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CUENTOS CHINOS DE

TRADICIÓN ANTIGUA

SELECCIONADOS Y TRADUCIDOS
POR
MA CE HWANG (Marcela de Juan)

SEGUNDA EDICIÓN
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

ESPASA - CALPE ARGENTINA, S. A.

BUENOS AIRES - MÉXICO

Ediciones populares para la


COLECCIÓN AUSTRAL
Primera edición: 31 - III - 1948
Segunda edición: 18 - IX - 1948
Queda hecho el depósito dispuesto por la ley Nº 11723
Todas las características gráficas de esta colección han
sido registradas en la oficina de Patentes y Marcas
de la Nación.
Copyright by Cía. Editora Espasa-Calpe Argentina, S. A.
Buenos Aires, 1948

IMPRESO EN ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINE
Acabado de imprimir el 18 de septiembre de 1948
Cía. Gral. Fabril Financiera, S. A. - Iriarte 2035 - Buenos Aires

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Índice

NOTA PRELIMINAR..................................................................................4
ENLACE INESPERADO DEL BACHILLER TSIEN...............................6
EL PAÍS DE LO CH’A Y EL MERCADO DEL MAR............................21
EL BODISATVA DE JADE........................................................................31
CHENG Y EL GRILLO..............................................................................43
VERÍDICA HISTORIA DEL BONZO T'ANG TSENG.........................49
EL TESORO PERDIDO.............................................................................53
CHIANG ENTRE LOS INMORTALES...................................................67
AMOR FRATERNAL................................................................................76
CHIAO NO.................................................................................................78

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

NOTA PRELIMINAR

De los nueve cuentos que componen este volumen, tres están consagrados a
la mujer. Esta selección no se ha hecho premeditadamente y es el resultado de
una mera coincidencia. Quizás nos atrajera especialmente aquella cortesana de
la dinastía Ming, que se revela capaz, por amor, de las más nobles virtudes
(cuento VI), o esta bordadora de los Sung, ebria de libertad, que es
inquebrantable en su afecto, aun después de la muerte (cuento III).
No se debe juzgar por ellos a la mujer antigua china, pero, aunque estos
rápidos esbozos no puedan darnos una idea demasiado auténtica de la mujer de
otros tiempos, no deja, sin embargo, de revelarnos una parte interesante de su
carácter.
El «Bodisatva de Jade» pertenece al final de la dinastía Sung, hacia el año
1279. En cambio, los cuentos I y VI provienen de la dinastía Ming. Por
contradictorio que esto pueda parecer, aunque más recientes que aquéllos: de
los T'ang, los cuentos de la dinastía Sung son, en su mayoría, anónimos. Cada
uno de ellos podría ser el fruto de varias procedencias. A diferencia de lo que
sucede baja la dinastía T'ang, ninguno fue el escrito de un letrado, ni el
producto de los recreos de un mandarín. Se trata, pues, de una auténtica
literatura popular.
El «Bodisatva de Jade» forma parte de la colección del King-peng-ton-sou-
siao-sou, o sea: «Edición de la Capital de las Novelas Populares». En cuanto a los
cuentos I y VI, de la época Ming, los hemos escogido entre los del Kin-kou-ki-
kouan, es decir: «Curiosidades Antiguas y Modernas», texto ordenado y
publicado hacia el año 1635. La «Historia del Bonzo T'ang Tseng» proviene del
panteón chino de los dioses de su mitología, y «Amor Fraternal» es una
leyenda. Antes de fijarlos en el papel, los cuentos de estos analectos fueron
contados por los «narradores de cuentos» en los pabellones de té, o ante un
auditorio con frecuencia modesto, tanto en sus gustos como en su cultura. Es,
por consiguiente, difícil dilucidar, no sólo sus autores, sino la fecha aproximada
de su creación. Podríamos, pues, dividir este volumen en dos grupos: cuatro
cuentos mágicos de Pu Song Lin y cinco de origen popular. Es evidente que su
estilo difiere por completo de unos a otros y varía de la lengua clásica escrita, o
mandarín, hasta el habla vulgar del pueblo, o idioma hablado; pero,
desgraciadamente, estos matices pasan, por fuerza, inadvertidos en una
traducción.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

El cuento I —guardando las proporciones— se asemeja en algún modo a


una comedia del género de las de Moliere. Pudiera muy bien haberse titulado
«El Pretendiente a la Fuerza» (Le Soupirant Malgré Lui).
La mayoría de los cuentos de este volumen podrán parecer, hasta cierto
punto, ingenuos al lector. Sin embargo, hay precisamente en ellos ese frescor y
ese deseo de «glorificar la virtud y de censurar el vicio», que caracteriza el
fondo de todo cuento chino; el cual, de no ser una sátira o una crítica de la
época, siempre lleva en sí una finalidad o un sentido moral como condición
imprescindible. Además, cada frase encierra una serie de imágenes y alusiones
que sería punto menos que imposible explicar literalmente al lector extranjero.
Los cuentos II, IV, VII y IX pertenecen al Liao Tchai Tse Yi, o «Cuentos
Extraños», del famoso escritor Pu Song Lin, llamado por sus amigos «El último
de los inmortales» (Liu hsien). Nada seguro se conoce acerca de la vida y muerte
del poeta (1630-1715); sólo sabemos que vivió en la intimidad de algunos de los
más eminentes letrados de su tiempo y que en 1679 —cumplida su misión—
abandonó definitivamente el pincel que, poco después, le había de elevar al más
alto rango del mundo chino de las letras.
Hemos escogido, pues, para esta colección, cuatro cuentos de Pu Song Lin,
por ser de los más leídos y estimados en la China.
El portero en su garita, el marinero en sus largos momentos de ocio, el
hombre que tira del pus-pus, cuando está parado, lo leen con la misma fruición
y el mismo deleite que el mandarín de la larga uña, o que el letrado en su
biblioteca. El Liao Tchai Tse Yi es, sin duda, el libro más preciado entre los chinos
y el mejor guía de las maneras y costumbres de su folklore.

MA CE HWANG
(Marcela de Juan)

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ENLACE INESPERADO DEL


BACHILLER TSIEN

DEL KIN-KOU-KI-KOUAN, DINASTÍA MING

El lago Tai Hou, situado a unos treinta lis1 al sudeste de la prefectura de


Hou hien, es una extensión de agua de aproximadamente 38.000 kin2. Sus orillas
se dibujan a lo largo de unos 500 lis. En medio de este lago inmenso se yerguen
setenta y dos islotes rocosos, de los cuales los más grandes son el monte Tong-
ting del Este y el monte Tong-ting del Oeste.
El relato que vamos a contar sucede en el monte Tong-ting del Oeste.
Vivía en ese lugar un hombre rico, un rentista llamado Sao Tsan. Su esposa,
nacida Kin, le había dado dos hijos: un varón llamado Piao y una hembra
Tsieou fang, la mayor de los dos y que le llevaba dos años a su hermano. Un
preceptor estaba encargado de la educación de ambos.
Desde pequeña, se distinguió Tsieou fang por su sin par inteligencia. De los
siete a los doce años aprendió sin trabajo los elementos de los estudios clásicos:
filosofía, moral y literatura. Sus ensayos y su escritura le valían la admiración
de todos los suyos. Entonces dejó de atender a la clase familiar para consagrarse
a un estilo muy especial de cultura: todos los días se encerraba en su habitación
particular, ocupándose en coser y bordar. A la edad de dieciséis años, su belleza
y su gracia no tenían rival.
Orgulloso de su hija casi excesivamente, Kao Tsan acariciaba el propósito
de no aceptar para yerno sino algún joven letrado que fuera perfecto física y
espiritualmente, pero sin que le preocupara su estado de fortuna. No obstante,
ricas y poderosas familias del lugar y de otros países habían codiciado la mano
de la joven, pero ninguno de los aspirantes a tan gran honor le había parecido al
padre digno de su hija ni capaz de satisfacer su vanidad.
En aquel tiempo vivía en la prefectura de Housien un bachiller llamado
Tsien Tsin, único descendiente de una familia de grandes letrados. Culto y
refinado, el joven Tsien había quedado huérfano muy joven y no poseía la
menor fortuna. Apenas le habían dejado sus padres con qué mantenerse y
conservar un criado viejo, que más que criado era un amigo fiel. Tanto el amo
como el sirviente pasaban por grandes dificultades, pero un afecto mutuo los
unía el uno al otro. Por causa de su pobreza, el estudiante no podía pensar en

1
Li, legua, en chino, de aproximadamente 600 metros.
2
Kin, medida de superficie que comprende unas 6 hectáreas.

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casarse, aunque ya estuviera en edad para ello. Pero hallaba un consuelo en los
éxitos precoces de sus exámenes del bachillerato.
Tsien tenía un primo nombrado Yen Tsun que vivía en el mismo distrito.
Era hombre de posición. Un día, Yen tuvo la generosidad de alojar al primo
pobre y compartir con él las clases de su preceptor. Yen tenía entonces 18 años,
es decir, tres meses más que Tsien. Huérfano de padre, vivía bajo la autoridad
de su anciana madre. A pesar de su inmensa fortuna, también la boda de Yen se
había retrasado3, porque había jurado sólo casarse con una excepcional belleza,
aunque él fuera feo entre los feos. Era, pues, grandemente difícil hallarle una
novia adecuada. Pero, aunque tan horrendo su físico, estaba convencido de que
no era tan grave la cosa y de que podía gustar a pesar de todo. Sin la menor
cultura, era, no obstante, harto pedante y Tsien no lo podía casi resistir, pero
como vivía en su casa y a su cargo tenía que soportar sus impertinencias e
inclinarse ante sus necedades. Así vivían los dos primos en aparente buena
inteligencia.
Un día de la décima luna, un lejano pariente de Yen vino a rendirle pleitesía
a su anciana madre. El visitante se llamaba Yeou Jen. Era un negociante en
frutas y flores, y su comercio, financiado por los Yen, prosperaba merced a la
habilidad y astucia del hombre de negocios. Volvía aquel día de una jira por el
lago, donde había ido a recoger gran cantidad de naranjas que allí se vendían.
Ofreció una canasta con los frutos más escogidos a su pariente y bienhechor.
Huésped y visitante entablaron animada conversación. Yeou Jen contaba los
episodios de su viaje, mencionando entre ellos a una joven de Tong-ting del
Oeste, cuya belleza se alababa en extremo en aquella tierra y de cuyas
inaccesibles condiciones de enlace se hablaba mucho por la región. Estas
palabras impresionaron a Yen Tsun.
Cuando se marchara el visitante, Yen se puso a pensar seriamente en su
posible boda con la belleza de Tong-ting, y lo hizo con tanto ahínco que no
durmió en toda la noche. Se levantó rápidamente a la madrugada y después de
un breve tocado se fue corriendo a casa de Yeou Jen. Este lo acogió con su
habitual cortesía. Después de instalarlo en el lugar de honor, le preguntó el
motivo de tan temprana e imprevista visita.
—¿Qué sucede tan urgente para que vengas a estas horas a mi humilde
morada?
—Vengo a pedirte un pequeño, pequeñísimo favor. ¿Quieres servirme de
casamentero?
—¿Es que tienes un buen partido a la vista?
—Sí. Se trata de la joven de la que hablaste ayer, la hija de Kao, de Tong-
ting del Oeste. Es un partido que corresponde exactamente a mis deseos y te
ruego que des los pasos necesarios y cumplas con los ritos de rigor.
Yeou Jen, conteniendo con dificultad la risa, respondió cortésmente:
3
La tradición china exige que los muchachos se casen antes de los treinta años y las
muchachas antes de los veinte. Pero cada siglo tenía costumbres especiales.

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—Perdona mi franqueza. Si se tratara de otra familia, sin la menor duda,


apreciarían la petición. Pero los Kao, ¡por Buda! Honorable pariente, más vale
que busques otro mensajero que no sea yo.
—¿Te esquivas, viejo hermano?
—No, eso no, nunca me atrevería. Pero el padre Kao es un original. No es
fácil entenderse con él. Me temo que...
—En una palabra: ¿te niegas? Está bien; recurriré a otro intermediario —
dijo Yen levantándose vivamente.
Yeou Jen dependía económicamente de los Yen, y no tenía costumbre de
contradecir al honorable joven. El descontento de Yen era evidente e inquietó a
Yeou, que estaba cometiendo un grave delito contra los ritos de la cortesía.
—Un poco de paciencia —le dijo a Yen Tsun—. Toma asiento y
reflexionemos.
—¿Aceptas mi encargo o no? Es muy sencillo y no hay por qué pensarlo
eternamente.
—Las dificultades no dependen de mí; mas comprende esto: cuando en los
casos corrientes las familias quieren ver a la novia antes de concretar los
esponsales, la familia Kao, contrariamente a toda regla, desea ver al futuro. El
viejo Kao quiere estar completamente satisfecho del muchacho antes: de
otorgarle la mano de su hija. ¿No ves cuán difícil se pone la cosa? Por eso es mi
duda.
—¿No es nada más que eso? Entonces no veo el obstáculo por ninguna
parte —dijo Yen con fingida tranquilidad—. Con el aspecto elegante que Buda
me ha concedido y puesto que no tengo ningún defecto físico, afortunadamente,
nada tengo que temer de la prueba impuesta por el viejo Kao.
Yeou Jen no pudo contener la risa.
—No quisiera ofenderte, pero más vale que te diga la verdad. Cierto que no
eres feo. Pero los ha habido más guapos que tú que no consiguieron la mano de
la bella joven. Bastará con que te presentes una vez en la puerta de aquella casa
para que entiendas lo terriblemente difícil que resulta insistir.
—Ya veré yo lo que conviene hacer. Por ahora sólo te pido que des los
primeros pasos. Ponte a ello en seguida, de buen o de mal grado. ¿No podrías
hablarles de mí con mucho miramiento, para empezar?
Puesto en ese aprieto, Yeou Jen, acababa por aceptar la delicada misión. Yen
Tsun marcha satisfecho, no sin reiterar sus últimas recomendaciones:
—Sobre todo, haz cuanto puedas en mi favor. Toma estos veinte taëls; es un
pequeño adelanto sobre la recompensa que recibirás si tienes éxito.
Le entrega además otra moneda de plata para los gastos de viaje, y le da un
criado para ayudarlo en su desplazamiento y para hacer mejor papel; es además
un hombre de su confianza, llamado Pequeño Yi.
Al día siguiente, Yeou Jen y Pequeño Yi se ponen en camino, y, con un
barco rápido, pronto llegan a Tong-ting del Oeste. El padre Kao pregunta el
motivo de esta extraña visita y se entera de que es para hablarle de matrimonio.

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—¿De qué familia se trata? —inquiere el anciano.


—Es un pariente mío —dice Yeou Jen—. Vive en el mismo distrito que yo y
es heredero de una considerable fortuna. Es un digno yerno para vuestro
honorable rango. Se llama Yen Tsun y sólo cuenta diez y ocho años, pero ya se
distingue por sus vastos conocimientos y su talento literario.
—¿Qué presencia tiene? —se informa Kao—. Mis exigencias son harto
conocidas: necesito ver al aspirante personalmente.
Como se sabe vigilado por el criado de Yen, el atrevido intermediario
improvisa la más enorme de las mentiras.
—Físicamente, mi pariente no deja nada que desear. Tiene hermosa y
arrogante prestancia..., en fin, es perfecto. Además, ¡qué gran sabio!, ¡qué
letrado! Por el luto paterno tuvo que desistir de algunas pruebas del concurso
de bachiller; a no ser por esto hace tiempo que tuviera el título.
Kao está encantado.
—Si es cierto que tu honorable pariente posee tamaña distinción —le dice al
mensajero de Yen Tsun— me es grato tomar tu demanda en consideración. Sin
embargo, y para quedar completamente convencido, tengo que conocer al
honorable señor Yen. Haz de suerte que venga por aquí, al menos una vez, y
entonces no tendré más que decir.
—Hay mil maneras de comprobar la veracidad de mis palabras, honorable
anciano; mas en cuanto a traer aquí a mi pariente, es cosa difícil. Yen es un joven
letrado muy estudioso que no se concede a sí mismo ningún ocio y rara vez
abandona los libros y su cuarto de estudio; será muy difícil imponerle
semejante viaje. Además, supongamos que acceda y venga: si no consigue su
propósito de boda, ¿qué cara le quedará para volver a casa después de haber
sido rechazado?
—Si es así —dice el padre Kao—, iré yo mismo a vuestra tierra y os
arreglaréis para que me encuentre al muchacho como por casualidad.
Pero Yeou teme que el anciano descubra la fealdad enorme de su pariente si
hace una investigación en el pueblo, y juzgando necesario un cambio de táctica,
el mensajero añade en seguida:
—Puesto que tenéis ese capricho, yo haré lo posible por que venga aquí mi
pariente; esto le evitará el viaje, que es molesto, y no me perdonaría haberle
proporcionado ese fastidio.
Y con estas palabras se despide Yeou Jen humildemente. Pero el padre Kao
no lo consiente, lo invita a cenar y a pasar la noche en su casa. Al día siguiente
Yeou Jen y Pequeño Yi se apresuran a atravesar el lago, porque Yen los espera
impaciente. En cuanto los ve llegar se precipita a su encuentro.
—¿Os habéis tomado grandes trabajos? —exclama—. ¿Cómo va mi asunto?
Yeou Jen le cuenta con detalle la entrevista con Kao y acaba diciendo:
—¿Qué vamos a hacer? El viejo se empeña en verte antes de la boda.
Y sin esperar la respuesta de su primo, el negociante da media vuelta y se
encierra en la tienda. Yen Tsun, mientras tanto, interroga minuciosamente al

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criado. Éste le dice las mismas palabras que Yeou, y Yen Tsun, preocupado, se
pone a pensar en un subterfugio para conseguir la bella joven a toda costa.
Después de mucho reflexionar se le ocurre una idea y corre a buscar a Yeou Jen.
—Tengo una excelente idea —le dice—. Hemos de superar las dificultades
en la siguiente forma: desde hace tiempo vive conmigo mi primo Tsien Tsin. Es
mi compañero de estudios, y es, lo confieso, más apuesto que yo. ¡Le rogaré que
vaya a la casa de Kao a efectuar la petición en mi lugar! Kao quedará encantado,
y una vez los esponsales concertados con mi nombre, habremos ganado la
partida.
—Si Kao ve al primo Tsien y cree que es Yen Tsun, todo se arreglaría —
accedió el comerciante—. Pero puede ser que tu primo no consienta gustoso en
hacer el ingrato papel.
—Él y yo somos, a más de próximos parientes, íntimos amigos; estoy
seguro de que no me negará este pequeño favor —afirmó Yen.
Por la noche, a la luz de la lámpara, Yen invita a su primo a beber. Ha
encargado los platos finos y los manjares, de un banquete. Tsien Tsin observa el
cambio y pregunta:
—Como a tu mesa todos los días, ¿por qué regalarme con tanto esmero y
lujo esta noche?
—Escancia primero tres copas —responde Yen— luego hablaremos de un
insignificante asunto para el que necesito tu ayuda, honorable hermano.
—Me encantará serte útil —dice Tsien inclinándose.
—Se trata de lo siguiente: nuestro viejo amigo Yeou Jen, el negociante, se
esfuerza en este momento en conseguir para mí la mano de una muchacha del
monte Tong-ting, hija única de una rica familia llamada Kao. Enviado allí como
mensajero, el amigo Yeou, en su buen deseo, ha exagerado demasiado los
méritos de mi extraordinaria persona. El viejo Kao está tan entusiasmado que
desea verme personalmente. Temo decepcionar al anciano, por haber ido tan
lejos en su imaginación lo que le ha contado Yeou... También me intimidan las
alabanzas que de mí ha hecho. Como he presentado mi candidatura, quisiera
conseguir “el puesto” a toda costa, porque mi dignidad y el honor de mi familia
entran en juego. He pensado, pues, que vayas en mi lugar y bajo mi nombre. En
caso de éxito, yo, tu atolondrado hermano, sabría recompensar tu preciosa
ayuda.
Tsien Tsin, sorprendido, no sabía qué contestar. Se quedó reflexionando un
largo rato; por fin contesta lentamente:
—Me parece que esto no se puede hacer. Me encantaría hacerte cualquier
otro favor que de mí dependiera, honorable hermano. Sin duda podemos
engañar ahora a la familia Kao, mas la verdad ha de imponerse algún día y
entonces sobrevendrían graves inconvenientes para ambos.
—Naturalmente, no se trata de engañarlos nada más que
momentáneamente. Conocerán la verdad después de la boda. Si el plan fracasa,
el mensajero tendrá la culpa y tú no tendrás nada que ver en el asunto. Piensa

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que la muchacha y su familia están a cien leguas de aquí y todo lo ignoran de


nosotros. Puedes ir sin miedo.
Tsien Tsin está cohibido; quiere hablar, mas no se atreve.
—Que pase lo que quiera —exclamó entonces Yen—, estoy aquí para
protegerte. ¿Por qué te atormentas así?
Tsien Tsin balbucea:
—Admitiendo que aceptara, ¿cómo me iba a presentar con estas túnicas
usadas y desteñidas?...
—Eso sí que no es inconveniente alguno; hace tiempo que he pensado en
ello —dice Yen encantado.
A la mañana siguiente, Yen comunica sus decisiones al negociante. Ante
esta nueva responsabilidad Yeou Jen vacila, pero acaba por inclinarse una vez
más ante las exigencias de su rico acreedor.
Empiezan a equipar al falso novio, al intermediario, y a su séquito.
Embarcación, provisiones, objetos para la digna decoración del ambiente, todo
es lujoso y abundante. Varios criados, entre ellos el consabido Yi, forman la
servidumbre. Llevan todos flamantes atavíos. En el momento de levar el ancla,
Yen da a Pequeño Yi las últimas instrucciones para que nadie pueda creer que
Tsien es un humilde reemplazante, sino el rico y distinguido heredero de una
gran casa.
Llegados a su destino, Tsien y su séquito son anunciados a la familia Kao,
bajo el nombre de su señoría Yen Tsun. Los sirvientes de la casa de Kao
reconocen en seguida a Pequeño Yi, que es quien lleva el tarjetón de visita.
—¡Que entre, que pase! —exclama el viejo Kao. Los visitantes son
introducidos en la sala grande; Tsien Tsin entra el primero, seguido de Yeou Jen.
Al ver el aspecto del falso Yen Tsun, Kao siente desbordante alegría y ya in
mente le concede la mano de su hija.
Después de las ceremonias de costumbre, Kao ruega al falso Yen que se
siente en el lugar de honor. Tsien no se atreve a aceptar, alegando su extrema
juventud. El huésped y sus visitantes acaban sentándose todos en asientos
laterales, frente a frente. Para empezar, Yeou Jen se excusa de las “extremadas
molestias” que ocasionará su primera visita.
—Nada de eso, fue gran amabilidad por vuestra parte —se apresura a
interrumpir el viejo Kao; e indicando a Tsien con la mirada:
—¿Es éste, pues, vuestro pariente, el honorable señor Yen? Se me olvidó
preguntar su nombre familiar el otro día.
—El nombre familiar de mi pariente es Pei Ya4 —responde Yeou Jen.
—Estos nombres justifican el porte de quien los lleva —dice Kao al falso
pretendiente.
—¡Cómo atreverme a aceptar tan finas y excesivas alabanzas! —interrumpe
Tsien Tsin, azorado y representando perfectamente su papel.

4
Pei Ya significa «distinción y elegancia».

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Kao observa la pudorosa turbación del joven, y, cambiando de


conversación le pregunta por su familia. El falso pretendiente contesta con
mucha modestia y gran tacto, y esto complace plenamente al anciano.
Encantado con los modales del muchacho, Kao quiere ahora poner a prueba el
saber del bachiller. Manda venir a su hijo y al preceptor de éste. Entonces entra
en la sala un honorable letrado de unos cincuenta años de edad y un apuesto
mozo con trenzas colgantes.
—He aquí a mi hijo y a su profesor, Tchen —dice Kao.
Tsien Tsin queda absorto ante la gracia del niño y piensa:
—¿Será tan bella la hermana? Yen Tsun tiene suerte.
Después del té de la paz y buen entendimiento, Kao le dice al preceptor:
—El honorable bachiller es célebre en su pueblo por su gran talento.
Adivinando el pensamiento del dueño de la casa, el maestro Tchen se dirige
hacia el falso Yen Tsun.
—Vuestra tierra, el distrito de Hou, siempre fue la patria de los grandes
espíritus; no dudo que seáis, por vuestra inteligencia, digno de la tradición
local. Sin duda conoceréis el Templo de los Tres Hombres de Virtud, que es uno
de los monumentos célebres del lugar. ¿Me podríais recordar cuáles son estos
tres hombres?
—Son Fang Li, Tchan Han y Lou Kouei Mong —replica Tsien Tsin
inmediatamente.
—¿Y en qué consistía su virtud? —sigue interrogando el preceptor.
Tsien Tsin, entonces, traza la historia de los tres grandes hombres con
método y elocuencia. La conversación se prolonga aún por mucho tiempo sobre
sabios temas. Las respuestas de Tsien Tsin son rápidas y concisas, el profesor
queda sorprendido por los conocimientos de aquel muchacho tan joven. Kao
casi baila de gozo. Da orden a la servidumbre de preparar una comida
esmeradísima.
Avanzada la noche, aun no ha terminado la cena que reuniera a numerosas
personas de la vecindad. Varias veces han intentado excusarse Yeou y Tsien,
pero Kao está demasiado contento con el novio de su hija y decide retenerlo en
la casa varios días, en contra de todas las reglas. Tsien rehúsa la invitación con
la máxima energía que permite la cortesía. Cuando por fin se marchan, y
mientras Tsien Tsin agradece al preceptor sus «enseñanzas», Kao se retira un
instante con Yeou Jen y le dice:
—Estoy muy satisfecho de vuestro pariente Yen Pei Ya. Tendrán lugar los
esponsales y cuento con vos para llevar a cabo las ceremonias.
—Con el mayor gusto —accede el mensajero e intermediario.
Levan el ancla y sale el barco, mas los vientos son contrarios y los viajeros
no llegan a su destino hasta el día siguiente, avanzada la noche. Yen Tsun los
esperaba en el jardín a la luz de una vela. El relato de sus enviados lo llena de
alegría. Al otro día comienza los preparativos de la boda. Cuenta con casarse lo
más pronto posible por evitar las complicaciones que pudieran surgir. Fijan la

