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Fragmentos seleccionados

LOS LUMINARES A B F

LIZ
GREENE
B La Luna
Me gustaría que empezarais por dejar de lado
todo el conocimiento astrológico que hayáis
adquirido sobre la Luna en el horóscopo, y que
penséis en vuestra experiencia directa de la
Luna física y real en el cielo. ¿La habéis
observado alguna vez regularmente a lo largo
de su ciclo mensual? Creo que todo estudiante
de astrología debería tener un telescopio y un
buen mapa astronómico. Os recomiendo que
observéis el ciclo lunar, porque es algo
auténticamente milagroso, y puede provocar
fuertes reacciones imaginativas y emocionales,
algo que les sucede a los seres humanos
desde hace milenios.
La Luna llena es muy mágica e hipnótica, y
en ocasiones puede incluso parecer
siniestra, como si fuera un ojo misterioso
que nos vigila desde la oscuridad del cielo
nocturno.
¿Cuántos de vosotros habéis jugado al viejo juego infantil
de tratar de descubrir una cara en la Luna llena? ¿Todos?
Bueno, pues eso demuestra lo que estoy diciendo. Es casi
imposible, si estamos con alguien y tenemos la Luna llena
encima de nosotros, dejar de señalarla. «Oh, ¡mira la
Luna!», exclamamos, aunque difícilmente podríamos no
verla. ¿Y acaso no habéis admirado nunca la esbelta
elegancia de una Luna creciente? En esta fase lunar hay
algo tremendamente frágil y delicado, incluso
conmovedor. El cuarto creciente jamás parece siniestro
como la Luna llena a veces. ¿Y habéis tenido la ocasión de
observar un eclipse lunar?

Se trata de un fenómeno extraño y bastante sombrío,


porque la Luna se oscurece, poniéndose de color rojo
sangre o marrón; en la antigüedad y en la Edad Media,
esto se interpretaba como el anuncio de algún
acontecimiento espantoso.

Imaginad lo que puede haber sido observar la Luna en


los tiempos antiguos, sin ningún conocimiento del
universo material, y empezaréis a daros cuenta de hasta
qué punto ha sido siempre un símbolo poderoso, y qué
gancho espléndido sigue siendo para colgarle nuestras
proyecciones psíquicas. Si uno fuera un habitante de las
cavernas del neolítico, el primer hecho evidente que
observaría en relación con la Luna física sería que está
siempre cambiando, y sin embargo, repite su ciclo de una
manera inmutable. De una noche a la siguiente, la forma
de la Luna es distinta, pero siempre se puede estar seguro
de que en el término de un mes repetirá su pauta.
La Luna es una paradoja: es indigna de confianza, pero al
mismo tiempo, se puede confiar absolutamente en su
ciclo. A veces da luz, pero no la suficiente para aclarar
nada, y otras veces la luz se desvanece por completo y
la noche es negra. De modo que si uno fuera un viajero
de la antigüedad, que por la noche confía en la luz de la
Luna, se habría metido muy pronto en dificultades,
debido a la inexorable disminución de la luz.

De ahí que se considerase a la Luna traicionera, y que las


primeras deidades lunares fueran paradójicas y de
carácter ambiguo.

Podría ser útil que recordáramos que en las zonas


urbanizadas de los países de Occidente estamos
acostumbrados a ver las luces nocturnas de pueblos y
ciudades reflejadas en las nubes, y que este reflejo puede
extenderse durante muchísimos kilómetros. Vivimos en la
era de la electricidad, y no guardamos recuerdo de los
tiempos en que las casas sólo estaban iluminadas por el
fuego del hogar o la luz de velas y lámparas de aceite. Por
eso el cielo nocturno jamás está, en realidad, totalmente
oscuro, pero nosotros no nos damos cuenta de ello.
Muchos habitantes de las ciudades no han visto jamás una
noche realmente negra. A menos que estemos a bordo de
un barco en mitad del Atlántico, o en regiones
relativamente deshabitadas como el campo despoblado
australiano o el desierto del Sáhara, casi nunca tenemos la
experiencia de la oscuridad absoluta de la Luna nueva que
tenían nuestros antepasados.
Y cuando hay efectivamente luz lunar, es una luz muy
peculiar, que destiñe los colores de todas las cosas. Los
paisajes y los objetos cotidianos parecen extraños, como
si fueran de otro mundo, cuando hay Luna llena. Si uno
está viviendo un momento de romance, es una luz
encantadora, pero si se encuentra solo, puede ser muy
inquietante.

Las canciones de los niños están llenas de la magia lunar.


Se habla en ellas del hombre de la Luna, de que ésta es de
queso, de la vaca que salta por encima de la Luna...
También los títulos y las letras de las canciones modernas
y de las melodías románticas se refieren a nuestro satélite:
«Luna azul», por ejemplo. La Luna nos hace pensar en los
enamorados, pero también en los lunáticos. Hay relatos
populares y cuentos de hadas que hablan de personas
que se convierten en lobos o en vampiros cuando la Luna
está llena, y de otras que se vuelven locas si,
mientras duermen, desde la ventana les da en la cara la
luz de la Luna llena... De ahí su asociación con la locura. Ya
antes de empezar a considerar las figuras míticas que se
agrupan alrededor de las diferentes fases lunares,
podemos ver que desde hace siglos la Luna ha suscitado
las fantasías y proyecciones más extraordinarias en la
imaginación humana.
Estas fantasías se refieren invariablemente al mundo
nocturno de las emociones humanas: al amor, la locura y
la hechicería.

