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Villa Celina

Imagen del Tanque de Celina y la Escuela 137

Villa Celina está situada en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La


Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto
fantasmagórico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los
clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Corazón y las escuelas del estado.
Debe su nombre a Doña Celina, señora que poseía gran parte de las tierras que hoy
conforman el barrio.

En sus orígenes, fue poblada por españoles e inmigrantes del sur de Italia, como mis
abuelos José y Lucía, o Juanita, la almacenera, o Antoña, su cuñada. Las primeras casas
fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con
fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda,
otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks
obreros o militares en sus zonas periféricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Richieri,
los edificios Estrella o los bajitos de tres pisos que están cerca del Mercado Central, fondo
mítico que cuenta con un fuerte del siglo XIX que ha generado más de una historia.

En las últimas dos décadas, el barrio recibió grandes oleadas de personas de origen
boliviano, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado como "Pequeña
Cochabamba". En su centro geográfico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso
tanque de Celina, de estructura circular y bastante alto, con escalera caracol en su interior.
Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que
pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las Achiras y el Barrio Sarmiento, además de
los vecinos Madero, Tapiales y Lugano. En mi infancia y adolescencia, durante la década del
70 y el 80, aún perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos
prácticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su
dimensión.

Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las
nubes de mosquitos en la cabeza. Sus jóvenes frecuentan las esquinas, siempre con botellas
de cerveza Quilmes en la mano y marihuana, a veces con una guitarra, a veces con una
pelota de fútbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o
dos talleres mecánicos por cuadra) y de músicos. Tango y rock and roll siempre presentes,
ahora también cumbia. Sus bandas siempre fueron numerosas, algunas conocidas como
Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos.

En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del
alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y
una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe frecuentemente el diálogo en las
veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito
mezclado con la risa de los pibes del grupo "Perseverancia" y las puteadas de Carlitos el
borracho.

Juan Diego Incardona nació en Buenos Aires el 27 de Julio de 1971 y vivió la mayor parte de
su vida en Villa Celina, un barrio del conurbano bonaerense. Actualmente reside en Capital
Federal.

Dirigió la revista El interpretador. Publicó Objetos maravillosos (2007), Villa Celina (2008), El
campito (2009), Rock barrial (2010), Amor bajo cero (2013), Melancolía I (2015), Las
estrellas federales (2016) y cuentos en distintas antologías, diarios y revistas. Actualmente,
dicta talleres literarios, coordina un ciclo de cine en el ECuNHi (Espacio Cultural Nuestros
Hijos) y realiza actividades en escuelas y bibliotecas populares, en representación de la
Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares).
Juan Diego Incardona encontró su propio universo literario en las historias de Villa Celina
donde «había algo del paraíso», atravesado por la mirada infantil y adolescente de la
aventura por descubrir entre el basural, el Campito, el Tunel de los Nazis y la cultura de la
esquina, en plena década del 90 cuando las fábricas cerraron y los pibes se aferraron al
Rock Barrial. Desde el corazón del conurbano, mezcló fantasía y realidad para narrar
«historias particulares que contaban historias nacionales», las cuales resonaron desde Tierra
del Fuego hasta la tierra colombiana de Andrés Caicedo. Tata tata ta. Notas de su escritura
percusiva, alimentadas por «la euforia de subirse al pentagrama» con Los Redondos o Bob
Dylan sonando al palo, «rebotando de línea a línea» como enchufado a un Toma Corriente,
en su pulsión «por sonar un sonido con la escritura que también es música». Sus libros más
populares, donde reúne sus cuentos y relatos, son: Objetos Maravillosos, Villa Celina, El
Campito y Rock Barrial. Actualmente, trabaja en el programa Memoria en Movimiento de la
secretaría de Comunicación Pública, recorre el país con las Bibliotecas Móviles de la CoNaBiP
y dirige un Ciclo de Cine en el Espacio Cultural Nuestros Hijos en la ex ESMA. Hasta allá
fuimos para hablar de historias, de barrio y de rock.