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fecha de la ceremonia para el día tercero de la luna décima. Kao no ve


inconveniente a nada, la dote de su hija hace tiempo que está preparada.
Entusiasmado con su futuro yerno, lo alaba y refiere a todos sus amigos sus
extraordinarias dotes. Siempre, en contra de toda regla, exige que venga el
novio a buscar a la novia a casa de sus padres. Esto es porque el anciano desea
presentar tan notable yerno a sus parientes, amigos y vecinos, reunidos aquel
día en un gran banquete.
Advierten a Yeou Jen de esta imprevista intención de Kao, y Yeou se siente
tan sobresaltado que corre a prevenir a Yen.
—No te apures —dice Yen tranquilamente—, esta vez seré yo quien vaya a
buscar a mi novia personalmente.
Estas palabras insensatas ponen a Yeou fuera de sí, y exclama irritado:
—¡Pero, loco, ya han visto al futuro yerno! Toda la familia Kao lo ha
devorado con los ojos. ¿Cómo quieres que vaya otro a buscar a su hija? Si se
produce un incidente, no seré yo solo, el mensajero, el intermediario, el que
resultará humillado públicamente; será una mancha que terminará con toda
esperanza de boda para ti, ni con la joven Kao ni con otra cualquiera.
—¿Qué hago, entonces? —pregunta descompuesto Yen.
—Mi humilde parecer es que no hay más que una solución. Una vez más
tienes que enviar a tu primo. Cuando se quiere engañar a las gentes hay que
engañarlas hasta el fin. Lo importante es traer tu novia a tu casa. Después de
que esté aquí, ya no podrán arrancarte tu presa. Protestarán, gritarán, pero
tendrán que acabar por inclinarse ante los hechos.
Yen Tsun meditó largamente. Luego, abandonando bruscamente a Yeou, se
dirigió directamente a la sala de estudios donde se hallaba Tsien con sus libros.
—El día de la ceremonia se aproxima —le dice a su primo—. Exigen que
vaya a casa de Kao a buscar personalmente a mi novia. Más vale que vayas tú,
viejo hermano; encárgate del asunto para facilitar las cosas.
—Esto es más grave —interviene Tsien—. Tomo parte en la ceremonia
nupcial y no te puedo reemplazar.
—Tienes mucha razón, hermano mío. Mas no olvides que fuiste tú quien ya
estuviste en aquella casa en mi nombre. No puedo ahora ir yo sin turbar
grandemente a toda la familia Kao. Si ocurre un incidente será mi ruina; no sólo
perderé la mujer de mis ensueños, sino mi fama y la de mi familia. En cambio,
si quieres tomarte el trabajo de reemplazarme una vez más, todo terminará a las
mil maravillas. No creo que permanezcas indiferente ante la situación que me
espera.
Conmovido por el acento patético de su primo, Tsien acepta esta nueva y
tan delicada misión.
El día segundo de la luna décima, al apuntar el alba, Yen Tsun pasa revista
a los que van a recoger a la novia. Les recomienda ante todo una absoluta
discreción. Terminada su misión recibirán una importante recompensa. Yeou
Jen corre de un lado a otro preparando los magníficos obsequios destinados a la

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

familia Kao. A Tsien Tsin lo visten con suntuosidad. Dos grandes barcos
avanzan en cabeza: uno para la novia, el otro para el novio y su mensajero.
Otras diez embarcaciones de distintos tamaños forman el cortejo que avanza
solemnemente sobre el lago, acompañado por la música de gongs y batintines.
Cuando alcanzan el monte Tong-ting, echan el ancla a medio li de la casa
de los Kao. Yeou Jen marcha el primero, es el heraldo. Luego viene el cortejo: los
portaestandartes, las antorchas, los obsequios, las oriflamas, y, por fin, el
palanquín destinado a la novia, vehículo florido y sabiamente perfumado. Tsien
Tsin, en su palanquín, sentado detrás de sus cortinillas de brocado azul
entreabiertas, está hermoso, serio y grave como un Buda; a lo largo del camino
suscita el aplauso de los espectadores; en tanto, el cortejo se mueve lentamente
con el canto de la flauta y el estallar de los petardos.
La familia Kao espera con emoción, toda la casa iluminada como en pleno
día con velas finamente decoradas.
Se vislumbra a través de las puertas el sinnúmero de invitados que llenan
las salas. El concierto de las flautas anuncia la llegada del novio. Los jóvenes
acompañantes se acercan al palanquín y ayudan al prometido a bajarse. Le
conducen hasta la sala grande para proceder a una libación ante la mesa de las
ofrendas en acción de gracias a los antepasados y a los dioses. Luego es
presentado a todos los convidados y todos quedan encantados de la actitud
modesta y noble del pretendiente.
Muy poco después de la merienda, comienza la cena. El novio ocupa el
lugar de honor; los parientes, los amigos, los vecinos, se agrupan a su alrededor,
mientras Kao y su hijo llenan personalmente las copas de los invitados. Corre el
vino y suena la música. Los criados de ambas familias también festejan y comen
en habitaciones laterales próximas a la entrada de la mansión.
Tsien Tsin está impaciente y no quisiera esperar el final del banquete para
emprender el regreso. Pero Kao sólo busca ocasión de retenerlo a su lado. Hacia
la cuarta velada, Pequeño Yi se acerca a Tsien y le dice que ya puede pensar en
la partida. Tsien da órdenes para que Yi distribuya las propinas a los criados de
la casa de Kao. El convoy nupcial se prepara, por fin, para la marcha. Ya la
novia se dispone a montar en su palanquín, cuando descarga una tormenta y se
desata un viento de extraordinaria violencia.
El cortejo se detiene desconcertado; Yeou Jen se impacienta y golpea el
suelo con el pie. Hasta el viejo Kao se muestra inquieto. Sólo ruega a los novios
que esperen a que se aplaque la tormenta para emprender la marcha.
Llega el alba, mas las nubes son cada vez más densas. Después del
desayuno una tormenta de nieve sucede al viento. La travesía sobre el lago es
de todo punto imposible aquel día. Pero es el caso que era éste el día de buen
augurio escogido por los astrólogos para la ceremonia nupcial, y la fecha así
determinada no se puede modificar sin provocar las malas influencias sobre la
vida entera de los futuros cónyuges. Desconcertado a su voz, Kao siente decaer

15
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

su entusiasmo y suspira con tristeza. Entre los invitados, un vecino viejo, que se
llama Tcheou, observa:
—No hay nada, a mi humilde parecer, que tenga por qué preocuparos
tanto, a pesar de las circunstancias contrarias.
—¿Cuál es, pues, tu eminente opinión? —pregunta Kao.
—Puesto que la ceremonia nupcial fue fijada para hoy, no hay que cambiar
esa fecha —dice el docto anciano—. Como, felizmente, está el novio entre
nosotros, ¿por qué no celebrar la ceremonia, sin más tardar, en la casa de la
novia? Una vez ligados por medio de los ritos, creo que la joven pareja tomará
con calma su situación y esperará aquí a que amaine el tiempo.
—Es una idea excelente —aprueban todos los presentes.
Kao se ocupa inmediatamente en ello. Ordena que preparen, sin más
demora, un cuarto nupcial y explica lo que hay que disponer para la ceremonia.
Tsien Tsin, lleno de espanto, busca a Yeou Jen por todas partes para ver la
manera de negarse sin ofender demasiado a la familia Kao. Pero Yeou Jen ha
desaparecido. Completamente ebrio, está roncando tranquilamente en una
habitación apartada de la finca. Es verdad que siempre le gustó el vino, pero
hoy, sobre todo, ha sentido la necesidad de refugiarse en su pasión, porque el
frío es grande y la situación en que se halla es angustiosa. Tsien Tsin se ve
obligado a afrontar solo la insistencia de Kao, que se empeña en celebrar en
seguida la boda. Busca Tsien trabajosamente una razón plausible para justificar
su actitud.
—El matrimonio es una circunstancia grave de la vida y sólo me puedo
casar ante los ojos de mi madre —arguye.
Pero Kao no le hace caso, y es el vecino viejo quien interrumpe el discurso
de Tsien.
—Suegro y yerno siempre fueron una sola familia; no andes con tantas,
ceremonias, mi joven amigo.
Tsien ya no sabe qué hacer y sale de la habitación con cualquier pretexto. Va
discretamente a buscar a Pequeño Yi y tomar su consejo. Aunque es muy astuto,
Pequeño Yi se encuentra hoy fuera de combate y no sabe cómo salir de esta
delicada situación. Se limita a insistir en que Tsien se oponga con toda su fuerza
al cumplimiento de la ceremonia.
—Más de cien veces he reiterado mi opinión y mi negativa, pero Kao es
tozudo. Si me obstino, tendrá dudas y corremos el peligro de echarlo todo a
perder. En interés de tu amo, creo que tengo que aceptar la proposición de Kao.
Juro ante ti que no perjudicaré a tu señor en lo más mínimo y que no usaré de
mis derechos de esposo. Si falto a mi palabra, que caigan sobre mí los castigos
del cielo y de la tierra.
Su entrevista secreta es interrumpida por gentes que llaman a Tsien Tsin
para que se siente a la mesa.
El enlace tiene, pues, lugar después del almuerzo.

16
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Terminado el banquete de la noche, Kao lleva a los novios al cuarto nupcial.


La sirvienta joven quita entonces a la novia los pesados atavíos de boda y ruega
al novio que se acueste, según es costumbre. Tsien está silencioso y cabizbajo.
La sirvienta, decepcionada, ayuda, pues, a su amita a despojarse primero de las
túnicas de ceremonia y a acostarse. Luego se retira suavemente, cerrando la
puerta de la habitación.
Tsien Tsin hubiera preferido pasar la noche sentado, pero la vela se
consume pronto por completo. Entonces, no atreviéndose a pedir otra, se tiende
lentamente sobre el lecho conyugal sin desnudarse. A la mañana siguiente se
levanta temprano y procede a su aseo en el cuarto vecino. Los suegros sólo ven
en ello un exceso de pudor y de tacto que atribuyen a su poca edad, y no se
preocupan por que no haya sido expuesta la colcha nupcial al día siguiente,
como se acostumbra. Mas si la nieve ha cesado, él viento sigue violento. La
segunda noche Tsien se embriaga intencionadamente y no entra hasta muy
tarde en el cuarto nupcial. Después de una larga y vana espera, la joven
desposada se retira sola y Tsien pasa otra noche sin desnudarse al borde del
lecho consagrado.
El tercer día cesa por fin el viento. Kao quiere retener a la pareja unos días
más. Cuando Tsien Tsin se encuentra solo con Yeou Yen trata de explicarle que
acaba de pasar dos noches sin despojarse de sus túnicas, mas Yeou Jen se niega
a creerle.
—Ha ocurrido todo lo irreparable —suspira.
Tsieou fang no hacía más que mirar a su esposo de reojo. Lo encontraba
encantador y se congratulaba interiormente de su suerte.
—Mas durante dos noches no ha querido desatar el cinturón de su túnica...
—piensa con cierta inquietud—. ¿Estará disgustado conmigo porque me acosté
antes que él? Tendré que ordenar a las doncellas que se muestren más atentas
con mi señor.
Por la noche, cuando se retira Tsien Tsin a horas avanzadas, las doncellas se
apresuran a desnudarlo sin esperar su permiso. Tsien Tsin, asustado, arroja lejos
su gorra y se precipita sobre el lecho, se vuelve hacia la pared, inmóvil y sin
dejar que las doncellas prosigan en sus trabajos. Tsieou fang, cruelmente
ofendida, también se tiende sobre el lecho con sus atavíos puestos. ¡Siente ganas
de llorar y de confiarse a sus padres!
Por fin, amanece un buen día y los Kao se empeñan en acompañar a su hija
en la travesía. Madre e hija ocupan una de las embarcaciones, mientras que Kao
y su yerno se acomodan en otra, acompañados del mensajero o intermediario.
Las naves están decoradas con guirnaldas y farolillos.
Un alegre concierto distrae a los viajeros. Deseoso de salvar su
responsabilidad ante Yen Tsun, Pequeño Yi marcha adelante en una rápida
barquichuela.

17
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Al otro lado del lago, Yen esperaba, roído de impaciencia. Hace tres días
que no conoce el reposo. Cuando sobrevino la tormenta de nieve, Yen presintió
enojosos acontecimientos.
—¿Estarán en camino? ¿Esperan aún en casa de Kao? ¡Qué harán, por
Buda, qué harán! —se pregunta febril.
De noche no sabe dónde posar su cabeza sobre la almohada. De día sale
cien veces para mirar al lago a ver si viene algún barco. Cuando cae la tormenta
al cuarto día de espera, piensa que por fin va a venir la buena nueva. El primero
que llega es Pequeño Yi.
—Traemos la novia a Vuestra Señoría —dice para entablar la discusión. Y
añade: —Kao no quiso aplazar la boda, la cual tuvo lugar en la fecha escogida
por los astrólogos. El honorable bachiller Tsien hizo el papel del novio en lugar
de Vuestra Señoría, mas es natural que...
—¿Qué dices? ¿Me declaras sin más rodeos que hace tres días que Tsien
disfruta de sus noches en compañía de la novia?
—En la misma habitación, pero nada más se puede decir de ellos.
—¡Insensato! ¡Eso no es posible! Te burlas de mí. ¿Por qué no has impedido
esta infamia? ¡Eres su perro cómplice, por lo que veo!
—Le dije que no fuera demasiado lejos. Pero se empeñó la familia Kao.
Antes de la ceremonia, el honorable bachiller me juró que no haría nada contra
vuestros intereses y que no os traicionaría...
Yen Tsun interrumpe al lacayo con una fuerte bofetada que le hace
tambalearse. Luego, sin oír más razones, va, furioso de celos y de rabia, a
apostarse delante de la puerta para golpear a Tsien Tsin en cuanto lo vea
aparecer.
Tsien Tsin desembarca y con su tacto habitual se las arregla para retener a
Yeou Jen y a Kao a bordo, mientras se precipita al encuentro de su primo para
disipar el malentendido. Con la fuerza que le da su conciencia tranquila, se
enfrenta sonriente con su pariente, y esto exaspera aún más a Yen. Golpea a
Tsien rabiosamente con los puños y le llena de improperios.
—¡Traidor! ¡Condenado! ¡Te permitiste abusar de una felicidad usurpada
mientras yo pagaba los gastos! ¡Eres un hijo de tortuga!
Y, sin dejarle decir palabra, le muele a palos. Los lacayos asisten a esta
escena estupefactos, sin atreverse a intervenir. Asombrado por este recibimiento
brutal, Tsien Tsin pide socorro sin querer devolver los golpes. Los del barco,
asustados, llegan corriendo y ven a un hombre de repugnante fealdad pegando
al recién casado. Sin hacer más preguntas, las gentes de la familia Kao intentan
separar a los combatientes. Kao, extrañado, inquiere el motivo de la riña, pero
en cuanto le ponen al corriente, es él el que se arroja sobre Yeou Jen para
pegarle.
—¡Impostor infame! —vocifera—. ¡Tú eres el que querías entregar a mi hija
a ese villano, a ese repugnante hijo de tortuga!

18
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Y el anciano, que era robusto y enérgico, pegaba al mensajero con creciente


cólera, mientras el otro se defendía como podía. Las gentes de Kao, indignadas,
quisieron defender a su amo, pero tropezaron con la servidumbre de Yen Tsun,
que intervino a favor del suyo, por costumbre y porque eran fieles y era su
deber defenderlo en cualquier circunstancia. Se entabló una verdadera batalla:
Yen Tsun contra Tsien Tsin, Kao contra Yeou Jen, y los demás mezclándose
como y por donde podían. La calle se llenó de espectadores.
Por feliz coincidencia, el prefecto, que volvía de una jira, vino a pasar por
esta calle con su cortejo y su séquito. Al ver la riña dio orden de arrestar a todo
el mundo:
—No consiento este proceder en tierras de mi jurisdicción. Que se los
lleven.
Se dispersaron todos los curiosos, así como los sirvientes. Sólo quedaron
Yen Tsun, que tenía a Tsien Tsin agarrado por el cuello, y Kao, que no quería
dejar escapar a Yeou Jen. Los cuatro se quejaron al prefecto, que, al pronto y al
oírlos hablar todos a la vez, no pudo sacar en claro de lo que se trataba. Para
aclarar la cosa ordenó que los llevaran a la comisaría a los cuatro.
Desde su tribuna interroga entonces el prefecto primero a Kao, en honor a
su edad, y éste, después de darse a conocer, cuenta con detalle lo que ha
sucedido en el enlace de su hija.
—Cuál no sería mi sorpresa —termina el anciano— cuando veo a mi yerno
acosado y golpeado por ese bellaco horrendo. ¡Y cuando pregunto de lo que se
trata, conozco que este hombre es el autor de la intriga infame y que quiere
llevarse a mi hija para la que sirvió de cebo Tsien Tsin! Vuestra Señoría puede
interrogar ahora a Yeou Jen; es el primer cómplice de Yen.
Dirige entonces el magistrado severas palabras a Yeou Jen y termina
diciendo:
—Has trabajado bien, villano. Confiésalo todo o serás condenado a cien
golpes de bambú.
Consciente de su postura enojosa, Yeou Jen no se atreve a disimular.
Explica en qué forma le obligara Yen Tsun a aceptar el papel de intermediario y
cómo, luego, es enviado Tsien Tsin en nombre de su primo para engañar a los
Kao y conseguir la mano de su hija. Cómo, por fin, tiene lugar la ceremonia
nupcial en casa de Kao, por causa del mal tiempo.
Interrogado a su vez, no le queda más remedio a Yen que confesar la
verdad, puesto que su cómplice ya ha declarado lo ocurrido. Por fin llaman a
Tsien. Joven y educado, su actitud atrae la simpatía del magistrado. Las trazas
de los golpes que recibió inspiran compasión a los presentes.
—Vuestra Señoría es bachiller —dice el prefecto—; tenéis, pues, que
conocer las enseñanzas de Confucio y los ritos de Tcheou Kong sobre el capítulo
de las bodas. ¿Cómo os; atrevisteis a desposaros con una muchacha para
cedérsela luego a vuestro primo? ¡Cómplice de un engaño, vuestra conducta es
abominable!

19
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Todo ocurrió contra mi voluntad —suspira Tsien Tsin—. Sólo he sido el


esclavo del agradecimiento, pues le debo mucho a mi pariente, de quien recibo
generosa hospitalidad desde largos años... a causa de mi falta de fortuna. Pensé
que el subterfugio no era tan perverso, puesto que sólo se trataba de un hombre
cuyo deseo era conseguir a toda costa por esposa a una mujer bella y
bondadosa.
—Cállate —interrumpe el magistrado—. Por lo menos no debías haber
celebrado la ceremonia de los esponsales en lugar de tu primo, aun cuando tu
intención se limitara a hacerle un favor.
—Sí, sólo fui a casa de los Kao para buscar a la novia, mas tres días de
tormenta sobre el lago impidieron el regreso a la casa del novio. Luego el
empeño de Kao en celebrar la boda me desconcertó sobremanera. Tuve que
inclinarme ante su insistencia y aceptar que se llevara a cabo la boda para que
continuaran ignorando mi verdadera identidad.
—¿Por qué no te negaste más rotundamente, como era tu deber?
Aquí interviene Yen Tsun, tocando el suelo con la frente:
—Todo está claro, Ilustre Señoría; le encantaba aprovecharse de la situación
para traicionarme con mi esposa.
—No se os ha concedido la palabra —exclama el prefecto, que prosigue el
interrogatorio de Tsien: —¿Lo has traicionado realmente? —le pregunta el
magistrado al bachiller.
—He accedido a los deseos de Kao para servir los intereses de mi primo. Si
he cumplido el papel de novio fue sólo por pura fórmula. Durante las tres
noches pasadas en el cuarto nupcial no he consentido en aflojar la túnica y no
he tocado un pelo de la novia.
La respuesta le parece tan cándida al magistrado que, olvidando por un
momento su magisterio, prorrumpe en franca risa.
—Sólo Lieou Hia Wei, el gran sabio de antaño —dice el funcionario—, era
capaz de tomar a una joven sobre su regazo sin turbarse. Los muchachos de
nuestros días, cuyos corazones están abiertos a las más locas pasiones, no los
creo capaces de pasar tres noches cerca de una mujer sin tocarla.
—Soy, no obstante, perfectamente inocente —afirma Tsien—. Y si no me
cree, puede vuestra señoría rogar al padre que haga las preguntas rituales a su
hija.
—Sea —accede el prefecto.
Y pregunta a Kao:
—¿Con quién queréis casar a vuestra hija?
—He escogido a Tsien Tsin por yerno —declara Kao—. Mi hija y él están
casados por los ritos. Aunque nada entre ellos haya sucedido, no se puede negar
que son esposos ante la ley. Yo no aceptaré a Yen Tsun en mi familia, ni creo
tampoco que lo quiera jamás mi hija por marido.
—También lo creo así —dice el magistrado.

20
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Yo, en cambio, no puedo aceptar este arreglo —declara Tsien Tsin


alarmado—. Hasta ahora he representado la comedia con el humilde deseo de
serle útil a mi primo. Si ahora tomo a su mujer, aparte de ser un villano, ¿qué
dirá la novia de las tres noches pasadas a su lado?
—Si no aceptas mi arreglo, te condenaré como a un vil impostor. No te
queda más remedio que escoger entre la novia y la cárcel.
Y sin otras palabras levanta la sesión, después de condenar a Yeou Jen a
treinta golpes de bambú. Yen Tsun fue perdonado, con la condición de pagar los
gastos de la boda de su primo.
Ya no le queda más remedio a Tsien Tsin que llevarse a la novia, la cual;
esta vez, es su mujer de verdad.
Aliviado y lleno de agradecimiento hacia el sagaz prefecto, Kao sigue al
joven matrimonio, y marchan los tres muy contentos.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

EL PAÍS DE LO CH’A Y EL MERCADO DEL


MAR

DE LOS «CUENTOS EXTRAÑOS», DE PU SONG LIN


(1630-1715)

Había una vez un joven nombrado Ma Chün, conocido también por el


apodo de Lung-mei. Era hijo de un negociante, y muchacho guapo y apuesto.
Sus maneras eran las de un hombre educado y cortés, y nada le gustaba tanto
como la música y el canto. Frecuentaba las gentes de teatro, y cuando se ataba
un pañuelo bordado a la cabeza hacía con gracia los papeles de mujer 5. A los
catorce años de edad fue bachiller, ganando gran fama entre los letrados. Mas el
padre, que se iba haciendo viejo y sentía deseos de retirarse de los negocios, le
dijo un día:
—Hijo mío, la sabiduría que dan los libros no llena el estómago ni cubre el
cuerpo; mejor harías en seguir mi comercio.
Como Ma era hijo obediente, según mandan los ritos, se ocupó de allí en
adelante de los pesos y medidas, del capital y los intereses y demás cosas de
esta índole.
Al hacer un viaje a través de los mares es arrastrado por un tifón. El barco
se agita como una cáscara de nuez durante muchos días y noches, pero llega
por fin a un sitio donde las gentes son feas en extremo. Cuando los lugareños
ven a Ma creen que es un diablo y salen corriendo y gritando de miedo. Al
principio se alarma de verlos correr, pero cuando comprende que quien les
inspira miedo es él, procura sacar partido de esta impresión. Al encontrarse con
habitantes que están comiendo y bebiendo corre hacia ellos gritando y, mientras
salen espantados, se da un banquete con sus restos.
Por fin, llega a un pueblo en la montaña; las gentes del lugar se asemejan,
por lo menos, en algo a las de los demás humanos. Pero parecen pobres y sus
vestiduras están usadas y rotas. Entonces Ma se sienta debajo de un árbol para
descansar, y les campesinos, que no se atreven a acercarse, lo miran de lejos con
curiosidad. Cuando comprenden que no es un ser peligroso y no piensa
comérselos, se acercan poco a poco. Ma, sonriendo lo más amablemente que
puede, empieza a hablar y, aunque el idioma es distinto, se hace entender
bastante bien por medio de señas, y les explica de dónde viene. Los lugareños

5
En China, hasta hace poco tiempo, no había actrices, y los papeles femeninos eran
desempeñados por hombres.

22
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

quedan altamente complacidos y corre la nueva de que el recién llegado no es


un “devorador de hombres”. A pesar de todo, sólo el más feo del pueblo se
atreve a acercarse un poco, pero se retira en seguida. Los demás no quieren ni
acercarse siquiera.
Los que mejor ha visto son bastante parecidos a sus propios compatriotas,
los chinos. Le traen vino y comida en abundancia; Ma les pregunta de qué están
asustados.
—Nos dijeron nuestros antepasados que 26.000 lis hacia el Oeste hay un
país llamado «China». Hemos oído decir que los habitantes de aquellas lejanas
tierras tienen la apariencia más extraordinaria que pueda soñarse. Hasta ahora
sólo lo habíamos oído decir: ahora podemos comprobarlo.
Ma les pregunta entonces por qué son tan pobres. Contestan:
—En nuestro país todo depende, no del talento literario, sino de la belleza.
Los más guapos son ministros del Estado; los que les siguen en belleza son
jueces y magistrados; los que vienen en tercer lugar son empleados en Palacio
para servir al Rey. Éstos reciben buenas pagas y pueden mantener a sus
familias. Nosotros, desde nuestro nacimiento, fuimos considerados de mal
augurio por nuestros padres y nos dejaron aquí para que muriésemos. Algunos
son socorridos por familiares compasivos que no quieren que se extinga el
nombre familiar.
Entonces Ma pregunta el nombre de este extraño país y le dicen que se
llama Lo Ch'a y que la capital se halla a unos 30 lis hacia el Norte. Ma les ruega
que le lleven allá, y al día siguiente, al apuntar el alba, emprenden la marcha,
llegando a la capital al atardecer.
Las murallas de la ciudad son negras como la tinta y las puertas tienen cien
pies de alto. Los ladrillos son encarnados y al coger uno de ellos en el suelo, Ma
observa que sus dedos quedan pintados de bermellón. Llegan en el momento en
que se levanta la sesión de la Corte y ven pasar los carruajes de los dignatarios,
indicándole los lugareños cuál es el primer ministro.
Éste tiene unas grandes orejas que le penden a los lados del rostro; en la
nariz, tres ventanas en vez de dos, y sus cejas, como biombos de fino bambú, le
cuelgan delante de los ojos.
Vienen después unos hombres a caballo, que son los Consejeros Privados, y
sigue desfilando la comitiva, mientras los campesinos que le acompañan
explican a Ma el rango de cada cual, y todos son a quien más feo y horroroso.
A medida que van bajando en la escala oficial, sus rostros mejoran algo.
Ma se pasea entre estas gentes, que se asustan al verlo como si fuera un ser
monstruoso. Los campesinos, sus amigos, gritan algo para tranquilizarlos y
entonces lo miran desde lejos. Por la noche, no queda hombre, mujer o niño en
toda la nación que ignore la existencia de un ser extraño en la capital, y los
dignatarios y los cortesanos sienten, a su vez, deseos de verlo. Sin embargo,
cuando va a los palacios de los señores, el portero mayor suele darle con el
portón en las narices, y los dueños de la casa sólo se arriesgan a mirar por las

23
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

rendijas de la puerta. Ninguno se atreve a recibirle frente a frente y, en realidad,


no saben qué hacer. Por fin, se acuerdan de un ciudadano que ha viajado
mucho por países extraños y podría recibirle.
—Él ha visto a muchos hombres raros —le dicen a Ma— y no os tendrá
miedo.
Van, pues, a ver al funcionario viajero, que los recibe con gran afabilidad.
Es un hombre de unos ochenta o noventa años, en apariencia; tiene ojos
redondos como bolas y una barba erizada como un puerco espín. Les dice:
—En mi juventud me mandaba el Rey a los países extranjeros, pero nunca
fui a China. Ahora tengo ciento veinte años, y el que me sea dado ver a un chino
es asunto importante que debo de comunicar al Rey. Hace más de diez años que
no voy a la Corte y vivo apartado en mi retiro; hoy, no obstante, he de hacer un
esfuerzo en vuestro honor.
Se sirvió un banquete y, cuando hubo circulado el vino, abundante y
caliente, bellas muchachas salieron a cantar y bailar. Llevaban bordados
turbantes y amplias y largas túnicas color escarlata; sus canciones eran
ininteligibles y sus melodías rompían todas, las reglas de la armonía. Sin
embargo, los invitados parecían sumamente satisfechos y le preguntaron a Ma:
—¿Tenéis música en China?
Contestó afirmativamente y, al preguntarle que cómo era, se puso Ma a
canturrear una canción a la vez que marcaba el compás dando golpecitos sobre
la mesa. Todos se declararon encantados, diciendo que Ma tenía la voz del fénix
y las notas del dragón como nunca hasta entonces las oyeran. Al día siguiente
pide audiencia al Rey, y el monarca le manda llamar. Algunos de los ministros,
sin embargo, opinan que su apariencia es tan horrenda que podría asustar a Su
Majestad; el Rey acaba por desistir de su deseo.
Vuelve el anciano muy agitado para anunciar la noticia a Ma, y se ponen
los dos a beber hasta la embriaguez para ahogar su pena. Entonces, tomando
una espada, Ma comienza a imitar los gestos y actitudes de los actores en
escena, y se cubre el rostro con carbón para ennegrecerlo. Representa el papel
de Chang Fei6, y el anciano lugareño queda tan entusiasmado que le ruega
actúe delante del presidente del Consejo interpretando este papel. Ma replica:
—No me importa hacer un poco de teatro como aficionado que soy, pero,
¿cómo podría hacer un papel de hipócrita7 para mi ventaja personal?
Mas tanto le insisten que por fin accede, y su anciano amigo prepara una
gran fiesta, invitando a muchos altos personajes del país y rogando a Ma que se
pinte con carbón como lo hizo aquel día. Cuando llegan los convidados se
presenta a recibirles y todos exclaman:
—¡Ai-ya! ¿Cómo era tan horrorosamente feo antes y es ahora tan hermoso?
Después de que hubieran bebido juntos el vino caliente, Ma se puso a
cantar una preciosa canción, y tanto les gustó a todos que decidieron
6
Un famoso general que dirigía las guerras de los Tres Reinos.
7
Alusión a la hipocresía de la época.

