cit., Tomo IV, p. 214.

141
no tienen con qué comprar al contado, los víveres y útiles que necesitan (…) Además
de estos establecimientos, hay en las ciudades casas de comercio que compran los
minerales y metales. Son conocidas bajo el nombre de casas de rescate. Gracias a las
ganancias enormes que realizan, se forman en muy pocos años enormes fortunas.
Ellas son, regularmente, las que suministran capitales a los habilitadores e imponen un
oneroso tributo al trabajo por los precios módicos a los que se hacen dar los productos
de las minas”.239 Agustín Edwards, prototipo del “habilitador”, constituyó junto a los
Ossa, Bezanilla, Mac-Clure, el primer núcleo de la burguesía financiera que tuvo un
acelerado desarrollo con la creación de los primeros bancos autorizados por el gobierno
a fines de la década de 1850.

La pequeña burguesía
Los estratos medios tuvieron un desarrollo progresivo durante la época de los
decenios. Las crecientes necesidades de las ciudades, del comercio interior, de la
educación y de la administración pública fueron los factores fundamentales que
determinaron un crecimiento de las capas medias. La burocracia funcionaria engrosó
sus filas como consecuencia de las medidas de reforzamiento del aparato estatal. Bajo
la administración de Montt, especialmente, aumentó el número de maestros a raíz
del apoyo dado a la educación pública. De la Universidad de Chile y de las escuelas
técnicas y normales surgió un sector importante de profesionales que contribuyeron
a los planes de desarrollo de la burguesía criolla.
La nueva intelectualidad, expresada en la generación literaria de 1842, tuvo en sus
filas no solo hombres surgidos de la burguesía, sino también de las capas medias que, a
través de la Sociedad de la Igualdad de 1850, plantearon programas de avanzada social.
Sin embargo, la mayoría de los estratos medios eran manipulados electoralmente por
los partidos burgueses a través de prebendas y cargos públicos, de licencias y patentes
comerciales.
El crecimiento demográfico y económico de Santiago, Valparaíso y Concepción
permitió el desarrollo de una pequeña burguesía urbana, integrada básicamente por
comerciantes minoristas, dueños de talleres artesanales, de panaderías, curtiembres,
etc. Asimismo, la apertura de grandes casas comerciales y de numerosas oficinas de
las empresas mineras y agrícolas contribuyó a un aumento paulatino del número de
empleados particulares.
El auge minero dio lugar al desarrollo de otro sector social que puede caracterizarse
como estrato medio por el papel que juega en la producción. Nos referimos a los
pirquineros acomodados que trabajaban minas por encargo de sus dueños o por el

239
Vicente Pérez Rosales. Ensayo de Chile, p. 446, Imp. del Ferrocarril, Santiago, 1859.

142
sistema de “habilitación”. En los centros poblados alrededor de las minas surgieron
también pequeños comerciantes que establecían pulperías o recorrían otras zonas
mineras más alejadas vendiendo ropas, alimentos y herramientas. A estas capas
medias hay que agregar la pequeña burguesía rural que será analizada cuando hagamos
referencia al campesinado.

El artesanado
Este sector social sufrió importantes transformaciones durante las primeras
décadas de la República. Ya no se constituía en corporaciones cerradas, como en la
época colonial, sino en agrupaciones más flexibles y de mayor movilidad social.
Los requerimientos cotidianos de los habitantes de las ciudades facilitaron un
aumento cuantitativo del número de artesanos zapateros, sombrereros, sastres,
talabarteros, pintores, carpinteros, albañiles, ebanistas, herreros, tipógrafos, etc. La
progresiva actividad comercial de Valparaíso permitió el desarrollo del gremio de
lancheros y fleteros. El Mercurio de Valparaíso, en su edición del 19 de diciembre de
1942, señalaba: “Hay mil pequeñas industrias que proporcionan y los que la ejercitan
en ellas, medios de subsistencia cómodos. Obras de ferretería, talabartería, zapatería,
etc., satisfacen las necesidades de la capital y proveen de artefactos a las provincias.
Lo primero que se observa es que la industria es todavía fraccionaria, individual”.240
Estos talleres artesanales sufrían la competencia de los artículos manufacturados
extranjeros que principiaron a entrar en forma masiva a partir de la década de 1820.
En numerosas oportunidades, los artesanos solicitaron leyes proteccionistas. En 1831,
los artesanos santiaguinos exigieron la adopción de medidas tendientes a proteger
la incipiente industria nacional de sombreros y calzado. Hacia 1850, Martín Palma
manifestaba: “En el momento que escribimos estas líneas, vemos a maestros artesanos
solicitar del Gobierno leyes prohibitivas para las manufacturas extranjeras que vienen
a hacer competencia a las nuestras”.241 Las medidas proteccionistas solicitadas por los
artesanos fueron rechazadas por los gobiernos de la burguesía criolla, comprometidos
con las metrópolis en una política librecambista que facilitaba la entrada indiscriminada
de artículos extranjeros.
La primera “Asociación de Artesanos” fue creada en 1828 por Victorino Laynez.
A pesar de la represión burguesa, que aplastó este primer ensayo de organización,
los artesanos redoblaron sus intentos de agremiarse. En 1851, se fundó la Unión de
Tipógrafos, comenzando el período de las organizaciones de carácter mutualista, cuyo
líder fue Fermín Vivaceta.
240
Citado por Marcelo Segall. Las luchas de clases… op. cit., p. 31.
241
Martín Palma. El cristianismo político o reflexiones sobre el hombre y las sociedades, p. 79, Santiago,
febrero de 1858.

143
Los artesanos, que habían logrado adquirir ciertos derechos cívicos al integrar
la guardia cívica, constituyeron una clientela política fomentada por los partidos
burgueses. Algunos fueron iniciados en las Logias francmasónicas y canalizados por el
movimiento liberal. Otros, más radicalizados, se incorporaron a la Sociedad Caupolicán,
organizada por Manuel Guerrero en 1845, y, posteriormente constituyeron la base
de sustentación social de la Sociedad de la Igualdad. Allí adquirieron los primeros
conocimientos sobre la “cuestión social”, que los condujeron a la praxis política le las
revoluciones de 1851 y 1859.

El proletariado
El proletariado chileno, surgido ya en el último siglo de la colonia a raíz de la
implantación del régimen del salariado minero, tuvo durante la primera mitad del
siglo XIX un relativo desarrollo, especialmente en la zona minera del Norte Chico,
donde se consolidaron las relaciones sociales de producción capitalista. En la década
de 1850-60 surgió un nuevo sector proletario, constituido por los obreros carrilanos
que trabajaban en la construcción de las primeras vías férreas del norte y de la región
central. La expectativa de obtener mejores sueldos en esta nueva actividad promovió
una corriente migratoria hacia las zonas donde se construían los primeros ferrocarriles.
Fue famoso el caso del campesino Mutra, que anduvo a pie desde Concepción hasta
Atacama para trabajar en el ferrocarril de Caldera a Copiapó. En la construcción de
las vías férreas se empleaban miles de trabajadores. En el ferrocarril de Santiago a
Valparaíso llegaron a trabajar más de 10.000 peones.
Durante los decenios surgieron también nuevas capas proletarias en las explota-
ciones carboníferas, en el sector terciario de las ciudades, en la industria molinera y
en algunas empresas agrícolas de la zona central.
El descubrimiento y explotación de nuevas minas de plata y el nacimiento de la
industria fundidora del cobre permitió un acrecentamiento del proletariado minero.
Si bien no tenía todas las características del proletariado industrial europeo, expresaba
de modo peculiar el proceso de desarrollo capitalista chileno en los sectores más diná-
micos de la producción. El régimen del salariado se hizo preponderante en la principal
actividad económica del país: la minería. El sistema de ficha-salario, investigado con
acuciosidad por Marcelo Segall, demuestra la generalización de las relaciones sociales
de producción capitalista implantadas a mediados del siglo pasado. Este sistema
facilitaba la acumulación originaria del capital porque mediante el pago de parte o de
todo el salario en fichas, la burguesía obligaba al proletariado a comprar los alimentos
y vestimentas en las pulperías abiertas por los propios empresarios, quienes de este
modo se apropiaban no solo de la plusvalía o trabajo excedente sino también de parte
del trabajo necesario.

144
Los trabajadores procuraban resarcirse de esta explotación redoblada mediante
la “cangalla”, que consistía en una especie de expropiación de minerales hecha por el
obrero para venderlo a los “cangalleros” o contrabandistas de minerales.
La cangalla o sustracción –decía Roberto Hernández– es una pequeña parte del rico
montón de la cancha sacado a pulso del fondo de la labor, no es robo sino contrabando.
La teoría del minero es que el metal lo da el cerro, y que el cerro, como todo lo que forma
el territorio, es más o menos propiedad común del chileno. Y de aquí viene que el apodo
de cangallero no es ofensa. Al grito de ‘ladrón’, el puñal brillaría en las manos del roto
minero pero el motejo de ‘cangallero’ es recibido con sonrisas, o con un gracioso ¿idei?242
Los salarios del proletariado minero eran más altos que los de otros sectores de
trabajadores. Hacia 1850, los barreteros ganaban entre 25 y 50 pesos mensuales y los
peones unos 10 pesos aproximadamente. Un aviso colocado por el Intendente de
Copiapó, José Francisco Gana, con el objeto de obtener mano de obra para la produc-
ción minera en expansión, proporciona interesantes antecedentes acerca del régimen
de salarios. El aviso decía:
Un peón gana en Copiapó un sueldo de diez a doce pesos por mes rayado, con almuerzo,
comida y cena. En las obras por tareas gana mas de doce pesos. Un peon barretero gana
25 y 50 pesos, trabajando por varas. El peon que es casado puede contar con seguridad
que su mujer ganará plata de lavandera, cocinera, costurera o vivandera (…) Todo capitán
de buque que conduzca a su bordo, peones, gañanes de los puertos de Coquimbo, ganará
por el pasaje de cada uno cinco pesos, si viene solo y si con su mujer, media onza de oro.243
El régimen de trabajo y los abusos cometidos por la burguesía en las explotaciones
mineras han quedado estampados en los relatos de varios escritores de la época, como
testimonios incontrovertibles de este período de acumulación originaria de capital.
En el artículo “Mineral de Chañarcillo”, publicado por El Mercurio del 2 de febrero de
1842, Jotabeche manifestaba:
A la vista de un hombre desnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda
ocho, diez y doce arrobas de piedras, después de subir con tan enorme peso por aquella
larga sucesión de galerías, de piques y de frontones; al oir el alarido penoso que lanza
cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza
más maldita que la del hombre.244
En su Viaje alrededor del mundo, Darwin, a su paso por Chile, comprobó este
régimen brutal de explotación de los mineros, quienes “ganan 30 a 35 francos mensuales

242
Roberto Hernández. El roto chileno, p. 72, Valparaíso, 1929.
243
Ibid.
244
Citado por Marcello Segall. Las luchas de clases… op. cit., p. 19.

145
y no salen de la mina más que una vez cada tres semanas, muy bien vigilados para que
no vayan a llevar oro entre las ropas”.245
Los mineros –describía Pérez Rosales– cargando en sus espaldas un gran saco de cuero
lleno de trozos de piedra y de metal, recorren las galerías subterráneas, con una luz
al extremo de un palo para ver dónde ponen los pies y trepan sobre los resquicios de
los más espantosos precipicios hasta la superficie del suelo, donde no hacen más que
arrojar su pesada carga para volver a bajar otra vez a fin de repetir esta operación, tan
lenta como inhumana.246
Las huelgas y rebeliones del proletariado minero, cuya tradición de lucha se remonta
ya al último siglo de la colonia, se manifestaron en forma reiterada durante la época
de los decenios; fueron motivadas principalmente por incumplimiento y postergación
de la fecha de pago, mal trato, falta de viviendas y por una mayor seguridad en los
laboreos más peligrosos de las minas. Una de las más importantes rebeliones fue la
de Chañarcillo en 1834.
Dos grandes contratiempos –escribía Sayago– tuvo Chañarcillo en sus primeros años
de explotación: el alzamiento de los peones y el cangalleo (…) Habitaciones rústicas,
faenas sin cerco, y mucha riqueza en extracción, daban margen a esos desórdenes que
más de una vez pusieron a la peonada casi en el señorío del mineral, haciéndose preciso
mantener allí una fuerte guarnición que, andando el tiempo, se encomendó a tropa
del ejército de línea. Pero, si a fuerza de bayonetazos y de descargas de fusiles, se logró
contener los desmanes de los operarios revueltos en masa, no fue posible contener el
cangalleo.247
Otras rebeliones mineras fueron comentadas por el exiliado argentino Domingo
Faustino Sarmiento en un artículo publicado por El Nacional de Santiago, en su edición
del 14 de abril de 1841:
Los alzamientos con el manifiesto designio de saquear las faenas y cometer todo género
de excesos, empiezan a hacerse tan frecuentes, no obstante la presencia del juez, que
suele ser un militar con fama de valiente para que sea respetado, y del destacamento
de línea que reside en la Placilla, para mantener el orden, que los mayordomos temen
por su vida.248
Los Reglamentos, como el de Chañarcillo en 1837, que imponían castigos severos
a los trabajadores que reclamaban, o protestaban por el régimen de explotación, no

245
Ibid., p. 19.
246
Vicente Pérez Rosales. Ensayo sobre Chile, pp. 435-436. Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1859.
247
Carlos María Sayago. Historia de Copiapó, p. 372. Imprenta Atacama, Copiapó, 1874.
248
Domingo F. Sarmiento. Chile, descripciones, viajes, espisodios, costumbres, p. 23, Eudeba, Buenos
Aires, 1961.

146
lograron paralizar las luchas del proletariado minero. Las expresiones más relevantes
de esta agudización de la lucha de clases fueron el conato de alzamiento de 1847 en
Atacama, encabezado por los mineros Perines, Flores y Agüero y la participación
política en las revoluciones de 1851 y 1859, en las que los obreros ocuparon numerosas
minas del Norte Chico.

El campesinado
Las principales capas del campesinado chileno –pequeños propietarios, inquilinos,
medieros y peones– surgidas en la época colonial sufrieron importantes transformacio-
nes hacia mediados del siglo XIX. La falta de estadísticas precisas no permite establecer
el peso específico que jugaba cada uno de estos sectores en el proceso productivo.
Basado en el Censo de 1854, Claudio Gay estimaba que la población activa del campo
era aproximadamente de 250.000 personas, sin precisar el número de latifundistas,
de medianos y pequeños propietarios, de inquilinos, medieros y obreros agrícolas.
En el folleto escrito en 1860 por A. Cochut, francés que estuvo varios años en Chile,
se afirmaba: “Con el título de agricultores están comprendidos en número de 115.000
todos los que se ocupan de manera permanente de la explotación de la tierra como
propietarios, arrendatarios o inquilinos; como auxiliares para los trabajos rurales se
cuenta un grupo de 146.000 con el nombre de peones, jornaleros de trabajo”.249 Si bien
es cierto que había aumentado el proletariado rural, a raíz de las nuevas relaciones
de producción capitalista, esta cifra de 146.000 obreros agrícolas es evidentemente
exagerada.
La pequeña burguesía rural experimentó un relativo crecimiento a mediados del
siglo pasado en algunas zonas del país. Según Baraona, Aranda y Santana, desde
comienzos del siglo XIX se produjo en el valle de Putaendo –ubicado en la provincia
de Aconcagua– un aumento del número de pequeños propietarios: “Si se compara los
cuadros de 1809 y 1869-1878, se observa que la subdivisión de la tierra ha aumentado
extraordinariamente”.250 Este fenómeno fue el resultado del reparto de las herencias de
propiedades medianas entre numerosos descendientes. “La práctica de las reparaciones
conduce a la subdivisión de tierras a un grado tal que, en 1869-1878, el 78,3% de los
predios tabulados mide menos de media cuadra. La explotación de terrenos de estas
dimensiones se hace poco remunerativa y, en los casos extremos, antieconómica. El
campesino se ve obligado a comprar otras tierras que lo harán propietario de terrenos

249
A. Cochut. Chile en 1859, publicado en la Revue des deux Mondes, tomo 24, y reproducido en Chile
por la Imp. Nacional, Santiago, 1860.
250
Rafael Baraona, Ximena Aranda y Roberto Santana: “Valle de Putaendo”, Estudio de estructura agraria,
p. 205, Inst. de Geografía de la Universidad de Chile, Santiago, 1961.

147
separados. Tal es el origen de la propiedad discontinua o fragmentada”.251 Paralelamente
a este proceso, que no podría generalizarse al resto del país hasta que no sea confirmado
por nuevas investigaciones, la política de colonización de las tierras del sur, impulsada
por los gobiernos de Bulnes y Montt, en detrimento del pueblo mapuche, permitió no
solo una expansión de los latifundistas sino también el desarrollo de una pequeña y
mediana burguesía rural en la zona de la Frontera. En Valdivia, donde fueron radicados
los colonos alemanes, se produjo la rápida transformación de algunos en latifundistas,
convirtiéndose los restantes en medianos y pequeños burgueses. La ley de colonización
de 1845 establecía para esa zona hijuelas de doce cuadras para el padre y seis para cada
hijo varón mayor de 10 años.
En las cercanías de las ciudades se afianzaron los pequeños y medianos propietarios
dedicados principalmente a la explotación de los productos de chacarería que requerían
las crecientes necesidades urbanas.
Claudio Gay hace referencia a otro sector social que constituía un estrato medio
rural acomodado. Era el de los arrendatarios de predios agrícolas. Hacia 1860, existían
campesinos que alquilaban tierras y pedían dinero prestado para iniciar la producción:
Las personas que toman por lo general estos arrendamientos son jóvenes, las más de
las veces acomodados (…) Las personas que en los últimos tiempos [1850-60] se han
enriquecido por medio de esta clase de arrendamientos, forman un número considerable
y a causa de esto se ha subido el valor del arriendo. Sin embargo, para los gastos de entrada
y los de las primeras explotaciones tienen necesidad de pedir dinero prestado por el que
pagan el 12 y hasta el 15, pero nunca menos del 10% (…) Los arrendamientos se hacen
en dos épocas, en marzo y en abril para la siembra, y en octubre que es cuando tienen
lugar los rodeos para la clasificación y la separación del ganado. El nuevo código civil no
ha fijado su duración, la que depende enteramente de la voluntad de los contratantes;
pero la costumbre más antigua es que dure nueve años y algunas veces diez (…) Por lo
demás, los arrendamientos se presentan en Chile bajo diferentes formas, que las leyes
no han creído deber especificar porque entran en la categoría de la ley general. Así pues
se hacen algunas veces de modo que el arrendatario pueda disfrutar de ellos después
del primer plazo mediante un ligero aumento de precio; o bien con derecho a realquilar
algunas partes de la hacienda.252
Estas referencias de Gay demuestran formas de renta capitalista de la tierra que se
daban en Chile a mediados del siglo pasado; sin embargo, no existen investigaciones
exhaustivas que permitan sacar conclusiones acerca del papel que jugaban estos
arrendatarios –que obviamente eran diferentes a los tradicionales inquilinos– en el
total de la producción agrícola.

251
Ibid., p. 213.
252
Gay: op. cit., Agricultura, Tomo I, pp. 116-117.

148
Los “medieros” adquirieron mayor importancia con la expansión agrícola producida
después de la década de 1850. Bauer manifiesta que en este período el cultivo del
cereal “aumenta la interdependencia económica entre los fundos y la sociedad rural
de bajo ingreso, y hace que las relaciones se establezcan cada vez más sobre la del
dinero efectivo. Una parte del fundo era entregada a medieros, los cuales, como el
término lo indica, normalmente compartían el producto de las cosechas a medias con
el propietario. Había variaciones locales en los tratos de mediería. En algunos casos,
el fundo anticipaba la semilla o suministraba los animales de trabajo; en otros casos
pagaba la mitad del costo de la trilla o los salarios de los obreros extras que se requerían
para la cosecha. Aparte de esto, con frecuencia el propietario daba también anticipos a
cuenta de la futura cosecha. Esta práctica se llamaba venta en yerba o venta en verde, es
decir, la venta por parte del mediero de la planta al estado verde o con el grano formado,
pero sin cosechar (…) Esta comercialización a futuro estuvo muy difundida, ya que es
raro encontrar inventarios de alguna hacienda grande en la cual no existan listas de
una cantidad de transacciones en las cuales se anticipe dinero contra la cosecha”.253
El sistema de “mediería” permitió a los terratenientes obtener una mayor produc-
ción agrícola y a un costo muy bajo, sin correr ningún riesgo. Compraban “en verde” a
mitad de precio, como lo demuestran documentos de la época, no necesitaban hacer
importantes inversiones de capital y se aseguraban la producción y comercialización,
porque los “medieros” estaban comprometidos a venderles sus productos.
El “inquilinaje”, régimen del trabajo preponderante en la explotación de la tierra,
experimentó durante el siglo XIX algunos cambios. De la primera fase (1690-1760)
en que el inquilino en calidad de arrendatario pagaba un canon en especies, se pasó
a fines de la colonia al sistema de pago en dinero. El terrateniente aprovechaba el en-
deudamiento del inquilino para exigir el pago del arriendo en trabajo. El inquilino debía
trabajar en la hacienda del latifundista para cancelar el canon, o enviar un familiar,
o contratar un sustituto u “obligado”. El inquilino, que comenzó siendo un pequeño
productor “independiente”, se convirtió durante el siglo XIX en un campesino con
tendencia a una semiproletarización. Los inquilinos y sus familiares comenzaron a
trabajar en todas las faenas agrícolas y a percibir un cierto jornal y regalías, además
del pequeño pedazo de tierra que le asignaba el terrateniente. Schejtman señala que:
La mantención de un margen de regalías productivas (tierra y talaje) no obedece sino
a las necesidades de adscribir al trabajador a la hacienda, evitando que se sume al
contingente migratorio hacia áreas de creciente demanda de trabajo (…) Asistimos en
esta etapa, como tendencia general, al desarrollo del carácter productor (o la disminución
del carácter rentista) de la empresa patronal y a la transformación del inquilino, de

253
Arnold J. Bauer, op. cit., pp. 204-206.

149
inquilino-arrendatario, con canon en trabajo, en inquilino trabajador, con salario mixto
(dinero y regalía).254
Gay señalaba en 1860 que en algunas haciendas trabajaban más de mil inquilinos,
a quienes se les pagaba una parte de su salario nominal en dinero y el resto en
mercancías o víveres evaluados a precios muy subidos. Vicuña Mackenna confirma
esta apreciación en su estudio sobre el estado de la agricultura en Chile a mediados
del siglo pasado al señalar que el inquilino muchas veces no recibe su pago en plata,
sino en géneros o comestible, que se le obliga a tomar a un precio más subido que en
cualquier otra parte.255
Las nuevas relaciones sociales de producción implantadas por algunas empresas
agrícolas durante los decenios, determinaron un relativo crecimiento del proletariado
rural en la zona centro-sur. Los obreros que laboraban en la industria molinera,
promovida en la década 1850-60, fueron la expresión más relevante de este proceso. Sin
embargo, estas relaciones sociales de producción nítidamente capitalistas, introducidas
por un grupo de empresarios, no constituían aún la tendencia predominante de la
explotación agropecuaria.
El régimen del salariado campesino fue implantado en las haciendas más modernas
y coexistía con el sistema de inquilinaje. El aumento de la demanda mundial de trigo
y otros cereales determinó un cierto proceso de mecanización del agro que requería
mano de obra especializada. Por otra parte, la incorporación de campesinos a las
nuevas obras públicas, especialmente ferrocarriles, en calidad de obreros, obligó a los
terratenientes a elevar los salarios para evitar la migración de la fuerza de trabajo. “El
obrero rural ganaba antes de 1850 entre cuatro y medio real, después subió su jornal
al real y en 1857 a dos reales”.256
Claudio Gay señalaba a mediados del siglo pasado:
Los peones forman en Chile una clase no menos numerosa de la sociedad. Son los
obreros al día, los verdaderos proletarios (…) La época en que los obreros agrícolas
son mejor pagados es, como en otros países, la de las cosechas (…) su salario se eleva
entonces al doble y aun al triple (…) puede decirse que su ganancia es de 2 reales por día
comprendida su manutención y de 2 ½ a 3 reales cuando no la reciben, y son pagados
por semanas en la tarde del sábado (…) Los peones estables reciben en ocasiones estos
favores [granjerías de los inquilinos] pero por lo regular mucho más movibles viven como
hombres de paso y sus gastos son algo mayores que los del inquilino aunque no tienen
que pagar ni habitación, ni leña, ni ninguna especie de muebles.257

254
Alexander Schejtman. El inquilino del Valle Central, p. 174, Santiago, 1968.
255
Benjamín Vicuña Mackenna. La agricultura de Chile, Memoria presentada a la Sociedad de Agricul-
tura. Imp. Chilena, Santiago, 1856.
256
Sergio Sepúlveda G. El trigo… op. cit., p. 44.
257
Claudio Gay, op. cit., Agricultura, Tomo I, pp. 198 y 178.

150
Gay analizaba también la existencia de los obreros agrícolas mejor pagados: los
arrieros y los pastores, entre los que distinguía a los vaqueros y a los ovejeros. Respecto
del obrero “afuerino” manifestaba: “Los peones rurales o forasteros van de una parte a
otra y algunos patrones para retenerlos les hacen con frecuencia adelantos, lo que en
efecto los retiene mucho más tiempo y hasta que se liberan de sus deudas”.258
El sabio Domeyko, en 1841, señalaba que en algunas haciendas “los peones fueron
desplazando a los inquilinos. El señor Guerrero sigue el ejemplo de otros; expulsó de
sus tierras a muchas familias de inquilinos y se está valiendo de los de la vecindad, o
contrata para las faenas, peones”.259 En una cartilla sobre la situación de los campesinos,
que circuló entre los agricultores desde 1846 a 1867, se manifestaba que el peón trabajaba
por día o a trato en los trabajos más pesados; la tarea de siega de trigo se pagaba a 4
reales, además de pan y una libra de charqui al día; la de cortar leña se pagaba a 6
pesos mensuales.260 En un reciente estudio de Aránguiz, se afirma que “había dos
clases de peones: los de las ciudades y chacras y los del campo. El peón o forastero,
procedía de familias de pequeños agricultores o de inquilinos y se contentaban con
recibir un jornal y alimentación (…) El viajero alemán Treutler nos narra que ganaban
( en la década de 1860) 3 ó 4 reales al día (…) El inquilino va perdiendo importancia y,
en algunas oportunidades, es preferido el “afuerino”, que no recibía, como el anterior
algún retazo en la hacienda”.261
Algunos autores, como el mencionado A. Cochut, han magnificado el número de
obreros agrícolas, hecho que expresaría un exagerado desarrollo del capitalismo agrario
chileno. Otros autores, en cambio, han menospreciado la existencia del proletariado
rural con el fin de minimizar las relaciones sociales de producción capitalista
introducidas en algunos sectores del agro. En rigor a la verdad, si bien es cierto que los
obreros agrícolas no constituían la mayoría de los explotados del campo, durante los
decenios hubo un crecimiento, lento y progresivo, del proletariado rural; a mediados
del siglo XIX estaban ya configuradas las principales capas de este proletariado: los
peones estables o “permanentes” y los “afuerinos”, cuyos salarios experimentaron
un alza relativa, aunque siempre se mantuvieron inferiores a los que percibían los
trabajadores mineros.

258
Ibid., Tomo I, p. 202.
259
Ignacio Domeyko. Fragmentos de mi viaje de vacaciones en enero y febrero de 1841 a Santiago (inédito),
citado por Horacio Aránguiz Donoso: “La situación de los trabajadores agrícolas en el siglo XIX”,
en Estudios de Hist. de las Inst. Políticas y Sociales, p. 13, Fac. de Ciencias Jurídicas de la U. de Chile,
Santiago, 1968.
260
Pedro Fernández Niño. Cartilla de campo, escrita para uno de los agricultores, 2ª Edic. Santiago, 1857,
cit. por Ibid., p. 16.
261
Horacio Aránguiz Donoso. La situación de los trabajadores agrícolas en el siglo XIX, op. cit., pp. 30-31.

151
La falta de información suficiente no permite hacer todavía un análisis de las luchas,
protestas, huelgas y rebeliones campesinas de esta época. Sin embargo, la ocupación
de fundos durante la guerra civil de 1851 y la participación activa de campesinos en las
guerrillas de la zona central en la guerra civil de 1859 son indicadores elocuentes de la
presencia de sectores de vanguardia del campesinado chileno en las luchas sociales
y marcan sin duda un hito muy importante en la historia del movimiento campesino
chileno.
Otra forma de expresión de la lucha de clases en el campo, aunque sin objetivos
políticos definidos y conscientes, fue el denominado “vagabundaje”, “bandolerismo”
o “cuatrerismo”. La raíz social de este problema, que se remonta a la época colonial,
hay que buscarla en la falta de tierra y de trabajo permanente y no en el infundio de
una pretendida “maldad intrínseca” del campesino que se veía obligado a expropiar
animales para satisfacer su hambruna. Prófugo y perseguido por la justicia burguesa,
este individuo “marginado” de la sociedad se refugiaba en los cerros o en las tolderías
de indios, pasando a engrosar el estigmatizado “bandolerismo”. Era una forma primitiva
de rebeldía contra la autoridad y una protesta violenta contra la propiedad privada.
No obstante haber sido aplastada la guerrilla de los Pincheira, durante los dece-
nios operaron grupos que en la zona centro-sur se dedicaban a la expropiación y al
contrabando de ganado en conexión con los indios araucanos y los pehuenches de la
zona transandina. Vicente Pérez Rosales, que en 1847 había arrendado la hacienda de
Comalle, narraba:
Comalle y los tupidos bosques de Chimbarongo, como ahora se dice, eran entonces la
morada y el seguro escondite de aquellos afamados ladrones ‘Pela-caras’ que hacían
temerosos, con sus atroces correrías, los mentados Cerrillos de Teno; y como habían
sido hasta entonces inútiles cuantas medidas había adoptado la autoridad para purgar
aquellos lugares de semejante plaga, solicité y obtuve el cargo de subdelegado de esa
temida sección del departamento de Curicó.262
Jotabeche, Ruiz Aldea, Pérez Rosales y otros autores han reflejado con mayor
veracidad que los historiadores tradicionales el profundo problema social que
significaba la existencia de estos “bandidos”, cuyas acciones se prolongarán durante
el siglo XIX y parte del XX.

262
Vicente Pérez Rosales. Recuerdos del Pasado, p. 207, Biblioteca de Escritores de Chile, Vol. III, Santiago,
1910.

152
La tendencia totalitaria de los gobiernos de los decenios
Los gobernantes de los decenios han sido presentados por los escritores Alberto
Edwards y Francisco Encina como los creadores del Estado “en forma”, de un Estado
por encima de las clases sociales. En realidad, los gobiernos de la llamada “era
portaliana” representaron fundamentalmente los intereses de la burguesía comercial
y terrateniente que exigía un gobierno fuerte, centralizado y capaz de dinamizar las
instituciones del Estado, con el fin de garantizar el “orden social” y la expansión de la
economía primordialmente exportadora.
El denominado carácter “autocrático” o “autoritario” de los gobiernos de Prieto,
Bulnes y Montt fue una forma de expresión que adoptó la dictadura burguesa de esa
época, legalizada por la Constitución de 1833 y respaldada por un Ejército “glorificado”
después del triunfo sobre la Confederación Perú-Boliviana.
Para algunos autores, el Ejército no tuvo una participación política ostensible
durante los decenios. Alain Joxe llega a manifestar que el estado civilista de Porta-
les se mantuvo debido “a la debilidad relativa del ejército regular con relación a las
milicias cívicas; y esto bastaría para explicar la sumisión de los militares durante los
años siguientes”.263 En rigor, las milicias cívicas, promovidas por Portales, no fueron
creadas para deprimir la importancia del Ejército, sino para complementar su acción,
ampliando la base de sustentación social de las fuerzas represivas de los gobiernos.
El Ejército no solo toleró la creación de esta guardia nacional, sino que le proporcionó
instructores y orientación político-militar. Los jefes de estas guardias eran, por lo
general, miembros de la clase dominante que utilizaban sus cargos para afianzar los
planes de control social y político.
Pedro Félix Vicuña manifestaba que “desde la revolución de 1829 el gobierno se
había ocupado, no de establecer una milicia nacional, sino un ejército permanente. La
disciplina rigurosa y el fuero militar fueron los móviles más activos de esta organización
puramente popular, en que deberían alistarse la parte más activa y poderosa de nuestra
sociedad. Cincuenta mil milicianos, con jefes veteranos y oficiales escogidos por el
gobierno, perfectamente armados y organizados, eran una fuerza más que suficiente
para dominar a un país como Chile”.264 En carta dirigida a Francisco Bilbao, de fecha 29
de octubre de 1852, Santiago Arcos señalaba que a los artesanos y pequeños propietarios
“los han formado en milicias; han dado poderes a los oficiales de estas milicias para
vejarlos o dejarlos vejar a su antojo y de este modo han conseguido sujetarlos a patrón.

263
Alain Joxe. Las fuerzas armadas en el sistema político chileno, p. 44, Ed. Universitaria, Santiago, 1970.
264
Pedro Félix Vicuña. Vindicación de los Principios e ideas que han servido en Chile de apoyo a la
oposición en las elecciones populares de 1846, Lima, 1846.

153
El oficial es el patrón. El oficial siempre es un rico –y el rico no sirve en la milicia sino
en clase de oficial”.265
El Estado “civilista” de Portales surgió a raíz del triunfo de un sector del Ejército
sobre otro en la guerra civil de 1829. No por casualidad, el primer presidente del
período de los decenios fue un militar, Joaquín Prieto, jefe de] Ejército triunfante
en Lircay. Domingo Amunátegui manifestaba que “el único peligro para el nuevo
gobierno [de Prieto] era la rebelión del Ejército derrotado en Lircay; pero esa rebeldía
fue sofocada con mano de hierro por el ejército vencedor, cuyos jefes, miembros natos
de la aristocracia de la tierra, o muy ligados a ella, respetaron dócilmente las órdenes
impartidas desde la casa de gobierno”.266
Con la aprobación de los altos mandos del Ejército, Portales inició la depuración
de doscientos militares de tendencia liberal. A la cabeza de los regimientos quedaron
comandantes estrechamente ligados a los “pelucones” y generales, como Bulnes, que
eran latifundistas con vastas vinculaciones económicas. El tan magnificado “ejército
profesional”, promovido por Portales, fue en realidad el más importante ejército de
clase que tuvo la burguesía criolla, luego de las guerras de la independencia.
Este Ejército garantizó el nuevo “orden burgués”, liquidando las guerrillas de los
Pincheira en 1832, intensificando la guerra contra los mapuche en la zona de la Frontera
y aplastando los movimientos de rebeldía social, como los del proletariado minero del
Norte Chico. El Ejército jugó un papel político más relevante aún desde 1837 hasta 1840,
a raíz de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. El prestigio alcanzado por
Bulnes en esta guerra lo transformó en Presidente de Chile, en el segundo presidente
militar de este período “civilista” de los decenios. Los generales Prieto y Bulnes fueron
proclamados presidentes por la clase dominante porque su presencia garantizaba el
apoyo de un Ejército que respaldaba los planes económicos y el rígido control político
y social.
Los gobiernos, conscientes del papel que jugaba el Ejército, otorgaron mayores
garantías a la carrera militar y procuraron estar al día en el pago de los sueldos y en la
compra de armamento moderno. Gran parte del presupuesto nacional estaba destinada
a financiar los gastos militares. Un escritor de la época, Martín Palma, no obstante
su adhesión a Montt, criticaba al gobierno porque “la mantención del ejército en su
estado normal cuesta anualmente al país cerca de dos millones de pesos, o lo que es
lo mismo, casi el tercio de nuestras entradas”.267

265
Citado por Gabriel Sanhueza. Santiago Arcos, p. 207, Ed. del Pacífico, Santiago, 1956.
266
Domingo Amunátegui S. Nacimiento de la República de Chile (1808-1833), p. 195, Santiago, 1930.
267
Martín Palma. Reseña histórico-filosófica del Gobierno de D. Manuel Montt, p. 49, Santiago, 1962.

154
La participación política del Ejército en las guerras civiles de 1851 y 1859 constituye
el desmentido más rotundo para quienes han pretendido mistificar sobre el carácter
“profesionalizante” de las Fuerzas Armadas de la “era portalina”.
El reforzamiento sistemático de los aparatos represivos, la persistencia de las
drásticas medidas contra los opositores, la constante persecución política, los
destierros y confinamientos, los reiterados decretos de Estado de Sitio y las elecciones
fraudulentas, reflejaron inequívocamente la tendencia totalitaria de los gobiernos de
los decenios. La relativa continuidad institucional se mantuvo sobre la base de una
dictadura “legal” burguesa de manifiestas tendencias totalitarias.
El centralizado control político, social y cultural, basado en el “principio de au-
toridad”, es precisamente uno de los aspectos principales que añoran los actuales
apologistas de la “era portalina”.
Portales impuso el “orden” a través de destierros y persecuciones a los “pipiolos”
y a las tendencias plebeyas que habían aflorado en la década de 1820-30. Un escritor
de aquella época, decía:
La obra de Portales consistió en quebrantar en el país todos los resortes de la máquina
popular representativa y en sustituir a ellos, como único elemento de gobierno, lo que
se ha llamado el principio de autoridad (…) Se desplegaba un verdadero lujo de crueldad
y barbarie contra los reos de delitos políticos y hasta contra los jueces que procedían
en esos casos con benignidad. La fuerza y el miedo eran los instrumentos favoritos.268
Para garantizar la propiedad privada de los terratenientes se aprobó una ley que
permitía ajusticiar en forma sumaria a los que alteraran el “orden” en el campo, a través
de Comisiones ambulantes autorizadas para dictar penas inmediatas en el lugar de
los hechos.
La nueva legislación permitió al gobierno condenar a la pena de muerte a los
opositores, medida que se aplicó en el caso de la supuesta conspiración de Arriagada
en 1837. Fue suficiente la acusación de perturbadores del “orden” para justificar el
destierro de dirigentes liberales como José Joaquín de Mora, Carlos Rodríguez, Melchor
José Ramos, Francisco Porras, y militares opositores como el general Freire y el coronel
Viel. Una resolución del Senado de 1831, “justificaba” de la siguiente manera estas
medidas represivas:
El pueblo chileno ha sentido por propia experiencia cuántos males prepara a una nación la
exageración de ciertos principios, y la indefectible licencia que ellos producen. Máximas
desorganizadoras y teorías de libertad mal entendidas e inaplicables a la política, no
podían dejar de traer consigo los horribles males que acabamos de sufrir. Después de

268
Isidoro Errázuriz. Historia de la Administración Errázuriz, Biblioteca de Escritores de Chile, pp.
194-195, Santiago, 1935.

155
una serie de años de convulsiones, desórdenes y malos ejemplos, la patria necesitaba de
un gobierno restaurador, y para ello de un gobierno tan justo como vigoroso.269
La tendencia totalitaria se expresó también en el plano electoral. En 1831, se alte-
raron las reglas del juego:
Mediante la nueva ley de calificaciones, éstas quedaban en adelante únicamente y sin
ulterior recurso pendientes de los gobernadores y subdelegados, desde que nadie podía
calificarse sin llevar una boleta o certificado firmado por ellos. Prescindiendo de otros
contrasentidos semejantes, no necesitaba de más el gobierno, para ser en todas partes
dueño absoluto de las elecciones, que más bien debieran llamarse nombramientos.270
Las elecciones de 1831 demostraron la “eficiencia” del nuevo régimen electoral:
fueron elegidos todos los candidatos oficialistas.
Esta forma de generación del poder, que no respetaba las más elementales nor-
mas democrático-burguesas, permitió a los presidentes de los decenios contar con
Parlamentos incondicionales. Estos gobiernos de carácter “elitista” han tratado de ser
justificados por Encina con el siguiente razonamiento:
El hecho de que el Gobierno se ejerciera por una corta minoría, le daba a sus ojos carac-
teres oligárquicos. No se daban cuenta de que este orden de cosas era la resultante de la
absoluta incapacidad del pueblo para ejercitar los derechos que se le habían concedido,
y del elemento medio, salvo cortas y honrosas excepciones, para desempeñarlo, y no del
régimen político que brindaba igualdad legal de oportunidades a todos los elementos
sociales.271
Este burdo panegirista de la “élite del poder” omite deliberadamente que la estruc-
tura de clases cerraba toda posibilidad de “igualdad legal de oportunidades”, inclusive
en el plano de la democracia formal. Una ley complementaria de la Constitución de
1833 estableció que para ejercer el derecho a voto los ciudadanos debían tener “una
propiedad inmueble de mil pesos, o un capital en jiro de dos mil”, prohibiendo taxa-
tivamente que “fueran calificados como electores los soldados, cabos y sargentos del
ejército permanente y los jornaleros y peones gañanes”.272
Para Julio César Jobet:
La expresión jurídica de la victoria de los pelucones fue la Constitución de 1833, do-
cumento que, según un notable historiador hispano, hizo de Chile una república
autocrática de la que el presidente era el delegado de la oligarquía dominante. Esta

269
Citado por Ramón Sotomayor V. Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828, p. 263, Santiago,
1861.
270
Federico Errázuriz. Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828, p. 263, Santiago, 1861.
271
Encina, XI, 505.
272
Ramón Sotomayor V. op. cit., Tomo I, pp. 270-271.

156
Constitución, inspirada por Portales, ‘venía a garantizar la autoridad de unas docenas de
familias hacendadas’. La Constitución de 1833 consagraba la influencia preponderante
de la clase terrateniente. Un Ejecutivo omnímodo traducía y defendía los intereses de la
clase dominante. Establecía una república censitaria al exigir una determinada propiedad
o renta para tener derecho a sufragio, a la vez que señalaba diversas marginaciones de
la vida ciudadana, proclamaba a la religión católica la oficial del Estado; restablecía los
mayorazgos y suprimía las asambleas provinciales.273
El manifiesto del Partido Conservador, publicado en mayo de 1851 para respaldar
la candidatura presidencial de Manuel Montt, no disimulaba los intereses de clase que
respetaron los gobiernos de los decenios. En algunos de sus párrafos, se manifestaba:
En 1830, “orden era la voz que por todas partes se escuchaba, y ORDEN tuvo el gobierno
que asegurar (…) nadie sino la Constitución de 1833 y el Gobierno de los veinte años
apoyado por el Gran Partido Conservador, han contribuido a formar la halagüeña
situación actual. Recórranse uno a uno los variados ramos de la administración pública,
y en todos ellos se encontrará el sello de la utilidad impreso por la bienhechora mano
del Partido Conservador (…) Chile es una nación esencialmente agrícola y comercial.
De modo que todo lo que contribuya a dar vuelo a estas industrias, todo lo que haga
desaparecer los obstáculos que en los países nuevos obstan a su desarrollo, debe ser
objeto de las bendiciones del pueblo (…) Abriendo caminos en todas direcciones, en
todas las provincias, en todos los departamentos, en una palabra, donde quiera que
su necesidad era reconocida; habilitando puertos donde había algo que exportar,
poniendo por decirlo así, casi en un mismo punto el lugar de la producción y el
lugar de consumo, la agricultura nuestra, principal industria, ha podido salir de la
postración en que yacía para ostentarse tan erguida como jamás se la vió (…) El cargo
que constantemente han hecho a la candidatura Montt sus encarnizados enemigos
ha consistido en suponerla emanada de un círculo estrecho que no representa la gran
mayoría nacional. Para desmentirlo le basta al Partido Conservador mostrar a sus
conciudadanos del departamento de Santiago la lista de electores que les propone. En
ella figuran los hombres de más valía por su posición, por su ilustración y por fortuna.
Ellos son los verdaderos padres conscriptos de la Patria”.274
Las facultades extraordinarias fueron utilizadas en forma reiterada por Bulnes y
Montt. Durante el gobierno de Bulnes, el Estado de Sitio fue decretado en numerosas
oportunidades, se prohibió la Sociedad de la Igualdad y se desterró a varios dirigentes
liberales. Manuel Montt gobernó parte de su período con facultades extraordinarias;

273
Julio César Jobet. Ensayo crítico del desarrollo económico-social de Chile, p. 33. Ed. Universitaria,
Santiago, 1955.
274
Luis Barros Borgoño. Proemio para la obra de don Alberto Edwards “El Gobierno de don Manuel Montt”.
Cita el Manifiesto íntegro del Partido Conservador, de mayo de 1851, pp. 180 a 194, Ed. Nascimento,
1933. El subrayado es nuestro.

157
sus arbitrariedades y persecuciones, en aras el “orden y del principio de autoridad”,
han quedado testimoniadas en numerosos documentos de la época.

El movimiento liberal
El liberalismo chileno, gestado en la década de 1820-30 y aplastado transitoriamente
por las medidas represivas del gobierno de Prieto, resurgió a partir de 1842 con la
creación de la Sociedad Literaria. Este movimiento literario fue la cobertura legal de
ideas políticas reprimidas por los gobiernos conservadores. No era la primera vez en
la historia que la literatura servía de vehículo para manifestar el descontento político y
social de sectores de la sociedad. El movimiento literario de la década de 1840-50 sirvió
de válvula de escape para que pudieran expresarse las aspiraciones mas democráticas
de sectores de la intelectualidad y del artesanado de vanguardia que se resistían a
seguir soportando el régimen totalitario en lo político y cultural de los gobiernos de
ideología conservadora.
Este movimiento fue canalizado y transformado en corriente política por la bur-
guesía minera que había sido afectada por los gravámenes impuestos a la exportación
de minerales y otras medidas de los gobiernos de los decenios, que habían favorecido
primordialmente los intereses de la burguesía comercial y terrateniente.
Julio César Jobet señala con justa razón que “es un error reducir el movimiento
intelectual de 1842 a una mera contienda entre clasicismo y romanticismo, desde un
ángulo de vista exclusivamente literario y estético”.275
El romanticismo literario tenía raíces que pronto se plasmaron en un programa
político.
La Sociedad Literaria, inspirada por José Victorino Lastarria fue el polo de atracción
de la intelectualidad y de la juventud de la época. En el periódico El Semanario hicieron
sus primeras “armas de la crítica” Eusebio Lillo, José Joaquín Vallejo (Jotabeche),
Benjamín Vicuña Mackenna y otros escritores de este período floreciente de las letras
chilenas. La generación literaria de 1842, influida por el romanticismo social europeo,
no tardó en transformarse en la base del movimiento liberal. Sus órganos períodisticos,
principalmente El Siglo, comenzaron a levantar un programa de reivindicaciones
democráticas. En 1844, Francisco Bilbao publicó “Sociabilidad Chilena”, ensayo que
tuvo el mérito de provocar fuertes polémicas por los problemas sociales que planteaba
y por el cuestionamiento de la ideología conservadora. El liberalismo fue reforzado
en octubre de 1845 con la creación de la Sociedad Democrática, encabezada por Pedro
Félix Vicuña y Manuel Bilbao. La fundación de la “Sociedad Caupolicán”, promovida
por Manuel Guerrero ese mismo año, facilitó la incorporación de sectores populares,
275
Julio César Jobet. Santiago Arcos… op. cit., p. 72.

158
provenientes de las filas del artesanado. El liberalismo, de contenido inequívocamente
reformista, tuvo al comienzo una composición policlasista y sirvió en especial como
organismo aglutinador de artesanos, de tendencias plebeyas y de pensadores de
avanzada social descontentos con el régimen. La confluencia de estas corrientes
heterogéneas fue la respuesta a la política totalitaria de los gobiernos de los decenios
que obligaron a las capas populares a realizar una alianza de clases con sectores de
la burguesía, especialmente minera, con el fin de quebrar el continuismo político de
los terratenientes.
El movimiento de oposición hizo en 1846 una campaña de agitación política que el
gobierno trató de aplastar mediante la aplicación del Estado de Sitio y el apresamiento
de los dirigentes de las Sociedades “Caupolicán” y “Democrática”. La reacción popular
contra estas medidas represivas fue calificada de insurrección por el diario Eco Nacional
de Concepción, que comentaba los sucesos de Santiago en los siguientes términos:
Ha habido una insurrección general. Todas las familias respetables de la capital se han
reunido para hacer una presentación pidiendo al gobierno un cambio en su política,
apoyándose en la insurrección que amenaza la plebe. El pueblo está insurreccionado
con la declaración del estado de sitio. En este instante se están batiendo en la Cañada
como dos mil rotos con los cazadores, una compañía de granaderos y los vigilantes. El
pueblo se aumenta hasta la plaza, enfurecido y dispuesto a todo. La imprenta Rengifo
fue hecha pedazos por el populacho.
Uno de los agitadores revolucionarios era el tipógrafo Santiago Ramos, quien, según
Barros Arana, “se daba por ápostol de la más exagerada democracia: y en esta contienda
había demostrado una implacable exaltación contra los poderosos, ya lo fueran por
el ejercicio del mando, ya por la posesión de cuantiosos bienes de fortuna. En una
pobrísima imprenta había publicado desde agosto de 1845, un periodiquillo titulado
‘El Duende’, del que alcanzaron a salir cuatro números. Reemplazándolo en seguida
por otro que llamó ‘El Pueblo’. En el número 7 incitaba a la revuelta popular”.276 Para
Segall, El Duende es el primer órgano popular. “Contradictorio, ácrata, peor redactado,
es el primer paso del periodismo revolucionario obrero”.277 El liberalismo burgués, que
había sido sobrepasado por este movimiento popular encabezado por Santiago Ramos
y el franciscano Manuel Antonio Mañán, condenó también estas acciones, con los
mismos epítetos utilizados por el gobierno de los pelucones. Barros Arana señala que
“Montt anunciaba que la asonada debía estallar al día siguiente; y al efecto mostraba el
papel del ‘quebradino’ Ramos con la voz de orden al populacho para acudir a la Alameda
en son de revuelta contra las autoridades constituidas”.278 Los liberales, que habían

276
Barros Arana: Un decenio de la Historia de Chile (1841-51). Tomo II, pp. 89-90, Santiago, 1913.
277
Marcelo Segall. Las luchas de clases… op. cit., p. 42.
278
Barros Arana: Un decenio… op. cit., Tomo II, p. 90.

159
procurado ganar el apoyo del pueblo con fines electoralistas, formaron junto a otros
sectores burgueses una especie de “guardia blanca”. Según Marcelo Segall, “al grito de
¡Orden! Organizaron una sociedad armada, sostenida financieramente por el Gremio
Minero, la ‘Sociedad del Orden’. Formando fila, agricultores y mineros, conservadores y
liberales (…) La ‘Sociedad del Orden’ la presidió el rico minero liberal Ramón Errázuriz.
Era vicepresidente, un agricultor, Francisco Ignacio Ossa”.279
El gobierno logró dominar la situación y pudo ganar pocos meses después las
elecciones en casi todas las provincias. En Valparaíso, donde el candidato liberal
obtuvo 520 votos contra 597 del oficialismo, se produjo un choque entre las fuerzas
represivas y el sector popular de “El Almendral”. Barros Arana comentaba que “el
populacho” levantó trincheras y se defendió ardorosamente dejando en el campo de
lucha 22 muertos y numerosos heridos.
Posteriormente, en 1849, el movimiento liberal lograba canalizar parte del profundo
descontento popular eligiendo cuatro diputados: Miguel Gallo Goyenechea, por
Copiapó; José Joaquín Vallejo, por Vallenar y Freirina; Antonio García Reyes, por La Ligua,
y Manuel Antonio Tocornal, por Valparaíso. El gobierno mostraba su preocupación por
la radicalización política de los artesanos. En carta al ministro Antonio Varas, fechada en
Concepción el 6 de julio de 1850, Salvador Palma manifestaba: “Es de temerse sin duda
que el parásito de la oposición se apodere en esa capital de los gremios de artesanos,
porque éstos son en gran número y audaces al mismo tiempo”.280
El programa del movimiento liberal fue expresado por el Club de la Reforma, creado
el 24 de octubre de 1849: “I.- Sostener por medios legales a los representantes de la
oposición en la Cámara de Diputados. II.- Propagar por la palabra y por la prensa las
ideas democráticas. III.- Secundar la acción de la prensa liberal en el espíritu de las
masas. IV.- Mantener… la unión de los buenos patriotas”.281 A este limitado programa se
reducía el Club de La Reforma, que agrupaba al sector liberal “más avanzado”. Ninguna
medida de proteccionismo a la industria y a la marina mercante nacional; menos un
planteamiento de reforma agraria. Los liberales nunca se diferenciaron básicamente
de los conservadores, porque ambas fracciones políticas de la burguesía estaban
comprometidas en la tenencia de la tierra y en una política común relacionada con la
economía de exportación. El liberalismo contribuyó de ese modo a reforzar nuestra
condición de país dependiente, favoreciendo la penetración creciente del capitalismo
extranjero. Los roces circunstanciales de algunos gobiernos de los decenios, que
reflejaban los intereses de los terratenientes y comerciantes, no autorizan a caracterizar

279
Marcelo Segall. Las luchas de clases… op. cit., p. 44.
280
Correspondencia de Antonio Varas. Revista de Historia y Geografía, Tomo 34, p. 283.
281
Benjamín Vicuña Mackenna. Historia de la Jornada del 20 de abril de 1851, citado por J.C. Jobet:
Santiago Arcos, op. cit., p. 100.

160
de “progresista” a un movimiento liberal que de hecho jugó un papel antinacional,
de espaldas al país y con la vista puesta en “La City” londinense, donde se transaba
nuestra materia prima y se imponían los precios de los artículos manufacturados que
el capitalismo dependiente criollo estaba obligado a importar.

La Sociedad de la Igualdad
La Sociedad de la Igualdad, creada a fines de 1850, fue la expresión de un proceso de
radicalización social y política de sectores artesanales y de capas más avanzadas de la
intelectualidad chilena, que aspiraban a rebasar el estrecho programa del movimiento
liberal, limitado a meras reivindicaciones sobre libertades públicas. La Sociedad de la
Igualdad surgió precisamente de la ruptura de algunos artesanos e intelectuales con
el “Club de la Reforma”, agrupación creada por la alta burguesía de ideología liberal
con objetivos fundamentalmente electoralistas.
Santiago Arcos, que en 1848 había vuelto del Viejo Mundo fuertemente influido
por las nuevas ideas sociales, decidió retirarse del “Club de la Reforma”, al cual había
ingresado en 1849, junto con el profesor Manuel Recabarren, el músico José Zapiola
y el poeta Eusebio Lillo, con el fin de crear un movimiento con un programa y una
composición social que se diferenciara del liberalismo burgués chileno. Sus primeros
adherentes fueron artesanos de vanguardia, representados por el maestro sombrerero
Ambrosio Larracheda, el zapatero Manuel Lúcares y los sastres Cecilio Cerda y
Rudecindo Rojas. Posteriormente, se incorporaron Manuel Guerrero, fundador de la
“Sociedad Caupolicán” en 1845, y Francisco Bilbao que acababa de regresar de Europa.
Los historiadores tradicionales han tratado de colocar la figura de Bilbao por encima
de la de Arcos. En realidad, Arcos no solo tuvo un pensamiento social más definido,
como señalaremos más adelante, sino que fue el promotor principal de la Sociedad
de la Igualdad. José Zapiola, autor del folleto sobre los orígenes y el programa de esta
sociedad, ha dicho que “la iniciativa de la Sociedad de la Igualdad pertenece al joven
Arcos; y le adjudicamos esta gloria con tanta más justicia cuanto que creemos que
nadie era más apropiado”.282
Francisco Bilbao contribuyó a nuclear nuevos sectores de izquierda para la
Sociedad de la Igualdad. Tribuno popular y autor de uno de los primeros ensayos
sobre nuestra realidad nacional, Sociabilidad chilena, publicado en 1844, regresaba al
país luego de haber presenciado la Revolución Francesa de 1848, las luchas callejeras
y la combatividad de los trabajadores en las barricadas parisinas. Retornaba en un
momento en que el ambiente santiaguino estaba agitado por un fuerte movimiento
282
José Zapiola. La Sociedad de la Igualdad y sus enemigos, p. 7. Imp. del Progreso, Santiago, marzo de
1851.

161
de oposición al continuismo gubernamental de los “pelucones”; un período en el que
sectores de la juventud estaban enfervorizados con la lectura de la Historia de los
Girondinos de Lamennais y en el que se había abierto una polémica sobre el libro de
Lamennais Palabras de un creyente. El pensamiento social cristiano del autor francés
había provocado singular impacto sobre algunos feligreses. La jerarquía eclesiástica
chilena prestamente salió al paso: “Aunque oigan misa y se confiesen, su religión es una
mentira, y su catolicismo, bien examinado, no puede ser sino una farsa. Conjuramos
a todos los verdaderos católicos para que se unan y se armen para la defensa de la
religión amenazada. Que conozcan a los que están corrompiendo la fe del pueblo”.283
Bilbao aprovechó la polémica para publicar en mayo de 1850 su opúsculo Boletines del
Espíritu, condenado por la Iglesia, pero bien acogido por algunos curas agustinos, como
Ortiz. “Así, pues, cuando Bilbao se vio perseguido y excomulgado, fueron los Agustinos
quienes primeramente se habían de apresurar a manifestarle sus simpatías”.284
El pensamiento de Bilbao, a pesar de sus ambigüedades y de su ingenua creencia en
que por medio de la ampliación de las libertades públicas y de una nueva legislación se
podría cambiar la situación social de los explotados, influyó en importantes sectores de
la juventud y de la intelectualidad. Sus planteamientos, teñidos de ideas rousseaunianas
y del pensamiento social cristiano de la época, le impidieron concretar un programa
de auténtica transformación socioeconómica y política.
A fines de marzo de 1850, once miembros fundaban la Sociedad de la Igualdad:
seis artesanos y cinco intelectuales. Sus principios, basados en la “soberanía del
pueblo como base de toda política, en el amor y la fraternidad universal”, han quedado
impresos en un folleto firmado por E. A., pseudónimo de José Zapiola. Allí se establecía
que la Sociedad no nació para servir a ninguna candidatura política sino “para sacar
al pueblo de la vergonzosa tutela que se le tiene sujeto (…) Se adoptó en la discusión
el tratamiento de ciudadano con exclusión del de señor”.285 En el artículo 1º de los
Estatutos se señalaba que la “Sociedad de la Igualdad se reunirá en grupos que no pasen
del número de 24 individuos” (…) Art. 4º: “todo grupo tiene igualdad de derechos” (…)
Art. 5º: “En cualquiera de los grupos puede tener origen la proposición de una reforma
administrativa o social”.286
Estos artículos garantizaban la estructura democrática de la organización. Sin
embargo, el carácter no clandestino de la Sociedad permitió que el gobierno pudiera
infiltrar agentes en las reuniones.

283
Citado por Isidoro Errázuriz: Historia de la Administración Errázuriz, p. 421, Biblioteca de Escritores
de Chile, Santiago, 1935.
284
Armando Donoso. Bilbao y su tiempo, p. 38, Santiago, 1913.
285
José Zapiola, op. cit., p. 9.
286
Ibid., p. 12.

162
A menos de un mes de su fundación, la Sociedad de la Igualdad contaba con ocho
núcleos que agrupaban a cerca de 200 “ciudadanos”. Sus principales periódicos fueron
El Amigo del Pueblo, que publicó 53 números, del 1º de abril al 3 de junio de 1850, y La
Barra, del 4 de junio de 1850 al 20 de abril de 1851. En el primer ejemplar de El Amigo
del Pueblo se manifestaba: “He aquí lo que queremos para llevar la reforma social que
vamos a proclamar. Queremos que nuestro pueblo se rehabilite de veinte años de atraso
y de tinieblas. Queremos que los que representan hoy los principios de esos fatales
veinte años, caigan de rodillas ante el pueblo que se levanta a recobrar su puesto”. En
un artículo del 11 de abril, probablemente escrito por Arcos, se planteaba:
La clase obrera ha pasado desapercibida para los hombres públicos de Chile; y ha
llegado el tiempo de que esa clase obrera adquiera conciencia de su poder. Deber es de
los que mandan prevenir ese momento en que cansado el obrero de trabajar sin fruto
y sin protección, reclame por la fuerza lo que no ha podido conseguir con la calma y
el sufrimiento (…) Los artesanos al alistarse bajo las banderas de la guardia nacional,
van a entregarse a la voluntad de algunos jefes que los explotan en beneficio de los que
mandan. De esta manera cincuenta mil cívicos derramados en toda la República son
otros tantos pasivos sostenedores del poder y otros tantos enemigos con que el pueblo
se encontraría a su frente en el día de la lucha (…) Dénle en buena hora un fusil y prepáre-
sele en el ejercicio de las armas, pero hágase entender que esa arma no debe servirle
para apoyar el poder, para conservar lo que los retrógrados llaman orden; que esa arma
no ha de dirigirse jamás contra el corazón del pueblo, sino en su defensa y protección.287
Se organizaban conferencias periódicas a las que asistían unas 300 personas, en su
mayoría artesanos. Arcos analizaba temas sociales y políticos; Bilbao daba cursos de
filosofía; Manuel Recabarren y Nicolás Villegas, de economía política y matemáticas,
y Zapiola hacía clases de música.
José V. Lastarria anotaba en su “Diario”, el 27 de agosto de 1850:
Continúa la alarma. Anoche se ha reunido la Sociedad de la Igualdad con más de 1.000
socios. La calle del local estaba apretada de curiosos. Los cuarteles sobre las armas, pero
la reunión fue pacífica. Esta Sociedad es el único elemento de poder que le queda a la
oposición. Reunida desde hace cuatro meses bajo la dirección de Bilbao, Arcos, Prado
y Guerrero, ha ido aumentándose y tomando consistencia de día en día. El gobierno de
los retrógrados le teme y cree que de ella ha de salir la revolución.288
La represión del gobierno contra la Sociedad de la Igualdad se agudizó en octubre
de 1850. Fueron detenidos los dirigentes igualitarios Ramón Mondaca, Cecilio Cerda y

287
Reproducido por Julio César Jobet. Santiago Arcos Arlegui y la Sociedad de la Igualdad, pp. 126-127,
Santiago, 1942.
288
Citado por Julio César Jobet. Santiago Arcos Arlegui y la Sociedad de la Igualdad, pp. 126-127, Santiago,
1942.

163
numerosos miembros de base. El 28 de octubre, la Sociedad de la Igualdad convocaba a
una concentración, donde según algunos autores se reunieron cerca de 3.000 personas,
para definir su posición contra la candidatura presidencial de Manuel Montt. A partir
de ese momento, los miembros más activos de la Sociedad de la Igualdad comenzaron
a prepararse para una lucha frontal contra el gobierno, que se expresó en la rebelión de
San Felipe de noviembre de 1850 y en la revolución de 1851, proceso que analizaremos
en capítulo aparte.
Los principales dirigentes de la Sociedad de la Igualdad fueron desterrados luego
del fracaso de la revolución de 1851. Santiago Arcos, que había adoptado el pseudónimo
de Marat como una forma de expresar su deseo de representar el ala más plebeya e
izquierdizante, fue expulsado del país en noviembre de 1851. Desde el exilio escribía:
“Puñal, hijo, puñal! y que la regeneración de Chile se escriba en el cuero de los pelu-
cones”. Al regresar a Chile en septiembre de 1852, logró burlar la vigilancia policial en
Valparaíso, pero fue apresado en Santiago al mes siguiente.
En la carcel, escribió una carta, el 29 de octubre de 1852, a Francisco Bilbao, que
estaba desterrado en Lima. El análisis de las clases, de los partidos políticos y de la
sociedad chilena de la época, contenidos en esta carta, coloca a Santiago Arcos entre los
más destacados precursores del pensamiento social chileno. Fue uno de los primeros en
buscar las raíces de la situación nacional en las relaciones de producción y de propiedad:
Para curar a Chile no basta un cambio administrativo. Un Washington, un Robert Peel, el
Arcángel San Miguel en lugar de Montt serían malos como Montt. Las leyes malas no son
sino una parte del mal. El mal gravísimo, el que mantiene al país en la triste condición
en que le vemos, es la condición del pueblo, la pobreza y la degradación de los nueve
décimos de nuestra población.289
Para Arcos, la solución de los problemas no estaba en el cambio de gobernantes
sino en una reforma que diera paso no a un régimen socialista, como han supuesto
algunos autores, sino a un sistema democrático-burgués que asegurara un desarrollo
capitalista avanzado: “Para organizar un gobierno estable, para dar garantías de paz, de
seguridad al labrador, al artesano, al minero, al comerciante y al capitalista necesitamos
la revolución enérgica, fuerte y pronta que corte de raíz todos los males”.
En uno de los primeros análisis sociológicos hechos en nuestro país, Santiago
Arcos señalaba:
Hay 100.000 ricos que labran los campos, laborean las minas y acarrean el producto
de sus haciendas con 1.400.000 pobres (…) En Chile ser pobre es una condición, una
clase, que la aristocracia chilena llama rotos, plebe en las ciudades, peones, inquilinos,
289
Carta de Arcos a Bilbao, 29 de octubre de 1852, cárcel de Santiago, reproducida por Gabriel Sanhueza:
Santiago Arcos, pp. 197 a 232, Ed. del Pacífico, Stgo. 1956. Las citas que a continuación se harán de
esta carta, corresponden a esta edición.

164
sirvientes en los campos –esta clase cuando habla de sí misma se llama los pobres por
oposición a la otra clase, las que se apellidan entre sí los caballeros, la gente decente, la
gente visible y que los pobres llaman los ricos (…) El pobre no es ciudadano. Si recibe del
subdelegado una calificación para votar es para que se la entregue a algún rico, a algún
patrón que votará por él (…) La clase pobre en Chile, degradada sin duda por la miseria,
mantenida en el respeto y en la ignorancia, trabajada sin pudor por los capellanes de
los ricos, es más inteligente que lo que se quiere suponer. Los primeros tiempos de la
Sociedad de la Igualdad son prueba de ello.
Acerca de la participación de los explotados en las elecciones, Arcos manifestaba:
Al pobre ¿qué le importaba las reformas de que vagamente hablaba uno de los partidos?
He visto un retrato de Cruz apoyado en una columna aplastada por la Constitución en la
que se leen estas palabras: “Libertad es sufragio”. ¿Era ésta la utilidad práctica material y
visible que el partido liberal daba a la gran mayoría de la nación? A esos nueve décimos de
nuestra población para quien la elección es un sainete de incomprensible tramoya –que
entrega su calificación al patrón para que vote por él– para quien no hay más autoridad
que el capricho del subdelegado –más ley que el cepo donde lo meten de cabeza cuando
se desmanda? No es por falta de inteligencia que el pobre no ha tomado parte en nuestras
contingencias políticas. No es porque sea incapaz de hacer la revolución –se ha mostrado
indiferente porque poco hubiese ganado con el triunfo de los pipiolos.
Con respecto a la clase dominante y a sus partidos políticos, decía:
De los ricos es y ha sido desde la independencia el Gobierno. Los pobres han sido solda-
dos, milicianos nacionales, han votado como su patrón se los ha mandado, han labrado
la tierra, han hecho acequias, han laboreado minas, han acarreado, han cultivado el
país, han permaneciclo ganando real y medio; los han azotado, encepado cuando se han
desmandado, pero en la República no han contado para nada; han gozado de la gloriosa
independencia tanto como los caballos que en Chacabuco y Maipú cargaron a las tropas
del rey. Pero como todos los ricos no encontraban, a pesar de la Independencia, puestos
para sí y sus allegados, como todos no podían obtener los favores de la República, las
ambiciones personales los dividieron en dos partidos. Un partido se llamó pipiolo o liberal
–no sé por qué. El otro partido, conservador o pelucón (…) No la diferencia de principios
o convicciones políticas. No las tendencias de sus pronombres hacen que los pelucones
retrogrados y los pipiolos parezcan liberales. No olvidemos que tanto pelucones como
pipiolos son ricos, son de la casta poseedora del suelo, privilegiada por la educación,
acostumbrada a ser respetada y acostumbrada a despreciar al roto. Los pelucones son
retrógrados porque hace 20 años que están en el Gobierno, son conservadores porque
están bien, están ricos y quieren conservar sus casas, sus haciendas, sus minas; quieren
conservar el país en el estado en que está porque el peón trabaja por real y medio y solo
exige porotos y agua para vivir, porque pueden prestar su plata al 12% y porque pueden
castigar al pobre si se desmanda (…) Los pipiolos son los ricos que hace 20 años están
sufriendo el gobierno sin haber gobernado ellos una sola hora.

165
Después de este análisis de los pelucones y pipiolos, planteaba la necesidad de otro
partido: “Es preciso segregar del partido pipiolo, y con ellos formar el partido nuevo, el
partido grande, el partido democrático-republicano”. Este partido debería luchar por
las libertades públicas, los derechos ciudadanos y las reivindicaciones sociales. Sin
embargo, la reforma de las leyes no basta. “¿Qué hacer? Diré de una vez por todas cuál es
mi pensamiento, que me traerá el odio de todos los propietarios (…) Es necesario quitar
sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres. Es necesario quitar sus ganados
a los ricos y distribuirlos entre los pobres. Es necesario quitar sus aperos de labranza
a los ricos y distribuirlos entre los pobres. Es necesario distribuir el país en suertes de
labranza y pastoreo”. A continuación, Arcos precisaba su programa de reforma agraria:
Es necesario distribuir todo el país, sin atender a ninguna demarcación anterior en:
suertes de riego en llano; suertes de rulo en llano; suertes de riego en terrenos quebra-
dos regables; suertes de rulo en terrenos quebrados de rulo; suertes de cerro; suertes
de cordillera. Cada suerte tendrá una dotación de ganado vacuno, caballar y ovejuno
(…) La república promete solemnemente reconocer los derechos adquiridos y de hecho
quitar a los ricos. He dicho quitar, porque aunque la República compre a los ricos sus
bienes, y aunque los ricos reciban una compensación justa, esta medida será tildada
de robo para ellos, y a los que la proponen no le faltarán los epítetos de ladrones y
comunistas. Pero no hay que asustarse por las palabras: la medida es necesaria, y aunque
fuerte, debe tomarse para salvar al país. Hecha la división de la República, los actuales
propietarios tendrían derecho a tomar once suertes de tierras en las propiedades de
sus pertenencias, y quedarían sujetos como los demás a las condiciones de cultivo y
habitación que se exigirán de los demás colonos. Cada suerte restante sería tasada y
la República reconocería al actual propietario una deuda por la cantidad de suertes de
tierras que habría entregado a la República. La República reconocería al propietario
una deuda que ganaría 5 por ciento anual, 3 por ciento como interés, 2 por ciento como
amortización. De este modo, la deuda se extinguiría en 50 años. Tal es, amigo mío, la
idea que me formo de la revolución.
Arcos manifestaba que estas medidas beneficiarían también a los comerciantes,
porque aumentaría el poder de consumo de “artefactos extranjeros es decir que el
comercio de importación se elevaría a ciento cincuenta millones de pesos anualmente
en vez de 12 millones que ahora consumimos”. Arcos terminaba su carta con la siguiente
frase: “Pan y libertad, el grito de los descamisados europeos llamará la emigración y
con ella vendrá la educación del pueblo”.
Este documento demuestra que Arcos no era saintsimoniano, ni anarquista ni
socialista utópico, sino uno de los expositores chilenos más consecuentes de algunas
tareas democrático-burguesas. A Santiago Arcos le corresponde el mérito de haber
sido el primer chileno en plantear el proyecto de reforma agraria más completo para
su tiempo. Sin embargo, no comprendió la relación ya concebible en su época entre

166
esta tarea democrático-burguesa y el desarrollo industrial. En vez de plantear medidas
de proteccionismo a la industria nacional, cuyo mercado interno estaría asegurado
con su plan de reforma agraria, alentaba la importación de artículos manufacturados
extranjeros, como figura en el párrafo anterior. Aunque era consciente de que nuestro
comercio estaba en manos de los extranjeros, no planteaba la necesidad de tomar
medidas para romper con nuestra condición de país dependiente.
Los análisis sociológicos de Arcos eran relevantes para su época, pero no daban
una salida socialista, como han pretendido algunos autores. Propugnó la creación
de un “partido democrático-republicano” que garantizara las libertades públicas,
la democracia burguesa y los derechos del pueblo. Su programa en defensa de los
artesanos y del pueblo trabajador también se inscribe dentro de la concepción del
reformismo burgués.
En síntesis, la Sociedad de la Igualdad fue la primera organización reformista con
base popular en el artesanado que intentó esbozar un programa de contenido demo-
crático-burgués. Sus ilusiones en lograr cambios por medio de la educación popular,
de peticiones al gobierno y proyectos de ley que favorecieran a los sectores populares,
no le permitieron concebir ni crear una estructura para enfrentar la represión del
gobierno. Sin embargo, la dinámica del proceso condujo a la Sociedad de la Igualdad
a superar sus declaraciones escritas en torno a la no participación en política y a los
métodos no violentos de lucha, como lo demuestra el destacado papel jugado por sus
miembros en el proceso revolucionario de 1851. La Sociedad de la Igualdad no solo fue
la organización precursora de los movimientos políticos reformistas, sino también el
centro de formación de cuadros que pronto dieron origen al movimiento mutualista
chileno del siglo pasado.

167
capítulo iv.
Las Guerras Civiles de 1851 y 1859

La Guerra Civil de 1851


La guerra civil de 1851 echa por tierra uno de los tantos mitos fabricados por los
ideólogos burgueses que han tratado de presentar a Chile como un país evolutivo,
pacífico y exento de revoluciones. Uno de los más caracterizados portavoces de esta
mistificación ha llegado a sostener que “por noventa años existió aquí la continuidad
en el orden jurídico y una verdadera tradición política, cuyos cambios o mejor dicho
evoluciones, se produjeron en forma gradual, pacífica, lógica, y presentaron, por tanto,
un carácter mucho más europeo que hispanoamericano”.290
Una historia de los movimientos revolucionarios chilenos –aún por hacerse–
demostraría la falsedad de este juicio interesado de un ideólogo de la clase dominante.
Basta enumerar acontecimientos irrefutables, como los enfrentamientos armados de
1823 a 1830, las guerras civiles de 1851, 1859 y 1891, los movimientos revolucionarios de
1924-25 y 1931-32, además de tres siglos de guerra mapuche y las múltiples rebeliones
obreras, campesinas y mineras, para comprobar que la imagen de un Chile pacífico y
evolutivo no corresponde a la realidad histórica.
La guerra civil de 1851 fue la expresión violenta de las contradicciones que se
habían acumulado en la sociedad chilena de mediados del siglo pasado. El relativo de-
sarrollo del capitalismo criollo –que no fue industrial como en Europa sino productor
de materia prima para el mercado exterior– puso de relieve algunos sectores de clase,
como la burguesía minera del Norte Chico, que se había generado durante la Colonia,
y otros de reciente formación, como los exportadores y habilitadores de Valparaíso,
los molineros y mineros de la zona de Concepción, la pequeña burguesía urbana, los
artesanos y el proletariado minero y carrilano (que trabajaba en la construcción de las
vías férreas de nuestro primer ferrocarril).
La nueva estructura social fue determinando conflictos interburgueses y agudizando
la lucha de clases entre los patrones y los trabajadores proletarios y artesanos. En la
década de 1830-40 se produjeron varias rebeliones mineras, como la de 1834 en el
mineral de plata Chañarcillo. Posteriormente, “en 1847 –narra Roberto Hernández–
290
Alberto Edwards. La Fronda Aristocrática, p. 12, Ed. del Pacífico, Santiago, 1952.

169
cuando la inundación de la plata en Copiapó subía a límites fantásticos, llegó a temerse
un alzamiento general de modo que el gobierno mandó un destacamento a guarnecer
esos parajes. Los rumores que han circulado en el departamento, decía “El Copiapino”
en su editorial de 4 de mayo de 1947 sobre el asalto intentado contra algunas minas de
Chañarcillo, no ha sido una falsa alarma, como habíamos creído al principio, sino un
hecho efectivo que no ha llegado a realizarse, merced a la casualidad que hizo descubrir
con anticipación las siniestras intenciones de los que debían perpetrarlo. Los célebres
criminales Perines, Flores y Agüero –sigue el diario nortino– habían formado el plan
depravado de seducir a algunos jornaleros con el objeto de atacar principalmente las
minas “Descubridora” y “Reventón Colorado” para apoderarse del armamento que en
ellas tienen sus dueños, y provocando en seguida la rebelión al resto de la peonada”.291
Los artesanos, cuya importancia política había crecido al adquirir el derecho a
voto y al integrar la guardia cívica, redoblaron sus protestas gremiales. Hacia 1850, sus
aspiraciones fueron interpretadas por la Sociedad de la Igualdad, movimiento social
de avanzada creado por Francisco Bilbao y Santiago Arcos. La Sociedad de la Igualdad
tuvo varias filiales en provincias y realizó numerosas concentraciones públicas, como
la de Santiago en octubre de 1850, que alcanzó a reunir unos 3.000 manifestantes.
La nueva fisonomía social de Chile había comenzado a plasmarse en el plano
ideológico con la generación literaria de 1842 que promovió líderes de la talla de un
Lastarria y un Vicuña Mackenna, quienes esbozaron un programa democrático que
comenzó a prender en los sectores burgueses liberales y a calar hondo en la clase media
urbana. La nueva intelectualidad fue notoriamente influida por la revolución francesa
de 1848, como lo atestiguan los documentos y diarios de la época. Los redactores del
periódico liberal La Reforma expresaban en un artículo titulado “Chile y la Revolución
Francesa”:
Se ha dicho que en Chile no había patriotismo ni opinión y se han engañado, faltaba
solamente una palanca que la removiese, un acontecimiento grande y sublime que nos
sacudiera, para presentarnos tan patriotas y republicanos como cualquiera otro pueblo
de la tierra. Los últimos acontecimientos de la Francia, que han tocado como un rayo en
Alemania y amenazan todos los poderes despóticos de la Europa, han dispuesto aquel
entusiasmo ambiente, que se sintió en los grandes y gloriosos días de nuestra revolución
de independencia.292
Un folleto gobiernista, firmado por Juan F. Fuenzalida de fecha 21 de abril de 1851,
manifestaba: la oposición formó “sociedades populares, invocando el nombre de la
igualidad, y excitando el odio entre ricos y los pobres (…) Un individuo que había
salido niño imberbe de Chile, vuelto apenas entrado a la edad adulta, traía desde
291
Roberto Hernández. El Roto Chileno, pp. 71-72, Valparaíso, 1928.
292
La Reforma, Nº1, Archivo Vicuña Mackenna, Vol. 33, pieza 1.

170
Francia la idea de hacer en su país un remedo de barricadas, de revolución de febrero,
de sociedades y de clubs populares”.293
No solamente Arcos –que es el “individuo” al cual se refiere el autor del folleto
mencionado anteriormente– compartía las nuevas ideas sociales europeas, sino que
numerosos intelectuales chilenos ya se habían adherido a los principios políticos
del romanticismo social francés. Daniel Riquelme comentaba: “En esa época todos
vivíamos en la atmósfera heroica creada a orillas de este manso Mapocho por los
Girondinos de Lamartine, libro que se vendía como pan caliente, a seis onzas de oro
(…) Había que proceder a la francesa, contruyendo barricadas, y de esto se hizo cargo
el autor de la idea, Bilbao, que las traía frescas de París”.294
La crisis económica mundial de 1848, que también afectó la exportación de las
materias primas chilenas, fue el telón de fondo del proceso revolucionario de 1851. En
1849, la situación económica de Chile era crítica:
Las rentas obtenidas por los derechos de internación y exportación habían producido
ciento sesenta y dos mil pesos menos en 1848 que el año precedente (…) el mercado de
todos los puertos chilenos se encontró desurtido; bajó considerablemente el precio de
todos los artículos de producción en el país, y el comercio de tránsito se resintió de una
paralización casi completa. Las minas de cobre que reportaban grandes ganancias a la
industria particular se paralizaron o bien se acumulaban los metales que no podían
transportarse.295
La repercusión de la crisis internacional de 1848 en Chile puso de manifiesto el
carácter dependiente del país, cuya producción fundamental –las materias primas–
quedaba sujeta a las fluctuaciones del mercado mundial controlado por las metrópolis.
Los impuestos a la minería decretados por los gobiernos de Prieto, Bulnes y Montt,
representantes de la burguesía comercial y terrateniente, afectaron los intereses de
los empresarios mineros, agudizando los roces entre los distintos sectores de la clase
dominante. Mientras reiterados decretos aumentaron los derechos de exportación de
los productos mineros, una ley de 1840 declaraba exentos de estos impuestos al trigo
y la harina. El mismo año en que se dictaba esta ley, que favorecía los intereses de los
terratenientes, se reafirmaba el impuesto del 6% a la exportación de minerales. El 18
de diciembre de 1840 se impusieron nuevos gravámenes a la minería, como el 1 ½
a la exportación de mineral de cobre en bruto, calcinado o en eje, impuesto que fue
elevado al 4% por la Ordenanza de Aduanas del 23 de agosto de 1851, un mes antes
del estallido de la guerra civil. Estas disposiciones acrecentaron el descontento de la
burguesía minera del Norte Chico.
293
Archivo Nacional. Arch. Vicuña Mackenna, Vol. 35, pieza 4.
294
Daniel Riquelme. La Revolución del 20 de abril de 1851, pp. 65 y 118, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1966.
295
Antonio Yñiguez Vicuña. Historia del período revolucionario en Chile, 1848-1851, p. 416, Santiago,
1906.

171
Una de las motivaciones fundamentales que impulsaron el levantamiento de 1851
fue la postergación de las provincias por la capital. El centralismo de Santiago ya había
originado la crisis de poder en el período denominado “anarquía” o “federalisrno”
y que nosotros preferimos denominar rebelión de las provincias. Los gobernantes
de los decenios, tras una apariencia de unidad nacional, continuaron favoreciendo
los intereses de los terratenientes y de la burguesía comercial de la zona central. Las
provincias del Norte Chico y de la zona de Concepción –que a mediados del siglo
pasado tenían más población que Santiago– protestaban porque la capital se quedaba
con la parte del león de las entradas aduaneras y fiscales de la Nación y no las repartía
proporcionalmente a la riqueza que entregaban las provincias. El descontento de las
provincias estaba plenamente justificado porque Concepción era un importante centro
de producción triguera y molinera y el Norte Chico proporcionaba todas las entradas
fiscales provenientes de la exportación de los productos mineros, que constituían la
base de la riqueza del país.
El conjunto de intereses contrapuestos dio origen a un movimiento de oposición
heterogéneo y policlasista. De burgueses mineros que protestaban por los nuevos
impuestos al cobre y a la plata, de trigueros y comerciantes afectados por la crisis
económica mundial, de una pequeña burguesía y un artesanado urbano que reclamaban
derechos democráticos; de trabajadores del campo y las minas afectados por el
sistema social de explotación. La guerra civil de 1851, iniciada como pugna interbur-
guesa, cambió de fisonomía social con la incorporación masiva a la lucha de obreros
y artesanos. El carácter policlasista del movimiento, que unía en un amplio frente a
sectores burgueses con explotados, sufrió una prueba de fuego cuando los campesinos,
obreros y artesanos comenzaron a ocupar minas y fundos. Ante esta agudización de la
lucha de clases, que podría sobrepasar los planes de la burguesía opositora, más de un
capitalista “democrático” y liberal se pasó a las filas del gobierno, que al fin de cuentas
por encima de su autoritarismo “conservador” garantizaba el orden y el respeto a la
propiedad privada.
Montt era apoyado por la burguesía comercial y terrateniente de la zona central
y por los comerciantes extranjeros residentes en Chile. En un folleto publicado para
respaldar la candidatura de Montt, el exiliado argentino Domingo Faustino Sarmiento
expresaba:
Waddington necesita seguridades de paz para llevar adelante su magnífica empresa,
para derramar millones en el interior y facilitar la exportación de los cereales del país
(…) Nacionales o extranjeros apoyan a Montt con su influjo, con sus pesos, porque Montt
es para ellos la seguridad individual, Montt es la tranquilidad pública, la autoridad, la
buena fe administrativa.296
296
¿A quién rechazan y temen? A Montt. ¿A quién sostienen y desean? A Montt. ¿Quién es entonces el
candidato? Montt. Santiago 5 de noviembre de 1850. En Archivo Vicuña Mackenna, vol. 35, pieza 8.

172
El desarrollo de la guerra civil
Ante el fracaso de la rebelión de Aconcagua en noviembre de 1850, en la que tuvo
activa intervención la Sociedad de la Igualdad, y la derrota del motín de Santiago el
20 de abril de 1851, en el que participaron la intelectualidad liberal, los igualitarios de
Arcos y Bilbao y el batallón “Valdivia” al mando de Pedro Urriola, la oposición levantó la
candidatura presidencial del general Cruz en mayo de ese año para evitar el continuismo
político de los conservadores. El fraude montado por el gobierno de Bulnes hizo fracasar
la tentativa electoralista liberal, facilitando el ascenso al poder de Montt. Agotadas
las posibilidades legales, la oposición provinciana, a pesar de las vacilaciones de los
liberales santiaguinos, desencadenó la guerra civil en septiembre de 1851.
El Norte Chico se constituyó en uno de los principales focos revolucionarios. La So-
ciedad de la Igualdad de La Serena, orientada por el tribuno Pablo Muñoz y el periodista
Juan Nicolás Álvarez, había contribuido de manera decisiva al triunfo de la oposición
en esa zona en las elecciones presidenciales de junio de 1851. No obstante haber sido
prohibida por el Intendente Melgarejo el 13 de julio de 1851, realizaba asambleas en el
Cerro de la Cruz y seguía agitando sus principios sociales. Vicuña Mackenna describía
una de estas asambleas en los siguientes términos:
Yo contemplé una tarde aquella escena enteramente nueva y que producía una impresión
viva y desconocida. Oía desde la distancia la voz vibrante del joven tribuno, quien, al estilo
de Bilbao, cuyas arengas había él admirado en los clubs igualitarios de Santiago, invocaba
en su inspiración los preceptos evangélicos, el nombre de Jesucristo, supremo libertador,
y las teorías de igualdad social que la filosofía sansimoniana había puesto de moda.297
Dos meses antes de la rebelión, habían llegado a La Serena los dirigentes liberales
Benjamín Vicuña Mackenna y José Miguel Carrera, hijo del caudillo de la independencia,
que “tuvo por cuna el toldo de un montonero y vio la primera luz en las soledades
salvajes de un desierto lejano de su patria (…) Restituido a su patria, fue nombrado
edecán de honor del presidente Pinto, pero el aire de los despachos sofocaba su pecho
adolescente, que tempranas emociones había inflamado (…) Nunca le vimos figurar
en la política de su país. Pero cuando la política fue solo un nombre y la revolución era
el hecho de esa política, él fue el primero en prestarle su brazo, su nombre y más que
todo, su patriotismo. Comprometido en todos los planes de insurrección organizados
desde mediados de 1850 en Valparaíso, en Aconcagua y en la capital fue, con el coronel
Urriola, el más inmediato actor de la jornada de abril, cuyo desenlace arrastróle a un
calabozo”.298

297
Benjamín Vicuña Mackenna. Historia de los Diez años de la Administración de D. Manuel Montt.
Levantamiento y Sitio de La Serena, p. 50, Imp. Chilena, Santiago, 1862.
298
Ibid., pp. 91 y 92.

173
La rebelión se inició el 7 de septiembre de 1851. Trescientos miembros de la Sociedad
de la Igualdad, dirigidos por Pablo Muñoz, los carpinteros José María Covarrubias y
Rafael Salinas, el sastre Manuel Vidaurre y el herrero Ríos, armados de revólveres,
puñales y garrotes, lograron apoderarse de los cuarteles.
La insurrección –narra Vicuña Mackenna– se hizo general en todo el pueblo. Corrían
por todas las veredas, los soldados de la guardia nacional, los jóvenes de los colegios,
niños vagos de la calle, grupos de campesinos a caballo, mineros que habían bajado la
víspera al pagamento del sábado. Los arrieros mismos y los vendedores de legumbres
dejaban sus cabalgaduras y corrían por las veredas, haciendo sonar sus espuelas y hasta
los soldados de la guarnición del Yungay, se metían al cuartel de cívicos y pedían un
fusil, sin que les importara medirse con sus camaradas, si éstos no habían de estar en
ese día en las filas del pueblo.299
La insurrección dio origen a un organismo de poder popular, refrendado con el
nombre de Consejo del Pueblo por un decreto firmado el 9 de septiembre por José
Miguel Carrera, elegido nuevo Intendente de La Serena. Una de las primeras medidas
fue organizar las milicias en base a 300 cívicos y 200 mineros.
En cuanto a los recursos propios de La Serena, era preciso dejar para su defensa el
batallón cívico, que constaba hasta de seiscientas plazas y que era el único centro de
una combinación militar respetable, de manera que no quedaban libres para alistarse
sino los hombres sueltos del pueblo, como los jornaleros de la población, los changos
de la costa y los gañanes de las faenas de hornos de fundición cuyo número por más que
se abultase, no podría pasar de 4.000 hombres. Este núcleo de combatientes y aun una
cifra mayor, corrió, sin embargo, a las armas, mas a falta de éstas, solo los servicios de
un tercio de voluntarios fueron admitidos. En cambio de esta esterilidad completa de
elementos de guerra, abundaba un poder altamente belicoso, pero hasta cierto punto
innecesario, si bien noble y brillante: era éste la juventud, la fuente y la palanca de las
insurrecciones.300
Los insurgentes requisaron el barco “Fire Fly” en la rada de Coquimbo. El gobierno
de Montt aprobó el bloqueo de este puerto por la escuadra británica.
Antonio Varas, como Ministro de Relaciones Exteriores, autorizó este atentado contra
la soberanía de nuestra bandera en el Pacífico y la inviolabilidad de las puertas de la
República. Premunido de este privilegio deshonroso para la nación, el cónsul inglés en
Valparaíso hizo fijar un cartel en la Bolsa de aquel puerto, que se publicó en El Mercurio
el 29 de septiembre de 1851 en el cual se anunciaba el bloqueo de Coquimbo por los
buques británicos.301

299
Ibid., pp. 75 y 76.
300
Ibid., p. 105.
301
Pedro Pablo Figueroa. Historia de la Revolución Constituyente, p. 35, Santiago, 1889.

174
La intervención inglesa en los asuntos internos de Chile no se limitó al bloqueo
sino que llegó a exigir el pago de diez mil pesos a los revolucionarios de La Serena. En
un oficio del 13 de octubre de 1851 dirigido al Intendente de Coquimbo, el comandante
de la fragata “Thetis” manifestaba:
Cumpliendo con las instrucciones del contraalmirante Moresby, comandante en jefe
de las fuerzas navales de S. M. Británica en el Pacífico, pido el depósito inmediato de
diez mil pesos para compensar los daños y pérdidas por detención causadas al vapor
británico “Fire Fly” y tengo que avisar a Ud. para la información de todas las personas
que conspiraron en apoderarse de dicho vapor “Fire Fly” que si la demanda arriba
mencionada no se efectúa inmediatamente el almirante británico tomará las medidas
necesarias para conseguir la garantía correspondiente. Fdo. Capitán Augusto Wimper.302
Con el fin de allegar fondos para el movimiento, un joven revolucionario de apellido
Ruiz apresó a los burgueses Vicente Subercaseaux y Segundo Gana, quienes iban a
bordo del vapor “Bolivia” de la Pacific Steam en viaje a Copiapó, y les exigió la entrega
de documentos por valor de 40.000 pesos.303
Los revolucionarios ocuparon Elqui, Huasco, Ovalle, Combarbalá e Illapel, donde
se vieron obligados a retroceder ante el avance del ejército gubernamental, que obtuvo
una significativa victoria en Petorca. A mediados de octubre, La Serena fue sitiada por el
Ejército del gobierno de Montt. Se levantaron barricadas y se pusieron minas explosivas
o “infiernillos”, como se denominaba a los paquetes de pólvora que hacían volar a los
soldados enemigos. Según Agustín Edwards, “las fuerzas de los sitiados no pasaban
de 600 hombres de los cuales 100 eran ‘changos’ (indios), 300 del batallón cívico y
200 mineros sublevados en el mineral de Brillador, que un tal Gaete había logrado
traer de refuerzo a los sitiados”.304 Sin embargo, los revolucionarios lograron rechazar
tres ataques en noviembre. Un activo participante de estos hechos, relataba: “Desde
el ocho al diez y siete de diciembre, permanecieron los enemigos más encarnizados
todavía. En este último día una pequeña fuerza de los republicanos, saliendo de sus
trincheras, como a las cuatro de la mañana, dieron con una división de la caballería
enemiga y la batieron”.305 Los revolucionarios pudieron resistir tan largo asedio porque
contaron hasta el final con el respaldo popular, como lo evidencia una comunicación
de principios de diciembre del coronel Vidaurre al gobierno: “Es doloroso, pero al
mismo tiempo es preciso confesar que con excepción de poquísimas personas de esta
ciudad y su departamento, son muy raras las que prestan la más débil cooperación a

302
Archivo Nacional Vicuña Mackenna, Vol. 151, pieza 1.
303
Francisco Encina. Historia de Chile, XIII, 95, Stgo., 1952.
304
Agustín Edwards. Cuatro Presidentes de Chile, T. I. p. 121, Valparaíso, 1932.
305
Santos Cavada. La Revolución de 1851 en La Serena, Archivo, Vicuña Mackenna, Vol. 158, f. 214.

175
favor de la causa pública”.306 Después de casi tres meses de enconada resistencia, los
insurgentes de La Serena se vieron obligados a capitular.
Mientras tanto, los obreros mineros de El Tamaya, al mando del agitador social
Francisco Sensano, marchaban sobre Ovalle el 12 de diciembre. Elso Prado, al frente
de los mineros y campesinos, ocupaba las haciendas y la ciudad de Illapel. El 9 de
diciembre, los trabajadores mineros, dirigidos por Muñoz y Lagos, ocupaban el valle
del Elqui, mientras sus compañeros de Chañarcillo se apoderaban del mineral. Estos
hechos muestran que los trabajadores mineros y campesinos lograron durante cerca
de dos meses el control de importantes zonas del Norte Chico, agudizando la lucha
de clases contra los patrones que en un primer momento actuaron como opositores
al gobierno.
En Valparaíso, la insurrección fue acaudillada por el franciscano José María Pascual,
quien obtuvo el apoyo de unos 200 artesanos. El 28 de octubre, el cura Pascual logró
tomar el cuartel del batallón 2, distribuir las armas al pueblo y organizar guerrillas en
los cerros del puerto. El intendente Blanco derrotó a los revolucionarios después de
una cruenta lucha en la que cayeron 13 muertos y 32 heridos del Ejército y una cantidad
nunca declarada de rebeldes. Días antes, el 14 de octubre, una montonera campesina
había intentado apoderarse de San Felipe.
La rebelión también estalló en la zona austral del país, cuando un grupo de militares
de la guarnición de Magallanes se amotinó al mando del teniente José Miguel Cambiaso
y de algunos sargentos del regimiento “Valdivia”, confinados a esa zona en castigo por
haber participado en el motín de Santiago del 20 de abril de 1851. El 17 de noviembre los
rebeldes de apoderaron del barco norteamericano “Florida” y del bergantín inglés “Elisa
Cornick” que estaban fondeados en Magallanes. “Era el intento de Cambiaso valerse
de dos buques a su disposición para trasladarse en ellos con todos los habitantes de la
colonia a algunos puertos del sur, que suponía en poder de los revolucionarios”.307 El
gobierno de Montt recurrió nuevamente a la escuadra inglesa y el 20 de enero de 1852
los amotinados fueron apresados en la boca occidental del Estrecho de Magallanes.
El proceso revolucionario alcanzó su apogeo en Copiapó, donde los sectores
populares se mantuvieron en el poder desde el 26 de diciembre hasta el 8 de enero
de 1852. Los obreros carrillanos se constituyeron en el baluarte de la insurreción.
Se apoderaron del ferrocarril, que había sido inaugurado el día anterior al estallido
revolucionario, e impidieron el traslado de tropas enemigas cortando las vías férreas
de Caldera a Copiapó. Esta ciudad cayó el 26 de diciembre en poder de los sectores
populares, quienes con las armas expropiadas de los cuarteles comenzaron a organizar
el Ejército de los Libres.

306
Agustín Edwards, op. cit., I, 125.
307
Alberto Edwards. El gobierno de don Manuel Montt, p. 112. Ed. Nascimiento, Santiago, 1932.

176
Los revolucionarios nombraron como nuevo intendente a Bernardino Varaona
y exigieron contribuciones forzosas a los elementos burgueses de la zona. Una
comunicación del 28 de diciembre de 1851 manifestaba: habiéndole establecido que
“todos los individuos pudientes de esta población contribuyan con alguna cantidad para
pago y mantenimiento de las tropas y demás gastos de esta administración, ha cabido
a Ud. la suma de $ 5.000 que se servirá remitir a esta intendencia en el término de 24
horas”.308 Los rebeldes publicaron un periódico que llevaba el sugestivo nombre de El
Diario de los Libres. En el Nº 2 del 30 de diciembre, aparecía un documento en el que
el gobierno revolucionario mostraba su decisión de hacerse cargo de la administración
del primer ferrocarril chileno:
Atendiendo a que los ingenieros y principales directores del Ferro-Carril se han ausentado
del Puerto de Caldera dejando abandonado el trabajo y paralizando el tránsito que
proporcionaba la cómoda y ventajosa comunicación de esta ciudad con aquel puerto,
con cuyo procedimiento desconceptúan al gobierno actual de la provincia, he venido en
acordar y decreto: 1º Se comisiona a D. Alberto Blest, para que ejerza el cargo de director
de la empresa y tesorero de ella. 2º Continúan corriendo y haciendo los viajes de ida y
vuelta diariamente desde Caldera a esta ciudad. 3º El ingeniero extranjero o trabajador
de la empresa que no se prestare a desempeñar en sus destinos, sufrirán la pena de una
multa al arbitrio de esta Intendencia, y se les considera como cómplices enemigos que
atacan al Gobierno de los Libres. Fdo Bernardino Varaona.309
El 27 de diciembre, para contrarrestar el boicot iniciado por los comerciantes
acomodados, el gobierno revolucionario decretaba: “que se abran los almacenes, las
tiendas, despachos y demás establecimientos públicos. El dueño de los establecimientos
que estando en esta población se oculte o permanezca en este estado hasta las doce del
día, se declara cómplice ligado con los que atentan contra el Gobierno de los Libres.
Publíquese por bando, fíjese o imprímase en el Diario de los Libres”.310
Ante el inminente ataque del Ejército Gubernamental, el 31 de diciembre El Diario de
los Libres expresaba la disposición popular para el combate: “La actual administración
perfectamente defendida por los mil hombres que morirán antes de ser vencidos;
mayormente cuando el pueblo goza de una seguridad envidiable y en circunstancias
que, una necesidad imperiosa suprema, ha puesto las armas en las manos del ciudadano
para restablecer sus derechos”.311
Los revolucionarios conservaron el poder hasta el 8 de enero de 1852, fecha en
que fueron derrotados en Linderos por la división al mando de Victorino Garrido.
La experiencia de Copiapó marca un hito fundamental en la historia social de Chile
308
Archivo Nacional. Archivo Vicuña Mackenna. Vol. 30, pieza 4.
309
El Diario de los Libres, Nº 2, 30 de diciembre de 1851, Copiapó.
310
Citado por Roberto Hernández: El Roto Chileno, p. 82, Valparaíso, 1928.
311
El Diario de los Libres, Nº 3, 31 de diciembre de 1851, Copiapó.

177
porque constituye el primer ejemplo de toma del poder por sectores populares de una
zona importante de la República.
La Revolución de 1851 tuvo en algunas regiones un definido carácter de insurrección
popular armada. La combatividad de los trabajadores chilenos hace recordar el papel
que jugaron los obreros dirigidos por Roux y Leclerc en la Revolución Francesa de
1789 y los “levelers” de la Revolución Inglesa del siglo XVII. Así como éstos fueron
más allá de los límites sociales fijados por Robespierre y Cromwell, los trabajadores
chilenos sobrepasaron en ciertos momentos el moderado programa democrático de
la burguesía liberal.

La guerra civil en la zona de Concepción y la Frontera


A mediados del siglo pasado, la clase dominante de la provincia de Concepción
estaba contituida por los terratenientes, dedicados básicamente a la producción
triguera, los industriales molineros y una incipiente burguesía comercial en Talcahuano
y Tomé. Los empresarios mineros recién iniciaban la explotación carbonífera de Lota;
en estrecha conexión con la burguesía minera del Norte Chico, habían instalado
una fundición de cobre en Lirquén. Los sectores populares estaban integrados
fundamentalmente por los artesanos. Un débil proletariado comenzaba a nacer en
las empresas carboníferas. Los estratos medios, compuestos por pequeños comercian-
tes, algunos profesionales, empleados públicos y militares del Ejército de la Frontera,
completaban la estratificación social penquista.
La contradicción capital-provincias era manifiesta en Concepción desde las guerras
de la Independencia. El levantamiento de Freire en 1823, que precipita la caída de
O’Higgins, fue una expresión relevante de una serie de movimientos de oposición de
la ciudad penquista al centralismo de la capital durante la década de 1820-30.
Esta contradicción continúa en la época de los decenios. El periódico penquista Eco
Nacional se hacía portavoz del descontento de las provincias al manifestar en un artículo
de 1846: la oposición “pretende libertar al país del insondable abismo que le amenaza,
que se corrijan los abusos, que no se descuide a las provincias y particularmente a la
nuestra hasta el estado en que se halla”. Otro periódico de Concepción, El Correo del
Sur, denunciaba pocos días antes del estallido revolucionario la opresión que ejercía
la capital sobre las provincias: “¿Dónde está la revolución? La Revolución está en las
provincias oprimidas por los mandatarios que el ministerio ha elegido para perpetuar
su afrentosa dominación”.312 El periódico La Unión, comentando el apoyo del Norte
Chico a la candidatura presidencial del general Cruz, señalaba alborozadamente: “La
vida de las provincias comienza ahora…”
312
El Correo del Sur, Nº 100, agosto 23 de 1851, Concepción.

178
Varios años antes de la revolución de 1851, la zona de Concepción era un foco
opositor al gobierno de Bulnes. A mediados de la década de 1840, la oposición pen-
quista redoblaba su campaña política mediante la creación de numerosos periódicos.
No existe ningún estudio acerca de la influencia de las ideas liberales en la sociedad
penquista. Es dable suponer el influjo político del pensador venezolano de avanzada
social, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, cuando estuvo en Concepción durante
el año 1835, a petición de José Antonio Alemparte para instalar una escuela pública.
El pensamiento de uno de los más esclarecidos intelectuales y políticos argentinos
del siglo pasado, Juan Bautista Alberdi, también pudo haber ejercido influencia en
los círculos penquistas. Según Barros Arana, “Alberdi desempeñó en 1845 el cargo de
secretario de la Intendencia”.313
El contenido de los artículos de los periódicos de Concepción demuestra que a
mediados del siglo XIX ya se había gestado un grupo de intelectuales de izquierda
liberal. Esto se reflejaba en las reiteradas alusiones que hacían los diarios a los
movimientos democráticos europeos. La influencia de la Revolución Francesa de 1848
está presente en los artículos periodísticos bajo la forma de documentos o noticias del
extranjero. El periódico La Unión, dirigido por Adolfo Larenas, miembro activo de la
oposición, publicó un artículo titulado “Noticias sobre Francia” en el que insertaba un
documento del Comité Central de la Resistencia, surgido durante el 48 francés, cuyo
contenido debe haber inquietado a apoltronados vecinos de Concepción:
Ciudadanos, ha llegado el momento de empuñar el fusil y exterminar de un extremo a
otro de la Francia a los infames aristócratas. La insurrección es un derecho que perte-
nece al pueblo, es el único derecho que nos queda (…) No hay perdón posible, no hace
falta, no debe haberlo. Ciudadanos, la República está en peligro. Pueblo de los talleres,
pueblo del campo ¿qué es lo que debes hacer? Los unos te dicen: sufra hasta la última
extremidad y deja marchar las cosas; los otros te dicen: Prepara la guadaña y tu escopeta,
pues ha llegado el momento de levantar la cabeza; no, no hay por más tiempo. Salud y
Fraternidad.314
No era la primera vez que se hacía una alusión directa a la revolución francesa de
1848, relacionándola con la coyuntura política chilena. El periódico El Correo del Sur
reprodujo en Concepción una parte de la exposición de Antonio Varas con motivo del
levantamiento armado de Aconcagua de noviembre de 1850: “Hay que evitar la anarquía
a que se ha tratado de conducir a la República (…) La propiedad ha sido denunciada
como un crimen y los propietarios señalados como delincuentes. Se ha provocado la
revolución, se ha proclamado el derecho de insurrección siguiendo el ejemplo dado
recientemente en Francia”.315
313
Barros Arana: Un decenio de la Historia de Chile, Tomo II, p. 104, Santiago, 1913.
314
La Unión, 1851, Concepción.
315
El Correo del Sur, Nº 63, año II, 7 de diciembre de 1850, Concepción.

179
La candidatura presidencial del general Cruz había logrado conquistar un apoyo
policlasista que abarcaba desde los artesanos hasta los terratenientes. Uno de los puntos
del programa de Cruz era explicado por el diario La Unión en los siguientes términos:
“La agricultura se verá muy pronto exenta del gravoso diezmo, pues hace muchos
años que el general José María de la Cruz propuso que el importe del diezmo de este
departamento se cubriese repartiendo la contribución proporcionalmente al valor de
cada fundo; y por este medio lograba el agricultor un ahorro de la mitad de lo que se
paga al día”. Al mismo tiempo, como expresión del policlasismo de este movimiento, se
hacían llamados a los artesanos y se publicaban resoluciones de sociedades artesanales
en apoyo a la candidatura del general Cruz. Otros redactores trataban de establecer
una mayor diferenciación política de clases: “Si hay alguna influencia que predomine
en Chile, si hay una clase que puede hacer sombra a la libertad, si hay una dictadura
que haya oprimido a su antojo a la nación esa influencia, esa clase, esa dictadura, es la
de los grandes propietarios que hace veinte años que gobiernan al país a su antojo”.316
El apoyo al general Cruz fue casi unánime en la provincia de Concepción, como lo
demuestran los resultados de las elecciones presidenciales: 2.011 votos para Cruz y 142
para Montt. A pesar de que Concepción dio 21 electores para Cruz y el amplio triunfo
de la oposición en el Norte Chico, el fraude electoral consagró a Montt presidente de
la República.
En mayo de 1851, llegó a Concepción el liberal Pedro Félix Vicuña, caudillo de
anteriores movimientos populares, escritor fogoso, pero de escasas dotes oratorias.
“Para suplir esta deficiencia se valía de los servicios de un cura, Sierra, dotado de una
facilidad pasmosa de palabra y reputado como hombre elocuentísimo. Vicuña, con
su pluma, y el cura Sierra con su palabra, levantaron en poco tiempo a su diapasón
más alto el ardor revolucionario de los habitantes que entonces tenía Concepción”.317
Según Vicuña Mackenna, don Pedro se convirtió en el más ardiente “sectario” de la
revolución armada.
El gobierno intentó abortar el movimiento penquista separando al general Cruz de
su cargo de Intendente de Concepción y nombrando en su reemplazo al general Viel el
20 de junio. Las vacilaciones del general Cruz retardaron el estallido revolucionario en
Concepción. Esta actitud era la resultante de una posición ambigua frente al gobierno
y del temor a ser desbordado por los sectores populares. El general Cruz, de una
ideología conservadora revestida por una pseudo capa liberal, muy respetuoso del
“orden y la ley”, había prometido respaldar la constitucionalidad, como se deduce de
su correspondencia con Antonio Varas.

316
El Correo del Sur, Nº 75, marzo 1º de 1851, Concepción.
317
Agustín Edwards. Cuatro Presidentes de Chile, Tomo I, p. 63, Valparaíso.

180
El inicio del movimiento fue precipitado el 13 de septiembre por la llegada del
vapor “Arauco”, al que se le atribuía la misión de apresar por orden del gobierno a los
opositores y reemplazar a los militares dudosos del Ejército de la Frontera. Sectores
liberales, encabezados por el general Baquedano, apresaron al vapor “Arauco” en la
rada de Talcahuano y se incautaron de 19.200 pesos. Un mitin popular, dirigido por
Pedro F. Vicuña y José Antonio Alemparte, resolvió sustituir de hecho a las autoridades
partidarias de Montt.
Es inexacta la aseveración de Encina318 y de Agustín Edwards319 de que ese mismo
día fue nombrado un nuevo Cabildo. La convocatoria a elección de autoridades recién
se hizo el 12 de octubre y no por la simple lectura de una lista de candidatos, como
afirma Encina, sino mediante una elección democrática en la que tuvieron derecho a
voto, por primera vez, todos los hombres, sin necesidad de poseer un bien raíz como
establecía la Constitución de 1833. El Bando del 12 de octubre en que se convocaba al
pueblo a elegir un nuevo Cabildo establecía: “Para que esta elección sea lo más popular
posible se admitirán en la mesa receptora los votos de todo individuo desde la edad
de veintiún años para arriba”.320
El movimiento se extendió rápidamente a Rere, Quirihue, San Carlos, Parral, Linares,
Cauquenes, Santa Juana y Hualqui. El 7 de octubre, los vecinos de Chillán resolvían:
Adhiriéndonos en todo al pronunciamiento libre y espontáneo de las Provincias de
Concepción y Coquimbo, declaramos solemnemente y con la misma espontaneidad
roto el pacto social, retirando desde luego los poderes conferidos a los representantes
al Congreso nombrados por esta Provincia y demás autoridades, reasumiendo en todo
nuestros derechos soberanos.321
El Boletín del Sur del mes de octubre anunciaba en su sección “Últimas Noticias”:
“El General Cruz llegó a Los Angeles el 5 del corriente, donde fue recibido con grande
entusiasmo. El batallón Carampangue, la Guardia Nacional, y como tres mil vecinos
salieron a recibirle a cuatro o cinco cuadras del pueblo… En Hualqui y en Rere recibió
el general iguales manifestaciones.322
El movimiento iniciado en Concepción se extendió a la zona indígena. Importantes
sectores de tribus mapuche se plegaron al proceso revolucionario de 1851, con el fin de
recuperar sus tierras y con la perspectiva de obtener ganado como parte del botín de
guerra, objetivos que perseguían los mapuche desde la época colonial. La relación de
algunas tribus con los jefes crucistas del Ejército del Sur tenía antecedentes en antiguos
318
Encina, XII, 658.
319
Agustín Edwards, op. cit., I, 71.
320
Boletín del Sur, Colección de Decretos, Providencias y demás documentos relativos a la Resolución
del 13 de septiembre de 1851, Nº 7, p. 51, Concepción, 1851.
321
Ibid., Nº4, p. 30.
322
Ibid., Nº 3, p. 24.

