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TRADICIÓN ANTIGUA
SELECCIONADOS Y TRADUCIDOS
POR
MA CE HWANG (Marcela de Juan)
SEGUNDA EDICIÓN
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua
IMPRESO EN ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINE
Acabado de imprimir el 18 de septiembre de 1948
Cía. Gral. Fabril Financiera, S. A. - Iriarte 2035 - Buenos Aires
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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua
Índice
NOTA PRELIMINAR..................................................................................4
ENLACE INESPERADO DEL BACHILLER TSIEN...............................6
EL PAÍS DE LO CH’A Y EL MERCADO DEL MAR............................21
EL BODISATVA DE JADE........................................................................31
CHENG Y EL GRILLO..............................................................................43
VERÍDICA HISTORIA DEL BONZO T'ANG TSENG.........................49
EL TESORO PERDIDO.............................................................................53
CHIANG ENTRE LOS INMORTALES...................................................67
AMOR FRATERNAL................................................................................76
CHIAO NO.................................................................................................78
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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua
NOTA PRELIMINAR
De los nueve cuentos que componen este volumen, tres están consagrados a
la mujer. Esta selección no se ha hecho premeditadamente y es el resultado de
una mera coincidencia. Quizás nos atrajera especialmente aquella cortesana de
la dinastía Ming, que se revela capaz, por amor, de las más nobles virtudes
(cuento VI), o esta bordadora de los Sung, ebria de libertad, que es
inquebrantable en su afecto, aun después de la muerte (cuento III).
No se debe juzgar por ellos a la mujer antigua china, pero, aunque estos
rápidos esbozos no puedan darnos una idea demasiado auténtica de la mujer de
otros tiempos, no deja, sin embargo, de revelarnos una parte interesante de su
carácter.
El «Bodisatva de Jade» pertenece al final de la dinastía Sung, hacia el año
1279. En cambio, los cuentos I y VI provienen de la dinastía Ming. Por
contradictorio que esto pueda parecer, aunque más recientes que aquéllos: de
los T'ang, los cuentos de la dinastía Sung son, en su mayoría, anónimos. Cada
uno de ellos podría ser el fruto de varias procedencias. A diferencia de lo que
sucede baja la dinastía T'ang, ninguno fue el escrito de un letrado, ni el
producto de los recreos de un mandarín. Se trata, pues, de una auténtica
literatura popular.
El «Bodisatva de Jade» forma parte de la colección del King-peng-ton-sou-
siao-sou, o sea: «Edición de la Capital de las Novelas Populares». En cuanto a los
cuentos I y VI, de la época Ming, los hemos escogido entre los del Kin-kou-ki-
kouan, es decir: «Curiosidades Antiguas y Modernas», texto ordenado y
publicado hacia el año 1635. La «Historia del Bonzo T'ang Tseng» proviene del
panteón chino de los dioses de su mitología, y «Amor Fraternal» es una
leyenda. Antes de fijarlos en el papel, los cuentos de estos analectos fueron
contados por los «narradores de cuentos» en los pabellones de té, o ante un
auditorio con frecuencia modesto, tanto en sus gustos como en su cultura. Es,
por consiguiente, difícil dilucidar, no sólo sus autores, sino la fecha aproximada
de su creación. Podríamos, pues, dividir este volumen en dos grupos: cuatro
cuentos mágicos de Pu Song Lin y cinco de origen popular. Es evidente que su
estilo difiere por completo de unos a otros y varía de la lengua clásica escrita, o
mandarín, hasta el habla vulgar del pueblo, o idioma hablado; pero,
desgraciadamente, estos matices pasan, por fuerza, inadvertidos en una
traducción.
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MA CE HWANG
(Marcela de Juan)
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Li, legua, en chino, de aproximadamente 600 metros.
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Kin, medida de superficie que comprende unas 6 hectáreas.
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casarse, aunque ya estuviera en edad para ello. Pero hallaba un consuelo en los
éxitos precoces de sus exámenes del bachillerato.
Tsien tenía un primo nombrado Yen Tsun que vivía en el mismo distrito.
Era hombre de posición. Un día, Yen tuvo la generosidad de alojar al primo
pobre y compartir con él las clases de su preceptor. Yen tenía entonces 18 años,
es decir, tres meses más que Tsien. Huérfano de padre, vivía bajo la autoridad
de su anciana madre. A pesar de su inmensa fortuna, también la boda de Yen se
había retrasado3, porque había jurado sólo casarse con una excepcional belleza,
aunque él fuera feo entre los feos. Era, pues, grandemente difícil hallarle una
novia adecuada. Pero, aunque tan horrendo su físico, estaba convencido de que
no era tan grave la cosa y de que podía gustar a pesar de todo. Sin la menor
cultura, era, no obstante, harto pedante y Tsien no lo podía casi resistir, pero
como vivía en su casa y a su cargo tenía que soportar sus impertinencias e
inclinarse ante sus necedades. Así vivían los dos primos en aparente buena
inteligencia.
Un día de la décima luna, un lejano pariente de Yen vino a rendirle pleitesía
a su anciana madre. El visitante se llamaba Yeou Jen. Era un negociante en
frutas y flores, y su comercio, financiado por los Yen, prosperaba merced a la
habilidad y astucia del hombre de negocios. Volvía aquel día de una jira por el
lago, donde había ido a recoger gran cantidad de naranjas que allí se vendían.
Ofreció una canasta con los frutos más escogidos a su pariente y bienhechor.
Huésped y visitante entablaron animada conversación. Yeou Jen contaba los
episodios de su viaje, mencionando entre ellos a una joven de Tong-ting del
Oeste, cuya belleza se alababa en extremo en aquella tierra y de cuyas
inaccesibles condiciones de enlace se hablaba mucho por la región. Estas
palabras impresionaron a Yen Tsun.
Cuando se marchara el visitante, Yen se puso a pensar seriamente en su
posible boda con la belleza de Tong-ting, y lo hizo con tanto ahínco que no
durmió en toda la noche. Se levantó rápidamente a la madrugada y después de
un breve tocado se fue corriendo a casa de Yeou Jen. Este lo acogió con su
habitual cortesía. Después de instalarlo en el lugar de honor, le preguntó el
motivo de tan temprana e imprevista visita.
—¿Qué sucede tan urgente para que vengas a estas horas a mi humilde
morada?
—Vengo a pedirte un pequeño, pequeñísimo favor. ¿Quieres servirme de
casamentero?
—¿Es que tienes un buen partido a la vista?
—Sí. Se trata de la joven de la que hablaste ayer, la hija de Kao, de Tong-
ting del Oeste. Es un partido que corresponde exactamente a mis deseos y te
ruego que des los pasos necesarios y cumplas con los ritos de rigor.
Yeou Jen, conteniendo con dificultad la risa, respondió cortésmente:
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La tradición china exige que los muchachos se casen antes de los treinta años y las
muchachas antes de los veinte. Pero cada siglo tenía costumbres especiales.
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criado. Éste le dice las mismas palabras que Yeou, y Yen Tsun, preocupado, se
pone a pensar en un subterfugio para conseguir la bella joven a toda costa.
Después de mucho reflexionar se le ocurre una idea y corre a buscar a Yeou Jen.
—Tengo una excelente idea —le dice—. Hemos de superar las dificultades
en la siguiente forma: desde hace tiempo vive conmigo mi primo Tsien Tsin. Es
mi compañero de estudios, y es, lo confieso, más apuesto que yo. ¡Le rogaré que
vaya a la casa de Kao a efectuar la petición en mi lugar! Kao quedará encantado,
y una vez los esponsales concertados con mi nombre, habremos ganado la
partida.
—Si Kao ve al primo Tsien y cree que es Yen Tsun, todo se arreglaría —
accedió el comerciante—. Pero puede ser que tu primo no consienta gustoso en
hacer el ingrato papel.
—Él y yo somos, a más de próximos parientes, íntimos amigos; estoy
seguro de que no me negará este pequeño favor —afirmó Yen.
Por la noche, a la luz de la lámpara, Yen invita a su primo a beber. Ha
encargado los platos finos y los manjares, de un banquete. Tsien Tsin observa el
cambio y pregunta:
—Como a tu mesa todos los días, ¿por qué regalarme con tanto esmero y
lujo esta noche?
—Escancia primero tres copas —responde Yen— luego hablaremos de un
insignificante asunto para el que necesito tu ayuda, honorable hermano.
—Me encantará serte útil —dice Tsien inclinándose.
—Se trata de lo siguiente: nuestro viejo amigo Yeou Jen, el negociante, se
esfuerza en este momento en conseguir para mí la mano de una muchacha del
monte Tong-ting, hija única de una rica familia llamada Kao. Enviado allí como
mensajero, el amigo Yeou, en su buen deseo, ha exagerado demasiado los
méritos de mi extraordinaria persona. El viejo Kao está tan entusiasmado que
desea verme personalmente. Temo decepcionar al anciano, por haber ido tan
lejos en su imaginación lo que le ha contado Yeou... También me intimidan las
alabanzas que de mí ha hecho. Como he presentado mi candidatura, quisiera
conseguir “el puesto” a toda costa, porque mi dignidad y el honor de mi familia
entran en juego. He pensado, pues, que vayas en mi lugar y bajo mi nombre. En
caso de éxito, yo, tu atolondrado hermano, sabría recompensar tu preciosa
ayuda.
Tsien Tsin, sorprendido, no sabía qué contestar. Se quedó reflexionando un
largo rato; por fin contesta lentamente:
—Me parece que esto no se puede hacer. Me encantaría hacerte cualquier
otro favor que de mí dependiera, honorable hermano. Sin duda podemos
engañar ahora a la familia Kao, mas la verdad ha de imponerse algún día y
entonces sobrevendrían graves inconvenientes para ambos.
—Naturalmente, no se trata de engañarlos nada más que
momentáneamente. Conocerán la verdad después de la boda. Si el plan fracasa,
el mensajero tendrá la culpa y tú no tendrás nada que ver en el asunto. Piensa
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Pei Ya significa «distinción y elegancia».
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familia Kao. A Tsien Tsin lo visten con suntuosidad. Dos grandes barcos
avanzan en cabeza: uno para la novia, el otro para el novio y su mensajero.
Otras diez embarcaciones de distintos tamaños forman el cortejo que avanza
solemnemente sobre el lago, acompañado por la música de gongs y batintines.