24
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

recomendarle al Rey. El Rey le manda, pues, llamar y le hace toda clase de


preguntas con respecto al Gran Reino de la China, respondiendo Ma con
rapidez y detalle, y arrancando al monarca exclamaciones de admiración.
Honran al forastero con un banquete en el pabellón real de los invitados, y
cuando está el Rey algo embriagado, le dice:
—Tengo entendido que eres un músico experto. ¿Tendrías la bondad de
dejarte escuchar?
Ma se levanta rápido, empieza a actuar, y canta una canción de amor como
las muchachas chinas de los turbantes. El Rey queda tan encantado que lo
nombra consejero privado y le ofrece otro banquete, dándole grandes muestras
del agrado real.
Pasando el tiempo, los dignatarios, sus colegas, se enteran del secreto de su
cara untada de carbón8, así que cuando está con ellos, murmuran y lo evitan lo
más posible. Poco a poco va notando Ma su aislamiento, y su situación se hace
en extremo desagradable. Eleva una petición al monarca pidiendo su retiro,
pero no le es concedido. Entonces alega motivos de salud y suplica tres meses
de permiso, empleando ese tiempo para preparar su equipaje, llevar sus objetos
de valor y marchar al pueblo donde primero desembarcara.
Cuando lo ven llegar, los campesinos se arrodillan ante él. Ma distribuye
joyas y oro a sus antiguos amigos. Todos se alegran de verlo y le dicen:
—Vuestra bondad con nosotros os será pagada cuando vayamos al
mercado del mar; de allí traeremos perlas y otras cosas de importancia.
—¿Dónde está ese mercado? —pregunta Ma.
Le contestan que está en el fondo del mar, donde las sirenas guardan sus
tesoros9 y que lo menos doce países acostumbran ir allí a efectuar sus
transacciones. Que también está frecuentado el lugar por espíritus y que para
llegar a ese sitio hay que pasar por grandes olas y vapores encarnados.
—Querida y estimada señoría —le dicen los lugareños—, no arriesguéis
personalmente estos peligros, pero si lo deseáis nos podéis dar vuestro dinero y
os compraremos perlas raras. Estamos en plena estación de este mercado.
—¿Cómo lo sabéis? —pregunta Ma.
—Cuando vemos pájaros encarnados volando a un lado y a otro sobre el
mar, sabemos que el mercado abrirá dentro de los siete días siguientes —dicen
los lugareños.
Entonces les pregunta que cuándo se ponen en marcha, pues desea
acompañarles; pero le ruegan que no lo haga.
—Soy marino —replica Ma—. ¿Cómo me habría de asustar del viento y de
las olas?
Poco tiempo después vinieron negociantes con mercancía para cargar en el
barco; en tanto, Ma va haciendo el equipaje y sube a bordo en el momento de
levar el ancla.
8
Demostrando que, a la larga, la hipocresía es de mala política.
9
Dicen los chinos que las lágrimas de las sirenas se convierten en perlas.

25
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Es una embarcación de fondo plano, con una balaustrada alrededor, donde


reman diez hombres y que parte las olas como un rayo. Tiene cabida para varias
decenas de personas. Después de un viaje de tres días ven esbozarse a lo lejos
las siluetas de torres y minaretes y avanzan, por la misma ruta, numerosos
barcos, de carga. No tardan en llegar a la ciudad, cuyas murallas están hechas
de ladrillos tan largos como el cuerpo de un hombre y las cumbres de sus
edificios son tan altas que se pierden en la Vía Láctea. Habiendo arrimado el
barco, se adentran y ven, expuestas en el mercado, perlas de maravilloso oriente
y piedras preciosas de belleza nunca soñada ni nunca vista entre los hombres.
De repente avanza un joven hermoso montando un fino y nervioso corcel, y las
gentes del mercado se apartan respetuosamente para abrirle paso, susurrando
que es el tercer hijo del Rey. Mas cuando el príncipe percibe a Ma, exclama:
—Este honorable hermano no es un extranjero.
Y se le acerca un criado a preguntarle su nombre y el de su país. Ma se
inclina, apartándose a un lado, como lo indican los ritos, y expone su nombre y
procedencia. El príncipe sonríe y dice:
—Es gran fortuna que hayas honrado a nuestro país con tu presencia.
Y sin más palabras, ordena que le acerquen un caballo para que lo monte y
se digne seguirle. Pasan la puerta de la ciudad y llegados al borde del mar, los
caballos se sumergen en el agua y bucean. Ma siente un miedo atroz y va a
gritar, pero al instante se abre el mar ante ellos formando una muralla de agua a
ambos lados, y en poco tiempo alcanzan el palacio del Rey. Las columnas del
palacio son de concha; las tejas, de escamas de peces; las cuatro paredes, de
cristal, resplandecen como espejos. Los jóvenes descabalgan sus corceles y
llegan a presencia del Rey. Dice entonces el príncipe:
—Majestad, fui al mercado y he traído a un honorable y sabio habitante de
la China.
Ma se inclina profundamente, con todas las reverencias que imponen los
ritos, y el Rey dice, volviéndose hacia él:
—Honorable Visitante; de un mandarín de talento como vos, me atrevo a
solicitar unos versos sobre nuestro Mercado del Mar; ruego a vuestro elevado
ser de ágata que no me niegue esta merced.
Ma saluda de rodillas y emprende el trabajo encargado por el Rey. Con un
tintero de cristal de roca, un pincel de barbas de dragón, papel blanco como la
misma nieve y tinta perfumada como el sándalo, Ma, inspirado, escribe diez mil
extraños versos que pone luego a los pies del monarca. Cuando los ha visto Su
Majestad, exclama:
—Señor, vuestro genio honra a nuestras regiones del mar.
Luego, reuniendo a los miembros de la familia real, organiza el Rey un gran
festival en el pabellón de las Nubes Doradas, y cuando el vino circula más
abundante, el soberano se levanta con la copa en la mano y dice ante los;
invitados:

26
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Siento diez mil pesares al pensar que aun no ha contraído matrimonio


Vuestra Señoría. ¿Qué diría el honorable letrado si se viera encerrado en tan
dulce prisión?
Ma se incorpora confuso y balbucea que está diez mil veces agradecido;
entonces el Rey da órdenes a sus mayordomos y al cabo de unos instantes
aparece una princesa rodeada de las damas de la Corte y apoyada
lánguidamente en ellas. Su atavío es primoroso, y a cada paso tintinean las
pedrerías de los ricos bordados de sus faldas y de su casaca. De pronto, suenan
los gongs y las trompetas nupciales; se levantan entonces los novios y se
inclinan juntos ante el Cielo y la Tierra. Arriesga Ma una mirada de soslayo y
percibe la belleza y el encanto de la princesa. Acabada la ceremonia, se marcha
la novia, y poco a poco, también dan fin los regocijos.
En ese momento entran las doncellas de cámara, ricamente ataviadas, que
con las velas de colores que corresponden a tan señalado acontecimiento,
acompañan a Ma a sus habitaciones. El lecho nupcial es de coral adornado con
ocho clases de piedras preciosas, y las cortinas, bordadas con gruesas perlas,
penden a los lados pesadamente.
Al día siguiente, un tropel de hermosas esclavas irrumpe en la habitación a
ofrecer sus servicios a la feliz pareja; Ma se levanta rápido para ir a la Corte a
rendir pleitesía al Rey, su suegro. Es entonces recibido oficialmente como yerno
y lo hacen oficial del Estado.
La fama de sus talentos poéticos se extiende por todos los confines y hacia
todos los vientos, de modo tal que los reyes de los mares lejanos y vecinos
envían mensajeros para felicitarlo y rivalizan en magníficos obsequios y
tentadoras invitaciones. Ma acepta algunas de ellas y, ataviado con riquísima
túnica, monta en un soberbio corcel y sale con su séquito espléndidamente
armado. También hay músicos a caballo y músicos en carrozas, y al cabo de tres
días ha visitado Ma todos los reinos del mar y ha hecho famoso su nombre en
los cuatro puntos cardinales.
En el palacio hay un árbol de jade; es tan grueso que no lo puede abrazar
un hombre; sus raíces son transparentes como el cristal, y por su tronco corre
una savia que se asemeja al amarillo del topacio. Las ramas son gruesas como el
redondo brazo de una hermosa doncella, las hojas son de jade blanco del
espesor de las sapeques10. El follaje es tupido y las damas de palacio se sientan a
su sombra para reposar y cantar. Las flores que da este árbol se parecen a los
frutos de la viña, y cuando un pétalo cae al suelo se escucha un ruido cristalino
como el de una campana de vidrio. Al recogerlo puede apreciarse que es de
cornalina, del color más fino y brillante. De cuando en cuando un pájaro
maravilloso se para en las ramas y canta. Sus plumas tienen un tinte dorado, su
cola es larga como su cuerpo estilizado. Las notas de su canción tienen el sonido
emocionante y patético del mismo jade.

10
Sapeque, moneda china.

27
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Cuando Ma oye el canto del pájaro recuerda su casa y su país natal y le dice
a la princesa:
—Hace tres años que dejé a la patria y que estoy separado de mis
honorables padres. Al pensar en ellos corren mis lágrimas copiosas y el sudor
baña todo mi cuerpo. ¿Podéis volver conmigo?
Responde la esposa:
—El camino de los inmortales no es el de los hombres. No puedo hacer lo
que me pides, mas tampoco me es dado permitir que los sentimientos de
marido y mujer rompan los vínculos de padres e hijo. Pensemos en alguna
solución.
Al escuchar estas palabras Ma llora amargamente y la princesa suspirando,
añade:
—No podemos ni ir los dos, ni quedarnos los dos.
Al día siguiente, le llama el Rey, su suegro:
—Me dicen que te punza la nostalgia y que añoras la casa de tus ancianos
padres. ¿Te parece bien marchar mañana?
Ma agradece diez mil veces al rey su bondad, declara que no lo podrá
olvidar y promete volver muy pronto.
Aquella noche Ma y la princesa conversan, después de tomar el vino
caliente, y hablan de su próxima separación. El esposo dice que pronto se
reunirán de nuevo, pero la princesa asegura que su vida de matrimonio toca a
su fin. Ma se desespera por esta actitud, pero la sumisa esposa le replica:
—Como hijo respetuoso y bueno, vas a la casa de tus padres. En los
encuentros y las separaciones de esta vida, cien años parecen un solo día; ¿por
qué entonces abandonarnos a nuestra pena como los niños? Yo te seré siempre
fiel; sé verdadero conmigo y así, aun separados, estaremos unidos por nuestras
almas y nuestro espíritu, y constituiremos una pareja feliz. ¿Crees que sea
necesario vivir al lado el uno del otro y envejecer juntos? Si rompes tu palabra,
tu próximo matrimonio no puede ser del agrado de los dioses, pero si la
soledad te pesa11, toma una segunda esposa o concubina. Otro punto tengo que
tocar antes de que te vayas, con referencia a nuestra vida conyugal: voy a ser
madre y te ruego pienses un nombre para nuestro hijo. A esto replica Ma:
—Si es hija se llamará Lung-Kung; si es un varón llámalo Fu-hai12.
La princesa le pide entonces algún recuerdo que pueda llevar siempre
consigo, y Ma le regala un par de lirios de jade que ha adquirido en el Mercado
del Mar.
Por fin añade la princesa:
—El día octavo de la cuarta luna, es decir, dentro de tres años justos,
cuando una vez más llegues a este país sobre tu caballo, te daré tu hijo.
Le entrega además un saquito de cuero lleno de valiosas joyas, diciendo:
—Cuida de esto, ha de servir para muchas generaciones.
11
La expresión china dice literalmente: «si no tienes nadie para cocinar por ti».
12
Templo del Dragón y Felicidad del Mar, respectivamente.

28
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Cuando apuntaba el alba le dieron una gran fiesta de despedida, y luego,


montada en una carroza arrastrada por muchas blancas cabritas, la princesa lo
acompaña hasta los confines del reino marítimo, donde, después de descabalgar
su corcel, Ma va a pie a la playa. «Que Buda te acompañe» grita aún la princesa
cuando ya la llevaba rápidamente su carroza y se cerraba el mar sobre ella,
robándola a la vista de su afligido esposo.
Ma cruza el océano y vuelve a la casa paterna. Muchos lo creían fallecido
hacía tiempo, y todos se maravillan de su prodigioso relato. Afortunadamente
aun vivían sus padres, pero la esposa que allí dejara habíase casado con otro
hombre; entonces comprendió por qué le había rogado la princesa que fuera
cauto, y fiel, y constante; es que ella tenía conocimiento de todo. Su padre
deseaba que volviera a tomar mujer entre las no inmortales, pero Ma se negó y
sólo consintió en tornar concubina.
Mas, transcurridos los tres años, se embarcó de nuevo para volver al reino
de los mares, donde tan feliz fuera. Navegaba por un mar tranquilo, cuando he
aquí que vio montados en la cresta de una ola, riendo y jugueteando con el
agua, a dos hermosos niños. Al acercárseles, uno de ellos dio un salto y se
abrazó a su cuello, a lo que el otro se puso a gritar y llorar hasta que se le
cogiera en brazos. Eran un niño y una niña verdaderamente preciosos, vestidos
con túnicas bordadas y con un gorrito adornado con lirios de jade. Uno de ellos
llevaba cosida en el vestido una cajita de madera de sándalo que encerraba una
carta.
Esta carta decía lo siguiente:
«Espero que mis venerados suegros estén bien. Han pasado tres años y el
destino nos tiene aún separados. A través del inmenso océano, el pájaro
mensajero no encontrará su camino13. He soñado contigo hasta debilitar mi
cuerpo. ¿Crees que el cielo habrá visto pena tan grande como la mía? Y, sin
embargo, Chang-ngo vive solitario en la luna y Chih Nü se lamenta porque no
puede atravesar el Río de la Plata 14. ¿Quién soy yo entonces para esperar la
felicidad como cosa mía? Este pensamiento seca mis lágrimas. Dos meses
después de tu marcha he tenido gemelos, que ya balbucean en su idioma
infantil, ora arrebatando un dátil, ora una pera. Si no tuviesen madre, aun
vivirían. Te envío ahora esos niños; llevan en sus sombreros, como adorno, los
lirios de jade que me regalaste al marcharte. Cuando los tomes en tu regazo
piensa que estoy a tu lado. Sé que guardaste tu promesa y no te volviste a casar;
soy, pues, feliz. Yo no tomaré segundo marido hasta la muerte. Todo
pensamiento de coquetería me ha abandonado; mis túnicas son corrientes, mi
espejo no refleja nuevas modas; hace tiempo que mi rostro no lleva polvos, ni
mis cejas el negro trazo artificial. Eres mi Hou Yi y soy tu Chih Nü 15; aunque no
13
Alusión a una vieja leyenda donde un pájaro lleva una carta.
14
Alusión a la esposa legendaria de un gran guerrero que en el año 2500 antes de Cristo
robó a su marido el elixir de la inmortalidad para huir con el maravilloso brebaje a la luna.
15
Equivalente en China de Ulyses y Penélope.

29
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

lleve vida de esposa, ¿quién podrá decir que no somos marido y mujer? Tu
padre y tu madre cogerán a sus nietos en brazos, aunque nunca se hayan
posado sus ojos sobre la desposada. ¡Ahimé! algo malo hay en esto. El año
próximo tu honorable madre entrará en la obscuridad de la larga noche. Estaré
a su lado cerca de la tumba, como conviene a una nuera respetuosa. De
entonces en adelante la buena suerte acompañará a tu hija, y un día, pasado
mucho tiempo, también ella podrá tener entre las suyas la mano de su madre.
Cuando crezca nuestro hijo, sin duda será de los que van de un lado a otro.
Adiós, esposo amado, aun me queda mucho por decir, pero es preciso partir;
adiós.»
Ma lee la carta repetidas veces, como si su corazón no creyera lo que sus
ojos ven; de cuando en cuando derrama amargas lágrimas. Los niños se han
colgado de su cuello y piden que los lleve a casa.
—¡Ay, hijos míos! —suspira él—, ¿dónde está vuestra casa?
Todos lloran entonces y Ma contempla absorto el inmenso océano que se
extiende ante su vista hasta tocar el cielo; lo ve tan bello y apacible que abraza a
sus hijos y emprende el triste retorno.
Como ahora conoce que su madre no ha de durar mucho tiempo, se
apresura, como hijo respetuoso, a preparar lo necesario para un digno entierro,
a fin de que su madre quede tranquila antes de la muerte, viéndolo todo tan
bien dispuesto. También planta los cien jóvenes pinos alrededor de la tumba
para detener al viento que turba la paz de los muertos.
El año siguiente fallece la anciana señora, y su féretro es llevado, con la
pompa que corresponde, al lugar de su último descanso. Pero, ¡oh, sorpresa!,
allí está la princesa, de pie junto al mausoleo. Los que se hallan presentes
sienten miedo, cuando de pronto cae un rayo seguido de fuerte trueno y un
chubasco... y la princesa se ha marchado.
Entonces se ve que muchos de los pequeños pinos que parecían muertos
han revivido.
Fu-hai, el hijo, marcha en busca de la madre a la que tanto añora,
regresando al cabo de unos días de ausencia. Lung-kung es una mujer y no
puede acompañar al hermano; llora y se lamenta en secreto, porque es del peor
gusto exteriorizar las penas.
Un día, después de muchos años, entra su madre en la habitación y le ruega
que seque las lágrimas.
—Hija mía —le dice—, ha llegado la hora de contraer matrimonio. Deja ya
el llanto. Ahora vienen los días alegres.
Entonces le regala como dote un árbol de coral de ocho pies de altura, unas
arcas de madera de alcanfor, cien hermosísimas perlas, y dos cajas incrustadas
con oro y valiosas piedras. Pero Ma se ha enterado de su presencia y corre a su
encuentro. Agarrándole la mano solloza de alegría, cuando de repente suena un
trueno que hace retemblar el edificio y la princesa del Mar, del país de Lo Ch'a,
hija del reino marítimo de los inmortales, ha desaparecido para siempre.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

EL BODISATVA DE JADE

DEL KING-PEN-TQNG-SOU-SIAO-SOU, DINASTÍA SONG


(1279)

En los años de Sao Ching, bajo la dinastía de los Song del Sud, vivía en la
capital del Imperio un general originario del nordeste de la China. Gobernador
de tres distritos militares, ostentaba el título honorífico de príncipe de Yen-
ngan. Un día, atraído por la belleza de la primavera, se llevó el príncipe a toda
la familia a una excursión al campo, regresando ya de noche cerrada. El cortejo
de los palanquines atravesaba el puente de Kiu kia, dentro de la puerta de Tsien
Tang, cuando el príncipe, que ocupaba la última silla en retaguardia, oyó a
alguien gritar en el muelle:
—Ven pronto, hija mía, ven a ver pasar al príncipe.
Entonces éste hizo llamar a su mayordomo y le dijo:
—Hace tiempo que buscaba a esta persona. ¿Por qué azar me la encuentro
aquí? Cuento contigo para que entre mañana en mi residencia.
El fiel mayordomo se lanza en el acto en busca de la que ha atraído las
miradas de su señor. Baja al muelle y ve un comercio que lleva el siguiente
rótulo:

CASA DE KIU
Marcos antiguos y modernos para cuadros y caligrafía

En la tienda está sentado un anciano en compañía de una joven. ¿Cómo es


esta joven? Veámosla de cerca: Una vaporosa cabellera velada por las alas de las
cigalas, cejas en forma de arco imitando la silueta de las montañas
primaverales, dos labios encarnados que forman una cereza, sus blancos dientes
son dos sartas de camafeos, los pies menudos, engarzados en zapatitos de
arco16, parece que florecen a cada paso.
Es ella, efectivamente, la que estaba hace un momento entre la multitud de
los curiosos. El mayordomo penetra en el pabellón de té que se halla frente a la
tienda. Se instala delante de una ventana, y una sirvienta vieja viene a verter el
té en la taza.
—Por favor, honorable sirvienta, llama al tío Kiu, tengo que hablar con él.
La mujer interpela al vecino.

16
Zapatitos apoyados en un alto tacón en medio de la planta del pie.

31
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Los dos hombres se saludan según lo imponen los ritos, y toman asiento. El
negociante se interesa por el motivo de esta llamada que le hace el honorable
desconocido.
—No es nada de particular —replica el mayordomo—. Sólo quería hablar
contigo para pasar el tiempo... Vamos a ver, la que llamabas para ver pasar al
príncipe ¿es, sin duda, tu honorable hija?
—Mi humilde niña, efectivamente —afirma el vendedor—. Con su madre
somos tres de familia.
—¿Qué edad tiene tu única hija?
—Diez y ocho años.
—¿Piensas casarla o prefieres que entre al servicio de algún gran señor? —
insinúa el mayordomo.
—Pobre anciano, no poseo nada para su dote. ¿Cómo la casaría? Tendremos
que acabar por mandarla a la casa señorial.
—¿Conoce algún oficio?
El anciano responde que posee el arte de bordar. Y aprovecha el
mayordomo para elogiarla y hacer su proposición:
—Desde su palanquín ha visto hace un instante el príncipe que tu hija
llevaba un precioso cinturón bordado. En la residencia se necesita una
bordadora. ¿Por qué no ofreces tu hija al príncipe, honorable anciano?
Kiu lo consulta con su mujer y al día siguiente se presenta la hija en la
residencia con un contrato. Desde ese momento, la muchacha forma parte de la
casa señorial y es conocida por el nombre de Sieou-sieou17.
Pasan los días. Sucede una vez que la Corte Imperial honra al príncipe con
un obsequio de gran valor: una túnica de guerrero bordada de floridos círculos.
En seguida Sieou-sieou lo copia con tal fidelidad, que el príncipe se digna
demostrar su satisfacción. Pero añade:
—El Emperador me ha obsequiado con esta magnífica túnica, ¿qué le
podría yo ofrecer?
Manda buscar en las tiendas de la residencia un trozo de jade lechoso y
transparente como el sebo del carnero. Los artesanos al servicio de la residencia
son congregados ante el príncipe y éste les pregunta:
—¿Qué se puede hacer con este trozo de jade? Uno de los obreros se
adelanta y dice:
—Yo podría tallar un par de tazas hermosísimas.
—Es una lástima hacer tazas con esto —observa el príncipe.
Otros lapidarios van dando su parecer. Por fin, un joven artesano de
veinticinco años solamente, llamado Tsoei ning 18, que lleva dos años al servicio
del príncipe, se adelanta con las manos juntas.
—Dígnese escucharme mi bondadoso señor. Este pedazo de jade me parece
algo difícil de pulir y tallar: es puntiagudo por un lado y ancho por el otro. El
17
Sieou-sieou significa «Borda, borda».
18
Tsoei ning, significa: «como gustéis».

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

mejor partido que se puede sacar de él es esculpir una estatuilla de Bodisatva,


divinidad del mar del Sud19.
—Esa misma era mi idea —accede el príncipe.
Tsoei ning emprende su trabajo. Al cabo de dos meses queda terminada la
figurita. Es espléndida. Sin demora envía el príncipe un mensaje al Emperador
para ofrecerle el Bodisatva de jade. El soberano aprecia mucho el obsequio y
alaba la estatuilla.
Desde ese día la situación del lapidario Tsoei ning mejora notablemente. Es
bien visto y estimado de su amo. Un día de primavera, al regreso de un paseo
campestre, Tsoei ning va con tres o cuatro compañeros a beber a un honorable
pabellón de vino, cerca de la puerta de Tsien tang. Después de algunos alegres
brindis, nuestros bebedores oyen de pronto unos gritos de alarma que
provienen de la calle. Se asoman a las ventanas y, en medio del tumulto,
alcanzan a comprender que se ha declarado un incendio en el barrio del puente
Tsin ting. Tsoei y sus amigos abandonan inmediatamente el lugar de placer y
bajan por la calle, donde perciben un sector del cielo completamente cubierto
por nubes de humo y fuertes llamas. El incendio es verdaderamente terrible. El
joven lapidario se halla más intranquilo que sus compañeros.
—Es muy cerca de la casa del príncipe —exclama.
Y corre a toda prisa. Encuentra la enorme mansión de su amo por completo
abandonada. Las llamas comienzan a alcanzarla. Acababan de evacuar la
residencia atropelladamente; habían huido todos, reinaba un silencio de
muerte. Intrigado por esta soledad anormal, el lapidario penetra y sigue las
misteriosas revueltas del interminable corredor. La luz del incendio aclara las
ventanas como en pleno día. De repente aparece en el fondo de una galería, una
mujer que sale de las habitaciones secretas. Tropieza y murmura bajito. Como
una sonámbula viene a dar rudamente en el pecho de Tsoei ning. Entonces éste
reconoce a Sieou sieou. Se aparta dos pasos y la saluda con voz trémula.
Es el caso que un día, el príncipe le había prometido la mano de la joven al
lapidario.
—Cuando Sieou sieou termine su servicio, te la daré en matrimonio —le
había dicho.
A lo que el séquito del príncipe había exclamado complaciente como un
eco:
—¡Será una pareja admirable!
Desde aquel día, el joven artesano se prosterna ante el amo reiterándole su
agradecimiento por favor tan inesperado; en realidad, para recordarle su
promesa. Solitario y casto a pesar de su edad, Tsoei ning tiene el corazón
bastante loco para tomar en serio una broma de príncipe. En cuanto a Sieou
sieou, había observado que el joven lapidario no es hombre desdeñable.