Juan Diego Incardona en el ECuNHi (Espacio Cultural Nuestros Hijos)


Villa Celina, el paraíso

«Recuerdos, anécdotas, historias. Sensibilidad, poesía, música. El Campito, el Hombre Gato,


el Basural. Clase obrera, peronismo, barrio.  El Tunel de los Nazis, Toma Corriente, Los
Reyes Magos Peronistas. Paraíso, conurbano, periferia. Generación, códigos, cultura
popular. El loco Tino, la Curandera, Carlitos el ciruja. Infancia, adolescencia, aventura.
Historias particulares, historias nacionales, historias de latinoamérica. Los Redondos, Bob
Dylan, Viejas Locas.  Épica, amistad, fútbol. Compañeros, familia, vecinos.  Fantasía,
realidad, ciencia ficción. Saqueos, Guerras de las Malvinas, Cierre de las fábricas.  Los 90,
transformación, crisis. Las Estrellas Federales, mutación, monstruos.  Comunidad, identidad,
memoria. Villa Celina, literatura, universo.» 

Las palabras y los días que se empujan en desorden cuentan las historias de «un barrio
clave en el conurbano bonaerense», donde «la épica del lugar, la amistad y la camaradería»
descubrieron «algo del paraíso». 

Herencia cultural, mutación barrial

¿Cómo era la Villa Celina de hace 30 años? El peronismo y las instituciones en el barrio, la
Iglesia y el grupo Perseverancia atravesaban la vida de una Villa Celina «con una
idiosincracia más de pueblo, donde todos nos conocíamos», recuerda Incardona, al ir hacia
atrás en el tiempo y encontrarse en su infancia y juventud antes de la década del 90.

En su cuento «Los Reyes Magos Peronistas», rememora la noche previa al 6 de enero


cuando se disfrazaron de Reyes Magos junto a un compañero y recorrieron las calles del
barrio para repartir juguetes a todos los niños y las niñas que salían a su encuentro,
destrozándole la túnica y arrancándole las barbas. El recuerdo pinta a un barrio en
movimiento, tan mágico como entrañable.

JI: -Yo nací en el 71 y todavía quedaba el barrio organizado en torno a las instituciones, un


barrio con mucha menos población que ahora. Mucho campito, potrero. Tenía una
idiosincrasia Celina más de pueblo, donde todos nos conocíamos. Yo ya tenía un par de
amigos que iban a jugar a la Parroquia y yo fui un día, lo acompañé. Había más de 100
pibes, era una época donde iban muchos chicos. Hice todo el año de Catequesis y me
confirmé para poder ir a Perseverancia al año siguiente. Como que me lo gané, viste. Y
después fue una etapa muy importante en mi crecimiento. Fue como un lugar de
iniciación en muchos aspectos la Parroquia: los primeros campamentos, idolatrar a la
generación de pibes más grandes que nosotros. Nosotros teníamos 11 o 12 años y estaban
los pibes de 18, 19 y 20 que eran como nuestros ídolos, nuestros faros: su sentido del
humor, la música que escuchaban. Nosotros aprendimos mucho de ellos y que era
una generación más ligada al espíritu del 70 en algún punto: con la dimensión
por un lado de la militancia, del peronismo y del rock nacional. Ciertos gustos que
nosotros recibimos de ellos y que de algún modo después reprodujimos como una herencia.

***

El legado de los jóvenes que habían crecido bajo el espíritu de los 70 con «la militancia, el
peronismo y el rock nacional», marcaron el camino de los pibes en la década siguiente. En
1990, cuando Juan Diego terminó sus estudios secundarios, el país entraba en un período
neoliberal que transformaría para siempre la realidad social en cada uno de los barrios,
desde el centro hacia la periferia.

