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Lyotard, Badiou, Morin - Pensadores Del Fin de Siglo La Filo
Lyotard, Badiou, Morin - Pensadores Del Fin de Siglo La Filo
A DONDE VA LA FILOSOFIA
La pretensión de esta Carpeta es hechar luz sobre las
respuestas posibles a esta pregunta tan desmesurada como
inevitable que la encabeza. Para ello hemos seleccionado tres
artículos ciertamente heterogéneos, tres artículos que pueden
leerse perfectamente por separado. Pero que bien visto se
reclaman. Tres artículos que al articularse -y cada quien es
libre de realizar su propio montaje- permiten ir más allá de sí
mismos. O al menos es esa nuestra pretensión, nuestra idea.
Se trata de trazar el mapa intelectual que estos tres
pensadores diversos despliegan. Cartografía de unos
movimientos complejos que una lectura entre otras podría
proponer así: véase a Lyotard como enunciación programática
de un Discurso Filosófico Posmoderno, hegemónico en los `80
y actualmente en repliegue; véase a Badiou recorriendo el
fundamento filosófico de aquel discurso y presentando en
oposición sus propias tesis; véase la pretensión de Badiou y su
riguroso modelo logisista de resonancias lacanianas y
neomarxistas de relevar las aporías lyotardianas; véase a
Edgard Morin trazando el perfil de Castoriadis como aquel que
anticipó a ambos pensadores - aunque en distintos sentidos a
cada uno - al romper con el marxismo profundizandolo hasta
desbordarlo y devenir metamarxista. Devenir que hace posible
seguir pensando más allá de la crisis de los fundamentos.
Crisis de los fundamentos y en particular crisis del
fundamento marxista que es el contexto de referencia que al
articular estos tres textos se vuelve visible. Crisis cuyas
respuestas son buscadas en cada texto por cada autor (ya sea
"reduciéndola a juegos de lenguaje"(Lyotard), pretendiendo
resolverla con una lógica matemática (Badiou), o resituándola
en relación a una ontología de lo históricososcial a partir de la
Imaginación Radical (Castoriadis).
F.U.
Lyotard
Filosofía Posmoderna
Por todas partes se oye decir que el gran problema de la sociedad
de hoy es el Estado. Esta es una equivocación, y grave. El problema
que se halla por encima de todos los demás, incluyendo el del Estado
contemporáneo, es el problema del capital.
El capitalismo es uno de los nombres de la modernidad. Supone
el investimiento del infinito, constituyendo una instancia ya designada
por Descartes (y tal vez por Agustín, el primer moderno) que es la
voluntad. El romanticismo literario y artístico creyó luchar contra esta
interpretación realista, burguesa, particularista del querer [vouloir]
como enriquecimiento infinito. Pero el capitalismo ha sabido
subordinar para sí el deseo infinito de saber que anima a las ciencias
y someter su realización al criterio de la tecnicidad, criterio suyo: la
regla de la performatividad que exige la optimización sin fin de la
relación egreso/ingreso (input/output). Y el romanticismo, siempre
viviente, ha sido relegado a la cultura de la nostalgia (Baudelaire: el
mundo ha de terminar y los comentarios de Benjamin) en tanto el
capitalismo devenía, ha devenido una figura que no es económica o
sociológica sino metafísica. El infinito se plantea en este caso como lo
aún no determinado, como lo que la voluntad debe dominar y de lo
que debe apropiarse indefinidamente.
Lleva el nombre de cosmos, de energía; da lugar a la
investigación y al desarrollo. Hay que conquistarlo, hacer de él un
medio para un fin, y este fin es la gloria de la voluntad. Gloria de por
sí infinita. En este sentido, el capital es el romanticismo real.
Cuando se regresa a Europa desde los Estados Unidos, resulta
llamativo el desfallecimiento de la voluntad, al menos de acuerdo con
esa figura. Los países socialistas también sufrían de esta anemia. El
querer como potencia infinita y como infinito de la realización no
puede dejarse "instanciar" sobre un Estado, el cual lo gasta para
mantenerse a sí mismo como si fuera un fin. El desarrollo de la
voluntad no precisa sino de un mínimo de institución. Al capitalismo
no le agrada el orden, es al Estado al que le agrada. El capitalismo no
tiene por finalidad una obra técnica, social, política que estaría hecha
en las reglas; su estética no es la de lo bello sino la de lo sublime; su
poética, la del genio; para él la creación no se encuentra supeditada a
reglas, ella las inventa.