Cuando alcanzan el monte Tong-ting, echan el ancla a medio li de la casa
de los Kao. Yeou Jen marcha el primero, es el heraldo. Luego viene el cortejo: los
portaestandartes, las antorchas, los obsequios, las oriflamas, y, por fin, el
palanquín destinado a la novia, vehículo florido y sabiamente perfumado. Tsien
Tsin, en su palanquín, sentado detrás de sus cortinillas de brocado azul
entreabiertas, está hermoso, serio y grave como un Buda; a lo largo del camino
suscita el aplauso de los espectadores; en tanto, el cortejo se mueve lentamente
con el canto de la flauta y el estallar de los petardos.
La familia Kao espera con emoción, toda la casa iluminada como en pleno
día con velas finamente decoradas.
Se vislumbra a través de las puertas el sinnúmero de invitados que llenan
las salas. El concierto de las flautas anuncia la llegada del novio. Los jóvenes
acompañantes se acercan al palanquín y ayudan al prometido a bajarse. Le
conducen hasta la sala grande para proceder a una libación ante la mesa de las
ofrendas en acción de gracias a los antepasados y a los dioses. Luego es
presentado a todos los convidados y todos quedan encantados de la actitud
modesta y noble del pretendiente.
Muy poco después de la merienda, comienza la cena. El novio ocupa el
lugar de honor; los parientes, los amigos, los vecinos, se agrupan a su alrededor,
mientras Kao y su hijo llenan personalmente las copas de los invitados. Corre el
vino y suena la música. Los criados de ambas familias también festejan y comen
en habitaciones laterales próximas a la entrada de la mansión.
Tsien Tsin está impaciente y no quisiera esperar el final del banquete para
emprender el regreso. Pero Kao sólo busca ocasión de retenerlo a su lado. Hacia
la cuarta velada, Pequeño Yi se acerca a Tsien y le dice que ya puede pensar en
la partida. Tsien da órdenes para que Yi distribuya las propinas a los criados de
la casa de Kao. El convoy nupcial se prepara, por fin, para la marcha. Ya la
novia se dispone a montar en su palanquín, cuando descarga una tormenta y se
desata un viento de extraordinaria violencia.
El cortejo se detiene desconcertado; Yeou Jen se impacienta y golpea el
suelo con el pie. Hasta el viejo Kao se muestra inquieto. Sólo ruega a los novios
que esperen a que se aplaque la tormenta para emprender la marcha.
Llega el alba, mas las nubes son cada vez más densas. Después del
desayuno una tormenta de nieve sucede al viento. La travesía sobre el lago es
de todo punto imposible aquel día. Pero es el caso que era éste el día de buen
augurio escogido por los astrólogos para la ceremonia nupcial, y la fecha así
determinada no se puede modificar sin provocar las malas influencias sobre la
vida entera de los futuros cónyuges. Desconcertado a su voz, Kao siente decaer
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su entusiasmo y suspira con tristeza. Entre los invitados, un vecino viejo, que se
llama Tcheou, observa:
—No hay nada, a mi humilde parecer, que tenga por qué preocuparos
tanto, a pesar de las circunstancias contrarias.
—¿Cuál es, pues, tu eminente opinión? —pregunta Kao.
—Puesto que la ceremonia nupcial fue fijada para hoy, no hay que cambiar
esa fecha —dice el docto anciano—. Como, felizmente, está el novio entre
nosotros, ¿por qué no celebrar la ceremonia, sin más tardar, en la casa de la
novia? Una vez ligados por medio de los ritos, creo que la joven pareja tomará
con calma su situación y esperará aquí a que amaine el tiempo.
—Es una idea excelente —aprueban todos los presentes.
Kao se ocupa inmediatamente en ello. Ordena que preparen, sin más
demora, un cuarto nupcial y explica lo que hay que disponer para la ceremonia.
Tsien Tsin, lleno de espanto, busca a Yeou Jen por todas partes para ver la
manera de negarse sin ofender demasiado a la familia Kao. Pero Yeou Jen ha
desaparecido. Completamente ebrio, está roncando tranquilamente en una
habitación apartada de la finca. Es verdad que siempre le gustó el vino, pero
hoy, sobre todo, ha sentido la necesidad de refugiarse en su pasión, porque el
frío es grande y la situación en que se halla es angustiosa. Tsien Tsin se ve
obligado a afrontar solo la insistencia de Kao, que se empeña en celebrar en
seguida la boda. Busca Tsien trabajosamente una razón plausible para justificar
su actitud.
—El matrimonio es una circunstancia grave de la vida y sólo me puedo
casar ante los ojos de mi madre —arguye.
Pero Kao no le hace caso, y es el vecino viejo quien interrumpe el discurso
de Tsien.
—Suegro y yerno siempre fueron una sola familia; no andes con tantas,
ceremonias, mi joven amigo.
Tsien ya no sabe qué hacer y sale de la habitación con cualquier pretexto. Va
discretamente a buscar a Pequeño Yi y tomar su consejo. Aunque es muy astuto,
Pequeño Yi se encuentra hoy fuera de combate y no sabe cómo salir de esta
delicada situación. Se limita a insistir en que Tsien se oponga con toda su fuerza
al cumplimiento de la ceremonia.
—Más de cien veces he reiterado mi opinión y mi negativa, pero Kao es
tozudo. Si me obstino, tendrá dudas y corremos el peligro de echarlo todo a
perder. En interés de tu amo, creo que tengo que aceptar la proposición de Kao.
Juro ante ti que no perjudicaré a tu señor en lo más mínimo y que no usaré de
mis derechos de esposo. Si falto a mi palabra, que caigan sobre mí los castigos
del cielo y de la tierra.
Su entrevista secreta es interrumpida por gentes que llaman a Tsien Tsin
para que se siente a la mesa.
El enlace tiene, pues, lugar después del almuerzo.
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Al otro lado del lago, Yen esperaba, roído de impaciencia. Hace tres días
que no conoce el reposo. Cuando sobrevino la tormenta de nieve, Yen presintió
enojosos acontecimientos.
—¿Estarán en camino? ¿Esperan aún en casa de Kao? ¡Qué harán, por
Buda, qué harán! —se pregunta febril.
De noche no sabe dónde posar su cabeza sobre la almohada. De día sale
cien veces para mirar al lago a ver si viene algún barco. Cuando cae la tormenta
al cuarto día de espera, piensa que por fin va a venir la buena nueva. El primero
que llega es Pequeño Yi.
—Traemos la novia a Vuestra Señoría —dice para entablar la discusión. Y
añade: —Kao no quiso aplazar la boda, la cual tuvo lugar en la fecha escogida
por los astrólogos. El honorable bachiller Tsien hizo el papel del novio en lugar
de Vuestra Señoría, mas es natural que...
—¿Qué dices? ¿Me declaras sin más rodeos que hace tres días que Tsien
disfruta de sus noches en compañía de la novia?
—En la misma habitación, pero nada más se puede decir de ellos.
—¡Insensato! ¡Eso no es posible! Te burlas de mí. ¿Por qué no has impedido
esta infamia? ¡Eres su perro cómplice, por lo que veo!
—Le dije que no fuera demasiado lejos. Pero se empeñó la familia Kao.
Antes de la ceremonia, el honorable bachiller me juró que no haría nada contra
vuestros intereses y que no os traicionaría...
Yen Tsun interrumpe al lacayo con una fuerte bofetada que le hace
tambalearse. Luego, sin oír más razones, va, furioso de celos y de rabia, a
apostarse delante de la puerta para golpear a Tsien Tsin en cuanto lo vea
aparecer.
Tsien Tsin desembarca y con su tacto habitual se las arregla para retener a
Yeou Jen y a Kao a bordo, mientras se precipita al encuentro de su primo para
disipar el malentendido. Con la fuerza que le da su conciencia tranquila, se
enfrenta sonriente con su pariente, y esto exaspera aún más a Yen. Golpea a
Tsien rabiosamente con los puños y le llena de improperios.
—¡Traidor! ¡Condenado! ¡Te permitiste abusar de una felicidad usurpada
mientras yo pagaba los gastos! ¡Eres un hijo de tortuga!
Y, sin dejarle decir palabra, le muele a palos. Los lacayos asisten a esta
escena estupefactos, sin atreverse a intervenir. Asombrado por este recibimiento
brutal, Tsien Tsin pide socorro sin querer devolver los golpes. Los del barco,
asustados, llegan corriendo y ven a un hombre de repugnante fealdad pegando
al recién casado. Sin hacer más preguntas, las gentes de la familia Kao intentan
separar a los combatientes. Kao, extrañado, inquiere el motivo de la riña, pero
en cuanto le ponen al corriente, es él el que se arroja sobre Yeou Jen para
pegarle.
—¡Impostor infame! —vocifera—. ¡Tú eres el que querías entregar a mi hija
a ese villano, a ese repugnante hijo de tortuga!
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En China, hasta hace poco tiempo, no había actrices, y los papeles femeninos eran
desempeñados por hombres.
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Sapeque, moneda china.
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Cuando Ma oye el canto del pájaro recuerda su casa y su país natal y le dice
a la princesa:
—Hace tres años que dejé a la patria y que estoy separado de mis
honorables padres. Al pensar en ellos corren mis lágrimas copiosas y el sudor
baña todo mi cuerpo. ¿Podéis volver conmigo?
Responde la esposa:
—El camino de los inmortales no es el de los hombres. No puedo hacer lo
que me pides, mas tampoco me es dado permitir que los sentimientos de
marido y mujer rompan los vínculos de padres e hijo. Pensemos en alguna
solución.
Al escuchar estas palabras Ma llora amargamente y la princesa suspirando,
añade:
—No podemos ni ir los dos, ni quedarnos los dos.
Al día siguiente, le llama el Rey, su suegro:
—Me dicen que te punza la nostalgia y que añoras la casa de tus ancianos
padres. ¿Te parece bien marchar mañana?
Ma agradece diez mil veces al rey su bondad, declara que no lo podrá
olvidar y promete volver muy pronto.
Aquella noche Ma y la princesa conversan, después de tomar el vino
caliente, y hablan de su próxima separación. El esposo dice que pronto se
reunirán de nuevo, pero la princesa asegura que su vida de matrimonio toca a
su fin. Ma se desespera por esta actitud, pero la sumisa esposa le replica:
—Como hijo respetuoso y bueno, vas a la casa de tus padres. En los
encuentros y las separaciones de esta vida, cien años parecen un solo día; ¿por
qué entonces abandonarnos a nuestra pena como los niños? Yo te seré siempre
fiel; sé verdadero conmigo y así, aun separados, estaremos unidos por nuestras
almas y nuestro espíritu, y constituiremos una pareja feliz. ¿Crees que sea
necesario vivir al lado el uno del otro y envejecer juntos? Si rompes tu palabra,
tu próximo matrimonio no puede ser del agrado de los dioses, pero si la
soledad te pesa11, toma una segunda esposa o concubina. Otro punto tengo que
tocar antes de que te vayas, con referencia a nuestra vida conyugal: voy a ser
madre y te ruego pienses un nombre para nuestro hijo. A esto replica Ma:
—Si es hija se llamará Lung-Kung; si es un varón llámalo Fu-hai12.