181
compromisos contraídos por los caciques con los gobiernos republicanos después de las
guerras de la independencia. Los negocios establecidos entre los “capitanes de amigos”
y los jefes de las tribus fueron soldando una relación que, en última instancia, era la
expresión dinámica de la penetración del capital comercial. Los comerciantes, además
de obtener suculentas ganancias en el intercambio de artículos manufacturados por
ganado y trabajos de artesanía fabricados por los indígenas, corrompían a los caciques,
promoviendo el alcoholismo mediante la introducción masiva de vinos y aguardientes.
Las relaciones comerciales fueron acentuando el “jefismo” del cacique o “principal” y
minando las bases esenciales de la comunidad primitiva.
El general Cruz, en su calidad de Jefe del Ejército de la Frontera, había entablado
estrechas relaciones con los caciques mapuche. El comandante Eusebio Ruiz, en
nombre del nuevo gobierno de Concepción, obtuvo el apoyo de numerosas tribus. El
Boletín del Sur informaha en octubre de 1851:
Se escribe de Nacimiento que el día 5 del corriente se presentaron al comandante Eusebio
Ruiz, los caciques Pichum, Pinolevi, Colipí, Monebi, Güenupil, Calbun, Tragumil y otros,
ofreciendo sus servicios y su gente para acompañar al general Cruz en la campaña que
se va a emprender (…) Parece que el ofrecimiento era de dos mil lanzas que valen por
un ejército.323
Otras tribus permanecieron indiferentes a esta guerra civil entre blancos. Algunos
mapuche se ubicaron en una posición contraria al movimiento crucista, sobre todo
los que estaban bajo la influencia de José Antonio Zúñiga, antiguo miembro de la
guerrilla de los Pincheira, que había sido nombrado Comisario General de Indios por
el gobierno de Manuel Montt.
Con el objeto de consolidar su control sobre la zona mapuche, el general Cruz había
designado un nuevo representante ante los indígenas, refrendado por el siguiente
decreto:
Nombramiento de Lengua General de Indígenas. Cuartel General de los Libres. Con-
cepción 27 de septiembre de 1851: Atendiendo a los partes recibidos de la Frontera y
hallarse preso el Comisario D. José Antonio Zúñiga por pretender mover a los indios
contra las plazas fronterizas y para no prestar obediencia a las autoridades nuevamente
creadas por los pueblos; y siendo por este motivo necesario, para la quietud de dichos
indígenas y para mantener las relaciones amistosas con los Caciques, el proveer a esta
necesidad inmediatamente, con las facultades que me han conferido las provincias de
Concepción y Coquimbo de Jefe Supremo de Armas del Ejército Restaurador, vengo
en nombrar al Capitán de amigos D. Pantaleón Sanches, Lengua general de indígenas
con el sueldo de doscientos cuarenta pesos anuales que se le abonarán por la Tesorería
Provincial de Concepción.324
323
Ibid., Nº 3, p. 24.
324
Ibid., Nº 5, p. 38.

182
A fines de octubre, los crucistas habían logrado el control de la zona de la Frontera
y el apoyo de varios caciques. El general Cruz “ha contado –señalaba el Boletín del
Sur– con poderosos auxiliares entre los principales caciques araucanos, quienes se han
mostrado de la manera más decidida, la amistad que le profesan y el empeño que tienen
por el triunfo de la santa causa que patrocina. Entre éstos el cacique Maguil ha sido su
más entusiasta partidario. En una Junta de 500 indios que tuvo lugar el 18 del presente
y a que asistieron varias personas de Los Angeles, envió Maguil con los comisionados
del general un recado poco más o menos en estos términos: Dile al General que me
cuente como su verdadero amigo, que he venido a prepararle para la marcha los ca-
ciques y mocetones que me ha pedido, que mañana los tendrá en Los Ángeles. Que
por Zúñiga no tenga ningún miedo, pues he mandado correos por toda la tierra para
que no le consientan, ni crean tampoco sus mentiras, ni que tampoco debe recelar de
que Riquelme me vuelva a engañar, porque a mí no se me engaña más que una vez”.325
Mientras tanto, en Concepción el apoyo popular se expresaba en la formación de
milicias armadas, promovidas por Alemparte y Pedro F. Vicuña. Una resolución de la
Intendencia establecía el 27 de octubre “que se formará en esta ciudad un Escuadrón
de Caballería Cívica denominado de Concepción y se compondrá de todos los vecinos
de la población que posean caballos, así como de las subdelegaciones de Nonguén y
Chiguayante, del de Puchacay y hasta el río de este nombre, sin excepción de clase
ni persona”.326 El joven Ramón Lara, a cargo de estas milicias, amplió el número de
combatientes, reclutando unos 300 huasos de la zona.
En las milicias populares también actuó la heroína penquista Rosario Ortiz, apodada
“la Monche”, nacida en Concepción el 10 de octubre de 1827, periodista, vibrante
oradora e incansable defensora de los derechos del pueblo. A la cabeza de los milicianos
se batió “con el fusil en la mano en la batalla de Loncomilla, logrando con su audacia y
arrojo tomar prisionero a un mayor gobiernista”.327 Encarcelada y perseguida después
de la derrota de 1851, volverá a tomar las armas en la Revolución de 1859 y a empuñar
la pluma para el periódico popular de la época El Amigo del Pueblo.
Un hecho inusitado fue la formación de una milicia integrada por norteamericanos
residentes en Concepción. El Boletín del Sur insertaba a fines de setiembre la siguiente
noticia:
Organización de una Compañía de ciudadanos de los Estados Unidos. Cuartel General
de los Libres. Concepción, septiembre 27 de 1851: Habiéndose ofrecido por el órgano
del Capitán de los Ejércitos de los Estados Unidos de América, don Jorge K. Buckey, la
colaboración que voluntariamente y sin sueldo desean prestar muchos de sus paisanos
325
Ibid., Nº 8, p. 60.
326
Ibid., Nº 10, p. 73.
327
Carlos Oliver Schneider y Francisco Zapata: Libro de oro de la Historia de Concepción, p. 268, Con-
cepción, 1950.

183
en las filas del Ejército puesto a mis órdenes (…) vengo en acordar: 1º Admítese el
ofrecimiento de que se ha hecho mérito y en su consecuencia fórmese una compañía
de infantería de los voluntarios y libres “norteamericanos” que procederán a reunirse
en Talcahuano y Tomé bajo la inspección del mencionado capitán Buckey. Fdo. José
María de la Cruz.328
Detrás de esta colaboración, existía el interés de los Estados Unidos de aprovechar
la crisis interna de Chile para sacar partido de los roces suscitados entre Inglaterra,
partidaria de Montt, y los rebeldes de Concepción y La Serena, a raíz del secuestro de
barcos ingleses. En la eventualidad de un triunfo de los insurgentes, Estados Unidos
afianzaría sus posiciones que habían sido postergadas a favor de Inglaterra por los
gobiernos de los decenios. Esto explica la simpatía que se trasluce en la correspondencia
oficial intercambiada entre el cónsul de los Estados Unidos en Talcahuano y el gobierno
revolucionario de Concepción. En una nota del 23 de octubre de 1851 manifestaba:
“Me impuse de una comunicación de esa Intendencia, relativa al Acto Soberano del
pueblo de Concepción de los días 13 y 14”; en otra nota del 30 de octubre, dirigida a Luis
Pradel, secretario de la Intendencia de Concepción. decía: “Tengo el honor de reconocer
el recibo de una colección del Boletín del Sur y suplico se sirva U. admitir mis expresio-
nes de reconocimiento y estimación.329
La escuadra inglesa, que había bloqueado el puerto de Coquimbo a raíz del secuestro
del barco “Fire Fly” por los revolucionarios de La Serena, volvió a inmiscuirse en los
asuntos internos de Chile al recuperar para el gobierno de Montt el vapor “Arauco”, que
había sido incautado un mes antes en Talcahuano. En nota del 10 de octubre dirigida
al Intendente de Concepción, el capitán Paynter, del buque inglés “Gordon”, que había
efectuado la operación de rescate, expresaba:
Suplico a U. se sirva hacer llegar a manos del Sr. Intendente Dn. Pedro Félix Vicuña, para el
conocimiento de las autoridades, que yo he apresado el vapor de guerra Arauco, por orden
del contraalmirante F. Moresby, comandante en jefe. El Arauco ha sido declarado pirata
por el gobierno chileno, abandonado por su dueño, está asegurado en Inglaterra y se han
hecho protestas contra el capitán y parte de la tripulación por robos y pillaje de mucha
importancia cometidos en súbditos ingleses (…) Cuando las autoridades de Concepción
sumergieron a su país en revolución, debieron haberse guardado cuidadosamente de
cometer actos de violencia y contra los extranjeros residentes en Chile.330
Indignado por la intervención inglesa, el intendente de Concepción, Pedro Félix
Vicuña, llegó a manifestar: “Si estos infames gringos nos saltean en la mar, nosotros

328
Boletín del Sur, Nº 11, p. 82.
329
Archivo Nacional. Archivo Vicuña Mackenna, Vol. 151. Pieza 1, folios 30 y 31.
330
Ibid., Vol. 151, pieza 1, folio 26.

184
debemos degollarlos en tierra”.331 En una declaración oficial de protesta, el secretario
de la Intendencia, Luis Pradel, señalaba:
Chile era el único punto en América que la Marina inglesa había respetado hasta hoy,
pero acaba de cometer un atentado que ha sobrepasado a todos aquellos que han hecho
sentir a la América Española y al Brasil, abusando de la fuerza contra el débil. En los
momentos críticos y difíciles en que el pueblo no disputa en el campo de batalla a un
gobierno despótico los sagrados derechos de su soberanía usurpados y ultrajados, el
Almirante de la Escuadra inglesa en el Pacífico manda al vapor Gorgon a arrebatarnos
de la misma bahía de Talcahuano un pequeño vapor de propiedad chilena (…) bajo el
original pretexto de que el tal vapor está asegurado en Inglaterra, como si una circulación
de seguros en Londres tuviera algún derecho sobre la propiedad chilena asegurada.332
Finalmente, el documento replanteaba los anhelos de unidad latinoamericana: “No
está muy lejos el día en que este grande pensamiento de Bolívar que no ha sido para
todos más que una poesía hasta hoy, lo veamos realizado”.333
La descarada intervención inglesa en la guerra civil de 1851 demostró que Gran
Bretaña estaba dispuesta a mover a su Marina de Guerra en cualquier país de América
Latina en que sus intereses pudieran ser afectados. En Chile, la escuadra inglesa apoyó al
gobierno de Montt porque su política de “orden y progreso” daba garantías al desarrollo
de los negocios mercantiles y financieros de la City, que podían ser trastornados por
la “anarquía” de los “revoltosos” de 1851.
Uno de los puntos más débiles del movimiento insurreccional de 1851 fue la falta de
conexión entre los focos principales de la oposición: La Serena y Concepción. Durante
el proceso de la guerra civil, los rebeldes alcanzaron a controlar extensas zonas del
Norte Chico y casi todo el sur, desde Chillán hasta la Frontera, pero en ningún momento
fueron capaces de coordinar una estrategia nacional de combate contra el poder central.
Una carta del general Cruz del 24 de septiembre de 1851 al Intendente de Coquimbo,
reflejaba esta falta de conexión:
Como por las comunicaciones que he recibido no estoy perfectamente al corriente del
número y demás circunstancias de las fuerzas de que puede disponer la provincia de
Coquimbo; y como por otra parte no es posible calcular la dirección que tomarán los
negocios a consecuencia de nuevos pronunciamientos o de resistencias inesperadas; es
del todo imposible establecer por ahora un plan de operaciones militares para dirigir con
acierto los movimientos que conviniera hacer en el norte. No me cansaré sí, de repetir
a U.S. que creo conveniente obrar con la mayor prudencia, a fin de evitar choques y

331
Citado por Agustín Edwards: op. cit., Tomo I, p. 82.
332
Boletín del Sur, Nº 6, p. 41.
333
Ibid., p. 43.

185
desgracias sin fruto alguno, que más bien contribuyen a enardecer los ánimos que a
aquietarlos.334
Un general que en plena guerra civil insiste en evitar “choques” para “no enardecer
los ánimos” desmoraliza a sus partidarios y cumple objetivamente un papel derrotista.
Desde principios del movimiento de 1851, el general Cruz procuró evitar el en-
frentamiento armado. A sus vacilaciones para ponerse al frente del Ejército del Sur,
sucedieron sus demoras en marchar sobre el centro del país y su falta de decisión para
coordinar un plan nacional estratégico con el Norte. No es extraño que partidarios del
general Cruz, enterados de su parentesco con el general Bulnes, al mando del Ejército
gubernamental, trataran de explicarse las vacilaciones de su jefe con la siguiente frase:
“Esta es la guerra de los primos y nosotros andamos siguiendo de tontos”.335
A pesar de que contaba con el apoyo del Ejército del Sur, de importantes fuerzas
indígenas y de la gran mayoría de la población de Chillán a La Frontera, el general Cruz
demoró el avance sobre la zona central. No supo ni siquiera aprovechar su primera
victoria sobre el ejército gubernamental en el Monte Urra. No persiguió a las tropas
de Bulnes en retirada, hecho que fue aprovechado por este general para reorganizar
sus filas. Pedro F. Vicuña alentaba a Cruz a avanzar sobre Santiago, pero el general se
mantuvo cerca de Chillán durante el mes de noviembre cuando sus posiciones militares
eran favorables para iniciar la ofensiva. El descontento comenzó a generalizarse en las
filas del ejército rebelde ante las vacilaciones de su jefe.
El 8 de diciembre, el general Cruz era derrotado en Loncomilla, una de las batallas
más sangrientas de la historia de Chile, en la que cayeron 2.000 muertos y 1.500 heridos.
Quince días después, el coronel Rondizzoni ocupaba Concepción. Terminaba así la
guerra civil en la zona sur, luego de cuatro meses de lucha. En 1859, los revolucionarios
penquistas, alentados por el pensamiento y la acción de la “Monche”, volverían al
combate.

La Guerra Civil de 1859


La guerra civil de 1859 puso de manifiesto que las contradicciones que produjo
el movimiento revolucionario de 1851 no habían sido superadas por el gobierno de
Manuel Montt.
La contradicción capital-provincias, de aparente sentido geopolítico, involucraba
profundos intereses de clase. Era el reflejo de la lucha entre un sector de la burguesía
de provincias, como la minera del Norte Chico y la triguera y molinera del sur, que se

334
Ibid., Nº 5, p. 34.
335
Agustín Edwards, op. cit., Tomo I, p. 89.

186
sabía productora de la principal riqueza del país; de una capa burguesa consciente
de que más de las tres cuartas partes de las entradas provenientes de la exportación
se debían a los productos elaborados en las provincias; de un sector burgués que
protestaba contra la capital, Santiago, que prefería representar más los intereses de
la burguesía comercial y de los terratenientes de la zona central que los de la Nación,
porque se quedaba con la mayoría de los ingresos fiscales, realizaba obras públicas
e inversiones que favorecían fundamentalmente a los comerciantes y latifundistas
santiaguinos y no repartía a las provincias las rentas aduaneras y estatales en forma
proporcional a las riquezas que entregaban las diferentes regiones del país.
El gobierno de Montt no solo había sido incapaz de amortiguar esta contradicción
sino que la agudizaba a causa de su exagerado centralismo. El abandono de las
provincias del Norte Chico y de la zona centro-sur aparecía notoriamente más injusto
porque precisamente en ese decenio dichas regiones habían hecho su mayor aporte
a la riqueza global de la Nación. La producción de cobre y plata generada en su casi
totalidad en el Norte Chico, había crecido en forma notable en comparación a décadas
anteriores. En el período comprendido entre 1844 y 1860, la minería quintuplicó la
producción, pasando de $ 3.600.000 a $ 18.890.000. La producción de plata subió de
33.500 kilos en 1841 a 140.000 kilos en 1856. El cobre aumentó de 9.586.549 k. en 1844
a 25.467.852 k. en 1857. Paralelamente, la industria fundidora del cobre comenzaba a
surgir en la zona de Coquimbo. En el decenio de Montt estaba ya consolidada una fuerte
burguesía minera, consciente de su papel en la producción total del país.
En la zona centro-sur, de Talca a Concepción, el sector de terratenientes, generado
durante la colonia, había logrado un vigoroso desarrollo con la explotación triguera y la
nueva industria molinera. La demanda de trigo y harina de los mercados de California
y Australia fue el incentivo para una relativa mecanización de las actividades agrícolas.
En competencia con los industriales molineros de Tomé, Juan Antonio Pando levantó
en las márgenes del Loncomilla uno de los molinos más modernos para la época, con
maquinarias y técnicos importados de Estados Unidos. La exportación total de trigo
del país, a la cual contribuyó en importante medida la región centro-sur, subió de
180.236 qq.m. en 1848 a 587.564 en 1855; la de harina se quintuplicó entre 1848 y 1855.
La producción triguera y molinera no solo había aumentado por la demanda exterior,
sino por las crecientes necesidades del Norte Chico, en pleno período de expansión
y crecimiento.
Los terratenientes y molineros de la zona centro-sur protestaban contra el gobierno
porque las principales obras de infraestructura, como canales de regadío, puen-
tes, caminos, etc., no se realizaban mayormente en la región sino en las zonas que
beneficiaban a los latifundistas de Santiago. Los ferrocarriles del Norte Chico fueron
financiados por la propia burguesía minera, sin ayuda del Estado.

187
A pesar de que las entradas fiscales, como producto del incremento de las expor-
taciones, habían aumentado de $ 2.761.788 en 1841 a $ 4.426.907 en 1851 y a 6.419.142
en 1857, el gobierno de Montt mantenía postergadas a las provincias que precisamente
eran las que proporcionaban mayores ingresos estatales.
La mayoría de los historiadores ha considerado como causa fundamental de la
revolución de 1859 el autoritarismo del gobierno de Montt, su empecinamiento en negar
la amnistía a los promotores de la guerra civil de 1851, sus reiteradas persecuciones
a la oposición liberal y la implantación sistemática del estado de sitio, hechos que
promovieron un poderoso movimiento por las libertades públicas y la convocatoria
a una Asamblea Constituyente. La causa esencial del movimiento revolucionario
habría consistido, para estos historiadores, en la lucha por la democratización del
país y la reforma de la Constitución de 1833. Otros autores, como Agustín Edwards,
llegan a sostener que la chispa que encendió la revolución de 1859 fue una ley que
autorizaba una partida de 40.000 pesos para publicaciones del Ministerio del Interior.336
Las causas señaladas anteriormente eran en parte efectivas, pero solo como reflejo
superestructural de un proceso más profundo que se expresaba en el choque entre los
intereses de la burguesía minera del Norte Chico y de los agricultores y molineros del
sur con la burguesía comercial y latifundista de la región central, representada en lo
fundamental por los gobernantes de los decenios. La contradicción capital-provincias
constituía una de las formas de manifestación del proceso.
La protesta de las provincias era expresada con notable lucidez por el periódico
El Curicano, dirigido por Filidor Olmedo y Manuel Méndez, en un editorial del 30 de
diciembre de 1858, en el que comentaba la aparición del periódico El Provinciano de
Talca:
“El Provinciano” promete dirigir sus trabajos para atacar la centralización que existe en el
país y para conseguirlo juzga indispensable la convocación a una Asamblea Constituyen-
te. Sin duda que este periódico será el centinela avanzado de la república del porvenir,
ha comprendido que la idea que agita y conmueve al país es destruir la centralización
monstruosa en que vivimos (…) Pero una saludable agitación cunde en el país, ya se
percibe el eco imponente y sublime de las provincias que se alzan majestuosamente
reclamando con el derecho y la razón sus fueros pisoteados, su vida pública escarnecida.
La Asamblea Constituyente. La descentralización. He aquí las aspiraciones y los deseos
de todas las provincias. Las provincias desean gobernarse por sí mismas, quieren elegir
sus jueces, sus intendentes, para que sirvan los intereses de las localidades y no los
del gobierno. Quieren tener municipalidades que intervengan en la cosa pública y no
sean instrumentos de los agentes del ejecutivo. Quieren ser atendidos conforme a las
contribuciones que pagan para no mendigar del Gobierno general (…) Los provincianos
somos hijos desheredados de la patria; contribuimos con todos nuestros elementos,

336
Agustín Edwards. Cuatro Presidentes de Chile, Tomo I, p. 173, Santiago, 1932.

188
con todas nuestras fuerzas a su engrandecimiento, sin que se correspondan nuestros
sacrificios. La capital absorbe todas las rentas, recibe todas las mejoras, concentra todas
las ventajas, mientras que las provincias abandonadas a mezquinos recursos vegetan
en la miseria y el atraso (…) Bajo el gobierno español las provincias eran explotadas y
pagaban fuertes contribuciones para enriquecer la corte de España. Ahora la diferencia
no es mucha, pues pagamos fuertes contribuciones y nos explotan de mil modos para
embellecer la corte de Santiago. En nuestro departamento no invierte el gobierno general
la décima parte de las rentas con que contribuye anualmente al tesoro nacional.337
El centralismo de la capital se tradujo también en la ley de municipalidades de 1854,
dictada por el gobierno de Montt. Esta ley suscitó nuevas protestas de las provincias,
porque en vez de descentralizar el poder, arrebató a los municipios la mayor parte de
sus facultades y recursos. El periódico El Amigo del Pueblo, de Concepción, comentaba
en septiembre de 1858: “Qué ha sido del régimen comunal, de las libertades municipales
de las provincias, de esta última garantía contra los avances de la centralización?”.338
Otra de las causas que aceleró el movimiento revolucionario de 1859 fue el nuevo
régimen impositivo decretado para la minería. El gobierno de Montt en 1852 estableció
un nuevo gravamen de un 5% a la exportación de cobre en barra o rieles y de plata en
barra, piña o chafalonía. La burguesía minera del Norte Chico no ocultó, a su debido
tiempo, que ésta era una de las causas de la guerra civil de 1859. Uno de los primeros
decretos de Pedro León Gallo, al tomar el poder en 1859 en el Norte Chico, fue reducir
“a la mitad los derechos de exportación que pagaban las pastas beneficiadas y las
metálicas que se enviaban al extranjero”.339
La crisis económica mundial precipitó la guerra civil. Esta crisis repercutió en Chile
determinando una baja de los precios del cobre, la harina y el trigo. La exportación de
trigo a California disminuyó de $ 275.763 en 1855 a $ 178.484 en 1858 y la de Australia
de $ 2.698.911 en 1855 a $ 200.000 en 1858. Según Encina, en el plano mundial el
crédito se contrajo y “las grandes casas exportadoras europeas comenzaron a cobrar
sus créditos contra las casas revendedoras esparcidas en el mundo. Estas tuvieron a
su vez que cobrar a sus clientes, con lo cual agravaron la restricción del crédito y el
alza de los intereses; y como faltaban mercaderías con cuyo valor atender los pagos
en Europa, se vieron obligados a exportar la moneda, determinando una contracción
monetaria que, a su turno, reaccionó en el sentido de agravar la contracción del crédito
(…) A fines de agosto de 1857, la contracción monetaria y crediticia se hizo tan intensa
que las transacciones comerciales se paralizaron completamente en Valparaíso”.340

337
El Curicano Año II, Nº 64, diciembre 30 de 1858.
338
Reproducido por El Curicano, Año I, Nº 52, septiembre 30 de 1858.
339
Pedro Pablo Figueroa. Historia de la Revolución Constituyente. 1858-1859, p. 318, Santiago, 1889.
340
Francisco Encina. Historia de Chile, XIII, 589-590, Ed. Nascimiento, 1952.

189
La crisis también provocó reducción de faenas, cesantía y quiebras, como la de la
industria molinera Pando-Eyzaguirre. El gobierno dispuso la baja de la ley de plata en
la moneda divisoria y la acuñación de moneda de oro, medida que no solucionaba la
situación monetaria, porque a escala mundial la plata se había valorizado en relación
al oro después de los descubrimientos de California y Australia.
La crisis aguda que estalló en 1857 comenzó a diseñarse en 1855 (…) Las minas de plata
en 1856 habían disminuido su producción. Era el metal base de la moneda chilena, y
como el precio de la plata había subido, vino a agregársele al desequilibrio de la balanza
comercial que exigía exportación de moneda, el incentivo adicional de un alto precio
del metal mismo. La moneda se hizo, pues, en extremo escasa.341
Un diario chileno de la época analizaba la situación económica en los siguientes
términos:
El desarrollo de la riqueza de Chile se hallaba en todo su auge a fines de 1855, cuando
se empezó a vislumbrar la crisis. Las minas de oro de California empezaron a bajar su
producción y el alto costo de los granos motivó a los pobladores a trabajar el campo con
el fin de autoabastecerse. Chile veía cómo dos considerables competidores en producción
de granos empezaban a surgir. En 1856, las cosas empezaron a producirse. La cosecha
había sido mediocre y además los mercados del Pacífico comenzaron a cerrarse. Entonces
la crisis se hizo evidente a principios de 1857.342
El mismo diario penquista insistía un año después en el tema de la crisis: Chile “en
los años 1855, 56 y 57 marchaba a un estado floreciente de prosperidad, ofreciendo
venturosas expectativas para el porvenir, pero desde principios de 1858 principió
a hacerse sentir en el comercio la crisis monetaria, consecuencia tal vez de los
sacudimientos políticos de otras naciones con quienes la nuestra mantenía relaciones
de comercio”.343

El período pre-revolucionario
La guerra civil de 1859 fue precedida de importantes avances políticos de la oposi-
ción. En las elecciones parlamentarias de 1858, los candidatos liberales triunfaron en
las ciudades de Valparaíso, La Serena, Copiapó y Linares. El 2 de octubre de ese año, la
oposición reunió en un banquete realizado en Santiago unos quinientos conspicuos
liberales y conservadores que escucharon encendidos discursos de Gallo, Santa María
y Diego Barros Arana, llamando a la lucha contra el gobierno de Montt. En 1858, se

341
Agustín Edwards, op. cit., I, 147.
342
El Correo del Sur, Nº 900, enero 16 de 1858, Concepción.
343
Ibid., Nº 1075, noviembre 5 de 1859.

190
formaron numerosos clubes políticos de la oposición en varias provincias y se co-
menzó a editar el periódico La Asamblea Constituyente, cuyo nombre sintetizaba el
principal punto programático del movimiento opositor. En uno de sus artículos, Isidoro
Errázuriz planteaba: “La paz con la abdicación en masa del círculo que gobierna –la
paz con la Asamblea Constituyente–, la revolución armada –la conflagración de la re-
pública entera. A este punto ha llegado la situación política; de este dilema no podrán
escaparse los que intentan dar a la crisis actual la solución digna y radical que exige
inevitablemente”.344 En este periódico colaboraban el antiguo igualitario Ambrosio
Larracheda y el obrero José del Carmen Troncoso.
A principios de diciembre de 1858, la oposición convocó al pueblo para la firma del
acta de adhesión al petitorio de Asamblea Constituyente, acto que motivó la represión
del gobierno el 12 de ese mes. En el desfile organizado por los opositores para protestar
contra esta medida fueron apresados ciento cincuenta personas, entre las cuales se
destacaban Matta, Gallo y Vicuña Mackenna. Cuando éste entró a la celda, la misma
que había ocupado el 20 de abril de 1851, exclamó: “Heme aquí de nuevo en mi cuna
revolucionaria”. Interrogado acerca de los motivos por los cuales estaba preso, Vicuña
Mackenna contestó: “Pues hombre, tenemos el mismo delito porque nos acusan de
faltarle el respeto a esa vieja matrona que llaman la Constitución del Estado”.
El gobierno redobló la persecución de los liberales y ordenó la clausura de varios
periódicos. En diciembre, decretaba el Estado de Sitio, medida que era “justificada”
por el diario oficialista El Correo del Sur, de Concepción, en los siguientes términos:
La declaración del Estado de Sitio no solo era lógica, sino que debía esperarse desde
hace tiempo. Invocar la salvación pública para dominar una situación dada, ha sido
siempre un remedio heroico que solo puede justificarse en presencia de una gran crisis.
Espartaco sublevado, Catilina a las puertas de Roma, el comunismo amenazando la
propiedad, el extranjero invadiendo el suelo de la patria, la insurrección en armas como
ha pretendido la oposición, rasgando con la espada el pacto social; he allí el caso en que
el grito pavoroso de la salvación pública debe ser arrojado por el representante del orden
y de la conservación social. Santiago, Valparaíso y Aconcagua, declarados estado de sitio,
importan para el país la salvación de esos peligros.345
El gobierno de Montt estaba respaldado por la burguesía comercial y financiera de
Santiago y Valparaíso, por los terratenientes de la zona central y los nuevos ricos que
habían logrado sus fortunas en la construcción de obras públicas.
El movimiento de 1859 tuvo un contenido más policlasista que el de 1851. Al bando
de la oposición se había pasado un sector de los conservadores que había roto con el
gobierno de Montt a raíz de las medidas adoptadas por éste en orden a defender las

344
La Asamblea Constituyente, Nº 7, noviembre 19 de 1858, Santiago.
345
El Correo del Sur, Nº 1043, diciembre 25 de 1858, Concepción.

191
prerrogativas del Estado frente a la Iglesia. El carácter híbrido de la nueva combinación
liberal-conservadora indujo a Martín Palma, ensayista chileno de mediados del siglo
pasado, a expresar:
La célebre fusión del partido liberal con el partido pelucón o del partido pelucón con
el partido liberal ¿qué divisa podía adoptar? ¿Qué principios iba a defender, y cómo se
daría unidad de ideas en donde existía divergencia de opiniones? ¿Cómo podrá marchar
el fanático al lado del incrédulo, el aristócrata unido al demócrata, el estacionario con
el progresista, el hombre de los privilegios con el hombre de la libertad? (…) La cosa es
clara: la oposición no tenía ideas, sino odios; no tenía pensamientos sino ambiciones;
no tenía principios, sino venganza; y la unión que tanto se encomiaba era la unión más
falsa, porque unos y otros habían prostituido sus creencias y echado a la espalda sus
convicciones más arraigadas: el liberal había adoptado el traje del jesuita y el pelucón
las maneras y palabras del incrédulo.346
En la nueva combinación opositora figuraba el sector liberal de avanzada, encabe-
zado por José Miguel Carrera hijo, y Benjamín Vicuña Mackenna, junto a la burguesía
minera, liderada por los Matta y los Gallo; la mayoría de la intelectualidad orientada por
Lastarria, Barros Arana e Isidoro Errázuriz; los terratenientes e industriales molineros
del sur y el sector de conservadores ultramontanos que había roto con el gobierno.
Estas capas burguesas lograron el apoyo de vastos sectores del proletariado minero
del Norte Chico y del carbón, de los artesanos formados en las filas de la fenecida
Sociedad de la Igualdad, de un fuerte contingente de campesinos de la zona centro-sur
y de un importante núcleo de tribus mapuche.
El contenido policlasista del movimiento de 1859 se reflejó en posiciones contra-
dictorias, según los sectores sociales que lograban predominar en cada región; en
algunas provincias, la burguesía liberal mantuvo la conducción política y militar del
movimiento; en otras, como Valparaíso, Talca, San Felipe y el centro-sur, fue rebasada
por la lucha urbana de los artesanos y las guerrillas de los montoneros e indígenas.
Martín Palma, celoso del orden burgués, afirmaba:
Supongamos que el señor Montt hubiera cedido o hubiera caído, lo que viene a ser
lo mismo, pues esto era la aspiración constante y única del partido opuesto. ¿Quién
habría asumido el poder? ¿Sería Pradel que encabezaba una montonera entre Arauco y
Concepción? ¿Tirapegui, que amenazaba con la suya a la provincia de Chillán? ¿Vallejo,
que se atrincheraba en Talca? ¿Carrera, que dominaba entre San Fernando y Rancagua?
¿Gallo, que formaba un ejército regular en Atacama con una actividad, talento y energía
dignos de mejor causa y que marchaba victorioso hasta Coquimbo? ¿O los mil cabeci-
llas que habrían surgido de las insurrecciones de Valparaíso, Santiago y San Felipe? (…)

346
Martín Palma. Reseña histórico-filosófica del gobierno de Don Manuel Montt, pp. 30-31, Santiago,
abril de 1862.

192
Lo que hay de cierto es que una vez caído el señor Montt, todos estos jefes de motines,
todos esos jefes de montoneros, todos esos generales improvisados, todos esos tribunos
de revuelta, se habrían destrozado unos a otros, cayendo el país en la más completa
anarquía; y en esa confusión y en ese desorden no habría seguridad para nada ni para
nadie: vidas y propiedades, trabajo e industria, civilización y progreso (…) Hubiéramos
tenido el temor incesante de la vida, la pérdida absoluta de la propiedad, el bandalaje
organizado.347
Los periódicos oficialistas de la época testimonian también esta preocupación de
clase por la propiedad privada puesta en peligro por los obreros, artesanos, monto-
neros e indígenas que estuvieron a punto de rebasar el movimiento liberal burgués de
oposición. El Correo del Sur denunciaba que “la propiedad está amenazada por agentes
oscuros, que están muy lejos de representar al pueblo”.348 En otro artículo afirmaba:
“Los trabajos de las ricas y abundantes minas de Copiapó paralizados; Chile entero
privado de los beneficios de esa explotación; los mineros han abandonado sus faenas y
entregados al pillaje asolaron el puerto de Caldera, saqueando la ciudad de Copiapó. La
inseguridad de las propiedades y de las vidas, expuestas al capricho de los revoltosos”.349
Esta misma inquietud por el orden capitalista era expresada en Europa por un folleto
anónimo, al parecer publicado por Ignacio Zenteno, en el que se criticaba a Matta,
Angel Custodio Gallo y Benjamín Vicuña Mackenna por haber editado un opúsculo
en Inglaterra denunciando las arbitrariedades de Montt y solicitando que gobierno
inglés castigara al capitán Lesley por haberlos conducido en calidad de desterrados en
el buque “Braginton”. En el folleto del partidario de Montt se manifestaba:
A buen puerto habéis abordado señores anarquistas de Sur América, para hacer alarde
de vuestros antecedentes revolucionarios! A Londres, la patria de la paz y del orden
legal; a Londres, en donde la anarquía es desconocida, en donde la palabra es la única
fuerza de la sociedad política, en donde la sangre inspira horror; y los demagogos el
más solemne desprecio; a Londres, capital de un pueblo que tiene más de 20.000.000
de pesos fuertes comprometidos en nuestro comercio y que todas sus expectativas
las cifra en la estabilidad y quietud de estas repúblicas que tanto necesitan de la paz
para progresar en beneficio propio y de la riqueza universal. Da lástima contemplar
a don Benjamín Vicuña Mackenna, quien también suscribe solapadamente el mismo
opósculo, presentarse ante el público inglés, con la siguiente recomendación: “a los 28
años de edad llevo ya en cuenta la cuarta condenación a muerte bajo la administración
de don Manuel Montt” (…) Conozca, pues, la gran nación a sus huéspedes, y considere
el abismo en que caería su rico comercio del Pacífico si la desgracia llamase a regir los
destinos de estos pueblos a hombres que a los 28 años han figurado por la cuarta vez
como perturbadores del orden (…) Id a México, señores revolucionarios, y encontraréis

347
Ibid., pp. 51-52.
348
El Correo del Sur, Nº 1072, marzo 3 de 1859, Concepción.
349
Ibid., Nº 1067, febrero 19 de 1859.

193
las simpatías del lado de Juárez, Miramón y demás alborotadores de oficio; pero no os
presentéis en Inglaterra.350
Este folleto, además de mostrar la genuflexión del colonizado que llega a lanzar
denuestos contra el papel liberador de un Juárez, trata de consolidar el apoyo que
Inglaterra venía prestando al gobierno de Montt desde la guerra civil de 1851.
Los principales frentes de lucha fueron Copiapó, La Serena, San Felipe, Valparaíso,
Rancagua, Curicó, Talca, Maule, Linares, Chillán, Concepción y la Frontera. Los revo-
lucionarios emplearon como táctica militar la guerrilla rural en la zona central y sur,
la guerrilla urbana en Valparaíso, San Felipe y Talca y la guerra móvil y de posiciones
en el Norte Chico. Esta zona fue la única en que la oposición logró formar un ejército
regular; en las demás, las montoneras fueron la base de las operaciones de guerra no
convencional.
La guerra civil se prolongó desde comienzos de enero hasta mayo; en la zona de la
Frontera, la rebelión mapuche se mantuvo durante todo el año 1859 y parte de 1860.

La guerra civil en el Norte Chico


El movimiento revolucionario de esta región tuvo una fuerte base política,
financiera y militar que le permitió controlar las provincias nortinas durante cerca
de tres meses. Fue dirigido por la burguesía minera, encabezada por los Matta y los
Gallo, de orientación liberal, reformista y anticlerical. Tuvo el respaldo popular del
proletariado minero, los campesinos y los artesanos de las ciudades. El sector de
conservadores, que había roto con el gobierno de Montt, entró en esta coalición policla-
sista, aunque pronto afloraron sus divergencias con el movimiento revolucionario.
Al respecto, un testigo de la época, presumiblemente un francés residente en Chile,
bajo el pseudónimo de A. Cochut, escribió un artículo publicado en la Revue des deux
Mondes, en el que señalaba:
Una vez dueños de La Serena [los liberales] su disidencia con los “pelucones” tomó
un carácter mucho más marcado; se llegó hasta publicar en los diarios oficiales de la
insurrección diatribas sobremanera hirientes con el lujo y la sociedad del clero. Los
“pelucones” estaban desorientados; simpatizaban apenas con el ejército victorioso en
Los Loros, que había sido reclutado en gran parte entre los obreros de las minas, en el
seno mismo del elemento demagógico.351

350
Anónimo, probablemente escrito por Ignacio Zenteno: Los detractores de Chile en el extranjero, pp.
21-22, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1859.
351
A. Cochut. “Chile en 1859”, publicado en la Revue des deux Mondes, T. 24, y reproducido en Chile
por la Imprenta Nacional en 1860, p. 44. El objetivo de este artículo era apoyar a Montt y repudiar la
revolución de 1859.

194
Copiapó había sido una de las escasas provincias en que triunfó la oposición en las
elecciones parlamentarias de 1858. El 3 de noviembre se formó en dicha ciudad una
junta política dirigida por Pedro León Gallo; el 12 del mismo mes, con asistencia de
la juventud copiapina, se fundó el Club Constituyente. La base de sustentación social
fue asegurada con la organización del Centro de Artesanos y Obreros, encabezado por
Pedro Pablo Zapata.
El 5 de enero de 1859 estalló el movimiento revolucionario en Copiapó y en los
centros obreros de Chañarcillo y Juan Godoy. En Copiapó, Zapata, al frente de obreros
y artesanos, logró apoderarse del cuartel. El poeta de la revolución, Ramón Arancibia,
autor de la “Canción Constituyente”, se tomó la cárcel a la cabeza de cuarenta hombres.
Pedro León Gallo fue proclamado Intendente y Comandante en Jefe de un Ejército
financiado por la burguesía minera.
El ingeniero Anselmo Carabantes se apoderó del puerto de Caldera, expropiando
90.000 pesos que existían en la Aduana. En la Maestranza de los ferrocarriles hizo
fundir con obreros y cobre chilenos quince cañones, numerosas balas de cañón,
doscientas granadas y explosivos para hacer volar las vías férreas cuando fuere
necesario. En Copiapó, se formó un batallón de artesanos, dirigido por el sargento
mayor Agustín Ramos; en Chañarcillo, los mineros organizaron el batallón de “Zuavos
Constituyentes”.
La burguesía minera del Norte Chico puso su sello de clase en los decretos promul-
gados por Pedro León Gallo. En uno de ellos, el del 6 de enero, se garantizaba el derecho
a la propiedad privada: “Teniendo en cuenta que en las actuales circunstancias perso-
nas mal intencionadas puedan intentar contra la seguridad y contra las propiedades e
intereses de los ciudadanos, las autoridades castigarán estos delitos con las penas más
severas, para lo cual se constituye un cuerpo civil de seguridad en resguardo y custodia
de las propiedades”.352 En otra resolución, se adoptaban medidas de protección a la
minería: “El señor Gallo, deseoso de estimular el fomento de la minería, expidió un
decreto el 11 de enero reduciendo a la mitad los derechos de exportación que pagaban
las pastas beneficiadas y las metálicas que se enviaban al extranjero”.353
El Norte Chico fue una zona liberada política y militarmente desde enero hasta
fines de abril. La burguesía minera estableció una especie de Estado dentro de otro
Estado, que llegó a tener moneda propia. El Intendente Gallo hizo que el ingeniero
Carabantes acuñara moneda en la fundición Molina; el nuevo dinero fue denominado
“pesos constituyentes”; “se sellaron en 10 días 400.000 pesos, siendo 300.000 de
particulares y 100.000 para el Ejército. De este modo, se llenó uno de los deseos más
vehementes de los copiapinos, tener una Casa de Moneda”.354
352
Pedro Pablo Figueroa. Historia de la Revolución Constituyente, 1858-1859, p. 304, Santiago, 1889.
353
Ibid., p. 318.
354
Ibid., p. 336.

195
La participación popular en el movimiento se hizo más notoria ante el anuncio de
la llegada de las tropas gubernamentales:
Una numerosa muchedumbre compuesta en su mayor parte de paisanos que esperaban
un fusil para ingresar al ejército revolucionario para reemplazar a los que cayeran (…)
Desde 200 leguas del norte de Copiapó, como ser Cerro del Cobre, Paposo y Chañaral,
llegaban al campamento de Pichincha esforzados mineros a pedir un puesto de combate
en las filas constituyentes.355
Una columna de los rebeldes se apoderó de Freirina y Vallenar. Luego, se pliega
Carrizal, centro minero con cerca de 1.500 trabajadores. Una valiente mujer del pue-
blo, llamada Teresa Guevara, acompañaba al ejército revolucionario desde Copiapó,
como vivandera o cantinera.
El 14 de marzo, Pedro León Gallo se anotaba un triunfo de vasta repercusión
nacional al derrotar en la batalla de Los Loros al ejército gubernamental. Encina narra
que cuando parecía triunfar el ejército de Montt, dirigido por Silva Chávez, se inició
un cuerpo a cuerpo en el que “los mineros de Gallo botaron los fusiles y empuñaron
el corvo”.356 Pocos días después, los revolucionarios ocupaban La Serena, ciudad en la
que fueron recibidos en forma entusiasta gracias al apoyo popular que había creado
a favor del movimiento el tribuno Pedro Pablo Muñoz, de consecuente trayectoria
revolucionaria desde los días de la Sociedad de la Igualdad y de la lucha de los “libres”
de La Serena en 1851. También colaboraba con los rebeldes el periodista Manuel Concha
a través de su periódico El Cosmopolita.
El gobierno logró reorganizar el Ejército, con los refuerzos desembarcados en
Tongoy. Vidaurre, su nuevo comandante, en un rápido avance hasta las cercanías de La
Serena, consiguió un aplastante triunfo sobre Pedro León Gallo en la batalla de Cerro
Grande el 29 de abril. No obstante la fuga de su jefe a Buenos Aires, “los Cazadores de la
Selva”, que no alcanzaron a entrar en combate en Cerro Grande, resolvieron continuar
la lucha, apoderándose de Copiapó, mientras José Sierra se posesionaba del puerto de
Caldera. El 12 de mayo, los revolucionarios eran derrotados definitivamente por las
tropas gubernamentales al mando de Villagrán.

El movimiento revolucionario de Aconcagua


El principal foco revolucionario de esta provincia fue San Felipe, antigua sede de
una combativa y numerosa filial de la Sociedad de la Igualdad, cuyos artesanos tuvieron
una destacada participación en el levantamiento de noviembre de 1850. En la nueva

355
Ibid., p. 331.
356
Encina, XIII, 351.

196
rebelión contra el gobierno de Montt, artesanos y campesinos volvieron a constituirse
en la base de sustentación social del movimiento.
Un mes antes de la insurrección, el gobierno había enviado refuerzos militares a
San Felipe. Un diario oficialista de la época comentaba acerca de las posibilidades de
una rebelión en Aconcagua:
Se cree generalmente que Aconcagua es el centro de los recursos para una revolución
y que todos sus habitantes son hostiles al gobierno. En San Felipe es verdad que hay
algunos opositores entre los artesanos, gañanes y otras gentes que tienen que vivir
de su trabajo diario, pero los hombres de fortuna, los que no miran en el trastorno un
medio de lucrar, todos son adictos de corazón al gobierno. ¿Qué haría San Felipe como
revolucionario? ¿Con qué recursos cuenta para hacer una revolución? ¿Cuáles son
los hombres de acción que se pondrían a la cabeza? ¿Con qué fuerzas disciplinadas
contarían y con qué armamento? Un batallón de pocas plazas, sin ninguna instrucción,
sin oficiales y sin armas; cuatro escuadrones de chacareros, inquilinos y arrieros que
solo saben manejar el arado y que miran con terror el sable o el fusil. Y los jefes, ¿cuál
sería el caudillo? Sin duda, el corresponsal de la “Actualidad”. Hoy han llegado al cuartel
del batallón Cívico 100 fusiles ingleses y 104 fornituras, todo nuevo. Tenemos ahora un
numeroso y excelente armamento y los amigos del orden no se duermen.357
Los revolucionarios de San Felipe se encargarían muy pronto de responder con
hechos a las preguntas del diario gobiernista. Los recursos los obtuvieron del pro-
pio cuartel enemigo, expropiando las viejas armas y los nuevos fusiles ingleses. Los
hombres de acción se formaron rápidamente en las milicias creadas por el pueblo; los
jefes surgieron en las barricadas y las fuerzas se disciplinaron al fragor de una lucha en
la cual los artesanos y gañanes demostraron no temerle al sable o al fusil. En lo único
que tuvo razón el periódico oficialista fue en la composición social de los participantes
en el proceso revolucionario. Efectivamente, en San Felipe no hubo, como en otras
regiones, intervención de sectores acomodados o terratenientes opositores al gobierno.
La insurrección de San Felipe tuvo un contenido popular y un respaldo masivo de las
capas empobrecidas de la población. De lo contrario, ¿cómo podría explicarse que este
movimiento hubiera podido resistir durante catorce días el sitio de un ejército regular
de cerca de mil hombres?
El objetivo de los revolucionarios sanfelipeños era coordinar su levantamiento
con el de los rebeldes de las provincias de Aconcagua y Valparaíso. Pero solo llegaron
a apoderarse de la ciudad de San Felipe y del pueblo de Putaendo.
El 12 de febrero, en el período de auge de la rebelión en el Norte Chico, en el centro
y en el sur, los revolucionarios de San Felipe se tomaron los cuarteles y la cárcel,
encabezados por Joaquín Oliva, Luis Ovalle, Manuel Rodríguez, Wenceslao Vidal,

357
El Correo del Sur, Nº 1048, enero 6 de 1859, Concepción.

197
Francisco Chaparro, Arturo Barriga, Baldomero Lara y Francisco Ipinza. Quinientos
hombres se presentaron pidiendo armas para respaldar la insurrección. El mismo día,
un grupo de revolucionarios, dirigidos por Cotter y Rodríguez, tomaba Putaendo, ope-
ración que cumplieron con éxito luego de un breve combate. La primera medida del
comité revolucionario fue construir trincheras alrededor de la ciudad en previsión de
un ataque gubernamental. “Los abasteros habían formado un escuadrón de caballería
al mando de los señores Esteban y Faustino Labra y don José María Fonseca comandaba
otro cuerpo de caballería cívica. Las tropas enviadas por el gobierno de Santiago,
unidas con las de Los Andes, atacaron la plaza de San Felipe en los días 14, 15 y 16, sin
obtener resultados, siendo siempre derrotados”.358 Los revolucionarios resistieron el
día 18 un nuevo ataque del Ejército, cuyos efectivos totalizaban unos mil hombres
con los refuerzos que había enviado el gobierno para vencer la tenaz resistencia de
los sitiados. El 28 de febrero, después de catorce días de asedio, los revolucionarios
sanfelipeños tuvieron que rendirse.
Su hazaña ha sido narrada por un escritor de la época, desterrado por el gobierno
de Manuel Montt:
Referir la revolución de San Felipe no me pertenece a mí, ni es mi objeto. Yo no soy
historiador. Cuánto heroísmo, cuánta abnegación, cuánto sacrificio, cuánto patriotismo
ha habido en aquellas jornadas, es digno de un grande escritor, y no de mí, simple soldado
de la libertad. Un pueblo desarmado, indefenso, apoderándose de las guarniciones y
de los cuarteles sin otra arma que el razonamiento; batiendo seis veces a las tropas
aguerridas, bien pagadas, bien vestidas, bien amunicionadas del gobierno (…) Asediada
la plaza de San Felipe, desarmada y atacada por tropas organizadas e infinitamente
superiores que el gobierno habían mandado en refuerzo de las que habían sido vencidas,
fue preciso ceder y la ciudad fue tomada a sangre y fuego (…) La ciudad fue entregada
al incendio y al saqueo, las calles quedaron sembradas de cadáveres de viejos, mujeres
y niños. Tres días después, la música de los batallones del gobierno batían marcha y los
jenízaros de Montt se paseaban triunfantes. San Felipe era un inmenso escombro, un
montón de cenizas, un extenso cementerio de cadáveres insepultos.359

La rebelión de los trabajadores de Valparaíso


El movimiento de los porteños estuvo precedido de una campaña política de la
oposición, iniciada el 21 de enero de 1858 con la proclamación de José Victorino Las-
tarria y Ángel Custodio Gallo como candidatos a diputados. El portavoz de esta lucha
fue El Ciudadano, “órgano del pueblo”, en cuyo comité de redacción pronto surgieron

358
Pedro P. Figueroa, op. cit., p. 513.
359
Ramón Lara. El gobierno de Montt y sus agentes. Una de mil, pp. 11-12, Mendoza, marzo de 1860.

198
diferencias políticas entre el sector liberal burgués de Gallo y Lastarria y el ala plebeya
e izquierdizante de Vargas, Dodds y Luján. Estos últimos fueron caracterizados por el
historiador de la Revolución de 1859, Pedro Pablo Figueroa, de la siguiente manera:
“Vicente Vargas y Vargas, luchador del pueblo, tribunicio valiente que sabía traducir
en el lenguaje popular los sentimientos y los propósitos que intervenían en la política;
Leonardo A. Dodds, liberal revolucionario de 1851; Pedro Pascual Luján, liberal también
de alguna consideración en las clases trabajadoras”.360
A pesar de las diferencias políticas, que se tradujeron en la formación de dos
fracciones para nominar los candidatos a regidores a la Municipalidad de Valparaíso, la
oposición logró formar numerosos clubes políticos y realizar concentraciones masivas
en el Teatro de la Victoria y en el Salón de la Filarmónica. “Noche a noche, el pueblo
y los miembros más caracterizados de la sociabilidad, asistían en número de más de
cuatro mil personas ocupando las calles cuando el local se hacía más pequeño para
contener la concurrencia”.361 Aunque esta cifra parece exagerada, es evidente que la
movilización popular fue la base del triunfo electoral de la oposición el 28 de marzo
en los comicios parlamentarios y municipales.
No obstante el respaldo popular, el día en que estalló la guerra civil en el Norte Chico
la oposición porteña no tenía ningún grado de preparación para la lucha armada. Pedro
Pascual Luján y el peluquero Valenzuela tuvieron que ponerse al frente del movimiento
revolucionario; hicieron los primeros contactos con algunos cabos y sargentos y
comenzaron a organizar a los obreros y artesanos. Pero el gobierno logró infiltrar a
tres oficiales en las reuniones y la conspiración fue descubierta. Luján y los obreros,
soldados y suboficiales fueron encarcelados. La misma suerte corrió poco después
Guillermo Blest Gana, que se había propuesto tomar los cuarteles con un grupo de
paisanos y jornaleros armados, entre los cuales se destacaban F. Cuadra y R. Cisternas.
El 28 de febrero de 1859, un grupo de jornaleros de los cerros Barón y San Francisco,
encabezados por Horacio Manterola, inició la insurrección tratando de apoderarse de la
Comisaría. Otro grupo de trabajadores, dirigido por Bartolomé Riobó, atacó la Aduana,
expropiando doscientos fusiles con los cuales pudieron armarse. Mientras tanto, los
fleteros peleaban con revólveres y puñales. Los insurrectos lograron prender fuego a la
Intendencia. El enfrentamiento armado no solo se dio en las calles de Valparaíso, sino
también en los cerros, desde donde los trabajadores ofrecieron enconada resistencia al
Ejército y a la Marinería que había desembarcado para hacer frente a la insurrección.
Al caer la tarde, el Gobierno lograba doblegar la resistencia de los revolucionarios.
La rebelión de Valparaíso tuvo una sola jornada de lucha armada en la que
sobresalieron los artesanos, fleteros y jornaleros. La ausencia de sectores burgueses

360
Pedro P. Figueroa, op. cit., p. 483.
361
Ibid., p. 485.

199
en este levantamiento antigubernamental se explica porque el puerto era el asiento de
una fuerte burguesía comercial y financiera que respaldaba a Montt. Por otra parte, el
gobierno contaba con el apoyo de las casas importadoras extranjeras, principalmente
inglesas, ampliamente favorecidas con la política de los gobernantes de la época de
los decenios.

Las guerrillas de la zona central


En la zona central, desde Rancagua hasta Chillán, el gobierno de Montt tuvo que
enfrentar durante cerca de cuatro meses una guerra de guerrillas, apoyada en una
base social campesina relevante. Esta guerrilla rural, que abrió numerosos frentes de
lucha, estuvo coordinada con guerrillas suburbanas que operaban en varios pueblos
de la región. Los guerrilleros llegaron a apoderarse de ciudades como Linares, Parral
y Talca, donde con el apoyo de los artesanos lograron controlar la ciudad resistiendo
durante más de un mes.
La guerra de guerrillas de la región central repercutió en el desarrollo nacional de
la guerra civil porque distrajo la atención del gobierno y obligó a descentralizar las
operaciones del Ejército, impidiendo que sus fuerzas se concentraran en un ataque
contra el principal foco de la insurrección: el Norte Chico.
Las guerrillas fueron encabezadas por José Miguel Carrera, hijo, de sobresaliente
actuación en el movimiento revolucionario de 1851. En Talagante, en la hacienda San
Miguel, de su tía Javiera Carrera, comenzó a organizar la lucha armada. Su primer grupo
guerrillero estuvo integrado fundamentalmente por campesinos de El Manzanar, en las
proximidades de Rancagua, siguiendo el ejemplo del amigo y compañero de su padre,
el guerrillero Manuel Rodríguez, no solo en cuanto al criterio sobre la composición
social más óptima para el grupo guerrillero, sino también en lo referente al campo de
operaciones. Sus primeras incursiones, con campesinos baqueanos de la zona se dieron
en los poblados de Chépica y Peumo.
La guerrilla rural estuvo combinada con una guerrilla suburbana organizada en
Curicó, con la colaboración del periodista Manuel A. Méndez, redactor de El Curicano,
periódico de oposición liberal que venía preparando el ambiente político para la
insurrección desde hacía varios meses. Sus colegas penquistas de El Amigo del Pueblo
habían mostrado su solidaridad con el combativo periódico curicano con ocasión de
una represión del gobierno de Montt en abril de 1858: “En Curicó el inédito gobernador
Timoteo González embarga bajo pretexto pérfido la imprenta del ‘Curicano’ y durante
el embargo se roban tipos, manuscritos, cartas, etc.”.362

362
El Amigo del Pueblo, Nº 20, abril 30 de 1858, Concepción.

200
A la cabeza de esta guerrilla se puso José Dolores Fernandois, organizador de los
campesinos de la región de Huemul. Sus bases de operaciones fueron los montes
cordilleranos cruzados por el Tinguiririca y el Teno, lugares tradicionales de los
montoneros de la época colonial y de las guerras de la Independencia. La guerrilla
de Fernandois hizo un ataque sorpresivo a Curicó el 3 de febrero, logrando penetrar
en la plaza principal, apoderarse de la cárcel y liberar a cuatro presos políticos. Pero
finalmente fue rechazada y se vio obligada a replegarse, uniéndose luego con las huestes
de José Miguel Carrera para atacar Rancagua, donde también fueron derrotados el 16
de febrero, acción que comentaba el diario oficialista El Correo del Sur: “En Rancagua,
a las 8 de la mañana, se ha presentado sobre esta población la montonera anunciada,
capitaneada por Carrera. Una heroica resistencia de toda la guarnición los ha abatido
completamente”.363
La columna guerrillera, que a la sazón contaba con cuatrocientos hombres, volvió
a reorganizarse bajo el mando de José Miguel Carrera en Machalí, reanimados por el
triunfo del ejército revolucionario en la batalla de Los Loros. Carrera y Fernandois
atacaron nuevamente Curicó el 29 de marzo y siguieron incursionando en los cerrillos
de Teno. Intentaron otro ataque a Rengo, pero finalmente fueron destrozados por el
Ejército gubernamental en Pichiguao el 2 de mayo, después de casi cuatro meses de
guerrillas.
José Miguel Carrera Fontecilla logró romper el cerco y escapar del país cuando no
había ya esperanzas de reconstituir las fuerzas revolucionarias ante la derrota del
Ejército del Norte Chico y de las guerrillas del centro y del sur. Este notable guerrillero
chileno, heredero de la tradición de lucha de su padre y de Manuel Rodríguez, que
se había batido contra el Ejército regular de Montt en dos guerras civiles, murió en
Lima, olvidado por sus contemporáneos y casi ignorado después por los historiadores
tradicionales. José Miguel Carrera, hijo, no ha sido colocado en la galería de los héroes
y “constructores de la patria” por los ideólogos de la clase dominante porque vivió
siempre rebelde a las injusticias políticas y sociales. Su lucha junto a los artesanos y
obreros mineros del Norte Chico, a los “libres” de Coquimbo y La Serena en 1851, y
sus combates al lado de los campesinos en las guerrillas y montoneras de 1859, solo
podrán ser justipreciados en su verdadera dimensión histórico-social en una fidedigna
interpretación de nuestro pasado nacional.
En el mismo período de la guerrilla de Carrera, operaba en Parral una montonera
organizada por Víctor Antonio Arce. Con ocasión de la toma de Parral, este líder
montonero emitió el siguiente comunicado:
Comandancia General de Armas de la División Libertadora de la Provincia de Maule,
Parral febrero 5 de 1859: Necesitando pronto recursos la División de mi mando dispondrá
363
El Correo del Sur, Nº 1068, febrero 25 de 1859.

201
[el gobernador] que se entregue en el acto de la notificación de este decreto todas las
especies estancadas que estaban a su cargo, presentando las cuentas de lo vendido e
invertido. Asimismo que entregue y dé razón de las contribuciones catastral y territorial
ya recaudada. Fdo. Víctor A. Arce.364
Poco antes, el 24 de enero, los montoneros de Arce habían logrado derrotar a la
guarnición militar de Linares, permaneciendo tres días en esa ciudad, expropiando
las armas del enemigo y los fondos fiscales que existían en la Municipalidad.
Posteriormente, Arce se vio obligado a replegarse a Chillán, donde se unió a las huestes
de Pando y Ugarte. Dispersadas estas fuerzas por los ataques del ejército regular, Arce
se trasladó a Chocoa, a dos leguas al sur del Maule, lugar en el que fue definitivamente
derrotado por el mayor Joaquín Vila. Allí cayeron prisioneros Pando, otros jefes
guerrilleros y 130 montoneros.
Mientras tanto, al norte de Rengo, operaban los montoneros de Manuel Zañartu,
quien había logrado reunir unos 400 campesinos. Después de varias incursiones fue-
ron derrotados el 2 de marzo por 500 soldados de línea comandados por el teniente
coronel Félix García Videla en el combate de Pichiguao.
Entre el Cachapoal y el Maule, además de las guerrillas mencionadas, actuaron
los montoneros de Pedro Letelier, quienes alcanzaron a apoderarse de Molina el
14 de marzo. Cuando se dirigían a Curicó, fueron batidos por el ejército regular en
Quechereguas.
En síntesis, la región comprendida entre Rancagua y Chillán fue escenario de una
guerra de guerrillas que se prolongó por espacio de cerca de cuatro meses en la cual
centenares de campesinos demostraron su capacidad de lucha para poner en jaque al
ejército regular. No por casualidad, la historiografía tradicional ha minimizado ésta
como otras tantas luchas de los explotados chilenos. La guerra de guerrillas de 1859
constituye un hito fundamental en la historia del movimiento campesino chileno.

La insurrección popular de Talca


La organización del movimiento revolucionario en Talca comenzó a principios de
1858 con la llegada de Juan Antonio Pando. Su principal colaborador, José Domingo
Canto, logró formar tres centros de obreros y artesanos compuestos de 60 hombres cada
uno. Estos grupos fueron reprimidos por el gobierno y Canto detenido el 22 de octubre.
Desencadenada la guerra civil en Copiapó, el talquino Ramón Antonio Vallejos
se puso al frente de un grupo de campesinos y artesanos de su ciudad, logrando apo-
derarse el 19 de enero de 1859 del cuartel cívico y policial, procediendo a entregar las
armas al pueblo.

364
Archivo Nacional Vicuña Mackenna, Tomo 50, pieza 13.

202
Las fuerzas de Vallejos se componían de ciudadanos de todas las clases populares, de
labradores, obreros y artesanos, en número como de cien hombres. Momentos más
tarde se aumentaron considerablemente con los voluntarios que corrieron a enrolarse
en sus filas. Careciendo de las armas suficientes, Vallejos los armó de fusiles, machetes y
lanzas hechas con clavos en los extremos (…) transformó en lanzas y cascos de granadas
los barrotes de las ventanas, en proyectiles todo el plomo que había en la población,
en cureñas las carretas de tráfico ordinario y en trincheras las piedras de las aceras.365
Los terratenientes y molineros talquinos, en un principio opositores al gobierno
de Montt, pronto dejaron de apoyar el movimiento encabezado por Vallejos. La
orientación de este caudillo, surgido en la lucha armada, y la composición social de
su improvisado ejército revolucionario rebasaron los marcos de la mera oposición
burguesa para transformarse en un embrión de poder popular. Según Encina, el líder
Vallejos “hizo sentir su áspera dictadura a la altiva aristocracia talquina, sin distinción
de bandos. Impuso cupos de guerra al comercio y a los hacendados y se apoderó de
cuanto necesitaba para organizar su ejército”.366
El odio de clase contra el caudillo popular Ramón Vallejos respira por los poros de las
añejas páginas de los periódicos burgueses de la época: “Los ciudadanos de una de las
más importantes poblaciones de la República (Talca) están sometidos a la prepotencia
omnímoda de un simple mayordomo de molino”.367
Al europeo que escribió en la Revue des deux Mondes sobre los sucesos de Chile
tampoco se le escapó el alcance social y político del movimiento revolucionario de
Vallejos. En una de las partes de su artículo de 48 páginas en el que demuestra un
agudo conocimiento de la realidad chilena, señalaba:
Otro golpe de mano puso a Talca en poder de los revolucionarios. La historia de las
guerras civiles en Chile presenta a las provincias del medio día como las más favorables
para las insurrecciones. Provistas de recursos para la guerra y pobladas de gentes cuyos
hábitos belicosos son conservados por la vecindad con los indios, muy dispuestos por
otra parte a desconocer la preponderancia de las grandes ciudades del centro, esos
campos han suministrado casi siempre los ejércitos que desde las cercanías de Penco
se han lanzado hacia Santiago con instintos destructores. Estas consideraciones hacían
de la toma de Talca un accidente grave, cuya coincidencia con otros movimientos, como
debía esperarse, ponía en peligro el orden establecido. Con una ardiente actividad,
los sublevados de Talca habían construido atrincheramientos y abierto fosos. Eran
mandados por Ramón Vallejos, quien había impuesto de la misma manera que a otras
personas respetables por sus fortunas, onerosas subvenciones para los gastos de

365
Pedro P. Figueroa, op. cit., pp. 521-523.
366
Encina, XIII, 316.
367
El Correo del Sur, Nº 1067, febrero 19 de 1859, Concepción.

203
guerra. Nadie podía dejar la ciudad sin haber pagado antes una cantidad que variaba
arbitrariamente según la posición de los que emigraban.368
La rebelión de Talca produjo en el gobierno tanta alarma como la insurrección
del Norte Chico, por la posición estratégica de esa ciudad. El Ejército gubernamen-
tal, al mando del general Manuel García, inició el sitio de Talca; los revolucionarios
resistieron con éxito sus reiterados ataques. El 7 de febrero, el Ejército se abrió paso
por las improvisadas trincheras logrando entrar a la ciudad. Pero los talquinos no se
entregaron; la lucha continuó en las calles, disputándose manzana tras manzana. El
13 de febrero, el Ejército pudo interceptar una montonera que venía desde Chillán
en ayuda de los revolucionarios de Talca. A pesar de este contraste, los artesanos y
campesinos de Vallejos no se rindieron. El Ejército regular tuvo que pedir refuerzos. Un
diario de la época informaba: “La fuerza que manda el Supremo Gobierno para sofocar
el movimiento de Talca, debe llegar a dicha ciudad compuesta por 1.800 infantes, 300
artilleros con 12 piezas de cañón y 300 hombres de caballería, incluso los cazadores (…)
Ha fondeado el vapor Independencia en la bahía de Coronel con hombres de tropa del
gobierno para marchar sobre Talca”.369 La heroica resistencia de los talquinos continuó
hasta el 22 de febrero, día en el que fueron derrotados por fuerzas infinitamente
superiores en número y armamento. El vilipendiado obrero molinero Vallejos murió
en pleno campo de batalla a raíz de gangrena, provocada por una herida de bala en la
pierna. Terminaba así, después de un mes y medio de lucha, una insurrección armada
de carácter inequívocamente popular que en el transcurso del combate fue generando
un poder dual que cuestionó la propiedad privada y el orden capitalista. El gobierno
burgués, consciente de este peligro, concentró poderosas fuerzas militares para
arrancar de cuajo el nuevo poder popular insurgente. El movimiento revolucionario
talquino de 1859 puede ser considerado como una de las más importantes insurreciones
populares armadas chilenas del siglo XIX.

La guerra civil en la zona de Concepción y la Frontera


A pesar de la represión sufrida después de la derrota de 1851, la oposición penquista
no se mantuvo inactiva. Durante las elcciones de 1858, para renovar el Parlamento y las
autoridades del Cabildo, reanudó su campaña contra el gobierno de Montt y se puso en
contacto, por intermedio de Eusebio Lillo, con los liberales santiaguinos. El principal
portavoz de la oposición fue El Amigo del Pueblo, fundado el 12 de marzo de 1858, desde
cuyas columnas se llamaba a los artesanos a luchar contra el gobierno: “Compañeros

368
Cochut A., op. cit., p. 42.
369
El Correo del Sur Nº 1057, enero 27 de 1859.

204
artesanos: no nos dejemos arredrar por los preparativos hostiles de la autoridad; son
impotentes contra la opinión general y legalmente expresada de todo un pueblo”.370
El gobierno trató de contrarrestar la influencia de la oposición entre los sectores
artesanales de Concepción a través del periódico El Correo del Sur: “Artesanos,
desconfiad de aquellos que se llaman los amigos del pueblo y siembran en nuestro
espíritu ideas desmoralizadoras y subversivas, en vez de hablaros de vuestros deberes
sociales”.371
El inicio de la guerra civil en el Norte Chico encontró a la oposición penquista en
un grado insuficiente de preparación para la lucha armada. El industrial molinero
Juan Antonio Pando trató de coordinar el movimiento revolucionario entre Talca y
Concepción. “No encontrando cooperación en los dirigentes opositores, tal vez por
rivalidades lugareñas, organizó secretamente grupos obreros”.372
Según Nicomedes Ossa, los dirigentes liberales de la zona sur, José Riquelme,
Antonio Pando, Víctor Limas, Nicolás Tirapegui, Carlos Benavente, resolvieron “salir
de Concepción para evitar las sublevaciones parciales o aisladas de los impacientes
que, a pesar de todo, querían ir a la revolución, lo que pensábamos no llevarían ade-
lante, al verse sin el apoyo de sus jefes reconocidos y únicos de seria influencia, que les
garanticen por su posición, su fortuna y su carácter. Conforme con esto, el señor Pando
se retiró al Maule, para conferenciar con el coronel Arteaga y con Nicomedes Ossa,
que lo acompañaba; y a la ciudad de Chillán para conferenciar con el señor Bernardino
Pradel, que era el jefe de la oposición en Ñuble y en los pueblos de la Frontera”.373
Apuntes escritos por un protagonista de estos sucesos, Tomás Smith, entregados al
historiador de la revolución de 1859, Pedro Pablo Figueroa, arrojan mayor luz acerca
de los preparativos de la oposición:
Nos despedimos del general Cruz (que no quiso participar en la rebelión) y regresamos
a Queime. Después, el coronel Arteaga dispuso que su hijo Domingo Arteaga Alemparte,
asociado a don Tomás 2º Smith, marchasen a Concepción llevando una letra por ocho
mil pesos que giró don Nicomedes C. Ossa a cargo del Banco de don Francisco I. Ossa
de Santiago y a la orden de don Aníbal Pinto, dinero que fue a servir para la compra de
escopetas, sables, municiones, etc.374
Los informes de Ossa y Smith, activos participantes del movimiento revolucionario
de 1859, demuestran que la situación era diferente a la de 1851. En la anterior guerra

370
El Amigo del Pueblo, 17 de abril de 1858, Concepción.
371
El Correo del Sur, Nº 925, marzo 16 de 1858, Concepción.
372
Encina, XIII, 307.
373
Informe de Nicomedes Ossa en “Memoria” de Ricardo Claro y reproducido por Pedro P. Figueroa: op.
cit., 558.
374
Ibid., p. 564.

205
civil, la oposición pudo contar desde el comienzo con el control absoluto de la ciudad
de Concepción y de los puertos de Talcahuano y Tomé, además de Chillán y otros
pueblos de la Frontera. En 1859, el gobierno de Montt, basado en la experiencia de 1851,
adoptó medidas que impidieron a la oposición el dominio de la zona de Concepción.
Una de esas medidas fue asegurarse la fidelidad de los altos mandos del Ejército de
la Frontera, reemplazando a los militares partidarios del general Cruz por otros que
gozaban de la confianza del gobierno, como el general Cornelio Saavedra. En 1859, la
oposición no contó con un ejército como en 1851; el coronel Arteaga fue uno de los
pocos oficiales que se plegaron al movimiento.
Los documentos de Ossa y Smith demuestran, asimismo, que los dirigentes liberales
adoptaron el criterio de no jugar el todo por el todo en una insurrección dentro de la
ciudad de Concepción y resolvieron salir de ella “para evitar las sublevaciones parelales
o aisladas de los impacientes que, a pesar de todo, querían ir a la revolución”.
La táctica militar de la oposición fue entonces preparar montoneras y guerrillas en
el campo y desde allí intentar el asalto a las ciudades. Las primeras tentativas fueron
la toma de Talcahuano y Tomé, efectuadas respectivamente por Juan José Alemparte
y Mateo Madariaga. Estas fuerzas coordinadas lanzaron el 8 de febrero un ataque a
Concepción con 600 hombres mal armados. Según Aníbal Pinto, “la mayoría de los
miembros del ejército revolucionario eran artesanos”.375 En una carta al general Cruz,
Aníbal Pinto comentaba:
El combate principió a las cinco y un cuarto y concluyó a las ocho. Quien lo sostuvo
principalmente de parte de los opositores fue Luis Cruz. Se distinguió también por su
arrojo Madariaga, joven de la edad de Luis. Juan Alemparte se portó igualmente con
mucho valor. Morirían en la refriega de una y otra parte no menos de 60 y quedarían
heridos algo más de otros tantos. De la parte del gobierno murió un oficial de artillería,
Sáez, un Novoa y otro oficial, cuyo nombre no recuerdo. De parte de la oposición
murieron algunos artesanos conocidos, entre ellos un Montiel, que quedó en el campo
con nueve balazos. Tenía fama de valiente y mostró merecerla.376
En el asalto a Talcahuano y Concepción tuvo también destacada participación la
valiente periodista Rosario Ortiz, “la Monche”, que había vuelto a ocupar un puesto de
combate, como en el proceso revolucionario de 1851. Desde principios de 1858 había
colaborado con su pluma en el Amigo del Pueblo, de cuya redacción formaba parte
junto a otra mujer, Úrsula Binimelis, y connotados miembros liberales de Concepción,
como Manuel Lara, Manuel Novoa, Pedro Ruiz Aldea, Víctor Lamas y Carlos Castellón.
Gracias a sus acciones y a la experiencia ganada en la guerra civil de 1851, se le otorgó

375
Carta de Aníbal Pinto al general Cruz, 16 de febrero de 1859, reproducida por Agustín Edwards: op.
cit., Tomo I, p. 183.
376
Ibid., p. 183.

206
el grado de capitán del ejército revolucionario, donde “instruía a los soldados como
un aventajado veterano. Con las fuerzas revolucionarias de Juan Alemparte atacó a
Concepción y le cupo disparar el primer cañonazo contra las tropas del gobierno”.377
Comentando esta actuación de “la Monche”, Pedro Pablo Figueroa escribe:
Una ilustre y valerosa heroína los acompañaba, vivandera popular penquista, Rosario
Ortiz, la que se había batido al frente de sus filas en el ataque a Talcahuano. Rosario
Ortiz peleó con inaudito coraje por la causa constituyente en la capital del Bío-Bío.
Rosario Ortiz era una Luisa Michel penquista, pues estaba dotada de la misma naturaleza
batalladora y de igual entusiasmo tribunicio que la poderosa y honesta propagandista
contemporánea de Francia.378
La prensa oficialista trató de neutralizar el apoyo que prestaban los artesanos
a la rebelión: “Alerta artesanos! No os dejéis alucinar por los falsos alhagos de las
montoneras, de los civilizadores de Arauco. Alerta artesanos! Hay hombres que os
echan de carnada, que se burlan de vosotros”.379 En otro artículo sobre “los caudillos
de la revolución”, el mismo periódico gobiernista destilaba su odio de clase:
Si nos fijamos en los hombres que han dirigido esos hechos escandalosos encontraremos
un Vallejos, mayordomo de un molino, hombre oscuro, sin prestigio de ningún género;
encontraremos un fulano de tal desconocido aun en la misma provincia que trastorna,
un joven criado en el campo, contraído a la cría de gallos y potrillos; encontraremos
otros muchos, que si tienen alguna celebridad, es por cierto muy funesta, pues se hacen
conocidos en el lugar de residencia por sus excesos o sus malas costumbres. ¿Y con
aquellas montoneras? ¿Y con estos jefes se pretendía regenerar al país? ¡Qué delirio!
¡Qué locura! Eso no es revolución, eso no se llama movimiento tendiente al triunfo de
una idea: las revoluciones no se hacen, las revoluciones vienen de los progresos de la
inteligencia, los adelantos de la ciencia. El vulgo llama revolución a todo movimiento
tendiente a trastornar el orden; pero se degrada el verdadero sentido de la palabra
revolución, cuando se la aplica a las compañías de bandoleros, sin principios y sin otra
mira que la desolación y el pillaje. Los araucanos jamás pueden hacer revolución, sino
saqueo y robo.380
Después del frustrado ataque a Concepción, Nicolás Tirapegui pudo organizar unos
mil hombres cerca de Arauco. En Santa Juana se reunió con la montonera de Benjamín
Videla, que había hecho correrías por los alrededores de San Carlos de Purén. Luego
ocuparon Los Ángeles, quedando como Intendente Pedro Ruiz Aldea. Las fuerzas del
gobierno, comandadas por Cornelio Saavedra, se vieron obligadas a retirarse a Chillán.
377
Carlos Oliver Schneider y Francisco Zapata S. Libro de Oro de la Historia de Concepción, p. 268,
Concepción, 1950.
378
Pedro P. Figueroa, op. cit., p. 565.
379
El Correo del Sur, Nº 1066, febrero 17 de 1859, Concepción.
380
Ibid., Nº 1065, febrero 15 de 1859.

207
En Los Ángeles se presentó Bernardino Pradel con sus huestes araucanas. Pradel era
el caudillo de mayor popularidad entre los indígenas; tenía relaciones muy estrechas
con el cacique Mañil. En conocimiento de la escasa preparación de sus compañeros
insurgentes, se opuso a que avanzaran hacia Chillán hasta no contar con unas 6.000
lanzas. Mientras tanto, Juan Alemparte trataría de ganar el apoyo de los pehuenche.
A pesar de las sugerencias de Pradel, el ejército revolucionario, integrado por
unos mil hombres, dirigidos por Tirapegui, avanzó hacia Chillán. El 12 de abril, a una
legua de esta ciudad, en Maipón, los insurrectos fueron derrotados por el Ejército
gubernamental. La historia oficial da por terminadas aquí las operaciones de los rebel-
des sureños en la guerra civil de 1859. Sin embargo, varios documentos demuestran
que la lucha se prolongó un año más en la zona de la Frontera.

La rebelión de los mineros de Lota y Coronel


Otra diferencia entre el proceso revolucionario de 1851 y el de 1859 en la zona de
Concepción fue la participación en este último del incipiente proletariado minero de
Lota y Coronel. En la guerra civil de 1851 no se habían registrado choques ostensibles
entre los obreros mineros y sus patrones. En cambio, durante el movimiento
revolucionario de 1859, se produjeron importantes rebeliones de los obreros de las
minas del carbón.
El 19 de febrero de 1859, el diario del gobierno, El Correo del Sur, de Concepción,
mostraba su inquietud por la influencia que pudiera tener sobre los mineros el hecho de
que un cura de la zona se hubiese incorporado a las montoneras: “El minero de Coronel,
que ve comprometido a su párroco en montoneras, no distingue en su ignorancia al
hombre débil de la religión grande y sublime que representa”.381
En ese mismo mes, 500 mineros se incorporaban al proceso revolucionario cuando
la compañía de infantería sublevada en Arauco por el sargento José Carrosa entró a
Coronel.
Pascual Ruiz, gobernador de Lautaro, comunicaba al Intendente de Concepción, en
noviembre de 1859, que había dado órdenes para prohibir la salida de gente de Lota sin
autorización legal y declarar el estado de emergencia con el fin de asegurar el orden en
esa ciudad.382 El mismo gobernador, en otra comunicación al Intendente de Concepción,
destacaba los méritos de José Antonio Monsalves, vecino de Lota, por haber defendido
el orden en la revolución de 1859, “contribuyendo a desbaratar a las montoneras y la
insurrección de los trabajadores de los minerales del carbón”.383
381
El Correo del Sur, Nº 1067, febrero 19 de 1859.
382
Archivo Nacional. Intendencia de Concepción, Vol. 477, oficio Nº 105, fechado en Santa Juana el 7
de noviembre de 1859.
383
Ibid., Vol. 246, oficio emitido en Santa Juana el 15 de mayo de 1860.

208
El periódico penquista El Correo del Sur informaba acerca de otra rebelión del
proletariado minero del carbón en el mes de septiembre de 1859:
¿A qué se debe sino es a la pasada revolución la funesta desmoralización de las masas?
En casi toda la extensión de la república de sud a norte, se levantan asonadas entre las
clases más inferiores de la sociedad, con el objeto de robar y entregar al pillaje de una
plebe desenfrenada, las propiedades, el trabajo de los ciudadanos laboriosos y pacíficos.
La Intendencia ha tenido noticias que se pensaba llevar a cabo una asonada en Coronel
y Lota con el objeto de saquear estas dos poblaciones. Se tomó las medidas del caso para
impedir a los mineros que cometiesen los mismos excesos que lamentamos en Lota.
¿Qué diferencia hay entre los araucanos y los amotinados de Lota? El motín de Lota no
solo es un hecho inconcebible y sin disculpa, ni antecedente alguno. Teniendo noticia
que los peones del establecimiento de don Matías Cousiño, se iban a insurreccionar
para el último 18 se tomaron las prevenciones; el día 18 como 400 peones, armados de
garrotes, se lanzaron, no pudiéndoles hacer frente asaltaron todas las casas comerciales,
llevándose las cosas; al otro día pensaban en unión con los de Coronel y Playas Negras,
saltear a los vecinos de ese pueblo. Se armó un pequeño grupo de gente que pudo derrotar
a los montoneros al día siguiente.384
Paralelamente a estas rebeliones obreras, en una zona cercana a las minas del
carbón operaba en 1859 la montonera de Patricio Silva. La región de Arauco era el
centro de operaciones de esa guerrilla. Sus incursiones fueron denunciadas por
Mauricio Apolonio, subdelegado de Lota, en oficio al Intendente de Concepción, en
el que informaba sobre “el estado lamentable a que ha reducido aquellos campos el
bandido de Patricio Silva i sus montoneras, robándose todas las haciendas”.385 En abril
de 1859, El Correo del Sur manifestaba que “los huasos de Arauco no quieren entrar
en la senda tampoco. Robos hechos por vagos que han abandonado las pequeñas po-
blaciones para entregarse al socialismo y comunismo prácticos, que saben desempeñar
con tanta destreza”.386

El levantamiento mapuche
La participación de los mapuche en la guerra civil de 1859 abarcó a un mayor número
de tribus que en 1851, adquiriendo contornos de un levantamiento generalizado en
defensa de sus tierras y por sus propias reivindicaciones históricas.
Mediante el apoyo al sector liberal de oposición, los araucanos quisieron expresar su
abierta resistencia al plan de colonización del gobierno de Montt. Este plan consistía

384
El Correo del Sur, Nº 1158, septiembre 22 de 1859.
385
Archivo Nacional. Intendencia de Concepción. Vol. 477, oficio 149, fechado en Lota el 30 de octubre
de 1859.
386
El Correo del Sur, Nº 1092, abril 19 de 1859.

209
en coaccionar a los indios para que vendieran sus tierras al Estado o a los particulares.
Los indios se vieron en poco tiempo despojados de sus haciendas –señala el autor de
un folleto escrito en 1860– impedidos de apacentar sus rebaños y aherrojados con el
pretexto de que eran revoltosos. Se hizo más: se les trajo a la cárcel, se les mantuvo a pan
y agua, y se les propuso la escritura de venta, en este estado de aberración mental, como
una condición de obtener su soltura. Las infelices víctimas compraban de esta manera
su libertad y el derecho a regresar a su patria; pero para colmo de oprobio no les daban,
como les prometían, el valor de sus terrenos enajenados. Para reivindicar sus propiedades
tenían después que comparecer al juzgado de letras. Todos los pleitos de la provincia de
Arauco tienen por origen alguno de estos tres principios: mala fe de los contratantes,
extensión del terreno enajenado, falta de pago de la cosa vendida (…) La sublevación de
1859 la consideraron los araucanos como una oportunidad de vengarse de los agravios
que habían recibido en sus personas y haciendas (…) El indio ve con amargura sus campos
cultivados por extraños, poblados de intrusos; y para reconquistarlos no piensa en la
justicia humana, porque por mandato de ella ha sido despojado, y esa justicia también
no hace nunca para el desvalido; el indio toma la tea enfurecido y llevando adelante la
devastación vuelve a quedar dueño y señor de lo suyo.387
Los abusos cometidos por los compradores de tierras habían suscitado innumera-
bles protestas de los mapuche, pero el juez de la zona de Arauco, Salvador Cabrera, no
daba lugar a los reclamos porque estaba coludido con los terratenientes.
Premunido de su influencia –comenta Figueroa– cooperaba con su autoridad al éxito de
las empresas de sus secuaces que ambicionaban adquirir terrenos en aquella provincia
tan codiciada de la frontera. Esto atizaba la odiosidad reconcentrada de los indígenas. La
revolución constituyente vendría a ser en Arauco la explosión del rencor sofocado por
la impotencia, el estallido de la desesperación de ese pueblo abatido por el abuso, de esa
raza heroica subyugada por la arbitrariedad y el descaro de la autoridad (…) Se sublevó
la raza araucana entonces para rescatar sus propiedades que le habían sido arrancadas
por el fraude. La indiada se propuso vengarse de sus usurpadores y teniendo al cacique
Juan Mañil a la cabeza, se lanzó sobre las poblaciones circunvecinas.388
La rebelión mapuche, combinada con la guerra civil de 1859, fue, para Velasco y
Donoso, una sublevación generalizada que llegó incluso a amenazar a Concepción
y causó la destrucción de numerosas propiedades, especialmente en Nacimiento.389
Las incursiones indígenas, relacionadas con las montoneras de la oposición liberal,
abarcaron desde la costa de Arauco hasta Chillán, en una nueva versión de su tradicional
táctica de guerra móvil y de guerrillas ya probada con éxito en los levantamientos
generales de 1550, 1598, 1655, 1723, 1766 y en la “guerra a muerte” de 1820.
387
Pedro Ruiz Aldea. La política de Arauco, pp. 9 y 10, manuscrito del 18-VII-1860, en Archivo Vicuña
Mackenna, Vol. 50, pieza 16.
388
Pedro P. Figueroa, op. cit., p. 579.
389
Fanor Velasco y Ricardo Donoso: La Propiedad Austral, p. 74, 2ª edición, ICIRA, Santiago, 1970.

210
El nuevo levantamiento araucano se inició en Negrete y fue dirigido por Maguil.
Luego se extendió a Nacimiento y Los Ángeles, donde se reunieron con las fuerzas de
Bernardino Pradel y ocuparon la fértil comarca de la isla del Laja. Los diarios oficialistas
exigieron una expedición punitiva:
La necesidad no solo de hacer un escarmiento sobre la raza araucana, sino la de reducirla
a la impotencia de hacernos mal alguno, es en el día tan reconocida, que casi no hay quién
no pida esta medida, como el único remedio para curar al país de millones de males. Se
comprende muy bien que son unos huéspedes odiosos y perjudiciales para Chile. Todo el
mundo sabe que el territorio de la araucanía es un focus donde van a refugiarse todos los
criminales que se escapan de las cárceles. Las mil familias que hoy están en la miseria; los
robos sin número cometidos por el salvaje, crímenes de todo género perpetrados a la luz
del día y sin que nadie pudiera evitarlos, están clamando porque pronto nos decidamos
por las medidas extremas, pues los medios conciliadores nada han hecho en esa raza
estúpida, mengua y oprobio de la Nación chilena. Si queremos quitar a la anarquía uno
de sus apoyos, sepamos deshacernos de la influencia araucana.390
La discriminación racial y el espíritu de conquista de los blancos llega a extremos
increíbles de ideologización cuando se afirma que los araucanos “no tienen el derecho
de propiedad por ley natural, ni por el fruto de su trabajo, ni por una ley civil. No solo
por el hecho de habitar en una región se va a tener el derecho de propiedad”.391
El levantamiento general araucano continuó durante cerca de un año, a pesar de
la derrota de la oposición liberal en abril de 1859. Cuatrocientos caciques se reunieron
en agosto de ese año para coordinar un ataque a Nacimiento y Los Ángeles. El 12 de
noviembre de 1859 atacaron Nacimiento y el 17 de febrero de 1860 unos 2.000 indios y
montoneros arrasaron Negrete. El Correo del Sur informaba en sucesivos números: “Los
indios y montoneros cada vez más roban y amenazan las poblaciones. Se ha organizado
una montonera en el departamento de Lautaro, en el lugar denominado “La Palmilla”,
cerca de Nacimiento, individuos están asolando los campos infundiendo el terror”.392
“La villa de La Florida también ha sido el teatro de los avances de las montoneras”.393
“Grande ha sido la alarma en los últimos días sobre el rumor de una gran invasión de
salvajes araucanos sobre la plaza de Arauco”.394 Se sabe que los indios se han retirado
de Arauco dejando 117 muertos, como resultado de los combates librados desde el 18
hasta el 21 de noviembre”.395 Según Encina:

390
El Correo del Sur, Nº 1093, abril 23 de 1859.
391
Ibid., Nº 1138, agosto 6 de 1859.
392
Ibid., Nº 1148, agosto 30 de 1859.
393
Ibid., Nº 1173, noviembre 1 de 1859.
394
Ibid., Nº 1177, noviembre 10 de 1859.
395
Ibid., Nº 1184, noviembre 26 de 1859.

211
Los clamores de los habitantes de la Laja y de Arauco, obligaron al gobierno a destinar a
Arauco parte del ejército que acababa de triunfar en Cerro Grande. Las tropas gobiernistas
descercaron a Nacimiento, que los indios tenían rodeado desde el 12 de noviembre de 1859
y los derrotaron junto al río Malleco. Los indios lograron aniquilar un destacamento de
caballería, pero su principal ejército, compuesto de 2.000 hombres, fue rechazado en el
asalto a Negrete y una semana más tarde, en un segundo asalto a Nacimiento. Fracasaron
también los asaltos que dieron a la plaza de Arauco en la Baja Frontera. En los primeros
momentos, la escasez de caballería no había permitido a los jefes gobiernistas sacar a
sus victorias el partido correspondiente. Remediada esta deficiencia, las nuevas derrotas
de los indios terminaron en sangrientas persecuciones que los intimidaron. A principios
del invierno de 1860 se presentaron a dar la paz. Pero el gobierno, comprendiendo que el
nuevo parlamento solo iba a ser una tregua que nada resolvía, la rechazó. Había resuelto
empujar a los bárbaros hacia el sur y hacia la cordillera, avanzando gradualmente la línea
de la frontera hasta el Malleco.396
Las tolderías mapuche sirvieron de refugio a los revolucionarios, como “la Monche”,
que lograron escapar después del fracaso de la guerra civil.
Derrotada otra vez la revolución, la heroína penquista se refugió entre las tribus de
Arauco hasta que el Presidente José Joaquín Pérez le dio la amnistía en 1862 (…) Rosario
Ortiz murió pobre y olvidada. En el cementerio de esta ciudad [Concepción] existe una
modesta tumba en que se encuentra grabado este sencillo epitafio: “Aquí descansa la
Monche, vivió y murió por la libertad. Un obrero.397

Las guerras civiles y su ideología


en América Latina*
A nuestro juicio, el análisis de las guerras civiles se ha efectuado con una
metodología equivocada, poniendo el acento en lo ideológico, en la pugna entre las
concepciones políticas federales y unitarias, entrecruzadas por ideologías liberales
y conservadoras. Es efectivo que en varios casos la rebelión de las provincias se hizo
bajo las banderas del federalismo en contra del centralismo de la capital. Pero muchas
veces los unitarios fueron liberales, mientras que los federales eran con frecuencia
representantes de las oligarquías conservadoras. Líderes como Guzmán Blanco, de
Venezuela, comenzaron siendo federales y terminaron erigiéndose en los campeones
del centralismo y, de paso, del liberalismo. En fin, para controlar las entradas de la
Aduana, la burgesía criolla adoptó tanto la ideología liberal como la conservadora.

396
Encina, XIII, 582-583.
397
Carlos Oliver Schneider, op. cit., p. 268.
* Texto agregado por el autor con posterioridad a la edición de 1973 (N.E.).

212
Unitarios y federales, liberales y conservadores, reforzaron nuestra condición
de países dependientes al aprobar el pacto neocolonial que, a cambio de una mayor
cuota de exportación, permitió la entrada indiscriminada de manufacturas extranjeras.
Esta conclusión general no significa negar la existencia de matices entre liberales
y conservadores o entre federales y centralistas. Los liberales tenían importantes
diferencias con los conservadores, particularmente en torno a la expropiación de las
tierras de la Iglesia y las cuestiones teológicas. La lucha por la propiedad territorial
frecuentemente encubierta por programas relacionados con la religión, como fue el
caso de las guerras civiles de Colombia. El regionalismo precedió a la teoría federal
porque fue un proceso objetivo gestado desde la colonia. El federalismo fue la expresión
política de las aspiraciones provinciales. Pero no hay que identificar federalismo con
liberalismo, porque hubo políticos de tendencia liberal, como Bolívar, que defendieron
el sistema centralista y, a la inversa, conservadores de provincias que empuñaron las
banderas del federalismo.
El pensamiento federal fue una de las pocas ideologías no importadas de Europa,
ya que constituyó una adaptación de la experiencia norteamericana, aunque con una
gran diferencia; mientras el federalismo de Estados Unidos se practicó al servicio de
una política de industrialización, el federalismo latinoamericano estuvo en función de
los intereses de las oligarquías regionales comprometidas en una economía primaria
exportadora dependiente.
El federalismo surgió desde los primeros días de la Independencia para defender
intereses regionales tan poderosos que enervaron la formación de un Estado Nacional
y condujeron a la liquidación del proyecto unitario continental de Bolívar y a la
desmembración de la Gran Colombia.
Aunque el federalisnio no fue sinónimo de liberalismo, en algunos casos la ter-
minología liberal estuvo al servicio de la tesis federal. Cuando José Miguel Infante, el
teórico del federalismo chileno, planteaba en el Congreso de 1826 que “este es el día
en que empiezan a temblar los tiranos y los hombres libres a llenarse de consuelo al
oír la federación”, quería decir que había llegado el momento en que las provincias,
bajo la constitución federal, alcanzarían su “libertad” frente a los “tiranos del gobierno
central”.
En algunos países se desarrollaron tendencias plebeyas de izquierda en el seno
del movimiento federal. Estas alas radicales de los rebeldes de provincias estuvieron
fuertemente influenciadas por las ideas jacobinas de las revoluciones francesas de
1789 y 1848, fenómeno expresado en numerosos documentos y periódicos de la época.
El federalismo se hizo popular porque representaba, aunque en forma distorsionada,
las aspiraciones de las masas rurales del interior. El ultramontano José Manuel Estrada

213
tuvo que reconocer a mediados del siglo pasado que “el partido unitario era aristocrá-
tico, mientras que el federal era popular por su composición”.398 Igual caracterización
hacen casi todos los autores venezolanos respecto del partido federal, encabezado en
la década de 1850 por Ezequiel Zamora.

Regionalismo y conflicto de clases


Nos parece más fecundo estudiar el proceso real del enfrentamiento de clases
que atenerse a la letra de lo que dicen o escriben liberales y conservadores, unitarios
y federales. En este proceso de guerras civiles, de conflictos regionales y conflictos
de clases es más importante investigar las raíces de la lucha social que la fachada
ideológica federal o unitaria.
El levantamiento de las provincias contra la capital fue el resultado de una doble
rebelión: la de la oligarquía y pequeña burguesía del interior, por un lado, y la de los
sectores populares, por otro, como los artesanos de Colombia, los llaneros venezolanos,
las masas rurales de Argentina y los campesinos, artesanos y obreros mineros de Chile.
En el fondo, las guerras civiles fueron la expresión de una lucha interburguesa,
logrando una de esas fracciones, la del interior, arrastrar a los sectores populares. En
algunos casos, como el chileno, los enfrentamientos fueron entre la burguesía minera,
coaligada con los productores agrarios del sur, y los terratenientes y la burguesía
comercial del centro del país. En Argentina chocaron los estancieros del litoral, aliados a
las oligarquías locales, con la burguesía comercial porteña. En Venezuela, los ganaderos
y llaneros se opusieron a la cacaocracia y a las casas comerciales de Caracas y Maracaibo.
La rebelión de las provincias configuró un movimiento de oposición heterogéneo
y policlasista. Las guerras civiles, iniciadas como pugna interburguesa, cambiaron su
fisonomía social con la incorporación masiva a la lucha de campesinos, indígenas,
artesanos, trabajadores mineros, negros libertos y esclavos. El carácter policlasista
del movimiento sufrió una prueba de fuego cuando los sectores explotados ocuparon
haciendas, plantaciones, fundos y minas. Ante esta agudización de la lucha de clases,
más de un capitalista federal y “liberal” se pasó al gobierno conservador que, al fin de
cuentas, por encima de su centralismo garantizaba el orden y el respeto a la propiedad
privada.
Así como los obreros franceses dirigidos por Roux y Leclerc en 1789 y los levelers
ingleses del siglo XVII fueron más allá de los límites sociales fijados por Robespierre
y Cromwell, los explotados de América Latina que participaron en las guerras civiles
sobrepasaron en ciertos momentos el moderado programa federal de la burguesía
minera y de la oligarquía terrateniente del interior. Durante las guerras civiles de 1851
398
J.M. Estrada. La política liberal bajo la tiranía de Rosas, Buenos Aires, 1947, p. 14.

214
y 1859 en Chile, los artesanos de Copiapó tomaron el poder local y los trabajadores
y artesanos de Talca lograron controlar la ciudad durante varios días. Los artesanos
de Bogotá intentaron un asalto al poder, mientras los llaneros venezolanos ocupaban
pueblos rurales y vastos latifundios. Los “cabanos” del nordeste brasileño llegaron a
ocupar la ciudad de Belém, mientras los indígenas de varios países latinoamericanos
aprovecharon las guerras civiles entre blancos para tratar de reconquistar sus tierras.

¿Federalismo = Feudalismo?
Numerosos autores han confundido federalismo con feudalismo, identificando
caudillo local con señor feudal. Ramón J. Velázquez sostiene que “cada uno de los Es-
tados de la Alianza Federal es en realidad un gran feudo (…) es una alianza de intereses
feudales”.399 Otro historiador venezolano, Augusto Mijares, al referirse a la Guerra
Federal, incurre en el mismo error, pues afirma que la Federación convirtió cada región
en “feudo de los caudillos triunfantes”.400 Carlos Irazábal sostuvo que “el federalismo
era de neta inspiración y contenido feudal”.
Obviamente, se ha confundido el control político local del caudillo con el poder que
ejercían los señores del medioevo europeo en su feudo. Esta comparación no resiste
el menor análisis sociológico, fundamentalmente porque en América Latina no hubo
un modo de producción feudal. Las luchas de los caudillos del interior no expresaban
intereses feudales, sino la protesta de las oligarquías locales o de la burguesía minera
provinciana en contra del centralismo de la capital.

¿Revolución democrático-burguesa?
Más atrayente, pero no por eso menos falsa, es la apreciación de Germán Carrera
Damas, consistente en caracterizar de revolución democrática a la guerra federal
venezolana de 1859-64, que habría sido “el segundo gran esfuerzo de la naciente
burguesía venezolana para crear las condiciones históricas necesarias de su desarrollo.
Originada como una revolución burguesa, concebida como tal y manejada con ese
propósito, la Guerra Federal, pese a las intrusiones de un intenso y fallido democratismo
popular, estuvo lejos de ser un movimiento frustrado”.401 Carrera Damas pareciera

399
Ramón Velásquez: La caída del liberalismo amarillo. Tiempo y drama de Antonio Paredes, Caracas,
1973.
400
Augusto Mijares: La evolución política de Venezuela, en Venezuela Independiente, p. 125, Caracas,
1962.
401
Germán Carrera Damas. “Visión histórica de Venezuela”, en Temas de historia social y de las ideas,
p. 34, UCV, Caracas, 1969.

215
ignorar que una revolución democrático-burguesa tiene como objetivos centrales la
industrialización, la ruptura de la dependencia, la reforma agraria y la creación de un
fuerte mercado interno. La fracción de la clase dominante que triunfó en la Guerra
Federal no acometió ninguna de estas tareas, sino que fortaleció la economía primaria
exportadora dependiente, heredada de la colonia.
Los llaneros venezolanos, las montoneras argentinas y los huasos chilenos eran
fuerzas democráticas porque representaban a la mayoría de la sociedad, pero su con-
ducción política no tuvo intención alguna de llevar adelante un proceso revolucionario
democrático-burgués.
Es un mito, fabricado por apologistas como Puiggrós, afirmar que “apoyándose
en las clases más bajas y oprimidas, los caudillos montoneros atacaban a las clases
dominantes de la sociedad”.402 Tanto Quiroga como López y Ramírez eran estancieros
ricos del interior de la Argentina. Los Matta y los Gallo, que encabezaron la guerra civil
de 1859 contra la capital santiaguina, eran los miembros más ricos de la burguesía
minera del Norte Chico chileno. Es obvio que ni los estancieros ni la burguesía minera
luchaban contra su clase, sino contra una fracción de ella, la burguesía comercial
capitalina, con el fin de disputarle el control del aparato del Estado o, en todo caso, llegar
a una transacción política para compartir el poder, como pasó en Chile y Venezuela
a principios de la década de 1860. El acuerdo fue más amplio en Colombia, donde el
gobierno central llegó a consentir que cada provincia (Antioquía, Panamá, etc.) fuera
administrativamente autónoma.
Otra tesis, que se convirtió en verdad absoluta desde Sarmiento, identificó ciudad
capital con “civilización”, y “barbarie” con masas rurales del interior. Testigo impug-
nador de esta falacia fue Alberdi, quien se atrevió oportunamente a denunciar que “no
sé si puede existir una democracia bárbara, pero sí sé que ese modo de calificarla es
bárbaro (…) distinguir la democracia en democracia bárbara y democracia inteligente es
dividir la democracia(…). Que den ese título a la mayoría de un pueblo los que se dicen
‘amigos del pueblo’, ‘republicanos’ o ‘demócratas’, es propio de gentes sin cabeza, de
monarquistas sin saberlo, de verdaderos enemigos de la democracia(…) quieren reem-
plazar los caudillos de poncho por los caudillos de frac (…) las mayorías por las minorías
populares, la democracia que es democracia por la democracia que es oligarquía”.403
Muchos de estos aspectos controvertidos pueden ser dilucidados en gran medida
con estudios zonales en profundidad. Felizmente, en las últimas décadas ha comenzado
a trabajarse en Historias Regionales que están arrojando bastante luz sobre la historia
latinoamericana. En archivos de provincias –y también en la tradición oral, literaria,
plástica y musical– se encuentran documentación y testimonios que empiezan a

402
Rodolfo Puiggrós: La herencia que Rosas dejó al país, p. 15, Ed. Problemas, Buenos Aires, 1940.
403
Juan Bautista Alberdi. Escritos póstumos, V, pp. 187 y 204, Buenos Aires, 1895.

216
mostrar nuevas facetas de la historia. A veces se corre el riesgo de caer en lo parroquial,
pero si se logra trabajar con una metodología global que integre el análisis regional a
la formación social nacional y latinoamericana, los estudios de historia regional serán
muy importantes en la reconstrucción de nuestro pasado y de las especificidades de
cada zona. Para ello, es necesario redimensionar el concepto de región, dándole un
contenido más latinoamericano, sin restringirlo a los límites formales de las fronteras
de cada país.

217
capítulo v.
El proceso de la dependencia
durante la primera mitad del siglo XIX

Limitado el proceso de liberación a la independencia política formal, nuestros países


latinoamericanos pronto cayeron bajo un nuevo tipo de dependencia. La clase
dominante criolla fue incapaz de profundizar un proceso de revolución democrático-
burguesa que posibilitara una real liberación nacional. Para cumplir este objetivo,
era necesario realizar una reforma agraria, crear un mercado interno y establecer las
bases de una industria nacional. La burguesía criolla prefirió en cambio consolidar los
rasgos aberrantes de nuestra economía heredados de la colonia, reforzando la función
de países productores y exportadores de materias primas básicas.
Rotos los lazos con España y, por lo tanto, con el monopolio comercial del Imperio,
la burguesía criolla necesitaba otros mercados para la colocación de sus productos
agropecuarlos y mineros. Los encontró en las metrópolis europeas, en pleno proceso
de revolución industrial. Para asegurar mejores precios y mayor demanda de sus
productos debía comprometerse a permitir la entrada indiscriminada de manufactura
extranjera. La burguesía criolla, interesada fundamentalmente en la exportación de
materias primas, otorgó las garantías exigidas por las potencias extranjeras.
Los países latinoamericanos entraron entonces en un nuevo proceso de depen-
dencia. Sin embargo, se ha exagerado al afirmar que nuestro continente pasó de su
condición de colonia española al de colonia inglesa. Esta caracterización no resiste un
análisis riguroso. Numerosos autores contemporáneos han puesto de moda el concepto
de dependencia, sin ponderar los cambios cualitativos que se registran en las diversas
fases de la historia latinoamericana. No basta señalar que nuestro continente es y ha
sido dependiente. Esta generalización solo puede revelar su contenido concreto en la
medida en que se definan los rasgos específicos de la economía y de la lucha de clases
de los diferentes períodos del desarrollo histórico de la dependencia.
En general, la dependencia de América Latina se ha manifestado en forma distinta
a través de cuatro períodos fundamentales: a) colonia española (1500-1810); b)
países formalmente independientes, con una burguesía criolla dueña de las riquezas
nacionales pero dependiente de los mercados europeos (1810-1890); c) semicolonia
inglesa (1890-1930) y d) semicolonia norteamericana (de 1930 hasta…). La cualificación

219
de semicolonia, soslayada por autores pretendidamente marxistas, permite precisar la
transformación cualitativa que se operó en nuestro continente a fines del siglo pasado.
Este cambio significativo en nuestra condición de países dependientes, producido
hacia 1890 al inaugurarse la etapa imperialista, expresa que entre el período en que
fuimos colonia española y el que llegamos a ser semicolonia inglesa existe una época
que tiene características particulares.
La especificidad de la dependencia de América Latina en el siglo XIX radica en que
la burguesía criolla era dueña de las riquezas nacionales. Las tierras y las minas estaban
en manos de los diversos sectores de la clase dominante de cada país.
La plusvalía extraída a los trabajadores latinoamericanos por la burguesía criolla
se realizaba en el mercado mundial mediante la venta de las materias primas. Una
parte sustancial se apropiaban los capitalistas nacionales y otra iba a parar a las
metrópolis, en concepto de compra de los productos manufacturados y del transporte
de las materias primas, por carecer nuestros países de marina mercante nacional. Esta
porción de la plusvalía era drenada hacia las metrópolis europeas a través de fluctuantes
precios fijados por el mercado mundial y también por la acción de los mecanismos
financieros, como los empréstitos e intereses a raíz de las deudas contraídas por
los gobiernos latinoamericanos. La parte de plusvalía que quedaba en manos de los
capitalistas criollos, en lugar de ser utilizada para la creación de una industria nacional,
era reinvertida en tierras, minas e importación de maquinaria destinada solamente a
las necesidades inmediatas de la producción agropecuaria y minera. Otra parte era
gastada en mansiones, viajes a Europa y artículos suntuarios.
La burguesía criolla, dueña de las riquezas nacionales, se consolidó sobre la base
del aumento de la demanda de materias primas por parte de una Europa en plena
revolución industrial. La división internacional del trabajo, acelerada por la revolución
industrial agudizó el proceso de dependencia porque en el reparto mundial, impuesto
por las grandes potencias, a nuestros países les correspondió jugar el papel de meros
abastecedores de materias primas básicas y de importadores de productos industriales.
La demanda del mercado internacional permitió un desarrollo del capitalismo
criollo, pero, dialécticamente, reforzó los lazos de dependencia. El centro hegemónico
impuso las reglas del juego, estimulando la evolución de un capitalismo dependiente.
Mientras la producción minera y agropecuaria de América Latina aumentó en tér-
minos aritméticos, las nuevas relaciones de dependencia fueron creciendo en forma
cuasi-geométrica.
Sin embargo, nuestros países no eran colonias ni se habían transformado aún en
semicolonias, porque además de conservar su independencia política formal eran
dueños de riquezas nacionales. La estrecha subordinación de exportadores de materias
primas sino también de importadores de productos manufacturados, configuraron

220
un tipo específico de dependencia. La dependencia se manifestaba, asimismo, en los
precios fluctuantes del mercado internacional, que provocaban crisis periódicas en
nuestros países, y en la importación de maquinarias para aumentar la producción
minera y agropecuaria.
Los Estados llamados nacionales, surgidos de la fragmentación de América Latina
en veinte países, promovieron, bajo la conducción política de los representantes de
la burguesía comercial, minera y terrateniente, el desarrollo del capitalismo criollo
mediante la construcción de obras de infraestructura, como puertos, canales de
regadío, caminos y medios modernos de transporte y comunicación, como el ferrocarril
y el telégrafo. La necesidad de incorporar estos adelantos y de importar una nueva
tecnología para incrementar la producción minera y agropecuaria fortaleció los lazos
de dependencia, porque nuestros países, carentes de industria propia, tuvieron que
recurrir a las metrópolis capitalistas avanzadas. Una parte sustancial del excedente
económico fue a parar por esta vía a manos de la burguesía industrial europea.
El denominado “crecimiento hacia fuera”, del siglo pasado, generalización que
alienta falsas ilusiones acerca de un supuesto “crecimiento hacia adentro” en la
actualidad, fue la expresión económica de un proceso de dependencia complejo y
específico. Fue un “crecimiento” que conllevaba la declinación porque se dio sobre
la base de una economía distorsionada y subordinada, monoproductora y carente de
una industria nacional, estructura que facilitó la fuga “hacia fuera” de gran parte del
excedente económico.
Esta economía dependiente tenía la particularidad de que las riquezas nacionales
estaban en manos de los capitalistas criollos. Cuando éstas pasaron a poder del capital
financiero extranjero a fines del siglo pasado, en los comienzos de la fase imperialista
nuestros países entraron a la condición de semicolonias. América Latina ya no solo fue
dependiente del mercado mundial, sino que también perdió sus riquezas nacionales.
El cambio cualitativo en las relaciones de dependencia nos convertía en semicolonias.