Entonces, apareció la esquina como el refugio de toda una generación que «encontró en las
artes y en las actividades culturales su zona de expresión». Ante la cruda realidad de todos
los días, cuando cerraron las fábricas y los capitales extranjeros vaciaron el país, los pibes y
las pibas abrieron los ojos y llenaron el barrio de música y poesía, atravesados por «una
sensibilidad particular».  «Villa Celina es un barrio emblemático de la aparición del Rock
Barrial», suena Incardona, entre los yeites del Chapa.

«La herencia en una comunidad funciona de distintas maneras, va pegando saltos


generacionales y se va actualizando con las nuevas épocas, las nuevas tecnologías, las
nuevas costumbres de las tribus urbanas que se van produciendo. Yo terminé el secundario
en 1990 y digamos que durante todos esos años posteriores, por lo menos la mitad de la
década, empieza la transformación del conurbano. Fruto por supuesto de la
marginalización que implica la nueva coyuntura, que se siente muy fuertemente:
la pérdida del trabajo, el cambio de códigos, el cambio de drogas, el delito
cambia. Del pirata del asfalto de Villa Celina, un barrio histórico de piratas del asfalto que
estaban integrados a la comunidad; eso da lugar ahora al asalto al remisero o al kiosco. Al
cambiar las drogas, cambia el tipo de violencia. Las instituciones se empiezan a enrejar y el
famoso drama de la inseguridad. Ahora ese temor llega al pueblito, donde “a mí yo soy de
acá, no me pasa nada, todos nos conocemos”, pero entonces las instituciones se empiezan
a enrejar. Se empieza a edificar, se marginaliza todavía más la zona, se empobrece. El
basural ahora es más grande, el río está más contaminado, las fábricas están cerradas,
aparecen los nuevos negocios: la remisería, la cancha de paddle. Empieza a cambiar un
poco todo. Y en ese mundo, en esa transformación se reduce mucho el trabajo
comunitario que cumplían las instituciones: entran en crisis ya en la segunda mitad de
los noventa. Lo que era Perseverancia se achica.»

LP: -Los ejemplos empezaron a cambiar a medida que cambiaron las


generaciones…

JI: -Y la contención que daba la institución, no la dio más. Había un temor, se retrajo
todo. La comunidad organizada, vamos a citar como una estructura básica al
peronismo para estos barrios, se retrae y apareció muy fuertemente la cultura de
la esquina: la esquina era el lugar de pertenencia. La militancia política se redujo casi a
cero. En los noventa yo no recuerdo mucha participación de la juventud si uno la
compara con lo que fue el espíritu de época de los 60 – 70 o con lo que pasa
ahora, no solamente dentro de la juventud del kirchnerismo sino de la izquierda, de todos
lados. Hay una vuelta a la participación política muy fuerte. La juventud que siempre
tiene que sublimar su rebeldía por algún lado, encontró en las artes y en las actividades
culturales su zona de expresión. Y ahí se dio un fenómeno muy fuerte en relación a la
cultura de la esquina, que tiene que ver con la música, con las bandas. Villa
Celina es un barrio emblemático de la aparición del Rock Barrial. Aparecieron
muchas bandas, había una banda por cuadra, básicamente. Explotó el teatro, es cuando
empezó el teatro callejero, cuando empezó a verse malabaristas en las esquinas. Todo lo
que después se vuelve como una postal habitual de algunas zonas suburbanas, irrumpió
fuertemente en ese momento. Volvió algo de lo Hippie, volvió algo del rock de los 70,
pero se mezcló y armó una cosa de antes pero con algo nuevo. Y en ese proceso es
donde yo estoy creciendo en Villa Celina como adolescente, como joven, me estoy iniciando
y estoy junto a mi generación incorporando una sensibilidad particular. La sensibilidad de
los pibes que estaban componiendo en una esquina, ya no en el baño de La Perla del
Once, como Tanguito que escribía letras existenciales sobre una balsa que quiere irse a
naufragar o busca libertad; sino que ahora se miraba al obrero, se miraba al pibe que
iba a a afanar o la chica que se prostituía allá.