19
Divinidad búdica muy popular en China.

33
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Ese día, en el tumulto del incendio, Sieou sieou aprieta en sus manos un
gran pañuelo en el que ha ocultado joyas de valor. Cuando va a salir por la
galería de la izquierda, tropieza con Tsoei ning.
—Señor Tsoei... —dice extrañada—, es muy tarde para irme. Las honorables
damas de servicio se han dispersado y nadie se ocupa de mí. ¿Qué he de hacer?
No tengo más remedio que recurrir a vuestra protección.
Tsoei se lleva a la muchacha. Juntos salen precipitadamente de la casa en
llamas y andan a lo largo del muelle hasta la altura del puente Che hoei. Allí
dice la joven:
—Me duelen los pies, honorable señor Tsoei, ya no puedo andar.
—Unos pasos más —ruega Tsoei—. Vamos. Mira, allí está mi casita. Podrás
descansar unos instantes si no te parece mal.
Llegan a la casita del lapidario y se sientan después de mil ceremonias.
—Tengo algo de apetito —dice de pronto Sieou sieou—, sería muy amable
vuestra señoría ofreciéndome algo de comer. Además tuve tanto miedo que un
poco de vino me daría ánimos.
Tsoei ning va a buscar de comer y de beber. Después de dos o tres tazas, las
mejillas de la niña se colorean como dos flores. Bien se dice que la flor es
mensajera de la primavera y el vino intermediario del amor. He aquí que
nuestra bordadora cambia de tono.
—¿Te acuerdas de aquella noche? Estábamos en el balcón contemplando la
luna. El príncipe, de excelente humor, te prometió mi mano y tú te confundiste
en zalemas de agradecimiento. ¿Es que ya no te acuerdas?
Ante esta brusca y osada manera de recordar las cosas, Tsoei ning se inclina
turbado y contesta que sí. La muchacha prosigue:
—Entonces todos aplaudieron. «Qué admirable pareja», exclamaron.
¿Cómo se te ha podido olvidar?
Otra vez pasa el lapidario un apuro; acaba por contestar sonrojándose que
piensa en ello de día y de noche. Entonces dice ella:
—Si es así, ¿por qué esperar hasta la eternidad? Nos podemos unir hoy
mismo como marido y mujer.
—¿Cómo me atrevería?... —responde dudoso el muchacho.
—Si no te atreves, está bien. Gritaré socorro, vendrán y te acusaré de
quererme encerrar en tu casa; y mañana me quejaré al príncipe.
—Escucha, niña mía —replica el joven algo turbado—: seremos marido y
mujer. Por mi parte no hay inconveniente, pero es con la condición de salir de la
capital sin demora. Aprovecharemos el desorden causado por el incendio para
ir lejos de la ciudad.
—Obedeceré, puesto que eres mi marido.
Aquel día fueron, pues, marido y mujer.
Un poco antes de apuntar el alba, Tsoei ning y su esposa emprendieron el
camino de la fuga llevando uno y otro el dinero y los objetos de valor que
poseyeran.

34
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

No se atrevían a hablarse, ni a hacer un alto en el camino. Después de un


trayecto forzosamente largo y penoso llegaron, extenuados, a Siu tcheou.
—Es aquí donde se cruzan las cinco grandes rutas. ¿Cuál hemos de seguir?
—preguntó Tsoei—. Creo que debiéramos tomar la carretera de Siu tcheou
donde fui obrero y donde tenía amigos. Quizás podamos instalarnos allí.
Se dirigieron entonces hacia Siu tcheou y en ese pueblo, después de
algunos días de reposo, comenzaron de nuevo las inquietudes del lapidario.
—Estamos aún demasiado cerca de la capital. Entre aquella ciudad y este
pueblo hay mucho tránsito. Si alguien nos descubre y se lo advierte al príncipe
estamos perdidos.
De nuevo se ponen en camino los fugitivos. Llegan así hasta Tain tcheou y,
por fin, se sienten bastante alejados de la capital. Tsoei alquila una tiendecilla
cerca del mercado y le pone este letrero:

TRABAJOS EN JADE
Maestro Tsoei, artesano de la capital

El muchacho dice a su esposa:


—Estamos a más de dos mil lis de la capital, creo que podremos vivir en
paz de aquí en adelante, y que seremos siempre un matrimonio unido.
No faltaban en Tain tcheou los magistrados en exilio. Felices de hallar en
Tsoei ning a un obrero formado en la capital, le hacían numerosos encargos. De
cuando en cuando Tsoei se informaba discretamente, cerca de los que venían de
la capital, de noticias procedentes de la residencia; así supo que se había
ofrecido una cantidad a quien descubriera una sirvienta desaparecida la noche
del incendio, quedando el asunto en suspenso, pues se ignoraba que la hubiera
llevado el lapidario.
Así vivieron felices en Tain tcheou durante varios años.
Una mañana entraron en la tienda, a primera hora, dos hombres vestidos
de negro, al modo de los oficiales de ordenanza de los altos magistrados.
Invitaron al artesano a que fuera a casa de un alto funcionario de una localidad
vecina para encargarle algunos trabajos de joyería. El lapidario, después de
despedirse de su mujer, partió con los oficiales.
Al regreso tropieza en su camino con un hombre que vela su rostro bajo un
gran sombrero de paja. El hombre lleva una blusa de tela oscura adornada con
un doble cuello de raso blanco. Su pantalón termina en polainas azul y blanco y
calza las sandalias de cáñamo trenzado hechas para las largas caminatas. Sobre
el hombro, dos bultos colgados de una caña de bambú, según costumbre del
país. Este hombre mira con insistencia a Tsoei ning, ocultos los ojos bajo el
amplio sombrero de paja. El lapidario se cruza con el transeúnte sin prestarle
atención. Mas el hombre del sombrero grande da bruscamente la media vuelta
y sigue de cerca al artesano.

35
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

En aquella época, vivía en Tain tcheou un general retirado, llamado Lieou


Leang fou. El anciano tenía en su activo altos hechos militares, pero llevaba
ahora la vida de los pobres, porque había despreciado severamente el dinero y a
la sociedad. Iba todos los días de incógnito a una taberna del pueblo, y los
lugareños, que ignoraban la identidad de su ilustre comensal, no moderaban en
su presencia los rudos modales y las palabras fuertes. Le decía el viejo general a
sus amigos:
—Nunca temí los gritos de guerra de millones de tártaros; ahora, en
cambio, me acoquina el estrépito de unos vulgares campesinos; ¡quién lo
hubiera dicho!
Desde la capital, sus antiguos colegas le enviaban de tarde en tarde algún
obsequio útil. Sucedió, pues, que el príncipe Yen ngan, antiguo señor de Sieou
sieou y de Tsoei ning, enviara un día un hombre de su confianza a Tain tcheou,
portador de una carta y de una cantidad de dinero para reconfortar al anciano
general. Cuando el sargento Ko —el enviado del príncipe— vio a Tsoei ning en
el camino, lo reconoció en seguida. Le siguió hasta la tienda y allí percibió a
Sieou sieou sentada detrás del mostrador.
Se presentó el sargento bruscamente a ellos, diciendo:
—¡Qué casualidad, maestro Tsoei!... Hace tiempo que no te hemos visto.
¡Conque te has instalado en estas tierras!... ¡Y Sieou sieou también está aquí! Yo
vine a esta región por orden del príncipe para traer un mensaje a un general, y
he aquí que nos encontramos. Es un verdadero azar. Veo que habéis fundado
un hogar, según parece. Muy bien, muy bien.
El matrimonio Tsoei estaba consternado de la inoportuna visita. Tanto más
cuanto que el sargento tenía fama, en la residencia, de hombre rudo y vulgar y
de soldado sin escrúpulos ni discreción. Estaba desde muy joven al servicio del
príncipe y había ganado la confianza de su señor. Se llamaba Ko Li y lo
nombraban sargento Ko. Tsoei ning y su mujer le ofrecieron de comer y de
beber, recomendándole:
—¡Por Buda, no le digas una palabra al príncipe!
—No —dijo Ko—. El príncipe lo ignora todo de vosotros; ¿para qué
recordarle este asunto?
Se fue al fin el sargento, no sin haber recibido preciosos regalos a cambio de
su discreción. De regreso a la residencia, después de entregar la respuesta del
general, el sargento permanecía inmóvil delante de su amo, con la mirada fija.
Luego, no pudiendo resistir a la tentación de contarlo todo, balbuceó:
—El otro día, al salir de Tain tcheou, los vi… a los dos.
—¡Qué dices! —se impacienta el príncipe.
—He visto a Sieou sieou y al maestro Tsoei. Me han ofrecido el vino
caliente y me han rogado que no diga nada.
Al oír estas palabras, el príncipe monta en cólera.
—¡Infames! ¡Qué comedia la suya! ¿Cómo pudieron ir tan lejos?

36
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Desconozco los detalles. Sólo sé que los he visto instalados como


matrimonio en una tienda sobre la que campea un rótulo de lapidario.
Inmediatamente manda el príncipe un oficial de órdenes al prefecto de la
capital para que mande detener a los fugitivos. Un funcionario de la policía se
encamina hacia Tain tcheou con algunos subalternos. Allí, con la ayuda de las
autoridades locales, detiene a Tsoei ning y a Sieou sieou. Al cabo de cierto
tiempo anuncian al príncipe la llegada de los prisioneros a la residencia, y aquél
los recibe en la sala grande de las ceremonias importantes.
En otros tiempos, cuando aun guerreaba contra los tártaros, blandía en la
mano derecha un sable grande llamado «El gran Azul» y en la mano izquierda
otro más chico nombrado «El pequeño Azul». ¡Cuántas cabezas de tártaros han
segado estas temibles armas! Ahora están colgadas en la pared de la sala
principal. Este día el príncipe se sienta en el trono central. La sesión comienza
con los gritos rituales de los guardias; luego vienen a prosternarse los culpables.
Irascible por naturaleza, el príncipe palidece de rabia al ver a los dos infieles.
Sin decir una palabra, saca los sables de sus vainas... Con los ojos dilatados por
el furor, el matador de tártaros rechina los dientes y va a asestar el golpe fatal,
cuando se eleva una voz dulce que le para en seco.
En el fondo de la sala, detrás de un biombo, la princesa, su esposa, ha
asistido oculta a la escena. Aterrada, detiene el gesto fatal del príncipe y le grita,
invisible:
—¡Alteza! Estamos en la capital del Emperador y no en un campo de
batalla. Si estas gentes son culpables, basta con mandarías al prefecto, que las ha
de condenar. ¿Cómo puedes ejecutarlas aquí mismo?
—¡Qué diablos! —exclama el príncipe—. Estos dos malditos huyeron. Los
he estado aguardando muchos años. ¿Por qué no exterminarlos para aplacar mi
cólera? En fin..., puesto que vos me pedís su gracia, los dejaremos aún vivir
unos instantes. Guardias, encerrad a Sieou sieou y entregad Tsoei ning al
prefecto.
Tsoei ning expone ante el prefecto una circunstanciada relación de lo
acontecido:
—La noche del incendio —le dice— me dirigí corriendo a la residencia, con
intención de ayudar en algo. Encuentro la casa vacía, cuando de reponte sale
Sieou sieou de la sombra... Me para, diciéndome: «Estoy sola. O me obedeces o
llamo...» Y me arrastra en la huida.
El prefecto traslada la declaración al príncipe. Hombre rudo, pero
equitativo a su manera, el príncipe pide que sea perdonado el lapidario. Le
condenan sólo al exilio por haber cedido a la culpable seducción de Sieou sieou.
Dos guardianes son encargados de llevarle a la lejana villa de Kien kan, cerca de
la frontera. Inmediatamente se ponen en camino. Apenas ha pasado el trío la
muralla de la ciudad imperial y puesto el pie en la colina vecina, cuando
perciben un palanquín llevado por dos hombres, que corren en pos de ellos.
Alguien grita de lejos:

37
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—¡No corras tanto, maestro Tsoei!


Tsoei ning cree reconocer la voz de Sieou sieou. Mas, ignorando lo que
sucediera a su mujer desde su separación, permanece en la incertidumbre y no
contesta. Después de un breve momento de reflexión continúa su camino, con la
cabeza baja, como el pájaro que huye de la sombra del arco; tal es el miedo que
le tiene a una nueva trampa. Pero el palanquín alcanza sin demora los tres
peldaños. El vehículo se detiene y se apea una dama joven: es Sieou sieou.
—Maestro Tsoei, henos aquí camino de Kien kan. ¿Qué va a ser de mí?
—¿Qué hacer? —responde el mozo, temeroso.
Pero ella replica:
—Cuando a ti te llevaron a la prefectura, a mí me encerraron en el jardín
interior de la residencia y me administraron treinta golpes de bambú. Luego me
echaron. Enterada de que te habías ido, me apresuré a correr detrás de ti.
—No es mala solución —aprobó Tsoei ning.
Al final de la carretera, el prisionero, su mujer y los dos guardianes
tomaron un barco que les llevaba directamente a Kien kan, donde tenía Tsoei
ning que cumplir su condena. Terminada su misión, los guardianes volvieron a
la capital. Si hubieran sido charlatanes, otras desgracias pudieran haberle
sucedido a Tsoei, pero sabían estos funcionarios que el príncipe Yen ngan tenía
un temperamento fogoso y que la menor chispa provocaba un violento
incendio. Y como no pertenecían al servicio del príncipe, se guardaron muy
bien de contarle la presencia de Sieou sieou; lo principal era que el condenado
llegara a su lugar de exilio.
El matrimonio Tsoei se establece definitivamente en Kien kan. Ya no tienen
nada que temer; las peores desgracias les son familiares. Él pone otra vez tienda
de lapidario. Un día le dice su esposa:
—Henos aquí muy bien instalados. Mas me apena el recuerdo de mis
ancianos padres. ¡Sufrieron tanto cuando huimos de la capital y luego cuando
fui prisionera en la residencia! ¡Los pobres llegaron a pensar si tendrían que
seguir viviendo o era preferible morir! Es hora de que vengan con nosotros.
Podríamos mandarlos a buscar.
Tsoei aprueba la idea de su esposa y envía un mensajero con las señas
exactas del viejo matrimonio y la descripción detallada de los ancianos. El
hombre llega a la capital y halla la casa cerrada con llave y una barra de bambú
clavada en el portón, como las casas abandonadas. Se informa, ayudado por los
vecinos.
—¡Calla! —le dicen los lugareños—. Todo es culpa de su hija, bonita como
las flores. Los viejos la habían ofrecido a una casa rica y poderosa. Mas la niña
no pudo soportar la vida noble y acabó por escaparse con un hombre elegido
por ella. Los encontraron a los dos en Tain tcheou y los trajeron a la capital para
condenarlos: uno al exilio, la otra a la cárcel. Desde entonces los pobres
ancianos enloquecían de angustia y un buen día se marcharon, no se sabe
dónde, dejando la tienda cerrada con llave.

38
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

El enviado emprendió, pues, el regreso a Kien kan sin éxito, para dar
cuenta a Tsoei del fracaso de su misión. Mas antes de que llegara, aconteció que
una mañana oyó Tsoei hablar delante de la tienda.
—¿Es aquí donde vive el maestro Tsoei?
El artista ruega a su mujer que vaya a ver de qué se trata. Y Sieou encuentra
ante la puerta a sus ancianos padres. La alegría de la familia reunida es
indecible. Al día siguiente llega el mensajero de la capital. Cuando va a contarle
a Tsoei su odisea, se queda atónito al ver a los ancianos ya instalados en la
tienda.
Desde entonces vive Tsoei apacible y felizmente con su esposa y sus
suegros.
Algún tiempo más tarde, el Emperador contempla las colecciones de
objetos de arte del palacio. Posa al azar los ojos en una estatuilla que representa
a un bodisatva de jade. La toma entre sus manos, la acaricia suavemente. Una
campanilla se desprende y cae al suelo, rompiéndose. El Emperador pregunta a
un oficial si hay alguien capaz de tallar otra campanilla igual. El oficial examina,
a su vez, el precioso trabajo y descubre casualmente la firma, grabada debajo de
la figura: «Hecho por Tsoei ning». El Emperador ordena que se busque
inmediatamente al artista; se averigua que estuvo al servicio del príncipe Yen,
pero que el príncipe lo desterró.
Después de algunas dudas, el exilado de Kien kan es llamado a la capital
para ser recibido en audiencia por el Emperador. Es para el pobre artesano un
honor jamás soñado. Tsoei ning da primero las gracias por el favor celeste,
luego busca con cuidado un pedazo de jade cuyo color y calidad sean idénticos
a los de la estatuilla, y talla una campanilla en todo semejante a la que se
rompiera.
El monarca se muestra satisfecho de su arte y le concede una pensión para
que pueda trabajar en la capital.
—Ahora que me protege el favor Imperial, nada ni a nadie tengo ya que
temer —piensa el lapidario—. Para vengarme de mi amarga suerte voy a
instalar mi tienda en el muelle donde viví en otros tiempos.
Curiosa coincidencia: tres días después de la apertura de la nueva tienda
pasa un hombre ante la puerta: es Ko, otra vez el sargento Ko, que exclama al
ver a Tsoei ning:
—¡Enhorabuena, maestro Tsoei! ¿Te has establecido, pues, aquí?...
Mas el terror le corta súbitamente la palabra, porque Sieou sieou viene a su
encuentro. Sin esperar más, el militar da media vuelta y escapa tan de prisa
como sus pies se lo permiten. Y Sieou sieou le dice al esposo:
—Ve, corre y llama al sargento; tengo que hablar con él.
El artista se lanza detrás del sargento y luego de darle alcance lo trae medio
a rastras a la tienda. El militar viene a la fuerza, sin dejar de mover la cabeza de
un lado a otro, diciendo:
—Es extraño, extraño...

39
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Sieou sieou contesta a sus saludos como si nada pasara. Luego le dice:
—Sargento Ko, una vez en Tain tcheou tuve la amabilidad de acogeros lo
mejor que pude. Os ofrecimos de comer y beber... Nada de esto conmovió
vuestro corazón y nos denunciasteis al príncipe tan pronto llegasteis a la
residencia. ¡Cuán desgraciados nos hicisteis! Hoy estamos bajo la protección del
Emperador y ya no os tememos, id a denunciarnos otra vez, si ello os place. ¡Id,
pues! ¡Id, pues!
El sargento está atónito, como petrificado. No sabe qué decir y se desliza
hacia la puerta murmurando excusas. Cuando está fuera, corre a toda prisa.
Inmediatamente va a ver al príncipe:
—He visto un fantasma —grita.
—¿Qué le ocurre a este hombre? —exclama el príncipe, impaciente.
—Vengo a comunicar a mi bondadoso señor que he visto un fantasma —
insiste el sargento.
—¿Qué fantasma es ése? Vamos, habla.
—Acabo de pasar por el muelle, donde he encontrado a Tsoei ning, que ha
abierto tienda, y detrás del mostrador había una mujer: ¡Sieou sieou!
—¡No me vengas con cuentos! —exclama el príncipe irritado—. Sieou sieou
fue muerta por los golpes de bambú y enterrada en el jardín. Lo viste todo
aquel día con tus propios ojos y ahora me dices que has visto a esta mujer. ¿Qué
bromas son éstas?
—Vengo a traer una sensacional noticia a mi bondadoso señor; ¿cómo me
atrevería a bromear? He visto verdaderamente a Sieou sieou; he hablado con
ella. Si Vuestra Señoría no tiene confianza en mis palabras, firmaré un
juramento militar.
—Puesto que es así, fírmalo.
El infeliz sargento firma, efectivamente, delante del príncipe, un juramento
militar. En seguida mandan un palanquín para recoger a Sieou sieou. Dice el
príncipe al soldado:
—Tráeme ahora mismo a esa bribona: he de matarla de una vez con mi
sable. Si no, recibirás tú el golpe en su lugar.
Originario del noroeste, el sargento Ko Li no es más que un soldado
valiente sin la menor inteligencia. Ignora que firmar un juramento militar es
jugarse la cabeza. Cuando llega ante la tienda del lapidario ve a Sieou sieou
tranquilamente sentada detrás del mostrador. Al ver al sargento y a su séquito
no parece asustarse lo más mínimo. El militar se le acerca y dice:
—Noble dama, tengo orden de llevarte ante el príncipe, nuestro amo.
—Está bien, espera unos instantes mientras me arreglo.
Al cabo de un momento aparece ataviada con una preciosa túnica de
brocado y toma asiento en el palanquín.
El príncipe espera en la gran sala, como la primera vez. Ko Li entra el
primero y anuncia la llegada de Sieou sieou.
—Que pase —dice el príncipe.

40
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Ko Li va hacia el palanquín, levanta la cortinilla y exclama:


—Vamos, damita, Su Alteza os ordena entrar.
Mas de pronto se estremece y empieza a temblar todo su gran cuerpo como
si le hubieran regado con una ducha helada. El palanquín está vacío. El
sargento interroga a los portadores, los cuales aseguran repetidamente que han
llevado a la dama hasta la residencia sin parar ni una sola vez en el camino.
El sargento vuelve hacia el príncipe y dice:
—¡Oh, príncipe, mi bienhechor, es un verdadero fantasma!
—No soporto más a este hombre. Está loco. ¡Que lo detengan! He aquí su
juramento, que lo pasen por las armas.
Ko Li había hecho méritos, en sus largos años de servicio, al príncipe. Si
hubiera sido algo más que un hombre rudo y simple, hace tiempo que tendría
otro grado que el de sargento. Ante estos acontecimientos extraordinarios e
imprevistos se queda completamente aterrado e implora la piedad de su amo.
No ha mentido: los portadores también han visto a Sieou sieou montar en el
palanquín. El príncipe manda entonces venir a Tsoei ning para conocer la
verdad. El lapidario confiesa que Sieou sieou vino hacia él el día que se fuera a
Kien kan. El príncipe tiene que soltar a Tsoei, puesto que ignoraba la muerte de
Sieou sieou, pero para calmar su cólera ordena que le administren cincuenta
golpes de bambú al sargento.
Cuando vuelve a la tienda, Tsoei ning se apresura a preguntar a sus suegros
acerca de la supuesta muerte de su hija. Los ancianos se miran estupefactos.
Luego, bruscamente se incorporan, salen al muelle, y uno detrás del otro se
arrojan al canal. Se precipitan para salvarlos, se busca a sus cuerpos. Todo en
vano, han desaparecido en el torrente.
Es que el día en que Sieou sieou fue encerrada en el jardín del príncipe,
golpeada a muerte y enterrada, los ancianos padres, sumidos en la
desesperación, huyeron de su casa y buscaron la muerte arrojándose al río.
También ellos son fantasmas.
Turbado y desconsolado, Tsoei ning vuelve a la tienda y entra en su
habitación. Ve a Sieou sieou sentada en el borde de la cama. Los pelos del
lapidario se erizan sobre su cabeza, pero aun puede suplicar al fantasma,
aunque le castañetean los dientes:
—¡Ten compasión de mí, hermanita!...
—Hace tiempo que he muerto —dice el espectro—. He muerto por amarte,
y no lo lamento. Sólo que el sargento Ko había sido demasiado charlatán y le
tenía rencor. Hoy me he vengado. Cincuenta golpes de bambú es lo suficiente.
Ahora sabe todo el mundo que soy un fantasma y mi sitio ya no está a tu lado.
Y diciendo estas palabras aprieta al esposo en sus brazos amorosamente. El
lapidario da un grito y cae. Cuando vienen los vecinos encuentran el cadáver de
Tsoei ning en el suelo.
Así es como fue arrastrado Tsoei ning por su mujer muerta, para vivir con
ella y sus ancianos padres para siempre en paz en el otro mundo.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

CHENG Y EL GRILLO

DE LOS «CUENTOS EXTRAÑOS», DE PU SONG LIN


(1630-1715)

Allá por el año 1431, bajo el reino del emperador Hsuen Te, de la dinastía
Ming, las batallas de grillos estaban muy de moda en la Corte Imperial del Gran
País de la China, cobrándose, además, impuestos a los que criaban estos
insectos.
Érase una vez un magistrado de la comarca de Hua yin, muy deseoso de
ganarse los favores del Gobernador; y así las cosas, hizo un buen día su visita
mensual con un magnífico ortóptero escondido en los pliegues de sus largas
mangas, ofreciéndoselo al alto funcionario del Estado. Este insecto era tan
valiente y hacía tal despliegue de su bravura en las batallas, que el Gobernador
encargó al magistrado le surtiese, de entonces en adelante, los grillos de su
colección. El magistrado hizo, a su vez, el mismo encargo a todos los bedeles del
Tribunal. En aquella época un bedel era un hombre escogido por el Gobernador
de la provincia, entre los más respetables y honrados de cada pueblo o aldea,
para que asumiera la responsabilidad del comportamiento de sus
conciudadanos. Era un puesto de gran honor y un cargo que no se podía
rehusar. Naturalmente, si sucedían desmanes o robos en el territorio bajo su
jurisdicción, el honorable bedel recibía un número de golpes de bambú que
variaba según la importancia de los delitos cometidos. En el año 1431 quedaron,
además, encargados de surtir los grillos de pelea.
Las personas desocupadas o que disponían de horas de ocio se dedicaban
en aquellos tiempos a la caza de estos insectos en los trigales, pues es sabido
que el grillo anida preferentemente entre las tiernas y verdes espigas. Bien se
podía decir que «andaban a grillos».
La afición había elevado el precio de los animalitos de tal suerte que un solo
ejemplar de buena raza podía ser la fortuna o la ruina de una familia.
En el pueblo del que nos ocuparnos vivía un hombre llamado Cheng, un
mal estudiante que había fracasado repetidas veces en los exámenes del
mandarinato; no obstante, como era bueno y honrado, aunque poco espabilado,
le habían concedido el honorable cargo de bedel. El pobre Cheng hizo cuanto
pudo por salvar su responsabilidad y dimitir en honor de alguno más digno
que él de ocupar el puesto; todo fue en vano. Encargado además de la caza de
los ortópteros, no tardó mucho tiempo en arruinarse por completo.
Precisamente fue en esta época cuando hubo más demanda de grillos en la

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Corte, y no sabiendo qué hacer ni cómo salir del apuro, Cheng decidió terminar
con las dificultades de la vida.
—¿Qué necesidad hay de llegar a este extremo? —exclamó su esposa—.
Vete al campo, seguramente encontrarás buenos luchadores en el trigal.
Resignado, se fue Cheng muy de mañana, cuando aún no había salido el sol
bienhechor enviado por Buda. Llevaba un tubo de bambú y una redecilla de
seda fina. Pero por más que buscara entre los arbustos, entre el trigo y debajo de
las piedras; por más que mirara en los agujeros y en los zarzales, volvió
avanzada la noche con sólo dos o tres débiles y flacos grillos que morirían
seguramente en el primer encuentro. El magistrado había indicado una fecha
límite para la entrega de los insectos que deseaba mandar a la Corte y al
Gobernador. Al ver los miserables bichos que traía tembloroso Cheng, montó
grandemente en cólera, ordenando le fueran aplicados cien golpes de bambú.
Esto no hizo sino empeorar la situación del infeliz bedel, que yacía en el
lecho dolorido y sin fuerzas, y más que nunca sintió la tentación de atentar
contra su vida.
En aquellos días llegó a la comarca un astrólogo o adivino, hombre astuto y
jorobado, que gozaba de gran fama en todo el Imperio. Desesperada, la mujer
de Cheng, reuniendo sus últimas sapeques, se fue a pedir su consejo y ayuda.
En la puerta de la casa donde se había instalado el astrólogo se agolpaban
las mujeres del pueblo. Muchachas jóvenes que venían a pedir marido, mujeres
que deseaban un hijo, viejas que ya no tenían nada que desear, pero que aún
conservaban ilusiones; todas querían saber algo, conseguir algún favor del cielo.
De aquella humilde choza saldrían tristes o alegres, llenas de esperanza o
totalmente desilusionadas. En la casa había una habitación obscura en cuya
entrada colgaba una cortina de ligero bambú; delante de la cortina se elevaba
un altar ante el cual los demandantes quemaban incienso en honor a Buda,
prosternándose luego dos veces hasta el suelo. El adivino, de pie al lado del
altar, miraba al vacío y rogaba a Buda le inspirase su respuesta. Sus labios se
movían en dulce plegaria, mas ningún sonido salía de su boca, y los presentes
aguardaban, como hipnotizados, en el mayor silencio. De pronto, un trozo de
papel era arrojado del cuarto obscuro, y entonces el astrólogo decía que se
cumpliría el deseo del cliente.
Se adelantó tímidamente la mujer de Cheng. Las piernas le temblaban, un
sudor frío le corría por todo el cuerpo. Colocando las monedas sobre el altar,
quemó el incienso de madera de sándalo e hizo las inclinaciones de rigor con el
mayor respeto. Pasados unos instantes se movió la cortina de bambú y un
pedazo de papel vino a caer a sus pies. No llevaba ninguna escritura, mas sólo
un dibujo extraño. Se apresuró la buena mujer en salir a la calle para mirarlo
con cuidado, pero por más vueltas que le diera nada entendía.
En el centro estaba dibujado un templo y, detrás, una blanda colina, al pie
de la cual yacían unas piedras de forma extraña. Debajo de las piedras salían las

