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Estimado lector
El archivo que ahora tienen en sus manos es el resultado del
trabajo de varias personas que sin ningún motivo de lucro,
han dedicado su tiempo a traducir este libro.
Disfruten de su lectura.
Sinopsis
Era la noche antes de Navidad y en toda la casa ni una
criatura se movía... excepto el ardiente hombre lobo con un
gorro de Santa Claus que vino a seducirte mientras leías...
Eve Langlais
Sinopsis
Maldita sea, un hombre tiene su orgullo y un caribú una cierta
presencia majestuosa, todo lo cual podría terminar arruinado si se
humillaba interpretando a un simple reno en el desfile navideño del
pueblo.
Staff
Traductora: Mdf30y
Correctora: Pily1
Diseño: Lelu y Laavic
Lectura Final: Laavic
Capítulo Uno
Ya conoces a Boris, Travis, Brody y Reid,
Tipos que patean traseros y van a los extremos.
Pero, ¿recuerdas al ex soldado más vanidoso de todos?
*****
—Ay, vamos. Piensa en los niños. —Lo engatusaba Reid, su alfa del
clan.
Como líder del clan que supervisaba a todos los que residían en
Kodiak Point, Reid podría castigar a Kyle por su negativa. Pero en este
caso, Kyle no se movería. Trae el castigo.
—Actuar es para…
—Scrooge.
—No puedo creer que los prives del reno más famoso de todos.
—Muérdeme1.
1
Una expresión que también significa vete a la mierda.
—…a cargo de hacer que el desfile se lleve a cabo. Voy a dejar que
le expliques por qué tu vanidad es más importante que hacer tu parte
para los niños de la comunidad.
Oh. Oh. Maldita sea. Maldito Reid. Bueno, si pensó que una cara
bonita, y un cuerpo caliente le haría cambiar de opinión, se equivocó. Se
resistiría a su encanto. Le diría un firme, aunque no demasiado duro, no.
Entonces encontraría la manera de hacer que ella saliera con él, porque
estaba muy buena.
2
Rack se traduce por cornamenta, perchero, percha, bastidor, cremallera, pero también
un par de tetas.
Reid se rió.
—Sobre el desfile y todo eso, mira, fue Reid quien me ofreció como
voluntario para hacer el papel de un reno.
Ay, hablando de tener que sacar con cuidado sus púas del espinoso
arbusto en el que Reid los había metido. Kyle casi hizo una mueca de
dolor al decir las siguientes palabras.
—Claro que sí. Eres un vanidoso. —Y sí, se atrevió a darle una risa
condescendiente.
—No es asunto tuyo. Diría que fue un placer conocerte, pero eso
sería mentira. Gracias por nada.
Capítulo Dos
¡De todas las cosas egoístas! Crystal no podía creer el descaro del
hombre, negándose a participar en el desfile porque creía que interpretar
el papel de Rudolph estaba por debajo de él.
Suspiró.
—Lo estaba.
—¿Y?
Un pequeño asentimiento.
—¿Lo prometes?
Con el tiempo, Gigi con suerte creería en esa seguridad, y una vez
más se convertiría en la niña que solía reír y sonreír al mundo.
—Y a Rudolph.
Grrrr.
Capítulo Tres
Al día siguiente, Kyle se tomó el día libre. Ser un especialista de
electrónica para el clan significaba que se mantenía ocupado. Siempre
había cosas que necesitaban reparación, desde cámaras de vigilancia
hasta redes informáticas, o ayudar a Reid a programar su último teléfono,
porque cierto alfa tenía la tendencia de lanzarlo contra la pared cuando
no le gustaban las noticias. Aunque no era un programador de
ordenadores, sí tenía una habilidad especial para el cableado, y le
encantaba hacer que las cosas explotaran. Una habilidad que no tenía
mucho uso ahora que se había retirado del ejército.
Dado que no sabía dónde pasaba el tiempo libre o vivía, pensó que
la mejor manera de volver a encontrarse con ella otra vez era en el centro
del desfile, que para aquellos que no estuvieran familiarizados con Kodiak
Point significaba el centro comunitario en el corazón de la ciudad.
Probablemente el edificio más grande junto a Beark Enterprises.
¿Has visto alguna vez una pata de pavo de un metro de largo acabar
con un bosquecillo de abetos? Fue menos traumatizante que ver como el
zorro polar saltaba ágilmente sobre el oscilante muslo de espuma de
poliestireno y se lanzaba a la cabeza del oso, que lanzó un horrible grito
de niña, que Buster aún no había superado. Comenzando una falsa
nevada e incluso una pelea de comida falsa.
a los otros. ¿Era obra de Crystal, o la ciudad se había infectado con una
dosis de buena voluntad, o en la forma de Jackson atando a las barras
Nanaimo3 con marihuana de nuevo? Eso resultó en una escasez de
tentempiés masiva por toda la ciudad, ya que las patatas fritas y los
productos azucarados se consumieron en cantidades ridículas. También
condujo a algunas batallas sangrientas mientras la gente se peleó por la
última barra de chocolate. O Henry y el último envase de helado que
quedaba en el pasillo de congelados en la tienda de comestibles.
Pero a Kyle no le importaba que, por una vez, las cosas parecieran
ir bien. Estaba en una misión. Misión #735: Convencer a cierta puma de
que le diera una oportunidad. ¿#734? Oh, esa tenía que ver con comprar
algunos muffins de zanahoria, una docena para desayunar y raros en
esta época del año, dado que su única familia de conejos tenía tendencia
a acumularlos, y un batido de banana y fresa congelado. Misión
cumplida.
3
Nanaimo: La barra de Nanaimo es un postre de origen canadiense popular en toda
Norteamérica. Es un cuadrado de chocolate que no se hornea, y recibe su nombre de la
ciudad de Nanaimo, en la costa oeste.
Incorrecto.
Si bien ella se involucró con mucha gente, ni una sola vez se volvió
hacia él. Quizás sus instintos depredadores eran defectuosos.
Misión cumplida.
Todo funcionaba bien de su lado, así que, ¿por qué Crystal parecía
inmune?
Razón real: Quiero estar más cerca. Una simple necesidad, pero
fuerte, que no solo tenía elementos del hombre que lo exigía, sino también
de su caribú. Parecía que su bestia estaba intrigada por el puma, un
depredador de su especie.
4
Frosty the Snowman: Frosty el muñeco de nieve. Dibujos animados televisivos
navideños.
—Kyle, no me digas que por fin hay una dama inmune a tus
considerables encantos.
5
Versión animal de la expresión con el pie izquierdo.
—No.
—Una lástima.
—No. Pero…
—Lo dudo.
—Cena conmigo.
—No.
—Porque no me gustas.
—Y no quiero.
Debería irme antes de empeorar las cosas. Pero dada la edad de ella
y el hecho de que no había otro adulto cerca…
6
Seal: Foca, lobo de mar.
7
Heel: Tacón.
Nada.
—¿Alguien sabe que estás aquí? —En otras palabras, ¿había algún
adulto cerca que lo liberara para escapar de esta incómoda situación?
—¿Estás perdida?
—¿Puedo ayudarte?
Excepto, que él no falló esta vez. Como si hubiera visto algo que la
dejara satisfecha, el pequeño querubín rubio asintió antes de balbucear:
—Sí.
—A mí no. A Santa.
¡Nunca!
Se alejó de él.
Por alguna razón, esto causó una dolorosa punzada en él. Era
demasiado joven para mostrar tanto miedo. Sin embargo, conocía esa
mirada. La llevó cuando era niño y su padre volvía a casa en uno de sus
estados de humor.
Ella asintió.
—Malcolm también dijo que era agradable, pero no lo era. Fue malo
con mi mamá y conmigo.
¿No le gustaría a Kyle darle a ese Malcolm una lección sobre cómo
tratar bien a una mujer?
—¿Eres un caballero?
—Pero seguro que apestan —dijo con una sonrisa y una mueca de
disgusto.
—¿Adónde, cariño?
Capítulo Cuatro
—¿Qué quieres decir con que ella no está aquí? —Crystal casi le
dijo de nuevo a Abigail, la agotada mujer a cargo de la guardería. Se
necesitaba mucha paciencia para ser voluntaria y ayudar a lidiar con
niños muy activos, especialmente de los Cambiaformas, que tenían
mucha energía y una agilidad que les permitía escalar todo lo que tenían
a su vista. Aun así, su compresión solo llegó hasta cierto punto. Podría
haber sacudido a la mujer cuando regresó para recoger a Gigi, solo para
darse cuenta de que había desaparecido.
El gilipollas.
—Viene mi mamá.
—¿Crystal es tu madre?
—En el establo.
—Kyle me encontró.
Ja. Como si fuera a caer por sus cumplidos. Usar a Gigi como
táctica para conseguir sus favores no funcionaría.
Parecía que tendría que caminar a su casa, que con buen clima
solo serían unos quince o veinte minutos, pero no a temperaturas bajo
cero, arrastrando a una niña hambrienta y cansada. Ugh. Los taxis no
eran exactamente comunes aquí. Sin embargo, probablemente podría
volver dentro y conseguir que alguien las llevara.
¿Orgullo o conveniencia?
—Lo sé, mamá. Papá Noel lo hace lo mejor que puede —dijo Gigi,
con toda la exasperación que puede manejar un niño que ha escuchado
un discurso demasiadas veces—. Espero que pueda encontrarme sin
Rudolph para guiar su trineo.
8
Lego Friends Mall: Centro Comercial Lego.
9
Dollar Store: Cadena de tiendas que venden todo por un dólar o menos.
—¿Perdona?
—No, no lo harás porque estaré aquí. A las nueve. —Le mostró una
sonrisa mientras se inclinaba para agarrar la puerta lateral del pasajero.
Ella se apartó del camino mientras él la cerraba.
*****
¿Solo o no?
¿Inocente? Ja.
Ella se rió.
10
Treehouse: Canal de televisión infantil.
11
San Esteban: 26 de Diciembre.
Sigue soñando.
—Nadie. Estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer que
tener a una niña pequeña entre los pies.
Batalla perdida.
Crystal se entrometió.
12
Película titulada Los Fantasmas atacan al jefe.
13 Moonshine: Whisky destilado ilegal de más graduación.
—No debería. Hay un montón de cosas que tengo que hacer por
aquí.
14
McDonall’s.
Es curioso cómo eso realmente no funcionó, dado que cada vez que
miraba por encima de la cabeza de su hija mientras zumbaban a lo largo
del camino cubierto de hielo y nieve, captaba su atención. Y las chispas
volaban al instante.
—¿Cómo me encontraste?
Capítulo Cinco
Kyle luchó contra eso. Verdaderamente lo hizo, pero el encanto de
Crystal y su hija demasiado linda, lo empujaban al precipicio, del que
podría haber sobrevivido si no hubiera sido por lo que esperaba en el
fondo. Domesticación.
Sin embargo, hubo una vez que ese no había sido el caso. Hace
mucho tiempo, cuando cierto niño, con una pequeña y peluda
cornamenta, estaba en la escuela secundaria, y se enamoró de una
hermosa niña. Y ella también lo amaba.
Sí, no hacía falta decir que la boda fue cancelada. Kyle apoyó
firmemente a la taberna local durante unos meses y podría haberse
vuelto un caribú rabioso, corriendo hacia cualquiera a la vista, si no fuera
por Reid. Reid había sido el que le había hablado para sacarlo de su
desesperación y le había pedido que se uniera al clan del Kodiak Point.
Misión #743: Hacer que Gigi repita la risa tan a menudo como sea
posible.
Primer regalo de Navidad anticipado para mí. Sabía que había sido
un buen chico este año.
A punto de mostrarle el qué, Kyle tuvo que forzar su brazo para que
permaneciera a su lado cuando Crystal se liberó de la mano de Malcolm
y se interpuso entre ellos.
—Nariz.
—Jódet…
Lo que fuera que Malcolm quiso decir se perdió cuando Kyle entró
en su espacio personal y le dio un rodillazo en el estómago. El aire salió
a borbotones del hombre y se dobló en dos.
—Jódet…
—Lo lograste.
—Soy vegetariano.
—¿En serio?
Incluso con sus burlas, nunca se había sentido más feliz. Mientras
conducían de regreso a Kodiak Point, con un panda gigante asegurado
en la parte trasera bajo una lona, Gigi se durmió en su asiento infantil,
su cabecita apoyada contra el hombro de Crystal.
—Yo nunca haría eso. —No podría haber dicho por qué sintió la
necesidad de decir esto—. Un hombre tiene una responsabilidad con su
familia. Su compañera. Su hijo. —Si alguna vez se permitía a sí mismo
ser domesticado, mientras se resistía a que le pusieran las riendas sobre
la cabeza, una vez refrenado, nunca se iría.
—¿Estuviste casada?
—¿Es por eso por lo que estás tan empeñada en este desfile?
—Podrías decirlo así. Con todo lo que sucedió, solo quería que
tuviera la Navidad perfecta. —Hizo una mueca—. No sé qué tan bien lo
estoy haciendo. Ni siquiera puedo conseguirle lo que realmente quiere.
¿La traviesa sonrisa en sus labios y el brillo en sus ojos? Sí. Habría
usado luces intermitentes en cualquier parte de su cuerpo si ella quisiera.
A eso ella solo se rió, un sonido ronco que no debería haberle hecho
nada, sin embargo, hizo que el vello de sus brazos se elevara como si lo
cargaran eléctricamente y su pene se hinchara. Qué sonido tan
jodidamente dulce.
—Hombre testarudo.
Él solo sonrió.
En serio, ¿quién podría vivir con algo más pequeño que sesenta
pulgadas? ¿Y qué era esto? ¡Sin sistema de juego! ¿Ni siquiera una Wii?
Inaceptable. Tendría que rectificar eso.
Unos minutos más tarde, Crystal salió, pero no cerró la puerta del
dormitorio. En vez de eso, ella le llamó curvando su dedo.
—Gigi te quiere.
—Buenas noches.
—De nada.
Capítulo Seis
Me va a besar.
Por una vez, no fueron solo sus hormonas las que la animaron a
darle una oportunidad a este tipo. Después de pasar un tiempo con él,
hablar con él y ver cómo era con Gigi, su instinto lo aprobaba
sinceramente. Demonios, incluso su gato ronroneaba cuando él estaba
cerca. Eso no había pasado nunca antes. ¿Era una señal?
¿Kyle era el hombre para ayudarlas a las dos cosas? ¿Quien les
ayudaría a formar una familia? ¿Para ayudarlas a encontrar un felices
para siempre?
Oh, Dios.
15
Joe Cool: Podríamos traducirlo por Pepe el Frío, es una persona que permanece
calmada o fría bajo situaciones extremas.
16
Borg: Personajes de la serie Stark Trek alienígenas que mediante la “asimilación” a un
individuo le inyectaban nanoprobes buscando la perfección y convertir a todos en unos
seres similares y dentro de un ser colectivo.
¿O lo haría?
Absolutamente sexy.
Solo mordiéndose el labio se las arregló para evitar gritar. Pero, oh,
como anhelaba gritar su nombre. Para gritarlo al mundo.
—Basta.
—Me voy a casa a tomar una ducha fría y a una cama solitaria.
—No tienes por qué hacer eso. —De verdad, puedes quedarte, aquí
conmigo. Se abstuvo de mendigar en voz alta. ¿Qué le estaba pasando?
Él trataba de actuar como un caballero, y aquí estaba ella, prácticamente
forzándolo a quedarse.
—Por mucho que me duela, tengo que irme. Necesitas tiempo para
adaptarte a lo que está sucediendo entre nosotros. Para entender que no
voy a maltratarte a ti y a Gigi. Que soy un hombre con el que puedes
contar. Así que, a pesar de que quiero quedarme de la peor manera
posible, no lo haré. No hasta que crea que me he ganado tu confianza.
—Estás loco.
17
Borderline: En el límite.
—¿Cuál es?
—Tomar una ducha fría y aliviar mis bolas azules antes de ceder
totalmente a la tentación.
Ella se rió.
—Sí.
Capítulo Siete
La peor. Navidad. De la historia.
Él le lanzó una mirada malvada, que debido a que llevaba una nariz
roja y brillante, no la intimidó en lo más mínimo.
18
Rise of the Guardians: Santa Claus viene a la ciudad.
19
Let It Go: Canción de la película Frozen, “Déjalo ir”.
—Entonces, una vez que Gigi se vaya a la cama, tal vez podrías…
Sí. Sí.
—Ah, no te veas tan triste. Sé que parece mucho trabajo, pero haré
que valga la pena. Lo prometo —dijo en un susurro ronco.
Lo que necesito.
Cristal y Gigi, y la vida que tan fácilmente podía imaginar con ellas,
encajaban perfectamente en el vacío. Ofrecían la oportunidad de una vida
feliz, una vida plena. Una nueva existencia que pronto disfrutaría, en
cuanto pasara la próxima hora infernal. Una hora de tortura que
seguramente nunca olvidaría.
Todos me verán.
Se reirán.
Me señalarán.
Se burlarán.
20
Santa Claus is Coming to Town: Santa Claus viene a la ciudad.
Salió caminando.
Tintineo.
Paso.
Tintineo.
—Es hermoso.
—¿No es guapo? —dijo una voz familiar. Los ojos verdes de Crystal
brillaron con agradecimiento y afecto.
Crystal, sin una niña pequeña, estaba allí para encontrarse con él,
con una amplia sonrisa en su rostro.
—¡Estuviste increíble!
Por supuesto que sí. Sacudió su majestuosa cabeza y, sí, hizo una
pose. Si solo Boris, que pensaba que su conjunto de cornamenta era tan
grande, lo hubiera visto. Puede que los de Kyle aún no tuvieran la
envergadura que ese malhumorado alce poseía, pero la suya era más
aguda y mortal.
—La dejé con los otros niños en el centro comunitario para que no
se diera cuenta de que cierto reno de nariz roja no era lo que parecía.
Mi pequeña niña.
Pero lo intentó.
Tan inaceptable.
Uno muerto.
Dado el peligro que corría Gigi, Kyle se detuvo, pero pateó el suelo,
su aliento humeando por sus fosas nasales, sus músculos tensándose y
listos para entrar en acción.
21
La rima es entre “buck” o macho de una especie cérvida y “fuck” o cabrón, pero lo dejo
como jodido para intentar hacer la rima.
—No.
—No. —Lo dijo más fuerte y luego hundió sus dientes en el brazo
de Malcolm.
Bang.
Oh, no.
Adiós, Malcolm.
—Gigi, vuelve.
—Me encontraste.
—Me salvaste.
Demonios, sí.
—¿Crees que Papá Noel me encontrará? —susurró, con los ojos casi
cerrados.
—Me aseguraré de que lo haga, incluso si tengo que colgar esa nariz
brillante de la chimenea —prometió Kyle.
Cuando Crystal colocó el último regalo debajo del árbol, Kyle notó
una decoración en su mesa maltrecha de café. La cosa parecía antigua,
y por alguna razón, la agarró para mirarla más de cerca. Tocó con el dedo
al andrajoso Papá Noel, el terciopelo rojo de su traje fino y desgastado,
pero las mejillas pintadas de rosa y el travieso brillo en sus ojos
resistieron bien la prueba del tiempo a diferencia de la campanita de la
mano del pobre San Nicolás. Hecho de papel dorado brillante, no sonaba.
22
Amor. En este caso estaría incluida en la palabra “enamorados”.
Mía.
—Sí, tuya.
—En primer lugar, voy paso a paso. En segundo lugar, sí, señora.
—¿Qué podría decir? Era un hombre al que le gustaban las órdenes
directas, especialmente cuando se alineaban con sus propios deseos.
¿En serio?
Eso tenía que verlo. Apagó la lámpara, pero no tuvo que pensar en
cómo apagar el árbol porque la habitación estaba lo suficientemente
oscura para que pudiera ver el círculo rojo brillante.
Cómo la deseaba.
Ella se congeló.
Capítulo Ocho
—Creo que te amo.
—¿En serio?
—Diablos, no. Solo pensé que te llevaría más tiempo darte cuenta
de mi grandeza.
23
Referencia a Stark Trek y alienar como hacían los alienígenas.
Y más cerca.
—Mía.
¿Olvidar, qué?
—¿Es para mí? —El concepto la dejó perpleja. Claro, ella le había
comprado el pijama cuando fue a comprar algunos comestibles antes del
desfile, habiéndole dejado a él y a Gigi a cargo de los arreglos de última
hora de la carroza, pero había agarrado la ropa más como una broma.
Esto, sin embargo, parecía planeado.
Oyendo eso, el amor que sentía crecer por él se hizo más grande.
Epílogo
¿Despertar la mañana de Navidad junto a la mujer que amaba?
Increíble.
Mientras Gigi hablaba con entusiasmo sobre los regalos que había
debajo del árbol, no pudo evitar sonreír, principalmente porque Crystal
se acurrucó contra él… la mujer inteligente se había puesto un camisón
en algún momento de la noche.
Protectores que usan sobre los genitales en algunos tipos de deportes como el fútbol
24
americano.
Puede que ella aún no lo supiera, pero estaba aquí para quedarse.
Había querido decir lo que dijo la noche anterior. Con un corto cortejo o
no, era su ama gemela, y la amaba. Amor real basado en algo más que
en la apariencia o el sexo. Crystal le hizo desear cosas en la vida: un
hogar, una familia, un futuro. Era hora de empezar un legado y
tradiciones. O continuar con una tradición en este caso.
—Por supuesto que lo hizo. Según mi hija, haces los globos más
grandes de la historia.
25
Hubba Bubba: Marca de chicles.
—Lo son. Tu hija dijo que los necesitabas para tus pies.
Se acercó y susurró:
26
Ass, significa trasero, culo, pero también asno.
En cuanto a Gigi, abrazó al gran osito, que era casi tan grande
como ella.
Todos los regalos estaban abiertos, o eso pensó él, hasta que notó
una brillante esquina roja que se asomaba desde detrás del árbol.
Crystal murmuró:
Él agitó la cabeza.
*****
Para siempre.
*****
Espero que tengas las mejores Fiestas con tus amigos y familiares.
Deseándote lo mejor:
Eve Langlais
Fin
Sobre la Autora
Eve Langlais nació en la Columbia Británica, pero al ser hija de militar,
ha vivido un poco por todas partes. Quebec, New Brunswick, Labrador,
Virginia (EE.UU.) y por último en Ontario. Su
familia y ella actualmente viven a las afueras de
Ottawa, la capital de su nación.
Eve es la primera persona en admitir que lleva
una vida monótona. Su idea de diversión es ir de
compras al Wal-Mart, le gustan los vídeojuegos,
cocinar y leer. Su inspiración es su marido, ya
que es un macho alfa total. Pero, a pesar de su
ocasional mal genio, lo quiere mucho. Eve dice
que tiene una imaginación retorcida y un
sarcástico sentido del humor, algo que le gusta
reflejar en sus libros.
Escribe romance a su manera. Le gustan los
fuertes machos alfa, con el pecho desnudo y los
hombres lobo. Un montón de hombres lobo. De
hecho, te darás cuenta que la mayoría de sus
historias giran en torno a grandes enormes
licántropos, sobreprotectores que sólo quieren
agradar a su mujer. También es muy parcial con los extranjeros, ya sabes
del tipo de secuestrar a su mujer y luego en coche hacen alguna locura...
de placer, por supuesto.
Sus heroínas, son de amplio espectro. Tiene algunas que son tímidas y
de voz suave, otras que patean a un hombre en las bolas y se ríen.
Muchas son gorditas, porque en su mundo, las chicas tienen unas curvas
¡de miedo! Ah y algunas de sus heroínas son pequeñitas y malas, pero en
su defensa, necesitan amor también.
Mandy M. Roth
Capítulo Uno
CALABACINES, LA OTRA PALABRA PARA “ESO”
Traducido por Achilles
Corregido por Patty
—Vamos, Dani.
Dani Malloye miró a su amiga Mimi con cautela, segura de que la chica finalmente
había enloquecido y la crisis mental había llegado en forma de exceso de alegría navideña.
Aparentemente, cuando Dani, en una conversación informal, mencionó que no había
celebrado las fiestas en años, Mimi lo vio como un desafío y lo aceptó.
Y lo incrementó diez veces.
Mimi ya había pasado la mayor parte del día nevado en Chicago descargando caja tras
caja de adornos navideños en el patio delantero cubierto de nieve de Dani en un intento
de “poner a Dani de humor” para la temporada. Ninguna cantidad de preparación del lugar
haría que Dani participara en las festividades.
Ella se estremeció, queriendo evitar caer en el dolor recordado. Ya no tenía trece
años. No estaba indefensa. Habían pasado diez años y ella había abrazado su destino. Ya no
estaba débil ni aterrorizada. Incluso con la sensación de empoderamiento, Dani no pudo
volver a encontrar la felicidad en esta época del año. Pero no tenía sentido arruinar el amor
de Mimi por todo eso.
Con una respiración lenta y medida, Dani empujó una sonrisa a su rostro, queriendo
lucir feliz por el bien de su amiga. Actualmente, a Dani le preocupaba que su jardín fuera
un peligro de incendio una vez que las decoraciones estuvieran enchufadas. Hasta ahora, lo
único que bailaba en su cabeza eran las imágenes de su medidor eléctrico girando. Ese era
un recibo de pago que no tenía ningún interés en ver.
Ganaba mucho dinero como asesina, o el nuevo término políticamente correcto,
Ejecutora Preternatural, pero no hacía alarde de dinero ni gastaba imprudentemente. Hubo
un tiempo en que vivía en las calles, sin saber de dónde vendría su próxima comida o
incluso si vendría. Si bien eso había cambiado, no era de las que gastaban innecesariamente.
Mimi, habiendo crecido en el regazo del lujo, realmente no tenía ningún concepto
verdadero del dinero. La chica todavía vivía en la enorme mansión de su familia al otro
lado de la ciudad, y la mayoría de las veces, Mimi tenía su propio chofer para llevarla. No
tenía que trabajar, pero lo hacía de todos modos. Era una de las Magiks sobrenaturales de
la Oficina de Investigaciones Paranormales de Chicago (OIPC). A la gente a cargo le gustaba
repartirlos entre los equipos de ejecutores, en caso de que se necesitara un magik. Mimi
estaba en el mismo equipo que Dani. Se habían conocido durante el entrenamiento y habían
hecho clic de inmediato. Dani y Mimi habían crecido con antecedentes muy diferentes, pero
eso no les había impedido convertirse en las mejores amigas.
En el momento en que Dani vio a un Santa gigante iluminado, todavía en la caja,
casi tan alto como ella, negó con la cabeza, necesitando detener la locura antes de que se
convirtiera en una monstruosidad aún mayor.
—De ninguna manera. Veto ese.
—Vamos, Dani —suplicó Mimi, sus ojos azul claro muy abiertos y su labio inferior
sobresalía hacia adelante, haciendo pucheros, mientras su cabello rojo asomaba por debajo
de su gorro de punto. La chica tenía una forma de hacer que Dani aceptara casi cualquier
cosa. Era el poder del código de ética de la mejor amiga. Eso, o grandes ojos tristes. Dani no
estaba segura.
—El Santa era demasiado lindo para que me resistiera —agregó Mimi.
3
Dani hizo una pausa, considerando dejar que Mimi se saliera con la suya.
—No.
—Dani, tienes que admitir que es adorable —Mimi tiró del extremo de la caja,
haciendo todo lo posible para liberar a Super Santa de su envoltorio. Por lo que parecía,
Super Santa pesaba una tonelada.
Estirando los brazos por encima de la cabeza en un intento por aliviar su rigidez,
Dani siguió haciendo un ruido que indicaba que no había manera. Ese ruido fue rápidamente
reemplazado por un gruñido cuando estiró demasiado sus músculos cansados y adoloridos.
Mimi la miró.
—¿Te checaron en la enfermería después de la pelea de anoche?
Pelea, era una palabra suave para describirlo. Millennium Park había sido el escenario
de una batalla infernal entre aquellos que intentaban controlar a los sobrenaturales y un
grupo selecto de sobrenaturales, que habían decidido que querían hacer lo que quisieran, y
hacer lo que quisieran significaba atacar a los humanos.
Eso era un no definitivo.
Dani, una hábil asesina, y los pocos ejecutores que la acompañaban, habían sido
superados en número cuando fueron emboscados. Casi había conseguido que la mataran
una o dos veces durante todo, pero había salido victoriosa. Varios malos habían escapado y
la OIPC estaba en eso. Si alguno de los delincuentes reaparecía, se notificaría a los ejecutores
de hacer cumplir la ley.
—Estoy bien. Adolorida, pero bien —dijo Dani, aunque estaba un poco peor de lo que
quería admitir—. Pero todavía estoy trazando la línea con Super Santa.
—Asesina del ánimo de las festividades —murmuró Mimi.
Dani estaba a punto de comentar cuando los vellos de la parte posterior de su cuello se
erizaron, queriendo ponerse de punta, pero resistiéndose. Su lado asesino era más sensible a
ciertos tipos de sobrenaturales. Eso pasaba con muchos asesinos. Los sobrenaturales fáciles
de percibir por Dani eran los vampiros.
Una sonrisa quería formarse en su rostro cuando juntó qué vampiro en particular
la estaba mirando. El único por el que se había enamorado. El que resultó ser su jefe. Ella
se resistió, haciendo todo lo posible por actuar como si no lo sintiera, con la mirada fija en
ella desde lejos.
No mires a su casa. No lo hagas, se repitió a sí misma.
4
Cornell Sutton, miembro de una de las familias de vampiros gobernantes y uno de
los jefes de su división de OIPC. Más específicamente, él era su jefe directo y resultó ser un
galán. Alto, vigoroso, con cabello negro como la tinta que le colgaba justo más allá de la
cincelada línea de la mandíbula y los ojos tan oscuros que a menudo era difícil saber cuándo
su demonio cabalgaba sobre su cuerpo. Como la mayoría de los vampiros, era pálido, pero
lo hacía ver bien.
Hombre, oh hombre, lo hacía ver bien.
Todo el cuerpo de Dani se tensó al pensar en Cornell. Él siempre le olía a canela y
productos horneados. Cada vampiro tenía un aroma natural. Él le recordaba a la tarta de
manzana, que era su única debilidad. Una vez le había preguntado a Mimi si ella también
olía productos horneados alrededor de Cornell, pero Mimi la había mirado como si estuviera
loca.
No importaba. El tipo olía lo suficientemente delicioso como para comerlo.
Lástima que él fuera su jefe y un chapado a la antigua. Era un tipo de persona
que se ceñía a las reglas. Siempre insistiendo sobre las reglas y regulaciones. Sobre sus
deberes. Sobre sus formas salvajes.
Principalmente, ella lo ignoraba, no le gustaban las figuras de autoridad y seguir
órdenes. Ella pensó que lo había superado en su racha de desafío, pero luego, hace dos años,
él había hecho lo inimaginable.
El idiota había comprado la propiedad al lado de la casa de Dani, así como las dos
propiedades siguientes más allá de eso, había demolido las casas anteriores en los lotes y
luego había encargado la construcción de una mansión gigante de estilo gótico con terrenos
a juego. El lugar no encajaba ni un poco en el área suburbana. Le sobresalía como un pulgar
dolorido, pero lo había hecho de todos modos. Se había completado seis meses antes, y
durante esos largos seis meses, Dani se encontró viviendo al lado de su jefe. Probablemente
la estaba mirando porque tenía planes de regañarla por su comportamiento juvenil.
Sí, un total chapado a la antigua.
Uno atractivo.
Pero chapado de todos modos.
Sacudió la cabeza a su amiga.
—Mimi, estoy trazando la línea allí. Creo que tres Santas ya son suficientes. No estoy
segura de que necesitemos uno gigante encima de los demás. La última vez que lo comprobé,
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solo había un Santa Claus. También había solo ocho pequeños renos —Hizo comillas con sus
dedos cubiertos con los guantes y luego intentó empujar su largo cabello rubio hacia arriba
y debajo de su gorro sin mucho éxito. Simplemente tenía demasiado cabello para domar—.
¿Entiendes lo de la parte pequeños y sólo ocho?
Sonriendo, Mimi se encogió de hombros.
—Oye, esos estaban en oferta y mi hermano no me deja decorar nuestros jardines,
así que tienes que lidiar conmigo, te guste o no.
La oferta para Mimi probablemente todavía significaba que había pagado de más por
todo, sin mencionar que realmente no entendía comprar con moderación. Dani ni siquiera
quería adivinar lo que entraba en el recorrido actual.
Dani tocó su barbilla, reflexionando.
—¿Alguna vez te has preguntado por qué son ocho renos y no, digamos, doce o
incluso veinte? Quiero decir, mira al tipo del que tienen que tirar, no es pequeño.
Mimi gimió. —Dani, no te burles de Santa.
—Mimi —dijo en voz baja, odiando ser portadora de lo obvio—. Te das cuenta de que
eres Fae y eso en sí mismo dice las probabilidades de que seas cristiana y celebres una…
Mimi frunció el ceño.
—Siempre quise celebrar, pero mi familia no veía el sentido. Conrad piensa que soy
tonta. Me gusta. Me gusta la idea y, honestamente, hay algunas coincidencias interesantes
con las creencias religiosas navideñas y fae, que no están tan lejos de lo que creen los
druidas.
Dani gruñó. —Nunca he tenido un grupo de Fae apareciendo en mi puerta, cantando
villancicos.
Mimi resopló. —Aún.
—Cierto.
—No debería importar de qué religión soy —dijo Mimi, sosteniendo su decoración
actual de elección como un oso de peluche—. Quiero celebrar, así soy.
—Deberías haber empezado con pasos de bebé y simplemente comprar un árbol —
ofreció Dani.
Mimi suspiró, una expresión derrotada se apoderó de ella.
—Sabía que se me había olvidado algo.
Tomó toda la fuerza de Dani para no reír.
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—¿Quieres decirme que pasaste por todos estos problemas, pero no tienes un árbol?
—Sí —dijo Mimi, luciendo desanimada—. Me olvidé del árbol.
—Cuando me estaba reportando a Cornell, noté que tenía un montón de ellos en su
casa. Puedo robar uno de los suyos.
—Danielle Malloye, no serás un Grinch —dijo Mimi con los ojos muy abiertos.
—El tipo está cargado y estoy bastante segura de que hizo que sus secuaces hicieran
el trabajo pesado. Dudo que se dé cuenta de que falta uno.
Mimi hizo una pausa.
—Entonces, cuéntame sobre tu última visita con el Sr. Guapo y Atractivo Jefe.
Poniendo los ojos en blanco, Dani se inclinó y recogió un poco de nieve, amontonándola
en una bola de nieve.
—No hay mucho que contar. Después del fracaso en Millennium Park, en el que se
presentó, por cierto, me exigió que regresara a su casa con él, en lugar de a la oficina. Lo
hice. Dejó que todos los demás involucrados fueran a la oficina.
—¿No crees que es extraño que vivas al lado de uno de los vampiros más influyentes
de Chicago? —preguntó Mimi.
Dani se encogió de hombros.
—No tengo idea de por qué eligió aquí para construir. OakTree Ridge no es una
sección prometedora o de moda en la ciudad.
Mimi sonrió.
—Caramba. Me pregunto por qué.
—¿Qué significa eso?
Mimi se humedeció los labios.
—Estoy segura de que no tengo ni idea.
Dani trató de ocultar su sonrojo.
—Fue tan extraño. Irrumpió como un superhéroe durante la batalla y comenzó a
destrozar a los malos. Cuando el resto se dispersó por los vientos, Cornell caminó a mi
alrededor en círculos, frunció el ceño, me dijo que debería haber esperado a que él llegara
antes incluso de entrar en el área, como si supiera que iba a ser una emboscada, y luego
exigió saber todas las lesiones que había sufrido.
Mimi resopló.
—¿Se ofreció a besar alguna?
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—Sé seria.
—Lo soy —dijo Mimi, señalando la casa de Cornell—. El hombre construyó su casa
prácticamente encima de ti. No creo que sea un atrevimiento decir que ciertamente besará
tus puntos heridos. Y los que no duelen.
La casa de Cornell estaba justo detrás de una cerca de hierro que había erigido pocos
días después de que terminara la construcción de la casa principal. Tenía dos perros del
infierno que, aunque adorables, al menos a los ojos de Dani, no se les podía permitir vagar
por el vecindario sin supervisión. Los humanos tendían a asustarse si lo hacían.
Como si los perros del infierno comieran humanos. Preferían a los demonios.
Todo el mundo lo sabía.
De acuerdo, no todos, pero ciertamente cualquiera que supiera algo sobre perros del
infierno lo sabía. No era como si los humanos fueran nuevos para los sobrenaturales. Desde
la fiesta de presentación de los gigantes de los sobrenaturales a mediados de los setenta, los
humanos habían sido educados sobre lo paranormal. Dani era demasiado joven para haber
estado presente durante el Despertar Paranormal, como los medios de comunicación habían
llamado a los sobrenaturales saliendo a la luz. Había leído sobre lo que había sucedido en
ese entonces.
No había sido bonito para ninguno de los dos bandos.
—¡Oye, Dani, mira! —gritó Mimi, sosteniendo otra decoración en el aire.
Dani dudaba mucho que Cornell estuviera demasiado feliz con la idea de vivir junto
a un país de las maravillas invernal. Si pensaba lo suficiente, tendría que admitir para sí
misma que le había dado a Mimi el visto bueno para continuar con la decoración con la
esperanza de que pudiera irritar a Cornell.
Suspirando, Dani sospechaba fuertemente que estaría lidiando con algunos vecinos
enojados antes de que terminara la semana, y uno sería su jefe. Ella ya era el enemigo
público número uno en lo que respectaba a la Asociación de Propietarios. Dani parecía
recolectar citatorios. Al idiota a cargo de la cosa no le gustaban los sobrenaturales en gran
medida. Era uno de los puristas humanos. Un grupo de locos que pensaba que protestando
por todo lo que tuviera que ver con los sobrenaturales, de alguna manera conseguirían que
se fueran. Suponía que no entendía que llevaban aquí más tiempo que los humanos. Por
otra parte, dudaba que le importara.
—¿Dónde debería ponerlo? —preguntó Mimi, sosteniendo un elfo iluminado. Agarraba
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un libro con escarcha en la parte delantera.
Dani parpadeó varias veces.
—¿En la Comarca?
Mimi parecía confundida.
No le sorprendió. El lado geek de Dani y sus referencias normalmente eran en balde
con Mimi.
—Lo que creas que es mejor —dijo Dani con un bufido. Mientras Mimi se apresuraba
a ver qué espacios abiertos, si los había, le quedaban en su telaraña de cables de extensión,
Dani se centró en la casa de su jefe una vez más. Podía sentirlo allí, mirándola todavía. La
calentó hasta cierto punto, aunque no estaba segura de por qué.
Porque estás totalmente interesada en él.
Gimió, disgustada con sus pensamientos por señalar lo que se esforzó mucho en
negar.
—Estoy aburrida —dijo Dani. Habían estado decorando durante horas. O más bien,
Mimi había estado decorando y Dani había quedado atrapada afuera, viendo cómo el horror
navideño tomaba forma.
Mimi sacó lo que parecía un arpa de otra caja. Queridos dioses de arriba, la chica
había logrado poner sus manos en un arpa.
—Podrías ayudar a decorar.
—No estoy tan aburrida —devolvió Dani, pensando en tomar el arpa y algunos de
las otras decoraciones de Mimi y ponerlas sobre la pesimista, pero bien cuidada, propiedad.
Un poco de alegría navideña.
Cornell estaría lívido.
Ella sonrió, gustándole cada vez más la idea.
Dani no pudo evitar reír mientras miraba un conjunto de gárgolas de piedra que
flanqueaban la gran escalera que conducía a su puerta principal. Se verían increíblemente
geniales con un poco de escarcha alrededor del cuello. Quizás también algunos adornos
en ellos. Se sopló las manos cubiertas con guantes, haciendo todo lo posible por recuperar
algún tipo de sentimiento en ellas.No funcionó.La nieve había empapado los guantes y
prácticamente le había dejado las manos heladas.
—Me estoy congelando y tengo hambre.
—Eres como una niña pequeña—dijo su amiga riendo—. A menudo siento que
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nuestro tiempo de calidad juntas es que yo te cuido y tú eres una mujer adulta.
—Oh, sí, soy yo la que tiene el complejo infantil. —Dani señaló las cajas de decoraciones
aún sin empacar. El camión de reparto que había llegado temprano en la mañana estaba
lleno hasta el punto de estallar—. A menudo compro en grandes almacenes sus colecciones
navideñase insisto en ponerlas todas, el mismo día, en la misma casa. Sí, seguro soy yo.
Con un bufido, Mimi le estrechó la mano e indicó la casa de Dani.
—Hice galletas de jengibre y puedo hacernos un poco de cacao cuando terminemos.
Dani suspiró.
—Yo diría que me sorprende que tengas galletas y chocolate esperando, pero ambas
sabemos que sería una mentira descarada.Me sorprendería más si tus hombres de pan de
jengibre no tuvieran lindas y pequeñas mujeres de pan de jengibre para acompañarlos.
Mimi se sonrojó.
Señalando, Dani se rió.
—¡Lo sabía!
—Soy predecible. ¿Y qué?—Mimi se encogió de hombros—. A veces es algo bueno.
Mimi tenía razón. Era bueno saber que pasara lo que pasara, Dani podía contar con
ella.
Sabiendo que no iba a poder dejar a Mimi desatendida sin temor a un incendio, Dani
se dispuso a mantenerse ocupada sin ayudar en la decoración. Recogió nieve y comenzó
la tarea sin sentido de construir un muñeco de nieve obsceno. Cada vez que Dani lograba
hacerlo al menos a medias, Mimi pasaba y lo derribaba. Aparentemente, hacer hombres de
nieve y agrandarles los testículos no se consideraba festivo en el libro de Mimi. Tampoco
estaba en el de Dani, pero molestar a Mimi siempre la atraía.
¿Para qué son las mejores amigas?
Después de un viaje rápido a la casa, Dani regresó con lo último que necesitaba para
completar su obra maestra: una zanahoria. Empujó la zanahoria en el muñeco de nieve para
representar su pene y sonrió ampliamente.
—Ah, eso es decoración.
—Ayúdame. Está atascado —dijo Mimi, moviendo su trasero al ritmo de la música
navideña que había insistido en poner desde su teléfono celular mientras tiraba del enorme
Santa, tratando de liberarlo de su caja—. Es demasiado grande.
Dani rió.
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—¿Existe un hombre demasiado grande? Hablando de tamaño, necesito una zanahoria
más grande para mi muñeco de nieve. Hmm, ¿crees que un pepino funcionaría mejor?
—¡Dani, quita eso de ahí! —chilló Mimi.
—Bien. Adelante Chupa la alegría de ese espíritu navideño que tanto ansiabas que
tuviera.
Mimi jadeó cuando perdió su agarre sobre el Santa. Cayó hacia atrás y golpeó a Dani,
tirándola al suelo con un ruido sordo. Un dolor sordo centrado en la base del cráneo de Dani.
—Ay.
—Mierda. Lo siento —dijo Mimi, tratando sin éxito levantarse—. Lugar resbaladizo.
Hay un montón de esos aquí.
El sabor cobrizo de la sangre llenó la boca de Dani. Tragó y contuvo un gemido
mientras su cuerpo ya maltratado se ajustaba al más reciente ataque de incomodidad. Mimi
se preocuparía si Dani se atrevía a decirle que no se había curado por completo de la batalla
de la noche anterior. Como asesina, Dani se curaba casi tan rápido como la mayoría de los
sobrenaturales. Pero la habían golpeado bastante y le tomaría al menos otro día volver a
algo cercano a la normalidad.
—Manera de derramar la primera sangre.
—Bueno, realmente es la única forma en que puedo hacerte lamer —dijo Mimi,
riendo mientras se sentaba.
Agarrando la muñeca de su amiga, Dani le guiñó un ojo, manteniendo a Mimi sujeta
al suelo.
—Es la hora del ángel de la nieve.
—¿Dani? —La sorpresa ni siquiera comenzó a cubrir la expresión que Mimi tenía en
su rostro.
—Me escuchaste. Estoy dejando salir a esa niña interior mía. De la que te quejabas.
Ángeles de nieve. Ahora. O vuelvo a la erótica construcción de muñecos de nieve. Solo
que esta vez —extendió las manos ampliamente—, haré que su polla sea del tamaño de un
calabacín.
—Odio cuando usas esas palabras en público —cortó Mimi, arrugando la nariz
mientras Dani agitaba sus brazos y piernas, convirtiéndola en un ángel de nieve—. Podrías
ser un poco más femenina. No te mataría.
Sonriendo, Dani le arrojó un puñado de nieve.
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—Y yo que pensé que calabacín era una palabra ‘correcta para Mimi’ para eso.
Mimi se limpió la nieve de la cara y puso los ojos en blanco.
—Sabes a lo que me refiero. Lo juro, dejas que lo primero que te viene a la mente
salga volando. ¿Y alguna vez piensas en otra cosa que no sea sexo?
—Sí, querida. Las visiones de las ciruelas de azúcar estarán bailando en mi cabeza
toda la noche. Si, y solo si, las pesadillas se toman un descanso el tiempo suficiente para
permitir que eso suceda —Ninguna parte de ella quería molestar a Mimi con hablar del
pasado, así que Dani extendió la mano y sonrió—. Vamos, puedes ayudarme a castrar al
muñeco de nieve. Cuando terminemos allí, tengo tres, casi cuatro Santas que podríamos
hacer también. Ah, y doce renos no diminutos. Vaya, podríamos hacer esto toda la noche.
Se puso de pie e hizo un movimiento para correr hacia el gran Santa. Mimi la agarró
por el tobillo y se rió.
—¡Danielle, no vas a desfigurar las decoraciones navideñas!
—No desfigurar, cariño. —Girándose, ligeramente, Dani intentó romper el agarre
de Mimi sobre ella sin dañar a Mimi. En el momento en que se dio cuenta de que no iba a
funcionar, Dani cedió y cayó hacia adelante. Mimi eligió entonces soltarla, dejando a Dani
resbalando sobre un trozo de hielo. Ambas terminaron de espaldas en la nieve de nuevo,
riendo.
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Capítulo Dos
OFRÉCETE A RELLENAR SU CALCET ÍN
—¿Hay alguna razón por la que sigues mirando por esa ventana? Lo has estado haciendo
desde el atardecer cuando llegué aquí.
Cornell Sutton deslizó sus dedos alrededor de su vaso de whisky, su mirada oscura
permaneció en su lugar mientras miraba por la ventana de su estudio y hacia el patio
delantero de la vecina. No podía apartar la mirada. Ella estaba fuera esta noche, jugando,
divirtiéndose, luciendo tan despreocupada. Ella mantenía su atención, como ninguna otra
mujer lo había hecho o lo haría.
Dani Malloye.
Anhelaba esos raros momentos en los que podía verla sin preocupaciones y sin
que ella lo supiera.Siempre era tan cautelosa cuando estaba cerca de él y consciente de su
presencia. Anoche, había tenido que luchar para evitar abrazarla y mantenerla así hasta
el amanecer. Había resultado herida en una batalla, una que estaba seguro había sido
organizada para atraer a sus ejecutores y luego tenderles una emboscada.
Cuando se topó con ella en el callejón y la encontró tambaleándose, sujetando su
costado y sangrando, la rabia casi se apoderó de él. El demonio con el que compartía su
cuerpo había querido desatar su infierno sobre los atacantes de Dani. Varios habían logrado
eludir la captura, pero planeaba cazarlos esa noche.Probablemente pensaron que estaban a
salvo, después de haber durado todo el día. Sin embargo, era todo lo contrario.
Tenía su olor.
Y se habían atrevido a hacerle daño a su Dani.
Oh, ciertamente pagarían.
Por ahora, miraría a la rubia que lo cautivó mientras continuaba con sus payasadas
juveniles, trayendo una sonrisa a su rostro. Un rostro que pertenecía a un hombre que
con demasiada frecuencia se olvidaba de encontrar placer y felicidad en las cosas que lo
rodeaban, un defecto que padecían muchos inmortales. Hastiarse era fácil de hacer.
Últimamente, Cornell se había encontrado cayendo en la trampa. Pero tenía a
Dani. Ella era su salvación. Su vínculo con la humanidad, aunque en realidad nunca había
sido humano.
Era una mujer curiosa, que se las arreglaba para mantenerlo siempre a la expectativa.
Sabía de su pasado. De los horrores que había soportado a una edad temprana a manos de
aquellos como él: vampiros. Cuando Cornell fue informado de lo que Dani había sufrido, él
salió a cazar a quienes la habían lastimado y les hizo pagar, durante semanas, una y otra
vez. Hasta que comprendieron el error que habían cometido al dañar a Dani y a sus seres
queridos.
Qué error había sido poner una mano sobre su mujer.
Mía.
Una ardiente necesidad se apoderó de él, y sostuvo su bebida con tanta fuerza que se
asombró de no romper el vaso. Había pasado años añorando a la mujer, queriendo conocer la
sensación de su cuerpo contra el suyo, el sabor de sus labios, el sonido que haría al correrse.
—Ahora me ignoras, ¿verdad? —preguntó su mejor amigo y compañero vampiro,
Finn Mackay. El acento del hombre nunca había disminuido en todos los años que había
vivido en Estados Unidos.
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Muchos seres sobrenaturales que tenían siglos a sus espaldas tendían a aferrarse a
ciertos aspectos de la antigüedad. Cornell lo hizo en la forma de su hogar. Lo hizo construir
de memoria, basado en su casa de hace mucho tiempo en Europa. Esta no era la primera
vez que había recreado la mansión similar a un castillo. Lo más probable era que tampoco
fuera la última.
—No. No te estoy ignorando, a pesar de lo mucho que lo estoy considerando —
respondió Cornell—. Hay una razón por la que estoy mirando por la ventana. Y sospecho
que ya sabes cuál es esa razón.
Finn soltó un silbido y se rió.
—Sí, te refieres a quién. Y mi dinero estaría en la rubia alta, no en la pelirroja
diminuta, aunque es guapa. No la echaría de la cama por comer galletas.
Cornell suspiró, mientras todas las razones por las que nunca podría tener a Dani
para él, a pesar de lo que parecían pensar las Parcas, se precipitaron sobre él. Ella era una
asesina nativa. Él era un vampiro. Ella era su subordinada. Él era su jefe. La lista seguía y
seguía.
—Nunca podría funcionar.
La vio bailar alrededor de un muñeco de nieve obviamente masculino que había
construidoy que era anatómicamente correcto.La amiga de Dani, Mimi, parecía demasiado
concentrada en agregar decoraciones luminosas a una pantalla ya iluminada como para
notar las payasadas de Dani.
Cornell había estado obsesionado con la joven asesina desde la primera vez que la
conoció cinco años atrás, después de que completara el entrenamiento de asesina, y justo
antes de que la llevaran oficialmente a la Oficina para la capacitación de agentes. Ella tenía
dieciocho años en ese momento. Demasiado joven para que él tuviera los sentimientos
y deseos que había tenido agitándose en su interior. Cornell había puesto a un amigo de
confianza a cargo de supervisar el entrenamiento de Dani dentro de la Oficina, sabiendo que
su fuerza de voluntad estaba demasiado lejos cuando se trataba de la obstinada rubia.
Los últimos años habían sido una dulce agonía para él, estar cerca de ella día tras día,
pero no de la forma que deseaba y anhelaba. La quería en su cama, a su lado como debería
estar una compañera. No se molestó en negar lo que él y su demonio sabían que era verdad,
la verdadera razón por la que se sentía tan atraído por ella.
Ella es mi compañera.
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Sabía la verdad, aunque todavía no la había admitido en voz alta, y mucho menos ante
ella o cualquier otra persona. Además, ella no estaría dispuesta a escuchar tal proclamación
de él.Siempre daba la impresión de que le disgustaba mucho. No importaba. Le tenía más
que cariño.
Con tan viejo como era, sabía que era mejor no luchar contra la naturaleza. Terminó
mal para cualquiera que lo intentó, y por alguna razón, muchos hombres sobrenaturales lo
hicieron.Pensaron que si enterraban la cabeza en la arena y fingían que lo que había delante
de sus narices no era cierto, entonces podrían seguir viviendo de la forma en que se habían
acostumbrado. Supuso que era un defecto de la mayoría de los machos alfa, no importaba
qué tipo de sobrenaturales fueran.
Como vampiro nato, Cornell nunca había sido un esclavo de su demonio en la medida
en que lo fueronsus padres. Pero cuando se trataba de Dani Malloye, no se encontraba más
capaz de controlar su lado demoníaco que un vampiro novato recién engendrado.
Movió su mano libre hacia la ventana mientras la miraba, mirándola reír con su
amiga. Era difícil evitar sonreír también, su expresión era así de contagiosa. Quería tocarla,
conocer la sensación de su piel. Pasaron innumerables horas fantaseando sobre cómo se
sentiría debajo de él, su polla enterrada profundamente en ella, sus cuerpos entrelazados.
—Corny, viejo amigo, viejo amigo —dijo Finn, interrumpiendo los pensamientos de
Cornell—. Puedo oler tu excitación y no quiero estar aquí si vas a empezar a masturbarte. Tan
cercanos como seamos, tengo que trazar la línea en alguna parte. La elijo allí.
Gimiendo, Cornell lanzó una mirada especulativa por encima de su vaso a Finn, que
estaba sentado con las piernas abiertas, cerveza en mano. La cerveza echaba espuma por los
lados del vaso y bajaba por su mano hasta un sofá que valía miles de dólares.
—No me gusta mucho que me llamen Corny.
—Lo sé —respondió Finn con un movimiento de sus cejas oscuras—. Es por eso que
lo hago.
Finn se puso de pie y se acercó, goteando cerveza en su camino sobre la alfombra del
área oriental, antes de unirse a Cornell en la ventana.
—Veo la forma en que la miras. Y no olvidemos dónde estamos, en la casa que
construiste para estar cerca de ella. Eso no es nada espeluznante. No. Ni un poco.
Tenía que admitir que construir su casa directamente al lado de la de Dani era
exagerado, pero no había podido resistirse a estar cerca de ella por más tiempo.
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Cornell se preguntó cuándo y cómo se había hecho tan buen amigo de Finn. Los Sutton
no eran conocidos por ser divertidos y lujos. Kendrick, uno de los hermanos de Cornell, era
aún peor. Vivía de acuerdo con las reglas y encontraba consuelo en la rutina. Él era un líder
nato. Además, Kendrick tenía poca tolerancia hacia Finn. Finn lo incitaba a menudo cuando
se presentaba la oportunidad. Probablemente fue parte del problema. Cornell siempre había
encontrado la perspectiva de Finn refrescante y la acogió con satisfacción. Habían sido
amigos durante siglos, pero algunos días se preguntaba cómo, ya que tenían muy poco en
común. Disfrutaba de la lujuria de Finn por la vida. Muchos vampiros se perdieron a lo largo
de los años, alejándose de sus costumbres humanas.
Finn no.
Si bien Finn era ciertamente una fuerza a tener en cuenta en los círculos de vampiros,
mantuvo su humanidad, pero eso fue quizás porque había comenzado como humano. A
diferencia de Cornell y sus hermanos. La capacidad de Finn para mantenerse alejado de su
demonio, algo casi inaudito en aquellos que habían sido engendrados, había sido lo que llevó
a Cornell a pedirle al hombre que supervisara el entrenamiento de Dani. Y Finn lo había
hecho orgulloso.
Cornell miró por la ventana, sintiendo un nudo en su interior.
—Resultó herida anoche.
—Ella está bien. Leí el informe. Golpeada, pero bien, Cornell.
Se puso rígido, el arrepentimiento se apoderó de él, se hundió profundamente y se
instaló en él.
—Debería haber estado allí para ayudarla desde el principio.
—Su trabajo es peligroso y es buena en eso —dijo Finn con tono ligero—. Una de las
mejores ejecutoras de su equipo.
—Lo sé, pero no cambia nada. Dejé que la lastimaran —dijo, sintiéndose
derrotado. Había estado ocupado con otro asunto y no había podido seguir a Dani como lo
hacía normalmente.
—Te trae mal —Riendo, Finn sacudió ligeramente el hombro de Cornell—. Ve y habla
con ella. No como su jefe sino como hombre. Creo recordar una época, hace mucho tiempo,
cuando eras muy bueno con las damas. Intenta recordar cómo era eso.
—¿Qué le diría?—preguntó. El hombre que había sido hacía mucho tiempo no había
dejado rastro de sí mismo. Era una mera sombra de quien había sido una vez que se
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trataba de Dani. Érase una vez, él había cortejado a las mujeres a su cama todas las noches,
usándolas para satisfacer sus necesidades, tanto sexuales como sanguíneas, y luego las
olvidaba, sin deseos de repetir las visitas. Dani era diferente. La deseaba tanto que ponía a
prueba sus límites.Mucho más y algo daría. No estaba seguro de qué, y eso lo aterrorizaba—.
A veces, me quedo sin elementos relacionados con el trabajo para discutir con ella.
—Ofrécete a rellenar su calcetín. A las mujeres les encanta cuando se llenan con uno
grande.
Cornell se atragantó con su whisky y Finn le dio unas palmaditas en la espalda.
—Mira, la idea de llenarla con tu alegría navideña te deja sin palabras —respondió
Finn con otra risa.
Cornell gimió.
—Es realmente asombroso que no te atraviese con una estaca yo mismo.
—Lo sé, ¿verdad? —Finn aplaudió—. También tengo razón sobre que necesitas hacer
tu movimiento.Si no lo haces, podría encontrar a un apuesto bastardo y decidir vivir con él.
Crees que verla lastimarse un poco en una cacería es malo. Imagínate verla follar, será un
demonio. Es joven y está en el mejor momento de su vida. No creo que vaya a permanecer
soltera para siempre. ¿Tú sí?
La sola idea de Dani con otro hombre puso los dientes a Cornell de punta. Su demonio
se encabritó, amenazando con forzar a los colmillos a mostrarse mientras su estado de ánimo
se agriaba. Empujó su vaso de whisky hacia Finn y se dirigió hacia la puerta, agarrando su
abrigo también. Como vampiro, él ya era más genial que la mayoría y no era un fanático
del frío más que nadie.
Finn bebió lo último del whisky y corrió detrás de él, riendo. —No quiero perderme
esto. Ya era hora de que te vampirizaras, Corny —Retiró su celular—. Puedo grabar esto para
que tus hermanos me crean cuando vuelva a contar la historia.
Cornell le dirigió una mirada penetrante.
—Estoy a punto de hacer un movimiento con mi compañera y ¿te preocupa cómo se
verá esto cuando se vuelva a contar?
—Sí —Movió las cejas—. Debería llamar a Matthew. No lo creerá. Él piensa que los
vampiros son cobardes cuando se trata de reclamar a sus compañeros.
Cornell se detuvo repentinamente y Finn chocó con él por detrás.
—¿Por qué no te sorprende que haya llamado a Dani mi compañera?
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Finn se rió entre dientes.
—Cada uno de nosotros, excepto ustedes dos, parece que lo hemos descubierto, amigo.
—¿En serio?
—Deberías haber escuchado a tu hermana —dijo Finn—. Ha estado amenazando
con encerrarlos a los dos en una habitación hasta que admitan sus sentimientos el uno
por el otro. Athena es fuerte. Me preocuparía si fuera tú. Ahora, la Operación: Reclamar
Compañera ha comenzado. ¿Qué puedo hacer?
—Evita decir algo que la cabree —respondió Cornell.
—Entonces estás diciendo que no debería hablar. Entiendo —Finn señaló—. Mira,
está en el suelo. Lo mejor es que aproveches esto de inmediato. Ya estás muy atrasado en
hacer un movimiento aquí.
Cornell gimió mientras daba grandes pasos a través de su jardín lateral cubierto de
nieve en dirección al jardín delantero de Dani.
—¿Echaste un vistazo al muñeco de nieve? Dulce misericordia, si la muchacha está
tras una polla que es tan grande como una zanahoria…
Cornell lo miró por encima del hombro.
—Termina la oración. Te reto.
—No. Estoy bien.
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Capítulo Tres
ALTO, OSCURO, MUERTO Y EL JEFE
—Dani Malloye, ¿me engañan mis ojos o estás jugando en la nieve? Un poco mayor para los
ángeles de nieve, ¿no crees?
El sonido de un acento escocés hizo que Dani sonriera. Ella conocía esa voz y había
sido amiga de su dueño desde una edad temprana.
—Finn, estoy fuera del horario de trabajo, y si estás aquí para ofrecerme horas extras,
paso. Apenas tengo vida. Sutton me tiene trabajando catorce horas al día. Está tratando de
matarme. Estoy segura de ello.
—Lo dudo mucho —respondió Finn.
Con un bufido, Dani se quedó quieta en el suelo, sacudiendo la cabeza.
—Te equivocas. Estoy bastante segura de que me odia. ¿Por qué más me haría trabajar
el hombre sin parar? Espera. ¿Por qué estás aquí?
—Cornell no te odia, muchacha. Para nada. Y tenía algunos asuntos que atender con
Sutton —dijo con una risa contagiosa—. Te vi afuera. Pensé en pasar por aquí.
Empujándose hacia arriba y despegándose del suelo, Dani dio menos de un paso antes
de que la madre naturaleza decidiera colocarla de espaldas una vez más. Perdió el equilibrio
sobre el parche de hielo, sus pies resbalaron y se dejó caer de espaldas. La incomodidad
estalló en su espalda, pero su orgullo le dolía más que nada. Si hubiera tenido toda su fuerza,
un trozo de hielo no la habría matado.
Finn se rió, extendiendo una mano hacia ella.
—Punto truculento, ¿eh?
—¿Quieres besar mi herida? —ella preguntó.
—No creo que sea tan prudente. Aunque conozco a alguien aquí que estaría dispuesto
a besarte el trasero —dijo, con una nota sugestiva en su voz profunda—. Sin embargo,
estaría dispuesto a ver cómo suceden las cosas.
Se quedó mirando el rostro sonriente del hombre que la había entrenado cuando la
contrataron como asesina.
—Por supuesto que me verías hacer una planta a tope. Estará por toda la oficina
la semana que viene, ¿no? Dime que no sacaste una foto. No necesito ser el comienzo del
próximo video de errores de oficina.
—Och, nunca lo haría —Finn Mackay movió las cejas oscuras—. Además, el video
está lleno de Sasha para esta semana. Sería difícil superar eso.
Ella se rió mientras la ayudaba a ponerse de pie. Con metro setenta y cinco difícilmente
era baja, pero Finn estaba erguido sobre ella.
—No te creo.
—Mejor así —respondió—. ¿Disfrutando de tu juerga decorativa?
Dani miró hacia el frente de su casa. Ahora era una monstruosidad total y completa.
—No tanto como Mimi.
Finn rió.
—¿Ella es responsable de esto?
Gimiendo, Dani movió un poco los hombros, tratando de aflojarlos.
—Oh sí. De todo.
Finn mostró su notoria sonrisa de chico malo mientras se pasaba una mano por el
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cabello castaño oscuro hasta los hombros.
—Bueno, no me atrevía a pensar que tuvieras tanta felicidad en ti, muchacha.
Mimi soltó un profundo suspiro y Dani no pudo evitar volverse para ver qué estaba
pasando. La mirada soñadora en el rostro en forma de corazón de Mimi dejó el labio de Dani
curvado.
—Oh, Dios mío, no me digas que estás dando un suspiro entrecortado por Finn. Es
Finn. Nos burlamos de él todos los días en el trabajo.
—Oye —dijo Finn, sacudiendo la nieve de su abrigo de cuero. Siempre iba vestido como
un tipo rudo que pertenecía a un club de motociclistas. Podría ser parte de uno. Nunca le
había preguntado—. Haré que sepas que todas las demás mujeres, excepto tú, me encuentran
atractivo. ¿Esperas algo mejor? Dime, ¿alguien alto, oscuro, muerto y que sea tu jefe?
—¿Cornell? —Ella se habría reído de la sugerencia, pero tenía razón. Encontraba
sexy a Cornell. Más sexy de lo que jamás había encontrado a otro hombre—. Oh, por favor,
como sea.
Mimi se lanzó hacia adelante y tomó a Dani del brazo, mientras miraba más allá de
Finn.
—Probablemente sea suficiente de compartir ahora. Vamos a buscar galletas y
chocolate.
—Déjala avergonzarse frente a él, pequeña —dijo Finn, con la mirada fija en Mimi. Era
diez centímetros más baja que Dani, y eso la ponía casi treinta centímetros más baja que
Finn.
Espera.
¿Frente a él?
Dani se volvió y encontró a Cornell allí de pie, su expresión ilegible, su mirada oscura
barriéndola, calentando su cuerpo en su viaje. Como de costumbre, estaba vestido con ropa
de diseñador y nada en él estaba fuera de lugar. El rojo intenso de su camisa se veía a
través de su abrigo negro, largo y abierto. Tenía una bufanda roja a par, y ella se preguntó
si en realidad planeaba todo su atuendo al comienzo de cada noche o si simplemente lo
combinaba perfectamente.
Probablemente lo planeaba.
¿Alguna vez no se arreglaba?
¿Alguna vez lanzó la precaución al viento y vivió la vida al máximo?
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Probablemente no.
Su lengua rosada salió disparada sobre su labio inferior, excitando a Dani más de
lo que debería. Quería esa lengua en lugares que era mejor no mencionar en voz alta. Los
sensibles oídos de Mimi seguramente sonarían y luego Dani recibiría aún más sermones
sobre cómo ser una dama. Aun así, pensar en la lengua de Cornell en su clítoris excitó a
Dani, y algo más.
—¿Disfrutando? —dijo.
Casi dio una respuesta inteligente, pero decidió no hacerlo por el bien de la temporada
y todo. Además, estaba cansada de estar siempre en desacuerdo con él.
—Así es. ¿Disfrutaste de la vista?
Su ceja se elevó.
—¿Me sentiste mirándote?
Se sonrojó y miró a Mimi, esperando que su amiga le lanzara un salvavidas. No lo
hizo. Mimi se quedó allí, sonriendo de oreja a oreja. Por eso, Dani estaba considerando robar
los cables de alimentación para las decoraciones.
Mimi juntó las manos y se rió.
—Hice chocolate. ¿Quién quiere un poco?
La expresión de Finn cambió y Dani casi se rió. El hombre no quería que lo obligaran
a beber chocolate. No podía culparlo.
Cornell dio un paso en dirección a Dani.
—De hecho, salimos para ver si ustedes dos querían unirse a nosotros para tomar
una copa.
Mimi lo miró.
—No estamos en el menú, ¿verdad?
Dani resopló y se tapó la boca con la mano cubierta con un guante. No quería reírse
abiertamente de la tensión que aún permanecía entre los Fae y los vampiros. Habían tenido
más de un estallido de guerra a lo largo de los siglos entre los dos grupos de sobrenaturales,
y con los inmortales viviendo prácticamente para siempre, incluso los mejores podían
guardar rencor.
Falló, riendo de todos modos.
—Perdón. Pero realmente, no vamos a meternos en esto de nuevo, ¿verdad?
Mimi suspiró.
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—Sería más feliz si aceptaran el chocolate, pero aceptaré la rama de olivo, y sí, nos
encantaría tomar una copa.
Dani se puso rígida.
—¿Nos encantaría?
Cornell estaba de repente justo frente a ella, moviéndose a una velocidad que no
podía seguir, algo que solo el más poderoso de los vampiros podía hacer con respecto a un
asesino. Se apretó contra ella, su mano llegó a su mejilla, y ella notó lo fría que estaba su
piel. Ella frunció el ceño cuando Cornell le apartó algo de la mejilla, su toque la excitó más.
—Tenías nieve encima —dijo, luciendo más sexy de lo que cualquier hombre tenía
derecho a lucir. Maldito sea por haber reducido el atractivo sexual oscuro y melancólico a
una ciencia. Y maldita sea por ser una tonta por eso.
—Oh —respondió ella, pasando su mano sobre la de él. La única vez que le costaba
pensar con claridad era cuando estaba cerca de él. Era como si el tiempo se detuviera mientras
ella miraba hacia arriba y hacia su mirada oscura. Le habría preocupado estar hipnotizada
por él, pero los asesinos natos eran inmunes a esos trucos vampíricos. Habiendo dicho eso,
se sentía como si estuviera total y completamente arrastrada y perdida en sus ojos. Eso
sucedía mucho cuando se atrevió a hacer contacto visual con el hombre.
Mantuvo su mano en su mejilla.
—Me gustó verte disfrutando.
Inclinó la cabeza. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? Normalmente a estas
alturas le habría gritado órdenes o hablado de lo descuidada que era en sus patrullajes.
—¿Señor?
Él sonrió, y ella no podía recordar una vez que lo hubiera visto hacer eso antes.
—Eres la única que me llama señor.
—Supongo que le molesta —respondió ella, su voz baja, su cuerpo atrapado en lo
cerca que estaba.
—Tú y Finn disfrutan mucho de hacer cosas que me molestan —comentó, y maldita
sea si sus labios no parecían estar aún más cerca.
Se quedó quieta, temerosa de que si se movía bien podría besarlo. Demasiadas de
sus fantasías involucraban sus labios sobre los de él. Con el país de las maravillas invernal
de Mimi rodeándolos, las luces reflejándose en el suelo cubierto de nieve, el momento ya
se sentía surrealista: tener la boca de Cornell tan cerca de la suya la estaba empujando
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demasiado lejos.
Finn tenía razón. Cornell era alto, oscuro y su jefe. Ceder y besarlo sería malo. Muy
malo. Lo peor de su vida.
Maldita sea, si ella no se lanzaba directamente al peor movimiento de todos los
tiempos.
Un segundo, Dani pensó que tenía el control de sus hormonas, y al siguiente, sus
labios se presionaron contra los de Cornell. Los fuegos artificiales explotaron en su cerebro
mientras su corazón latía locamente y su cuerpo hormigueaba de la cabeza a los pies. En el
siguiente aliento, sus labios se separaron y su lengua de repente se unió a la de ella.
Su mente se quedó en blanco.
Nada más que la sensación de su lengua sobre la de ella importaba. Ella inclinó la
cabeza, dándole un mejor acceso a su boca. Cuando sus manos comenzaron a palpar su
camino sobre su torso, se congeló, dándose cuenta de lo que había hecho.
Más que eso, lo que no había hecho.
Alejarla.
Jadeando, saltó hacia atrás, golpeando el mismo parche de hielo que ya la había
superado más de una vez. Dani cayó con fuerza, pero no estaba sola. Cornell resbaló con ella,
su cuerpo cayendo con el de ella hasta el suelo. De alguna manera, se las arregló para acunar
la parte posterior de su cabeza con las manos y voltear sus cuerpos en el último segundo,
tomando la peor parte de todo su peso sobre él. Ella yacía allí, extendida sobre él, su ingle
presionada contra la de él, sus cuerpos parecían estar en casa el uno con el otro.
Ella gritó.
Él rió.
Ella gritó de nuevo.
—¡Señor!
—Dani —se burló, antes de darle un manotazo en el trasero juguetonamente.
Ni siquiera se había dado cuenta de que Cornell tenía un lado juguetón. Ella
permaneció perfectamente inmóvil encima de él. Le tomó un momento darse cuenta de que
se estaban riendo de ellos. Miró hacia arriba y encontró a Mimi y Finn, riendo y caminando
en dirección a la casa de Cornell.
Finn volvió a mirarla.
—Diviértanse. Sé que lo harán si sigues encima de él así. Alegra el año del hombre,
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Dani.
Dani casi se cae sobre sí misma tratando de escapar de Cornell. Él se disparó como si
tuviera cuerdas, siempre el modelo de la gracia, y la agarró por la cintura, presionando su
cuerpo contra el de ella una vez más. Él la estabilizó y permaneció en su lugar. Normalmente,
cuando Dani se sentía incómoda, pateaba la mierda viviente de la cosa que la causaba. Eso
era lo que hacía un asesino. No estaba segura de qué hacer ahora. El chico del que había
estado enamorada durante años le devolvió el beso y luego le dio un manotazo en el trasero.
Su patio delantero parecía la sección navideña de una tienda departamental, y su mejor
amiga la acababa de abandonar para lidiar con sus hormonas por su cuenta.
Estoy tan arruinada.
Cornell la giró para mirarla de frente.
—Dani, nunca estás tan callada.
Confundida, lo miró fijamente.
Parecía divertido.
—Estaba seguro de haber visto muérdago.
—¿Qué? —preguntó ella, sus labios aun sintiendo las secuelas de su beso.
—En todo esto —dijo, señalando el patio y las decoraciones—. Estoy seguro de que vi
muérdago. Tienes buen ojo.
Comenzó a seguir sus pensamientos. La estaba regañando por besarlo. La cobarde que
había en ella quería tomarlo. Su vena terca se lo prohibía. Enderezó los hombros.
—No vi ningún muérdago. Solo vi tus labios y decidí besarlos. ¿Qué vas a hacer?
¿Hacerme trabajar aún más horas extra?
Cornell tiró de ella contra él, su mirada ardiente y hambrienta.
—Estoy considerando hacer que me beses de nuevo.
—¿Q-qué? —apenas logró decir… Las palabras casi se atascan en su garganta. ¿Dónde
estaba su lado feroz? ¿El lado que estuvo cara a cara con sobrenaturales rudos todas las
noches?¿Por qué de repente se redujo a un ciervo frente a unos faros?
Porque tú maldito jefe te comió la lengua.
Correcto. Por eso.
—Deberíamos tomar esa bebida ahora —dijo, insegura de poder confiar en sí misma
un momento más con él tan cerca.
Él sonrió.
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—Perfecto.
—Sin embargo, no puedo beber mucho. Estoy de guardia esta noche, ¿recuerdas? —
presionó ella, sabiendo muy bien que él sabía que la había puesto de guardia en el trabajo
esta noche.
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Capítulo Cuatro
ROMPER SUS BOLAS
Dani se sentó en un sofá que estaba segura, costaba más que su casa. Cornell disfrutaba
de las cosas lujosas. No había forma de negarlo. Ella observó a su alrededor en la enorme
habitación, llena de nada más que los mejores muebles. Llevó sus rodillas a su pecho
mientras veía a Finn haciendo todo lo posible para restregarse contra Mimi mientras le
enseñaba a jugar billar. Dani se preguntaba cuanto tiempo pasaría antes de que Mimi usara
su magia para mandar a Finn al pasillo.
Sus pensamientos regresaron al beso que había compartido con Cornell. Ella lo había
conocido por años, lo había deseado por años y había soñado con él besándola.
Tú lo besaste, se recordó a su misma. Pero él la había besado también.
Temblando, se cobijó con la cachemira que Cornell le había dado al entrar a la
habitación, cuando se dio cuenta que tenía frío. Dani ni siquiera se había dado cuenta de
la cantidad de nieve que se había filtrado a través de su ropa mientras había estado afuera
hasta que regresó el calor. Ella se había preocupado por arruinar sus muebles lujosos si se
sentaba empapada sobre ellos. A él no parecía importarle ni un poco.
Cornell preparó el fuego y la observó con esa mirada oscura fija en ella. —Tu suéter
está mojado. ¿Quieres uno seco? Tengo muchos.
¿Podría Dani manejar el usar un suéter del hombre? Probablemente no. Ella ya había
hecho el ridículo afuera. ¿Se atrevería a aceptar la oferta?
Eso sería demasiado estúpido. Estarías desnuda y rogando. Triste.
Ella meneo la cabeza, pensando con agallas. Si decía peligro, peligro, ella iba a escucharlo.
Obviamente Mimi no sería de ayuda para mantener a Dani lejos de arrojarse a los pies de
su jefe, rogando por que la cogiera. Mimi estaba demasiado ocupada encargándose de Finn
mientras arrojaba las bolas de la mesa de billar a la parte más alejada de la habitación. Ella
seguía moviendo su espalda baja mientras Finn se quedaba parado detrás de ella, agarrándose
del palo de billar tan fuerte, que parecía que podría romperlo en dos.
Pobre Finn.
Mimi era del tipo de Fae, que sudaba atracción sexual, y Finn había caído, se había
enganchado y Dani dudaba que algo fuera a salir de ahí, porque mientras Mimi pensaba
que Finn era atractivo, ella no estaba interesada en él. Habían hablado sobre los hombres
que trabajaban con ellas lo suficiente como para que Dani los conociera. Lo que había sido
bueno, tomando en cuenta que Finn es un hombre de las señoritas.
—¿Estás segura? —preguntó Cornell, avivando más el fuego, cada punta de las llamas
excitaban a Dani mientras pensaba en esa acción como algo sexual.
Queridos dioses de arriba, no se quiten la ropa frente a este hombre. Pónganse más ropa.
Como diez suéteres. Quizá veinte.
Ella no podía quitarse de la cabeza el pensamiento del beso, si empezaba a desvestirse,
se hundiría más. —No, me iré a la puerta a buscar uno de los míos. Gracias de todas formas
—Dani se levantó y Zeus, uno de los sabuesos infernales de los Cornell se apresuró hacía
ella, haciéndola caer suavemente sobre el sillón. Zeus después trató se subirse a su regazo—.
Oye, no eres un perro que se pueda sentar aquí. Ya te lo he dicho.
El perro era un gigante amable y había conseguido ablandarla un poco. Ella lo acaricio
detrás de la oreja y después se agachó a besar su cabeza. El perro le recordaba a uno de sus
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loberos irlandeses, pero con ojos rojos.
—Ese perro es una amenaza —dijo Finn.
—Estoy de acuerdo —agregó Mimi.
Meneando la cabeza, Dani continúo dándole cariño a Zeus. —Es un bebé grande.
—Que se come a los hombres malos cuando le dan permiso —le recordó Finn.
Ella se estremeció. —¿Y eso es malo?
—Los sabuesos infernales de Corny son temibles con todos menos contigo —dijo
Finn—. Le he dicho que debería encerrarlos.
Dani observó a Mimi. —¿Podrías hacerme un favor y golpearlo en las bolas?
Mimi se burló.
—Creo que Zeus prefiere que no te vayas —dijo Cornell, levantando las cejas lo más
que podía, había dejado las herramientas a lado de la chimenea. El tomó su copa de vino y
señalo en su dirección con la cabeza. La mirada sexy en su cara decía que estaba pensando
en el beso también.
Sintió el calor subir de su cuello hasta sus mejillas, pintándolas de rosa. Dani hizo lo
mejor que pudo para ignorar la repentina ola de calor que se apoderó de ella en el segundo
en que su mirada se cruzó con la de Cornell. El hombre era un imán sexy. Verlo dirigía sus
pensamientos sucios y ella realmente quería que su zucchini hiciera una aparición pronto.
Era eso, o poner mucha distancia entre ellos. De otra forma, ella haría mucho más que solo
besar a su jefe.
Ella iba a taclearlo y tenerlo de la forma en la que ella quería. Las políticas laborales
podían irse al diablo. Por la forma en la que él seguía viéndola, no estaba segura de si la
detendría de llevar a cabo sus fantasías.
Cuando su copa chocó con sus labios, sintió como si alguien estuviera besándole el
cuello y luego más abajo, debajo de la capa de ropa empapada y en dirección a sus pechos.
Sus muslos se cerraron mientras el sentimiento de besos plantándose sobre sus pezones la
asaltaba. Puso las palmas de las manos sobre el sofá y tomó un largo suspiro mientras el
placer la quebraba desde dentro. Fuego se posó sobre su estómago y la urgencia de gemir
era demasiada.
No tengas un orgasmo en el sofá de la casa de tu jefe mientras fantaseas sobre él. No lo
tengas.
Fue demasiado tarde.
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Su cuerpo se sonrojó mientras los efectos del placer pulsando en ella, presionando
una y otra vez en ella. Ya había estado con hombres antes, y su cuerpo nunca había
funcionado de esa forma, nunca había conseguido un orgasmo tan impactante.
Ella estaba segura de que Finn y Cornell podían oler su flujo, y quería correr y
esconderse, avergonzada de haberse atrevido a encontrar final en nada. Estaba a punto
de levantarse cuando una serie de imágenes se proyectaron en sus ojos. Le mostraban
imágenes de ella y Cornell en la cama, rodando sobre las sábanas de satín con los cuerpos
entrelazados. Aunque eso nunca había sucedido, se veía y se sentía real, por lo que su
orgasmo se prolongó. Él entró en ella, su pene la llenaba más allá de cualquier punto posible
haciéndola aferrarse a él, arqueando la espalda y tomándolo más profundo.
La imagen se sentía real. Se sentía tan real como si él estuviera ahí, entrando en ella,
haciéndola gemir y llorar debajo de él. Levantando la cabeza y bajándola para succionar sus
pezones de forma gentil, haciendo que su estómago se apretara antes de que el terminara
entrando en ella por última vez. Ella también terminó, su cuerpo pulsaba mientras las
visiones de ellos continuaban.
Dani vio a Cornell salir de ella antes de darle la vuelta para que se acostara sobre
su estómago. El plantó una serie de besos por su espalda, apretando sus glúteos para que
se abrieran. Él se movió una vez más encima de ella, esta vez su pene estaba alineado
con su trasero. Ella se tensó y él se dobló nuevamente, besando su cuello con delicadeza,
haciéndola gemir otra vez.
Se aferró a las esquinas del sofá, Dani estaba viendo vívidamente las imágenes de
Cornell calmando sus ansias a través de su oscuro canal, haciendo que su cuerpo completo
se incendiara con necesidad de otro orgasmo. Entró por completo en ella y explotó con el
cuerpo temblando. Las imágenes cesaron rápidamente, dejándola jadeando.
Ella se levantó otra vez, determinada a no dejar que el sabueso del infierno la
detuviera. Necesitaba poner más espacio entre ella y Cornell y más capas de ropa también.
Quizá un cinturón de castidad, porque Mimi tenía razón, Dani siempre tenía sexo en su
cerebro. Ahora también su ropa interior estaba empapada.
Zeus intentó regresarla al sillón y Dani negó. —No, chico. No me voy a quedar.
Necesito correr a casa para tomar algo. Regresaré.
De la nada, Cornell estaba frente a ella, llenando el espacio, moviendo a Zeus a un
lado y levantando la barbilla de Dani. —Te acompañaré.
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No estaba ayudando en nada con el espacio.
Ella mordió el interior de su mejilla, intentando encontrar poder de voluntad para
resistirse a ese hombre.
No encontró nada.
—O…Okay —se arregló para decir, sonando más como un gato recién nacido que
como un asesino experimentado.
La risa de Mimi siguió a Dani mientras Cornell la guiaba por la habitación y después
por el pasillo hasta la puerta. Cuando estaban suficientemente lejos de los demás ella se
giró en su dirección, encontrando un poco de algo que podía o no ser valor. —¿Qué está
pasando?
Él apenas y la observó, pareciendo sexy e inocente.
Ella resopló. —Claro. Puedes pararte ahí y actuar como que esto no es raro.
— ¿Raro? —se burló, hablando como lo haría ella en lugar de utilizar su propia forma
elegante de conversación—. ¿Cómo que raro?
Ella gruñó—: Nos besamos. Y ahora estamos haciendo esto de mirarnos por mucho
tiempo. Me está sacando de quicio.
Inclinando su cabeza hacia atrás, se rio, y el sonido profundo pareció posarse en el
centro de sus piernas. Ella tocó su brazo y cerró los ojos, esperando que sus hormonas se
comportaran. Pero, por supuesto que la ignoraron. Cuando Cornell dejó de reírse puso sus
manos a ambos lados de la cara de Dani y la acomodó contra una puerta cerrada, su cuerpo
cubría el de ella por completo.
—¿Que yo quiera estar más cerca de ti te está sacando de quicio?
Ella parpadeo, su cuerpo se estaba llenando de deseo. —Uh-huh.
—Porque yo te asusto y no quieres estar cerca de mí o…
—¡No es eso! —Dani agachó la cabeza, avergonzada de su arrebato. Ella prácticamente
le gritó al chicho que lo deseaba.
—¿Entonces por qué, Dani? —preguntó, su frente tocaba la parte superior de su
cabeza.— ¿Por qué esto te hace sentir tan incómoda?
Ella suspiro por un momento largo. —Porque normalmente tú solo me gritas mucho
y me haces trabajar todo el tiempo.
—Te grito porque me preocupo por ti —respondió—. Te grito porque me da miedo
que algo pueda pasarte. Te grito porque me preocupo demasiado.
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¿Se preocupaba demasiado?
¿Qué demonios significaba eso?
—Dani —le dijo, su mano se posó sobre su barbulla, forzándola a voltear hacia
arriba—. Todas las veces que sales para patrullar pierdo el aliento. Sé que eres perfectamente
capaz, pero eso no evita que me preocupe.
—Tienes a muchos bajo tu supervisión —respondió con un susurro—. ¿Cómo harías
cualquier cosa si te preocuparas sin parar por todos nosotros?
—Sólo me preocupo por ti —le confesó, robando el último aliento que le quedaba en
los pulmones—. Estoy enamorado de ti. Lo he estado desde el primero momento en que te
vi.
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Capítulo Cinco
ENORME DOLOR EN EL TRASERO
Traducido por Vee
Corregido por Patty
Ya esta, lo había dicho. Él expresó sus sentimientos y estaba esperando, temiendo el rechazo.
Los segundos pasaron mientras Dani apenas lo observaba, sus ojos estaban abiertos y sus
labios también. Finalmente, Cornell no pudo aguantar más silencio. —Di algo.
—¿Acaso me aplicaste alguna magina de vampiro en el otro cuarto?
Cornell se calmó. Esa no era la respuesta que esperaba. Inclinó la cabeza ligeramente,
pensando en la mejor forma de evitar admitir su mal comportamiento. El había usado una
buena cantidad de poder para influenciarla y poner deseos eróticos en su cabeza. No estaba
orgulloso de eso, pero se dio cuenta que estaba actuando conforme a sus sentimientos.
Dani puso una mano en su cintura. —¿Cómo?
—No fue sencillo —dijo él, bajando la voz—. Tu sangre de asesina te da mucha
resistencia, ni mencionar tu terquedad.
—Debería abofetearte.
El asintió. Ella debería.
Dani se le quedó viendo fijamente. —Espera, ¿A qué te refieres con que me amas? Eso
es estúpido. Tú no me amas.
Él contuvo un gruñido. —Creo que conozco mis sentimientos mejor que tú. Y amarte
no es estúpido. Pretender que no lo hago si es estúpido. Y no voy a pretender, Danielle.
Sus ojos se cristalizaron y una parte de él se ensombreció pensando en la posibilidad
de haberla hecho llorar. Ella tocó su pecho con sus manos. — Las buenas cosas no suelen
pasar en temporada de fiestas.
El cerró los ojos y levantó la cara. Sus propias emociones amenazaban con hacerlo
reaccionar de la peor forma. —Ya lo sé. No pretendía hacerte enojar.
—Cornell —ella susurró, tirando de la parte de delantera de su camisa.
Sus miradas se encontraron.
—También me gustas y mucho —confesó y alegría creció dentro de él. No le había
dicho que también lo amaba, pero de nuevo, Dani no era exactamente el tipo de mujer que
iba por ahí con propuestas dulces saliéndole de los labios. Ella era del tipo que maldecía a
alguien con palabras y frases que le sonrojarían antes que declarar amor de forma poética
por algo o alguien. Él sabía que el que ella se estuviera confesando era algo enorme, tomando
en cuenta su personalidad.
No pudo detenerse de besarla de nuevo. Sus lenguas chocaron y se entrelazaron, lo
siguiente que supo fue que la había levantado sobre sus pies. No tenía intención de llevarla
a casa para que se cambiara de ropa. No iba a darle oportunidad de cambiar de opinión sobre
él.
Sobre ellos.
En su lugar, continuó besándola mientras caminaban en dirección a la gran escalera.
Él la cargó hacia arriba mientras sus bocas seguían unidad. Cuando llegaron al dormitorio,
el rompió el beso por tiempo suficiente como para hablar—: Aquí es donde me dices sí o
no —dijo—. Dani, no sólo me refiero al sexo. Si te llevo a mi cama, voy a reclamarte.
Ella palideció. —¿Reclamarme? ¿Por qué harías eso? Eso significaría que estaremos
juntos por siempre.
Él no pudo evitar sonreír. —Ese es el punto.
—Pero, Cornell, no puedes reclamarme. No soy una vampira. No soy…
Él besó su frente y la dejó sobre sus pies. Si quería irse él la dejaría, porque la amaba
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y nunca la forzaría a aceptarlo. —Eres mi pareja, Dani. Lo supe desde el primer momento
es que puse mis ojos en ti. Esa es la razón por la que Finn te entrenó en mi lugar. Estaba
preocupado de perder el control y reclamarte cuando eras muy joven como para saber en
que te estabas metiendo.
—No soy una vampira —susurró.
—No, no lo eres. Pero no todas las parejas de los vampiros lo son —le recordó.
—Lo son para la realeza vampírica —protestó.
Él sonrió. —Cariño, los últimos vampiros de la realiza que se han juntado con otros
vampiros lo hicieron hace siglos. De hecho, creo que mis padres fueron los últimos.
—Tú eres mi jefe.
Él asintió, sabiendo que ella estaba repasando en su cabeza todos los puntos que
pensaba que podían oponerse a ellos. Él había hecho lo mismo muchas veces.
—Eres un dolor de trasero gigantesco —ella agregó, haciéndolo reír y sonreír.
—Lo soy. Ahora. No te voy a dejar la decisión por completo —Él dio un paso atrás en
dirección a la puerta y al pasillo—. Quédate y sé mi esposa o vete y respetaré tus deseos. No
me gustará, pero lo respetare.
— ¿Estás seguro de que me quieres a mí? —preguntó, sonando frágil y emocional.
Él sabía que ella se sentía sola y poco querible con todo lo que había pasado antes.
—Dani, quiero que seas mía. Estoy cansado de intentar resistirme a ti. Estoy cansado de que
las reglas y las regulaciones me detengan. Naciste para mí y he esperado mucho en mi vida
inmortal para dejar pasar otro día sin ti en él.
Las lágrimas que pensó que ella no soltaría antes estaban deslizándose por sus
mejillas, rompiendo su corazón.
—Eso me gustaría.
—¿Entonces por qué lloras?
—Esta parte del año suele ser horrible —dijo—. Mi familia era…
—Sé sobre eso —replicó, dejando castos besos en su boca—. Dani, yo soy él que hizo
sufrir a todos los que lastimaron a tu familia. Pagaron por sus crímenes.
Ella exclamó—: ¿Fuiste tú?
Él asintió. —Ellos te causaron a ti y a los tuyos mucho dolor y sufrimiento, y tenía
que hacerlo cuando muchos de ellos estaban celebrando, por eso pensé que tenía que regresar
el favor y cazarlos antes de las fiestas.
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—Mi segundo año de entrenamiento, la foto del hombre que mató a mi familia,
muerto y con un moño. ¿Fuiste tú?
Él asintió.
La siguiente cosa que supo fue que ella estaba en sus brazos, acomodándose sobre él.
Sus labios encontraron los de él y sus brazos fueron en búsqueda de su cuello. Ella lo besó
agresivamente al punto en que su pene no podía más. Con un aullido, separó su boca de la
de ella. Sus colmillos estaban en el punto de romper sus mejillas. —Dani.
—Llévame a la cama, Cornell, y hazme tu esposa.
En lugar de cuestionarla o hacerla dudar de su decisión, la tomó y la levantó. Se
apresuró a la habitación pateando la puerta y cerrándola detrás de él. La recostó sobre su
cama victoriana y se ahogo con la visión de ella sobre su cama.
Dani sonrió y comenzó a quitarse la ropa empapada, dejándola de lado de forma
descuidada. Todo ese tiempo, su mirada estaba sobre él mientras se deshacía de su camisa
lentamente. Él quería apresurarse de la misma forma que ella, pero si se atrevía a dejarse
llevar por la urgencia, temía que el demonio dentro de él se robaría el momento. Él quería
que se quedara entre ellos dos. Era su momento. No algo donde él tenía que luchar para
mantener al demonio dentro.
Dani se desnudó en tiempo récord, dejándose solamente en un brasier rojo y pantis a
juego. Cornell acunó sus partes en su mano, estaba preocupado por eyacular en ese momento.
Ella estaba espectacular.
Él pausó sus deseos, su mirada estaba clavada en el lado derecho de ella. Tenía un
moretón que parecía hecho por una bota. Eso acabó con su control y el demonio trepó a la
superficie. Sus colmillos salieron dentro de su boca y el siseó, sabiendo que sus ojos estaban
completamente negros.
Dani nunca mostró signos de miedo. Incluso con lo que había visto de niña, a
vampiros matando a su familia.
Ella levantó los brazos en su dirección y negó. —No estoy tan herida, estaré bien.
¿Cómo sabía lo que lo había empujado al borde del precipicio?
Ella se recargó sobre sus codos, su largo cabello rubio le caía por los hombros. Ella
le ofreció una sonrisa tonta. — ¿Puedes enojarte con los imbéciles que me golpearon más
tarde y tener sexo conmigo ahora?
Claro que él podía.
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Capítulo Seis
CONVERT IDO EN VAMPIRO
Dani no podía apartar la mirada del torso de Cornell. Cada gramo de él estaba esculpido y,
con su piel pálida, parecía estar hecho de mármol. Se mordió el interior de la mejilla con
demasiada fuerza y se hizo sangrar. Cornell olfateó el aire y luego se echó hacia atrás; ella
sospechó firmemente que él estaba a punto de dejarla en ese estado de deseo, solo por ser
un caballero.
No iba a pasar nada.
Dani se deslizó hacia adelante rápidamente, agarrándolo por el lazo de sus pantalones
y tirándolo hacia adelante. De repente, su abdomen estaba justo frente a su cara mientras
estaba de pie frente a ella. Ella lo besó justo debajo de su ombligo y él se tensó.
—Dani, puedo oler tu sangre —dijo Cornell, con su voz lacónica y tensa.
Besó más su torso, sus manos moviéndose hacia las caderas de él. Ella tiró de sus
pantalones. Ya estaban desabrochados y la más mínima presión los envío hacia abajo,
exponiendo su polla larga y gruesa, acurrucada en una mata de pelo negro que estaba
bien cuidado. A Dani se le hizo la boca agua al ver la polla de Cornell. El hombre seguía
mejorando cada vez más.
Cornell le tocó la parte superior de la cabeza y la miró fijamente mientras ella
tomaba su eje suave y aterciopelado. Ella pasó la lengua por la parte inferior de su abdomen,
peligrosamente cerca de su mata de pelo. Él siseó, agarrando su cabello, tirando suavemente
de manera necesitada.
Dani llevó la cabeza de su polla a sus labios y sacó la lengua sobre la hendidura en
la punta de su eje. Él se movió, sus caderas haciendo movimientos de empuje controlados,
por ahora.
La posesividad absoluta brilló en su mirada oscura mientras ella lo miraba fijamente,
mientras sus labios se movían sobre la cabeza de su polla; sus dedos estaban envueltos
alrededor de su circunferencia. Su polla se metió más en su boca y ella tarareó, llevándola
aún más profundamente. Sabía tan bien como olía, y ella se sintió un poco tonta al querer
enterrar la cara en su entrepierna. Ella había chupado la polla de un hombre antes. Por
supuesto, ese hombre apenas había sido digno de mención, ya que había durado unos dos
minutos y su polla era pequeña en comparación con la de Cornell, que le llenaba la boca y
le llegaba hasta la garganta. Chupó más fuerte, aumentando también la presión que aplicaba
con las manos.
Cornell echó la cabeza hacia atrás y gimió, su cuerpo se tensó mientras tiraba de
su cabeza hacia él, empujando su polla hasta el fondo. Su saco de bolas se tensó y un calor
salado se deslizó por la parte posterior de su garganta. Ella tragó y deslizó su polla fuera,
limpiándose el labio inferior mientras lo hacía.
La mirada oscura de Cornell brilló con necesidad, se acercó a la cama y se inclinó
sobre ella, con los pantalones alrededor de las rodillas. Metió una mano entre ambos y
ella sintió cómo las uñas de él se alargaban contra la parte interna de su muslo. Ella no se
preocupó. Confiaba plenamente en él.
Le cortó las bragas y luego se acomodó contra su entrada húmeda. Al parecer, no
necesitaba tiempo para recuperarse entre actos sexuales. Sus labios encontraron los de ella
y, al mismo tiempo, Cornell empujó profundo y duro, su cuerpo tenso resistió al principio
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antes de relajarse y permitirle entrar y salir de ella.
Lo hizo, bombeando lentamente y luego aumentando su ritmo. Las piernas de
Dani se envolvieron alrededor de su cintura mientras arqueaba la espalda, llevándolo más
profundo, estimulando su clítoris presionando su región inferior contra su montículo con
cada embestida. Ella jadeó, aferrándose a él, aferrándose con ganas de vivir.
El hombre que había deseado durante años ahora era uno con ella y se sentía perfecto,
correcto. Ella contrarrestó sus movimientos, queriendo ser follada larga y duramente. Cornell
sonrió contra sus labios y luego desaceleró su ritmo.
Gimiendo, rompió el beso y le suplicó—: Más. Más duro.
Él lamió su labio.
—Sabes a sangre.
—Mordí mi mejilla. Ahora muévete, amigo. Más duro. Justo ahora —le dijo ella,
dándole una palmada en la nalga en broma.
El cuerpo de él estaba tenso y le tomó un momento darse cuenta de ello. Él no se
movió y su lado asesino entró en acción, presintiendo que su demonio estaba cerca de
la superficie. Quería sangre. Más específicamente, su sangre. Nunca antes le había dado
voluntariamente su sangre a un vampiro.
La idea de hacerlo con Cornell no la repugnaba. La excitaba más. La humedad inundó
el vértice de sus muslos mientras su polla permanecía enterrada profundamente dentro de
ella. Ella se apretó contra él, inclinando la cabeza hacia un lado, dándole acceso a su cuello.
Cornell golpeó la almohada con una mano.
—¡No!
—Sutton —le susurró, atrayendo su atención hacia ella y revelando lo que sospechaba.
Su rostro estaba transformado parcialmente en forma de vampiro. Tenía miedo de perder el
control, de lastimarla—. Está bien. Lo quiero. Te deseo.
Parecía confundido, pero luego su lengua salió y cubrió sus colmillos. Él asintió y
bajó la cabeza. Se preguntó cuánto control le estaría tomando para no arremeter y morderla
como un salvaje. Supuso que mucho.
En el momento en que sus colmillos le rompieron la piel, un placer como nunca antes
había conocido la asaltó, meciendo su cuerpo desde su centro y provocando un orgasmo que
pensó que podría dejarla inconsciente. Gritando, clavó sus uñas en la parte superior de su
pecho mientras su coño revoloteaba alrededor de su polla.
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La boca de él permaneció bloqueada en su garganta y el placer continuó, manteniéndola
esclavizada. No podía imaginarse queriendo estar en ningún otro lugar que no fuera debajo
del hombre que estaba dentro de ella ahora. Una agitación comenzó en lo profundo de su
estómago y jadeó cuando sintió como una energía fría la atravesaba. Quitó su mano del
pecho de Cornell y se llevó las yemas de sus dedos a los labios. Saboreó la sangre.
¿Cómo es posible?
Lo rasguñé.
La lamió y una energía fría se intensificó hasta el punto que gritó de placer, las
palabras salieron disparadas mientras lo hacía.
—¡Mío!
La cabeza de Cornell se levantó de golpe y se lamió el carmesí de los labios. —Mía.
La taladró con más fuerza, hasta el punto en que la cabecera golpeó la pared, haciendo
fuertes golpes. Le importaba poco si Mimi o Finn podían escuchar lo que estaba sucediendo,
desde abajo. Lo único que le preocupaba a Dani era ese momento: estar con Cornell.
Él empujó y se mantuvo firme. Esperaba sentir frío, ya que, después de todo, él era
un vampiro. El calor la llenó cuando su polla se movió dentro de ella. Su cuerpo respondió
de la misma manera, corriéndose de nuevo.
Cornell lamió las marcas de los mordiscos en el cuello de Dani, la sangre le corría por la
garganta y su polla se acurrucaba contra su exuberante cuerpo. Ella era suya ahora. Ella lo
había reclamado primero. No esperaba eso, pero no debería haberle sorprendido. Dani era el
tipo de mujer que hacía lo que le placía, al diablo con el orden adecuado. Lo hecho, hecho
está.
No quería salir nunca de su cuerpo. Ella era el nirvana. Su utopía privada, y no tenía
ningún deseo de dejar tal estado. Besó sus labios suavemente.
Ella tocó su mejilla.
—Te rasguñé.
—Te mordí —él le respondió, con un movimiento de sus cejas.
Ella sonrió.
—Sí. Lo hiciste —entonces su sonrisa se desvaneció—. Estás bastante alegre ahora,
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¿no? No te ofendas, pero normalmente eres un poco refunfuñon.
—¿Qué?
—Casi siempre estás molesto.
El se encogió de hombros.
—Me siento menos molesto ahora que te he tenido.
—Ya me di cuenta. ¿Puedo preguntar qué lo provocó?
—Me convertí en vampiro.
Ella arqueó una ceja.
—Dani, solo para ser claro, ya que no eres un vampiro después de todo. Sabes que
ahora estamos emparejados, ¿correcto?
Ella sonrió más ampliamente.
—No. Me perdí esa parte del manual.
Él sonrió.
—Tú, siempre tan sarcástica.
—Oye, me emparejaste —dijo antes de besarlo. De mala gana, se apartó de ella, pero
solo lo suficiente para sostener a su esposa y besarla un poco más, antes de levantarse para
quitarse los pantalones por completo.
Se acarició su pene, su mirada se deslizó sobre la diosa en su cama. Ella era suya.
Por siempre. Y ahora que estaba unida a él, su esperanza de vida ya más larga de lo normal,
por ser una cazadora, igualaría a la suya, ella era inmortal ahora. Tendrían la eternidad para
explorarse uno al otro y compartir la alegría de ser uno.
Ella se arrodilló, sus pechos rebotaron, provocándolo.
—Debería vestirme y bajar. Dejé a Mimi allí con Finn.
Cornell sonrió.
—Están en tu casa ahora. Se fueron poco después de que entramos en el dormitorio.
—Oh, olvidé que puedes escuchar todo —dijo, y luego se apartó un mechón de su
largo cabello rubio de la cara.
Cornell no pudo resistirse más a ella. Avanzó rápidamente y la giró, poniéndola sobre
sus manos y rodillas en la cama, ante él. Ella chilló de risa y luego puso una mano en su
trasero.
—¿Qué tienes planeado? —Ella le preguntó.
Él sonrió.
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—Voy a rellenar tu calcetín.
Ella se rió más fuerte y él se inclinó, besando su trasero en la nalga antes de dejar
una línea de besos más abajo. Cornell separó las mejillas y luego se inclinó más, lamiendo
una línea a lo largo de su hendidura empapada. Empujó un dedo en su coño húmedo y
apretado y su polla palpitó, deseando más de ella. Su polla nunca tendría suficiente.
Él tampoco tendría suficiente, nunca.
Arrastrándose sobre la cama, sonrió, alineándose con el cuerpo de su pareja. Colocó
su polla y luego condujo a casa, sosteniendo las caderas de Dani mientras profundizaba.
Ahora que eran una pareja unida, podía sentir sus sentimientos, su deseo, su placer, su
felicidad. Sabía que ella también podía sentir el suyo.
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Capítulo Siete
CAZANDO POR LAS FIESTAS
Traducido por Steph M
Corregido por Patty
Dani rodó sobre su estómago y sonrió cuando el olor de Cornell la envolvió. La había
marcado, la había reclamado como suya y ella no podía estar más feliz. Cuando había
comenzado el día, había asumido que su decisión más importante sería dejar o no que Mimi
siguiera decorando. Dani no tenía idea de que terminaría con un marido.
Un amigo.
No podía dejar de sonreír. Hasta el punto en que le dolían las mejillas. Ella se sentó
lentamente, su camisa de vestir abotonada al azar sobre sus pechos. Su atención se centró
en su habitación, y por primera vez miró a su alrededor, empapándose de la vista de todo.
Su marido era muy sofisticado.
Esposo.
La palabra la hizo sonreír.
Le gustaba el arte, como lo demuestra la cantidad de arte que colgaba por su habitación.
Cuando la mirada de Dani se deslizó hacia las ventanas del piso al techo, se congeló. Era
de noche. Las cortinas no se corrieron. Las luces de la habitación estaban encendidas. Eso
significaba que iban a montar un espectáculo para cualquiera en el vecindario que mirara
desde la calle. Dani invocó su velocidad de cazadora y fue a por el interruptor de la luz,
apagándola, bañando la habitación en la oscuridad. Se movió en dirección a la ventana y
miró hacia afuera, esperando que por ser tan tarde, la mayoría de los vecinos estuvieran en
sus casas. Ella ya era “esa” vecina. No necesitaba agregar nada más.
Mirando hacia afuera, vio al jefe de la Asociación de Propietarios de pie al otro lado
de la calle, sosteniendo una correa con su pequeño perro atado. El hombre miró hacia la
ventana, con la boca abierta. El pequeño perro se acercó a su dueño y luego levantó su
pierna, orinando en el pie de su dueño. El hombre nunca parpadeó ni reconoció que su perro
lo acababa de marcar. Él fue el que fue arrastrado por la vista.