Las formas de penetración extranjera


Durante la primera mitad del siglo XIX, América Latina pudo conservar sus riquezas
nacionales en poder de la burguesía criolla porque el desarrollo capitalista europeo no
se fundamentaba todavía en la inversión de capital financiero en las zonas periféricas,
sino en sus propias naciones en pleno proceso de industrialización. Los países llamados
satélites contribuían en cierta medida a ese desarrollo capitalista de las metrópolis,
abasteciendo sus necesidades de materias primas, hecho que permitía a la burguesía
europea desplazar hacia la industria capitales que antes destinaba a la agricultura y
minería. La compra de materias primas básicas a bajos precios y la venta de productos

221
manufacturados a elevados precios en América Latina permitió a la burguesía europea
aumentar su plusvalía y reinvertirla en las áreas económicas más promisorias de sus
respectivos países.
Salvo escasas excepciones, las metrópolis europeas no colocaron capital productivo
en América Latina. Las formas de penetración fueron en general indirectas y en-
cubiertas. En la primera mitad del siglo XIX, el modo preferente de penetración
se hizo a través de empréstitos, ya sea para que los Estados latinoamericanos “sa-
nearan” su hacienda pública, aumentaran la importación o financiaran las obras de
infraestructura. Las metrópolis europeas fueron imponiendo progresivamente lazos
de dependencia a los países latinoamericanos mediante el sistema crediticio, el control
del transporte marítimo, la exportación de maquinarias para la explotación minera
y agropecuaria, la introducción del ferrocarril y el telégrafo, además de la venta de
artículos manufacturados de la compra de materias primas.
Los empréstitos concedidos por las metrópolis europeas, especialmente Inglaterra,
tenían por objeto comprometer a los países latinoamericanos para que abrieran las
compuertas comerciales, adquirieran productos manufacturados y otorgaran el trato
de nación más favorecida. Los gobiernos criollos contraían compromisos financieros
que generalmente no podían cumplir, hecho que los acreedores europeos toleraban
a condición de que se les otorgaran mayores franquicias comerciales. Este sistema
crediticio permitía al capitalismo europeo no solo cobrar altos intereses por los
préstamos y las deudas acumuladas, sino también obtener ventajas mercantiles, pre-
sionar para la rebaja de derechos aduaneros y hacer exigencias que tendían a desplazar
a sus competidores norteamericanos.
Inglaterra fue la nación que otorgó mayor número de empréstitos. De 55 millones
de libras esterlinas invertidas en empréstitos mundiales, 24.894.571 correspondie-
ron a Latinoamérica en el período comprendido entre 1822 y 1825, distribuidas de la
siguiente manera:

Países Año Valor nominal % Interés anual Banqueros


Brasil 1824 £ 3.200.000 5 Wilson y Cía
Brasil 1825 2.000.000 5 Rothschild
Argentina 1824 1.000.000 6 Baring Hnos.
Chile 1822 1.000.000 6 Hullet Hnos.
Colombia 1822 2.000.000 6 Herwing, Graham y Cía.
Colombia 1824 4.750.000 6 Goldschmidt y Cía.
México 1824 3.200.000 5 Goldschmidt y Cía.
México 1825 3.200.000 6 Barclay, Herring y Cía.
Guatemala 1825 1.428.571 6 Powles

222
Países Año Valor nominal % Interés anual Banqueros
Perú 1822 450.000 6 Frys y Chapman
Perú 1824 750.000 6 Frys y Chapman
Perú 1825 616.000 6 Frys y Chapman
Rosa Luxemburgo reproduce la siguiente cita de Tugan-Baranowsky: “¿De dónde
han sacado los Estados sudamericanos los recursos para comprar en 1825 doble
cantidad de mercancías que en 1821? Estos recursos se los suministraron los ingleses
mismos”.404 Quizá el objetivo del capitalismo británico haya sido otorgar empréstitos
para que los países latinoamericanos aumentaran el poder de consumo de los artículos
industriales; pero la realidad histórica demuestra que estos empréstitos fueron inver-
tidos primordiamente en las guerras civiles y en “sanear” las arcas fiscales. En rigor, el
aumento de las importaciones británicas fue el resultado de la quiebra del monopolio
comercial español y del crecimiento de la producción y exportación de productos
agropecuarios y mineros. Cuando los empréstitos fueron suspendidos, la curva de
las importaciones mantuvo su ritmo ascendente. La displicente morosidad de los
gobiernos latinoamericanos fue la causa de la suspensión de numerosos préstamos.
Gran Bretaña se resarció a largo plazo con intereses exorbitantes además de exigir
mayores franquicias comerciales por el incumplimiento de las deudas.
André G. Frank sostiene que “el libre comercio entre los fuertes monopolios y
los débiles países latinoamericanos produjo inmediatamente una balanza de pagos
deficitaria para los últimos. Para financiar el déficit, por supuesto, la metrópoli ofreció
y los gobiernos satélites aceptaron, capital extranjero; y en los años cincuenta del
siglo diecinueve los empréstitos comenzaron de nuevo a hacer sentir su presencia
en la América Latina. No eliminaban los déficits, por supuesto; solo financiaban y
necesariamente incrementaban los déficits y el subdesarrollo de Latinoamérica. No
era raro dedicar el 50% de las ganancias de la exportación al servicio de esta deuda
y al fomento del continuado desarrollo económico de la metrópoli. Entre tanto, el de
la balanza y su financiamiento redundaron en sucesivas devaluaciones del patrón de
oro o del papel moneda, y en inflación”.405
El monopolio de los medios de transporte marítimo ejercido por las metrópolis para
trasladar nuestras materias primas fue uno de los factores que aceleraron la dinámica
de las relaciones de dependencia. Los países latinoamericanos, carentes de marina
mercante nacional, estaban obligados a transportar sus productos agropecuarios y
mineros en los barcos ingleses, franceses y norteamericanos. Una parte apreciable

404
Rosa Luxemburgo. La Acumulación del Capital, p. 327, Ed. Grijalbo, México.
405
A.G. Frank. “La inversión extranjera en el subdesarrollo latinoamericano”, en Pensamiento Crítico,
Nº 27 abril 1969, p. 75, La Habana.

223
del excedente económico latinoamericano se iba al extranjero por concepto de pago
de fletes.
Los empresarios navieros de Europa invertían capitales en la construcción de
buques especiales, adaptados al transporte de minerales, trigo, cueros, etc. Para en-
cubrir las necesidades de exportación de uno de los principales productos de Chile,
varias firmas inglesas “invirtieron cuantiosos capitales en construir naves diseñadas
especialmente para el transporte del cobre”.406
El control del transporte marítimo en aquella época era tan importante que la
rivalidad entre Estados Unidos e lnglaterra por el dominio económico de América Latina
se dio primordialmente en ese terreno. La lucha entre ambas potencias no se produjo,
a lo menos en las primeras décadas del siglo XIX, por la inversión de capitales y la
colocación de artículos industriales porque Estados Unidos no estaba en condiciones
de exportar capital y manufactura suficiente y en condiciones de competir en calidad y
precio con Inglaterra. La pugna intercapitalista se daba en gran medida por el dominio
del transporte comercial de los productos de los nuevos países latinoamericanos. En
1827, Lord Liverpool, primer ministro inglés, planteaba que el problema clave de la
política económica de Gran Bretaña, “desde hace más de cuatro siglos, ha sido impulsar
y estimular nuestra navegación, como base firme de nuestro poderío; el pueblo de
Estados Unidos se ha convertido en un rival más temible para nosotros que cualquier
otra nación que hasta hoy haya existido. Los objetivos y la política norteamericanos
parecen orientados fundamentalmente a suplantarnos en la navegación en todos los
rincones del globo, pero más en particular en los mares contiguos a América”.407
En las primeras décadas de la República, algunos gobernantes intentaron fomentar
el desarrollo de una marina mercante nacional, imponiendo gravámenes a los productos
que entraran a nuestros puertos en barcos extranjeros. Estas disposiciones fueron
fácilmente burladas por las empresas navieras de los países capitalistas avanzados, con
el consentimiento de la burguesía criolla que, incapaz de invertir en la adquisición de
una flota mercante, recurría a los barcos extranjeros que le aseguraban un transporte
rápido de sus materias primas.
La introducción de los ferrocarriles determinó una baja de los costos de transporte
de los productos agropecuarios y mineros, pero al mismo tiempo fue uno de los medios
más efectivos de penetración extranjera. Los países latinoamericanos tuvieron que
recurrir a los capitalistas ingleses y a empréstitos fabulosos para poder financiar estas
importantes obras de infraestructura. Los lazos de dependencia se anudaron tanto por

406
Claudio Véliz. Historia de la Marina Mercante de Chile, p. 242. Ed. de la U. de Chile, Santiago, 1961.
407
J. Fred Rippy. La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1830),
p. 67, Eudeba, Buenos Aires, 1967.

224
las deudas contraídas como por la inversión de capitales extranjeros. Las vías férreas
fueron tendidas en función de las zonas de exportación de materias primas para Europa.
La importación de repuestos para los ferrocarriles y, sobre todo, de maquinarias
modernas para la explotación agrícola y minera, condición básica para aumentar la
producción y bajar los costos a fin de enfrentar la competencia, acentuaron en forma
progresiva el carácter dependiente de los países latinoamericanos.
El establecimiento del telégrafo y del alumbrado moderno fueron también vías
importantes de penetración extranjera. Si a esta red de lazos de dependencia agregamos
el control hegemónico que ejercían las metrópolis europeas para fijar los precios
de nuestras materias primas y elevar los de los productos manufacturados, lo que
repercutía en la balanza comercial, se comprenderá el carácter irreversible que tenía
el proceso de la dependencia latinoamericana bajo la conducción de una burguesía
criolla interesada exclusivamente en mantener nuestra condición de países exportado-
res de materias primas básicas.

Las nuevas relaciones de dependencia de Chile


en la primera mitad del siglo XIX
El manejo poco riguroso de la categoría de la dependencia ha llevado a algunos
escritores a sostener que Chile pasó de su condición de colonia española al de
semicolonia inglesa ya en las primeras décadas del siglo XIX. A nuestro juicio, Chile
se convirtió en semicolonia inglesa recién a fines del siglo pasado, después de la
caída de Balmaceda. En el período comprendido entre 1810 y 1890, aún no habíamos
perdido las riquezas nacionales. La especificidad del carácter de nuestra dependencia
radicaba en que la burguesía minera y terrateniente era entonces dueña de las tierras
y las minas chilenas.
No compartimos la opinión de aquellos historiadores que afirman que los Carrera
y la burguesía minera representaban los intereses de Norteamérica y sus opositores
terratenientes y comerciantes los de Inglaterra. En momentos en que aún no estaban
definidos los nuevos mercados que sustituirían a los españoles en un período en
que no había reconocimiento de nuestra lucha por la independencia de parte de los
Estados Unidos y de Gran Bretaña y que, por lo tanto, no podía existir toda una política
configurada de alianzas entre los gobernantes de esos países y las fluctuantes fracciones
de la burguesía criolla, resulta aventurado afirmar que las primeras Juntas de Gobierno
respondían sustantivamente a los intereses de una u otra metrópoli.
Uno de los hechos más citados, con el fin de reafirmar esa tesis, es el papel jugado
en 1812 por Poinsett, cónsul de los Estados Unidos en Chile. A nuestro juicio, la relación
del gobierno de José Miguel Carrera con el cónsul norteamericano tuvo por objetivo

225
primordial obtener el respaldo y la ayuda concreta que necesitaba Chile para enfrentar
la inminente invasión española. En esas condiciones toda relación internacional que
condujera a un reconocimiento diplomático o comercial de nuestro país en lucha con
el imperio español favorecía la causa de la independencia. El hecho de que Carrera
haya aceptado la gestión exploratoria de Poinsett, que por otra parte no se concretó
en ningún acuerdo comercial, no autoriza a sostener que su gobierno representaba los
intereses norteamericanos. No existen pruebas que demuestren que hacia 1812 alguna
de las fracciones políticas de la burguesía criolla se hubiera inclinado consciente y
decididamente por Estados Unidos o Inglaterra. De ahí que nos parezca también
erróneo sostener que el combate naval registrado en 1813 en la rada de Valparaíso
entre la escuadra inglesa comandada por Hillyard y el buque norteamericano “Essex”,
dirigido por David Porter, haya tenido por finalidad el control de Chile por alguna de
esas potencias. La Junta presidida por Carrera trató de obtener que el “Essex” impidiera
las incursiones corsarias del virrey Abascal en contra de los barcos mercantes chilenos.
El capitán del buque norteamericano no accedió a esta solicitud porque su misión no
era apoyar la lucha por la independencia de Chile, sino destruir las naves inglesas que
se encontraban en el Pacífico, como parte del plan militar de Estados Unidos en guerra
con Gran Bretaña desde 1812.
Los gobiernos chilenos comenzaron a inclinarse por una u otra metrópoli cuando se
decantaron las relaciones comerciales y se consolidaron los mercados de exportación
e importación. Esta relación de dependencia no convirtió automáticamente a Chile en
semicolonia inglesa. Las riquezas nacionales aún estaban en manos de la burguesía
criolla. Las tierras y las minas eran explotadas por los latifundistas y mineros chilenos.
Estas relaciones de propiedad permitieron el desarrollo de un capitalismo criollo
que se expresó en un ascenso significativo de la producción de trigo, plata y cobre.
El aumento de la demanda de estas materias primas, provocado por la revolución
industrial europea que acentuó la división internacional del trabajo, estimuló el
desarrollo desigual y combinado de este tipo de explotación capitalista criolla. Al
mismo tiempo, selló en forma definitiva su carácter dependiente. La burguesía chilena
permitió la entrada indiscriminada de manufacturas y la desnacionalización de su
embrionaria marina mercante a cambio de mejores precios y mercado permanente
para sus materias primas.
El capitalismo europeo fue penetrando en Chile través de formas indirectas, con
excepción del período 1825-27, en que hizo, sin éxito, inversión de capital en las minas
del Norte Chico.
Las compañías de minas organizadas por Inglaterra paralizaban sus trabajos en 1827,
porque el resultado de la explotación no correspondía a los desembolsos hechos. De las
antiguas compañías mineras organizadas para trabajar en Chile, tres eran las principales:

226
“La Chilena”, la “Perú Chilena” y la “Anglo Chilena”. Cada una de las dos primeras pudo
disponer de un capital de 50.000 libras esterlinas y la tercera de uno de 75.000, es decir,
la mitad del valor de las acciones formadas para constituirlas. El mal resultado de estas
empresas fue causa de que no se pidiera a los accionistas la otra mitad del valor de las
acciones emitidas.408
La penetración comercial, iniciada en el último siglo de la colonia, ya sea por vía
del contrabando o de los tratados de Inglaterra y Francia con el imperio español en
decadencia, se hizo ostensible a partir de la derrota del ejército español en Chacabuco
(1817) y de la declaración formal de la independencia de Chile en 1818. Según el informe
del norteamericano Bland, en el año y medio que siguió a la batalla de Chacabuco
entraron a puertos chilenos 24 buques norteamericanos que trajeron mercaderías por
valor de 1.385.000 dólares, mientras que los ingleses vendieron mercaderías avaluadas
en 1.835.000 dólares. Un lustro después, Gran Bretaña vendía a Chile tres veces más que
Estados Unidos. El valor de las exportaciones británicas a Chile subió de 28.888 libras
esterlinas en los primeros años de la República a 443.580 en 1822, a 885.386 en 1824 y
1.134.775 en 1828, es decir, aumentaron cuarenta veces. Esta relación de dependencia
con Inglaterra se fue consolidando en décadas posteriores, como lo hemos demostrado
en el subcapítulo sobre evolución económica durante los decenios.
Los barcos ingleses utilizaban asimismo los puertos chilenos como trampolín
para otras operaciones comerciales en el Pacífico, mediante el sistema de operaciones
triangulares. Claudio Véliz anota que “la típica operación triangular era la siguiente:
naves británicas fletadas en puertos del Reino Unido con mercaderías de consumo
viajaban a los puertos chilenos donde descargaban estas mercaderías y las dejaban
en consignación a cargo de firmas comerciales amigas o asociadas. Luego se dirigían
hacia los puertos del litoral norte, donde cargaban cobre en bruto o en barra o mi-
nerales de plata y oro. Estos minerales eran transportados luego a puertos asiáticos,
principalmente Calcuta, donde la casa que había fletado el barco los utilizaba para
pagar por la adquisición de té, especias y otros bienes de consumo de origen asiático
para el mercado europeo. Finalmente, cargado con este tipo de productos, el buque
completaba su vuelta alrededor del mundo navegando hacia el Reino Unido por el Cabo
de Buena Esperanza (…) durante el período 1817-1825, por lo menos el 75% de todas las
exportaciones de cobre chileno iba directamente a puertos asiáticos, especialmente
Calcuta, donde pagaban importaciones efectuadas por Gran Bretaña en operaciones
triangulares”.409 De este modo, Inglaterra se apropiaba de parte de la plusvalía extraída
a los trabajadores chilenos por la burguesía minera por concepto de fletes y venta de
sus manufacturas a cambio de materias primas.

408
Roberto Hernández. Valparaíso… op. cit., p. 45.
409
Claudio Véliz, op. cit., 29.

227
La penetración extranjera, por vía del intercambio comercial, se reflejó también
en la apertura de numerosas casas comerciales extranjeras en Valparaíso y Santiago.
A fines de la década de 1820-30, la casa Waddington, cuyo fundador había llegado a
Chile en 1817, era la más importante de esta costa del Pacífico. Las casas Haigh, Head,
Huth, Gibbs, Hill, Hemenway y la del comerciante italiano Pedro Alessandri fueron
también instaladas en esa década. Las grandes casas mayoristas lograron controlar
gran parte del comercio interior, que antes era ejercido por chilenos.
Estas casas comerciales no solo importaban y distribuían manufacturas europeas y
norteamericanas, sino que hacían las veces de intermediarios en la compra de cobre y
trigo, llegando a ofrecer créditos a los mineros para comprometerlos en la venta de su
producción. Un informe elevado por el cónsul general inglés a su gobierno señalaba
que, después de la batalla de Chacabuco, “muchos de los comerciantes ingleses y
americanos se han establecido en Coquimbo y avanzan sus capitales a los mineros para
que trabajen las minas y así procurarse abastecimientos de cobre, con menores riesgos
y más certeza que si se tratara de metales preciosos. La consecuencia fue el envío, desde
ese período hasta el año 1818, de un promedio de 40.000 quintales”.410 Este sistema
de crédito privado, ejercido manifiesta o encubiertamente por las casas comerciales
extranjeras, se hizo corriente en las décadas posteriores. Ramírez Necochea señala
que estas casas “operaban como verdaderas instituciones bancarias. De ahí que en la
década 1840-1850, cuando un vigoroso movimiento de opinión postulaba la idea de
crear un Banco Nacional, estas casas desarrollaron la más activa campaña para frustrar
tal proyecto. Refiriéndose a esta actividad y a sus móviles, un periódico expresaba:
“Qué de extraño tiene, pues, que los extranjeros que hacen hoy el monopolio de todas
las transacciones de crédito se alarmen con la creación de un Banco Nacional que les
dispute la participación de esas ventajas que ellos explotan hoy exclusivamente”.411
Mario Muñoz afirma que “en la primera mitad del siglo XIX los productores chilenos
se sintieron explotados por las casas inglesas que facilitaban fondos para el negocio
de explotación”.412 En un folleto de la época, Pedro Félix Vicuña denunciaba “que las
minas, que por su riqueza misma pudieran estar libres del recargo de los intereses y de
la necesidad de gravosos avances, sufren infinito, y están sujetas al comercio extranjero,
que es el único que tiene capitales disponibles. En el mineral de Chañarcillo, donde
sale la plata casi pura de las entrañas de la tierra, tiene el minero que vender con
anticipación el producto, que espera, y el comprador le pone multa, le cobra interés
(…) en el cobre sentimos el recargo de las anticipaciones, que se nos hacen de fondos

410
Hernán Ramírez N. Historia del Imperialismo en Chile, p. 46, Ed. Austral, Santiago.
411
Ibid., 75.
412
Mario Muñoz Guzmán. La Revolución de los Mineros. Apuntes históricos y leyendas de la minería
chilena en los siglos XVIII y XIX, p. 54, Santiago, 1965.

228
en dinero. El doce por ciento al año, y la pérdida de un peso en quintal, que con multas
que algunos ponen si no se entregan los cobres el día señalado, sube hasta el tres por
ciento mensual, como en la plata (…) La carencia de combustibles ha establecido otro
negocio, en metales brutos, de cierta ley, o cobres de primera fundición, que llamamos
ejes. Estos se llevan a los puertos por el minero, se contratan con una casa de comercio
inglesa, ésta adelanta dos tercios del valor que tienen en Europa, y estos valores van a
correr la incertidumbre de siete u ocho compañías, que hay en Swansea, con privilegio
exclusivo y que pueden completarse por su mutuo interés para disminuir el valor de
nuestros productos (…) Somos revendedores del comercio extranjero, estamos en
esta parte en una dependencia absoluta de la ley que nos quieren imponer, y nuestras
exportaciones como las importaciones se hacen por medio de sus capitales”.413
Pedro F. Vicuña, consecuente con su posición nacionalista democrático-burguesa,
fue uno de los pocos políticos chilenos del siglo XIX interesados en promover el
desarrollo de una industria nacional. En su libro El porvenir del hombre manifestaba:
Esta es la triste condición de las Repúblicas Hispanoamericanas, que siendo productoras
de los materiales más ricos, y teniendo una población que no halla de qué ocuparse, no
promuevan la industria por todos caminos, y hagan producir al trabajo, que es el manantial
de toda riqueza. Por el contrario, derivándose las rentas públicas principalmente de los
derechos de Aduana que pagan las manufacturas extranjeras, estos gobiernos miran
con mal ojo toda fábrica interior, que disminuya aquellos derechos (…) se tiene una
industria nacional, se ocupa un número considerable de brazos, e insensiblemente nos
vamos emancipando de los huéspedes que junto con sus reclamaciones, vienen con
sus cañones a hacerse la justicia, que la superioridad y la fuerza inspiran (…) Se llevan
nuestras ricas producciones, servimos de mercados a sus manufacturas y hora por hora,
día por día se nos insulta y se nos agobia. Jamás tendremos verdadera independencia, si
no podemos bastarnos a nosotros mismos, principalmente en aquellas industrias que
más fácilmente podemos apropiar a nuestra situación.414
Un viajero alemán de la época, Eduardo Poepping, describía el grado de penetración
comercial que habían logrado los extranjeros a fines de la década de 1820-30 en
Valparaíso: “El comerciante extranjero está feliz de haber encontrado un país capaz de
consumir grandes cantidades de manufacturas europeas (…) Hay tiendas llenas con los
productos de la industria europea. Casi se oye hablar más la lengua de Inglaterra”.415
En relación al comercio de Chile con otros países, relataba:

413
Pedro Félix Vicuña. Cartas sobre Bancos, pp. 56 y 61, Valparaíso, 1845.
414
Pedro Félix Vicuña. El porvenir del hombre o relación íntima entre la justa apreciación del trabajo y
la democracia, pp. 227-231 y 232, Valparaíso, 1858.
415
Eduardo Poepping. Un testigo en la alborada de Chile (1826-1829), pp. 343 y 69, Ed. Zig-Zag, Santiago,
1960.

229
La nación británica es la que obtiene los mayores beneficios de su comercio en Chile.
Le siguen en importancia la norteamericana, luego la francesa y por último la alemana.
Muchas mercaderías alemanas llegan a Chile en buques norteamericanos procedentes de
Estados Unidos, pues los comerciantes de este país no limitan el comercio a los productos
de su país, habiéndose apoderado, además de otros rubros, también del comercio entre
Cantón y Chile. Las mercaderías inglesas son las más consumidas, comprendiendo,
según el valor, un tercio del total en tiempos recientes, Las listas de exportación de los
países europeos nunca permiten indicar con precisión cuánto se consume en Chile, pues
aun cuando un cargamento ha sido destinado a Valparaíso no se puede saber qué parte
de él se desembarcará realmente en aquel puerto, puesto que hasta ahora ha existido
la costumbre de que el buque continúe su viaje a lo largo de la costa, a menudo hasta
México, colocando los productos donde se solicitan.416
El viajero francés Gabriel Lafond du Lucy destacaba el crecimiento de las casas
comerciales galas en Chile, como las de Legrand y Morel, y la asociación de su compa-
triota Dubern con el comerciante chileno Felipe Santiago del Solar, que “fue la fuente
de donde partieron los datos exactos e indispensables a los exportadores franceses
para colocar sus productos en este inmenso continente”.417 Se enorgullecía de que
hacia 1840 “nuestros productos (franceses) figuran por 14 millones de francos más
o menos. Los artículos que componen estos cargamentos son, en general, objetos de
lujo y de industria parisiense, sederías, telas, papeles, perfumería, pieles, armas, en
fin, todo lo que se consume en Francia, excepto los tejidos de algodón que los ingleses
venden a más bajo precio que nosotros. A cambio de las mercaderías extranjeras, Chile
da oro y plata”.418
Los gustos, las modas y hasta ciertas costumbres criollas, fueron cambiando
progresivamente con esta invasión de mercaderías y comerciantes extranjeros. El
almirante Cochrane y su esposa introdujeron “la costumbre del ‘five o’clock tea’, que
disputa al mate la primacía social”.419 Su compatriota, María Graham, comentaba su
visita a la casa del gobernador Zenteno, recién llegada a Valparaíso en 1822: “En un
día frío y lluvioso como éste es agradable encontrarse en una habitación donde hay
un tapiz inglés, una estufa inglesa y hasta carbón inglés encendido”.420
La influencia extranjera no solo había llegado a las casas particulares urbanas, sino
a las estancias. El viajero Poepping describía la casa de un terrateniente de Quillota:
El piso de simple tierra de la mejor sala de recepción está cubierto por ricas alfombras
inglesas (…) valiosos muebles importados desde la América del Norte o Francia (…) Entre

416
Ibid., 344.
417
Gabriel Lafond Du Lucy. Viaje a Chile, pp. 103-104, Stgo. 1911.
418
Ibid., 199-200.
419
Eugenio Pereira Salas. Juegos y alegrías coloniales en Chile, p. 273, Ed. Zig-Zag, Santiago, 1946.
420
María Graham, op. cit., p. 211.

230
los marcos dorados que contienen aguafuertes inglesas se encuentran muy a menudo los
pequeños cuadros de los santos familiares (…) El sitio principal de la sala está ocupado
por un piano vertical, procedente de la manufactura de Broadway, que rara vez valdría
menos de mil pesos fuertes”.421
Similares impresiones recogió Lafond du Lucy:
Al servicio de comedor compuesto a menudo de un vaso y un cuchillo para todos los
comensales, sucede el confort inglés que cambia cada plato de útiles. Los rebozos
se sustituyeron por los chales de satén o de terciopelo francés, las sayas de lana por
basquiñas negras de ricas telas; adornos de tul, peinetas de carey adornan las cabezas
de las hermosas chilenas. Los pianos reemplazan a las desafinadas guitarras y los sofáes,
los canapées de variadas formas a las bancas circulares en las salas de recepción.422
Uno de los primeros eslabones de la cadena de la dependencia de Chile con respecto
a Inglaterra fue el empréstito negociado por Antonio José de Irisarri en 1822 ante la
Casa Hullet y Cía. de Londres. Su monto fue de un millón de libras esterlinas, que
equivalían a cinco millones de pesos chilenos, pagaderos a treinta años, con un 6% de
interés anual. Según Ricardo Montaner, “el empréstito se hizo por un millón nominal
de libras esterlinas, y se emitieron para este efecto diez mil cupones o acciones de
cien libras, que se vendieron al precio de sesenta y siete libras y media, con lo cual se
recibieron en efectivo 675.000 libras. De esta cantidad se restaron 20.347 libras por
costos y gastos, por comisión de agencia de Hullet y Cía., y por intereses de sumas
adelantadas por los compradores antes del plazo en que debían hacer las entregas del
dinero. Computada la libra a cinco pesos chilenos de aquellos años, es decir, al cambio
monetario de 48 peniques, resulta que ese empréstito nominal de cinco millones de
pesos, quedó reducido a 3.273.265 pesos”.423 Encina manifiesta que “esta suma iba a
reducirse aun bastante porque Irisarri remitió parte del valor en la corbeta “Voltaire”,
comprada en 113.000 francos, azúcar, materiales de imprenta, barricas para aguadas
de buques y una gran partida de fierro”.424
Sin considerar estas inversiones realizadas por Irisarri, sin autorización guberna-
mental, Chile solo recibió el 63% del monto total del empréstito, es decir, 3.180.000
pesos. Las condiciones del empréstito concedido por Gran Bretaña determinaron
que Chile perdiera la cantidad de 1.800.000 pesos. Similar estafa fue hecha por los
banqueros ingleses a otros gobiernos latinoamericanos. El ensayista Scalabrini Ortiz
proporciona datos de un trabajo de Chateaubriand titulado “Congrés de Verone”, en
el que se señala que Inglaterra comenzaba por dar el 75% del empréstito, descontaba

421
E. Poepping, op. cit., p. 112.
422
Lafond Du Lucy: op. cit., p. 47.
423
Ricardo Montaner B., op. cit., p. 154.
424
Encina, XI, 111.

231
dos años de interés al 6% y retenía otra cantidad de dinero por gastos inespecificados;
en resumen, de 20.978.000 libras esterlinas por concepto de diez empréstitos con-
cedidos de 1822 a 1826 por Gran Bretaña a América Latina, los ingleses solo habrían
desembolsado unos 7 millones de libras. Scalabrini Ortiz ha demostrado que el millón
de libras esterlinas del empréstito otorgado al gobierno de Buenos Aires por la Casa
Baring Brothers, Argentina percibió oficialmente 570.000 libras y terminó pagando,
por concepto de amortizaciones e intereses, la suma de 23.734.766 pesos fuertes.
Los gobiernos chilenos invirtieron el empréstito inglés de la siguiente manera:
$ 150.000 en Perú para financiar el Ejército Liberador de los Andes, $ 75.000 en
concepto de tres amortizaciones, $ 1.240.000 en la compra de la corbeta y mercaderías
efectuada por Irisarri, $ 200.000 a la Casa de Moneda para compra de pastas metálicas,
$ 100.000 para pago de sueldos atrasados del ejército, $ 480.000 para pagar deudas del
fisco, $ 50.000 en préstamos a la provincia de Concepción, $ 50.000 para financiar la
expedición a Chiloé encargada de liquidar el último foco de la resistencia española y
$ 90.000 en compra de armamentos.
La falta de amortizaciones hizo que la deuda se elevara a 934.000 libras esterlinas
en 1830. Doce años después, se firmó un acuerdo entre el gobierno de Chile y sus
acreedores ingleses, según el cual la deuda ya indicada debería seguir pagando el 6%;
los intereses acumulados, que ascendían a 756.540 libras, tendrían que pagar nuevos
porcentajes. En síntesis, después de 20 años de concedido el empréstito de un millón
de libras, de las cuales solo se recibieron 654.652, se adeudaban 1.690.000 libras más
el interés que debería pagarse hasta cancelar la deuda.
A los ingleses les habría convenido que Chile pagase puntualmente sus amortiza-
ciones porque de todos modos los lazos de dependencia estaban ya establecidos, pero
aprovecharon la morosidad de los gobiernos chilenos para resarcirse a largo plazo con
altos intereses y para exigir mayores franquicias comerciales. La sutil telaraña que
el Imperio Británico tejía con los empréstitos, fue captada por Vicuña Mackenna en
una frase de su libro El Ostracismo del general O’Higgins: “Es en nuestro concepto, un
asunto el más grave este de los empréstitos, que ha hecho de nuestra pobre América
una inmensa hipoteca a la bolsa de Londres, y de la que son acreedores esos navíos
que pasean nuestras costas saludando como por mofa nuestra bandera de deudores”.
La construcción de los primeros ferrocarriles chilenos reforzó los lazos de depen-
dencia no tanto por la inversión de capitales extranjeros, sino por los empréstitos
contraídos por los gobiernos para financiarlos y, fundamentalmente, por la necesi-
dad de importar materiales ferroviarios, ya que nuestro país carecía de maestranzas
modernas. La mayoría de los capitales iniciales para la construcción de los primeros
ferrocarriles fue aportada por capitalistas chilenos, especialmente por la burguesía
minera del Norte Chico, y algunos extranjeros residentes en Chile. Las obras fueron

232
terminadas por los gobiernos que compraron las acciones de los inversionistas par-
ticulares. Montt contrató un empréstito inglés de ocho millones de pesos para continuar
con el plan de expansión de las vías férreas de Santiago a Valparaíso y de Santiago a
Talca. El aceleramiento de la dependencia de Chile, a raíz de la construcción de ferro-
carriles, se produjo por el pago de las amortizaciones e intereses de los empréstitos
y por la obligación de importar locomotoras, vagones y repuestos de las metrópolis.
Esta necesidad de recurrir a los países industrializados para abastecerse de maqui-
naria se manifestaba en todas las actividades económicas básicas de Chile. La burguesía
minera para elevar la productividad en la explotación del cobre tuvo que importar la
moderna tecnología inglesa, al igual que los terratenientes e industriales molineros,
como hemos demostrado en la parte referente a la mecanización del agro.
La incapacidad de la burguesía criolla para fomentar el desarrollo de la marina
mercante nacional permitió a los ingleses ejercer desde las primeras décadas de la
República el monopolio del transporte de nuestras materias primas. Chile pasó entonces
a depender de las metrópolis para el traslado de sus productos. Esta dependencia se
manifestó no solo en la exportación destinada al mercado mundial, sino también en
el comercio de cabotaje. Los terratenientes y mineros criollos fueron los primeros en
presionar para terminar con esta franquicia que gozaban los buques chilenos al exigir
que se concediera a los barcos extranjeros el derecho a transportar productos entre
Talcahuano y Coquimbo. Este proceso de liquidación de la incipiente marina mercante
nacional, que hemos analizado en el subcapítulo sobre la evolución económica durante
los decenios, acentuó el carácter dependiente de nuestro país, facilitando la presión de
las metrópolis para que se les concedieran nuevas franquicias comerciales. Martner
anota que:
En virtud de una convención celebrada entre Chile y Gran Bretaña en mayo de 1852 no se
cobraría en adelante ningún derecho de tonelaje, puerto, faro, pilotaje o cuarentena en
los puertos de cualquiera de los dos países sobre los buques del otro. En octubre de 1854,
se celebró un tratado con Gran Bretaña en virtud del cual en adelante habría recíproca
libertad de comercio entre ambas naciones, pudiendo los ciudadanos entrar con sus
buques y cargamentos en todos los lugares de los territorios del otro.425
La fijación arbitraria de los precios de nuestras materias primas por las metrópolis
que controlaban el mercado mundial fue una de las manifestaciones principales de
nuestra dependencia. Las fluctuaciones de los precios y de la demanda del mercado
mundial provocaban crisis económicas en nuestro país, como las de 1849 y 1858.
A mediados del siglo XIX, algunos diarios chilenos denunciaban las arbitrariedades
cometidas por Inglaterra en la fijación de precios, poniendo de manifiesto el grado de
nuestra dependencia: “Sabido es –escribía El Copiapino en su edición del 8 de octubre
425
Daniel Martner, op. cit., p. 234.

233
de 1857– que el mercado del cobre está a disposición de tres o cuatro casas inglesas
que producen el alza y baja cuando quieren”.426 El diario El Ferrocarril del 19 de enero
de 1868 señalaba que el cobre “ha estado sujeto a un monopolio que ha disminuido
considerablemente nuestros provechos recargándoles además con fletes, comisiones
y otras gabelas inventadas por los fundidores ingleses. Por falta de otros mercados, los
mineros americanos deben necesariamente mandar sus productos a Gran Bretaña y
contentarse con el precio que les ofrezcan los fundidores de ese país (…) Desde que el
monopolio de los fundidores ingleses los hace árbitros del precio de este producto, y
desde que por medio de sus capitales ellos limitan o ensanchan nuestras explotaciones,
la verdadera riqueza de nuestra sociedad queda sometida al interés de los especuladores
extranjeros”.427
En resumen, el análisis concreto del proceso de dependencia sufrido por Chile
durante la primera mitad del siglo pasado demuestra la falacia de las tesis de aquellos
autores que han mitificado sobre la posición pretendidamente “nacionalista” de los
gobernantes de los decenios. Hemos demostrado que no es verdad que estos gobiernos
hayan protegido a la industria nacional o fomentando de manera efectiva el desarrollo
de la marina mercante nacional. El crecimiento de la producción agraria y minera, bajo
Bulnes y Montt, fue el resultado de un aumento de la demanda de materias primas
promovida por la revolución industrial europea. El relativo desarrollo económico
de Chile durante este período no eliminó los lazos de dependencia, sino que por el
contrario los reforzó, porque dicho proceso se dio sobre la base de la exportación de
materia prima para un mercado mundial controlado por la metrópolis. A cambio de
la colocación de sus productos mineros y agropecuarios, Chile tuvo que permitir la
entrada de manufactura extranjera, que liquidó las posibilidades de crear una industria
nacional, y otorgar franquicias a los buques extranjeros, lo que produjo la crisis de la
incipiente marina mercante nacional. Sin embargo, nuestro país, a mediados del siglo
XIX, aún no era semicolonia. Las riquezas nacionales estaban todavía en manos de
los capitalistas chilenos.
Los intereses de estos capitalistas criollos no entraban en contradicción con las
metrópolis como Inglaterra, que en general no competían en el mercado mundial con
las materias primas chilenas, salvo un corto período en que los ingleses trataron de
introducir su carbón para desplazar al nacional de Lota y de frenar el desarrollo de la
industria fundidora de cobre de nuestro país.
En cambio, la burguesía criolla tuvo fuertes roces con los países como Estados
Unidos, que lanzaban al mercado internacional productos que competían con los
chilenos. Los planteamientos antinorteamericanos de un Portales, por ejemplo, no eran

426
Citado por Hernán Ramírez N.: Historia del Movimiento Obrero, p. 29, Ed. Austral, Santiago.
427
Ibid., p. 31.

234
el resultado de una consecuente línea de conducta contra toda penetración extranjera,
sino que se habían suscitado a raíz de la competencia que hacía Estados Unidos a Chile
en el mercado de trigo y harina del Pacífico.
El apoyo de Estados Unidos a la Confederación Perú-Boliviana en la guerra contra
Chile tuvo como objeto desplazar a los trigueros chilenos del mercado peruano y
facilitar la introducción de la harina norteamericana. En carta a John Forsyth, secretario
de Estado norteamericano, Richard Pollard, encargado de negocios de los Estados
Unidos en Santiago, manifestaba el 6 de julio de 1835: “No solo perdemos el mercado
de harina en el Pacífico. Si Chile no hubiera retenido el poder de discriminarnos, no
hubiera inducido a Perú a excluir nuestra harina de sus puertos”.428
El triunfo de Chile en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana agudizó
los roces con Estados Unidos. A raíz del tratado firmado por Chile con Perú en 1848,
Seth Barton, encargado norteamericano de negocios en Santiago, informaba el 25
de abril de ese año a James Buchanan, secretario de Estado, que hay “una cláusula
discriminatoria a favor de los azúcares refinados del Perú en los puertos de Chile y
de la harina y el trigo chileno en los puertos peruanos, que van en detrimento de los
azúcares y harinas de Estados Unidos”.429
La actitud antinorteamericana de Chile a mediados del siglo pasado volvió a
manifestarse a raíz de las aventuras del filibustero William Walker en Nicaragua en
1855. En la Cámara de Diputados de Chile se presentó un voto de repudio a Estados
Unidos por haber alentado la ocupación de este país centroamericano. El voto firmado
por Errázuriz, Prado, Aguirre, Barriga y otros denunciaba al gobierno de Estados Unidos
por haber reconocido la operación de Walker, manifestando que:
La ambición del Norte acecha con avidez cuanto alcanza a abarcar con sus miradas y
no se encontrará satisfecha hasta que con una de sus manos oprima el Polo Norte y
con la otra haya cosido a su pabellón la estrella del Sur (…) Es necesario que la América
Española, en presencia de un gran peligro, recuerde su grande origen y oponga una gran
resistencia (…) Mañana será tarde, porque la América que miró impasible la conquista
de México, dejó al filibustero que sentara sus reales a las orillas del Pacífico es preciso
que no adquiera otro aduar en las costas de Nicaragua. Mañana será tarde porque si cae
Centroamérica, cae con ella la llave del Continente Americano español en poder de los
enemigos de nuestra raza. Mañana será tarde porque no faltará un pretexto cualquiera,
una diferencia antigua, algún ridículo reclamo, un protectorado, una isla despoblada para
traer sobre nuestras cabezas la tempestad que hoy ruge sobre la de nuestros hermanos.430

428
Manuel Medina C., op. cit., p. 115.
429
Ibid., p. 117.
430
Ibid., pp. 731-732.

235
En ocasión del contrato de 1854 entre el gobierno de Ecuador con el de Estados
Unidos por el cual se concedía al norteamericano Brissot la quinta parte del guano
que se descubriera en las islas Galápagos, a cambio de un empréstito de 3 millones de
pesos y de la autorización para que la escuadra yanqui interviniera en defensa de sus
intereses, el gobierno de Chile, por intermedio de su ministro Antonio Varas, envió
una nota a los gobernantes latinoamericanos en la que manifestaba:
El gobierno del infrascrito ha visto en esa estipulación graves peligros para la inde-
pendencia de los Estados de la América del Sur y ha considerado que es un deber de
todos ellos ponerse de acuerdo, y tomar a tiempo medidas eficaces para conjurar esos
peligros y poner a cubierto su nacionalidad e independencia (…) El Ecuador sometido a
la protección de los Estados Unidos tendrá durante algún tiempo las apariencias de un
estado independiente, y en seguida entrará a figurar como una colonia norteamericana.431
Sin embargo, estos anhelos de unidad latinoamericana solo quedaron en el papel.
Fracasado el ideal bolivariano por los mezquinos roces entre las burguesías criollas y
por la política de “balcanización” de nuestro continente alentada por las metrópolis, los
llamados a la unidad latinoamericana tuvieron un carácter esporádico. Las conferencias
latinoamericanas de mediados del siglo pasado no se hicieron para enfrentar el real
proceso de dependencia que estaban sufriendo nuestros países a raíz de la penetración
económica de las metrópolis europeas, sino que fueron convocadas ante hechos de
política contingente, como fueron los desesperados intentos realizados por España
para recuperar parte de sus colonias.
Ante esta eventualidad, se hizo una Conferencia en diciembre de 1847 en Lima, que
logró reunir solamente a Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Sus resoluciones
no pasaron más allá de meras declaraciones formales de solidaridad en el caso de
ataque de una potencia extranjera. Los roces entre las burguesías criollas impidieron
la celebración de un tratado de comercio. Un plenipotenciario chileno de la época,
Marcial Martínez, ha relatado las limitaciones de la conferencia latinoamericana de
1847. En una de las partes de su folleto, señalaba:
Tratóse también en las conferencias de Lima de ajustar un pacto general de comercio;
mas, este deseo, tan sensato como político, que habría sido, no digo el coronamiento de
la obra de confederación de estos países, sino su base de granito, fue desahuciado por
el espíritu de rutina, de atraso y de aislamiento, que encontró un eco autorizado en el
ministro peruano de hacienda, don J. Manuel del Río (…) Los intereses materiales de una
nación pueden no ser iguales a los de otra, dijo el señor del Río; los de dos naciones que
cuentan estar o están en relaciones comerciales, pueden ser diferentes de los de otras
dos que están en iguales relaciones; y en tantas diferencias, intereses y circunstancias, no
puede ser que en un congreso de plenipotenciarios, se den resoluciones que comprendan

431
Encina, XIV, 132.

236
a todas, sin favorecer a unas con daño de las otras. Solo un caso podría haber en que
fuese posible que una resolución comprendiese a todas las naciones contratantes y
sería el de avenirse ellas a abolir toda traba y todo derecho en materias comerciales (…)
Los tratados de comercio se celebran entre nación y nación, porque cada una quiere
consultar sus conveniencias en sus negocios con otra, prescindiendo de lo que pueda
convenir a una tercera.432
Esta concepción del ministro peruano, compartida por las clases dominantes de
los países latinoamericanos, expresaba el grado de balcanización a que había llegado
nuestro continente a mediados del siglo pasado. En función de los intereses particulares
de cada burguesía criolla, se había abandonado el criterio de unidad latinoamericana
gestado tres décadas antes al calor de la guerras de la independencia. América Latina,
fragmentada en veinte países, entró en un proceso irreversible de dependencia hasta
convertirse, a fines del siglo XIX, en semicolonia inglesa.

432
Marcial Martínez. La Unión Americana, pp. 20 y 21. Santiago, 1869.

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Capítulos III, IV y V
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Unión (Concepción), El Curicano (Curicó), La Asamblea Constituyente (Santiago), El Amigo
del Pueblo (de Santiago y Concepción), El Araucano (Santiago), El Mercurio (Valparaíso),
La Barra (Santiago), El Copiapino (Copiapó), Eco Nacional (Concepción), El Provinciano
(Talca), El Agricultor.

250
tomo iv
Ascenso y declinación
de la burguesía chilena (1861-1891)
capítulo i.
El contexto internacional

Es obvio, pero a veces se olvida: no se puede comprender la historia de nuestro sub-


continente semicolonial dependiente si no se lo analiza como parte de la formación
social capitalista mundial. Esta concepción metodológica de totalidad nos obliga a
reflexionar, aunque sea en breves líneas, sobre el desarrollo que tuvo el capitalismo
europeo, especialmente, en el siglo pasado.

El desarrollo del capitalismo europeo y su sistema crediticio


La revolución industrial –que había impulsado el avance de la industria liviana y de
bienes de consumo– dio un salto cualitativo a mediados del siglo XIX con la industria de
bienes de capital, elaboradora de maquinarias. Al mismo tiempo, se produjo un avance
significativo en los medios de comunicación y transportes terrestres y marítimos, que
permitió al capitalismo europeo cubrir el mundo y hacerlo suyo, con una ideología que
racionalizaba la conquista de territorios y mercados como signo de progreso.
Las inversiones se volcaron hacia el interior de Europa, particularmente en el área
de los ferrocarriles. Hacia 1850 se habían invertido 240 millones de libras esterlinas en
vías férreas, locomotoras y vagones. Los barcos de vapor se generalizaron y los puertos,
vías fluviales y carreteras se modernizaron. El telégrafo (1833) y el teléfono (1876)
agilizaron notablemente las comunicaciones. La prensa rotativa (1866) y la linotipia
(1886) constituyeron adelantos significativos en las artes gráficas, circulación masiva
de noticias y también de ideología al servicio de la clase dominante.
La llamada libre competencia condujo irreversiblemente a un proceso de con-
centración de capital mediante la liquidación de productores medianos y pequeños.
Así se fueron configurando características esenciales del capitalismo: concentración
masiva de obreros para la producción de mercancías en gran escala por medio de
maquinarias sofisticacias y un complejo sistema de comunicaciones y de transporte
para la distribución y circulación, con el fin de lograr una rápida industrialización-
reforma agraria-mercado interno (y luego externo) capaz de garantizar un desarrollo
autosostenido.

253
El aumento de la explotación agrícola y de su productividad a raíz del desarrollo
del capitalismo agrario determinó un abaratamiento de los alimentos, y favoreció la
reproducción de la fuerza de trabajo y la capacidad adquisitiva de los salarios. Cuando
la producción agrícola se hizo insuficiente por los cambios demográficos (Europa
aumentó su población de 180 a 470 millones en el siglo XIX), el capitalismo importó
materias primas y alimentos de los continentes colonializados.
El desarrollo del capitalismo europeo cobró un renovado impulso con la impliación
de mercado externo, debido a la colonización de nuevas áreas en Asia y África y de la
fuerte penetración comercial y financiera en América Latina. Este proceso constituyó
de hecho el segundo gran ciclo de acumulación capitalista. Cuando se analiza la
acumulación originaria solo se hace referencia a la colonización de los siglos XVI, XVII
y XVIII. Sin embargo, durante el siglo XIX, Asia, África y América Latina entregaron
un nuevo “aporte” a la acumulación originaria permanente del capital por diversos
conductos: compra de artículos manufacturados, venta de sus materias primas a precios
bajos, pago de fletes y transportes en los barcos mercantes europeos y norteamericanos,
compra de ferrocarriles, telégrafo y teléfono. Otra fuente de acumulación, no bien
evaluada aún, fue el beneficio que obtuvieron los bancos europeos de los préstamos,
a alto interés, que hicieron a los países del hoy llamado “Tercer Mundo”, además de
la especulación financiera.1
Los bancos comenzaron a realizar inversiones en la industria y en los ferrocarriles,
aunque recién en las últimas décadas del siglo XIX se produjo la estrecha relación entre
la banca y la industria. Paralelamente, siguieron prestando dinero a interés.
La función central que cumplía –y cumple– el capital dinero se relaciona con la
necesidad de acelerar la rotación del capital. La función de los bancos es precisamente
captar toda suma “improductiva” de capital inmovilizado o “desempleado”; movilizar
y descentralizar el capital de la sociedad, atrayendo no solo dinero de la burguesía
sino también de las capas medias, transformándolo en capital-dinero suplementario.
El crédito de circulación tiene como meta el realizar antes de plazo el valor de las mer-
cancías producidas; el crédito de inversión tiene como meta el incrementar el capital de
una empresa. En ambos casos, la masa de plusvalía aumenta, ya sea por producción del
tiempo de rotación, o bien por incremento de la masa de capital. Por tanto, el interés no es
más que una fracción de la plusvalía suplementaria obtenida por el préstamo del capital.2
La tasa media de interés no está determinada por supuestas “cualidades intrínsecas”
del dinero, sino que es reflejo del funcionamiento del modo que permite capitalizar ese
dinero a través del trabajo no retribuido a los obreros. Obviamente, los economistas
1
Luis Vitale. Historia General de América Latina, tomo IV, p. 41, Ed. Universidad Central de Venezuela,
Caracas, 1984.
2
Ernest Mandel. Tratado de Economía Marxista. Tomo I, p. 205, Ed. ERA, México, 1969.

254
burgueses –que tratan de velar el mecanismo de extracción de la plusvalía– pontifican
sobre la ganancia a la luz de la teoría del interés; pero esto es ficticio, por cuanto el
empresario trabaja realmente no con la tasa de interés, sino con la tasa media de
ganancia. En rigor, el interés se fija de acuerdo con la masa de capitales líquidos, lo
que en última instancia depende del proceso de reproducción ampliada del capital
productivo.
El beneficio de las instituciones de crédito resulta de la diferencia entre la tasa de
interés que pagan por el capital-dinero depositado y la tasa de interés que perciben
del dinero que prestan, además del cobro de comisiones, corretajes por colocación de
acciones y, sobre todo, por especulación en las operaciones de cambio de moneda.
En definitiva, la tasa de interés depende de la falta o abundancia de capital dinero en
relación con el nivel relativo de la tasa de ganancia.
El crédito acelera, entonces, la rotación del capital, estimula la circulación de
mercancías y es un instrumento importante del sistema capitalista en el proceso de
morigerar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.
Al permitir una expansión de la producción sin relación directa con las capacidades
de absorción del mercado; al velar durante todo un período las relaciones reales entre
el potencial de producción y las posibilidades de consumo solvente; al estimular la
circulación y las mercancías más allá del poder de compra real disponible, el crédito
retrasa el desencadenamiento de las crisis periódicas, agrava los factores de desequilibrio
y, por tanto, hace la crisis más violenta cuando estalla. Porque el crédito no hace más que
desarrollar el divorcio fundamental entre la circulación de mercancías y la circulación de
dinero que realiza su valor de cambio, contradicciones éstas que representan las fuentes
primarias y generales de las crisis capitalistas.3
Durante el siglo XIX, los bancos respaldaron sus emisiones de billetes con plata
y, fundamentalmente, con oro. El oro servía entonces como base metálica de papel
moneda y como medio de pago internacional. Las fluctuaciones monetarias eran
desencadenadas por las oscilaciones de valor intrínseco del oro. Es sabido que la
moneda no es una mercancía con valor propio, sino que su cotización está determinada
convencionalmente, fenómeno ya percibido por la Economía Política “clásica” (Smith,
Hume, etc.) y por los fisiócratas, una de las primeras tendencias económicas en dar
importancia a la circulación.
Esta disquisición en torno al crédito y la moneda tiene como finalidad explicar el
significado que tuvieron los empréstitos extranjeros contratados por los gobiernos
latinoamericanos en el siglo pasado y los objetivos que persiguieron los bancos
europeos al prestar capital-dinero.

3
Ibid., p. 208.

255
En un intento de periodización de los empréstitos del siglo XIX, podríamos señalar
una primera fase, de 1820-30; una segunda, en la que baja la curva de los préstamos
fuera de Europa, de 1830 a 1870, que se explica porque casi toda la masa de capital se
invertía en empresas productivas en una Europa en plena expansión industrial; y una
tercera fase, de 1870 a 1890, caracterizada por varias crisis cíclicas (1866, 1873, 1889),
como expresión del aumento de contradicciones en el proceso de acumulación de
capital. “Todos los países industrializados experimentaron un gran descenso de la tasa
media de interés, como consecuencia de la penuria de nuevos campos de inversión
de capital”.4
Esta situación crítica puede explicar, en gran parte, la razón por la cual aumentaron
notoriamente los préstamos de la banca europea a los gobiernos latinoamericanos
durante el último cuarto del siglo pasado. Un estudio más detallado podría indicar hasta
qué punto hubo una liquidez monetaria en Europa a partir de la década de 1870, que
estimuló la exportación de capital-dinero a nuestra América. En todo caso, es notoria
la diferencia entre el monto de los préstamos entre 1820-1870 y los que se concedieron
en el último cuarto del siglo.
En 1880, el capital-dinero exportado por Gran Bretaña a Latinoamérica, Asia y
África ascendía a 1.300 millones de libras esterlinas; el de Francia, a 14.000 millones
de francos, y el de Alemania en 1883, a unos 5.000 millones de marcos.5
Unas de las causas de esta salida de capital-dinero hacia el exterior fue la baja de
la tasa de interés en Europa, que de 4,7% en la década 1850-60 descendió a 3,3% entre
1887 y 1896. En cambio, en nuestros países latinoamericanos la banca europea cobraba
entre el 5 y el 6% de interés por los préstamos contratados.
No sabemos aún con exactitud la cantidad que correspondió a Latinoamérica en el
total de las exportaciones de capital-dinero de los países de Europa Occidental. Julian
Lemoine estima que bordeaba el 11% basado en una información del diario La Nación
de Buenos Aires, de 1º de enero de 1888: “La deuda de las repúblicas sudamericanas
es de alrededor de 1.100 millones de pesos: el Brasil tiene un 44%, la República
Argentina 27%, México 13%, Chile 8%, Uruguay 7% y el resto, 3%, se reparte entre
Paraguay, Bolivia, Nicaragua y Guatemala”, cifras que ameritan una contrastación más
documentada.6
La política de empréstitos internacionales agudizó el carácter de la dependencia.
Este sistema crediticio permitió a las metrópolis no solo cobrar altos intereses, sino
también presionar sobre los gobiernos para obtener mayores ventajas comerciales, so

4
Ibid., pp. 201 y 202.
5
Samir Amin. La acumulación a Escala Mundial. Ed. Siglo XIX, Buenos Aires, 1975.
6
Julian Lemoine. “La Deuda Externa”, en cuadernos de El Periodista, Nº 1, p. 5, Buenos Aires.

256
pretexto de incumplimiento de los compromisos. Por eso la historia de la deuda externa
es parte consustancial de la historia del proceso de la dependencia.
Al respecto, Juan Bautista Alberdi –quien visualizaba ya en el siglo pasado las
consecuencias de la creciente deuda externa– manifestaba:
… la dificultad no consiste en saber cómo pagar la deuda, sino cómo no aumentarla, para
no tener nuevas deudas, para no vivir de dinero ajeno tomado a interés. El interés de la
deuda, cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor
y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador poderoso por
sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero… La América
de Sur, emancipada de España, gime bajo el yugo de su deuda pública. San Martín y
Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos le han
puesto bajo el yugo de Londres.
El Estado tuvo que recurrir para financiar sus gastos a los empréstitos extranjeros
y sus derechos de exportación, ya que las diversas fracciones de la clase dominante
criolla eran renuentes al pago de impuestos directos. El capitalismo primario exportador
de América Latina dependía básicamente del mercado exterior y de los créditos
extranjeros, fenómenos que condicionaron una dependencia de carácter estructural.
Se han estudiado las diferentes modalidades que adoptó el proceso de la dependencia
dando, como es obvio, importancia a las relaciones de subordinación que tenía la
economía primaria exportadora del mercado mundial, pero ha sido escasamente
abordada la importancia que tuvieron los empréstitos extranjeros y la consiguiente
deuda externa en el reforzamiento de las relaciones de dependencia. Ambos procesos
estuvieron íntimamente ligados, condicionándose recíprocamente y bloqueando las
posibilidades de un despegue industrial que era factible en aquel tiempo todavía no
imperialista, como lo demostró el Japón de los Meiji.
Las fracciones de la burguesía criolla no fueron en todo caso afectadas por el fenó-
meno inflacionista que generó la deuda externa y especulación financiera. Compraron
a su debido tiempo la moneda fuerte de la época –el oro– como hoy acaparan dólares.
Como siempre, los que “pagaron los platos rotos” fueron los trabajadores, a pesar de
ser los únicos generadores de riqueza.
Así, América Latina hizo una nueva “contribución” al proceso de acumulación
capitalista mundial mediante las ganancias aportadas por los mecanismos financieros
internacionales de la deuda externa, por los bajos precios de las materias primas, por
la compra de artículos manufacturados a precios recargados y, fundamentalmente,
por el succionamiento de la plusvalía a las mujeres y hombres de nuestros pueblos.

257
Tendencias del pensamiento europeo
La idea de progreso cruza toda la historia occidental hasta que entra en crisis poco
antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Desde las sociedades por acciones
hasta la filosofía, pasando por las artes, la ciencia y las conquistas coloniales, todo
está permeado por la ilusión de un progreso ininterrumpido y lineal. Solo advirtieron
la falacia aquellos novelistas apegados a la realidad, como Balzac y Zola, o los pinceles
de un Daumier o de un Courbet. Pronto esa sociedad será viviseccionada por el bisturí
de Marx; y sus lacras, enmascaradas por los ideólogos del progreso, serán puestas al
descubierto por Bakunin, la literatura anarquista y socialista y, fundamentalmente, por
las luchas de los trabajadores: de la revolución del 48 a la Comuna de París.
El ascenso de la burguesía industrial, como fracción hegemónica del bloque de
poder de la clase dominante, se caracterizó en el plano filosófico por una ruptura con
la concepción teológica que había sobrevivido durante el período de transición del
feudalismo al capitalismo. Se produjo así un cambio cualitativo entre el pensamiento
aún creyente de un Descartes y las ideas radicales de un Rousseau o un Voltaire. Esta
ruptura epistemológica permitió un notable avance de las ciencias que, liberadas de las
ataduras religiosas y escolásticas, pudieron internarse en un campo casi sin fronteras,
limitadas en la mayoría de los casos por el régimen burgués de dominación.
A medida que se afianzaba en el poder, la burguesía industrial iba perdiendo sus
aristas de “libertad, igualdad y fraternidad”. Victoriosa en el enfrentamiento con la
monarquía feudal, prontamente negó la existencia de la lucha de clases. El proyecto
idealista burgués de algunos de sus teóricos del siglo XVIII entró en contradicción
con la realidad y se esfumó su contenido humanista. No por azar, Fichte comenzó
tempranamente a criticar el empirismo ramplón y Schiller, heredero en parte de
la concepción rousseauniana, llegó a denunciar la alienación humana del mundo
capitalista.
El positivismo de Comte y otros fue una reacción contra la filosofía idealizante de
los grandes sistemas y un cuerpo de doctrina al servicio de las necesidades de la nueva
clase dominante, que, por encima de todo, buscaba un ideal de pragmatismo. A tales
fines sirvió con eficiencia Herbert Spencer.
Los socialistas utópicos, a diferencia de los creadores de utopías anteriores, como
Moro y Campanella, surgieron de la sociedad industrial urbana. Saint Simon era una
mezcla de socialista con demoburgués utópico porque quería mejorar el capitalismo
mediante una conciliación de los empresarios con los obreros. Charles Fourier fue
más radical en su crítica al capitalismo. Su proyecto de sociedad alternativa, a través
de los falansterios o comunidades donde todos participaban en la organización de
la producción, contemplaba una relación diferente de la pareja y del trato a los hijos,
descrito en su libro El Nuevo Mundo Amoroso.

258
Robert Owen, a quien Engels admiraba por su “candor casi infantil que rayaba en lo
sublime y que era, a la par, un dirigente nato”,7 fue un industrial inglés que a principios
del siglo XIX implementó en su fábrica mejoras para 2.000 operarios: reducción de
jornada de trabajo, seguro de desempleo y construcción de escuelas y viviendas. Al
darse cuenta de que su actitud era paternalista, decidió fundar “colonias comunistas”,
donde se trabajaba colectivamente la tierra y las industrias. No solo creó este tipo de
microsociedad alternativa en Inglaterra, sino que la propagó en 1825 a Estados Unidos,
donde fundó la Comuna llamada “Nueva Armonía”. Fue despojado de sus bienes en
Inglaterra y en Estados Unidos, dedicándose entonces a la actividad sindical.
También hay que mencionar a Esteban Cabet, porque su obra fue más conocida
que la de los anteriores en América Latina. En su Viaje a Icaria,8 editado en 1842,
planteaba ideas similares a las de Owen y Fourier, tratando de aplicarlas a Estados
Unidos: una comunidad agrícola e industrial donde la distribución de los bienes se
hacía según las necesidades de todos. Cabet, al igual que otros utopistas como Saint-
Simon, reivindicaba el cristianismo de los tiempos de Jesús.
La filosofía alemana (Hegel y Feuerbach, especialmente), la economía política
clásica inglesa (Smith y Ricardo) y las teorías sociales francesas, particularmente el
utopismo de Fourier y Saint-Simon, abandonaron el terreno que permitió a Carlos
Marx y Federico Engels elaborar la concepción más revolucionaria conocida hasta
entonces. Poniendo sobre sus pies a Hegel, rescataron la idea de la totalidad y del
materialismo, que en sus manos se hizo dialéctico como dialéctica era la realidad.
Rompiendo con el idealismo y el materialismo vulgar y mecanicista, recuperando el
concepto de globalidad, pero no para hacer sistemas filosóficos cerrados, como los
de Fichte y Hegel, sino para formular una teoría capaz de interrelacionar todos los
elementos de la sociedad global en estrecha relación con la naturaleza: la historia
de la naturaleza y la historia de la humanidad constituyen una sola historia, afirmó
rotundamente Marx en la Ideología Alemana. Descubrieron los modos de producción
como hitos fundamentales del proceso histórico y crearon una Economía Política que
puso al desnudo el funcionamiento y las formas de explotación del sistema capitalista,
encontrando en la plusvalía, como expresión del valor-trabajo, la clave del proceso
de reproducción ampliada del capital. De lo que se trataba entonces no era describir
solamente la sociedad o de interpretar el mundo, como lo habían hecho los filósofos,
sino fundamentalmente de transformarlo.
Llegaron a esta conclusión definitoria pisando tierra firme. Estudiosos de la
experiencia de los levellers ingleses y de los trabajadores franceses, orientados por Roux

7
Federico Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico, en Marx y Engels: Obras Escogidas,
T. 1, p. 122, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú, 1977.
8
Esteban Cabet. Viaje a Icaria, Barcelona, 1848.

259
y Leclerc, durante las grandes revoluciones democrático-burguesas, pronosticaron que
el proletariado era la clase históricamente encargada de sustituir a la burguesía y de
generar un tipo de sociedad sin clases y sin Estado opresor.
Las luchas que la clase obrera europea venía dando desde principios de siglo
apuntalaban este diagnóstico: la huelga de los trabajadores de Glasgow (1804), el
movimiento luddista, que destruía máquinas creyendo que eran la fuente de opresión; el
surgimiento de las “Trade Unions”, que unificaron a cerca de un millón de trabajadores
por oficio; el movimiento “cartista”, que obtuvo las 10 horas de trabajo, respaldado
por 3 millones de firmas (1846); el levantamiento de los tejedores de Lyon (1831) y de
Silesia (1844), las Sociedades Secretas de Augusto Blanqui y, fundamentalmente, la
participación en la revolución francesa de 1848, pusieron de manifiesto la posibilidad
de que los trabajadores tomaran el poder.
En brazos de este ascenso obrero, Marx y Engels redactaron el Manifiesto Comunista
(1848) por encargo de la organización en la cual militaban: la Liga de los Comunistas.
Su actitud militante se puso también de relieve al colaborar activamente en la creación
de la Primera Internacional, cuya iniciativa había partido de las “Trade Unions”.
La Primera Internacional, fundada el 28 de septiembre de 1864, fue la culminación de
un largo proceso de desarrollo ideológico y orgánico del naciente proletariado mundial.
Su extraordinaria importancia histórica reside en haber sido el primer Frente Único
de todas las corrientes del pensamiento obrero.9 Marxistas, lasalleanos, socialistas
utópicos, proudhonianos, bakunistas y trade-unionistas ingleses, comprendieron la
necesidad de unirse, por primera vez en la historia, para dar una orientación clasista
y revolucionaria a las organizaciones obreras.
La Internacional no fue estrictamente una Central Sindical Mundial ni tampoco una
dirección de carácter político mundial, como lo fueron las posteriores Internacionales.
No se componía exclusivamente de partidos ni de sindicatos. Fue más bien un Frente
Único o, en el mejor momento organizativo, una Federación o alianza de federaciones
sindicales y políticas, cooperativas y culturales, que coincidían en la necesidad de
luchar por el derrocamiento del capitalismo, levantando una divisa clasista que se
hizo histórica: “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores
mismos”. Esta concepción clasista y unitaria, que abarcaba al conjunto de la clase
explotada, es una clara expresión de que para Marx la revolución socialista debía ser
el producto de la unidad de la clase en acción, y no patrimonio de una elite partidaria
que actúe sedicentemente en nombre del proletariado.
No creemos que la Primera Internacional fuera “un matrimonio de conveniencia”,
como dijo Mehring. Por el contrario, fue una necesidad histórica, a cuya concreción
se dedicó con afán y convicción Marx, seguro de su proyección futura. Pero como era
9
Luis Vitale. Historia del Movimiento Obrero, p. 4, Ed. POR, Santiago, 1962.

260
un Frente Único o, a lo máximo, una Federación, estuvo sujeto a los vaivenes de las
posiciones divergentes de sus integrantes. Desde el Primer Congreso, septiembre de
1866, los dirigentes se vieron obligados a polemizar con los “trade-unionistas puros”,
que querían limitar la acción de los sindicatos a cuestiones de salarios y de jornada
obrera. La mayoría de la Internacional dejó claramente establecido que la lucha era
política y por el derrocamiento del Estado burgués. Cuando la Internacional decidió
apoyar la Comuna de París (1871), las “Trade Unions” se retiraron de la organización.
Paralelamente a las divergencias con las “Trade Unions”, se había desarrollado una
encendida polémica entre los partidarios de Marx y los de Bakunin. Los anarquistas
se opusieron desde el comienzo a que el Manifiesto Inaugural señalara que “el primer
deber de la clase obrera es conquistar el poder político”. Volvieron a rechazar la
nota informe al primer Congreso de la Internacional (1866), donde se sostenía que
cambios revolucionarios “solo pueden producirse por intermedio de una fuerza social
organizada, el poder estatal, que ha de pasar de manos capitalistas a los de la clase
obrera”.
Los anarquistas cuestionaron la estrategia de la conquista del poder político y
estatal porque estaban en contra del poder y del Estado. Postulaban la sociedad sin
clases y sin Estado. Estaban contra todo autoritarismo y combatían frontalmente a la
Iglesia. Los partidarios de Marx estaban de acuerdo con muchos de estos postulados
estratégicos, apreciación que los llevó a hacer ciertas concesiones a los anarquistas,
con el fin de conservar la unidad de la Internacional.10 Pero no podían ceder en lo
fundamental: la necesidad de la lucha política de clase para derrocar precisamente a la
clase enemiga. Los anarquistas no presentaban, en este punto clave, ninguna alternativa
factible. Planteaban la sociedad sin clases, pero no ofrecían ningún camino viable para
alcanzarla; solo la organización sindical y una eventual huelga general, que tampoco
tenía una salida política clara.
La división entre marxistas y anarquistas, que culminó con la disolución de la
Internacional en la década de 1870, influyó de manera decisiva no solo en el movimiento
obrero europeo, sino en las organizaciones sindicales que se formaron en América
Latina. Por eso, sin la comprensión de este proceso del proletariado europeo no es
posible entender el desarrollo de las primeras organizaciones del movimiento obrero
latinoamericano. Del mismo modo, no se puede explicar el pensamiento liberal y
conservador de la burguesía latinoamericana sin estudiar la ideología de sus teóricos
europeos.

10
Franz Mehring. Carlos Marx, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1943.

261
La formación social latinoamericana
Durante la segunda mitad del siglo XIX se produjo un cambio significativo en la
formación social latinoamericana al iniciarse un proceso de consolidación del modo
de producción capitalista en la mayoría de los países más grandes. La acumulación
originaria, iniciada en la Colonia, adoptó un ritmo acelerado a raíz de las medidas
tomadas por los gobiernos liberales en relación con la tenencia de la tierra. La
expropiación masiva de las tierras de la iglesia y el nuevo despojo a los indígenas, a
través de campañas armadas destinadas a expandir la frontera interior, permitieron a
la clase dominante beneficiarse de la renta de la tierra en mayor escala y liberar mano
de obra de las comunidades aborígenes. La mecanización del campo, la incorporación
de la máquina de vapor, del ferrocarril y hornos de fundición para las explotaciones
mineras facilitaron el despegue del capitalismo primario exportador.
Sin embargo, este capitalismo sui géneris de América Latina estaba limitado por la
dependencia respecto de las metrópolis europeas y por la incapacidad de la burguesía
criolla para acelerar el proceso de reproducción ampliada del capital. En vez de reinvertir
la renta agraria y minera en sus empresas o en promover el desarrollo de la industria
nacional, la burguesía se llevó gran parte de los capitales a Europa, colocándolos
allí en actividades especulativas. Esta fuga de capitales, difícil de cuantificar, restó
posibilidades al proceso de desarrollo.
En lugar de realizar un plan de inversiones propias para una capitalización
autosostenida de sus empresas, las fracciones de clase dominante prefirieron centrar
los esfuerzos en la pugna por el reparto de las entradas fiscales y en la disputa por el
control del aparato del Estado para lograr una redistribución de los ingresos del Fisco
en beneficio de sus estrechos intereses de clase.
De todos modos, en el período 1860-1890 hubo un mayor crecimiento económico
de América Latina que en la primera mitad del siglo XIX, aumentando notoriamente
la exportación de minerales, café, azúcar, cacao, trigo, cueros, etc. También se aceleró
el intercambio entre las diferentes regiones de cada país, y se produjeron importantes
avances en el proceso de integración económica nacional.
El aumento de las exportaciones fortaleció la plena integración al mercado
mundial capitalista, reforzando los lazos de dependencia. Es interesante destacar que
la producción agropecuaria no solo creció a raíz de las exportaciones, sino también
por la ampliación del mercado interno. Este crecimiento de la producción no ha sido
debidamente apreciado por aquellos investigadores que toman solamente en cuenta
las cifras de exportación. Un estudio preliminar de los niveles de crecimiento de
productos agropecuarios a raíz del aumento de la demanda del mercado interno nos
ha permitido observar que la disminución de los montos de exportación no significó
necesariamente una baja de la producción, sino el resultado de una demanda interna.

262
José Luis Romero ha dicho certeramente que “si en el marco de la economía
mercantil era importante, Latinoamérica pasó a ser mucho más importante en el marco
de la economía industrial”.11 América Latina se convirtió entonces en un continente
clave para Europa y Estados Unidos no solo por sus materias primas, sino por constituir
un mercado fundamental para la venta de sus artículos manufacturados.
La inserción plena de la economía latinoamericana en el mercado mundial,
estimulada por la nueva división internacional del capital-trabajo, la modernización de
los puertos, el aumento de las vías férreas y de las telegráficas, la introducción de nueva
tecnología y, fundamentalmente, la generalización de las relaciones de producción
salariales, aceleraron el desarrollo de un modo de producción capitalista, obviamente
distinto al capitalismo industrial europeo. Fue un capitalismo primario exportador,
productor de materias primas para el mercado internacional, un capitalismo
dependiente de los países metropolitanos que, a medida que se afianzaba, se hacía
más subordinado a los países llamados centros.
La consideración de esta totalidad, signada por la relación metropoli-país
dependiente, permite hacer un tratamiento de conjunto de las relaciones de producción,
que forman una trama inescindible del intercambio y la realización del capital en
el proceso general de acumulación. Por eso, nos parece irrelevante la crítica de los
“modoproduccionistas” a quienes advirtieron oportunamente sobre la importancia de
los procesos de circulación del capital. André G. Frank aclara que “en la medida en que
las relaciones de producción –pero en relación con el intercambio y la realización– son
el criterio pertinente, es la transformación de las relaciones de producción, circulación
y realización, mediante su incorporación en el proceso de acumulación de capital,
lo que constituye, en principio, el criterio relevante de existencia del capitalismo”.12
A pesar de la clara existencia de relaciones de producción capitalistas en la segunda
mitad del siglo XIX, los “modoproduccionistas” se resisten a reconocer esa forma de
realización del capitalismo en nuestra América, porque no coincide con el “modelo”
de desarrollo capitalista industrial europeo. Estos investigadores no alcanzan a
comprender que en América Latina hubo un particular desarrollo capitalista, inserto
en el sistema capitalista mundial, que adoptó la forma de un capitalismo primario
exportador.
El denominado “crecimiento hacia afuera”, generalización que alentó falsas ilusio-
nes acerca de un supuesto “crecimiento hacia adentro” en la década 1950-60, fue la
expresión de un proceso de dependencia específico; un crecimiento que conllevaba la
declinación porque se dio sobre la base de una economía distorsionada y subordinada,

11
José Luis Romero. Latinoamérica, situaciones e ideologías, p. 48, Buenos Aires, 1967.
12
André Günder Frank. La acumulación Mundial (1492-1789), p. 236, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1979.

263
monoproductora y carente de una industria nacional, estructura que facilitó la fuga
hacia afuera de gran parte de la plusvalía.
La dependencia se acentuó con la importación de tecnología avanzada para
renovar el aparato productivo de las empresas mineras y agrícolas, con la instalación
de ferrocarriles y líneas telegráficas, además de los repuestos y materiales necesarios
para las obras de infraestructura, relacionadas con el proceso de urbanización.
El comercio al por mayor estaba controlado en forma casi exclusiva por las casas
extranjeras radicadas en el país, que no se limitaban a importar artículos manufactu-
rados, sino que también jugaban el papel de intermediarias en la exportación de los
productos agropecuarios y mineros y en la negociación de los empréstitos extranjeros.
La brusca variación de los precios de las materias primas en el mercado mundial
puso al desnudo el carácter subordinado de nuestra economía, que se agravaba con
las crisis cíclicas del capitalismo decimonónico: 1858, 1873, 1889, etc. En relación con
los problemas que creaba a nuestros países la fijación de los precios de las materias
primas por el mercado internacional, Sarmiento escribía a Posse en 1864: “El ganado
y sus productos como industria exclusiva y única del país, tiene el inconveniente de
que su precio no lo regulamos nosotros, por falta de consumidores sobre terreno, sino
que nos lo imponen los mercados extranjeros, según su demanda”.13
El sistema bancario, generalizado en la mayoría de los países latinoamericanos en
la segunda mitad del siglo XIX, fue la expresión del liberalismo económico. En algunas
naciones se establecieron leyes de bancos en las que el Estado fijaba algunas reglas
del juego para los banqueros particulares, encargados de la libre emisión de moneda.
El proceso inflacionista, iniciado según algunos autores con la adopción del
patrón oro en las metrópolis, se debió, a nuestro juicio, a factores relacionados con la
producción y no a meras fluctuaciones monetarias.
La incapacidad de la burguesía criolla para renovar su aparato productivo, el
acelerado crecimiento de la deuda externa y la penetración del capital extranjero fueron
las principales causas que aceleraron el proceso inflacionista. A estos factores se sumó
en algunos países la baja de los precios de sus materias primas en el mercado mundial,
sobre todo en los periodos de crisis cíclicas del sistema capitalista.
El aumento de los gastos fiscales y las amortizaciones e intereses de la creciente
deuda externa condujeron a los gobiernos a emprender el camino sin retorno de la
depreciación monetaria y de la crónica inflación, agravada por las reiteradas emisiones
de circulante. El papel moneda se generalizó, suspendiéndose la conversión metálica
a través de leyes de inconvertibilidad de los billetes de banco.

13
Domingo Faustino Sarmiento. Epistolario entre Sarmiento y Posse, Tomo XXIX, p. 52, Ed. Museo
Histórico Sarmiento, Buenos Aires, 1946.

264
La construcción de grandes obras públicas, especialmente ferrocarriles, telecomu-
nicaciones, caminos y puertos, facilitó la emergencia de un sector que hizo fabulosos
negocios bajo el alero del aparato burocrático estatal y de los banqueros internacio-
nales: gestores o patrocinantes de empresas que aspiraban a obterner licitaciones del
Estado. Esta capa social ha sido denominada “sub-oligarquía gestora” por Milcíades
Peña, debido al papel de puente que cumplía entre el Estado y la banca mundial en
relación a los empréstitos y las concesiones extranjeras.
La burguesía criolla redefinió su alianza con las metrópolis y se adecuó a las nuevas
formas de dependencia impuestas por la penetración del capital extranjero. Ya no se
trataba solamente de la venta de sus productos de exportación y de la importación de
artículos manufacturados, sino de las nuevas relaciones de dependencia contraídas a
raíz del acrecentamiento de la deuda externa y, sobre todo, de la inversión de capital
en los ferrocarriles, telégrafo y en algunas áreas productivas del sector primario.
La dependencia estructural de la burguesía latinoamericana fue haciéndose cada
vez mayor. Las finanzas, los empréstitos y la injerencia del capital extranjero en el
transporte y el proceso productivo condicionaron un nuevo tipo de dependencia, que
obligó a redefinir los términos y el alcance de las alianzas entre las burguesías locales
y las metrópolis.
Esta nueva fase de la dependencia, inaugurada hacia 1880, tuvo significativos
correlatos políticos y culturales. Hasta el modo de vida cambió. Las clases dominantes se
europeizaron más de lo que habían sido sin perder sus especificidades criollas (México),
aunque en algunos países, como la Argentina, la europeización de los habitantes de la
gran urbe se generalizó con la nueva oleada inmigratoria.
La burguesía derrochó parte de la plusvalía extraída a los trabajadores campesinos,
indígenas y esclavos negros, en viajes a Europa, en la construcción de mansiones y en la
compra de artículos suntuarios. Sus palacios pretendían imitar al rococó parisino o La
Alhambra de Granada, a las villas florentinas y a las casas estilo Luis XV. Este “popurri”
de estilos arquitectónicos se complementaba en el interior de las mansiones con las
mezclas más variadas de jarrones chinos junto a alfombras persas, cristales Murano,
mármoles de Carrara y cuadros de las más diversas escuelas pictóricas.
Nunca podrá cuantificarse la fuga de los capitales que se fueron a Europa no solo
por la compra de artículos suntuarios, sino también por las operaciones bursátiles que
hicieron los burgueses latinoamericanos en sus largas y frecuentes estadías en Europa.
Sarmiento escribía en 1883:
Nuestra colonia argentina en París es notable por la belleza de las damas… los dandys
argentinos toman así posesión de París. Lo que más distingue a nuestra colonia en París
son los cientos de millones de francos que representaba, llevándole a Francia no solo el
alimento de sus teatros, grandes hoteles, joyerías y modistos, sino verdaderos capitales

265
que emigran, adultos y barbados, a establecerse y a enriquecer a Francia. En este punto
aventajan las colonias americanas en París a las colonias francesas en Buenos Aires. Estas
vienen a ser su ‘magot’, mientras que las nuestras llevan millones allá.14
Muchas de estas familias burguesas, que en cierta medida descapitalizaron nuestros
países con esta fiebre hacia las “Europas”, aspiraban a casar a sus hijas con miembros
de la nobleza en decadencia.
Otro testigo de la época, el venezolano Domingo Castillo, denunciaba la fuga de
capitales: “Venezuela no está enteramente desprovista de capital, lo que sucede es
que muchos hacendados, criadores y propietarios urbanos guardan el dinero en sus
propias cajas y solo depositan en casas extranjeras, en vez de hacerlo ganando interés
en Bancos populares, y estimular así su actividad, la riqueza y el bienestar común”.15

El papel del Estado


Uno de los problemas más debatidos en la historiografía latinoamericana es el
relacionado con el momento de formación del Estado llamado nacional. Nosotros
opinamos que esta institución fundamental de toda sociedad de clases, comenzó a
gestarse desde el instante en que la clase dominante criolla rompió el nexo colonial
con España y Portugal y se hizo cargo del aparato institucional heredado de la Colonia.
La frustración del proyecto de unidad latinoamericana, alentado por Bolívar, las
guerras civiles y los mezquinos intereses, tanto de las provincias como de las capitales,
retardaron el proceso de consolidación del Estado hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Diferencias entre la formación del Estado Nacional


en Europa y América Latina
Los primeros Estados nacionales de Europa occidental, especialmente el inglés,
francés y español, fueron Estados monárquicos absolutistas, respaldados por la
burguesía comercial, que aplastó los arrestos de autonomía de los señores feudales,
a los cuales terminó convirtiendo en nobleza cortesana. Es decir, el Estado nacional
en Europa se constituyó sobre la base de la derrota de los señores feudales y la
centralización del poder político. Maquiavelo, en El Príncipe, justificó teóricamente
la concentración del poder político en el monarca para superar la atomización propia
de la estructura feudal. Jean Bodin insistió en el papel centralizador del Estado

14
Domingo Faustino Sarmiento. “El Nacional”, Buenos Aires, 30/5/1883.
15
Domingo B. Castillo. Memorias de Mano Lobo. La cuestión financiera en Venezuela, p. 328, Caracas,
1962.

266
monárquico absolutista. En El Leviathan, de Hobbes y sobre todo en Locke, el Estado
era la personificación unitaria de una multitud de hombres, expresando el “poder
común”.
Este proceso no se dio en América Latina. En primer lugar, porque no hubo señores
feudales y, en segundo lugar, porque la monarquía española, a través del Estado colonial
centralizado, logró dominar cualquier intento autonomista de los encomenderos.
Posteriormente, una vez lograda la independencia el Estado nacional no se constituyó
sobre la base de una lucha con supuestos señores feudales sino mediante la toma del
poder por la clase dominante criolla, cuya riqueza se fundamentaba en una economía
primaria exportadora.
En Europa, el Estado monárquico absolutista derivó en un Estado burgués, luego
de las revoluciones inglesa y francesa de los siglos XVII y XVIII. El Estado nacional
comenzó a desarrollarse sobre la base de una economía nacional integrada, con un
sólido mercado interno.
En otras zonas de Europa, el Estado nacional se formó tardíamente. En Alemania
e Italia, constituidas en Estado-nación en la segunda mitad del siglo XIX, la economía
nacional integrada fue la base material que promovió la unificación política de los
diferentes principados, ducados y condados. Esto ha sido claramente explicado por
F. List al analizar el Zollverein o Unión Aduanera, que precedió en varias décadas a
la unidad política. Podríamos decir que mientras en Alemania la unidad económica
fue determinante para acelerar la formación del Estado nacional, en Inglaterra y
Francia lo decisivo fue la unificación política iniciada en los siglos XIV y XV, aunque
posteriormente la integración económica fue el basamento del Estado burgués.
En América Latina el proceso de formación del Estado nacional fue distinto porque
no hubo una revolución democrático-burguesa liderada por la burguesía industrial, que
permitiera crear una economía nacional con un fuerte mercado interno. Los Estados
nacionales se fundamentaron en una economía primaria exportadora; la burguesía
criolla no estaba dispuesta a realizar la reforma agraria, había renunciado a crear una
industria nacional luego del pacto neocolonial con las metrópolis, que consistía en
importar indiscriminadamente productos manufacturados a cambio de una mayor
cuota de exportación agropecuaria y minera. Fue un Estado burgués sin burguesía
industrial.
Por eso nos parecen fuera de contexto histórico las apreciaciones de quienes se
niegan a reconocer la existencia del Estado en América Latina a mediados del siglo
XIX, basados en que éste no cumplió los requisitos que se dieron en Europa, sin
aclararar a qué tipo de formación del Estado nacional se refieren, si a la de Inglaterra,
Francia y España entre los siglos XIII y XV o a la de Alemania, Italia y otros países en la
segunda mitad del siglo XIX. Los autores que se inspiran en el modelo europeo niegan

267
la formación del Estado nacional latinoamericano en el siglo XIX, argumentando que
no había un mercado nacional ni una esfera única de producción global; tampoco, una
estructura “moderna” de clases, ni una “organicidad” entre ellas; que no había un bloque
ideológico que cohesionara la sociedad en torno a valores y normas, que expresaran
una “identidad nacional”, por la ausencia de una burguesía industrial. Han llegado
a sostener que la sociedad civil era casi inexistente y que el Estado recién formado a
fines del siglo XIX y principios del XX fue el artífice de la verdadera sociedad civil,
pareciendo ignorar que ésta es siempre preexistente al Estado.
El Estado nacional en nuestra América surgió como resultado de las guerras de la
independencia. Lo político fue el factor decisivo porque permitió la ruptura del nexo
colonial, condición sine qua non para la formación del Estado nacional en nuestro
continente.
La clase dominante criolla no partió de cero en la formación del Estado, sino que se
apropió de parte de las instituciones del aparato del Estado colonial y de la experiencia
de la antigua burocracia funcionaria. Inauguró un nuevo tipo de política económica:
el libre comercio. La burguesía criolla rompió con el monopolio comercial español y
con su intervencionismo económico, adhiriéndose a los postulados librecambistas del
Estado liberal burgués, aunque sobre otras bases y con una clase dominante diferente a
la burguesía industrial europea. En América Latina, el Estado nacional adoptó aspectos
del librecambismo para estimular la economía agrominera exportadora, pero no toda
la teoría decimonónica, porque la estructura socioeconómica era distinta.
Al principio fue un Estado sumamente débil, tanto por sus bases económicas como
por la crisis política permanente que se vivió durante las guerras de la independencia y
las guerras civiles. Este proceso de formación del Estado nacional se prolongó durante
varios lustros, siendo su fase más crítica la transcurrida entre 1810 y 1825, año en que fue
derrotada la contrarrevolución. Las guerras civiles fueron la expresión de la debilidad
de las formas estatales, pero su desenlace permitió la consolidación del Estado-nación.
En medio de estas terribles luchas, denominadas “guerras a muerte”, los Estados
en formación tuvieron que crear y equipar ejércitos, formar una nueva burocracia fun-
cionaria, hacer una política exterior tendiente al reconocimiento de la independencia
política, cohesionar a las diferentes fracciones de la clase dominante, enfrentar las
insurrecciones internas de sectores indígenas y esclavos que apoyaban a los españoles,
en fin, priorizar lo político. Era obvio que en estas condiciones el Estado fuera débil
y estuviera en permanente situación de desequilibrio. En tal situación, sería absurdo
pedirles prematuramente a nuestros Estados la integración que tenían los Estados eu-
ropeos. Si bien es cierto que el Estado-nación recién se consolidó en la segunda mitad
del siglo XIX, no puede omitirse el hecho de que existieron formas de dominación
estatal a nivel general o provincial, que fueron la expresión del dominio de unas clases

268
sobre otras. La ausencia de un Estado-nación formalmente constituido no significa
inexistencia de formas estatales de control de la sociedad civil.
Las guerras civiles impidieron la consolidación de los Estados nacionales durante
varias décadas. La rebelión de las provincias contra el centralismo de la capital se dio
fundamentalmente por el reparto de ingresos fiscales y por el control de la Aduana,
donde se procesaban los impuestos de importación y exportación. Controlar la Aduana
significaba controlar gran parte de las entradas del Estado.
Las guerras civiles crearon una situación caracterizada de “anarquía” por muchos
autores, cuya sobrevaloración ha conducido a señalar que hasta fines del siglo XIX
o principios del XX no hubo Estados nacionales en América Latina. Sin embargo,
debilidad no significa inexistencia. No obstante sus debilidades, hubo formas embrio-
narias de Estado durante las guerras civiles. Precisamente el excesivo centralismo de
la capital fue el motivo de la rebelión del interior en contra del poder central de una
forma embrionaria de Estado.
Se ha confundido el poder local de los caudillos del siglo XIX con el que ejercieron
los señores feudales de Europa. Y el error ha sido doble al sostener que los supuestos
señores feudales de América Latina fueron la base del régimen federal. Para nosotros
no existe ninguna prueba objetiva sobre la que pueda sostenerse una equivalencia
entre nuestro caudillo rural y el señor feudal europeo. Menos puede sostenerse que
ese supuesto feudalismo dio origen al federalismo, modelo político surgido del sistema
republicano burgués, especialmente norteamericano.
Durante las primeras décadas de su existencia, los Estados nacionales vieron
debilitadas sus entradas con la reducción de las exportaciones a causa del proceso de
reajuste comercial por la búsqueda de mercados, que se suscitó con la ruptura del nexo
colonial español. Los nuevos Estados independientes se demoraron varios lustros en
estabilizar su economía y regularizar las ventas a los nuevos mercados europeos. La
reinserción plena en el mercado mundial se alcanzó recién en la segunda mitad del
siglo XIX.
Los comerciantes y usureros criollos y extranjeros aprovecharon la situación para
convertirse en aprendices de banqueros, prestando dinero al Estado con elevados
intereses y, luego, presionando para obtener jugosas concesiones y arriendos de
actividades públicas, como correos, aduanas, caminos, etc. Por eso, las finanzas de
los Estados nacionales dependieron al principio de los prestamistas criollos y de las
casas comerciales extranjeras.
Es un mito de la historiografía liberal que nuestros gobiernos fueran civiles y
democráticos. En realidad, nuestros Estados fueron dirigidos en la mayoría de los países
por militares, incluidos aquellos, como Chile, que aparecen como los más civilistas y
estabilizados. De 1831 a 1851, el Estado Chileno fue administrado por dos generales

269
(Prieto y Bulnes), sin considerar los gobiernos de los generales O’Higgins y Freire en la
década de 1820. México fue dirigido por los militares de Santa Anna desde mediados
de la década de 1820 hasta la de 1840. Venezuela fue gobernada por generales desde
1830 a 1860 (Páez, Soublette, Monagas). Ecuador también, desde el gobierno del general
Flores en la década de 1830. Perú por varios militares, especialmente el mariscal Castilla.
Bolivia, azotada por pronunciamientos castrenses, al igual que la Argentina y Uruguay,
fueron muestras elocuentes del papel de los militares en la política latinoamericana
durante el siglo XIX.
De este modo, los militares jugaron un papel relativamente autónomo, contratando
empréstitos extranjeros, exigiendo una mayor tajada del presupuesto para el ejército,
que en varios países pasó del 50 por ciento en concepto de adquisición de armas,
barcos, etcétera.
Los militares no constituían entonces un bloque homogéneo porque la institución
Ejército no había decantado aún, ni siquiera en su forma moderna de profesionalización.
Además, todavía se mantenía la tradición de lucha revolucionaria de la independencia,
que permitió movilidad social y el ascenso a generales de personas de origen popular.
En fin, no era aún un ejército de casta y por eso se dieron posiciones heterogéneas en
el ejército. Mientras la mayoría de los generales, convertidos en latifundistas a raíz del
reparto y apropiación de tierras del período independentista, se pusieron al servicio
de la oligarquía conservadora, otros –de mayor arraigo popular– fueron portavoces
de la ideología liberal y federal (el chileno Frei, el colombiano Obando, el argentino
Dorrego, el venezolano Zamora, etc.). De todos modos, en la mayoría de los países los
militares limitaron el ya restringido proceso de democratización. En rigor, fortalecieron
un Estado autoritario y cuasi militarizado.
El Estado haitiano fue no solo el primero de América Latina (1804), sino también
pionero en cuanto a ejecutar una política de intervención en la economía, en una
época en que imperaba el laissez faire. Afirmada la independencia con Dessalines, el
Estado expropió las tierras de los esclavócratas franceses y las concedió en arriendo a
los libertos, medida que se extendió a Santo Domingo, especialmente en la región del
Cibao. Durante el proceso de la independencia, el Estado había confiscado entre un
65 y un 90 por ciento de las tierras que habían pertenecido a los colonos franceses.
La intervención del Estado en la economía se acentuó bajo el gobierno de Boyer,
reglamentando con mayor detalle el sistema de arriendo de las tierras que se entregaban
a los cultivadores. Así, el Estado nacional se convirtió en el principal estimulador del
aumento de la exportación de productos primarios, particularmente azúcar. “Los
campesinos, como los comerciantes consignatarios extranjeros, tenían que redistribuir
sus excedentes con el Estado, vía impuestos fiscales directos o indirectos”.16
16
Julio César Rodríguez y Rosajilda. El precapitalismo dominicano de la primera mitad del siglo XIX,
p. 111, Ed Univ. Autónoma de Santo Domingo, 1980.

270
Al extender a Santo Domingo la lucha por la liberación de los esclavos, en 1821, el
Estado haitiano expropió nuevas tierras a los españoles y a la iglesia. “Con estas medidas
de expropiación o nacionalización de las propiedades territoriales de particulares y de
la Iglesia, el Estado pasó a controlar si no todas las tierras más importantes del país,
por lo menos una porción bastante considerable de las mismas, convirtiéndose así en
el principal o uno de los principales terratenientes del país”.17 La ocupación de Santo
Domingo, que se prolongó más de dos décadas, reforzó el papel del Estado haitiano no
solo en lo político, sino también en lo económico, mostrando en tan temprana época
que el Estado desempeñó un papel relevante en el fomento de la economía nacional.
Otro de los Estados que tuvo una injerencia importante en la economía fue Paraguay,
desde 1820 hasta 1865. El 73 por ciento de las tierras pertenecían al Estado, que además
poseía granjas agrícolas y de cría de ganado e invertía capitales en la construcción de
astilleros, sentando las bases de una de las primeras marinas mercantes nacionales.
El Estado promovió “arsenales, astilleros, fundiciones, telégrafo, ferrocarriles, bajo la
dirección de 231 técnicos contratados en Europa”.18 Fue el único Estado sudamericano
que “rechazó el ofrecimiento ‘generoso’ de los empréstitos ingleses”.19
Los gobiernos de José Gaspar Francia, Carlos A. López y Francisco Solano López
practicaron una política económica basada en el monopolio estatal de la propiedad
de la tierra y de la comercialización de los productos de exportación: la yerba mate y
el tabaco. Se preocuparon de diversificar la economía, promoviendo una incipiente
industrialización.
También rechazaron la penetración del capital norteamericano, en particular de
Hopkins, quien pretendió instalar una empresa y fue expulsado por Carlos López.
Estados Unidos, por vía del presidente Buchanan, envió una poderosa escuadra de
diecinueve buques con doscientos cañones en enero de 1859 que llegó a la boca del
río Paraguay.
El pensador argentino Juan Bautista Alberdi decía que Paraguay “no tenía deuda
pública extranjera, pero tenía ferrocarriles, telégrafos, arsenales, vapores construidos
por ellos”.20
Este desarrollo relativamente autosostenido fue finalmente aplastado por la Triple
Alianza (Argentina, Uruguay y Brasil), coludida con el capitalismo británico.
Un Estado nacional tempranamente consolidado, aunque con escasa injerencia
en la economía, fue el de Chile. Los gobernantes de los decenios 1830-60 han sido

17
Ibid., p. 118.
18
Efraim Cardozo. Breve Historia del Paraguay, Ed. Tudela, Buenos Aires, 1965.
19
Francisco Ganoa. Introducción a la historia gremial y social del Paraguay, Ed. Arandú, Asunción,
Buenos Aires, 1967.
20
Juan Bautista Alberdi. Obras Completas, T. VI, pp. 340 y 342, Buenos Aires, 1887.

271
presentados por Alberto Edwards y Francisco Encina como los creadores del Estado
“en forma”’ por encima de las clases. En realidad, los gobiernos de la llamada “era
portaliana” representaban los intereses de la burguesía comercial y de los terratenientes,
que exigía un Estado fuerte y centralizado. El llamado Estado portaliano tuvo por
finalidad garantizar el “orden social” y la expansión de la economía triguera y minera.
Este Estado se fundamentó en un poderoso ejército que triunfó en la guerra de 1838
contra la Confederación Perú-Boliviana, otorgando la presidencia de la República a
dos militares que gobernaron veinte años: Prieto y Bulnes. El llamado Estado “civilista”
portaliano se basó precisamente en el poderío del ejército, desmintiendo así el mito de
la democracia y del civilismo en Chile. Fue un Estado autoritario que impuso el “orden”
a través de destierros y persecuciones a los hombres de pensamiento liberal. Su relativa
estabilidad, basada en la expansión de la economía minera y agrícola, fue quebrada por
las guerras civiles de 1851 y 1859, echando por tierra otro mito de la historia: el camino
pacífico de Chile y el respeto a su institucionalidad.
En síntesis, la formación del Estado nacional en la mayoría de los países latinoame-
ricanos debe rastrearse desde la época de las guerras de la independencia. La existencia
de estos Estados, aunque embrionarios, se expresó en la adopción de medidas sobre
libre comercio, exportación-importación, abolición de la esclavitud, mayorazgos y
fueros eclesiásticos, expropiación de tierras eclesiásticas e indígenas, régimen impo-
sitivo, presupuestos nacionales, empréstitos, etc., que no podrían haberse realizado
sin la existencia de un mínimo aparato de Estado.

La consolidación del Estado Nacional


Los Estados nacionales no se gestan en la segunda mitad del siglo XIX –como han
sostenido varios autores–, sino que se consolidan. Arnaud sostiene que el Estado recién
se forma en esta fase a raíz de la integración económica en el mercado mundial y la
introducción de relaciones capitalistas de producción,21 procesos que a nuestro juicio
venían desde muchas décadas anteriores. Más aún, llega a decir que el Estado fue el
que hizo surgir el capital, afirmación que no resiste el menor análisis.
Otros autores –que ven nuestra historia a través del cristal europeo– han mani-
festado que ni siquiera en la segunda mitad del siglo XIX se produjo la formación del
Estado nacional. Escritores dominicanos sostienen que el Estado surgió recién con
la ocupación norteamericana de 1915, cuando en rigor se había gestado, aunque muy
débilmente, a mediados del siglo XIX. El ecuatoriano Andrés Guerrero afirma que
“la guerra civil de 1895 sella el proceso de unificación y de constitución del Estado

21
Pascal Arnaud. Estado y Capitalismo en América Latina. Casos de México y la Argentina, México,
1981.

272
nacional”.22 Rafael Quintero comete el mismo error, con el agravante de sostener que
antes de 1895 había un “Estado feudalizante”.23
Aunque en Venezuela existen todavía investigadores que sostienen que el Estado
nacional recién se inauguró con el dictador Juan Vicente Gómez (1908-1935), gracias
a la liquidación de los caudillos del interior y a la formación del ejército profesional,
hemos probado que el Estado nacional se formó en la década de 1830 y se consolidó
bajo la presidencia de Guzmán Blanco.24 Numerosos autores confunden formación del
Estado nacional con gobiernos autoritarios y centralizados, atribuyendo a dictadores
como Porfirio Díaz y otros llamados “gendarmes necesarios” una vía bismarckiana para
la formación de nuestros Estados nacionales. La mayoría de estos autores confunden
formación con consolidación del Estado nacional.
Una de las principales instituciones del Estado, el Parlamento, comenzó a jugar en
este período un papel importante, porque las diversas fracciones de la clase dominante
pudieron a través de él defender mejor sus intereses y parcelas económicas. Como decía
Marx, “la república parlamentaria era algo más que el territorio neutral sobre el cual
las dos fracciones de la burguesía francesa, legitimistas y orleanistas, la gran propiedad
territorial y la industria, podían convivir lado a lado con igualdad de derechos. Era la
condición inevitable de su dominación común, la forma única de Estado en el cual sus
intereses generales de clase sometían a ellos las demandas de sus fracciones particulares
y todas las clases restantes de la sociedad”. Aunque la estructura de clases en América
Latina era distinta, el Parlamento comenzó a jugar desde el siglo pasado un papel de
amortiguador de las contradicciones interburguesas, redistribuyendo el presupuesto
nacional en beneficio de las diversas fracciones de la clase dominante representadas
en el Congreso.
El Estado nunca alcanzó a ser verdaderamente nacional, ya que las clases do-
minantes enajenaron nuestra soberanía, subordinándola al capital extranjero y
entregando nuestras riquezas fundamentales. El Estado fue nacional en el sentido
de que englobaba el territorio de una nación y una lengua común, con excepción de
algunos países donde se hablaban paralelamente lenguas indígenas, pero no lo era al
ser incapaz de defender la autonomía económica, la industrialización y creación del
mercado interno. Así como no hubo una auténtica burguesía nacional, tampoco hubo
un Estado verdaderamente nacional.
El Estado era débil, no inexistente. Kaplan sostiene que “el Estado integra parcial-
mete las diferencias y órdenes, se presenta como su punto de intersección y equilibrio

22
Andrés Guerrero. Los oligarcas del cacao, p. 13, Ed. El Conejo, Quito, 1980.
23
Rafael Quintero. El Mito del populismo en el Ecuador, p. 92, Ed. Flacso, Quito, 1980.
24
Luis Vitale. Estado y estructura de clases en la Venezuela contemporánea, Taller “Pío Tamayo”.
Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1984.

273
inestable. Carece de medios y de condiciones favorable para la creación de la unidad
efectiva (…) no puede imponer sus instituciones, normas y decisiones sobre todo el
territorio y sobre los sectores de la sociedad. Su autoridad se va borrando a medida que
pretende ejercerse sobre regiones alejadas del centro, y coexiste con focos de poder
sectorial y local que controla de modo meramente relativo (…) la integración nacional
no se completa. La centralización político-administrativa permanece inacabada y
vulnerable”.25
La consolidación de los Estados nacionales fue estimulada por las metrópolis
europeas que necesitaban Estados estables y capaces de garantizar la creciente
demanda de materias primas del capitalismo europeo, y no del desarrollo industrial
como había ocurrido en las metrópolis. El fortalecimiento del Estado nacional no
puede comprenderse si no se parte del análisis de que nuestro continente se insertó
plenamente en el sistema capitalista mundial a mediados del siglo XIX, como resultado
de un proceso que venía madurando desde la época colonial.
El Estado en América Latina tuvo, desde la segunda mitad del siglo XIX, un cierto
papel “intervencionista”. Aunque practicaba el “dejar hacer, dejar pasar”, según la teoría
librecambista de la época, no por eso dejó de jugar un papel relativamente activo en el
proceso de acumulación capitalista, llegando a intervenir para “administrar las crisis”
o, mejor dicho, para enfrentar las repercusiones de las crisis cíclicas del capitalismo
europeo en resguardo de los intereses de la burguesía exportadora.
La mayoría de los investigadores ha menospreciado la relación del Estado con
la economía en nuestra América del siglo pasado. Parten de la premisa de que en la
Europa decimonónica el Estado no intervenía en la esfera económica, tesis cuestionada
por recientes estudios de autores alemanes, franceses e ingleses. Marx había puesto
de manifiesto el papel del Estado como promotor de la infraestructura vial y de
telecomunicaciones, de leyes sobre el régimen salarial, de decretos para establecer las
reglas del juego de la competencia capitalista y de fijación del sistema monetario. Ese
Estado también promovía una política de prestaciones sociales, como el Welfare State
(Estado de Bienestar) inglés y en 1848 el National Health Service (Servicio Nacional
de Salud).
Uno de los pocos investigadores que se han ocupado del papel del Estado en la
economía durante el siglo pasado es Pascal Arnaud. Aunque estamos en desacuerdo
con él en su apreciación de que no existió Estado en las primeras décadas de la vida
independiente, de que el capitalismo latinoamericano advino recién en la segunda
mitad del siglo XIX y de que el cambio de las estructuras precapitalistas fue realizado
“según la regulación capitalista a través del Estado nacional primero y luego a partir

25
Marcos Kaplan. Formación del Estado Nacional en América Latina, pp. 185 y 186, Ed. Universitaria,
Santiago, 1969.

274
de inversiones directas”, no podemos dejar de reconocer sus aportes sobre el Estado
durante el siglo XIX:
El papel central del Estado en la creación de un sistema monetario, en Argentina y en
México, provino de la voluntad política de unificar el espacio del intercambio nacional,
respecto del exterior, para lo cual era indispensable lograr la definición de una moneda
nacional (…) la imposición de una cierta lógica económica no ocurrió ‘espontáneamente’,
sino gracias a la decisiva intervención del Estado.26
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los Estados nacionales de América Latina
estimularon el desarrollo de los puertos, servicios de correo, aduanas, ferrocarriles y
telecomunicaciones, garantizando la inversión de capitales extranjeros. Organizaron
también el sistema métrico decimal y el régimen monetario, dictando decretos
sobre reconversión de la moneda. Alentaron la creación de bancos particulares,
reglamentando su funcionamiento, obviamente en beneficio de los capitalistas criollos
y extranjeros. En Chile, por ejemplo, se dictó la ley de Bancos en 1860, que dejaba en
manos de particulares la libre emisión de la moneda, pero el Estado fijó una limitación:
las emisiones no podían sobrepasar el 150 por ciento del capital efectivo o pagado. El
Estado prestaba a los bancos parte de los fondos fiscales a un 2 por ciento de interés
anual. En la Argentina, el Estado se hizo garante de las cédulas emitidas por el Banco
Hipotecario Nacional, fundado en 1886.
Los Estados reglamentaron y estimularon el trabajo asalariado en ciertas áreas
que interesaban a los empresarios mineros y agropecuarios. Decretaron la abolición
de la esclavitud, aunque favorecieron la entrada de inmigrantes chinos (culíes) para
el trabajo servil en las plantaciones del Caribe y en las salitreras, campos y minas de
la costa de Pacífico.
El Estado fijaba los derechos de exportación de las materias primas, controlaba las
entradas del fisco y redistribuía la renta aduanera en beneficio de las fracciones de la
clase dominante. Los gobiernos contrataban empréstitos extranjeros para solventar los
gastos militares o redistribuirlos en favor de la burguesía criolla. Solo el Estado podía
garantizar el pago de esos empréstitos, poniendo como aval las entradas aduaneras,
que en la mayor parte de los países superaba el 50 por ciento de los ingresos fiscales.
Cuando el Estado dejaba de pagar las amortizaciones e intereses de la deuda externa se
producían agresiones militares extranjeras, especialmente de Francia e Inglaterra, como
ocurrió en el México de Benito Juárez y en la Venezuela de Cipriano Castro en 1902.
La mayoría de los autores ha caracterizado nuestro Estado decimonónico como
un estado oligárquico, liberal o conservador, como si el Estado se pudiera caracterizar
unívocamente por la ideología del gobierno que lo administra. A nuestro modo de

26
Pascal Arnaud, op. cit., pp. 148 y 235.

275
entender, hay que señalar antes que nada el cárácter de clase del Estado; precisar
el carácter burgués del Estado, definir el tipo de gobierno que lo administra, ya sea
autoritario, oligárquico, democrático, etc.
Uno de los fundamentos para formular una teoría propia, latinoamericana, de la
formación y desarrollo del Estado es definirlo tanto por su raíz de clase como por su
relación de dependencia respecto del capitalismo mundial. En tal sentido, opinamos
que fue un Estado burgués, que se hizo cada vez más dependiente hasta adquirir un
carácter semicolonial a fines del siglo XIX. Un Estado burgués, sin burguesía industrial,
administrado por la burguesía minera y comercial en alianza con la llamada oligarquía
terrateniente. Definirlo solamente como Estado oligárquico conduciría a negar la
esencia del Estado como representante de todas las fracciones de la clase dominante,
al admitir que solo una de ellas –la oligarquía terrateniente– fue la beneficiaria única
del Estado, en detrimento de los intereses generales de la burguesía minera y comercial.
Los teóricos del Estado han demostrado que el papel fundamental de esta institución
es representar los intereses generales de todas las fracciones de la clase dominante,
amortiguando sus contradicciones e intereses coyunturales a veces contrapuestos.
Cuando un sector de la clase dominante pretendió poner el Estado exclusivamente
a su servicio se desencadenaron conflictos armados interburgueses. Precisamente,
las guerras civiles demostraron que otros sectores de la clase dominante no estaban
dispuestos a aceptar que el Estado fuera administrado en beneficio de una sola fracción.
La consolidación del Estado nacional en la segunda mitad del siglo XIX fue, justamente,
el resultado de una transacción política entre las fracciones de la clase dominante.
El Estado se hizo cargo de la conquista y colonización de territorios que aún
conservaban los pueblos originarios. Los ejércitos fueron los encargados de aplastar
la secular rebelión aborigen, quedando bajo el control del Estado las nuevas tierras
surgidas de la ampliación de las fronteras interiores. Mas todavía, en los casos de la
Argentina y Chile, ambos Estados se pusieron de acuerdo para hacer una campaña
coordinada de exterminio de pampas y mapuche en la década de 1880. En América
Latina, a diferencia de los Estados Unidos de Norteamérica, la “conquista del oeste”
no fue obra de los colonos privados, sino directamente de los ejércitos de los Estados
nacionales, que en esta expansión de la “frontera interior” terminaron entregando a los
capitalistas agrarios la tierra arrebatada a los Pueblos Originarios. Este comportamiento
del Estado muestra no solo hasta dónde pueda llegar el régimen aberrante de
dominación, sino el hecho objetivo de que los Pueblos Originarios no son reductibles
al Estado nacional. Se aplastó a los indígenas en nombre de la ideología del Estado-
nación, pero no se resolvió la cuestión nacional, el derecho a la autodeterminación de
las nacionalidades aborígenes.