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

antenas de innumerables grillos. Una rana parecía saltar con ridículas


contorsiones.
La mujer sólo vio las antenas de los grillos; con esto se dio por satisfecha,
corriendo a entregarle el papel a su marido.
—Esto es para indicarme el lugar donde tengo que buscar los insectos de
mi desgracia —exclamó Cheng.
Después de mirar el dibujo detenidamente y hacer mil conjeturas, le
pareció hallar una semejanza entre el diseño y el Templo del Este de su pueblo.
Se levantó, pues, con gran dificultad y, ayudado de un bastón, se fue al templo
en busca de los animalitos.
Al dar la vuelta a un panteón familiar que allí había vio unas piedras que
podrían parecerse vagamente a las del dibujo y, algo más animado, se puso a
mirar. ¡Ahimé!, lo mismo le hubiera valido buscar una aguja o un grano de
mostaza en un campo de trigo. Completamente exhausto y desilusionado iba ya
a marcharse, cuando vio, con sobresalto, aparecer una rana. Siguiéndola con la
vista, observó que se refugiaba entre unos matorrales, donde en seguida
percibió el tan codiciado ortóptero, al pie de una zarza. Al quererlo alcanzar, se
escondió el grillo en su agujero, del que no parecía que fuerza humana lo
pudiera sacar. Por fin, se le ocurrió a Cheng echar un poco de agua en el
orificio, y salió el animalito medio ahogado. Era un magnífico ejemplar, fuerte y
nervioso. Tenía la cabeza verde y las alas doradas, señal de buena casta. Cheng
no cabía en sí de alegría y, colocándolo con cuidado en su cesta, se fue a casa a
recibir la enhorabuena de sus familiares.
Apenas si el buen hombre se separaba del objeto, a la vez, de su desgracia y
de su dicha. Escogiendo un rico tazón de fina porcelana para su morada, lo
mantuvo con carne de centollo y con la pulpa rosácea de la dulce castaña. No
había cuidados ni atenciones que no tuviera con el gran guerrero, y aguardaba
feliz la hora en que el magistrado le pidiera, con amenazas, un primer ejemplar.
Pero una mañana de sol en que Cheng había salido a desperezar las
piernas, dejando un instante el grillo sin vigilancia, el hijo de nueve años —
aprovechando la oportunidad— quiso contemplar de cerca el campeón tan
preciado. Muy despacio descubrió el tazón; de un salto salió el grillo de su
prisión y, a pesar de los esfuerzos desesperados que hiciera el niño por cogerlo,
siempre se le escapaba. Por fin, pudo asirle de una pata, pero con tan mala
fortuna que se la arrancó de cuajo, y el herido insecto murió poco después.
Cuando fue el niño, llorando, a contarle el episodio a su madre, ésta se
puso pálida como la luna en invierno.
—¡Qué hijo de tortuga nos habrá dado Buda! —exclamó desesperada—. Te
matará tu padre cuando se entere.
Al oír estas palabras, el niño, despavorido, echó a correr llorando
amargamente.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Cheng llegó poco después, alegre y contento porque sus viejos huesos
habían tomado el sol que recomienda Buda. Al ver la cara de su esposa sintió
que se le «ponía el corazón blanco».
—¡Qué ha pasado! —exclamó.
—Tu hijo ha dejado escapar al grillo; luego, al quererlo coger, lo ha
matado...
—¿Dónde está el bribón? ¿Dónde se esconde ese vil hijo de tortuga?
Pero el niño había desaparecido y, avanzada la tarde, lo encontraron, por
fin, ahogado en el pozo del jardín. Entonces la cólera, la intranquilidad y el
disgusto—, todo se convirtió en un inmenso e insufrible dolor. La muerte le
pareció al infeliz matrimonio una deliciosa liberación. Silenciosos, se sentaron
uno frente al otro en su humilde caballa, de cuya chimenea no salía ya humo 20
Se dispusieron tristemente a enterrar al hijo amado, mas al coger su
cuerpecito para ponerle los atavíos de los muertos, he aquí que lo vieron
respirar. No están locos, no. El niño aun respira, en verdad; pronto abre los ojos,
pero está muy débil, como atontado, y sólo quiere dormir.
Tranquilo ya con respecto a la vida de su hijo, Cheng mira ahora el tazón
que encerrara el causante de tantos sobresaltos. Suspira y no puede conciliar el
sueño. Al amanecer permanece sentado, transido de frío y de pena. Mas he aquí
que de pronto oye el chirrido de un grillo en el campo. ¡Qué vuelco le da el
corazón! Corre a la puerta de la casita y ve al insecto, a su grillo, ¡al mismo que
cogiera en la zarza del templo! Pero al intentar atraparlo, el bicho se escapa de
un salto. Varias veces cree ponerle la mano encima, y cuando cierra los dedos
nada siente. No, aun no lo ha cogido. La persecución dura largo rato; por fin, lo
acosa en un rincón de la casa, mas ahora se detiene a mirarlo y no ve el ejemplar
fuerte y hermoso que era el suyo, sino un miserable y flaco grillejo. Su cabeza ya
no es verde, ni sus élitros dorados; es pequeño y pardusco, con la cabeza roja.
Cheng se para, lo mira de nuevo y le parece que no vale la pena atrapar este
animalucho tan feo y tan débil, indigno de la peor casta. De repente el bichito
da un salto y se coloca en su manga. Entonces, resignado, se lo lleva adentro y
lo examina con atención. No es tan feo como primeramente creyera; está bien
formado y parece recio y bravo. Será necesario probar sus fuerzas en combate.
Al día siguiente va a buscar un muchacho del pueblo que posee el mejor
campeón de la comarca. Hasta ahora ha ganado todas las batallas y su precio es
de los más elevados. Cuando Cheng enseña su alumno, el muchacho
prorrumpe en franca risa; al lado del suyo parece más raquítico aun.
Cheng, descorazonado, quiere marcharse sin hacer siquiera la prueba, pero
el muchacho le dice:
—Ya que has venido hasta aquí, qué más te da sacrificar tu grillo para el
regocijo y alegría de los presentes. Nos vamos a reír y pasaremos un buen rato
con tu mequetrefe; bien poco tardará en dar cuenta de él mi gran guerrero.
20
Expresión china que significa que es casa pobre donde no hay ni siquiera fuego en el
hogar.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Cheng piensa que de nada le sirve mantener este insecto tan débil y lo
regala sin pesar para diversión de los lugareños. Los colocan, pues, juntos en un
tazón, y el grillo de Cheng se queda muy quieto y como atemorizado. Lo
azuzan con briznas de bambú, pero permanece impávido. Todos se ríen con
grandes carcajadas y siguen azuzando al bichito a más y mejor. De pronto el
grillo se yergue, abre las mandíbulas, levanta las patas y se arroja sobre su
adversario, que hasta ahora lo había desdeñado, limitándose a darle algún
despectivo mordisco. La batalla se hace encarnizada y tienen que acabar
separándolos para que no mate el de Cheng al grillo del muchacho. Todos
quedan maravillados. Cuando ve el campo libre, el grillo de Cheng canta
triunfante en señal de victoria. Los campesinos, entusiasmados, comentan con
el bedel los incidentes de la batalla. En tanto, un gallo ha subido sobre la mesa y
decide comerse al apetitoso insecto. Cheng da un grito desesperado;
afortunadamente, el grillo escapa veloz. Pero entonces comienza una trágica
carrera. El gallo persigue al insecto; éste salta y se escapa, hasta que por fin se
encarama en la cabeza del gallo, fuertemente asido de su cresta. Cheng consigue
cogerlo y se lo lleva en una jaula, aún jadeante de tantas y tan variadas
emociones.
Pasados unos días envía el grillo al magistrado.
Éste, al verlo, monta en gran cólera y manda venir al bedel para que sea
apaleado. Entonces éste le cuenta sonriente las proezas del débil y flaco
ejemplar que le trajera días atrás.
—No puedo creer que te burlas de mí —replica el magistrado—. Vamos a
probarlo en tu presencia. Si has mentido, recibirás tantos golpes de bambú
como resistencia tenga tu vida.
Pero el grillo flaco y feo gana todas las batallas y queda único campeón de
la comarca. Por fin, lo ponen frente a un gallo, y también se salva de éste
montándole en la cresta.
El magistrado le encarga entonces una jaula de oro y lo manda al
Gobernador de la provincia, el cual, a su vez, lo expide a la Corte con una carta
que explica sus hazañas. En el Palacio Imperial el feo y flaco grillo de Cheng
vence en honrada lucha a todos los ejemplares de la espléndida colección del
Emperador. Su fama se extiende por todo el Imperio y el Hijo del Cielo manda,
en agradecimiento, valiosos regalos al Gobernador.
También Cheng recibe su recompensa. El magistrado no sólo le libera del
temible cargo de bedel, sino que da instrucciones al Mandarín Canciller de
Literatura para que pueda pasar los exámenes de primer grado. Solamente
algunos meses después se repone el niño de Cheng, que durante todo este
tiempo quedó postrado en el lecho. Al despertar de su estado cataléptico,
cuenta risueño que ha sido un grillo muy buen luchador mientras durara su
enfermedad. Pero todos se ríen de él.

46
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

El Gobernador también ha obsequiado a Cheng con buenos regalos y


pronto es el hombre más rico de la comarca, con sus ovejas, con sus cabras, con
sus cerdos, con sus tierras... y sin grillos.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

VERÍDICA HISTORIA DEL BONZO


T'ANG TSENG

DE LA MITOLOGÍA CHINA, PANTEÓN DE LOS DIOSES

El bonzo T'ang Tseng es el famoso personaje del «Viaje al Cielo Occidental»;


su historia se cuenta en la siguiente forma:
Un letrado de Haitcheou, llamado Tcheng, acudió a la capital de Tsinanfu
para someterse a los exámenes académicos. Esto sucedía bajo el reino del
emperador T'ang Tai Tsong.
Después de laboriosos estudios Tcheng consiguió el título de Choanyuen,
es decir, el grado más elevado de la Academia, y a causa de esta importante
circunstancia se vio obligado a visitar a todas las altas personalidades de la
capital.
Wen Kiao, la muchacha más hermosa de Tsinanfu, hija del ministro
Inkaichan, lo veía pasar diariamente delante de su puerta, cayendo, al poco
tiempo, enferma de amor por el joven académico. En vista de lo cual los padres,
alarmados, arreglaron la boda de ambos jóvenes y pocos días después ele la
ceremonia, el Emperador nombraba a Tcheng gobernador de la provincia de
Kiangsu.
Hizo Tcheng una breve aparición por su pueblo natal, emprendiendo en
seguida la marcha para posesionarse de su cargo, acompañado por su anciana
madre y por su joven y bella esposa. Mas, al llegar a Hongtcheou, cae enferma
la honorable anciana y se ven obligados a instalarse indefinidamente en la
posada de «Las Diez Mil Flores». Pero pasan dos días y pasan tres días y la
enfermedad sigue su curso inexorable, mientras se aproxima el tiempo fijado
para la llegada de Tcheng a la provincia de Kiangsu. Por fin tiene el hijo que
dejar a la madre enferma para cumplir su deber con el Estado.
Antes de marcharse tropieza con un pescador que lleva una magnífica
carpa, el más preciado entre los peces, y por una sarta de sapeques la compra
para su anciana madre. Pero al mirar el pez con atención, nota que tiene un
reflejo dorado y un aspecto extraordinario. Entonces cambia de idea y lo suelta
en las aguas del Hongkiang (río Encarnado) limitándose a contar a la madre lo
sucedido. Ésta le felicita por haber salvado la vida de un ser, sea el que fuere, y
le asegura que toda buena acción recibe su recompensa.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Tcheng sube a la barca con su esposa y su criado, donde lo esperaban el


capitán del barco, llamado Liu, y la tripulación. La separación es dura, y los
hijos prometen volver pronto en busca de la honorable señora anciana.
Pero el capitán Liu había visto a Wenkiao cuando subiera al barco y quedó
prendado de su extraordinaria belleza, meditando, desde aquel momento, la
manera de arrebatársela a Tcheng.
Cuando cae la noche y la obscuridad es completa, Liu conduce la
embarcación hacia un lugar apartado, mata al criado y a su amo, se apodera de
los títulos y las cartas credenciales de Tcheng así como de la mujer que es objeto
de sus inconsiderados deseos y, haciéndose pasar por el académico, toma
posesión del mandarinato de Kiangsu.
La joven viuda está en espera de un honorable heredero. Siempre llevó
encima el espejo, talismán que habrá de proteger al futuro infante contra toda
influencia nefasta. Viajaba con los amuletos que se queman y cuyas cenizas se
beben con un vaso de vino caliente para favorecer un alumbramiento feliz, mas
nunca pensó en proveerse del candado que preserva del crimen; no le quedan
más, pues, que dos salidas: o la muerte o el silencio. Adopta la segunda
solución, siquiera por el momento.
Antes de que naciera su hijo, se le aparece un día el Espíritu de la Estrella
del Polo Sur y le dice que lo envía la diosa Koan Yin para anunciarle que
recibirá un hijo, cuyo renombre ha de alcanzar los confines del Imperio.
—Ten, sobre todo, gran cuidado —añade el Espíritu— de que tu raptor, el
odioso capitán, no asesine también a tu hijo; seguramente lo ha de intentar.
Cuando vio el niño la luz aprovecha la madre una ausencia de Liu para
abandonar al infante, porque prefiere eso a verlo muerto. Lo lleva al borde del
río Azul, bien envuelto y arropado. Se muerde el dedo y con su sangre escribe
una carta que coloca sobre el pecho del niño, indicando su origen sus
circunstancias. Muerde, además, el dedo de un pie al recién nacido para que
quede esa marca indeleble de su identidad. Apenas tomadas estas precauciones,
el viento trae a la orilla del río una tabla de madera de ébano y la triste madre
ata fuertemente al pequeño sobre la frágil embarcación y lo abandona al azar de
la suave corriente.
El madero va a parar a la punta de un islote donde se halla emplazado el
famoso templo de Kinchan. El llanto lastimero del pequeño atrae la atención de
uno de los bonzos llamado Tchanglo. Éste recoge a la criatura y le pone por
nombre: Kiangliu, o sea, «Salvado de las Aguas».
Lo alimenta con los más exquisitos manjares, lo educa con esmero y guarda
cuidadosamente la carta escrita, con la sangre de la madre.
El niño crece y se instruye en la religión búdica. Tchanglo lo hace bonzo y
cuando toma los hábitos le impone el nombre de Yuen.
A la edad de dieciocho años riñe un día violentamente con otro bonzo, el
cual, en un arrebato de ira, le maldice y le echa en cara su desconocido origen.

49
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Yuen, dolorido y avergonzado, va en busca de su protector, el buen bonzo


Tchanglo.
—Ha llegado la hora de darte a conocer tu origen —dice el sacerdote
budista.
Le hace un relato exacto de la manera en que lo encontrara, le enseña la
carta escrita con la sangre materna y le hace prometer que vengará al padre
asesinado. Con esta finalidad, el muchacho se hace bonzo-mendicante, yendo
de ciudad en ciudad y llegando por fin a la provincia de Kiangsu. Allí consigue
ponerse en contacto con su madre, después de conocer que aun vive como
esposa del usurpador del puesto de su padre, el asesino Liu, que es hoy
Prefecto de la provincia con el título del muerto.
Prueba su identidad con la carta que llevara sobre el pecho y con la camisita
que lo envolviera en aquellas inolvidables circunstancias, y la feliz madre le
promete ir al monasterio de Kinchan a devolverle su visita, porque siente miedo
por él en una provincia colocada bajo la jurisdicción de Liu. Finge, pues, una
grave enfermedad y declara al odiado Prefecto que en los tiempos de su
juventud había hecho un voto que aun no ha podido cumplir. Teme que su
enfermedad sea debida al castigo de los dioses por haber faltado a su palabra.
Liu la ayuda presuroso a cumplir la promesa y envía una importante limosna a
la boncería permitiendo gustoso a Wenkiao que vaya a hacer sus devociones al
templo, acompañada por las debidas sirvientas. En esta segunda entrevista
puede hablar más libremente la madre con el hijo y, para convencerse mejor,
ruégale le enseñe la cicatriz de la mordedura en el pie. Con esto se disipan las
últimas dudas, si es que las hubiera habido, y combinan un plan para castigar al
usurpador.
—El primero de tus deberes, hijo —dice la madre—, es ir en busca de tu
abuela abandonada en Hongtcheou, en la posada de «Las Diez Mil Flores».
¡Quién sabe si aun vive!
Luego le dice que vaya a Tsinanfu para entregar a su padre, el Ministro, una
carta que le informe de lo acontecido rogándole venganza y el castigo del
asesino Liu.
Entrega al hijo un palillo de incienso para que lo lleve a la honorable
abuela.
Al llegar a la posada de «Las Diez Mil Flores», Yuen halla a la anciana aun
en vida, mas sus ojos perdieron la vista de tanto llorar y mora en una miserable
cabaña, a la puerta de la ciudad, teniendo que mendigar para sustentarse. El
joven bonzo la pone al corriente del trágico fin de su malogrado hijo. Luego le
toca suavemente los ojos con el palillo de incienso y la anciana recupera la vista
perdida.
—¡Pensar —exclama— que tantas veces acusé de ingratitud al hijo que creía
vivo!

50
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

El nieto la lleva entonces de nuevo a la, posada de «Las Diez Mil Flores»,
pagando los atrasos y devolviendo a la honorable abuela la vida que
corresponde a su rango.
Pero marcha en seguida hacia la capital, porque le esperan allí cosas
importantes. Llega al palacio del Ministro Inkaichan y pide una audiencia, que
le es concedida sin demasiadas dificultades. Exhibe entonces la carta de su
madre y cuenta al venerable abuelo materno los acontecimientos pasados.
El Ministro siéntese hervir en justa cólera. Eleva una exposición de los
hechos al emperador T'ang Tai Tsong, el cual da órdenes para que detengan y
decapiten al asesino de Tcheng y encarga al propio Ministro de tan noble
misión.
Inkaichan se pone en camino sin más tardar, llegando a la provincia de
Kiangsu de noche cerrada. Rodea el Tribunal con sus hombres, detiene al
culpable, lo lleva hasta el río Hongkiang, al mismo lugar donde asesinara a su
yerno y allí le arrancan el corazón y el hígado en sacrificio a la víctima.
Entonces sucede un inesperado acontecimiento: Tcheng, al que todos creían
muerto, había sido salvado por Long Wang, la carpa. Efectivamente, la carpa
que Tcheng no matara después de comprarla al pescador porque le notara algo
extraño, era el mismo dios del Río que recorría su Imperio bajo aquella
apariencia. Una vez, por descuido, había caído en las redes de un pescador. Al
enterarse, más tarde, de que aquel buen hombre que no quisiera matarle había
sido arrojado al río por un desalmado, dio orden para que fuese salvado,
nombrándole seguidamente oficial de su Corte. Mas hoy ve el Rey de los Ríos
que el hijo, la esposa y el honorable suegro del difunto sacrifican el corazón y el
hígado del asesino en honor al fallecido, en el mismo lugar donde recibiera un
golpe mortal, y Lon Wang estima tanto el sacrificio que ordena le sea devuelta
la vida a Tcheng. Su cuerpo emerge, pues, de entre las aguas, flota un instante,
se aproxima a la orilla del río, se vivifica y sale, por fin, del torrente, lleno de
salud y de vida. Huelga contar la alegría de esta familia, reunida en
circunstancias tan increíbles e inesperadas.
Tcheng y el honorable anciano, su suegro, se van hacia el Kiangsu, donde
después de dieciocho años de su nombramiento, toma Tcheng posesión del
cargo que le corresponde. Wenkiao sigue durante un tiempo la vida del hijo
amado. Éste toma el nombre de T'ang Tseng y es el bonzo favorito del
Emperador, quien lo eleva a los mayores títulos que pueda alcanzar un
sacerdote budista. Al cabo de muchos años, T'ang Tseng es elegido para el
famoso viaje al Paraíso de Occidente, donde Buda en persona le entrega los
libros sagrados del budismo, destinados al Gran País de la China.
Esta es la verídica historia del bonzo T'ang Tseng, tal como se cuenta aun
hoy día.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

EL TESORO PERDIDO

DEL KIN-KOU-KI-KOUAN, DINASTÍA MING


(1635)

Durante el período de Ouang-li, hacia el final de la dinastía Ming, fue


invadida Corea por los japoneses. Pide entonces el rey de Corea ayuda al
gobierno chino y éste decide intervenir con las armas. Mas las dificultades
económicas son tales que el gobierno, para poder soportar los gastos
ocasionados por el ejército expedicionario, se ve obligado a tomar medidas
draconianas, una de las cuales consiste en admitir a los futuros bachilleres en
las universidades imperiales de Pekín y Nanking, no mediante un examen,
como de costumbre, sino por medio de una determinada cotización. Al
momento, el número de estudiantes de las dos universidades aumenta en varios
miles.
Entre los nuevos estudiantes se halla un joven de la provincia de Tchekiang,
nombrado Li Kia, y cuyo apodo familiar es Yu-sien. Era un hijo de familia, el
mayor de tres hermanos. Candidato a bachiller desde muchos años, mas
invariablemente suspendido, había venido a Pekín con un compatriota suyo
nombrado Lieou Yu-tsouen, para presentar su instancia en la Universidad de la
capital. Ambos jóvenes se dedicaban a frecuentar el barrio de las cantantes y
ambos se enamoraron de una cortesana de gran fama, Tou Wei, conocida en el
establecimiento por el nombre de Tou la Décima, porque era la décima hija de
su familia.
Contaba por aquel entonces diecinueve años y era bella y atractiva en
extremo. Muchos jóvenes nobles y de familias acaudaladas se habían arruinado
por ella. Guapo y de buena prestancia, el estudiante Li se empeñaba en
conseguir sus favores con toda la fuerza que da la pasión. La muchacha no
permanecía indiferente a tantas atenciones. Indignada de la codicia desmedida
de los que explotaban su profesión, hacía largo tiempo que acariciaba la idea de
escapar de aquella vida por medio del matrimonio. Descubriendo en la persona
de Li a un hombre de valía, decidió casarse con él. Pero éste temía una enérgica
oposición por parte de su padre. Los escrúpulos y las preocupaciones atizaban
la pasión de los dos amantes. Se prometían mutuamente fidelidad y
multiplicaban sin cesar solemnes juramentos.
Al principio, la dueña del establecimiento no veía inconveniente en que el
estudiante acaparase a la muchacha. Mientras el galán dispusiera de dinero y
gastara locamente, le recibiría con los brazos abiertos. Se sucedían los días y los

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

meses. Al cabo de un año, se había vaciado el bolsillo del depravado joven e


inmediatamente se hizo sentir la frialdad de la patrona. Por si ello fuera poco,
había oído decir que Li no se atrevía a regresar a su tierra porque estaba el
padre sumamente irritado de su mala conducta. Pero Tou Wei se había
enamorado y cuanto más grave era la situación, más cariño sentía hacia su
amante. La dueña había, ordenado a ésta, ya más de una vez, que despidiera al
cliente arruinado, pero Tou Wei se negaba. Entonces la vieja la llenaba de
injurias:
—Se es lo que se es; en nuestro negocio no hay más remedio que vivir a
costa del cliente. Se despide sin piedad a los antiguos para acoger a los recién
llegados. Desde que ha venido Li a esta santa casa, no sólo no recibe Tou Wei a
nuevos adoradores, sino que abandona a sus antiguas amistades.
Irritada Tou Wei repuso:
—El honorable señor Li no vino aquí con las manos vacías. Ha gastado
importantes cantidades.
—Antes y ahora son dos cosas distintas, pajarito. ¿Dónde están hoy sus
bienes, si es que los tiene? Otras han plantado sus pupilas como se planta el
árbol de las hojas; de oro, que sólo con sacudirlo te cubre de riquezas. Yo no
tengo suerte; tolero la locura de ese joven por mero capricho, ¿lo oyes, maldita?
Si quieres, dile que te compre mediante algunas onzas de plata y podéis iros los
dos. Ya encontraré quien te reemplace. Así quedaremos en paz, tú y yo.
—¿Hablas de verdad? —preguntó Tou Wei.
Como sabía que Li Kia no poseía ya ni una sapeque, respondió la vieja sin
dudarlo:
—Nunca mintió mi honorable ancianidad.
—¿Qué cantidad le exiges?
—Si fuera otro, no me habría de contentar con menos de mil onzas. Mas
este pobre mozo me conmueve; así que no pediré más de trescientas; eso sí, no
más tarde que dentro de tres días. Si no se ha procurado el dinero en ese
tiempo, lo echo a escobazos. ¡Que no se queje luego de que no se le haya
advertido!
—Aunque esté completamente arruinado —dijo Tou Wei—, Li es aun capaz
de pagar trescientas onzas. Pero el límite de tres días que le impones me parece
muy corto. ¿No le podrías dar diez días de tiempo?
Estaba muy segura la vieja de que ni en diez días ni en cien podría Li Kia
encontrar el dinero; así pues asintió:
—Bueno, por complacerte, le concedo los diez días.
—Si no consigue el dinero en los diez días, seguramente que no tendrá
valor para volver por aquí. Pero si lo encuentra, me temo que te arrepientas,
madrecita.
—Si me arrepiento seré peor que perro o cerdo —juró la vieja, más por
orgullo que por ganas.