 
Tapa del libro «El Campito»

La literatura de lo pequeño y la sutileza de los límites

LP: -Antes hablabas del tema de la cultura popular, en una entrevista hace poco
vos contabas sobre “la necesidad de que las personas del barrio generen esos
relatos comunitarios dentro de la cultura popular”, ¿por qué existe esa necesidad
de que los vecinos generen los relatos comunitarios que construyen las leyendas
en el barrio?

JI: -Yo creo que eso igual se da solo, no es una función que cumpla la literatura.  La
literatura popular está presente muy fuerte en el relato oral. Uno entra al almacén,
se junta con sus amigos en la esquina, cualquier cosa que hace permanentemente contiene
historias que se van narrando. Y además, el barrio y el modo en que la gente tiene de
contar y de dimensionar la realidad muchas veces pasa por la exageración y la
superstición, lo cual son componentes muy atractivos a la hora de enriquecer un relato. Yo
en mis libros meto mucho de ese mecanismo de la exageración como el de la superstición, y
se vuelven entrañables los relatos porque uno reconoce conductas que existen realmente.
Pero yo creo que es parte también de la identidad de un pueblo, sería imposible hablar
de identidad si no se piensa en términos de relato. Porque eso tiene que ver con la
memoria colectiva que va rememorando hechos, situaciones, emociones, estados de
ánimo colectivos e individuales, y que están absolutamente vinculados a lo que va
ocurriendo en una cultura en relación a cosas que son relevantes, como la política, la
economía. Todo eso uno lo puede ir observando. Las pequeñas cosas que le pasa a un
vecino, más allá de que cada persona es un mundo y que cada familia tiene sus
particularidades, hay muchas que se van repitiendo y que tienen que ver con problemáticas
sociales. Pero así como hay problemáticas sociales, también hay felicidades
sociales, hay códigos, se generan muchas cosas.

Hay algo que a mí me gusta, que una vez lo conversamos con Biaggini, de  pensar que los
límites de los barrios no es el límite del catastro. Eso no figura en la cartografía, no es
que acá se termina Villa Celina o acá está el barrio Sarmiento, ahí está Las Achiras, Tapiales.
No es tan fácil. A veces los lugares de pertenencia se van dando por otras cosas
mucho más sutiles: un árbol, un accidente del terreno, un lugar peligroso, una cancha de
fútbol, una zanja. Hay cosas que no están en el mapa y que tienen que ver con
límites. Y que están totalmente cargados de sentido, no es que es una zanja simplemente,
un hilito de agua que pasa al lado del cordón. No. Ahí yo jugaba carreras con no sé qué, ahí
es donde lo mataron a tal o ahí es donde una vez me accidenté o me atropelló un auto o ahí
se cuenta que una vez pasó tal cosa. Hay una literatura o una memoria de lo pequeño
también que se va dando y que va marcando territorialmente muy fuerte el
barrio. Eso pasa todo el tiempo.
Escribir y sonar: subirse al Pentagrama

LP: -En un momento hablaste del sentido de pertenencia a partir de los


accidentes geográficos. En el libro “Que viva la música” de Andrés Caicedo el río
de la ciudad de Cali separa dos clases sociales: el norte del sur; y cómo la
protagonista María del Carmen Huerta va viviendo distintas situaciones. Luego
de leer “El Atravesado” y “Que viva la música” de Andrés Caicedo y tu cuento “El
túnel de los nazis”, se puede observar cierta influencia sobre tu obra.

JI: -“Toma corriente” de Rock Barrial es como “El túnel de los nazis”, todo en 2001 pero
mucho más largo, es una novela corta, y todo así con una lírica medio poética tipo Caicedo.
Es como un tipo de escritura influenciada no solo por Caicedo sino por William Burroughs
con “El almuerzo desnudo”, Anthony Burgess con “La naranja mecánica”. Es también
como una pulsión que me ocurrió a mí no tanto por contar, aunque por supuesto
cuenta algo, sino también por sonar, por brindar un sonido con la escritura que
también es ritmo, es música.