Encogiéndose, Dani pensó en lo que le diría a todos en el vecindario. Sobre cómo él
convertiría los eventos en algo feo. Demonios, probablemente correría el rumor sin parar
de que Cornell, el gran vampiro malo, había atacado a la asesina y se había impuesto a ella.
Y cómo ahora todo el mundo debería esconder a sus esposas, y posiblemente a sus hijos,
porque quién sabía cuál sería el próximo paso del vampiro.
Él era así de canalla, y estaba lleno de tanto odio e ignorancia. Ella no lo dejaría pasar.
Idiota.
Unos brazos se relajaron alrededor del abdomen de Dani y ella se echó hacia atrás,
feliz de que Cornell hubiera regresado. Con un simple toque, hizo que su corazón se acelerara.
Lástima que el humor alegre y la sensación de felicidad se veía estropeada por el fisgón de
afuera. Señaló en dirección al presidente de la Asociación de Propietarios.
—Creo que ha estado echando un vistazo.
Cornell se rió y se aplastó contra ella, su erección era evidente a través de los
pantalones de pijama de seda que usaba.
—Podríamos darle otro.
—Él ya me odia —dijo Dani, su cuerpo respondiendo al de su pareja, pero su mente
pensando en el espectáculo que ya habían montado.
—Odia a todos los que no son como él: rubios, de ojos azules y humanos. Creo que
hay definiciones para su tipo —dijo Cornell.
—Sí, imbéciles.
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—Ah, mi esposa, la poeta residente de OakTree Ridge —Cornell meció sus cuerpos de
un lado a otro suavemente, besando su cuello en el proceso—. Intentó citarme por construir
una casa con terrenos que se parecían a un cementerio.
—¿Qué le dijiste? —preguntó ella, mirándolo por encima del hombro.
Cornell mostró los colmillos.
—Le dije que por cada citación que recibiera, tomaría medio litro de su sangre como
pago por el tiempo que me dedicaba a leer sus tonterías.
Ella rió.
—¿Y funcionó?
—Él continúa caminando por dicha propiedad —dijo Cornell, volviéndola para mirarlo.
—Hablando de tus propiedades —dijo Dani, con una sonrisa—. Creo que tus gárgolas
al frente se verían increíbles con coronas alrededor del cuello.
Él rió.
—Bueno, ahora son tus gárgolas, así que haz con ellas lo que desees.
Hizo una pausa, pensando en el hecho de que ahora eran una sola unidad.
—Supongo que vamos a vivir aquí y no en mi casa.
—Viviré donde tú quieras vivir —dijo él, con sus labios en su cuello de nuevo—. Mi
hogar está dondequiera que estés, Dani.
—¿Puedo pasar el rato por aquí y pensarlo antes de decidir? —ella le preguntó.
Él mordisqueó ligeramente su cuello.
—Voto por hacer el amor en cada habitación de ambos hogares para ayudarnos a
decidir mejor.
Ella sonrió, le gustó mucho la idea. Entonces lo miró.
—Me encanta esa idea. Y te amo.
Él le Guiñó un ojo.
—Yo también te amo.
Ella lo abrazó.
—Gracias por devolver la felicidad a mis vacaciones.
La besó en la mejilla.
—Eso me recuerda. Ya vuelvo.
Ella lo agarró de su muñeca.
—¿Adónde vas?
46
—A cazar para las fiestas —le contestó, bajando la voz—. Planeo encontrar a los pocos
que lograron eludirnos anoche y enseñarles lo que sucede cuando uno daña a mi pareja.
Dani sonrió.
—Por mucho que te quiera, no necesito más chicos malos muertos envueltos en
moños. Ahora mismo, solo te necesito a ti.
La levantó y ella supo que la llevaría de regreso a la cama. Donde ella quería estar.
—Eso se puede hacer.
Ella sonrió.
Cornell inclinó la cabeza como si escuchara algo a lo lejos.
—Parece que Mimi está haciendo que Finn beba chocolate caliente. Está maldiciendo
a los Fae en voz baja. Ah, y ella está amenazando con golpearlo en la cabeza con un bastón
de caramelo.
—Sí. Suena como a nuestros amigos.
Fin
47
Una Traduccion
de Ciudad del
Fuego Celestial
Sinopsis
Cuando su coche se avería en los Apalaches, Caitlin encuentra
seguridad y pasión en los fuertes brazos de un hombre oso que habita
en las montañas.
Staff
Traduccion
BLACKTH➰RN
♡Herondale♡
~Kvothe
Nea
Roni Turner
Correccion
BLACKTH➰RN
♡Herondale♡
Nea
Roni Turner
Edicion
BLACKTH➰RN
Roni Turner
Diseno
Arrocito
Capitulo uno
Traducido por ~Kvothe
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Roni Turner
Diciembre, 2004
—¿Tía Cait?
—¿Sí?
—Lo siento.
«No lo hagas».
—Tía Cait.
—¿Sí?
—Hay un incendio.
—Tal vez.
Tenía que ser una especie de cazador, dedujo. Tal vez un ermitaño o
un recluso. Tal vez un ermitaño o recluso que sabía una o dos cosas
sobre automóviles y podría arreglar el sedán. O tal vez un ermitaño o un
recluso al que le gusta matar mujeres y usar su piel como ropa.
Mientras Caitlin corría mentalmente a través de la multitud de
posibilidades, Sophia se desabrochó el cinturón de seguridad.
Una ráfaga de aire frío barrió el sedán cuando Sophia abrió la puerta.
—Vamos, vamos.
Tan pronto como quedó libre, Caitlin abrió la puerta y salió. La nieve
crujió bajo sus pies mientras corría detrás de Sophia, que ya estaba
bajando la colina.
—Mira. Un oso.
—Ah, cierto. Bueno, deberíamos irnos. La mamá osa podría estar por
aquí en algún lugar.
—Alguien debe haber encendido el fuego —dijo Sophia—. Tal vez les
pertenece.
—No.
—Sí, la tienes. ¿Por qué los adultos siempre dicen eso? Ustedes son
los únicos que tienen una opción en cualquier cosa, siempre.
El cachorro parecía ser un oso negro, pero de cerca, la luz del fuego
iluminó el tono marrón de su borroso pelaje. Sus ojos oscuros estaban
llenos de curiosidad mientras su mirada revoloteaba entre Caitlin y
Sophia.
¿Semanas?
¿Meses?
Si volvieran al condado de Carter, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que
ella se riera así de nuevo?
Miró a Sophia, que ahora estaba recibiendo una limpieza facial del
cachorro. Caitlin se tensó, preparada para retirar a Sophia si el cachorro
intentaba algo gracioso, pero parecía no querer nada más que prodigar
a la niña con afecto. Cediendo a su propio niña interior, Caitlin extendió
la mano y lo rascó detrás de la oreja.
Era suave.
Tenía una nariz fuerte y aguileña y unos ojos llamativos que parecían
ser de algún tono verde. Su barba corta y desaliñada cubría una
mandíbula bien tallada y enmarcaba unos labios sensuales. Debajo de
su fuerte mentón había un cuello con cordones que llegaba hasta la
clavícula. Un pequeño triángulo de carne se exponía en su pecho y
Caitlin apostaba a que no habría escasez de músculos bajo esas pieles.
Frotándose la nuca, Caitlin miró las pieles de las que había salido y
volvió a mirar al hombre.
No respondió, pero ella creyó ver que sus labios se movían de nuevo.
—Es mío.
Un cambiaformas. Es un cambiaformas.
Una vez que se echó una de las pieles sobre los hombros, Winter
dijo:
Una fuerte ráfaga de viento hizo que Caitlin se apretara más las
pieles alrededor de sí misma.
—Los lobos.
Ella no sabía acerca de los coches, al igual que ella no tenía idea de
lo que iba a hacer mañana. Todo lo que Caitlin sabía era que haría todo
lo posible para mantener a Sophia a su lado.
Capitulo tres
Traducido por Nea
Corregido por Roni Turner
Editado por BLACKTH➰RN
Caitlin suspiró.
Tal vez porque estaba sentada, pero parecía aún más alto que antes.
Su gran figura llenaba la boca de la cueva y proyectaba una sombra
sobre la hoguera moribunda.
—¿Eh?
—Oh.
Casi había olvidado su conversación de la noche anterior, por no
mencionar sus terribles circunstancias. Una oleada de ansiedad
amenazó con paralizarla, pero cerró los ojos y la reprimió.
—Cole y yo nos vamos —dijo Winter. Caitlin abrió los ojos a tiempo
para verle apagar el fuego con una pesada bota—. ¿Quieres venir con
nosotros?
—Ah, bueno, sigue siendo una gran idea, ¿no crees? —preguntó. Se
puso de pie a su altura, lo que puso la parte superior de su cabeza en
algún lugar alrededor de su músculo pectoral.
Puso una mano en su pecho, solo después se dio cuenta de que era
probablemente una invasión de su espacio personal. Afortunadamente,
él no parecía molesto.
—Por favor. Solo necesito unos días para aclararme cabeza y pensar
qué hacer a continuación. Te prometo que no les causaré ningún
problema a ti y a tu hijo —dijo en voz baja.
Cambiar
Va a cambiar.
A un oso.
Y cargarme.
Vaya.
Capitulo cuatro
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Roni Turner
Cole, por otro lado, tenía una curiosidad sin límites y quería una
respuesta para todo. No parecía estar acostumbrado a tener otras
personas con las que podía hablar, lo que lo llevaba a soltar preguntas
al azar ocasionalmente.
Una vez que se había ido, se tumbó sobre las pieles y puso un brazo
sobre su rostro.
Esa. Esa era la razón por la que no se podía permitir distraerse con
osos guapos.
—¿Qué es la avena?
—¿Qué es el cereal?
—¿Por qué los osos cambiaformas viven en una casa? ¿Cómo es que
no viven en una cueva?
—Las cuevas son mucho más seguras que las casas —dijo, en esta
ocasión dirigiéndose a Sophia, quien asintió pensativamente.
—De todos modos, los tres osos volvieron a casa. Había un papá oso,
una mamá osa, y un bebé… —dijo Caitlin aclarándose la garganta.
—No existe tal cosa como una mamá osa cambiaformas —dijo Cole
frunciendo el ceño—. Todas nuestras mamás son humanas.
Caitlin se había olvidado de eso. A pesar de lo poco que sabía de los
cambiaformas, era conocimiento general que las mujeres eran
estériles. Era por eso que se pensaba que los hombres se aprovechaban
de las humanas que vivían en pueblos rurales y aislados, aunque en la
mayoría de los casos, ellas se iban con ellos por su propia voluntad.
Caitlin sonrió.
—Ah, sí. Bueno, la despiertan y cuando ella los vio, huyó de la casa y
nunca regresó. Fin.
—Sí.
—¿Cómo así?
—No era feliz —dijo—. Extrañaba las montañas y esconder lo que era
se convirtió extremadamente difícil. Cuando Laura se quedó
embarazada, estaba casi aliviado. Sería imposible criar un cachorro
alrededor de humanos. Tendríamos que dejar Appomattox y volver a
las montañas.
»Pensé que las cosas cambiarían una vez que Cole naciera, pero no
fue así. Se negaba incluso a tocarlo. Se transformó por primera vez
cuando tenía un mes. Después de eso lo tomé y me marché —continuó.
—No puedo creer que le haya dado la espalda a su propio hijo —dijo
Caitlin negando con la cabeza—. Eso es horrible.
Winter le dio una mirada aguda.
Caitlin volteó a ver a los niños. Sophia tenía sus brazos alrededor del
cuello de Cole y su cabeza descansaba en la suya. Los dos estaban
roncando y era difícil decir quién lo hacía más fuerte.
Se atrevió a mirarlo a los ojos, y cuando los vio, sus dedos de los pies
se curvaron. La estaba observando con una intensidad rígida. Sus fosas
nasales se ampliaron y se preguntó si le gustaba su aroma.
Caitlin tuvo que aprender a las malas que ese tipo de cosas solo
ocurrían en las películas.
Reaccionando por puro instinto, Caitlin se lanzó hacia los niños para
protegerlos. Sintió un dolor abrasante en su brazo, pero no supo si fue
por unos dientes o unas garras. Un sollozo rasgó su pecho, pero se
rehusó a dejar que los niños se fueran.
Otro lobo se les había unido, este siendo bastante más grande que
los otros. Tenía un pelaje liso y marrón y era casi tan alto como una
persona. Los lobos más pequeños le rodearon, contemplándole con
expectación. Era su líder.
El apagado dolor había sido poco más que una molestia menor y
cuando levantó la manga, pudo ver por qué. Había mucha sangre, pero
lo que fuera que la hubiera perforado solo lo había hecho en dos sitios
y las pequeñas heridas se habían coagulado.
—Mi cueva está aún a unas horas de distancia —dijo—. Una vez
lleguemos, puedo suturar la herida, pero tenemos que movernos
rápido.
◊◊◊
La cueva de Winter olía a humedad, pero era acogedora
igualmente. Acorde a las palabras de Cole, se sentía muy seguro,
mucho más que cualquier casa en la que Caitlin hubiera estado.
La conversación entre ellos fue astillada. Ella pudo notar que Winter
se estaba esforzando para evitar que se estresara, y ella finalmente trajo
a colación el tema innombrable.
—Lo intenté, pero era una ciudad pequeña. Tommy era diputado y
su padre había sido el sheriff por más de dos décadas. Cuando intenté
denunciarle en la policía, el diputado literalmente tiró el papel a la
basura. Me dijo que no debía meterme donde no me llaman.
—No sabía qué más hacer, así que empecé a ofrecerme como
niñera de Sophia. Me di cuenta de que si podía mantenerla fuera de
casa más a menudo la estaría protegiendo. —Caitlin pasó una mano por
su pelo—. Era una lógica muy tonta. A decir verdad, estaba abrumada y
quería una solución fácil. La mantuve en mi casa lo más posible y me
convencí de que estaba haciendo todo lo posible…
—Hace dos días salió para jugar con la nieve. Cuando regresó, decidí
bañarla. Siempre insistía en vestirse sola. Ya había visto los moretones
de sus brazos, pero nunca los de su espalda… Era horrible, y supe que
nunca más podría hacer la vista gorda sobre ello.
—Hiciste lo correcto.
Sophia se rio más fuerte, mientras Cole se quedó petrificado, con los
ojos abiertos como platos.
Había pasado casi una semana desde que llegó a la cueva de Winter.
Caitlin había previsto que habría otros cambiaformas, pero además de
Cole, Winter vivía solo.
Dentro de la cueva Winter usaba ropa mucho más casual que la que
usaba durante el resto del día. Tenía varios pares de jeans y playeras,
pero el favorito de Caitlin era el atuendo de gamuza que llevaba. Le
quedaba muy bien en su tipo de cuerpo y una abertura dejaba al
descubierto una franja de su firme pecho.
Cuando puso sus ojos sobre ellos, Winter sonrió, una mirada de
alegría se extendió por todo su rostro. Ella había visto bastante esa
mirada durante la semana y se preguntaba como su mente podía estar
tan tranquila cuando la suya estaba ardiendo en caos.
—Sé mi pareja.
Winter lo hacía sonar muy simple para su gusto, pero Caitlin aceptó
esa respuesta por el momento. Había tenido una semana de mierda y
lo único que quería en ese momento era dejar de pensar, solo por un
momento.
Como si sintiera su deseo, Winter jaló del lazo que sostenía sus
pantalones. Sin soporte, el grueso cuero se deslizó hasta sus rodillas,
revelando su hinchada hombría que era proporcional al resto de su
enorme cuerpo. Caitlin se lamió los labios, aunque se preguntaba como
eso iba a caber dentro de ella.
Él la necesitaba.
¿De verdad podría hacer un futuro para Sophia y ella con Winter y
Cole? Quizá era un poco egoísta de su parte, pero Caitlin quería creer
que podía.
En las semanas que siguieron, cada risa y sonrisa que Sophia daba
le sirvieron como validación. Caitlin había perdido la esperanza de
encontrar una mejor vida para ella y su sobrina, pero gracias a Winter,
encontró una mejor vida para las dos.
epilogo
Traducido por ♡Herondale♡
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Roni Turner
Verano de 2005
—¿Cómo?
Winter les frunció el ceño a ambos, pero fue Sophia quien puso una
mano en el hombro de Cole.
Su pareja resopló.
Pasando una mano por la cara de su pareja, limpió una gota de miel
de la comisura de su boca. Caitlin dejó de comer para acercarse.
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Konan
Moira
Perséfone
Astartea
Perséfone
Hades
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
ÚNETE A NUESTRA COMUNIDAD
Esta es una breve historia de vacaciones ambientada en el Universo Coven Pointe
El último lugar donde la bruja sexual Mati Ballintine quiere estar es en una fiesta
navideña de una hermandad. Pero cuando el ángel supremo del consejo le ordena
proteger a un nuevo ángel reclutado, no tiene más remedio que ir y apretar los
dientes ante los avances de los chicos de la fraternidad.
La noche va de mal en peor cuando aparece un demonio y está empeñado en
llevar al ángel al infierno. Mati y su novio íncubo Vaughn necesitarán unir fuerzas
no solo para salvar al ángel, sino a todos los demás que el demonio deja a su
paso.
Ir a la escuela a tiempo completo mientras vigilaba a un ángel novato era una
mierda. Sobre todo, cuando la nueva recluta asaltaba mi armario en busca de un
vestido que no la hiciera parecer recién salida de la calesa1 del país Amish.
—Oh, cielos —dijo Janie, con un rubor subiendo por su pálida piel—. Este,
mmm... parece que le faltan un par de metros de tela.
Vi el vestido de seda con tirantes y le envié una sonrisa socarrona.
—Hace el trabajo.
—Sólo si quieres... —Se mordió el labio mientras el calor casi irradiaba de
sus mejillas rojas y brillantes.
Contuve un comentario sarcástico. Maldita sea mi hermana Chessandra por
encargarme al ángel novato. Chessandra era el ángel supremo del consejo de
ángeles y, por suerte, cada vez que tenía un proyecto favorito, me lo encargaba a
mí. Y yo ni siquiera era un ángel, era una bruja. Una bruja sexual, por cierto. No era
exactamente la bruja más respetable a los ojos del público. Pero ese era su
problema, no el mío. Lo encontré empoderador y, admitámoslo, divertido.
Pero también significaba que la mayor parte de mi vestuario se había
comprado específicamente para la seducción. Si Janie iba a buscar en mi armario,
iba a estar muy guapa cuando terminara con ella.
—Pruébate éste —le dije, entregándole un vestido de seda con un
pronunciado escote.
—Yo no...
—Si te pones ese vestido que llevas —recorro con mi mirada escéptica la
longitud de su cuerpo—, vas a sobresalir como una dama de la iglesia en un
concurso de camisetas mojadas.
—¡Mati! —Agarró el vestido y lo apretó contra su pecho—. Si me pongo esto,
podría ir directamente al bar de striptease. No hay manera de que este... pañuelo
vaya a cubrir todo esto. —Arqueando la espalda, agitó una mano delante de su
amplio pecho.
Me abstuve de poner los ojos en blanco.
1
Coche de paseo tirado por caballos
—Sólo pruébatelo.
Se pasó una mano por sus rizos perfectamente enrollados, convirtiendo
involuntariamente su aspecto de demasiado perfecto en uno casualmente
despeinado. Era un comienzo. Se mordió el labio inferior.
—No estoy segura de esto.
—Janie... —Le dirigí una mirada severa.
Tragó, cerró los ojos y desapareció en mi baño.
Dejé escapar un largo suspiro. Janie era una chica dulce y me agradaba de
verdad, solo que no me gustaba mucho la actividad planeada para esa noche. Nos
dirigíamos a una fiesta organizada por su hermandad en la universidad, una casa
griega de élite sólo para aquellos con dones mágicos. Era difícil imaginar que ella
quisiera formar parte del grupo, ya que parecía más feliz en el club de lectura y en
el departamento de teatro. Eso fue hasta que conocí a su madre, una bruja de la
alta sociedad de Memphis cuya vida giraba en torno a la gente de cierto estatus
social y sus conexiones. Janie era una recluta heredera, y si no se hubiera unido,
su madre le habría hecho la vida imposible.
Lo cual era irónico, teniendo en cuenta que Janie era un ángel de bajo nivel
que se pasaba la vida protegiendo almas de los demonios. Ella literalmente tendría
su cuota de encuentros con el infierno. De hecho, ya había comenzado. Hace una
semana, Janie se había cruzado accidentalmente con un par de demonios y apenas
había escapado. Ahora mi trabajo consistía en mantenerla a salvo mientras el otro
ángel residente en Nueva Orleans, Lailah, rastreaba a los demonios.
Me quedé mirando mi armario, contemplando el outfit de la noche. Si Vaughn
estuviera en la ciudad, me pondría el de cuentas plateadas con la abertura hasta la
cadera sólo para torturarlo hasta que pudiéramos llegar a un lugar privado. ¿Por
qué no? Hacía semanas que no me sentía sexy. Saqué el vestido y me lo puse. El
corsé mostraba el suficiente escote como para ser tentador, pero seguía siendo de
buen gusto, mientras que la falda llegaba a medio muslo, mostrando un tramo
amplio de pierna. Fue esa abertura la que puso el vestido en la zona de peligro. Y
me encantó.
La puerta del baño se abrió lentamente, y la cabeza rubia de Janie se asomó
por la esquina, con una mueca en la cara.
—Esto no va a funcionar.
—Trae tu flaco trasero aquí —dije mientras me ponía mis tacones plateados
a juego.
Sus ojos se abrieron de par en par al asimilar mi transformación.
—Janie. —Me puse de pie con las manos en las caderas—. Vamos a llegar
tarde.
Miró el reloj de pared y, con una expresión de dolor, salió del baño. Tenía los
brazos cruzados sobre el pecho, ocultando la profunda caída que mostraba sus
magníficos senos. Maldita sea, lo que habría dado por un par de esas dobles D.
Le sonreí.
—Es perfecto. Con clase y un poco de pecado.
—¿Un poco? —Se acarició los rizos—. Me he estropeado el cabello.
—No, no lo hiciste. —Me acerqué y los despeino un poco más—. Perfecto.
Ahora ponte esos zapatos y nos iremos de aquí.
Se puso los tacones negros que le había dejado. Su ceño se desvaneció al
admirarlos y pareció relajarse un poco. Estaban muy lejos de mis tacones de aguja
de diez centímetros. Aun así, no pudo evitar rodearse con los brazos en un intento
de mantener su escote cubierto.
—Toma. —Le entregué un suéter de punto suelto que le daría una capa de
tela, pero no cubriría realmente nada—. Párate derecha y deja de encorvarte. No
hay nada más atractivo que una chica con confianza. ¿Entendido?
Sus brazos cayeron a los lados mientras forzaba una sonrisa y me seguía
como si estuviera en una marcha de la muerte.
—¿Janie?
—Sí —Sus puños se apretaron, pero al menos no se cubrió el pecho de
nuevo.
—¿Quieres que te saque de esto? Se me puede ocurrir algo.
Apretó los labios, claramente pensativa, y luego negó con la cabeza.
—No. Gracias, pero se supone que he quedado con alguien allí. No quiero
decepcionarlo. Si no, podría aceptar tu oferta. Este tipo de cosas no son lo mío,
¿sabes?
Asentí con la cabeza. Yo lo sabía. Solía ser mi tipo de escena, pero solo
porque los universitarios calientes y cachondos estaban ahí y eran presa fácil. Hoy
en día, me mantengo al margen. ¿Quién necesitaba a los chicos de la fraternidad
cuando tenía a Vaughn, el cazador de demonios incubo más sexy de la ciudad?
—¿Con quién te vas a reunir? ¿Alguien a quien tenga que ver primero?
Un tinte de rubor subió por sus mejillas de nuevo.
—No. Sólo es un atleta al que le di clases particulares el semestre pasado.
Su tía es una bruja, así que conoce nuestro mundo, pero él no tiene ningún poder.
No es una amenaza de ninguna manera. Se suponía que íbamos a traer citas, y
bueno, es un amigo.
—De acuerdo. Bien entonces. —Le guiñé un ojo, decidida a engancharla con
el chico deportista. Si alguien necesitaba una noche con un hombre de sangre
caliente, era ella. Agarrando mi bolso de mano, dije—: Vamos por ellos.
Janie y yo nos quedamos de pie frente a la casa de la hermandad,
contemplando las luces parpadeantes de los copos de nieve. Cada una de ellos era
completamente diferente y parecía flotar en el aire sobre los inmaculados jardines.
—Es precioso —dije.
Janie asintió.
—Llevan días trabajando en la decoración.
—Se nota. —Todo en el lugar era un mágico país de las maravillas
invernales. Caía nieve aislada de color azul-plateado y se acumulaba en los marcos
de las ventanas, dejando una escarcha en los cristales a pesar de los cuarenta y
dos grados que hacía, y las puertas y ventanas estaban cubiertas con guirnaldas
escarchadas en las que florecían flores de pascua vivas.
El aire tenía un sabor a magia poderosa, que me electrizaba. Mi pulso se
aceleró y ese deseo que vivía en lo más profundo de mi ser se precipitó a la
superficie. Maldita sea, ¿dónde estaba Vaughn cuando lo necesitaba?
Había estado fuera de la ciudad las últimas tres semanas, rastreando a un
demonio, y sin su atención, mi poder no estaba exactamente a la altura. Una
desgracia para mí, teniendo en cuenta que tenía que entrar en la fiesta llena de
sobrenaturales y proteger a Janie si aparecía un demonio. Si algo ocurría, iba a
estar seriamente perjudicada en el departamento de magia.
Si hubiera podido elegir, me habría ido directamente a casa, habría
destapado un bote de helado Blue Bell y habría visto un maratón de Netflix. Porque
en mi estado actual, mis feromonas de bruja sexual iban a ser condenadamente
difíciles de mantener en secreto.
Janie se estremeció visiblemente a mi lado en el aire frío de Nueva Orleans.
—¿Preparada? —preguntó, con el castañeteo de sus dientes.
No hacía tanto frío, ¿verdad? Eso era una cosa de ser una bruja sexual,
nuestra sangre corría un poco más caliente.
—Claro.
—Hice un gesto con la mano para que se adelantara.
En cuanto Janie pisó el patio, empezaron a caer del cielo auténticas torres
de nieve mágicas. No pude evitar la pequeña risa que se me escapó cuando uno de
ellos golpeó mi brazo, haciendo que la magia chispeara sobre mi piel.
—Buen toque.
Janie sacudió los brazos, tirando al suelo las brillantes tortugas.
—No me gusta. La magia pica un poco.
—¿De verdad? Eso es inusual.
Se encogió de hombros.
—Siempre ha sido así. Es una de mis manías, supongo —Lo dijo en tono
burlón, haciéndome creer que era algo que había escuchado la mayor parte de su
vida. Mi corazón se quebró un poco al pensarlo. Luego me enfadé. Esta chica era
hermosa e inteligente, y me daba la impresión de que no había escuchado eso lo
suficiente.
Agarré mis dedos alrededor de los suyos.
—Vamos. Vamos a que te vean y a encontrar a ese chico tuyo.
Una pequeña sonrisa curvó sus labios mientras inclinaba la cabeza y me
seguía por el luminoso pasillo.
—Bienvenidos a un beso mágico —dijo la burbujeante bruja de la puerta,
haciéndonos señas para que entráramos—. Aquí están sus recuerdos de la fiesta.
Por favor, pónganselos y luego diríjanse a la estación de champán. Estamos a punto
de empezar.
—¿A punto de empezar? —le pregunté a Janie.
—El encuentro y el saludo. —La expresión de dolor en su cara me hizo reír.
—Está bien. No te preocupes, lo haremos juntas. —Mientras esperábamos
nuestros tragos de champán, abrí la caja envuelta en plata. Dentro había un
brazalete con un copo de nieve que brillaba con poder. Era cálido al tacto y
provocaba un cosquilleo en mi piel. Oh, esto sería divertido si... no importa. Sin
Vaughn, no hay hormigueo. Me puse el brazalete en la muñeca y traté de ignorar la
magia seductora que se acumulaba en mi interior.
—Oh —dijo Janie al tiempo que sacaba un colgante de copo de nieve.
Colgaba de una cadena de plata. Lo levantó, mirando el copo de nieve, pero sin
tocarlo. Luego, con un suspiro, se lo puso al cuello.
Fruncí el ceño.
—¿Vas a ser capaz de llevar eso? ¿Con la magia siendo irritante para ti y
todo eso?
Ella asintió.
—Me acostumbraré.
—No. —Sacudí la cabeza y pasé mis dedos ligeramente por su pecho,
forzando una pequeña dosis de magia para cubrir su piel.
—¡Oye! —Dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos y llenos de
sospecha— ¿Qué has hecho?
Me encogí de hombros y tomé las dos copas que nos tendía el camarero.
—Acabo de poner una barrera entre tú y el copo de nieve encantado para
que no te moleste.
—¡Pero tengo el pecho entumecido!
—Es mejor que irritado, ¿no?
—¿Cómo sabías que eso no me molestaría también? —Se quedó con las
manos en las caderas, mirándome fijamente.
Maldita sea. Se veía muy feroz con los ojos disparando dagas hacia mí. Me
hizo sentir muy orgullosa.
Le di una palmadita en la mano.
—Porque es un hechizo adormecedor, por definición no deberías sentirlo.
¿Lo sientes?
—No... —Ella movió sus pies—. Pero me siento... un poco rara. Como, más
viva o algo así.
¿Debería haberle dicho que era mi energía de bruja sexual? No.
Es mejor dejar que lo descubra por sí misma.
—Es solo la fiesta. La emoción en el aire. —Señalé con la cabeza hacia el
escenario improvisado—. Parece que las cosas están empezando.
Apareció un tipo alto, de cabello arenoso y corte limpio, y deslizó su brazo
alrededor de la cintura de Janie. Ella soltó un pequeño grito mientras saltaba de
sorpresa.
—Hola, soy yo, Janie. —Le sonrió y se inclinó para besarla en la mejilla.
¿Solo un amigo? Si, claro. Escondí una risa y me di la vuelta.
—Chad —dijo sin aliento—. Lo has conseguido.
La tensión sexual que irradiaban los dos era suficiente para que se me
pusiera la piel de gallina. Vaya. Esos dos lo tenían. Y en mi estado de privación de
sexo, su energía me estaba volviendo loca. Di otro paso a la derecha para poner
más distancia entre nosotros, pero me topé con un dios de piel bronceada de
proporciones épicas.
—Disculpa —dije, mirando a los ojos azules más claros que había visto
nunca. Eran hipnotizantes. Me quedé atrapada en su mirada, anonadada por su
belleza—. Eh...
Se rio y dio un paso atrás, dejándome un poco de espacio.
—Hola, Mati.
Me quedé completamente inmóvil, tratando de ubicarlo. Mi historial con los
hombres era bastante largo. Antes de Vaughn, era el tipo de chica que los folla y los
deja. Los vínculos emocionales no eran lo mío. Así que mi lista de parejas sexuales
era más larga que la de la media de veintidós años. ¿Pero este tipo? ¿Este tipo
largo, delgado y con cordones de belleza? Me habría acordado de él.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Él extendió su mano.
—Soy Chase, trabajo con Vaughn.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—¿Y estás aquí porque...?
—Rutina. Cualquier lugar lleno de seres mágicos es una atracción para los
demonios. La fiesta es mi tarea de la noche.
—¿Y Vaughn te dijo que me buscaras?
Asintió con la cabeza.
—Voy a ser tu cita para que nadie más se haga ilusiones. —Su sonrisa era
fácil y burlona.
Las ilusiones no eran exactamente el problema, pero tenía razón. Con él a
mi lado, los hombres se lo pensarían dos veces antes de ponerse a tocar.
—¡Bienvenidos a la velada navideña Kiss of Magic de Wicca Delta Mu! —
Una preciosa pelirroja de brillantes ojos verdes estaba de pie en el escenario
sosteniendo un micrófono—. Estamos muy contentas de que estén aquí para
compartir nuestra mágica velada. Y ahora es el momento de que empiece la fiesta.
—Sus brazos se alzaron en el aire y las luces se apagaron, dejándonos a todos en
completa oscuridad.
Hubo un grito de emocionada sorpresa que recorrió la sala, seguido
inmediatamente por las velas que se encendieron espontáneamente en las mesas
y en los apliques de la pared. Cuando mis ojos se adaptaron, lo primero que noté
fue que todas las mujeres llevaban una pieza de joyería de nívea apariencia que
palpitaba con magia.
Mi cuerpo respondió al instante, haciendo aflorar mi energía sexual. Y no
había nada que pudiera hacer al respecto. Las feromonas de la bruja sexual se
dispersaron entre la multitud.
—¿Qué estás haciendo? —Chase frunció el ceño—. Eso solo va a hacer más
difícil el trabajo de ambos.
—No lo hice a propósito —dije, sin sorprenderme de que supiera
exactamente lo que había pasado. Era un íncubo, por el amor de Dios—. Fue el
influjo repentino de la magia —Señalé mi brazalete—. ¿Lo ves?
Estudió los encantos del copo de nieve y luego miró a su alrededor.
—¿Puedes sentir que irradia de todos?
Asentí con la cabeza.
—Eso es un maldito inconveniente.
Me encogí de hombros. Lo era, pero estaba fuera de mi control.
—Ahora viene la parte divertida —dijo Bubbly Girl, sonriendo—. Cada diez
minutos, las velas brillarán, y esa es la señal de que ha llegado el momento de
conocer a alguien nuevo. Cuando sus amuletos mágicos brillen en azul, significa
que han encontrado a su pareja de baile para el concurso.
—Oh, hija de... —murmuré mientras Chase se reía.
—¿No bailas? —Los ojos de Chase se iluminaron con diversión.
—Oh, yo bailo. Solo que prefiero elegir a mi pareja... y no compito.
Él resopló.
—Claro.
Me giré y lancé una mirada escéptica a lo largo de su cuerpo. Luego le miré
fijamente a los ojos.
—¿Parezco una chica a la que le cuesta conseguir lo que quiere?
Era una cosa muy mala de decir. Tenía ventajas que otras mujeres no tenían
debido a mis poderes, pero maldita sea si esta tipa de la hermandad no era molesta.
¿Qué pasó con dar una fiesta, suministrar alcohol y dejar que todo el mundo beba
hasta pasarlo bien?
Chase solo se rio.
—Supongo que no.
Miré a Janie. Tenía la mano en el pecho de Chad y le sonreía. La mirada de
adoración en su rostro me hizo relajar. Vale, por Janie podía mezclarme con los
chicos de la fraternidad. No era gran cosa.
Chase fue atraído por una pequeña y sexy chica con salvajes tatuajes que
cubrían su hombro. Otras dos chicas se pegaron a la pareja casi inmediatamente.
Sí, el incubo tenía el mismo don... o maldición... que yo. Él estaría ocupado en el
futuro inmediato.
Me giré hacia el tipo de mi izquierda, resignada al hecho de que, si iba a
parecer una más de la multitud, iba a tener que participar.
—Hola —dije—. Así que eres...
—Maldita sea, nena —dijo, prácticamente arrancando mi vestido con su
mirada—. Eres la puta chica más sexy de este lugar.
—Bueno, es no fue tan elegante —dije, con sarcasmo.
Se rio como si le hubiera contado una broma privada.
—Apuesto a que la clase es lo último que quieres cuando se trata de hacerte
gritar. ¿Estoy en lo cierto? —Dio un paso hacia mi espacio personal, y justo cuando
estaba a punto de fulminarlo con un rayo de magia, sentí la familiar energía sexual
de otra persona rozando mi piel.
Vaughn... mi alto, oscuro y precioso íncubo.
Estaba aquí. Justo detrás de mí. Me giré y me quedé boquiabierta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Puede que quieras dar un paso atrás, hermano. —Vaughn miró al idiota
que me había estado mirando.
—Vete a la mierda, imbécil. Mis diez minutos no han terminado. —Los ojos
del chico de la fraternidad estaban entrecerrados, llenos de ira.
Vaughn se puso delante de mí, con el cuello y los hombros rígidos por la
tensión. Mis dedos se movieron para calmarlos mientras contenía una risa. Era más
que capaz de defenderme y Vaughn lo sabía bien, pero este despliegue de hombres
me estaba excitando seriamente.
—Vete —dijo Vaughn—. Antes de que te saque de su presencia con mi
cuerpo.
El chico de la fraternidad pareció crecer un centímetro más mientras se ponía
de pie, con los músculos ondulados por la frustración apenas reprimida. Estaba
bastante segura de que estaba a medio segundo de lanzar un puñetazo, pero uno
de sus compañeros se acercó por detrás y le rodeó los hombros con un brazo.
—Oye, Zen. ¿Qué haces hablando con ese chico guapo cuando las damas
están pululando? —Su habla era arrastrada y estaba claro que había estado
bebiendo mucho antes de llegar a la fiesta.
—¿Zen? —Susurré al oído de Vaughn.
Sus hombros se agitaron con una risa silenciosa.
El chico de la fraternidad me miró por encima del hombro de Vaughn.
—Te veré más tarde, dulzura.
No pude evitarlo. La risa brotó. Me tapé la boca con la mano y parpadeé para
contener las lágrimas de la risa.
—Perra. —El chico de la fraternidad me miró con desprecio, pero cuando
Vaughn dio un paso adelante, su amigo lo arrastró por la habitación.
Vaughn se mantuvo firme por un momento, observando cómo la pareja se
abría paso entre la multitud, y luego se volvió y levantó una ceja mientras me miraba
con exasperación.
Me limité a sonreír y me acerqué, deslizando mi mano dentro de su chaqueta
deportiva negra.
—¿Por qué estás aquí?
Se inclinó y presionó sus labios contra los míos.
—Para besar a mi novia. —Su lengua se deslizó por mis labios separados, y
luego me envolvió en sus brazos y profundizó el beso, reclamándome ahí mismo en
medio de la fiesta.
Mi magia cobró vida, hormigueando por todas partes mientras me apretaba
contra él, y mi cuerpo se calentaba hasta niveles explosivos.
Me abrazó con más fuerza, casi aplastándome contra él en una deliciosa
muestra de posesión.
—Jesús, Mati —gruñó cuando su mano encontró la raja de mi falda. Sus
dedos se clavaron en mi cadera desnuda, apenas manteniendo el control—. Este
vestido debería ser ilegal.
Me aparté y le tomé la mano.
—Por aquí. —Era imprudente y completamente escandaloso, pero Janie y
Chad estaban en medio de la habitación, ambos absortos el uno en el otro, y lo
único en lo que podía pensar era en tocar la piel desnuda de Vaughn, y eso
significaba que necesitábamos un poco de privacidad.
—¿Mati? —preguntó Vaughn.
Le sujeté con fuerza los dedos y lo llevé a la parte trasera de la casa, a una
habitación oscura llena de libros. Era una pequeña biblioteca, probablemente
utilizada por el consejero residente.
—Perfecto.
Los ojos de Vaughn se iluminaron con comprensión, y sin decir una palabra,
me levantó, me hizo girar y reclamó mis labios en un beso de castigo mientras mi
espalda chocaba con la puerta cerrada.
Lo rodeé con las piernas y me dejé llevar por la magia que corría por mis
venas.
Me apretó las caderas, con su dura polla presionando mi centro, y dejé
escapar un pequeño gemido de placer.
—Ha pasado demasiado tiempo —dijo en mi cuello y mordió la sensible piel
de mi garganta.
—Vaughn... —Mi cuerpo se estremeció de necesidad contra él.
—Dime que me deseas, Matisse. —Se retiró, con sus ojos calientes de
lujuria—. Dime que no se trata solo de la magia.
Respiré entre jadeos cortos y necesitados
—¿Qué?
—Dime que te vuelvo loca, de la misma manera que me estoy volviendo loco
con la necesidad de estar dentro de ti.
Lentamente, le quité la chaqueta de los hombros y vi cómo caía al suelo.
Luego, todavía pegada a la puerta, levanté su camiseta negra y pasé mis dedos por
su pecho bien definido, dejando un rastro de luz brillante.
—¿Ves esto?
Él me miró fijamente a los ojos.
—Sí.
—Esto solo ocurre cuando pierdo el control. ¿Te necesito? Sí. ¿Te necesito
dentro de mí? Dios, sí. Y cuanto antes, mejor. —Dejé caer mis manos hasta el botón
de sus pantalones, lo miré fijamente a los ojos y le dije—: Te quiero. Ahora.
La mirada de Vaughn se posó en mis labios mientras ambos permanecíamos
suspendidos en el momento, con mis palabras suspendidas entre nosotros.
Entonces, desabroché el botón de sus pantalones y sus labios se posaron sobre mí,
reclamándome una vez más, alimentando el hambre que nos poseía a los dos.
Su boca estaba en todas partes. Mis labios, mi mandíbula, mi cuello, mi
pecho. Y entonces su mano me agarró la cadera, bajando lentamente la correa de
mi tanga. Estaba completamente atrapada por él.
Entonces la magia se concentró en mi muñeca, se calentó y arrastró toda la
magia que chispeaba entre nosotros directamente al amuleto.
—¿Qué...?
Mi mundo se volvió negro y todo lo que vi fue oscuridad.
El ruido y el parloteo llenaron mis sentidos, seguidos por el lento
desvanecimiento de la oscuridad hacia la luz. Mis pies cayeron al suelo y retrocedí
un par de pasos, tratando de recuperar el equilibrio. Me agarré al brazo de Vaughn,
no, no a Vaughn, a un desconocido y dejé escapar un pequeño grito.
El tipo se rio.
—¿Primera vez en una fiesta de convivencia2?
Parpadeé y mis ojos por fin se enfocaron. Estaba de vuelta en el salón de
baile principal rodeada de gente y de la luz de las velas.
—Eh, sí. ¿Es normal el teletransporte?
—¿Para la hermandad de brujas? Sí. Se supone que es la forma en que
todos se conocen. Pero parece que has estado en medio de algo. —Pasó su mirada
por encima de mí y sonrió.
Le envié una mirada plana mientras me enderezaba el vestido.
—Qué curioso.
—Soy Rave, por cierto —dijo, extendiendo la mano.
—Lo siento, Rave. Me voy. —Y sin mirar atrás, me desvié entre la multitud,
buscando a Janie. Ella había estado en el centro de la sala la última vez que la
había visto. Pero ahora no estaba. Chad estaba allí, mirando a su alrededor,
ignorando a la estudiante que intentaba desesperadamente llamar su atención.
—¡Chad!
Le llamé.
Se dio la vuelta, cruzamos miradas y se acercó a mí. La alumna se puso
delante de él y lo detuvo. Él levantó la vista, claramente frustrado por la distracción.
—Pero es una fiesta de convivencia, Chad. Se supone que debes mezclarte
con todas las hermanas. —La oí decir con la combinación justa de burla y censura—
. ¿Qué voy a poner en mi informe?
2
Mixer party en inglés. Fiesta casual donde los asistentes se reúnen para promover la sociabilidad y
actividades comunales.
—¿Informe? —Pregunté a nadie en particular.
Una chica a mi lado soltó una risita.
—En la próxima reunión de la casa se espera que todos demos un informe
de a quiénes hemos conocido. Esa es la presidenta social. Si no consigue nombres,
habrá un infierno que pagar.
Por Dios. ¿Las brujas se ofrecieron para esto? Estaba dispuesta a admitir
que las decoraciones mágicas eran geniales y que era agradable socializar con
gente de la que no tenías que esconderte, pero esto era llevar las cosas demasiado
lejos.
La mirada de Chad se encontró con la mía. Abrió los ojos y dio un pequeño
movimiento de cabeza, prácticamente rogando que fuera a salvarlo. Sin ver aún a
Janie, cuadré los hombros y me interpuse entre la alumna y Chad.
—Perdona, pero ¿me lo prestas un segundo? —le pregunté a la chica, que
no paraba de hablar de un trabajo trimestral que acababa de escribir.
—¿Qué? Quiero decir, yo y... ah... ¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Es Chad —dije—. Y realmente necesito hablar con él un momento. Lo
traeré enseguida. —Colocando mi mano sobre el antebrazo de Chad, lo arrastré
hacia la parte trasera de la casa donde había un poco más de silencio.
—¿Has visto a Janie?
—Eso es lo que iba a preguntarte. Ella no... Quiero decir, este tipo de cosas
la hacen sentir muy incómoda.
—Sí. Lo sé. —Mierda. ¿Dónde estaba ella?—. Bien, separémonos. Tenemos
que encontrarla.
Frunció el ceño, escudriñando la habitación
—Estoy seguro de que ella...
Había dejado de escuchar. Vaughn acababa de salir de la parte trasera de la
casa, con una chica alta de pelo negro pegada a él. Una bola de celos se formó en
mi pecho y tuve que evitar gruñir en su dirección.
Los celos eran una emoción con la que no estaba familiarizada. Era feo y
nublaba mis sentidos.
—Disculpa —le dije a Chad y me dirigí hacia Vaughn, que se dirigía en mi
dirección.
—¿Seguro que no quieres volver a la oficina? —La puta le pasó la punta de
un dedo por el brazo—. Era tan privado allí.
Vaughn le agarró la muñeca y le quitó físicamente el dedo del brazo.
—Lo siento. Estoy tomado3.
Mi monstruo de los celos se desvaneció al ver que sus ojos se abrieron de
par en par por la sorpresa. Probablemente nunca había sido rechazada tan
descaradamente.
—¿Qué demonios ha pasado? —Me preguntó Vaughn cuando me detuve a
su lado.
Levanté la pulsera.
—Magia de convivencia. Cada diez minutos debemos conocer a alguien
nuevo. A la fuerza, aparentemente.
Entrecerró los ojos y entonces agarró la pulsera y tiró de ella, rompiéndola
con un rápido movimiento. Los brillantes amuletos de los copos de nieve cayeron al
suelo. Inclinándose, me atrajo hacia él y susurró
—Mi corazón casi se detuvo por completo cuando desapareciste así...
desvaneciéndote ante mis ojos.
Como cazador de demonios íncubos, estaba acostumbrado a caminar entre
mundos. Cuando la gente desaparecía podía ser literalmente a otra dimensión.
—A mí tampoco me gusta —dije—. Y nada me gustaría más que irme ahora
mismo, pero tengo que encontrar a Janie. Fue atacada por unos demonios a
principios de esta semana y necesito asegurarme de que está a salvo.
—¿Demonios? Pero entonces por qué estábamos...
—Estaba con Chad. —Saludé a su casi-novio—. No tenía ni idea de que las
joyas se deletrearan para teletransportarse.
Asintió con la cabeza y miró alrededor de la habitación.
—No la veo.
—Yo tampoco. ¿Nos separamos?
—Claro. ¿Nos mensajeamos cuando la veamos?
3
Hace referencia a que tiene pareja, no a que este bebido/alcoholizado.
Asentí con la cabeza, le di un beso rápido y me fui para que Chad se enterara
del plan. Luego me dirigí hacia la gran escalera, que conducía al segundo piso. Un
gigantesco árbol de Navidad se alzaba en lo alto. Al acercarme, me di cuenta de
que todos los adornos, desde las palomas que revoloteaban hasta los renos que
corrían y las velas que parpadeaban, estaban animados con magia. Era un
impresionante despliegue de brujería. Y llamó mi atención. Me detuve a mitad de
camino, fascinada por el poder que irradiaba el árbol. Todos los pensamientos
volaron de mi cabeza mientras miraba al reno corriendo en su lugar. El hechizo era
una pieza mágica perfecta. Sin pensarlo, me acerqué a uno, necesitando tocarlo.
—¡Mati! —Vaughn llamó detrás de mí y me agarró la mano antes de que
pudiera coger el reno—. Es un hechizo de desviación. No lo toques.
—¿Qué? —Estaba desorientada, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
—La magia utilizada en el árbol. Está diseñada para evitar que alguien pase
por delante de él. Probablemente para mantener a la gente fuera de las
habitaciones.
—¿Eh? —Dije tratando de digerir lo que había dicho.
—Mati —dijo de nuevo—. Despierta.
La niebla se despejó y me sacudí mientras la magia intentaba apoderarse de
mí de nuevo. Vaughn puso su mano en mi cintura. Su toque me ancló y todo se
detuvo. El árbol era repentinamente mundano. Ninguno de los adornos se movía y
era como cualquier otro árbol excesivamente decorado.
—Vaya —dije—. ¿Estás bloqueando su magia?
Negó con la cabeza.
—No. Tú lo estás haciendo. Sólo te estoy prestando fuerza.
Maldita sea. Era más débil de lo que pensaba.
—Gracias. Vamos. Janie tiene que estar aquí en alguna parte. —Estaba claro
que no iba a ser capaz de buscar en el segundo piso sin él, teniendo en cuenta el
árbol repelente, pero si estaba haciendo su trabajo, no tardaría en echar un vistazo.
Miré por encima del hombro a la fiesta, escudriñando de nuevo antes de doblar la
esquina hacia el ala izquierda. Ni Chad ni Janie estaban en ninguna parte. Maldita
sea.
Hicimos una rápida comprobación de las habitaciones vacías y, justo cuando
entramos en el ala derecha, vislumbré el vestido de seda rojo que le había prestado
a Janie desapareciendo por una esquina.
—Vamos —le dije a Vaughn.
Corrimos y, en cuanto doblamos la esquina, me detuve bruscamente. Allí
mismo, frente a nosotros, estaba Janie apretada contra la pared, con las piernas
rodeando a Chase, el otro cazador de demonios incubo.
—¿Janie? —Dije tentativamente.
Chase tenía una mano bajo la falda y la otra apoyada en la pared. Una oleada
tras otra de su energía sexual se abalanzó sobre mí, haciéndome mover con
inquietud.
—¡Janie! —Volví a llamar, insistente esta vez. No me reconoció en absoluto.
—¿Debemos irnos? —Preguntó Vaughn en voz baja.
—No. Todo esto está mal. Ella tiene algo con Chad. No este... íncubo.
La ceja de Vaughn se levantó con curiosidad. Luego frunció el ceño.
—Mierda. Está bajo su hechizo.
—¿Chase? —Pregunté.
Al no responder, Vaughn dejó escapar un fuerte suspiro y agarró a Chase por
el bíceps, apartándolo de Janie.
—Amigo. Ya está bien.
Chase soltó a Janie sin miramientos y, sin previo aviso, giró y golpeó a
Vaughn en el estómago.
—Oomph —resopló Vaughn mientras se doblaba.
Chase se situó junto a él, esperando a que se recuperara, preparado para la
pelea que se avecinaba.
Dejé escapar un fuerte jadeo y me tapé la boca con la mano, horrorizada por
lo que veía.
Chase, el cazador de demonios, estaba de pie ante mí, sus ojos brillando en
rojo... una señal segura de que estaba poseído por un demonio.
—¡Janie! Muévete —grité mientras extendía ambas manos frente a mí, con
la magia crepitando en las yemas de los dedos. Era un poder incontrolado y crudo.
Probablemente sólo aturdiría a Chase y al demonio, pero si golpeaba a Janie,
estaría frita.
—¿Qué haces aquí? —Janie se puso de pie, con la cabeza alta—. Te estás
entrometiendo, Mati. Vete. Ahora. —Su tono era seguro y dominante, nada que ver
con la chica a la que había ayudado a prepararse para la fiesta.
Vaughn se enderezó justo a tiempo para que Chase le diera un golpe seco.
Observé con horror cómo su cabeza retrocedía y se estrellaba contra la pared de
yeso.
—¡Vaughn! —Grité mientras me lanzaba sobre Chase, haciéndonos caer a
los dos. Aterricé encima de él, con una mano agarrando su oreja mientras la otra
tenía agarrado uno de sus brazos. Mi magia eléctrica se encendió y salió disparada
hacia él. Sólo que en lugar de aullar de dolor como había previsto, soltó un gemido
bajo y se arqueó ante mi contacto, deleitándose con mi magia.
—Hmm —dijo, envolviendo sus brazos alrededor de mí y rodando hasta que
quedé inmovilizada debajo de él—. No eres la inocente que esperaba, pero maldita
sea si no eres deliciosa. Una bruja del sexo que se rasga con la necesidad. Podría...
—Zas. La empuñadura de la daga de Vaughn rebotó en la cabeza de Chase,
haciéndolo caer de lado, pero no me soltó.
Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa y luego por la rabia.
Sujetando mi brazo con una mano, se puso en pie de un salto y me hizo girar delante
de él, utilizándome como escudo.
—Vas a pagar por eso, Paxton —le dijo a Vaughn.
—Suéltala, Chase, y resolveremos esto de una vez por todas.
Había utilizado toda mi magia para intentar dejar inconsciente a Chase, y
ahora mis piernas se tambaleaban y apenas me sostenían. Necesitaba hacer algo,
lo que fuera, para contraatacar. El odio y la frustración surgieron desde lo más
profundo de mis entrañas. No era una bruja débil. No cuando se trataba de magia o
defensa personal. Este demonio podría volver directamente al infierno antes de
dejar que se apoderara de mí.
El demonio se rio ante las palabras de Vaughn.
—Ella viene conmigo. También el ángel. Las dos juntas. ─Tarareó como si
una de las dos lo estuviera complaciendo allí mismo─. Traviesa y buena para la
mañana de Navidad.
Oh, a la mierda. Mi poder puede haber sido MIA4, pero mi puño no. Nadie
podía hablar de mí de esa manera. Mientras el demonio giraba contra mí, simulando
su fantasía, eché la cabeza hacia atrás, oí el satisfactorio crujido de su nariz y me
acerqué a su entrepierna, cogiendo sus pelotas con la mano y apretando con todo
lo que tenía.
Janie gritó y me abordó, mientras Chase aullaba obscenidades y caía de
rodillas.
—¡Janie! —La agarré de las muñecas, intentando evitar que me arañara la
cara—. Has sido hechizada. Chase está poseído por un demonio.
Sus ojos desorbitados se entrecerraron mientras me estudiaba. Por un
momento, pensé que había llegado a ella.
Pero entonces Chase dijo.
—Janie, no creas nada de lo que dicen. Tú eres mía y yo soy tuyo.
Su magia de íncubo se filtró sobre nosotros, haciendo que mi piel se erizara
con una viscosa mancha demoníaca.
La mirada de Janie se fijó en la suya, y entonces me dio un rodillazo en el
estómago antes de luchar por zafarse de mis garras. Me tambaleé tras ella mientras
Vaughn tiraba de Chase por el cuello, y la pareja se puso en modo de batalla total.
Janie se detuvo a unos metros de ellos, claramente insegura de qué hacer a
continuación.
Vaughn y Chase se enfrentaban golpe a golpe, aunque tenía la sensación de
que Vaughn se estaba conteniendo un poco, sabiendo que Chase estaba poseído
y no era un demonio de verdad. Pero también sabía que haría lo necesario para
acabar con el demonio.
—¿Janie? —Lo intenté de nuevo, extendiendo mi mano hacia ella—. No
dejes que la magia te confunda.
Me miró, con las cejas fruncidas. Sacudió la cabeza y pareció estudiar a
Vaughn y Chase, con los ojos nublados por las preguntas.
4
MIA sigla en inglés para Missed In Action. Perdido en Acción.
—Busca en tu interior tu propia fuerza. Confía en tus instintos. ¿Realmente
estarías aquí arriba con Chase cuando Chad te está esperando abajo?
Miró entre mí y los cazadores de demonios que luchaban a unos metros de
distancia. Entonces, como si se hubiera levantado un velo, su expresión se
transformó en una de pura conmoción y horror. Una mano se levantó y cubrió su
boca abierta mientras sacudía la cabeza con incredulidad.
—No pasa nada. Te han hechizado. —Me acerqué un paso más a ella,
sabiendo que si Chase expulsaba más magia de íncubo, volvería a estar como
antes, bajo su hechizo demoníaco—. Toma mi mano. No pasa nada. Te lo prometo.
Era demasiado nueva en el mundo de los íncubos y los demonios, y como
aprendiz aún no sabía cómo desviar una magia tan poderosa, pero si estábamos
conectadas, podría mantenerla con los pies en la tierra. Nuestros dedos se tocaron
y su columna se enderezó mientras se erguía y miraba a Chase.
—Animal. —Su voz era baja y controlada—. ¿Cómo te atreves a maltratarme
de esa manera? ─Tiró del vestido rojo, intentando bajar el dobladillo para cubrirse
más.
Chase se detuvo un segundo y la miró con una mirada de pura lujuria,
evidentemente, completamente cautivado por su virginidad.
Vaughn aprovechó la oportunidad para darle una patada en el pecho,
haciéndole retroceder unos tres metros.
Rodeé a Janie con un brazo y la dirigí hacia la puerta.
—Voy a sacarla de aquí —le dije a Vaughn—. Vuelvo enseguida.
Ya se cernía sobre Chase, con las ataduras de cremallera en la mano, listo
para sujetar al demonio. Las ataduras eran mágicas, así que Chase tendría que
compartir su cuerpo con el demonio durante un tiempo más hasta que la Hermandad
–los cazadores de demonios– pudieran expulsar al demonio y enviarlo de vuelta al
Infierno.
Janie dejó escapar un pequeño jadeo, se llevó la mano al pecho y dijo.
—No, otra vez no.
Y entonces su cuerpo se desvaneció y desapareció en el aire.
—¡No! ¡Janie! —Maldita sea. Me había olvidado de los encantos y del hechizo
de convivencia.
Me giré, encontrando a Vaughn rodeando a Chase. El otro íncubo estaba
desmayado, con su tez oscura pastosa.
—¿Qué ha pasado? —Le pregunté a Vaughn.
—El demonio huyó al mismo tiempo que Janie desapareció. —Se agachó
junto a Chase y me miró con expresión de preocupación—. Ve tras ella. Tengo que
llevarlo a la Hermandad lo antes posible o podría no despertar.
El contenido de mi estómago se revolvió con ansiedad.
—¿No se despierta?
—Son los efectos de la posesión. Necesita el colectivo para recuperar sus
fuerzas. No hay tiempo para esperar a que se reúnan aquí. —Vaughn agarró la
parte superior del cuerpo de Chase y lo arrastró sobre su hombro.
—Lo llevaré a través de las sombras y volveré enseguida. Tienes que darte
prisa y encontrar a Janie. El demonio no se va a rendir tan fácilmente.
Ni siquiera esperé a ver cómo Vaughn se deslizaba en el mundo de las
sombras, el mundo entre el nuestro y el infierno, un lugar que permitía salir de un
punto y reaparecer en otro. Estaría de vuelta en la mansión de la Hermandad en
segundos. Y, con suerte, volvería a mí poco después. Pero no tenía tiempo para
esperarlo.
Janie era vulnerable.
Salí disparada de la habitación y me dirigí por el pasillo hacia el mágico árbol
de Navidad. Los adornos fueron animados de nuevo y el deseo de detenerme a
admirar el gigantesco abeto5 de Douglas era casi abrumador.
Lo único rescatable era el pánico que se arremolinaba en mi pecho por Janie.
Todavía no tenía las habilidades necesarias para protegerse de un demonio, y la
idea de que su alma estuviera en peligro me ponía físicamente enferma. Tenía que
llegar hasta ella.
Una vez que bajé las escaleras, la energía sexual de la enorme sala se
mezcló con una pequeña chispa de mi magia, fortaleciéndome lo suficiente para
seguir adelante.
Cuando esto termine, Vaughn y yo íbamos a tener una gran noche en el
dormitorio.
Al final de las escaleras me detuve un momento, examinando la multitud en
busca de mi vestido rojo.
Allí estaba. Con Chad junto a los refrescos. Dejé escapar un pequeño suspiro
de alivio y di un paso en su dirección.
—Disculpe, jovencita —dijo una mujer que llevaba un vestido de terciopelo
verde, guantes blancos y una gargantilla de diamantes en forma de copos de
nieve—. ¿Dónde está su amuleto de copo de nieve?
La impresionante cantidad de magia que irradiaba la mujer mayor casi me
hace caer de culo. Sin duda era la bruja detrás de toda la magia que adornaba la
casa.
—No recibí ninguno. —No hace falta decirle que lo rompí y lo dejé en medio
de la pista de baile.
Ella entrecerró los ojos y agarró mi muñeca. Callándome, negó con la cabeza.
—No intente jugar conmigo, señorita Ballintine. —Chasqueó los dedos y el
brazalete apareció en su mano—. Póngaselo de nuevo.
Sacudí la cabeza.
5
Abeto: Árbol de tronco alto y recto, corteza lisa y blanquecina, copa en forma de cono con ramas
horizontales, hojas perennes estrechas y fruto en forma de piña. El abeto es el clásico árbol de navidad.
—Estoy aquí por asuntos oficiales del Consejo de Ángeles, no para participar
en su club social.
—Sé por qué está aquí. —Hizo un gesto con la mano sobre el brazalete. Los
diamantes brillaron, luego la joya de plata voló de su mano y se envolvió alrededor
de mi muñeca, volviéndose a unir por arte de magia—. Es imperativo que parezca
seguir nuestras normas para la seguridad de todos. No puedo permitir que destaque
entre mis chicas.
—Pero...
Levantó una mano.
—He neutralizado el brazalete. Tu hermana y yo nos hemos reunido hoy y
hemos llegado a un acuerdo sobre tu futuro en esta universidad. Ve a verme
después de la fiesta para que podamos discutir los detalles.
Se marchó sin esperar mi respuesta.
—Genial —murmuré y me dirigí hacia Janie y Chad. ¿Ahora a qué me había
apuntado Chessa? Trabajar para mi hermana líder del Consejo de Ángeles se
estaba convirtiendo en un dolor en el culo de grado A.
—¿Janie? —Dije, de pie detrás de ella.
—Está bien —dijo Chad, sin mirarme. Su voz era más baja, rasposa, como
si estuviera resfriado.
Fruncí el ceño.
—¿Chad?
Levantó la vista, con los ojos oscuros e irritados.
—Janie ha tenido una noche difícil. La llevo a casa.
Lo que debería haber sido protector resultó agresivo y autoritario. Mi alarma
se disparó. En lugar de desafiarlo allí mismo, en medio de la fiesta, decidí optar por
un enfoque más sutil.
—Es muy amable de tu parte. Pero ella se queda en mi casa, así que no te
preocupes. Estará bien. —Puse una mano en su hombro—. Janie, ¿lista para irnos?
Me miró por encima del hombro, con los ojos muy abiertos por el miedo.
—Sí. —La palabra fue apenas audible y con su postura rígida, supe que
había algo más en su reacción que lo que había sucedido en el piso de arriba.
—He dicho que te llevaré —dijo Chad, con un tono imponente mientras la
agarraba del brazo y tiraba de ella hacia la puerta. Ella tropezó y casi se cae de
bruces, pero él la mantuvo erguida, prácticamente arrastrándola hacia la puerta.
—¡Whoa! —grité, corriendo tras ellos.
Chad asintió al estudiante a cargo de la puerta mientras desaparecían fuera.
Una estudiante de primer año riéndose y su cita se cruzaron en mi camino.
—¡Mierda! —Me desvié, pero aun así me las arreglé para golpear el brazo de
la chica, derramando el contenido de su vaso rojo por todo mi vestido plateado. El
fuerte hedor del ron impregnaba mis sentidos.
—¡Oye! —La chica se giró, frunciendo el ceño con disgusto—. Cuidado.
La fulminé con la mirada, pero seguí avanzando. No sabía qué pasaba con
Chad, pero de ninguna manera iba a dejar que Janie entrara en su auto.
Irrumpí por la puerta de entrada y al instante me estremecí por el aire frío.
—¡Janie! —llamé, ignorando el viento que me helaba hasta los huesos.
—¡Mati! —La oí llamar desde las sombras del gran roble a la derecha—. Por
aquí.
Corrí a toda velocidad. A menos de tres metros los vi.
Y el terror se apoderó de mí. Una franja de luz naranja pálido brillaba desde
un portal parcialmente abierto justo al lado del árbol. Chad estaba concentrado en
abrirlo, cantando un hechizo que no reconocí, mientras mantenía un férreo agarre
en la muñeca de Janie. Ella luchaba, tirando y pateando, tratando infructuosamente
de escapar de su agarre, pero él era demasiado fuerte.
Demonio fuerte.
¡Maldita sea! El demonio no se había ido. Estaba saltando dentro de
cualquiera que hablara con Janie para llegar a ella. La única manera de deshacerse
de él era llevarlo al mundo de las sombras y obligarlo a volver al infierno yo misma.
No era lo suficientemente fuerte. Lo sabía. No había recargado en semanas.
Pero si no lo intentaba, Janie sería llevada al Infierno, donde quedaría atrapada, y
como ángel caería, se convertiría en un demonio y nunca empezaría a vivir la vida
para la que estaba destinada. No podía dejar que eso sucediera.
—¡Chad! —grité mientras me lanzaba entre ellos, utilizando el peso de mi
cuerpo para romper su conexión.
Janie se desplomó sobre el abundante césped, pero inmediatamente empezó
a retroceder.
Chad, de alguna manera, se las arregló para mantenerse en pie, pero se
cernió sobre mí, con la cara contorsionada por la rabia.
—Perra irritante. Si no estuvieras corrompida, te llevaría a ti en su lugar.
¿Corrompida? ¿Qué diablos significaba eso?
—Parece que es mi día de suerte entonces. Lástima que no pueda decir lo
mismo de ti.
Dejó escapar una carcajada siniestra y extendió la mano, agarrándome por
el cuello. Janie lanzó un grito de alarma detrás de mí.
La magia se enroscó y chispeó en mis palmas, pero cuando rodeé su brazo
con las manos, dispuesta a desatar lo peor de mí, la magia se desvaneció y me dejó
vacía.
Chad ladeó la cabeza y luego se rió.
—¿Esto es lo que han enviado para acabar conmigo? Patético.
Eso sí que me enojó. Mi magia estaba ahí. Podía sentirla agitándose dentro
de mí, pero por alguna razón no salía a la superficie. ¿Estábamos en una zona
muerta? ¿Una emitida por el consejo de brujas para mantener a las brujas a raya?
Era posible. Estábamos en la propiedad de la universidad.
—Vete a la mierda. —Forcé las palabras a pesar de que su mano intentaba
aplastar mi garganta y luego pateé con todo lo que tenía. Mi pie aterrizó en medio
de su pecho, haciéndole retroceder y dirigirse directamente hacia el portal abierto.
Y llevándome a mí con él.
El calor abrasador que irradiaba el portal me decía que nos dirigíamos
directamente al infierno. El pánico se apoderó de mi cerebro, y por un momento no
hice nada. Solo aguanté mientras caíamos a través de la abertura en lo que parecía
cámara lenta.
Entonces mi reflejo de lucha entró en acción y me concentré. En mi mente,
imaginé el gran cuartel general anterior a la guerra de los cazadores de demonios.
El único lugar al que el demonio nunca elegiría ir. Pero mientras se aferrará a mí,
yo tenía el control de su destino. Puede que mi magia no esté al cien por ciento,
pero no hay nada malo con mis habilidades para caminar en la sombra.
En cuanto llegamos al portal, el calor se desvaneció y fue sustituido por una
niebla fría. Los dos nos estrellamos en las sombras en una zona desierta sin nada
distinguible en los alrededores. Sólo la monotonía de la nada. No tenía idea de
dónde estábamos.
Mi corazón empezó a martillear en mi pecho. Una vez había acabado en un
lugar desolado en el que había quedado atrapada, esperando que alguien,
cualquiera, me rescatara porque mi magia me había fallado.
—¿Dónde diablos estamos? —Chad gruñó y se puso de pie de un salto,
acercándose a mí.
Pero fui demasiado rápida. Me desplacé hacia la izquierda y lo rodeé.
—No en el infierno.
Giró, con los puños cerrados en evidente frustración. Bien. Mientras estuviera
concentrado en mí, no volvería a buscar a Janie. Mi magia empezó a burbujear
dentro de mí de la forma en que solía hacerlo cuando caminaba en la sombra, y casi
sonreí de alivio. Esto no se parecía en nada a cuando había estado antes en el
mundo del vacío. Sólo estaba en una parte desierta de las sombras.
Podía intentar irme por mi cuenta de regreso a la universidad, pero si el
demonio tenía alguna habilidad, simplemente me seguiría. No. Realmente no podía
irme hasta que consiguiera expulsar al demonio del cuerpo de Chad, enviarlo de
vuelta a donde pertenece, y luego tendría que arreglármelas para traer a Chad de
regreso a nuestro mundo.
¿Pero cómo podría separar al demonio del hombre? ¿Magia? No sin herir a
Chad. Pero eso era mejor que dejar que el demonio se quedara con su cuerpo.
Cerrando las manos en puños, busqué en mi interior la chispa mágica, y luego
pensé en Vaughn. Imaginé la última vez que habíamos estado juntos. Me permití
experimentar el recuerdo de su tacto, el hormigueo de magia que siempre se
formaba cuando nos conectábamos. Y luego la forma en que me sentía cuando me
amaba.
La magia surgía caliente y brillante desde las profundidades de mi interior y
se esforzaba por ser liberada.
—Oye, demonio —lo llamé.
Sus ojos brillaron rojos de odio.
—Sucia bruja.
—Puede que sea sucia, pero al menos no soy una imbécil apestosa y
desalmada que tiene que robar ángeles para conseguir una cita.
Resopló como si mi insulto fuera patético.
Tal vez lo era, pero me divertía y eso era todo lo que importaba.
—Sal del cuerpo de Chad. Ahora.
—¿O qué? —Levantó una ceja con indiferencia.
—O esto. —Extendí las manos y dejé volar un torrente de magia. Al contacto,
el cuerpo de Chad se convulsionó en el lugar, incapaz de moverse o incluso de caer
al suelo. Se mantenía erguido gracias a la corriente eléctrica de mi magia.
Después de un momento, corté el flujo de energía, sin querer dañar
demasiado a Chad. Esperaba que cayera al suelo, pero el demonio era demasiado
fuerte.
Miró a su alrededor con desesperación, luego se detuvo y se quedó allí, con
el ceño fruncido por la concentración. Entonces soltó un rugido.
—¿Dónde estamos?
Me encogí de hombros, observándolo atentamente.
—No estoy segura.
Se dio la vuelta y vino directo hacia mí. Su alta estructura de dos metros se
alzaba sobre mí mientras sus ojos rojos demoníacos me perforaban.
Era el momento. Ahora o nunca. O salvaba a Chad o.… no quería ni pensar
en la alternativa. Me preparé, sabiendo que si corría sería inútil. Este tipo era un
atleta, y aunque acababa de intentar freírlo, el demonio que lo poseía estaba
demasiado lleno de su propio tipo de magia.
No podía competir con eso. No físicamente. Respiré profundamente,
aproveché mi magia interior y canté:
—Seperatur. Seperatur. Seperatur.
Mis manos conectaron con los hombros de la estrella del fútbol justo cuando
me agarró del pelo y tiró de él. El dolor me recorrió la espalda mientras me retorcía,
tratando de liberar la presión. Pero él sólo tiró más fuerte mientras me daba un
rodillazo en el estómago. Con fuerza.
El aire salió de mis pulmones, dejándome sin aliento. Todo dolía. Mi cabeza,
mi cuello, mi espalda, mi torso. Pero se necesitaría más que eso para derribarme.
En lugar de concentrarme en el dolor, me concentré en el buen chico que había
conocido más temprano en la noche. El que había sido tan protector con Janie. El
que le había sonreído y tomado su mano entre las suyas. El chico dulce que ella se
merecía.
Chad.
Mi magia pulsaba bajo mi piel, calentándose con el propósito. Así funcionaba
la magia de las brujas. Uno alimenta la magia con un propósito. Para la mayoría de
las cosas, si una bruja es lo suficientemente fuerte, se concentra lo suficiente, ni
siquiera necesita un hechizo o una posesión. Aunque esas cosas ciertamente
hacían más fácil lograr el objetivo. Esta vez no. Iba a acabar con él por pura
voluntad.
—Seperatur —dije de nuevo, forzando todo el poder que pude en la palabra.
Apareció una luz roja que cubrió la piel de Chad y sus ojos se abrieron. Un
aullido salió de sus pulmones y se balanceó, golpeándome en el pómulo, pero
apenas lo sentí por la magia que me recorría.
Estaba completamente conectada a Chad a través del demonio, y sabía sin
duda que, si podía aguantar lo suficiente, podríamos obligar al monstruo a salir de
él. Todo lo que tenía que hacer era mantener una conexión física. Pero eso se hacía
cada vez más difícil con cada segundo.
El demonio que llevaba dentro se agitaba salvajemente, con sus miembros
sacudiéndose y arremetiendo. ¡Bam! Otro golpe. Este en mi hombro. Me tambaleé
hacia un lado y apenas me recuperé antes de que otro golpe me alcanzara en el
riñón. Me tambaleé hacia delante, el golpe casi me hizo caer de rodillas.
No sobreviviría a esto por mucho más tiempo. Mis fuerzas y mi magia estaban
disminuyendo. Tenía dos opciones: hacer un último esfuerzo para salvar a Chad o
marcharme.
Los ojos enamorados de Janie pasaron por mi mente, seguidos por el horrible
conocimiento de que, si el cuerpo de Chad era llevado al Infierno, nunca se salvaría.
Ya había decidido.
Consiguiendo el equilibrio, me apoyé en las puntas de los pies, esquivé un
golpe más y luego arremetí. Mi cuerpo chocó con toda la fuerza de Chad y ambos
caímos en un montón de extremidades. Me pegué a él y desaté toda mi magia,
imaginando a Chad libre del demonio y tumbado debajo de mí.
El demonio gritó de agonía y rodó, pero yo me aferré, con mis uñas clavadas
en la piel de Chad. La luz roja que lo cubría creció hasta rodearnos a los dos. Y
entonces, con un último grito miserable, Chad se desplomó sobre mí.
El mundo de las sombras quedó en completo silencio. Mi plan había
funcionado. Tenía que funcionar. La luz había desaparecido y la piel de Chad estaba
húmeda de sudor. Su cuerpo estaba en estado de shock, como era de esperar tras
una invasión demoníaca.
Pero, ¿dónde estaba el demonio? Puse ambas manos en el pecho de Chad
y lo empujé.
Y parado justo encima de mí, en toda su gloria de piel roja, estaba el demonio
de dientes negros, con fuego subiendo por sus brazos.
¡Mierda!
—Me atrapaste aquí, perra. Abre un portal o algo. No me quedaré aquí. Algo
en este lugar hace que sea muy difícil pensar.
Corrí hacia Chad, preparada para que la sombra nos llevara fuera de allí,
pero tan pronto como me dejé caer a su lado, se abrió un portal y entraron media
docena de cazadores de demonios, Vaughn a la cabeza.
No pude evitar que el grito escapara de mis labios. Pero fue innecesario.
Vaughn fue demasiado rápido con su daga. Voló y aterrizó en el pecho del demonio.
El fuego ardió con más fuerza y luego se apagó, dejando solo un montón de
dagas y cenizas.
Asentí.
— Estaba poseyendo a Chad, pero sí. Tuve que obligarlo a salir del cuerpo
de Chad antes de que pudiera acompañarnos de regreso, pero parece que no
hubiéramos podido irnos de todos modos. —Una oleada de miedo me recorrió el
cuerpo. ¿Y si nunca hubieran aparecido? Ahora sería ceniza en lugar del demonio.
Vaughn miró a Chad. —Ahora está despierto. —Tomó mi mano entre la suya
y tiró de mí hacia el lado de Chad.
Una punzada de culpa se estrelló contra mí. —Perdón. Estabas poseído por
un demonio, y tuve que luchar contigo antes de poder sacarlo de tu cuerpo.
—Mierda.
Miré de reojo a Vaughn, pero no lo interrogué más. Todo lo que quería hacer
era salir de aquí y ver cómo estaba Janie.
—Okey.
—¿Listo?
—Gracias. —No lo dudé. No podría irme sin ella,no después de lo que acaba
de pasar. No se sabía si más demonios estaban detrás de su alma de ángel.
Me puse de pie de un salto, sin querer dejarla tener una fiesta de lástima. —
Olvídate de pensar que te besaste con un demonio. Él estaba en posesión de un
íncubo y no pudiste detener lo que fuera que sucediera allí. Y en cuanto a Chad,
está afuera esperándote.
Ella arqueó una ceja con curiosidad. —¿Puedo asumir que ha sido
eliminado?
—Ella ha decidido que será sus ojos y sus oídos. Y la mejor manera de
hacerlo sin ponerla en peligro inmediato es que se una a WΔΜ. De lo contrario, sí
parece que está investigando, se convertirá en un objetivo instantáneo. Se le
entregará un horario en su residencia mañana por la tarde. La participación en
nuestros eventos es obligatoria.
Media hora más tarde, dejé a Janie en la pequeña casa que compartía con
otro par de estudiantes de brujería. La casa estaba protegida contra fuerzas
siniestras y contaba con seguridad privada. Era el único lugar en el que estaba
segura.
―Gracias, Mati ―dijo antes de salir de mi coche―. No puedo ni pensar en
lo que habría pasado si no hubieras estado allí.
―Pero yo estaba, y también Vaughn. Eso es lo que importa ―Le sonreí―.
Y de nada. Todos hemos tenido que confiar en otros para que nos ayuden de vez
en cuando.
―Pero no así ―Sus ojos se abrieron de par en par con un horror tardío―.
¿Demonios? Eso no es normal.
―No es lo normal, pero tampoco es mi primer rodeo ―Fruncí el ceño al
verla―. Pero es algo que vas a tener que aceptar. Quiero decir, como ángel va a
ser tu trabajo salvar almas de esos mismos seres.
―Sí. ―Su tono era cauteloso, pero no podía culparla. Luchar contra los
demonios como una carrera de toda la vida apestaba. Especialmente cuando no
tenía elección en el asunto.
―Intenta no preocuparte por ello ahora. Una vez que estés entrenado y
tengas las herramientas en su lugar, no será tan aterrador. ―Bien. Ni siquiera yo
me creía.
―Buenas noches, Mati. ―Empujó la puerta y salió.
―Buenas noches, Janie. Te has visto increíble esta noche.
Me dedicó una sonrisa de medio lado y se marchó por el camino.
Una vez que estuvo a salvo dentro, dirigí el coche en dirección al barrio de
Lakeview. En quince minutos estaba llamando a la puerta de Vaughn.
―Hola, preciosa ―dijo mientras abría la puerta y me empujaba hacia dentro.
―Hola tu. ―Le rodeé con mis brazos y me fundí en su sólida estructura.
Y sin moverme de su entrada, mi íncubo me estrechó entre sus brazos y
acarició sus dedos por mi pelo repetidamente mientras me llenaba de su fuerza.
―Lo siento mucho, Mati ―susurró.
Levanté la vista hacia él. ―¿Por qué?
―Porque te quedaste a solas con ese demonio y no volví contigo lo
suficientemente pronto ―Me acomodó un mechón de mi largo cabello oscuro detrás
de la oreja―. Pero al mismo tiempo estoy muy orgulloso de ti. Te enfrentaste al
demonio y lo expulsaste de Chad. ¿Tienes idea de la fuerza interior que requiere
eso? Me sorprendes.
Mi corazón se hinchó de amor y, en lugar de responder, me puse de puntillas
y le di un suave beso en la boca.
Sus manos se ajustaron y se posaron en mis caderas, y sus dedos se
clavaron en mis costados. Aquel movimiento encendió una pequeña chispa de
deseo en mi interior y abrí la boca, acogiendo su lengua mientras él profundizaba el
beso con una pizca de desesperada necesidad.
Respondí al instante, todo mi cuerpo cobró vida bajo su contacto.
―¿Vaughn?
Su mano subió por mi costado, enviando cosquilleos de magia por todas
partes. ―¿Sí?
―Llévame a la cama.
Me miró fijamente, con los ojos llenos de deseo. ―¿Estás segura? No
quieres...
―Estoy segura. ―Apreté mis labios contra los suyos una vez más,
reclamándolos como míos. Lo quería. Lo necesitaba. Y no sólo para fortalecer mi
magia, aunque eso era un buen efecto secundario. Se trataba de la necesidad de
sentirme cerca de él después de la batalla. Necesitaba sentirme viva. Necesitaba
que supiera lo mucho que lo amaba.
Sus labios, todavía pegados a los míos, se convirtieron en una pequeña
sonrisa.
―Me alegro de oírlo. ―Luego me cogió en brazos y me llevó por el pasillo
hasta su dormitorio. Cuando llegamos, ya tenía la camisa desabrochada. Así que
cuando me bajó a mis pies, no perdí tiempo en quitársela de los hombros y dejarla
caer al suelo, seguida de su camiseta negra.
Su pecho era glorioso. Todas crestas onduladas y músculos tonificados.
Podría haber pasado felizmente el resto de la noche sólo tocándolo. Bueno, excepto
por el dolor que se intensificaba a medida que pasaba los dedos sobre él.
Retrocedí bruscamente.
Vaughn se limitó a sonreír, sabiendo lo que venía a continuación.
Levanté una ceja y miré la bragueta de sus vaqueros. ―Quítatelos.
Sus ojos no se apartaron de los míos mientras hacía lo que le decían. Los
vaqueros cayeron al suelo y luego se quedó en bóxers esperando. ―Tu turno.
Esta era mi parte favorita. Pasé un dedo por las curvas de mi escote,
manteniendo mis ojos fijos en los suyos mientras sus pupilas se dilataban de lujuria.
Luego, a cámara lenta, bajé la cremallera de mi vestido de lentejuelas plateadas.
―Si quieres que te lo quite, tendrás que hacer el resto.
Vaughn me dio la vuelta suavemente y luego sus dedos sustituyeron a los
míos en la cremallera, continuando lo que yo había empezado. Su aliento era cálido
en mi piel mientras bajaba su boca y arrastraba besos sobre mi hombro, empujando
una correa hacia abajo y luego la otra.
El vestido cayó en un montón a mis pies, dejándome sólo con mi tanga y mis
tacones.
―Sin sujetador ―dijo.
Sacudí la cabeza. ―No es práctico con mi vestido de elección.
―Jodidamente caliente, Matisse. Muy caliente. ―Sus dedos se engancharon
en la correa de mi tanga, y un segundo después estaba completamente desnuda
frente a él, con el cuerpo en llamas por su suave contacto.
Señalé sus calzoncillos. ―Fuera.
Sonrió con esa sonrisa chulesca que le gusta llevar cuando estamos juntos y
tiró de mí hacia él, colocando mis manos en la cintura.
―Haz tú los honores.
―Con mucho gusto ―Besándolo, tiré lentamente de la tela de sus caderas,
un centímetro cada vez, mientras acariciaba mi pulgar sobre su eje aterciopelado,
hasta que dejó escapar un gemido estrangulado.
―Mati ―respiró. Sus calzoncillos cayeron silenciosamente al suelo.
―Te sientes mejor que nunca ―dije rodeando su base con mi mano.
Apretó la palma de mi mano e inclinó la cabeza para rozar con sus dientes
mi pulso, exactamente como me gustaba.
Traducción Corrección
°ELKE
°KERLILU
Disfruten de su lectura.
Recuerda que esta una traducción de fans para fans, hecha sin
fines de lucro.
Apoya a la escritora comprando sus libros.
Ningún miembro del staff de Goddesses of Reading recibe una
retribución monetaria por su apoyo en esta traducción.
Pearson Security #1
CONTENIDO
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
SINOPSIS
Él tenía miedo.
El shock lo electrizó.
—De nada.
—Son las medicinas —La mujer con aspecto de abuela dio unas
palmaditas en el brazo de Gretchen—. Estás golpeada, pero te
pondrás bien. ¿Recuerdas algo del accidente de auto?
Ay Dios mío.
—¿La bebé está bien?
—¿Bebé?
—Si. Mi.… eh, hija. Kaylie. Tiene casi cuatro meses —A Gretchen se
le aceleró el corazón. ¿Kaylie se había lastimado cuando el sedán se
estrelló contra los árboles? No. Tenía que creer que la bebé estaba
bien. Gretchen no podía defraudar a Vivian, no cuando el acto final
de su hermanastra en esta tierra había sido proteger a esa dulce
niña.
Kaylie.
No me preocupo por mí, pero mi hija se merece algo mejor. Tienes
que llevártela. Por favor.
Nos iremos todas juntas, Vivian.
No hay escapatoria para mí.
No digas eso. Vamos. Vámonos.
No entiendes. Mi marido es Rand Blackthorne.
¡Blackthorne! ¿Está relacionado con...?
Es complicado, Gretch. No quiero que su apellido sea el de él. No
quiero que su legado le pertenezca a ella. Cuando él... esté distraído,
agarra a mi bebé y corre.
¿Distraído? ¿Qué está pasando?
Lleva a Kaylie a Bleed City, Nevada. Pregunta por la tía Lila. Ella
sabrá qué hacer.
Gretchen había protestado, pero Vivian palideció y susurró:
"Viene Rand". Empujó la puerta entre ellas y Gretchen oyó el clic de
la cerradura. La bonita ventana cuadrada brillaba a la luz de la luna.
Su encantadora cortina de encaje se abría en el centro, ofreciendo
una vista astillada hacia el recibidor.
—¿Señorita?
Sorprendida, Gretchen parpadeó para borrar los recuerdos y miró
al hombre que estaba en la puerta, con un gráfico en la mano. Era
alto, delgado y vestía una bata de laboratorio blanca. Tenía el pelo
castaño corto y un rostro anodino.
—¿Quién es usted?
—¿Cómo lo supo?
—¿Recuerda algo?
Girando.
Deslizando.
Golpeando.
Aturdida, había bajado la bolsa de aire y desabrochado el
cinturón de seguridad. La puerta se abrió y ella se cayó. La nieve
amargamente fría se filtró en su ropa mientras luchaba por ponerse
de pie. Desde el asiento trasero, Kaylie comenzó a llorar. La bebé
había sobrevivido al accidente.
Luego escuchó otro aullido, este más profundo, más largo, una
respuesta a la angustia de la bebé.
Cayó hacia delante, con la tierra girando bajo ella. Ese debió de
ser el momento en que perdió el conocimiento. Lo último que
recordaba era aquel espeluznante aullido y todo lo demás estaba
en blanco.
—¿Qué... hizo...?
Las risas eran la peor parte. Los chicos disfrutaban del tormento
de Gretchen. Conocían el desierto mejor que ella, así que la siguieron
a un ritmo preparado para aterrorizar. Lo suficientemente lejos como
para hacerla pensar que podría escapar, pero lo suficientemente
cerca como para que un rápido sprint les permitiera alcanzarla.
Corrió hacia las rocas, su corazón latía tan fuerte que podía sentir
su frenético latido en sus oídos y en su garganta. Patinó hasta
detenerse y cayó de rodillas, arrastrándose hacia adelante. La
seguridad la esperaba a solo unos centímetros de distancia. El alivio
se deslizó a través de ella mientras trataba de encajar en el estrecho
espacio.
Su alivio se tornó ácido cuando unas manos le sujetaron los
tobillos y la arrastraron hacia atrás.
Gretchen gritó.
—Déjenla en paz.
Vivian sonrió.
Vivian se volvió.
—Continúa. Te alcanzaré.
Trent gruñó.
—Eres una mestiza. Tu madre humana era demasiado débil para
terminar de dar a luz a una bebé lobo. Ni siquiera tienes una manada.
—Le gusto a Gretchen. ¿No es así? —Su sonrisa era pura maldad.
El lobo saltó.
CUATRO
Gretchen se echó hacia atrás cuando el hombre lobo se
abalanzó sobre ella. Vivian la empujó hacia un lado y ella salió
volando hacia atrás, aterrizando con fuerza sobre su espalda.
Resoplando, se puso a cuatro patas y se levantó.
—Mierda.
—Hiciste lo correcto.
—A Loba le gusta.
El tendero se rio.
¿Por qué?
—Han pasado dos días, Walt. Esa niña no pudo haber tenido
oportunidad de sobrevivir.
Llegaron al hospital.
—Gracias. No tardaré.
—No te preocupes, papi —La mujer hizo un gesto de despedida
con la mano libre—. Ve a ver a tu esposa.
—Ese hombre...
¿No está casada? Eso significaba que era viuda o que era
soltera. Soltera no tenía sentido porque los hombres lobo no se
reproducían indiscriminadamente. Se apareaban antes de tener
bebés. Había sido policía demasiado tiempo. Sabía cuándo alguien
estaba ocultando información. Gretchen Myers tenía secretos y
problemas de confianza. Sin embargo, no podía culparla. Parecía
obvio que estaba operando en un mundo del que sabía muy poco.
—¿Rafe?
Cierto. Ella había hecho una pregunta.
Rafe miró por encima del hombro, algo ofendido por ser
confundido con un hombre lobo. Gretchen aún no se había puesto su
suéter, y su mirada vagó por sus pechos tan bien exhibidos en el
sostén de encaje negro. El deseo lo invadió, un anhelo ardiente que
sintió hasta su polla repentinamente animada. Abajo chico. No
tenemos tiempo para jugar.
—¿Te importa?
—Un montón.
—¿Rafe?
—¿Kaylie no es tuya?
Rafe asintió.
—Estos son Gray Burke y su esposa, Belle —dijo la tía Lila—. Estos
son Rafe Pearson y Gretchen Myers.
—Es la versión de hombre lobo del ojo por ojo. Harry accedió a
ponerse al servicio de los Blackthorne, pero Vivian no podía soportar
la idea de que su padre pagara por lo que ella hizo. En su lugar, se
ofreció a sí misma y fue entregada a Rand como novia.
—¿Cuánto tiempo estuvo casada con él? —preguntó Gretchen,
horrorizada.
—Durante los últimos nueve años —dijo la tía Lila—. Nos dijo que
había tomado precauciones para no quedar embarazada. Rand
quería que ella tuviera hijos.
—Lo que pasó fue un accidente —dijo la tía Lila—. Esta tragedia
le sucedió a Trent porque era una criatura cruel y malévola. No fuiste
la primera chica a la que persiguió al desierto y trató de devastar.
Vivian conocía su verdadera naturaleza; ella le impidió volver a
hacerlo. Se casó con Rand porque es el último Blackthorne. Quería
que la línea muriera con él. Cuando no pudo asegurarse de eso, hizo
planes para salvar a Kaylie.
—¿Rafe?
Se movió.
Lentamente.
Ella se sacudió contra él, sus manos apretadas contra sus nalgas.
—Sabes, soy un oso —dijo con ternura— y hay una cosa que
realmente nos gusta después de tener sexo increíble con una mujer
hermosa.
Rafe maldijo.
Un oso pardo se puso de pie sobre sus ancas y clavó sus garras
en el pecho de Rand. El hombre lobo había intentado cambiar a su
otra forma, su rostro era una máscara de humano y de lobo, pero la
furia del oso era demasiada.
—¿Gretchen?
—Estoy bien.
—¡Rafe!
—No, no puedes.
V.M. Black
Pronto, reclamaría su vida, si no fuera por la promesa de un último sabio, cuyo beso
de vampiro le trae no solo la eterna juventud, sino un vínculo que trasciende todos los
juramentos humanos.
¿Puede cualquier amor mortal, por fuerte que sea, sobrevivir a la seducción de un
vampiro atemporal? Se acerca la Navidad y Sarah solo puede estar en un hogar.
Brig20
Azhreik
Corrección y Diseño
Azhreik
Esta traducción está realizada sin fines de lucro.
De Fans para Fans
Habían pasado tres meses desde que una tos persistente había
comenzado a hacer brotar sangre que manchaba de escarlata todos sus
pañuelos, dos desde que sus piernas se habían fracturado por primera vez,
haciéndola caer medio tramo por las escaleras de piedra que conducían
desde la galería hasta el gran salón. La pierna que se había roto en el otoño
no se había podido ajustar correctamente, y después de dos semanas de
fiebre sudorosa y otro mes de estar en cama, el descubrimiento de que
ahora estaba coja permanentemente fue atemperado solo por la débil
seguridad de que ella no estaría viva mucho más para sufrirlo.
Ann y Mary chillaban con una risa salvaje y poco femenina que llegaba
hasta la ventana abierta donde Sarah estaba sentada. Trabajaban juntas
para mantener el barril lejos de su hermano mayor Richard, quien alternaba
entre tratar valientemente de arrebatárselos y fingir ver sus payasadas con
el hastiado disgusto de sus trece años de madurez. El pequeño Henry
caminaba detrás de todos ellos con un palo que alguien realmente debería
quitarle, golpeando indiscriminadamente a cualquiera que fuera lo
suficientemente lento como para permitirle alcanzarlo.
Sarah parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos, lágrimas que
provenían del dolor y la fuerza del ataque que se había apoderado de ella.
Tragó con cuidado para no desencadenar otro ataque, y dijo, con cuidado: —
¿Dijo en verdad que deseaba que yo viera a este excelente médico?
Bess se mordió el labio. —No debería haber hablado con tanta libertad,
mi señora, de lo que me pidió en secreto, pero temía que no cediera a mis
ruegos.
Sarah suspiró. Bess tenía buenas intenciones, al igual que John. Pero
no aceptarían la verdad que ella ya no podía evitar. Era casi tan agotador
vivir entre su negación como lo era estar muriendo.
Así que cerró la ventana y apagó los sonidos de sus hijos, que ahora
discutían en voz alta con su niñera que, argumentando en realidad, que no
habían causado ningún tipo de problema.
Sarah encontró su voz con gran dificultad. —Don Argemirus —dijo ella,
logrando devolverle la reverencia con un asentimiento—. Le ha ofrecido sus
servicios a mi esposo.
Abrió la boca para dar una respuesta mordaz, pero justo en ese
momento, él levantó los ojos hacia los de ella y se quedó en silencio, las
palabras se atascaron en su garganta mientras un rubor subía por su
rostro, ¿porque él agitaba sensaciones que ella había pensado que la
enfermedad había desaparecido?
—¿Qué tiene que ver mi belleza; o los vestigios que quedan de ella, con
su habilidad en las artes de la sanación? —preguntó Sarah sin rodeos,
recuperando parte de su equilibrio. Este hombre, este extraño, parecía
oscurecer la habitación a su alrededor, incluso mientras se sentaba con
cuidado para que la luz de la ventana no cayera directamente sobre él.
—¿Una cura que solo funciona en una mujer bella? Nunca había
escuchado una charla tan aficionada —dijo Sarah—. Si ha venido a tomar el
oro de mi marido con su lengua de plata, créame que no tengo paciencia con
los aduladores y los ladrones.
—Es una aflicción bastante común —dijo Sarah, curvando los dedos a
la defensiva—. ¿Y qué remedio me recomienda? ¿Sangrado? ¿Transpiración?
¿Purgas? ¿Medicamentos?
Ella negó con la cabeza, porque sus ojos y su tacto habían contado una
historia muy diferente.
—No existe una cura que pueda producir tales cambios —se burló
Sarah, pero su corazón todavía latía con fuerza, y una pequeña parte de su
mente susurró:
Él habló llanamente.
—¿Qué pretende con esta confesión? —se las arregló para preguntar
finalmente—. ¿Cree que debería cambiar mi honor y buen nombre por ...
promesas?
—Cree —dijo don Argemirus, casi con desprecio—. Incluso ahora, cree.
Y su señor esposo también creerá, porque debe tener esperanza. —Se
levantó—. Voy ahora a contarle mis descubrimientos. Piense en ello, Lady
Marston. La vida es fugaz y la muerte es larga.
Capítulo Tres
Traducido por Brig20
Sarah apenas podía creer las palabras que sus oídos habían
escuchado, mucho menos su significado. Se quedó mirando la puerta
durante mucho tiempo después de que el médico se hubo marchado, hasta
que se abrió para revelar el rostro avergonzado de Bess cuando entró con
una bandeja en la que había un cuenco de gachas con leche.
Y para ella, él era más guapo que los propios ángeles, y sobre todo más
que un hombre extraño que parecía llevar oscuridad a su paso.
John se arrodilló ante ella, tomando sus manos entre las suyas y
besándolas suavemente. Sarah se tambaleó levemente ante su toque, al
saber que demasiado pronto, nunca volvería a sentir sus besos.
Él era su verdadero amor. Años atrás, ella se había sentado a su lado
mientras él leía el discurso de Platón en el que Sócrates había expuesto la
idea de que cada ser humano en el mundo tenía otra parte, otra mitad que
lo haría completo. Ella lo había mirado entonces, y su corazón saltó al
reconocerlo mientras pensaba, «he encontrado mi otra mitad». Y nunca lo
había dudado.
—Pero debes hacerlo, John. Por el amor de tus hijos y por el amor que
me tienes a mí —protestó Sarah.
—Mi señor —comenzó, luego se detuvo. ¿Qué podía decir ella que
pudiera transmitir cuánto lo amaba, cuánto le dolía el corazón por la idea de
dejarlo?
Sarah deseaba poder perderse en ese beso para siempre y nunca volver
a salir. Pero finalmente, se interrumpió, y dio un chillido de sorpresa cuando
él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama con dosel, cuidando su pierna
adolorida.
—Oh, John —dijo mientras sus manos iban a los cordones de su ropa
interior y medias.
—Entonces eso es todo lo que importa. —Él aflojó su ropa interior y los
calzoncillos, y se subió a la cama detrás de ella, subiendo sus faldas
mientras se arrodillaba entre sus piernas, deslizándose sobre su cuerpo
mientras mantenía su peso con cuidado sobre un codo.
Con su toque, sintió una dolorosa plenitud entre sus piernas, y movió
sus caderas con su movimiento, rogándole con su cuerpo que subiera por
sus piernas hasta su unión. Ella lo deseaba, lo deseaba con una fuerza que
latía en su cabeza al ritmo de su respiración, su boca, su cuerpo.
Ante eso, él le sonrió, con una luz traviesa en sus ojos. —Hace que la
satisfacción sea aún más dulce.
—Por favor, John. Te quiero conmigo —logró decir. Solo tenía la fuerza
para alcanzar su punto máximo una vez, y se necesitaría la energía
acumulada que debía durar todo el día.
—Si voy a estar contigo, debes permitirme estar dentro de ti —dijo con
una risa entrecortada.
Entonces se dio la vuelta, tirando de ella con él para que ella rodara
encima de él, su mano acunando su pierna mala para que no se lastimara
en la maniobra. Sarah se echó a reír, pero el repentino cambio de posición
fue demasiado para sus pulmones y, combinado con su falta de aliento, tuvo
otro ataque de tos.
Capítulo Cuatro
Traducido por Brig20
Y eso le dolía casi tanto como la tos, que pudiera lamentar tan
profundamente lo que le acababa de dar, casi con certeza la última vez que
estuvieron juntos.
Él asintió con la cabeza, sin decir nada, pero Sarah vio la tensión en su
rostro y el movimiento de su garganta mientras tragaba. Un momento
después, se soltó y se puso de pie. Después de alisarse la ropa, tomó la
palangana y la jarra de agua de su lugar sobre la mesa y vertió un poco,
tomando su pañuelo de lino nevado y mojándolo antes de limpiarla suave y
cariñosamente. Lo dejó caer en la palangana y ató las cintas de sus medias
de nuevo antes de tirar de su camisón y faldas hacia abajo sobre sus
piernas.
—Deseo cenar con ustedes esta noche —dijo Sarah impulsivamente
mientras volvía a colocar el tazón y la jarra.
—No has bajado a la mesa estas últimas ocho semanas —dijo él, sin
moverse. No había ningún indicio de emoción en su voz, estaba libre de
cualquier indicio de lo que podría estar pensando.
—¿Ya cenaron?
—No podía soportar mirar las mismas cuatro paredes por un instante
más —le dijo Sarah a su hija mayor.
Cuando Sarah abrió los ojos y vio la luz de la mañana, elevó una breve
oración de agradecimiento. La noche había sido larga y difícil, porque había
pagado lo que había gastado ese día, además del interés del usurero. Incluso
casi sentada en la cama, el líquido que burbujeaba en sus pulmones casi la
había ahogado, y había pasado la mayoría de la noche tosiendo, con la
asistencia ansiosa de su esposo o Bess.
John ya estaba a su lado, con los ojos oscuros ensombrecidos por algo
más que el desvelo. —Debo llamar a Don Argemirus para que te atienda.
Sarah abrió la boca, pero no tenía nada que decir. Había prestado
juramento… en la mañana, permitiría al doctor que ejecutara cualquier
magia oscura que pudiera sobre ella. Era de mañana, una mañana que a
veces durante esa noche había temido nunca ver. Nunca antes, incluso en lo
peor de su enfermedad, se había esforzado tanto por respirar. Nunca la tos
se había apoderado de ella con semejante crueldad, sacudiéndola hasta que
apenas podía resollar las toses que le estaban exprimiendo, hasta que orinó
su camisón y la cama porque controlar su cuerpo era igual de imposible
entonces que atrapar la luna.
Pero ahora no había nada más que decir. Había llorado todas sus
lágrimas la noche anterior, y el dolor del duelo ya la había dejado seca. Así
que sencillamente apretó su mano y dijo las palabras que había dicho
muchas veces antes:
Él sonrió suavemente.
—Y yo a ti, mi corazón.
Sarah tuvo tiempo para hacer nada más que alisar su camisón
salpicado de sangre (el tercero de la noche) sobre su pecho y mover las
piernas, antes que la puerta se abriera y el doctor entrara.
Don Argemirus era incluso más hermoso de lo que ella recordaba, Eros
en un doblete exquisitamente bordado, y se movía con la gracia ágil de un
bailarín.
Sarah no pudo más que notar cómo se movía alrededor del estrecho
rectángulo de luz dorada que se proyectaba sobre el piso desde la ventana
de la habitación.
—Debería.
En ese momento, creería si Belzebú mismo saltaba del suelo a sus pies
para llevarse su alma.
Él sonrió y el corazón galopante de ella tropezó mientras su respiración
se aceleraba, con un tirón perturbador en su abdomen bajo.
—No —dijo con sus dientes blancos destellando entre esos hermosos
labios—. Yo te salvaré.
Y antes que Sarah pudiera decir o hacer nada más, él bajó la cabeza
contra su muñeca, y en lugar de la caricia de sus labios llegó una repentina
y aguda puñalada de dolor.
Sarah se vio lanzada a una cúspide donde no había aire, ni luz, nada
más que una tormenta de sensaciones que destrozaron los frágiles trozos de
su mente. El calor ardiente en sus venas se volvió cada vez más fuerte hasta
que incineró el placer y entonces su mundo solo fue dolor hasta que la
oscuridad cayó encima de todo.
Capítulo Seis
Traducido por Azhreik
Sarah abrió los ojos e hizo una mueca ante la luz que inundaba a
través de la ventana estrecha, y con su primer respiración, supo que estaba
curada.
Debió haber sido un sueño por la fiebre, una locura, porque era
imposible que Sarah olvidara sus votos matrimoniales y su amor por nada.
Por reflejo, Sarah hizo una señal para alejar el mal. —¡Que Dios me
salve!
Sarah recordó sueños febriles, una mano fría sobre su frente, un toque
que apartó el dolor que destrozaba su cuerpo, y otro cuerpo junto al suyo.
Ni siquiera John.
Sarah levantó una mano hacia su cuello, tocando por reflejo el lugar
donde los dientes de Don Argemirus habían cortado su piel y derramado su
sangre. La piel estaba lisa e intacta. ¿Entonces había sido un sueño? ¿Era
esto un sueño? Pero se sentía más real que nada que hubiera sentido
nunca. Tal vez John y sus hijos eran el sueño…
—Dime que no deseas mis besos con cada respirar —murmuró, sus
pestañas espesas velaban sus brillantes ojos azules.
Sarah abrió la boca para negarlo, pero descubrió que solo podía decir
la verdad. —Así es —exhaló—-. Que los Santos me preserven, pero sí.
—Ahora eres mía —dijo—. La sangre que te sanó también unió tu vida
a la mía. Debes olvidar tus antiguos juramentos y vínculos y marcharte
conmigo. No luzcas triste, mi señora, porque ahora las vidas de ellos no son
más largas que la de una mosca para ti.
—¿Qué está diciendo? —exigió Sarah, con la cabeza aún dando
vueltas.
Don Argemirus retrocedió. —No te curé por ahora sino para siempre;
tanto de enfermedades humanas como las vicisitudes del tiempo mismo.
John envejecería y moriría, igual que sus hijos y los hijos de sus hijos.
Pero ella sería joven. Sarah sintió la fuerza en su pierna que alguna vez
había estado tullida. Sería hermosa y fuerte.
—Toda esta charla del demonio, diablos y almas. No tiene nada que ver
con esas cosas. Serás mi señora y yo seré tu señor. Para la eternidad.
Realmente, ¡hay peores destinos que ese!
Él apartó la mano y se alejó más, y Sarah sintió que una parte de ella
parecía estrecharse y estirarse con la distancia. Podía imaginar muy bien
que si él abandonaba la mansión ahora, ella realmente podría enloquecer.
Pero Don Argemirus no había terminado. Sonrió con una sonrisa suave
e indulgente.
—Y, por encima de todo, nunca más te tocaría de nuevo, y nunca más
te sentirías como solo yo puedo hacerte sentir. ¿Ese es el destino al que
regresarías?
—¡Estás bien! —exclamó Ann—. Oh, mamá, sabía que funcionaría! ¡Es
la mejor navidad de la vida!