53
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Por la noche, sobre la almohada, Tou Wei ponía a su amante al corriente del
trato.
—Siempre quise rescatarte, pero mi bolsillo está del todo vacío. ¡Qué
haremos!
—¿No tienes ningún pariente o amigo que te pueda ayudar? Ve a buscar
salida de este atolladero. Piensa que entonces seré tuya para toda la vida y que
podremos librarnos de la insoportable vieja.
—Mis padres y mis amigos no me quieren tratar por mi mala conducta en
los honorables pabellones de placer. Mañana, no obstante, intentaré pedir un
adelanto sobre mis gastos de viaje con el pretexto de que pienso regresar a la
casa. Quizás consiga así reunir la cantidad necesaria.
—Ya sabes que haré cuanto pueda —añadió al ver que Tou Wei insistía.
Al día siguiente comenzó las gestiones. Fue primero a despedirse de sus
amigos; mas cuando se trataba de darle algún dinero, todos contestaban de la
misma manera:
—Lo siento mucho..., yo mismo estoy bastante apurado...
Durante tres días, Li Kia recorrió las casas de todos los amigos sin
conseguir ni una sapeque. Volver a ver a Tou Wei para contarle su fracaso le
resultaba demasiado penoso, mas como no tenía otro domicilio que el de la
cantante, fue a pedir asilo a su antiguo compañero de diversiones Lieu Yu-
tsouen. Éste al verle tan triste, le preguntó la causa de su pena, y Li Kia le confió
su proyecto desesperado de casarse con Tou Wei.
—Parece inverosímil —dice Lieou sacudiendo la cabeza—. Tou Wei es una
de las cantantes en boga; es imposible que la vieja te pida solamente trescientas
onzas por su rescate. Sólo veo en ello un pretexto para despedirte. Si
verdaderamente te dispusieses a marcharte a tu casa, aún se te podrían
adelantar las monedas necesarias para el viaje. Pero ¡trescientas onzas! No te
digo en diez días, ni en diez meses lo conseguirás. Humildemente te advierto
que ya es hora de que entres en razón y termine todo esto.
—Hablas como un inmortal, honorable hermano.
Esto decía Li Kia, pero no lo pensaba. Le faltaba valor para renunciar
definitivamente a su hermosa amante, y, así, prosiguió sus peticiones allí donde
lo llevara la fantasía. Por las noches volvía al albergue donde se hospedaba
Lieou. Pasaron otros tres días. Al transcurrir el sexto y viendo que no venía su
amigo, Tou Wei se sintió vivamente inquieta. Envió secretamente a Seu Eul, el
joven criado de la casa, en busca de Li. No tuvo el niño dificultad en encontrar
al estudiante: lo vio errando por las calles y, prendiéndose a su túnica, le
arrastró a la casa.
Preocupado y avergonzado, Li, en su corazón, sentía inquietud por Tou
Wei. Se deja arrastrar hasta el pabellón de la cantante y una vez en su presencia,
turbado, sólo sabe prorrumpir en llanto.
—¿Tus amigos no han tenido el gesto generoso de prestarte las trescientas
onzas?

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Son seis los días que llevo corriendo de aquí para allá y no he hallado
una sola moneda... Me avergüenza presentarme ante tus ojos, y esta casa me
inspira temor. Te agradezco que mandaras a buscarme y te pido diez mil
perdones.
—Cuidado, no nos oiga la vieja. Quédate esta noche; tengo que hablarte —
murmuró Tou Wei.
Organizaron una cena en la habitación y comieron y bebieron alegremente.
Hacia la media noche dijo Tou Wei:
—Puesto que no estás en situación de encontrar el dinero, ¿qué piensas
hacer del grave problema de mi vida?
El estudiante no decía palabra y sólo derramaba algunas lágrimas. Cuando
empezó a apuntar el alba, Tou Wei se decidió a romper el silencio:
—En mi colcha forrada hay un puñado de monedas, probablemente unas
150 onzas. Son mis economías secretas. Tómalas, así no tendrás más que buscar
otro tanto para completar la suma requerida. Espero que te será más fácil.
Acuérdate de que sólo faltan ya cuatro días.
Al regresar a la hostería de Lieou, Li Kia le cuenta lo sucedido. Los dos
amigos descosen la colcha y encuentran las monedas que, después de pesadas,
dan efectivamente, las ciento cincuenta onzas.
—Esta pobre mujer tiene corazón —exclama Lieou Yu-Tsouen—. Puesto
que sus sentimientos son sinceros tienes que merecerla.
—Es cierto, pero... ¿me puedes ayudar, honorable hermano?
Lieou asiente. Mientras Li Kia espera en la posada, va Lieou en persona a
pedir algún dinero prestado. Al cabo de dos días consigue por fin la cantidad
necesaria y, al entregársela a Li, le dice:
—No es por ti por quien hice esto, es por el corazón de Tou Wei.
Li Kia le da las diez mil gracias y corre con el dinero a casa de su amante.
Al conocer la generosidad de Lieou, Tou Wei muestra su regocijo tocándose
la frente con las manos.
—Gracias a los esfuerzos de este señor, se ven colmados nuestros deseos.
Los dos amantes pasan la noche felices. A la mañana siguiente expira el
plazo acordado. Tou Wei se levanta temprano y aun le da veinte monedas a Li
diciéndole:
—Hoy debes de pagar mi rescate, así podré marcharme en seguida contigo.
Estas veinte onzas son para nuestro viaje.
Aun no había terminado de hablar cuando la vieja vino a llamar a la puerta,
gritando:
—Pequeña, hoy es el décimo día; expira el plazo.
El joven, abriendo la puerta en el acto, dice:
—Gracias por tu advertencia, madrecita; justamente pensaba llamarte.
Y al decir estas palabras, Li Kia extendió sobre la mesa las trescientas onzas
de plata, con la mayor sorpresa de la vieja. Hubo un largo silencio. La cara de la

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

anciana se había demudado, cambiaba por momentos su expresión. Habría


querido poderse desdecir, pero Tou Wei intervino muy a punto:
—Llevo muchos años contigo —le dijo a la vieja, mirándola fijamente—; las
piezas de oro y de seda que he ganado no representan menos de varios miles de
monedas. Por fin, he aquí las trescientas onzas que has exigido como precio de
mi libertad. Es la cantidad exacta, no falta ni una sola moneda y se ha respetado
el plazo. Si pones dificultades, el honorable estudiante recogerá el dinero y yo
me daré la muerte en el acto. Luego será tarde para suspirar.
—Puesto que la cosa es así, es inútil retenerte —dijo la vieja con amargura
—. Vete, pues, en seguida. ¡Piérdete ya de vista para siempre! Mas no cuentes
con llevarte una sola de tus túnicas ni el menor objeto de tu tocador.
Y al decir estas palabras empujaba a la cantante y al muchacho hacia la
puerta.
Era la novena luna. Tou Wei, apenas salida de la cama, no había tenido
tiempo de proceder a su aseo personal. No llevaba puesta más que una túnica
ligera. Después de haber saludado a la vieja, como lo exige la cortesía, se fue
con el estudiante.
—Aguarda que llame a un palanquín —dijo el joven—. Iremos primero a
casa de mi amigo Lieou y allí decidiremos lo que hay que hacer.
—En los pabellones del barrio tengo amigas que siempre fueron buenas
para mí —replica Tou Wei—. Ellas me dieron las veinte onzas para el viaje.
Tengo que despedirme de ellas.
Van, pues, primeramente a casa de una cantante llamada Sié Yu-lang, ella y
Hsu Sou-sou son las compañeras más íntimas de Tou. Al verla tan desaliñada,
Sié se sorprende y se informa de lo sucedido. Tou Wei le cuenta en detalle la
escena en casa de la «madrecita» y le dice a Li Kia:
—Tienes que saber que es ésta la hermana que nos ha obsequiado con el
dinero para el viaje.
El muchacho muestra su gratitud juntando las manos, como lo prescriben
los ritos. Sié lleva a su amiga al tocador para que se arregle y manda buscar a
Hsu Sou-sou. Cuando llega ésta, Tou Wei está ya compuesta. Mas las dos
amigas íntimas sacan joyas de oro y jade y ricas túnicas bordadas para equipar
a Tou Wei como corresponde a una novia. Encargan los manjares exquisitos y
los vinos calientes y brindan por la feliz pareja. Por fin, Sié les ofrece su cuarto
para que pasen allí la noche.
Al día siguiente organizan un gran banquete para celebrar el
acontecimiento. Todas las honorables cantantes más o menos amigas de Tou
son convidadas y se bebe alegre e interminablemente para celebrar el triunfo
del amor. Cantan y bailan, tocan la flauta y la guitarra. Cada una ofrece lo mejor
de su repertorio y de su talento. Avanzada la noche, Tou Wei se retira, después
de expresar su agradecimiento a las honorables compañeras. Éstas se reúnen y
comentan:

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Tou Wei siempre fue la más elegante en las fiestas; he aquí que se va con
el hombre amado y que deja nuestra vida... ¿Cuándo se irán definitivamente?
Ese gran día tenemos que presenciar su marcha.
—Ya os avisaré —dice Sié Yu-lang— cuando conozca la fecha. Pero mi
hermana y su amor parten con tanta precipitación que sólo llevan cofres vacíos.
Tenemos que pensar en ello; no podemos consentir que nuestra hermana sufra
penuria.
Todas aprueban este pensamiento delicado y, tomada una generosa
decisión, se separan de común acuerdo.
Tou Wei y Li Kia pasan aún una noche en el cuarto de Sié. Tou le pregunta
al amado:
—¿Dónde nos instalaremos ahora?
—Mi honorable anciano padre está muy disgustado conmigo —responde el
estudiante—. No creo que nos reciba muy bien. Estoy pensando en ello sin
encontrar una solución que me satisfaga.
—Un padre y un hijo están ligados por afectos naturales; no es probable
que tu padre tenga el corazón tan duro que pueda renegar de ti para siempre. Si
no quieres contradecirle con demasiada brusquedad, déjame pasar algún
tiempo en Soutcheou o en Hangtcheou; mientras tanto vas a tu casa y procuras
reconciliarte con tu padre y tu familia; sin duda te apoyarán tus amigos y
parientes, intercediendo en tu favor. Entonces vienes a buscarme. Creo que es la
mejor manera de presentarme a los tuyos. Li Kia accedió.
Por la mañana se separan de Sié Yu-lang para ir a casa del estudiante Lieou.
Tou Wei lo saluda hasta el suelo, diciendo:
—Te estamos profundamente agradecidos y algún día te demostraremos
nuestra gratitud, como manda Buda. Lieou le devuelve su saludo y explica:
—Cuando se quiere a una persona con todo el corazón, no se retrocede ante
ninguna amenaza, ni siquiera ante la de la miseria. Entre las mujeres eres una
heroína. En cuanto a mi tan insignificante ayuda, no vale la pena hablar de ello.
Los tres amigos, entonces, charlan y beben durante todo el día. Fijan por fin
la fecha de la marcha y encargan los palanquines. Terminados los preparativos,
Tou Wei envía un mensaje de despedida a su amiga.
Llega el gran día y surgen por todos lados hermosos palanquines: son Sié
Yu-lang, Hsu Sou-sou y muchas más cantantes que vienen a despedir a los
felices amantes.
—Hemos aunado nuestros ínfimos esfuerzos para ofreceros un humilde
obsequio —dice Sié entregando a Tou un joyero pintado en oro fino y cerrado
con llave. No se podía ver su contenido, pues la cortesía impide al obsequiado
mirar con curiosidad el obsequio. Tou Wei coge el cofrecito y se inclina en
agradecimiento repetidas veces.
Pero llega la hora y hay que marchar; ya loa lacayos se impacientan y
aconsejan a los viajeros que emprendan el camino, porque es largo. Lieou y las

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

cantantes acompañan el cortejo hasta las murallas de la ciudad y allí se separan


todos con lágrimas en los ojos.
Al llegar al río Lou, los amantes dejan la carretera para tornar el barco. Pero
Li Kia ha gastado ya su última onza. Tou lo tranquiliza.
—No te inquietes, amigo mío, los regalos de mis hermanas nos sacarán de
apuros.
Toma la llave y abre el joyero. En el primer departamento hay una bolsita
de seda encarnada. Se la da a Li Kia, rogándole que la abra. Contiene 50 onzas
de plata. Tou cierra el cofre sin mirar los demás objetos. Luego le dice al joven:
—Estos obsequios no sólo nos han de permitir viajar con toda comodidad,
sino que podremos hacer con ellos agradables estadías, contemplando los
paisajes verdeantes de Soutcheou y Hangtcheou.
Li Kia no es curioso y se limita a celebrar la noticia.
Al cabo de algunos días llegan al país de Kouatcheou, confluencia de los
ríos. Cambian de barco como lo exige su itinerario. Antes de emprender la
marcha se detienen unos instantes: es el principio del invierno; por la noche la
luna brilla y se refleja en el agua. Li Kia le dice a Tou Wei:
—Desde que dejamos la capital estamos siempre juntos, cerca el uno del
otro, en un mismo coche, en un mismo barco. Bebamos, pues, a gusto para
olvidar nuestras penas pasadas.
—Eso mismo pensaba yo —dijo ella—; además, sentimos siempre el mismo
deseo al mismo tiempo.
Mandaron traer el vino a la proa del barco y, sentados el uno al lado del
otro, bebieron hasta mitad de camino de la embriaguez. Dijo él entonces:
—He aquí que desde hace días no escucho la dulce voz de mi amada. La
luna resplandece, el río corre tranquilo, el silencio envuelve la noche profunda;
¿quieres cantarme una de tus canciones?
Tou Wei, abriendo sus labios de granada, cantó alegremente: «El
Melocotoncillo Encarnado».
En aquel instante se hallaba sobre un barco vecino del suyo un muchacho
llamado Souen Fou, nativo de Hangtcheou, gran propietario de inmensas
salinas y rico, de muchos millones de sapeques. Tenía veinte años y era también
estudiante en Pekín. Atraído por la cálida voz de la cantante, Souen subió sobre
el puente de su barco y se puso a espiar el barco vecino. Mas de nuevo reinaba
el silencio. Envió entonces Souen un criado a informarse cerca de los bateleros y
no tardó en saber que aquel barco estaba ocupado por un honorable joven
nombrado Li, pero que nada se sabía acerca de la muchacha que cantara.
—No es esta canción la de una hija de buena familia —pensó Souen—, mas
yo quisiera verla, aunque fuera una sola vez.
Volvió a su aposento, pero no pudo conciliar el sueño. Hacia la quinta
velada se hizo oír el mugido del viento sobre el río. Por la mañana amaneció el
cielo cubierto de grandes nubarrones y un torbellino de nieve obscurecía en
seguida el horizonte. Ante este brusco cambio de tiempo los bateleros se

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

negaron a levar el ancla. Souen Fou da entonces orden de amarrar el barco cerca
del de Li.
Tocado con una gorra de marta cebellina, cubierto de un abrigo de astracán,
el acaudalado viajero finge contemplar la nieve desde su ventana. En aquel
instante terminaba Tou Wei su tocado matinal y, levantando ligeramente la
cortinilla de bambú, arroja por la ventana el agua de la jofaina. Souen Fou ve de
lejos un fino rostro empolvado que asoma y al minuto desaparece. Su
imaginación le hace creer que acaba de entrever a una rara belleza y busca
algún pretexto para atraer al estudiante a su barco. Apoyándose en el borde de
la ventana, empieza a susurrar dos versos de un poeta clásico:

La nieve cubre las montañas cual hombre virtuoso


que se tiende indolente.
La luna brilla entre las ramas cual hermosa mujer
que pasea lentamente.

Li Kia siente curiosidad por conocer al recitador del poema y asoma la


cabeza fuera del camarote. Viendo que su ardid da resultado, Souen Fou se
apresura a llamarlo en alta voz, levantando la mano hacia el cielo, como
mandan los ritos más finos de la cortesía:
—¿Tu honorable apellido, viejo hermano?
Li Kia se presenta como lo exige la costumbre y pregunta igualmente el
nombre de su interlocutor. Los dos viajeros entablan pronto una conversación
cada vez más íntima. Entonces Souen propone a su nuevo amigo:
—Si la tormenta de nieve detiene nuestros barcos es que el cielo quiso
ofrecernos una ocasión de ligarnos por la amistad. Pero es enojosa la vida de a
bordo cuando está el barco parado. ¿Por qué no desembarcamos para tomar
una taza de vino caliente y dorado en alguna honorable casa de bebidas? Así
podría gozar de tu sabrosa conversación. ¡No me digas que no!
—¿Cómo me atrevería a molestarte si te acabo de conocer? —respondía Li
Kia.
—No seas tan ceremonioso, te lo ruego. Tseu Hsia ha dicho que «entre los
cuatro mares, sobre la tierra y debajo del cielo, todos los hombres somos
hermanos». Hay que acatar la sentencia del gran sabio.
Y con estas palabras, manda Souen a los bateleros echar la pasarela y
ordena al lacayo joven que les acompañe con el paraguas para que Li Kia no se
moje mientras sube a su barco. En la proa se saludan con profundas
inclinaciones, como corresponde a dos nuevos amigos; luego desembarcan
juntos.
A pocos pasos del muelle encuentran el primer honorable pabellón de las
bebidas. Suben al primer piso y se instalan delante de una ventana para
contemplar el paisaje. El sirviente les trae el vino caliente y los platos apetitosos,
y Souen Fou incita a su convidado a vaciar la taza y el ánfora. Chocan sus vasos

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

y miran caer la nieve tranquila. La conversación se extiende al principio sobre


los temas preferidos de los estudiantes. Pero luego pasan a asuntos mundanos y
terminan por cuentos libertinos. Entonces cambian confidencias y pronto se
sienten más íntimos que dos viejos amigos.
En aquel momento Souen Fou aleja a los criados y, bajando la voz, dice a su
comensal:
—Dime, ¿quién es la dama que cantaba anoche con una voz tan dulce?
Ante tan buena ocasión de contar sus éxitos amorosos, Li Kia no calla nada
de su aventura al nuevo amigo.
—Es —le dice— la célebre cortesana de la capital, Tou Wei, nombrada la
Décima.
—¡Por Buda! ¿La célebre cortesana? ¿Cómo es que te ha seguido hasta aquí?
Li Kia le cuenta en detalle todo lo sucedido con la frágil muñeca.
Souen hace la siguiente observación:
—Llevarse a una belleza tan conocida es, sin duda, una gran alegría. Mas,
¿qué opinará tu honorable familia?
—En casa no han de decir nada —replica Li Kia—; sólo temo a mi padre,
que es harto severo. Aun tengo que pensar en la manera de arreglar esta
cuestión.
Souen Fou siente que está ganando terreno y emprende el ataque.
—Si tu honorable padre no quiere ver a Tou Wei, ¿dónde la vas a instalar?
¿Has hablado a tu amada para resolver este arduo problema con su venia?
—Hemos pensado mucho sobre ello. Dice que irá primero a Soutcheou o a
Hangtcheou y que esperará en aquellos hermosos lugares mientras yo vaya a
rogar a mis familiares y a mis amigos que intervengan cerca de mi padre.
Cuando se aplaque su cólera he de obtener la autorización para traer a Tou Wei
a la casa; al menos así lo creo. ¿Tú que opinas?
Souen Fou tardó mucho en responder. Por fin, tomando la palabra y
fingiendo gran tristeza:
—Acabo de conocerte y temo no ser aún bastante amigo tuyo para hablarte
con la debida franqueza.
—Pero puesto que pido tu consejo, no seas tan ceremonioso, por favor —
insistió el crédulo Li Kia.
—Tu honorable padre te hace demasiados reproches sobre tu frívola
conducta para consentir jamás en tu boda con una mujer sin principios. En
cuanto a tus familiares y amigos, ¿quién te dice que no se van a poner al lado de
tu padre en este asunto? ¿Y si te niegan su ayuda? Si por casualidad acceden a
intervenir a tu favor habrán de callarse a la primera reconvención de tu padre.
Tu situación, entonces, será muy delicada entre un padre iracundo y una
amante cuyo deseo no podrás contentar. Solazarte con tu amada al borde del
mar y al pie de la montaña es muy agradable, mas no puede durar. Y si tus
recursos se agotan, ¿qué harás?

60
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Pensó Li Kia que de las cincuentas onzas quedaba poco menos de la mitad
y ni siquiera sabía cómo seguir el viaje.
—Tus palabras son sabias —aprobó desconcertado.
Souen Fou volviendo a insistir, añade:
—Aun te diría cosas más confidenciales, pero, ¿te dignarás escucharme?...
—Te agradezco tu amabilidad. Dímelo todo.
—La discreción pone límites a las confidencias, hasta entre los más íntimos
amigos. Decididamente prefiero la prudencia del silencio—.
—Habla, te lo ruego, no seas tan discreto.
—Las mujeres son por naturaleza inconstantes. Las de esa clase son
además, por lo general, incapaces de sentimientos verdaderos. Como la tuya era
una cortesana de categoría en Pekín, quizás tenga amistades en el Sur a las que
prometiera visitar, y realiza ahora sus designios sirviéndose de ti para traerla
hasta aquí.
—Imposible —afirmó Li.
—Tal vez tengas razón. Pero sabes que los hombres del Sur son conocidos
por su frivolidad. Cuando dejes sola a tu amada, ¿quién te dice que no han de
ocurrir historias desagradables? Tampoco puedes llevar esta dama directamente
a tu casa sin correr el riesgo de irritar enormemente a tu padre. Por eso no veo
salida a este asunto. Nunca se deben romper los vínculos que existen entre el
padre y el hijo. Si contrarías a tu padre sin miramientos por una cortesana y
abandonas a tu familia por una honorable hija del placer, todo el mundo se ha
de alejar de ti. Ya no habrá sitio para, ti entre el cielo y la tierra. Por eso debes de
pensar ahora largamente sobre todo esto.
Estas palabras acabaron de turbar a Li Kia. Acercando su silla a la de su
nuevo amigo, le preguntó:
—¿Tú qué me aconsejas, honorable hermano?
—Pues bien, se me ocurre una idea que te sacaría de apuro —dice Souen
Fou—. Lo malo es que seguramente no me vas a hacer caso, porque estás tan...
ligado a tus recuerdos de almohada y de estera. Cansaría mi lengua en vano.
—Si conoces una manera que me permita volver a la alegría de mi jardín
puedes decírmelo todo.
—Tu padre está, por lo visto, muy disgustado de los gastos que has hecho
durante más de un año ocioso en Pekín. Ve en ti a un hombre corrompido por
los placeres, incapaz de ser su heredero sin malgastar su fortuna. He aquí que
se te presenta una ocasión de repararlo todo: me cedes tu tesoro de alcoba y te
doy mil onzas de plata. Con este dinero vas a buscar a tu padre y le dices que
has dado clases en la capital y aun has hecho economías. No lo creerá, y
entonces le enseñas las monedas. Será para tu familia un excelente modo de
transformar la desdicha en felicidad. ¿Qué te parece mi idea?
—Tu idea es genial y aclara mi porvenir —dice Li Kia—. Pero mi humilde
amante me ha seguido en un trayecto de mil leguas y el buen sentido no me

61
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

permite abandonarla tan bruscamente. Déjame hablarle con cariño. Si consigo


persuadirla, te haré una señal en seguida.
—Naturalmente, tendrás que darle la noticia poco a poco —dice Souen Fou
—. Mas si desea tu felicidad, ciertamente te ayudará a realizar este sueño de
reconciliación familiar.
Los dos hombres siguen aún bebiendo por largo tiempo. Luego cae la
noche. Ha cesado el viento y tampoco nieva ya. Souen Fou paga y se vuelven a
sus respectivas embarcaciones.
Tou Wei ha esperado todo el día sola. Primero preparó el vino caliente y los
manjares ligeros propios del mediodía, con intención de beber y comer con su
amante a su regreso. Pero se prolongaba la espera y Tou Wei estaba sentada
inmóvil bajo la lámpara.
Cuando por fin llegó Li Kia se levantó ella para saludarlo como
corresponde, notando en seguida su aspecto cansado. Quiso alegrarle
ofreciéndole una taza de vino caliente y dorado, mas Li, apartándola, hizo con
la cabeza un gesto negativo. Luego, sin decir palabra, se tendió sobre el lecho.
Tou Wei retiró tristemente los manjares de la mesa ayudando después a Li
a quitarse las túnicas. Sobre la almohada le preguntó:
—¿Qué te ha sucedido hoy que estás tan triste?
El estudiante suspiraba sin responder. Tres o cuatro veces le interrogó
durante la noche con el mismo resultado. De madrugada, como suspiraba otra
vez, insistió Tou Wei suplicándole:
—Dime, ¿qué me ocultas?
Li Kia incorporándose y apartando la rica manta bordada, estuvo varias
veces a punto de hablar, mas las palabras no salían de sus labios. Parecía faltarle
valor. Por fin, prorrumpió en llanto. Tou Wei lo estrechó entre sus brazos,
consolándole con infinita dulzura.
—He aquí que nos queremos tiernamente desde hace dos años —le dijo—.
Al cabo de diez mil fatigas y dificultades pudimos, por fin, unirnos en libertad.
Jamás te vi tan triste durante todo el tiempo; estamos en vísperas de atravesar el
Gran Río; una vida soleada, alegre y risueña se abre ante nosotros para no
terminar en cien años. ¿Por qué esta tristeza de repente? Tiene que haber una
razón. Entre esposos, vivir y morir llegan a ser una suerte común. ¿Por qué no
puedes hablarme abiertamente?
Incapaz de resistir por más tiempo a tan tiernas y apremiantes palabras, Li
Kia se decide a hablar por fin, con las lágrimas en los ojos:
—Soy un verdadero miserable —dice—, mientras que tú no dejas de
colmarme de tus bondades. No te negaste a seguirme en las circunstancias más
difíciles y tu bondad no tuvo límites. Sin embargo, cuanto más lo pienso, más
aprensión y miedo le tengo a la severidad de mi padre. Creo que nos echará a
los dos. ¿Cómo va a terminar esta vida vagabunda? Da al traste con todo mi
porvenir. Hoy bebiendo conmigo, Souen Fou me ha hablado largamente sobre
este asunto y traigo el corazón partido.

62
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Estas palabras llenaron a Tou Wei de angustia.


