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Antonio Socci
JOSEPH RATZINGER
THOMAS WOLFE
Tú les dirás a todos que, una vez muerto, estaré más vivo
que nunca. Y a todos los que vengan a pedir, nada me costará
darles. ¡De los que asciendan a este monte, nadie volverá con
las manos vacías!
Pero ¿qué clase de señal puede ser una Virgen que llora
sangre a las puertas de Roma? «María llora por la suerte del
mundo —nos explica Vittorio Messori— al igual que Jesús
lloró en tiempos de su vida terrena por la suerte de Jerusalén».
Recuerda la advertencia del profeta Jonás a la ciudad de
Nínive: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida».
Aquella ciudad se convirtió y se salvó. ¿Y nuestra «ciudad»?
Cuando una madre no es escuchada por sus hijos en
peligro llora: lágrimas humanas, como hizo en Siracusa (un
milagro reconocido en 1953) y, por último, frente a la
perdurable sordera, lágrimas de sangre (la sangre de su hijo)
en Civitavecchia. Llora por cada uno de sus hijos perdidos, por
cada uno de los cuales ha versado su sangre Jesús. A una santa
del siglo XIX unida a Civitavecchia, Maria de Mattias, le
gustaba ir repitiendo a todo el mundo: «¡Tú vales la sangre de
Cristo!».
Probablemente, esas lágrimas sean un mensaje relacionado
con la suerte de la Iglesia y del propio papado, sobre los que se
ciernen amenazas y presiones dramáticas; no olvidemos, en
efecto, que el actual pontífice —en la homilía de su
entronización, el 24 de abril de 2005— pronunció una frase
inaudita: «Rogad por mí, para que no huya, debido al miedo,
ante los lobos».
Pero tal vez las lágrimas de Civitavecchia sean, entre otras
cosas, también una advertencia materna que atañe a nuestro
país, a Italia. En los fragmentos del Diario del obispo —
publicados en el volumen que conmemora los diez años de la
aparición de las lágrimas, al cuidado de la diócesis— se
encuentra, en efecto, un episodio extraño, sobre el que he
investigado, descubriendo un telón de fondo clamoroso.
Las lágrimas de sangre empezaron el 2 de febrero de 1995,
a las cuatro y media, en el jardín de la familia Gregori. Se
fueron repitiendo, en días sucesivos, otras doce veces, ante un
total de cuarenta personas, distintas en cada episodio, que
«vieron formarse y descender las lágrimas». Los análisis
comprobaron que se trataba de sangre perteneciente a un único
individuo y que la estatuita de yeso compacto no tenía
cavidades en su interior, ni aparatos o trucos.
Yo creo que el Señor quiere salvar muchas almas antes del fin
del mundo
a través de estos hombres pobres y simples, y eso para
confusión de ciertos prelados que,
semejantes a perros mudos, son incapaces de ladrar cuando
hace falta.
GlACOMO DA VITRY
(Giacomo da Vitry, coetáneo de San Francisco de Asís y su
biógrafo,
estuvo en Perusa, en el cónclave de 1216, y allí conoció
a los primeros discípulos que siguieron a San Francisco.
Esta frase se refiere precisamente a ellos).