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RESPONSABILIDADES LIMITADAS.

Actores, Conflictos y Justicia Penal


COLECCIÓN CRIMINOLOGÍAS
-I -

Directores
MARY BELOFF - MÁXIMO SOZZO
Facultad de D erecho Facultad de Ciencias
y Ciencias Sociales, UBA Jurídicas y Sociales, UNL

Traducción de Augusto Montero y Máximo Sozzo del original en


italiano (Responsabilità Limitate. Attori, Conflitti, Giustizia Penale.
Feltrinelli, Milano, 1989) incluyendo los cambios y adendas realiza­
dos por la autora en la revisión para la edición en inglés de 1995.
Tamar Pitch

RESPONSAB ILIDADES
LIMITADAS
Actores, Conflictos
y Justicia Penal

Buenos Aires
Primera edición: junio 2003

345 Pitch, Tamar


PIT Responsabilidades limitadas. Actores, conflictos y justicia penal.
1ªed. - Buenos Aires, Ad-Hoc, 2003.
320 p.; 23x16 cm.
ISBN: 950-894-384-X

l. Título - 1. Derecho Penal.

DIRECCIÓN EDITORIAL
Dr. Rubén O. Villela

Copyright by AD-HOC S.R.L.


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Printed in Argentina
Derechos reservados por la ley 11.723
ISBN: 950-694-364-X

Esta edición se terminó de imprimir en Junio de 2003 en Gráfica Laf s.r.I., Loyola
1654 (C1414AVJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires
ÍNDICE

Presentación de la colección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Prólogo ....................... : . . . . . . . . . . . . . . 13
Prefacio a la edición en castellano . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Premisa...................................... 35

l. Procesos y productos del control social. Uso y abmo


de un concepto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
l. Regulación, conformidad, consenso, coerción . . 41
2. Los méritos y deméritos del dualismo: hacia una
definición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
3. El sistema dejusttcia penal y otros sistemas de
control social: un debate reciente . . . . . . . . . . . 51
4. La peligrosi<;l.ad social: una cuestión de lfmttes 55
5. Peligroso o tratable: una alternativa que no es
rígida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
6. Peligrosidad social, subjetivización e imputación
de responsabilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
7. Dicotomías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62

2. Estudiando la "cuestión criminar. El o"bjeto de la cri-


minowgía y la responsabilidad de "los criminólogos . 65
l. La paradoja de la responsabtlidad 65
2. Una socialización de-subjettvtzada 69
3. Criminologías ........................... 71
6 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS ...

4. Variantes de realismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
4.1. La cr!mlnologia como epidemiología . . . . . . 79
4.2. El criminólogo como reformador . . . . . . . . . 83
5. Los aboltctontstas: la criminología como desmis-
~ctón ... . ... .. . . . . .. . . . . . . . . . . . .. .. . 88
6. liCfi:éStfón criminal o cuestión penal? . . . . . . . . 89

3. Investigaciones radicales, políticas "no fundadas" . . 93


l. Grande es la confusión bajo el cielo: el estado de
la crtmtnología l~altana ................... 93
2. Cómo estudiar la cuestión criminal . . . . . . . . . . 100
2.1. lQué es la cuestión criminal? . . . . . . . . . . . 100
2.2. Causas y políticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
2.3. Un problema de punto de vista . . . . . . . . . . 106
2.4. Cuestiones de responsabilidad . . . . . . . . . . 111
2.5. Constreñlmlentos y responsabilidad . . . . . . 115
2.6. Argumentos sociológicos para un derecho penal
mínimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

4. iMejor los jinetes que los caballos? El uso del potencial


simbólico de la justicia penal por parte de los actores
en conflicto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
l. Cruzadas simbólicas y procesos de vtcttmizactón 126
2. La ambivalencia de las movtllzactones contem-
poráneas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
3. La producción del sí mismo como actor y la cons-
trucctón de los problemas sociales . . . . . . . . . . . 132
4. La solución penal y sus consecuencias . . . . . . . 135
5. La demanda de crlmtnallzactón como solución
provisoria de la ambivalencia de los actores co-
lectivos contemporáneos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
6. De la opresión a la vtcttmizact6n: el desplaza-
miento de la cuestión de la responsabilidad de
la sociedad al tndiViduo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
ÍNDICE 7

7. Diferentes maneras de ser víctimas 151


8. Las "víctimas" y la política de los derechos ... 157

5. La cuestión de la desviación juvenil ...... .-. . . . . . 161


l. Unajust!cta diferente . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . 162
2. La delincuenc!ajuventl en Italia ........... : 165
3. De la corrección a la reeducación . . . . . . . . . . . 168
4. La relación/conjlicto entre el Tribunal de Menores
y las agencias aststenclales territoriales . . . • . 1 73
5. Justicia de los derechos o justicia de las necest·
dades: ¿unfalso dilema? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
6. Responsablltdad ¿de quién? . . . . . . . . . . . . . . . . 186

6. Responsabilidad penal y enfermedad mentaL justicia


penal y psiquiatría reformada en Italia . . . . . . . . . . 189
1. Premisa. Problemas políticos y cuestiones teórtcas 190
2. El dllema del psiquiatra forense: ¿quién es su
cliente? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . • . . . . . . 200
3. Elecciones rtesgosas . . . . . . . . . . . . . . . . . • • . . • 205
4. El dilema del juez: ¿castigar es curar? • . . • . . . 208
5. Los dilemas de la psiquiatría en el territorio: leas·
tigar es curar? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . 213
6. Riesgos y peligros . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
7. Soluciones diferent.es, problemas nuevos . . . . . 223

7. De la opresión a la victimización. El debate sobre la


ley Merl.in . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
l. Premisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230
2. lAbolir la regulación o abolir la prostitución? . 232
3. Libertades c!vlles y defensa social . . . . . . . . . . 241
4. De oprimidas a víctimas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247
8 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS •..

8. De la victimizaci6n a la autonomía. Las mujeres, el fe-


minismo y la ley sobre la violaci6n . . . . . . . . . . . . . . 251
l. A modo de pr61ogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
2. lViolencia o sexo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
3. Veinte años de lucha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
4. Sexualidad y cruzadas morales . . . . . . . . . . . . . 262
5. Legislando sobre los cuerpos de las mujeres . . 263
6. El miedo a los varones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269
7. Pieta l'e !IlOrta: derecho de género . . . . . . . . . . . 274
8. Breves Instrucciones para el uso del pensamiento
feminista Italiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 278
9. Responsablltd.ad y sujetos . . . . . . . . . . . . . . . . . 282
10. Menos derecho . • • • . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287

9. Una política de la soberanía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . · 295


l. lguatd.ad. diferencia y derecho penal . . . . . . . . 295
2. Para una política de la soberanía . . . . . . . . . . . 299

Bibl!ografla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305
PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN

"Criminologías" es una colección que pretende reflejar la


producción intelectual contemporánea que se genera en este
campo del saber complejo y polivalente al cual, por las razones
que apuntamos luego, elegimos denominar en plural.
El término "criminología" se ha empleado desde el siglo XIX
-cuando fue acuñado-, para hacer alusión a una "ciencia/dis-
ciplina científica" autónoma, que mediante la utilización del
"método científico", pretendía producir conocimiento verdade-
ro sobre un objeto difícil de asir y denominado de manera difu-
sa, cambiante, por su propia imposibilidad de ser definido: el
"delito", el "hombre delincuente". Diversas tradiciones Intelec-
tuales del siglo xx, desde la década del '30 -los textos de
Sutherland sobre el "delito de cuello blanco" o las elaboracio-
nes de Rusche-Kirchheimer sobre la vinculación entre "pena y
estructura social"- comenzaron a deconstruir esta concepción
positivista al poner en tela de juicio cada uno de los argumen-
tos con los que había sido construida y sostenida por décadas.
En particular, a partir de la década del '60 -gracias al decisivo
trabajo de los llamados "teóricos del etiquetamiento"- los con-
fines de "hace~ criminología" se vuelven cada vez más sinuosos
y borrosos. Esto da cuenta de una creciente fragmentación que
está dada por la pluralidad y diversidad de vocabularios teóri-
cos y exploraciones empíricas sobre una multiplicidad de pro-
blemas que se asocian, directa o indirectamente, con la "cues-
tión criminal". ~
Se trata ahora, pues, de abarcar esta actividad intelectual
que atraviesa fronteras que antaño se planteaban como infran-
queables, al abrirse a los múltiples desarrollos de la teoría so-
cial, la que, por otro lado, se ha acelerado aún más en los años
'80 y '90. De allí que actualmente sólo se pueda pensar este es.-
pacio de reflexión en plural como miríada compleja de visiones
que se entrecruzan y alimentan y cuestionan recíprocamente.
10 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

Por otro lado, este campo del saber en América latina en


los años '70 y '80 ha experimentado un cierto boom, que se ha
materializado en la proliferación de textos (libros y artículos),
sobre todo enmarcados en el movimiento de la llamada "crimi-
nología crítica" o "de la liberación". Esta corriente significó en
América latina la primera verdadera apertura de la tradicional
"criminología" -heredera decadente del positivismo crimino-
lógico del siglo XIX, hegemonizada por médicos y juristas- a la
ebullición de los desarrollos en la teoría social y reconfiguró
absolutamente los términos en los que se pensaba el delito y su
control. Sin embargo, muchas veces se registró rápidamente
una cristalización en una especie de gran narrativa que, en tan-
to monismo explicativo, eximía de la necesidad de la investiga-
ción empírica e histórica, y derivaba en una producción ensa-
yística que, paradójicamente, volvía a aislar a este campo del
saber de los debates contemporáneos en la teoría social.
"Criminologías" apunta a reconstruir aquella apertura, al
alentar la publicación de libros cuyos autores ejerciten esta ac-
tividad intelectual que transgrede fronteras en la reflexión so-
bre la "cuestión criminal". Libros que, orientados en esta diver-
sidad de direcciones, hayan sido producidos tanto en nuestro
contexto cultural como fuera de él. En este sentido, esta colec-
ción también pretende ser un vehículo de traducción de obras
sobre este campo del saber, tarea que cumplió un rol muy rele-
vante en la construcción del boom de la "criminología crítica"
en los años '70 y '80 en América latina; pero que en la actuali-
dad se ha visto mermada tanto cuantitativa como cualitativa-
mente debido, en parte, al predominio del interés comercial
respecto de la tarea editorial; en parte, también, por la apari-
ción de otros modelos explicativos al interior del derecho penal
que se presentan como los únicos posibles; y, en parte, final-
mente, por la reducida producción académica rigurosa en los
ámbitos locales sobre esta temática.
Obviamente no se pretende generar procesos de acrítica
adopción cultural de materiales elaborados en otros contextos
sino que, por el contrario, se procura hacerlos accesibles al pú-
blico hispanoparlante para que puedan ser utilizados, reapro-
piados, interpelados y resignificados en la propia elaboración
intelectual sobre nuestros problemas y entornos locales.
Finalmente, "Criminologías" pretende ser un espacio edi-
torial para los autores latinoamericanos -y argentinos, en par-
PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN 11

ticular- que actualmente pretenden hacer cre.cer una forma de


pensar la "cuestión criminal" rigurosa, exigente, que resulte
sensible al encuentro con el "momento empírico", que esté fuer-
temente involucrada en los debates de la teoría social contem-
poránea y, al mismo tiempo, que mantenga una actitud crítica
desde el punto de vista ético político con respecto a las mani-
festaciones contemporáneas del delito y de su control.
Buenos Aires, verano de 2003.
MARY BELOFF y MÁXIMO Sozzo
PRÓLOGO

1. Sobre la autora
Escribir el prólogo a un libro constituye siempre una tarea
difícil. Dificil por el compromiso que representa con el autor,
dificil por el compromiso que representa con la obra en cues-
tión. Además de una dificultad que esperamos sortear digna-
mente, en este caso, constituye un desafio. En este sentido, sólo
esperamos ser merecedores del privilegio con que se nos ha
honrado al requerirnos la autora que escribiéramos éstas que
pretenden ser, simplemente, unas notas preliminares para los
lectores en Idioma castellano y, en particular, para los latinoa-
mericanos.
Responsabilidades limitadas. Actores, conflictos y justicia
penal, se trata de un libro fundamental de una maestra de la
criminología contemporánea; que por razones que se nos esca-
pan, hasta la fecha, no había sido traducido a nuestro idioma.
Nos hemos formado con Tamar Pitch, con sus obras en general,
y con ésta en particular. Hemos aprendido de ella, y enseñamos,
de la mejor forma que somos capaces, lo aprendido.
La publicación de la traducción de esta obra, como volu-
men que inaugura la colección "Criminologías", en el marco de
un proyecto conjunto de la Facultad de Derecho de la Universi-
dad de Buenos Aires y de la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la Universidad Nacional del Litoral nos llena de or-
gullo y satisfacción.
Pitch ha realizado una de las contribuciones más agudas
al desarrollo de la "criminología crítica", o, en otras palabras,
de una sociología crítica del derecho penal en Italia. A través
de sus originales exploraciones entre el feminismo y la antro-
pología cultural, su trabajo se ha caracterizado por la búsque-
da constante de nuevos esquemas conceptuales en la apropia-
ción creativa del legado de la sociología de la desviación y de
14 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

la nueva criminología generada en el mundo anglosajón desde


1960.
Esta búsqueda constante ha estado orientada a evitar la
cristalización del impulso deconstructivista de las criminologías
tradicionales que se produjo en ~¡ contexto italiano a partir de
la década del '70. en buena medida en el seno de una "crítica a
la cultura jurídica" y de una "crítica al derecho". nacida desde
las mismas facultades de derecho, y especialmente de una es-
pecie de intersección entre penalistas y filósofos del derecho.'
Mucho ha tenido que ver en este proceso el desarrollo de una
rica actividad de investigación empírica sobre diferentes pro-
blemas vinculados con la "cuestión criminal": las campañas· del
movimiento de mujeres en torno a los delitos vinculados con la
libertad sexual. el funcionamiento de !ajusticia de menores, la
intersección entre psiquiatría reformada y justicia penal. el ries-
go de vlctimlzación y la sensación de Inseguridad y su impacto
en las rutinas de vida cotidiana. etc:Los rasgos centrales de la
producción Intelectual de Tamar Pitch se ven reflejados clara-
mente en este libro y constituyen, en buena medida creemos. Ja
clave de su importancia para el público latinoamericano.

2. lCrimino/ogía crítica latinoamericana?


·La historia de la criminología en América latina está atra-
vesada por el ejercicio de traducción de vocabularios crimino~
lógicos producidos en otros contextos culturales, principalmente
en Europa y América del Norte. 2 Esta afirmación es tan cierta
con respecto al pasado -p. ej .. su nacimiento en la segunda
mitad del siglo x1x en el marco de la hegemonía del positivismo
criminológico- como al presente. Es posible considerar que·el
"presente criminológico". en América latina, empieza a configu-
rarse en la década del '70 en el contexto de la emergencia de
una criminología que dio en llamarse "nueva", "crítica", "de la

1 Conf. Melosst, 1983; Facctoli, 1984.


2 Sozzo, 2001. Estos "viajes culturales .. no deben ser pensados como meras
traslaciones, transposiciones, trasplantes, stno como verdaderas "meta-
morfosis" operadas por los intelectuales locales con respecto a los proble-
mas locales, a través de diversos juegos de adopción, rechazo y comple-
mentactón, en los que se manifiesta su inventiva teórica y política.
PRÓLOGO 15

liberación'', y que inauguró un nuevo escenario con respecto a


las criminologías tradicionales -positivismo y/o defensismo.
El nacimiento de nuestro "presente criminológico" estuvo
signado, como nuestro pasado, por operaciones de traducción
de los lenguajes de la "nueva criminología" producidos "en otro
lugar". Decía al respecto una de las intelectuales cuyo rol fue
central en este proceso en la región, Lola Aniyar de Castro: "( ... )
tampoco la criminología desmltificadora, que se iniciara con
los primeros planteamientos problemáticos de la llamada cri-
minología de la reacción social, surgió en los países de la
periferia. Como es obvio, los impulsos intelectuales de mayor
alcance geográfico surgen de los centr-0s de gran poder y fi-
nanciamiento y difusión. También esta criminología nos viene
de afuera". 3 Pero a diferencia de las traducciones que habían ali-
mentado las criminologías tradicionales en América latina -que
eran visualizadas, por lo general, por estos intelectuales críti-
cos como meras adopciones-,• las "nuevas" traducciones
criminológicas impulsaban la exploración de los propios con-
textos: "Pero lo importante de la llamada nueva criminología (o
radical o crítica, con sus matices) es que, por razones inma-
nentes a la metodología que le es propia, debe necesariamente
construirse en y para cada sociedad, en cada momento históri-
co". 5 Es en este sentido que impulsaban la "latinoamerica-
nización de la criminología": "Por esta razón, sólo el desarrollo
de una criminología de este tipo puede llamarse en nuestro con-
tinente, latinoamericana, por haber sido hecha en Latinoamérica
y para Latinoamérica". 6 Diez años después, reiteraba Aniyar: "Y
aunque nuestra teoría ( ... ) no es latinoamericana, nuestra
criminología lo es ( ... ) Porque la teoría que utilizamos es sólo
un marco epistemológico y valorativo que se llena de contenido
en cada lugar y en cada momento histórico en el cual se aplica
( ... )las teorías no tienen marco geográfico". 7
De esta forma, nuestro "presente criminológico latinoame-
ricano" nació especialmente vinculado al contexto italiano, hori-

3 Aniyar, 198 l-82a, 11.


4
Conf. Aniyar, 1981-82a; 1982. Del Olmo, 1975, 1981; Bergalli, 1982a,
1982b, 1983; Sandoval Huertas, 1985.
5
Aniyar, 1981-82, 11.
6
Ibídem.
7 Aniyar, 1992, 297; y más recientemente aún. véase Aniyar, 1999. 183.
16 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

zonte privilegiado desde el que se produjeron procesos de im-


portación cultural del "nuevo idioma criminológico". En este
sentido, fue clave el rol de Alessandro Baratta como difusor de
estas nuevas Ideas a través de sus visitas a diversos países lati-
noamericanos y de la traducción de sus textos en América lati-
na. Decía al respecto la misma Aniyar de Castro: "Desde afue-
ra, Alessandro Baratta ha sido, indudablemente, el criminólogo
europeo más influyente en la criminología latinoamericana de
avanzada". 8 En un texto -en el marco de una polémica con,
justamente, Aniyar de Castro de mediados de los '80- el pena-
lista chileno Eduardo Novoa Monreal calificaba a Baratta de
"profeta" de los criminólogos críticos latinoamericanos a quie-
nes a su vez llamaba "émulos suyos". 9 Es posible pensar que,
más allá de los factores coyunturales, existieron algunas razo-
nes de fondo que sostenían una cierta "afinidad electiva" entre
ambos contextos, itallano y latinoamericano, sobre las que se
cimentó esta fuerte Influencia: la herencia de los viajes cultura-
les del pasado remoto en esta materia, en el nacimiento de la
criminología positivista; la semejanza de la situación previa a
la invención de la nueva criminología en lo que se refiere a las
formas de saber que hegemonizaban la reflexión sobre la cues-
tión criminal (la dogmática jurídico-penal y la criminología clí-
nica) y el escaso desarrollo de una criminología sociológica; la
centralidad de los juristas y del ambiente de las facultades de
derecho en la construcción de esta nueva forma de hacer crimi-
nología, etcétera.'º
Desde "dentro" de la tradición de la criminología crítica
latinoamericana, Rosa del Olmo, tal vez una de sus más lúci-
das exponentes, ya a mediados de la década del '80 ofrecía una
visión antagónica de estas operaciones de traducción cultural y
sus efectos. Por una parte, señalaba con respecto ala presencia
intelectual de Alessandro Baratta en la región, que le producía
"alarma la idolatría que ha despertado entre algunos de nues-
tros estudiosos. Su discurso ha sido asimilado acríticamente
al discurso que se está construyendo en América latina a pesar
de que en nuestro contexto puede correr el riesgo de quedarse

8
Aniyar, 1990, 20.
9 Novoa Monreal, 1986, 316.
10
Sozzo, 2001. 402.
PRÓLOGO 17

en simple retórica ( ... J a veces se adopta sin profundizar su


contenido"." En general sostenía: "( ... J se están repitiendo los
mismos errores en que incurrían los criminólogos latinoameri-
canos (se refiere a los criminólogos tradicionales) al depender
de una forma exagerada y repetitiva del discurso criminológico
europeo, así sea un discurso crítico( ... ) Nuestros criminólogos
no han podido romper la dependencia del conocimiento que
viene de los países desarrollados. En tanto no se rompa esa
dependencia no se podrá hablar de una criminología crítica la-
tinoamericana". 12
Resulta difícil realizar una descripción sintética de los ras-
gos centrales de la criminología crítica latinoamericana tal como
se fue construyendo en las décadas de los '70 y '80, sobre todo
porque hubo especificidades nacionales. Sí es posible señalar,
en líneas generales, ciertos caracteres que no son del todo aje-
nos al peso de la influencia de la criminología crítica italiana. 13
En primer lugar, la criminología crítica latinoamericana
tenía una vocación constante por reproducir una "gran narrati-
va". generada en otros contextos culturales a través de la intro-
ducción de una "corrección" de la perspectiva del labelling
approach y fundada en perspectivas marxistas de filosofía po-
lítica, social y jurídica, que -en muchas ocasiones- se
devaluaba y cristalizaba como una especie de nuevo "monismo
explicativo" que se cerraba a las discusiones que se desenvol-
vían paralelamente en la teoría social sobre buena parte de sus
fundamentos teóricos. De allí que Rosa del Olmo señalara
(auto)críticamente hacia fines de los '80 la "debilidad teórica",
la "pobreza" de la teoría criminológica crítica latinoamericana:
"teóricamente esta criminología era ecléctica e infradesarrolla-
da". 14 Esto a su vez se combinaba con una fuerte inclinación
hacia la labor "teórica" que se resolvía, en realidad. en el "ensa-
yo", desplazando frecuentemente el interés con respecto a la
investigación empírica e histórica. Aun uno de los más destaca-
dos profesores que participaron en este proceso cultural en la
década del '80 y que advertía muchos de los límites de aquella

11 Del Olmo, 1987, 26.


12 Del Olmo, 1985, 138-9; conf. también Del Olmo, 1988, 209.
13 Conf. al respecto Melossi, 1983; Faccioli, 1984; y Pitch, en este libro, cap. 2.
14
1988, 209.
18 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS ...

configuración de la criminología crítica latinoamericana, Eugenio


R. Zaffaroni, colaboraba -tal vez sin proponérselo- con este
"desencuentro con el momento empírico" al plantear que evi-
dentemente en la comparación entre los países centrales y los
países periféricos la escasez de investigaciones empíricas en el
"margen" eran obvias; pero que "no suelen ser indispensables
en la misma medida que en los países centrales puesto que la
magnitud y naturaleza de algunos fenómenos es tan evidente
que la distorsión encubridora de algunos discursos no necesita
mayores esfuerzos" . 15 "En ninguna ciencia se pretende demos-
trar lo evidente" y las carácterísticas de la cuestión criminal en
América latina son tan "evidentes" que "sólo un autista puede
negarlas";'ª lo que a su vez se conectaba con su revalorización
de preguntas de "antropología filosófica" como claves de acceso
a la producción de la especificidad de la criminología crítica en
América latina. 17 En la misma dirección y probablemente tam-
bién sin proponérselo, se privilegiaba frecuentemente una cier-
ta reflexión "meta-criminológica", centrando el debate intelec-
tual en cómo debía ser una criminología que mereciera el
adjetivo de crítica.
Rosa del Olmo señalaba también a fines de los años '80
que la nueva criminología era hasta ese momento, esencialmente,
un conjunto de textos programáticos, unas declaraciones "anti-
positivistas y anti-derecho penal" que planteaban el "deber ser
de la criminología crítica" . 18 "La criminología crítica, tal como
la hemos esbozado, se ha quedado en la intención" .19 Por últi-
mo, se verificó usualmente -como no podía ser de otra forma
dado su carácter "crítico" o "radical"- una inclinación a la re-
proposición permanente de la cuestión del compromiso políti-
co del criminólogo crítico y una tendencia consiguiente a la re-
flexión sobre el "deber ser" de la política criminal. Como bien
marcaba Rosa del Olmo, este tipo de reflexión generaba "un
criminólogo crítico pero no una criminología crític:i". 20 Nos

15
Zaffaroni, 1988. 4; 1989, 16.
16
Zaffaroni, 1988, 18.
17
Zaffaroni, 1988, 1989.
ts Del Olmo, 1987, 26.
19
Del Olmo, 1988, 205.
20
Ibídem; conf. con respecto a estas características, Sozzo, 2001, 403~404.
PRÓLOGO 19

preguntamos,.ª veinte anos vista y por lo menos en el ámbito


local, ¿cuántos criminólogos ha generado? o, mejor aún, si se
soslaya y eventualmente desprecia la investigación empírica,
¿qué entendemos por un "criminólogo"?
De estos rasgos característicos de la criminología crítica
latinoamericana de los anos '70 y '80, dos resultan claramente
problemáticos en lo que se refiere a nuestra capacidad actual
para comprender y explicar la "cuestión criminal". Se trata jus-
tamente de aquellos rasgos que más claramente se encuentran
presentes en algunas de las producciones intelectuales que se
reenvían a esta tradición en la región en estos últimos años. 21
Por un lado, la reproducción de una "gran narrativa" devaluada
que funciona como un monismo explicativo, cerrando este cam-
po de saber a los desarrollos de la teoría social contemporánea
y revirtiendo paradójicamente la función de apertura que el
impulso desestructurador tuvo originariamente. Por el otro, la
persistencia del "desencuentro con el momento empírico", bajo
la forma de la ausencia de investigación histórica o de investi-
gación sociológica. En buena medida, los trabajos más intere-
santes de la década del '90 en la región en este campo del saber
son, justamente, aquellos que han comenzado a avanzar en la
superación de estos dos obstáculos.

3. Sobre el libro
Este libro de Tamar Pitch, elaborado a fines de la década
del '80, fue generado en una tradición y un contexto que si bien
no pueden ser asimilados a ta tradición y contexto latinoameri-
canos, posee, como decíamos, fuertes puntos de contacto; es-
pecialmente en lo que se refiere a los dos rasgos problemáticos
que hemos identificado en las formas de hacer criminología
crítica en nuestra región desde los años '70.
Así pues este trabajo resulta, como señalábamos, extraor-
dinariamente sugerente para América latina pues es un ejem-
plo paradigmático de respuesta frente a estos obstáculos y, en
este sentido, ofrece vías posibles para la actividad de rescate y
reconstrucción para nuestro presente de ufJ. saber crítico sobre

21
Ver al respecto, los diversos ejemplos contenidos en la compilación recien-
te de Elbert, 1999.
20 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

la cuestión criminal. En esta dirección es posible especificar


una serie de ejes en él que pueden contribuir, en tanto insumos,
a este rescate/reconstrucción en nuestra región.
El libro de Pitch presenta, globalmente, una articulada re-
flexión sobre la centralidad de la cuestión de la responsabili-
dad -en sus diversos significados- para la comprensión, tan-
to en el seno.de las ciencias sociales como en el sentido común,
de las relaciones entre los seres humanos, y entre los seres
humanos y el mundo. En particular, Responsabilidades limi-
tadas ... resulta una exploración sobre la nueva relevancia que
en el contexto de la década del '80 comenzaba a adquirir este
tema en el discurso científico y político -proceso que no sólo
continuó desarrollándose en la década del '90 sino que se in-
tensificó-. Esta exploración se construye en torno a la vincula-
ción multifacética de la cuestión de la responsabilidad con la
cuestión criminal. Éste es el problema que subyace a la totali-
dad del texto y es movilizado en distintas direcciones en los
diversos capítulos.
En primer lugar, el libro nos ayuda a profundizar el debate
en torno de la polisémica categoría "control social", repetida
hasta el cansancio en los ámbitos académicos y mediáticos sin
mayor discusión sobre su significado. Ésta es la discusión ini-
cial que articula Tamar Pitch en el capítulo 1 sobre un concepto
que ha permeado buena parte del lenguaje de la nueva crimino-
logía desde los años '70. Partiendo de un recorrido por las diver-
sas formulaciones originarias del concepto de control social en
las ciencias sociales norteamericanas del siglo xx (interaccionismo
simbólico y estructural-funcionalismo), entre lo micro y lo
macrosocial y la individualización de sus caracteres: productivo
(de identidad. de significado, etc.), descentralizado, subjetlvado y
despolitizado, la autora analiza la adopción de esta misma expre-
sión en el marco del "dualismo", de la tensión conflictual "indivi-
duo-sociedad", prisma desde el cual ha sido planteada la cues-
tión del orden en el contexto europeo -especialmente a través
de sus ciencias política y jurídica.
En tanto elemento que ha caracterizado a la criminología
crítica en el contexto europeo -y también en el contexto lati-
noamericano- esta adopción de la expresión "control social"
ha sido empleada, según Pitch, para designar procesos que pro-
híben y reprimen o procesos que producen motivaciones
"inauténticas" -o procesos que mezclan ambos caracteres-,
PRÓLOGO 21

reivindicando una centralidad del Estado -y por ende, de la


justicia penal- y un vínculo estrecho con la idea de opresión.
Pitch plantea justamente una forma de salir de esta oposi-
ción entre una visión .. consensualista" y una visión "conflictua-
lista" del "control social", concibiendo a esta noción como una
"clave de lectura" asociada a los puntos de vista de los actores,
que tiene en cuenta sus experiencias e interpretaciones y que
individualiza como procesos conexos que emergen en lugares
diversos y tienen objetivos explícitamente diferentes. A partir
de este planteo, la autora introduce la discusión de la "metáfo-
ra de la bifurcación" para analizar las transformaciones con-
temporáneas de las políticas de control social en el contexto de
los Estados de bienestar, entre un polo duro y un polo blando,
difundidas en los años '70 y '80 en la criminología crítica
anglosajona, utilizando el ejemplo italiano desde una mirada
que no está centrada en la justicia penal y que articula en cam-
bio la metáfora del "circuito".
Desde este punto de vista problematiza la reemergencla en
los años '70 y '80 de la noción de peligrosidad social, como
contracara de la crisis de la idea de rehabilitación en las estrate-
gias de control social, la pérdida de sus características positivistas
y su configuración como categoría residual, en vez del abandono
en el sistema socio-psico-asistencial. Ambas cuestiones, en el
contexto latinoamericano, poseen unas especificidades que ha-
cen inviable una transportación acrítica de estos debates; sin
embargo, existen claros puntos de contacto -la decadencia del
ideal rehabilitador, el renacimiento de las apelaciones a la peli-
grosidad social y a la defensa social, etc.- que hacen pensar en
la utilidad de reconsiderar el empleo de la noción de "control
social" como herramienta conceptual. 22
En el capítulo 2, a través del prisma de la cuestión de la
responsabilidad, Pitch desenvuelve una interesante aproxima-
ción a la historia de la criminología como campo del saber des-
de mediados del siglo xx, interrogándose cómo en las diversas
tradiciones intelectuales analizadas se produce una distribu-
ción de las responsabilidades entre el delincuente, el criminó-
logo, las instituciones y la sociedad. Resulta una mirada escla-

22
Véase en un sentido coincidente Melossi. 1992; Sozzo, 1999; y algunas de
las contribuciones de Bergalli-Sumner, 1997
22 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

recedora sobre todo en lo que se refiere a la relación de cada


una de las tendencias abordadas con la política; y para el pú-
blico latinoamericano ilustra de esta forma un pasado y un pre-
sente que es también -en cierta medida- nuestro -dadas las
múltiples operaciones de traducción a través de los diversos
horizontes culturales de esos vocabularios criminológicos. 23
En esta dirección, el capítulo 3 aborda específicamente las
"aporías" de la criminología crítica en Italia en los años '70 y
'80 -siempre ayudada por los interrogantes en torno al tema
de Ja responsabilidad-, lo que lo hace aún más relevante para
el lector latinoamericano por los vínculos estrechos que unen
"nuestra" "criminología crítica" con aquélla -tal como lo plan-
teábamos más arriba-. A partir de esta reseña de la "crisis" de
la "criminología crítica", Pitch intenta responder a la pregunta
"lcómo estudiar la cuestión criminal?", desarrollando diversos
argumentos teóricos sobre: a} la forma misma de definir la cues-
tión criminal-quitando del centro el papel de !ajusticia penal,
concibiendo sus fronteras como móviles, etc.-; b} la necesi-
dad de alejarse del lenguaje del "paradigma problema-solución",
eludiendo una visión de la comprensión como búsqueda de "cau-
sas" y repensando la cuestión de las llamadas "consecuencias
inesperadas" de la acción social; e} la manera de problematlzar
la relación de la política criminal con las otras políticas y pro-
cesos de control social y, a su vez, con respecto a los sujetos
que son sus objetos; di la cuestión de la responsabilidad como
producto de múltiples interacciones entre instituciones y usua-
rios/clientes, y la importancia de la idea de "vínculo" para pen-
sar los procesos de imputación de responsabilidad, en tanto
producto y condición de la acción social; y e} las razones socio-
lógicas para impulsar un "derecho penal mínimo", en tanto re-
quisito para que sea efectiva la creación de vínculos a partir de
la producción de normas jurídico-penales.
Estos argumentos teóricos ofrecen al público latinoameri-
cano oportunidades de reflexionar acerca de las posibles vías
de apertura de nuestro debate sobre la cuestión criminal a cier-
tas tradiciones de la ciencia social contemporánea -en torno a
la teoría de la acción social, entre la hermenéutica, el construc-

23
Conf. para otras narrativas, Larrauri, 1991; Sagarduy-Zaitch, 1992; Van
Swaaningen, 1997.
PRÓLOGO 23

tivismo y el "marxismo analítico" de Elster-. A su vez. estos


diversos argumentos teóricos son movilizados por la autora en
el resto de los capítulos del libro de forma tal que para la eva-
luación de su utilidad el lector cuenta con la posibilidad de
observar su aplicación concreta a problemas de investigación
específicos. 24
En el capítulo 4. Pitch presenta un análisis muy lúcido de
las cruzadas simbólicas contemporáneas y específicamente del
rol que juegan en ellas las demandas de criminalización. En
particular. aborda el desenvolvimiento de estas demandas por
parte de "nuevos movimientos sociales" en Italia (el movimien-
to de mujeres. el movimiento ecologista, etc.) e hipotetiza el
papel que estas demandas tienen en la producción de la "iden-
tidad colectiva" de estos movimientos -como forma de solu-
ción a su ambivalencia constitutiva-. y de los problemas so-
ciales en torno a los cuales se construyen. En este sentido,
explora el desplazamiento que en estos casos se produce a par-
tir de la demanda de criminalización. de un vocabulario de la
"opresión" a uno de la "victimización" y el conjunto de conse-
cuencias prácticas y simbólicas que esto trae aparejado.
Resulta, por otra parte. interesante cómo este tipo de des-
plazamiento semántico en los "nuevos movimiento sociales" es
asociado por la autora a una redistribución de la responsabili-
dad. de la sociedad al individuo. Este análisis de Pitch resulta
extremadamente útil para ilustrar en qué medida la "cuestión
criminal" no se agota en las prácticas y discursos puestos en
marcha por los actores estatales sino que involucra activamente
las prácticas y discursos de actores no estatales -otra vez. qui-
tando del centro de la "cuestión criminal" al sistema de justicia
penal-. En este sentido, constituye una línea de investigación
que evidentemente podría ser seguida en el contexto latinoame-
ricano aunque. tal vez, deba referirse a otras movilizaciones
contemporáneas que asumen el carácter de "víctima de un deli-
to" como eje de la producción de sí mismos. como actores co-
lectivos en la región. Al mismo tiempo. capta una faceta muy
importante de las transformaciones contemporáneas de !ajus-
ticia penal -en el contexto italiano, pero también en el contex-

24 Conf. en un ejercicio similar con respecto al contexto italiano, Melossi,


1983; Pavarini, 2001.
24 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS ...

to latinoamericano-: su creciente utilización basada en la rele-


vancia simbólica de su puesta en funcionamiento. 25
Seguidamente, Pitch analiza dos supuestos en los confines
de la atribución de responsabilidad a través de la justicia pe-
nal: los "menores" y los "locos". La cuestión de los "menores"
-abordada en el capítulo 5-y la cuestión de los "locos" -abor-
dada en el capítulo 6- son analizadas en tanto lugares de inter-
sección entre la justicia penal y el saber jurídico-penal con las
instancias psiquiátrica y asistencial, y un conjunto de saberes
no-jurídicos en el marco de las ciencias humanas. En cada ca-
pítulo se exploran las tensiones, los conflictos, los acuerdos
entre estos diversos campos de prácticas y discursos en Italia,
que se encuentran, a su vez, atravesados por procesos de trans-
formación -la asistencia social en la crisis del Estado de bien-
estar, la psiquiatría en el contexto de la reforma articulada a
partir de la ley 180 de 1978, etcétera.
Cada uno de los actores de estas intersecciones -el psi-
quiatra forense, el tribunal de menores, el operador psiquiátri-
co en el territorio, etc.- es anatomizado en cuanto a sus accio-
nes y sus dilemas, a su turno vinculados entre sí, identificando
cómo la atribución o no de responsabilidad al "reo" -el "loco-
delincuente", el "delincuente juvenil"-y, en su caso, las moda-
lidades de mecanismos puestos en marcha en torno a éstos,
tiene como contrapartida diversas formas de asunción de res-
ponsabilidades por parte de los dis'intos actores involucrados.
Resulta interesante que ambos supuestos analizados por Pitch
se encuentran en la actualidad en el contexto latinoamericano
en las antípodas, en cuanto a su visibilidad social y política. En
un caso, el de los "menores", constituye uno de los ejes centra-
les del debate actual de política criminal -como en el ejemplo
argentino- de la mano de un presunto incremento del número
de niños y jóvenes involucrados en la comisión de "delitos co-
munes" -especialmente a través del uso de la violencia-. La
cuestión de la atribución/asunción de responsabilidad es mate-

25 Pitch solamente avanza sobre la cuestión de la explotación del potencial


simbólico del castigo legal por parte de los actores no-estatales. En nues-
tro presente. esto es cada vez más visible en el caso de los actores estatales
que apelan a vocabularios '"e1notivos y ostentosos"', "de la culpa y el casti-
go" (conf. en otros contextos culturales: Pratt, 2000; Garland, 2001; para
el contexto italiano: Pavarini, en prensa).
PRÓLOGO 25

ria constante de discusión, no sólo en el ámbito académico y


legislativo sino también en los medios masivos de comunica-
ción, distorsionada la mayor parte de las veces tanto por un
discurso represivo hipócrita cuanto por un discurso tutelar
perverso.
El otro caso, el de los "locos", se encuentra absolutamente
sumergido, parecería ser, en la misma medida de la profundi-
dad de las aporías que devela en el funcionamiento cotidiano
de la justicia penal -la idea de peligrosidad, la existencia de
una "medida de seguridad curativa", etc.- y de las atrocidades
que genera su "tratamiento" -el internamiento manlcomial y
sus "rituales de degradación"-. Por razones inversas, enton-
ces, ambos extremos constituyen ejes de investigación intere-
santes sobre la "cuestión criminal" en nuestro presente en Amé-
rica latina -y de hecho, nosotros mismos hemos tratado de
abordarlos- 26 aun cuando evidentemente los procesos de
transformación en que se encuentran situados divergen en forma
muy evidente del contexto italiano -basta pensar en el caso de la
reforma del sistema de asistencia de la salud mental activada en
Italia y su comparación con los cambios generados en la materia
en el contexto latinoamericano de los últimos treinta años.
El último eje del libro de Pitch es el abordaje de la relación
entre (el movimiento de) las mujeres y la cuestión criminal. El
caso de las mujeres es presentado por la autora como ligado a
los otros casos "excepcionales" con respecto a la atribución de
responsabilidad a través de la justicia penal: los "menores" y
los "locos", pues como en ellos, también aparece con respecto a
las "mujeres" la vocación por "tutelar", "proteger". Para ello Pitch
se centra en dos debates de política criminal que se desenvol-
vieron en Italia en la segunda mitad del siglo xx. Por un lado, en
la década del '50 la discusión acerca de la abolición de la regu-
lación de la prostitución, a partir del proyecto Merlin presenta-
do en 1948 -capítulo 7-, y por el otro, en las décadas de los
'70 y '80 la discusión en torno a la reforma de la legislación con
respecto a la violencia sexual -capítulo 8.
Más allá de las particularidades de estos dos procesos ita-
lianos, Pitch aborda en ambos supuestos la apelación al poten-

26 Conf. Beloff, en García Méndez, 2001, 29; Beloff, en García Méndez y Beloff,
1999; Sozzo, 1999.
26 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS ...

cial simbólico de Ja justicia penal y la construcción, atribución


y asunción del estatuto de "víctimas" por parte de las mujeres
-rescatando la temática elaborada en el capítulo 4- que po-
see una especificidad dificil de homologar con respecto a los
otros casos antes analizados -movimiento ecológico, movimien-
to contra el abuso de niños, etc.-, pues implica la relación en-
tre los sexos y, por ende, una diferencia radical e irreductible.
Por otro lado, la autora tematiza, a través de estos ejemplos, el
dilema central con que se enfrenta el movimiento de mujeres
con respecto al derecho penal -y al derecho. en general-: ¿se
debe luchar por el tratamiento "igual" como personas o por el
tratamiento "diferente" como mujeres?
Pitch brinda una respuesta normativa frente a este inte-
rrogante -especialmente en el capítulo 9- en la que aboga por
salirse de esa dicotomía, eludiendo la apelación al derecho para
su resolución - "menos derecho es mejor derecho", como re-
sume su posición al respecto Nicole Rafter-, 27 pues por lo ge-
neral genera "represión sexual" y "estatuto de víctima", e impul-
sando una asunción de responsabilidad por parte de las mujeres,
unas con respecto a las otras, en definitiva, lo que Pitch denomi-
na una "política de soberanía" para las mujeres. En el contexto
latinoamericano, sobre todo en los últimos años, empieza a ges-
tarse tibiamente una literatura feminista con respecto a la "cues-
tión criminal" que puede hallar evidentemente en este análisis
de Pitch no sólo un punto de referencia para realizar compara-
ciones con respecto al contexto italiano, sino una discusión acer-
ca de las posiciones políticas que debe asumir el movimiento
de mujeres con respecto al derecho penal -y al derecho, en
general- que, sin duda, generarán un debate que refleja la com-
plejidad de este dilema.
Los diversos ejes que Responsabilidades limitadas ... ofre-
ce al lector latinoamericano son otras tantas oportunidades de
indagación empírica y teórica que pueden resultar útiles para el
desarrollo de Ja tarea de rescate/reconstrucción de un saber crí-
tico sobre la cuestión criminal en América latina. Los años '90
han generado en este campo del saber algunos tibios indicios de
esta labor en Ja región. Aún queda mucho por hacer. Nuestro

27
Rafter, 1999, 378.
PRÓLOGO 27

presente con respecto a la cuestión criminal requiere indispensa-


blemente una nueva inventiva teórica y política. Estamos con-
vencidos de que el libro de Tamar Pltch que presentamos al pú-
blico latinoamericano constituye una contribución fundamental
para la tarea, a la vez creativa y rigurosa, de refundar este terri-
torio plural con responsabilidad académica y política.
Buenos Aires, enero 2003.

MARY BELOFF y MÁXIMO Sozzo

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PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

La primera versión de este libro es de 1989. La he revisa-


do y corregido para la edición en inglés en 1995 y aún conside-
ro que algunas cosas han cambiado con respecto a siete años
atrás, si bien no en las tendencias generales, en la conciencia
difundida de ellas, de forma tal de hacer necesaria una intro-
ducción nueva para esta edición en castellano.
Me parece que el transcurso del tiempo ha confirmado la
absoluta prevalecencia -más aún, la hegemonía- de un dis-
curso sobre la responsabilidad individual. Esta temática se ha
transformado en decisiva tanto frente a la reestructuración de
las políticas sociales como, más precisamente, de las políticas
de control social. Desde este punto de vista, el libro es dema-
siado optimista cuando observa una consolidación de una asis-
tencia social universallsta, en la cual los "pacientes" devienen
"usuarios"; en cambio, lo que ha sucedido en los últimos años
del siglo pasado ha sido una transformación del usuario en clien-
te de servicios, lo que implica una importante modificación del
significado de la ciudadanía. La asistencia social universalista
interpretaba la ciudadanía no sólo como titularidad de dere-
chos civiles. políticos y sociales, sino como efectivo acceso a
ellos. Si bien ésta era la retórica del discurso público, el funcio-
namiento real de los servicios -como lo documenta el mismo
libro- rígidamente burocrático, a través de la mecánica de la
"puerta giratoria". producía patologlzación, cronicidad, depen-
dencia y, utilizando una incisiva expresión de Ota de Leonardis,
"miseria de la esfera pública cotidiana de las instituciones", a
través de una erogación de recursos y servicios de tipo dual,
servicio-cliente. En este libro pongo de manifiesto cómo esta
situación daba (y da) lugar a conflictos fructíferos entre los usua-
rios y los servicios, cuando los primeros se apropian de la retó-
rica de la asistencia social universalista y toman en serio los
32 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS ...

derechos. AJ mismo tiempo, en cambio, señalaba la emergencia


de conflictos difundidos basados en una asunción de volee a
través de la declinación del sí mismo como víctima, que hacía
uso de la lógica implícita en el funcionamiento del sistema de
justicia penal. Esta lógica tiende a simplificar los conflictos en
el momento mismo en el que se construye la responsabilidad
como imputabilidad: en el escenario penal los sujetos aparecen
nuevamente, pero sólo como culpables y víctimas, despojados
de la complejidad de sus vidas y de las relaciones que las atra-
Viesan.
El desplazamiento de un énfasis sobre la opresión a un én-
fasis sobre la victimización, señala la prevalecencia de un dis-
curso sobre la responsabilidad individual, connotada sólo -pero
esto es precisamente lo que cuenta- de intención y voluntad.
Las críticas a la asistencia social burocrática y creadora de de-
pendencia venían tanto desde la "derecha" como desde la "iz-
quierda" pero, evidentemente, ha sido la derecha, o sea la polí-
tica y la retórica neoliberales, las que han triunfado y son ahora
hegemónicas. En ellas, la responsabilidad individual es cen-
tral, y caracteriza el nuevo estatuto de la ciudadanía; el verda-
dero ciudadano/a es quien se hace a sí mismo, quien asume la
responsabilidad -justamente- de procurarse la satisfacción
él/ella mismo/a de sus propias exigencias, carencias, necesi-
dades; la asistencia social se hace residual y asume la carac-
terística -hacia la que, como se señala en el libro, siempre ha
tendido- de una caridad frente a quien, por sí mismo, no logra
autosatisfacerse -y, por lo tanto, no es un verdadero ciudada-
no- sustentada por lo privado/social que se expande y que siem-
pre crecientemente declina la solidaridad, no como un vínculo
de ayuda recíproca entre pares sino como asistencia y -justa-
mente- actitud caritativa hacia los "necesitados".
Por otro lado, también desde la "izquierda" (piénsese en
las políticas de Blair en Gran Bretaña) se afirma el así llamado
workfare, cuya lógica no es en absoluto universalista y remite
al aprendizaje a través del trabajo de una responsabilidad so-
bre sí mismo y sobre los propios problemas, preámbulo del
retorno a una antigua división: aquélla entre pobres dignos -quie-
nes se adaptan a todos los trabajos, no importa cuán flexibles,
precarios y malpagos sean- y pobres indignos, todos los otros
-aparte de los que, naturalmente, por alguna incapacidad o
enfermedad no pueden trabajar.
PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO 33

Los pobres indignos, por otro lado, vienen a constituir las


nuevas "clases peligrosas". De esta forma, como siempre, la
política social se encuentra con la política de control, que tiene
tres caras -al menos- complementarias entre sí y predicadas
sobre el concepto de responsabilidad. Si bien es cierto que, por
un lado, las clases peligrosas son individualizadas sobre la base
de indicadores "objetivos" (el origen étnico, el grado de instruc-
ción, la proveniencia familiar, el lugar de residencia, la edad, el
sexo) -p. ej., las políticas de tolerancia cero están dirigidas a
su control a través de la esterilización y delimitación del terri-
torio urbano-; por el otro, la criminalización y la penalidad se
legitiman nuevamente mediante el recurso a la retribución en-
tendida en un sentido moral, como reconocimiento e imputa-
ción de responsabilidad al "delincuente" individual, indepen-
dientemente de una consideración acerca de las causas próXimas
y remotas de la delincuencia. Por lo tanto, el delincuente es
moralmente responsable de sus actos y merece la pena
(carcelaria), cualesquiera que sean sus condiciones sociales y
culturales; la motivación de su acto es reducida a su responsa-
bilidad. Pero, existe un tercer aspecto de las políticas de con-
trol contemporáneas que es aquel -como lo señalo en este li-
bro- centrado en la "víctima" y la "victimización". Las encuestas
de victimización, cuya legitimación fundamental es el descubri-
miento de la cifra negra de la criminalidad, vienen también a
producir una reconstrucción de las figuras típicas de las vícti-
mas de Jos diversos delitos. Refiguración que, en primer lugar,
adjudica a la víctima potencial la carga, la responsabilidad, de
tomar todas las medidas ne_cesarias para prevenir la propia
victimización o, en su caso, para remediarla -p. ej., a través
de un aseguramiento privado.
En suma, el paradigma de la victimización es -como ya lo
señalo en el libro- el ingrediente fundamental de los discursos
y de las políticas actuales de control social, sean de "derecha" o
de "izquierda".
Las políticas de tolerancia cero se justifican con la preven-
ción de la victimización. El endurecimiento de la represión se
vale también, en más de un país, de los reclamos y de las voces
de las víctimas, pero ellas no son inocentes, a menos que hayan
hecho todo lo posible para evitar ser victimizadas.
En un panorama en el que lo central es la responsabilidad,
entendida en sentido moral. tanto en las políticas sociales como
34 RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS ...

en las políticas de control social, no asombra en absoluto el


éxito de instituciones aparentemente alternativas a la prisión
como la mediación penal. En las intenciones de quienes la prac-
tican y sustentan, la mediación entre víctima y autor del delito
no tiene sólo el objetivo de ofrecer una reparación a la primera,
sino también el de hacer consciente al imputado de su propia
responsabilidad -antes que nada- moral. La mediación pe-
nal, como modaliciad alternativa de resolución del conflicto del
que resulta un indicador el delito. es --cuanto menos en Ita-
lia- fuertemente impulsada y practicada en ambientes progre-
sistas y críticos del potencial represivo de la justicia penal. Más
allá de que pueda resultar mejor que una pena carcelaria y de
que. tal vez, pueda resultar una verdadera ayuda a las vícti-
mas, creo, sin embargo. que aún no se ha reflexionado mucho
sobre su coherencia perfecta con el ethos neoliberal prevale-
ciente, ya sea en la acentuación de los aspectos morales de la
responsabilidad, ya sea en la puesta entre paréntesis de las dis-
paridades, de las desigualdades de recursos y poderes entre
víctima y autor del delito.
Este libro, por lo tanto, traza un cuadro de tendencias que
han encontrado confirmación más tarde y se han afirmado hoy
como hegemónicas en los discursos, aun cuando no siempre en
las políticas. Pienso, por lo tanto, que es plenamente actual y
tal vez brinde cierta ayuda para analizar y comprender cómo se
mueven los -o ciertos-- sujetos colectivos -p. ej., las muje-
res- y las consecuencias de su actividad.
Querría agradecer a Augusto Montero y Máximo Sozzo por
la traducción al castellano realizada, y a Mary Beloff y Máximo
Sozzo por haber insistido en la necesidad de esta publicación.
[)edico esta traducción a mi hijo David y a mi compañero
que hoy ya no está, Nicola Gallerano, de cuyas sugerencias y
propuestas me he valido mucho en la escritura de la primera y la
segunda versión de este libro.
Roma, invierno de 2002.

TAMAR PITCH
PREMISA

Un tema o ámbito central en este libro es el de la justicia


penal. Pero en él no se dan sus definiciones, ni se discuten sus
funciones -manifiestas o latentes- o disfunciones. Resulta el
ámbito en el cual -o en cuyos confines-'- se desarrollan mu-
chos de los procesos descriptos aquí, pero no es justamente el
objeto del libro, aun cuando sostengo y espero que a través de
su exploración nazcan nuevas perspectivas sobre Ja justicia
penal. En este sentido, también ella forma parte del objeto de
esta obra, pero no directamente, sino más bien como espacio
de conflictos, recurso simbólico de actores colectivos y articu-
lación de políticas de control social.
Los estudios del sistema penal como articulación del con-
trol social son en Italia aún relativamente poco numerosos, y
esto tiene que ver con una Interpretación particular de esta ca-
tegoría en Ja cultura italiana que ha hecho difícil y rara la ex-
ploración de los nexos entre los diversos sistemas a los que
puede imputarse Ja erogación del control social.
Éste es el primer nudo teórico y metodológico que el libro
enfrenta. al analizar la categoría de control social y los usos
que se han hecho de ella, recorriendo su historia y ofreciendo
una interpretación capaz de ajustarse adecuadamente a los es-
tudios sobre el sistema de justicia penal. La rica tradición de
investigación extranjera, sobre todo anglosajona, es recorrida
críticamente para argumentar a favor de una lectura del siste-
ma de justicia penal desde el punto de vista de Ja interacción
con otros sistemas de control social. De ello resulta un análisis
de las políticas actuales de control social diferente de aquellos
prevalecientes en el debate, tanto Italiano como extranjero. Se
trata de una propuesta teórica y metodológica que -en abierta
polémica con las corrientes dominantes en el debate sociológi-
co crítico sobre estos temas- sostiene el abandono de claves
36 TAMAR PITCH

"'
de lectura fundamentalistas, sin que ello comporte la renuncia
al vínculo entre investigación científica y búsqueda de solucio-
nes políticas y operativas.
Para el análisis de la justicia penal, como para el estudio
de los otros sistemas de producción de control social, es crucial
recuperar el aspecto dinámico y procesual de esta producción,
leyendo sus consecuencias como un producto. no sólo de la
interacción -negociada, conflictual- entre los diversos siste-
mas sino también entre éstos y los usuarios. Esto Ilumina un
aspecto hasta el momento descuidado: la justicia penal es un
ámbito de entrecruzamiento, recurso simbólico y punto de ob-
servación de demandas, exigencias y conflictos planteados, no
sólo por las instituciones sino también por los actores sociales.
El gran tema que emerge de esta constatación es el relativo a la
responsabilidad, actualmente en el centro del debate sociológi-
co, filosófico, jurídico y político.
En este libro estudio el nexo entre atribución y asunción
de responsabilidad en el contexto de la crisis de la cultura del
Estado de bienestar, tanto con respecto a los modelos de ges-
tión institucional de los problemas sociales y de las culturas de
sus operadores (terapeutización, tutela totalizante) como con
relación a la lectura de la dinámica social por parte de los acto-
res de los conflictos contemporáneos. En lo que se refiere al
primer aspecto, me ocupo de dos casos emblemáticos de la cri-
sis de la relación entre !ajusticia penal y el sistema socio-psico-
asistenclal: los enfermos mentales imputados de un delito y los
menores imputados de un delito. En ambos casos, el tema de
la atribución y asunción de responsabilidad asume un signifi-
cado cardinal en el contraste entre derechos civiles y derechos
sociales.
En lo que se refiere al segundo aspecto, el tema de la res-
ponsabilidad está ligado a la relación entre autonomía y tutela,
tal como se expresa en las demandas que los actores colectivos
contemporáneos dirigen a la justicia penal. En la emergencia
de demandas de criminalización de problemas sociales encuen-
tra un punto de apoyo, provisorio y contradictorio, la oscila-
ción entre reclamos de tutela y exigencias de autonomía, que
manifiesta una reacción difundida frente a un cultura de'
subjetivizante y desresponsabilizante. Pero el caso que exami-
no más profundamente. el de la campaña de (una parte) del
movimiento de las mujeres por una nueva ley sobre la violencia
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 37

sexual, se abre a consideraciones ulteriores que enraízan la


problemática de la responsabilidad en aquella -también muy
debatida- de la relación entre (políticas de) la igualdad y (po-
líticas de) la/s diferencia/s. Esta relación, que en realidad, sub-
yace -sin que sea reconocida en estos términos- a todas las
interacciones entre justicia penal e instituciones de asistencia y
tutela, es iluminada de nuevas formas cuando es leída desde el
punto de vista de las demandas que las mujeres refieren a la
justicia penal.
En torno a las cuestiones de la responsabilidad, de la igual-
dad y de la/s diferencia/s convergen, finalmente (se me ocurre
decir, milagrosamente, pero en realidad, como trato de argu-
mentar, no ha sido en absoluto una casualidad), los diversos
recorridos, los diversos fragmentos de mi biografía intelectual
y política, los diversos focos de mi actividad de investigación.
Este libro expresa la reflexión (provisoria) de años de tra-
bajo y de experiencias políticas (con las mujeres, fundamental-
mente) desarrollados sobre cuestiones que a veces me parecían
divorciadas. distintas las unas de las otras -y que natural-
mente lo son-. Pero aquello que las une es lo que aquí me
interesa y que he intentado reconstruir en esta obra.
He recibido la ayuda de muchísimas personas, todas aque-
llas con las que he trabajado en los últimos diez años en las
diversas investigaciones, en las redacciones de las revistas La
Questione Criminale y Dei Delitti e delle Pene, y en los diver-
sos espacios de la política de las mujeres. Junto a ellos querría
agradecer a aquellos que han leído y comentado uno o varios
capítulos de este libro: Maria Luisa Boccia, Gaetano de Leo,
Ota de Leonardis, Nicola Gallerano. Sus críticas y sugerencias
me han resultado muy importantes, aun cuando, obviamente,
la responsabilidad por los errores y omisiones es sólo mía.
CAPÍTULO 1
PROCESOS Y PRODUCTOS DEL CONTROL SOCIAL.
USO Y ABUSO DE UN CONCEPTO

El concepto de control social tiene una larga y controverti-


da historia no sólo al interior de la sociología, cuyo desarrollo
refleja con exactitud, sino también de la ciencia política, la an-
tropología y la psicología social. No es mi intención retrazar
esta historia. Antes bien, en un libro cuyo foco central de aten-
ción es el sistema de justicia penal, me gustaría seleccionar, a
través del análisis de algunas de las aplicaciones del concepto,
las formas en que puede ser usado para situar al sistema de
justicia penal y para entender aspectos de éste que hasta ahora
han estado más bien ocultos en la literatura italiana.
Control social es un concepto importado del mundo anglo-
parlante y su uso corriente, tanto en el discurso de la vida coti-
diana como en el de las ciencias sociales, es relativamente re-
ciente en Italia. Me ocuparé en el capítulo siguiente de los que,
considero, son los aspectos específicamente italianos del estu-
dio del delito y del sistema de justicia penal. La sociología ita-
liana, en general, parece haber tratado sólo periféricamente cues-
tiones que en otras tradiciones intelectuales se encuentran bajo
el rótulo de control social. Mejor dicho, tales cuestiones han
sido construidas de un modo diferente y por Jo tanto discuti-
das bajo rótulos diferentes. Esto tiene que ver con la interac-
ción entre una tradición cultural específica y el desarrollo par-
ticular de cuestiones que en otras culturas son interpretadas a
través de la categoría de control social.
El término "control social" deriva de una tradición de filo-
sofía y teoría política cuyas raíces descansan en el marco de
una compleja democracia descentralizada con una diversidad
étnica y cultural. En tal contexto, ha desempeñado tareas dife-
rentes y hasta contradictorias. Ha formado las bases tanto de
40 TAMAR PITCH

un relato de las variadas formas de autorregulación del siste-


ma social como de las dinámicas de integración social en una
sociedad multiétnica. Obviamente, me estoy refiriendo aquí a
los Estados Unidos, donde la categoría de control social no sólo
fue acuñada por primera vez (por E. A. Ross). al menos como
un concepto central en sociología, sino que fue adoptada den-
tro de los más diversos modelos teóricos, funcionando como
una descripción y como una respuesta a cuestiones políticas,
sociales y culturales que cambiaban tanto a través del tiempo
como entre campos de estudio específicos.
El concepto de control social teoriza el problema del or-
den social en términos fundamentalmente antihobbesianos.
Como tema central de la ciencia social europea a lo largo de
un siglo, la cuestión del orden estaba planteada en Europa
en términos de una relación entre individuo y sociedad bási-
camente conflictual y en la que la naturaleza humana de nin-
gún modo se consideraba completamente determinada social-
mente. Existe así un doble dualismo, detectable de maneras
diferentes tanto en Durkheim como en Freud, que tiende a
oscurecerse en la reconceptualización del problema del or-
den social en términos de control social. Es el consecuente
agotamiento de este dualismo lo que ayuda a explicar la con-
tinua transición, en la tradición norteamericana en ciencias
sociales, desde los niveles macro a los niveles micro de con-
trol social: desde la regulación del sistema social a la induc-
ción del individuo a la conformidad social. Es este agotamien-
to, finalmente, lo que explica la extensión semántica y los
múltiples usos de la contrapartida del control social: el con-
cepto de desviación.
El concepto de control social es, como he señalado, de
importación relativamente reciente dentro de la cultura intelec-
tual italiana. Está siendo utilizado hoy con una frecuencia sos-
pechosa: sospechosa, en mi opinión, porque revela poco cono-
cimiento de los debates de los que el control social era y es
objeto. Hasta no hace mucho tiempo, la mayoría de las pregun-
tas que están siendo ahora formuladas en términos de control
social eran teorizadas de otras maneras: como cuestiones rela-
cionadas con el poder, la dominación y la hegemonía. ¿A qué
nuevas demandas y/o cambios de puntos de vista teóricos co-
rresponde el desarrollo del concepto de control social?
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 41

1. Regulación, conformidad, consenso, coerción


En un famoso artículo, Morris JanoWitz (1975) se pronun-
ció en defensade una connotación "alta" que, en sus palabras, el
concepto de control social tenía en la tradición sociológica clási-
ca. Los orígenes macrosociológicos del término, sostenía
JanoWitz, han sido sucesivamente banalizados para identificar
los procesos micro. o bien los procesos psicosociales involucra-
dos en la inducción de los individuos a la conformidad con las
normas sociales. Esta supuesta banalización, en realidad, ya está
implícita en la propia transformación del problema del orden
social en el del control social. No es, de esta manera, tanto una
cuestión de trivialización como de privilegio de una de las varias
líneas posibles de investigación implícitas en esa transformación.
Por supuesto, la elección de los microprocesos de control social,
o bien el énfasis exclusivo puesto sobre éstos, identifica orienta-
ciones teóricas particulares diferentes de las que se seguirían
con un énfasis sobre el aspecto llamado "macro" de la cuestión.
En un sugestivo análisis, Melossi ( 1983) sitúa la emergen-
cia de la problemática del "control social" en dos transiciones
interrelacionadas: una transición histórica, desde los Estados
absolutistas posfeudales y liberales clásicos decimonónicos a
los Estados de la compleja democracia moderna, y una transi-
ción teórica, desde las ciencias de la política y el derecho a las
ciencias sociales. Cuando el orden social es contemplado como
un resultado natural de la interacción libre de fuerzas económi-
cas en que el papel del Estado se reduce al de un garante -un
modelo, como señala Melossi, tanto normativo en la forma de
la ideología del laissez faire, como intervencionista al asignar
a la organización política la tarea de remover toda resistencia
al desarrollo capitalista-, el Estado mismo es percibido sólo
como derecho, esto es, como aquello que garantiza jurídica-
mente los "derechos naturales" del ciudadano burgués. Pero
cuando se plantea el problema de un derecho que no sólo refle-
je, sino que también intervenga en el funcionamiento del mer-
cado, tal sistema de derecho no puede ser entendido simple-
mente como la expresión de la sociedad civil. sino que refiere
directamente a "el Estado" como una entidad institucional
éticamente superior.
El despliegue de la democracia durante los siglos xrx y xx a
través de la ampliación de la ciudadanía política y del reconoci-
42 TAMAR PITCH

miento e institucionalización del conflicto social. disolvió la


unidad del Estado ético y desplazó el problema del orden so-
cial hacia nuevos terrenos y nuevos cuerpos del saber. Estas
circunstancias constituyeron la base para el desarrollo de la
sociología europea. Pero fueron especialmente las ciencias so-
ciales norteamericanas las que afrontaron estos temas desde el
punto de vista del control social. Esto, de acuerdo con Melossi,
se debió a la tradición antiestatalista de la teoría política esta-
dounidense, y a un ambiente cultural signado por el pragmatis-
mo y por su atención sobre los aspectos activos y procesuales
de la experiencia humana. El problema del orden social, o de
cómo la cohesión ética y la organización social surgen de modo
no coercitivo, es transformado en el problema del control so-
cial.
Me gustaría enfatizar tres aspectos de esta transformación.
Primero -éste es el aspecto subrayado por Melossi-, la susti-
tución, en la tradición sociológica norteamericana, de Estado
por control social, contrastando con la tradición europea en la
que aquel concepto retiene su centralidad. Una de las conse-
cuencias más interesantes de esta sustitución, me parece, es la
descentralización. Los lugares de producción del orden social
se multiplican, difunden y dispersan fuera de cualquier jerar-
quía. Esto plantea un problema fundamental: explicar, identifi-
car o reforzar la coherencia entre las variadas formas de con-
trol social en ausencia de un proceso central, jerárquicamente
coordinado.
El segundo aspecto se relaciona con la atenuación, en el
concepto de control social, del conflicto entre el individuo y la
sociedad, entre la naturaleza humana y la cultura. La teoría del
lnteracclonlsmo simbólico, que toma sus fundamentos de la
psicología social de G. H. Mead ( 1966), a su vez estrechamente
vinculada a la filosofía pragmatista, concibe a la personalidad
como un producto de la interacción comunicativa y, en conse-
cuencia, como completamente social. Esto no significa una des-
aparición de la tensión entre individuo y sociedad; la naturale-
za de esa tensión cambia de modo tal que ya no presupone una
Irreductibilidad fundamental de uno con respecto al otro. El
interaccionismo simbólico es una corriente teórica y metodoló-
gica que atraviesa toda la tradición sociológica norteamerica-
na. En diversas interpretaciones y desarrollos inspiró tanto a
la Escuela de Chicago (y, en conjunción con otras corrientes
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 43

teóricas de origen europeo, como la fenomenología, a tenden-


cias posteriores derivadas de la Escuela de Chicago -p. ej., la
etnometodología y la teoría del etiquetamiento) como al estruc-
tural funcionalismo.
El tercer aspecto concierne a la semántica de orden y con-
trol. Reteorizar el problema del orden social como un proble-
ma de control social implica un desplazamiento del acento des-
de los mecanismos de gobierno "de" acciones, cuya naturaleza
social es anterior e independiente de esa regulación, hacia pro-
cesos de intervención "en" eventos cuya naturaleza social sólo
es un derivado de tal intervención. Este cambio involucra una
subjetivización y una despolitización del proceso de control.
Deviene subjetivo en el sentido de que el control se refiere a
intervenciones de algo o alguien orientadas -o interpretables
por referencia- a objetivos y valores. Es despolitizado porque
estas intervenciones son generales y dispersas, y su análisis
parte de la pregunta "cómo funcionan", más que de aquella acer-
ca de "qué tipo de orden producen" . 1
En Europa, como en los Estados Unidos, lo que interesa
son los aspectos no coercitivos de la producción de orden social.
Pero donde, como en Europa, el Estado retiene la centralidad,
estos aspectos sólo pueden ser entendidos como basados en la
dominación. Cuando, por otro lado, el control social sustituye
al Estado, este basamento tiende a desaparecer. Nuevamente,
pueden ser identificadas dos consecuencias generales de estos
diferentes enfoques. La primera tiene que ver con la identifica-
ción en sí misma del objeto de análisis. Gran parte de lo que en
la tradición sociológica norteamericana es analizado a través
de la categoría de control social, en la tradición europea es

1
Son las dificultades insitas en los .conceptos d_e "interés universal" y "con-
senso general" las que han contribllido, en la tradición -norteamericana, a
privar a la categoría de control social de sus connotaciones ·críticas y le han
conferido un papel casi exclusivamente descriptivo de los procesos asocia-
dos a la producción y reproducción de consenso. Pero su traducción a tér-
minos microsociológicos (los procesos de inducci·ón de·actores a la confor-
midad con las normas sociales) tiene que vei; ~bién con 18. dificultad de
identificación unívoca de la "autoridad pública"' juQ.to con los problemas
asociados con el establecimiento de relaciones jerárquicas entre agencias
situadas en forma diversa en los subsistemas de la sociedad en general
(véase también Fine. 1987 y, sobre la cuestión de la relación entre desor-
den y control, véase Marconi, 1979).
44 TAMAR PITCH

materia de la ciencia política, la sociología política y la sociolo-


gía de las organizaciones. En otras palabras, la reflexión euro-
pea tradicional sobre la cuestión del orden ha enfrentado los
problemas de la integración social como problemas institucio-
nales y políticos, más que como problemas de conformidad y
desviación.
La segunda consecuencia es que el control social, en la tra-
dición norteamericana dominante, indica un proceso generativo
-como opuesto a represivo-. Distintas escuelas teóricas ven
al control social como productor de conciencia, personalidad,
identidad, organización, implicando procesos complejos de in-
teracción.
El control social involucra, en consecuencia, no sólo los
macroprocesos de organización e integración social, sino tam-
bién los mlcroprocesos que inducen a la conformidad indivi-
dual o que, para decirlo de otro modo, producen consensos o
significados compartidos como resultado final. El énfasis so-
bre los aspectos procesuales y productivos del control social
está acentuado en aquellos tipos de análisis que se focalizan en
las dinámicas de producción de significado. Es menos evidente
en aquellos en que los significados compartidos -el consen-
so- son tomados de manera explícita como punto de partida.
Entre los primeros están los modelos interpretativos derivados
de la versión clásica del interaccionismo simbólico, enraizada
en la psicología social de G. H. Mead, mientras que entre los
segundos es preeminente el estructural funcionalismo desarro-
llado por Merton y Parsons.
En la psicología social de Mead, el "sí mismo" es formado
y transformado por el sujeto individual en un proceso de
autorreflexión sobre los modos en que Imagina que es percibi-
do por los otros. La relación con otros es, en consecuencia,
constitutiva del "sí mismo" hasta el punto en que éste, a través
de un proceso de interpretación, adopta actitudes de otros en
situaciones específicas. El proceso fundamental en funciona-
miento aquí es el de la comunicación por medio de símbolos y.
principalmente, por el lenguaje. El énfasis está puesto en el
aspecto autorreflexivo de la interacción. Este proceso de
autdrreflexión deja lugar para la interpretación de lo que hace
posible la comunicación: el compartir símbolos y significados.
Este proceso de interpretación es el aspecto dinámico de la in-
teracción. Los significados compartidos -el consenso- pue-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 45

den entonces ser analizados no como un presupuesto, sino como


un producto de continuas negociaciones. El control social, en
esta perspectiva, deviene una propiedad de cualquier interacción.
Es auto-control, o bien el proceso de internalización por el "sí
mismo", de las actitudes de otros por medio de la confrontación
con y las adaptaciones a estas actitudes. El control social proce-
de de la autorreflexión sobre los efectos de la interacción. 2
Es este carácter negociado de las normas lo que desapa-
rece en el estructural funcionalismo. El Parsons de El sistema
social (Parsons, 1965) resuelve el problema hobbesiano del
orden en términos radicalmente antihobbesianos. Si el orden,
que es tomado aquí como consenso, es lo que la teoría tiene
que explicar, ésta lo hará sólo tomando al consenso mismo
como su presupuesto. El consenso -esto es, la orientación
colectiva por medio de valores compartidos- es un prerre-
quisito funcional del sistema general de acción. En consecuen-
cia, no es realmente el proceso de construcción de consenso
lo que la teoría se propone analizar, sino más bien cómo este
consenso se mantiene y reproduce. La interpenetración de la
personalidad y los sistemas culturales tienen lugar a través de
la completa internalización de valores por la personalidad.
Estos valores constituyen, entonces, la estructura motivacional
de la personalidad. Ésta es, podría decirse, una solución cir-
cular. Carece de la dinámica autorreflexiva y del anclaje en
una situación específica característicos de la psicología
interaccionista. Lo que se pone en evidencia aquí es el "sí mis-
mo" completamente social (véase entre otros, Giddens, 1979)
a tal punto que, como ha sido señalado, no se puede hablar de
acción en Parsons, sino más bien de comportamiento o de con-
ducta, completamente determinados por expectativas norma-
tivas de rol. Los procesos de socialización son, a la vez, proce-
sos de control social. El mecanismo prototípico de control
social "secundario" o respuesta a la desviación es, para
Parsons, la psicoterapia como modelo de una relación que in-
tenta reconstruir las orientaciones mot!vacionales hacia valo-
res perdidos por medio de una técnica que hace uso delibera-

2 Para una bibliografía sobre la sociología etnometodológica y fenomenológica,


véanse Giglioli, Dal Lago, 1983; Pitch. 1982.
46 TAMARPITCH

do de aquellas actitudes de separación y apoyo sostenido, tí-


picas de un proceso de socialización exitosa. 3
En la tradición sociológica norteamericana, en consecuen-
cia, el concepto de control social describe un campo• de proce-
sos e instituciones en las que el sistema de justicia penal -en
realidad, el derecho mismo- ocupa un lugar periférico y resi-
dual. 5 Son aquellos procesos e instituciones de intervención
"experta" que, haciéndose cargo de aspectos del comportamiento
social definidos como problemáticos, refuerzan y sustituyen a
las agencias de socialización primaria. Su modo de operación
es una repetición de las formas de socialización. Muy tempra-
namente (véase Ross, 1922 y el subsiguiente desarrollo de la
Escuela de Chicago), y al mismo tiempo en que estas institucio-
nes se desarrollaban y multiplicaban, la cuestión del orden so-

3
Si la articulación de control social en términos de terapia está situada en
un contexto político y cultural caracterizado por el pleno desarrollo del
Estado de bienestar, existe un precedente de la misma, que caracterizaría
como .. rooseveltiano" (véase Merton, 1972, Parte 11, Caps. VI y VII), en el
que el control social identifica más bien los mecanismos de management
de la tensión entre la "estructura social" y la "estructura cultural". En am-
bas versiones del estructural funcionalismo (parsoniana y mertontana) el
control social es antes que nada el productor de motivaciones para la ac-
ción. Pero en el tratamiento de Merton esto no excluye los aspectos coerci-
tivos, y es esta versión la más utilizada por la sociología de la desviación.
4 La perspectiva funcionalista ha sido recuperada por dos tradiciones dife-
rentes. La primera, la sociología de la desViación, ha enfatizado aquellos
aspectos relativos a la relación entre actor y sistema, construida como la
relación entre el individuo y la sociedad. La segunda tradición se ha pre-
ocupado más por la dimensión sistémica, por el problema de una ordena-
ción jerárquica de normas en una situación de diferenciación de roles. Si
la desviación es un resultado de la carencia de vínculos motivacionales con
valores consensuales, la diferenciación de roles no origina en sí misma los
conflictos que producen desviación y. en consecuencia, aquellos valores
son también reguladores y armontzadores de roles. Aquí, el control social
designa todos los mecanismos de integración intra e ínter-sistémica que
contribuyen a la estabilización de una jerarquía de normas. Uno de tales
mecanismos es el derecho y son sobre todo los sociólogos del derecho quie-
nes han seguido esta dirección. Tal desarrollo es particularmente relevante
en Luhmann. Véase Bredemeier, 1962; Friedman, 1975; LÚhmann, 1977 y
1978; Parsons. 1962; y para el debate italiano véase entre otros, De Nardis,
1988; Febbrajo, 1975; Ferrart, 1980y1987; Martinelli, 1988; Torneo, 1981;
Treves, 1987.
5 Si el derecho puede, de hecho, ser observado como un mecanismo de con-
trol social, es más en su función de "interpretación" y estabilización de
normas sociales que en la de distribución de sanciones.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 47

cial fue planteada como producción de motivaciones para la


acción, más que como censura y sanción de comportamientos. 6
Por contraste, la adopción del concepto de control social
por una perspectiva teórica caracterizada por alguna forma de
dualismo tiene resultados diferentes. Aquí, el control es inter-
pretado como un proceso de prohibición e interdicción o como
la producción de motivaciones "inauténticas". o ambas cosas al
mismo tiempo. En los tres casos es dado por supuesto que la
fuente del control es exógena, ya sea para el sistema social como
tal, bajo la forma de "naturaleza" o de ambiente, o bien como
aquella área de lo social que está dominada y colonizada. El
efecto es reubicar la difusión del control social como un proce-
so que es extraño o sobredeterminado con respecto al actor
individual, o denotar por control sólo aquellos procesos
exógenos que intervienen para alterar formas supuestamente
"autogobernadas" de regulación que son luego concebidas como
expresivas de las necesidades e Intereses reales de los actores
Involucrados. En este escenario teórico el sistema de justicia
penal, aún más que el derecho, es central. 7 Partiendo de la
centralidad del sistema de justicia penal y de la lógica de cen-
sura, sanción y represión que le son imputadas, otros procesos
de control social, situados en otros lugares y operando con di-
námicas diferentes, son entendidos como procesos auxiliares
que funcionan para producir motivaciones Inauténticas o que
censuran comportamientos por otros medios.•

6
En Ross el derecho ya desarrolla una función de este tipo. Para la relación
entre este enfoque y la influyente escuela de jurisprudencia sociológica,
véase White, 1956.
7 En los lugares en que el derecho penal puede, de hecho, ser interpretado
como el garante principal de las libertades fundamentales, el sistema de
justicia penal en su rol de distribuidor de castigos y de selector de indivi-
duos para que padezcan el castigo se presta más fácilmente a una interpre-
tación en términos de censura y represión.
8 Esto es diferente del concepto de disciplina elaborado por Foucault (1976),
quien subraya la productividad del "poQ.er". Los discursos y las prácticas
disciplinarias no se agotan en el Estado y sus aparatos, sino que operan
sobre todos los planos de lo social, constituido simultáneamente como
objeto de conocimiento y destinatario de prácticas disciplinarias específi-
cas. También para Foucault la disciplina no emana desde un centro. no
tiene un sujeto y no es entendible en términos· de censura, aunque su inter-
pretación por los sociólogos de la desviación y los llamados criminólogos
críticos de la década del ·70 haya cambiado su sentido en esta dirección.
48 TAMARPITCH

Estos dos abordajes del control social tienen que ver más
con las diferentes culturas políticas de las que emanan que con
alguna diferencia significativa en la Importancia de las institu-
ciones punitivas y en las dinámicas de poder en las sociedades
norteamericana y europea, aunque, por supuesto, estas cultu-
ras surgen de experiencias diferentes del conflicto y su gestión.
Es suficiente pensar en el keynesianismo y el "New Deal", por
un lado, y en el fascismo europeo, por el otro. Sin embargo,
actualmente estas dos interpretaciones coexisten en países con
configuraciones políticas similares y una proliferación compa-
rable de instituciones especializadas, orientadas a la interven-
ción y a la asunción de responsabilidades con respecto a pro-
blemas sociales. En realidad, el segundo abordaje -europeo-
del control social alcanzó una popularidad considerable en los
Estados Unidos en las décadas de '60 y '70. En este período lo
que se produjo fue, por un lado, la adopción del concepto de
control social en los debates sociológicos y políticos europeos
y, por el otro, la penetración de modelos dualistas en el am-
biente sociológico norteamericano. Es precisamente este pro-
ceso de interpenetración de dos tradiciones el que ha sido con-
ducente para una elaboración de un concepto de control social
referido a procesos e instituciones que son, simultáneamente,
totalizantes y opresivos.