BADIOU
CRITICAS A LYOTARD
1. Un libro de filosofía
En los últimos tiempos, hemos encontrado a los filósofos eclipsa-
dos por su propia sobreabundancia, a través del singular avatar de la
novedad. Si aun así, los leemos, ejercicio para el cual tal vez no estén
destinados, los filósofos en cuestión no resultan novedosos más que
en el sentido de la sabia máxima de Don Léopold Auguste en Le
una ontología. Esto equivale a decir hasta qué punto, como Lyotard lo
anuncia, se trata de un libro de filosofía.
Hagamos comparecer de todos modos este anuncio ante el
tribunal conceptual del libro mismo. Efectivamente, está escrito que
La apuesta del discurso filosófico es una regla (o reglas) por
buscar, sin que se pueda conformar este discurso de acuerdo
con estas reglas antes de haberlas encontrado (p. 145). ¿En
este sentido, muestra El diferendo el género filosófico? ¿Es un libro
autónimo por el hecho de contener su propia definición?
En primer término, inquieta la prescripción de que el tener que
buscar una regla se constituya como regla y que, entonces, exista en
una medida posible conformidad entre el discurso y su género,
contrariamente a lo que se concluye. Felicitamos de entrada a
Lyotard por haber tomado extremadamente en serio este tipo de
argumentación sofística. En efecto, Lyotard rechaza la tentación
(¿moderna? ¿posmoderna?) de considerar vana la instrucción de una
prueba. Repudia el estilo del ensayo. Es lo que confirma el uso nuevo
y convincente de las paradojas de Protágoras o Antístenes. Así como,
según Pascal, Platón prepara el cristianismo; el escepticismo, según
Lyotard, prepara la crítica. Tras esto se refutará la refutación
diciendo: el que el discurso filosófico esté en búsqueda de su regla no
vale como regla para ese discurso, pues búsqueda significa que el
tipo de encadenamiento de las frases no está prescripto previamente
ni comandado por un resultado.
La incertidumbre en cuanto a la regla se comprueba en la
multiplicidad específicamente des-regulada de los procedimientos de
encadenamiento. En el libro de Lyotard encuentran ustedes ya la
argumentación rozando el género lógico, ya la exégesis de un nombre
(Auschwitz), ya la inserción textual (los autores), ya la puesta en
juego de un destinatario (ustedes dicen esto... entonces...), ya la
definición de conceptos y de su especie, ya la puesta en un impasse...
Y muchas otras técnicas. Así, este libro está conformado enteramente
por pasajes, trayectorias quebradas a las que nada sigue: ¿Qué otra
cosa hacemos aquí más que navegar entre islas para poder
declarar paradójicamente que sus regímenes o sus géneros
son inconmensurables? (p. 196)
Este libro es filosófico porque es archipielágico. La regla de la
navegación cuya navegación permite la cartografía no es otra que la
del diferendo, es decir la de una multiplicidad que ningún género
puede subsumir bajo sus reglas. La filosofía establece aquí que ella
Aquí comienza una analítica austera de la que sólo doy las aris-
tas.
Que la frase sea el Uno absoluto significa asimismo lo múltiple,
tanto en el orden de la simultaneidad como en el de lo sucesivo.
En la simultaneidad, el Uno absoluto se distribuye según cuatro
instancias: la frase presente de la que se trata, el caso ta pragmata,
que es su referente; lo que es significado del caso, el sentido, der
Sinn, aquello a lo que o hacia cuya dirección es significado por el
caso, el destinatario; aquello por lo cual o en nombre de lo cual
aquello es significado del caso, el destinador (p. 31). El programa de
investigación exige que nos ocupemos de la presentación misma (el
capítulo sobre el referente, lo que es presentado, luego, sobre la
presentación); del sentido (crítica de la doctrina espe-
culativo-dialéctica sobre el sentido en el capítulo sobre el resultado);
y del par destinador/destinatario (capítulo sobre la obligación).
En lo sucesivo, el axioma fundamental es que teniendo
lugar una frase, se debe encadenar. El silencio mismo es una
frase, que se encadena con la precedente. Y, evidentemente, no hay
ni primer frase (salvo en los discursos del origen), ni última (salvo
según la angustia del abismo). Este punto es tan simple como crucial:
Que no haya frase es imposible; que haya: Y una frase es necesario.