—Mi señor esposo, le dijo Sarah a John, las palabras una confirmación
de lo que sabía que estaba entre ellos.
—Lo fue —estuvo de acuerdo. Caminó hacia John, pero él mantuvo sus
brazos en sus costados, y ella no pudo alcanzarlo.
—Lo hizo, y ahora soy tuya de nuevo —dijo—. Para siempre. Como te
juré.
—Él dice que sin él, morirás, Sarah —dijo John—. Él dice que debes
irte con él. ¿Es eso cierto? —Sarah sintió el dolor detrás de sus ojos más
agudamente ahora, y supo que no tendría mucho tiempo lejos del médico
antes de que aumentara de manera insoportable.
—Me temo que puede ser. Me ha hecho algo, John. Mi vida está atada
a la suya.
Esa era una pregunta que nunca pudo haber imaginado que su esposo
preguntaría… John, tan confiado en el amor y la fidelidad de su esposa, no
como algunos maridos que siempre estaban mirando detrás de los tapices y
debajo de las camas.
Cerró los ojos contra las lágrimas que amenazaban con derramarse. —
No puedo jurarlo, mi amor. Él me hizo.. cuando me desangró y me curó, él
trabajó su magia oscura, y...
John dejó caer su mano y escupió una larga serie de juramentos, sin
maldecirla a ella, pero si al médico y a él mismo en términos ruidosos y
coloridos.
—De todas las cosas de este mundo que podría dudar, tú no eres una
de ellas, mi amor. Lo que sea que ha pasado ha pasado por mi propia
arrogancia. Serás feliz de nuevo con el tiempo, si las artes oscuras del
médico pueden hacer que lo ames. Y debo alegrarme por ti, incluso si nunca
más serás mía.
Ante eso, John tiró del sencillo camisón y la impulsó hacia arriba al
borde de la mesa. El dolor de cabeza era peor ahora, golpeando detrás de
sus ojos, pero Sarah lo apartó de su mente, agarrando los cordones de sus
medias y calzoncillos incluso mientras la besaba una y otra vez, su boca y
su cuello y sus hombros. Besó sus pechos con fervor, los chupó hasta que
ella arqueó la espalda contra su cuerpo. Solo podía sentir una sombra de lo
que le estaba haciendo más allá de los latidos en su cabeza, pero no le
importaba, no le importaría, incluso si esto la mataba.
—¡John! —Sin hacer caso de su desnudez, Sarah corrió tras él, pero la
mano Don de Argemirus alrededor de su brazo la agarró en seco. La abrazó
sin esfuerzo como lo haría con un niño pequeño, ni siquiera parecía darse
cuenta de que ella tiraba su peso contra él para escaparse.
—¿No sabes lo que has hecho? —prosiguió el médico—. ¿Lo qué has
desechado?
—Debería matarlos a los dos por esto —escupió cada palabra entre
dientes apretados .
Pero ese sello se había roto y el vínculo se había perdido. Ella tenia un
hueco ahora dentro del lugar donde nunca antes había tenido un vacío, y se
dio cuenta de que lo llevaría consigo por el resto de su vida.
Mientras se arrastraba por las piedras del suelo hasta el lado de John
mientras él luchaba para ponerse de pie, sabía que era un precio que
felizmente pagaría cada día a cambio de tener a su familia de regreso. Ella
había perdido el placer que el médico podía darle y la eterna juventud, pero
lo que había ganado era mucho más.
Ella le devolvió la sonrisa. —De hecho lo haré. Pero solo tengo una
cosa que debo hacer primero.
Si quieres saber más sobre cómo han llegado hasta aquí, ¡no dejes de leer
los dos primeros! aunque se puede leer independiente como una linda
historia corta de navidad,
Encargada de traducción y lectura final:
Umbra Mortis
Starless One
Me reí para mis adentros mientras veía a Hutch enseñar a los cachorros
a luchar correctamente. Sus rostros estaban llenos de seria concentración
mientras estaban sentados con las piernas cruzadas en la colchoneta,
mirándolo con adoración. Hutch era normalmente el tipo más grande de la
sala, pero delante de los niños parecía ridículamente enorme.
—¡Ja! ¿Te aburres otra vez? —Preguntó Gina, señalando con la cabeza
hacia el ring—. ¿Por qué no subes y aprendes a luchar?
—Es fácil para ti decirlo —Gina parecía una entrenadora personal: había
estado luchando junto a Hutch desde antes de que él fuera el alfa de su
manada, mucho antes de que lo conociera.
—No creo que esté hecha para pelear —dije—. Y la última vez que Hutch
intentó enseñarme a luchar, me echó un vistazo en sujetador deportivo y me
tiró al suelo. Todo lo que aprendí de esa lección fue que seguro que puede
inmovilizarme si quiere.
—¡Ja!
Starless One
—Me siento como un cabo suelto aquí —admití—. Parece que siempre
estás ocupada con los asuntos de la manada, y no hay mucho en lo que yo
pueda ayudar.
—Eso es porque soy la mejor sheriff del país —dijo Gina inclinando un
sombrero de vaquero imaginario—. Rompiendo peleas y apagando luces.
—Así es, exactamente, sin embargo —dije—. Todo el mundo tiene algo
importante que hacer por aquí. Excepto yo.
—No seas tan dura contigo misma. ¿No es agradable tomárselo con
calma y no tener que trabajar durante un tiempo?
—No.
—Bueno, claro.
—No puedo. Tengo una reunión con Tommy —dijo Gina disculpándose.
—Oye, Dax, ¿por qué no entrenas con Bryce un rato? Tengo que ir... a
hacer cosas —Le dio una palmadita en el hombro al cachorro y lo empujó
hacia el ring.
—Tal vez me hayas visto por ahí —bromeé—. Tal vez me conociste y me
olvidaste.
—¿Santa Claus?
—¿Yo?
—Podrías ser Santa Claus —dije—. Vestirte con un traje. Repartir regalos.
Podríamos conseguir un gran árbol y hacer que los cachorros lo decoren.
Sería divertido.
Starless One
—¿Qué?
—¿Y?
—Pensé que sería una gran idea —dije—. Papá siempre... Quiero decir,
cuando era niña... —Me mordí el labio. Hacía sólo unos meses que había
muerto, y pensar en pasar la Navidad sin él hizo que se me saltaran las
lágrimas.
—Oye, oye —dijo Hutch, tirando de mí en sus brazos para un fuerte
abrazo—. Nat, lo siento. Oye, mira, es que ahora mismo estoy muy ocupado
con todas las cosas de la manada. Estamos consiguiendo todos los
permisos para que esta escuela de lucha se haga pública, y con las
renovaciones que se avecinan...
—No, es genial. Sólo que podemos encontrar a alguien más para ser
Santa. Tengo exactamente un fin de semana libre antes de Navidad, y
realmente no quiero pasarlo comprando trajes, ¿entiendes lo que quiero
decir?
—De acuerdo —dije. Fruncí los labios, pensando en lo que podía hacer
para animar a Hutch en Navidad. Su primera frase resonó en mis oídos.
Alejarme un poco...
—Planes.
—¿Planes?
—Suena peligroso.
Corrimos.
—¿A qué cree que le está sonriendo, señor? —se burló ella, finalmente
de pie en su forma humana—. ¡Oh! ¡Oh, oh, oh, mierda! Frío, frío, frío.
pelaje que te aísla de la mordedura helada del viento. Por no hablar de las
almohadillas que impiden que tus pies sientan el frío del suelo.
Sea lo que sea, Nat lo estaba sintiendo, y tuve que prepararme para el
impacto cuando saltó a mis brazos, haciendo una tijera con sus piernas
alrededor de mi cintura. Esto, combinado con el contraste de su carne fría
contra mi piel caliente, me hizo sentir muy excitado. Tal vez las endorfinas
estaban haciendo un número en mí también.
—Tú también puedes hacerlo. Ella sigue ahí dentro de ti. Todavía
caliente y excitada por la carrera. Sólo siéntelo. Deja que te preste ese calor
—Le hablé al oído, con la voz baja, casi gruñendo. Como a ella le gustaba.
—Sí.
—Nat, escúchame.
—¡Nat! Escucha —No me gustaba usar ese tono en particular con ella.
Pero compañera o no, ella seguía siendo parte de mi manada y cuando el
alfa habla, tiene que ser capaz de asegurarse de que la manada presta
atención.
—Bien, Hutch.
Me pareció oír el aullido de Nat, pero cuando miré hacia atrás ella seguía
allí. Era sólo el viento. Ahora debíamos estar cerca de las rocas dentadas
que rodeaban la base de la colina. No mucho más lejos. La siguiente vez
Starless One
Era... bueno, era más o menos el tipo de cueva que sueñas encontrar
si te quedas atrapado en medio de una ventisca. Una entrada baja y en
ángulo nos protegía del viento. Pero por dentro era palaciega. Lo
suficientemente grande como para estar de pie y moverse.
Y entonces me di cuenta.
—¿Nat?
—Sí, Hutch.
—¿Mi…? Oh, mierda. Oh, oh, no. Tenemos que volver —Le di un segundo
para que lo asimilara—. Sí. Por supuesto. No podemos volver. Pero... oh, oh,
mierda. Tenía nuestra ropa. Y otras cosas. Tenía cosas de supervivencia.
Necesitamos cosas de supervivencia, Hutch. Lo necesitamos para
Starless One
sobrevivir.
—¿Moteles baratos?
—¿Qué?
—Lo hice.
Él y Hutch nunca iban a ser los mejores amigos, pero aun así llevaba
una antorcha para mí y me las arreglé para conseguir que nos la descontara
gratis. Lo cual fue una suerte, porque Hutch y yo estábamos bastante
arruinados.
—Es mejor. Es fuego. Bueno, es todo lo que hace falta para un fuego. —
Hutch se arrodilló y comenzó a apilar las ramas en una especie de pirámide.
—Claro. Si no, nos moriremos de frío aquí fuera —Fruncí el ceño. Era mi
estúpida culpa si nos moríamos de frío.
¿Por qué había pensado que esto era una buena idea? Podríamos
haber estado acogidos en nuestra caravana en Scraptown. Claro, no era una
escapada a una cabaña en medio del bosque como había planeado, pero al
menos no estaríamos al borde de la muerte. Se me llenaron los ojos de
lágrimas. Lo había estropeado todo, y había arruinado el fin de semana de
Hutch, y nos había puesto en terrible peligro.
—¿Está bien?
—Está más que bien —dijo, sonriendo—. Déjame coger las cerillas y
veremos hasta qué punto está bien.
—¿Cena?
Pero antes de que pudiera decir nada más, Hutch había cogido las
cosas peludas del suelo de la cueva.
No pude evitar una sonrisa, aunque tuve que apartar la vista cuando
salió de la cueva para despellejar los conejos. Cuando volví a abrir los ojos,
los tenía ensartados en un gran palo, con algo de vegetación clavada. Con
las ramas sobrantes, creó un artilugio para sostener la brocheta. Un extremo
del palo sobresalía lateralmente.
—Lo sostienes ahí para girarlo —me explicó Hutch—. ¡Conejo asado!
—Un viaje más por algo de leña extra —dijo—. Luego podemos comer y
acurrucarnos para pasar la noche.
Salió de la cueva con tanta energía que no sabía qué le había pasado.
Tal vez estaba ocultando el hecho de que estaba enojado conmigo. O tal vez
estábamos en más peligro de lo que yo sabía, y esta era su manera de
ocultarlo. Tal vez necesitaba distraerse para no estar enfadado porque yo le
había estropeado el fin de semana.
conejo estaba muy caliente, pero Hutch arrancaba pequeños trozos de carne
con los dedos y me los daba poco a poco.
puerta para perros. Me hacía robar todos los regalos. Robar sus joyas. Robar
cualquier cosa.
—Oh, Hutch.
—Ni siquiera me daba los regalos. Podía jugar con ellos si ya estaban
abiertos, pero si no, tenía que guardarlos en el paquete. Después lo
empeñamos todo por dinero.
Abracé a Hutch con fuerza. Después del viaje a Las Vegas, me había
enterado de lo horrible que había sido su padre. Pero nunca le había oído
hablar de esto.
—Hutch, lo siento —dije. Podía oír que mi voz temblaba, y no era el frío
del aire lo que lo había hecho—. Sólo quería hacer las cosas bien para ti.
Pensé que la Navidad debía ser sobre la familia, y pensé que a la manada
le gustaría. Siento todo esto.
—¿Es así? —preguntó. Su voz era ronca y cruda, y me puso los nervios
de punta.
Con los ojos cerrados y los pulmones llenos, entré en mi interior. Ella
estaba allí, esperando, como siempre. Abrí la puerta, sólo un poco, para que
se asomara.
Starless One
El equilibrio.
Abrí los ojos y la visión de Hutch encima de mí, con su sonrisa de lobo,
me hizo sentir otra descarga de deseo. Entonces sus ojos brillaron en ámbar
y gemí. El aroma de su almizcle, de su deseo, me llenó las fosas nasales y
me hizo estremecer el cuerpo. Me dolía tenerlo dentro de mí.
—Hutch, no...
Starless One
Sin decir nada más, Hutch separó mis muslos y se sumergió en mí. Grité
fuertemente de doloroso placer cuando su polla se deslizó dentro de mí,
gruesa y dura y tan maravillosa, Dios, tan maravillosa. Me estremecí cuando
el orgasmo me desgarró. Me había llegado tan rápido que no estaba
preparada, y mis dedos rasparon la piel de Hutch mientras me estremecía
en el clímax.
Abrí la boca para gemir, pero entonces su boca estaba sobre mí, y sus
manos estaban sobre mí, agarrándome, masajeándome, tirando de mí hacia
él. Me soltó los labios y grité en busca de aire, pero entonces volvió a
besarme, chupando mi labio inferior entre los suyos, con su lengua
haciéndome cosquillas.
Su piel estaba ahora resbaladiza por el sudor, por el fuego y por nuestra
forma de hacer el amor y tenía que sujetarme con más fuerza para evitar que
me resbalara. Mi cuerpo se retorcía de placer mientras él se mecía una y otra
vez, hacia delante dentro de mí.
—Tu lobo —jadeé—. Hutch —Necesitaba que se uniera a mí, que nuestros
lobos se encontraran juntos. Sentía la atracción hacia el lado salvaje y quería
soltarme por completo, dejarme llevar libremente con él.
Sonrió y vi el brillo ámbar. Las chispas del fuego se reflejaron en sus
ojos cuando surgió su lobo. Sentí que mi cuerpo se alzaba para agarrarlo y
entonces se encontró conmigo.
Entonces Hutch aulló, y mi lobo aulló con él, y mi cuerpo cayó de cabeza
en un orgasmo con él. Ordeñé su polla palpitante con mis músculos tensos,
Starless One
—¡Hutch!
—Gracias, Natalie. Ese fue... ese fue un muy buen recuerdo navideño.
Starless One
Hutch
Me levanté al amanecer.
Una vez que terminé, me giré para mirar a nuestro visitante. Dejando
claro que sabía que estaba allí, pero sin mostrar ningún signo de agresividad.
Dudó, antes de salir de los árboles hacia mí. Cambiando, cuando llegó
Starless One
Mierda.
Verás, lo que pasa con las ciervas es que son hermosas. No me refiero
a una belleza normal, me refiero a una belleza de "¿cómo puede ser real?".
No puedes dejar de mirarlas. Son pequeñas y asustadizas, tienden a ser
bastante tímidas, pero tienen el tipo de cuerpo que haría llorar de celos a una
modelo de trajes de baño.
—Sí, yo... —Traté de alejarme de sus ojos y sólo terminé mirando sus
pechos. Perfectos, montículos pertinaces que parecían haber sido tallados
por el mismo tipo de arriba. Casi tan bonitos como los de Natalie.
Mierda. Necesitaba algo que me ayudara a concentrarme.
Nat salió arrastrando los pies de la cueva con mi camiseta y mis botas
demasiado grandes. Parecía confusa, como si sospechara que aún estaba
soñando, e, imposiblemente, más hermosa a mis ojos que cualquier ciervo
de ojos grandes.
—Es un ciervo.
Starless One
—Así que se suponía que debía casarme con este ciervo, pero ugh, no
es mi tipo, así que me escapé en su lugar.
grande como tú —Respiró hondo y continuó con el mismo tono medio bobo—
. No. Me escapé y me enrollé con un lobo. Quiero decir que parte de ello fue
todo este asunto de la rebelión, pero parte de ello fue que los chicos-lobo
son simplemente calientes, ¿verdad? Quiero decir... —Miró a Nat con una
sonrisa conspiradora—. El pelo, los músculos, toda esa rabia primaria, por no
hablar de lo buenos que son en la cama, ¿verdad?
—Oh, no. Hace tiempo que se fue. Después de dejar su trasero, conseguí
un trabajo detrás del bar en el valle. Había un tipo que seguía viniendo y
tratando de ligar conmigo. Quiero decir que puede que haya coqueteado un
poco, él era un buen propulsor.
» Entonces un día, de la nada, me pide directamente que me case con
él. Yo dije: ''qué demonios, no, vete de aquí''. Pero él no acepta un no por
respuesta. Me coge y me saca de allí como si fuera un saco de patatas.
Entonces me llevó a su cabaña y... y...
—Oh, no, no, no. Nada de eso. Bueno algo así, quiero decir que me
secuestró y encarceló en contra de mi voluntad, así que no soy como su
mayor fan ni nada. Pero no me ha hecho daño ni ha intentado nada raro.
Dice que eso puede esperar hasta que nos casemos. Dice que eso ocurrirá
después del invierno, cuando su cabeza no esté tan borrosa y pueda pensar
mejor.
—Sí, intenté pelear con él, soy bastante buena en una pelea —Eso
parecía... improbable—. Pero al final tuve que correr. Era demasiado grande
y fuerte. Sin embargo, viene a por mí. Puedo captar su olor de vez en cuando.
Está cerca.
Si fuera tan fácil. Miré a Jane, que miraba a Nat con expresión incrédula.
Ella lo sabía.
—¿Qué?
—Es un oso, Nat. Los osos son... tres lobos, que sepan luchar, que
sepan trabajar juntos. Tal vez podrían derribarlo. Prefiero tener cuatro para
estar seguro. Los osos son fuertes y parece que este se ha vuelto nativo.
Para los osos era diferente. Los osos que se convertían en nativos
tendían a fijarse en una sola cosa y no paraban hasta conseguirla. Se
convirtieron en la versión natural de Terminator.
—Y Tommy.
—Sí, gracias por eso, hace casi una semana que alguien me lo recordó.
Si no hubiera sido por ti y por Tommy habría muerto. Y, aun así, si me dan a
elegir, prefiero luchar contra otro solitario que enfrentarme a un oso que se
ha vuelto nativo.
Podría usar la voz con ella. Podía tirar de rango y ordenarle que volviera.
Ella era mi compañera. Era mi esposa. No me gustaba obligarla a cumplir
mis órdenes. No se sentía bien.
—He estado haciendo Krag Maga1 desde que tenía cinco años, señor.
Es un mundo duro ahí fuera. Puede que sea pequeña, pero los que estamos
en el otro extremo de la cadena alimenticia tenemos que aprender a
cuidarnos. Tu clase nos enseñó eso de la manera más difícil.
1 Sistema oficial de lucha y defensa personal usado por las Fuerzas de Defensa y Seguridad
israelíes, conocido en sus comienzos como krav.
moviéndote. Él vendrá por ti, así que trata de mantenerlo desequilibrado y
confundido.
—¡Oye, imbécil!
2
Hace referencia al personaje de Juegos de Tronos, Hodor, quien era un mozo de cuadras de
Invernalia de gran tamaño y, aparentemente, tonto.
Agaché la cabeza y cargué, desplazándome mientras corría. No podía
vencerlo, pero si conseguía molestarlo o frustrarlo lo suficiente, podría
rendirse. Los osos pueden ser beligerantes y de mente única, pero son
perezosos.
Intenté hincarle el diente en el cuello, pero estaba aislado por una capa
tan gruesa de pelo y piel que ni siquiera pude agarrarlo.
—Oye, tú. Ven aquí para que pueda patear tu trasero, gran oso tonto.
Pero era el mejor plan que tenía. Me puse en pie, ignorando el dolor de
mis costillas, y volví a correr hacia él.
Natalie
rechazado con una fuerza que hacía crujir los huesos. Hutch se veía más y
más desgarrado a medida que pasaba el tiempo, y no creí que pudiera
aguantar mucho más.
Jane asintió y se dirigió hacia el oso. No podía oír lo que decía, pero sus
tonos tranquilos y relajantes estaban surtiendo el efecto deseado.
Le dije—: Tal vez sea hora de pensar de forma diferente. Tal vez tengas
que luchar un poco sucio.
Starless One
Jane sonrió.
—Claro. Pero llámame así otra vez y te daré una patada en el trasero.
Starless One
—¿Por qué estás tan triste? —Hutch hizo una pequeña mueca de dolor
en el pecho mientras me abrazaba contra su hombro—. Vamos, Nat. Ya casi
es Navidad. Creía que te gustaban las fiestas.
—¿Tan increíble?
—¿Increíble?
—Por supuesto que hablo en serio. Fue como si hubieras planeado el fin
de semana perfecto, Nat —Hutch me besó en la frente y me abrazó fuerte
contra su pecho. Estaba tan atónita que sólo pude quedarme allí, con los
brazos a los lados.
—Creo que estará más que bien —Hutch miró hacia el otro lado de la
fogata. Tres de los chicos de Scraptown estaban pendientes de cada una de
sus palabras, con las caras embelesadas. ¿Ves? Ya es parte de la familia.
Y de eso se trata la Navidad, ¿no?
—¡Vamos Hutch!
Hutch me soltó, con una amplia sonrisa en la cara. Luego se volvió hacia
el grupo de cachorros que se habían acercado a nuestro lado de la fogata y
caminó hacia la luz, con el pecho hinchado como si acabara de ganar el
premio de la pelea. Y supongo que, en cierto modo, lo había hecho.
—¡Hey, cachorros, dejen que les cuente cómo luché contra un oso!
—¿Un oso?
—Claro —dije, pero no pude evitar echar una mirada más hacia el fuego.
Starless One
El fin.
Aubrey Rose, autora de bestsellers del New York Times y del USA
Today, vive en el soleado San Diego, donde le gusta tumbarse en una
hamaca a leer sus novelas románticas favoritas. Cuando no está escribiendo
historias apasionantes, se le puede encontrar bailando desnuda frente al
espejo al ritmo de Abba mientras su gato la observa con desdén.
ELYZ
SANDRA
LAPISLÁZULI
Sinopsis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Mierda.
Gira.
Inclínate.
HACIA allá.
Dios mío, era una cosa hermosa. Y que distraía lo suficiente como
para desviar a Aria aún más de su curso, lo que hizo que una vez más
arrojara su peso a un lado. El sonido resultante fue suave, pero claro y
repugnante.
Sonríe.
Mierda.
Por fin se echó hacia atrás, con la cabeza en contacto con el suelo
firme bajo ella, y trató de respirar.
Estás viva, pensó. Eso es algo. Da las gracias. Sin embargo, sonreír ya
no era una opción válida.
El esquí se desprendió por fin y ella quedó libre. Plantó los bastones
en el suelo y se liberó saltando una vez hacia la izquierda, evitando
hábilmente el maldito esquí que le había servido de tobogán. Ese breve
salto fue brutal. El dolor le subió por la pierna al aterrizar, renovando la
sensación de náusea con una venganza.
Volvió a saltar, un paso, luego otro, y otro, hasta que pudo apoyarse
en el tronco de un árbol cercano. La distancia que la separaba de la
colina de esquí le parecía ahora un millar de kilómetros. Aria recordó una
película que había visto sobre un hombre que se había caído y se había
destrozado una pierna, y luego se había arrastrado kilómetros hasta
ponerse a salvo a través de un paisaje helado. Ese hombre probablemente
pesaba 50 kilos, pensó. Y probablemente tenía algo por lo que vivir,
alguien que lo quería. También podría dejarse comer por los lobos. Al
menos se alegrarían de ello.
Sonríe.
—¿Rezamos por la muerte o sólo esperamos que esto sea una gran
historia para contar a mis nietos? —murmuró en voz alta. Luego se rio. Una
risa baja y gutural por lo ridículo de todo aquello. Sólo cuando el dolor
regresó con fuerza decidió levantarse de nuevo, y empujó con las manos,
tratando de levantarse, con la espalda contra el tronco del árbol.
Y entonces se congeló.
Miedo.
Traducido por Trini
Corregido por Sandra
El oso polar miró a los ojos de la mujer, los suyos fríos, profundos y
oscuros. Al principio parecía solo estar interesado en su rostro, disfrutando
de la fiesta visual mientras la víctima temerosa ante él retrocedía con algo
así como terror.
Si los osos pudieran reír, lo habría hecho en ese momento. Sí, supuso
que esto era lo último en la lista de fantasía de una mujer joven. Pero, ¿por
qué estaba sentada bajo un árbol tan lejos de la colina de esquí? Más
importante aún, ¿por qué ella había vagado por su tierra?
Sí, era una esquiadora de mierda. Pero muchos otros lo eran, sin
embargo, nadie había entrado en esta parte del bosque en siglos. Y así le
gustó. Era lo mejor para él, pero lo más importante, para ellos. Solo un
idiota se atrevería a acercarse a su dominio.
Bueno, ahora sabía sin lugar a dudas lo que había sucedido: estaba
muerta. La colisión la había matado. Y ahora estaba en camino al cielo. Un
hombre desnudo, un gran hombre desnudo cuyo cuerpo estaba cubierto
de una serie de músculos que solo podían compararse con los que podrían
pertenecer a una estatua de bronce de algún tipo de dios guerrero, se
paró frente a ella. Cuando su otro ojo se abrió, pensó en pellizcarse. Sin
embargo, pellizcarlo podría haber sido más agradable.
—Yo... ¿tu tierra? ¿Qué dices? Esta es una colina de esquí. —Los ojos
de Aria, que habían sido fijados entre las piernas del hombre, se dispararon
a su cara.
Ahora Aria cruzó los brazos. ¿Quién demonios pensó este tipo que
era?
—No. No en ambas piernas. Si miras hacia atrás, verás por mis huellas
que salté hasta aquí.
—Um, gracias —dijo. Sonaba más a una pregunta que a otra cosa;
esta oferta de ayuda parecía poco característica del hombre que
acababa de conocer. Él no la golpeó como un alma generosa, de alguna
manera.
—Ponte de pie.
Ella pudo absorberlo ahora. Él era alto, una buena cabeza más alta
que ella, y era una mujer de 1.80 metros. Los ojos marrones oscuros la
miraban desde debajo de una gruesa cabeza de cabello rubio arenoso.
Su mandíbula era cuadrada y con rastrojos, sus labios suaves y llenos. Si lo
hubiera visto en la calle, podría haber asumido que era un atleta, pero no
un cambiaformas de osos. Ciertamente no es un oso polar. Nunca había
oído hablar de tal cosa.
—Lo siento. No entiendo lo que quieres decir con eso —dijo ella.
—Estoy bien. Sólo me duele por el momento. —Su voz era tierna y
suave, luego pareció enderezarse y su rostro adoptó una mirada distante
de resolución—. Y como dije, sólo lo hice para que te fueras.
—Aria.
Por un momento, Aria pensó que veía ira en su rostro, una reacción a
su pregunta. Rápidamente logró calmar cualquier emoción que estuviera
tratando de surgir.
—No sé por qué vine aquí. —Las palabras surgieron en silencio, con
seriedad, de su boca.
—Te diré que no has venido aquí para romperte la pierna en dos
partes, sólo para que te la arregle un cambiaformas de oso polar que
podría partirte en dos. Eso no es lo que la mayoría de la gente llama unas
buenas vacaciones de Navidad.
Lucian sonrió entonces, por primera vez. Oh, querido Dios. Tenía
hoyuelos. Era demasiado.
—Así que estabas en la colina de esquí hoy —le dijo a Aria, mirando
la etiqueta que estaba unida a la cremallera de su chaqueta—. ¿Y cómo
fue?
Cam limpió una jarra de vidrio mientras miraba a Aria. —Tiene una
historia —dijo—. Hay una razón por la que no lo ves en la ciudad muy a
menudo.
—Oye, Trevor. —El camarero puso los ojos en blanco hacia Aria y le
dio la espalda. Claramente, este no era su cliente favorito.
—No todos —respondió Aria. Algo sobre el extraño, que era guapo
pero un poco demasiado hábil para su gusto, no le sentó bien.
—Lo haré.
Wolf Rock se volvía silenciosa por la noche, y Aria sólo podía suponer
que en Navidad esto era más frecuente de lo habitual. Si había
cambiaformas nocturnos, permanecían ocultos, y por ahora parecía ser la
única persona en la calle principal. Por lo menos, era una noche tranquila,
aunque decepcionante.
—Sí, bien por mí —dijo Trevor, que aparentemente pensaba que era
bienvenido a acompañarla—. Especialmente en la cama. Puedo correrme
sin hacer ruido.
—Tu madre debe estar orgullosa. —Aria aceleró su ritmo. Este tipo era
irreal.
—Estoy bien —dijo, el calor la llenaba—. Ahora que estás aquí estoy
bien.
—¿Qué pasa contigo? ¿Cuántas veces puedes meterte en
problemas en un día?
Aria se enfrió ante su tono. Sí, ella era una molestia para este
hombre. Bueno, al diablo con él.
—No, tienes razón. —La voz de Aria se suavizó cuando se volvió para
enfrentarlo—. Realmente aprecio que ayudes. —Miró la figura en la calle,
cuyo lado se agitaba suavemente—. ¿Crees que está bien?
—He escuchado. Así que dime, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé
que nunca entrabas en Wolf Rock.
—Quería saber qué te hace funcionar. Como dije, eres una chica
extraña. Supongo que a veces me aburro un poco y me siento solo en esa
montaña. Ofreciste una distracción.
—Una mujer que vino volando a mi vida hoy. En un esquí. Una mujer
que debería haberse quedado lejos. Nunca debería haberte conocido.
Pero lo hice, y ahora no puedo sacarte de mi cabeza.
—No, supongo que no. —Se rio Aria, pensando que ella no tenía
objeciones personales a su desnudez, pero que tenía toda la razón sobre
los cambiaformas.
—Bueno —dijo.
—Sí.
Aria se inclinó hacia él, una inusual confianza que le decía que
acorralara al hombre en su cama. —A donde podría llevar es a una noche
muy agradable. ¿Qué hay de malo en eso?
Con eso, inclinó su barbilla hacia arriba y besó sus labios. Tuvo que
ponerse de puntillas para hacerlo. Al principio Lucian respondió con un
roce cortés, pero en unos segundos Aria sintió que la rodeaba con sus
brazos y que su boca estaba sobre la suya, con sus suaves labios
acariciando los suyos y su lengua explorando su sabor. Sus manos se
deslizaron por la espalda de ella hasta posarse, decididas, en sus redondas
caderas, que él atrajo hacia las suyas.
Aria pudo sentir cómo se endurecía contra ella, cómo su longitud
crecía a medida que se besaban, y su propio cuerpo respondía de la
misma manera. Bajo el sujetador, sus pezones se endurecieron hasta
convertirse en guijarros de color rosa oscuro. Entre las piernas, sus bragas se
humedecieron por la necesidad que tenía de él, y su cuerpo la instó a
encontrar una forma de invitarlo a entrar.
Le bajó las bragas, el elástico rozándole la piel, y las tiró al otro lado
de la habitación antes de volver a meter la cara entre sus piernas.
—Oh, Dios mío, Aria, lo siento mucho —dijo, con la mano tendida
hacia ella. Sin embargo, no la tocó; parecía aterrado de hacerlo.
—Cúrame —dijo.
—Yo...
—Hazlo.
Él deslizó una mano sobre ella. Esta vez sólo dio un pequeño respingo
cuando Aria sintió que la pequeña herida se curaba.
—Esto fue un error. Sabía que lo era. Supe que estaba en problemas
en el momento en que te vi. Lo siento mucho. Tengo que irme.
—Lo siento.
¡No te lo pierdas!
La mujer se volvió hacia ella, con los ojos azules claro fijos en los
suyos, y sonrió.
—Es genial. Lo hacemos todos los años. Fingimos que es para los
turistas, pero en realidad se trata de los cambiaformas. Una forma de
celebrar juntos las fiestas, especialmente para los que no tienen familia.
—Sí, te sorprendería. Por eso Wolf Rock es tan importante. Nos da una
comunidad. Muchos de nosotros fuimos repudiados cuando éramos
jóvenes, o perdimos a nuestros padres en el camino. No es la vida más fácil
del mundo.
—¿Casa de hielo?
—Gracias —dijo.
Aria entró y se quedó atónita. La luz del sol se colaba a través del
cristal helado, iluminando todo el interior con suavidad.
—No bromees.
—¿Quién bromea?
—Bien. Escucha, tengo una propuesta para ti. Nada de sexo. Ven a
la feria conmigo mañana por la noche.
—¿Por qué?
—Porque me gustas. Mucho. Y porque odio pensar en ti aquí solo.
Tienes una familia en Wolf Rock. Miles de hermanos y hermanas, y tú los
evitas.
—Ellos me odian.
Los dos salieron de la posada y él los guio hacia un sendero que Aria
aún no había explorado.
—Hace mucho tiempo que no vengo por aquí —dijo—, como bien
sabes.
—Bien. —Lucian dejó escapar una rara risa. —No, no bien. Aterrado.
—¿Por qué?
—Los más sucios son los que nunca tienen sexo. Tengo que ocupar
mi mente de alguna manera.
—Oh, lo siento. Esta es Aria. Es mi... una amiga. —La presentó algo
nervioso—. Aria, este es Tristán. Es el alfa de la manada de lobos de aquí, lo
que le convierte en el jefe del pueblo.
—No estoy de acuerdo. Y nos vendría bien tener un gran oso polar
cerca cuando hay problemas. Espero que consideres pasar más tiempo en
la ciudad.
—Pero Tristán, tú conoces mi pasado. Sabes que he causado
problemas por aquí. Incluso la otra noche un cambiaformas zorro intentó
atacar a Aria y lo tiré al otro lado de la calle.
—Lo haré.
—Maldito. No puedo creer que hayas sido tan estúpido como para
venir aquí —dijo Trevor, elevando su voz en un gruñido—. Debería hacer
que te arresten. ¿Dónde está Tristán? —Miró a su alrededor. Empezaba a
reunirse una multitud, tanto de cambiaformas como de humanos, algunos
desconcertados y otros entretenidos.
Aria sintió una daga en su corazón. Este hombre, que se suponía que
era tan indisciplinado, era tan bueno simplemente afirmando que no
debían estar juntos. No parecía justo. ¿Cómo era que las emociones la
estaban comiendo y él parecía estar bien?
—¿Qué?
—Esto. Sea lo que sea. Tú y yo. Tengo sentimientos por ti. No sé cómo;
todo ha sucedido tan rápido.
—¿Por qué?
—Porque yo...
Lucian se quedó callado y Aria evitó mirarlo por temor a que hacerlo
la hiciera llorar de nuevo.
—Bueno, aquí estamos —dijo. Estudió su rostro, que era difícil de leer.
Era como si estuviera buscando las heridas que había infligido a pesar de
su insistencia en que nunca podría lastimarla.
Sonríe.
—Aria.
La voz vino detrás de ella. Saltó, pero no tanto por miedo como por
un corazón que instantáneamente se llenó de intensa emoción. Lucian. Se
quedó quieta y cerró los ojos, temerosa de que también estuviera soñando
esto.
Decidida a ver todas sus fantasías cumplidas por fin, tomó su mano,
que él la ofreció con gusto.
—No. Ningún hombre conoce realmente una casa hasta que una
mujer se ha salido con la suya con él dentro de ella.
Sin dudarlo tiró de sus bóxers con una mano. En un instante, su puño
se envolvió alrededor de su grueso eje, masajeando la piel tensa que dolía
por encontrar su camino dentro de ella. Aria se sentó, observando su gran
mano, cuyos dedos apenas podían sortear su grosor mientras lo
acariciaban suavemente.
—Oh... Dios...
Apartando su rostro, fijó sus ojos en los suyos y empujó hacia adentro,
esta vez con más fuerza. Aria mantuvo sus ojos fijos en los suyos como si
estuviera tranquila.
Fuera.
Luego dentro.
—Duro.
Era una orden, pronunciada por una mujer que sabía exactamente
lo que quería, las consecuencias y todo.
—Necesito mirar este hermoso culo tuyo —dijo, con su polla brillando
con su humedad—. Quiero follarte desde todos los ángulos.
—Oh, Dios, bebé —gimió—. No voy a durar mucho más. Voy a tener
que correrme dentro de ti...
Entonces, por fin, sintió que se corría en ella; la sostuvo con fuerza
contra su torso mientras pulsaba y sus jugos explotaban dentro de ella.
—Feliz Navidad, Lucian. —Aria deseaba poder verle sonreír. Pero ella
estaba segura de que él lo sentía.
Fin.
Es la autora de la serie Wolf Rock Shifter, la trilogía
Billionaires and Curves y la serie The Sought by the Alphas. Le
gusta escribir sobre mujeres fuertes y reales con actitud,
defectos, inseguridades y cuerpos que no se fabrican en
laboratorios.
Esta traducción no tuvo ningún costo a la hora de obtenerla, por lo
tanto, te invitamos a que cuides este sitio para que no lo cierren.
Queda totalmente prohibida la venta de este documento. Es una
traducción de fans para fans. Así que, por favor, NO subas
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Raven
Black Swan
Morgana
Raven
Cuando una visita inédita del rey supremo de los elfos, Kirion, interrumpe
los planes habituales de la princesa elfa Miriel durante el solsticio de invierno,
es la menor de sus preocupaciones, un solo toque del poderoso rey podría
revelar un secreto que ella y su familia han guardado desesperadamente durante
más de cien años. Sin embargo, el rey Kirion también podría alterar la vida de
Miriel para siempre.
Un cuento de aventuras ambientado dos mil años antes de los
acontecimientos relatados en Claimed by the Elven King.
Cuando Miriel vio al Rey Kirion por primera vez, su único pensamiento fue,
Mamá se equivocó.
Su madre describió una vez al gobernante supremo del Segundo Reino como
un ser frío y poderoso, pero que desprendía una belleza casi mortal, ya que su
sola presencia solía asombrar y abrumar a todos los que se atrevían a
acercarsele. Ahora, mientras se hallaba al lado del asiento del trono de su madre,
la reina Isilya, Miriel no pudo evitar mirar cómo el rey se acercaba al estrado.
Un cabello del color del oro puro fluía sobre sus hombros hasta la mitad de la
cintura; como hilos de seda dorados. El contraste de ese brillante tono era
bastante llamativo en comparación con el azul oscuro de su túnica. No, no
existía nada "frío" en aquel hombre. Más bien, su propia presencia parecía arder.
Con una expresión neutra, observó cómo el rey Kirion asentía con la cabeza
en señal de reconocimiento a los dos monarcas Lithviri. Entonces sus padres se
levantaron y bajaron del estrado para darle la bienvenida al rey con una
inclinación de cabeza mucho más marcada.
—La Casa Real de Nalldir y los Lithviri le dan la bienvenida a Su Majestad
a nuestras tierras— dijo su padre, el rey Arandur.
No era la primera vez que Miriel se preguntaba por qué el rey Kirion decidió
hacer su visita precisamente ahora. No importó que la última vez que él había
ido a su ciudad fuera antes de su nacimiento, pero venir en el solsticio de
invierno... Bueno, era inaudito que el monarca vigente dejará en manos la
realización de las ceremonias sagradas propias de su reino.
Su padre hizo un gesto con la mano tras él, indicándole a su hermano, Elion,
y a ella que se acercaran. Miriel volvió a ponerse de pie junto a su madre y se
inclinó profundamente ante su visitante, procurando mantener la mirada baja.
Por el rabillo del ojo, pudo ver a Elion hacer lo mismo. Era la primera vez que
veía a su hermano inclinarse ante alguien que no fuera su padre, lo que le hizo
comprender la importancia del Sidhe que tenían delante.
—Ha pasado bastante tiempo —comentó el rey Kirion mientras contemplaba
a toda su familia con un solo movimiento de ojos, y su profunda voz retumbó
con un poder que ella pudo sentir hasta los huesos.
Miriel miró subrepticiamente al rey mientras se enderezaba. Podía sentir
literalmente el aura de su proximidad, así como la intensidad de su mirada,
aunque sus ojos permanecían fijos en su padre mientras seguían intercambiando
cumplidos. Era como si el aire del entorno se hubiera espesado
exponencialmente y empezará a oprimirla con fuerza. Le dieron muchas ganas
de huir y de someterse por completo a su voluntad.
Se conformó con mantenerse rígida y apartar la vista del resto de la pista. Las
palabras de su madre no habían captado la verdadera esencia de esta
experiencia. Su sola presencia la hizo temblar. ¿Cómo sería recibir una mirada
directa de esos ojos llenos de conocimiento acumulado durante miles de años?
Miriel volvió a recordar incómodamente una conversación que tuvo con su
padre el día anterior, cuando este le informó que el rey Kirion iba a estar
presente durante las fiestas del solsticio de invierno de este año.
—Nuestro gobernante supremo no ha puesto un pie en estas tierras en quizás
doscientos años. Dado el momento, no puedo pensar que sea simplemente para
un intercambio de cumplidos. Tú y Elion deben ser cuidadosos.
En aquel momento, sus palabras la habían llenado de inquietud. Nunca se le
dio muy bien navegar por las diversas intrigas de la corte de los elfos, sobre
todo teniendo en cuenta la naturaleza secreta de su pasado, una historia que
nadie más, aparte de otros tres individuos conocían. Como resultado, era raro
verla en cualquier compromiso social lejos del lado de la reina Isilya, su madre
actuaba como su escudo ante todas las preguntas potencialmente peligrosas.
Así, se había ganado la reputación de ser tímida, algo que no pensaba reprimir
en absoluto.
Miriel había pensado que su padre se refería a que debía tener doble cuidado
con que el rey Kirion se enterara de su secreto, pero ahora, mientras escuchaba
los amables tonos de los dos monarcas, no podía evitar preguntarse si su padre
quería insinuar algo totalmente distinto. Hace más de una década que cumplió
cien años. Ya era el tiempo suficiente donde se le exige a una princesa de la
Casa de Nalldir que se casará…
Sus ojos se dirigieron hacia el rey Kirion, y tras darle otro rápido vistazo
cuando la voz de Elion entró a la conversación. Su hermano estaba quizás tan
rígido como ella, ya que soportaba toda la atención del rey mientras
conversaban en tono bajo y serio.
Miriel se relajó un poco. Sin duda, sus asuntos se referían al Reino en su
totalidad y no a algo tan común como la búsqueda de una nueva esposa. No se
informó algo sobre la muerte de su reina, y aunque hubiera fallecido, la Casa
Real de Elerren siempre se casaba con una de la Casa Orviri de Vanvir, según
aquel antiguo acuerdo entre las dos razas Sidhe. A Lithviri nunca le había
importado ceder el trono de reina suprema a Orvir Sidhe, y no veía ninguna
razón por la que su padre quisiera cambiar eso ahora, y mucho menos hacer
cualquier tipo de acuerdo sin al menos hablar primero con ella.
Un suave roce con su mano la sacó bruscamente de sus pensamientos y sus
ojos se dirigieron inmediatamente a su madre. Durante un breve momento,
Miriel vio un atisbo de preocupación en los ojos de la reina antes que la llevaran
de vuelta a formar una sola fila frente a la corte con su padre y su hermano,
mientras el rey Kirion se colocaba al frente para recibir a los nobles que
quisieran saludar personalmente al gobernante supremo. Suspiró para sus
adentros. Realmente odiaba estas sesiones de la corte con dignatarios visitantes.
Siempre parecían durar días en lugar de unas pocas horas. Con alguien tan
importante como el rey Kirion, temía que los saludos se prolongarán
literalmente hasta bien entrada la noche.
Al menos tengo que esperar a mañana por la noche, intentó consolarse
mientras observaba con creciente consternación cómo todos los nobles
presentes empezaban a hacer cola para tener la oportunidad de hablar con el rey
supremo.
Sin embargo, al cabo de media hora de observar pasivamente a su pueblo
dándole la bienvenida al rey con muy poca variación, su madre volvió a rozar
discretamente su mano.
—Tu padre y Elion representarán a nuestra familia durante el tiempo que
queda —susurró la reina Isilya—. Debemos atender el resto de nuestros deberes.
Vamos.
Miriel no necesitó que se lo dijeran dos veces. Las dos miembros de la realeza
abandonaron en silencio la sala del trono por la puerta del rey, detrás del estrado.
Todo el mundo estaba tan obsesionado con el rey Kirion que ella dudaba que su
ausencia se notaría.
—Sólo te miró una vez a modo de saludo —dijo su madre en cuanto salieron
del alcance de los guardias que protegían la puerta por la que acababan de
salir—. Temía que su motivo de venir fuera pedir tu mano, pero ahora parece
que estaba equivocada.
—Pero la reina aún vive, ¿no es así? —preguntó Miriel, todavía ansiosa a
pesar de las palabras tranquilizadoras de su madre.
—Sí. Sin embargo, han pasado casi seis mil años desde su unión, y el trono
del Segundo Reino sigue sin un heredero directo. No es inaudito que el
gobernante supremo tome una segunda esposa si la primera no produce un
heredero viable. No es una vida que desearía para ti, pero si Su Majestad
Supremo te lo pidiera, tu padre no tendría motivos para negarse al respecto sin
que fuera visto como un gran insulto a la Casa de Elerren.
—Se me ocurre una razón —dijo Miriel en voz baja, mientras empezaban a
subir las escaleras del ala real.
—Ya han pasado más de cien años —dijo su madre con firmeza—, y no he
oído ni un susurro que haga mis sospechas ciertas.
—Pero tú misma lo dijiste. El Rey Kirion es diferente, poderoso. Estando hoy
tan cerca de él, pude sentir literalmente ese poder. Todavía estás preocupada —
Miriel sonrió irónicamente—. Puedo ver tu preocupación en tus ojos, no
importa cuánto intentes ocultarlo.
La reina negó con la cabeza.
—Esa preocupación la tenemos todos. Si no es para buscar una nueva novia,
¿Qué otra nefasta situación le haría dejar sus tierras en un día tan importante
como el solsticio?
—Yo también me lo preguntaba —admitió Miriel.
—Por ahora, todo lo que podemos hacer es prepararnos para las diversas
ceremonias de mañana. Pronto sabremos si nuestras preocupaciones están
justificadas.
Miriel no pudo evitar escudriñar los rostros tanto de su padre como el del rey
Kirion, mientras ambos monarcas conversaban en voz baja en la gran mesa, el
resto de los nobles celebraban el solsticio con música y bailes al interior del
gran salón del palacio. Como siempre, se sentó junto a su madre, rechazando
cortésmente cualquier oferta de baile con su habitual timidez. Después de todo
este tiempo, se preguntaba por qué alguien seguía molestándose con ella,
especialmente cuando todos creían que su reserva se debía a que su padre la
había prometido al heredero del trono de Malviri.
Ninguno de los dos reyes parecía otra cosa más que tranquilidad, sus cuerpos
se mostraban relajados. Incluso el poder que el rey Kirion había estado
irradiando desde que apareció por primera vez en la sala del trono se vio
notablemente apagado. Realmente, su aspecto era el de dos viejos amigos
poniéndose al día tras una larga ausencia. Sin embargo, Miriel no podía
relajarse, no era capaz de deshacerse de la sensación de cómo su calma era
simplemente el sosiego antes de la tormenta. Al fin y al cabo, junto con Elion,
habían pasado toda la tarde y la mayor parte de la noche hablando de los Altos
Poderes. Ni siquiera su madre sabía lo que decían, ya que no había tenido la
oportunidad de hablar en privado con su marido antes que comenzaran los
diversos rituales del Solsticio de Invierno.
Como no quería que la sorprendieran mirando, Miriel volvió a centrar su
mirada en las bailarinas. Sus ojos inmediatamente identificaron a Elion y a su
esposa mientras giraban con gracia en medio de las parejas. Su expresión se
volvió melancólica. Lo que daría por poder unirse a ellos. Si se atreviera a
permitir que alguien la tocara, a sentir el abrazo de alguien que no fuera su
familia…
Se estremeció mentalmente. Era inútil desear algo que muy posiblemente no
podría ser nunca. Por mucho que su madre insistiera en que había pasado un
tiempo prudente sin incidentes, Miriel sabía que nunca dejaría de preocuparse
pensando que alguien se enteraría de su secreto.
Algunas de las hijas de los nobles solteros revoloteaban en pequeños grupos
de tres y cuatro cerca de la gran mesa. Los rumores sobre los propósitos a los
que aspiraba su rey supremo en sus tierras habían corrido por todo el palacio
desde antes de su llegada en el día de ayer, y el consenso parecía ser, como
Miriel y su madre habían creído inicialmente, que el rey Kirion buscaba una
segunda esposa. Dado que todos ya la creían comprometida con otro, tal vez
esperaban llamar la atención del rey Kirion, especialmente ahora en este entorno
más informal en el que era infinitamente más accesible. Puede que su madre no
deseara que se convierta en consorte real, ni siquiera del rey supremo, pero el
hecho es que se trataba de una posición muy codiciada y prestigiosa.
Miriel les deseó de todo corazón que tuvieran éxito. Mientras permaneciera
a la vista del rey Kirion, no había forma que la reina le permitiera excusarse de
la sala durante la noche, como era su costumbre durante este tipo de
celebraciones, pero especialmente durante el solsticio de invierno. Más allá de
los rituales de unión con la tierra que su padre realizaba cada año y que eran
importantes para todos los Sidhe bajo su mandato, este día tenía un significado
aún mayor para Miriel debido a un secreto que ni siquiera sus padres conocían,
uno que temía que le prohibieran disfrutar si lo llegaban a saber. Hacer bailar a
las jóvenes nobles con el rey le proporcionaría la distracción que necesitaba
para salir sin ser descubierta.
Sin embargo, después de la llegada de otra víctima, empezaba a parecer que
el rey Kirion no tenía ningún deseo de complacer a las aspirantes, y a Miriel le
resultaba cada vez más difícil ocultar su impaciencia. Volvió a mirarlo y se
sorprendió al encontrarse con los ojos del rey, que le devolvía la mirada con una
expresión bastante impasible. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándola? Sonrió
amablemente e hizo un gesto de reconocimiento antes de dirigir su atención a
su madre sin esperar a ver su reacción, si es que la había.
—Supongo que Su Alteza no desea participar en el baile esta noche —
comentó Miriel en voz baja, esperando a que su madre le ofreciera más
información.
La reina la miró pensativa.
—No es conocido por permitirse esas cosas, pero sólo he estado en el palacio
del Rey Supremo tres veces en mi vida y nunca durante una celebración tan
importante como el solsticio. Sin embargo, estoy segura que aceptaría si se le
ofreciera tu mano para un baile —esto último lo dijo con un matiz de pregunta.
Miriel sonrió con fuerza.
—Sabes que eso no puede ser, madre. Además, sólo estaba haciendo una
observación. Me parece una pena que también se pierda una actividad que le
gusta mientras ambos hacen de anfitriones. Aunque no puedo ofrecerme como
compañera, hay muchas otras que lo pueden hacer en mi lugar.
Su madre empezó a responder, pero se detuvo cuando los dos reyes se
levantaron de repente y empezaron a dirigirse hacia ellas. Miriel sintió que se
ponía rígida al verlos acercarse. Fue todo lo que pudo hacer para evitar que su
creciente ansiedad se reflejara en su expresión mientras seguía a su madre para
recibirlos.
—Disculpen, señoritas —dijo el rey Kirion, con una voz que parecía
atravesarla—, pero debo retirarme de la fiesta por un momento —entonces, de
repente, su mirada se dirigió a ella con todo su peso—. Espero que ambas se
unan a nuestra conversación cuando regrese.
—Será un placer, Majestad —dijo Miriel amablemente, sin saber qué pensar
de sus palabras, bastante inocuas si las hubiera dicho cualquier otro. Si tan sólo
pudiera obtener una interpretación de su padre, pero su expresión no revelaba
nada.
Asintiendo a la reina, el rey Kirion salió del gran salón, con tres de sus
guardias siguiéndolo. Miriel estudió su espalda mientras se marchaba, pero su
comportamiento aún no delataba lo que realmente pensaba.
Se volvió hacia su padre.
—¿Está todo bien?
Una extraña emoción brilló en sus ojos, pero desapareció antes que ella
pudiera intentar descifrarla.
—Está por verse —respondió enigmáticamente.
—Padre… —Miriel se interrumpió, sin saber qué quería preguntar o incluso
si debía hacerlo.
El rey sonrió y se inclinó para besarla en la frente.
—No te preocupes, mi pequeña Elle. Sea cual sea el propósito de nuestro rey
supremo, no es el que temía inicialmente.
Miriel frunció el ceño. Eso no ayudaba a aliviar su propia ansiedad, ya que
su padre nunca especificaba cuáles eran esos temores.
Le tendió el brazo.
—Ven. Unámonos a tu hermano mientras esperamos el regreso de Su
Majestad.
Sentada a solas en la mesa alta, Miriel observó atentamente a sus padres
mientras bailaban entre los cortesanos, esperando la mejor oportunidad para
salir de su campo de visión. En el momento en que sus familiares le dieron la
espalda, Miriel se escabulló rápidamente entre la multitud y se dirigió a la
salida. Al llegar a la puerta, uno de los guardias de palacio se puso en silencio
detrás de ella.
—Voy a subir un momento al ala real —le informó por encima del hombro.
Es cierto, pero eso no implicaba que planeara quedarse por mucho tiempo.
No tenía ni idea de cuánto iba a tardar el rey Kirion en marcharse ni de cuánto
pensaba socializar con ellos cuando volviera. Esta era probablemente su única
oportunidad de continuar con sus planes habituales del solsticio, aunque sólo
fuera por unos momentos. Tendría que ser suficiente.
Una vez en su habitación, Miriel sólo se tomó unos minutos para agarrar su
capa con capucha y cambiarse las zapatillas por un par de botas hasta los tobillos
más adecuadas en caso que la nieve se presentase este año. Entonces se dirigió
al balcón.
El aire de la noche era gélido, pero agradable después del calor sofocante del
gran salón. Se acercó a la balaustrada de piedra y se inclinó un poco para mirar
la oscuridad de su jardín, que estaba muy por debajo. De vez en cuando, los
guardias de palacio patrullaban los jardines privados, y tras haber estado a punto
de ser sorprendida por uno de esos guardias un par de años atrás, Miriel siempre
se aseguraba que su jardín estuviera vacío antes de bajar.
Cuando estuvo segura que no había nadie abajo, sus ojos barrieron los
balcones de la suite de sus padres y de las habitaciones de los invitados como
una precaución adicional, pero todos estaban vacíos. Satisfecha, Miriel se
acercó a la balaustrada circular situada junto a la pared del palacio y tiró de las
gruesas lianas que crecían a lo largo del muro, probando su fuerza hasta estar
segura que soportarían su peso.
Con un último vistazo a su alrededor para cerciorarse que estaba sola, Miriel
se subió con cuidado a la balaustrada; sus manos se agarraron con fuerza a un
par de gruesas lianas antes de estirar una pierna para encontrar un punto de
apoyo entre los enmarañados tallos y hojas. Una vez asegurada, comenzó a
descender lentamente.
—Esa es ciertamente una forma interesante de entrar en tu jardín —comentó
de repente una voz profunda desde algún lugar por encima de ella, haciendo que
Miriel casi perdiera el control al saltar prácticamente al vacío.
Se agarró con fuerza y miró desesperadamente hacia el balcón, con el corazón
a punto de salírsele del pecho, pero no veía a nadie. Estaba cerca del borde, así
que optó por bajar de un salto el resto del camino. Una vez en el suelo, comenzó
a inspeccionar frenéticamente todos los balcones a la vista por encima de ella,
pero todos parecían tan vacíos como antes.
—Aquí arriba, en el muro perimetral —dijo esa misma voz con un toque de
diversión.
Miriel se congeló. Se dio cuenta por fin de quien era esa voz. De todas las
personas que podían atraparla ahora...
Se giró lentamente y levantó la mirada. Y allí estaba el rey Kirion, sentado
en lo alto de la pared, con las piernas colgando sobre el borde más lejano y la
parte superior del cuerpo retorcida para mirarla. Estaba demasiado arriba para
que ella pudiera verle bien el rostro, y eso hizo que su corazón comenzara a latir
más frenéticamente. En nombre de los Altos Poderes, ¿qué estaba haciendo allí
arriba?
—Su Majestad —saludó con una inclinación de cabeza, sin saber qué más
hacer en esta incómoda situación.
—¿Salió a tomar el maravilloso aire que nos dan estas montañas? —preguntó
sin ninguna clase de variación.
Una pregunta llena de múltiples trampas. Por eso se mantuvo tan cerca de su
madre desde que llegó el rey supremo, temiendo quedarse a solas con ese
poderoso elfo. No había manera que ella tuviera la habilidad de igualar el
ingenio de una mente que ha vivido durante milenios.
Sin embargo, se obligó a mirarlo de nuevo, aunque lo que realmente quería
era salir corriendo.
—Algo así —aceptó, pero no dio más detalles—. Parece que hemos pensado
lo mismo —añadió, con la esperanza de alejar la conversación sobre sí misma.
La miró en silencio durante un largo e incómodo momento. Miriel sintió que
la tensión aumentaba en sus hombros mientras se esforzaba por no inquietarse
bajo su mirada. A pesar de que él estaba al menos tres pisos por encima de ella,
podía sentir su mirada sobre su cuerpo como si sus ojos la tocaran físicamente.
Entonces, de pronto, entre un parpadeo y otro, el rey desapareció.
¿Qué...? fue todo lo que su mente perpleja consiguió antes que el rey Kirion
apareciera bruscamente a un solo paso delante de ella, haciéndola retroceder.
—Mis disculpas —dijo—. No quise asustarte. Sólo asumí que conocías mi
habilidad de desplazamiento.
Ah, por supuesto. Miriel se relajó un poco.
Sacudió la cabeza y le ofreció una pequeña sonrisa.
—No hace falta que se disculpe, Su Majestad. Mi madre me habló de ello una
vez, pero lo cierto es que me sorprendió.
—¿Le gustaría acompañarme arriba? Me alegraría mucho hablar con usted
un momento antes que tengamos que volver a la celebración.
El corazón de Miriel se hundió. Aunque el frío probablemente los llevaría al
interior dentro de una hora más o menos, el rey Kirion definitivamente insistiría
en escoltarla de vuelta al gran salón. Una vez que volviera a estar bajo la mirada
de sus padres, no habría forma que se le diera la oportunidad de escabullirse por
segunda vez.
Como no veía la forma de evitarlo, se limitó a asentir con la cabeza, temiendo
que su voz delatara su decepción.
Sólo cuando él ya estaba lo suficientemente cerca, como para deslizar sus
brazos alrededor de su cintura, y entonces, se dio cuenta, con súbito pánico, que
la estaba tocando. Entonces, el mundo que los rodeaba se difuminó, y ella estaba
de pie sobre el muro del perímetro antes que pudiera terminar de jadear. Miriel
se aferró instintivamente a su túnica cuando una fría ráfaga de viento la golpeó,
e inmediatamente dejó caer las manos a los lados, horrorizada. ¡Uno no se
agarraba simplemente al rey supremo por cualquier motivo!
Al parecer, sin darse cuenta de su angustia, el rey Kirion la soltó y se acercó
al borde, donde procedió a instalarse en su posición anterior. Miriel permaneció
congelada durante unos tensos latidos antes de obligar a sus piernas a moverse.
Se sentó cuidadosamente a su lado, con la distancia de un brazo entre ambos,
haciendo un gran alarde de arreglar sus faldas para darse tiempo a calmarse.
La había tocado y, por algún milagro, no parecía que hubiera notado nada
raro. Ella no quería tentar su suerte permitiéndole una segunda oportunidad.
—¿Te gustan los lugares altos? —preguntó Miriel, una vez más, tratando de
alejar la conversación de sí misma.
—Sólo en lugares donde no se me pueda molestar con facilidad —respondió.
Miriel inclinó la cabeza.
—Entonces siento haberme entrometido en tu soledad.
—No lo hiciste —le aseguró—. Elegí llamarte, ¿lo recuerdas?
Le devolvió la mirada. Sus ojos estaban fijos en ella con la misma expresión
intensa e incomprensible que había llevado desde la primera vez que lo vio.
Rápidamente bajó la mirada hacia las manos que había enhebrado en su regazo.
—Debes pensar que soy rara.
—Más que raro, es curiosidad —dijo—. Simplemente no esperaba ver a la
apacible y tímida princesa de Lithviri bajando por la fachada del palacio con
una habilidad tan practicada, nada menos que con sus galas de la corte. ¿Acaso
iba a reunirse con alguien que no deseaba que los demás vieran?
Miriel no pudo evitar la breve carcajada que brotó de sus labios ante su
franqueza.
—Siempre temí que, si me atrapaban, ese sería el primer pensamiento que
tendrían el rey y la reina, y que no creerían ninguna de mis protestas.
—Se dice que Arandur te ha prometido al heredero Malviri. Como no es un
matrimonio por amor, no me extrañaría que tuvieras un amante.
Ella lo miró con dureza.
—¿Has oído ese rumor incluso en tus propias tierras?
Sus ojos se entrecerraron ligeramente.
—¿Rumor?
Asintió con la cabeza, moviéndose un poco por la repentina incomodidad. No
era algo que debiera discutir con el rey supremo, pero sólo podía culparse a sí
misma por alentar sus preguntas en lugar de tratar de redirigir la conversación
hacia un tema más seguro y apropiado.
—Mi padre no le ha hecho tal oferta al rey Malviri —admitió de mala gana.
Hizo una pausa y luego añadió un poco avergonzada—. Tengo la costumbre de
caminar sola, lejos de las multitudes y el ruido, durante al menos un par de
marcas cada solsticio. Es un tiempo para mí, a solas, para recordar el pasado,
un tiempo que ni siquiera mis padres saben que me permito. Los guardias de
palacio insistirían en acompañarme si entrase en mi jardín de la forma habitual.
Por eso, uso las lianas en su lugar.
—Comprensible —dijo mientras dirigía su mirada hacia las montañas a lo
lejos.
En ese momento, el rey supremo parecía tan triste. A Miriel le entraron ganas
de acercarse y poner una mano en su hombro para consolarlo. Agarró su falda
con fuerza en ambos puños para no actuar con tanta precipitación.
—El pasado puede ser una carga pesada —continuó, con los ojos aún fijos en
algún punto del horizonte—. Por eso me complace compartir mi propio tiempo
de soledad contigo esta noche.
—Apenas estoy en mi segundo siglo de vida —se aventuró a dudar—. No
puedo ni siquiera comprender el peso de un milenio, mucho menos de ocho. No
estoy segura de cuánto consuelo puedo ofrecerte, Su Majestad.
—Tu presencia, por sí sola, es suficiente —dijo, y se volvió hacia ella, con el
calor de su mirada clavada directamente en ella, de modo que su pecho se agitó
dolorosamente en una oleada de emociones confusas.
Y entonces sonrió.
Fue sólo un pequeño levantamiento de las comisuras de sus labios, pero los
efectos que produjo en un rostro ya de por sí exquisito fueron impresionantes.
Incluso en la oscuridad, su rostro parecía irradiar luz, sus ojos se encendían con
una chispa de poder, de vida. Era lo más hermoso y aterrador que había
presenciado nunca, y la dejó momentáneamente demasiado aturdida para
pensar, y mucho menos para reaccionar.
Por eso, cuando Kirion le tendió la mano, Miriel ni siquiera se atrevió a
apartarla. La frialdad de su propia mano fue calentada y la sacó de su
fascinación, sus ojos descendieron hacia sus manos unidas con algo parecido al
pánico. La estaba tocando de nuevo.
Estaba hecho. No le quedaba más que levantar la vista y afrontar las
consecuencias de su descuido. Por pura voluntad, calmó su acelerado corazón
y miró su rostro.
La expresión del rey era intensa, pero no había nada de la ira esperada, la
acusación que ella había temido durante la mayor parte de su vida. En todo caso,
en sus ojos sólo había un indicio de perplejidad durante un breve momento antes
de que Miriel sintiera que le apretaba la mano ligeramente.
¿Podría ser que su madre hubiera tenido razón todo el tiempo? ¿Había pasado
el tiempo suficiente como para no tener que temer el descubrimiento de su
secreto?
—¿Miriel? —inquirió él, con mil preguntas enterradas en su tono.
—Yo... perdóneme, Su Majestad —dijo ella, y luego decidió que un poco de
verdad era necesario aquí—. No estoy acostumbrada al tacto de los demás y me
sobresalté momentáneamente. —Apretó tímidamente su mano en lo que
esperaba que fuera una forma de tranquilizarla.
Sus ojos se volvieron pensativos.
—Arandur mencionó que eras un alma sensible, aunque no creí que lo
hubiera dicho tan literalmente. Mi sola presencia debe pesarte, ya que la fuerza
de mi alma es considerable.
—No me importa —fue lo único que se le ocurrió decir.
Estaba profundizando en las mentiras que estaba acostumbrada a decir,
mucho más de lo que había pretendido con este poderoso ser. No debería haber
permitido que el rey Kirion siguiera creyendo que su aversión a ser tocada se
debía a una fuerte capacidad empática, pero...
Volvió a girar la cabeza para contemplar el paisaje nocturno ante ellos antes
de volver a hablar.
—Debes tener preguntas —dijo—, sobre por qué he venido a tus tierras.
—No me corresponde a mí preguntarlo —dijo Miriel con diplomacia, aunque
su corazón se aceleró un poco por la expectativa—. Como mi padre no me ha
hablado de ello, entonces no debe haber considerado que sea algo que yo
necesite saber. Basta con que Elion esté al tanto.
—O simplemente es que no ha encontrado la oportunidad.
Miriel se puso rígida. ¿Qué estaba tratando de decir? Sus pensamientos
volvieron a la conversación que había tenido ayer con su madre.
—Temía que su razón para venir fuera pedir tu mano...
Sus ojos se posaron en las manos aún unidas y tragó nerviosamente,
sintiéndose repentinamente muy tímida. —Tal vez... —respondió.
Kirion se volvió para mirarla de nuevo, y Miriel casi jadeó ante la fuerza de
la melancolía en sus ojos. Era lo último que esperaba ver.
—Todo el Segundo Reino está actualmente al borde de un gran cambio —
dijo—. Aunque los signos han estado presentes desde hace tiempo, son pocos
los que los han visto por lo que son. De hecho, esas mismas señales son la razón
por la que he buscado la soledad en la noche del solsticio de invierno durante
miles de años. ¿Sabéis, por supuesto, que el trono supremo no tiene heredero
directo?
Ella parpadeó con curiosidad.
—Sí.
El rey suspiró, sonando de repente cansado.
—Lo que el Reino no sabe, fuera de un puñado de almas, es que por el espacio
de una marca hace varios miles de años, el trono sí tuvo un heredero.
Los ojos de Miriel se abrieron de par en par. Pero eso significaría... ¿por qué
demonios le estaba contando este trascendental secreto?
—Tuviste un hijo —dijo en voz baja, una oleada de tristeza la recorrió al ver
el destello de dolor en sus ojos que no podía ocultar del todo.
Asintió con la cabeza.
—Casi desde el primer momento en que pude percibir el alma de mi hijo, la
reina enfermó de muerte, tanto que su sanadora temió no sólo por la vida del
niño, sino por la de la madre. Así, la reina se mantuvo en reclusión durante todo
el embarazo, y el inminente nacimiento nunca fue revelado públicamente en
preparación para lo peor. No hace falta que te diga el estigma asociado a un
nacimiento tan malogrado.
—No —aceptó ella.
—Que haya ganado y perdido un hijo en la noche del solsticio de invierno,
en un día que celebra nuestro vínculo vital con nuestras tierras, me llenó de una
pena tan terrible que me cegó ante la calamidad a la que pronto se enfrentará
nuestro pueblo hasta hace muy poco.
—¿Y has hablado con mi padre sobre esto? —preguntó ella—. ¿Sobre su
difunto hijo?
—No.
Miriel estaba más que sorprendida.
—Entonces por qué...
Kirion volvió a sonreír, y sus palabras se interrumpieron al instante al
perderse en su belleza por segunda vez esa noche.
—Hay algunas cosas que tú, sola, tienes que entender —dijo, levantando la
mano de ella hacia sus labios para rozar un ligero beso en el dorso, sus ojos
observando su rostro con atención.
—Mi padre… no, mi madre… nunca me permitiría servir como consorte real,
ni siquiera al rey supremo —dijo lentamente, sin poder creer que estuvieran
teniendo esta conversación.
Le soltó la mano y se acercó deliberadamente a ella hasta que sus costados
casi se tocaron. Entonces, levantó lentamente las manos y ahuecó suavemente
sus mejillas. Ella se quedó helada, sin saber cómo debía reaccionar, o incluso
cómo quería reaccionar.
—No busco una consorte real —dijo en voz baja—. He venido a sus tierras
en busca de mi nueva reina.
Entonces se inclinó hacia delante y capturó sus labios en un beso firme antes
de que ella pudiera siquiera entender sus palabras. Su primer instinto fue jadear,
abriendo la boca a una lengua resbaladiza que empezó a acariciar sensualmente
la suya antes de que pudiera apartarse. Se estremeció ante esta sensación
totalmente nueva y cerró los ojos, entregándose a la lengua y los labios de él e
intentando corresponderle sin tener experiencia personal.
Miriel podía sentir el poder del rey supremo incluso en su beso, sus labios
exigentes, aunque de alguna manera tiernos, haciendo que ella quisiera darle
todo a pesar de haber pasado tan poco tiempo con él. Todo su cuerpo se sentía
caliente incluso con el frío del aire, mientras que inconscientemente apretaba
sus propias faldas como reacción.
Podía sentir la cálida exhalación de él en sus labios cuando se alejó lo que le
pareció una eternidad, haciéndole cosquillas en la carne ahora hinchada y
sensible. Abrió los ojos y lo vio mirándola fijamente con ojos oscurecidos por
varias emociones que no podía nombrar fácilmente. Fue entonces cuando su
cerebro se puso al día y se dio cuenta de la enormidad de lo que acababa de
ocurrir. Aunque el rey supremo había iniciado el beso con poca antelación, era
innegable que, una vez superado el shock inicial, había disfrutado enormemente
del beso.
—¿Mi-mi rey? —Miriel tartamudeó, con la confusión, el deseo y la timidez
que se agitaban en su interior.
Kirion apoyó su frente contra la de ella y cerró los ojos.
—La reina Althea ha abdicado a su trono —dijo—. Fue con el propósito de
permitir que otra novia de la Casa Vanvir asumiera el título con la esperanza de
que me diera el heredero que Althea no pudo. Sin embargo, ellos no ven lo que
yo veo.
—¿Qué ves? —Miriel respiró, su pecho se apretó dolorosamente en reacción
a mil emociones desconocidas.
Kirion abrió los ojos y se apartó para mirarla solemnemente.
—Que actualmente estamos al borde de otra Plaga de Infertilidad.
Esta vez Miriel sí jadeó en voz alta. La Plaga de la Infertilidad era algo
confinado a las páginas de su historia antigua, algo de lo que había aprendido
pero que nunca pensó que se convertiría en una realidad durante su tiempo.
—Creía que los Sidhe de antaño habían vencido la aflicción —dijo insegura.
—Como la mayoría —coincidió—. Sin embargo, sólo se trató el síntoma, y
ahora la mayoría cree que lo que era sólo un remedio temporal era una cura. Ya
hay una cantidad significativamente menor de niños que nacen en todo el Reino,
especialmente entre los Orvir Sidhe de mi antigua reina. Me temo que la
infertilidad golpeará completamente a las hembras de la Casa Vanvir en la
próxima generación, y el resto de las Casas le seguirán en los próximos mil
años. Es mi mayor deseo dejar a los futuros hijos que pueda tener las mejores
oportunidades para prolongar el futuro de mi línea de sangre.
—La tasa de natalidad aún no ha disminuido tanto aquí entre los Lithviri, por
lo que viajé aquí durante este tiempo intermedio en el que aún no se ha elegido
una novia para mí y no se elegirá hasta el solsticio de verano. Mi plan era
permanecer aquí entre los Lithviri durante el lapso de dos estaciones para
encontrar una novia adecuada —le mostró una sonrisa irónica—. No esperaba
que la princesa Lithviri despertara mi interés trepando por las enredaderas con
tanta intrepidez esta noche.
Miriel bajó los ojos, sin saber cómo reaccionar a su comentario.
—No puedo imaginarme cómo podría interesarle a alguien de su experiencia
ser testigo de un comportamiento tan poco digno —dijo en voz baja.
—Es eso mismo lo que me interesa —dijo él con seriedad, haciendo que ella
volviera a mirarle a la cara. Levantó una mano y le pasó ligeramente las yemas
de los dedos por la mejilla en una caricia cariñosa que le hizo sentir un
cosquilleo en la piel—. En ese momento, pude ver un trozo de tu verdadera
esencia libre de las limitaciones de tu rango. Me atrae como pocas cosas lo han
hecho en estos últimos siglos.
—Pero... —empezó, y luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que
quería decir realmente. Su mente era un torbellino de emociones confusas
gracias a su repentino e inesperado beso. No tenía ni idea de cómo debía sentirse
al respecto, de todo lo que él acababa de decirle.
Kirion se inclinó y la besó en la frente.
—No hace falta que me respondas esta noche —dijo—. Como he dicho, no
esperaba sentir un interés tan fuerte tan pronto después de mi llegada —miró
por encima del hombro—. Además, probablemente ya ha pasado la hora de que
nos reincorporemos a las festividades. Tendremos mucho tiempo para hablar,
para pasar tiempo juntos, en los próximos días si eso es lo que deseas.
Miriel no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en sus labios.
—Será un placer —dijo con sinceridad.
Por muy confundida e insegura que se sintiera sobre el beso que habían
compartido, de lo único que estaba segura era de que quería hablar más con él.
Fuera lo que fuera lo que esperaba del rey supremo, no era esa persona franca y
totalmente accesible que estaba sentada a su lado en el muro del perímetro.
Estaba muy lejos del poderoso ser que había vislumbrado por primera vez en la
sala del trono y que la había hecho temblar.
Se preguntaba si, de hecho, se esforzaba por mantener su poder bajo control,
si este lado más amable de él era una fachada o si realmente había vislumbrado
un poco de su verdadero carácter. Bueno, sólo el tiempo lo diría, y por el
momento, ella estaba más que dispuesta a concedérselo. Ahora que otra persona
la había tocado y había demostrado que sus temores eran inútiles, por primera
vez en su vida, Miriel sentía que el futuro estaba completamente abierto para
ella.
—¿Te acompaño a tu balcón? —preguntó Kirion con un toque de diversión.
Miriel dudó. Probablemente aún faltaban un par de marcas para la
medianoche. Si se apresuraba, aún tendría tiempo de seguir con al menos
algunos de sus planes anteriores. La cuestión era si podría persuadir al rey para
que la dejara hacer.
—Si no le importa, Su Majestad —dijo ella—, ¿puede llevarme al jardín en
su lugar? Todavía hay algo que deseo hacer antes de regresar al gran salón.
—¿Oh? —preguntó él con más interés del que ella hubiera querido.
Le mostró una sonrisa de disculpa.
—Así como tú tienes cosas que deseas recordar en soledad en esta noche, yo
también tengo un lugar que deseo visitar en soledad. Ten por seguro que no
tardaré en llegar.
Kirion la estudió durante un largo e inquieto momento antes de asentir
finalmente y decir:
—Como quieras.
Una vez más, Miriel se encontró envuelta en sus brazos y el mundo se
desvaneció. Un suspiro después, sintió el suelo bajo sus pies.
—Gracias —dijo ella, sintiendo que los brazos de él se soltaban de su cuerpo
mientras se alejaba. No hacía tanto frío aquí, en el suelo, pero se encontró
temblando de todos modos, echando de menos su calor y un poco incomodada
por esa constatación.
Asintió con la cabeza.
—Quizás me honres con un baile cuando vuelvas.
Sus ojos se iluminaron.
—Me gustaría mucho, Su Majestad.
Luego, con una última inclinación de cabeza, el rey desapareció de la vista,
dejándola reflexionar sobre la complejidad del rey supremo.
Miriel atravesó en silencio la puerta que separaba su jardín del jardín de la
reina, y sus ojos recorrieron la oscuridad a su alrededor en busca de posibles
guardias, pero la zona estaba inmóvil. Podía oír los débiles sonidos de las risas
y la música de las profundidades del palacio y, por un momento, una oleada de
preocupación la recorrió.
Sin duda, el rey Kirion se había reunido con sus padres en la mesa alta, y
ellos se estarían preguntando adónde se había ido. Sin saber si el Rey supremo
había revelado a su padre sus intenciones de encontrar una novia, no
necesariamente les informaría de su encuentro fortuito, ni de su promesa de
regresar al gran salón tan pronto como concluyera sus asuntos.
Sin embargo, Miriel llevaba todo el año esperando esa noche, y era un alivio
que aún tuviera tiempo suficiente antes de que terminara el solsticio para
disfrutar de lo que había llegado a considerar su regalo anual.
Se envolvió la capa con más fuerza mientras una ráfaga de viento la
atravesaba. Probablemente, esta noche volvería a nevar. Aunque los magos
elfos impidieron que la nieve entrara en todos los jardines y en el patio, los
terrenos más allá de la muralla estarían sin duda llenos de las hermosas
acumulaciones que a ella le gustaban. Tal vez incluso podría invitar al rey
Kirion a dar un paseo entre ellos.
La idea la hizo detenerse. ¿En qué demonios estaba pensando? Él era su
gobernante supremo. Sólo había pasado menos de una marca a solas con él y ya
empezaba a impregnar sus pensamientos como si lo conociera de toda la vida.
¿Cómo su curiosidad inicial se había convertido en esto tan rápidamente?
Ahora, más que preocupada, Miriel se apresuró a atravesar el jardín de su
madre hasta el pequeño bosquecillo de árboles del centro, deseosa de apartar su
mente del encuentro con el rey por el momento. Bastante inocuo a primera vista,
se trataba de la puerta de entrada de la realeza al Inbetween, el plano de
existencia entre los reinos de los elfos y los humanos.
Con una última mirada a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola,
Miriel se introdujo entre un par de árboles concretos y la oscuridad de la noche
fue sustituida instantáneamente por la atmósfera gris y brumosa siempre
presente en el Inbetween. La espesa hierba le hacía cosquillas en los tobillos
mientras se apresuraba a cruzar la vasta pradera, dejando que su sentido de la
espesura del aire que la rodeaba la guiara como siempre hacia el lugar secreto
con el que había tropezado veinte años atrás.
Invisible a simple vista, sólo su curiosidad por saber qué causaba esa extraña
pesadez en el aire una noche del solsticio de invierno en la que buscaba
realmente la soledad, lejos de los cortesanos que reían y bailaban, le recordaba
la carga del secreto que llevaba consigo y que la había llevado a ese asombroso
y maravilloso descubrimiento. Sólo cuando alargó una mano para tocar la zona
en la que el aire parecía casi tan sustancial como el agua, encontró lo que había
llegado a llamar "La Grieta".
Al cabo de unos instantes, Miriel se encontraba en el nexo de aquella pesadez.
Una oleada de emoción la recorrió mientras avanzaba, preguntándose qué
encontraría esta vez. Entonces, sin previo aviso, una mano agarró uno de sus
brazos y la hizo detenerse a mitad de la Grieta, mientras gritaba de sorpresa. Se
dio la vuelta, con el corazón en la garganta, pero sintió que ese mismo corazón
se hundía en la boca del estómago cuando sus ojos se encontraron con la forma
del rey supremo.
Se quedó congelada, incapaz de formar un solo pensamiento coherente
mientras miraba al rey Kirion con los ojos muy abiertos. Había estado tan
concentrada en seguir las variaciones de la densidad del aire que no se había
dado cuenta de que la seguían.
Sin embargo, en lugar de una mirada de castigo, su mirada sólo reflejaba una
leve curiosidad.
—Supongo que ese "lugar" que mencionaste antes está dentro del reino
humano —dijo, señalando con la cabeza su cuerpo, que ya estaba parcialmente
dentro de la Grieta y, por lo tanto, oculto a la vista.
—¿Me ha seguido? —En cuanto las palabras salieron de sus labios, Miriel se
estremeció internamente. No había querido que su pregunta sonara tan
acusadora.
Sus ojos se clavaron en los de ella.
—Imagina mi preocupación cuando tu fuerza vital se desvaneció
abruptamente.
¿Quieres sentirlo? quiso preguntar, pero se obligó a asentir y a relajar los
hombros.
—Mis disculpas por haberle causado tanta preocupación, Su Majestad.
—Miriel —dijo él, levantando la otra mano para acariciar su mejilla—. No
estamos entre la corte de los elfos. No es necesario que seas tan formal conmigo
cuando estamos solos.
Le dirigió una sonrisa tímida, tratando de ignorar lo suave y agradablemente
cálida que se sentía la mano del rey apretada contra su mejilla.
—Todavía me encuentro de vez en cuando hablando formalmente con mi
padre cuando estamos solos, la costumbre está tan arraigada, pero lo intentaré.
Su mirada se dirigió a la Grieta y frunció el ceño.
—Has abierto un curioso tipo de camino. Nunca lo había visto hacer de esta
manera.
Miriel se encogió de hombros, nerviosa.
—Yo no la he creado —admitió, pero no dio más detalles.
—Arandur, entonces —dijo Kirion pensativo, y Miriel no le corrigió,
esperando que dejara el tema por completo. Volvió a dirigir esa mirada
pensativa hacia ella—. ¿Es realmente un lugar que deseas visitar dentro del
reino humano? —preguntó de repente.
—Lo es —dijo Miriel lentamente, preguntándose por el extraño trasfondo de
emoción que oía en su tono.
Hizo una pausa y se volvió para mirar la Grieta, pero aún no podía ver lo que
había más allá. ¿Se atrevía a revelarle ese secreto tan particular, que ni siquiera
su madre conocía?
—¿Te gustaría acompañarme? —preguntó Miriel, vacilante, mirando hacia
atrás para medir su expresión—. Es mejor que lo veas por ti mismo, ya que
nunca podría esperar describirlo como se merece.
Kirion le soltó el brazo y le cogió la mano, uniendo sus dedos.
—No he tenido una invitación más intrigante en milenios —dijo con una
pequeña sonrisa—. ¿Puedes decirme al menos qué región vamos a visitar?
Miriel sonrió.
—Creo que lo dejaré como una sorpresa —respondió burlonamente,
maravillada por su propia audacia. Ayer habría preferido cortarse el brazo antes
que hablar con tanta libertad y familiaridad con el rey supremo.
Entonces lo arrastró a través de la Grieta antes de que pudiera comentar. Sus
ojos fueron asaltados casi inmediatamente por cientos de luces de colores, y
Miriel no pudo evitar soltar una carcajada de absoluto placer. Había esperado
que fuera esta escena en particular la que los recibiera. Se volvió hacia su
compañera emocionada, pero en lugar de asombro, la expresión de Kirion era
alarmantemente pétrea e ilegible.
—Miriel... esto es... —su tono estaba mezclado con algo parecido a la
conmoción si hubiera sido cualquier otra persona la que hablara, mientras sus
ojos captaron lentamente el bosque de luces multicolores que tenían ante ellos.
Y era un bosque, o al menos una arboleda considerable. En ese momento se
encontraban en la entrada de un espectáculo que ella había recorrido más de una
docena de veces en los últimos veinte años.
El pecho de Miriel se apretó dolorosamente en un principio de pánico. Su
reacción distaba mucho de lo que ella esperaba. ¿Había cometido un gran error
al traerlo aquí? Era casi como si al ver algo que obviamente no entendía hubiera
cambiado todo su comportamiento al de alguien que acababa de presenciar un
peligro totalmente inesperado.
Le apretó la mano con inseguridad.
—No pasa nada. Aquí no hay peligro.
—Esto no es el reino de los humanos —afirmó Kirion, con los ojos fijos en
lo que era, para él, una escena totalmente ajena.
—Lo es —insistió ella—. Sólo que no es el que nadie ha visto nunca. Al
menos no todavía.
—¿Todavía no? —repitió él, mirándola con el ceño fruncido.
Miriel negó con la cabeza.
—Me estoy explicando mal—Señaló detrás de ellos—. Esa puerta no la hizo
mi padre ni, sospecho, nadie más.
La comprensión brilló en sus ojos.
—Un desgarro natural en el tejido de la realidad, entonces —aventuró.
—Eso es lo que yo también creo. Me topé con ella hace veinte años. Es una
puerta que sólo aparece el día del solsticio de invierno. Al principio, todo esto
me confundía tanto como a ti, pero después de explorar las maravillas de este
lugar, llegué a comprender, con el paso de los años, que éste es, en efecto, el
reino humano, sólo que un reino humano muy, muy lejano en el futuro.
Los ojos de Kirion se entrecerraron con fuerza antes de darse la vuelta, con
su mano apretada alrededor de la de ella como si temiera que saliera corriendo,
y se acercó a uno de los árboles más cercanos que bordeaban los límites de un
sendero lo suficientemente grande como para que un carruaje lo recorriera, con
sus ramas y su tronco envueltos en hilos de aparentemente cientos de pequeñas
luces de color rojo, verde, azul y blanco. Sus botas apenas si molestaban el suelo
cubierto de nieve, una consecuencia de la incapacidad de un Sidhe para
manifestarse completamente dentro del reino humano, algo que ella había
lamentado a menudo en el pasado.
Extendió la mano libre y tocó con precaución una de las luces azules. Cuando
no le quemó, la agarró entre el pulgar y el índice y la apretó ligeramente, con
los ojos escrutando.
—Es de cristal —dijo finalmente tras un largo momento de silencio sólo roto
por el suave silbido del viento—. Sin embargo, aunque mi mano sólo se haya
manifestado a medias en este reino, esperaba sentir al menos una pizca de calor,
ya que esta rareza arde por dentro con energía —soltó la luz y se volvió para
mirarla con bastante intensidad—. ¿Has visto humanos en este lugar? ¿Fueron
ellos quienes iluminaron los árboles de esta extraña manera?
Miriel asintió y luego señaló hacia el norte.
—También hay una ciudad humana cerca, a menos de una marca de distancia
a pie. Basta con visitarla para ver que su progreso supera en eones a todos los
asentamientos humanos que he presenciado al entrar en el reino humano por las
puertas habituales. Este espectáculo que tenemos ante nosotros se hizo para
celebrar su propia versión del solsticio. También han revestido muchas de sus
estructuras con estas luces. Los humanos lo llaman 'Navidad'.
—No percibo nada más que la fauna local.
—Probablemente es mucho antes del amanecer aquí. Cada vez que he
atravesado la Grieta, nunca es el mismo día, nunca es el mismo momento del
día. Hubo momentos en los que salí a la luz del mediodía. Aunque la Grieta del
Intermedio sólo se abre durante el solsticio de invierno, lo que hay más allá es
siempre una sorpresa. Lo único consistente ha sido que siempre está a pocos
días del solsticio en este lado.
—¿Por qué no has contado a tus padres un descubrimiento tan extraordinario?
—Temía que me prohibieran volver, y mis visitas anuales a este lugar se han
convertido en algo muy querido para mí.
Kirion suspiró.
—Tendrían razón en prohibírtelo. Los caminos que se abren naturalmente
entre los dos reinos son siempre inestables, peligrosamente. Cada vez que los
atraviesas corres el riesgo de quedarte atrapada aquí —volvió su mirada hacia
los árboles bellamente iluminados, y su expresión se suavizó—. Sin embargo,
puedo entender lo que te atrae para volver —Miriel le apretó la mano con
entusiasmo—. Entonces permíteme mostrarte más. Esto no es más que el
principio de un camino que lleva a varias muestras de las creaciones de los
humanos. He visto a muchos humanos a lo largo de los años caminando o
montados en un carro por este mismo camino y deleitándose con este
espectáculo visual tanto como yo.
Mientras caminaban, comenzó a caer una ligera nevada. No pasó mucho
tiempo antes de que los pequeños copos se convirtieran en una espesa ráfaga.
Imaginó que, si alguno de los humanos pudiera verlos ahora, sólo aparecerían
al ojo humano como sombras caminando de la mano bajo la nieve que caía. No
podía decidir si eso sería una visión romántica o desconcertante.
Unos cuantos copos le hicieron cosquillas en la nariz, y Miriel no pudo evitar
reírse con alegría.
—Me encanta cómo se sienten los copos de nieve revoloteando contra mi piel
aquí en el reino humano —confesó ante la mirada interrogante de Kirion—. No
más sustancial que un aliento fresco.
Los labios del rey se torcieron ligeramente.
—No sólo la nieve, sino que puedo ver cómo te deleitas con un chaparrón
repentino.
—Se sabe que he hecho eso una o dos veces —ella aceptó con una sonrisa.
Una ligera curva en el camino le llamó la atención y su sonrisa se amplió—.
¡Oh! ¡Hemos llegado!
Olvidando momentáneamente que era el rey supremo a quien llevaba de la
mano, Miriel tiró con entusiasmo de Kirion hacia adelante al doblar la última
esquina, y los árboles iluminados dieron paso a un amplio claro lleno de las
creaciones iluminadas que ella quería que viera. Luego se detuvo y volvió a
mirar a su compañero, emocionada por ver su reacción.
Tal vez fuera el resultado de miles de años de educar habitualmente sus
emociones, pero la única reacción que mostró fue un leve ensanchamiento de
los ojos al asimilar la escena que tenía ante sí. Varios escenarios habían cobrado
vida gracias al arte de los cables y a la multitud de esas pequeñas luces
multicolores. Unos pasos más adelante, unos armazones de alambre envueltos
en hilos de luces blancas con las inconfundibles formas de varios ciervos se
agachaban como si fueran a pastar la vida vegetal que asomaba a través de la
nieve en sus "pezuñas". A pocos pasos de los ciervos, un grupo de mini árboles
creados enteramente con alambre y luces parecía titilar de forma similar a las
estrellas del cielo nocturno.
Kirion soltó su mano y se acercó cautelosamente a uno de los ciervos y
observó en silencio cómo su cabeza se hundía lentamente en el suelo y volvía a
levantarse una y otra vez.
—¿Cómo se logra esto? —preguntó mientras Miriel se acercaba a su lado.
—No estoy segura —respondió ella—. Nunca los he visto erguidos, sólo
ocasionalmente movidas.
El rey asintió y luego su mirada se fijó en algo más allá de los árboles de
alambre. Miriel apartó su atención de él y casi se echó a reír cuando se dio
cuenta del objeto que había captado su atención.
—Esa es una representación de una figura que los humanos llaman "Santa
Claus"—ofreció, sin poder evitar completamente la diversión en su voz—. Al
parecer, trae regalos a todos los niños humanos cada año durante la celebración
de la Navidad.
Kirion se volvió hacia ella, con una expresión de clara perplejidad.
—Eso no parece posible.
Miriel se encogió de hombros.
—Tal vez sea sólo una historia.
—Tal vez.
Pasaron los siguientes momentos paseando y observando todas las coloridas
creaciones. De vez en cuando, el rey le hacía alguna pregunta, pero por lo
demás, lo observaba todo en silencio. A Miriel no le importaba. Era más que
suficiente poder mostrarle todo aquello. De hecho, se alegró especialmente de
que fuera el primero del reino de los elfos, aparte de ella, en verlo. Cuando antes
había expresado su deseo de pasar más tiempo con ella, probablemente nunca
se había imaginado que lo pasarían maravillándose con estas creaciones
humanas.
—Aquí está la prueba final ante mí —dijo Kirion de repente, mientras estaban
ante una hilera de palos con ganchos rojos y blancos, mirándola con ojos que
parecían penetrar hasta su alma.
—¿Prueba? —repitió confundida mientras se retorcía instintivamente bajó su
mirada.
Él le tomó lentamente el rostro entre sus manos y le pasó los pulgares
suavemente por las mejillas.
—Que una vez fuiste humana.
Que alguien conociera su secreto más profundo de forma tan descarnada le
pareció tan chocante que lo único que pudo hacer Miriel fue quedarse
paralizada, su mente se detuvo en una mezcla de pánico y miedo, pero no sólo
eso, sino que se sintió afectada.
Ya no me querrá.
Caminando juntos entre los despliegues de luz, sintiendo tanta alegría por
poder compartir una de sus pocas actividades atesoradas con el rey Kirion, se
dio cuenta de lo mucho que le había permitido entrar en su corazón esta noche.
Una humana no era ningún tipo de compañera para el rey supremo de los elfos,
por mucho que ahora se pareciera a una elfa.
—Por favor, no se enfade, Su Majestad —suplicó Miriel—. Mi padre sólo
quería protegerme de la censura. Sé que deberíamos habérselo dicho
especialmente, pero...
Kirion se inclinó bruscamente y la silenció con sus labios. Miriel estaba tan
conmocionada que permaneció inmóvil e insensible, su mente incapaz de
comprender lo que estaba sucediendo. Él se apartó tras unas suaves caricias de
sus labios, pero siguió acunando su rostro entre sus manos.
—No estoy enfadado, Miriel —dijo en voz baja—. Supe desde el momento
en que tú y Elion os pusisteis delante de mí ayer en la sala del trono que tenías
un alma humana.
—Usted... lo sabía…
Asintió con la cabeza.
—No es muy conocido, pero puedo leer fácilmente las almas de los demás
como si fueran las almas de mis propios hijos.
—Entonces, ¿por qué...? —Miriel se interrumpió y bajó los ojos, incapaz de
continuar. El rey le levantó la barbilla y le ordenó con firmeza:
—Mírame.
Ella accedió a regañadientes. El peso de esos ojos antiguos que la miraban
era casi demasiado para soportarlo, pero se obligó a no apartar la mirada.
—¿Te crees indigna de mí? —adivinó él. Cuando ella permaneció en silencio,
él le soltó la barbilla y la estrechó entre sus brazos—. ¿No he confesado ya
cuánto me ha atraído la esencia de tu espíritu? No pensé en otra cosa que en ti
desde el momento en que nos separamos en tu jardín. Saber que una vez fuiste
humana sólo fortaleció mi deseo de conocerte, de experimentar el mundo a
través de los ojos de alguien que era más que un Sidhe.
Suspiró y la abrazó con más fuerza contra su cuerpo. La sorpresa y la
incertidumbre hicieron que sus brazos quedaran sueltos a los lados.
—Para alguien que ha vivido tanto tiempo como yo, tu singularidad es algo
que deseo casi tan desesperadamente como mi deseo de tener un hijo, si no,
temo que pronto me estanque. Nadie más podría ser un compañero más digno.
—No deberías pensar tanto en mi potencial —susurró Miriel contra su
pecho—. Sólo te decepcionará.
—Que lo creas de verdad es la razón por la que no lo harás.
El tono del rey contenía una nota extraña, y Miriel levantó la cabeza para
mirarlo interrogante. La intensa mirada de Kirion la hizo temblar de aprensión
y de algo parecido a la excitación. Nunca nadie la había mirado con tanta
intensidad.
—Hace tal vez siglos que no deseo nada ni a nadie —dijo—. Deseo mostrarte
cuánto, aquí bajo la nieve que cae rodeada de esta maravilla visual, si me lo
permites.
Lentamente, Miriel levantó los brazos para rodear su cintura, devolviéndole
el abrazo mientras su mente daba vueltas. Entregarse tan íntimamente a otro era
algo que creía que nunca experimentaría, pues temía que un simple contacto
revelara su humanidad. Aunque siempre había sentido curiosidad por el acto en
sí, casi se sorprendió de lo mucho que lo deseaba, de lo mucho que quería
experimentarlo con él. Parecía apropiado que su primera experiencia erótica
fuera aquí, un lugar donde ambos existían físicamente por igual dentro de los
dos reinos.
—Sí —respondió Miriel con sencillez, y la sonrisa de él como respuesta fue
tan hermosa e hipnotizante como antes.
Kirion soltó el agarre de la cintura de ella y levantó las manos para soltar el
broche de su cuello y abrir la capa. Le quitó la capa de los hombros y la extendió
sobre el suelo cubierto de nieve, entre la hilera de bastones de caramelo
parpadeantes y un gran muñeco de nieve que se iluminaba con fuerza desde
cada uno de los tres segmentos que componían su cuerpo. Entonces Miriel fue
levantada repentinamente y cayó sobre la capa, sus labios buscaron hambrientos
los suyos antes de que ella pudiera hacer más que jadear.
No hubo reservas en el beso del rey supremo, su lengua se sumergió en la
boca de ella incluso cuando se tragó su jadeo. Esta vez la lengua de ella se movió
para enredarse lentamente con la de él, aunque un poco tímidamente. Las
nuevas sensaciones la hicieron temblar, y se agarró a sus hombros con fuerza
mientras él se cernía sobre ella, desesperada por encontrar algo a lo que aferrarse
mientras empezaba a ahogarse en tantas sensaciones nuevas y emociones
desconocidas.
Una de las rodillas del rey se interpuso entre sus piernas extrañamente
abiertas, incitándola a que las abriera más, antes de que él empujara la falda de
su vestido hacia arriba y se acercara para acomodar su cuerpo entre los muslos
de ella con un firme y agresivo empuje de sus caderas contra su ingle ahora
desnuda. Podía sentir su calor incluso a través de su traje de etiqueta, y una
sensación de excitación nerviosa y satisfacción la invadió.
No le importaba que estuvieran prácticamente expuestos aquí, en medio de
las exposiciones navideñas, a cualquiera que pasara por allí, dos sombras
moviéndose en medio de la pasión. En ese momento, el mundo sólo consistía
en los cosquilleantes copos de nieve que caían sobre ellos y Kirion.
Los labios de él bajaron por la barbilla de ella hasta la base de su cuello
mientras sus manos se ocupaban de desatar el corpiño. Dejó escapar un gemido
de sorpresa cuando la boca de Kirion se fijó en su punto de pulso y chupó con
fuerza. Encontró que una de sus manos se levantaba por sí sola del hombro de
él para recorrer el cabello dorado que se desparramaba sobre sus hombros y le
hacía cosquillas en la cara, las delicadas hebras se deslizaban sobre sus dedos
con más suavidad que la seda.
Miriel no tardó en sentir el aire fresco contra sus pechos cuando por fin se
liberaron de detrás de aquel grueso y restrictivo material. Kirion deslizó la
palma de la mano por la curva de su pecho izquierdo hasta que lo agarró con
firmeza y posesión, amasando con los dedos. Bajó la boca hacia el otro,
aferrando el pezón y procediendo a atormentar el bulto que se endurecía
rápidamente con los dientes y la lengua mientras ella se retorcía y jadeaba bajo
él.
El rey se movía tan rápida y agresivamente que Miriel no podía pensar con
claridad. Así de cerca, la fuerza de su aura era también casi abrumadora,
envolviendo todo su cuerpo hasta que se sintió como si la abrazaran dos
hombres.
—Kirion —gimió, suplicó, y sus dedos se aferraron a su hombro y a su
cabello.
Él levantó la cabeza, con los ojos entrecerrados por una inconfundible lujuria
que rápidamente se transformó en preocupación como reacción a algo que debió
ver en la expresión de ella. Le acarició la mejilla con suavidad.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó.
Miriel le ofreció una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.
—El poder que fluye naturalmente de tu cuerpo puede ser algo abrumador a
veces —admitió.
Kirion se levantó para besar sus labios suavemente. Ya podía sentir que la
presión que la rodeaba disminuía significativamente.
—¿Mejor? —preguntó él, con su boca apenas a un suspiro de la de ella.
Sus labios rozaron brevemente los de él cuando asintió, haciéndola temblar
mientras una ráfaga de sensaciones inundaba el tejido hipersensible. Luego, su
boca volvió a presionar con firmeza contra la de ella, y su mente se volvió
rápidamente confusa por el placer que le produjo el hecho de que él empezara
a apretar lentamente sus caderas, aún vestidas, contra la ingle desnuda de ella.
Los brazos de Miriel se enredaron en su cuello y sus muslos se apretaron
instintivamente alrededor de sus caderas mientras el suave material de sus
calzones se frotaba deliciosamente contra el centro de su placer hasta que ella
se mojó y levantó las caderas con abandono para unirse a él en su sensual danza.
Demasiado pronto, Kirion detuvo sus caderas, haciendo que un ruido
involuntario de protesta saliera de los labios de ella. Miriel podría haberse
avergonzado de su total pérdida de control si su mente no hubiera estado
reducida a papilla.
Kirion bajó una mano entre sus cuerpos hasta donde palpitaba entre sus
piernas, sus dedos pasaron como fantasmas sobre su clítoris, haciendo que ella
se arquease instantáneamente contra su mano en busca de más de esa deliciosa
fricción.
Miriel separó su boca de la de él con un jadeo.
—Por favor, Kirion, necesito... —suplicó, apretando su cuello
desesperadamente.
Los labios de Kirion se torcieron ligeramente, y entonces introdujo
bruscamente dos de sus dedos en su interior. Miriel echó la cabeza hacia atrás
con un grito ante esta nueva sensación. Apretó los músculos internos en torno a
esos dedos mientras él empezaba a introducirlos y sacarlos de ella lenta y
cuidadosamente, con el pulgar frotando firmemente su clítoris en círculos lentos
y deliberados, hasta que ella estuvo a punto de perder la cabeza de placer.
Sus labios estaban de nuevo en su garganta, besando y chupando su carne
húmeda con agresividad, con la intención de marcarla como suya incluso
mientras seguía dándole placer hasta el borde del clímax. Cuando Miriel
finalmente llegó al límite, sintió como si la tremenda presión que había estado
acumulando en su ingle hubiera explotado literalmente. Se estremeció
violentamente mientras una oleada tras otra de placer se estrellaba en su cuerpo,
inundando sus sentidos tan completamente que no pudo respirar durante lo que
le pareció una eternidad.
Y aun así Kirion continuó introduciendo sus dedos en ella, besándola
suavemente a lo largo de sus mejillas y labios hasta que sus caderas arqueadas
se desplomaron de nuevo en el suelo. Con un último lametón y beso en la boca
de ella, Kirion retiró sus dedos y se sentó para bajarse los calzones lo suficiente
como para liberar su miembro hinchado.
Volvió a colocarse en la entrada de la mujer, frotando la cabeza de su polla a
lo largo de su pliegue y contra su clítoris, aún palpitante, un par de veces antes
de penetrar bruscamente en su interior hasta la empuñadura. Miriel gritó y se
arqueó contra la ingle de Kirion cuando una fuerte sacudida de dolor le subió
por la columna vertebral, pero luego rodeó su cintura con las piernas y levantó
los brazos temblorosos para tirar de él hacia su cuerpo.
Kirion se detuvo un momento, con los ojos cerrados y la frente pegada a la
de ella, permitiéndole adaptarse a la considerable circunferencia que estiraba su
virgen pasaje. Sus dedos la habían aflojado un poco, pero seguía estando
increíblemente tensa. Sólo cuando su temblor disminuyó y ella empezó a
retorcerse un poco bajo él, abrió los ojos y empezó a empujar sus caderas con
un ritmo lento y constante.
Los dedos de Miriel se aferraron a la túnica que cubría su espalda mientras
las profundas y poderosas embestidas del rey rozaban lugares sensibles dentro
de ella que no sabía que tenía, avivando las llamas de su placer una vez más.
Casi podía sentir que sus ojos la tocaban mientras él observaba su rostro con
atención sin perder nunca el ritmo.
Se esforzó por sostenerle la mirada, queriendo ver el momento de su clímax,
para quizás verle perder un poco de esa poderosa conducta de rey y saber que
era ella la que le había hecho perderla. Como si leyera sus pensamientos, Kirion
sonrió y bajó la cabeza para besarla sin aliento, sus caderas empezaron a
aumentar su velocidad hasta que una vez más la había acariciado hasta el
clímax. No fue hasta que él dio una última y fuerte embestida y un torrente de
calor cubrió su pasaje que Miriel se dio cuenta de que había cerrado los ojos
mientras se corría, abriéndolos con el tiempo suficiente para ver la cara de
Kirion contorsionarse durante unos latidos en éxtasis.
Su rostro de pasión era tan hermosa como su sonrisa.
Tal vez fue una suerte que esto hubiera ocurrido dentro del reino humano.
Miriel se imaginaba que ya estarían medio congelados si Kirion se hubiese
atrevido a cogerla mientras yacía entre las derivas que en ese momento
rodeaban el palacio de Lithviri. Por así decirlo, las ráfagas de nieve que el viento
soplaba sobre sus cuerpos parcialmente expuestos mientras permanecían
entrelazados por encima de su capa se sentían tan suaves y agradables como una
brisa fresca en lugar de dolorosamente heladas. A menudo se había lamentado
de su estado sombrío mientras exploraba el reino humano, pero después de esta
noche, no volvería a quejarse.
—Puedes decirme… —dijo Kirion, rompiendo el cómodo silencio del sofoco
que había caído entre ellos—, ¿cómo una niña humana acabó siendo la princesa
Lithviri?