2. Los méritos y deméritos


del dualismo: hacia una definición
Por un largo tiempo, las dos interpretaciones del control
social han sido representativas, la primera de una teoría con-
sensual y la segunda de una teoría conflictual de la dinámica
social. La literatura sobre esta cuestión es enorme (véase la
bibliografía en Pitch, 1982) y se refiere a un contexto de debate,
hoy bastante pasado de moda, típico de los primeros años de la
década del '70.
La penetración de, al menos, la terminología de control
social y desViación en la sociología italiana -que siempre ha
tenido un horizonte teórico fuertemente dualista- se debe, me
parece, a dos factores principales. De un lado la explosión, desde
los últimos años de la década del '60, de un amplio espectro de
conflictos sociales que involucraron a actores sociales previa-
mente desconocidos y que tuvieron lugar completamente fuera
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 49

de las áreas tradicionales de lucha. En estos conflictos, el tér-


mino ..desviación" se prestó, y fue frecuentemente utilizado por
los protagonistas, para describir e integrar una diversidad de
conflictos en un marco de referencia común: el hecho de com-
partir una subjetividad antagónica común o una situación de
opresión a la que la clase trabajadora daba significado y expre-
sión práctica. "Control social" servía, de este modo, para iden-
tificar una gama de procesos e instituciones mucho más exten-
sa que la invocada por la categoría de .. represión". La atribución
de control social devino un arma para actores involucrados en
conflictos que ..descubrieron" modos y lugares de opresión has-
ta ese momento desconocidos, o denunciaron como opresivas
condiciones y situaciones sociales hasta ese momento conside-
radas normales.
La segunda razón para la popularidad de la terminología
de control social es que ha permitido la coexistencia de institu-
ciones custodiales, como las prisiones, los hospitales psiquiá-
tricos, etc., con formas más descentralizadas de organización y
con enfoques de los problemas sociales orientados al tratamien-
to, que son tomados como aspectos diferentes de una estrate-
gia unificada. Sin embargo, aunque esto resultó en una actitud
crítica y desconfiada hacia la descentralización, con frecuencia
condujo a aquellos principalmente vinculados con el sistema
de justicia penal a acordar a éste un papel central y fundamen-
tal en la formación de los nuevos procesos.
Los paradigmas dualistas de control social recogen los
puntos de vista de los actores de los conflictos sociales. pero
pretenden fundarlos en algún lugar externo (la naturaleza, las
necesidades .. reales", los deseos .. no reprimidos", las contra-
dicciones del sistema, etc.). desde los cuales pueden ser deri-
vados los significados .. reales" de estos puntos de vista. Los
paradigmas dualistas hacen posible la identificación de .. pun-
tos de resistencia", que permiten atribuir racionalidad a los
conflictos y tener en cuenta las dinámicas de poder. Pero con-
flicto e interacción continúan siendo dinámicas abstractas, y
los dos polos de la dicotomía -los actores y sus necesidades
.. reales", por un lado; el sistema de control social, por el otro-
permanecen mutuamente irreductibles, consignándoles a am-
bos en consecuencia un status a priori que niega en sí mismo
una lectura en términos de conflicto e interacción. Los resulta-
dos fmales no pueden ser sino dos: voluntarismo o determinis-

r
50 TAMAR PITCH

mo. Por un lado, un conflicto eterno entre actor y sistema; por


el otro, la colonización total del actor por parte del sistema.
No es necesario, sin embargo, encontrar el punto de vista
del actor en una relación externa y causal con respecto al con-
flicto y la interacción sociales. El punto de vista del actor es,
por el contrario, en sí mismo un producto del proceso de inte-
racción y su demanda de racionalidad puede ser validada sólo
en ese contexto. La "externalidad" del control social para el ac-
tor tiene que ser entendida como algo dinámico. No es simple-
mente un proceso de resistencia a la imposición sino que más
bien, es construido dentro de la dinámica de conflicto e
interacción con fuerzas que son percibidas como produciendo
conformidad e imponiendo constreñimientos. Esta interacción
conduce, a su vez, a la producción de nuevas normas, límites y
definiciones de "normalidad".
En un modelo de este tipo el concepto de control social se
enriquece, más de lo que se empobrece, por su ambigüedad. Al
bacer posible interpretar procesos diferentes -de socialización
y coerción- en términos de la producción de motivaciones, nos
permite observar cómo esferas distintas de la Vida social y com-
petencias institucionales diversas se interrelacionan y super-
ponen. También nos permite hacer referencia, al mismo tiem-
po, a una organización social particular y a la experiencia e
interpretación de esa organización.
Esta concepción del control social ha evolucionado ·en el
contexto del Estado de bienestar intervencionista. El concepto
cumple dos funciones interconectadas. Primero, sirve para iden-
tificar aquellos procesos que producen simultáneamente "con-
senso" y "coerción", o bien uno o lo otro -dependiendo del punto
de Vista desde el que son analizados-. En segundo lugar, exhi-
be las interconexiones entre procesos que operan de diferentes
maneras y con diferentes objetivos; la intervención sobre el
"abandono" y la pobreza, las políticas de salud, la psiquiatría,
y las políticas criminales y de orden público.
Definir a estos procesos como procesos de control social es
una elección: pueden también ser analizados en otros términos.
El control social no identifica un objeto específico sino que consti-
tuye un punto de partida conceptual. El estudio de qué procesos
son en distintas ocasiones identificados como control social, por
otro lado, ayuda a entender la transformación y el desplazamien-
to de los conflictos sociales. Lo que es identificado como "control"
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 51

-o sus efectos- depende en gran medida de la emergencia de


actores que. reclamando una subjetiVidad política y social autó-
noma, denuncian como formas de control o como obstáculos para
la obtención de esa subjetiVidad esferas de actividad hasta ese
momento experimentadas y ViVidas como neutrales.
En este libro estoy interesada en algunos de los grupos
sociales e instituciones que interactúan con el sistema de justi-
cia penal como parte del proceso de articulación de ideas y estra-
tegias basadas en definiciones de lo "bueno" y lo "normal".
Sostendré que cualquiera que en el presente quiera enten-
der la producción de control social debe tener en cuenta, al me-
nos, tres áreas o tipos de procesos. Primero, aquellos relaciona-
dos directamente con el derecho y el sistema de justicia penal, 9 y
con la psiquiatría y las instituciones psiquiátricas (hasta el mo-
mento, áreas privilegiadas en la literatura italiana sobre este tema,
como veremos). En segundo lugar. aquellos imputados a agen-
cias Involucradas en la distribución de serVicios y recursos (ta-
les como la asistencia de la salud, los beneficios sociales). en la
medida en que estas operaciones contribuyen a las articulacio-
nes de las nociones de "bueno" y "normal" y se basan en éstas.
Tercero, aquellos relacionados a las actividades de grupos y
movimientos sociales como productores de nociones de "bueno"
y "normal". en su confrontación co11 tales instituciones. 10

3. El sistema de justicia penal


y otros sistemas de control social: un debate reciente
Los principales interlocutores del debate sobre la naturale-
za, orientación y significado de las políticas de control social con-

9 Existe también un área ya estudiada bajo la categoría de "justicia informal"


(en particular, los sistemas independientes y privados de vigilancia y con-
trol), que abarcan desde las fuerzas de policía privadas. los sistemas de
control y autocontrol de las grandes compañías, hasta los estudios por
parte de los pluralistas legales de los mecanismos internos de justicia y
disciplina en organizaciones particulares, como las profesiones o el ejérci-
to. Véanse.R. L. Abel. 1982; Cain, 1985; Ogliati-Astori. 1988; Shearing-
Stenning, 1985; Scraton-South, 1984; Spector, 1981.
io Esta área es el terreno. no sólo de las llamadas .. cruzadas morales", sino
también de la autoorganización para afrontar proQlemas comunes (p. ej.,
Alcohólicos Anónimos). Muchas asociaciones actúan tanto en el nivel de la
política como en el plano de las relaciones con las agencias de asistencia
social y a través de grupos de autoayuda (tales como los parientes de
toxicodependientes, enfermos mentales, etc.).
52 TAMAR PITCH

temporáneo son, todavía, los sociólogos y criminólogos que ob-


servan al control social como las instituciones y procesos que
definen y gestionan la desviación (Cohen, 1985). Esta definición,
como he sostenido en otro lado (Pitch. 1988), es tautológica y
además asume una centralidad del delito y !ajusticia penal que
otorga coherencia y unidireccionalidad exageradas a las fuentes
y a la producción de control social. Es útil, no obstante, repasar
este debate una vez más, a causa de su importancia para delimi-
tar el presente terreno de discusión e investigación.
En el centro de este debate está la interpretación de los
cambios que tuvieron lugar durante los años '60 y '70. En estos
años, aunque de diferentes maneras y en grados diversos en dis-
tintos países, evolucionó un discurso dominante de y sobre
el control social, aparentemente unido en su focalización sobre la
descrimlnalización, la deslnstitucionalización. la descentraliza-
ción y la territorialización. No obstante, las polémicas y Jos dis-
cursos en torno al control social eran, en realidad, un reflejo de
procesos diversos y contradictorios que estaban ocurriendo en
las diferentes situaciones nacionales.
En los Estados Unidos y en Gran Bretaña el "nuevo discur-
so" del control social (Cohen, 1985) emergió en el contexto del
Estado de bienestar desarrollado, y tomó la forma de una críti-
ca a sus resultados opresivos y disciplinarios. Sin embargo,
inicialmente dio por supuesto un horizonte de permanente in-
cremento en el gasto público. Es un discurso caracterizado por
la tolerancia y la permisividad (para Gran Bretaña, véase NDC,
1980). ejemplificado por el apoyo a las alternativas al encierro,
la descriminalización de los "delitos sin víctimas" y la
desinstitucionalización psiquiátrica, junto a exhortaciones a
la tolerancia de la "diversidad" y de los estilos de vida no con-
formistas. Esto involucró una defensa de los derechos indivi-
duales contra el welfare state paternalista y "terapéutico", y
tomó la forma de una reorientación de las políticas del welfare
hacia la participación de los clientes, la descentralización y el
control comunitario (véanse Nelken, 1985; Scull, 1982). Éstas
fueron consideradas las bases para una resocialización no te-
rapéutica, liberada de connotaciones disciplinarias y apta para
responder a las necesidades definidas por los clientes. Este tipo
de propuesta de políticas de welfare encuentra un reflejo en
sociología, en el trabajo de los teóricos del etiquetamiento. En
el área de la justicia penal, los temas fueron la despenalización
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 53

y la descarcelación (Scull, 1977). puestas en práctica particu-


larmente en el área de la "delincuencia juvenil" por medio de la
elaboración de esquemas de diversion, haciendo máximo uso
de la probation y del servicio comunitario. 11
Esta época de reformas, sin embargo, fue juzgada con ex-
trema severidad. Desde la "izquierda". sus efectos fueron de-
nunciados como conducentes a una difusión del control y la
vigilancia hacia nuevas áreas y poblaciones hasta ese momento
excluidas. La descentralización y el involucramiento de la co-
munidad fueron vistos como la extensión de un control "blan-
do" que no reemplazaba a la segregación y la custodia, sino que
se les sumaba produciendo como resultado la "ampliación de
la red" de intervenciones institucionales burocráticas (véase
Cohen, 1988). 12 y además erosionaba las áreas tanto del con-
flicto y del debate políticos legítimos como de los espacios pri-
vados e individuales.
Esta lectura pesimista, evidente en gran parte de la litera-
tura anglosajona. está asociada con la introducción de un mo-
delo teórico derivado del marxismo dentro de los paradigmas
tradicionales de la sociología del control social. Basado en una
tipología tradicional del conflicto, este enfoque es incapaz de

11
En Italia, los discursos y proyectos de desinstitucionalizactón coincidieron
-como ha sido destacado- uno como motor del otro, con la onda de
antiautoritarismo simbolizada por el 1968 (Pitch, 1982, Introducción). El
debate se focalizaba particularmente en torno al derecho y a la psiquiatría.
No existiendo vocabulario sociológico autónomo del cual extraer conceptos y
análisis, la literatura anglosajona fue saqueada para proveer un lenguaje
para proyectos políticos que oscilaban entre el maximalismo "revoluciona-
rio" y el reformismo "modernizador". Las casi contemporáneas campañas
de "ley y orden" y la promulgación de legislación de emergencia dieron lugar
a un debate en el que la defensa de los derechos civiles y el debido proceso
chocaron con fuertes tendencias sustancialistas, apelando tanto a temas de
seguridad y a la ideología de la rehabilit-ación formulada, por ejemplo, en las
reformas penales italianas de los '80 (véase la Ley Gozzini de 1986), como a
la flexibilidad del castigo en respuesta a las necesidades del individuo.
12
Las propuestas y proyectos de desleg~~ción, el desarrollo de formas de
resolución de conflictos fuera del siste!llila de justicia penal dirigidas a in-
crementar la participación directa de 10'.s: Ciudad.anos y remover los largos
procedimientos legales formales que sup®,staiµente alienan a muchos de
reclamar sus derechos, no parecen haber evitado resultados similares. Esto
es especialmente cierto con respecto a los grupos y estratos sociales cultu-
ralmente desfavorecidos (véase Abel, 1979 y 1982). Una critica de la tesis
de la extensión del control disciplinario puede verse en Bottoms, 1983.
54 TAMAR PITCH

interpretar las nuevas modalidades de control social, que son


ahora cada vez más importantes. Considera que las formas de
control progresivamente menos represivas y orientadas más
técnica y administrativamente invaden, inexorablemente, todo
aspecto de la vida social, encontrando poca resistencia. La di-
mensión confllctual es tenida en cuenta sólo hasta el momento
en el que las políticas sociales se traducen en leyes, pero sus
efectos son luego interpretados como triunfos sustanciales del
"poder". Lo que este modelo es incapaz de captar -un punto al
cual nos referiremos frecuentemente más adelante- es la trans-
formación producida por la expansión de la cultura del welfare:
en particular, el continuo e irreversible descenso del umbral de
acceso legítimo a una respuesta social y política para temas e
intereses hasta el momento considerados como "naturales".
Una progresiva desnaturalización ha ocurrido, uno de cu-
yos síntomas es, entre otras cosas, un marcado incremento en
el uso simbólico de !ajusticia penal con respecto a áreas tales
como la administrativa y la económica, donde funciona como
una legitimación de nuevos intereses. Éste será el tema del
Cap. 3.
Desde la "derecha" política. por otro lado, el welfare y las
reformas políticas inspiradas por él fueron denunciadas como
inútiles, ineficientes y costosas. En los Estados Unidos, los po-
líticos del neoliberalismo defendieron un retorno al estricto
retribucionismo en términos de defensa social. Las campañas
de "ley y orden", motivadas de maneras diferentes en distintos
países (en Italia, terrorismo, drogas y crimen organizado; en
Gran Bretaña, crimen callejero; véase Hall et al., 1978; y luego
los disturbios en los ghettos negros, véase Lea-Young, 1984).
rechazaron tanto las "nuevas" estrategias de resocialización
como las "viejas" estrategias de reeducación y rehabilitación.
Esto será discutido en el Cap. 2.
Una caracterización particularmente sugestiva del escena-
rio presente es provista por la metáfora de la "bifurcación", a
través de la cual se observa un desplazamiento creciente de las
políticas de control social en dos direcciones separadas. Por un
lado, el desarrollo de regímenes explícitamente represivos,
custodiales y segregativos, simbolizados por una prisión
purgada de cualquier ilusión reeducativa y orientada directa-
mente a la incapacitación de un núcleo duro residual de
ofensores intratables. La diferenciación como el nuevo modelo
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 55

de management de las prisiones es parte de esta lógica.13 La


otra cara de la moneda parecería ser la diseminación de un
control "blando", informado por las perspectivas terapéuticas
y tratamentales, descentralizado y basado en la comunidad,
orientado hacia "el resto": pequeños ofensores, delincuentes
juveniles considerados como una población capaz de ser resca-
tada y resocializada a través de la educación y la rehabilitación
(véase Pavarini, 1986).

4. La peligrosidad social: una cuestión de límites


En la literatura sobre el sistema de justicia penal, la reno-
vada fortuna de la categoría "peligrosidad social" es interpreta-
da como el resultado de la crisis de la estrategia de reforma
penal. Es verdad, por cierto, que la peligrosidad social como
concepto está disfrutando de una nueva y creciente aceptación.
Funciona ahora como una legitimación para la incapacitación,
como el criterio de clasificación dentro de la prisión misma y
entre las estrategias custodiales como tales y las políticas de
control "blando". La peligrosidad social resurge en oposición al
modelo de la "rehabilitación''. Puede, en consecuencia, funcio-
nar como una clave para la lectura de las actuales políticas de
control y como un patrón desde el cual juzgar las teorías libera-
les y de "izquierda" prevalecientes. Como la criatura ilegítima de
la crisis de las políticas del welfare, esta idea renovada de peli-
grosidad ha perdido las connotaciones biológicas positivistas que
acarreaba originalmente y adquirido connotaciones que facilitan
la extensión de su uso (De Leonardis, 1988). Funciona como
una categoría residual: todo lo que no es apto para ser sujeto a
tratamiento o rehabilitación es, por esa razón, peligroso.

13 Las reformas en las prisiones italianas de 1975 y-1986, por ejemplo, intro-
dujeron una diferenciación entre prisioneros peligrosos y rehabilitables.
Los primeros tienen denegado el acceso a los beneficios penitenciarios y
reducciones de sentencias de los que gozan estos últimos y son sujetos a
un "régimen especial". Las reformas de las prisiones italianas sufren un
pronunciado movimiento oscilatorio en el marco del clima político general.
que influye fuertemente en si son o no implementadas y en qué medida. Su
lógica, sin embargo, es inspirada por la reeducación, basada en la diferen-
ciación entre lo reeducable y lo socialmente peligroso (véase Di Lazzaro,
1988; Mosconi-Pavarini, 1988}.
56 TAMAR PITCH

No obstante, la metáfora de la bifurcación (predominante


en las interpretaciones de "izquierda" de las políticas de con-
trol social), al partir desde el punto de vista del sistema de
justicia penal, sólo recoge aquellos aspectos de la peligrosidad
social contemporánea que la legitiman inmediatamente. Es des-
plegada, en otras palabras, para describir y gestionar fenóme-
nos retratados como irremediablemente inmunes a cualquier
forma de rehabilitación o control blando: el terrorista, el mafioso
y aquellos por definición no rehabilitables en virtud de estar
conscientemente en conflicto con las reglas del pacto social.
Desde este punto de partida, la literatura procede a interpretar
la extensión de la categoría de peligrosidad social para incluir a
los "violentos" y a los "ofensores realmente serios" (Bottoms,
1977) como una forma de minimizar los costos -económicos y
simbólicos- del modelo de la encarcelación. Esto permitiría a
este último relegitimarse como la estrategia de último recurso
para hacer frente a conflictos sociales reducidos a o represen-
tados por "grupos seleccionados de locos y malos" (Bottoms,
1977, 87). mientras las medidas de descarcelación, despenali-
zación, supervisión en la comunidad, serían extendidas a todas
aquellas categorías de ofensores para quienes las teorías
situacionales todavía conservan alguna plausibilidad.
Pero esta lectura en términos de bifurcación no recoge la in-
terdependencia de la rehabilitación-reeducación con la peligrosi-
dad social. Al retener una centralidad teórica para el sistema de
justicia penal corre el riesgo de asumir la autolegitimación de éste
como una descripción de sus operaciones reales. La metáfora de
la bifurcación imputa al sistema de justicia penal b producción
de procesos que, en realidad, tienen sus orígenes en otro lado. Al
acentuar la separación entre el sistema de justicia penal y otros
sistemas que producen control. la metáfora no recoge la natura-
leza residual de la categoría de peligrosidad social e identifica su
origen al interior del sistema de justicia penal. La bifurcación es
más bien la criatura de la crisis del sistema de welfare, y sus
orígenes deberían ser buscados al interior del "circuito" de las
agencias de welfare. Este cambio de focalización implica la adop-
ción de un modelo diferente de interpretación. Cuando es
visualizada desde el punto de vista de las agencias del welfare,
la metáfora de un "circuito" (transinstitucionalismo) parece más
adecuada que la de la bifurcación para comprender el universo
de las instituciones productoras de control.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 57

La del circuito es una metáfora que subraya no sólo la in-


terdependencia, sino también el continuo intercambio entre el
sistema de justicia penal y el sistema del we!fare y su funciona-
miento a través de un proceso de referencia recíproca. Este
modelo asume, sin embargo, que el sistema de justicia penal
funciona como el punto de llegada y clasificación, como sostén
indispensable del circuito completo y, en última instancia, como
el productor de modelos de control custodia! y segregativo.
Este circuito de ninguna manera es pacífico. Es útil retener
de la metáfora de la bifurcación la noción de tensiones existentes
entre las diferentes formas de control. Son precisamente estas
tensiones, más aquellas internas a las agencias del we!fare, las
que producen la peligrosidad social. Es necesario, antes que nada,
recordar que las agencias del we!fare están principalmente inte-
resadas en la redistribución de recursos. La producción de con-
trol es secundaria y es un subproducto de los aspectos normati-
vo y disciplinario del proceso de distribución. En lo que concierne
a las agencias del we!fare, su rol en la pacificación y normaliza-
ción de conflictos, en el management de las privaciones y de los
disturbios sociales y en la traducción de éstos a problemas de
patología individual, está inextricablemente conectado con el rol
de estas agencias en la producción y difusión de derechos socia-
les. Esta última, bajo la forma de respuestas a las necesidades,
es su función principal y legitimante. Estas necesidades son, por
supuesto, administrativamente predefinidas por el sistema del
we!fare, que interactúa luego con las necesidades tal como las
ha definido. Cuanto más rígida la predefinición de· necesidades,
más problemáticos y contradictorios los efectos de la Interac-
ción con ellas.
Existen, en consecuencia, muchos factores que determi-
nan en la práctica el funcionamiento del rol normalizador de
las agencias del we!fare. Desde el planeamiento, la formación y
la implementación de políticas hasta la Interacción entre los
servicios que involucran (Micheli, 1986), entre estas mismas
agencias y el sistema de justicia penal, entre los servicios y sus
clientes, este funcionamiento es el resultado de conflictos y ne-
gociaciones. La peligrosidad social es uno de los productos
posibles de estos procesos, cuya contracara es un nuevo tipo
de subjetividad.
Dado que la peligrosidad viene a ser lo que subsiste, resiste
o escapa a la red de las agencias del we!fare, todo lo que no
58 TAMAR PITCH

puede ser administrado o es irreductible a las reglas operativas


de estas agencias, muchos de estos fenómenos aparecen como
"abandono". El abandono tiene, sin embargo, dos caras. Por un
lado, indica un fracaso del sistema y, en consecuencia, forma las
bases de una crítica de las políticas del welfare. Por el otro,
designa un lugar de resistencia a la intervención institucional.
Puesto que el abandono no es sólo el resultado de inadecuaciones
del sistema sino también el de la ingobernabilidad de los proble-
mas, tiende a presentarse bajo la forma de "disturbios sociales".
De esta manera,. el abandono deviene interpretado como peligro-
sidad social.
Si el abandono dirige la atención a las responsabilidades
de las agencias del welfare y evoca un modelo de la tutela, la
peligrosidad social dirige la atención al sistema de justicia pe-
nal y evoca el modelo de la custodia. Cuando el acento se coloca
sobre el abandono, la peligrosidad social es reconfigurada en
términos terapéuticos, apropiados para demandas de y experi-
mentos en un tipo de control social "comunitario", a su vez res-
paldado por medidas custodiales. Estas estrategias buscan le-
gitimación a través de una apelación al derecho del individuo
de recibir asistencia y al deber del Estado de proveerla, aun en
contra de los deseos del cliente (me refiero al debate sobre la
toxlcodependencla, el tratamiento obligatorio, la comunidad
terapéutica). Cuando, por otro lado, el acento está puesto so-
bre la peligrosidad social, entonces el abandono adquiere una
cualidad indisolublemente asociada con estilos de vida, actitu-
des y culturas (Pizzorno, 1986). Los gitanos y las minorías
étnicas son percibidos y definidos como socialmente peligro-
sos precisamente sobre estas bases. El hecho de vivir o prove-
nir de áreas social y culturalmente deprimidas, con una alta
tasa de delitos, como algunos barrios de Palermo y Nápoles,
está asociado también con la peligrosidad social. Estas carac-
terizaciones del abandono conducen a demandas de seguridad
cuyo foco es el sistema de justicia penal.
Existe también otra forma de observar la dialéctica aban-
dono-peligrosidad. Estos dos términos pueden ser entendidos,
por ejemplo, como instancias en un conflicto entre las agencias
del welfare y el sistema de justicia penal, y entre el circuito
completo de instituciones y el público. En el primer caso, la
ausencia de soluciones custodiales por parte de las agencias
del welfare puede ser usada por estas agencias para justificar
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 59

el abandono de lo que ellas definen como disturbios sociales y


que son, como tales, reenviados al sistema de justicia penal.
En el segundo caso, la situación es más compleja. Los límites
entre el abandono y la peligrosidad son sutiles y móviles y el
público usa ambos términos, a menudo simultáneamente, en
conflictos con las agencias del weifare, como en los casos en que
el abandono es denunciado como la fuente de la peligrosidad
social o cuando se requiere a los servicios sociales que inter-
vengan por razones de defensa social (véanse, p. ej., las luchas
en torno a los temas de la toxicodependencia y la enfermedad
mental).

S. Peligroso o tratable: una alternativa que no es rígida


La interpretación de la peligrosidad, analizada más arri-
ba, hace posible una lectura de las dinámicas de control social
capaz de recoger el proceso de cambio y reubicación de los con-
flictos.
La centralidad de la cuestión criminal o, mejor dicho, como
veremos en los próximos capítulos, la traducción de la cues-
tión criminal como una cuestión penal, en gran parte de la so-
ciología anglosajona y de la criminología crítica, condujo a una
descripción superficial de los escenarios, frecuentemente refle-
jo de aquellos retratados por la sociología de los '60. La Inter-
pretación pesimista a la que me he referido considera a la sali-
da del sistema de justicia penal (en la legislación anglosajona)
de ciertos delitos sin víctimas -aborto, homosexualidad, pros-
titución, toxicodependencia, algunas formas de delincuencia
juvenil- no ya como un éxito de las políticas de descriminali-
zación asociadas con la izqu1erda en los '60, 14 sino como el
resultado de políticas conservadoras dirigl.das hacia la patolo-
gización de los conflictos. Desde este punto de vista, el sistema de
justicia penal aparece, al menos, como el lugar en el que los
conflictos son reconocidos como tales y en el que los indivi-
duos involucrados en ellos retienen el status de actores cuyas

14 Sobre la crítica de la noción de "éxito" en las reformas, sobre la base de la


comparación con sus objetivos reconocidos, véase Cohen, 1988, y más en
general, Donolo-Fichera, 1988.
60 TAMAR PITCH

motivaciones deben ser tenidas en consideración. 15 El movi-


miento de back tojustice ("retorno a !ajusticia") está inspirado
por una preocupación por el respeto de las libertades civiles,
que se consideran amenazadas por los modelos rehabilitadores
de respuesta a los problemas sociales. El regreso a los mode-
los retribucionistas puede, entonces, ser invocado en el nom-
bre de la protección de los derechos de los individuos, y la jus-
ticia penal puede ser considerada el lugar en el que las
motivaciones de los actores se toman seriamente, en vez de ser
reducidas a meras expresiones de patologías.
Sin embargo, el retorno de un énfasis sobre el castigo, evi-
denciado durante la década del '80 en los Estados Unidos (y de
manera diferente en Italia). estuvo fundado no tanto sobre la
protección de las libertades civiles como sobre la necesidad de
la defensa social, y terminó haciendo irrelevantes no sólo las
causas socioculturales de la criminalidad sino también las moti-
vaciones individuales de los ofensores (véanse los llamados cri-
minólogos realistas de derecha, tratados en Platt-Takagi. 1978).
De acuerdo con Cohen ( 1983). la pareja peligrosidad-de-
fensa social significa, precisamente, la vuelta a modelos con-
ductistas, indicando un desplazamiento significativo desde la
centralidad de la mente hacia la centralidad del cuerpo. Este
desplazamiento, resultado de la crisis de la ideología rehabili-
tativa, es funcional a políticas criminales cuyo objetivo realista
(de acuerdo con sus sostenedores) no es la eliminación de las
causas del delito, ni la reeducación o la rehabilitación del
ofensor, sino volver inofensivos a los delincuentes (naturalmente,
a aquellos que pudieron ser atrapados). De acuerdo con Cohen,
estas políticas se justifican a sí mismas, precisamente, en tér-
minos de la necesidad de la defensa social para hacer frente a
la peligrosidad y se focalizan sobre grupos sociales desfavore-
cidos, mientras la cuestión de la motivación y, en consecuencia,
de la reeducación y de la rehabilitación retienen su relevancia
en lo relacionado con Ja desviación de la clase media. En con-
traste con los liberales del back tojustice, Cohen sostiene que

15 Los modelos liberal y de "retorno a la justicia" están comprendidos por


esta lectura. Uno puede rastrear elementos valorativos similares en el re~
nacimiento del formalismo como una forma de garantismo en_ Italia. Para
más detalles, véase el próximo capítulo.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 61

alguna atención a la "conciencia" y, en consecuencia, algún re-


conocimiento del status del ofensor como actor es más recupe-
rable en el universo de la terapia y de otros servicios dirigidos
hacia el "monitoreo" de las clases medias. que en el regreso al
castigo al que están sometidos los grupos socialmente desfavo-
recidos.
En Italia, sin embargo. se presenta un cuadro algo más
confuso (y es por lo menos hipotetizable que la adopción de un
punto de partida conceptual descentrado del sistema penal da-
ría, en alguna medida, diferentes resultados si fuera aplicado a
los Estados Unidos). En Italia, el sistema psiquiátrico-asistencial
es un área compuesta caracterizada por la coexistencia e inte-
racción de servicios públicos, semipúblicos y privados, cuyos
clientes potenciales no son fácilmente distinguibles sobre la base
de características sociológicas y que, en realidad, circulan en-
tre las instituciones (presumiblemente con estrategias diferen-
tes, dependiendo de los distintos recursos personales). Ade-
más, si concebimos a la peligrosidad social (y a la defensa
social), al mismo tiempo, como producto residual del "circui-
to" y como maniobra en el conflicto, los dos modelos de control
(cuerpo y mente, incapacitación e intervención sobre causas
sociales y motivaciones individuales) se presentan inextricable-
mente conectados. Cada uno interactúa, o mejor constriñe y
desafía continuamente al otro, tanto al interior del sistema pe-
nal como dentro del sistema socio-pslcoasistencial. Ciertamen-
te, ellos no identifican poblaciones sociológicamente distintas
(véase De Leonardis, 1988).

6. Peligrosidad social, subjetivización


e imputación de responsabilidad
Me gustaría retomar la cuestión de la relación entre
subjetiVizaclón y peligrosidad social. En realidad, parece ejem-
plificar las dinámicas y contradicciones· de una imputación de
responsabilidad iniciada por el Estada ti.e bienestar. Lo que de-
viene construido como peligrosidad es, precisamente, lo que se
presenta como ingobernable e Intratable. La intratabilidad pue-
de, como he sostenido, ser tematizada como una deficiencia
por parte de las Instituciones o como una característica intrín-
seca del fenómeno. En ambos casos está en juego una Imputa-
ción de responsabilidad. En el primer caso, la ideología del
62 TAMAR PITCH

weifare es llevada a sus consecuencias extremas y se transfor-


ma en un arma en el conflicto con las propias agencias del
weifare: si todos los problemas son tratables en principio, en-
tonces aquellos que no son tratados ya no pueden ser conside-
rad.os naturalmente resistentes al tratamiento, sino el resulta-
do de la ineficiencia, inactividad, perversidad o mala fe de las
instituciones responsables. En el segundo caso, la intratabilidad
es construida como una forma de resistencia voluntaria. Esta
construcción es el medio por el que las agencias del weifare
defienden y legitiman los límites de sus propias competencias.
La intratabilidad es construida como el rechazo subjetivo al
tratamiento.
Éstos son los temas que plantea la peligrosidad social ac-
tualmente. En realidad, el conflicto entre las agencias y entre
las agencias y los usuarios es disputado al interior de la cultu-
ra y la política del weifare. Las agencias del weifare no son
libres para declarar una condición como naturalmente intratable
sin que otras agencias y/o los clientes presenten la intratabili-
dad de esa misma condición como un fracaso de la agencia que
la ha definido de esa manera.
La resistencia y la indisponibilidad frente al tratamiento
denotan figuras de peligro diferentes de las tradicionales. ca-
racterizadas por estar sobredeterminadas (típicamente el loco,
el delincuente habitual, el criminal nato). Para el sistema penal
las nuevas figuras son el terrorista, el mafioso, y el criminal
"violento". Tienen sus correlatos en figuras menos explícitamente
amenazantes, menos conscientemente enemigas. del lado del
weifare, en toda el área definida, por una parte, por el fracaso
de las agencias y. por la otra, por las demandas y reclamos no
satisfechos de los clientes. El contexto de conflicto viene a defi-
nir el área de peligrosidad: un área asociada no tanto con una
condición particular como con las vicisitudes cambiantes del
conflicto. Pero en este sentido el área de peligrosidad adquiere
precisamente ese grado de autonomía subjetiva que la hace
impredecible, ingobernable y así. en cierto modo, antagónica.

7. Dicotomías
Deseo cuestionar, y éste es un tema constante en este li-
bro, la utilidad de dicotomías tales como cuerpo y alma, reha-
bilitación y castigo. justicia penal y weifare. libertad y respon-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 63

sabilidad, libertades civiles y derechos sociales, para Ja com-


prensión de las políticas contemporáneas de control social.
Quiero evitar lo que me parece que ha sido un problema persis-
tente en las evaluaciones "progresistas" de estas políticas y aún
más en las valoraciones "progresistas" de las políticas de weifare
y su crisis presente: la oscilación entre la defensa de las medi-
das de weifare dirigidas a la intervención en las causas de los
problemas sociales y Ja denuncia de estas medidas como opre-
sivas y erosivas de las libertades individuales. Esta oscilación
es traducida, cuando las políticas de control social son el blan-
co principal, en explosiones periódicas de entusiasmo por Ja
deslegalización, la desinstitucionalización, etc., rápidamente
sucedidas por lamentos que reclaman un regreso al imperio de
la ley.
Sostendré también que estas dos posiciones son indicati-
vas de diferentes maneras de concebir el status del actor indi-
vidual y de sus relaciones con la "sociedad", que a su vez dan
Jugar a formas diferentes de teorizar la relación entre las res-
ponsabilidades individuales, sociales y políticas.
En Jos capítulos sucesivos argumentaré que lo que estamos
afrontando hoy es, en realidad, un retorno complejo y controver-
tido de la problemática del actor y sus derechos, en oposición a
la del "sistema social" y sus contradicciones estructurales. Pero
este regreso ocurre en el contexto de una cultura de weifare
desarrollada, en la que las "necesidades" son crecientemente
traducidas en derechos sociales. que de este modo sirven de
base para nuevas demandas, conflictos y formas de organiza-
ción.
La incertidumbre institucional, que es el resultado no sólo
de la crisis del weifare, sino también del modo en que esta
crisis es interpretada por los actores institucionales y sociales,
es un rico campo para la investigación del significado y la di-
rección de las políticas contemporáneas de control social. Pero
esta Incertidumbre institucional puede ser atrapada sólo si nos
libramos de redes dicotómicas y usamos, en cambio, modelos
que nos permitan ver las conexiones (y, en consecuencia, los
conflictos) entre las diferentes instituciones y agencias, y entre
las instituciones y agencias y los actores sociales. A la inversa,
esta exploración de las políticas de control soi:ial puede tam-
bién volverse un instrumento con el que interrogar el status
actual de los actores sociales y políticos. Sostendré que lo que
64 TAMAR PITCH

está en el centro de las políticas sociales y las cuestiones políti-


cas presentes es, precisamente, el tema de la responsabilidad.
Pero este tema puede ser y es planteado de maneras diferentes.
Puede ser construido para denotar el regreso a la escena de
actores abstractos sólo titulares de derechos "negativos" o la
aparición en escena de actores "enraizados" que requieren una
lectura diferente de la relación entre libertad y responsabili-
dad.
Como abordo estos temas desde el punto de vista de la
"cuestión criminal" (un lugar inusual -admitidamente descen-
trado- desde el cual mirarlos y también un uso inusual de la
cuestión criminal en sí misma), conservo la noción de control
social precisamente por su ambigüedad, por las posibilidades
que ofrece para escapar de redes dicotómicas.
CAPÍTULO 2
ESTUDIANDO LA "CUESTIÓN CRIMINAL'.
EL OBJETO DE LA CRIMINOLOGÍA
Y LA RESPONSABILIDAD DE LOS CRIMINÓLOGOS

Existe actualmente un difundido cuestionamiento de la


noción de responsabilidad. Los temas a los que este término
remite son muchos y diversos, y es importante no confundir-
los. En este capítulo intentaré confrontar la reemergencia del
tema de la responsabilidad al interior de los campos del saber
interesados en investigar la naturaleza del delito. Esta reemer-
gencia está, como buscaré demostrar, relacionada con cambios
socioculturales de vasta importancia, de los que la crisis de
estas disciplinas es sólo un aspecto -y además marginal-.
Esta crisis refiere al desarrollo de un campo de incertidumbre
institucional que uno trata de enfrentar -tanto en éste como
en otros casos- por medio de un, no siempre cuidadosamente
considerado, vocabulario "ético". La cuestión de la responsabi-
lidad está, por otro lado, estrictamente conectada, como se
observará, con las maneras de definir, concebir y estudiar la
llamada "cuestión criminal".

1. La paradoja de la responsabilidad
La responsabilidad es una cuestión (de filosofia) moral y
remite a las consecuencias de una acción por las que alguien
puede responder. Eso implica, antes que nada, un contexto des-
naturalizado. No es necesario que el resultado de una cierta ac-
ción sea concebido como querido intencionalmente: es necesa-
rio, no obstante, que el sujeto de esa acción sea considerado
capaz de actuar intencionalmente y que la acción misma sea ob-
servada como una de las alternativas disponibles para e!sujeto.
66 TAMAR PITCH

Hablar de una responsabilidad "objetiva" no significa imputar


las consecuencias de una cierta acción al designio consciente de
un actor, pero implica de todos modos que el actor debe y puede
responder por ellas. Las consecuencias de una acción pueden
ser no queridas o imprevistas, pero para hablar de responsabili-
dad estas consecuencias tienen, precisamente, que ser referibles
a una acción (o serle de acciones) en lugar de a eventos conside-
rados naturales o a comportamientos visualizados como com-
pletamente determinados por el instinto. Esto significa que Ja
"responsabilidad" sólo puede existir en un universo desnaturali-
zado. Justamente, vivimos en un universo cada vez más desna-
turalizado, de una manera no muy diferente a la de aquellos hom-
bres llamados "primitivos" para quienes ningún evento era
Independiente de la acción humana (Douglas y Wildavsky, 1983 ).
Todas las "visiones del mundo" que han dominado los últimos
dos siglos han contribuido, de una u otra forma, a esta desnatu-
ralización. El resultado ha sido Ja extensión del campo de apli-
cación de la imputación de responsabilidad. La secularización y
la supremacía del conocimiento científico, lejos de tener como
resultado el dominio de un naturalismo neutral con respecto a
los valores en lo relacionado con las relaciones humanas y las
relaciones entre los seres humanos y su ambiente natural y so-
cial, han conducido. por el contrario, a la consideración de estas
relaciones y de este ambiente como productos de Ja acción hu-
mana. La extensión de Ja capacidad humana para intervenir en
las circunstancias naturales y sociales de la vida y la conciencia
de su poder, implican la multiplicación y diversificación de pre-
guntas concernientes a los objetivos, los medios, los efectos y la
legitimidad de la intervención en sí misma. La naturaleza devie-
ne socializada y politizada, al mismo tiempo que lo social es es-
tudiado como si fuera "natural". Lo que quiero sostener es que
aun (más bien, sobre todo) el paradigma positivista del siglo xrx,
no sólo no negaba, sino por el contrario, reforzaba y multiplica-
ba las posibilidades de extensión de la esfera de la responsabili-
dad. SI el determinismo del vínculo lineal entre causa y efecto en
el conocimiento científico de la naturaleza no admite inferencia
subjetiva y excluye a la naturaleza del horizonte de fines y valo-
res, permite -y realmente está orientado hacia- la extensión
del control humano sobre la naturaleza.
El mismo vínculo, como un concepto clave para Ja Inter-
pretación de lo social, produce estrategias para el control in-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 67

tencional de la sociedad y constituye actores involucrados en


proyectos de cambio social de acuerdo con fines prefijados. El
reduccionismo naturalista extremo nunca es, en realidad, una
posición dominante, y nunca implica realmente el rechazo de la
intervención. A lo sumo, resulta en una paradoja: la ausencia
de la capacidad de responsabilidad por parte de algunos indi-
viduos implica que otros asuman la responsabilidad de neutra-
lizarlos. El conocimiento de un (supuesto) determinismo que
vincule ciertas características biológicas a ciertos tipos de com-
portamientos sociales puede solamente, a su vez, implicar el
imperativo político de hacer algo, de modo que las causas bio-
lógicas del comportamiento social negativamente valorado sean
tomadas bajo control o, en el peor caso, que los ''_portadores"
de estas características sean eliminados. Y la política es el lu-
gar de la responsabilidad. En un sentido, el primado del para-
digma determinista, como quiera que sea declinado, está inex-
tricablemente conectado con la extensión de la esfera tanto de
la asunción como de la imputación de responsabilidad. La con-
ciencia produce poder, pero sobre todo produce la conciencia
de poder, que a su vez implica el imperativo de activar el poder
de acuerdo con un proyecto u objetivo.
La mirada naturalizan te produce política y es el producto
de ésta. Así, como un ejemplo obvio, la irresponsabilidad del
delincuente descarga responsabilidades sobre los criminólo-
gos y sobre quien tenga que decidir cómo mantener el orden
público. Si las causas de los eventos son cognoscibles -y co-
nocidas-. los eventos mismos ya no se tornan inevitables. Y
esto lleva consigo la obligación de elegir si permitir o no que
tengan lugar.
En otro sentido, la supremacía del paradigma cientificista
introduce un debate explícito sobre la atribución de responsa-
bilidad, los requisitos sobre los que tal atribución debe, o pue-
de, estar fundada y sobre los grados de libertad humana (cien-
tíficamente determinables). Es necesario distinguir entre este
debate y las implicancias y consecuencias generales -cultura-
les, políticas y sociales- a las que la supremacía del paradig-
ma cientificista ha dado origen (y de las que es un producto). El
hiperdeterminismo sociológico y biológico de ciertas formula-
ciones, enfoques e interpretaciones (al interior de mi propio
campo: el conductismo skinneriano o la idea continuamente
recurrente del delincuente como tal por naturaleza), no sólo no
68 TAMARP!TCH

extingue sino. en realidad, brinda sustento a la socialización y


politización del universo humano y, por esto, a la multiplica-
ción de las cuestiones de responsabilidad.
La crisis presente del paradigma cientificista o, mejor, las
paradojas a las que han dado lugar las innovaciones científicas
y tecnológicas, han intensificado y hecho explícitas las cuestio-
nes de responsabilidad y alentaron un fuerte retorno de la di-
mensión moral en el discurso público. lQuién decide los lími-
tes entre ·1a vida y la muerte ahora que estos límites se han
Vlielto tan inciertos?, lquién decide cuándo comienza la vida
humana y cuándo deberíamos empezar a protegerla?, etcétera.
No se trata, entonces, de recorrer -una vez más- la his-
toria del debate científico y cultural sobre las concepciones del
actor, trazando los límites entre las interpretaciones determi-
nistas y voluntaristas de la acción humana. Esta historia se
intersecta con, es producida por y ella misma produce, políti-
cas e intervenciones orientadas por proyectos, nuevas obliga-
ciones y nuevos derechos. Y, algunas veces paradójicamente,
también la conciencia de todo esto trae como consecuencia nue-
vos actores sociales y políticos, nuevas demandas. nuevos con-
flictos ...
Puede ser pertinente, por otro lado, leer la historia del de-
bate científico desde un punto de vista que problematice las
diversas posiciones, interpretando su interacción con las con-
secuencias sociales y políticas que ellas prefiguran explícita o
Implícitamente. Será, entonces, más fácil observar la relación
cambiante entre la atribución y la asunción de responsabili-
dad, por un lado, el significado asignado al término en sí mis-
mo y, por el otro, cómo la limitación del campo de su imputa-
ción puede implicar una extensión del campo de su asunción.
La responsabilidad tiene, en consecuencia, una doble face-
ta: como una cuestión de responsabilidad social, se refiere a
las causas y funciones del fenómeno social; y como una cues-
tión de responsabilidad individual con respecto a la sociedad y
a otros individuos, se refiere al status de actores.
En la medida en que los campos del saber interesados en
la investigación de la cuestión criminal en particular están com-
prometidos (aunque un discurso análogo se aplica a todas las
ciencias sociales), ninguna discusión de los criterios para la
atribución de responsabilidad al "delincuente" puede evitar una
discusión simultánea sobre la asunción de responsabilidad, tan-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 69

to por parte de los .. criminólogos" como por parte de las Insti-


tuciones e individuos que cumplen las tareas de definición, se-
lección y administración de los delincuentes. El status de aquélla
está estrictamente conectado con el status de ésta. Digo los cam-
pos del saber interesados en la investigación de la cuestión cri-
minal (en adelante, por brevedad. agrupados bajo el término
general .. criminología") en particular, porque son disciplinas que
están inextricablemente conectadas con preocupaciones prácti-
cas y políticas, y ninguna tiene, ni reclama ya, autonomía algu-
na con respecto a cómo su objeto de estudio es construido den-
tro de la lógica de instituciones concretas y cuyos objetivos de
conocimiento son también, inmediatamente, objetivos que es-
tán relacionados con políticas o son productores de políticas.

2. Una socialización de-subjetivizada


El escenario en el que nos hemos movido por, al menos,
dos siglos ha sido, entonces, un escenario crecientemente so-
cializado. Subrayaría dos componentes fundamentales de la
cultura de nuestro siglo, de los que tanto su influencia como su
crisis pueden ayudar para una lectura del modo en el que el
tema de la responsabilidad es replanteado en el presente. Me
refiero al marxismo y a lo que llamaría, más bien imprecisa-
mente, la cultura del weifare (que adeuda mucho al marxis-
mo). o mejor, la cultura producida por la extensión del Estado
de bienestar. Ambos enfatizan la dimensión histórica y social
de la existencia humana, proclamando la naturaleza social (y,
en consecuencia, histórica) del "mal" -injusticia, opresión, en-
fermedad, pobreza, etc.-. En realidad, como veremos, es la
propia atribución de injusticia y opresión lo que torna proble-
máticas condiciones sociales que serían de otro modo vividas
como naturales. Aquello que es social es evidentemente el pro-
ducto, complejo, de la acción humana. Implica simultáneamen-
te una imputación y una asunción de responsabilidad. Por más
dificil que sea reconstruir la cadena de "causas" del presente,
la suposición es no sólo que es posible, sino que el resultado
toma la forma de acciones identificables, con cualquier grado
de intencionalidad, que han producido la situación presente y a
las que pueden contraponerse otras acciones para limitarlas,
contenerlas o reorientarlas. Los sujetos activos de estas accio-
nes, tanto como el ritmo de éstas (véase Jonas, 1984), son iden-
70 TAMAR PITCH

tificados de manera diferente en el mandsmo y en lo que he


llamado la "cultura del welfare". Pero lo que es análogo, si bien
más acentuado en el marxismo, es que la racionalidad no es
tanto una propiedad del actor individual -o colectivo- como
del proceso histórico como tal. Los actores entienden comple-
tamente lo que han hecho sólo después de haber actuado. Sus
acciones están determinadas por la historia (por las consecuen-
cias de las acciones que las han precedido) y son capaces de
Intervenir en la historia; cuanto más libre y efectivamente ac-
túan, más desarrollado es su conocimiento de los modos de de-
terminación. Los actores son sólo en parte responsables por lo
que son, pero en el proceso de empezar a entender las condicio-
nes.de su existencia son crecientemente responsabilizables por
su futuro. En consecuencia, no son impotentes ni omnipotentes.
Este status de racionalidad limitada del actor, en contras-
te con un proceso histórico al que le es imputada toda la res-
ponsabilidad, ha <;lado lugar, <lependiendo de las circunstan-
cias, a una formulación en términos ya sea de impotencia o de
omnipotencia. La omnipotencia toma la forma de una disconti-
nuidad revolucionaria producida por el actor colectivo victorio-
so, o Ja de un mejoramiento continuo producido por una plura-
lidad de actores (colectivos o individuales) que intervienen de
manera consciente en las condiciones reales de su vida. La im-
potencia, por el contrario, retrata a la discontinuidad revolucio-
narla más como el producto de la racionalidad del proceso his-
tórico, que del actor colectivo consciente; o un escenario en el
que la pluralidad de actores portadores de saber es absorbida
y escondida dentro de los aparatos, instituciones y sistemas
que devienen autónomos con respecto a los actores y usurpan y
perfeccionan su saber. En esta segunda formulación tenemos
todavía un universo socializado. pero es un universo en el que
la asunción y la atribución de responsabilidad no identifica ac-
tores sino más bien procesos, mecanismos que son comprendi-
dos sin referencia al hecho de que sean el producto de acciones
(intencionales o no).
La crisis reciente de los dos paradigmas involucra a am-
bas versiones. El actor colectivo, protagonista de la transfor-
mación, es fragmentado y descentrado, y se descubre que el
proceso histórico está privado de racionalidad intrínseca algu-
na. Los proyectos de reforma e ingeniería social producen nue-
vas preguntas y nuevos problemas, y sus resultados nunca se
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 71

corresponden con las "buenas intenciones" de aquellos que los


formularon; las "respuestas" institucionales obedecen a su pro-
pia lógica, aparentemente indiferente a las demandas a las que
deberían responder y a los esfuerzos de aquellos que trabajan·
en su interior. 16
Nuevamente, es necesario distinguir entre el debate cientí-
fico y filosófico al que esta doble crisis ha dado origen y el aná-
lisis de cómo ha sido percibida y teorizada en la cultura más
amplia. Obviamente, me limito al debate científico sobre los
temas y problemas en torno al "delito" o a lo que llamaré la
"cuestión criminal".

3. Criminologías
Por "criminología" comprendo a los diversos saberes que
se encuentran bajo los títulos (académicos) de sociología de la
desviación, del control social, de la delincuencia juvenil, del
derecho penal, etc., que enfocan distintos aspectos de la "cues-
tión criminal''. Postergo para más adelante una discusión del
significado de este concepto y de qué, en mi opinión, más allá
de los rótulos académicos, implica en lo referente a enfoques
teóricos y metodológicos. Aquí me gustaría trazar, brevemente,
ciertos aspectos de la historia del estudio de la cuestión crimi-
nal a lo largo de los últimos veinte años. Mi reconstrucción es
aproximada y parcial, porque ahora estoy interesada solamén-
te en ciertos aspectos de esta historia (pero véanse Baratta,
1982; Cohen, 1985; Facciolo, 1984; Pavarini, 1981; Pitch, 1982).
El debate predominantemente anglosajón, a lo largo de la
década del '60 y la primera mitad de la del '70, puede ser ca-
racterizado -aproximadamente- como dominado por dos ten-

16 La discusión sobre el "éxito" de las reformas, sobre las relaciones entre las
políticas y su implementación. objetivO~'j'--eonsecuencias, la lógica de las
instituciones y las acciones de los profesionales, ha dado origen a una lite-
ratura demasiado rica y diversa como para ser citada aquí. Me limito a
indicar dos textos significativos: Donolo-Fichera (1988) ~y la amplia bi-
bliografía allí contenida- y Douglas ( 1986). La discusión, en la medida en
que concierne a la prisión y al sistema de Justicia penal, es tan vieja como
la prisión misma, como observa Foucault. Sobre las variadas interpretaciow
nes del "fracaso" de la prisión y de las reformas que han estado comprome*
tidas con ésta desde el principio, véase Cohenw Scull, 1983 (esp. Cap. 1).
72 TAMAR PITCH

dencias. La primera, tradicional, construye al delito como un


problema social dado-por-descontado, con respecto al cual la
tarea es establecer las causas rastreando las interacciones com-
plejas entre factores sociales, económ\cos, culturales y psicoló-
gicos. El problema del delito es, en definitiva, una cuestión so-
cial, tiene sus raíces en procesos sociales y debe ser tratado
como tal. Pero se revela a través del comportamiento "criminal"
de individuos. Como ha sido notado (véase Cap. 1), existen al
menos dos versiones principales de esta tendencia: una, por
así decirlo, "rooseveltiana", en la que la criminalidad es consi-
derada un proceso de adaptación normal (racional con respec-
to a sus objetivos) a una situación social estructuralmente
anómica; y una versión de weifare consolidado, en la que la
criminalidad es considerada una adaptación irracional a
Interacciones patológicas previas (Merton, 1971; Parsons, 1965).
A causa de que la primera versión, aún más que la segunda, ha
representado largamente en sus distintas formulaciones al en-
foque teórico dominante y ha contribuido a la construcción de
un sentido común generalizado, será conveniente estudiar más
cuidadosamente la forma en que plantea las cuestiones de "res-
ponsabilidad".
El delincuente 17 no es anormal ni es enfermo. 18 Sus accio-
nes y motivos deben ser interpretados a través de los mismos
procesos que los comportamientos no delictivos. El problema
es desplazado, en consecuencia, al status del actor (no es acci-
dental que el delincuente y el desviado ocupen este lugar cen-
tral en la sociología norteamericana: es precisamente porque
se ofrecen como material sobre el cual construir el tipo ideal de
actor). El actor es realmente "racional", pero su racionalidad
es "instrumental" y concierne a la elección de medios eficientes
para fines que están dados en el sistema cultural y, a través de

17
El uso del pronombre masculino aquí es deliberado. En el nivel empírico,
tanto como en el teórico, él delincuente es masculino (además de ser joven,
pobre. frecuentemente negro). Sobre la relación entre los estereotipos del
delincuente y las actividades selectivas de las agencias de justicia penal.
véase: Chapman, 1971.
18 Ya en Durkheim (1963) la normalidad social del delito es sostenida, en
polémica con Garófalo y en general con la escuela positivista italiana: aun
cuando el status de normalidad del individuo delincuente permanece to~
davía ambiguo.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 73

la socialización, internalizados en el sistema de la personali-


dad. Desde un punto de vista estrictamente técnico, entonces,
el actor es responsable por las consecuencias de sus acciones:
sabe qué está haciendo y por qué. Al mismo tiempo, no es res-
ponsable por sus motivaciones, en cuanto éstas son objetivos
culturalmente definidos que no pueden sino haber sido pasiva-
mente internalizados. Tampoco es responsable por el hecho de
que -típicamente en el caso del delincuente- se encuentra en
una posición social que hace que llevar adelante sus motivacio-
nes por vías legales o legítimas sea difícil o imposible. En esta
interpretación de la criminalidad no hay "inocentes". Existe una
responsabilidad política general de intervenir para atenuar o
eliminar las condiciones generadoras de "anomia". 19 Existen
responsabilidades institucionales "locales" concernientes a una
situación específica: un barrio en particular, por ejemplo. Exis-
te la responsabilidad individual del ofensor; pero ésta, compa-
rada con la responsabilidad de la "sociedad" es, simplemente,
podría decirse. una cuestión técnica: un síntoma de que las cosas
no funcionan y de la necesidad de intervención social y política,
tanto a nivel social como a nivel del ofensor individual, tanto
dentro como fuera de la prisión. En consecuencia, la responsa-
bilidad limitada del delincuente implica una responsabilidad
"social" más extensa, pesada y articulada, en el sentido doble
de que el delito tiene "causas" sociales y de que la "sociedad"
tiene, entonces, la obligación de asumir la responsabilidad por
las consecuencias del delito y por la remoción de sus causas.
En lo que respecta a la segunda versión, el status del de-
lincuente es equivalente al del enfermo. Esto significa que el
delincuente no puede ser considerado responsable por sus ac-
ciones. Tiene, sin embargo, la obligación de colaborar con su
propia cura (véase Parsons, 1965, Cap. X) y tiene que haber
instituciones adecuadas para curarlo. El "fracaso" en cualquier
aspecto puede resultar en un pronunciamiento de irrecupera-
bilidad del ofensor y/o en el rechazo por inútiles de las estrate-
gias de control social orientadas a la terapia.

19 En el sentido que Merton y tras él la mayor parte de los sociólogos de la


desviación norteamericanos atribuyen a este concepto: el resultado de una
mala integración entre el sistema de objetivos y normas y la estructura
social (para una discusión y una bibliografía sobre este concepto y su uso
entre los sociólogos de la desviación. véase Pitch, 1982}.
74 TAMAR PITCH

Estas dos versiones de la criminología tradicional están


basadas y han contribuido al desarrollo de políticas sociales
y penales inspiradas por conceptos tales como rehabilitación y
resocialización, y han penetrado, en combinaciones variadas,
en el sentido común de las agencias creadas para implementar
estas p0líticas.
La segunda tendencia se afirma, precisamente, en un con-
texto de welfare state consolidado y, como he sostenido en el
Capítulo 1, puede ser interpretada como una crítica a las con-
secuencias patologizantes y desresponsabilizantes de las polí-
ticas de welfare. Construye el tema del delito como el resulta-
do de la interacción entre acciones desviadas y reacciones
institucionales. A causa de que la criminalidad es considerada
el resultado final de procesos sociales e institucionales de con-
trol social, el análisis es desplazado desde las "causas" del acto
delictivo al examen de estos procesos de interacción (me refiero
a los llamados "teóricos del etiquetamiento": Becker, 1987;
Erikson, 1962; Kitsuse. 1962; Lemert, 1951. 1981; y Goffman,
1963, 1968; Matza, 1976). Mi interés aquí recae sobre aquellos
aspectos de este enfoque que fructificaron dentro de la "cultura
alternativa" de los '70, dejando fuera de consideración. en con-
secuencia, la variedad de formas diferentes en las que este en-
foque general se desarrolló.
El énfasis de esta tendencia estaba, por un lado, en las
consecuencias no deseadas y perversas de las políticas sociales
y penales en relación a sus objetivos y. por el otro, en la impo-
tencia del actor individual frente a los aparatos y mecanismos
que imponen sobre él una definición de la situación de la que
no puede escapar. La cuestión de las consecuencias perversas
revela los límites de la racionalidad en el control de los eventos
sociales y sienta las bases de una crítica a la ilusión de omnipo-
tencia. Por otra parte, el actor es construido como localmente
competente. en el sentido de que lo que él hace y cómo se perci-
be y define a sí mismo es el resultado normal de procesos
interactivos en situaciones específicas. Las consecuencias de la
acción son luego atribuibles a una pluralidad de actores involu-
crados en la definición de la situación. En el caso del "delin-
cuente''. las consecuencias a analizar no son tanto las que re-
sultan de la acción ilegal en sí, como las que derivan de la
reacción institucional a aquélla. Es esto último lo que constru-
ye el "problema". amplificándolo. fijándolo y remodelándolo de
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 75

acuerdo con los modos de operación prevalecientes de las ins-


tituciones -construyéndolo, por ejemplo, como un tema médi-
co o penal-'-, y estabilizando y reproduciendo las característi-
cas de los actores en términos de carreras desviadas, reincidencia
habitual, etc. Es esta reacción institucional, entonces, la que es
"responsable" del problema, no tanto en términos de tener que
hacerse cargo de él como en el sentido de ser responsable por
las consecuencias negativas de la construcción del problema
como tal.
Existen, por lo menos, dos aspectos que deben ser subraya-
dos aquí. Los análisis en términos de consecuencias perversas,
a pesar de haber dado Jugar continuamente a un "pesimisrt10"
que toma, como veremos, formas diferentes tanto en la "dere-
cha" como én la "izquierda", ha sido también el resultado de in-
tentos de reclamar islas de libertad en una sociedad considera-
da cada vez más colonizada y administrada. La desconfianza en
el plan, en las grandes instituciones centralizadas, en el proyec-
to totalizante, es articulada en el lenguaje tradicional del libera-
lismo norteamericano como el individuo contra la gran burocra-
cia (véase Cassano, 1971). Pero esta desconfianza traduce
también la nueva experiencia de una contradicción entre las pre-
tensiones de un control institucional totalizante y las mayores
posibilidades de una definición autónoma del sí mismo. Estos
análisis surgen dentro del Estado de bienestar y dan valor a sus
recursos económicos y culturales. Destacan la inteligencia y la
competencia del actor individual y confían a sus capacidades
reflexivas y comunicativas la resolución de las controversias y
los conflictos, que para ser tal debe ser lo más cercana posible a
la experiencia vivida por los actores mismos, sean ellos los ope-
radores de las agencias de control social o sus clientes. 20 De este
modo, sólo por medio de la deconstrucción de las definiciones
rígidas y totalizantes establecidas (y, por lo tanto, de sus inter-
venciones), irrelevantes en las situaciones locales, es posible de-
volver a los actores la responsabilidad por sus propias acciones.

20 De aquí derivan las propuestas, proyectos y políticas de desinstttucionali-


zación, descentralización del control, deslegalización, territorialización, que
son analizadas por Cohen, 1983. De la crítica al trabajo social profesional
con su orientación hacia la terapia y la asistencia surgieron las experien-
cias y proyectos de trabajo comunitario: para un análisis véase, Bailey y
Brake, 1975.
76 TAMAR PITCH

La contra cara de todo esto es la construcción del actor (el


desviado, el criminal) como víctima: no tanto de la injusticia
social como del poder/saber de las instituciones. El conflicto
destacado es entre el actor individual (el ciudadano, portador
de derechos civiles) y "el sistema".
Durante la década del '70, en Inglaterra, en Alemania, en
ltalia2 1 y también en los Estados U nidos, esta tendencia vino a
converger con una orientación variadamente influenciada por
el marxismo. La llamada "criminología crítica" asumió formas
y produjo resultados diferentes en relación con las distintas po-
líticas, culturas y coyunturas de los distintos países (véase Ba-
ratta, 1982; Greenberg, 1977, 1981; NDC, 1980; NDC/CSE, 1979;
Taylor, Walton, Young, 1975; Pitch, 1983; Platt/Takagi. 1981; y
las revistas: La Questione Criminale, en Italia, Crime and So-
cial Justice, en los Estados Unidos. y Déviance et Société, en
Franela). Ciertamente, no es correcto considerar, como algunos
autores (véase Young, 1986). a la criminología crítica como un
paradigma coherente y unificado. Lo que intento examinar aquí
son algunos de los temas que, en los '70, ingresaron en la cul-
tura de la "izquierda" y hasta en el sentido común de las agen-
cias de control social -aunque. en mayor medida, en el nivel
de los discursos que en el de las prácticas (véase Cohen, 1983)-,
llegando a influenciar los objetivos y las autopercepciones de
los operadores.
La cuestión criminal era concebida como el resultado de
una doble selección: la primera, a nivel de las acciones a ser
criminalizadas (o de los bienes jurídicos a ser protegidos); la
segunda, operando a nivel de los individuos a quienes atribuir
el status de delincuente. Las dos selecciones respondían a ne-
cesidades precisas de dominación y su reproducción. La crimi-
nalidad era considerada como un "bien negativo", distribuido
desigualmente pero no arbitrariamente. Los miembros de las
clases inferiores son seleccionados como delincuentes, tanto
porque el derecho penal es construido para cuidar los intere-
ses de las clases superiores como por el funcionamiento de la

21 Diferente, al menos en parte, es la situación en Francia, donde el debate


teórico es fuertemente influenciado por Foucault. Véase, no obstante, la
revista Dévtance et Société, fundada en 1976 y conectada, al menos ini-
cialmente, con las tendencias orientadas a la criminología crítica y a la
sociología crítica del derecho.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 77

lógica operativa y de la práctica concreta de las agencias de


control social.
Esta interpretación vincula los procesos identificados por
los teóricos del etiquetamiento con una configuración particu-
lar del poder, asociada con un sistema socioeconómico especí-
fico. Las consecuencias de estos procesos, entonces, no eran
perversas en relación a sus objetivos: por el contrario, eran
completamente coherentes, si no con las intenciones explícitas
de los legisladores, con la lógica de poder implícita, oculta. En
consecuencia, la cuestión era descubrir esta lógica, mostrar
cómo la cuestión criminal es reproducida inalterada, cuales-
quiera sean las políticas en curso que la definen y administran,
si los mecanismos básicos, la estructura de poder y la distribu-
ción de recursos socioeconómicos se mantienen intocados. La
naturaleza problemática de los actos seleccionados como crimi-
nales, no sólo para la colectividad sino también para aquellos
que los cometen, no era negada: eran leídos como "síntomas" de
privaciones, como "resultados necesarios" de necesidades, o
como expresiones distorsionadas de conflictos. El delincuente
era una doble víctima: de las condiciones sociales injustas y de
un sistema injusto de justicia penal.
El delincuente deviene aquí el símbolo de la opresión y,
consecuentemente, la vangnardia de la rebelión. En ambos ca-
sos, sin embargo, el ofensor es sólo parcialmente responsable
de lo que hace. Su acción, perfectamente racional en el sentido
técnico, revela en sí misma la respuesta inadecuada y, en algu-
nos aspectos, irracional a su situación. A la limitada racionali-
dad del delincuente corresponde la racionalidad oculta del
proceso de dominación, cuya dinámica continúa sin ser obser-
vada, a pesar de las "buenas intenciones" de los reformadores.
Esta interpretación deja espacio para una variedad de pro-
puestas políticas. Aun cuando la solución "óptima" para la cues-
tión criminal estaba confiada a cambios sociales y políticos ge-
nerales, la intervención a nivel de la política penal y social no se
rechazaba.
Los proyectos específicos frecuentemente adolecían de esta
tensión entre objetivos "reformistas" y "revolucionarios", tensión
que estaba muchas veces destinada a caer en el pesimismo. Mien-
tras estos proyectos tenían en cuenta lo que consideraban no
tanto como fracasos sino como consecuencias necesarias de las
políticas penales y sociales en el Estado de bienestar, se situaban
78 TAMAR PITCH

ellos mismos, sin embargo, dentro del contexto creado por es-
tas políticas y tendían a disminuir, atemperar y, en el mejor de
los casos, articular con una finalidad resoclalizadora (entendi-
da como el incremento de los recursos culturales y económicos
disponibles para el individuo "delincuente" y de la colectividad
de la que él formaba parte) las medidas de control social
(despenalización, descriminalización, descarcelación).
El escenario cambió considerablemente durante los siguien-
tes quince años. Los supuestos detrás de la expansión de las
medidas del weifare state, por un lado, y de la posibilidad de
una transformación revolucionarla, por el otro, entraron en cri-
sis. Antes de describir cómo esta doble crisis fue reflejada en
las políticas sobre el delito, me gustaría hacer algunos comen-
tarios generales sobre las criminologías de los '60 y '70. Estas
criminologías comparten tanto una atribución de racionalidad
al actor como un reconocimiento de las limitaciones de esta
racionalidad. Las consecuencias de las acciones ilegales son
determinadas por un complejo de interacciones y/o circunstan-
cias que las colocan fuera del control consciente de quienes las
cometen. Más bien. ellas remiten a las acciones de aquellas ins-
tituciones y actores que entran en estas interacciones desde una
posición de poder o que han contribuido a la producción de
estas circunstancias. Las interacciones claves son, ea conse-
cuencia, las existentes entre el "delincuente" y estas institucio-
nes y actores, más que aquellas existentes entre el "delincuen-
te" y sus "víctimas". Las acciones delictivas en este contexto
son consideradas ejemplos o síntomas de una condición eco-
nómica, social, cultural y política general caracterizada por una
dominación de una clase por otra (u otras). El status de "delin-
cuente" es un caso particular del status de "oprimido". La na-
turaleza de esta opresión cambia entre las diferentes
criminologías, lo que resulta no sólo en la necesidad de recoger
estrategias diferentes para combatirla, sino en la identificación
de diferentes sUjetos de la lucha. Sin embargo, en todas ellas
existe la convicción de la doble tarea de la criminología: por un
lado, la producción de programas para la intervención política
e institucional y, por el otro. la deconstrucción de la cuestión
criminal. es decir, el desmantelamiento teórico y práctico de
los saberes y de las instituciones que la han construido.
Las criminologías de los años '60 y '70 contribuyeron a
una percepción de la omnipotencia de los actores colectivos.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 79

Porque si uno atribuye al delincuente sólo una racionalidad li-


mitada y a las agencias de control una racionalidad indirecta,
independiente de proyectos conscientes e intenciones, es el ac-
tor colectivo, ya sea en la variante reformista o revolucionaria,
el que es considerado, por lo menos potencialmente, en posi-
ción de desarrollar soluciones óptimas y perseguirlas conscien-
temente.
Es precisamente esta última suposición la que ha entrado
más profundamente en crisis -ya sea como la fragmentación y
dispersión del sujeto histórico colectivo, como el fracaso de las
reformas a gran escala, o como la desaparición de la idea de la
racionalidad intrínseca del proceso histórico-. Es dentro de
este horizonte que la cuestión de la responsabilidad vuelve a
emerger. Señala, en primer lugar, un nuevo interés en cuestio-
nes éticas -o mejor, una traducción de cuestiones políticas en
cuestiones éticas que, al menos en parte, se ha debido a lacre-
ciente percepción de las dramáticas limitaciones de la raciona-
lidad política, por un lado, y a las consecuencias perversas del
desarrollo tecnológico, por el otro-. Pero en la medida en que
aquí nos interesa, la resurrección del debate sobre la responsa-
bilidad se relaciona también con un despliegue y una percepción
diferentes de los conflictos, con un cambio en la autocompren-
sión de los actores. La lit-eratura criminológica y sociojurídica
ha reflejado e intentado interpretar estos cambios. Sin embar-
go, partiendo en su mayoría únicamente desde los resultados
de los cambios específicos producidos en las polfücas penales
y de control social, esta literatura usualmente refleja una ca-
rencia de reflexividad y profundidad que no es la menor entre
los malestares actuales de los criminólogos. Veamos ahora el
estado actual de la criminología.

4. Variantes de realismo
4.1. La criminología como epidemiología
Tres enfoques diferentes compiten en el debate contempo-
ráneo fuera de Italia. Por supuesto, esto es una simplificación
porque existen muchas otras posiciones. Verdaderamente, la
característica del debate presente es la copresencia de tenden-
cias diferentes cada vez menos claramente situables como co-
rrientes unificadas. No obstante, los tres enfoques que van a
80 TAMARPITCH

ser referidos aquí son adecuados para la tarea de describir las


formas principales en las que la crisis previamente subrayada
está siendo reflejada dentro de la criminología.
Dos de estos enfoques se definen a sí mismos como "rea-
listas". Esta autodefinición es polémica: significa que los pro-
blemas de la criminalidad (veremos pronto qué es lo que son)
deben ser considerados "reales". verdaderos, serios y. además,
que la intención es contribuir a la creación de proyectos y me-
didas que sean realistas en el triple sentido de no utópicos,
implementables y adecuados a su propósito.
El ptimer tipo de realismo, elaborado de formas diversas,
ha influenciado en gran medida, si no las políticas concretas. al
menos el debate en torno a la cuestión criminal en los Estados
Unidos (véanse Platt-Takagi., 1977; Greenberg-Humphries, 1981).
Ha sido interpretado como perfectamente coherente con las es-
trategias de Reagan dirigidas a la reducción del Estado de bien-
estar y, más en general, como el producto de una tendencia cre-
ciente a la administratlvización de la política. Un realismo de
derecha, conservador, orientado a la defensa del orden público
que, sin embargo, no es extraño a la recuperación de temas libe-
rales tradicionales. 22 Las políticas retributivas, en realidad, son
sostenidas como respuesta a un problema caracterizado en tér-
minos de "peligrosidad social" (véase también Cap. l ).
Las políticas inspiradas por estrategias de rehabilitación
son denunciadas como inútiles y costosas. Mientras las críticas
de "izquierda" se focalizan sobre las tendencias terapéuticas y
autoritarias de la rehabilitación, este tipo de "realismo" procla-
ma que la inutilidad del modelo rehabilitador está evidenciada
por las tasas crecientes de delitos. la reincidencia, etc. Lo que
se defiende, entonces, es un regreso y una intensificación de la
estrategia de la retribución, apoyada tanto en términos de que

22 Cohen ( 1988) distingue dos corrientes. La primera es inspirada por el conM


servadurismo tradicional que enfatiza la supremacía de la ley y el orden y
llama a un reforzamiento de las instituciones de la justicia penal basado en
la idea de que el delito es causado por una ausencia de autoridad y de que
el castigo sirve como disuasión. La segunda corriente. managerial, legttiM
ma las polítlcas represivas en términos de una ideología de la eficiencia y
de los resultados. Ambas corrientes de la "derecha" son, por otro lado, de
acuerdo con Cohen, nada más que articulaciones del modelo liberal que
forma la base de las orientaciones dominantes en el estudio y el manage-
ment del problema del delito.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 81

reduce costos como de sus efectos disuasivos. La política del


"merecimiento justo" Uust deserts) no es augurada sólo por los
conservadores: durante los primeros años de la década del '70
estuvo en el centro de un paquete de recomendaciones del
American Friends Service Comittee Working Party (1971), una
organización liberal vinculada a la defensa de las garantías ju-
rídicas y de los derechos civiles, considerados amenazados por
medidas que incrementaban el área de discreción, arbitrarie-
dad y desigualdad en la implementación de las penas. 23 Lo que
es común a los críticos de la "derecha" y la "izquierda" es la con-
cepción del delincuente como un actor consciente. Donde la
"izquierda" insiste en que la respuesta penal sea respetuosa de
la personalidad del delincuente -y en que sea una respuesta a
la acción antes que una respuesta al autor-, rechazando el pro-
yecto de reformarlo, la "derecha" reenfatiza la noción de disua-
sión. No tiene sentido, y es de todos modos imposible, cambiar
a los delincuentes, pero ellos pueden ser desalentados por la
amenaza de un castigo severo, cierto y rápidamente impuesto.
La izquierda atribuye al castigo el propósito de retribuir "mo-
ralmente" el mal (la pena merecida). La derecha atribuye al
castigo el propósito de "aterrorizar" pero, una vez impuesto, el
de neutralizar o incapacitar (véanse p. ej., Van Hirsch, 1975;
Van den Haag, 1975; Wilson, 1975).
La cuestión criminal deviene, una vez más, el problema de
los criminales. Pero las motivaciones y las condiciones sociales
que producen "delincuentes" ya no son de interés. Las "causas"
del delito, por largo tiempo en el centro del análisis y del deba-
te, buscadas en la psicología, en las condiciones sociales o en el
trabajo de las agencias de control, dejan de ser el objeto de
investigación. La tarea de los criminólogos es la identificación
de las medidas adecuadas para contener y limitar el peligro
constituido por la criminalidad.

23
El regreso de las penas fijas y determinadas es apoyado por el American
Friends Service Comittee contra el sistema "correccional ... del que la sen-
tencia indeterminada es un instrumento y un simbolo fundamental. Un
debate breve sobre el "modelo correccional" en los Estados Unidos puede
encontrarse en Pavarini (1983): un análisis de la "cooptación" del proyecto
civil libertario de retorno a la sentencia determinada por argumentos y
políticas neoconservadoras puede encontrarse en Greenberg-Humphries
(I98I ).
82 TAMAR PITCH

Sin embargo, cualquier proyecto de intervención implica


alguna teoría de la naturaleza y las condiciones en las que el
delito surge, y es típico de estos realistas el eclecticismo o una
asociación de teorías diferentes con una preferencia decisiva
hacia aquellas que insisten en factores psicológicos, biológicos
o aun genéticos (véase Wilson-Herrnstein, 1985).
EXiste una contradicción aparente en estos enfoques. Por
un lado, insisten en la existencia del delito como resultado de
una elección individual, independiente del contexto social y cul-
tural y, por tanto, característico de individuos de alguna mane-
ra orientados al "mal" (en estas "teorías", obviamente, el delito
recobra un status ontológico: aquello que es ilegal lo es porque
es universalmente reprobado y, en consecuencia, es malo en sí
mismo). Por el otro, esta orientación puede ser determinada y
controlada científicamente, no está distribuida casualmente.
Esta contradicción es, en realidad, funcional con respecto a dos
objetivos. Aunque puede decirse que la "sociedad" no es res-
ponsable del delito (y, en consecuencia, que las medidas repa-
radoras o reformadoras no tienen sentido), se sostiene tam-
bién que la sociedad.puede combatirlo científicamente. Aquí el
eclecticismo tiene vía libre para brindar sugerencias para polí-
ticas diferentes, todas igualmente legitimadas por un discurso
en términos de defensa social o de protección del orden.
La disuasión y la incapacitación son visualizadas como
soluciones a un problema que, al no estar c_ausado socialmen-
te, no está azarosamente distribuido en la sociedad. La catego-
ría de peligrosidad social deviene, una vez más, central (véanse
Bottoms, 1977; Mauri, 1988) aunque privada ahora de sus ca-
racterísticas tradicionales (véase Cap. 1). Ya no describe una
criminalidad anclada en características biológicas, 24 más bien
denota la copresencia de una multiplicidad de factores que im-
plican "riesgo". Las decisiones que consideran la cantidad y el
tipo de pena, por ejemplo, pasan a depender de la peligrosidad
social del ofensor formulada como una estimación de la proba-
bilidad de su continuación en su actividad delictiva, derivada
de elementos diversos como el sexo, la edad, el grupo étnico, el

24 Si bien hay teorías que todavía vinculan a la criminalidad con algunos as-
pectos de la "naturaleza humana'', sea el cromosoma "doble X", tendencias
anormales agresivas o cosas por el estilo.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 83

trasfondo familiar, la educación, el empleo, la medida de la in-


teligencia, etc. El riesgo es mensurable estadísticamente, y la
tarea del criminólogo deviene en identificar las categorías de
individuos en riesgo. La criminología deviene, pues, en epide-
miología.
Epidemiólogo y/o administrador. el criminólogo realista está
sobre todo involucrado en una polémica contra las filosofías
del we!fare state. Sus propuestas de intervención, no afecta-
das por referencias a motivaciones y causas (no está interesado
en "curar" al delincuente ni en actuar sobre las causas del deli-
to) están de acuerdo y refuerzan un sentido común originado
en las promesas incumplidas del we!fare: la sociedad de nin-
gún modo está involucrada, los delincuentes son tales porque
eligen serlo (o por naturaleza). En la cultura más amplia la con-
cepción del actor como sobredeterminado por la estructura
social (que es una consecuencia perversa de la filosofía del
we!fare) parece ser reemplazada, particularmente entre algu-
nos grupos sociales, por el redescubrimiento del individuo cul-
pable, malvado por elección o por naturaleza, lo que invoca una
respuesta severa, punitiva e incapacitadora. Esta exigencia pue-
de, ciertamente, ser interpretada como un síntoma del males-
tar general, una sensación incrementada de inseguridad social,
cuyas raíces son múltiples y variadas. Sin embargo, otra inter-
pretación es posible, como lo mostraré luego.