Hay que encadenar Esto no es una obligación, un Sollen, sino una
necesidad, un Müssen (p. 103).
Pero no lo es menos, desde el punto de vista de esta necesidad,
que el modo de encadenamiento sea contingente. La investigación
exige esta vez que nos ocupemos del encadenamiento de las frases.
Esta tarea, a su vez, es doble: Hay que distinguir (...) las reglas de
formación y de encadenamiento que determinan el régimen de una
frase, y los modos de encadenamiento que muestran los géneros de
discurso (p. 198).
El estudio de los regímenes de frase es en cierta medida
sintáctico. La disposición interna de las cuatro instancias del Uno de
una frase varía según que esta frase sea cognitiva, prescriptiva,
exclamativa, etc. El estudio de los géneros de discurso es por su
parte, estratégico, ya que un género de discurso unifica las frases en
vistas a un éxito. O más aún: el régimen de una frase exige un modo
de presentación del universo, y estos modos son heterogéneos. Un
género se fija por su apuesta: un género de discurso imprime una
finalidad única a una multiplicidad de frases heterogéneas por los
encadenamientos destinados a procurar el éxito propio a su género
3. Una ontología
La ontología de Lyotard no es autónima [autorreferencial], no
pertenece al género discursivo ontológico tal como lo define Lyotard:
género cuya regla de encadenamiento es que la segunda frase debe
presentar la presentación contenida en la primera (p. 119). Se
reconoce al pasar a Hegel, el comienzo de la Lógica, la Nada que
presenta la presentación del Ser, y el Devenir que presenta la
disolución presentativa.
Lyotard ciertamente no es hegeliano, o por lo menos: Lyotard no
es en conformidad con ese Hegel que figura en Lyotard bajo la
rúbrica del resultado, del género especulativo. Lo que se dice del ser
no tiene por objeto presentar la presentación sino más bien nombrar
el cual existe una potencia habilitada por una y otra parte para
decidir entre las frases. El error remite al diferendo, como el daño al
litigio: no hay potencia arbitral reconocida, heterogeneidad
completa de los géneros, voluntad de uno de ellos por ser he-
gemónico. El error no es fraseable en el género de discurso en el que
debería hacerse reconocer. El judío no es audible para el S.S. El
obrero no tiene ningún lugar en el que hacerse reconocer así como su
fuerza de trabajo tampoco es una mercancía.
La voluntad hegemónica de un género de discurso
necesariamente pretende saber lo que es el ser de toda ocurrencia.
Esta voluntad plantea que el ser-nada es. Ahora bien, justamente
(rodeo del ser por el no-ser), nunca se sabe qué es el Ereignis. ¿Frase
en qué idioma? ¿En qué régimen? El error es siempre anticiparlo, es
decir, prohibirlo (p. 129).
Producido por una reducción al silencio, el error se anuncia con
un sentimiento: debería tener lugar una frase. La ontología prescribe
al filósofo atestiguar el punto del sentimiento, en la aceptación de un
no-saber del ser del hay.
5. Siete puntuaciones
1. Las metáforas que presentan el tema del diferendo en el libro
de Lyotard son de naturaleza jurídica: litigio, daño, error, víctima,
tribunal... ¿Cuál es la presuposición (¿kantiana?) envuelta en este
aparato? En tanto crítica, ¿la filosofía está obligada a frasearse en la
proximidad del derecho?
Sostengo que hay dos especies de procedimientos
filosóficos, dos maneras de ser fiel a la directiva de tener que
buscar su regla sin conocerla. Aquella cuyo paradigma es
jurídico, aquella cuyo paradigma es matemático. Natural-
mente, dejo de lado el género especulativo.
¿Ha sido tomado Lyotard por el gran retorno del derecho? ¿Los
Derechos del Hombre? Y esto, si bien con justeza establece que la
expresión derechos del hombre, inapropiada en sus dos términos,
convendría sustituirse por: autoridad del infinito (p. 54).
No podría expresarse mejor. Pero, fuera del paradigma
matemático, infinito es un significante errático. En cuanto al derecho,
está literalmente determinado por su odio a la infinitud.
2. Diré también: la pesadez de la metáfora juridica se extiende a
la definición de Lyotard sobre el conocimiento (frases del género
cognitivo). Para él todo se juega en la cuestión del referente, como
CASTORIADIS
"UN ARISTOTELES CALIENTE" (O PERFIL DE UN
METAMARXISTA)
EDGARD MORIN