276
Los Estados promovieron leyes de inmigración, reglamentando y fijando las zonas
donde debían instalarse los inmigrantes, a través de contratos que se firmaban con las
compañías colonizadoras.
Es poco conocido el hecho de que algunos Estados nacionales, como el de Perú
–bajo las presidencias de Pardo y Prado– y Chile, durante el gobierno de Balmaceda,
llegaron a nacionalizar y estatizar materias primas en manos del capital monopólico
extranjero que comenzaba a apoderarse de nuestras riquezas naturales.
En contraste con aquellos autores que sostienen la existencia de un Estado feudal o
semifeudal en el siglo XIX, nosotros opinamos que los Estados nacionales de América
Latina eran burgueses, aunque de características distintas a los europeos. Para precisar
mejor esta caracterización, sostenemos que eran Estados burgueses administrados por
gobiernos oligárquicos y autoritarios que expresaban, a través del autoritarismo, no la
fuerza, sino la debilidad de la estructura socioeconómica de un capitalismo primario
exportador, desinteresado de la industrialización y de expandir el mercado interno, y
con una economía en la que coexistían relaciones de producción preponderantemente
capitalistas.
El Estado burgués, comandado por la burguesía comercial y minera y la oligarquía
terrateniente liberal y conservadora, tenía marginada y oprimida a la mayoría de la
sociedad civil. En esta seudodemocracia, solo podían votar los que tuvieran un bien
raíz. Era un “Estado de excepción permanente” al decir de Poulantzas. No tenía el
más mínimo consenso de la población, sino solamente el de la minoría terrateniente
y comercial.
Era una variante de Estado burgués sin revolución democrático-burguesa, que
actuaba como expresión del capitalismo primario exportador de la clase dominante en
el interior y de mediador entre esta clase local y el capitalismo extranjero. Pierre Salama
sostiene que la “discusión según la cual el Estado no puede ser un Estado capitalista por
encontrarse sus aparatos influenciados, ya sea por las clases medias, o por hacendados
o latifundistas que representan modos de producción ‘precapitalistas’, desemboca muy
rápido en un callejón sin salida porque oculta el tipo de relación que estos aparatos de
Estado sostienen con los aparatos de Estado de las economías capitalistas del centro”.27
Basados en el carácter autoritario de nuestros Estados, algunos autores opinan
que adoptaron la forma bismarckiana del Estado alemán en el momento de su
estructuración definitiva en la década de 1870. Según Kalmanovitz “la configuración
del Estado alemán, fruto del desarrollo capitalista, conservando los privilegios de los
terratenientes que aplasta al campesinado y establece la opresión política sobre las
masas es el verdadero paradigma de la formación del Estado nacional en América

27
Pierre Salama. “El imperialismo y la articulación de los Estados-nación en América Latina”, Revista
de la Economía Política, Vol. 11, p. 11, México. Enero-marzo 1977.

277
Latina”. Esta comparación es francamente desacertada, porque el Estado alemán,
impulsado por Bismarck, se gestó sobre la base de un desarrollo capitalista industrial,
aunque tolerando a los terratenientes. En cambio, en América Latina el Estado nacional
fue formado por la burguesía minera y comercial y la oligarquía terrateniente que,
basadas en una economía primaria exportadora, se opusieron al desarrollo industrial.
En síntesis, el Estado en América Latina, en su calidad de representante del ca-
pitalismo primario exportador, tenía un carácter burgués. Quienes lo definen como
oligárquico confunden Estado con gobierno, ya que era un Estado burgués gobernado
por distintas fracciones, entre ellas la oligarquía terrateniente. Este Estado era promo-
tor de acumulación capitalista interno. Aunque parte del excedente era drenado a las
metrópolis europeas, no debe menospreciarse el hecho de que otra parte quedaba en
manos de los capitalistas nacionales. En este sentido, la mayoría de los autores no ha
advertido que el Estado republicano surgido con la independencia significó una ruptura
con el tipo de acumulación de la época colonial, en la que casi todo el excedente iba
a parar a las arcas de la corona española. Los Estados nacionales de América Latina
trataron de garantizar una cierta acumulación interna aunque el tipo de economía
primaria exportadora dependiente significó una transferencia al exterior de parte del
excedente económico por la vía de los precios y del control del transporte que ejercían
las potencias extranjeras.

Corrientes de pensamiento en el siglo XIX


El Positivismo en América Latina
La filosofía que mejor acomodaba al reajuste ideológico de la clase dominante
latinoamericana era el positivismo. Impulsado en Europa como cuerpo doctrinario de
la burguesía industrial emergente, en América Latina el positivismo fue adaptado a las
necesidades de una burguesía primaria exportadora en expansión. El progreso, como
signo ideologizado de esa época, sirvió tanto para una como para otra burguesía, aunque
en realidad sirvió solo para una: la que ejercía la hegemonía del sistema capitalista
mundial,28 de la cual era dependiente la otra. Para las burguesías latinoamericanas,
progreso significaba aumento de su economía primaria exportadora y librecambismo
para importar indiscriminadamente manufacturas extranjeras. Progreso significaba
terminar con las comunidades indígenas y consolidar la importación de todas las
modas europeas.

28
Ya Comte lo había dicho en su Discours sur l’esprit positif: “La Sociedad Positiva no será en sus
sentimientos y en sus pensamientos, ni nacional ni cosmopolita, sino occidental.

278
Las ideas de Comte sirvieron también para combatir el oscurantismo de la Iglesia,
al poner el acento en la ciencia experimental. Pero fue un positivismo sin revolución
democrático-burguesa. Un positivismo y una ciencia no al servicio del desarrollo
industrial, sino de la burguesía exportadora de materias primas.
Los ideólogos liberales latinoamericanos tomaron de Comte la idea de mejorar la
sociedad por el camino de las ideas, y de Spencer lo utilitario y la reafirmación de lo
individual ante el Estado. Alicia de Nuño afirma que “el positivismo latinoamericano
responde al designio inicial comtiano, es decir, a la construcción de un instrumento
científico para la interpretación social, lo cual se logrará trasladando los criterios
de las ciencias naturales a los fenómenos histórico-social y jurídico. A partir de este
planteamiento científico, ya no es el pensamiento de Comte el principal vehículo de
penetración del positivismo, sino el de Spencer, que desarrolla este mismo esquema
en su teoría evolucionista”.29
Los ideólogos de la burguesía latinoamericana se aferraron al positivismo como
tabla de salvación alternativa a la ideología de la Iglesia Católica y de los conservadores,
representantes para ellos del Ancient Régime, pero no para construir un Nouveau
Régime industrial. No obstante, dice Leopoldo Zea, se adopta el positivismo como
doctrina evolutiva: “Mediante una educación positivista se cree que se llegará a formar
un nuevo tipo de hombre libre de todos los defectos de que hizo heredera la Colonia
y con gran espíritu práctico”.30
Los gobiernos latinoamericanos adaptaron, de acuerdo con sus intereses co-
yunturales, el positivismo europeo en los aspectos que más les convenía, según
fueran dictaduras o no. Por eso, algunos gobiernos como el mexicano difundieron los
postulados positivistas de ORDEN. Otros pusieron el acento en la LIBERTAD. Todos
coincidieron en la idea del PROGRESO y en popularizar la ideología de la moderniza-
ción y del interés individual ante el Estado para reafirmar la concepción librecambista.
También estuvieron de acuerdo en etiquetar a los “indios” y negros de “retrasados
mentales” y flojos.
Los positivistas mexicanos, llamados los “científicos”, opinaban que los indios y
razas mezcladas eran gente irremediable y peligrosa, “condenada biológicamente a la
inferioridad y la tutela”. Justo Sierra (1848-1912) afirmaba muy suelto de cuerpo que el
indio se acercaba al animal doméstico y jamás será un “agente activo de la civilización”.31
Su positivismo evolucionista lo inducía a ser un admirador de la civilización europea
y a magnificar el papel de la inversión foránea.

29
Alicia De Nuño. Ideas sociales del positivismo en Venezuela, p. 22, Universidad Central de Venezuela,
Caracas, 1969.
30
Leopoldo Zea. El pensamiento latinoamericano, I, 63, Ed. Pormaca, México, 1956.
31
Justo Sierra. Evolución política del pueblo mexicano, p. 296, Ed. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977.

279
Justo Sierra justificaba la dictadura de Porfirio Díaz señalando que era necesario
primero crear un orden para dar paso posteriormente a una democracia y libertad
sólidas y consolidadas. Muchos crímenes, explotación despojo de tierras indígenas,
miseria y aherrojamiento de la libertad se cometieron en nombre de este “orden” del
positivismo criollo.
En Brasil, el positivismo sirvió de arma ideológica para justificar el paso de la
monarquía a la República. Hasta los cuadros militares fueron preparados para tal
fin, puesto que los principios de Comte eran enseñados en la Escuela Superior de
Guerra. Uno de los pensadores que prepararon el terreno filosófico para el cambio a la
república fue Eduardo Ferreira Franca (1809-1857), quebrando el eclecticismo filosófico
del Imperio de los Pedros. El positivismo fue un instrumento ideológico importante
también para la lucha contra la poderosa iglesia brasileña. Luis Pereira Barreto (1840-
1923), divulgador del positivismo en Brasil, criticaba fuertemente a la Iglesia por el
carácter de Estado teológico que tenía. Zea ha señalado que el positivismo adquirió
más fuerza en la Escuela Militar de Río, de donde salió el movimiento que proclamó
la República. Benjamín Constant (1836-1891), profesor de matemáticas de esta escuela,
fue el encargado de difundir estas ideas en lo filosófico y lo político. La influencia del
positivismo en la República se hizo sentir en varios aspectos, empezando por el formato
de la Bandera que adoptó el lema comtiano de Orden y Progreso.32
En Argentina, el positivismo tuvo una influencia tan grande que se prolongó hasta
Alejandro Korn en el siglo XX.33 Tambien influyó en la primera etapa intelectual de
Rodó y otros pensadores rioplatenses.34
El positivismo venezolano adquirió auge a partir del gobierno autocrático de
Guzmán Blanco. Para tal fin, el Estado impulsó cátedras en la Universidad a cargo del
alemán Adolfo Ernest y del Dr. Villavicencio, quienes fundaron una sociedad científica
denominada “Amigos del Saber”, abierta a los jóvenes positivistas. Los historiadores
de esta corriente, como Gil Fortoul, remarcaron la concepción unilineal de la historia,
que ya había popularizado Comte, planteando en uno de sus libros que del Estado
“anárquico primitivo, los grupos humanos se elevan por grados sucesivos, pasando por
los estadios despóticos y anárquicos, hasta llegar al estado constitucional”.35 En otro
libro manifestaba: “Orden y Progreso no son conceptos que se excluyen ni contradigan.
Es el uno condición indispensable del otro, sobre todo en un Estado nuevo, con historia

32
Leopoldo Zea. Filosofía y Cultura Latinoamericana, p. 186, Caracas, 1976. Ver además, Guillermo
Francovich: Filósofos Brasileños, Bs. As., 1961.
33
Ricaurte Soler. El positivismo argentino, Imp. Nac. de Panamá, 1959.
34
Francisco Romero. El positivismo y la crisis. El hombre y la cultura. Buenos Aires, 1950. Del mismo
autor: Estudio de historia de las ideas, Ed. Losada, Buenos Aires, 1952.
35
José Gil Fortoul. Filosofía Constitucional, en Obras Completas, T. IV, p. 36, Caracas, 1956.

280
corta y tradiciones recientes (…) el orden legal constituye la tradición y sin ésta el
progreso es siempre aventurado”.36
Algunos positivistas venezolanos, como Rafael Villavicencio, estaban atentos y
preocupados por el surgimiento de las ideas socialistas. En un discurso pronunciado en
1886 en la Universidad de Caracas, manifestaba: En tanto que el socialismo “permanece
en el estado de sentimiento es admirable. Nada hay más digno de respeto y alabanza
que esa aspiración generosa hacia una justicia social mejor entendida, hacia una moral
más elevada, hacia un porvenir más puro; pero cuando intenta realizarse, entonces
no siendo guiado por ningún verdadero conocimiento del organismo social, toma la
riqueza como el punto de mira de su reforma”.37

El romanticismo literario y el radicalismo político burgués


En varios países, el romanticismo literario dio frutos relevantes. Pero no se trata
de una mera contienda entre clasicismo y romanticismo o de un problema literario
y estético, sino que era una forma de expresión de los problemas profundos que
aquejaban a la sociedad latinoamericana. El romanticismo literario tenía raíces sociales
que pronto se plasmaron en programas políticos.
La generación argentina del 37 gestó una de las figuras más brillantes del pen-
samiento latinoamericano: Esteban Echeverría. Considerado erróneamente como
socialista utópico, Echeverría fue, en rigor, el demoburgués más radical de la Argentina
de mediados del siglo XIX. Fundó junto con Alberdi y Gutiérrez, la “Joven Argentina”
en 1838, cuya declaración de principios se convertirá en el “Dogma Socialista de la
Asociación de Mayo”. Este opúsculo, redactado por la pluma romántica de “La cau-
tiva” y “El matadero”, planteó una crítica de la sociedad y un cuerpo de soluciones
políticas. Conocedor de las obras de Saint-Simon, Considérant, Fourier, Lamennais,
Leroux y Mazzini,38 hizo una síntesis de estas ideas, adaptándolas creadoramente a
la realidad de su país conmovido por la lucha de las provincias contra la capital, de la
cual se aprovechó Rosas para controlar la Aduana e imponer una férrea dictadura en
la estancieril provincia de Buenos Aires.
El tema central del Dogma Socialista fue la Democracia y las formas de implemen-
tación de la misma en nuestros países. Sus lemas fueron los de la Revolución Francesa:
Libertad, Igualdad y Fraternidad, a los cuales agregaba Progreso más Asociación. Para

36
José Gil Fortoul. El hombre y la historia, en Obras…, op. cit., IV, 403.
37
La Doctrina Positivista, Colec. Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX, Nº 13, Presidencia de
la República, 1, 72, Caracas, 1961.
38
Tulio Halperin Donghi. El pensamiento de Echeverría, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1951; y
Albertos Palcos; Echeverría y la democracia Argentina, Buenos Aires, 1941.

281
garantizar la democracia proponía una auténtica asociación de los hombres, porque “sin
asociación no hay progreso”, pero “no puede existir asociación sino entre iguales”.39 Lo
social (la patria) debe ser compatible con lo individual (la independencia del ciudadano):
“ninguna mayoría, ningún partido o asamblea, tiene derecho para establecer una ley
que ataque las leyes naturales y los principios de la sociedad, y que ponga a merced
del capricho de un hombre la seguridad, la libertad y la vida de todos”,40 con lo cual
Echeverría se pronunciaba claramente contra toda dictadura, civil o militar, individual
o colectiva. El objetivo de “La Joven Argentina” era “conciliar y poner en armonía el
ciudadano y la patria, el individuo y la asociación; y en preparar los elementos de la
organización de la nacionalidad argentina sobre el principio democrático.41
A pesar de haber sido influenciado por el pensamiento europeo, Echeverría era
consciente del error de trasladar mecánicamente esas ideas a nuestra América: “La
Europa es el centro de la civilización de los siglos del progreso humanitario. La América
debe por consiguiente estudiar el movimiento progresivo de la inteligencia europea;
pero sin sujetarse ciegamente a sus influencias”.42
Lo más avanzado del pensamiento de Echeverría era su concepto de la igualdad:
No hay igualdad, donde la clase rica se sobrepone, y tiene más fueros que las otras.
Donde cierta clase monopoliza los destinos públicos. Donde las contribuciones no están
igualmente repartidas, y en proporción a los bienes e industria de cada uno. Donde la
clase pobre sufre sola las cargas sociales mas penosas (…) la potestad social no es moral ni
corresponden a sus fines, si no se protege a los débiles, a los pobres y a los menesterosos.43
Estos planteamientos no son socialistas –como se ha afirmado en reiteradas oca-
siones– porque no plantean la abolición de la sociedad de clases y menos postulan
el reemplazo de la burguesía por la clase trabajadora, pero constituyen para la época
uno de los pensamientos democráticos más avanzados de América Latina, a pesar de
su cierta dosis de paternalismo y elitismo intelectual.
Francisco Bilbao, tribuno popular, fue autor de uno de los primeros ensayos sobre
la realidad nacional, Sociabilidad chilena, publicado en 1844, provocando fuertes
polémicas por los problemas sociales que planteaba y por el cuestionamiento de la
ideología conservadora, como hemos ya señalado en el tomo III.
Bilbao era un admirador, al igual que Sarmiento, de la historia del pueblo norteame-
ricano, pero advertía sobre la expansión yanqui:
39
Esteban Echeverría. “El dogma socialista”, en Utopismo socialista, p. 92, Ed. Bibl. Ayacucho, Caracas.
1977.
40
Ibid., p. 93.
41
Ibid., p. 95.
42
Ibid., p. 96.
43
Ibid., pp. 98 y 99.

282
Ahora se precipitan sobre el sur. ¿Que hacer? Despreciar lo que tanto se ha admirado.
Por supuesto que no, no despreciemos, sino que incorporaremos todo aquello que
resplandece en el genio y la vida de la América del Norte. Pero para incorporarlo a lo
que es propio de esta América de origen latino, pese a sus grandes fallas, errores, pero
también con sus innegables cualidades que deben ser destacadas. Aquí, todo ha tenido
que ser reorganizado desde el principio, hemos tenido que consagrar la soberanía del
pueblo, en la entraña de la educación teocrática (…) Hemos incorporado e incorporamos
a las razas primitivas, formando en el Perú la casi totalidad de la nación, porque las
creemos nuestra sangre y nuestra carne, y vosotros las extermináis jesuíticamente (…) El
negro, el indio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que
se debe al título y a la dignidad del ser humano (…) He aquí lo que los republicanos de
la América del Sur se atreven a colocar en la balanza, al lado del orgullo, de las riquezas
y del poder de la América del Norte.44
Francisco Bilbao manifestaba:
Es menester que nos fortalezcamos y nos unamos las naciones indo-españolas, porque
los Estados Unidos extienden más sus garras en esa partida de caza que han emprendido
contra el sur. Ayer Texas, después el norte de México (…) Se trata de una gran nación;
pero sus hombres, volviéndose sobre si mismos y contemplándose tan grandes, han
caído en la tentación de los titanes, creyéndose ser los árbitros de la tierra y aún los
contendores del Olimpo.45
El pensamiento de Bilbao, a pesar de su ingenua creencia de que por medio de la
ampliación de las libertades públicas y de una nueva legislación se podría cambiar
la situación social de los explotados, influyó en importantes sectores de la juventud
y de la intelectualidad. Sus planteamientos, teñidos de ideas rousseaunianas y del
pensamiento social cristiano de la época, le impidieron concretar un programa de
auténtica transformación social.
En cambio, su compañero y cofundador de la Sociedad de la Igualdad, Santiago
Arcos, alcanzó a formular uno de los programas democráticos más avanzados de su
tiempo, como creemos haberlo demostrado en el tomo III.
Colombia tuvo también a un hombre de pensamiento radical burgués que llegó a
ser Presidente de la República: Manuel Murillo Toro, partidario de la reforma agraria
cuando era Secretario de Hacienda de Hilario López. Propuso un límite de 1.000
hectáreas y un impuesto progresivo a los terratenientes. Combatió la usura y propuso
el proteccionismo de Estado. En su ensayo “Dejad hacer”, publicado el 15 de octubre de
1853 en El Neogranadino, denunciaba el libre comercio: “La fórmula sencilla de dejad

44
Citado por Leopoldo Zea: Filosofía y cultura latinoamericanas, pp. 68 y 79, Caracas, 1976. Ver también
Ricardo López N.: Un convidado de piedra al debate liberal conservador chileno: Francisco Bilbao y
la irrupción de las masas populares, 1844-1854. Mimeo, Santiago, 1992.
45
Francisco Bilbao. Obras Completas, publicadas por M. Bilbao, Buenos Aires, 1866.

283
hacer; o lo que es lo mismo: dejad robar, dejad oprimir, dejad a los sabios devorar a
los corderos”. La virtud de Murillo fue reconocer la importancia del factor económico
y “establecer al contrario del enfoque liberal que las reformas políticas, los objetivos
políticos deben acompañar los cambios sociales y económicos, particularmente
el régimen de propiedad territorial, que se reconoce como la causa permanente de
la desigualdad social”.46 Algunos autores han llegado a situar a Murillo entre los
precursores del socialismo en Colombia, un socialismo de raíz agraria, pero a nuestro
modo de entender no pasó mas allá de un planteo democrático burgués sobre el reparto
de la tierra, lo cual era indudablemente avanzado para su tiempo, sobre todo en un
país de poderosos latifundistas.
Mientras tanto, emergía en Argentina uno de los más grandes pensadores del
continente: Juan Bautista Alberdi (1810-1889). Su norte fue elaborar un pensamiento
propio para nuestra América. Así como los europeos han elaborado su filosofía,
nosotros –decía Alberdi– debemos tener una filosofía americana para resolver los
problemas de nuestra América.
Nada menos propio que el espíritu y las fórmulas del pensamiento del norte de Europa
para iniciar en los problemas de la filosofía a las inteligencias tiernas de la América del
Sur (…) Vamos a estudiar no la filosofía en sí sino la filosofía aplicada a los objetos de
un interés más inmediato a nosotros: en una palabra, la filosofía política, la filosofía
de nuestra industria y riqueza, la filosofía de nuestra literatura, la filosofía de nuestra
religión y de nuestra historia.47
Alberdi fue uno de los pensadores más esclarecidos sobre el papel que jugaba el
capitalismo extranjero en América Latina, señalando que “solo se entiende por un
gobierno libre el gobierno del país por el país, es decir, el país independiente, o la
independencia del país, no solo de todo extranjero sino de todo poder interno que
no es el país mismo, o el fruto de su elección libre (…) solo es independiente un país
que no depende de un gobierno extranjero ni de un gobierno interno extranjero a la
elección del país”.48 Sus lúcidas apreciaciones lo ubican entre los precursores de la
categoría teórica actualmente denominada Dependencia. Visualizaba claramente las
consecuencias de la creciente deuda externa:
La dificultad no consiste en saber cómo pagar la deuda, sino cómo hacer para no
aumentarla, para no tener nuevas deudas, para no vivir de dinero ajeno tomado a interés.
El interés de la deuda, cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del
tesoro, es el peor y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador
poderoso por sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero

46
Ricardo Sánchez. Historia de la clase obrera en Colombia, Ed. La rosa roja, Bogotá, 1982.
47
Citado por Leopoldo Zea: op. cit., p. 72.
48
Juan Bautista Alberdi. Escritos póstumos, VI, 8, Buenos Aires, 1895.

284
(…) La América del Sur, emancipada de España, gime bajo el yugo de su deuda pública.
San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos
modelos le han puesto bajo el yugo de Londres.49
En otro pensamiento que lo ubica entre los precursores del antiimperialismo
latinoamericano, Alberdi manifestaba su oposición al monroísmo:
Entre la anexión colonial de Sudamérica a una nación de Europa y la anexión no colonial
a los Estados Unidos, ¿cual es la diferencia? ¿Cual es la preferible para Sudamérica?
Ninguna. Es decir, ni monroísmo ni Santa Alianza (…) Entre las dos anexiones, elija el
diablo (…) Si estos tres ejemplos –Texas, Nuevo México, California– no bastan a convencer
a los sudamericanos que el monroísmo es la conquista, su credulidad no tiene cura.50
Alberdi era consciente de que sin reforma agraria y “sin industria fabril y sin
marina propia, la América del Sur vive bajo la dependencia de la industiria fabril y
de la marina de Europa”.51 También se dio cuenta de que sin la implementación del
ideal bolivariano de unidad latinoamericana no era posible superar el proceso de
dependencia. En su “Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General
Americano”, manifestaba:
La América del Sur ofrece tal homogeneidad en sus elementos orgánicos y tales medios
para la ejecución de un plan de política general; de tal modo es adecuado para ella el
pensamiento de un orden político continental (…) aliar las tarifas, aliar las aduanas: he
aquí el gran medio de resistencia americano (…) La unión continental del comercio debe
comprender la uniformidad aduanera organizándose poco más o menos sobre el pie de
la que ha dado principio, después de 1830, en Alemania. En ella debe comprenderse la
abolición de las aduanas interiores, ya sean provinciales, ya nacionales, dejando sola-
mente en pie la aduana marítima exterior. Hacer del estatuto americano y permanente
la unidad de monedas, de pesos medidas.52
No obstante esta notable lucidez, Alberdi no logró superar los marcos de la econo-
mía política burguesa de su época. El alejamiento prolongado de su país quizá le haya
impedido ligarse a las masas populares del interior y de la ciudad y formular, junto a
ellas, un proyecto distinto al de la clase dominante argentina. De todos modos, las críti-
cas a ella se inscriben en la mejor de las tradiciones del radicalismo burgués de la época.

49
Ibid., VIII, 665 y Escritos económicos, p. 407, ed. La Facultad, Bs. As., 1920.
50
Ibid., Póstumos, VII, 122-132.
51
J.B. Alberdi. Escritos económicos, op. cit., p. 85.
52
J.B. Alberdi. Obras Completas, VI, 391 y II, 398, Buenos Aires, 1887.

285
El pensamiento conservador y cristiano
Ante la ofensiva liberal, los conservadores más recalcitrantes y ultramontanos se
aferraron a los viejos principios y al sectarismo cuasi colonial, repitiendo los esquemas
de la Iglesia Católica sobre el Estado y la sociedad civil. En su defensa de los fueros
de la Iglesia, los conservadores se presentaron en apariencia más liberales que los
liberales en relación al papel del Estado, como lo veremos adelante en el caso chileno.
Paralelamente se dio un tipo de conservadurismo liberal, adaptado a los nuevos
tiempos, y de un carácter más pragmático, que fue lógicamente repudiado por los
ultramontanos. Esa tendencia conservadora adhirió a los conceptos del progreso y
modernidad. Representante de esta corriente en Venezuela fue Cecilio Acosta (1818-
1881), un hombre que no se refugió en la exaltación del arcaísmo neoclásico ni en el
romanticismo utópico.
Lo que quiero –decía Acosta– es que haya progreso sin saltos (…) y la América Latina, si
no retrocede en sus prácticas, si no adopta como sistema de vida la discusión pacífica del
derecho, y el ejercicio regular de los usos republicanos, va a desacreditar la democracia
(…) Tales son las razones que tenemos para condenar toda revolución que tenga por
objeto conseguir por ella lo que se puede en paz por las elecciones venideras.53
Consecuente con su ideal de progreso, Acosta propició sociedades cooperativas y de
ahorro. Redactó un proyecto de Banco Agrícola y abogó por la creación de una industria
nacional, rememorando las ideas que llevó a la práctica el conservador mexicano Lucas
Alemán en la década de 1830-40. Era un administrador de los progresos industriales de
Europa. Preconizaba el desarrollo de una cultura popular que diera la posibilidad de
aprender oficios y artes mecánicas a la juventud: “Prefiérase el escoplo al silogismo”,
decía. Criticaba el sistema escolástico de enseñanza de las universidades: “¿Hasta
cuando se ha de preferir el Nebrija, que da hambre a la cartilla de las artes, que da
pan, y las abstracciones del colegio a las realidades del taller?”. Este conservador de
avanzada ha sido definido por Luis Beltrán Guerrero como un “liberal manchesteriano
a la inglesa, que se confunde con el conservador progresista criollo, y liberal amarillo
en el sentido en que lo fueron otros venezolanos”.54 Prefería a Madame de Stäel en vez
de Víctor Hugo y rechazaba a Rousseau.
Una mezcla de conservador “modernizante” con ultramontano recalcitrante fue
el presidente de Ecuador, Gabriel García Moreno (1861-1875).
Sorpresivamente –anota José Luis Romero– hasta el conservadurismo ultramontano
pudo mostrarse alguna vez –en el caso del ecuatoriano García Moreno– partidario del

53
Citado por Juan Liscano: “Ciento cincuenta años de cultura venezolana”, en Venezuela Independiente…
p. 572, Fundación Mendoza, Caracas, 1962.
54
Luis Beltrán Guerrero. “Facetas de Cecilio Acosta”, El Nacional, 8-7, 1981, Caracas.

286
progreso tecnológico, y coincide en eso con el liberalismo conservador (…) la ola del
progreso, impulsaba los centros económicos mundiales y prometedora de beneficios para
los grandes propietarios, unió a los liberales conservadores y a muchos conservadores
puros”.55
Su concepción integrista católica se expresó claramente en el discurso que pronun-
ció a raíz de la discusión de la nueva Constitución que propiciaba:
Para ser ciudadano se requiere ser católico”. Hasta llegó a proclamar el carácter católico
del Estado, entregando la enseñanza a la Iglesia. En tal sentido, manifestaba: “La
enseñanza secundaria o preparatoria ha mejorado mucho en los colegios desde que
está encargada la Compañía de Jesús (…) Me propongo establecer una casa de trabajo
y escuela de artes mecánicas para los niños, bajo la dirección de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas”.56
Dos décadas después, estas disposiciones ultramontanas eran barridas por la
Revolución Liberal de 1895, encabezada por Alfaro.
Mientras el conservador García Moreno justificaba el papel del Estado en la medida
que sirviera para imponer la religión católica y las prerrogativas de la Iglesia, hubo otros
conservadores que se opusieron al Estado porque afectaba los intereses tradicionales
de la Iglesia. Uno de los teóricos mas importantes de esta corriente fue el argentino
José Manuel Estrada (1842-1894), que en el Congreso Católico de 1884, celebrado en
Buenos Aires, sostuvo:
O la deificacion del Estado por el liberalismo, que en doctrina es blasfemia, en política
es tiranía y en moral es perdición; o la soberanía de la Iglesia, íntegramente confesada,
sin capitular con las preocupaciones, cuyo contagio todos, señores, hemos tenido la
desgracia de aspirar en la atmósfera infecta de este siglo (…) La Iglesia tiene de derecho
divino cierta potestad sobre las cosas temporales de los Estados.57
Un ataque similar al Estado, dirigido por los liberales, hizo el conservador boliviano
Mariano Baptista (1832-1907). En vísperas de las elecciones de 1880, escribía desde
Buenos Aires a sus correligionarios:
Considero de alto interés nacional una posición activa dentro del cristianismo contra
las invasiones del ateísmo contemporáneo; lo cual en el tiempo que pasamos significa
luchar por las libertades deprimidas (…). Así lo ha sido la libertad de familia en el niño
de 7 años, arrastrado a la escuela obligatoria y laica donde se ha borrado por decreto
la noción de Dios (…), la libertad de las propiedades, con haberse expoliado todas las
corporaciones creadas con los dones ofrecidos en el nombre de Dios.58
55
José Luis Romero. Prólogo al pensamiento conservador, Biblioteca Ayacucho, pp. XVI y XV, Caracas,
1978.
56
Ibid., pp. 120 y 121.
57
Ibid., p. 258.
58
Ibid., p. 155.

287
En síntesis, las respuestas de los conservadores a la ofensiva ideológica política
de los liberales fueron muy variadas, por lo cual no puede hablarse de un cuerpo de
doctrina conservadora en la segunda mitad del siglo XIX. En el fondo, no constituyó
un pensamiento homogéneo, sino planteamientos coyunturales que devenían
en respuestas con un claro sentido pragmático. Los únicos coherentes fueron los
ultramontanos, pero ya estaban desfasados de la corriente central de la historia. La
Encíclica de León XIII permitió a la Iglesia de fines de siglo iniciar un lento proceso
de adaptación.

El deterioro ambiental
Durante la época republicana se acentuó el deterioro de los ecosistemas latinoa-
mericanos al continuar las formas de expoliación implantadas por la colonización
española. De este modo, se reforzó el carácter monoproductor de nuestro continente,
afectando la diversidad de los ecosistemas y haciéndolos más vulnerables.
Las tierras más fértiles fueron utilizadas exclusivamente para explotar los productos
de exportación. Se aceleró la devastación de bosques con el fin de habilitar tierras para
la economía agroexportadora. Las comunidades indígenas, que a fines de la colonia
conservaban aún algunas parcelas, fueron expulsadas de sus tierras, terminando de esta
manera con los únicos habitantes que mantenían una integración a los ecosistemas.59
La propiedad territorial, concentrada en grandes latifundios, fue dedicada a la
crianza masiva de ganado o al cultivo de determinados cereales y plantaciones, conso-
lidándose un subsistema agrícola de escasa diversificación que acentuaba el deterioro
de los ecosistemas. Los campos fueron convertidos en grandes haciendas, terrenos que
pudieron haber sido mejor aprovechados en beneficio del ecosistema.
Las empresas pesqueras intensificaron la expoliación marina. Pedro Cunill señala
que “entre 1830 y 1840, los barcos arponeros foráneos obtuvieron, frente a las costas
peruanas, más de 41 millones de galones de aceite de esperma, agregándose cifras
similares en las costas chilenas. A partir de la década de 1860 el proceso de destrucción
de estos cetáceos es irreversible, al desarrollarse nuevos métodos de captura con el
cañón arponero. Los últimos parajes en ser alcanzados se encuentran en los mares
antárticos, donde hacia 1904 se inicia la era final de la caza moderna destructiva (…)
En 1834 se reclamaba por la residencia de cazadores dependientes de negociadores
de Valparaíso, en las islas de Más Afuera, por la matanza de lobos marinos, cabras
y cortes de madera, asegurándose que los parajes naturales y sus recursos estaban
cuasi destruidos. Por lo demás, en la misma época ya estaba muy avanzado el proceso
59
Luis Vitale. Hacia una Historia del Ambiente en América Latina, p. 77, Ed. Nueva Imagen/Nueva
Sociedad, México, 1983.

288
de extinción del sándalo, debido a su corte por loberos, balleneros y contrabandistas
extranjeros, y por chilenos que proveían a comerciantes que hacían llegar esta madera
preciosa y perfumada a los mercados de Cantón y otros del Extremo Oriente”.60
Durante el siglo XIX, también se acentuó la caza indiscriminada de la fauna terrestre.
El exterminio de otros recursos de la fauna que complementaban la dieta alimenticia de
los sectores campesinos más pobres de 1a Sierra peruana, Altiplano boliviano y Norte
de Chile, fue todavía más brutal, como se puede observar con las perdices, las vizcachas
y el ganso guashua. Este proceso se puede ejemplarizar con la chinchilla (Chinchilla
boliviana), pues entre 1895 y 1900 se exportaron más de 1.685.000 pieles de los parajes
de Vallenar y Coquimbo. En una fecha tardía, como 1910, se exportaron 153.000 pieles.
A los pocos años estaba exterminada y, con ella, los cazadores de su fina piel tenían
que abandonar su habitat en altitudes superiores a los 4.000 m. y emigrar hacia labores
ganaderas o mineras.61
La flora también fue arrasada por las empresas capitalistas, solo interesadas en
aumentar sus cuotas de exportación.
Es importante enfatizar que la producción minera en los Andes Centrales va acompañada
con el exterminio de la flora local. Así, la producción de azogue en Huancavélica agotó
los bosques de quisuar y lloqui, debiéndose inventar nuevos hornos, para usar como
combustible las gramíneas locales que reciben la denominación de ichu. Igualmente,
en el altiplano boliviano la explotación minera colonial acabó con los escasos bosques
de kishuara y de kehuiña, además de ralear las formaciones de tola, para continuar
exterminando en la minería del siglo XIX y en el actual la yareta, una planta resinosa
rastrera muy aprovechada como combustible por su alto valor calórico. La penuria de
leña en el Altiplano llega a tales extremos, que en la actualidad los pobladores autóctonos
tienen que utilizar como combustible la takia o excremento seco del ganado.62
A mediados del siglo XIX, comenzó la explotación de los combustibles fósiles,
como el carbón. Mientras en Europa, especialmente en Inglaterra y Alemania, el
carbón fue utilizado para desarrollar la industria nacional, en América Latina fue
destinado a la exportación. Los ecosistemas también se vieron afectados por el corte
masivo de madera que se utilizaba para los hornos de fundición de cobre, estaño y
otros minerales que se enviaban a los centros europeos. En síntesis, nuestras fuentes
energéticas –el carbón, las maderas y luego el petróleo– fueron explotadas en beneficio
de las metrópolis industrializadas.

60
Pedro Cunill. Variables geohistóricas sociales en los procesos de degradación del uso rural de la tierra
en América Andina, pp. 17 y 18, Ed. Terra, núm. 3, Caracas, 1978.
61
Ibid., p. 21.
62
Ibid., p. 27.

289
En las economías de plantación, como la de Cuba, el desmonte de los bosques fue
un verdadero ecocidio. En 1830, fueron devastadas 26.840 hectáreas y en 1844 más de
50.000. Como decía Ramón de la Sagra: “En ningún momento discutieron la utilización
racional de los recursos forestales, sino a quien correspondía el derecho de talar y
destruir”.63 Esto produjo una alteración del equilibrio ecológico.
La muerte del bosque –dice Moreno Fraginals– era también en parte la muerte, a largo
plazo, de la fabulosa fertilidad de la Isla (…) El rendimiento (de la caña de azúcar) no era
en forma alguna el resultado de la utilización racional de los suelos, sino de la increíble
riqueza de las tierras vírgenes recién desmontadas. Muerto el bosque, las primeras
siembras produjeron corrientemente mucho (…) Cortando anualmente los cañaverales,
descuidando el bosque, y vire de paja, sin utilización de regadíos ni abonos, bajaban
anualmente los rendimientos agrícolas. Al llegar a un punto crítico se abandona la
tierra, se tumba un nuevo bosque y otra vez vuelven las fabulosas cifras de producción
cañera (…) Como colofón increíble en la historia de la destrucción cubana de su riqueza
maderera debe señalarse que, en los mismos años en que se procedía a la quema de los
bosques, la Isla era la primera compradora de madera a Estados Unidos.64
Para completar este cuadro, bastaría recordar que las maderas cubanas fueron
la base para que La Habana se convirtiera en el siglo XIX en uno de los principales
astilleros de la América española colonial.
Segun Giglo y Morello:
La intervención de los ecosistemas se realizó preferentemente en áreas templadas. Puede
señalarse a este período como el de la modificación e intervención de los ecosistemas
templados. La intervención tropical se limitó al área de influencia de las costas y a la
implantación de enclaves ecológicos con el algodón, café, cacao, azúcar (…) Donde se de-
sarrolló la minería, todos los recursos forestales de la periferia se talaron para ser usados
en las fundiciones. Además, todas las áreas de praderas se sobreexplotaron debido al so-
brepastoreo que ocasionaron los mulares, asnos y caballares (…) Los frágiles ecosistemas
altiplánicos, altamente vulnerables a la acción antrópica, rápidamente se deterioraron.
Las condiciones semiáridas de ellos convirtieron a muchas áreas en zonas con procesos
crecientes de desertificación. La gran propiedad, al hacer dependiente a los pequeños
agricultores y apropiarse del excedente que generaban, los obligó a sobreexplotar el
suelo. La fauna autóctona de camélidos tuvo que compartir sus recursos forrajeros con
los ovinos y en algunas regiones con los caprinos. Las vicuñas fueron diezmadas debido
a la alta cotización de su lana (…) En la pampa semiárida el efecto del sobrepastoreo se
dejó sentir rápidamente, predominando una vegetación de gramíneas, aerofíticas y de
baja densidad. En la pampa húmeda (argentina), los sistemas de quemas y las plantas in-
troducidas contribuyeron a transformar la vegetación. Las transformaciones alcanzaron
63
Citado por Manuel Moreno Fraginals: El ingenio, Ed. Ciencias Sociales, T. II, 159 y 160, La Habana,
1978.
64
Ibid., T. II, pp. 161 y 162.

290
también a la fauna. Los pacedores continuaron reemplazando y expulsando al guanaco
y ñandú (…) En el nordeste (de Brasil) la acción del hombre agravó considerablemente
la consecuencia de las ‘secas’. La fragilidad de esas áreas áridas, intervenidas ya el siglo
pasado por el sobrepastoreo, se vio agravada por sequías extremas. Esto creó serios
problemas a áreas más húmedas de la costa o de la serranía por la emigración masiva de
la población. Ya a fines del siglo pasado todo el polígono de las secas presentaba grandes
extensiones con notorios procesos de erosión y demás con una vegetación deteriorada
(…) México, después de la Independencia, presentó un ritmo de transformaciones que
afectó los variados ecosistemas que posee. El norte árido continuó el lento proceso de-
teriorante de la ganadería extensiva, agravado por sequías extremas (…) Los Huaxtecas,
otro gran pueblo defensor de su ‘nicho ecológico’, tuvieron que retirarse definitivamente
en función de la penetración de intereses de alta influencia y poderío.65
La economía de exportación configuró las características esenciales del subsistema
urbano latinoamericano. Las ciudades se crearon en función de la economía agro-
minera exportadora; fundadas en la colonia, lograron un relevante crecimiento
durante la época republicana, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX,
en que se produjo un ostensible aumento de la exportación. La ciudad desplazó al
campo, convirtiéndose en el centro económico, político y cultural. Era el asiento de la
administración política, de los empresarios, comerciantes y artesanos. La contradicción
campo-ciudad se fue ahondando a medida que nuestros países adquirieron una
fisonomía capitalista más acentuada, reforzándose el centralismo de la ciudad-capital
en detrimento de las provincias agrarias y mineras.
Las guerras civiles, expresión de la rebelión de las provincias contra la capital,
terminaron con la victoria de los centralistas o unitarios sobre los federales. Los
unitarios, al decir de Sarmiento en su Facundo, aparecían como los portavoces de la
civilización en lucha contra la “barbarie” del interior.
El triunfo de la ciudad-capital significó el aplastamiento de las economías agrarias
pequeñas y de las industrias artesanales del interior que habían logrado generar una
tecnología propia. La entrada indiscriminada de manufactura extranjera, estimulada
por la política del gobierno central de cada país latinoamericano, liquidó todas las
posibilidades de crear una industria nacional, con una tecnología adecuada a las
posibilidades del país.
Mas todavía, los artículos extranjeros cambiaron la forma de vestir, las costumbres
e incluso la dieta alimentaria. La dependencia se expresó no solo en lo económico,
sino también en lo cultural.

65
Nicolo Gligo y Jorge Morello. Notas sobre la historia ecológica de América Latina, p. 40 y sigs., po-
nencia presentada al Seminario Regional de CEPAL/PNUMA, realizado en Santiago de Chile, 19 al
23 de noviembre de 1979.

291
capítulo ii.
Caracterización general
del período 1861-1891

El período comprendido entre los años 1861 y 1891 ha sido denominado “República
Liberal” por la historiografía tradicional.
Hemos reemplazado esta clasificación meramente política y formal por la de
“Ascenso y Declinación de la Burguesía Minera” porque refleja con mayor precisión
el proceso de desarrollo económico y el papel preponderante que juega la burguesía
minera durante la segunda mitad del siglo pasado.
La mayoría de los historiadores ha centrado el análisis de los gobiernos de José
Joaquín Pérez (1861-71), Federico Errázuriz (1871-76), Aníbal Pinto (1876-81), Domingo
Santa María (1881-86) y José Manuel Balmaceda (1886-91) en los cambios superestruc-
turales que se produjeron en el plano político y religioso, otorgando una importancia
desmesurada a los cambios ministeriales, a las “cuestiones teológicas” y a las reformas
constitucionales.
El uso de esta metodología ha conducido a crear una serie de mitos en la historia de
Chile. Uno de ellos, postulado por los historiadores liberales y reformistas, ha pretendido
presentar esta época como la expresión del triunfo de la burguesía “progresista” sobre la
aristocracia feudal y oscurantista representada por los “pelucones” en los gobiernos de
la llamada “República Autoritaria”. Según este enfoque, los gobiernos liberales habrían
representado a la “naciente” burguesía, mientras que los gobiernos conservadores de
1831 a 1861 reflejarían el atraso “feudal” de nuestro país.
Este esquema antojadizo parece ignorar que en Chile nunca hubo un régimen
feudal y que durante los decenios de Prieto, Bulnes y Montt prosiguió el proceso de
incipiente desarrollo capitalista con la generalización del sistema del salariado en
la minería, el surgimiento del proletariado ferroviario y el aumento del número de
obreros agrícolas. El desarrollo de las fuerzas productivas en la minería, expresado
en la industria fundidora de cobre y en una moderna tecnología para la explotación
de la plata, denotaban el carácter capitalista de nuestra economía, cuya base era la
producción y no la mera circulación de mercancías.
Hemos reiterado en volúmenes anteriores que no se trataba de un capitalismo
industrial, como el europeo, ni de la implantación de relaciones sociales de producción

293
capitalista en todas las áreas de la economía, sino de un capitalismo atrasado, de
desarrollo desigual y combinado, dedicado primordialmente a la producción y
exportación de materias primas para el mercacio mundial, hecho que reforzó el carácter
dependiente del país.
Este proceso permitió la consolidación de importantes sectores de la burguesía
durante los gobiernos “pelucones”. Con el fin de garantizar el predominio de los
terratenientes y comerciantes en el aparato del Estado, los gobiernos de Prieto, Bulnes
y Montt utilizaron la ideología conservadora implantando métodos totalitarios y
la intolerancia política y religiosa. El hecho de que los terratenientes, dedicados
fundamentalmente a la exportación, ejercieran un papel político hegemónico no
implicaba el fortalecimiento de un supuesto feudalismo, sino el control del excedente
económico y la utilización de las instituciones estatales en su beneficio para lograr la
exención de derechos de exportación de los productos agrícolas y la construcción de
obras de infraestructura a favor de las zonas agropecuarias.
Las tesis liberal y reformista son falsas porque parten del supuesto de la existencia
de una aristocracia feudal que es desplazada del poder por una burguesía “naciente”
en la época liberal. La burguesía criolla no estuvo en lucha contra la aristocracia feudal
por la sencilla razón de que ésta no existió. Los gobiernos de los decenios no fueron
dirigidos por la aristocracia feudal sino fundamentalmente por los terratenientes y
la burguesía comercial, que tomaron medidas destinadas a consolidar el capitalismo
nacional exportador.
En las últimas décadas ha surgido una corriente historiográfica, inspirada por
Edwars, Encina y Eyzaguirre, que ha fabricado un mito contrario al de los historiadores
liberales. El mito consiste en magnificar los progresos de la “era portaliana”, el orden
y la austeridad de los gobiernos de los decenios, y en deprimir la importancia del
desarrollo económico y social de Chile durante la denominada “República Liberal”.
Alberto Edwards sostiene que los liberales debilitaron el principio de autoridad: “Los
pelucones tuvieron para gobernar un criterio de gobierno y los liberales una bandera
de popularidad. Por eso los primeros constituyeron un bando poderoso, unido, fecundo
para la organización de país, y los segundos formaron un partido lleno de prestigio ante
la opinión, pero imponente desde el primer día para organizarse a sí mismo, y para
dotar al país de un gobierno estable y firme”.66 Jaime Eyzaguirre comparte la misma
opinión: la lucha de los liberales por las libertades individuales se hizo “a costa del
debilitamiento de la autoridad presidencial”.67

66
Alberto Edwards y Eduardo Frei: Historia de los Partidos políticos chilenos, p. 77, Ed. del Pacífico,
Santiago, 1949.
67
Jaime Eyzaguirre. Fisonomía histórica de Chile, p. 141, Ed. del Pacífico, Santiago, 1958.

294
Estos historiadores, que sobrevaloran aspectos superestructurales controvertibles,
como el principio de autoridad, parecen ignorar las transformaciones socioeconómicas
de la segunda mitad del siglo XIX, el surgimiento de nuevas capas sociales y los avances
políticos y culturales. Por otra parte, el mito de la estabilidad política y de la paz social
de la “época portaliana” es desmentido por las rebeliones de los trabajadores mineros,
los levantamientos mapuche y las guerras civiles de 1851-1859.
El estudio riguroso de la época denominada “República Liberal” nos permite sostener
que el crecimiento económico de Chile en el período 1861-1891 fue comparativamente
superior al de 1831-61 porque, además del auge salitrero y del incremento de las
explotaciones de cobre, la producción agropecuaria alcanzó niveles más altos que en
los mejores años de la demanda californiana y australiana.
En este período cambió la geografía política y económica de Chile con la conquista
de las provincias de Tarapacá y Antofagasta y la incorporación de vastos territorios en
la zona sur. Hasta 1880, las regiones explotadas estaban comprendidas entre Copiapó
y Concepción, además de Valdivia, colonizada en gran medida por los inmigrantes
alemanes. La anexión de las provincias salitreras de Tarapacá y Antofagasta, como
resultado del triunfo en la guerra del Pacífico, el control definitivo de la Araucanía en
1881 y la colonización de Llanquihue y Magallanes, produjeron un cambio significativo
en la estructura económica y en la fisonomía geográfica del país. A partir de 1880, se
aceleró el intercambio comercial entre la zona norte y la región centro-sur, alcanzándose
por primera vez la integración económica nacional de todo el territorio chileno.
La población aumentó de 1.819.223 habitantes en 1865 a 2.527.320 en 1885, según
los Censos Nacionales de la época. A juicio de los compiladores del Censo de 1885, la
población de ese año bordeaba los tres millones de habitantes: “Estimamos que debe
aumentarse en un 15% el total de población empadronada en toda la República”.68
El departamento de Santiago creció de 129.473 habitantes en 1854 a 236.870 en 1885.
Valparaíso aumentó de 52.652 habitantes en 1854 a 115.147 en 1885. La migración del
campo a la ciudad se reflejó en el aumento del número de ciudades de más de 5.000
habitantes. En 1865 existían solamente 20 ciudades que alcanzaban esa cifra, en 1885
había 33, dos de las cuales superaban los 100.000 habitantes: Santiago y Valparaíso,
todo lo cual demuestra el importante cambio demográfico ocurrido en el país entre
1865 y 1885.
Para evaluar la importancia de las nuevas zonas conquistadas basta señalar que
el Norte Grande, con su producción salitrera, se convirtió en el principal sector de la
economía, proporcionando por derechos de exportación más del 50% de las entradas
del fisco. La región de la Araucanía se constituyó en el nuevo granero de Chile, mientras
que en Magallanes comenzaba la explotación de la oveja en gran escala.
68
Censo de 1885, compilado por la Oficina Central de Estadística. Tomo I, p. VII, Valparaíso, 1889.

295
La explotación de las nuevas regiones integradas a la economía nacional se hizo
bajos signos inequívocamente capitalistas, determinando el surgimiento de un fuerte
proletariado en el salitre y de los primeros núcleos de obreros agrícolas en Magallanes
y en las provincias que anteriormente comprendían la región de la Araucanía. Mientras
tanto, en las zonas de lo que podríamos denominar “Chile Antiguo”, es decir, de Copiapó
a Concepción, se habían generalizado las relaciones sociales de producción capitalista
no solo en las empresas mineras de cobre y plata sino también en algunas haciendas
de la zona central, en la industria molinera y en las nuevas explotaciones de viñas.
La producción de materias primas –y no la mera circulación de mercancías– era
la característica principal de este capitalismo primario exportador, cuyo desarrollo
estaba condicionado por los intereses inmediatos de la burguesía minería y agraria.
Entre 1860 y 1890 el sector burgués más dinámico fue el minero, como resultado
de la intensiva explotación de cobre, que convirtió a Chile en el primer productor
mundial y, fundamentalmente, del significativo crecimiento de la producción de salitre.
La burguesía minera, en pleno proceso de expansión, promovió el desarrollo de la
industria fundidora de cobre e invirtió fuertes capitales en las explotaciones salitreras.
La burguesía minera en ascenso exigió una mayor participación en el control del
aparato del Estado. Sectores de los partidos Liberal, Nacional y Radical, íntimamente
ligados a los intereses de la burguesía minera, lograron contrarrestar la influencia
decisiva que hasta 1860 tenían los terratenientes, representados por el Partido Conser-
vador. El papel preponderante de los terratenientes en el control del Estado hizo crisis
en la segunda mitad del siglo pasado. A partir de la década de 1860-70 los gobiernos
reflejarán no solo los intereses de los terratenientes, sino también de la burguesía
minera, comercial y financiera.
El primer gobierno de la llamada “República Liberal”, presidido por José Joaquín
Pérez, fue una clara expresión del proceso de conciliación entre los terratenientes y la
burguesía minera, cuyo roces habían desencadenado las guerras civiles de 1851 y 1859.
Este ascenso de la burguesía minera al gobierno no significó el triunfo de la burguesía
sobre la aristocracia “feudal”, sino el resultado de un acuerdo entre fracciones de la
clase dominante para evitar una nueva guerra civil.
Algunos autores, como Hernán Ramírez y José Cardemártori, partiendo del supuesto
de que el capitalismo chileno surgió recién en la segunda mitad del siglo XIX, han
sacado la conclusión de que a partir de esta época se inaugura el régimen burgués,
como producto de una trasnochada toma del poder por la burguesía.69 Estos autores
confunden el desarrollo capitalista de la segunda mitad del siglo XIX con el origen
del capitalismo chileno.

69
Hernán Ramírez N. Historia del Movimiento Obrero, Siglo XIX, pp. 76 y 77, Santiago, 1955, y José
Cademártori: La economía chilena, p. 60, Santiago, 1968.

296
Hemos demostrado en los volúmenes anteriores que el origen del capitalismo y de
los primeros núcleos burgueses se remonta a la Colonia. Este capitalismo incipiente,
que no era industrial sino productor de materias primas, se consolidó durante la
República al generalizarse en algunas áreas, como la minería, las relaciones sociales
de producción capitalista.
El hecho de que los terratenientes, asociados con los grandes comerciantes,
controlaran hasta 1860 el Poder Ejecutivo y Legislativo no invalida el carácter burgués
del Estado. Nadie podría calificar de “feudales” a los gobiernos de Prieto, Bulnes y Montt.
Estos gobiernos continuaron, bajo ropaje “conservador”, las líneas fundamentales
de desarrollo de la economía exportadora, planteadas por la burguesía criolla desde
que tomó el poder en 1810. En otras palabras, el Estado burgués en embrión, con las
peculiaridades de un país atrasado, existía desde 1810. Resulta por consiguiente falso
afirmar que la burguesía, luego de una lucha contra una supuesta aristocracia feudal,
tomó el poder recién en la segunda mitad del siglo pasado.
La pugna de las fracciones burguesas por el control de los ingresos fiscales,
del excedente económico y de las instituciones del Estado, llegó a desencadenar
enfrentamientos armados y guerras civiles. La política tributaria de los gobiernos
“pelucones”, en favor de los agricultores y en detrimento de la burguesía minera, y
la inversión de fondos fiscales en obras de infraestructura que beneficiaban a los
terratenientes, provocaron la reacción de la burguesía minera y el estallido de las
guerras civiles de 1851 y 1859.
El gobierno de Pérez surgió precisamente como una fórmula de conciliación entre
las fracciones de la clase dominante. Los presidentes liberales que le sucedieron
garantizaron tanto los intereses generales de los terratenientes como los de la burguesía
minera, comercial y financiera.
El ascenso de la burguesía minera al poder no produjo cambios sustanciales en
la política económica. Se continuó fomentando la economía de exportación y el
librecambio, reforzándose los lazos de dependencia respecto de la metrópolis. Los
gobiernos liberales no tomaron ninguna medida fundamental que afectara los intereses
económicos de los terratenientes. Por el contrario, mantuvieron los privilegios de
los latifundistas al ratificar la exención de derechos de exportación de trigo y otros
productos agropecuarios. Además, los terratenientes tuvieron el visto bueno de los
presidentes liberales para ampliar sus latifundios en el proceso de colonización de la
Araucanía, Llanquihue y Magallanes.
La ausencia del Partido Conservador en los Ministerios a partir de 1873 no significa
que los terratenientes hubieran sido desplazados totalmente del poder. Ha sido un
error de los investigadores estimar que los terratenientes eran solamente miembros
del Partido Conservador. En realidad, existían numerosos integrantes de la burguesía

297
agraria, como José Bunster y el propio presidente Federico Errázuriz, latifundista de
Colchagua, que eran militantes del Partido Liberal.
Las leyes de los gobiernos liberales sobre matrimonio civil, cementerios laicos,
ampliación del derecho a sufragio y otras libertades públicas, tuvieron un carácter
progresivo y significaron una modernización del Estado burgués; pero limitadas al
plano superestructural, político y religioso no produjeron cambios significativos en
la estructura social del país.
Los gobiernos liberales distribuyeron los ingresos fiscales en obras de infraestructura
que favorecieron tanto a los empresarios mineros como a los terratenientes. La política
tributaria favoreció a la burguesía en su conjunto porque no hubo impuestos directos
de importancia. Las obras públicas y los gastos del Estado fueron financiados en gran
medida por los ingresos fiscales que proporcionaban los derechos de exportación del
salitre.
La política monetaria de los gobiernos liberales, expresada en frecuentes devalua-
ciones y en la consiguiente aceleración del proceso inflacionista, beneficiaba tanto a los
terratenientes como a los mineros y financistas. La política económica librecambista de
los presidentes liberales favorecía también a los empresarios mineros y terratenientes.
El excedente económico y los crecientes ingresos fiscales, provenientes del salitre,
permitieron satisfacer los apetitos de los distintos sectores de la clase dominante.
Los gobiernos liberales modernizaron en parte el aparato del Estado burgués.
Promovieron reformas constitucionales que ampliaron las libertades públicas. Pro-
mulgaron el Código de Comercio en 1865 y el de Minería en 1875. Alentaron algunas
reformas en la enseñanza con el fin de crear nuevos cuadros técnicos y profesionales
para atender las necesidades de una burguesía minera y agraria en expansión. En la
enseñanza secundaria, a sugerencia de Barros Arana, se introdujeron planes de estudio
de la física, química y otras ciencias.
Se construyeron numerosas obras públicas para favorecer el desarrollo de la
economía de exportación. Las obras de infraestructura, como puentes, ferrocarriles,
telégrafo, caminos, canales de regadío, se levantaron en función de las necesidades de la
minería del Norte y de la producción agropecuaria de la zona central y sur. La economía
de exportación, promovida tanto por los liberales como por los conservadores, produjo
una relativa consolidación de la burguesía criolla, pero dialécticamente reforzó los
lazos de dependencia con las metrópolis.
Este proceso de expansión del capitalismo nacional exportador estaba limitado
por la dependencia respecto de las metrópolis europeas y por la incapacidad de la
burguesía criolla para acelerar el proceso de reproducción ampliada del capital. En lugar
de reinvertir el excedente económico en renovar el aparato productivo, lo dilapidó en
viajes y gastos suntuarios. En vez de reinvertir la renta minera y agraria para promover

298
el desarrollo de la industria nacional, la burguesía se llevó gran parte de los capitales a
Europa, invirtiéndolos allí en actividades especulativas. Esta fuga de capitales, difícil
de cuantificar, restó posibilidades al proceso de capitalización de país. En vez realizar
un plan de inversiones propias para una capitalización autosostenida de sus empresas,
las fracciones de la clase dominante prefirieron centrar sus esfuerzos en la pugna por
el reparto de las entradas fiscales, en la disputa por el control del aparato del Estado
para lograr una redistribución de los ingresos del Fisco en beneficio de sus estrechos
intereses de clase.
El proceso de acumulación de capital, que hasta 1880 era de carácter nacional,
experimentó un cambio significativo con la penetración del capital financiero extranjero
en los prolegómenos de la era imperialista. La inversión de capital foráneo en el salitre
durante la década de 1880-90 significó el inicio de la declinación de la burguesía minera.
Las riquezas nacionales comenzaron a pasar a manos de los empresarios extranjeros,
iniciándose el proceso de semicolonización de Chile y la progresiva desnacionalización
de sus riquezas. La derrota del proyecto político nacionalista del presidente Balmaceda
en la guerra civil de 1891 produjo un aceleramiento del proceso de conversión de Chile
en semicolonia inglesa.

299
capítulo iii.
El desarrollo económico

El desarrollo económico de Chile en el período 1861-1891 fue comparativamente supe-


rior al del 1831-61 porque no solamente aumentó la producción cuprífera y agropecuaria,
sino que las exportaciones alcanzaron niveles jamás obtenidos con la explotación
intensiva del salitre. En este período nacieron las primeras industrias manufactureras
y se desarrollaron las industrias fundidoras de cobre. Vastas zonas del Norte Grande,
de la Araucanía y de Magallanes fueron incorporadas a la producción, determinando
un cambio cualitativo en la geografía económica del país.

La producción minera
La explotación minera alcanzó en el período comprendido entre 1860 y 1890 cifras
nunca obtenidas hasta entonces en la historia de la minería nacional. Los ingresos
aduaneros percibidos por conceptos de derechos de exportación de la minería
experimentaron un aumento sin precedentes, como lo demuestra el siguiente cuadro:

1860 1880 1890


Exp. Mineras $ 18.893.600 $ 37.812.150 $ 60.930.717
Fuente: Dirección General de Contabilidad M. de Hacienda. Santiago, 1901.

Este cuadro muestra que el papel de la minería se acrecienta a partir del auge salitrero
de la década de 1880-1890. La caracterización de Chile como país preponderantemente
minero adquiere relevancia precisamente en este período, marcando con un sello
inconfundible las principales tendencias de la economía. El cobre y especialmente el
salitre fueron la base de esta época de apogeo de la minería nacional.
Salitre: La producción de salitre jugó un papel preponderante en el aumento expe-
rimentado por las exportaciones mineras. De unos 741.470 k. por valor de $20.262.000
exportado en 1878 se pasó a 1.026.298.129 k. por valor de $36.950.339 en 1890. El salitre
proporcionaba en 1890 más del 50 % de las entradas totales del fisco. El origen de la
propiedad salitrera, su influencia en el estallido de la Guerra del Pacífico y en la caída
de Balmaceda serán analizados más adelante.

301
Plata: Los Boletines de Estadística Comercial nos han permitido desglosar la
producción de plata declarada por los empresarios, cifra que está muy por debajo
de la real. La suma que hemos hecho de la producción de cada año, desde 1861 hasta
1891, arroja el siguiente resultado: 2.335.576 k. por valor de $99.366.563, a los cuales
hay que agregar $7.867.790 que el Boletín consigna como minerales de plata. Por su
parte, Alberto Herrmann ha calculado que la producción de plata, entre 1861 y 1891
fue de 3.426.014 kilos.70
El promedio anual de producción de plata superó los 77.800 k. alcanzando su
apogeo en 1885 con 155.616 k. La producción pudo mantener este nivel gracias al
descubrimiento de Caracoles en 1871 y a la explotación de las minas de plata de
Antofagasta y Tarapacá después de la Guerra del Pacífico.
La mina de Caracoles, abastecedora de la fundición de plata de Huanchaca, estaba
ubicada en Antofagasta, territorio boliviano en esa época. El mineral fue descubierto en
1871 por cateadores chilenos. Su explotación desencadenó una ola de especulaciones
que condujo a una fiebre bursátil sin precedentes. En ocho años, Caracoles produjo
250.000 k. de plata por valor de $ 31.053.000.
Hacia 1890, una de las fundiciones de plata más importantes era Peñablanca,
ubicada en la provincia de Antofagasta; tenía 45 hornos y 5 máquinas a vapor movidas
por 580 obreros. La conquista del Norte Grande permitió incorporar las ricas minas
de plata de Huantajaya, Santa Rosa y Challacollo.
Cobre: durante las décadas de 1860 y 1870, Chile se convirtió en el primer productor
mundial de cobre. Basados en los Boletines de Estadística Comercial hemos confec-
cionado el siguiente cuadro de exportación de cobre durante el período 1861-1891:

Ejes de cobre 547.097.291 k. por valor de $ 77.726.5 1 0


Cobre en Barra 871.083.037 k. por valor de $ 288.896.500
Minerales de cobre 290.155.129 k. por valor de $ 15.413.912
Estas cifras dan un total del 1.708.335.457 kilos. Herrmann estima en el libro ya
citado, p. 51 y 53, que la producción de cobre entre 1861 y 1891 fue de 1.222.839.758 kilos.
La industria fundidora de cobre ha sido una de las empresas más importantes
emprendidas por la burguesía criolla. Los hornos de Guayacán, Tongoy, Los Vilos,
Carrizal y Lirquén, financiados por capitales nacionales, fueron la muestra más
elocuente del desarrollo capitalista alcanzado por la minería chilena en el siglo pasado.
José Tomás Urmeneta fue el principal exponente de este período de esplendor de la
burguesía minera. Su empresa modelo fue la fundición de Guayacán, en Coquimbo.

70
Alberto Herrmann. La producción en Chile de los Metales y Minerales más importantes desde la
conquista hasta fines del año 1902, pp. 30 y 32, Santiago, 1903.

302
Hacia 1872, la fundición de Guayacán, alimentada con el cobre del cerro El Tamaya,
contaba con 35 hornos y 400 obreros. Después de la muerte de Urmeneta, este esta-
blecimiento pasó a manos de su hijo político Maximiliano Errázuriz, quien asociado
con Ramón Subercaseaux Vicuña formó una empresa con un capital superior a un
millón de pesos.
El período del apogeo del cobre fue de 1875 a 1880. A partir de este año comenzó la
declinación a raíz de la baja de los precios y de los nuevos competidores de Chile en el
mercado mundial. La burguesía criolla no fue capaz de renovar el aparato productivo,
que requería una inversión de nuevos capitales para la adquisición de modernos hornos
de soplete con combustible de coke que reemplazaran a los hornos de reverbero.
Los capitales chilenos se desplazaron de las explotaciones cupríferas a las salitreras.
Los trabajadores del cobre emigraron a la pampa. Desaparecieron numerosos centros
poblados de los alrededores de las minas de cobre y se levantaron los nuevos pueblos
mineros del salitre. En síntesis, la mayoría de los centros de explotación de cobre
entraron en crisis durante década de 1990-1890.
Carbón: La explotación de carbón, iniciada en la década de 1850 experimentó
un aumento significativo entre 1860 y 1890, como consecuencia del desarrollo de la
industria del cobre y de una mayor demanda interna. De 140.934 toneladas en 1857 se
pasó a 400.000 toneladas en 1882. Las inversiones de capitales hechas por Matías y
Luis Cousiño, Federico Schwager, Jorge Rojas y Guillermo Délano, modernizaron las
instalaciones y promovieron el surgimiento de un fuerte proletariado.
El inglés Juan Mackay relataba en 1860 la impresión que le había causado su primera
visita a Lota:
Su importancia no solo por sus ricos y extensos mantos de carbón, sino por sus nu-
merosas industrias, es tan grande que en pocas partes del mundo se encuentra en pie
otro establecimiento mejor. Sus numerosos hornos de fundición para cobre indican el
desarrollo que ha tomado allí esta industria; sus fábricas de ladrillo a fuego para hornos
de fundición, en que también se fabrican un sinnúmero de otros objetos, como ser:
cañerías para agua, objetos artísticos para decoraciones de casas, parques y jardines,
como ser: estatuas, figuras, jarrones, etc; su maestranza y fundición de hierro, donde
se hace toda clase de trabajos y se funde y construye la maquinaria que se emplea en
las minas; en fin, todo aquello constituye un adelanto y progreso que no se encuentra
en otro punto de este continente. A un inglés que llega de paso del viejo mundo se le
apodera por un momento la ilusión de haber sido transportado a un pedazo de su patria;
tal es el movimiento y actividad que por allí reina.71

71
Citado por Octavio Astorquiza: Lota, p. 32, Santiago, 1942.

303
Según el Censo de 1885, las compañías de carbón contaban con 58 máquinas a vapor
y 12 locomotoras de 473 caballos de fuerza.72 Los obreros trabajaban 11 horas diarias en
los 22 piques en explotación, ganando como promedio un poco más de un peso diario.
Hacia 1885 se había constituido un fuerte proletariado en el enclave carbonífero del
golfo de Arauco: más de 5.000 obreros trabajaban en las minas de Lota y Coronel, en
la extracción de carbón, fabricación de ladrillos y fundiciones de cobre.

La actividad agropecuaria
La mayoría de los historiadores sostiene que la agricultura entró en crisis al perder
los mercados de Australia y California en la década de 1850-60. El análisis concreto
del desarrollo agropecuario en la segunda mitad del siglo XIX demuestra que no hubo
tal crisis. Centenares de miles de hectáreas fueron incorporadas a la producción en la
zona de la Araucanía, dando lugar a la formación del nuevo granero de Malloco y a la
explotación industrial de la madera. La producción vitivinícola experimentó un salto
cualitativo. En la zona de Magallanes surgió la explotación masiva de ganado lanar.
Se generalizó la crianza de animales de raza en la zona central. Se amplió el mercado
interno para los productos agropecuarios a raíz de la conquista de la zona salitrera
y del desarrollo de las ciudades. Hubo un proceso creciente de mecanización en las
actividades agrarias y las relaciones sociales de producción fueron adquiriendo en
algunas áreas un carácter acusadamente capitalista.
El aumento de la producción agrícola en el período 1860-1890 no ha sido debi-
damente apreciado porque los investigadores, con la excepción de Sergio Sepúlveda,
han menospreciado las cifras de producción para el mercado interno. En el principal
rubro agrícola, el trigo, el aumento fue significativo en comparación con el período de
auge de las exportaciones a California y Australia. Mientras en la década 1850-60 la
producción de trigo apenas sobrepasaba el medio millón de quintales, a partir de 1870
“los altos niveles de producción son más o menos estables, generalmente superiores
a los 3.500.000 qq.m”. 73
El volumen de las exportaciones aumentó porque hubo un incremento sostenido
de la demanda europea. Inglaterra, especialmente, se constituyó en un mercado
permanente, absorbiendo más del 70% de la exportación agrícola chilena. El monto
en dinero de las exportaciones fue también superior al período precedente, a pesar de
la baja del precio del trigo en la cotización internacional. En la décacla de 1840-50 las
exportaciones agropecuarias no alcanzaron a los dos millones de pesos, cifra superada
holgadamente en el período 1860-90, como puede apreciarse en el siguiente cuadro:
72
Censo de 1885, compilado por la Oficina Central de Estadística, Tomo II, p. 495, Valparaíso, 1889.
73
Sergio Sepúlveda. El trigo chileno en el mercado mundial, p. 84, Santiago, 1959.

304
Exportaciones agropecuarias
1860 $ 4.751.652
1870 $ 8.281.406
1880 $ 11.663.015
1890 $ 13.135.896
Fuente: Dirección General de Contabilidad, Ministerio de Hacienda, Santiago, 1901.

Sergio Sepúlveda estima que el período de apogeo del trigo abarca de 1865 a 1900:
“En la primera parte del largo período del gran comercio, o sea desde 1865 a 1900, se
advierte un aumento extraordinario en las exportaciones. Nunca antes en la historia
comercial del trigo se había registrado un auge tan grande en los envíos al exterior, auge
que culmina en 1874 cuando se exportan más de 2 millones de quintales métricos”.74
El promedio anual de exportación de trigo en las décadas de 1870 y 1880 fue superior
al millón y medio de quintales.
El crecimiento de la producción agrícola para el mercado interno fue más relevante
aún que el aumento de las exportaciones. Los empresarios comenzaron a destinar parte
de su producción al mercado interno, que se había ensanchado a raíz del crecimiento
de las ciudades y de la demanda de las provincias salitreras. Los productos tuvieron
un mercado seguro en el Norte no solo en cantidad sino también en relación a valores
monetarios. La necesidad de abastecer la región minera y las ciudades del centro
hizo que las haciendas se dedicaran no solo a la producción de trigo, sino también al
desarrollo de la chacarería, frejoles, papas, frutas, mantequilla, etc. La incorporación
de nuevas zonas cultivables, como la Araucanía, permitió aumentar la producción
de cereales. Hacia 1890, la región sureña producía alrededor de 400.000 quintales
métricos.
No existen estadísticas completas sobre el total de la superficie cultivada. Después
de cotejar los datos de varios autores y fuentes de la época, estimamos que la superficie
cultivada en la década de 1880-90 bordeaba las 800.000 hectáreas.
La industria molinera mantuvo el ritmo de crecimiento, iniciado en la época de
los decenios, sobre bases inequívocamente capitalistas. Se introdujeron modernos
molinos que trabajaban con el sistema de cilindros. La concentración de capitales en
las empresas molineras fue eliminando los pequeños productores.
Entre los molinos de mayor envergadura que podemos citar de este período –dice Sergio
Sepúlveda– tenemos: los dos molinos de Correa y Beard en Melipilla, con capacidad
para 30.000 y 22.000 qq.m. por año; el de Silvester, en el bajo de la misma ciudad, que
elaboraba 14.000 qq.m. al año; el mismo industrial arrendaba el molino de Huechún de
8.000 qq.m. anuales; el molino de San Pedro en Rancagua de Agustín Salas y Cía.; el de
74
Ibid., p. 57.

305
Corinto en la región del Maule; los de Williamson Balfour Concepción, el de Purísima
de Valdés Hnos., los de González Soffia en Linderos y Llolleo; el de San Pedro y el de
Caldera de Schacht y Cía., y el Serrano, también en Melipilla.75
A esta lista hay que sumarle los modernos molinos de Bunster en Angol, Traiguén
y Collipulli.
1865 fue el año de mayor exportación de harina con 554.835 qq.m, más del doble
de lo exportado a los mercados de Australia y California. Después de 1870 se produjo
un descenso brusco de la exportación. Sin embargo, no se trataba de una crisis de
la industria molinera; la mayor parte de la producción empezaba a ser destinada
a abastecer la creciente demanda del mercado interno. Sepúlveda anota que la
elaboración de harina nacional ascendía en 1885 a 2.629.328 quintales de 46 kgs. y era
absorbida en su totalidad por el consumo interno”.76
La explotación de viñas experimentó, a partir de 1875, un cambio cualitativo con la
introducción de nuevas cepas. Luis Dorte señalaba en 1884: “Hay viñas alambradas que
nada tienen que envidiar a las de esta clase de Europa y California”.77 La producción
de la industria vitivinícola aumentó al doble en menos de una década: de 51.400.000
litros de vino en 1875 se pasó a 110.300.000 en 1883. Hacia 1890, abastecía totalmente
la demanda interna. Dos años después, se exportaban vinos por valor de 84.667 pesos.
La ganadería tuvo un apreciable avance en la segunda mitad del siglo pasado. El
número de vacunos subió de 586.073 cabezas en 1868 a 1.528.000 en 1875; los caballares
aumentaron de 196.446 en 1868 a 244.226 en 1875. En las décadas de 1880 y 1890
comenzó la explotación masiva de ganado lanar. Las 300 ovejas introducidas en 1875
por Reynard se multiplicaron rápidamente. En 1884 sumaban 40.000 y en 1893 más
de 400.000.
Se importaron numerosos animales de razas seleccionadas. Los banqueros y
mineros, como Agustín Edwards, que tenían fuertes inversiones en el campo, dieron
un renovado impulso a la explotación ganadera, importando caballos de raza y vacunos
del tipo Durham. Luis Correa señalaba que en la segunda mitad del siglo pasado “la
población ganadera creció en tal forma que una hacienda cualquiera podía reunir piños
de tres mil, cinco mil y diez mil vacas”.78
El proceso de mecanización del agro chileno, iniciado en la década de 1840, se
aceleró en el período 1860-90. Sin embargo, tuvo un desarrollo desigual. Mientras en
la mayoría de los predios se mantuvieron formas retrasadas de explotación, en otras

75
Ibid., p. 104.
76
Ibid., p. 104.
77
Luis Dorte. El porvenir en Chile, p. 233, Santiago, 1884.
78
Luis Correa V. Agricultura Chilena, Tomo I, p. 93, Santiago, 1938.

306
áreas de mejores perspectivas económicas la burguesía agraria invirtió capitales en la
importación de maquinaria moderna. Según Silvia Hernández:
Existió un sector de haciendas o mejor aún, de propietarios, cuyos predios experimentaron
cambios notables, sector que aparece fácilmente identificable porque sus nombres se
repiten entre importadores de ganado fino, en los compradores de maquinaria agrícola
y de semillas de nuevo cultivo, en personas que ensayan rotaciones. El grupo está
compuesto de ‘propietarios-empresarios capitalistas’. Sean mineros, comerciantes o
agricultores ricos, para los cuales es incluso un rasgo de prestigio el modernizarse… la
actividad conjunta o aislada de estos hacendados es la que produce uno de los cambios
más notables en el mundo rural: el aumento de las tierras regadas, impulsado por
las espléndidas condiciones del mercado exterior para productos agrícolas y por el
aumento de la población consumidora en el país. Esta será una de las transformaciones
perdurables de la agricultura chilena, junto con el aumento irreversible del valor de la
tierra, el alza de los cánones de arrendamiento y la subdivisión de la propiedad rural.
Las haciendas ‘modernas’, explotadas por estos propietarios significan una actitud
empresarial totalmente distinta: ellos no dudaban sobre el valor de las inversiones
agrícolas consideradas en un sentido semejante a las mineras o financieras y, luego,
actúan como empresarios capitalistas realizando primero obras básicas –canales y
bocatomas de regadío, labores de preparación de terrenos, compra de herramientas y
maquinarias de mayor rendimiento y duración, construcción de edificios, adquisición
de animales finos, plantación de frutales para obtener a la larga ganancias más elevadas
que los hacendados tradicionales.79
El número de trilladoras aumentó de 137 en 1868 a 973 en 1875. Según Teodoro
Schneider “en 1871 había ya en uso en el país 170 segadoras, 100 transplantadoras, 600
cultivadoras, rastas de fierro y arados perfeccionados y unas 300 máquinas de menor
importancia. En el solo año de 1874 se importaron máquinas para arnear 26, aventar
14, aprensar pasto 9, fabricar queso 2, fabricar mantequilla 2, limpiar trigo 81, picar
pasto 151, segar 89, vendimiar 27, destroncar 5”.80
Silvia Hernández señala:
Segadoras, trilladoras y sus herramientas complementarias, fueron los artículos ad-
quiridos en mayor número por los agricultores chilenos… Junto con ellas se adquiría
el locomóvil, máquina de vapor con rueda, que proporcionaba energía para mover la
trilladora y, cuando se usaba, la aventadora… Un implemento de enorme importancia que
puede considerarse paralelamente a la maquinaria, es el arado de fierro. Otras maquina-
rias, de menor importancia también formaron parte del carácter semiexperimental que
muchos agricultores dieron a sus empresas; junto a las destroncadoras, justificadas por
el proceso de incorporación de nuevas tierras al cultivo y por la deficiente preparación
79
Silvia Hernández. Transformaciones tecnológicas en la agricultura de Chile Central, Siglo XIX, p. 15,
CESO, Santiago, 1966.
80
Teodoro Schneider. La Agricultura en Chile en los últimos cincuenta años, p. 100, Santiago, 1904.

307
de las habilitadas anteriormente, aparecen bombas de agua de distintos mecanismos,
prensas, molinos, picadoras de pasto, enfardadoras, artículos que hablan por sí mismos
del aparecimiento de las empastadas artificiales y del vuelco de la ganadería a nuevas
formas, de la relativa industrialización de algunos sectores de la producción agrícola
como la lechería, vitivinicultura y molinería, y de la mayor presión sobre los recursos
que aparece en algunos predios a raíz de la inversión de capitales.81
La necesidad de repuestos y de reparación de estas maquinarias promovió la
creación de industrias salitreras relacionadas con la mecanización del campo. En 1870
había 8 talleres destinados a la construcción de herramientas y maquinarias agrícolas,
entre los cuales se destacaban las maestranzas de Morrison, Balfour, Lyon, Klein y
Lever y Murphy. Para satisfacer la necesidad de técnicos se crearon en diciembre de
1882 Escuelas prácticas agrícolas en Concepción, Chillán, Talca, San Fernando y Elqui,
las cuales reforzaron la labor de la Escuela de Agricultura de Quinta Normal.

Protoindustrialización: génesis de la manufactura


Existen dos tesis fundamentales acerca del desarrollo industrial de Chile en el siglo
XIX. Una sostiene que la política proteccionista de los gobiernos de los decenios facilitó
el surgimiento de la industria nacional en el período 1830-60. Esta tesis, sustentada por
la corriente historiográfica “portaliana”, señala además que la política librecambista
de los gobernantes de la “República Liberal” condujo al estancamiento industrial.
Estos argumentos son falsos porque no hubo ninguna ley de protección a la industria
nacional entre 1830 y 1860, como lo hemos demostrado en el volumen III; la mayoría de
las denominadas “industrias” surgieron después de 1860. Los gobiernos “portalianos”
de Prieto, Bulnes y Montt fueron tan librecambistas como los de la República Liberal.
La otra tesis, sustentada por los autores filo-balmacedistas, afirma que la industria
chilena surgió gracias a la política nacionalista de Balmaceda. Un estudio riguroso de
las fechas de fundación de las industrias demuestra que las más importantes surgieron
antes del gobierno de Balmaceda. La fecha de fundación de las principales fundiciones
fue la siguiente: Balfour, Lyon y Cía. (1846), Klein (1851), Lever, Murphy y Cía. (1860),
San Miguel (1870), Libertad (1877). Las fábricas textiles de Bellavista Tomé y El Salto
se crearon en 1865 y 1870, respectivamente. Durante las décadas de 1860 y 1870 se
fundaron las principales fábricas de cerveza, galletas, fideos, imprentas, mueblería, etc.
Durante la Guerra del Pacífico hubo un relativo desarrollo de la industria relacionada
con las necesidades de abastecimiento del ejército: vestuario, calzado, mochilas, carpas,
talabarterías, carrocerías y fundiciones. Al demostrar que las industrias principales
se crearon antes del gobierno de Balmaceda no pretendemos minimizar el desarrollo
81
Silvia Hernández, op. cit., pp. 28 a 30.

308
que ellas tuvieron bajo dicha administración, período en el cual los vastos planes de
obras públicas coadyudaron al crecimiento de ciertas industrias y talleres artesanales.
A nuestro juicio, Chile no experimentó en la segunda mitad del siglo pasado un
efectivo proceso de industrialización conducente a la sustitución de importaciones.
En 1881, se importaba por valor de 39.131.122 pesos, de los cuales $21.924.000 estaban
destinados a la adquisición de productos manufacturados: algodones ($8.301.474),
tejidos de lana ($3.244.649). En todo caso, puede hablarse de protoindustrialización.
Los autores que han magnificado los avances manufactureros de Chile en el siglo
XIX no han diferenciado entre desarrollo artesanal y desarrollo industrial. Entre 1860
y 1890 surgieron las primeras industrias manufactureras y se consolidó la industria
gremial del artesanado. Este proceso fue condicionado por el crecimiento de las
ciudades y por la necesidad de reparar la maquinaria utilizada en la minería y la
agricultura mecanizada, en el transporte y los ferrocarriles.
Las principales industrias se levantaron en función de las necesidades de herra-
mientas y repuestos que tenían los mineros y hacendados. Es decir, era una industria
que estaba al servicio de las empresas exportadoras de materias primas. No por casua-
lidad las industrias más destacadas eran las fundiciones y maestranzas de la reparación
de maquinarias para el agro, las minas y el transporte.
Un análisis detallado de las principales fábricas demuestra esta aseveración. La
industria metalúrgica de Lever y Murphy fabricaba herramientas para la minería,
puentes, calderas para buques y cachuchos ( recipientes para la elaboración del salitre).
Desde su creación hasta 1891 construyó “dieciocho locomotoras para los FF.CC. del
Estado”.82 En sus dos establecimientos de Valparaíso trabajaban cerca de 700 obreros
en 1890.
La fundición Balfour, Lyon y Cía. producía herramientas para la minería y la
agricultura. Empleaba unos 300 obreros. La carrocería Bower, Hardie y Cía. fabricaba
carros para el transporte de cobre y salitre, además de carretas y carretones elaboradas
por 180 obreros. La fundición Klein construía molinos para los agricultores, arados y
máquinas trilladoras, dando ocupación a 200 operarios. La burguesía agraria saludaba
en 1878 la ampliación de la fundición Klein:
Entre las fábricas relacionadas íntimamente con la agricultura, ninguna ejerce mayor
influencia para su desarrollo y prosperidad que los establecimientos dedicados a fabricar
máquinas, instrumentos y demás aparatos que se emplean en la labranza del suelo, en
la recolección de las cosechas y en el aprovechamiento o elaboración de los productos
agrícolas.83

82
J. Pérez Canto. La industria nacional, p. 1, Santiago, 1891.
83
Sociedad Nac. de Agricultura: Boletín Nº 9, p. 229, abril 1878.

309
Las otras fundiciones, como Libertad y San Miguel, también fabricaban o reparaban
herramientas relacionadas con la minería y la agricultura: arados, turbinas, engranajes,
poleas y repuestos para los ferrocarriles. Otras empresas que pueden caracterizarse
como industrias de significación fueron la Refinería de Azúcar de Viña de Mar, las
fábricas de cerveza de Adwanter de Ebner, que empleaban 300 obreros, y de Gubler
y Cousiño, en la que trabajaban 400 obreros; y las fábricas de tejidos de lana El
Salto y Bellavista Tomé. Esta última creada por Guillermo Délano con maquinaria
norteamericana, elaboraba paños, franelas, colchas y mantas. En 1870 daba ocupación
a “165 personas entre hombres, mujeres y niños”.84
El resto de las empresas eran talleres artesanales dedicados a la producción de
artículos alimenticios perecibles, como fábricas de galletas, pan, fideos, salchichas,
chocolates, etc. Otros talleres se ocupaban del rubro vestimenta (sastrería y fábrica de
camisas, zapatería, imprenta, carpintería, mueblerías, fábricas de carruajes, de tejas y
ladrillos). Las curtidurías más importantes, como la Sociedad Industrial de Valdivia y
la de Etchepare y Etchegaray, producían excelentes suelas pero no elaboraban zapatos.
En 1887, Espech comentaba: “Exportamos cueros y suelas y como contrasentido
importamos calzado del extranjero cuando las suelas de Valdivia figuran entre las
mejores del mundo”.85
La mayoría de los dueños de estas primeras industrias y de los talleres artesanales
más importantes eran extranjeros residentes en Chile.86 Su actividad no correspondía
a un plan de inversión de capital foráneo.
Una de las pocas industrias de propiedad de chilenos fue la Refinería de Azúcar de
Viña del Mar, cuyo principal accionista era José Besa. Ricardo Lagos señala que “es casi
imposible hallar un empresario realmente chileno durante este período”.87 Este autor
sostiene, por otra parte, que uno de los indicadores de cierto crecimiento industrial
sería el aumento de la importación de materias primas destinadas a la manufactura.
Otro indicador sería el aumento de la importación de maquinaria, aunque resulta
difícil desglosar las partidas destinadas a la industria de las destinadas a la agricultura,
minería y transporte.
Ninguno de los gobiernos, salvo el de Balmaceda, planteó una política proteccionista
para la industria. La burguesía criolla, ligada por su economía de exportación a las
metrópolis y comprometida con éstas a no poner trabas a la introducción de artículos
manufacturados, no promovió medidas proteccionistas para el desarrollo de una

84
Recaredo Tornero. Chile Ilustrado, p. 339, Valparaíso, 1872.
85
Roman Espech. La Industria Fabril en Chile, p. 18, Santiago, 1887.
86
Álvaro Góngora E. “Políticas Económicas y Desarrollo Industrial en Chile hacia 1870-1900”, en
Dimensión Histórica de Chile, Nº 1, p. 29, Santiago, 1966.
87
Ricardo Lagos. La industria en Chile, p. 29, Santiago, 1966.

310
industria nacional. El librecambista Zorobabel Rodríguez “llegaba hasta el extremo de
oponerse a la protección de la modesta industria de fósforos en 1879”.88
Vicuña Mackenna se lamentaba en 1878 de la falta de una política proteccionista:
El industrial europeo convierte nuestra materia prima barata y burda por un simple
procedimiento mecánico, con la substancia costosa y elaborada que nos vuelve
recargarda con triple precio del extranjero. Y esto sin contar el precio de la quíntupla
utilidad del productor, del exportador, del comisionista y del mercader al menudeo, que
nos ha traído cada año un millón de paños y frazadas, bayetas y franelas labradas con
nuestras lanas lavadas en los laboratorios de Manchester, con nuestro propio quillay…
¿Por qué si tenemos establecidas y funcionando fábricas de paño, no se las encargaba
del vestuario del ejército, del de los establecimientos del Estado, de las frazadas siquiera
de los asilos? ¿Por qué si tenemos curtidurías se encarga a Europa el calzado de la tropa
y hasta las sillas y los arreos?… ¿Por qué si tenemos fundiciones nacionales como las
hubo en Valparaíso, hace ocho o diez años, gravamos la materia prima, que es el fierro
en lingotes, y abrimos el mercado libre al fierro manufacturado, a las simples planchas
agujereadas de las calderas que han arruinado la industria de los caldereros?… ¿Por qué,
por fin, cuando el malogrado industrial, don Juan Enrique Ramírez, comenzó a poner
las vigas y tijerales de su fábrica de sacos de Puruntun se rebajó el derecho de los sacos
extranjeros de 25 a 15 por ciento, y se ordenó valorizar la pieza a razón de 21 centavos
en lugar de 34 centavos que ese artículo antes tenía? En 1876 importamos cerca de
medio millón ($ 471.244) en sacos vacíos, y cinco años antes habíamos dejado morir
de inanición y casi de hostilidad la fábrica de Sacos del Artificio, trasladada enseguida
como un enfermo moribundo a Valparaíso.89
Un escritor chileno criticaba en 1876 las tarifas aduaneras y las trabas al desarrollo
de la industria nacional:
Estas tarifas han sido fijadas para estimular nada más que el consumo, como si las
naciones se compusieran tan solo de consumidores y no fuera de su producción el
sustentáculo de esos consumos. El fierro en bruto o sin trabajar está fuertemente
gravado, en tanto que es libre la maquinaria y herramientas que con él se elaboran, lo
que equivale a decretar una prima para el fabricante europeo y una prohibición para el
país… La tarifa de aduanas hace imposible todo ensayo en favor de una industria fabril
nacional, puesto que no solo liberaliza exageradamente los derechos sobre el extranjero,
sino que grava las materias primas transformables.90

88
Cristian Zegers A. “Historia Política del Gobierno de Aníbal Pinto”, Revista Historia, Nº 6, p. 96,
Santiago, 1967.
89
Artículo de Benjamín Vicuña Mackenna, publicado por El Ferrocarril con el título “Terra Ignota”,
feb-abril 1878.
90
Citado por Aníbal Pinto: Chile, un caso de desarrollo frustrado, p. 41, 2ª edición, Santiago, 1962.

311
El Memorándum elevado al gobierno en 1878 por los obreros de la firma Lever,
Murphy y Cía, criticaba, asimismo, la ausencia de una política proteccionista:
Hasta el presente todas las obras públicas contratadas por capitalistas extranjeros no han
dado protección a los establecimientos industriales y gracias a la liberalidad con que se los
exonera del pago de derechos, hace casi imposible la planteación de diversas industrias.
Solo con el apoyo directo del gobierno podría abrirse camino la industria nacional.91
Algunos industriales hicieron también críticas a la política librecambista. Ricardo
Segundo Lever manifestó en una entrevista efectuada en 1891: “Si el gobierno solo
protege con un 10% a la industria nacional, se hace siempre imposible la competencia
con la industria extranjera”.92 Otro empresario, el señor Hardie, manifestaba: “El
impuesto de internación y la Tarifa de avalúos no consultan los intereses de la industria.
El impuesto actual grava con un 25% la introducción de la generalidad de las materias
primas que empleamos en la fabricación de carros y solo con 15% la introducción del
carro completo. Este error manifiesto mata a la industria nacional”.93
La Sociedad de Fomento Fabril, creada el 7 de octubre de 1883, asumió una actitud
negligente frente a la política librecambista. El primer número de su boletín, señalaba:
“Hemos oído condenar la escuela librecambista con más vigor que razonamientos, así
como defender calurosamante el proteccionismo con más teorías que hechos prácticos.
Nosotros no nos creemos en el deber de entrar a sostener ni una ni otra escuela”.94
La Sociedad de Fomento Fabril fue impulsada por los empresarios agrícolas a través
de la Sociedad Nacional de Agricultura, hecho que demuestra la falsedad de la tesis que
ha pretendido ubicar a los industriales en pugna permanente con los terratenientes.
Los documentos de la época prueban que la Sociedad de Fomento Fabril fue creada
con el patrocinio directo de los latifundistas. El 13 de septiembre de 1884, el Ministro
de Hacienda, Pedro Lucio Cuadra, se dirigía al Presidente de la Sociedad Nacional de
Agricultura, adjuntándose un trabajo de Espech sobre la industria:
El objeto principal que tiene en vista este Ministerio al remitir a Ud. dicho trabajo es
buscar su cooperación ya probada en todas las ocasiones en que el gobierno ha apelado
al concurso de sus ilustrados miembros, para que promueva la organización de una
asociación de Fomento Fabril… La alianza estrecha que existe entre la agricultura y
la industria fabril, siendo ésta por lo general la elaboradora y trasformadora de los
productos de aquélla, hace creer que proponiendo ambas a un propósito casi común se
prestarán auxilio mutuo.95

91
Ibid., p. 42.
92
J. Pérez Canto, op. cit., p. 7.
93
Sociedad de Fomento Fabril: Boletín Nº 1, p. 1, 5/enero/1884.
94
Ibid., Boletín Nº 1, p. 1.
95
Ibid., Boletín Nº 1, p. 5.

312
En las actas de fundación de la Sociedad de Fomento Fabril se dejaba constancia de
lo siguiente: “El señor Larraín hizo dar lectura a la nota Nº 6.183 del 13 de septiembre
de 1883, por la cual el Supremo gobierno encomienda a los agricultores la creación de
la Sociedad de Fomento Fabril”.96 Los terratenientes estaban interesados en respaldar
aquellas industrias relacionadas con la reparación de la maquinaria agrícola y con el
consumo de materia prima del campo.
En síntesis, durante el período 1860-1890 se produjo un fenómeno de protoin-
dustrialización y un incremento de talleres artesanales, proceso que dio lugar a la
formación de una burguesía industrial embrionaria, de los primeros núcleos del
proletariado industrial y de vastos sectores medios representados por los dueños de
los talleres artesanales.

El comercio de exportación e importación


El volumen de las exportaciones aumentó en forma significativa durante la segunda
mitad del siglo XIX, expresando un desarrollo superior al de la época de los gobiernos
de los decenios, como puede apreciarse en el siguiente cuadro:

Minería Prod.agropecuarios Total


1844 $ 3.618.987 $ 897.025 $ 4.516.012
1860 $ 18.893.600 $ 4.751.652 $ 23.645.252
1890 $ 60.930.717 $ 6.206.771 $ 67.127.488
Fuente: Direc. Gral. de Contabilidad, M. de Hacienda, 1901.

La preponderancia de la minería respecto de agricultura se acentuó en la segunda


mitad del siglo XIX con el auge de la producción de cobre y salitre.
En este período se consolidó la dependencia de Chile respecto de Inglaterra. Hacia
1890, Inglaterra absorbía más del 70% de las exportaciones chilenas y cubría el 45% de
nuestras importaciones. El resto era cubierto por Francia, Alemania y Estados Unidos.
Los principales mercados latinoamericanos de Chile eran Perú, Bolivia y Argentina.
Según Daniel Martner, el intercambio de productos con el extranjero, en relación a los
principales países, “se componía en 1890 del siguiente modo, expresados los valores
en pesos de 38 peniques”.97

96
Ibid., p. 5.
97
Daniel Martner. Historia de Chile. Historia Económica, pp. 436-437, Santiago, 1929.

313
Exportaciones Importación
Gran Bretaña $ 46.035.857 $ 29.479.099
Alemania $ 6.356.470 $ 15.680.331
Estados Unidos $ 8.540.075 $ 2.292.645
Francia $ 2.324.455 $ 6.845.293
Perú $ 2.164.725 $ 2.292.645
Argentina $ 35.808 $ 4.435.270
Las grandes casas importadoras de Valparaíso, Santiago y otras ciudades eran en su
mayoría inglesas. Se encargaban no solo de importar artículos manufacturados sino
también de comercializar nuestros productos de exportación.
Las estadísticas elaboradas por el Instituto de Economía de la Universidad de
Chile han permitido confeccionar el siguiente cuadro de importaciones, en millones
de pesos de 18 peniques.98

Año Bienes de consumo Materias primas Maquinaria


1870 53,4 2,7 7,5
1890 87,1 20,4 25
Las listas de productos importados muestran una clara tendencia al aumento
de las compras de bienes de consumo, esencialmente vestimenta, a raíz de las nece-
sidades de abastecimiento de las ciudades chilenas en crecimiento. El aumento en la
importación del rubro maquinarias, que se aprecia en el cuadro, podría inducir a creer
que se trata de maquinarias para la industria ligera. En realidad en su gran mayoría era
maquinaria destinada a las empresas mineras y agropecuarias, a la mecanización de la
economía primaria exportadora. El aumento en las adquisiciones de materias primas
fue el resultado de una mayor demanda de insumos para los talleres artesanales y las
industrias.
En síntesis, el análisis del comercio de exportación e importación muestra de
manera inequívoca el carácter ya dependiente de nuestro país en el siglo XIX: vendedor
de materias primas básicas y comprador de artículos manufacturados.

Los ingresos fiscales


Las entradas fiscales estaban constituidas fundamentalmente por los ingresos
aduaneros provenientes de los derechos de exportación e importación. Los diferentes
sectores de la burguesía no pagaban impuestos directos de significación. Los
terratenientes burlaban la contribución territorial y saboteaban un real avalúo de sus
propiedades.
98
Ricardo Lagos. La industria en Chile, p. 25, Santiago, 1966.

314
Los ingresos del Fisco experimentaron un significativo incremento en la segunda
mitad del siglo pasado, como lo demuestra el siguiente cuadro:
1860 1880 1890
Ingresos Fiscales $ 362.155 $ 28.410.417 $ 58.583.596
Fuente: Evaristo Molina: Bosquejo de la Hacienda Publica de Chile, Santiago, 1898.

En 1860 el peso valía 44 peniques; en 1880: 30 peniques, y en 1890: 24 peniques.


A partir de 1880, los gastos fiscales fueron financiados en gran medida por las
entradas provenientes de los derechos de exportación del salitre. En 1890, el salitre y
el yodo proporcionaban el 52% de las entradas del Estado.
Este aumento de los ingresos permitió desarrollar un vasto plan de obras de
infraestructura. Nuevas vías férreas facilitaron la colonización de la Araucanía. En
1876 llegaba la primera locomotora a Angol y diez años depués la línea férrea alcanzaba
a Collipulli. La construcción del viaducto de Malleco en 1890 y nuevos ramales
ferroviarios en la provincia de Cautín garantizaron el traslado de los productos del
nuevo granero de Chile. Según el estudio de Santiago Marín, a fines del siglo pasado
había 1.654 km. de vías férreas estatales, concentradas en la zona centro-sur y 2.317
km. de vías construidas por los particulares en la región norte.99

La marina mercante
La mayoría de los historiadores sostiene que la desnacionalización de la Marina
Mercante comienza con el advenimiento de la “República Liberal”. A nuestro juicio,
este proceso se inicia dos décadas antes, en pleno período “portaliano”. Los gobiernos
de los decenios no tuvieron una real política de fomento de la Marina Mercante. Las
leyes, aparentemente proteccionistas, dictadas entre 1830 y 1840, quedaron en el papel
porque no hubo inversión de capital por parte del Estado o de particulares chilenos en
la adquisición de barcos mercantes.
La burguesía presionó sobre los gobiernos para que se derogara el derecho exclusivo
que tenían los chilenos en el comercio de cabotaje. Los extranjeros burlaban esta
disposición registrando sus barcos con bandera chilena, operación que realizaban
“asociándose” con criollos que hacían las veces de testaferros. El elevado número de
barcos con bandera chilena, existente antes de la Ordenanza de Aduanas de 1864 y
las leyes “proteccionistas” de la década de 1830-40, han inducido a ciertos autores
a calificar de “nacionalista” la política de Prieto, Bulnes y Montt, sobrevalorando el
desarrollo de la Marina Mercante durante la época de los decenios.

99
Santiago Marín V. Estudio de los Ferrocarriles chilenos, p. 21, Santiago, 1900.

315
En el volumen III hemos demostrado que la mayoría de los barcos solo tenían de
chileno la bandera y que las cláusulas proteccionistas de la ley de 1836 fueron derogadas
por el derecho de 1848, que eliminó los derechos exclusivos que tenían los armadores
de barcos chilenos por la ley del 4 de septiembre de 1849, que autorizó el comercio de
cabotaje a los buques extranjeros y por la Ordenanza de Aduanas del 23 de agosto de
1851 que estaba reservado solamente para los buques chilenos. Nuevas disposiciones
dictadas por el gobierno de Montt en 1855, 1857 y 1859 otorgaron mayores facilidades a
los barcos extranjeros. Los decretos mencionados muestran de manera inequívoca que
antes de la promulgación de la Ordenanza de Aduanas de 1864 habían sido abolidas
todas las leyes favorables al desarrollo de la Marina Mercante Nacional.
Es falso, por consiguiente, afirmar que la desnacionalización de nuestra Marina
Mercante comenzó con la República liberal a través de la Ordenanza de Aduanas de
1864, auspiciada por el economista francés Courcelle Seneuil. Antes de su llegada, la
burguesía criolla aplicaba la política librecambista en todas las áreas de la economía,
incluyendo a la Marina Mercante.
La Ordenanza de Aduanas de 1864 no hizo más que ratificar decretos anteriores,
como la liquidación del privilegio del comercio de cabotaje para los barcos chilenos.
El artículo 16 de dicha ordenanza establecía: “El comercio entre uno y otro puerto de
la República podrá hacerse por toda clase de buques”.100
La Ley de Navegación de 1878, inspirada en la concepción librecambista, favoreció
abiertamente a los extranjeros que utilizaban bandera chilena en sus barcos.
La Guerra del Pacífico permitió un relativo aumento del número de buques con
bandera chilena, aunque muchos de ellos no eran de capitalistas nacionales. Las
necesidades de abastecimientos de productos agrícolas que tenía el Ejército y las
ciudades de las nuevas zonas conquistadas de Tarapacá y Antofagasta incrementaron
el comercio de cabotaje:
Numerosos armadores y comerciantes establecidos en Chile –sostiene Claudio Véliz–
adquirieron cuanto barco pudieron conseguir para utilizarlo en este tráfico y esto se
reflejó inmediatamente en las cifras de tonelaje que ascendieron rápidamente, luego de
un breve retroceso, debido a los cambios de bandera que siguieron a la declaratoria de
guerra. Entre 1880 –el segundo año de la guerra civil– y 1883, cuando terminó el conflicto,
el tonelaje matriculado en Chile se quintuplicará. En la primera fecha ascendía a 10.618
toneladas; en 1883, alcanzaba a 53.071 toneladas. De ese total, más del 90% estaba
destinado al tipo de cabotaje descrito más arriba… El auge del comercio de cabotaje con
las provincias del extremo norte continuó durante un año después de haberse puesto fin
a las hostilidades, pero a partir de 1884-85, el tonelaje de bandera chilena dedicado a este
tipo de transporte descendió vertiginosamente hasta que en 1898 llega al bajísimo nivel

100
Ricardo Anguita. Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1912, tomo II, p. 171, Santiago, 1912.

316
de 20.000 toneladas, donde se mantuvo por el resto del siglo… Desde 1892 en adelante,
en la ausencia de incentivos y sin posibilidades concretas de expansión futura, la marina
mercante de Chile disminuye absoluta y relativamente su tonelaje y no experimenta
recuperación importante alguna hasta mediados de la primera década del siglo veinte.101
Una de las escasas empresas navieras del país, la Compañía Sudamericana de
Vapores, creada en 1872 a raíz de la fusión de la Compañía Chilena de Vapores y la
Compañía Nacional de Vapores, fue desplazada rápidamente por la competencia de
la poderosa empresa inglesa Pacific Steam Navigation Company, que controlaba el
comercio del Pacífico.
Félix Vicuña señalaba en 1887 en un artículo publicado por la Revista Económica:
Nuestra marina mercante está hoy representada por una compañía de vapores, unos
cuantos vapores más de uso de industrias particulares y, si merecen contarse, unos
pocos buques viejos… Las naves extranjeras que llegan a nuestros puertos para cargar
nuestros productos de exportación hacen también ruda competencia a nuestros buques
de vela en el cabotaje, estableciéndose una lucha desigual… Según la última memoria de
marina, presentada por el ministro del ramo, nuestra marina se componía el año anterior
(1884) de 173 naves: 35 vapores y 138 buques de vela con 18.725 toneladas métricas las
primeras y 58.759 las segundas.102
Vicuña terminaba su artículo planteando la necesidad de fortalecer nuestra marina
mercante nacional mediante el restablecimiento del antiguo privilegio de reservar
exclusivamente para los barcos chilenos el comercio de cabotaje.
La burguesía criolla, en lugar de realizar inversiones en la adquisición de barcos
para el transporte de la producción salitrera y cuprífera y el traslado de los productos
agrícolas de la zona centro-sur a las provincias nortinas, prefirió seguir utilizando los
buques extranjeros, con lo cual frustró las posibilidades de desarrollo de la Marina
Mercante Nacional.

El sistema bancario
El sistema bancario, impuesto en Chile en la segunda mitad del siglo XIX, fue la
expresión en el plano de las finanzas de la política del liberalismo económico. Con la
promulgación de la ley de Bancos de 1860, el Estado dejó en manos de los particulares
la libre emisión de moneda. Salvo la oposición de Pedro F. Vicuña, que planteaba la
creación de un Banco Nacional, todos los sectores de la burguesía estuvieron de acuerdo
en promover un sistema bancario de corte típicamente liberal. La Comisión de Hacienda
101
Claudio Véliz. Historia de la Marina Mercante de Chile, pp. 229-231, Santiago, 1961.
102
Pedro Félix Vicuña. “De la protección de la Marina Mercante Nacional”, en Revista Económica, Nº 5
y 6 de junio 1887.

317
de la Cámara de Diputados manifestaba en el preámbulo del proyecto de Ley de Bancos:
“La libertad absoluta en materia de Bancos es el mejor sistema y el más fecundo”.103
La única limitación establecida por dicha ley era la siguiente: las emisiones no
podían sobrepasar el 150% del capital efectivo o pagado. No señalaba una reserva en
relación con los depósitos, no limitaba los préstamos a los directores ni establecía una
clara fiscalización por parte del Estado. Ramón Santelices, que era partidario de esta
política económica liberal, señalaba que la ley de Bancos de 1860 era atacada “porque
no exigió garantía para las emisiones a la vista y al portador, porque autorizando la
emisión de billetes no fijó el mínimo de reserva metálica para atender el reembolso
de esas emisiones, que no puso límite al monto de los préstamos que los directores de
una institución podrían acordarse a sí mismos”.104
Los Bancos discriminaban las líneas de crédito en función de los intereses espe-
cíficos de los sectores burgueses que representaban. Bancos de Edwards y de Ossa
trabajaban en relación directa con la minería.
El Banco de Valparaíso, uno de los más importantes después de su fusión con el
Sudamericano, estaba ligado al comercio, a la agricultura y, posteriormente, a las
actividades salitreras otorgando créditos a North y otros ingleses para la compra de
certificados salitreros. Los terratenientes promovieron la creación de los Bancos de
Melipilla, San Fernando, Curicó, Talca y Ñuble. Bunster creó su propio banco en la zona
colonizada de la Frontera. La burguesía minera chilena en su período de expansión
salitrera hizo fuertes inversiones en el Banco Nacional de Bolivia, el que a su vez
realizaba operaciones de conjunto con el Banco de Valparaíso.
A partir de la década de 1880-90, los capitalistas extranjeros comenzaron a tener
una creciente injerencia en los Bancos y en las Sociedades Anónimas. North fundó
“The Bank of Tarapacá and London” con un capital de un millón de libras esterlinas.
Los capitales suscritos por los Bancos subieron, como el de Valparaíso, de $ 1.312.500
en 1860 a $ 1.400.000 en 1891 y el Banco Nacional de $ 2.395.000 en 1860 a $ 24.000.000
en 1891.
El desarrollo de las Sociedades Anónimas refleja en gran medida las áreas de
inversión de capitales en la segunda mitad del siglo pasado. Mientras las Sociedades
Anónimas agrícolas se mantuvieron estancadas en once millones de pesos, las rela-
cionadas con la minería crecieron entre 1880 y 1890 de $ 35.530.000 a 60.979.000. En
esta misma década las Sociedades Anónimas financieras se duplicaron y el transporte
y comunicaciones aumentaron de $ 22.810.000 a 29.493.000.105

103
Guillermo Subercaseaux. El sistema monetario y la organización bancaria de Chile, p. 132, Santiago,
1920.
104
Ramón Santelices. Los bancos chilenos, p. 131, Santiago, 1893.
105
Luis Escobar Cerda. El mercado de Valores, p. 52, Santiago, 1959.

318
Los presidentes liberales favorecieron a los bancos prestándoles parte de los fondos
fiscales a un 2% de interés, capitales que los bancos utilizaban para hacer préstamos
a los particulares a un 8 ó 9% de interés. Los bancos –decía el ministro Ibáñez– “no
hacen sino cambiar la corriente natural de nuestros capitales, que en vez de dedicarse a
fomentar la industria nacional en sus múltiples manifestaciones, siguen por el sendero
de la usura y de las especulaciones de poco o ningún trabajo”.106

El inicio del proceso inflacionista


El proceso inflacionista, iniciado en Chile en la década de 1870-80, se expresó en
una sostenida caída del peso: de 45 peniques en 1870 a 24 peniques en 1890.
Algunos autores han señalado como causa principal de la crisis monetaria chilena
la depreciación de la plata en el mercado mundial y la adopción del patrón oro por los
países metropolitanos. A nuestro juicio, la incapacidad de la burguesía criolla para
renovar el aparato productivo, la baja de los precios del cobre, plata, trigo y salitre,
el acelerado crecimiento de la deuda externa y la penetración del capital financiero
extranjero fueron los principales factores que aceleraron el proceso inflacionista.
Para contrarrestar los efectos de la baja de precios en el mercado mundial, la
burguesía exportadora recurrió al expediente más fácil: presionar al gobierno para
devaluar el peso. Las libras esterlinas recibidas por la burguesía en pago de sus
exportaciones se valorizaban más que en el pasado al ser convertidas en moneda
chilena devaluada.
El aumento de los gastos fiscales y, fundamentalmente, la necesidad de atender la
creciente deuda externa, presionaron fuertemente a los gobiernos para emprender el
camino sin retorno de la depreciación monetaria.
Los bancos prepararon las condiciones para provocar la devaluación oficial, al verse
obligado el gobierno de Pinto a contratar un empréstito: “Nueve bancos accedieron
a dar en préstamo al gobierno $ 2.525.000 por dos años, a un interés de 9% actual,
con el privilegio de emitir hasta $ 10.100.000 en billetes por el término de 10 años”.107
El proceso que condujo a la inconvertibilidad de los billetes de bancos ha sido
analizado por Daniel Martner en los siguientes términos:
El desequilibrio de la balanza comercial y económica trajo como consecuencia una
crisis monetaria en el país, pues empezó a exportarse el oro y la plata amonedada en
grande escala. Fue escaseando más y más la moneda metálica y subiendo de valor; y se
producía una situación que se presentaba para ser aprovechada por los especuladores.
106
Citado por Julio César Jobet: Ensayo Crítico del desarrollo económico y social de Chile, p. 82, Santiago,
1955.
107
Frank Fetter. La inflación monetaria en Chile, p. 31, Santiago, 1937.