4.2. El criminólogo como reformador


El llamado "nuevo realismo de izquierda", en sus formula-
ciones programáticas predominantemente británicas, 25 se con-
sidera a sí mismo el hijo arrepentido de la criminología crítica.
Como todos los hijos arrepentidos, estaba abrumadoramente
preocupado, al menos inicialmente, por distanciarse de suma-
dre, hacia quien no ahorraba duras críticas. Algunas de estas
críticas, más allá de una animosidad que llevó a los realistas
de izquierda a mezclar indiscriminadamente lo bueno con lo

25
Existe, sin embargo, también una versión estadounidense. Véanse, por ejem-
plo, las ediciones de la revista Crime and Soctal Justice, nos. 18, 1982 y
19, 1983, dedicadas a una revisión de la criminología crítica en una direc-
ción "realista...
84 TAMAR PITCH

malo, son pertinentes, pero sobre todo sirven como un indica-


dor de lo que ha cambiado.
Los realistas de izquierda ingleses (véanse Lea-Young. 1984;
Matthews-Young. 1986; Young. 1986) critican una de las conse-
cuencias a las que han conducido, en su opinión, los enfoques
radicales, particularmente de la izquierda, a saber: que no es el
delito el problema, sino el modo de reaccionar frente al "delito''.
Esto ha llevado a los criminólogos a una fuga de la etiología hacia
los Campos Elíseos de la crítica de la ideología, o, en el mejor de
los casos, de la sociología del derecho penal. Pero un escape de la
etiología, de acuerdo con los realistas. es también una renuncia a
las reformas, al conocimiento para el cambio, a la contribución
para la "solución" de los problemas. En realidad, esto significa
una convergencia con los criminólogos-administradores y las ten-
dencias hacia una impostación de la cuestión criminal en térmi-
nos puramente manageriales. Comprender, como ingrediente in-
dispensable de las políticas reformistas, implica entonces, de
acuerdo con los realistas de izquierda, investigar las causas -del
delito más que de la cuestión criminal- porque es el delito lo que
constituye, antes que nada, el "problema". Es precisamente aquí
que los realistas de izquierda se distancian de la criminología crí-
tica -acusándola de un rechazo idealista a reconocer que el deli-
to es, sobre todo, un problema para las clases pobres y margina-
das, donde éste nace y donde tiene lugar en su mayor parte-.
Este reconocimiento es acompañado por una nueva estrategia de
atención a las "víctimas" del delito. De acuerdo con los realistas
de izquierda, el criminólogo debe "tomar seriamente las necesida-
des de la gente" y eso significa aceptar las demandas de seguridad
y de defensa social a las que estas necesidades dan origen.
En realidad este programa esconde una contradicción, co-
mo he sostenido en otro lugar (Pitch, 1986 J. Escuchar las "ne-
cesidades de la gente" es, en general, un proceso selectivo.
Sólo son escuchadas aquellas necesidades que se correspon-
den con la estrategia de reformas que el criminólogo ya tiene en
mente. Es decir que, por un lado, se asume que las "necesida-
des" pueden ser directa y literalmente deducidas de las deman-
das de la "gente". 26 Por el otro, estas necesidades sólo son rece-

26 Las demandas de la "gente" serán diferentes si son articuladas por grupos


organizados o recogidas por los sociólogos a través de cuestionarios indi-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 85

nocidas en la medida en que se corresponden con los proyectos


del criminólogo-reformador. Las víctimas, en este programa,
tienen un status incierto. Primero, son tales independientemente
del hecho de que se definan o perciban a sí mismas o actúen
como víctimas. 27 Pero especialmente, están dotadas de autori-
dad y conciencia sólo para definir el problema -autoridad y
conciencia que, en realidad, les son negadas cuando se trata de
formular "soluciones".
Una política reformista tal como la formulada por los rea-
listas de izquierda no puede escapar a estas contradicciones.
El proyecto, el plan, la solución, son resultados prefigurados
en un paradigma analítico en el que el comportamiento delicti-
vo procede de causas sociales (pobreza, discriminación, des-
empleo, etc.) mediadas por la percepción subjetiva de la "priva-
ción relativa". Claramente, y no por casualidad, el realismo de
izquierda resucita elementos de análisis y estrategias socialde-
mócratas, acrecentándolos con una dimensión cultural y sub-
jetiva que actúa como una intermediaria entre la pobreza y la
"delincuencia".
Este retorno a una perspectiva analítica y política mertoniana
refleja una preocupación por el pesimismo que caracteriza a la
situación actual. Las políticas represivas hacia el delito Impulsa-
das por los conservadores y el rechazo a formular políticas por
parte de los radicales, son respuestas diferentes a la misma cosa:
el "fracaso" de las políticas de rehabilitación y resocialización
-para los conservadores, meras ilusiones costosas, y para los

vidualmente distribuidos o deducidas de charlas de bar, más que de acti-


tudes concretas frente a los "delincuentes". No existen sólo diferencias que
:r:esultan de la modalidad de relevamiento, sino diferencias resultantes de
opiniones que cambian dependiendo del contexto y de las circunstancias.
La naturaleza problemática de las encuestas de opinión y su inadecuación
para revelar la voluntad "popular" ha sido destacada, entre otros, por
Baratta, 1985, p. 451.
21 Regresaré a esto en el próximo capítulo. Es evidente, sin embargo, que el
status de víctima no es una condición natural, o mejor dicho, no es inhe-
rente a todo dolor, sino que es un status atribuido o asumido, que acarrea
una cierta autopercepción y una cierta interpretación de la situación
"victimizante". Ser una víctima implica la representación de un papel, con
expectativas tanto de quien deviene así definido como de quien define a
alguien como una víctima. Está claro que este proceso de definición puede
ser, y frecuentemente es, objeto de negociación y conflicto y no es indife-
re"nte quién define a quién, ni con qué objetivo (véase Miers, 1983).
86 TAMARPITCH

radicales. instrumentos que amplían la extensión de la interven-


ción institucional y patologizan los conflictos.
Mientras que este retorno a Merton no escapa a las aporías
ya expuestas para su modelo, se encuentra con contradicciones
adicionales cuando pretende poner el punto de vista de la vícti-
ma en el centro de las preocupaciones del/de la criminólogo/a y
de las políticas que él/ella defiende. En el modelo mertoniano,
el punto de vista implícito desde el cual observar el tema del
delito era la "sociedad" en general. Aquí, en cambio, el delito
tiene un status doble: es, al mismo tiempo, un acto ilegal y lo
que algunos grupos sociales consideran como un daño. Los
nuevos realistas se proponen a sí mismos como los intérpretes
de las "verdaderas necesidades" de los grupos sociales que ellos
consideran oprimidos, explotados y marginados. Es precisa-
mente el punto de vista de estos grupos lo que ellos reclaman
adoptar cuando proclaman como "reales" los problemas que
estos grupos construyen como tales. Éstas son las víctimas "rea-
les", victimizadas doblemente por sus condiciones sociales y por
el delito. A la interacción entre la "sociedad" y el delincuente es
sumada aquélla entre el delincuente y sus víctimas. Esto, sin
embargo, implica una elección que no es reconocida como tal. El
criminólogo-reformador adopta algunos puntos de vista y al atri-
buirles un fuerte status de realidad sobre la base de su perte-
nencia a grupos oprimidos, se mueve dentro de un horizonte
teórico que, en primer lugar, asum~ que existe un dispositivo
cognitivo para la identificación no ambigua de los "oprimidos",
además de la autoidentificación de los actores interesados; y
en segundo lugar, asume que el punto de vista expresado por
los oprimidos es "verdadero". como una traducción literal de
sus necesidades "reales" y, además, que es naturalmente "pro-
gresista" -presumiblemente porque está de acuerdo con algu-
nos tipos de racionalidad histórica teleológicamente orientada.
No me extenderé en la aporía de este enfoque y de las polí-
ticas inspiradas por él. 28 En lugar de eso, me gustaría enfatizar

28 Es al menos curioso, por ejemplo, que sobre la cuestión de la prostitución


se llegue a la propuesta de crtminalizar al cliente en nombre tanto de aque-
llos que consideran a la prostitución un delito contra la mujer (incluyendo,
en este sentido, una fuerte corriente de feminismo anglosajón), como de
aquellos (presumiblemente, la clase trabajadora) que la consideran un pro-
blema social, una fuente oculta de degradación para la calidad de vida en
sus comunidades. Véase Box-Grainger, I 986.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 87

sus consecuencias en el tema de la responsabilidad. Tanto en el


caso de la criminología crítica como en el de la criminología
"reformista", la reintroducción de las víctimas (del delito) en la
discusión implica una focalización sobre aquellas consecuen-
cias producidas por las acciones de ciertos individuos sobre
las vidas de ciertos otros. Existe, en efecto, en este nivel una
localización de la atribución de responsabilidad que es. sin
embargo, frustrada por la exigencia del criminólogo de conferir
statr.is de verdad a las percepciones de las víctimas. De este
modo. tenemos dos racionalidades más bien limitadas (la del
ofensor y la de la víctima) y una racionalidad absoluta (la del crimi-
nólogo realista). El ofensor delincuente es responsable por sus
acciones, pero actúa basado en una percepción de la situación
que, a su vez, tiene sus raíces en situaciones sociales. No obs-
tante. no debe ser considerado "determinado" por esto último,
enfatizan los realistas de izquierda (observando esta hipótesis
como la base del fracaso de las políticas socialdemócratas). Sin
embargo, como los realistas no proveen una teoría de la perso-
nalidad ni una teoría de la acción. su invocación de la privación
relativa como un vínculo conector entre las condiciones socia-
les y el comportamiento puede sólo ser entendida en línea con
lo que ya hemos visto con respecto la teoría de la anomia de
Merton. Finalmente, la víctima -o. mejor, una cierta categoría
de víctimas- está ciertamente en posición de definir el proble-
ma, y en realidad es el único sujeto que está autorizado a ha-
cerlo. pero no está en posición de identificar la solución, a me-
nos que posea el mismo modelo teórico-político que el
criminólogo.
En resumen, es este último el depositario de un saber que
lo coloca en posición de elegir los puntos de vista de las vícti-
mas correctas. Este saber es. por lo tanto. construido en torno
a un modelo teórico-político en el que las "causas" y las inter-
pretaciones de los "actores" son. en realidad, deducidos de y
ajustados a las "soluciones" que el modelo mismo prefigura. Se
trasluce una vez más que la atribución de una responsabilidad
"limitada" al delincuente implica la asunción de una responsa-
bilidad amplia por parte del criminólogo. Aquí, sin embargo,
las "limitaciones" del delincuente no evocan solamente políti-
cas de rehabilitación. El mejoramiento de las situaciones so-
ciales y culturales que producen la delincuencia no excluye la
respuesta de !ajusticia penal. De hecho, ésta no sólo es deman-
88 TAMARPITCH

dada con frecuencia por las víctimas en su rol de proveedora de


protección y compensación, sino que también está legitimada
como una respuesta que tiene en cuenta y confirma la naturale-
za no patoióg:ica, no irracional de las motivaciones de los actos
delictivos. En comparación con las víctimas "verdaderas", los
ofensores criminales son "víctimas" sólo en parte. Ellos de nin-
guna manera son inocentes.

5. Los abolicionistas;
la criminología como desmistificación
En el polo opuesto de los realistas, al menos en las inten-
ciones declaradas de ambas posiciones. están los llamados "abo-
licionistas". Esta tendencia, en su mayor parte europea, con
predominio en Europa del Norte (Christie, 1985; Hulsman.
1982, 1983; Mathiesen, 1974. 1983; Scheerer. 1983; y para
una discusión italiana. Marconi. 1982; Pavarini, 1985). lleva el
modelo del etiquetamiento a su extremo. Brevemente, los abo-
licionistas sostienen que el "delito" no sólo es una etiqueta ar-
bitrariamente impuesta. sino una etiqueta que, en realidad, sólo
sirve para ocultar y agravar los conflictos expropiándoselos a
los participantes. Ellos no discuten la existencia de las situa-
ciones problemáticas, discuten la adecuación de la respuesta
en términos de justicia penal. Sostienen, por el contrario, que
tal respuesta. que comienza con la i:uposición de la etiqueta de
delito sobre ciertos actos y conflictos. en sí misma constituye
un problema más serio que los actos y los conflictos que inten-
ta resolver. El criminólogo tiene la tarea de demostrar esta te-
sis, es decir. de revelar las funciones reales del sistema de jus-
ticia penal y de describir sus consecuencias perversas. Si el
realismo de izquierda implica una política socialdemócrata con
el típico énfasis sobre los proyectos de reforma. las propuestas
del abolicionismo son más compatibles con una política
"movimientista". "verde", vagamente anarquista (véase Marconi,
1983). en la que la resolución de conflictos es confiada a meca-
nismos y procesos de y en la "comunidad" en la que tienen lu-
gar. También en este enfoque las víctimas asumen un papel cen-
tral: son visualizadas como expropiadas e ignoradas por el
sistema de justicia penal. cuya abolición les otorgaría, en con-
secuencia, un protagonismo nuevo y diferente. Ofensores y vícti-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 89

mas serían puestos en posición de resolver sus "conflictos" per-


sonalmente en un proceso de comunicación cara a cara en el
que los problemas "reales" de ambos retendrían su especifici-
dad y significación. La cuestión de las causas del delito -o,
más bien de los problemas y conflictos que son así etiqueta-
dos- es puesta entre paréntesis. El criminólogo no está direc-
tamente interesado en ellas, sino que está empeñado en un pro-
yecto de deconstrucción del producto simbólico y discursivo
del sistema de justicia penal, que es al mismo tiempo un pro-
yecto de construcción de una comunidad de actores razona-
bles. El interés en las causas, no obstante el origen marxista de
muchos abolicionistas, sería incoherente con un programa teó-
rico hermenéutico que caracteriza, más o menos explícitamen-
te, al discurso abolicionista. Crítico de la ideología y al mismo
tiempo involucrado en la construcción de relaciones comunita-
rias, el criminólogo abolicionista oscila, de manera no completa-
mente diferente de sus "adversarios" realistas de izquierda, en-
tre el libertarianismo y la pedagogía. Mientras los realistas de
izquierda deciden que los problemas reales son lo que (cierta)
"gente" dice que son, los abolicionistas, al tiempo que restituyen
a las "víctimas" el status de protagonistas, asumen de jacto la
tarea de explicarles cuáles son los verdaderos problemas.
El actor de los abolicionistas, sea víctima o "delincuente",
es infinitamente razonable: es, por lo tanto, responsabilizable.
Puede y debe ser puesto en posición de reconocer y luchar con
las consecuencias de sus propias acciones y, de ese modo, con-
trolar directamente la situación. Esto es posible si puede
impedirse que las estructuras burocráticas e Impersonales in-
tervengan en la situación y la expropien a los participantes.

6. lCuestión criminal o cuestión penal?


El problema de qué es la cuestión criminal y cómo es cons-
truida por las teorías criminológicas, es (como luego veremos)
central para una comprensión de cómo es planteada la cues-
tión de la responsabilidad.
En contraste con las sociologías de la década del '60, la
criminología crítica, el abolicionismo y los dos realismos, en
común con la llamada "criminología tradicional" (clínica, posi-
tivista), asignan un papel central al sistema de justicia penal.
Esta centralidad es asignada a priori, en lugar de tener el sta-
90 TAMARPITCH

tus de una hipótesis que deba ser verificada. Más bien, dicha
centralidad es, de varias maneras, constitutiva de la cuestión
criminal misma o. más exactamente, esta última tiende a ser
construida como una cuestión penal. En la criminología crítica
y el abolicionismo el tema del control social, desarrollado por
la sociología anglonorteamericana de la desviación y el control,
es concebido dentro de un modelo teórico en el que el control
social es asimilado a la dominación y la dominación, a su vez,
pasa a adquirir las tradicionales connotaciones europeas de
negación, prohibición y represión. En esta operación, la pri-
sión y el sistema de justicia penal devienen centrales, represen-
tando la manifestación más clara y evidente del poder represi-
vo del Estado y/o de las clases dominantes. Sobre esta base es
construido todo el tema del control. Las relaciones entre el sis-
tema de justicia penal y otras agencias a las que puede ser im-
putada la producción de control social es, entonces, o bien ig-
norada, o visualizada desde el punto de vista de la prisión. La
cuestión criminal se transforma así en cuestión penal, pero en
el marco de una perspectiva que dilata el peso y la importancia
de esta última (véase Cap. 1 ).
En lo que concierne a los dos tipos de realismo, la cues-
tión criminal está constituida, aunque de maneras opuestas,
por las definiciones y prácticas desplegadas por el sistema de
justicia penal, recuperando el delito, de este modo, un status
"natural". Puede decirse, en efecto, que en todos estos enfoques
lo penal y lo criminal coinciden. Para la criminología crítica y el
abolicionismo es criminal lo que el sistema de justicia penal
define como tal; para los dos realismos, aquello que el sistema
de justicia penal define como criminal es lo que es en verdad
"criminal" -o bien, universalmente percibido como dañoso y
reprobable.
Esta coincidencia acarrea efectos reduccionistas y distor-
sionantes simultáneos. Si es metodológica y teóricamente
reduccionista confinar la cuestión criminal al interior de los
límites del sistema de justicia penal, es, además, una distor-
sión ver al sistema de justicia penal desde la perspectiva am-
plia de la cuestión criminal. Parecería -y lo argumentaré me-
jor más adelante- más productivo considerar constituida a la
cuestión criminal por una diversidad de procesos, no todos
reconducibles al funcionamiento del sistema de justicia penal,
y cuya interacción, frecuentemente conflictiva, puede ser toma-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 91

da en consideración sólo si es tenida en cuenta su diversidad y


si la centralidad del sistema de justicia penal asume el status de
una hipótesis antes que continuar siendo una presuposición no
examinada.
En este capítulo he expuesto dos cosas. En primer lugar,
bosquejé brevemente la centralidad de la "responsabilidad" en
sus distintos sentidos, tanto para las ciencias sociales como
para las lecturas de sentido común de las relaciones entre los
seres humanos y entre los seres humanos y el mundo. Aunque
las cuestiones explícitas de responsabilidad han permanecido
sumergidas en el pasado reciente, en el presente han vuelto a la
superficie poderosamente y son un tema dominante de los dis-
cursos públicos y políticos. Dentro de las ciencias sociales, esto
toma la forma de un nuevo cuestionamiento del problema del
actor. En segundo lugar, usé la "responsabilidad" como una lente
para leer los enfoques recientes y contemporáneos sobre el de-
lito y el control social.
Antes de continuar con estas cuestiones, e intentar deli-
near mi propio enfoque, haré una breve desviación al interior
de la historia reciente de las "criminologías" Italianas. Esto es
necesario porque esta historia es claramente diferente a las his-
torias de las criminologías británica y norteamericana, aunque
parece converger con ellas en el momento en que emergió una
"criminología crítica". En realidad, esta historia. puede ser de
interés más general, precisamente porque esa convergencia,
desde puntos de partida tan diferentes, podría arrojar nueva
luz sobre los problemas y paradojas encontrados por las
"criminologías críticas".
CAPÍTULO 3
INVESTIGACIONES RADICALES,
POLÍTICAS "NO FUNDADAS"

1. Grande es la confusión bajo el cielo:


el estado de la criminología italiana
La importación de las temáticas sociológicas de la desvia-
ción y del control social es un fenómeno reciente en Italia y
surge contra dos tradiciones bien establecidas: los estudios
jurídicos y la criminología clínica. Si el objeto de estudio de los
primeros es. más que el sistema de justicia penal, el derecho
penal; 29 el objeto de la segunda es el "delincuente". La crimino-
logía italiana, en realidad, es más bien psiquiatría forense o
investigación dirigida a la reconstrucción de las dinámicas psi-
cológicas del ofensor individual (obviamente, individuos que han
sido arrestados, juzgados y sentenciados). Comprendo que esta
simplificación excesiva no hace justicia con los estudios
criminológicos en Italia. En realidad, es cierto que dentro de
sus orientaciones específicas, la criminología italiana ha tenido
en cuenta también en años recientes tendencias de la crimino-
logía de otros países de orientación fundamentalmente socioló-
gica (véanse, p. ej., los últimos quince años de la revistaRasseg-
na di Criminología). Permítasenos entonces decir que los
enfoques sociológicos, clínicos y psiquiátricos han coexistido
con resultados cambiantes, en una situación, sin embargo, ca-
racterizada por una matriz médica preponderante en los crimi-
nólogos italianos. Persiste, de hecho, una atención. dirigida al

29 O mejor, el derecho. Durante los '60, un copspicuo número de juristas y


jueces progresistas adoptaron una posición crítica a causa de la insatisfac-
ción con un derecho y una filosofía legal cuyo formalismo era visto como el
instrumento del conservadurismo y la injusticia social.
94 TAMAR PITCH

individuo singular, visualizado como el "producto final" de pro-


cesos y condiciones que pueden también ser "sociales", pero
cuya reconstrucción interesa principalmente para "explicar" o
situar un comportamiento singular.
Más que intentar una reconstrucción de la criminología ita-
liana {véase Faccioli, 1984) me gustaría limitarme a aquel sec-
tor, poderoso académicamente e influyente entre los operado-
res del sistema de justicia penal, en el que la criminología está
directamente comprometida en la práctica: es decir, la psiquia-
tría forense. Además, por supuesto, aquí no puede evitarse que
surjan cuestiones relacionadas con la responsabilidad.
Tradicionalmente en una posición subordinada con res-
pecto al derecho penal, a la psiquiatría forense en Italia le ha
sido confiada la tarea de establecer científicamente la capaci-
dad del acusado de actuar con intención y voluntad y, en el caso
de enfermedad mental, su posible peligrosidad social. Este
mandato Institucional ha influido sobre la construcción del
objeto mismo de investigación y la percepción del rol del
criminólogo. La pareja "enfermedad mental - peligrosidad so-
cial" identifica dos tareas distintas para la psiquiatría forense,
dos "lealtades" diferentes, el entrelazamiento de dos grupos de
estándares profesionales. Los estándares profesionales de la psi-
quiatría, a los que el psiquiatra forense debe recurrir cuando
diagnostica la enfermedad mental, demandan una orientación
hacia la cura, implicando una prioridad de la defensa de los In-
tereses del enfermo. Pero, como psiquiatraforense tiene el de-
ber de colaborar con el sistema de justicia penal en la defensa
del interés colectivo. La defensa de los intereses del individuo
acusado de un delito y la orientación a la defensa social Implican
dos responsabilidades diferentes, no infrecuentemente contradic-
torias y percibidas tanto más de esa manera hoy, en el nuevo
escenario caracterizado por Innovaciones en la psiquiatría y en
ciertas tendencias de los estudios jurídico-penales. Abordare-
mos este tema con más detalle en el Cap. 6. Aquí, mi interés es el
de destacar cómo la crisis presente de la psiquiatría forense la
conduce a Intentos de redefinir su propio rol, valiéndose tam-
bién de modelos influenciados por las criminologías sociológi-
cas actualmente en oferta en el mercado. A esto me referiré, en-
tonces, con un cuadro breve y selectivo del escenario italiano.
Una criminología "nueva", distanciada de la tradición clíni-
ca y de la psiquiatría forense, comenzó a hacerse valer en Italia
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 95

durante los primeros años de la década del '70 (véase Faccioli,


1984 para una reconstrucción que rastrea los orígenes de esta
criminología en aspectos particulares de los intereses sociológi-
cos en los comienzos de la década del '50). Se desarrolló a partir
de un encuentro entre juristas, operadores del sistema de justi-
cia penal y sociólogos, que veían en el paradigma del etiqueta-
miento una clave conceptual para leer el funcionamiento de la
justicia penal en el contexto de un programa político para la re-
forma institucional y el cambio social (Pitch, 1982, Introducción).
La contribución de los juristas fue central para este encuentro y
para los desarrollos sucesivos en el análisis de la cuestión crimi-
nal. Esto fue una peculiaridad de la situaoión italiana, junto a la
ya destacada particularidad de la base académica fuerte y la in-
fluencia de la criminología clínica sobre los operadores de la jus-
ticia penal. Es útil, entonces, destacar brevemente algunos as-
pectos del ambiente cultural de los juristas durante este período.
Hacia fines de los '60 es posible identificar una amplia difu-
sióp de dos tendencias antiformalistas en el campo del derecho.
Un antiformalismo que podríamos llamar "fuerte", basado en el
renacimiento de temas marxlanos, en una forma derivada de la
Escuela de Frankfurt, en el que el derecho, y especialmente el de-
recho penal, era considerado un vehículo para el mantenimiento y
la reproducción de relaciones sociales injustas que debía ser ana-
lizado por medio de una crítica desmistificadora. Una versión "dé-
bil" del antiformalismo visualizó, en cambio, la cuestión del dere-
cho y la justicia penal como un problema de "inadecuación" y
excesiva rigidez de los procedimientos legales, combinado con el
retraso de la cultura de los jueces frente a los cambios sociales.
Aquí el tema central era el de la propia implementación de la Cons-
titución italiana. La primera tendencia tomó la forma de la crítica
del derecho penal: la segunda, la de la crítica de la cultura judicial.
Estas tendencias antiformalistas emergieron tanto en la cien-
cia jurídica como entre los operadores de la justicia penal; e
interactuaron para crear un clima favorable al desarrollo de una
teoría del derecho y del sistema judicial que se focalizó sobre su
funeionamiento práctico, más que sobre sus aspectos normativos. 30

30
El nacimiento de una verdadera sociología del derecho en Italia se produjo
a partir de una serie de proyectos de investigación sobre la administración
de justicia, auspiciados por el Centro Nazlonale di Prevenzione e Difesa
Sociale en 1962. Su publicación fue introducida, discutida y resumida por
Treves, 1972.
96 TAMARPITCH

Durante la década del '70 el derecho penal y el sistema de jus-


ticia penal devinieron temas centrales en el debate cultural y
político más amplio: protagonistas en la gestión de una con-
flictividad social y política que simultáneamente debilitaban su
legitimidad y los empujaba al centro de la arena política.
La versión fuerte del antiformalismo se alió con corrientes
culturales antiinstitucionales y antiautoritarias, y desarrolló un
análisis del sistema de justicia penal desde la perspectiva de
una desmistificación crítica. Existen tres aspectos de esta for-
ma de análisis que es importante destacar: la centralidad de la
prisión, como una institución específica y, aún más, como el
símbolo de la reproducción de la dominación; la elaboración
del "control social", como un conjunto de procesos que mantie-
nen y reproducen la dominación; y la construcción de la cues-
tión criminal como una cuestión institucional. La adopción del
modelo del etiquetamiento dentro de un paradigma marxiano
significó que esta criminología. para ser crítica, deviniera en
una sociología del derecho penal, focalizándose, predominan-
temente, sobre el costado institucional de la reacción social fren-
te al "delito" .31 Trataré este modelo más adelante, porque es a
partir de esta aporía que intento enfrentar el problema de cómo
estudiar actualmente la cuestión criminal.
La opción antietiológica -no es relevante identificar las
causas del delito, sino analizar cómo el delito es construido
por los procesos de control social- desnaturaliza la noción de
delito y, en principio, reconoce su naturaleza compleja. Sin
embargo, la inclusión de esta opción en un paradigma marxiano
produce algunas paradojas. En primer lugar, tiende a dejar
inexplorados los procesos a través de los cuales ciertos fenó-
menos y problemas son seleccionados como pertinentes para
el sistema de justicia penal. Estos procesos de selección son
dados por descontados por una forma de análisis que lee a las
instituciones de manera abstracta, fotográficamente, separadas
de la interacción con sus sujetos/objetos. Estos últimos, a su

31
La referencia aquí es a la revista La Questione Crimtnale. que nac10 en
1975 reuniendo a juristas, sociólogos e historiadores del derecho. Esta
revista tuvo sus altos y bajos y ciertamente no expresa una orientación
teórica y política única. He relatado estos hechos en Pitch, 1982, revelando
las oscilaciones entre las tendencias antiformallstas fuertes y débiles que
afectaban en diversas formas a los componentes legales y sociológicos.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 97

vez, son entendidos del mismo modo estático, abstracto. La


falta de problematización de estos procesos resulta en un mo-
delo que presupone acríticamente dos cadenas diferentes de
causalidad: la primera vinculada con los orígenes de los fenó-
menos, de los hechos sociales "objetivos"; la otra, con la forma-
ción de aquellos procesos e instituciones que seleccionan entre
los "hechos" y construyen los problemas. La relación que es
hipotetizada entre estas dos series de causas es circular y
tautológica. Es dentro de este círculo vicioso que una opción
antietiológica es luego afirmada. El status de causa no es pro-
blematizado, ni existe cuestionamiento alguno de las consecuen-
cias de operar dentro de un marco epistemológico que identifi-
ca dos series separadas de objetos, causas y efectos, donde uno
precede lógicamente y explica al otro. En este escenario, enton-
ces, la separación del proceso de selección de la interacción
con el objeto de esta selección, combinado con el hecho de dar
por supuestas las bases de la causalidad, conduce inevitable-
mente a interpretaciones funcionalistas. El marco "causal" es
dado por descontado y confiere significado a un análisis en tér-
minos de funcion~s.
En Italia, donde al interior de este escenario el sistema de
justicia penal fue el foco privilegiado, se produjeron interpre-
taciones sofisticadas de la lógica de su funcionamiento y legiti-
mación, pero las cuestiones relacionadas con su formación y
su interacción con sus slljetos/objetos han sido descuidadas.
Sin embargo, estas interpretaciones expusieron las contradic-
ciones genéticas del sistema de justicia penal moderno y las
tensiones a las que está continuamente expuesto. 32
Otra cuestión fundamental que este modelo da por resuel-
ta es la del status teórico del concepto de problema social. Aquí
es crucial la interrelación entre las hipótesis teóricas y las orien-
taciones de la política penal y social. El modelo teoriza los pro-
blemas sociales como construcciones complejas, resultados de
la interacción entre necesidades "reales", la percepción de es-

32
Es la contradicción, ya expuesta en Foucault, 1976 (véase también Melossi-
Pavarini, 1976) entre un sistema de castigos orientadas al retribucionismo
y su necesaria expresión, la prisión, que no puede sino estar inclinada,
desde el principio, a fines correccionalistas. Para una discusión sobre la
"pena útil'' véase Pavarini, 1983. Un análisis de las doctrinas, ideologías y
teorías de la pena es provisto por Ferrajoli, 1985, 1989.
98 TAMAR PITCH

tas necesidades dada en el interior de una situación histórica


particular y los procesos selectivos de las agencias de control
social. El punto es que este modelo provee una solución Implí-
cita a ta cuestión de ta "realidad" de las necesidades, situándo-
las dentro de "las contradicciones materiales de la sociedad
capitalista". Esto ha resultado en la ausencia de una perspecti-
va crítica sobre los modos en que las cuestiones sociales y sus
significados son construidos, tendiendo más bien a deducirlos
completamente (y como el anverso) de las respuestas institu-
cionales. Éstas, a su vez, son derivadas de tas "exigencias del
capitalismo". Las necesidades "reales" son, de este modo, defi-
nidas como aquello que las respuestas institucionales están re-
primiendo, eludiendo y negando. De nuevo, una circularidad
viciosa tanto habilitada como ocultada por la elección como
interlocutores de actores -institucionales y sociales- que se
perciben a sí mismos como participantes de un proyecto políti-
co singular y unitario. Tomemos el ejemplo de los delitos con-
tra la propiedad, que tienden a ser enfatizados en una perspec-
tiva pretendidamente "marxista". Partiendo de tas dinámicas
de selección de las agencias de control social, parecía fácil ha-
cer el salto, por un lado, hacia el ''desempleo" o la "marginación"
y, por el otro, hacia la "defensa de intereses de clase" y hacia el
tema de la reproducción de las relaciones sociales de produc-
ción (incluyendo ta reproducción de ta criminalidad en sí mis-
ma). Desde aquí, uno era capaz de hacer un nuevo salto hacia
la sugerencia de políticas dirigidas tanto a ta reestructuración
radical de las relaciones sociales como a ta reforma del sistema
de justicia penal. Que se trataba de una cuestión de saltos, más
que de un camino necesario e inevitable, permanecía oculto gra-
cias a una particular -y breve- coyuntura política. Los eventos
sucesivos han demostrado que la "realidad" de las necesidades
no puede ser consignada a la metafísica de "las contradicciones
de la sociedad capitalista", ni deducida de respuestas institu-
cionales, ni aun dejada a tas formulaciones de aquellos que son·
considerados los portadores de estas necesidades. O mejor, que
estas tres dimensiones no son equivalentes, no se inscriben en
el mismo proyecto político.
La crisis presente de este modelo es el resultado de la cri-
sis teórica y política más general de los paradigmas marxianos.
Para el estudio de la cuestión criminal, la desaparición de un
interlocutor (real o imaginario) a quien dirigir los propios pro-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 99

yectos de política criminal plantea el problema de los "funda-


mentos" de las políticas de reforma en este contexto. Sobre esto,
volveremos más adelante.
En Italia, la decadencia del proyecto radical y la fragmen-
tación de los modelos totalizan tes de lo social han conducido a
la izquierda, en la sociología del derecho penal y en la crimino-
logía, a un pesimismo crítico que, si bien no rechaza a la políti-
ca, prefiere con.centrarse sobre la defensa y la revitalización de
los mismos procedimientos y garantías legales que fueron aban-
donados por el análisis predominante en el período previo, pero
que han sido amenazados en años recientes por las llamadas
"legislación y prácticas judiciales de la emergencia" (véanse, en-
tre otros, Baratta-Silbernagl, 1983; Bricola, 1982;.los debates
en AA.W., 1977; AA.W., 1979; Ferrajoli, 1977, 1984). 33
La cuestión de los derechos de libertad, de los· derechos
civiles, adquiere una centralidad que es también sintomática
en sí misma del resurgimiento del "problema del actor". Exa-
minaremos sus consecuencias en los capítulos posteriores en
el contexto de los debates sobre la justicia juvenil, sobre la re-
lación entre psiquiatría y justicia penal y sobre el uso simbóli-
co de la justicia penal por parte de actores colectivos. En el
nivel teórico, sin embargo, esta tendencia a permanecer al inte-
rior de los perímetros definidos por el sistema de justicia pe-
nal34 corre el riesgo de conducir a una invocación de derechos
basada en abstractas apelaciones a principios. Sl las conexio-
nes entre políticas e instituciones de la justicia penal, por un
lado, y políticas e instituciones sociales, por el otro, no son
tenidas en cuenta, puede perderse la cuestión de la relación o
contradicción entre derechos civiles y derechos sociales. El re-
sultado es un retorno a un formalismo puramente defensivo,

33 El único aspecto del terrorismo que la criminología crítica italiana fue ca-
paz de captar fue el análisis de la legislación de emergencia. Factores polí-
ticos particulares, tales como la adhesión de la vieja izquierda, habiendo
entrado a la arena del gobierno, a las políticas de ley y orden, sirvieron
para indicar, por un lado, las contradicciones del-modelo teórico-ideológi-
co desplegado por esta criminología (véase Ferrajoli-Zolo, 1977; 1978) y
pcir el otro, la dificultad intrínseca a este modelo para dar cuenta de tipos
de ilegalidad irreductibles a. la dinámica circular de las contradicciones
socioeconómicas y la reacción institucional.
34 Me refiero, por ejemplo, al concepto de derecho penal mínimo, expuesto
más adelante.
100 TAMAR PITCH

poco productivo en el nivel teórico y políticamente evasivo (para


un análisis que evita esta dificultad, véase Marconi. 1983a).
La centralidad del sistema de justicia penal permanece,
sin embargo, tanto en la criminología clínica como en la crimi-
nología crítica y la sociología del derecho penal. En el presente
escenario, esto conduce a los criminólogos clínicos a un cues-
tionamiento del status de actor del "delincuente", de los "gra-
dos de libertad" que es posible atribuirle, y de su propia com-
petencia profesional en relación con estas cuestiones. Esto tiene
lugar en el marco de innovaciones legislativas, como el nuevo
Código de Procedimiento Penal italiano y la llamada "Ley
Gozzinl" sobre reforma penal, y la discusión relativa a la posi-
bilidad de introducir, junto a la pericia psiquiátrica, la pericia
criminológica. Estas innovaciones introducen flexibilidad y di-
ferenciación en la Imposición de las penas, ampliando los már-
genes de discrecionalidad y, en consecuencia, abriendo un ex-
tenso campo de competencia de los "expertos" (en los capítulos
siguientes volveremos extensflIIlente sobre este punto).
Sociólogos y juristas de "izquierda" están, en cambio, inte-
rrogándose sobre el status de los derechos de libertad en el con-
texto del Estado de bienestar. Como ha sido destacado, se trata
de la emergencia del tema más general del status del actor indi-
vidual: un tema que, sin embargo. no puede ser afrontado en el
marco de los confines tradicionales del debate sobre el delito.

2. Cómo estudiar la cuestión criminal


2.1. lQué es la cuestión criminal?
Estudiar la cuestión criminal es diferente a estudiar la cri-
minalidad. Esto quiere decir que la criminalidad no es conside-
rada independientemente de los procedimientos por medio de
los cuales es definida, de los instrumentos desplegados en su
administración y control, de las políticas penales y de orden pú-
blico y del debate en torno a ella. La cuestión criminal puede, en
consecuencia. ser definida provisionalmente como un área cons-
tituida por acciones, instituciones, políticas y discursos cuyos
límites son móviles. Si bien la referencia a !ajusticia penal como
el lugar en el que las acciones son definidas como delitos es fun-
damental, reducir la cuestión criminal a una cuestión de justicia
penal lleva, sin embargo, a un fracaso en la exploración de esta
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 1Q1

última, a conferirle una suerte de fijación y rigidez impermeable


a las relaciones con otras instituciones. Conduce, además, a un
formalismo que, aunque quizás es útil para contrastar teorías,
modelos y posiciones políticas sustancialistas y correccionalis-
tas, revela una esterilidad en su incapacidad para recoger preci-
samente lo que hace a la cuestión criminal una cuestión comple-
ja: las interconexiones entre demandas sociales, respuestas
institucionales, conflictos y políticas en las que lo penal, además
de proveer un lenguaje, juega y es jugado dentro de muchos jue-
gos diferentes.
Una disputa antigua, aunque en absoluto desactualizada o
pasada de moda, contrapone a quienes consideran al delito como
aquello y sólo aquello que es así definido por el derecho penal
en un momento dado, con quienes, ya sea hipostasiando al de-
recho penal existente como la expresión de algún tipo de volun-
tad general metahistórica o postulándolo como la encarnación
de un conjunto de intereses o necesidades "naturales", entien-
den por criminalidad a la violación de normas no contingentes
que tienen un fundamento más profundo del que el derecho
penal extrae (o debería extraer) su sentido y legitimidad. 35 La
primera tendencia corre el riesgo de abandonar la importancia
que el "delito" asume, social y culturalmente, en una relación a
menudo conflictiva con !ajusticia penal y las políticas crimina-
les. La segunda tendencia anula la tensión entre las normas
jurídicas y las normas sociales y culturales, y aunque deduce
su objeto del derecho penal, en realidad excluye el análisis del
derecho penal mismo.
El problema, entre los sociólogos, ha sido generalmente
considerado como el de la autonomía de las disciplinas acadé-
micas: si es satisfactorio tomar prestadas las definiciones del
objeto de estudio desde el exterior, desde el derecho, o si es
posible, necesario y legítimo construirlas autónomamente. To-
mar la definición de criminalidad del derecho, lsignifica asu-

35 Una corriente de la criminología crítica, predominantemente norteameri-


cana, durante la década del '70. se expresó a favor de una inversión del
derecho penal y de la justicia penal-acusados de seleccionar a los débiles
y defender a los poderosos- por medio de la definición del delito como las
actividades, o mejor. los resultados de las actividades, de los mismos po-
derosos: el imperialismo, el capitalismo, la explotación, el racismo, etc.
(véanse: Platt, 1973; Schwendi-nger-Schwendinger, 1973).
102 TAMAR PITCH

mir el razonamiento del derecho, abrazar sus presupuestos po-


líticos? ¿cuánta autonomía real tienen o pueden tener las defi-
niciones "sociológicas" de delito? Este problema ha sido evita-
do, en parte. haciendo del delito una subcategoría de la
"desviación", definida esta última autónomamente -al menos
en apariencia-. Sin embargo, esto fue simplemente una forma
de desplazar el problema (sobre los debates acerca de la defini-
ción de desviación, véase Pitch,1982). Entre los sociólogos y
los criminólogos, en consecuencia. la disputa entre formalismo
y sustancialismo (en derecho) derivó en la disputa de la depen-
dencia versus la independencia de las formulaciones sociológi-
cas con respecto a las formulaciones del derecho, una cuestión
con aspectos políticos explícitos y que frecuentemente ha sido
afrontada en términos del papel y la función del criminólogo. 36
Un giro decisivo. con los teóricos del etiquetamiento. fue la
elección como un objeto propio de análisis -o como un modo
de individualizar la desviación y la .criminalidad- de aquello
que es identificado como tal por .Jos procesos de "reacción so-
cial". En otras palabras, el derecho y las instituciones de la
justicia penal no son sólo considerados constitutivos de la ca-
tegoría de delito sino. al menos en principio, visualizados en su
interacción con otros procesos de reacción social. No es ésta
una posición formalista (aunque puede tornarse tal): es, en cam-
bio. una posición que se inscribe en una perspectiva construc-
cionista. Se hace posible, entonces, hablar de la "cuestión cri-
minal" más que de la "criminalidad". El objeto de análisis ya no
es "tomado prestado del derecho", ni es definido en términos
de una autonomía imposible con respecto al derecho. Las cues-
tiones de dependencia o independencia -y las implicaciones
políticas asociadas a ellas- emergen en un modo bastante di-
ferente.
La adopción de una perspectiva construccionlsta ha des-
naturalizado y desformalizado la concepción de delito. Cons-
truir el propio objeto de estudio en términos de la cuestión cri-
minal no implica, en modo alguno. la negación de la existencia

36 Véase, por ejemplo, la polémica de Matza { 1976) contra la actitud


"correccionalista" del sociólogo de la desviación, quien de este modo abra-
za los objetivos de las agencias de control y se niega a sí mismo la posibili-
dad de "comprender" el fenómeno bajo investigación.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 103

"real" de actos singulares o complejos de acciones que tienen


consecuencias negativas para las vidas, los intereses, los valo-
res de individuos o grupos sociales. Significa, no obstante, exa-
minar cómo, por qué y con qué consecuencias estos actos o
complejos de actos vienen a ser enfrentados como delitos. Im-
plica la posibilidad y la necesidad de considerar -sin
absolutizarlos- puntos de vista diferentes, incluyendo por su-
puesto el propio, y estar al tanto del hecho de que los sociólogos
y los criminólogos contribuyen a la construcción de la cuestión
criminal por medio de sus análisis, discursos, recomendaciones
políticas y debates.
La perspectiva construccionista, además, nos permite ob-
servar lo obvio: que el término "delito" refiere a una variedad
de actos y comportamientos completamente incoherentes que
tienen en común solamente el ser considerados delitos. ¿gué
relación es posible identificar entre la violación de oscuras nor-
mas administrativas, el robo con violencia y la exportación de
capital violando las reglas del sistema monetario? Esto nos per-
mite preguntar por qué estos actos son considerados delitos y
otros actos, percibidos por algunos grupos o individuos como
tanto o más serirunente lesivos para sus intereses. no lo son.
Qué es lo que "la gente" considera delito y qué, de acuerdo
con "la gente". debería ser considerado delito -o bien, qué im-
portancia cultural y simbólica tienen el derecho penal y !ajusti-
cia penal-, es parte de la cuestión criminal.
Abstenerse de asumir la centralidad de la justicia penal o
de aislarla como espacio de observación. no significa proponer
un modo de análisis -una construcción del objeto de estudio,
el desarrollo de modelos, categorías e instrumentos- que sea
omniabarcativo, totalizante o peor, ad hoc: una "ciencia" de la
cuestión criminal. Esto sería equivalente a una reificación idén-
tica a la desplegada por las criminologías (t11adicional y no tra-
dicional) que caería en la tautología y la circularidad de estos
enfoques. La cuestión criminal, naturalmente, sólo existe como
indicación de un particular nodo de problemas y/o de un ángu-
lo visual específico desde el cual observar otros problemas.

2.2. Causas y políticas


Cualquier proyecto de intervención en la cuestión criminal
o en sus aspectos particulares implica, como ha sido destaca-
104 TAMAR PITCH

do, una cierta idea más o menos explícita y formalizada de las


"causas" de esta cuestión. Mejor dicho, el modo en el que el
problema es planteado y definido implica una estrategia para
su solución, que a su vez presupone causas específicas.
El paradigma problema-solución presupone un programa
de investigación en el que el primer movimiento, temporal y
lógicamente, es la investigación de la naturaleza del problema,
seguida por la intervención (para una exposición de este para-
digma en el área de la psiquiatría y la justicia, véase De
Leonardis, 1988). En este paradigma el problema está dado, es
claramente independiente del modo en el que el investigador lo
formula, y su naturaleza se comprende por medio del descubri-
miento de sus causas. La verdad del problema, que es revelada
por sus causas, es una garantía de que la solución propuesta es
la correcta. Este paradigma, como se ha dicho, forma la base
predominante de las políticas progresistas. En lo que concier-
ne al "delito", los intentos de introducirlo en la camisa de fuer-
za de este modelo han dado lugar a una variedad de criminolo-
gías y sociologías "etiológicas" que ya hemos analizado. Los
enfoques que rechazan esta orientación son frecuentemente
denunciados como decisionistas, conservadores. formalistas y
políticamente inclinados a la no intervención. Ellos pueden, por
cierto, ser leídos como no interesados en la tarea de la com-
prensión, si por ésta se entiende el "descubrimiento de causas"
y, en cambio, conducidos sólo por objetivos explícitamente "po-
líticos", donde por política se entiende la decisión que no se
propone la solución del problema.
Enfrentamos entonces, dos enfoques diametralmente
opuestos, primafacie: por un lado, el argumento de que la
explicación causal de un problema es indispensable para su
resolución (y, en consecuencia, la precede); por el otro, la afir-
mación de que problema y solución son relativamente autóno-
mos y que la solución necesariamente corresponde a los re-
quisitos funcionales del sistema en el que emerge, más que a
las causas del problema. La referencia aquí es a Luhmann y
su escuela, más que a los criminólogos administrativistas y
manageriales que ya fueron analizados antes. Negar la vali-
dez de una explicación causal implica adoptar una estrategia
de intervención dirigida no a "resolver" el problema, sino a la
preservación y reproducción de los subsistemas (jurídicos,
políticos, etc.) involucrados.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS.. 105

La identificación de la comprensión con el descubrimiento


de las causas (últimas, verdaderas) está vinculada a una con-
cepción de la política corno una forma de intervención cuyos
objetivos están fundados en una verdad científicamente accesi-
ble de la que derivan la racionalidad y la necesidad. Las políti-
cas de la izquierda, inspiradas por el marxismo, también han
sido frecuentemente formuladas de este modo. La supremacía
del plan, aunque por un lado aparece corno la supremacía de la
política y de la torna consciente de decisiones, en realidad ex-
trae su legitimidad y su fuerza de la idea de su fundamento en
un análisis científico de la realidad del que fluyen, inexorable-
mente, sus objetivos. Esto resulta en una circularidad que, pa-
radójicamente, excluye las dimensiones de la elección y la pre-
ferencia. La relación entre teoría y praxis puede ser, y ha sido
frecuentemente, formulada de una manera completamente
opuesta: pero en la medida en que esta relación es inscripta en
un modelo teleológicarnente orientado, en el que la historia tie-
ne un sentido y una dirección, los resultados no pueden sino
ser los que describí.
El paradigma problema-solución no puede tornar en con-
sideración las consecuencias no queridas: ellas son, como mu-
cho, errores atribuibles a una aplicación incorrecta del modelo
teórico o a la ausencia de voluntad política o a la ignorancia, el
desinterés y la mala fe de los encargados de la implementación
de las políticas.
· ¿Es posible comprender sin ir en la búsqueda de causas?
¿Pueden ser formulados objetivos no "fundados"? La elección
de objetivos involucra una decisión que no puede estar funda-
da sobre la transparencia de una racionalidad absoluta. Esta
decisión gobierna la comprensión del problema, en el sentido
de que éste viene a ser formulado en términos de esta decisión.
Pero la decisión sobre la elección de los objetivos, a su vez, sólo
puede ser provisional, sujeta a modificaciones en la medida en
que el problema cambie bajo la presión de su solución. Ésta es
una estrategia de investigación e intervención que no mete a la
realidad en la camisa de fuerza de objetivos dados a priori, y
que visualiza a la comprensión como un ptoceso interactivo entre
actores diferentes, incluyendo, obviamente, al mismo sociólogo.
Una "criminología" que no sea etiológica no es, en conse-
cuencia, necesariamente una criminología que no tome posicio-
nes, pesimista o favorable a la no intervención. Por el contra-
106 TAMAR PITCH

rio, puede ser el programa de observadores participantes 37 cons-


cientes de que su análisis del problema, inspirado por -más
que derivado lógicamente de- sus propias elecciones y prefe-
rencias, forma parte del problema mismo. Los problemas y las
soluciones no son separables ni están dados de una vez y para
siempre. Las consecuencias "no queridas" de las soluciones no
son, necesariamente, errores o desviaciones: aluden más bien
a los límites de la política como un proyecto racional y a los
límites de un paradigma teórico que adopta modelos lineales
de causa-efecto.

2.3. Un problema de punto de vista


Lo que sigue apareció en el Wall Street Journal el 28 de
junio de 1988:
Justicia. fronteriza. El retorno del vigilantismo en los
Estados Unidos acarrea una clara_ lección: el sistema de justi-
cia penal construido por los liberales a lo largo de los últimos
veinte años para proteger a los estadounidenses ha fracasado
en la tarea de tutelar a la gente que más lo ha necesitado.
Tanto es así que la gente está ahora autodefendiéndose. Esta
tendencia es menos evidente en Italia, pero aun aquí la investiga-
ción (véase Olgiati-Astori, 1988) señala la proliferación, si bien
no de vigilantes, de policías privadas. Los dos fenómenos son
diferentes. El primero se relaciona, al menos a la luz de los ejem-
plos reportados en el periódico norteamericano. con intentos de
defensa emprendidos dentro de grupos y estratos en desventaja
frente a acciones de miembros de estos mismos grupos, y habla
de la extensión de una creciente sensación de inseguridad, sobre
todo en los centros metropolitanos, acompañada por una ausen-
cia de confianza en las agencias institucionales de control social.
El segundo se refiere más bien a una multiplicación y diversifica-
ción de los bienes e intereses, de modo que su protección por las

37 No en el sentido que la etnología les atribuye tradicionalmente, el de un


observador que se quita su ropa mental, su sistema de valores, para entrar
tanto como sea posible en simpatía con la cultura observada, intentando
sin embargo no "contaminarla" con su presencia. El significado es más el
de un observador que contribuye con su análisis a cambiar el problema y
naturalmente toma parte de responsabilidad por él.
RESPONSABILIDADES L!MITADAS. AÚTORES, CONFLICTOS... 107

agencias públicas ya no parece suficiente. Esto implica, además,


que la identificación como delito de los daños a estos bienes e
intereses importa mucho menos que la prevención de la ocu-
rrencia de estos daños (sobre la menor productividad del siste-
ma de justicia penal, véase Marco ni, 1984 J. Adicionalmente, im-
plica que estos bienes e intereses no son comunes, colectivos,
universalizables, o no son percibidos como tales. Existe también
otro fenómeno conectado a éste: la difusión, sobre todo en las
grandes organizaciones privadas, de sistemas autónomos de vi-
gilancia y castigo para las transgresiones, no sólo de normas
organizacionales específicas sino también de normas estableci-
das por el derecho penal (Spector, 1981 J. Los actos que serían
reconocidos como delitos son tratados por sistemas de justicia
internos que imponen sanciones privadas.
Estos tres fenómenos pueden ser analizados de diferentes
maneras. Los he introducido aquí sólo para destacar un tema
ya mencionado en varias oportunidades: los límites Inestables
y lábiles de la cuestión criminal y la necesidad, en consecuen-
cia, de entenderla siempre como el resultado de procesos que
tienen sus orígenes en y son representados por actores diferen-
tes. 38
lEl crecimiento del vigilantismo en los guetos negros e his-
pánicos de las grandes ciudades norteamericanas habla real-
mente y/o solamente del fracaso de las políticas criminales "li-
berales"? Esta formulación es interesante en la medida en que
parece restar importancia a las "causas" de la violencia y del
delito en estas áreas marginadas, pero -crítica de las políticas
liberales- ataca tanto a una "solución" como a un modo par-
ticular de mirar el "problema". Visualiza a las políticas basadas
en la idea de que la "criminalidad" está enraizada en la margina-
lidad, el desempleo, la discriminación, y en que los "criminales"
son también víctimas, que deben ser rehabilitados y reeducados,
como políticas que dañan el propio estrato social para cuya
protección fueron ideadas. Esto se demuestra por el hecho de
que los miembros de estos grupos se están organizando para la
autodefensa. fuera del derecho, frecuentemente usando la vio-

38 Estos tres fenómenos son ejemplos de justicia informal, si bien no del tipo
invocado por "la izquierda". Véase sobre este tema, la bibliografía citada en
la nota 9 del Capítulo 1.
108 TAMARPITCH

Jencia y cometiendo a su vez, de este modo, nuevos "delitos".


Este argumento puede ser ubicado en el repertorio del "realis-
mo" conservador, pero esto interesa menos aquí que el hecho
de que simplifica una situación compleja.
Dos exp)icaclones más, igualmente simplificadoras, podrían
ser ofrecidas. De acuerdo con Ja primera, Jlamémosla "liberal
clásica", el vigllantismo no es causado por el fracaso de las po-
líticas liberales, sino por su implementación incorrecta: el deli-
to y Ja violencia son causados por la marginación y Ja pobreza,
y mientras éstas no sean erradicadas, aquéllos crecerán y pro-
ducirán reacciones similarmente violentas en las poblaciones
victimizadas. De acuerdo con Ja segunda interpretación, Jla-
mémosla "crítica", el vlgilantismo tiene que ser leído más bien
como una guerra entre los pobres: Ja "criminalidad" y Ja violen-
cia son Indicadores de problemas sociales objetivos, pero el
modo en el que son percibidos y gestionados por Jos mismos
pobres es el resultado de políticas que sólo parcialmente son
Interpretadas como fracasos; pero que, en realidad, son exitosas
en Ja medida en que han impuesto sus definiciones del proble-
ma (criminalidad antes que opresión o explotación). El vigilan-
tlsmo es, en consecuencia, un síntoma de profundo malestar y
de ... falsa conciencia.
Ninguna de estas tres formulaciones abandona los períme-
tros clásicos de la cuestión criminal. En cada una, por supues-
to, existen algunas observaciones que tienen sentido, ideas que
pueden ser compartidas en Ja medida en que no pretendan abar-
car Ja totalidad de Ja cuestión, sino sólo reflexionar sobre as-
pectos parciales de ésta. La Identificación de un aspecto como
específico y parcial, analizable con categorías e instrumentos
particulares ajustados a ese aspecto, tiene mayores posibilida-
des de captar las conexiones y las relaciones con otros aspec-
tos que Ja aplicación de un modelo en el que las conexiones
están implícitas, dadas por el modelo en sí mismo y, en conse-
cuencia, en el que el objeto de análisis es construido como uni-
tario, derivado completamente de un punto de vista tomado
como privilegiado. No importa cuán complejas sean las
interconexiones previstas en el modelo: el objeto así construi-
do es estrecho y simple.
En el caso analizado, por ejemplo, Ja cuestión no es tanto,
o no es sólo, que puedan existir explicaciones múltiples y dife-
rentes de este tipo de vigilantismo, cuanto que este fenómeno
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 109

puede ser examinado desde muchos puntos de vista: sus


implicaciones atanen a la capacidad de autoorganización, al nivel
de los recursos culturales y sociales disponibles, a la dinámica
de las relaciones entre los ciudadanos y las instituciones, a qué
concepciones de "justicia" entran en juego. etc. Cada una de
estas cuestiones, y otras que pueden ser formuladas, aluden a
áreas tradicionalmente separadas (en términos de disciplinas
académicas). cada una de las cuales ofrece un conjunto de ins-
trumentos conceptuales y metodológicos específicos, irreducti-
bles a los perímetros clásicos de la cuestión criminal y de las
criminologías y sociologías ad hoc.
Un discurso análogo puede ser desarrollado en torno a la
proliferación de policías privadas o a la difusión de sistemas
de justicia autónomos en las grandes corporaciones. Existe. sin
embargo un tema, en los tres ejemplos, que me parece ineludi-
ble: la cuestión criminal como punto de partida para procesos
y sistemas de control en conflicto e interaceión entre sí.
El vigilantismo mencionado por el Wall Street Journal no
es sólo un indicador -ciertamente, en mi opinión, no el princi-
pal- de un resurgimiento de actos de crimen y violencia en los
guetos metropolitanos, es también un ejemplo de "justicia in-
formal", surgida de relaciones sociales fragmentadas -muy le·
jos de la "comunidad" de los abolicionistas- y que se expresa
de un modo más feroz que la justicia institucional. Indica tam-
bién, en consecuencia, la emergencia de formas extremas de
control social que deben ser interpretadas en relación no sólo
con el supuesto fracaso o la presunta insuficiencia de los pro-
cesos de control penal, sino también con la crisis o la insufi-
ciencia (y la pérdida de legitimidad) de aquellos procesos de
control implícitos en d funcionamiento de las agencias de servi-
cios, tanto públicas como privadas, desde la escuela a la miríada
de agencias de trabajo social. 39 Lo que está involucrado es la

39 El hecho de que esta crisis dé lugar a esta forma patticular de autoorgani-


zación más que a la creación de agencias'de servtcto social autónomas o de
que-el vigtlantismo contemporáneo no parezca estar conectado, como en el
pasado (irecuerden a Malcom X!), con otros proyectos en y para la comuni-
dad, es una cuestión de relevancia considerable. Si el vigilantismo parece
aludir a un intento de "reapropiación" del control directo sobre las propias
condiciones de vida, a la asunción directa de responsabilidad, también
parece, sin embargo, ser coherente con políticas, sociales y criminales, que
110 TAMARPITCH

propia estructura de las relaciones entre individuos, grupos e


instituciones.
En lo que tiene que ver con la proliferación de las policías
privadas, parece que éste es un fenómeno al mismo tiempo igual
y opuesto al del vigilantismo en los guetos. Mientras el
vigilantismo asume la defensa, no importa cuán inapropiada e
inadecuada, de condiciones de vida crecientemente deteriora-
das y visualizadas como amenazadas, las policías privadas re-
presentan la multiplicación de formas autónomas de protec-
ción por parte de los grupos, las organizaciones y los individuos
que son poderosos económica y socialmente. Aluden a la difu-
sión de aparatos paralelos a los del Estado, con la diferencia de
que no están obstaculizados por la lentitud burocrática, la ca-
rencia de recursos y los constreñimientos legales. Las policías
privadas no defienden "la comunidad", sino los bienes e intere-
ses de quienes las contratan. Esto plantea, al menos, dos cues-
tiones: una relacionada con la eficiencia, la legitimación y las
funciones del sistema de justicia penal; la otra relativa a la du-
plicación ambigua de algunas de estas funciones a través de su
privatización. 40 Estos desarrollos están ayudando a cambiar,
de maneras todavía escasamente analizadas. el significado y el
contenido del "delito" y, probablemente, de lo que se entiende
por justicia.
Cuestiones similares surgen de Jos sistemas de sanciones
privadas administrados por las grandes organizaciones, que
identifican y manejan tanto las transgresiones que no tienen
relevancia penal como las que serían delitos si vinieran a cono-
cimiento de las autoridades públicas. Los resultados de estos
sistemas de sanciones interactúan con los producidos por los
sistemas de control público.
En una sociedad como la nuestra los sistemas y procesos
de control son muchos y variados: lo que emerge como delito
es un producto de su interacción, frecuentemente conflictual.

tienden a segregar áreas problemáticas mediante la exclusión y la defensa


de Sus límites (véase Melossl. 1980). Algo de esto está retratado en el film
de John Carpenter, Escapejrom New York: los guetos como prisiones gi-
gantescas, dentro de las cuales reina un sistema de justicia autogestionado.
40 Otro ejemplo es el de la privatización de algunas prisiones en los Estados
Unidos, bajo el estandarte del ahorro y la eficiencia; experimento que, sin
embargo, es ya en parte un fracaso.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 111

La cuestión criminal debe ser concebida entonces no tanto, o


no sólo. como un objeto específico, sino como un lugar proble-
mático desde el que observar esta interacción.

2.4. Cuestiones de responsabilidad


Como hemos visto, las cuestiones de responsabilidad de_
ningún modo están agotadas en el contraste (ficticio) entre la
responsabilidad de los autores de los actos delictivos y la res-
ponsabilidad de la sociedad por ellos y hacia ellos. Este con-
traste, sin embargo, hace explícito lo que las sociologías y las
criminologías dominantes de los últimos treinta años implica-
ron: la lectura determinista, facilitada por su programa etioló-
gico, de dichas cuestiones que, si bien era compatible con los
términos de estas criminologías y sociologías, resultaba una
interpretación distorsionada. Tal lectura estaba ligada al eclip-
se del actor social debido a la prevalecencia de paradigmas que
combinaban variadamente la investigación de los vínculos li-
neales de causa-efecto con modelos funcionalistas. 41
Se abre aquí el capítulo de las relaciones entre las ciencias
sociales y el derecho penal, cuya historia no es el caso recorrer
aquí. 42 Estas relaciones han sido visualizadas como un conflic-
to entre dos concepciones opuestas, pero interactuantes, de la
verdad y de las metodologías para obtenerla. Por un lado, la
"verdad" empírica a la que se arriba por medio de los métodos
inductivos de las ciencias sociales y, por el otro, la "verdad"

41 La literatura sobre este punto es demasiado vasta y bien conocida para ser
citada aquí. Me remito al interesante análisis critico y a las propuestas
metodológicas a las que arriba, realizado por De Leonardis (1987), en el
que se hipotetiza en la ciencia social contemporánea, la posibilidad de una
superaciÓI,l de la dicotomía actor-sistema, gracias a una ..modestia" alcan-
zada tanto en la concepción del actor como en la del sistema.
42 Algunas de las fases de esta relación, en lo que se refiere a la psiquiatría,
están examinadas en Foucault (1976) y en Galzigna ( 1984). La escuela pow
sitivista italiana y. en este siglo. la escuela de la "defensa social" atribuyen
a la "ciencia" una tarea fundamental en la construcción del derecho. Cow
rrientes sustantivistas explícitamente progresistas y socialistas dan lugar
a "revueltas" antiformalistas periódica·s que. en nombre de la necesidad
primaria de combatir la desigualdad y la injusticia, se aproximan al reperw
torio y lenguaje de las ciencias socialeS. Más en general, la tendencia hacia
la deformalización en derecho como vinculada a las exigencias formuladas
por el estado social son expuestas en Bobbio (1977).
112 TAMAR PITCH

procesual, a la que se arriba por medio de la deducción desde


el derecho, A cada una de estas metodologías parecerían co-
rresponder objetivos necesariamente opuestos. Por una parte,
la intervención "experta", por parte de Ja ciencia social (desde la
tecnología social a Ja asistencia y cura) sobre las condiciones
de la existencia ~considerada manipuladora o emancipadora
de acuerdo con el punto de vista ideológico-. Por la otra, la
ct,efensa de los derechos individuales y de las libertades básicas
por medio del derecho (penal). Los objetivos de estas estrate-
gias parecerían corresponder a dos modelos diferentes de con-
trol social. Uno, no represivo, orientado a la persuasión para la
conformidad, penetrante y totalizante: el de las ciencias socia-
les; el otro, orientado a disuadir de la transgresión, puramente
retributivo: el del derecho. Mientras el primer modelo parece-
ría renunciar a atribuir conciencia e intencionalidad al objeto
de su intervención, el segundo funciona, precisamente, sobre
las bases de tal atribución.
Si el sistema de justicia penal43 manifiesta operar, en reali-
dad, mediante modelos correccionalistas variadamente inscrip-
tos al interior de un marco retributivo, 44 los procesos de control
social inspirados, y que inspiran a su vez, a las diversas ciencias
sociales, demuestran también operar sobre la base de modelos
mixtos, por medio de los cuales producen, aunque de modos
diferentes, una atribución de conciencia e intencionalidad.
En otros capítulos analizaremos con mayor detalle las for-
mas actuales de la relación entre !ajusticia penal (y el discurso

43 Dentro del proceso mismo, sin embargo, están entretejidas las cuestiones
(y discursos relacionados) de. como lo postula Geertz (1988, Cap. 8), "qué
pasó" y "si fue legal'', o entre las dimensiones probatoria y nominalista del
proceso de la sentencia. En los capítulos que siguen, la interconexión de
estas dos dimensiones de la relación-conflicto entre "expertos" (psiquia-
tras, sociólogos, criminólogos) y jueces será analizada desde el punto de
vista de su resultado en el nivel de las decisiones e, indirectamente. en el
nivel de los cambios en los estándares profesionales y en las percepciones
del propio rol por las diferentes categorías de operadores.
44
El debate sobre las funciones de la pena, en particular si debería castigar o
"curar" (intervenir sobre el delincuente para cambiarlo}, surge, como ha
sido destacado, con el sistema de justicia penal moderno. La retribución y
el tratamiento (como quiera que sea entendido) cohabitan desde los co-
mienzos de la institución penitenciaria, acompañando sus cambios y pres-
tándose para proveer sus justificaciones. Para una historia de las políticas
penales en el Estado de bienestar, véase Garland, 1985.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 113

del derecho penal) y las agencias de tratamiento y asistencia (y


los saberes psiquiátricos, psicológicos y sociológicos). Obser-
varemos este tema en las áreas de la justicia juvenil y de Ja
responsabilidad penal de los enfermos mentales. Lo que qui-
siera destacar aquí es que la tensión entre "tratamiento" y cas-
tigo tiene tanto que ver con el sistema penal como con el siste-
ma socio-psicoasistencial. 45
La noción de merecimiento está vinculada tanto a la justi-
cia retributiva como a la distributiva. No sólo la distribución de
recursos y servicios es regulada -aun en sistemas de asisten-
cia de orientación universalista- sobre la base de los grados
de responsabilidad del cliente por las condiciones que resultan
en el requerimiento de recursos y servicios: la distribución con-
creta de recursos y servicios depende de decisiones de los ope-
radores en -cuanto a la evaluación del "merecimiento" del usua-
rio (Reamer, 1982). 46 Es, ciertamente, necesario distinguir entre
servicios destinados a todos, basados en el reconocimiento de
derechos sociales universales -como la salud-, y formas de
asistencia particular basadas en la existencia o en el reconoci-
miento de situaciones específicas. En este segundo caso el jui-
cio de merecimiento es predominantemente visible. Cuanto más
convencido esté el trabajador social de la "inocencia" del cliente
--del hecho de que no es culpable por sus circunstancias desa-
fortunadas-, mayores probabilidades hay de que se brinde la
asistencia.
Históricamente, no obstante, el modelo asistencial como
tal se construye precisamente sobre la presunción de inocencia
de las víctimas o, en otras palabras, sobre la base de un deter-

45 Como se verá más adelante, la misma concepción de "tratamiento" está


cambiando, en buena parte bajo la presión de la transformación de las
necesidades como un resultado directo de la ampliación de la ciudadanía
social. Pero existen también presiones al interior de las profesiones y cuer-
pos de saber relativos .al tratamiento que conducen a la suspensión o a la
reinterpretación radical de los objetivos de la curación, desde la remoción
de los síntomas o de los problemas al énfasis sobre la transformación del
problema mismo, visualizando al portador de este problema como un pro-
tagonista de esa transformación.
46
La historia de la asistencia social puede ser interpretada en relación con
las exigencias de ordenar y disciplinar a las clases trabajadoras sobre la
base de la distinciórí, desde los albores de la sociedad capitalista, entre po-
bres que merecen y que no merecen la ayuda. Véanse, por ejemplo: Foucault
1976; Piven-Cloward, 1972; Rusche-Kirchheimer, 1978; Chevalier. 1976.
114 TAMARPITCH

minismo que tiende a excluir la participación consciente de las


víctimas en la creación de su desdicha. El hecho de que las polí-
ticas sociales actuales no son inmunes a consideraciones de
este tipo está demostrado por los debates, particularmente agu-
dos en un período de crisis del weifare, sobre los límites de la
responsabilidad colectiva, sobre los criterios para el acceso a
los servicios, y sobre cuáles deben y pueden ser considerados
derechos sociales.
En realidad, el trabajo de los servicios sociales parece
operar prevalecientemente (Reamer, 1982) con un modelo de
determinismo "débil'', en el que la asunción de la libertad del
usuario/a coexiste con el reconocimiento del constreñimiento
por circunstancias que están más allá de su control. Esto hace
posibles actitudes oscilantes por parte de los operadores y una
distribución diferenciada de servicios sobre la base del status
del cliente, aun cuando esta distribución sea considerada un
derecho. No sólo está en juego la cuestión de Ja calidad de los
recursos distribuidos, sino también el tipo de recursos y las
formas de (iistribución. La presunción de Inocencia del cliente
involucra Ja posterior delegación al operador de las decisiones
relativas a las soluciones para los problemas respecto de Jos
que fue requerida la intervención.
La tensión entre cura y castigo se revela en modelos de
asistencia social que oscilan entre los dos paradigmas. Históri-
camente, el énfasis sobre Ja inocencia del cliente ha sido una
característica de las políticas socialdemócratas, mientras que
el énfasis sobre Ja responsabilidad del cliente fue puesto por
políticas conservadoras.
La cuestión se presenta hoy de. una manera diferente (véa-
se De Leonardis, I988a). La lógica inclusiva del weifare state
ha ampliado la esfera de Jos derechos al campo de las necesi-
dades. transformando a éstas en derechos -sociales, sustan-
ciales-. La distribución de servicios y de renursos está basa-
da, cada vez en menor medida, en la identificación de áreas
especiales de necesidad. y crecientemente sobre el reconocimien-
to del derecho a aquéllos de todos Jos ciudadanos, indepen-
dientemente de sus características sociales y económicas, de
su posición en el mercado de trabajo, etc. Esto ha aparejado el
desarrollo de una nueva capacidad contractual de los ciudada-
nos frente a las instituciones, y de una nueva concepción de la
responsabilidad de las instituciones hacia ellos. 1:ª tensión/os-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 115

cilación entre una delegación, por parte de los clientes, de la


responsabilidad por la resolución de sus problemas a las agen-
cias de serVicios sociales y la inculpación del cliente por parte
de dichas agencias (bajo la forma de denegación de recursos,
abandono, delegación a instituciones custodiales y correccio-
nales) ha tendido a transformarse en una nueva tensión entre
los derechos a la libertad y los derechos sociales del ciudada-
no/cliente. El nacimiento de moVimientos y agrupaciones en
torno a cuestiones específicas -como comités por los derechos
del enfermo, asociaciones de familias de dependientes de drogas
y enfermos mentales, etc.- refleja e impulsa esta transforma-
ción. La cuestión de la responsabilidad se articula y enriquece,
deViene en el foco del conflicto/interacción entre ciudadanos e
instituciones y del debate dentro de las instituciones mismas.
De hecho, en la medida en que la cura y la asistencia son
derechos, implican una obligación por parte de los operadores
[de las instituciones); tal obligación debe tener en cuenta-yno
lesionar- los derechos ciViles del usuario, que continúa sien-
do un/a ciudadano/a. El derecho a la curación impone la obliga-
ción de curar respetando, al mismo tiempo, la voluntad even-
tual del enfermo de rechazar dicha cura. 47 Aquí radica el
potencial para un concepto de responsabilidad del operador
que no niega, sino, por el contrario, enfatiza, interactúa y cons-
truye la responsabilidad del cliente, y Viceversa. La responsabi-
lidad deviene, y se hace posible así concebirla, no una propie-
dad que es intrínseca al actor consciente por definición, sino
un producto de la interacción a través de la cual, recíproca-
mente, nos construimos a nosotros mismos como actores.

2.5. Constreñimientos y responsabilidad


Si lo "que distingue al derecho penal de otros medios de
control social (tratamiento, terror, condicionamiento, etc.) es
que presupone indiViduos que: a) pueden seguir las reglas o
no, de acuerdo con su elección, y que b) pueden ser persuadi-

47 La institución del Tratamiento Sanitario Obligatorio para los enfermos


mentales contenida en la ley sobre reforma psiquiátrica (ley 180 de 1978)
en Italia es un ejemplo de la copresencia de estos derechos diferentes y de
las obligaciones que imponen, complementariamente, a los operadores (véa~
se Giannicheda, 1986).
116 TAMARPITCH

dos para seguir las reglas por la perspectiva lejana de una pena-
lidad establecida" -o bien. es el presupuesto de una racionali-
dad definida como la posibilidad de adaptar las acciones pro-
pias ala luz de circunstancias distantes e inciertas (Davis, 1983)-,
entonces debe ser admitido que esta distinción cumple una fun-
ción puramente simbólica en la medida en que la práctica con-
creta de! sistema de justicia penal está articulada, más bien, a
través del "tratamiento, el terror. el condicionamiento". Ninguna
de las otras formas de control social, al menos en el presente,
escapa a las tensiones del reconocimiento de racionalidad.
Existe. no obstante, una diferencia: en el derecho penal la
racionalidad del agente es presupuesta; en los "otros medios
de control social" puede ser construida. En ambos es el objeto
de conflicto. La racionalidad, como condición de la responsabi-
lidad, se entiende como libertad de elección en un contexto de
constreñimientos: no existe libertad sin el establecimiento de
reglas (véanse los adecuados comentarios de Walzer sobre el
texto bíblico del Éxodo [Walzer. 1985]). La contraposición del
derecho penal con "otros medios de control social" remite a
una yuxtaposición de tipos diferentes de constreñimientos. Los
constreñimientos del derecho son explícitos. resultados de de-
cisiones políticas interpretables como el fruto de un "contrato
social" o impuestos por un grupo dominante. ideados para pro-
teger bienes e intereses que son de este modo constituidos como
colectivos y universales. sancionados por penalidades estable-
cidas anticipadamente. Los segundos se refieren a límites im-
plícitos para la acción, condiciones de acción específicas para
cada actor y cada situación, resultantes de la historia de ese
actor particular. Este contraste, con frecuencia, se ha hecho
corresponder con aquél entre acción y comportamiento: la pri-
mera basada en fines y normas; el segundo reductible a causas
determinantes. El derecho penal tendría, entonces. que estar
interesado en la acción intencional, los otros medios de control
social en los comportamientos determinados. El primero
reconfirmaría tautológicamente una responsabilidad presupues-
ta; los segundos confirmarían una ausencia de responsabilidad
igualmente presupuesta.
Ya se ha explicado que esta distinción es ficticia y cómo la
cuestión de la responsabilidad tiende a presentarse hoy de una
manera nueva, aun al interior de los "otros medios de control
social". Esto implica problemas y contradicciones para el dere-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 117

cho penal y el sistema de justicia penal que serán examinados


más adelante. Pero es la cuestión de la naturaleza de los
constreñimientos y, en consecuencia, del modo de entender la
racionalidad y la acción social lo que está en consideración de
manera más general.
El debate filosófico y sociológico presente sobre la acción
social, el status del actor, los tipos de racionalidad. es muy rico
y va mucho más allá del alcance limitado de este libro (véanse
entre otros, Boudon, 1980; Giddens, 1987, Caps. l, 3 y 4; Elster,
1978, 1983; Ricoeur, 1986; para una presentación italiana;
Balbo et al., 1985; De Leonardis,1987; Donolo-Fichera, 1988).
Me interesa reflexionar aquí sobre cómo la cuestión de la res-
ponsabilidad del actor puede ser planteada en relación, por un
lado, con "constreñimientos" y, por el otro, con "consecuencias
no deseadas". Estoy trabajando dentro de un marco conceptual
en el que el actor social es concebido en posición de entender y
querer lo que hace, de dar explicaciones por sus acciones en
términos de motivaciones e intenciones (véase la distinción en
Ricoeur, 1986, especialmente Caps. 2 y 4) y en el que, sobre
todo, estas explicaciones -los relatos de los actores- son to-
madas como un aspecto constitutivo de la acción. Esto, sin
embargo, no significa:
a) que todo lo que los actores conocen está contenido y es,
en consecuencia, deducible de lo que ellos son capaces
de decir que conocen. Existe, en realidad, un conoci-
miento compartido· de los procedimientos y las prácti-
cas que es inconsciente, en el sentido de ser dado por
sentádo. El ejemplo típico es el de hablar una lengua. Al
hablarla utilizamos un complejo y sofisticado conoci-
miento de reglas gramaticales, sintácticas, etc., que no
seríamos capaces, si nos es requerido, de enunciar o
describir. Este conocimiento compartido constituye el
contexto de la vida social;
b) que la acción social no es "libre" ni "determinada". En
su existencia, dentro de las rutinas de la vida diaria,
está "limitada" por el conocimiento compartido y con-
tribuye a producirlo (y reproducirlo). Los constreñimien-
tos no son causas: más bien son productos y condicio-
nes de la acción;
c) que no todas las consecuencias de la acción son "desea-
das", lo que no significa que los actores están impulsa-
118 TAMAR PITCH

dos por causas que determinan el curso de sus accio-


nes más allá de lo que está contenido en sus intencio-
nes. Las consecuencias no deseadas pueden surgir como
el resultado de interacciones más complejas (véase
Boudon, 1980) tanto en el corto plazo (como en el ejem-
plo típico de una quiebra de un banco como consecuen-
cia de la prisa de los individuos por retirar su dinero
cuando se difunde la noticia de su insolvencia: nadie
quiere que el banco quiebre, cada individuo quiere sola-
mente retirar su propio dinero) como en el la.rgo término
(así, nadie quiere que el planeta muera por la polución
o. más cerca de casa, Ja contaminación del Mediterrá-
neo): cuando decimos que éstos son los resultados de
un cierto tipo de desarrollo industrial y tecnológico es-
tamos diciendo que son consecuencias no esperadas (hoy
en día cada vez menos) de elecciones colectivas e indivi-
duales -consideradas en el período reciente menos in-
evitables en virtud de devenir el objeto de conflictos
políticos cada vez más agudos.
El tema de las consecuencias no deseadas arroja nueva luz
sobre las relaciones entre constreñimientos y acción intencio-
nal. Elster (1983) muestra cómo los actores pueden poner
constreñlmlentos sobre su acción futura, sobre la base de pre-
dicciones de una preferencia futura cuyas consecuencias, en el
presente, juzgan funestas. El '"yo" presente constriñe al "yo" fu-
turo para protegerse contra el riesgo de una elección que, en el
presente, considera dañosa. 48 La imposición de COIJ.streñimien-
tos sobre la base de nuestras elecciones presentes implica que
las preferencias presentes deben ser consideradas racionales
(o mejores, los dos términos tienden en nuestra cultura a coin-
cidir); las futuras, potencialmente irracionales, inadecuadas y

48
En relación con esto han sido destacadas las paradojas del llamado ~con·
trato terapéutico ... expuesto por Dresser (1982): lqué sucede cuando, re·
conociendo sufrir de crisis psicóticas recurrentes durante las que rechazo
el tratamiento, solicito ser curado aun si cuando tengo necesidad de ello
no lo quiero? lA cuál "yo" debe escuchar el terapeuta? En el nivel penal se
han presentado cuestiones similares, donde la legitimidad de la atribución
de responsabilidad penal está basada sobre la presuposición de una conti-
nuidad de la identidad personal: desde el punto de vista opuesto uno pue-
de leer el proceso de acusación penal como un proceso de construcción de
una identidad personal responsable del delito.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 119

peligrosas. La imposición de las normas jurídicas y sociales


puede también ser leída en estos términos. 49
En este caso, las consecuencias son esperadas y previstas.
Esto implica, entonces, que es necesario reducir al mínimo la
posibilidad de consecuencias no deseadas, no previstas, de
modo que la imposición de constreñimientos sea racional. es
decir, eficaz. El objetivo del conocimiento es controlar a la na-
turaleza, a la sociedad y a uno mismo, así como protegerse con-
tra el riesgo de consecuencias, en el presente, no deseadas.
Ulises debe saber tanto dónde están las sirenas como qué efec-
tos tienen sus canciones sobre aquellos que las escuchan, y tam-
"bién qué deseará hacer probablemente él mismo, siendo huma-
no, al escucharlas. Podemos interpretar la historia de la ciencia
occidental, al menos desde el siglo xvn en adelante, de este
modo. 50 La predicción científica del futuro, como las elecciones
que hacemos en el presente, está cargada de valores y es un
objeto de conflicto (véase Douglas-Wildavsky, 1983) -en ma-
yor medida cuantos más instrumentos de conocimiento tene-
mos a nuestra disposición (véase Jonas, 1984).
Naturalmente, sin embargo, las consecuencias no desea-
das ocurren no solamente en el futuro más distante, sino tam-
bién en el corto plazo, en el mismo arco de tiempo en el que
nuestra acción presente se despliega. Una mixtura de conse-
cuencias deseadas y no deseadas de nuestras acciones prece-
dentes configura el contexto de constreñimientos dentro de los
cuales nuestra acción presente se mueve: También, pero en for-
ma explícita, las elecciones y decisiones políticas y la produc-
ción de normas jurídicas plantean constreñimientos sobre nues-
tra acción futura. La cuestión de la responsabilidad se plantea,
por lo tanto, en un contexto de constreñimientos, no de causas.
De esto se siguen algunas consideraciones obvias. La puesta en
relación de la acción y las consecuencias no deseadas siempre
pone de manifiesto constreñimientos. A la inversa, esta revela-
ción de los constreñimientos puede ser visualizada como un
proceso de responsabilización.

49 Análoga. por otro lado, es la interpretación dada por los functonalistas y


los interaccionistas simbólicos en términos de la estabilización de las ex-
pectativas compartidas.
5 ° Fax Keller ( 1987), explorando la naturaleza de género (sexuada) de la cien-
cia, propone precisamente esta interpretación.
120 TAMAR PITCH

Volyamos a la distinción entre derecho penal y "otros medios


de control social". Esta distinción corresponde a aquélla entre
criminalidad y enfermedad, privación, etc.; es decir, entre
constreñimientos impuestos explícitamente y transgredidos vo-
luntariamente, y constreñimientos implícitos, transgredidos in-
voluntariamente. Qué acciones concretas caen en una u otra de
estas categorías involucra, como es bien conocido, la interacción
de muchos factores (la ingesta voluntaria de cantidades modestas
de sustancias psicotróplcas -qué sustancias psicotrópicas son
consideradas ilegales en un tiempo particular y cuáles no, es un
punto adicional en este argumento-- era hasta 1975, en Italia, un
delito; ahora es una enfermedad). 51 Deberíamos, sin embargo, in-
terrogar esta distinción desde otro ángulo. Los constreñimientos
constituidos por normas jurídicas prefiguran consecuencias, para
el actor si las viola, que se suman a las consecuencias de la acción
como tal. Si las últimas pueden ser no deseadas, las primeras,
como un problema de principio, son prevísibles y prevístas. Yo no
deseo que nadie muera como resultado de que conduzco mi auto
demasiado rápido. Sé, no obstante, o debo saber, que si eso ocu-
rre, recibiré un castigo. El proceso de atribución de responsabili-
dad que conduce al castigo, sin embargo, implica precisamente
que debo responder por el primer conjunto de consecuencias, es
decir que también éstas deberían haber sido prevístas y espera-
das por mí: yo no quise matar, pero debería haber sabido que eso
podría haber sucedido como consecuencia de mi conducción te-
meraria. Lo que quiero decir es que, c.i como Davís ( 1983) señala,
el derecho penal como medio de control social presupone actores
en posición de tener en cuenta las consecuencias legales de la vio-
lación de sus normas -en otras palabras, su efectiv1J.ad se apoya
en la amenaza y trabaja por medio de la disuasión- el derecho

51
Con las propuestas legislativas (en el Parlamento italiano) firmadas por el
ministro Russo Jervolino readquiriría un status cercano al de delito. Por
otra parte. la drogodependencia presenta una faceta típicamente ambigua:
por un lado, involucra una elección de hacer uso de ciertas sustancias; por
otro, este uso indica una enfermedad -de la "mente" más que del cuer-
po- cuando sobreviene la dependencia de la sustancia. Sin embargo, esta
ambigüedad -si bien es particularmente vis'ible en el caso de las drogas-
es inherente a muchas situaciones o condiciones de la vida cotidiana en las
que existe una intersección entre las elecciones y los constreñimientos, de
manera que lo que decide cuál de los dos aspectos predomina se revela
como una cuestión política, en el sentido amplio, no delegable a ningún
cuerpo de conocimiento científico.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 121

penal también involucra un proceso, en ciertos aspectos, inverso.


La norma, el constreñimiento, no establece solamente una pena,
constituye, al mismo tiempo, un área de consecuencias no jurídi-
cas que el actor debería haber pronosticado y por las cuales debe
responder. La sanción de normas legales extiende el área de
predecibilidad y, en este sentido, el campo de consecuencias a las
que un actor puede ser llamado a responder; en consecuencia,
también el área de imputación de intencionalidad, de "libre elec-
ción".