La princesa le pide entonces algún recuerdo que pueda llevar siempre
consigo, y Ma le regala un par de lirios de jade que ha adquirido en el Mercado
del Mar.
Por fin añade la princesa:
—El día octavo de la cuarta luna, es decir, dentro de tres años justos,
cuando una vez más llegues a este país sobre tu caballo, te daré tu hijo.
Le entrega además un saquito de cuero lleno de valiosas joyas, diciendo:
—Cuida de esto, ha de servir para muchas generaciones.
11
La expresión china dice literalmente: «si no tienes nadie para cocinar por ti».
12
Templo del Dragón y Felicidad del Mar, respectivamente.
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lleve vida de esposa, ¿quién podrá decir que no somos marido y mujer? Tu
padre y tu madre cogerán a sus nietos en brazos, aunque nunca se hayan
posado sus ojos sobre la desposada. ¡Ahimé! algo malo hay en esto. El año
próximo tu honorable madre entrará en la obscuridad de la larga noche. Estaré
a su lado cerca de la tumba, como conviene a una nuera respetuosa. De
entonces en adelante la buena suerte acompañará a tu hija, y un día, pasado
mucho tiempo, también ella podrá tener entre las suyas la mano de su madre.
Cuando crezca nuestro hijo, sin duda será de los que van de un lado a otro.
Adiós, esposo amado, aun me queda mucho por decir, pero es preciso partir;
adiós.»
Ma lee la carta repetidas veces, como si su corazón no creyera lo que sus
ojos ven; de cuando en cuando derrama amargas lágrimas. Los niños se han
colgado de su cuello y piden que los lleve a casa.
—¡Ay, hijos míos! —suspira él—, ¿dónde está vuestra casa?
Todos lloran entonces y Ma contempla absorto el inmenso océano que se
extiende ante su vista hasta tocar el cielo; lo ve tan bello y apacible que abraza a
sus hijos y emprende el triste retorno.
Como ahora conoce que su madre no ha de durar mucho tiempo, se
apresura, como hijo respetuoso, a preparar lo necesario para un digno entierro,
a fin de que su madre quede tranquila antes de la muerte, viéndolo todo tan
bien dispuesto. También planta los cien jóvenes pinos alrededor de la tumba
para detener al viento que turba la paz de los muertos.
El año siguiente fallece la anciana señora, y su féretro es llevado, con la
pompa que corresponde, al lugar de su último descanso. Pero, ¡oh, sorpresa!,
allí está la princesa, de pie junto al mausoleo. Los que se hallan presentes
sienten miedo, cuando de pronto cae un rayo seguido de fuerte trueno y un
chubasco... y la princesa se ha marchado.
Entonces se ve que muchos de los pequeños pinos que parecían muertos
han revivido.
Fu-hai, el hijo, marcha en busca de la madre a la que tanto añora,
regresando al cabo de unos días de ausencia. Lung-kung es una mujer y no
puede acompañar al hermano; llora y se lamenta en secreto, porque es del peor
gusto exteriorizar las penas.
Un día, después de muchos años, entra su madre en la habitación y le ruega
que seque las lágrimas.
—Hija mía —le dice—, ha llegado la hora de contraer matrimonio. Deja ya
el llanto. Ahora vienen los días alegres.
Entonces le regala como dote un árbol de coral de ocho pies de altura, unas
arcas de madera de alcanfor, cien hermosísimas perlas, y dos cajas incrustadas
con oro y valiosas piedras. Pero Ma se ha enterado de su presencia y corre a su
encuentro. Agarrándole la mano solloza de alegría, cuando de repente suena un
trueno que hace retemblar el edificio y la princesa del Mar, del país de Lo Ch'a,
hija del reino marítimo de los inmortales, ha desaparecido para siempre.
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EL BODISATVA DE JADE
En los años de Sao Ching, bajo la dinastía de los Song del Sud, vivía en la
capital del Imperio un general originario del nordeste de la China. Gobernador
de tres distritos militares, ostentaba el título honorífico de príncipe de Yen-
ngan. Un día, atraído por la belleza de la primavera, se llevó el príncipe a toda
la familia a una excursión al campo, regresando ya de noche cerrada. El cortejo
de los palanquines atravesaba el puente de Kiu kia, dentro de la puerta de Tsien
Tang, cuando el príncipe, que ocupaba la última silla en retaguardia, oyó a
alguien gritar en el muelle:
—Ven pronto, hija mía, ven a ver pasar al príncipe.
Entonces éste hizo llamar a su mayordomo y le dijo:
—Hace tiempo que buscaba a esta persona. ¿Por qué azar me la encuentro
aquí? Cuento contigo para que entre mañana en mi residencia.
El fiel mayordomo se lanza en el acto en busca de la que ha atraído las
miradas de su señor. Baja al muelle y ve un comercio que lleva el siguiente
rótulo:
CASA DE KIU
Marcos antiguos y modernos para cuadros y caligrafía
16
Zapatitos apoyados en un alto tacón en medio de la planta del pie.
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Los dos hombres se saludan según lo imponen los ritos, y toman asiento. El
negociante se interesa por el motivo de esta llamada que le hace el honorable
desconocido.
—No es nada de particular —replica el mayordomo—. Sólo quería hablar
contigo para pasar el tiempo... Vamos a ver, la que llamabas para ver pasar al
príncipe ¿es, sin duda, tu honorable hija?
—Mi humilde niña, efectivamente —afirma el vendedor—. Con su madre
somos tres de familia.
—¿Qué edad tiene tu única hija?
—Diez y ocho años.
—¿Piensas casarla o prefieres que entre al servicio de algún gran señor? —
insinúa el mayordomo.
—Pobre anciano, no poseo nada para su dote. ¿Cómo la casaría? Tendremos
que acabar por mandarla a la casa señorial.
—¿Conoce algún oficio?
El anciano responde que posee el arte de bordar. Y aprovecha el
mayordomo para elogiarla y hacer su proposición:
—Desde su palanquín ha visto hace un instante el príncipe que tu hija
llevaba un precioso cinturón bordado. En la residencia se necesita una
bordadora. ¿Por qué no ofreces tu hija al príncipe, honorable anciano?
Kiu lo consulta con su mujer y al día siguiente se presenta la hija en la
residencia con un contrato. Desde ese momento, la muchacha forma parte de la
casa señorial y es conocida por el nombre de Sieou-sieou17.
Pasan los días. Sucede una vez que la Corte Imperial honra al príncipe con
un obsequio de gran valor: una túnica de guerrero bordada de floridos círculos.
En seguida Sieou-sieou lo copia con tal fidelidad, que el príncipe se digna
demostrar su satisfacción. Pero añade:
—El Emperador me ha obsequiado con esta magnífica túnica, ¿qué le
podría yo ofrecer?
Manda buscar en las tiendas de la residencia un trozo de jade lechoso y
transparente como el sebo del carnero. Los artesanos al servicio de la residencia
son congregados ante el príncipe y éste les pregunta:
—¿Qué se puede hacer con este trozo de jade? Uno de los obreros se
adelanta y dice:
—Yo podría tallar un par de tazas hermosísimas.
—Es una lástima hacer tazas con esto —observa el príncipe.
Otros lapidarios van dando su parecer. Por fin, un joven artesano de
veinticinco años solamente, llamado Tsoei ning 18, que lleva dos años al servicio
del príncipe, se adelanta con las manos juntas.
—Dígnese escucharme mi bondadoso señor. Este pedazo de jade me parece
algo difícil de pulir y tallar: es puntiagudo por un lado y ancho por el otro. El
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Sieou-sieou significa «Borda, borda».
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Tsoei ning, significa: «como gustéis».
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Divinidad búdica muy popular en China.
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Ese día, en el tumulto del incendio, Sieou sieou aprieta en sus manos un
gran pañuelo en el que ha ocultado joyas de valor. Cuando va a salir por la
galería de la izquierda, tropieza con Tsoei ning.
—Señor Tsoei... —dice extrañada—, es muy tarde para irme. Las honorables
damas de servicio se han dispersado y nadie se ocupa de mí. ¿Qué he de hacer?
No tengo más remedio que recurrir a vuestra protección.
Tsoei se lleva a la muchacha. Juntos salen precipitadamente de la casa en
llamas y andan a lo largo del muelle hasta la altura del puente Che hoei. Allí
dice la joven:
—Me duelen los pies, honorable señor Tsoei, ya no puedo andar.
—Unos pasos más —ruega Tsoei—. Vamos. Mira, allí está mi casita. Podrás
descansar unos instantes si no te parece mal.
Llegan a la casita del lapidario y se sientan después de mil ceremonias.
—Tengo algo de apetito —dice de pronto Sieou sieou—, sería muy amable
vuestra señoría ofreciéndome algo de comer. Además tuve tanto miedo que un
poco de vino me daría ánimos.
Tsoei ning va a buscar de comer y de beber. Después de dos o tres tazas, las
mejillas de la niña se colorean como dos flores. Bien se dice que la flor es
mensajera de la primavera y el vino intermediario del amor. He aquí que
nuestra bordadora cambia de tono.
—¿Te acuerdas de aquella noche? Estábamos en el balcón contemplando la
luna. El príncipe, de excelente humor, te prometió mi mano y tú te confundiste
en zalemas de agradecimiento. ¿Es que ya no te acuerdas?
Ante esta brusca y osada manera de recordar las cosas, Tsoei ning se inclina
turbado y contesta que sí. La muchacha prosigue:
—Entonces todos aplaudieron. «Qué admirable pareja», exclamaron.
¿Cómo se te ha podido olvidar?
Otra vez pasa el lapidario un apuro; acaba por contestar sonrojándose que
piensa en ello de día y de noche. Entonces dice ella:
—Si es así, ¿por qué esperar hasta la eternidad? Nos podemos unir hoy
mismo como marido y mujer.
—¿Cómo me atrevería?... —responde dudoso el muchacho.
—Si no te atreves, está bien. Gritaré socorro, vendrán y te acusaré de
quererme encerrar en tu casa; y mañana me quejaré al príncipe.
—Escucha, niña mía —replica el joven algo turbado—: seremos marido y
mujer. Por mi parte no hay inconveniente, pero es con la condición de salir de la
capital sin demora. Aprovecharemos el desorden causado por el incendio para
ir lejos de la ciudad.
—Obedeceré, puesto que eres mi marido.
Aquel día fueron, pues, marido y mujer.