319
La estabilidad del régimen de conservación del billete en valores metálicos era un
problema que hacía cavilar y que despertaba en muchos un justo temor. Los apremios
habían llevado al gobierno a pedir auxilio a las instituciones bancarias, las que bajo
condiciones no siempre equitativas se lo habían otorgado. El poder de independencia del
fisco frente a los bancos se iba debilitando y llegó un momento en que no se encontraba
otra medida que la de declarar la inconvertibilidad de los billetes de banco como único
recurso de salvar la dificíl situación creada al comercio y al país por la falta de medios.108
El 29 de julio de 1878, el gobierno dictaba la ley de inconvertibilidad de los billetes
de banco. Las empresas bancarias resultaron directamente favorecidas, porque los
billetes emitidos adquirían un curso forzoso, al suspenderse la conversión metálica.
Dicho de otro modo, el papel moneda se hizo inconvertible.
Para justificar esta medida, los bancos argumentaron que la disminución de sus
reservas les impedía la conversión de los billetes, ocultando que poco antes de dictarse
la ley de inconvertibilidad los directores del Banco Chile se habían otorgado fuertes
préstamos: $ 1.960.019 sobre un capital de 4 millones. Mas todavía, dos semanas antes,
los directores de este banco acordaron un dividendo semestral del 6% sobre el capital
pagado, dividendo que fue cancelado con los fondos del capital de reserva.
Esta descarada especulación agravó la crisis monetaria. El 10 de abril de 1879, en
plena Guerra del Pacífico, el gobierno decretaba la primera emisión fiscal de billetes
por un total de seis millones de pesos. Nuevas emisiones en 1880 y 1881 por valor de 28
millones de pesos triplicaron el circulante del país, acelerando el proceso inflacionista.
Julio Valdés, en sus “Cartas a Pedro Montt”, denunciaba que la crisis “tuvo su origen
en un hecho económico, el papel moneda inconvertible, establecido en 1878 por las
penurias del erario nacional y mantenido después por las necesidades derivadas de
la Guerra del Pacífico. El billete depreciado favoreció al agricultor rico, al hacendado,
al magnate; y como éste dominaba en el gobierno, particularmente en el Congreso,
cuando las necesidades cesaron y el fisco pudo retirar sus billetes, el régimen de papel
moneda subsistió con doloso perjuicio para el resto del país”.109
Los gobiernos de Pinto y Santa María justificaron las emisiones de billetes con el
argumento de que eran medidas de excepción adoptadas en tiempo de guerra. Sus
promesas de retirar circulante quedaron en palabras. El régimen papelero se mantuvo
afectando directamente a los trabajadores y a los sectores medios.
La burguesía exportadora fue la principal beneficiaria de la depreciación del peso
chileno. Casi todos los historiadores coinciden en responzabilizar únicamente a los
terratenientes por la implantación de esta política monetaria. A nuestro juicio, la
burguesía minera también estuvo comprometida en esta operación. Obtenía libras

108
Daniel Martner, op. cit., p. 322.
109
Julio Valdés Canje. Sinceridad. Chile íntimo en 1810, 2 Edición, p. 4, Santiago, 1910.

320
esterlinas por la venta del cobre y del salitre y pagaba a los trabajadores con pesos
chilenos devaluados.
Los hacendados –decía Roberto Espinoza– en estos anhelos de depreciación monetaria,
han estado siempre acompañados por los mineros del país y, en general, por todos los
que han tenido valores que exportar… Los hacendados y mineros estarían muy contentos
si el papel moneda valiera solo un penique… Ellos pretenden que el papel moneda
valga lo menos posible para obtener por sus productos la mayor suma de pesos… Es
de advertir que entre los hacendados y los mineros está una porción muy importante,
si no la principal del país, por su posición social y su fortuna, por sus influencias en el
gobierno y en la legislatura.110

110
Roberto Espinoza. Cuestiones Financieras, citado por Agustín Ross: Chile 1851-1910. Sesenta años de
cuestiones monetarias y financieras, p. 130, Valparaíso, 1910.

321
capítulo iv.
Las clases sociales

La burguesía
La consolidación de la burguesía minera en la zona cuprífera, salitrera y carbonífera,
el afianzamiento de la burguesía agraria en la zona central y sur y la expansión de
la burguesía financiera durante la segunda mitad del siglo XIX, constituyeron una
elocuente expresión del proceso de desarrollo capitalista de la economía chilena.
A pesar del retraso en numerosas áreas, las relaciones sociales de producción eran
preponderantemente capitalistas en los sectores mas dinámicos de la economía. El
régimen del salariado se generalizó no solo en la minería sino también en las principales
empresas agropecuarias.
Según el listado que publicó Benjamín Vicuña Mackenna en El Mercurio del 26 de
Abril de 1882, las fortunas particulares ascendían a 178.500.000 pesos, de las cuales
destacaban los Edwards con 33 millones; Carlos Lambert, 15 millones; Isidora Goyene-
chea de Cousiño, 14 millones; Juan Brown, 10 millones, y los Matte, 9 millones de pesos.
El desarrollo desigual y combinado del país se expresó a nivel de la clase dominante
criolla en la interacción de los distintos sectores de la burguesía. Los mineros invirtieron
parte de sus ganancias en la adquisición de haciendas, mientras que la burguesía agraria
colocaba capitales en el comercio, la banca y la minería. Los comerciantes y banqueros
invertían a su vez en las empresas mineras y agropecuarias.
Ramón Subercaseaux, hijo de un destacado miembro de la burguesía minera, rela-
taba en sus “Memorias” los negocios de tierras efectuados por su padre:
Como todos los que habían hecho fortuna en las minas del Norte, mi padre había inver-
tido, en parte, en beneficios de empresas agrícolas del sur. La gran obra que acometió
fue el canal de Pirque, empresa magna para aquellos tiempos. Habilitó o mejoró otras
haciendas como una en San Francisco del Monte y como la de Colmo en la desembo-
cadura del río Aconcagua.111
Otros miembros de la burguesía minera y bancaria, como Agustín Edwards,
invirtieron capitales en las actividades ganaderas, importando caballos y vacunos de
111
Ramón Subercaseaux. Memorias de Ochenta años, t. 1, p. 20 Santiago, 1936.

323
raza. Los Ossa, que habían hecho fortuna en el salitre, adquirieron las haciendas de
Callangue y Codao en San Fernando. Matías Cousiño, el magnate del carbón, compró
haciendas en Melipilla y Rancagua. Los Subercaseaux eran propietarios de fundos en
Pirque, Ocoa y Cocalán.
Según Encina, los miembros enriquecidos “como Ariztía y Salas, compraban
productivas haciendas ubicadas en Coquimbo, que mejoraron considerablemente.
Otros, como Juan Garín, Apolinario Soto, José Bruno González y algo más tarde, palacios
suntuosos; pero también adquirieron extensos predios erizados y algunos de ellos los
transformaron en haciendas cultivadas; convirtieron la plata y el cobre arrancados a las
entrañas del desierto en extensas praderas pobladas de animales, en vastas sementeras
de trigo y en viñedos de cepas francesas”.112
El ascenso de la burguesía minera se expresó fundamentalmente en el desarrollo
de la industria fundidora de cobre y en la explotación de la zona salitrera. El proceso
de acumulación de capital realizado por los Edwards, Ossa y Oliva en el salitre permitió
en esa área una rápida renovación del aparato productivo. “En el grupo de mineros
casi no aparecen los apellidos tradicionales de la aristocracia santiaguina”.113 José
Tomás Urmeneta fue el empresario minero más representativo de este período. Hizo
su fortuna en la explotación del fabuloso cerro de cobre “El Tamaya”, que rindió más
de diez millones de pesos de 45 peniques en veinte años. La industria fundidora de
cobre en Guayacán, Tongoy y Los Vilos, promovida por Urmeneta, puede caracterizarse
como la empresa capitalista más importante acometida por un sector de la burguesía
criolla en el siglo pasado. Urmeneta hizo construir el ferrocarril de Tongoy, habilitó
dos nuevos puertos en el norte e invirtió capitales en las empresas carboníferas del
sur. Este moderno empresario adquirió también haciendas y viñas en la zona central.
La familia Cousiño, enriquecida en la explotación del carbón y la industria fundidora
de cobre, quiso dejar memoria de sus fabulosas ganancias construyendo el parque Lota
y el Palacio y Parque Cousiño en Santiago.
La burguesía minera fundó el 24 de septiembre de 1884 la Sociedad Nacional de
Minería. Una de las primeras medidas de esta institución patronal fue crear el 15 de
abril de 1886 la Escuela de minería de Copiapó para formar técnicos y especialistas.
Las principales reivindicaciones planteadas por esta Sociedad fueron la exención
de derechos para las materias primas importadas, como el hierro y el azogue, y
maquinarias, como bombas de extracción y motores a vapor.
Algunos autores han magnificado el papel “progresista” desempeñado por la
burguesía minera en la segunda mitad del siglo pasado. Si bien es cierto que este sector
burgués dinamizó en parte la economía del país y promovió a través de sus partidos,
112
Francisco Encina. Historia de Chile, XIII, 474, Ed. Nascimento, Santiago, 1948.
113
Sergio Villalobos. Origen y Ascenso de la Burguesía chilena, p. 50, Ed. Universitaria, Santiago, 1987.

324
el Liberal y el Radical, medidas tendientes a renovar la superestructura política e
institucional, mediante la ampliación de las libertades públicas y la limitación de
los privilegios de la Iglesia Católica, no se puede ignorar que, en lo fundamental,
la burguesía minera se coludió con los terratenientes para impedir la realización
de las tareas democrático-burguesas claves: la reforma agraria y el desarrollo de la
industria nacional. La burguesía minera, interesada como los terratenientes solo en la
exportación de materias primas, permitió la entrada indiscriminada de manufactura
extranjera, la desnacionalización de la Marina Mercante, el proceso inflacionista y el
creciente endeudamiento externo, reforzando nuestra condición de país dependiente.
En el sector terrateniente se aceleró la diferenciación entre los latifundistas, que
seguían utilizando formas retrasadas de explotación, y la burguesía agraria. Esta
capa social promovió en algunas zonas un cierto desarrollo del capitalismo agrario,
acrecentando la mecanización y las relaciones sociales de producción capitalista. La
explotación de las tierras de la Araucanía y el desarrollo de las sociedades ganaderas de
Magallanes dio lugar al surgimiento de nuevas capas burguesas en el agro. Los sectores
más fuertes de la burguesía agraria eran los molineros, los viñateros, los trigueros y
los ganaderos.
En Chile ilustrado, Recaredo Tornero señalaba:
Una de las haciendas más notables no por su extensión sino por su esmerado cultivo es la
de San Nicolás, situada en la provincia de Maule, próxima a Parral. Pertenece al inteligente
agricultor don Nicolás Schuth, comerciante de Valparaíso, quien ha conseguido formar
de ella una verdadera hacienda modelo planteada al estilo de las mejor cultivadas de
Europa y Norteamérica. Este hermoso fundo mide una extensión de mil cuadras de
terrenos planos. La siembra se hace con máquinas sembradoras… Pero lo que más llama
la atención en este fundo es el gran número y la excelente calidad de sus instrumentos de
labranza: dos máquinas a vapor de Ramsoms y Sims, con las que puede arar diariamente
seis cuadras; sirven también para aserrar madera y para mover un molino. Dos máquinas
de trillas del mismo fabricante; siete máquinas de segar Samuelson. Cuatro máquinas
para segar alfalfa de Walter A. Wood. Cuatro sembradoras dinamarquesas. Cien arados
americanos, doce de fierro dinamarqueses y seis de fierro ingleses.114
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo agrario estuvo limitado a ciertas zonas
del país. La mayoría de los latifundistas mantenía formas atrasadas de explotación,
dejando miles de hectáreas sin cultivar.
Los terratenientes pagaban solamente un impuesto agrícola, cuyo monto era muy
reducido. Estaban exentos de los derechos de exportación de su producto y habían
logrado liberar de gravámenes a los instrumentos y maquinarias agrícolas importadas.
René Le Feuvre comentaba en 1890 que la única “carga que soportaba la propiedad

114
Recaredo Tornero, op. cit., pp. 433-434.

325
territorial en Chile es el impuesto agrícola, cuya tasa es la décima parte de la renta.
Hoy día este impuesto es una suma fija que se reparte proporcionalmente entre todos
los propietarios rurales de la República”.115
Valdés Canje señalaba que “los predios rústicos no pagan al fisco un centavo de
contribución y los impuestos municipales son irrisorios; sin embargo, el Estado les
ha hecho y les sigue haciendo carreteras y ferrocarriles, a veces carísimos y que solo
aprovechan unos cuántos magnates”.116
Los terratenientes fueron los principales beneficiarios de los préstamos concedidos
por la Caja de Crédito Hipotecario. Luis Barros Borgoño señalaba que los préstamos
otorgados por esta Caja subieron de 5 millones en 1800 a 16 millones en 1897.117 Según
Luis Correa Vergara, la Caja de Crédito Hipotecario emitió letras por valor de 82.802.300
pesos entre 1858 y 1897.118
Numerosos terratenientes utilizaban estos préstamos para explotar a los pequeños
propietarios, haciendo anticipos en dinero a cuenta de futuras cosechas o “compra en
verde”. Otros invertían el crédito en la adquisición de nuevas tierras. Borde y Góngora
sostienen que “más que nada el crédito permitió a los grandes propietarios extender sus
dominios o constituir otros sin desembolso de dinero. Para ilustrar dicho mecanismo
basta el ejemplo de una hacienda cualquiera del valle de Puangue; vendida en 42.540
pesos, solo aportaron al contado sus compradores la suma de 8.540 pesos; el resto,
pagable en siete cuotas, tenía como garantía una primera hipoteca; al año siguiente
esos mismos compradores contrataban dos empréstitos sobre la base de dos nuevas
hipotecas, la una de 150.000 pesos, otorgada con el asentimiento de la Caja, y otra de
21.000, concedida por un particular; ese año, por fin, una cuarta hipoteca les permitió
abrir una cuenta corriente en el Banco de Valparaíso”.119
Los terrarenientes, que hasta 1860 habían dependido de las casas comerciales de
Valparaíso en lo refente al crédito, promovieron la creación de bancos en las provincias
agrarias de la zona central y sur. El Banco de Concepción, fundado en 1871, el de
Melipilla en 1878, el de Curicó en 1881, el Banco Agrícola en 1884, el de Bunster en Los
Ángeles, se convirtieron en las principales fuentes de crédito para los latifundistas.
La Sociedad Nacional de Agricultura, institución patronal fundada en 1838, tuvo un
renovado impulso bajo la presidencia de Álvaro Covarrubias al inaugurar la Exposición
Nacional de Agricultura. En 1875, se realizó un Congreso Nacional de Agricultores al
que asistieron 140 delegados. Las sesiones, presididas por Rafael Larraín Moxó, trataron

115
René Le Feuvre. L’ Agriculture au Chile, p. 14, París, 1890.
116
Julio Valdés Canje. Sinceridad, op. cit., p. 14.
117
Luis Barros B. Caja de Crédito Hipotecario, p. 147, Santiago, 1931.
118
Luis Correa Vergara. Agricultura Chilena, T. I, Santiago, 1938.
119
J. Borde y M. Góngora: Evolución de la propiedad territorial en el valle de Puangue, Santiago, 1956.

326
temas relacionados con trabajo rural, salarios, la migración de los obreros agrícolas y
la situación de los inquilinos, con el fin de encontrar una solución a la falta de brazos
para las tareas agrícolas.
La Sociedad Nacional de Agricultura llegó a asumir tareas que rebasaban los
marcos de una sociedad que aparentaba tener un carácter profesional: “El gobierno
entregó a la Sociedad atribuciones específicas de gran responsabilidad; en 1872 le da el
carácter de Oficina General de Inmigración; le cede para la colonización territorios en
la Araucanía; la autoriza para vender guano a los agricultores y le concede préstamos
para que importen maquinaria para su venta a los hacendados”.120 La Sociedad Nacional
de Agricultura utilizó esta delegación de poderes de los gobiernos para favorecer a sus
asociados con la entrega de vastas zonas en la Araucanía.
La apropiación de las tierras del sur por los terratenientes, en detrimento no solo
de los mapuche sino también de los pequeños propietarios, y los abusos cometidos en
contra de los campesinos, provocaron una fuerte reacción de quienes planteaban la
división de la tierra en pequeñas parcelas para asegurar la colonización de la Araucanía.
En este sentido, llama la atención la argumentación de Francisco Borja a favor de la
entrega de pequeños predios a los colonos del sur:
Estudiando de cerca los progresos que hace el comunismo –decía Borja en 1886– en las
clases proletarias se ha visto que, en los países de pequeña propiedad, su infuencia no
alcanza más allá del recinto de las ciudades manufactureras, y que hay una clase social
pobre, pero numerosa, rebelde a la propaganda del socialismo. Esta clase es la de los
labradores propietarios… Tiempo es ya de reaccionar contra las injusticias si no queremos
ver prender entre nosotros la semilla de la demagogia y el comunismo que hombres
ligeros y audaces se han empeñado en los últimos tiempos en sembrar a manos llenas.121
A partir de 1860, se desarrolló en Santiago y Valparaíso un fuerte sector burgués
relacionado con las finanzas. Esta burguesía financiera se vio favorecida con la ley de
Bancos que permitía la libre emisión de moneda a los particulares dueños de bancos.
Los banqueros hicieron grandes negociados con la depreciación monetaria.
En el período de expansión del salitre, la burguesía financiera invirtió capitales en
el Banco Nacional de Bolivia y prestó dinero a North para que comprara los certificados
salitreros peruanos. En rigor, el inglés adquirió grandes explotaciones de salitre con
dinero proporcionado por uno de los bancos chilenos más fuertes. Esta operación
del Banco de Valparaíso, que facilitó el desarrollo del monopolio inglés del salitre,
constituye una de las entregas más ignominiosas de nuestra riqueza nacional cometida
por un sector de la clase dominante criolla.

120
Gonzalo Izquierdo. Un estudio de las Ideologías Chilenas. La Sociedad Nacional de Agricultura en el
siglo XIX, p. 41, Santiago, 1968.
121
Francisco Echeverría. Terrenos Fiscales y Colonizados, Santiago, 1886.

327
Otro sector burgués importante, el comercial, centraba su actividad en la distribu-
ción de productos manufacturados y maquinarias para la agricultura y la minería. La
importación estaba a cargo de las casas mayoristas extranjeras, cuyos grandes edificios
aún se conservan en las calles cercanas al puerto de Valparaíso como testimonio de la
penetración capitalista foránea.
La construcción de grandes obras públicas determinó el surgimiento de un segmen-
to social bajo el alero burocrático. Eran los “gestores” o “patrocinantes” de empresarios
que aspiraban a obtener licitaciones abiertas por el Estado. Abogados, parlamentarios
y altos jefes de la administración pública acumularon importantes fortunas en estas
operaciones. La mayoría de estos gestores “nacionales” estuvo al servicio del capital
financiero extranjero, haciendo el papel de intermediarios y testaferros de las empresas
foráneas.
La burguesía derrochó parte de la plusvalía extraída a los trabajadores chilenos
en viajes a Europa, en la construcción de mansiones, como el Palacio Cousiño, y en la
compra de artículos suntuarios. Encina comenta que en la década de 1870 “los gastos
suntuarios subieron en forma desmedida. Las procedencias francesas, representadas
casi íntegramente por artículos de esta naturaleza, alcanzaron la cuarta parte del valor
total de las importaciones”.122
La burguesía hizo ostentación de su fortuna a través de la construcción de man-
siones. Tornero señalaba en 1872 que:
Entre las casas que más llaman la atención (en Santiago) podríamos citar las pertenecientes
a la sucesión de D. Francisco Ignacio Ossa, situada en la calle de la Compañía. Es una
imitación en miniatura, del grande y magnífico palacio de la Alhambra de España… La
casa del general Bulnes, la del almirante Blanco Encalada y la del expresidente Manuel
Montt llaman también la atención del forastero por la hermosura de sus fachadas.123
Charles Wiener escribía en 1888:
Nos hemos preguntado a qué estilo pertenecen los elegantes hoteles, las mansiones
señoriales de Santiago, y no hemos encontrado respuesta satisfactoria. Las principales
fachadas están en las grandes calles derechas: citemos la casa toda cubierta de mármol
de la Sra. Real de Urzúa, el palacio del Sr. Bonazarte, el palacio Blanco Encalada en estilo
Luis XV purísimo, en la residencia del Sr. Arrieta, espléndida villa florentina. El señor
Urmeneta ha edificado un castillo, el señor Claudio Vicuña habita una imitación de la
Alhambra.124

122
Citado por Aníbal Pinto: op. cit., p. 73.
123
Recaredo Tornero, op. cit., pp. 9 y 11.
124
Citado por Gustavo Beyhaut: Raíces contemporáneas de América Latina, p. 70, Buenos Aires, 1964.

328
Los cuadros de la época constituyen también un testimonio de la riqueza de la bur-
guesía criolla. Alberto Orrego Luco, Pedro Lira, Monvoisin y otros, pintaron matronas
burguesas, como Agustina Rojas de Larraín y Trinidad Larraín Moxó, adornadas de
lujosísimos pendientes, collares y joyas.
El estilo de vida de la burguesía fue agudamente descrito por la literatura de la
época, especialmente en las obras de Alberto Blest Gana, José Joaquín Vallejo, Roman
Vial, Daniel Barros Grez y otros. El realismo literario de los costumbristas del siglo
pasado nos entrega descripciones de la sociedad más penetrantes que los documentos
oficiales o los ensayos ideologizantes. No obstante carecer de una concepción política
contestataria, sus escritos, basados en una perspicaz observación de la sociedad, son
esclarecedores acerca del papel jugado por la clase dominante chilena.
Alberto Blest Gana (1830-1920) es uno de nuestros novelistas que ha entregado
el mejor cuadro de costumbres del siglo pasado. En Martín Rivas nos presenta las
manifestaciones de una clase burguesa en ascenso. Un Dámaso Encina que se casa con
doña Engracia Nuñez “más bien por especulación que por amor. Doña Engracia, en ese
tiempo, carecía de belleza, pero poesía una herencia de treinta mil pesos, que inflamó
la pasión del joven Encina”.125 Don Dámaso invirtió cierto capital en explotaciones
mineras. Como otros miembros de la burguesía minera, invirtió parte de las ganancias
“en la compra de un valioso fundo de campo cerca de Santiago… Entre nosotros el
dinero ha hecho desaparecer más preocupaciones de familia que en la viejas sociedades
europeas… Dudamos mucho que éste sea un paso dado hacia la democracia, porque los
que cifran su vanidad en los favores ciegos de la fortuna afectan ordinariamnente una
insolencia, con la que creen ocultar su nulidad, que los hace mirar con menosprecio
a los que no pueden como ellos, comprar la consideración con el lujo o con la fama
de sus caudales. La familia de don Dámaso Encina era noble en Santiago por derecho
pecuniario”.126
En el artículo “Los matrimonios”, del libro Costumbres y Viajes, Blest Gana satiriza
el matrimonio burgués y las motivaciones que tenían las mujeres para contraer enlace:
Los lujosos vestidos, los encajes fascinantes, las deliciosas alhajas y acaso también,
coquetón y elegante, deslumbrador y magnífico, un lindo coche con briosos caballos,
porque, en nuestros días de lujo y materialismo, de ostentación y orgullo, ese vehículo y
esos animales son famosa palanca en materia de amorosas conquistas… Casi inútil parece
advertir aquí que hablamos de las tres cuartas partes de los matrimonios que se efectúan
en nuestras sociedades y que excluimos la cuarta parte restante para los matrimonios
de amor. ¡No faltará escéptico que nos califique de pródigos al hacer tal excepción!127

125
Alberto Blest Gana. Martín Rivas, en Obras Selectas, Tomo I, p. 305, Ed. El Ateneo, Buenos Aires,
1970.
126
Ibid., Tomo I, pp. 306-307.
127
Alberto Blest Gana. Costumbres y Viajes, p. 11, Santiago, 1947.

329
Es uno de sus mejores artículos de costumbres, titulado Los banquetes patrióticos,
Blest Gana manifestaba:
Nuestro banquete es una prueba de esta conocida verdad: uno que trata de la fraternidad
de los hombres con un calor digno de ejemplo; otro que paga a los peones de su fundo
valores que solo son admitidos en el bodegón del mayordomo a quien él mismo ha
habilitado, perora a favor de la libertad de comercio y de la abolición del estanco, con
una elocuencia que le envidiaría cualquier ministro de hacienda.128
La burguesía criolla, que hacía suntuosos viajes a Europa, fue satirizada por Blest
Gana en Los Trasplantados. En esta novela se presenta a burgueses latinoamericanos
derrochando en París la plusvalía extraída a los trabajadores de nuestro continente. En
parte, la capitalización nacional se vio afectada por esta fuga de capitales a Europa. La
familia Canalejas, tema central de Los Trasplantados, era la expresión del derroche de
las familias burguesas latinoamericanas en París. Una de las principales aspiraciones
de esta familia era casar a sus hijos con miembros de la nobleza europea. A los Canaleja
“les parecía cursi o, según la genial expresión chilena, siútico con los de su raza… La
idea de buscar un titulillo nobiliario, aunque fuera inventado por algún fabricante de
abolengos, empezaba a sonreírles como una mala tentación”.129
Blest Gana, que vivió en Europa mucho tiempo, pudo apreciar de cerca las
costumbres de la burguesía latinoamericana, sus valores y sus modelos de status
social, entregando un relato que constituye un testimonio de inapreciable valor para
el estudio del comportamiento de la clase dominante latinoamericana. Un futuro
análisis sociológico de la novela chilena, a ser realizado por un equipo de literatos,
historiadores y sociólogos, pondrá de relieve, con mayor riqueza que los documentos
oficiales, la evolución de la estructura social de nuestros países.

Las capas medias


En volúmenes anteriores hemos demostrado la existencia de sectores medios
desde fines de la colonia y principios de la era republicana. Su papel social y político se
acrecienta durante la segunda mitad del siglo XIX, época en que comienza un proceso
de diferenciación más notorio en los sectores medios. Por un lado, la pequeña burguesía,
en sentido estricto, propietaria de algún medio de producción o de intercambio
comercial, y, por otro, los empleados que solamente perciben un sueldo a cambio de
servicios de carácter particular o público.

128
Ibid., p. 110.
129
Alberto Blest Gana. Los Trasplantados, Tomo I, p. 41, Ed. Garnier, París, 1904.

330
El proceso de urbanización y crecimiento de las ciudades, como Santiago, Valparaíso
y Concepción facilitó el desarrollo de una pequeña burguesía urbana, compuesta
fundamentalmente por comerciantes minoristas y dueños de talleres artesanales.
Hubo también un aumento significativo del número de comerciantes en las ciudades
medianas de la zona centro-sur. El auge del cobre y del salitre hizo crecer numerosas
ciudades, como Coquimbo, Antofagasta, Iquique, etc., y pueblos mineros que se
levantaban y esfumaban al compás de los negocios de la minería. En estos nuevos
centros urbanos del Norte y del Sur se instalaron artesanos y comerciantes para atender
principalmente las necesidades cotidianas de alimentación y vestuario. La pequeña
burguesía rural, que también crece en este período, será analizada más adelante al
tratar el desarrollo del campesinado.
Las investigaciones realizadas hasta el momento son insuficientes para cuantificar
en forma precisa el total de comerciantes. El Censo de 1875 contabiliza 30.000
comerciantes y el de 1885 más de 54.000. Ninguno de estos Censos hace distinción
entre grandes, medianos y pequeños comerciantes. Por otra parte, el Censo de 1875
registra 50.114 artesanos, sin precisar cuántos eran dueños de medios de producción.
Los sectores medios que vivían de un sueldo crecieron en forma progresiva durante
la segunda mitad del siglo pasado. La ampliación de funciones del aparato del Estado
determinó un engrosamiento de la burocracia funcionaria. En 1885 había 3.530
empleados públicos. Hubo también un aumento del número de maestros y técnicos;
los profesionales sumaban 7.280 en 1875 y 8.041 en 1885.
Fue también notorio el crecimiento del número de empleados particulares a raíz
de la apertura de nuevas casas comerciales, bancos, oficinas de empresas mineras y
agrícolas. El Censo de 1875 registró 10.857 empleados particulares, cifra que ascendió
a 22.481 en 1885.
Los sectores medios fueron adquiriendo cierta significación política a medida que
se redujeron los requisitos para tener derecho a voto.

El artesanado
Durante la segunda mitad del siglo XIX hubo un desarrollo masivo del artesanado
como consecuencia del proceso de crecimiento de las ciudades y de la expansión
económica general del país. Los requerimientos de la población urbana determinaron el
surgimiento de numerosas sastrerías, zapaterías, tabaquerías, herrerías, panaderías etc.
El Censo de 1875 registró 50.114 artesanos y el de 1885 más de 320.000, cifra que
estimamos exagerada, porque en dicho total no se hizo la distinción entre artesanos
propietarios y trabajadores de talleres artesanales. Por ejemplo, el Censo de 1885 indica
la existencia de 133.918 sastres y costureras, la mayoría de los cuales no eran artesanos

331
dueños de medios de producción, sino obreros y obreras que trabajaban a domicilio.
La misma distinción hay que hacer entre los 38.205 hilanderos, 20.200 carpinteros y
16.506 zapateros que contabiliza dicho Censo. Otros sectores artesanales fuertes eran
los sombrereros: 2.179; los herreros y cerrajeros: 6.157; mecánicos: 2.092; talabarteros:
1.773; pintores: 1.885; tipógrafos: 1.007; curtidores: 695, etc.
Los artesanos se organizaron en Sociedades Mutuales. Se ha considerado a la Unión
de Tipógrafos, fundada en 1853, como la primera sociedad de artesanos. Sin embargo, se
sabe de la existencia de la Asociación de Artesanos de 1828 y la Sociedad de Artesanos
de 1847. Fermín Vivaceta manifestaba haber prestado 870 pesos a esta última entidad.
“Es de lamentar –dice Arturo Blanco– que no tengamos más datos de esa Sociedad de
Artesanos, que existió el año 1847”.130 Durante las décadas de 1850 y 1860 se fundaron
numerosas sociedades mutuales en Santiago, Valparaíso, Concepción, La Serena y
otras ciudades. En 1879 había 60 sociedades mutuales.
Si bien es cierto que en el siglo pasado existió una estrecha relación entre el
proletariado y el artesanado, no debe identificarse, como han hecho algunos autores,
la organización artesanal con la del movimiento obrero. En rigor, los artesanos, dueños
de pequeños talleres, formaban parte de los sectores medios. El mutualismo era un
movimiento reformista, influenciado en parte por algunas ideas del proudhonismo.
No planteaba un cambio del sistema sino mejoras dentro del sistema. Los artesanos
trataban de defenderse del gran capital mediante el cooperativismo, el fomento del
ahorro y las sociedades de socorros mutuos.
Los objetivos de las sociedades mutuales estaban limitados a dar beneficios en caso
de enfermedad, jubilación o muerte. El Estatuto de la Unión de Tipógrafos, aprobado
en 1874, establecía en su artículo 15:
Los socios activos tienen derechos para percibir de la Sociedad mientras estén enfermos
e imposibilitados de trabajar, médico, botica y una pensión diaria de cuarenta centavos.
Art. 22: el socio que hubiere permanecido en la Sociedad quince años y pagado las
cuatro cuotas semanales adquiere el derecho del jubilado con el goce de los beneficios
que tiene adquirido.131
Las sociedades mutuales también protegían a los operarios contratados a jornal por
los dueños de los talleres, siempre que estuvieran asociados y pagasen la cuota de 20
centavos semanales. Otras sociedades, como la de los sastres, establecían un ahorro
voluntario de un 10% del salario semanal para los mismos fines.
El mutualismo contribuyó a agrupar a los trabajadores para discutir sobre problemas
sociales e inculcarles los principios elementales de organización. Sin embargo, su

130
Arturo Blanco A. Vida y Obras de Fermín Vivaceta, p. 99, Santiago, 1924.
131
Unión de Tipógrafos: Estatutos y Reglamentos, pp. 31-32, Santiago, 1874.

332
ideología retardaba el pleno desarrollo de la conciencia de clase proletaria. A principios
del siglo XX, el proletariado chileno logró superar los estrechos marcos del mutualismo
al fundar organizaciones de clase, como las Mancomunales.
La ideología del mutualismo se reflejó en las posiciones de su principal exponente:
Fermín Vivaceta. Fundador de la Sociedad de Socorros Mutuos en 1862, denominada
posteriormente Sociedad de Artesanos de la Unión, se inició como ebanista y llegó a
ser arquitecto. Alentó la creación de cooperativas de consumo y de compra de materias
primas para los talleres artesanales. Promovió la formación de bibliotecas y escuelas
vespertinas invitando en calidad de expositores a ideólogos de la burguesía liberal,
como Vicuña Mackenna, Lastarria, Francisco Valdés Vergara, etc. Había una estrecha
relación entre los dirigentes del mutualismo y los teóricos de los partidos liberal y
radical. Un discurso pronunciado por Vivaceta en 1887 expresa inequívocamente la
ideología de conciliación de clases del principal líder del mutualismo: “El laborioso
obrero, el honrado comerciante, el activo industrial y el acaudalado capitalista, todos
encuentran en el sistema societario la fuente inagotable que derrama recursos para
mejorar la condición del pobre y acrecentar la fortuna del rico. El espíritu de asociación
establece relaciones entre todas las clases de la sociedad”.132
Una de las principales preocupaciones de los artesanos fue impulsar leyes
proteccionistas para la defensa de sus intereses profesionales. Ante la entrada masiva
de manufactura extranjera que hacía competencia a ciertos productos nacionales
elaborados en los talleres artesanales, el movimiento mutualista se puso a la cabeza de
la lucha por el proteccionismo. Los artesanos organizaron en 1877 una concentración
a la que asistieron unas 1.000 personas:
Dos han sido, según El Ferrocarril y El Independiente, las conclusiones adoptadas en el
mitin obrero de esta capital: pedir liberación de derechos para veinte materias primas y
la reforma de la Ordenanza de Aduanas en un sentido de franca protección y nombrar
un comité que presente esas bases al gobierno y lo excite para que proteja la industria.133
El autor de este comentario, Marcial González, propagadista de la teoría libre-
cambista, se oponía al movimiento proteccionista de los artesanos con los siguientes
argumentos:
Pedís con calor inusitado que se liberen de derechos 20 materias primas y que se graven
los artículos similares de procedencia extranjera. Es decir, el sastre pide que se grave
la ropa, el ebanista los muebles, el zapatero los calzados, el carrocero los coches, el
vinicultor los vinos, el tonelero las vasijas, etc. Pero a este paso la aduana se hace inútil,

132
Arturo Blanco, op. cit., p. 23, Santiago, 1924.
133
Marcial González. Los obreros chilenos ante la protección y el libre cambio, con el seudónimo de
Ignotus, en Estudios Económicos, Santiago, 1889.

333
los ocho millones que produce se evaporan y no tendremos cómo cubrir el gasto público
ni los intereses y amortización de nuestra deuda.134
Como puede apreciarse, Marcial González expresaba la tradicional política eco-
nómica de la burguesía criolla: permitir la entrada indiscriminada de manufactura
extranjera para aumentar las entradas aduaneras, a costa del desarrollo de la industria
nacional.
En el plano político, los principales dirigentes del mutualismo, estrechamente
relacionados con las logias masónicas, eran miembros del Partido Radical o Liberal.
Algunos líderes, como Juan Agustín Cornejo, contribuyeron en 1887 a la formación
del Partido Democrático, cuyo programa expresó con mayor fidelidad el pensamiento
del mutualismo.
No obstante su ideología reformista, los artesanos participarán en importantes
luchas sociales y políticas, minimizadas por la mayoría de los historiadores. Para su
estudio, no debe confundirse movimiento social artesano con organizaciones o institu-
ciones gremiales, ya que mucho antes que éstas existieran, hubo lucha y participación
de los artesanos en los procesos políticos.
En Chile, tuvieron presencia durante la revolución anticolonial por la Independencia,
especialmente en la época de la Reconquista respaldando los combates de Manuel
Rodríguez. Posteriormente, en los movimientos políticos de la década de 1820 y 1830
incorporándose a la “Sociedad Caupolicán”, promovida por Manuel Guerrero. En 1846,
el tipógrafo Santiago Ramos publicó dos periódicos: El Duende y El Pueblo, de tinte
claramente rebelde.
La Sociedad de la Igualdad (1850) –que hemos analizado en el tomo III– estuvo
integrada mayoritariamente por artesanos, entre los cuales sobresalía el maestro
sombrerero Ambrosio Larracheda, el zapatero Manuel Lucares y los sastres Cecilio
Cerda y Rudecindo Rojas. La directiva de la Sociedad de la Igualdad estaba compuesta
por 6 artesanos y 5 intelectuales, de los cuales los más destacados eran Bilbao y Arcos.
Iniciada la Revolución de 1851, los primeros combates de La Serena fueron dirigidos
por artesanos, como José María Covarrubias y Rafael Salinas, ambos carpinteros, y
el sastre Manuel Vidaurre, quienes crearon un organismo de poder popular llamado
Consejo del Pueblo.
Similar participación de artesanos se dio en la Revolución de 1859.135 El Centro de
Artesanos y Obreros, encabezado por Pedro Pablo Zapata, se apoderó del cuartel de
Copiapó. En San Felipe, los artesanos tomaron la ciudad, resistiendo 14 días al Ejército.
En Valparaíso, el peluquero Valenzuela, al frente de varios artesanos, se apoderó de la
Aduana. En Talca, sectores artesanos respaldaron la toma de la ciudad por el trabajador
134
Ibid., p. 346.
135
Luis Vitale. Las guerras civiles de 1851 y 1859 en Chile, Univ. de Concepción, 1971.

334
molinero Ramón Vallejo, durante varias semanas. En Concepción, el periódico El
Amigo Pueblo, dirigido por Rosario Ortiz, lanzaba la siguiente proclama: “Compañeros
artesanos, no nos dejemos arredrar por los preparativos hostiles de la autoridad.
Son impotentes contra la opinión general expresada de todo un pueblo”.136 Pronto
se organizaron las milicias, que según un testigo de la época, Aníbal Pinto, estaban
compuestas “en su mayoría por artesanos”.137 En el ataque a Concepción “murieron
algunos artesanos conocidos, entre ellos Montiel, que quedó en el campo de batalla
con nueve balazos. Tenía fama de valiente y mostró merecerla”.138
Como otra muestra de que puede existir movimiento social sin que previamente
se hayan creado organizaciones o instituciones, tenemos la participación activa
de sectores de artesanos en numerosos procesos políticos de América Latina. En
Venezuela, el periódico El Artesano llamó a apoyar al caudillo popular Exequiel Zamora
en la Guerra Federal de 1859-63. Los talabarteros de Santa Rosalía y los sastres y
albañiles de San Juan y Caracas se integraron a esta guerra social, que en un momento
llegó a controlar más de la mitad del país.139
El combate de artesanos alcanzó su más alto nivel en Colombia, donde se instauró
en 1854 la denominada República de Artesanos, en alianza con el general José María
Melo, de tendencia jacobina.140 Ante el rechazo de sus peticiones, los artesanos iniciaron
un proceso revolucionario el 1 de abril de 1854. Más de 500 artesanos recibieron armas
en los cuarteles de Bogotá y Cali, a través de la Sociedad Democrática. Después de 8
meses de lucha, la insurrección popular fue derrotada y el líder de los artesanos, Miguel
León, muerto en combate.
En Bolivia también se dio un poderoso movimiento social de los artesanos que
rebasó los marcos gremiales. Estimulados por el presidente popular Manuel Isidro
Belzú (1848-1855), se organizaron los carpinteros y sastres, editando los periódicos El
Cholo y El Revolucionario en respaldo de las medidas de Belzú a favor de la industria
artesanal nativa.
En las últimas décadas del siglo XIX, sectores de artesanos comenzaron a generar
una corriente en busca de una sociedad alternativa al capitalismo, convencidos de
que bajo este sistema, ya en su fase monopólica, nunca iban a lograr las medidas
proteccionistas en favor de su pequeña industria. Encontraron entonces apoyo en el
136
El Amigo del Pueblo, Concepción, 19-4-1858.
137
Carta de Aníbal Pinto al general Cruz, 16-2-1859, reproducida por Agustín Edwards: Cuatro Presidentes
de Chile, tomo I, p. 183. Valparaíso, 1932.
138
Ibid., p. 183.
139
Elis Mercado. “Antecedentes del movimiento obrero venezolano”, Rev. Semestre Histórico, Nº1,
enero-junio 1975, p. 130, UCV, Caracas.
140
Jaime Jaramillo U. “Las Sociedades Democráticas de Artesanos”, en Anuario Colombiano de Historia
Social y de la Cultura, Nº 8 Bogotá, 1976.

335
ideario anarquista, que comenzaba a irradiar su influencia en la mayoría de los países
latinoamericanos.
Siguieron poniendo énfasis en la necesidad de la “asociación”, del cooperativismo,
el ahorro, los socorros mutuos y la educación profesional funcional al trabajo. En Chile
–señala Eduardo Devés– “las sociedades de artesanos de la segunda mitad del XIX
manifiestan, a través de su pensamiento, diversas iniciativas cercanas al socialismo: la
asociación de los trabajadores, la organización cooperativa, la petición al Estado de una
planificación educacional, el afán de una práctica autónoma y de clase. Sin embargo,
esto no llega a conformar un pensamiento que se plantee como alternativa coherente
al liberalismo ni como proyecto económico opuesto al capitalismo… En todo caso el
pensamiento del artesanado tiene en cuenta la crítica a la política librecambista y a la
penetración económica extranjera de manera mucho más fuerte que los socialistas y
los anarquistas posteriores, quizá hasta 1920”.141
El propio Fermín Vivaceta, dentro de su moderación política, llegó a decir en 1877:
el anhelado “sistema proteccionista de los gobiernos para mejorar la condición de los
trabajadores es otra esperanza más lejana e imposible… Sabemos que la constitución
y las leyes de la República de Chile se fundan en la más amplia libertad industrial”.142
A fines de siglo, un sector de artesanos fue radicalizando su pensamiento y su
práctica social hasta incorporarse al anarquismo y a los primeros grupos socialistas.
Otro se mantuvo en la corriente mutualista, llegando a tener fuertes roces con las
Mancomunales y Sociedades en Resistencia.

El proletariado
Según la mayoría de los historiadores, el proletariado chileno habría surgido recién
en la segunda mitad del siglo XIX. En volúmenes anteriores, hemos demostrado que los
primeros núcleos proletarios surgieron a principios del siglo XVIII con la implantación
del régimen del salariado en las minas del Norte Chico. Este sector obrero se consolidó
durante la primera mitad del siglo XIX a raíz del auge de las explotaciones de plata y
cobre. En esa época surgieron nuevas capas proletarias en la industria molinera, en
algunas empresas agrícolas de la zona central, en el carbón y en la construcción de
las vías férreas.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se produjo un significativo aumento
del proletariado como consecuencia del desarrollo de las relaciones sociales de

141
Eduardo Devés V. “El pensamiento de Fermín Vivaceta y del Mutualismo en la segunda mitad del
siglo XIX”, en Rev. Estudios Latinoamericanos, Nº 1, p. 105, Santiago, 1987.
142
Fermín Vivaceta. Unión y Fraternidad de los trabajadores, Valparaíso, 1877, p. IV, cit. por E. Devés:
op. cit., p. 92.

336
producción capitalista en diversas áreas de la economía. El hecho más relevante fue
el afianzamiento del proletariado minero en las explotaciones de plata y cobre, en la
industria fundidora de cobre y, fundamentalmente, en el salitre. Hubo también un
aumento del número de obreros carrilanos, que trabajaban en la construcción de las
vías férreas. Se registró, asimismo, un crecimiento del proletariado rural como resultado
de un relativo desarrollo del capitalismo agrario.
A fines del siglo pasado surgieron nuevas capas de obreros agrícolas en la zona
sur, a raíz de las explotaciones ganaderas especialmente de ovejas en Magallanes y del
desarrollo de los aserraderos en la región de la Frontera. Entre 1870 y 1890 surgieron
los primeros núcleos del proletariado industrial.
Las estadísticas de población activa del Censo de 1885 son de escasa utilidad para
precisar el número de obreros porque agrupan en un mismo rubro al proletariado
y al artesanado, a los obreros agrícolas con los pequeños propietarios. La cifra más
aproximada que entrega dicho Censo es 9.600 jornaleros sin precisar el sector de
trabajo, 7.842 albañiles, 2.335 fleteros y lancheros, 586 maquinistas, 326 calderos y 746
fogoneros. El Censo de 1885 tampoco permite deducir el número de obreros agrícolas
porque no hace la distinción entre proletariado rural, inquilinos, medieros y pequeños
propietarios. Por otra parte, la cifra global de 320.863 de artesanos, industriales y
oficios varios impide precisar el número de obreros y obreras empleados en los talleres
artesanales.
La falta de estadísticas no permite señalar con exactitud el número de miembros de
cada sector proletario. Sin embargo, se puede hacer un cálculo aproximado utilizando
las apreciaciones de ciertas fuentes de la época. Ignacio Domeyko sostenía que en 1875
trabajaban 32.997 obreros en las minas de plata y cobre. Según Enrique Concha y Toro,
autor de un Estudio sobre el carbón fósil de Chile, en 1874 trabajaban 6.415 obreros en las
explotaciones de carbón. El proletariado salitrero aumentó de 2.848 en 1880 a 13.060
en 1890. Los obreros portuarios y marítimos, según El Ferrocarril del 25 de febrero de
1874, sumaban cerca de 10.000. El número de obreros fabriles de la pequeña y mediana
industria fluctuaba entre 5.000 y 10.000 en 1890.
Resulta difícil calcular el número de obreros carrilanos, porque su trabajo no era
permanente. Se sabe que en la construcción del ferrocarril de Santiago a Valparaíso
llegaron a trabajar unos 10.000 obreros. Tampoco es posible precisar la cantidad de
obreros que trabajaban en otras obras públicas. De todos modos, se podría adelantar
como cifra provisoria unos 100.000 obreros a fines del siglo pasado en Chile.
El régimen del salariado se generalizó en la actividad económica fundamental del
país: la minería. Marcelo Segall ha demostrado que la forma preponderante de pago
era la ficha salario: “En la medida que el capitalismo chileno se fue desarrollando,
aumentó la frecuencia y la variedad de las fichas salarios. Primero en la plata y en el

337
cobre. Después en los ferrocarriles particulares. Siguió en los embarques y fletes. Más
adelante, en la agricultura mayor. Se amplió su uso a las minas del carbón y en las
fundiciones de cobre”.143 El régimen de la ficha redoblaba la explotación, por cuanto la
burguesía obligaba a los trabajadores a comprar a precios especulativos los alimentos
y vestimentas en las pulperías de los propios empresarios.
Los salarios variaban entre 20 centavos y un peso diarios. En las minas, los
barreteros ganaban un poco más. Según Tornero, en 1870 el promedio de los salarios era
de 60 centavos diarios. Se trabajaba a destajo y por jornada. Los patrones demoraban
dos y tres meses en el pago de los salarios, entregando anticipos en vales solamente
canjeables en las pulperías de las empresas. Los abusos cometidos en la explotación
del trabajo de los niños obligaron al gobierno a incorporar una cláusula en el proyecto
de Código de Minería de 1874 en el sentido de fijar doce años como mínimo la edad
para empezar a trabajar.
La huelga –como arma de los trabajadores para enfrentar los abusos patronales,
el mal trato y los bajos salarios– se generalizó en la segunda mitad del siglo pasado.
Si bien es cierto que durante la época de los decenios se produjeron movimientos de
protesta y rebeliones obreras, como la de Chañarcillo en 1834 y la de los mineros de
Lota y Coronel en 1859, no se había generalizado la práctica de la huelga.
Es necesario distinguir entre las huelgas de los obreros y las huelgas promovidas
por los dueños de los talleres artesanales. Hacemos esta diferenciación porque algunos
investigadores han cometido el error de incluir en un mismo listado las huelgas de los
artesanos propietarios con las del proletariado.
Las huelgas de los dueños de talleres artesanales, como los panaderos, sastres,
zapateros, herreros, etc., se realizaban en defensa de sus intereses de pequeños
propietarios, relacionados con mejores precios para los artículos que elaboraban. En
cambio, los movimientos huelguísticos del proletariado atentaban en mayor o menor
grado contra el régimen capitalista de explotación.
A la vanguardia de estos últimos estuvieron los obreros del cobre durante las
décadas de 1860 y 1870 y, posteriormente, los del salitre, portuarios y obreros de la
construcción. Los movimientos huelguísticos alcanzaron su apogeo entre 1884 y 1890.
Las principales luchas del proletariado salitrero se produjeron en Sierra Gorda
(Antofagasta) y Mejillones en 1884, Santa Rosa de Huara (Iquique) en junio de 1888,
Mina Paniso en 1889, Sierra Gorda en marzo de 1889. Los obreros del cobre y la plata
realizaron movimientos en Copiapó en marzo de 1888, mina Rodeíto en febrero de
1889, fundición Guayacán en diciembre de 1889. Los trabajadores del carbón efectuaron
huelgas en septiembre de 1887 en Coronel, en septiembre de 1888 se rebelaron en Lota.
El periódico La Libertad Electoral informaba que las turbas “asaltaron y tomaron el
143
Marcelo Segall. Biografía de la ficha salario. Rev. Mapocho, tomo II, Nº 2, 1964, separata, p. 5.

338
cuartel de policía que destrozaron y trataron de incendiar. No lo consiguieron sino en
la parte destinada a caballerizas; atacaron las casas de Comercio de Waldner y Copelli
y las desvalijaron por completo”.144
Las huelgas de los jornaleros de los puertos, especialmente del Norte, eran temidas
por la burguesía porque dejaban paralizados los embarques de salitre. Hernán Ramí-
rez145 ha registrado las huelgas de los lancheros de Pisagua en septiembre de 1885, de
los fleteros de Iquique en 1886, de los lancheros del Iquique en mayo de 1887, de los
jornaleros de Pisagua en junio de 1887, de los jornaleros del Iquique en septiembre de
1887, de los fleteros de Arica en enero de 1888, de los jornaleros de Pisagua en sep-
tiembre de 1889 y de los obreros de Playa Blanca (Antofagasta) en noviembre de 1889.
Un diario burgués informaba sobre el movimiento de septiembre de 1887 en Iquique:
“El gremio de jornaleros se declaró en huelga hoy negándose sus miembros a trabajar,
mientras permanezca a su cabeza el comandante actual. La generalidad del pueblo
simpatiza con los huelguistas. Movimiento en la aduana completamente paralizado y
acusando grandes pérdidas a los comerciantes y productores de salitre”.146
Los ferroviarios y carrilanos realizaron huelgas en Santiago en julio de 1888, en
Caldera y Copiapó en enero de 1889, en Laraquete en marzo de 1889, en Talca y Cons-
titución en abril de 1889, en Los Andes en mayo de 1889, en Huasco en junio de 1889
y en Concepción en diciembre de 1889.
Los obreros de los talleres artesanales también realizaron huelgas importantes.
Algunas, como las de los operarios de panaderías, se extendieron a varias provincias
entre julio y agosto de 1888. La Libertad Electoral del 21 de julio y El Heraldo de la
misma fecha comentaban: “Hoy termina el plazo dado por los trabajadores a los
dueños de panaderías. Si no se les aumenta el salario siguen la moda de estos tiempos,
se declaran en huelga”.
Los obreros de varios diarios de Santiago y Valparaíso realizaron combativas huelgas
en julio de 1888. Los cajistas, a los cuales se les pagaba por el mil de letras, se pusieron
a la cabeza del movimiento.
En la mañana de hoy –comentaba un periódico– los tipógrafos de esta imprenta se
resistieron a trabajar. Para hacerlo pedían se les asegurara un jornal de treinta centavos
por el mil de letras en lugar de veinticinco que se les pagaba. Igual cosa ha sucedido en
otros diarios. Habían pedido en la semana pasada un aumento de un 40% sobre sus
salarios a los diarios de la mañana y 20% a los de la tarde. Reunidos los editores, excepto
el de El Ferrocarril y director del Diario Oficial, acordaron conceder una gratificación
semanal equivalente a la mitad de lo solicitado a los tipógrafos que hubieran trabajado

144
La Libertad Electoral, 4 de septiembre de 1888.
145
Hernán Ramírez N. Historia del Movimiento Obrero. Siglo XIX, pp. 282-284, Santiago, 1955.
146
La Libertad Electoral, 21 de julio de 1888.

339
los días de la semana y una igual a un cuarto de los que asistieron menos tiempo. Así
estaban las cosas cuando esta mañana sin que mediara una palabra, estos señores se
negaron a trabajar si no se les pagaba lo que pedían. No era posible ceder…147
La huelga terminó cuando los patrones aceptaron pagar 27 centavos y medio por el
mil de letras. A la semana siguiente, se declararon en huelga los “canillitas”, vendedores
de El Mercurio de Valparaíso, exigiendo que se les vendiera el diario a tres centavos
en vez de cuatro.
La Revista Económica, dirigida por el conservador Zorobabel Rodríguez, hizo un
balance de las huelgas de 1888, caracterizándolas de comunistas y presentándolas
como “el fenómeno del año”:
Los optimistas, los satisfechos han declarado entre sonrisas que el malestar económico no
existía en esta Arcadia que se llama Chile, y que las visiones lúgubres habían desaparecido
por completo, cediendo su puesto a graciosas nubes de oro y azul. Otros ánimos han
pensado, por el contrario, que el movimiento comunista no había desaparecido, sino
simplemente abortado, y que si no se deseaba verlo en adelante viable y robusto, era
menester reflexionar seriamente e impedir su nueva aparición.148

La primera huelga general


El movimiento huelguístico alcanzó su culminación en 1890. Marcelo Segall ha
sido el primer investigador capaz de apreciar el significado de este proceso social. El
movimiento de 1890 puede caracterizarse como una huelga general escalonada que
comenzó en el Norte y se extendió hasta la zona de Concepción. En rigor, no fue una
huelga general simultánea en el país, sino una serie ininterrumpida de huelgas por
gremios y provincias.
Los motivos de la huelga fueron aumentos de salarios, supresión de la ficha salario,
pago del salario en moneda de plata en lugar de papel moneda para contrarrestar la
inflación y mejores condiciones de trabajo.
Los lancheros de Iquique iniciaron la lucha el 2 de julio de 1890 con una concen-
tración de 5.000 personas. El 4 de julio de 1890, El Mercurio publicaba un telegrama
recibido de Iquique:
Graves desórdenes en Iquique. Choque de la tropa y bomberos con el populacho, 38
heridos. La huelga de los lancheros y trabajadores toma proporciones inmensas. Grupos
numerosísimos recorren las calles atajando los coches y vehículos impidiendo todo

147
Ibid., 16 de julio de 1888.
148
Revista Económica, artículo de J. Larraín, Año II, t. III, p. 437, Santiago, 1888.

340
trabajo. El gremio de los jornaleros, que toma parte en la huelga, exige el pago de sus
sueldos en plata.149
La huelga se extendió el 17 de julio a toda la provincia de Tarapacá, a las oficinas
de San Donato, Ramírez, Tres Marías, Sacramento, San José, Peña chica, Constancia,
Mercedes, Rosario, etc., abarcando a unos 10.000 obreros de las salitreras y a los
portuarios de Pisagua. Los obreros expropiaron las pulperías y cortaron las vías del
ferrocarril de Iquique para impedir la llegada de tropas. Las fuerzas represivas mataron
a varios trabajadores. El 16 de julio se plegaron los portuarios de Arica.
El 11 de julio estalló el paro en Antofagasta, encabezado por ferroviarios. Las
manifestaciones, que llegaron a contar con 3.000 huelguistas en esta ciudad, fueron
reprimidas por el Ejército, registrándose numerosos muertos y heridos.
El 21 de julio comenzó la huelga en Valparaíso. Los obreros de la compañía
Sudamericana de Vapores se pusieron a la cabeza del movimiento, recibiendo de
inmediato el apoyo de los portuarios y panaderos. En la tarde de ese día, casi todos los
trabajadores de Viña del Mar y Valparaíso estaban en huelga. El ataque de las fuerzas
represivas culminó con la masacre de 12 muertos y 500 heridos. El balmacedista
Julio Bañados señalaba que los trabajadores “pretendían que se les pagara en plata o
su equivalente en billetes y la suspensión definitiva del 25% que se descuenta a los
jornaleros por derecho a muellaje y el 12% para la Caja de Aborros… Los Huelguistas
se derramaron por la ciudad en pequeños grupos y saquearon siete casas de prendas,
treinta despachos, tres almacenes de provisiones, una tienda, una fábrica de fideos,
una de galletas, una carnicería, una panadería, un café y una cigarrería. La policía y la
tropa de línea, en defensa de la propiedad, se vio obligada a hacer uso de la fuerza, por
cuya razón hubo doce muertos y muchos heridos. La hora crítica del pillaje fue desde
las 2 p.m. del día 21 hasta la una y media de la mañana del 22. En los días 22 y 23 los
desórdenes fueron más aislados y de menores consecuencias. El gobierno envió en el
acto al general Valdivieso que fue nombrado comandante general de Armas y las tropas
necesarias para salvar la ciudad del desastre que la amagaba. Para cualquier evento
se ordenó que estuvieran listos trenes para el envío del Buin y abierto día y noche el
Telégrafo”.150 A pesar de la represión, la huelga de los lancheros, jornaleros, panaderos
y mecánicos continuó varios días.
El movimiento huelguístico se extendió durante el mes de julio de 1890 a Santiago,
Quillota, Talca, Lota y Coronel. Los diarios y políticos burgueses usaron toda clase de
epítetos contra los trabajadores, acusándolos de vándalos, ladrones y pillos y azuzando
a las Fuerzas Armadas a una represión más generalizada.

149
El Mercurio, de Valparaíso, 4 de julio de 1890.
150
Julio Bañados Espinosa. Balmaceda. Su gobierno y la Revolución de 1891, Tomo I, pp. 517 y 518, París,
1894.

341
Según algunos autores, el presidente Balmaceda habría intentado frenar la
represión. Sin embargo, la masacre de obreros fue el motivo principal para que los
trabajadores no respaldaran al Gobierno con ocasión de la guerra civil desencadenada
por reaccionarios y proimperialistas, seis meses después del movimiento obrero de
1890 que se inscribe en la historia social de Chile y de América Latina como la primera
huelga de carácter general.
La huelga de 1890 fue netamente proletaria. Abarcó a miles de obreros que por
primera vez lograron coordinar un movimiento huelguístico de alcance nacional. La
experiencia de lucha adquirida por las nuevas capas obreras en esta huelga forjó una
conciencia de clase que a principios del siglo XX se traduciría en la creación de las
Mancomunales, antesala de la FOCH.
Otra relevante manifestación de los explotados fue la lucha callejera desencadenada
en Santiago, a raíz del mitin del 20 de abril de 1888 convocado por el Partido Democrático
para protestar por el alza de las tarifas tranviarias de la Compañía del Ferrocarril urbano,
perteneciente a Eduardo Matte y Agustín Edwards. La manifestación alcanzó a reunir
a unos 6.000 participantes. El gobierno de Balmaceda, interesado en obtener el apoyo
popular para enfrentar los ataques de la oposición, prometió solucionar el problema
a los dirigentes del Partido Democático.
La intransigencia de la empresa obligó a convocar a una nueva concentración en
la Alameda para el 29 de abril. La indignación popular se canalizó en el incendio de
varios carros de la Compañía. Los trabajadores se apoderaron de las calles de Santiago
hasta que las tropas del Ejército los obligó a replegarse. La prensa comentaba:
Extraño aspecto presentaba la Alameda poco después de las 5. De trecho en trecho se
veían hogueras apagadas, minas y espirales de humo. Las pobladas se habían reunido
otra vez después de ejecutar sus hazañas, en todo el espacio comprendido entre las
calles de Arturo Prat y Duarte. Al mismo tiempo que los hombres llegaban a aquel sitio,
una compañía del regimiento de cazadores a caballo y toda la tropa disponible de los
batallones Buin, 4º y 7º de línea. Toda la tropa se desplegó en guerrilla a lo largo de la
Alameda para repeler a la gente que a medida que avanzaba la noche aumentaba en
número.151
Cuarenta personas, entre ellas varios dirigentes del Partido Democrático, fueron
encarceladas.
La mayoría de los periódicos acusó de demagogos a los dirigentes de este movimien-
to. Otros se dieron cuenta de que la protesta de los explotados obedecía a profundos
problemas sociales; en ese sentido, El Estandarte Católico comentaba:

151
La Libertad electoral, 30 de abril de 1888.

342
Los violentos ataques contra la propiedad que ha presenciado la capital de la República
suministran material abundante de reflexiones a los hombres pensadores. Se engañaría
el que viese ese ataque organizado y premeditado contra la empresa del ferroca-
rril urbano un efecto pasajero de la exaltación popultar que se embravece contra la
terquedad de los empresarios como la ola contra el peñón que le opone resistencia.
En estas manifestaciones violentas del furor popular se ve algo más que un arrebato
momentáneo, se ven los primeros síntomas del socialismo, que al presente hace estragos
en casi todos los países europeos, que parecía no hallar aquí tierra en que arraigarse.
Los sucesos de ayer son manifestaciones de descontento de la clase proletaria contra
los dueños de la fortuna.152
Esta manifestación de los trabajadores de Santiago, en abril de 1888, puede
caracterizarse como la primera expresión de lucha callejera de las nuevas capas del
proletariado urbano. A partir de esa época, las luchas callejeras serán en la historia
social de Chile una de las armas principales de combate de los explotados. A su vez,
la burguesía adquirirá conciencia del peligro que encierra para el régimen este tipo de
lucha y formará cuerpos armados especializados para reprimir las manifestaciones
callejeras de la clase obrera.
En este período, los trabajadores no habían logrado crear aun su propio partido
de clase. El Partido Democrático, fundado en 1887, era un partido pequeño burgués
reformista, que expresaba los intereses del artesanado, de algunos estratos medios y,
en forma distorsionada, las aspiraciones del proletariado.

Pensamiento social
Existían, asimismo, instituciones de carácter reformista, como la Sociedad Unión
Republicana del Pueblo, fundada en Santiago a fines de 1864 por Ambrosio Larracheda,
antiguo igualitario; la Sociedad Escuela Republicana creada en 1868; la Sociedad
Republicana “Francisco Bilbao”, fundada en Valparaíso en 1873; el Club Obrero, creado
en 1873 en Santiago. Estos organismos abrieron bibliotecas populares, cooperativas
y centros de cultura, a los cuales concurrían los artesanos y obreros a adquirir las
primeras experiencias de organización y de conocimiento de la lucha social. Algunos
investigadores tienen la tendencia a otorgar un carácter socialista a estas instituciones,
así como han magnificado las ideas de los pensadores sociales de la época. Se ha llegado
a caracterizar a Martín Palma y Jenaro Abasolo como socialistas utópicos cuando en
realidad expresaban pensamientos reformistas.
Martín Palma, escritor de la segunda mitad del siglo pasado, reconocía que “las
riquezas acumuladas por el propietario, el industrial o el comerciante no son solo

152
El Estandarte Católico, 30 de abril de 1888.

343
el fruto de su inteligencia o de su industria, sino principalmente del trabajo de los
demás”,153 pero a continuación señalaba que “el universo está dividido y fraccionado en
propiedades: al pobre no le es dado tocar el bien ajeno, la ley lo manda. Nada hay más
santo ni legítimo que la propiedad, pero se ha extendido el derecho de ésta más allá de
los límites debidos. Nosotros, lejos de combatir, la defendemos pero siempre seremos
contrarios a su abuso”.154 Martín Palma no solo era defensor de la propiedad privada
sino partidario del librecambio y del gobierno de Manuel Montt, a quien defendió de los
ataques de las corrientes radicales que encabezaron el estallido revolucionario de 1859.
Jenaro Abasolo, nacido en Santiago en 1833 y muerto en 1884, apostrofaba a los ricos
en 1872: “¿Y quién os dio a vosotros el tiempo de cultivar su inteligencia? Fue el pobre
que trabaja por vosotros y dejó de cultivar su inteligencia porque estaba condenado a
trabajar o a morir. Salid vosotros de Chile, ¿que habrá perdido la economía del país’?
Nada. Pero que salgan todos los pobres de Chile ¿a qué quedan reducidos vuestros
campos, vuestras haciendas, vuestras ciudades? A cero”.155 Sin embargo, Abasolo,
adherido a la masonería, no llevaba su denuncia social hasta las últimas consecuencias.
Solo planteaba reformas al régimen capitalista. Se opuso a la Comuna de París de
1871, primera experiencia mundial de conquista del poder por parte del proletariado,
manifestando al respecto: “Pero nada de comunismo francés aquí”.156 Solamente
planteaba “fuertes contribuciones al capital y a la renta para educar al pueblo”.157
El análisis de conjunto de las obras de Palma y Abaloso nos conduce a sostener que
sus posiciones políticas eran la expresión de una ideología reformista. Ciertos autores
han idealizado el papel de estos pensadores, hombres de avanzada para su tiempo, pero
de ninguna manera partidarios de la transformación socialista. Ramón Picarte estuvo
más cerca del socialismo utópico al preconizar en 1866 la creación de un falansterio
en Chillán, inspirado en las ideas de Fourier.
La Iglesia Católica y el Partido Conservador, rivalizando con la masonería, trataron
de desviar a los trabajadores chilenos de la lucha social revolucionaria, organizando
–como decía el político conservador Carlos Walker Martínez– “círculos obreros al
nivel de los mejores de Europa, clubes populares permanentes, donde se dan trabajo
y honradas distracciones a los artesanos, sociedades de piedad cristiana en multitud
considerable, que tiene ramificaciones en toda la República.158

153
Martín Palma. El cristianismo político o reflexiones sobre el hombre y las sociedades, p. 110, Santiago,
febrero 1858.
154
Ibid., p. 110.
155
Jenaro Abasolo. La personalidad política. Los ricos y los pobres, p. 11, Santiago, 1872.
156
Ibid., p. 19.
157
Ibid., p. 21.
158
Carlos Walker Martínez. Historia de la Administración Santa María, Tomo I, p. 153, Santiago, 1889.

344
El 7 de mayo de 1878, el Arzobispo de Santiago aprobó los Estatutos de la Asociación
Católica de Obreros que “tenía por objeto la moralización, instrucción y unión de los
obreros católicos”.159 Los círculos obreros católicos no prosperaron, como lo reconoció
el dirigente conservador Abdón Cifuentes: “Debo confesar que el fruto que obteníamos
era escaso y muy desproporcionado a la inmensidad de los sacrificios que demandaba
esa obra. Apartar al obrero de los vicios y regenerar sus costumbres era obra superior
a nuestras fuerzas”.160
La posición antisocialista de la Iglesia Católica fue crudamente expuesta por el
Arzobispo Mariano Casanova en mayo de 1891 al comentar la Encíclica Rerum Novarum
del Papa León XIII:
Hace ya tiempo que se notan en Chile manifestaciones socialistas que revelan la
existencia de gérmenes malsanos en el seno de nuestro pueblo. Más de una vez
hemos visto levantarse en huelga contra los dueños de establecimientos industriales
a diferentes gremios de obreros, causando no pocos daños a la industria y a diferentes
gremios de obreros, y privándose ellos mismos del jornal con que debían satisfacer sus
necesidades. Hemos visto ataques tumultuosos a la propiedad particular. Hemos visto
dolor y profunda extrañeza que se han estado propagando por la prensa diaria doctrinas
socialistas y empleado como recurso político el azuzamiento del pueblo contra los ricos y
de la democracia contra la aristocracia… Procuremos contrarrestar y extirpar de nuestro
pueblo los gérmenes que hayan sembrado en él manos temerarias y corruptoras poniendo
en práctica los consejos que se contienen en la Encíclica del Papa.161
A pesar de que el propósito católico de penetración en el movimiento obrero,
mediante una política parternalista, no tuvo eco en el proletariado chileno, la jerarquía
eclesiástica y los políticos burgueses extrajeron experiencias que les permitieron crear
cuadros entrenados para impedir o neutralizar la lucha de los trabajadores en contra
del sistema de opresión capitalista.

Los primeros núcleos socialistas


El primer núcleo marxista de Chile fue organizado por adherentes a la Primera
Internacional. Marcelo Segall, apelando al testimonio de José Ingenieros, sostiene
que un grupo de revolucionarios llegados de Europa creó en Chile una seccional de la
Primera Internacional: “En 1881 un núcleo reducido de militantes fue a Chile y poco

159
Fernando Silva Vargas. Notas del pensamiento católico a fines del siglo XIX. Separata Revista Historia,
Inst. de Historia de la U. Católica, Nº 4, p. 245, Santiago, 1965.
160
Abdón Cifuentes. Memorias. Tomo II, p. 249, Santiago, 1936.
161
Fernando Silva V., op. cit., p. 249.

345
tiempo después comunicaron a la Federación del Uruguay la organización de dos
seccionales en Valparaíso y Santiago de Chile”.162
Hacia fines del siglo pasado, algunos sectores de vanguardia conocían ciertos
fundamentos del marxismo. En 1892, un manifiesto de la Sociedad Marítima de
Socorros Mutuos de Valparaíso señalaba: “No olvidéis las palabras del gran socialista
Karl Marx: la gente de trabajo en todas partes del mundo debe ser hermana. Ellas
deben hacer causa común con los demás. Ellas tienen un mundo que ganar y solo las
cadenas de la esclavitud que perder”.163 Alejandro Escobar Carvallo, uno de los más
destacados dirigentes del movimiento obrero chileno, citaba a Marx en un artículo de
El Proletariado del 10 de octubre de 1897: “La conquista del poder no se hará por la
guerra de cada explotado con su explotador, sino por la científica aplicación combinada
de las leyes naturales de Carlos Darwin con las leyes económicas de Carlos Marx”.164
A fines del siglo XIX estaban ya constituidas las primeras organizaciones socialistas
proletarias. En 1890, se fusionaron la Agrupación Fraternal Obrera y el Centro Social
Obrero, que publicaba el periódico El Grito del Pueblo, dando nacimiento a la Unión
Socialista, que luego adoptó el nombre de Partido Socialista de Chile, de efímera
existencia. En 1889 se fundó el Partido Obrero Socialista “Francisco Bilbao”. Algunos
de sus dirigentes se pasaron a las filas del anarquismo, movimiento que ya hacía
oír su voz a través de los periódicos El Pueblo y El Jornal, en los que colaboraban el
poeta Carlos Pezoa Véliz y otros luchadores sociales de la época, fundadores de las
primeras Sociedades en Resistencia, organismos proletarios de combate que superaron
rápidamente los estrechos límites del Mutualismo.
Uno de los primeros periódicos obreros, El Proletario, en un artículo firmado por
A. Araya M., condensaba las aspiraciones de los revolucionarios chilenos de fines del
siglo pasado: “Si, Revolución Social, es la que todos los pueblos persiguen, porque es
una necesidad que se impone a toda otra para atacar de frente al monstruo absorbente
de la burguesía… Unámonos todos como un solo hombre para rechazar esta sociedad
explotadora ¡Viva el Socialismo! ¡Viva la Revolución Social!165 Lenta, pero firmemente,
la conciencia política de clase comenzaba a expresarse en estos primeros embriones
de la vanguardia obrera chilena.

162
Marcelo Segall. La Comune y los excommunards en un siglo de América Latina, Boletín de la U. de
Chile, Nº 109-110, abril-mayo, p. 24.
163
Citado por Pedro Iñiguez: Notas sobre el desarrollo del pensamiento social en Chile, p. 29, Santiago,
1968.
164
Citado por Hernán Ramírez N.: Historia del movimiento obrero, op. cit., p. 241.
165
El Proletario, 10 de octubre de 1897, citado por Hernán Ramírez: op. cit., 231-232.

346
El campesinado
La población activa del campo chileno, según el Censo de 1885, alcanzaba a 420.000
personas, distribuidas en 159.078 gañanes, 253.940 “trabajadores en la explotación del
suelo” y 7.651 arrieros. El Censo no estableció la distinción entre obreros agrícolas,
inquilinos y medieros, ni tampoco la diferencia entre pequeños, medianos y grandes
agricultores. Según Gabriel Salazar, había “labradores que no eran inquilinos, las
empresas rurales que no eran haciendas y los gañanes o peones estables y afuerinos”.166
Durante la segunda mitad del siglo pasado hubo un crecimiento del número de
pequeños propietarios, a raíz del proceso de subdivisión de tierras producto de las
sucesiones hereditarias.
En un estudio del valle de Putaendo, realizado por Baraona, Aranda y Santana, se
demuestra que la práctica de las reparticiones conduce a la subdivisión de tierras a un
grado tal que, en 1869-1878, el 78,3% de los predios tabulados mide menos de media
cuadra.167 Jean Borde y Mario Góngora han señalado que a partir de 1880 se acelera el
proceso de subdivisión de fundos: “Puangue, Pico, Huechún, divididos en 1862, 1871
y 1877, no eran más que signos precursores de una era de fragmentaciones que se va
a manifestar después de 1880: se divide la Esmeralda en 1880, San José en 1882, Lo
Ovalle en 1884, La Patagüilla en 1889, Chorrillos en 1892, Mallarauco y Pagüilmo en
el año 1902”.168
La falta de estadísticas y de nuevas investigaciones no permite por el momento
generalizar al resto del país la situación registrada en los valles de Putaendo y Puangue.
Sin embargo, la proliferación de la pequeña propiedad minifundiaria a principios del
siglo XX indica que la tendencia del proceso apuntaba en la dirección señalada por
los estudios anteriormente citados.
En las provincias sureñas, a medida que avanzaba la colonización de la Araucanía,
se fue configurando una pequeña burguesía rural. Estos colonos eran explotados
por los latifundistas que les compraban las cosechas “en verde”. En otros casos, los
pequeños propietarios más pobres vendían su fuerza de trabajo en las temporadas
de siembra y cosecha. Ramón Domínguez relataba en 1867 que había patrones en la
zona sur que contrataban “peones que viven fuera del fundo y que son por lo general
pequeños propietarios”.169

166
Gabriel Salazar. Labradores, peones y proletarios. Ed. Sur, p. 47, Santiago, 1987.
167
Rafael Baraona, Ximena Aranda y Roberto Santana. Valle de Putaendo, p. 213, Santiago, 1961.
168
Jean Borde y Mario Góngora. Evolución de la Propiedad Rural en el valle de Puangue, p. 91, Santiago,
1959.
169
Ramón Domínguez. “Nuestro sistema de inquilinaje en 1867”, Rev. Mapocho, Tomo V, Nº 4, Vol. 15,
p. 297, Santiago, 1966.

347
En las zonas suburbanas de Santiago, Valparaíso y Concepción se consolidó el sector
de pequeños propietarios dedicados a la explotación de productos de chacarería para
abastecer las necesidades de las ciudades en crecimiento.
El inquilinaje continuó siendo el régimen de trabajo preponderante en el campo.
Sin embargo, ya no era el inquilino-arrendatario de la época colonial que pagaba un
canon, sino un inquilino-trabajador que percibía salario y regalías, características que
acentuarían el proceso de semiproletarización. Para el empresario, el inquilino “es un
trabajador cuyo salario está compuesto por recursos, regalías de consumo y dinero; ha
dejado pues de ser arrendatario y parte apreciable de la fuerza de trabajo familiar ha sido
enajenada para su uso por el terrateniente… el inquilino ha dejado de ser arrendatario
para convertirse en una de las categorías de trabajadores de la hacienda que arrienda
su trabajo por un jornal módico y recibe además casa con una extensión de terreno”.170
Los familiares del inquilino que se incorporaban al trabajo en la hacienda percibían
un salario. En 1867, Domínguez anotaba que “solo un miembro de la familia o un
reemplazante estaba obligado a prestar servicios en la hacienda; a los otros miembros
de la familia o allegados se les pagaba el jornal al ocuparlos”.171
Los patrones establecieron distintas categorías de inquilinos con el fin de
acentuar las desigualdades sociales y provocar la vigilancia de unos sobre los otros
en el cumplimiento de las tareas. En el Manual del Hacendado chileno, Manuel José
Balmaceda, padre del que llegara a ser presidente de la República, establecía en 1875
las siguientes categorías de inquilinos: de a caballo, de a pie e inquilinos-peones.
Los inquilinos de a caballo son gentes que tienen algunos bienes de fortuna y son más
decentes, más honrados y los que prestan a la hacienda todos los servicios de a caballo y
otros no menos importantes. En los fundos de alguna extensión, donde conviene tener
inquilinos de a caballo, no debe dárseles más que el talaje para diez o doce animales entre
caballares y vacunos y para veinticinco ovejas; tierras para sembrar chacras, fanegas de
trigo, y además como media cuadra para sembrar chacras. Para que el inquilino retribuya
a la hacienda estos beneficios, debe dar: un peón montado para los viajes fuera del fundo,
al que se le abonarán veinticinco centavos por cada diez leguas; un peón para todas las
composturas de cercas y limpia de canales, el cual recibirá la comida de la hacienda;
un peón para las siembras. Un peón de a caballo para las trillas… A la segunda clase o
sección pertenecen los inquilinos de a pie o de media obligación. A éstos se les da talaje
solo para dos o cuatro animales entre vacunos y caballares y para doce ovejas. Algunas
veces donde sembrar una o dos fanegas de trigo y un pedazo pequeño para chacras que
no exceda de un cuarto de cuadra. Los servicios que éstos pueden prestar son: 1º) dar
un peón de a caballo; 2º) hacer mandados a caballo sin jornal alguno; 3º) dar un peón
diario para todos los trabajos de la hacienda por el jornal diario; 4º) en caso de mucho

170
Alexander Schejtman. El inquilino de Chile Central, p. 197, Icira, Santiago, 1971.
171
Ramón Domínguez, op. cit., p. 299.

348
trabajo están obligados a dar un peón más y hacer trabajar todos los que vivan en su
casa, por el mismo jornal de un peón forastero… A la tercera clase o sección pertenecen
los inquilinos peones. Estos no tienen más que la vivienda y un pequeño pedazo de
terreno que no exceda de cuarenta varas para criar gallinas y sembrar hortalizas cuando
hay agua. Son sus obligaciones dar un peón diario todo el año por el jornal diario; hacer
trabajar a todos los peones que vivan con él cuando la hacienda los necesite por el mismo
jornal que lo haría un forastero.172
Además de fijar las obligaciones del administrador, del mayordomo y del capataz, el
Manual del Hacendado establecía las categorías de vaqueros, encargados de cuidar el
ganado, y de potrerizos, cuyo papel era hacer los cierres, deslindes y corrales e “impedir
que los inquilinos tengan más animales de los que se le haya concedido y que no los
pongan en los potreros de la hacienda”.173
Esta vigilancia que algunos trabajadores ejercían sobre otros permitía a los pa-
trones controlar el rendimiento del trabajo, además de fomentar la división entre los
explotados de una misma hacienda. La jerarquización entre las diferentes categorías de
inquilinos contribuía a reforzar las desigualdades sociales; los inquilinos de a caballo
cumplían generalmente el papel de capataces, mandando a los inquilinos de a pie.
En el Manual del Hacendado se fijaban castigos: “Al inquilino-peón que falte al
trabajo se le cargará como multa el jornal de día y medio. Los aperos y herramientas
que pierdan o rompan por descuido o mal tratamiento deberán pagarlas los peones…
Se impondrán severas penas a los peones que salten cercas, abran gateras y pisen los
sembrados”.174
Vicuña Mackenna describía las condiciones de vida y de trabajo de los inquilinos
en los siguientes términos:
A veces no reciben su paga en plata, sino en géneros o comestibles que se les obliga a
tomar a un precio mucho más subido que en cualquier otra parte… Veamos al huaso en
su condición de ciudadano: ¿quiere casarse el huaso? Debe pagar al cura una cantidad.
¿Tiene hijos? debe pagar al cura para que se los ponga cristianos, ¿Tiene que interponer
alguna queja contra el propietario? pero el juez legal es el mismo propietario. ¿Querría
quejarse de los procedimientos de su juez ante el comandante de milicias? Pero el
comandante es, otra vez, el mismo propietario.175
La escasez de mano de obra, agudizada por la emigración de los trabajadores
agrícolas a las ciudades y a las zonas donde se realizaban obras públicas, en las cuales

172
Manuel Balmaceda. Manual del Hacendado Chileno, p. 127, Santiago, 1875.
173
Ibid., p. 127.
174
Ibid., pp. 120 y 121.
175
B. Vicuña Mackenna. “Chile considerado en relación a su cultura”, en El Mensajero de la Agricultura,
Nº 3, dic. 1856.

349
se pagaba mejores salarios, obligó a los terratenientes a introducir ciertas mejoras en
las condiciones de vida de los trabajadores rurales. La Sociedad Nacional de Agricultura
planteaba en 1872 la necesidad de mejorar la comida: “Si en tiempos antiguos el
hacendado podía efectuar economías excesivas en el ramo de la alimentación de sus
operarios, la emigración y la consiguiente escasez de brazos aconsejan mejorar cuanto
sea posible, sin grandes sacrificios, la calidad de los alimentos”.176
En 1876, la Sociedad Nacional de Agricultura llamó a un concurso sobre el tema
del inquilinaje. Se presentaron tres Memorias; la de Lauro Barros: “Condición del
trabajador y medios de mejorarla”; la de Antonio Subercaseaux: “Poblaciones rurales”
y la de Domingo Morel: “Ensayo sobre la condición de las clases rurales en Chile”. Las
tres memorias coincidían en que la “única” salida para mejorar la situación de los
campesinos era el fomento a la educación. En la memoria de Morel se plantea que a los
“inquilinos les falta estímulo que los arraigue en los fundos del campo y para subsanar
ese inconveniente, sería mejor darles sobre su salario o como único estipendio un
interés proporcionado a las utilidades del patrón”.177
Aunque la mayoría de estas proposiciones no se llevaron a cabo, el solo hecho de
haber planteado el problema muestra la preocupación de los terratenientes por la
agudización de la lucha de clases. Los encargados de comentar las Memorias citadas,
manifestaban:
La mejora de nuestros trabajadores rurales o urbanos no debe resolverse a la manera
de los socialistas o de los autoritarios, porque no es posible cambiar las bases de la
propiedad o del derecho. Hoy los adelantos materiales despiertan las malas pasiones
del trabajador y le dicen: odia a tu patrón que se dice tu amo sin serlo y que te oprime
y absorbe los frutos de tu labor; odia a la propiedad que hace al rico cada día más rico
y al pobre cada día más pobre. He aquí dos extremos de que deben huirse… Nosotros
diríamos a los hacendados y patrones: Amad a vuestros inquilinos y a vuestros obreros;
Tratadlos bien y desarrollad su moralidad y dignidad porque el bienestar del trabajador
es el trabajo barato y bien ejecutado a favor de su patrón. Y al propio tiempo diríamos al
inquilino, al peón ambulante y al roto gañán: Ama a tu patrón, porque sus intereses bien
entendidos son los tuyos; ayúdale a aumentar su capital que es la fuente de tus salarios.178
Durante la segunda mitad del siglo XIX se configuraron las principales capas del
proletariado rural. Un cierto desarrollo de la burguesía agraria permitió consolidar
relaciones de producción capitalista en algunas regiones del país. A pesar de su
crecimiento, el número de obreros agrícolas era inferior al total de inquilinos, medieros
y pequeños propietarios.
176
Sociedad Nacional de Agricultura: Boletín, vol. 5, 1872-73, Santiago.
177
Marcial González, Claudio Vicuña y Carlos Antúnez. “El trabajador rural”, Revista Chilena, T. VI, p.
510, Santiago, 1876.
178
Ibid., p. 528.

350
El desarrollo de las modernas empresas agrícolas facilitó un progresivo aumento
del proletariado rural, especialmente en los fundos de la zona central, en la industria
molinera, en la colonización de la Araucanía y en las empresas ganaderas de Magallanes.
A los patrones les resultaba más conveniente contratar afuerinos para los períodos
de siembra y cosecha que aumentar el número de inquilinos, porque además de ser
una mano de obra barata y eventual, se ahorraban el talaje y otras regalías. Finalizado
el trabajo de temporada, los afuerinos eran despedidos de los fondos. Los afuerinos
constituían el ejército agrario de reserva de mano de obra del cual disponían los
terratenientes. Vendían su fuerza de trabajo por temporada, subsistiendo en forma
precaria el resto del año. Federico Gana describe en el cuento “Candelilla” a un afuerino
chillanejo de la década de 1880: “En los veranos, cuando llegaba la época de los cortes
y cosechas de trigo emigraba al sur, a Traiguén, a Victoria, la Frontera, en busca de
trabajo, llegando después en invierno y entrada de primavera, a refugiarse al calor del
fogón hospitalario de las cocinas”. En un artículo escrito en 1884, Augusto Orrego Luco
manifestaba: “Desde hace cuarenta o cincuenta años, principió a aparecer el peón
forastero, esa masa nómade, sin familia, sin hogar propio, sin lazo social, que recorre
las haciendas en busca de trabajo”.179
Otro sector del proletariado rural estaba constituido por los obreros permanentes
o estables. Su número era inferior al de los afuerinos. Trabajaban especialmente en
la industria molinera y en las haciendas de mayor desarrollo capitalista. En algunas
empresas, como la de San Regis en Aconcagua, había 120 obreros permanentes de
un total de 200 trabajadores. En la hacienda Viluco trabajaban “doscientos peones
sedentarios”.180
Estos trabajadores agrícolas desempeñaban diversas tareas, en calidad de vaqueros,
arrieros, potrerizos, encargados de hacer los cierres, corrales y deslindes; otros eran
matanceros, especialistas en carnear animales. En las empresas ganaderas de Maga-
llanes había diversas especialidades: ovejeros, esquiladores, velloneros, cortadores
de carne, etc.
En el Manual del Hacendado, Manuel José Balmaceda recomienda a sus colegas
terratenientes la forma más adecuada para explotar a los peones o gañanes:
La ración de almuerzo de un peón es la décima parte de un almud de harina o una galleta
de las quince que produce esta medida… El peón que salga al trabajo después de salido el
sol, o no se admite aquel día o se le castiga rebajándole la tercera o cuarta parte del jornal
según la hora a que haya llegado. Los peones que no trabajen con la debida ligereza, no

179
Augusto Orrego Luco. “La cuestión social”, en La Patria, Valpso. 1884. Reprod. Rev. Mapocho, Nº
121-122, Santiago, 1961.
180
Horacio Aránguiz. “La situación de los trabajadores agrícolas en el siglo XIX”, en Estudios de Historia
de las Instituciones políticas y sociales, Nº 2, p. 25, 1967.

351
hagan bien su labor o usen de malos modos, deben ser arrojados del trabajo… Al peón
que se encuentre por primera vez ocioso en horas de trabajo, debe descontársela la cuarta
parte del jornal de ese día; si se le sorprende por segunda vez perderá la mitad del jornal
y por tercera vez lo perderá todo… Para dar tareas o destajos, el mayordomo calculará
antes lo que un peón puede hacer en una hora o en un día, trabajando con empeño, y
esa será la porción que puede asignar como tarea. A los peones que trabajen por día se
les dará media hora para comer; a los que trabajen por tarea una hora.181
Los salarios fluctuarían entre 0,25 y un peso diario. Lauro Barros señalaba en 1875
que “los salarios variaban según las tareas. En época de siembra o cosecha el peón
ganaba unos 40 centavos más alimento; cuando siega se le pagaba 1,25; el resto del
año se les pagaba entre 25 y 40 centavos”.182
Hacia 1867, los hacendados del sur pagaban a los peones con un pequeño papel
que decía: “Don Fulano, Zutano, ha ganado tanto, déle de la tienda lo que necesite y
cárguelo a mi cuenta’. Para sostener sistemas de pago tan particular, los dueños de
fundo se valen de una especie de bancos sui géneris que ellos mismos establecen y que
se conocen con el nombre de la Tienda-Despacho de la hacienda”.183 El papel hacía las
veces de ficha-salario, lo que significaba una doble explotación, porque los artículos
de la tienda del patrón eran caros y de mala calidad.
En otras zonas, el salario era pagado totalmente en especies. Los patrones se vieron
obligados a aumentar los salarios a partir de la década de 1870 para retener la mano
de obra que emigraba de los campos. Un colaborador del Boletín de la Sociedad Na-
cional de Agricultura “asegura que debido a la falta de trabajadores, los hacendados
están tratando a su gente con toda consideración para evitar así que los descontentos
emigren”.184 Augusto Orrego calculaba en 1884 que la “corriente de emigración arrastra
anualmente por lo menos 26.333 obreros de la zona central de la República. Esa enorme
sustracción disminuye la oferta de trabajo y tiende a levantar el nivel de los salarios”.185
Uno de los teóricos agrarios, Julio Menadier, planteó en 1871 la necesidad de reforzar
el sistema de inquilinaje en consideración a que la corriente migratoria se componía
fundamentalmente de afuerinos: “Siendo notorio que los inquilinos chilenos no
han prestado contingente alguno a la emigración al Perú, parece oportuno extender
el inquilinaje en una escala más vasta que la actual, aunque esta medida imponga a
muchos hacendados sacrificios más o menos onerosos”.186 Sin embargo, la mayoría
181
Manuel José Balmaceda. Manual… op. cit., pp. 118 a 120.
182
Lauro Barros. Ensayo sobre la condición de las clases rurales en Chile, p. 20, Santiago, 1875.
183
Domínguez, Ramón. “Nuestro sistema de inquilinaje en 1867”, Rev. Mapocho, Tomo V, Nº 4, Vol. 15,
p. 301, 1966.
184
Citado por Gonzalo Izquierdo: La Sociedad de Agricultura en el siglo XIX, p. 143, Santiago, 1968.
185
Augusto Orrego L., op. cit.
186
Julio Menadier. “Emigración al Perú”, Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, Vol. 2, 1870-71.

352
de los terratenientes prefirió aumentar los salarios de los peones que trabajaban
por temporadas antes que incorporar nuevos inquilinos, porque les resultaba más
conveniente a sus intereses inmediatos.
El extraordinario plan de obras públicas emprendido por el gobierno de Balmaceda
aceleró la corriente migratoria, agudizando la escasez de mano de obra agrícola. El
ingeniero agrónomo Horacio Durán escribía en el Boletín de la Sociedad Nacional de
Agricultura: el presente año (1888) “ha sido excepcional relativamente a los anteriores
por la escasez suma de operarios, así como el de 1885 lo fue por la sequedad general…
Es difícil contratar peones forasteros en el número necesario aunque se pague una
enormidad”.187
Si bien es cierto que no se dispone de investigaciones sobre la luchas del campesi-
nado en este período, algunas fuentes de la época revelan la existencia de movimientos
reivindicativos de los trabajadores agrícolas. En una carta dirigida al presidente de la
Sociedad Nacional de Agricultura, el terrateniente Francisco Echaurren manifestaba en
1870 que los peones agrícolas son “los que fijan con sus exigencias y sus movimientos
en todas las provincias el salario que se les abona”.188 Manuel José Balmaceda decía en
el Manual del Hacendado: “Los peones que insubordinan a los otros para que no traba-
jen sino por cierto precio o para que se les aumente la comida y se les disminuyan las
horas de trabajo serán castigados con severas penas y aún arrojados de la hacienda”.189
En 1880, el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura recomendaba mejorar
las condiciones de vida del campesinado “para contrarrestar con ejemplos irrecusables
la propaganda socialista, que según indicios reveladores no tardaron en levantarse a la
vuelta de los diez mil operarios enrolados en el Ejército y la Armada”.190 Es sugerente
también una observación de Luis Sada, encargado de redactar un proyecto de Código
Rural en 1853:
Aunque las coaliciones de los propietarios para conseguir forzosamente la reducción en
los salarios de los trabajadores, es caso que no puede suceder sino raras veces en Chile
adonde faltan brazos, sin embargo las leyes deben prever dicho caso, principalmente
por lo que respecta a la coalición de los trabajadores hacia el propietario para conseguir
forzosamente aumento de salario. Dicha coalición, llamada ordinariamente leona, que
viene a interrumpir con mucho perjuicio nuestras operaciones agrícolas, merece ser
reprimida con severas disposiciones.191

187
Horacio Durán. “Algunas consideraciones sobre los inquilinos”, Boletín Soc. Nac. de Agricultura, Nº
18, julio 1888.
188
Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, Nº 2, 1870.
189
Manuel J. Balmaceda. Manual… op. cit., p. 119.
190
Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, Vol. II, p. 376, julio 1880.
191
Luis Sada. “Proyecto de Organización de un Código Rural”, en El Mensajero de la Agricultura, Nº 6,
p. 214, marzo 1858.

353
Aunque estos datos aislados no permiten sacar conclusiones más concretas sobre
la dinámica de las luchas campesinas de la segunda mitad del siglo XIX, constituyen
indicadores de un cierto proceso de movilización de los trabajadores agrícolas por sus
reinvindicaciones más inmediatas.

La condición de la mujer chilena en el siglo XIX


Incluimos en este capítulo sobre estructura social un análisis de la mujer porque
estimamos que esta capa de la población, que constituye más de la mitad de los
habitantes del país, tiene una condición social específica, aunque no homogénea,
dados los diferentes sectores de mujeres burguesas, pequeño-burguesas, mapuche,
campesinas y proletarias.
Una historia de la mujer chilena –aún por hacerse– demostraría que su situación
estuvo condicionada por el rígido sistema patriarcal que imperaba en la sociedad. Esta
apreciación es válida no solo para los diferentes estratos sociales de la mujer blanca y
mestiza, sino también para la mujer mapuche y aymará.
Desde la época colonial, con la consolidación del régimen patriarcal la mujer
mapuche había perdido gran parte de los derechos que disfrutó en las antiguas
comunidades indígenas. Antes de la conquista española, la mapuche jugaba un papel
decisivo en la comunidad gentilicia. Ricardo Latcham, uno de los investigadores más
acuciosos del tema, afirma que los mapuche vivían bajo un régimen no patriarcal.
El marido debía residir en el seno del clan de la mujer. Los hijos llevaban la filiación
y el tótem de la madre, es decir, la descendencia tenía un carácter matrilineal, el de
Guacolda, Fresia, la Janequeo y otras.
En el momento de la conquista española, los mapuche estaban en un período de
transición hacia el patriarcado.
El primer cambio trascendental en este sistema –dice Latcham– fue cuando el hombre,
en vez de ir a vivir a la agrupación de una mujer comenzó a llevar a ésta a su propia
agrupación y formar allí su hogar. De esta manera llegó a ser dueño de la propiedad que
cultivaba, de la casa que construía y de los animales que lograba reunir … En el estadio
anterior, el grupo familiar a que pertenecía la mujer, adquiría un nuevo elemento de
ayuda y de protección, con cada mujer que se casaba.192
A medida que se consolidaba el patriarcado durante la Colonia, la mujer mapuche
comenzó a ser relegada a un segundo término. Los hijos empezaron a tener consi-
deración solo por el padre y menosprecio hacia la madre “que había llegado al hogar

192
Ricardo Latcham. La organización social y las creencias religiosas de los antiguos araucanos, p. 582,
Santiago, 1924.

354
por compra, que vegetaba en él abrumada por el trabajo y los golpes, envilecida, sin
derecho de posesión, no inspiraba ningún sentimiento de consideración, ni podía tener
la menor influencia en la decisión de los hombres”.193
Durante la República, la mujer mapuche fue compelida a realizar las tareas agrícolas
de siembra y cosecha; hilaba, tejía, hacía la comida y preparaba la chicha y el mote.
Acompaña al marido en sus reuniones y borracheras para transportarle las provisiones
y el licor… Carga pesados canastos, cántaros y el niño que cría… Estuvo excluida de
la propiedad; casada, no heredaba del padre; soltera, jamás disponía de lo que había
heredado. Cuanto adquiría en el matrimonio por accidente extraordinario, recaía en el
marido. Carecía de voz y opinión en las resoluciones de los hombres y por consiguiente
de autoridad en el hogar; durante la juventud dependía del padre; y si este moría, del her-
mano o de los parientes; cuando casada, del marido, y cuando viuda, del primogénito.194
En síntesis, durante el siglo pasado la mujer mapuche perdió gran parte de los
derechos que había poseído, según Latcham, aunque éste, como no mapuche, puede
haber incomprendido en su real dimensión el papel de la mujer en la sociedad mapuche.
La mujer blanca ha sido destacada, desde el punto de vista masculino, por los
historiadores y ensayistas, por su belleza, por su condición de madre y fiel esposa y, en
algunos casos, por acciones individuales de gran relevancia. Así, desfilan por las páginas
de nuestros historiadores de la Colonia la figura de Inés de Suárez, el legendario paso
por nuestras tierras de la monja Alférez y la comentada vida de la Quintrala.
Durante la época republicana, se mencionan solo aquellas mujeres, como Javiera
Carrera, Paula Jaraquemada y Luisa Recabarren, que han tenido actuaciones patrióticas
en momentos decisivos de nuestra historia. Aunque en Chile no hubo una guerrillera
del porte de la boliviana Juana Azurduy, algunas mujeres campesinas contribuyeron
con su anónima labor al triunfo de los montoneros de Manuel Rodríguez.
La mujer chilena del siglo pasado no puede ser considerada solamente por la capaci-
dad de estas personalidades. El conjunto estaba sometido a un régimen de opresión; la
mujer era mantenida en la ignorancia y marginada de la actividad productora y política.
La Independencia no cambió la condición de la mujer y sus costumbres heredadas de
la colonia española. La mujer siguió siendo, bajo la República, propiedad privada del
hombre, considerada como un ser inferior destinado a procrear hijos, como lo mandaba
la poderosa Iglesia Católica. La mujer estaba constreñida a las tareas hogareñas que
menoscababan el ejercicio de sus facultades creadoras.
José Miguel Carrera trató de quebrar el oscurantismo cultural impuesto por los
españoles en la Colonia, promoviendo la instrucción de la mujer. En un decreto del 21

193
Tomás Guevara. Psicología del Pueblo Araucano, p. 34, Santiago, 1908.
194
Ibid., p. 38.

355
de agosto de 1812 establecía la necesidad de fundar escuelas para mujeres, quedando
los conventos de las monjas obligados a suministrar una sala para esencia donde
aprendieran las primeras letras las mujeres de origen modesto.
Sin embargo, esta iniciativa no fue continuada por los gobiernos posteriores.
La inglesa Mary Graham relataba en su Diario de Residencia en Chile, 1822, que las
mujeres chilenas “son muy hermosas pero muy incultas”. Otro viajero, Eduard Poeppig,
describía a fines de la década de 1820 la situación de la mujer, especialmente burguesa,
del siguiente modo: “Hasta hace veinte años existía todavía la costumbre, como ocurre
aún en Brasil, de mantenerlas encerradas en casa, o al menos de prohibirles aparecer
mientras se hallare en ella un desconocido”.195
Las relaciones de dependencia de nuestro país respecto de las metrópolis europeas
se reflejaban también en los gustos y las modas que adquirieron las mujeres de la
burguesía chilena; en el uso del piano de cola y el menosprecio a la guitarra criolla; en
los bailes europeizantes; en los cuadros, terciopelos, adornos y muebles importados;
y en el reemplazo del mate por el five o’clock tea, generalizado por la esposa de Lord
Cochrane en las tertulias de la oligarquía chilena.
Una mujer emancipada para su época fue la escritora romántica Carmen Arriagada,
casada con Eduardo Gutike, oficial prusiano. Sus amores con el pintor Rugendas, entre
1835 y 1850, han sido redescubiertos a través de sus cartas por Oscar Pinochet de La
Barra en El gran Amor de Rugendas y en Carmen Arriagada: Cartas de una mujer
apasionada. Rebelde ante los convencionalismos de su tiempo, esta mujer, considerada
recién hoy como una de las mejores escritoras del siglo XIX, murió en 1890. Otra que
se atrevió fue Carmen Blest, al contraer enlace con el protestante Jorge Liddard. Fue
enjuiciada por la Iglesia Católica y acusada de “delincuente”, según la Revista Católica
del 6 de agosto de 1845.
Durante la época de los decenios, algunas matronas burguesas, como Isidora
Goyenechea, tuvieron, dentro del patrón social masculino, cierto acceso a la dirección
de los asuntos económicos, al servicio de su clase. Una de las primeras mujeres chilenas
que logró destacarse por sus propios méritos en la lucha social fue Rosario Ortiz,
apodada “La Monche”. Nacida en Concepción el 10 de octubre de 1827, fue una de las
primeras periodistas de Chile; junto a Úrsula Binimelis integró la redacción del diario
de avanzada liberal El amigo del Pueblo, principal órgano de prensa de la revolución
de 1859 en el sur. Años antes, en la guerra civil de 1851, Rosario Ortiz, a la cabeza de las
milicias se había batido con el fusil en la mano en la batalla de Loncomilla, logrando
apresar a un oficial enemigo. Encarcelada y perseguida, volvió a tomar las armas en la
revolución de 1859, donde se le otorgó el grado de capitán del ejército revolucionario.
Cual una Luisa Michel, la heroína de la Comuna de París, “la Monche” se jugó al lado
195
Eduard Poeppig. Un testigo en la alborada de Chile. 1826-1829, p. 453, Ed. Zig-Zag, Santiago, 1960.

356
de su pueblo contra el gobierno conservador de Montt. Derrotada la revolución, la
luchadora penquista se refugió en las tolderías mapuche, murió años más tarde pobre
y olvidada.196
El Código Civil, promulgado en 1855, codificó las relaciones de opresión femenina
impuestas consuetudinariamente por la sociedad patriarcal. La mujer era considerada
en esas disposiciones como una menor, ya que ni siquiera podía ser tutora de sus hijos.
Menos podía vender, hipotecar o comprar.
Algunas mujeres iniciaron en la segunda mitad del siglo pasado las primeras luchas
en favor de los derechos políticos de su sexo, reclamando el derecho a voto, basadas
en que la Constitución de 1833 no establecía expresamente la prohibición del voto
femenino. En un artículo sobre el tema, publicado a principios del presente siglo,
Martina Barros de Orrego comentaba:
Las leyes electorales seguían la norma de la Constitución, sin que se hubiera ejercitado,
hasta que un día las mujeres de San Felipe quisieron hacerlo efectivo y se calificaron.
Alarmados los políticos de Santiago interpelaron ruidosamente en la cámara al ministro
Ignacio Zenteno, quien sostuvo que a su juicio las mujeres podían y debían votar, porque
la Constitución y la ley de 1874 les daba ese derecho. El país entero y el gobierno mismo
lo creyeron con el juicio trastornado… El epílogo de esta comedia fue una reforma
introducida por la ley de 1884 que negó de un modo expreso, en su artículo 40, el voto
a las mujeres.197
Un sector de mujeres, apoyándose en la resolución del ministro Zenteno, se
inscribió para votar por Benjamín Vicuña Mackenna en las elecciones presidenciales de
1876. Al calor de la campana antioligárquica de este candidato, las mujeres partidarias
de Vicuña Mackenna reclamaron el derecho a sufragio y, a pesar de la negativa de las
autoridades, alcanzaron a inscribirse en La Serena. Este paso de la mujer chilena, en
momentos en que recién apuntaba el movimiento sufragista femenino europeo y
norteamericano, constituye el primer antecedente en América Latina y nuestro país
de la lucha por los derechos igualitarios de la mujer.
Este movimiento, liderado por mujeres de origen burgués, coincidió no por azar
con la presión de las mujeres por un mayor acceso a la educación estimuladas por el
educador puertorriqueño Eugenio María Hostos, de paso por Chile. En 1877, bajo el
gobierno de Aníbal Pinto, el ministro Miguel Luis Amunátegui dictó un decreto por el
cual “se declara que las mujeres deben ser admitidas a rendir exámenes válidos para
obtener títulos profesionales, con tal que se sometan para ello a las mismas pruebas
a que están sujetos los hombres”. Esta resolución era comentada en 1891 por Eurídice

196
Luis Vitale. La mitad invisible de la historia, Ed. Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1987.
197
Marina Barros Orrego. “El voto femenino”, Revista Chilena, Tomo II, p. 390, Santiago, 1917.

357
Pinochet Le Brun en un artículo que escribió con el título “Breves consideraciones
acerca de la mujer”:
Antes de 1877 no le era permitido a la mujer chilena traspasar los umbrales del saber.
Solo el hombre podía adquirir conocimientos científicos. La mujer, la débil mujer, la
compañera del hombre en sus dudas y tribulaciones, en sus alegrías y esperanzas, estaba
condenada a vivir como una autómata… En nuestra patria se le cerraban las puertas de
la Universidad, se la obligaba a una reclusión perpetua en el fondo del hogar. Desde
1877 acá, las circunstancias son otras. El 5 de febrero de ese año, que marca la era de
la regeneración y el angrandecimiento de la mujer chilena por medio del bautismo de
la instrucción, el entonces ministro del ramo, señor Miguel Luis Amunátegui, a quien
tanto le debe la patria, declaró que la mujer tiene, en punto a instrucciones los mismos
derechos y las mismas prerrogativas que el hombre y firmó el decreto que nos autoriza
para rendir exámenes válidos y obtener títulos profesionales. Los hombres son los que
forman las leyes, y pocas veces al formarlas han tomado en consideración a la mujer.
Dedicada ésta desde los primeros tiempos al hogar, viviendo únicamente para el hogar…
Es necesario no desconocer por un espíritu de marcado egoísmo que la mujer no solo
debe sentir, sino que también es capaz de pensar.198
En 1877, una mujer cruzaba vez el umbral de la Universidad. Era Eloísa Díaz,
admitida en la Escuela de Medicina. A pesar de la hostilidad de los hombres, cuyas
bromas pesadas obligaron a su madre a acompañarla a las clases, Eloísa se recibió en
1883. Poco después se titulaba Ernestina Pérez. A principios de la década de 1890 se
recibía la primera abogada, Matilde Troup; la primera dentista, Paulina Starr; la primera
farmacéutica, Glafira Vargas, y la primera agrónoma, Rosario Madariaga. En 1893, las
mujeres ingresaron al Instituto Pedagógico. Dos años después, se creó el primer Liceo
Femenino N 1º. A fines del siglo pasado, había 1.717 niñas en la enseñanza secundaria,
669 en escuelas normales y 394 en carreras técnicas.
En 1870, se planteó una iniciativa destinada a promover la educación industrial de la
mujer. Julio Menadier propuso ese año la necesidad de fomentar la educación agrícola
para la mujer. Otros políticos plantearon también que la mujer trabajara en correos y
telégrafos. Estas iniciativas no tendían a dignificar a la mujer, sino a reclutar mano de
obra más barata en actividades en que las mujeres podían reemplazar a los hombres.
La mujer campesina, que había sufrido la doble explotación del sexo y del trabajo,
comenzó a percibir un salario, aunque miserable, realizando trabajos de temporada en
las haciendas. En el Manual del Hacendado, redactado por Manuel José Balmaceda en
1875, se recomendaba el empleo de las mujeres en las labores agrícolas, especialmente
de las esposas e hijos de los inquilinos. Señalaba que las mujeres debían ser empleadas
“en muchas faenas y trabajos si no las de la primera sección (inquilinos de a caballo)
198
Eurídice Pinochet Le-Brun. “Breves consideraciones acerca de la mujer”, Rev. Económica, Nº 42, 1/
Sept./1891, pp. 328 a 332.

358
por lo menos las de la segunda y tercera (inquilinos de a pie e inquilinos peones);
deben estar obligadas a amasar pan, hacer de comer en los trabajos, sacar leche, etc”.199
Durante la segunda mitad del siglo XIX, surgieron las primeras mujeres auténtica-
mente proletarias en las fábricas textiles de El Salto y Bellavista de Tomé. El Censo de
1885 registra una población activa de 1.054.900 personas, de las cuales 373.004 eran
mujeres, es decir, el 30%. Los principales sectores de mujeres trabajadoras mencionadas
por el Censo eran: artesanos y oficios varios: 24.000; comerciantes: 13.325; domésticas:
74.150, empleadas públicas y particulares: 1.932. También se indicaba la existencia de
58.204 lavanderas y 1.093 modistas. En el rubro sastres y costureras se contabilizaron
129.150 mujeres, la mayoría de las cuales hacía trabajo a domicilio. Según Gabriel
Salazar, la crisis de la economía campesina significó que miles de mujeres fueran
desplazadas de la sociedad rural: “Se establecieron en suburbios de grandes ciudades…
La mujer del pueblo constituyó un ‘peonaje femenino’… Los hijos confiscados eran
convertidos en fieles sirvientes: eran los huachos”.200
La primera Sociedad Mutualista Femenina se fundó en Valparaíso el 20 de
Noviembre de 1887, con el nombre de “Sociedad de Obreras Nº 1”, bajo la presidencia
de Micaela Cáceres. En Santiago, se inauguró en 1888 la Sociedad Emancipación de la
Mujer. En Iquique se creó la Sociedad Internacional Protectora de Señoras, que obtuvo
personería jurídica el 23 de Mayo de 1894, conjuntamente con la Sociedad de Obreras
Sudamericanas de Iquique. El 20 de Agosto de 1900 se formó la Sociedad Progreso
Social de Señoras y Socorros Mutuos.201
El partido que tuvo en el siglo pasado una política más avanzada respecto de la
mujer fue el Democrático. En el programa redactado en 1894, en el artículo 21, titulado
“Igualdad civil y educacional del hombre y de la mujer”, se manifestaba:
La emancipación social de la mujer no podía menos de interesar vivamente a la Demo-
cracia… La igualdad de la educación para el hombre y la mujer realizará esta obra de
equidad y de justicia, de reparación y de emancipación social, que aspira a fundar la
sociedad sobre la igualdad absoluta de los sexos.
Pero se arguye –continúa el Programa del Partido Democrático– por los esclavócratas
de la mujer que los deberes del matrimonio y de la familia, los cuidados del hogar y
las atenciones médicas, son un obstáculo a la pretendida igualdad de los sexos; que la
mujer ha sido predestinada para las funciones caseras y hasta se sacan argumentos de
la debilidad de su complexión frente a la fuerza hercúlea del hombre, como queriendo
decir que la fuerza es la que manda y la debilidad la que obedece.