Miriel levantó la cabeza para mirarlo. Sabía que esa pregunta llegaría y se
había preparado para ella.
—El rey me encontró vagando por el Inbetween cuando tenía cinco años —
—respondió—, hambrienta, sedienta y asustada en un lugar que bien podría
estar en otro planeta.
Una ceja rubia se arqueó mucho más.
—¿El Inbetween? ¿Cómo, en nombre de los Altos Poderes, has podido entrar
sin la ayuda de un Sidhe?
—Honestamente no lo sé. Mi padre cree que me tropecé con una vieja puerta
que quedó en el olvido. Todo lo que sé es que un momento estaba corriendo por
el bosque detrás de mi casa, y luego, entre un parpadeo y el siguiente, estaba
atravesando un campo de flores silvestres bajo un cielo gris.
Kirion acarició distraídamente su cabello.
—Tan joven, ¿no fuiste capaz de poner nombre a tu casa?
Miriel negó con la cabeza.
—Si me hubiera llevado de vuelta al reino humano a través de una puerta
creada por sí mismo, habría sido imposible volver a encontrar mi hogar por
mucho que hubiéramos buscado —señaló los adornos que los rodeaban—. Es
la misma razón por la que conocí el significado de todo esto. Esta sociedad, esta
época de la historia de la humanidad está muy cerca de aquella en la que nací.
Su mano se detuvo.
—Una niña humana del futuro...
—Sí, aunque no lo descubrimos hasta que mi padre empezó a llevarme al
reino humano después de un par de décadas de vivir en el mundo de los elfos,
y me di cuenta que se trataba del reino humano como había sido varios miles de
años en el pasado. Por lo tanto, no había ninguna puerta, aparte de la que me
había traído inicialmente a través del tiempo y el espacio, que pudiera enviarme
a casa, y nunca se encontró. La Grieta que cruzamos esta noche para venir aquí
puede muy bien ser la misma, pero no importa. La familia que dejé atrás era una
familia abusiva, y no tengo ningún deseo de reclamar mi humanidad.
—Entonces, ¿por qué venir aquí?
Miriel sonrió tímidamente.
—Supongo que por razones sentimentales. La época de Navidad y todo el
espectáculo que la rodea era algo que me encantaba de pequeña. Era el único
aspecto luminoso dentro de tantos recuerdos oscuros.
Kirion negó con la cabeza.
—Me parece sorprendente que Arandur e Isilya hayan conseguido mantener
el secreto de tus orígenes humanos durante tanto tiempo.
—Sólo ellos y Elion saben la verdad. Padre efectuó personalmente una
transición en mi cuerpo.
—Es un mago excepcional —aceptó Kirion—. Debo asegurarme de
agradecerle a fondo el extraordinario regalo que me ha proporcionado.
Miriel arrugó la nariz en señal de confusión.
—¿Regalo?
Se inclinó y le dio un suave beso en la nariz.
—Mi nueva novia.
—¿Estás tan seguro de quererme? —preguntó Miriel, sintiéndose
repentinamente con alfo de vergüenza.
—¿No acabo de demostrártelo? —dijo él, con su mano bajando por su
espalda para apretarle el trasero juguetonamente.
En lugar de sentirse avergonzada, sus acciones le hicieron sonreír.
—Debo advertirte que mi madre está muy contenta porque aún no me caso y
vivir en el palacio indefinidamente.
Kirion sonrió y la abrazó con más fuerza contra su pecho.
—Entonces, tal vez tengamos suerte de tener todo el invierno y la primavera
para hacerla cambiar de opinión.
Cristina Rayne es la autora de la serie Claimed by the Elven King. Descargue
la primera parte de la primera serie de forma gratuita en algunas tiendas online.
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Shadows Beneath.
Somos grupos de traductores independientes que aman la lectura.
Traducimos libros que sabemos que les pueden gustar. Saga que empezamos la
terminamos, así que siéntanse tranquilos de empezar libros bajo nuestro
nombre, ya que estarán completos.
Home For The Howlidays
Chloe Cole
1
Sinopsis
2
Capítulo 1
—Hijo de puta.
Nicklaus se ajustó con más fuerza la parka alrededor de
sus hombros e hizo una mueca cuando otro globo húmedo de
nieve se deslizó por el interior de su bota. No echaba de menos
esta parte de Montana. Incluso con su temperatura corporal
tres grados más alta que la de un ser humano normal, los
inviernos aquí seguían siendo tan fríos como una puta mierda.
Atravesó el metro de polvo blanco que conducía a su nueva
casa, refunfuñando en voz baja durante todo el camino. Si su
hermano pudiera verlo ahora. Ivan se habría reído a carcajadas
y le habría dicho que vivir en Aruba lo había ablandado. Tal
vez lo había hecho, pero el conocimiento no lo calentaba en lo
más mínimo.
De hecho, hasta ahora, estar de vuelta en su ciudad natal
era todo lo que había imaginado que sería cuando se había ido
tres años atrás.
Nada bueno.
Los recuerdos se agolpaban sobre él como una bandada de
cuervos furiosos, y por mucho que lo intentara, no podía
luchar contra ellos.
3
—Como puedes ver, el lugar necesita algo de amor. Hace
tiempo que una familia no vive aquí, así que está un poco tosco
en los bordes. Tal vez sea yo, pero me gusta así. —La menuda
y rubia agente inmobiliaria lanzó una sonrisa por encima del
hombro que sugería que la deteriorada cabaña no era lo único
que tenía un aspecto un poco tosco y de su agrado.
Se pasó una mano por su barbilla rasposa y reprimió su
irritación. No era culpa de ella que el único lugar para alquilar
a corto plazo en un radio de treinta kilómetros fuera este
agujero de mierda. Además, él no necesitaba mucho. Un
recipiente para orinar, una sartén, algo de comida y una
hornalla para cocinarla eran suficientes.
Y calor. Definitivamente, algo de calor.
La mujer abrió la puerta principal con una llave y ambos
zapatearon para quitarse el barro antes de que ella lo
condujera a la austera y anticuada cocina.
—Compré las cosas que habías pedido y conecté la nevera
para ti, así que deberías tener todo listo. El café está ahí. —
Señaló con la punta del dedo un par de armarios de madera de
arce desgastados antes de extender la otra mano. —Y aquí
están las llaves. La puerta trasera y la delantera comparten el
mismo mecanismo de cierre, y la segunda llave es para el
cobertizo de atrás. Allí hay un soplador de nieve si lo necesitas,
así como algunas palas y demás.
Dejó su bolsa de viaje y tomó las llaves de ella, forzando
una sonrisa cortés. Lo único que quería era recostar la cabeza
4
y dormir un poco. Había tenido un largo vuelo, y no había sido
capaz de detener el parloteo de su cerebro ni un segundo.
—Sé que dijiste que hacía tiempo que no volvías, y hay
unos cuantos sitios nuevos para comer que han abierto. Moe's
Grill, en la esquina de Main y Barstow, está bastante bien si te
gustan las costillas y cosas así, y luego un pequeño cuchitril
llamado Caroline's, en la calle Market, tiene unos guisos y una
sopa fabulosos, perfectos para una comida de invierno. —Le
dedicó una prolongada sonrisa y se acarició el cabello. —Si
necesitas a alguien que te ayude a familiarizarte con la zona,
tienes mi tarjeta.
Ella le sostuvo la mirada demasiado tiempo y él tragó un
suspiro. ¿Qué tenía él que las mujeres arrogantes y estiradas
parecían ir en masa en su dirección? Ese no era su tipo, pero
eso no las detenía. Tal vez fuera la barba desaliñada que lo
hacía parecer peligroso o algo así.
Tomó nota mentalmente de que debía afeitarse cuando
tuviera la oportunidad, porque cuanto menos atención
recibiera, mejor. De hecho, si conseguía entrar y salir de la
ciudad antes de Navidad sin cruzarse con nadie conocido
aparte del hombre al que había venido a ver, sería más feliz
que un cerdito en una casa de ladrillo.
—Agradezco la oferta, Marjorie. —Le puso una mano en el
hombro, que se sentía huesudo incluso a través de las capas
de su parka de plumas, y la condujo hacia la puerta. —Y
5
gracias por encontrar este lugar con tan poca antelación. Sé
que ha sido duro para ti.
Ella hizo un gesto con la mano como si no hubiera sido
nada mientras él abría la puerta. —Cuando quieras. Llama si
necesitas algo... lo que sea —dijo, esta vez añadiendo un guiño
para asegurarse de que la entendía.
—Lo haré. —No realmente.
—Además, se supone que esta noche habrá mal tiempo,
así que ten cuidado. —Se rodeó la cintura con los brazos y salió
al frío de Montana.
Él la vio irse, soltando un suspiro de alivio. Un obstáculo
superado. Sólo faltaban diez más.
Diablos, eso era un eufemismo. El hecho de tener que
lidiar con cualquier asunto de la manada para el que su padre
lo había convocado contaría por una docena.
Tal vez después de la siesta se daría una vuelta por la
ciudad y encontraría uno de esos nuevos restaurantes. Un
plato de estofado caliente le vendría muy bien ahora y le daría
un último respiro antes de la reunión de mañana.
Subió el termostato y se metió en la estrecha cama que
estaba en la esquina más alejada de la cabaña de una sola
habitación. No había cerrado los ojos ni un segundo cuando
los recuerdos volvieron a invadirlo.
La visión del ataúd de su gemelo cuando lo enterraron.
La cruel pelea con su padre.
Y Petra. Siempre Petra.
6
***
—Quiero un litro de Italian Wedding para llevar.
Petra Stevens se puso detrás de la barra y se pasó una
mano por la frente, echando un rápido vistazo al reloj. Faltaba
más de una hora para el cierre y los pies ya la estaban
matando. —Claro que sí, Sra. Davis. Unos cinco minutos.
¿Quiere un poco de pan para acompañar?
—Oh, sí. Frank se disgustaría mucho si llevara la sopa a
casa sin él. —La sonrisa casi desdentada de la anciana hizo
que Petra quisiera devolverle la sonrisa a pesar de sus
doloridos dedos, y no luchó contra el impulso.
—Pondré un poco más en la bolsa, entonces.
La Sra. Davis se acomodó en uno de los taburetes de la
barra y Petra entró en la cocina arrastrando los pies.
—Una Italian Wedding grande para llevar.
Su mejor amiga y socia, Lita, se paró frente a la cocina
industrial y le dio un alegre pulgar hacia arriba. —Ya lo tienes,
chiquilla.
¿Chiquilla?
—¿Qué te tiene tan animada? Esta noche volverá a nevar
y mañana lloverá a cántaros. El trabajo será una mierda, y tú
estás aquí sonriendo como una loca.
Habían tenido tres días buenos seguidos, lo cual era un
milagro, pero hasta ahora, el invierno las estaba matando y
7
aún no era Navidad. Si hubiesen tenido más personal que ellas
dos y Rosie, su empleada a tiempo parcial, habrían tenido que
despedirlos por la temporada.
Aparentemente, lo que tenía a Lita de tan buen humor era
más grande que eso.
—Me llamó —dijo, sirviendo un poco de sopa en una
cazuela, con una sonrisa extendiéndose por su rostro
juguetón. —Chad. ¿El tipo con el que salí dos veces la semana
pasada? Va a venir a buscarme a la hora del cierre y luego
iremos a su casa para tomar chocolate caliente y ver una
película.
—Eso es genial. Sé que has dicho que parece muy
agradable. —Petra pegó una sonrisa en respuesta y esperó que
pareciera genuina.
Se alegraba por su amiga. De verdad. Pero Lita era famosa
por enamorarse perdidamente, salvajemente, y luego tener el
corazón espectacularmente roto, hasta el punto de que apenas
podía funcionar.
Y luego encontraba un nuevo chico y lo volvía a hacer.
Aunque una parte de Petra admiraba su tenacidad, otra
no podía evitar preguntarse si a su amiga le faltaba un tornillo.
Un corazón roto era más que suficiente para toda la vida. La
idea de exponerse, una y otra vez, para que un tipo la
destrozara emocionalmente parecía un ejercicio de
masoquismo.
8
—Deja de poner esa cara —le dijo Lita por encima del
hombro mientras removía la sopa caliente con una cuchara de
madera.
—Ni siquiera estás mirándome —murmuró Petra.
—No me hace falta. Apuesto un millón de dólares a que
tienes esa expresión de desaprobación. Pero, ¿adivina qué? —
Su amiga se encontró entonces con su mirada, y blandió su
cuchara en señal de advertencia. —Me importa una mierda.
¿Sabes por qué? —No esperó la respuesta de Petra. —Porque
merezco ser amada, estar enamorada y ser feliz. Y tú también.
Petra apenas resistió el impulso de poner los ojos en
blanco. Lita no paraba de leer libros de autoayuda sobre citas
y de citarlos a quien quisiera escucharlos. Después de un
tiempo, resultaba irritante, pero dado que Lita también era
muy divertida, generosa hasta la saciedad y el tipo de amiga
que no sólo te ayudaría a esconder los cadáveres, sino que
también los quemaría o desmembraría si fuera necesario,
perderla no era una opción.
Sin embargo, ya era suficiente.
—Si me prometes que no tendré que ir a alimentarte a la
fuerza durante una semana si esta vez no funciona, me
mantendré al margen de tu vida amorosa. Pero entonces
tendrás que mantenerte al margen de la mía. —Petra alargó la
mano para alcanzar el recipiente de sopa que Lita estaba
tapando, con la esperanza de acelerar el proceso para poder
9
salir de la cocina antes de que su amiga se pusiera en modo
sermón.
—Estaría muy dispuesta a ello. Excepto que tú no tienes
una vida amorosa en la que yo no me meta. Así que... —Lita se
encogió de hombros y le entregó la sopa a Petra, con la sonrisa
en la cara. —Pero en serio. ¿No crees que tres años son
suficientes, cariño? Sé que te hizo daño, pero ya es hora de que
vuelvas a subirte al caballo.
Petra ignoró la punzada de dolor que acompañó a las
palabras y metió el recipiente y una mini barra de pan en una
bolsa blanca antes de girar sobre sus talones y dirigirse hacia
la puerta giratoria. —No necesito un caballo. Puedo valerme
por mí misma, gracias. Tengo que volver al trabajo.
Atravesó la puerta y se colocó detrás de la barra, aspirando
un poco de aire. Lita tenía razón en una cosa. Habían pasado
tres años, y eso era demasiado tiempo para permitir que un
hombre la lastimara. Pero lo último que necesitaba era que otro
se abalanzara sobre ella y tomara el relevo. Lo que Lita no sabía
era que Petra no era como todos los demás que conocía, y que
su especie no amaba como los humanos.
Los hombres lobo amaban profundamente y para siempre
y a veces hasta el punto de sentir dolor. Las rupturas
simplemente no ocurrían. Lo único que separaba a los
verdaderos compañeros era la muerte.
Ergo, Klaus no era tu verdadero compañero, o no te habría
dejado.
10
Lo que significaba que había alguien más por ahí a quien
ella podía amar más que a Klaus, y que era su verdadero
compañero. ¿Y si ese era el caso? Ella nunca quería conocerlo.
Incluso ahora, sólo pensar en su ex hacía que todo dentro
de ella doliera. Empujó hacia atrás la sensación de
presentimiento que se deslizó sobre ella.
—¿Todo listo, querida? —preguntó la Sra. Davis, mirando
a Petra con expectación desde su posición en el otro lado de la
barra.
Petra asintió, con las mejillas calientes. Había estado de
pie sosteniendo la sopa como una idiota. —Sí, lo siento.
Déjeme que la anote.
Dejó la bolsa en la barra entre ambas y atendió a su
cliente, esperando contra toda esperanza que no fuera el
último de la noche. Una rápida mirada por la ventana truncó
ese pensamiento y se estremeció. Todavía les quedaba más de
una hora antes de cerrar, pero el cielo ya se había oscurecido
por completo, y las nubes ondulantes eclipsaban la luna.
—Será mejor que me vaya a casa antes de que empiece a
llover. —La campanilla de la puerta tintineó cuando la Sra.
Davis salió corriendo, y Petra apartó una creciente sensación
de pánico.
Un local vacío sería el beso de la muerte para su psique
esta noche. Mantenerse ocupada era la única forma de
mantener la cordura cuando Klaus ocupaba el primer plano de
su mente.
11
Sus días favoritos eran aquellos en los que corría desde el
amanecer hasta el atardecer. El verano era lo mejor. El
restaurante estaba lleno de gente y cuando se metía en la cama
por la noche, estaba demasiado cansada para soñar.
Demasiado agotada para recordar, o extrañar en absoluto. El
modo en que él olía. Su sabor. La forma en que sus manos...
Mierda.
Decidida a encontrar algo con lo que ocupar su tiempo, se
giró hacia la pared de botellas de licor de tonos brillantes.
Hacía tiempo que no las quitaba todas y hacía una limpieza a
fondo.
Se puso en cuclillas y subió el volumen del pequeño
reproductor de CDs que había en uno de los armarios, dejando
que los acordes de Fitz and the Tantrums llenaran la acogedora
pero vacía habitación. Se subió las mangas de su jersey de lana
y se puso a trabajar.
Media hora más tarde, parte de la tensión había empezado
a disminuir y se encontró cantando mientras trabajaba. Una
vez que terminara aquí y se diera el gusto de tomarse una taza
de chocolate caliente antes de ir a la cama, tal vez tendría la
oportunidad de descansar esta noche a pesar de todo.
La música estaba demasiado alta para oír la campanilla,
pero el aire gélido que le llegó a la nuca le hizo saber que tenía
un nuevo cliente. Se inclinó y bajó el volumen justo a tiempo
para escuchar su saludo.
—Buenas noches.
12
El sedoso barítono le provocó una oleada de calor a pesar
de la puerta abierta y se quedó inmóvil, aterrorizada de
enfrentarse a él y confirmar lo que su corazón ya sabía, pero
igualmente asustada de no hacerlo.
—¿Está bien ahí atrás, señorita?
Se giró lentamente, con todos los nervios encendidos, y
combinó la cara con la voz. Y allí estaba él.
Nicklaus Maslov.
Su antiguo compañero de manada.
Su antiguo amante.
El hombre que la había arruinado para cualquier otro.
El hombre que había jurado matar si volvía a verlo.
Todos los pensamientos racionales se desvanecieron bajo
el fuego de su rabia mientras una neblina roja nublaba su
visión. Se agachó y saltó hacia delante, dejando atrás la barra
de un salto, con los dientes al descubierto.
—Tú, hijo de puta.
13
Capítulo 2
14
—¿Te puedes creer que no tenía ni idea de que trabajabas
aquí? —preguntó él, tratando de mantener la voz baja y firme
para no irritarla más. Incluso en su forma humana, él era
mucho más fuerte que ella, pero podía verlo en sus ojos. Ella
estaba a un movimiento en falso de cambiar y, si eso ocurría,
podía causar un daño importante. Por no mencionar el hecho
de que, a pesar de la falta de clientes, seguía siendo un lugar
público. Cualquiera podía entrar en cualquier momento.
No era la forma en que esperaba avisar a sus compañeros
de manada de que estaba de vuelta en la ciudad.
—No, no lo creería. Porque eres un mentiroso y no creo
nada de lo que dices. —Luchó contra él, moviendo las caderas
para quitárselo de encima, pero él la conocía lo suficiente como
para saber que dejarla levantarse ahora sería un error. Era una
bola de furia, y hasta que no gastara esa energía, sería un
barril de pólvora.
Dios, la echaba de menos.
El olor familiar y la sensación de su cuerpo ágil contra el
suyo le provocaban una respuesta física que no podía controlar
y se movió, inclinando las caderas lejos de las de ella.
Usando las manos con las que había rodeado sus
muñecas, la empujó más firmemente contra el suelo,
sosteniendo su mirada. —No puedo permitirme el lujo de que
vuelvas a perder el control. Podemos quedarnos así toda la
noche o puedes calmarte. ¿Qué será?
15
—Que te jodan —gruñó ella, luchando contra él como él
sabía que haría, retorciéndose, sacudiéndose y agitándose. Si
hubiera sido un hombre menos fuerte, las cosas no estarían
bien para él. Sin embargo, tal y como estaba la situación, ella
no era rival para él, y finalmente se calmó, respirando
entrecortadamente.
—¿Te sientes fuerte ahora, Nicklaus? ¿Porque puedes
dominarme? —preguntó ella, con un tono que hacía que el
invierno de Montana pareciera cálido en comparación.
Él negó lentamente con la cabeza y dejó de presionar sus
muñecas. —No. Me siento como un maldito idiota. Lo siento
mucho. Nunca habría venido si hubiera sabido que te vería
aquí.
Las mejillas que habían estado sonrojadas por la rabia se
volvieron blancas como el hueso y su cara quedó rígida por el
dolor.
—Mierda, no es eso lo que quería decir. Si se llamara
Petra's lo habría sabido...
Se tragó el resto de la frase porque el daño estaba hecho.
Ella siguió clavándole su mirada mientras él pensaba en ello.
Caroline's. Llamada así por su difunta y querida abuela y una
de las ancianas de la manada.
Antes de que pudiera formar otra disculpa insuficiente, las
bisagras chillaron a su extremo derecho.
—No sé qué está pasando aquí, pero en cualquier caso, voy
a necesitar que te alejes de mi amiga. —Una rubia de aspecto
16
atlético se encontraba en la puerta abierta de la cocina.
Llevaba un teléfono móvil en una mano temblorosa y un
cuchillo de carnicero en la otra. —Tengo un amigo fornido
estacionado en la parte de atrás, con el 911 preparado para
que llame, o puedo ir yo misma a quitarte a este imbécil de
encima, Petra. Háblame, cariño.
Él y Petra volvieron a cruzar sus miradas y los
pensamientos de ella se adentraron en los de él. Había sido
una manada de un solo hombre durante tanto tiempo que la
intimidad del contacto mental le robó el aliento. Tardó un
segundo en dejar de concentrarse en la sensación y centrarse
en el mensaje de ella.
Deja que me levante para que pueda ocuparme de esto. Ella
no conoce a los de nuestra especie y esto luce mal.
Se echó hacia atrás cuando Petra le soltó las manos.
—Está bien —le dijo a su posible protectora, moviéndose
hasta que él se arrodilló lejos de ella para que pudiera sentarse
erguida. —Nos conocemos.
—Sí, bueno, conozco a muchos tipos, pero la mayoría de
ellos no consiguen inmovilizarme en el suelo de esa manera sin
invitarme a cenar primero —dijo la otra mujer, dando un paso
amenazante más cerca.
—Fue un malentendido, eso es todo —dijo Petra,
poniéndose en pie con la gracia que él siempre había admirado.
—Te lo prometo. No pasa nada.
17
Se levantó para ponerse a su lado y le tendió una mano a
la loca del cuchillo.
—Siento el susto. Soy Klaus Maslov. Encantado de
conocerte.
Sus ojos se entrecerraron hasta convertirse en rendijas
mientras miraba su mano como si fuera un escorpión vivo y
palmeaba el cuchillo. En todo caso, la presentación la había
hecho parecer aún menos estable.
—La oferta sigue en pie, Petra. Todavía estoy dispuesta a
cortarlo en pedazos. Tú decides.
Dejó que su mano ignorada cayera a su lado, esperando a
ver cómo se desarrollaba todo esto. Estaba claro que Petra lo
había mencionado, y lo que fuera que hubiera dicho no era
bueno.
Sin embargo, de algún modo retorcido, se alegró de que lo
hubiera mencionado. Una parte de él siempre se había
preguntado si ella había superado su ruptura mejor que él. A
juzgar por su reacción y la de su amiga, suponía que no.
Antes de dejar Stone Creek, le había dicho que quería que
siguiera adelante. Que encontrara a otra persona. Y, si lo
hubieran presionado, habría jurado sobre una pila de biblias
que era cierto. Pero ahora, al verla frente a él, con su cabello
color miel y sus exuberantes curvas... La idea de volver y
descubrir que ella lo había superado por completo lo habría
matado.
Porque no estaba ni cerca de superarla.
18
—Puedo encargarme de ello, Lita. Te juro que está bien. —
Petra extendió la mano y extrajo suavemente el cuchillo de la
mano de su amiga. —Tu cita está esperando. ¿Por qué no te
adelantas? Yo terminaré y cerraré, y luego te llamaré cuando
esté en casa, ¿de acuerdo?
Las dos mujeres intercambiaron largas miradas de
indagación antes de que Lita finalmente asintiera, lentamente.
—De acuerdo, pero quiero que conste en acta. No estoy
contenta con esto. —Se giró y le dirigió una mirada fulminante.
—Y si no me llama en una hora, sé tu nombre, sé cómo eres, y
te cazaré. —Lo apuntó con un dedo índice antes de girar sobre
sus talones y dirigirse a la cocina.
Durante un momento de tensión, la habitación quedó en
silencio, salvo por el nuevo sonido del frío golpeando las
ventanas.
—Me disculpo por haber perdido los nervios —dijo Petra
en voz baja, girándose hacia él. La furia que se había encendido
en esos ojos verde botella había desaparecido, dejando atrás
una tristeza cansada que le hacía doler el estómago. —
¿Podemos culpar a un día largo y a la pura sorpresa de verte
aquí de repente?
—No es culpa tuya. Debería haberme informado antes de
llegar a la ciudad. Creía que trabajabas para la manada
dirigiendo el departamento de marketing de la cervecería. —En
el momento en que las palabras salieron, quiso retractarse. Tal
19
vez ella estaba demasiado conmocionada como para haberlo
captado.
Se puso rígida y su mirada voló hacia la de él.
Yyyyy, tal vez, no.
—Hace sólo dos años que acepté ese trabajo. ¿Me has
estado espiando? —preguntó, con un tono plano.
Ahora tenía que dar explicaciones, pero casi valía la pena
ver cómo se volvía a enfadar. La Petra enojada, él podía
manejarla. ¿Petra triste? Le daban ganas de destruir el maldito
lugar con sus propias manos y castigar al responsable.
Esta vez, sin embargo, el único culpable era él.
—De vez en cuando, husmeo un poco para asegurarme de
que todo está bien. No sólo contigo. Con toda la manada.
Quedaban dieciocho, pero no era difícil de comprobar.
Todos estaban juntos, vivían en la misma zona y trabajaban
para la misma empresa. Hasta ahora, aparentemente.
Debería haberlo dejado pasar. Pedir disculpas de nuevo y
volver a salir por donde había venido.
En lugar de eso, se encontró presionando. —¿Por qué
dejaste la cervecería?
Agarró el trapo blanco de la barra y empezó a dar vueltas,
limpiando migas imaginarias y reacomodando taburetes. —
Compré este local con una amiga. Necesitaba un poco de
espacio.
20
Eso era lo que había escuchado. Por mucho que echara de
menos los aspectos de estar en una manada, la constante
unión y todas las reglas pasaban factura a un cuerpo.
—Me alegro por ti.
La observó mientras se movía, tratando de no concentrarse
en el movimiento de sus caderas redondas o en el aroma de su
pelo cuando pasaba junto a él, pero era imposible.
Tenía que irse. Salir de allí antes de que dijera o hiciera
algo realmente estúpido.
—Te he echado de menos, Pet.
***
La habitación pareció tambalearse, como un Tilt-A-Whirl,
y ella se agarró al taburete más cercano para sujetarse.
—No puedes llamarme así —susurró ella, apenas capaz de
hacer salir las palabras de su garganta demasiado apretada.
—Ya no.
¿Por qué sucedía esto ahora? Justo cuando por fin estaba
recuperando el equilibrio. Se había atrevido a establecer
algunos límites con la manada y a forjar su propio camino
profesional. Había conseguido su propia casa, iniciado un
negocio y hecho una amiga humana. Todos los grandes logros
que ella no habría sido capaz de siquiera intentar un año
antes. En ese entonces todavía estaba tan rota después del
21
abandono de Klaus, que la idea de tratar de empezar de nuevo
parecía imposible.
Así que tal vez todavía soñaba con él. Y claro, había veces
que se sentía vacía por dentro. Pero había otras veces que era
feliz.
O, al menos, estaba contenta.
Su presencia hacía temblar los cimientos de la frágil
estabilidad que le había llevado casi tres años cultivar.
—No sé por qué has vuelto, y francamente, no me importa.
Sólo necesito que te apartes de mi camino mientras estés aquí.
—Tiró el trapo sobre la barra y volvió a enfrentarse a él, con el
corazón palpitando en su pecho mientras intentaba armarse
de valor contra el poder que él tenía sobre ella. —Me debes eso,
Klaus.
Ignoró la atracción que sintió cuando su aroma llenó sus
fosas nasales. Alejó la atracción de aquellos ojos de chocolate
con leche que la observaban. Reprimió el deseo de rodear con
sus dedos esos anchos y musculosos hombros. En su lugar, se
concentró en el dolor que sentía en su interior. Esa
desesperación y esa sensación de autoconservación, y la
empujó hacia afuera, tocando su conciencia con la de ella por
segunda vez.
Por favor, vete. Por favor, vete.
Se concentró sólo en esas palabras... en ese sentimiento,
hasta que fue como un canto en su mente que cruzaba un
puente hacia la de él.
22
De repente, una sensación de pérdida tan profunda que le
robó el aliento la inundó y dio un paso atrás por reflejo,
golpeando bruscamente su cadera contra el taburete que tenía
detrás. Conocía la textura de su propio dolor. Lo conocía tan
íntimamente que sólo tardó un segundo en registrarlo.
El dolor que sentía en ese momento no era suyo en
absoluto. Pertenecía a Klaus.
Se quedó mirando sus insondables ojos oscuros, con sus
emociones descontroladas. Antes de que pudiera reaccionar y
lanzar un bloqueo mental para proteger sus pensamientos, la
conexión entre ellos vaciló y luego se rompió, dejándola sola
con su propia conciencia una vez más.
Klaus levantó ambas manos en señal de rendición. —
Mensaje recibido. Me voy. Y no te volveré a molestar. Tengo
algunos asuntos con Niles y luego seguiré mi camino.
Se dio la vuelta para irse y las palabras salieron de sus
labios antes de que pudiera detenerlas. —¿Qué fue lo que
sentí, Klaus? ¿Pasó algo mientras no estabas aquí? —Maldita
sea su estúpida boca. No era de su incumbencia. Él no era de
su incumbencia.
—Mierda, lo siento. Ha pasado mucho tiempo desde... —
Se interrumpió, restregándose una mano por la cara. —Estoy
fuera de práctica. Por favor, cree que no fue intencional. Es lo
último que quería que vieras.
¿Tal vez todavía estaba sufriendo por la muerte de Ivan?
El accidente había sido hace años, y ella y el resto de la
23
manada habían sufrido la pérdida de su gemelo junto con él.
Ella sabía lo mal que se lo había tomado. Se había acostado
junto a él en la cama, y había compartido el dolor.
Pero nunca se había sentido así. Esto era diferente. Como
una herida abierta en lugar de una cicatriz de años. ¿Una
nueva herida? Tal vez una mujer le había roto el corazón
mientras estaba fuera.
Le estaría bien merecido.
Incluso cuando el pequeño pensamiento mezquino cruzó
su mente, se evaporó. En el fondo no se sentía así. De hecho,
odiaba la idea de que él tuviera ese tipo de dolor.
—Estamos a punto de cerrar y queda un poco de la sopa
de hoy en la olla —se encontró diciendo. —Es probable que
mañana cerremos debido al clima y sólo se desperdiciará. Deja
que te ponga un poco en un recipiente para llevar.
No esperó su respuesta. En su lugar, se dirigió a la cocina,
haciendo todo lo posible por ignorar el chispazo de electricidad
que se produjo entre ellos al pasar junto a él.
En el momento en que la puerta se cerró tras ella, se llevó
las yemas de los dedos a las sienes y se frotó en un intento de
evitar el dolor de cabeza que le subía por la nuca. Sus
emociones eran tan volátiles que se estaba provocando un
latigazo interno. Si no se controlaba, se iba a deshacer en
patéticos sollozos antes de que él saliera del edificio.
Eso sería una gran conversación cuando se reuniera con
su alfa. Ella podía imaginarlo.
24
Klaus diría: —Me encontré con Petra anoche.
La mueca de dolor de Niles apenas sería visible a través de
la barba castaña que parecía cubrir la mayor parte de su
rostro. —¿Y cómo fue eso?
—Muy bien. Me atacó, me dio sopa y luego se echó a llorar.
Eso no favorecería exactamente la postura de 'puedo
valerme por mí misma' que había adoptado con Niles desde que
se había mudado el año pasado.
Pero ella era una persona diferente. Una persona más
fuerte, y ahora era el momento de demostrarlo, aunque sea a
sí misma.
—Tienes esto, chica —murmuró en voz baja, enderezando
los hombros.
Le daría a Nicklaus su sopa, le desearía una cortés
despedida y volvería al trabajo. Y cuando se acostara para
dormir esa noche, lo bloquearía completamente de su mente.
Como si nunca hubiera ocurrido.
Casi podía oír al diablillo que tenía en el hombro
resoplando...
25
Capítulo 3
26
mantuvo firme con la manada de Pray cuando se levantaron
contra los Kotke para salvar la vida de una mujer. Prohibió la
caza de humanos en sus tierras. Pero cuando se trataba de su
hijo, era tan firme como una montaña.
Con Ivan muerto, Klaus estaba en línea para ser el próximo
alfa una vez que Niles renunciara. Lo que significaba que su
esposa sería elegida para él entre un selecto grupo de hembras,
entre las cuales no estaba Petra.
¿Su opción? Quedarse en Montana y seguir enamorándose
de ella con más intensidad, profundidad y locura, o alejarse de
ella ahora, antes de tener que hacer eso, y matarlos a los dos
en el proceso.
Ahora, aquí estaba él, con ella de pie a menos de dos
metros de distancia, siendo amable con él por encima de todo.
O, al menos, todo lo amable que podía ser. Lo cual, teniendo
en cuenta cómo la había lastimado, era mucho decir. Sólo
ahora, al verla después de todo este tiempo, se preguntó si
podría haberlo manejado de otra manera. El resultado habría
sido el mismo de cualquier manera. Sólo que al menos ella
sabría que él había quedado tan destrozado como ella por la
ruptura.
Una ruptura que ninguno de los dos quería, dijo su
subconsciente.
—He puesto un poco de pan en la bolsa —dijo Petra
mientras volvía a entrar en la habitación, la puerta batiente
cerrándose tras ella. —Parece que a la gente le gusta.
27
Había olido la masa fermentada cuando entró en el local.
Probablemente eso y todas las especias de la sopa eran lo que
habían hecho que no percibiera su olor al principio. Pero ahora
que lo había percibido, lo envolvía como una niebla sensual y
no podía quitársela de encima.
Y no quería hacerlo.
Agarró la bolsa y dio las gracias con la cabeza. —¿Cuánto
te debo?
Ella negó con la cabeza y le dedicó una pequeña y triste
media sonrisa. —Nada. Por los viejos tiempos. —Se movió de
un pie a otro y miró por la ventana por encima del hombro de
él, con las cejas fruncidas. —Sin embargo, deberías irte. Ahora
sí que está bajando la temperatura.
Siguió su mirada y le ofreció una inclinación de cabeza,
sabiendo que ella tenía razón, pero también sabiendo que, una
vez que saliera por la puerta, no tendría una buena excusa
para volver a verla. —Gracias por la sopa. Y de nuevo, me
disculpo por la visita sorpresa. No volverá a ocurrir.
Esta vez no había duda del dolor que brillaba en sus ojos,
y él dio un paso instintivo hacia ella.
—Eso es definitivamente lo mejor —dijo ella, con un tono
más agudo que antes.
La sopa era una rama de olivo, pero esa rama sólo llegaba
hasta cierto punto. Ella sería educada, pondría buena cara, y
tal vez incluso se abstendría de atacarlo si se volvían a
encontrar, pero no eran amigos.
28
Eso era mejor. No habría sido capaz de estar en la misma
habitación con ella más de treinta minutos sin tocarla. Ni
siquiera se culpaba por ello. Era la ciencia. Su química era una
fuerza de la naturaleza, innegable y absorbente. Incluso ahora,
le picaban las palmas de las manos por la necesidad de sentir
su piel.
—Adiós, Klaus.
Le echó una última y larga mirada, grabando su imagen
en su cerebro. Ella no había cambiado mucho. Seguía siendo
redonda en todos los lugares correctos. Pelo largo y color miel
recogido en la parte superior de la cabeza con un nudo, ojos
verdes penetrantes que parecían mirar dentro de su alma, y
labios carnosos hechos para morder. Sólo que ahora parecía
más segura de sí misma. Ya no era la chica despreocupada que
se dejaba llevar por la corriente. Esta mujer parecía dispuesta
a patear traseros y a imponerse. En todo caso, eso sólo la hacía
más hermosa para él.
—Adiós, Petra.
Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, maldiciéndose por
idiota a cada paso. ¿Qué clase de imbécil se aleja de una mujer
así?
Aparentemente, esta clase, porque lo estás haciendo de
nuevo.
Porque no tenía otra opción. Podía quedarse hasta que
llegara el momento de que su padre eligiera a su compañera o
29
mandarlo a la mierda y obligar a Petra a elegir entre él y la
manada.
Hablando de un jodido desastre. Nada había cambiado.
Giró el pomo y abrió de un tirón la pesada puerta de nogal.
El aire helado lo golpeó como una bofetada y apretó los dientes.
Perfecto. Por lo menos, cuando volviera a su cabaña, sería un
polo humano. Adormecido, ojalá de adentro hacia afuera.
Porque una vez que se descongelara, haberla dejado de
nuevo iba a doler como una mierda.
***
La puerta se cerró detrás de él con una firmeza que hizo
que su corazón se partiera en dos. Apretó el puño contra la
boca para contener el aullido lastimero que quería salir de sus
labios.
¿Cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo pudo Klaus Maslov
volver a entrar en su vida durante menos de quince minutos y
reabrir la herida que le había costado tres años reparar?
Incapaz de contenerse, cruzó la habitación hacia la
ventana y se asomó, ansiando una última mirada de él. Sin
embargo, esta noche no podría mirar, porque un muro blanco
la recibió. La nieve, tan espesa, que la luz de las farolas casi
no se veía. No podía ver ni un metro más allá de la ventana, y
mucho menos vislumbrar a Klaus alejándose.
30
Mierda.
Se dirigió a la puerta, sin prestar atención a todas las
campanas de advertencia que sonaban y tintineaban en su
interior. La abrió de golpe, se llevó la mano a los labios y gritó.
—¿Klaus?
No hubo respuesta y lo intentó por segunda vez, con el
pulso acelerado mientras todos los posibles escenarios
terribles pasaban por su mente.
Había visto unas cuantas tormentas como esta en su vida,
pero nunca había visto una que se desarrollara tan
rápidamente, de cero a sesenta de esta manera. No era sólo
una ventisca, era un completo blanqueo. Del tipo que la gente
se desorienta y muere a pocos metros de sus casas. Por
supuesto, eran hombres lobo y Klaus era más fuerte que la
mayoría, pero no era inmune a la hipotermia, y seguro que no
era inmortal.
—¡Klaus! —volvió a gritar en la amarga noche, y el miedo
hizo que el ácido le quemara la garganta.
—Estoy aquí —dijo él. Unos pasos subieron los escalones
y, un segundo después, apareció su rostro sonrosado. Su pelo
negro ya estaba cubierto de nieve y se lo sacudió con una
sonrisa sombría. —No quería asustarte. Te oí la primera vez,
pero ya había empezado a cambiar y...
Se interrumpió y señaló su camisa. El calor de su cuerpo
ya estaba derritiendo la nieve que se le pegaba y su camisa
colgaba hecha jirones alrededor de sus enormes hombros.
31
—No pasa nada. —Dio un paso atrás para dejarlo pasar y
cerró la puerta tras él. —Vamos a tener que esperar un buen
rato, sin embargo. Puede que a Niles no le entusiasme mi
nueva ocupación, pero se enojará mucho conmigo si te dejo
salir y te pasa algo.
Él asintió e hizo una mueca de dolor.
—¿Te has hecho daño?
—Sólo mi orgullo —admitió con una sonrisa irónica
mientras sacudía una pierna. Un montón de nieve cayó al
suelo desde el fondo de sus vaqueros. —Mientras cambie,
llegaré bien a mi casa. Hará frío, pero me las arreglaré. Son
sólo unos pocos kilómetros.
Lo que no sería nada para él en una noche normal. ¿Pero
una noche como esta?
—No puedo dejar que lo hagas. —Ella tragó con fuerza y
apartó su mirada de la dura extensión de su pecho
semidesnudo. —Toma asiento y empieza con la sopa. Tengo
algunas camisetas de Caroline en la oficina de atrás de nuestra
noche de apertura el verano pasado.
Giró el cerrojo de la puerta y puso el cartel de 'Abierto' en
'Cerrado' antes de salir corriendo de la habitación como si el
mismísimo diablo le pisara los talones.
Todo esto se sentía mal. Como un presagio enigmático que
un gitano mecánico pintado de forma chillona escupiría en un
trozo de papel amarillento por 25 centavos en un parque de
atracciones de segunda categoría.
32
Te quedarás atrapada por la nieve con el hombre que amas
más que nada en el mundo y que no puedes tener.
En este punto, parecía que el ahogamiento sería menos
doloroso.
Abrió de un empujón la puerta de su oficina del tamaño de
una estampilla de correos y cerró la puerta detrás de ella,
apoyándose en ella como soporte.
Ahora eres más fuerte. Puedes manejar esto.
¿Primera orden del día? Ponerle algo de ropa a ese hombre
antes de que su loba interior le quitara la decisión de las manos
y saltara sobre sus huesos.
Se lanzó hacia la caja aún medio llena de artículos y sacó
un puñado de camisetas. Las dos primeras eran de tirantes, lo
que no serviría de mucho, y la tercera era para mujer, pero la
última era una talla grande de hombre. Sería ajustada, pero al
menos le cubriría la piel.
Pruébalo.
Silenció los susurros procedentes de sus partes más bajas
y salió de la oficina con la prenda sostenida frente a ella como
un escudo.
—Aquí tienes —dijo, fingiendo despreocupación mientras
lanzaba la camiseta en dirección a Klaus. Luego se ocupó del
mando de la televisión, poniendo las noticias.
—...a lo que es, según todos los indicios, la peor tormenta
que ha visto la zona en cincuenta años. Y, señoras y señores,
resguárdense, porque no da señales de atenuarse —dijo el
33
animado meteorólogo mientras señalaba un mapa de aspecto
ominoso que parecía corroborar su predicción.
Ella soltó un chillido y cambió de canal. Si se quedaban
atrapados aquí toda la noche...
—Haré lo posible por no estorbarte —dijo Klaus en voz
baja.
De mala gana, se giró hacia él, justo a tiempo para ver
cómo tiraba los restos de su camiseta mojada a la papelera que
había al final de la barra.
Intentó no mirar. Realmente lo intentó, pero era como si
sus ojos estuvieran poseídos por un demonio. Un demonio
desvergonzado que no podía saciarse una vez que había
echado un vistazo a ese torso desnudo. Esos gloriosos
abdominales. Aquel estrecho rastro de pelo oscuro que
desaparecía tras el cierre de botones de sus vaqueros de tiro
bajo.
Se humedeció los labios, repentinamente secos, y trató de
formular la respuesta que él esperaba. —No me estorbas —dijo
finalmente.
Debería haber estado bien. El contenido de su respuesta
era totalmente inocuo.
Sin embargo, ¿la respuesta? No tanto.
Su voz sonó tranquila. Incluso ronca, y aún no había
apartado la mirada de su cuerpo, a pesar de que sabía que él
la estaba mirando.
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—¿Petra? —Su nombre era medio gemido, medio gruñido.
Una advertencia, pero que ella no se atrevió a escuchar
mientras daba un paso hacia él, como atraída por un imán.
—¿Nicklaus? —murmuró en respuesta antes de dar un
segundo paso. Cuanto más se acercaba a él, más se imponían
sus instintos a su cerebro.
La camiseta seca estaba cerrada en un puño a su lado
mientras una infinidad de emociones jugaban sobre su
hermoso rostro. Tristeza. Arrepentimiento. Esperanza. Incluso
miedo.
Pero ella se centró en la última. Necesidad pura, sin
adulterar.
Cualquiera que fuera la fuerza que los había unido a ella
y a Klaus esta noche, ahora estaban aquí. Podía enterrar su
cabeza en la arena y esconderse de él, o podía aceptarlo.
Aprovecharlo al máximo. Agarrarlo por las pelotas y montarlo
para que valiera la pena. Porque eso es lo que haría una mujer
verdaderamente fuerte. Viviría este día como si fuera el último,
se enfrentaría a sus miedos y tomaría lo que quería.
Y esta noche, más que ningún otra cosa, quería a Klaus.
35
Capítulo 4
Cuando Petra se lanzó esta vez contra él, no fue con ira. Y
en el momento en que ella lo tocó, él estuvo perdido. El calor
de su piel y la sensación de tenerla de nuevo entre sus brazos
ahuyentaron el frío y, de repente, se convirtió en un infierno.
Sabía que debía detener esta locura. Aunque estuvieran
solos aquí. Aunque su dulce y suave boca acabara de unirse a
la de él. A pesar de que ya podía sentir el calor entre sus
muslos cuando ella rodeó su cintura con las piernas y hundió
su lengua entre sus labios.
Este era un viaje de ida a la Villa del Dolor.
Tragó con fuerza y trató de ignorar la oleada de sangre que
llegaba a su polla. Esto no estaba bien. Dejar que esto
sucediera y recordarles a ambos lo bueno que había sido,
sabiendo que no podían estar juntos. Sabiendo que no podía
esperar que ella diera la espalda a la manada y se fuera con él.
¿Qué clase de hombre le pediría a su mujer que tomara una
decisión así?
—Jesús... —gimió contra la boca de ella mientras la
camiseta que sostenía caía al suelo. Intentó separar las piernas
de ella de las suyas, pero en cuanto sus manos entraron en
36
contacto con sus muslos, lo único que pudo hacer fue clavar
los dedos y anclarla con más fuerza contra su hinchada
entrepierna. Estaba atrapado con la misma seguridad que si
estuviera encadenado, y su determinación se debilitaba cada
vez más.
Ella se apartó y bajó la cabeza para cerrar los dientes sobre
su cuello y morder con la suficiente presión como para hacerlo
estremecerse y enviarle otro rayo de lujuria.
Dios, ella no había olvidado su punto débil.
—Tienes que pensar en esto... —empezó él, pero entonces
los dientes de ella encontraron su oreja y empezó a
mordisquearla mientras giraba sus caderas, apretándose
contra él.
—No. —Como si su contacto no lo estuviera volviendo loco,
ese sensual susurro de ella podría poner de rodillas a cualquier
hombre.
Apretó los dedos con más fuerza en un esfuerzo por
impedir que sus manos se deslizaran hacia su redondo trasero
y la hicieran trabajar sobre su tensa erección.
Ella volvió a morderle la garganta y luego se apartó para
que estuvieran frente a frente.
—No te pido nada más que esta noche. No tiene que
significar nada en absoluto.
Abrió la boca para discutir, pero dejó que se cerrara. Era
mejor no pedir promesas que ella no pudiera cumplir.
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Lentamente, aflojó su agarre y se deslizó por la parte
delantera de su cuerpo hasta situarse ante él. Rastreó la línea
de pelo que se dirigía a la cintura de sus vaqueros y luego, con
un rápido movimiento, le abrió la bragueta de par en par. La
polla de él apareció, dura como un tubo de plomo y
desesperada por su toque.
Incluso en la oscuridad, pudo distinguir el brillo de sus
blancos dientes mientras ella dejaba escapar un bajo silbido
de placer.
—Todo para mí —murmuró, casi para sí misma.
Él sabía lo que ella estaba pensando. Podía sentir el sutil
movimiento de su cuerpo mientras bajaba lentamente, y eso le
dificultaba pensar con claridad.
Siempre le había gustado tenerlo en la boca. Le encantaba
burlarse de él, lamerlo y chuparle la polla hasta que él se
apretaba contra ella, deseoso de liberarse.
Los recuerdos de aquello lo invadieron y deseó con todas
sus fuerzas enhebrar sus dedos en su espeso cabello color miel
y guiar su cabeza mientras ella lo tomaba profundamente.
—Quítatelos —murmuró ella. Pero no esperó a que él
reaccionara. Con un movimiento suave, le bajó los pantalones
hasta los tobillos. Se quitó las botas y las apartó de un
puntapié mientras ella se arrodillaba frente a él.
Dios, haz que tenga fuerzas.
—Levántate —murmuró él, tomándola por los hombros e
instándola a levantarse. La sangre corría por sus oídos, tan
38
fuerte que apenas podía oírse a sí mismo. —Te necesito
desnuda.
Sus palabras parecieron tardar un segundo en ser
registradas, pero cuando lo hicieron, ella asintió, su pequeña
lengua rosada saliendo para mojar su labio inferior.
—De acuerdo. —Dio un paso atrás, las luces detrás de la
barra la bañaban en un cálido y dorado resplandor.
—Primero los vaqueros —le ordenó él, ya tan ido, que su
voz era toda arenilla.
Sus mejillas se sonrosaron y dudó. —Klaus...
—Puedes hacerlo tú, o puedo hacerlo yo por ti, pero no voy
a esperar ni un segundo más para verte.
Ella lo miró fijamente por un momento, aspiró un poco de
aire y bajó la mano para desabrochar sus jeans ajustados a la
piel. Su mirada se dirigió al instante a la protuberancia de sus
pechos, que se tensaban contra la profunda V de la camiseta
mientras ella tiraba de los vaqueros hasta el suelo.
Ella se enderezó de nuevo, y él se tomó un largo momento
para absorber la vista. Toda esa piel cremosa, la plenitud de
sus caderas y el nefasto trozo de encaje negro que le impedía
ver todo lo que tenía que ofrecer.
—Gira para mí —dijo. Esta vez, no hubo vacilación. Ella se
movió, mostrándole la suave curva de su muslo, y luego su
espalda.
La necesidad se apoderó de él, cruda y caliente, cuando su
culo quedó a la vista. Joder, podría escribir canciones sobre
39
ese culo. Probablemente lo había hecho, en varias noches de
borrachera en algún bar del Caribe. Una de esas noches
tortuosas en las que la echaba tanto de menos que la única
forma de poder descansar era bebiendo hasta quedarse
dormido.
Podía oír su respiración entrecortada cuando ella se quitó
la camisa por encima de la cabeza y se desabrochó el sujetador,
mostrándole la columna vertebral. Era tan sensible allí.
Cuando él le pasaba la lengua por esa zona y volvía a subir,
ella se retorcía.
Su polla se agitó al recordarlo y le costó mucho trabajo no
presionar una mano en su espalda, hundir sus dientes en su
nuca y deslizar su polla hinchada profundamente en su
interior.
Pero tenía que hacerlo durar. Porque, independientemente
de lo que ella hubiera dicho, él sabía que no era así.
Esto era importante.
Para él. Para ella. Para ellos. Y este recuerdo podría
durarles toda la vida.
***
Debería tener miedo.
40
Demonios, debería estar aterrorizada. Estaba de pie en un
precipicio a punto de lanzarse. Sin red. Sin paracaídas. Sólo
una caída libre.
Pero qué viaje.
Su olor, su sabor, su voz... era como si todo estuviera
hecho específicamente para volverla loca, y ella estaba cansada
de luchar contra ello. Cansada de echarlo de menos. Cansada
del dolor.
Él estaba aquí ahora, y ella iba a aprovechar cada
segundo.
Se acercó a uno de los taburetes de la barra y se giró hacia
él mientras se sentaba, quitándose las bragas y tirándolas a
un lado. —¿Vas a quedarte ahí de pie?
Su mirada oscura se volvió ardiente y se acercó a ella,
desnudo. Su cuerpo parecía tallado en mármol, de ángulos
duros y músculos ondulados, y su polla se balanceaba, gruesa
y orgullosa, mientras se movía.
El corazón le martilleó con fuerza en el pecho cuando él la
alcanzó y cerró sus grandes y fuertes manos sobre sus rodillas.
Sus miradas se cruzaron mientras él le abría los muslos para
hacerse un hueco.
Inclinó la cabeza hacia abajo, con la boca tan cerca de su
oreja que su cálido aliento le provocó escalofríos. —Tengo
planes para ti, Pet —susurró.
Luego, sin decir nada más, se puso en cuclillas y le pasó
la lengua por la parte interior del muslo. Empezó por la rodilla,
41
chupando y mordiendo la piel, deteniéndose de vez en cuando
para soplar aire fresco sobre la carne húmeda.
Ella se retorcía contra él, anticipando ya el final del juego,
desesperada por sentir su boca en ella. Clavando las manos en
su espeso pelo negro, lo instó a subir.
—Por favor, Klaus.
Él debió oírlo en su voz. Sintió lo desesperada que estaba,
porque no se burló de ella ni la obligó a pedírselo dos veces. En
lugar de eso, se lanzó como un hombre hambriento, abriendo
su carne caliente y cerrando la boca sobre ese apretado e
hinchado manojo de nervios, trabajándolo con la lengua.
Las estrellas estallaron detrás de sus párpados cuando
cada lametazo, cada chupada, hizo que una ráfaga de éxtasis
cargado de adrenalina corriera por sus venas. Pero entonces,
con la misma rapidez con la que había empezado, se apartó de
nuevo y empezó con la rodilla opuesta.
Ella debería haber sabido que no iba a precipitarse.
Nicklaus se enorgullecía de ser minucioso.
—No me tortures —gimió ella.
Se detuvo a centímetros de su piel y ella pudo sentir el
calor de su aliento mientras la hacía esperar. Dentro y fuera.
Caliente y frío.
—Te gusta eso, si mal no recuerdo —dijo por fin, y
entonces volvió a chupar con fuerza su piel y ella dejó escapar
un agudo jadeo.
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—Me gusta, me gusta —empezó ella, pero entonces él
volvió a lamer su núcleo y todo pensamiento racional dio paso
a una necesidad ciega. Aunque hubiera querido discutir con
él, ahora no podía hacerlo. No podía hablar.
Aferró sus manos al pelo de él con más fuerza, jadeando
cuando unos dedos inteligentes se unieron a su boca,
separando sus resbaladizos pliegues.
—Ah, tan jodidamente húmeda —murmuró él contra ella
mientras introducía un dedo en su calor.
El culo de ella chirrió contra el taburete de madera
mientras arqueaba las caderas contra él.
—Tan apretada. Me muero de ganas de sentirlo en mi polla
—gruñó, metiendo y sacando el dedo en largos y duros
empujones.
Sus palabras y la crudeza de su tono le hicieron sentir un
escalofrío antes de instalarse entre sus caderas. La presión
aumentaba tan rápido que estaba al borde...
Se movió tan bruscamente que el taburete se golpeó contra
la barra y ella jadeó, abriendo los ojos para verlo de pie ante
ella como un ángel vengador.
—Necesito estar dentro de ti. No puedo soportarlo, joder.
—Su voz sonaba como si hubiera estado chupando cristal y
eso sólo la hizo mojarse más por él. Sabiendo lo mucho que la
deseaba. Sabiendo que no estaba sola en esto.
Extendió una mano y cerró los dedos alrededor de su
gruesa polla, deleitándose con la sensación de la seda sobre el
43
acero. El bajo siseo de placer de él la estimuló mientras
trabajaba su polla lentamente, hacia arriba y hacia abajo,
pasando el pulgar por la cabeza hinchada.
—Tan bueno —murmuró él antes de inclinarse hacia su
pecho, tomando un pezón entre sus dientes y jugueteando con
su lengua. Ella arqueó la espalda para introducirse más
profundamente en su boca, incluso mientras apretaba el
agarre y lo acariciaba más rápido. Su polla se puso
increíblemente dura, con una sedosa gota de líquido saliendo
de la punta.
Él se enderezó, con los ojos encendidos mientras la
miraba. Tenía la mandíbula tensa y el pulso en el cuello latía
con fuerza. Sustituyó su mano por la suya, se agarró a sí
mismo y se inclinó hacia ella, provocando su abertura,
deslizándose por sus resbaladizos pliegues hasta que ella se
estremeció contra él. Sus caderas se levantaron para
encontrarse con él mientras la cabeza de su gruesa polla se
deslizaba en su coño.
Dios, era incluso mejor de lo que ella recordaba. La forma
en que la tocaba no se parecía a nada más. Se retorció debajo
de él, desesperada por más. Desesperada por tenerlo más
cerca.
Él se flexionó, presionando su dura longitud unos
centímetros más dentro de ella. Ella no podía respirar, no
podía pensar. Se estremeció por el esfuerzo de permanecer
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quieta y se mordió el labio para no suplicar mientras él la
llenaba un poco más.
Soltó el agarre mortal que tenía en los lados del taburete y
se aferró a sus enormes hombros. Le encantaba su cuerpo. Era
duro donde ella era blanda. Tan grande y masculino que
conseguía hacerla sentir delicada y poderosa a la vez. Si tan
solo él lo terminara. Si le diera lo que tanto necesitaba.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y abrió su mente,
alcanzando la de él con un pensamiento frenético.
Por favor.
El nombre de ella fue un gemido en los labios de él cuando
se retiró y luego se sumergió en lo más profundo con una larga
embestida.
Todas las terminaciones nerviosas se dispararon a la vez y
ella sollozó mientras su cuerpo se estiraba para acomodarlo.
Cuando por fin estuvo enterrado hasta la empuñadura, soltó
un grito ahogado, la respiración entrando y saliendo de sus
pulmones.
—Petra —gruñó, y el mundo se oscureció a su alrededor,
con un único destello de luz.
Nicklaus. Siempre Nicklaus.
Se revolvió contra él sin pensar, moviendo las caderas con
tanta insistencia que se perdió en el arrastre y la atracción de
sus cuerpos mientras se movían. Era insistente, codicioso y
áspero. Un dar y tomar. Estaban recuperando el tiempo
45
perdido y, de alguna manera, este reencuentro robado era aún
más dulce que cualquier otra vez.
Ella presionó besos en cualquier parte del cuerpo que
pudiera alcanzar. Su cuello, su pecho, sus hombros.
Las manos de él, que buscaban, encontraron sus pechos y
los ahuecaron suavemente al principio, y luego con más
firmeza. Encontró sus pezones tensos y los acarició hasta que
ella gimió. Luego, sus dedos bajaron por su estómago y
bajaron, deslizándose entre sus cuerpos acelerados.
Le acarició el clítoris, que estaba en tensión, y su coño se
apretó alrededor de él en respuesta. Dios, sus manos eran
mágicas: acariciaban ese punto tenso hasta que ella casi
perdía el control, y luego se retiraban y lo rodeaban
suavemente antes de volver a trabajar con más fuerza.
Ella gritó y clavó los talones en los duros músculos de su
culo, necesitando sentirlo todo. Tenerlo tan profundo como
pudiera ir y luego más profundo.
El balanceo se volvió más salvaje, hasta que el golpeteo de
la piel sobre la piel resonó en el bar.
Ella estaba cerca. Tan cerca...
La necesidad se extendió entre sus muslos,
consumiéndola, hasta que se estremeció y gritó. —¡Dios, sí,
Klaus!
Cuando llegó el clímax, éste se abatió sobre ella como un
maremoto, arrastrándola. Todo su cuerpo se agitó y tembló, su
estrecho canal se contrajo alrededor de su gruesa polla una y
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otra vez, hasta que sus gritos se convirtieron en los de él. Él se
movió más deprisa, con un movimiento cada vez más frenético,
mientras ella luchaba por mantener la cabeza fuera del agua y
no ahogarse completamente en él.
—Joder, Petra —gimió, y luego se congeló sobre ella antes
de seguirla hasta el borde, corriéndose a chorros, llenándola
con su calor.
Con las manos de él en sus caderas y su aroma en su piel,
dejó que sus ojos se cerraran para memorizarlo. Para capturar
esta sensación y mantenerla cerca de su corazón, mientras se
mordía las palabras que sabía que él no quería oír.
Quédate. Por favor, quédate.
47
Capítulo 5
48
La bola caliente de ira que tenía en sus entrañas ardía con
más fuerza, y deslizó suavemente su brazo por debajo de la
cabeza de Petra.
Niles tenía razón. Ya era hora de que se hiciera hombre y
asumiera alguna responsabilidad. Y iba a empezar ahora
mismo. Porque a pesar de lo que Petra había dicho, la noche
anterior había significado algo. Había significado todo.
La primera vez, la segunda y la tercera. Puede que ella no
estuviera preparada para escucharlo ahora, pero él tenía
mucho que decir.
Tan pronto como se ocupara de su padre.
Se puso en pie sin hacer ruido y se tomó un segundo para
extender las mantas improvisadas de forma más uniforme
sobre Petra. Con una última y larga mirada hacia ella, dormida
y tranquila, se dirigió a la puerta.
Giró el cerrojo y cerró los ojos, abriéndose a su lobo. Dejó
que el zumbido de su interior se convirtiera en un gruñido, que
lo llenara, que saturara su alma. Sucedió en un instante. El
estiramiento y el cambio de los músculos y los huesos, el
cambio de hombre a bestia.
Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba más cerca del
suelo, su visión era más nítida, su sentido del olfato tan agudo
que podía oler el contenedor de basura a cincuenta metros de
distancia a pesar del metro y medio de nieve que lo cubría y de
la puerta de cristal que tenía delante.
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La abrió de par en par con el hocico y miró a la izquierda
y luego a la derecha en el grisáceo amanecer. Por suerte, los
humanos estaban siendo inteligentes hoy. Todavía estaban en
la cama, sin ningún lugar al que ir después de una tormenta
de este tamaño hasta que pudieran despejarla.
Se adentró en el país de las maravillas invernales,
aprovechando sus anchas patas y el frío extremo que había
compactado la nieve con fuerza, y fue capaz de deslizarse por
la cima, sólo cediendo cada cuatro o cinco pasos, hundiéndose
lo suficiente como para que se lo tragara hasta el pecho. A
pesar de su espeso y oscuro pelaje, hacía frío.
Pero no lo suficientemente frío como para enfriar la ira que
lo quemaba por dentro.
Probablemente debería esperar. Seguir el código de
conducta y hablar con su padre a la hora indicada. Presentarse
así a altas horas de la madrugada sólo haría que las cosas
empezaran con mal pie. Pero ya no le importaba una mierda.
El camino de ocho kilómetros hasta el recinto le llevó el
triple de tiempo del que debería, y para cuando llegó a la puerta
de su padre, sus patas estaban más allá del punto de
entumecimiento y cada respiración gélida le hacía arder el
pecho.
Se detuvo en el porche, dudando sólo un instante antes de
cerrar los ojos. Con una mueca de dolor, llamó a su humano a
primera línea y lo dejó salir.
50
—Maldito hijo de puta —espetó con los dientes apretados
mientras su forma cambiaba. El frío que había sido casi
demasiado para soportar como lobo ahora se enterraba en su
interior y se tragó otra sarta de maldiciones.
—Te lo has buscado —observó su padre
despreocupadamente desde su posición en la puerta. Tenía los
brazos cruzados sobre su enorme pecho mientras sacudía la
cabeza, mirando a Klaus de pies a cabeza. —¿Esto no podía
esperar medio día más hasta que despejaran algunas de las
carreteras principales, al menos? —Abrió la puerta principal
de un empujón mientras murmuraba en voz baja algo que
sonaba mucho a 'hijo de puta testarudo', pero Klaus lo ignoró
y pasó junto a su padre hacia el gran salón de la casa de su
infancia.
El calor de la chimenea lo envolvió y aspiró.
—¿Tienes café? —dijo rasposamente, flexionando los
dedos y haciendo una mueca de dolor cuando la sangre se
apoderó de ellos en una ráfaga de pequeñas puñaladas.
—La tetera ya está puesta. Percibí tus pensamientos
agitados a un kilómetro de distancia. Parece que tienes algo en
mente, hijo. —Niles dirigió su perspicaz mirada oscura a Klaus
y luego sacudió la barbilla hacia el largo pasillo que había
detrás de él. —El ala oeste está igual que como la dejaste.
Deberías tener algo de ropa en el armario. Estaré en la cocina
cuando estés listo para hablar.
51
Klaus caminó hacia el dormitorio que solía ser suyo y abrió
la puerta.
Niles no había exagerado. Era como retroceder en el tiempo
unos cuantos años. Nada había cambiado, ni siquiera las fotos
familiares que plagaban las paredes. Klaus e Ivan de jóvenes,
pescando en el lago Echo. Niles observando con orgullo cómo
los dos recibían sus diplomas en el instituto. Fotos de su
madre en el jardín justo un año antes de que falleciera.
Se tragó el nudo en la garganta y apagó la oleada de
emoción que amenazaba con desbaratarlo. A pesar del frío, a
pesar del dolor, a pesar de todo, estaba en casa por primera
vez en tres años. Eso tenía que despertar algunos
sentimientos. Pero eso no significaba que él perteneciera a este
lugar.
Agarró una toalla del cuarto de baño y se secó
enérgicamente antes de sacar su vieja sudadera favorita y un
par de pantalones de gimnasia. Después de ponerse un grueso
par de calcetines de lana, se dirigió a la cocina, preparándose
mentalmente para la batalla.
El aroma de un café fuerte y caliente lo saludó e inclinó la
cabeza en señal de agradecimiento cuando su padre le entregó
una taza humeante.
—¿Cómo le va al resto de la manada últimamente? —
preguntó, tomando asiento en la isla de granito. Había visto
varias de las otras casas de la zona cuando pisó por primera
vez las tierras de la manada, pero a juzgar por el paisaje
52
nevado, parecía que incluso los hombres lobo habían optado
por no desafiar el clima para una típica carrera matutina.
—Bien. La cervecería va bien. No puedo quejarme. Vamos
a ser internacionales en la primavera. Tenemos dos nuevos
cachorros. —Klaus no pudo ver la sonrisa escondida en la
barba de su padre, pero sí en sus ojos. —Rachael y Sean
tuvieron gemelos el mes pasado.
Klaus dio un largo trago a su taza, saboreando el amargo
calor pero también el segundo extra que le dio para responder
a esa noticia. Sin duda, fue un golpe fuerte y rápido. Su mejor
amigo y compañero de manada había sido padre y ni siquiera
lo sabía. Y gemelos. Era una noticia agridulce. Eran bastante
raros para su especie, pero aún más raros en la manada de
Stone Creek. De hecho, él e Ivan habían sido los únicos dos en
los trescientos años de historia de la manada. Hasta ahora.
La mano le tembló un poco al dejar la taza sobre la losa de
granito que tenía delante.
—¿Todos sanos y bien? —preguntó, manteniendo la
mirada clavada en algún lugar de la enorme barba de su padre
en lugar de mirarlo a los ojos. El viejo siempre parecía ver
demasiado.
—La madre manejó los nacimientos como una guerrera, y
tanto Ivan como Nicklaus están muy bien. Aunque, al parecer,
les gusta dormir tanto como a sus homónimos cuando eran
cachorros.
53
El peso de esa bomba lo golpeó en una docena de niveles
y su mente se descontroló. Su amigo, con el que no había
hablado desde que se marchó, lo había honrado poniendo a
sus preciosos gemelos su nombre y el de su querido hermano.
¿Cómo podía un hombre corresponder a ese tipo de gesto?
Seguramente, no marchándose de nuevo.
Klaus se pasó una mano por el pelo y se acomodó en su
asiento. —¿Por qué me llamaste a casa, papá? Sabías por qué
me había ido, y por lo que veo, nada ha cambiado. ¿Qué estoy
haciendo en Montana?
—¿Por qué no me lo dices?
—Ni siquiera sé a qué te refieres —murmuró él, ya
frustrado por ese comentario ambiguo. —Estoy aquí porque me
has pedido que venga.
—Claro. Y te he pedido que vengas dos veces antes. Y antes
de que te fueras, te pedí que no te fueras. ¿Quién es este
hombre que está ante mí y que de repente hace lo que se le
dice? —Tomó asiento en la silla frente a Klaus y se encontró
con su mirada. —Así que te pregunto de nuevo, hijo, ¿por qué
has venido?
Deja que el viejo llegue al fondo de la cuestión.
—Porque tenía asuntos pendientes. Cosas que tenía que
decir y hacer.
Niles extendió una mano en un gesto de 'la palabra es toda
tuya'.
54
—Te quiero, papá. Quiero a la manada. —Un hecho que se
había hecho aún más evidente para él ahora que había vuelto
a Montana. Era como si el hielo de su pecho hubiera empezado
a descongelarse al segundo de llegar aquí, a pesar del frío. —
Pero no puedo permitir que me digas con quién me voy a casar.
Estoy enamorado de Petra. No debí irme la primera vez sin
decírselo. Sin darle al menos la opción de irse conmigo o
quedarse. —Miró la negrura de su taza de café como si
contuviera todas las respuestas y se encogió de hombros. —
Diablos, tal vez sea egoísta incluso ofrecérselo, pero tal vez soy
un hombre egoísta. Al menos tengo que intentarlo. Y si no
puedes aceptar mi elección de compañera, entonces esta visita
será corta. Si Petra viene conmigo, nos iremos mañana. Si no,
no puedo quedarme aquí de todos modos. No con ella tan
cerca. No podría soportarlo.
Niles se recostó en su silla y asintió, con un brillo reflexivo
en los ojos. —Bueno, eso ha sido todo un discurso. Ahora me
toca a mí.
Mientras hablaba, un pequeño núcleo de esperanza echó
raíces en el corazón de Klaus.
***
—Deberías haberme dejado matarlo cuando tuve la
oportunidad —murmuró Lita, haciendo que la cuchilla que
55
tenía en la mano descendiera a toda velocidad para partir
limpiamente por la mitad el pollo que tenía sobre la tabla de
cortar de madera. —Ese fue tu primer error.
Si tan sólo hubiera sido el último.
Petra parpadeó para contener el torrente de lágrimas y
trató de mantener la voz firme.
—Sabía lo que estaba haciendo. Él nunca me hizo ninguna
promesa. No tenía por qué hacerlo. Yo estaba dispuesta a
aceptarlo, aunque sólo fuera por una noche, sabiendo cómo
me sentiría después.
Todo era cierto. De lo que no se había dado cuenta era que
reabrir esa herida dolería mil veces más que la primera. ¿Era
la sabiduría añadida de los últimos años? ¿La comprensión de
que lo que habían tenido era tan raro y precioso y el saber con
cada fibra de su ser que las probabilidades de encontrarlo de
nuevo eran casi nulas? Sea como fuere, hoy era el peor día de
su vida, y sólo iba a ser más difícil.
Cuando se despertó esta mañana para encontrar que el
espacio que Klaus había ocupado estaba frío y que él se había
ido, se sintió mal, pero resignada. No era más de lo que
esperaba... aunque mucho menos de lo que su patético
corazón había esperado, a pesar de sus firmes palabras de la
noche anterior. Entonces el alfa había convocado una reunión
en el recinto para un anuncio importante esa noche, y esa fue
la gota que colmó el vaso.
56
Dado que los caminos habían sido despejados, tuvo que
abrir el restaurante esa tarde, a pesar de que era propensa a
estallar en lágrimas en cualquier momento. Ahora tendría que
sentarse en una habitación con Klaus y fingir que no había
pasado nada. A eso se sumaba el estrés de preguntarse sobre
el motivo de la reunión. Niles rara vez convocaba una fuera de
las revisiones trimestrales, a menos que tuviera que ver con la
cervecería, pero si ese fuera el caso, ella no habría sido incluida
en su lista de convocados.
No, esto era un asunto de la manada. Asuntos que
concernían a Klaus. Y era importante.
El pensamiento del que había estado tratando de huir toda
la tarde se le vino encima ahora y no pudo bloquearlo.
¿Y si Niles estaba listo para renunciar y hacer a Klaus alfa?
¿Sería el atractivo de la posición lo suficientemente fuerte
como para que Klaus se doblegara a la voluntad de su padre y
aceptara un matrimonio concertado? Perderlo de nuevo ya era
bastante malo. ¿Perderlo y tener que verlo con otra?
Se tragó la bilis que le subió a la garganta y forzó una
sonrisa para su mejor amiga. —Realmente no fue su culpa. Fui
yo quien inició las cosas. Sin embargo, aprecio tu disposición
a mutilar o matar por mí.
Lita había manejado la noticia de su noche con Klaus y su
abrupta partida casi tan mal como Petra, e incluso ahora,
estaba cortando las verduras para la sopa de esa noche con la
57
suficiente agresividad como para enviar la zanahoria volando
en todas direcciones, como metralla naranja.
—Eres la sal de la tierra1, y ese tipo es un auténtico imbécil
si no lo ve. Puedo hablar con Chad si quieres. Ver si tiene algún
amigo...
—Agradezco la oferta, pero no estoy interesada en pasar
tiempo de esa manera con nadie. —Ella había omitido una
pequeña palabra en esa frase. Más. Ella no estaba interesada
en pasar tiempo de esa manera con nadie más. Estar con Klaus
la noche anterior sólo le había recordado lo bueno que era lo
que había entre ellos.
Petra sacudió la cabeza para despejarla y miró su reloj, el
temor hacía que su estómago se sacudiera como una carpa en
tierra. —Tengo que ir a eso que te decía.
Le había dicho a su amiga que había heredado algunas
acciones de la cervecería y que habían programado una junta
de accionistas, lo cual era cierto a medias. Tenía algunas
acciones. Y odiaba mentir a Lita, pero era un mal necesario. La
Ley Suprema de los Lobos prohibía contar su existencia a
cualquier humano. Decirle la verdad a Lita sólo la pondría en
peligro si otras manadas menos tolerantes se enteraban.
Eso no hacía más fácil el engaño. Tal vez algún día...
—Si puedo salir pronto de la reunión, volveré para
ayudarte a cerrar, ¿de acuerdo?
58
Lita puso los ojos en blanco y la empujó hacia la puerta
batiente con un gesto de la mano. —Rosie y yo podemos
arreglarnos. Ve. Y tómate el resto de la noche para llorar.
Parece que te vendría bien.
La oferta era tan dulce como la chica que la hacía, e
incluso eso hizo que las lágrimas ardieran en sus ojos. —Te
quiero —murmuró, y salió corriendo por la puerta antes de
empezar a llorar de verdad.
Lo último que quería era entrar en la casa del alfa con los
ojos hinchados y enrojecidos, transmitiendo exactamente lo
mucho que le dolía, porque al diablo con eso. En su lugar, se
centró en el enojo.
Enojo con ella misma por haberse fundido con él otra vez.
Tan. Jodidamente. Fácil.
Enojo con Klaus por no estar dispuesto a luchar por ellos.
Enojo con Niles por hacer de esto una pelea.
Si podía aferrarse a esa furia que burbujeaba bajo la
superficie, justo debajo del dolor, tal vez podría salir de esa
reunión y alejarse de Klaus con la cabeza en alto.
¿Y luego? Podría ir a casa y permitirse a sí misma
romperse en pedazos.
59
Capítulo 6
60
La manta que los separaba se retorció y dejó escapar un
suave estornudo, y Klaus se apartó, con el corazón golpeándole
las costillas.
—Nicklaus, te presento a Ivan. Nuestro bebé. Dos minutos
más joven. —El orgulloso padre sonrió mientras tiraba de las
mantas y mostraba la cara redonda y de mejillas rosadas de
su hijo.
Ivan. Sólo con mirarlo sintió un impulso que nunca antes
había sentido. De ver a su propio hijo, envuelto y regordete.
Para enseñarle a jugar a la pelota. O una niña podría ser aún
mejor. Quizá ella también quisiera jugar a la pelota. Podría
enseñarles a pescar, como había hecho su padre...
Klaus se aclaró la garganta, repentinamente seca, y
extendió un dedo para acariciar la frente del bebé. —Yo... no
sé qué decir. Siento haberme perdido todo, hombre. Lo siento
mucho.
Sean negó con la cabeza y le puso una gran mano en el
hombro. —Hiciste lo que tenías que hacer. No vuelvas a pensar
en ello. Ahora estás aquí y eso es lo que cuenta.
Era extraño lo que ocurría con la familia de la manada.
Con sólo esas palabras, el aire se despejó y fue como si no
hubiera pasado nada de tiempo.
—Es un grandullón, ¿eh? —dijo, sonriendo mientras el
pequeño Ivan arrullaba y hacía burbujas con sus labios de
capullo de rosa.
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Rachael se rió y le dedicó una sonrisa cansada pero llena
de alegría mientras le presentaba al bebé número dos, un clon
del primero. —Y aquí está tu tocayo. Supongo que no tengo
que decírtelo, es el alborotador.
—No me sorprende en absoluto. —Se inclinó para besar la
mejilla de Rachael, y luego se apartó, instándoles a entrar en
la casa. —Qué hacemos aquí parados, vamos. Estamos
esperando a Petra y luego podremos empezar.
—Bueno, no tienen que esperar mucho —dijo una voz
grave desde detrás de Rachael, haciendo que se le erizaran los
pelos de la nuca. —Ya estoy aquí. Me disculpo por llegar tarde,
tenía que asegurarme de que el restaurante estuviera atendido.
Rachael y Sean le dieron a Petra un abrazo a su vez, y ella
hizo un ooh-ed y ah-ed sobre los bebés, notablemente
ignorándolo por completo.
Era justo. Si hubiera sabido que no iba a volver a casa de
Caroline después de hablar con su padre, le habría dejado una
nota, pero para el momento en que habían hablado y habían
puesto en marcha las cosas para esta noche, no había habido
tiempo para volver.
Eso había hecho que Petra se enojara, lo cual le parecía
bien. Ella había venido. Esa era la mitad de la batalla. Ahora
bien, si pudiera atravesar el muro de ira con el que ella
prácticamente vibraba, tal vez tendría una oportunidad en el
infierno...
62
No te mereces una, le recordó la vocecita dentro de su
cabeza.
Y aún así, esta vez, no iba a caer sin luchar.
***
—Ahora que todos están aquí, la reunión puede comenzar.
La voz del alfa resonó en la gran sala revestida de cedro y
cesaron las conversaciones. Niles tenía una sonrisa fácil y un
rostro de oso que lo hacía parecer casi dulce, pero era un líder
hasta la médula. Sabio, inteligente y justo en la mayoría de las
cosas, era tan querido como apreciado, pero hoy, Petra quería
increparlo. Golpearle el pecho y decirle que sus valores
anticuados la habían destruido.
En lugar de eso, la sensación que se acumulaba en su
pecho cada vez que estaba en su presencia también lo hacía
ahora al mirarlo. Él era el alfa de la manada y cuando hablaba,
ellos lo escuchaban.
—Primero, demos todos la bienvenida a Nicklaus de vuelta
a casa en Stone Creek.
La sala estalló en aplausos y silbidos, y Klaus les dedicó
una sonrisa tensa. Podía sentir sus ojos en ella, pero se negó
a ceder al impulso de encontrar su mirada.
—Ha sido un largo camino hasta el día de hoy, pero estoy
encantado de anunciar que, el día de Navidad, no sólo asumirá
63
el papel de alfa, sino que también ha entrado en razón y
finalmente tomará una compañera.
Los abucheos y los gritos se hicieron más fuertes mientras
el mundo de Petra se rompía. La desesperación bañó su furia
como un cubo de agua helada y desapareció en una bocanada
de vapor, dejando atrás sólo la agonía. No podía quedarse aquí.
No en esta casa. No en Stone Creek. Ni siquiera en Montana.
No si eso significaba tener que pensar en Klaus en el mismo
estado con su nueva esposa.
Se llevó el puño a la boca para ahogar el sollozo que se
abría paso y giró hacia la puerta, desesperada por escapar. El
viejo y justo Niles acababa de costarle su familia. ¿No había
perdido ya suficiente?
—Petra, ¿puedes unirte a nosotros en el centro de la
habitación, por favor? —llamó Niles.
Ella se congeló, a medio paso, el deseo de correr casi tan
fuerte como el tirón de su loba. El instinto de obedecer era
fuerte, y cuanto más luchaba ella contra él, más fuerte
presionaba él. Era como si sus pies estuvieran hundidos en
arenas movedizas.
—Es dura, eso te lo aseguro —dijo Niles con una risa.
Entonces sus pies se movieron mientras ella giraba para
enfrentarse a él. —Tienes mucho valor —gritó ella, con
lágrimas en la cara. Ya no le importaba. Que ellos las vean. —
¿Crees que esto es divertido? ¿Joder la vida de la gente?
64
El jadeo colectivo de la sala le dio una malvada sacudida
de satisfacción. Al menos iba a marcharse en una explosión de
joooooooodete.
—Petra...
Klaus se acercó a ella, con la mano extendida, y ella
retrocedió un pie como si él estuviera blandiendo un cuchillo.
Y bien podría haberlo hecho. Nada podría herirla más que su
toque en este momento.
—Y tú. ¿Dejaste que me convocara aquí para presenciar
esto? —Entonces se encontró con su mirada, y lo que vio allí
casi la partió en dos. Parecía arrepentido. Y triste.
Porque se compadece de ti.
—Dejé que te convocara aquí porque te amo. —Volvió a
acercarse a ella, y esta vez no retrocedió. —Siempre te he
amado. —Sus ojos oscuros eran sinceros pero sus palabras no
tenían sentido.
—¿De qué estás hablando? —Ella miró al padre y luego al
hijo, y de nuevo, la confusión batallando con la pena. ¿Era esto
una especie de broma de mal gusto? —No me amas. Te vas a
casar con otra persona.
—No. —Sacudió la cabeza lentamente y tomó su mano
temblorosa entre las suyas. —Me voy a casar contigo. Es decir,
si me aceptas. Eso es lo que hemos estado discutiendo todo el
día. Cómo explicar a las familias de mis potenciales
compañeras originales sin iniciar una guerra ahora que mi
padre nos ha dado su bendición.
65
Hablaba en serio. La sangre le subió a los oídos mientras
trataba de encontrarle sentido a todo aquello. Klaus nunca
sería tan cruel como para jugar con ella de esta manera. ¿Pero
cómo podía ser esto?
—¿Así que ahora me quieres? —Una parte muy profunda
de ella gritó, rogando que su boca se detuviera. Que tomara lo
que se le ofrecía con ambas manos y corriera. Tener a Klaus
de esta manera era mejor que no tenerlo en absoluto. Iba a
arruinar todo con su estúpida boca si no la cerraba.
Y aún así...
—Tu padre decide que ahora soy una compañera
adecuada, y si te casas conmigo, serás alfa. ¿Así que ahora
estás dispuesto a quedarte conmigo? ¿Y cuando era difícil,
Klaus? —Ella tragó con fuerza para deshacerse del nudo en la
garganta. —¿Dónde estabas entonces? Te diré dónde. —La
rabia que se había ido volvió de golpe, multiplicada por diez. —
En Aruba. Mientras yo lloraba a mares durante casi un año,
sintiendo que me habían arrancado la mejor parte de mí, con
tripas y todo, tú estabas en alguna maldita playa tomando sol
y viviendo la buena vida.
—¿Es eso lo que piensas? —Hizo una pausa y miró
alrededor de la habitación, mirando a cada uno de sus
compañeros de manada por turnos. —¿Es eso lo que piensa
alguno de ustedes?
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Los murmullos bajos eran incoherentes, pero el significado
detrás de ellos era claro. Llevaba tres años desaparecido. Nadie
sabía qué pensar.
—Intentaría decirte la verdad, pero las palabras son poco
convincentes —dijo en voz baja. Inspiró y cerró los ojos,
apretando la mano de ella con más fuerza.
Al instante, ella pudo sentir el golpe contra su psique. Con
el corazón en la garganta, lo dejó entrar. No hubo vacilación.
No hubo ningún rodeo ni una suave fusión de mentes. Los
pensamientos de él asaltaron los de ella, pasando por encima
de sus propios sentimientos y conciencia, sustituyéndolos por
los de él.
El dolor la apuñaló por dentro como un atizador caliente.
La soledad, la desesperación. Cerró los ojos y se aferró al
respaldo del sofá para apoyarse mientras los recuerdos, los
recuerdos de Klaus, pasaban por su mente como una película
que nunca había visto. Había playas, sí, pero los placeres no
se encontraban en ninguna parte. Había mucha bebida, rabia
y tristeza. Autorecriminación y arrepentimiento. Estaba Ivan,
y su madre, estaba la última charla que había tenido con Niles
antes de irse para siempre.
—La amo, pero no la haré elegir. La manada significa todo
para ella.
—Yo te habría elegido a ti —susurró entrecortadamente al
Klaus que tenía ahora delante, enviando el mensaje con el
corazón además de con la cabeza. —Siempre has sido tú.
67
Y el último recuerdo. De hoy.
—Si no puedes aceptar mi elección de compañera, entonces
esta visita será corta. Si Petra viene conmigo, nos iremos
mañana.
Él no había buscado la bendición de su padre. La había
exigido.
Dirigió su mirada a Niles. —¿Por qué ahora? Si estabas
dispuesto a mirar más allá de las viejas costumbres, ¿por qué
no nos diste tu bendición hace tres años?
—Klaus no estaba preparado —dijo Niles con suavidad. Se
encogió de hombros, con los ojos llenos de dolor. —Yo era un
hombre roto cuando Ivan murió. Y también lo era Klaus. No
era lo suficientemente fuerte emocionalmente tras el golpe de
perder a su hermano como para enfrentarse a mí. ¿Cómo
podría ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a alguien
más como alfa? Habríamos tenido que lidiar con la ira por los
tratados rotos con las otras manadas por su matrimonio. Las
tensiones hubieran sido altas. Habríamos sido blancos fáciles,
listos para ser cazados. Cualquier macho renegado podría
haber llegado y hacerse con el control. —De repente parecía
mucho más viejo que sus sesenta años. —Sé que parece cruel,
y lamento haberte causado dolor, pero créeme, el dolor fue
compartido por igual. Había perdido a un hijo, y me deshice
del otro.
68
Quería seguir enojada. Resentir todo el tiempo perdido y
las lágrimas, pero su tristeza era tan evidente que era
imposible no sentirla.
—De vez en cuando, me acercaba. Para ver si él estaba
sanando. Para ver si estaba listo para volver a casa conmigo.
—Inclinó su desgreñada cabeza hacia ella. —Y contigo. Pero no
lo estaba. Hasta ahora.
Klaus le rodeó la muñeca con los dedos y la atrajo hacia
él. —No voy a decir que estoy de acuerdo con sus métodos,
pero los entiendo. Si no puedes perdonarlo y sigues queriendo
irte, estoy contigo. —Su expresión era solemne mientras
acariciaba suavemente la piel de su muñeca. —Eres mi
verdadera compañera, y te seguiré hasta el fin del mundo si
me lo permites. Pero si quieres quedarte, somos bienvenidos
aquí. Solo tienes que decirlo.
Cómo había cambiado este día tan rápidamente. Todavía
estaba mareada por ello. Klaus no sólo la amaba, sino que
quería casarse con ella y tenerla a su lado mientras dirigía su
manada.
La manada de ellos.
La respuesta llegó a ella, segura y verdadera como la
Estrella del Norte.
—No quiero irme. —Miró alrededor de la habitación a los
observadores embelesados, que tenían una gran sonrisa
estúpida. —Esta es mi familia. Tú eres mi compañero. Y te
amo, Nicklaus Maslov. —Entonces se lanzó a sus brazos,
69
dejando que la alegría la inundara como una cálida lluvia de
verano.
Cuando sus labios se encontraron con los de ella, sus
compañeros de manada aullaron de alegría. Incluso los bebés
se unieron.
Klaus la acercó, estrechando su suave cuerpo contra el
suyo, y ella se derritió contra él. Lo tenía todo. Su restaurante,
su amor y su manada.
Esta... esta sería una Navidad para recordar.
Fin
70
Sobre la autora
71
Esta traducción llega a ti
gracias a Crows of Never Land
~Darkness🥀
Dark Regent
TinkerHell
Johwa
Mer Brekker
Queen♡
Ευδαιμονία
SevenCrow
Traducido por Dark Regent
Corregido por Johwa
El rastro que dejaba a través del blanco impoluto era fácil de seguir,
pero no había forma de escapar de él. Por esta razón, tuvo que seguir
adelante. Si se detenía, la encontrarían. Si se detenía, moriría de frío.
Un gemido salió de sus labios en un soplo. Esto no puede ser. Esto no. A
ella no. Esto no.
Maura suplicó a una fuerza invisible del universo que la dejara despertar,
que hiciera de aquello un sueño. Anhelaba a sus padres, a la policía, a un
guardabosques, a cualquiera que pudiera sacarla del frío. Al principio se
limitó a correr, tan fuerte y rápido como pudo. La luna llena revelaba la
crudeza del paisaje de Kansas, el campo plano y nevado solo interrumpido
por las líneas de árboles plantados durante la Gran Depresión para actuar
como un bloque de viento que impidiera que otra oleada de polvo ahogara la
tierra.
No vino nadie.
Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. Una mujer solo podía esperar un tiempo antes de
que el miedo le hiciera cosquillas en el fondo de sus pensamientos. Golpeó
las paredes, pisoteó el suelo, intentó abrir la ventana sellada, se miró en el
espejo opaco hasta que su propio rostro pareció burlarse de ella. Entonces
se le ocurrió que podría estar en una habitación del ático y que la puerta
podría estar en el suelo.
Ese no era el momento de desear, y sin embargo eso era lo que sentía.
Un hormigueo surgió en su piel, un recuerdo de manos cálidas y besos
profundos. Pero no conocía a nadie llamado Jack. ¿Cómo podía excitarse por
un nombre?
Nada.
Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. ¿Cómo entró en esa habitación sin puerta? ¿Por qué
no había salida?
El frío le picaba los pies a través de las medias mientras corría hacia la
vieja camioneta. La letra roja descolorida en el lateral del vehículo azul decía:
“Jack Everla”. El vehículo era de principios de la década de 1950, con un
parabrisas plano y sólido, faros integrados en la parrilla y un chasis
redondeado. Era el modelo exacto que ella había querido de niña.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Jack quiere que venga. Le ha costado
mucho encontrarla esta vez.
No había salida.
¿Cómo llegó a esa habitación sin puerta? ¿Dónde estaba la persona que
la sacó de la nieve? No recordaba haber llegado hasta allí, así que alguien tuvo
que traerla. ¿Por qué no la dejaron salir de la habitación? ¿O al menos la
revisaron?
Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. Se frotó los ojos y se paseó por el suelo de madera.
La llave tenía que significar algo.
—¿Quién está ahí? —llamó Maura mientras metía los brazos por la
abertura y se empujaba contra la pared para atravesar su cuerpo—. ¿Eres la
chica que escribió el diario? ¿Es esta tu habitación?
—Demasiado pronto, demasiado pronto —dijo la voz—. Avisa a Jack.
Traducido por Andromedas
Corregido por Queen♡
El aire se volvió más frío, con una ligera brisa que olía a aire libre. El
resplandor amarillo de la luz se transformó en el tinte azul de la luz de la luna.
Se arrastró por el túnel y salió de un montículo de tierra cubierto de nieve. El
bosque se extendía a su alrededor. La densa maleza bloqueaba todo, excepto
pequeños puntos de luz danzante.
—Lo has conseguido. —La voz masculina fue acentuada por el golpe de
madera sobre madera.
Maura jadeó y se giró a tiempo para ver una figura que cerraba el túnel
para que ella no pudiera volver. Se alejó de él, arrastrando sus pies descalzos
sobre la nieve. La hojarasca del bosque se clavó en sus pies, y la hizo tropezar.
El hombre se volvió hacia ella. Llevaba una capa oscura y respiraba con
dificultad, como si hubiera corrido mucho. Los ojos oscuros le resultaban
familiares, pero solo en un sentido fugaz, como un rostro en la multitud, un
pasajero de un autobús. No lograba reconocerlo. Una fina cicatriz se
encontraba sobre su sien izquierda, una herida hecha hacía tiempo ya curada.
—Llegas temprano. —Sonrió, con una mirada encantadora que
pretendía atraerla, pero ella no confiaba en esa sonrisa.
—Oh, así que esta vez fueron los periódicos. —Jack parecía
decepcionado por la revelación.
—¿Me estabas observando? —Maura lo miró con cautela—. ¿Es esto una
especie de juego enfermizo?
—Nada de esto tiene sentido. Tengo que correr. No sé por qué, solo
necesito correr.
—Todavía hay tiempo para volver a empezar —dijo Jack—. Cierra los
ojos y recuerda. Puedes encontrar el camino correcto. Tienes que
encontrarlo.
Ella había estado admirando los copos que caían contra su abrigo, sin
prestar atención mientras salía de la fiesta un poco ebria en Nochebuena y
se dirigía a su coche. Un gnomo de jardín se asomaba entre la nieve. La acera,
ya limpia, tenía grietas en las viejas losas. El miedo y el temor la invadieron
con muchísima intensidad. Jadeando, luchó contra el recuerdo y sacudió
violentamente la cabeza.
—¡No!
Cuando abrió los ojos, Jack estaba más cerca que antes. Su mano se
cernía sobre su mejilla. No la tocó, pero la expresión de sus ojos decía que
quería hacerlo. El anhelo dentro de él era palpable y crudo. Sus labios estaban
apretados con demasiada dureza. Sus ojos se entrecerraron en concentración
como si estuvieran conteniendo las lágrimas.
No tenía sentido.
—No puedo decírtelo —dijo él—. Lo intenté una vez. No terminó bien.
Tiene que ser de esta forma.
Deseó que le contara lo que estaba pasando. Estaba claro que sabía la
respuesta. ¿Qué debía recordar ella? ¿Por qué la habitación y el túnel? ¿Por qué
existía ese lugar entre estaciones? ¿Cómo podía estar acostada en un valle
totalmente en primavera junto a un bosque invernal?
Maura jadeó y finalmente abrió los ojos. Una lágrima se deslizó por su
mejilla.
—¿Jack? Eres tú. Me acuerdo de ti. Eternamente. —El frío volvió con una
ferocidad, comenzando por sus punzantes pies. El dolor no se negaría
mientras la amenaza de la muerte la arrastraba a sus despiadados brazos.
—Oh, no, lo siento. No, no, no, todavía no. Jack, todavía no. Solo un
minuto más.
Maura probó la perilla. La puerta estaba abierta, así que se dejó entrar.
—¿Hola?
Ninguna respuesta vino más allá del resplandor parpadeante de las luces
de Navidad en un árbol desnudo. En realidad parecía triste, solo y húmedo,
un intento a medias de decorar para las fiestas.
—Mi nombre es Maura. Me ayudaste. Sé que es una tontería, pero no
pude encontrar una manera de salir de la habitación del ático, así que escalé
hacia abajo.
No parecía que alguien viviera allí. Los muebles eran viejos y no habían
sido usados durante décadas. Tal vez las luces de los árboles eran las únicas
que funcionaban. Explicaría por qué estaban encendidas, pero no otras. Solo
para estar segura, probó el interruptor de luz. No pasó nada. Al menos la casa
estaba caliente. Eso era algo.
Un aullido sonó afuera y ella saltó, dejando caer el pecho para mirar por
la ventana. Presionó su cara contra el vidrio. La nevada había comenzado a
llenar el nombre de Jack.
El hombre continuó:
Quería pasar su vida con Jack. Había tanto por delante de ellos que su
corazón prácticamente había estallado con la anticipación de sus vidas juntos.
Llegar al coche fue un borrón, al igual que el largo tramo de asfalto mojado
en una carretera oscura, y los muchos carteles que anunciaban una Feria del
Renacimiento.
Maura se rio y se lo quitó del dedo. Abrió la guantera para encender una
luz y leer el grabado en voz alta:
—Eternamente.
—Nadie conduce por aquí —le aseguró, con un tono que destilaba
persuasión melosa. Jack se llevó la mano a la hebilla del cinturón y se bajó la
cremallera de los pantalones. Su miembro se liberó y lo acarició.
Maura se rio y metió la mano entre las piernas para rasgar el delicado
material.
Los coches nunca fueron un ajuste ideal, pero aun así la excitaba.
Mientras se sentaba a horcajadas sobre él en ese espacio reducido, dejó que
su sexo bailara sobre la punta de su eje. Los ojos de él se centraron en sus
pechos mientras la tomaba por las caderas.
—No sé, Jack —susurró ella, jugando con él—. ¿Y si alguien viene a
vernos?
—Les diré que fuiste una chica mala y que tuve que parar el coche.
—Te gusta cuando soy mala, ¿verdad? —Ella empujó hacia abajo en él,
dejando que la llenara.
—Mierda. —Fue todo lo que consiguió mientras ella se movía encima de
él.
La posición no les permitía llegar tan profundo como ella quería, pero
el contacto físico fue suficiente para que su cuerpo alcanzara el clímax. El
placer la recorrió, y el orgasmo de Jack se unió al suyo. Fuera, la noche nevada
era tan tranquila y apacible, como si los atrapase en el interior de su propio
globo de nieve privado.
Él gimió en respuesta.
Ella oyó voces fuera del coche, pero no pudo distinguir lo que estaban
lo que decían.
—No solo veinte dólares. Mira lo que tenemos aquí, Stan. —Robert
desbloqueó la puerta y la abrió de golpe—. ¡Una reina del baile! Toda vestida
y lista para la fiesta de después.
Unas manos ásperas tiraron del pelo de Maura, arrastrándola fuera del
coche y en la nieve. Sus brazos se agitaron, sin hacer mucho daño mientras
luchaba por liberarse.
—No soy la reina del baile. Por favor, solo estamos de camino a casa
desde una fiesta. No hay razón para dejar que esto se salga de control. Solo
toma mi bolso y vete. —Incluso cuando trató de razonar con ellos, no pudo
evitar el temblor de su voz o el miedo de su cara.
Robert le dio una patada en el estómago para hacerla callar. Maura rodó
sobre su espalda, agarrándose el abdomen. La pateó por segunda vez,
golpeándola a lo largo de la parte exterior del muslo. Las lágrimas rodaron
por sus mejillas.
—Deberías haber traído más dinero esta noche, cariño. Así podría
haber pagado un lote de lagartijas como había planeado. Pero, como no lo
hiciste, supongo que puedes ocupar el lugar de la puta.
Al llegar a una valla, gimió, apenas pudo lanzar su cuerpo por encima.
Maura se derrumbó en el suelo y trató de arrastrarse. Nada más que un campo
de nieve se extendía ante ella. Los músculos de sus pantorrillas se agarrotaron
por las bajas temperaturas y no podía sentir los pies. En algún lugar del
camino había perdido sus zapatos y no se había dado cuenta. La presión había
aumentado bajo la herida de la cabeza, hinchando su ojo. Le dolía el estómago
por el lugar donde la habían pateado.
—Jack —susurró. Cada pizca de su alma que le quedaba fue enviada a él,
deseando que supiera lo mucho que lo amaba. Rezó para que estuviera a
salvo—. Eternamente.
La salvación nunca llegó.
Traducido por TinkerHell
Corregido por Mer Brekker
—¡Jack! ¡Jack!
—¡Jack!
—Tú… —susurró Jack tras ella. Ella alzó su mirada hacia el—. Tú luces
diferente
—Jack, los hombres… — Se apresuró a él y pasó sus manos por su cara
para encontrar la cicatriz de su sien—. ¿Qué sucedió? ¿Cómo escapaste?
¿Cómo sanaste tan rápido? —Lo observó cuidadosamente para comprobar
que estaba desarmado. Examinando su túnica y pantalones de cuero, no pudo
evitar sonreír un poco—. ¿De dónde sacaste estas ropas? ¿Alguien de la feria
renacentista te encontró? No entiendo.
—Dijiste mi nombre
—Sí. Eres Jack Michael Taylor. En nuestra primera cita, me dijiste que tu
segundo nombre era Susanna, solo para que sintiera pena por ti. Funcionó
porque me hiciste reír y te dejé hacer algo más que besarme esa noche,
después de que me llevaras a casa.
—Eres tú, Maura, eres tú. —Jack la abrazó fuertemente y todo su cuerpo
temblaba mientras explotaba en llanto. Su mano frotaba toda su espalda—.
Encontraste tu camino hasta mí.
—Tuve suerte. Peleamos. Uno de ellos dejó caer un arma. Les apunté,
subieron a su camioneta y huyeron. El auto no funcionaba porque chocaron
su parte frontal, solo hacían cuatro grados esa noche. Tomé tu abrigo y corrí
tras de ti. —Las lágrimas gotearon sobre su hombro, y supo que estaba
llorando—. Tenía una costilla rota por lo que no podía moverme lo bastante
rápido. Lo siento Maura. Llegué demasiado tarde
—No entiendo.
—¿Estábamos?
—Las mariposas. Lo que mejor las describe es que son como hadas. Las
escucho hablar, pero no veo sus rostros.
Él ignoró su escepticismo.
—Él no está mintiendo —dijo una suave voz. Maura se volteó para ver
un pequeño insecto amarillo brillante volando a su lado—. Mira tus pies. Estás
de pie en la nieve y ni siquiera sientes frío.
—No puedo creer que cargaste con esto por treinta años. ¿Cómo es que
no te volviste loco? Dar tu vida por… —Gesticuló hacia los árboles a su
alrededor—. …esto.
—Habría esperado por cien años solo para pasar un momento más
contigo, Maura. Además, eres una mujer inteligente, sabía que encontrarías
la verdad, finalmente.
FIN
Michelle M. Pillow, autora de All Things
Romance, es una autora galardonada con
varias publicaciones que escribe sobre
muchos géneros de ficción romántica. Es
mejor conocida por su saga de romance
futurista de cambia-dragones: Dragon
Lords.
www.MichellePillow.com
La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con el
único fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre es el inglés,
y no son traducidos de manera oficial al español.
¡Disfruta de la lectura!
Créditos
Traductoras
Jessibel
Flor
Kiki
Correctora
Lelu
—Zach…
—¿Dónde estoy?
El hombre no respondió.
—No.
Se cruzó de brazos.
—Ni siquiera cerca.
Cyn se volvió hacia él. ¿Era médico? Por mucho que quisiera saltar de la
cama, él tenía razón. Después de vivir prácticamente en el hospital unas cuantas
veces, no estaba ansiosa por regresar.
***
La mujer de cabello oscuro que yacía en su cama miró por la ventana. Un
arco iris de emociones cruzó sus rubicundos
rasgos. Indiferencia. Enfado. Temor. Duda.
—No me crees.
El rumor era algo que escuchaba de vez en cuando de los hombres lobo
como un intento de ganarse la simpatía o justificar un lugar para ellos entre los
humanos. Ella lo desafiaba a negar su afirmación con su mirada endurecida.
Esta vez tuvo su atención. Ella tenía las manos extendidas sobre su
pecho. Su débil empujón no fue nada. Incluso comparado con un hombre. Giró
la cabeza hacia un lado, dejando al descubierto el cuello como un cachorro, como
si le hubieran enseñado eso. Cuando se había acostado a su lado durante la
noche, al principio se había acercado lo suficiente para tocarlo, pero no mucho
más. Pero a medida que la noche se hacía más profunda y el frío se filtraba por
las grietas, sintió el escalofrío a lo largo de su piel y no pudo evitar atraerla hacia
él. Supuso que había perdido peso, pero aún tenía curvas femeninas. Su brazo
había descansado a lo largo de la suave pendiente entre su cintura y su
cadera. Un ajuste perfecto.
—Bebe.
Inclinó el vaso hasta que ella se vio obligada a saciar su sed. Luego
presentó unas pastillas.
Él resopló.
—Vuelvo enseguida.
Miró por la ventana de la sala de estar que daba a la cima. No podía ver a
nadie más allá de los árboles. De todos modos, no a simple vista. Si alguien
estaba cerca, quienquiera que fuera no quería que lo vieran. Él sonrió. Si tenía
una visita, se enfrentaría a ella después que ella descansara. Regresó a la
habitación para encontrarla acostada en la cama con los brazos cruzados y la
beligerancia en todo su rostro.
—¿Qué razón tengo para creer que no estás mintiendo? —Los latidos de
su corazón se volvieron erráticos y se quedó sin aliento en respuesta—. ¿Que no
me has secuestrado del hospital?
—¿Qué me diste?
—Algo que te ayuda a relajarte. Porque en cualquier momento vas
a intentar derribarme.
Estuvo tentado de contar hacia atrás hasta diez, pero ella se durmió
mucho antes de que él llegara a siete. Algunos mechones de su cabello negro le
habían caído sobre su rostro. Se recordó a sí mismo mientras le quitaba el
cabello que estaba siendo amable con ella y que su primera noche juntos en su
cama no había sido nada.
Cada vez que la ayudaba, su apego a ella se hacía más fuerte, pero la unión
con ella no iba a suceder. Después que su ex novia Hayley se fuera hace más de
un año, se dijo a sí mismo que no necesitaba otra distracción. Especialmente si
esa distracción podría potencialmente traer la caída de su manada.
Tiene menos de un año de vida, señorita McGinnis. Quizás solo unos meses.
Ella rodó fuera de la cama, cada movimiento fue hecho poco a poco. El
tiempo se prolongó hasta que estuvo de pie. Ella esperó. Él se recostó en la cama
de lado, su pecho subía y bajaba al ritmo. En cualquier segundo, probablemente
abriría los ojos y la agarraría. Pero nunca lo hizo.