El ciclo lunar, perpetuamente cambiante y sin embargo


constante, ha servido para cristalizar a su alrededor un
conjunto de mitos muy característico, con el que
muchos de vosotros ya estaréis familiarizados. Es muy
frecuente que las deidades lunares, que son
habitualmente femeninas (aunque hay excepciones),
aparezcan formando tríadas, o con tres as-
pectos que reflejan las tres fases diferentes de la Luna:
la nueva, la llena y la creciente.

Si jugamos con las imágenes que evocan estas tres


fases, podremos ver cómo la Luna nueva, la traicionera
Luna negra, estaba asociada con la muerte, la gestación,
la hechicería, y con la diosa griega Hécate, que presidía
los nacimientos y la magia negra. Después de su
oscurecimiento, aparece la Luna creciente, delicada,
virginal y prometedora, con su apariencia de estar
preparada para dejarse fecundar por algo. Tiene la
forma de un tazón, abierto a aquello que pueda
penetrarlo desde afuera. La Luna creciente se vinculaba
con la diosa virgen Perséfone, que fue secuestrada por
Hades. También se dice que es el emblema de Artemis,
la virgen cazadora y patrona de las bestias salvajes, de
quien nos ocuparemos luego más detalladamente. La
Luna llena, en contraste, tiene cierto aire de
embarazada; es redonda y jugosa, lozana y madura, y
podría dar a luz en cualquier momento. Es la Luna en su
máximo poder, la cúspide del ciclo lunar, y estaba
asociada con Deméter, la diosa de la fertilidad, la madre
de todas las cosas vivientes.
Después la Luna comienza a menguar, adelgazando y
oscureciéndose, hasta que de pronto deja de estar ahí.
Hécate, la vieja bruja, recupera una vez más el poder;
oculta en el mundo subterráneo, urde sus hechizos y va
devanando el futuro desde la oscuridad.
La tríada de deidades lunares, que siempre ha
estado asociada con la Luna, refleja una
experiencia humana arquetípica, proyectada
sobre la Luna física en el cielo.

Una dimensión importante de esta experiencia


es el cuerpo, que refleja en su propio
desarrollo cíclico y en su mortalidad las fases
de la Luna. Las deidades lunares presidían el
ciclo anual de la vegetación, y también el ciclo
humano de nacimiento y muerte. Así, en el
mito, la Luna rige el ámbito orgánico del
cuerpo y los instintos, y por eso estas
deidades son generalmente femeninas:
porque del cuerpo femenino nacemos todos, y
de él recibimos nuestro primer alimento.
El ciclo lunar recibía el nombre de la Gran
Ronda, reflejando así su conexión con el
destino y con lo que siempre retorna, en
una interminable repetición. Todas las
cosas que son mortales tienen su ciclo,
que es más bien universal que individual,
ya que los individuos mueren, pero la
especie continúa regenerándose.

Desde el punto de vista solar, el único valor


del cuerpo es simbólico.
A la conciencia solar le interesa lo que es eterno, y no
da valor al nacimiento, la fecundidad, la
desintegración y la muerte. Se trasciende el mundo
del cuerpo en la luz del día, y se nos ofrece en cambio
la promesa de la inmortalidad y del significado
fundamental. Si nos identificamos exclusivamente con
este mundo diurno, nos desconectamos de la Luna,
por lo menos durante un tiempo, porque la Luna es
una «distracción», forma parte del velo de Maya, como
se diría en términos hindúes.
Si vivimos y experimentamos las cosas a través de la
Luna, la vida no es constante ni eterna, porque estamos
presenciando una obra de teatro en la que la persona
normal y corriente, encarnada en la vida, representa el
papel principal. Todo está en un estado de fluencia,
atado a la rueda de la Fortuna y del Tiempo.

Ahora bien, hay individuos que están más armonizados


con la visión a través de la lente lunar debido a la
importancia que tiene la Luna en su carta natal, y la
mutabilidad y la naturaleza cíclica de la realidad
parecen ser para ellos la característica dominante de la
vida. Así, la seguridad, la firmeza y el calor del contacto
humano se vuelven mucho más importantes que
cualquier búsqueda abstracta de significado, porque la
vida está tan llena de fluencia que es preciso hacerle
frente día a día. Estas personas están especialmente
dotadas para mantener los pies en la tierra y tratar con
sus circunstancias y con los demás de una manera
sensata, tranquilizadora y compasiva.
Como todos tenemos a la Luna en el
horóscopo, todos somos capaces de
experimentar el mundo y experimentamos a
nosotros mismos con los ojos de la Luna.
Algunos se quedan atascados ahí y no
pueden mirar más allá de sus
circunstancias personales inmediatas.

De la misma manera, otros no tienen


suficientemente en cuenta la naturaleza
cíclica de la realidad y por lo tanto no se
entienden demasiado con la vida cotidiana,
porque son adictos a la eternidad y se han
olvidado de cómo confiar en los instintos y
cómo trabajar de forma inteligente con el
tiempo.

A f B i P h Liz Greene

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