199
Manuel José Balmaceda. Manual, op. cit., p. 128.
200
Gabriel Salazar. Labradores, peones y proletarios, p. 257, Ed. Sur, Santiago, 1985.
201
Pedro Bravo Elizondo. Cultura y Teatro Obreros en Chile 1900-1930, p. 14, España, 1980.

359
Demos una refutación a tan peregrinos argumentos. La institución del matrimonio
debe ser considerada como la escuela de la igualdad entre los sexos. Bajo el régimen
de autoridad en que se halla organizado, como medio de mantener la paz conyugal, la
tranquilidad se produce por obediencia al más fuerte y la moderación no obliga sino al
más débil; mientras que bajo el principio de la igualdad, la razón que los hace iguales
obliga a uno y a otro.
Se impone –dice en su parte final el programa del Partido Democrático– como una
necesidad, entre nosotros, la reforma de las leyes civiles que crean a la mujer una
condición inferior al hombre y la ampliación de nuestro sistema de enseñanza… No solo
el derecho civil crea a la mujer una condición de inferioridad que nada justifica; sino
que el derecho penal, por ejemplo, exime de responsabilidad al marido que mata a su
mujer sorprendida en adulterio… Los hombres son los más fuertes e imponen la ley; las
mujeres en su propia debilidad encuentran medios de tomar la venganza. La igualdad
pondrá término a esta fuente de inmoralidades. El divorcio con la disolución del vínculo
será el único remedio eficaz para devolver a la pareja humana la libertad que ató el lazo
conyugal y que la infidelidad rompió para no volverlo a unir jamás.202
A pesar de las limitaciones de este programa –que cifra todas las esperanzas de
liberación de la mujer en la educación, el voto y las reformas de los códigos– su denuncia
de la opresión femenina y sus planteamientos en defensa de los derechos igualitarios
de los sexos, constituyó un antecedente ideológico inapreciable en Chile para la lucha
que en el siglo XX emprenderá la mujer por su emancipación definitiva.

202
Malaquías Concha. El Programa de la Democracia, p. 227 y siguientes, Santiago, 1905.

360
capítulo v.
La política de los gobiernos liberales

Los gobiernos de José Joaquín Pérez (1861-71), Federico Errázuriz (1871-76), Aníbal Pinto
(1876-81), Domingo Santa María (1881-86) y José Manuel Balmaceda (1886-91), que
comprenden el período denominado “República Liberal”, pueden ser caracterizados
como gobiernos representativos de los intereses generales de las diferentes capas de
la clase dominante y no siempre de un sector burgués específico.
La diferencia con respecto al período conocido con el nombre de “República
Autoritaria” radica en que mientras los presidentes de los tres primeros decenios de
la “era portaliana” representaron fundamentalmente los intereses de la burguesía
comercial y terrateniente, los gobiernos liberales expresaron el ascenso al poder de la
burguesía minera en alianza con los banqueros, los comerciantes y la burguesía agraria.
En otras palabras, durante los gobiernos liberales no hubo relativamente un predominio
muy diferenciado de un sector burgués sobre otro. El ensanchamiento de la riqueza
y el crecimiento de los ingresos fiscales provenientes del cobre y del salitre, base del
aumento de la cuota de reparto del excedente, hicieron posible amortiguar los roces
interburgueses, con excepción de los dos últimos años del gobierno de Balmaceda.
La burguesía minera, que había sido perjudicada por el aumento de los derechos
de exportación de sus productos durante los gobiernos de Prieto, Bulnes y Montt,
logró conquistar la mayoría de sus aspiraciones en la “República Liberal”. Al mismo
tiempo, los terratenientes siguieron gozando de la exención de tributos y del pago de
los derechos aduaneros de sus productos de exportación.
El gobierno de José Joaquín Pérez fue la expresión de un acuerdo político que
permitió a la burguesía minera entrar a compartir el poder con los terratenientes,
comerciantes y banqueros. Este compromiso político fue la salida que encontró la clase
dominante para atenuar las contradicciones interburguesas que habían conducido
a las guerras civiles de 1851 y 1859. El propio jefe del Partido Conservador, Manuel
AntonioTocornal, caracterizado por sus contemporáneos como un hombre “tolerante
y componedor”, fue en su calidad de ministro del Interior del gobierno de Pérez uno de
los principales gestores del acuerdo político entre los partidos de la burguesía.

361
El ascenso al gobierno de los representantes de los capitalistas mineros no significó
el triunfo de la burguesía sobre “la aristocracia feudal” terrateniente, como han señalado
algunos autores liberales y reformistas, sino el producto de la conciliación entre los
diferentes sectores de la burguesía para evitar el estallido de nuevas guerras civiles.
Los gobiernos liberales representaron tanto los intereses de los empresarios mineros
como los de los terratenientes, banqueros y comerciantes.
La política económica de estos gobiernos no difirió en lo fundamental de la del
período denominado “República Autoritaria”. Se continuó aplicando la concepción
librecambista que fomentaba únicamente las exportaciones mineras y agropecuarias
y permitía la entrada indiscriminada de manufactura extranjera. No hubo una política
proteccionista destinada a favorecer el desarrollo de una industria nacional. Los go-
biernos liberales no solo fueron contrarios a cualquier esbozo de reforma agraria, sino
que favorecieron el crecimiento del latifundio en las zonas colonizadas de la Araucanía
y Magallanes. La “progresividad” de los presidentes liberales, tan magnificada por
algunos autores, se limitó a ciertas reformas superestructurales, relacionadas con las
libertades públicas, el libre culto y la ampliación de los derechos electorales. En lo esen-
cial, estos gobiernos aceleraron nuestra condición de país dependiente y prepararon
objetivamente el camino para que Chile se convirtiera en semicolonia inglesa al otorgar
amplias facilidades a la inversión de capital financiero extranjero en el salitre y otras
materias primas. Cuando un presidente, como Balmaceda, quiso frenar este proceso
de entrega de las riquezas nacionales al imperialismo inglés, todos los sectores de la
burguesía criolla, inclusive los que lo habían apoyado, se coaligaron para derrocarlo.
Durante el período liberal, todos los partidos de la burguesía, incluido el Conserva-
dor, coincidieron en ampliar las atribuciones del Parlamento. El objetivo de los partidos
burgueses era establecer a través del Congreso un mayor control en la distribución
del excedente económico y de las entradas aduaneras. Esta presión por controlar la
redistribución del ingreso fiscal, en especial la inversión estatal en obras de infraestruc-
tura, se acentuó a partir de 1880 al experimentar las entradas aduaneras un aumento
significativo con los derechos de exportación que proporcionaban las explotaciones
salitreras. La importancia que comenzó a adquirir el Parlamento en la segunda mitad
del siglo pasado refleja los intentos de las diferentes fracciones de la burguesía por
participar activamente en el control y la redistribución de los ingresos estatales.
Si bien es cierto que la tendencia a establecer una preeminencia del Parlamento
sobre el Ejectitivo fructificó a medias durante los gobiernos liberales, algunas reformas
constitucionales prepararon el camino para el régimen parlamentarista de 1891-1920.

362
Las reformas constitucionales
Las reformas constitucionales, programadas inicialmente por el Club de la Reforma
(1868), organismo de frente único de liberales, nacionales y radicales, no tuvieron la
intención de crear un antagonismo entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, por la
sencilla razón de que los parlamentarios que las aprobaron eran miembros de los
partidos de gobierno. Sin embargo, algunas reformas tendieron a debilitar objetivamente
las prerrogativas presidenciales. Ellas fueron: a) no reelección del presidente (1871); b)
eliminación de las facultades extraordinarias (1873); incompatibilidad entre el cargo de
parlamentario y empleado público de confianza del presidente (1874); d) eliminación
de las trabas para acusar constitucionalmente a los ministros (1874); e) inclusión de
3 diputados y 3 senadores en el Consejo de Estado, quedando éste integrado con seis
representantes del Congreso y cinco del Ejecutivo.
Otras reformas constitucionales tuvieron como objetivo fundamental el otorga-
miento de amplias garantías a los diferentes partidos de la burguesía. El reconocimiento
de los derechos de todos los partidos burgueses, incluidos los minoritarios, fue el
resultado del compromiso a que habían llegado las fracciones de la burguesía en el
gobierno de Pérez. Estos acuerdos fueron formalizados en sucesivas reformas cons-
titucionales. Una de ellas, aprobada en 1874, cambió la forma de elección del Senado.
Hasta entonces, el Senado estaba integrado por 20 miembros, elegidos en una sola
lista, reglamentación que permitía al partido de gobierno asegurarse, a través de la
intervención electoral, la totalidad de los miembros del Senado. La Reforma de 1874
estableció que los senadores fueran elegidos por provincia, en votación directa, ter-
minando con la votación indirecta fijada por la Constitución de 1833.
La reforma constitucional de 1874 aseguró la representación de los partidos
minoritarios de la burguesía al aprobar el voto acumulativo para las elecciones de
diputados. El sistema anterior de lista completa significaba que la lista que obtenía la
mitad más uno de los votos se llevaba todos los cargos. Mediante el voto acumulativo
cada elector dispuso de tantos votos como diputados por elegir en cada circunscripción,
votos que acumulaba a favor de su candidato. Este sistema daba la posibilidad de que el
partido de gobierno no tuviera siempre la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y
permitía a todos los partidos burgueses alcanzar alguna representación parlamentaria.
Los representantes de las diferentes fracciones de la burguesía también coincidieron
en ampliar los derechos de reunión y asociación, a través de la Reforma constitucional
de 1874. Los conservadores, por intermedio de Abdón Cifuentes, propugnaron una
irrestricta libertad de asociación no para favorecer a los artesanos y trabajadores que
desearan organizarse, sino para lograr una independencia total de la Iglesia respecto
de las disposiciones del Código Civil. Los liberales derrotaron esta posición con el
planteamiento de que las sociedades o asociaciones debían estar bajo el control de la
autoridad civil.

363
Otra reforma, aprobada en 1884, extendió las garantías individuales, limitando el
derecho de las autoridades a detener a las personas. Obviamente, estas libertades y
garantías solo regían en los hechos para los miembros de la clase dominante.
En 1884, se amplió el derecho de sufragio a todo ciudadano de 25 años de edad que
supiera leer y escribir, eliminándose las anteriores disposiciones de la Constitución de
1833, que exigían como condición para poder votar una renta determinada y un bien
raíz. Posteriormente, la Reforma Electoral de 1888, promovida por Balmaceda, rebajó
la edad para votar de 25 a 21 años y estableció un registro permanente de electores,
terminando con el voto restrictivo, el registro trienal y la boleta de calificación. Se ha
sostenido que estas reformas significaron el establecimiento del sufragio universal en
Chile. Esta afirmación solo es correcta desde un punto de visita formal; en realidad,
no hubo sufragio universal porque la exigencia de saber leer y escribir excluía
automáticamente a los obreros y campesinos que en su mayoría eran analfabetos en
aquella época, además de seguir negando el derecho a voto a la mitad de la población:
las mujeres.
El escaso número de personas con derecho a voto refleja las limitaciones de esta
“democracia” y la concepción elitista en la generación del poder. En 1862 había 16.813
personas calificadas para votar. En 1864 la cifra subió a solo 22.261 y en 1869 a 41.208. En
1886 tenían derecho a voto 122.583 personas en una población de 2.409.860 habitantes;
es decir, solamente el 5% de la población tenía derecho a elegir al presidente y los
parlamentarios.
Los obreros y campesinos, que constituían la mayoría de la población, estaban
excluidos de los registros electorales, como puede apreciarse en el siguiente cuadro
de ciudadanos calificados para votar en 1862: Agricultores 3.842, Propietarios (?) 4.151,
Artesanos 2.885,Comerciantes 1.651, Empleados Públicos 1.452, Empleados particulares
777, Militares 262, Profesores 128, Sacerdotes 144, Médicos 40 y Farmacéuticos 42. Los
artesanos que figuran en esta lista no eran obreros sino dueños de pequeños talleres.
Las elecciones del período liberal fueron tan fraudulentas como las convocadas por
los anteriores gobiernos conservadores. En todas hubo una manifiesta intervención
electoral del gobierno. En las elecciones de 1865 se llegó a sustraer los votos de la
propia oficina del Conservador de Bienes Raíces. El sistema de calificación periódico
se prestaba para las operaciones fraudulentas porque las autoridades determinaban en
cada elección quiénes tenían derecho a voto. El registro electoral permanente recién
se estableció en 1888.
Los conservadores reclamaron una mayor autonomía de las Comunas o Munici-
palidades no para dar nuevos derechos al pueblo, sino con la Finalidad de ejercer un
mayor control sobre los villorrios rurales, objetivo que lograron en 1891 con la dictación
de la ley de municipalidades autónomas.

364
Los militares participaban activamente en los fraudes electorales. En una entrevista
realizada por Armando Donoso, el general Estanislao del Canto hizo referencia a la
participación del Ejército en las elecciones de 1861:
Y como en aquel entonces los candidatos eran apoyados por todas las arterias guber-
nativas, el Séptimo de Línea puso también su oficina para hacer llegar a los ciudadanos
a las mesas electorales y ellos no eran otros que la porción de la tropa que se vestía de
paisano y se le instruía en el manejo de la calificación que se les daba para que concu-
rrieren a votar. Yo recuerdo que voté nueve veces con distintos trajes y el último fue
vestido de clérigo con un uniforme que tenía mi primo Abraham Ovalle del Canto, que
era seminarista. La contienda política fue muy reñida y se logró comprobar patentemente
la activa participación que había tomado el Séptimo de Valparaíso así como el Buin y
Granaderos a caballo en Santiago.203
En síntesis, podemos afirmar, basados en los innumerables testimonios de la época,
que la generación del poder político durante el período liberal tuvo un carácter elitista
y fraudulento similar al de la época de los gobiernos conservadores.

Las cuestiones teológicas


Se denominaron “cuestiones teológicas” a los conflictos suscitados entre la Iglesia
y el Estado durante la segunda mitad del siglo pasado, en torno al fuero eclesiástico,
a la libertad de cultos, a los cementerios laicos, al matrimonio civil y, en general, a las
relaciones entre el poder civil y el clero.
La solución de estos problemas se venía arrastrando desde las primeras décadas de
la República. O’Higgins y los gobernantes “pipiolos” de 1823 a 1828 lograron adoptar
algunas medidas progresistas sobre cementerios y libertad de cultos. Posteriormente,
hubo un período de involución producido por la intolerancia religiosa de los gobiernos
conservadores de Prieto y Bulnes que, estrechamente ligados a la Iglesia Católica,
restauraron los antiguos privilegios del clero en la época colonial. Antes de las reformas
liberales, la Iglesia tenía injerencia directa en la educación, registraba los nacimientos,
autorizaba los matrimonios y controlaba los cementerios.
El comienzo de la crisis de las relaciones entre la Iglesia y el Estado se produjo a fines
del gobierno de Montt, el cual tuvo que reafirmar el poder civil sobre el eclesiástico en
la “cuestión del sacristán”, apoyando el derecho de la Corte Suprema de pronunciarse
sobre el despido de un sirviente por el sacristán mayor, atribución que había sido
desconocida por el Arzobispo.

203
Armando Donoso. Recuerdos de cincuenta años, p. 303, Ed. Nascimento, Santiago, 1947.

365
Los gobiernos liberales, respaldados por los radicales y nacionales, lograron vencer
la resistencia de los prelados católicos a someterse a las leyes del Estado. El Código
Penal, promulgado en 1874, introdujo disposiciones que facultaban a los jueces para
dictar sentencias en contra de los sacerdotes. Al año siguiente, la Ley Orgánica de
Tribunales abolió el fuero eclesiástico. Esta medida, destinada a debilitar realmente
el poderío de la Iglesia, fue resistida por el clero con medidas drásticas como la
excomunión de los parlamentarios que aprobaron la ley.
El liberalismo –escribe Ricardo Donoso– veía en la Iglesia, y en su instrumento el partido
ultramontano, el enemigo del régimen representativo. Los hombres de esa generación
deseaban llegar a la secularización de las instituciones, desarrollar la enseñanza y separar
la Iglesia del Estado, extirpando de la legislación civil todas las raíces de la legislación
canónica que obstruían su marcha.204
Una de las primeras leyes sobre libertad de cultos fue la de 1865. Permitió a los no
católicos ejercer su culto en recintos privados y financiar escuelas particulares para
la educación de sus hijos. En 1873, se decretó que la enseñanza de la religión no sería
obligatoria en los colegios fiscales para los alumnos cuyos padres o apoderados así lo
solicitaran. La ley de Instrucción Pública de 1879 ratificó las prerrogativas del Estado
docente, quedando la enseñanza particular subordinada a los planes educacionales
del Estado.
En 1883 se dictó la ley de cementerios laicos, resolución que suscitó una violenta
reacción de la Iglesia. El gobierno tuvo que amenazar con la aplicación de severas
medidas para impedir que los católicos trasladaran los cadáveres del Cementerio
General a los patios de las iglesias. A partir de 1884, la administración pública fue la
única facultada para expedir certificados de defunción, eliminándose la atribución
que en tal sentido tenía antes la Iglesia.
En 1884 se promulgaron las leyes de Matrimonio Civil y Registro Civil, las que
privaron al clero de su antiguo derecho a constituir legalmente la familia chilena.
Estas medidas adoptadas por la mayoría de la clase dominante no habrían tenido
tanta repercusión política si la Iglesia y el Partido Conservador no hubieran adoptado
una posición intolerante, que se expresó en innumerables actitudes de fanatismo
religioso, alentadas por la jerarquía eclesiástica . El presbítero Ignacio Víctor Eyzaguirre,
por ejemplo, sostenía que “los cementerios son lugares que única y exclusivamente
pertenecen a la Iglesia. No son lugares de policía, sino lugares sobre los cuales la
Iglesia tiene jurisdicción e intervención directa. Y de no, ¿por qué son puestos bajo la
salvaguardia de la Iglesia, la cual los bendice, y los bendice por medio del diocesano?
Porque corresponden a ella, porque en el cementerio interviene el rito eclesiástico para

204
Ricardo Donoso. Las ideas políticas en Chile, p. 291, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1946.

366
enterrar los cadáveres, porque la Iglesia misma al destinar un lugar para el cementerio,
lo hace suyo, lo adquiere para sí”.205
Durante la discusión del proyecto de ley sobre matrimonio civil, el episcopado lanzó
una violenta pastoral en la que “manifestaba que el proyecto, al reducir el matrimonio
a un contrato puramente civil, iba contra la moral, y los dictados elementales de la
razón; que el matrimonio, por su esencia, era independiente de la autoridad civil,
y que la distinción creada entre el contrato y el sacramento no obedecía más que
al propósito de justificar el proyecto. Insistía en que el establecimiento legal de ese
procedimiento importaba no la consagración del matrimonio, sino establecer una
unión ilegítima y criminal, que no merecía otro calificativo que el de concubinato legal,
piedra de escándalo permanente y verdadero insulto a las creencias del pueblo”.206 El
calificativo de concubinato legal o de unión ilegítima, aplicado por la Iglesia Católica al
matrimonio civil, formaba parte del arsenal del terrorismo ideológico que la jerarquía
eclesiástica utilizaba para retener a sus fieles por vía de la diatriba, de la amenaza y
de la excomunión. Ni siquiera se salvó El Mercurio, acusado de “anticatólico, hereje,
impío y calumniador” por la Revista Católica del 30 de octubre de 1852.
Las leyes sobre libertad de cultos, cementerios laicos y matrimonio civil favorecían
no solo a los miembros de la masonería chilena, sino también a los extranjeros
residentes en el país, la mayoría de los cuales era protestante en aquella época. Se
aspiraba, asimismo, a garantizar la libertad de cultos a los inmigrantes no católicos
de la zona sur.
En resumen, las medidas progresistas mencionadas anteriormente quebrantaron en
parte la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad chilena, afianzaron el creciente
proceso de secularización de las instituciones y reafirmaron la supremacía del poder
civil sobre el eclesiástico.

Los partidos políticos


El Partido Liberal fue el principal partido de la burguesía en la segunda mitad del
siglo pasado. Se había consolidado en la década de 1850 con el ingreso de la generación
intelectual de los Amunátegui, Barros Arana y, posteriormente, de los integrantes del
Club de la Reforma. Su programa, contenido en el folleto ‘Bases de la Reforma’, fue
redactado por José Victorino Lastarria y Federico Errázuriz.
El Partido Liberal estaba integrado no solo por miembros de la burguesía minera,
comercial y bancaria, sino también por terratenientes, especialmente por los nuevos
sectores de la burguesía agraria de la zona centro-sur. El presidente liberal Federico
205
Ibid., p. 243.
206
Ibid., p. 305.

367
Errázuriz era uno de los principales latifundistas de la zona de Colchagua. El liberalismo
tenía también una fuerte base de sustentación social en los sectores medios, en los
profesionales y en la burocracia funcionaria.
Los liberales no hacían profesión de fe antirreligiosa, como lo ha señalado la
tradición conservadora. Muchos de ellos eran creyentes. Sus diferencias con los
conservadores no estaban dadas por la creencia o no en Dios, sino por las medidas
tendientes a establecer con claridad la subordinación de la Iglesia a las leyes del Estado.
La mayoría de los puntos programáticos del liberalismo estaban, precisamente,
relacionados con las llamadas “cuestiones teológicas”: libertad de cultos, cementerios
laicos y matrimonio civil. Otros postulados, aprobados en la Convención de 1886, que
proclamó la candidatura presidencial de Balmaceda, consistían en “ratificar la Reforma
constitucional que robustece la independencia civil del Estado y garantizar la completa
libertad de culto; asegurar y robustecer en las instituciones y en la práctica el amplio
ejercicio de los derechos individuales, reforma de la ley del Régimen Interior definiendo
con claridad las atribuciones de los agentes del Poder Ejecutivo; fomento eficaz por el
Estado de la Instrucción Pública”.207
El programa del Partido Liberal planteaba solamente medidas de carácter
superestructural. No hubo ningún plan destinado a reformar la estructura agraria
y a dictar leyes de proteccionismo a la industria nacional. El liberalismo alentó
el desarrollo del latifundio y permitió la entrada indiscriminada de manufactura
extranjera, promoviendo solamente medidas relacionadas con el fomento de la
economía de exportación de productos mineros y agropecuarios. Su concepción
librecambista reforzó nuestra condición de país dependiente, productor de materias
primas, favoreciendo la penetración del capital financiero extranjero, especialmente
en las explotaciones salitreras. Cuando un hombre de sus filas, José Manuel Balmaceda,
hizo el primer intento para impedir que esa riqueza nacional quedara en manos
extranjeras, la mayoría del Partido Liberal se plegó a los conspiradores reaccionarios
que desencadenaron la guerra civil de 1891.
Julio César Jobet enjuicia la labor gubernativa del liberalismo en los siguientes
términos:
La política liberal en Chile ha servido para dos cosas: 1º Afirmar el sometimiento de
la sociedad chilena a la rígida esclavitud en manos de unas cuántas familias, las que
controlan “la libertad de la economía”; 2º Estimular la ineptitud del Estado chileno, que
durante un largo y decisivo período no se sintió obligado a actuar y hacer, aceptando
pasivamente los principios del liberalismo anti-intervencionista… Esta libertad y
liberalismo han consistido en dejar las manos libres a terratenientes y capitalistas para
manejar el mercado interior y el mecanismo simple de los precios, es decir, para que

207
La Gran Convención Liberal de 1886, p. 12, Valparaíso. 1886.

368
funcione la economía en orden a un pequeño grupo de intereses sin tomar en cuenta
las necesidades y las posibilidades de las mayorías trabajadoras. Es una libertad para
destruir la verdadera libertad. A la vez que este liberalismo desenfrenado entregó las
materias primas al capitalismo extranjero y así la economía nacional quedó subordinada
a una o dos de ellas y, por lo tanto, sujeta a las fluctaciones de sus precios en el mercado
mundial, controlado por el imperialismo.208
En el Partido Liberal se organizaron numerosas fracciones que condujeron a escisio-
nes y crisis permanentes. Estas tendencias no se diferenciaban por principios políticos,
sino por el carácter caudillesco de personalidades como Santa María y Amunátegui, que
se disputaban la Presidencia de la República y los cargos parlamentarios para controlar
fundamentalmente la redistribución de los ingresos aduaneros.
El Partido Conservador estaba integrado básicamente por comerciantes y terra-
tenientes de la zona central. Su principal fuerza electoral provenía precisamente de
las zonas agrarias, desde Aconcagua hasta Talca.
Su definición de partido confesional, inspirada por los obispos Valdivieso y Salas,
que obligaba a los militantes del Partido a ser católicos, determinó la marginación de
algunos miembros, los llamados conservadores laicos, que se pasaron a las filas del
liberalismo.
El Partido Conservador, que en los gobiernos de los decenios había sido presiden-
cialista, durante la “República liberal” promovió leyes destinadas a debilitar el poder
central. En tal sentido, propugnaba la autonomía local de las Municipalidades, con
el fin de fortalecer el poder local que los conservadores ejercían en las zonas rurales.
Su concepción ‘portaliana’ del papel del Estado se hizo paradojalmente más liberal
que la de los propios liberales. En la Convención conservadora de 1878, Zorobabel
Rodríguez manifestaba que su partido “batalla por acabar con la injerencia indebida
del Estado en la religión, en la enseñanza, en la asociación, en los comicios, en las
cámaras, en las industrias, en el comercio y por consiguiente –y fijaos bien en este ‘y por
consiguiente’– señores, en vuestros bolsillos”.209 Los conservadores no solo trataban
de evitar que el Estado fijara impuestos, sino que procuraban también impedir el
intervencionismo estatal en cualquier actividad. La actitud conservadora en contra de
este intervencionismo tenía como finalidad impedir toda situación del Estado sobre la
Iglesia Católica. El punto 2 del programa aprobado por la convención de 1878 establecía:
“Se acuerda trabajar por la plena libertad de la derogación de las disposiciones
constitucionales que establecen el patronato del Estado sobre la Iglesia”.210

208
Julio César Jobet. Ensayo crítico del desarrollo económico y social de Chile, pp. 26-27, Ed. Universitaria,
Santiago, 1955.
209
La Gran Convencion Conservadora de 1878, p. 77, Santiago, 1881.
210
Ibid., p. 108.

369
Esta tendencia a contraponer el poder de la Iglesia al poder civil era expuesta sin
tapujos por Abdón Cifuentes: “Antes que todo queremos la independencia de la Iglesia;
queremos su entera y completa emancipación de poderes extraños al régimen de
conciencia… Nuestros padres conquistaron la independencia de la patria; a sus hijos
toca completarla con la plena libertad de la Iglesia Católica, esta patria inmortal del
género humano”.211 En esta inusitada comparación entre la independencia de la Iglesia
y la independencia de la patria, el señor Cifuentes olvidó que la Iglesia Católica había
sido en 1810 la principal fuerza opositora a la Independencia de Chile y del resto de
las colonias hispanoamericanas.
El Partido Conservador, después de haber estado en la oposición a los gobiernos
liberales, se alió con todos los partidos de la burguesía para derrocar al presidente
Balmaceda, tratando de convertirse en el caudillo de este proceso reaccionario para
recuperar antiguas posiciones de poder.
El Partido Nacional o montt-varista, creado en 1857 a raíz de las diferencias del
gobierno de Montt con la iglesia y el Partido Conservador, ejerció importante influencia
en los ministerios liberales, en el Parlamento y en otras instituciones del aparato del
Estado. A pesar del escaso número de militantes, los nacionales constituían una “élite”
política que controlaba fuertes sectores de la banca, el gran comercio, la minería y el
principal órgano de prensa del país. Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, era
un destacado miembro del Partido Nacional. El banquero Augusto Matte y el minero
José Tomás Urmeneta pertenecían también a las filas del Partido Nacional.
En las elecciones de 1861, favorecidos por el intervencionismo del gobierno, los
nacionales obtuvieron la mayoría del Parlamento, correlación de fuerzas que perdieron
en 1864. La presentación de la candidatura presidencial de José Tomás Urmeneta en 1871
fue el intento más importante del Partido Nacional para recuperar con un hombre de
sus filas el poder que había tenido durante el gobierno de Montt. Este intento político
contaba con un fuerte basamento social burgués. Urmeneta, dueño de ricas minas de
cobre y fundiciones de Coquimbo, representaba los intereses del sector capitalista más
poderoso del país: la burguesía minera. Su postulación presidencial logró el apoyo de
los Matta y los Gallo, dueños de las principales minas de plata y de cobre de la zona de
Copiapó, y de Luis Cousiño, propietario de las explotaciones de carbón y de la industria
fundidora de cobre de Lota. El Partido Radical y destacados miembros liberales, como
José Victorino Lastarria, Francisco Baeza, Vicente Reyes y sectores acomodados de la
zona de Talca a Concepción, influenciados por los Alemparte, dieron también respaldo
a Urmeneta, a pesar de que el Partido Liberal había resuelto apoyar la candidatura de
Federico Errázuriz. Esto explica que los 58 electores obtenidos por Urmeneta en las

211
Ibid., p. 26.

370
elecciones presidenciales, provinieran de Atacama (9), Coquimbo (15), Aconcagua (1),
Talca (12), Ñuble (12), Arauco (3) y Llanquihue (6).
El candidato de la burguesía minera, derrotado por Federico Errázuriz, denunció el
fraude electoral y se mostró dispuesto a no reconocer el triunfo de su oponente. Joaquín
Santa Cruz relataba que en la hacienda de Limache, de propiedad de Urmeneta, se
discutió esta posición beligerante; allí Matías Ovalle “en un tono firme y en enérgicas
frases hizo un ligero análisis de los fraudes y atropellos de que habían sido víctimas
los urmenetistas en la última elección; dijo que había llegado el caso de resolver si se
aceptaba o no con resignación el resultado de tanta tropelía… Siguió a este discurso
otro más enérgico aún de don Francisco Puelma. Expuso Puelma que si alguna vez la
resistencia era justificada, en las actuales circunstancias era indispensable ejercerla.
Solicitó, en consecuencia, la cooperación necesaria del señor Urmeneta y de todos
los presentes para coordinar la resistencia armada si era necesaria. Don José Tomás
expresó a continuación que al aceptar él la candidatura, la había aceptado con todas
sus consecuencias, y concluyó diciendo que su vida y su fortuna las ponía al servicio
de sus amigos ahí reunidos. Concluida esta valiente declaración, todas las miradas se
dirigían a los antiguos revolucionarios, Matta, Gallo, Recabarren y otros, a quienes les
tomaron de sorpresa estas insinuaciones belicosas”.212 A la hora de las definiciones,
la resolución de la burguesía minera fue aceptar el triunfo de Errázuriz, actitud que
demostraba que las contradicciones con otros sectores burgueses no eran tan agudas
como en la época de las guerras civiles de 1851 y 1859.
Se ha dicho que el Partido Nacional postulaba una política “nacionalista”, de
protección a la industria nacional, y que la mayoría de los empresarios industriales
pertenecía a dicho partido. El análisis del programa de las convenciones de 1875 y de
1878 y la praxis política del Partido Nacional muestran que este partido no tenía una
línea definida de proteccionismo a la industria nacional. Con respecto a la filiación
política de los supuestos industriales que habrían militado en el Partido Nacional, solo
se puede señalar el caso de José Besa, dueño de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar.
El Partido Nacional, integrado fundamentalmente por banqueros y dueños de
minas, estaba interesado, al igual que el resto de los partidos burgueses, en promover
medidas destinadas especialmente a fortalecer la economía de exportación. En la
documentación que hemos podido analizar no existe ningún proyecto del Partido
Nacional que promueva el proteccionismo de la industria nacional y el cambio de la
estructura agraria latifundista. No hay ni siquiera una denuncia acerca de la acelerada
penetración del capital financiero extranjero en el salitre.

212
Joaquín Santa Cruz. “Recuerdos de la Picantería”, en Rev. Chilena de Historia y Geografía, Tomo VI,
p. 70, Santiago, 1928. La “Picantería”, nombre inventado por Lastarria, era un salón donde se reunían
políticos e intelectuales liberales.

371
La política económica de los nacionales, basada en los principios librecambistas,
no se diferenciaba de la del resto de los partidos burgueses. En carta enviada en 1881 al
Partido Liberal para concretar el apoyo a la candidatura presidencial de Santa María,
los dirigentes nacionales expresaban: “Nuestras aspiraciones se resumen en la libertad
garantizada en todas sus manifestaciones: libertad de conciencia, libertad de discusión,
libertad en la vida política, en la vida industrial, libertad en todas sus esferas”.213
Durante los primeros años del gobierno de Balmaceda, destacados militantes del
Partido Nacional integraron ministerios claves. Sin embargo, en 1890, en el momento
de definirse frente a la política nacionalista de Balmaceda, los “nacionales” se ubicaron
en el bando pro-imperialista.
El Partido Radical fue creado en 1863 en Copiapó por los Matta, los Gallo y otros em-
presarios que rompieron con el Partido Liberal a raíz de la fusión liberal-conservadora.
Desde su fundación fue un partido burgués que representaba fundamentalmente los
intereses de los capitalistas mineros. René León Echaiz214 y otros autores han sostenido
que el Partido Radical no fue un partido capitalista, sino un partido de la clase media.
Sin embargo, el programa, la composición social de su dirección, los intereses capitalis-
tas mineros que representaba y la praxis política del radicalismo muestran claramente
que era un partido burgués, basado en los principios del liberalismo decimonónico.
El Partido Radical se diferenciaba del resto de los partidos de derecha solamente por
el énfasis que ponía en la lucha anticlerical. Sus dirigentes, formados en la tradición
masónica, planteaban medidas democrático-burguesas tendientes a disminuir la
influencia de la Iglesia Católica. Sus campañas por la enseñanza laica, la libertad de
cultos, los cementerios laicos y el matrimonio civil cumplieron sus objetivos al ser
aprobadas por los gobiernos liberales. A partir de entonces, los radicales quedaron
prácticamente sin programa, desdibujándose su fisonomía política. Un comentarista
del radicalismo, que firmaba con el pseudónimo de Argos, escribía en 1875: “Hoy a
nadie asustan los principios que ayer se miraban como una utopía peligrosa; hoy nadie
quiere dejar de ser liberal o reformista, aun cuando más no sea en las apariencias”.215
El Partido Radical ingresó al gobierno por primera vez en 1875 para apoyar la política
liberal de Federico Errázuriz. Este paso político dividió a los radicales en dos sectores:
uno, encabezado por Manuel Antonio Matta, que propiciaba la Alianza Radical-Liberal,
y otro, dirigido por Pedro León Gallo, que se oponía al ingreso del Partido al gobierno.
Un escritor de la época comentaba que el Partido Radical “se bifurca en dos ramas que
siguen direcciones opuestas, aquélla que ha ido a reclinar sus escasas hojas sobre el

213
Carta reproducida en el folleto La gran Convención Liberal de 1881, pp. 41-42, Valparaíso, 1881.
214
René León Echaiz. Apuntaciones para el estudio de los partidos políticos chilenos, p. 67, Ed. Ercilla,
Santiago, 1942.
215
Argos: El Radicalismo Chileno, p. 26, Santiago, 1875.

372
viejo tronco carcomido, despoblado, pero aún vigoroso del poder, y la que apartándose,
extiende su ramaje al sol y al aire libre de la República. Son éstos los antiguos rojos,
son aquéllos los rosados, según la denominación popular, que caracteriza por la
atenuación de los matices que han sufrido en sus principios y prácticas políticas los
radicales plegados al gobierno”.216
A medida que se integraba al aparato del Estado, el Partido Radical fue “derechizan-
do” su política. Valdés Canje enjuiciaba la trayectoria del radicalismo en los siguientes
términos: “El Partido Radical que tan brillante papel había desempeñado en las luchas
doctrinarias del 70 al 76, como si hubiera sentido apagarse el fuego de su juventud,
comenzó a comprender que no le convenían las luchas ardientes y plegando sus ban-
deras de combate se dispuso a tomar asiento en el banquete común”.217
Los radicales –inclusive el sector más “rojo”– hicieron profesión de fe antisocialista.
Ante las críticas del conservador Zorobabel Rodríguez, quien a través del diario El
Independiente acusaba a los radicales por un supuesto apoyo a la Comuna de París
(1870-71), el Partido Radical se apresuró a delimitar su ninguna concomitancia con los
socialistas revolucionarios europeos. Eduardo de la Barra, entonces considerado como
el escritor más avanzado del radicalismo, contestaba las críticas de los conservadores
afirmando que “la América Latina siempre ha protestado contra la forma socialista
de gobierno que preconizan algunos políticos europeos. Entre nosotros, Lastarria,
el infatigable sostenedor de la buena causa, apostrofaba a Víctor Hugo… No puede
hacerse responsable al radicalismo chileno de las faltas de los liberales franceses ni
menos de los errores socialistas, ni mucho menos todavía de los crímenes de turbas
desenfrenadas, que no saben ni lo que quieren ni a dónde van”.218 Esta última alusión
iba dirigida contra los heroicos combatientes de la Comuna de París.
La esencia burguesa del Partido Radical se expresaba en su actitud ante los
trabajadores. En la Convención de 1888, Mac-Iver se opuso terminantemente al ingreso
de obreros al Partido Radical, posición que condujo a la tendencia de Malaquías
Concha a romper con el radicalismo y a formar el Partido Democrático. Un escritor
radical reconoce que “la Convención de 1888 al no considerar la cuestión social, había
incurrido en una grave omisión, que no se salvaba al formular aquella débil promesa
de mejoramiento de la condición de los proletarios y obreros”.219
En la Convención de 1888, el Partido Radical trató de reformular su limitado
programa democrático-burgués planteando no solo el sufragio universal, la separación

216
Ibid., p. 2.
217
Julio Valdés Canje. Sinceridad. Chile Íntimo en 1910, p. 43, 2ª edición, Imprenta Universitaria, Santiago,
1910.
218
Eduardo De la Barra. Francisco Bilbao ante la sacristía, pp. 424-425, Santiago, 1871.
219
Vera Enrique Riquelme. Evolución del Radicalismo Chileno, pp. 79 y 82, Santiago, 1943.

373
de la Iglesia del Estado, la autonomía municipal y una educación más funcional
mediante el impulso a las carreras técnicas, sino también la necesidad de promover
algunas medidas a favor de la industria y de la marina mercante. En el manifiesto a
los correligionarios se expresaba:
Entre las aspiraciones y propósitos del partido radical consignó la Convención el fomento
y estímulo de las industrias sin establecer monopolios ni preferencias, y la protección a la
marina mercante nacional. No se ha querido con esto dar acogida al sistema económico
llamado proteccionista, contrario al fundamento, a la historia y al desarrollo de los
principios radicales… Como la misma Convención lo ha expresado, ella no pretende que
se fomente la industria por medio de los monopolios o que se la estimule artificialmente
cuando no existan condiciones naturales de vida y prosperidad.220
El radicalismo, al igual que los otros partidos burgueses, partidario del liberalismo
económico, era contrario a la promulgación de leyes de proteccionismo a la industria
nacional porque, a su modo de entender, ellas favorecían la creación de monopolios
nacionales. Esta política económica, aparentemente igualitaria y democrática,
beneficiaba objetivamente a los industriales de los países europeos que gozaban de
la “libertad” para introducir mercancías de una calidad prácticamente imposible de
superar por una industria criolla artesanal, huérfana de leyes proteccionistas.
El estímulo del radicalismo al desarrollo de la industria era precario y, en última
instancia, tenía por objetivo atraer capitales extranjeros, como consta en una de
las actas de la Convención de 1888: “Fomentar la industria nacional por medio de
exposiciones periódicas y la concesión de premios que, por su importancia, puedan
ser un estímulo para radicar en Chile capitales e industriales extranjeros”.221
En lo referente a la necesidad de establecer el proteccionismo a la marina mercante
nacional, los acuerdos de la Convención radical fueron también limitados. Puelma
Tupper se vio obligado a retirar una moción en la que planteaba que “las naves
estranjeras no podrán hacer el comercio de cabotaje”.222 Esta proposición, que tendía
efectivamente a favorecer el desarrollo de la marina mercante nacional, fue rechazada
por la mayoría de los convencionales radicales.
La posición del Partido Radical favorable a la inversión de capital financiero
extranjero explica su silencio ante la penetración del imperialismo inglés en las
explotaciones salitreras que habían pertenecido a los capitalistas chilenos. Es
significativo el hecho de que la Convención Radical de 1888, realizada en el año de
mayor inversión de capital extranjero en el salitre, no manifestara una sola palabra de
denuncia sobre el proceso de apropiación de la riqueza nacional básica.
220
Partido Radical. Programa y Documentos de la Convención Radical de 1888, p. 17, Santiago, 1889.
221
Ibid., p. 62.
222
Ibid., p. 66.

374
Esta actitud tuvo su correlato político. El Partido Radical no solo negó respaldo
a la política nacionalista de Balmaceda, sino que tuvo una activa participación en el
frente político opositor que preparó el derrocamiento de Balmaceda. Un historiador
del Partido Radical trató de justificar la posición antibalmacedista de su colectividad
en los siguientes términos:
La revolución se hizo inevitable cuando, habiendo cesado el plazo para renovar las
leyes constitucionales, Balmaceda, al margen de la Constitución, decretó que regirán
aquéllas que le habían permitido desarrollar su administración durante el año anterior.
Los radicales encontraron entonces una línea de conducta que ya habían trazado desde
su Convención de 1888, y para ser consecuentes con su doctrina, tuvieron que acudir a
ponerse a las órdenes de la Junta Revolucionaria de Iquique… no podemos menos que
justificar la oposición radical ante la Presidencia de Balmaceda.223
Esta posición, en la que predominan razones formales en defensa de la insti-
tucionalidad, omitiendo un análisis concreto de los intereses proimperialistas que
defendían los enemigos de Balmaceda, había sido abonada por las resoluciones de la
Convención de 1888, que planteó el inicio de la lucha por la instauración del régimen
parlamentarista: “La Convención ha formulado una declaración, que por primera vez
se hace en Chile, enderezada a establecer que nuestro régimen de gobierno es y debe
ser constitucionalmente el parlamentario”.224
La crítica del radicalismo al régimen presidencialista y su campaña por imponer el
sistema parlamentario, planteada dos años antes de la caída de Balmaceda, sirvió a las
fuerzas reaccionarias en su crítica al Presidente por su supuesta utilización “dictatorial”
de la Constitución de 1833. En este sentido, el radicalismo contribuyó en gran medida
a agudizar los ataques del Parlamento reaccionario contra el único presidente de Chile
que en el siglo pasado intentó frenar el proceso de semicolonización del país.
El Partido Liberal Democrático, creado en 1875 para respaldar la candidatura
presidencial de Vicuña Mackenna, tuvo una existencia efímera. Su importancia radica
en haber propiciado una de las primeras campañas antioligárquicas de Chile.
Benjamín Vicuña Mackenna, activo militante de los movimientos revolucionarios
de 1851 y 1859, prolífico escritor, propagandista de la unidad latinoamericana, fue
nominado candidato presidencial en las elecciones de 1876.
A pesar de no contar con el apoyo del liberalismo, que era el partido de gobierno,
ni con el respaldo de los radicales y nacionales, Vicuña Mackenna se lanzó a una
campaña sin precedentes en Chile por su agitación política; sus giras abarcaron casi
todas las provincias y centenares de ciudades y pueblos a los cuales nunca había
llegado un candidato presidencial. En su contacto con los sectores más populares,
223
Enrique Vera Riquelme, op. cit., pp. 92-93.
224
Partido Radical. Convención de 1888, op. cit., p. 7.

375
Vicuña Mackenna fue elevando el tono antioligárquico. Organizó concentraciones y
desfiles multitudinarios y lanzó miles de afiches y proclamas, quebrando el estilo de
los antiguos candidatos acostumbrados al manipuleo político fraguado en los salones
y clubes de la burguesía criolla. Ante este despliegue electoral de Vicuña Mackenna,
“la mayoría del elemento consciente sentía cierta inquietud delante de una agitación
que se le representaba más el preludio de una revuelta que contienda electoral; y la
indignación empezó a cundir en la aristocracia y entre los elementos de orden”.225
La inquietud de estos sectores políticos había surgido al observar que el contenido
antioligárquico de los discursos de Vicuña Mackenna recibía la entusiasta adhesión
de vastos sectores populares que acudían a sus proclamaciones.
La mayoría de los artesanos adhirió a la candidatura de Vicuña Mackenna. El antiguo
miembro de la Sociedad de la Igualdad, Manuel Guerrero, presidió el primer mítin
en Santiago, realizado con la asistencia de 6.000 personas en el circo Trait el 30 de
noviembre de 1875. Esta concentración sirvió, asimismo, para repudiar la candidatura
oficialista de Aníbal Pinto, actitud que se generalizó a otras provincias:
Aún más violenta fue la protesta de Valparaíso y las que, como reguero de pólvora, esta-
llaron a lo largo de todo el país, desde Copiapó hasta Chiloé. En Quillota, los ciudadanos
asistieron armados de puñales y revólveres para poner a raya a los esbirros del intendente
Echaurren. Leyendo la prensa vicuñista, se cree estar en el período álgido de la revolución
francesa, pero de una revolución con medios de propaganda desconocidos en su época.226
Vicuña Mackenna logró también el apoyo de los nuevos sectores medios, integrados
por maestros, profesionales, jóvenes intelectuales y estudiantes universitarios, además
del sector de mujeres que hemos mencionado en el capítulo anterior.
El 12 de octubre de 1875, con la presencia de 2.000 personas se reunió la convención
vicuñista, bajo el nombre de Asamblea Libre del Departamento de Santiago. Allí, el
antiguo igualitario Manuel Guerrero manifestaba: “Estamos aquí para defender los
derechos del pueblo contra las intrigas oligárquicas de unos pocos hombres que en el
país querían constituirse en dueños absolutos de sus destinos”. En esa Convención
fue creado el Partido Liberal Democrático.
Los adversarios de Vicuña Mackenna hicieron una asamblea que fue calificada por
el diario La Patria de Valparaíso, de filiación vicuñista, como “asamblea oligárquica,
formada por las clases privilegiadas y de engendro reaccionario”. Vicuña editó un folleto
titulado “Convención de notables, escrita por un liberal sin nota”, en el que declaraba
la guerra “a la oligarquía caduca, enferma ya de muerte”.227

225
Francisco Encina. Historia… op. cit., Tomo XV, p. 482.
226
Ibid., Tomo XV, p. 500.
227
Ibid., Tomo XV, p. 494.

376
Vicuña Mackenna recibió un importante respaldo de las provincias. Veintiocho
periódicos provincianos apoyaron su campaña de denuncias contra el centralismo
de la capital. Según uno de los panegiristas, autor de un folleto titulado “El Secretario
del Candidato Popular”, Vicuña Mackenna manifestó en uno de sus discursos: “Yo soy
el hombre de trabajo; obrero del bien del país. Hermano del chilote y del copiapino,
porque somos hijos del mismo cielo, agrúpense los pueblos en torno mío, ayúdenme
en mi empresa de guerra capital, y os juro que llegará un día en que ésta sea la hermana
de todas las provincias y no su madrastra ambiciosa y sin amor, como lo ha sido hasta
ahora”.228 El autor del folleto mencionado destacaba la lucha de Vicuña Mackenna a
favor de los derechos de las provincias postergadas por la capital: “La historia le dará
un lugar honorífico en sus páginas para demostrarlo a la posteridad como el defensor
de los derechos de los pueblos y como el iniciador de la vida libre y sin tutela de las
provincias”.229 El énfasis puesto por Vicuña Mackenna en la defensa de las provincias
demuestra que en 1875 aún se mantenía la corriente de disconformismo con la capital
expresada en la rebelión de las provincias de 1823-1828 y en las guerras civiles de 1851
y 1859.
Los sectores mayoritarios de la burguesía repudiaron la candidatura de Vicuña
Mackenna, con excepción de un sector de empresarios mineros encabezados por
José Tomás Urmeneta y José Santos Ossa. En cambio, otros miembros influyentes de
la burguesía minera, como los Matta, respaldaron la candidatura oficialista de Aníbal
Pinto, lo que demuestra que Vicuña Mackenna no era el candidato de la burguesía
minera en su conjunto, como han sostenido algunos autores. No por casualidad, el
capitalista salitrero José Santos Ossa le solicitó a Vicuña que retirara su postulación
poco antes de las elecciones. Paralelamente, importantes sectores de la intelectualidad,
amigos de Vicuña Mackenna, como los Amunátegui, los Alemparte, José Manuel
Balmaceda y otros, prefirieron apoyar al candidato del Gobierno.
El aislamiento político condujo a Vicuña Mackenna a cometer el error más grave
de su campaña. A pocos meses de las elecciones realizó gestiones para obtener el
apoyo del Partido Conservador. El candidato que había desencadenado una de las
campañas más violentas en contra de la oligarquía, terminaba solicitando el respaldo
del partido más reaccionario del país. Esta actitud contradictoria, solo explicable por
el afán oportunista de lograr una mayor votación, fue rechazada por las bases más
conscientes y populares del Partido Liberal Democrático, las que exigieron en abril de
1876 la ruptura de las negociaciones con los conservadores. La directiva del partido
acordó expulsar al sector que no aceptaba estas componendas, encabezado por Abel
Saavedra y Juan Francisco Mujica, quienes “lograron mover a los obreros, que rompieron

228
Anónimo. El Secretario del Candidato Popular, p. 18, Santiago, 1875.
229
Ibid., p. 20.

377
con el candidato de las reivindicaciones proletarias. El 13 de junio celebraron un gran
mitin y lo declararon tránsfuga de la democracia”.230
En vísperas de las elecciones, Vicuña Mackenna decidió retirar su candidatura
y llamar a la abstención electoral. Así terminaba la campaña política de uno de los
primeros candidatos presidenciales que logró despertar el entusiasmo de vastos
sectores populares, de núcleos proletarios, de artesanos y de los nuevos estratos medios.
Por primera vez en la historia de Chile un candidato presidencial levantaba un programa
popular y antioligárquico agitado ante grandes masas no solo de Santiago sino también
de provincias. En este sentido, Vicuña Mackenna representa la primera candidatura
presidencial de carácter populista en Chile. Sus llamados a los obreros, a la juventud, a
los artesanos y a las nuevas capas medias tenían un objetivo primordialmente electoral,
pero contribuyeron a formar en los sectores populares un sentimiento de confianza
en sus propias fuerzas y en el peso social y político que podían ejercer en la sociedad.
El Partido Democrático, creado el 20 de noviembre de 1887 por Malaquías Concha,
fue el primer partido reformista de Chile que planteó conscientemente medidas de
carácter social. Era un partido pequeño-burgués que representaba fundamentalmente
los intereses del artesanado y, en forma distorsionada, las aspiraciones de las nuevas
capas obreras.
Sus primeros dirigentes provenían del Partido Radical. En 1885 dos miembros de la
Asamblea Radical de Santiago, Malaquías Concha y Avelino Contardo, que editaban el
periódico La Igualdad, “libran verdaderas batallas en el sello de la Asamblea Radical
para obtener que este partido acoja en sus filas al elemento obrero. El patriarca del
radicalismo, don Enrique Mac-Iver, se opone tenazmente a esta política diciendo que
el obrero no tiene cultura ni preparación suficiente para comprender los problemas
de gobierno y menos para tomar parte en él”.231
Convencidos de que era imposible modificar la cerrada orientación burguesa del
radicalismo, Malaquías Concha y Avelino Contardo rompieron con esta colectividad y
fundaron el Partido Democrático, logrando de inmediato la incorporación de destacados
miembros de las Sociedades Mutuales, como Agustín Cornejo y otros dirigentes del
artesanado.
Una de las primeras acciones de los democráticos fue la participación activa en el
mitin de protesta de abril de 1888 contra el alza de tarifas de la Compañía de Ferrocarril
urbano de Santiago, que dio lugar a la lucha callejera que hemos analizado en el
capítulo anterior. Los principales órganos de prensa de este nuevo partido eran La
Igualdad, La Democracia de Santiago y La Voz de la Democracia de Valparaíso, dirigidos
respectivamente por Avelino Contardo, Juan Rafael Allende y Francisco Galleguillos.
230
Encina: op. cit., Tomo XV, p. 514.
231
Héctor De Petris G. Historia del Partido Democrático, p. 3, Santiago, 1942.

378
Otra acción pública destacada de los democráticos fue la campaña para que el
gobierno derogara la reaccionaria Ordenanza de Reuniones. Los dos mítines realizado
el 13 de junio y el 20 de julio de 1890 lograron el objetivo anhelado. El presidente
Balmaceda acogió la petición del Partido Democrático. En la entrevista que sostuvo
con los democráticos, Balmaceda manifestó: “Atenderé siempre y con especial solicitud
los intereses del pueblo. A él debo el alto puesto de honor que desempeño. No puedo
olvidar que éste era el reproche que a mi candidatura hicieron clases opulentas de la
capital”.232
El Partido Democrático apoyó de hecho la política nacionalista de Balmaceda en
un mitin efectuado el 20 de julio de 1890. Segun El Mercurio de Valparaíso, todos los
oradores acusaron “al congreso de ser compuesto de ambiciosos que no representaban
al país… Presidió el mitin el vicepresidente de la agrupación Don Ezxequiel Cala, el cual
manifestó que el objeto del mitin era pedir al presidente de la República un ministerio
de opinión y al Congreso que votase las contribuciones actualmente suspendidas”.233
Sin embargo, el apoyo de los democráticos a la política de Balmaceda no fue unánime.
Hubo un pequeño sector dirigido por Antonio Poupin, primer presidente del partido,
que colaboró con los promotores de la guerra civil, especialmente en el Comité de Lo
Cañas. Malaquías Concha denunció en 1891 a los militantes que se habían pasado al
campo derechista:
No quiero hacer caudal de los motivos que tengan algunos para desertar de las filas
del Partido y ponerse al servicio de los enemigos de la democracia. El tiempo aclarará
ese misterio. Por ahora se trata de no dejar morir al Partido y de no consentir que se
entronicen en el país el conservantismo y el monttvarismo, si por desgracia llega a
triunfar la revolución.234
El programa del Partido Democrático, aprobado en la Convención del 14 de julio
de 1889, que significativamente coincidió con el centenario de la Revolución Francesa,
propiciaba la emancipación política, social y económica, el cambio de la Constitución,
la autonomía de los municipios, un poder judicial elegido por el pueblo, impuestos
progresivos al capital y la implantación de los derechos de la mujer. Uno de los puntos
programáticos importantes consistía en la denuncia de la penetración extranjera:
La Nación Chilena, emancipada de la dominación política de la madre patria, no ha sacu-
dido el yugo de la dominación económica que la tiene sujeta a Europa, y sus inconsultas
leyes la convierten en factoría, en hacienda de nuestros señores de ultramar. Cuando los
ingleses nos envían manufacturas, apenas gravadas por nuestro arancel aduanero, nos
impiden por el mismo hecho ejercitar en igual ramo de fabricación.235
232
José M. Irarrázaval. El Presidente Balmaceda, Tomo II, p. 104, Santiago, 1940.
233
El Mercurio de Valparaíso, 21 de julio de 1890.
234
Héctor De Petris, op. cit., p. 11.
235
Malaquías Concha. El Programa de la Democracia, p. 25, Santiago, 1905.

379
El Partido Democrático, representando las aspiraciones de los artesanos y medianos
industriales, fue el único partido del siglo pasado en plantear claramente una política
proteccionista en favor de la industria nacional. En uno de los acápites de su programa
se manifestaba:
El librecambio, entre naciones de un poder productivo diferente, es una guerra industrial
desastrosa que conduce a la subordinación de la nación más débil a la más sobresaliente
en determinadas ramas de la producción, la cual adquiere así el monopolio manufactu-
rero y comercial… ¿No vivimos condenados a labrar la tierra, a profundizar el pozo de
nuestras minas y al pastoreo de rebaños, porque así lo manda la ley de la competencia
extranjera? ¿No vivimos constantemente endeudados para con el viejo mundo, en crisis
monetarias permanentes? ¿Se fabrica en el continente Sud-americano una sola cabeza
de clavo? No, porque no lo quieren nuestros amos de Europa.236
El Partido Democrático proponía una forma de proteccionismo mediante “el recargo
de los derechos, similar a los que produce o puede producir la industria del país”.237
Los democráticos impulsaron también medidas de proteccionismo a la marina
mercante nacional. Uno de los puntos de su programa establecía: “El complemento de
las medidas protectoras sería una ley de navegación que asegurara a la bandera nacional
el comercio de cabotaje y las exportaciones al extranjero, así como las pesquerías en
las aguas territoriales”.238
Otro punto de la política nacionalista del Partido Democrático luchaba por exigir
a las compañías extranjeras el pago de los derechos de exportación en oro o libras
esterlinas:
Pago de los derechos de exportación sobre el salitre y el yodo en oro, pero en oro efectivo,
en libras esterlinas que suenen y que entren positivamente al país. La letra de cambio
no vale lo que el oro, pues la letra es una promesa de pago sobre un mercado extranjero
en el cual consumimos todo su valor… Aceptar el pago en letras es como pagarle a la
peonada en fichas o vales contra el despachero de la esquina.239
El Partido Democrático reivindicaba el derecho de los mapuche a conservar sus
tierras, rechazando la apropiación de éstas por parte del Estado o de particulares. Sin
embargo, no planteaba ningún plan de Reforma Agraria. Solo se limitaba a señalar “que
nadie podría poseer en un mismo departamento más de mil hectáreas”.240

236
Ibid., pp. 270 y 288.
237
Ibid., p. 291.
238
Ibid., p. 323.
239
Ibid., pp. 364 y 365.
240
Ibid., p. 257.

380
Es interesante destacar que los democráticos replantearon la lucha por la unidad
latinoamericana como el mejor camino para terminar con la dependencia respecto de
Europa y Estados Unidos:
Digno coronamiento del esfuerzo común de las naciones Sud-Americanas para sacudir el
yugo manufacturero y comercial europeo y alcanzar su independencia económica, como
ganaron juntas su independencia política, sería el establecimiento de un ‘Zollverein’ o
asociación aduanera… Un sistema de aduana común a todos los países sud-americanos
sería el complemento de una unión aduanera que prepararía, en cierto modo, la
asociación política en una Gran Confederación Continental que pusiera término a
nuestras rivalidades y nos asegurara la mutua independencia y la común defensa contra
el coloso del Norte y los ataques y extorsiones de que nos hace víctimas la vieja Europa.241
A pesar de sus deficiencias, este programa fue la más alta expresión del nacionalismo
y del reformismo social en la segunda mitad del siglo pasado. El Partido Democrático fue
la única organización política en plantear abiertamente el proteccionismo a la industria
nacional y de comprender que la mejor manera de romper los lazos de dependencia
con las metrópolis era a través del ideal bolivariano de unidad latinoamericana.
Sin embargo, este primer esbozo de programa antiimperialista omitía un punto
clave: la nacionalización de las empresas salitreras que habían pasado a manos del
capital financiero extranjero; en el programa del Partido Democrático, redactado en
1889, no hay una sola mención a la acelerada penetración que en esos años había
efectuado el imperialismo inglés en las explotaciones salitreras. Otra de las medidas
democrático-burguesas no planteadas por este partido era la reforma agraria, propuesta
básica para implementar el programa de ampliación del mercado interno y de desarrollo
de la industria nacional.
Las ambiciones electorales fueron corrompiendo al Partido Democrático y acen-
tuaron el carácter pequeño-burgués de su concepción reformista. No obstante, en su
seno se fue generando una tendencia revolucionaria que, acaudillada por Luis Emilio
Recabarren, terminó por romper con el reformismo, fundando en 1912 el Partido
Obrero Socialista.

La Guerra con España y la unidad latinoamericana


La agresión de España a Perú y Chile en 1864 no fue un acto aislado y casual, ni
una “aventura” como lo estima la historiografía tradicional, sino que formó parte de
un plan general de expansión del capitalismo europeo en América Latina. España
había participado junto a Inglaterra y Francia en la intervención armada contra México
en 1861, acción que facilitó la pretensión de Francia de instaurar una monarquía
241
Ibid., p. 326.

381
encabezada por Maximiliano de Austria. Años antes, Francia había intentado establecer
un protectorado en Ecuador.
En 1864 la flota española al mando de Luis Pinzón se apoderó de las Islas Chinchas,
ricas en guano, principal explotación del Perú en aquella época. El pretexto para realizar
esta ocupación militar era exigir a Perú el pago de una deuda de cinco millones y medio
de pesos por las pérdidas sufridas por los españoles en las guerras de la Independencia.
Asimismo, se trataba de presionar al gobierno peruano para que cancelara una
indemnización a los residentes españoles que habían sido afectados en 1863 por
manifestaciones de violencia en Talambó. El dueño de esta hacienda había contratado
sesenta familias vascas para el cultivo del algodón, concediéndoles tierras a cambio
de trabajos en el fundo. Los colonos españoles reclamaron ante su gobierno por
incumplimiento del contrato. Hubo un enfrentamiento entre vascos y braceros
peruanos, en el cual murió un español. Este hecho sirvió de pretexto para que el
gobierno de España ordenara la ocupación de las Islas Chinchas.
Esta agresión de España, que aún no había reconocido la independencia de los
países latinoamericanos, fue considerada como una tentativa de reconquistar sus
antiguas colonias. La actitud vacilante del presidente peruano Pezet, que llegó a firmar
un tratado con los agresores por el cual se comprometía a pagar tres millones de pesos
de indemnización a España, suscitó un movimiento encabezado por el coronel Mariano
Prado, que derrocó a Pezet y se hizo cargo de las tareas de defensa nacional.
La reacción solidaria de Chile con Perú, expresada en las manifestaciones populares
de repudio a España, en la decisión de no vender carbón a los barcos españoles y
el envío a Perú de ayuda, como ganado caballar, determinó que la agresora España
acusara insólitamente a Chile de haber violado las normas del derecho internacional.
El almirante español Pareja pidió explicaciones a Chile en términos amenazadores,
llegando a exigir que su barco insignia fuera saludado con una salva de 21 cañonazos.
El gobierno chileno respondió con la declaración de guerra.
La escuadra española, superior a la chilena y a la peruana, ejerció un amplio dominio
en el Pacífico. Sin embargo, la extensión de las costas chilenas impidió que el bloqueo
español fuera más efectivo, obligando a Pinzón a dispersar sus naves, permitiendo
una mayor movilidad a los barcos chilenos comandados por Juan Williams Rebolledo.
Este logró un triunfo cerca de Papudo el 26 de noviembre de 1865 al capturar el buque
llamado ‘Covadonga’. Poco después, los barcos peruanos se unieron a los chilenos
enfrentando con éxito a la escuadra española en Abtao, cerca de Chiloé, el 7 de febrero
de 1866.
El comandante Casto Méndez Núñez, que había asumido el mando luego del
suicidio de Pinzón, recibió la orden de bombardear Valparaíso y los depósitos de carbón
de Lota. El bombardeo de Valparaíso, realizado el 31 de octubre de 1866, duró varias

382
horas. Murieron dos personas y los almacenes de la aduana y otros edificios públicos
fueron seriamente afectados. Las pérdidas materiales sobrepasaron los 15 millones
de pesos, de los cuales unos 8 millones correspondían a mercaderías extranjeras
depositadas en bodega.
La escuadra española, después de haber consumado un nuevo bombardeo a El
Callao, fue finalmente rechazada y tuvo que abandonar las costas latinoamericanas.
Las agresiones de las potencias europeas a México, Santo Domingo y los países de
la costa del Pacífico, reavivaron el sentimiento latinoamericanista y de solidaridad de
los pueblos de nuestro continente. Los sectores de avanzada democrática de Chile se
pusieron a la cabeza de este movimiento de repudio a los planes de conquista de las
metrópolis europeas. Su primera manifestación de solidaridad con el pueblo mexicano
fue el envío de diez mil pesos a los combatientes dirigidos por Benito Juárez. La lucha
por la unidad latinoamericana se elevó a un nivel superior con la fundación de la
‘Unión Americana’ el 25 de mayo de 1862 en Santiago de Chile, cuyas bases políticas y
organizativas fueron publicadas en el libro Colección de Ensayos y Documentos relativos
a la Unión y Confederación de los Pueblos Hispanoamericanos, Santiago, 1862.
La “Unión Americana”, que no incluía a los Estados Unidos de Norteamérica, tuvo
activos adherentes en varios países, entre ellos Argentina. El caudillo de La Rioja,
Felipe Varela, ligado a Vicente Peñaloza, alias ‘El Chacho’, y a otros jefes federales
del interior que se oponían al centralismo de la burguesía bonaerense, liderada por
el presidente Bartolomé Mitre, hizo flamear en las lanzas de sus montoneros “una
vistosa bandera blanca punzó de seda, con estas leyendas: Federación o Muerte. Viva
la Unión Americana”.242 En una proclama de 1866 dirigida a sus compatriotas, Felipe
Varela se oponía a la guerra contra el Paraguay, azuzada por el mitrismo aliado al
Brasil y Uruguay. Allí manifestaba el caudillo argentino: “Soldados federales. Nuestro
programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, y el orden común, la paz y
amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas americanas. ¡Ay de aquel
que infrinja este programa”.243 En 1868, Felipe Varela publicó un folleto de 30 páginas
cuya tapa decía: “Viva la Unión Americana”.
En Chile, los sectores de vanguardia, que luchaban por revitalizar el ideal bolivariano
y exigían la independencia de Cuba y de Puerto Rico, realizaron manifestaciones
callejeras con ocasión de los actos de repudio a la ocupación española de las Islas
Chinchas. En el Teatro Municipal de Santiago se reunieron cerca de 5.000 personas
para exigir medidas concretas de solidaridad con el pueblo peruano. Los artesanos,
especialmente los que habían sido miembros de la antigua ‘Sociedad de la Igualdad’,
constituyeron la base popular de estas combativas manifestaciones. En el movimiento

242
Félix Luna. Los caudillos, p. 22, Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1966.
243
Ibid., p. 253.

383
americanista de Chile existían tres tendencias: una, que planteaba la lucha activa y
militante por la unidad de América Latina; otra, que tenía una actitud ambigüa frente
a la unidad, dirigida por Domingo Santa María; y una tercera, representada por Manuel
Montt y Antonio Varas, que aspiraba solamente a realizar ciertas acciones comunes
con algunos países del continente.244
Vicuña Mackenna, que había viajado a Estados Unidos para organizar una
campaña por la liberación política de Cuba y Puerto Rico, denunció a Norteamérica
por adoptar una posición “neutral” que en el fondo beneficiaba a España, señalando
que “el gobierno de Estados Unidos iba a ser no solo indiferente a nuestra causa, sino
virtualmente parcial a España”.245 En otro artículo, Vicuña Mackenna sostenía que
ninguna potencia había prestado respaldo a Chile y Perú en la guerra contra España:
¿Quién nos ha ayudado? ¿Quién? ¿La Inglaterra? Creíase que lo hiciese a cuenta de
sus negocios. Pero la Inglaterra era una monarquía europea, era amiga de la España,
era aliada de la Francia y era para el mundo en general, cosa nunca vista en la historia
inglesa, neutral, tratándose de su oro… ¿Quién? ¿La Francia? Pero la Francia no era solo
una aliada, una vecina, una amiga, una inspiradora; era más que eso de la España: era una
cómplice… Pero ¿y los Estados Unidos? Tampoco. La doctrina Monroe es una impostura
del pasado o una farsa de plataforma del presente. La doctrina Monroe ha muerto. La
doctrina de la Unión Americana es la enseña del porvenir.246
En el mismo tono hablaba Bilbao.247 Francisco Encina hace responsable a los líderes
de la “Unión Americana” de haber arrastrado a Chile a la guerra contra España y califica
de “desconformados cerebrales” a los que lucharon por la unidad latinoamericana.
Este criterio estrecho expresa en el fondo el desprecio del historiador “nacionalista”
por los intentos de lograr la unidad latinoamericana.
Estos anhelos condujeron a la realización del Congreso Americano en Lima el 14
de octubre de 1864, al que concurrieron delegados de Chile, Perú, Ecuador, Bolivia,
Guatemala y Venezuela. En carácter oficioso por Argentina asistió Domingo Faustino
Sarmiento, cuya actuación en pro de la solidaridad latinoamericana fue desautorizada
por el presidente Bartolomé Mitre, quien dio la espalda a los pueblos del continente al
declarar que “Argentina no cometería la necedad de sacrificar las realidades nacionales
a idealismos continentales”. Los delegados chilenos, entre los cuales se encontraba el
joven Balmaceda, plantearon la acción conjunta de América Latina para enfrentar la

244
Juan Sinn Bruno. La política americanista de Chile y la guerra con España, Santiago, 1960.
245
Citado por Encina, op. cit., Tomo XVI, p. 427.
246
Benjamín Vicuña Mackenna. “La Doctrina Monroe y la Unión Americana”, en Misceláneas T. I, p. 374
y 377, Santiago, 1872.
247
Carlos Ossandón B. “La política latinoamericana de Francisco Bilbao”, Rev. Estudios Latinoamericanos,
Nº 1, p. 54, Santiago, 1987.

384
agresión española. Sin embargo, la propia burguesía peruana evitó un pronunciamiento
concreto porque estaba en negociaciones con España. En definitiva, no se adoptó
ninguna resolución importante por la posición ambigua del Perú y la indecisión de
los gobiernos del continente.
El Congreso Americano de 1864 fue el último intento para lograr la unidad latinoa-
mericana en el siglo pasado. Las burguesías criollas frustraron una vez más los anhelos
de unidad de los pueblos del continente facilitando el proceso de “balcanización”
promovido por las metrópolis europeas. En función de los intereses particulares de
cada una de las “burguesías de dientes de leche”, como dijera Trotsky, se abandonó el
criterio de unidad latinoamericana gestado al calor de las guerras de la independencia.
El quiebre del ideal bolivariano favoreció los planes de penetración de las potencias
extranjeras, que aprovecharon las contradicciones entre las burguesías criollas para
acelerar el proceso de dependencia de Chile y, en general, de América Latina.

385
capítulo vi.
La Guerra del Pacífico

La guerra de Chile con Perú y Bolivia (1879-1883) ha sido tratada por los historiadores
tradicionales –tanto chilenos como peruanos y bolivianos– con un criterio “chovinista”
que ha mitificado la realidad, encubriendo las causas profundas que motivaron el
conflicto bélico.
Los historiadores chilenos del siglo pasado narraron la Guerra del Pacífico iden-
tificándose con los planes de expansión de la burguesía minera. Por su parte, los
historiadores peruanos y bolivianos han ocultado los principales objetivos que per-
seguían sus respectivas clases dominantes al comprometerse en la guerra, alentando
odiosidades contra el pueblo chileno, sin distinguir entre los intereses y finalidades de
la burguesía chilena y los trabajadores que le sirvieron de carne de cañón.
La animosidad entre estos pueblos ha sido cultivada durante más de un siglo por
las burguesías de los tres países. La educación ideologizada de los niños y estudiantes
secundarios a través de los manuales oficiales de Historia de Chile, Perú y Bolivia,
ha favorecido no solo los intereses de las burguesías criollas, sino también los del
imperialismo, que no pierde oportunidad para agudizar cualquier contradicción entre
nuestros pueblos con el fin de ahondar su “balcanización” y bloquear el proceso de
identidad y unidad latinoamericana.
La mayoría de los historiadores de izquierda ha preferido soslayar el tema por
aprehensión a lesionar los sentimientos patrióticos. Nosotros creemos que solamente
la verdad histórica ayudará a los pueblos de Chile, Perú y Bolivia a terminar con los
odios atizados por las burguesías nacionales. El conocimiento profundo de las causas
que motivaron el conflicto bélico permitirá a los movimientos sociales de estos tres
países luchar por una solución común cuando hayan conquistado el poder derribando
a sus respectivas clases dominantes.

Causas de la guerra
La historiografía tradicional de Chile ha considerado como causas de la Guerra del
Pacífico el Tratado secreto firmado por Perú y Bolivia en 1873 y la violación por parte
de Bolivia del Tratado de 1874 con Chile, al fijar 10 centavos de impuesto por quintal
de salitre exportado desde Antofagasta.

387
A nuestro juicio, estas no fueron causas fundamentales de la guerra, sino hechos
que actuaron como desencadenantes de un proceso que estaba relacionado con
intereses económicos de primera magnitud: el control de la zona salitrera de Tarapacá
y Antofagasta.
Es efectivo que Bolivia violó el Tratado de 1874 que liberaba de gravámenes a los
empresarios chilenos del salitre, pero el insignificante impuesto de 10 centavos no
era causa suficiente como para provocar el estallido de una guerra. El impuesto de 10
centavos era tan bajo que el gobierno chileno, poco después del término de la guerra,
fijó un arancel aduanero $1,60 por quintal de salitre exportado.
El Tratado de 1873 entre Bolivia y Perú fue interpretado por la burguesía chilena
como un peligro potencial en contra de sus intereses expansionistas en el salitre. En
lo referente al carácter “secreto” del Tratado, es sabido que estaba en conocimiento
de la cancillería chilena y de la mayoría de los países latinoamericanos por haber sido
discutido públicamente en el Parlamento argentino. El tratado firmado por las clases
dominantes de Perú y Bolivia tendía a resguardar fundamentalmente sus intereses
salitreros. Como la burguesía chilena, en pleno proceso de expansión capitalista,
estaba precisamente interesada en conquistar las riquezas salitreras, era obvio que
considerara el tratado de 1873 como un serio obstáculo para lograr sus objetivos de
clase. Por consiguiente, la causa profunda de la guerra no era el tratado en sí, sino el
dominio de la zona salitrera.
La causa fundamental de la Guerra del Pacífico fue la disputa por el control de las
riquezas salitreras de Tarapacá y Antofagasta, motivo por el cual el conflicto debería
denominarse “la guerra del salitre”. Este hecho es tan evidente que resulta insólita la
afirmación de Encina: “Si entre las guerras que han estallado en la América Española
hay alguna que haya surgido del subconsciente colectivo ajena a todo móvil económico,
es precisamente la Guerra del Pacífico por lo que respecta al pueblo chileno”.248
Para Encina, “la mayor cantidad de sangre goda que circulaba por las venas del pue-
blo chileno, en relación con sus hermanos, y la mayor suma de energía vital acumulada
durante una dura y prolongada selección, lo impulsaron hacia las aventuras lejanas…
ajenas a todo espíritu de conquista o de predominio político”.249 La concepción racista
de Encina se revela también en sus alusiones despectivas a los “cholos traicioneros”,
alentando la discriminación racial contra los pueblos peruano y boliviano.
La burguesía chilena, con o sin sangre goda, estaba interesada no solamente por
las salitreras, sino por asegurar también sus inversiones en las minas de plata de
Antofagasta y en el Banco Nacional de Bolivia. La conquista de Tarapacá y Antofagasta
le convenía tanto a la burguesía minera como a los terratenientes chilenos, quienes
248
Encina: op. cit., Tomo XVII, p. 501.
249
Ibid., pp. 243 y 244.

388
experimentaban la necesidad de abrir un nuevo mercado para sus productos
agropecuarios. El sector comercial y bancario de Valparaíso estaba también interesado
en dirimir fuerzas con el Perú porque había sido afectado por las medidas del estanco
y estatización del salitre decretadas por los gobiernos de Pardo y Prado, quienes
aspiraban convertir a Iquique en puerto clave de la venta de salitre. Dichas medidas
estaban encaminadas a terminar con el monopolio que ejercía Valparaíso, donde se
transaban todas las operaciones de compraventa del salitre no solo de Antofagasta
sino también de Tarapacá.
La medida de expropiación y nacionalización del salitre, promovida por el gobierno
peruano de Pardo en 1875 y ampliada en 1878 por Prado, afectó seriamente los intereses
capitalistas chilenos que tenían cuantiosas inversiones en Tarapacá. Esta medida,
analizada superficialmente por los historiadores tradicionales, fue uno de los motivos
fundamentales que indujeron a la burguesía chilena, coludida con los inversionistas
ingleses y alemanes, también lesionados por la ley de expropiación de las salitreras, a
presionar fuertemente sobre el gobierno de Aníbal Pinto para que declarara la guerra
a Perú y Bolivia.
Al mismo tiempo, una crisis de coyuntura, sufrida entre 1875 y 1878 por la economía
chilena, cuyos productos de exportación se vieron afectados por una de las crisis cíclicas
mundiales de la época, actuó asimismo como factor coadyuvante para que la burguesía
chilena desencadenara la guerra en busca de una salida a la crisis.

Constitución de la propiedad salitrera


y expansión del capitalismo chileno
El uso generalizado del salitre como fertilizante en la agricultua europea y nor-
teamericana a partir de 1850 y su utilización en la elaboración de explosivos y de
diversos productos químicos, dieron un vigoroso impulso a la explotación de este
mineral.
La zona salitrera de Antofagasta comenzó a ser explotada por capitalistas chilenos.
La inversión en Tarapacá de capitales peruanos, chilenos y, en menor medida, ingleses,
alemanes e italianos, hicieron subir la producción de 10.594.026 quintales en 1865 a
26.795.625 quintales en 1875. En esta fecha, los capitalistas peruanos controlaban el
54% de las inversiones salitreras, los chilenos el 18% y los ingleses el 15%.
Guillermo Billinghurst, uno de los políticos peruanos de la época más conocedores
del problema salitrero, sostenía que gran parte de los capitales “ingleses” no eran
inversiones provenientes de Londres, sino que fueron obtenidos en base a créditos
concedidos por los bancos de Lima y Valparaíso a particulares de origen inglés.

389
Billinghurst opinaba que los ingleses no jugaron un papel decisivo en la promoción
de las primeras explotaciones salitreras:
No han sido capitalistas ingleses los que han imprimido a la industria salitrera la marcha
inicial que le ha servido para adquirir su actual desarrollo… La compañía chilena de
consignaciones invirtió en habilitaciones salitreras hasta cerca de $1.500.000. El Banco
Edwards que hizo adelantos en este mismo negocio y cuatro o cinco casas de ese puerto
comprometieron aquí más de $1.000.000”.250
El Banco de Valparaíso organizó once sociedades anónimas para la explotación
del nitrato en Tarapacá: “El mercado financiero de Valparaíso se hallaba, por lo tanto,
representado en la industria del salitre en Tarapacá, desde 1870 adelante en más de
$6.500.000”.251
Las casas financieras de Valparaíso monopolizaban la compra y venta de toda la
producción de nitrato de la costa del Pacífico. Óscar Bermúdez señala que “todo el salitre
inclusive el de Tarapacá era objeto de transacciones comerciales en Valparaíso antes de
ser enviado a Europa”.252 Los capitalistas peruanos, que poseían la mayor parte de las
estacas salitreras, se veían obligados a realizar sus operaciones en el mercado mundial
por intermedio de las casas financieras de Valparaíso. Emilio Romero, economista
peruano, anota que “la navegación a vapor por el estrecho de Magallanes hacía largo
el camino hasta las salitreras, por cuyo motivo muchas transacciones sobre el salitre se
hacían en Valparaíso y no en el Callao, circunstancia que hizo creer a muchos europeos
que el salitre era chileno”.253
Los capitalistas chilenos comenzaron a penetrar en la costa boliviana a fines de la
década de 1850, explotando guano en la zona de Mejillones, al norte de Antofagasta.
Estas incursiones motivaron una protesta de Bolivia el 23 de marzo de 1863. Tres años
después, el 10 de agosto de 1866, Chile y Bolivia firmaron un “tratado de medianería”
por el cual se establecía el paralelo 24 como límite entre ambos países. El artículo 11
señalaba que “las dos repúblicas se repartirían por mitad los productos provenientes
de la explotación de los depósitos de guano descubiertos en Mejillones y de los demás
depósitos de este mismo abono que se descubrieran entre los grados 23 y 25 de latitud
meridional, como también los derechos de exportación que se perciban sobre los
minerales extraídos del mismo espacio del territorio”. El gobierno chileno adquiría
el derecho de vigilancia sobre la Aduana de Mejillones al autorizarse a un inspector
chileno a ejercer control en las entradas aduaneras. Quedaban libres de todo derecho

250
Guillermo Billinghurst. Los capitales salitreros de Tarapacá, p. 30, Santiago, 1889.
251
Ibid., p. 34.
252
Óscar Bermúdez. Historia del salitre, p. 326, Ed. Universitaria, Santiago, 1905.
253
Emilio Romero. Historia Económica del Perú, p. 405, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1949.

390
de importación los productos naturales de Chile que se introduzcan por el puerto de
Mejillones.254
Este tratado de 1866 favorecía abiertamente a Chile, por cuanto adquiría el derecho
de vigilancia sobre una de las aduanas más importantes de Bolivia. La exención de
impuestos a los productos naturales de Chile constituía una gran ventaja para los
comerciantes y terratenientes que enviaban harina y carne a la zona norte. Por derechos
de exportación de guano, de una zona que era boliviana, el gobierno de Chile obtuvo
hasta 1879 cerca de dos millones de pesos de 48 peniques.
La penetración de capital chileno en Antofagasta se aceleró en la década de
1860 con los descubrimientos de salitre hechos por los arrieros de José Santos Ossa,
quien junto con Francisco Puelma fundó la Sociedad Exploradora del Desierto de
Atacama, compañía que rápidamente obtuvo privilegios del gobierno boliviano. El 5 de
septiembre de 1868, el ministro de Hacienda de Bolivia expedía la siguiente resolución:
“Se concede a la Sociedad Exploradora del Desierto de Atacama, el privilegio exclusivo
de 15 años para la explotación, elaboración y libre exportación del salitre en el Desierto
de Atacama”.255 El investigador chileno Óscar Bermúdez acota: el presidente boliviano,
Melgarejo, que “no tenía la menor noción de la riqueza minera y salitrera de esta vasta
zona, la había entregado gratuitamente a los peticionarios chilenos, excepto el pago
de diez mil pesos que éstos hicieron en la Tesorería de Cobija”.256 Gonzalo Bulnes,
historiador chileno de la Guerra del Pacífico reconoció que “el privilegio era tan
extremado, las concesiones tan vastas, que el pueblo boliviano protestó, con razón,
enérgicamente contra ellas”.257
El tratado del 5 de diciembre de 1872 amplió los beneficios obtenidos por Chile en
1866 al reconocer la participación por mitades, para ambos países, en los derechos
de exportación no solo de los metales propiamente dichos, sino también del salitre,
bórax, sulfatos y demás sustancias inorgánicas. El proceso de penetración de la
burguesía chilena en esta zona boliviana adquirió características de colonización no
solo económica, sino también política, al lograr los chilenos ser designados para ocupar
cargos en las municipalidades bolivianas. “Esto explica que al producirse la elección del
primer Cuerpo de Agentes Municipales de Antofagasta, integrado por nueve agentes,
seis de éstos eran chilenos, dos alemanes y uno inglés”.258
José Santos Ossa y Francisco Puelma entraron en sociedad con Agustín Edwards
y Guillermo Gibbs, creando la “Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta”

254
Citado por Encina, Tomo XVI, p. 8.
255
Óscar Bermúdez, op. cit., p. 199.
256
Ibid., p. 199.
257
Ibid., p. 214.
258
Ibid., p. 212.

391
que aumentó su capital inicial de $2.500.000 en 1872, a cinco millones en 1879. Esta
compañía presionó para que se firmara el Tratado de Agosto de 1874, según el cual la
Compañía de Salitre Antofagasta o cualquier otra industria chilena que se estableciera
en el litoral quedaba libre de todo derecho fiscal o municipal por el término de 25 años.
Asimismo se otorgaba exclusividad a los empresarios chilenos para la explotación del
Salar del Carmen, que abarcaba 6.400 hectáreas.
La expansión del capitalismo chileno en territorio boliviano no solo alcanzó al
salitre, sino también a las explotaciones de plata, especialmente la mina de Caracoles.
Cuando los historiadores comentan los fabulosos ingresos que proporcinó a Chile la
mina de Caracoles, “curiosamente” omiten que estaba situada en territorio boliviano.
Bermúdez manifiesta que “Caracoles se convirtió rápidamente, ya en 1870, en un
vasto campamento de trabajo y aventura. La fiebre minera que despertó el Cerro de
la Plata, especialmente en Chile (la mayoría de las explotaciones eran de chilenos
y el principal circulante en Caracoles eran escudos y cóndores de oro) debía influir
considerablemente en la vida económica del litoral. El embarque de los minerales de
plata se hacía por Cobija”.259 Se calcula que durante 1872 y 1873 los capitales chilenos
invirtieron unos dos millones de libras esterlinas en la explotación de Caracoles.
Además de Caracoles, los empresarios chilenos explotaban en territorio boliviano
las minas de Huantajaya, Huanchaca, Corocoro y Socavón de la Virgen de Oruro. Uno
de los principales accionistas de la mina de plata de Huanchaca, que en 1877 ocupaba
1.567 obreros, era el chileno Melchor de Concha y Toro, que tenía 355 acciones; Elías
y Ezequiel Balmaceda con 125 acciones; Ramón y Gregorio Donoso, con 95 acciones,
y Rafael Larraín, con 35 acciones. Cada acción valía 1.000 pesos.
Los financistas chilenos habían llegado a controlar también el Banco Nacional de
Bolivia. Este Banco, fundado en 1871, “adquirió derechos de emisión de billetes en las
siguientes condiciones: tenía privilegio exclusivo solo en el Departamento de Cobija…
Los billetes se convertirían también a la vista en numerario en la oficina poderosa de
Valparaíso”.260
El Banco Nacional de Bolivia, íntimamente relacionado con las operaciones
salitreras de las casas financieras de Valparaíso controladas por Edwards, abrió
sucursales en Cobija y Antofagasta en enero de 1873. Hacia 1876 se había convertido
en el banco más poderoso de Bolivia. El segundo banco de importancia era el Banco
Boliviano, controlado por el súbdito inglés Enrique Meiggs, vinculado también a las
actividades mineras y a los grupos financieros de Chile.
La expansión del capitalismo chileno determinó una migración de trabajadores
de la zona centro-sur al Norte. Bermúdez señala que a partir de 1870 comienza una
apreciable cantidad de chilenos a trabajar en esta región. Los 30.000 trabajadores
259
Ibid., pp. 210 y 211.
260
Luis Peñaloza. Historia Económica de Bolivia, Tomo II, p. 23, La Paz, 1954.

392
chilenos que Meiggs había llevado al Perú quedaron cesantes al terminar las tareas de
construcción de los ferrocarriles, pasando a constituir el ejército industrial de reserva
para las explotaciones salitreras y las actividades de carga y descarga de los puertos.
La población de Tarapacá, según el Censo peruano de 1875, era de 38.226 habitantes,
de los cuales 9.664 eran chilenos. Antofagasta tenía 8.507 habitantes, de los cuales
6.554 eran chilenos. Encina justifica la guerra argumentando que la soberanía de
Bolivia sobre Antofagasta era artificial porque la mayoría de los habitantes era chilena:
“Ningún raciocinio –dice Encina– ni ningún tratado podía arrancarle la conciencia de
que debía ser chileno el suelo de nadie que su empuje y su brazo habían transformando
de desierto en emporio de grandes riquezas”.261 Con este criterio expansionista, se
podría justificar cualquier guerra de conquista.
Los capitalistas chilenos de Antofagasta promovieron en octubre de 1876 la
fundación de la Sociedad de Socorros Mutuos “La Patria”, que llegó a agrupar a cerca
de 10.000 chilenos. Roberto Hernández afirma que esta sociedad:
Pretendía nada menos que la independencia del litoral. Se esperaba que el gobierno
de la Moneda ayudase, pero los presidentes Errázuriz y Pinto rechazaron sus gestiones
como un atentado contra la paz y los tratados vigentes. Entonces ‘La Patria’, que era
una institución por el estilo de la famosa Logia Lautarina, varió de táctica y obtuvo la
cooperación de un alto personaje boliviano para encabezar la federación del litoral como
velo para sus resueltas y justificadas ambiciones. Dícese que el caudillo designado para
encabezar con el nombre de la Federación el levantamiento en masa de los chilenos era
el Dr. Ladislao Cabrera, que por su enemistad con Daza se había hecho adicto a la causa
de los chilenos… Cuando el directorio de la sociedad ‘La Patria’ estuvo en situación de
obrar eficazmente, las actividades se extendieron a Valparaíso para acopiar elementos.
En efecto, el cónsul Villegas decía en una carta: “En Valparaíso se recopilaron todos los
elementos del caso; allí se formuló la constitución para el nuevo Estado, el cual según
dicho documento debía ser regido internamente por un Triunvirato; se compraron
armas; magníficos rifles de precisión, revólveres, sables, etc. El armamento comprado
en Valparaíso y perfectamente arreglado en sacos de cebada y fardos de pasto fue
embarcado en el vapor que partió de ese puerto el día 22 de marzo de 1877 y llegó al de
Antofagasta, donde debía ser desembarcado el 26 del mismo mes. La desgracia quiso
que el mismo día llegara la noticia de que en Caracoles había estallado una revolución
encabezada por el coronel Carrasco, que apoyaba al caudillo don Casimiro Corral. Con
tal motivo, uno de los bolivianos comprometidos en el movimiento federal, denunció a
la primera autoridad de Antofagasta la existencia de las armas”.262
Este intento separatista de Antofagasta reflejaba el grado de penetración del
capitalismo chileno, que prácticamente había convertido a esta provincia boliviana

261
Encina, Tomo XVI, p. 250.
262
Roberto Hernández. El Roto chileno, p. 120, Valparaíso, 1928.

393
en una factoría o semicolonia. El correlato político de este proceso de expansión del
capitalismo chileno fue la Guerra del Pacífico, una guerra de conquista que permitió
a la burguesía criolla afianzar por medio de las armas la penetración de su capital en
la zona salitrera.

La política salitrera de los gobiernos peruanos de Pardo y Prado


El proceso de expansión del capitalismo chileno se vio seriamente amenazado por
la política salitrera propiciada por los gobiernos peruanos de Pardo y Prado.
Las administraciones peruanas que habían tenido una experiencia nefasta al
entregar en concesión las explotaciones de guano a empresas particulares, procuraron
realizar una política económica distinta con el salitre. El 30 de noviembre de 1868, el
gobierno de Balta fijó un impuesto de 4 centavos de sol por quintal de salitre exportado.
Hasta esa fecha, los salitreros jamás había pagado un peso de impuesto. Además, Balta
suspendió la adjudicación de terrenos salitreros. Según Billinghurst, esta medida fue
precursora de la ley de nacionalización decretada por el gobierno de Pardo en 1875. El
ministro de Justicia informaba al gobierno de Balta sobre un viaje realizado a la zona
de Iquique, señalando que la riqueza salitrera “explotada por el gobierno sería una de
las más pingües rentas nacionales”.263
El presidente Manuel Pardo dictó el 18 de enero de 1873 un decreto estableciendo
el estanco del salitre, que obligaba a los productores a vender su producción al Estado.
El gobierno ofreció comprar el salitre a 2,40 soles el quintal. Los salitreros sabotearon
esta medida negándose a dar informaciones sobre el monto real de la producción.
El estanco del salitre provocó una airada protesta tanto de los capitalistas perua-
nos como de los empresarios chilenos que controlaban desde Valparaíso todas las
operaciones de venta de salitre al mercado mundial. El estanco del salitre, decretado
por Pardo, amenazaba con terminar el monopolio que ejercían las casas financieras
y comerciales de Valparaíso, ligadas al capitalismo europeo, especialmente al inglés.
La medida de Pardo rebasaba los estrictos marcos de los intereses salitreros chilenos
poniendo, además, en peligro la supremacía de Valparaíso en el Pacífico obtenida
por la burguesía chilena en la anterior guerra de 1837-39 contra la Confederación
Perú-Boliviana. La intención de Pardo era conventir a Iquique en el puerto encargado
de distribuir al mercado internacional la producción concentrada en el estanco. Los
capitalistas salitreros comenzaron a sabotear los planes del gobierno, negándose a
vender su producción al Estado y adoptando medidas para exportar directamente el
salitre.

263
Citado por Óscar Bermúdez: op. cit., p. 315.

394
El 28 de mayo de 1875, Pardo promulgó una medida tendiente a la nacionalización
del salitre. Esta ley prohibía la adjudicación de terrenos salitreros a particulares y
establecía en su artículo 3º: “Se autoriza al Poder Ejecutivo para adquirir los terrenos
y establecimientos salitrales de la Provincia de Tarapacá, adoptando con este objeto
las medidas legales que juzgue necesaria. Se le autoriza, igualmente, para celebrar los
contratos convenientes para la elaboración y venta del salitre”. Daba atribuciones al
gobierno para contratar un empréstito de 7 millones de libras esterlinas, de las cuales
4 millones se utilizarían para indemnizar a las empresas expropiadas y 3 millones
para construir nuevas líneas férreas. Los propietarios quedaban obligados a vender
sus salitreras al Estado, con todas las instalaciones e instrumentos de explotación.
La ley de Pardo no constituía una nacionalización total porque momentáneamente
las salitreras quedaban a cargo de sus antiguos dueños en calidad de “contratistas”.
Esta medida hizo decir a Valdés Vergara: “El Estado era dueño de las salitreras sin
ser industrial”.264 Además, los industriales que no desearan vender de inmediato sus
oficinas estaban autorizados para efectuar contratos de promesa de venta, pudiendo
continuar con su explotación hasta que se concretara la compra por parte del gobierno.
Aprovechándose de que el sistema de fiscalización y tasación era primitivo, las
casas salitreras inglesas, como Gibbs, Gildemeister y Campbell, vendieron no solo
sus propiedades en tres veces más de su valor sino que pusieron en venta terrenos
salitreros que no les pertenecían.
La medida de Pardo, audaz y progresiva para su tiempo, afectó poderosos intereses
económicos nacionales e internacionales. Los capitales afectados alcanzaron las
siguientes sumas en soles: peruanos 10.665.093, chilenos 3.554.726, ingleses 2.825.000,
alemanes 1.508.000 e italianos 847.000. El gobierno de Pardo alcanzó a expropiar
el 70% de estas salitreras. El investigador de la historia económica del Perú, Emilio
Romero, señala que “las tasaciones del material de 161 oficinas expropiadas alcanzaron
a 20.264.624 soles, según operaciones efectuadas por los ingenieros Francisco Paz
Soldán y Felipe Arancibia, y que dan idea sobre la magnitud de la industria peruana
del salitre de entonces”.265
Los capitalistas expropiados recibieron “certificados” o vales pagaderos a dos
años con letras sobre Londres. Los certificados podían ser convertidos en bonos con
un interés de un 8% anual. A fines de 1878, el gobierno había adquirido 66 oficinas
modernas con una capacidad productora de 16 millones de quintales y 81 oficinas de
menor valor productivo. Todo por un total de 20 millones de soles de 44 peniques.

264
Francisco Valdés Vergara. Problemas Económicos, pp. 359 y 360, Santiago, 1913.
265
Emilio Romero, op. cit., p. 409.

395
El 22 de marzo de 1878 el gobierno del general Prado, que había sucedido a Pardo,
resolvió comprar todas las salitreras, dando un plazo de 40 días a los particulares que
se resistían a vender sus empresas al Estado.
Las medidas adoptadas por los gobiernos de Pardo y Prado no han sido debidamente
justipreciadas por los historiadores de izquierda. El único investigador chileno que supo
reconocer la importancia de la medida de Pardo ha sido Óscar Bermúdez: “La política
nacionalizadora del salitre iniciada por Pardo, con la habilísima colaboración de Juan
Ignacio Elguera, estuvo inspirada en principios tan modernos que nos sorprende hoy
el esfuerzo por aplicarla”.266
A nuestro juicio, las leyes de Pardo y Prado sobre el salitre han sido las medidas
nacionalistas más importantes realizadas por un gobierno burgués de América Latina
en el siglo pasado. Estas medidas fueron más avanzadas que la política salitrera de
Balmaceda, quien se limitaba a plantear que el salitre quedara en manos de capitalistas
criollos.
Los historiadores liberales han minimizado las medidas de Pardo y Prado por estar
en desacuerdo con toda política económica que quebrara los marcos del liberalismo. Los
propios historiadores peruanos han criticado esa política nacionalista argumentando
que el Estado es un mal administrador. El autor de una Historia del Perú opina que fue
un error la medida de nacionalización: “También resultó un fracaso la expropiación
salitrera, porque el Estado no obtenía de ese sistema lo que hubiera podido conseguir
con el de cobrar un derecho de exportación al salitre elaborado por los propios
industriales”.267
Mientras la burguesía chilena preparaba la estrategia para recuperar las salitreras de
Tarapacá, los empresarios salitreros, entre ellos Daniel Oliva, desplazaron sus capitales
a Taltal, al sur de Antofagasta. Gonzalo Bulnes anota que “los salitreros chilenos de
Tarapacá, despojados de sus propiedades por Pardo, lo buscaron y hallaron en la pampa
de Taltal estimulados por el gobierno de Pinto, que les regalaba lo que descubrieron
a trueque de devolver a Valparaíso la actividad comercial que le había arrebatado el
monopolio peruano”.268
Manuel Ossa, hijo de José Santos, fue uno de los primeros en iniciar la explotación
de salitreras en Taltal. Roberto Hernández sostiene que “las inversiones de capital
chileno en Aguas Blancas y Taltal, que empezaron en 1877, subieron a $4.000.000,
que era una suma enorme en aquel tiempo”.269

266
Óscar Bermúdez, op. cit., p. 350.
267
Carlos Wiesse. Historia del Perú, p. 101, Lima, 1929.
268
Gonzalo Bulnes. Guerra del Pacífico, Tomo I, p. 59, Santiago, 1911.
269
Roberto Hernández. El Salitre, p. 37, Valparaíso, 1930.

396
En enero de 1879, el diputado peruano por Iquique, Guillermo Billinghurst,
manifestaba que los capitalistas afectados por la medida de expropiación de Pardo,
emigraban a Chile:
La competencia que me arredra y con sobrada razón es la que se levanta en Chile con
todos los síntomas de una empresa colosal… Chile se ha apresurado a abrir sus puertas
a los industriales que han emigrado de nuestro territorio… Son precisamente los indus-
triales ahuyentados del Perú los que han llevado el contingente de sus trabajos y de sus
capitales para fomentar la industria salitrera de Chile.270
Paralelamente a este desplazamiento de capitales, la burguesía chilena reiteraba
sus protestas contra las medidas del gobierno peruano. En una conversación entre el
ministro chileno Adolfo Ibañez y Félix Zegarra, secretario de la Legación de Perú en
Chile, el primero habría manifestado: “Pardo es el gobernante que más males ha hecho
a Chile. Tiene usted el estanco que nos ha arrebatado más de 20 misiones al año y
todos los hechos posteriores”.271
Julio César Jobet señala que en una entrevista sostenida con el presidente del Perú,
una comisión salitrera chilena manifestó: “El estanco y después el monopolio nos han
arruinado. Tarapacá comerciante era nuestro. Nuestros capitales y nuestros brazos la
han formado; y cuando comenzábamos a ver los frutos de nuestra empresa, se nos
arroja y se nos arruina”.272
La Sociedad Nacional de Agricultura manifestaba en 1884 que “las medidas toma-
das por el gobierno peruano no solo no le aseguraron la producción del salitre sino
que más o menos directamente fueron causa de la guerra con nosotros”.273 Efectiva-
mente, la política de expropiación y nacionalización del salitre, emprendida por los
gobiernos de Pardo y Prado fue uno de los motivos fundamentales que impulsaron a
los capitalistas chilenos a presionar al gobierno de Pinto para que declarara la guerra.
Hombres influyentes para ejercer esta presión no le faltaban a la burguesía minera.
Importantes accionistas de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta eran
miembros del gobierno, de las Fuerzas Armadas, de los Tribunales de Justicia y del
Parlamento. Según la Memoria del 1 de junio de 1877 de Compañía salitrera, entre los
accionistas figuraban: Cornelio Saavedra, ministro de Guerra y ex-jefe del Ejército de
la Frontera; Julio Zegers, ministro de Justicia; Agustín Edwards, Santiago Prado, Julián
Riesco, Rafael Sotomayor, FranciscoVergara, Enrique Walker, Antonio Varas y otros

270
Ibid., p. 89.
271
Mariano F. Paz Soldán. Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, p. 33, Buenos
Aires, 1884.
272
Julio César Jobet. Ensayo crítico… op. cit., p. 64.
273
Sociedad Nacional de Agricultura: Boletín Nº 16, 20/12/1884, p. 91, artículo ‘Impresión de los salitreros’.
Firmado por Nathan Miers Cox.

397
connotados políticos de la época, que habían sido afectados por las medidas de los
gobernarnantes peruanos.

La crisis de coyuntura de la economía chilena


Una de las causas inmediatas que precipitaron la declaración de guerra por parte
de Chile fue la crisis coyuntural que atravesaba la economía del país. Marcelo Segall
sostiene que la causa concreta de la guerra “se encuentra en la crisis económica mundial
y sus derivaciones”. Según Maurice Beaumont, “después de la expansión de los años
1850-1873, el mundo pasa por un período de contracción de los precios”.274
La baja de los precios en el mercado mundial se había iniciado en 1874, afectando,
como todas las crisis mundiales, particularmente a los países dependientes. La crisis
mundial repercutió no solamente en la baja de los precios del cobre, la plata y el trigo,
sino también en la disminución de la demanda. Las explotaciones chilenas bajaron
de 30 millones de pesos en 1875 a 25 millones en 1878.275 Las exportaciones de trigo
y harina disminuyeron de 1.020.460 qq.m. en 1876 a 531.299 qq.m. en 1878. “Las tres
malas cosechas que se sucedieron hasta 1877 –dice Encina– colocaron a los agricultores
en la imposibilidad de servir el interés de sus deudas y la cartera quedó en gran parte
inmovilizada.276
La crisis coyuntural, agravada por el aumento de los servicios de la deuda externa,
aceleró el proceso de devaluación monetaria expresado en la instauración del régimen
forzoso de papel moneda el 23 de julio de 1878, fenómeno inflacionista que hemos
analizado en el capítulo sobre desarrollo económico.
El presidente Aníbal Pinto manifestaba el 20 de febrero de 1877:
La situación económica del país es muy mala y la perspectiva es de empeoramiento, no
de mejora. La cosecha ha sido pésima y el precio del cobre en Europa baja como nunca.
Un año malo sobre una situación delicada ya no puede dejar de producir funestas
consecuencias. Si algún descubrimiento minero o alguna otra novedad por el estilo no
viene a mejorar la situación, la crisis que de años se está sintiendo se agravará mucho.
En el Mensaje de 1877 dirigido al Congreso, el Presidente de la República señalaba:
El comercio se ha restringido considerablemente y muchas empresas industriales se
han paralizado o han limitado su acción… La cosecha de cereales ha burlado este año
las expectativas de nuestros agricultores y el precio de los principales productos de

274
Maurice Beaumont. L’ essor industriel et I’imperialisme, p. 339, París, 1941.
275
Dirección General de Contabilidad, Ministerio de Hacienda, 1902.
276
Francisco Encina, op. cit., Tomo XVI, p. 65.

398
nuestra industria minera, la plata y el cobre, ha sufrido en los mercados europeos una
baja muy notable”.277
Para el economista Aníbal Pinto Santa Cruz, la crisis de 1878 fue desencadenada no
solo por la baja de los precios de nuestros productos de exportación y por la debilidad
del sistema bancario, sino también por el aumento de las importaciones, que subieron
de 26,6 millones de pesos en 1871 a 38 millones en 1875. Señala que “también empieza
a pesar el servicio de los créditos contratados en el exterior, que junto al servicio de
capitales y servicios foráneos socavaban el balance de las cuentas de importación y
exportación”.278
La crisis de coyuntura tuvo repercusiones políticas y sociales, que se expresaron
en la necesidad de acelerar la declaración de guerra. La burguesía estaba convencida
de que la conquista de las riquezas salitreras de Tarapacá y Antofagasta era la mejor
salida para superar la crisis de la economía chilena.

La crisis de Perú y Bolivia


Después de superar las secuelas de la guerra de la Independencia y los roces entre
las fracciones regionalistas de Gamara, Orbegoso y Salaverry, Perú tuvo un cierto avance
económico durante los dos períodos de gobierno de Ramón Castilla (1845-51 y 1855-
62), que facilitó la consolidación de una burguesía minera, comercial y financiera. Este
avance económico fue el resultado de las entradas proporcionadas por el guano, que
aportaba las tres cuartas partes de los ingresos fiscales. De 1840 a 1867 se extrajeron 7
millones de toneladas de guano por valor de más de 200 millones de soles.
La inversión de capitales se concentró en la explotación de guano, descuidando el
desarrollo de otras actividades económicas. Gran parte de las entradas tuvieron que
destinarse a la importación de alimentos y otros productos.
Además –dice el economista peruano Emilio Romero– la inflación monetaria producida
por los grandes empréstitos y las emisiones de billetes bancarios habían producido una
alza tremenda de precios… Durante la época del guano hubo un brillo aparente y falso,
en medio de una prosperidad comercial que enriqueció a los consignatarios y demás
afiliados a los negocios guaneros. Se abrieron tiendas elegantes en Lima, se importaron
artículos franceses de lujo, se establecieron hoteles y empresas de carruajes. Pero el
precio de los vestidos y de los alimentos alcanzó a grados de imposible sostenimiento
en las clases populares.279

277
Boletín de Sesiones Ordinarias del Senado, 1877.
278
Aníbal Pinto Cruz. Chile, un caso… op. cit., p. 32.
279
Emilio Romero. Historia Económica… op. cit., pp. 400 y 401.

399
El crecimiento de la deuda externa y la crítica situación financiera de 1868 obligaron
al gobierno de Balta y a su ministro Nicolás Piérola a contratar un empréstito con el
capitalista francés Augusto Dreyfus, el cual se comprometió a dar anticipos de dinero al
Estado a cuenta de la compra de 2 millones de toneladas de guano. Dreyfus aprovechó
la situación para cobrar altos intereses por su anticipo y para pagar bajos precios por
el guano. Los abusos cometidos por Dreyfus determinaron que el gobierno de Pardo
le cancelara el contrato.
Durante la década de 1870, los gobiernos peruanos trataron de realizar con la nueva
riqueza que surgía –el salitre– una política distinta a la que se había seguido con el
guano. Pero sus medidas de estanco del salitre y de expropiación de las salitreras fueron
saboteadas por los capitalistas peruanos y los inversionistas extranjeros, hecho que
hemos analizado en páginas anteriores.
En 1878 estalló una grave crisis económica. El historiador peruano Carlos Weisse
señala:
Los negocios con los bancos de emisión y con el contratista de los ferrocarriles tuvieron
que liquidarse; como consecuencia, el gobierno asumió la obligación de abonar al
público la suma de veinte millones de soles por el papel emitido hasta abril de 1877…
Respecto del guano, el nuevo contrato ajustado en 1876 resultó desfavorable por la
competencia que hizo en el mercado la casa Dreyfus, que tenía como suyas grandes
existencias no vendidas, y los nuevos contratistas, y por la baja que experimentó el
precio del artículo. Surgió, de otro lado, la cuestión de las cuentas de la referida casa,
que reclamaba un fuerte saldo a su favor, no reconocido por el gobierno. Tampoco
se consiguió restablecer el servicio de la deuda externa, apareciendo así el Perú en el
extranjero en plena bancarrota.280
Carlos Paz Soldán corrobora esta apreciación acerca de la situación de la economía
peruana, sobre la cual había repercutido también la crisis mundial iniciada en Europa:
La penuria del erario peruano era extrema; todos los elementos de defensa faltaban y
había que pedirlos a otros países, lo que demandaba grandes desembolsos y pago al
contado, pues los acreedores extranjeros, los tenedores de bonos y los consignatarios
de guano nos estrechaban para que les pagáramos sus acreencias y no solo negaban
todo auxilio sino que nos desacreditaban en Europa y cruzaban toda combinación para
levantar fondos que intentaba el Perú.281
Poco antes de la guerra, las fricciones entre los distintos sectores de la burguesía
peruana se habían agudizado. Los salitreros peruanos, afectados por las medidas de
Pardo y Prado, hacían una abierta campaña de desprestigio del gobierno. Uno de los
280
Carlos Weisse, op. cit., p. 101.
281
Carlos Paz Soldán. La gestión de los ministerios Irigoyen y Mendiburu y la guerra con Chile, p. 24,
Lima, 1929.

400
principales caudillos de la burguesía peruana, Nicolás Piérola, complotaba a la luz
del día. Esta lucha enconada entre fracciones de la burguesía acentuó las debilidades
estructurales de Perú para enfrentar la guerra con un país, como Chile, en que se
había constituido un sólido frente único burgués, dispuesto a conquistar las riquezas
salitreras.
Bolivia era un país oprimido tanto por los capitalistas peruanos como por los
empresarios chilenos que se disputaban el comercio y las riquezas del altiplano. El
economista boliviano Luis Peñaloza señala que el tratado aduanero del 5 de septiembre
de 1864 celebrado entre Perú y Bolivia “anulaba lo poco que se había logrado en el
sentido de independizar el comercio boliviano, orientándolo hacia Cobija… la liberación
de derechos acordada por Bolivia a los productos peruanos creaba una competencia
ruinosa a los productos nacionales similares a los peruanos, entre los que se incluían los
licores. El doctor Rojas dice de este tratado que ninguno fue más contrario a los intereses
comerciales y políticos de Bolivia que el de la centralización aduanera en Arica”.282
En 1870 y 1878 se suscribieron nuevos tratados comerciales entre Perú y Bolivia
que reafirmaron el libre tránsito de mercancías por Arica y Mollendo, consolidando
el proceso de penetración del capital comercial peruano en Bolivia. En síntesis, el
comercio, los bancos, las riquezas de guano, salitre y plata de Bolivia eran controlados
sin contrapeso por los capitalistas chilenos y peruanos.
Un índice del atraso de Bolivia era su falta de medios de comunicación tanto en el
interior como con el exterior. Un historiador boliviano anota: “Cabe señalar aquí como
un dato extremadamente revelador que en aquel tiempo Bolivia no estaba ligada por
teléfono a ningún país de la costa, y que todas las noticias del exterior las recibía por
medio del correo quince o veinte días más de producirse un hecho de trascendencia
en cualquiera de los países limítrofes”.283
La dependencia económica de Bolivia respecto de Chile y Perú se expresó en el
plano político en la formación competitiva de tendencias properuanas y prochilenas.
El escritor nacionalista boliviano Augusto Céspedes hace referencia a los políticos
bolivianos relacionados con la burguesía chilena:
Una vez que Chile, coincidiendo con el capitalismo inglés, ocupó con la guerra el litoral,
las salitreras y las guaneras, los conservadores propusieron la paz. Su líder supremo
era Aniceto Arce asociado a los negocios de Chile, más exactamente un subagente del
capitalismo británico que operaba a través de Chile. Arce, siendo vicepresidente de la
República de Bolivia, y cuando aún no se había firmado la tregua con el invasor, concretó
su tendencia en la consigna: “Bolivia debe andar a la vanguardia de las conquistas de

282
Luis Peñaloza. Historia Económica… op. cit., Tomo II, p. 110.
283
Alcides Arguedas. Historia General de Bolivia, p. 376, La Paz, 1922.