—¿Qué piensas hacer? —preguntó.
—Metido yo mismo en este aprieto, no veo claro en el asunto. Mi amigo
Souen Fou ha pensado en un arreglo excelente... Pero me temo que no sea de tu
agrado.
—Si su idea es verdaderamente buena, ¿por qué no la habría de acatar?
—Souen es un rico negociante de sal en el país de Sin-ngan —prosiguió Li
Kia—. Es joven y elegante... y querría obtener tu mano por mil onzas de plata.
Con esta cantidad podría sin temor volver hacia mi padre, y tú te hallarías libre
de toda preocupación. Mas me falta valor para separarme de ti; he aquí la razón
de mi tristeza.
Al decir estas palabras empezó a llorar. Pero Tou Wei, con gesto frío, retiró
sus brazos, que aun lo tenían apretado, y con risa burlona replicó:
—El que te ha propuesto tan admirable arreglo es sin duda un gran
hombre. En efecto, así tú tendrás oro, y él... tendrá la mujer. Y yo perteneceré a
otro hombre... Ya veo que te va a librar de un equipaje molesto. «Empezar por la
pasión y terminar por la disciplina», dice la frase de Confucio, ¡es una solución
ventajosa para ambos! ¿Pero dónde están las mil onzas?
—No me atreví a aceptarlas sin haber conseguido tu consentimiento.
—¡Acéptalas mañana, mismo, no pierdas tiempo! No se puede dejar
escapar tan buena ocasión. Sólo que mil onzas son una cantidad importante; así,
pues, no iré al otro barco hasta que tu amigo haya entregado la suma. ¡No te
dejes engañar por el vendedor de sal!
Era la cuarta velada; la noche tocaba a su fin. Tou Wei se levantó y comenzó
a vestirse.
—Mi túnica de hoy —dice como hablando consigo misma— no se puede
comparar con la de los otros días. Es la túnica que despide a un amigo viejo y
recibe a uno nuevo.
Se empolvó y perfumó con el mayor esmero. Luego vistió la túnica bordada
añadiendo al tocado los alfileres incrustados de nácar. Cuando terminó, era ya
pleno día. Estaba más bella que nunca.
Al mirar al estudiante de reojo, se extrañó de verlo casi risueño. Le rogó
que fuera a dar la respuesta a Souen Fou y cobrar cuanto antes la cantidad
concertada. Se apresuró, pues, Li Kia a pasar a la embarcación vecina para ver al
comerciante de sal. Le dice éste que el dinero le será entregado sin dificultad;
sólo pide el joyero de la cantante como prenda. Tou Wei le indica dónde está la
cajita adornada con oro y dice solamente:
—Llévatelo.
Contento y ya tranquilo, Souen Fou pone seguidamente las mil onzas de
plata en manos de Li Kia. Apoyada sobre el borde de la ventana, Tou Wei hace
señas a Souen. Al ver a la muchacha, Souen Fou cae en éxtasis como ante la
aparición de una diosa. Tou Wei le dice entonces:

63
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—¿Quieres traerme el mueblecito un momento? Tengo que sacar un


salvoconducto de Li Kia.
Souen ordena a sus gentes que traigan el joyero a la proa del barco; Tou lo
abre con una llave que lleva colgada del pecho. Tiene el cofrecito ocho cajones.
Ruega entonces a Li Kia que los vaya abriendo. El primero está repleto de toda
clase de joyas: plumas de esmeraldas, pendientes de brillantes, broches y
alfileres de jade y oro. Aquello valía, por lo menos, algunos cientos de onzas.
Tou, sin decir palabra, saca el cajoncito y lo vacía en el río con gran asombro de
Li Kia, Souen Fou y los demás espectadores de la escena.
Luego ruega a Li que abra el segundo cajón. Contiene flautas de jade y de
oro. El tercero encierra “bibelots” antiguos por valor de varios miles de onzas.
Tou lanza todo en medio del torrente. Por fin saca del último cajón una gruesa
perla que luce de noche. La perla está engarzada con piedras preciosas cuyos
nombres son desconocidos, mas de un valor incalculable. Tou iba a tirarla
también al río, pero no pudiendo contener su amargura Li Kia coge a Tou por el
brazo y llora con grandes sollozos.
Souen Fou se aproxima para consolarlos. Pero Tou Wei rechaza a Li Kia y
comienza a injuriar violentamente al comerciante de la sal.
—El honorable señor Li y yo habíamos vencido las mayores dificultades
para unir nuestras vidas libremente. Vos, con vuestra bajeza y vuestros innobles
deseos de libertino, os creíais capaz de borrar los tiernos lazos de nuestro amor
con vuestra diabólica estratagema. ¡Sois mi más mortal enemigo! Si mi alma
llega a tener poder después de mi muerte, iré a quejarme a los dioses. ¿Todavía
sois lo bastante loco para esperar que os procure los placeres de la almohada y
de la estera?
Volviéndose luego hacia Li Kia, prosiguió:
—Durante nuestras vidas de polvo y de viento, mis compañeras y yo
habíamos ahorrado una pequeña fortuna para que aquella de nosotras que
hallara el amor pudiese gozar de la libertad el resto de su vida. Te he
encontrado y amado. ¡Ahimé!, ¡qué promesas de amor eterno nos hicimos!
Cuando dejamos Pekín me hice entregar el joyero como un obsequio que
contenía varios miles de onzas en joyas. Pensaba ofrecerlo en regalo a tu familia,
esperando ganar de este modo la comprensión y benevolencia de tu padre. Ya
no hubiera sentido entonces ningún miedo, ni ante la vida ni ante la muerte.
“Desgraciadamente —prosiguió la infeliz muchacha— tuviste tan poca
confianza en mí, que por consejo de un transeúnte no dudaste en abandonarme
en medio del camino sin tener en cuenta mis sentimientos personales. Te he
pedido que abrieses tú mismo el cofrecito para que vieses que unas onzas de
plata no es cosa tan rara. Ni el oro ni el jade faltaban en mi cofrecito privado.
¿Por qué no tuviste ojos para verlo?
—¡Triste destino el mío! —exclamó aún la joven, desesperada—. Apenas
salvada de una existencia indigna, heme aquí de nuevo abandonada en el barro.

64
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Vosotros, espectadores que tenéis ojos y oídos, sed mis testigos. No soy yo
quien traicioné a este hombre, fue él quien me traicionó a mí.
Los espectadores, emocionados, compadecían la suerte de la muchacha y
comenzaron a injuriar a Li Kia:
—¡Frívolo! ¡Infiel!
Acongojado y presa del remordimiento y de la vergüenza, Li lloraba
desconsoladamente. Iba a arrodillarse ante Tou Wei para implorar su perdón,
pero ya ésta, cogiendo el joyero de pedrerías con las dos manos, corría a tirarse
al agua. Se precipitaron todos para impedírselo, mas fue en vano: en un instante
las espumantes olas del torrente se llevaron a la desgraciada.
Los espectadores de esta escena manifestaban violentamente su
indignación y, en su justa cólera, hablaban de apalear a los dos amigos o de
entregarlos a la justicia. Asustados, Li Kia y Souen Fou hicieron levar al ancla a
toda prisa y huyeron cada uno por su lado.
Solo sobre su barco, ante las mil onzas de plata que allí quedaban, Li Kia
lloraba y se lamentaba de la desaparición de su bella amante. Noche y día lo
torturaba el remordimiento y acabó por volverse loco, y loco falleció.
En cuanto a Souen Fou, hondamente impresionado por tamaño drama,
cayó enfermo aquel mismo día. Estuvo grave durante toda una luna. Cada vez
que cerraba los ojos se le aparecía Tou Wei y le reprochaba su conducta. Al cabo
de una luna murió de agotamiento.
—Se ha cumplido el castigo del cielo —dicen los que lo han sabido.

65
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

CHIANG ENTRE LOS INMORTALES

DE LOS «CUENTOS EXTRAÑOS», DE PU SONG LIN


(1630-1715)

El honorable señor Chu, del pueblo de Wen-teng, había sido en su juventud


el compañero de estudios del honorable señor Chiang, y este compañerismo
perduraba en una inquebrantable amistad. Pero Chiang era pobre y dependía
casi enteramente de Chu, el mayor de los dos, así como el más afortunado.
Estaban, sin embargo, tan unidos, que Chiang llamaba «hermanita» a la
mujer de su amigo y tenía en la casa las mismas prerrogativas que un miembro
de la familia.
La esposa de Chu falleció un día a consecuencia de un parto desgraciado, y
pronto aquél se volvía a casar, como lo mandan los ritos al que no tiene
descendencia masculina. Pero la nueva esposa era tan joven que, conforme a la
etiqueta ritual, Chiang no quiso serle presentado.
Una tarde que estuviera de visita el hermano menor de la honorable
«esclava del hogar», se presentó Chiang sin avisar y le rogó su amigo entrara en
el gineceo. Pero no hubiera querido éste apartarse tan osadamente de los ritos, y
rehusando el insigne honor se excusó de aceptarlo. Chu, agradecido por tan fina
marca de cortesía, mandó trasladar la reunión al jardín familiar para que
pudiera entrar sin reparo el dilecto amigo.
Apenas se hubieron sentado, cuando alguien vino a decir que un antiguo
criado de la casa había sido apaleado en el yamen21 del Magistrado. Contaban
que surgió una riña entre un pastor de la familia Huang y el antiguo criado de
la familia Chu, porque el campesino de los Huang sabiendo que su amo
pertenecía al Tribunal de los Ritos habíase atrevido a dejar pastar sus ovejas en
tierras de los Chu. En consecuencia, riñeron los dos asalariados y se quejó el
pastor a su amo, deteniendo éste al criado de los Chu, y entregándole a manos
del Magistrado para que recibiera los consabidos golpes de bambú.
Al enterarse Chu de lo acontecido, montó en violenta cólera, exclamando:
—¿Cómo se atreve ese vil hijo de tortuga a tamaña insolencia? Tan sólo
hace una generación, su amo era el criado de mi padre. En cuanto se ha
esclarecido levemente su ínfima oscuridad, helo aquí engreído como si fuera de
estirpe de letrados.

21
Yamen: mansión o palacio.

66
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

No pudiendo contener más la rabia, iba a marchar en busca de Huang,


cuando Chiang lo detuvo, diciendo:
—La corrupción proviene del tiempo y no de los hombres; vivimos en un
siglo en que no se distingue el bien del mal. Los mismos dignatarios obran
como bandidos, y sólo conseguirás «mojarte en agua hirviendo».
Chu, iracundo, no quería atender a razones; sólo cuando las lágrimas se
unieron a las súplicas consintió en abandonar su proyecto. Pero el disgusto le
impidió dormir en toda la noche, y a la mañana siguiente dijo a su familia:
—Puedo perdonar los insultos de Huang, porque el señor desprecia las
pequeñeces del lacayo; pero el Magistrado es un funcionario del gobierno y no
el humilde servidor de los individuos con influencia. En cualquier caso que le
sea sometido, tiene que escuchar tanto al demandante como al demandado, y
no, al igual de un perro, morder al primero que esté a su alcance. Voy a
presentar una queja contra el pastor de Huang, a ver lo que hace con él el
Magistrado.
Como su incauta familia le incitara, se fue derecho al hombre de ley a
formular la mencionada queja; mas éste se limitó a romper la petición,
negándose a atenderla. Esto despierta de nuevo la rabia contenida de Chu y
declara cuanto del Magistrado y de sus congéneres piensa. Sin embargo, está
prohibido insultar a la Justicia, sea ésta imparcial o no; por lo tanto Chu es
inmediatamente detenido y esposado.
Al empezar la tarde, apareció Chiang por la casa de su amigo, enterándose
que éste había ido a la ciudad a ver al Magistrado. Sin escuchar más razones,
salió veloz en su busca, esperando llegar aún a tiempo para detenerlo en sus
propósitos.
Desgraciadamente, cuando llegara, ya estaba Chu encarcelado y no le
quedó otro recurso que andar de un lado a otro para aliviar su disgusto y
calmar su angustia.
El caso es que, precisamente en aquellos días, habían capturado a «los tres
célebres piratas», y el Magistrado y Huang, «juntando sus cabezas» 22,
sobornaron a los tres bandidos para que denunciaran a Chu como un
compinche de su banda. Después de lo cual pudieron solicitar de las altas
autoridades que fuese desposeído de sus títulos académicos —en virtud de los
cuales se veía exento de todo castigo corporal— y les fuera factible administrar
despiadadamente los treinta golpes de bambú.
Chiang consiguió visitarlo en la celda, y tras penosa entrevista, propuso
presentar directamente una queja al Hijo del Cielo.
—¡Ahimé! —exclamó Chu—, aquí me tienes maniatado y prisionero como
un pájaro en su jaula. Tengo, en verdad, un hermano menor, pero apenas si
puede hacer otra cosa que traerme el sustento diario, sin el cual moriría de
hambre.
Chiang prometió:
22
Expresión china que significa: «poniéndose de acuerdo».

67
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—Hermano, pues nuestra amistad es como la de hermanos jurados, yo me


brindo a prestarte este servicio. ¿De qué servirían los amigos si no nos ayudasen
en la hora de la desgracia?
Dicho esto, se fue Chiang, mientras el hermano menor quedaba encargado
de traer el alimento a Chu y proveerle de algún dinero.
Después de un viaje largo y fatigoso llegó por fin Chiang a la capital, y
grande fue su turbación al ver las dificultades que suponía presentar una
petición al Emperador. No sabía ni cómo ni por dónde empezar. Al cabo de
muchos días supo que iba a salir de caza el Hijo del Cielo, y entonces pensó en
la manera de encontrarse en su camino para llamarle la atención. Por ejemplo,
cuando se dirigiese hacia el mercado de la ciudad, situado no lejos de la Puerta
de la Muralla del Oeste.
Al pasar el Monarca, se prosternó Chiang en el suelo con grandes gritos y
lamentaciones, gesticulando y golpeándose la frente en el polvo del camino.
Recibió, pues, el Emperador la petición, por medio de esta estratagema y la
mandó a la Dirección de Castigos23 para que se estableciese un informe sobre el
caso.
Por aquel entonces habían pasado diez meses del encarcelamiento de Chu y
se hallaba condenado a muerte por haber confesado, mediante tortura, el falso
cargo que contra él pesara. Así es que los funcionarios del Tribunal se
alarmaron en grado sumo cuando recibieron la orden imperial para la revisión
del caso. También Huang, el vil causante de todo, sintió gran intranquilidad y
tramó rápidamente un plan para acabar con Chu, antes de que saliera a la luz lo
acontecido. Sobornando a los carceleros consiguió que cesaran de entregar al
prisionero la comida que su hermano le trajera, y éste se vio, desde aquel día,
rechazado con violencia.
Chiang quejóse al Virrey de la provincia de tan desalmado proceder.
Al investigar personalmente el caso, conoció el Virrey que Chu se hallaba
casi por completo extenuado y mandó apalear a los guardianes de la prisión
con la mayor severidad.
Huang, aterrado, pudo eludir el justo castigo de sus crímenes comprando a
unos y otros su libertad. No se le volvió a ver por aquella provincia.
En cuanto al Magistrado, fue condenado al exilio y a la degradación de su
cargo, por haber deshonrado la ley. Chu volvió a su casa y su afecto hacia
Chiang fue cada día más profundo.
Pero Chiang había entrado en contacto con las gentes de las capitales, había
visto de cerca la corrupción del mundo, y habíase formado un triste concepto de
las cosas humanas. Así es que un día le dijo a Chu:
—Hermano, es hora que nos apartemos del mundo definitivamente y que
en algún retiro agreste meditemos en la soledad lo que nos quede de vida.

23
Jefatura de Penales.

68
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Pero Chu estaba grandemente enamorado de su joven esposa y no quería


saber nada de estos filosóficos pensamientos del amigo. Chiang no quiso
insistir, pero su decisión era irrevocable.
No viéndolo venir por la casa en algunos días, Chu fue a preguntar a casa
de los Chiang noticias de su amigo, enterándose de que allí lo creían desde
varias lunas en su compañía. Esto despertó sospechas en el corazón de Chu, el
cual envió emisarios a todos los templos y monasterios de la región, sin
conseguir saber nada nuevo. Profundamente entristecido se limitó a ayudar al
hijo de su amigo en sus estudios así como en sus necesidades materiales.
Pasaron así ocho o nueve años, cuando un día se vio aparecer a Chiang
vestido con el gorro y la túnica amarillos, y con la expresión de paz y contento
que suele ser la de los sacerdotes del Tao. Lleno de alegría, Chu dice asiéndolo
de un brazo:
—¿Dónde has estado, que te busqué por todos los sitios sin hallarte?
—La nube solitaria y la grulla salvaje no tienen residencia fija en el espacio
—rió Chiang—. Desde que nos viéramos por última vez, he recuperado
afortunadamente mi primitiva serenidad.
Chu ordena que sirvan el vino caliente de la alegría, y ambos charlan felices
de lo pasado y acaecido en esta su larga separación. Intenta disuadir a Chiang
de que persevere en el camino del Tao, más él se limita a sonreír sin dar
respuesta alguna.
—Es absurdo —dice Chu—. ¿Por qué abandonaste a tu esposa y a tu hijo
como un par de zapatos usados?
—No es así —replicó Chiang—; si hoy los hombres me quisieran apartar de
mi camino, ¿quién podría conseguirlo?
—¿Dónde, pues, has establecido tu morada? —insiste Chu.
—El lugar donde medito se llama el Gran Templo de Pureza del Monte Lao.
Después de charlar aún largo tiempo, se retiraron, por fin, a su aposento,
tendiéndose en la misma cama, como lo indican los ritos de la amistad.
Chu soñó que el dilecto amigo se había sentado sobre su pecho,
impidiéndole respirar. Asustado, le preguntó la razón de este atropello, sin
recibir contestación. Entonces se despertó sobresaltado. Llamó a Chiang,
creyéndole dormido, pero nadie le contestó. Sentándose en el lecho alarga la
mano y no siente nada a su lado. Chiang se había desvanecido. Cuando se
sosegó un poco su espíritu vio con sorpresa que se encontraba al pie de la cama.
—Yo no me embriagué anoche —murmuró entre dientes—, ¿cómo he
llegado a este lugar?
Llamó entonces a los criados pidiendo antorchas, y cuál no sería su horror
al conocer que se había convertido en el mismo Chiang —por lo menos
exteriormente.
Fuera de sí, recordó cómo Chu disfrutaba de una luenga barba; se llevó la
mano a la cara para tocarla encontrando sólo algunos pelos ralos que pendían
de su barbilla. Por fin, cogió un espejo, y, al verse, gritó alarmado:

69
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—¿Si esto es Chiang, entonces, por Buda, dónde estoy yo?


Fue a entrar al gineceo, pero su hermano lo detuvo airado en la puerta:
—¿A qué vienes aquí, Chiang? —le dijo—. Estás loco, ¡esto es el gineceo!
Siéndole, pues, imposible dar pruebas de su verdadera identidad, pidió el
caballo para ir en busca del auténtico Chiang. Pasados varios días y tras de
penoso viaje, alcanzó el Monte Lao. Allí el caballo tomó el galope, y el criado, su
acompañante, se quedó atrás, no tardando en perderse de vista en lontananza.
Se sentó a la sombra de un árbol para descansar y esperar al perdido
criado, viendo un gran número de sacerdotes taoístas que iban y venían. Uno
de ellos le miró fijamente, y Chu le preguntó que dónde podría encontrar a
Chiang; al escuchar estas palabras, el sacerdote se echó a reír, diciendo:
—Conozco ese nombre. Seguramente estará en el Gran Templo de Pureza.
Y siguió su camino sin prolongar la conversación.
Chu le seguía con la vista; vio, pues, que se había detenido a hablar con
alguna persona, prosiguiendo adelante, después de cambiar unas pocas
palabras. Aquel hombre a quien hablara se acercó a Chu, y éste reconoció a un
individuo de su pueblo natal que no viera desde hacía años. Con gran sorpresa
le preguntó el conciudadano:
—Hace mucho que no sabía de ti. Me habían dicho que estabas en el Monte
Lao y que te habías hecho bonzo del Tao. ¿Cómo es que aun pierdes el tiempo
entre los mortales?
Chu le explicó entonces que él no era Chiang, relatando las circunstancias
de su metamorfosis, y el otro dijo:
—¡Qué curioso! Creí que el bonzo con quien acabo de hablar erais vos.
Hace tan sólo unos momentos que me ha dejado; no debe andar muy lejos.
—¿Es posible —exclamó Chu— que no me haya reconocido a mí mismo?
¿Que mi propia cara no me haya resultado familiar?
En ese momento llegó el criado con su cabalgadura, partiendo los dos
velozmente en busca del objeto de su viaje. Alrededor de ellos, tan lejos como
pudieran mirar, sólo había desierto; desconcertados, no sabían hacia dónde
orientarse.
Hubieran regresado a la ciudad si Chu no pensara en que había quedado
sin hogar, pues ¿quién en su propia casa le había de aceptar bajo estas
apariencias? Sin duda le darían hospitalidad, pero no podría ver a la esposa de
sus sueños sin que huyese de su presencia, como conviene a mujer recatada y
tímida. Resolvió seguir adelante hasta cualquier amargo fin; pero la carretera se
hacía cada vez más áspera y decidió que regresase el criado con los caballos.
Prosiguió, pues, solitario el camino, con toda suerte de precauciones, hasta
encontrar un muchacho sentado al borde de la carretera y, corriendo hacia él, le
preguntó dónde podría encontrar el retiro de Chiang.
—Soy uno de sus discípulos —dijo el muchacho mirándolo con extrañeza,
y, cargando con el fardo que contenía las cosas de Chu, se dispuso a enseñarle
el camino.

70
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Anduvieron juntos muchos días, comiendo a la luz de las estrellas,


durmiendo al aire libre, llegando, por fin, a su destino después de recorrer
muchas millas.
Mas este lugar de la Gran Pureza no se parecía a los demás lugares en el
mundo. Aunque ya muy avanzada la décima luna, había profusión de flores por
las avenidas y en nada se podía notar el principio del invierno.
Se fue el mocito a anunciar la llegada del extranjero—, saliendo al poco
tiempo seguido de un bonzo, en quien Chu reconoció a su propia persona física.
Chiang, cogiéndole la mano, le hizo entrar sin decir una palabra. Allí, una vez
preparados el vino caliente y los manjares de bienvenida, entablaron animada
conversación. Chu veía revolotear extraños y preciosos pájaros por encima de
su cabeza. No parecían tener miedo del ser humano; se paraban de cuando en
cuando sobre su hombro, entonando algunas estrofas del canto más armonioso
que de garganta de pájaro saliera. No hay sonido de flauta ni de flautín, ni de
mágico laúd, que se le pudiera comparar. Aunque mucho extrañara a Chu
cuanto viera, su afán de los placeres del mundo le roían el alma, al punto que
no sentía mayor deseo que el de encontrarse de nuevo en su propio cuerpo,
disfrutando de los favores de su joven y bella esposa.
Había en el suelo dos esterillas, donde Chiang le invitó a sentarse. Y como
pronto llegara la medianoche, una gran calma se posesionó de su espíritu,
quedando un instante amodorrado; le pareció que cambiaba de personalidad
con Chiang. Sospechando que algo extraño había sucedido, se tocó la barbilla,
sintiendo con indefinible placer su luenga y fornida barba de antaño.
Apenas hubo amanecido solicitó ansiosamente regresar a su antigua
morada.
—Quédate solamente tres días, te lo ruego —insistió Chiang.
Pasado ese tiempo, le dijo:
—Hoy tienes que descansar, porque mañana emprenderás un largo viaje.
No te preocupes de nada, yo he de velar por todo.
Aquella noche, apenas había cerrado los ojos, oyó gritar a Chiang:
—Todo está listo para la marcha.
Levantándose, pues, apresuradamente, fueron por una carretera que le era
por completo desconocida y por la que, al cabo de muy corto trayecto,
percibieron en la lejanía la silueta de su residencia particular. A pesar de los
ruegos de su amigo, negóse Chiang a acompañarlo más adelante. Así, pues,
llegó Chu ante la puerta de su casa, golpeándola con alegría. Como no le fuera
abierta, decidió saltar por encima del muro, recordando sus tiempos de
juventud. Entonces halla su cuerpo tan ligero como la hoja que cae suavemente
del árbol en otoño, y de un solo y pequeño salto se encuentra al otro lado de la
muralla. Pasa en esta misma forma los muros interiores del jardín, llegando, por
fin, a las habitaciones privadas del gineceo, donde deduce, por las velas de
vivos colores aun encendidas, que la dueña no se ha retirado todavía a
descansar. Su corazón late rápido; se apoya ligeramente en la frágil celosía para

71
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

contener la emoción que se ha apoderado de él y que sería tan incongruente


demostrar a la joven esposa. No está lejos la ventana de papel y de finos
barrotes de madera dispuesta en grecas. Quiere contemplar primero sin ser
visto, y suavemente hace un agujero en el papel. Mas, ¡oh!, ¡horrorosa visión!
¿Se habrá equivocado? Vuelve a aplicar el ojo contra el orificio y aun no cree su
corazón lo que sus ojos ven: la esposa, la tímida y joven esposa que no podía
conocer al entrañable amigo, la esposa cuya clásica actitud ritual nunca le
infundiera la menor sospecha, está allí, alegre y atrevida, en compañía de un
joven y hermoso desconocido, bebiendo el vino caliente que excita los ánimos y
trastorna el espíritu.
Su primer impulso es entrar y matar a ambos. Su rabia y su vergüenza son
indescriptibles, la sangre se le agolpa en las sienes. Camina titubeando hacia
Chiang para impetrar su ayuda. Vuelven los dos hacia la casa y el gineceo
maldito. Con una piedra, Chu golpea violentamente la puerta. Se oyen carreras,
ruidos, gritos de espanto. Se han encerrado y colocan sillas y mesas contra la
puerta para defenderse. Chiang se adelanta entonces y de un sablazo 24 derriba
el frágil obstáculo que representa una puerta de finas maderitas y de papel.
Chu penetra en el gineceo como el tigre que atraviesa la tormenta; el galán
huye veloz, pero Chiang, de guardián en la puerta, le corta un brazo con el
sable. Wenkiao cae de rodillas, toca el suelo con la frente y pide perdón. Explica
que es un pariente lejano que vino a escanciar unas tazas de vino sin mala
intención.
—La mujer recatada no bebe en compañía de un hombre, sea éste pariente
o hermano —exclama Chu fuera de sí. Y, empuñando el sable, le asesta un
terrible golpe y le corta la cabeza25. Luego la cuelga en el árbol más alto del
jardín.

***

Chu despierta sobresaltado y se ve en el templo del Monte Lao, tendido


sobre el duro lecho que usan los bonzos del Tao. Turbado y confuso, pregunta:
—¿Es que todo fue un sueño? ¡Qué horrible y extraña pesadilla!
—Venerable hermano —dice Chiang—, consideras los sueños como a una
realidad y confundes la realidad con un sueño.
—¿Qué significan tus palabras, honorable amigo? Aun estoy demasiado
lleno de angustia para comprenderte.
Chiang entonces le muestra su sable empañado de sangre. Chu queda
horrorizado, le parece que va a enloquecer, quisiera morir y piensa en el

24
Todo sacerdote Taoísta dispone de un sable mágico, equivalente de la «varita mágica» de
las hadas de los cuentos europeos.
25
En aquellos tiempos, el marido chino tenía derecho de matar a su esposa si la sorprendía
«in fraganti», pero tenía que matar también al amigo de su mujer y entregarse luego a la justicia;
sin lo cual se le consideraba como un vulgar asesino.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

suicidio. Pero teme un engaño por parte de Chiang. Adivinando sus sospechas,
éste le transporta en un instante ante la casa de su desgracia. Cuando llegan a la
entrada de la primera muralla de la ciudad, dice Chiang:
—¿No fue aquí donde te esperara anoche con el sable en la mano? No deseo
mirar el lugar mancillado. Ve tú y déjame esperarte en este lugar.
Si no has vuelto a la hora del crepúsculo me marcharé solo.
Al acercarse a la casa, Chu la encuentra cerrada y como deshabitada. Va,
pues, a la de su hermano, el cual, al ver a Chu, prorrumpe en amargo llanto.
—¡Ahimé! —exclama—. Cuando te fuiste los bandidos entraron en tu casa,
asesinaron a mi honorable cuñada y colgaron su cabeza del árbol más alto del
jardín. ¡Ai ya! ¡Ai ya! ¡Aun no se ha podido encontrar a los asesinos!
Chu le cuenta su extraño sueño y le ruega retire la queja presentada ante el
Tribunal. El hermano no vuelve de su asombro. Pero Chu llama al ama y le
ordena que traiga el hijo, único descendiente de la rama de los Chu, que habrá
de quemar el incienso ante las tablillas de los antepasados, que habrá de dar
honorable sepultura a todos los varones que le antecedieron, que habrá de
cumplir con los ritos y las ceremonias que se deben a los muertos. En él se
centran, pues, todas las esperanzas de su linaje.
—Atiende a mi hijo, hermano —dice Chu con solemnidad—. Él es quien ha
de honrar mis tablillas y las tuyas. Yo me retiro del mundo para siempre, para
vivir en la soledad de la montaña. No me busques; adiós.
Se despidió así del hermano, al que estaba tan tiernamente unido, haciendo
caso omiso de sus súplicas y llantos. Le acompaña éste hasta la puerta de la
ciudad y allí lo ve marchar lentamente con Chiang.
—Adiós —dice—. Que Buda te haga conocer su Nirvana.
Chu iba a responder, pero su amigo lo agarra de la larga manga y pronto
desaparecen los dos para la eternidad.