Un poco antes de apuntar el alba, Tsoei ning y su esposa emprendieron el
camino de la fuga llevando uno y otro el dinero y los objetos de valor que
poseyeran.
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TRABAJOS EN JADE
Maestro Tsoei, artesano de la capital
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El enviado emprendió, pues, el regreso a Kien kan sin éxito, para dar
cuenta a Tsoei del fracaso de su misión. Mas antes de que llegara, aconteció que
una mañana oyó Tsoei hablar delante de la tienda.
—¿Es aquí donde vive el maestro Tsoei?
El artista ruega a su mujer que vaya a ver de qué se trata. Y Sieou encuentra
ante la puerta a sus ancianos padres. La alegría de la familia reunida es
indecible. Al día siguiente llega el mensajero de la capital. Cuando va a contarle
a Tsoei su odisea, se queda atónito al ver a los ancianos ya instalados en la
tienda.
Desde entonces vive Tsoei apacible y felizmente con su esposa y sus
suegros.
Algún tiempo más tarde, el Emperador contempla las colecciones de
objetos de arte del palacio. Posa al azar los ojos en una estatuilla que representa
a un bodisatva de jade. La toma entre sus manos, la acaricia suavemente. Una
campanilla se desprende y cae al suelo, rompiéndose. El Emperador pregunta a
un oficial si hay alguien capaz de tallar otra campanilla igual. El oficial examina,
a su vez, el precioso trabajo y descubre casualmente la firma, grabada debajo de
la figura: «Hecho por Tsoei ning». El Emperador ordena que se busque
inmediatamente al artista; se averigua que estuvo al servicio del príncipe Yen,
pero que el príncipe lo desterró.
Después de algunas dudas, el exilado de Kien kan es llamado a la capital
para ser recibido en audiencia por el Emperador. Es para el pobre artesano un
honor jamás soñado. Tsoei ning da primero las gracias por el favor celeste,
luego busca con cuidado un pedazo de jade cuyo color y calidad sean idénticos
a los de la estatuilla, y talla una campanilla en todo semejante a la que se
rompiera.
El monarca se muestra satisfecho de su arte y le concede una pensión para
que pueda trabajar en la capital.
—Ahora que me protege el favor Imperial, nada ni a nadie tengo ya que
temer —piensa el lapidario—. Para vengarme de mi amarga suerte voy a
instalar mi tienda en el muelle donde viví en otros tiempos.
Curiosa coincidencia: tres días después de la apertura de la nueva tienda
pasa un hombre ante la puerta: es Ko, otra vez el sargento Ko, que exclama al
ver a Tsoei ning:
—¡Enhorabuena, maestro Tsoei! ¿Te has establecido, pues, aquí?...
Mas el terror le corta súbitamente la palabra, porque Sieou sieou viene a su
encuentro. Sin esperar más, el militar da media vuelta y escapa tan de prisa
como sus pies se lo permiten. Y Sieou sieou le dice al esposo:
—Ve, corre y llama al sargento; tengo que hablar con él.
El artista se lanza detrás del sargento y luego de darle alcance lo trae medio
a rastras a la tienda. El militar viene a la fuerza, sin dejar de mover la cabeza de
un lado a otro, diciendo:
—Es extraño, extraño...
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Sieou sieou contesta a sus saludos como si nada pasara. Luego le dice:
—Sargento Ko, una vez en Tain tcheou tuve la amabilidad de acogeros lo
mejor que pude. Os ofrecimos de comer y beber... Nada de esto conmovió
vuestro corazón y nos denunciasteis al príncipe tan pronto llegasteis a la
residencia. ¡Cuán desgraciados nos hicisteis! Hoy estamos bajo la protección del
Emperador y ya no os tememos, id a denunciarnos otra vez, si ello os place. ¡Id,
pues! ¡Id, pues!
El sargento está atónito, como petrificado. No sabe qué decir y se desliza
hacia la puerta murmurando excusas. Cuando está fuera, corre a toda prisa.
Inmediatamente va a ver al príncipe:
—He visto un fantasma —grita.
—¿Qué le ocurre a este hombre? —exclama el príncipe, impaciente.
—Vengo a comunicar a mi bondadoso señor que he visto un fantasma —
insiste el sargento.
—¿Qué fantasma es ése? Vamos, habla.
—Acabo de pasar por el muelle, donde he encontrado a Tsoei ning, que ha
abierto tienda, y detrás del mostrador había una mujer: ¡Sieou sieou!
—¡No me vengas con cuentos! —exclama el príncipe irritado—. Sieou sieou
fue muerta por los golpes de bambú y enterrada en el jardín. Lo viste todo
aquel día con tus propios ojos y ahora me dices que has visto a esta mujer. ¿Qué
bromas son éstas?
—Vengo a traer una sensacional noticia a mi bondadoso señor; ¿cómo me
atrevería a bromear? He visto verdaderamente a Sieou sieou; he hablado con
ella. Si Vuestra Señoría no tiene confianza en mis palabras, firmaré un
juramento militar.
—Puesto que es así, fírmalo.
El infeliz sargento firma, efectivamente, delante del príncipe, un juramento
militar. En seguida mandan un palanquín para recoger a Sieou sieou. Dice el
príncipe al soldado:
—Tráeme ahora mismo a esa bribona: he de matarla de una vez con mi
sable. Si no, recibirás tú el golpe en su lugar.
Originario del noroeste, el sargento Ko Li no es más que un soldado
valiente sin la menor inteligencia. Ignora que firmar un juramento militar es
jugarse la cabeza. Cuando llega ante la tienda del lapidario ve a Sieou sieou
tranquilamente sentada detrás del mostrador. Al ver al sargento y a su séquito
no parece asustarse lo más mínimo. El militar se le acerca y dice:
—Noble dama, tengo orden de llevarte ante el príncipe, nuestro amo.
—Está bien, espera unos instantes mientras me arreglo.
Al cabo de un momento aparece ataviada con una preciosa túnica de
brocado y toma asiento en el palanquín.
El príncipe espera en la gran sala, como la primera vez. Ko Li entra el
primero y anuncia la llegada de Sieou sieou.
—Que pase —dice el príncipe.
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CHENG Y EL GRILLO
Allá por el año 1431, bajo el reino del emperador Hsuen Te, de la dinastía
Ming, las batallas de grillos estaban muy de moda en la Corte Imperial del Gran
País de la China, cobrándose, además, impuestos a los que criaban estos
insectos.
Érase una vez un magistrado de la comarca de Hua yin, muy deseoso de
ganarse los favores del Gobernador; y así las cosas, hizo un buen día su visita
mensual con un magnífico ortóptero escondido en los pliegues de sus largas
mangas, ofreciéndoselo al alto funcionario del Estado. Este insecto era tan
valiente y hacía tal despliegue de su bravura en las batallas, que el Gobernador
encargó al magistrado le surtiese, de entonces en adelante, los grillos de su
colección. El magistrado hizo, a su vez, el mismo encargo a todos los bedeles del
Tribunal. En aquella época un bedel era un hombre escogido por el Gobernador
de la provincia, entre los más respetables y honrados de cada pueblo o aldea,
para que asumiera la responsabilidad del comportamiento de sus
conciudadanos. Era un puesto de gran honor y un cargo que no se podía
rehusar. Naturalmente, si sucedían desmanes o robos en el territorio bajo su
jurisdicción, el honorable bedel recibía un número de golpes de bambú que
variaba según la importancia de los delitos cometidos. En el año 1431 quedaron,
además, encargados de surtir los grillos de pelea.
Las personas desocupadas o que disponían de horas de ocio se dedicaban
en aquellos tiempos a la caza de estos insectos en los trigales, pues es sabido
que el grillo anida preferentemente entre las tiernas y verdes espigas. Bien se
podía decir que «andaban a grillos».
La afición había elevado el precio de los animalitos de tal suerte que un solo
ejemplar de buena raza podía ser la fortuna o la ruina de una familia.
En el pueblo del que nos ocuparnos vivía un hombre llamado Cheng, un
mal estudiante que había fracasado repetidas veces en los exámenes del
mandarinato; no obstante, como era bueno y honrado, aunque poco espabilado,
le habían concedido el honorable cargo de bedel. El pobre Cheng hizo cuanto
pudo por salvar su responsabilidad y dimitir en honor de alguno más digno
que él de ocupar el puesto; todo fue en vano. Encargado además de la caza de
los ortópteros, no tardó mucho tiempo en arruinarse por completo.
Precisamente fue en esta época cuando hubo más demanda de grillos en la
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Corte, y no sabiendo qué hacer ni cómo salir del apuro, Cheng decidió terminar
con las dificultades de la vida.
—¿Qué necesidad hay de llegar a este extremo? —exclamó su esposa—.
Vete al campo, seguramente encontrarás buenos luchadores en el trigal.
Resignado, se fue Cheng muy de mañana, cuando aún no había salido el sol
bienhechor enviado por Buda. Llevaba un tubo de bambú y una redecilla de
seda fina. Pero por más que buscara entre los arbustos, entre el trigo y debajo de
las piedras; por más que mirara en los agujeros y en los zarzales, volvió
avanzada la noche con sólo dos o tres débiles y flacos grillos que morirían
seguramente en el primer encuentro. El magistrado había indicado una fecha
límite para la entrega de los insectos que deseaba mandar a la Corte y al
Gobernador. Al ver los miserables bichos que traía tembloroso Cheng, montó
grandemente en cólera, ordenando le fueran aplicados cien golpes de bambú.
Esto no hizo sino empeorar la situación del infeliz bedel, que yacía en el
lecho dolorido y sin fuerzas, y más que nunca sintió la tentación de atentar
contra su vida.
En aquellos días llegó a la comarca un astrólogo o adivino, hombre astuto y
jorobado, que gozaba de gran fama en todo el Imperio. Desesperada, la mujer
de Cheng, reuniendo sus últimas sapeques, se fue a pedir su consejo y ayuda.
En la puerta de la casa donde se había instalado el astrólogo se agolpaban
las mujeres del pueblo. Muchachas jóvenes que venían a pedir marido, mujeres
que deseaban un hijo, viejas que ya no tenían nada que desear, pero que aún
conservaban ilusiones; todas querían saber algo, conseguir algún favor del cielo.
De aquella humilde choza saldrían tristes o alegres, llenas de esperanza o
totalmente desilusionadas. En la casa había una habitación obscura en cuya
entrada colgaba una cortina de ligero bambú; delante de la cortina se elevaba
un altar ante el cual los demandantes quemaban incienso en honor a Buda,
prosternándose luego dos veces hasta el suelo. El adivino, de pie al lado del
altar, miraba al vacío y rogaba a Buda le inspirase su respuesta. Sus labios se
movían en dulce plegaria, mas ningún sonido salía de su boca, y los presentes
aguardaban, como hipnotizados, en el mayor silencio. De pronto, un trozo de
papel era arrojado del cuarto obscuro, y entonces el astrólogo decía que se
cumpliría el deseo del cliente.