Solo para ver algo brillante y parpadeando en el camino. Las luces rojas y
verdes se encendieron y resplandecieron en el árbol de Navidad que bloqueaba
el camino hacia los escalones del porche. Su boca se abrió. Faltaban cuatro días
para Navidad y, ¿ahora estaba viendo esto?
¿Qué estaba haciendo esto aquí? ¿Era una especie de broma enfermiza?
Este es el único regalo que puedo darte esta Navidad. No importa cuánto me
odies, tienes que vivir y proteger a Ty cuando te mejores.
Zachary
Capítulo 3
Traducido por Flor
Corregido por Lelu
Si Zach hubiera estado delante ahora mismo, ella le habría dado una
paliza y luego lo habría matado a tiros. La furia la recorrió y la obligó a apretar
los puños. ¿Cómo se atrevía a tomar esa decisión por ella? Su vida era suya y la
forma en que terminara era su elección.
Cuando se mudaban, mamá y papá nunca dejaban el árbol atrás. Era una
tradición que siempre se mantenía por normalidad. El Día de Acción de Gracias
era opcional. ¿Por qué no comer un sándwich de pavo? El Día del Trabajo era
solo una excusa para dormir hasta tarde. Pero la Navidad era diferente y Zach
había dejado este árbol aquí para dejar claro su punto de vista: dejarla con ese
hombre lobo había sido su decisión. Que lo condenen a un infierno ardiente con
piscinas llenas de fuego provocando hemorroides.
¿Cómo pudiste, Z?
Siguió bajando por un camino nevado. Los parches de hierba muerta entre
la nieve fangosa le facilitaban el paso. La luz del sol naciente la guiaba hacia el
suroeste. Encontraría Príncipe George si no se daba por vencida.
Así que había estado despierto todo el tiempo y la había dejado irse.
¿Por qué?
—¿Te divertiste en tu pequeño paseo? —dijo la voz del hombre lobo desde
la cocina.
—Fue... educativo.
Salió con dos cuencos de comida y siguió con las bebidas. Ella vio la nieve
en sus botas. Así que él había sido su pequeño acompañante. Bastante rápido.
—Como quieras.
Eso no es bueno.
—Oh, de verdad.
La mano que debía apuñalarlo temblaba ligeramente. Eso era una mala
señal. Empujó el vaso de jugo hacia ella.
—Bebe.
Ella dudó, golpeando el tablero de la mesa con las yemas de los dedos. Dar
el control a un alfa nunca era una buena idea, pero su cuerpo se impuso. El
líquido frío bajó de golpe por su garganta. El efecto no tardó en producirse y
pronto se elevó de manera embriagadora.
Su ceja se levantó.
Pequeño e inteligente lobo que pronto estará muerto. ¿Había algo en el jugo
esta vez? Sus dedos se acercaron al cuchillo. Dejó la pastilla junto al pan y siguió
comiendo.
Tenía unas bolas enormes. Incluso su otro hermano Ty nunca hizo ese
tipo de mierda.
—No había nada en el jugo. Solo pulpa, jugo de naranja y agua. Te bebiste
lo último que tenía. —Tomó el pan y arrancó una rebanada—. ¿Qué más quieres
saber que no hayas aprendido ya? Viste el árbol de Navidad. Te moviste mucho
más rápido cuando te despertaste. ¿Qué hay que saber?
Todo.
—La razón. Zach me envió aquí para ser curada, pero vamos, no hay
manera de que un hombre lobo acepte tal cosa. No de una cazadora. He oído los
rumores. Que un alfa sin pareja consideraría a las mujeres humanas.
Especialmente las que tienen enfermedades incurables. Las convierten en
hombres lobo para curarlas.
Se encogió de hombros.
—Suena bien.
—Zach es como yo. Durante años ha querido acabar con la banda que
mató a mis padres, y ahora que me he quitado de en medio, nadie puede impedir
que se vengue.
—Puedes apostar tu peludo trasero a que creo que eso es lo que pasó.
Él suspiró.
—¿Podrías creer que tal vez lo hizo porque te ama? ¿Qué quería que
vivieras en lugar de encontrar al asesino de tus padres?
Una parte de ella lo creía. Durante todas las citas, a las que le dejaba
asistir, él había sido su conductor y su apoyo. Pero en el fondo, la ira había
empezado a crecer en su sangre. Antes que enfermara, había surgido una pista
sobre la ubicación de la banda, solo para desaparecer junto con su salud.
—Tu rostro me dice que tienes dudas —dijo el hombre lobo en voz baja.
Él arrancó otro trozo de pan y lo colocó junto a su cuenco. De mala gana,
ella tomó un sorbo de su sopa y contuvo un suspiro. Estaba deliciosa. El espesor
justo para un guiso de carne.
Besa mi trasero.
Raspó el fondo del cuenco. ¿Cómo se había comido la sopa tan rápido? El
pan estaba igual de bueno. Intentó arrancar un trozo y no lo consiguió. En su
lugar, utilizó el cuchillo. Cuando manejó la hoja, él ni siquiera levantó la vista.
—Desafortunadamente.
—Tenía planes para uno algún día, pero nunca sucedió. Un sótano parecía
más práctico para almacenar alimentos.
Justo encima de ellos estaba el techo, nada más. Con las herramientas
adecuadas, podrían atravesarlo si tuvieran que hacerlo. Lástima que esas
herramientas estuvieran en el cobertizo.
—Para nada. No creerías los lugares en los que tuve que esconderme para
tender una emboscada a mis objetivos. Una vez me escondí en un basurero...
Él asintió, cavando aún más rápido. Ésta no era una buena señal. Algo
malo había sucedido y había estado demasiado distraído con la cazadora para
atenderlo.
Caminó pesadamente hacia la puerta.
—¿Quieres ayuda?
¿Por qué no podía irse a la cama ya? ¿Era tan fácil para ella olvidar que
era una paciente de leucemia terminal?
—¿Pero no me curaste?
Contuvo un gruñido.
—Me empiezan a doler los brazos de nuevo. Aunque no está tan mal.
Él se rio entre dientes. Todavía tenía que conocer a una cazadora como
ella.
Deslizó los dedos por el cabello muy corto. La mayoría de los pacientes con
los que se había encontrado durante su residencia en medicina interna habían
hecho un esfuerzo preventivo para cortarse el cabello, pero ella se había quedado
con un estilo sencillo. Se inclinó, apoyó la cabeza en las manos y su cabello cayó
sobre su rostro. ¿Habría sido más espeso antes de la quimioterapia? ¿Sus
mejillas más llenas? ¿Sus caderas más anchas?
Después de tomar la píldora, fue a buscar los cuencos que él había llenado.
Ella sonrió.
Pero ella persistió hasta que él detectó su agotamiento, así como algo más
siniestro. Los efectos de la quimioterapia se apoderaron de ella. Tropezó con una
olla en el camino hacia el fregadero.
Ella lo miró.
Casi la deja en el suelo, luego, pensándolo bien, agarró una manta del
armario. Después de sentarla, la cubrió con la manta. Allí, ahora podría hacer
un trabajo real.
Su mano se cerró sobre su brazo. Él se quedó quieto.
—¿Qué ocurre?
El dolor tenía que ser peor. Prácticamente podía sentir las terminaciones
nerviosas disparándose contra su piel donde sus cuerpos hacían contacto.
—¿Dónde duele?
—¿Tienes un nombre?
Ella lo había estado llamando oye, hombre lobo por un tiempo. No pudo
evitar sonreír.
—Kaden.
Pero su cabeza cayó contra él en cambio. Apoyó la mejilla cerca del punto
de pulso en su cuello, su respiración era constante sobre su piel desnuda. Cada
centímetro de ella estaba frío y luchó contra el creciente deseo de llevarla a su
cama y calentarla adecuadamente.
—Nunca.
—Tienes suerte.
—Nací de esta manera.
—Yo también tengo una hermana así. Tiene suficiente equipaje para abrir
una tienda de equipajes.
—Descansa ahora.
Estaba sin aliento, pero ahora un tono más duro se alineaba en las
palabras. Ella solo quería que él la consolara y nada más.
Su mandíbula se contrajo.
—Oh, quiero vivir. —Ella se animaba más a cada minuto—. Y una vez que
termine mi quimioterapia, estaré bien.
—No lo estás haciendo bien. —Lo que debería haber salido fue: te estás
muriendo, pero ella no necesitaba escuchar eso. Necesitaba escuchar a alguien
decir que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para asegurarse que
sobreviviera—. Y te guste o no, me veo obligado a curar a los heridos. ¿Has
pensado alguna vez en cómo se siente tu hermano y en lo que estaría dispuesto
a sacrificar para salvarte? He visto a las familias sufrir de primera mano en las
ciudades donde solía trabajar. ¿Has visto la desesperación que tiene un padre
por curar a un hijo? ¿Qué tiene un marido por su esposa?
No miró hacia ella en todo el tiempo. Pala tras pala, viaje tras viaje, se
deshizo de la nieve lo suficiente como para revelar el exterior. El aire frío entraba
y ni siquiera la manta que le rodeaba los hombros la mantenía caliente.
En cuanto a cuánto tiempo seguiría enfadada con él, para siempre parecía
una gran opción. Sin embargo, quedarse para siempre en un rincón oscuro no
le llenaba la barriga ni hacía desaparecer el dolor. Con cada minuto que pasaba,
se sentía más cerca de las náuseas, más cerca del momento en que se despertara
en la cama de Kaden.
¿Pero no era eso lo que quería? pensó. ¿No le había dicho que no quería su
ayuda? En esencia, ¿preferiría morir antes que dejar que un hombre lobo la
curara? Todo su entrenamiento, todas las palabras que su madre le había
enseñado sobre los hombres lobo luchaban contra lo que había experimentado
durante las últimas veinticuatro horas.
Sonaba aburrido.
La frenética excavación despejó una abertura más amplia hasta que Kaden
pudo arrastrarse hacia el exterior. Ella miró con curiosidad mientras él hablaba
con quienquiera que estuviera fuera. Se esforzó por oír, pero no pudo captar lo
que se decía.
Esta mujer tenía que ser otro hombre lobo. Había algo en la postura de la
mujer de pelo oscuro, la forma suave en que se inclinaba a través del agujero y
se deslizaba dentro. Sus rasgos eran familiares. Cyn había visto antes esa nariz
perfecta y esa barbilla hendida. El mismo cabello negro y los mismos ojos verdes.
¿Estaba relacionada con Kaden?
—¿Qué tan mal está ahí afuera, Sinister? —preguntó Kaden mientras se
encogía de hombros en su abrigo.
Todo el mundo clamaba afuera. Con solo la manta, Cyn temblaba contra
el viento. La avalancha había eliminado muchos árboles, dejando una franja de
tierra desnuda desde arriba. Sin todos los árboles en el camino, se sorprendió al
ver más cabañas cuesta arriba. Al menos siete. Todo este tiempo los árboles las
habían ocultado.
Kaden le puso el abrigo sobre los hombros, pero ella rechazó la oferta.
—Maldición.
—Sí.
No había suficiente tiempo en el día para lo que había que hacer. Había
llegado a depender de Naomi para algunas cosas. Si su hermana no hubiera
estado tan amargada después de regresar con él hace unos meses, la situación
no sería tan complicada. Hayley era parte de ese problema. Los recuerdos de esa
mujer empañaban su día aún más.
—Realmente no. —Deseó poder decir que sí. Cynthia hacía las cosas más
difíciles de lo que tenían que ser—. ¿Cómo está tu hombro?
Por mucho que trató de curiosear en lo que había sucedido entre los dos,
su hermana se había negado a divulgar los detalles.
***
—¿Qué diablos se supone que significa eso? —arrojó Cyn.
—Algo le pasó después que Hayley se fue —dijo Naomi, con voz tranquila
y fría. El hombre lobo se alejó de la única fuente de luz en la habitación, la salida
a través de la puerta estaba parcialmente cubierta. La oscuridad del rincón se lo
tragó—. Se ha vuelto muy apacible, pensando que podría proteger a la manada
si nos enviaba lejos hasta que encontrara un lugar más seguro.
—No eres lo suficientemente fuerte para ser su pareja —dijo Naomi desde
la esquina. Cyn ya no podía verla—. Nuestra manada está debilitada en este
momento y si tú... murieras... habría un eslabón menos débil entre nuestras
filas.
¿Era esta la hermana de la que Kaden había estado hablando que tenía
problemas? No conocía los detalles de lo que estaban pasando entre Zach y
Kaden. Era hora de aclarar las cosas.
Se puso de pie lo más rápido que pudo y levantó las manos para proteger
su rostro. Los golpes de Naomi cayeron en sus antebrazos, pero todavía le dolían
muchísimo. No había delicadeza en la forma en que luchaba la joven; tal vez era
la falta de entrenamiento formal de combate. Los golpes fueron lanzados con
abandono sin técnica ni precisión.
Cyn se tomó un segundo para recuperar el aliento. Nada mal para una
chica que se había ido tambaleando a la cama todos los días la semana pasada.
Naomi se retorció y se sacudió para salir del agarre, pero Cyn había
ejecutado este movimiento demasiadas veces para cometer errores. Naomi se
crispó y luego se desmayó. Cyn la soltó de inmediato y se tambaleó para ponerse
de pie. Una revisión rápida del pulso de Naomi reveló un latido constante.
Su maldito hermano.
***
Para cuando Kaden llegó a la cresta sobre las cabañas, una rabia creciente
se había acumulado en su estómago, apretándose cada vez más. Este lugar
estaba destinado a ser un refugio seguro. Un territorio que había establecido
para su manada.
Se hicieron disparos a su derecha. Hacia el sur, al menos a una milla de
distancia, vio a alguien escondido entre los árboles. Un rifle de largo alcance en
la mano. Entonces ese era su objetivo. El lobo en él lo empujó hacia
adelante. Busca tu presa. Se acercaba la luna llena y había pasado un tiempo
desde que su necesidad de cazar se había saciado.
El hombre con uniforme militar se acercó aún más, buscando una posición
ideal desde la que disparar. No vendría nadie más, pero el hombre estaba
fuertemente armado.
El movimiento en las cabañas hizo que Kaden se quedara helado. Cyn salió
de la suya. Sin manta y un tambaleo a su paso. Ella escudriñó el horizonte como
si buscara el origen de los disparos.
Apretó la garganta del cazador. Observó cómo sus ojos rodaban hacia
atrás en su cabeza mientras le cortaban el aire.
Un hombre a cambio de muchos era algo con lo que Kaden tendría que
vivir.
Cynthia siguió retrocediendo hasta que llegó a uno de los árboles cerca de
la cabaña. Todo el tiempo, su mirada nunca dejó la de él. La ira que hervía a
fuego lento bajo su piel se enfrió y fue reemplazada por algo más:
agotamiento. Primero flaquearon sus rodillas y se agarró al árbol para
apoyarse. Dio un paso hacia ella y se puso rígida.
Esta vez, cuando Cyn se despertó, se encontró con una casa ruidosa y un
fuerte dolor de cabeza. Del tipo normal que tiene la gente cuando ha dormido
demasiado tiempo. Sin embargo, no se sentía como una mierda. Debería haber
una enorme marca de mordedura en su hombro, pero no la había. También
faltaba el bulto bajo el ojo.
—Que esté despierta no significa que tengamos que irnos —ladró una voz
de mujer. La de Naomi—. ¡Esta es mi casa!
Naomi se rio.
Se esforzó por seguir escuchando, pero cuando llegó al salón sólo encontró
a Kaden sentado en el sofá. Se sentó de nuevo en el asiento, con los pies
apoyados en la mesa de centro.
Ella argumentó.
—Mira, por mucho que quiera cazar a tu hermana y darle una paliza por
pegarme, puedo ser adulta y dejarlo pasar. Lo que no puedo dejar pasar es a ti
y lo que está pasando en este lugar porque es más grande de lo que puedo
imaginar. Sospecho que estás haciendo un refugio para tu manada.
Asintió, recordando al hombre que había visto antes que Kaden lo matara.
Gregory era un maldito solitario que sólo aparecía durante las grandes reuniones
de cazadores cada dos años. La oportunidad de acabar con un alfa era una
muerte demasiado deliciosa como para compartirla con otros. Pero entonces,
Gregory la había visto. ¿Y si otro cazador la había visto y había informado de su
paradero a su clan? Era una cazadora viviendo en una guarida de hombres lobo.
Una traidora. Se le revolvió el estómago al pensarlo, pero era la verdad.
—Mentira. —Se acercó más a ella. Trató de moverse hacia el otro lado,
pero no había lugar para ir.
—Aquí no.
—¿En tu, como lo llamaría Naomi, Shangri-La? ¿Una utopía para los
hombres lobo? Tal y como yo lo veo, hay demasiados huevos malos en la caja
como para apartar los malos sentimientos. Se puede ganar dinero cazando a los
de tu clase.
No miró hacia otro lado. Se negó a avergonzarse por hacer lo que creía
correcto.
—Me conoces desde hace cuánto, ¿dos o tres días? ¿Cómo sabes qué clase
de persona soy?
—Era perfecto.
Se rio.
—No de la manera que piensas. —Hizo una pausa—. Michael tenía el tipo
de vida que yo podría haber tenido si no me hubiera convertido en cazadora.
Llevaba tacones a los cócteles. Paseos en yate por la bahía. Un apartamento en
la ciudad. Pero lo rechacé todo. Tuve que hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque tomé una decisión, Kaden. —Su voz se volvió rígida—. Elegí
protegerlo de mi estilo de vida. Aunque me hubiera casado con él, ¿qué haría si
los hombres lobo vinieran por él para chantajear a mi clan? ¿Y si tuviéramos
hijos y acabáramos muertos como mi...?
Su agarre en la rodilla de se hizo más fuerte. No había lugar para que ella
se fuera.
Sus labios estaban casi lo suficientemente cerca como para rozar los de
ella, pero no llenó el espacio.
—Me preocupo por ti. —Suspiró—. Y quiero volver a tocarte, pero estoy
dispuesto a esperar hasta que estés lista para venir a mí.
Capítulo 8
Traducido por Kiki
Corregido por Lelu
Cyn no podía creer que hubiera dicho eso. ¿Se preocupaba por ella? ¿Se
había vuelto loco? Pero cuando su mano se posó en el pecho de él, la misma
pregunta podía hacerse sobre ella. Los latidos de su corazón retumbaron bajo
su palma. Era la que le hacía eso.
El hombre cuyos labios se cernían sobre los suyos no era el mismo que
había conocido cuando se despertó en la cama. Las capas ocultas que desconocía
estaban ahora al descubierto para que las viera.
Tal vez si se enfrentaba a él y le decía que planeaba irse, la dejaría ir. Buena
suerte intentándolo. Cuando se encontró con su mirada, la cruda intensidad de sus
ojos verdes disolvió cualquier palabra que tuviera acumulada en la lengua.
En su lugar, apretó sus labios contra los de él. Qué alegría. Un segundo
después, su espalda se estrelló contra la pared. El árbol de Navidad se agitó,
haciendo que las luces rojas y verdes bailaran contra las paredes. Él apretó su
cuerpo con el suyo. Cada centímetro duro de él, desde el estómago hasta las
piernas, la mantenía en su sitio. Su respiración era dura y pesada, la parte
primitiva de él se hacía evidente en sus ojos cerrados. Con una mano, estiró los
brazos de ella por encima de la cabeza, permitiéndole acceder a su cuello. Su
boca se alejó de la de ella para mordisquearle la mandíbula hasta la sensible piel
del cuello. Ella se esforzó por tocarlo. Para sentir su rostro o explorar la anchura
de su espalda.
Ella sonrió. Oh, no, no vas a ser el capitán de este barco por mucho tiempo.
—Cyn... —jadeó.
Sus miradas se cruzaron. Ella dio un paso hacia él. Le puso el dedo índice
en el pecho y lo empujó hacia atrás hasta que la parte trasera de sus piernas
chocaron con el sofá. Él se sentó y se puso a horcajadas en su regazo. Se quitó
la camiseta. Agarró la suya y cuando los botones le dieron problemas, le arrancó
la camisa. A la mierda los botones.
Era pura perfección. Duros abdominales. Incluso la deliciosa forma de V
de sus caderas.
Mientras tanto, ella movía sus caderas, frotando su núcleo a lo largo del
bulto bajo su cremallera. Se movía lentamente hacia adelante y hacia atrás. Se
sacudió contra él hasta que las manos de él se fijaron en las caderas de ella y él
empujó hacia arriba.
Había demasiadas piezas de ropa entre ellos. Quería todo de él. Sin límites
establecidos por cazadores u hombres lobo.
Se empujó hacia arriba y se quitó los jeans y las bragas. Ahora estaba
desnuda ante él. Esperaba que la llevara a la cama, incluso que la inclinara
sobre el sofá y la penetrara. Pero se sentó allí. Todavía en ropa interior, cuestión
que ella remediaría pronto, y lo único que hizo fue mirar. Se fijó en la curva de
sus pechos desnudos. Sus cejas se alzaron con diversión y su lengua salió para
lamerse el labio inferior, luego su atención se dirigió al anillo de oro que
sobresalía de su ombligo.
—Bonito tatuaje.
Pasó la yema del dedo por su pezón y jadeó. Luego hundió la yema del
dedo en la unión húmeda entre sus muslos.
Sólo esa caricia desde su nudo hasta la entrada de su canal la hizo gemir.
Intentó atraerla hacia él, pero su mirada se desvió hacia sus vaqueros.
—Demasiada ropa.
La media sonrisa de él provocó algo en su interior. Sin decir nada, se
desabrochó los jeans y se los quitó. Lo más apropiado sería encontrar su mirada
hambrienta, pero quería ver lo que había estado tocando durante los últimos
minutos.
—Arriba.
—No creo que bien sea la mejor palabra para lo que siento ahora mismo.
Pensó por un momento, lo cual fue bastante duro. Cyn no sería la última
chica en rechazar el sexo duro de vez en cuando, pero lo que acababa de ocurrir
era más que alucinante. Cada hueso de sus piernas no tenía sustancia; su
garganta estaba seca por gritar su nombre. E incluso con todo eso, su núcleo se
apretó de nuevo por la anticipación. En respuesta, su polla se endureció y volvió
a empujar. Muy lentamente.
Volvería, ¿no?
Era el día de Navidad. Cada Navidad, los niños McGinnis se reunían donde
la familia consideraba que era seguro y abrían los regalos y comían algún tipo
de ave quemada. Zach era el peor cocinero, pero lo intentaba y todos se
esforzaban por tragar uno o dos bocados. Excepto Ty. Él sólo se quejaba.
Sin embargo, esta Navidad era diferente. El árbol roto estaba en el lugar
equivocado. No había regalos. Las luces estaban apagadas como si todo lo que
le importara estuviera muerto. Abrió la ventana por si acaso. Afuera había una
capa de nieve fresca. Un clima navideño perfecto.
No pudo evitar pensar en lo que había pasado el otro día. Kaden había
matado a alguien para defender a su manada. Había protegido a sus seres
queridos como le había dicho que haría. También te protegería a ti, susurró una
voz en su cabeza.
Reírse le sentó bien. ¿Cuándo fue la última Navidad en la que tuvo una
pelea de bolas de nieve con sus hermanos? Hacía tantos años que había perdido
la cuenta. Cuando llegó a la cabaña, se dio cuenta que estaba sola. Revisó el
valle y no pudo verlo.
—No tanto.
Sabelotodo.
Cyn tenía toda la energía del mundo y, no obstante, dormía mejor que en
años. Tal vez era el hombre que la abrazaba quien lo hizo posible. No había olores
artificiales. No había hospitales. Ni pitidos de monitores cardíacos.
Él rio entre dientes y pasó su mano por el brazo. El firme contacto le puso
la piel de gallina.
—Mi manada viene hacia aquí. Tu hermano ha... hecho su parte en los
términos de nuestro acuerdo.
—¿Me aceptarán?
—Pronto serás mi compañera y una vez que eso ocurra, nunca te dejaré
ir. Pase lo que pase, estarás a mi lado.
—Ya te seguí dos veces antes, para que pudieras decidir por ti misma, pero
no tendrás tanta suerte si lo vuelves a intentar. —Besó su cuello, atrayendo su
pierna sobre su cadera—. Ahora eres mía.
Ella se rio.
Fin
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
2
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes
sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro.
Sinopsis______________________________________________________ 4
Capítulo 1 ____________________________________________________ 5
Capítulo 2 ___________________________________________________ 13
Capítulo 3 ___________________________________________________ 18
Capítulo 4 ___________________________________________________ 28
Capítulo 5 ___________________________________________________ 34
Capítulo 6 ___________________________________________________ 42
Sobre la autora _______________________________________________ 45
3
Verity Long no desea ver fantasmas, y tampoco quiere que nadie
sepa su pequeño secreto. Pero cuando un espíritu revoltoso crea
problemas en la tienda navideña de su amiga, Verity y su nuevo amigo
gángster muerto deciden echar un vistazo.
4
El fantasma del gángster se ajustó su sombrero de paja toquilla,
exponiendo brevemente el agujero de bala redondo en el centro de su frente.
Sin duda habría sido una herida espantosa, si ésta no brillara en blanco y
negro, junto con el resto del cuerpo de Frankie Valentine.
6
debió ser enjuago con la manguera.
Gran error.
—Estuviste bien —dijo, sin rastro de ironía—. ¿Esto tiene que ver con
que salgas con el poli?
7
—Lo entiendo —dijo a sabiendas—. Lo hiciste para tener sexo, no por
el dinero.
—Ew, no. —Sí, así era como Ellis y yo nos habíamos enamorado,
pero—. Eso no significa que quiera volver a hacerlo.
Frankie sonrió.
No la esperaba esta noche, pero eso no quería decir nada. Pasó por mi
sala vacía y entró directamente en el salón. Su cabello rubio estaba recogido
en un moño desordenado y llevaba un recipiente Tupperware.
Frankie gimió.
—Aw, vamos.
—Tengo que confesar. No estoy aquí solo para darte la cena esta vez.
—Hizo una mueca—. Mi amiga necesita ayuda con un fantasma.
Menos mal que Melody no podía verlo ni oírlo. Le lancé una mirada
peligrosa. Parecía demasiado complacido consigo mismo, flotando junto a la
chimenea.
—Esta… cosa que hago —dije, volviendo mi atención a Melody—, tiene
que ser un secreto. —La gente de nuestra pequeña ciudad sureña ya creía
que era una oveja negra. Sería una locura añadir algo a los chismes.
Además, el trabajo era peligroso y aterrador. Yo era diseñadora gráfica de
oficio—. Necesito trabajos de diseño.
9
Me dirigí a la cocina con mi cena.
Melody me siguió.
Aun así…
—Es tan alto como una persona y está lleno de cosas extravagantes e
inusuales. También hay muchos artículos rompibles que se pueden abollar,
como figurillas de porcelana, tabaqueras antiguas y frascos de perfume.
Cierra con llave por la noche, vuelve por la mañana y la vitrina sigue cerrada,
pero los objetos de valor del interior están esparcidos. Anoche perdió el brazo
de un pastor.
—Ella sabe que es un fantasma. Nadie más que Julie puede entrar a
la tienda o abrir la vitrina. Ella lleva el único juego de llaves de la tienda. —
Melody cruzó los brazos sobre su pecho—. Ella está realmente molesta,
Verity. —Ella negó con la cabeza—. Sé que no debería haberle hablado de ti.
11
—Me molesta eso —le dije. Sobre todo porque era verdad.
—Gah. Bien. —Podía ver que ella nunca dejaría pasar esto. Y sería
bueno hacer algo constructivo.
Pasé una mano por mi cabello. Ellis no estaría feliz, pero no era su
decisión. Me tomé un segundo para pensar. No quería que se preocupara.
Por supuesto, no lo vería hasta nuestra cita de mañana por la noche.
Melody se animó.
Pronto lo averiguaríamos. 12
New for You se encontraba en una hilera de escaparates de piedra que
habían adornado Main Street desde principios del siglo XX. Me encantaba
esta parte de la ciudad, no solo por su tradición, sino también por su
permanencia.
—Estoy tan contenta de que estés aquí. —El cabello rojo fuego se
asomaba por debajo de su colorido pañuelo en su cabeza mientras cambiaba
el letrero a Cerrado y nos hacía pasar al interior.
Me limité a sonreír.
Ella sonrió.
—Mi mamá lo compró en 1974. Ella fue quien inició New for You. Al
menos diez años después de que ella compró este espacio, tendrías a estos
veteranos, en su mayoría hombres, pasando por allí, pensando que iban a
entrar en la Cervecería de Doc.
—Melody me dijo sobre todo que has tenido espíritus que mueven
objetos o los hacen sonar. —Se necesitaba mucha energía para que eso
sucediera, pero no necesariamente me asustaba. Me preocupaban más los
fantasmas destructivos. Podría significar un poltergeist—. ¿Crees que los
objetos en la vitrina fueron dañados intencionalmente?
Ella no vaciló.
—Sí.
Eso esperaba.
Me dio un abrazo.
Pero el tono del lugar cambió. Se sentía como una casa grande y vacía
después del anochecer.
Oh, no.
Cualquier otra discusión murió en mis labios cuando una vieja barra
de madera brilló en el foco a lo largo de la pared del cuadro.
Frankie resopló.
—¿Qué? ¿Eso significa que esté cerrado para un chico que quiere
tomar una copa?
Tragué saliva.
—¡Ringo!
Chocó los cinco con los hombres que estaban cerca de la puerta, el
tipo del sombrero de fieltro y el soldado de la Guerra Civil.
Dios, qué cerdo. Crucé los brazos sobre mi pecho y me acerqué un par
de pasos a Frankie.
—Está bien, ¿cómo podemos saber cuál de estos tipos está causando
el daño? —Me gustaría hacer el trabajo y salir de aquí. Las sombras, la
sobrecarga de testosterona, lo sobrenatural de este lugar, me asustaban.
Oh, diablos.
—¡Maravilloso!
—Tu lo dijiste. Antes, eras solo otro más de los vivos, caminando por
su bar, fingiendo no ver nada ni a nadie.
21
—Y ahora soy una chica —dije, terminando su pensamiento.
—Argh. —Necesitaba una ducha ahora—. ¿Qué crees que voy a decir
a eso? —exigí—. ¿Llevarme a tu camioneta?
Ringo se burló.
Oh, cielos.
Excelente.
—Verity Long.
—Lo siento.
25
encontrarla. Es como si hubiera desaparecido.
Él asintió.
—Esperaba que fuera algo así. —Enterró su rostro entre sus manos,
se frotó los ojos—. Entonces su anillo apareció aquí la semana pasada. Le
di ese anillo como promesa cuando me embarqué. Ella lo dejó ir —dijo,
perdido. Se me puso la piel de gallina—. Ella debe haberlo vendido. Me
rompe el corazón.
Oh, vaya. No se veía bien. Pero no podía darse por vencido. Yo tampoco 26
lo haría.
No, no podía. Era un milagro que pudiera haber movido cualquier cosa
en ese caso. El fantasma ciertamente estaba decidido o desesperado.
—No lo harás —dije, haciendo una promesa que haría cualquier cosa
27
por mantener—. La encontraré. —Resolvería esto. Se lo merecía, después de
haber luchado y muerto por nuestro país.
—Lo último que escuchó fue que vivía en 215 East Perlman Street,
cerca de Brandywine Park.
28
Julie hizo una mueca.
—Está bien —le dije—. Solo tenemos que encontrar dónde vive ahora.
—La pelirroja sacó un anillo plateado del soporte de exhibición. Diminutas
virutas de zafiro azul se agrupaban alrededor de una gran perla.
Tragó saliva.
—Lo haré —dijo—. No seré de mucha ayuda. Hay una razón por la que
nos reunimos aquí. Este lugar tiene la energía de generaciones de clientes
felices. Me da fuerzas. Cuanto más me alejo de aquí, más débil soy.
Entendía.
—No esperas…
—Necesito que nos lleves a la biblioteca —le dije. Ella abría tres
mañanas a la semana. Tenía una llave—. Esta noche.
29
Ella plantó sus manos en sus caderas.
—Esto empezó contigo —le recordé—. Recuerdo que dijiste algo sobre
lo importante que es utilizar los recursos que tenemos para ayudar a las
personas.
—Si solo quieres terminar esto antes de ver a Ellis, entonces no tienes
suerte. No voy a romper las reglas para que no molestes a tu novio.
Nada.
31
desgastarse y lo difícil que era mantener una presencia en el plano físico.
Sí, pero…
El lomo crujió cuando lo abrí y vi una foto del equipo de béisbol. Era
difícil imaginar que esos niños engreídos hubieran jugado a la pelota en mi
antiguo instituto hace más de setenta años. Se parecían a los típicos jóvenes
atletas, tan duros y seguros de sí mismos.
—Mira esto —le dije a Melody. Luego nos volvimos para ver a John
Cleveland, “Johnny”, con un suéter y una pajarita. Parecía como si no le
importara nada en el mundo. Casi no lo reconocí.
32
Dejé escapar un suspiro de frustración.
Tuve una idea más, un último disparo a ciegas. Solo esperaba que nos
diera las respuestas que necesitábamos.
33
Amanecía cuando detuve mi viejo Cadillac al cementerio de Holy Oak.
Arbustos cuidadosamente recortados rodeaban el gran parque
conmemorativo. Las puertas de hierro estaban abiertas.
Esta era la primera vez que venía de visita desde que Frankie se había
convertido en parte de mi vida. Reduje la velocidad cuando una mujer joven,
de no más de dieciocho años, me miraba desde la puerta de la bóveda de su
familia. Me estremecí y seguí conduciendo.
35
de flores a Johnny, tal vez hubiera incluido una nota. Podría buscarlos y
pasar a visitarlos.
La fila cuatro, cerca del frente, tenía las Cs. Caminé en silencio, con
reverencia, hasta que me paré ante su tumba:
Privado
11 de febrero de 1923
31 de octubre de 1942
Incliné la cabeza y dije una oración rápida por él, o por esperanza, no
estaba segura de cuál.
—Siento tu pérdida.
—Yo también —dijo en voz baja—. Mi vida hubiera sido muy diferente
si hubiera sobrevivido a la guerra.
—Eso es genial —le dije. No disminuía la pérdida, pero tenía que ser
reconfortante disfrutar de ese tipo de certeza.
Era una posibilidad remota, pero aun así me hizo sentir un cosquilleo
en el estómago.
38
Me puse de pie, no ansiosa por obstaculizar su privacidad en ese
momento. Sin embargo, se detuvo muy, muy cerca de donde yo había
estado. Podría ser una ilusión o podría ser más. Apenas me atrevía a tener
esperanzas mientras me dirigía rápida y silenciosamente hacia ella.
—Le dije que lo usaría para siempre. —Le quedaba perfectamente. Ella
apretó su mano—. Mi madre lo tomó y dijo que no me lo devolvería. No lo he
visto desde ese día. —Levantó la mano y observó con asombro cómo
brillaba—. Mi hermana debe haberlo guardado después de que mamá
falleció. Ninguna de las dos volvió a hablarme jamás. —Su rostro se
desanimó al recordar el dolor—. Sissy falleció el mes pasado. Tuve que verlo
en el periódico.
—Lo que dije antes… sobre que nos casamos. Teníamos la intención
de casarnos. Sabíamos que lo haríamos. Luego lo llamaron antes de lo que
pensábamos. —Se retorció las manos—. No se había ido un mes antes de
que supiera que estaba embarazada. Esos días… bueno, simplemente no
era como es ahora. Mi madre sabía que aún no nos habíamos casado. Me
echó cuando se lo conté. Fui a casa de mi tío en Memphis y me cambié el
nombre a Cleveland. Les dijimos a todos que yo era su viuda. Lo era, ¿sabes?
Pero ella se aferró a cada una de mis palabras. Gracias a dios. Así que
agregué:
—Él dice que eres su único amor verdadero. —Ella merecía saberlo.
Simplemente asintió, tragando saliva.
41
—Pensé que querías una mesa —dijo Melody, mientras me dejaba caer
sofá púrpura nuevo-para-mí de mi salón.
—Tienes invitados.
—Está bien —dije. Era lo único que pudo hacer que me moviera—.
Vamos —agregué a mi hermana mientras me levantaba del celestial
terciopelo púrpura.
—Solo tú —dijo Frankie—. Querrás hacer esto bien.
43
muerto usándolo. Estuve agradecida de nuevo por haber tenido la
oportunidad de devolvérselo, de que pudiera quedárselo para siempre.
Él lo había hecho.
Sí, lo hizo.
—Piénsalo —sugirió, en un tono que dejaba claro que esto estaba lejos
de terminar. Se dirigió hacia el porche—. Ahora ven. Melody está calentando
la lasaña que preparó para ti.
—Sí, sí. Pero a veces tienes que seguir el juego —se encogió de
hombros—, estar abierto a las cosas.
—Es verdad —dije, sabiendo que no solo estaba hablando del delicioso
olor a ajo y orégano que venía de mi cocina.
44
Capté la mirada del fantasma a mi lado. Me habían dado un don, una
oportunidad. Y Frankie tenía razón. Sería un crimen desperdiciarlo.
Angie Fox es la autora de la serie Accidental Demon Slayer, que
presenta a una asesina de demonios reacia y la pandilla de brujas
motociclistas de su abuela. El primer libro, The Accidental Demon Slayer,
está gratis en todas las plataformas electrónicas. Consigue más información
45
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actualizaciones de los nuevos lanzamientos de Angie Fox.
46
Página 2
Una historia corta de Mimi Strong
U
na esforzada música, descubre que es una bruja que puede lanzar
hechizos con sus canciones. O al menos eso es lo que dice su sexy
profesor.
3
Página
DIRECCIÓN DE TRADUCCIÓN:
Scherezade
CORRECCIÓN:
Scherezade
LECTURA FINAL:
Scherezade
DISEÑO DE IMAGEN:
Scherezade
4
Página
M
ientras crecía, nadie me dijo que era una bruja de canciones, pero
sí habían dicho que mi canto era mágico. Mi bisabuela me dijo que
el "don" se había saltado varias generaciones antes de resurgir en
mí. Pensé que el "don" del que hablaba significaba mi capacidad para convertir los
insultos en cumplidos y hacer que cualquier situación fuera más divertida.
Firmó la carta con su habitual mancha de un beso con lápiz labial. Una vez
que me sequé las lágrimas, empaqué en la camioneta y me dirigí hacia el oeste, a la
escuela de música, donde ya estaba inscrita. Su carta había llegado tarde, así que
llegué al campus dos días tarde para el semestre, pero quince minutos antes de la
primera clase de ese día.
fijamente el Volkswagen rosa intenso, pero no por mucho tiempo, porque estaba
Página
lejos de ser el vehículo más inusual allí. El estacionamiento estaba lleno de autos
artísticos, adornados con joyas y cabezas de muñecos, además de, no uno, sino tres
carrozas fúnebres.
Salió del convertible y se quitó las gafas de sol. Sentí una punzada de envidia.
No solo era rico, por el aspecto del auto, sino que también era muy atractivo, con el
brillante cabello negro y ojos azules.
—Lo siento, pero no quiero llegar tarde a clase —dijo con falsa sinceridad.
Sí, debería quedar asentado aquí que cuando conocí a Arturo, cuyo nombre
descubriría en breve, realmente llamé a su costoso convertible un cacharro, y lo
amenacé con violencia física. También deberían saber que soy una chica, y una
pequeña, por lo que fue una de esas amenazas vacías que uno hace después de estar
en la carretera durante quince horas seguidas, de sobrevivir con una dieta a base de
líquidos con cafeína y palitos de carne asada suministrados por estaciones de
servicio.
—Toma un poco —dijo—. Te dejaré golpearme dos veces antes de que haga
un movimiento.
El tipo tuvo suerte de que todavía no supiera que era una bruja, o podría
haberle lanzado un hechizo de ensuciar los pantalones y arruinarle el día.
El tiempo pasaba, así que pisé el acelerador e intenté rodearlo con la
camioneta, dejando que los neumáticos chirriaran con desprecio.
7
Página
E
stacioné a cinco cuadras de la escuela y corrí todo el camino hasta el
edificio donde tenía mi primera clase. Ya tenía dos días de retraso para
el semestre, y otros diez minutos no me habrían matado, pero había
conducido toda la noche, y era la moral de la cuestión.
Como mis pronto a ser descubiertos poderes mágicos, la terquedad era otro
rasgo que había heredado de mi bisabuela.
Sin embargo, robar la silla del Señor Idiota Rico sería genial.
8
Me encogí de hombros.
—¿El lugar de otra persona? —Empujé la silla hacia atrás y me palmeé los
muslos—. Lo siento, pero no quería llegar tarde, así que tomé la primera silla vacía
que vi. Siempre hay espacio aquí en mi regazo, niñote.
Yo no.
Decidí sentarme toda la clase de esa manera. Incluso logré meter mi cuaderno
entre mi rostro y la espalda del dueño del asiento para tomar notas.
—¡Lo tiene, señor J! Todos mis amigos me llaman Zeb, o Zebbie, o incluso
Pequeña Zebbie, debido a que soy tan pequeña y dulce.
Seguí adelante:
El joven greñudo con tela a cuadros que había estado sentado en mí, se
levantó, miró hacia atrás, luego me miró dos veces.
Página
Así fue como conocí a Kenny, quien más tarde se convirtió en mi mejor amigo
y compañero de cuarto.
Kenny ascendió ser mi mejor amigo cinco semanas después, cuando sostuvo
mi cabello y palmeó con suavidad mi espalda mientras vomitaba medio lote de sus
brownies de hongos experimentales, que había asumido erróneamente eran libres
de drogas. Compartimos la culpa de esa debacle en particular por igual, porque
mientras le pregunté a Kenny si eran brownies de marihuana, él lo negó y me
prohibió que los comiera. Pero debería haber sabido que no puedo resistirme al
chocolate, y yo debería haber sabido que Kenny no hornea nada libre de drogas.
Todo eso puede parecer que no tiene nada que ver con lo que sucedió entre
Arturo y yo, pero en realidad lo hace. Ya verás.
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Página
D
e la forma en que lo vi, Arturo y yo éramos archienemigos, como
Batman y el Guasón. O como alguien más y Gatubela. Realmente no
sé cosas de cómics, pero por favor imagínenme como Gatubela en
esta metáfora.
—Señor J, esos jeans que está usando son realmente dulces. ¿Vienen también
en tallas de hombre?
dado cuenta de lo estrechas que eran las caderas de Arturo. No era el tipo más alto
de los alrededores, y de repente se me ocurrió que en realidad podría estar usando
Página
Sacudió la cabeza y echó hacia atrás su cabello oscuro y ondulado. Sus ojos
azules brillaban con malevolencia.
—Vio todo —suspiré—. Estaba teniendo una mala noche. Todo el mundo
tiene noches libres. —Mi interior se apretó, y no en el buen sentido.
Continuó:
—¿Ha estado viniendo a todos mis shows? —Negué con la cabeza con furia—
. No es justo.
—Por supuesto que no es justo. Para ser justos, me habría sentado al frente y
te habría molestado.
Me senté allí, me escocía la oreja por el jalón y mi rostro ardía por ser
avergonzada frente a mis compañeros de clase.
Página
Tenía que hacer algo, así que miré fijamente a los ojos azules de Arturo y le
supliqué:
—Es la primera vez que me dices algo agradable. Será mejor que no digas
nada más durante el resto de la clase y lo arruines. Nos vemos hoy después de la
escuela y hablaremos de tu problema de mojo.
Durante mis otras clases, les pregunté a mis profesores si pensaban que había
perdido mi mojo. Ninguno de ellos sabía de lo que estaba hablando, y mucho menos
habían ido a verme actuar.
Mi última profesora del día, una mujer de cabello blanco que llevaba tres
pares de anteojos en una cadena alrededor de su cuello, se rio y me dijo que tenía
una imaginación maravillosa.
ritmo embriagador.
Página
Siguió tocando las sexys notas y mi temperatura siguió subiendo. Tenía sed,
pero no de agua. Quería su dulce boca en la mía. El deseo era tan poderoso que
apenas podía mantenerme sentada.
Solté un bufido y le hice un gesto con la mano que suelo reservar para los
malos conductores que le cierran el paso a Puerquito.
—No tienes que ocultar quién eres a mi alrededor —dijo—. Soy un brujo.
—Zeb, sé lo que necesitas —dijo. Su voz estaba cargada de deseo, y sus ojos
eran tan brillantes, ya ni siquiera eran azules. Sus ojos eran… amatista. Púrpura.
—¿Qué necesito?
Fue un acto físico, que nos involucraba a los dos, y hubo una palabra con F.
15
—Zeb, casi tienes veinte. Apenas tengo cuatro años más que tú. La
universidad desaprueba la fraternización, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.
Sus ojos continuaron quemándome, todavía siendo un poco raros y de color
amatista.
—Bien. Lo has dejado claro —dije—. Te dejaré en paz. Lamento intentar hacer
tus clases más divertidas.
—Zeb, ¿de verdad no sabes que eres una bruja de canciones? —Sacudió la
cabeza, lo que atenuó sus ojos a su normal azul frío—. Lo siento. No me di cuenta
que estabas operando sin la guía de un aquelarre. Debería haberlo sabido… por la
manera en que actúas. Tan salvaje. Tan hermosa. Tan...
En realidad tenía que darle todos los puntos a Arturo. No solo había
adivinado que era una virgen que ni siquiera podía decir palabras sucias, ni mucho
menos hacerlas, sino que eficazmente había recuperado el control de su clase.
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Página
P
asé cada minuto enfocada en mis habilidades de interpretación
musical. Tenía horas extra, por dejar la clase de composición, y usé el
tiempo para practicar en mi guitarra hasta que mis dedos sangraron.
Me tomé un par de días libres, pensando que era falta de descanso lo que
estaba matando mi magia, pero eso no ayudó.
Mis compañeros de piso —los cuatro, si cuentas al perro, que debería contar,
ya que es más grande que yo— me dijeron que aguantara. Dijeron que cada artista
atraviesa una mala racha. Es cómo averiguas de qué estás hecha.
Fue gracias al perro que la siguiente cosa horrible sucedió. El perro saltó en
el sofá después de que las galletas habían desaparecido y lamió las migas de mi
camiseta y rostro, haciéndome reír. Con ese poco contacto, me sentí un cinco por
ciento mejor.
imaginar cuán estimulante podría ser dejar a Arturo hacerme sus cosas pervertidas
de hombre.
Me tomó menos de cinco minutos encontrar su número de teléfono para
organizar una cita sexual. Era bastante claro lo que quería. Le escribí lo siguiente:
Diez largos minutos después, respondió con su dirección, así como estas
cuatro sexys palabras:
Corrí hacia la cocina y le dije a Kenny que me iba a una cita sexual.
—No está pagándome por eso —dije—. A menos… crees… no importa. —Me
incliné y olí el cacao en polvo—. ¿Estás haciendo brownies de marihuana?
—¡Buena suerte en tu cita sexual, Zeb! ¡No te rías cuando veas su tú sabes
19
qué!
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—¡Sí, lo hiciste, Zeb! ¡Te reíste y tomaste una foto con tu teléfono!
20
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P
aré en la mansión de Arturo justo cuando el sol se estaba poniendo.
Parecía terriblemente rico para alguien que enseñaba a tiempo parcial
en una escuela de música. Quizás si hubiera sabido que era un brujo,
las cosas podrían haber ido de otra manera.
Murmuró algo en voz baja, luego dio la vuelta y se sentó en el lado del
pasajero.
compañeros de clase han aceptado el trabajo de payaso de la clase, pero no son Zeb
Página
Jadeé.
—No. Mi bisabuela se ha ido ahora y creo que quiso decirme muchas cosas,
pero no tuvo tiempo.
—Tenemos algunas grabaciones de ella en los archivos y fotos. Era una mujer
hermosa, como tú te verías, sin todas las cosas raras. Y era una talentosa bruja de
canciones.
Resoplé.
Arturo, aun cantando los números, levantó la mano entre nosotros, la palma
hacia mí. Más destellos púrpuras se arremolinaron y destellaron ante mí,
fusionándose dentro y fuera de su piel.
La magia es real.
—Bésame —dije.
Se inclinó un poco más y acercó sus labios a los míos. Encontré su beso con
hambre. Las chispas volaron hacia arriba, saliendo de nosotros y lloviendo como
confeti. La mayor parte de la luz era purpura, pero parte era dorada.
Mi magia es dorada.
—Claro.
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Página
A
rturo me llevó a conocer su casa. Solo tenía seis habitaciones, así que
apenas era una mansión según mis cálculos, pero era muy bonita.
Mármol por todas partes. Demasiado mármol para mi gusto, pero
con un toque femenino y algunas paredes de colores, podría ser preciosa.
Me quitó el libro.
—Uh. Aburrido. ¿Dónde están los libros de hechizos? ¿Qué tipo de magia
puedes hacer?
—¿Has oído hablar del comercio diurno? —Pulsó un punto secreto en una
estantería y se abrió una puerta. Me condujo a través de ella, hacia una sala interior
con múltiples monitores de ordenador.
—Te estoy aburriendo —dijo. El brillo amatista de sus ojos se extinguió por
completo.
Página
—Tómame —jadeé—. He esperado por tanto tiempo, Arturo. Quiero que seas
Página
tú.
Agarró la parte delantera de mi blusa de botones y la separó de un tirón,
haciendo volar los botones. Luego me besó por todo el cuerpo mientras me quitaba
el resto de la ropa. Me retorcí en la cama y, de alguna manera, me las arreglé para
encontrar su camisa a través del espectáculo de luces brillantes y arrancársela.
Cuando nuestros pechos desnudos se tocaron, hubo un crujido audible y luego todo
se quedó quieto. La luz retrocedió hacia nuestros cuerpos, pero podía sentirla dentro
de mí, brillando.
—Te amo.
Su rostro se paralizó.
—Zeb —dijo.
—Sigue —dije con voz ronca—. Olvida que he dicho eso. Solo fue el
espectáculo de luces. Vamos, quítate los jeans. Quiero que dispares tu cohete del
amor dentro de mí.
Nos miramos en silencio. No tenía a Kenny allí para pasarme notas, así que
tardé un poco en ordenar mis pensamientos.
Finalmente, dije:
computadora y estar detrás de tu escritorio para dar tus clases, pero no puedes
Página
—Eres especial.
—Eres especial.
Empecé a gritar:
—¡Genial! Ahora has ido y me has llenado la cabeza con estas cosas mágicas,
además me dices que soy especial, y ahora creo que realmente podría serlo. ¿Pero
sabes a qué conducen los grandes sueños? A grandes dolores de cabeza. Y todo será
culpa tuya cuando fracase. Maldito seas, señor J.
—¿Maldito sea?
Recogí mis cosas, apretando los dientes para no llorar. Apretar los dientes no
funcionó. No sé por qué la gente lo hace, porque lo único que consigue es que el
llanto sea más doloroso.
Me destrozó la blusa, así que busqué en su armario algo para andar en casa.
28
Escogí la camisa azul que había llevado el primer día que nos conocimos y me la
puse.
Página
Salí del dormitorio y lo encontré en la cocina, despegando las etiquetas de los
recipientes de plástico de almacenamiento e imprimiendo nuevas etiquetas con una
rotuladora Dyno.
—Bien —dijo.
Me rasqué la nuca y gemí como hacía el perro cuando tenía pulgas, porque
parecía lo correcto después de que alguien te rechazara durante una cita sexual.
Arturo chasqueó los dedos para llamar mi atención y señaló con la cabeza una
tarjeta de visita que había en la encimera de la cocina entre nosotros.
Domingos, 3pm
—¿Estarás allí?
29
—Iré a ese estúpido aquelarre, ¿y sabes qué más? Voy a volver a inscribirme
en tu clase de composición.
Cuando llegué a casa, fui directamente por los brownies recién horneados de
Kenny, que no me di cuenta llevaban hongos alucinógenos.
El perro, al que por suerte no le había dado de comer ningún brownie, porque
sabía que el chocolate era tóxico para los perros, respondió a mi pregunta con:
Dos horas más tarde, Kenny salió de su habitación y nos encontró al perro y
30
Esa noche, Kenny me mostró sus verdaderos colores. Su aura brillaba con un
tono naranja-dorado similar al mío.
—Todo estará bien —dijo con dulzura mientras palmeaba mi espalda—. Las
cosas tienen una forma de funcionar.
—Eres mi mejor amigo —le dije entre arcadas—. Nunca antes había tenido
un mejor amigo.
—Sí, y yo también.
—Zeb, tienes chispas saliendo de tus oídos cada vez que vomitas. No querías
decírmelo, pero lo hiciste. Lo justo es justo.
32
Página
E
l domingo, fui a mi primera reunión de aquelarre. Los ancianos se
enojaron conmigo por no registrarme con ellos inmediatamente
cuando llegué a la ciudad, pero cuando se enteraron de quién era mi
bisabuela, se animaron.
Aprendí que mi situación no era tan inusual. Mucha gente no se entera de sus
poderes de brujería hasta los veinte años. Las familias realmente se lo ocultan a
propósito, hasta que la joven bruja sea lo suficientemente madura para manejar las
responsabilidades.
—Eso explica por qué nadie me lo dijo —dije—. Soy la persona menos
madura que conozco. ¿No deberían lanzarme un hechizo de olvido? ¿Para la
protección de todos?
—Sin olvidar los hechizos —dijo Kenny—. Zeb puede manejarlo. Es algo
competente en otras áreas de su vida.
La reunión duró dos horas, principalmente política, luego hicimos una pausa
para comer algo y las otras brujas me pidieron que les tocara una canción.
No tenía mi guitarra conmigo, pero otra mujer me prestó la suya. Ella también
era una bruja de canciones, y me convertiría en su aprendiz en breve, pero a partir
33
—Pero soy una artista. Se supone que debo ponerme en el lugar de otras
personas. ¿O no?
Ella me sonrió.
Miré la guitarra en mis manos, luego toqué una rápida progresión armónica.
Enlacé algunas palabras.
Y ellos lo disfrutaron.
Y así es como aprendí a dejar de pretender ser alguien más, y toqué música
como yo misma.
Solo Zeb.
35
Página
C
uando vi a Arturo en la escuela el lunes, de vuelta en su clase de
composición, actuó como si nada hubiera pasado entre nosotros el fin
de semana.
Agité mi mano en el aire y le hice una pregunta estúpida sobre la tarea. Todos
se rieron, y volvimos a la normalidad.
Casi.
Personas regulares no podían ver nuestros fuegos artificiales, pero eran tan
reales como su camisa azul, la que había tomado prestada de su casa y ahora usaba
como una funda de almohada. Siempre que subía a la cama en la noche, después de
un largo día de estudiar ya fuera música o simplemente hechizos de bruja de
canciones de nivel básico, frotaba mi mejilla contra su camisa y fingía que mi
almohada era el pecho de Arturo.
cuando me dijo que era especial, pero también me desilusionó. Duro. Justo en mi
Página
corazón.
—El amante es un personaje compuesto —les decía a las personas—. Es un
arquetipo. Es el que se fue.
Para cuando llegó el verano, y el año escolar estaba acabando, había logrado
una sólida B promedio, lo cual es bueno para alguien como yo, cuyo espíritu salvaje
es difícil de re direccionar en los exámenes finales.
Las cosas con el aquelarre estaban yendo bien, y por bien, quiero decir
fabulosamente. Mi nueva mentora me estaba enseñando técnicas de canto que no
podía imaginar que fueran posibles. Tocábamos juntas como un dueto, y siempre
me eclipsaba, pero estaba ganando terreno. Trabajaba duro para hacerla sentir
orgullosa
darme cuenta de lo que ocurría, había provocado que tres damas y un caballero
tuvieran un espasmo de placer espontáneo.
Las propinas fueron buenas esa noche.
38
Página
L
legó el día de la graduación y toda la escuela de música se reunió en el
auditorio para una ceremonia. La escuela ofrece un programa de
varios años, pero muchos estudiantes solo cursan el primer año de
aspectos fundamentales, que es un programa completo por sí solo. (Escúchame,
parezco un folleto de la universidad. Sinceramente, no recibo ningún soborno, lo
juro).
¿Lazo de tonterías?
En fin...
En mi bolsa ese día había una camisa azul recién lavada y doblada. Pensaba
devolver la prenda a su legítimo dueño, pero estaba demasiada nerviosa para
acercarme a Arturo antes de que ocupara su lugar en el escenario para la ceremonia.
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de primer año. Tras recibir el papel enrollado, avancé por la fila, estrechando las
manos de todos mis profesores.
Cuando la palma de Arturo chocó con la mía, saltaron chispas. Me miró a los
ojos y casi tuve uno de esos espasmos de placer espontáneo. Miré alrededor con
nerviosismo, aunque no era necesario. La gente normal no suele ver las chispas que
saltan de las brujas y los brujos, y aparte de Arturo y yo, Kenny era el único otro
brujo en la universidad.
—Tuviste tu oportunidad y te fuiste. Eso fue hace casi un año. Han pasado
muchas cosas desde entonces, señor J. He cumplido veinte años y he crecido. Mucho.
Ahora lo sé todo sobre los suavizantes de ropa. ¿Sabías que no solo sirven para evitar
la carga estática? Puedes poner uno en el fondo del contenedor de basura de la
cocina y tu cubo seguirá oliendo a fresco.
—Has cambiado.
Me giré y miré a Kenny con los ojos muy abiertos mientras salíamos del
escenario.
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—¿Sí? ¿Intentando de nuevo esa cita sexual? ¿Una caliente noche juntos antes
de que tú, yo y el perro salgamos de viaje mañana?
Suspiré.
41
Página
K
enny y yo no pensábamos asistir al baile del post graduación, pero
dos cosas nos convencieron:
Estoy bromeando sobre crustáceos. Practico la higiene básica. Pero, según los
gays, mis cutículas estaban muy estropeadas y el divertido arco iris de colores en mi
cabello era una auténtica pesadilla. Lo que sea.
Kenny me recogió del suelo, sin embargo, y nos metimos en Puerquito con el
Página
¡El cambio de imagen estaba funcionando demasiado bien! Era la chica más
popular del baile, muchísimo, para mi fingido horror.
Dos horas después, mis pies estaban cansados de bailar cuando un rostro muy
familiar apareció frente a mí.
El chico con el que estaba bailando frunció el ceño, tomando nota de que el
esmoquin real triunfó sobre su camiseta con estampado de esmoquin, y rápidamente
nos dejó a los dos.
Atrapó mi mano y besó las puntas de mis dedos mientras me miraba a los
ojos. Una ráfaga de destellos Salió de repente de... llamémosle “debajo de mi
vestido”.
¡El horror! Dejé de bailar y crucé las piernas. Los otros estudiantes no podían
ver la luz mágica, pero Arturo sí. Sus ojos brillaron amatistas.
La luz volvió a apagarse. No sabía qué hacer. Las chispas nunca antes habían
salido disparadas de mis partes femeninas. Mi mentora bruja de canciones debería
43
Arturo me persiguió, frenando solo para recoger mis zapatos mientras caían.
Me siguió al exterior, al aire fresco y oscuro de la noche. Seguí corriendo. Tenía la
intención de hacer algo de ejercicio, y ahora era el momento.
—¿Mis ojos son purpura? Bien, supongo que no hay forma de ocultarlo. Eso
significa que te deseo.
—Tú no me deseas, Arturo. Crees que lo haces, pero tan pronto como me
tengas desnuda, te iras de nuevo.
Puso mi mano en su boca y beso mis dedos de nuevo. Más chispas, y esta vez
las sentí. Por todos lados. Mis dedos desnudos se enroscaron contra los adoquines
del camino.
brujas robando los poderes del otro durante el sexo. Dijeron que todo son leyendas
Página
urbanas, algo que los brujos inventan para librarse del compromiso. Nada más que
cuentos de viejos brujos.
—Mi miedo no tenía nada que ver con la magia, Zeb. —Se acercó más, así
nuestras narices estaban casi tocándose—. Tenía miedo de la magia más poderosa
de todas. El amor. —Me besó—. Pero ya no tengo miedo.
—¿A mi casa?
Hizo una mueca, mostrando su lado estirado, pero lo besé tan fuerte, que
cambió de opinión sobre hacerme el amor en una camioneta vintage. Me envolvió
en sus brazos, diciendo que tenía que hacerlo, ya que no llevaba zapatos, y me llevó
a la camioneta.
útiles. Todo parecía encajar bien, por lo que podía decir. Sus dedos dejaron huellas
en mi piel y viceversa. Sus besos eran como agua y fuego al mismo tiempo, y me
volví loca por él.
Le respondí en un susurro:
—Tus ojos solo ven belleza, y eso es todo lo que hay. Soy toda tuya.
—Eres mía.
Él sonrió.
—Infinito.
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Página
C
uando la camioneta está rockeando no vengas a golpear.
Nuestra banda, la que pronto será famosa, Tú, yo y el perro, tenía un cuarto
miembro: Arturo. No era el mejor cantante de respaldo y su trabajo con la guitarra
rítmica necesitaba aflojarse, pero aportó su experiencia en la composición a nuestra
composición. Además, trajo su dinero y su convertible, remolcando un nuevo
remolque con nuestro equipo de banda.
Sin embargo, no lo traje por su dinero. Lo traje porque tan pronto como ambos
admitimos lo enamorados que estábamos, no podíamos soportar pasar una noche
separados. Bromeé diciendo que necesitaba un chaleco amarillo, como el del perro,
para poder ser mi animal de terapia oficial.
Le gusta cuando lo llamo "animal". Dice que saco a relucir su tigre interior. Y
saco a relucir su tigre interior... con frecuencia. A veces lo hago en habitaciones de
hotel a lo largo de la carretera, y a veces literalmente a lo largo de la carretera, me
detengo a un lado para que podamos tenernos el uno al otro dentro de Puerquito.
Dicen que cuando un brujo y una bruja tienen sexo, pueden robarse los
poderes el uno al otro. Por un tiempo, me preocupé de que fuera cierto después de
todo. Me estaba volviendo más poderosa día a día. Entonces Arturo dijo que su
magia también se estaba fortaleciendo. Hemos decidido que la leyenda debe ser
cierta, pero hace lo contrario cuando ambas personas dan en lugar de recibir.
Cuando están enamorados.
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Amor.
Página
El amor es mi fuerza motriz en estos días, en todos los sentidos. Amo las giras
y amo aKenny y el perro. Ambos están felices en la carretera, viviendo sus aventuras.
Les preocupaba que Arturo se uniera a la banda, pero yo hago pequeñas cosas para
asegurarles mi amor infinito. Por ejemplo, la semana pasada les reservé a Kenny y
al perro un masaje en pareja en un spa que ofrece tratamientos El Perro y Yo. Ambos
salieron relajados y olían bien, con lazos rojos a juego en la cabeza.
El amor es lo que me hace seguir adelante en los días que se hacen demasiado
largos. Como cuando Arturo no escucha las instrucciones de manejo y pierde
nuestra caravana de dos vehículos en sus llamados atajos. Siempre que tengo la
tentación de renunciar, simplemente atraigo mi energía, me preparo una taza de té
y tarareo una útil canción de cuna. Si lo espero, pronto volveré a sentir el amor. La
vida puede ser una montaña rusa, pero también es un carrusel, dando vueltas y
vueltas.
Las parejas que se han enamorado se vuelven a ver, debajo de las arrugas del
tiempo y las dificultades y los niños y las facturas y cualquier otra cosa por la que la
gente pelea cuando debería confiar en el amor.
Canto para todos ellos, sobre lo que sé que es verdad. Recojo los hilos que se
han deshecho y los vuelvo a meter en el tapiz de la vida y el amor, al que pertenecen.
Todos nosotros, entrelazados, somos más fuertes cuando estamos atados el uno al
otro, con los brazos entrelazados y los corazones entrelazados.
Dios los bendiga, a todos mis amigos, y que reconozcan la magia cuando la
encuentren. Que nunca pierdan el control de lo que los hace brillar.
48
Zeb, se desconecta
Página
N
ota de la autora mejor vendida del NYT Mimi Strong: ¡Gracias por
leer! Espero que hayas disfrutado Love Singer. Había tenido la
idea de esta historia por casi tres años antes de finalmente llegar
a escribirla para esta antología. Si lees mis otros libros publicados como Mimi Strong,
verás que generalmente escribe romance erótico contemporáneo. Lo hago, sin
embargo, ¡también escribe libros paranormales! Pues echar un vistazo a mi serie
GHOST HACKERS, la cual está publicada bajo mi seudónimo T. Paulin.
Mimi Strong.
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Página
Esta traducción fue hecha SIN FINES DE LUCRO.
Traducción de lectores para lectores.
Apoya al escritor comprando sus libros.
Ningún miembro del staff de TCOD
recibe una retribución monetaria por su apoyo en esta traducción.
Por favor no subas captura de este archivo a alguna red social.
Contenido
Staff
Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Sobre las autoras
Linden
Whitney Houston
Blessdus
Mad O'Malley
S-Da'Neer
Nyx
La reportera Alessandra “Alex” Donati está en Venecia persiguiendo la
historia de su carrera. Mientras la ciudad se prepara para las festividades
navideñas, Alex sigue la pista de un grupo que celebra un festival mucho
más antiguo, y mucho más oscuro, que ofrece sexo y sacrificio a cambio
de poder y riqueza.
Alex es inteligente. Ella está entrando en esto con los ojos abiertos. Ella cree
que puede manejar cualquier cosa que la ciudad y sus antiguos ritos le
den, incluido el magnífico líder del culto Sebastian Assante, pero está
equivocada.
Decir que trabajar para GNN estaba muy lejos del tipo de reportaje
que esperaba a estas alturas era como llamar al Gran Cañón un gran
agujero en el suelo. Con titulares como Jardín del Edén encontrado en
Maine y Murciélago demanda a una aerolínea francesa, las supuestas
noticias de GNN eran a menudo todo menos eso. Sin embargo, el trabajo
ayudó a pagar el ridículo alquiler de su apartamento en el Village y le
permitía estar fuera y una buena cantidad de tiempo gracias, en parte, a la
creencia de su editor de que las noticias reales deben ser reportadas por
hombres y solo hombres. Las mujeres eran sólo un escaparate, en su opinión,
y eran más adecuadas para hacer piezas de relleno en las noticias
nocturnas. Más de una vez le sugirió que llevara su lindo trasero al Canal 5
donde podría hacer algo bueno para los espectadores en casa. Le daban
ganas de golpearle en la cara con una taza de café, pero el comentario
seguía siendo irritante. Él debía haber visto algo en ella, se recordaba a sí
misma, porque, después de todo, la había contratado.
Era una regla permanente que los reporteros junior estaban solo para
ayudar al personal superior con el trabajo pesado, comprobación de
hechos y similares que consideraban de hechos y demás, que consideraban
inferiores a ellos.
La cabeza de Jones giró en su dirección más rápido que una que una
serpiente y por un momento pareció que iba a soltar uno de sus habituales
golpes de lengua en su dirección cuando se detuvo.
—En Venecia.
—¿Sí?
MacGuire era un reportero senior que había estado con la red durante
más de quince años. Alex no se sorprendió en absoluto que Jones había
lanzado la historia; ella había estado esperando esto.
MacGuire abrió la boca para protestar pero Jones lo silenció con una
mano levantada.
Alex asintió. —Claro que puedo! Soy italiana, ¿recuerdas? Crecí en las
afueras de Venecia. Conozco la ciudad, conozco las costumbres, el idioma
y la gente. Si mi información es correcta, algunas de las personas más
influyentes en la ciudad son parte de este culto. No hay manera de que la
gente vaya a abrirse a un extranjero sobre cosas así. Necesitas a alguien con
los contactos adecuados; si no, estás muerto en el agua antes de empezar.
Jones se quedó sentado, sin decir una palabra, y Alex estuvo tentada
a seguir hablando, pero se olvidó de la idea antes de que se afianzara en
sus pensamientos. Lo tienes, se dijo a sí misma, mantén la boca cerrada y
espera a que muerda el anzuelo.
Ella creyó ver una chispa de aprobación en sus ojos cuando se recostó
en su silla y dijo: —Hecho. Pero asegúrate que vuelvas con una historia que
pueda publicar.
Alex se abrió paso entre la multitud para llegar al otro lado de los
muelles y continuó por un estrecho pasillo entre edificios hasta llegar a una
plaza abierta o, como se conoce en Venecia, piazza. A su izquierda,
bordeando la laguna, estaba la entrada de su hotel.
Alex tenía siete días para averiguar si esos rumores eran ciertos y, si lo
eran, para escribir el tipo de historia que elevaría a la Red de Noticias
Globales a alturas más gloriosas de lo que su editor jamás imaginó.
Siete días.
Sabía desde el momento en que decidió seguir con esta historia que
no podía hacerlo sola. Llevaba demasiado tiempo fuera de Venecia; ya no
sentía el pulso de la ciudad bajo sus pies. Necesitaba a alguien que estuviera
inmerso en el flujo y reflujo de las calles, alguien que supiera que la brillante
fachada escondía una oscuridad que habitaba en lo más profundo el fétido
corazón de la ciudad, alguien que pudiera decirle exactamente dónde los
ricos y poderosos habían enterrado los cuerpos que habían arrojado a un
lado en su ascenso a la cima.
Necesitaba a Gianni.
Alex salió del hotel y caminó las tres manzanas que separan el paseo
marítimo. Una vez allí, ignoró las multitudes que rodeaban las paradas de
taxis acuáticos y se dirigió directamente al vaporetto1, o autobús acuático,
más cercano y se subió a él.
Una vez a bordo, se dirigió a la proa del barco, donde podría bajar
fácilmente sin tener que esperar detrás de la multitud de pasajeros que
normalmente suben y bajan en medio del barco. El suave balanceo del
barco era una sensación familiar y se puso de pie fácilmente sin necesidad
de apoyo cuando el barco se puso en marcha. Permaneció allí, durante
varias paradas, hasta que las cruces de mármol blanco en la cima de la Ca
d'Oro se pusieron a la vista.
1
Vaporetto: Un vaporetto (plural: vaporetti) es un tipo de embarcación utilizada en Venecia como un medio
de transporte público debido a la particular disposición de la ciudad, que posee canales navegables en lugar
de carreteras.
Cuando el vaporetto se detuvo en el rellano junto a la Ca d'Oro, Alex
bajó del barco, echó una última mirada nostálgica al edificio y se dirigió a
una de las calles adyacentes. Unos minutos de caminata la llevaron a la
Strada Nova, la calle más larga de Venecia. Construida en 1871, lo que hace
que el nombre, más bien irónico a los ojos de Alex, corría paralela al Gran
Canal e incluso había sido un canal. En la actualidad era un paseo peatonal
con puestos de frutas y verduras, panaderías, heladerías y pequeñas y
tranquilas tiendas. Alex se abrió paso entre la multitud, ya que esta vía es
una de las favoritas de los visitantes de Venecia, hasta que llegó a la Riva di
Noale, donde giró hacia el norte. Siguiendo cinco minutos por la orilla del
canal, llegó a una pasarela que cruzaba la orilla opuesta y la depositaba en
la Fondamenta della Misericordia.
—¡Alessandra!
Era Gianni.
Hacía casi ocho años que no se veían, pero eso no parecía importar,
ya que rápidamente volvieron a sus viejas andadas como si hubieran
comido juntos ayer. Ellos ordenaron rápidamente y pasaron la siguiente hora
comiendo y poniéndose al día de todo lo que había pasado en sus
respectivas vidas desde la última vez que se vieron. Se sentía tan natural y
confortable estar cerca de él que evitó hablar de negocios durante el
mayor tiempo posible, sin querer que el almuerzo terminara.
Dejó los cubiertos, se limpió la boca con la servilleta y dijo: —Muy bien,
dilo, Alessandra. Sé que esto no es sólo una visita social; prácticamente estás
vibrando de excitación. ¿Qué haces realmente en Venecia?
Poniendo lo que esperaba que fuera una expresión seria, se giró hacia
él y le preguntó: —¿Qué puedes decirme sobre el Festival de Saturnalia?
—¿Qué moderno?
La mirada de Gianni le dijo que eso era lo último que esperaba que
dijera. Se recuperó rápidamente, dejando que la expresión de sorpresa
desapareciera de su cara y tomando un sorbo de su vino para darse tiempo
a pensar. Alex había utilizado esa táctica de demora suficientes veces para
reconocerla en otro.
—No lo creo.
—¿Y qué? —dijo Gianni—. Los rumores de que la CIA mató a Kennedy
han existido durante décadas, también. ¿Significa eso significa que la CIA
realmente lo hizo?
Eso fue demasiado lejos, incluso para ella. —¡No, por supuesto que no!
Pero lo que yo crea no importa. Lo importante es lo que ellos creen.
—Eres policía, Gianni. Sabes mejor que yo que la gente cree todo tipo
de locuras. Desde OVNI hasta Pie Grande, el poder de las pirámides a los
zombis; la lista es interminable.
—¿Y?
Alex empezó con las dos últimas semanas, repasando los números
diarios con una lenta deliberación, página tras página. Ella leyó todo, desde
los artículos hasta los anuncios, tratando de hacerse una idea general de lo
que estaba ocurriendo en la ciudad. Prestó especial atención a las
secciones de Negocios y Sociedad, familiarizándose con los nombres que
aparecían una y otra vez. Cada nombre representaba a un individuo que
podría pertenecer al culto de Saturnalia y, por tanto, un objetivo potencial.
Lo difícil iba a ser separar el trigo de la paja; ¿cómo iba a averiguar quién
era y quién no era un miembro?
2
Carabinierri: El Arma de Carabineros, anteriormente denominado Cuerpo de Carabineros, es un cuerpo de
Gendarmería y un organismo de seguridad del Estado italiano.
que ella. Simplemente nunca había seguido ninguno de ellos porque el
tema era uno de los que eran considerados prohibidos por las bases.
Gianni había empezado por hacer una lista mental de los individuos
prominentes de la ciudad que sospechaba que podrían estar involucrados
en un grupo de este tipo, si es que existía. No tenía ningún criterio específico,
sólo una corazonada gracias a varios comentarios, observaciones y/o
actividades que había presenciado a lo largo de los años en su función
oficial de carabinero. Para cuando terminó, tenía una lista de casi treinta
nombres. La introdujo en el ordenador y ahora esperaba que le
proporcionara un resumen del expediente policial existente de cada
individuo, que podría transmitir a Alessandra.
Venecia era una gran ciudad turística y como tal tenía su cuota de
personas desaparecidas. La mayoría aparecía uno o dos días después de
haber sido reportados como desaparecidos, el resultado de la falta de
comunicación entre las partes involucradas y no víctimas de un juego sucio,
pero algunos no. Aunque la incidencia de los delitos violentos era
considerablemente menor en Italia que en EE.UU., seguía ocurriendo.
Pero lo vio.
Podía oír su pulso golpeando en sus oídos, podía sentir sus manos
temblando mientras sus glándulas suprarrenales descargaban adrenalina en
su sistema en respuesta a su sorpresa.
¿Y si lo estaban observando?
Se dio la vuelta, sólo para encontrar que todos seguían con sus asuntos
sin ni siquiera una primera, ni una segunda, mirada en su dirección.
Gianni volvió a mirar la pantalla del ordenador y vio todo normal. Era
casi como si lo hubiera imaginado.
Alex se rio cuando lo vio; no tenía tiempo para ser micro gestionada a
tres mil kilómetros de distancia y sabía perfectamente que él no trataría así
a un reportero veterano, es decir, a un hombre.
Mientras se dirigía al otro lado del canal, vio a un hombre con ropa
oscura que se apresuraba a atravesar la multitud a su paso.
3
Motoscafi: Motoscafi: transporte acuático.
sospechoso, había estado en su posición más de un par de veces, y por eso
lo reconoció como lo que era. Parecía que alguien había estado
observando.
Eso es bueno, pensó, dos que puede manejar. Ahora sólo tenía que
asegurarse de que no lo atraparan con la información encima si las cosas
iban mal.
Vio una tienda de mensajería local en el otro lado del canal y la visión
le dio una idea. Se apresuró a cruzar la pasarela y comprobó si había alguna
señal de persecución antes de deslizarse dentro de las puertas del pequeño
establecimiento.
4
Signore: señor en italiano.
Ignorando las miradas que le dirigía el chico, Gianni se acercó a la
ventana y se inclinó un poco para mirar la calle lo mejor que pudo a través
del cristal, en busca de una persecución. Seguía sin ver nada.
Poco a poco, como por una señal preestablecida que Gianni no vio,
los dos hombres empezaron a acercarse.
Esta vez, sin embargo, sabía exactamente a dónde los llevaba y por
eso tomó atajos por varias calles interconectadas hasta llegar a una
pequeña plaza al borde de un canal. Una farola iluminaba buena parte de
la zona y él se situó a la luz, asegurándose de ser visible, y esperó a que sus
perseguidores se acercaran a él.
Llevaba allí sólo unos segundos cuando una voz habló desde el muelle
a su izquierda.
Gianni miró en esa dirección y vio a un tipo delgado con jeans y una
chaqueta oscura, con un mapa turístico en las manos, girándolo hacia un
lado y otro mientras intentaba averiguar dónde estaba exactamente. La
expresión de su cara era casi cómica. Gianni le echó un vistazo, descartó
que fuera una amenaza y volvió a centrar su atención en la dirección por la
que había venido.
En cualquier momento...
Pero no aparecieron.
—Sí, sí, ¿a dónde quieres ir? —Gianni contestó distraídamente, sin dejar
de mirar a lo largo del canal.
El italiano del hombre había sido bastante bueno hasta ese momento,
pero pronunció "piazza" como "pee-ass-a", lo que hizo reír a Gianni. Al
levantar la vista, el hombre le miró fijamente, como si Gianni fuera lo más
importante del mundo.
Por primera vez, el asesino habló: —Debería haber dejado las cosas
claras, detective. Quizá la próxima vez no se meta en los asuntos de los
demás. –El asesino hizo una pausa y luego chasqueó los dedos como si
recordara algo.
Cuando entró por la puerta y se dirigió al ascensor, oyó una voz que
la llamaba desde el otro lado de la habitación.
—¡Signorina5 Donati!
Se giró para ver a uno de los botones que se acercaba a toda prisa
con un grueso sobre en sus manos.
Ella le dio las gracias y le dio una buena propina, quién sabe, podría
necesitar su ayuda para algo más adelante y un poco de buena voluntad
ahora era de gran ayuda en el futuro y luego subió al ascensor. Tras pulsar
el botón de su planta, examinó el sobre.
No era nada del otro mundo, sólo un sobre de manila estándar con su
nombre y su hotel garabateados en la parte delantera, como si el autor
5
Signorina: señorita en italiano.
hubiera tenido prisa. No reconoció la letra, ni el nombre de la empresa de
mensajería que lo había entregado.
En uno de los archivos había una nota pegada con un clip. Lo sacó y
lo leyó.
La visión de la nota hizo mucho para calmar sus temores sobre Gianni
y sintió que se le quitaba un peso de encima que ni siquiera sabía que tenía.
La vida de un reportero ya era bastante mala; no podía imaginar lo que era
ser policía.
Dividió los informes en dos montones, los hombres en uno y las mujeres
en la otra. Revisó las dos pilas, un informe cada vez, leyendo los detalles
pertinentes de cada caso: el aspecto de la persona desaparecida, dónde
estaba y qué hacía cuando se la vio por última vez, los problemas que
podría haber tenido antes de su desaparición. Le llevó un rato, pero cuando
terminó no le pareció que hubiera encontrado nada importante.
Tenían poco más de veinte años, el cabello largo hasta los hombros,
rasgos delicadamente bellos y cuerpos que habrían enorgullecido a un
instructor de fitness. Dos de ellas eran modelos de moda ¡gran sorpresa! y la
tercera era asesora financiera de un banco privado.
Además de la similitud de sus rasgos, había otro elemento que unía a
las tres mujeres: todas habían sido vistas regularmente en la ciudad en
presencia de Paolo Galván.
—En efecto, lo haces —respondió ella, con una risa propia—. Alex
Donati.
—No es así.
Es fácil. Se le ignora.
Durante los siguientes minutos, él la miró dos veces más, pero en cada
una de ellas ella se limitó a responder a su mirada con la suya propia, sin
reconocer su interés ni alentarlo.
Volvió a reírse, está vez más fuerte, llamando la atención, pero Alex no
apartó la vista, manteniendo su atención completamente en él. Al parecer,
fue una decisión acertada.
Dejó su vaso en una mesa cercana y deslizó un brazo entre los de él.
¿Helicóptero?
Gloriosa.
—¿No puede una mujer tener un poco de misterio? —dijo ella y dirigió
la conversación hacia otros asuntos. Galvan era un buen conversador y ella
disfrutaba de hablar con él mientras volaban hacia su destino, pero su
mente estaba en otras cosas. Era hiperconsciente de su cercanía, la extraña
atracción que había sentido en la galería era mucho más poderosa con él
tan cerca. Podía sentir que se excitaba con sólo estar sentada junto a él,
como si su cuerpo reaccionara ante él en un nivel primario completamente
separado de su razonamiento intelectual. Todo lo que quería hacer era
empujarlo hacia atrás en su asiento, arrancarle la ropa y montarlo en ese
mismo momento.
Eso fue suficiente para que él mantuviera las manos a su lado, qué era
exactamente lo que ella quería. Ella desabrochó su camisa, arrastrando sus
dedos por su pecho bien definido y por sus duros abdominales, luego se
inclinó y atrapó uno de sus pezones entre sus labios y chupó.
Cuando él se acercó a ella, quizás para hacer eso mismo, ella se
sacudió las manos y se arrodilló frente a él. Normalmente era una amante
mucho más pasiva, pero él había encendido algo en lo más profundo de su
ser, sacando su agresividad a la superficie y, por primera vez, no estaba
interesada en ceder el control. Le desabrochó el cinturón, le desabrochó los
pantalones y se los bajó hasta los tobillos, dejando libre su larga y gruesa
polla.
Había suficiente luz de luna entrando por las puertas francesas que
daban al balcón y no le costó ver su teléfono móvil en la mesita de noche
junto a la cama. Pensando en que era un lugar tan bueno como cualquier
otro para empezar, se acercó, lo tomó y lo llevó hacia la puerta, con la
intención de examinar en otra habitación donde no estuviera tan
preocupada por hacer ruido y despertar a Galvan. Estaba casi allí cuando
oyó que un hombre tosía en el pasillo.
Escogió una silla que estaba situada con el respaldo que daba a las
puertas francesas detrás de ella y se deslizó en ella. El cojín estaba fresco
pero no húmedo, el rocío de la noche aún no se había acumulado en él.
¿Qué demonios?
Había algo raro en la cara del tipo. Sus rasgos parecían estar
cambiando, fundiéndose y reformándose en nuevas y diferentes formas en
el espacio de una fracción de segundo, como ver una presentación de
diapositivas a muy alta velocidad, los detalles pasaban casi demasiado
rápido para que el ojo los viera, dejando nada más que impresiones
dispersas.
¡Oh, mierda!
¡Estaba atrapada!
Las puertas francesas se abrieron con tanta violencia que una de ellas
se desprendió de sus bisagras, ensuciando la alfombra con vidrios rotos y
madera astillada.
Alex sintió que algo presionaba con fuerza su espalda y se dio cuenta
de que había retrocedido hasta la barandilla. No había otro lugar al que
pudiera ir que no fuera hacia abajo.
Hacia abajo.
Oyó disparos por encima de ella cuando rompió la superficie del agua
y supuso que más guardias de seguridad de Galvan se enfrentaban al
intruso.
Alex hizo lo que se le dijo; se dio la vuelta y huyó por el césped tan
rápido como le permitieron sus pies.
Podía oír al asesino saliendo del agua pero no se atrevió a mirar atrás.
Mantuvo sus ojos enfocados en el bajo muro de piedra que marcaba el
límite de la propiedad a unos cien metros de distancia y obligó a sus pies a
seguir avanzando hacia adelante, un paso tras otro.
Podía sentir su mirada sobre ella, haciendo que su piel se erizara. Sabía
que debía ser todo un espectáculo, su trasero desnudo en la camisa
empapada que llevaba, pero trató de no pensar en ello, al igual que
intentaba no pensar en los cortes que ahora cubrían sus pies descalzos o en
lo que iba a hacer si llegaba a la carretera y no había nadie para ayudarla.
—¡Deprisa! ¡Sube!
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Staff
Traducción:
Tatiana
White Demon
Darkmoon
Corrección:
Seshat
Medusa
Revisión final:
Scarlett
Diseño:
Veilmont
Sinopsis
Una reticente reportera de “Noticias del Misterio”, cuya madre
desapareció una Navidad, se encuentra en Las Vegas para las fiestas,
atrapada en una batalla entre los ejércitos de la luz y de la oscuridad.
Sólo un guerrero de 700 años de edad, herido en el alma y maldito con
la vida eterna, puede salvarla, antes de que su propio tiempo se agote.
Pero la peligrosa magia que la hizo temer por su cordura y lo convirtió
a él en vampiro aún no ha terminado con ellos, y mundos largamente
perdidos están en curso de colisión en la noche más profunda del año...
Prólogo
—Los faes volverán al reino iluminado por el sol. —Bajo su manto de
glamour, la sala del trono había adquirido la forma de un bosque
invernal, oscuro y profundo, pero la poderosa voz del rey resonaba
como si todos estuvieran dentro de un tambor de metal.
—Aunque la Edad de Hierro ya pasó, nos quedamos aquí, encerrados
en Phaedrealii, y nuestra corte se ha marchitado.
Los faes se habían reunido a la orden de su nuevo rey, pero
permanecían medio ocultos tras los negros troncos de los árboles.
Algunos estaban escondidos en lo alto de las agujas, y otros flotaban sin
ser vistos en la niebla. Susurraban entre ellos, un sonido como de
campanas lejanas. Campanas inquietas y rotas.
—Para vivir —dijo el rey más suavemente—, debemos ser libres. —
Acarició con su mano el cuello de la elegante tigresa dorada que tenía a
su lado.
A diferencia de la mayoría de las criaturas de la corte fae, ella no
estaba enmascarada en el glamour. Su rugido de placer —un sonido
cálido y terrenal— derritió algunos cristales de hielo que caían y ablandó
la implacable mandíbula de él. La compañera del rey era una wereling,
una cambiaforma que había ayudado a derrotar la locura de la Reina
Undone no hacía mucho tiempo. Juntos, este rey usurpador y su mujer
wereling estaban cambiando la corte fae desde dentro.
Hugo de Grava podría haber aplaudido la liberación de los
Phaedrealii, pero era el único que estaba encadenado.
Cuando los cortesanos reunidos se despidieron, Hugo se quedó. No
por elección. Su guardia había clavado el extremo de sus grilletes en el
suelo. El hierro que rodeaba sus brazos con pesados eslabones no le
quemaba como a un fae, pero el mero peso le ataba. Con el tiempo,
podría soltarse, pero ¿adónde iría?
A ninguna parte.
Así que permaneció inmóvil mientras el rey y su tigresa lo rodeaban
con el mismo paso depredador. Cuando el wereling le rozó el muslo,
Hugo recuperó el aliento y un tenue aroma le hizo cosquillas en la nariz:
dulce y brillante.
Ella llevaba la luz del sol en su piel.
Le asaltó un recuerdo sombrío, un reflejo negro de la luminosa
tentación que estaba más allá de su alcance. Cerró los ojos y apretó los
puños contra el impulso de alcanzarla, de enredar sus dedos en lo que
podría haber sido. Si intentaba tocarla, no dudaba que el Rey Raze El
Destructor, lo mataría.
Si solo pudiera.
En cambio, se aferró a su correa, deseando que terminara su miseria.
Para su sorpresa, las esposas se deslizaron fuera de sus muñecas. Al
quitárselas bruscamente, sus brazos se levantaron de golpe. Unas manos
cálidas y fuertes lo atraparon y sus ojos se abrieron de golpe para dejarlo
mirando a la tigresa, que ahora era una mujer desnuda con el pelo
castaño bañado por el sol que caía sobre unos pechos llenos.
El rey hizo un ruido bajo en su garganta, muy parecido a un gruñido.
—Lo siento —murmuró la mujer. Hugo no sabía si se dirigía a su
compañero o a él—. Nuestros guardias fueron demasiados entusiastas.
Les pedimos que te escoltaran, no que te encadenaran.
Hugo apartó las manos de ella, luchando por controlar su pulso
acelerado.
—¿Buscando a alguien a quien culpar por sacar a nuestra reina
destronada de Phaedrealii?
Raze se quitó la capa corta y la colocó alrededor de su compañera
desnuda. Se volvió hacia Hugo, con los hombros tensos al descubierto
por un chaleco ceñido a la piel.
—¿Qué sabes de eso?
Hugo se encogió de hombros.
—Rumores, nada más. Ni siquiera la Reina Undone en toda su tiranía
pudo evitar que los cortesanos murmuraran. —Cuando la expresión del
rey se ensombreció, preguntó—: ¿Así que deduzco que ella se ha ido?
El rey no contestó, pero si su wereling, cuyo nombre era Yelena; oh,
sí, los faes también murmuraban sobre eso, sobre cómo los
cambiaformas compartían sus verdaderos nombres sin miedo.
Ella asintió
—La reina escapó de una celda de hierro —dijo Yelena—. Lo que
significa que tuvo ayuda, presumiblemente de alguien no tocado por el
hierro, como tú. Se llevó a los peligrosos faes con ella, y no sabemos
dónde ha ido.
—No importa —dijo Raze—. Los guardianes que mantenían a los
Phaedrealiis encerrados y protegidos están fallando. Catastróficamente.
No podríamos haberla contenido para siempre. —El resoplido de
sorpresa de Hugo le valió una mirada irónica del otro varón—. Supongo
que ese rumor aún no se ha difundido.
Hugo tragó con fuerza, saboreando de nuevo la luz del sol.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Hasta qué algún humano inconsciente tropiece con los
Phaedrealii? ¿O hasta que los faes salgan a la calle? ¿O hasta que la reina
regrese para matarnos a todos? —Raze se encogió de hombros—. La
corte siempre se ha mantenido al margen del flujo de los siglos, pero
ahora... Nuestro tiempo se ha acabado.
—¿Por qué me cuentas esto? —Hugo metió los brazos doloridos en
los pliegues de su áspera túnica. Los de su clase siempre habían rondado
los márgenes de los Phaedrealii, ignorados en su mayor parte, sufriendo
para permanecer sólo por una peculiaridad en su condición que
resultaba ser el equilibrio de una necesidad en la corte.
—Si los faes van a salir al mundo —dijo Yelena— necesitan que
alguien vaya primero. Un explorador.
Hugo se puso rígido. A juzgar por su mirada significativa, sabía que
había sido explorador una vez.
Tal vez ella no sabía cómo su espionaje había traído la ruina a sí
mismo y a todo lo que amaba.
Pero incluso cuando Hugo negó con la cabeza, el rey continuó
inexorablemente:
—Tú eras humano. Los conoces. Hay que prepararlos para nuestro
regreso. Por nuestro bien. Y por el suyo.
—¿Crees que me importa ayudarte? —La voz de Hugo sonaba áspera
en sus propios oídos—. ¿O a ellos?
—Te importa —dijo Yelena. Sus ojos brillaban con el oro de la bestia—
. O no seguirías aquí.
La miró fijamente. Si ella conocía su pasado, debía saber que todos
sus deseos desesperados no habían salvado a nadie.
—Si hago esto por ti, esa es la bendición que pido.
El rey inclinó la cabeza.
—¿Qué bendición?
—Déjenme ir. Levanten esta oscura maldición de mí.
La mujer-tigre aspiró un suspiro de sorpresa.
—¿Crees que puedes abandonar tu magia sin más?
Por supuesto que ella no podía entenderlo. Los cambiaformas no
tenían magia tal y como la conocían los faes; la verita luna de los
werelings —su llamada Segunda Verdad— hacía que sus formas
animales fueran tan fundamentales como sus atributos humanos. Yelena
pulsaba con una poderosa fuerza vital que no se podía negar, que le
tentaba incluso a él. No es de extrañar que Raze El Destructor estuviera
dispuesto a destrozar Phaedrealiis para estar con ella, abandonando el
tabú milenario de los faes contra las emociones profundas.
Pero Hugo había perdido sus deseos, todos palidecieron hasta
volverse fríos y grises como las sombras de este lugar. No quería nada
de ninguno de los tres mundos: fae, wereling o el reino humano
iluminado por el sol, que ahora estaban en curso de colisión. Liberarse
de todo ello para siempre... Bueno, tal vez podría desenterrar un último
deseo.
—Déjame ir —repitió—, y seré tu espía.
A pesar del murmullo de protesta de Yelena, Raze asintió lentamente.
Hugo se enderezó. Por primera vez en mucho tiempo, su corazón se
sintió ligero. Sus labios se curvaron en una casi sonrisa, aunque las
afiladas puntas de sus incisivos le atravesaron la carne.
—Muy bien —dijo el rey—. Ya hemos encontrado un lugar conocido
por su indulgencia, y entre los humanos, esta es una temporada de paz
y reflexión, por lo que tú manifestación serán menos... impactantes.
Yelena negó con la cabeza.
—¿Paz en la tierra, buena voluntad hacia las hadas, los hombres lobo
y los vampiros? Hay cosas que hasta a mí me cuesta creer.
Capítulo 1
Nada era más triste que la Navidad en Las Vegas.
Las luces rojas, verdes y blancas se atenuaban patéticamente en el
resplandor del neón. El hedor de la desesperación que con demasiada
frecuencia acompaña a las vacaciones de invierno era su propia capa
gruesa bajo el humo de los cigarrillos y el implacable tintineo de los
tragamonedas. Y ni siquiera el gordo Elvis podía hacer convincente el
traje de Santa Claus.
Por otra parte, una reportera de Conspiracy Quarterly que sale furiosa
de la oficina de su psiquiatra en la víspera de la Nochebuena
probablemente no debería quejarse de credibilidad.
—No estoy loca. —Mientras decía las palabras, bueno, más bien las
murmuraba, Avery Hill sabía que el hecho de decir algo así en voz alta
aumentaba las probabilidades de que estuviera loca de remate. O, como
mínimo, al borde de la locura—. Sin embargo, no estoy preparada para
los medicamentos. O para un compromiso voluntario, maldita sea. Sólo
necesitaba hablar.
Intentó no recordar que los psiquiatras y la medicación, incluso el
encarcelamiento, no podían ayudar a todo el mundo. Pero en esta época
del año, los recuerdos eran más difíciles de reprimir. A medida que las
noches se hacían más largas y el pulso de la luz y la vida se reducía, las
barreras entre los mundos se adelgazaban...
Bien, eso era definitivamente una locura.
Pero era cierto.
Uf, no se extraña que su doctora se alejara lentamente. Había
intentado explicarle lo que su madre siempre pensaba, pero las palabras
le salían confusas, y ahora...
—Lo que sea. Con una gran dosis de “Jodanse todos”.
Avery se subió las solapas de su abrigo burdeos hasta la cadera y se
alejó por la calle. Tan lejos de las brillantes luces de Strip, la ciudad no
tenía mucho que ofrecer. Incluso las exóticas palmeras y los serenos
tonos pastel de la arquitectura parecían desteñidos bajo el oblicuo sol de
invierno, opacados a cincuenta tonos de zombi.
En su móvil sonó el ominoso redoble de órgano descendente de la
Tocata de Bach y Fuga en Re Menor. Lo comprobó por reflejo, aunque
sabía que el aviso era para la puesta de sol de las 4:30, a menos de una
hora.
Las cosas salían por la noche...
—Los tipos raros, solteras y abuelos que se dirigen al buffet —
murmuró—. Eso es lo que sale al atardecer en Las Vegas.
A pesar de sus palabras, aceleró el paso, sus botas de tacón
repiqueteaban con una convicción de ocho centímetros a cada paso.
No debería haber perdido ni un minuto con el psiquiatra. Ese tiempo
habría estado mejor empleado en buscar la historia que la sacara de esta
maldita ciudad. Una ciudad que le recordaba demasiado dolorosamente
los buenos tiempos perdidos. Pero si su madre había regresado a Las
Vegas, quizá buscando los mismos recuerdos felices que Avery, se había
ido. Y por una vez, parecía que la esquizofrenia de la mujer había
tomado la decisión más sensata. Avery haría bien en seguir sus pasos en
este caso.
Con un dedo corazón a los dos “Hola, nena” que pasaban en un
Celebrity oxidado, tomó una calle lateral y llegó a una parada de
autobús en Fremont. En el otro extremo de la ruta estaba el centro de Las
Vegas. Y en su escabroso corazón estaba su historia: el solitario
propietario del último casino de Las Vegas, Deon Barrows.
Lo que definitivamente sonaba como un alias para sus sentidos
arácnidos periodísticos. Si conseguía demostrarlo, y si conseguía una
mísera foto del hombre, ocuparía la primera página de cualquier sección
de negocios que eligiera.
Por supuesto, primero tenía que encontrarlo, y luego tal vez
convencerlo de que le contara los secretos de su vida...
—Un poco de Xanax1 no vendría mal ahora mismo —reflexionó.
Una mujer mayor que esperaba en la parada del autobús se alejó, casi
chocando con un hombre alto y moreno con una larga gabardina que
venía detrás de ella.
Avery suspiró. Ahora estaba asustando a los lugareños, y en esta
ciudad, eso requería algo de esfuerzo.
Cuando llegó el autobús, en su mayoría vacío, se alejó de los pasajeros
—por lo que estaba segura de que estaban agradecidos— y se acomodó
en el asiento de la esquina trasera, donde nadie podía leer por encima
de su hombro. Primero comprobó su saldo bancario. Sí, eso era casi tan
malo como su equilibrio emocional. Necesitaba algo de dinero rápido si
quería seguir adelante.
Con otro suspiro más largo, sacó su lista de posibles tareas, ya
mecanografiada en forma de práctico titular, a la espera de su copia.
«Chupacabras en los túneles de aguas pluviales de Flagstaff». Uf. Los
chupacabras eran tan del 2008.
«Luces sobre el Mojave: ¿ETs o PEM2?» Las únicas dos opciones,
obviamente.
«Muerte en el Valle de la Muerte». Se ha invertido mucho tiempo en
esa idea.
«Mi mágica Navidad en Las Vegas».
1
N. del T. Fármaco que se utiliza para el tratamiento de los estados de ansiedad, especialmente en las crisis
de angustia, agorafobia, ataques de pánico y estrés intenso.
2
N. del T. Pulsos Electromagnéticos.
Dejó que la pantalla en blanco cayera en su regazo y miró a ciegas
hacia delante, pasando el pequeño amuleto de oro en forma de corazón
por su cadena alrededor del cuello. Se le revolvió el estómago al ver lo
bajo que había caído. Sus antiguos colegas del Times se morirían. ¿De
dónde Ho sacaba esas ideas? Se suponía que ella era la loca. Ho le había
dicho una vez que era en parte nativo americano y que había adoptado
el nombre de Howahkan —Significa “voz misteriosa”— Creía. Algo así,
para simbolizar su incansable búsqueda de la “verdad”, pero había
investigado lo suficiente como para saber que no era más que un chico
muy pálido que vivía en una habitación libre sobre el garaje de su madre
en Omaha. Aun así, Conspiracy Quarterly: Explorations of the Uncanny
& Inexplicable (Exploraciones de lo extraño y lo inexplicable), generó un
dinero asombrosamente bueno a través de suscriptores y publicidad. El
pobre Ed Murrow se revolcaría en su tumba.
Resopló para sí misma.
—Ahora hay una historia digna de CQ.
En los asientos laterales de la parte delantera del autobús, el hombre
de pelo oscuro inclinó la cabeza para mirarla. No pudo oírla por el ruido
del motor, pero ella se guardó el collar, con las mejillas sonrojadas por
la vergüenza.
Y algo que iba un poco más allá. Aunque apartó la mirada
inmediatamente, sus brillantes ojos de obsidiana parecían grabados a
fuego en su mente.
Era delgado y de aspecto hambriento, como los “magos” callejeros
que desaparecían las monedas (y a veces las carteras) y las reaparecían
(las monedas, no las carteras) con una floritura y una sonrisa astuta.
Echó otra mirada furtiva, pero el hombre volvía a mirar al frente. No era
lo suficientemente guapo como para ser un artista de uno de los muchos
espectáculos del casino, sus rasgos de perfil eran severos: la mandíbula
y los pómulos duros, la nariz aguileña. Sólo la espesa cabellera lo
suavizaba, e incluso así, el color era implacablemente negro.
Sin embargo, los mendigos no podían elegir, y ¿qué era ese dicho
sobre los mendigos y los caballos? Había pasado mucho tiempo sin
desear o montar.
Avery apoyó la frente en la ventana, dejando que el cristal frío aliviara
su piel caliente. No tenía sentido alterarse por nada. El hombre no era
nada, y su futuro no era nada. Volvió a mirar su teléfono. Navidad mágica
en Las Vegas. A la mierda.
No es que se creyera ninguna de las locuras que escribía para Ho.
Diablos, la mitad de ellos ni siquiera recordaba haberlos escrito, ya
que los redactó después de dudosas sobras de medianoche y demasiado
café. Sin embargo, de vez en cuando, cuando Ho la enviaba a tomar una
foto o un vídeo o a hablar con una “fuente”, sentía un extraño cosquilleo
en la nuca que le decía que tal vez...
Lo que sea. Ho estaba dispuesto a pagarle por recorrer el país, y no le
importaba que ella le sugiriera lugares. Lugares en los que ella y su
madre se habían detenido tantos años atrás, dejando su propia marca de
locura en un viaje que ella nunca había entendido.
No es que Avery haya encontrado ninguna señal de su madre. Tal vez
había sido hospitalizada en algún lugar. O, lo que es más esperanzador,
tal vez estaba estabilizada, pero no lo suficientemente estable como para
recordar el nombre de Avery.
O quizás estaba muerta.
Avery se enderezó en su asiento, con la garganta contraída. No. No
iba a ir allí cuando no había pruebas. No se iba a rendir, ni con su mamá
ni con la cordura.
Lo bueno es que ella se dedicaba a encontrar la verdad. La mayor
parte del tiempo.
***
Avery se bajó del autobús al final de Fremont y se encontró con el
bullicio de los turistas de vacaciones. Muchos no estaban vestidos para
el desierto en invierno y se agrupaban para escapar del viento frío que
bajaba de las montañas al ponerse el sol. Sacó una bufanda con flecos de
su mochila y se alegró de los calcetines peludos por encima de la rodilla
que llevaba bajo la falda de cuadros.
Cruzó la calle, esquivando coches y mirones, para unirse a la multitud
que se filtraba en el centro comercial para peatones de la Fremont Street
Experience.
Entre los casinos y todos los cuerpos, por no hablar de las millones de
bombillas de los carteles de alrededor y de la marquesina arqueada de
arriba, la temperatura subió unos cuantos grados, así que se desabrochó
el abrigo. Con sus botas de tacón y su pelo alborotado por el viento, tenía
un aspecto lo suficientemente coqueto como para burlarse en una
entrevista. Y siempre podía ponerse las gafas cuando necesitaba parecer
seria.
Se abrió paso entre la multitud hasta el final de Fremont, donde el
nuevo y enorme casino ComeTrue dominaba la calle circundante.
Aunque la fachada era brillante y atractiva, el edificio se perdía de vista
en la creciente oscuridad. De la noche surgió el traqueteo de un tren que
pasaba por las vías paralelas a Las Vegas Boulevard: un monótono
recordatorio de la vida cotidiana que transcurría a la sombra de la
espléndida experiencia de Las Vegas.
Hablando de salpicaduras. Como era el primer fin de semana que el
casino estaba abierto, Barrows tenía que estar en el lugar. ¿Qué
multimillonario podría resistirse a verse a sí mismo ganando más
millones, verdad?
Avery utilizó su teléfono para capturar algunas fotos del exterior.
ComeTrue tenía un ambiente retro futurista que de alguna manera la
hacía querer quedarse boquiabierta y burlarse al mismo tiempo.
A veces odiaba su propio cinismo. ¿De qué le había servido? Aparte
de alejarse de su madre.
Con los tacones repiqueteando con decisión sobre la baldosa de
mármol, avanzó hacia la puerta arco iris de ComeTrue.
El interior era el típico exceso de Las Vegas, un aluvión de estímulos
que excitaban todos los sentidos. Además de un indicio de algo más.
Algo... Maldita sea, no iba a decir mágico, sean cuales sean las palabras
que Ho había puesto en su cabeza. Pero le recordaba a la forma en que
mamá solía tomarla de las manos y daban vueltas y vueltas hasta que
Avery se reía maníacamente... a punto de vomitar. Entonces su mamá
paraba bruscamente y decía:
—Mira. Mira a tu alrededor, cariño. ¿Qué ves? —La mayoría de las
veces, luces giratorias, pero a veces algo... más. Gah.
No podía explicarlo. Tragó saliva y, a pesar de que le temblaban los
dedos, se hizo las clásicas fotos de turista —incluso la seguridad más
prepotente no pudo con la avalancha de selfies—, pensando que las
examinaría más tarde para ver qué era lo que le provocaba ese extraño
flashback.
Fingió una sonrisa para la cámara de su móvil y la volteó para mirar
la pantalla.