401
Chile”, o sea, con Chile contra Perú, en cuyas riquezas del sur habían puesto también
su mira los capitalistas británicos.284
Bolivia sufría también en 1878 una situación económica extremadamente crítica,
como señala Luis Peñaloza: “La guerra encontró a Bolivia en una aguda crisis, que
se hacía sentir tanto en el campo de la producción agrícola como en los precios de la
plata. La primera fue influenciada por una sequía, nunca sentida en tal magnitud, que
abarcó 1878 y 1879, y la segunda se reflejó en la cotización de la moneda, que descendió
a cerca de 35 peniques”.285
Como puede apreciarse, Perú y Bolivia atravesaban por una crisis económica de
estructura agravada por la crisis coyuntural de 1875-78. Sus clases dominantes entraron
a la guerra no solo para defender las riquezas salitreras amenazadas por la burguesía
chilena, sino también esperanzadas en que un resultado favorable les permitiría re-
montar la grave crisis económica y afianzar sus posiciones en el orden latinoamericano.

El desarrollo de la guerra
La burguesía chilena inició de hecho la guerra al ocupar Antofagasta el 14 de febrero
de 1879, basándose en que Bolivia había roto el tratado de 1874 al fijar un impuesto de
10 centavos al quintal de salitre exportado. Bolivia, que había confiscado las salitreras
de los capitalistas chilenos, declaró la guerra a Chile el 1 de marzo. Al mes siguiente,
el gobierno chileno resolvió declarar la guerra a Perú, aliado de Bolivia desde la firma
del Tratado secreto de 1873.
La superioridad de Chile se puso de manifiesto desde las primeras acciones bélicas.
Después de los combates navales de Iquique y Angamos, Chile quedó dueño del mar.
Un sector de la clase dominante chilena era partidario de atacar inmediatamente
a Lima, y otro, de ocupar primero la zona salitrera de Tarapacá. La decisión a favor de
la conquista de la región salitrera, primero, muestra claramente la motivación central
que tuvo la burguesía chilena al emprender la guerra.
La campaña de Tarapacá culminó con el triunfo de Pampa Dolores el 19 de noviem-
bre de 1879 y la ocupación de Iquique por el Ejército chileno. Las oficinas salitreras
continuaron trabajando en plena guerra. Luego de la ocupación de Iquique, el ministro
Sotomayor hizo un llamado a los obreros para que intensificaran las labores de ex-
plotación de nitrato. La continuidad de la producción de salitre y su venta al mercado
internacional permitió a Chile financiar gran parte de los gastos de guerra.

284
Augusto Céspedes. El dictador suicida, p. 20, Santiago, 1956.
285
Luis Peñaloza, op. cit., Tomo II, p. 169.

402
Las necesidades de la guerra obligaron al Estado a hacerse cargo de la venta del
salitre. El ministro de Hacienda, en su Memoria de 1880, trataba de justificar ante
los librecambistas este intervencionismo estatal en el área principal de la economía:
Aún cuando el propósito constante del gobierno era sustraer, en cuanto sea posible, al
Estado de intervenir en negocios ajenos a su carácter, la necesidad de obtener en toda
su integridad los recursos que nos había dado la guerra, y que eran indispensables para
proseguirla con eficacia, lo obligaban a buscar los medios de alcanzar esos resultados.286
Las campañas de Tacna y Arica en 1880 terminaron con un triunfo decisivo de Chile
en la batalla de Moquegua. La conquista por parte de Chile de toda la región salitrera
desencadenó una grave crisis política en Perú y Bolivia. Prado fue desplazado por
Piérola, y Daza depuesto por el general Narciso Campero.
El gobierno chileno aprovechó las luchas intestinas de sus enemigos para redoblar el
bloqueo de las costas del Perú. La escuadra al mando de Patricio Lynch desembarcó en
el norte peruano, arrasando los valles azucareros e imponiendo fuertes contribuciones
de guerra. Santa María manifestaba a José Francisco Vergara en carta del 11 de marzo
de 1880:
Aún cuando sea una majadería, es menester que ustedes majadereen a los marinos a
fin que desempeñen el papel que les corresponde. Tengo antecedentes para creer que el
formal bloqueo del Callao, desesperaría a Piérola y a los habitantes de Lima, y nosotros
no solo tenemos buques para esto, si no para destruir el comercio peruano del norte.
Tengo esta profunda convicción: si estrechamos al Callao e inhabilitamos el carguío de
guano en Las Lobas, como el de azúcar y otros productos de los demás puertos la paz
esta hecha.287
Esta nota refleja el grado de conciencia de los representantes mas lúcidos de la
burguesía chilena sobre la importancia que tenía para el triunfo militar el control del
comercio y de las principales actividades económicas de Perú. Las victorias parciales
obtenidas en los campos de batallas solo podrían ser consolidadas en la medida que
se fuera minando el poderío económico del Perú.
Consecuente con este criterio moderno de la guerra, el gobierno chileno se decidió
al asalto final de Lima, después de haber controlado la región salitrera, guanera y
azucarera de Perú. En noviembre de 1880, Chile iniciaba la campaña de Lima con un
ejército de 30.000 hombres al mando del general Baquedano. Luego del desembarco
en Pisco y Curayaco, el ejército chileno se estableció a cinco leguas al sur de Lima.

286
Citado por Roberto Hernández: El Salitre, op. cit., p. 101.
287
Cartas Políticas de don Domingo Santa María a don José F. Vergara (1878-1882). Recopilación, prólogo
y notas de Horacio Aránguiz en Historia de las Instituciones Políticas y Sociales, Nº 1, p. 334, Santiago,
1966.

403
En enero de 1881, las tropas chilenas obtuvieron decisivas victorias en Chorrillos y
Miraflores, logrando entrar a Lima el 17 de ese mismo mes.
Con el fin de desgastar al ejército chileno, los caudillos peruanos iniciaron una
guerra de resistencia que adoptó la forma de guerrilla. Sectores populares se incorpo-
raron a la guerrilla como un acto de reacción por los abusos cometidos por los jefes
militares chilenos en las poblaciones del interior al confiscar alimentos y ganado. Los
montoneros, dirigidos por Avelino Cáceres, obligaron al ejército chileno a desconcentrar
sus fuerzas, infligiéndole una derrota en la campaña de Junín de la Sierra. Uno de los
destacamentos chilenos fue aniquilado en el combate de La Concepción el 10 de Julio
de 1881. Después de dos años de lucha, los guerrilleros de Cáceres fueron vencidos en
Huamachuco en julio de 1883.
La prolongada guerra de resistencia tuvo una fuerte base de sustentación social en
la movilización indígena. No lucharon contra el Ejército chileno por “amor a la patria”,
sino que aprovecharon la disputa entre blancos para rebelarse, así como lo hicieron
los mapuche, en pos de la recuperación de sus tierras.
Otro problema social que puso de relieve la guerra fue el grado de explotación de
los chinos, hombres importados del Oriente por los capitalistas peruanos para trabajar
como esclavos en las guaneras y plantaciones de azúcar y café. Los chinos, que sumaban
varios miles, aprovecharon la llegada del Ejército chileno para rebelarse en contra de
sus patrones. Ciertos jefes militares peruanos, como el coronel Noriega, consumaron
varias masacres de esclavos en rebeldía: “En la incursión que hizo al valle de Cañete,
asesinó en un solo día a 1.086 chinos; y tres mil más solo lograron salvarse parapetados
en la hacienda de Casa Blanca, donde los protegieron las fuerzas chilenas comandadas
por el teniente coronel Enrique G. Baeza”.288
Los levantamientos indígenas y las luchas de los guerrilleros rebasaron los objetivos
fijados por la burguesía peruana en la guerra de resistencia. La clase dominante de
Perú llegó a temer más a los quechuas y montoneros que al propio Ejército chileno,
porque éste, en última instancia, garantizaba la supervivencia de la propiedad privada
e impedía la anarquía social. En una convención de fines de 1882, en la que se aprobó
el inicio de las negociaciones de paz con Chile, los representantes de la burguesía
peruana declararon fuera de la ley a los montoneros.
Las negociaciones de paz fueron promovidas por un sector de la burguesía
peruana dirigido por Miguel Iglesias, terrateniente de Cajamarca, y coincidieron con
la resolución del gobierno chileno de terminar lo más pronto posible la guerra para
evitar el desgaste de su ejército ante la prolongada resistencia popular de los indígenas
y guerrilleros. En octubre de 1883 se firmaba el Tratado de Ancón; Perú cedía Tarapacá
y la soberanía de Tacna y Arica por diez años, al cabo de los cuales debía realizarse un
288
Encina: op. cit., Tomo XVII, p. 388.

404
plebiscito. En abril de 1884, se firmó el tratado de paz entre Chile y Bolivia, por el cual
Antofagasta pasaba a convertirse en provincia de Chile. La burguesía chilena lograba
de este modo los objetivos fundamentales que se había trazado al iniciar la guerra del
Pacífico: la conquista de las riquezas de Tarapacá y Antofagasta, del enclave salitrero
que constituyó durante varias décadas la principal fuente de divisas del país.

La intervención de Estados Unidos


y de las potencias europeas en la Guerra del Pacífico
La guerra del Pacífico fue aprovechada por las metrópolis europeas y norteame-
ricana para consolidar sus planes de penetración en América Latina. La rivalidad
intercapitalista entre Estados Unidos e Inglaterra por el control de la economía de
los países del Pacífico se puso de manifiesto en el distinto apoyo que brindaron a las
naciones en conflicto. Estados Unidos respaldó abiertamente a la burguesía peruana,
en oposición a Inglaterra, que se alineó de parte de la clase dominante chilena.
La relación de Estados Unidos con Perú y sus roces con la burguesía chilena se
remontaban a la década de 1830, a raíz de la competencia que hacía la harina norteame-
ricana al trigo chileno en el mercado peruano, contradicción que hemos analizado en
el tomo III. La actitud antinorteamericana que tuvo la burguesía chilena durante el
siglo XIX se expresó en numerosas protestas contra los intentos realizados por Estados
Unidos para controlar las riquezas de las costas del Pacífico sur. Por ejemplo, en 1854
el gobierno de Chile denunció a los Estados Unidos por su tentativa de apoderarse
del guano de Ecuador. Estados Unidos había logrado que el gobierno ecuatoriano le
concediera al norteamericano Brissot la quinta parte del guano que se descubriera en
las islas Galápagos a cambio de un préstamo de 3 millones de pesos. Antonio Varas,
a nombre del gobierno de Chile, dirigió el 30 de enero de 1855 una nota a los países
latinoamericanos en la cual manifestaba que “el Ecuador, sometido a la protección de
los Estados Unidos, tendrá durante algún tiempo la apariencia de un estado indepen-
diente, y en seguida entrará a figurar como una colonia norteamericana”.289
Desde el inicio de la Guerra del Pacífico, Estados Unidos respaldó a la burguesía
peruana con el fin de conquistar en el Pacífico la influencia que no había podido lograr
hasta ese entonces. La forma más concreta de ayuda fue la venta de armas a Perú y
Bolivia. Otra manera de manifestar su posición en contra de Chile fue el embargo de
salitre que los exportadores chilenos habían enviado a Norteamérica. El ministro de
Hacienda de Chile decía en su memoria de 1880, respecto del salitre embargado:

289
Ibid., Tomo XIV, p. 132.

405
Sin que hubiera título para iniciar semejante gestión, y no comprendiéndose tampoco
como es que un tribunal extranjero se creía con jurisdicción para conocer en una
demanda dirigida contra un bien perteneciente a un estado soberano, lo cierto es que
el embargo del cargamento ‘Kalliope’ fue decretado… Nuestra gestión en Washington,
como la casa consignatoria, han recibido recomendaciones para que agiten la solución
de este incidente.290
Después de los primeros triunfos chilenos en las campañas de Tarapacá y Tacna,
Estados Unidos trató de mediar con el fin de que Chile no obtuviera más ventajas en
la guerra, para lo cual promovió la Conferencia de Arica, que se realizó entre el 22 y el
27 de octubre de 1880 en la fragata norteamericana “Lackwanna”. En esa conferencia,
en la que participaron los delegados de Chile, Perú y Bolivia y los representantes
norteamericanos en esos tres países, Osborn, Christiancy y Adams, el Perú propuso que
el conflicto se sometiera al arbitraje de los Estados Unidos, moción que fue obviamente
rechazada por Chile.
Los fines que perseguía Estados Unidos al apoyar a Perú se hicieron más explícitos
al asumir Mr. Blaine la Secretaría del Departamento de Estado bajo la presidencia de
Garfield. Estados Unidos procuraba evitar que las potencias europeas acrecentaran su
predominio en América Latina, especialmente en los países de la costa del Pacífico.
Bajo el pretexto de defender a Perú de la política expansionista de Chile, los Estados
Unidos trataban de ampliar su radio de influencia en el Pacífico.
Según algunos autores, la dinámica de la política intervencionista de Estados
Unidos pudo conducir a una forma de dominación del Perú. Para hacer esta afirmación
se apoyan en una carta que le dirigiera Christiancy, diplomático norteamericano en
Lima, a Blaine el 4 de mayo de 1881,en la que manifestaba: “El único camino eficaz para
establecer el control de los Estados Unidos sobre el comercio del Perú y de su influencia
dominante o, en todo caso, esencial en este litoral, consiste en intervenir activamente
con el fin de obligar al arreglo pacífico en condiciones aceptables o someter al Perú a
su control mediante un protectorado o anexión”.291
El investigador norteamericano William F. Sater ha señalado recientemente que
esta cita de Smolenski es trunca porque la carta del Ministro estableció simplemente
alternativas y “Christiancy fue renuente a abogar por la anexión del Perú o a establecer
un protectorado sobre él”.292 A continuación, Sater agrega un párrafo de la carta de
Christiancy omitido por Smolenski:
290
Citado por Roberto Hernández: El Salitre, op. cit., p. 104.
291
Documento del Congreso de Estados Unidos, citado por Vladimir Smolenski: “Los Estados Unidos y la
Guerra del Pacífico”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, p. 102, Nº 78, primer semestre
1968.
292
William F. Sater. “La intervención norteamericana durante la Guerra del Pacífico: refutaciones a Vla-
dimir Smolenski”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 83-84, pp. 191 y 192, Santiago,
1970.

406
Si nuestro gobierno debe separarse muy lejos de sus sabias tradiciones como para adoptar
uno de los tres caminos, no me corresponde a mí decidir, como tampoco discutir los
medios necesarios para llevar estas ideas a efecto, ni tampoco expresar la opinión sobre
la procedencia de cualquiera de esos proyectos, excepto decir que individualmente me
opondría a la idea de anexión, a menos que pudiese ser sostenida en términos que el
Perú, por lo menos por diez años, estuviera sujeto a un gobierno territorial, y entonces
ser admitido como Estado, a la discreción del Congreso… Estos proyectos últimamente
y con frecuencia han sido presionados con fuerza sobre mí por algunos peruanos, y yo
encuentro que algunos clérigos católicos, aún, están por la anexión. Mi única respuesta
ha sido uniformemente ésta, en mi opinión, que nuestro pueblo aún no está dispuesto
para adoptar tal política, pero yo llevaría a su adecuado tiempo todo el problema a la
atención de mi gobierno, y que me guiaré por sus instrucciones.293
Extraña que la celosa puntillosidad de Sater para comprobar las citas no se haya
hecho presente para ratificar o desmentir la siguiente frase de Christiancy que él
precisamente omite:
La disposición de las masas del pueblo (de Perú) es favorable a los Estados Unidos. Un
protectorado de los Estados Unidos o una anexión sería recibida con júbilo. Cincuenta
mil ciudadanos emprendedores de los Estados Unidos dominarían toda la población y
harían al Perú totalmente norteamericano. Con el Perú bajo el gobierno de nuestro país
dominaríamos a todas las otras repúblicas de Sud América, y la doctrina Monroe llegaría
a ser una realidad, se abrirían grandes mercados a nuestros productos y manufacturas
y se abriría un ancho campo para nuestro pueblo emprendedor.294
Sería importante, en aras de la rigurosidad histórica, que se publicara el texto íntegro
de esta carta que está en los ‘House Executive Documents’ de EE.UU. De todos modos,
aunque la carta de Christiancy no expresara el pensamiento oficial norteamericano,
revela la forma en que se ventilaba en los círculos diplomáticos la aplicación de la
doctrina Monroe para América Latina.
El reemplazante de Christiancy, Mr. Steffen Hulburl, llegó en 1881 a Perú con la
misión de apoyar al gobierno de García Calderón. Estados Unidos volvió a intervenir
abiertamente a favor de Perú. En varias ocasiones, Mr. Blaine, a nombre del
Departamento de Estado norteamericano, hizo reiteradas amenazas en contra de Chile:
Si se rechazan nuestros buenos oficios y se persiste en la política de absorción de un
estado independiente, este gobierno se considerará desligado de creerse por más tiempo
en la obligación de dejar que su acción sea influenciada por la actitud que Chile ha
asumido; y se sentirá libre para apelar al concurso de otras repúblicas de este continente
con un esfuerzo dirigido a Chile y al Perú solamente, sino que amenazan con el más

293
Ibid., pp. 192 y 193.
294
Citado por Manuel Castro: Estados Unidos y América Latina. Siglo XX, p. 478, La Habana, 1968.

407
extremo peligro las instituciones políticas, el progreso pacífico y la civilización liberal
de la América.295
Con el objeto de convencer a otros sectores de la burguesía norteamericana de la
necesidad de intervenir en la Guerra del Pacífico, Blaine exageró la participación de
Inglaterra a favor de Chile para explotar la tradicional rivalidad anglo-norteamericana.
En uno de sus discursos ante la Cámara de Representantes manifestó:
Es un error ver en este conflicto una guerra de Chile con el Perú. Afirmo que es una guerra
de Inglaterra con el Perú. Sin el respaldo del capital inglés, jamás Chile habría emprendido
esta guerra. En futuro inmediato, los Estados Unidos se encontrarán abocados al dilema
de asumir una actitud mucho más enérgica y resuelta que la que yo asumo, y que ha sido
abandonada, o retirarse de allí, reconociendo que es una zona de expansión que no nos
pertenece y abandonamos a las potencias europeas.296
Blaine tuvo asimismo injerencia directa en los negocios peruanos al acoger las
reclamaciones de la compañía francesa Crédit Industriel y de la Peruvian Company.
La primera había ofrecido al gobierno de García Calderón un anticipo de 4 millones de
libras esterlinas a cambio del monopolio de la venta de guano y salitre, suma que se
entregaría a Chile como indemnización de guerra para evitar la cesión de Tarapacá. En
caso de que Chile rechazara esta proposición, se la obligaría por la fuerza a aceptarla
mediante la intervención de una gran potencia que, a juicio de los ejecutivos de la
compañía debería ser Estados Unidos. La Crédit Industriel, que contaba con el apoyo
del presidente de Francia, Jules Grevy, designó al abogado Robert Randall para hacer
la gestión ante el gobierno norteamericano. Según Encina, “uno de los diputados
norteamericanos dijo de este proyecto en la Cámara: ‘el programa equivale a erigir
a la compañía francesa mediadora entre Chile y el Perú. Envuelve el protectorado y
garantía de los Estados Unidos al Perú respecto de Chile”.297 El 28 de marzo de 1881,
García Calderón designó a Federico Elmore para finiquitar en Washington el acuerdo
entre el Crédit Industriel y los gobiernos de Estados Unidos y Perú.
Paralelamente, Blaine se interesó por las reclamaciones que hizo la Peruvian
Company, sociedad norteamericana que reclamaba al Perú el pago de supuestos
derechos por 900 millones de dólares por parte de Alejandro Cochet y 300 millones de
dólares por Juan Carlos Landreau. Estos sujetos pretendían haber sido los descubridores
de guaneras y, básandose en la legislación peruana, reclamaban la tercera parte del
guano exportado. Antes de terminar estas negociaciones, Blaine fue destituido.
Los compromisos con la Peruvian Company y Crédit Industriel, denunciados por el
representante demócrata Perry Belmont, escondían no solamente una especulación
295
Tomas H. Talbot. Mr. Blaine, p. 27, Valparaíso, 1885.
296
Citado por Encina: op. cit., Tomo XVIII, p. 28.
297
Ibid., Tomo XVII p. 397.

408
de Blaine, sino que, bajo el pretexto de defender a Perú y evitar la intromisión de las
potencias europeas, los Estados Unidos aspiraban a tener injerencia en el mercado y
la explotación de guano y salitre.
Hacia 1882, los sectores mayoritarios de la burguesía norteamericana se dieron
cuenta de que las condiciones no eran favorables para una mayor intervención en los
asuntos del Pacífico y cambiaron su línea agresiva por una política aparentemente
pacificadora. Belmont trató de salvar la responsabilidad que su país había tenido en
los actos agresivos contra Chile haciendo recaer la culpa en Mr. Blaine:
En el corto plazo de seis meses no solo ha conducido a la pérdida de la influencia moral de
los Estados Unidos en América del Sur y al descrédito de la diplomacia norteamericana en
todos los países de esta parte del mundo, sino que ha abierto también de hecho el camino
para la intervención directa de las potencias europeas en los asuntos sudamericanos,
dando a esta intervención el matiz de necesidad.298
Según Roberto Hernández:
Un diario de tanto renombre como el New York Herald era bien explícito al decir en
aquellos días, refiriéndose al Perú: ‘Si no hubiera sido por la política de los Estados
Unidos en esta República, que la animaba y le daba esperanzas de que su territorio no
sería expropiado jamás, la guerra se hubiera terminado dos años ha, con ventaja material
para el Perú’. El New York Times coincidía en el mismo juicio, advirtiéndose que todo
se debía en gran medida a la atolondrada y censurable política de entrometimiento de
Mr. Blaine durante el tiempo en que, con gran perjuicio de ésta y de otras Repúblicas de
este hemisferio, tenía la cartera de Secretario de Estado.299
En definitiva, Mr. Blaine fue el chivo-emisario de una política fracasada en la Gue-
rra del Pacífico. En vista del triunfo de Chile, Estados Unidos dio un viraje táctico con
el fin de borrar la imagen que había dejado al intervenir abiertamente en la guerra a
favor de Perú.
La participación del capitalismo inglés a favor de Chile en los términos usados
por Blaine importaba sin duda una exageración, pero refleja que los norteamericanos
tenían pleno conocimiento del apoyo brindado por Inglaterra a Chile.
Es sugerente que la mayoría de los historiadores chilenos, que son tan meticulosos
en el análisis de la intervención norteamericana, hayan sido tan parcos en el estudio
de la intervención inglesa.
El capitalismo británico respaldó a la burguesía chilena en la Guerra del Pacífico
porque, en primer lugar, sus inversiones en las salitreras de Tarapacá habían sido
también afectadas por las expropiaciones de los gobiernos peruanos de Pardo y Prado.

298
Citado por V. Smolenki: op. cit., p. 117.
299
Roberto Hernández. El roto chileno, op. cit., p. 354.

409
Según Kiernan, los salitreros ingleses, a los cuales el gobierno de Perú no les había
cancelado los bonos dados a cuenta de la expropiación, recibieron con beneplácito
la guerra: “Se puede decir confidencialmente que apoyaban la guerra y deseaban el
triunfo de Chile”. Los capitalistas ingleses expropiados protestaban, asimismo, porque
el gobierno peruano no les abonaba el interés del 8% anual que tenían los bonos. A
juicio de Luis Peñaloza, la medida de expropiación de los gobiernos peruanos provocó
la reacción del capital británico “induciéndolo a una colaboración más activa con la
burguesía chilena”.300 Una vez iniciada la guerra, Gran Bretaña reafirmó su apoyo a
Chile porque sus primeros triunfos en las campañas de Tarapacá y Tacna le abrían la
posibilidad concreta de recuperar las salitreras expropiadas por el Perú.
El gobierno y el Parlamento de Chile dieron garantías a los capitalistas extranjeros
en el sentido de que se respetarían los derechos de los tenedores de bonos en caso
de triunfo en la guerra. Los especuladores ingleses, basados en esta posición de
Chile, redoblaron su campaña de compra de certificados salitreros a los capitalistas
peruanos, que los vendían a precios irrisorios porque suponían que el gobierno chileno
triunfaría y se apropiaría de las salitreras, desconociendo el valor de los bonos emitidos
por el gobierno peruano. Tenían la certeza de que el país vencedor desconocería los
compromisos contraídos por el país vencido.
Los inversionistas ingleses, en conocimiento de que el gobierno chileno respetaría
la propiedad de los tenedores de certificados salitreros, los compraron en forma masiva
a precios que eran diez veces inferiores a su valor. Esto explica la proposición de Gibbs
a las Compañías de Londres para que invirtieran varios millones de libras esterlinas en
la adquisición de certificados. Si Gibbs, como North, no hubieran tenido la seguridad de
que el gobierno chileno iba a respetar la propiedad de los tenedores de bonos salitreros,
no se habrían arriesgado a una operación de tal envergadura en plena guerra. En una
entrevista de prensa, North confesó años después:
Conocía mejor que los demás extranjeros el valor exacto de esos certificados, desde que
sabía, por mis trabajos precedentes y por mis viajes, que muchos de aquellos terrenos
contenían muy importantes depósitos de salitre. En consecuencias, compré, a pesar de
su descrédito, cantidades considerables de ellos, persuadido de que el gobierno chileno
triunfaría en la guerra y, vencedor, respetaría plenamente el derecho de propiedad que
constituían estos títulos emitidos por el vencido.301

300
V.G. Kiernan. “Intereses extranjeros en la guerra del Pacífico”, Revista Clío, Nº 28, 1957, Centro de
Alumnos de Historia y Geografía, Universidad de Chile.
301
Gastón Calmete. “El coronel North”. Entrevista publicada en Le Figaro el 23 de abril de 1895, París,
citada por Hernán Ramírez: Balmaceda y la contrarrevolución de 1891, p. 23, Ed. Universitaria, San-
tiago, 1969.

410
Chile se había apresurado a dar esta garantía a los dueños extranjeros de las salitre-
ras de Tarapacá mucho antes del término de la guerra. Poco después de la campaña de
Tarapacá, el 1 de octubre de 1880, se presentó un informe firmado por los librecambistas
Marcial González, Zorobabel Rodríguez y Enrique Mac-Iver en el que se adelantaba
el criterio de que Chile debía devolver a sus propietarios las salitreras de Tarapacá
porque, según ellos, el monopolio estatal del salitre conduciría a un fracaso. A pesar
de que Vicuña Mackenna y Arteaga Alemparte insistieron en que no era necesario
adoptar ningún pronunciamiento antes de la finalización de la guerra, el Parlamento
aprobó el informe.
Una segunda comisión parlamentaria ratificó en junio de 1881 el criterio de devolver
a sus dueños las salitreras de Tarapacá. Cabe preguntarse ¿por qué tanto apresuramiento
en dar garantías a los capitalistas salitreros extranjeros? ¿Existió alguna presión de
Inglaterra en el sentido de condicionar su apoyo a Chile a la adopción de estas medidas
de garantía para los inversionistas británicos?.
El 11 de junio de 1881 el gobierno emitía el siguiente decreto:
Los establecimientos salitreros del Territorio de Tarapacá comprados por el gobierno
del Perú y por cuyo precio éste había expedido certificados de pago no cubiertos, serán
devueltos provisoriamente y sin perjuicio del derecho de terceros, a los que depositen
por lo menos las tres cuartas partes de los certificados emitidos por el valor de cada
salitrera y enteren además en una tesorería fiscal en moneda una suma igual al precio
de la otra cuarta parte, cantidad que será devuelta al interesado cuando entregue todos
los certificados emitidos por el valor de la respectiva salitrera. Firmado Aníbal Pinto y
J. Alfonso.
Los únicos beneficiados con esta resolución eran los capitalistas ingleses que habían
comprado a los peruanos los certificados salitreros, porque solo ellos podían cumplir
en plena guerra con el pago y las condiciones establecidas por el gobierno chileno.
Los ingleses residentes en Chile contribuyeron con ayuda material al triunfo de
la burguesía chilena en la Guerra del Pacífico. Justo Abel Rosales señalaba que “el
señor North prestó en aquella época tan importantes servicios al gobierno y ejército
de Chile, que es forzoso recordarlos aquí. Sus dos vapores ‘Princesa Luisa’ y ‘María
Luisa’, sirvieron oportunamente en nuestra escuadra… cedió al ejército nuestro las
ocho principales lanchas de su propiedad”.302
El respaldo concreto de Inglaterra a Chile se expresó en la venta de armas y de
buques modernos que decidieron la supremacía de Chile en el mar. Sin embargo,
Inglaterra estaba dispuesta a apoyar a Chile hasta ciertos límites. A Inglaterra no le
convenía que Chile se anexara Perú y Bolivia convirtiéndose en una potencia que
alterara su política de “balcanización” del continente latinoamericano. El objetivo
302
Justo Abel Rosales. El coronel North, p. 17, Santiago, 1889.

411
concreto que Inglaterra perseguía en esta región del Pacífico era el control de la mayor
parte de la riqueza salitrera. Esa finalidad fue en gran medida lograda cuando el
gobierno chileno garantizó los derechos de los tenedores de bonos. A partir de entonces,
Inglaterra se ofreció como mediadora en el conflicto, respaldando la ocupación chilena
de las provincias salitreras porque la mayoría de los certificados que Chile se había
comprometido a respetar, estaban en poder de los inversionistas ingleses.
Otras potencias europeas, como Alemania e Italia, también apoyaron a Chile porque
sus intereses habían sido afectados por las medidas de los gobiernos peruanos de Pardo
y Prado. La ley de expropiación de 1875 afectó no solo a los ingleses, sino también a
otros capitalistas europeos. Fueron expropiadas estacas salitreras alemanas evaluadas
en 1.508.000 soles e italianas por valor de 847.100 soles.
En cambio, los franceses no fueron lesionados por la política de Pardo porque sus
inversiones salitreras alcanzaban solamente a 4.500 soles. Los capitalistas franceses
estaban interesados en el triunfo de Perú porque querían cobrar supuestas deudas
relacionadas con el negocio del guano. La gestión de la Compañía Crédit Industriel,
apoyada por el presidente galo Jules Grevy, a la que hemos hecho referencia en páginas
anteriores, demuestra que Francia aspiraba a sacar una tajada de la guerra en caso de
un triunfo peruano.
Como puede apreciarse, Estados Unidos y las principales potencias europeas
aprovecharon la guerra entre estos países latinoamericanos para consolidar sus posi-
ciones en la lucha intercapitalista mundial. El verdadero triunfador no fue Chile, sino
Inglaterra, porque rápidamente y sin disparar un solo tiro se apoderó, por intermedio
del capital financiero, de las riquezas salitreras que Chile había conquistado por la
vía de las armas.

Política salitrera después de la Guerra del Pacífico


La historia de la política salitrera de los gobiernos chilenos es la historia de la
entrega de la principal riqueza de la época al capital extranjero. El Estado chileno pudo
haber establecido la nacionalización del salitre acogiendo los certificados salitreros
que había otorgado el gobierno peruano. Francisco Valdés Vergara sostenía en 1884
que “con un gasto reducido la operación habría llegado a feliz término y el gobierno de
Chile habría obtenido en su beneficio todas las consecuencias del monopolio que el
del Perú buscara con tanto empeño y con tan grandes sacrificios. Terminado el canje
de los certificados correspondientes a las salitreras de Tarapacá, nuestro gobierno
habría podido obtener una ley de expropiación de las salitreras del sur y por un
procedimiento análogo a la conversión de los certificados peruanos habría adquirido
el dominio de todas las salitreras de la República. El monopolio establecido en esta

412
forma habría sido perfecto y jamás habría vuelto a presentarse cuestión ni dificultad
alguna relacionada con la propiedad salitrera, ni con los tenedores de certificados ni
con el porvenir de la industria”.303
En lugar de nacionalizar las riquezas salitreras, se prefirió venderlas a los empresa-
rios privados, conformándose con percibir los derechos de exportación. El presidente
Santa María manifestaba en 1883:
Dejemos que los gringos, o los que quieran, trabajen las salitreras o hagan en ellas sus
inversiones; lo que a nosotros nos interesa es que nos paguen los impuestos de expor-
tación por cada quintal de salitre. Lo que nos conviene no es un Estado monopolizador
ni industrial del salitre ni del guano, sino un Estado que reciba los beneficios directos
de su exportación.304
Esta política de liberalismo económico, concretada en las resoluciones de 1881 y
1882, significó la devolución a los empresarios privados de 80 oficinas que cubrían
7.000 estacas, adquiridas en su mayoría por los inversionistas ingleses durante la
Guerra del Pacífico. El gobierno se quedó con 8.230 estacas que posteriormente puso
en venta o arriendo. Los decretos del 28 de marzo de 1882 y del 26 de enero de 1886
autorizaron nuevos remates de oficinas salitreras. La venta indiscriminada de las
salitreras benefició directamente a quienes tenían fuertes capitales, acentuando la
formación de monopolios.
Los bancos, especialmente el de Valparaíso, controlado por Agustín Edwards,
facilitaron cuantiosos capitales a los especuladores ingleses para la compra de
certificados salitreros. Ramírez Necochea señala que “hasta el año 1884 se calcula que
los bancos Nacional de Chile y Valparaíso tenían prestados alrededor de $ 5.000.000
a personas, principalmente inglesas, que se habían dedicado a la adquisición de
certificados. Entre los deudores del Banco de Valparaíso se destaca John Thomas North,
quien tenía créditos por sumas superiores a $600.000. Los bancos chilenos fueron,
pues, la fuente de recursos que utilizaron los especuladores ingleses”.305
Guillermo Billinghurst sostiene que después del triunfo chileno en la Guerra del
Pacífico “lo lógico y natural habría sido que los industriales chilenos fueran los llamados
a disfrutar de las franquicias y protección de los bancos chilenos y los que adquiriesen
las oficinas provisionalmente primero y definitivamente después… Pero no hay que
confundir las personas con las cosas. Los industriales que se apoderaron de las oficinas

303
Francisco Valdés Vergara. La crisis salitrera y las medidas que se proponen para remediarla, p. 18,
Santiago, 1884.
304
Citado por Guillermo Feliú Cruz en el prólogo a Hernán Ramírez: Antecedentes económicos de la
guerra civil de 1891, p. 13, Ed. Austral, Santiago, 1951.
305
Hernán Ramírez N. Balmaceda… op. cit., p. 23.

413
no fueron pues nacionales de Chile, pero el capital con que se hizo renacer la industria
salitrera era, casi en su totalidad, esencialmente chileno”.306
Numerosas salitreras compradas por los ingleses con plata prestada por los bancos
chilenos fueron posteriormente vendidas a grandes compañías con sede en Londres.
Por ejemplo, Roberto Harvey, socio de North, que había adquirido la oficina “Ramírez”
en 5.000 libras esterlinas, la vendió en 50.000 libras a la sociedad inglesa Liverpool
Nitrate Co.
Los ingleses, que en 1875 solo tenían el 15% de las estacas salitreras en explotación,
pasaron en 1882 a controlar el 34%. Ocho años más tarde, el 70% de las oficinas
salitreras había pasado a manos del imperialismo inglés.
Las principales empresas británicas que explotaban el salitre eran: Liverpool Nitrate,
Colorado, Primitiva, London, San Pablo, San Jorge, San Donato, etc., cuyos principales
accionistas eran North, Harvey, Locket y Robertson. Además, la Casa Gibbs poseía
ocho oficinas salitreras y la Casa Campbell, dos. Otras salitreras eran explotadas por
Williamson Balfour, Lomax, Jewell, Brookins, Blair y Cía. Los ingleses no solo contro-
laban el salitre, sino también ferrocarriles, bancos y empresas de agua potable de la
zona norte. Hernán Ramírez estima que los capitales ingleses invertidos en el salitre y
en otras actividades relacionadas con este mineral bordeaban los 15 millones de libras
esterlinas en 1889.
El principal inversionista fue John Thomas North. El “rey del salitre” era dueño de
la mayoría de las oficinas, del Banco de Tarapacá y Londres, del ferrocarril salitrero de
Tarapacá, de las empresas de agua y de gas de alumbrado de Iquique. Este proceso de
dominación, llamado ‘Northzización’ de Tarapacá por algunos políticos de la época,
condujo a la rápida formación del principal monopolio del enclave salitrero. El Norte
Grande, conquistado por Chile en la Guerra del Pacífico, se transformó en menos de
una década en una cuasi factoría inglesa.

306
Billinghurst, Guillermo, op. cit., p. 59.

414
capítulo vii.
La llamada “Pacificación de la Araucanía”

Durante la segunda mitad del siglo XIX la burguesía criolla logró conquistar la mayoría
de las tierras de los mapuche y someter a las leyes del Estado capitalista a este pueblo-
nación. La dominación de los mapuche, que habían resistido durante tres siglos
los planes de conquista de los “huincas”, fue en última instancia el resultado de la
expansión capitalista de la frontera interior.
La penetración comercial, iniciada a fines de la colonia, facilitó el camino para la
conquista militar porque aceleró la disolución de la comunidad mapuche, vulnerando
la unidad que este Pueblo Originario había forjado en su lucha contra los invasores.
La introducción de las nuevas relaciones comerciales fue transformando la econo-
mía natural de los mapuche. Según Tomás Guevara:
El acceso de los mercaderes al territorio indígena, con salvoconducto de las autoridades
militares y el beneplácito de los caciques, había tomado a principios del siglo XIX
proporciones desconocidas en los precedentes. De todas las poblaciones fronterizas
afluían al territorio araucano con cargas y carretas de mercaderías del gusto de los indios,
con pañuelos, cuentas de vidrio, peines, añil para sus tejidos, agujas, cuchillos, pedazos
de fierro para lanzas, hachas, tabaco, vino y sobre todo aguardiente, el licor preferido
y de consumo ostentoso por su precio. En esta época continuaban siendo los animales
el medio económico preponderante del mapuche. Con ellos pagaban las mercaderías
y obtenían a veces monedas de plata, que estimaban en extremo para la laboración de
piezas de adorno para sus mujeres y arreos de montar… principalmente hacían viajes al
otro lado de los Andes con cargas de mantas, adornos de plata y colihues para lanzas,
que trocaban a los araucanos de las pampas argentinas por animales y sal… Surgió la
confección de artefactos de tipo español, como sillas de montar, espuelas, estribos,
frenos, etc. Montaron fraguas y talleres de adornos de plata. La cestería y el trenzado
de lazos de cuero se mejoraron sensiblemente con la fabricación de cuchillos y algunas
herramientas rudimentarias.307

307
Tomás Guevara. Los Araucanos en la Revolución de la Independencia, pp. 13 a 15, Santiago, 1910.

415
De este texto se desprende que en el siglo XIX los mapuche habían logrado un
importante desarrollo de la ganadería, platería y otras artesanías, superando la fase
agrícola, como lo comprobó Ignacio Domeyko.
Los negocios de los llamados “capitanes de amigos” con los lonkos fueron esta-
bleciendo desde fines de la colonia una relación que expresaba en forma dinámica la
penetración del capital comercial y la creciente disolución de la comunidad originaria.
Los jefes de las tribus, que mantenían relaciones con los “huincas”, formalizaban el
intercambio entre la comunidad y los comerciantes, reforzándose la tendencia al
‘jefismo’ o ‘principal’.
Estos sectores indígenas, denominados ‘gúlmenes’, comenzaron a adquirir
relevancia en la naciente estructura jerárquica de poder, que hasta entonces no había
conocido el pueblo mapuche. Este núcleo había logrado adquirir cierta riqueza a través
de los negocios que establecía con los “capitanes de amigos”, de control de parte del
botín de guerra y, especialmente, del contrabando de ganado que realizaba en la zona
trasandina.
En un trabajo de investigación, Alberto Hinrichsen señala: “La guerra pone bajo
control de los caciques una parte sustancial del producto social excedente… El alto
estrato mapuche no surge solo como un resultado de los avances que la comunidad logra
en el plano de la base económica, sino fundamentalmente por la acción aceleradora y
transformadora, en un palabra, corrosiva del capitalismo comercial”.308
Las expectativas económicas y las nuevas pautas de consumo, introducidas por el
mercantilismo, estimularon a los lonkos a establecer ferias en las aldeas y a desarrollar el
contrabando en gran escala. El ganado –dice Tomás Guevara– era “el medio económico
preponderante. Concurrían entonces los indios con una porción de animales a los
fuertes de las fronteras, donde se establecía una especie de feria. En los últimos años de
la ocupación del ejército chileno, los indios vendían ya sus animales por dinero”.309 La
importancia del ganado se refleja también en las medidas de la justicia mapuche en caso
de hurto: “Si un araucano roba una vaca y se comprueba el delito debe restituir dos”,
si no paga, debe doblar la suma, además de entregar una cantidad similar al cacique.310
Hacia mediados del siglo pasado, las nuevas relaciones mercantiles se habían
generalizado en la zona de la frontera. Pedro Ruiz Aldea señalaba que en Nacimiento
los mapuche transaban las siguientes cantidades: 25.000 fanegas de trigo, 15.000
animales y 5.000 quintales de lana por prendas de plata, camisas, añil, pañuelos,
casacas; “en el departamento de Santa Juana se avaluaba su comercio con los indios

308
Alberto Hinrichsen. Sociedad Mercantil y Colonialismo sobre el Pueblo Mapuche, Inst. de Sociología
de la Univ. de Concepción, cuaderno Nº 3, 1972.
309
Tomás Guevara. Psicología del Pueblo Araucano, p. 182, Santiago, 1908.
310
Paul Treutler. Andanzas de un alemán en Chile (1851-63), p. 366, Santiago, 1958.

416
en 50.000 pesos. Iguales o menores sumas deben representar los pueblos de Arauco,
Santa Bárbara, Antuco, Los Ángeles, etc.”.311
Las arbitrariedades cometidas por los comerciantes en las transacciones motivaron
los siguientes comentarios del viajero alemán Paul Treutler: “Adquirían una vaca de
dos años por 5 onzas de añil, es decir 0,75 pesos y la revendían por 3,75; compraban
los caballos a 5 pesos en añil y los vendían a $22. El aguardiente era el producto que
les daba las mayores utilidades”.312 Los negociados que hacían los gobernadores de la
Frontera fueron denunciados por Pedro Godoy en 1862:
Aún cuando el comercio que se haga con los naturales es uno de los medios con que
contamos para la obra de la civilización, no debe permitirse y debe prohibirse con todo
el rigor de las leyes, que los gobernadores, ni empleado alguno sujeto a su jurisdicción,
pueda hacer el tráfico de mercaderías con los naturales, ni abrir tiendas de ninguna
clase, ni hacer cambalaches, como han acostumbrado siempre los gobernadores de
plazas y fronteras.313

El proceso de acumulación de la tierra


La generalización de las relaciones mercantiles aceleró el proceso de apropiación
de las tierras indígenas. El gobierno de Manuel Montt coaccionó a los mapuche para
que vendieran sus tierras al Estado o a los particulares, como fase inicial de un plan
de “colonización” de mayor envergadura en la zona de la Frontera.
El proceso de acumulación de la tierra se encubría con leyes que aparentemente
tendían a proteger los derechos de los mapuche. El decreto del 14 de marzo de 1853
establecía que “toda compra de terrenos hecha a indígenas o de terrenos situados en
territorio indígena debe verificarse con intervención del Intendente de Arauco y del
gobernador de indígenas… tendrá por objeto asegurar que el indígena que vende presta
libremente su consentimiento de que el terreno que vende le pertenece realmente y de
que sea pagado o asegurado debidamente el pago del precio convenido”.314
En el fondo, se trataba de dar a los compradores de tierras las máximas garantías
para evitar reclamos de los mapuche. La apropiación de la tierra se reglamentó por
medio de una engorrosa y especial legislación de compraventa.
El plan de “colonización” de Montt tenía como finalidad la liquidación de la propie-
dad comunitaria y la implantación de la pequeña propiedad privada entre los indios.
311
Pedro Ruiz Aldea. Los Araucanos y sus costumbres, p. 22, Los Ángeles, 1868.
312
Paul Treutler, op. cit., p. 388.
313
Pedro Godoy. La conquista de Arauco, p. 35, Santiago, 1862.
314
Citado por Ricardo Donoso y Fanor Velasco: Historia de la Constitución de la propiedad Austral, 2ª
Edición, Icira, p. 51, Santiago, 1971.

417
Esta intención fue claramente expresada por el Intendente de Arauco en nota del 3 de
mayo de 1854 al gobierno:
Hay todavía para mí un pensamiento más elevado a que atender, y este consiste en que
una vez desarrollado el plan propuesto en el territorio de que hago relación, puede
hacerse extensivo el beneficio aún entre las propiedades de los mismos indios adaptando
a este respecto la base del pensamiento expuesto aunque los indios sean diversos, pues
estoy plenamente convencido de que la comunidad de bienes es lo que constituye en
gran parte la barbarie de aquellas gentes y si se obtiene la divisibilidad perfecta de la
propiedad entre ellos, puede decirse que se ha fijado lo principal para la reducción y
civilización del territorio araucano.315
Las ofertas de dinero tentaron a numerosos indígenas a vender tierras en este
período de generalización de las relaciones mercantiles. Contribuían, al mismo tiempo,
a imponer la noción de propiedad privada que había sido secularmente ajena a la
comunidad mapuche. Tomás Guevara sostiene: “Los indios fueron extraños a toda
noción de propiedad personal hasta que la demanda de sus tierras desenvolvió entre
ellos, particularmente entre los caciques, la idea de considerarse dueños exclusivos
del suelo que usufructuaba la comunidad”.316
Los lonkos empezaron a vender tierras que no eran de propiedad personal sino de
la comunidad. El mapuche Trango vendió a Cornelio Saavedra una extensa propiedad
de la zona de Tucapel en la suma de 400 pesos; Tomas Rebolledo compró 600 cuadras
a los indígenas en Nacimiento por 150 pesos y Joaquín Fuentealba, unas 2.000 hec-
táreas por 500 pesos. Ventura Ruiz adquirió 2.000 cuadras en Nacimiento y Negrete.
Era corriente comprar 500 cuadras por 250 pesos. Aníbal Pinto adquirió tierras a los
mapuche en las subdelegaciones de Negrete y Nacimiento y 5.000 cuadras en el de-
partamento de Arauco.
Una de las escrituras de compraventa decía:
Los Ángeles, a seis días del mes de mayo de 1856. Intendente don Francisco Bascuñán
Guerrero. Comparece el indio Antonio Curigüique y don Joaquín Fuentealba. El primero
hablando bien español expresa que desea vender un retazo de terreno de dos mil cuadras,
subdelegación de Nacimiento. Precio, cedido en venta con todos los usos y servidumbres:
quinientos pesos que confiesa tenerlos ya recibidos. Se autoriza legalmente por ahora
la propiedad de Fuentealba sobre 1.000 de las 2.000 y tantas cuadras. El resto deberá
consultarse al supremo gobierno. El vendedor renuncia a reclamos que leyes anteriores
le permitían hacer sobre terrenos ya vendidos. A nombre del indio firma don Jacinto
Contrera.317

315
Ibid., p. 60.
316
Tomás Guevara. Historia de la Civilización de la Araucanía, Tomo III, p. 414, Santiago, 1902.
317
Archivo Nacional: Ministerio del Interior. Intendencia de Arauco, 1830-1878, Vol. 98.

418
Algunos toquis, en defensa de la tradición comunitaria de la tierra, trataron de
detener el proceso de venta de terrenos castigando a los que actuaban a espaldas de
la comunidad. Una carta de Bernardino Pradel, fechada en Chillán el 29 de junio de
1862, narraba que “los caciques viejos creen que todas las tierras en que habitan las
diferentes tribus son nacionales, y que para vender es necesario consultar la voluntad de
toda su nación, so pena de pérdida de la vida el que vendiese. En el mes de septiembre
de 1858, mandó el toqui Mañil un oficio al subdelegado de Picalhué, pidiendo a un
indio que se había refugiado entre los cristianos porque se le perseguía por varias
ventas de tierra que había hecho a los cristianos sin consultar a nadie de su nación”.
Esta comunicación reafirma la tesis de que no existía la propiedad privada entre los
mapuche, pero refleja al mismo tiempo que las relaciones comerciales habían corroído
los cimientos de la comunidad al establecer que se podían vender tierras consultando
“la voluntad de toda la nación”.
Los abusos de los compradores no se limitaban a adquirir tierras a precios irrisorios,
sino que también practicaban “la corrida de cercos”, es decir, se apropiaban de los
terrenos colindantes.
Los jueces de la zona de la Frontera legalizaban los fraudes. Pedro Ruiz Aldea
denunciaba arbitrariedades del juez Salvador Cabrera en un manuscrito que se
encuentra en el Archivo Vicuña Mackenna: una vez creada la provincia de Arauco en
1852 “todos quisieron tener hacienda allí, como si hubiesen estado regalando terrenos,
en lo que a fe no iban muy descarriados. Para realizar este ensueño, hablaban como
nunca de la necesidad de reducir este territorio. Los que no estaban por la discusión
sino por hechos, se fueron a la Araucanía a fundar colonias; otros se aliaron con
las autoridades, compraron una pequeña extensión de terreno y se apropiaron del
colindante por medio de internaciones sucesivas. De estos diversos manejos resultó
que los indios se vieron en poco tiempo despojados de sus haciendas, impedidos de
apacentar sus rebaños y aherrojados con el pretexto de que eran revoltosos. Se hizo
más, se les trajo a la cárcel, se les mantuvo a pan y agua y se les propuso la escritura
de venta, en este estado de aberración mental, como una condición de obtener su
soltura. Las infelices víctimas compraban de esta manera su libertad y el derecho de
regresar a su patria; pero para colmo de oprobio no les daban, como les prometían,
el valor de sus terrenos enajenados. Para reivindicar sus propiedades tenían después
que comparecer al juzgado de letras. Todos los pleitos de la provincia de Arauco tienen
origen en alguno de estos tres principios: mala fe de los contratantes, extensión del
terreno enajenado, falta de pago de cosa vendida. En cuanto al pago, he aquí cómo se ha
hecho: para conformarse a un decreto supremo y para que el actuario diese fe y citase
la ley del caso, contaban el dinero en presencia de la autoridad; pero una vez fuera de
ella, les pedían la plata para guardársela y los indios la entregaban sin sospechar la
superchería… También había casos en que el contratante que compraba 5.000 cuadras,

419
por ejemplo, regalaba 1.000 a la autoridad para que hiciese la vista gorda y allanase
los tropiezos”.318
Para ejercer un mayor control sobre la sociedad mapuche se dictó en 1866 la Ley
de Radicación.

La rebelión mapuche de 1868-1871


La creciente ocupación de tierras por parte del Ejército de la Frontera, comandado
por el coronel Cornelio Saavedra, desencadenó un nuevo levantamiento general de los
mapuche entre los años 1868 y 1871. El coronel Saavedra propuso avanzar la línea de
la Frontera hasta Malleco, garantizando así la estabilidad de los colonos que quedaran
detrás de la línea de fuertes. Su plan contemplaba la compra de tierras a los indígenas
por parte del Estado y la posterior subdivisión y venta de estos terrenos a particulares
con el fin de lograr mayores ingresos para el fisco.
A fines de la década de 1860, Saavedra había logrado cumplir gran parte de sus
objetivos, presionando a ciertos caciques para que vendieran alrededor de 100.000
hectáreas al fisco, y ocupando militarmente casi toda la zona de la costa. Al término
de su campaña había arrebatado 1.260.000 hectáreas a los genuinos poseedores de
la tierra.
Por su parte, en 1868, los mapuche de la Alta Frontera, encabezados por Quilapán,
hijo de Mañil, hicieron una junta en Quechereguas, con el objeto de planificar la lucha
para impedir la progresiva invasión de sus tierras.
Un diario de Los Ángeles, El Meteoro, informaba que “los primeros que dieron la
señal de rebelión fueron los indios arribanos, que se negaron a concurrir al Parlamento
de Malleco, y que asimismo hicieron notar que los soldados se presentaban armados y
que a ellos se le exigía que viniesen sin lanzas. Desde entonces principiaron los caciques
a prepararse formalmente para la guerra y a enviar correos a las demás reducciones.
Nada era más cierto que el descontento general de los indios desde que supieron que
se traía un ejército para desposeerlos de sus tierras, agréguesele a esto que no se les
ha ofrecido indemnización ninguna por el despojo. Hasta la fecha (13 diciembre de
1867) hay de 4.000 a 5.000 indios reunidos en las montañas de Chihuaihue. Los de
Moquehua, Boroa y el Imperial están viniendo en auxilio de los otros indios”.319
Los indios “arribanos”, que vivían en la zona cordillerana, dirigidos por el lonko
Quilapán, lograron coordinar el levantamiento con los “abajinos” de la costa, limando

318
Pedro Ruiz Aldea. La política de Arauco, manuscrito, 18-julio-1860. Archivo Vicuña Mackenna,
Volumen 50, pieza 16.
319
El Meteoro, diciembre de 1867, Los Ángeles.

420
las diferencias que habían fomentado entre las tribus los gobernadores y los jefes del
ejército de la Frontera.
Por caminos que ellos conocían muy bien –anota Guevara– y favorecidos por los bosques
tupidos que entonces había, cruzaron la cordillera de Nahuelbuta al poniente de Angol
y fueron a salir al norte del río Malleco… Las tribus que habitaban la parte oriental de la
cordillera de Nahuelbuta, desde Angol hasta Imperial, conocidas con el nombre vulgar
de abajinos, entraron también a la revuelta.320
Las 3.000 lanzas de los abajinos, encabezadas por Catrileo, Coñoepán, Marileo
y Painemal se sumaron a otras tantas de los arribanos de Quilapán, digno heredero
de la tradición de lucha de sus antepasados. Los mapuche lograron algunos triunfos
parciales en Traiguén, Curaco y Perasco, utilizando la táctica de guerra móvil combinada
con guerra de guerrillas. Esta forma de lucha empleada desde los tiempos de Lautaro,
mantenía su vigencia en el siglo XIX. Pedro Ruiz Aldea comentaba en 1868 que los
mapuche “nunca formaban una línea de batalla, sino que aparecen en diferentes
puntos en grandes pelotones. Cuando tienen la seguridad de vencer, atacan, cuando
no, se retiran… Cuando el enemigo ocupa posición ventajosa recurren al expediente
de incendiarle los campos, o de hostilizarlo de otra manera, para traerlo al combate o
hacerlo que desaloje su posición… Le hace al enemigo una guerra de recursos, le llama
la atención por otra parte o sorprende a las poblaciones cristianas a la hora del sueño.
En las emboscadas y asaltos nocturnos a que se muestra muy aficionado, se vale de
varias estrategas para sorprender al enemigo… Gústale más emplear la paciencia y la
astucia que comprometer su ejército o aventurarse en una batalla dudosa”.321
En enero de 1869, unos 1.500 mapuche fueron rechazados en Chihuaihue por el
Ejército al mando del general José Manuel Pinto. Una vez reagrupadas sus fuerzas, los
mapuche atacaron Angol.
Ante la importancia del levantamiento, el Ministro de Guerra, Francisco Echaurren,
decididó reforzar el ejército y marchar sobre Cautín. Los mapuche se vieron obligados
a celebrar un Parlamento en Angol el 25 de septiembre de 1869.
En la zona de la costa, el coronel Saavedra había ocupado Tucapel y Cañete. En
diciembre de 1869 pudo sofocar la rebelión de 1.500 abajinos que habían atacado Purén.
En 1870, las indómitas huestes de Quilapán, integradas por unas 3.000 personas,
volvieron a la carga. El 25 de enero de 1871 se lanzaron al asalto de Collipulli, donde
fueron derrotadas por un ejército regular de 2.500 hombres. Las modernas armas
automáticas y la red de líneas telegráficas permitió a los jefes militares concentrar

320
Tomás Guevara. Historia de la Civilización de la Araucanía, Tomo III, p. 345, Santiago, 1902.
321
Pedro Ruiz Aldea. Los araucanos y sus costumbres, pp. 61 y 62, Los Ángeles, 1868.

421
fuerzas y enfrentar, con mayor éxito que en campañas anteriores, la táctica guerrillera
que practicaban los mapuche.
Después de tres años de lucha, terminaba el octavo levantamiento general de los
mapuche. En las rebeliones anteriores (1550, 1598, 1655, 1723, 1766, 1818, 1859-60),
habían logrado que sus enemigos no pasaran la zona del Bío-Bío. En cambio, a partir
de la década de 1870 el Ejército comenzó a controlar la región de Malleco.

La aventura de Orelie Antoine


En las rebeliones de 1860-61 y 1868-71 intervino esporádicamente un peregrino
personaje: el francés Orelie Antoine. Para comprender la acción, delirante o no, de
Orelie hay que considerar ante todo el contexto histórico que hizo factible su aventura.
Hacia mediados del siglo pasado, Francia estaba en pleno proceso de expansión
colonial. A la conquista del norte de África, se había sumado la anexión de Nueva
Caledonia y Senegal. En la década de 1860 conquistó Indochina y trató de apoderarse
de Siria. En América Latina años antes, el imperio francés había intervenido en forma
reiterada: bloqueo del Río de la Plata durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas
e intervención en Ecuador en 1853. Posteriormente, invasión armada de México
respaldando en 1862 los planes monárquicos de Maximiliano.
No era extraño que en este ambiente de expansión colonial pudiera surgir un
personaje que intentara aplicar la política del imperio en otro país de América Latina.
El viaje a la Araucanía efectuado por un solo hombre con el propósito de conquistar
un reino, su incomprensión de la magnitud de la empresa y la carencia de recursos
materiales para realizarla, junto a su demostrada incapacidad de organizador, aún sin
calificar el estado mental que se le atribuye, convirtieron el proyecto político de Orelie
en una simple aventura.
En las ocasiones que logró internarse en la Araucanía se vio favorecido por
coyunturas propicias: los levantamientos generales mapuche de 1859, 1860 y 1868.
Ninguno de ellos fue inspirado por Orelie. Los dos habían estallado antes de sus
sucesivas llegadas.
Informado de la rebelión mapuche, iniciada en 1859 a raíz de la guerra civil, Orelie
Antoine de Tounens, instalado en Coquimbo desde mediados de 1858, partió al sur
en octubre de 1860, es decir un año después de haberse iniciado el levantamiento
mapuche. Se dirigió a Valdivia, “donde se habían vinculado con algunos pobladores
franceses, quienes, movidos seguramente por sentimientos de solidaridad nacional,
le brindaron hospitalidad y hasta le prestaron los medios para introducirse en la tierra

422
–que así se llamaba la zona habitada por el indio–, lo que efectuó incorporándose a
un grupo de comerciantes”.322
Orelie contó con el apoyo de ciertos sectores de la colonia francesa de la zona
sur. Fue acompañado por los comerciantes franceses Lachaise y Desfontaines. En esa
época, estaban también en la Araucanía dos franceses: Portalier y Pertuiset, teniente
coronel del ejército francés.
Mediante la entrega de regalos y de dinero, Orelie logró entrar en contacto con
Quilapán, el toqui más combativo de la época. Sin embargo, este hijo del bravo Mañil
no podía conferirle categoría de jefe a un recién llegado, desprovisto de tropa y de
respaldo concreto.
Orelie se autodesignó “Rey” el 17 de noviembre de 1860, un mes después de su
llegada a la Araucanía, mediante el siguiente decreto: “Considerando que Araucanía
no depende de ningún otro estado; que se halla dividida por tribus y que un gobierno
central es reclamado tanto en interés particular como en el orden general. Decretamos
lo que sigue: una monarquía constitucional y hereditaria se funda en Araucanía; el
príncipe Orelie Antoine de Tounes es designado rey”. Luego de hacer extensivo su
título a la Patagonia, se dirigió a Valparaíso con el objeto de obtener el apoyo de la
colonia francesa. Fracasado en su propósito, regresó al sur en diciembre de 1861. A los
pocos días, el 5 de enero de 1862, fue detenido por un grupo de soldados, sin ofrecer
resistencia. La historia no registra ninguna acción militar o combate donde haya
intervenido Orelie a la cabeza de los mapuche sublevados.
Durante el proceso, el informe médico fue rotundo en cuanto a su estado mental:
“Antoine 1º está en su sana razón y juicio, y capaz de conocer sus actos”.323 Aunque la
sentencia final determinó su sobreseimiento, Orelie fue enviado a la Casa de Orates
de Santiago. Antes de que Orelie pudiera ser internado, el Encargado de Negocios de
Francia se apresuró a embarcarlo con destino a su país.
Regresó seis años después, con la ayuda económica de M. Planchu, entrando por
la Patagonia en junio de 1869, cuando ya se había iniciado un nuevo levantamiento
indígena. Es sugerente que su promesa de entregarles armas a los mapuche coincidiera
con la llegada a las costas chilenas de la nave de guerra francesa ‘Entrecasteaux’. Un
chileno residente en Francia comentaba años después: “¿Qué amparo había encontrado
esta empresa en el gobierno francés? Quién sabe, pero es el hecho que en el mes de
marzo siguiente, como lo había anunciado Orelie, apareció en la bahía de Coronel el

322
Armando Braun Menéndez. El Reino de Araucanía y Patagonia, p. 12, Ed. Francisco de Aguirre, 5ª
Edic. Argentina, 1967.
323
Ibid., p. 61.

423
buque de guerra “Entrecasteaux” y había sido este mismo barco quien lo trajo de Francia
y desembarcado en el puerto de San Antonio al sur del río Negro en el Atlántico”.324
El coronel Saavedra, en julio de 1870, aconsejaba al gobierno lanzar una ofensiva a
fondo para detener a Orelie, porque “quién sabe si no contaría con alguna protección
que no sospechamos”.325 Perseguido por una partida de soldados, Orelie se fugó a la
Argentina, sin hacer ningún intento de presentar combate. Los mapuche no se jugaron
por un hombre del cual desconfiaban y que había sido incapaz de ponerse al frente de
la lucha. Su fuga no afectó el desarrollo de la rebelión mapuche.
Otros intentos realizados sin éxito por Orelie en 1874, financiados por banqueros
europeos, que fletaron dos barcos hacia Argentina, demuestran que el plan de conquista
de la Patagonia y la Araucanía no estaba fuera del contexto histórico de la época, sino
que correspondía al proceso de expansión colonial de las metrópolis europeas.

El último levantamiento general de los mapuche


Los mapuche aprovecharon la coyuntura de la Guerra del Pacífico para preparar su
noveno levantamiento general. El envío de soldados al Perú había debilitado al Ejército
de la Frontera, circunstancia propicia para iniciar la rebelión. No era la primera vez en
la historia de la República que los mapuche aprovecharon la guerra entre los “huincas”
para reanudar la lucha por la recuperación de sus tierras.
El momento escogido por los mapuche para el comienzo de la rebelión era altamente
favorable, pero las condiciones objetivas habían cambiado. La comunidad estaba
en proceso de desintegración, a raíz de la influencia que ejercía sobre la economía
aborigen la acelerada penetración del capitalismo comercial. El concepto de propiedad
comunitaria había entrado en crisis con la generalización de las ventas de tierras
indígenas a los particulares y al fisco. Los caciques, tentados por los ofrecimientos
económicos de los “huincas”, contribuyeron a exacerbar los roces fomentados entre
las tribus por los gobernadores y jefes militares.
Paralelamente, se había producido un fortalecimiento del proceso de la conquista.
El avance de la línea de la frontera al río Malleco y el remate de las tierras para facilitar
el asentamiento de los colonos, permitió consolidar sobre bases más firmes las zonas
arrebatadas a los mapuche. Ya no se trataba para el gobierno de iniciar la ofensiva desde
el Bío-Bío, como en ocasiones anteriores, sino de partir del río Malleco, contando con
una sólida retaguardia social y económica. No solo se había estrechado el escenario
para la guerra móvil de los mapuche, sino que además la instalación de una red de líneas

324
Eduardo Balmaceda Valdés. De mi tierra y de Francia, p. 130, Santiago, 1932.
325
Armando Braun M., op. cit., p. 91.

424
telegráficas en la región facilitaba las operaciones de un ejército que había incorporado
el moderno fusil de repetición “Remington”.
Estos factores, sumados a la campaña coordinada entre los ejércitos chileno y
argentino en contra de los indígenas de ambos lados de la cordillera, determinaron en
1882 el aplastamiento de la guerra de resistencia que los mapuche habían sostenido
durante tres siglos.
El último levantamiento general se inició a fines de 1880 y terminó en diciembre
de 1882. Durante este lapso, los mapuche estuvieron pendientes del desarrollo de la
Guerra del Pacífico: “Aún las mismas tribus rivales sellaron la paz y se unieron para
ponerse de acuerdo en lo que debían hacer en caso de ser derrotado nuestro ejército;
y entonces estar listas para un movimiento general para recuperar su territorio hasta
el mismo Bío-Bío”.326
El 27 de enero de 1881, unos 3.000 mapuche atacaron Traiguén, arrasando con las
haciendas y el ganado, en represalia por los abusos de los “huincas”, como decía uno de
los toquis al coronel Gregorio Urrutia: “Mira lo que han hecho solo conmigo; violaron
y mataron a mis mujeres y también asesinaron a mis hijos; ¿y cómo queréis entonces,
coronel, que no me subleve, cuando se me trata así? Mire coronel: preferirnos morir
todos con la lanza en la mano, y no asesinados en nuestra casa por tus paisanos”.327
En febrero de 1881, los mapuche atacaron dos caravanas de carretas infligiendo más
de 100 bajas a sus enemigos. La llegada de refuerzos al mando de Urrutia permitió al
Ejército derrotar a los mapuche en las montañas de Ñielol.
Los indios “abajinos” se plegaron a la lucha de sus hermanos “arribanos” en no-
viembre de 1881. Unos 8.000 mapuche atacaron simultáneamente las plazas de Temuco
y Lumaco, siendo derrotados en forma aplastante.
El general Urrutia se dispuso a preparar la ofensiva final. Consistía en batir a los
mapuche en sus últimos reductos de Villarrica, a través de un plan coordinado con
el ejército argentino que había logrado arrinconar a los indígenas de la pampa en la
zona de Neuquén. No era la primera vez en la historia que ambos ejércitos intentaban
coordinar sus campañas de exterminio. Desde la época colonial, las autoridades de
Santiago y Buenos Aires venían haciendo acuerdos para realizar acciones conjuntas con
el fin de derrotar a los mapuche. El gobernador Guill y Gonzaga planteó desde Chile al
rey de España el 1 de mayo de 1767 la necesidad de desarrollar “un plan sostenido de
operaciones con combinación con el gobierno de Buenos Aires”.
Por su parte, los indígenas de ambos lados de la cordillera estaban en contacto
permanente para defenderse de la ofensiva militar de los españoles. Durante la
República, numerosos toquis que operaban en las pampas argentinas provenían de la
326
Horacio Lara. Crónica de la Araucanía, p. 394, Santiago, 1889.
327
Ibid., p. 393.

425
zona mapuche. Uno de los más destacados, Juan Calfucurá, puso en jaque al Ejército
argentino en las décadas de 1850 y 1860. Su hijo, el bravo Namumcurá, hizo frente en
numerosas oportunidades a los ejércitos argentinos.
La coordinación de las tropas chilenas y argentinas para aplastar a los mapuche
se fue consolidando durante la década de 1870 con las operaciones de los argentinos
Mariano Bejardo y Adolfo Alsina en la pampa, que coincidieron con la ofensiva de
Cornelio Saavedra en la zona mapuche. A la muerte de Alsina, le sucedió en el ministerio
de Guerra Julio Argentino Roca, que organizó la “campaña al desierto” con 26 columnas,
premunidas de moderno armamento y telégrafo.
El coronel argentino Olascoaga, que había realizado con Cornelio Saavedra una
excursión a la Araucanía, presentó al general Roca un plan conjunto de operaciones.
Estanislao Zeballos comentaba en 1878 que estaba de acuerdo con “el sistema del
coronel Saavedra para ocupar la línea del Toltén hasta Villarrica, e interrumpir la
comunicación de los araucanos arribanos, con los indios pampinos, con quienes
estaban aliados en sus levantamientos ya contra la frontera argentina o la chilena … Si
la cuestión de límites no fuera un estorbo, el patriotismo y el esfuerzo combinado de
ambas repúblicas daría un resultado brillante y grandioso, porque mientras nosotros
arrojábamos al sur del Río Negro a los araucanos del este o puelches, Chile podría operar
de acuerdo con nuestro ejército y marchar de frente del Malleco al Toltén, arrojando a
los araucanos occidentales al sur de Valdivia”.328
Por su parte, los mapuche del lado chileno y argentino hicieron esfuerzos para
enfrentar unidos la ofensiva de ambos ejércitos. El 16 de febrero de 1882, el coronel
argentino Rufino Ortega informaba a sus superiores:
Se sabe que los caciques situados a esta parte de la cordillera han enviado emisarios y
regalos a los principales caciques de las tribus araucanas, de la otra parte de la cordillera,
alentándolos a la resistencia y ofreciéndoles su cooperación para un levantamiento para
el que los invitan, porque como lo han dicho en esa ocasión prefieren morir peleando
que vivir esclavos.329
Por encima de sus diferencias limítrofes, las burguesías chilena y argentina se
pusieron de acuerdo en un plan de operaciones militares para aplastar los indígenas
y apoderarse en forma definitiva de sus tierras. Mientras el ejército argentino ocupaba
toda la pampa hasta el río Negro, los jefes militares chilenos tomaban Villarrica en 1883,
liquidando la guerra de resistencia que habían sostenido tenazmente los mapuche
durante más de tres siglos.

328
Estanislao Zeballos. La conquista de las quince mil leguas, Buenos Aires, 1878.
329
Luis Vitale. Historia del Movimiento indígena de Chile, Ed. Univ. Central de Venezuela, Caracas, 1980.

426
La concentración de la propiedad territorial en la Araucanía
A medida que el Ejército avanzaba en la ocupación de la Araucanía, el Estado
procedía a rematar y arrendar las tierras de los mapuche con el fin de obtener entradas
inmediatas para el fisco.
La forma en que se produjo el reparto de las tierras despojadas a los mapuche dio
lugar a una rápida concentración de la propiedad territorial. La nueva capa de latifun-
distas fue extendiendo sus haciendas mediante suscesivas compras a revendedores,
especialmente a los militares a quienes el gobierno había cedido terrenos, cuya ex-
tensión variaba de acuerdo con el grado: 200 cuadras para jefes de cuerpo y 20 para
sargentos y cabos. Como puede apreciarse, la estructura jerárquica de la sociedad y el
ejército se reflejaba hasta en el reparto del botín.
En 1873 se remataron 46.127 hectáreas que produjeron 346.937 pesos para el fisco
y se arrendaron 56.117 hectáreas que rendían un canon apreciable. De 1875 a 1877 se
subastaron unas 180.000 hectáreas. El total de tierras puestas en remate entre 1873 y
1900 alcanzó a 1.125.000 hectáreas.
Los compradores pagaban solamente la primera cuota, estafa denunciada en los
“Anales Universitarios” de 1903:
Había rematantes que pagaban el primer dividendo exclusivamente para explotar
la hijuela en algunas siembras y otros subían las posturas en el remate a cantidades
exorbitantes para retener terrenos fiscales de que estaban en posesión de antemano
y abandonaban después de hacer una cosecha. Los subastadores que deslindaban con
la propiedad del estado, la explotaban en siembra o ensanchaban los límites de la que
habían adquirido.330
Un folleto de la Tesorería Fiscal de Santiago, que circuló en forma reservada en la
Cámara de Diputados en 1903, detallaba las estafas cometidas por los subastadores
de tierras:
El monto de dicha deuda alcanzaba a 5.537.920 pesos por remates desde 1873 y a 590.128
lo adeudado por colonos extranjeros, provenientes de los adelantos. Con los remates
verificados posteriormente, aquella cantidad pasa de 6 millones de pesos, según El
Mercurio de 11 de marzo de 1903. Tomo del diario de Santiago que publicó una parte
de este folleto y de su edición del 22 de septiembre de 1903, algunas de las reflexiones
que le surgirió su estudio: se ha publicado una lista de nombres de altos personajes,
miembros del Parlamento, de la magistratura, etc., que son deudores morosos del Estado
por remates de terrenos.331

330
Nicolás Palacios. Raza Chilena, p. 593, Valparaíso, 1904.
331
Ibid., p. 595.

427
El Parlamento resolvió condonar gran parte de las deudas, favoreciendo a los
latifundistas que habían cometido una de las mayores estafas al fisco. Valdés Canje
denunciaba que “muchas familias distinguidas que hoy se pavonean en los salones
aristocráticos de Santiago, conquistaron en la frontera a expensa de la miseria y de la
muerte de centenares de estos infelices indios, las fortunas que les exaltaron hasta los
envidiados puestos que hoy ocupan; que muchos hombres prestigiosos se han sentado
en los sillones del Congreso solo gracias a haber garbeado en aquella desdichada región
lo suficiente para comprar muchos miles de votos”.332
La formación de haciendas de miles de hectáreas en menos de una década era una
muestra elocuente del acelerado proceso de concentración de la propiedad territorial
en la zona sur. El 20 de marzo de 1882 el ingeniero Teodoro Schmidt comunicaba al
gobierno que “los centenares de miles de hectáreas, que fueron enajenadas en subasta
pública en lotes de 300 a 500 hectáreas, actualmente los más son haciendas de 4.000,
6.000 y hasta 17.000 hectáreas”.333
La ley de 1866, que expresamente había prohibido el remate de lotes superiores a
500 hectáreas, fue fácilmente burlada por la burguesía agraria. Numerosos pequeños
agricultores, que habían emigrado a la Araucanía en busca de nuevas tierras, se sintieron
frustrados por la política de los gobiernos liberales en favor de los latifundistas. Los
pequeños y medianos agricultores realizaron entre agosto y octubre de 1886 varios
mitínes de protesta. Mas de 6000 vecinos de Victoria, encabezados por Germán
Segura, Celestino Pérez y David Corvalán, enviaron el 14 de octubre de 1886 una carta
al Presidente de la República en la que solicitaban:
1.- Reconsideraciones del decreto fecha 24 de agosto (que prohibía a los pobres sembrar
en terrenos fiscales) que frustra las legítimas expectativas de los que han emigrado a estas
apartadas regiones en busca de un pedazo de terreno que a costa de su laboriosidad le
permita crearse el sustento de sus familiares. 2.- Que los campos alrededor de este pueblo
se dividan en hijuelas de 25 a 100 hás. para ponerselas al alcance de los agricultores en
pequeño.334
Similares peticiones formularon los habitantes de Temuco en un mitin celebrado
el 3 de octubre de 1886. Las resoluciones enviadas al gobierno insistían en la denuncia
de las enormes extensiones de los lotes rematados y exigían que la subasta pública se

332
Julio Valdés Canje. Sinceridad… op. cit., p. 175.
333
Ministerio de Relaciones Exteriores, Gobernación Angol, 1882, Vol. 259, cit. por Víctor Sánchez
Aguilera: Angol, ciudad de los Confines, Santiago, 1953.
334
El Colono, de Angol, periódico del 23 de octubre de 1886, citado por Francisco Borja: Terrenos Fiscales
y Colonización, pp. 104 y 105, Santiago, 1886.

428
hiciera “en la cabecera de la provincia más cercana, para facilitar así su adquisición a
los de escasos recursos”.335
Los ingenieros encargados de la mensura de la Araucanía se coludían con
capitalistas santiaguinos que compraban las tierras en subastas realizadas en la capital
y no en la zona sur como correspondía. Teodoro Schmidt, organizador de importantes
trabajos topográficos en el sur, informaba el 6 de diciembre de 1889 al Ministerio de
Relaciones Exteriores, departamento de colonización:
Los señores ingenieros que el gobierno nombró el año 1886 estaban ocupados el uno
en veinte años anteriores en agricultura, el otro diez años en el comercio y el tercero no
había ejercitado aun la profesión en práctica. Los tres estaban protegidos por buenas
relaciones y amigos; además del ejercicio de su profesión se empeñaban en mejorar su
suerte, como es costumbre entre los empleados del sur, en hacer algo en negocios de
siembra y crianza de animales.
Poco tiempo después de esta denuncia, Schmidt era suspendido de su cargo.
La nueva capa de terratenientes sureños se generó al socaire de los gobiernos
liberales. Los “colonizadores” del sur constituyeron un nuevo sector de la burguesía
agraria, que impuso un cierto desarrollo del capitalismo agropecuario.
Su principal exponente, José Bunster, magnificado por escritores de ideología
burguesa, fue invirtiendo capitales a medida que los jefes militares expulsaban a los
mapuche de sus tierras. Los capitales acumulados en sus actividades comerciales
los invirtió en la producción triguera. En la década de 1880 se había convertido en el
principal empresario de la industria molinera. Contaba con los molinos de cilindros
más modernos del país, en Collipulli, Traiguén, Nueva Imperial y Angol. Esta industria
molinera era abastecida hacia 1890 por medio millón de fanegas anuales de trigo que
provenían de las haciendas de la Sociedad “El Globo”, del propio Bunster.
Las haciendas de Bunster abarcaban, según sus propios panegiristas, unas 60.000
hectáreas. Sus explotaciones agrícolas tenían un importante grado de mecanización
para la época: 15 trilladoras, 22 segadoras, 15 motores a vapor. En sus empresas
imperaban básicamente relaciones sociales de producción capitalista: 2.000 obreros
y 90 empleados constituían la mano de obra que aportaba plusvalía al “pionero” de la
Araucanía. Al mismo tiempo, explotaba a los pequeños productores campesinos y a los
medieros a través del sistema de la “compra en verde”, adelantando dinero, semillas
o herramientas, con la condición de que le vendieran la cosecha anticipadamente a
los precios irrisorios que de hecho él fijaba. El monopolio de Bunster se expandió a
los aserraderos. Los milenarios bosques del sur comenzaron a ser explotados por
las modernas máquinas de aserrar introducidas por el “verdadero conquistador” de

335
Ibid., pp. 102 y 103.

429
la Araucanía. Su flota de barcos transportaba la producción desde Carahue hasta
Talcahuano. Las operaciones financieras las realizaba a través del Banco que fundó
en Angol, el primero de la zona en tener autorización para emitir moneda. Este Banco
prestaba dinero a los colonos. Si éstos no cancelaban sus deudas, Bunster se quedaba
con los terrenos hipotecados, como lo denunió el ingeniero Teodoro Schmidt en
carta del 3 de septiembre de 1886 dirigida al Ministerio de Relaciones Exteriores,
departamento de Colonización.
En 1889, José Bunster, dueño de las principales empresas de Malleco, se hacía
elegir senador por la provincia que lo había convertido en uno de los exponentes más
importantes a escala nacional de la nueva burguesía agraria, comercial y financiera.

La nueva organización social impuesta a los mapuche


Los mapuche, después de la derrota del levantamiento de 1880, fueron instalados
en reducciones que no solo legalizaron el despojo de tierras, sino que generaron una
nueva organización social de carácter regresivo. El objetivo principal de esta nueva
estructura, impuesta por los “huincas”, era convertir al grueso de los mapuche en
pequeños propietarios. Si bien es cierto que no los transformaba de inmediato en
pequeñoburgueses campesinos, el tipo de explotación familiar de las reducciones
estimulaba el desarrollo de tendencias hacia la propiedad privada.
Tomás Guevara anotaba en 1908: “El sentimiento de la propiedad territorial se ha
desenvuelto ampliamente en el mapuche desde que sus ocupaciones se han aplicado
en este último período de su historia solo a la agricultura”.336
La agricultura y la pequeña producción artesanal para ser vendida en el mercado
capitalista fueron las principales actividades de esta economía que destinaba una parte
de la producción para el autoconsumo y la otra para la comercialización.
Ante la imposibilidad de satisfacer las necesidades de su núcleo familiar, numerosos
mapuche se vieron obligados a emigrar a las ciudades o a trabajar como asalariados
en las nuevas haciendas de la Araucanía, explotando para otros las tierras que habían
sido suyas durante siglos. Al término de las labores de temporada retornaban a las
reducciones para trabajar en sus parcelas. Otros se dedicaron al comercio ambulante
y a negociar los productos artesanales indígenas en las ferias de los pueblos y de las
nuevas ciudades de la zona. A partir de la década de 1880, Temuco se convitió en la
ciudad-mercado para los mapuche”.337
Julio Bañados Espinoza describía la situación de los mapuche hacia 1886 en los
siguientes términos:
336
Tomás Guevara. Psicología del Pueblo Araucano, p. 189, Santiago, 1908.
337
Miguel Espinoza I. Temuco y la Frontera 1881-1941, Ed. Centro Simón Bolívar, Temuco, 1989.

430
Están desparramados, ya en pequeñas reducciones, ya individualmente en las provincias
de Arauco, Valdivia, Bío-Bío y el territorio de Angol. Puede dividírselos en tres grupos.
Unos que trabajan y viven en haciendas y establecimientos de chileno-españoles. Otros
que, dueños de pequeñas hijuelas, trabajan cerca de las ciudades fronterizas. Y otros,
en fin sumisos y pacíficos, viven según sus hábitos y reconocieron la autoridad de sus
propios caciques.338
Las consecuencias de la política antiindígena se tradujeron en la desintegración
de la comunidad, en la división entre poseedores y desposeídos, en la emigración sin
retorno con desvinculaciones de la familia.
La burguesía había logrado desintegrar en gran medida la comunidad indígena e
“integrar” a los mapuche al sistema de dominación capitalista y a las leyes del Estado
burgués. Sin embargo, la discriminación racial, la explotación y, fundamentalmente,
las supervivencias de la antigua comunidad expresadas en la interdependencia familiar
emanada de la etnia y de las tradiciones, siguió manteniendo una relativa cohesión
para seguir luchando por la recuperarción de sus tierras en el siglo XX.

La colonización de Magallanes
La colonización de Magallanes forma parte del proceso de expansión del capitalismo
agropecuario. Esta zona había sido hasta mediados del siglo pasado lugar de recalada de
los barcos europeos que hacían la ruta al Asia. Su principal poblado, Punta Arenas, era un
presidio y centro de abastecimiento de las flotas balleneras europeas y norteamericanas.
La existencia de oro había atraído el interés de numerosos aventureros. El fugaz período
de fiebre de los lavaderos de oro fue rápidamente reemplazado por el vellocino blanco
de la lana. La multiplicación de las primeras ovejas, introducidas en 1875, despertó la
codicia de los ingleses y de los comerciantes criollos establecidos en la región. Durante
las décadas de 1880 y 1890, cientos de miles de hectáreas fueron incorporadas a la
explotación de ganado.
En este proceso de colonización, los “pioneros”, tan magnificados por la histo-
riografía tradicional, arrasaron con los onas y tehuelches. Marcelo Segall señala que
la existencia de los indígenas constituía para los explotadores de ganado un peligro
jurídico y comercial:
Un riesgo jurídico: existían tanto en Chile como en Argentina, bien o mal aplicadas, leyes
de residencia y reducción indígena. Los salesianos y maestros primarios se dedicaban
a civilizar a los aborígenes y con la cultura podrían exigir la aplicación de la legislación
protectora. Un peligro comercial: la escasez natural de alimentos hizo que a los indígenas,
que antes vivían de la caza y de la pesca, les resultaran más fácil de coger y más sabrosas

338
Julio Bañados. Letras y Polícia, p. 178, Valparaíso, 1888.

431
las ovejas. Y las mataban; son guanacos blancos decían. Y es así como comienza una
de las exterminaciones de seres humanos más conocidas en el orbe. La destrucción en
masa y sistemática de las dos razas aborígenes ha sido total. No existen estadísticas de
la cantidad de indios que vivían en 1890, año fatal para los onas y tehuelches.339
José María Borrero, abogado y periodista español radicado en esa zona a principios
del siglo XX, relata numerosas matanzas de indígenas, entre ellas, la del banquete
trágico de Cabo Domingo en Tierra del Fuego y la de Spring Hill (Manantiales), en la
cual fueron asesinados más de quinientos indígenas. En 1895, fueron apresados 165
onas y rematados en subasta pública. Los salesianos instalados en esta zona hicieron
publicar un “Álbum Misionero”, en Turín, 1907, en el que reprodujeron fotos de las
tropelías cometidas por los explotadores de ganado y los cazadores de indios, como
el tristemente célebre Mac Lenan.
Punta Arenas fue el centro de operaciones del plan de exterminio de los aborígenes.
Los Méndez y otros “pioneros” los hacían “desaparecer por medio de las balas, del
veneno y del alcohol para quedar a sus anchas dueños y señores, como hoy son, de las
inmensas tierras que explotan y que alcanzan a varios millones de hectáreas”.340 Uno
de los principales cazadores de indígenas fue el inglés Mister Bond. Los Menéndez le
pagaban a él y “a sus compañeros de faena una libra esterlina por cada par de orejas
de indios que entregaban”.341
Las primeras 300 ovejas traídas de las Islas Malvinas por Enrique Reynard en 1875
se multiplicaron rápidamente. En 1884 sumaban 40.000, en 1893 unas 400.000 y en
1903 pasaron la cantidad de 2.300.000. Estas cifras ahorran comentarios acerca de la
nueva veta encontrada por los capitalistas.
El origen y el desarrollo de la propiedad territorial en la zona austral estuvieron
directamente ligados a la explotación de la oveja. “Las primeras ocupaciones de terrenos
fueron autorizadas por los gobernadores por medio de títulos provisionales otorgados
sin medida alguna y aún en contra de disposiciones legales que impedían esta clase
de concesiones”.342
Una ley de 1884 autorizó contratos de arrendamiento de terrenos que abarcaban
550.250 hectáreas. José Nogueira obtuvo en este primer reparto 180.000 hectáreas;
otros recibieron lotes superiores a 20.000 hectáreas. Posteriormente, las autoridades
hicieron cuatro concesiones por un total de 1.480.000 hectáreas en la isla Tierra del
Fuego. Los arrendatarios eran en su mayoría de origen inglés, como lo indican los

339
Marcelo Segall. Desarrollo del capitalismo, op. cit., p. 196.
340
José María Borrero. La Pampa Trágica, p. 42, Buenos Aires, 1967.
341
Ibid., p. 44.
342
Marcos Goycolea C. Colonización de Magallanes y Aisén, p. 11, Santiago, 1942.

432
nombres de las principales empresas: Wehraham, Mac-Rae, Tierra del Fuego Sheep
Farming Co. y Phillips Bay Sheep Co.
En un folleto de crítica al proceso de arrendamiento de aquellas tierras, que de hecho
eran verdaderas concesiones a las compañías extranjeras, Ramón Serrano Montaner
decía que las estancias de Magallanes “son en realidad una dependencia de Inglaterra
incrustada en Chile”.343
La mayor concesión de tierras fiscales arrendadas a un particular se hizo bajo el
gobierno de Balmaceda. El insólito decreto del 9 de junio de 1890 autorizaba el arriendo
de 1.300.000 hectáreas a José Nogueira en Tierra del Fuego. En el contrato se establecía
la duración del arriendo por 20 años, comprometiéndose Nogueira a invertir un millón
pesos y a introducir 10.000 cabezas de ganado lanar. Nogueira quedaba facultado para
subdividir y subarrendar el terreno bajo su exclusiva responsabilidad. Esta graciosa
concesión muestra una de las tantas contradicciones de Balmaceda; mientras en la
zona norte trataba de que las salitreras quedaran en manos de chilenos, en el sur cedía
tierras a empresas extranjeras.
Un vecino de Magallanes comentaba al respecto:
La entrega a un solo particular de una extensión tan considerable de tierras fiscales bajo
condiciones tan onerosas para el Estado, se presta a melancólicas reflexiones acerca
de la liberalidad y ligereza con que ha procedido el gobierno en esta circunstancia y
ha merecido con razón las críticas más acerbas de la opinión pública de Magallanes.344
Esta no fue la única concesión de tierras hecha a un extranjero por el gobierno de
Balmaceda. Un decreto del 10 de diciembre de 1890, firmado por Balmaceda y Godoy,
establecía: “Sin perjuicio de terceros, el Estado da en arrendamiento a don Gastón
Blanchard 20.000 has. de terrenos por 15 años a 5 centavos anuales por Ha. durante
el primer quinquenio”.345
El 16 de septiembre de 1893 se formó la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego
con capitales de Nogueira y Duncan Fox; luego pasaron formar parte de esta Sociedad
los Menéndez, Sara Braun y Francisco Campos, chileno, gerente del Banco de Tarapacá,
sucursal Río Gallegos, casado con María Menéndez Behety. El total de tierras de esta
sociedad alcanzaba los dos millones de hectáreas, es decir, la mitad de las tierras aptas
de esta zona para la crianza de ganado en aquella época.
La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego tenía también el monopolio del
comercio, los transportes y la banca. Robustiano Vera escribía en 1897: existe en Punta

343
Citado por Juan B. Contardi: La constitución de la Propiedad Rural en Magallanes, p. 4, Punta Arenas,
1899.
344
Ibid., p. 7.
345
Robustiano Vera. La colonia de Magallanes y Tierra del Fuego (1843-1897), p. 496, Santiago, 1897.

433
Arenas “una sucursal del Banco de Tarapacá y Londres, once casas importadoras con
un capital de 80.000 pesos cada una, siendo las principales las de los señores Braun y
Blanchard y la de don José Menéndez. Los señores Braun y Blanchard son dueños de
los vapores Sorart, Cabenda, Antonio Díaz, Vichuquén y Torino. Poseen además los
buques de vela llamados Marta, Gale Rippling Waren. Don José Menéndez es propietario
del vapor Amadeo”.346
Los trabajadores estaban obligados a comprar alimentos y ropas a precios elevados
en las casas comerciales controladas por los mismos dueños que los explotaban en
las empresas ganaderas.
Las relaciones sociales de producción implantadas en las sociedades ganaderas
eran de carácter capitalista. Allí se generó uno de los más combativos sectores del
proletariado rural. Ovejeros, peones, cortadores de carne, esquiladores y velloneros,
constituían las principales especialidades de esta nueva capa obrera que a principios
del siglo XX logró formar el primer organismo sindical de los trabajadores rurales.

346
Ibid., p. XII y XIII.

434
capítulo viii.
Las relaciones de dependencia
en la segunda mitad del siglo XIX

Durante la segunda mitad del siglo XIX se aceleró el proceso de dependencia de nuestro
país respecto de las metrópolis europeas. Hacia fines del siglo pasado, Chile se había
convertido prácticamente en una semicolonia inglesa.
Hasta esa época, las riquezas nacionales estaban en manos de los capitalistas
criollos. La burguesía minera y los latifundistas eran dueños de las minas y de las
tierras. Estas relaciones de propiedad facilitaron un cierto desarrollo del capitalismo
criollo, expresado en el aumento de las exportaciones mineras y agropecuarias, pero
la subordinación al mercado internacional contribuyó dialécticamente a reforzar los
lazos de dependencia.
La división internacional del trabajo, acelerada por la revolución industrial, agudizó
la dependencia porque a Chile le correspondió jugar en el mercado mundial el papel
de proveedor de materias primas y de importador de artículos manufacturados. La
burguesía criolla, interesada fundamentalmente en la exportación de materias primas,
concedió grandes facilidades al capitalismo europeo para la internación masiva de sus
productos industriales en detrimento del ulterior desarrollo de la industria nacional.
La dependencia se manifestaba también en la necesidad de importar maquinaria de
tecnología avanzada proveniente de las metrópolis para renovar el aparato productivo
de las empresas mineras y agrícolas; en la importación de ferrocarriles, líneas telegrá-
ficas, además de los repuestos y materiales nacesarios para las obras de infraestructura
relacionadas con el proceso de urbanización y el desarrollo minero y agropecuario.
Gran parte del excedente económico del país fue a parar por estos conductos a manos
de los capitalistas europeos, especialmente ingleses.
La dependencia se expresaba, asimismo, en la necesidad de recurrir a los barcos
foráneos para la exportación de las materias primas. El pago de fletes era otra forma de
fuga del excedente económico que salía del país. Modernos barcos europeos, con casco
metálico y motor a vapor perfeccionado, desplazaron a los escasos buques nacionales
no solo del comercio exterior, sino también del comercio de cabotaje, acentuando la
dependencia de Chile.

435
El comercio al por mayor estaba controlado en forma casi exclusiva por las casas
extranjeras radicadas en el país, que no se limitaban a importar artículos manufacturados
sino que también jugaban el papel de intermediarios en la exportación de los productos
agropecuarios y mineros de Chile. Además de las casas comerciales relacionadas con
la exportación de cobre y trigo, se crearon otras para la comercialización del salitre.
La firma W.R. Grace fue fundada en Valparaíso el 19 de octubre de 1881 con el propósito
de dedicarse a la exportación de salitre chileno a los Estados Unidos. El capital original
fue de £ 36.000 aportado en acciones de £ 6.000 por Noel West, de Valparaíso; John
W. Grace y E. Eyre, de Lima, y W. Russel Grace, M. P. Grace y Ch. Flindt, de Nueva York.
Hacia 1890, la Casa Grace ya era la mayor exportadora de salitre chileno hacia puertos
estadounidenses.347
La brusca variación de los precios de las materias primas en el mercado mundial,
fenómeno que provocaba frecuentes crisis en Chile, era otra manifestación de nuestra
dependencia. La caída del precio del cobre en la segunda mitad de la década de 1860
determinó la paralización transitoria de algunas faenas con la consiguiente cesantía
de centenares de obreros. El Correo del 3 de enero de 1868 manifestaba:
La paralización de las minas se debe a la baja del cobre en los mercados europeos. Se
trabajan solo las minas cuya ley no baja del 25%. Un gran número de trabajadores busca
ocupación y una gran parte de estos ha emigrado… De Carrizal Alto se anuncia que se
ha dado de baja a más de las dos terceras partes de los operarios. En el departamento
de Caldera y Copiapó sucede lo mismo.348
Las crisis mundiales de 1873 y 1882 provocaron la baja de los precios del trigo y la
plata, coadyuvando al inicio del proceso inflacionista en Chile.
La devaluación monetaria fue una resultante de nuestra condición de país atrasado
y dependiente. La burguesía criolla y las casas exportadoras e importadoras extranjeras
eran altamente beneficiarias con la depreciación del peso chileno, ya que recibían libras
esterlinas por la venta de los productos en el mercado mundial y pagaban salarios,
impuestos y otros gastos en pesos devaluados.

La deuda externa
La política de empréstitos internacionales agudizó el proceso de la dependencia.
Este sistema crediticio permitió a las metrópolis no solo cobrar altos intereses, sino
también presionar sobre los gobiernos para obtener mayores ventajas comerciales, so
pretexto del incumplimiento de los compromisos.

347
Claudio Véliz. Historia de la Marina Mercante de Chile, p. 285, Santiago, 1961.
348
Citado por Hernán Ramírez N.: Historia del Movimiento Obrero… op. cit., p. 114.

436
La historia de la deuda externa chilena, y por extensión la de América Latina, es
parte consustancial de la historia del proceso de dependencia. En el volumen III nos
hemos referido al significado de los préstamos contraídos desde 1822 hasta 1860, año
en el cual la deuda externa ascendía a 13 millones de pesos de 48 peniques.
Durante el período 1860-1890 se contrataron los siguientes empréstitos:

1865 £ 450.000 Thompson, Bonar and Co.


1866 £ 1.120.920 J.J. Morgan y Cía.
1867 £ 2.000.000 J.J. Morgan y Cía.
1870 £ 1.000.000 J.J. Morgan y Cía.
1873 £ 2.276.000 Oriental Bank y City Bank
1875 £ 1.1 33.000 Oriental Bank y City Bank
1885 £ 800.000 City Bank
1886 £ 6.000.000 Rothschild and Sons
1887 £ 1.160.000 Rothschild and Sons
1889 £ 1.546.392 Deutsche Bank y Mendelson
En total, 17 millones y medio de libras esterlinas en préstamos extranjeros que
representaban aproximadamente unos 90 millones de pesos. De cada empréstito se
descontaban gastos de emisión, comisiones, timbres, etc., que reducían sensiblemente
el monto recibido por Chile. Para comprobar esta especulación de las metrópolis,
hemos sumado las cifras compiladas por Evaristo Molina obteniendo los siguientes
totales por concepto de amortizaciones, intereses y comisiones, deducidos de todos
los préstamos contraídos por Chile desde 1822 hasta 1890.

Amortizaciones $ 61.946.100
Intereses $ 53.224.259
Gastos de emisión, avisos, pérdidas en el cambio, etc. $ 20.762.172
Total $ 137.932.531
Fuente: Evaristo Molina: Bosquejo de la hacienda pública de Chile, desde la Independencia hasta la fecha,
p. 210 a 211, Santiago, 1898.

Este cuadro muestra que los intereses ascendieron a más de la mitad del total de
los empréstitos contraídos y que por vía de gastos de emisión, avisos y comisiones,
las casas financieras extranjeras se quedaron con más de la quinta parte del monto
nominal de los préstamos. Las amortizaciones anuales comprometían más de la
tercera parte del presupuesto nacional. A raíz de los empréstitos contraídos durante
la guerra con España, este porcentaje se elevó en forma significativa. En un discurso
pronunciado el 9 de julio de 1867 en la Cámara de Diputados, Lastarria manifestaba:

437
“Hoy tenemos empeñadas en el servicio de nuestra deuda las tres cuartas partes de
nuestras entradas anuales”.349
En numerosas oportunidades, Chile percibió solamente una parte de los préstamos
en dinero efectivo; la otra parte se recibía en maquinarias, repuestos y otros materiales
para obras de infraestructura. Un diplomático chileno de la época comentaba el
negociado que hacían las casas financieras extranjeras:
Con Chile, por ejemplo, la City hace negocios de esta clase: acuerda un empréstito de
un millón de libras, digamos. Comienza por no entregar más que novecientos cincuenta
mil o menos, según se convenga con el negociador. El dinero no tiene por qué moverse
de Londres; será destinado a rieles, a locomotoras, a buques blindados u a otro objeto…
Pero los intereses y la amortización del empréstito van corriendo, y los vamos pagando.
Cuando la deuda queda así extinguida, hemos devuelto más de dos millones de libras
para cancelar las 950 mil que no hemos recibido y no hemos podido guardar.350

La irrupción imperialista en Chile


El proceso de dependencia experimenta un cambio cualitativo a fines del siglo
XIX con la inversión de capital financiero extranjero en las principales actividades
económicas de nuestro país. Hasta ese entonces, el capitalismo europeo no había
efectuado inversiones directas significativas en las actividades productoras.
Hacia 1880, en los prolegómenos de la era imperialista, se hizo relevante el proceso
de inversión de capital financiero extranjero. Las inversiones de Inglaterra en el exterior
subieron “de 800.000.000 de libras esterlinas en 1871 a 3.500.000.000 en 1913. Esta
última cifra representaba para Inglaterra un ingreso mínimo de 200.000.000 de libras;
solo entre los años 1887 y 1889 en la industria minera, la inversión llegó a 127.680.870
libras”, de las cuales 14.277.000 correspondieron a Latinoamérica.351
El cambio significativo en las relaciones de dependencia se produjo en Chile durante
la década de 1880-90. La inversión inglesa de capital productivo o inversión directa
aumentó de aproximadamente 1.400.000 libras esterlinas en 1880 a 18 millones en
1889. En esta fecha la inversión directa representaba las tres cuartas partes del total
de las inversiones inglesas, las cuales ascendían a 26 millones de libras, incluidos los
empréstitos.

349
José Victorino Lastarria. Discurso sobre la necesidad de contestar el discurso de apertura del Congreso
Nacional, separata, 18 de julio de 1867. Además ver Eduardo Cavieres: La deuda interna y externa de
Chile, 1820-1888, Santiago, 1991.
350
Ramón Subercaseaux. Memorias de ochenta años, Tomo I, p. 456, Santiago, 1936.
351
H. Ramírez Necochea. Historia del imperialismo en Chile, p. 95, Ed. Austral, 2ª Ed., Santiago, 1970.

438
El área principal de inversión fue la explotación del salitre. En 1875, el capital inglés
representaba solamente el 15% del total de las inversiones hechas en el salitre. En 1884,
los ingleses controlaban el 34% y en 1890 el 70% de las inversiones salitreras. En este
último año, treinta compañías inglesas invirtieron 10 millones de libras esterlinas en
la explotación del nitrato. Si a esto se suman las inversiones realizadas en ferrocarriles,
en la Compañía de Aguas y en el Banco de Tarapacá, “el monto de capitales invertidos
directa o indirectamente en la industria salitrera subía de 15.000.000 de libras
esterlinas”.352 Los ingleses tenían su propio banco en el Norte de Chile: ‘The Bank of
Tarapacá and London’.
Los ferrocarriles de la zona minera quedaron en poder de los capitales ingleses.
North tomó el control de la mayoría de las acciones del ferrocarril de Tarapacá, que
había pertenecido a una compañía peruana. Luis Aldunate Carrera señalaba en 1894
que “nadie ignora que todas las líneas férreas de propiedad particular que existen en
el país, pertenecen total o semitotalmente a extranjeros y que ellas se gobiernan por
directorios que funcionan en la City de Londres. Los ferrocarriles salitreros de Tarapacá
y del Toco son exclusivamente extranjeros. A capitales extranjeros se adeudan las
líneas que unen nuestro litoral con los minerales connaciones. Las vías férreas de
Atacama y Coquimbo se encuentran en condición análoga y tienen aún sus directorios
en Londres. Exclusivamente inglés es el ferrocarril, como son las minas de carbón de
Curanilahue”.353 En efecto, North invirtió 350.000 libras en las minas de carbón de
la zona de Arauco y en la construcción de un ferrocarril en Curanilahue. Respecto
del ferrocarril de Tarapacá, el autor citado procedentemente señalaba: “Aparece en
la última memoria publicada en Londres, y presentaba a los accionistas de la Nitrate
Railways Company, en sesión de 8 de mayo último, que el balance del año fenecido en
31 de diciembre de 1892 arroja una utilidad líquida de £ 378.993”.354
Fred J. Rippy sostiene que “entre 1882 y 1896 se fundaron en Inglaterra más de
treinta sociedades anónimas con el proposito de aventurarse en el negocio del salitre. Su
capital reunido fluctuaba entre los doce y trece millones de libras esterlinas. El número
total de compañías británicas que operaba fue de 23 a fines de 1890 y de 25 a fines de
1896… El auge de las inversiones salitreras alcanzó su punto álgido en 1888-1889. No
menos de dieciocho empresas se fundaron en aquellos dos años.355

352
Ibid., p. 102.
353
Luis Aldunate Carrera. “La situación económica de Chile entre los años 1892 y 1894”, introducción,
selección y notas de Carlos Ugarte en Estudios de Historia de las Instituciones Políticas y Sociales,
Nº 2, p. 314, Santiago, 1867.
354
Ibid., p. 321.
355
Fred J. Rippy. “Iniciativas económicas del Rey del salitre y de sus socios en Chile”, Rev. Chilena de
Historia y Geografía, Nº 113, pp. 82 y 85, Santiago, 1949.

439
Los ingleses se apoderaron también de las empresas relacionadas con la explotación
de la plata. North invirtió capitales en la mina de plata de Huantajaya. La Revista
Económica de Chile, en su número de 1889, p. 86, señalaba que “la compañía Guanchaca
ha vendido su ferrocarril y el negocio de agua a una sociedad anónima organizada en
Londres con este objeto, por la suma total de 2.100.000 libras esterlinas”. Hacia 1890,
la Beneficiadora de Cavancha y la de Santa Rosa pertenecían a capitalistas británicos.
Estos hicieron además inversiones en las minas de cobre. Según Luis Aldunate: “Es
inglesa y tiene también directorio residente en Londres, la mejor mina de cobre que
hoy se trabaja en Chile, la titulada ‘Dulcinea’ del mineral de Puquios”. Un viajero
europeo de la época, Charles Wiener, anotaba en 1888: “Cerca de Ovalle se encuentran
las formidables explotaciones de cobre de Panulcillo pertenecientes a una compañía
inglesa”.356
Los ingleses hicieron inversiones adicionales en empresas agrícolas. The Nitrate
Provision Supply Company Limited, fundada en 1889 por Robert Harvey, socio de
North, con un capital inicial de 200.000 libras esterlinas, tenía como objetivo comprar
un molino cerca de Talca; “comprar o construir bodegas en diversas ciudades para el
abastecimiento de los frutos del país que se consumen en las oficinas salitreras”.357
Empresarios británicos invirtieron capitales en las sociedades explotadoras de
ganado lanar en Magallanes. Durante las décadas de 1880 y 1890, ingleses arrendaron
cientos de miles de hectáreas en el extremo sur de Chile, a través de las empresas que
ya hemos citado en el capítulo anterior.
La casi absoluta dependencia de Chile respecto de Inglaterra se expresaba en
el plano de las finanzas en el empleo de letras sobre el mercado de Londres. Fetter
comentaba que “uno de los resultados de esta vinculación de la vida económica chilena
con la de Gran Bretaña ha sido el uso de la letra a noventa días sobre Londres como el
principal documento de cambios internacionales, como asimisimo, la adopción de un
tipo de cambio internacional en relación con la moneda inglesa”.358
El control del capitalismo inglés del comercio chileno de exportación e importación
refleja claramente el grado de dependencia de Chile. En 1890, Inglaterra absorbía el
70% de nuestras exportaciones y cubría el 45% de las importaciones de Chile. De un
total de 68 milones de pesos en productos exportados en 1890, Inglaterra compró 47
millones de pesos. A su vez, vendió artículos a Chile por un valor de 30 millones; el
total de las importaciones de Chile en 1890 era de 67 millones de pesos.
Julio Bañados analizaba en 1886 el significado de las inversiones inglesas:

356
Charles Wiener. Chili et Chiliens, p. 186, París, 1888.
357
Justo Abel Rosales. El Coronel North, p. 25, Santiago, 1889.
358
Frank W. Fetter. La inflación monetaria en Chile, Santiago, 1937.

440
En el Economist de Londres, hemos encontrado un cómputo de los capitales ingleses
invertidos en las naciones de la América del Sur… en total 157.794.000. Somos nosotros
los que recibimos capitales extranjeros para devolverlos duplicado o cuadruplicado;
somos nosotros los que trabajamos para que el extranjero se enriquezca y lleve sus
capitales fuera del país cada vez que se le antoja dudar de nuestro crédito o cuando se
encuentra satisfecho en sus expectativas de lucro somos nosotros, en una palabra, los
que no hallamos que hacer para buscar retorno a la montaña de mercaderías que nos
introducen.359
En resumen, hacia 1890 el imperialismo inglés tenía el control del 70% del salitre,
la principal riqueza de Chile en aquella época. Además, era dueño de importantes
minas de plata, cobre y carbón, de la mayoría de los ferrocarriles particulares de la zona
norte, del Banco de Tarapacá, de empresas agropecuarias y de las casas importadoras
más grandes de Chile.
Otros inversionistas extranjeros, aunque de menor importancia que los ingleses,
fueron los alemanes. Su penetración en Chile se vio facilitada por la colonia germana
residente en la zona de Valdivia desde la década de 1850-60. La compañía Siemens
instaló talleres mecánicos y casas importadoras encargadas de vender sus maquinarias
y repuestos a los empresarios chilenos. Los capitalistas alemanes efectuaron inversiones
en actividades mineras, en transporte, bancos y agencias de seguros.
Hernán Ramírez señala que “empresas alemanas realizaron inversiones en el
país, de modo que en 1890, por ejemplo, media docena de oficinas salitreras eran de
propiedad germana y cubrían alrededor del 18% del poder productor de la industria; el
comercio chileno-germano subió de $6.776.972 que era en 1880, a 22.037.101 en 1890,
lo que denota un aumento del 225% en el período de diez años”.360 En 1889, Alemania
concedía el primer empréstito a Chile por valor de un millón y medio de libras esterlinas
a través del Deustsche Bank y Mendelson de Berlín.
En carta del 20 de enero de 1891, el encargado de negocios de Alemania en Chile,
manifestaba a su Canciller:
Las relaciones comerciales de Alemania con Chile, que han tomado especialmente en los
últimos años muy poderoso desarrollo, pueden ser divididas en dos categorías, esto es,
en la introducción de mercaderías alemanas en Chile y en la exportación de productos
naturales de Chile, que se hace por conducto de casas de comercio alemanas, las cuales
otras veces por cuenta de los productores chilenos, a quienes adelantan fondos… El
capital alemán se halla aquí comprometido de manera directa, por estar invertido
en valiosos establecimientos salitreros de dominio propio cuanto en lo que se llama
‘habilitaciones’, que consisten en que chilenos o extranjeros dueños de establecimientos

359
Julio Bañados Espinoza. Nuestra situación económica, escrito en 1888 y recitado en ‘Letras y Espíritu’,
pp. 71 y 72, Valparaíso, 1888.
360
Hernán Ramírez N. Historia del Imperialismo en Chile, op. cit., p. 136.

