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Legal | Análisis Jurídico | Contratos y responsabilidad | Artículo 1 de 1

No cualquier publicidad
"... La pregunta que nos debemos formular no es, exactamente, si la publicidad se integra al contrato, sino bajo qué condiciones lo hace. Recientemente, la Corte Suprema ha recordado a un conjunto de
demandantes que, en vez de demandar perjuicios por dolo o culpa grave durante el período precontractual, resultaba más conveniente alegar el incumplimiento contractual señalando que aquella
información sobre la que alegaban haber sido engañados se había incorporado al contrato..."
Viernes, 26 de diciembre de 2014 a las 13:54 | Actualizado 13:54

Iñigo de la Maza
Que la publicidad puede incorporar al contrato derechos y obligaciones que no constan explícitamente en él es algo pacífico en Chile. Así lo exige el principio general de buena fe y lo dispone el artículo 1.4 de la ley 19.496 y el inciso quinto del
artículo 18 de la LGUC. Pero, ha de ser igualmente pacífico que no cualquier contenido publicitario puede integrarse al contrato.

De esta manera, la pregunta que nos debemos formular no es, exactamente, si la publicidad se integra al contrato, sino bajo qué condiciones lo hace.

Y, según parece, esta es una pregunta cada vez más frecuente. Recientemente, la Corte Suprema ha recordado a un conjunto de demandantes que, en vez de demandar perjuicios por dolo o culpa grave durante el período precontractual, resultaba
más conveniente alegar el incumplimiento contractual señalando que aquella información sobre la que alegaban haber sido engañados se había incorporado al contrato (ver sentencia de 3 de noviembre de 2014, rol 16.602-13). Y, aún más
recientemente, la sentencia del mismo Tribunal de 11 de noviembre de 2014 (rol 17108-13).

Esta última sentencia recae sobre una demanda de indemnización de perjuicios por incumplimiento contractual. Aunque parcialmente se discutió la autonomía de la pretensión indemnizatoria, la discusión más interesante se centró en la integración
de la publicidad al contrato de prestación de servicios educacionales. En particular, la publicidad referida al campo de trabajo de la carrera ofrecida. En la publicidad se anunciaba un amplio campo laboral; los demandantes entendieron que esto
formaba parte de la prestación del prestador de servicios educacionales. En realidad, ese amplio campo laboral no existía, por lo mismo, los demandantes consideraron que el prestador había incumplido con su prestación.

La Corte de Apelaciones de Valdivia acogió la solicitud de los demandantes. La Corte Suprema, no. Consideró este último Tribunal que no podía entenderse que la existencia de un campo ocupacional se hubiera incorporado al contrato como si el
prestador de servicios educacionales lo garantizara. Con cita a una sentencia anterior de la misma Corte (de 11 de mayo de 2012, Rol 8931-2011), la sentencia señala que el mensaje publicitario no se entiende integrado al contrato, pues no
corresponde a “condiciones objetivas” del servicio, sino a meras opiniones o juicios subjetivos de quienes lo emitieron. La sentencia añade que, aún cuando se entendieran incorporados al contrato, sería de una manera más bien contingente, como
una posibilidad futura que puede acontecer o no. Ideas semejante encontramos en una sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago de 1 de diciembre de 2014 (rol 5.135-2014).

Pues bien, este conjunto de sentencias nos ayuda a precisar las condiciones que debe satisfacer la publicidad para incorporarse al contrato, y lo que sabemos es que la información debe ser de carácter objetivo. Sin embargo, quizás haya algo que
debamos considerar aún. Lo propio de un contrato educacional no es garantizar un campo ocupacional, por lo mismo —y aquí hay algunos valiosos considerandos de la sentencia de la Corte Suprema 11 de noviembre de 2014— resulta
extremadamente artificioso desprender esa obligación de la publicidad. Sin embargo, de allí no se sigue que esa publicidad, necesariamente, carezca de todo efecto jurídico. En la medida que induzca a error o engaño puede considerarse como
engañosa. Desde luego, esto merece un mayor desarrollo, pero de lo que no cabe duda es que si existía alguna vía para alegar el supuesto daño padecido por los demandantes no era la integración publicitaria al contrato, sino que el carácter
engañoso de la publicidad. La razón es sencilla: es perfectamente posible que, como lo exige el artículo 28 de la ley 19.496, se induzca a error o engaño sobre circunstancias que no se entienden incorporadas a la prestación del proveedor. ¿Se
escapó esta sencilla idea de los razonamientos de los demandantes? Probablemente no. La explicación puede encontrarse más bien en que la acción por publicidad engañosa es de carácter contravencional, por lo mismo, según lo dispuesto en el
artículo 26, prescribe en seis meses. La prescripción, entonces, puede ser la explicación, pero, desde luego es una explicación estratégica que no justificaba una sentencia distinta a la de la Corte Suprema.

Quizás, la estrategia debió haber sido otra: demandar en sede civil según las reglas generales de formación del consentimiento. Esto, como lo demuestra la sentencia de 3 de noviembre de 2014, tiene sus riesgos, pero resulta jurídicamente más
plausible que alegar la integración contractual de la publicidad.

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