Se adelantó tímidamente la mujer de Cheng. Las piernas le temblaban, un
sudor frío le corría por todo el cuerpo. Colocando las monedas sobre el altar,
quemó el incienso de madera de sándalo e hizo las inclinaciones de rigor con el
mayor respeto. Pasados unos instantes se movió la cortina de bambú y un
pedazo de papel vino a caer a sus pies. No llevaba ninguna escritura, mas sólo
un dibujo extraño. Se apresuró la buena mujer en salir a la calle para mirarlo
con cuidado, pero por más vueltas que le diera nada entendía.
En el centro estaba dibujado un templo y, detrás, una blanda colina, al pie
de la cual yacían unas piedras de forma extraña. Debajo de las piedras salían las
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Cheng llegó poco después, alegre y contento porque sus viejos huesos
habían tomado el sol que recomienda Buda. Al ver la cara de su esposa sintió
que se le «ponía el corazón blanco».
—¡Qué ha pasado! —exclamó.
—Tu hijo ha dejado escapar al grillo; luego, al quererlo coger, lo ha
matado...
—¿Dónde está el bribón? ¿Dónde se esconde ese vil hijo de tortuga?
Pero el niño había desaparecido y, avanzada la tarde, lo encontraron, por
fin, ahogado en el pozo del jardín. Entonces la cólera, la intranquilidad y el
disgusto—, todo se convirtió en un inmenso e insufrible dolor. La muerte le
pareció al infeliz matrimonio una deliciosa liberación. Silenciosos, se sentaron
uno frente al otro en su humilde caballa, de cuya chimenea no salía ya humo 20
Se dispusieron tristemente a enterrar al hijo amado, mas al coger su
cuerpecito para ponerle los atavíos de los muertos, he aquí que lo vieron
respirar. No están locos, no. El niño aun respira, en verdad; pronto abre los ojos,
pero está muy débil, como atontado, y sólo quiere dormir.
Tranquilo ya con respecto a la vida de su hijo, Cheng mira ahora el tazón
que encerrara el causante de tantos sobresaltos. Suspira y no puede conciliar el
sueño. Al amanecer permanece sentado, transido de frío y de pena. Mas he aquí
que de pronto oye el chirrido de un grillo en el campo. ¡Qué vuelco le da el
corazón! Corre a la puerta de la casita y ve al insecto, a su grillo, ¡al mismo que
cogiera en la zarza del templo! Pero al intentar atraparlo, el bicho se escapa de
un salto. Varias veces cree ponerle la mano encima, y cuando cierra los dedos
nada siente. No, aun no lo ha cogido. La persecución dura largo rato; por fin, lo
acosa en un rincón de la casa, mas ahora se detiene a mirarlo y no ve el ejemplar
fuerte y hermoso que era el suyo, sino un miserable y flaco grillejo. Su cabeza ya
no es verde, ni sus élitros dorados; es pequeño y pardusco, con la cabeza roja.
Cheng se para, lo mira de nuevo y le parece que no vale la pena atrapar este
animalucho tan feo y tan débil, indigno de la peor casta. De repente el bichito
da un salto y se coloca en su manga. Entonces, resignado, se lo lleva adentro y
lo examina con atención. No es tan feo como primeramente creyera; está bien
formado y parece recio y bravo. Será necesario probar sus fuerzas en combate.
Al día siguiente va a buscar un muchacho del pueblo que posee el mejor
campeón de la comarca. Hasta ahora ha ganado todas las batallas y su precio es
de los más elevados. Cuando Cheng enseña su alumno, el muchacho
prorrumpe en franca risa; al lado del suyo parece más raquítico aun.
Cheng, descorazonado, quiere marcharse sin hacer siquiera la prueba, pero
el muchacho le dice:
—Ya que has venido hasta aquí, qué más te da sacrificar tu grillo para el
regocijo y alegría de los presentes. Nos vamos a reír y pasaremos un buen rato
con tu mequetrefe; bien poco tardará en dar cuenta de él mi gran guerrero.
20
Expresión china que significa que es casa pobre donde no hay ni siquiera fuego en el
hogar.
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Cheng piensa que de nada le sirve mantener este insecto tan débil y lo
regala sin pesar para diversión de los lugareños. Los colocan, pues, juntos en un
tazón, y el grillo de Cheng se queda muy quieto y como atemorizado. Lo
azuzan con briznas de bambú, pero permanece impávido. Todos se ríen con
grandes carcajadas y siguen azuzando al bichito a más y mejor. De pronto el
grillo se yergue, abre las mandíbulas, levanta las patas y se arroja sobre su
adversario, que hasta ahora lo había desdeñado, limitándose a darle algún
despectivo mordisco. La batalla se hace encarnizada y tienen que acabar
separándolos para que no mate el de Cheng al grillo del muchacho. Todos
quedan maravillados. Cuando ve el campo libre, el grillo de Cheng canta
triunfante en señal de victoria. Los campesinos, entusiasmados, comentan con
el bedel los incidentes de la batalla. En tanto, un gallo ha subido sobre la mesa y
decide comerse al apetitoso insecto. Cheng da un grito desesperado;
afortunadamente, el grillo escapa veloz. Pero entonces comienza una trágica
carrera. El gallo persigue al insecto; éste salta y se escapa, hasta que por fin se
encarama en la cabeza del gallo, fuertemente asido de su cresta. Cheng consigue
cogerlo y se lo lleva en una jaula, aún jadeante de tantas y tan variadas
emociones.
Pasados unos días envía el grillo al magistrado.
Éste, al verlo, monta en gran cólera y manda venir al bedel para que sea
apaleado. Entonces éste le cuenta sonriente las proezas del débil y flaco
ejemplar que le trajera días atrás.
—No puedo creer que te burlas de mí —replica el magistrado—. Vamos a
probarlo en tu presencia. Si has mentido, recibirás tantos golpes de bambú
como resistencia tenga tu vida.
Pero el grillo flaco y feo gana todas las batallas y queda único campeón de
la comarca. Por fin, lo ponen frente a un gallo, y también se salva de éste
montándole en la cresta.
El magistrado le encarga entonces una jaula de oro y lo manda al
Gobernador de la provincia, el cual, a su vez, lo expide a la Corte con una carta
que explica sus hazañas. En el Palacio Imperial el feo y flaco grillo de Cheng
vence en honrada lucha a todos los ejemplares de la espléndida colección del
Emperador. Su fama se extiende por todo el Imperio y el Hijo del Cielo manda,
en agradecimiento, valiosos regalos al Gobernador.
También Cheng recibe su recompensa. El magistrado no sólo le libera del
temible cargo de bedel, sino que da instrucciones al Mandarín Canciller de
Literatura para que pueda pasar los exámenes de primer grado. Solamente
algunos meses después se repone el niño de Cheng, que durante todo este
tiempo quedó postrado en el lecho. Al despertar de su estado cataléptico,
cuenta risueño que ha sido un grillo muy buen luchador mientras durara su
enfermedad. Pero todos se ríen de él.
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El nieto la lleva entonces de nuevo a la, posada de «Las Diez Mil Flores»,
pagando los atrasos y devolviendo a la honorable abuela la vida que
corresponde a su rango.
Pero marcha en seguida hacia la capital, porque le esperan allí cosas
importantes. Llega al palacio del Ministro Inkaichan y pide una audiencia, que
le es concedida sin demasiadas dificultades. Exhibe entonces la carta de su
madre y cuenta al venerable abuelo materno los acontecimientos pasados.
El Ministro siéntese hervir en justa cólera. Eleva una exposición de los
hechos al emperador T'ang Tai Tsong, el cual da órdenes para que detengan y
decapiten al asesino de Tcheng y encarga al propio Ministro de tan noble
misión.
Inkaichan se pone en camino sin más tardar, llegando a la provincia de
Kiangsu de noche cerrada. Rodea el Tribunal con sus hombres, detiene al
culpable, lo lleva hasta el río Hongkiang, al mismo lugar donde asesinara a su
yerno y allí le arrancan el corazón y el hígado en sacrificio a la víctima.
Entonces sucede un inesperado acontecimiento: Tcheng, al que todos creían
muerto, había sido salvado por Long Wang, la carpa. Efectivamente, la carpa
que Tcheng no matara después de comprarla al pescador porque le notara algo
extraño, era el mismo dios del Río que recorría su Imperio bajo aquella
apariencia. Una vez, por descuido, había caído en las redes de un pescador. Al
enterarse, más tarde, de que aquel buen hombre que no quisiera matarle había
sido arrojado al río por un desalmado, dio orden para que fuese salvado,
nombrándole seguidamente oficial de su Corte. Mas hoy ve el Rey de los Ríos
que el hijo, la esposa y el honorable suegro del difunto sacrifican el corazón y el
hígado del asesino en honor al fallecido, en el mismo lugar donde recibiera un
golpe mortal, y Lon Wang estima tanto el sacrificio que ordena le sea devuelta
la vida a Tcheng. Su cuerpo emerge, pues, de entre las aguas, flota un instante,
se aproxima a la orilla del río, se vivifica y sale, por fin, del torrente, lleno de
salud y de vida. Huelga contar la alegría de esta familia, reunida en
circunstancias tan increíbles e inesperadas.
Tcheng y el honorable anciano, su suegro, se van hacia el Kiangsu, donde
después de dieciocho años de su nombramiento, toma Tcheng posesión del
cargo que le corresponde. Wenkiao sigue durante un tiempo la vida del hijo
amado. Éste toma el nombre de T'ang Tseng y es el bonzo favorito del
Emperador, quien lo eleva a los mayores títulos que pueda alcanzar un
sacerdote budista. Al cabo de muchos años, T'ang Tseng es elegido para el
famoso viaje al Paraíso de Occidente, donde Buda en persona le entrega los
libros sagrados del budismo, destinados al Gran País de la China.
Esta es la verídica historia del bonzo T'ang Tseng, tal como se cuenta aun
hoy día.
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EL TESORO PERDIDO
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Por la noche, sobre la almohada, Tou Wei ponía a su amante al corriente del
trato.
—Siempre quise rescatarte, pero mi bolsillo está del todo vacío. ¡Qué
haremos!
—¿No tienes ningún pariente o amigo que te pueda ayudar? Ve a buscar
salida de este atolladero. Piensa que entonces seré tuya para toda la vida y que
podremos librarnos de la insoportable vieja.