2.6. Argumentos sociológicos


para un derecho penal mínimo
Emergiendo, por un lado, como una "tercera posición" entre el
realismo de izquierda y el abolicionismo; por el otro, como cohe-
rente con el desarrollo de una preocupación de la izquierda por las
garantías legales del debido proceso, en oposición a las políticas de
ley y orden del "Estado de emergencia" en Italia a lo largo de los '70,
la tesis del derecho penal mínimo caracteriza una buena parte de la
sociología del derecho penal, de la criminología crítica y de la filo-
sofia del derecho penal en Italia (véase el número especial de la
revista Dei Delitti e delle Pene, 3, 1985). Esta posición debe ser
considerada una idea guía, como una opción valorativa, como la
elección de una política criminal que surja de juicios sobre el fun-
cionamiento concreto del sistema de justicia penal. Precedentes
reduccionistas de la esfera de la intervención punitiva del Estado
son, por otro lado, reconducibles a las teorías liberales clásicas de
los delitos y de las penas y un regreso a esos principios es una parte
fundamental de la idea del derecho penal mínimo.
Brevemente, esta idea guía se desarrolló en el contexto del
análisis crítico del sistema de justicia penal al que se ha hecho
referencia más arriba y cuyos resultados han sido resumidos
de la siguiente manera (véase Baratta, 1985): el castigo es "vio-
lencia institucional", o más bien es una limitación legal de de-
rechos y necesidades; la justicia penal funciona de una manera
selectiva, tanto con relación a los bienes e intereses que protege
como con relación a los procesos de criminalización y al "reclu-
tamiento de sus clientes"; el sistema penal produce más pro-
blemas que los que pretende resolver. Hasta este punto no existe
diferencia entre este análisis y el que fundamenta las propuestas
abolicionistas. Las propuestas políticas son, sin embargo, pro-
fundamente diferentes. Aunque las políticas de alternativas a, o
122 TAMAR PITCH

de abolición progresiva de la prisión como forma principal o


virtualmente exclusiva de castigo moderno son temas de discu-
sión -no sólo en círculos "críticos" sino también en círculos de
gobierno y organizaciones internacionales-, las propuestas de
abolir el derecho penal son impugnadas (véase Ferrajoli, 1985,
1989) por medio de un recurso a justificaciones utilitarias del
castigo. No recorreré aquí todos los argumentos. por demás
interesantes. En resumen, de acuerdo con Ferrajoli, no es sufi-
ciente justificar el castigo, que es de todas maneras un mal, en
términos de la prevención de delitos similares por parte del
ofensor o de los otros ciudadanos: esto constituiría un "utilita-
rismo demediado". Es necesario, en cambio, remitirse a un pa-
rámetro utilitario adicional: además "del máximo bien posible
para. los no desviados, también el mínimo mal necesario para
los desviados". El castigo, de acuerdo con Ferrajoli, tiene como
propósito principal la prevención de una imposición injusta de
sufrimiento: "No protege sólo a la persona dañada por el delito,
sino también protege al ofensor de reacciones informales pú-
blicas o privadas". Esta perspectiva no deja dudas de que el
sistema de justicia penal funciona, en realidad, de otra manera
o, a la inversa, de que otros sistemas diferentes a la justicia
penal serían más eficientes si el único propósito fuera el de
prevenir y reprimir el delito. Pero mientras estas alternativas
acarrearían -y acarrean- costos insoportablemente altos en
términos de libertades civiles, es precisamente en la dirección
de una crítica coherente del sistema de justicia penal y de las
políticas actuales de control del delito que esta perspectiva asu-
me el carácter de idea guía.
Me gustaría argumentar en favor de esta perspectiva de
política criminal desde un punto de vista diferente. Es, quizá
cierto hoy que el derecho penal, con respecto a "otros medios
de control social" ofrece, al menos en principio, mayores ga-
rantías para las libertades civiles de los que lo violan; pero no
es imposible imaginar la introducción creciente de un sistema
de garantías en los "otros medios de control social". 52 Estos

52 Un ejemplo es la legislación italiana relativa a la psiquiatría. a la que me


referiré en un capítulo posterior. Más en general, cuestiones de
accountability ya son puestas de resalto al interior de, y en relación con,
todas aquellas instituciones a las que pueden ser atribuidas funciones de
control social. ·
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 123

últimos, por otro lado, podrían ser radicalmente repensados y


reinventados 53 como, explícitamente, medios de control social
(véase Baratta, 1985). Además, se debe considerar el hecho de
que el derecho penal puede tutelar castigos injustos si está so-
cialmente legitimado: y la legitimación -a pesar de lo que
los sostenedores de una interpretación de la legitimación en
términos exclusivamente procedimentales digan- parece tener
mucho que ver con la eficacia.
Sin embargo, de acuerdo con mi exposición precedente. la
imposición de normas penales puede ser considerada una de
las formas más simples, menos sujetas a equívocos, de colocar
constreñimientos sobre acciones futuras: constreñimientos ex-
plícitos, determinados. susceptibles de ser anulados o modifi-
cados, no digo por consenso racional, pero al menos a través
de conflictos que no pueden evitar tener o adquirir una impor-
tancia política inmediata. El status histórico y convencional de
tales constreñimieiiltos es más evidente que en otros casos y, en
consecuencia, es más fácil discutir su posible injusticia, inefi-
ciencia o atraso en casos particulares.
Estos constreñimientos también, al menos en principio,
constituyen áreas precisas de consecuencias esperadas 54 y así,
delimitándolas, confieren significado y contenido a la libertad
individual. Para que eso suceda, es necesario que la esfera de
intervención de la justicia penal sea reducida tanto como sea
po!!ible, los tipos penales claramente precisados, las penas
taxativas.
Una política de intervención penal mínima, sin embargo,
no puede ser considerada aislada de las políticas sociales pro-
ductoras de otras modalidades de control -de otros tipos de
constreñimientos-, además de erogadoras y distribuidoras de
recursos, por todo lo señalado en las páginas precedentes. Pero
existe otro motivo que sería preciso estudiar atentamente. Como
será descripto mejor en el próximo capítulo, estamos presen-
ciando hoy un incremento en el uso del potencial simbólico de

53 Aunque los intentos en este sentido no hayan sido hasta ahora muy alenta-
dores; véase Abel, 1982.
54 En principio, porque la introducción de penalidades flexibles por un lado y
la frecuente vaguedad e "imprecisión" de las formulaciones legales por el
otro, dejan amplio espacio para la interpretación, el arbitrio y, por lo tanto,
la incertidumbre respecto a la.s consecuencias.
124 TAMAR PITCH

!ajusticia penal. El proceso de "nueva criminalización" -la cri-


minalización de acciones, eventos, cuestiones hasta ahora no
consideradas delito- frecuentemente iniciado y alentado por
movimientos sociales, puede ser considerado un aspecto de una
tendencia a re.introducir en la escena cuestiones de responsabi-
lidad personal. No puede tratarse sino de una responsabilidad
de, constitutiva de actores abstraídos de cualquier otro cons-
treñimiento, meros portadores de derechos "negativos". Una
ficción seguramente necesaria, pero que se enfrenta, por el lado
del "delincuente", con la presencia enojosa de una historia per-
sonal que no puede sino traer a colación otras responsabilida-
des; y por el lado de quienes tienen que ocuparse de modos
diversos del "delincuente" (policías, jueces, agentes penitencia-
rios, trabajadores sociales, etc.), con el equilibrio delicado y
frágil que debería ser mantenido entre la atribución de respon-
sabilidad (al delincuente) y la asunción de responsabilidad por
las consecuencias relativas a las propias decisiones que con-
ciernen a la elección de las intervenciones. Estas cuestiones se
refieren directamente a saberes y a agencias de tratamiento y
asistencia, y producen una responsabilidad diferente, más com-
pleja y articulada: justamente, una responsabilidad por. 55

55 Es, por otro lado, en el plano de las relaciones entre política penal y políti-
ca social que se presenta la posibilidad de una intervención penal mínima
justificada en términos de "eficacia" y por ser eficaz, en grado de tutelar al
acusado contra los castigos injustos.
CAPÍTULO 4
dMEJOR LOS JINETES QUE LOS CABALLOS?
EL USO DEL POTENCIAL SIMBÓLICO
DE LA JUSTICIA PENAL POR PARTE
DE LOS ACTORES EN CONFLICTO*

Un aspecto generalmente descuidado de la cuestión del


delito, es el relacionado con las demandas de crlminalización;
las circunstancias y las modalidades en las que los problemas
y conflictos sociales devienen identificados como materias dig-
nas de una respuesta penal. Actualmente, sin embargo, este
aspecto se torna cada vez más importante. Junto a cierta pér-
dida de legitimidad del sistema de justicia penal (debido a su
baja productividad, su escasa eficacia, a conflictos y cambios
al interior de la magistratura, véase, sobre este punto, Ferrarese,
1984), existe una consistente, y en muchos aspectos nueva, ten-
dencia a usar el lenguaje y la perspectiva de la justicia penal
para articular demandas y formalizar conflictos.
En este capítulo intentaré analizar las demandas de crlmi-
nalización promovidas por los llamados "nuevos" actores co-
lectivos. Este fenómeno, que toma una forma específica en el
contexto político italiano, serVirá también para introducir un
análisis más general de un fenómeno también. nuevo en Italia:
la difusión creciente de un activismo político y social que se
expresa a través de un lenguaje de "víctlmización" (más que de
"opresión" ... ). La adopción del status de víctima traduce una
deuda con el lenguaje y la lógica de la justicia penal, aunque la
relación con el sistema de justicia penal en sí mismo no es cen-

* Debo mucho, al menos en lo que concierne a la primera parte de este capi-


tulo, a las reflexiones, comentarios y sugerencias de Stan Cohen. Como se
acostumbra decir, los errores y las omisiones son sólo míos. ·
126 TAMAR PITCH

tral para todos estos grupos de víctimas. Este giro desde el


paradigma de la opresión hacia el de la "victimizaclón" revela
una reconceptualización de la cuestión de la responsabilidad.
Ofreceré, en primer lugar, algunas hipótesis dirigidas a en-
tender por qué y cómo actores colectivos que son portadores
de demandas complejas las refieren al lenguaje y a la lógica del
derecho penal, y luego dirigiré la atención sobre lo que he lla-
mado el desplazamiento desde la opresión hacia la victimiza-
ción y sobre las variadas posibilidades en el uso político del
status de víctima.

1. Cruzadas simbólicas y procesos de victimización


Comenzaré con tres preguntas: lqué condiciones favore-
cen la emergencia de demandas de criminalización?, lcómo de-
ben ser Interpretadas estas demandas? y lqué consecuencias
tienen para las materias que resultan criminalizadas y para las
formas de autorrepresentación y organización de los actores
que demandan?
Mi objeto de estudio aquí son las demandas de criminaliza-
ción promovidas por actores colectivos involucrados en conflic-
tos dirigidos, al menos en parte, a la extensión de los derechos
civiles y sociales a grupos o áreas de vida de los que han estado
excluidos hasta este momento. Más específicamente, me refiero a
aquellas movilizaciones algunas veces llamadas "nuevos movimien-
tos sociales": entre ellos, el movimiento de mujeres y aquel con-
junto diverso y fragmentado que se encuentra bajo el nombre de
"verdes", ecologistas, etc. A ellos agregaré la movilización, de de-
sarrollo más reciente en Italia, contra la violencia hacia los niños.
Aunque esta movilización parece más cercana a una "cruzada sim-
bólica" tradicional que a un movimiento social, al menos en lo
relacionado con los promotores, el modo de actividad y las for-
mas de organización, comparte algunas características importan-
tes con los dos primeros: promueve la extensión de. los derechos
civiles y sociales; sus demandas están situadas dentro del mismo
discurso general que las del feminismo y del ambientalismo, 56 y
su público es, en gran medida, el mismo.

56
Digamos que, más allá de las diferencias evidentes, la cruzada contra la
violencia hacia los niños alude a temas que el feminismo y e1 ambientalismo
han utilizado también; una relación diferente con, en realidad una reinter-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 127

Como hemos observado en el capítulo previo, las cuestio-


nes que intento exponer aquí escapan a los programas teóricos
y metodológicos de la criminología contemporánea. En lo que
respecta específicamente a la criminología crítica, aunque su
tradición de investigación está en deuda con los estudios sobre
la "construcción de los problemas sociales", también es inade-
cuada para comprender las demandas de criminalízación pro-
movidas por los propios actores con quienes el criminólogo
crítico se identifica.· Esto es indicativo, por supuesto, de una
debilidad teórica. Para la criminología crítica, las demandas de
criminalízación son comprensibles si pueden ser derivadas de
los intereses de los grupos sociales dominantes o consideradas
el resultado de una traducción de necesidades "reales" en obje-
tivos falsos orquestados, directa o indirectamente, por tales gru-
pos o, lo que es lo mismo, por "la lógica del sistema". En reali-
dad, la criminología crítica tiende a oscilar entre el positivismo
y el construccionismo: una lectura positivista del "dominado" y
una lectura construccionista del "dominante". Los problemas
sociales son construcciones sociales cuando son construidos
por actores con quienes los sociólogos no se identifican. Estos
actores son considerados como conducidos -más o menos
conscientemente- por intereses en sí mismos reales en el sen-
tido positivista, que el sociólogo debe revelar. Lo que es falso es
el problema, y lo que es verdadero son los intereses -de domi-
nación, de conservación del poder- de aquellos que ·constru-
yen el problema. Estos intereses están usualmente en conflicto
con las necesidades reales de los sujetos con los que el sociólo-
go ha optado por identificarse. Aun en sus versiones más re-
cientes, como el nuevo realismo de izquierda, esta criminología
tiene dificultades para comprender las "buenas razones" de los
actores. Las motivaciones son deducidas, ya sea de intereses
de clase o de circunstancias sociales y culturales específicas.
Los actores mismos son reducidoi; a meras personificaciones
de determinaciones socioeconómicas o atomizados en indivi-
duos abstractos y aislados, como sucede con la categoría de
víctima.

pretación de la importancia de, la "naturaleza", un desplazamiento del én-


fasis desde una cultura del consumo, Iapeiformance y el éxito, a una cul-
tura de los afectos. las emociones, la proximidad, etcétera.
128 TAMAR PITCH

Los estudios sobre las "cruzadas simbólicas" 57 están entre


los pocos que han dedicado alguna atención a las modalidades
en las que las demandas sociales son construidas; a las rela-
ciones entre tipos de demandas y formas de organización, y
entre tipos de demandas y características socioculturales de
los actores que se movilizan en torno a ellas. aunque en estos
estudios esta última relación es leída, con frecuencia, en térmi-
nos lineales de causa y efecto. Difiero de la literatura existente
sobre las cruzadas simbólicas en dos aspectos. En primer lu-
gar, con respecto al objeto de estudio: las cruzadas simbólicas
tradicionales (al menos aquellas que han sido estudiadas hasta
aquí, p. ej., contra el alcohol. a favor de la criminalización de
drogas psicotrópicas o las campañas por la social purity entre
fines del siglo xrx y principios del siglo xxl. eran defensivas y
orientadas al pasado, tomando la forma de la defensa de los
valores tradicionales percibidos como amenazados por el avan-
ce de lo nuevo. Las movilizaciones a las que me estoy refiriendo
son, por el contrario, orientadas hacia el futuro: son "ofensivas"
(Touraine, 1985). en el sentido de que luchan por la afirmación
de valores percibidos como nuevos. Esta distinción tiene más
que ver con la autoconciencia de los actores involucrados, que
con los contenidos, la práctica y las consecuencias de sus lu-
chas. Sin embargo, la autoconciencia es un elemento fundamen-
tal que denota dos opciones generalmente diferentes, dos ma-
neras opuestas de concebir al mundo y a uno mismo.
En segundo lugar, difiero en el método de enfoque: los es-
tudiosos de las cruzadas simbólicas no estaban interesados
directamente en la criminalización. Antes bien, aunque la cri-
minalización era considerada un objetivo y una medida del éxi-
to de la mayoría de esas cruzadas, no era usualmente visualizada
como un tema que mereciera un análisis en sí mismo. No obs-
tante, los problemas pueden ser construidos de modos diferen-
tes y cómo ellos son construidos es importante, como se obser-
vará, no solamente por cómo los problemas en sí mismos vienen
a ser percibidos. sino también como un indicador de las carac-
terísticas internas de la movilización bajo estudio y de sus rela-
ciones con las instituciones y con los otros actores. Se vislum-

57
Véanse por ejemplo, Becker, 1987; Gusfield, 1966, 1981; Pfohl, 1977;
Patton, 1981; Walkowitz, 1987.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 129

bra en este punto una diferencia en la estrategia de Investiga-


ción que alude a un contraste de fondo en las opciones teóricas
y metodológicas. En esos estudios, el modo en que una cues-
tión es problematizada -si es construida como un problema
médico, político, criminal- es considerado irrelevante o trata-
do, en el mejor de los casos, como una consecuencia autoevi-
dente de los intereses profesionales o de las características
socioculturales de los actores promotores. En otras palabras.
como si fuera el modo particular en que el problema es cons-
truido, lo que impone una cierta solución.
Propongo, en cambio, partir de la asunción opuesta: es la
solución la que dicta los términos en los que el problema es
construido. 58 Es, en consecuencia, la solución el punto de par-
tida más conveniente para la indagación. Esta estrategia de in-
vestigación es sugerida, en realidad, por los movimientos bajo
consideración aquí, en los que el objetivo de crimtnalización
no se conecta inmediatamente a los intereses profesionales o
características socioculturales de los actores que se movilizan
en torno a él. La solución "justicia penal" no es defendida por
profesionales de !ajusticia penal, ni es de ninguna manera de-
ducible de la cultura de los actores que la demandan. Por el
contrario, puede ser considerada en gran medida en conflicto
con esta misma cultura, que está enraizada en el clima liberta-
rio y antiinstitucional de los '60 y principios de los '70.
Mientras en el caso de las cruzadas simbólicas más tradi-
cionales el recurso al derecho penal puede ser considerado
globalmente como una estrategia coherente para la defensa de
aquellos valores establecidos por los cuales las cruzadas lu-
chaban, en el caso de los actores de los que aquí me ocupo esa
estrategia no puede sino ser más controvertida. Tiene lugar, en
realidad, después de veinte años de luchas que el sistema de
justicia penal ha contribuido a desleglt!mar, y que forman par-
te del horizonte cultural dentro del cual se mueven los protago-
nistas de estas campañas. Esta circunstancia, sin embargo, no
autoriza dos estrategias de investigación diferentes, sino que
hace evidente la necesidad de partir del análisis de la solución,
interrogándola en primer lugar.

58 Este punto es expuesto efectivamente por De Leonardis, 1988, p. 50.


130 TAMAR PITCH

En cuanto a la literatura sobre los "nuevos movimientos


sociales'', es demasiado vasta como para examinarla aquí. Me
referiré a aquel segmento, de ningún modo homogéneo interna-
mente, que considera de alguna manera central la cuestión de la
identldad59 para la emergencia de las movilizaciones contempo-
ráneas (véanse, p. ej .. Melucci, 1985, 1987; Touraine. 1988).
Pero, ¿qué significa y qué implica la criminalización? No
significa simplemente la suma de nuevas formas de comporta-
miento al listado de delitos ya existente. Significa también que
ciertos actos y situaciones experimentan una revisión concep-
tual y cognitiva, que a su vez implica la creación de un conoci-
miento nuevo en torno a estos actos y situaciones (véase Cohen,
1988b). El delito de violencia sexual ya existe en nuestro Códi-
go Penal. Pero concebir como "violencia sexual" a una situación
en la que la característica de violencia es atribuida a, digamos,
un abuso de poder de naturaleza psicológica, significa sumar un
nuevo acto al listado de delitos y visualizar esta acción en sí
misma de un modo diferente, precisamente, como una forma
de violencia sexual. Demandar la criminalización de un acto
implica entonces problematizarlo de un modo particular: si la
solución a un problema es parte del problema. Ja respuesta
criminalizante forma parte de la caracterización del problema
al que es aplicada. Y a causa de que la respuesta criminalizante
es, en su naturaleza. una respuesta rígida, que no permite gra-
daciones, escalas continuas de valoración ni enfoques
cognoscitivos flexibles y elaborados. transfiere estas caracte-
rísticas al problema, constriñéndolo al interior de estos térmi-
nos. Es, por lo tanto, de gran interés preguntar cómo y por qué
las luchas de los actores colectivos organizados en torno a te-
mas complejos. como la liberación de la mujer o la salvación y
rescate de los recursos naturales del planeta. conducen algu-
nas veces -sin dudas en interacción con otros grupos de acto-
res y sus demandas- a demandas de criminalización. Si, des-
de el punto de vista del derecho y el sistema de justicia penal,
estas demandas señalan una acentuación del uso del derecho
penal como un instrumento de política social, también tienen

59 La literatura sobre la identidad es voluminosa y diferenciada. Una exposi-


ción y bibliografía sustanciales pueden ser encontradas en L. Balbo et al.,
1985. Véase también Saraceno, 1987a, para una reflexión crítica sobre la
utilidad de esta categoría.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 131

que ser estudiadas desde el punto de vista de los actores que


las expresan.

2. La ambivalencia de las movilizaciones contemporáneas


Hasta aquí he identificado dos características que parecen
ser comunes a las movilizaciones a las que me referí. Una es su
orientación hacia el futuro, su naturaleza más ofensiva que de-
fensiva; la otra es su carácter de conflictos orientados a la ex-
tensión de los derechos ciViles y sociales, característica que com-
parten con muchos otros movimientos del pasado. Argumentaré
que la problematización de lo dado por supuesto es un proceso
inextricablemente conectado con los procesos de producción
de sí mismos como actores.
Lo que quizás es nuevo es el contenido asignado a esta
autoproducción, el terreno del conflicto y las formas de organi-
zación. La extensión del área de los derechos civiles y sociales,
puede ser, en realidad, una consecuencia o quizás uno de los
objetivos de estas movilizaciones, pero eso no agota su sentido.
En maneras diferentes, el foco del conflicto no es simplemente
la inclusión en un sistema de derechos ya dado, sino más bien la
inclusión en el discurso político de cuestiones que desafian a
este discurso en sí mismo. La diferencia sexual no puede ser
representada (véanse, p. ej., Boccia-Peretti, 1988; Cavarero,
1988), está fuera del horizonte del "contrato social". El ambiente
"natural" (animales no humanos incluidos) presenta un desafío
similar. El problema de los niños, al menos en Italia, se formu-
la de una manera que genera cuestiones análogas. Por más que,
como sostendré en otro capítulo, las cuestiones planteadas por
el movimiento de mujeres son irreductibles a los problemas de
los otros actores movilizados en torno a demandas específicas. los
tres casos en los que estoy interesada aquí, no obstante, tienen
esto en común: por un lado, plantean problemas típicos de igual-
dad compleja (Walzer, 1983) y, por el otro, implican un desafio
a las maneras en las que la cultura occidental ha entendido y
teorizado su relación con la "naturaleza". Lo que es demanda-
do, finalmente, es el reconocimiento como actores de grupos
excluidos de la ciudadanía en los términos de nuestra tradición
política y filosófica (sobre cuestiones de ciudadanía en relación
con la mujer, véase Saraceno, 1988; regresaré a este tema en
los capítulos finales).
132 TAMAR PITCH

Muchos conflictos contemporáneos, implícita o explícita-


mente, atañen a la producción del sí mismo, a la autonomía de
la definición y el control de la "identidad", a la relación con la
"naturaleza" (incluyendo a la naturaleza interna). 60 Su terreno
es sociocultural más que socioeconómico. Las organizaciones
a las que .ellos dan origen están, en realidad, frecuentemente
poco organizadas: policéntricas, hacen referencia a una red su-
mergida de. grupos diferentes. Sin embargo, y éste es un punto
crucial, eso no significa que no estén involucradas en estos con-
flictos instituciones políticas, ni que estos conflictos no estén
relacionados también con objetivos negociables, sino, más bien,
que el modo en el que las instituciones políticas son enfrentadas
y en el que las luchas dirigidas a objetivos negociables son ges-
tionadas, está influenciado por el horizonte no negociable en el
cual se insertan. Frecuentemente, como veremos, la orientación
general y la específica entran en contradicción entre sí.

3. La producción del sí mismo como actor


y la construcción de los problemas sociales
La lucha por el reconocimiento de nuevos derechos, o por
la extensión de ·derechos ya existentes a grupos o situaciones
previamente excluidos, implica un cuestionamiento de los lími-
tes normativos y de los valores tradicionales, y una redefinición
de lo que hasta el momento ha sido considerado normal y natu-
ral como "injusto", "opresivo", "anormal" y "no natural". La impu-
tación de injusticia u opresión puede así ser considerada una
maniobra en esta lucha, cuyo resultado es la producción de
nuevo saber, la identificación de nuevos campos de investiga-
ción y la consj:rucción de nuevos objetos de conocimiento.
La reconstrucción de lo "normal" como una forma de "abu-
so" conlleva la atribución de causas no naturales a eventos y
situaciones. Si las catástrofes ecológicas son consideradas even-
tos naturales (y, por lo tanto, inevitables), sus causas no impli-
can asunción o atribución alguna de responsabilidad. Si toma-
mos medidas porque reconocemos que las aves tienen un

60
Sobre los llamados "derechos cotidianos", incluyendo el derecho a la cali-
dad de vida, véase Balbo, 1987.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 133

derecho a la vida, su muerte por manos humanas deviene una


muerte culpable, en la que están implicadas dos formas de res-
ponsabilidad: la asunción de responsabilidad por parte de los
defensores de los derechos de las aves, y. simultáneamente, la
atribución de responsabilidad que éstos imputan a aquellos
cuyas acciones son consideradas un ataque contra esos dere-
chos. La destrucción del medio ambiente que sustenta la vida
de aquellas especies de aves ya no es obvia, natural, normal. ya
no es parte del "orden de las cosas": es una injusticia y. como
tal. da origen a responsabilidades. La problernatización de lo
obvio, en una palabra, carga una valoración moral, la atribu-
ción de culpa. Esta atribución es, al mismo tiempo, una impu-
tación y una asunción de responsabilidad: los actores son cons-
truidos en ambos polos del proceso.
Las movilizaciones feministas de los últimos veinte años
ilustran muy bien este proceso. Ellas han producido un nuevo
saber en términos de objeto de cognición y del modo de cogni-
ción misma. Este saber ha desnaturalizado amplias áreas de
nuestra existencia, reconstruyéndolas y presentándolas a la
conciencia colectiva de una nueva manera. Éste es un proceso
creativo, en el doble sentido de la creación de una identidad
nueva y, al mismo tiempo, de nuevos problemas y preguntas.
Que la mujer ocupa una posición subordinada con respecto al
hombre es un "hecho" documentable a través de muchas di-
mensiones. Que este hecho sea considerado como no natural·,
injusto, es por otro lado una fuerza motriz para, y un resultado
de la formación de, una nueva identidad colectiva por parte de
la mujer. A su vez, esta imputación de no naturalidad impulsa a
la exploración de áreas nuevas, hasta el momento relegadas tras
el velo de lo dado-por-supuesto. La imputación de injusticia,
violencia, explotación, es una maniobra en el conflicto: produ-
ce una conciencia diferente en aquellos que imputan y un saber
distinto sobre lo que ayer era considerado normal y hoy es de-
finido corno opresivo. La desnaturalización y el conflicto impli-
can la emergencia sobre un escenario previamente inanimado
de actores que son conscientes y, en consecuencia, son respon-
sables y responsabilizables.
Al mismo tiempo. este proceso extiende el área de la pro-
tección y de los derechos. Esto puede ser observado en relación
a los niños, la cruzada simbólica más reciente en llegar a Italia.
134 TAMAR PITCH

Luchar por la extensión a los niños de derechos hasta el mo-


mento restringidos a los adultos, necesariamente involucra la
crítica de las relaciones adultos-niños hasta el momento consi-
deradas normales o dadas por descontadas. En estas relacio-
nes se descubren indicios de violencia y abuso de poder. Un
nuevo campo de observación es abierto y visualizado desde una
nueva perspectiva: la del "punto de vista del niño", que torna
problemático aquello que previamente no lo era. En el proceso
de devenir sujetos, grupos diferentes desafían la normalidad
existente, la indican como violenta y opresiva, la reconstruyen
como histórica y en consecuencia mutable, y produciendo con-
flictos donde previamente había paz, identifican nuevos adver-
sarios. 61
Estos procesos son, naturalmente, bien conocidos. Lo que
sin embargo no ha sido analizado es, como he dicho, la rela-
ción entre la construcción de un problema y su criminaliza-
ción. Los problemas pueden ser construidos de muchas mane-
ras diferentes: como problemas médicos, económicos, sociales,
culturales, etc. El modo en el que un problema viene a ser cons-
truido está inextricablemente conectado con el tipo de solución
que se tiene en mente y/o que aparece disponible. La atribución
de "causas" es, en realidad, una operación en el contexto de la
elección de "soluciones". Esto último, a su vez, puede ser consi-
derado el resultado de la intersección de varios factores: el cli-
ma cultural prevaleciente, la fuerza relativa de los actores en
conflicto, el tipo de recursos a su disposición, su forma de or-
ganización, las respuestas institucionales a las que tienen que
enfrentar y su "visión del mundo".
La pregunta clave es, por lo tanto; cómo tenemos que en-
tender la presente tendencia, en las movilizaciones a las que
me he referido, a construir los problemas en términos pena-

61
lHay más violencia interpersonal hoy que. digamos, cincuenta años atrás?
Sí y no. No, si nos limitamos a las estadísticas sobre el delito violento. La
conclusión violenta de conflictos interpersonales es un evento relativamen-
te raro. Los últimos tres siglos de sociedad occidental indican la progresi-
va monopolización por el Estado del uso de la fuerza física. Pero el proceso
de "civilización" simplemente cambia la atribución de violencia a nuevos
actos y situaciones. La "corrección" de los niños deviene en maltrato y abu-
so. La sexualidad dominante deviene en violencia y explotación. La desapa-
rición de especies animales deviene en ecocidio.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 135

les. 62 ¿gué torna a la justicia penal como solución más atracti-


va y/o más accesible que otras soluciones? Un intento de res-
puesta requiere de un análisis tanto del contexto interno como
externo de estas movilizaciones. Un análisis del contexto inter-
no es necesario porque presumo que el modo en el que los ac-
tores construyen un problema está en relación con su "visión
del mundo" y con los imperativos y restricciones organizacio-
nales en cuyo marco operan, dado que tales procesos de cons-
trucción son siempre el resultado de conflictos y negociacio-
nes. Un análisis del contexto externo es necesario porque los
actores colectivos se mueven en un ambiente social, político y
cultural dado. Naturalmente, las condiciones internas y exter-
nas interactúan mutuamente.
Pero aun antes de este análisis, es necesario explorar la
solución penal en sí misma, qué tipo de solución es, qué impli-
ca, qué consecuencias puede tener para las subsiguientes per-.
cepciones del problema y su gestión, y para la autoconstrucción
de los actores que la reclaman.

4. La solución penal y sus consecuencias


Construir un problema en términos de delito implica con-
siderar que la respuesta penal es la más adecuada. Pero, ¿ade-
cuada con respecto a qué objetivos? Existen tres objetivos po-
sibles, mutuamente interconectados:
1) la disminución de la extensión del problema, por medio
de la amenaza del castigo, y/o la eliminación (encarcela-
ción) de los responsables;
2) Ja asunción simbólica del problema como un "mal" uni-
versalmente reconocido y la consecuente legitimación de
los imperativos e intereses del grupo reclamante como
imperativos e intereses universales;
3) el cambio de las actitudes y modelos culturales domi-
nantes relacionados con el problema.

62 Ésta, ciertamente, no es la única manera en la que estos movimientos cons-


truyen los problemas, ni son sus actividades reductibles a las demandas
de criminalización: pero. cuando estas demandas son planteadas y duran-
te el período en que lo son tienden a atraer a su órbita también otros pro-
blemas y actividades, además de tener efectos realimentadores. como vere-
mos, sobre las formas de organización.
136 TAMAR PITCH

Estos tres "objetivos" hacen referencia a tres de las funcio-


nes más comúnmente atribuidas a la. justicia penal: la de la
prevención general y especial; la del ordenamiento simhólico
de los valores protegidos en una cierta colectividad, y la de un
instrumento pedagógico. Los actores pueden tener en mente uno
u otro de estos "objetivos" cuando piden la criminalización de
un problema. Cualquiera que tengan en mente, no obstante, la
criminalización implica a los tres.
El primer objetivo implica una simplificación, tanto en el
nivel cognitivo como en el político (Cohen, 1988b). Para que un
problema pueda ser criminalizado, debe ser definido precisa y
rígidamente. La "Violencia sexual" es "esto" y no otra cosa: es lo
que el derecho dice que es. La criminalización selecciona una
situación dentro de un arco de situaciones y eventos contiguos;
la construye como una relación entre dos categorías de sujetos,
las víctimas y los culpables, y define los criterios para la identi-
ficación de unos y otros, es decir, los construye rígidamente.
Construir la situación como una relación entre víctimas y cul-
pables, además de implicar una simplificación cognitiva del
problema también implica su "reducción" política-de un asunto
de política social, económica, médica, a un asunto de justicia
penal-. Significa que, si queremos proteger a las víctimas, de-
bemos en primera instancia intervenir contra los culpables. Uno
y otro pierden cualquier otra determinación y caracterización.
Desde el punto de vista penal, idealmente, no hay hombres ni
mujeres, ricos ni pobres, negros ni blancos. 63 La criminaliza-
clón simplifica, pero también exagera y dramatiza el conflicto.
O estás del lado del culpable, o estás del lado de la víctima. 64
En un moVimiento de este tipo no es sorprendente. enton-
ces, que la lucha por el reconocimiento de algunas exigencias
pueda adoptar el lenguaje del rechazo de otras. Recuerdo, por
ejemplo, un congreso en Bibbiena en 1982 en el que, en el nom-

63 Idealmente, por supuesto. La medida, en cambio, en la que, en realidad,


ser un varón. pobre, negro y joven afecta significativamente la probabili-
dad de ser etiquetado como un delincuente es algo demasiado bien conoci-
do como para ser tratado aquí.
64
Una opción cualquier cosa excepto simple hoy, porque el conflicto sobre
quién es la víctima más "víctima" (y, en consecuencia, más digna de pro-
tección) está abierto y existen todavía muchos "culpables" que participan
de él.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 137

bre de las mujeres víctimas de violación se cuestionó la buena


voluntad de algunos abogados (comunistas) para asumir la de-
fensa en casos de violación. En referencia a campañas recien-
tes contra el abuso de niños, los titulares de los diarios deman-
daron castigos ejemplares para las madres "monstruosas". Y
mi sobrina de siete años de edad, educada para respetar a las
plantas, a la "naturaleza' y, sobre todo, a los animales, pudo
comentar tranquilamente, mirando por la televisión el Palio de
Siena: "Si alguien tiene que resultar herido, mejor que sean Jos
jinetes antes que los caballos ... " .65
Pero eXiste otro aspecto importante en la solución penal
que debe ser reconocido. La criminalización refuerza la indivi-
dualización de la atribución de responsabilidad. La responsa-
bilidad penal es personal: criminalizar un problema significa
imputarlo a individuos claramente identificables, con la conse-
cuencia de que sólo éstos se volverán responsables del proble-
ma. El contexto social, político y cultural en el cual el problema
ocurre y es percibido, tiende a desaparecer en el trasfondo. Las
catástrofes ecológicas pueden ser, en última instancia, el resul-
tado de cierto tipo de desarrollo económico; la violencia sexual,
la manifestación extrema de la dominación de un sexo sobre
otro; el abuso de niños. el resultado de situaciones sociales y
psicológicas complejas: el proceso de criminalización universa-
liza el problema y privatiza sus "causas" (pero también lo desna-
turaliza y veremos las consecuencias de esto más adelante). La
criminalización, mientras legitima el problema como de interés
universal. individualiza la responsabilidad por él.
En lo que respecta a los actores promotores, la criminaliza-
ción tiende a legitimar su "identidad" colectiva66 cuando el pro-
blema es reconocido como delito, sus demandas son legitimadas
como universalmente válidas y ellos mismos son Implícitamente
aceptados como interlocutores políticos. Pero la "identidad" co-
lectiva construida a través de un proceso de criminalización tie-
ne un rostro doble, ambivalente. La autodeterminación y la au-

65 Recientemente, el caso de un buzo devorado por un tiburón en el mar de


Tuscany ha dado lugar, más que a la conmiseración por la infortunada vícti-
ma, a su acusación: fue comido porque asustó al pobre tiburón, cuya pre-
sencia en nuestras aguas debería ser saludada con placer; también nosotros
volvemos a tener algunos ejemplares de animales realmei:i.te salvajes ...
66
Legitimación que puede entrar en conflicto con el proceso de construcción
interna de una identidad colectiva.
138 TAMARPITCH

tonomía políticas son reconocidas al mismo tiempo y en el mis-


mo movimiento en el que las demandas de protección son reco-
nocidas y garantizadas. En este sentido, los actores se presentan
y devienen aceptados como sujetos débiles, a quienes el Estado
está obligado a tutelar ampliando su esfera de Intervención en
su defensa. Autodeterminación y protección son demandas que
frecuentemente se promueven juntas: ellas traducen necesida-
des reales de los grupos demandantes, pero cuando estas nece-
sidades son delegadas a una extensión de la protección penal
deviene más dificil transitar de una a la otra. Cuando la deman-
da ha sido traducida en términos penales, el rol activo de los
actores promotores permanece inscripto sólo en el reconocimien-
to de sus demandas como dignas de protección penal. Los acto-
res específicos desaparecen en el interior de la categoría, mucho
más amplia, de víctimas.
Desde un punto de vista político, esto deja espacio para la
legitimación de demandas que articulan más la exigencia de
protección que la de autodeterminación. Un caso reciente, del
que me ocuparé con mayor profundidad en los Caps. 7 y 8, es
el de las vicisitudes ocurridas en el Parlamento italiano duran-
te la aprobación del proyecto de ley contra la violencia sexual,
propugnado por una sección del movimiento de mujeres por
motivos de principios y simbólicos -la acción de oficio, el re-
conocimiento de la gravedad del acto, su reconocimiento como
violencia y no como sexo, el reconocimiento de las mujeres como
"personas", etc.-, a los que acompañaban preocupaciones de
tutela -prohibición explícita de interrogar a la víctima sobre
aspectos de su vida no relacionados con el problema bajo dis-
cusión, juicio sumario-. Tanto en el debate parlamentario como
fuera del Parlamento la campaña por el proyecto encontró alia-
dos sobre el tema de la protección (la presunción de violencia
en el caso de relaciones sexuales entre menores o "incapaces";
el intento de vincular el debate sobre la violación con aquél so-
bre la pornografía, etc.) en detrimento del aspecto de la autode-
terminación. De este modo, mientras el movimiento de mujeres
hizo uso del discurso del derecho penal por sus supuestas fun-
ciones simbólicas y pedagógicas, 67 otros grupos fueron capa-

67 Lo que no excluye deseos, que pueden llegar a ser legítimos, de castigo y


aun de venganza, que comenzaron a ser expresados claramente en los años
que siguieron a la presentación por el movimiento de la iniciativa popular
de reforma legal. Sobre el tema, véase el Cap. 8.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 139

ces de desplazar la discusión hacia la necesidad de mayor re-


presión y/o de una intervención institucional más fuerte en la
esfera privada. 68
Este resultado es facilitado. además, por un proceso ulte-
rior. La simplificación producida por el proceso de criminaliza-
ción no cancela completamente la complejidad del problema:
más bien, tiende a fragmentarlo en relaciones lineales de causa
y efecto. El énfasis sobre un aspecto particular de una dinámi-
ca compleja permite la producción de este mismo aspecto como
el efecto de "causas" distintas de aquellas propuestas por los
actores originales. En los Estados Unidos este proceso ha per-
mitido la convergencia, en la práctica, entre campañas feminis-
tas contra la violencia sexual y la pornografía. y campañas de la
"Moral Majority" en defensa de la "santidad de la familia''. 69

5. La demanda de criminalización
como solución provisoria de la ambivalencia
de los actores colectivos contemporáneos
Una "visión del mundo" compleja y una estrategia política
de una complejidad potencialmente similar devienen, de este
modo, simplificadas a través de la demanda de criminalización.
El proceso de simplificación puesto en movimiento por los ac-
tores reclamantes cuando traducen sus demandas en cuestio-
nes penales es reforzado por los debates sucesivos que se valen
de un vocabulario criminológico.
Para desarrollar una hipótesis sobre las condiciones que
hacen a este proceso posible y atractivo, analizaré antes que nada
los imperativos organizacionales a los que estas movilizaciones
deben responder. asumiendo que los imperativos organizaciona-
les, las "visiones del mundo" y las elecciones de objetivos espe-

68 Y, complementariamente, para demandar que el derecho a la privacy tuvie-


ra prioridad sobre la protección de las mujeres ... Véanse, nuevamente, los
Caps. 7 y 8 para la polémica sobre la acción de oficio y de parte.
69 Algo similar está ocurriendo sobre el espinoso tema del .. derecho a la vida".
Antiabortistas y feministas radicales (en los Estados Unidos: pero aquí en
Italia hemos ya tenido una toma de posiciones ambigua por parte de los
verdes. para no hablar de los presuntos tormentos de conciencia de mu-
chos varones socialistas). con motivos aparentemente opuestos, se encuen-
tran sobre la misma plataforma.
140 TAMAR PITCH

cíficos son cue'stiones estrictamente interconectadas. De acuer-


do con un modelo elaborado por Douglas y Wildavsky (1983),
para analizar la selección de riesgos (en su caso, ecológicos), los
grupos voluntarios harían frente a sus imperativos organizacio-
nales desarrollando una "cultura de la periferia". Esta cultura es
caracterizada por una orientación hacia el futuro; la dramatiza-
ción del presente; la construcción de "enemigos"; la indignación
moral; y una inspiración emotiva fundamentalista.
Este modelo, aunque realiza la conexión entre imperativos
organlzaclonales, visiones del mundo y elecciones de objetivos
(en este caso, tipos de riesgos), nada dice sobre las condiciones
de emergencia de las asociaciones voluntarias particulares. Me
remito, entonces, a aquellos estudios sobre nuevos movimientos
sociales qué se focalizan sobre la cuestión de la "identidad" y
que cité al comienzo. En ellos, la emergencia de ese tipo particu-
lar de asociación voluntaria al que las movilizaciones en examen
pertenecen, está situada dentro de una dislocación de conflictos
en las sociedades occidentales contemporáneas. En estas socie-
dades, las posibilidades para los actores de participar en la pro-
ducción de sus propias identidades han crecido enormemente,
concomltantemente, sin embargo, con el incremento de las po-
tencialidades para el control y la manipulación de esta misma
identidad por medio de sistemas complejos. La lucha de los ac-
tores para apropiarse del control sobre la producción de su pro-
pia Identidad tiende a expresarse a través de una apelación a la
"naturaleza". Aquí, de acuerdo con estos estudios (en particular,
Melucci, 1987), estaría situada la ambivalencia de los nuevos
movimientos sociales: la reapropiación de la identidad deviene
construida culturalmente como un descubrimiento de lo no so-
cial. Lo social es construido como represivo y manipulativo de la
propia naturaleza interna. Aunque esta formulación puede con-
tribuir a un antagonismo hacia los aparatos de regulación y con-
trol. puede también conducir a la mera celebración de una iden-
tidad "original" purificada y abstraída de los vínculos sociales.
El riesgo es que los movimientos sociales devengan "sectas" ce-
rradas. De acuerdo con este enfoque, las elecciones organizacio-
nales dependen del modo en que la ambivalencia inherente a
esta "visión del mundo" se decide en el conflicto. 70 El impacto de

10 En Jo referente al movimiento de mujeres, al menos, otra lectura de la


ambivalencia es posible. Reservo esta discusión para los Caps. 7 y 8.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 141

estas decisiones ulteriores sobre la "visión del mundo" y sobre


la redefinición y elección de objetivos específicos, sin embargo,
continúa sin ser analizada.
De acuerdo con mi exposición hasta aquí, la crirninaliza-
ción tiene las características siguientes: simplifica el objetivo,
radicaliza y rigidiza el conflicto, requiere y produce una lógica
"amigo-enemigo". Adicionalmente, requiere y produce un clima
de indignación moral. Estas características parecen coherentes
con una "cultura de la periferia" e indicativas de una respuesta
a los imperativos organizacionales planteados por las organi-
zaciones voluntarias. Utilizando ambos modelos citados aquí,
podríamos esperar que la crirninalización se produzca toda vez
que, por alguna razón, la ambivalencia de los movimientos con-
temporáneos se disuelva en la autoclausura en sectas.
Pero la crirninalización tiene otros aspectos. La simplifica-
ción del problema lo torna negociable políticamente. Adicional-
mente, la demanda de crirninalización implica la aceptació_n del
terreno y las reglas del conflicto tal corno están dados, recono-
ce y legitima la autoridad del sistema de justicia penal, utiliza
canales políticos oficiales, delega la definición y la legitimación
de su propia identidad colectiva a las instituciones políticas
tradicionales. En resumen, "seculariza" las relaciones entre
movimientos e instituciones, en el contexto de un reconocimiento
recíproco.
Estos aspectos parecerían enlazarse con lo que Douglas y
Wildavsky (1983) llaman "cultura del centro", una expresión,
en su opinión, de organizaciones "jerárquicas" o "de mercado".
orientadas hacia el pasado o hacia el presente. Mi hipótesis,
entonces, es que las demandas de crirninalización emergen corno
la respuesta a imperativos organizacionales que producen una
oscilación entre "cultura de la periferia" y "cultura del centro''.
Las demandas de crirninalización cristalizan esta oscilación. Si
aceptarnos el segundo modelo, o la hipótesis de que los nuevos
movimientos sociales son estructuralmente ambivalentes. sere-
mos capaces de entender las demandas de crirninalización corno
intentos de hacer frente a las dificultades para traducir esta
ambivalencia en acción política en circunstancias específicas.
Observemos ahora el contexto en el que las movilizaciones
tienen que operar. Este contexto se caracteriza por estar cons-
tituido por la interacción de actores múltiples. En primer lu-
gar, está la network más o menos sumergida de grupos e indi-
142 TAMAR PITCH

vlduos a los que las movilizaciones hacen referencia y de quie-


nes están nutridas. Luego, el contexto definido por los actores
políticos tradicionales, partidos. sindicatos, etc. Luego, las ins-
tituciones y agencias del Estado. Otro elemento importante ata-
ñe a la cantidad y al tipo de recursos -económicos, culturales,
políticos- que están disponibles. No intentaré en este punto
construir un modelo que tenga en cuenta todas estas variables.
La observación de los cambios que atravesaron el movimiento
de mujeres en Italia durante los últimos años sugiere que, cuan-
do las circunstancias conducen a una contracción del espacio
político, la flexibilidad y la diversificación pueden ser percibi-
das como síntomas peligrosos de fragmentación y dispersión.
Las demandas de criminalización pueden ser leídas, entonces,
como un tipo de llamado a las armas, y conducen a la recons-
trucción de un actor colectivo a través de la identificación de un
enemigo visible. Una lógica y una retórica del tipo nosotros/
ellos, acompañadas por una dramatización, silencian (provi-
sionalmente) las diferencias de práctica y autoconciencia. Por
un lado, la demanda de criminalización dramatiza el objetivo y
lo carga con emociones que derivan su propia intensidad de
aquello a lo que el objetivo en sí mismo remite implícitamente,
tornándolo de ese modo símbolo de una situación mucho más
compleja a la que las movilizaciones se refieren. Por el otro, y
contemporáneamente, la criminalización ofrece un terreno con-
creto de lucha, se plantea como un objetivo realizable.
Para resumir mi argumento: las "nuevas" movilizaciones ex-
presan demandas complejas, que implican una relación entre "cul-
tura del centro" y "cultura de la periferia" o, mejor, la conciencia
de la necesidad de oscilar entre las dos. Estas demandas son ex-
presiones de -y hacen referencia a- un contexto organizacional
diversificado, flexible, articulado, ni jerárquico ni sectario, al me-
nos en la medida en que la diversificación y la flexibilidad so·n
percibidas como productivas. Si hay una restricción del espacio
político y/o las condiciones para la acción cambian, o los recursos
utilizados para realizar una práctica política ambivalente se redu-
cen, no sólo la diversificación puede crecer, sino que puede tam-
bién ser percibida como peligrosa para el mantenimiento de la
identidad colectiva construida hasta ese momento. Las demandas
de criminalización pueden, entonces, emerger como motivos re-
unificadores en el nivel organizacional y. al mismo tiempo, como
los símbolos de una ambivalencia no olvidada.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 143

Naturalmente, cuanc\o el espacio político se reduce por el


recurso a una política y retórica de "emergencia" y "orden pú-
blico", el uso simbólico de la justicia penal deviene- aún más atrac-
tivo. Y esto es lo que ocurrió, no sólo en Italia, durante los últi-
mos veinticinco años. La crisis de la cultura del we!fare-terreno
de crecimiento de demandas complejas y radicales- ha tenido
muchas consecuencias en este plano: desilusión y desconfianza
en las respuestas institucionales; un impulso contradictorio a
la reprivatización de los problemas sociales que ha conducido
a la formulación de demandas fragmentadas y sectorizadas, con
frecuencia formuladas en términos preconstituidos por la prác-
tica y la lógica de las agencias institucionales, 71 y una política
del consenso basada en campañas de alarma social, con el do-
ble efecto de restringir el acceso de actores no tradicionales a
la escena política y reducir el lenguaje de la política a un len-
guaje de "guerra".
En un clima todavía marcado culturalmente por el domi-
nio de un discurso político de orden público, una campaña puede
producir efectos criminalizantes aun cuando éstos no sean ex-
plícitamente contemplados por los actores de la campaña mis-
ma. Éste es el caso de la actual campaña contra el abuso de
niños. Pero esto ocurre también porque muchos de los elemen-
tos que "favorecen" la criminalización están ya presentes den-
tro de la campaña: el aislamiento del problema y su simplifica-
ción como un problema de la relación entre adultos brutales y
niños indefensos; una cierta indiferencia hacia el contexto en el
que la brutalidad es producida; el énfasis sobre la victimiza-
ción; etc. Como emblemático de los cambios en el clima cultu-
ral desde los '70 hasta el presente, cito sólo un ejemplo: el epi-
sodio, informado en los diarios italianos, de la madre prostituta
que ataba a su hijo de 9 años de edad a la cama cuando tenía
que salir a trabajar a la noche. Una situación que, al menos en
la prensa liberal, hubiera sido descripta algunos años atrás
como un problema de pobreza, abandono, carencia (quizá cul-
pable) de una adecuada intervención socioasistencial, además

71
Un ejemplo es el de la demanda de tratamiento obligatorio para adictos a
las drogas. La lógica de las agencias públicas defme a los consumidores de
drogas como enfermos. Los clientes (o algunos de ellos} demandan enton-
ces la cura de esta enfermedad como un deber del Estado, sea que el enfer-
mo la desee o no.
144 TAMAR PITCH

de ser un síntoma de una sociedad generalmente "injusta", hoy


es retratada por estos mismos medios como un episodio de
brutalidad salvaje, en el que hay una sola persona claramente
responsable y culpable: la madre. Este relato ya presupone y
refuerza algunas de las características de la respuesta crlmina-
lizante.

6. De la opresión a la victimización:
el desplazamiento de la cuestión
de la responsabilidad de la sociedad al individuo
La cuestión de la identidad es central para lo que en este
capítulo ha sido definido como ambivalencia. Hasta aquí he
utilizado el término "Identidad colectiva" de un modo intuitivo.
Si tratamos de an,µlzarlo un poco más atentamente, observa-
mos que la identidad colectiva tiene, al menos, dos aspectos. El
primero refiere al reconocimiento del grupo como actor colecti-
vo, como sujeto político; el otro tiene que ver con el proyecto y
la construcción de una identidad común. Los dos aspectos es-
tán obviamente interconectados, pero pueden también entrar
en conflicto. La lucha para ser reconocidos como actores políti-
cos puede chocar con el proceso interno de construcción de
una identidad común: nuevamente, el movimiento de mujeres
es el ejemplo más claro. El proyecto de una identidad construi-
da sobre la elaboración de la diferencia sexual, contrasta con
las demandas que implican una tematización de Ja diferencia
sexual misma como resultado de los procesos de victimización
y que, por lo tanto, adoptan el lenguaje y la lógica de las tradi-
ciones filosóficas y políticas de la "igualdad" que el proyecto de
la diferencia sexual busca subvertir (Vega, 1988 ). Pospondré una
exploración adicional de estos temas para los Caps. 7 y 8.
Si la relación entre los dos tipos de identidad colectiva es
particularmente problemática para ciertos actores 72 y menos

72 En el movimiento de mujeres, que habla por sí mismo, los intereses y las


construcciones de identidad están mucho más estrictamente vinculados
que en los otros dos casos. Los ambientalistas, por otra parte, hablan por
todos: los intereses de los que ellos mismos se declaran portadores están
ampliamente difundidos y la cuestión de la identidad individual o grupal
está en juego más implícita que explícitamente. En lo que respecta a las
campañas contra el abuso de niños, aquí revelan su afinidad con muchas
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, C.ONFLICTOS... 145

para otros. confiar el reconocimiento de la propia identidad


política al sistema de justicia penal acarrea para todos la difícil
relación entre autodeterminación y protección. Esta difícil rela-
ción es consignada a la definición de sí mismo como víctima.
El status de actor político autónomo deviene derivado del "re-
conocimiento" de la propia condición común de víctima.
Me gustaría afrontar aquí un aspecto relacionado con el
creciente recurso a la utilización del potencial simbólico del
sistema de justicia penal ya señalado: existe hoy en día un pro-
tagonismo creciente de las "víctimas" o, mejor. podemos notar
un uso creciente de esta autodesignación de "víctima" para legi-
timar la propia presencia y actividad política. Es precisamente
la autodefinición como "víctima de delito" lo que tiene una nue-
va fortuna: un hecho que significa. en mi opinión, un distancia-
miento significativo respecto del campo semántico implicado
por la noción de "opresión". La opresión remitía a una condi-
ción compuesta. resultado de muchos factores, sólo algunos de
los cuales podrían ser teorizados como acciones intencionales,
relativamente estables en el tiempo. de los cuales participan
sujetos de diverso tipo. La victimización, por el contrario, re-
fiere a una situación simple que es el resultado de acciones
precisas. intencionales y que individualiza solamente a aque-
llos actores que son los objetos de acciones "victimizantes". La
categoría de opresión es omnicomprensiva. denota todos los
aspectos de la identidad y todas las esferas y modos de acción,
comprende el pasado como historia colectiva, e identifica acto-
res que acarrean el peso de sus propios constreñimientos. La
categoría de victimización, en cambio, traduce historia colecti-
va a biografía individual (aunque algunas veces simbólica de
una biografía colectiva) y enfatiza un aspecto singular de esta
biografía; los actores que construye son sujetos abstractos de
derecho, los sujetos titulares de los derechos fundamentales
relacionados con la vida, la libertad y la propiedad. Desde este
punto de vista. podríamos decir que el lenguaje de la victimiza-
ción articula intereses liberales tradicionales, mientras que el

cruzadas simbólicas tradicionales, porque surgen en primera instancia al


interior de grupos profesionales -psicólogos. médicos, trabajadores so-
ciales- interesados en extender la esfera de su competencia: para ellos, en
principio, no existe conflicto entre identidad "interna" y .. externa".
146 TAMARPITCH

lenguaje de la opresión legitimó no sólo intereses socialistas


sino socialdemócratas en las bases del Estado de bienestar.
La victimización ha devenido una cuestión crucial, tanto para
las llamadas criminologías y sociologías conservadoras como para
la tradición crítica; el objeto de una disciplina relativamente nue-
va, la victimología; la legitimación y/o la inspiración para nuevas
políticas sociales y criminales y, al menos en Italia, el terreno
para la constitución de grupos y asociaciones activas en la esce-
na política. Me gustaría utilizar la autoatribución del status de
víctima por los movimientos sociales que he descripto, para ade-
lantar algunas hipótesis sobre el significado de la presente
centralidad de un discurso de la victimización.
El desplazamiento de la atención desde los "delincuentes"
hacia sus víctimas en el marco de la literatura sociológica y el
debate público ya ha sido advertido (Lasch, 1984; Cohen, l 988b ).
Ha sido leído como una reacción, en círculos tanto radicales
corrio conservadores, a la atención excesiva sobre la desgracia
de los "delincuentes" prevaleciente durante los '60. Ya he nota-
do cómo dentro de la criminología crítica, por ejemplo, tanto
los abolicionistas como los nuevos realistas de izquierda, des-
de lugares aparentemente opuestos, convergen en el propósito
de reintroducir a la víctima en la relación compleja definida
como delito. Sostendría mejor que lo que estamos atestiguan-
do no es tanto un cambio de enfoque -desde la centralidad (de
los problemas) de los "delincuentes" a la de sus víctimas-, sino
una compleja mutación semántica que tiene implicaciones polí-
ticas y teóricas de vasta importancia. Como ya he sostenido,
eran los delincuentes quienes fueron considerados víctimas, al
menos en la literatura sociológica de "izquierda" de los '60 y los
primeros años de los '70. De qué fueron ellos víctimas y hasta
dónde tal victimización fue juzgada "responsable" por la comi-
sión de delitos dependió, en gran medida, del punto de vista
ideológico del sociólogo. Dentro de la sociología radical, he se-
ñalado, los ofensores fueron considerados víctimas de la lógica
y de las prácticas selectivas del sistema de justicia penal y de
las circunstancias injustas. opresivas, en las que vivían. La
v1ctimización era visualizada, más que como el resultado de
una acción, como un proceso y una condición relacionada con
la experiencia subjetiva de factores socioculturales. El término
"opresión" describía la experiencia subjetiva y sus raíces socia-
les. Sea que fuera autoasumida. o, más frecuentemente. atri-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 147

buida, la etiqueta de víctima caracterizaba el resultado indivi-


dual de una situación colectiva. Los delincuentes eran víctimas,
siempre y cuando las suyas no fueran acciones emprendidas
colectivamente (crimen "organizado", delitos "de cuello blanco"
y delitos de los "poderosos" fueron usualmente examinados a
través de categorías diferentes). Un status de autonomía relati-
va fue asignado a los delincuentes (un poco como al Estado ... ):
mientras en general se admitía una racionalidad instrumental
en sus acciones, la responsabilidad era ampliamente distribui-
da a las circunstancias sociales, al sistema de justicia penal, a
la ausencia de oportunidades legítimas, a las familias quebra-
das, etcétera.
Las características de esta literatura ya han sido analiza-
das. Lo que deseo sostener es que no estamos presenciando un
simple cambio de énfasis, desde la desgracia de los delincuentes a
la desgracia de sus víctimas -algo que podría, después de todo,
ser caracterizado como un acto de justicia redistributiva-. Es-
támos presenciando un desplazamiento desde el campo
semántico asociado con la opresión hacia el campo semántico
asociado con la victimización. En la literatura sociológica sobre
la criminalidad y su control, este desplazamiento corre paralelo
a un cambio más general en la percepción de las víctimas. Al
rastrear la historia del descubrimiento del maltrato de niños,
por ejemplo, Ffohl (1977) destaca que, aunque inicialmente este
descubrimiento condujo a hacerse cargo de los niños (por medio
de la institucionalización, de la entrega a familias adoptivas, etc.),
hoy conduce a un intento de hacerse cargo de los responsables
de los maltratos (bajo la forma del tratamiento, la criminaliza-
ción, etc.). Si el énfasis sobre los ofensores como víctimas impli-
có poner a la "sociedad" en juicio como opresiva y el imperativo
de "cuidar" a los delincuentes; el énfasis sobre las víctimas del
delito implica poner en juicio a la criminalidad como tal y el
imperativo de controlar a los delincuentes o a los potenciales
delincuentes, de un modo eficazn Como ha sido visto en el capí-
tulo previo, las tendencias actuales de la criminología crítica no

73
El "renacimiento" (Bottoms. 1977) de la categoría de peligrosidad social es
un indicador de esta tendencia. Como sostuve precedentemente, hoy la
categoría de peligrosidad social es usada para identificar "poblaciones en
riesgo" (de cometer delitos) dentro de una ideología de la pena que legitima
sus funciones "incapacitadoras".
148 TAMARPITCH

parecen ser conscientes de este cambio. Tienden a operar me-


diante una simple inversión: hasta hace unos pocos años pensá-
bamos que eran los delincuentes quienes eran oprimidos; ahora
vemos que también (ciertos tipos de) víctimas son oprimidos,
además de ser Victimizados. Siendo estos últimos oprimidos
doblemente, es su punto de vista el que debe ser adoptado. Sin
embargo, éste no es un proyecto convincente: adoptar el punto
de vista de las víctimas sólo puede significar reconocerlas como
actores cuando ellas se definen a sí mismas como tales (cuales-
quiera sean las dudas que uno pudiera tener sobre si ellas son
también "oprimidas") y_estar dispuestos a entender la categoría
de víctima como construida socialmente. En general. no obstan-
te, las víctimas son identificadas sobre la simple base de haber
sufrido un delito, tratadas como individuos distintos, y abstraí-
das del contexto social y cultural del que ellas toman el vocabu-
lario necesario para describirse como víctimas.
Lo que es más sorprendente hoy es, precisamente, la presen-
cia sobre el escenario político contemporáneo de actores colecti-
vos que se definen a sí mismos como víctimas. Existen actual-
mente muchos grupos y asociaciones construidos sobre la base
de un reconocimiento común de sí mismos como víctimas de de-
litos: es suficiente citar a las víctimas de la mafia y del terrorismo.
Es una base temporaria, que atraViesa clase, género, edad y ocu-
pación. Otros grupos, incluyendo a las movilizaciones en las que
estoy interesada aquí (el movimiento de mujeres, los ambientalis-
tas, los promotores de campañas contra el abuso de niños). han
elegido, en cierto momento, presentarse a sí mismos como vícti-
mas de delitos, o han elegido y reconstruido un aspecto particular
de su propia condición o de la condición de aquellos en interés de
quienes actúan, de modo de adaptarlo a esta definición.
Existen, al menos, tres aspectos dignos de destacar en el
desplazamiento del interés desde los ofensores a las víctimas:
el cambio semántico en la noción de víctima; la emergencia de
las "víctimas" como actores colectivos en la escena política (y/o
el incremento en el uso de esta etiqueta por actores colectivos
como un modo de legitimar sus propias demandas); y lacen-
tralidad del sistema de justicia penal y del vocabulario crimi-
nológico en la definición de víctima. 74

74 Este fenómeno debería, no obstante, ser examinado en relación con la mul-


tiplicación de grupos y aSociaciones que $Urgen para defenderse de la
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 149

De acuerdo con Lasch (1984), esta difusión de la autoa-


sunción del status de víctima correspondería a una creciente
percepción de impotencia imputable, a su vez, a ciertas carac-
terísticas de Ja .. sociedad de consumo". Ciertamente, si relacio-
namos la decadencia del "discurso de la opresión" con las con-
diciones de emergencia de este sentimiento de impotencia
recogemos, quizás, un aspecto de Ja cuestión. El discurso de la
opresión implica la posibilidad de un cambio social radical,
cuyos actores son, precisamente, los mismos oprimidos. Sin
embargo, como hemos visto, este discurso tiene otro aspecto.
La interpretación que he llamado "omnipotente" es contraba-
lanceada por una declinación "impotente", con resultados pa-
radojales: a la extensión de la esfera de lo social, de lo humano,
ha correspondido la dispersión de la imputación de responsa-
bilidad. Donde la sociedad en su totalidad es juzgada respon-
sable por "injusticias", ningún individuo particular o grupo de
individuos está obligado a dar una explicación. La literatura
sociológica dominante, sea de orientación marxista o sistémica,
ha contado esta historia y, al mismo tiempo, reforzado esta in-
terpretación. En este contexto, la autoatribución del status de
víctima no puede ser visualizada sólo como la traducción de
sentimientos difusos de impotencia a la categoría descriptiva
de la "realidad". Sostendría, en cambio, que la adopción de un
vocabulario criminológico es, al menos en parte, indicativa de
una reacción a una desubjetivización paradoja!. La nueva
centralidad del sistema de justicia penal, el incremento anor-
mal en el recurso a éste como una manera de legitimar intere-
ses, detplantear conflictos, de confirmar valores -un recurso
de este modo caracterizado por la utilización del potencial sim-
bólico de lo penal- debe ser (también) entendido como un in-
tento de usarlo como un lugar en el que es redefinida la acción
como intencional, donde el proceso de imputación se refiere a

intrusividad, de la omnipotencia, de la pretendida irresponsabilidad de las


grandes organizaciones estatales o proveedoras monopólicas de servicios.
o de todas aquellas estructuras que, teniendo una influencia enorme en
nuestras vidas. es difícil que lleguen a asumir responsabilidad hacia noso-
tros: asociaciones de consumidores, consejos para los derechos de los en-
fermos, etc. Una de las características fundamentales de estas asociaciones
es, nuevamente. la puesta en marcha de un proceso de asunción-atribución
de responsabilidad.
150 TAMAR PITCH

actos y eventos precisos para actores claramente identificados


a quienes es atribuida "conciencia y voluntad". La adopción
colectiva del status de víctima tiene que ser observada en el
contexto definido por el recurso creciente al potencial simbóli-
co de la justicia· penal, un recurso que habla de un intento de
reintroducir actores en la escena social.
Que estos actores, sean ellos ofensores o víctimas, no pa-
rezcan poseer otras características además de las de "concien-
cia" y "voluntad", o que lo que los distinga sea el hecho de que
ellos actúen intencionalmente, es un indicador ulterior de esta
actitud. Parece posible leer, en los procesos de criminalización
bajo consideración aquí -y más allá del clima de indignación
.moral-. una suerte de conciencia irónica de que lo que uno
está haciendo es, precisamente, reintroducir "actores" en un
escenario confuso e indiferenciado: para que se pueda recono-
cer conciencia y voluntad a "nosotros", es, antes que nada. ne-
cesario atribuir conciencia y voluntad a los "otros". Los cons-
treñimientos no han sido tanto olvidados como puestos entre
paréntesis. La conciencia de su existencia persiste, pero se de-
cide que es necesario prescindir de ellos. El actor que emerge
de la demanda de criminalización no es "débil" porque esté cons-
treñido de diversas maneras, sino porque más bien es un actor
abstraído de sus propios constreñimientos, construido como
significante de un conflicto, más que personalmente involucrado
en tal conflicto. Por muy reales que sean las consecuencias de
los procesos de criminalización, para todos los actores involu-
crados tienen una naturaleza predominantemente simbólica. 75
El desplazamiento desde un discurso de la opresión a uno
de la victimización puede, entonces, ser considerado indicativo
de la emergencia y difusión más general de voice (Hirschman,
1982): actores que tienen en común solamente la experiencia de
ser víctimas dan vida a una pluralidad de conflictos dirigidos a
poblar la escena política con antagonistas claramente identifica-
dos. Esto, a su vez, es una condición para devenir reconocidos y

75 La "teoría" del chivo expiatorio, más o menos implícita en aquellos análisis


de las campañas de alarma social que las interpretan como maneras de
desviar insatisfacciones y protestas lejos de los centros de poder, no es
pertinente aquí. La naturaleza simbólica de estos procesos de criminaliza-
ción descansa, en realidad, en el intento de evidenciar la presencia de un
conflicto.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 151

legitimados como actores. El sistema de justicia penal es la are-


na privilegiada en la que la responsabilidad es asumida y atri-
buida en formas públicas, solemnes y reconocibles por todos.

7. Diferentes maneras de ser victimas


En los Estados Unidos, el movimiento de los Victim's Rights
no ha disfrutado de buena prensa en la izquierda, al menos
recientemente. Ha sido en realidad acusado, aun por aquellos
que han estado entre los primeros en apoyar, reconocer y estu-
diar los problemas de las víctimas (véase Viano, 1987), de pres-
tarse a la cooptación por campañas conservadoras de ley y or-
den que, en nombre de los derechos de las víctimas, piden
medidas de política criminal represivas e "incapacitantes" y,
sobre todo, lesivas de los derechos del acusado. 76 Otros aspec-
tos de este movimiento complejo y·heterogéneo permanecen,
sin embargo, inexplorados aún; por ejemplo, en la investiga-
ción de cruzadas morales como la organizada por MADD
(Mothers Against Drunken Driving) (véase Reinarman, 1988).
responsable de la sanción de la legislación represiva de los au-
tomovilistas capturados luego de haber bebido alcohol (aun en
cantidades relativamente modestas) indicativa de las faculta-
des organizativas. de la habilidad política y capacidad de em-

76
Es, ciertamente, un movimiento que durante los '80 adquirió una gran in-
fluencia política. En el nivel federal fue establecida una Presidential
Commission for the Victims of Crime ( 1984) y fueron promulgadas varias
leyes, como la Victim and Witness Protection Act (1982), la Victims ofCrime
Act ( 1984) y la Justice Assistence Act ( 1984). En California, una Victim's
Bill of Rights fue promulgada en 1982, seguida por declaraciones simila-
res en otros 28 Estados. Cuarenta y un Estados tienen programas para el
resarcimiento de las víctimas; pero lo que cuenta más en el nivel de los
cambios en el proceso penal es que muchas jurisdicciones admiten alguna
forma de participación de la víctima en las decisiones judiciales concer-
nientes a la culpabilidad, por ejemplo, la evaluación del impacto de la ofen-
sa sobre la víctima para establecer el tipo y la cantidad de pena. En
California, las víctimas pueden también oponerse a la concesión de la li-
bertad provisoria a los condenados. En general, las víctimas demandan
prisión preventiva, juicios rápidos, la eliminación o la determinación por
las víctimas de la instancia de negociación de la perra, reducciones al míni-
mo del poder de repreguntar a la víctima por parte de la defensa y la parti-
cipación en las decisiones sancionatorias (Henderson, 1985).
152 TAMAR PITCH

prendimiento de las "madres" y, más en general, como he dicho


antes, de la tendencia a asumir y atribuir responsabilidad.
Buscaré ilustrar cómo los modos de asunción y atribución
de responsabilidad están estrechamente interconectados y cómo
resultan en configuraciones políticas diferentes y en actores de
status diferentes con tres casos italianos que ejemplifican tres
modos distintos de entenderse uno mismo como una víctima y
de orientarse frente a las instituciones.
Al primer ejemplo ya lo he ilustrado en parte, y me referiré
a él nuevamente y de manera más amplia en los Caps. 7 y 8 de
este libro: se trata del movimiento de mujeres y la ley sobre
violencia sexual. Como ya he dicho, aquí la asunción del status
de víctima tiene sobre todo una importancia simbólica. Tiene el
significado de proclamar y establecer la propia inocencia (un
verdadero gesto político hacia una cultura que juzga a la mujer
responsable por su propia violación) y de construirse como
sujetos (abstractos) de derechos. A un costo doble: la pérdida
del carácter sexual y sexuado de la violación y la construcción
de actores (las víctimas) como un resultado de la acción de otros,
más que como agentes -una construcción que el sistema de
justicia penal tiende a confirmar- (véase Vega, 1988). O peor
aún, la construcción de uno mismo como un mero portador de
derechos deniega la posibilidad de ser reconocido como sujeto
completo qua mujer.
El hecho de que las mujeres son conscientes del doble vínculo
constituido por el -tal vez necesario- comprometerse en la lu-
cha por una ley decente sobre violencia sexual, es evidenciado
por el debate sobre la acción, que algunas quieren que sea de
oficio y otras iniciada por la víctima. El tema es construido en
términos de "libertad femenina". Las sostenedoras de la acción
de oficio argumentaban que esta libertad debe ser idéntica a la
proclamada y defendida por la comunidad política entera en el
caso de cualquier delito serio. Recíprocamente, que la iguala-
ción de la violación a cualquier otro delito serio significaba la
admisión completa de la mujer en la comunidad política. Las
sostenedoras de los procedimientos iniciados por las víctimas
argumentaban que Ja libertad femenina no puede ser reducida u
homologada con la libertad protegida por el derecho penal, por-
que el derecho presente es una estructura "mono-sexuada" (mas-
culina) y la admisión de la mujer en la comunidad política ocu-
rre en la medida en que devienen consideradas como hombres.
RESPONSABILIDADES LIMITADA1?. ACTORES. CONFLICTOS... 153

Los procedimientos iniciados por la víctima, por otro lado, al


implicar la necesidad de crear las condiciones en las que la mu-
jer individual está en posición de decidir libremente si denun-
ciar o no, situarían la libertad femenina dentro de la construc-
ción de "un mundo común de las mujeres". más que confiarla a
la protección institucional abstracta y homologante.
Anticipo aquí algunas de las consideraciones que profun-
dizaré más adelante. Si !ajusticia penal es utilizada por supo-
tencial simbólico, la posición de la acción de oficio es más fuer-
te. porque es coherente con la noción abstracta y neutral de
víctima. Viceversa, es precisamente esta neutralidad y abstrac-
ción lo que sostiene la necesaria inocencia de las víctimas. Dado
que esta inocencia es establecida por la adopción del status de
víctima y dado que esta adopción, en el contexto determinado
de !ajusticia penal, construye al evento victimizante como algo
que ocurre entre dos partes rígidamente separadas y solamen-
te caracterizadas por la inocencia (y pasividad) de una y por la
culpabilidad (y actividad) de la otra, no me parece que quede
mucho espacio para la afirmación de la libertad femenina, defi-
nida por la diferencia de sexo. El problema aquí no es entonces
el de la "libertad femenina". sino el de la "autodeterminación"
concebido en los términos abstractos de nuestra tradición polí-
tica liberal (véase. nuevamente Vega. 1988). Las demandas de
criminalización reintroducen actores, pero repito, actores sim-
ples; y cuando una parte de ellos es construida como víctima.
su capacidad de acción queda confinada a los mismos proce-
sos de criminalización. Una vez que éstos han sido agotados.
los actores colectivos criminalizantes se desvanecen como ac-
tores colectivos y asumen el rol individual y pasivo de víctimas.
El segundo ejemplo atañe a las asociaciones de víctimas
del terrorismo (de derecha, probablemente porque este terro-
rismo está más orientado a "masacres" de inocentes y una sola
bomba puede ser responsable por la muerte y las heridas de
muchísima gente). 77 Estas asociaciones nacieron como una re-
acción a lo que era percibido como demoras. inercia, desinte-
rés (a veces. cómplice) por parte del Estado en realizar las in-
vestigaciones y acusar a los responsables. Son asociaciones

77 En gran mecfida análogas son las asociaciones de víctimas de la mafia y del


crimen organizado en general.
154 TAMAR PITCH

sobre cuestiones singulares, cuyos miembros no tienen nada


más en común que haber sido víctimas o parientes de víctimas
de actos terroristas. Actúan fuera de las organizaciones políti-
cas tradicionales y se organizan sobre la base de relaciones in-
formales, cara a cara (véase Turnaturi-Donolo. 1988). Eligen
como interlocutores principalmente a las diversas agencias de
!ajusticia penal (policía, jueces, etc. J. pero conducen investiga-
ciones ellos mismos, presionando a los mass media, mante-
niendo contactos y estimulando la intervención de los partidos
políticos. Como parte civil, obviamente. tienen una participa-
ción importante en los procedimientos.
En casos como éste. la adopción del status de víctima ha
hecho posible una forma de actividad política -fuera de las
organizaciones políticas tradicionales- de grupos de ciudada-
nos "privados", a quienes se les ha dado una voice muy efecti-
va, tanto más efectiva cuanto más sea percibida como la articu-
lación de sufrimientos experimentados directamente. Es
precisamente este hacer público el dolor privado, un hacer pú-
blico que continúa siendo propiedad de aquellos que lo han
sufrido, lo que hace a estas asociaciones un fenómeno nuevo en
la escena italiana (Turnaturi-Donolo, 1988 J. Haciendo a las ins-
tituciones políticas y judiciales directamente responsables por
sus propias acciones y omisiones con respecto a los sufrimien-
tos soportados, los participantes en estas asociaciones asumen
responsabilidad, no como miembros de una organización polí-
tica ni como portadores de algún mandato oficial, sino precisa-
mente como ciudadanos "privados", cuyos problemas continúan
siendo privados pero devienen preocupaciones públicas.'8 Ellos
exigen dos tipos de responsabilidad: por un lado, subrayan la
responsabilidad penal (p. ej .. demandando la acusación de los
sospechosos de terrorismo y oponiéndose a las medidas de
descarcelación para los condenados) y. por el otro, demandan-
do medidas institucionales de reparación y compensación por
los daños, exigen un proceso de responsabilización colectiva
por lo que sufrieron. Los dos tipos están conectados porque el
primero, que implica la utilización de -y el pasaje a través de-

78 Ciertamente son diferentes las asociaciones de consumidores o consejos


por los derechos de los enfermos y similares. No tanto en términos de
lógica, que es análoga, sino porque ellos son organizaciones verdadera y
apropiadamente estables.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 155

lo penal, establece su .. haber sido victirnizados .. y de este modo,


el hecho de que ellos son merecedores de compensación (esto,
entre otras cosas, demuestra -si no fuera todavía obvio- que
las cuestiones contemporáneas de responsabilidad emergen al
interior de una cultura de los derechos sociales; la imputación
de responsabilidad individual no cancela, sino que refuerza,
demandas de responsabilización colectiva dirigidas al Estado y
sus instituciones. Sobre ternas análogos véanse, Abe!, l 982c;
Gusfield, 1975 ).
El tercer ejemplo es, en realidad, doble. Está relacionado
con las asociaciones de familiares de los enfermos mentales,
que han surgido durante los últimos años después de la pro-
mulgación de la ley 180 de reforma psiquiátrica de 1978. Esta
ley, sobre la que volveré más adelante, ha destacado cuestiones
numerosas e interconectadas de responsabilidad: la responsa-
bilidad compleja de los operadores psiquiátricos; la nueva res-
ponsabilidad de los pacientes psiquiátricos, a quienes han sido
restituidos sus derechos civiles; la responsabilidad de las fa-
milias y de otras redes de apoyo frente a la imposibilidad de la
hospitalización forzada y del confinamiento de largo término
(al menos en hospitales públicos). El contexto en el que se
mueven estas asociaciones está constituido por los servicios
psiquiátricos territoriales, las autoridades locales, las organi-
zaciones políticas y las instituciones nacionales. El sistema de
justicia penal no está involucrado, excepto periféricarnente; pue-
de ser utilizado -y lo ha sido- para identificar o dramatizar
disfunciones, para desenvolver conflictos entre diferentes agen-
cias (daremos un ejemplo de esto en el capítulo siguiente) pero
no, fundamentalmente, para asumir el status de víctima-en el
mejor de los casos, para reforzarlo-. Comparten con las aso-
ciaciones de las víctimas del terrorismo el hecho de ser agrega-
dos espontáneos, autónomos eri relación a los partidos políti-
cos, surgidos sobre la base de problemas privados. Pueden hacer
uso o trabajar con expertos, pero su autoridad e influencia no
deriva de algún saber específico, sino del hecho de que sus miem-
bros están directamente involucrados en los problemas de los
cuales se ocupan. En otras palabras, mantienen la plena pro-
piedad de aquello sobre lo que se quejan. Existen muchas de
esas asociaciones (véase para un resumen y descripción, Gianni-
chedda, 1987) que difieren con respecto a su organización, sus
objetivos y su actividad. Algunas son, básicamente, grupos de
156 TAMAR PITCH

presión que operan alentando una revisión de la ley general-


mente en el sentido de una reintroducción de algún tipo de ins-
titución custodia!. La mayoría de estos grupos trabajan en ni-
veles diversos para la implementación completa de la ley misma:
negocian y entran en conflicto con los servicios y con las autori-
dades locales, con frecuencia trabajan con ellos para el desa-
rrollo de proyectos alternativos, proveen información, actúan
como redes de apoyo. etc.
Es posible identificar dos modos diferentes de entender el
status de víctima en este caso, porque aquí este status es asu-
mido en el contexto de un conflicto entre usuarios y servicios.
Para las asociaciones que se comportan como grupos de pre-
sión, las víctimas son, sobre todo, los pacientes psiquiátricos.
Aquí, "víctima" indica una condición de impotencia absoluta y
de determinación completa: los pacientes psiquiátricos son
enfermos; en consecuencia, no sólo no son responsables por su
condición, sino que ni siquiera son capaces de tomar decisio-
nes con respecto a ella. Por lo tanto, se demanda que sean to-
mados a cargo completamente por los servicios médicos y so-
ciales, sea que ellos lo deseen o no. Para el otro tipo de
asociación, "víctima" describe tanto la situación de los pacien-
tes como la de sus familiares, no constituye una condición de
impotencia absoluta, sino una condición que es el resultado de
una gestión injusta e incorrecta del problema por parte de los
servicios médicos y sociales y, más en general. de las institucio-
nes políticas involucradas. La adopción de este status tiene,
así, el significado de hacer visible la voluntad de ser reconoci-
dos como interlocutores por parte de Jos servicios e institucio-
nes políticas, ya que se es parte principal y directamente inte-
resada en la cuestión. Esto significa que, mientras se atribuye
responsabilidad, se asume una responsabilidad compleja y, al
mismo tiempo. se demanda su reconocimiento informal.
Existen, entonces, muchas maneras de asumir y represen-
tar el status de víctima. Cuando en esta definición lo penal es
central, ésta tiene consecuencias diferentes si aquellos que la
demandan para sí mismos son un actor colectivo moviéndose
en el interior de un horizonte de temas complejos, o si ellos son
un actor colectivo "puntual'' cuya propia existencia depende de
esta definición. Cuando lo central es el contexto de los servicios
sociales, se producirán consecuencias diferentes si el mereci-
miento de la víctima (véase Reamer, 1982) depende de su ino-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 157

cencla (y pasividad) o de su "derecho" de ser considerada una


interlocutora.