Él estaba detrás de ella.
Su corazón tartamudeó y luego duplicó su ritmo. Puede que el
hombre de pelo negro del autobús sólo estuviera visitando el nuevo
casino, como miles de personas, como ella, pero la miraba con ese brillo
hambriento en los ojos. Su gabardina de cuero negro se abría en torno a
sus largas piernas como si se hubiera acercado a ella a grandes zancadas.
Avery giró sobre sus talones, dispuesta a lanzarle una mirada
realmente fulminante.
Pero él se había ido.
Ella escudriñó la multitud sin encontrarlo.
—Pervertido —murmuró. No necesitaba esta distracción. Se volvió
para continuar su búsqueda en el casino.
Y se estrelló contra su pecho.
Capítulo 2
Hugo sostuvo a la mujer, rodeando con sus dedos la parte superior de
sus brazos. Un temblor recorrió el cuerpo de la mujer —la conciencia
instintiva de una criatura cazada, atrapada— pero ella se limitó a
mirarlo, con los ojos verdes entrecerrados, y ni siquiera intentó
apartarse.
Ah. Así que no se consideraba realmente atrapada.
No pudo evitar que sus labios se torcieran, aunque tuvo cuidado de
no mostrar sus colmillos. Sólo había cometido ese error una vez, cuando
atravesó el portal del rey desde Phaedrealii hacia el amanecer. A pesar
de lo bajo y pálido que había sido, el toque de luz en su piel se sentía tan
bien que se había olvidado de sí mismo.
Pero sólo por un momento. El estridente grito del desaliñado caballero
en el callejón del que había salido le recordó rápidamente. Parecía que
sus habilidades de explorador se habían oxidado un poco durante su
tiempo en la corte fae.
Pero se había adaptado rápidamente a Las Vegas. Aunque el mundo
había cambiado durante el tiempo que pasó con los faes, en muchos
aspectos sorprendentes seguía siendo el mismo. O tal vez los faes lo
habían acostumbrado a la extrañeza.
Con la ayuda de Yelena, había conseguido un lugar donde alojarse,
junto con ropa adecuada y una cosa llamada teléfono móvil por si la
policía local lo trasladaba a la fuerza. No estaba seguro de qué
impropiedades tendría que cometer para atraer una atención tan
negativa sobre él. Por lo que sabía, en Las Vegas se toleraba la desnudez
parcial, la embriaguez considerable, la lascivia absoluta y cualquier otro
tipo de comportamiento desenfrenado, al menos una vez que se ponía
el sol.
De hecho, el mundo no había cambiado mucho.
Al escuchar la lista de pecados, su mirada se desvió hacia la mujer que
tenía en sus brazos, desde sus ojos verdes hasta su boca roja como una
amapola. La puesta de sol y el hecho de que su presa finalmente cayera
al suelo habían despertado sus instintos de cazador, despertando una
necesidad oscura como nunca había visto en este lugar de luces
interminables y sombras ocultas.
—¿Por qué me has estado siguiendo? —Su voz era ronca. Ya la había
oído antes cuando la seguía, pero así de cerca, vibraba a través de él,
hasta los huesos—. Y no lo niegues —continuó ella—. Te vi cuando esos
tipos me llamaron antes de subir al autobús.
—Hola, bebé —murmuró.
Sus ojos verdes se estrecharon aún más mientras se ponía rígida.
—¿En serio?
En un instante más, ella trataría de alejarse de él. Entonces tendría que
dejarla marchar o verse obligado a demostrar lo fácil que era sujetarla.
No tenía intención de enfrentarse a ella todavía, tenía la intención de
seguirla un poco más, aprender más sobre ella como una vez aprendió
las estrategias de los ejércitos, pero ella lo había visto y le había obligado
a hacerlo.
—Te necesito —dijo—. Así que te he seguido.
—Necesito que me quites las manos de encima. Antes de que grite. —
Y aún no le había visto los colmillos.
Abrió las manos, sosteniéndolas en alto de par en par para mostrar su
buena fe.
—Mis más sinceras disculpas, Sra. Hill. Lo que quise decir es que
usted es una escritora y necesito sus palabras.
—Bueno, seguro que sabes cómo ganar el corazón de un escritor.
Levantó la barbilla para mirarle fijamente.
—¿Has leído mi material?
Él sacó su teléfono. En la pantalla aparecía la pequeña foto de su presa
enmarcada sobre las palabras “Por Avery Hill”. Su pelo castaño estaba
muy peinado hacia atrás y unas gafas de ojo de gato ocultaban sus
preciosos ojos verdes, pero su blusa blanca se había desabrochado
parcialmente para mostrar más que un indicio de escote abultado
alrededor de la cadena de oro de su collar.
Ella gimió.
—Oh, Dios. No me extraña que venda tantas suscripciones.
Hugo inclinó el aparato para admirarlo de nuevo.
—¿No lo sabías?
—Intento no leer esas tonterías.
Frunció el ceño, consternado.
—Pero tú lo escribes, ¿no?
—Desgraciadamente. —Ella le devolvió el gesto con el ceño
fruncido—. ¿Por qué?
Evitando su pregunta por el momento, insistió.
—¿Así que tu historia sobre los hombrecillos verdes era falsa? ¿No
viste elfos?
—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no los vi. Y no eran elfos; eran
extraterrestres.
Se echó el pelo hacia atrás. A diferencia de su foto, normalmente
llevaba el pelo suelto alrededor de los hombros. A veces, cuando estaba
cansada, parecía esconderse detrás de las gruesas ondas rojizas, pero
ahora mismo se encendía con un fuego interno aún más seductor para
él que aquel primer amanecer.
—Nadie los vio porque y esto te va a impactar... —Se inclinó hacia él
y bajó la voz a un susurro, atrayéndolo más cerca, dejándole respirar la
tentadora calidez de su cuerpo—. No son reales.
Se levantó de golpe.
—Pero tú escribiste sobre ello
—Porque así me gano la vida.
—Así que mentiste.
El surco entre sus cejas se convirtió en un ceño fruncido.
—¿Creías que era verdad? —resopló—. Debería haber adivinado que
el primer tipo que me tocará en Las Vegas estaría más loco que yo.
Hugo se había convertido en el hombre del rey fae por una razón:
ganar su libertad. Sin embargo, al oír la palabra “tocará” el fuego oculto
en ella se encendió en el espacio que los separaba. Su pulso se aceleró
ante la intensidad casi dolorosa.
Ella era su oportunidad de salvación. Desgraciadamente, ella vivía
aparentemente de las mentiras, y el rey fae no lo liberaría de su
maldición hasta que la obligara a ver la verdad.
Dio medio paso hacia delante, cerniéndose sobre ella.
—¿Cómo puedes escribirlo si no crees?
Ella inclinó la cabeza sin retroceder, con la barbilla levantada en un
ángulo desafiante.
—Si hay algo que he aprendido en Conspiracy Quarterly, es que
nunca te creas tu propia estafa. —Barrió su mano hacia afuera—. Mira
este lugar. ¿Qué crees que espera Deon Barrows que se “haga realidad”
aquí? Un buen dinero, eso es. Aunque no me cabe duda de que me
mentirá a la cara cuando le haga esa pregunta.
Hugo consideró rápidamente todo lo que ella había dicho.
—¿Esperas encontrarte con este Barrows?
—Ojalá. El tipo es un maldito fantasma.
Hugo lo dudaba.
—Sé que lo harás realidad.
Su tenacidad era una de las razones por las que Yelena había elegido
a Avery como contacto: «Esta chica puede derribar a un troll de Internet
en un tuit» había dicho la mujer wereling. «No se va a derrumbar
cuando descubra que los trolls existen de verdad».
Pero Avery agachó la barbilla como si esquivara sus palabras de
apoyo.
—Yo… Gracias. Tengo que hacerlo, de verdad. —Su mirada verde se
alejó de él, y luego regreso, como si pensara que iba a desaparecer de
nuevo.
Dudaba de sí misma en muchos niveles. Sabía que la había
desconcertado su velocidad antinatural de antes, pero no se permitía
cuestionar lo que había visto.
La decepción surgió en él. El Destructor se había empeñado en revelar
a los faes a través de los narradores del día. Yelena había aceptado,
aunque había advertido que no sería tan sencillo. Hugo se estaba dando
cuenta de que no sería sencillo en absoluto.
—Yo también tengo negocios con Barrows —dijo.
Avery se cruzó de brazos.
—¿Qué asunto? —preguntó con suspicacia—. Mira, amigo, si trabajas
para otro periódico...
—No. Él y yo tenemos... amigos en común. Tengo un trato para él.
—¿Esto es algo de la mafia? —Se golpeó el labio inferior—. En
realidad, podría usar eso.
Hugo observó el trazo de su afilada uña sobre la jugosa curva de su
boca. Le vendría bien un poco de eso...
Con enorme esfuerzo, centró su atención. No estaba aquí para dar
rienda suelta a su naturaleza retorcida. A pesar de las tentaciones que lo
rodeaban, había resistido sus impulsos desde que llegó. Pero no estaba
seguro de cuánto tiempo más podría resistir. Toda la corte fae nunca le
había llamado como esta solitaria mujer humana, con su diversión y sus
recelos, su intensidad y su exuberante cuerpo...
—...llamarte? —decía.
Él parpadeó al verla.
—¿Perdón?
—Dije —ella extendió la palabra lentamente—, ¿cuál es tu nombre?
—Hugo. —Su nombre, que había sido el suyo toda la vida, y algo más,
sonó arcaico cuando se lo dijo—. Hugo de Grava.
—¿Hugo? Qué clase de nombre... está bien, Hugh —dijo ella—. Ya que
me has estado acechando, obviamente sabes quién soy. Y a pesar de lo
que puedas estar pensando después de ver esa foto, soy una periodista
seria. O lo era...
—¿Qué ha pasado?
La pregunta surgió antes de que pudiera acallarla. La curiosidad
siempre lo había dominado, incluso cuando era pequeño.
Al final, la curiosidad había sido su perdición, y lo habría sido de
nuevo si la furia incandescente de sus ojos hubiera sido flechas ardientes
lanzadas hacia él.
—Tú no tienes que hacer las preguntas —dijo entre dientes
apretados—. Ese es mi trabajo.
Inclinó la cabeza.
—Así que déjame preguntarte —dijo—. ¿Es tu trato con Barrows algo
que va a hacer que nos disparen? No es algo que rompa el trato, pero
quiero estar preparada. Hice un reportaje sobre unos supervivientes a
las afueras de la ciudad, y estaban muy agradecidos de que sólo les
hiciera parecer la mitad de raros de lo que son, así que sé que puedo
conseguir algunos chalecos antibalas y balizas transpondedoras si crees
que esto puede salir mal.
No entendió del todo sus palabras, pero por el brillo de sus ojos,
habría sido una espléndida doncella guerrera. Sin embargo, a pesar de
su audacia, no creía que estuviera preparada para escuchar que el rey
fae y su compañera sospechaban que Deon Barrows era un fae pícaro o
un wereling. Ciertamente no era humano. Su imperio de las luces estaba
construido sobre ilusiones. Los muros eran lo suficientemente sólidos, y
el dinero obtenido por sus juegos podía gastarse y volverse a gastar a
diferencia del oro de los faes, pero en el fondo eran mentiras.
No era de extrañar que Avery Hill, con su agudo instinto, haya
elegido a Barrows como objetivo.
Sacudió la cabeza lentamente.
—No puedo darte los detalles... —Levantó la mano cuando ella
empezó a protestar—. Todavía. Basta con decir que, cuando se dé cuenta
de mi presencia, exigirá una reunión. Puedes acompañarme.
Ella le miró fijamente.
—¿Y por qué harías esto por mí?
—Te lo dije. Necesito tu otra experiencia.
—Con pequeños hombres verdes. —Su tono era plano.
—Y sus similares.
Ella movió los labios hacia un lado mientras se giraba para alejarse de
él unos pasos.
—Tan sexy —murmuró—. Lástima que esté loco.
Sabía que estaba demasiado lejos y que ella había hablado demasiado
bajo para que él la oyera. Si él mismo hubiera sido humano. Tal vez era
el momento de empezar a desafiar su creencia de lo que era real.
—No estoy loco —dijo.
—¿Qué? —Se giró para mirarlo.
Continuó como si ella no hubiera hablado.
—Esta noche hay un ensayo del desfile de Nochebuena de mañana.
Sospecho que Barrows asistirá. Incluso si no lo hace, alguien de su
personal superior estará allí, y una vez que me vean, me llevarán a él.
Avery lo estudió.
—¿Por qué te querrían?
Como ella acababa de decir que lo encontraba sexy, él perdonaría la
nota de duda en su voz.
—Todo el mundo lo hace —dijo él—. Es mi maldición.
Se apartó de ella y se adentró en el casino.
—Espera. —El ruido sordo de sus pasos siguió detrás de él—. ¿Dónde
estás... a dónde vamos?
—A matar el tiempo. —La frase le hizo torcer los labios, aunque se
acordó a tiempo de ocultar los colmillos.
Como la mayoría de los edificios de esta ciudad, ComeTrue tenía una
entrada extravagante. Pero cuanto más se adentraba uno, las
habitaciones se volvían aún más extravagantes.
El sencillo diseño floral que se repetía en la alfombra se torció
salvajemente, cada paso imposiblemente diferente del anterior. En lugar
de las ordenadas hileras de mesas y máquinas de juego, los dispositivos
se volvieron peculiares, algunos tan grandes como tronos, otros
diminutos sobre pedestales, algunos ni siquiera parecían aceptar dinero,
lo que dejaba la duda de qué tipo de pago aceptaban y el bullicioso
estruendo cambió a suaves gongs y susurros aún más extraños.
—Esto es de... —Avery dio varios pasos largos para acercarse a su
hombro.
Él acortó su zancada lo suficiente para igualarla.
—¿Locos?
Le lanzó una mirada de reojo.
—Lo siento.
—No lo hagas. —No dejaría que el sentimiento le impidiera abrir su
estrecha visión del mundo.
Los condujo a un bar oscuro en el extremo de un camino enmarañado
de ranuras.
Una docena de mesas redondas, iluminadas únicamente por
pequeñas lámparas colgantes, estaban rodeadas de banquetas de medio
círculo con respaldo alto. Unas cortinas translúcidas con lágrimas de
cristal facetado serpenteaban entre y alrededor de las mesas, brillando
como láminas de lluvia sobre un estanque de nenúfares por la noche.
Mientras se despojaban de sus abrigos y se deslizaban en una de las
cabinas forradas de terciopelo, Avery lo miró. Sus ojos, muy abiertos,
brillaron con la luz ambiental.
—Qué raro, tipo —dijo—. No me habría imaginado que elegirías este
lugar para beber.
—Tropecé con el accidentalmente —admitió—. Es increíble lo que
puedes encontrar cuando estás perdido.
Ella sonrió.
Era la primera vez que lo hacía, al menos desde su punto de vista,
aunque llevaba días siguiéndola. La insinuación de los dientes blancos
detrás de sus labios curvados le dio un golpe bajo en las tripas: un golpe
mortal, si hubiera sido una espada.
Dios, ella le hizo pensar en armas y en camas al mismo tiempo. Se
había vuelto aún más retorcido de lo que adivinaba en su tiempo con los
faes.
—Hombres —dijo ella—. Nunca preguntan por direcciones.
No era un hombre. Ya no lo era.
Debido a la curva de la mesa, no estaban sentados uno frente al otro,
sino más bien en ángulo. Si él extendiera la mano, podría recogerla bajo
su brazo.
—¿Qué quieres preguntarme?
Por un momento, pensó que ella se encogería de hombros ante la
pregunta, pero entonces apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia él.
Aunque la mesa bajo su brazo era una pantalla iluminada que les
incitaba a jugar al azar, su mirada verde era aún más brillante y se fijaba
en él sin vacilar.
—¿Crees en los extraterrestres?
Sólo había leído algo de su obra, así que no estaba seguro de cuánto
entendía. Pero pudo ver, por el gesto de sus cejas, que ella no creía que
él debiera creer. Sin embargo, tenía que empezar a hacerla cambiar de
opinión o la verdad le dolería más de lo necesario.
—Creo que nadie lo sabe todo. Y a veces confesamos incluso menos
de lo que sabemos.
Ella le dirigió un lento parpadeo.
—Apuesto a que eres un buen bailarín con esos suaves movimientos.
¿Bailar? No había bailado... en mucho tiempo.
—Una vez lo hice —reflexionó.
Una mujer humana con falda corta pasó por delante de su mesa y
apenas se detuvo para preguntar:
—¿Qué puedo ofrecerles?
—Vodka con arándanos —dijo Avery.
Hugo levantó dos dedos y la mujer continuó su circuito.
—Hugh, tengo que decirte que esta es la segunda cita más extraña en
la que he estado —dijo Avery—. Y eso es decir algo.
Frunció el ceño, dándose cuenta de que no le gustaba ser el segundo
con ella.
—¿Quién fue el primero?
—Un tipo me llevó a una réplica de Stonehenge en Oregón y me dijo
que si esparcimos esporas de hongos en un círculo en el solsticio de
invierno y nos desnudamos mientras cantamos el deseo de nuestro
corazón, abriríamos una puerta a otra dimensión.
Ella se rió una vez. Hugo sonrió con cuidado. Si las esporas estaban
cebadas con la magia de los faes, ese portal podría aparecer.
—No tienes que desnudarte conmigo.
Su sonrisa se transformó en algo más irónico.
—Creo que eso es lo más bonito que me ha dicho un chico con el que
he salido.
—No soy un tipo cualquiera.
—Ya lo veo.
No lo hizo. Todavía no. Y se encontró inseguro —no reacio— de cómo
revelar la verdad.
Había una manera rápida e innegable, por supuesto. O, en realidad,
dos maneras puntuales...
Pero en lugar de enseñar los colmillos, bebió un trago de la bebida que
apareció casi mágicamente junto a su codo cuando la camarera pasó a
toda velocidad. La camarera cerró la cortina de cuentas que rodeaba la
mesa, envolviéndolos en sombras cambiantes y brillantes. En la
penumbra, el clarete de la bebida le recordó la primera noche después
de su cambio, cuando se despertó confundido, horrorizado y con un
hambre voraz. Caer en Phaedrealii le había salvado de eso, al menos. La
sangre de los faes era de muchos colores, pero raramente roja.
Por muy inquietantes que fueran los recuerdos, la embriagadora
dulzura del bocado subrayaba lo hambriento que había estado en la
corte de los faes. Los faes aceptaban a regañadientes a monstruos como
él para desviar los poderosos impulsos que casi habían sido su
perdición. Pero sus sutiles e inhumanas pasiones estaban más aguadas
que la bebida que tenía en la mano.
Nunca había tenido la oportunidad de beber hasta la saciedad. Avery
levantó su vaso.
—Por conseguir lo que queremos.
Sin esperar su respuesta, chocó su vaso contra el de él. El frágil
tintineo lo estremeció.
Ella se tomó la mitad de la copa y la dejó sobre las imágenes
cambiantes de la mesa. Hizo girar el vaso entre sus dedos, haciendo que
las luces bailaran como el agua sobre su piel.
—Háblame de la historia que quieres que escriba.
—Primero déjame preguntar, ¿abriste el portal aquella noche en
Stonehenge? —Si había estado al borde de Phaedrealii, aunque fuera
brevemente, eso explicaría su afición a la “locura”.
—No era realmente Stonehenge. —Su sonrisa volvió a parpadear, un
poco burlona—. Y como era pleno invierno, de ninguna manera me iba
a desnudar. Así que no brotó nada, ni las esporas de los hongos, ni
mucho menos mi cita.
—Hay magia en desnudarse.
Sus labios se fruncieron en una mueca de decepción.
—Maldita sea, y yo que empezaba a pensar que realmente no eras
como los demás.
Alargó la mano para cogerla, deteniendo el inquieto juego de sus
dedos sobre el cristal.
—Contra la oscuridad y el frío, tu fuego desnudo es un desafío. —
Girando suavemente la mano de ella con la palma hacia arriba, le pasó
el pulgar por el pulso de la muñeca interior.
Sus dedos se cerraron en un puño y los largos músculos de su
antebrazo se tensaron invisiblemente dentro de la larga manga de su
sedosa blusa verde, listos para apartarse o para golpearlo. Pero los
latidos de su corazón se aceleraron bajo su agarre, y sus pupilas se
hincharon con una emoción visceral.
Sus labios se separaron, lo suficiente para dejar salir un suave aliento.
Inhaló ese aliento, dulce como la miel de verano.
—Eso es lo que haces con tus historias, ¿no? Desnudas secretos para
que todos los vean.
Sacudió la cabeza lentamente.
—Esas historias no son secretos. Son mentiras.
La miró fijamente a los ojos, deseando que no apartara la mirada.
—¿Y si no lo fueran?
—Lo son. Debería saberlo, ya que yo los escribí.
—Y tú te conoces muy bien.
—Lo hago. —Pero su voz vaciló—. Dime, ¿qué quieres?
Capítulo 3
—Quiero largarme de aquí. —Avery juró que decía en serio cada
palabra, pero no soltó la mano.
¿Qué clase de nombre era Hugo de Grava? La tez oscura del Viejo
Mundo, que le había hecho suponer que era de la mafia, no era del todo
correcta, a pesar de que los vaqueros negros ajustados y la camisa de
rayas negras bajo la gabardina sugerían que se trataba de un gángster
de la ciudad. Pero era algo peligroso.
Aunque su tacto era exquisitamente suave, su pulgar apenas rozaba
los tendones y las venas de su muñeca, su mirada de obsidiana casi la
cortaba con su intensidad. Quiso culpar a la pésima iluminación y a la
sensación de aislamiento en la cabina con cortinas por su acelerado
ritmo cardíaco, pero entonces, ¿por qué no se iba de verdad?
En cambio, su mirada se deslizó hacia su boca. Tenía unos labios finos,
casi crueles en su ascética severidad, pero la granadina del cóctel le había
añadido un delicado matiz y un destello de humedad que le hizo
sospechar que no siempre era duro.
Maldita sea, debía ser el alcohol que la hacía pensar así. A pesar de
que había bebido menos de la mitad y de que la copa había sido poco
generosa para empezar. Ni siquiera podía sospechar que le había pasado
algo, ya que lo había estado observando todo el tiempo.
Observándolo demasiado cerca. Se movía con la gracia del arte
marcial —había dicho que le gustaba bailar— y a ella siempre le habían
atraído los artistas. Pensó que la forma en que veían el mundo de
manera diferente podría ayudarla a entender mejor a su madre. En lugar
de eso, ella misma había empezado a tomar caminos equivocados, como
había hecho con el chico de las setas.
Al menos había aprendido a detectar las mentiras, aunque ahora las
dijera ella.
—Eres libre de irte cuando quieras. —Su voz era aún más suave que
su toque—. Pero nadie es realmente libre, ¿verdad?
—Movimientos suaves y filosofía —dijo ella—. Es como si te hubieran
hecho a medida, sólo para mí.
Por un momento, sus lentas caricias se detuvieron y frunció el ceño,
pensativo.
—Puede que tengas razón.
Había una nota siniestra en su voz que le hizo saltar la alarma.
Y aun así no se apartó. No podía irse, se dijo a sí misma, no si quería
tener acceso a Barrows.
Pero no estaba segura de que eso fuera todo lo que quería.
Era esta época del año. Siempre la ponía nerviosa. Mucha gente está
deprimida en Navidad, incluso personas cuyas madres no se habían
desvanecido a través de un círculo de acebo delante de ellos... Avery
apartó el recuerdo. Sólo tenía que pasar los próximos días. Luego
llegaría el año nuevo con su falsa promesa de un nuevo comienzo.
Por una vez, sin embargo, su armadura de escepticismo parecía
incapaz de mantener su columna vertebral rígida. Definitivamente se
inclinaba por Hugo, con sus comentarios crípticos y su oferta demasiado
buena para ser cierta de una historia que tenía el poder de cambiar su
vida.
Pero tal vez estaba cansada de cuestionar todo. Tal vez sólo quería
tomar algo o alguien al pie de la letra y no preguntarse qué estaba
pasando por debajo. Las luces tenues, la cortina y los asientos de
respaldo alto convertían la cabina en un extraño capullo. El tipo de lugar
del que podría surgir algo nuevo. Como, por ejemplo, un nuevo
recuerdo que sustituyera a los viejos que ni siquiera estaba segura de
que fueran reales.
La ridícula idea hizo que las campanas de alarma de su cabeza
sonaran con más fuerza.
A no ser que fueran máquinas tragamonedas. Tal vez estaba a punto
de tener suerte.
A diferencia de todas las apuestas que había a su alrededor, ella sabía
que este momento podía ser algo seguro. Si ella lo quería.
Lentamente, curvó sus dedos hacia adentro, rozando la parte inferior
de su muñeca. Su piel era cálida, casi caliente, y por una fracción de
segundo, fantaseó con pasar una fría noche de invierno arropada contra
él. No buscaba una estación, sólo un momento al que no se había
entregado en mucho tiempo.
Ella relajó el sutil tirón hacia atrás de su cuerpo y él se llevó la mano a
los labios, besando la fina piel donde se aceleraba su pulso. Como ella
había sospechado, su boca era más suave de lo que parecía. El aliento de
él le acarició la manga, y su necesidad aumentó.
Sus pestañas, negras y puntiagudas, se agitaron hacia abajo, y quedó
hipnotizada por una repentina sensación de vulnerabilidad en él.
Tomó aire, a punto de preguntarle qué quería, pero en un movimiento
sin esfuerzo, él le pasó el brazo por detrás de los hombros, presionando
la muñeca que acababa de besar contra su cadera y atrapándola en la
jaula de su propio abrazo mientras la atraía hacia la fuerte curva de su
pecho.
El aliento que había tomado la dejó en un suspiro, y su mano libre se
agitó en el asiento de terciopelo. Sus ojos negros la miraban con desafío.
El parpadeo de los juegos de lotería en la mesa proyectaba los planos de
su rostro en luces y sombras hipnotizantes.
Si hubieran estado en un callejón vacío, el movimiento habría sido
una amenaza aterradora; si hubieran estado bailando, habría sido muy
sexy. Su corazón dio un golpe, como si no estuviera seguro de qué
camino tomar.
Con su mano libre, enhebró sus dedos en el revuelto cabello negro de
él y lo atrajo hacia un beso.
Como si ésa hubiera sido la única invitación que él necesitaba, su boca
se abrió sobre la de ella, voraz. Su hambre alimentó la de ella, le apretó
el pelo para inclinar su cabeza lo suficiente como para sellar la cerradura
entre sus lenguas que se buscaban.
Era una danza: un limbo de labios, un tango de lenguas, un ballet de
aliento, cada movimiento una especie de historia. Pero, con la misma
maestría con la que la había envuelto en sus brazos, percibió la
desesperación y la urgencia bajo el vodka en su beso.
Obviamente, para él también había pasado mucho tiempo desde el
último beso.
La convicción la sacudió. ¿Realmente creía que podía conocerlo tan
bien, después de diez minutos, un trago y medio beso? Se estaba
engañando a sí misma de nuevo.
Y sin embargo, sabía. Tan. Bien.
Quería más, pero cuando se abalanzó sobre él, sus dientes
chasquearon, sólo un pequeño ruido, como el de una cerradura que cede
ante una llave. Se estremeció cuando su lengua rozó algo afilado en la
boca de él, y el más leve indicio de sabor a cobre, apenas perceptible por
encima de la mordedura del arándano, aromatizó el beso.
Se congeló, cada músculo se puso rígido.
¿Llevaba retenedor? Como no quería avergonzarlo, contuvo una
risita. Bueno, eso hacía que su hombre misterioso pareciera mucho más
real.
Se obligó a aflojar el agarre del pelo de él, arrastrando las yemas de
los dedos por el borde afilado de su pómulo hasta la curva exterior de
sus labios, enmarcando su beso.
Él se estremeció ante la caricia. La tensión petrificada lo abandonó
mientras su cuerpo se hundía contra el de ella.
¿Cuánto tiempo había pasado para él?
Dejó que su mano bajara, recorriendo una raya negra de su camisa
sobre la curva dura y oculta de su pectoral —a él se le cortó la
respiración— y bajando aún más hasta la bragueta de sus vaqueros.
Sintió más hasta que oyó su gemido, y él dejó caer la cabeza contra el
asiento forrado de terciopelo. Avery podría haber gemido también ante
la creciente longitud que encontró esperándola. ¿Un beso y ya estaba así
de preparado? Maldita sea. Había pasado mucho tiempo.
Una oleada de poder femenino la recorrió, como si se hubiera bebido
toda la botella de vodka barato. No estaba bien, no era seguro, no era
ella.
Pero con su cínica armadura perdida, todo lo que tenía era esta
imprudente lujuria para salir adelante.
Al deslizar los labios por el lateral de su cuello, que estaba tenso,
ahuecó la palma de la mano para acariciar su erección, midiéndola a
través de la tela. Oh, sí, él la había provocado con sus misteriosas
maneras; ahora le tocaba a ella torturarlo con un placer inequívocamente
explícito. La maldición que pronunció la hizo exhalar una suave
carcajada contra el pulso de su garganta.
—Otra vez —gruñó.
Le dio otro toque.
Sus caderas se levantaron hacia la mano de ella, pero dijo:
—No. Eso no. Ríete. No he escuchado risas en... demasiado tiempo.
Volvió a resoplar, no tanto por diversión como por incredulidad.
Qué hombre tan extraño era. Pero no pudo evitar la punzada en el
pecho ante su melancólica petición. Sabía lo que era olvidar cómo reír.
El alcohol y la soledad eran una combinación terrible y potente. ¿Y la
idea de que él pudiera entenderla de alguna manera? Hacía que su
cabeza diera vueltas como una droga caída en el fondo de su cóctel de
miseria navideña.
—Tal vez ambos podríamos ser felices —murmuró—. Sólo por esta
noche.
Con otro de esos movimientos impresionantes, casi imposibles, la
levantó y la puso a horcajadas sobre su regazo. Su falda escocesa se
levantó y sus rodillas se apretaron contra el asiento aterciopelado a
ambos lados de sus estrechas caderas, mientras la mesa de lotería
sostenía su trasero.
—Hugo —jadeó ella, apoyándose en sus anchos hombros—. Aquí no.
Sus fuertes manos se flexionaron sobre los muslos de ella, desnudos
por las medias por encima de la rodilla. Pero no miró la piel que había
expuesto. En cambio, la miró fijamente a los ojos.
—Este es el único momento que tenemos —dijo—. ¿Crees que alguien
está mirando? ¿Crees que a alguien le importa? Que el resto del mundo
se vaya al diablo.
Era un casino; por supuesto que alguien estaba vigilando. Cámaras de
seguridad, como mínimo. Pero su temerario nihilismo se estrelló contra
su deseo de que alguien se preocupara.
O quizás ese alguien fuera él.
Se inclinó hacia delante para presionar sus labios en la coronilla de su
oscura cabeza. Su pelo era otra cortina más íntima entre ellos y el
mundo. Cerró los ojos cuando las manos de él subieron por sus caderas,
dentro de la blusa. Su tacto era tan caliente que casi resultaba frío, y ella
se estremeció ante la confusión de sus sentidos.
Los botones de su blusa se abrieron, uno a uno, desde el interior.
Tal vez era un mago después de todo. Y menos mal que llevaba
puestas sus bragas poderosas; había planeado enfrentarse a un hombre
importante cuando se vistió esta mañana, aunque no de esta manera.
Retorció su collar de corazón para que el amuleto colgara detrás de
ella, olvidado por el momento, mientras él besaba la parte interior de su
pecho izquierdo.
Su aliento se estremeció sobre su piel mientras susurraba algo en
francés. Sonaba como otra maldición.
O tal vez una oración.
La mano de él elevó el montículo y su pezón rozó el encaje, enviando
una sacudida a través de sus terminaciones nerviosas hasta su vagina.
Gimió y apretó los hombros de él para mantenerse firme.
Pero cuando el calor húmedo de su boca se cerró sobre su carne
dolorida, lamiéndola a través del sedoso encaje, la firmeza salió por la
ventana inexistente del casino. Se retorció sobre la mesa y sus uñas se
hundieron en su camisa.
Con el pulgar, arrastró hacia abajo el borde de su sujetador, liberando
su pezón distendido. Emitió un sonido en el fondo de su garganta, un
gruñido que la estremeció.
—Tan exuberante —murmuró—, tan encantador.
Arrastró la parte plana de su lengua en un círculo perezoso sobre la
sensible punta y terminó con un movimiento que la hizo tambalearse
sobre su trasero con un gemido.
Debió de entenderlo como una exigencia sin palabras, porque su otra
mano exploró lentamente el interior de su muslo, masajeando el cierre
instintivo de sus músculos hasta que se abrió más para él. Recorrió la
parte superior de la braguita de encaje por encima de su montículo,
luego bajó por un lado del triángulo de tela hasta la necesitada humedad
que se filtraba, y luego subió por el otro lado, terminando donde había
empezado en la parte superior del triángulo.
Levantó la cabeza para mirarle.
—¿Qué estás esperando?
—Tal vez estoy perdido de nuevo. —Sus ojos de obsidiana estaban
medio cerrados.
¿Ahora el hombre quería direcciones?
Pero cuando él levantó la mirada hacia ella, ella vio incertidumbre en
sus profundidades. Se alzaba sobre él en el asiento de respaldo alto, con
las medias deslizándose hasta las pantorrillas mientras se deslizaba por
el terciopelo.
Le enmarcó la cara entre las manos y le besó con fuerza, sin importarle
que sus dientes volvieran a chocar. El sabor de la sangre era más fuerte
esta vez, y debería haber sido malo, repugnante. Pero, en cambio, fue un
brutal recordatorio de que la vida era ahora y fugaz, como la luz del día.
—Estás aquí —dijo ella en voz baja—. Conmigo.
Lentamente, se acercó al espacio entre sus cuerpos. Las yemas de sus
dedos jugaron sobre el centro lloroso de su cuerpo, trazando sus formas
a través del fino encaje.
Avery se rió suavemente.
—Bueno, ya casi estás ahí.
Capítulo 4
Fue la risa lo que lo hizo.
Sabía que la mezcla de sangre era la culpable de su excitación en
espiral. Su largo ayuno había debilitado su control, y cuando Avery se
había cortado con su incisivo... Con un gemido, pasó un dedo por la
delicadeza oscura como el vino que escondía su carne de mujer. Contra
el encaje, su piel era cremosa y se sonrojaba con su antojo.
La humedad de ella cubría su piel, otra fuente —casi tan potente como
la sangre— para saciar su hambre abrumadora. El placer de ella
golpeaba contra él con alas de seda, delicadas y exigentes a la vez.
Alimentarse de los faes nunca había sido así. Mucho antes de caer en
la corte eterna, los faes habían reprimido sus pasiones. Temían el caos
de las emociones poderosas. Quizás con razón, ya que su desenfreno les
había llevado a la derrota durante sus llamadas Guerras de Hierro
contra los humanos que se extendían por la tierra.
Pero significaba que su sangre lo dejaba más hambriento que si sólo
se hubiera muerto de hambre.
Sin embargo, podría haber resistido la tentación que tenía ante sí, si
no fuera por esa risa, el suave aliento que era la alegría de la vida misma.
Avery Hill era un festín al que no podía resistirse.
Lamió el débil brillo de lujuria de su pezón hinchado y ella maulló.
Ella se agachó, abriendo su entrada sobre la mano de él. Él deslizó otro
dedo dentro de ella mientras su pulgar acariciaba el pequeño punto
oculto de su deseo. Otro jadeo, tan tentador como su risa. En esos
sonidos roncos, sintió que se animaba.
—Di mi nombre otra vez —ordenó—. La forma en que lo dices, corta,
como si no quisieras perder el tiempo que tenemos.
—Hugo —gimió ella—. Oh Dios, Hugh, no pares.
—Nunca.
Aunque Avery no tenía ni idea de cuánto tiempo era realmente.
Sus músculos internos se aferraron a los dedos de él, deseándolo. El
sentimiento era mutuo. Estaba inundado del aroma de ella, rico y cálido,
con un toque de viento del desierto todavía atrapado en su pelo. Echó la
cabeza hacia atrás y él la miró fijamente mientras las luces jugaban sobre
su piel febril.
Tan hermosa. Un aullido posesivo amenazó en el fondo de su
garganta, y él agachó la cabeza contra el pecho izquierdo para
reprimirlo. Ella lo apretó más con un gemido agudo mientras su vagina
se estrechaba contra él, haciendo palpitar su placer.
Con la mano que tenía libre, le bajó el borde del sujetador,
empujándolo bajo el peso de sus pechos, de modo que la carne blanca
con su pezón rojo hinchado quedaba completamente al descubierto.
Avery rechinaba, jadeaba, cabalgaba contra su mano con tanta fuerza
que a él le dolía el miembro por simpatía. Y por anhelo.
Emitió un sonido agudo y apretó los muslos alrededor de sus dedos.
En lo más profundo de ella, sintió que sus músculos se agarrotaban.
Y le mordió el pecho.
No profundo. Sus colmillos sólo perforaron la frágil y regordeta carne
sobre su pezón.
Su mano estaba preparada para atrapar su grito. El calor húmedo le
abrasaba la palma de la mano al mismo tiempo que sus dedos inferiores
se empapaban de su orgasmo.
Justo cuando su boca se inundó con el vívido aroma y sabor de su
sangre.
Aunque sus dientes la habían perforado, era ella quien lo llenaba, de
adentro hacia afuera. Su miembro se sacudió tan fuerte que temió
correrse en sus vaqueros. Pero los trapos sucios eran un pequeño precio
a pagar por tan lujosas delicias. Todo su ser estaba inundado por ella, su
mente se arremolinaba con sus réplicas.
Respiraron en sincronía durante una eternidad. O quizá no tanto. Tal
vez ese único latido llenó el espacio entre el nunca y el para siempre.
Quería cerrar los ojos y hundirse en esa oscuridad perfecta y no
levantarse jamás.
Pero él ya sentía que la tensión volvía a su cuerpo. Mantuvo la mano
sobre su boca, tensando su cuello hacia atrás un momento más, mientras
le pasaba la lengua por el pecho, lamiendo la evidencia de su mordisco.
Se agitó contra él, y él sintió el retroceso de su placer
sobreestimulado... y su deseo igualmente fuerte de escapar de su
contacto.
El repentino cambio en sus emociones le produjo un escalofrío. Y esta
vez sí cerró los ojos, aunque sólo brevemente, ante el dolor. no sabía
todavía lo que era, pero instintivamente sabía que le había robado algo.
Incluso mientras intentaba darle una satisfacción a cambio de su
supervivencia.
Un momento. ¿Cuándo había olvidado que la existencia continua no
era la razón por la que estaba aquí?
Ella le había hecho olvidar.
Suavemente, retiró los dedos del cuerpo de ella, retiró sus dedos del
cuerpo, mientras que con la otra palma de la mano recorría la columna
arqueada de su garganta. Se estremeció y él sintió un espasmo en el
cuello mientras tragaba con fuerza. Le dio un último y suave beso por
encima del pezón izquierdo, donde los diminutos pinchazos de sus
dientes eran casi invisibles, y luego le colocó el sujetador de encaje en su
sitio y le abrochó la blusa con manos que sólo temblaban un poco.
Seguía sentada, tensa, encima de él, con la cabeza inclinada hacia un
lado para que el pelo le cayera sobre la cara. Pero él percibió la inquietud
en su mirada oculta de reojo.
De debajo de su copa, sacó la servilleta, húmeda por la condensación,
y la pasó por los apretados rizos de su vello púbico antes de dejar que
sus bragas cayeran en su sitio.
Con un grito ahogado, ella cerró las piernas, atrapando su mano.
—No te necesito...
Cortando el pensamiento no te necesito la agarró por las caderas y la
levantó de la mesa, haciéndola girar en su agarre y depositando su
trasero en el asiento junto a él, pero dejando las rodillas de ella sobre su
regazo y las botas sobre el asiento al otro lado de él.
Menos mal que tenía las rodillas dobladas, ya que el miembro de él
sobresalía con la suficiente fuerza como para que le doliera si se sentaba
en su regazo.
Le subió las medias por encima de las rodillas, con un tacto ligero y
hábil y tratando de ignorar el aroma cálido y almizclado que salía de
debajo de la falda. Su incertidumbre y sus dudas eran más difíciles de
ignorar. La mezcla seguía arremolinándose entre ellos, uniéndolos a un
nivel más profundo que la intimidad.
Se desvanecería, y pronto, ya que no había bebido profundamente.
Aunque sospechaba que el recuerdo de su risa ronca le dejaría una
cicatriz.
Ella lo miró, con el labio inferior atrapado entre los dientes de una
manera que puso a prueba su contención.
Se bebió el último trago y lo dejó con un brusco tintineo sobre la mesa
de cristal. La servilleta, húmeda con los jugos de ella, estaba enrollada
en su bolsillo.
Después de un momento, dejó escapar un corto aliento, una versión
atrofiada de la risa que había sido su perdición.
—No puedo creer...
Tal vez la lista era demasiado larga para hablar en voz alta, o tal vez
realmente lo creía, pero cuando ella no continuó, él le dio una sonrisa
torcida. Él sabía que esta vez había un destello de colmillo.
—Oye, nena. Lo que pasa en Las Vegas...
Su mirada se fijó en la boca de él y luego subió para encontrar su
mirada.
—No hagas eso.
—¿Qué? —Ladeó la cabeza.
—Pretender que eres uno de esos tipos.
No se había dado cuenta de que fingir era una opción. Pero tal vez ella
tenía razón; ¿quién habría pensado que un monstruo como él podría
seguir temiendo el rechazo?
—Dame la mano.
Lo miraba fijamente. Sus rodillas, apretadas sobre su regazo,
temblaban imperceptiblemente, como si quisiera correr.
—¿Por qué?
—¿Quieres saber qué clase de hombre soy?
Oh, no podía resistirse a un desafío. Su curiosidad sería su perdición,
como lo había sido la de él.
Lentamente, desplegó su mano hacia él, con los dedos abiertos.
—Pensé que tal vez eras un mago de la calle. ¿Eres un adivino?
Le agarró la muñeca con una manilla suelta.
—No. Soy un vampiro.
Capítulo 5
Avery dio un tirón hacia atrás.
Pero no llegó muy lejos. En el momento en que sus músculos se
tensaron, él la bloqueó. Todo el peso de ella hacia atrás no movió sus
anchos hombros ni un milímetro.
Así que no era uno de esos tipos de “Hola, nena”. Era uno de esos
tipos locos. Tal como ella sospechaba. Maldición, maldición, maldición.
¿Sabía cómo elegirlos, o qué? Y él había tenido esos dedos inflexibles
dentro de ella.
Maldita sea.
—Suéltame —dijo con los dientes apretados—. Esto se acabó.
—Creo que te sorprendería saber cuántas cosas continúan mucho
tiempo después de que crees que han terminado.
Lo miró fijamente.
—¿Qué? ¿Cómo los vampiros?
—El verdadero nombre de mi especie es ravpyrii —dijo. Luego lo
deletreó para ella—. Es la aproximación más cercana en cualquier
lengua humana. Lo necesitarás para tu historia.
Sabía que debía gritar. Sí, su falda escocesa seguía levantada y la
cabina cerrada olía a sexo, pero esas humillaciones no eran nada.
Nada en absoluto comparado con el vasto vacío de locura que percibía
a su alrededor.
Pero no gritó. Nunca había sido su forma gritar. Incluso cuando debía
hacerlo.
—¿Por eso me has estado acosando? ¿Para escribir una historia para
Conspiracy Quarterly sobre que eres un vampiro?
—Ravpyrii —corrigió—. Significa “el que no se quema”. No morimos.
Perduramos a través de los tiempos, eternamente renovados por las
fuerzas vitales de los demás. La energía de sus emociones, tus
emociones, es un fuego que nos alimenta. Soy un ravpyr.
Durante un segundo, se quedó mirándole, intentando ver más allá de
sus mentiras. Pero sus ojos negros nunca se apartaron de los de ella. El
único tipo que podría haber creído por lo que ella había pasado, y
pensaba que era un vampiro. Lo siento. Ravpyr.
Ella ahogó una risa burlona.
El aliento hizo que el encaje de su sujetador se moviera sobre su piel,
y su pecho izquierdo se retorció. No era dolor, sino un susurro de placer.
Un borde afilado.
Apretó su mano libre sobre el dolor fantasma.
—Me has mordido —acusó.
Él enarcó una ceja negra.
—Sí. Necesitaba mostrarte.
—¡No puedes ir por ahí mordiendo a la gente!
Aquellas cejas aladas cayeron en un surco profundo.
—Yo no “voy por ahí”. Te elegí a ti. Eres la primera en... mucho
tiempo.
Su cerebro daba vueltas, sin ir a ninguna parte, como si él tuviera un
control tan fuerte sobre su mente como sobre su cuerpo.
—Muéstrame tus dientes.
—Ah, buena toma.
Ella lo miró fijamente.
—Si eres un antiguo vampiro, ¿qué sabes de buenas tomas?
—He estado viendo pago por evento en mi suite. —Se encogió de
hombros—. No puedo seguirte cada hora del día.
—Porque la luz del sol te convertirá en cenizas.
—El que no se quema, ¿recuerdas? —Sacudió la cabeza—.
Concedemos a los humanos el consuelo de la luz del día, pero eso no los
salvará. Si los ravpyrii son criaturas de la noche, es sólo porque arden
más en la oscuridad. —Por primera vez, su mirada se apartó de la de
ella, mirando más allá, sin ver—. Y quizás porque preferimos no ver tan
claramente todo lo que hemos perdido.
La nota sombría en su voz la hizo ponerse rígida.
—Dices humano como si no lo fueras.
Eso le devolvió la atención a ella, pero la expresión sombría se
mantuvo.
—No lo soy. Ya no. —Se llevó la mano de ella a los labios—. Tú lo has
pedido, así que déjame enseñarte.
—Espera. —Ella se apartó, pero los músculos duros como el hierro de
él ni siquiera se movieron, conteniéndola con facilidad—. No importa.
Te creo. Sólo... déjame ir.
Su aliento se posó sobre su pulso acelerado.
—¿Creerás por miedo en lugar de descubrir la verdad por ti misma?
¿Qué clase de periodista eres?
—De las que escriben historias inventadas. —Su corazón latía tan
fuerte que pensó que podría desmayarse. Pero no estaba segura de sí era
miedo... o anticipación.
—Anticipación —murmuró.
Se atragantó.
—¿Estás leyendo mi mente?
—No, estoy leyendo tu sangre. La energía fluye por tu cuerpo, por tu
sudor, tus lágrimas, tus fluidos. La mezcla que tomé de ti antes sigue en
mí, y te conozco. Al menos hasta que se desvanezca.
—Entonces deja que se desvanezca. Porque esto... no. No.
Él esperó, posado sobre su muñeca, mirándola fijamente a través de
un mechón de pelo negro que había caído sobre sus ojos de obsidiana.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Qué me desvanezca?
Abrió la boca para decir exactamente eso. Pero no salió nada.
Así que inclinó su boca sobre su muñeca. Y mordió.
Respiró con sorpresa. No por el dolor —no era mucho peor que un
corte de papel o una inyección hipodérmica, y ya había tenido muchos
a lo largo de los años— sino por el florecimiento de las sensaciones en
su interior. La traviesa emoción que había sentido antes, el miedo
instintivo cuando se dio cuenta de que no podía escapar de él, el
creciente asombro de que él pudiera ser lo que decía ser... Todo se
mezclaba como un exótico cóctel que fluye hacia la boca de alguien.
Su boca.
Se concentró en la boca de él sobre su muñeca. Sus labios finos y
torneados estaban sujetos como si le estuviera haciendo un chupetón,
pero sintió el tirón hasta su vagina. Su pecho, donde él la había mordido
antes, le dolía por ser tocado, y ella apretó su mano sobre la palpitación.
El pezón se asomaba a través del sujetador y la blusa, clavándose en el
centro de la palma de la mano.
Avery dejó escapar un suave gemido y, tras un último y persistente
golpe de lengua, él levantó la cabeza. Dos pequeños pinchazos
salpicaban la oscura y elevada vena de su muñeca.
—Piensa en un número —dijo—. Cualquier número.
—¿Qué? —Su mente seguía dando vueltas.
—Sesenta y nueve.
Ella jadeó.
—Pervertido.
—Tú lo has pensado.
Lo había hecho, aunque no exactamente en el sentido matemático.
—Suerte. ¿En qué número estoy pensando ahora?
—Veintiuno.
Esto no era posible. ¿Cómo podía creerle? Su mente giraba más rápido
que cualquier ruleta. Intentó disimular su incertidumbre con una
sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, Dios mío. Podríamos hacer trampa en las cartas.
Él se rió.
Sonaba oxidado, como si hubiera olvidado cómo hacerlo, pero ella
estaba demasiado concentrada en su boca como para prestarle toda su
atención. Sus blancos dientes brillaban bajo las luces de neón que se
colaban a través de las cuentas de la cortina.
No, no sólo dientes. Colmillos. Las dos puntas estaban tocadas con
sangre. Su sangre.
Los incisivos no eran obscenamente largos, apenas llegaban por
debajo del nivel de sus otros dientes. Y en cierto ángulo, casi parecían
normales, sólo necesitaban el retenedor que ella había imaginado antes.
La extrañeza sería bastante fácil de descartar si no le hubiera dicho...
Su sonrisa se aplanó, ocultando sus dientes.
—Ahora estás pensando en cuatro, veintiuno A. Que es el código aquí
para la enfermedad mental. Pero no estás pensando que estoy loco.
Tienes miedo de estarlo.
Cerró los dedos en un puño, y la piel sensible del interior de su
muñeca se retorció.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando.
Su mirada oscura se suavizó, y su agarre en la muñeca de ella se
desplazó para sostener su mano en su lugar.
—Era... tu madre. Te llevó a lugares, te mostró cosas que aún no
puedes entender. Eso fue hace mucho tiempo, creo, pero tu mente aún
da vueltas con todo eso.
Avery se estremeció.
—No has leído eso de mí en ningún sitio...
—No tuve que hacerlo. Está en ti, justo debajo de la superficie. —Le
pasó el pulgar por el dorso de la mano, donde se veían trazos de venas
azules bajo la piel—. Como tinta invisible. Pero lo compartiste conmigo.
Ella observó el hipnotizante círculo de su pulgar.
—Mi madre me llevó a algunas aventuras salvajes cuando era
pequeña. Pero cuando la encerraron por esquizofrenia, crecí sobre todo
con mis abuelos. La querían, por supuesto, como me querían a mí, pero
me explicaron lo enferma que estaba. Ahora no puedo estar segura... —
De lo que no estaba segura era de por qué, en nombre de Dios, le estaba
contando toda esa historia antigua.
—Ahora no sabes qué creer sobre lo que realmente pasó cuando eras
una niña. O lo que está pasando ahora.
Deseó tener la fuerza necesaria para sacar su mano de la de él. No la
fuerza física, ya que sabía que no podía igualarle en eso, sino la fuerza
emocional. ¿Se la había quitado con su mordisco? Ya no quería huir de
él; quería acurrucarse contra su pecho.
—No ayuda que casi todo lo que escribo sea mentira.
Inclinó la cabeza.
—Te gustan los fenómenos y los raros, las teorías conspiratorias. Te
gusta el olor del incienso del templo y beber tés inidentificables. Escribes
con tu nombre real, pero te gustaría tener un nombre secreto...
—Para. —Fue demasiado. Ella se apartó de él—. Deja de leerme.
—Sigues estas historias porque cada mentira que desvelas te acerca
un paso más a la verdad. Bueno, aquí estoy.
Su agarre era implacable, pero no era tanto que la estuviera sujetando
como que le estaba dando una oportunidad. Una oportunidad de saber
finalmente...
—Sigue dudando de ti misma si debes hacerlo —dijo—. Pero eso no
cambia el hecho de que soy real. Y quiero que dejes que el mundo sepa
que soy real.
No podía dudar más, no con su mirada directa y sus colmillos, por no
hablar de su sangre en esos colmillos, y la forma en que él sabía más de
ella de lo que jamás había contado a nadie.
—¿Por qué quieres que te exponga? —No sería más fácil para él que
para su pobre madre.
—Porque se avecinan más rarezas —dijo—. Y si esas rarezas se van a
descubrir, prefieren que sea una experiencia placentera para todos los
implicados.
—¿Vienen más? Correcto. Dijiste que había otros ravpyrii. —Ella
tropezó un poco con la extraña palabra—. ¿Qué idioma es ese, de todos
modos? ¿Francés, como tu nombre?
Sacudió la cabeza.
—Ningún idioma que tú o cualquier humano conozca. Sin embargo,
no importa, ya que los ravpyrii son tan raros que probablemente nunca
te encuentres con otro. Por lo que sé, soy el único ravpyr aquí en el reino
iluminado por el sol. Los otros que existen en secreto entre ustedes son
los werelings, cambiaformas que viven entre dos verdades: sus cuerpos
humanos y sus almas animales. El tercer reino es el Phaedrealii, la corte
de los faes. En tiempos pasados, se les llamaba la Gente Brillante.
—¿Hadas? —Ella empujó los dedos de su mano libre, la mano que no
seguía aferrada a la de él, como si él no fuera el causante de toda su
consternación, en su pelo, frotándose la sien—. Ni siquiera puedo...
Sí. Sí, ella podía. Pero si este tipo era real, ¿habían sido reales también
todas las alucinaciones de su madre? Dejó escapar un suspiro
tembloroso.
— Bien, ¿qué reino es el tuyo?
Él dudó.
—Es una larga historia. Yo era humano, como tú, pero fui maldecido
con una perversión retorcida de la magia fae. Ahora no pertenezco a
ninguna parte.
Avery no pudo contener un suspiro.
—Magia. Maldiciones. ¿Por qué no?
—Podría ser un artículo de dos páginas —dijo solemnemente.
Ella lo miró fijamente con los ojos entornados. Él le devolvió la mirada
con una leve sonrisa en los labios. La expresión atenuó las severas líneas
de su rostro, y sus ojos de obsidiana parecían menos un abismo
aterrador y más el cielo nocturno estrellado del desierto.
Era guapo. Ella ya lo sabía. Y sexy. Sí, definitivamente eso. Y tenía
oscuros secretos —vaya si los tenía—, lo que siempre le había resultado
irracionalmente fascinante. Pero también había una profunda empatía
en él, como si supiera demasiado y, sin embargo, hubiera seguido
adelante.
Tal vez eso vino de ser inmortal.
—Dios mío —murmuró—. ¿Por qué han elegido a un vampiro como
abanderado?
Se encogió de hombros.
—Los humanos aman a los vampiros.
—¡En la televisión!
—Exactamente. Se creen todo lo que ven en la televisión.
—No van a creer esto. —Hizo una pausa, pensando—. Pero por eso
me eligieron, ¿no? Como escribo cosas que la gente no tiene que creer, si
las cosas van mal, puedes tirarme debajo del autobús de la locura.
La diversión persistente abandonó su rostro.
—No vendrán a por ti con horcas y antorchas encendidas. No en este
tiempo y lugar. —Sus dedos se apretaron alrededor de los de ella casi
con dolor—. Nunca permitiría que nadie te hiciera daño.
Tragó saliva ante el tono de timbre de su voz. No estaba mintiendo
sobre esto más de lo que había mentido sobre ser un vampiro. Ravpyr,
lo que sea.
Pero no podía permitirse caer ciegamente bajo su hechizo. ¿Acaso los
ravpyrii tenían hechizos como las hadas —fae, lo que sea—
aparentemente?
—Puede que no me maten, pero podrían encerrarme en la celda que
dejó mamá.
—Entonces te sacaré. Puede que todos no crean al principio, pero la
semilla será plantada. Qué es lo único que importa.
—¿Por qué? ¿Por qué te importa que creamos en ti? No eres
Campanita que se muere si no aplaudimos. —Hizo una pausa—. ¿O lo
eres?
Sus pestañas oscuras cayeron hasta la mitad de sus ojos.
—Los lugares donde antes nos escondíamos están desapareciendo. Es
inevitable en el mundo actual que algún humano tropiece con nosotros.
Y he visto lo que ocurre cuando la gente se enfrenta a sus miedos más
profundos. Por el bien de todos, debemos influir en el desarrollo de la
historia.
Intentó mantener un tono ligero.
—Un vampiro portavoz.
Le soltó la mano.
—Yo no era un portavoz. Fui un soldado. Y prefiero no ver el regreso
de los faes a la guerra de nuevo en el reino iluminado por el sol.
—Vienes en paz. Eso es lo que dicen todos. —Sus dedos se sentían
extrañamente fríos sin su toque persistente. ¿Pueden los dedos sentirse
solos? Puaj, eso sonaba patético en su propia cabeza—. Entonces, ¿qué
quieres de mí?
—Conspiracy Quarterly se dirige a medio millón de personas que
están... especialmente dispuestas a escuchar nuestro mensaje.
Empezando por ellos y con tu ayuda, los faes y los werelings abrirán los
ojos de los humanos a su existencia. A cambio, te conseguiré la
entrevista con Barrows que tanto deseas.
La repentina desconfianza en su tono hizo que se le erizaran los pelos.
—¿Qué hay para ti?
—Tengo una promesa del rey de los faes para deshacer mi maldición.
Ella asintió dubitativa.
—Entonces, todos ganan.
Con delicadeza, le quitó las piernas que aún estaban colgadas sobre
su regazo. Ella se apresuró a volver a poner las botas en el suelo, donde
debían estar, y no extendidas sobre él como una drogadicta que quiere
una dosis más.
Definitivamente no es eso.
A pesar del brusco desalojo, le tendió la mano.
—¿Vamos?
Como si no acabara de reprenderse a sí misma, puso su mano en la de
él y se acercó, empujando su falda hacia abajo.
—¿Vamos a dónde?
—A mirar lo que hay al otro lado. —Le dedicó una fina sonrisa con un
destello de colmillo.
Hombre, después de lo que ya había visto, ¿qué otras sorpresas podría
deparar el resto de la noche?
Capítulo 6
Las piernas le temblaban, su miembro seguía duro como el hierro, y
las emociones de Avery seguían palpitando en él como las réplicas del
orgasmo que no había tenido.
Al menos no tendría que lavar la ropa.
Ese pensamiento no reconfortó a Hugo tanto como esperaba. Mientras
guiaba a Avery hacia el interior de la caprichosa madriguera que era el
casino ComeTrue, sus pensamientos tomaron un giro decididamente
más oscuro.
Raze y Yelena le habían pedido que investigara a Barrows como otro
canal para transmitir su mensaje. Ahora deseaba haberse centrado en el
magnate solitario y haber dejado al margen a la animosa pero sensible
reportera.
Estaba abrumada por los cambios en su visión del mundo,
desequilibrada ante la posibilidad de que los años con su madre no
hubieran sido una locura después de todo.
Peor aún, sospechaba que aún flotaba en la euforia emocional de su
mordida.
La magia retorcida que maldecía a los ravpyriis les robaba la fuerza
vital y los condenaba a una eternidad chupando de otros para
sobrevivir. El agujero negro donde solían estar sus pasiones provocaba
una respuesta en sus presas, como una reacción alérgica, con sus
emociones buscando llenar el vacío que percibían en él. Cualquier
sentimiento que indujera —miedo, dolor, furia, éxtasis— se vertía en él.
Cuanto más fuerte, mejor.
Había provocado la fascinación de Avery por él, y ahora repercutía en
ella. Con el tiempo, disminuiría. Él esperaba.
Encontrarían a Barrows para darle un incentivo, y luego Avery podría
dormir las diversas sorpresas que había soportado. Por la mañana, él le
daría el resto de lo que necesitaba para terminar su artículo.
Tal vez, mañana por la noche, reclamaría su recompensa y Raze, el
Rey Destructor, levantaría por fin su maldición. Que pudiera poner fin
a su condenada existencia en Nochebuena parecía el mejor regalo que
podía esperar.
Salieron a un cruce abovedado, parecido a un mercado en el centro de
una plaza. Las tiendas y los restaurantes se alineaban en el vestíbulo y
bullían de actividad; comprar un pañuelo o un bollo de canela era, al
menos, algo seguro. Un cielo en trampantojo estaba pintado a lo largo
del techo abovedado, capturando escenas desde una mañana de
primavera hasta una noche de invierno, ya que el vestíbulo se extendía
hasta casi perderse de vista.
Hugo se detuvo, frunciendo el ceño en la distancia.
—No me había dado cuenta antes —murmuró—. Es imposible que el
pasillo sea tan largo.
Ella siguió su mirada.
—Pero lo es, claramente.
—Nada está claro.
—Mi lema para esta noche es creerlo todo —ella dijo—. ¿Qué te
molesta?
—Aquí hay más magia de la que incluso yo estaba dispuesto a tragar.
Se pellizcó el puente de la nariz.
—De acuerdo. Sólo... haré que mi editor reserve tres páginas para el
artículo.
La miró con leve alarma.
—Te lo estás tomando muy bien.
Ella le miró por encima de los nudillos, arrugando los ojos.
—¿Y mi otra opción es...?
¿Qué había visto con su madre? ¿La había predispuesto a creer?
¿O se estaban formando líneas de presión invisibles que se agrietarían
si se tocaban de la manera equivocada? Tendría que tener cuidado hasta
estar seguro.
Dio otro paso pero ella le agarró del brazo.
—Tengo que ir al baño de mujeres. Espera aquí.
Antes de que él pudiera responder, ella se alejó. Al parecer, la magia
no podía hacer mucho.
Impaciente, se paseó cerca de un grupo de otros hombres
abandonados. Justo cuando se le ocurrió, tardíamente, que podría haber
huido, regresó, oliendo a jabón, agua, lápiz de labios y, más débilmente,
a lágrimas.
Miró fijamente a sus ojos enrojecidos.
—Avery...
Ella levantó una mano para detenerlo; las heridas punzantes eran
apenas más que recuerdos en su suave piel.
—Estoy lista. Vamos.
Se resistió.
—Algo pasó...
—Mierda, sí —siseó—. Han pasado muchas cosas. Y estoy lidiando
con eso. Ahora vámonos.
Tal vez debería haber previsto que habría una tercera opción: ella
podría creer, derrumbarse, y aun así volver triunfal.
La admiración surgió en él. Había conocido a mujeres fuertes en su
pasado, aunque sus oportunidades de expresarse habían sido más
restringidas que las de Avery. A veces fatalmente. Pero, al igual que
ellas, se enfrentaba a las pruebas que se le presentaban sin inmutarse.
Por muy orgulloso que estuviera de ella, una serpiente de vergüenza
se deslizó por él al pensar que, a la primera oportunidad, volvería
corriendo al adormecido olvido de los Phaedrealii. Por lo visto, no tenía
el mismo valor que las mujeres a las que tenía en tanta estima.
Detrás de un falso árbol, entre una joyería y un bar de whisky, le
mostró una entrada de servicio. Dejó que sus dedos pasaran por el
teclado de seguridad y luego tecleó el código. La puerta se abrió con un
clic.
Ella se agachó bajo su brazo.
—Realmente eres bueno con los números... ¿O mordiste a alguien
para conseguir esa información?
La siguió hasta el pasillo blanco sin adornos.
—Te dije que eras la primera en mucho tiempo. —Cuando ella soltó
un suave bufido, él añadió—: El código cambia a diario, pero puedo
seguir el sudor de las teclas.
—Los ravpyriis están llenos de trucos. Supongo que también son
increíbles faroleando. —Con las manos en las caderas, giró un lento
círculo, estudiando el espacio, antes de terminar su lectura y enfrentarse
a él—. ¿Cuánto tiempo es “mucho tiempo”?
Se había lavado la cara, y unos mechones de pelo húmedo le caían por
ambas mejillas. El rojo se había oscurecido hasta convertirse en ébano,
lo que hacía que su piel pareciera más pálida que nunca. Se llevó la mano
a la cabeza para no sentir el impulso de llevar esos mechones detrás de
las orejas.
—¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntar—. Ya sabes, para la historia.
—Desde que probé la fuerza vital de un humano, casi setecientos
años.
—Sete... —Su garganta se movió al tragar—. Siete de la suerte,
supongo.
—En efecto. —Dio un paso más hacia ella, pero ella se apartó de él—.
Entonces, ¿a dónde vamos exactamente?
Su retirada le molestó, pero reprimió la punzada de decepción. Sólo
estaba aquí para conseguir que ella ayudara a los faes y a los werelings,
no para ayudarse a sí mismo. Y menos aún para ayudarse a sí mismo.
Le hizo un gesto para que continuara por el pasillo.
—El personal del casino ha estado trabajando sin descanso en el
desfile navideño. Barrows quiere lanzarlo con un espectáculo
inolvidable.
—No es una tarea fácil en Las Vegas —dijo Avery.
—Los preparativos se están llevando a cabo en el sótano y no se
revelarán hasta mañana por la noche. Si hacemos una pequeña escena,
sé que Barrows querrá tratar con nosotros personalmente.
Ella asintió con fuerza, como si algo hubiera encajado en su mente.
—Porque es uno de ustedes, ¿no? Entonces, ¿por qué no lo tienes en
tu marcación rápida? ¿Por qué tienes que venir a llamar a su puerta
trasera como un don nadie?
Hugo levantó las cejas, de nuevo impresionado. No era de extrañar
que Yelena hubiera sugerido a Avery como su punto de contacto a pesar
de sus extravagantes líneas secundarias. En lugares oscuros donde la
mayoría de los humanos temían asomarse, ella descorría los velos y
miraba con ambos ojos bien abiertos.
—Creemos que es un fae o quizás un wereling, sí. Pero un criminal,
por alguna razón perdida para la corte y las manadas.
—Aparentemente estar perdido le ha funcionado bastante bien. ¿Qué
te hace pensar que aceptará ser parte de tu salida del armario?
—Tiene más que perder, y que ganar, que la mayoría de nosotros.
Querrá opinar sobre cómo va esto.
—Pero que los humanos tengan voz y voto... no tanto.
—Eres humana. Y aquí estás.
Sus ojos verdes se abrieron de par en par, como si la realidad —o la
realidad de su realidad alterada— se hubiera hundido de nuevo.
—Oh, mierda. Lo soy, ¿no?
Se apartó para abrir otra puerta que no estaba cerrada.
—Los humanos primero.
—Ja. —Pasó por delante de él, con los tacones de las botas resonando
en el hueco de la escalera.
El descenso fue más largo que un tramo de escaleras; no había
apreciado lo profundo que era el casino, aunque se trataba de un trabajo
de excavación física, no de una ilusión de prestidigitación.
A mitad de camino, el sonido de las voces llegó hasta ellos.
Avery lo detuvo con una mano en el codo.
—Se me acaba de ocurrir que no has contestado si este era el tipo de
trato que podría hacer que nos dieran un rodillazo. Voy a enmendar esa
pregunta para preguntar si podríamos, no sé, convertirnos en ranas.
Frunció el ceño. La mezcla que le había sacado antes se estaba
evaporando, pero percibió los cuentos de hadas que se arremolinaban
en su cabeza, teñidos de asombro y miedo.
—¿Por qué ranas?
—Porque no se me ocurre nada menos adecuado para un desierto en
invierno.
Sin poder evitarlo, se inclinó para besarla. Comenzó como un rápido
impulso, pero se transformó en una larga y prolongada fusión y en un
inestable balanceo sobre el borde de los escalones. Ella levantó la mano
para apoyarse, no en la barandilla de la escalera, sino en él, y sus dedos
recorrieron su garganta hasta la curva de su mandíbula.
Cuando finalmente se retiró, la mano de ella lo siguió, su pulgar
descansando ligeramente en la curva de su labio inferior.
—¿Por qué fue eso?
—En caso de que te conviertas en una rana. —Se encogió de hombros.
—Oh. Bien entonces. —Inclinó la cabeza hacia un lado y miró hacia
otro lado.
Esta vez, cedió al impulso de alisarle el pelo. Los mechones se
enroscaron alrededor de sus dedos, casi pero no tan sedosos como su
coño.
—¿Adelante? —preguntó.
—Siempre.
No era necesariamente así, pero apreciaba su valentía.
En el sótano, encontraron un bullicio que rivalizaba con la multitud
de arriba. La mayoría iba vestida de negro sobre negro, así que Hugo
encajaba bastante bien. Un trío con cajas apiladas en los brazos miró de
pasada a Avery, pero no dijo nada.
Se colocaron en fila detrás del trío y continuaron por el estrecho
pasillo hasta que éste se abrió en una vasta cámara. Las columnas de
hormigón se alzaban entre las sombras de los conductos expuestos,
como si hubieran sido engullidas por el esqueleto de una ballena, pero
los tubos fluorescentes suspendidos iluminaban un alegre caos de
decoraciones navideñas. En el suelo había metros de banderines y luces,
que suponían un peligro de tropiezo para la docena de trabajadores que
montaban casitas en miniatura que se asemejaban a diversos dulces.
Otras dos docenas de personas adornaban un pequeño bosque de pinos
falsos. Toda una manada de ciervos con cuernos igualmente falsos,
encabezado por uno con la nariz roja, pasaba por delante de ellos sobre
rodillos, tirando de un gran trineo vacío.
—Así que los elfos de Santa viven en el desierto —dijo Avery—. Los
niños se sentirán muy decepcionados.
—¿Elfos? —Hugo estudió a los trabajadores más cercanos—. Estos no
son faes. Son humanos.
—Estaba bromeando.
Un ruido de estallido los sacudió, y alguien se rió mientras una nube
brillante de partículas blancas descendía sobre el bosque.
—¡He encontrado el soplador de nieve!
Alguien más estornudó.
Hugo frunció el ceño.
—¿Quién está al mando? Esa es la persona que queremos encontrar.
—¿Estás seguro de que es el momento adecuado? —Avery cambió de
un pie a otro—. Tal vez deberíamos esperar hasta que las cosas no estén
tan mal.
Levantó una ceja hacia ella.
—¿Tienes miedo?
Ella resopló.
—¿Yo, asustada? Hará falta más de lo que he visto hasta ahora. —Hizo
una pausa y añadió—: Sin ofender ni nada.
—Tal vez debería haberte mordido más fuerte.
Avery echó la cabeza hacia atrás para mirarle, con unos pocos copos
de purpurina blanca brillando en los mechones rojos de su pelo. Pero
fue el brillo de sus ojos lo que lo cautivó.
Definitivamente no estaba asustada.
Dio un paso hacia ella, con la mandíbula abierta para aspirar el aroma
de su excitación, pero ella se puso de puntillas y le señaló el camino.
—Mira, veo un trajeado con un portapapeles. Si quieres encontrar a
los responsables, sigue a los trajeados con portapapeles.
Agarrando un candado mal ajustado a su hambre, Hugo giró sobre su
talón para caer al lado de ella.
—¿Los trajeados y portapapeles tendrán respuestas para nosotros?
—Probablemente no. Pero delegarán para no tener que lidiar con
nosotros. —Levantó la mano—. ¿Disculpe, señora?
La mujer rubia, que estaba dirigiendo la limpieza de la inesperada
nevada, lanzó a Avery una mirada hostil.
—Si estás aquí por el casting de pintura corporal o por el ensayo de la
coral, ambos están en la sala de convenciones C, al final del pasillo.
Avery respondió negativamente, pero Hugo se distrajo
momentáneamente.
¿Pintura corporal? De forma imprevista, su imaginación le
proporcionó una posible explicación.
Con Avery como ejemplo explícito.
Puede que fuera un monstruo, pero si había algo que le hacía cantar
como un ángel...
Exhaló un gruñido subliminal, nada que Avery hubiera oído, pero la
otra mujer le miró.
Ambos se congelaron.
Ella también era ravpyrii.
Capítulo 7
Avery continuó:
—Esperábamos que pudiera... —Al darse cuenta de que nadie la
escuchaba, se detuvo.
La mirada de Hugo se fijó en la otra mujer, cuyos ojos grises estaban
muy abiertos por la sorpresa.
Avery frunció los labios, sintiéndose como una novia cuyo novio
acababa de tener un doble encuentro con una ex que pasaba por allí.
—Se conocen, ¿eh?
La mujer estaba tan concentrada en Hugo como él en ella.
—¿Quién es usted?
Demasiado para que se conozcan. Pero Avery ató cabos rápidamente.
Lo cual no fue difícil si se tenía en cuenta que la vehemencia de la
pregunta de la mujer dejó entrever sus dientes. No es algo en lo que
Avery se hubiera fijado normalmente, si no fuera porque había tenido
una de esas noches.
Hugo había dicho que era el único ravpyr del mundo. Bueno, el único
que conocía. Aparentemente estaba equivocado. Cielos, ¿era la última
humana que quedaba?
Tendría que acordarse de apagar las luces al salir.
Cambiando sobre la marcha, Avery anunció:
—Estamos aquí con una propuesta para el señor Barrows. Es, ah, algo
fuera de lo común, supongo que se podría decir.
Eso atrajo la atención de la otra mujer. Cruzó los brazos sobre su
chaqueta azul marino y su portapapeles empujó la pequeña etiqueta de
bronce con su nombre en la solapa.
—El Sr. Barrows... no está disponible para reuniones.
La reacción debería haber sido rutinaria, pero por la vacilación, Avery
supo que la mujer estaba nerviosa.
—¿Sólo con humanos? —Avery ladeó la cabeza con una sonrisa lo
suficientemente amplia como para mostrar sus dientes, que no eran
puntiagudos, mientras escudriñaba la etiqueta con el nombre—.
Dígame, señora Dyer, ¿qué le parecería una visita del rey de los faes?
Era un farol, por supuesto. Pero la respiración entrecortada de Hugo
le dio un agradable aire de asombro, como si ella acabara de tender una
alfombra real.
Estaba claro que Tira Dyer no tenía las cartas necesarias para ello. Sus
ojos grises se estrecharon hasta convertirse en rendijas.
—¿Y qué sabes tú de los faes?
Avery buscó en su bolso y sacó su teléfono.
—Avery Hill, reportera en misión para Conspiracy Quarterly. —Por
una vez, no se encogió al decirlo. Era la primera vez que significaba algo.
Mostró el logotipo semioficial de la página web.
—Y este es mi... colega, Hugo de Grava. —Esperaba que su propio
tropiezo no hubiera sido demasiado evidente. —Estamos seguros de que
el Sr. Barrows va a querer hacer un comentario sobre nuestra historia.
—¿Qué historia es esa?
—Que las probabilidades en ComeTrue son aún más extrañas de lo
que nosotros, pobres humanos, podríamos haber imaginado.
Con una mirada tardía a su alrededor, Dyer les indicó que se alejaran
de los demás trabajadores. Se pusieron al otro lado de los árboles de
Navidad a medio adornar.
—No sé... —Se pasó la punta de los dedos por los labios. Su mano
temblaba, pero el peso de su tacto era lo suficientemente fuerte como
para blanquear su labio sobre el incisivo—. No sé qué puedo decirte.
Hugo dio medio paso hacia ella.
—No tienes que decirnos nada —dijo, con un toque de encanto del
viejo mundo en su voz—. Sólo déjanos hablar con Barrows.
Avery quería abofetearlo por hacerse el buen policía con una mujer
bonita. Dyer, con su elegante blandura —por no hablar de su buen
trabajo remunerado—, era todo lo que Avery no era. Tal vez ser
físicamente atractiva era una causa o un efecto de la fisiología ravpyrii.
Podría ser un buen comentario para su artículo. Suponiendo que
pudiera superar esa sensación de celos lo suficiente como para escribirlo.
No tenía derecho a estar celosa, se dijo con firmeza. Hugo no era suyo.
Ni siquiera eran de la misma especie.
Dyer dejó caer la mano a su lado y tomó aire para tranquilizarse.
—Lo siento, pero el señor Barrows me puso a cargo de las operaciones
diarias aquí, y no voy a traicionar su confianza hablando con los
periodistas.
Hugo la estudió.
—¿Y hablarías con otro ravpyrii?
Bajó tanto la voz que Avery tuvo que inclinarse, aunque no había
nadie lo suficientemente cerca como para escuchar.
—Deon hizo este lugar para los ravpyriis para que no tengamos que...
no tengamos que hacer las cosas que solíamos hacer para sobrevivir. Los
sentimientos... todo lo que necesitamos, está aquí, todo el tiempo, sin
forzar a nadie, sin que nadie lo sepa.
¿Sentir? ¿Era un eufemismo para alimentarse?
—Alguien lo sabrá, algún día —dijo Hugo—. Con el tiempo, los
humanos descubrirán que no están solos.
Dyer lanzó su rubia cabeza con displicencia.
—Si el dragón del fondo del Lago Ness puede mantener vivo el
misterio, nosotros también.
Avery se enderezó de golpe.
—¿Qué? Dra...
—Los humanos ni siquiera han sido capaces de localizar el portal de
anillo de algas frente a las Bermudas. —El labio de Dyer se levantó en
una mueca que mostraba su afilado colmillo—. Siguen pensando que es
un triángulo, ¿y crees que van a creer que los vampiros viven en Las
Vegas? El CG y el Photoshop nos salvan el culo siempre.
—No pueden ignorar los dientes en la yugular —dijo Hugo.
Dyer se encogió de hombros.
—Hay cosas más raras por aquí.
Avery prácticamente podía sentir que la mujer se cerraba, apretada
como la bóveda de un casino.
—El Sr. Barrows podría no tener opción de exponer la verdadera
naturaleza de su reino vampírico.
Dyer levantó una ceja esculpida.
—¿Es eso una amenaza, viniendo de alguien que entregó su sangre
tan, tan fácilmente? Huelo su saliva en ti. ¿Cuántas veces dejaste que te
mordiera? Te llamaría puta, pero eso no se aplica realmente, ¿verdad?
Ya que no te dio nada a cambio.
Avery podría haber estado dispuesta a sonrojarse, sobre todo con el
recuerdo de la lengua de Hugo en su boca, pero esta fuente obstinada la
sacó de quicio.
Mientras la perra bocona siguiera hablando hasta que dijera algo útil...
—Al menos fue honesto conmigo. No trata de ocultar quién es. —
Arqueó una ceja—. A diferencia de otros.
Dyer dio un paso amenazante hacia Avery.
—¿Es eso todo lo que se necesita para chupar de ti? ¿Honestidad?
Entonces te diré que ningún humano merece compartir lo que hemos
hecho aquí. Ven, deja tu dinero y unos días de tu vida con nosotros, pero
luego vete a casa y déjanos en paz.
—Suficiente. —Hugo la agarró del brazo y la hizo girar—. Avery no
es quien te expondrá. El rey fae ha tomado a una wereling como
compañera, y desean caminar libremente por el reino iluminado por el
sol. Esta nueva regla se aplicará a todos. Estoy aquí para invocarla.
La mujer ravpyrii se puso rígida y miró fijamente la mano de él que le
agarraba el codo. Sus pupilas se dilataron hasta ennegrecer sus ojos, y
Avery sospechó que había algo más que sangre en sus torceduras.
—¿Qué voy a decir para disuadirte? —preguntó Dyer en voz baja—.
Hay algunos de nosotros que todavía necesitamos la noche, no, la
queremos —puso su mano sobre la de Hugo—, beberías unirte a
nosotros.
Avery apretó la mandíbula contra el gruñido instintivo de posesión
ante el contacto de la otra mujer con su hombre.
¿Su hombre? ¡Acababa de conocerlo! E independientemente de lo que
hubieran hecho en ese breve tiempo juntos, o de cuántos fluidos
corporales hubieran intercambiado, ella no tenía ningún derecho sobre
él, ni él sobre ella.
Pero no pudo evitar echar una mirada de reojo a su rostro.
Sus rasgos austeros se fijaron en líneas aún más ásperas, si eso fuera
posible, sus ojos se entrecerraron, como si la seducción murmurada
fuera un cuchillo en sus costillas y estuviera siendo demasiado duro
para reaccionar.
—Tengo mi propio lugar esperándome. —Se apartó de ella.
Pero Dyer no retiró su mano de la suya.
—Entonces deberías entender lo que haremos para proteger a los
nuestros.
—¿Cuánto tiempo para ti? —preguntó.
Avery ladeó la cabeza, sin saber qué le estaba preguntando.
Dyer finalmente dejó que su mano se deslizara en un puño apretado.
—Eso no es algo que compartamos con extraños —dijo—. Ya lo sabes.
—Vengo de una época en la que los ejércitos, las plagas, el hambre y
la magia negra marchaban sin piedad por el mundo. Créanme cuando
les digo que no vale la pena arriesgar todo lo que aprecian contra las
fuerzas a las que se enfrentarán.
Aunque era rubia, Dyer palideció aún más.
—¿Así que nos pides que tiremos todo lo que nos queda?
—No te estamos preguntando a ti —dijo Avery—. La pregunta va
para Deon Barrows.
Dyer sacudió la cabeza, pero no en señal de negación, sino más bien
de confusión, y Avery supo que se estaba debilitando.
—Sólo llámalo —instó Avery—. Problemas como estos son la razón
por la que se les paga mucho dinero.
La otra mujer le lanzó una mirada despiadada.
—¿Quieres que le llame? ¿Quieres encontrarte con problemas como
nunca has conocido en carne propia?
Eso no sonaba prometedor.
Al otro lado de la habitación, un fuerte gemido metálico la
interrumpió. Alguien gritó y Dyer se volvió.
—Oh, con un demonio, se van a matarse si no...
El metal chilló, y los tres salieron del bosque temporal para ver a los
empleados vestidos de negro dispersándose como hormigas.
Una media docena de banderolas bordadas con copos de nieve y
acebo habían sido colgadas para enderezarse de un conducto superior,
pero el peso combinado de la pesada tela estaba doblando el tubo,
arrancándolo de la pared.
Dyer se adelantó.
—Sal de ahí abajo. No, no lo intentes, sólo déjalo caer...
Antes de que pudiera terminar, algo salió del extremo roto de la
tubería.
Al principio, Avery pensó que se trataba de una gigantesca bola de
polvo, tan grande como si una secadora de ropa entera se hubiera
convertido en pelusa gris, pero de la áspera esfera surgieron unas largas
patas de araña. La cosa —estaba viva— se arrastró hacia la abertura de
la pared, pero no pudo alcanzar el agujero mientras la tubería se
estrellaba contra el suelo, con las banderas saliendo detrás de ella.
La cosa saltó a un lado justo cuando el conducto se estrelló con un
estruendo de cristales rotos y una ráfaga de purpurina. Las pancartas se
amontonaron en un montón deforme.
Todo el mundo se congeló con incertidumbre.
Hasta que la cosa se abrió paso por debajo de los estandartes. Sus tres
patas con pinchos brillaron a lo largo de los bordes como cuchillas, y la
pesada tela se convirtió en confeti en menos de un segundo. Corrió por
el suelo hacia las casas de jengibre.
El chillido del metal desgarrado no tuvo nada que ver con tres
docenas de gritos de aspirantes a elfos.
—¿Qué...? —Avery cortó su propia maldición. Si los vampiros eran
reales, las arañas gigantes de tres patas no podían estar muy lejos,
¿verdad? Avery se dirigió hacia el caos, con el teléfono fijo —en
horizontal, gracias— en la mano. El vídeo de CQ se iba a hacer viral.
Dyer estaba justo detrás de ella.
—¿Enviaste a un diablillo a espiarnos? —Su tono era estridente.
—Eso no es nuestro —espetó Hugo.
Avery giró la cabeza para mirarle fijamente, con cuidado de que su
teléfono siguiera la acción.
—¿Qué es un diablillo?
—Una criatura de la antigua corte fae.
—¡Un espía! —Dyer volvió a escupir.
—Barrows tiene enemigos, obviamente —dijo Hugo—. Pero no
nosotros. Al menos no todavía.
La mujer ravpyrii se giró hacia él.
—Mátalo y se reunirá contigo. Sólo mátalo.
Avery aspiró un poco de aire.
—¡Hugo, espera! Esa cosa parece peligrosa.
—Lo es. —Se quitó la gabardina de cuero y se la colgó del brazo como
si fuera el capote de un torero mientras avanzaba.
Avery giró hacia Dyer.
—¡¿No vas a ayudarle?!
Dyer se dirigió a la puerta.
—Tengo que sacar a los humanos. No pueden presenciar esto. No
dejes que el diablillo se escape. Si llega al casino, la gente saldrá en
estampida. Cientos podrían morir.
La cosa, el diablillo, saltó sobre una de las casas de pan de jengibre con
un ruido metálico. Se aferró a las gomitas de plástico que decoraban el
tejado.
Lo que había parecido esponjoso desde la distancia era en realidad
escamas erizadas y dentadas. Un ojo bulboso giraba desde el centro de
su cuerpo gris, siguiendo a la gente que huía a su alrededor.
Dos mujeres jóvenes se habían refugiado contra la valla de plástico de
galleta. Una de ellas vio a la criatura que se cernía sobre ellas. Se aferró
a su amiga y gritó; era justo, pensó Avery. La mujer se sacudió contra la
valla, rompiendo el plástico, y ambas cayeron por el agujero.
Como si respondiera, el diablillo sacó una de sus patas con pinchos a
través de sus escamas, emitiendo un agudo gemido. El sonido atravesó
el cráneo de Avery, que se tapó la oreja con una mano, haciendo una
mueca de dolor. Pero no pudo evitar que el vídeo se grabara. Los que
estaban más cerca de la criatura cayeron de rodillas, con los brazos
alrededor de sus cabezas, encorvándose a la defensiva.
Hugo había acelerado a la carrera, recorriendo la gran sala a pasos
imposibles, casi borrosos. Sorteó a los caídos, agachándose a mitad de
camino para coger algo del montón de confeti que el diablillo había
dejado al caer.
Un largo palo de metal que había sostenido uno de los estandartes
brillaba en su mano como una lanza.
El diablillo volvió a chillar y una grieta atravesó el cristal del teléfono
de Avery. La pantalla se oscureció.
—¡Maldita sea! —Avery se metió el teléfono inservible en el bolsillo,
con la mano temblando al darse cuenta de que desvelar el otro mundo
podría no ser sin derramamiento de sangre.
Corrió detrás de Dyer, arrastrando unos cuantos cuerpos
conmocionados mientras avanzaba.
—¡Uno de los tigres se escapó! —espetó Dyer. El guardia de seguridad
con cabeza de bala la miró con los ojos muy abiertos—. ¡Muévete!
¿Un tigre? ¿Era eso lo que todos se dirían a sí mismos? Para sorpresa
de Avery, el guardia de seguridad ni siquiera intentó mirar hacia atrás
mientras lo empujaba a él y a otra mujer hacia las puertas. Dyer iba
delante de ellos, arreando a los humanos aturdidos.
Ella miró hacia atrás para encontrarse con la mirada de Avery.
—Cierra las puertas. Ahora.
—Hugo sigue ahí dentro —protestó Avery—. Y dos más por lo menos.
—Cierra. Las. Puertas.
Así era siempre, se dio cuenta Avery. La gente se negaba a ver lo que
no era conveniente. Incluso cuando lo sabían mejor.
El hombre de seguridad que estaba a su lado agarró la puerta más
cercana y la cerró de un tirón.
No, carajo. Había perdido a su madre por este tipo de locura. Avery
salió corriendo por la otra puerta antes de que se cerrara de golpe.
Volvió a correr a través de la carnicería de la fiesta que había salido
mal, patinando sobre las agujas de pino falsas esparcidas y tropezando
con los lazos de la guirnalda. Las luces fluorescentes brillaban sobre los
cristales rotos y todo parecía demasiado brillante. Miró frenéticamente
a un lado y a otro.
Un sollozo histérico la hizo girar. Las dos jóvenes se dirigieron hacia
ella, abrazadas la una a la otra.
Ella las estabilizó.
—¿Están las dos bien?
Cuatro ojos ennegrecidos por el rimel embadurnado se fijaron en ella.
—¿Qué fue eso?
Avery lo tomó como un sí condicional y las llevó a toda prisa hacia la
puerta lateral. No se fiaba de que la seguridad de Dyer no los hubiera
encerrado; parecía tan asustada como para echarlos a los lobos. O a los
tigres. O a los diablillos.
—Atraviesen el segundo salón de baile y salgan al pasillo. La Sra. Dyer
está allí con todos los demás. Ella les explicará todo.
Sí, que lo haga, pensó Avery con rencor.
Detrás de ellas, el diablillo volvió a chillar, y las dos chicas se hicieron
eco con reverberaciones gemelas.
Avery hizo una mueca y las empujó hacia adelante.
—¡Vayan!
No se demoraron en hacer más preguntas.
Avery volvió a la sala grande.
¿Dónde estaba Hugo?
Allí. Una versión en miniatura del casino ComeTrue se alzaba en el
extremo de la aldea de pan de jengibre. El diablillo estaba encaramado
en la carpa. Había borrado la mayor parte del mensaje de “Feliz
Navidad”, por lo que todo lo que quedaba era “eli avi”. Se dirigía hacia
abajo con una pata con pinchos. Sólo podía pensar en un hombre que
podría seguir de pie debajo de esa cosa cuando todos los demás
huyeron.
Corrió hacia él.
Toda su vida había estado huyendo de cosas que no podía creer, de lo
que la gente le decía que no podía ser real. Ya no.
Al menos, con sus otras patas aferradas a su terreno elevado, el
diablillo no podía hacer ese horrible ruido. Recordando cómo se había
armado Hugo, agarró un fino bastón de caramelo de metal mientras se
lanzaba por el pueblo de jengibre. El palo era un poco más largo que un
bastón. Cuando le dio un golpe experimental, él respondió con un
silbido despiadado.
Era suficiente. Agarró un calcetín de Navidad de gran tamaño que
colgaba de una puerta delantera y metió la mano dentro. Tres grandes
campanas tintineaban alegremente en la punta. No era tan varonil como
el guante de cuero negro de Hugo, pero el grueso brocado ofrecía cierta
protección.
Salió a trompicones por el lado más alejado del pueblo, frente al casino
en miniatura. Durante medio segundo, su cerebro intentó engañarla con
un déjà vu. Pero ya había estado aquí, frente a la entrada de ComeTrue,
hacía apenas una hora.
Para entonces no tenía ni idea de cómo iban a cambiar todo.
El diablillo tenía el terreno elevado pero no podía ir a ninguna parte.
Si saltaba para escapar, Hugo estaba allí mismo.
Él blandía su lanza improvisada, su camisa negra se tensaba sobre los
músculos de sus hombros, y ella tuvo otro lapsus momentáneo al ver el
aspecto que debía tener hace setecientos años.
El diablillo se escabulló por la mitad de la carpa para apuñalarle, y él
paró con la punta del asta de la pancarta. El metal chirrió contra la pierna
afilada del diablillo y éste retrocedió.
A pesar de su magistral postura, su abrigo de cuero alrededor del
brazo colgaba hecho jirones. Avery miró su media de brocado y tragó
con fuerza.
Probablemente era una idiota por estar aquí, pero al menos no estaba
loca.
Qué era lo único que importaba.
Y al menos podría servir de distracción.
Saltó hacia delante, balanceando el bastón de caramelo con un
estridente silbido.
—¡Oye! ¡Diablillo!
—¡Avery!
Uy, no había querido ser una distracción para él.
Cuando Hugo se sacudió hacia ella —¿quién era el idiota ahora?— el
diablillo se lanzó desde la marquesina.
Justo en su espalda expuesta.
—¡Hugh! —Ella se lanzó hacia él.
El diablillo era sobrenaturalmente rápido, pero ella estaba más cerca.
Apartó a Hugo de la trayectoria del golpe del diablillo. Cayeron con
fuerza, pero él ya los estaba haciendo rodar mientras el diablillo se abría
paso por el suelo hacia ellos. Cada golpe de las tres patas arrancaba
astillas de hormigón del suelo, y la columna vertebral de Avery se heló
ante la evidencia de su fuerza de martillo.
En su última tirada, Hugo la hizo girar por el suelo y ella se alejó de
él derrapando. Su arma del bastón de caramelo se perdió de vista.
—¡Sal de aquí! —rugió. El diablillo se levantó detrás de él sobre dos
patas, la tercera preparada para empalarlo.
Como el infierno.
Gritó sin decir nada y se lanzó contra el diablillo con la velocidad de
un corredor. Uno de los tacones de su bota se rompió y ella se tambaleó,
balanceándose con fuerza con la media navideña de gran tamaño. Los
cascabeles de la punta sonaron.
Sólo pretendía enredar la pata de la daga en un metro de brocado
antes de que descendiera, pero en el instante en que los cascabeles
tocaron al diablillo, su garra se ennegreció y un espiral de humo aceitoso
ensució el aire.
El diablillo retrocedió sobre las dos patas que le quedaban, con el
ruido de sus escamas.
Con miedo, adivinó Avery. O tal vez la versión fae de un improperio.
Por un instante, casi le dio pena. ¿Qué hacía en este mundo? Quizá
sólo quería volver a casa...
Entonces saltó hacia su cabeza.
Ella gritó y cayó de espaldas sobre su trasero, con los brazos apoyados
detrás de ella para amortiguar la caída. Estaba mirando la culminación
de todas sus pesadillas, justo a la cara. Bueno, el globo ocular, ya que no
tenía cara.
Sólo un globo ocular abultado, amarillo azufre como las fosas del
infierno...
—¡Las campanas, Avery! Las campanas son de hierro. ¡Balancéalas!
Se lanzó con el escudo de las medias, tanto para negarse a ceder a sus
pesadillas como para reaccionar a la orden de Hugo.
El diablillo retrocedió para evitar el repicar de las campanas.
Este fue el peor villancico de la historia.
Desde detrás de ella, unas manos fuertes la apartaron, con la suficiente
dureza como para dejarle moratones. Hugo le arrancó los cascabeles de
la punta de las medias y clavó su lanza en los lazos donde habían sido
ensartados: uno, dos, tres. Los cascabeles sonaron cuando se puso en pie.
El diablillo se encontró con él a mitad de camino, con todas las
escamas abiertas con un sonido como el de cien serpientes de cascabel.
Hugo saltó más alto de lo que cualquier humano podría, invirtiendo
su lanza en el aire para sostenerla como una estaca. El diablillo giró el
ojo para seguir su vuelo y condujo las campanas hasta el amarillo azufre.
Avery sintió más que oyó su grito, un lamento subvocal que la
desgarró. Se encogió cuando una sustancia viscosa verdosa brotó de la
herida. Motas de putrefacción salpicaron sus brazos levantados.
Fue un golpe fuerte, pero temió que no fuera mortal... hasta que vio el
humo que se enroscaba.
Tosió y retrocedió más rápido.
—Avery. —Hugo se agachó junto a ella—. ¿Estás herida?
—Puf —dijo ella. Fue la única respuesta que pudo invocar.
Le puso una mano en el hombro, con más suavidad que cuando la
apartó del diablillo, deteniendo su huida.
—Está muerto —dijo suavemente—. Estás bien.
Nunca volvería a estar bien, ahora que sabía que el mundo no sólo no
era plano, sino que tampoco era redondo, sino que estaba del revés y al
revés, y su cabeza daba vueltas como si se hubiera tragado todo el
alcohol de Las Vegas.
—Mi madre. Ella... Lo que pasó fue real. Ella desapareció ante mis
ojos. Nunca pensé... Yo... Oh Dios. Todo es real.
Le puso una mano bajo la barbilla y le apartó la cara de la criatura. La
miró fijamente, con sus ojos negros buscando.
—¿Te vas a desmayar?
Ella frunció el ceño.
—Desmayarse es tan de hace setecientos años. Ya no lo hacemos.
Una sonrisa suavizó la fina línea de sus labios.
—Tomaré nota.
—Aunque podría vomitar —advirtió.
Pero negó con la cabeza.
—Creo que no.
—No me conoces tan bien.
—Ahora te he visto luchar. Una vez que ves luchar a un guerrero, lo
conoces de una manera que no conoces a ningún otro. —Su sonrisa se
hizo más profunda, sacando un hoyuelo en su mejilla— O ninguna otra.
Una guerrera no debería arrodillarse por una araña de pesadilla y un
tacón de bota roto. O por un fugaz hoyuelo.
Avery levantó la barbilla de su agarre y dejó que su mirada volviera a
dirigirse al diablillo.
—¿Está realmente muerto?
Asintió con la cabeza.
—El hierro es letal para los faes.
—¿Cómo sabías que las campanas eran de hierro?
—No lo hice, no hasta que el metal quemó al diablillo. Muy pocas
cosas en el reino iluminado por el sol están ya forjadas con hierro frío,
por lo que los faes pueden incluso contemplar el regreso. Sólo esperaba
poder hacerle al diablillo el suficiente daño como para incapacitarlo con
el acero.
—Antes de que te matara. —A pesar de sus mejores intenciones
periodísticas, su voz tembló.
—No podía dejarlo escapar.
—Creía que estabas aquí para presentar al mundo a los faes.
Levantó una ceja.
—No queremos una guerra, pero tampoco queremos que cunda el
pánico. Un diablillo no es el mejor embajador de los faes.
Se estremeció.
—Sí, es cierto. De los dos, me quedo con el vampiro sexy.
Se quedó un momento en silencio, y sus ojos oscuros estaban de
repente más opacos que de costumbre.
—¿Lo harías?
Se sonrojó, el calor la recorrió como un rayo. Tuvo que ser el shock
persistente de la pelea. No podía estar enamorada de un tipo con
colmillos. Simplemente no.
Aunque... técnicamente sí. Ella era una escritora de Conspiracy
Quarterly, después de todo. Si iba a hacer la historia bien...
Desvió la mirada y se encontró mirando al diablillo. Más humo
aceitoso surgió alrededor de la lanza en su globo ocular, y la sustancia
viscosa verde se extendió mientras el cadáver se desplomaba sobre sí
mismo.
Con un escalofrío, ella también se apartó de él. Pero cuando dio un
paso para retirarse, se tambaleó.
Hugo estaba a su lado, con su mano en el codo.
—Tranquila. Te tengo.
Podría tenerla, toda ella, ahora mismo, sobre una pila de osos de
peluche desechados, si su libido temerario se saliera con la suya. Había
oído que el peligro era afrodisíaco, pero siempre pensó que eso era algo
que la gente decía cuando no le gustaban las ostras. Para ella, el
periodismo nunca fue la gloria de cubrir guerras y catástrofes; sólo
quería respuestas, hacer que todo en el mundo encajara en ordenados
centímetros de columna. Y ahora se encontraba en primera línea de una
invasión que nadie creería. Al menos no sin su ayuda.
Se apoyó en la mano de Hugo mientras levantaba cada pie para
quitarse las botas. Las tiró a un lado y se enderezó con las medias. La
pérdida de esos preciosos centímetros la hacía sentir más desequilibrada
que la pérdida del tacón, pero al menos sería capaz de correr si era
necesario.
Cuando se enderezó, Hugo se alisó el pelo. No se había dado cuenta
de que le colgaba en la cara.
—Estás muy callada —dijo.
—Supongo que no sé qué pensar. O en quién confiar. He leído todos
los cuentos de hadas y conozco la mitología, y no es que el otro lado
haya sido particularmente amistoso con los humanos la mayor parte del
tiempo.
—Te dije que los faes no quieren otra guerra.
—Otra... Entonces, ¿quién envió esa cosa de espía?
Él dudó.
—Los diablillos pertenecían al que ocupaba el Trono de Acero antes
del rey.
—¿Y dónde está ese tipo ahora?
—Ella. La Reina Undone fue liberada de su celda irrompible y
desapareció. Algunos faes muy peligrosos escaparon con ella.
Avery resopló.
—¿La Reina Undone? Bueno, parece el tipo de persona que deja el
pasado en el olvido.
La insinuación de un hoyuelo apareció de nuevo en su mejilla antes
de desvanecerse.
—Ella era un monstruo, pero durante siglos gobernó sobre monstruos
peores y mantuvo la paz, aunque a un precio terrible. El reino iluminado
por el sol evitaba la interferencia de los faes, salvo en raras incursiones,
porque ella los mantenía encerrados.
Con un escalofrío, Avery se rodeó de brazos.
—Y aun así me pides que allane el camino para su regreso.
—Ya no tienen elección. Y tú tampoco.
Antes de que pudiera discutir —y definitivamente iba a discutir—, las
puertas dobles del otro lado de la habitación se abrieron con un chirrido.
—Todo está bien aquí —dijo Avery y luego, cuando tres cabezas se
asomaron, añadió—: No gracias a todos ustedes.
Tira Dyer entró a grandes zancadas, flanqueada por dos hombres de
gran tamaño con la palabra “seguridad” convenientemente rotulada en
letras grandes sobre sus pechos aún más grandes. No se veían los
dientes, pero de alguna manera Avery sabía que todos eran ravpyrii; tal
vez fuera la forma suave y rápida en que se movían o los bordes afilados
de sus rasgos.
El trío se situó en el lado más alejado del diablillo de Hugo y Avery.
Uno de los machos miró el cadáver que se disolvía y tragó saliva antes
de poner los ojos al frente. Así que no todos los ravpyriis eran tipos
rudos.
Dyer ni siquiera miró hacia abajo.
—Hemos barrido el casino y no hemos encontrado ningún otro
intruso. —Sus ojos grises eran fríos—. Aparte de ustedes dos, por
supuesto.
—Que acaban de salvar tu Nochebuena —le recordó Avery.
—De nada.
—Tengo que preguntarme qué nos deparará la noche de mañana —
reflexionó Hugo.
Todos se giraron para mirarle, y él se encogió de hombros.
—El casino estará al máximo de su capacidad, y estoy seguro de que
los festejos se transmitirán por todas partes. ¿Qué mejor momento para
atacar para conseguir la máxima exposición?
Dyer negó con la cabeza, con una expresión de asombro.
—Pero lo detuvimos.
—Destruimos un diablillo —corrigió Hugo—. La reina destronada de
los faes tiene más de donde vino eso y peor además.
Dyer se alejó, como si rechazara sus palabras.
—Se suponía que esto era nuestro santuario. —Se giró hacia él—. No
tenemos ninguna disputa con los faes o los werelings. ¿Por qué vendría
esta reina por nosotros?
—Por la misma razón que vinimos a ti. Porque el santuario de
Barrows es ahora un faro para lo preternatural.
Como la mujer ravpyrii parecía vacilar, Avery insistió.
—Tenemos que hablar con Barrows. Especialmente si hay más por
venir.
Dyer negó con la cabeza.
—No puedes. —Cuando Avery respiró con fuerza, levantó una
mano—. Porque todavía no está aquí. Pero tiene que llegar mañana.
Él hizo ese lugar para que fuera una fiesta de todos los sentimientos
y, por supuesto, vendría a participar.
Avery se preguntaba de cuántas personas tenía que alimentarse, y
cuántos ravpyriis estaban escondidos entre el personal.
Había perdido su alegría infantil por la Navidad en un antiguo círculo
de acebo mientras su madre se adentraba en la nada. ¿Esta Nochebuena
estaba destinada a terminar no en un anillo de bayas rojas sino en
sangre?
Capítulo 8
Hugo no estaba tocando a Avery, pero la sintió vacilar a su lado, la
fuerza insaciable que había mostrado hasta ahora se estaba agotando.
Sabiendo que ella no apreciaría que la minaran ante sus adversarios, no
la alcanzó aunque cada nervio de su cuerpo le pedía a gritos que la
atrajera hacia sus brazos, lejos de los agudos ojos de los otros ravpyriis.
Y si era sincero, le sorprendió descubrir una tribu de aquellos como
él, que aparentemente habían encontrado el equilibrio con su existencia
antinatural. Los únicos ravpyriis que había conocido habían caído en
Phaedrealii como él, atraídos inadvertidamente por su maldición a
portales faes olvidados.
Como si el propio reino iluminado por el sol tratara de expulsarlos.
Pero aquí, en este páramo desértico de luces artificiales y artilugios,
se habían hecho un hueco.
Le dedicó a Dyer una brusca inclinación de cabeza.
—Muy bien. Nos reuniremos con Barrows cuando llegue. Mientras
tanto, quiero ver sus planes para los eventos de mañana. Tengo algo de
experiencia con las líneas de batalla. Tal vez vea un punto débil que la
reina pretende explotar. —Los guardias de seguridad miraron a Dyer
con incertidumbre, pero ella asintió con un movimiento de cabeza aún
más cortante que el suyo.
—Y necesitaremos una habitación donde podamos esperar.
—Que sea una suite —interrumpió Avery.
Dyer frunció el ceño, pero señaló con un dedo al ravpyr que estaba a
su lado. Se dio la vuelta, tecleando algo en su teléfono.
—Informaré al señor Barrows de lo que ha ocurrido aquí esta noche
—dijo Dyer, con un tono bajo y retumbante—. Si él cuestiona algo de lo
que me has contado...
—Estoy segura de que tendrá preguntas —dijo Avery antes de que la
otra mujer pudiera completar la amenaza—. Dios sabe que yo sí.
Intercambiaremos respuestas.
El guardia de seguridad dirigió su teléfono a Dyer, que apretó la
mandíbula y dijo:
—La Suite Lotus está abierta. Tomen el ascensor privado del vestíbulo
de registro hasta el nivel del ático. El código del ascensor y de la suite es
“escarlata”. Enviaré el programa y los esquemas de mañana a la
habitación y me pondré en contacto con ustedes cuando el señor
Barrows esté disponible.