—Mis padres y mis amigos no me quieren tratar por mi mala conducta en
los honorables pabellones de placer. Mañana, no obstante, intentaré pedir un
adelanto sobre mis gastos de viaje con el pretexto de que pienso regresar a la
casa. Quizás consiga así reunir la cantidad necesaria.
—Ya sabes que haré cuanto pueda —añadió al ver que Tou Wei insistía.
Al día siguiente comenzó las gestiones. Fue primero a despedirse de sus
amigos; mas cuando se trataba de darle algún dinero, todos contestaban de la
misma manera:
—Lo siento mucho..., yo mismo estoy bastante apurado...
Durante tres días, Li Kia recorrió las casas de todos los amigos sin
conseguir ni una sapeque. Volver a ver a Tou Wei para contarle su fracaso le
resultaba demasiado penoso, mas como no tenía otro domicilio que el de la
cantante, fue a pedir asilo a su antiguo compañero de diversiones Lieu Yu-
tsouen. Éste al verle tan triste, le preguntó la causa de su pena, y Li Kia le confió
su proyecto desesperado de casarse con Tou Wei.
—Parece inverosímil —dice Lieou sacudiendo la cabeza—. Tou Wei es una
de las cantantes en boga; es imposible que la vieja te pida solamente trescientas
onzas por su rescate. Sólo veo en ello un pretexto para despedirte. Si
verdaderamente te dispusieses a marcharte a tu casa, aún se te podrían
adelantar las monedas necesarias para el viaje. Pero ¡trescientas onzas! No te
digo en diez días, ni en diez meses lo conseguirás. Humildemente te advierto
que ya es hora de que entres en razón y termine todo esto.
—Hablas como un inmortal, honorable hermano.
Esto decía Li Kia, pero no lo pensaba. Le faltaba valor para renunciar
definitivamente a su hermosa amante, y, así, prosiguió sus peticiones allí donde
lo llevara la fantasía. Por las noches volvía al albergue donde se hospedaba
Lieou. Pasaron otros tres días. Al transcurrir el sexto y viendo que no venía su
amigo, Tou Wei se sintió vivamente inquieta. Envió secretamente a Seu Eul, el
joven criado de la casa, en busca de Li. No tuvo el niño dificultad en encontrar
al estudiante: lo vio errando por las calles y, prendiéndose a su túnica, le
arrastró a la casa.
Preocupado y avergonzado, Li, en su corazón, sentía inquietud por Tou
Wei. Se deja arrastrar hasta el pabellón de la cantante y una vez en su presencia,
turbado, sólo sabe prorrumpir en llanto.
—¿Tus amigos no han tenido el gesto generoso de prestarte las trescientas
onzas?
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—Son seis los días que llevo corriendo de aquí para allá y no he hallado
una sola moneda... Me avergüenza presentarme ante tus ojos, y esta casa me
inspira temor. Te agradezco que mandaras a buscarme y te pido diez mil
perdones.
—Cuidado, no nos oiga la vieja. Quédate esta noche; tengo que hablarte —
murmuró Tou Wei.
Organizaron una cena en la habitación y comieron y bebieron alegremente.
Hacia la media noche dijo Tou Wei:
—Puesto que no estás en situación de encontrar el dinero, ¿qué piensas
hacer del grave problema de mi vida?
El estudiante no decía palabra y sólo derramaba algunas lágrimas. Cuando
empezó a apuntar el alba, Tou Wei se decidió a romper el silencio:
—En mi colcha forrada hay un puñado de monedas, probablemente unas
150 onzas. Son mis economías secretas. Tómalas, así no tendrás más que buscar
otro tanto para completar la suma requerida. Espero que te será más fácil.
Acuérdate de que sólo faltan ya cuatro días.
Al regresar a la hostería de Lieou, Li Kia le cuenta lo sucedido. Los dos
amigos descosen la colcha y encuentran las monedas que, después de pesadas,
dan efectivamente, las ciento cincuenta onzas.
—Esta pobre mujer tiene corazón —exclama Lieou Yu-Tsouen—. Puesto
que sus sentimientos son sinceros tienes que merecerla.
—Es cierto, pero... ¿me puedes ayudar, honorable hermano?
Lieou asiente. Mientras Li Kia espera en la posada, va Lieou en persona a
pedir algún dinero prestado. Al cabo de dos días consigue por fin la cantidad
necesaria y, al entregársela a Li, le dice:
—No es por ti por quien hice esto, es por el corazón de Tou Wei.
Li Kia le da las diez mil gracias y corre con el dinero a casa de su amante.
Al conocer la generosidad de Lieou, Tou Wei muestra su regocijo tocándose
la frente con las manos.
—Gracias a los esfuerzos de este señor, se ven colmados nuestros deseos.
Los dos amantes pasan la noche felices. A la mañana siguiente expira el
plazo acordado. Tou Wei se levanta temprano y aun le da veinte monedas a Li
diciéndole:
—Hoy debes de pagar mi rescate, así podré marcharme en seguida contigo.
Estas veinte onzas son para nuestro viaje.
Aun no había terminado de hablar cuando la vieja vino a llamar a la puerta,
gritando:
—Pequeña, hoy es el décimo día; expira el plazo.
El joven, abriendo la puerta en el acto, dice:
—Gracias por tu advertencia, madrecita; justamente pensaba llamarte.
Y al decir estas palabras, Li Kia extendió sobre la mesa las trescientas onzas
de plata, con la mayor sorpresa de la vieja. Hubo un largo silencio. La cara de la
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—Tou Wei siempre fue la más elegante en las fiestas; he aquí que se va con
el hombre amado y que deja nuestra vida... ¿Cuándo se irán definitivamente?
Ese gran día tenemos que presenciar su marcha.
—Ya os avisaré —dice Sié Yu-lang— cuando conozca la fecha. Pero mi
hermana y su amor parten con tanta precipitación que sólo llevan cofres vacíos.
Tenemos que pensar en ello; no podemos consentir que nuestra hermana sufra
penuria.
Todas aprueban este pensamiento delicado y, tomada una generosa
decisión, se separan de común acuerdo.
Tou Wei y Li Kia pasan aún una noche en el cuarto de Sié. Tou le pregunta
al amado:
—¿Dónde nos instalaremos ahora?
—Mi honorable anciano padre está muy disgustado conmigo —responde el
estudiante—. No creo que nos reciba muy bien. Estoy pensando en ello sin
encontrar una solución que me satisfaga.
—Un padre y un hijo están ligados por afectos naturales; no es probable
que tu padre tenga el corazón tan duro que pueda renegar de ti para siempre. Si
no quieres contradecirle con demasiada brusquedad, déjame pasar algún
tiempo en Soutcheou o en Hangtcheou; mientras tanto vas a tu casa y procuras
reconciliarte con tu padre y tu familia; sin duda te apoyarán tus amigos y
parientes, intercediendo en tu favor. Entonces vienes a buscarme. Creo que es la
mejor manera de presentarme a los tuyos. Li Kia accedió.
Por la mañana se separan de Sié Yu-lang para ir a casa del estudiante Lieou.
Tou Wei lo saluda hasta el suelo, diciendo:
—Te estamos profundamente agradecidos y algún día te demostraremos
nuestra gratitud, como manda Buda. Lieou le devuelve su saludo y explica:
—Cuando se quiere a una persona con todo el corazón, no se retrocede ante
ninguna amenaza, ni siquiera ante la de la miseria. Entre las mujeres eres una
heroína. En cuanto a mi tan insignificante ayuda, no vale la pena hablar de ello.
Los tres amigos, entonces, charlan y beben durante todo el día. Fijan por fin
la fecha de la marcha y encargan los palanquines. Terminados los preparativos,
Tou Wei envía un mensaje de despedida a su amiga.
Llega el gran día y surgen por todos lados hermosos palanquines: son Sié
Yu-lang, Hsu Sou-sou y muchas más cantantes que vienen a despedir a los
felices amantes.
—Hemos aunado nuestros ínfimos esfuerzos para ofreceros un humilde
obsequio —dice Sié entregando a Tou un joyero pintado en oro fino y cerrado
con llave. No se podía ver su contenido, pues la cortesía impide al obsequiado
mirar con curiosidad el obsequio. Tou Wei coge el cofrecito y se inclina en
agradecimiento repetidas veces.
Pero llega la hora y hay que marchar; ya loa lacayos se impacientan y
aconsejan a los viajeros que emprendan el camino, porque es largo. Lieou y las
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negaron a levar el ancla. Souen Fou da entonces orden de amarrar el barco cerca
del de Li.
Tocado con una gorra de marta cebellina, cubierto de un abrigo de astracán,
el acaudalado viajero finge contemplar la nieve desde su ventana. En aquel
instante terminaba Tou Wei su tocado matinal y, levantando ligeramente la
cortinilla de bambú, arroja por la ventana el agua de la jofaina. Souen Fou ve de
lejos un fino rostro empolvado que asoma y al minuto desaparece. Su
imaginación le hace creer que acaba de entrever a una rara belleza y busca
algún pretexto para atraer al estudiante a su barco. Apoyándose en el borde de
la ventana, empieza a susurrar dos versos de un poeta clásico:
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Pensó Li Kia que de las cincuentas onzas quedaba poco menos de la mitad
y ni siquiera sabía cómo seguir el viaje.
—Tus palabras son sabias —aprobó desconcertado.
Souen Fou volviendo a insistir, añade:
—Aun te diría cosas más confidenciales, pero, ¿te dignarás escucharme?...
—Te agradezco tu amabilidad. Dímelo todo.
—La discreción pone límites a las confidencias, hasta entre los más íntimos
amigos. Decididamente prefiero la prudencia del silencio—.
—Habla, te lo ruego, no seas tan discreto.
—Las mujeres son por naturaleza inconstantes. Las de esa clase son
además, por lo general, incapaces de sentimientos verdaderos. Como la tuya era
una cortesana de categoría en Pekín, quizás tenga amistades en el Sur a las que
prometiera visitar, y realiza ahora sus designios sirviéndose de ti para traerla
hasta aquí.
—Imposible —afirmó Li.
—Tal vez tengas razón. Pero sabes que los hombres del Sur son conocidos
por su frivolidad. Cuando dejes sola a tu amada, ¿quién te dice que no han de
ocurrir historias desagradables? Tampoco puedes llevar esta dama directamente
a tu casa sin correr el riesgo de irritar enormemente a tu padre. Por eso no veo
salida a este asunto. Nunca se deben romper los vínculos que existen entre el
padre y el hijo. Si contrarías a tu padre sin miramientos por una cortesana y
abandonas a tu familia por una honorable hija del placer, todo el mundo se ha
de alejar de ti. Ya no habrá sitio para, ti entre el cielo y la tierra. Por eso debes de
pensar ahora largamente sobre todo esto.