Yo creo que con respecto a lo de los límites de las clases sociales, a veces hay
metáforas pero no son tan así, tan precisas. La General Paz es una marca geográfica
muy fuerte, pero no sé si podemos decir que es un lugar preciso de división de clases
sociales. Hay como una proyección que me parece atraviesa los límites de la General Paz y
se proyecta en cuanto a lo que podríamos decir clase social. De todas maneras, en el
conurbano hay muchas cosas, es como que está salpicado: hay zonas residenciales pero
también hay barrios de monoblocks, hay potrero, hay basural, hay villa, pero hay countries.
Hay de todo. El conurbano no es una sola cosa.

LP: -Si hablamos de la música en la literatura, Cortázar mismo tiene una cadencia
en esa infinidad de comas que estructuran sus textos.

JI: -Para mí es fundamental eso. Hay escritores que le dan un lugar muy importante al
ritmo, y me parece que yo no sé si lo logro, pero lo intento. Yo para escribir, escribo con
música al palo.

LP: -¿Cómo trasladás esa “música al palo” a tu escritura y cuánto influye en lo


que escribís?

JI: -A la música la elijo, o sea, busco algo que refleje también mi actitud


expresiva. Mucho Dylan para escribir, pero también Los Redondos, Folklore o Tango,
música Clásica. Busco algo que me represente anímicamente. Es mejor que sean letras
en inglés o que no tengan letra. Entonces, uno se sube como a una euforia que
vendría a ser un pentagrama y ahí escribe. Y además, en los tiempos que corren ya
desde la máquina de escribir y ahora con el teclado, hay algo en la situación creativa que
tiene que ver con la percusión, frente a lo que fue en otra época escribir manuscrito.
Algo más ligado al dibujo, uno escribía como dibujando, como garabateando, algo lírico,
más florido. Y esto es más percusivo: ta ta ta. Yo a veces cuando entro, te subís al
pentagrama y estás rebotando con las notas de línea a línea, de espacio a espacio.
Siento por momentos como si tocara el piano. Estoy así: tata tata ta. Y se me ocurre una
cosa. Y no es parejo, es como que hay algo que tiene que ver con lo musical.
LP: -Escuchaste Viejas Locas, Callejeros…

JI: -Sí, por supuesto. Yo crecí con todo eso, estudié con Pity en el mismo colegio. Fui a ver
a Viejas Locas cuando recién empezaba, muchas veces. Conozco a Río Verde que es la
banda anterior a Callejeros. Las bandas que tocaban en los festivales en el barrio (Villa
Celina): Viejas Locas, Minnessota, Baf, Pocas Nueces, Viejo Berry, Viejo Smoking. Yo era
muy amigo de los chicos de Viejo Smoking y, de hecho, alguna letra es mía. Hay letras que
andan dando vuelta que son mías. A Pocas Nueces también le escribí. De hecho, yo tuve
una banda con un pibe que era de Viejo Smoking que había sido el primer baterista de
Villanos, Ricky, y otro pibe “El Tuta” Torres, con ellos armamos una bandita que se llamaba
La Guirnalda Afrodita, que duró poco. Yo cantaba, fue mi único intento de banda.

Pero era un momento donde todos queríamos tener una banda, donde todos nos
pasábamos música, influencias y la literatura también estaba muy mezclado con lo
musical. Era lindo porque era una especie de aprendizaje colectivo.

LP: – ¿Hoy que música escuchás para escribir?

JI: -Yo escucho de todo, me encanta la música. El rock nacional es algo que siempre me
gustó, nunca dejé de escucharlo. Soy medio hippie, siempre escucho mucho rock
nacional de antes: Almendra, Charly… Me cabe todo eso. Mucho folk, Dylan o
similares. Pero después puede ser cualquier cosa, el tango y el folklore me encantan.