8. Las "víctimas" y la política de los derechos


El desplazamiento desde la opresión a la victimización in-
dica un acceso más difuso y general a la volee. Este acceso toma
la forma de una demanda de nuevos derechos. La demanda de
derechos señala la constitución de actores nuevos sobre la es-
cena social y política. Viceversa, a través de su apelación a los
derechos estos actores nuevos demandan que se les otorgue el
status de sujetos legales plenos, o, para usar una terminología
diferente, ser reconocidos como ciudadanos plenos.
El escenario de la justicia penal, he sostenido hasta aquí,
es atractivo precisamente porque ofrece una reconstrucción de
los actores. Estos actores, también he dicho, son actores abs-
tractos, caracterizados nada más que por su capacidad para
"entender y querer": es decir, por estar a priori dotados con
una libertad que significa absoluta independencia y autosufi-
ciencia. Cualquier constreñimiento o calificación de esta auto-
suficie.ncia es construida como sustracción de esta libertad,
como constitución de un impedimento para ella. Esta recons-
trucción parece, entonces, suceder a través del recurso a una
retórica liberal clásica usada contra lo que he llamado la
desubjetivización paradoja! operada por el Estado de bienes-
tar. De este modo, la autoatribución de un status de víctima no
es tanto una declaración de impotencia como, por el contrario,
un medio para la acción.
Es la acción lo que tiene lugar en el interior del contexto de
las instituciones del welfare, y surge y es inspirada por una
cultura difusa de derechos no sólo civiles y políticos, sino tam-
bién sociales. Mujeres, niños, familiares de los enfermos men-
tales, madres de adictos a las drogas, víctimas del delito y del
terrorismo, en general, no demandan una retracción de la in-
tervención estatal: por el contrario, solicitan una intervención
calificada, que pueda ser hecha responsable y capaz de refor-
zar y no de vulnerar su status como ciudadanos. Esta deman-
da está en contradicción con el recurso al lenguaje de !ajusticia
penal y no es satisfecha por el mero reconocimiento del propio
status como sujeto legal pleno. Muchos sostienen que esto está
en contradicción con el propio lenguaje y· las políticas de los
158 TAMAR PITCH

derechos (véanse, p. ej., Minow, 1990; Wolgast, 1991), en los


que el sujeto de derechos típico es el individuo abstracto, auto-
suficiente, autocontenido (Hirschman, 1992). independiente
(volveré sobre esto en el último capítulo). Las políticas sociales
del Estado de bienestar o las políticas que tratan de alentar la
igualdad sust¡mtiva han estado, por un lado, frecuentemente en
contraste con las libertades civiles y, por el otro, han reprodu-
cido "diferencias" (es decir, todo lo que difiere del sujeto de
derechos típico) como desigualdades.
Pero, al mismo tiempo en que estos actores recurren a la
justicia penal o adoptan un status de víctima solamente para
tener capacidad de acción e invocar derechos, persisten en la
escena social y política como actores concretos, "enraizados":
como mujeres, madres de adictos a las drogas, familiares. Es
verdad que muchos de estos grupos se constituyen sobre la base
de la autodefinición de cada miembro como una "víctima": pero
al hacerlo cada miembro no abdica de todas las otras caracterís-
ticas. Por el contrario, vemos madres de adictos a las drogas,
familiares de enfermos mentales, hermanas o esposas o padres
de víctimas del terrorismo. En otras palabras, éstos son indiVi-
duos ("víctima" es una etiqueta indiVidualizante) que a~umen
responsabilidad sobre la base y en el contexto de sus relaciones.
Ellos no demandan derechos como sujetos abstractos, autosu-
ficientes, sino como miembros (indiViduales) de familias. Lo mis-
mo puede ser dicho de las mujeres, los niños, las minorías
étnicas, en cuanto ellos demandan el reconocimiento de un yo
"enraizado". La articulación de estas demandas en términos de
"derechos" puede tener el resultado paradoja! de una pérdida de
reconocimiento, precisamente. de ese enraizamiento, o de su re-
conocimiento a expensas del propio status como indiViduo (como
en el caso de las minorías étnicas). En los próximos capítulos
describiré un problema similar en el caso de los menores y de
los enfermos mentales en su relación con la justicia penal.
Sin embargo, lo que quiero señalar aquí es que puede ser
considerado que muchos de aquellos indiViduos que actúan
juntos sobre la base de haber sido dañados como miembros de
familias, dan un nuevo significado a la ciudadanía. Desde la
mera titularidad de los derechos. más completa cuanto más se
asemeje uno al sujeto de derechos típico, hasta la exoneración
de una responsabilidad que es asumida tanto hacia uno mismo
como hacia su propia familia y hacia la sociedad como un todo.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 159

Estoy hipotetizando entonces un nuevo cambio: desde una


política de la victimización hacia una política de lo que voy a
llamar la "soberanía" (me extenderé más sobre esto en el últi-
mo capítulo). que desafían tanto a las políticas tradicionales
del weifare como a las liberales clásicas, planteando el proble-
ma del reconocimiento pleno de un sujeto enraizado.
Sostendré en el último capítulo que (un cierto tipo de) po-
lítica de la mujer puede ser tomado como el paradigma de esta
política. El potencial simbólico de la justicia penal sería de poco
uso en él; por otro lado, el lenguaje, la lógica y el modo de ope-
ración de la justicia penal pueden ser fructíferamente critica-
dos desde su punto de vista.
CAPÍTULO 5
LA CUESTIÓN DE LA DESVIACIÓN JUVENIL

Los jóvenes, los enfermos mentales, las mujeres, constitu-


yen-de maneras diferentes- las principales "excepciones" (que
confirman la regla) para el sistema de justicia penal. Son ex-
cepciones con historias separadas, especialmente en lo que re-
fiere a las instituciones y saberes a través de los cuales estos
sujetos han sido construidos, y a cuyo cuidado han sido delega-
dos (aunque en los tres casos un papel relevante es y ha sido
jugado por las instituciones y los saberes psicológicos y psi-
quiátricos). No obstante, tienen en común precisamente esto:
que hacen evidente el modo en que el derecho (y los derechos)
surgen históricamente, son construidos por, y pertenecen pre-
dominantemente, al ciudadano masculino, adulto, que está do-
tado de (a quien es atribuida la) capacidad plena para distin-
guir el bien del mal y para orientar sus comportamientos en
consecuencia. Estas tres características están claramente
interconectadas. Sólo al varón adulto le es atribuible el tipo de
racionalidad que ha devenido en el paradigma de la racionali-
dad en general, porque se ha construido sobre la experiencia y
los intereses de (ciertos) varones adultos.
Estas excepciones son el terreno privilegiado de los saberes
no jurídicos, de las llamadas "ciencias humanas··, tanto en una
relación de apoyo al derecho como en conflicto con él. usando
las excepciones para construir paradigmas e instituciones que
tendencialmente erosionan a la misma "regla". En ambos casos,
la tarea de estas ciencias ha sido la de argumentar una caren-
cia de racionalidad -o más bien, explorar las condiciones que
limitan o eliminan una responsabilidad percibida como la pro-
piedad innata del individuo- e identificar otras modalidades
162 TAMAR PITCH

de !ajusticia penal de controlar, prevenir y reprimir actitudes y


comportamientos indeseables. 79
No es mi intención, en este capítulo, exponer la historia de
la justicia juvenil (para el caso italiano, véase De Leo, 1981).
Estoy interesada, más bien, en extraer de esta historia un as-
pecto que me parece particularmente indicativo de actitudes
corrientes, en Italia, hacia la relación entre la justicia penal (y sa-
beres jurídicos) y otros modos de control, cura, asistencia (y
saberes psicosociológicos). Este aspecto está específicamente
relacionado con el debate sobre dos de los tipos de juicios más
frecuentemente pronunciados por los jueces de las cortes juve-
niles (italianas) para sobreseer a los jóvenes acusados de actos
delictivos: el ''perdón judicial" y el juicio de "inmadurez". En
este debate, la cuestión de la punibilidad de los no adultos es
articulada claramente como un campo de opciones diferentes
de política criminal y social. En este campo, diversos cuerpos
de saber e instituciones interactúan y luchan y puede encon-
trarse una multiplicidad de orientaciones, preocupaciones e
intereses que hacen referencia, más en general, a la temática
del orden público en las llamadas sociedades postweifare.

l. Una justicia diferente


El status moderno de no adulto (véase Aries, 1974). como
el de no masculino, es caracterizado en términos de su no nor-
malidad. No es, simplemente, una cuestión de condiciones di-
ferentes, sino de condiciones que divergen de un presunto pa-
trón de medida universal: cualquier cosa que diverge de este
estándar es ya, por esa misma razón, cercana a la patología.
La juventud ha devenido, en tiempos modernos, una con-
dición distinta, denotada por atributos contradictorios: es un
estado cada vez más deseado, un valor en sí mismo, aunque, al
mismo tiempo, es una condición concreta de marginalidad so-
cial y dependencia económica prolongada. Es un problema en
sí mismo: lugar de innovación y autenticidad, pero también de
incertidumbre, precariedad y riesgo.

79
Sobre jóvenes véanse, por ejemplo, Cicourel, 1968; Empey, 1979; Krisberg-
Austin, 1978; Platt, 1975; Schlossman, 1977; sobre los locos, véanse las
indicaciones bibliográficas del próximo capítulo; sobre las mujeres, la bi-
bliografía en Pitch, 198 7.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 163

No sólo, ni simplemente, adultos incompletos; aun cuando


caracterizados por una "diferencia" entendida en términos de
"carencia". los jóvenes son objeto de un sistema de justicia cuya
diversidad y separación del de los adultos es justificada por
referencia a una ideología de la tutela anclada en un cuerpo de
teorías relativas a la naturaleza de la infancia y de la adolescen-
cia. Precisamente esto ha hecho a la llamada "delicuencia juve-
nil" un objeto privilegiado del estudio psicológico y sociológico
-en la literatura anglosajona, un objeto paradigmático para la
construcción de una sociología de la desviación- y, al mismo
tiempo, un campo privilegiado para la experimentación en polí-
ticas judiciales y penitenciarias, con frecuencia más tarde apli-
cadas a los adultos.
El status social moderno de los jóvenes, caracterizado por
una dependencia económica, emocional y jurídica, es justifica-
do en términos de una supuesta carencia de capacidades atri-
buidas a los adultos -discernimiento pleno, autocontrol. au-
todeterminación-. Esto, a su vez, legitima un sistema de justicia
basado en torno a "necesidades" más que a "derechos" y aumen-
ta el número de estudios de las causas psicológicas y sociales
no sólo de las transgresiones del derecho penal, sino también
de las actitudes y de las conductas que no serían estigmatiza-
das o consideradas problemáticas entre los adultos (abandono
de hogar, promiscuidad sexual, conflictos familiares, etc.; o bien,
todas aquellas formas de comportamiento que pueden ser defi-
nidas, en la terminología del Código Penal italiano, como "irre-
gularidad de conducta y de carácter").
Me ocuparé en este capítulo solamente del aspecto penal
de la justicia juvenil. No obstante, el aspecto estrictamente pe-
nal no está sólo supuestamente inspirado por una lógica dife-
rente de aquella del sistema de justicia penal adulto, sino que
está también estrechamente interrelacionada con aspectos ad-
ministrativos y civiles. Esta interrelación es hoy terreno de in-
certidumbres y de conflictos institucionales. Dos tendencias
opuestas convergen en promover una separación de funciones,
una división de tareas entre la justicia penal juvenil y las agen-
cias del welfare: una, interesada en la conversión de las necesi-
dades individuales en derechos sociales; la otra, acentuando la
necesidad de la defensa social.
Esta interrelación es constitutiva de la justicia juvenil y la
razón de ser de su existencia separada. La interrelación entre
164 TAMAR PITCH

la tutela y el castigo, entre la intervención con fines "educati-


vos" y la segregación con fines de "corrección", declinada de
maneras diferentes en períodos sucesivos, caracteriza a la defi-
nición y administración de la condición juvenil -en particular,
de aquella de los jóvenes pobres, marginados económica y so-
cialmente- desde el punto de vista de la justicia. Hasta hace
no mucho tiempo atrás, alguna forma de institucionalización
parecía la respuesta adecuada a cualquier problema: transgre-
sión de leyes penales, "Irregularidad de conducta y de carác-
ter", insuficiencias familiares, problemas escolares, etcétera.
La intervención de la autoridad no dirigida a la "correc-
ción" ni al castigo, sino a la protección, la educación y la remo-
ción de influencias negativas familiares o ambientales, se justi-
fica y legitima en el nombre del "bien" de los niños. Tanto en el
pasado como en el presente, la intervención y la institucionali-
zación son más frecuentes (y duran más) en los casos de las
jóvenes femeninas que en los de los jóvenes masculinos, y en
los que no se produjeron actos criminales, tales como huidas
del hogar, promiscuidad sexual, desobediencia hacia la familia
o en el caso de contextos familiares o ambientes que son consi-
derados malsanos (para una bibliografía, véase Faccioli-Pitch,
1988; no existe aún una literatura italiana tan rica como la
anglosajona sobre este tema; véanse no obstante, Buttafuoco,
1985; Groppi, 1983-4). 80
La noción de diferencia elaborada en términos de carencia
o déficit de "racionalidad" (en el caso de los jóvenes, provisio-
nal; en el de las mujeres, permanente) es precisamente lo que
justifica las intervenciones en nombre de las necesidades más
que en nombre de los derechos. La definición y la articulación
de las necesidades son confiadas a los adultos en general y, en
particular, a los diversos expertos que durante el último siglo
han disputado y subdividido la competencia científica sobre la
infancia, la adolescencia y, más recientemente, sobre la "juven-
tud". La historia social de las intervenciones en defensa de los
llamados "sectores débiles" de la población es una historia com-
pleja, que no puede leerse simplemente como una historia de

ªº Para una investigación italiana sobre la justicia juvenil véase Faccioli-Pitch,


1988; sobre el contexto europeo contemporáneo, Caín, 1989; para una re-
flexión y una bibliografia sobre el control social de las mujeres, véase Pitch,
1987.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 165

colonización, discriminación o inferiorización, ni como una his-


toria lineal, sin conflictos y contradicciones.
No obstante. ha tenido casi siempre un lado particularmente
ambiguo y potencialmente influyente en el área del castigo. En
tanto la tutela se justifica en términos de insuficiencia o necesi-
dad, el castigo se justifica por la necesidad -y la oportunidad-
de la corrección; o por la existencia de peligrosidad. En ambos
casos, sea por el bien del joven o de la sociedad, operan a tra-
vés de la atenuación o suspensión de aquellas garantías legales
concedidas a los adultos. En Italia, debido a la influencia de la
escuela positivista (De Leo, 1981). el joven que ha cometido un
delito y es declarado no imputable puede ser sujeto a medidas
de seguridad, 81 tales como la remisión a un reformatorio. El
déficit de racionalidad, la anormalidad biológica y psicológica
-como en el caso de los enfermos mentales acusados de actos
delictivos- es conectada (aunque hoy ya no automáticamente,
véase el próximo capítulo) con la peligrosidad social.

2. La delincuencia juvenil en Italia


SI la justicia juvenil, sus prácticas e instituciones, han sido
y son objeto de debate político y social, mucho menos interés y
preocupación despierta la conducta juvenil transgresora como
tal (véase De Leo-Cuomo, 1983). Los delitos conectados con el
terrorismo y la adicción a las drogas han dado lugar a preguntas
acerca del status social y cultural de sus protagonistas, pero és-
tos han sido usualmente personas mayores de 18 años de edad.
Parecería que Italia no es, ni ha sido nunca de modo relevante,
alcanzada por un fenómeno análogo a aquel que ha dado lugar a
una literatura floreciente en los Estados Unidos (predominante-

81
El sistema penal italiano es un sistema de "doble vía··. Una vía está integra-
da por "penas", la otra por "medidas de seguridad". Las medidas de segu-
ridad pueden sustituir a las penas o bien aplicarse luego de ellas, como en
el caso de estar obligado a vivir en un cierto lugar luego de la expiación de
una sentencia de prisión. Ser remitido a un hospital psiquiátrico peniten-
ciario es una medida de seguridad típica dada a adultos sobreseídos por
razones de insania. La peligrosidad social es la justificación para la medi-
da de seguridad. mientras que la culpabilidad es la justificación para la
pena. La pena refiere (en principio) a un juicio relativo a la comisión volun-
taria de una acción delictiva; la medida de seguridad refiere a un juicio
relativo a la "peligrosidad" potencial, fundada en términos sociales o psi-
cológicos del actor.
166 TAMARPITCH

mente) y en Inglaterra: pandillas de delincuentes juveniles (Cohen,


1955), pequeña criminalidad, etc., consideradas como conductas
típicas de la condición juvenil en los grandes guetos urbanos, a
las que; por medio del término delinquency, están asociados actos
y comportamientos que son "desviados", pero no ilegales (esca-
par de casa, de la escuela, tener hijos ilegítimos, etc.). Sea esto
una diferencia real o el producto de una manera diferente de
interpretar y construir los problemas, la literatura italiana sobre
este tema tiende a restringirse a un examen de los aspectos ins-
titucionales de la cuestión. Es el caso de los sociólogos y crimi-
nólogos82 y, más aún, de los operadores de la justicia juvenil:
jueces, psicólogos, trabajadores sociales y educadores. Estos úl-
timos son, en realidad, los principales protagonistas del debate
sobre la delinquency que en Italia, por lo tanto, es construida
como una cuestión institucional más que como un problema so-
cial o, mejor, como un problema social que inmediatamente evo-
ca y está relacionado inextricablemente con las políticas y prác-
ticas de gestión, asistencia y solución. 83

82 A este respecto, véanse Gatti-Bandini, 1970; Senzani. 1970; Ardigo, 1977;


Bandini, 1977; Balloni-Pellicciari-Sacchetti, 1979; De Leo, 1981; Censis,
1982; Giasanti, 1985; Ponti. 1985; Giasanti-Calabretta, 1987.
83 Periódicamente, los medios de comunicación realizan informes e investigacio-
nes sobre la delincuencia juvenil en aquellas áreas del Sur en las que el cri-
men organizado es más floreciente. Estén o no todos, o la mayoría, de los
delitos cometidos en esas áreas {Palermo, Nápoles) por los jóvenes, conecta-
dos o dirigidos por grupos criminales organizados, ellos son diferentes de
aquellos que caracterizan supuestamente a la delincuencia de las pandillas
juveniles. Primero, raramente están involucradas pandillas. Los jóvenes no
están usualmente organizados autónomamente y no se involucran en peleas
contra otras pandillas. Sus delitos son delitos contra la propiedad, frecuente-
mente relacionados a actividades ilegales desarrolladas por los adultos del
área. El interés de los medios de comunicación y de la opinión pública está
principalmente dirigido a esta conexión, y la policía y los jueces con frecuen-
cia señalan el uso que los adultos hacen de los niños en actividades crimina-
les, ya que los niños· menores de 14 años no son punibles. Otro problema
discutido es el de los niños gitanos, tanto varones como mujeres. Los niños
gitanos son usados frecuentemente como mendigos y arrebatadores, y por
supuesto, ellos son muy visibles y objeto fácil de atención por parte de la
policía (véase Faccioli-Pitch, 1988). En la medida en que se incrementa la
inmigración desde África del Norte, Europa Oriental y otros países, existe un
aumento firme en la tasa de encarcelamiento de adultos provenientes de esas
regiones. Es de esperar que este incremento también suceda en el caso de los
jóvenes y que pronto, cuando en Italia sean reconocibles "minorías étnicas".
toda la cuestión asuma características diferentes.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 167

Éste es, por lo tanto, un debate cuya diferencia con respec-


to a la literatura anglosajona testimonia tanto la diferencia del
fenómeno como la de las formas de definición y gestión, no obs-
tante algunas analogías aparentes en el lenguaje, la ideología
legitimante y la penetración y uso en Italia, desde los '60 en
adelante, de modelos interpretativos importados del contexto
anglosajón. La literatura académica y el lenguaje político sobre
la delincuencia juvenil revelan las peculiaridades ya destaca-
das en general, para Italia, en relación con la cuestión criminal:
en particular, el peso de las contribuciones de los operadores
del área, que hacen que ellos mismos sean, con mayor o menor
conciencia, sujeto y objeto del análisis. El resultado es la pro-
ducción de investigaciones sobre el sistema de justicia juvenil
que son críticas, pero como son internas a él, nunca cuestionan
la existencia misma de este sistema.
Desde un punto de vista diferente, las contribuciones de
los operadores pueden ser leídas como indicativas de los inte-
reses, de las visiones y de los problemas relativos a sus pro-
pias competencias diversas; e indicativas de los conflictos en-
tre estas diferentes competencias. La situación que el debate
bajo discusión aquí toma como background, presenta aspectos
contradictorios que no son fáciles de interpretar (véase Faccioli,
1988, 1988a).
En un artículo en 1977, Tulio Bandini interpretó el des-
censo en las ofensas juveniles reportadas, juzgadas y condena-
das, en el contexto de un incremento general del delito y de un
aumento en el número de detenciones preventivas, como el re-
sultado de un sentimiento generalizado de fracaso e impoten-
cia por parte de los operadores -en particular, de los jueces-
resultante en una despenalización no programada. Tal despe-
nalización era una práctica parcial y contradictoria, evidencia-
da por elementos represivos como el creciente uso de la prisión
preventiva con una función punitiva. A diez años de distancia
(véase Faccioli, 1988; los datos analizados remiten a los años
1976-1985), las denuncias parecen estar todavía en disminu-
ción pero las condenas aumentan, aunque al_ mismo tiempo el
uso del encarcelamiento está cayendo. El incremento de las con-
denas, aun cuando significativo, no compensa el porcentaje mu-
cho mayor de sobreseimientos en relación con el total de jóve-
nes juzgados: más del 80 % de los jóvenes llevado a juicio son
sobreseídos, en gran medida debido a la concesión de perdo-
168 TAMARPITCH

nes judiciales (casi el 60 % de los sobreseimientos). En lo que


atañe a las detenciones, éstas disminuyeron en general. y dis-
minuyeron también los plazos de permanencia en prisión, pero
el porcentaje de jóvenes varones detenidos cumpliendo conde-
na se ha duplicado en la última década (de 3 a 6 %) (véase
también De Stroebel, 1985). Los jóvenes son fundamentalmen-
te denunciados (73 %), condenados (71 %) y encarcelados (82 %)
por delitos contra la propiedad: mayormente hurtos y robos.
Ha habido también una disminución en la tasa de liberación
condicional (Fadiga-Gerratana-Occulto, 1985).
Incremento de las condenas. reducción del encarcelamien-
to; alta tasa de absoluciones, reducción del uso de la liberación
condicional. Aun teniendo en cuenta las relevantes diferencias
locales, el funcionamiento de la justicia juvenil se presenta du-
rante los últimos diez años particularmente contradictorio. La
tendencia hacia la descarcelación, originada en los '70, conti-
núa prevaleciendo (reforzada por la neta reducción en el uso de
medidas de seguridad). Sin embargo. el empinado ascenso del
número de condenas y la renuencia al uso de la libertad condi-
cional, que no son explicables en términos de un cambio en la
naturaleza de las ofensas por las que los jóvenes son llevados a
juicio, indica, como buscaré sostener, la profundización de la
crisis del funcionamiento de la justicia juvenil y los intentos de
los jueces de hacerle frente.

3. De la corrección a la reeducación
El cuadro descripto es adicionalmente complejizado por
los datos sobre jóvenes confiados a instituciones bajo medidas
administrativas y civiles. De acuerdo con el instituto de esta-
dísticas ISTAT, entre 1980 y 1985 hubo un incremento en el
número de personas jóvenes de ambos sexos en instituciones
reeducativas; de acuerdo con el relevamiento del Ministerio de
Justicia, por el contrario, sólo en Sicilia, región de status espe-
cial en la que el decreto 616 de 1977 (que delega la implemen-
tación de medidas administrativas a las autoridades locales)
no está en vigencia, aunque existen todavía jóvenes en estas
instituciones. su número está decayendo (véase Faccioli, 1988).
Faccioli propone dos hipótesis para explicar esta contradicción.
De acuerdo con la primera, se trataría simplemente del hecho
de que el ISTAT incluye, en la categoría de admisiones a institu-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 169

ciones reeducativas, a jóvenes bajo medidas administrativas y


civiles, lo que no significaría que éstos fueran efectivamente
institucionalizados. De acuerdo con la segunda hipótesis, los
datos registrarían la presencia efectiva de jóvenes en institucio-
nes reeducativas debido a la carencia, particularmente en cier-
tas áreas territoriales, de otras soluciones.
Las medidas administrativas se refieren, según la ley que
regula la actividad de los tribunales de menores, a los jóvenes
considerados "irregulares en su conducta y carácter" -que no
están acusados de delitos sino de transgresiones, que no se-
rían tales si fueran cometidas por adultos: indisciplina, huidas
de la escuela, fugas del hogar, etc.-. Desde fines de los '70 y
durante toda la década sucesiva, el sector administrativo se fue
contrayendo cada vez más -en parte bajo la presión de la cul-
tura antiinstitucional de aquellos años- y la remisión a insti-
tuciones reeducativas de los "irregulares en su conducta y ca-
rácter", se interrumpió completamente. El decreto 616, al
delegar la competencia para implementar medidas civiles y ad-
ministrativas (dispuestas por los tribunales juveniles) a las
autoridades locales, paradójicamente ha revitalizado este sec-
tor. La no derogación de las leyes relativas a la "irregularidad"
combinada con la carencia de recursos disponibles para mu-
chas autoridades locales, por un lado, relegitimó la existencia
de medidas "reeducativas-correctivas" y, por el otro, condujo
en algunos casos a la reutilización de las ex instituciones ree-
ducativas como estructuras genéricas para jóvenes bajo medi-
das administrativas y civiles (en situaciones de malestar fami-
liar, abandono, etc.).
Es útil decir algo, en este punto, relativo a la declinación
de la llamada "ideología del tratamiento", que inspiró la refor-
ma legal de lajusticiajuvenil en 1956, pero más generalmente
constituyó un leit-motiv, no sólo en Italia, de una determinada
fase de las políticas de control social (De Leo, 1981; De Leo-
Cuomo, 1983).
A la imagen del desviado juvenil como "pervertido" -por
lo tanto moralmente corrupto, arrastrado a la maldad debido a
la ausencia de la capacidad de discernimiento y autocontrol
característica del adulto-, parte de una ideología de interven-
ción en términos de "corrección" -Visión dominante durante el
período fascista- le sucedió, en condiciones político-sociales
diferentes y gracias a la posterior introducción de modelos y
170 TAMAR PITCH

prácticas desde el extranjero, una lectura del ·malestar y la trans-


gresión juvenil en términos de "inadaptación". Esta lectura de-
rivó en un modelo terapéutico e individualizante. La inadapta-
ción, de la que la transgresión es considerada un síntoma, puede
en realidad tener raíces sociales, pero se manifiesta y tiene que
ser abordada en el nivel individual por medio de una serie de
medidas orientadas a la "reeducación" dirigidas, en principio, a
las "necesidades" y "carencias" del individuo desviado. La trans-
gresión deviene en -y tiene que ser abordada como- un sínto-
ma de una patología individual.
Esta lectura inspiró, o mejor dicho legitimó, las políticas
de control social durante los años '50 y los primeros años de la
década del '60, en los Estados de bienestar desarrollados. En
Italia no tuvo mucho impacto en lo atinente a los adultos (una
versión aggiomada y contradictoria se encuentra en la refor-
ma penitenciaria de 1975 ), mientras su adopción en el área
juvenil fue facilitada por el carácter específico de esta área
(paternalista, discrecional, orientada al "bienestar" de los me-
nores más que a su castigo), a cuyas disposiciones brindó ca-
rácter de "cientificidad", sustituyendo la arcaica ideología de la
corrección.
Pero mientras en los Estados de bienestar desarrollados
esta lectura estaba basada en la actividad y expresaba el senti-
do común de lo que era una extensa red de servicios sociales y
agencias especializadas, tanto dentro como fuera del sistema
de justicia penal (para los Estados Unidos, véanse Krisberg-
Austin, 1978; L. T. Empey, 1978, 1979), en Italia no tenía otros
puntos de referencia excepto los tradicionales, en el marco del
sistema de justicia penal. Las ideologías legitimantes, en con-
secuencia, eran similares, pero las políticas y las prácticas de
control social en relación a los jóvenes, muy diferentes.
Más allá de un breve momento de entusiasmo por las -por
otro lado ya existentes- instituciones reeducativas, entre el fi-
nal de los '50 y el principio de los '60, la id.eología reeducativa
sólo resultó en un cambio de legitimación para instituciones y
medidas que ya estaban en funcionamiento (Bandini-Gatti,
1987). Cambio que contribuyó, no obstante, a un incremento
en el sentimiento de frustración e impotencia por parte de los
operadores, y que condujo a una rápida crisis de esta misma
ideología. Paradójicamente, esta crisis se expresó con frecuen-
cia en el lenguaje con el cual, contemporáneamente, era articu-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 171

lada en los países en que las políticas de "reeducación" habían


sido traducidas en recursos e instituciones y en los que, en con-
secuencia, esa crisis no podía ser imputada solamente a un
defecto de implementación.
La onda de cultura antiinstitucional de los '70 desafió a
las viejas instituciones y a la nueva ideología: no se trataba tan-
to de un fracaso como de un objetivo en sí mismo errado. Pre-
cisamente la reeducación, considerada una intervención repa-
radora orientada al individuo singular de acuerdo con un modelo
terapeutizante que, enfatizando las necesidades y las carencias
individuales, sirvió para legitimar e incrementar la discrecio-
nalidad, era lo que estaba sujeto a crítica.
Al objetivo de la reeducación le sucedió -o más frecuente-
mente, le acompañó- durante los años siguientes, el objetivo
de la prevención, considerado como la intervención en y sobre
lo social -el territorio-. Este objetivo tenía sus analogías en
otros países (community care, community social work, véase
Cohen, 1985), pero la situación italiana es nuevamente muy
específica, tanto en el nivel cultural y político como en el de los
recursos utilizados y utilizables.
Desde 1975 hasta hoy, la Introducción de nuevas medidas
legislativas ha influenciado significativamente las formas de
intervención de los tribunales de menores. Hemos dicho que el
decreto 616 de 1977 delega la implementación de medidas civi-
les y administrativas decididas por los tribunales a las autori-
dades locales. Pero la renuencia por parte de los jueces a hacer
uso de medidas administrativas precedía a la aprobación de la
ley, y puede ser leída como indicativa tanto de una desconfian-
za general con respecto al rol de las instituciones cerradas en el
desempeño de actividades reeducatlvas como de una relnter-
pretación de la importancia de la reeducación. FUe una renuen-
cia que reflejó la cultura de los primeros años de la década
del '70, que conjugaba la denuncia de las condiciones de vida
en las instituciones cerradas (Franchini-Introna, 1972; Senzani,
1970) con la crítica de su rol como meros contenedores de pro-
blemas sociales cuya solución debería ser Intentada en el lugar
en el que se producen, es decir, en el denominado "territorio".
Ha habido y hay formas diversas de interpretar las instan-
cias de las que esta cultura era portadora. Estas formas están en
relación con los recursos efectivamente disponibles y movilizables
172 TAMARPITCH

en el territorio y, más en general. con factores políticos e institu-


cionales; más que ser los resultados de orientaciones culturales
e ideológicas diferentes. En realidad, estas últimas parecen ser
legitimaciones a posterior! de los primeros.
A grandes rasgos, dos tendencias son identificables: la pri-
mera interpreta la decadencia de las instituciones cerradas en
términos de la necesidad de tratar al caso individual dentro de
su propio contexto de referencia; la segunda es caracterizada
por un decisivo cambio de énfasis sobre el contexto, que devie-
ne el objeto primario de intervención, al tiempo que se prescin-
de de la situación problemática singular. La primera tendencia
era visible, en gran medida, en los años precedentes a la pro-
mulgación del decreto 616, debido probablemente al hecho de
que la responsabilidad por las decisiones y por su implementa-
ción estaba situada de manera exclusiva en una instancia cen-
tral, el Tribunal de Menores, que trabajaba a través de su pro-
pio servicio social y cuya tarea era, precisamente, la gestión de
aquellos casos individuales que le eran planteados cuando eran
definidos corno problemáticos. El contexto social dentro del que
emergía el caso individual asumía el status de causa del pro-
blema; pero era el problema mismo, el caso individual, lo que
retenía la centralidad, porque era aquello por lo que el tribunal
tenía plena responsabilidad.
Con el traspaso de la implementación de las medidas ad-
ministrativas a las autoridades locales, la problernaticidad del
caso individual generalmente se disolvía dentro de tareas
asistenciales y sanitarias que se aplicaban sobre la base de prin-
cipios universalistas. Ciertamente, existen diferencias impor-
tantes en los modos en los que las distintas autoridades locales
han interpretado estas tareas (véase Bergonzini-Pavarini, 1985).
Pero el conflicto que, con frecuencia, era inherente a las rela-
ciones entre el tribunal y los entes locales tiene que ver con este
punto y. a su vez, se inscribía en un malestar más general ex-
presado culturalmente corno contraste entre demandas ex-
plícitas de control social e instancias asistenciales. Este con-
flicto se imbrica sobre el terreno de elecciones políticas que,
aunque de un modo contradictorio y fragmentado, han deman-
dado que los servicios sociales y de salud sean servicios para
todos, es decir, respuestas a los derechos sociales.
El primer resultado de esta situación parece haber sido
una resistencia general. por parte de los gobiernos locales y de
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 1 73

las agencias asistenciales en el territorio, a la asunción de una


responsabilidad explícita de control social. Esta resistencia,
frecuentemente justificada como resultado de los objetivos
universalistas y de las tareas de resolución de los problemas a
través del mejoramiento general del territorio de su jurisdic-
ción, corre el riesgo de traducirse simplemente en el abandono
del caso individual, cuando se combina con la pobreza de re-
cursos y la rigidez política y burocrática.
Se sigue de esto un fuerte impulso hacia Ja especialización
de las intervenciones y competencias: el tribunal asume el rol
de una agencia entre otras, a las que son atribuidas principal-
mente tareas de control social. Esta especialización no contri-
buye (como, en principio, podría) a una asunción de responsa-
bilidad articulada y compleja: antes bien, produce fragmentación
y abandono. A su vez, la fragmentación de las intervenciones y
el consiguiente abandono corren el riesgo de conducir a deman-
das de nuevas formas custodiales o de reforzamiento del con-
trol social, tal vez fuera del ámbito penal.

4. La relación/conflicto entre el Tribunal


de Menores y las agencias asistencia/es territoriales
El status actual de la justicia juvenil se presenta como par-
ticularmente contradictorio. Los procesos descriptos parece-
rían confinar la competencia de los tribunales de menores a
cuestiones de control e intervención exclusivamente en el área
de las transgresiones (criminales) juveniles. El malestar, el aban-
dono, los problemas educacionales y familiares, etc., les están
siendo sustraídos, aunque no tanto por el derecho -que sos-
tierre la responsabilidad de los tribunales en estas materias-
como por los servicios sociales que son responsables de estos
problemas en el nivel local. La justicia juvenil gira decisivamente
hacia lo "penal", aunque por supuesto se trata de un "penal"
legitimado y orientado de manera diferente al de los adultos.
Esta diferencia, precisamente, es objeto de debate y con-
troversia. Las presiones hacia intervenciones punitivas menos
ambiguas, purgadas de pretensiones reeducativas, en el nom-
bre de una justicia menos paternalista y discrecional, más
"garantista", o en el nombre de la defensa social, conviven con
demandas de conservación de las características particulares
de la justicia juvenil, en nombre de los objetivos prioritarios de
174 TAMAR PITCH

asistencia y protección. La delegación a las autoridades locales


de competencias en materia de asistencia, la tendencia a la re-
modelación de la justicia juvenil como agencia principalmente
comprometida con funciones de control, tornan relevante este
debate con respecto a las cuestiones generales relativas a la
relación entre la justicia penal y el sistema socioasistencial, a
las que subyace la relación entre las ciencias sociales y el dere-
cho penal.
Estos temas salen a la luz en particular en el debate en
torno a los dos tipos de pronunciamientos más frecuentemente
producidos por los tribunales en relación con los jóvenes acu-
sados de delitos: el perdón judicial y el sobreseimiento por "in-
madurez". Ambos excluyen el castigo; en el primer caso, por-
que los jueces perdonan a los jóvenes declarados culpables del
delito que se les imputa, y en el segundo, porque el joven es
declarado inimputable.
El perdónjudlcial implica un juicio de culpabilidad, el re-
conocimiento de la responsabilidad penal del joven y expresa
la ren¡mcia a castigarlo sobre la base de un pronóstico favora-
ble de su comportamiento futuro. Legalmente es una medida
de clemencia .que puede ser concedida sólo una vez, en la pri-
mera ofensa. En realidad, su uso se ha extendido debido a la
interpretación extensiva de esta norma por parte de la Corte
Constitucional (Vaccaro, 1982). Hoy, cerca del 40 % de los pro-
cedimientos penales contra los jóvenes (y el 57 por ciento de
todos los sobreseimientos) terminan en un perdón.
Ésta es una medida que ejemplifica claramente el tipo de
lógica que Inspira a la justicia juvenil: la renuncia al castigo
debería estar basada, de hecho, en una evaluación de la perso-
nalidad del joven y de las circunstancias sociales y culturales
en el interior de las cuales la ofensa se sitúa, así como indicar
un "arrepentimiento" por parte del joven. Por med.io del perdón
la justicia juvenil actúa de un modo paternalista: "Has obrado
mal. pero esta vez y a condición de que no lo hagas nuevamen-
te, renunciaré a castigarte". En realidad, la práctica judicial ha
dado al perdón un significado bastante diferente. Es indicativo
de una tendencia hacia una despenalización defacto. Concedi-
do usualmente de manera ritual, al finalizar la instrucción o in
camera, sin que haya existido ningún contacto directo entre el
juez y el joven. es una medida que se presenta actualmente como
si fuese obligatoria; más que un beneficio concedido a la luz de
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 1 75

consideraciones particulares relativas a un individuo específi-


co, asume las características burocráticas e impersonales de la
amnistía y el indulto. Purgado de ambiciones "reeducativas",
concedido en general sin que haya habido, como la ley señala
todavía, 64 evaluación específica alguna de la probabilidad de
"arrepentimiento", el perdón expresa hoy, implícitamente, una
evaluación negativa de las normas y procedimientos por medio
de los cuales el caso es llevado a juicio.
Este uso del perdón puede ser leído como una indicación
de la división de tareas entre agencias a la que nos hemos refe-
rido anteriormente. Indica, en realidad, una renuncia Implícita
del tribunal a sus tareas reeducativas. Si lo considerase apro-
piado, el juez abrirá un procedimiento administrativo, delegan-
do de jacto estas tareas a las autoridades locales; o bien, apli-
cará una medida de seguridad, pero las consideraciones
relevantes no serán, en este caso, de naturaleza reeducativa sino
más bien de defensa social.
Esta tendencia es criticada y agudamente impugnada por
algunos miembros de Ja magistratura (Vaccaro, 1982), para
quienes el perdón debería retener su sentido original de benefi-
cio individual para ser concedido sobre Ja base de una "medita-
da evaluación prognóstica", dentro de una relación significativa
entre el juez y el joven, en Ja que la concesión del perdón tome
Ja forma de un instrumento para lograr el "arrepentimiento". El
ejercicio del poder de castigar, de acuerdo con estos jueces, debe
estar dirigido, en el caso de los jóvenes, hacia fines reeducativos
de Jos que el juez debería continuar siendo el principal intér-
prete y protagonista, al mismo tiempo severo y paternal. En
esta concepción, el juez de menores reasume las competencias
y conocimientos que tradicionalmente hicieron referencia a la
figura del padre pero que hoy son, por contraste, prerrogativa
de una multiplicidad de "expertos": educadores, psicólogos, so-
ciólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, médicos, etc. El
juez puede, por supuesto, hacer uso de esta expertise, aunque
esto no es obligatorio. El nuevo Código de Procedimiento Penal
Juvenil, si bien por un lado desplaza el foco de las indagacio-

84
El nuevo Código de Procedimiento Penal Juvenil, sobre el que haré algunas
observaciones más adelante, insiste sobre la importancia de los objetivos
"reeducativos" de la justicia juvenil.
176 TAMAR PITCH

nes "expertas" desde la personalidad del joven a los recursos y


las condiciones personales, familiares y sociales, por el otro
extiende el poder discrecional del juez, confirmando a la justi-
cia juvenil en su diferencia y su separación.
El debate en torno a la declaración de inimputabilidad por
razones de "inmadurez" -un veredicto de sobreseimiento me-
nos frecuente que el perdón y, no obstante, ampliamente utili-
zado (las tasas de uso varían entre los tribunales, indicando no
tanto una variabilidad geográfica de los niveles de inmadurez
de los jóvenes como culturas diferentes de los jueces, pero tam-
bién condiciones sociales, políticas e institucionales diversas;
véase AA.VV., 1982)-85 presenta algunas analogías con el de-
bate sobre la lnimputabllidad de los enfermos mentales por "in-
capacidad de entender y querer".
En contraste con la enfermedad mental, la inmadurez es
una condición transitoria, no patológica y específica de los jó-
venes. Desde el punto de vista estrictamente legal, sin embar-
go, refiere a una cuestión controvertida. La norma (art. 98, Cód.
Penal) prescribe que para los jóvenes entre los 14 y los 18 años
(los menores de 14 años nunca son penalmente responsables)
la capacidad de "entender y querer" no puede ser presumida y
debe ser determinada en cada caso. Dado que es una cuestión
de capacidad vinculada con la edad, las divergencias
interpretativas surgen ya en relación con los parámetros a los
que reenviarla. ¿Es un joven que ha alcanzado el nivel de "ma-
duración normal" para su grupo etario, capaz de entender y
querer? En este caso y por el mismo acto delictivo, ¿una perso-
na de 17 años de edad puede ser declarada inimputable y una
de 14 ser considerada imputable?, ¿o debería el estándar de
normalidad estar representado por una persona de 18 años de
edad? (¿masculina? Uemenina?J. Las dos interpretaciones tie-
nen, evidentemente, consecuencias muy diferentes para la ex-
tensión del área de Imputabilidad (véanse Barsotti et al., 1976;
Vercellone, 1982).

as La prevalecencia de veredictos de inmadurez en el sur, en comparación con


el norte de Italia, da origen a la idea de que son usados tanto para enfren-
tar las consecuencias de situaciones familiares y sociales, tan precarias
como difundidas, como para estimular la intervención de los servicios so-
cio-asistenciales.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 1 77

Aún más que en el caso del perdón -que sería extendido a


los adultos por nuevas propuestas legales-, 86 el sobreseimien-
to por inmadurez caracteriza a lajusticiajuvenil como diversa
en la medida en que los jóvenes y en especial, aparentemente,
las niñas (que son más frecuentemente sobreseídas por razo-
nes de inmadurez; véase Faccioli-Pitch, 1988) son diferentes
fisiológica y psicológicamente a los adultos. Es una diversidad
claramente identificada como deficiencia, que alienta la pro-
ducción de teorías científicas, psicológicas y sociológicas para
justificarla y darle contenido. La declaración de inmadurez, a
pesar de ser usada de un modo "burocrático", sin el acompaña-
miento de procedimientos y evaluaciones expertas y en tanto
mera justificación para el sobreseimiento, suscita un nivel de
malestar y preocupación entre los jueces que no genera el per-
dón, precisamente a causa de su especificidad y su referencia a
saberes y jurisdicciones que muchos jueces declaran actual-
mente fuera de su esfera de competencia.
En el caso de la capacidad de entender y querer de los
adultos, el cuerpo de saber al que se hace referencia es exclusi-
vamente la psiquiatría, ya que para los adultos la incapacidad
está basada en una hipótesis de enfermedad mental. En el caso
de los jóvenes, la capacidad de entender y querer está conecta-
da con algo aún más Incierto e indefinido, si fuera posible, que
la enfermedad mental. ¿gué debe ser entendido por "madurez"?
lQué cuerpos de saber están autorizados a evaluarla? Como en
el caso de la incapacidad de los enfermos mentales, también en
el caso de la inmadurez los desarrollos y la crisis de los saberes
psicológicos y psiquiátricos han dado origen a debates en los
que el status científico de categorías como inmadurez e incapa-
cidad y la posibilidad de establecer relaciones lineales entre
una y otra, han sido creclentemente criticados (véase Cuomo-
La Greca-Viggiani, 1982).
Los límites entre el derecho penal y las ciencias sociales
devienen, nuevamente, objeto de conflictos y discusiones que
se traducen en una situación compleja de incertidumbre insti-
tucional, en la que la tendencia a separar esferas de competen-

86
No por casualidad, dentro de una ideología paternalista-represiva, se re-
fieren a transgresiones de la ley que oscilan entre el "vicio" y la enferme-
dad, a transgresiones "privadas", en principio sin víctimas -como el pro-
yecto de ley sobre adicción a las drogas.
178 TAMAR PITCH

cía torna problemática la asunción de responsabilidad por par-


te de los diferentes actores involucrados.
Entre los jueces pueden identificarse dos posiciones prin-
cipales. Por un lado se sitúan aquellos que, con diversos mati-
ces y apelando a exigencias diversas, tienden a enfatizar la ten-
dencia a la separación de competencias y redefinen las propias
tareas de la magistratura de un modo restrictivo, que excluye
la función reeducativa. Por el otro, se ubican aquellos jueces
que responden a la incertidumbre institucional extendiendo sus
competencias y responsabilidades: asumen corno parte de su
propia función una evaluación de inmadurez que involucre no
sólo un diagnóstico de la personalidad del joven a nivel psicoló-
gico, sino también un análisis que torne en consideración el
contexto sociocultural.
Mientras el primer grupo denuncia arnbigúedad, incerti-
dumbre y discrecionalidad, tanto en relación al uso del veredic-
to corno de sus efectos, 87 el segundo, en defensa de una medida
que considera adecuadamente el status particular (en el senti-
do psicológico) de individuos "todavía en proceso de formación",
demanda que la justicia de menores retenga su rol tradicional
de guardián del bienestar de los jóvenes y reafirma que sus
tareas son diferentes a las de la justicia ordinaria (Vaccaro,
1982a).
El sobreseimiento por inmadurez, para este último grupo
de jueces, no tiene que ser, corno ahora -y al igual que el per-
dón-, una forma más o menos burocrática de despenalización,
sino que debe devenir -o mejor, volver a ser- el resultado de
una investigación compleja de la que el protagonista es el juez.
Estos jueces buscan eludir la incertidumbre de los diagnósti-
cos psiquiátricos y psicológicos -que otros jueces y psicólogos
denuncian corno poco confiables e incompatibles con el lengua-
je y los objetivos del derecho (Dusi, 1982; Forato, 1982)- y
anclan la inmadurez en las situaciones socioculturales de la
vida del joven.
"Inmaduro" significa, en este caso, el joven que es social,
cultural y económicamente desfavorecido. La investigación de
estas condiciones puede ser confiada a expertos, pero continúa

87
Véanse Cappuccio·Curti Gialdino, 1985; Dosi, 1985; Mazzei, 1984; Ponti,
1985; Santarsiero, 1985; Sergio, 1982; Spagnoletti, 1985.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... ·} 79

recayendo sobre el juez la asunción de la responsabilidad por


su evaluación y por la decisión acerca de si aquéllas constitu-
yen una situación de privación suficiente como para justificar
el sobreseimiento. La inmadurez deviene un diagnóstico
sociopolítico: el juez, consciente de la selectividad de la justi-
cia, decide cambiar su dirección. Los jóvenes "privilegiados"
serán castigados; los otros, no.
El debate sobre los dos principales tipos de sobreseimien-
to y, sobre todo, la discusión del problema de la inmadurez,
señalan la intensificación de la reflexión entre los jueces de los
tribunales juveniles acerca de sus propias tareas y responsabi-
lidades, y la mutación de sus estándares profesionales en el
contexto de incertidumbre institucional al que hemos aludido.
Se trata de una incertidumbre que presenta múltiples fa-
cetas: la absorción de las tareas de asistencia y tutela de la
justicia juvenil al interior del universo de los derechos sociales
ha implicado, entre atrás cosas. la creciente separación entre
los objetivos de control dirigidos a la defensa social y los obje-
tivos de asistencia y tutela. Es una separación conectada tanto
a las Instituciones como a la cultura de los operadores, y debe
ser visualizada dentro de las dinámicas más generales de las
políticas de control.
Si las políticas actuales (véase Cap. 1) parecen invadidas
por una lógica doble y contradictoria -por un lado descarce-
lación, desinstitucionalización, y por el otro, control reforzado
en el territorio, nueva criminalización cumpliendo una función
simbólica-. 88 buscan legitimación, sin embargo, a través de
un discurso que articula el sentido común del Estado de bien-
estar y el de su crisis y que, al mismo tiempo, ofrece una expli-
cación de esta crisis: lo que no puede ser curado no se deja
curar o es incurable.
En el primer caso existe una resistencia culpable que re-
quiere una respuesta criminalizante o el recurso al potencial
simbólico de la justicia penal; es, actualmente, el caso de la
drogodependencia. Esto significa también que el status de en-
fermedad y necesidad, que está en la base de la cultura de los

88 Véase la ley de reforma de las prisiones de 1986~ la nueva ley recriminalizando


el uso de drogas; el nuevo Código de Procedimiento Penal Juvenil; muchas
de las propuestas para modificar la ley de reforma psiquiátrica.
180 TAMAR PITCH

servicios médicos y sociales, no solamente no cancela las im-


putaciones y asunciones de responsabilidad, tanto para los ope-
radores como para los usuarios; deviene, además, frágil y am-
biguo en tiempos de crisis. La criminalización es entonces
invocada como un instrumento con el cual motivar a la parte
sana, consciente, de los drogadependientes para tratar lo que,
sin embargo, permanece construido prevalecientemente como
enfermedad. La continuidad entre (la amenaza de) encarcela-
miento y asistencia territorial deviene explícita.
En el segundo caso, la resistencia al tratamiento no es in-
tencional pero, precisamente a causa de ello, es peligrosa para
la sociedad. La respuesta, nuevamente, involucra la institucio-
nalización -es el caso de muchas propuestas para modificar la
ley italiana de reforma psiquiátrica.
En ambos casos, la cura y la asistencia asumen connota-
ciones de control social bajo la forma de represión y defensa
social. Los servicios sociales públicos, y muchos privados, conti-
núan todavía rechazando estas tareas. 89
El caso de los jóvenes es, de algún modo, paradójico. No
hay duda de que, en Italia, si nos atenemos a las estadísticas
judiciales, no existe un problema real de delincuencia juvenil.
En realidad, el porcentaje de jóvenes sentenciados es tan bajo
que debería alentar un proceso vigoroso de despenalización90 y
el rechazo de cualquier forma de encarcelamiento. La diferencia
y separación de la justicia juvenil -con la resultante ambigüe-
dad, discrecionalidad y atenuación de las garantías judiciales-,
hasta este momento ha permitido y legitimado un ejercicio muy
limitado de la represión penal. Sin embargo, la naturaleza am-
bigua del rechazo al encarcelamiento, la resistencia al desarro-
llo de una política de despenalización, junto con la coexistencia
de aspectos reeducativos y asistenciales, hacen a la justicia ju-
venil vulnerable a las oscilaciones en relación a los cambios en
el clima prevaleciente del control y la defensa social.

89 Aunque naturalmente, cumpliéndolas en la práctica: algo muy similar su-


cede con los servicios de salud mental en relación con los pacientes psi-
quiátricos que tienen problemas con la justicia. Volveré sobre esto en ma-
yor medida en el capítulo siguiente.
90
En una investigación sobre la áctividad anual del fiscal juvenil de Roma,
un buen porcentaje de jóvenes y especialmente de mujeres, estaban acusa-
dos de conducir sin licencia (Faccioli-Pitch. 1988). ·
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 181

El malestar de los jueces de los tribunales juveniles debe


ser interpretado dentro de su contexto cultural y político, y las
diversas soluciones propuestas para combatirlo deben ser ana-
lizadas como intentos de redefinir la propia identidad profesio-
nal de los jueces, pero también ser evaluadas con relación a las
consecuencias que podrían producir. Examinaré estas últimas,
por comodidad, bajo dos aspectos: el aspecto "interno", defini-
do como las tareas de la justicia juvenil en relación con los
jóvenes, y el aspecto "externo'', definido como las tareas de la
justicia juvenil en relación con la sociedad.

S. Justicia de los derechos o justicia


de las necesidades: lun falso dilema?
Las dos tendencias que emergen en el debate sobre el per-
dón judicial y la inmadurez se ubican a sí mismas en el marco
de una orientación "progresista", cuyos elementos claves son la
despenalización y la descarcelación. y que es explícitamente crí-
tica de las funciones represivas y punitivas de la justicia penal.
Ellas son, sin embargo, diferentes en su lógica y en sus conse-
cuencias. La primera toma el camino de un nuevo formalismo,
mientras que en la segunda la opción sustancialista es confir-
mada y reforzada.
La primera orientación, restrictiva, enfatiza la centralidad
de los derechos de los jóvenes, es decir, los derechos civiles,
vulnerados por las preocupaciones e instancias reeducativas
presentes en una justicia basada en las necesidades, que es
acusada de una discrecionalidad y un paternalismo conducen-
tes a resultados opresivos. La segunda tendencia insiste sobre
la prioridad de las necesidades de los jóvenes y señala en la
justicia de los derechos los riesgos del formalismo, la rigidez y
las consecuencias puramente retribucionistas.
Ambas tendencias se justifican a sí mismas por medio de
una apelación al "bien" del menor: de modo que aun la primera
posición, formalista y potencialmente retribucionista en cuan-
to a los procedimientos y las medidas a adoptar, les confía fun-
ciones pedagógicas.
Los argumentos relativos al sobreseimiento por razones
de inmadurez ilustran las dos posiciones. Para los jueces orien-
tados hacia una justicia de las necesidades, la inmadurez es
182 TAMARPITCH

entendida como una condición resultante de la interacción de


diversos procesos familiares, ambientales y sociales, pero la
influencia del sistema de justicia penal no es considerada parte
de ellos. El modelo que subyace a esta posición está caracteri-
zado por un determinismo en el que la "desviación" es concebi-
da como el efecto de ciertos tipos específicos de carencias. Si
estas carencias son identificadas en el nivel de lo social, más
que en el biológico o en el psicológico, ciertamente cambia el
tipo de intervención, pero no el esquema interpretativo. Aun la
contribución de la teoría del etiquetamiento es tomada en sen-
tido determinista: la estigmatización social y penal es tratada
como una causa. La inmadurez es considerada una condición
del sujeto -diagnosticada por los jueces y usada como el fun-
damento de sus decisiones- que es la base -y en cierto senti-
do la "causa"- del acto delincuente. El diagnóstico de inmadu-
rez -para aquellos jueces que quieren recobrar su significación
plena, rescatándolo de su actual uso "meramente burocrático"
en tanto causa de sobreseimiento- abre la posibilidad de adop-
tar medidas de protección justificadas en términos de caren-
cias y necesidades.
Estas medidas, más allá de la medida de seguridad, dis-
puestas sobre la base de la "peligrosidad social" del individuo
inimputable por ser inmaduro, no son, luego de la virtual abo-
lición de las casas de reeducación, muy diferentes de aquellas
que los jueces pueden disponer para cualquier joven juzgado
en una condición de necesidad, antes, después o independien-
temente de una sentencia penal: la intervención del trabajador
social, la prescripción de obligaciones particulares de trabajo o
estudio, la remisión a una comunidad terapéutica, etc. Aunque
las medidas a adoptar son siempre las mismas, este enfoque
del problema de la inmadurez confiere, en principio, mayores
poderes a los jueces de menores, confirmando su rol dominan-
te en relación a las instancias y competencias asistenciales. En
un contexto de servicios sociales que no funcionan -por diver-
sas razones- adecuadamente y en situaciones políticas carac-
terizadas por planes para reducir los gastos de la asistencia
social, una posición de este tipo puede ser útil en el nivel cultu-
ral y en el nivel práctico para sostener ciertos aspectos de estos
mismos servicios sociales. Los riesgos, por otro lado, provie-
nen de la amplia discrecionalidad conferida a los jueces de
menores, especialmente en un sistema que, como el italiano,
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 183

conserva el recurso a las medidas de seguridad. ya sea como


sustituto o como complemento de las sanciones penales.
El nuevo Código italiano de Procedimiento Penal Juvenil
está atravesado por una lógica muy similar a la descripta. Ex-
tiende las posibilidades de sobreseimiento (no admisión del pro-
cedimiento por la "poca importancia del hecho y el carácter oca-
sional del comportamiento", o cuando "el ulterior curso del
procedimiento perjudicaría las necesidades educativas del me-
nor"), y de descarcelación (libertad condicional, libertad asisti-
da, semidetención). Amplía, en consecuencia, el poder discre-
cional del juez y confirma y refuerza su competencia para decidir
la imputabilidad y el grado de responsabilidad del acusado (ya
no basado en una evaluación de la "personalidad" del menor,
sino a través de la "adquisición de elementos atinentes a las
condiciones y recursos personales, familiares, sociales y am-
bientales"). Por otro lado dispone, en caso de sobreseimiento o
como complemento de una sanción penal, una serie de medi-
das de seguridad (arresto domiciliario, libertad vigilada, orden
del tribunal para trabajar o estudiar) que podrían extender el
alcance de la intervención y el tamaño de la población sobre la
cual se interviene. Está también prevista la medida de seguri-
dad aplicable a aquellos inimputables, pero considerados peli-
grosos, que han cometido ofensas a las que corresponde un
castigo no menor a doce años: el reformatorio judicial es susti-
tuido por el "tratamiento en la comunidad". El resultado es la
asignación de facto de tareas de defensa social a las agencias
asistenciales, muchas de las cuales son privadas, con las posi-
bles consecuencias, por un lado, de la exportación del modelo
de la prisión a la "comunidad" (véase Pavarini, 1986) y, por el
otro, de su privatización.
En una justicia basada en los derechos, la propuesta de
abolir la inimputabilidad por razones de inmadurez sería plan-
teada sobre la base de una interpretación de la responsabili-
dad similar a la que analizaremos en relación con la imputabi-
lidad de los enfermos mentales. La declaración de inmadurez
es considerada en sí misma como productora de inmadurez, ya
que priva al sujeto de sentido, conciencia y control sobre sus
propias acciones. La inmadurez no es entendida como una con-
dición, sino como el resultado posible de procesos entre los
que se cuenta la relación con la justicia penal. En esta lectura,
la "responsabilidad" no es identificada como una propiedad del
184 TAMAR PITCH

sujeto, sino más bien como un vínculo complejo entre sujeto y


acción -dentro de un contexto cultural específico sobre la base
de cuyos valores y normas ese vínculo es interpretado- pro-
ductor de "efectos prácticos y simbólicos" que interactúan con
el vínculo mismo (De Leo, 1985). Responsabilidad, responsa-
bilidad penal e imputabilidad son aquí asimiladas; una asimi-
lación hecha posible por el redescubrimiento de que la teoría
sociológica, la teoría psicológica y la teoría clásica del derecho
utilizan el mismo modelo para distinguir acción de comporta-
miento. En el centro de esta distinción está, precisamente, la
categoría de imputación (De Giorgi, 1984; Giddens, 1979).
El reconocimiento de la imputabilidad deviene, en esta lec-
tura, en productor potencial de conciencia a través de la puesta
en marcha de un proceso de asunción de responsabilidad (en
este caso, por parte del joven). En el plano operativo, esto im-
plica que la respuesta judicial esté basada en las acciones de
los ofensores, más que en una evaluación de su personalidad,
lo que supondría la abolición de las medidas de seguridad y de
las competencias administrativas de los tribunales de meno-
res. La cuestión de las necesidades, de la particularidad de la
situación personal no sería, de todas formas, eludida; más bien,
una especificidad asentada sobre la base de las características
del sujeto sería sustituida por una especificidad basada en las
características de la acción, en relación con el tipo de vínculo
entre la autoridad responsable por la intervención y el joven res-
ponsable por la acción, y con respecto al nivel de "aceptación de
responsabilidad expresado por el joven" (véase De Leo, 1985).
Ésta es, en realidad, una propuesta que busca superar la
polarización entre una justicia de los derechos y una justicia de
las necesidades. Una justicia que, en oposición al formalismo,
esté basada en un concepto no reduccionista de los derechos y
en oposición al sustancialismo, busca transformar las necesi-
dades en derechos sociales. El conflicto sobre la distribución
de responsabilidades entre los tribunales y las agencias
asistenciales, sería superado por un modelo de intervención co-
ordinada en el que los tribunales funcionarían como garantes
externos.
En lo concerniente a la redefinición de la identidad profe-
sional del juez, esta posición no propone un juez "multiexperto"
que ejercita la hegemonía sobre las instancias asistenciales, sino
un juez que juzgue, garante supremo de los derechos deljoven.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 185

Sin embargo. en cierta forma contradictoriamente, se lo conci-


be como pedagogo/reeducador, precisamente al desarrollar sus
competéncias penales.
Existen. en realidad, al menos dos problemas que esta pro-
puesta presenta dando lugar a consecuencias riesgosas o ambi-
guas.
El primero se refiere. precisamente, a la equivalencia esta-
blecida entre responsabilidad, responsabilidad penal e impu-
tabilidad, o bien entre el procedimiento de imputación que tie-
ne lugar en la sede del tribunal y los procesos sociales de
responsabilización. Esta equivalencia debe ser cuestionada no
sólo con respecto a su corrección "científica", sino también con
relación a la lógica que expresa y a sus posibles consecuencias
prácticas. Confiere a la sanción penal una utilidad específica:
tornar "responsable" al condenado, lo que significa que si bien
la respuesta penal está dirigida a la acción. conserva la función
de incidir en la "personalidad" del sujeto. La respuesta penal
es, de este modo. un "bien" para la persona condenada: ¿equi-
vale. sustituye, se legitima como un tipo de terapia o pedagogía
moralizante?
La otra cuestión abierta es la de la seguridad y la defensa
social. En realidad, si bien en principio esta propuesta se ins-
cribe en un modelo que identifica las funciones de control so-
cial como inevitables y fundamentales. tanto en lo que respecta
a la justicia penal como a otras agencias (familia, escuela, servi-
cios sociales). no tiene en cuenta adecuadamente el hecho de
que solamente el sistema de justicia penal es competente, no
simplemente para imponer sanciones (algo que ocurre, en for-
mas diferentes, en el interior de las otras agencias). sino para
imponerlas por la fuerza. El sistema socioaslstencial es tam-
bién productor de control social (y se pueden pensar· modalida-
des por medio de las cuales esta producción sea explícita y no
lesione los derechos civiles del individuo). pero este control sólo
puede ser el resultado de una interacción en la que el sujeto
participa voluntariamente. De otro modo, el modelo carcelario
corre el riesgo de ser exportado nuevamente fuera del sistema
penal.
El problema de la relación entre la coerción y el consenso
no se resuelve delegando la coacción a la esfera de la Interven-
ción penal; está presente también en el sistema asistencial y es
aquí donde debe afrontarse si se quiere evitar una mayor ex-
186 TAMAR PITCH

pansión de lo penal, que se legitime en términos de "garantías"


y "responsabilización". redescubriendo la función pedagógica
de la pena. No es difícil, ciertamente, pensar en un escenario en
el que las campañas de alarma social focalizadas en el "peligro"
conduzcan a una ampliación de lo penal, y en el que las campa-
ñas de alarma social focalizadas en el malestar social conduz-
can a una forma de asistencia coercitiva y totalizante. 91

6. Responsabilidad lde quién?


Las relaciones complejas entre la justicia penal y los siste-
mas asistenciales Constituyen, como hemos dicho, un proceso
circular cuyos resultados, además de la producción de cronici-
dad, pueden ser el abandono y su correlato, la peligrosidad
social. La situación actual en Italia se muestra muy diferente a
la descripta, por ejemplo, en los Estados Unidos o en Gran
Bretaña (véase Faccioli, 1988) -en Italia el riesgo de una ex-
tensión de la red de control a través de la asistencia social es
inexistente dado que las agencias asistenciales son menos nu-
merosas, particularmente en las áreas relacionadas con los jó-
venes-. Se trata de una situación caracterizada por una incer-
tidumbre institucional, reenvíos de competencias y dificultades
para individualizar y asumir responsabilidades precisas, que
podría resultar en el abandono y la peligrosidad -cuando el
abandono se representa como un problema ingestionable asu-
me la forma de disturbio o de peligrosidad-. 92 En el presente,
aunque la delincuencia juvenil no es considerada un problema
social serio, esto es siempre posible en la medida en que se
extienda el área de abandono y, consecuentemente, de la peli-

91 De la investigación mencionada en la nota 12, por ejemplo, resulta que las


jóvenes gitanas son tratadas más severamente por los jueces de menores
que las jóvenes italianas por delitos equivalentes (véase también Cipollini-
Faccioli-Pitch. 1989). En mi opinión esto es resultado de dos fenómenos
interconectados: una atribución de peligrosidad cada vez más frecuente a
los gitanos, en la medida en que el sistema de justicia penal deviene el
punto de arribo único y necesario para un problema que otras agencias no
han querido o no han sabido tratar, y al mismo tiempo, un proceso de
redefinición, por parte de los jueces, de su propia competencia en térmi-
nos estrictamente penales tanto para confirmar la función simbólica del
castigo como para legitimar su propia tarea.
92
Un buen ejemplo de esto son, nuevamente, los gitanos.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 187

grosidad social. Esta extensión y la manera en que es percibida


-precisamente, como abandono o delincuencia, como proble-
ma de las agencias o problema de los individuos- depende de
las relaciones y de los conflictos entre las agencias, que cam-
bian en virtud no sólo de las políticas legislativas y las culturas
que a ellas subyacen, sino también en relación con los recursos
a su disposición, las formas en que se utilizan, y los resultados
de las continuas negociaciones y conflictos entre agencias y usua-
rios.
La cuestión de la responsabilidad debe, entonces, plantear-
se más allá de la responsabilidad penal y la imputabilidad. Debe
ser construida como un problema relacionado con las tareas
asignadas a la justicia juvenil, el gobierno local, la escuela y la
familia. Así desplazada, la responsabilidad del joven puede ser
reconceptualizada. Quienes están preocupados por los derechos
de los jóvenes desean reconstruir su status de acuerdo con el
modelo del actor independiente de la justicia adulta; aquellos
preocupados por las necesidades de los jóvenes acentúan su
status actual de dependencia. Los primeros visualizan a la pre-
sunción de autonomía ya sea como un principio indispensable
de la justicia penal, o (contradictoriamente, como hemos visto)
como un medio en sí mismo para producir autonomía. Los se-
gundos consideran a la autonomía disminuida por lo que hace
joven a un joven: su edad, el hecho de ser económicamente de-
pendiente, de estar todavía en un proceso de formación educa-
tiva, etc. Pero, si situamos la búsqueda de responsabilidad en
el juego recíproco de las diferentes agencias que, se supone de-
ben cuidar al joven, entonces su propia responsabilidad debe-
ría buscarse en las relaciones que establece con estas agencias:
la independencia como una función, más que lo opuesto, de la
dependencia. Y si decidimos que preferimos limitar tanto como
sea posible el recurso no sólo al encarcelamiento, sino también
a cualquier otra forma de segregación, custodia, aislamiento o
asistencia totalizante, la responsabilidad central por parte de
los operadores y, sobre todo, de la magistratura, deviene -ade-
más de aquella de minimizar la producción de abandono- en
la asunción consciente del riesgo de producir inseguridad so-
cial: la tarea, es decir, de ampliar y extender los límites de com-
patibilidad y de tolerancia del sistema social.
CAPÍTULO 6
RESPONSABILIDAD PENAL
Y ENFERMEDAD MENTAL. JUSTICIA PENAL
Y PSIQUIATRÍA REFORMADA EN ITALIA

Un campo de observación particularmente rico de indica-


ciones acerca de las relaciones entre discurso jurídico penal (y
la praxis del sistema de !ajusticia penal) y discurso de las cien-
cias sociales (y sistemas de asistencia), es el representado por
la interacción entre psiquiatría y justicia.
Si bien este campo ha sido siempre definido de manera
incierta y ha estado atravesado por tensiones y conflictos (véa-
se, p. ej., Foucault, 1976; Georget, 1984), hoy lo es aún más,
cuando las innovaciones en las concepciones y en las prácticas
psiquiátricas sancionadas en Italia a través de la ley 180 de
1978 y luego integrada en la ley 833 de reforma del sistema de
salud, han puesto radicalmente en discusión (tanto en el nivel
normativo como en el operativo) los equilibrios tradicionales
entre los dos sistemas.
Estas innovaciones han dado lugar a un área de incertidum-
bre institucional en el Interior de la cual se producen ulteriores
transformaciones, intentos de ajuste, reelaboraclones y revisio-
nes cuyos actores son los operadores psiquiátricos y los opera-
dores judiciales, los psiquiatras forenses y losjuristas, las aso-
ciaciones de familiares de enfermos mentales y otros grupos de
voluntarios, etc. Es una escena móvil y rica, de la cual aquí sólo
exploraré algunos aspectos, sobre la base de una investigación
realizada en la sede del Tribunal de Milán entre 1984 y 1987. 93

93
La investigación llevada a cabo junto con O. De Leonardis, G. Gallio y D.
Mauri, se refiere a la actividad desarrollada en el ámbito de la unidad opera-
tiva del subproyecto del Consiglio Nazionale delle Ricerche sobre "enferme-
190 TAMARPITCH

1. Premisa. Problemas políticos y cuestiones teóricas


Quisiera aquí delinear brevemente (para un análisis más
profundizado véase De Leonardis, l 988a) cómo las innovacio-
nes producidas en los paradigmas teóricos, en la práctica y en
la normativa de la psiquiatría italiana (aunque innovaciones en
parte análogas, aun cuando menos coherentes y radicales, han
tenido lugar en todos los países occidentales en los últimos trein-
ta años) 94 han transformado el contexto en el cual se debate

dades del sistema nervioso". A esta unidad operativa se le había asignado el


objetivo nº 30, "censo de los desadaptados con disturbios psíquicos graves",
que se precisó como el análisis del área de desadaptación social urbana que
se caracteriza por la coexistencia de sufrimiento psíquico y comportamien-
tos que originan molestias sociales, y que está definida y delimitada por las
relaciones y las competencias recíprocas de la psiquiatría y la justicia penal.
En este trabajo me refiero en particular a la parte de la investigación que
tuvo como objeto las relaciones entre jueces, peritos psiquiatras y servicios
de salud mental en Milán a través de cuestionarios, entrevistas en profundi-
dad y el análisis de dos muestras de pericias psiquiátricas en procesos pe-
nales pertenecientes a los años 1971-1972 y 1981-1982. Por lo tanto, mu-
cho de lo que aquí diré es fruto de un trabajo común que produjo, entre
otros resultados, la publicación del volumen de DE LEONARn1s et al.: Curare
e punire, Unicopli, Milán, 1988 y numerosos artículos de cada uno de los
integrantes del grupo (a los cuales frecuentemente haré referencia).
94
La ley 180, de 1978, es una ley que "civiliza" a la psiquiatría, no en el
sentido de actualizarla, sino en el sentido de privilegiar su vocación tera-
péutica y médica. y corta sus lazos con la custodia y el control. Estos lazos
estaban encarnados por el asilo. el hospital psiquiátrico -una institución
preparada para tomar a cargo los problemas (y la población) que cae fuera
de los límites impuestos por la medicina y la justicia penal-. La enferme-
dad mental, la pobreza, los disturbios sociales, la marginalidad, diferentes
tipos de impedimentos corporales y muchas cosas más eran contenidos
por el asilo y tomados a su cargo por la psiquiatría. El asilo fue la
corporización del vínculo establecido entre cura y custodia, legitimado por
aquel otro vínculo, entre enfermedad mental y peligrosidad social. El asilo
psiquiátrico se construyó sobre estos vínculos. La ley 180 los disolvió. Ya en
los primeros años de la década de 1970 la ley anterior que regulaba la psi-
quiatría, que databa de 1904, fue modificada parcialmente por la abolición
del confinamiento forzado en un asilo. La ley 180 dispone el cierre gradual
de todos los tipos de instituciones custodiales para los enfermos mentales y
el tratamiento a través de servicios territoriales de salud mental, que debe-
rían sustituir completamente a los asilos. Establece el principio de que el
tratamiento es un derecho, por lo tanto, nadie puede ser tratado, por la
razón que fuera, contra su consentimiento y en consecuencia, los vínculos
entre la enfermedad mental y la peligrosidad social, cura y custodia, son
rescindidos. Las personas que sufren alguna clase de sufrimiento mental
son ciudadanos plenos, cuyos derechos deben ser respetados.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 191

sobre las siguientes cuestiones: Ja responsabilidad penal de Jos


enfermos mentales autores de delito; su peligrosidad social; las
obligaciones y. por lo tanto, las responsabilidades de los opera-
dores del sistema de justicia penal, de los psiquiatras forenses
y de los operadores de los nuevos servicios territoriales de sa-
lud mental.
La crisis de Ja psiquiatría manicomial -que se centraba
en el binomio cura-custodia- ha producido una pluralidad de
enfoques distintos, a menudo en competición o conflicto entre
sí. De todas formas, ha contribuido en general a hacer aún más
inestable el tradicional pacto entre psiquiatría y justicia penal
según el cual Ja primera, como auxiliar del derecho (véanse Betti-
Pavarini: 1984; Manacorda: 1982), por un lado otorgaba al de-
recho penal Ja legitimación científica de algunas de las causas
de exclusión de Ja pena (incapacidad de entender y querer) y,
por el otro, a través de Ja legitimación científica del nexo causal
"enfermedad mental-peligrosidad social", daba su aval al siste-
ma de las medidas de seguridad (el manicomio judicial. Ja casa
de cura y custodia) para los llamados delincuentes-enfermos
mentales. Contemporáneamente, se hacía cargo del controVcus-
todia de una población heterogénea, cuyos problemas desbor-
daban Jos estatutos científicos y operativos de otras institucio-
nes (como Ja medicina y la justicia), lo que De Leonardis ha
definido apropiadamente como la administración de un "resi-
duo institucional".
Este pacto entró irremediablemente en crisis. Cualesquiera
que sean las direcciones tomadas por los saberes y las prácticas
psiquiátricas en los últimos treinta años, lo que se ha debilitado
es el particular enlace entre cura y custodia que caracterizaba el
manicomio como institución, y a la psiquiatría como el saber
que se había construído en torno a él. Ya sea que Ja psiquiatría
rechace actualmente su mandato de control social. recorriendo
un camino de redefiniclón en términos estrictamente acordes
con el modelo médico, ya sea que, en cambio, tal mandato sea
reelaborado y asumido críticamente como un aspecto de la pro-
pia competencia terapéutica, Ja psiquiatría ha pasado a formar
parte del conjunto de saberes, disciplinas y prácticas que con-
figuran el ámbito de Ja ciudadanía social. La civilización de Ja
psiquiatría, sancionada en Italia a través de Ja reforma de 1978,
la introduce en el interior del régimen de los derechos sociales
de los ciudadanos. En tanto aspecto de la reforma del sistema
192 TAMAR PITCH

de salud, se configura corno un servicio regulado por los princi-


pios del "derecho a la salud" que la misma reforma reconoce y
sanciona.
Pero la crisis de la psiquiatría rnanicornial ha provocado
también un proceso de revisión del estatuto teórico de la enfer-
medad mental y una puesta en discusión de las categorías
diagnósticas, a tal punto de transformar en incierto y proble-
mático el uso de estas últimas en el campo penal, antes que
nada en relación al nexo entre enfermedad y evaluación de la
in/capacidad de entender y querer (para un análisis cuidadoso
de la jurisprudencia en la materia y de las tendencias que de
ella se pueden extraer, véase Bertolino, 1988).
También aquí, corno es obvio, conviven tendencias diferen-
tes, y es una característica del período que estarnos atravesan-
do el hecho de que ninguna de estas tendencias puede, hoy,
considerarse hegemónica; esto contribuye a la producción de
un área de incertidumbre, sobre todo en las relaciones con la
justicia penal la cual espera, en cambio, definiciones "científi-
camente" unívocas e indiscutibles.
Más aún, no solamente no hay acuerdo entre las distintas
tendencias acerca de qué es la enfermedad mental y cuáles son
las categorías diagnósticas adecuadas para clasificar las
tipologías. Existe, además, una difundida fuga de la diagnosis,
o bien la preferencia-coherente con la acentuación de la voca-
ción terapéutica- por ocuparse más bien del enfermo que de
la enfermedad. Una consecuencia de esto ha sido la disolución
del nexo causal enfermedad mental-incapacidad de entender y
querer. Hoy pocos son los psiquiatras que podrían afirmar que
una particular perturbación psíquica, cualquiera que sea la for-
ma en que fuera diagnosticada, es, de por sí, causa de ausencia
de conciencia y control de las propias acciones. La misma cate-
goría de in/capacidad de entender y querer se considera sin sen-
tido desde el punto de vista de la psiquiatría, corno una catego-
ría jurídica a la cual ésta no puede otorgar estatuto científico y
que no puede llenar de contenidos empíricos.
Existen, además, aspectos de la vocación terapéutica de la
psiquiatría contemporánea que la colocan en una posición de
conflicto directo con las demandas y exigencias de la justicia
penal. Cito sólo un ejemplo: cada vez más se abre paso, en las
concepciones psiquiátricas avanzadas. la idea de que la verifi-
cación de la incapacidad de entender y querer no sólo es irnpo-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 193

sible. sino que desde el punto de vista terapéutico es. al contra-


rio. fundamental el proceso de imputación de responsabilidad.
La psicología social y las vanguardias de la psiquiatría concuer-
dan en considerar la "responsabilidad" como el resultado de
un proceso interactivo. antes que una cualidad individual que
existe o no existe, así como también en concebir este proceso
como indispensable en el proyecto terapéutico. 95
La ley de reforma psiquiátrica, aboliendo el internamiento
forzoso y estableciendo el paulatino cierre de los hospitales psi-
quiátricos civiles, no sólo sanciona la cura como un derecho deV
la ciudadano/a. sino que también dispone que ella puede reali-
zarse sólo fuera de la custodia, a través de una red territorial de
servicios de salud mental integrados al servicio sanitario nacio-
nal. Esto implica la deslegitimación de la medida de seguridad
del hospital psiquiátrico judicial, dispuesta para la "cura y custo-
dia" de los inimputables por enfermedad mental declarados so-
cialmente peligrosos (sobre la cuestión de los hospitales psiquiá-
tricos judiciales. véanse Daga: 1985: Manacorda: 1982. 1988).96
Antes de discutir la cuestión de la peligrosidad social. qui-
siera subrayar cómo la reforma psiquiátrica italiana creó una

95 En este capítulo no afrontaré la cuestión de la culpabilidad, o bien, del


aspecto subjetivo del delito desde el punto de vista de la ciencia penal,
cuestión que hoy está en el centro de la atención de los juristas de distintos
países y en la cual es central el tema de la responsabilidad penal. Véanse,
entre otros Fiandaca, 1987; Silbernagl, 1987. Me limito aquí al aspecto de
la responsabilidad penal que tiene que ver con la imputabilidad y lo trataré
más que como jurista, como socióloga (véanse, en cambio, Bertolino, 1988;
Pulitano, 1988).
96
Como he explicado en el capítulo precedente, el sistema penal italiano es
un sistema dualista. Las "penas" son impuestas sobre la base de la comi-
sión de acciones definidas como delitos, las "medidas de seguridad" son
impuestas sobre la base de un juicio de "peligrosidad social" considerando
ciertas características del individuo que ha cometido las acciones ilegales.
Si un tribunal encuentra que un delito ha sido cometido por alguien que
era "incapaz de entender y querer" en el momento en que el delito fue co-
metido, debe absolverlo. Luego debe decidir si el individuo es ··socialmente
peligroso". Si así lo decide, entonces puede aplicar una "medida de seguri-
dad", usualmente el confinamiento en un hospital psiquiátrico judicial, por
un período especificado en su mínimo, pero no en su máximo. Hasta una
sentencia de la Corte Constitucional en 1982, la "peligrosidad social" era
"presumida", es decir, asociada automáticamente con una absolución so-
bre la base de enfermedad mental. Desde 1982, la "'peligrosidad social''
debe ser "probada" en cada caso.
194 TAMAR PITCH

situación normativa, cultural y práctica radicalmente distinta


de la que se ha generado en otros países donde también se de-
sarrollaron procesos de desinstitucionalización. La abolición
de los hospitales psiquiátricos civiles imposibilita, en princi-
pio, a los servicios sociales enviar un "núcleo duro" de perso-
nas y problemas hacia una institución separada, destinada a
estos fines. Esto implica, para los mism.os servicios, el deber
de hacerse cargo de la perturbación psiquiátrica en cualquier
forma que ella se manifieste. y expresa la voluntad del legisla-
dor de contrastar las tendencias evidentes en otros países ha-
cia la creación de un circuito psiquiátrico que funciona a través
de la selección y el reenvío. Es decir, se quería evitar lo que ha
sido denominado la "psiquiatrización del territorio", una ex-
tensión de la asistencia psiquiátrica soft que no sustituye, sino
más bien prevé y necesita instancias psiquiátricas duras a las
cuales seguir delegando la asunción de los problemas y de las
personas antes gobernadas por el viejo manicomio. 97
Como veremos, los servicios psiquiátricos han interpreta-
do, y continúan interpretando, en diferentes modos este deber,
no sólo en relación a la prevalecencia de concepciones diferentes
de la psiquiatría, sino también según los vínculos organizacio-
nales, la disponibilidad de recursos y las actitudes y comporta-
mientos de las otras instituciones políticas, sanitarias, asisten-
ciales y de orden público. De todos modos, el no disponer de
una "instancia dura", de un lugar separado dentro del circuito
psiquiátrico civil, torna aún más complicada la interacción con
el sistema de justicia penal. El área gris en los confines entre
perturbación social y perturbación psiquiátrica, de competen-
cia tradicionalmente del manicomio, deviene objeto de
redefinición y de conflictos institucionales, como así también
políticos y sociales. Bajo otros perfiles, el problema ya impro-
rrogable de los hospitales psiquiátricos judiciales se entrecruza
con la cuestión de la inei<istencia de espacios civiles separados
(y "seguros").