Hugo asintió y se giró, extendiendo finalmente la mano hacia la
espalda de Avery. Bajo el contacto, por muy ligero que fuera, percibió la
rectitud de su columna vertebral y, por alguna razón, eso lo tranquilizó.
Por muy confundida y agotada que estuviera, no se doblegaría.
—Sr. de Grava. —La voz de Dyer, más suave que antes, lo detuvo en
seco. Cuando él miró hacia atrás, ella dijo—: Hugo. No importa la razón
por la que estés aquí, el señor Barrows te haría un lugar si te juras a él.
Muchos de nosotros venimos de... circunstancias difíciles, pero él lo
entiende. Todo lo que los faes y los werelings te han prometido,
ComeTrue te lo puede dar, además de la compañía de tu propia especie.
Cerró los ojos por un momento.
—Prometieron quitarme esta maldición.
Cuando volvió a mirar, los otros ravpyriis lo observaban con miradas
cerradas.
—No se puede quitar —dijo Dyer—. Nunca. Ya lo sabes.
No respondió, sino que se limitó a guiar a Avery alrededor del
diablillo humeante que ahora era poco más que un montón de ceniza
apestosa. Las campanas brillaban a través de la destrucción, como si la
sangre las hubiera purificado.
En silencio, los dos recorrieron el casino en sentido inverso, subiendo
las escaleras hasta la planta principal, pasando por las tiendas y los
restaurantes, a través de los pasillos abarrotados de jugadores
inconscientes. Como si la noche rodara hacia atrás.
Pero por una vez, no estaba deseando volver a su antigua vida. Si no
hubiera venido aquí, no habría besado a Avery, nunca habría probado
su deseo.
Sin las botas, era más pequeña a su lado, la parte superior de su cabeza
apenas le llegaba al hombro. Quería envolverla en sus brazos, ocultarla
del mundo. No estaba seguro de si el impulso era más bien protector o
posesivo, aunque sospechaba que ella rechazaría ambas cosas de plano.
En el ascensor, un guardia de seguridad humano los miró pero no
habló mientras Avery marcaba el código que Dyer les había dado.
Ascendieron, todavía en silencio, y cuando el ascensor se abrió, se
dirigieron por el pasillo hacia un conjunto de puertas dobles talladas con
una flor de loto.
Avery volvió a introducir el código y las puertas se abrieron.
Entraron juntos en la puerta.
Finalmente, Avery dejó escapar una respiración audible junto con una
maldición muy suave.
Cruzaron el umbral y cerraron las puertas. Ella se hundió
bruscamente en el suelo, con la espalda apoyada en el loto y las piernas
con medias extendidas hacia delante.
Hugo giró alarmado, pero ella le devolvió el gesto.
—Sólo... sólo necesito un segundo, ¿vale? Ve a asaltar el mini bar y ya
voy.
No estaba muy seguro de lo que era un mini bar, pero sabía que lo
habían despedido.
Un rápido recorrido por las habitaciones le mostró la gran sala de
estar y el dormitorio, igualmente espacioso, además de un baño casi tan
grande. Evitó los espacios íntimos y volvió a la sala principal, donde
Avery estaba de pie con una botella de cristal en la mano.
—No hay mini bar, lo que apesta —dijo—. Sólo las cosas de alta gama
que me van a dejar con el culo al aire. Así que no debería hacer esto,
pero... —Dio un largo trago a la botella. Las luces que entraban por las
ventanas del suelo al techo brillaban a través del cristal tallado, y
pequeños prismas danzaban por su cuello. La ondulación de su
garganta al tragar onduló la cadena de oro e hizo que su pulso palpitara,
lento y pesado.
Con un grito ahogado de licor, bajó la botella y se la acercó.
—¿Quieres un poco?
Oh, él quería.
Le quitó la botella de la mano con suavidad y colocó sus labios donde
habían estado los de ella. Incluso por encima del ardor del alcohol,
percibió su delicado sabor. El ardor que lo recorrió no tenía nada que
ver con el whisky.
Ella seguía su camino por la habitación, aunque sus pasos eran más
serpenteantes que los de él. Desapareció en el dormitorio, y él cerró los
ojos, imaginándola pasando la mano por la superficie sedosa de la cama
grande y redonda, el lujoso conjunto de almohadas en tonos de joya
esparcidas como flores de loto en un estanque tranquilo. Su pálida piel
brillaría contra las brillantes sábanas...
Se tragó una maldición cuando la botella se le escapó de los dedos
flojos y sus ojos se abrieron de golpe. Pero era Avery quien estaba a su
lado, tirando del whisky.
Bebió otro trago y le devolvió la botella en la mano.
—No me dejes beberlo todo. Aunque te lo suplique.
Quería que ella rogara mientras él se la bebía.
Se dirigió al sofá en forma de L dispuesto frente a una amplia pantalla
en blanco. Todavía de pie, tomó un teclado de la mesa baja situada frente
al sofá. Tocó algo y la pantalla cobró vida.
—No hay mensajes —informó—. Dyer no ha enviado nada todavía.
Debería comprobar que no nos ha encerrado aquí.
A pesar de sus sombrías palabras, no se dirigió a la puerta. Se limitó
a dejar el teclado en el sofá y a mirarle fijamente, con los brazos colgando
sin fuerza a los lados, y sus ojos verdes enormes y ensombrecidos.
Con otra maldición, se dirigió hacia ella.
Dejó la botella sobre la mesa y le rodeó los brazos con los dedos. Ella
se dejó llevar por su agarre, aunque su mirada no se desvaneció.
—Supongo que ahora estás asustada —dijo.
—Sólo necesito terminar el resto de la botella.
—Definitivamente no. —La giró cuidadosamente por los hombros—.
Necesitas otro tipo de refresco líquido.
La acompañó hacia el baño.
—¿Sabías que hasta que llegué aquí, nunca había experimentado la
fontanería interior?
Lo miró por encima del hombro.
—¿Setecientos años sin ducharse? Maldita sea.
—Apesta —estuvo de acuerdo.
Fue recompensado con su sonrisa torcida.
—Aprendes rápido. Como un niño pequeño, aprendiendo primero
todas las malas palabras. —Su sonrisa se desvaneció—. ¿Por qué se nos
pegan las partes malas?
Por mucho que quisiera contradecirla, seguía sufriendo sus heridas
setecientos años después.
En el baño, estudió por un momento los mandos de la ducha. La
habitación que Raze y Yelena le habían procurado estaba bien, pero su
bañera no tenía tantas boquillas. Con un encogimiento de hombros, los
encendió todos y la habitación empezó a llenarse de vapor.
No se molestó en encender las luces. El cuarto de baño no tenía
ventanas propias, pero la pared que compartía con el dormitorio era
toda de bloques de vidrio, por lo que las luces multicolores de los casinos
de la calle les llegaban en tenues serpentinas.
Con manos lentas, le desabrochó los botones de la blusa, empezando
por abajo, dándole tiempo a objetar. Pero ella se limitó a agachar la
cabeza, con el pelo cayendo alrededor de su cara en mechones oscuros.
Entonces sus manos se cerraron sobre las de él.
—¿Te ha sorprendido?
Miró hacia abajo, donde ella estaba tocando los cortes en su manga.
—A pesar de tener sólo tres piernas, los diablillos son notoriamente
rápidos. —Cuando ella retiró la tela para exponer los cortes de su brazo,
él se estremeció.
Las heridas rezumaban un icor translúcido, apenas teñido de rosa por
la sangre que le había sacado antes.
—¡Hugo! ¿Por qué no me dijiste que estabas herido?
—Los diablillos no son venenosos, y los de mi clase no enferman.
Además, el cuero soportó la mayor parte del daño. —Yelena le había
dado el largo abrigo de cuero con una risita, diciendo que era de rigor
para un vampiro.
—Pero debe doler —incitó Avery.
De nuevo, no podía negar su afirmación, así que no dijo nada.
Empezó a desabrocharle la camisa negra.
—Vamos, los dos vamos a lavarnos el pelo este día.
Quería entretenerse con la revelación, pero sus manos temblaban de
tal manera que los momentos fugaces parecían llegar a él con un suave
enfoque: su blusa cayendo abierta para revelar el sujetador de encaje,
oscuro como el vino contra su piel blanca; la curva de su vientre y luego
sus muslos cuando se desabrochó la falda; la fuerte flexión de sus
pantorrillas cuando se arrodilló para empujar hacia abajo sus medias de
lana.
De rodillas, con las manos sueltas alrededor de los esbeltos tobillos de
ella, le dio un beso en el triángulo de material sedoso que cubría su
montículo. El aroma de su deseo, que aún perduraba débilmente desde
su encuentro anterior, volvió a sonrojarse cuando ella puso la mano en
su coronilla.
—Hugh... —Sus manos se deslizaron por su pelo y por los lados de su
cuello, hasta que le agarró los hombros, instándole a levantarse. Le echó
la camisa hacia atrás, emitiendo un sonido sordo de angustia cuando vio
dónde la pierna del diablillo había traspasado su improvisado guante
de cuero. Tres agujeros rasgados atravesaban su bíceps hasta perforarle
el pecho por encima del corazón—. Oh Dios —susurró—. Si hubieras
sido humano...
—Pero no soy. —No estaba seguro de por qué sentía la necesidad de
recordárselo; en lugar de tranquilizarla, escuchó una cruda advertencia
en su voz.
—Debería volver a matar a esa cosa —dijo con un gruñido en el labio.
Por alguna razón, quiso reírse, no por su audacia sino porque ella
sabía lo que era...
Y seguía sin tener miedo. Incluso era protectora con él, el monstruo
que no moriría.
Las manos de ella se detuvieron en el cierre de sus pantalones, y la
maravilla que había en su interior se transformó, como uno de los faes
más peligrosos, en algo más profundo y oscuro.
Ella lo miró a través de sus pestañas, sus ojos verdes brillando
misteriosamente en la luz acuosa.
—¿Puedo?
—Por favor —dijo ronco.
Ella le bajó la cremallera y él gimió cuando su erección se liberó.
Volvió a mirarle, esta vez con ojos divertidos.
—Debería haber sabido que un tipo de 700 años iría en plan comando.
No pudo responder, paralizado por la cálida exhalación de ella que
recorría su gruesa carne mientras ella le bajaba el vaquero negro por las
caderas.
Ella frunció los labios y él volvió a gemir cuando su imaginación
envolvió esos labios de la forma más íntima. Ella lo miró con
incertidumbre.
—¿Estás herido aquí abajo?
—El dolor está a punto de matarme.
Sus ojos volvieron a arrugarse.
—Oh, lo entiendo. Al agua contigo entonces.
Se quitó las botas y los calcetines con presteza y la siguió a la ducha,
siseando cuando el chorro caliente de múltiples ángulos le picó en las
heridas.
Ella le pasó las manos por el pecho.
—Tipo duro. —Pasó por delante de él para accionar un dispensador
en la pared que arrojaba un gel verde pálido. Él se estremeció al recordar
las vísceras del diablillo, pero la fragancia de pino mentolado lo
tranquilizó—. Eucalipto —dijo ella.
—Huele bien.
—Y antibacteriano, aunque dices que no tienes riesgo de infección.
Extendió el gel sobre sus hombros y la espuma blanca surgió bajo sus
manos. Ella mantuvo la mirada fija en sus esfuerzos como si fuera lo más
importante que podía hacer.
—Ravpyr —murmuró, el trazo de sus dedos se hizo más lento y se
ensanchó sobre su piel—. Realmente existes. Supongo que no debería
sorprenderme demasiado. Muchas culturas humanas tienen alguna
versión de los vampiros.
Inclinó la cabeza hacia delante para dejar que el agua se deslizara
sobre su pecho, quemándose en los agujeros sobre su corazón.
—Hace milenios, faes y werelings y otras criaturas caminaban
libremente por el reino iluminado por el sol. Formaban parte de su
historia antigua y nunca abandonaron sus historias. —Puso una mano
en su cadera para acercarla—. Ahora tus historias harán que los
humanos nos conozcan de nuevo.
Ella extendió más jabón en un círculo sobre su pecho perforado.
—Bien. De todos modos, en la mayoría de nuestras viejas historias, los
vampiros no están... técnicamente vivos.
Al ver la inquietud en el tono de ella, sus dedos se apretaron en la
curva de su cadera. Como si ella fuera a huir de él ahora. Puso su otra
mano sobre la de ella, aplanando sus palmas por encima de su corazón.
—¿Sientes eso?
Sus cejas se arrugaron.
—Tu pulso.
—Respiro. Mi corazón late. Sangro, aunque es cristalino si no está
teñido de jugos prestados. —A pesar de la interminable agua caliente,
un escalofrío le recorrió—. La maldición me ha hecho más rápido y más
fuerte, más instintivamente consciente. Supongo que los ravpyriis
existen en algún lugar entre la magia de los faes y el animalismo de los
werelings. De ahí los dientes afilados. —Exhaló lentamente.
»Y sí, ravpyrii significa “el que no puede ser quemado” porque nunca
nos extinguimos. Nuestros parientes humanos no nos injuriaron por
estar muertos. Nos odiaban por no morir nunca.
La mano de ella se cerró en un puño bajo la suya, pero él no estaba
seguro de si lo rechazaba o reaccionaba al recuerdo del dolor que no
podía evitar en su voz.
Finalmente, ella dijo:
—Me alegro de que no hayas muerto esta noche.
—Como yo. —Y para su sorpresa, era cierto.
Se puso de puntillas y se deslizó por su pecho enjabonado para
besarlo. Su boca se inclinó sobre la de él, instando a sus labios a
separarse. Al sentir el mordisco del whisky en su lengua, cerró los ojos,
deleitándose con la sensación. La respiración, el pulso, la sangre, todo se
aceleró con su creciente hambre.
Ella dejó escapar un gemido cuando su miembro la pinchó. Bajando
entre sus cuerpos, tomó la carne hinchada con la mano y le dio una
caricia. Las caderas de él se agitaron contra las de ella, y él jadeó,
inhalando el agua y el perfume de sus propias ansias.
Había pasado tanto tiempo...
Pero en realidad, él la había mordido hacía apenas unas horas. Sin
embargo, la necesitaba de nuevo.
Y otra vez.
La hizo girar bajo el chorro hasta que ambos quedaron limpios y la
levantó en brazos. Ella chirrió, pero sus pasos fueron firmes incluso en
el suelo resbaladizo. La llevó, todavía chorreando, al dormitorio.
—Las luces... —Sus pestañas se agitaron tímidamente.
—Que brillen. —La tumbó en la cama de loto y la miró fijamente—.
Quiero verte, cada parte de ti.
Medio cerrados, sus ojos verdes le brillaban. Curvó su cuerpo en
exuberantes arcos de tentación, tan opulentos como las almohadas de
satén de la cama.
—¿Te preguntas dónde morderme ahora?
—Cada parte de ti —repitió.
Ella se estremeció, sus ojos brillaron aún más.
—Deja suficiente para mi corazón.
—Sólo aceptaré lo que tú estés dispuesta a darme. —Se deslizó sobre
ella, su piel húmeda contra la suya como un beso de cuerpo entero y
boca abierta. Ella soltó un gemido bajo y necesitado que resonó en los
lugares huecos de él, calmando el vacío al mismo tiempo que agudizaba
el dolor de su necesidad.
Pasó las manos ligeramente por su cuerpo, como si conjurara su forma
de la nada. Cada nervio se iluminó como las innumerables luces de la
ciudad a su paso.
Él podría no estar muerto, pero sólo ahora, con ella, estaba realmente
vivo.
Capítulo 9
Tal vez fue el whisky. Tal vez todo fue un sueño.
Tal vez estaba realmente loca después de todo.
Pero Avery sabía que deseaba esto como nunca había deseado nada
en su vida. Las luces de Las Vegas que entraban por la ventana del
dormitorio hacían brillar las lentejuelas multicolores del agua sobre su
piel. Se inclinó bajo Hugo, abriendo las piernas para acogerlo en el
centro de su cuerpo. Su miembro se acurrucó en su centro, una marca
caliente y palpitante. Bajo las palmas de las manos de ella, los flancos
húmedos de él ondulaban con tensión mientras se contenía.
—No te haré daño —dijo. Su voz era apenas más que un gruñido—.
No soy el monstruo que dice la mitología. Ni lo seré nunca. Preferiría
destruirme a mí mismo.
Ella subió las manos para apartar de sus ojos los mechones
chorreantes y desordenados. Si hubiera estado dispuesta a gritar, al ver
el brillo de las profundidades de obsidiana podría haber sido el
momento. Pero pensó que sus gritos se habían agotado por esta noche.
—He visto un monstruo esta noche —le recordó—. Y no eras tú.
Bajó para besarla, sus bíceps se flexionaron a ambos lados de ella en
una flagrante muestra de poder. Ella cerró los ojos cuando las afiladas
puntas de sus colmillos le presionaron los labios, demasiado suaves para
perforarlos, pero tan cerca...
Cuando él levantó la cabeza, ella arrastró las pestañas a regañadientes
para encontrarse con su solemne mirada.
—Ser ravpyrii significa que no soy portador ni propago la infección
—dijo—. También impide la concepción. Esas minúsculas vidas son
destruidas por la maldición de la incineración.
Le acarició la mandíbula apretada. A pesar de lo avanzado de la hora,
ninguna barba rozó su palma.
—Así que supongo que tienes lo del sexo seguro resuelto.
—¿Seguro? No lo sé. —Su voz se apagó.
—Sé que me dirías si hubiera un peligro.
—Lo hay —dijo al instante.
Ella levantó la cabeza para besarle y se mordió el labio con el incisivo.
—Es un tipo de emoción diferente. Del tipo que creo que podría
volverme adicta.
Sus fosas nasales se encendieron y una luz violenta iluminó sus ojos
negros desde el interior.
—Eres demasiado valiente —gruñó—. Vas tras Barrows. Atacaste al
diablillo. —Su labio se curvó, no tanto una sonrisa como un destello de
colmillo—. Burlándote de mí.
Ella se agachó para sopesar su miembro en la palma de la mano. La
mata de pelo que rodeaba el saco era escasa, al igual que los ligeros rizos
del pecho. Sólo lo suficiente para dar textura, como si hubiera sido hecho
para deleitar las yemas de sus dedos y cosquillear sus pezones.
—No tienes ni idea de lo peligrosa que soy —le informó.
—Asústame. —Esta vez, su voz era casi un ronroneo.
En su lugar, lo acarició y tuvo que contener un grito ahogado cuando
su carne se hizo más gruesa en su mano. Una pizca de incertidumbre le
hizo saltar el corazón; sus dedos dentro de ella habían sido tan buenos,
pero su erección desenfrenada era otra historia.
—No te haré daño —volvió a murmurar—. No puedo, no sin hacerme
daño. Así de cerca, tus sentimientos se convierten en los míos.
—¿Sentimientos? —Apenas podía concentrarse en sus palabras, sus
sentimientos, mientras él se frotaba contra ella, eran tan intensos.
—Eso es lo que la maldición ravpyrii nos roba, y el desbordamiento
de la energía humana es lo que nos mantiene vivos.
—¿No hay sangre?
—Sólo porque tu sangre corre con tus pasiones, al igual que el aliento
y las lágrimas. —Le pasó un dedo por el labio donde se había cortado
con él y luego le metió el dedo en la boca.
Saboreó la sangre metálica mientras pasaba la lengua por la yema del
dedo.
Él entrecerró los ojos.
—Peligrosa, ciertamente.
Él liberó su dedo y untó con su propia saliva su clítoris suplicante. Ella
jadeó ante su contacto, suave pero inflexible.
—¿Te entregarás a mí, Avery Hill? ¿Toda tú?
—Sí —gimió ella.
La contundente cabeza de su miembro se introdujo en ella y ella
inclinó las caderas para dejar que se introdujera en su carne tensa. Él
exhaló un suspiro agitado y se detuvo mientras ella jadeaba al ritmo de
él, dejando que su cuerpo se adaptara a la invasión privada.
Sus cuerpos se unieron como un amanecer en el desierto, lento,
inexorable... y más caliente a cada momento. Él salió de ella casi por
completo y bajó la cabeza para chuparle el pecho. Ella gimió al sentir el
roce de sus dientes sobre su pezón distendido, y él pellizcó ligeramente
el otro brote tenso, atormentándola con destellos de brillante placer.
Se aferró a sus brazos, sus dedos se hundieron en musculo grueso y
protector. No era de extrañar que él hubiera podido sacarla de la ducha
como si fuera una corista de cuarenta kilos. El potente deslizamiento de
su miembro en su coño la elevó aún más, cada empujón avivó su
excitación, hasta que los temblores de sus músculos internos se
extendieron a todas las extremidades. Apretó los talones detrás de su
trasero, instándole a ir más rápido, incluso mientras extendía los brazos
a ambos lados, sujetándose a la tierra con las manos en torno a los
magníficos cojines.
Pero a pesar de su desesperado agarre, a pesar de su delicioso peso
que la inmovilizaba contra las sábanas, iba a caer, iba a...
En su siguiente empuje, ella se inclinó sobre las sábanas, guiándolo
hasta su núcleo.
—Ahora —gritó ella—. Tómame ahora.
Con cada terminación nerviosa cantando, sintió los dientes de él en su
garganta, la cadena de oro tensándose. Como la última vez, el mordisco
no fue más que un pinchazo, pero una vibrante emoción se extendió por
su pecho y bajó hasta su vientre como si se hubiera tragado una máquina
tragamonedas a la que le hubiera tocado el premio gordo,
persiguiéndola como una botella de whisky rebosante de un solo
bocado. Y la emoción fue más allá, hacia los espasmos de su vagina,
desencadenando otro estallido orgásmico que recorrió todas las venas.
Ella arqueó el cuello hacia su boca, queriendo más, más, más. Él chupó
con fuerza.
Y entonces lo sintió. Él estaba allí, con ella. Se estaba viniendo, duro y
violento, y ella lo sintió. Volvió a tener un orgasmo, junto con él, su
cuerpo se aferró a su carne palpitante, y sintió que se cerraba en torno a
él... no, a ella... no, a él.
Y resultó que, después de todo, tenía un último grito dentro de ella,
que sonaba con un placer estremecedor.
Pero de alguna manera él se lo tragó, directamente de su garganta, y
cuando echó la cabeza hacia atrás con un rugido ahogado, ella escuchó
un eco de su voz en su boca.
Entonces se desmayó.
Sólo era consciente del cosquilleo que la invadía y del silencio de su
respiración al compás de la de él.
Un momento, si era consciente, no estaba inconsciente.
Se dio cuenta de que sólo era su pelo negro lo que tapaba sus ojos. En
lugar de aplastarla con su peso desplomado, se mantuvo en pie sobre
ella, sus antebrazos apoyados a ambos lados de ella, temblando.
Resopló una vez y las sedosas hebras negras se agitaron, dejando
pasar un rayo de luz cambiante.
—Hugh —murmuró—. ¿Sigues conmigo?
Sintió que sus labios formaban los sonidos, y escuchó su nombre con
sus propios oídos, y sin embargo también lo escuchó por segunda vez,
no como un eco —la superposición era simultánea—, sino con una
profundidad especial. Como se sentía cuando un amante susurraba su
propio nombre.
Ella escuchaba lo mismo que él.
Cuando él levantó la cabeza para mirarla, ella tuvo una visión
vertiginosa de sí misma a través de sus ojos.
Y ella era... gloriosa.
Pero era mentira; tenía que serlo. Era imposible que su piel fuera tan
luminosa o su pelo tan vivo. Las curvas y las olas de su cuerpo no podían
ser tan tentadoras, ni siquiera para un hombre que aparentemente no
había tenido sexo en setecientos años.
—Dudas de mí —dijo suavemente—. Desnudas tu cuello ante mí sin
ningún reparo, pero no puedes creer lo que veo con mis propios ojos.
La vergüenza, junto con un toque de desvergonzada satisfacción, la
recorrió.
—Bueno, resulta que sé que también crees en los vampiros.
Se inclinó para acariciar su garganta.
—¿Ahora no lo haces?
Una punzada redoblada de placer brotó de sus labios hacia afuera, y
ella se estremeció.
—Tal vez deberías intentar convencerme de nuevo.
Él se rió, una brisa suave sobre su piel sensibilizada.
—¿Cuánto dura? —preguntó—. Esta conciencia.
Rodó hacia su lado, llevándola con él, con el muslo de ella pegado a
la cadera de él, sus cuerpos aun profundamente conectados.
—No mucho tiempo. —La estudió—. Te molesta.
—No. —Pero sabiendo que él podía percibir su prevaricación, se
enmendó,
—Es simplemente extraño.
—Tanto es así.
Ella curvó los labios con ironía.
—Es cierto.
—El vínculo se desvanece junto con la mezcla que tomé de ti a través
de tu sangre y sudor y… -—trazó la punta de un dedo en una espiral
poco profunda a través de su cuerpo, desde la punta de su hombro
bajando por sus costillas hacia atrás hasta la unión húmeda de su
miembro enterrado en su coño—, y otros jugos.
Ella se apretó a él involuntariamente, y él respondió con una flexión
dentro de ella. Los dos jadearon, y la cabeza de ella giro como si no
hubiera suficiente aire entre ellos.
Definitivamente podría volverse adicta a esto.
—Sólo pídelo —susurró—. Y te lo daré.
La idea era a la vez estimulante y aterradora. Ningún amante se había
revelado ante ella tan voluntariamente.
—¿Cómo te pasó esto? —Ella apoyó la cabeza en el duro rizo de su
bíceps, observándolo—. ¿Qué te convirtió en un ravpyr?
Cerró los ojos, y dentro de ella, su miembro se marchitó. Oh, caramba,
debería haber adivinado que esto no era una conversación de almohada,
por muy exóticas y serenas que fueran las almohadas.
—Hugo. —Le tocó la mejilla—. Hugh. —Ella esperó a que sus
pestañas ridículamente largas se alzaran, sus ojos negros recelosos—. Lo
siento. Eso fue grosero. Es tu turno de mentir, si quieres.
—No. Sabía que en algún momento tendría que decírtelo. Para eso
estoy aquí, después de todo: para revelarme al mundo. —Dejó escapar
un suspiro—. El rey fae y su compañera wereling me eligieron porque
mi historia en el mundo humano podría ayudarme a probar lo que digo.
Conozco secretos que los historiadores aún no han desenterrado.
Su mano se agitó con el impulso de coger un bolígrafo y escribirlo
todo.
—Setecientos años. La Edad Media. Fue entonces cuando fuiste...
maldecido.
Él asintió, con su mandíbula apretada rozando sus nudillos.
—Mi prometida, Sibilla, era una bruja.
—Tu... —¿Su prometida? Quiso darse una patada a sí misma por el
golpe de abatimiento en su pecho. Por supuesto que había tenido una
mujer en su vida. Era sexy, fuerte y firme; eso nunca pasaba de moda.
Modificó la pregunta—: Una bruja. ¿De verdad?
—En aquellos días, nadie cuestionaba que las brujas existían.
A pesar de todo lo que había ocurrido esta noche, Avery sacudió la
cabeza al pensar en inquisiciones y cazas de brujas. Luego pensó en los
años de su madre en la institución y decidió que era mejor no juzgarla.
—¿Y Sibilla te convirtió en vampiro?
—Un error. Un terrible error. —Él se estremeció, y ella se acercó a su
espalda para agarrar el edredón de satén, tirando de él sobre ambos en
un capullo húmedo y con aroma a sexo—. Nuestra aldea se encontraba
en tierras disputadas entre señores en guerra. Nuestros campos se
habían quemado demasiadas veces como para molestarse en contarlas,
y todos habíamos perdido a nuestros parientes por el hambre y las
enfermedades. Cuando era apenas un niño, fui llevado por un bando
para explorar y espiar, y aunque escapé, más tarde fui reclutado por el
otro ejército. Muchos chicos corrieron la misma suerte y murieron
luchando. Sibilla perdió a dos hermanos en contiendas, y sólo quería que
se acabaran los combates, que nos dejaran en paz.
»Las mujeres de su familia siempre habían sido parteras, herboristas
y cerveceras. No era inusual para la época, pero Sibilla era todo eso... y
algo más. Había rumores sobre lo bien que funcionaban sus pociones.
»Pero ella era amable y generosa, aunque primero me enamoré de la
forma en que nadaba desnuda en el estanque del molino en las noches
de luna; perdóname, era joven, así que los susurros nunca llegaron a los
sacerdotes. Hasta que juró acabar con la muerte.
Avery movió el codo para deslizarlo por debajo de su cabeza, y él
apretó su mejilla contra la suave piel de la parte superior de su brazo
donde latía el pulso.
—Debe haber sido una fuerza de la naturaleza.
Asintió con la cabeza.
—Y ella hizo eso parte de su hechizo. Invocó viejas magias que habían
permanecido intactas desde que los faes abandonaron el reino
iluminado por el sol.
»El hechizo era una cosa hecha de miedo, dolor y muerte, un arma
para blandir contra los ejércitos que marchaban sobre nosotros.
»Era demasiado para mantenerlo en secreto. Los dos señores se
enteraron, y los sacerdotes también, y vinieron con la sangre en la
cabeza. Corrí a casa para advertirle, pero la magia había sido convocada.
Se negó a irse conmigo, diciendo que el hechizo nos mantendría vivos,
pasara lo que pasara.
Cuando inclinó la cabeza hacia su pecho, Avery le besó el revuelto
cabello.
—¿Su hechizo salió mal?
—No recuerdo mucho, pero los soldados descendieron a nuestro claro
mientras una niebla salía de su caldero. Un arquero disparó y yo la
aparté.
»La flecha de la ballesta me atravesó —se pasó los dedos por el
vientre—, justo cuando se desató la magia. Caí en el fuego.
Avery aspiró un poco y puso su mano sobre la de él.
—Me desperté en las frías brasas —continuó—, y la flecha de la
ballesta estaba enterrada entre los ojos de Sibilla. Ella me salvó.
Renunció a la magia para salvarme. Y la forma en que me miró a través
de las cenizas... —Se estremeció de nuevo, a pesar de la cercanía del
abrazo de Avery.
—Ella te quería —le recordó Avery, con el corazón apretado y
dolorido por su angustia—. Por supuesto que quería que vivieras. Ella
no podría haber detenido ese impulso más de lo que tú podrías haber
detenido la flecha con tus propias manos.
—Pero el hechizo era para todo el pueblo, no para mí solo. Volví
tambaleándome. Por una vez, los ejércitos habían trabajado juntos, y no
dejaron ninguna piedra en pie. Sólo un puñado de aldeanos sobrevivió,
y tomaron los restos destrozados de nuestros hogares y me apedrearon
hasta la muerte.
—Oh Dios, Hugo... —No tenía idea de qué más podía decir.
Se encogió de hombros.
—O lo que creían que era la muerte. Tal vez se arrepintieron de su
furia, o tal vez sabían en qué me había convertido y temían la venganza
de mi espíritu, porque se quedaron el tiempo suficiente para enterrarme
en una tumba poco profunda en la encrucijada entre los dos señores.
Cavé para salir y enterré a Sibilla en el agujero que me habían hecho.
Pero más profundo, mucho más profundo. Hay artefactos en esa tumba
que harían que los estudiosos modernos reescribieran la historia que
creen conocer. Y te daré la ubicación para probar mi afirmación.
—No. —Ella puso su mano bajo su barbilla y levantó su cara—. Hugo,
no. Eso no es... Encontraremos otra manera.
Sacudió la cabeza, zafándose de su agarre.
—Sibilla querría que la magia de los faes y el misterio de los werelings
volvieran al mundo. Si estaba dispuesta a sacrificar su vida para acabar
con una guerra, seguro que renunciaría a la paz de su tumba olvidada.
En el silencio que se produjo entre ellos, Avery dejó escapar una
respiración insegura.
Tras un largo momento, preguntó:
—¿Crees que esa historia se venderá?
Ella cerró los ojos. Podía justificar los informes falsos que presentaba
Ho para la revista Conspiracy Quarterly. Al menos podía decirse a sí
misma que sólo los idiotas se tragaban esas historias, pero esto... Eran
vidas reales, y muertes, y vidas de nuevo, una historia antigua que aún
respiraba. Y todavía le dolían los recuerdos.
—No puedo creer que hayas podido aguantar tanto tiempo —susurró.
—El tiempo pasa de forma diferente en la corte de los faes y a veces
podía olvidarlo, simplemente ir a la deriva, pero ahora... —Sus ojos
oscuros eran planos y sombríos—. Ya no puedo soportarlo. No puedo.
Quiso alcanzarlo de nuevo, pero él ya se había alejado de ella una vez.
Sólo podía ofrecerle lo que había venido a buscar.
—Contaré tu historia y la de Sibilla —prometió—. No dejaremos que
vuelva a haber una guerra.
Ella sabía que él debía percibir su sinceridad, su determinación, pero
se levantó de la cama y se dirigió al baño. Tras el chapoteo del lavabo y
un sombrío silencio, regresó con una bata de casino de felpa, una bata a
juego en el puño que puso a sus pies.
—Quiero ver si Dyer nos ha enviado los planes para mañana por la
noche.
Sin esperar su respuesta, él se dirigió a la otra habitación.
Sintiéndose un poco cruda —y no sólo vaginalmente— utilizó el baño
ella misma. Se lavó y se detuvo, estudiándose en el espejo. Una tenue
imagen posterior, que desapareció rápidamente, le dijo que él había
hecho lo mismo.
¿Qué había visto? Tenía el mismo aspecto, pero hacía tiempo que le
habían dicho que lo que creía ver no siempre era cierto. Por una vez,
pensó que aquellos bienintencionados detractores tenían razón.
Se unió a Hugo en el sofá del salón, acurrucándose no demasiado
cerca de él, sin querer imponerse. No intentó cerrar el espacio entre ellos.
Ya había conseguido encontrar la pantalla de mensajes que ella había
llamado antes, y esta vez había varios listados. Abrió los archivos para
él, barajándolos en la gran pantalla del televisor, y le mostró cómo
alternar y buscar. Intentó mirar los esquemas que él estaba estudiando
—después de todo, era muy probable que fueran invadidos por faes
malvados antes de que Papá Noel bajara por la chimenea—, pero su
mirada volvía una y otra vez al hombre que estaba a su lado.
Se dio cuenta fácilmente, pero ella ya sabía que lo haría. Al fin y al
cabo, era un macho con un mando en la mano.
Y tal vez todavía estaba usando lo que había absorbido de ella.
Ese pensamiento la hizo hundirse más en la bata esponjosa, como si
pudiera tragársela. ¿Qué había visto él cuando se miraba a sí mismo a
través de sus ojos? ¿Qué parte de su anhelo se había manifestado?
No es de extrañar que se haya alejado. Una cosa era que la gente
sospechara que estaba loca o que era una mentirosa o —Dios no lo
quiera— una verdadera teórica de la conspiración, pero que se pensara
que estaba desesperada y sola, a un paso de hablar consigo misma todo
el tiempo, aunque sólo fuera porque no había nadie más cerca para
responder.
Sí, la verdad dolía.
Nunca había tenido tiempo para una relación de pareja. Siempre había
alguna nueva tarea que la alejaba, o la preocupación de que la
esquizofrenia la reclamara a ella también. Los pocos hombres con los
que había intentado compartir su vida no habían sido capaces de
soportar la intensidad. Pero lo que sentía ahora, el deseo de acercarse a
Hugo, no podía seguir achacándolo a la locura o al trabajo. Ya no.
A pesar de la incomodidad, quería ayudarle aunque los planes que
aparecían en la televisión no tenían mucho sentido para ella. El reloj de
la parte inferior de la pantalla indicaba que eran poco más de las dos de
la madrugada. En la universidad, ella la llamaba la hora estúpida,
cuando la última descarga de cafeína y azúcar de medianoche del
supermercado de la esquina había desaparecido. Hoy en día,
consideraba que era la mejor hora para escribir textos absurdos para CQ,
pero esta noche —o esta mañana, en realidad— no tenía más palabras.
Ella culpó al whisky. Y al sexo. Si tan sólo tuviera alguien con quien
hablar, alguien que le creyera y la ayudara a averiguar si el resto del
mundo estaba preparado para creer.
Tocó el pequeño corazón de su collar. En todas las Navidades desde
que su madre había desaparecido, Avery nunca la había echado tanto
de menos.
Se durmió con las lágrimas no derramadas salando sus pestañas con
fuerza.
Capítulo 10
Hugo la dejó dormir. Hizo una pausa en su estudio de los planos del
casino para arrancar una manta suave y bordada del respaldo del sofá y
extenderla sobre Avery, que se había desplomado contra los cojines. Su
respiración tranquila lo distraía más de lo debido, pero menos que su
vibrante energía cuando estaba despierta.
Incluso después de arroparla con la manta, dejando sólo el brillo de
su pelo aún húmedo y la curva de la mejilla tocada con sus cortas y
gruesas pestañas, no volvió a prestar atención a su trabajo.
Le había dicho que el vínculo entre ellos se desvanecería, pero todavía
lo sentía.
Se había obligado a poner un poco de espacio entre ellos y, sin
embargo, los sabores y las texturas de ella permanecían en su mente, en
su cuerpo.
En su alma.
Ni siquiera sabía si aún tenía alma. La teología de su tiempo juzgaba
claramente a las brujas como su prometida y a las criaturas de la
iniquidad como él. Un monstruo que ciertamente nunca quiso ser.
Después del trato que habían recibido él y Sibilla, no estaba dispuesto a
conceder a los humanos el beneficio de la duda, o el daño de la fe, por
así decirlo.
Entonces, ¿por qué le había dado a Avery tantos detalles sobre el
origen de su maldición?
Habría bastado con decir que una bruja había cometido el acto y que
él conocía la ubicación de su tumba sin marcar con los diversos tesoros
de su época para probar su procedencia.
Había revelado demasiado de su recordado horror. Pero al menos no
le había contado cómo se tambaleó el primer día con la piel ennegrecida
y los huesos rotos por las piedras de los aldeanos. El hechizo que Sibilla
había lanzado funcionó como había previsto: no moriría por esas heridas
no letales. No importaba cuánto le doliera.
La magia latente, atiborrada de nuevo de sangre y fuego, había
debilitado la barrera entre el reino iluminado por el sol y los Phaedrealii.
Como la maldición lo había convertido en un monstruo por derecho
propio, ya no era humano, había caído en la corte de los faes.
Cuando la vieja reina le dio a elegir entre quedarse y desangrar la
energía traicionera de sus díscolos súbditos, o ser arrojado de nuevo al
mundo que había conocido y que lo quemaría y lapidaría de nuevo de
buena gana, él se había convertido tontamente en la sanguijuela de la
corte.
Pero el nuevo rey y su compañera creían que la pasión de los faes
podría devolver la magia al reino iluminado por el sol y renovar el
equilibrio de este mundo. Un mundo que había cambiado desde su
tiempo en él. ¿Qué otra cosa explicaría la disposición de Avery a abrirle
los brazos teniendo en cuenta lo que era?
Había vuelto al mundo sólo porque necesitaba que el fae lo liberara.
Y sin embargo... a pesar de la inminencia de que se le concediera su
deseo, necesitaba toda la fuerza bruta de su cuerpo de ravpyrii para
obligarse a apartarse de esta mujer a su lado.
Si la Reina Undone atacaba al día siguiente, tal vez mataría los últimos
vestigios de sus propias emociones y así salvaría a Avery de la perdición
que le esperaba si se quedaba a su lado.
***
Había hecho todo lo que pudo y luego apagó la pantalla para sentarse
a ver a Avery dormir, acurrucada en la esquina del sofá, con el pelo
revuelto como ondas de color rojo oscuro sobre la manta blanca bordada
con diminutas flores de loto en hilo de oro. A medida que el sol se alzaba
sobre el desierto, la fina capa de nubes se iluminaba hasta convertirse en
una lámina de plata pura. Sabía que la luz cambiante la despertaría, pero
si se levantaba para correr las cortinas, temía interrumpir sus sueños.
Mejor ser despertado por la luz que por él, una criatura de la
oscuridad.
Entonces, ¿por qué alargó su mano para tocar los mechones salvajes
de su pelo?
El teléfono de la habitación sonó, el timbre musical disonante en el
silencio.
Tira Dyer no se identificó cuando Hugo descolgó el teléfono, pero su
voz enérgica y contundente era inconfundible. Un Ravpyrii no
necesitaba dormir como tal, pero su tono era áspero.
—Recibí sus notas sobre nuestros esfuerzos de seguridad más
temprano —dijo—. Se las envié al Sr. Barrows. Se reunirá con ustedes en
dos horas. Estoy enviando el desayuno y algunas otras cosas, y te
llamaré cuando el Sr. Barrows esté listo para ti.
Cortó sin esperar su respuesta.
Levantó una ceja al teléfono mientras colgaba y se giró para ver a
Avery observándole desde su manto. Sus mejillas aún estaban suaves y
sonrojadas por el sueño, pero sus ojos verdes eran agudos. Y un poco
cautelosos.
Aunque era lo mejor, su cautela lo atravesó como la lanza de hierro
con punta que había devastado al diablillo.
—La luz del sol no te hace daño. —Su voz estaba casi tan crispada
como la de Dyer.
—Si fuera así, el desierto sería un mal lugar para un santuario
ravpyrii. —Como ella iba a tener que escribir la historia explicando su
especie y todo lo demás, añadió—: Buscamos las sombras porque la
oscuridad oculta nuestra alteridad.
—No tan bien como crees. —Ella seguía metida en la manta, con los
pequeños lotos subidos hasta la barbilla, pero por el movimiento de los
pliegues, adivinó que se tocaba el cuello donde él no podía ver—.
Tenemos menos de diez horas de luz del día, así que ¿qué sigue?
Transmitió el mensaje de Dyer y Avery se puso en pie, con los dedos
de los pies desnudos asomando bajo la manta que la envolvía.
—No sé si debería rezar para pedir mimosas o no —murmuró
mientras se dirigía al dormitorio.
Hugo se acercó a la ventana para ponerse a la luz del sol invernal y
sacó su propio teléfono. Pero no fue la tigresa wereling ni el rey fae
quienes contestaron.
—Taberna Sun-Down —dijo un hombre desconocido, Este es Beck.
Sin inmutarse, Hugo preguntó:
—¿Está Yelena?
—¿Eres el vampiro?
Hugo frunció el ceño.
—Si no lo fuera, sería una pregunta muy irresponsable.
—Tranquilo. Nadie que no deba oírlo lo creerá de todos modos.
Aunque eso era bastante cierto, no tranquilizaba a Hugo.
—¿Dónde está Yelena?
—Con su novio, lidiando con algunos... problemas en la corte. Ni que
decir tiene que allí no tienen buenas conexiones de telefonía móvil, así
que me dio el teléfono y me dijo que tal vez llamarías. ¿Qué necesitas?
Esta noticia era preocupante a muchos niveles. Los problemas en
Phaedrealii debían ser realmente graves para distraerlos de sus planes de
regresar al reino iluminado por el sol. Y ahora un desconocido tenía el
teléfono de Yelena y era el único contacto de Hugo.
Y Dios en el cielo, ¿quién llamaría novio al rey de los faes?
Como si oyera su dudosa reverberación a través de la línea telefónica,
el desconocido —Beck— dijo:
—Conozco a Yelena de mis días en el ejército. Es capaz de
emborracharme por debajo de la mesa, al parecer, los tigres tienen una
mayor tolerancia a la cerveza casera que los lobos, pero mientras estaba
allí, me hizo creer que su loco plan para unir nuestros mundos podría
funcionar. Así que dime qué necesitas.
Hugo lo pensó un momento más, pero no vio que tuviera más
opciones que cuando se había enfrentado a la reina de los faes hace
setecientos años. Si Yelena le había confiado a este lobo los secretos del
rey, él no podía hacer menos.
—Necesito ese ejército que mencionaste.
El ladrido de risa sorprendida de Beck se desvaneció cuando Hugo le
explicó su situación.
—Los días volverán a ser más largos —dijo Beck— y la luna nueva
está creciendo. —Por supuesto, un lobo conocería las fases de la luna—.
Si la vieja reina va a hacer un movimiento pronto, tiene que ser ahora,
mientras sus poderes son más fuertes.
—Será esta noche —declaró Hugo—, es una criatura de la locura y el
delirio.
Beck resopló.
—Siendo ese el caso, ¿qué mejor momento o lugar para atacar que Las
Vegas en Navidad?
—En efecto.
—Pero no puedo reunir un gran ejército antes del anochecer. Raze
todavía está luchando por estabilizar las puertas fae. No sé cuánta fuerza
puede mover de esa manera. Y mi manada está en Oregon. No te
alcanzaremos antes de que se ponga el sol.
Hugo aplastó la palma de su mano sobre el vidrio frío, mirando la
pálida luz en su piel. Así que estaba esencialmente solo, con una mujer
vulnerable que confiaba en él para sobrevivir.
Su mano se cerró en un puño contra el cristal transparente.
—Comunícate con Yelena cuando puedas —dijo. Y se preguntó si su
tono sombrío no congelaría el cristal—. Dile que revelar a los faes en el
reino iluminado por el sol podría estar sucediendo antes de lo que ella
deseaba.
—Aguanta todo lo que puedas —dijo Beck—. Vamos a ir. Y podría
tener algunas personas más cercanas que puedan ayudar. Mantén este
teléfono encendido.
Pero cuando cortó, Hugo se preguntó si algo podría ayudar.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus dudas. Cuando respondió, uno
de los guardias de seguridad ravpyrii de la noche anterior empujó un
carro largo cubierto de lino a través de la puerta. La parte superior del
carro estaba cargada con fuentes cubiertas para servir y varias bolsas
grandes decoradas con insignias de las tiendas de la planta baja.
El interés de Hugo se animó cuando el ravpyr tiró a un lado la ropa
para revelar el interior sembrado de metal oscuro.
—Hierro forjado en frío —dijo—. Casi imposible de encontrar, todo es
acero en estos días. El Sr. Barrows nos hizo pasar la noche refinando lo
que pudimos sacar.
Mientras que Hugo había pasado la noche con algo aún más preciado.
Pensó que debería sentirse mal por eso, pero si eran sus últimas horas
en el mundo...
Levantó una vara de madera rematada con un eje de hierro afilado y
con púas.
—Primitivo. —Cuando el guardia se erizó, agitó la mano para evitar
una protesta—. Los faes también son viejos. Te sugiero que creen
grilletes y cadenas a juego. Una punta de hierro como esta guja3 matará
a los faes menores, pero algunos de los más poderosos serán más
difíciles de dominar.
El guardia frunció el ceño pero asintió, Y no se fue. Cuando Hugo
arqueó una ceja en cuestión, el ceño del ravpyr se hizo más profundo.
—Dicen que es casi tan mayor como el señor Barrows.
¿Dicen? Hugo no estaba seguro de que apreciara ser el blanco de los
chismes más que de quemar y lapidar.
—No lo sabría. Todavía no lo he conocido.
—Yo tampoco. Pero nos preguntamos… —El guardia se movió, sus
manos apretando y abriendo a sus costados, marcando segundos de
silencio—. Escuchamos que tiene una cura. —Después de un último
apretón de nudillos blancos, sus dedos se separaron, como si soltara
algo—. Veo venir a toda esta gente, especialmente los últimos dos días,
y son tan… tan todo. Felices, tristes, canela... —Respiró hondo, dejando
al descubierto sus incisivos—. Y vistiendo tanto rojo, como...
Hugo sugirió gentilmente
—¿Cómo sangre?
—¡Como malditas señales de alto! —El guardia dio unos pasos
agitados en los confines de la puerta—. Como si me estuvieran diciendo
que... pare, que no tengo derecho a que la fuerza vital simplemente fluya
de ellos. —Se giró para enfrentarse a Hugo—. Pero lo quiero tanto.
¿Qué podría decirle al otro ravpyr? Aparentemente, ComeTrue no era
un santuario para todos.
—No tengo cura —dijo.
El hombre frunció el ceño.
—Pero escuchamos a los faes y los werelings…
3
N. del T. Una guja (del francés vouge) o archa era un arma de asta medieval.
—No somos como ellos. Fuimos convertidos por la magia que
manipulan los faes, pero la magia no es nuestra por derecho. Tenemos
la destreza física de los werelings, pero eso tampoco es natural para
nosotros. No pertenecemos a ningún mundo y, sin embargo, no tenemos
salida.
En un momento de silencio hirviente, las manos del ravpyr se
apretaron de nuevo, los nudillos se blanquearon como si sus huesos
buscaran escapar.
—Estaba buscando algo un poco más esperanzador —dijo.
—¿Esperanza? —Hugo negó con la cabeza—. Podría chupar eso
durante un siglo y aún no tener suficiente para compartir. Pero después
de esta noche, puede que no nos importe a ninguno de los dos.
No le sorprendió en absoluto que el guardia golpeara las puertas
cuando se fue. Hugo se volvió para encontrar a Avery de pie donde
estaba fuera de la vista.
—Parecía asustado —dijo.
—Todos deberíamos estarlo.
—Pero eres inmortal.
—Lo que no significa que no nos puedan matar. —Giró el carrito hacia
la mesa frente al sofá y ella atravesó la habitación para unirse a él—. Y
eso no significa que no queramos más.
—¿Más? —preguntó ella suavemente.
—Más que no morir. —Levantó la tapa de uno de los platos para
servir—. Canela.
Ella se acercó más.
—Es la temporada. —Agarró un tenedor y se inclinó junto a él para
cortar una sección de la pasta rociada con glaseado. El aroma de su piel,
su propio tipo de especia cálida y deliciosa, hizo que sus sentidos
giraran—. Si como esto y me termino el whisky, estaré tan lista para
escribir tu historia.
Volvió a sujetar la tapa del plato, fallando por poco su segunda
puñalada al pastel, y ella le dedicó una sonrisa torcida.
—Nos reuniremos con Barrows pronto —le recordó. Sacó la guja de
debajo del mantel—. Y es necesario poder manejar uno de estos además
de un bolígrafo.
Al estudiar el arma, sus ojos se agrandaron, el verde se iluminó con la
luz clara y fría del exterior.
—Tendré que decirle a mi editor que gastare en una armadura.
—Esos estaban hechos de acero, por lo que no te servirían de nada
contra los faes. Es mejor que corras —encontró su mirada fijamente—,
quizás deberías irte ahora mismo.
Ella se puso rígida.
—¿Irme?
—Esta noche se pondrá fea.
—Pensé que habías venido a verme porque necesitabas un testigo.
—A una rueda de prensa, no a una guerra.
Ella resopló.
—Estás captando nuestra jerga con asombrosa facilidad.
—He tenido una buena maestra. Estaba leyendo números anteriores
de Conspiracy Quarterly mientras dormías. Tienes habilidad con las
palabras.
Ella cogió un segundo plato y un cuenco de fruta del carrito y lo llevó
a la mesa del sofá, donde se arrodilló graciosamente en el suelo. Ella
reveló un desayuno más nutritivo de huevos y tostadas, pero no lo miró
mientras revisaba lentamente su comida.
—No pensé que hubiera mucho que aprender de CQ.
—También busqué tus historias en el periódico anterior.
Su tenedor chirrió sobre el plato. Dejó el acero con cuidado y tomó
una naranja en su lugar. El aroma brillante y alegre mientras clavaba los
dedos en la corteza fue un contrapunto discordante a su expresión
sombría.
—Así que eres un detective de Internet y un guerrero medieval.
—No tuve que mirar mucho, escribiste con el mismo nombre. —La
vio pelar metódicamente la naranja en una larga franja—. Si no te gustan
las historias que escribes para CQ, ¿por qué usas tu nombre real?
Ella dividió la naranja, vaciló un momento, luego le arrojó la mitad, lo
que él interpretó como que no estaba demasiado enojada con su acecho
en línea.
—Estupidez —dijo al fin—. O terquedad. O tal vez quemar mis
puentes para poder señalar la razón por la que no puedo volver jamás.
— ¿Por qué te fuiste? —Cuando ella levantó la vista bruscamente, se
comió una rodaja de naranja y se encogió de hombros—. No soy tan
buen detective —él la miró a los ojos directamente—, preferiría que me
lo dijeras tú misma.
Se preguntó si tendría que recordarle que ya había compartido su
pasado, pero después de un momento, suspiró.
—Cuando tenía once años, estaba visitando a mi madre en Navidad.
Ella estaba en una institución, una institución mental. —Ella lo miró
para ver si entendía y él asintió. Había leído su artículo de CQ sobre
asilos embrujados—. Parecía feliz. Inusual así que, debería haber
advertido eso. Pero pensé que era por las vacaciones, porque estaba allí
con ella. —Ella miró la media naranja ahuecada en sus manos—. Tonta
de mí.
—Mencionaste tus aventuras con ella cuando eras una niña.
Avery hizo una mueca y se comió un trozo de naranja, masticando
con más vigor del necesario.
—Ahora estoy pensando que algunas de las cosas que afirmó podrían
haber sido ciertas: criaturas sobrenaturales siguiéndola, vislumbres de
mundos extraños, ese tipo de cosas. Esa vez, me estaba diciendo que
finalmente había encontrado una manera de entrar.
Hugo se puso rígido.
—¿En Phaedrealii?
Avery negó con la cabeza.
—Ella no le dio un nombre. Pero se estaba haciendo tarde y mis
abuelos venían a recogerme. Ella me dio mi regalo —se tocó el cuello—
, un pequeño amuleto de corazón que anidaba dentro de un amuleto de
corazón más grande. Dijo que el corazón grande era para ella y el
corazón pequeño era para mí, así que siempre estaríamos juntas. Luego
me hizo salir a caminar con ella en la nieve. Dijo que quería mostrarme
la entrada.
»Había un jardín cerca del estanque, y pensé que me llevaría a la
glorieta y me diría que era una cápsula de viaje en el tiempo o algo así.
Pero ella había cavado un agujero debajo del seto de acebo, y se arrastró
dentro. Me asusté, pensando que se iba a caer por el otro lado del
estanque, así que asomé la cabeza detrás de ella. El acebo no era un seto,
había crecido en un círculo, hueco en el medio y...
Hugo se sentó en el borde del sofá a su lado.
—Una puerta a la corte fae.
—Sea lo que sea… ella simplemente… desapareció. Desapareció justo
frente a mí. —Levantó otra sección de naranja, mirándola como si no
estuviera muy segura de qué era, luego puso los restos en su plato—.
Retrocedí y corrí hacia el estanque. El borde estaba helado y el hielo no
estaba roto. No había forma de que pudiera haberse caído, pero no había
huellas en la nieve en ningún lugar excepto por donde habíamos
caminado. El personal llamó a la policía y miramos por todas partes,
pero... —Ella negó con la cabeza—. Nadie creyó lo que estaba diciendo.
—La barrera alrededor de Phaedrealii siempre ha sido más delgada
para algunos. Los tocados por magia o maldiciones —ella lo miró con
comprensión en sus ojos—, artistas que ven el mundo diferente a la
mayoría, niños, locos. —Cerró los ojos brevemente, buscando en sus
recuerdos—. Encontré pocos humanos verdaderos en Phaedrealii,
ninguno que pudiera haber sido tu madre. —Cuando ella dejó escapar
un suspiro tembloroso, él hizo un sonido de advertencia—. Pero la corte
es un lugar vasto e inexplorado. Cuando volvamos a hablar con el rey,
podemos hablarle de ella. Y cuando caigan las puertas, tal vez ella
reaparezca.
Avery inclinó la cabeza, las ondas de su cabello cayeron alrededor de
su rostro.
—Debería haberme arrastrado detrás de ella, pero estaba asustada…
—No lo hagas —dijo bruscamente. Extendió la mano para poner su
mano sobre su hombro y flexionó los dedos con la fuerza suficiente para
sacarla de su espiral descendente. Avery lo miró con los ojos
entrecerrados por el dolor, no por su agarre, lo sabía, sino por lo que
había dentro de ella—. No podrías haberlo sabido —le dijo.
—E incluso si lo hubieras sabido, no podría haberla detenido —No
más de lo que podría haber hecho cuando saltó en medio del hechizo de
Sibilla.
Después de un largo momento, su brillante mirada fija en la de él,
asintió con la cabeza.
Movió la mano para acariciar su cabello, deleitándose con la forma en
que los mechones se enroscaban alrededor de sus dedos.
Avery inclinó la cabeza contra sus nudillos con un suspiro.
—Me convertí en periodista porque quería tratar solo con hechos:
fuentes que podía entrevistar, cifras que podía verificar, mentiras que
podía exponer. En el Times, no entregué una historia hasta que supe que
estaba bien. Hace dos años, me asignaron un caso de secuestro familiar.
Bastante sencillo: un padre sin custodia con antecedentes de crisis
psicóticas secuestró a su hijo.
— ¿Otro defecto en la barrera Phaedrealii?
—No. Terminó felizmente. Encontraron al niño, el padre consiguió
arreglar sus medicamentos. Asistí a su maldito juego de béisbol después
de la terrible experiencia y fue maravilloso. —Se pasó la mano por la
mejilla aunque no había nada allí, y él imaginó que era sólo el recuerdo
de las lágrimas lo que la molestaba—. Fue entonces cuando me di cuenta
de cómo podría haber, debería haber terminado para mí.
»He estado buscando a mamá desde entonces. Y cuando la encuentre,
creeré todo lo que me diga, solo por verla. —Ella se estiró para sujetar
su mano alrededor de su muñeca, un poder en su agarre que lo
sorprendió—. Es esa estúpida esperanza que mencionaste. Por eso no
puedo irme ahora. Si los faes están llegando, este podría ser el momento
más cercano que he estado a recuperarla.
Sabía que era una pérdida de tiempo pedirle que se fuera, y por un
instante pensó en forzar el asunto. Pero entendió su deseo de cambiar el
pasado.
Demonios, estaba aquí exactamente por la misma razón.
Se puso de pie y le tendió la mano. Sin dudarlo, ella puso su palma
sobre la de él. La confianza implícita apretó su pecho tanto con horror
como con placer mientras la levantaba. Ella sabía lo que era y el errores
que había cometido, y aun así estaba dispuesta a estar a su lado, sin
hacer preguntas.
Le entregó una de las bolsas del carro.
—Si estás demasiado loca para salvarte, nos reuniremos con Barrows
en una hora.
Ella le dedicó una sonrisa torcida.
—Me pregunto si esta entrevista será más adecuada para CQ o para
el Times.
Se preguntó si tendría la oportunidad de escribir algo.
Ella llevó su bolso al baño y él esparció el contenido del suyo sobre la
cama. Tira Dyer le había proporcionado ropa limpia, bastante justo ya
que el apuñalamiento del diablillo arruinó la suya, aunque no había un
abrigo de cuero para reemplazar el desgarrado, una pena. Le había
gustado el aspecto elegante y podía entender por qué los vampiros
preferían el look.
Los vaqueros negros le quedaban pegados a la piel y se flexionaban
cuando se movía. Se puso las botas, que estaban donde se las había
quitado la noche anterior.
Por un momento, su peso pareció inmovilizarlo contra el suelo. Si tan
solo pudiera pasar otra noche descalzo con Avery...
Agarró la camisa de algodón de manga corta, también negra, de la
cama y se la sacó por la cabeza, como si pudiera apartar el pensamiento
nostálgico. No había venido aquí para pasar sus noches con una mujer
tan dañada como él. Independientemente de lo que pasara después, no
le quedaban noches que realmente pudiera llamar suyas.
La camisa era más ajustada de lo que hubiera elegido para sí mismo,
y las alas grises delineadas en el pecho lo hicieron fruncir el ceño con
más ferocidad que se justificaba.
Leyó las palabras al revés. «¿País murciélago? Los Ravpyriis no
cambian de forma a murciélagos».
Avery salió del baño. Su mirada vagó por su cuerpo, sus labios se
arquearon.
—Es una referencia literaria. Se ve bien en ti. —Una chispa de calor en
sus ojos hizo que se quedara sin aliento antes de que ella bajara la mirada
hacia su propia camisa verde oliva, donde un rostro de ojos saltones y
mentón delgado se extendía sobre sus pechos—. Obtuve el Área 51. No
hubiera imaginado que Dyer tuviera sentido del humor.
Como si el ajuste de la camisa no fuera lo suficientemente tentador,
unas ajustadas mallas negras ahuecaron su trasero de una manera que
hizo que sus manos se crisparan con anhelo. Se había recogido el pelo
en una gruesa trenza por el cuello, los mechones rojos brillaban contra
su piel, pálidos excepto por el pequeño hematoma que le había dejado
el mordisco.
Cerró los ojos ante la posesividad que lo invadió.
—¿Hugo? —Sintió el calor de su mano flotando cerca de su antebrazo
desnudo. El teléfono sonó y el espacio se abrió de nuevo entre ellos.
Avery tomó la llamada y escuchó por un momento.
—Nos dirigiremos hacia allí. Por cierto, gracias por las camisetas
novedosas. Nadie nos dará una segunda mirada. —Cuando colgó, tomó
su mochila. Mientras se ponía de pie para colgársela al hombro, levantó
la barbilla—. Tiempo de la función.
Capítulo 11
Caminando por el vestíbulo del casino hasta el segundo ascensor
privado con la etiqueta “Solo para el personal”, Avery deseó haberse
detenido en las tiendas para reemplazar las bailarinas, adornadas con
diamantes de imitación con las palabras “¿Qué pasó...?” en un dedo del
pie y “¿en Las Vegas?” por el otro, que Dyer había incluido en su bolsa
de ropa. Pero ella no suponía que hubiera un excedente del ejército en
el mercado ComeTrue, por lo que la posibilidad de encontrar botas de
combate era probablemente nula de todos modos.
Y además, probablemente no deberían hacer esperar a un vampiro
multimillonario.
En el ascensor, marcó el código de seguridad y salieron disparados al
último piso. Se dio cuenta de que quería alcanzar la mano de Hugo, pero
apretó los dedos en un puño para desterrar el deseo. Pensaría que ella
era solo una chica humana asustada.
Lo que técnicamente era ella.
Qué vergonzoso descubrir que había pasado todos estos años
supuestamente buscando respuestas, pero cuando el momento de la
verdad estaba ante ella, una parte de ella todavía quería cerrar los ojos.
Pero ya no era una niña que temía mirar lo que podría haber debajo de
la cama.
Diablos, se había metido en la cama con el monstruo.
En lo que respecta a las charlas de autoestima, probablemente no era
una para los carteles de motivación, pero el recuerdo añadió un poco de
chispa a su caminar cuando la puerta del ascensor se abrió y salieron.
Ante ellos se extendía una enorme sala sin terminar de barras de
refuerzo desnudas y cables expuestos. El suelo de cemento se extendía
hasta las ventanas distantes en los cuatro lados. Como ComeTrue era
más alto que cualquier otro rascacielos del centro, la vista se extendía
del desierto a la montaña, de la ciudad al Strip. Una figura alta estaba de
pie en el panel de vidrio más cercano, mirando hacia la luz invernal.
Hugo siguió adelante y Avery se apresuró a seguirlo cuando Deon
Barrows se volvió hacia ellos.
Iba vestido todo de negro, desde Oxford hasta los pantalones
arrugados y puntas de alas. Un toque de plata en sus rastas negras le dio
un brillo masculino sutil, como un Rolex particularmente caro. Se
parecía tanto a lo que ella había imaginado que podría haber estado un
poco decepcionada. Excepto sus ojos sorprendentemente pálidos,
especialmente impactantes contra su piel oscura, le advirtieron que en
una ciudad de dinero y vicio, él era el depredador supremo.
Tenía su teléfono celular afuera, la cámara lista, pero Barrows levantó
una palma plana. Para su sorpresa, la piel de la base de sus dedos parecía
áspera. ¿De dónde sacó los callos un vampiro multimillonario? Quizás
no debería extrañarse.
—Por favor, abstente —dijo. No podía ubicar el ligero acento en su
voz. Fuera lo que fuera, había intentado desterrarlo—. Prefiero no
quitártelo.
Ella le hizo un pequeño ceño fruncido; comenzaría confundida y
luego escalaría a molestarse si era necesario
—Pensé que si aceptabas reunirte con nosotros, entenderías nuestra
razón para venir. Estamos haciendo una historia.
—Tira dijo que estaban aquí para traer de vuelta a los faes. Eso no
tiene nada que ver con los ravpyrii.
Hugo cruzó los brazos sobre el pecho, ampliando su postura.
—Lo hace si la Reina Undone ha elegido el castillo de tus sueños para
sus propias pesadillas.
—Especulaciones —Barrows movió un dedo antes de que su puño se
cerrara sobre la tosca evidencia de su máscara no del todo perfecta.
Avery resopló
—Dijo el hombre... —extrajo la palabra el tiempo suficiente para ser
sardónica—, que hizo su primer millón de fluctuaciones del mercado
temporal en el precio del oro.
Barrows se encogió de hombros.
—Oro, licor, carne, pecado. Hay alguna desviación en la línea de base,
pero se sorprenderían de lo bien que mantienen su valor a lo largo del
tiempo.
—Con esa actitud, no es de extrañar que decidieras establecerte en Las
Vegas.
— Podemos vivir aquí sin que nadie lo sepa y con toda la energía de
los sentimientos humanos que necesitamos. —Sus ojos pálidos brillaban
como soles del desierto—. Esto no lo arriesgaré, ni por un fae o un
wereling.
—¿Por unos humanos? —pinchó—. Fuiste uno, una vez.
—Casi olvidado, te lo aseguro. —Su mirada se entrecerró en Hugo—.
¿Por qué defenderías a alguno de ellos? Sé que realmente no te puede
importar lo que les suceda.
—No lo sabes —dijo Hugo, su voz más fría que la luz del exterior—.
Y no te conozco, pero has pasado suficientes años para saber que el
cambio es inevitable. Y teniendo en cuenta lo que has construido aquí,
debes saber que las probabilidades nunca están a nuestro favor.
—Están en el mío —gruñó Barrows.
Pero en su irritación, Avery escuchó un toque de ambigüedad. Él no
estaba seguro de lo que se avecinaba, y dado que su historial en el
mercado de valores era testimonio de sus cojones de acero, el hecho de
que vacilara era suficiente para provocar un pánico total en ella.
Excepto que ella tenía un trabajo que hacer.
—Te diré una cosa —dijo, extendiendo las manos como un buen
tiburón de cartas—. Si la Reina de las hadas no aparece esta noche, nos
vamos. Los faes y los wereling encontrarán otro lugar para organizar su
regreso.
Hugo movió las puntas de sus botas.
—Avery...
Ella levantó un dedo.
—Los faes tienen un historial de hacer tratos. Y el señor Barrows es un
hombre de apuestas, ¿verdad?
Sus nervios se tensaron ante la sensación de dos machos ravpyrii
enfocando sus ojos negros y pálidos en ella. Se sentía algo... sexy.
Hugo dejó escapar un suspiro lento.
—Eres una molestia, Avery Hill.
Ella se encogió de hombros.
—Por lo general, dicen loca. —Ella cerró las manos con un aplauso
mientras miraba a Barrows—. Pero si la reina viene y te ayudamos a
luchar contra ella, ComeTrue se convierte en el centro de la campaña
para el regreso de los faes y el resto de este loco mundo.
Barrows estuvo en silencio tanto tiempo que pensó que lo había
perdido.
Finalmente, dijo:
—De cualquier manera, esto suena como una pérdida para mi gente.
Ella sacudió su cabeza.
—De una forma, te echan a la acera, y sospecho que sabes cómo es eso.
—Su cabeza se echó hacia arriba, los ojos pálidos se entrecerraron, pero
ella continuó—: De otra manera, ganas aliados que nunca antes has
tenido.
—Aliados. —Escupió la palabra con amargura y se volvió hacia
Hugo—. Tira me ha dicho que los faes hicieron un trato genial contigo.
Para liberarte de la maldición ravpyrii.
Al lado de Avery, Hugo se enderezó.
—Ella ya me ofreció un lugar entre tu gente si me alejaba de mi
promesa. Lo rechacé.
Barrows reveló su colmillo con desprecio.
—Eres un tonto al creer las promesas de un Fae. La magia ravpyrii no
se puede romper.
Hugo inclinó la cabeza.
—No es del todo cierto.
—No sin matarte —espetó Barrows.
—Eso… es verdad.
El corazón de Avery se aceleró con un doloroso latido lateral.
—Hugo, si sabías que el fae no podía cambiar el hechizo que te alteró,
¿por qué dijiste que los ayudarías?
Él no dijo nada. El sol de invierno empañado agregaba más sombras
que luz a su mirada distante.
—¿Hugo? —Ella se atragantó. ¿Qué no le estaba diciendo?
En el tenso silencio, Barrows respondió por él.
—Porque quiere morir. La magia Fae lo hizo y el fae puede deshacer
la acción.
Una fría oleada de conmoción debilitó las rodillas de Avery. Se giró
para mirar a Hugo.
—Eso no es... —Cierto. En el borde despiadado de su mandíbula y el
negro insondable de sus ojos, vio su reversión al hombre imponente que
se había acercado a ella hace apenas un día.
Se le revolvió el estómago y la naranja tenía un sabor amargo en la
parte posterior de la garganta. ¿De verdad había creído que llegaría a
conocerlo? ¿Qué había algo entre ellos? De acuerdo, ella no diría magia,
sabiendo lo que hacía ahora, pero había pensado que tenían una
conexión, un vínculo compartido de vidas difíciles que se volvían más
confusas por influencias misteriosas que no podían controlar. Y, sin
embargo, esos mismos misterios los habían unido. Pero incluso mientras
él fingía estar preocupado por lo que le había pasado, todo el tiempo
sabía que no se alejaría de la noche con vida. Y volvería a estar sola.
—Avery. —Él dio un paso hacia ella y ella retrocedió reflexivamente.
Barrows soltó una risa fría
—Incluso esta simple humana sabe que has cometido un error.
—Sí, he cometido muchos —gruñó Hugo—. Pero este será el último.
—Ser ravpyrii es un regalo.
—¡Una maldición! —Hugo cortó el aire con una mano.
—Solo porque lo has pensado así —dijo Barrows—. Pero he hecho de
ComeTrue un refugio para nosotros: lujo, privacidad, un banquete de
fuerza vital en constante cambio. Aquí no habrá muerte. No, a menos
que alguien lo desee.
—Hugo. —Sin su pensamiento consciente, la mano de Avery alcanzó
al hombre a su lado, pero solo llegó a la mitad antes de que la obligara a
bajar—. Deberías escucharlo. Si tiene otra forma...
—No hay otra forma. —Su voz crepitaba como si se rompiera hielo_.
Es otra prisión, como Phaedrealii. Una mentira tentadora. _Él encontró
su mirada, sus ojos negros más ensombrecidos que nunca—. Estoy
luchando por la libertad de los faes y los werelings porque eso es lo que
yo también quiero. No quiero otros setecientos años de esto.
Extendió la mano para abarcar el espacio que los rodeaba con sus
vistas hacia los horizontes en todos los lados, pero su corazón expuesto
y vacío.
Barrows frunció el ceño.
—Solo porque aún no he traído al decorador...
—Dí lo que sea necesario —dijo Hugo, sus palabras ineludibles—. No
será suficiente.
Barrows levantó la barbilla con expresión tensa
—Entonces solo necesito algunos miles de millones más.
En otras circunstancias, Avery podría haberse reído de la mirada
arrogante del magnate de los casinos, pero el nudo en su garganta era
un grito de negación ante la desesperanza de Hugo.
No era justo. No estaba bien. Finalmente encontró a alguien que
realmente podía entenderla, cuyo toque la trajo a la vida de una manera
que nunca había experimentado, ¿y él preferiría morir? ¿Qué decía eso
sobre sus posibilidades de hacer las paces con su propia jodida
existencia?
Una mezcla repugnante de furia y desesperación se reprimió detrás
del grito hasta que consideró seriamente “decorar” el ático de Barrows
con algo de “Fuerza vital” que les permitiría a ambos machos ravpyr
saber exactamente lo que ella estaba “sintiendo”.
Pero había jurado que no dejaría que los simples hechos se
interpusieran en el camino de sus grandes verdades. Se acercaba un
nuevo mundo, uno en el que podría reunirse con su madre y encontrar
explicaciones para algunos de los extraños y alegres recuerdos de su
infancia. Era todo lo que había estado buscando estos últimos años.
Apretó el puño alrededor del dije del collar con tanta fuerza que la punta
diminuta del corazón le mordió la palma.
Si Hugo de Grava quería su libertad, ella no se interpondría en su
camino y tampoco dejaría que él la detuviera.
Aunque, cuando pensó en lo que podrían haber sido juntos, casi, casi,
usó la palabra magia.
Capítulo 12
Barrows era un canalla de primer orden, pero Hugo le creyó al otro
ravpyr cuando aceptó el desafío de Avery: si la Reina Undone hacía su
movimiento y era repelida con éxito, se reuniría con Raze el Destructor
y su compañera wereling en el regreso de los faes.
—Podría funcionar —admitió a regañadientes—. En las últimas
décadas, he tenido más dificultades para mantener una fachada
convincente. —Le lanzó una mirada fingida a Avery—. Principalmente
por los molestos reporteros.
Ella le dedicó una leve sonrisa. Lo cual era más expresión de la que le
había dado a Hugo desde que Barrows lo había expuesto.
—Nosotros, los simples humanos, tenemos tan poco a nuestro favor
en comparación con los vampiros, las brujas, las hadas y los hombres
lobo. Al menos podemos ser molestos.
Los inquietantes ojos de Barrows la miraron, el hielo se derritió.
—No es tan simple, supongo. Puedo ver qué hay más en ti que una
molestia.
La descarada evaluación del ravpyr puso los pelos de punta a Hugo.
La respuesta atávica era más adecuada para los hombres, pero no pudo
detenerla. Avery era suya. Él había estado dentro de ella y ella en él. La
idea de que alguien más la tocara tan íntimamente y se deleitara con la
mezcla única de su humanidad apasionada arrancó un aullido silencioso
de sus profundidades.
Pero como le había dicho a Barrows, había hecho su elección antes de
poner un pie fuera de phaedrealii. Aunque Avery lo tentó a elegir de
nuevo, a tirar de la palanca del destino impredecible y tomar otra
oportunidad, no pudo atraerla más hacia el enredado y peligroso
mundo que estaba desvelando. Y él no perdería ni podría perder a una
persona más que amaba por el paso del tiempo que no lo tocaba.
Cada vida era una apuesta, lo sabía. Pero debido a la maldición
ravpyrii, siempre perdería. Cada vez. Y simplemente no estaba
dispuesto a intentarlo de nuevo. Ya sea que eso lo convirtiera en un
realista o en un cobarde, no estaba seguro y se negó a que le importara.
No es que importara, ya que parecía que Avery no iba a hablar con él
nunca más. Después de su reunión con Barrows, ella le dijo que volvería
a su habitación para trabajar en su historia y le sugirió sin rodeos que se
fuera a otra parte.
Así que encontró a Dyer, que ya había recibido la actualización de
Barrows, y estaba hablando con sus cohortes ravpyrii en un sótano
cerrado casi tan desolador como el ático sin terminar de Barrows. A
pesar de toda la charla de Barrows sobre el lujo y la privacidad, su
santuario alardeado todavía a veces olía más a una fortaleza. La ravpyra
le señaló con la barbilla a modo de reconocimiento, y él sintió el destello
de miradas furtivas en él mientras estaba de pie contra la pared con los
brazos cruzados.
Dyer distribuyó dispositivos a medio camino entre el teléfono celular
que Yelena le había dado y el teclado de la computadora que Avery
había usado en su suite. La ravpyra le entregó uno. Con un toque de
aspereza, murmuró:
—¿Sabes cómo usar esto?
Esperaba que Avery no estuviera siendo indulgente cuando ella dijo
que aprendía rápido.
—Lo resolveré.
Dyer se volvió hacia el grupo.
—En las tabletas están sus asignaciones...
Con una mirada circunspecta a sus compañeros más cercanos, Hugo
empujó la pantalla. Se las arregló para no maldecir, en voz alta y en
francés, cuando la pantalla estalló en un color desenfrenado. Era todo lo
que había estudiado la noche anterior: el diseño del casino y sus
terrenos, la ruta del desfile por las calles exteriores, el horario del
personal de seguridad, en la palma de su mano. Se preguntó qué haría
el antiguo fae con esta nueva magia.
—...así que no sabemos cómo o incluso si habrá un ataque —decía
Dyer— pero si lo hace, esta es nuestra casa y la defenderemos. Hasta la
muerte.
Una crepitante oleada de energía zumbó por la habitación (al menos
todos se habían alimentado recientemente y bien, y eran fuertes en su
resolución) pero nadie celebró, por lo que Hugo estaba agradecido.
Sabía demasiado bien que la furia justa no era garantía de victoria.
Cuando los ravpyrii se marcharon, algunos le hicieron asentimientos
tentativos. Al parecer, Dyer había sido sincera en cuanto a encontrar un
lugar en su santuario, si así lo deseaba. La camaradería ofrecida calmó
un punto crudo dentro de él que nunca antes había notado. La pérdida
inevitable sería otro punto de dolor, aunque no tan malo como alejarse
de la furiosa mujer humana en su suite en algún lugar muy por encima
de él.
Pero él también tenía que aferrarse a su propósito si quería su libertad.
Giró sobre sus talones para seguir a los demás y Dyer lo acompañó.
Cuando trató de entregarle la tableta, ella negó con la cabeza.
—Quédatelo. El Sr. Barrows agradeció tus sugerencias para reforzar
las posiciones en la calle. Si la perra fae viene por ahí, estaremos listos.
—La reina puede estar Undone y vulnerable, pero sigue siendo de la
realeza y por su temperamento es incapaz de no hacer una entrada.
Dyer frunció el ceño.
—Le dije a Deon que deberíamos salir, empezar de nuevo en otra
parte, dejarte morir por este espectáculo fae, ya que eso es lo que tanto
deseas.
—Puedo decir que eres joven —dijo suavemente—. El mundo todavía
te huele a primavera. Barrows ve el invierno y sabe que incluso ravpyrii
no durará para siempre.
—Habla por ti mismo.
—Lo hago.
Ella gruñó en el fondo de su garganta.
—Maldigo los poderes que trajeron aquí.
—Ponte en la fila.
Abrió la boca para devolver el fuego, pero su teléfono sonó y él se
apartó para contestar mientras ella se alejaba con un último resoplido
hostil.
—¿Beck? —dijo Hugo.
—Un amigo —respondió una voz grave y desconocida—. Y más cerca
de ti que su manada. Dijo que va a ser una noche calurosa en la Cuidad
del Pecado y que te vendría bien un poco de ayuda para apagar
incendios. O controlándolos, dependiendo.
Hugo habló largamente con el hombre y solo se desconectó cuando el
teléfono emitió una nueva llamada.
—Te enviaré lo que tenemos —prometió antes de cambiar.
—Hugo —dijo Yelena, con alivio en su voz—. Acabamos de recibir
noticias de Beck. ¿Está todo bien?
—Por el momento —respondió—. Al menos ahora tenemos una idea
bastante clara de adónde fue la reina después de que escapó de su
prisión.
—Fabuloso —arrastró las palabras la tigresa wereling—. Como si no
tuviéramos suficientes problemas.
—Tu amigo lobo dijo que estás lidiando con problemas en phaedrealii
—dijo Hugo.
—Recuérdeme por qué una gatita buena como yo se enamoró de un
fae tan malo. —Incluso a través de la magia negra de las comunicaciones
inalámbricas de larga distancia, la diversión y el afecto vibraban en su
tono. Amor por el Rey Destructor.
Hugo negó con la cabeza, contento de que la wereling no pudiera ver
su desconcierto.
—Estoy seguro de que entenderá si sientes la necesidad de desistir.
A pesar de lo que sucediera en la corte, ella se rió.
—Raze no se escapará tan fácilmente.
Lo que sea que estaba pasando en phaedrealii debía ser malo y el rey
probablemente se enfrentaba a un peligro adverso, pero por un lento
latido de su corazón que ya no era humano, Hugo deseó poder ser el
rey, no por riquezas o poder, sino por tener una amante que pronunciará
su nombre con tal posesividad aterciopelada.
Aunque no se estaba imaginando la poderosa gloria dorada de la
tigresa, sino una belleza carmesí más oscura.
Le hizo a Yelena la misma promesa que le había hecho al contacto de
Beck y se desconectó. Hizo una pausa, sabiendo que necesitaba el trabajo
que había hecho en la computadora en la suite.
Bueno, si iba a salvar al mundo de la Reina Undone, tendría que
enfrentarse a la acusadora mirada de Avery Hill.
***
Cuando las puertas de la suite Lotus se abrieron silenciosamente,
Avery se concentró más en la pantalla del televisor donde estaba
escribiendo sus notas. Pero sabía exactamente quién la acechaba. Por el
rabillo del ojo, su figura de negro sobre negro debería haber sido
alarmante. En cambio, cada nervio de su cuerpo anhelaba ir hacia él
como si hubiera pasado las últimas dos horas caminando por el Valle de
la Muerte y alguien simplemente le hubiera ofrecido sombra y una
cerveza grande y helada.
Había estado en Las Vegas el tiempo suficiente para saber que
después del anochecer era cuando la vida realmente comenzaba.
Él se detuvo, justo fuera de su alcance, y se asomó allí. El olor de él, el
persistente jabón de eucalipto combinado con su propia fragancia, como
el elegante té negro y el bosque primigenio, la invadió y su coño se tensó
con anhelo.
Después de lo que se sintió cerca de una eternidad, dejó escapar un
suspiro de sufrimiento, que no era una excusa para respirar más de su
esencia exótica, y dijo:
—¿Qué? —Si hubiera podido elegir una palabra más corta, lo habría
hecho.
—Te necesito.
La tensión en su núcleo se extendió a su pecho. Te necesito. Ella podría
haberle dicho lo mismo. ¿Cómo puede ser tan cierto después de menos
de un día? Y un día corto de invierno, además.
—Eso es lo que dijiste ayer para meterme en esta mierda —dijo con
sarcasmo.
—¿Puedes ayudarme a enviar las medidas de seguridad de esta noche
a algunas personas?
¿Un macho, de cualquier especie de criatura, realmente estaba
pidiendo su ayuda? El mundo realmente debía estar llegando a su fin.
Ella se sentó con un bufido y él rodeó el borde del sofá para unirse a
ella en los cojines. Se quedó mirando su trabajo publicado en la
televisión.
—Tienes una foto de Barrows. Pensé que nunca nadie había tomado
una.
—Mientras nos estaba gritando, un simple humano que quizás
conozcas tomó una desde un teléfono celular. —Ella fulminó con la
mirada la pantalla—. Todavía se ve más distinguido de lo que tiene
derecho a ser.
Hugo gruñó de acuerdo y puso una tableta de alta gama en su regazo
junto con su teléfono.
—Estos... —indicó los planos en la tableta—, necesitan ir aquí. —Le
mostró los contactos de su teléfono.
No quería entrometerse, no porque no sintiera curiosidad, sino
porque sabía que era mejor no prolongar el contacto cuando todo su
cuerpo zumbaba bastante con su cercanía. Pero ella estaba en la primera
línea del cambio más profundo que el mundo podría haber conocido.
Mitos, leyendas y cuentos para dormir salían del armario, y necesitaba
estar cerca de él. La historia y la humanidad lo demandaron.
Sus propios deseos traidores no figuraban en su decisión en absoluto.
Ella envió los archivos como él le había pedido, su mirada se detuvo
en el avatar de la mujer con el glorioso cabello castaño dorado.
—¿Quién es Yelena? —Estaba satisfecha de que su tono no fuera ni un
poco celoso.
Ella debió haberlo engañado porque él respondió con distraída
indiferencia:
—Ella es la compañera wereling del rey fae. —Pero luego decidió que
no lo había engañado en absoluto, porque él la miró con ironía y
agregó—: No la conozco muy bien, más allá de mi creencia de que siente
más por el rey de lo que es sabio.
Emociones entrelazadas rodaban dentro de ella: un alivio vergonzoso
de que la hermosa Yelena ya tenía dueño y una preocupación
inquietante de que Hugo no tuviera a nadie que pudiera disuadirlo de
su camino fatal.
—No creo que se cuente ninguna historia en ningún lugar del mundo,
el mío o el tuyo, donde el amor sea sabio —dijo.
Levantó la vista de la tecnología y se encontró con su mirada, sus ojos
negros firmes
—Tú de todas las personas lo sabrías.
No pudo discernir por su tono si eso era un golpe o un respaldo.
Pero por una vez no estaba interesada en indagar en busca de la
verdad. Ella se inclinó para besarlo. Para que se diera cuenta de todo lo
que estaba tirando: ella, ellos, esto.
Al instante, sus manos se enterraron en su cabello, como si solo
hubiera estado esperando su invitación. Ladeó su cabeza para inclinar
su boca sobre ella, el beso se hizo más profundo hasta que ella imaginó
un camino ardiente desde sus labios hasta su coño, su corazón en llamas
en el medio.
Él inclinó su cuello más hacia un lado, sus largos dedos extendidos
sobre su pulso rabioso. Y aunque solo se habían tocado, apenas
intercambiado saliva, ella lo sintió por dentro, se sintió moviéndose
dentro de él. El circuito de retroalimentación fuera del cuerpo debería
haber sido espantoso como el infierno. En cambio, su miembro la estaba
alcanzando, ni siquiera tuvo que ahuecar sus vaqueros para saberlo, y
sus bragas estaban mojadas de deseo.
Se desnudaron a medias en el sofá a la luz del invierno, él con los
vaqueros medio abajo y ella con la camisa medio levantada. Empujó las
copas de su sostén debajo de sus pechos, llenando la carne dolorida
hasta su boca. Él succionó su rígido pezón, la sangre le subió a la piel, y
ella gimió, agarrando su pelo negro y desgreñado con una mano, su
trasero desnudo con la otra, instándolo a que entrara, ven ahora, ahora,
ahora.
Se sumergió en ella con abandono y coreó su nombre.
Excepto que la habitación hizo eco solo con el sonido de sus jadeos, la
succión resbaladiza de su miembro embistiendo en su coño listo.
Ella lo estaba escuchando, en su cabeza, escuchando la necesidad
irregular sin ninguna de las frecuencias moduladoras agregadas por la
respiración y la lengua. Ella estaba profundamente en él, sintió su
desolación, su hambre.
—Oh, Hugh —susurró—. Por supuesto que todavía puedes soñar con
querer más.
Se corrió con un espasmo violento, y el placer casi insoportable que
atrajo todos sus músculos a la tensión que rompió los huesos provocó
su propio orgasmo. Se tambaleó alrededor de él, tirando de él al ras de
su cuerpo, el sudor y el semen uniéndolos, su lengua atravesó sus
incisivos en un beso con la boca abierta.
El sabor de ella lo hizo correrse de nuevo, y ella hizo eco de él
impotente, extasiada, sus cuerpos entrelazados, aliento y sangre en un
círculo eterno.
***
Excepto que no podría durar. Avery supo el momento en que volvió
en sí misma, sintió que se retiraba mientras su pasión se enfriaba. Su
ausencia dolía, y ella no podía imaginar cómo sería cuando él realmente
se hubiera ido.
Salió de ella, aunque ella no pudo evitar que su tierna carne se tensara
alrededor de él, sus húmedos pliegues lo liberaron con un suave sonido
como arrepentimiento. Su mandíbula se tensó cuando su propio cuerpo
protestó por la separación, su brazo temblaba donde se había apoyado
en el respaldo del sofá.
Ella no trató de contener una ráfaga de diversión maliciosa por su
vulnerabilidad postcoital. Podía correr, pero ella no se lo iba a poner
fácil.
—Avery...
—Si dices algo que rime remotamente con “lo siento”, te mataré yo
misma, seas inmortal o no.
Se cernió sobre ella, su brazo ahora bloqueado con fuerza de granito
mientras la miraba.
—No iba a decir nada por el estilo.
—¿Entonces qué? —Se encogió de hombros, lo que hizo que su sostén
volviera a su lugar y se bajó la camiseta.
Su mandíbula se flexionó de nuevo, como si esos dientes puntiagudos
no fueran lo suficientemente afilados como para morder lo que quisiera
decir.
—Quería decirte cuánto te admiro.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados. En realidad, esto se perfilaba
como algo peor que lamentarlo.
—¿En verdad?
—Estás dispuesta a seguir con tus preguntas incluso cuando no te
gustan las respuestas. Mereces más.
Desde que le había dicho eso, no estaba demasiado impresionada con
este discurso de despedida.
—¿Más que qué?
—Más que lo que te hizo la magia —respiró hondo—. Más que yo.
—Los faes y sus poderes no han sido buenos para ninguno de los dos,
sea en serio o no —le recordó—. Por eso estamos aquí: para asegurarnos
de que eso cambie esta vez.
—Ha sido demasiado para mí. —Extendió la mano para tocar su
mejilla, pero se apartó de él y él se detuvo—. No puedo cambiar cómo
me siento.
—No te pedí que cambiaras nada. —Ella lo inmovilizó con su mirada,
no dispuesta a darle la oportunidad de malinterpretarlo—. Te dejé
entrar sabiendo exactamente lo que eres. Sabía que eras demasiado
mayor para mí, que debajo de tu elegante exterior eres incluso más
cínico que yo, que eres un maldito vampiro. Y todavía. Yo te. Dejé.
Entrar.
Fue su turno de estremecerse, como si cada pequeña palabra fuera
más cruel que un pinchazo.
—Solo porque usé los poderes de mi maldición para manipularte y...
dejarme entrar.
—¿Oh sí? —ella le dedicó una sonrisa que era toda dientes mientras
deslizaba sus pies nuevamente dentro de sus bragas y leggings—.
¿Crees que puedes manipularme? Solo inténtalo. Y déjame saber cómo
te va. Porque esta cosa entre nosotros, esta mezcla, tú la llamaste, el
vínculo de sangre, va en ambos sentidos, en caso de que no te hayas
dado cuenta. No puedes engañarme sin engañarte a ti mismo.
Él retrocedió, tan rápido que estuvo en el otro extremo del sofá antes
de que ella pudiera parpadear, sus vaqueros todavía caían alrededor de
sus muslos.
Avery le sonrió
—Sí, eso te asusta, ¿no? Más que los monstruos que se avecinan. Más
que morir. Tienes miedo de que después de setecientos años de no tener
que sentir nada, puedas encontrar una nueva razón para vivir.
—Esto no es vida —gruñó. Su columna se estremeció por la furia en su
voz, pero sintió el pánico y el dolor justo debajo de la superficie—. No
queda nada de quien fui. Solo existo de las sobras de los demás, de la
energía sobrante y de las emociones robadas.
—¡Así es la vida! Renacer continuamente de lo que solíamos ser y
cómo cambiamos gracias a nuestras conexiones con los demás. —Ella se
puso de rodillas para ponerse los leggings por el culo y él retrocedió otro
tramo del cojín—. Dijiste que la wereling del rey lo ama demasiado.
Bueno, ¿sabes qué? De repente me siento más optimista de que el mundo
sepa que la magia existe o la vida eterna o incluso demostrar que los
vampiros no brillan. —Cuando tomó aliento, ella acopló la mano en él—
. Cada Navidad me preguntaba si este sería el año en que mamá volvería
y diría que todas las historias que me contaba eran ciertas. Ahora sé que
quizá no vuelva a verla, pero la querré toda mi vida y nunca dejaré de
tener esperanza. Eso es algo a lo que me aferraré incluso cuando no haya
razones para creer.
Por un instante, se vio tan afligido, con los ojos negros muy abiertos,
que pensó que tal vez su arrebato había roto algo en él. O tal vez
atravesado.
Pero luego parpadeó, y cuando sus largas pestañas se abrieron, las
profundidades de obsidiana de su mirada estaban vacías de las
emociones que había afirmado que los ravpyrii anhelaban, que todavía
estaban rebotando a través de ella como metralla destrozándola desde
el interior. ¿No sería un festín de vampiros?
En cambio, Hugo retrocedió del sofá, colocando sus vaqueros
suavemente en su lugar sobre su miembro, todavía medio hinchado: un
guerrero herido escondiendo su vulnerabilidad detrás de vaqueros
negros y una mirada plana.
—Yo también tengo esperanzas —dijo al fin—. Que tu madre está en
algún lugar de phaedrealii, que el rey y su compañera serán libres de
compartir su amor y magia con el mundo. Pero no tengo ninguna para
mí.
—¿Qué tal si queremos darle a Sibilla un entierro adecuado? ¿Qué hay
de reivindicarla por intentar salvar tu aldea?
—Puedes hacer de esa tu próxima historia. Y luego puedo enterrarme.
Le hizo una pequeña reverencia, pero estaba lo suficientemente lejos
como para que ella no pudiera arremeter: no físicamente como lo había
amenazado, y aparentemente no pudo alcanzarlo incluso a través del
frágil vínculo que aún se extendía entre ellos.
Y se fue antes de que ella pudiera decir una palabra más
Capítulo 13
Los acordes menores de Tocata y Fuga de Bach sonaron desde el
teléfono de Avery. No tuvo que comprobarlo, ni siquiera por costumbre,
porque había estado mirando los cielos durante la última media hora.
La luz plateada en el cielo despejado se convirtió en oro puro, pero la
oscuridad estaba cerca cuando el sol se puso detrás de las Montañas de
la Primavera.
Esperaba que todos vivieran para ver la primavera.
—Deberías haberlo alimentado —dijo Dyer.
Avery levantó la cabeza, ya que no había visto a la hembra ravpyrii
acercarse. Dyer se reunió con ella en la ventana que daba a Fremont
Street. El bar detrás de ellas estaba casi vacío, las máquinas
tragamonedas vacías cantando sus canciones solitarias, ven y tócame.
Pero debajo de ellas, la calle se estaba llenando de juerguistas.
Avery miró a la otra mujer con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando?
—Si eres la única de la que Hugo se está alimentando, deberías
haberle dado más de ti misma para amplificar sus poderes ravpyrii.
Ante el frío rubor del miedo, Avery se apoyó contra el cristal de la
ventana.
—Yo... él sí... me mordió. —Ella le había dado su sangre y otros fluidos
corporales además.
Dyer resopló.
—Bueno, entonces, supongo que realmente quiere morir. Porque no
tomó lo suficiente.
Eso era cierto, pensó Avery con una oleada de desesperación que casi
la hizo caer de rodillas. Ella había querido darle todo de ella, y él había
tomado incluso menos de lo que necesitaba para vivir. ¿Necesitaba que
dijera las palabras en voz alta? Sus dedos se cerraron en puños contra la
ventana. Como si pudiera sostenerse en la superficie resbaladiza. O tal
vez abrirse paso y encontrarlo allí.
No le habían dado una posición fija en su red de seguridad;
deambularía por donde estaba el problema. Esa había sido la tarea para
la que lo habían secuestrado cuando era un niño, y aunque sabía que
esto era por una causa mejor, le dolía el pasado que debía estar
atormentándolo esta noche.
Aunque había emergido de phaedrealii a un desierto lleno de luces, este
no era un reino iluminado por el sol para él, solo más sombras de viejos
recuerdos y mala magia.
—Tengo que ir con él. —Se apartó de la ventana.
Pero la mano de Dyer en su hombro la inmovilizó contra el cristal.
—Simplemente te interpondrías en el camino.
También es cierto. El frío de la noche que se avecinaba se filtró a través
de la columna vertebral de Avery. Ella había accedido a observar desde
el bar. El plan de batalla de Hugo había exigido una guardia en el nivel
superior, pero sospechaba que la habían elegido para la tarea
simplemente porque era una simple humana, no era adecuada para
ninguna otra. Incluso el solitario Barrows tenía asignada una ruta de
patrulla; no era una amenaza para su privacidad, ya que nadie en la calle
sabría siquiera quién era.
Aun así, Avery agarró la muñeca de Tira con la fuerza suficiente para
doblar los tendones, y se alegró de ver los ojos de la otra mujer abrirse
con sorpresa.
—Tener un testigo de las festividades no es importante en
comparación con asegurarse de que esto no se convierta en un baño de
sangre —espetó—. Hay personas, humanos, como solías ser, por ahí. Y
no tienen a nadie además de Hugo y tu ravpyrii para pasar la noche a
salvo. Si hay algo que pueda hacer, tengo que hacerlo.
La otra mujer la estudió durante un largo momento. Su agarre se
aflojó.
—Entonces ve. Pero probablemente tú también mueras.
—Algún día. —Estuvo de acuerdo Avery y le dio a la otra mujer una
mirada de reojo.
Tira resopló.
—En el último control, Hugo estaba afuera de la entrada de servicio
trasera donde comenzará el desfile.
Avery asintió. Sus piernas, tan temblorosas un momento antes, se
tensaron para sacarla a la carrera, pero se contuvo.
—No sé cómo te convertiste en ravpyrii, pero no tiene por qué ser una
maldición.
Con otro bufido, Tira se alejó.
—No soy tu amante oscuro con un corazón fatalista. Lo que soy ahora
está a mundos de distancia de lo que era entonces, y no cambiaría nada.
Como ya estaba fuera del alcance del oído, Avery no se molestó en
recordarle que incluso para los inmortales, se avecinaba un cambio.
Corrió a través del casino hacia la parte trasera del edificio,
maldiciendo sin aliento por las proporciones gigantescas de todos los
casinos, cada uno tratando de superar al anterior.
Y ComeTrue bien podría ser el último.
Sintió que debía estar cerca de la medianoche, pero su teléfono mostró
que solo habían transcurrido quince minutos antes de que saliera por las
puertas traseras de la entrada de servicio. El muelle de carga daba al
lado mucho menos impresionante de Las Vegas. Un tren que pasaba se
dirigía al patio de ferrocarriles, y ella se preguntó por la gente que seguía
con sus vidas en esta Nochebuena, trabajando, cocinando, envolviendo
regalos para mañana por la mañana. Quizás a algunos no les importaba
en absoluto la festividad. Poco sabía ninguno de ellos...
Un monto de luces brillaban sobre la escena detrás del casino, y ella
podría haber adivinado que la batalla ya había sucedido, excepto que las
voces gritaban con expectación y humor. Un hombre corpulento con un
traje de Papá Noel con lo que parecía una barba muy real y una barriga
aún más real estaba diciendo "Jo-Jo-Jo" lo suficientemente fuerte como
para ahogar el tren y las charlas de las elfas con poca ropa a su alrededor,
así que Avery no se molestó en gritar el nombre de Hugo, simplemente
se sumergió en el caos navideño.
El bosque siempre verde, cargado de adornos brillantes y guirnaldas
de acebo, y las cabañas de pan de jengibre —incluso reconoció la que
había sido el terreno elevado del diablillo— estaban todos montados en
carrozas. Tan alegres como estaban, especialmente con las máquinas
brillantes que lanzaban bocanadas de "nieve" y el vigorizante aroma del
clavo, crearon su propia ciudad en miniatura, repleta de gente. Y Hugo
estaba en algún lugar entre ellos.
Deteniéndose en seco debajo de una señal de tráfico que decía "Polo
Norte - 3723 millas", Avery cerró los ojos y dejó escapar un suspiro lento.
Tira Dyer dijo que Hugo no había tomado suficiente de la mezcla de
Avery, y se horrorizó al pensar que eso podría ser cierto. Pero ahora se
preguntaba. ¿Cómo era posible que algo tan fuerte entre ellos no fuera
suficiente?
Era estúpido pensar eso, por supuesto. Toda su infancia deseando que
su madre fuera "normal" no había sido suficiente. Toda su búsqueda en
los últimos años no había dado resultados. Incluso intentar olvidar había
sido un fracaso. ¿Cuántas pruebas necesitaba de que el simple deseo no
era la certeza de recibir? Un montón de niños mañana por la mañana la
respaldarían en eso.
Y todavía...
Lo que había tenido con Hugo desafiaba el cinismo que había
cultivado al principio para protegerse de las historias que le había
contado su madre y la imparcialidad desapasionada que había formado
parte de su propia imagen como periodista. No podía protegerse de lo
que sentía por Hugo, no quería.
—Te quiero —murmuró.
Giró un círculo lento y ciego, deseándolo con todo su cuerpo y alma.
Luego abrió los ojos y caminó hacia su corazón.
***
Hugo se apartó del camino de una tormenta de nieve. Los acróbatas
estaban ataviados de la cabeza a los pies con brillantes trajes blancos y
azules, radios simétricos dispuestos como cristales de hielo, y aun así
lograron dar saltos y lanzarse unos a otros desde sus hombros como si
las leyes de la naturaleza no se aplicaran a ellos. A pesar del esfuerzo,
sus sonrisas nunca flaquearon.
No era de extrañar que los faes hubieran elegido este lugar para dar
rienda suelta a su magia.
Y no es de extrañar que la reina lo quisiera para ella.
Mientras los copos de nieve acrobáticos se dirigían por la calle, una
banda completa estalló en sintonía y siguió detrás de ellos. La
Nochebuena en ComeTrue estaba oficialmente en marcha.
Hugo mantuvo la mirada siempre en movimiento, buscando el feo
parpadeo gris de un diablillo o la espantosa gloria de la Reina Undone.
Yelena había dicho que no tenían idea de lo fuerte que sería la reina
destronada. Carecía del poder acumulado de la corte detrás de ella, pero
seguía siendo la realeza fae, con el poder que eso implicaba, y se había
llevado a seres violentos y malévolos con ella. Peor aún, ya no estaba
sujeta a las leyes de los phaedrealii que habían mantenido restringidos
sus poderes más potentes.
Todo era posible. Nunca apreció cómo una frase aparentemente tan
esperanzadora podía contener tanta advertencia.
A través del auricular de radio que le había dado Dyer, escuchó a los
otros ravpyrii registrándose, pero guardó silencio. No tenía nada que
añadir. Todavía. Aunque los pequeños pelos de su nuca se erizaron de
inquietud.
Giró un círculo lento, escaneando. La banda había recorrido la mayor
parte del camino hacia la calle, su música resonando alegremente bajo
el dosel. Un grupo de bailarines con leotardos de rayas rojas y blancas
se abrían paso entre los músicos, arrojando bastones de caramelo,
algunos del tamaño de su dedo en forma de gancho, otros tan grandes
como su brazo, a la feliz multitud.
Su simple placer, tanto del público como de los artistas, lo invadió con
los mismos tonos de rojo alegre y blanco brillante. Pero debajo de la
diversión latía un pulso más oscuro en tonos sombríos: carmesí y cristal,
sangre y hueso, fuego y escarcha asesina...
Por un momento, su garganta se cerró con el horror recordado de la
maldición que se extendió para tragarlo entero. Luego gruñó
suavemente, sabiendo que el micrófono enviaría sus palabras a los
demás:
—Ella está aquí.
Capítulo 14
Los gritos de los ravpyrii en su oído no lo frenaron mientras se abría
paso entre la multitud.
—¡No veo nada!
—¿Estás seguro?
—¿Qué estamos buscando? ¿Qué es?
¿Cómo no iban a resonar sus sentidos de ravpyrii con la marejada de
destrucción que se avecinaba? Por lo visto llevaban demasiado tiempo
viviendo en el desierto como para reconocer los maremotos, o ninguno
de ellos había sido maldecido tan brutalmente como él.
—¡Allí! En medio de la calle de servicio —espetó—. La carroza con los
árboles de Navidad y el acebo. Han crecido en un círculo. Es un portal
feérico.
—Pero no pueden crecer —dijo alguien lastimeramente a través de su
auricular—. Son árboles falsos. Todo en el desfile es falso.
—Bueno, ahora son jodidamente reales —dijo Hugo. Se preguntó si
Avery apreciaría su nuevo dominio de su lenguaje inapropiado.
También se preguntó si volvería a verla, al menos el tiempo suficiente
para un último beso y la oportunidad de disculparse por estar
demasiado paralizado para tomar lo que ella le había ofrecido. Y
después ella lo mataría por pedir perdón. Pero prefería morir a manos
de ella que de cualquier otra forma.
Siguió adelante, tratando de atravesar la multitud lo más rápido
posible sin provocar el pánico. Incluso a media calle de distancia, aspiró
una bocanada de aire con la fragancia de las agujas de pino. Y otro
aroma... Algo demasiado salvaje y sobrenaturalmente dulce. Con un
matiz de muerte.
—El portal se está abriendo —dijo—. Sabe que la hemos encontrado y
no va a esperar para hacer su entrada triunfal.
—Sin embargo, hay menos testigos. Tal vez aún podamos contener
esto. —La voz de Barrows no provenía del auricular de Hugo, sino a su
lado. El ravpyr igualaba su ritmo implacable.
Hugo le echó una mirada de reojo, no sabía si molestarse o divertirse
ante el implacable afán del otro macho por controlar la deteriorada
situación en la que estaban metidos.
—¿Sabes cómo cerrar un portal feérico?
—Esperaba delegar eso en ti.
—La magia de los portales es notoriamente voluble, incluso para los
propios faes. Así es como los humanos desprevenidos han caído dentro
y los faes embaucadores lograron escapar, incluso a lo largo de los
milenios en los que la corte permaneció perfectamente cerrada.
Barrows resopló.
