A un trámite y más de 100 preguntas del sueño estudiantil, la educación superior.
Cerca de 130 mil estudiantes, en su mayoría en el último año de la educación
medio superior deciden hacer su examen de ingreso a la educación universitaria, el principal objetivo, una vacante en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde principios de año los jardines, pasillos y salones de cada preparatoria sin importar su institución se llenan de murmullos y comentarios como “¿vas a hacer el examen güey?, quiero la UNAM, quiero la UAM, quiero ir al Poli” y no falta una que otra risa entre las juntas con los amigos en dónde se aprecia la frase “yo tengo mi pase directo, solo estoy esperando meter mis papeles, están bien pendejos”. Este evento no sólo afecta a los jóvenes, los libros más solicitados se vuelven las típicas guías de ingreso, las escuelitas que se dedican a “la regularización del aspirante” empiezan a oler el dinero con sus aulas de 20 estudiantes saturadas y en los folletos de escuelas particulares se reparten a lo largo y ancho de la ciudad como si fuesen pan caliente. Alumnos como Enrique, quién aspira un lugar en la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Autónoma de México, es testigo de todo este movimiento que, hasta hace dos años lo tomaba completamente desprevenido. En su último semestre y con la cuenta regresiva para que este termine, él y todos sus compañeros pasan meticulosamente el proceso de registro a la evaluación, al ser su primer examen de este tipo, la tarde se vuelve eterna a que la capacidad de la página se aligere y empezar el camino por el sueño. Pasa el rato y un procedimiento de 3 minutos que fueron eternos para revisar si todos sus datos estaban dan como resultado una ficha para asistir, dentro de ocho días, a tomarse una fotografía y finalizar el proceso de registro. A la mañana siguiente cientos de estudiantes a lo largo de su plantel observan un cartel de cartulina en donde se invita a los alumnos que avisen a sus maestros cuándo son sus días de registro a los exámenes para que no se interfiera en lo mínimo en su evaluación, sin embargo, la última palabra la tiene el profesor. “No hay problema, a partir de ahora no tomaré lista para que estén tranquilos pero entreguen los trabajos, no sé cómo le van a hacer pero el trabajo es obligatorio y se entrega en tiempo y forma” son los diferentes comentarios que hacen los maestros de sexto semestre en casi todas las escuelas, para tranquilizar o estresar al estudiante. Pasan los días y el “día de la fotografía” llega, Enrique ha dejado los trabajos pendientes a sus amigos que no tienen cita ese día y queda tranquilo, al llegar a Ciudad Universitaria, la Avenida del Imán presenta un poco de tráfico, autos estacionados alrededor de C.U. y una cola de cientos de adolescentes y uno que otro adulto esperan entrar en el llamado “Local de aspirantes”, tras gritos de los encargados en su megáfono para poner orden la espera termina y las cosas parecen tomar velocidad, en cuanto se entra se puede ver cierta prisa por terminar prisa, a Enrique le entregan un papel marcado y le piden ir a una ventanilla. Tras formarse por tercera vez finalmente pasa a un cubículo blanco una señora con un poco de prisa pero cordialmente le dice “por favor, toma asiento, quítate los lentes y mira a la cámara” fueron 2 segundos y la mujer le da las gracias pidiendo que firme antes de salir. Al salir, la Avenida del Imán ahora parece desierta, es hora de regresar a casa, solo queda esperar al examen. Tras varias semanas de estudiar para el examen y las evaluaciones semestrales el día se acerca a sólo 24 horas de presentar su examen, Enrique experimenta una serie de emociones, tranquilidad, miedo, nerviosismo y emoción. El día pasa rápido, después de platicar con los amigos un par de horas después de la escuela emprende el camino a casa. Al llegar a ella deja sus cosas y hace el último repaso, los rumores de los exámenes son muchos, “sólo viene lo de tu área, viene de todo, está fácil, me tocó ver un tipo vomitando del nervio”, el día pasa muy rápido, toma un vaso de leche y se va a dormir. “¡Hijo levántate o se te hará tarde!” son las palabras con las que amanece Enrique, se levanta y después de hacer el ritual para un día de clases baja a desayunar, su mamá esta lista para llevarlo, termina de arreglarse y toma un sobre con lápiz, goma, sacapuntas, una pluma y por su puesto su comprobante de registro la cual lleva cuidando como “la última coca del desierto”. El lugar para hacer el examen es accesible aunque desconocido, un colegio ubicado en el centro de la ciudad que otorga las licenciaturas de administración y derecho, casualmente, afiliado a la UNAM. En el trayecto aprecia un ambiente diferente, hay un poco de tráfico y universidades particulares están repletas de automóviles cubriendo el paso. Finalmente el momento ha llegado, no hay vuelta atrás, Enrique se forma en la cola de acceso al plantel y espera a que abran la puerta, en un duro rayo de sol de verano. Tras formarse para ubicar su salón asignado los nervios empiezan, las manos discretamente empiezan a sudar y la prisa lo consume llegando al salón toma asiento en la banca que le indican, pasan los minutos y un señor con un enorme paquete de papel entra al aula, se presenta y da las instrucciones para el examen. Un cuadernillo y una hoja de respuesta impresa por ambos lados son los materiales que se le entregan, al abrir el cuadernillo empieza a asimilar que era rumor y que era realidad, pero lo importante es que él se siente preparado. Las primeras 20 respuestas pasan rápido pero pareciera que las hojas no acaban, terminando lo que parecía un examen fácil empiezan las materias de dificultad para él como lo son física y química, su mente empieza a vagar y para variar el sol entra por la ventana quemándole el cuello. Decide levantarse un momento e ir al baño, aprovecha el momento para estirarse, lavarse la cara, respirar y regresar a terminar. Pregunta 70, la pesadilla de las ciencias había acabo, pero las matemáticas, como tal, apenas iban a comenzar, le saca punta al lápiz y comienza como cualquier otro examen de bachillerato, siguen pasando los minutos y la gente empieza a salir, “queda una hora” comenta el moderador, al revisar su examen se encontraba en la última página, 10 preguntas más y el examen para él habría terminado da su último respiro y se pone a trabajar. Termina de contestar la última pregunta, rápidamente se levanta y entrega su examen, firma el registro del moderador y sale a paso moderado, al salir su madre lo espera en las afueras de la sede, “ahora solo queda esperar” menciona su mamá. Pasan las semanas y los resultados son publicados, tal como al principio del registro la página web tarda minutos en entrar, tras colocar sus datos una lista con número interminables y un símbolo a lado encuentra el correspondiente, se encuentra en números rojos, al mirar las indicaciones suelta una risa nerviosa, no había sido aceptado. A la mañana siguiente, el día es algo vació, de todos sus amigos y compañeros sólo uno había sido aceptado, al parecer ya no se sentía tan abandonado, a pesar de las llamadas de atención que recibió de su mamá anoche. Al caminar de regreso a casa un puesto de periódicos aparece un periódico con el logotipo de la Universidad Autónoma de Metropolitana, la convocatoria abría en una semana, una nueva oportunidad se avecinaba, el sueño aún no moría y el semestre en la preparatoria se encontraba a punto de terminar.