97 El análisis crítico de los efectos de la psiquiatrización del territorio como


resultado de los procesos de desinstitucionalización, es análogo al que mu-
chos sociólogos del control social han desarrollado sobre los efectos de las
medidas de descarcelación, descriminalización y control en el territorio
(community control). Conf. Castel y otros. 1979; Cohen, 1979; Scull. 1977.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 195

Por otra parte, la peligrosidad social de los enfermos men-


tales, ahora que incluso desde el punto de vista normativo (en
1982 con la sentencia de la Corte Constitucional, y en 1986 con
la ley de reforma penitenciaria llamada "Ley Gozzini") no puede
ser más presumida, sino que debe, en cambio, ser verificada
caso por caso, es una cuestión que los psiquiatras, clínicos y
forenses consideran, en su conjunto, extraña a su competencia
científica. 98
Esta cuestión tiene dos aspectos. El primero tiene que ver
con la presunción tradicional de la existencia de un nexo entre
enfermedad mental e inclinación a cometer actos que se confi-
guran como delitos. Muchas investigaciones han establecido la
inexistencia de este nexo. Los enfermos mentales no cometen
más delitos que la población sana, ni siquiera si consideramos
sólo los delitos que implican violencia contra las cosas o contra
las personas. El segundo aspecto tiene que ver con la compe-
tencia de la psiquiatría para predecir el comportamiento futuro
del imputado enfermo mental. También aquí, las investigacio-
nes han establecido que esta prognosis, desde un punto de vis-
ta psiquiátrico, es imposible. Por otra parte, así como en rela-
ción a la in/capacidad de entender y querer, se denuncia la
categoría de peligrosidad social como carente de sentido y con-
tenido científico. Ella tiene un significado exclusivamente jurí-
dico, y desde diversos lugares [véase p. ej., Traversa, 1979) se
ha hecho notar cómo existe, de parte de los psiquiatras, una
tendencia a hiperpredecirla, en función de lo que se presenta
como las preocupaciones de defensa social de la justicia penal
[véase, también, Bandini-Gatti, 1982, 1985).
Esto nos introduce en el tema del estatuto actual de la psi-
quiatría forense, de ese sector de la psiquiatría tradicionalmente
competente para manifestarse con respecto a la In/capacidad
de entender y querer y a la peligrosidad social de los imputa-
dos sospechosos de ser enfermos mentales a través del Institu-
to de la pericia psiquiátrica. Decíamos antes cómo este estatu-
to se construye bajo una doble lealtad, hacia los estándares de
la psiquiatría, por un lado, y hacia las exigencias de la justicia
penal, por el otro. Esta "duplicidad" pudo permanecer implíci-

98
Conf., por ejemplo, Bandini, 1988: Bandini-Gatti, 1985; Canepa, 1985;
Debusyt, 1981: Gatti, 1988; Harding. 1980; Pfohl, 1978; Ponli, 1985.
196 TAMAR PITCH

ta e invisible, sin entrar ambos "lados" en conflicto, hasta que


se debilitó la hegemonía de la psiquiatría manicomial. La orien-
tación prevaleciente hacia la cura, la difundida fuga de la diag-
nosis, la crisis de las categorías diagnósticas tradicionales, la
denuncia de las pretensiones pronósticas en materia de peli-
grosidad social, han hecho hoy este conflicto evidente e ineludi-
ble. La psiquiatría forense más avanzada se encuentra actual-
mente concentrada en complejos debates sobre este tema, 99
comprometida en un intento de redefinición de los propios de-
beres y de las propias responsabilidades.
Pero el escenario actual se caracteriza por la presencia con-
temporánea de una heterogeneidad de actores. No solamen-
te los psiquiatras forenses, sino también los psiquiatras y, más
en general, Jos operadores de los servicios sociales, sobre todo
en algunas situaciones locales (Trieste y Perugia, p. ej.) en las
que, ya sea involuntariamente o a través de una elección cons-
ciente, tienden a entrar en interacción (a menudo conflictiva)
con las agencias del sistema de justicia penal.
No recorreré todos los aspectos de esta interacción. Me
limitaré, en cambio, a leerla desde el punto de vista de los pro-
blemas relacionados con la imputabilidad y con la peligrosidad
social de los enfermos mentales. Privilegiaré, entonces, en lo
que se refiere al sistema de justicia penal, las cuestiones rela-
cionadas con la instrucción y el proceso, 100 que constituyen, por
un lado, el punto de llegada de procesos en los cuales están

99 Recuerdo, con respecto a Italia, entre los muchos encuentros dedicados a


este tema, el seminario sobre la incapacidad de entender y querer que tuvo
lugar en Gragnano del 22 al 26/5/1984; el V Seminario Nacional para pro-
fesores italianos de disciplinas criminológicas, sobre esta cuestión, en
Siracusa, del 9 al 11/10/1986. Por otro lado, el Séptimo Coloquio Crimino-
lógico organizado por el Consejo de Europa, "Etudes sur la responsabilité
penale et le trattement psiychiatrique des delinquants malades mentaux",
Strasburgo, del 25 al 27/11/1985.
100 La investigación, además, comprendió los casos de pretura. (N. del T.: En

el ordenamiento jurídico italiano actual, el pretor es un magistrado que


administra justicia en una determinada circuncripción por causas de enti-
dad limitada.). Conf. De Leonardis, 1988c; Gandus, 1988, muy significati-
vos en tanto que hoy es la pretura el principal lugar donde se aborda y se
clasifica, dentro del sistema de justicia penal, el malestar y la desadaptación
social con problemas psiquiátricos. Otro lugar de observación ha sido la
cárcel de San Vittore, conf. Mauri-Pitch, 1990. También se está desarro-
llando actualmente la investigación sobre Trieste.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 197

involucrados los servicios sociales y las instituciones de orden


público (policía nacional, policía municipal, etc.); y por el otro,
el punto de partida de otros procesos, en los cuales nuevamen-
te pueden llegar a estar involucrados los servicios sociales, la
cárcel, el hospital psiquiátrico judicial, etcétera.
Las innovaciones psiquiátricas antes descriptas han movi-
lizado, decíamos, las relaciones con la justicia penal, creando
un área de incertidumbre institucional rica de ulteriores ten-
dencias innovadoras en distintas direcciones. Pero también la
justicia penal ha sido atravesada por importantes fuerzas
innovadoras, tanto en el nivel de la ejecución (las reformas pe-
nitenciaria:';) como en el nivel procesal (la reforma del Código
Procesal Penal) y más en general, con respecto a las orientacio-
nes jurisprudenciales, las prácticas de investigación y detec-
ción, etc. Algunas de esta,; innovaciones tienen que ver con la
normativa, muchas con la praxis. Todos los aspectos del siste-
ma de la justicia penal han sido alcanzados, desde la magistra-
tura a la policía y a los operadores carcelarios. No pretendo
resumir las diferentes lecturas que se han dado de estas inno-
vaciones, quiero sólo explicitar algunas de las tendencias que
contribuyen a movilizar el ámbito de las relaciones con la psi-
quiatría, en particular, y el sistema de asistencia social, en ge-
neral.
En el nivel legislativo, los procesos de "salida de lo penal"
(ambivalentes e incompletos) de cuestiones como la toxicode-
pendencia y-por lo menos en parte- de la delincuencia juve-
nil, áreas delegadas, en principio, a la cura y a la asistencia.
Esto ha sido acompañado por lo que Pavarini ( 1986), ha llama-
do procesos de hipercriminalización, el desarrollo de una ten-
dencia a un derecho penal administrativizado, gobernado por
exigencias políticas (véase, sobre este punto, la transformación
en el estatuto y en la función de la magistratura, conf. Ferrarese,
1984 y, más en general, Resta, 1983) a la que ha contribuido,
preponderantemente, la promulgación de la legislación de emer-
gencia. Otro importante desarrollo ha sido el conjunto de nor-
mas que introdujeron medidas alternativas a la pena de priva-
ción de la libertad y, de hecho, la pena flexible en nuestro
ordenamiento (véanse Di Lazzaro, 1988; Mosconi, 1986, 1988;
Pavarini, 1988), instituyendo canales oficiales de relación entre
!ajusticia penal y las instituciones locales de asistencia social.
En el nivel jurisprudencia!, podemos señalar la afirmación de
198 TAMAR PITCH

una tendencia sustancialista, de un derecho penal de autor más


que de acto, reforzada por la legislación de emergencia pero, en
realidad, no legible sólo en clave de la defensa social. Instan-
cias sustancialistas "de izquierda" se produjeron desde los años
'70, como respuesta a la exigencia de tener en cuenta situacio-
nes concretas de desigualdad, malestar individual, etc. Esta ten-
dencia, entonces, por un lado se manifiesta en la proliferación
de tipos penales de.peligro abstracto (véase Fiandaca, 1984) y
en el recurso, cada vez más frecuente y extendido, hacia pro-
nunciamientos de peligrosidad social (véase Robert, 1982); 1 º1
y por el otro, en la fuerte atención con respecto a las conse-
cuencias de la eventual pena para el individuo autor de delito,
en relación a la historia, las circunstancias sociales y cultura-
les de su vida, etcétera.
Actores no sólo políticos, por lo tanto, sino también socia-
les, los magistrados -sobre todo los de instrucción- tienen
relaciones complejas, si bien no siempre explícitas y oficiales,
con las instituciones presentes en lo social: comunidades tera-
péuticas, asociaciones de voluntarios, servicios sociales, etc.
Por otro lado, este desarrollo está legitimado no solamente por
la ideología que asigna a la pena el fin de rehabilitar, reeducar,
resocializar, sino también por la introducción de medidas al-
ternativas a la pena privativa de libertad dictadas, por lo me-
nos en principio, sobre la base de pronunciamientos sobre la
personalidad del condenado más que del delito cometido.
Todo esto reintroduce de un modo nuevo, incluso en el pla-
no de la justicia penal, cuestiones específicas como las de la
imputabilidad y de la peligrosidad, así como también cuestio-
nes generales de competencia, conflicto y relaciones con otros
lenguajes, otros saberes y otras prácticas. La orientación hacia
las consecuencias, propia de un derecho penal gobernado por
exigencias políticas y que se manifiesta en un derecho penal de
autor, se encuentra - y choca- con estos saberes, institucio-
nes y prácticas orientadas hacia la cura y la asistencia que le

º
1 1 Se registra aquí, y Robert lo trata en su ensayo, una aparente paradoja: la
deslegitimación científica de la noción de peligrosidad social está acompa-
ñada de un incremento de su utilización. Es justamente el hecho de des-
embarazarse de los presupuestos naturalistas lo que facilita su empleo
difuso, cada vez más discrecional, cada vez más subordinado a exigencias
de "defensa social".
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 199

otorgan fundamentos, lugares de descarga y legitimación cien-


tífica; pero que, al mismo tiempo, compiten con él. por un lado,
reivindicando para sí mismos mayores atribuciones y. por el
otro utilizando lo penal como lugar donde enviar todo lo que no
entra en las propias definiciones operativas. Este proceso ha
sido ya descripto, en relación a la delincuencia juvenil, a través
de la metáfora del circuito. Es. en gran parte, análogo a lo que
sucede con la psiquiatría en relación a esa área vasta y gris en
la cual interactúan y se confunden problemas psiquiátricos,
pobreza, abandono y perturbación sociaI. 102
En este contexto, móvil y normativa e institucionalmente
incierto, es interesante indagar cómo los actores concretos, en
situaciones concretas, interpretan sus deberes y toman deci-
siones; cómo en la praxis concreta interactúan y chocan para-
digmas científicos, valores, competencias y poderes; cómo de
los conflictos, las negociaciones, los intercambios entre acto-
res, instituciones y saberes se producen innovaciones locales
(véase Donolo-Fichera, 1988) susceptibles de rediseñar el pla-
no de las relaciones entre derechos civiles y derechos sociales,
entre derechos subjetivos y necesidades. Es interesante, en una

102
Desde que escribí por primera vez este pasaje, mucho ha cambiado apa-
rentemente. Me refiero al rol dominante de la magistratura italiana en el
colapso del establishment político que gobernó Italia desde 1948. J::l re-
sultado ha sido simultáneamente una independencia creciente de la magis-
tratura con respecto al sistema político y del impacto político de la magis-
tratura misma. En realidad, en tiempos de debilidad manifiesta de los
actores e instituciones políticas oficiales, la magistratura y el sistema de
justicia penal parecen invadir la escena y hacerse cargo de las funciones
perdidas. Esto aconteció durante la emergencia del terrorismo en los '70.
Ocurrió aún más fuertemente en los últimos años. También han tenido
lugar cambios legales. El nuevo Código de Procedimiento Penal, que debe-
ría haber introducido un sistema acusatorio, en lugar del inquisitivo tradi-
cional. ya ha sido enmendado en varios puntos con el efecto de mitigar
precisamente su orientación acusatoria. Una nueva ley (1990) recrimtnali-
zando el uso de drogas fue enmendada por referéndum (1993), haciendo al
uso de drogas, si bien una ofensa, sin embargo nuevamente no punible. Un
cambio en la ley de reforma psiquiátrica, reintroduciendo el cuidado resi-
dencial obligatorio, fue tratado en el Parlamento. Todo parece fluir hoy en
Italia, no sólo en el nivel institucional. sino aún más en el cultural. No
obstante, aunque mucho ha cambiado, y es difícil interpretar la dirección y
extensión de este cambio, pienso que los principales elementos en susten-
to de mi interpretación de las relaciones entre los sistemas de justicia pe-
nal y asistencia social permanecen inalterados.
200 TAMARPITCH

palabra, reconstruir la "vida cotidiana institucional" (conf. De


Leonardis et al., 1988, "Introducción"), tal como es experimen-
tada y vivida por los actores institucionales mismos, dando im-
portancia a los espacios de elección que estos sujetos producen
en el contexto de vínculos normativos, organizativos y de recur-
sos en el cual se encuentran.
Es, precisamente, dentro de estos espacios de elección qw;
se buscará indagar cómo concretamente es asumida y redefinida
la propia responsabilidad. Y es a través de esta estrategia de
investigación que hemos tratado de reconstruir la dinámica
heterogénea de la producción de control social, asumida en otras
versiones como de tendencia unidireccional y unívoca.

2. E/ dilema del psiquiatra forense: lquién es su cliente?


Las innovaciones en el campo penal y las de la psiquiatría
clínica han, simultáneamente, extendido y transformado en pro-
blemático el ámbito de competencia de la psiquiatría forense.
Más precisamente, aumenta y se diversifica el recurso de la jus-
ticia penal a la opinión del "experto". El mayor espacio concedi-
do a los saberes externos al derecho, por otra parte, contribuye
al aumento de los espacios discrecionales otorgados al juez, el
cual se mantiene, peritus peritorum, como el único habilitado
para decidir. Se ha creado una situación en la cual las mayores
responsabilidades del juez lo empujan a buscar consuelo y legi-
timación en los saberes externos, a través de juicios que son, al
mismo tiempo, "científicamente" fundados, verdaderos y otor-
gan "explicaciones" detalladas.
Desde el momento en que la psiquiatría forense es, por lo
menos hasta ahora, el único saber externo al derecho autorizado
a contribuir con indicaciones, a través de la pericia, sobre la
vida, la personalidad del imputado y las circunstancias psicoló-
gicas del delito, no sorprende que los jueces hagan cada vez más
uso de ella, no solamente cuando existen fuertes indicios acerca
de la presencia de un malestar psíquico, sino también cuando 103

rn 3 Esta característica resulta ya sea del análisis de las pericias psiquiátricas del
bienio 1981-1982 comparadas con las del bienio 1971-1972, ya sea de las
respuestas de los jueces del Tribunal de Milán al cuestionario que hemos
suministrado, que interrogaba sobre las pericias requeridas en 1986 y ha
sido confirmada por los jueces y por los· peritos psiquiátricos entrevistados.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 201

se trata de un delito particularmente grave, o cuyas motivacio-


nes no son comprensibles inmediatamente.
Se sobrecarga a la pericia psiquiátrica de requerimientos
y expectativas que contribuyen a transformar en inciertos sus
confines, confusas sus prestaciones, justamente cuando las vie-
jas metodologías y los antiguos presupuestos han sido puestos
en crisis por las innovaciones de la psiquiatría clínica, y su
misma existencia y pertinencia sujetas a debate y proyectos de
reforma. 1º4
Atrapados entre las exigencias del juez, percibidas cada
vez más como ambiguas e impropias de acuerdo con las clasifi-
caciones "expertas" (Luberto-De Fazio, 1986) y las transforma-
ciones en el campo psiquiátrico -con la multiplicación de ten-
dencias, la acentuación de la vocación terapéutica, la puesta en
discusión no sólo de las categorías diagnósticas tradicionales
sino también del mismo arsenal nosológico-taxonómico-, los
psiquiatras forenses se encuentran con que deben gestionar
espacios más amplios, redefinir fas propias competencias, dar
nuevos contenidos a la propia profesionalidad y límites dife-
rentes a las propias responsabilidades, repensar la relación con
!ajusticia penal y el individuo sujeto a la pericia, y buscar nue-
vas relaciones con la psiquiatría clínica que trabaja en el terri-
torio.
Existen, entre los psiquiatras forenses, orientaciones dife-
rentes, pero todas se dirigen hacia la recuperación de la auto-
nomía y la especificidad tanto en relación a la justicia como en
relación a la psiquiatría clínica. Juegan, sin dudas, considera-
ciones de oportunidad profesional, pero las motivaciones con
las cuales se reivindica y los modos en los cuales se practica
una competencia específica son ricos en implicancias, tanto en
el plano de la justicia penal como en el de la psiquiatría que
opera en el territorio. La autonomía es recuperada (o reivindi-
cada) precisamente en el terreno diagnóstico; pero son los re-

to 4 Dos propuestas de leyes ( 177, 1983 y 3260, 1985), al delinear las modali-
dades de abolición de los manicomios judiciales. propugnaban la aboli-
ción de la inirnputabilidad por enfermedad mental y un igual tratamiento
penal de enfermos y no enfermos. La base de las propuestas, muy discuti-
das, es la idea de la restitución al enfer1no mental de la responsabilidad
por las propias acciones. como proceso en sí mismo terapéutico, además
de respetuoso de los derechos civiles del mismo enfermo.
202 TAMAR PITCH

corridos para llegar a la diagnosis los que se transforman, y la


misma diagnosis tiende a perder rigidez nosológica -lo que da
lugar, como veremos, a nuevos problemas.
La imposibilidad de traducir la categoría de in/capacidad
de entender y querer en una diagnosis psiquiátrica se reconoce
en general, pero desde el momento en que esta categoría es. al
mismo tiempo, fundamento de un derecho penal garantista y
ordenadora del sentido común, el deber del perito forense de-
viene el de construir un puente entre los dos sobre la base de
un saber clínico que, de una u otra forma. se funda en consi-
deraciones acerca del contexto, los tiempos y las concretas
modalidades de expresión de la eventual perturbación. Así, la
cuestión de la in/capacidad se autonomiza y requiere una de-
termlna.ción ulterior con respecto a aquella de la "enfermedad
mental"; esta evaluación y su vinculación con la "enferme-
dad mental" son propias de la psiquiatría forense, según mu-
chos de sus operadores, por una razón fundamental. Esta ra-
zón tiene que ver con la ética profesional, porque entraría en
contradicción con los deberes terapéuticos establecer con los
pacientes relaciones en las cuales la tendencia hacia la cura
fuese subordinada a (o interfiriese con) los deberes diagnósti-
cos que, en cambio. están dirigidos a establecer la posibilidad
de Imposición de una pena -más aún cuando la psiquiatría
clínica argumenta el carácter antiterapéutico de la eventual in-
capacitación.
La necesidad de recuperar la autonomía en relación a la
justicia es sentida aún más en el caso de la peligrosidad social.
Esta categoría, carente de significado psiquiátrico, es precisa-
mente la que permite retener un enfermo mental autor de deli-
to, declarado incapaz, dentro del circuito de la justicia penal.
Ante la ausencia de instituciones psiquiátricas civiles "seguras",
un pronunciamiento de peligrosidad social puede parecerle al
juez muy atractivo y no sólo en los casos de delitos graves, sino
también en los casos de perturbación social difusa y repetida,
de pequeños delitos que perturban la tranquilidad pública, sus-
ceptibles de crear alarma social incluso más que el delito grave
aislado.
Las estrategias de la psiquiatría forense tienden también
en este caso a confirmar la existencia de un espacio de inter-
vención específico. Desconectada la prognosis de peligrosidad
de la evaluación sobre la enfermedad, se advierten dos posicio-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 203

nes. La primera sostiene que la peligrosidad debe ser redefinida


como probabilidad de reincidencia, dada la presencia de un cier-
to número y de un cierto tipo de "factores de riesgo" (Ferracuti:
1986; una posición semejante a la que se debate en los Estados
Unidos, conf. Mauri, 1988). El psiquiatra forense se convierte
en un epidemiólogo que valora, sobre la base de análisis esta-
dísticos, la probabilidad de cometer nuevos delitos a partir de
la interacción de factores a los cuales decide atribuir la produc-
ción de riesgo, presumiblemente para una personalidad ya juz-
gada como "enferma" -aun cuando, como se ha demostrado en
relación a los Estados Unidos, éste es un procedimiento exten-
sible a todos los "criminales"-. Lo que distingue a esta posi-
ción es la implícita asunción de la existencia de una tendencia
mensurable a la criminalidad. La segunda posición sostiene,
en cambio, que la prognosis de peligrosidad debe anclarse en
la valoración, caso por caso, de las concretas posibilidades de
tratamiento del "enfermo'', del contexto relacional que a su al-
rededor puede ser activado. Los deberes del psiquiatra forense
devienen más complejos. La prognosis de peligrosidad prevé la
puesta en relación de la perturbación psíquica particular con
la situación de vida concreta del enfermo y, al mismo tiempo, el
psiquiatra forense asume el deber de sugerir, individualizar,
indicar los tipos de tratamiento que, a su juicio, podrían dismi-
nuir las probabilidades de reincidencia.
El cliente principal de la psiquiatría forense sigue siendo la
justicia penal, y es justamente frente a los requerimientos fre-
cuentes, confusos y contradictorios del juez que el psiquiatra, en
nombre de la justicia, reivindica su autonomía disciplinaria y
profesional. Las innovaciones en psiquiatría son utilizadas para
ratificar y dar contenido a esta autonomía. Las exigencias de la
justicia penal son luego esgrimidas frente a la vocación terapéu-
tica de la psiquiatría clínica, a la que a menudo se le reprocha no
querer hacerse cargo de problemas de control social. Como se
observa, uno de los modos en los que los psiquiatras forenses se
mueven dentro de las novedades producidas por la psiquiatría
clínica y por las reformas en el campo penal, es a través de una
reinterpretación de las propias competencias que prevé la exten-
sión y el reforzamiento de ellas.
En el nivel de las prácticas, esta reinterpretación se traduce
en un esfuerzo -a menudo- consciente de mediación entre ins-
tancias diferentes. Un síntoma de este esfuerzo es la prolifera-
204 TAMARPITCH

ción de diagnosis de vicio parcial de mente, diagnosis desde el


punto de vista psiquiátrico bastante dudosa, pero que responde
a tres exigencias: la planteada por la psiquiatría reciente, según
la cual las diagnosis de incapacidad total son antiterapéuticas;
Ja planteada por Ja psiquiatría y por sectores importantes de la
opinión pública "garantista", de limitar al máximo (si no de eli-
minar J Jos pronunciamientos de peligrosidad social y evitar así
el envío al hospital psiquiátrico judicial; y la exigencia comple-
mentaria propuesta en nombre de Ja defensa social y de la segu-
ridad de no dejar en libertad a quien ha cometido delitos.
El recorrido por el cual se llega a Ja diagnosis 105 atraviesa
territorios más bien sociales que médicos, lo que constituye
otro indicador de una psiquiatría forense sensible a las innova-
ciones psiquiátricas que, de todos modos, debe dar una diag-
nosis al juez. Esto contribuye a que tenga Jugar la descripción
de situaciones psicológicas en los confines, de las que se da
cuenta a través de la combinación de síntomas diferentes ("epi-
sodio transitorio psicótico disociativo encarnado en una neu-

105 Las pericias de los años 1971 y 1972 son 21, las de 1981 y 1982 son 32.
En estas últimas se ve un predominio absoluto de los varones Jóvenes-
adultos (27). la mayoría solteros, residentes en el Gran Milán, con una
escolaridad baja, desocupados u ocupados en forma ocasional. De éstos,
diecinueve tienen una historia psiquiátrica precedente a la pericia que se
concretiza en breves y repetidos internamientos en hopitales psiquiátri-
cos. Catorce tienen una historia judicial, constituida sobre todo por repeti-
das denuncias, algún arresto, pero sin detenciones prolongadas. El reper-
torio de delitos de los cuales son imputados es más bien vasto: hay cuatro
homicidios y seis tentativas de homicidio, cuatro maltratos y tres amena-
zas y calumnias, seis hurtos y un acto obsceno y resistencia a un oficial
público. En lo que se refiere a las víctimas, son en general familiares, ami-
gos, vecinos, conocidos, además de la autoridad pública. Los casos del
decenio precedente se refieren a hombres más jóvenes, con un grado de
escolaridad más alta, en condiciones laborales que, aun siendo bajas, son
mejores y más estables que las relevadas diez años después. Es menos
variado el panorama de los delitos y son menos graves los delitos mismos:
un cierto predominio de violencias y maltratos, algún hurto. El requeri-
miento de pericia está aquí más directamente relacionado con el conoci-
miento de la precedente historia psiquiátrica. En 1981-1982 los peritos
diagnostican quince vicios parciales de mente y siete incapacidades tota-
les. Son ocho las diagnosis de plena capacidad, mientras hay cuatro diag-
nosis de capacidad en el momento de la pericia ligadas a vicios parciales
en el momento del hecho. Son muchas más las diagnosis de incapacidad
total en el bienio 1971-1972.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 205

rosis agravada", "graves anomalías de la personalidad en una


estructura de naturaleza neurótica, frágil", etc.).
La riqueza de las travesías sociales a través de las circuns-
tancias personales, psicológicas y ambientales del sujeto -ri-
queza que distingue la praxis pericial contemporánea- no siem-
pre escapa al círculo vicioso tradicional de la psiquiatría forense
y del saber criminológico que deriva de ella, en el que el delito
es asumido como síntoma de malestar psíquico y el malestar
psíquico como elemento que desencadena el delito. La ruptura
del determinismo biológico frecuentemente se traduce ·en tau-
tología o bien en determinismo sociológico, lo que, a fin de cuen-
tas, se combina con las nuevas exigencias del juez y es coheren-
te con la inspiración de fondo de las reformas penitenciarias.
Esto es confirmado por la importancia decisiva que adquiere el
delito en la prognosis de peligrosidad social: desvinculada de
la diagnosis de enfermedad (existen esquizofrénicos declara-
dos incapaces. pero no peligrosos), contextualizada (si se lo
atiende con métodos adecuados, entonces no es peligroso ... ),
permanece ligada a la gravedad del delito. Es como si el perito
no pudiese sino oscilar entre las preocupaciones de defensa
social y el rechazo del envío al hospital psiquiátrico judicial.
En realidad, el mandato del perito psiquiatra se mantiene
contradictorio, a pesar de (o quizás al contrario, en virtud de)
los intentos por reinterpretarlo, y esta contradicción se refleja
en la praxis pericial. La diagnosis, único verdadero producto
de esta praxis. es una cornisa estrecha para la nueva concien-
cia psiquiátrica orientada hacia la terapia. La exclusión de de-
beres terapéuticos confiere a la práctica pericial una autono-
mía que se conjuga mal con la complejización de las trayectorias
para llegar a ella, y que tiende a configurarse como resultado
forzoso de estos mismos recorridos.

3. Elecciones riesgosas
En el plano jurídico, la cuestión de la imputabilidad (es
decir, de la capacidad de ser sujeto a pena) está conectada con
la idea retributiva, con la pena como reproche de una culpa
moral que tiene como presupuesto la "libertad de querer". Se
puede, entonces, argumentar (conf. Pulitano, 1988) que el ins-
tituto de la imputabilidad está hoy en crisis, no solamente por-
que está en crisis la ciencia tradicionalmente delegada a deter-
206 TAMAR PITCH

minar empíricamente los presupuestos de los cuales la imputa-


bilidad depende -en el ordenamiento jurídico italiano, la pre-
sencia o ausencia de la "enfermedad de mente"-, sino también
porque la ciencia penal actual está alejándose de la "idea retri-
butiva". No obstante, este instituto permanece como el sostén
fundamental del derecho penal, ya que postula una libertad de
querer que es el "criterio de una convivencia en la cual cada
uno puede ser reconocido como sujeto y reconocer a otros suje-
tos con igual dignidad" (Pulitano, 1988, p. 128).
La crisis, que abarca los dos aspectos de la imputabilidad,
es decir, los aspectos normativo y empírico, se revela y se con-
creta en las elecciones de los jueces. Los modos en los cuales la
incertidumbre es interpretada y gestionada evidencian la cultu-
ra de los magistrados, indican líneas diferentes no solamente
de política criminal, sino también de política social y debe rela-
cionarse con la percepción del propio rol, la transformación de
los estándares profesionales, el contexto laboral y la presencia
o posibilidad de contactos con otras agencias e instituciones.
Actualmente, existen magistrados que son muy conscientes de
que sus decisiones en relación a la imputabilidad no son "nece-
sarias" ni están orientadas por una doctrina cierta y verdadera,
sino que administran la discrecionalidad sobre la base de elec-
ciones explícitas de política criminal y social (conf., p. ej., Ca-
nosa et al., 1987; Gandus, 1988).
Las decisiones judiciales son, entonces, orientadas por las
consecuencias, es decir, toman en consideración los efectos
posibles de las diferentes decisiones en sí mismas. Esta orien-
tación no se presenta en las prácticas sólo de una manera im-
plícita. Con frecuencia es una elección consciente y siempre está
presente, de alguna forma, como dilema en los casos concre-
tos. Y es un dilema a menudo angustiante, siempre difícil. Con-
curren instancias garantistas (en las cuales están comprendi-
dos también los aspectos que tienen que ver con la percepción
del propio rol y con las convicciones en relación a la ética de la
profesión: separación y autonomía judicial, primacía de lo jurí-
dico, etc.) e instancias de "justicia" sustancial; preocupaciones
de defensa social (y de legitimación del propio rol frente a la
opinión pública) y exigencias de resolución "equitativa" de si-
tuaciones en las cuales el envío al hospital psiquiátrico judicial
se presenta como una medida exagerada.
Parece que es justamente la actual configuración de los
hospitales psiquiátricos judiciales, tanto desde el punto de vis-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 207

ta normativo como desde el de la praxis, la que hace a las elec-


ciones judiciales particularmente problemáticas. Es la ausen-
cia de lugares perceptibles como "seguros" y terapéuticamente
"válidos" lo que el juez lamenta y lo que le impone la búsqueda,
caso por caso, de soluciones sancionatorias advertidas como
de compromiso, en las cuales juegan no sólo la gravedad del
delito, sino también el conocimiento y la valoración de la histo-
ria del imputado, la disponibilidad de las otras agencias o ins-
tituciones a hacerse cargo, la previsión de las reacciones de la
opinión públ!éa, etcétera.
En el plano de las prácticas judiciales, en síntesis, la crisis
de las relaciones con la psiquiatría se evidencia y es percibida
más fácilmente cuando la decisión acerca de la imputabilidad y
de la peligrosidad se traduce en la decisión de sancionar. Se
podría hipotetizar'º' que es justamente esta última la que orienta
la primera; o bien que, a menudo, la preferencia por una espe-
cial opción sancionatoria es la que orienta al juez. en el caso
específico. a elegir al perito que presumiblemente llegará a las
conclusiones queridas con respecto a la imputabilidad y peli-
grosidad.107 Esto probablemente ha sucedido siempre. en ma-

106
Hipótesis que emerge de los coloquios que hemos mantenido con magis-
trados y psiquiatras forenses.
107
Casos particulares son, por un lado, el llamado (y lamentado) uso impro-
pio de las pericias psiquiátricas con respecto a los miembros de la crimi-
nalidad organizada (de allí todo el debate, incluso en psiquiatría forense,
sobre la simulación de la enfermedad y las formas de hacerla evidente,
véase Fornari, 1986); por otro lado, las modalidades operativas de la pretura
a la cual, desde 1986, le corresponde juzgar una cuota y una tipología de
delitos mayores que antes y en las cuales entran la gran parte del malestar
social, de la microconflictualidad urbana y familiar y en las cuales, por lo
tanto, se concentran el mayor número de cuestiones que se ubican en la
frontera entre psiquiatría y justicia (vagabundos, toxlcodependientes, expsi-
quiatrizados, etc). Mllchos de los pretores de Milán que hemos entrevista-
do se manifestaron reacios a pedir pericias psiquiátricas en la convicción
que en los casos de pretura la pericia no puede menos que agravar la posi-
ción del imputado, presagiando un envío al hospital psiquiátrico judicial
sentido como obligatorio en el caso de una prognosis de peligrosidad (conf.
Gandus, 1988: De Leonardis, 1988c). Es el pretor hoy, con el nuevo proce-
so "sumarísimo", quien se constituye en el polo principal de atracción y
clasificacíón de las situaciones "grises", la figura a la cual cada vez más, en
un juego de delegaciones de responsabilidad, le corresponden las decisio-
nes relacionadas con el destino de aquellos a quienes los servicios no pue-
den o no quieren gestionar, las agencias de orden público no saben cómo
ubicar, la familia o los vecinos no logran tolerar.
208 TAMAR PITCH

yor o menor medida; lo que hoy parece que ha cambiado es que


esta elección se presenta, al mismo tiempo, como problemática
y consciente. El debate jurídico sobre la imputabilidad es, en
este contexto, por un lado intrascendente y por el otro, conse-
cuencia antes que premisa de la problematicidad de las elec-
ciones sancionatorias.
El recurso al perito se hace cada vez más frecuente y no ya
exclusivamente en los casos en los cuales es evidente un sín-
drome psiquiátrico. Pero lo que no queda claro es si el juez
pide al perito explicaciones o confirmaciones.

4. El dilema del juez: lcastigar es curar?


Los jueces no tienen un gran conocimiento de la ley de re-
forma psiquiátrica. 108 El rechazo a hacer las cuentas -por lo
menos, explícitamente (otra cuestión es la práctica, especialmente
de los pretores)- con una situación que ha devenido móvil y
fluctuante por las transformaciones en el campo psiquiátrico y
en el campo penal -la interacción de una tendencia hacia la in-
dividualización de la pena con la deslegitimación de las solucio-
nes custodiales para la enfermedad mental (y el consiguiente
debilitamiento de la psiquiatría civil)- debería, probablemente,
ponerse en relación con la desconfianza en la operatividad y en
la eficiencia de la nueva psiquiatría del territorio, pero también,
sobre todo, con una defensa de las propias competencias insti-
tucionales. No obstante el cambio sustancialista de los últimos
veinte años y la correspondiente difusión de un intenso protago-
nismo político y social de los jueces, se busca, de todos modos,
legitimación en el interior de una definición restringida del pro-
pio rol. O bien, se invoca esta misma definición restringida como
explicación y justificación del propio protagonismo (recuerdo las

108 En nuestra investigación en los tribunales de Milán hemos tratado, ya sea


a través de las entrevistas como con el suministro de un cuestionario, de
ver cuánto la reforma de la psiquiatría y, más en general, los cambios en la
cultura psiquiátrica son conocidos por los jueces penales y cómo los valo-
ran; si han influido y en qué manera en sus decisiones en materia de impu-
tabilidad y peligrosidad social y en sus relaciones con los peritos psiquia-
tras; si han determinado la instauración de relaciones con la psiquiatría
territorial; si y cómo han modificado su percepción de los hospitales psi-
quiátricos judiciales.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 209

polémicas acerca de la delegación a la magistratura de la gestión


de la cuestión política del terrorismo; recientemente. las polémi-
cas aún más encendidas en lo que se refiere al así llamado
intervencionismo de los jueces en relación al problema de los
políticos acusados de corrupción. malversación. etc.). Esta defi-
nición restringida es reafirmada cuando no se trata de gestionar
temáticas de alta relevancia política. sino de intervenir en la ges-
tión de un malestar social difuso. fragmentado y. al mismo tiem-
po. productor de alarma social.
Esta definición estrecha es defensiva. frente a incumben-
cias que no pueden ser eludidas. lo que se evidencia en el aná-
lisis de las respuestas a un cuestionario que se ha aplicado a
los jueces de los tribunales de Milán. en el ámbito de la citada
investigaclón. 109 La minoría de los magistrados que ha -respon-
dido traduce un malestar que se manifiesta en respuestas con-
tradictorias. así como en el gran número de cosas que se espe-
ra de las pericias psiquiátricas. no obstante la declarada
desconfianza en la cientificidad de los institutos sobre los cua-
les los peritos deben pronunciarse y la incertidumbre declara-
da respecto de las soluciones. Se manifiesta. por ejemplo. des-
confianza en la posibilidad de determinación científica de la
peligrosidad social. pero se pretende que el perito, de todos
modos. la compruebe; y se expresa la convicción de la existen-
cia de un nexo entre ésta y. por lo menos. algunas enfermeda-
des mentales; o un rechazo absoluto al hospital psiquiátrico
judicial y al mismo tiempo se lo quiere mantener como lugar de
"terapia". etcétera.

109 De los cuestionarios que hemos enviado, llevado directamente y muchas


veces aplicado personalmente, fueron respondidos sólo veinte: diez, por
fiscales y jueces de instrucción, seis por jueces de sentencia y cuatro por
jueces de apelación. El cuestionario estaba dividido en dos partes. La pri-
mera tendía a establecer el número de pericias requeridas en el curso del
año 1986. los criterios para la elección del perito, las modalidades de rela-
ción con el perito mismo y los resultados del juicio al cual las pericias se
referían. La segunda parte tendía, en cambio, a registrar la actitud y la
opinión del juez en lo que se refiere a la relación entre enfermedad mental
e in/capacidad de entender y querer y entre enfermedad mental y peligrosi-
dad social, el hospital psiquiátrico judicial y la eventualidad de la introduc-
ción en nuestro ordenamiento jurídico de la pericia criminológica -es decir,
no relacionada con la enferm'edad mental ni tendiente a establecer solamen-
te la capacidad y peligrosidad sino con líneas de principios aplicables a cual-
quier imputado y destinadas a describir su personalidad e histor_ia.
210 TAMAR PITCH

Más precisamente, se delimitan en el interior de la mino-


ría de los magistrados que han respondido los cuestionarios,
. dos tendencias, a veces unidas, a veces separadas, cada una de
las cuales enrola, más o menos, al mismo número de jueces.
Parto, para dar cuenta de estas dos tendencias, de las respues-
tas a las preguntas acerca de la oportunidad de la introducción
en nuestro ordenamiento jurídico de una pericia "criminológi-
ca". Es ésta, en cierto sentido, la pregunta que divide aguas:
quien responde negativamente y subraya los riesgos de un de-
recho penal de autor más que de acto, se coloca idealmente
dentro de una cultura que desea ver separados los discursos y
las atribuciones del derecho de los discursos y atribuciones de
las ciencias sociales; quien, al contrario, sostiene que la pericia
criminológica es un instrumento necesario para aclarar lacre-
ciente complejidad de las situaciones en las cuales el magistra-
do debe intervenir, parece tener en cuenta. si bien sólo en el
plano operativo, un nuevo y más extensivo modelo de ciencia
penal integrada. 110
También la primera tendencia, al menos por cómo se ex-
presa en las respuestas a los cuestionarios, se coloca dentro de
un modelo de ciencia penal integrada: pero es aquel tradicio-
nal. donde la ciencia social utilizada es exclusivamente la psi-
quiatría y en su rol puramente diagnóstico. La psiquiatría no
es concebida como útil al juez en sentido "garantista" (es decir,
respecto a la· evaluación, aunque sea en términos convenciona-
les, de la in/capacidad de entender y querer). sino con respecto
a la individualización de "tipos de autor". lo que es confirmado
por su utilización para comprobar la peligrosidad social.
Las dos tendencias, entonces, no pueden ser descriptas
una como restrictiva y "garantista" y la otra como sustancialista
y expansiva. Más bien, más allá de las soluciones propugnadas,
la segunda parece expresar un malestar mayor que la primera
en relación a sus propios deberes. Propiciar la pericia crimino-
lógica parece significar la búsqueda de mayores y más comple-
jas informaciones sobre el contexto de emergencia del delito y

tio Se entiende por ciencia penal integrada el modelo de ciencia del derecho
penal, en Italia aún dominante, que se basa en la integración de la dogmá-
tica jurídica con las ciencias sociales existentes en Italia entre el comienzo
del siglo xx y los años '30: la criminología y la psiquiatría de carácter posi-
tivista, conf. por ejemplo, Baratta, 1979.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 211

con respecto al supuesto autor. Por otro lado, la pericia es ya


utilizada como instrumento de contextualización del delito y de
su autor. Más bien, quien no está a favor de la pericia crimino-
lógica parece confiar más en que esta contextualización confi-
gure una diagnosis psiquiátrica clara, liberando de algún modo
al juez del deber de alcanzar, solo, una decisión que debe ba-
sarse en el delito pero que, de hecho. tiene en cuenta en forma
relevante al autor y al contexto. Dejando estos dos últimos as-
pectos (autor y contexto) como objeto de la diagnosis psiquiá-
trica, el magistrado quedaría formalmente sólo como juez del
hecho.
La segunda tendencia expresa una mayor confianza (o es-
peranza) en que las ciencias sociales puedan hacerse cargo de
todo lo que concierne al autor y al contexto. Se lee aquí, por un
lado, una mayor sensibilidad sobre las dificultades de la psi-
quiatría actual en este sentido (o quizás un mayor malestar en
relación a las nuevas diagnosis de la psiquiatría forense). pero,
por el otro (los jueces casi unánimemente requieren al perito
precisos juicios clínicos), la esperanza de que otras ciencias
puedan contribuir a la formación de una diagnosis "científica"
que de todas maneras gire en torno a los dos nudos de la inca-
pacidad y de la peligrosidad.
Sobre estos dos puntos cruciales existen, dentro de los
cuestionarios, oscilaciones y contradicciones importantes. Al-
gunos ejemplos: un juez sostiene al mismo tiempo que la inca-
pacidad de entender y querer es una "condición intrínseca" de
los estados graves de enfermedad mental y que sus fundamen-
tos clínicos y científicos son muy discutibles; otro responden te,
que el manicomio judicial ~s una institución necesaria para el
funcionamiento de la justicia y que no hay necesidad de lugares
de restricción física para los enfermos mentales; otros sostie-
nen que la peligrosidad social no tiene "un seguro fundamento
científico" en la psiquiatría (y que el manicomio judicial debe
ser abolido). pero quisieran que la pericia psiquiátrica brinde
"argumentaciones circunstanciadas sobre la peligrosidad del
sujeto" enfermo de mente, etcétera.
Estas contradicciones traducen una incertidumbre difusa.
que tiene que ver con el choque con una psiquiatría forense
más problemática y con la dificultad. en esta situación, de man-
tener los confines convencionales entre los propios deberes y
los del perito. La cuestión del hospital psiquiátrico judicial es
212 TAMAR PITCH

sintomática y las respuestas sobre este tema dan la impresión


de una actitud pragmática y, al mismo tiempo, del deseo de
soluciones seguras pero también "dignas".
Casi todos sostienen que la máxima utilidad de mantener
el instituto del vicio mental parcial consiste en la posibilidad
de evitar el envío al hospital psiquiátrico judicial. Se advierte,
·entonces, la 'imposibilidad de sostener los actuales hospitales
psiquiátricos judiciales y se adoptan estrategias para evitar re-
currir a ellos. Pero lo que en realidad se querría no es tanto la
abolición de estos hospitales como su transformación en insti-
tuciones puramente terapéuticas. Hay aquí, además de una
implícita desconfianza en la ley de reforma psiquiátrica y sobre
todo de la lógica que la Inspira, el deseo de que las competen-
cias judiciales y las competencias terapéuticas se separen to-
talmente; esto se considera posible y deseable, pero sólo si se
encuentran disponibles soluciones custodiales, aun cuando por
"razones terapéuticas".
Nos podemos preguntar si y cuánto, en esta actitud, inci-
den, además de la cultura personal de cada juez, los contactos
con los servicios psiquiátricos territoriales. Sabemos"' que es-
tos contactos son esporádicos, casuales e inorgánicos. También
sobre este punto, de todos modos, se registran dos tendencias:
muchos magistrados requieren del perito indicaciones terapéu-
ticas, además del diagnóstico, abarcando también el análisis de
la posibilidad del tratamiento en libertad. Para estos magistra-
dos, entonces, la presencia o la ausencia de tal posibilidad pare-
ce ser Importante a los fines de la decisión. Esto Implica una
concepción más extensiva de los deberes de la pericia y del peri-
to respecto de los de la diagnosis -considerados también fun-
damentales. El perito es visto como posible mediador entre la
justicia y la psiquiatría clínica o, quizás más bien, entre las
chances de criminalización y las chances de terapeutización. ¿Hay
aquí una implícita admisión de los jueces de ser parte integrante
de la gestión de 1 malestar social junto a otras agencias? O sea,
que la separación entre deberes judiciales y deberes terapéuti-
cos corresponde más bien a las instituciones y no al objeto de
las instituciones mismas. Asumir la posibilidad de que las agen-
cias externas a !ajusticia penal se hagan cargo, como una de las

111
Lo sabemos, además, por las conversaciones y entrevistas con los jueces.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 213

variables de las cuales depende la propia decisión, parece de-


mostrar que se dirigen en este sentido.

5. Los dilemas de la psiquiatría


en el territorio: lcastigar es curar?
Los servicios instituidos por la ley 180 operan de formas
muy diversas. Estas diferencias pueden deberse a la interac-
ción entre modelos de intervención y recursos organizativos,
de personal y económicos; al ambiente político y cultural en el
cual los servicios funcionan; a la formación y las culturas espe-
cíficas de los operadores; y naturalmente, al área geográfica (en
sentido general) a que se refieren.
Describiré aquí, brevemente, tres situaciones diferentes de
relación con la justicia penal, pero todas de cualquier manera
"avanzadas" respecto de la situación general de implementa-
ción de la ley de reforma psiquiátrica. Milán, Trieste y Perugia,
por cierto, han conocido un largo período de experimentación e
innovación antes de la ley misma. En Tries te y Perugia los servi-
cios ..funcionan", es decir, tienen recursos suficientes. operado-
res preparados y motivados, están abiertos o disponibles en el
arco de las 24 horas, etc. En Milán la situación no es tan bue-
na, pero de todos modos es mejor que en otras zonas de Italia.
Hay que agregar que, mientras en Trieste hay una elevada
homogeneidad de objetivos y culturas entre cada uno de los
servicios, si bien luego éstos se diferencian por la clientela y los
recursos utilizados, en Perugia los tres centros de salud mental
de la ciudad tienen modelos de intervención en parte diferentes
-al menos en principio-, y en Milán la diferenciación está aún
más acentuada, ya sea en relación a la clientela, que presenta
problemas diversos, ya sea en relación a la cultura de los ope-
radores. De todos modos, lo que aquí me interesa describir
son algunas de las modalidades de relación posibles entre es-
tos servicios y el sistema de justicia penal, cómo inciden en el
destino de esa área gris de problemas en los confines de ambos
sistemas, y cómo configuran sus respectivas responsabilidades
y competencias.
Decíamos antes que las culturas psiquiátricas posmanico-
miales se caracterizan por la acentuación de la vocación tera-
péutica de la psiquiatría. De todos modos, los significados de
la terapia y los modelos de asistencia son diversos y múltiples.
214 TAMAR PITCH

A los fines del discurso que aquí estoy desarrollando, me pare-


ce que puedo -a grandes rasgos- delinear la presencia de dos
modelos principales en el operar de los servicios, modelos a
veces separados, a v~ces enlazados dentro del mismo servicio.
El primer modelo conjuga la vocación terapéutica de la psiquia-
tría en modo restrictivo, tendiente a depurarla de funciones de
control social a través del empleo de recursos principalmente
"médicos" (fármacos, psicoterapias de diferentes índoles) y, por
consecuencia, articula una definición restrictiva de los proble-
mas que le competen. El conjunto de los usuarios que se atien-
den es, en principio, el que presenta problemas compatibles
con esta definición; problemas, por tanto, de naturaleza "es-
trictamente" psiquiátrica (el modelo no puede menos que
tematizar la autonomía del síntoma psiquiátrico y su estrecho
parentesco, cuando no identidad, con los "síntomas" de las de-
más enfermedades). El estándar de la psiquiatría deviene,
tendencialmente, el de la medicina general. La oferta determina
la demanda, en el sentido de que esta última, para recibir res-
puesta, deberá ser formulada en términos compatibles con la
oferta misma. Se activará, así, un doble proceso de selección:
por parte del servicio y por parte del conjunto de usuarios.
El segundo modelo recoge la herencia de la psiquiatría
manicomial, en el sentido de que confirma y valora el estatuto
de disciplina de los confines, dond' la terapia asume la finali-
dad de hacerse cargo de todos los problemas que el manicmmo
encerraba y escondía. El objeto de la psiquiatría permanece im-
puro, intersección de malestares de diverso origen y naturaleza,
intersección que exige una intervención plural y flexible con res-
pecto a los instrumentos, los métodos y los enfoques. Las tareas
de control social no son, entonces, suprimidas programática-
mente; más bien, son conscientemente asumidas y reelaboradas,
allí donde tienen que ver con la gestión de problemáticas ("per-
turbaciones") complejas cuya complejidad no se quiere redu-
cir.112 En principio. los servicios que se basan en este modelo
tienden a no producir selecciones sobre la base de la asunción

112
Es distinto, por ejemplo, orientar el propio actuar hacia un modelo que se
dirige a la cura, entendida como desaparición de todo síntoma, o hacia un
modelo que se orienta al cuidado. entendido como instrumento para colo·
car al "enfermo" en condiciones de vivir lo mejor posible dentro de sus
posibilidades.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 215

de una autonomía del síntoma psiquiátrico y por lo tanto, a


reunir e incrementar una demanda variada respecto de los pro-
blemas y de los métodos de intervención. Los fármacos, las
psicoterapias de distinta índole -como parte integrante del
servicio- 113 son acompañados por formas de asistencia social.
actividades de vinculación y colaboración con otras agencias
asistenciales, promoción de experiencias laborales, etcétera.
Los recursos efectivamente disponibles y el contexto cul-
tural y político en el que se debe trabajar determinan, ya sea
las condiciones de existencia de los dos modelos, ya sea la for-
ma concreta en la cual se despliegan. La asunción o no, explíci-
ta y conscientemente, de mandatos de control social -produc-
to de específicas culturas terapéuticas o más bien del enlace
entre estas culturas y los vínculos organizacionales, políticos y
económicos- deviene la cuestión dirimente respecto de la co11-
figuración de los modelos de servicio y la producción de con-
cepciones y ámbitos de responsabilidad. En el modelo custodia!,
estos mandatos, justificados sobre la base de la peligrosidad
("para sí y para los demás") del enfermo mental, podían ser
ejecutados en un régimen de ausencia de garantías para el "in-
capaz" -en un régimen, por lo tanto, que excluía preocupacio-
nes por la reciprocidad y la búsqueda de consenso para la cura,
donde la responsabilidad del operador excluía la responsabili-
dad del paciente y se limitaba justamente a la custodia, a la
vigilancia-. Hoy los pacientes se han transformado en usua-
rios, ciudadanos a quienes se les reconoce un derecho a la cura:
este derecho transforma los deberes y las responsabilidades
del operador psiquiátrico, implicando una obligación de este
último de cura y asistencia respetando la voluntad del usuario.
Es aquí donde la psiquiatría revela su persistente especifi-
cidad, su diferencia respecto de los modelos dominantes de la
medicina general. 114 La perturbación psiquiátrica a menudo im-
plica resistencia a la cura, inconsciencia de la perturbación mis-

113
Estas son actividades que frecuentemente realizan también los servicios
que pertenecen al primer modelo, sólo que son sentidas como extrañas a
las propias competencias, obligaciones que desnaturalizan el sentido del
propio mandato.
114
Problemas en parte análogos se encuentran incluso en la gestión y asisten-
cia de algunas enfermedades infecciosas, como las enfermedades venéreas
y el SIDA.
216 TAMARPITCH

ma; en especial cuando ésta emerge y se presenta sólo como uno


de los aspectos de una situación problemática, donde convergen
conflictos familiares, pobreza, soledad, quizás también abuso
de alcohol y otras drogas. Aquí la perturbación alude a un con-
junto de condiciones en las cuales las instancias de control se
presentan al operador psiquiátrico en forma fuertemente pro-
blemática. Se trata, justamente, de responder a necesidades de
cura que requieren intervenciones amplias y duraderas, aun cuan-
do estas mismas necesidades pueden no ser reconocidas por el
potencial usuario y sí, en cambio, invocadas por familiares, veci-
nos o las mismas agencias de orden público. El operador se en-
cuentra frente a un dilema con múltiples facetas; si, en princi-
pio, el derecho a la cura del usuario se presenta como un deber
de prestación pero respetando la "libertad de querer" del usua-
rio mismo (para un análisis de las contradicciones inherentes a
este estatuto del usuario y de las implicaciones en relación al
estándar profesional del operador, véase Dresser, 1982), la ges-
tión de este dilema se complica ulteriormente por los requeri-
mientos simultáneos provenientes del ambiente del usuario y,
quizás, de las agencias de orden público. La cuestión puede, en-
tonces, presentarse no tanto o no sólo como necesidad de acti-
var el consenso a la cura, donde esta activación puede ser perci-
bida como inherente a los deberes de la terapia, sino más bien
como necesidad impuesta desde el exterior de hacerse cargo de
funciones de control y defensa social que poco tienen que ver,
directamente, con los problemas del usuario.
Existen maneras diferentes de comprender y de hacerse
cargo de este dilema. Los dos modelos de servicio que se han
mencionado aluden a dos soluciones radicalmente distintas, que
comportan la adopción de paradigmas terapéuticos diferentes
y, por lo tanto, dos concepciones diversas de los deberes de los
operadores y del mismo objeto de la intervención. Naturalmen-
te, en la práctica de los servicios estos modelos no se presen-
tan en forma, por así decir, pura, sino que deben ser leídos,
más bien, como resultado de la intersección entre culturas te-
rapéuticas y vínculos organizativos, políticos y económicos, y
no como opciones coherentemente desarrolladas.
En el caso milanés que hemos examinado (conf., para un
análisis más profundo, Gallio, 1988, yMicheli-Carabelli, 1986)
el progresivo empobrecimiento de recursos y la rigidez de los
vínculos organizativos han contribuido a conducir los centros
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS.. 21 7

psicosociales (CPS) hacia un suministro de prestaciones que se


basa en el primer modelo: las intervenciones no salen del servi-
cio, se dirigen sólo al usuario en el momento y por el período
que el usuario mismo lo requiera, se ofrecen dentro de un pro-
grama de tipo tradicionalmente ambulatorio, y se caracterizan
como refinadamente "psiquiátricos" (fármacos, psicoterapias,
etc.). Las intervenciones externas son delegadas al asistente
social, en una división de responsabilidades en la cual esta úl-
tima figura asume un estatuto de "conciencia crítica del servi-
cio" (Gallio, 1988). Pero las mismas actividades psiquiátricas
resultan divididas entre el servicio y el equipo de diagnosis y
cura de los hospital civiles: a éstos se delega la crisis o emer-
gencia, gestionada a través del Tratamiento Sanitario Obligato-
rio, 115 escapando así la responsabilidad a los operadores del
servicio territorializado. La fragmentación y especialización de
las competencias produce una elevada selectividad de los usua-
rios: se hacen cargo de quien tiene los requisitos, es decir, de
aquellos cuyos problemas son compatibles con las modalida-
des de la oferta. Como dice Gallio, "... las consecuencias de este
modelo ... deben leerse a través de una serie de rechazos cuan-
do lo que prevalece en los requerimientos de intervención son
instancias de control. Negación a intervenir cuando no es el
usuario en primera persona quien se dirige al servicio sin-o que
son otros, por ejemplo los vecinos, quienes formulan la deman-
da ... Rechazo además a hacerse cargo del conjunto de usuarios
con connotaciones de marginalidad social (droga, alcoholismo,
quienes viven en el alojamiento público, etc.). cuando no se con-
sidera prevaleciente una sintomatología psiquiátrica. Rechazo
a intervenir cuando el problema es percibido como de 'compor-
tamiento' y transmitido como tal por los que requieren la inter-
vención" (1988, p. 250). Esta serie de "rechazos" es justificada
con la exigencia de distinguirse de otras agencias de interven-
ción social y de aquellas de orden público, de tal modo que el
rechazo es asumido como paradigma de una psiquiatría nueva,

115
La ley 180 permite una Orden de Tratamiento Sanitario Obligatorio por un
período de no más de quince días para ser administrada en secciones psi-
quiátricas ad hoc de hospitales civiles en casos excepcionales. El asenti-
miento oficial del alcalde de la ciudad es necesario para cualquiera de es-
tas órdenes. Los médicos que administren el tratamiento bajo estas órdenes
deberían -de acuerdo a la ley- buscar activamente el consentimiento del
paciente al tratamiento.
218 TAMAR PITCH

cuyo objeto debe ser cuidadosamente depurado de las conta-


minaciones históricas con la marginalidad social (Gallio, 1988).
El aislamiento de hecho de los CPS se traduce en un aislamien-
to de derecho, reivindicado en la defensa de exigencias e ins-
tancias percibidas como extrañas a las propias competencias y
responsabilidades.
No puede, entonces, sorprender que los contactos con las
agencias de orden público y el sistema de la justicia penal en su
conjunto sean raros. esporádicos y casuales. La escasa rele-
vancia del conjunto de usuarios con problemas judiciales. que
hemos verificado a través de la lectura de una muestra de his-
torias clínicas en tres CPS milaneses, es imputable a las moda-
lidades operativas de los servicios, que tienden a expulsar o a
no hacerse cargo de este tipo de usuarios, antes que a una efec-
tiva ausencia de problemas de esta índole en dicha área geográ-
fica. El servicio asume sólo lo que arriba voluntariamente a él y
tiende a asistirlo sólo hasta el umbral de las otras agencias,
comprendida !ajusticia penal. El usuario que tiene problemas
judiciales tiende a desaparecer; los operadores ignoran en la
mayor parte de los casos su destino a menos que, muy rara-
mente, alguien (el pretor, el abogado, el juez instructor) requie-
ra información o que el mismo usuario reaparezca espontánea-
mente después de un período en la prisión o, quizás, en el
hospital psiquiátrico judicial.
Sin embargo, no es esta pequeña cuota de usuarios la que
constituye el núcleo duro de las relaciones (o más bien, en este
caso, no relaciones) entre los servicios psiquiátricos territoria-
lizados y !ajusticia penal. Se trata, sobre todo, del conjunto de
usuarios potenciales que no aparece nunca, que no tiene los
requisitos para ser atendido y que circula entre los alojamien-
tos públicos, las jefaturas de policía y los pretores; o bien, apa-
rece de improviso con el surgimiento de crisis, conflictos fami-
liares o con los vecinos, gestos de perturbación en público que
configuran una situación percibida como de "emergencia" y que
provoca la intervención de la policía, denuncias repetidas y
quizás arrestos frecuentes por períodos breves, pero que pue-
den terminar también en el envío al hospital psiquiátrico judi-
cial.
Sobre esta área gris, sobre su extensión y su destino, como
decíamos, incide la interpretación de las propias competencias
y las elecciones prácticas. El aislamiento y la tendencia a una
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 219

definición restrictiva de los propios cometidos se refuerzan re-


cíprocamente, acompañado todo de una escasa información y
de un clima de desconfianza. Si tos jueces, en general, se que-
jan de la indisponibilidad o de la escasez de estructuras de asis-
tencia y a éstas imputan decisiones de encarcelación o envío al
hospital psiquiátrico judicial, los operadores de los servicios
se quejan de la impermeabilidad e impenetrabilidad de las es-
tructuras judiciales, a quienes imputan a menudo la desapari-
ción de los propios usuarios. En el medio se encuentran otros
actores institucionales como la policía municipal, la policía
nacional, etc., a quienes corresponde gran parte de la gestión
de esta área de problemas. El recíproco aislamiento de las dife-
rentes agencias contribuye al surgimiento de situaciones de alar-
ma social y a reforzar instancias de exclusión de lo que es vivi-
do como productor de malestar social.
En Trieste se ha afirmado en estos años un modelo de servi-
cio distinto (conf. Mauri, 1983). Los servicios de salud mental ope-
ran proyectándose tendencialmente hacia el exterior, proponiendo
intervenciones diversificadas en las cuales asistencia, promoción
de actividades -laborales y de tiempo libre- y terapia en sentido
estricto, se entrelazan indisolublemente. La demanda es escasa-
mente seleccionada, y en ella convergen crisis y cronicidad, per-
turbación psiquiátrica y marginálidad social. Los servicios se pre-
sentan en Trieste como una red articulada de intervenciones en
diferentes planos -centros en el territorio, centros de diagnosis y
cura en los hospitales civiles, centros para las toxicodependencias,
cooperativas de trabajo, etc.- que funciona las 24 horas, que in-
tegra competencias múltiples y tiende a construir relaciones orgá-
nicas con las otras instituciones y agencias. Esto ha permitido la
constitución de un grupo de operadores que trabaja en forma es-
table en la cárcel (Novello, 1987), y la construcción de un diálogo
con los jueces tendiente a implicar a los servicios en la decisión
acerca del destino de los usuarios que tienen problemas con la
justicia penal. El contexto determinado por las nuevas normas
penitenciarias y penales es tomado como terreno donde experi-
mentar, junto con los operadores de la justicia penal, intervencio-
nes donde el derecho a la cura no se vea sacrificado por preocupa-
ciones de defensa social; lo cual, de todos modos, presupone que
los operadores psiquiátricos estén dispuestos a -además de ser
capaces de- hacerse cargo de situaciones a menudo difíciles y
que no están privadas de riesgos; situaciones en las cuales el
220 TAMAR PITCH

operador elige compartir la responsabilidad con la justicia penal


y que implican obligaciones particulares en relación a quien es
asistido y a las instancias de tutela de la colectividad. Es una
intervención que implica reciprocidad. No se quiere sustituir a
otras agencias ni aceptar delegaciones, sino más bien trabajar
para construir colaboraciones, activar las competencias y esti-
mular la responsabilización de t_odos los actores. institucionales y
sociales.
El terreno es resbaladizo. mucho más cuando el contexto
normativo es incierto, los confines de las propias competencias
lábiles y discutidos. El caso de Perugia ilustra bien los proble-
mas y los riesgos de esta situación.
En Perugia, ciudad donde la experiencia de la nueva psi-
quiatría precedió a la reforma de 1978 y se concretó en centros
de higiene mental muy activos en el territorio, sostenidos por el
consenso de la ciudadanía que participó directamente en el pro-
ceso de desinstitucionalización. uno de los psiquiatras respon-
sables de un centro ha sido recientemente condenado por "aban-
dono de incapaz". Esta condena es singular y, al mismo tiempo,
emblemática porque el "incapaz" en cuestión no era un usuario
del servicio, sino el hijo de un usuario. He aquí. brevemente, la
historia. Se trataba de una familia, compuesta por los padres y
dos hijos, con tensiones y conflictos bastante conocidos en el
vecindario. La madre estaba bajo tratamiento en el centro de
higiene mental de la zona, cuyos operadores la asistían visitán-
dola en su casa a menudo. En el curso de estas visitas, la situa-
ción de tensión fue advertida por los operadores mismos, a tal
punto que el psiquiatra comunicó, si bien informalmente, a la
secciona! de policía de la zona. Durante una internación de la
madre en el hospital, uno de los hijos mató al padre en una
pelea. Denuncia, proceso penal y condena en primera instancia
del psiquiatra (la apelación está aún pendiente) a quien se le
atribuye la responsabilidad de no haber intervenido en la situa-
ción en modo tal de haber prevenido el homicidio. Se trata, con
toda evidencia, de una atribución al servicio de deberes que
van más allá de la "normal" asunción de instancias de control
en situaciones de riesgo. El servicio, en la persona del psiquia-
tra, es investido de la responsabilidad global por cualquier cosa
que suceda en la situación en Ja cual interviene: tiene deberes
de vigilancia, prevención y policía, no sólo en relación al usua-
rio, sino con respecto a todo el contexto, a todo el territorio de
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 221

su competencia. Existe una delegación total de nuevas respon-


sabilidades al servicio como órgano sustitutivo de otras agen-
cias. Éste es el riesgo que corren los servicios fuertes, o bien
esos servicios que por cultura o historia no se encierran en la
especificidad de la clínica, no depuran a la psiquiatría de los
aspectos "sucios" de la asistencia, del control y, por lo tanto, de
la marginalidad, de la pobreza y de la desviación. El riesgo de
la sustitución es, entonces, experimentado como intento de des-
cargar en el servicio todo lo que "provoca problemas" en el te-
rritorio de su competencia y, respecto del servicio mismo,
puede ocasionar una rigidez defensiva, una redefinición de las
propias competencias y del propio objeto en términos restricti-
vos.116
El episodio descripto constituye probablemente un caso
excepcional, pero ilustra bien la presencia de conflictos entre
agencias e instituciones diferentes. Un servicio psiquiátrico "dé-
bil" puede contribuir a una hipertrofia de la intervención de las
agencias de orden público, que a su vez contribuye a reforzar
esta identidad débil; pero, descargar responsabilidades en un
servicio "fuerte" -potenci8.l consecuencia de esta misma fuer-
za- corre el riesgo,. por un lado, de "psiquiatrizar" el territorio,
y por el otro, de encerrarse autodefensivamente, de autoaislarse
dentro de confines rígidos y reducidos.
Dentro de esta red de recíprocos temor.es y desconfianzas,
de intentos de proveer y transformar los propios estándares
profesionales en el contexto de una situación fluida e incierta,
de conflictos abiertos o implícitos que se juegan a menudo en
los casos concretos, en las situaciones particulares, se va
redefiniendo -en el nivel práctico más que en el teórico- la
relación entre psiquiatría y justicia penal.

6. Riesgos y peligros
La disponibilidad personal e institucional a correr riesgos
está relacionada, inversamente, con el nivel de definición y per-
cepción social del peligro. Defino este último como la experien-
cia subjetiva de situaciones de amenaza a la propia seguridad,

116 Esto es lo que, por ejemplo, reivindicaron algunos operadores psiquiátri-


cos de Perugta, después del impacto de este caso.
222 TAMAR PITCH

individual y colectiva: cuáles serán estas situaciones depende


de los contenidos que se le otorgue al término "seguridad" y
estos últimos, a su vez, están relacionados con el sexo, la clase
social, la zona donde se vive y se trabaja, el tipo de familia, etc.
Lo que una mujer considera como peligroso es diferente de lo
que un hombre, en igualdad de condiciones económicas y cul-
turales, considera peligroso. La vulnerabilidad hacia ciertos ti-
pos de amenazas no está homogéneamente distribuida, como
lo demuestran diversos estudios de victimización (véanse, para
una discusión, Hanmer-Saunders, 1984; Lea-Young, 1984 ).
De todos modos, la experiencia de victimización y la sen-
sación de amenaza e inseguridad no están relacionadas direc-
tamente. Una muy buena investigación conducida en un barrio
. pluriétnico, pobre y con una alta tasa de criminalidad de una
gran ciudad norteamericana (Merry, 1981 ), revela cómo el mie-
do y, por lo tanto, la definición de lo que constituye peligro, está
fuertemente influenciada por factores como el grado de familia-
ridad con el contexto, el grado de conocimiento recíproco de
los vecinos, la existencia y la práctica de relaciones entre las
familias y entre los grupos étnicos, la existencia y el empleo de
servicios sociales, etcétera.
Más en general, la relación perversa entre la percepción
colectiva del peligro, la activación de estrategias defensivas
-como el abandono de ciertas zonas, el encerrarse en la pro-
pia casa, no salir de noche-y el incremento de las situaciones
amenazantes, indica la importancia de políticas que afronten la
cuestión de la criminalidad y de la violencia no como tal -o
sea, a través de estrategias "defensivas" legitimadas por la alar-
ma social- sino, más bien, deconstruyéndola mediante la acti-
vación de competencias y responsabilidades institucionales y
sociales diversas, que sean capaces de promover, apoyar o, de
alguna manera, ofrecer un empuje a la participación y a la in-
tervención organizada de grupos de ciudadanos, asociaciones
políticas, etc. Políticas que, más que buscar justificaciones en
la existencia de "peligros", redefinan concretamente, es decir,
en la práctica, cuáles son los riesgos y quién debería y podría
asumirlos.
Riesgo y asunción de responsabilidad están conectados.
El juez que decide absolver al homicida múltiple declarado in-
capaz de entender y querer y no peligroso, asume una respon-
sabilidad que implica riesgos profesionales importantes. Lo
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 223

mismo, evidentemente, vale para el psiquiatra forense y el opera-


dor del servicio territorializado. El encierro de cada uno dentro
de los confines de una competencia rígida y reductivamente in-
terpretada disminuye la cuota de riesgos que se asumen, pero
también reduce la tolerancia social del "peligro". A través de la
desresponsabilización y el abandono se multiplican las situa-
ciones amenazantes y se incrementan las estrategias puramen-
te defensivas.
La disponibilidad personal e institucional de asumir ries-
gos es más alta cuando existe colaboración y reciprocidad. Los
riesgos son en estos casos compartidos, y son también meno-
res porque se asumen responsabilidades articuladas entre sí.

7. Soluciones diferentes, problemas nuevos


Para resumir lo que he dicho hasta aquí, trataré de !lumi-
nar algunas de las consecuencias relacionadas con las diferen-
tes modalidades de gestionar la incertidumbre institucional
producida por la modificación de las relaciones entre psiquia-
tría y justicia penal. Una manera de separar netamente las com-
petencias judiciales de las competencias psiquiátricas. lo que
parece ser el deseo de muchos jueces, ha sido indicada en la
constitución de un proceso bifásico. En un proceso de este tipo,
el doble nivel de la imputabilidad (conf. Pulitanó, 1988) se
escindiría: en la primera etapa, se verificaría únicamente la
atribuibilidad del hecho al autor; en la segunda, es decir en el
momento de decidir la sanción, intervendría la opinión psiquiá-
trica sobre el estado mental del imputado. Según los sostene-
dores de esta solución, se obviarían tanto los problemas indi-
cados por los psiquiatras (no habría más necesidad de una
diagnosis sobre la in/capacidad, sino solamente de una valora-
ción de una eventual enfermedad; se evitaría un pronunciamiento
de incapacitación con sus consecuencias antiterapéuticas) como
las dificultades señaladas por los jueces (los jueces permane-
cerían jueces del hecho en la primera etapa; y solamente en la
segunda, cuando se trataría de determinar la· pena, deberían
tener en cuenta las características personales del autor. Esto
evitaría que la orientación hacia las consecuencias determinase
todo el proceso).
El proceso bifásico regularía, institucionalizándolo, lo que
actualmente aparece como una solución de compromiso entre
224 TAMARPITCH

juez y perito (de la cual el pronunciamiento de "vicio mental


parcial" es un ejemplo típico). Obviamente, esta propuesta si-
gue la lógica que inspira la reciente normativa penitenciaria,
con la introducción de penas diferenciadas y flexibles. El pro-
ceso bifásico comprendería a todos los imputados, y no sola-
mente a los sospechosos de ser enfermos mentales. La enferme-
dad mental se transformaría sólo en uno de los aspectos a tener
en cuenta a los fines de la pena; en la segunda etapa del proceso
se plantearía, en general, cuál es la mejor pena para un cierto
imputado y se utilizaría, por lo tanto, no sólo el saber psiquiátri-
co, sino también, sociológico y criminológico. En este tipo de
proceso se aplicaría la debatida pericia criminológica; un aná-
lisis de la personalidad y la historia del presunto delincuente
se realizaría con respecto a todos los imputados, a los fines de
encontrar para cada cual la pena que más se adecue a su caso.
En lo que respecta a los enfermos mentales, la propuesta
es compatible, en principio, con la hipótesis de abolición de los
hospitales psiquiátricos judiciales y la derivación de los "locos"
autores de delito a los servicios psiquiátricos territoriales. De
todos modos, parece más plausible leerla corno una propuesta
que, legitimando la pena corno tratamiento y disponiendo de
una medida para cada uno según sus "necesidades", es más
bien compatible con un arco de distintas soluciones, desde el
internamiento en lugares protegidos y seguros a la cura en li-
bertad, todos justificables sobre la base de las necesidades in-
dividuales. Por otro lado, mientras que la pena dominante sea
la reclusión en la cárcel, las consecuencias de una propuesta
de este tipo, en el nivel de la ejecución, no pueden sino ser me-
ramente nominales; se produciría una redefinción de lo exis-
tente corno funcional al "tratamiento". Tanto es así que es so-
bre la base de una cárcel "rehabilitadora" y "tratarnental" que
se denuncia la inutilidad de los hospitales psiquiátricos judi-
ciales y se propone su conversión en estructuras exclusivamen-
te de cura (Daga, 1985). No se sabe bien si deben ser conside-
rados corno un tipo particular de cárcel, o bien, dado que la
cárcel también "cura", un tipo particular de "cura".
La "nueva" pericia psiquiátrica antes descripta parece diri-
girse, peligrosamente, en este sentido. El recorrido a través de
la historia del imputado, la reconstrucción del contexto, el fun-
damento de la prognosis de peligrosidad en las perspectivas de
cura y asistencia pueden traducirse en una suerte de deterrni-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 225

nismo sociológico, como ya dijimos, aún más susceptible de dis-


crecionalidad que el determinismo biológico tradicional. Si his-
toria, contexto y situación son leídos como explicaciones del de-
lito, como "causa" del delito mismo, se operará una reducción
del imputado a sus "necesidades" no muy diferente de la tradi-
cional reducción del Imputado a su enfermedad. Una considera-
ción de.esta índole de las "necesidades", extensible no sólo a los
enfermos mentales sino a todos los autores de delito (coherente-
mente con la idea de la pena como tratamiento). no puede sino
conducir a la legitimación de penas desiguales según el tipo de
autor; lo que, además de vaciar de todo sentido y de su valencia
garantista al instituto de la imputabilidad, reforzará las políti-
cas criminales orientadas a las consecuencias, basadas en la
defensa social, predicada sobre la base de la categoría de peli-
grosidad social (ampliada, por estar desvinculada ya de los tra-
dicionales presupuestos positivistas).
La relación entre derecho penal y ciencias sociales daría
así lugar a una nueva "ciencia penal integrada", con la crimino-
logía, la sociología, la psicología uniéndose a la psiquiatría como
disciplinas auxiliares del derecho, a cuyas disposiciones pro-
veerían de justificación científica. Mientras tanto, la relación
entre sistema penal y sistemas de asistencia y cura apuntaría a
la configuración de una red integrada de instituciones en la cual
la erogación de control no estaría contextualizada con el sumi-
nistro de recursos sino, en cambio, sería una actividad princi-
pal delegada por el sistema penal mismo que en esta red ocu-
paría un lugar central.
Sin embargo, existen otras maneras de tener en cuenta la
historia, el contexto y la situación del autor de delito. En lo que
se refiere a la enfermedad mental, es posible señalar las peri-
cias psiquiátricas que intentan una reconstrucción de los as-
pectos sociales e institucionales dentro de los cuales descifrar
el sentido de la acción que se configura como delito sin reducir-
la a un efecto de los primeros. En estas pericias, esos aspectos
son recorridos para restituir el cuadro concreto y complejo de
las vinculaciones, de las dinámicas de relación que constituyen
el terreno -y no la causa- de acciones -y no de comporta-
mientos-. La historia, el contexto y la situación, son asumidos
y analizados como vínculos que no anulan las intenciones y la
voluntad, sino que son sus elementos. Son pericias psiquiátri-
cas que presuponen un diferente modo de interpretar las "ne-
226 TAMAR PITCH

cesidades" e indican modalidades distintas de relación entre


justicia penal y asistencia social (conf. Dell Acqua-Mezzina,
1988).
En la traducción concreta del mandato normativo que es-
tablece que todos los ciudadanos tienen derecho a la cura, los
servicios tienen la posibilidad de utilizar los espacios abiertos
por las nuevas leyes penitenciarias. Estas últimas, oscilantes
entre un paradigma rehabilitador/tratamental y un paradigma
resocializador, tienden más bien hacia el primero, de conformi-
dad con las políticas criminales dentro de las que se insertan;
pero son lo suficientemente contradictorias como para permi-
tir prácticas que experimenten en el ámbito del segundo. Entre
éstas, la intervención de agencias e instituciones locales para
establecer vínculos no ocasionales entre la cárcel y el mundo
exterior y construir la posibilidad de trayectorias desde la cár-
cel hacia el exterior, desviando el acento del tratamiento hacia
la "resocialización", puede convertir la flexibilidad de la pena
de modalidad de diferenciación con fines disciplinarios -orien-
tada h&cia la defensa social y construida sobre el tipo de au-
tor- en instrumento para alcanzar el objetivo de la igualdad
compleja.
El problema, por cierto, es el de tener en cuenta las ··nece-
sidades''. sin descuidar los derechos, lo que no sucede con una
lectura determinista de estas necesidades, no importa si de
tipo biológico o de tipo sociológico. Una respuesta sobre la
base de esta lectura no puede menos que traducirse, en el ni-
vel individual, en una práctica asistencial incapacitante y, en
el nivel colectivo, en políticas criminales orientadas hacia la
defensa social y en políticas sociales donde prevalecen modelos
disciplinarios.
Al contrario, existe espacio -y la acción concreta de acto-
res institucionales y sociales lo demuestra utilizándolo- para
una relación entre derecho penal y ciencias sociales, entre sis-
tema de justicia penal y sistemas de asistencia social (e incluso
otras instituciones y actores sociales, entes locales, escuelas,
sindicatos, grupos de voluntarios, etc. J que no reduce los se-
gundos a sostenes o fuentes de legitimación de los primeros.
Esto es posible en distintos niveles. El respeto, no sólo formal,
de los derechos individuales implica el reconocimiento/atribu-
ción de responsabilidades al actor respecto de las consecuen-
cias de sus acciones; pero tal reconocimiento/atribución tiene
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 227

sentido si Ja acción misma es contextualizada, comprendida en


el conjunto de vínculos a los que se refiere; que a su vez, reve-
lan Ja intersección de situaciones personales con situaciones
institucionales y sociales. La deconstrucción de esta intersec-
ción debe implicar una reconstrucción diferente de ella, opera-
ción en Ja que el análisis y Ja intervención concreta de las insti-
tuciones implicadas deben proceder conjuntamente e Involucrar
la participación activa del actor. Éstas son las tareas de las cien-
cias sociaÍes y de los sistemas de asistencia y cura. Así entendi-
das, no dan lugar a una nueva ciencia penal Integrada porque
no proveen explicaciones o justificaciones. El derecho penal
opera con una lógica y a través de discursos que autónomamente
deben y pueden elaborar Jo que proviene de otros conocimien-
tos. No dan lugar, además, a un continuum disciplinario con la
cárcel en el centro, porque se mueven en .una lógica de
desinstitucionalización concreta.
CAPÍTULO 7
DE LA OPRESIÓN A LA VICTIMIZACIÓN.
EL DEBATE SOBRE LA LEY MERLIN

En este capítulo y en el próximo examinaré los eventos cir-


cundantes a dos iniciativas legislativas que ilustran adecuada-
mente los aspectos políticos. culturales y legales de las cuestio-
nes relativas a la regulación de la sexualidad y, en particular. de
la sexualidad de la mujer. Resulta innecesario decir que la re-
gulación de la sexualidad es un aspecto crucial del control so-
cial de la mujer (sobre esto véase Pitch, 1988, Introducción).
Existen, no obstante. otras cuestiones que emergen de las lu-
chas en torno a estas dos leyes: la relación entre protección y
autonomía, el uso simbólico del derecho penal, la construcción.
atribución y asunción del status de víctima.
El significado y las consecuencias de estos temas difieren
-y esto no es accidental- en las dos series de eventos bajo
consideración. En el primero, el debate durante la década de
1950, acerca de la ley Merlin de regulación de la prostitución,
los objetos de dicha legislación -las prostitutas- no fueron
legitimados para hablar como tales, y tampoco existió un movi-
miento de mujeres que emprendiera esa lucha como propia, tal
como ocurrió en el segundo caso durante los '70 en la disputa
por una ley contra la violencia sexual.
Muchas cosas cambiaron entre la primera y la segunda si-
tuación. Pero las cuestiones relacionadas con la sexualidad y.
especialmente, la de las relaciones sociales entre los sexos y el
lugar de la mujer en una sociedad masculina, parecieron en-
cender pasiones y sentimientos que, aunque se expresaban en
lenguajes diferentes, reemergieron en los debates políticos y
culturales (masculinos) en el segundo período, preservados casi
intactos desde el primero. Por el contrario, lo que sufrió un
cambio profundo fue el modo en el que las mismas mujeres
230 TAMAR PITCH

plantearon y discutieron estos temas -si bien muchos de los


problemas y algunas de las soluciones no cambiaron.

l. Premisa
En el debate sobre la ley Merlin -en torno a la abolición
de la regulación de la prostitución-117 se presentaron proble-
mas que, en términos diferentes, resurgieron durante los '70:
la relación entre el derecho, las costumbres y la moralidad, las
prerrogativas y los límites de la intervención estatal, el equili-
brio inestable entre los derechos civiles y las exigencias de de-
fensa social. Aunque durante los '70 estos temas parecen haber
sido impuestos en el Parlamento por la fuerza del debate públi-
co, durante los '50 la trayectoria fue más bien inversa. Pero en
ambos casos el curso de los conflictos sobre cuestiones de cos-
tumbre y moralidad es particularmente tortuoso cuando las
mujeres son, a la vez, objeto y sujeto de estas luchas.
Las divisiones, en la ley Merlin como en las posteriores lu-
chas en torno al divorcio, el aborto y la violencia sexual, atravie-
san las alineaciones políticas tradicionales. La izquierda -el

ti 7 Antes de la aprobación de esta ley en 1958 la prostitución era legal si. y


sólo si, era ejercida en burdeles autorizados por el Estado. A las prostitu-
tas se les daba una tarjeta (tessera) declarando su status y eran obligadas
a sujetarse a chequeos médicos periódicos. Cuando se encontraban enfer-
mas eran confinadas en hospitales especializados en enfermedades vené-
reas (sifilicomi). Bajo este sistema, las prostitutas circulaban de un burdel
a otro (el período usual de estadía era de quince días), y pagaban a los
propietarios por su comida y hospedaje y por cualquier cosa que necesita-
ran para sobrevívir, lo que significaba que muy pocas de e1las lograban
ahorrar dinero suficiente para dejar el comercio o abrir sus propios bur-
deles. Las ventanas de los burdeles debían estar permanentemente cerra-
das, por lo que fueron llamados comúnmente case chiuse, casas cerradas.
Existían categorías diferentes de burdeles, cada una con sus tarifas fijas.
La jornada de trabajo era larga y las reglas muy rígidas. Las prostitutas
estaban virtualmente recluidas en los burdeles. Como la prostitución era
ilegal fuera de los burdeles autorizados (que, por supuesto, pagaban im-
puestos regularmente). la llamada policía moral (polizia del buoncostume)
tenía entre sus tareas precisamente la de rastrear a las prostitutas en las
calles y arrestarlas, con lo cual se les daría una tarjeta y serían obligadas a
trabajar en burdeles. Obviamente, la persecución y el chantaje policiales
eran co1nunes y hay muchos casos documentados·de mujeres ··1nocentes"
que fueron acosadas. chantajeadas, arrestadas y a quienes la policía les
in1puso tarjetas (que implicaron una estigmatización indeleble).
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS.. 231

Partido Comunista Italiano (PCI) y el Partido Socialista (PSI)-


tomó una postura abolicionista, 118 como lo hicieron, er1 general.
los demócrata cristianos (DCJ y el Partido Republicano (PR).
Contra la abolición estaban los monárquicos, el neofasc1sta MSI.
el Partido Liberal (PLIJ y el Partido de la Unidad Socrnlista.
Pero los argumentos de los distintos agrupamientos no
pueden ser interpretados sobre la base de modelos culturales
unificados y coherentes. Puntos de vista ambivalentes y a me-
nudo contradictorios sobre la moralidad, la sexualidad, la fa-
milia y la mujer, se mezclan con actitudes similares en relación
al derecho. Además, en el curso del tiempo los argumentos y la
terminología tendieron a cambiar. El énfasis de los abolicionis-
tas, casi sin distinción de filiación política, devino n1ás n1ora-
lista, defensivo y menos preocupado por los temas de la "alta"
política.
Lo dicho en aquel tiempo sobre la'prostitución y su regula-
ción resulta más interesante por el entrelazamiento de ternas
que exhibió, que por los detalles específicos del debate. Desde
este punto de vista fue un debate cada vez más empobrecido, a
medida que se desarrollaba en los '50. Quiénes eran las prosti-
tutas y por qué las mujeres recurrían a la prostitución (se dijo
menos acerca de por qué los hombres buscaban prostitutas)
fue un tema que, de modo predecible, se expuso en el debate
parlamentario con poca audacia y aún menos imaginación. Los
abolicionistas eran paternalistas; las voces de las mujeres esta-
ban, en su mayor parte, ausentes. La derecha fue cÍI1ica y cien-
tificista, aunque un residuo de los planteas lombrosianos en-
contró eco aun entre las líneas abolicionistas.
En éste, como en otros temas relacionados con la mujer y
la sexualidad, no creo que se trate simplemente de los efectos
reductivos y ambiguos de las alianzas tácticas entre las distin-
tas formaciones políticas. Las alianzas de este tipo nunca son
puramente tácticas. Había serias y profundas convergencias
entre las femillistas y los militantes de la cruzada por la social
purity en el movimiento abolicionista inglés de la segunda mi-

118 En lo sucesivo, usaré el término "abolicionista" para indicar aquellas fuer-


zas políticas que estaban a favor de la abolición de la regulación estatal de
la prostitución, es decir. del sistema existente; usaré el término .. regulacio-
nista" para referirme a aquellas fuerzas políticas que estaban a favor del
mantenimiento del régimen normativo existente.
232 TAMAR PITCH

tad del siglo xrx, del mismo modo que entre las feministas radi-
cales y la "Moral Majority" en las campañas contra la pornogra-
fía en los Estados Unidos.
En una situación como la que está en discusión, en la que
no existe un movimiento social, sino más bien una alineación
política, la cuestión se plantea de manera diferente. Pero es
connotada de manera similar por convergencias subterráneas
que atraViesan las líneas partidarias y aluden a una cultura
común profundamente enraizada. Las ambivalencias, la pobre-
za conceptual, los silencios, las actitudes aparentemente con-
tradictorias de la izquierda, pueden ser rastreados hasta un
trasfondo cultural que es el mismo, en gran medida, que el de
los católicos. Esta identidad se hará sentir más intensamente a
medida que nos alejamos del clima moral "alto" del período de
posguerra, alcanzando la política su autonomía con respecto a
los contextos privados y personales. Puede también argumen-
tarse, con buenas razones, que el cambio de énfasis depende,
al menos en parte, de los cambios en la posición social de la
mujer durante los diez años de la discusión legislativa: en 1948,
todavía fresca la experiencia de la resistencia antifascista, pro-
yectada fuera de la esfera doméstica por las necesidades de la
guerra; a fines de los '50 sucumbiendo, al menos en el nivel de
la ideología y de la cultura dominantes, al gran retorno al ho-
gar.