Y creo que en un punto todos los escritores somos como músicos o cantantes


frustrados. El fenómeno que se da en los últimos tiempos ligados a la autogestión de los
ciclos de lectura y todo eso, han copiado mucho del mundo under de la música, donde tres
o cuatro poetas o escritores suben a un escenario a “tocar” sus cuentos y sus poemas. Hay
algo de “rockstar” que se sube ahí, en un espacio más reducido. Pero ojo, hay lecturas que
son muy pasionales y que participan mucha gente. Por ejemplo, el Centro Cultural
Pachamama que está en Villa Crespo en un momento no bajaba de las 120 personas un
jueves todos apiñados, todos matándose por leer un cuento, recitar algo. Piñas, sexo,
droga. Under.

Redacción La Palmera

Juan Pablo Stivala, Leandro Ezequiel Raduazzo

Osvaldo Soriano (Mar del Plata, 6 de enero de 1943 – Buenos Aires, 29 de enero de 1997)
fue un escritor y periodista argentino. Fue de los autores argentinos más vendidos en su
país en las décadas de 1980 y 1990. Algunas de sus novelas fueron publicadas en varios
países. Varias de sus obras han sido llevadas al cine y al teatro.

Novelas

Triste, solitario y final (1973)

No habrá más penas ni olvido (1978)

Cuarteles de invierno (1980)

A sus plantas rendido un león (1986)

Una sombra ya pronto serás (1990)

El ojo de la Patria (1992)

La hora sin sombra (1995)

Cuentos y artículos

Artistas, locos y criminales (1983)

Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988)

El Negro de París (1989) - cuento infantil.

Cuentos de los años felices (1993)

Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996)

Arqueros, ilusionistas y goleadores (1998)

Cómicos, tiranos y leyendas (2012)

Filmografía

Una mujer (1975)

No habrá más penas ni olvido (1983)

Cuarteles de invierno (1984)

Das autogramm (1984), de la novela Cuarteles de invierno

Una sombra ya pronto serás (1994)


Soriano, documental biográfico dirigido por Eduardo Montes Bradley. Argentina, 2001.

El penalti más largo del mundo (2005)

***

Acerca de los escritores del ´68 / ´70

Una generación sucede cada 25 años. Entonces si Soriano es del ´43 e Incardona del ´71
estamos hablando de 2 generaciones consecutivas.

Suceden cambios en lo

 Mental
 Social
 Político

En lo político

1. 2° guerra mundial
2. Peronismo 1946/1955
3. Proscripción del peronismo
4. 3° peronismo 1973

Cambio de guardia:

1-insubordinación global

2-definiciones que establecen diferencias

3-aparición de los independientes: trabajo serio, rebeldía, ideas combativas, examen del
pasado y conquista del futuro.

4-participación en el ensayo

5-revisión moral

6-ubicación social = TOMA DE LA RESPONSABILIDAD POLÍTICA=teñido ideológico de temas


y personajes

El escritor no inventa historias, cuenta lo que ve o lo que las circunstancias le permiten


deducir
Fundamentalmente ES UN MUNDO INJUSTO, de manera que ya sea el resultado cruel,
erótico, egoísta la razón habrá que buscarla en este mundo escandaloso, malvado y
obsceno.

Actitud que adopta la literatura: testigo partícipe y cómplice. No es un hacedor de historias


para el mañana, sino un contador de historias para el presente.

Política-sexo-indagación interior

***

Algunas consideraciones finales

Incardona publica durante el kirchnerismo y el 2001.

Más allá de eso, siempre hay una fantasía muy referencial y autobiográfica que tiene que
ver con momentos anteriores al kirchnerismo

Aparecen los 70, los 80 y los 90 sobre todo en sus libros

Hubo una revitalización de la iconografía, de la simbología peronista y de un relato peronista


que claramente sus libros trajeron de un universo del conurbano.

El conurbano es una periferia de la ciudad que tiene zonas urbanizadas porque viven
millones de personas. Pero también está mezclado con el imaginario rural. Es una zona
intermedia entre la ciudad y el campo

Algo de la antigua “civilización” y la “barbarie” porque por algún motivo los medios de
comunicación lo representan permanentemente a través del delito. Es la noticia recurrente,
no aparece el conurbano por otros temas. Todo es violación, secuestros extorsivos,
problemas.