***

Han pasado algunos años. El hermano de Chu es hombre inexperto y


tímido. No ha tardado mucho en perder todos los bienes de la familia y quedar
reducido a la mayor pobreza. El hijo de Chu no puede recibir la instrucción de
los doctos mandarines y toda su sabiduría estriba en las lecciones que le da
penosamente el tío. Al entrar un día en el cuarto de estudios encuentra el
hermano encima de la vieja mesa un sobre con caligrafía de Chu. Sólo contiene
una uña muy larga. Extrañado, deja la uña en el escritorio y corre a preguntar
quién ha sido el mensajero. Nadie lo sabe, nadie ha visto nada. Entonces,
entristecido, vuelve cabizbajo al cuarto de estudios y ve con sorpresa que el
escritorio se ha transformado en un tael26 de oro amarillo y brillante. El hermano
no sale de su asombro. Prueba a tocar con la uña objetos de cobre o de hierro.
Inmediatamente se convierte el metal en oro blando y puro. Entonces el
26
Moneda china de oro o plata equivalente a una onza.

73
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

hermano de Chu vuelve a ser un hombre rico en la comarca. Comparte honor y


riquezas con el hijo de Chu, y las gentes dicen que ha descubierto el secreto de
la alquimia.

74
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

AMOR FRATERNAL

El relato que les vamos a contar acaecía en los tiempos de la dinastía Chu,
en que la China se hallaba colocada bajo un régimen feudal.
El soberano del pequeño reino de Con Chu tenía dos hijos varones que se
amaban tiernamente. Cuando nació el segundo hijo el monarca decía
constantemente al primero:
—Mira a tu honorable hermanito y ámalo. Cédele el puesto de hijo menor y
mimado. No se te olvide nunca que eres el mayor, que le debes, en
consecuencia, el buen ejemplo de la valentía y del arrojo. Debes quererlo y
protegerlo. Él te obedecerá y será tu compañero donde quiera que vayas. No se
te olvide lo que dicen nuestros sabios: entre hermanos hay que ayudarse,
compartir las alegrías y las penas del mundo.
Sabes que uno de los filósofos de la dinastía Song, en su introducción al
libro genealógico familiar, dejó algunas palabras célebres con respecto al amor
fraternal. Decía así: «Los hijos de mi padre son mis hermanos amados. Somos
las ramas de un mismo árbol, las corrientes de un mismo manantial, los dedos
de una misma mano. Cuando estoy enfermo, mi honorable hermano se lamenta
y sufre... ¿Será posible que, pasadas algunas generaciones, los descendientes
quizás no sientan el deseo de conocerse?» Hijo, acuérdate de estas palabras.
El rey de Con Chu no podía ocultar la marcada preferencia que por el
menor de sus hijos sintiera. El primogénito se daba perfecta cuenta de ello.
Hasta los propios mandarines de su Corte lo habían notado.
Al mayor le había nombrado Kao Sen —Espíritu Elevado—; al pequeño,
Chin Pao —Tesoro de Oro—. Entre los dos niños reinaba, no obstante, la mayor
armonía y Kao Sen, en lugar de tener celos del cariño excesivo que tuvieran por
su hermano, unía su afecto al del padre hacia el hijo predilecto.
—Si mi venerado padre prefiere a mi hermano —pensaba— es que el
pequeño lo merece, que es más digno, más afectuoso, más inteligente que yo...
Lo que debo hacer es tratar de perfeccionarme y corregir mis odiosos defectos.
El pequeño pensaba, por su lado:
—Mi padre me prefiere a Kao Sen. Es cosa que no me hubiera atrevido ni a
desear ni a esperar. Pero, ya que así es, tengo que merecerlo y ser en todo
momento digno de tan gran fortuna.
Así los dos hermanos vivían con recíproco cariño y con creciente virtud.
¡Ahimé!, un día murió el buen rey sin dejar testamento. Considerando las cosas
legítimamente, el hijo primogénito tenía que suceder en el trono a su padre.

75
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Mas en los últimos momentos el rey de Con Chu había expresado el deseo de
darlo todo a Chin Pao, su predilecto.
Así fue que cuando terminó la ceremonia de los funerales, con la pompa
que Buda concede a las testas coronadas, es decir, la víspera del día en que
había de tomar posesión del reino el heredero legítimo de la corona, el príncipe,
para obedecer los deseos de su honorable padre, huyó de incógnito por una de
las puertas de la muralla de la capital.
El pequeño, para respetar los derechos de su hermano querido y para
manifestar a Kao Sen los sentimientos de cariño que por él sentía, tuvo el
mismo pensamiento y huyó por su lado.
Los dos tuvieron, pues, la misma idea: la da apartarse del mundo y vivir
meditando en la soledad de la montaña. Así es como uno fue a vivir en la
vertiente este y el otro en la vertiente oeste del Monte Sagrado del Tai shan.
Cuando el hambre se hacía sentir se mantenían de las piñas y piñones de los
árboles; cuando les apremiaba la sed bebían el agua del manantial al pie de la
montaña.
En tanto, los funcionarios del reino abandonado han tenido que buscar un
regente para dirigir los asuntos del Estado. En todos lados buscan a los
hermanos, envían mensajeros por lejanas tierras para descubrir sus trazas, pero
pasa el tiempo y no los encuentran.
En cambio, Kao Sen y Chin Pao se ven un día al pie del manantial del
Monte Sagrado.
—Hermano, ¿a qué viniste? —dice Kao Sen sorprendido.
—Y tú, ¿por qué estás aquí? —exclama Chin Pao.
—Nunca quisiera haber desatendido el menor deseo de nuestro padre —
explica el mayor—. Por eso vine a buscar este retiro agreste, huyendo del alto
deber que la Corte me imponía. Tú eres más inteligente que yo y más digno de
reinar y el Rey, nuestro padre, así lo pensó.
—Jamás he de usurpar un lugar que no me corresponde —replica Chin Pao.
Entonces caen en brazos el uno del otro y lloran amargamente por la
muerte del padre bienamado. Luego deciden vivir juntos para siempre, como
dos simples campesinos.

***

Al cabo de muchos años, los enviados del reino de Con Chu encuentran los
cuerpos de los dos príncipes: yacen tendidos, al lado el uno del otro, en la cima
del Monte Sagrado. Y todo el Imperio los venera desde entonces como a dos
santos: los dos santos de la paz.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

CHIAO NO

DE LOS «CUENTOS EXTRAÑOS», DE PU SONG LIN


(1630-1715)

K'ung Hsüeh Li era un descendiente de Confucio. (Los descendientes de


Confucio viven hoy día en clan, cerca del mausoleo del maestro, en la provincia
de Shantung. El primogénito lleva el título hereditario de kung, equivalente al
de duque, y cada miembro de la familia disfruta de una renta que le ha sido
otorgada en pleitesía al alto honor de pertenecer a la familia del gran sabio.)
K'ung Hsüeh Li era, además, un hombre de gran talento y un excelente
poeta. El arte de hacer versos forma parte de los exámenes chinos necesarios
para ser admitido en la vida oficial del Estado.
Uno de sus compañeros de estudio, al que le unía gran afecto, llegó al
puesto de Magistrado y mandó buscar a K'ung para que trabajara con él.
Desgraciadamente, antes de que llegara K'ung a aquella provincia su buen
amigo había muerto y se encontró en una ciudad desconocida y sin recursos
para regresar a su casa. En vista de lo cual pidió asilo a un monasterio budista,
donde los bonzos lo emplearon de escribiente.
A unos cien metros al oeste del monasterio se hallaba una casa, propiedad
del honorable señor Shan, mandarín que conociera mejores tiempos, pero que
se había visto arruinado por un proceso. Mas como su familia era, por fortuna,
poco numerosa, abandonó su casa de campo y se fue a vivir a la ciudad.
Un día que caía copiosa nieve y que los peregrinos no acudían al
monasterio, K'ung, aburrido, decidió dar un paseo por los alrededores. Al pasar
delante de aquella mansión, un joven de atractiva apariencia y elegante
indumentaria avanzó hacia él al verlo y, entablando conversación después de
un saludo cortés, le rogó que entrara un instante. K'ung no tenía nada que
hacer; además, el joven era amable en grado sumo; así, pues, le siguió divertido.
Las habitaciones de aquella casa no eran especialmente amplias, pero
estaban amuebladas con el mayor gusto, y de las paredes pendían cortinas
bordadas y largos «scrolls», o rollos de pintura, firmados por grandes maestros.
Sobre la mesa había un libro titulado: «Apuntes y notas del Paraíso». Atraído
por tan curioso nombre, se puso K'ung a ojearlo, encontrando textos extraños y
en grado sumo interesantes.
No le había preguntado su nombre al joven extranjero que le hablara,
suponiendo que, como vivía en la casa de Shan, debía de ser su dueño. El joven,
en cambio, le preguntó lo que hacía en este país y, expresando su simpatía por

77
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

las desgracias que había pasado, le aconsejó que tomara algunos alumnos,
añadiendo que él podría recomendarle más de uno.
—¡Ahimé! —dijo K'ung—, ¡cuál es el Mecenas que se digne ayudar a un
caminante como yo!
—Si el honorable letrado condesciende a inclinarse tan bajo, mucho me
honraría ser instruido por maestro de tan gran talento.
K'ung, muy agradecido, no quiso arrogarse el título de profesor,
consintiendo sólo en dar clases al muchacho a título de amigo. Le preguntó
luego por qué razón llevaba tanto tiempo la casa cerrada, a lo que el muchacho
replicó:
—Ésta es la mansión de la familia Shan. Ha permanecido cerrada porque
sus dueños marcharon a vivir a la ciudad. Mi nombre es Huan-fu y mi casa se
halla en el Shensi, pero como nuestras propiedades quedaron destruidas en un
incendio, nos hemos trasladado aquí para una temporada.
Así se enteró K'ung de que su nuevo amigo no pertenecía a la familia Shan.
Aquella noche estuvieron largo tiempo charlando y riendo, y, como se les
hiciera tarde, tuvo K'ung que quedarse a pasar la noche. Por la mañana entró
un criado a encender fuego, y el joven Huan-fu, habiéndose levantado el
primero, se internó casa adentro en las habitaciones privadas. K'ung, aun medio
dormido, se solazaba en una mullida cama, bien arropado en las ricas mantas
bordadas. En esto gritó el criado:
—¡He aquí el amo que se acerca!
K'ung, sorprendido, se levantó de un salto, y en el mismo momento entró
un anciano de luenga barba blanca que le expresó su gratitud en estos términos:
—Mucho agradezco a Vuestra Señoría que se digne ser el preceptor de mi
hijo. Tiene muy poca práctica del pincel y su escritura no es la que corresponde
a su rango; sólo me atrevo a esperar que su afecto por el amigo no disminuya la
imprescindible obediencia del discípulo.
Después de estas palabras ofreció a K'ung una túnica bordada, un
sombrero de visón y zapatos de ricas pieles, y así que se hubo lavado y vestido,
encargó, además, el vino caliente y los manjares que lo acompañan.
K'ung no acababa de comprender de qué clase de damasco estaban
cubiertos los muebles, porque eran de colores extraordinariamente suaves y
brillantes. Escanciadas algunas copas con el visitante, el anciano, tomando su
bastón, se levantó y se fue.
Después de esta colación apareció el nuevo alumno con sus temas y
escrituras, que eran de un estilo arcaico y muy lejos de la manera moderna.
K'ung, sorprendido, le pregunta por qué emplea semejante estilo, y el
muchacho replica que no piensa presentarse a los exámenes públicos.
Por la noche celebran el comienzo de las clases con repetidas libaciones,
pero queda entendido que es la última vez mientras duren los estudios. El
muchacho llama entonces al criado y le dice que vaya a ver si está durmiendo
su padre.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—En ese caso —añade—, puedes ir a buscar, sin hacer ruido, a la honorable
señorita Suave Perfume.
Marcha el criado, no sin haber sacado de su funda una preciosa guitarra, y
pronto vuelve acompañado de una hermosa joven. Huan-fu le pide que toque
«La muerte de Shun», y sacando una uña de marfil se pone la muchacha a
pulsar las cuerdas cantando seguidamente una dulce melodía llena de ternura.
Luego le dan una copa del vino caliente y a la medianoche se separan.
A la mañana siguiente madrugan para empezar en serio los estudios.
Huan-fu es un alumno aplicado e inteligente, y en dos o tres meses consigue
sorprendentes progresos. Entonces deciden los dos jóvenes que cada cinco días
descansarán con un banquete, al que siempre ha de asistir la honorable señorita
Suave Perfume. Una de aquellas noches en que el vino parece haber sumido a
K'ung en extraña melancolía, le dice su amigo, figurándose lo que le acontece:
—Suave Perfume ha sido criada por mis padres. Sé que te encuentras algo
solo y he buscado una esposa para ti.
—Si se parece a Suave Perfume —dice K'ung— quedaré encantado.
—Tu experiencia es escasa —ríe su amigo—; por eso todo es agradable
sorpresa para ti. Si Suave Perfume es tu único ideal, por mi fe que no será difícil
contentarte.
Han pasado unos seis meses de esta vida, cuando se le antoja a K'ung dar
un paseo por el campo. La puerta de entrada, no obstante, ha estado siempre
cuidadosamente cerrada, y al preguntar las razones de unas órdenes tan
estrictas, le contestan que el señor anciano no quiere recibir visitas por miedo a
interrumpir y distraer los estudios de su hijo. K'ung no insiste, pues, en el paseo
y algún tiempo después, viniendo el verano, trasladan la sala de estudios a un
pabellón del jardín.
Un día K'ung siente un bulto en el pecho del tamaño de una nuez, que en
una sola noche pasa a ser como una naranja. Permanece quejoso en el lecho y su
alumno lo atiende de día y de noche con el mayor esmero. No puede dormir,
apenas si puede tragar algún alimento; después de pasados varios días su
estado se agrava considerablemente y ya no puede tomar ni siquiera un poco de
líquido. El honorable anciano viene a verlo y se lamenta con su hijo del estado
del enfermo. De pronto dice el muchacho:
—He pensado que sólo mi hermana Chiao No podría curarle, por eso he
escrito anoche a la venerable abuela pidiéndole que venga. Debe de estar al
llegar.
Efectivamente, al cabo de un momento la criada anuncia a Chiao No, que
ha llegado con su prima, habiendo pasado antes por casa de una tía. El anciano
y el mozo corren a recibir a la joven y la traen a las habitaciones de K'ung. Chiao
no tendrá más de trece o catorce años; sus ojos son vivos y trasuntan gran
inteligencia; su figura es grácil y esbelta. Cuando K'ung ve a la encantadora
niña deja de quejarse y le brillan los ojos. Entretanto, iba diciendo el estudiante:

79
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

—El honorable amigo es para mí como un hermano; te ruego, hermanita,


que pongas todo tu empeño en curarlo.
Chiao No, sobreponiéndose a su timidez, recoge las largas: mangas, se
acerca al lecho y toma el pulso al enfermo. Muchos libros se han escrito en
China sobre las distintas maneras de tomar el pulso. Dícese que son
veinticuatro, entre otras la llamada «pulso enroscado», en la que se deduce el
estado del doliente por medio de las pulsaciones de ambas muñecas.
Cuando la niña toma los pulsos de K'ung, éste siente un perfume más
delicado que el del epidendrum, y la niña ríe, diciendo:
—Era de esperar esta dolencia; está afectado el corazón. Es grave pero no
incurable; desgraciadamente ha habido inflamación y sólo con el bisturí se
podrá aliviar.
Entonces se quita del brazo una pulsera de oro y oprime fuertemente con
ella la parte dolorosa, hasta que el bulto pasa por la pulsera sobrepasándola
como un anillo. De esta forma reduce algo el tumor. Saca luego de su bolsillo un
cuchillo de finísimo filo y procede a la extirpación. Brota negra la sangre
manchando la cama y el suelo, pero K'ung se siente aliviado y como le opera la
encantadora muchacha afirma que no ha sentido dolor alguno. Hasta hubiera
deseado que se prolongase la operación, por tener más tiempo la niña a su lado.
En pocos instantes expulsa todo el mal. Sólo queda un hueco semejante al
de un árbol arrancado de raíz. Entonces Chiao No pide agua tibia y lava la
herida; luego saca de sus labios una píldora encarnada del tamaño de una bala
y la coloca sobre la carne viva, después de haber juntado los labios de la herida
abierta. La primera vez que frota con esta píldora, le parece a K'ung que le
queman con un hierro candente; la segunda vez sólo siente una ligera picazón,
y la tercera le procura una sensación de alivio y bienestar que penetra hasta los
mismos huesos, hasta la misma médula. La niña, entonces, vuelve a colocar la
píldora en su boca y dice:
—Ya está curado.
Luego echa a correr cuan de prisa puede. K'ung quiere darle las gracias,
pues se siente, en realidad, muy aliviado. La belleza de su ágil enfermera lo ha
dejado tan maltrecho moralmente como en lo físico lo estuviera antes.
Desde ese momento abandona los libros y no demuestra interés por nada.
No tarda Huan-fu en darse cuenta de esta actitud de su maestro y le dice:
—Honorable hermano, he encontrado esposa para ti; creo que te conviene
admirablemente.
—¿Quién es? —interroga K'ung.
—Es persona de mi familia —replica el alumno.
K'ung se queda unos instantes pensativo; luego dice de repente:
—No, por favor.
Y volviendo el rostro hacia la pared musita los famosos versos del poeta
Yüan Chen:

80
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

No hables de lagos ni de torrentes al que un día


vio el mar;
las nubes que coronan la cima del Monte Wu son
las únicas nubes para mí.

Pero el alumno ha adivinado quién es la persona aludida y replica:


—Mi padre tiene gran consideración por tus talentos y te recibirá con
agrado en la familia, pero su hija es hija única y además demasiado joven aún
para pensar en el matrimonio. En cambio, mi prima Ah-sung cuenta ya
diecisiete años y no es nada fea. Contra todos los ritos te doy mi palabra de que
podrás esperar en la veranda para verla cuando efectúe el paseo diario por el
parque; esto te permitirá juzgar por ti mismo.
K'ung accede, más por cortesía que por gusto, y al anochecer ve,
efectivamente, aparecer a Chiao No con una muchacha esbelta y hermosa, que
con sus cejas enarcadas en forma de luna y sus diminutos pies encerrados en
precioso calzado del llamado «de fénix», es una réplica viva de la propia Chiao
No. Naturalmente se siente feliz y ruega a su amigo disponga la boda cuanto
antes.
Al día siguiente, sin más tardar, Huan-fu lo arregla todo para la ceremonia
nupcial, que se festeja con música y numerosos invitados, pareciendo más un
cuento de hadas que un acontecimiento mundano. Se dedica una parte de la
casa a los recién casados y K'ung empieza a pensar que al Paraíso lo han situado
equivocadamente en el cielo.
Mas un día llega su amigo y le dice:
—Siempre te quedaré agradecido por tus inestimables lecciones. Por el
momento, la familia Shan ha terminado y ganado su proceso, con lo cual
piensan volver, muy en breve, a vivir en esta señorial mansión. Nosotros, por lo
tanto, hemos decidido regresar al Shensi y no es probable que nos volvamos a
ver. Me apena en lo más hondo esta circunstancia.
K'ung expresa el deseo de acompañarles, pero Huan-fu le aconseja que
vuelva a su antigua morada, como corresponde a un hombre bueno y a un hijo
respetuoso. Sin embargo, K'ung insiste en que ha de ser empresa nada fácil, a lo
que su amigo exclama:
—Que eso no perturbe tu espíritu; yo procuraré de que llegues sano y
salvo.
Poco tiempo después, el anciano padre de Huan-fu vino a despedirse de la
joven pareja entregándoles cien taëls de oro como regalo de despedida, después
de lo cual Huan-fu les rogó que le dieran cada uno una mano y cerrasen los
ojos.
En seguida se sintieron volar por los aires, azotados sus rostros por el
viento.
Pasado un momento, dijo el amigo:
—Ya habéis llegado.

81
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

Abriendo los ojos, se vio K'ung delante de su propia casa y entonces


conoció que el discípulo que tanto estimara no era un ser humano. Alegremente
golpea la puerta y su vieja madre, extrañada, ve, acompañado de una bella
esposa al hijo pródigo que creyera muerto. Todos sienten gran alegría, mas
cuando se vuelven para saludar a Huan-fu, éste ha desaparecido.

La mujer de K'ung atiende a su suegra con gran devoción, como


corresponde a una nuera respetuosa, y adquiere gran fama, tanto por su virtud
como por su belleza, fama que se extiende por todos los confines.
Pasados algunos años K'ung consigue doctorarse y recibe el nombramiento
de Gobernador del presidio de Yen-ngan. Se va, pues, a su nuevo puesto,
aunque solamente con su mujer, porque la madre tiene demasiada edad para
acompañarlos; pronto le nace un hijo varón.
Pero K'ung es un funcionario cumplidor de su deber y esto le atrae
disgustos que le llevan a presentar la dimisión de su cargo, con lo cual no se
atreve a volver a la casa materna.
Un día que iba de caza, encuentra a un apuesto joven montando un caballo
mongol y al verlo se queda mirándolo fijamente. Entonces, reconoce a Huan-fu
y ambos ríen y lloran a la vez transidos de alegría. Huan-fu le ruega a K'ung
que le acompañe y se van los dos al airoso trote de sus cabalgaduras hasta que
alcanzan un pueblo perdido entre tupidos árboles, de suerte que no penetra
nunca en él ni el sol ni la luz del día. Entran en una rica mansión que parece
pertenecer a una familia acaudalada, por sus altos y decorados techos, sus ricos
artesonados, sus suelos de mármoles raros y su muebles de madera de ébano
incrustados de madreperla.
K'ung pregunta por la inolvidable Chiao No y se entera de que se ha
casado. También le informan del fallecimiento de su honorable suegra, noticia
que le aflige profundamente27.
Al día siguiente regresa a la casa con Chiao No, sorprendiendo
agradablemente a su esposa. Chiao No coge en brazos al hijo de su prima y le
dice: «Tu madre se nos ha ido».
K'ung le asegura que no se le ha olvidado la bondad y habilidad con que lo
curara en otros tiempos y ella replica: «Ahora eres un gran hombre, K'ung. Pero
aunque la herida sanase, me figuro que no se te habrá olvidado el dolor que te
hice pasar».
También vino a verlos el marido de Chiao No, marchándose juntos al día
siguiente después de largas y ceremoniosas despedidas.
Pasado algún tiempo viene un día Huan-fu muy turbado y le dice a su
amigo:
—Acontece una calamidad en verdad muy grande. ¿Podrías ayudarnos?

27
En China es costumbre afligirse más profundamente por la muerte de la suegra, que de
la propia madre, como marca de gran respeto.

82
Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

K'ung accede presuroso, aun sin saber de lo que se trata. Corre, pues,
Huan-fu a llamar a toda la familia, reuniéndola en la sala de los antepasados y
K'ung se asusta e inquiere sobre el significado de esta solemnidad.
—Sabes —le dice entonces Huan-fu—, yo no soy un hombre, soy un
Zorro28. Hoy nos ha de atacar el Trueno 29 y si nos ayudas en esta circunstancia
azarosa, aun podemos escapar. Si no estás dispuesto a sacrificarte, coge a tu
niño y vete, para no correr nuestra suerte.
K'ung protesta afirmando que vivirá o morirá con ellos. Así que Huan-fu lo
coloca en la puerta armado de un gran sable y le ruega se quede allí muy quieto
a pesar de los relámpagos y truenos. K'ung obedece y pronto se ve envuelto en
negras nubes que obscurecen el cielo y lo dejan, al cabo de unos instantes,
sumido en la más profunda tiniebla.
Cuando se le acostumbra la vista y puede mirar en su derredor ve que la
casa ha desaparecido, ocupando su lugar un elevado montón de tierra que
bordea un precipicio sin fondo. Completamente aterrado escucha un horrible
ruido que sacude hasta las mismas montañas seguido por un huracán y fuerte
lluvia. Viejos y gruesos árboles son arrancados de cuajo, los juncos son
literalmente «peinados por el viento» y K'ung queda deslumbrado y
ensordecido. Pero permanece firme en su puesto y, por fin, ve una densa
columna de humo de la que emerge un bicho horrendo con pico afilado y garras
inmensas. El monstruo agarra a alguien en el precipicio e intenta desaparecer
con el humo. Al momento K'ung deduce, por la túnica y los diminutos
zapatitos, que se trata de Chiao No, e instantáneamente, sin darse casi cuenta de
lo que hace, da un salto y golpea violentamente al monstruo con su espada,
cortándole por fin la cabeza. En ese instante se rajan las montañas y un
estrepitoso trueno deja a K'ung tendido muerto en el suelo.
Entonces desaparecen las nubes y Chiao No, recobrando poco a poco el
sentido, percibe a K'ung sin vida a sus pies. Rompe en amargo llanto,
proclamando que no quiere vivir si K'ung ha muerto por ella. Acude la mujer
de K'ung y, entre las dos, llevan el cuerpo hacia dentro. Mientras Ah-sung
sostiene la cabeza de su esposo, Huan-fu entreábrele los dientes con una daga y
Chiao No intenta arreglar la mandíbula. Coloca de nuevo la píldora encarnada
en su boca, se inclina soplando fuertemente para que penetre en la garganta del
muerto. Pronto se oye un gorgoteo y K'ung renace a la vida. Como si despertara
de un largo sueño, mira con extrañeza a la familia que le contempla
ansiosamente. Y entonces, al verse todos vivos y reunidos otra vez, un puro y
alegre gozo los domina.
Mas K'ung no consiente en vivir en sitio tan alejado y propone que vayan a
instalarse en su pueblo natal del Shantung, menos dado a las influencias del
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Espíritu chino de mal augurio.
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Los chinos creen que las personas malas son heridas por el dios del trueno y mueren en
castigo de algún crimen escondido. Los relámpagos son, según ellos, los rayos de un espejo con
el que el dios ve a sus víctimas.

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Ma Ce Hwang (sel) Cuentos chinos de tradición antigua

dios del Trueno. Todos acceden, salvo Chiao No. Dice que es imposible separar
a sus suegros del hijo, su esposo. Por más que se lo ruega, Chiao No se niega a
ir con ellos.
Durante varios días se empeñan en persuadirla, sin el menor éxito. Cuando
van a marcharse, entristecidos, aparece un criado de la casa de Wu, jadeante y
sudoroso. Cuenta que la familia Wu ha dejado de existir; todos han perecido en
la anual inundación. Chiao No prorrumpe en llanto y su pena es terrible y
profunda. Mas ahora ya no existe impedimento para que acompañe a los
viajeros.
Después de algunos días terminan el equipaje llegando por fin al Shantung,
donde dividen la casa en departamentos para cada familia. En cuanto a Huan-
fu le destinan un pabellón aparte y en él se encierra con cuidado, abriéndole
sólo la puerta a K'ung y a su esposa.
K'ung es feliz. Distribuye su tiempo entre los dos hermanos Huan-fu y
Chiao No jugando al ajedrez, saboreando el vino caliente que anima el espíritu
y conversando con unos y otros, sintiéndose todos de la misma familia. El hijo
bien amado, el pequeño Huan, crece y se fortalece. Pronto es un apuesto joven,
aunque siempre hay en él algún vestigio de su extraño origen. Y por más que
procure disimular, cualquiera que lo vea dice inmediatamente: «Este es hijo de
un Zorro».

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