2. lAbolir la regulación o abolir la prostitución?


Angelina Merlin, una senadora socialista, presentó su pro-
yecto de ley ''Abolición de la regulación de la prostitución, lucha
contra la explotación de la prostitución y para la protección de
la salud pública" a la presidencia del Senado el 6 de agosto
de 1948. El complejo trámite de este proyecto concluyó sólo
luego de diez años. dos años después de la aprobación parla-
mentaria de la ley sobre tratamiento prewntivo de enfermeda-
des venéreas. Fue realmente un largo período. si consideramos
que la ley votada finalmente no difiere del proyecto presentado
enjulio de 1949 por la Comisión Legislativa del Senado, que ya
tenía, en principio, la aprobación de la amplia mayoría del Par-
lamento.
Los textos a examinar son, en consecuencia, solamente tres: el
proyecto original de la senadora Merlin; el texto reformulado por
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 233

la Comisión del Senado -definitivamente aprobado por las dos


cámaras del Parlamento (como ley número 75, del 20/2/1958)-y
la legislación (ley número 837, del 25/7/1956) sobre profilaxis
de enfermedades venéreas.
La propuesta de Angelina Merlin fue presentada como un
proyecto integral, abordando juntos temas relacionados con la
abrogación del régimen de tolerancia y explotación de la prosti-
tución y con la "protección de la salud pública". La segunda
parte provocó las discusiones más intensas. Era fácil ocultar
una oposición real al espíritu del proyecto completo tras una
apariencia de objeciones relacionadas con la salud pública, con
su "objetividad" secular, moderna y científica. Los aspectos re-
lativos a la salud pública fueron, en realidad, inmediatamente
escindidos y remitidos a un comité separado; pero luego, en el
·curso del debate del nuevo texto presentado por la Comisión
Parlamentaria en 1949, la oposición objetaba su aprobación
sobre la base de la ausencia de disposiciones sobre salud pú-
blica. Ésta fue, entonces, la primera diferencia fundamental
entre el proyecto Merlin original y la ley de 1958 basada en el
texto presentado por la Comisión del Senado en 1949.
Comencemos con el proyecto original de la senadora Merlin.
La preocupación por la abolición y prevención de cualquier tipo
de reglstración y documentación -cualquiera que sea el propó-
sito, aun la "protección de la salud" de las mujeres mismas-
era fundamental, y también lo era el intento correlativo de eli-
minar la coerción de las visitas de salud y del tratamiento mé-
dico. En el proyecto de ley de Merlin estas disposiciones fueron
establecidas, inicialmente, en el art. 2°. El otro objetivo funda-
mental era la lucha contra la explotación de la prostitución.
Ésta fue la preocupación del art. 1°, que prohibía el funciona-
miento de burdeles, y del art. 3°, que elaboró un compendio de
todas las formas posibles en que la explotación debía ser en-
tendida, además de las cuestiones concernientes al "comer-
cio". El proxenetismo devino, de este modo, en una ofensa se-
parada, sujeta a sanción penal aun cuando involucrase a una
mujer adulta, en pleno uso de sus facultades y con su consenti-
miento. Éste es un punto crucial, al que volveré luego.
Para la "protección de la moral pública y de la dignidad
humana", además de la abrogación de una serie de medidas
contenidas en la ley de seguridad pública, el proyecto Merlin
torna un delito "invitar al libertinaje de un modo escandaloso o
234 TAMAR PITCH

molesto". o perseguir "por cualquier medio apersonas de modo


tal de causarles molestias". Agrega, sin embargo, que las per-
sonas demoradas en este contexto, si tienen con ellas docu-
mentos regulares de identidad, no pueden "ser detenidas por la
policía para una identificación posterior", y si no tienen docu-
mentos de identidad y en consecuencia son trasladadas a la
estación de policía, no pueden ser obligadas por la fuerza a
realizarse chequeos médicos. Los artículos siguientes del pro-
yecto, desde el 7° hasta el 1 O, están explícitamente dirigidos a
prevenir cualquier tipo de registración en los archivos policiales.
El proyecto Merlin continúa luego con disposiciones rela-
cionadas con la protección de la "salud pública". Esta protección
no debe implicar la violación de la "dignidad humana". Existen
dos aspectos principales: la abolición de la identificación de una
población especial en riesgo y el intento de evitar cualquier for-
ma de tratamiento obligatorio. Vinculada a estos aspectos se
encuentra la remoción de cualquier competencia por parte de la
policía con respecto a cuestiones de salud, lo que está adicional-
mente confirmado en el art. 18, que declara la abolición de la
llamada "policía moral" y dispone la creación de un cuerpo de
policías mujeres "dedicadas principalmente a la prevención de
la delincuencia juvenil y la prostitución". El art. 19 prevé la crea-
ción de institutos educacionales para ex prostitutas gestionados
por las autoridades locales. El ingreso en ellos, se enfatiza, sólo
puede ser voluntario y las instituciones deben proveer lo necesa-
rio "para la instrucción de las mencionadas mujeres con el obje-
tivo de brindarles calificación profesional". El proyecto concluye
que los burdeles deben cerrar dentro de las cuarenta y ocho ho-
ras de entrar en vigencia la ley; que los contratos de las mujeres
que trabajan en esas casas deben considerarse extinguidos y que
estas mujeres, en la clausura de los burdeles, deben ser entre-
vistadas por la policía "en presencia de mujeres de los servicios
sociales que brindarán toda la asistencia y protección posibles".
Además, "en el menor tiempo posible el personal médico mascu-
lino de la.s clínicas especializadas en enfermedades venéreas
durante las horas de asistencia de mujeres debe ser sustituid.o
por personal médico femenino".
El informe con el que Lina Merliu presentó su proyecto
revelaba una pasión cívica que se disolvería y diluiría gradual-
mente en un moralismo generalizado durante los debates so-
bre las versiones sucesivas del proyecto·.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 235

Existen dos puntos centrales en este informe. En primer


lugar, en el final del período fascista, las actlVidades arbitra-
rias y extralegales de la policía, la constante amenaza a la pri-
vacidad y a la libertad personal que el sistema de prostitución
regulada simbolizaba, aparecían como intolerables para la so-
cialista Merlín. En segundo lugar. la igualdad de los sexos y la
demanda de dignidad y conciencia de las mujeres y su derecho
a la libertad y posibilidad de participación social igualitaria que
la Constitución garantizaba -un tema que, paradójicamente,
sería luego relegado del debate, al menos explícitamente-. Por
el contrario, en este primer proyecto existen pocas referencias
a la sexualidad, a la familia y a la prostitución misma -temas
que asumirán una relevancia central con posterioridad.
Lina Merlín comenzó por recordar tres artículos de la nue-
va Constitución italiana de 1948: la igualdad de los sexos, la
prohibición de tratamiento médico obligatorio que lesione la dig-
nidad humana, y la inadmisibilidad de empresas comerciales
que causen daños a la libertad y a la dignidad humana. A estos
artículos están estrechamente vinculados, sostenía, tres objeti-
vos de su proyecto de ley. La eliminación, en primer lugar, de los
"proxenetas de adultos" (la empresa comercial); en segundo lu-
gar. del régimen de regulación de la prostitución. inequitatlvo en
sí mismo además de ser un símbolo y un pretexto para el abuso
de todas las mujeres; y por último, de un injusto -e ineficiente-
sistema de protección de la salud pública basado en la registra-
ción de las prostitutas, en Visitas médicas y en el tratamiento
obligatorio para enfermedades venéreas. La prostitución, decía
Merlín, no puede ser considerada un delito: sobre todo porque
la autonomía de la persona es un bien fundamental y el Estado
no debe interferir en la esfera privada y personal del indiViduo,
pero también porque, penándola como tal, o el principio de igual-
dad de los sexos sería Violado, o "Italia sería reducida a una
penitenciaría". Tampoco, de acuerdo con Merlin, es correcto cas-
tigar "la actitud de seducción". una materia que es ambigua y
susceptible de arbitrariedades y abusos.
Son estas temáticas, los abusos, la arbitrariedad, la poli-
cía, las que aparecen obsesivamente a lo largo del informe. Se
citan casos de mujeres detenidas por la policía, visitadas
coercmvamente, confinadas bajo sospecha de sífilis sobre la
base de meras presunciones o de denuncias anónimas, de chan-
tajes de la "policía moral". Hay una denuncia del clima de opre-
236 TAMAR PITCH

sión y discriminación y control al que las mujeres se encuen-


tran sujetas. El doble estándar de moralidad es estigmatizado
y satirizado, y los hombres son acusados de irresponsables e
hipócritas. Éstos son, dice Merlin, los tres objetivos reales de
la regulación: "Para los hombres en general: procurar para ellos
mismos seguridad y confort en el vicio, reforzar el silencio de
todas y cada una de las mujeres con la amenaza de una investi-
gación policial, reafirmando, a pesar de las declaraciones pú-
blicas y de los principios constitucionales, los privilegios mas-
culinos y la desigualdad sexual". 119
En realidad, agregaba Merlin, ¿no podría quizá decirse que
la legitimación del burdel, con el pretexto de controlar la salud,
es lo que ha sido proyectado para mantener a las mujeres en la
esclavitud después de la Declaración de los Derechos del Hom-
bre? En relación con la salud pública, el sistema de regulación
no solamente no la protege, sino, de hecho, la amenaza. Las
mujeres deben rechazar, como ciudadanas, dice Merlin, pagar
impuestos para el mantenimiento de dispositivos de salud que
las amenacen directamente desde el punto de vista de la liber-
tad personal y en relación con la salud misma. El control de la
prostitución, en realidad, libera a los clientes de cualquier res-
ponsabilidad hacia su propia salud y contribuye a la difusión
de enfermedac;!es venéreas entre mujeres y niños "inocentes".
Por el contrario, el tratamiento preventivo de las enfermedades
venéreas debe ser guiado por el principio de acuerdo con el
cual el derecho, "para ser derecho y no la legalización de accio-
nes arbitrarias", debe ser igual para todos y representar la más
clara protección del ciudadano contra el "excesivo poder de los
individuos y el abuso de autoridad". Las enfermedades vené-
reas, por lo tanto, deben ser tratadas del mismo modo que cual-

i t9 Las referencias a los debates y a los proyectos de legislación son las si-
guientes: Senato, ! legislatura: Documentación: Dtsegnf dt legge, n. 63-A,
p. 12. Los documentos parlamentarios relevantes examinados son: Senato,
1 legislatura: Documentación: Dfsegni di legge. Relaziont. 1948, n. 63 e
63-A. Discusión: 12/10/1949, pp. 10801-10824: 28/9/1949, pp. 10379-
10397; 5/3/1952, pp. 31375-31401; 24/3/1950. pp. 14813-14918. Senato,
U legislatura: Documentación: Disegni di legge. Relazioni, 1953, n. 28.
Discusión: 21/1/1955, pp. 305-333. Camera, 1 legislatura: Documentación:
Disegni di legge. Relaziont, 1952, n. 2602-A. Camera, 11 legislatura: Docu-
mentación: Dlsegni di legge. Relazloni, 1956. n. 1439-A. Discusión: 28/1/1958,
pp. 39345-39367; 29/1/1958, pp. 39419-39420.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 237

quier otra enfermedad contagiosa, y la "búsqueda de las fuen-


tes de infección" debe ser explícitamente excluida, por estar
basada en la inaceptable premisa cte que la "sospecha (de in-
fección) es un mal que debe ser expiado a través de la sumi-
sión al tratamiento médico". Los enfermos deben retener el
derecho y el deber de curarse donde ellos lo deseen, con el
médico que elijan, por medio de un tratamiento ambulatorio y
gratuito.
Existe un problema Irresuelto: lcómo reconciliar los dere-
chos individuales con la defensa contra el contagio?, lcómo, en
otras palabras, evitar el abuso del tratamiento médico obliga-
torio y al mismo tiempo reafirmar el deber social de "no dañarse
a sí mismo ni a los otros"? Merlin propone el castigo para aque-
llos que, rechazando el tratamiento, deliberadamente se trans-
forman en un peligro. No obstante, aun en este caso es excluida
cualquier forma de coerción y segregación y la responsabilidad
sobre el problema es confiada a la "autoridad médica''. Las
medidas profilácticas adecuadas deben tomar la forma de una
obligación de un certificado prenupcial y de una prueba
serológica en todas las ocasiones en que sea requerido un certi-
ficado médico (estudiantes, conscriptos, empleados públicos,
trabajadores, etc.).
Así concluye Merlin su concisa y severa presentación: "Hoy
todas las mujeres italianas, que tan heroicamente lucharon con-
tra la tiranía, demandan, de acuerdo con el espíritu y la letra de
la Constitución, que sea cancelada de la legislación de la Patria
del Derecho, una infamia que jamás debería haber sido tolera-
da, demandan que el pleno derecho de inviolabilidad de la per-
sona y la protección de la ley sea extendido a todas las mujeres
y demandan la supresión de una vergüenza que ofende al honor
nacional, a la dignidad humana y a la conciencia cívica" (p. 19).
Bastante diferentes resultan el tono y la dirección del pro-
yecto de ley producido por la Comisión del Senado, presentado
en el Parlamento el 29 de julio de 1949 y que, luego de varias
vicisitudes, se transformó en ley en 1958. La sección relativa a
la profilaxis de las enfermedades venéreas fue removida y trans-
ferida a otra propuesta legislativa. Se otorgó menos peso a la
protección de las libertades civiles y de la igualdad entre los
sexos. Emergieron, en cambio, tonos moralistas y aspiraciones
caritativas y asistenciales, junto con preocupaciones discipli-
narias y represivas. Si el proyecto de Merlin estaba completa-
238 TAMAR PITCH

mente dirigido a la abolición de la regulación legal de la prosti-


tución en cuanto se trataba de un sistema de discriminación,
control y opresión, la Comisión del Senado se dirigió a la abo-
lición de la regulación legal porque, si bien no lograría la aboli-
ción de la prostitución como tal, esto es lo que hubiera desea-
do.120
Si el énfasis del proyecto original recaía sobre la salvaguar-
da de la libertad y extraía su fuerza de la Constitución, el nuevo
proyecto subrayaba más bien los efectos de "corrupción", "vi-
cio" y criminalidad que la regulación producía. El art. 3º del
proyecto Merlín fue mantenido, pero relegado como art. 7°. El
concepto de explotación fue ampliado para incluir, entre otras
cosas, "cualquier persona que, siendo el propietario o el custo-
dio de un hotel, apartamentos amueblados, albergues, bares,
lugares de entretenimiento, o sus anexos, o cualquier otro lu-
gar de acceso o uso público, tolera la presencia habitual de una
o más personas que, dentro del mismo lugar, se dedican a la
prostitución", y cualquiera que no sólo "reclute" sino que "asis-
ta" a la prostitución por parte de cualquier persona (debe des-
tacarse que las "mujeres" de la propuesta Merlin son sustitui-
das aquí por el sustantivo "personas").
Un fuerte énfasis es dado a la parte relacionada con la "re-
educación". La provisión y financiación de institutos para la
"protección, asistencia y reeducación" de ex prostitutas ya no
es responsabilidad de las autoridades locales, sino una tarea
del Ministerio del Interior y nada se dice sobre la necesidad de
proveer a las ex prostitutas con algún tipo de "calificación pro-
fesional". Los institutos, incluyendo a los privados, están suje-
tos a vigilancia y control estatal. Aún más explícito es el art. 10,
relativo a las personas jóvenes. El proyecto original estaba so-

120 "Malentendidos" análogos han ocurrido más recientemente en relación a la


ley 194 sobre aborto, que fue criticada por no tener entre sus objetivos la
desaparición del aborto. Éste es un malentendido recurrente. De manera
similar, en el interés de una aprobación rápida de la ley sobre violencia
sexual, se realizaron apelaciones a una presumida eficacia para contener o
reducir el fenómeno. Además, distintos cambios relacionados con la legis-
lación sobre el uso de drogas fueron justificados en el nombre de una efi-
cacia mayor para reducir el fenómeno: ila omnipotencia del derecho! O
bien, por un lado, oportunismo, por el otro. una incapacidad de distinguir
entre el objetivo de eliminar las consecuencias de la criminalización y el de
eliminar el fenómeno mismo como meta de estas leyes.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 239

lamente dirigido a cambiar las regulaciones de seguridad pú-


blica que discriminaban entre Jóvenes menores de 18 años y
jóvenes entre 18 y 21 años de edad. Estas últimas, sostenía
Merlin, no podían ser recibidas en instituciones tutelares y "eran
abandonadas a sus propios medios o directamente se les pro-
veía una tarjeta del servicio m.édico". El proyecto original se
limitaba. en consecuencia, a decir que todas las mujeres jóve-
nes menores de 21 años podrían ser recibidas en estas institu-
ciones. Por contraste, el art. 10 de la propuesta de la Comisión
establece: "Las personas menores de 21 años que habitual y
totalmente obtengan sus medios de subsistencia de la prostitu-
ción serán devueltas a sus familias, previa determinación de
que éstas están dispuestas a acogerlas. Si, en cambio, no tie-
nen familiares preparados para recibirlas y que ofrezcan ga-
rantías seguras de moralidad, ellas serán, por orden del presi-
dente del tribunal, confiadas a las instituciones de caridad
señaladas en el presente artículo ... ". Es clara la Impostación
disciplinaria y asistencial.
La vehemencia de Merlin contra los órganos de la policía
es también suavizada: ya no se trata de abolir la "policía mo-
ral", sino de constituir un cuerpo especial de mujeres que "gra-
dualmente y dentro de los límites permitidos", reemplazará a
esa policía en las tareas de administrar la delincuencia juvenil
y la prostitución ... El informe que acompaña a este proyecto,
realizado por el demócrata cristiano Boggiano Pico, subrayaba
el cambio de los objetivos básicos y el giro de la cuestión hacia
un terreno menos Irritante: de la lucha por los derechos civiles
y la igualdad a la provisión de "limpieza moral", donde coexis-
ten objetivos represivos y reeducativo-asistenciales.
La iniciativa no escapará de este nuevo terreno. Además
de unas pocas y raras·voces, por ejemplo, la de Terracini (un
líder comunista heterodoxo), la izquierda y los católicos encon-
traron una convergencia que fue más que simplemente táctica.
De allí el contenido del informe de la Comisión. En el cen-
tro, no la regulación legal de la prostitución, sino la prostitu-
ción, definida como "el más vergonzoso flagelo de la especie
humana", un mal social resultante de las privaciones, de la cul-
tura que impone a las mujeres la virginidad hasta el momento
del matrimonio y de las pasiones brutales del hombre. Pero
también resultado de la herencia, del temperamento hipersexual
y de la naturaleza depravada de ciertas mujeres. El moralismo
240 TAMAR PITCH

tradicional busca legitimación en la forma de un lenguaje "obje-


tivo" y "científico". Es el cientificismo del sentido común, un
lombrosianismo superficial que recurre a la "biología" como el
pequeño burgués intelectual (el médico y el abogado).
De este modo, las "causas" de la prostitución son tanto
individuales como sociales. Probablemente sean más sociales,
pero es necesario agregar que una vez que éstas han actuado
para empujar a las mujeres a prostituirse, son las mujeres quie-
nes, "luego del quiebre de lós constreñimientos de la castidad",
son la fuerza motriz que tienta y corrompe a los hombres, no
ya a causa de la pobreza sino del "deseo de lucro" o, admitá-
moslo, a causa de su naturaleza "hipersexual y depravada". La
prostitución debe ser condenada "no solamente desde el punto
de vista ético", sino también desde el punto de vista "biológi-
co". La biología ha demostrado que las relaciones plurigámicas
son irracionales para la especie humana. El instinto humano
es diferente del animal porque, mientras el último está orienta-
do por la libido coeundi, el primero se conforma a la voluntas
generandi (que indica, entre otras cosas, que la prostitución
no significa sólo intercambiar sexo por dinero, sino tener rela-
ciones sexuales con personas diversas y por razones distintas
a la procreación). La regulación estatal debe ser abolida no
porque viola los derechos civiles de las mujeres, sino porque
"legitima el libertinaje". Si es deseable afirmar la "naturaleza
ética del Estado", uno no puede entonces permitirle facilitar y
legalizar el "vicio". El remedio real, sin embargo (el remedio
para la prostitución), debe ser buscado en otro lugar: a través
de una disciplina más rígida en la escuela, la educación sexual
y el deporte. Es decir: si reeducamos los instintos de la juven-
tud (masculina) ya no necesitaremos prostitutas.
Algunos aspectos de la ley para la profilaxis de enfermeda-
des venéreas (ley 837, 25/7/1956), hacen relevante una compa-
ración. En realidad, no obstante su separación de los funda-
mentos originales de Merlin, los numerosos conflictos y el largo
trámite del proyecto, esta ley no difiere mayormente de las orien-
taciones del proyecto Merlín original. Procurar tratamiento para
uno mismo es una obligación (hay una multa para los que lo
rechazan), pero es también un derecho: el tratamiento es gra-
tuito y puede obtenerse tanto en las clínicas especializadas que
la ley prevé como con un médico privado, o en cualquier otra
clínica u hospital. Los hospitales están obligados a brindar tra-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 241

tamiento. Todo médico que se entere de la presencia de una


enfermedad venérea, en su fase contagiosa, debe alertar al ofi-
cial médico regional, protegiendo la identidad del paciente. A la
inversa, es una obligación del oficial médico regional en situa-
ciones particulares, pedir a los médicos los nombres de los
pacientes y realizarles una visita médica. Si la persona supues-
tamente enferma no se presentara o se descubriese que es con-
tagiosa, el oficial médico regional puede ordenar la separación
temporaria de su lugar de trabajo y, en los casos en que el indi-
viduo lo rechazara, imponer la admisión obligatoria en un hos-
pital hasta la desaparición de la fase contagiosa. En todos los
casos en que se requiera la presentación de un certificado mé-
dico debe determinarse que ha sido realizado un test de sangre
para comprobar la existencia o no de la sífilis.

3. Libertades civiles y defensa social


La larga duración del trámite parlamentario de la ley Merlin ,
no puede ser explicada mirando, simplemente, lo que ocurría
en el Parlamento. Tanto en la Cámara como en el Senado el
proyecto tuvo, al menos en los papeles, una gran mayoría. Apro-
bada por el Senil.do en 1952 y por la Comisión Parlamentaria
en el mismo año, presentada nuevamente en el Senado en el
comienzo del nuevo período parlamentario (en agosto de 1953)
y delegada a la Comisión del Senado en sesión deliberativa, fue
nuevamente aprobada en enero de 1955. Desde aquí regresó a
la Comisión de la Cámara de Diputados, donde fue tratada jun-
to con la ley de profilaxis de enfermedades venéreas. Mientras
esta última fue aprobada, el proyecto Merlin fue devuelto para
el debate en la sesión plenaria de la Cámara por Iniciativa de
los miembros que estaban a favor de la regulación de la prosti-
tución. El debate comenzó con el discurso del demócrata cris-
tiano Tozzi Condivi en abril de 1956, y concluyó solamente a
finales de enero de 1958. La inercia, la indiferencia, los obs-
táculos burocráticos, pero sobre todo una extensa campaña de
prensa contra el proyecto, combinada con el eficiente trabajo
de los propietarios de burdeles que organizaron un efectivo lo-
bby, todo esto contribuyó a la dilación.
En esta materia, el Parlamento se mostró más "avanzado"
que el país en general. O más bien, así es como se planteó la
cuestión en el período de posguerra. La izquierda sostuvo ex-
242 TAMARPITCH

plícitamente que el Parlamento (el Estado) debía ser un estímu-


lo para la innovación. la democratización y la modernización
cultural del país. Éste fue un tema muy debatido, reflejado de
maneras diferentes.
Por ejemplo, el mantenimiento ( ihasta 198 !! ) de los deli-
tos del "honor" en el Código Penal italiano fue, inversamente, a
menudo justificado (también por la izquierda) por la dificultad
de Imponer desde arriba la "modernización" sobre ciertas áreas
culturales locales. Este tipo de actitud, en el caso del proyecto
Merlin, provino de la derecha. Se sostuvo que las costumbres
culturales tenían que cambiar primero, de otra manera esta
legislación daría lugar a una serie de desastres con respecto a
la salud, la ·moral y el orden público -el incremento de las
enfermedades venéreas hasta proporciones epidémicas, la di-
fusión de todos los tipos concebibles de vicios y perversiones
como la homosexualidad, el "onanismo'', el adulterio, los deli-
tos sexuales, las enfermedades psicológicas derivadas de la "in-
hibición de los instintos" y también, por supuesto, un incre-
mento de la criminalidad y de la Indecencia pública.
Los argumentos de los regulacionistas fueron, predecible-
mente, tan confusos y contradictorios como los de aquellos que
apoyaban el proyecto; pero, si estos últimos buscaban legitima-
ción en ideales elevados -una mezcla de derechos civiles. jus-
ticia social y moralidad católica-, los primeros recurrieron al
"realismo". Fue un realismo que también fusionó, con efectos
naturalmente opuestos, "ciencia" y cultura tradicional. La cien-
cia aparece aquí en la forma de la medicina (las asociaciones
médicas se encontraban en la línea de avanzada contra la ley) y
en parte, de la biología, que aquí fue tomada prestada para re-
vestir el sentido común con atuendos autoritarios. Así, mien-
tras se demandaba que la ley aguarde una "evolución de las
costumbres", que debería ser causada por una muy invocada y,
muy vagamente definida "educación sexual" en las escuelas, se
decía, sin embargo, que los "instintos" (de los varones) no de-
bían ser reprimidos: iestamos, después de todo, en un país la-
tino, no en Suecia, y la sangre (masculina) es caliente! La pros-
titución es seguramente el "mal menor" -con respecto a la
homosexualidad, al onanismo, etc.-, además de ser inevita-
ble. ¿y qué decir, entonces, de los legítimos derechos sexuales
de los pobres, los viejos, los feos, los soldados, los marineros?
La prostitución, en consecuencia, tiene funciones importantes.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 243

Pero debe ser controlada por razones de salud y de orden públi-


co. El Estado no debe legislar la moral: pero tiene el derecho, y
hasta el deber, de asumir la "defensa social". El Estado ético, por
un lado: el Estado pragmático e intervencionista, por el otro.
Frente a estas consideraciones, es posible dudar si la ma-
yoría en el Parlamento estaba realmente más avanzada que el
país en general. Lo que ocurrió en el Parlamento -y en el deba-
te público-, casi inmediatamente, fue una batalla abolicionis-
ta progresivamente marcada por la defensa y la afirmación de
valores tradicionales (católicos, conservadores, respetables,
pequeñoburgueses y, sobre todo, misóginos). Esta lucha fue
parte de un clima más general de restauración "moral" en Italia
durante los '50 (censura de películas, campañas antipornografia,
defensa de la "santidad de la familia", desaprobación del sexo
fuera del matrimonio) al cual una moralidad secular diferente
fracasó en contraponerse coherentemente. Así, la lucha contra
la regulación legal y contra la prostitución -asumida por am-
bas partes del conflicto como un símbolo de una sexualidad
desordenada, fuente de "depravación y corrupción"- tendieron
a confundirse crecientemente una con otra. 121
Los modelos culturales propuestos por los dos lados fue-
ron, desde el punto de vista de la "modernización", contradic-
torios. Ambos propusieron una imagen del Estado que estaba,
de modos diferentes, fuertemente involucrado en la dirección y
administración de la vida privada de los ciudadanos; por un
lado, los abolicionistas, confiando al Estado la tarea del lide-
razgo ético y moral, y por el otro, los regulacionistas (liberales
incluidos) confiándole las tareas de policía y protección pater-
nalista. La defensa de las libertades civiles, la concepción del
Estado como garante supremo de los derechos del individuo y
como promotor de los derechos sociales -un tema que inspiró

121 Éste parece ser el destino de aquellas campañas y leyes, conducidas inicial-
mente por valores cívicos (la abolición de un régimen particularmente de-
gradante para las prostitutas. la protección de la libertad sexual) que inter-
vienen en las relaciones tradicionales entre los sexos. Hasta el nuevo proyecto
sobre violencia sexual habla crecientemente, luego de diez años de lucha, el
lenguaje del disciplinamiento de la sexualidad, de la intervención de la auto-
ridad para limitar lo que es percibido como peligro, más que el lenguaje de
la protección de los derechos a la libertad. aun en esta esfera. lPuede ser
entendida de otra forma la legislación que dispone el castigo de aquellos que
intencionalmente permiten a los jóvenes ver actos sexuales?
244 TAMAR PITCH

el proyecto legal original, y que todavía resplandecía aquí y allá


en el debate parlamentario en los discursos de algunos repre-
sentantes de la izquierda (Lina Merlín misma, Terracini, Ricar-
do Lornbardi [un famoso socialista de izquierda])- sucu,rnbie-
ro'n a la adhesión de los católicos. Pero sucumbió también en
virtud de su debilidad, que estaba relacionada con una contra-
dicción que, si bien emergió claramente en el debate sobre el
proyecto Merlín, se presentó nuevamente -bajo formas más
maduras- en la cultura política y legal de los '70 y está lejos de
ser resuelta. Me refiero a la doble contradicción, típica del Es-
tado de bienestar, entre derechos individuales y derechos so-
ciales, y entre libertad y defensa social.
Sobre el terna del reconocimiento de la actividad de los
proxenetas corno una ofensa penal separada, emergieron pro-
blemas que no fueron fácilmente resueltos. Los regulacionistas
plantearon una objeción curiosa, que contrastaba con la lógica
de sus actitudes globales hacia las prostitutas -que fueron fre-
cuentemente consideradas corno degeneradas biológicamente y
retardadas físicamente-y aún más con su actitud hacia la sal-
vaguarda de los derechos civiles, que ellos subordinaban cons-
tantemente a las exigencias privilegiadas de "protección" -de
la salud, el orden público y la defensa social-. Su objeción era
que el reconocimiento de la actividad de los proxenetas corno
un delito, estaba en conflicto con la idea de que las mujeres
adultas pueden elegir prostituirse de manera completamente
autónoma y libre. La concepción original, la de Merlin, estaba
preocupada sobre todo en encontrar instrumentos para acabar
con la explotación, sin golpear a la prostitución corno tal (corno
la ley 685 sobre drogadependencia, al distinguir vendedores y
consumidores). No existen dudas, sin embargo, de que la ley,
especialmente en su formulación final, se. presta a interpreta-
ciones opresivas, impactando fuertemente en la vida cotidiana
de la prostituta (Teodori, 1986), con frecuencia tornando la for-
ma de una implícita represión. Por otro lado, las intervencio-
nes de muchos abolicionistas, sobre todo los católicos, autori-
zan una interpretación similar, en este caso formulada en
términos de la debilidad y de la necesidad de protección de las
mujeres.
Sin embargo, fue en torno a los arts. 5° y 7° del proyecto (y
después, de la ley) que se concentró la discusión entre los abo-
licionistas y los regulacionistas, y fue en el marco de esta discu-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 245

sión que se reveló la doble contradicción mencionada más arri-


ba (entre derechos civiles y sociales, y entre libertad y defensa
social). Estos artículos prohibían la iIJlposición de chequeos
médicos obligatorios a las personas detenidas por violación a
la ley sobre prostitución, la detención por parte de la policía de
personas demoradas por incitación cuando tienen documento
de identidad y cualquier forma de registración (aunque sea por
razones de salud) de las mujeres sospechosas de estar involu-
cradas en la prostitución. Los regulacionistas y también el De-
partamento de Salud (y en consecuencia el gobierno, favorable
a la ley), invocaban el derecho y el deber del Estado de garanti-
zar el "bien supremo" de la salud pública, aun al costo de sacri-
ficar "la libertad de algunos".
No sólo invocando la peligrosidad social se defendía el
mantenimiento -o el restablecimiento en otras formas- de un
régimen excepcional para las prostitutas. Ciertamente, éste era
el argumento principal. Las prostitutas eran peligrosas, así como
una "fuente de difusión de enfermedades venéreas" entre ellas
mismas y a otros, y deberían estar en consecuencia sujetas a
una vigilancia médica especial en nombre de la defensa social.
Pero existe otro aspecto que emergió, si bien en tono cauteloso.
La clausura de los burdeles, se sostenía, significaba abandonar
en las calles "4.000 infortunadas", en su mayoría ignorantes,
que sufrían no sólo enfermedades físicas, sino también psiquiá-
tricas. Así ellas no sólo constituirían un problema de orden
público y un peligro para la salud pública, sino que estarían
privadas de toda protección y asistencia, y sin ninguna garantía
de tratamiento médico.
La ley Merlin -y sobre todo el proyecto original- libera,
pero no protege al público en general ni a las prostitutas en par-
ticular. La forma mañosa y mistificante en la que estos argumen-
tos fueron formulados, apenas si merece comentario. El proble-
ma, sin embargo, en principio, es suficientemente real y tiene
implicancias prácticas. Las soluciones finales adoptadas fueron
dos: la ley sobre profilaxis de enfermedades venéreas y las ya
citadas instituciones de caridad. La primera, de la que ya he
dado alguna indicación, introduce una forma de tratamiento obli-
gatorio rodeado de una sutileza y una cautela que generan la
impresión de que se ha establecido, principalmente, para silen-
ciar a los médicos y a la oposición política. De este modo, la
peligrosidad social específica de las prostitutas desaparece y esta
246 TAMAR PITCH

desaparición está legitimada por argumentos sobre la asistencia


de la salud. Sin embargo, esta estrategia fue posible precisamen-
te porque las prostitutas continuaban siendo visualizadas como
peligrosas socialmente, no sólo de acuerdo con la policía y con
las leyes de seguridad pública, sino de acuerdo con la ley del 27
de diciembre de 1956 (ley 1423) según la cual, todas las perso-
nas que Ingresaran en la definición de "personas peligrosas para
la seguridad y la moralidad públicas" y, en particular. aquellas
que "habitualmente realicen actividades contrarias a la morali-
dad" deben ser sometidas a "medidas preventivas", tales como
permisos obligatorios de viaje, vigilancia especial: confiscación
de la licencia de conducir, etc. (Pavarini, 1975).
La segunda solución está basada en un paternalismo
asistencial con connotaciones explícitamente disciplinarias. La
"redención" de la prostituta se producirá por medio de un pro-
ceso d'e reeducación descripto en términos similares a los pre-
dicados en relación con la prisión -y con frecuencia practica-
dos en el caso de las prisiones de mujeres (véase Faccioli, 1987)-.
La tarea de "elevación moral" a través de la práctica religiosa debe
ser acompañada por la "dura disciplina del trabajo diario". Ésta,
en ausencia de medidas dirigidas a la adquisición de cualquier
tipo de calificación profesional, puede -en realidad debe- con-
sistir solamente en formas tradicionales de trabajo doméstico
femenino; el trabajo duro como castigo con una función pura-
mente disciplinaria.
De este modo, el problema es fragmentado en dos, o, más
bien, en tres partes. La abolición de la regulación ~n nombre de
la obediencia a los principios constitucionales y de la garantía
de los derechos de la libertad individual; la asistencia concebi-
da no como respuesta a derechos o necesidades sociales reco-
nocidas como legítimas, sino como reeducación disciplinaria; y
la defensa social confiada a la discrecionalidad de la policía.
Las alternativas para las prostitutas parecen estar entre una
asistencia opresiva que tiene todas las características de un tra-
tamiento forzado (del alma si no del cuerpo) y ser objeto de
medidas de orden público dejadas, en gran medida, al arbitrio
de la policía. La diferencia es reafirmada como amenaza; por-
que no puede ser definida claramente en términos de crimen y
castigo, es consignada a un campo en el que es objeto simultá-
neo de medidas terapéuticas (en aquel entonces, de un tipo
"moral"; hoy, de un tipo médico) y de medidas policiales. Es un
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 247

destino que sobreviene hoy (al menos en el nivel de las inten-


ciones) en todas aquellas áreas de las que el sistema de justicia
penal se retira, a las que debe sumarse la alternativa del aban-
dono y la guetización.

4. De oprimidas a víctimas
Una lucha que fue motivada por valores seculares progre-
sistas, degeneró en una legislación moralista y represiva. Un
destino compartido por luchas posteriores, aquéllas por el di-
vorcio, el aborto y contra la violencia sexual. Sin embargo, en
estas luchas posteriores existió una voz femenina autónoma que
se hizo escuchar y que, además de los resultados legislativos
que se obtuvieron, impuso nuevas demandas y abrió nuevas
contradicciones. Examinaré esto en el próximo capítulo. Aquí
quiero concluir con algunas consideraciones más generales acer-
ca de las condiciones que hicieron posibles alianzas, aparente-
mente heterogéneas, del tipo ilustrado en los conflictos en tor-
no a la ley Merlin.
La primera de estas condiciones me parece una forma par-
ticular de comprender el tema de la opresión. Como he notado
en un capítulo previo, la terminología de la opresión es comple-
ja y cualquier lucha orientada a la ley conducida en su nombre
sólo puede reducirla y simplificarla. La reducción implica pri-
mero la identificación de dos cadenas separadas de causas y
efectos. En el caso de las luchas concentradas en un objetivo
singular. aunque pueden simbolizar una situación más general,
los efectos específicos contra los que se lucha resultan acentua-
dos y exagerados. Esto tiene el efecto de rigidizar y paralizar el
conflicto, pero también de facilitar el ingreso en él de motiva-
ciones extrañas a la inspiración original, que parecen devolver
complejidad a los objetivos de la lucha. En el caso de la campa-
na por la abolición de la regulación legal de la prostitución, la
condición de la prostituta es pintada en tonalidades siempre
más extremas a medida que la lucha avanza -esclava, pura
mercancía. víctima de numerosas formas de brutalidad, etc.-.
Esta desdichada condición, sin embargo, no puede ser simple-
mente imputada a la regulación legal, si bien éste era el nudo
original del conflicto. Algunos de sus elementos denotan la con-
dición de la prostitución como tal. Si, por otro lado, la prosti-
tuta viene a simbolizar la opresión de la mujer en general, la
248 TAMAR PITCH

lucha. habiendo retratado esa opresión en términos extremos


-ejemplificándola en la condición de la prostituta-. tiene dificul-
tades para moverse de lo particular a lo general sin, al mismo
tiempo, abrirse a voces que provienen de otros contextos que lue-
go contribuyen a aislar los efectos específicos de la opresión simbo-
lizada por la prostituta agregando una nueva serie de "causas".
Otra contradicción tiene que ver con una representación
particular del tema de la victimización. Su acentuación corre el
riesgo de descuidar aquellos procesos de interacción cruciales
para el desarrollo de la subjetividad, y de separar y volver autó-
nomos recíprocamente a aquellos que hablan y actúan con res-
pecto de aquéllos sobre quienes se habla y se actúa. La prosti-
tuta deviene la víctima par excellence. el límite extremo de la
opresión de todas las mujeres. pero por esta misma razón ella
no tiene nada que decir o, como mucho, sólo produce un testi-
monio. Nosotros. que no somos prostitutas. hablamos de ella y
por ella, primero porque nos parece que su condición alude a
nosotros. pero gradualmente. a medida que ella asume el rol
de víctima. ella deviene más bien el objeto de nuestros requeri-
mientos, de nuestra benevolencia, de nuestra piedad.
Si éstas son algunas de las condiciones que pueden estar
en la base de las alianzas heterogéneas entre mujeres/feminis-
tas y "mayorías morales" de diversos tipos, 122 es mucho más
fácil entender las convergencias entre fuerzas políticas tradi-
cionales de diversas inspiraciones: sobre la cuestión de la sexua-
lidad, de las relaciones entre varonts y mujeres. la cultura que
en el fondo las une no es tan diferente. Es una cultura que.
como ahora sabemos. habla con voz masculina.
Si el primer informe acompañando la ley Merlin fue inspi-
rado por una actitud coherentemente emancipadora (plena ciu-
dadanía. igualdad entre los sexos. oportunidades laborales fuera
del hogar para la mujer. denuncia de los dobles estándares de
moralidad). el discurso que se desarrolló en los '50 en las filas
abolicionistas parece haber transitado nuevamente los pasos
del abolicionismo inglés del siglo x1x. desde el feminismo hacia
las cruzadas por la social purity. Las mujeres no deben ser
liberadas. sino defendidas. Las prostitutas son mujeres "caí-
das". tanto peor porque las mujeres son criaturas sagradas y

122 Véase, por ejemplo. McNickle, 1977; Rafter, 1985; Walkowitz, 1987.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 249

elevadas, santas del corazón y guardianas de la moralidad de


la familia. Éste no sólo fue el discurso de los católicos. La iz-
quierda hizo algo más que arribar a un acuerdo Instrumental.
En gran parte compartió y contribuyó a consolidar este discur-
so. Este tipo de énfasis puede encontrarse aun en las interven-
ciones de la misma Lina Merlin en los debates en el Senado en
1949, en apoyo del proyecto de la Comisión. "Por naturaleza
-dijo Merlin-, toda mujer es una mujer y toda mujer es una
madre". La distancia entre el sujeto actuante y el "objeto" para
el que uno actúa, acentuada por la ausencia de un movimiento,
produjo en los años posteriores distorsiones en este sentido.
Merlin asumió el nada secular status de "santa", "madre" y
"apóstol" de las prostitutas (véase Merlin-Barberis, 1955). 123

123 El parecido a las luchas contra la regulación de la segunda mitad del siglo
x1x es verdaderamente impresionante. Véase Gibson, 1987.
CAPÍTULO 8
DE LA VICTIMIZACIÓN A LA AUTONOMÍA.
LAS MUJERES, EL FEMINISMO
Y LA LEY SOBRE LA VIOLACIÓN

Algunos aspectos de la legislación sobre violencia sexual


en Italia han sido discutidos en el Capítulo 4. Allí mi interés era
la convergencia de la lucha por la legislación sobre violencia
sexual con otras luchas en relación a lo que he llamado un "uso
simbólico .. del derecho penal y, contemporáneamente, la emer-
gencia de un modo particular de asumir y atribuir "responsabi-
lidad ... Era por medio de esto último que los actores eran
reintroducidos en la escena: como abstracciones, libres de
constreñimientos, meros portadores de derechos. Pero esta his-
toria es más compleja y aquí examinaré sus aspectos contra-
dictorios, iluminando esa riqueza que una traducción a cues-
tiones de derecho penal corre el riesgo de oscurecer y con la
que, en realidad, como ya he insinuado, entra en tensión. Preci-
samente es esta tensión mi interés aquí, tanto porque se rela-
ciona con la dificultad de reducir individuos concretos a sim-
ples (e "iguales.. ) portadores de derechos, como también porque,
al mismo tiempo, señala la presencia de demandas diferentes y
contradictorias de asunción de responsabilidad.
Existe una característica específica de este tema -la re-
lacionada con las relaciones entre los sexos-.que lo distingue
de eventos análogos que involucran a sujetos cuyas demandas
de "diferencia.. se encuentran en contraste con .demandas si-
multáneas de "igualdad... Es menester, no obstante, pregun-
tarse si estas demandas de reconocimiento de "diferencia" no
serían entendidas mejor en referencia a esta "diferencia.. mu-
cho más radical e irreductible que subyace y atraviesa a todas
las otras.
252 TAMAR PITCH

1• A modo de prólogo
No existe mujer que no comprenda el miedo a ser violada,
que no haya sido molestada sexualmente, que no haya sido su-
jeta a insinuación e insultos sexuales. a bromas obscenas. Mu-
chas mujeres, muchas más de las que se conoce o sospecha
(las estadísticas norteamericanas hablan de un tercio del to-
tal), han sufrido actos serios de violencia sexual, muchas en
sus propios hogares, de sus padres, maridos, hermanos, no-
vios.
Sólo recientemente se ha planteado este tipo de cosas. To-
davía, en el sentido común, en la legislación y aún más en la
administración de la ley, en los tribunales y en la estación de
policía, la violencia sexual es considerada un producto de una
sexualidad perversa, enferma, anormal. Los violadores son una
categoría aparte de varones, diferentes de los otros hombres.
Una condición para la existencia de esta violencia sexual, para
ser reconocida como tal, es que la mujer que la sufre debe ser
fundamentalmente creíble. Pero para ser creíble ella tiene no
solamente que demostrar que no quiso el contacto (mejor si
ella puede mostrar golpes, arañazos, heridas, sangre, etc.), sino
también no ser el tipo de mujer que "invita" a la violación. Y
esto, a su vez, puede significar muchas cosas. Se debe ser "res-
petable", no ser sexualmente "promiscua" (es difícil para una
prostituta ser violada: lno es, ya, propiedad pública?); se su-
pone que no se conoce al hombre que te viola y aún menos que
existe una relación afectiva con él; la violencia real proviene de
perfectos extraños, en las calles, mientras por supuesto se está
yendo a trabajar, de compras, camino al hogar: nunca si se está
simplemente dando un paseo, iy menos aún sola y en la noche!
Este comportamiento ya es sospechoso. Ni hablar de ser tan
estúpida de aceptar un aventón o, aún peor, de preguntar por
alguien ... Comportarse de un modo que no sea "provocativo"
resulta extremadamente difícil cuando cualquier cosa puede
constituir una provocación: las faldas cortas y las largas, los
pantalones ajustados, las medias de red, caminar de cierta
manera, sonreír de cierta manera, mirar a un hombre a la cara,
etcétera.
He aquí la mujer creíble: ella sale sola de su casa únicamen-
te durante el día y por calles bien pobladas -mejor aún si se
encuentra acompañada y siempre con propósitos definidos-;
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 253

está vestida de modo de no llamar Ja atención; mantiene sus


ojos rigurosamente bajos y nunca sonríe; es una virgen o está
felizmente casada, es una ama de casa o tiene un trabajo respe-
table (maestra, secretaria, empleada); no bebe ni usa otras dro-
gas. Es creíble, naturalmente, si la violencia que denuncia es
infligida por extraños, mejor si es por más de uno y si ha deja-
do marcas visibles en su cuerpo. Aun esta mujer no es creíble
si se queja de haber sido violada por su marido, su padre, su
novio, en su propio hogar. Sabemos hoy que Ja mayor parte de
la violencia es realmente de este tipo. Desde niñas de 4 años de
edad hasta mujeres de 90, en el hogar, en el Jugar de trabajo, en
la calle, por novios, familiares, padres, maridos. ¿Pero quién lo
sabe, cómo lo sabe y qué significa saberlo?
Las mujeres que denuncian y, sobre todo, las que denuncian
a sus propios padres, maridos, novios, por haberlas violado son
pocas, pero están aumentando. ¿Qué significa esto? Que sean po-
cas puede ser leído como una indicación del hecho de que:
a) éstas son cosas que ocurren muy raramente;
b} las mujeres saben que no les creerán;
e} las mujeres temen represalias o, aun más simplemente,
que ellas son económica (y emocionalmente) dependien-
tes de sus padres, maridos, varones con los que viven,
empleadores, etc.;
d} no es fácil para las mismas mujeres reconocer, nombrar,
percibir lo que pasa en ciertas situaciones como violen-
cia sexual porque Ja cultura dominante no Ja reconoce
como tal, y también porque Ja asociación entre sexo y
violencia es extremadamente fuerte, legitimada cultural-
mente, interconectada con la posición tradicional subor-
dinada de Ja mujer en Ja familia y fuera de ella.
Que estén creciendo en número puede ser visualizado como
una indicación del hecho de que:
a} Ja violencia sexual está creciendo;
b} las mujeres saben que tienen una posibilidad creciente
de ser creídas;
e} las mujeres tienen menos temor a represalias y/o ellas son
menos económica (y emocionalmente) dependientes de sus
propios padres, maridos, varones con Jos que viven;
d} Ja emergencia de una cultura feminista ha hecho más
fácil reconocer, nombrar y percibir lo que pasa en cier-
tas situaciones como violencia sexual.
254 TAMAR PITCH

La violencia sexual de ninguna manera es excepcional, es


frecuente y común. Aun cuando las mujeres no lo hayan dicho,
la literatura, la historia, la propia historia de las prohibiciones
contra la violación lo afirman. 124 Sus efectos lo demuestran: el
miedo de las mujeres, la internalización de actitudes y la clara
adopción de tipos de comportamiento (no salir solas, no ha-
blar con extraños, no responder cuando son molestadas) que
son Implícitamente sumisos y defensivos; o una dependencia a
priori (él es mi marido, mi acompañante, mi empleador). Esto
es lo que contribuye a la complicidad (¿quizás lo he provoca-
do?), una complicidad fortalecida por la presencia de una rela-
ción, quizás, afectiva. Pero no existen dudas de que lo que es
considerado violencia sexual, la percepción de acciones y even-
tos como constitutivos de violencia, ha cambiado con el desa-
rrollo de una cultura feminista y de que esto es -y era- un
potente factor en el "incremento de la credibilidad de la mujer,
en dar a la mujer posibilidades mayores de reconocer, percibir,
nombrar a la violencia, y de sentir que se les creería cuando la
denuncien.
Lo que quiero decir es que hasta hace no mucho tiempo la
mayoría de nosotras no habría definido, percibido o reconoci-
do como violación a lo que ahora definimos, percibimos y reco-
nocemos como tal. ¿significa esto, quizás, que la violencia sexual
como una cosa en sí misma no existe, o significa que antes no
estábamos enteradas de ella y ahora lo estamos? En el primer
caso, nada existe antes de ser percibido y nombrado; en el se-
gundo caso, todo está ya ahí y es una cuestión de descubrirlo
antes o después. En ambos casos, sin embargo, la precondición
para percibir y nombrar, tanto como para descubrir, es estar
en condiciones de ver y de nombrar de una nueva manera.
Ambos casos, en consecuencia, necesariamente implican un
cambio en la distribución del poder, alguna dislocación en el
tejido social, de modo tal que una serie de individuos devienen
constituidos como un "nosotros", y que este "nosotros" puede
obtener una vóz y ser escuchado. 125

t 24Para datos recientes sobre Italia véase Canepa-Lagazzi, 1988; Ventimiglia,


1987.
12
s Para una posición análoga en cuanto a que está basada en un intento de "fun-
damentar" el concepto de daño social véase Feltsiner-Abel-Sarat, 1980-81.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 255

Si este "nosotros" dice que la violencia existe y que existía


antes de que "nosotros" tuviéramos la posibilidad de percibirla
y nombrarla y que gradualmente, como nuestra posición cam-
bió y con ella nuestro ángulo de visión, percibimos y descubri-
mos crecientemente más situaciones como violentas, la cues-
tión de si eso es "verdadero" o no es una cuestión política, una
cuestión en torno a la cual tiene lugar el conflicto.
Es un conflicto eri gran medida más complejo que cualquier
otro. Involucra, en realidad, todos los niveles de experiencia y
existencia humana, partiendo de nuestra propia (nosotros, como
mujeres) afectividad, identidad, de los fundamentos de nuestra
relación con otros (mujeres y varones). Involucra menos la opo-
sición dicotómica de actores identificables (varones, mujeres),
que la intersección de una pluralidad de culturas e ideologías
diferentes producidas por los varones y por las mujeres. No crea
una política singular; más bien, como intentaré mostrar, debería
presentar e imponer una diversidad de articulaciones políticas
caracterizadas por su apertura y flexibilidad.

2. lViolencia o sexo?
La literatura científica tradicional sobre violencia sexual,
predominantemente médica, psicológica y criminológica, tien-
de a moverse dentro de las dos hipótesis siguientes: o el viola-
dor es un pervertido, o es alguien que tiene instintos sexuales
normales pero no ha logrado -o no ha logrado en esa situación
particular- mantenerlos bajo control. Es característico de esta
literatura focalizarse en el actor, más que en el acto. Esto pre-
supone que solamente los violadores confesos o aquellos sen-
tenciados por los tribunales deben ser estudiados, con los efec-
tos distorsionantes bien notados, hace ya largo tiempo, en
relación con las investigaciones de Lombroso sobre los delin-
cuentes encarcelados.
Esta literatura, no obstante, visualiza a la violencia sexual
como conectada y vinculada a la sexualidad: anormal en un caso,
normal en el otro (en la teoría de la "anormalidad", a menudo
se considera que la "verdadera" culpable es la madre, sobre-
protectora o contrariamente fría y despreciativa; en la teoría de
la "normalidad" debe tomarse en cuenta lo que el lenguaje de la
tradición legal anglosajona llama "precipitación por la víctima",
la provocación por la víctima misma). En ambos casos estos
256 TAMAR PITCH

eventos son considerados sucesos relativamente raros y excep-


cionales, que tienen sólo una relación muy vaga con la sexuali-
dad cotidiana.
La investigación sociológica de los primeros años '70 (véa-
se el famoso estudio de Amir, 1971) ya ha demolido ciertos
mitos: que la violencia sexual sólo ocurría entre extraños; que
solamente las mujeres jóvenes, atractivas y/o provocativas eran
sus víctimas; que las violaciones tendían a ocurrir
interracialmente (la mitología norteamericana de la violación
-el hombre negro que viola a la mujer blanca- ha abastecido
la larga historia del linchamiento. Véase Dowd Hall, 1983).
Es, sin embargo. la investigación vinculada con la emer-
gencia del movimiento feminista la que ha revolucionado lo que
conocemos y lo que pensamos acerca de la violencia sexual. 126
Más que resumir lo que es, en el presente, una literatura abun-
dante ampliaré un punto que es hoy más controvertido, que
tiene que ver menos con la fenomenología de la violación que
con la interpretación de su naturaleza y significado. Existen dos
versiones dominantes, predominantemente anglosajonas, rela-
cionadas a la violencia sexual. De acuerdo con la primera, la
violación es una variante de la fenomenología de la violencia:
que en este caso se exprese en la forma de sexo es, -en última
instancia, secundario. La sexualidad y la violencia sexual per-
tenecen a dos categorías diferentes. Donde la sexualidad es
materia de participación consensual, ·placer compartido, la vio-
lación es un abuso de poder, una forma de expresión de senti-
mientos y sensaciones de hostilidad, odio y miedo. Aunque es
difícil distinguir la violaéión de las relaciones heterosexuales
"normales" -difícil desde el punto de vista, digamos, empíri-
co-, en el nivel teórico-interpretativo esta posición afirma que
donde existe violación no existe sexualidad y viceversa. No es,
al fin y al cabo, una cuestión de hecho, de alguna manera es
una cuestión de principio: esta interpretación acepta que exis-
ten o pueden existir relaciones heterosexuales no caracteriza-
das por la coerción y, por el contrario, presupone que la coer-

126
La literatura sociológica y psicológica sobre la violación nacida en el des-
pertar del movimiento de mujeres es hoy muy abundante. Algunas contri-
buciones indicativas son: Brownmiller, 1975; McKinnon. 1987;
Schwendinger-Schwendinger, 1983: para Italia, véase la excelente contri-
bución de Ventimiglia, 1987.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS,,, 257

ción y la sexualidad son mutuamente excluyentes. Existe sexua-


lidad cuando existe "consentimiento"; la violencia o la ausencia
de consentimiento cancela la sexualidad.
La separación de sexo y violencia y la asignación de la viola-
ción a la segunda, permite luchar contra las formas coercitivas
de relaciones heterosexuales "salvando" a la heterosexualidad
corno tal al separarla claramente de aquellas formas. La existen-
cia de una sexualidad "buena" es, de este modo, confirmada. En
el nivel más específicamente político, esta separación ha servido
con frecuencia a la necesidad de oponerse a las interpretaciones
conservadoras para las cuales la violencia sexual es considerada
el resultado de una cultura sexualmente permisiva, de una deca-
dencia moral, de la fragilidad de la familia tradicional, de la li-
bertad sexual femenina. Ha inspirado y favorecido muchas de-
mandas de cambios legislativos. Si el derecho penal ya corporiza
esta distinción, imponiendo límites rígidos entre la sexualidad
normal y la sexualidad violenta, la asignación de la violación a la
categoría de delitos de violencia ha sido considerada un paso
fundamental en el reconocimiento simbólico de la mujer corno
"igual" -corno personas, más que como "sexo" o "moral".
Es verdaderamente una distinción que habla el lenguaje de la
igualdad de derechos --de la emancipación-· más que el de la
violencia sexual. La cancelación del carácter distintivo de la viola-
ción como una violencia sui generis anula tanto su carácter de
género --el hecho de que es una acción de varones contra muje-
res- corno su carácter sexual --el hecho de que es llevada adelante
por medio de la sexualidad-. La sexualidad en sí misma no está
en discusión: sus modalidades históricas y concretas de expre-
sión, las contradicciones y las ambigüedades con las que la vivi-
mos y experimentamos son puestas entre paréntesis con el resul-
tado de que la buena sexualidad es postergada al reino del "estado
de naturaleza" presocial en !'l que funciona como un presupuesto
necesario para la afirmación no sólo de la distinción entre sexo y
violencia sobre la base de un consentimiento existente, sino sobre
todo, de la propia posibilidad de tal consentimiento.
De acuerdo con Vega ( 1988), esta lectura remite a un en-
cuadre de la cuestión en términos de una de las dos formula-
ciones filosóficas dominantes relativas a la naturaleza de los
derechos, la de Locke. Las relaciones heterosexuales son con-
sideradas en sí mismas no problemáticas, "naturalmente" li-
bres de poder. Aquí la violencia es visualizada corno una ame-
naza o un uso de la fuerza en violación de los derechos
258 TAMAR PITCH

"naturales". El corolario es la posibilidad de un consentimiento


que no es ambivalente. al que se arriba libremente y que se
encuentra claramente separado de la coerción.
La segunda interpretación. por el contrario. asigna la viola-
ción a la esfera de la heterosexualidad (véanse Dworkin, 1982;
McK.innon, 1987), por lo que ésta es interpretada como completa-
mente atravesada por la violencia: la distinción entre sexo y vio-
lencia es una ficción; en realidad la violencia es estimulante
sexualmente y una fuente de placer (para el varón), mientras la
sexualidad "normal" es comúnmente violenta sin ser, por esa ra-
zón, menos sexual. La heterosexualidad normal, de acuerdo con
esta interpretación. es construida en torno al placer masculino en
la violación, la opresión y la dominación de la mujer, placer que
requiere el placer femenino complementario de ser tomada. do-
minada y anulada como persona. Esta interpretación no es con-
tradicha por el hecho de que las mujeres pueden experimentar
esta sexualidad como propia, que pueden ser estimuladas o expe-
rimentar placer en ser violadas o dominadas: por el contrario,
esto sólo prueba el éxito, la difusión de la cultura masculina, que
ha impuesto su propia sexualidad como la sexualidad per se. El
punto de vista masculino ha devenido nuestro como mujeres, y en
consecuencia no podemos invocar el "consentimiento" como un
punto de distinción entre lo que es sexualidad y lo que es violen-
cia, porque el problema es precisamente el consentimiento: nun-
ca es libre. siempre está marcado por la dominación.
Si. en la primera interpretación. la libertad femenina es un
hecho dado de la naturaleza, en esta perspectiva no existe en
absoluto: en tal medida que no resulta del todo claro cómo pue-
den emerger puntos de vista diferentes al de la visión (masculi-
na) dominante, y cómo tal interpretación en sí misma pudo
haber sido articulada.
La violación aquí es tanto de género como sexual: aun cuan-
do es fuente de placer, una experiencia de heterosexualidad vivi-
da por una mujer nunca es "verdadera", siendo el resultado de la
victoria total de la supremacía masculina, de la interiorización
de la sexualidad masculina como propia -por el contrario, es
un modo fundamental de dominación. el principal instrumento
de la anulación de la libertad femenina. de la construcción de la
diferencia sexual como subordinación e inferioridad femenina-.
De este modo la sexualidad dominante, la heterosexualidad, es
considerada no sólo un instrumento genérico de dominación, sino
el vehículo específico de una violencia que se inscribe con sangre
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 259

sobre los cuerpos de las mujeres, de la que la violación es una


faceta y la pornografía la otra.
La heterosexualidad nunca es igualitaria; más bien es cons-
truida en torno al placer masculino en vencer y anular y sobre
(la ficción de) el placer femenino en ser vencida y anulada. En
esta visión, la designación femenina de los placeres de la
heterosexualidad es el discurso completamente colonizado de
una complicidad involuntaria.
También aquí, en consecuencia, cualquier ambigüedad
desaparece: la dominación y la libertad son incompatibles. se
excluyen mutuamente. En la primera interpretación. la liber-
tad femenina aparece como un hecho de la naturaleza, cuyo
carácter no es diferente de la libertad "en general". El sujeto
femenino pierde sus características femeninas y se disuelve
en el sujeto de derechos abstracto de la tradición filosófica
liberal (y del discurso político moderno). En la segunda inter-
pretación. en cuanto las categorías de lo masculino y lo feme-
nino son construidas como categorías mutuamente excluyen-
tes, lo femenino sólo aparece como el lugar y el resultado de la
opresión. No está claro cómo puede emerger la libertad feme-
nina, dónde puede estar situada, y cuáles son las precondicio-
nes para que el presente estado de cosas sea revelado como
no natural y opresivo.
A cada uno de estos dos puntos de vista corresponde una
interpretación parcialmente diferente de las "funciones" de la
violencia sexual. La primera visión tiende a restringirse a los
efectos de intimidación, amenaza, autocensura (el policía en la
cabeza) que confiere a la violencia sexual la función de instru-
mento de control y represión de la autonomía femenina -en el
sentido de tener acceso a la misma libertad de acción que los
varones (véase Brownmiller, 1975)-. La segunda rastrea los
efectos de la violencia sexual y de la heterosexualidad domi-
nante dentro de la construcción de las identidades masculina y
femenina, funcionando para crear y construir mujeres además
de para mantener su subordinación. En otras palabras, la co-
nexión entre "mujer" y "subordinación" se torna inseparable.
Están en juego dos maneras de entender al "control social"
que son parcialmente distintas, pero nuevamente tienen en co-
mún la ubicación de la libertad y la autonomía femenina más
allá del control, en oposición a él: en el primer caso, el control
sólo puede ser prohibición, censura, castigo; en el segundo, es
260 TAMAR PITCH

productor de una identidad subordinada, dominada-una iden-


tidad que sólo puede ser concebida como inauténtica.
Naturalmente, estoy simplificando y delimitando formas
extremas de estas dos posiciones. El análisis del debate italia-
no hará visibles algunas de las contaminaciones recíprocas, la
copresencia a veces contradictoria de estos puntos de vista.

3. Veinte años de lucha


En todas las jurisdicciones la violación es considerada un
delito. Lo que varía son las definiciones de violación, los proce-
dimientos legales para la condena, las sentencias dictadas, las
actitudes y los comportamientos de la policía, de los tribuna-
les, de los hospitales, etc, Estas variaciones están relacionadas
no solamente a diferencias legales, sino también a las subcultu-
ras profesionales involucradas. No obstante estas diferencias,
las leyes, los procedimientos legales, las actitudes y los com-
portamientos de los operadores de la justicia penal han sido
visualizados por los movimientos de mujeres como perjudicia-
les para los derechos de la víctima, indulgentes en relación al
violador, débiles en la definición de la violación, generalmente
cómplices de una cultura saturada de violencia contra la mujer.
Las luchas por la reforma han estado dirigidas a la am-
pliación de los tipos de conducta definibles como violación (en
los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra y Gales, p. ej., para
permitir la posibilidad, hasta hace poco tiempo inadmisible,
de una acusación por violación en un matrimonio) y al fortale-
cimiento de la posición de la víctima en el proceso (nuevamente
en los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra y Gales), por ejem-
plo, a través de la modificación o la reducción de la exigencia
para la parte acusadora de producir evidencia de otro indivi-
duo, además de la propia víctima de la violación, y de demos-
trar que la víctima ha ofrecido resistencia, y la exclusión de la
admisibilidad de la historia sexual de la víctima como eviden-
cia en su contra (véase Caringella-MacDonald, 1988). En gene-
ral, estos esfuerzos han estado dirigidos hacia la "normaliza-
ción" de la violación, o a hacer la gestión de la violación por el
sistema de justicia penal tan similar como sea posible a la de
otras ofensas -cambios perseguidos, sin embargo, por moti-
vos diferentes como será observado también en Italia, por polí-
ticos, juristas y secciones del movimiento de mujeres.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 261

Si muchos estatutos legales han accedido a los cambios de-


mandados, no parece, sin embargo, en el nivel del número de
arrestos y de condenas, que las cosas hayan cambiado significa-
tivamente. Aún más desilusionantes parecen ser los resultados
en relación con los cambios en la posición de la víctima. Aunque
excluidas por el estatuto legal, las exigencias de corroborar la
evidencia, de la prueba de la resistencia, y de la admisibilidad de
la historia sexual de la víctima están vivas en la práctica (véase
Bienen, 1983; Marsh-Geist-Caplan, 1982; Zinder, 1985).
Innegablemente, no obstante, se produjeron cambios rea-
les en las actitudes frecuentes hacia la violación (como los mos-
trados por, entre otras cosas, el fuerte incremento en el nivel de
denuncias). aunque estos cambios se encuentran con contra-
dicciones y resistencias. 127 En muchos países, las campañas
por la reforma de los procedimientos legales y administrativos
han sido acompañadas por otras acciones y luchas políticas.
Líneas telefónicas, centros contra la violación, refugios para
mujeres golpeadas, entrenamiento de concientización para po-
licías, médicos de hospitales públicos, servicios voluntarios en
hospitales, etc. Muchas de estas Iniciativas y servicios, habien-
do comenzado como organizaciones voluntarias de militantes,
han obtenido reconocimiento y financiación oficial y asumieron
un carácter profesional, deviniendo en agencias de servicio so-
cial por derecho propio. Esto ha resultado en cambios en la
lógica y la práctica de su funcionamiento -rigidización de re-
glas, adopción de una orientación terapéutica, creciente selecti-
vidad en la aceptación (véanse Margan, 1981; Stark-Flitcraft-
Frazier, 1979 ) - que las han expuesto a críticas ·de parte de
aquellos que las ven como nuevos instrumentos del control ins-
titucional de la mujer. 128

27
t Las historias casi contemporáneas (1988) de la reacción de una ciudad
norteamericana y de una ciudad siciliana a la violencia sexual sufrida por
dos· niñas no son, desde este punto de vista. edificantes. Tanto en el caso
de Tawana en los Estados Unidos como el de Pina en Sicilia la mayor parte
de sus conciudadanos se alinearon en contra de ellas, acusando a las ni-
ñas de mentir y a la opinión pública nacional de racismo.
128 Ver sin embargo Davis-Anderson, 1983, donde las estructuras de autoayuda.

aun aquellas que reciben reconocimiento y financiación oficial, son anali-


zadas como mecanismos para la difusión de "control social .. pero de un
control .. alternativo" al de las instituciones: descentralizado. informal, re-
cíproco, participativo.
262 TAMAR PITCH

4. Sexualidad y cruzadas morales


Como ya ha sido mencionado en relación con la prostitu-
ción, las cuestiones planteadas por la sexualidad constituyen
un terreno para la puesta en juego de conflictos interconectados
relacionados con aspectos fundamentales de nuestras vidas: las
relaciones interpersonales, sociales y económicas. y los miedos
y las expectativas vinculados a ellas. Esto da origen a lo que
podríamos llamar conflictos "grises", luchas caracterizadas por
el entrecruzamiento de temas contradictorios cuyos objetivos
pueden, en el término medio, estar ubicados en el contexto de
visiones del mundo diferentes y a veces opuestas, que luego
reaccionan sobre aquellas mismas visiones del mundo cambián-
dolas en una u otra dirección y contribuyendo a la creación de
un sentido común "híbrido" en el que los aspectos de cada una
establecen una coexistencia inestable.
El debate sobre la permisividad sexual en los '60 y '70 es
ilustrativo desde este punto de vista. La permisividad sexual es
denunciada y enfrentada en diversos niveles: por parte de las
fuerzas conservadoras "pro familia" y los movimientos de la Nueva
Derecha, tanto como por parte de algunas feministas sobre la
base de que la permisividad sexual involucra la mera liberación
de la sexualidad masculina y es la fuente de nuevas formas de
esclavización de la mujer permeadas por una ética consumista.
Tengo la sensación (véase Snitow-Stansell-Thompson, 1983)
de que en el espacio de veinte años hemos pasado desde la ce-
lebración de una sexualidad liberada como un elemento de crea-
tividad, de alegría, de un cambio verdaderamente revoluciona-
rio, hacia un discurso que ve en la sexualidad solamente lo
negativo: violencia (contra las mujeres y los niños), desorden
emocional y muerte (de SIDA). Ciertamente, ha habido un nue-
vo silenciamiento, apenas ellas han comenzado a hablar, de la
voz de las mujeres. El descubrimiento o la percepción, por par-
te de éstas, de la violencia de la sexualidad dominante, de esta
sexualidad no como propia sino impuesta. no ha tenido recur-
sos ni tiempo para estimular investigaciones sobre sexualidad
no perturbadas por el desarrollo de nuevas formas de sexuali-
dad.129 Más bien ha estado unido con instancias de prohibición

129 Estoy hablando aquí sobre la heterosexualidad porque sobre el lesbianis-


mo, no por casualidad, las mujeres han hablado y reflexionado más, como
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 263

y censura, o puesto a la defensiva por ataques contra la anti-


concepción y el aborto y por la ofensiva médico-tecnológica en
el área de la reproducción (Stanworth, 1987).
Sin embargo existen otras razones, quizás más importan-
tes, para el silencio femenino sobre la sexualidad, o más bien
para un discurso que se desarrolla sólo como respuesta a even-
tos "externos" y en términos y condiciones impuestos por otros.
Algunas de estas razones emergen en el debate sobre violencia
sexual en Italia.

5. Legislando sobre los cuerpos de las mujeres


Quince años han pasado desde que un grupo del movimien-
to de mujeres redactó un proyecto para la reforma de la ley
sobre violencia sexual, lanzado con una campaña y un petitorio
al Parlamento que reunió trescientas mil firmas."º Actualmen-
te, una nueva ley sobre el tema, con apoyos a lo largo de todo el
espectro político, todavía no ha sido aprobada. El proceso co-
rre el peligro de durar aún más tiempo que el de la ley sobre
desregulación de la prostitución, como para confirmar que los
temas relacionados con la sexualidad -aunque en primera ins-
tancia concernientes a la mujer- en realidad ponen en cues-
tión las relaciones entre los sexos y la parte constitutiva que
juegan en todas las otras relaciones. El impacto movilizador de
estos temas va más allá de las alineaciones políticas predecibles
para activar y confundir una multitud de pasiones, miedos y
equilibrios tradicionales.

una orientación sexual en sí misma subversiva de la sexualidad dominante.


No obstante, la cuestión de la violencia en la sexualidad, entendida como la
posibilidad y el placer de relaciones de dominación y sumisión, ha preocu-
pado y ha sido discutida con reSpecto a las relaciones entre mujeres tanto
como a aquellas entre varones y mujeres (p. ej., Rubín, 1981). En lo que
respecta a alternativas a la sexualidad dominante, circulan no tanto re-
flexiones articuladas como prescripciones y censuras del tipo: "la mujer
quiere una sexualidad que sea dulce, tierna, Igualitaria, no agresiva".
130
Los contenidos de las propuestas de la iniciativa popular para la reforma
eran: el cambio de los delitos de violencia sexual desde el Título XI del
Código Penal (delitos contra la moralidad) al Título XII {delitos contra las
personas); la unificación en un delito singular del delito de violencia carnal
y de otros actos de violencia sexual {es decir, la violación involucrando
penetración en la vagina, por un lado, y todos los otros tipos de violación,
por el otro); la acusación obligatoria; la admisión como actores a "movi-
mientos y asociaciones para la liberación de la mujer".
264 TAMARPJTCH

Pero ni siquiera existe una alineación femenina/feminista


compacta. Justo desde el comienzo, este proyecto dividió al
movimiento de mujeres, y dio origen a debates, polémicas, aná-
lisis y tornas de posición que a lo largo del tiempo han desarro-
llado un escenario rico, cambiante, fluctuante, en el que los pun-
tos de vista rígidos e inflexibles no son fácilmente rastreables.
Estos quince años pueden ser divididos, a grandes rasgos,
en tres fases. La primera comenzó con las luchas populares de
las que resultó la redacción de un proyecto firmado por el
Movimento di Liberazione delle Donne (Movimiento de Libe-
ración de las Mujeres). la Unione Donne Italiane (Unión Italia-
na de Mujeres), el Movimento Femminista Romano di via Pompeo
Magno (Movimiento Feminista Romano) y por el Coordinamento
Donne FLM (un grupo coordinador de mujeres dentro del gre-
mio de trabajadores metalúrgicos), y concluyó con la presenta-
ción al Parlamento, en enero de 1983, de un proyecto redactado
por una comisión parlamentaria y basado en la propuesta sur-
gida de la iniciativa popular y en los proyectos presentados en-
tre 1977 y 1979 por todos los partidos políticos. 131
A lo largo de este período, el debate entre las mujeres se
centró en torno a dos cuestiones principales y dos temas se-
cundarios que vinieron a asumir una relevancia mayor en los
períodos siguientes. En realidad, estas cuestiones fueron con-
glomerados de problemas más que temas singulares, como de-
vino cada vez más claro a lo largo del tiempo. El primer tema

131
He contado esta historia en Pítch, l 983a. Para resumir brevemente: la idea
de una iniciativa popular para la reforma legal nació siguiendo la experien-
cia de un Centro desarrollado por el Movimiento por la Liberación de la
Mujer (MLD) luego de una violación grupal brutal en 1975. En septiembre
de 1978 tuvo lugar en Roma una conferencia internacional de mujeres so-
bre violación en la que se decidió realizar una encuesta. Los resultados
fueron .. perturbadores": 92,2 % de las mujeres que respondieron han ..su-
frido violencia física, sexual o emocional" (véase Lagostena Basst, 1979).
De esta encuesta el MLD extrajo sus argumentos que formaron las bases
de la propuesta de reforma legal que fue presentada en abril de 1979. En el
otoño el Movimiento Feminista Romano (MFR). el UDI y el MLD formaron
un comité compartido para promover la reforma luego de la elección de un
nuevo Parlamento. Los partidos políticos también presentaron sus pro-
puestas. El primero fue el PCl en 1977 (es útil quizás recordar que, en esta
primera iniciativa, los procedimientos iniciados por la víctima fueron con-
servados). Entre 1979 y 1980 todos los otros partidos siguieron ese ejem-
plo.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 265

estaba relacionado con la legitimidad de la legislación (por par-


te de las mujeres) sobre materias relativas a (los cuerpos de)
otras mujeres. Surgieron tanto la legitimidad del principio de
delegación o, como ha sido llamado más recientemente, de re-
presentación -en este caso, además, autoasumida- y la posi-
bilidad y legitimidad de la utilización directa del derecho como
instrumento sin las mediaciones políticas de las que se hizo
uso durante la campaña por la legalización del aborto. ¿Era
legítimo que las mujeres pudieran legislar para, en nombre de,
y en interés de los cuerpos de otras mujeres, cuando hasta en-
tonces había habido un rechazo a traducir las demandas de las
mujeres en objetivos políticamente negociables, porque impli-
caba la reducción inevitable de la ambivalencia, de la compleji-
dad, de sus propios análisis, sus propios deseos y de sus pro-
pias i;)atallas? (véase Pitch, 1983a). También hasta entonces,
las feministas habían rechazado las prácticas de delegación y
representación entre ellas mismas.
Dos elementos se funden en esta crítica a los promotores
del proyecto. El primero es el antiinstitucionalismo del moVi-
miento de mujeres. Un antiinstitucionalismo diferente al del
movimiento de 1968: en otra parte lo he llamado la práctica de
la ambivalencia. porque estaba caracterizado por una práctica
consciente de oscilación entre actuar dentro y fuera de las ins-
tituciones (véase Cap. 4). El segundo era la crítica a las formas
tradicionales de política para las que la delegación y la repre-
sentación son fundamentales.
Por otro lado, conectada a esta crítica estaba el segundo
grupo de problemas. introducido a través del debate sobre la
naturaleza de la violencia sexual. La iniciativa popular de legisla-
ción promovía la idea de la violación como un delito de violencia
contra la persona, negando en consecuencia su naturaleza de
género y sexual. Esto provocó mucho disensom que. sin embar-
go, no compartió la misma terminología ni tuvo el mismo resul-
tado que los debates análogos en el feminismo anglosajón.
En realidad lo que se atacó fue el reduccionismo. más que
la falsedad de la interpretación de la violación como violencia.