Estas palabras acabaron de turbar a Li Kia. Acercando su silla a la de su
nuevo amigo, le preguntó:
—¿Tú qué me aconsejas, honorable hermano?
—Pues bien, se me ocurre una idea que te sacaría de apuro —dice Souen
Fou—. Lo malo es que seguramente no me vas a hacer caso, porque estás tan...
ligado a tus recuerdos de almohada y de estera. Cansaría mi lengua en vano.
—Si conoces una manera que me permita volver a la alegría de mi jardín
puedes decírmelo todo.
—Tu padre está, por lo visto, muy disgustado de los gastos que has hecho
durante más de un año ocioso en Pekín. Ve en ti a un hombre corrompido por
los placeres, incapaz de ser su heredero sin malgastar su fortuna. He aquí que
se te presenta una ocasión de repararlo todo: me cedes tu tesoro de alcoba y te
doy mil onzas de plata. Con este dinero vas a buscar a tu padre y le dices que
has dado clases en la capital y aun has hecho economías. No lo creerá, y
entonces le enseñas las monedas. Será para tu familia un excelente modo de
transformar la desdicha en felicidad. ¿Qué te parece mi idea?
—Tu idea es genial y aclara mi porvenir —dice Li Kia—. Pero mi humilde
amante me ha seguido en un trayecto de mil leguas y el buen sentido no me
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Vosotros, espectadores que tenéis ojos y oídos, sed mis testigos. No soy yo
quien traicioné a este hombre, fue él quien me traicionó a mí.
Los espectadores, emocionados, compadecían la suerte de la muchacha y
comenzaron a injuriar a Li Kia:
—¡Frívolo! ¡Infiel!
Acongojado y presa del remordimiento y de la vergüenza, Li lloraba
desconsoladamente. Iba a arrodillarse ante Tou Wei para implorar su perdón,
pero ya ésta, cogiendo el joyero de pedrerías con las dos manos, corría a tirarse
al agua. Se precipitaron todos para impedírselo, mas fue en vano: en un instante
las espumantes olas del torrente se llevaron a la desgraciada.
Los espectadores de esta escena manifestaban violentamente su
indignación y, en su justa cólera, hablaban de apalear a los dos amigos o de
entregarlos a la justicia. Asustados, Li Kia y Souen Fou hicieron levar al ancla a
toda prisa y huyeron cada uno por su lado.
Solo sobre su barco, ante las mil onzas de plata que allí quedaban, Li Kia
lloraba y se lamentaba de la desaparición de su bella amante. Noche y día lo
torturaba el remordimiento y acabó por volverse loco, y loco falleció.
En cuanto a Souen Fou, hondamente impresionado por tamaño drama,
cayó enfermo aquel mismo día. Estuvo grave durante toda una luna. Cada vez
que cerraba los ojos se le aparecía Tou Wei y le reprochaba su conducta. Al cabo
de una luna murió de agotamiento.
—Se ha cumplido el castigo del cielo —dicen los que lo han sabido.
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Yamen: mansión o palacio.
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Jefatura de Penales.
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Todo sacerdote Taoísta dispone de un sable mágico, equivalente de la «varita mágica» de
las hadas de los cuentos europeos.
25
En aquellos tiempos, el marido chino tenía derecho de matar a su esposa si la sorprendía
«in fraganti», pero tenía que matar también al amigo de su mujer y entregarse luego a la justicia;
sin lo cual se le consideraba como un vulgar asesino.
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suicidio. Pero teme un engaño por parte de Chiang. Adivinando sus sospechas,
éste le transporta en un instante ante la casa de su desgracia. Cuando llegan a la
entrada de la primera muralla de la ciudad, dice Chiang:
—¿No fue aquí donde te esperara anoche con el sable en la mano? No deseo
mirar el lugar mancillado. Ve tú y déjame esperarte en este lugar.
Si no has vuelto a la hora del crepúsculo me marcharé solo.
Al acercarse a la casa, Chu la encuentra cerrada y como deshabitada. Va,
pues, a la de su hermano, el cual, al ver a Chu, prorrumpe en amargo llanto.
—¡Ahimé! —exclama—. Cuando te fuiste los bandidos entraron en tu casa,
asesinaron a mi honorable cuñada y colgaron su cabeza del árbol más alto del
jardín. ¡Ai ya! ¡Ai ya! ¡Aun no se ha podido encontrar a los asesinos!
Chu le cuenta su extraño sueño y le ruega retire la queja presentada ante el
Tribunal. El hermano no vuelve de su asombro. Pero Chu llama al ama y le
ordena que traiga el hijo, único descendiente de la rama de los Chu, que habrá
de quemar el incienso ante las tablillas de los antepasados, que habrá de dar
honorable sepultura a todos los varones que le antecedieron, que habrá de
cumplir con los ritos y las ceremonias que se deben a los muertos. En él se
centran, pues, todas las esperanzas de su linaje.
—Atiende a mi hijo, hermano —dice Chu con solemnidad—. Él es quien ha
de honrar mis tablillas y las tuyas. Yo me retiro del mundo para siempre, para
vivir en la soledad de la montaña. No me busques; adiós.
Se despidió así del hermano, al que estaba tan tiernamente unido, haciendo
caso omiso de sus súplicas y llantos. Le acompaña éste hasta la puerta de la
ciudad y allí lo ve marchar lentamente con Chiang.
—Adiós —dice—. Que Buda te haga conocer su Nirvana.
Chu iba a responder, pero su amigo lo agarra de la larga manga y pronto
desaparecen los dos para la eternidad.
***
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AMOR FRATERNAL
El relato que les vamos a contar acaecía en los tiempos de la dinastía Chu,
en que la China se hallaba colocada bajo un régimen feudal.
El soberano del pequeño reino de Con Chu tenía dos hijos varones que se
amaban tiernamente. Cuando nació el segundo hijo el monarca decía
constantemente al primero:
—Mira a tu honorable hermanito y ámalo. Cédele el puesto de hijo menor y
mimado. No se te olvide nunca que eres el mayor, que le debes, en
consecuencia, el buen ejemplo de la valentía y del arrojo. Debes quererlo y
protegerlo. Él te obedecerá y será tu compañero donde quiera que vayas. No se
te olvide lo que dicen nuestros sabios: entre hermanos hay que ayudarse,
compartir las alegrías y las penas del mundo.
Sabes que uno de los filósofos de la dinastía Song, en su introducción al
libro genealógico familiar, dejó algunas palabras célebres con respecto al amor
fraternal. Decía así: «Los hijos de mi padre son mis hermanos amados. Somos
las ramas de un mismo árbol, las corrientes de un mismo manantial, los dedos
de una misma mano. Cuando estoy enfermo, mi honorable hermano se lamenta
y sufre... ¿Será posible que, pasadas algunas generaciones, los descendientes
quizás no sientan el deseo de conocerse?» Hijo, acuérdate de estas palabras.
El rey de Con Chu no podía ocultar la marcada preferencia que por el
menor de sus hijos sintiera. El primogénito se daba perfecta cuenta de ello.
Hasta los propios mandarines de su Corte lo habían notado.
Al mayor le había nombrado Kao Sen —Espíritu Elevado—; al pequeño,
Chin Pao —Tesoro de Oro—. Entre los dos niños reinaba, no obstante, la mayor
armonía y Kao Sen, en lugar de tener celos del cariño excesivo que tuvieran por
su hermano, unía su afecto al del padre hacia el hijo predilecto.
—Si mi venerado padre prefiere a mi hermano —pensaba— es que el
pequeño lo merece, que es más digno, más afectuoso, más inteligente que yo...
Lo que debo hacer es tratar de perfeccionarme y corregir mis odiosos defectos.
El pequeño pensaba, por su lado:
—Mi padre me prefiere a Kao Sen. Es cosa que no me hubiera atrevido ni a
desear ni a esperar. Pero, ya que así es, tengo que merecerlo y ser en todo
momento digno de tan gran fortuna.
Así los dos hermanos vivían con recíproco cariño y con creciente virtud.
¡Ahimé!, un día murió el buen rey sin dejar testamento. Considerando las cosas
legítimamente, el hijo primogénito tenía que suceder en el trono a su padre.
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Mas en los últimos momentos el rey de Con Chu había expresado el deseo de
darlo todo a Chin Pao, su predilecto.
Así fue que cuando terminó la ceremonia de los funerales, con la pompa
que Buda concede a las testas coronadas, es decir, la víspera del día en que
había de tomar posesión del reino el heredero legítimo de la corona, el príncipe,
para obedecer los deseos de su honorable padre, huyó de incógnito por una de
las puertas de la muralla de la capital.
El pequeño, para respetar los derechos de su hermano querido y para
manifestar a Kao Sen los sentimientos de cariño que por él sentía, tuvo el
mismo pensamiento y huyó por su lado.
Los dos tuvieron, pues, la misma idea: la da apartarse del mundo y vivir
meditando en la soledad de la montaña. Así es como uno fue a vivir en la
vertiente este y el otro en la vertiente oeste del Monte Sagrado del Tai shan.
Cuando el hambre se hacía sentir se mantenían de las piñas y piñones de los
árboles; cuando les apremiaba la sed bebían el agua del manantial al pie de la
montaña.
En tanto, los funcionarios del reino abandonado han tenido que buscar un
regente para dirigir los asuntos del Estado. En todos lados buscan a los
hermanos, envían mensajeros por lejanas tierras para descubrir sus trazas, pero
pasa el tiempo y no los encuentran.
En cambio, Kao Sen y Chin Pao se ven un día al pie del manantial del
Monte Sagrado.
—Hermano, ¿a qué viniste? —dice Kao Sen sorprendido.
—Y tú, ¿por qué estás aquí? —exclama Chin Pao.
—Nunca quisiera haber desatendido el menor deseo de nuestro padre —
explica el mayor—. Por eso vine a buscar este retiro agreste, huyendo del alto
deber que la Corte me imponía. Tú eres más inteligente que yo y más digno de
reinar y el Rey, nuestro padre, así lo pensó.
—Jamás he de usurpar un lugar que no me corresponde —replica Chin Pao.
Entonces caen en brazos el uno del otro y lloran amargamente por la
muerte del padre bienamado. Luego deciden vivir juntos para siempre, como
dos simples campesinos.
***
Al cabo de muchos años, los enviados del reino de Con Chu encuentran los
cuerpos de los dos príncipes: yacen tendidos, al lado el uno del otro, en la cima
del Monte Sagrado. Y todo el Imperio los venera desde entonces como a dos
santos: los dos santos de la paz.
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CHIAO NO
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las desgracias que había pasado, le aconsejó que tomara algunos alumnos,
añadiendo que él podría recomendarle más de uno.
