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cuentosin.blogspot.com/2010/11/una-noche-en-el-haven.html
Esperar no era de su agrado, a pesar de todo, se impacientaba con mucha facilidad, y ahora
más que nunca. Thomas era un muchacho demasiado pasional para alguien de su clan y eso
traía muchos problemas a su padre - aunque eso a él le daba un poco igual. En realidad el
problema residía en su Bestia, que siempre hambrienta, lo tentaba con placeres
inalcanzables, haciéndolo sufrir. Ahora esa Bestia estaba furiosa por la inactividad, por la
incertidumbre. Su amada Calíope estaba herida, moribunda en un hospital y su padre estaba
más interesado en saber quién había querido matarlo a él en lugar de pensar que a la pobre
muchacha la habían atacado precisamente porque era la favorita del Príncipe Constantine.
Thomas dio un puñetazo a la mesa con los ojos rojos de ira, gruñendo por lo bajo. Resopló
por la nariz, estaba solo en aquel gran reservado, y lo que más deseaba era saber qué había
pasado con Calíope.
Escuchó un murmullo al otro lado de la cortina que daba acceso al reservado, una voz
femenina y voces más toscas, seguramente la de los guardaespaldas. Inquieto por su
situación, incapaz de mantener la calma y la mente fría, se asomó para saciar su curiosidad.
- Ah, vaya... ¿no me digas que me he equivocado de pasillo? Que tonta... jajaja... si estaba
buscando el baño... - una muchacha intentaba cruzar al otro lado del pasillo, pero dos
guardaespaldas le impedían el paso. En la diestra sostenía una copa de cristal con alguna
bebida que se derramaba de tanto en tanto por sus aspavientos. Se rió de forma contagiosa,
se notaba que había bebido de más cuando estuvo a punto de perder el equilibrio. -
¿Entonces... no está por aquí? Puff... que manera más tonta de perderse... ja...
- Señorita, no puede estar aquí - insistió uno de los trajeados, empujándola un poco para que
volviera fuera. - Esta es una zona de VIP's.
- Ay... que me haces daño... ya me voy... pero dime dónde está el baño... necesito saber si
tengo la pintura en su sitio... ¿La tengo en su sitio? - preguntó mirándo fijamente al hombre
del traje.
- Disculpad... Señorita, yo puedo indicarle dónde está el baño - Thomas había salido de su
escondite y se había acercado hasta la muchacha, a la que cogió de la mano con una
deslumbrante sonrisa. La joven parpadeó varias veces para enfocar su rostro y se rió como
una tonta. Uno de los guardias fue a decir algo, pero dejó que Thomas se llevase a la mujer
hacia el interior del reservado.
- Ay... gracias - suspiró la chica con otra risa. - Esta gente... que estirados que son... ¿por
qué... me miras... así? - preguntó un poco confusa. Thomas la contempló como si fuese una
obra de arte, la más hermosa obra de arte que jamás hubiese visto antes. Ella tenía el pelo
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negro, largo, suelto, ondulado, como su pequeña Calíope. Llevaba un traje azul muy ajustado,
la falda apenas tenía un palmo de largo y los finos tirantes se sostenían sobre unos curvados y
bronceados hombros. Su sonrisa se quedó prendida en la comisura de sus labios, sus mejillas
adquirieron un matiz rojizo y su mirada se turbó avergonzada por la intensidad con la que
aquel atractivo joven la estaba mirando.
Una oleada de placer la obligó a arquear la espalda cuando Thomas hundió los colmillos en
su pierna. De sus labios surgió un ahogado suspiro y se estremeció entre jadeos en una
espiral de inmenso placer. El vampiro se alimentó de ella, su sangre caliente le abrasó la
garganta y al tiempo que se deleitaba con el preciado licor carmesí de sus venas, acarició su
sexo. El sabor de la sangre era distinto, cuando más excitada estaba ella, más intenso y
adictivo se volvía. Lamió su herida y cubrió de besos su entrepierna, acariciando sus muslos.
Pero antes de que ella pudiese dejarse llevar, se separó.
- ¿Cual es tu nombre? - preguntó con la barbilla manchada de rojo. Ella se había llevado las
manos a la cabeza, suspirando de placer y protestó por el trabajo a medias.
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- Natasha... - gimió cuando él metió un dedo con fuerza en el interior de su sexo.
- Esta noche serás mía, Natasha... - afirmó Thomas, volviendo a la carga. Aferrando sus
piernas, la arrastró fuera de la mesa y se sentó sobre el sofá acolchado con ella encima. La
miró fijamente, hipnotizándola, y ella no pareció darle importancia al hecho de que él tenía la
boca llena de sangre, de su propia sangre, cuando lo besó apasionadamente...
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