132
Véanse, por ejemplo, muchas de las intervenciones en la conferencia "Con-
tra la Violencia Sexual, la Mujer y el Derecho", reunida en Milán, el 27 y
28/10/1979.
266 TAMAR PITCH

La discontinuidad requerida por el derecho penal entre lo legal y


lo ilegal, entre violencia y sexualidad fue, por sobre todo, critica-
da: las formulaciones legales fueron acusadas de clausurar un
análisis antes de ser completado; donde los promotores de la
nueva ley defendían su formulación como productora de un in-
cremento de la conciencia, los disidentes la acusaban precisa-
mente de lo opuesto, de impedir el desarrollo de un análisis au-
tónomo de la sexualidad desde una perspectiva femenina. Esta
crítica no partía de una posición que consignara la heterosexua-
lidad al catálogo de la violencia, sino más bien de la necesidad
percibida de preservar la ambigüedad de las experiencias vivi-
das, una ambigüedad que no debe ser negada a priori ni debe
ser interpretada como el producto de la colonización masculina.
Varias cuestiones diferentes están aquí involucradas. El
rechazo a la interpretación de la violación como mera violencia,
se combina con el rechazo al derecho como .un instrumento
considerado particularmente reductivo y sobresimplificador.
La universalidad aparente de las normas legales (la violación
es un delito de violencia contra la persona) es interpretada
como invalidan te de la naturaleza específicamente de género y
sexual de la lucha y de su objetivo; precisamente lo que los
promotores indicaban como uno de los objetivos principales
de su propuesta de ley -o el reconocimiento simbólico solem-
ne del principio de que las mujeres son "personas" (y no "mo-
ral" o "pudor")-. 133 El disenso pareció estar así connotado por
el antirreduccionismo con respecto a interpretaciones unidimen-
sionales de la sexualidad, a los mecanismos del derecho penal
y a campañas políticas que rechazaban esta ambivalencia. Se
sostuvo también, en oposición a tendencias que parecían unir
las demandas feministas a campañas a favor de la "normaliza-
ción" y la racionalización conducidas por fuerzas políticas "se-
culares y liberales", que, sensibles a las necesidades igualitarias
y "modernizantes" de eliminar del Código Penal leyes y formas
de protección legal anacrónicas, 134 bregaban por una definición

13 3 Sobre las contradicciones internas de la iniciativa popular de reforma legal


y las iniciativas parlamentarias sucesivas, especialmente con respecto a
las relaciones universalidad -especificidad. autonomía- protección, véa-
se Pitch,1983a, 1984, 1985.
134
Me refiero a la seducción con promesa de matrimonio y al infanticidio por
razones de honor.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 267

de la violación que la haría tan similar como fuera posible a los


otros delitos "normales".
A lo largo de este período hubo, además, críticas más espe-
cíficas a las disposiciones del proyecto de ley. Frecuentemente
promovidas por abogadas feministas, involucradas en luchas
relacionadas con el debido proceso, contra el uso del encarcela-
miento y a favor de la reducción del uso del derecho penal, dis-
cutieron la efectividad del derecho penal como instrumento con
respecto a la violación y lo que parecían medidas que afectaban
el debido proceso (el debilitamiento de la defensa del acusado,
las medidas para la violación grupal, el juicio sumario).
Hubo, no obstante, dos cuestiones en particular respecto
de la formulación de la ley propuesta en sí misma que dieron
origen a un gran conflicto. La primera, atinente a laprocedibílita
d'ufficio (la acción obligatoria una vez que una ofensa seria es
denunciada -no necesariamente por la víctima-). Esto era jus-
tificado por los promotores a través de dos grupos de argumen-
tos que, en realidad, estaban en conflicto entre sí. Primero, para
defender a la mujer del chantaje y relevarla de los riesgos de
denunciar la violación; segundo, como una confirmación so-
lemne de la gravedad del delito de violación tratándolo como
un delito al que la sociedad como un todo debe responder (el
primer motivo basado en la necesidad de protección y por esto
confirmando su especificidad como un delito contra la mujer;
el segundo basado en la necesidad de un reconocimiento sim-
bólico de igualdad). 135 Estos argumentos fueron criticados por
los disidentes, también desde puntos de vista diversos. 136
La posición que, por el contrario, argumenta que la querela
di parte (procedimientos Iniciados por las víctimas) es general-
mente expresiva de la libertad de las mujeres, no fue de hecho

35
t Naturalmente, esta contradicción, implícita en cada lucha de emancipa-
ción, es inevitable. Pero si se era consciente de ella y de hecho fue plantea-
da en las luchas precedentes -:-la del aborto, por ejemplo-, en este caso
no fue ni planteada ni reconocida (véase Pitch, 1983a).
136
La polémica aparece, además de los varios documentos editados por los
colectivos, tales como las resoluciones de la conferencia de Milán, en las
páginas del diario Il Manifesto durante el otoño y el invierno de 1979-80,
en el periódico Nof Donne y en el diario Lotta ConUnua del mismo perío·
do. Véase también "Un dibattito sulla propostadel movimento delle donne",
(Un debate sobre la propuesta del movimiento de mujeres} en Politica del
Diritto. XI, 3, 1980.
268 TAMAR PITCH

general a pesar de su creciente predominio. En ese momento,


esta posición no había sido articulada claramente desde un
punto de vista teórico como para distinguirla de la demanda
aparentemente similar por el respeto de la autodeterminación
de las mujeres. Esta última demanda, durante este período,
estaba combinada con un interés en permitir a la mujer que
había sido victimizada la libertad de no atravesar un juicio hu-
millante y. al mismo tiempo. evitar los constreñimientos de los
juicios políticos. Hay aquí una reelaboración de la idea de debi-
lidad femenina: ni debe ser forzada, ni debe ser defendida por
medidas institucionales. Más bien, esta debilidad debe ser con-
siderada un recurso y un estímulo: un recurso. en tanto expre·
sa rechazo y distancia con respecto al sistema existente y alude
a una experiencia compleja no comprensible al interior de los
confines de la política tradicional. especialmente cuando esta
última se desenvuelve dentro del sistema de justicia penal. Un
estímulo, en tanto convoca a una demostración de la solidari-
dad femenina tal de hacer de cualquier decisión que se tome,
una elección libre. La opresión y sus efectos no son negados,
pero existe un rechazo a usar contra ellos los remedios tradi-
cionales de la política de la igualdad como homologación, y de
la tutela como renuncia a la autonomía, que la demanda de
persecución obligatoria parece corporizar.
La segunda cuestión. relacionada con las medidas conteni-
das en el proyecto de ley que prevén la posibilidad de acciones
civiles por asociaciones y movimientos orientados a la libera-
ción de la mujer, tiene dos aspectos interconectados. Por un
lado existe disidencia. nuevamente desde el punto de vista de
la libertad de elección de la mujer individual que demanda la
acción legal: el rechazo, en una palabra, a un juicio político con
su potencial prevaricación desde el punto de vista de la vícti-
ma. Por el otro. lo que es criticado es precisamente el objetivo
implícito de la propuesta (véase Pitch, 1983a): la demanda de
reconocimiento político por parte de las instituciones oficiales,
especialmente desde que esto comenzó a depender de caracte-
rísticas extrañas al movimiento, tales como tener un estatuto y
ser una asociación formalmente organizada.
Éstos eran los temas en torno a los que se concentró el
debate dentro del movimiento de mujeres en los primeros años.
En otro lugar (Pitch. l 983a, 1985) he analizado más detenida-
mente los argumentos de los impulsores de la nueva ley y el
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 269

trasfondo político y social dentro del que la campaña se desa-


rrolló e involucró a grandes cantidades de mujeres, una gran
proporción de las cuales, hasta ese momento, había permane-
cido fuera del movimiento feminista. No hay duda de que fue
este sector del movimiento, favoni.ble a la presentación del pro-
yecto como el arma principal de lucha contra la violencia sexual,
el que tuvo el perfil público más alto, fue más influyente en las
políticas oficiales y tuvo mayor capacidad de movilización. Desde
la asistencia de militantes a los juicios por violación, pasando
por la escritura del proyecto de ley y la organización del petitorio,
al auspicio de grandes manifestaciones, al sostenimiento de una
red de relaciones con miembros de las comisiones parlamenta-
rias, el comité auspiciante de la iniciativa popular para una
nueva ley sobre violación ciertamente no introdujo en el femi-
nismo italiano ninguna "nueva forma de política" -por el con-
trario, fue frecuentemente acusado de reforzar complaciente e
impensadamente las reglas tradicionales del juego- pero, al
menos, brindó un marco a los deseos de acción política de mu-
chas mujeres para la persecución de un objetivo "simple'', ya
traducido en términos políticamente negociables y del que el
logro sería fácilmente comprobable.
Si bien éste era un aspecto del éxito de la campaña, tam-
bién estaba vinculado al hecho de que su objetivo era una mo-
dificación de la ley penal y aquí me remito al análisis ya desa-
rrollado en al Capítulo 4, concerniente a la simplicidad del
objetivo, su fuerte valencia simbólica, su puesta entre parénte-
sis y simultánea evocación del grupo de problemas del que ha
devenido en símbolo.

6. E/ miedo a los varones


La segunda fase coincide con la presentación y el trámite
en el Parlamento, en octubre de 1984, del texto recientemente
analizado del proyecto de reforma legal modificado por la co-
misión legal parlamentaria y retrasado por la caída del gobier-
no anterior, y su s¡guiente pasaje al Senado en 1985.
Este proyecto, como aquel del cual derivaba, recogió mu-
chas de las propuestas de la iniciativa popular de reforma le-
gal. Además del reemplazo del Título XII del Código Penal Ita-
liano (delitos contra la persona). contempló la persecución
obligatoria en todos los casos, la unificación en una única ma-
270 TAMAR PITCH

teria de la violación y del abuso deshonesto, juicios sumarios a


puertas abiertas, el delito específico de violación grupal y la
iniciación de acciones civiles (de indemnización) por asociacio-
nes y movimientos. Mantuvo, sin embargo, en contraste con la
iniciativa popular de reforma legal original. el tema de la viola-
ción presunta en el caso de actos sexuales que involucren a
menores de 14 años o entre 14 y 16 años cuando el ofensor era
el padre o el guardián, a menos que fuera un caso de actos sexua-
les consensuales entre menores con una diferencia de edad de
no más de cuatro años.
Pero la ley que fue finalmente aprobada por la Cámara (con
el voto en contra del Partido Comunista, la Izquierda Indepen-
diente y la Democracia Proletaria) difería del proyecto de la co-
misión parlamentaria en varias cuestiones fundamentales. Man-
tuvo, de hecho, la querela di parte (procedimientos iniciados
por la víctima) en el caso de violación entre esposos o convi-
vientes, introduciendo este estándar doble en el derecho italia-
no por primera vez. Reintrodujo la presunción de violencia en
casos de relaciones sexuales entre menores aun cuando los
participantes sean de la misma edad, y en el caso de relaciones
sexuales entre incapaces y enfermos mentales, y negó el dere-
cho de la acción civil a los movimientos y asociaciones.
El trámite de esta ley también reanimó el debate entre las
mujeres. En este debate algunos de los elementos de la fase
previa desaparecieron. Primero, se sintió mucho menos la dis-
tancia entre el feminismo y las "instituciones", entre el adentro
y el afuera. La creación de un grupo interparlamentario de
mujeres como un protagonista en las luchas en la Cámara y en
el Senado sobre estos temas, tendió a funcionar como un enla-
ce. El movimiento ya no podía ser concebido o funcionar como
un "actor", sino más bien como una cultura difusa, una diversi-
dad de iniciativas. De esta manera la política, las instituciones
públicas y la arena social, en general, devinieron un campo de
experimentación. Una influyente teoría feminista sostuvo que
fue precisamente el involucramiento de las mujeres en el "inter-
cambio social" lo que condujo a la experiencia de su propia
diferencia irreductible que, si bien emergía como "malestar en
el intercambio social", era en realidad un recurso si se utiliza-
ba para construir relaciones verticales entre las mujeres, lina-
jes femeninos indispensables para un proyecto de "inscripción
simbólica de la diferencia sexual (véase Libreria delle donne di
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 271

Milano, 1983). Aunque este tipo de desarrollo teórico provino


de la experiencia de un grupo particular -en este caso la Libreria
delle Donne di Milano- no obstante encontró una amplia difu-
sión porque valorizaba, más que estigmatizaba, la participa-
ción de las mujeres en el "intercambio social". Si bien malen-
tendido por muchos como un estímulo para la búsqueda de
afirmación y de éxito social, transformaba sin embargo en algo
positivo la demanda difusa de las mujeres de "existir", de "con-
tar", partiendo de los resultados de Ja emancipación en lugar
de continuar lamentando los efectos de la opresión.
De este modo, "ensuciarse las manos a través del lnvolu-
cramlento con el sistema legal" ya no fue un punto de conflicto
(al menos, no un punto fundamental), aun si Ja ley involucrada
era una ley penal. Antes bien, mientras las actitudes hacia el
sistema de justicia penal perdieron sus connotaciones de des-
confianza y de rechazo heredadas de la tradición radical de los
'60 y los '70, comenzó aquí una reflexión sobre la naturaleza
del derecho que algunos años después resultó en la idea de un
"derecho de género".
La cuestión de Ja naturaleza de Ja violación continuó sien-
do, sin embargo, un tema importante durante esta fase. Devino
interconectado con cuestiones que emergieron de los conflictos
durante el trámite del proyecto a través del Parlamento y la
evaluación de sus resultados. No existían dudas de que el con-
flicto político había simplificado y rlgldizado Ja reflexión sobre
la sexualidad, reduciéndola dentro de los confines de posicio-
nes partlsanas. Por un lado (entre Jos liberales y la izquierda).
Ja defensa del sexo "bueno" -no violento, Igualitario-, en el
que también había un lugar para relaciones sexuales entre me-
nores, entre discapacitados y entre enfermos mentales. Por el
otro (entre los católicos y Jos conservadores). el ataque a la
permisividad sexual como Ja causa real de Ja violencia.
Es posible rastrear aquí el funcionamiento de dos princi-
pios diferentes. La posición "de izquierda" está inspirada por el
principio de que la libertad existe en Ja ausencia de constreñi"
mientos, que Ja primera excluye a Jos segundos, y que el deber
del derecho (del Estado) es puramente el de la intervención en
caso de constreñimientos probados, mientras que, inicialmente,
debe presumirse que existe libertad (libre elección). La posición
católica y conservadora subordina el ejercicio de la libre elec-
ción a ciertas condiciones: es una posición sustancialista que de
272 TAMARPITCH

ningún modo puede hacer suyos algunos de los argumentos fe-


ministas. Así, la libertad no puede ser presumida en el caso de
aquellos que son desventajados estructuralmente (menores, In-
capaces); el Estado tiene el deber de intervenir con medidas de
prevención y protección; debe presumir el constreñimiento so-
bre la base de las características de los actores, más que de las
acciones. El formalismo liberal entra en conflicto con la casuística
del sustanclallsmo conservador que puede sostener tanto la ne-
cesidad de mantener la presunción de violencia en el caso de
relaciones sexuales entre menores, como los procedimientos Ini-
ciados por la víctima en el caso de esposos y convivientes, por-
que aquí el valor principal no es la protección de los débiles,
sino la protección de la familia.
La reducción de las reflexiones sobre la sexualidad a estos
dos polos fue lo que algunas mujeres consideraron el peor re-
sultado de la campaña feminista contra la violencia sexual (véase
Bocchetti, 1984). Por un lado, el buen sexo contrapuesto a la
violencia; por el otro, la moralidad del (buen) sexo de la familia
contrapuesto a la permisividad sexual. La ambivalencia de las
relaciones heterosexuales, de amor y atracción de las mujeres
hacia los hombres, sumada a la cada vez más aguda verifica-
ción de que las mujeres temen a los varones, fue señalado como
lo que impide que las mujeres profundicen sus reflexiones so-
bre la (he tero )sexualidad.
"Porque mientras en el caso del aborto era en úl-
tima instancia un problema de confrontación con los
no-natos, con aquellos que no tienen capacidad ni tiem-
po suficiente para obtener amor, en el caso de la vio-
lencia sexual es necesario confrontar y tomar distan-
cia de aquellos que ya existen. Aquí el discurso de la
diferencia sexual deviene doloroso, amenaza con la
soledad y la esterilidad ... Las mujeres saben que una
reflexión sobre la Violencia sexual dilataría a lo largo
de todas sus vidas como una gota de tinta sobre una
pieza de papel secante, y ellas se resisten a enfrentarla
para mantener una forma de supervivencia que, aun
siendo brutal, les permite hablar, compartir activida-
des, ir al cine o simplemente conservar el buen humor
en el mundo masculino de todos los días. " 137

131 Bocchettt, 1984, p. 6.


RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 273

La lucha por la ley sobre violencia sexual puede, de este


modo, ser visualizada como una fuga para no encontrarse
inmersas en una refleXión tan abrumadora.
Los sostenedores de la iniciativa popular para la ley sobre
violencia sexual, por su parte, aunque continuaron defendién-
dola como un instrumento "que ha hecho posible la apertura a
lo largo del país de un proceso enorme de creciente concienti-
zación acerca de la naturaleza de la sexualidad y de la violencia
sexual" (Intervención del comité auspician te de la ley sobre vio-
lencia sexual, 1986), sintieron la necesidad de proponer una
refleXión sobre la naturaleza de la sexualidad que se distinguie-
ra tanto del resultado conservador del debate en el Parlamento
como de las posiciones de las disidentes, frecuentemente acu-
sadas de complicidad con el "patriarcado". Fue en esta refleXión
que resurgieron, principalmente, las contradicciones entre las
concepciones de la violencia sexual y la lucha por un cambio en
el derecho penal. La violencia sexual fue aquí considerada
sexual, resultado de una violenta heterosexualidad "falocrática",
en la que el placer es derivado de la opresión y la humillación
de la mujer. Una heterosexualidad dominante que, con la "revo-
lución sexual" de los últimos veinte años, se ha difundido cada
vez más y se ha vuelto más amenazante: la libertad sexual fue
redefinida en esta reflexión como el acceso masculino indiScri-
minado al cuerpo femenino (véase Intervención, ídem). Sin em-
bargo, si la violación de ninguna manera es concebida como
una forma de desviación, sino, por el contrario, como una prác-
tica normal y la forma simbólica de las relaciones sexuales en-
tre varones y mujeres, lqué sentido y qué función puede cum-
plir un derecho penal que pudiera sólo distinguir entre violación
y heterosexualidad normal? Si nunca podemos hablar de libre
consentimiento a las relaciones sexuales por parte de la mujer,
lcuál podría ser la importancia de un derecho penal cuyo con-
cepto de delito parta, precisamente, de la ausencia de consenti-
miento?
El proyecto de ley tratado en la Cám¡tra prosiguió a la Co-
misión de Justicia del Senado, que reintrodujo la persecución
obligatoria aun en el caso de violencia sexual entre esposos o
convivientes. En el verano de 1986 el debate en la Cámara fue
bloqueado por una discusión sobre esta enmienda. La caída
del gobierno significó también la caída del proyecto.
274 TAMAR PITCH

7. Pieta l'e morta: derecho de género


Una nueva fase se abrió con el nuevo Parlamento. Toman-
do la iniciativa, las mujeres del Partido Comunista, el Partido
Socialista, la Izquierda Independiente, y los socialdemócratas,
electas para la Cámara de Diputados redactaron un proyecto
entre cuyos firmantes incluían, además de algunos "verdes", tam-
bién a una demócrata cristiana, Maria Fida Moro. El nuevo pro-
yecto fue introducido como resultado de un acuerdo entre mu-
jeres que atravesaba las líneas partidarias.
La campana electoral de 1986 se caracterizó por el debate,
que involucraba también al feminismo, sobre la cuestión de la
representación política, luego de que en el interior del Partido
Comunista las mujeres se organizaron en torno a la Carta de
las Mujeres (Sezionejemminile del PCI, 1986), que destacaba
la autonomía femenina dentro del partido, la relación fuerte y
privilegiada con organizaciones femeninas y feministas fuera
de él, y lanzaba el slogan "Dalle donne la forza delle donne" (a
las mujeres la fuerza de las mujeres). Uno de sus resultados
fue la presencia de muchas mujeres en los primeros lugares de
la lista electoral del Partido Comunista y una campana electo-
ral marcada por la apelación "votar mujer".
Los debates y las polémicas se abrieron en torno a esta
interpretación de la política de la representación de la mujer
(véase Bocca-Peretti, 1988). Algunas voces negaban la posibili-
dad y la legitimidad de una "representación de género" en el
proceso político, mientras otras evaluaban positivamente el efec-
to de una representación simbólica de la diferencia sexual como
consecuencia del ingreso en masse de las mujeres en el Parla-
mento. Todo esto, no obstante, era indicativo de un distancia-
miento creciente de la posición, dominante durante los '70, que
predicaba el rechazo del involucramiento directo con las for-
mas y campos de la política tradicional, y correspondiente al
avance de otra posición en la que la alienación tradicional de la
muje,r del proceso político fue reformulada como la base de un
proyecto para la generización del mundo: de una "inscripción
simbólica de la diferencia sexual" en la cultura, en la política y
en la vida social.
Las mujeres electas para el Parlamento en 1986 eran el 10 %
del total de los miembros, el número más alto jamás registra-
do. Pero éste no fue, quizás, el resultado principal del nuevo
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 275

clima político entre las mujeres; desde mi punto de vista, más


importante fue la anulación virtual de la distancia entre las
mujeres miembros del Parlamento (especialmente las elegidas
en las listas del Partido Comunista) y mujeres fuera del Parla-
mento que estaban relacionadas. de distintas maneras, con el
movimiento de mujeres y se identificaban a sí mismas como
feministas. El proyecto de ley sobre violencia sexual constituyó
un ejemplo de esto. Fue redactado por mujeres parlamentarias
y no por éste o aquel partido político, y tuvo como sus interlo-
cutores principales a las mujeres en general y a aquellas del
"movimiento de mujeres" en particular. Existía una fuerte uni-
dad entre las redactoras del proyecto y las organizaciones fue-
ra del Parlamento, más importante aún que la que se originó en
la iniciativa para la reforma legal anteribr. La campaña buscó
desarrollar un acuerdo entre las mujeres que atravesara los
partidos políticos y aunque, naturalmente. las redactoras del
proyecto asumieron la responsabilidad final por él. éste fue pre-
sentado como la puesta en práctica de un mandato preciso con-
ferido a las elegidas por las electoras. Esto contribuyó a la pos-
terior limitación de la autonomía y del margen de maniobra
por parte de las redactoras; como he sostenido en otra parte
(Pitch, 1984). la eliminación de la distancia entre los variados
lugares de acción del movimiento y las formas de mediación y
negociación políticas removió la autonomía de iniciativa de
ambos y confundió sus motivaciones. La mala interpretación,
por parte de las mujeres miembros del Parlamento, de que era
posible hablar en nombre de un movimiento de mujeres su-
puestamente monolítico y unido, impuso una rigidez tan estric-
ta como la de la disciplina del partido.
La propuesta del grupo parlamentario replanteaba nueva-
mente los puntos fundamentales de la iniciativa popular__para
la .reforma legal: la violencia sexual como un delito contra la
persona, la reunificación bajo una categoría única de los deli-
tos de violación y abuso deshonesto, la persecución obligato-
ria, la introducción de la categoría de violación grupal, el juicio
sumario en tribunales a puertas abiertas, la posibilidad de ac-
ción civil de indemnización -sujeta al acuerdo de la víctima-
para asociaciones y movimientos (a condición de que hayan sido
creadas por lo menos dos años antes del caso) que "tengan entre
sus objetivos la protección de los intereses dañados" por la ofen-
sa. También el delito de violación presunta debía ser abolido.
276 TAMAR PITCH

El Senado terminó aprobando una ley que introducía un


doble estándar: la persecución obligatoria en todos los casos
excepto en aquellos que involucraban a esposos o conVivientes,
donde los procedimientos serían iniciados por la víctima. Las
firmantes de la propuesta votaron en contra: a pesar de todo,
este compromiso -en el que fueron derrotados- era mejor
que proponer procedimientos iniciados por la víctima en todos
los casos. La persecución obligatoria fue, de este modo, confir-
mada como una cuestión fundamental de principios por estas
parlamentarias justo cuando las voces femeninas en contrario
devinieron más numerosas y autorizadas. 138
La fuente de muchas de estas voces radicaba en la partici-
pación en la discusión de mujeres que, luego de las polémicas
iniciales, se mantuvieron en silencio por diez años, renuentes a
reconocer directamente las atracciones y los legados de una
política que les parecía puramente reiVindicadora (véase Libreria
delle Donne di Milano, 1987). Pero en diez años, como ya he
puntualizado, muchas cosas habían cambiado. Ya no existía,
entre otras cosas, la alianza tradicional entre las mujeres y los
intelectuales liberales que condujo a muchas a ser públicamen-
te escépticas con respecto al derecho como un instrumento, y a
mantener una distancia con respecto a cualquier cosa que pu-
diera ser vista como una relegitimación del sistema de justicia
penal y que condujo a todas, incluyendo a las promotoras de la
iniciativa popular para la reforma legal. a profesar el propio
desinterés en el castigo y el propio malestar hacia las propues-
tas de una naturaleza explícitamente punitiva.
Precisamente, al mismo tiempo en que el Senado estaba
debatiendo el proyecto más reciente, un periodista de izquier-
da, enviado a cubrir un juicio de violación, declaró su propia
ambivalencia, su propia empatía hacia los acusados, en verdad
culpables, pero también pobres, ignorantes, miserables, en úl-
tima instancia productos distorsionados de una cultura mas-
culina y violenta. Esta vez la respuesta de las mujeres fue inme-
diata y resuelta: basta ya de estas justificaciones y lamentaciones

138 La ley áprobada por el Senado en junio de 1988 reintrodujo además la


violencia presunta en el caso de menores. En la Cámara de Diputados, la
Comisión de Justicia tuvo éxito nuevamente al reintroducir la persecución
obligatoria en todos los casos y disminuir el umbral de la edad en la que se
admiten las relaciones sexuales que tengan lugar entre menores.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 277

que sólo sirven para disimular, para desplazar hacía la "socie-


dad" y la "cultura" la responsabilidad compartida de todos los
varones: si es la sociedad (masculina) la que es violenta, lo que
los bienintencionados varones pueden y deben hacer es exami-
nar su propia responsabilidad y complicidad. Mientras tanto,
en lo que respecta a las mujeres, piet<i l'e morta (la piedad ha
muerto) (Domínijanni, 1988): o, estamos ahora mucho más allá
del tiempo en el que nos tenían como aliadas y subordinadas
en sus luchas ...
Esta fría objetividad, la calma al afirmar la autonomía ple-
na de juicio, procedió de una reflexíÓll''Wºfunda que, bajo el
estandarte de una "teoría de la diferencia sexual", enfatizó la
prioridad de establecer relaciones, reales y simbólica'§, en el in-
terior del propio género, para connotar el propio involucramiento
social y por medio de las cuales tanto evaluar como producir
propuestas y proyectos.
La cuestión de la persecución obligatoria fue esgrimida
otra vez, en aquel entonces, para demostrar de qué manera
consideraciones de principios y coherencia jurídicos (el hecho
de que la persecución obligatoria sea aplicada a todos los de-
litos "serios", de que funcione como un reconocimiento públi-
co de tal seriedad y de que la ofensa castigada sea una ofensa
contra la comunidad toda que preocupa a toda la comunidad)
eran no sólo extrañas. sino que estaban en contradicción con
la experiencia y el pensamiento de las mujeres cuando "partían
de ellas mismas" y se referían y dirigían a sí mismas y a otras
mujeres (véase Libreria delle Donne di Milano, 1988, p. 1). El
argumento de que la persecución obligatoria es una protec-
ción mejor para la mujer en cuanto las libera del miedo y del
riesgo de chantaje, tampoco puede ser considerado en armo-
nía con las necesidades de las mujeres. Si bien, se sostuvo, es
verdad que muchas mujeres están atemorizadas de denunciar
el delito y enfrentar un procedimiento judicial, el deseo de
imponerles estas co.Sas sería el acto de una minoría asumien-
do el rol de pedagogo represivo y, en consecuencia, confirman-
do a través de la protección institucional, la debilidad femeni-
na. En este caso, como en todos los otros, la "ruta hacía la
libertad de la mujer" debía más bien ser visualizada como la
construcción de relaciones entre mujeres que le otorguen a la
mujer individual la capacidad y fuerza para decidir la utiliza-
ción, o no, del derecho penal.
278 TAMAR PITCH

Existían, en consecuencia, tres elementos para el rechazo


de la persecución obligatoria: es demandada por algunas muje-
res "en nombre" de todas las mujeres, aunque tal representati-
vidad no puede de hecho presumirse; presupone y confirma la
debilidad de la mujer; y entra en conflicto con la autodetermi-
nación.
Esta posición sostuvo un distanciamiento del derecho pe-
nal existente, ya no en términos de una crítica radical a "las
instituciones" -o de un alejamiento de ellas-, sino más bien
desde el punto de vista de dos objetivos interrelacionados: la
construcción de relaciones normativas entre mujeres y la fun-
dación de un derecho "de género".

8. Breves instrucciones para el uso


del pensamiento feminista italiano
Este tipo de argumento tiene sus raíces en lo que en Italia
es llamado la "teoría de la diferencia sexual". En realidad, teo-
ría es una muy mala traducción para "pensiero", una palabra
que alude a los procesos interrelacionados de reflexión sobre
la propia práctica política e inversamente, de involucramiento
en la práctica en base a la propia reflexión. La "teoría" de la
diferencia sexual no es una teoría -no sólo en el sentido de
que presupone una práctica, sino también en que no constituye
un cuerpo de conceptos unitario y menos aún sistemático-.
También, aunque la noción de diferencia sexual fue ampliamente
adoptada por el feminismo italiano, ha sido interp1 etada y usa-
da de maneras diferentes y, algunas ireces, hasta contradicto-
rias. Como aquí no estoy tratando de describir y discutir las
variantes del feminismo italiano, sólo indicaré los que conside-
ro los significados prevalecientes de esta noción y, especialmente,
aquellos que tuvieron un impacto sobre la manera en que las
feministas italianas enfrentaron el tema de la ley de violación
en ese n:iomento. Aquí sólo quiero destacar algo que pienso que
es peculiar del pensamiento feminista italiano: en general, y
especialmente en sus apariencias más sofisticadas, está basa-
do en. y se refiere a, prácticas políticas. Es producido por estas
prácticas y a su vez las produce. El feminismo académico es
virtualmente inexistente, más allá de una floreciente historia
de las mujeres. El pensamiento feminista en Italia es político
no solamente porque aborda temas reconocidamente políticos
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 279

(de hecho, con frecuencia no lo hace). sino más bien porque


nunca está separado de algún tipo de práctica política. La prác-
tica de la diferencia sexual es. al mismo tiempo, su "teoría" o
más bien. lo que la teoría y la práctica de la diferencia sexual
deben producir es ... diferencia sexual. Aunque. como he dicho.
la diferencia sexual ha venido a connotar prácticas diferentes.
la asunción subyacente es que aboga por una práctica política
que está caracterizada por el establecimiento de relaciones rea-
les y simbólicas privilegiadas entre mujeres. A través de estas
relaciones cada mujer trata con el mundo. sea el mundo coti-
diano del trabajo. el de las relaciones políticas tradicionales
(p. ej .. en el interior de un partido político o de un sindicato). o
el mundo de la "cultura". la ciencia y el arte. Estas relaciones
median entre la mujer singular y el resto del mundo: constitu-
yen al mismo tiempo su práctica política y su fuente de reflexión
sobre ésta y el mundo. Un enfoque de la diferencia sexual invo-
lucra una práctica "separatista", pero no una vida separada: en
realidad, ha sido desarrollado como una manera de habilitar a
las mujeres para participar completamente (y aun "tener éxi-
to") en el mundo "mixto" de su elección. sin dejar de ser muje-
res identificadas con las mujeres.
Estoy hablando aquí del pensamiento feminista italiano:
el movimiento de mujeres en Italia es otra cosa. es algo mucho
más variado y fragmentado. Como dije antes. "movimiento" no
es el concepto más apto. evocando como lo hace a alguna cosa
unitaria, o, al menos. considerándolo como tal, un actor colec-
tivo. Tal cosa ya no existe: hay cuestiones feministas diversas y
prácticas feministas dislocadas a lo largo del campo social y
político. No todas han adoptado un enfoque de la diferencia
sexual, y algunas de ellas están fuertemente en desacuerdo con
su práctica política. No obstante, la diferencia sexual es lo que
caracteriza al pensamiento feminista italiano (aunque, repito,
en versiones diferentes). Y un enfoque de la diferencia sexual
ha sido muy infiuyente en la reorientación de las políticas femi-
nistas hacia la legislación sobre violación y en hacer posible el
desarrollo del tema del "derecho de género".
Las interpretaciones prevalecientes y más influyentes de la
diferencia sexual no la visualizan, simplemente, como una con-
dición social e histórica -como el resultado de una opresión
que debe superarse-. ni puramente como un dato ontológico
asocial y ahistórico -y. por lo tanto. invariable-. Más bien es
280 TAMAR PITCH

visualizada como un dato original tanto como un objetivo polí-


tico, en el sentido de que se entiende que la presencia original
de los dos sexos ha sido cancelada por una historia que ha
visto al sexo/ género masculino imponerse no sólo como domi-
nante sino como exclusivo, el estándar universal que ha dado
su significado al lenguaje, al pensamiento y a la historia huma-
nos. La obliteración del género femenino es, en esta concep-
ción, un hecho histórico: es cuestión, entonces, para las muje-
res, de reafirmar en todos los niveles la existencia simbólica y
social de dos géneros.
Para que esto suceda, sin embargo, es necesario, en pri-
mer lugar que las mujeres se reconstituyan como un género
que, en y para sí mismo, "otorgue valor", es decir que ellas
empiecen a brindar valor a sus propias experiencias e institu-
yan relaciones, horizontales y verticales, concretas y simbóli-
cas, que les permitan tener autonomía de evaluación y de jui-
cio, y por medio de las cuales sean capaces de reconocer
autoridad en cada una de las otras y de mediar. entre ellas y la
realidad social. Esto implicaría que la anarquía de las relacio-
nes sociales entre las mujeres, cuando estas relaciones -están
gobernadas por varones, debe ser superada: la elaboración de
regla~ para estas relaciones es considerada una precondición
necesaria para enfrentar el problema de las reglas para las re-
laciones entre géneros (véase Diotima, 1987; lrigaray. 1985).
Éste es el contexto en el que la idea del derecho de género
está situada. Se considera que el derecho actual abastece la
existencia de un sexo/ género singular y deniega para las muje-
res el status de sujetos, reabsorbiéndolas en un individuo "neu-
tro" que es fácilmente revelado como una construcción de las
experiencias y los intereses de (ciertos) varones. o relegándolas
a esferas particulares, tales como la familia o la maternidad, a
través de una legislación protectora que confirma el status de
las mujeres como apéndices y subordinadas a los varones (para
un análisis del Código Penal italiano que arriba a consideracio-
nes similares, véase Virgilio, 1987). El derecho existente, en-
tonces, regula los conflictos entre intereses masculinos. No
puede regular el conflicto entre los sexos dado que el sexo fe-
menino no es reconocido.
Un derecho de género, de acuerdo con esta concepción,
puede en el presente solamente surgir de juicios y procedimien-
tos legales (Campari-Cigarini, 1989), porque es ahí donde las
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 281

relaciones significativas entre mujeres -clientas, abogadas, jue-


zas_:_ pueden ser establecidas, de forma tal de conducir a un
conocimiento de las exigencias e intereses de las mujeres que
podrá formar las bases para una creación independiente de nor-
mas. Se considera. hasta el momento. que este conocimiento y
esta práctica han llevado a Ja elaboración de algunos principios
que son considerados elementos esenciales de un derecho de
género (véase Campari-Cigarini, ídem). Estos principios pue-
den ser visualizados en relaciones variad.as con el derecho mas-
culino: de autonomía, convergencia o conflicto. Un ejemplo de
principios autónomos sería Ja inscripción en el derecho del prin-
cipio de inviolabilidad del cuerpo femenino; un ejemplo del
principio confllctual podría ser la legislación relacionada con
las relaciones entre esposos y miembros de Ja familia; un ejem-
plo de un principio convergente "puede ser Ja legislación para
la represión de la violencia sexual". Aquí, en realidad. el dere-
cho masculino interviene con una ley "reprimiendo el delito para
proteger el desarrollo ordenado de las relaciones entre ciuda-
danos" (presumiblemente varones). mientras el derecho feme-
nino garantizaría Ja inviolabilidad de los cuerpos de las muje-
res:
A través de la valorización de la genealogía feme-
nina, de la responsabilidad de Ja madre hacia su pro-
pio sexo, en consecuencia hacia el sexo de la mujer
violada, la no solidaridad con el hijo violador como
una expresión de la autoridad maternal ejercitada en
nombre de su propio sexo. 139
Retornando a los temas tratados hasta este momento: las
feministas no deberían estar involucradas, de acuerdo con esta
línea de argumentación, en una lucha por el reconocimiento de
las mujeres como "personas", definidas como tales en términos
de un derecho penal cuya naturaleza de género permanece oculta
dentro de Ja neutralidad aparente de Ja jurisprudencia masen-

39
t Curiosamente. sólo un par de años después de que esto fuera escrito, urta
película de TV italiana proyectada en la TV pública narró una historia que
desarrollaba este mismo tema. Durante un juicio de violación, luego de
que los abogados del acusado hubieron usado todo el repertorio denigran~
te usual contra la víctima, la madre del acusado apareció para denunciarlo
y ayudar a la víctima.
282 TAMAR PITCH

lina, sino que ellas deberían trabajar para la reintroducción


como un principio constitucional del derecho a la inviolabili-
dad del cuerpo femenino. El derecho penal debería, entonces,
recuperar completamente su significado real y su función de
regulación de los conflictos entre los hombres, interviniendo
para castigar el comportamiento masculino. Las mujeres, sin
embargo, contribuirían al restablecimiento del orden amenaza-
do por la violencia sexual por medio de reglas (y presumible-
mente, de prácticas) orientadas al reforzamiento de la priori-
dad de la responsabilidad de cada mujer hacia todas las otras,
como para conducir a la sustracción del apoyo y de las relacio-
nes afectivas a los varones violadores.

9. Responsabilidad y sujetos
El pensamiento resumido brevemente más arriba, parece
cortar el nudo gordiano del problema acerca de si la violencia
sexual es sexo o violencia, y la cuestión asociada de la naturale-
za del consentimiento, la extensión de la autodeterminación, el
significado de la libertad de las mujeres y de los temas políti-
cos relacionados a ella. Esto es a causa de que el punto de par-
tida no es el análisis de las relaciones particulares entre varo-
nes y mujeres, sino el postulado de la libertad de las mujeres
como emergente de la construcción de relaciones privilegiadas
entre las mujeres mismas. La cuestión del consentimiento y la
autodeterminación es desplazada o, más bien, deviene fluida y
política. Ya no está relegada al reino de los "derechos natura-
les", pero tampoco es enteramente ficticia, como argumentan
aquellos que ven al consentimiento para (y a los placeres de) la
heterosexualidad puramente como el resultado de la domina-
ción. Más bien es entretejida con el crecimiento, práctico y sim-
bólico, de un "mundo común de las mujeres" ("mundo común"
es una noción desarrollada por Hannah Arendt y se refiere a
aquel espacio público construido por individuos únicos, con-
cretos, enfrentándose cara a cara: es el reino de la política, que
recupera su significado griego del sitio para el ejercicio de la
libertad y la realización plena de las propias capacidades po-
tenciales). Sólo cuando este mundo común comience a tomar
forma es posible pensar en un desarrollo de normas reguladoras
de las relaciones entre éste y el mundo masculino. Esto signifi-
ca, también, que es sobre la base de la formulación de este
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 283

mundo común que las percepciones de las relaciones entre los


sexos cambian y las condiciones del "consentimiento" son trans-
formadas. (Para un desarrollo de los problemas que esto plan-
tea para la criminología y la sociología del derecho "'críticas",
véase Pitch, 1985.)
Para retornar a la cuestión de la violencia sexual, el tema
es, precisamente, como he dicho, situar el consentimiento (para
la heterosexualidad) dentro del cambio de las percepciones de
las mujeres, consecuente con el cambio de la política de las
mujeres. Pero en otro nivel, el de las relaciones entre mujeres y
varones, implica la identificación del consentimiento, no como la
"campana proclamando la libertad natural" (Vega, 1988, p. 84)
-como en la concepción que separa el sexo de la violencia-, ni
como el signo de una colonización total -como en la concep-
ción en la que la heterosexualidad es en sí misma violencia-,
sino más bien como entrelazado con la dominación, de modo
que su interpretación y su modo de expresión estén relaciona-
dos con los cambios en las relaciones entre mujeres y varones,
en gran parte hoy dependientes de la política autónoma de las
mujeres. Esta política tiene, entonces, que ser interrogada no
sólo con respecto a las premisas desde las que parte, sino tam-
bién con respecto a sus consecuencias.
En lo que respecta a la ley contra la violencia sexual, se
encontraron y entraron en conflicto dos posiciones. La prime-
ra, responsable de la iniciativa popular para la reforma legal y
~a campaña sucesiva, escogió usar el escenario ofrecido por el
derecho penal para significar en una forma pública y dramática
la presencia política de las mujeres, la seriedad del problema
bajo examen y la responsabilidad de los varones por el proble-
ma. Los contenidos del proyecto (y sobre todo el tema de la per-
secución obligatoria) fueron coherentes con estos objetivos. Esto
significó la consideración de la violencia y la heterosexualidad
como separadas, distinguibles, visualizando al consentimiento
y a la coerción como mutuamente excluyentes, removiendo del
acto de violencia sexual las connotaciones de género y sexuali-
dad: en una palabra, procediendo sobre las bases de un pro-
yecto de igualdad legal con los varones a través del reconoci-
miento solemne de las mujeres como "personas" legales. La
naturaleza problemática de las relaciones entre varones y mu-
jeres era evadida en su reducción por el derecho penal a una
cuestión de violencia ejecutada por un varón individual sobre
284 TAMAR PITCH

una mujer individual; la responsabilidad del varón (de la socie-


dad masculina) aunque frecuentemente afirmada, se concentró
en el ofensor individual. La "libertad" de las mujeres que sería
confirmada por el principio de consentimiento, permaneció, sin
embargo, ahistórica y el único status disponible para la mujer
fue el de víctima que, en el proceso legal, corría el riesgo de
devenir una confirmación de la pasividad.
La segunda posición, que se tornó clara con el paso del
tiempo, partía del rechazo de la legislación directa y se focalizaba
sobre dos propuestas, consideradas interconectadas: la priori-
zación de los procedimientos legales como un área en la que las
necesidades de las mujeres podían emerger a través de la me-
diación de relaciones entre mujeres (clientas, abogadas, juezas)
y el desenvolvimiento de prácticas conducentes al desarrollo
por las mujeres de un sentido de responsabilidad recíproca.
Esto, a su vez, implicó la construcción de un terreno en el que
las mujeres podrían elegir si deseaban contender o no a través
de procedimientos legales, y juntas podrían contribuir a enfren-
tar el problema de la violencia sexual por medio de una inte-
rrupción de las relaciones existentes entre los sexos (sustrac-
ción del apoyo al hijo, hermano, marido). En lo que respecta al
contenido de la legislación, los procedimientos iniciados por la
víctima podrían sólo ser preferidos como un dispositivo que,
dejando a la mujer individual la elección acerca de denunciar o
no, estimularía a otras mujer~s para crear las condiciones que
lo hagan posible.
Siguiendo la primera posición hasta sus consecuencias
extremas, podríamos decir que aquí la pers.ecución obligatoria
(y la lógica de la que deriva) es considerada un instrumento
para la producción de responsabilidad entre los varones; una
responsabilidad, sin embargo, que se extiende sólo en la medi-
da de la imputación penal y denota una remisión de las conse-
cuencias de un acto a un actor, pero que no implica la necesi-
dad de tomar responsabilidad por las causas fundamentales y
las consecuencias de un acto más allá de las de su represión
legal. Como ya se dijo, las víctimas de aquel acto son protago-
nistas colectivos hasta el momento en el que es reconocido como
un delito, punto en el que inmediatamente se transforman en
pasivas, simplemente los fundamentos (en el mejor de los ca-
sos) para la atribución de responsabilidad individual.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 285

De acuerdo con la segunda posición, los procedimientos


iniciados por la víctima (y la lógica de la que forman parte)
deben ser entendidos, por el contrario, como un instrumento
para la producción de responsabilidad entre las mujeres: una
asunción de responsabilidad que significa reconocer, si no las
raíces de la violencia, ciertamente sus consecuencias para la
mujer y tiene por lo tanto un sentido interactivo, c<1mo un tipo
deresponsabilidad que protege las relacloneá personales (véa-
se Gilligan, 1987). El protagonismo femenino aquí no está vincu-
lado ·al status de víctima y no se agota, en consecuencia, en el
reconocimiento de una cierta acción como delito. Está más bien
conectada al imperativo derivado de esta asunción de respon-
sabilidad, y se manifiesta tanto dentro como fuera de los tribu-
nales.
En esta perspectiva, sin embargo, la cuestión de la respon-
sabilidad de, y la asunción de responsabilidad por, los varo-
nes, permanece en las sombras, delegada por un lado al funcio-
namiento de los aparatos del "derecho masculino" y, por el otro,
a la imposición de una autoridad femenina en las relaciones
afectivas. El "derecho de género", en esta versión, no evita el
derecho penal, pero lo delega a los varones. Vislumbro aquí el
riesgo de meramente apoyar la existencia de dos lógicas dife-
rentes constitutivas de los sujetos masculino y femenino: la
primera confiada al desarrollo de una responsabilidad vincula-
da exclusivamente a la "propiedad" del acto, sustanciada por
derechos que definen a la libertad individual en términos "ne:
gativos"; la segunda entregada al desarrollo de una responsabi-
lidad relacional, tendiente a la tutela y la obligación. Una inte-
resante investigación en psicologí¡¡ social (véase nuevamente
Gilligan, 1987) ha afirmado que estas dos lógicas diferentes
son efectivamente rastreables en -y encarnaciones de- las
distintas éticas, la de los derechos y la de la responsabilidad;
sin embargo, esto sólo pospone el problema de cómo estas dos
lógicas son capaces de interactuar y converger de manera tal
que garantice al sujeto femenino la libertad para disfrutar sus
derechos como una mujer, y que los varones integren una res-
ponsabilidad relacional en su propia construcción como suje-
tos. La delegación al derecho penal del poder de resolver con-
flictos entre los varones, corre el riesgo de restablecer en otra
forma la supuesta dicotomía tradicional entre "comunidad" y
"sociedad" y las lógicas diferentes que se dice que las inspiran,
286 TAMAR PITCH

sin sujetar la naturaleza y función legales del derecho penal


mismo a un análisis crítico, corno si ellas no fueran de interés
para la mujer. 14º
Sabemos, además, que hasta ahora las mujeres han vivido
en un mundo elaborado en términos masculinos, por ello el
proyecto de "generizar" ese mundo no puede evitar tomar en
consideración el hecho de que, precisamente, vivimos en un
mundo de relaciones entre los sexos y lo que decidamos no
discutir, no pm ello deja de existir y tener consecuencias. Tam-
poco está el derecho penal en vigor sólo para los varones: el
uso del proceso legal demuestra que puede ser útil también
para las mujeres. Pero lo opuesto también vale: no deja de te-
ner consecuencias para la mujer qué tipo de derecho penal está
en vigor en una sociedad particular, y qué cuerpo específico de
derecho regula las relaciones de violencia entre los sexos.
Finalmente, ambas posiciones tienen que enfrentar el po-
tencial simbólico del derecho penal, porque mientras éste, como
ha sido sostenido en otro capítulo, puede establecer la inocen-
cia de la víctima, lo hace al costo de confirmar el status abs-
tracto y universal de la noción de víctima y la construcción de
la victimización como el resultado de la interacción entre dos
partes rígidamente separadas y caracterizadas sólo por la ino-
cencia (y la pasividad) de una y la culpabilidad (y la actividad)
de la otra. ¿gué espacio queda aquí para afirmar y perseguir la
diferencia sexual? Por otro lado, ¿son suficientes los procedi-
mientos iniciados por la víctima y un énfasis sobre los procedi-
mientos legales, sin atacar las bases constitucionales del dere-
cho penal mismo (suponiendo que sea posible). para construir
un proyecto de la libertad de las mujeres distinguible del "con-
sentimiento", como era concebido en la tradición política libe-
ral y simbólicamente afirmado en el derecho penal?

14 º En términos diferentes, la dicotomía ha sido afirmada por Heidensohn,


1986, cuando ella demanda una justicia diferente para la mujer. Véase la
respuesta de Daly, 1989; también, Klein, 1988, 1991. Klein sugiere que, al
enfocar la cuestión de la justicia penal desde el punto de vista de la mujer,
tomamos en consideración al mismo tiempo a las mujeres autoras de deli-
tos y a las mujeres víctimas de delitos. Considero a este enfoque muy fruc-
tífero, en la medida en que permite plantear el tema de la responsabilidad
y, consecuentemente, el de la justicia, de modo tal de superar la dicotomía
entre responsabilidad relacional y abstracta y la "rehabilitación" y el "cas-
tigo". Desarrollo más este argumento en Pitch, 1992.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 287

El caso de la violencia sexual me parece particularmente


indicativo -aunque más no sea- de la imposibilidad de la
"normalización", de la irreductibilidad de este delito a un de-
lito como todos los otros, no sólo desde el punto de vista de la
mujer -porque es. en última instancia, un delito sexual y de
género-, sino también desde el punto de vista del derecho pe-
nal mismo, porque es el único delito que deviene tal si es así
nombrado por la víctima. La cuestión del consentimiento es fun-
damental, también, porque es sólo su ausencia (de la que sólo la
víctima puede testificar) lo que torna a este delito un delito. Sa-
bemos cuánta ambigüedad hay en este consentimiento y que debe
ser entendido y situado en un contexto de poder. Sin embargo,
cuando el consentimiento está inscripto en el derecho penal pierde
su ambigüedad con la consecuencia práctica -sumada a los
efectos simbólicos- de permitir de hecho un juicio a la vícti-
ma, la única persona capaz de decir si tuvo lugar un delito.
Existen correctivos posibles a este mecanismo, 141 pero no pue-
de sino continuar siendo central.

1O. Menos derecho


En 1989 fue sancionado un nuevo Código de Procedimien-
tos Penal. Los procedimientos penales italianos pasaron de ser
inquisitivos a ser (más o menos) acusatorios. Algunas de las
medidas contenidas en el proyecto fueron, en consecuencia, tor-
nadas obsoletas (el juicio sumario, la constitución de asociacio-
nes para la compensación civil, Ja introducción de la negociación
de la pena y los cambios en el rol de la parte ofendida).
En este punto, hasta las más firmes feministas sostenedo-
ras del proyecto presentado por las mujeres parlamentarias
concedieron que se requería una revisión de su posición origi-
naria. Las dudas concernían no sólo a la ley contra la violación,
sino también al uso de los instrumentos legales para lograr di-
fundir y ampliar la libertad de la mujer.

141 Una exposición sobre la igualdad en el derecho como, simultáneamente,


presupuesto y prescripción, regla y decisión, puede encontrarse en Resta,
1985. La tensión establecida entre los dos aspectos no es sólo lo que signi-
fica la copresencia y el conflicto entre la igualdad formal y (o las políticas
dirigidas a) la igualdad sustantiva puede ser útilmente explorada en rela-
ción a un proyecto para un derecho de género.
288 TAMAR PITCH

Nuestro Parlamento actual (electo el 5/4/1992) es muy di-


ferente a los parlamentos pasados: el Partido Comunista se di-
solvió y su sucesor (PDS, el Partido Democrático de Izquierda),
obtuvo sólo el l 7 % de los votos, las formaciones políticas de
derecha aumentaron su electorado: las viejas alianzas son difi-
ciles, las nuevas imposibles. Hasta ahora el proyecto sobre vio-
lación no ha sido planteado en la agenda de discusión. Aquellas
mujeres de la izquierda que han sido reelectas optaron por no
presionar para una discusión rápida, por dos razones
interconectadas. Por un lado, muchas de ellas han comenzado
a compartir las críticas feministas al proyecto; por el otro, te-
men que las fuerzas católicas, ahora las más interesadas en la
aprobación de un proyecto sobre violación, distorsionarán aun
más sus significados y contenidos.
Porque, como en el caso de la prostitución, legislar contra
la violación ofrece la ocasión para aprobar leyes represivas so-
bre el comportamiento sexual y para expresar, en general, una
cultura sexual represiva. Como hemos visto, estas ocasiones
han sido aprovechadas muchas veces durante la historia de los
proyectos sobre violación, en el nombre de la protección de los
débiles e incapaces (violación presunta en el caso del comercio
sexual con y entre menores y personas mentalmente incapaces)
o de la santidad de la familia (el estándar doble, es decir, per-
secución obligatoria en el caso de todas las violaciones, excepto
de aquéllas que ocurrieran entre esposos o convivientes).
Nuevamente surge la cuestión de si es posible legislar so-
bre la sexualidad y las relaciones sexuales, sin ser capturado
en la trampa de censurar a la sexualidad y a las relaciones sexua-
les. Las leyes sobre sexualidad no pueden ser "liberadoras". No
quiero decir que existe alguna forma de sexualidad "auténtica" y
que el derecho y otros discursos necesariamente la "disciplinan"
y censuran. El derecho, la medicina, la cultura, contribuyen a la
construcción de la sexualidad que conocemos (véase Foucault,
1976): pero el derecho, la medicina, la cultura son masculinos
(entre otras cosas), es decir, están penetrados por relaciones de
género. Como estas relaciones cambian, existe la posibilidad
de que otras formas de sexualidad y relaciones sexuales se de-
sarrollen y afirmen. Ciertamente, las luchas feministas para
cambiar las leyes sobre violación surgieron de -y trataron de-
afirmar nuevas relaciones sexuales. Empero, la concentración
sobre el cambio legal no ayuda a este proceso de desarrollo,
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 289

construcción y afirmación. Fundamentalmente, los problemas


y rechazos de estas luchas no deberían ser visualizados sólo
como los resultados de derrotas, de compromisos difíciles, de
una cultura y una sociedad resistentemente machistas. Todo lo
que el derecho puede hacer es registrar el estado actual de las
relaciones de género: cuando se apela a él para establecer los
confines entre el sexo bueno y el malo -como una ley sobre
violación no puede evitar hacer- en tone es impide la posibili-
dad de una posterior elaboración sobre la sexualidad y abre el
cam,ino a una ampliación de la esfera de "sexo malo".
En toda Europa Occidental las leyes sobre violación han
sido enmendadas o se han discutido propuestas de enmienda
en los pasados veinte años a lo largo de líneas similares. Los
resultados son leyes o proyectos que combinan la "normaliza-
ción" de la violación con una extensión de la esfera del sexo
malo. La violación es definida como un delito contra las perso-
nas, cuyos autores y víctimas pueden ser tanto varones como
mujeres; las normas "protectoras" anacrónicas (seducción) son
abolidas; se elimina usualmente la distinción entre violación
"propia" y otros actos sexuales violentos; se extiende el área de
la "violación presunta" (violación establecida por la ley) y se
introducen nuevos delitos sexuales (leyes sobre pornografía, por
ejemplo). Paradójicamente, aunque las referencias explícitas a
la mujer desaparecen, tenemos leyes que una vez más constru-
yen a la sexualidad de la mujer (y a la mujer como tal) como
necesitada de protección, similar en esto a los niños y a los
enfermos mentales. Pero es precisamente la desaparición de
actores de género como autores y víctimas lo que facilita este
resultado. Estas normas están, en principio, diseñadas para
defender la "libertad sexual" de cualquiera, de am,enazas que
pueden provenir de cualquiera. Por otro lado, existe una serie
de normas articuladas para proteger "al débil" del sexo coerci-
tivo, donde la coerción es presumida precisam,ente sobre la base
de "la debilidad" de las supuestas víctimas. Dado que es el va-
rón quien viola y dado que viola a una mujer (u, ocasionalmen-
te, a otro varón, con eso "reducido" a una posición femenina).
la "libertad sexual" que es defendida es la de las mujeres, he-
cha análoga a la "libertad sexual" de quienes se presume que
nunca pueden ser libres para "consentir".
Sin embargo, por supuesto, la cuestión de la violación debe
ser enfrentada y abordada también en el nivel legal, siquiera
290 TAMAR PITCH

p_or su valor simbólico. Pero debe ser enfrentada conservando


bien en mente lo que implica legislar sobre sexualidad, un acto
de censura más que un acto de -y por la- libertad. Así, pode-
mos decidir que menos es mejor: o que estaríamos en mejores
circunstancias con un derecho tan light como sea posible.
Ni siquiera la mejor ley posible sobre violación puede san-
cionar o reforzar la libertad de la mujer, ni representar el es-
tándar por medio del cual medir las relaciones de género y las
relaciones sexuales. Deberíamos contentarnos con una ley que
sea lo menos ofensiva para las mujeres, pero que sea lo sufi-
cientemente light como para no impulsarnos a legislar represi-
vamente la sexualidad y, menos aún, restringir la libertad de la
mujer. Cuanto menos detallada sea una ley mejor, cuanto más
espacios deje para las iniciativas de la mujer, mejor; incluyen-
do, por supuesto, procedimientos inicia.dos por las víctimas en
todos los casos.
Quizás deberíamos empezar por reflexionar sobre la viola-
ción relacionándola con las cuestiones del aborto y las tecnolo-
gías reproductivas, más que con los otros delitos "sexuales".
Existen riesgos en esta estrategia, especialmente los de recon-
cebir al género femenino principalmente en términos reproduc-
tivos. Pero yo creo que las ventajas son mayores.
La violación, la criminalización del aborto (y de maneras
diferentes, su legalización), el desarrollo actual de las tecnolo-
gías reproductivas y de las leyes que están siendo discutidas
para disciplinarlas, todo tiene que ver con la carencia de las
mujeres de una soberanía plena sobre sus propios cuerpos. Es
la soberanía lo que debemos alcanzar, soberanía que debe ser
reconocida. La propuesta de pensar en términos de un princi-
pio constitucional que declare la inviolabilidad de los cuerpos
de las mujeres, aunque desplace a la violación de su lugar usual
dentro de los delitos "sexuales", declara una libertad meramente
negativa. La soberanía de las mujeres, por otro lado, implica
poder, la libertad positiva para hacer y actuar. Es esta sobera-
nía lo que la violación amenaza y las leyes sobre violación (y
aborto) limitan, fracasan en reconocer, ponen bajo protección.
Como las leyes sobre tecnologías reproductivas, diseñadas apa-
rentemente para frenar el poder discrecional de los médicos,
en realidad tienden a limitar fuertemente el conocimiento de
las mujeres y el acceso a ellas. Tanto en el caso del aborto como
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 291

en el de las tecnologías reproductivas, el recurso a la "ética"


(por todos lados se están estableciendo comités bioétlcos que
son una fuente importante de nueva legislación) es el medio
más nuevo para negar el control pleno de las mujeres (y la ple-
na responsabilidad) sobre sus propios cuerpos.
Este recurso a la ética es desplegado por quienes buscan
una ética no religiosa, en el lenguaje de los derechos. Los dere-
chos de las mujeres son puestos en contra de los derechos de
padres, embriones y fetos potenciales. Esto es por lo que, entre
otras cosas, luchar simplemente por un derecho a la autodeter-
minación no es sólo insuficiente, sino también errado.
Una política de la soberanía desplazaría al derecho de su
lugar central en el discurso, la reflexión y el conflicto, y desafia-
ría a la retórica y a la política de los derechos enfrentándolos
con la autoconstitución de un sujeto concreto, enraizado. Una
política de la soberanía implicaría prácticas de ampliación de
la capacidad de acción, en lugar de demandas de nuevas legis-
laciones protectoras.
Esta política quizás podría implicar tanto usar para nues-
tro provecho las leyes existentes, sin tratar de obtener nuevas
leyes, como deconstruir, tornando simbólica y prácticamente
insignificantes, a aquellas que no podemos usar para nuestra
causa. Tal vez, esta política implique menos, y no más, dere-
cho. Cuando las feministas italianas comenzaron a luchar en
torno al tema del aborto, pidieron una ley asegurando que el
aborto sea libre, accesible y seguro. Hoy, catorce años después
de que la ley fuera sancionada, muchas feministas coinciden en
que la despenalización, es decir, la desaparición del aborto de
los códigos legales, sería preferible. El aborto constituye el úni-
co ejemplo de la inclusión de un principio de género (del tipo
de los que estamos reclamando) en la legislación: su elimina-
ción de los códigos legales sancionaría el poder (y la responsa-
bilidad) de la mujer no sólo sobre (por) sus propios cuerpos
sino sobre (por) la esfera completa de la reproducción. La ley
corporiza este principio, pero lo somete a escrutinio por parte
del resto de la sociedad y sus representantes, los médicos. Cuan-
do se reclamó (las feministas hicieron campaña por la legali-
zación del aborto, pero no redactaron su propio proyecto), no
sólo las condiciones culturales y políticas aparecían extrema-
damente desfavorables a la simple despenalización (ellas son
todavía hoy-quizás más- desfavorables), sino que la idea de
292 TAMAR PITCH

la fuerza individual y colectiva de las mujeres. de una libertad


femenina que no necesite esperar la derrota completa de la opre-
sión social y económica. no estaba todavía desarrollada. Más
derecho parecía necesario para frenar el poder arbitrario de
los varones; aunque la intervención del Estado en las llamadas
materias privadas fue siempre vista con sospecha y ambivalen-
cia, tanto teórica como prácticamente. en este caso se reclamó
en esta dirección. Todavía prevalecía la idea de que nuevas le-
yes (en la esfera del trabajo como en la de la familia y con res-
pecto al aborto y a la violación) eran, si no suficientes. necesa-
rias para la libertad de la mujer.
Con el transcurso de los años muchas de estas leyes fue-
ron demandadas. y algunas de ellas fueron aprobadas. La lu-
cha en torno a la violación, sin embargo, y la implementación
de la ley sobre el aborto, hicieron más evidente que, aunque los
cambios legales pueden ser útiles. en ciertos casos absoluta-
mente necesarios, no sólo son siempre ambiguos y propensos a
interpretaciones diferentes. sino que también ellos. por sí mis-
mos, no alimentan ni producen libertad. Algunos hasta afirma-
ron que la legalización del aborto, de alguna manera, contribu-
yó a la disolución de esa solidaridad femenina que ha ayudado
a muchas mujeres a realizar abortos cuando todavía era ilegal.
Sin llegar a tales extremos, la ley sobre el aborto, aunque fue
un gran progreso, todavía sujeta a la mujer al examen de los
médicos en particular (que crecientemente rechazan llevar ade-
lante abortos sobre la base de objeciones de conciencia) y de la
sociedad en general. La propia existencia de esta ley sostiene
una cultura que rechaza la soberanía de las mujeres sobre sus
propios cuerpos y alimenta así la desconfianza acerca de su
capacidad de asumir responsabilidad por ellas mismas, sus
compañeros. la sociedad. la especie humana.
El postulado de la libertad de las mujeres, practicado y
reconocido a través de la "fidelidad hacia el propio sexo'', pue-
de ayudar en la adopción de una actitud diferente hacia el dere-
cho. Una actitud que sea más flexible, que privilegie el uso del
derecho más que su producción -como en el caso del estable-
cimiento de relaciones entre mujeres clientas, abogadas y juezas
en los procesos de juicios por violación-; o, cuando la produc-
ción sea inevitable, que apunte a leyes light, que no impidan la
producción normativa autónoma y el desarrollo autodetermi-
nado de relaciones sociales.
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 293

Esto podría considerarse en la direc"ción de lo que algunos


llaman "derecho reflexivo" (véase Teubner, 1993), un derecho
que se limita a la producción de un marco procedimental, que
debe ser llenado de contenido por los actores interesados. Sin
embargo, el "derecho reflexivo" parecería dejar mucho más es-
pacio para los juegos de poder en el interior de la sociedad y
entre la sociedad y el Estado que el que quisiéramos conceder.
Quiero decir que -al menos yo- todavía no estoy prepa-
rada para enfrentar, y menos aún desarrollar, un modelo teóri-
co global para un "derecho de género". Es muy posible que, en
ciertos casos, podamos necesitar legislación sustancial extre-
madamente precisa y, en otros, normas generales de procedi-
miento o aun, ninguna norma. La "generización" del derecho
tiene más que ver con una política de y para la soberanía de la
mujer como (indiViduo) mujer, que con fragmentos específicos
de legislación o con el desarrollo de un modelo teórico general
de derecho. Esto puede ser considerado una evasión con res-
pecto a preguntas difíciles. En el último capítulo trataré de ar-
gumentar a favor de esta posición resumiendo los variados te-
mas del libro.
CAPÍTULO 9
UNA POLÍTICA DE LA SOBERANÍA

1• Igualdad, diferencia y derecho penal


El debate contemporáneo sobre la igualdad -formal y sus-
tancial, simple y "compleja"- tiene que tomar en considera-
ción no sólo el problema familiar de la relación entre protec-
ción y autodeterminación, sino también el hecho de que nuevas
"diferencias" están hoy reclamando un reconocimiento justa-
mente en tanto "diferencias". Es bien conocido que el logro de
la igualdad formal, a través del terreno fértil de las demandas y
los conflictos, con frecuencia produce nuevas formas de discri-
minación. Uno de los temas centrales del pensamiento feminis-
ta era precisamente cómo escapar a la alternativa entre, por un
lado, la igualdad como asimilación forzada a un estándar que,
aunque neutral en apariencia, es en realidad definido en térmi-
nos de un sujeto de género masculino (así como blanco, propie-
tario, etc.) y, por otro lado. un reconocimiento de la "diferencia"
que implica protección y discriminación. La "generización" del
sujeto legal (de lo simbólico, de la cultura en general) es un
intento por encontrar una vía de escape a esta encrucijada. Cómo
traducirla, no obstante, en una política concreta no es, en ab-
soluto, una cuestión simple. Lo que deseo discutir ahora es si
esto es posible, de hecho, en el caso de la política criminal.
Las tensiones que actualmente permean las dimensiones
legales, políticas y filosóficas de la igualdad son claramente vi-
sibles en el debate en torno a la política criminal. En esta área,
como en las más densamente analizadas de la asistencia social
y del trabajo, la relación entre la llamada igualdad formal y las
desigualdades sustanciales con frecuencia toma la forma de un
conflicto entre demandas de reconocimiento del propio status
como sujeto pleno (exigiendo. por lo tanto, las garantías legales
296 TAMARPITCH

acordadas a tales sujetos) y demandas de reconocimiento del


propio status como sujeto particular (exigiendo de esta manera
un trato diferencial que puede tomar la forma de discrimina-
ción positiva o negativa). Los temas de la justicia juvenil y de
los enfermos mentales que han sido analizados se interpretan
usualmente dentro de esta alternativa.
La literatura sobre la relación entre la mujer y la justicia
penal (para una bibliografía, véase Pitch, 1987) es ahora abun-
dante. Aunque documenta el modo en el que las decisiones le-
gales, de acuerdo con los principios de igualdad formal, refuer-
zan un tratamiento diferencial de la mujer confirmando su
condición de minoría, tiene dificultades en evitar la disyuntiva
entre, por un lado, las exigencias de una igualdad "plena" y, por
el otro, las exigencias de reconocimiento legal de la diferencia y
la diversidad. La razón de esta alternativa es el hecho de que la
misma diversidad es el punto de partida no sólo para la discri-
minación negativa, sino también, a veces, para la discrimina-
ción positiva.
Esta disyuntiva no es diferente a la planteada en el caso de
otros sujetos definidos como "débiles" (menores, enfermos, etc.).
De la misma manera que con estos últimos, la demanda de re-
conocimiento pleno del status de "personas" puede devenir, en
la práctica (como en otras situaciones bien conocidas), en un
empeoramiento de la situación real con respecto a los procedi-
mientos y sentencias judiciales.
Como Hilary Allen ( 1988) puntualiza, es la diferencia sexual
lo que sirve como punto de referencia cuando se sostiene la ra-
cionalidad del hecho de tener en cuenta las "diferencias" de edad,
de cultura o de condiciones sociales. Esto significa que la dife-
rencia sexual es interpretada como una diferencia de condición,
una desigualdad que debe, o bien ser eliminada por medidas
reparadoras y políticas redistributivas como la discriminación
positiva, o bien ser preservada a través de medidas protectivas.
Estas medidas plantean problemas con respecto a la naturaleza
de la igualdad sobre la cual es construido el sujeto de derecho
neutral, porque éste implica el tratamiento de personas que son,
obviamente, diferentes como si fueran iguales. 142 En el área de

142
El debate actual sobre la justicia redistributiva y las políticas sociales es
demasiado vasto para ser abordado aquí. El excelente libro de Martha Minow
sobre las parádojas de las políticas de la igualdad y los enfoques orienta~
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 297

la política social han sido propuestas soluciones variadas a este


dilema. Estas estrategias incluyen, como es bien conocido, una
reinterpretación de la igualdad como igualdad de oportunida-
des; como discriminación inversa para compensar las injusti-
cias del pasado; como igualdad de resultados; como igualdad
compleja (las teorías de !ajusticia abundan: para el debate ita-
liano véase Vega, 1982; De Leonardis, 1990). Estas estrategias
producen tensiones y conflictos con respecto a una igualdad
definida como la irrelevancia de las diferencias personales en
el disfrute de los derechos civiles y, además, hace surgir pro-
blemas concernientes a la elección de qué tipos de desigualda-
des privilegiar. No es por casualidad, como lo demuestran los
debates sobre políticas que involucran directamente a la mujer
(véanse Luker, 1984, y AA.VV., 1986-87), que estas medidas
generan tensiones que, algunás veces, movilizan nuevas deman-
das de políticas tradicionales de protección. No existen dudas,
sin embargo, de que el resultado es la confirmación de las dife-
rencias como desigualdades, tanto en el disfrute de los dere-
chos civiles como en el acceso y el uso de los derechos sociales
(Minow, 1990).
Observar este nodo de cuestiones a través del lente de la
diferencia sexual, más que mirar la diferencia sexual a través
de los lentes de otras "diferencias", puede ofrecer nuevas pers-
pectivas. Descubrimos, por ejemplo, que las tensiones y los
conflictos entre los derechos civiles y los derechos sociales pue-
den ser interpretados de una nueva manera si son visualizados
desde el punto de vista del rol de la esfera privada en la legiti-
mación y el facilitamiento del disfrute de los derechos civiles y
políticos (Saraceno, 1988). La ciudadanía política ignora las
diferencias relegadas a la esfera privada, y sólo aquellos que
pueden evitar las interferencias de estas diferencias o que tie-
nen éxito en hacerlas contar como intereses generales son ver-
daderamente ciudadanos. De allí la ausencia de derechos civi-
les para los pobres, para quienes reciben los variados tipos de

dos hacia los derechos y su sugerencia de un enfoque social relacional


(Minow, 1990) y el planteo de Amartya Sen, basado en un derecho a las
capacidades fundamentales (Sen, 1985), me parecen estar claramente den-
tro de lo que he llamado una política de la soberanía. Las contribuciones
de De Leona_rdis ( 1990) sobre estas cuestiones son también muy ilumina-
doras.
298 TAMAR PITCH

asistencia social, para los locos, los menores y también las cre-
cientes tensiones derivadas de las demandas de extensión de
estos derechos a estos grupos. El punto de vista de la diferen-
cia sexual señala cómo estas tensiones tienen mucho que ver
con la construcción del ciudadano como un sujeto abstraído de
vínculos, de responsabilidades, de lazos (Saraceno, 1988), púo
también cómo esta construcción ha sido hecha posible a través
de la asunción de lo masculino como lo neutral-universal, don-
de lo femenino viene a significar diferencia, particularidad, la-
zos, relaciones -todas relegadas a la esfera privada.
El punto parece ser entonces 11º tanto, o no sólo, la extensión
de los derechos civiles al reino de lo social, sino más bien la
deconstrucción del sujeto mismo de estos derechos. La "generiza-
ción" del sujeto es la precondición para que los lazos, los víncu-
los, la responsabilidad que dan sustancia al individuo concreto
ingresen en su constitución, y para que la igualdad se construya
como el reconocimiento -dependiente- de la diferencia.
Ésta es una operación que parece ciertamente más proba-
ble en el nivel de las políticas sociales que en el de las políticas
criminales, por razones bastante simples. Por un lado, requie-
re una política flexible, consciente de la naturaleza provisional
y flexible de las elecciones, continuamente desplegada en la
deconstrucción de una siempre presente antítesis entre igual-
dad y diferencia, tendiente a evitar la construcción de las elec-
ciones políticas resultantes en términos dicotómicos. La justi-
cia penal es un área escasamente adaptada a este tipo de
práctica, no sólo a causa de lo que ha sido planteado anterior-
mente, sino también en el nivel de la innovación normativa en
la que la demanda de elasticidad entra en conflicto con los prin-
cipios del debido proceso, que son la única protección contra el
uso discrecional del poder de castigar. Si, en general, es benefi-
cioso dirigirse hacia la minimización del rol del sistema de jus-
ticia penal mismo (véanse los argumentos de los capítulos pre-
cedentes), es más bien en la frontera entre la justicia penal y la
política social que puede ser ubicada la estrategia de reintrodu-
cir, tañto como reconocer. las diferencias.
El poder simbólico del derecho penal -también ha sido
planteado- puede ser utilizado sólo permaneciendo dentro de
los límites del sistema de justicia penal mismo, con el costo del
reconocimiento del propio status como el de un ciudadano "neu-
tral". Éste puede ser un precio demasiado alto a pagar, tanto
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 299

para los portadores de la "diferencia" como para la diferencia


sexual femenina. En el caso de los primeros, porque si este
reconocimiento no está acompañado por una contracción de la
esfera de la justicia penal y por políticas sociales adecuadas,
existe el riesgo de empeorar las condiciones de los "diferentes"
con relación a los procedimientos y sanciones legales. En el
último caso (también) porque la diferencia sexual femenina con-
cretada en términos de desigualdad, deviene simplemente anu-
lada (formalmente).
No obstante, la cuestión de un derecho construido en rela-
ción a un sujeto "generizado" podría tener fuertes consecuen-
cias para el derecho y el sistema de justicia penal. Permitiría la
posibilidad de repensar las cuestiones del orden social, el con-
trol social, el disciplinamiento de las relaciones personales y
sociales, desde el punto de vista de un sujeto constituido por
vínculos y enraizado en una red de relaciones. Esto habilitaría
la emergencia de una concepción de la responsabilidad cons-
truida como una apelación a la autonomía, que surge de la inte-
racción de estas mismas relaciones: simultánea e inseparable-
mente un modo de subjetivación y expresión y un modo de
interdependencia. Lo que se gana, desde el punto de vista de
las cuestiones discutidas en este libro, es fácil de imaginar.

2. Para una política de la soberanía


Menores, enfermos mentales, mujeres. He tratado hasta
ai:¡uí con estos tres "grupos" en sus encuentros con la justicia
penal, pero otros pueden ser (y han sido) agregados: las mino-
rías étnicas, los pobres, las personas disminuidas físicamente
(o con capacidades diferentes). La lista puede continuar y con-
tinúa indefinidamente, porque con frecuencia se proclaman
nuevas "diferencias" para obtener recursos o legitimar una iden-
tidad firmemente esgrimida. Las mujeres han sido considera-
das hasta aquí como una de estas diferencias, y han sido
subsumidas bajo los mismos argumentos. Desde el punto de
vista de su relación con el derecho y el discurso legal, estas
diferencias tienen algo en común: la crítica del uso como están-·
dar en el derecho de un individuo abstracto, neutral, indepen-
diente y autosuficiente.
Pero las "mujeres" no son un grupo oprimido ni son un
grupo de interés. Ni siquiera son un "grupo". En el sentido muy
300 TAMARPITCH

real. aunque meramente empírico. de que no todas las mujeres


están en la misma posición con respecto al poder, a la autori-
dad, a la riqueza. y de que ellas no comparten los mismos "in-
tereses". Tampoco son comparables a las minorías étnicas, por-
que la identidad que reclaman no es una identidad atribuida;
ellas no comparten una cultura común, ciertamente, no en el
sentido antropológico fuerte en que lo hacen, o dicen que lo
hacen, las minorías étnicas. Una mujer puede ser rica, educa-
da, negra, enferma, una niña, tanto como un varón puede ser
rico, educado, negro, enfermo, un niño. Empero, el varón (adul-
to, saludable, presumiblemente blanco) es el estándar por me-
dio del cual la mujer (aun adulta, saludable, blanca) es
mensurada. La mujer no es un sujeto del mismo modo en que
el varón lo es, la división humana original en dos géneros no es
reconocida simbólica, legal ni prácticamente. Esto implica "opre-
sión", en ciertos casos compartir intereses y hasta algunos as-
pectos culturales, pero no torna a las mujeres análogas a otros
oprimidos, a otros grupos de intereses o minorías étnicas, aun-
que en algunos puntos pueden compartir los mismos objetivos
y comprometerse en las mismas luchas.
La crítica feminista del sujeto de derecho y del discurso
legal en general por ser sólo neutral, abstracto y autosuficiente
en apariencia, pero en realidad estar proclamado sobre una
construcción particular de la masculinidad, se encuentra en la
base de la crítica del principio de igualdad y de las políticas de
igualdad, en cuanto implican una asimilación. Para disfrutar
los mismos derechos como individuo, es necesario volverse
como él (existe sólo un camino hacia el logro del status de indi-
viduo). Pero existe un aspecto más importante de esta crítica y
es, precisamente, el cuestionamiento de la libertad como la pro-
piedad de un individuo sin ataduras ni relaciones. La_ exigencia
feminista de diferencia no implica, de este modo, una mayor
especificación del sujeto estándar, sino más bien representa el
intento de construcción de un sujeto cuya libertad sea una fun-
ción de sus relaciones, cuya libertad no sea disminuida por ellas
(por lo que hace a cada uno de nosotros lo que cada uno de
nosotros es) sino, por el contrario, que gane sentido, significa-
do y dirección en virtud de estos vínculos. En el centro de Ja
reflexión y de las prácticas feministas sobre derecho y política
está, precisamente, la relación entre libertad y responsabilidad,
el hecho de que la independencia es una función de Ja depen-
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES, CONFLICTOS... 301

dencia, de que la autosuficiencia nunca es algo dado, sino más


bien la capacidad para negociar relaciones, para asumir res-
ponsabilidad por ellas y para reconocer la propia dependencia
de ellas.
Me gustaría llamar a la política que es sugerida por este
enfoque de la libertad individual (autonomía, autodetermina-
ción), "política de la soberanía''. Esta política se coloca en con-
traste con una política de la identidad, que implica ciertos mé-
todos para demandar y ciertos contenidos de esas demandas
proclamados sobre la asunción de una "identidad" ya existente,
. atribuida, sea cultural, social o biológica. La multiplicación y la
especificación de los derechos son una consecuencia de tal po-
lítica. Por un lado, corre el riesgo de ser meramente declamato-
ria; por el otro, de sumergir los derechos individuales dentro
de derechos grupales, en tanto reafirma la primacía de las ca-
racterísticas atribuidas en la designación de la membresía en
el grupo.
Algunos de los actores que describí en el Cap. 4 pueden ser
considerados comprometidos en una política de la soberanía.
Las madres de los adictos a las drogas, las víctimas de la mafia,
los familiares de los enfermos mentales, las víctimas del terro-
rismo, tienen, al menos, esto en común (más allá de cómo eva-
luemos sus reclamos): ellos son ciudadanos que se reúnen para
actuar públicamente en cuestiones que les interesan personal-
mente, como miembros individuales de una familia.
Testifican una asunción de responsabilidad vis-a-vis cada
uno de los otros y a través de cada uno de los otros, con la
sociedad toda para la producción, gestión y solución de proble-
mas que de otra manera permanecerían en la esfera privada o
serían delegados a la asistencia institucional. Una cultura de
los derechos es aquí reinterpretada como una cultura de las
responsabilidades mutuas. Cada persona se enfrenta con y eli-
ge a las otras, acarreando lo que cada una de ellas es, pero este
"peso" es utilizado como un recurso más que como un impedi-
mento para la acción. El grupo no está basado en una identi-
dad predispuesta ni confiere una. En realidad, el "objetivo" prin-
cipal del grupo es la existencia de y la participación en el grupo
mismo, y lo que es promovido o aquello por lo que se lucha
tiene que ver estrechamente con lo que cada individuo percibe
de sí mismo, de su dignidad, de su autonomía (Turnaturi, 1991).
La acción y el objetivo de la acción coinciden: es por el hecho de
302 TAMARPITCH

que yo actúo personalmente, de que asumo responsabilidad por


mí misma, por lo que soy y quiero ser, que puedo reconocerme
a mí misma como una ciudadana plena. Este reconocimiento
es público en dos sentidos: porque es mediado por otros que
actúan de la misma manera, y porque por esta misma acción
colectiva se crea una esfera pública. Esta esfera pública es po-
lítica en el sentido que Hannah Arendt (1989) da a esta noción:
es la esfera creada por las acciones de individuos concretos,
diferentes, que se enctientran cara a cara. relacionados por su
elección de actuar juntos, aun cuando separados en virtud de
ser únicos.
La política de las mujeres, al estar basada en prácticas y
producir teorías que intentan combinar libertad y responsabi-
lidad, es una política de la soberanía. Se dirige a realizar "la
condición humana de una pluralidad de seres únicos" (Cavarero.
1992) cuya forma primera es "la dualidad de ser hombre y ser
mujer". Expropiar esta dualidad a la biología significa conce-
birla como algo que implica acción, política. En este sentido:
" .. .la pertenencia de las mujeres al género feme-
nino construye el espacio público de la acción 'generi-
zada' y la relación entre las mujeres es esta acción. Es
acción, es decir, libertad, porque la determinación de
género de ser ya no es más destino, naturaleza, sino
condición de posibilidad .. , El género media entre la
singularidad y la pluralidad, entre la irreductibilidad
del sí mismo y el mundo común que une y separa a
uno mismo de otro."
(Boccia, 1989)
Tomar seriamente una política de la soberanía significa
abandonar la idea misma de una búsqueda de un modelo cohe-
rente. omniabarcador. para la acción. política, por un lado, y
para la transformación institucional, por el otro; tanto desde el
punto de vista de los actores colectivos comprometidos en tal
política como desde el punto de vista de aquellos que tratan de
diseñar respuestas Institucionales para articularla.
Una política de la soberanía es mejor entendida desde un
paradigma que privilegie una racionalidad procesal: este para-
digma permite el ajuste de enfoques diversos, sin pretender re-
ducirlos a una síntesis. Desde el punto de vista de los actores,
RESPONSABILIDADES LIMITADAS. ACTORES. CONFLICTOS... 303

por ejemplo, la relación con las instituciones puede estar ca-


racterizada por una postura de conflicto-colaboración (madres
de adictos a las drogas, familiares de los enfermos mentales);
por una utilización "oportunista" de las leyes y de los espacios
institucionales existentes (mujeres); por actitudes favorables a
la deslegalización (mujeres nuevamente); o, por el contrario,
por intentos de determinar más rigurosamente las competen-
cias y los deberes específicos (como en el caso de los actores
institucionales, p. ej., los trabajadores sociales). Considero que
el proyecto de un derecho "generizado" se encuentra en el mar-
co de esta política de la soberanía. No pienso sólo que la cons-
trucción de un modelo teórico general es prematura, pienso que
seguir buscándola sería contrario a la lógica de una política de
la soberanía.
Todo este libro argumenta (no sé cuán exitosamente) en
favor de un enfoque que privilegie el proceso sobre la estructu-
ra, la flexibilidad y la reversibilidad sobre el planeamiento glo-
bal, tomar seriamente y aprender de las consecuencias en lugar
de imputar las consecuencias "perversas" a errores, malas in-
tenciones o diseño inadecuado. Este enfoque, aunque crítico de
las políticas y discursos jurídicos actuales (como traté de argu-
mentar tanto en el caso de los menores como en el de las muje-
res) en cuanto privilegian una libertad abstracta y excluyen la
asunción y la atribución de responsabilidad, debería no obs-
tante permanecer abierto a la posibilidad de una reformulación
de estas políticas. Restaurar los derechos civiles a los enfer-
mos mentales fue, al mismo tiempo, el resultado y el punto de
partida de los procesos de desinstitucionalización que desafia-
ron a los órdenes tradicionales y redistribuyeron y tornaron
más complejas las cuestiones de responsabilidad. La crisis ac-
tual de las políticas e ideologías "welfaristas" no puede ser com-
batida retrocediendo a políticas e ideologías liberales. Por el
contrario, la cultura de los derechos sociales que el Estado de
bienestar ha producido debería ser tomada seriamente. Es una
cultura que está en la base del protagonismo y el activismo de
muchos grupos que actualmente desafían las instituciones del
welfare state para hacerlas responsables por las promesas que
no cumplieron. Al mismo tiempo, estos grupos dan un nuevo
significado a la ciudadanía, asumiendo la responsabilidad ellos
mismos por su propio bienestar.
304 TAMARPITCH

La política de las mujeres, que está dirigida a la reconsth


tuclón de una subjetividad política sobre la base de un sujeto
enraizado, responsable hacia sí mismo y hacia los demás, su-
giere buscar políticas que acrecienten, más que dlsmlmiyan.
las actividades de los lndtviduos que devienen individuos pre-
cisamente sobre la base de sus relaciones con los otros.
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