—¡Ahimé! —dijo K'ung—, ¡cuál es el Mecenas que se digne ayudar a un
caminante como yo!
—Si el honorable letrado condesciende a inclinarse tan bajo, mucho me
honraría ser instruido por maestro de tan gran talento.
K'ung, muy agradecido, no quiso arrogarse el título de profesor,
consintiendo sólo en dar clases al muchacho a título de amigo. Le preguntó
luego por qué razón llevaba tanto tiempo la casa cerrada, a lo que el muchacho
replicó:
—Ésta es la mansión de la familia Shan. Ha permanecido cerrada porque
sus dueños marcharon a vivir a la ciudad. Mi nombre es Huan-fu y mi casa se
halla en el Shensi, pero como nuestras propiedades quedaron destruidas en un
incendio, nos hemos trasladado aquí para una temporada.
Así se enteró K'ung de que su nuevo amigo no pertenecía a la familia Shan.
Aquella noche estuvieron largo tiempo charlando y riendo, y, como se les
hiciera tarde, tuvo K'ung que quedarse a pasar la noche. Por la mañana entró
un criado a encender fuego, y el joven Huan-fu, habiéndose levantado el
primero, se internó casa adentro en las habitaciones privadas. K'ung, aun medio
dormido, se solazaba en una mullida cama, bien arropado en las ricas mantas
bordadas. En esto gritó el criado:
—¡He aquí el amo que se acerca!
K'ung, sorprendido, se levantó de un salto, y en el mismo momento entró
un anciano de luenga barba blanca que le expresó su gratitud en estos términos:
—Mucho agradezco a Vuestra Señoría que se digne ser el preceptor de mi
hijo. Tiene muy poca práctica del pincel y su escritura no es la que corresponde
a su rango; sólo me atrevo a esperar que su afecto por el amigo no disminuya la
imprescindible obediencia del discípulo.
Después de estas palabras ofreció a K'ung una túnica bordada, un
sombrero de visón y zapatos de ricas pieles, y así que se hubo lavado y vestido,
encargó, además, el vino caliente y los manjares que lo acompañan.
K'ung no acababa de comprender de qué clase de damasco estaban
cubiertos los muebles, porque eran de colores extraordinariamente suaves y
brillantes. Escanciadas algunas copas con el visitante, el anciano, tomando su
bastón, se levantó y se fue.
Después de esta colación apareció el nuevo alumno con sus temas y
escrituras, que eran de un estilo arcaico y muy lejos de la manera moderna.
K'ung, sorprendido, le pregunta por qué emplea semejante estilo, y el
muchacho replica que no piensa presentarse a los exámenes públicos.
Por la noche celebran el comienzo de las clases con repetidas libaciones,
pero queda entendido que es la última vez mientras duren los estudios. El
muchacho llama entonces al criado y le dice que vaya a ver si está durmiendo
su padre.
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—En ese caso —añade—, puedes ir a buscar, sin hacer ruido, a la honorable
señorita Suave Perfume.
Marcha el criado, no sin haber sacado de su funda una preciosa guitarra, y
pronto vuelve acompañado de una hermosa joven. Huan-fu le pide que toque
«La muerte de Shun», y sacando una uña de marfil se pone la muchacha a
pulsar las cuerdas cantando seguidamente una dulce melodía llena de ternura.
Luego le dan una copa del vino caliente y a la medianoche se separan.
A la mañana siguiente madrugan para empezar en serio los estudios.
Huan-fu es un alumno aplicado e inteligente, y en dos o tres meses consigue
sorprendentes progresos. Entonces deciden los dos jóvenes que cada cinco días
descansarán con un banquete, al que siempre ha de asistir la honorable señorita
Suave Perfume. Una de aquellas noches en que el vino parece haber sumido a
K'ung en extraña melancolía, le dice su amigo, figurándose lo que le acontece:
—Suave Perfume ha sido criada por mis padres. Sé que te encuentras algo
solo y he buscado una esposa para ti.
—Si se parece a Suave Perfume —dice K'ung— quedaré encantado.
—Tu experiencia es escasa —ríe su amigo—; por eso todo es agradable
sorpresa para ti. Si Suave Perfume es tu único ideal, por mi fe que no será difícil
contentarte.
Han pasado unos seis meses de esta vida, cuando se le antoja a K'ung dar
un paseo por el campo. La puerta de entrada, no obstante, ha estado siempre
cuidadosamente cerrada, y al preguntar las razones de unas órdenes tan
estrictas, le contestan que el señor anciano no quiere recibir visitas por miedo a
interrumpir y distraer los estudios de su hijo. K'ung no insiste, pues, en el paseo
y algún tiempo después, viniendo el verano, trasladan la sala de estudios a un
pabellón del jardín.
Un día K'ung siente un bulto en el pecho del tamaño de una nuez, que en
una sola noche pasa a ser como una naranja. Permanece quejoso en el lecho y su
alumno lo atiende de día y de noche con el mayor esmero. No puede dormir,
apenas si puede tragar algún alimento; después de pasados varios días su
estado se agrava considerablemente y ya no puede tomar ni siquiera un poco de
líquido. El honorable anciano viene a verlo y se lamenta con su hijo del estado
del enfermo. De pronto dice el muchacho:
—He pensado que sólo mi hermana Chiao No podría curarle, por eso he
escrito anoche a la venerable abuela pidiéndole que venga. Debe de estar al
llegar.
Efectivamente, al cabo de un momento la criada anuncia a Chiao No, que
ha llegado con su prima, habiendo pasado antes por casa de una tía. El anciano
y el mozo corren a recibir a la joven y la traen a las habitaciones de K'ung. Chiao
no tendrá más de trece o catorce años; sus ojos son vivos y trasuntan gran
inteligencia; su figura es grácil y esbelta. Cuando K'ung ve a la encantadora
niña deja de quejarse y le brillan los ojos. Entretanto, iba diciendo el estudiante:
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En China es costumbre afligirse más profundamente por la muerte de la suegra, que de
la propia madre, como marca de gran respeto.
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K'ung accede presuroso, aun sin saber de lo que se trata. Corre, pues,
Huan-fu a llamar a toda la familia, reuniéndola en la sala de los antepasados y
K'ung se asusta e inquiere sobre el significado de esta solemnidad.
—Sabes —le dice entonces Huan-fu—, yo no soy un hombre, soy un
Zorro28. Hoy nos ha de atacar el Trueno 29 y si nos ayudas en esta circunstancia
azarosa, aun podemos escapar. Si no estás dispuesto a sacrificarte, coge a tu
niño y vete, para no correr nuestra suerte.
K'ung protesta afirmando que vivirá o morirá con ellos. Así que Huan-fu lo
coloca en la puerta armado de un gran sable y le ruega se quede allí muy quieto
a pesar de los relámpagos y truenos. K'ung obedece y pronto se ve envuelto en
negras nubes que obscurecen el cielo y lo dejan, al cabo de unos instantes,
sumido en la más profunda tiniebla.
Cuando se le acostumbra la vista y puede mirar en su derredor ve que la
casa ha desaparecido, ocupando su lugar un elevado montón de tierra que
bordea un precipicio sin fondo. Completamente aterrado escucha un horrible
ruido que sacude hasta las mismas montañas seguido por un huracán y fuerte
lluvia. Viejos y gruesos árboles son arrancados de cuajo, los juncos son
literalmente «peinados por el viento» y K'ung queda deslumbrado y
ensordecido. Pero permanece firme en su puesto y, por fin, ve una densa
columna de humo de la que emerge un bicho horrendo con pico afilado y garras
inmensas. El monstruo agarra a alguien en el precipicio e intenta desaparecer
con el humo. Al momento K'ung deduce, por la túnica y los diminutos
zapatitos, que se trata de Chiao No, e instantáneamente, sin darse casi cuenta de
lo que hace, da un salto y golpea violentamente al monstruo con su espada,
cortándole por fin la cabeza. En ese instante se rajan las montañas y un
estrepitoso trueno deja a K'ung tendido muerto en el suelo.
Entonces desaparecen las nubes y Chiao No, recobrando poco a poco el
sentido, percibe a K'ung sin vida a sus pies. Rompe en amargo llanto,
proclamando que no quiere vivir si K'ung ha muerto por ella. Acude la mujer
de K'ung y, entre las dos, llevan el cuerpo hacia dentro. Mientras Ah-sung
sostiene la cabeza de su esposo, Huan-fu entreábrele los dientes con una daga y
Chiao No intenta arreglar la mandíbula. Coloca de nuevo la píldora encarnada
en su boca, se inclina soplando fuertemente para que penetre en la garganta del
muerto. Pronto se oye un gorgoteo y K'ung renace a la vida. Como si despertara
de un largo sueño, mira con extrañeza a la familia que le contempla
ansiosamente. Y entonces, al verse todos vivos y reunidos otra vez, un puro y
alegre gozo los domina.
Mas K'ung no consiente en vivir en sitio tan alejado y propone que vayan a
instalarse en su pueblo natal del Shantung, menos dado a las influencias del
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Espíritu chino de mal augurio.
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Los chinos creen que las personas malas son heridas por el dios del trueno y mueren en
castigo de algún crimen escondido. Los relámpagos son, según ellos, los rayos de un espejo con
el que el dios ve a sus víctimas.
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dios del Trueno. Todos acceden, salvo Chiao No. Dice que es imposible separar
a sus suegros del hijo, su esposo. Por más que se lo ruega, Chiao No se niega a
ir con ellos.
Durante varios días se empeñan en persuadirla, sin el menor éxito. Cuando
van a marcharse, entristecidos, aparece un criado de la casa de Wu, jadeante y
sudoroso. Cuenta que la familia Wu ha dejado de existir; todos han perecido en
la anual inundación. Chiao No prorrumpe en llanto y su pena es terrible y
profunda. Mas ahora ya no existe impedimento para que acompañe a los
viajeros.
Después de algunos días terminan el equipaje llegando por fin al Shantung,
donde dividen la casa en departamentos para cada familia. En cuanto a Huan-
fu le destinan un pabellón aparte y en él se encierra con cuidado, abriéndole
sólo la puerta a K'ung y a su esposa.
K'ung es feliz. Distribuye su tiempo entre los dos hermanos Huan-fu y
Chiao No jugando al ajedrez, saboreando el vino caliente que anima el espíritu
y conversando con unos y otros, sintiéndose todos de la misma familia. El hijo
bien amado, el pequeño Huan, crece y se fortalece. Pronto es un apuesto joven,
aunque siempre hay en él algún vestigio de su extraño origen. Y por más que
procure disimular, cualquiera que lo vea dice inmediatamente: «Este es hijo de
un Zorro».
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