Ese drama de la inseguridad que condensa el conurbano para el miedo del porteño ya había
sido documentado por la literatura argentina mucho antes de que existieran los medios de
prensa televisivos. «El matadero», el primer cuento argentino, es un relato sobre la
inseguridad. Es la historia de un porteño que cruza la General Paz de su tiempo y se mete
en Villa Celina, Villa Madero, en Dock Sud, donde lo quieren violar, matar.

En este caso esa extensión enorme que es La Pampa está habitada por criaturas
sobrenaturales pero que son reales: los indios. Como que nuestros monstruos son los indios,
son los centauros barbaros. Y esa anécdota se repite durante doscientos años sin parar.
También la actualizan muy fuertemente durante el peronismo los escritores antiperonistas
repitiendo la anécdota de Echeverría con La fiesta del monstruo de Borges y Bioy Casares,
con Casa Tomada de Cortázar o con El niño proletario de Lamborghini, como operación al
revés.

Hay un desplazamiento de la ciudad a la periferia que es donde está la violencia. Rodolfo


Walsh nos cuenta esta historia de los basurales de José León Suárez.

Pero nunca son historias con la voz propia del conurbano.

Y, salvo algunos antecedentes relativamente recientes como el Turco Asís con Flores
robadas de los jardines de Quilmes o Lanús de Olguín, no había una literatura propia del
conurbano. Siempre era una zona que tenía una tradición relatada por otros hombres que
narraban un viaje, un viaje cercano pero exótico a la vez. Una cercana excursión a los indios
ranqueles, a Villa Madero, San Justo

En la literatura de esta generación llamativamente muchos autores se desvían del realismo y


usan los géneros parar narrar el conurbano. Parece que esa realidad desproporcionada,
exuberante también exige un abordaje que vaya más allá de lo mimético.

Otro libro mío, Las estrellas federales, es una historia de mutantes. Son mutantes del
conurbano, como los X-Men del conurbano. En realidad en los años 90 de alguna manera
hubo mutantes porque el tipo que fue tornero durante 30 años se hizo remisero. El tipo que
tenía una Pyme o un tallercito lo cerró y se puso un kiosco, una cancha de paddle o un
ciber.

La geografía mutó, todos los potreros o descampados se edificaron, se lotearon


compulsivamente, se marginalizó. Las drogas cambiaron, por un lado había cosas duras
como cocaína, había pastillas, marihuana. Pero después en un momento apareció el paco.
Hubo un cambio de drogas, de códigos y de violencias.

El drama de la inseguridad, que era del centro, se pasa también al conurbano porque todos
los parques de los edificios de Celina se enrejan como lo hacen las instituciones.

Esto provoca una contracultura interesante, en una época de apatía política los jóvenes que
siempre tienen que sublimar su rebeldía por algún lado lo hacen en una práctica muy activa,
cultural y artísticamente que era el rock barrial a un nivel de militancia no política donde
cada pibe tenía un pilón de calco manías de Viejas Locas y lo pegaba en los colectivos, o
todos pintaban paredes. Todos militando a la banda.
En un punto a mí me gusta jugar, y aparecen en mi libro Rock barrial los enfrentamientos
con la policía en Plaza de Mayo en el 2001, en una época donde si bien había grupos de
izquierda no estaba como ahora la juventud peronista.

Los pibes que se enfrentan a la policía son los pibes comunes de los barrios de Boedo,
Parque Patricios, Lugano, todos los que están yendo a la plaza y se agarran a piedrazos son
pibes que tocaban la guitarra en la esquina, jugaban a la pelota y tomaban cerveza.

Hay algo que se va generando que tuvo que ver con una práctica cultural como forma de
resistencia en los 90.

Hubo una circulación de letras, de bandas y de movimientos de personas que es interesante


para analizar.

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