441
salitreros trabajan, mediante créditos considerables que les han abierto casas de comercio
alemanas o bien en adelantos a pagar hechos a cuenta de contratos de salitre por salitre
que no ha sido embarcado aún. Se embarca de destino a Alemania cargamentos muy
valiosos de metales de oro, plata de Huanchaca, que bajan a embarcarse en Antofagasta
y en las cuales hay invertidos fuertes capitales alemanes.361
El capitalismo francés hizo escasas inversiones en la minería. Su principal influencia
en Chile era de carácter comercial. Había fuertes casas importadoras de origen francés,
cuyos artículos de lujo eran preferidos por la burguesía criolla. Las casas financieras de
Francia otorgaron empréstitos a Chile para la realización de obras de infraestructura,
como la construcción del puente Malleco y la draga del puerto Constitución. En
carta de julio de 1880, Domingo Santa María manifestaba a José Francisco Vergara: el
francés Alfredo Levéque solo “piensa en su negocio y en el de la colonia francesa que
ha traído a Chile con la cual se entiende admirablemente. Estos demonios, como el de
Chambran de Valparaíso, no piensan más que en hacer plata. Ahora se arma una draga
en Constitución, pudiendo armarse en Talcahuano, costando la obra, puesta en manos
francesas, lo siguiente: flete a Constitución $12.000, sueldos de los nueve franceses
traídos de Europa en seis meses $12.000, armar la draga $30.000… Todavía temo que
Lévéque meta otra vez sus puentes para el ferrocarril”.362
La penetración del capital financiero extranjero cambió el carácter de la depen-
dencia, convirtiendo a Chile en semicolonia inglesa. Las riquezas nacionales pasaron
en su mayoría a manos de las empresas extranjeras. El nuevo carácter que adquirió la
dependencia, fue la expresión del cambio cualitativo que se produjo en las relaciones
de propiedad en la minería marcando el proceso de declinación de la burguesía minera
criolla y el control imperialista de los productos básicos de Chile. La semicolonización
fue la forma concreta que asumió la dependencia a fines del siglo pasado.
El acelerado control imperialista de las materias primas determinó la aparición de
una forma de nacionalismo en Chile. La reacción en contra de la creciente penetración
imperialista, manifestada al comienzo en forma esporádica por algunos políticos,
periodistas e intelectuales, fue adquiriendo volumen hasta plasmarse en 1890 en un
fuerte movimiento liderado por el presidente Balmaceda.
Las críticas a la dominación imperialista cobraron mayor vigor a partir de 1889,
año de cuantiosas inversiones de capital financiero en el salitre. El diario El Ferrocarril
señalaba que la zona salitrera se había convertido “en una especie de pequeña parte de la
India inglesa usufructada por una multitud de sociedades anónimas organizadas fuera
361
Cancillería Alemana. Los acontecimientos en Chile, Valparaíso, sin fecha, probablemente editado en
1892.
362
Cartas políticas de Domingo Santa María a José Francisco Vergara (1878-1882), recopilación, prólogo
y notas de Horacio Aránguiz en Estudios de historia de las Instituciones Políticas y Sociales, Nº 1, p.
357, Santiago, 1966.

442
de Chile, sin ningún interés nacional, cuyos directorios pueden entenderse fácilmente
y establecer todos los monopolios de la producción y de los consumos, dejando a la
nación una soberanía más nominal que real… Tarapacá no puede, no debe ser ni será
jamás factoría extranjera: el pueblo de Chile no consentirá jamás que esa provincia,
como ninguna otra de la República, sea hacienda extranjera usufructada por compañías
anónimas y cuyos valiosos productos vayan a enriquecer ingleses residentes en Londres
u otros puntos de la Gran Bretaña, ni que se nos deje la tolerada y nominal soberanía
que se dejaba a los Nabastos de India o reyezuelos de Asia por las compañías que han
conquistado esas regiones”.363
Francisco Valdés denunciaba la gestación del monopolio del salitre:
Dicha empresa tendría en sus manos todo el comercio de Chile, jugaría con el cambio
sobre Europa y ejercería en la marcha de los negocios una influencia que no tendría
ni podría tener contrapeso alguno. Su dominio en la parte norte de la provincia de
Atacama y en los territorios de Antofagasta y Tarapacá sería absoluto. No habría trabajo
ni movimiento comercial sino en los lugares que ella fijara, pues una simple orden de
su directorio determinaría las salitreras que deberían mantenerse en actividad y dejaría
las otras en reserva para el porvenir. Ella tendría, por consiguiente, derecho de vida
o muerte sobre todas las poblaciones de ese extenso litoral chileno y en sus manos
tendrían forzosamente que caer los ferrocarriles… El monopolio del salitre en poder de
una empresa o compañía privada, constituiría un odioso e insoportable tutelaje sobre
los intereses públicos y privados de Chile.364
El Heraldo de Valparaíso señalaba el 25 de febrero de 1889:
No menos grave es el problema que hay que resolver en Tarapacá. Con nuestra sangre
y con nuestro sacrificio conquistamos allí riquezas que antes habíamos fecundado con
nuestro sudor y nuestro esfuerzo. Entretanto ahora van pasando ellas con inusitada
rapidez a manos de especuladores extranjeros que no tienen raíces en Chile ni interés
por su prosperidad ni amor por su progreso. ¿Qué bien nos hacen en efecto las sociedades
anónimas que desde Londres se van adueñando de nuestro salitre? A nuestro juicio
absolutamente ninguno.365
No obstante estas protestas, el movimiento nacionalista no fue respaldado por
los sectores mayoritarios de la burguesía criolla, incapaces de asumir una política
nacional consecuente. La burguesía criolla comprometida con el capitalismo extranjero
combatió el proyecto político nacionalista de Balmaceda promoviendo junto al

363
El Ferrocarril 26 de mayo de 1889.
364
Francisco Valdés Vergara. La crisis salitrera y las medidas que se proponen para remediar, pp. 20 y
21, Santiago, 1884.
365
Citado por Hernán Ramírez N.: Historia de Imperialismo en Chile, op. cit., p. 109.

443
imperialismo inglés la guerra civil de 1891, cuyo resultado consolidó el proceso de
transformación de Chile en semicolonia inglesa.

La dependencia cultural
La dependencia se expresó, asimismo, en el plano cultural, en la vida cotidiana
y hasta en las costumbres. Se copiaron no solo los esquemas políticos europeos y
su liberalismo económico, sino también las corrientes pictóricas y literarias. Los
programas educacionales, desde la escuela primaria hasta la universidad, parecían
estar más bien dirigidos a alumnos europeos que a chilenos, pues había que estudiar
desde el latín hasta los pormenores de la vida europea. El venezolano Simón Rodríguez,
que estuvo en Chile, se lamentaba de que se estudiaba más a los griegos que la vida
de nuestros indígenas.
La moda era copiada de París, al igual que los jarrones y tapices que engalanaban
las casas. Hasta fue reemplazada la “once” criolla por el “five o’clock tea”. También la
guitarra por el piano de cola. Solo se mantuvieron, como última línea de resistencia,
las comidas tradicionales.

444
capítulo ix.
El Gobierno de Balmaceda
y la guerra civil de 1891

La gestión presidencial de Balmaceda comprende, a nuestro juicio, dos fases fundamen-


tales: una de 1886 a 1889, y otra de 1889 a 1891. Durante la primera fase de su gobierno,
Balmaceda contó con el respaldo casi unánime de la burguesía, porque su política se
mantuvo dentro de los marcos tradicionales impuestos por los anteriores gobiernos
liberales. En cambio, durante la segunda fase de su gobierno perdió el apoyo de los
sectores mayoritarios de la burguesía al plantear un proyecto político nacionalista que
afectaba los intereses del imperialismo inglés y comprometía las tradicionales relacio-
nes de los exportadores criollos con la principal metrópoli del mundo. La contradicción
de intereses entre los sectores que procuraron realizar un ensayo nacionalista y los
que prefirieron consolidar los lazos de dependencia con la metrópoli inglesa condujo
a la guerra civil de 1891.
En el transcurso de este agudo proceso social se fueron operando importantes
cambios en la concepción política liberal del presidente de la República.
José Manuel Balmaceda nació en 1838, hijo de una familia terrateniente, descen-
diente de mayorazgos, propietario de los fundos Nilahue en Vichuquén, San Antonio
de Naltagua en Melipilla y Peralillo y Ripangui en Curacaví, a los cuales explotó con un
criterio capitalista moderno. Se hizo liberal a temprana edad. En 1864, fue designado
miembro de la delegación al Congreso Americano de Lima, uno de los últimos intentos
de unidad latinoamericana en el siglo XIX. Cuatro años después, colaboró en forma
activa en la creación del Club de la Reforma, institución promotora de las reformas
constitucionales y religiosas efectuadas por el liberalismo en la segunda mitad del siglo
pasado. Embajador en Argentina durante la Guerra del Pacífico, ministro de Relaciones
Exteriores y, posteriormente, Ministro del Interior, Balmaceda era en 1886 el líder liberal
más indicado para suceder a Domingo Santa María en la presidencia de la República.
Las posiciones democrático-burguesas de Balmaceda en ese entonces no rebasaban
el plano de las reformas superestructurales relacionadas con la ampliación de las
libertades públicas, las reformas constitucionales y la delimitación de funciones entre
el Estado y la Iglesia.

445
La candidatura presidencial de Balmaceda contó con el respaldo de los partidos
Liberal y Nacional y con el visto bueno del oficialismo. Reiterada la postulación de
José Francisco Vergara, dirigente del Partido Radical, Balmaceda quedó como el único
candidato de los sectores mayoritarios de la burguesía. Los postulados de Balmaceda
aseguraban el continuismo de la política liberal.
Sin embargo, en su discurso-programa de 1886 Balmaceda logró deslizar un
concepto nuevo en la política económica del país: la necesidad de promover un
desarrollo industrial apoyado por el Estado. En aquella oportunidad, Balmaceda dijo:
El cuadro económico de los últimos años prueba que dentro del justo equilibrio de los
gastos y de las rentas, se puede y se debe emprender obras nacionales reproductivas que
alienten muy especialmente la hacienda pública y la industria nacional (…) si el Estado,
conservando el nivel de sus rentas y de sus gastos, dedica una porción de su riqueza a la
protección de la industria nacional, sosteniéndola en sus primeras pruebas; si hacemos
concurrir al Estado con su capital y sus leyes económicas y concurrimos todos, individual
o colectivamente, a producir más y mejor y a consumir lo que producimos, una savia
más fecunda circulará por el organismo industrial de la República y un mayor grado de
riqueza nos dará este bien supremo de un pueblo trabajador y honrado. Vivir y vestirnos
por nosotros mismos.366
Era la primera vez en la historia de Chile que un candidato a la Presidencia de la
República planteaba que el Estado invirtiera parte de sus ingresos fiscales en promo-
ver el desarrollo de la industria nacional, diferenciándose de la tradicional política
económica libre-cambista.
El discurso-programa de Balmaceda no contenía, sin embargo, medidas progresivas
respecto de los bancos, de la propiedad territorial, de los ferrocarriles y de la inversión
del capital extranjero en el salitre.

La primera fase del gobierno de Balmaceda (1886-1889)


La primera fase del gobierno de Balmaceda, presidente a los 48 años de edad, se
caracterizó por la aplicación de una política de corte tradicional, respaldada por los
sectores mayoritarios de la burguesía. La alianza de los partidos Liberal, Radical y
Nacional fue la base de sustentación política de su gobierno en este período. En sus
ministerios figuraron los personajes más representativos de la burguesía minera,
comercial, agraria y financiera: Agustín Edwards, Ramón Barros Luco, Augusto Matte,
Demetrio Lastarria, Isidoro Errázuriz, Ismael Valdés Vergara, etc. Antes de que se
convirtiera en jefe de la rebelión armada contra Balmaceda, Julio Zegers manifestaba:

366
Julio César Jobet. Ensayo crítico del desarrollo económico-social de Chile. Ed. Universitaria, Santiago, 1955.

446
“El programa político presidencial satisfacía tan ampliamente mis aspiraciones que
no vacilé en aceptar el honor de tener parte en el ministerio”.367
Balmaceda promovió a cargos ministeriales no solamente a los liberales de su
partido sino también a los elementos más destacados del Partido Nacional, como
Agustín Edwards. El balmacedista Julio Bañados señalaba que “el Partido Nacional
acrecentaba su poder en condiciones que no había tenido jamás desde la caída del
gobierno en 1861”.368
La situación económica durante la administración de Balmaceda fue relativamente
más próspera que en períodos anteriores. La producción del principal producto de
exportación, el salitre, aumentó de 9.790.000 quintales métricos en 1886 a 20.000.000
en 1889, aportando al Fisco una entrada de 16 millones de pesos por concepto de
derechos de exportación. En el período comprometido entre 1886 y 1889 el peso
chileno se valorizó tres puntos, de 24 a 27 peniques, fenómeno que no ocurría desde
hacía más de una década en el país. La producción de trigo y harina se mantuvo en los
altos niveles del decenio anterior. El cobre fue uno de los pocos productos que bajaron
su rendimiento, continuando la curva descendente, en cuanto a precio y producción,
iniciada en 1880. La incapacidad de la burguesía minera para invertir capital constante
en la renovación del aparato productivo había determinado que el cobre chileno fuera
desplazando por la competencia norteamericana y japonesa en el mercado mundial.
El aumento de las entradas fiscales proveniente del salitre permitió al gobierno
realizar un vasto plan de obras públicas. El Ministerio del ramo aumentó su presupuesto
de $8.324.090 en 1898 a $23.801.021 en 1890. Se inauguraron 2.787 km. de líneas
telegráficas. En menos de 5 años, se construyeron 990 kilómetros de vías férreas,
tantos como lo que habían hecho los gobiernos precedentes. Fueron inaugurados los
ferrocarriles de Victoria a Osorno, de Calera a La Ligua, de Salamanca a Illapel y Los
Vilos y el ramal de Santiago a Melipilla.
Se inició la construcción de un dique en Talcahuano por valor de 540.000 libras
esterlinas y se concluyeron los grandes puentes de Malleco, Bío-Bío, Laja y Ñuble. Se
terminó la canalización del río Mapocho. Fueron habilitados nuevos caminos y obras
de infraestructura relacionadas con la necesidad de bajar los costos de la producción
minera y agropecuaria.
Este vasto plan de obras públicas tendía, según los planes del gobierno, a reactivar
la economía general del país.
Procuro –decía Balmaceda en un discurso pronunciado en La Serena– que la riqueza
fiscal se aplique a la construcción de liceos y escuelas, y establecimientos de aplicación de
todo género, que mejoren la capacidad intelectual de Chile… No cesaré de emprender la
367
Julio Zegers. Memorándum político de Octubre de 1889, Santiago, 1890.
368
Julio Bañados E. Balmaceda, su gobierno y la Revolución de 1891, Tomo I, p. 138, París, 1894.

447
construcción de vías férreas, de caminos, de puentes, de muelles y de puertos que faciliten
la producción, que estimulen el trabajo, que alienten a los débiles y que aumenten la
savia por donde circula la vitalidad económica de la nación.369
Balmaceda trató de modernizar los planes educacionales. Promovió la creación
del Instituto Pedagógico. Hizo construir numerosas escuelas primarias y secundarias
y los edificios de las Escuelas Normales de Preceptores, de Medicina y Artes y Oficios.
El presupuesto del Ministerio de Instrucción Pública, que había sido de $901.358 en
1880, subió a $7.198.553 en 1890.
Las Fuerzas Armadas fueron altamente beneficiadas con la construcción de las
Escuelas Militar y Naval y con la compra de nuevo material bélico, como modernos
buques blindados, para lo cual se invirtieron unas 400.000 libras esterlinas. El
presupuesto del Ministerio de Guerra aumentó de $650.471 en 1886 a $7.474.190 en
1889 y de la Marina de $2.996.610 en 1886 a $6.693.086 1889.370
Poco antes, Balmaceda había contratado al oficial alemán Emil Körner para
modernizar las Fuerzas Armadas. La escuela francesa comenzó a ser reemplazada
por la alemana, inaugurándose en fenómeno de “prusianización” del Ejército chileno.
Balmaceda planteó en esta fase de su gobierno una reforma constitucional destinada
a fortalecer las atribuciones del Parlamento. En su discurso del 1 de junio de 1887
manifestó: “Deseo la realización práctica del gobierno parlamentario, con partidarios
de ideas y organizados, que vibren en la libre discusión, en la vigilante fiscalización de
los actos de los servidores públicos”.371 Balmaceda no tardaría en arrepentirse de esta
proposición que tendía a debilitar el régimen presidencialista, prontamente atacado
por los elementos más reaccionarios del Congreso.
El gobierno promulgó una ley sobre nombramiento de jueces en la que reducía
también la intervención del Ejecutivo en la generación del Poder Judicial. Hizo aprobar
nuevas reformas constitucionales que ampliaron los derechos ciudadanos, al rebajar
de 25 a 21 años la edad para poder votar, eliminar el voto restrictivo, el registro trienal
y la boleta de calificación, reemplazándola por el registro permanente de votantes.
En 1888 hizo aprobar una ley electoral que solo exigía saber leer y escribir para votar
a los mayores de 21 años.
Durante el gobierno de Balmaceda, la incipiente industria del país tuvo un ritmo
de desarrollo superior al de los períodos anteriores. Si bien es cierto que la industria
en Chile no surgió con Balmaceda, como han sostenido algunos autores, es evidente

369
Citado por Julio César Jobet: Ensayo crítico…, op. cit., p. 81.
370
Evaristo Molina. Bosquejo de la Hacienda Pública de Chile desde la Independencia hasta la fecha,
Santiago, 1898, pp. 82 ss.
371
Citado por Francisco A. Encina: Historia de Chile, Santiago, 1950, T. XIX, p. 103.

448
que bajo esta administración no solo se consolidaron las industrias creadas en décadas
anteriores sino que se fundaron nuevas fábricas y talleres artesanales.
La política industrial de Balmaceda diseñada en el discurso-programa de 1886, que
hemos citado anteriormente, fue ratificado el 5 de noviembre de 1888 por el Presidente
en la Exposición Nacional realizada en Santiago: “¿Por qué no se fabrica en Chile todo
el papel que Chile consume, y no se elaboran las telas de algodón y las análogas y de
uso general?… ¿Es posible que en esta tierra del hierro y del carbón no produzcamos
y elaboremos acero?”.
Sin embargo, estas declaraciones públicas no se tradujeron en proyectos concretos
de inversión significativa de capital en la industria ni en medidas realmente protec-
cionistas. No hubo un avance significativo de la industria manufacturerra tendiente
a la sustitución de importaciones de productos de consumo popular, sino realmente
un desarrollo relativo de aquellas industrias, como fundiciones y maestranzas, que
producían herramientas y repuestos para abastecer las necesidades urgentes de las
explotaciones mineras y agropecuarias. Es decir, se estimularon las industrias que
estaban en función de las necesidades de la tradicional economía de exportación
de materias primas. Si no se hace esta diferenciación es muy fácil caer en el error de
magnificar el desarrollo industrial bajo el gobierno de Balmaceda, como lo han hecho
algunos historiadores.
El plan de construcciones fiscales, impulsado por el Ministerio de Industrias y
Obras Públicas creado en 1887, favoreció el mencionado desarrollo de las fundiciones
y maestranzas. El gobierno encargó a los establecimientos de Lever y Murphy la
construcción de doce locomotoras y a otras fábricas la elaboración de estructuras
metálicas para los grandes puentes de Malleco, Bío-Bío, Laja y Ñuble.
En resumen, durante el gobierno de Balmaceda hubo un relativo desarrollo
industrial, especialmente de las fábricas relacionadas con las necesidades de los planes
de obras públicas y de las empresas productoras de materias primas básicas. En rigor
a la verdad, no hubo una real política de desarrollo destinada a abastecer al mercado
interno y a liberarse de la dependencia industrial foránea.
La política agraria de Balmaceda se limitó a continuar la tarea de colonización de
la zona sur, iniciada por los gobiernos anteriores. Se otorgaron cien hijuelas cerca
de Traigén, Victoria y Purén. Se instalaron nuevas colonias en Malleco y Cautín. En
el Mensaje Presidencial de 1888 al Congreso, Balmaceda señaló que “las colonias
extranjeras en el territorio de Arauco tienen por objeto dar la norma de un progreso
más avanzado que el nuestro al resto de la población nacional que se derrama en
aquella región”.372

372
Mensaje del 1 de junio de 1888 del Presidente al Congreso Nacional.

449
En la región de Magallanes, el gobierno favoreció la formación del latifundio
al otorgar más de un millón de hectáreas en arriendo al extranjero José Nogueira,
medida criticada por algunos chilenos de la zona, como Juan Contardi, en un folleto
de la época: “No puede servir de justificativo a esta concesión descabellada de tierras
fiscales el propósito de llevar capitales nacionales a la colonia austral de Chile, pues
el 75% del capital de la Sociedad Explotadora es extranjero y de las 2.500 acciones
que la representan 1.301 están en poder de una sola familia, también extranjera”.373
El gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, comentaba los alcances del decreto
gubernamental en una Memoria sobre la Tierra del Fuego y sus naturales: “En una
excursión que he hecho he tenido oportunidad de cerciorarme que los terrenos
comprendidos en la concesión Nogueira abarcan casi la totalidad de las tierras aptas
para la ganadería”.374
Con relación al problema indígena, Balmaceda tuvo una política similar a la prac-
ticada por los presidentes que le antecedieron, legitimando el proceso de usurpación
de tierras y poniendo en remate terrenos que habían pertenecido a los mapuche.

La segunda fase del gobierno de Balmaceda (1889-1891)


A mediados de 1889, Balmaceda formula por primera vez las bases de una política
nacionalista, fundamentada en la necesidad de frenar el acelerado proceso de
penetración del imperialismo inglés en el salitre, como asimismo morigerar el control
extranjero en el transporte y comercialización del nitrato.
Su hermano José Exequiel le escribía desde Madrid en 1887:
Querido José Manuel:
… Los saliteros de Tarapacá nos hacen un grave daño, a mi juicio, con la limitación
del producto, cuya consecuencia natural es mantener los altos precios del mercado
extranjero. Pero, estos altos precios del mercado extranjero, estimulan la fabricación de
abonos artificiales, que al fin van a concluir con los guanos y el salitre de Tarapacá. Es
muy conveniente que se haga luego la enajenación de las salitreras del Estado para que
los ingleses se sometan por la fuerza de las cosas a la mayoría de los salitreros chilenos
que ha de quedar en territorio de Iquique.375
Este proyecto político, que alteraba el cuasi-secular compromiso de dependencia
de la clase dominante criolla con la principal metrópoli del mundo, condujo a una
rápida polarización en contra del gobierno. Balmaceda fue radicalizando su concepción
373
Juan B. Contardi. La Constitución de la Propiedad Territorial en Magallanes, p. 10, Punta Arenas,
1899.
374
Ibid., p. 11.
375
Eduardo Balmaceda Valdés. Del presente y del pasado, Ed. Ercilla, Santiago, 1941.

450
política a medida que se agudizaban las contradicciones con la oposición, atacando
no solo a los salitreros ingleses, sino también a sus socios menores criollos. En el
transcurso de solo dos años, los últimos de su vida, Balmaceda se convirtió en el
político nacionalista burgués más importante de Chile en la segunda mitad del siglo
pasado y uno de los más destacados de América Latina, fenómeno que no ha sido
suficientemente subrayado.

Política salitrera
El plan de Balmaceda consistía básicamente en impedir que el capital financiero
inglés continuara apoderándose de la principal riqueza nacional. Con el fin de quebrar
el monopolio que ejercían los capitales británicos en el salitre, propuso la formación de
compañías salitreras de capitalistas nacionales, cuyas acciones fueran intransferibles
a empresas extranjeras.
Esta política no significaba en absoluto la nacionalización del salitre, como han
sostenido algunos autores, sino un intento positivo, para aquella época, de preservar
la principal riqueza del país para los capitalistas chilenos. La nacionalización de
cualquier actividad económica implica siempre la expropiación tanto de las compañías
extranjeras como de las empresas privadas de la burguesía nacional, pasando el Estado
a hacerse cargo de la explotación del producto.
Balmaceda no planteó en ningún momento la expropiación de las compañías
inglesas. Tampoco estaba en sus planes la necesidad de que el Estado se hiciera cargo
de la explotación salitrera, ni siquiera de aquellas estacas que aún quedaban en manos
del Fisco. En el proyecto del 8 de junio de 1888, Balmaceda solicitaba al Congreso
que se autorizara al Ejecutivo “para que proceda a la venta en subasta pública de los
establecimientos salitreros del territorio de Tarapacá que han pasado a dominio del
Estado”. Durante la discusión de este proyecto, el Ministro de Hacienda, Enrique
Sanfuentes, manifestó: “Nos cabe el honor de defender la libertad comercial, con todos
sus inestables beneficios (…) estimularemos el interés para que imprima un lógico
desenvolvimiento a la industria salitrera”.376
En este proyecto no se establecía que las salitreras solo podían ser subastadas por
chilenos, como lo propuso más tarde Balmaceda. El único político clarividente que se
opuso al proyecto fue Luis Aldunate Carrera:
En 1888 nuestra voz fue la única que se alzara en el Congreso para combatir la venta al
martillo de las salitreras del Estado, propuesta desde esa fecha por el gobierno. Nuestro
voto fue también el único que rechazara ese proyecto que, por señalada fortuna del

376
Boletín de Sesiones Ordinarias del Senado, 1888, pp. 239-240.

451
país, no llegó a ser Ley de la República. Sosteníamos en aquella ocasión, con razones
que juzgamos incontrastables, que la venta al martillo de las oficinas del Estado, llevaría
recta e incuestionablemente al dominio y al monopolio extranjero.377
La Revista Económica, de tendencia conservadora, criticaba en 1888 esta posición
nacionalista en un artículo de Agusto Matte titulado “La venta de las salitreras del
Estado”:
Se ha hablado de organizar con las salitreras fiscales una gran sociedad nacional, en
que se diera entrada únicamente al capital chileno (…) Pero para poner en ejecución ese
elevado pensamiento en la forma en que se indica, tendríamos que comenzar por torturar
los principios de libertad que han servido de norma a nuestro organismo económico,
principios en virtud de los cuales hemos abierto ampliamente los brazos a la cooperación
del noble elemento extranjero.378
La penetración del capital financiero inglés en las salitreras se aceleró durante 1888
y 1889, fundándose en esos dos años unas dieciocho nuevas empresas que, sumadas a
las anteriores, llegaron a controlar el 70% de las explotaciones salitreras.
Balmaceda comprendió que de continuar con la política de remate de las salitreras
del Estado, la principal riqueza del país pasaría en su totalidad a manos extranjeras.
Quedaban en poder del Estado los establecimientos que Chile tuvo que comprar en
1887 a los salitreros alemanes, que habían damandado al gobierno peruano por el no
pago de los certificados otorgados antes de la Guerra del Pacífico. Para satisfacer los
reclamos de Alemania, potencia con la cual Chile tenía activo comercio, Balmaceda se
vio obligado a pagar esos certificados salitreros de Tarapacá. El Estado se hizo cargo de
sesenta y siete establecimientos avaluados en más de diez millones de pesos.
La decisión de Balmaceda de impedir que los extranjeros tuvieran derecho a
subastar las salitreras de propiedad del Estado, afectó precisamente los planes del
imperialismo inglés, que aspiraba a apoderarse de la totalidad de esta riqueza nacional.
En el discurso pronunciado en Iquique el 8 de marzo de 1889, Balmaceda dio a
conocer los fundamentos de su nueva política salitrera:
La propiedad particular es casi toda de extranjeros y se concentra exclusivamente
en individuos de una sola nacionalidad. Preferible sería que aquella propiedad fuera
también de chilenos. La próxima enajenación de una parte de la propiedad salitrera del
Estado abrirá nuevos horizontes al capital chileno si se modifican las concesiones en
que gira y se corrigen las preocupaciones que lo retraen. La aplicación de capital chileno
en aquella industria producirá para nosotros los beneficios de la exportación de nuestra

377
“La situación económica de Chile entre los años 1892 y 1894, juzgada por Luis Aldunate Carrera” en
Estudios de Historia de la Instituciones Políticas y Sociales, Nº 2, p. 325, 1967.
378
Augusto Matte. “La venta de las salitreras del Estado”, en Revista Económica, Nº 18, p. 429, del 1 de
octubre de 1888.

452
propia riqueza y la regularidad de la producción sin los peligros de un posible monopolio.
Ha llegado el momento de hacer una declaración a la República entera. El monopolio
industrial del salitre no puede ser empresa del Estado, cuya misión fundamental es solo
garantizar la propiedad y la libertad. Tampoco debe ser obra de particulares, ya sean estos
nacionales o extranjeros, porque no aceptaremos jamás la tiranía económica de muchos
ni de pocos. El Estado habrá de conservar siempre la propiedad salitrera suficiente para
resguardar con su influencia la producción y su venta, y frustrar en toda eventualidad
la dictadura industrial de Tarapacá.
Balmaceda precisó aun más las bases de su nueva política salitrera en el Mensaje
del 1 de junio de 1889: Entre los proyectos pendientes en el Congreso “el de la venta
de salitreras tiene una importancia cardinal (…) A la vez que se entreguen a la libre
competencia las salitreras redimidas, deberán enajenarse gradualmente hasta 4.000
estacas escogidas entre los mejores chilenos (…) con acciones intransferibles durante
un lapso de tiempo, y después solo transferibles a chilenos. Enajenadas las salitreras
redimidas y las 4.000 estacas destinadas a establecimientos nacionales, se venderían
anualmente en lo futuro una mitad de estacas en libre licitación y competencia y la
otra mitad a accionistas chilenos intransferibles a extranjeros (…). Es verdad que no
debemos cerrar la puerta a la libre competencia y la producción de salitre en Tarapacá,
pero tampoco debemos consentir que aquella vasta y rica región sea convertida en una
simple factoría extranjera”.
En síntesis, la nueva política de Balmaceda, basada en un informe entregado en
diciembre de 1888 por el Inspector de Salitreras Gustavo Jullian, consistía funda-
mentalmente en lo siguiente: a) impedir que los capitalistas extranjeros continuaran
apoderándose de la principal riqueza de Chile, quebrando el monopolio inglés, aunque
respetando la explotación extranjera existente; b) promover la creación de “estableci-
mientos chilenos”, de empresas de “accionistas chilenos y con acciones intransferibles
durante un lapso de tiempo y solo después transferibles a chilenos”; c) el Estado no se
haría cargo de la explotación del salitre, su papel era garantizar la propiedad privada y
la libre empresa, evitando la “tiranía económica” de unos pocos, es decir el monopolio,
para lo cual el Estado conservará “la propiedad salitrera suficiente para resguardar con
su influencia la producción y su venta”.
En otras palabras, la política de Balmaceda no asumió en ningún caso el carácter
de una nacionalización. Su objetivo básico era que una parte de esta riqueza nacional
quedara en manos del capital privado chileno. Lo progresivo de esa política en aquella
época consistía en frenar la penetración del capital financiero extranjero con el fin
de permitir el desarrollo de un capitalismo nacional en un área clave de la economía
chilena.
Uno de los motivos esenciales que condujeron a Balmaceda a formular este proyecto
nacionalista fue la brusca disminución de las entradas fiscales que había provocado la

453
Combinación Salitrera de 1884. Los productores del salitre, especialmente los ingleses,
acordaron ese año limitar la producción con el fin de provocar un alza de los precios
en el mercado mundial. La producción de salitre, estimada en 12.825.664 quintales en
1883, descendió bruscamente a 9.479.149 en 1885 y a 9.800.443 en 1886, recuperándose
recién en 1887, cuando el monopolio resolvió suspender transitoriamente el acuerdo de
la “Combinación Salitrera”. Como se comprenderá, esta baja artificial de la producción,
provocada con fines especulativos para lograr un aumento del precio del salitre en el
mercado internacional, proporcionaba pingües ganancias al capital foráneo, afectando
las arcas nacionales. Los ingresos aduaneros disminuyeron de $30.302.815 en 1885 a
$23.370.862 en 1887”.379
El peligro que significaba el monopolio salitrero inglés parta la estabilidad de las
entradas aduaneras era analizado por Guillermo Billinghurst, luego del discurso de
Balmaceda en Iquique:
¿Es prudente que el Estado, cuyos principales recursos financieros los constituye el
derecho de explotación del salitre, permanezca impasible, viendo que esta industria se
reconcentra en manos de determinados grupos extranjeros? (…) ¿De dónde se deduce
que el gobierno no deba, dentro de la esfera de sus atribuciones financieras, precaverse
contra todas las maniobras que tengan por objeto cercenar esa renta o sujeto a la acción
intermitente de las coaliciones industriales?380
Balmaceda era consciente de que una nueva “Combinación Salitrera”, como la de
1884, pondría en peligro su vasto plan de obras públicas y de otras actividades tendien-
tes a reactivar la economía del país. Su lucha contra los salitreros ingleses se hizo más
resuelta al tener conocimiento de que para enero de 1891 se preparaba la formación
de otra “Combinación Salitrera”.
La nueva política enunciada por Balmaceda suscitó de inmediato ácidas críticas de la
prensa pro-británica. The Chilean Times, periódico editado en Valparaíso por la colonia
inglesa, atacaba al gobierno por haber planteado una posición “estrecha de espíritu” en
los precisos instantes en que John T. North viajaba de Inglaterra a Chile. El periodista
William Howard Russell, que venía en la comitiva de North, comentaba la gira de
Balmaceda por el Norte: “Ha pronunciado discursos que pueden ser considerados como
la enunciación de una nueva política: ‘Chile para los chilenos’. Es sabido que el coronel
North ha venido desde Europa a solidificar y extender intereses, con respecto a cuyo
crecimiento el programa del Presidente parece ser adverso, según se ha informado”.381

379
Evaristo Molina. Bosquejo… op. cit., pp. 69 y 70.
380
Guillermo Billinghurst. Los capitales salitreros de Tarapacá, Santiago, 1889, Capítulo I.
381
William Howard Russell. A vist to Chile and the nitrate fields of Tarapacá, pp. 42 y 43, cit. por Hernán
Ramírez. Balmaceda y la contrarrevolución de 1891, Ed. Austral, Santiago, 1969, p. 97.

454
El 16 de marzo de 1889, El Ferrocarril señalaba que los propósitos de North en su
viaje a Chile “serán frustrados si S.E. mantiene en el terreno de la práctica las ideas
sustentadas en su discurso”. El diario El Mercurio del 25 de marzo del mismo año
expresaba que los planteamientos del Presidente “habrán contraído quizá un tanto los
propósitos de Mr. North en relación a Tarapacá y sus importantes industrias”.
El plan de Balmaceda cuestionaba no solamente los negocios del señor North,
sino la política general del capitalismo inglés que, con sus socios criollos, comenzó a
preparar la capitulación, la renuncia o el derrocamiento de Balmaceda. El imperialismo
no estaba dispuesto a darle tiempo a Balmaceda para que aplicara una política que
ponía en peligro la expansión de su capital financiero y las especulaciones de la
“Combinación Salitrera”.

Política sobre ferrocarriles


La política de Balmaceda sobre ferrocarriles formaba parte de su proyecto nacio-
nalista tendiente a limitar el acelerado proceso de control extranjero del país.
Las inversiones de capital financiero en los ferrocarriles, acrecentadas desde
principios de la década de 1880, le habían permitido ejercer un control decisivo sobre
los ferrocarriles de la zona minera del Norte, especialmente aquellos relacionados con
el transporte de salitre y cobre. Luis Aldunate denunciaba que tanto los ferrocarriles
de Tarapacá y de Antofagasta como los de Atacama y Coquimbo eran de propiedad de
compañías con directorios en la City de Londres. Hacia fines de la década de 1880, el
Estado solo conservaba las líneas férreas de la zona central y sur, con excepción del
ferrocarril de Arauco, que había pasado a manos de John T. North.
Uno de los objetivos básicos de Balmaceda era quebrar el monopolio de los fe-
rrocarriles salitreros que ejercía Mr. North, “el rey del salitre”. En la medida que se
otorgaban mayores facilidades de transporte a los salitreros criollos –terminando con
la subordinación a un monopolio ferrocarrilero perteneciente a los mismos extranjeros
que monopolizaban el salitre – más factible sería la formación de esas sociedades de
capitalistas nacionales que el gobierno propugnaba para la explotación del salitre. En
este sentido, los planes de Balmaceda sobre los ferrocarriles del Norte estaban íntima-
mente ligados con su política salitrera.
El presidente dio a conocer su nueva política sobre ferrocarriles el 9 de marzo de
1889 en un discurso pronunciado en Iquique.
Espero que en época próxima todos los ferrocarriles de Tarapacá serán propiedad Na-
cional; aspiro a que Chile sea dueño de todos los ferrocarriles que crucen su territorio.
Los ferrocarriles particulares consultan necesariamente el interés particular, así como

455
los ferrocarriles del Estado consultan, antes que todo, los intereses de la comunidad,
tarifas bajas y alentadoras de la industria fomentadora de valor de la propiedad misma.382
Sin embargo, esta política no alcanzó a concretarse en ningún decreto de expro-
piación de las poderosas empresas extranjeras que controlaban los ferrocarriles del
Norte Grande. La iniciativa más importante que llevó a cabo el gobierno de Balmaceda
en esa materia fue el envío en octubre de 1888 de un proyecto de ley para nacionalizar
varios ferrocarriles en el Norte Chico, pertenecientes en su mayoría a diferentes inver-
sionistas ingleses. En los considerandos del proyecto, que fue finalmente saboteado
por el Congreso, se manifestaba: “Siendo esos ferrocarriles de propiedad particular y
debiendo, por consiguiente, consultar antes que todo el provecho de los empresarios,
las tarifas son hasta tres y cuatro veces más altas que las fijadas por los Ferrocarriles
del Estado en el centro y sur de la República”.383
Balmaceda trató de quebrar el monopolio ferrocarrilero que ejercía en el Norte
Grande la empresa inglesa The Nitrate Railways Company of Tarapacá, cancelándose
una concesión otorgada anteriormente. El gobierno de Santa María había resuelto el
29 de enero de 1886 caducarle los derechos a esta empresa, cuyo monopolio deriva de
una concesión de veintiocho años hecha a los hermanos Montero del Perú y a ciertos
capitalistas ingleses por el gobierno peruano antes de la Guerra del Pacífico. Esta
empresa inició, por intermedio del abogado chileno Julio Zegers, un juicio contra la
resolución del gobierno chileno.384 En 1889, el Consejo de Estado ratificó la decisión
del gobierno en orden a caducar el monopolio ferrocarrilero de la Nitrate Railways
Company of Tarapacá.
El Presidente Balmaceda, en lugar de nacionalizar esta sociedad o crear una empresa
del Estado que compitiera con el monopolio ferrocarrilero extranjero, autorizó el 19
de marzo de 1890 a la firma inglesa Campbell, Outram and Co. para que construyera
nuevas vías férreas en la misma zona donde operaba la antigua compañía.
No obstante la insuficiencia de esta medida, la resolución no dejaba de quebrantar
el monopolio ferrocarrilero, afectando los intereses de los capitalistas ingleses más
poderosos. El 11 de febrero de 1890, John North pedía al gobierno británico que inter-
cediera ante el presidente Balmaceda: “Me atrevo a pedirle ahora que tenga la bondad
de instruir al ministro de Santiago para que proteste contra la grosera violación de
los derechos del ferrocarril salitrero que el gobierno chileno está llevando a efecto.385

382
Julio Bañados E. Balmaceda…, op. cit., Tomo I, p. 265.
383
Hernán Ramírez. Balmaceda… op. cit., p. 119.
384
Este problema ha sido analizado exhaustivamente por Fernando Silva V.: “Los ferrocarriles salitreros
de Tarapacá durante el gobierno de Santa María”, en Estudios de Historia de las Instituciones Políticas
y Sociales, Nº1, 1966, Santiago,
385
Hernán Ramírez. Balmaceda… op. cit., p. 120.

456
Acogiendo esta petición, se hizo llegar al Ministro de Relaciones Exteriores de
Chile una nota en la que manifestaba su oposición “a la infracción por parte del
gobierno chileno a los privilegios exclusivos, formalmente conferidos a la Compañía
de Ferrocarriles Salitreros por el Gobierno del Perú”.386

Política bancaria
Los primeros roces de Balmaceda con los banqueros comenzaron en 1889 a raíz del
envío de un proyecto al Congreso en el que se planteaba una restricción a las emisiones
de billetes.387 Una de las causas principales del acelerado proceso inflacionista que
sufría el país desde 1890 era la emisión casi ilimitada de los bancos que especulaban
con dichos valores.
El Congreso rechazó la proposición de Balmaceda, aprobando en 1890 una ley
que favorecía abiertamente a los banqueros, al ampliar la circulación de los billetes
emitidos por la banca particular y obligar al Estado a mantener de depósito de los
fondos fiscales en los bancos.
Balmaceda se opuso a esta resolución del Congreso anunciando que el gobierno
retiraría los fondos fiscales depositados en los bancos. Esta medida afectaba los
intereses de los banqueros que hasta entonces habían utilizado los depósitos del Estado
en sus usureros negocios de préstamo de dinero a interés.
En junio de 1890, el gobierno envió una circular a los bancos notificando el retiro
de los fondos fiscales. El dirigente conservador Joaquín Walker Martínez manifestó
su decidida oposición a esta medida en un discurso pronunciado en la Cámara de
Diputados el 17 de junio de 1890: “Es público que el gobierno ha dirigido una circular
a las instituciones de crédito notificándoles que retirará los depósitos fiscales el día
de su vencimiento que, como se sabe, es treinta días después de tal aviso. El gobierno
ha resuelto, pues, de una manera violenta el problema”.388 Sobre los efectos de esta
circular, José M. Irarrázaval comentaba: “Y sea que obedeciera el gobierno con su actitud
a una medida de previsión para procurarse fondos en caso de prolongarse la situación
de negativa de la Cámara para autorizar las contribuciones, o fuera de ello un arma
empleada como presión o desquite, ello que la alarma fue grande”.389
La oposición de los banqueros obligó a Balmaceda a radicalizar su política bancaria.
Comprendió recién entonces que no bastaba dictar tibias medidas destinadas a limitar

386
Ibid., p. 120. Memoria presentada al Congreso de 1890 por el Ministro de Relaciones Exteriores.
387
Frank Fetter. La inflación monetaria en Chile, p. 66, Santiago, 1937.
388
Citado por José Miguel Irarrázaval: “La política económica del Presidente Balmaceda”, en Boletín
Academia Chilena de la Historia, pp. 90 y 91, 1963.
389
Ibid., p. 91.

457
las emisiones de los bancos, sino que era necesario privarlos de este poderoso privilegio
creando un Banco del Estado, único emisor de billetes.
José Miguel Valdés Carrera, uno de los ministros más destacados de Balmaceda,
manifestaba que a fines de 1890 “se preparaba la organización del Banco del Estado,
destinado a enfrentar el agio de los bancos particulares que lo ejercen con descaro,
sea en la fijación de cambio sobre Europa, sea en el tipo de los intereses enormemente
subidos hasta hacer imposible el nacimiento de cualquier industria”.390
La idea de crear un Banco del Estado se concretó después del inicio de la guerra civil,
para superar el caos financiero que habían provocado los bancos privados. Con el fin
de que los banqueros no siguieran suministrando dinero a los insurrectos, el gobierno
intervino a fines de enero de 1891 los Bancos Santiago, Valparaíso y el Banco Edwards.
El 5 de mayo de 1891, el gobierno resolvió cancelar el privilegio que tenían los bancos
para emitir dinero. Además, obligó a los bancos a retirar mensualmente el 10% de sus
billetes en circulación, sustituyéndolos por una emisión fiscal. “Fue –comentaba José
Miguel Irarrázaval– una verdadera expropiación, según los francos términos empleados
por el ministro de Hacienda señor Valdés Carrera”.391
Fanor Velasco escribía el 5 de mayo en sus Memorias de la guerra de 1891: “Anoche
en sesión secreta el senado aprobó el proyecto que retira de la circulación los billetes
de los bancos y los sustituye por billetes de Estado (…) Con esta ley de un carácter
eminentemente socialista el gobierno se reviste de una facultad que le permitirá
fabricar billetes”.392
Velasco calificaba de socialista la política financiera de Balmaceda identificando
estatismo con socialismo, confusión propia de aquella época librecambista en que toda
intervención del Estado en los asuntos económicos era motivo de absoluta condenación
por parte de la burguesía. La medida de Balmaceda obviamente no era socialista sino
que formaba parte de un proyecto político nacionalista burgués, concretado en el plano
financiero con la inminente creación del Banco del Estado.
El Ministro de Hacienda, Manuel Arístides Zañartu, que en 1887 había adelantado
esta idea en el Parlamento, presentó el 9 de julio de 1891 un proyecto de Banco Oficial.
En los considerandos del Mensaje se señalaba que “la creación de un Banco con el
concurso y supervigilancia del Estado es una de las maneras más eficaces para fomentar
la riqueza y el trabajo; prevenir trastornos económicos y asegurar contra el agio y la
influencia de unos pocos en la vida económica de todas las industrias y del comercio
honrado, por la acción y el concurso efectivo de la comunidad. Se ha resuelto que la
emisión de los Bancos particulares concluye y es entonces indispensable crear el Banco
390
José Miguel Valdés Carrera. La condenación del Ministerio Vicuña, p. 18, París, 1893.
391
José M. Irarrázaval. La política económica… op. cit., p. 106.
392
Fanor Velasco. La Revolución de 1891, Memorias, pp. 318 y 319, Santiago, 1925.

458
que pueda hacerlo, tomando en consideración el concurso del Estado (…) No habrá en
esta institución clases bancarias, oligárquicas y directores del crédito, en provecho
exclusivo de sus personas o para desarrollar influencias perniciosas en la política”.393
El capital del Banco sería de 60 millones; unos 40 millones se obtendrían de la
hipoteca “de los ferrocarriles en explotación y de la mitad de los terrenos salitrales de
propiedad fiscal”. Un 10% de los ingresos aduaneros provenientes del salitre serían
destinados al Banco. Los 20 millones restantes deberían ser cubiertos por el público.
La caída de Balmaceda, ocurrida un mes y medio después de la presentación de
este proyecto, impidió la fundación del Banco del Estado, una de las medidas más
progresistas de la época.
Los roces de Balmaceda con la banca privada, considerados en forma aislada, no
eran causa suficiente como para promover la enconada oposición que culminó en la
guerra civil. Los banqueros fueron uno de los pilares de la oposición no solamente por
haber sido afectados por algunas medidas del gobierno, como la limitación del derecho
de emitir billetes y el retiro de los depósitos fiscales, sino porque estimaban que el
proyecto nacionalista de Balmaceda amenazaba el tradicional sistema de alianzas entre
la burguesía criolla y el imperialismo inglés. Los banqueros no podían permitir que
Balmaceda aplicara una política contra la metrópoli de la cual dependían sus negocios
fundamentales: su relación con la Bolsa de Londres en la fijación del tipo de cambio
para el peso chileno, su estrecho contacto con las casas financieras que otorgaban
empréstitos a Chile y con las casas importadoras inglesas residentes en Valparaíso
y Santiago. Un agravamiento de la crisis en las relaciones del gobierno chileno con
el imperialismo inglés ponía seriamente en peligro estos importantes intereses de la
banca privada.
En síntesis, la política de Balmaceda en los dos últimos años de gobierno tuvo
como objetivo fundamental frenar la penetración del capital financiero foráneo en el
salitre, para facilitar el desarrollo de un capitalismo nacional en la principal actividad
económica del país.
La posición antibritánica de Balmaceda se expresó no solo en ese intento por detener
el proceso de expansión del imperialismo inglés en el salitre, sino en el esfuerzo por
iniciar relaciones económicas con otros capitalismos. Los hechos más relevantes en este
sentido fueron el aumento del intercambio comercial con Estados Unidos y Alemania
y la contratación de un fuerte empréstito alemán. Balmaceda gestionó la negociación
de la deuda externa mediante un empréstito no al tradicional país acreedor, Inglaterra,
sino a Alemania. El 26 de julio de 1889, el Deutsche Bank de Berlín prestaba al gobierno
chileno la suma de 1.546.400 libras esterlinas.

393
Boletín de la Cámara de Diputados, p. 345, 1891.

459
La resolución de Balmaceda de ampliar las relaciones económicas internacionales
con otros capitalismos tendía a debilitar la dominación hegemónica del imperialismo
inglés en Chile.
Otra de las razones del conflicto estuvo relacionada con la redistribución de las
entradas del Fisco por concepto de los derechos de exportación salitrera. El economista
Ricardo Valdés, alias Juan Penique, escribía en 1922:
El presidente Balmaceda, fue el primer mandatario que dispuso de las rentas suminis-
tradas al Fisco por los derechos de exportación sobre el salitre. La última circunstancia
tuvo una proyección muy importante en nuestra vida pública y me detengo a explicarle
someramente en qué consiste la trascendencia de que Balmaceda dispusiera de las
entradas del nitrato. En los tiempos de escasez fiscal anteriores a dicho presidente, el
Parlamento se conformaba, dócil, con que el Ejecutivo asumiera la suma de las atri-
buciones constitucionales para el gobierno del país y eclipsara la acción de los otros
poderes públicos, pero producido el aumento de la riqueza del erario tras la guerra del
Pacífico, los congresales pensaron de otro modo: se sintieron inclinados a compartir
las responsabilidades gubernamentales del manejo de los abundantes fondos patrios
(…) Se ha dicho que la causa de la guerra civil fueron las libertades electorales que el
presidente Balmaceeda amenazaba. En realidad esa fue la banderola que hicieron fla-
mear los políticos macucos, muy aptos para conocer la índole criolla, con el objeto de
conseguir que la juventud se entusiasmara y promoviera un conflicto bélico contra las
fuerzas adictas al Poder Ejecutivo.394
Es cierto que Balmaceda aspiraba a que gran parte de los excedentes de la exporta-
ción salitrera se invirtieran en obras públicas. Pero no debe confundirse esta política
estatista, es decir, una mayor intervención del Estado en la economía, con un supuesto
proceso de nacionalización de las empresas productivas, como insinúa Hernán Ramírez
Necochea. Aunque coincidimos en este punto con Fernando Mires, estamos en des-
acuerdo con él cuando minimiza el proyecto nacionalista de Balmaceda reduciéndolo
a una mera política de redistribución de excedentes.395

Los componentes de la oposición


La oposición de los sectores mayoritarios de la burguesía a Balmaceda surgió en
la segunda mitad del año 1889, precisamente después de que el presidente expusiera
su nueva política sobre el salitre.
Antes de la formulación de este programa, Balmaceda había contado con el respeto
de casi todas las fracciones de la burguesía. El Ferrocarril del 10 de agosto de 1888
394
Ricardo Valdés. Charlas económicas, Imp. Cervantes, Santiago, 1922, pp. 32, 33, 35 y 30.
395
Fernando Mires. Poder político y poder militar, p. 33, traducido al alemán con el título de Die militär
und der Macht, Berlín, 1975.

460
elogiaba al gobierno: “Puede decirse sin metáfora en honor y escricto homenaje de
justicia al presidente señor Balmaceda, que ha sabido encontrar inspiración en el alma
de Washington o, lo que es lo mismo, en la convicción patriótica y desinteresada de
hombre probo que anhela y busca la felicidad y la gloria del país”.396
Otra editorial del mismo diario, de fines de 1888, hacía un balance muy favorable
de la situación nacional en esta fase del gobierno de Balmaceda: “El año que termina
simboliza una página de honor en la historia del progreso político de nuestro país y
abre un horizonte de lisonjera expectativa para 1889. Las recientes reformas realizadas
son un hermoso legado de libertad y de buen sentido político para la República”.397
Las primeras manifestaciones de oposición a Balmaceda fueron percibidas por Julio
Bañados en los siguientes términos: “El viaje a las provincias del norte, destinado a
saludables reformas administrativas y a la presente solución de gravísimos problemas
vinculados a las industrias salitrera y minera, fue cuna de evolución política que
sacudió los cimientos de la Unión Liberal y precipitó sobre pendientes al gobierno de
Balmaceda y al país”.398
Los sectores mayoritarios de la burguesía, que hasta entonces habían apoyado
Balmaceda, se pasaron rápidamente a la oposición, no tanto por defender los intereses
particulares de determinados capitales salitreros, sino fundamentalmente porque la
oposición antibritánica de Balmaceda abría un proceso de crisis en las tradicionales
relaciones de dependencia con la metrópoli inglesa.
Algunos autores han cometido el error de presentar a la oposición burguesa
como interesada exclusivamente en defender los negocios privados de los salitreros
ingleses. Se ha dicho también que la oposición se organizó sobre la base de los políticos
sobornados por los capitalistas salitreros foráneos. Efectivamente, muchos políticos
y abogados corrompidos se convirtieron en agentes directos de los empresarios
extranjeros. Pero caracterizar la oposición meramente como un grupo de políticos
sobornados es jibarizar las proyecciones históricas de un conflicto interburgués que
condujo a la más cruenta de las guerras civiles de Chile.
Los sectores mayoritarios de la burguesía lucharon contra Balmaceda por haber
provocado una crisis que ponía en peligro no solo sus negocios inmediatos, sino también
sus intereses generales como clase dependiente de la metrópoli. Al salir en defensa
de los salitreros ingleses, la burguesía criolla estaba preservando fundamentalmente
su política de alianzas establecida con el capitalismo británico desde los comienzos
de la República.

396
El Ferrocarril, 10 de agosto de 1888.
397
El Ferrocarril, 29 diciembre de 1888.
398
Julio Bañados. Balmaceda…, op. cit., Tomo I, p. 270.

461
El proyecto nacionalista de Balmaceda entraba a cuestionar precisamente esa
política de alianzas. Un enfriamiento de las relaciones con la metrópoli inglesa, como
el que estaba provocando Balmaceda, podía afectar seriamente los negocios de la
burguesía chilena en su conjunto.
En medio de problemas tan conflictivos, Balmaceda se dio tiempo para recibir en
el Palacio Presidencial a dos de los más grandes representantes de la cultura universal:
Sara Bernhardt y el poeta nicaragüense Rubén Darío, que más tarde dijo de Balmaceda
que era un “personaje de rara potencia intelectual”.

Estrategia y táctica de la oposición


La oposición estaba integrada por los sectores mayoritarios de la burguesía minera,
comercial, bancaria, terrateniente y por la avanzada del imperialismo inglés en Chile: los
capitalistas salitreros y las casas comerciales británicas, especialmente de Valparaíso.
Durante la crisis política de 1890-91, lograron arrastrar a sus posiciones reaccionarias
a la mayoría de la pequeña burguesía, grupos profesionales, a los universitarios, a la
Corte Suprema, a la mayoría del clero y a un sector de las Fuerzas Armadas: la Marina.
El imperialismo inglés respaldó y financió la lucha de la oposición contra Balmaceda
no solo porque habían sido afectados directamente sus negocios del salitre, sino también
porque Balmaceda hacía peligrar su dominación hegemónica sobre la economía chilena
al estrechar relaciones comerciales y financieras con Alemania y Estados Unidos. Los
documentos demuestran que mientras Inglaterra apoyó a la oposición, Estados Unidos
respaldó a Balmaceda. Por su parte, Alemania que venía apoyando a Balmaceda dio un
giro en 1891 en favor de los opositores, por temor a perder su situación privilegiada en
el comercio chileno, ya que era el primer importador de salitre.
En primera instancia, los opositores trataron de crear un clima de agitación que
obligara a Balmaceda a capitular o a presentar su renuncia. Ante la decisión del presi-
dente de mantenerse en su cargo, resolvieron a fines de 1890 preparar un golpe Estado,
para cuyo efecto necesitaban obtener el apoyo de las Fuerzas Armadas. Fracasadas las
gestiones para lograr la adhesión del Ejército, los sectores mayoritarios de la burguesía,
junto a la Marina, decidieron jugar la última carta: la guerra civil.
La oposición utilizó varios tácticas durante 1890 para provocar en colapso del
gobierno: acciones parlamentarias tendientes a producir crisis ministeriales y a
obstruir los proyectos gubernamentales; operaciones extraparlamentarias que iban
de la agitación callejera y los actos de sabotaje y terrorismo hasta la organización de
“guardias blancas” y comités clandestinos paramilitares; campañas de terror y de
pánico financiero para provocar el caos económico y el desprestigio del gobierno. Sus

462
líderes formaban parte del llamado “cuadrilátero”, bloque opositor constituido por los
conservadores, radicales, monttvaristas y un sector de los liberales.
La insistencia en la “ilegitimidad” y en el carácter “dictatorial” del gobierno fueron
las consignas políticas claves agitadas por la oposición para justificar el golpe de
Estado o guerra civil, “en nombre de la Constitución y las leyes”. Para llevar adelante
esta cruzada, “por la democracia y la libertad”, la oposición movilizó a los estudiantes
universitarios y a la mayoría del clero.
El Parlamento fue el epicentro de la reacción, provocando la caída de los ministerios
y saboteando la aprobación de la ley de contribuciones del Presupuesto General de la
República para 1891 con el objeto de dejar sin financiamiento a los planes del gobierno.
Las manifestaciones callejeras contra Balmaceda comenzaron el 18 de enero de
1890 con un acto realizado en Valparaíso y continuaron en forma agresiva en los meses
siguientes. En uno de los actos de Santiago, la oposición nombró una Comisión, enca-
bezada por Diego Barros Arana y Abdón Cifuentes, para exigir la renuncia de Balmaceda
el 13 de julio de 1890. Balmaceda les contestó: “Pensad señores en que soy chileno y
que derivó mi mandato no del Congreso sino del Pueblo”. En respuesta a una alusión
sobre la abdicación de O’Higgins, hecha por un miembro de la oposición, Balmaceda
expresó enfáticamente: “O’Higgins fue víctima de los aristócratas de Santiago”.
El 1 de junio de 1890 la oposición hizo una concentración en la Plaza de Armas donde
hablaron Salvador Allende Castro y Gregorio Pinochet. Enfrentamientos entre los
partidarios del gobierno y los de la oposición eran frecuentes. El Mercurio comentaba,
desde su punto de vista, en su edición del 23 de julio de 1890, en un artículo titulado
“Choque entre los garroteros y la juventud”:
Desde la hora de la apertura de la sesión se estacionaron junto a la verja del edificio
del Congreso de la calle Compañía, numerosos grupos de jóvenes decentes (…) Una
partida de hombres de la clase más baja del pueblo comenzó también desde temprano a
agruparse al amparo de un piquete de policía estacionado junto a la Biblioteca Nacional.
Los descamisados, envalentonados probablemente por el apoyo que la fuerza de policía
habría de prestarles, se acercaron poco a poco amenazantes; y enseguida en medio de
insultos y vociferazos y dando vivas al Presidente de la República, enarbolaron sus
garrotes y cargaron a los jóvenes.
Los estudiantes universitarios, hijos de la alta burguesía en su mayoría, se consti-
tuyeron en brigadas de choque de la oposición, provocando desórdenes callejeros “en
nombre de la libertad”, con el fin de crear una impresión de caos en el país.
En octubre de 1890, la oposición levantó el tono: “Todos los ciudadanos honrados de
la República sin distinción de colores políticos deben unir sus esfuerzos para preparar

463
la resistencia, por los medios legales mientras el gobierno se mantenga dentro de la
Constitución y por todos los medios cuando salga de ella”.399
La convocatoria de la oposición se concretó en la formación de cuadros paramilitares
y de Comités Clandestinos denominados “revolucionarios”. Los comités tenían la
misión de dar entrenamiento militar a los jóvenes burgueses y pequeñoburgueses.
También estaban encargados de organizar actos de terrorismo y de sabotaje.
La oposición utilizó también al clero para realizar una campaña de terrorismo
ideológico-religioso sobre los sectores más retrasados de la población. En esta campaña,
en la que tomaron parte activa las mujeres burguesas iniciadas por los curas, se acusaba
a Balmaceda de enemigo “endemoniado” de la religión católica.
Mientras el arzobispo Mariano Casanova buscaba una fórmula de conciliación
tendiente a evitar un enfrentamiento armado sobre la base de una capitulación de
Balmaceda, los curas se convirtieron en activistas permanentes de planes sediciosos
derechistas, llevando mensajes a los comités clandestinos, sirviendo de enlace
entre los dirigentes de la oposición, utilizando el púpito para incitar a la rebelión y
alentando el fanatismo de las mujeres reaccionarias contra el gobierno “ateo e infiel”.
El clero aprovechó el conflicto para revivir antiguos rencores en contra del liberal
Balmaceda, propiciador de las leyes sobre cementerios laicos y matrimonio civil y
abolición del fuero eclesiástico. Con ocasión de la reforma, Balmaceda había dicho:
“La Iglesia Católica corre contra la corriente liberal del siglo. Mientras más amplía el
estado su sistema de libertad, más restringe la Iglesia su flexibilidad política, lanzando
declaraciones durante estos últimos treinta años que son la negación misma del
progreso o la separación radical absoluta del liberalismo”.400
Además de la utilización política del clero, la oposición realizó una labor de zapa en
las Fuerzas Armadas. Hubo numerosas tentativas para obtener el apoyo de los militares.
El coronel Estalisnao del Canto fue uno de los promotores de la deliberación política en
los cuarteles para presionar una definición en contra de Balmaceda. El general Manuel
Baquedando presidió varios mítines de la oposición tratando de arrastrar compañeros
de armas a una línea anti-balmacedista.
A principios de 1890, el diario El Mercurio golpeaba a las puertas de los cuarteles:
El Ejército es símbolo del orden y de la fuerza. Compárese ahora esta misión del Ejército
con la que tendría que desempeñar siendo instrumento de una dictadura, y se verá como
tenemos razón para decir que el Sr. Balmaceda, reservándole esta última, pretende
degradarlo. De custodio y defensor de las instituciones pasaría a ser el destructor de
la legalidad.401

399
El Mercurio, de Valparaíso, 20 de octubre de 1890.
400
Citado por Luis Enrique Délano: Balmaceda, Político Romántico, Santiago, Ed. Ercilla, 1937, p. 68.
401
El Mercurio, 9 de diciembre de 1890.

464
Para realizar esta campaña sediciosa, los reaccionarios contaban con la propaganda
de casi todos los periódicos y las revistas de la época: El Mercurio, El Ferrocarril, La
Libertad Electoral, El Independiente, El Estandarte Católico, La Época, La Patria y La
Unión de Valparaíso. El gobierno recién tuvo un diario a su favor con la fundación de
La Nación el 1 de febrero de 1890.
La prensa opositora hacía llamados a la rebelión, exigía la renuncia del presidente,
se incluían dibujos presentando a Balmaceda como un dictador o como un loco
encerrado con sus ministros en el Hospicio. El tema central de la prensa de la oposición
era tratar de convencer sobre la “ilegitimidad” del gobierno, con el fin de justificar el
derrocamiento de Balmaceda.
La investigación que hemos realizado de la colección de El Mercurio de Valparaíso,
durante 1890, muestra la escalada antibalmacedista. Sus primeros ataques contra el
gobierno comenzaron a principios de 1890: “Como hombre de Estado, el presidente
de la República debe comprender que atraviesa horas decisivas de su vida política, y
que puede optar entre una administración tranquila y sin agitaciones ni zozobras, y un
gobierno de combate, que prepararía la menos lisonjera de su salida del Poder”. A fines
de enero de 1890, El Mercurio califica ya de dictador a Balmaceda. A mediados de ese
año, un artículo del 2 de julio titulado “Nos acercamos al desenlace”, exigió la renuncia
de Balmaceda: “La política presidencial llevaría al Sr. Balmaceda a la vergüenza de la
derrota”. En otro artículo del 3 de julio de 1890, titulado “El desenlace inevitable”, El
Mercurio insistía en el tema de la ilegitimidad del gobierno.
En la edición del 29 de julio, El Mercurio redoblaba su campaña sobre el Ejército:
¿Qué nombre se daría a soldados que, en un país donde hubiesen sido instituciones
que la mano criminal de algún ambicioso hubiera despedazado, se levantase para
restablecer el imperio de la ley y de volver a sus conciudadanos sus derechos y su
libertad? Lo llamaría probablemente el Salvador y la posteridad tal vez decretaría los
honores de la estatua.
En un artículo del 6 de diciembre de 1890, titulado “Revolución y Dictadura”,
justificaba el derrocamiento de Balmaceda: “Es lícito aprovechar todos los medios
que estuvieran al alcance de la mano porque los pueblos en defensa de sus libertades,
lo mismo que los hombres en defensa de su vida, pueden emplear toda las armas sin
que ningún uso sea vedado”.
Una semana más tarde, el 13 de diciembre, El Mercurio insistía sobre el tema de la
“legitimidad” del golpe contra el gobierno en el artículo “en presencia de la dictadura”:
Como lo hemos dicho en más de una ocasión en el momento mismo en que salga de la
ley el presidente dejará de ser autoridad constitucional y legítima y cesará el deber que
tenemos los ciudadanos de tenerle obediencia. Desde ese momento, será lícito resistir
hasta someterlo a la ley, y si no se somete, hasta despojarlo del poder que habrá usurpado.

465
Como puede apreciarse, el objetivo central del diario de Agustín Edwards era crear la
imagen de “ilegitimidad” del gobierno, de un Presidente “dictador”, actuando al margen
de la Constitución, para dar patente de “legalidad” al golpe de Estado, en nombre de
“la libertad y las leyes”. Era la misma táctica que había utilizado “El Estanquero” de
Portales para derribar a los gobiernos “pipiolos” a través de la guerra civil de 1829-1830,
y la que en 1973 usaron para derrocar a Allende.
La oposición hizo reiterados intentos de golpes de Estado antes de decidirse por
la guerra civil. Para triunfar en la conspiración golpista no le bastaba el apoyo que
había conseguido en la Marina –tradicionalmente proinglesa– sino que era necesario
contar con los sectores mayoritarios del Ejército. Un golpe de Estado, respaldado por
la totalidad de las Fuerzas Armadas, permitiría derrocar a Balmaceda, sin necesidad
de correr los riesgos de una guerra civil.
Estos planes explican los numerosos llamados de la oposición a los militares y el
trabajo de penetración política en el Ejército durante 1890. Los proyectos golpistas
estuvieron a punto de concretarse cuando el general Manuel Baquedano aceptó en
principio dar un golpe militar siempre que “se contara por lo menos con la adhesión
de dos cuerpos del Ejército”.
La falta de apoyo del Ejército frustró la tentativa golpista de Baquedano. No obstante,
la oposición burguesa prosiguió su tarea de dividir a las Fuerzas Armadas, centrando sus
ataques en oficiales, como Velázquez y Barbosa, que permanecían fieles a Balmaceda, y
alabando a los almirantes y jefes del Ejército, como Del Canto y Urrutia, que se habían
manifestado partidarios del derrocamiento del gobierno.
Un enfrentamiento callejero acaecido el 1 de enero de 1891 entre el opositor Julio
Zegers y el teniente coronel Belisario Campos, quien fue derribado de un bastonazo
por Ladislao Errázuriz, frustró el golpe que preparaba Enrique Valdés Vergara, uno de
los principales ideólogos antibalmacedistas. Su plan consistía en entrar con un piquete
armado a La Moneda para capturar a Balmaceda.
Consciente del peligro de golpe, Benjamín Videla, que había participado en la guerra
civil de 1851, visitó en su calidad de diputado y amigo a Balmaceda, para alertarlo:
“Excelencia, soy un viejo revolucionario y le aconsejo que desarme la escuadra”.
Balmaceda le respondió que jamás haría eso, puesto que él era el Comandante en Jefe
de la Marina y del Ejército, siendo reconocido como tal por las Fuerzas Armadas.

466
La actitud de Balmaceda
El Presidente trató de neutralizar a uno de los sectores opositores más recalcitrantes,
el Partido Conservador, planteando una política de conciliación con la Iglesia Católica.
A mediados 1890, en pleno período de agudización de la crisis política, Balmaceda
solicitó la mediación del Arzobispo Mariano Casanova para que buscara una fórmula
de acuerdo con los opositores.
Estas negociaciones condujeron a la formación del Ministerio Prats en Agosto de
1890. El abogado Belisario Prats, miembro de la Corte Suprema, emergió como la figura
de conciliación nacional, formando un gabinete integrado por el conservador José
Tocornal, el industrial Gregorio Donoso, el banquero Manuel Salustio y los capitalistas
Federico Errázuriz y Macario Vidal. El objetivo del Ministerio Prats, saludado con
alborozo por la prensa burguesa, era neutralizar el programa nacionalista de Balmaceda
y dar plenas garantías a la oposición para que retomara el gobierno en las elecciones
presidenciales de 1891.
El balmacedista Julio Bañados Espinoza reconoció que este paso político de
Balmaceda era una transacción que tenía como finalidad terminar en paz el período
presidencial: “Balmaceda, que había aceptado la transacción sobre la base Prats, en la
esperanza de concluir en paz su gobierno, estaba resuelto a apurar hasta las heces la
copa de la amargura”.402
Sin embargo, la política de conciliación de Balmaceda no logró disminuir la
agresividad de la mayoría del Congreso. La oposición, interpretando el paso político
de Balmaceda como un signo de debilidad, exigió la capitulación total del Ejecutivo.
Balmaceda no quiso renunciar a sus prerrogativas presidenciales y el Ministro Prats
tuvo que dimitir en octubre de 1890, con el pretexto de que el gobierno le había negado
respaldo en un incidente con el Intendente de Santiago.
Las causas de la renuncia de Prats fueron analizadas por Balmaceda en un artículo
que escribió el 20 de octubre en el Diario Oficial. Allí, Balmaceda denunciaba a su ex
ministro del Interior por haberle exigido que formase un ministerio con miembros de
absoluta confianza del Congreso, proponiéndole “como desenlace a la crisis provocada
por su renuncia, la subordinación y entrega del Poder Ejecutivo a la mayoría del
Congreso”.403
La política de conciliación de Balmaceda fue criticada por algunos de sus partidarios,
como Joaquín Villarino: “Balmaceda tuvo también culpa para que la guerra civil se
produjese por su exagerado espíritu de conciliación, su extremado apego a las formas
cultas y las prácticas legales y el conocimiento que los revolucionarios tenían de que

402
Julio Bañados E. Balmaceda. Su gobierno y la Revolución de 1891, Tomo I, p. 138, París, 1894.
403
Ibid., Tomo I, p. 633.

467
jamás procedería en contra de ellos, como no procedió, con la energía persistente en
un carácter resuelto”.404
Fracasadas sus tentativas conciliadoras, Balmaceda se decidió a fortalecer su propia
base de sustentación política y social. Sus esfuerzos se encaminaron a consolidar la
fidelidad del Ejército. En octubre de 1890, Balmaceda endureció su línea política al
clausurar el período extraordinario de sesiones del Congreso, convenciéndose de que
a la oposición no se frenaba con proposiciones conciliatorias, sino con una política
firme y sin claudicaciones. Consecuente con este criterio, resolvió no convocar al
Congreso y declarar vigente el mismo Presupuesto del año anterior. Días después, en
enero de 1891, Balmaceda comentaba estos acontecimientos en una carta dirigida a
Joaquín Villarino, Intendente de Valparaíso: “El Congreso es un haz de corrompidos.
Hay un grupo a quien trabaja el oro extranjero. La oligarquía lo ha corrompido todo”.
Los sectores sociales que apoyaron a Balmaceda estaban limitados a núcleos
minoritarios de la burguesía, pertenecientes a un reducido grupo del Partido Liberal;
contaba, asimismo, con el respaldo de la burocracia funcionaria, de los contratistas
y proveedores de materiales de obras públicas, de algunos técnicos y profesores
primarios y secundarios y de capas artesanales orientadas por el Partido Democrático.
La principal base de sustentación con que Balmaceda enfrentó la guerra civil fue el
Ejército, especialmente los generales José Velázquez, Orozimbo Barbosa y otros altos
oficiales como Caupolicán Villota, Belisario Campos y José Miguel Alcérreca.
Balmaceda recibió el apoyo de algunos intelectuales, como el historiador José
Toribio Medina,405 el poeta y ensayista Eduardo de la Barra, el pintor Valenzuela Palma,
el poeta y dibujante Juan Rafael Allende y el escritor José Miguel Blanco. Sin embargo,
la mayoría de la intelectualidad militaba en las filas antibalmacedistas.
Balmaceda no contó con el apoyo de los trabajadores porque bajo su gobierno se
reprimió a los participantes en las huelgas de 1890, de Arica a Concepción.
Esta huelga –la primera huelga general de América Latina– fue precedida de nume-
rosas huelgas parciales de gran parte de los 100.000 trabajadores que existían entonces
en Chile, especialmente de los ferroviarios (1888-1889), de los gráficos y panificadores
(1888). En un balance de estas huelgas de 1888, la Revista Económica caracterizaba

404
Joaquín Villarino. José Manuel Balmaceda, p. 207, Barcelona, 1893.
405
Este respaldo político de Balmaceda le acarreó a José T. Medina graves molestias cuando la oposición
logró el triunfo. Armando Donoso en sus memorias cuenta que la casa de José T. Medina fue allanada
tres veces “por creerse que en su imprenta particular se imprimían las proclamas revolucionarias
que circulaban en la ciudad y más de una vez también el arrojo de uno de sus mejores amigos, el
inglés Mr. W.B. Calbert, salvó su casa y con ella el tesoro inapreciable de su biblioteca de las turbas
exaltadas que pretendían saquearla (…) perseguido de todas maneras se vio obligado a marcharse a
la República Argentina” (Armando Donoso: Recuerdos de 50 años, Ed. Nascimento, Santiago, 1947,
p. 98).

468
dichas huelgas de comunistas, haciendo votos por su fracaso. Sin embargo, sostenía
“que el movimiento comunista no había desaparecido, sino simplemente abortado
y que si no se deseaba verlo en adelante viable y robusto, era menester reflexionar
seriamente en impedir su nueva aparición”.406
El movimiento huelguístico alcanzó su culminación en la huelga general escalonada
de 1890; comenzó en el norte y se extendió hasta Concepción. Sus motivos fueron
aumento de salarios y su pago en moneda de plata en lugar de papel moneda para
contrarrestar la inflación. Los lancheros de Iquique iniciaron la huelga el 2 de julio; poco
después se extendía a Tarapacá, abarcando a 100.000 obreros, quienes expropiaron
las pulperías y cortaron las vías del ferrocarril de Iquique para impedir la llegada de
las tropas. El 11 de julio estalló el paro de Antofagasta, concentrándose solamente
en la ciudad más de 3.000 huelguistas, quienes fueron reprimidos por el Ejército,
registrándose numerosos muertos y heridos. El 21 de julio comenzó la huelga en
Valparaíso, siendo liderada por los obreros de la Compañía Sudamericana de Vapores.
El Ejército consumó una nueva masacre: 12 muertos y 500 heridos, como lo reconoce
el balmacedista Julio Bañados.407
El movimiento huelguístico se extendió durante el mes de julio a Santiago, Quillota,
Talca, Lota y Coronel. Los diarios usaron toda clase de epítetos contra los trabajadores,
acusándolos de vándalos y ladrones y azuzando a las Fuerzas Armadas a una repre-
sión más generalizada. Según algunos autores, Balmaceda habría intentado frenar la
represión.
Los trabajadores nunca supieron si la orden de disparar contra ellos provino del
gobierno o si fue un acto unilateral del Ejército. Solamente se basaron en el hecho
objetivo: los centenares de muertos y heridos caídos en las masacres de Iquique,
Antofagasta y Valparaíso durante los meses de julio y agosto de 1890. Esto explica las
críticas del joven Recabarren a Balmaceda. Los trabajadores del campo y la ciudad no
se sintieron comprometidos en el conflicto entre el gobierno y la oposición porque se
les encubrió el verdadero problema que estaba en juego detrás de la aparente lucha
formal entre el Ejecutivo y el Congreso. Los trabajadores observaron este conflicto
como una pelea entre patrones. Fanor Velasco decía en su “Diario” de 1891: “¿Qué sabe
el pueblo del conflicto de las facultades entre el Congreso y su Presidente? Estas son
historias de los futres, dicen los artesanos y rotos”.408
En síntesis, Balmaceda enfrentó la guerra civil con una débil base de sustentación
social. Tuvo solamente el respaldo de sectores muy minoritarios de la burguesía

406
Revista Económica, año II, Tomo III, p. 437, Santiago, 1888. Esta revista era dirigida por el conservador
Zorobabel Rodríguez.
407
Julio Bañados, op. cit., p. 517.
408
Fanor Velasco. La Revolución de 1891, op. cit., p. 303.

469
liberal, de algunos estratos medios y de capas artesanales influenciadas por el Partido
Democrático. En realidad, el gobierno pudo resistir ocho meses de guerra civil porque
tuvo el apoyo de la mayoría del Ejército.

La Guerra Civil de 1891


Los historiadores tradicionales han sostenido que la causa fundamental de la guerra
civil de 1891 fue el conflicto formal de poderes entre el Ejecutivo y Legislativo. Justifican
la rebelión de la Marina como un acto realizado en el nombre de la Constitución y
las leyes, presuntamente atropelladas por la decisión de Balmaceda de aprobar el
Presupuesto General de la República al margen del Congreso.
A nuestro juicio, la pugna entre el Gobierno y Congreso fue la expresión superes-
tructural de un proceso que tenía hondas raíces socioeconómicas.
La causa fundamental del conflicto hay que buscarla en el problema clave de un
país atrasado y dependiente: sus relaciones con la metrópoli. Este método de análisis
adquiere particular relevancia a partir de la década de 1880, en que nuestro país
estaba en tránsito de convertirse en semicolonia inglesa, a raíz del acelerado proceso
de penetración de capital financiero británico, con la complacencia de una burguesía
exportadora y criolla comprometida con la metrópoli inglesa desde el inicio de la
República.
La causa fundamental de la guerra civil de 1891 fue la crisis de relaciones con la
metrópoli inglesa generada por la política nacionalista de Balmaceda. La contradic-
ción entre este proyecto político, que proponía frenar el proceso de semicolonización
del país y los intereses británicos y los de su socio menor, la burguesía criolla, fue el
motivo principal de la guerra.
La decisión de Balmaceda de aprobar, al margen del Congreso, el Presupuesto para
1891 fue utilizada como pretexto formal por la oposición para justificar, en el nombre de
la Constitución, el comienzo de la rebelión armada, llamada “Guerra Constitucional”.

El desarrollo de la guerra civil


El 7 de enero de 1891 se desencadenó la guerra civil con la sublevación de la Marina,
encabezada por el capitán de navío Jorge Montt, quien lanzó un manifiesto redactado
por Enrique Valdés Vergara, uno de los principales ideólogos de levantamiento. El
análisis de las operaciones militares de los primeros días muestra que la oposición
confiaba en arrastrar a la mayoría del ejército para una pronta definición del conflicto.
Frustrados los intentos de obtener el apoyo del ejército y ante la perspectiva de una

470
guerra prolongada, los rebeldes decidieron –con un criterio político-militar moderno–
apoderarse del principal centro económico del país: la región salitrera.
El gobierno de Balmaceda, por su parte, consciente del significado de esta pérdida,
amenazó con “arrasar toda las oficinas salitreras sin exceptuarse una sola y en con-
diciones que no puedan rehabilitarse por un año”, amenaza que no se llevó a cabo.
En menos de cuatro meses, los constitucionalistas conquistaron las provincias de
Tarapacá, Antofagasta y Atacama, tras los combates de Huara, San Francisco y Pozo
Almonte; estas operaciones culminaron en la formación de la Junta de Gobierno de
Iquique, coordinadas con acciones terroristas y de sabotaje en la zona central y sur. Los
comandos derechistas no alcanzaron a apoderarse de ninguna provincia pero lograron
el objeto táctico de distraer fuerzas de gobierno, cortaron vías férreas y telegráficas,
volaron decenas de puentes y carreteras, llegando hasta lanzar bombas a las oficinas
de La Moneda.
Mientras tanto, Balmaceda procuraba consolidar su base de sustentación funda-
mental, el Ejército, otorgándole un nuevo aumento de sueldos.
Una de las principales medidas adoptadas por Balmaceda durante la guerra civil
fue golpear a los sectores burgueses de la oposición en un aspecto clave: sus capitales
y propiedades. Ordenó la intervención de los bancos Valparaíso, Santiago y Edwads y
cierre de cuentas bancarias de los opositores. Fue clausurada la gran casa comercial de
Besa. Se expropiaron ganados y miles de toneladas de trigo a los latifundistas sediciosos.
El diario La Nación, fundado el 1 de febrero de 1890, fue uno de los periódicos más
combativos que tuvo el balmacedismo de izquierda. El 28 de mayo de 1891, afirmaba: “El
repugnante consorcio del oligarca y banquero iba a ser roto para siempre. La oligarquía
reinaba en el Congreso, en donde dictaba las leyes para favorecer al banquero; y éste,
protejido por la oligarquía, repletaba a sus arcas participándole el éxito mientras el
pueblo le entregaba su vida y su sangre para mantenerlos “.
Otro artículo de La Nación del 8 de mayo de 1891 decía:
Los Egaña, los Tocornales, los Lazcanos y los viejos pelucones del partido conservador
buscaron su apoyo en todos los ineptos santiaguinos que habían heredado casa, chacra
y hacienda … ¿Y que diremos del partido radical? Profesó de las ideas liberales, buscó
el apoyo y el concurso del pueblo, y cuando los advenedizos que los dirigían lograron
penetrar en los salones de nuestra sociedad, tuvieron empleos y pleitos, y acciones de
banco, olvidaron su pasado a fin de tener crédito entre los banqueros.
Un periódico balmacedista, El Recluta, manifestaba el 15 de agosto de 1891 en su Nº
66, en su artículo titulado “La hora decisiva”: “Pueblo, vengad a vuestros hermanos,
hambreados por la orgullosa aristocracia. ¡Mueran los aristócratas! millonarios”. Ese
mismo periódico en el Nº 64 del 11 de agosto de 1891, criticaba la acción mancomunada

471
de las mujeres conservadoras y radicales: “Las damas ‘revolucionarias’ son hoy por hoy
católico-masonas, ya que son clericales y rojas al mismo tiempo”.
Los sectores más izquierdistas del balmacedismo denunciaron la colaboración que
presentaban los curas al movimiento opositor. El periódico Pedro Urdemales, dirigido
por Juan Rafael Allende, escribía en marzo de 1891: “También es de urgente necesidad
que el gobierno haga cerrar los templos, convertidos por la camarilla clerical en centros
políticos, y que en un solo convento se encierren todos los clérigos y frailes, ya que
ellos son los que desde aquí mueven los hilos de la revolución”. En la segunda mitad
del año 1890 los balmacedistas recorrían las calles de Santiago al grito de: ¡Mueran
los banqueros!.
Durante 1891, Balmaceda adoptó otras medidas que afectaron a las fuerzas oposi-
toras. Con el fin de frenar los reiterados actos terroristas y la campaña insidiosa que
realizaba la prensa clandestina de la burguesía –ya que Balmaceda había clausurado
todos los diarios– el gobierno ordenó el cierre de los clubes de la burguesía y el alla-
namiento de las numerosas imprentas clandestinas de derecha.
El gobierno adoptó, asimismo, una firme resolución contra los Tribunales de
Justicia. La Corte Suprema, a pesar de sus reiteradas declaraciones de objetividad y
apoliticismo, había actuado desde el inicio del conflicto a favor de los golpistas. Sus
fallos estaban destinados a cuestionar la legitimidad del gobierno. La Corte Suprema en
enero de 1891 se pronunció a favor del “Acta de deposición” del presidente Balmaceda,
proclamando la ilegitimidad del gobierno. Antes de esta actitud abiertamente sediciosa,
Balmaceda resolvió desconocer los acuerdos de la Corte Suprema y de Apelaciones,
ordenando la clausura de los Tribunales de Justicia.
En agosto de 1891, los rebeldes, bien adiestrados por Körner, que había desertado
del ejército balmacedista, estaban listos para el enfrentamiento final. El plan consistía
en desembarcar cerca de Valparaíso. Estaba coordinado con acciones de sabotaje contra
los torpederos y las vías férreas de la zona central para impedir la llegada de refuerzos
militares leales de la zona sur.
Los rebeldes desembarcaron en Quintero el 20 de agosto, logrando dos triunfos
decisivos en Concón y La Placilla.
La guerra civil de 1891 fue la más cruenta de la historia del Chile: más de 10.000
hombres quedaron en los campos de batalla.
Balmaceda delegó el mando presidencial en el general Baquedano y se refugió en
la embajada de Argentina. Allí se suicidó de un balazo el 19 de septiembre, día de la
finalización de su mandato presidencial. En su testamento político denunciaba a los
generales que lo traicionaron y justificaba su acción de gobierno, previniendo con
certeza el alcance reaccionario de la política que iban a aplicar sus vencedores.409
409
Juanita Gallardo y Luis Vitale. Balmaceda, los últimos días, Ed. CESOC, Santiago, 1991.

472
El régimen parlamentario que le sucedió y la entrega de las riquezas nacionales al
imperialismo inglés fue una confirmación rotunda de sus predicciones póstumas.
Poco después de la caída del gobierno chileno, la publicación británica The Economist
editorializaba: las compañías salitreras “se recuperaron bruscamente desde la noticia
de la caída de Balmaceda, como podría haberse anticipado. Si Balmaceda hubiera
ganado, habría surgido la cuestión acerca de las entradas del salitre pagadas al banco
del Congreso y Balmaceda no hubiera tenido ningún escrúpulo en sus exacciones. La
duda está ahora esclarecida (…) Las compañías salitreras tienen grandes razones para
alegrarse que la lucha haya terminado así”.410

Epílogo historiográfico
El proyecto nacionalista de Balmaceda no alcanzó a plasmarse en una revolución
democrático-burguesa, porque en ningún momento se planteó la expulsión del
imperialismo y la reforma agraria, tareas esenciales que caracterizan una revolución de
este tipo. La política de Balmaceda no contemplaba la expropiación de los latifundios
y la entrega de la tierra a los campesinos pobres. Tampoco se proponía aplicar la
medida antiimperialista de expropiación de salitreras en manos de los inversionistas
ingleses, sino la entrega a los chilenos de las salitreras que aún pertenecían al Estado.
Esta medida, evidentemente progresiva para su tiempo, constituye un audaz intento
de frenar la acelerada penetración del imperialismo, pero no pretendía expropiar a los
capitalistas británicos.
A la luz de estos antecedentes objetivos se hace evidente que los partidos de la
época que interpretaron este conflicto como una disputa entre el Poder Ejecutivo y el
Parlamento, racionalizaron la interpretación para acomodarla a los intereses sociales
y económicos que defendían. Por otra parte, nos parece sobremanera subjetiva la
apreciación de Alberto Edwards Vives al sostener que el motivo del enfrentamiento
se debió a que Balmaceda era de origen andaluz y la “fronda aristocrática” de origen
vasco. En una onda más subjetivista aún, Francisco Encina sostuvo que la derrota de
Balmaceda fue determinada por su “divorcio sicológico de la aristocracia gobernante”.
Asimismo, queremos precisar algunas diferencias con Hernán Ramírez Necochea,
sin dejar de reconocer que ha sido uno de los mejores analistas de este tema. Tanto el
contenido como el título de su obra Balmaceda y la contrarrevolución de 1891 induce a
error y confusión porque presupone que el gobierno de Balmaceda hizo una revolución.

410
Citado por Crisóstomo Pizarro: La Revolución de 1891, Ed. Universitaria de Valparaíso, Santiago, 1971,
pp. 63 y 64.

473
A nuestro juicio, durante la administración de Balmaceda no hubo ninguna
revolución social o democrático-burguesa, sino una implementación de ciertas medidas
reformistas de carácter nacionalista.
Hernán Ramírez sostiene que Balmaceda hizo una revolución democrático-
burguesa. Afirma que durante ese gobierno “Chile vive un proceso revolucionario que
dirige la burguesía, que tiende a consolidar y ampliar el capitalismo chileno, que se
orienta a facilitar el establecimiento de formas democráticas de convivencia. Por sus
caracteres, se trata de un proceso que está enfilado –directa o indirectamente– contra
la preponderancia imperialista, contra los remanentes de feudalismo que reposan en
una estructura agraria dirigida por la oligarquía terrateniente (…). En resumen, Chile
vive una revolución democrático-burguesa con perfiles bastante nítidos y con proyec-
ciones trascendentales”.411
El proyecto político de Balmaceda no contemplaba la expropiación de las salitreras
en manos del imperialismo inglés, sino la entrega a los capitalistas nacionales de las
salitreras que aun poseía el Estado. Si Balmaceda hubiera planteado y concretado la
nacionalización del salitre, no cabría ninguna duda en caracterizar a dicha medida
como democrático-burguesa.
Respecto de la reforma agraria, otra tarea democrático-burguesa esencial, Hernán
Ramírez no aporta ninguna prueba en respaldo de sus tesis porque sencillamente
Balmaceda no planteó en ningún momento la expropiación del latifundio y la entrega
de la tierra a los campesinos, medida fundamental de todo plan de reforma agraria.
De ahí que resulta insólito el análisis de Ramírez al presentar la política agraria de
Balmaceda como expresión de los deseos de “la burguesía chilena que clamó vigorosa
aunque inútilmente por una reforma agraria profunda que abriera las compuertas al
modo capitalista de producción”.
Por el contrario, durante el gobierno de Balmaceda se agudizó el proceso de concen-
tración de la propiedad territorial, especialmente en la zona austral; cientos de miles
de hectáreas fueron entregadas a empresarios extranjeros, como lo hemos probado.
Hernán Ramírez sostiene que bajo Balmaceda “Chile entraba por el camino de la
revolución democrático-burguesa; esto bajo la dirección de una burguesía nacional
consecuente”.412 Esta “burguesía nacional consecuente” habría estado compuesta por
dos sectores: la burguesía agraria y la burguesía industrial.
Según Ramírez, durante el gobierno de Balmaceda “comenzó a desquiciarse la base
del régimen agrario tradicional; el antiguo territorio araucano rápidamente llegó a ser
el principal centro de actividad agropecuaria; allí actuaba un nuevo tipo de agricultor
–especie de burguesía rural– dotado de un espíritu capitalista, más emprendedor y
411
Hernán Ramírez N. Balmaceda… op. cit., pp. 249 y 250.
412
Ibid., p. 138.

474
activo que el terrateniente tradicional, que se reclutó especialmente en las filas de la
burguesía y de la pequeña burguesía … La burguesía industrial, exponente genuino de
la burguesía nacional, se fortaleció”.413
A nuestro juicio, en la historia de Chile nunca existió “una burguesía nacional
consecuente” capaz de realizar las tareas democrático-burguesas de reforma agraria
y de expulsión del imperialismo. Cuando Balmaceda planteó en 1889 medidas con-
cretas para frenar la penetración del imperialismo inglés en las salitreras, los sectores
mayoritarios de la burguesía, que lo habían apoyado en el período 1886-1889, no solo
le quitaron el respaldo sino que lo derrocaron.
En la guerra civil contra Balmaceda participaron los sectores mayoritarios de la
burguesía: mineros, banqueros, comerciantes, terratenientes e industriales. No es
efectivo que la burguesía agraria haya respaldado a Balmaceda. Los documentos de la
época muestran que los elementos más representativo de la burguesía agraria tuvieron
una relevante participación en la guerra civil contra Balmaceda. Los empresarios
viñateros, los molineros, los dueños de las explotaciones ganaderas más modernas
financiaron el movimiento antibalmacedista, y promovieron actos de sabotaje de las
líneas férreas y telegráficas.
Otro sector que supuestamente apoyó a Balmaceda fue la burguesía industrial,
exponente genuino de la “burguesía nacional”. En este caso, Ramírez tampoco aportó
ninguna prueba que abone a su hipótesis. No hay constancia de sectores industriales
que durante la guerra civil se hayan pronunciado a favor de Balmaceda.
La burguesía industrial, “exponente genuino de la burguesía nacional”, estaba in-
tegrada, en aquella época, por extranjeros residentes en Chile en su gran mayoría. La
industria se encontraba en una fase embrionaria de desarrollo. No era una industria
en sustitución de importaciones de productos manufacturados de consumo popular,
sino una industria que trabajaba en función de la necesidad de las empresas agrope-
cuarias y mineras.
No existe ninguna prueba del supuesto apoyo de la burguesía industrial a Balma-
ceda durante la guerra civil. Al contrario, los documentos de la época demuestran
que los industriales hicieron frente único con los banqueros, mineros, terratenientes,
comerciantes y salitreros ingleses.
Uno de los pocos industriales de origen chileno, José Besa, dueño de la Refinería
de Azúcar de Viña del Mar, fue un destacado dirigente de la oposición, integrante del
Comité rebelde de Santiago, junto al conservador Carlos Walker Martínez. Su actividad
reaccionaria durante la guerra civil determinó que el gobierno le requisara una gran
casa comercial que tenía en Santiago y ordenara su apresamiento.414
413
Ibid., p. 214.
414
Francisco Undurraga. Recuerdos de 80 años, pp. 134-135, Imprenta Imparcial, Santiago, 1943.

475
Otro industrial, Gregorio Donoso, se convirtió también en uno de los cabecillas
de la oposición. Ramón Barros Luco, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril en
1890, participó en el levantamiento de la Marina y fue dirigente de la Junta de Iquique.
Ismael Valdés Vergara, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril bajo el gobierno
de Balmaceda, fue asimismo un activo miembro de la oposición.
Revisando los Boletines de la Sociedad de Fomento Fabril se puede comprobar
que los industriales estuvieron en contra de Balmaceda durante la guerra civil. En el
Boletín Nº 2 de la Sociedad de Fomento Fabril, editado en 1891, se califica de dictador
a Balmaceda: “Reanudamos ya los trabajos de la Sociedad, que fueron suspendidos
durante los ocho meses de la dictadura, se comienza a imprimir un impulso serio hacia
el fin, a los estudios que quedaron pendientes en aquella época”.415 Esta burguesía
industrial se alió con el imperialismo inglés y con los banqueros, terratenientes, mineros
y grandes comerciantes en el movimiento reaccionario, anti-nacional y pro-imperialista
que culminó en el derrocamiento de Balmaceda.
En otra parte, en su libro, Hernán Ramírez sostiene que durante el gobierno de
Balmaceda, la burguesía desplazó a otros sectores de la clase dominante: “La corre-
lación de las fuerzas entre las clases se inclina visiblemente en favor de la burguesía,
que está fortalecida, que tiene en sus manos las posibilidades para hacer madurar el
capitalismo en Chile”.416
¿Como entender este pretendido fenómeno social de que “la correlación de fuerzas
entre las clases dirigentes se ha inclinado visiblemente a favor de la burguesía? “Ramírez
no logra explicar cómo la burguesía desplazó a los terratenientes que “mantienen viva
la estructura agraria atrasada en que prevalecían relaciones sociales de producción de
carácter feudal”.417
Para justificar a todo trance la ineludible necesidad de una revolución democrático-
burguesa, conducida por la burguesía industrial, conforme a la teoría de la “revolución
por etapas”, Ramírez se ha esforzado a través de todos sus libros por demostrar la
existencia de un supuesto régimen feudal en Chile no solo en la colonia, sino también
durante gran parte del siglo XIX. La “aristocracia feudal”, representada por los gobiernos
“pelucones” de los decenios, habría sido socavada por el surgimiento del capitalismo y
de las primeras capas burguesas recién en la segunda mitad del siglo pasado. ¿Cuándo
y cómo la burguesía tomó el poder desplazando a la “aristocracia feudal”? ¿Bajo qué
gobierno liberal? El cambio de la mentada correlación de fuerzas a favor de la burguesía
se habría producido, según Ramírez, durante el gobierno de Balmaceda.

415
Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, Nº 2, año III, p. 161, 1891.
416
Hernán Ramírez N. Balmaceda…, op. cit., p. 249.
417
Ibid., p. 159.

476
En nuestra opinión, la transición al capitalismo primario exportador se remonta a
fines de la colonia, consolidándose como modo de producción capitalista generalizado
en la segunda mitad del siglo XIX. La burguesía criolla, que tomó el poder en 1810,
fue incapaz de realizar las tareas democráticos-burguesas esenciales, manteniendo
el atraso estructural del país y reforzado los lazos de dependencia con las metrópolis
europeas. Los gobiernos “pelucones” de Prieto, Bulnes y Montt, representantes de la
burguesía comercial y terrateniente, se preocuparon fundamentalmente de impulsar
la economía capitalista de exportación. Esta política fue combinada en lo fundamental
por los gobiernos liberales. El ascenso de la burguesía minera al poder en alianza
con la burguesía agraria, comercial y bancaria no significó cambios sustanciales
en la estructura del país. Los gobiernos liberales no realizaron la reforma agraria ni
promovieron la industrialización; fomentaron la economía de exportación de materias
primas y el librecambio, facilitando la penetración de capital extranjero y la entrega
de las riquezas nacionales básicas al imperialismo inglés.
Balmaceda subió el poder en representación de los mismos sectores burgueses
que habían apoyado a los anteriores gobiernos liberales. Su victoria electoral de
1886 no fue el resultado de una lucha por el poder entre la burguesía y una supuesta
aristocracia feudal terrateniente. ¿Qué significado tiene entonces la afirmación de que
bajo Balmaceda “la correlación de fuerzas entre las clases dirigentes se ha inclinado
visiblemente en favor de la burguesía”? La aseveración de Ramírez se hace insostenible
porque precisamente los sectores mayoritarios de la burguesía, incluida la burguesía
industrial, “exponente genuina de la burguesía nacional consecuente”, se coaligaron
con el imperialismo inglés para aplastar el proyecto nacionalista de Balmaceda.
En esta lucha por defender las riquezas básicas del país, Balmaceda no contó con
ese respaldo por una razón sociológica que cruza toda nuestra historia: en Chile nunca
existió una burguesía nacional capaz de realizar las tareas democráticos-burguesas de
reforma agraria y expulsión del imperialismo. Cuando Balmaceda planteó las medidas
concretas para frenar la penetración del imperialismo inglés, los sectores mayoritarios
de la burguesía, que lo habían apoyado en el período 1886-1889, no solo le quitaron el
respaldo sino que se aprestaron para su gran derrocamiento.
Ensoberbecido por el triunfo, Eduardo Matte escribió el 19 de marzo de 1892 en
el diario El Pueblo: “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del
suelo; lo demás es masa influenciable y vendible”.
En tono parecido se expresó El Porvenir, a 4 días de la muerte de Balmaceda:
Pues bien esos oligarcas están hoy en el poder… Desde que se proclamó la dictadura
los diarios balmacedistas no cesaron de atizar el odio y la envidia del pobre contra el
rico y de incitar a la plebe a la revolución comunista… Ahora, si cualquiera agrupación,
arrogándose el título de partido, intenta encarnar el socialismo balmacedista, todos

477
los verdaderos partidos están en el deber de negar los derechos de la beligerancia en el
campo de nuestra política… Ahora es tiempo de sofocar la hiedra en su cuna, más tarde
no lo será (El Porvenir, 23-09-1891, Santiago).
El proyecto político nacionalista de Balmaceda fue el intento más relevante realizado
en el siglo pasado para frenar el proceso de semicolonización del país, que se había
agudizado desde la década de 1880 con el incremento del capital financiero foráneo
en las explotaciones salitreras. La caída de Balmaceda aceleró la conversión de Chile
en semicolonia inglesa, cerrando una fase de la historia de la dependencia de nuestro
país y abriendo una nueva, caracterizada por la enajenación de las riquezas nacionales
y la aceleración de la dependencia económica y cultural.

478
cronología

América Latina Europa y Estados Unidos Asia y África


1844: Independencia de la Revoluciones democrático- 1840: Inglaterra pretende
Rep. Dominicana. Gobierno burguesas. conquistar Afganistán.
de Castilla en Perú. 1840-42: Guerra del opio.
1846-48: EE.UU. arrebata
mitad territorio a México.
1848: Inglaterra ocupa costa Revolución Francesa. 1847: Abd-El-Kader de
de Nicaragua. Presidencia Manifiesto Comunista. Argelia derrotado por
Belzú en Bolivia. Rebelión Francia.
campesina en Brasil.
1848: Inglaterra culmina
1850-70: Inicio construcción conquista India.
Ferrocarriles.
1851: Abolición esclavitud en
Colombia y Ecuador. Guerra
Civil chilena.
1852: Caída de Rosas 1852: Napoleón III. Unidad 1852: Inglaterra conquista
(Argentina). Italiana. Birmania.
1853: Santa Anna presidente 1854-64: Revolución popular
(México). Taiping (China).
1854: Revolución artesanos 1854: Guerra de Crimea.
(Colombia).
1854-60: Invasión Walker en
Nicaragua.
1855: Inglaterra intenta
1854: Abolición esclavitud en
conquistar Persia. El Negus
Venezuela y Perú. 1856: Primera huelga general
de Etiopía enfrenta a
1859-63: Guerra civil en española.
ingleses.
Venezuela.
1858-60: Guerra de la 1858: Crisis económica 1856: Revuelta de cipayos en
Reforma: Juárez (México). mundial. India.
1859: Guerra civil en Chile. 1859: Guerra en Italia por la 1859: Francia inicia conquista
unificación. Indochina. España declara
guerra a Marruecos.

479
América Latina Europa y Estados Unidos Asia y África
1860: García Moreno dictador 1860: Lincoln, Pdte. EE.UU. 1861: Francia ocupa Siria.
en Ecuador. Garibaldi en Nápoles. Europeos saquean Pekín.
1861: Invasión francesa a 1862: Inglaterra conquista
México: Maximiliano. 1864: Primera Internacional. Nueva Zelandia.
1864: Congreso Naciones 1861-65: Guerra Secesión en 1863: Francia ocupa Saigón.
Latinoamericanas. EE.UU.
1864-66: Guerra Triple 1863: Revolución Polaca.
Alianza contra Paraguay.
1861-65: España ocupa Rep.
Dominicana.
1865: España ataca a Perú y
Chile. Independencia Rep.
Dominicana.
1867: Edición 1er. Tomo El
1867: Guerra civil en Haití. Capital.
1868: Primera Guerra Indep.
Cuba. 1868: Anarquistas se retiran 1869: Apertura Canal de
de I Internacional. Suez. Era Meiji en Japón.
1868: Grito de Lares en
Puerto Rico. 1870: Inicio explotac. 1870: Napoleón III capitula
petrolera. Guerra franco- en Sedán.
1870-80: Rebeliones
indígenas (Mex., Arg., Perú., alemana. 1871: Resurge resist. argelina.
Chile, Centroamérica).
1870: Presidencia Guzmán
Blanco (Venezuela).
1870-1910: Dictadura Porfirio
Díaz (México). 1871: Comuna de París.
1870-90: Reformas Liberales. Primer Congr. Trade Unions.
Unidad alemana. 1874: Viaje de Stanley al
1872: Presidencia Pardo
(Perú). 1870: Unidad de Alemania. África.

1874: Presidencia Sarmiento 1873: Primera Rep. Española. 1876: La ‘Comisión de deuda’
(Arg.). Dictadura Latorre anglo-francesa impone
1876-78: Se inventa teléfono y condiciones leoninas a
(Uruguay). lámpara eléctrica. Egipto.
1879-83: Guerra del Pacífico. 1877: Guerra ruso-turca.
1880: Guerra anglo-boer.
1880-1900: Masiva inversión 1878: Turcos entregan Chipre
capital extranjero. Influencia a Inglaterra
anarquismo. Mov. Obrero
artesanal.

480
América Latina Europa y Estados Unidos Asia y África
1883-1900: Salitre primer 1880-1900: Lucha feminista 1881: Revuelta popular
producto exportación de por sufragio. Inicio de fase egipcia contra Inglaterra.
Chile. imperialista. 1881: Egipto, Protectorado
1880-1900: Auge 1881: Zar Alejandro III. inglés. Rebelión mahadista
exportación, café y azúcar. 1882: Koch descubre bacilo en Sudán. Eritrea,
Inicio industrialización en TBC. Protectorado de Italia.
México, Argentina, Uruguay, 1883: Francia consolida
Chile y Brasil. conquista Indochina y ocupa
1885-98: 2ª guerra 1885: Regencia María Cristina Madagascar.
Independencia Cuba. en España.
1884: Inglaterra ocupa Sudán.
1886: Abolición esclavitud 1886: Mártires de Chicago. Alemania conquista sudeste
en Cuba. 1887: Invención linotipia y africano.
1888: Abolición esclavitud en neumáticos. 1885: Ingleses ocupan
Brasil. Nigeria.
1889: República del Brasil. 1889: Expedición a
Groenlandia. Fundación II
1890: Rebelión de Canudos Internacional.
(Brasil). Repercusión crisis
mundial. Levantamiento
contra Juárez Celman
(Argentina).
1891: Guerra civil en Chile. 1891: Encíclica Rerum
1893: Revolución Liberal Novarum.
de Zelaya en Nicaragua. 1892: Ford construye primer
Inglaterra conquista Bélice. automóvil. 1893: Acuerdo anglo-
1895: Revolución de Pando 1894: Convenio franco-ruso. italiano sobre dominación
en Bolivia. Revolución de Abisinia. Protectorado
Liberal de Alfaro en Ecuador. francés en Dahomey. EE.UU.
Fundación de P.S. argentino. ocupa Hawai. Francia
conquista Siam.
1898: Cuba se independiza 1898: Guerra entre EE.UU. y
de España y cae bajo control España. 1898: Inglaterra conquista
Norteamericano. Sudán.

1860-90: Consolidación 1900: Víctor Manuel III, rey 1899: Guerra del Transvaal.
Estados Nacionales. de Italia.
Auge exportaciones.
Generalización salariado.
Expropiación tierras de
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481
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Índice

tomo iii.
Los decenios de la burguesía comercial y terrateniente (1831-1961)
Introducción 7
capítulo i. La lucha por la Independencia Política 9
El período centrista 10
El período izquierdista 17
El período contrarrevolucionario 31
El período de consolidación de la Independencia Política 35
La guerra a muerte 44
La guerrilla de los Pincheira 53
Actitud de Inglaterra y Estados Unidos
ante la Independencia de Chile 57
El contexto latinoamericano de la lucha
por la independencia política 63
La extensión de la revolución al campo 66
La lucha por la unidad latinoamericana en los mares:
la República Amelia (Florida) y los Estados Unidos
de Buenos Aires y Chile en el Caribe 67
El contexto internacional y la actitud de Inglaterra
y Estados Unidos ante la Independencia de Chile 70
capítulo ii. La rebelión de las provincias 75
Las causas de la rebelión de las provincias 79
Las luchas contra la capital 87
Las medidas contra la Iglesia y los terratenientes 93
La Guerra Civil de 1829-30 100
capítulo iii. Los decenios de la burguesía comercial y terrateniente 107
El desarrollo económico 111
Agricultura y ganadería 112
Minería 116
Los comienzos del régimen bancario 118
El comercio de exportación e importación 121
Ingresos fiscales y régimen impositivo 122
Marina mercante 124
La preponderancia de Valparaíso en el Pacífico Sur 128
La guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana 130
Las clases sociales 136
La tendencia totalitaria de los gobiernos de los decenios 153
El movimiento liberal 158
La Sociedad de la Igualdad 161
capítulo iv. Las Guerras Civiles de 1851 y 1859 169
La Guerra Civil de 1851 169
El desarrollo de la guerra civil 173
La guerra civil en la zona de Concepción y la Frontera 178
La Guerra Civil de 1859 186
El período pre-revolucionario 190
La guerra civil en el Norte Chico 194
El movimiento revolucionario de Aconcagua 196
La rebelión de los trabajadores de Valparaíso 198
Las guerrillas de la zona central 200
La insurrección popular de Talca 202
La guerra civil en la zona de Concepción y la Frontera 204
La rebelión de los mineros de Lota y Coronel 208
El levantamiento mapuche 209
Las guerras civiles y su ideología
en América Latina 212
Regionalismo y conflicto de clases 214
¿Federalismo = Feudalismo? 215
¿Revolución democrático-burguesa? 215
capítulo v. El proceso de la dependencia durante
la primera mitad del siglo XIX 219
Las formas de penetración extranjera 221
Las nuevas relaciones de dependencia de Chile
en la primera mitad del siglo XIX 225
Bibliografía 239
Obras generales 239
Capítulos I y II 241
Capítulos III, IV y V 246
Bibliografía complementaria 250

tomo iv.
Ascenso y declinación de la burguesía chilena (1861-1891)
capítulo i. El contexto internacional 253
El desarrollo del capitalismo europeo y su sistema crediticio 253
Tendencias del pensamiento europeo 258
La formación social latinoamericana 262
El papel del Estado 266
Diferencias entre la formación del Estado Nacional
en Europa y América Latina 266
La consolidación del Estado Nacional 272
Corrientes de pensamiento en el siglo XIX 278
El romanticismo literario y el radicalismo político burgués 281
El pensamiento conservador y cristiano 286
El deterioro ambiental 288
capítulo ii. Caracterización general del período 1861-1891 293
capítulo iii. El desarrollo económico 301
La producción minera 301
La actividad agropecuaria 304
Protoindustrialización: génesis de la manufactura 308
El comercio de exportación e importación 313
Los ingresos fiscales 314
La marina mercante 315
El sistema bancario 317
El inicio del proceso inflacionista 319
capítulo iv. Las clases sociales 323
La burguesía 323
Las capas medias 330
El artesanado 331
El proletariado 336
La primera huelga general 340
Pensamiento social 343
Los primeros núcleos socialistas 345
El campesinado 347
La condición de la mujer chilena en el siglo XIX 354
capítulo v. La política de los gobiernos liberales 361
Las reformas constitucionales 363
Las cuestiones teológicas 365
Los partidos políticos 367
La Guerra con España y la unidad latinoamericana 381
capítulo vi. La Guerra del Pacífico 387
Causas de la guerra 387
Constitución de la propiedad salitrera
y expansión del capitalismo chileno 389
La política salitrera de los gobiernos peruanos de Pardo y Prado 394
La crisis de coyuntura de la economía chilena 398
La crisis de Perú y Bolivia 399
El desarrollo de la guerra 402
La intervención de Estados Unidos
y de las potencias europeas en la Guerra del Pacífico 405
Política salitrera después de la Guerra del Pacífico 412
capítulo vii. La llamada “Pacificación de la Araucanía” 415
El proceso de acumulación de la tierra 417
La rebelión mapuche de 1868-1871 420
La aventura de Orelie Antoine 422
El último levantamiento general de los mapuche 424
La concentración de la propiedad territorial en la Araucanía 427
La nueva organización social impuesta a los mapuche 430
La colonización de Magallanes 431
capítulo viii. Las relaciones de dependencia
en la segunda mitad del siglo XIX 435
La deuda externa 436
La irrupción imperialista en Chile 438
La dependencia cultural 444
capítulo ix. El Gobierno de Balmaceda y la guerra civil de 1891 445
La primera fase del gobierno de Balmaceda (1886-1889) 446
La segunda fase del gobierno de Balmaceda (1889-1891) 450
Política salitrera 451
Política sobre ferrocarriles 455
Política bancaria 457
Los componentes de la oposición 460
Estrategia y táctica de la oposición 462
La actitud de Balmaceda 467
La Guerra Civil de 1891 470
El desarrollo de la guerra civil 470
Epílogo historiográfico 473
Cronología 479
Bibliografía 483
Obras sobre la época 488
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comité editorial Silvia Aguilera, Mario Garcés, Luis Alberto Mansilla, Tomás
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