—Si realmente es tan voluble, deberíamos ser capaces de
desestabilizarlo nosotros mismos. —Se tocó el auricular—. Tira, dile al
maestro de ceremonias que retrase la carroza del bosque, y luego haz
que el resto del desfile baje por Fremont tan lejos y tan rápido como sea
posible. Puedes hacer que la banda toque Flight of the Bumblebee a doble
velocidad para lo que me importa. Una vez que abran espacio, apaguen
las luces entre el bosque y el resto del desfile. Y activa el espectáculo de
las copas de los árboles ahora. Con suerte, eso mantendrá a la multitud
alejada de nosotros. —Hizo una pausa, obviamente escuchando su
respuesta—. Bueno, esperemos que Papá Noel lleve un pañal debajo de
ese traje porque está en el lado equivocado del desfile, y la mierda está
a punto de volverse complicada.
Mientras avanzaban, las luces se apagaron. Detrás de ellos, la
multitud de Fremont vitoreó mientras la música se acercaba, y un arco
iris de luz floreció a través de la marquesina que cubría la calle.
El revuelo de colores chillones convirtió el repentino charco de
oscuridad en algo misterioso y amenazante. Los artistas y los empleados
del casino, atrapados en el tramo de desfile detenido en el lado más
alejado de la sombra, se arremolinaban inseguros, y Hugo se preguntó
qué se le habría ocurrido a Dyer para que el maestro de ceremonias le
dijera a la multitud. Quizá el pánico no fuera tan malo ahora, antes de
que el portal se abriera de par en par. Algunos humanos podrían morir
en la estampida, pero...
Un destello de rojo sobre verde intenso al otro lado casi le hizo
tropezar.
—¿Qué hace ella aquí abajo? —El pavor bombeó la sangre que le había
sacado por las venas, agudizando su horror—. Se supone que estaría al
otro lado del casino, por encima de esto.
Barrows siguió su mirada.
—Tu pequeña humana no acepta muy bien las órdenes. ¿Por qué no
la compeliste?
Hugo le lanzó una mirada contrariada.
—¿Alguna vez has intentado eso con alguien?
—Pues no. No los mantengo mucho tiempo como para necesitarlo.
Pero lo he visto en las películas.
Sin dignarse a responder eso, Hugo abandonó al otro ravpyr y se
sumergió en la sombra.
Sus ojos de ravpyrii se adaptaron casi al instante, pero en la
penumbra, el grueso gris de los diablillos era casi invisible. El primero
le apuñaló en el pecho antes de que pudiera gritar. Sólo su velocidad
sobrenatural le salvó de un golpe debilitante. Se llevó la mano al
auricular mientras deslizaba el largo cuchillo de su otra manga.
—El portal está abierto —dijo—. Ya tengo diablillos en el suelo, y
quién demonios sabe qué más. Todo el mundo, traiga sus culos aquí.
Llevo el cuchillo por encima de la mano en un golpe salvaje. El
apestoso chisporroteo de la hoja de hierro en el ojo del diablillo se perdió
en el ensordecedor chillido del segundo diablillo detrás de él. El fae sacó
dos de sus patas a través de sus ruidosas escamas, arrancando otro
macabro gemido, mientras saltaba sobre su tercera pata hacia la cara de
Hugo.
Arrastró su segundo cuchillo más largo para liberarlo de su funda en
la columna vertebral y maldijo cuando una docena de gritos de diablillo
se unieron a los otros desde la oscuridad.
Estaba rodeado.
***
Avery vio a Hugo desaparecer en el lugar donde se habían apagado
las luces, y luego lo perdió de vista. Se precipitó hacia delante para ir
tras él, pero un horrible grito ululante, que reconoció demasiado bien, la
detuvo en seco. Hubo un momento de silencio y luego el infierno se
desató a su alrededor.
Los humanos con sus diversos trajes huyeron en todas direcciones, o
lo habrían hecho, si no fuera porque los ravpyrii, fácilmente
distinguibles en su negro básico de seguridad, estaban saliendo a la
carga. El choque de las dos fuerzas hizo que todo se detuviera
momentáneamente.
Y Avery se encontró frente al bosque de pinos y acebos mientras una
sustancia espeluznante, no humo ni niebla, sino algo parecido a un velo
de luz apolillada atravesado por hilos de un amarillo sulfuroso se
arremolinaba desde el centro del círculo.
Un portal a phaedrealii.
Si su madre estuviera aquí para ver esto. Pero probablemente ya lo
había visto. Y tal vez incluso ahora estaba mirando desde el otro lado.
La idea era completamente improbable, y sin embargo la hizo
avanzar. Así que estaba de pie en la base del bosque cuando las primeras
criaturas explotaron desde el velo de luz amarillenta.
¡Murciélagos vampiros! La comparación instantánea casi la hizo reír
en voz alta. Una carcajada espeluznante, eso sí. Unas alas negras y
coriáceas brotaron de sus oscuros hombros y se abrieron de par en par,
avivando el hedor de las cenizas. Eran tan altos como Hugo, o incluso
más, e igualmente masculinos, lo que ella notó porque estaban desnudos
excepto por las bandoleras que llevaban en el pecho sobre vetas de
amarillo tóxico.
Cuatro de los terroríficos guerreros de ébano salieron del círculo,
planeando en el aire sobre el bosque en miniatura, mientras el velo de
luz amarillenta duplicaba su tamaño más y más. La purpurina giraba en
una bruma centelleante, atrapada en el vórtice de aire que se
desplomaba.
Se acercaba algo grande.
El silencio de los humanos-ravpyrii se rompió cuando los humanos
vieron el cuadro imposible, pero los gritos se perdieron en el estruendo
de la música de Fremont. Aun así, Avery no podía imaginar que nadie
pudiera pasar por alto lo que realmente estaba pasando aquí.
Porque esto era definitivamente mágico.
Y a pesar del brillo, era definitivamente del tipo oscuro y retorcido.
Los humanos que huían habían esparcido trozos de la carroza y piezas
de los disfraces. Desde su posición, Avery vio un puñado de personas
en el suelo, algunas arrastrándose, otras sin moverse. Pisoteados o
inconscientes, no estaba segura y no podía parar a comprobarlo.
Porque la reina se acercaba.
El velo de luz amarillenta se amplió aún más, envolviendo la mitad
de la calle de servicio. Seguramente todo el mundo en Fremont vendría...
Pero Avery estaba congelada, mirando la luz.
Lo recordaba. De cuando era joven, muy joven. Su madre
levantándola en alto con un agarre inestable, diciendo: «¿Ves, cariño?
Los sueños se hacen realidad».
Nunca antes esa posibilidad le había resultado menos atrayente que
en este mismo momento.
Agarró la guja en su mano. Había cogido el arma de la suite de camino
a los muelles y se había quedado sorprendida por su peso, ya que la
pesada empuñadura de madera maciza no era suficiente para
contrarrestar la enorme hoja de hierro. Pero, a pesar de sus gruñidos al
bajar, ahora le parecía demasiado endeble y habría estado encantada de
tener dos. O tres.
En realidad, necesitaba cuatro, una para cada guerrero demonio...
No, cinco. Porque la zorra que estaba a punto de entrar le había
robado a su madre. En la víspera de Navidad, hace mucho tiempo.
Aspirando una bocanada de aire afilado con brea y hielo, dio un paso
hacia el círculo de árboles.
Pero la sangre hirviente en sus venas se cuajó cuando los lobos
aullaron.
Capítulo 15
Mientras emergían de la oscuridad, sus ojos amarillos era todo lo que
se podía ver, más brillantes que los soles para la vista ravpyrii de Hugo.
Luego los lobos y coyotes se arremolinaron sobre los diablillos. Los
lobos eran rápidos y numerosos, y tuvieron a los diablillos
inmovilizados en un momento.
Barrows apareció junto a él con un segundo hombre a su lado. El pelo
largo del desconocido era del mismo color marrón polvoriento que el de
los coyotes, y sus ojos en su amplio rostro mestizo eran igual de dorados.
La espada que llevaba en la mano era de hierro negro.
Entre los tres despacharon a los diablillos en una cacofonía de gritos.
Antes de que el último estuviera muerto, Hugo ya corría hacia la nube
de magia feérica que brotaba de la puerta.
¡Avery!
Ella estaba de pie, una oscura figura curvada entre los árboles rectos
y el siniestro resplandor. Su corazón se golpeó contra su pecho con
pánico, como si pudiera llegar a ella sin él.
Como si ella ya tuviera su corazón.
El portal estaba abierto, y un cuarteto de cazadores oscuros la guardia
privada de la realeza fae rodeaba la columna de luz. Los cazadores eran
mucho más poderosos que los diablillos y tenían además la ventaja de
poder volar. Pero no eran nada ante su reina.
Ella emergió como la muerte en invierno, destrozando la magia que
la rodeaba, su esbelta forma blanca como una estrella lejana, sus alas tan
anchas como las de sus cuatro cazadores juntos, y rojas como mil
campos de batalla. Tropezó y cayó de rodillas ante la fuerza de su
presencia.
Detrás de él, un coro de aullidos le dijo que los werelings habían sido
detenidos de forma similar y sin contemplaciones.
—Ravpyr. —Su voz se sentía a la vez envolvente y cerca de su oído.
Casi se apuñala en la cabeza con su hoja de hierro y se arranca el
auricular. Pero, por supuesto, ella no necesitaba tales trucos modernos.
No cuando tenía el suyo propio.
—Ravpyr. —El tono de la mujer era de censura, como si él siguiera
siendo una de sus criaturas, aunque más baja que el menor de sus
cortesanos—. Las emociones que una vez drenaste de mis faes han sido
liberadas. Al igual que yo. Ya no requiero tu servicio.
Hubo un tiempo en que esas eran las únicas palabras que quería
escuchar.
—Y tampoco son tuyas para comandar, señora.
Su rostro le recordó a la imagen de barbilla puntiaguda y ojos saltones
de la camisa de Avery. En lugar de pelo, un nimbo de zarcillos retorcidos
rodeaba su cabeza, desangrándose en el espacio que la rodeaba.
Y la negrura de los ojos de la reina no tenía fondo.
—Ah —dijo—. Te entregaste a mi usurpador.
—No me dejaste ningún otro lugar al que ir.
Ella sonrió.
—¿Te unes a mí ahora?
Si hubiera querido una muerte invernal...
—¡No!
Avery se abrió paso entre los árboles, con la guja en la mano
desgarrando las guirnaldas de acebo.
La otra rodilla de Hugo golpeó el hormigón mientras vacilaba. ¿Cómo
podía enfrentarse a la reina? No sólo era una locura, sino que debería
haber sido esclavizada como él.
Excepto que la reina había trazado su ataque para los faes y los
werelings. Y para los ravpyrii cuyo santuario pretendía tomar como
propio.
¿Por qué molestarse con los simples humanos?
Y sin embargo, sólo ella se enfrentó a la reina.
Pero ahora ella era parte de él. Su esencia lo había tentado a regresar
del borde de su propio abismo. ¿Podría él recurrir a ese vínculo?
Fijando su mirada en el cuerpo de ella, que formaba parte de él desde
el primer mordisco y que aún no conocía del todo, un país de las
maravillas que no quería abandonar nunca, buscó el vínculo más allá de
la piel, más allá de la sangre, hasta el núcleo de lo que ella era.
Y de lo que ella había hecho de él.
Un hombre que lucharía por su pueblo, un hombre que lo intentaría
contra todo pronóstico.
Un hombre que podía volver a amar.
Se puso en pie de un empujón, dejando que el impulso de la cabeza lo
impulsara hacia Avery justo cuando el primer cazador descendía sobre
ella.
La golpeó con un gruñido y cayeron a un lado, rodando bajo el borde
de un ala negra que atravesaba los árboles. Por encima del hedor del
carbón, la esencia de las agujas de pino rotas les rodeaba.
—Hugo —jadeó Avery—. Te vi. Te sentí...
—Te necesito —le dijo él—. No sólo ahora, sino siempre.
—Hugh...
—Quédate abajo. —Cogió la pesada guja del suelo donde había caído.
—¿Qué estás haciendo?
Se alzaba sobre ella.
—Creo que deberíamos elegir un árbol de Navidad. Es esa época del
año, por si no lo sabías.
Ella lo miró fijamente, atónita.
—¿Estás loco?
Él levantó la guja detrás de su hombro como si fuera un hacha.
—Tal vez un poco. Lo recogí de ti.
Lo blandió con toda su musculatura ravpyrii y esa pequeña esperanza
que ella le había dado.
Fue suficiente.
El hierro forjado en frío mordió profundamente.
Unas alas negras batieron por encima de ellos, y el pino tembló,
haciendo llover agujas con un susurro que, de alguna manera, se impuso
al grito de la reina. Hugo retrocedió y volvió a golpear.
Esta vez, parte de la esperanza era suya.
La guja no era un arma de filo, pero los árboles no eran puramente del
reino iluminado por el sol. La magia del portal fae que los imbuía se
rompió al contacto con el hierro, haciéndose añicos con astillas de
madera y luz. Avery se abalanzó junto a él, empujando el tronco, con los
brazos enterrados en el acebo y los adornos brillantes.
El árbol cayó.
Despojado de su glamour una vez roto el círculo, el portal comenzó a
derrumbarse. El velo de luz amarillenta se absorbió hacia dentro. La
reina extendió las manos y sus dedos, de una longitud sobrenatural,
buscando la magia destruida y tratando de volver a tejerla.
Con el cambio de enfoque de su magia, el control que había tomado
sobre los werelings y ravpyrii que se enfrentaban a ella vaciló. Volvió a
gritar con una rabia terrible. Los lobos aullaron en respuesta, y Barrows
gritó por encima del silbido del aire que caía en el portal en ruinas.
—¡Ravpyrii, vengan al festín!
Vestidos de negro, los ravpyrii rodearon el círculo roto. La reina
retrocedió, alejando conscientemente las manos y las alas de la furia y la
ferocidad de aquellos numerosos ojos. Por una vez, Hugo se dio cuenta
de que el vacío que los su especie tenían que llenar con las fuerzas vitales
de otros salvaría su hogar, a cada uno de ellos, y quizás por ahora, al
menos al mundo.
Avanzaron hacia la reina, cerrando su círculo. Los cazadores oscuros
se mantuvieron indecisos, y en un latido del corazón, fue demasiado
tarde para ellos.
La reina agarró a sus cazadores, con sus largos dedos rodeando sus
tobillos, como una niña que agarra sus muñecas. Sus alas se encendieron
una vez más, agitando un miasma cegador de agujas de pino, purpurina,
polvo y alguna otra sustancia que no había venido de este lado del
portal.
Hugo tiró de Avery bajo su brazo, protegiéndola de la tormenta. La
mayoría de los otros ravpyrii se estremecieron. Aunque mantenía sus
ojos lacrimosos bien abiertos, aún no podía vislumbrar lo que había más
allá mientras la reina se retiraba. Ella y los cazadores se desvanecieron,
y lo último de la magia del portal se desintegró, saliendo hacia el cielo
nocturno.
El portal se hizo añicos, convirtiendo los árboles que quedaban en
cenizas y lanzando a los ravpyrii en todas direcciones. Hugo cerró los
ojos mientras se envolvía por completo alrededor de Avery y rodaba,
con la metralla atravesándole. Si no la hubiera agarrado...
Pero lo había hecho, y nunca la dejaría ir.
—¡Suéltame! —Ella le apartó el brazo, levantándose con dificultad. Se
tambaleó un paso hacia el círculo roto—. No está. —Su voz era áspera—
. ¿Y si...?
Él se abrió paso hasta su lado a través de los escombros y le puso la
mano en el hombro tembloroso.
—Nosotros la encontraremos. Dondequiera que esté.
Después de un momento, Avery inclinó la cabeza para mirarle
fijamente. Una lágrima atravesó el débil brillo de su rostro.
—¿Quiénes “nosotros”? Le pediste al rey fae que te liberara. —Las
últimas palabras fueron dichas en un jadeo.
Los restos alojados en su cuerpo no eran nada comparados con el
dolor de su corazón por haberle hecho esto a ella, su valiente y
esperanzada humana. Apartó la lágrima y la apretó en su puño,
negándose a que ese dolor la tocara. Lentamente, dejando que ella viera
lo que había en sus ojos, se inclinó para besar la humedad de su mejilla.
Pasó las manos por su cabello revuelto y se encontró con su mirada.
—Eso ya lo has hecho tú.
En la calle detrás de ellos, el espectáculo llegó a su fin con los músicos
entrando en un villancico dulcemente melódico. Incluso desde esta
distancia, podía oír a la gente cantando sus sueños navideños.
Respiró agitadamente, tratando de captar esa música en su alma.
Lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, deslizó sus
manos para enmarcar su rostro, con los pulgares en los puntos de la
mandíbula donde latía su pulso. Sus ojos verdes brillaron, sus labios se
separaron al susurrar su nombre, y él se inclinó para devolverle la
canción, alegre y brillante, en un profundo beso.
—¿Con qué estás soñando? —le preguntó cuándo finalmente levantó
la cabeza.
Ella le dedicó una lenta sonrisa.
—Contigo.
Desde el cielo estrellado, las astillas del hechizo del portal roto se
unieron en pequeños cristales perfectos y se posaron suavemente en la
tierra.
Estaba nevando en Nochebuena.
Capítulo 16
Cuando salió el sol en la mañana de Navidad, una escasa pulgada de
nieve espolvoreaba la ciudad, permaneciendo mucho más allá del
momento en que debería haberse derretido. Los brillantes cristales
llenaban las grietas de las calles y añadían un brillo adicional alrededor
de las innumerables luces de los casinos. El efecto fue desapareciendo
poco a poco mientras los atareados lugareños y los turistas embobados
recorrían el centro de la ciudad.
Detrás de ComeTrue, Avery se agachó para barrer con la punta de un
dedo la nieve que se había asentado sobre los escombros dejados por el
ataque de la reina.
—Qué raro —dijo—. No hace nada de frío. —Rozó el pulgar y el
índice. Los cristales desaparecieron, pero dejaron un brillo en su piel.
—Me sorprende que aún puedas asombrarte. —Hugo le tendió una
mano—. No pierdas nunca eso.
Deslizó la palma de su mano sobre la de él, y la puso en pie, acortando
la distancia entre ellos para que el calor de su cuerpo empezara a
derretirla.
—Contigo cerca, dudo que tenga la oportunidad. —Ella alzó la mano
para tocarle el labio inferior, queriendo dejar su brillante marca en él—.
¿Te quedarás?
—Cuando le pedí al rey fae que acabara con mi maldición, no vi
ninguna razón para vivir. No podía creer que hubiera una razón para
seguir. Me demostraste que estaba equivocado. —Él se inclinó para
acercar su boca a la de ella, y Avery saboreó la rica oscuridad de su
aliento. Y algo más dulce y salvaje: los cristales feérico que habían caído
en la noche.
Ella le pasó el brazo por la espalda y no lo soltó ni siquiera cuando los
pinos destrozados se estremecieron como si cobraran vida,
desprendiendo la nieve encantada. Las hojas oscuras y fibrosas del
eléboro se enroscaban alrededor de los troncos marrones rotos,
estallando en flores blancas con centros dorados a medida que se
extendían.
Desde el centro del portal fae salieron el rey y su compañera wereling.
Avery miró de reojo a Hugo, ansiosa.
—¿Debo hacer una reverencia o algo así? —susurró. Aunque iban
vestidos con vaqueros y abrigos largos, el de él de cuero gris marengo y
el de ella de pata de gallo naranja, seguían siendo de la realeza.
Hugo frunció los labios.
—¿Alguna vez lo has hecho?
No fue una respuesta, pero mantuvo la columna vertebral recta
mientras la pareja se acercaba. La habían hecho partícipe de sus planes,
y no quería que pensaran que sería tan fácil de manipular la próxima
vez.
No dudaba que habría una próxima vez.
Cuando se detuvieron, tomó aire.
—Solo para que lo sepas, no puedes liberar a Hugo, aunque él lo
desee, porque ahora es mío.
El rey frunció el ceño, pero la mujer de pelo leonado que estaba a su
lado se rió.
—Supongo que lo que pasa en Las Vegas realmente se queda en Las
Vegas. —Le tendió la mano a Avery—. Soy Yelena Morozova, y este es
Raze. Estamos en deuda contigo. Por hacer huir a la Reina Undone... —
Sacudió la cabeza—. Aun así, me temo que su derrota fue demasiado
fácil y que lo que sucedió anoche no es lo último que veremos de ella.
Tentativamente, Avery estrechó la mano que le ofrecía. El calor —
físico y emocional— era casi abrumador, y se arrimó de nuevo al lado
de Hugo.
—Salda la deuda dejando que Hugo salga de tu corte, libre y limpio.
Su brazo alrededor de ella se tensó.
—Avery, no. Usa el pago de la deuda para encontrar a tu madre...
Ella se zafó de su agarre y lo miró fijamente.
—No a costa de tu vida.
—Si eso es lo que se necesita...
—¡No! Ese no es el sacrificio que quiero de ti. —Se agarró el labio
inferior entre los dientes para silenciarse. Y para que él pudiera captar
el tentador indicio de su sangre saliendo a la superficie.
El rey levantó una mano.
—Independientemente de lo que creas saber sobre los faes, te aseguro
que no concedemos deseos no deseados. —Cuando Yelena tosió
suavemente, añadió—: Al menos ya no. Tampoco tenemos a tu madre
cautiva, como rehén. De hecho... —Instó a Yelena a dar un paso
adelante—. Hemos encontrado esto.
Yelena buscó en el bolsillo de su abrigo y sacó una brillante cadena de
oro.
—Hugo mencionó el collar que tu madre compartió contigo.
En el extremo de la cadena colgaba un corazón de oro con un pequeño
corazón recortado en el centro.
Avery se tocó la garganta, la sorpresa la heló más que aquella noche
de la infancia arrodillada en la nieve.
—¿Es eso...? —Lentamente, extendió su mano abierta.
—Esperábamos que pudieras decírnoslo con seguridad. —Yelena
puso la cadena en la palma de Avery—. Muchos de los faes tienen
afinidad por el oro, así que puede haber sido robada y pasada
numerosas veces, pero estamos tratando de rastrearla hasta su origen.
No sé qué encontraremos, pero... al menos no tendrás que seguir
preguntándote.
Avery dejó escapar un suspiro estremecedor.
—Gracias. Esto es... —Apretó el puño alrededor de la cadena—. Es de
ella. Estoy segura.
—Aquí. —Hugo le tocó la muñeca—. Permíteme.
Le tendió la mano y él abrió el cierre para deslizar el amuleto
alrededor de su cuello. Los dos corazones, el grande y el pequeño, se
acurrucaron.
—No dejaremos de buscar —murmuró él—. Ni de tener esperanza.
Ella lo miró a los ojos.
—Y nos aseguraremos de que Sibilla vuelva a casa también. —Se giró
para mirar al rey fae—. ¿Y Hugo ya no está bajo tu mando?
El rey inclinó la cabeza.
—Él organizó nuestra reunión con Barrows. Como se acordó. Creo
que podemos seguir desde aquí. —Levantó una ceja oscura hacia
Hugo—. Eres libre de irte o quedarte, según tus deseos.
Avery miró al macho fae con los ojos entrecerrados, con desconfianza.
Definitivamente, esto era demasiado bueno para ser verdad.
—Para que me quede claro, ¿no lo matarás?
—No lo haré —dijo Raze—. Pero si se queda, tú sí que podrías hacerlo.
Ella se puso rígida.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Si un ravpyr elige una fuente para la fuerza vital que necesita para
existir, entonces envejecerá con esa fuente y finalmente morirá con ella.
—Raze se encogió de hombros cuando Avery soltó una negación—. Te
sorprendería saber las pocas reglas que un rey puede hacer en realidad.
—Giró su pesado hombro ante el juguetón puñetazo de Yelena y luego
le cogió el codo y la arrastró a su lado, aunque ella era una mujer alta y
poderosa por derecho propio. La miró fijamente—. El gusto se convierte
en antojo. —Bajó la voz, como si fuera sólo para ella—. Y el deseo se
convierte en algo esencial en cada respiración, en cada latido del
corazón, hasta que nada más sirve. Esta es una verdad que conozco, y
nada la romperá.
La mujer lo miró fijamente con sus ojos amarillos brillando.
—Siempre sabes qué decir —ronroneó.
Raze se abalanzó para besarla.
—Y ahora digo que tenemos que hacer un pacto con Barrows, y luego
quiero probar mi suerte con esos supuestos bandidos mancos. —Lanzó
una mirada imperiosa a Hugo—. Yo también te deseo buena suerte,
hombre. Que haya suficiente brillo y oro en el reino iluminado por el sol
para todos nosotros.
La pareja se alejó hacia ComeTrue, cogidos del brazo, con los cristales
blancos arremolinándose tras ellos.
Avery se giró hacia el silencioso ravpyr que tenía a su lado,
acercándose a él.
—Hugh...
Él le cogió las manos y se las llevó al pecho, con sus ojos de obsidiana
brillando desde dentro.
—Este es mi regalo, Avery. Vine a este mundo sin nada, pero ahora
puedo pasar mi vida junto a ti, contigo. Si lo aceptas, te daré mi amor.
En un remolino casi tan impresionante como la nieve que los faes
dejaron a su paso, se encontró en su suite, con los eléboros de la rosa de
Navidad esparcidos por la cama grande y redonda mientras Hugo la
desnudaba.
Desenganchó los dos collares y los colocó en la mesilla de noche.
—Te encontraremos.
—Lo haremos —juró Hugo—. En cierto modo, ella nos unió.
—Entonces está destinado a ser —dijo Avery con decisión.
Con sus poderosos brazos, Hugo la levantó para besarla. El sol
plateado de invierno que brillaba a través de la ventana deslumbró sus
ojos, y más aún, el impulso de su pulso mientras la fuerza de su amor
florecía en venas carmesí a través de los pétalos blancos.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás ante la caricia caliente de su lengua
contra su garganta, y pensó en la primera línea para su historia.
Mi mágica Navidad en Las Vegas.
Sobre el Autor
Sombra Literaria
Moderadora
-Patty
Traducción
-Patty Giovanna Majo L
FerGonz Liv PaoTomé
Corrección
Hades -Patty Giovanna
FerGonz
Diseño
LAPISLÁZULI
SINOPSIS
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
SOBRE LA AUTORA
Diciembre significaba más para Hunter Wynn que
vacaciones y tiempo libre de un trabajo estresante como
propietario de un bufete de abogados. Significaba la
escapada anual por la que vivían él y sus socios. Un viaje a los
fríos bosques de Canadá para una cacería invernal. Solo y
aislado, cualquier cosa podía suceder, y sucedió.
Este año fue el turno de Hunter de traer un invitado de
honor, y acaba de conocer a la chica perfecta para ello.
Bonita, inteligente y sin amigos ni parientes cercanos. La única
pregunta que queda es si Hunter puede hundirle los dientes
antes de que ella le clave las garras.
Un hombre con un traje gris oscuro diseñado para costar más que
el PIB1
de una nación del tercer mundo miró a los tres hombres que
estaban junto a él en la barra.
—¿A quién le toca este año?
—A Hunter —respondió otro hombre, éste con traje azul marino.
Hunter, con un traje negro a juego, inclinó su copa en señal de
reconocimiento. —Caballeros, intentaré que no se sientan
decepcionados.
El cuarto hombre del grupo llevaba una chaqueta de tweed
marrón. Se rió y dijo—: Somos abogados, ¡no creo que el título se aplique!
Los ojos oscuros de Hunter brillaron mientras tomaba un sorbo
de su bourbon y se daba la vuelta. —Deberíamos mezclarnos. Después
de todo, es la fiesta de nuestra empresa.
—Fiesta de Navidad, eso es estúpido —dijo el traje azul—. ¡Es una
fiesta de Navidad! Toda esta mierda de ser políticamente correcto tiene
que terminar.
—Jerry, cálmate. Relaciones Públicas, ¿recuerdas? Ahora pon
una sonrisa y mézclate —dijo Stephen, el socio del traje gris.
Hunter se rió y se alejó para caminar entre los abogados, los
asistentes jurídicos, los pasantes y otras personas en la sala de
conferencias. Era su fiesta anual y no se habían escatimado gastos. ¿Y
por qué no? Eran un bufete de abogados de gran éxito que atendía no
sólo a las tres principales de Detroit, también a otras empresas de alto
perfil en la expansión metropolitana.
Hunter y sus socios habían trabajado duro para construir su
bufete de abogados. No fue la pura suerte lo que les hizo ricos. Tenían
talento, instinto asesino y un pequeño extra que les daba ventaja.
Hunter olfateó, tomando los innumerables perfumes, colonias y
desodorantes de la habitación. Los dejó a un lado y profundizó en busca
de sudor y otros aromas más dulces. Sonrió a su secretaria, Mercedes, al
otro lado de la habitación y siguió avanzando. Había pocas posibilidades
1
Producto Interno Bruto
de que encontrara la respuesta a su apuesta aquí, pero era un hombre
que sabía cómo conseguir sus objetivos.
—¿Sr. Wynn? —preguntó Mercedes, con la voz tan jadeante como
siempre. Era una de las razones por las que la había contratado. Su voz
podía desanimar a un hombre. Era casi sensual y dejaba a la gente con
la duda de si hablaba en serio o sugería algo más íntimo con su tono. Él
había sido capaz de ver a través de ella inmediatamente, pero reconoció
el potencial que tenía—. ¿Necesita algo, señor?
—Sí —Hunter se detuvo y le ofreció una sonrisa—. Necesito
asegurarme de que lo estás pasando bien.
—¿Señor? ¡Oh! Sí, por supuesto —soltó una risita, su risa era
igual de jocosa y burlona que su voz.
—Esta noche es para ti, Mercedes. Para ti y para todos los que
pasan largas horas y noches solitarias para que la WMA tenga éxito. No
vuelvas a preocuparte por mí, ¿me oyes?
Mercedes sonrió y asintió. —Sí, señor Wynn. Gracias.
—No, gracias a ti —dijo Hunter. Miró al hombre de piel oscura que
observaba a Mercedes y le hizo un gesto con la cabeza—. ¿Es tu cita?
Mercedes miró detrás de ella y luego a Hunter. Era difícil de
distinguir con su maquillaje y su piel oscura, pero se estaba sonrojando.
Él podía oler su repentina timidez. —Sí, es Alan.
—Bueno, será mejor que me lo presentes. Insisto —dijo Hunter e
hizo un gesto con la mano para que Mercedes le indicara el camino.
Todavía sonrojada, se movió entre las mesas y dejó que sus largas
piernas se deslizaran por la hendidura abierta de su vestido morado para
cubrir la distancia. Hunter admiró las curvas de sus fuertes pantorrillas
y la forma en que se movía con sus tacones de diez centímetros. Pensó
que los zapatos de color burdeos se verían aún mejor en el aire con sus
piernas separadas, pero tenía una política sobre la mezcla de negocios
con placer.
—Alan, éste es el Sr. Wynn, mi jefe —dijo una vez que llegaron a
la mesa en la que estaban sentados.
Alan se levantó y sonrió mientras ofrecía su mano. —¿Wynn?
¿Cómo el hotel?
Hunter se rió. —Ah, Las Vegas. Me encanta esa ciudad. Sí, se
escribe igual pero no hay relación, por desgracia. Aunque si por
casualidad conoces a los propietarios y necesitan un abogado...
Alan se rió ante el suave discurso de Hunter. —Mercedes siempre
habla bien de ti. Bueno, casi siempre.
—¿Oh? —preguntó Hunter—. Supongo que algunas noches
quemará unas sábanas y hará que la pintura se desprenda de las paredes
con los nombres que me ha puesto.
—¡Sr. Wynn! —jadeó Mercedes.
Hunter se rió. —Trabajamos duro, Mercedes tanto como
cualquiera. No sé qué haría sin ella. Se merece lo mejor. Espero que
puedas dárselo.
La sonrisa de Alan vaciló, pero la retomó inmediatamente. —Como
yo. Ella es definitivamente algo especial.
Hunter asintió con la cabeza y decidió que por la vergüenza que
sentía Mercedes era mejor seguir adelante. —Si me disculpan, tengo que
mezclarme. Ha sido un placer conocerte, Alan. Cuando necesites un
consejo sobre cómo manejar a Mercedes durante uno de sus estados de
ánimo, házmelo saber.
—Señor...
Hunter se inclinó y rozó sus labios contra la mejilla de ella en un
educado beso social. Ella guardó silencio y se estremeció. Hunter asintió
de nuevo a Alan y se alejó.
Se movía entre la multitud sonriendo, asintiendo y estrechando
manos. Su trabajo consistía en asegurarse de que sus empleados se
sintieran apreciados. Algunos, como Jackie, la asistente jurídica con su
blusa escotada y su falda corta a juego, eran más fáciles de apreciar que
otros.
Hunter se acercaba al final de sus rondas cuando un nuevo aroma
captó su nariz. Se giró, su estómago se apretó al situar el aroma sin
pensarlo. El perfume Chanel se mezclaba con el aroma natural de Tiffany,
la directora de la oficina y recepcionista del bufete. Estaba tan guapa
como siempre, con el pelo recogido en una especie de moño que parecía
flotar sobre su cabeza. Eran las mujeres como Tiffany las que convertían
a los hombres como él en el estereotipo de jefe lascivo.
Hunter se giró y se dirigió hacia Tiffany y su acompañante incluso
antes de que entregaran sus chaquetas al personal del hotel contratado
para ayudar. Sonrió al acercarse a ella. Su vestido era largo pero elegante.
Valía más de lo que su salario merecía, pero a Hunter no le importaba.
Se veía increíble en él.
—¡Tiffany! —dijo sin fingir su felicidad por verla—. Me alegro de
que hayas podido venir.
—¡Sr. Wynn, gracias! No me lo perdería por nada del mundo —
dijo mientras se giraba hacia él. Ella le devolvió la sonrisa y parecía tan
genuina como parecía, pero él podía oler su vacilación. Ella esperaba
problemas. Si no de él, de alguno de los otros socios. Él, Jerry y Stephen
habían hablado de su carácter reservado—. Sr. Wynn, ésta es mi
acompañante de esta noche, Emily —dijo Tiffany mientras se giraba para
mirar a la persona que estaba a su lado.
Hunter se dio la vuelta, parpadeando y observando a la nueva
mujer. Sonrió y le ofreció la mano por reflejo, pero en su interior su mente
se debatía con el concepto. ¿Era Tiffany lesbiana? ¿Por eso se mostraba
siempre tan profesional y retraída, incluso en las reuniones privadas?
¿Podría la empresa tener una lesbiana en la recepción?
—Emily, por favor, llámame Hunter —le dijo mientras le cogía la
mano y se la llevaba a los labios.
Emily se sacudió como si la hubieran pinchado por la espalda.
Sonrió y se sonrojó antes de tenderle la mano y decir—: Hola, soy... oh,
lo siento, ya lo han dicho. Entonces, ¿Hunter? Es un nombre muy bonito.
Sonrió y entonces recordó que Emily era la cita de Tiffany. Frenó
su entusiasmo antes de decir—: Me ha servido de mucho hasta ahora —
dijo—. Por favor, señoras, disfruten de la fiesta.
Hunter se giró y miró alrededor de la habitación hasta que captó
la mirada de Tyler. Le hizo un gesto con la cabeza y luego señaló hacia la
barra. Tyler regresó su asentimiento y se reunió con él allí después de
terminar su conversación con dos abogados.
—¿Ya has encontrado a alguien? —preguntó Tyler en voz baja
mientras esperaban a que les refrescaran las bebidas.
Hunter sonrió. —Difícilmente. ¿Hay alguna posibilidad de que se
te haya escapado algo en tus comprobaciones de antecedentes de nuestra
gente?
—Siempre hay una posibilidad. Soy bueno, pero no he inventado
la rueda.
Hunter se rió. —Como si necesitáramos ruedas.
—¿Por qué, qué pasa?
—Necesito que investigues a alguien por mí. Alguien de cara al
público. Concretamente su orientación sexual.
Tyler enarcó las cejas y se volvió para mirar a su alrededor. No
había nadie cerca, salvo la camarera y, después de dejarle la bebida, se
volvió para dejarlos solos. —¿Quién?
—Tiffany Ackers, nuestra recepcionista. Está aquí con una mujer.
Dijo que era su acompañante.
Tyler se giró y examinó la habitación antes de volver a mirar a
Hunter. —Ella es linda. Una especie de alhelí, pero linda a su manera.
—No me di cuenta —admitió Hunter.
Tyler lo observó durante un momento antes de reírse y tomar un
trago. —Wow, realmente eres un idiota.
Hunter frunció el ceño. —¿Por qué?
—La igualdad de derechos y todo eso está de moda. Conoces la
ley, sabes lo que pasa con la discriminación.
Hunter suspiró. —Me importa un bledo con quién se acueste. De
hecho, probablemente pagaría mi salario durante un mes sólo para verlas
a las dos hacerlo.
—Con clase —señaló Tyler.
Hunter suspiró. —Eso es una charla de hombres y lo sabes. La
cuestión es que tengo una imagen comercial que cuidar. Es una mierda,
pero tengo clientes de alto perfil que podrían molestarse si esto se hiciera
público.
—¿No estás interesado en defender los derechos LGBT en Detroit?
—¿De verdad? —preguntó Hunter antes de tomar un trago—.
Sabes muy bien con qué tipo de gente tratamos. No han llegado a donde
están por ser comprensivos o tolerantes. Haz la comprobación y avísame.
—Sigo pensando que estás siendo un idiota.
—Está bien. Me han llamado cosas peores —dijo Hunter.
Tyler se encogió de hombros. —Yo lo hago.
Hunter sonrió. —¿Para qué están los amigos?
—Feliz Navidad, Sra. Smith: ¡su marido ha muerto, pero la buena
noticia es que mi cliente no es responsable! —murmuró Hunter para sí
mismo.
Bebió un trago del escocés aguado y luchó contra el impulso de
estornudar. Era una pérdida de tiempo y esfuerzo; no podía quitarse el
hedor de la nariz. Los cigarrillos estaban prohibidos en los lugares
públicos desde hacía unos años en Detroit, pero el hedor se había
instalado en las paredes, el techo y el suelo. Luchó para que no se le
arrugara la nariz y se concentró en la chica que giraba en el poste del
escenario.
Hunter suspiró y miró su bebida. Se suponía que era una
celebración: acababa de ganar un caso entre su cliente y un proveedor
de piezas sobre la responsabilidad de un módulo de frenado defectuoso.
Las demandas que llegaban ahora se desplazaban hacia el proveedor;
aunque su cliente tuviera que retirar las piezas del mercado, al menos ya
no se les culpaba de matar a la gente.
Apartó su bebida. Necesitaba irse. Las bailarinas no eran
personas esta noche, sólo carne con demasiado perfume y maquillaje.
Esto no era lo que él necesitaba. De hecho, sólo estaba allí porque no
había hecho ningún progreso en la búsqueda de una mujer para llevar a
su escapada anual especial. Esperaba seguir teniendo suerte después de
que el juez fallara a favor de su cliente.
Una camarera con un uniforme diseñado para que una chica de
Hooter's parezca que va a la iglesia se detuvo junto a su mesa. —No
pareces feliz. ¿Necesitas otro trago, o no te gustan las pelirrojas?
Hunter la miró, sonriendo por instinto. Algo en su rostro cambió.
Sus ojos, decidió. Sí, las arrugas de la esquina se hicieron más
profundas. Intentó percibir su aroma, pero todos los perfumes y colonias
baratas del club de caballeros supuestamente de alta gama estaban
desordenando sus sentidos. —Me gustan las pelirrojas —dijo—. De
hecho, podría engullirlas.
Se rió. —Apuesto a que sí. ¿Necesitas otro trago?
—Me temo que su camarero se quedará sin hielo —dijo—. ¿Cómo
te llamas?
Levantó una ceja y miró su camisa. —Ah, sí, la lectura. Lo doy por
sentado desde que aprendí a una edad tan temprana.
La sonrisa de Hunter se endureció en su rostro. —Eres luchadora.
Eso me gusta. Ahora, ¿por qué no me dices tu nombre?
—¿De verdad no puedes leerlo?
—Puedo, pero quiero escucharte decirlo. Me dice lo que piensas
de ti misma.
La camarera lo miró fijamente durante un largo momento. —
Penny —admitió—. Me llamo Penny. Ahora, ¿quieres un trago o no?
—¿Qué pasó con lo de que el cliente siempre tiene la razón?
Penny suspiró. —Mira colega, parece que tienes las cosas claras.
Un traje muy bonito, un pelo perfecto, una gran sonrisa, y probablemente
algún coche deportivo importado en el aparcamiento. Apuesto a que tu
mayor problema es evitar que las chicas se empapen de crema en tus
asientos de cuero italiano.
Los ojos de Hunter se abrieron de par en par ante su arrebato. —
Vaya —dijo—, y que conste que mi coche deportivo es americano; mis
clientes no estarían contentos si comprara uno extranjero.
Ella lo ignoró y siguió adelante. —Deja de perder el tiempo
conmigo, ¿vale? Tengo problemas y mis problemas tienen problemas, así
que dime si quieres una copa o no.
—Antes era curioso y educado. Ahora que sé que no te importa
que sea educado, sólo tengo curiosidad. Dime, Penny, ¿qué problemas
tienes? —insistió Hunter.
Penny suspiró. —Bien. Mi novia acaba de dejarme porque sigo
teniendo recuerdos de la vez que mi padre y sus amigos se
emborracharon y me golpearon. Así que ahora no tengo ayuda para
vigilar a mi hijo y está solo en casa ya que su padre, mi hermano, está en
la cárcel.
Hunter parpadeó un par de veces y luego se rió. —Esa es una lista
de lavandería. ¿Algo de eso es cierto?
—¿Acaso le importa a un tipo como tú? —espetó—. Tengo trabajo
que hacer y tú no estás comprando. Y lo que sea que estés vendiendo, no
me interesa.
Hunter abrió la boca, pero Penny se dio la vuelta y se alejó y fue
directamente a la barra. Vio que el camarero le miraba y luego volvía a la
camarera. Hunter suspiró. Demasiado para Penny. Dio un sorbo a su
agua con sabor a whisky e hizo una mueca. Ya había tenido suficiente.
Había otros casos en los que debería estudiar. O tal vez debería echar un
vistazo a los progresos que algunos de los otros abogados estaban
haciendo con los suyos. Cualquier cosa era mejor que ser abatido por
una camarera en un club de striptease.
Hunter se levantó y arrojó un billete de veinte sobre la mesa. Se
detuvo y lo miró fijamente, y luego sonrió y recuperó el billete. Lo
sustituyó por uno de cincuenta, sospechando que eso haría enfadar a la
camarera. Se dirigió hacia la salida, pero tuvo que frenar cuando sintió
que su teléfono vibraba en el bolsillo.
Rebuscó en su bolsillo justo cuando un hombre grande con un
olor corporal lo suficientemente fuerte como para luchar contra los
abrumadores olores del club se puso delante de él. —¿Hay algún
problema? —preguntó el portero.
Hunter levantó su teléfono. —Tengo que atender una llamada.
Discúlpeme.
—Hemos oído que Penny te ha hecho pasar un mal rato,
queríamos asegurarnos de que no te ha echado —dijo el portero,
ignorando las necesidades de Hunter.
El abogado asintió. —Entendido. Gracias.
—¿Así que lo hizo?
Hunter suspiró y vio cómo la llamada de Tyler iba a su buzón de
voz. Se centró en el gorila. —No, no lo hizo. Pensé que era refrescante.
Fue agradable no tener a alguien que me bese el culo por una vez. De
hecho, creo que probablemente sería una buena abogada.
Los ojos del portero se abrieron de par en par. —¿Una abogada?
—Se rió—. Se lo haré saber.
—Hazlo. Ahora si me disculpas, tengo que devolver esta llamada.
—¿Qué? Oh, lo siento. Vuelve cuando quieras.
—Por supuesto —dijo Hunter y pasó por delante del gorila que se
retiraba. Salió del club antes de volver a llamar a Tyler. El investigador
contestó al tercer timbre.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hunter.
—He investigado un poco sobre tu recepcionista —dijo Tyler—.
Tengo malas noticias para ti.
Hunter maldijo en voz baja. —¿Es gay?
Tyler se rió. —No, no lo es.
Hunter frunció el ceño y caminó por la calle hacia el aparcamiento
donde estaba estacionado su coche. —¿Entonces cuál es el problema?
—Esto significa que sólo queda una posibilidad: no le gustas.
Hunter miró su teléfono y frunció el ceño. —Ja-ja —dijo—.
Últimamente me encuentro con mucho de eso, parece ser.
—Debes haber olvidado que eres un abogado. No le gustas a
nadie.
Hunter suspiró. —¿Cómo podría olvidarlo? Con amigos como tú,
quiero decir.
Oyó la risa de Tyler, pero un destello de color verde entre una
multitud le llamó la atención. Miró al otro lado de la calle a una mujer
que se movía entre la multitud nocturna con un vestido verde. Le
favorecía mucho la figura. Casi demasiado bien, dependiendo de la
ocasión en que lo llevara. Había algo en ella que le resultaba familiar.
—Gracias por revisarla —dijo Hunter—. Hablaré contigo más
tarde.
—¿Cuál es la prisa?
—Algo acaba de surgir —dijo Hunter.
—De acuerdo, tendrás mi factura —dijo Tyler—. Aunque los
proyectos como ella son la razón por la que me metí en esta línea de
trabajo.
Hunter se rió y terminó la llamada. No perdió de vista a la mujer
mientras se alejaba. Se giró y empezó a caminar en la misma dirección
que ella. La policía dirigía el tráfico e intentaba evitar que la gente fuera
atropellada, lo que siempre era bueno, excepto en la única ocasión en
que tuvo que cruzar la calle.
Siguió caminando y esperando. Aprendió a una edad temprana a
tomarse en serio su nombre. Era un cazador. Podía ser paciente si era
necesario.
Hunter siguió a la chica hasta que la multitud empezó a
dispersarse. La gente se retiraba a buscar sus coches o a dirigirse a los
restaurantes y bares después del partido de los RedWings de Detroit. La
mujer siguió adelante, tirando de su chaqueta y acelerando lo suficiente
como para que sus tacones empezaran a chocar contra el pavimento.
Hunter acortó la distancia entre ellos. Seguirla mucho más tiempo
sería sospechoso con todos los demás siguiendo su propio camino.
Estaba lo suficientemente cerca como para captar su olor y recordó los
muchos aromas de la fiesta de su empresa. Su labio se curvó en una
sonrisa de autocomplacencia al darse cuenta de que estaba perdiendo el
tiempo.
Levantó la cabeza para encontrarse con la mujer, Emily, que giró
la cabeza para encontrar su mirada. Sus ojos se entrecerraron y luego se
ensancharon mientras sus labios se separaban. Él vio que salían
bocanadas de aire de su nariz y de su boca. —¡Sr. Wynn!
Hunter sonrió y asintió. —¡Emily! Me ha parecido reconocerte.
¿Cómo estás?
—Um, bien —tartamudeó ella y luego miró a su alrededor—.
Qué… um, esto es un poco raro.
Él se rió y se detuvo a unos pasos de ella. —Te refieres a la parte
en la que parece que te estoy acosando a altas horas de la noche en el
centro?
Ella se rió un poco y asintió. —Um, sí. Supongo que eso es un
poco tonto. Estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer que eso.
Hunter sonrió y se encogió de hombros. Se giró lo suficiente como
para mirar alrededor de la zona y frunció el ceño. —Es tarde, hace frío y
te estás alejando de las zonas más seguras.
—Tú también —señaló ella.
—Te vi y quise ver cómo estabas —dijo Hunter. Se rió—. Eso
suena espeluznante, ¿no? No es... oh, espera, si estuviera siendo
espeluznante eso es exactamente lo que diría.
—¿Sr. Wynn? —preguntó ella, deteniéndolo antes de que dijera
algo más—. Um, usted no es uno de esos tipos ricos que lo tienen todo
así que tienen que romper la ley para encontrar la emoción, ¿verdad?
—Soy abogado, querida. Sé lo que le pasa a la gente que rompe la
ley.
—Buen punto. Um, bueno, mi coche está aquí arriba, así que
debería estar bien. Gracias por comprobar cómo estoy.
Hunter miró más allá de ella mientras consideraba lo que había
dicho. Podía oler su ansiedad luchando contra su interés. —Emily, por
favor, no hay aparcamientos o rampas por aquí que yo sepa. ¿Supongo
que es una parada de autobús o la casa de un amigo a la que te diriges?
Ella jadeó. —Cómo es que... sí, a una parada de autobús.
—Eso es una tontería —le dijo él—. Ven conmigo. Te llevaré a
casa.
—¡Oh no! ¡No podría! Quiero decir, estaré bien, sólo...
—Para. Estás vestida para matar, te comerían viva en un autobús
del metro —dijo Hunter—. Mi coche, por otro lado, complementaría tu
vestido bastante bien.
—Um, no debería. Además, ¿qué diría Tiffany si me dejas en su
apartamento?
Los ojos de Hunter se entrecerraron. —¿Tiffany?
—¡Oh, Dios mío! ¡Sueno totalmente como una lesbiana! No lo soy.
Somos compañeras de piso y amigas, eso es todo. Pero si aparezco con
su jefe, nunca me dejará vivir.
—Realmente no hay excusa que puedas inventar que suene
convincente —la presionó—. Te diré algo, sin embargo, si me dejas
llevarte, te dejaré para que no me vea, e incluso le daré a Tiffany un
aumento.
—¿Qué vas a hacer? —soltó ella. Se quedó mirando su sonrisa
hasta que sacudió la cabeza y se rió—. ¡Bien, pero más vale que sea uno
bueno!
Él se rió y se hizo a un lado para poder hacerle un gesto con la
mano para que volviera por el otro lado. Sus mejillas estaban más rojas
que el frío cuando aceptó su oferta y se puso a su lado. Se detuvo y lo
miró. —No sé a dónde vamos
—Bien dicho. Por aquí entonces, querida. Estoy en un lote privado
—dijo él.
—Por supuesto que sí.
—Por supuesto que sí —aceptó él y caminó junto a ella por la calle.
Él mantenía un ritmo lo suficientemente lento como para que ella pudiera
seguirlo sin problemas, pero lo suficientemente rápido como para
obligarla a concentrarse en permanecer con él.
—¿Qué haces aquí abajo? —le preguntó ella después de haber
caminado media cuadra.
—Ver a algunos clientes después de que hayamos terminado de
ganar un caso hoy —dijo—. Frustrante, pero esa es la razón por la que
no soy un abogado civil o penal.
—¿Por qué es frustrante? —Ella mordió el anzuelo que él le
ofrecía.
Hunter ocultó su sonrisa. —Algunos defectos en los vehículos
están causando que la gente se lesione. Mis clientes han tenido que
luchar contra los abogados que intentan demandar a la gente a sacar
provecho de esta desgracia.
Le miró y sonrió. —He leído sobre esa retirada del mercado.
¿Módulos de freno?
Él asintió.
—Así que ganaste y te ganaste un sueldo. A mí me parece un buen
día —dijo encogiéndose de hombros.
—Eso es lo que me digo a mí mismo. Es una pena, sin embargo,
la única ayuda que puedo ofrecer a las personas que resultaron heridas
es demostrar que fue culpa del proveedor por no haber actuado con la
debida diligencia en sus productos.
Inclinó la cabeza mientras le miraba y luego apartó la mirada con
una risa suave.
—¿Qué? —preguntó él.
Ella se encogió de hombros y sonrió. —Nada, sólo un pensamiento
tonto.
—A veces esos son los mejores.
—Es una tontería.
—Entonces hazme reír.
Ella suspiró. —Eres un abogado. Se supone que no debes
preocuparte por la gente.
Él se rió. —¿Eso me hace menos abogado?
—¡Oh, no, claro que no! —se apresuró a decir ella—. ¿Tal vez uno
mejor? Al menos si defendieras a gente.
—Odio perder —admitió—. Especialmente si significa que alguien
sale herido. Eso y que me gusta ser rico, pero odiaría ganar dinero de
sangre para conseguirlo.
Ella se rió. —Es usted casi un enigma, señor Wynn.
—¿Un enigma? —preguntó él—. ¿Por qué?
—No esperaba que fuera usted complicado —dijo ella—. Es casi
como si debajo de ese traje de mil dólares, hubiera un corazón que late
con sangre caliente.
—¡Ay! —bromeó él—. ¿Es un chiste de tiburones?
Ella sonrió.
—Cruza aquí —sugirió él mientras frenaban para tomar una
curva—. Por ahí caminamos solo un poco. Y hablando de estar por aquí,
¿qué estás haciendo aquí abajo? ¿Y vestida así? ¿Una cita?
Se rió. —¡Si me vistiera así para una cita, esperaría ganar
suficiente como para no tener que devolverlo a la tienda mañana!
La risa de Hunter se unió a la suya. —Es un mercado más
pequeño en Detroit de lo que crees. Nueva York, Denver, Phoenix y Los
Ángeles son los lugares donde las chicas pueden ganarse bien la vida así.
Emily se quedó boquiabierta. —Dios mío, ¿acabas de darme
consejos sobre cómo ser una prostituta de clase alta?
—No son consejos, sólo hechos —dijo él—. Sin embargo, estoy
legalmente obligado a desaconsejarte de hacerlo, sin embargo. Romperías
demasiados corazones.
Ella se sonrojó y desvió la mirada. Él le dedicó unos instantes y
continuó por la calle hasta que giró en un aparcamiento con postes de
acero que impedían que nadie entrara o saliera de la rampa. —¿Has
aparcado aquí? —preguntó ella—. ¿Cómo se entra o se sale?
—Tengo un código —dijo él y señaló la caseta de seguridad con
una consola en el exterior—. Hay un guardia dentro, así que intenta no
parecer amenazante.
Emily se rió. —¿Yo? ¿Amenazante?
—Oh sí, no se sabe qué armas puedes tener escondidas bajo ese
vestido —dijo él.
Ella se miró a sí misma y volvió a mirar hacia arriba. Abrió la boca
y luego la cerró. Sus mejillas se encendieron y él pudo oler no sólo la
ansiedad, sino a la excitación. A diferencia de sus nervios, era un aroma
suave y cálido en el frío de diciembre.
Hunter retrocedió. Emily le intrigaba. La había descartado dos
veces, pero ella estaba demostrando ser mucho más interesante de lo que
había pensado. No era el tipo de hombre que buscaba una relación a
largo plazo, pero una a corto plazo era muy divertida. Era parte de la
razón por la que él y sus socios celebraban su salida anual.
—Estaba haciendo una entrevista en el MGM —dijo ella mientras
él la guiaba hacia el ascensor.
—Ese no es el vestido que llevaría una camarera o un croupier —
le señaló.
—Esperaba un puesto de dirección —dijo ella—. Voy a ir a la
escuela para obtener mi licenciatura en negocios.
Hunter se fijó en ella y asintió. —¿Una licenciatura?
—Tengo mi título —añadió—. No fue suficiente para salvarme de
ser despedida de Coughlin Marketing, así que volví a estudiar.
—Ah —dijo—. Lamento escuchar eso. Me aseguraré de tenerlo en
cuenta le dé un aumento a Tiffany. Ella tiene que mantenerte hasta que
consigas algo más.
—¿Hablas en serio? ¿Realmente vas a darle un aumento porque
yo accedí a que me llevaras a casa? ¡Oh, Dios mío! Espera… no esperas
que yo…
Hunter se rió. —¿No habíamos aclarado ya que no eras una
prostituta?
Ella exhaló un suspiro de alivio. —Entonces, ¿por qué hacerlo?
—El refuerzo positivo funciona mucho mejor que el negativo —dijo
él—. Demuestra que voy en serio y que me importa.
Ella lo miró fijamente hasta que él se volvió para mirarla con un
brillo en los ojos. Ella apartó la mirada, sonrojándose de nuevo.
—Aquí mismo —dijo Hunter mientras señalaba su coche.
—¡Oh, oh! —jadeó ella mientras miraba el coche deportivo rojo
oscuro—. ¡Es un hermoso Corvette!
—Cuidado —advirtió él—. Empezaré a hablar de ella, y no quiero
que te pongas celosa.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Cómo podría estar celosa de esto?
¡Me acostaría con ella si fuera una mujer, y ni siquiera podía tomar una
ducha en la clase de gimnasia con las otras chicas!
Hunter se rió y le abrió la puerta del coche. —Cuidado al intentar
sentarse en ella podría hacer que tu vestido me mostrara esas armas que
mencioné antes.
Emily sonrió. —¡Me arriesgaré! —Le cogió la mano con una de las
suyas y usó la otra para sujetar su vestido contra sus piernas mientras
se sentaba y se echaba hacia atrás. Ella giró sus piernas hacia arriba
juntas en el coche, girando en el asiento y luego suspiró al acomodarse
en él. Emily pasó las manos por la suave consola de cuero y admiró las
elegantes curvas del salpicadero, la palanca de cambios manual y la
electrónica de última generación del Z06—. Es increíble.
—Ella es increíble —la corrigió Hunter.
Emily sonrió. —Lo siento. No quiero ponerla celosa.
—Ella comparte —dijo Hunter.
—¡Oh, entonces será mejor que me muestre lo que puede hacer!
Hunter se rió y cerró la puerta. Caminó alrededor del coche,
estirando su cuello hasta que estalló. Parecía que iba a resultar ser una
buena noche después de todo.
—¿Sr. Wynn? —preguntó Mercedes desde la puerta de su
despacho.
Hunter levantó la vista del caso que estaba estudiando y miró su
reloj. —Llegas temprano —observó.
—La verdad es que no. Normalmente no tengo nada con lo que
interrumpirte tan temprano.
Hunter le ofreció una sonrisa. —¿Es una interrupción buena o
mala?
Mercedes frunció el ceño. —No estoy segura. Tiffany, de la
recepción, quería hablar contigo.
—¿Oh? —Hunter meditó un momento. Mercedes y Tiffany se
llevaban bien, pero sabía que también había cierta tensión entre ellas.
Como directora de la oficina, Tiffany también estaba a cargo de las
secretarias y los empleados, excepto Mercedes y las secretarias del otro
socio. Ellas vivían fuera del dominio de la hermosa rubia y sólo rendían
cuentas a sus jefes—. Dame un minuto y hazla pasar —dijo.
Mercedes sonrió. —Por supuesto, señor Wynn.
—Ah, ¿y Mercedes?
—¿Sí?
—¿Cómo te trata Alan? Es Alan, ¿verdad?
—Nos va bien —dijo ella—. Sin embargo, no tiene sentido
apresurar las cosas, ¿sabes?
Hunter se rió. —Todo va muy bien. Espero que las cosas sigan
yendo bien. Si tienes algún problema, sin embargo...
Mercedes sonrió. —Estaré bien, señor. Gracias por su amabilidad.
—Siempre. Eres mi número uno por aquí, y no dejes que nadie te
diga lo contrario.
Ella salió y cerró la puerta, dándole la oportunidad de recoger sus
papeles y meterlos de nuevo en una carpeta antes de que Tiffany llamara
a la puerta y la abriera. Entró y cerró la puerta tras de sí antes de levantar
los ojos hacia los de él e intentar sonreír. Fue un intento débil que se
desmoronó cuando él enseñó los dientes en una sonrisa.
—Señorita Ackers, ¿qué puedo hacer por usted?
Ella se quedó quieta, fuera de sus manos jugueteando con el
dobladillo de su falda que terminaba justo por encima de sus rodillas. Él
podía oler su sudor nervioso. —Sr. Wynn, he recibido el aviso de que mi
nómina se ha debitado hoy en mi cuenta.
—Crédito, querida —la corrigió él—. Un débito sería si tomáramos
dinero de usted.
Su máscara se rompió por un momento, mostrando un ceño
arrugado de irritación, pero la borró con un pensamiento. —Sí, supongo
que tiene sentido.
—Lo siento —ofreció una disculpa falsa—. Las palabras son cosas
poderosas, ya sabes. Nos ganamos la vida con ellas. Pero no es por eso
que estás aquí. ¿Hay algún problema con su cuenta?
—No señor, ni mucho menos. Bueno, no si es correcto. Creo que
hubo un error cometido. Recibí más de lo que debía, pero cuando fui a
Madeline al respecto, me dijo que lo viera a usted.
—Ah, eso. Sí, bueno, has hecho un trabajo tan notable para
nosotros que sentí que hemos pasado por alto tus talentos demasiado
tiempo.
—Gracias, pero es un gran aumento —dijo ella.
Él asintió. —¿No lo vales?
—¿Señor?
Hunter se inclinó hacia adelante y señaló una de las sillas de felpa
en su lado de su escritorio. Ella se dirigió a ella, con las manos aún
aferradas a su falda.
Tiró de ella mientras se sentaba para evitar que tirara y se
amontonara.
El resultado final dejó a Hunter luchando para evitar que sus ojos
trataran de ver en las sombras entre sus piernas.
—Tiffany, trabajas muchas horas y te mantienes al tanto de un
personal del que todos dependen. Puede que no tengan las credenciales
o la oportunidad de hacer lo que yo y mis asociados hacemos, pero sin
ellos nuestros trabajos serían imposibles. Mantener nuestros niveles de
éxito y rentabilidad sería imposible. Sin embargo, cada uno tiene
diferentes deseos y necesidades. Lo que haces es como pastorear gatos y
lo haces bien. Quiero recompensarte por ello.
Tiffany se puso rígida. —Sólo hago mi trabajo. No vale tanto.
Hunter se rió. —También es un incentivo para ir más allá.
Ella parpadeó un par de veces y asintió. —Ya veo. ¿Qué es
exactamente lo que tiene en mente? ¿Estamos hablando de un ascenso o
de otra cosa?
—Dado su excelente servicio, confío en que encontrará la forma
de justificar el aumento —dijo con una sonrisa—. Hablo en nombre de la
empresa cuando digo que valoramos la lealtad. El tipo de puesto que
ocupas requiere mucha responsabilidad, por lo que también debería
permitir ciertas bonificaciones. Se espera que su discreción esté entre
esas responsabilidades.
Sus pechos subían y bajaban dentro de su ajustado vestido
mientras respiraba profundamente. Él inhaló su ansiedad y luego notó
cómo se desvanecía y fue reemplazada por algo más. Algo más almizclado
y dulce.
—Voy a tener las manos llenas —dijo mientras rodaba sus
hombros—. Me has doblado el sueldo. Eso va a requerir un montón de
justificación.
El ceño de Hunter se frunció. Abrió la boca, pero se distrajo un
momento cuando se dio cuenta de que el dobladillo de su falda parecía
haberse levantado hasta su medio muslo. Entre su falda arrugada y la
forma en que estaba tensa entre sus muslos separados, pudo ver que sus
piernas estaban cubiertas de medias que brillaban bajo la suave luz de
su oficina.
Cerró los labios y carraspeó. Por muy atractiva que fuera su oferta
tácita, tuvo que recordarse a sí mismo que no estaba interesado. A pesar
de que el creciente olor de su excitación se filtraba en sus sentidos.
—Lo ves como una duplicación; yo lo veo como un coste
recurrente del negocio que confío en que no afectará en nuestros
resultados. De hecho, sabiendo lo mucho que trabajas y la dedicación y
determinación que me estás mostrando ahora, espero que las mejoras de
eficiencia en la oficina compensen con creces esto.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par. —¿Sr. Wynn? No sé
si lo entiendo.
—Es fácil de entender. Eres una joven hermosa que tiene una
mente y un hambre aún mayor que su belleza. Use eso, Srta. Ackers,
porque la belleza es algo fugaz. Mantén tus objetivos en mente, querida,
y concéntrate siempre en hacer lo que hay que hacer para alcanzarlos.
Las mejillas de Tiffany enrojecieron y luego su control se rompió
cuando una sonrisa irónica asomo en la comisura del labio. —A menos,
claro, que requiera usar mi belleza fugaz para llegar a donde quiero ir.
Hunter se rió y se arrepintió. No quería animarla, pero ella tenía
las feromonas de una seductora. —¡Sí, eso es! Usted está bien en su
camino, señorita Ackers.
—Gracias, Sr. Wynn —sonrió. Sus piernas se crisparon mientras
encontraba una manera de ensancharlas otro medio centímetro—. La
lealtad es muy importante para mí también. Estoy deseando demostrar
lo leal que puedo ser.
Hunter luchó contra sus impulsos. No, el deseo de hacer un
agujero en sus medias de nylon y... ¿y si sólo llevaba medias y un liguero?
Su aliento se le atascó en la garganta al ver a Tiffany inclinada sobre su
escritorio con la falda levantada y...
—Tiffany, es maravilloso —consiguió decir. Miró el reloj y luego a
su puerta—. Tengo una reunión con los socios a la que llego tarde. Quizá
en otro momento podamos hablar de lo que piensas.
Ella sonrió y se puso en pie. Su vestido volvió a caer por sus
piernas sin ninguna señal de que se hubiera arrugado más. —Por
supuesto. Estoy deseando que llegue.
Hunter tragó saliva y comenzó a ordenar las carpetas en su
escritorio. Tenía una reunión, pero le quedaba media hora para que
empezara. Él necesitaba un poco de tiempo para despejarse. La puerta
se abrió con un clic y se cerró un momento, lo que le permitió relajarse y
volver a preguntarse hasta dónde llegaban sus medias.
—¿Sr. Wynn?
Hunter levantó la vista y vio a Mercedes de pie en la puerta. —
¿Sí?
—¿Va todo bien? Has estado mirando esa carpeta durante un rato
Hunter miró la carpeta y luego sonrió. —Es un caso complicado
—admitió.
Mercedes enarcó una ceja. —Ya veo. ¿Aún vas a la sala de juntas?
El señor Caskins ya ha llegado.
Hunter miró su reloj. Había perdido varios minutos soñando
despierto con Tiffany. Demasiados más y tendría que enfrentarse a las
burlas de sus compañeros. Necesitaba entrar y hablar con Tyler antes de
que todos llegaran. Más control de daños, no quería que el hombre
hablador hablara sobre la investigación que había hecho sobre Tiffany.
Hunter se acercó a la mesa de conferencias ejecutiva frente a Tyler
y le ofreció una sonrisa.
—Me alegro de que hayas podido venir.
—Ustedes son mi mayor cliente en este momento —dijo.
—Siempre —corrigió el abogado.
Tyler sonrió y se encogió de hombros.
—¿Hacer un movimiento con la secretaria?
—¿Qué? ¡No! —soltó Hunter. Resopló y se tomó un momento para
serenarse—. No hago eso con la gente con la que trabajo.
Tyler chasqueó los dedos. —¡La otra chica!
—¿Qué? ¿Qué otra chica?
—La que creías que se tiraba el rubio.
—Tyler, por favor.
Tyler le movió un dedo y asintió.
—Estoy sobre ti, viejo hijo. Creo que acabo de descubrir quién es
el invitado de este año.
—Aún no he elegido a nadie —argumentó Hunter. Abrió la boca
para decir algo más cuando Stephen entró con Jerry. Se reían de algo
que había dicho uno de ellos. Jerry cerró la puerta y ambos tomaron
asiento al final de la mesa, Stephen junto a Tyler y Jerry más cerca de
Hunter.
—Buen trabajo con el caso de los frenos —dijo Jerry.
Hunter gruñó. —Gracias. ¿Cómo va el tuyo con Blue Cross?
Jerry gimió.
—No nos pagan lo suficiente. Juro que el estado y los médicos
están conspirando para que sea imposible despedir a nadie en un
sindicato nunca más.
—¿Cómo si no van a conseguir que la gente les vote? —sugirió
Tyler.
—Hunter, ¿qué es eso de aumentar el salario de Tiffany?
—Las responsabilidades también —dijo Hunter—. Ella ha hecho
un gran trabajo para nosotros. La estoy retando a que descubra qué es
lo que sigue.
—¿Qué significa eso?
—Quiero que asuma más el papel de recursos humanos —dijo
Hunter—. Ya lo tiene y me parece una obviedad.
—Cuidado, es rubia —dijo Jerry.
Stephen se rió y añadió—: ¡Una obviedad podría ser más de lo
que ella puede manejar!
Hunter rió con ellos a pesar de sus sentimientos hacia ella.
—También es una rubia de buen ver —dijo Tyler—. Es que…
—Tuve una larga charla con ella esta mañana —interrumpió
Hunter—. Va a dar un paso al frente. Ella también se calentó conmigo.
—¿Te ha calentado? —preguntó Jerry.
Stephen gimió. —Jesús, ¿has…?
—¡No! —soltó Hunter en un esfuerzo por detenerlo. Fue inútil.
Jerry hizo la pantomima de una mujer haciendo una mamada. Hunter se
rió a su pesar—. Me refiero a que ha dejado de actuar con tanta frialdad
y reserva. Creo que llevaba tiempo queriendo una oportunidad para
probarse a sí misma. Ahora la tiene. Apuesto a que va a brillar.
—No estarás pensando en ella para el retiro, ¿verdad? —preguntó
Stephen.
Hunter frunció el ceño.
—No, creo que es un activo para la empresa. No me gustaría
perderla.
—Sí, tiene algunos activos, sin duda —asintió Tyler con otra ronda
de risas.
—Entonces, ¿quién es el invitado de honor? —Stephen empujó.
Se frotó las manos—. Me estoy poniendo ansioso. La del año pasado fue
muy divertida. Las salidas de caza mensuales no se pueden comparar,
sobre todo porque es un mes raro en el que podemos escaparnos los
cuatro.
—Perseguir a ese oso fue divertido, se resistió —añadió Jerry.
Stephen resopló, ganándose un encogimiento de hombros de
Jerry.
—Aún no estoy seguro, pero no te preocupes. Encontraré a
alguien y te prometo que será uno de los mejores que hayamos tenido.
—Se me hace corto el tiempo —dijo Stephen.
Hunter sonrió.
—Trabajo mejor bajo presión.
Tyler resopló. —Vaya, el ego se está haciendo profundo aquí.
Jerry se aclaró la garganta—: Hablando de ego, hablemos de las
cifras del mes pasado. Para el trimestre, estamos alcanzando nuestro
pronóstico. Con Hunter terminando su caso, la factura debería salir esta
semana. Asumiendo un pago neto de cuarenta y cinco, nosotros…
—Vamos, sabes muy bien que lo llevarán a sesenta días —dijo
Stephen.
Jerry suspiró y asintió.
—Probablemente. Pero eso nos deja bien parados para el primer
trimestre del año que viene, y eso sin los retenes.
—Tengo un nuevo negocio potencial —añadió Stephen—. Una
empresa de software que se ocupa de algunos problemas de propiedad
intelectual.
Hunter recordaba que Emily había mencionado la empresa de la
que la habían despedido y se preguntaba las razones de ello. Más aún,
se preguntó si tal vez ella sería una de las muchas que podrían estar
sufriendo algunos juicios por despido improcedente con los que Coughlin
podría necesitar ayuda.
—Jerry, deberías comprobar el marketing de Coughlin —sugirió
Hunter—. No es una empresa sindicalizada, pero puede que necesiten
asesoramiento legal sobre algunos asuntos laborales.
Jerry gruñó y sacó su teléfono inteligente del bolsillo y tocó una
nota en la pantalla.
—¿Coughlin Marketing? —preguntó Stephen—. ¿De dónde has
sacado ese dato?
Hunter se encogió de hombros.
—Escucho cosas.
Tyler tosió en su mano, ganándose dos miradas y un resplandor.
—¿Qué? Aquí hay polvo —murmuró y se aclaró la garganta—.
Necesito un trago.
Hunter resopló y se volvió hacia Jerry mientras empezaba a
hablar de las finanzas pasadas, presentes y futuras. Los socios se
reunían todos los jueves y normalmente Hunter seguía la reunión con la
misma hambre con la que perseguía todo.
Ahora que había pensado en Emily, la reunión se alargaba
mientras se encontraba dividido entre los pensamientos sobre el
comportamiento anterior de Tiffany y soñar despierto con Emily. A pesar
de todo, Tyler seguía mirándolo con ojos que daban a entender que
sabían más de lo que debían.
—¿Hola?
Hunter respiró aliviado cuando escuchó la voz de Emily al
contestar el teléfono. No le preocupaba que Tiffany descolgara, estaba en
el trabajo, sino que no contestara nadie y en el contestador apareciera su
número.
—¿Emily?
Oyó su respiración aguda antes de que dijera—: Sí. ¿Quién
habla?
—Lo siento, soy Hunter. Ya sabes, el hombre que tuvo la suerte
de tenerte en un trío con mi coche la otra noche.
—¡Oh, Dios mío! ¡Hunter! Quiero decir, ¡señor Wynn!
Hunter se rió.
—Por favor, llámame Hunter. Me preguntaba si tenías algún plan
para más adelante. Tengo dos entradas para un partido de los Redwings
y una de ellas lleva tu nombre.
—Oh, ¿Redwings? ¿Un partido de hockey de verdad? Nunca he
estado en uno de esos. ¿Hace frío? Quiero decir, todo ese hielo…
—¿Es eso un sí? —interrumpió Hunter.
—¿Esto es real?
—Muy real.
—Pero… Está bien, supongo.
—¿Supones?
—Bueno, tenía unos planes muy serios de pintarme las uñas de
los pies y luego acurrucarme con un gran y mimoso protector que siempre
ha estado ahí para mí, pero esta parece una de esas oportunidades que
no me atrevo a dejar pasar.
Hunter frunció el ceño. ¿Mimoso? No le interesaba hacer un
amigo. Tampoco le interesaba alguien con mucho equipaje.
—Si tienes a alguien más…
—¡No! —dijo casi a gritos en el teléfono. Un instante después, se
dio cuenta de lo que había hecho y se apresuró a explicar—: Quiero decir
que no… ¿Cuál es tu número de teléfono?
Hunter frunció el ceño.
—¿Mi número de teléfono? ¿Te refieres al que te acabo de llamar?
—¡Qué, oh! ¡Mierda! Debes pensar que soy una idiota.
—Claro que no —mintió Hunter—. Te he pillado con la guardia
baja y no estás acostumbrada a eso. Perfectamente comprensible.
—De acuerdo, bien. Um, dame un minuto, ¿vale?
La llamada no estaba siendo como él esperaba. Sorprendido él
mismo, respondió—: Um, vale. Pero no tengo mucho tiempo.
—Sólo un minuto, lo prometo. Gracias.
Hunter abrió la boca para responder cuando se dio cuenta de que
la conexión se había cerrado. Se giró, miró su teléfono y parpadeó. Le
había colgado. Nadie le había colgado. Él estaba…
Hunter se detuvo cuando su teléfono zumbó con un mensaje
entrante. Abrió el texto y vio la imagen de un enorme oso de peluche
marrón. Lo miró fijamente y luego no pudo evitar reírse. Su teléfono sonó
en sus manos con un número diferente que no conocía, el mismo número
que había enviado el mensaje con la foto. No había conseguido
controlarse, pero contestó de todos modos.
—Grande y mimoso protector, ahora lo entiendo.
—El señor Ruffles me ha salvado de más monstruos debajo de la
cama y en el armario de los que puedes imaginar. Lo siento por el hombre
que cree que puede sustituirlo —respondió Emily con voz seria.
—Ya veo —dijo Hunter—. Bueno, si me dejo llevar, puedo ser un
tipo bastante peludo.
—No sé, este es un pelaje de calidad. ¿Puede soportar una
lavadora y una secadora? Te diré qué: deja la lucha de monstruos al Sr.
Ruffles. Hay otros agujeros en mi vida que necesitan ser llenados.
Hunter resopló al teléfono.
—¿Acabas de decir "agujeros que necesitan ser llenados"?
—¡Oh, Dios mío! —chilló Emily—. ¡No quise decir eso! ¡Oh, mierda!
Debes pensar que soy un… bueno, no lo soy. Sea lo que sea.
Hunter se llevó la otra mano a los ojos y luchó por no volver a
reírse. Sintió la tensión en la cara y el cuello. Ella era otra cosa.
—Creo que eres refrescante —le dijo—. Encantadora y original.
Guapa.
—¿Crees que soy guapa?
—Bueno, ahora mismo sí. Cuando te vi la otra noche, estabas
absolutamente deslumbrante.
Ella no respondió, pero él la oyó jadear.
—Así que el partido empieza a las siete y media. ¿Puedo recogerte
a las seis? Cenaremos después.
—Oh, Dios mío, esto está sucediendo de verdad, ¿no? —respiró
ella.
—Esa era una de esas preguntas retóricas que se supone que
debes guardar para ti?
Se quedó en silencio un momento y luego gimió.
—Sí, sí lo era. Acabo de descubrirme por completo, ¿no es así?
—Me temo que sí —le informó—. Y en aras de la equidad, quiero
que sepas que voy a utilizar eso en mi beneficio.
—Oh, Dios mío —gimió ella.
—Totalmente —dijo burlándose de ella.
Ella volvió a gemir.
—¡Mierda! ¿Qué hora es? ¿Las dos y cuarto? Oh, mierda, ¡tengo
que irme! Tengo que prepararme.
Hunter levantó una ceja.
—Tienes cuatro horas.
—Mire, señor, he estado en muchas entrevistas últimamente;
tantas que creo que me regalan un juego de cuchillos para carne con la
próxima. Sé lo que se necesita para dar una buena impresión y
aparentemente no lo he hecho todavía. Así que tal vez esta sea mi
oportunidad. Todo tiene que ser perfecto.
—Wow, ahora incluso me estás haciendo sentir un poco
presionado y esto fue mi idea.
—¿Tú? —preguntó Emily—. Oh. Pensaste que esto era para ti. Lo
siento. No, me refiero a ese precioso coche tuyo. ¡No quiero que piense
que he recortado nada!
Hunter se rió y negó con la cabeza.
—Sólo sé tú misma y ella quedará impresionada. De hecho,
incluso hablaré bien de ti.
—Eres demasiado dulce —dijo Emily—. Bueno, tengo que irme.
Te veré más tarde. Ah, y señor. Digo, Hunter, gracias.
Hunter sonrió y terminó la llamada. Estudió el peluche en su
teléfono y añadió su número a sus contactos, con el animal como foto.
Ahora sólo tenía que comprar las entradas para el partido y terminar el
trabajo. Lo que probablemente significaba que no haría más trabajo hoy;
era viernes y no tenía ningún caso pendiente en el que no pudiera
trabajar durante el fin de semana.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Hunter arriesgó una mirada a su cita y luego obligó a sus ojos a
volver a subir desde sus largas piernas encerradas en sus ajustados
pantalones de yoga hasta la carretera.
—No puedo creer que nunca hayas visto un partido de hockey y
seas de Detroit.
—¿Qué? Oh. Sólo trozos. No lo entendí. Pero ayudaste. Fue
divertido verlos vencer a los Blackhawks esta noche. Me gusta cuando se
chocan.
—Cuerpo a cuerpo —suministró—. Se llama body checking.
—Oh, sí. De todos modos, esa no es mi pregunta —dijo Emily. Se
movió en su asiento para girarse y mirarle, subiendo una pierna lo
suficiente como para crear sombras bajo su jersey—. Quiero saber por
qué dejaste que esta hermosa dama pasara tanto frío.
Hunter tuvo que volver a mirarla. Parpadeó, perdiéndose por un
momento al ver el atisbo de una sonrisa en sus labios. Emily alargó la
mano y pasó los dedos por la palanca de cambios de una forma que le
pareció escandalosa.
—¿Mi coche? —preguntó él.
—Por supuesto —dijo ella—. Hay que tratar bien a una dama si
quieres mantenerla cerca, ya sabes.
Hunter se rió y giró hacia la autopista para salir de Metro Detroit.
—Bueno, la miman a menudo. La bañan, la depilan y todo eso. Si
hace mal tiempo, no sólo si hace frío, sino si hay hielo o nieva, cogeré mi
otro coche. Pero, como tú has dicho, una chica tan bonita quiere que la
conduzcan mucho y le gusta que la vean.
Emily se rió.
—Por qué, señor Wynn, si no lo conociera mejor, pensaría que la
está acusando de ser poco femenina.
Hunter sonrió.
—En las situaciones adecuadas, se sorprendería de lo que puede
hacer.
—¿Cuando no hay nadie más cerca para mirar?
Hunter parpadeó.
—Sí, algo así.
—Ya veo. Entonces, ¿a dónde vamos ahora?
—Había planeado un asador, si te parece bien.
—¿Bistec? —preguntó ella.
Hunter frunció el ceño.
—No eres vegetariano, ¿verdad?
Emily se rió.
—¡Dios, no! Es que no estoy segura de poder comer algo tan
pesado como un filete. Aunque probablemente tengan ensaladas, ¿no?
—¿Te preocupa tu figura? Te prometo que no diré nada si comes
lo suficiente como para dejar de tener hambre.
Emily sonrió.
—Así que mucho para mi figura de niña.
—Eres toda una mujer, por lo que veo.
Ella jadeó. —¿Por lo que se ve?
Hunter le dirigió una sonrisa.
—Bueno, no lo he visto todo.
Ella se rió.
—Suave. Muy suave.
—La mayor cacería —dijo—. El corazón de una mujer.
Ella lo estudió un momento antes de preguntar.
—¿Es eso lo que buscas, mi corazón?
Hunter sonrió con satisfacción. Estaba llena de sí misma y no
temía demostrarlo. Si eso se percibía en una entrevista, él podía entender
por qué la habían rechazado tan a menudo; hacía falta un jefe raro para
contratar a alguien con tanta confianza.
—Es un poco pronto, ¿no crees?
—¿Oh?
—He cazado muchas cosas en mi vida —dijo—. Caza mayor y
menor. La emoción está en la persecución.
Emily frunció el ceño.
—Espera, ¿es eso lo que es? ¿Soy un trofeo más?
Hunter mantuvo su expresión neutral.
—Supongo que tendremos que esperar y ver, ¿no?
Ella le miró fijamente un momento más y luego se volvió para
mirar por la ventanilla delantera. Pasaron varios kilómetros bajo los
neumáticos del Corvette antes de que ella dijera—: No estoy segura de
tener tanta hambre.
Hunter se volvió para mirarla. Sonrió, ganándose un destello de
irritación en los ojos de ella.
—¿Así de fácil?
Ella se giró para mirarle y le dejó que lo hiciera.
—Sí. Así de simple. Soy una persona de verdad, ¿sabes? Quizá no
sea asquerosamente rica y quizá no sea tan educada como tú, pero sigo
siendo una persona. No merezco que me traten como un animal que
espera ser cazado.
Miró la pantalla de navegación del salpicadero que mostraba las
carreteras próximas.
—Está bien, te llevaré a casa entonces.
—¡Jesucristo! —espetó—. No me lo puedo creer. Aquí estoy
estresada por si te gusto o no. ¿Debo insinuarme o ser juguetona? ¿Debo
dejarlo todo en la primera cita o intentar que te escurezcas?
Dejó escapar una risa aguda.
—Siempre hay que dejarlo si te interesa.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Así sabrás si soy bueno en la cama. ¿Puedo hacer que te corras?
No, sé que puedo hacerlo. ¿Puedo hacer que olvides a todos los demás
hombres con los que has estado? ¿Puedo hacer que grites mi nombre y
te desmayes? Eso es lo que tienes que averiguar. Si no puedo, ¿para qué
perder el tiempo? ¿Por qué seguir con la caza?
Emily lo miró con la mandíbula abierta. Sacudió la cabeza e
intentó hablar, pero sólo acabó mirando fijamente varios segundos más.
—Eso me permite decidir a mí también —le dijo él—. ¿He perdido
el tiempo? ¿O te dedicaste lo suficiente como para que valiera la pena mi
esfuerzo? El cuerpo envejece y se desvanece, Emily. La belleza cambia y
se vuelve gris. La pasión y la energía, duran tanto como las dejemos.
¿Tienes el tipo de pasión y energía para mantener mi interés? ¿Puedes
hacer que no quiera nada más que a ti?
—Mierda —consiguió susurrar Emily.
—Has estado llena de vida y confianza hasta ahora. ¿A dónde ha
ido a parar eso?
—No puedo… ¿es así como habla la gente rica? ¿Simplemente
dicen lo que se les pasa por la cabeza?
—Por supuesto —dijo Hunter—. Las palabras son cosas
poderosas. Justo el otro día, le estaba diciendo lo mismo a tu compañera
de piso cuando vino a preguntarme por el aumento que había recibido.
Emily se crispó y le interrumpió para preguntar—: ¿De verdad le
has dado un aumento?
Hunter sonrió mientras salía de la autopista y se dirigía al norte.
—Ella pensó que yo quería más de ella. Ella también lo ofreció.
—¡Esa zorra!
Hunter se encogió de hombros.
—No me tiro a la gente con la que trabajo. Si no, te habría ofrecido
un trabajo.
Ella se puso rígida.
—¿Qué? Espera un momento. No hemos… ¿quién ha dicho que
me vaya a dormir contigo?
—No te preocupes, dormir viene después —le dijo Hunter.
—¿Después? —repitió ella.
—Después de que te desmayes.
—Oh. Mi. Dios.
Hunter la vio girarse y mirar por la ventanilla del coche. Sus ojos
se movían de un lado a otro, prueba de que estaba pensando
frenéticamente y sin saber qué decir o hacer. Podía oír su respiración
acelerada, su charla la excitaba incluso cuando la indignaba. Y lo que es
más importante, podía oler su excitación.
A ella le gustaba, aunque todavía no se diera cuenta. Estaba
excitada y quería más. Hunter se desvió hacia una pequeña carretera y
luego hacia una comunidad cerrada.
—Qué… esto no es… —Emily cerró la boca cuando el portón se
abrió frente a ellos. Hunter se adelantó y redujo la velocidad cuando se
abrió la puerta del garaje de su casa. Cuando se detuvo, ella encontró su
voz y exigió—: ¿Qué estás haciendo?
Hunter aparcó el coche y se volvió hacia ella.
—Me has pedido que te lleve a casa.
—¡Esta no es mi casa!
Él sonrió.
—Es cierto, pero ¿cómo vas a saberlo si no?
—¿Saber qué? —replicó ella.
—Saber si estás tan mojada como crees.
Ella jadeó y se removió en su asiento.
—¡Maldita sea, Hunter! Yo…
—Bésame —exigió él—. No pienses; cede y haz lo que quieras.
Bésame.
Ella, en cambio, lo miró fijamente y negó con la cabeza.
—Yo…
Él se giró hacia ella, más rápido de lo que ella esperaba, pero lo
suficientemente lento como para hacerla jadear. La atrajo hacia él y
presionó sus labios contra los de ella. Ella se puso rígida y luego comenzó
a derretirse en sus brazos. Sólo duró un momento antes de que se
recompusiera y volviera a tensarse. Se empujó contra él y retrocedió.
—No puedes hacer eso —jadeó y siguió jadeando.
—Acabo de hacerlo —señaló Hunter—. Y no me gusta que me
nieguen. Lo dejaré pasar, pero tienes que decidir lo que quieres ahora
mismo. ¿Estás dispuesta a descubrir lo que te excita?
Ella gimió y se volvió para mirar las herramientas de la pared de
su garaje. Volvió a mirarlo, con el labio atrapado entre los dientes, y
sacudió la cabeza lentamente.
—¿Qué pasa? —susurró—. ¿Cómo puedes hacerme esto?
Hunter sonrió.
—Vamos a averiguarlo.
Ella volvió a morderse el labio y asintió, y luego se inclinó sobre
el asiento y separó los labios para encontrarse con los de él.
—¿Señor Wynn?
Hunter bloqueó la pantalla de su teléfono y levantó la vista.
—Lo siento, no le he oído llamar.
—Debe ser un caso grave en el que estás trabajando —dijo
Mercedes—. Tampoco has contestado a mi llamada. A Tiffany le gustaría
hablar contigo, si tienes un momento…
—Algo así —aceptó sin dejarse llevar por las fotos que había hecho
a Emily. Eran trofeos, pero ella le había hecho demostrar que no tenía
trofeos similares de todas las mujeres con las que había estado. Sólo las
mejores, le aseguró. Y no había mentido.
—¿La hago pasar? —Intervino Mercedes.
Demasiado para no dejarse llevar por sus recuerdos del fin de
semana pasado con Emily. ¿Y ahora Tiffany quería hablar con él? ¿La
compañera de piso de Emily? Suspiró por la nariz.
—Sí, adelante. Acabemos con esto.
Mercedes ladeó la cabeza lo suficiente como para mostrar que su
respuesta la pilló desprevenida
—Está bien, la haré pasar.
Hunter metió el teléfono en el bolsillo durante la breve pausa que
hubo antes de que Tiffany abriera la puerta y entrara. La cerró tras ella,
dándole la oportunidad de apreciar su atuendo. Unos tacones azules
abiertos, bajo una falda y una chaqueta azul marino a juego. Incluso las
uñas de sus pies se habían pintado del mismo tono de azul.
—Hace calor aquí —murmuró mientras se apartaba de la puerta
para mirar hacia él y revelar que llevaba una blusa blanca debajo de la
chaqueta. La blusa estaba desabrochada lo suficiente como para resaltar
el collar de plata que brillaba en su abundante escote.
Hunter sonrió y señaló el mismo asiento que había ocupado
antes.
—Por favor, señorita Ackers, tome asiento y dígame qué puedo
hacer por usted.
Ella dudó y luego caminó por el suelo de madera de su despacho
con sus caderas contoneándose lo suficiente como para que él se fijara
en ella. Mantuvo la atención en su rostro, sabiendo que no debía
arriesgarse a dar a la mujer que esperaba que se encargara de todos los
recursos humanos la oportunidad de construir un caso contra él.
—Un par de cosas —dijo ella después de sentarse y cruzar las
piernas.
La acción hizo que su falda se deslizara por la pierna y dejara al
descubierto una generosa cantidad de piel a lo largo de la parte del muslo.
—He estado pensando en lo que has dicho. Tengo algunas ideas,
pero no sé cómo llevarlas a cabo. ¿Hablo con usted sobre ellas, o debería
hablar con otra persona?
—Supongo que eso depende. ¿Qué tipo de ideas son?
—Organizativas, aparte de mejorar mi juego y encontrar maneras
de hacer que mi personal sea más eficiente.
—¿Su personal? —desafió Hunter.
Tiffany se sonrojó y miró su mano en el regazo. Volvió a mirarlo
y dijo—: Lo siento. Los considero míos desde que los entrené y me ocupo
de sus diversas peticiones. Eso es parte de los cambios organizativos que
me gustaría hacer. Un grupo de empleados que yo administraría según
la flexibilidad del trabajo. El día a día no cambiaría mucho, pero agilizaría
todo tipo de cosas. Tiempo libre, vacaciones, días de enfermedad,
cobertura del trabajo y notificaciones, siempre que se necesiten recursos
adicionales, e incluso más cosas que aún no he pensado.
—Gestión de las funciones de recursos humanos —guio Hunter.
Tiffany asintió con la cabeza y una sonrisa se dibujó en sus
labios.
—¡Sí, exactamente!
—Aquí hemos volado bastante flojo y rápido, lo reconozco —dijo
Hunter—. El tiempo libre es necesario y se juzga caso por caso. Las
vacaciones están un poco más formalizadas, pero no se rastrean ni un
poco. ¿Estás dispuesta a asumir todo eso?
Sus ojos se abrieron de par en par. Se giró para mirar por la
ventana y luego volvió a mirar a Hunter. Había fuego en sus ojos cuando
dijo—: ¡Sí!
—Eres ambiciosa, ¿verdad? —preguntó Hunter. Ella abrió y cerró
la boca una vez antes de asentir.
—Lo soy. Como dijiste el otro día, tengo metas que quiero alcanzar
y estoy concentrada en hacerlo.
—Ya veo. Eso es algo bueno —dijo Hunter—. ¿Crees que puedes
manejar estas nuevas responsabilidades desde la recepción?
Ella ladeó la cabeza.
—No veo por qué no. Haré lo que sea necesario para poder
manejar el trabajo. No hay nadie esperándome en casa. Puedo quedarme
hasta tarde para hacer lo que quieras que haga.
Hunter luchó contra el instinto de levantar una ceja o reírse.
Tenía el presentimiento de que ella sabía exactamente lo que estaba
diciendo y que podía tomarse de muchas maneras.
—Eso está bien —respondió—. Pero estoy viendo algo más que
desarrollarte a ti. ¿Qué hay de los demás?
—¿Otros? —El ceño de Tiffany se frunció—. ¡Oh! ¿Te refieres al
desarrollo de los empleados? ¿Las revisiones de rendimiento y cosas así?
Asintió con la cabeza.
—Aquí somos terribles en eso. Seguro que es una fuente de
cotilleos en la nevera, ¿no?
Ella sonrió y asintió. Se levantó para picar su cuello y luego se
abanicó la cara.
—Realmente hace calor aquí.
—Debe ser el sol de la mañana —dijo. Él no notó el calor, pero sí
el aroma cálido y almizclado que llenaba su despacho desde donde ella
estaba sentada.
—¿Le importa que me quite la chaqueta?
Hunter se encogió de hombros.
—No hay nada malo en ello.
—Gracias —murmuró antes de desabrochar los botones inferiores
y ponerse de pie.
Se lo quitó de los hombros mientras se dirigía al perchero de su
despacho y lo colgaba de una percha. Se ajustó la camisa y se dio la
vuelta, sonriendo mientras volvía a su asiento.
—Mucho mejor.
Hunter la observó acercarse y vio que su blusa bien podría haber
estado hecha de papel de arroz. No tenía sujetador, pero era lo
suficientemente joven como para que sus amplios pechos se asentaran
altos y orgullosos en su pecho. Podía ver los tenues círculos oscuros de
sus areolas a través de la camisa y sus pezones frunciendo la ya apretada
camisa. Si no la conociera, pensaría que tenía frío en lugar de calor. No
se permitió más que una mirada fugaz por debajo de su cuello antes de
decir—: Necesitamos políticas y alguien que las administre. Es una gran
tarea la que estoy viendo aquí, pero estoy muy contento de que la haya
escogido.
—Puedo hacerlo, señor Wynn. Lo haré.
—No creo que su escritorio sea el lugar adecuado para usted —
sugirió Hunter.
Por un breve momento, se le pasó por la cabeza la idea de decirle
que estaría mejor encima de su escritorio, pero la dejó pasar.
Tiffany se lamió los labios, devolviendo algo de brillo a su
reluciente carmín.
—¿Dónde podría sentarme?
—Podemos hacer que una de las salas de conferencias se
convierta en un despacho para usted. Es un poco brusco, pero ¿le parece
un buen título el de directora de Recursos Humanos?
Sus ojos se abrieron de par en par hasta el punto de que Hunter
temió que se le cayeran en el regazo. Los labios de Tiffany se separaron
en su mayor sonrisa hasta el momento y se movió en su asiento,
descruzando las piernas y separándolas mientras se inclinaba hacia
delante. No se molestó en comprobar que se había bajado la falda, pero
con el escote a la vista y los botones restantes de la blusa esforzándose
por contener sus pechos, probablemente no importaba.
—¡Sí! —chilló. Hunter se rió de su arrebato y la vio sentarse de
nuevo mientras sus mejillas se ponían rojas.
—¡Lo siento, esto es tan excitante! —admitió—. Trabajo mucho
para ti, para el bufete, quiero decir. Pero empezaba a preocuparme que a
nadie le importara.
—A mí me importa —le aseguró Hunter. No era una mentira,
técnicamente. A él le importaba su negocio y ella era parte de ese negocio.
Estaba claro que ella quería mucho más que un negocio, pero ahí era
donde él ponía el límite.
—Te creo —dijo ella y luego volvió a mirar su regazo donde sus
dedos jugaban con el dobladillo de su falda—. Muchas gracias por esta
oportunidad, señor Wynn. Haré que esté orgulloso de mí.
—Estoy seguro de que lo harás, Tiffany —dijo—. Ahora ve a elegir
un despacho y haremos que algunos de los becarios empiecen a trabajar
en él. Pide un buen escritorio y lo que necesites. Entonces podrás
empezar. Ah, también tendrás que encontrar un sustituto para la
recepción.
Sus ojos se iluminaron.
—¡Conozco a la persona adecuada!
—Excelente —dijo Hunter.
Tiffany se levantó y sonrió antes de inclinarse hacia delante y
obligar a su blusa a luchar por su vida de nuevo. Hunter se levantó con
ella y le cogió la mano, estrechándola y sonriendo.
—Felicidades —le ofreció.
Ella dejó escapar una risita antes de contenerse y darse la vuelta
para acercarse y coger su chaqueta. Deslizó los brazos en ella y se volvió
parcialmente hacia él.
—¿Sr. Wynn?
Hunter levantó la vista de donde juraba que uno, sino dos, de los
botones de la blusa se habían soltado y que se podía ver la turgencia de
sus pechos hasta el fleco rosado de su areola desde el lateral.
—¿Sí, señorita Ackers?
—¿Qué le parece un código de vestimenta?
Hunter la miró fijamente y parpadeó dos veces mientras trataba
de procesar lo que había dicho. ¿Un código de vestimenta? No llevaba
sujetador y prácticamente se había arrancado el top delante de él.
—¿Qué, um, tenías en mente?
—La mayoría de nosotros vestimos bien, ¿no crees?
—Impecablemente —dijo Hunter antes de que se le ocurriera
suavizar su respuesta.
Tiffany se sonrojó, pero se giró para mirarle de frente antes de
continuar.
—Los internos y los oficinistas, sobre todo. Creo que, si quieren
formar parte de un negocio como éste, deberían vestirse más como tal.
Los clientes pasan por aquí a menudo y no deberían ver a alguien que se
toma su trabajo de forma tan informal. Creo que envía un mensaje
equivocado. E incluso si no se les ve, puede ser desmoralizante para otros
que se toman su trabajo en serio.
—Tienes algunos puntos buenos ahí —dijo Hunter mientras
abotonaba distraídamente su chaqueta de abajo hacia arriba.
Su blusa se había abierto definitivamente más; con ella de cara
a él, él podía ver la hinchazón interior de sus pechos casi hasta donde se
redondeaban en la parte inferior. Abrocharse la chaqueta no ocultó la
blusa abierta, pero sí cubrió sus pezones.
Ella sonrió y se volvió hacia la puerta. Con la mano sobre ella,
miró hacia atrás una última vez.
—Creo que lo que llevamos dice mucho de nosotros —continuó—
. Y cómo lo llevamos.
Hunter asintió.
—Claro que sí. Todas las herramientas del oficio. La psicología…
muy útil en nuestra línea de trabajo.
—¡Absolutamente! —asintió y miró hacia abajo mientras
levantaba el pie detrás de ella—. Es muy agradable encontrar a alguien
que entienda estas cosas. Incluso los pequeños detalles son importantes.
Como el hecho de que me desvíe de mi camino para intentar combinar
mi ropa interior con mis calcetines.
Hunter parpadeó ante el inusual comentario y luego dejó que sus
ojos se posaran en el pie levantado de ella. Ella movió la pantorrilla un
par de veces, definiendo el músculo sin el brillo sedoso de las medias y
haciendo rebotar el pie un par de veces. Cuando bajó el tacón al suelo,
volvió a sonreír y abrió su despacho.
Hunter esperó a que la puerta se cerrara antes de expulsar el aire
reprimido en su pecho. No llevaba calcetines.
Hunter pulsó el botón de arranque de su lavavajillas y se apartó
del mostrador. Recogió su teléfono de camino al salón y se desplomó en
su enorme sillón. Tenía que bajar a su gimnasio del sótano, pero no sin
antes de ocuparse de algo. Abrió sus fotos en el teléfono y comenzó a
deslizarse por las imágenes cándidas, y clasificadas para adultos, de
Emily de nuevo. No se cansaba de verla.
Se había desvivido por complacerle, lo que le sorprendió tanto
como le encantó. Había recibido su cuota de placer y algo más, pero se
defendía y hacía lo posible por dar tanto como recibía. No le había hecho
nada que él no hubiera experimentado antes, pero su energía y
dedicación llevaron las cosas a un nuevo nivel. Se sintió tan cautivado
que su primera noche se convirtió en el día siguiente y también en la
noche siguiente.
Su teléfono sonó en su mano, sobresaltándolo cuando la pantalla
cambió de la imagen de Emily ahuecando sus pechos como si se los
estuviera ofreciendo a él a la de un peludo oso de peluche.
—¡Mierda! —murmuró, sorprendido no sólo por la discordancia
entre las imágenes, sino también porque Emily le llamara mientras él
estaba ocupado admirándola.
Respondió a la línea diciendo—: ¿No es la regla tres días después
de una cita antes de llamar? Sólo han pasado dos.
—Esperaba que eso se esfumara después de que no me dejaras
salir hasta el domingo —respondió Emily—. ¿Has comido ya?
Hunter se rio.
—Me estoy preparando para hacer ejercicio.
—¿Hacer ejercicio? ¿De qué tipo? ¿Has comido?
—Vaya, son muchas preguntas —dijo.
—¿Te molesta eso?
—Todavía no —admitió—. Felicidades —Emily se rio.
—No estoy segura de cómo tomarme eso. Um, si preparo comida
¿puedo ir?
—¿Quieres traerme comida?
—No, es sólo una estratagema inteligente para volver a verte.
Hunter se rio. —Ahora no es tan inteligente.
—Te hizo reír. O eres muy educado o has visto algo en mí que te
ha gustado.
Hunter sonrió y echó un rápido vistazo a la foto del oso de peluche
en su teléfono. Era un fuerte contraste con la gata salvaje en la cama que
era.
—Todavía estoy muy interesado.
—Bien, entonces déjame entrar.
—¿Dejarte entrar? —Hunter se sentó en su silla y miró a su
alrededor—. ¿Estás aquí?
—Esperando a llegar a la puerta —dijo—. Déjame entrar, por
favor. Quiero verte.
—Eso es casi espeluznante.
—He estado pensando en algunos trucos nuevos que puedo hacer
y que me gustaría probar —bromeó ella.
Hunter maldijo en voz baja. —¿Por qué no lo has dicho?
—Quería sorprenderte —dijo—. No se me dan bien las sorpresas.
Estoy aprendiendo eso de ti —dijo Emily—. Ahora date prisa y déjame
entrar. Hace frío aquí fuera.
—¡Frío! ¡No tienes coche! ¿Qué estás haciendo?
—Me he bajado en la parada de autobús que hay al final de la
calle y he ido andando —dijo. Hunter sacudió la cabeza.
—Date prisa —dijo y colgó el teléfono. Hojeó su teléfono e hizo una
rápida llamada a la caseta de vigilancia autorizando su ingreso y luego
se dirigió a la puerta de su casa. Esperó casi cinco minutos hasta que
sonó el timbre.
Hunter abrió la puerta y vio a Emily de pie con los brazos pegados
a los costados y las manos metidas en los bolsillos. Su aliento se congeló
en el frío aire de diciembre, pero sonrió cuando lo vio. La barbilla le
temblaba un poco por el frío, lo que hizo que él se apartara y le hiciera
un gesto para que entrara.
—Gracias —dijo mientras pasaba junto a él y dejaba el bolso en
la mesita que había junto a la puerta.
Hunter la observó, y sus ojos se fijaron en el abrigo hasta la rodilla
que llevaba y en sus piernas desnudas que desaparecían dentro de unas
botas de diseño de imitación. Cerró la puerta cuando ella se dio la vuelta.
—¿Coges mi abrigo? —preguntó.
Hunter sonrió y sacudió la cabeza con incredulidad.
—Vaya apuesta que has hecho. Tienes una confianza de nivel
olímpico, ¿lo sabías?
—Es tu culpa —dijo ella—. Me enseñaste a llegar hasta el final o
irme a casa.
Hunter sonrió.
—Supongo que lo hice. Bien, tomemos ese abrigo. Espera,
¿mencionaste comida?
Se giró de espaldas a él y se abrió el abrigo. Hunter lo cogió y se
lo quitó de los brazos, con los ojos en blanco mientras lo hacía. No llevaba
nada debajo. Tuvo un breve recuerdo de Tiffany el día anterior.
—Eres una de esas chicas que combinan sus calcetines con su
ropa interior, ¿verdad?
Ella parpadeó y miró hacia abajo y luego sacó los pies de sus
botas.
—Supongo que lo soy. ¿Conoces a muchas chicas así?
—He oído que existen —murmuró Hunter.
—Oh, la comida... —dudó y ofreció un encogimiento de hombros
de disculpa que parecía demasiado bonito para ser real—. Bueno, tengo
algo que esperaba que comieras.
Una docena de respuestas diferentes pasaron por la mente de
Hunter. Las desechó todas. No era el momento de hablar. Dejó caer el
abrigo y la cogió en brazos. Emily jadeó y luego soltó un gemido antes de
ser silenciada por los labios de él cubriendo los suyos.
Salieron a trompicones de la entrada hacia el comedor que Hunter
había convertido en sala de estar. Cansado de tropezar el uno con el otro,
Hunter barrió a Emily y se ganó un chillido de placer. Ella le rodeó el
cuello con los brazos para sujetarse mientras él la llevaba a su sala de
estar, donde había estado sentado sólo unos minutos antes.
—No puedo creer que esté haciendo esto —respiró ella—. ¡Esto es
como un cuento de hadas!
Hunter se rio y dijo—: Te voy a comer, Caperucita Roja.
Emily sonrió y se levantó para atacar su cuello con la boca.
Lamió, mordió y chupó su carne hasta que él gruñó y la tiró en su
sofá. Emily gritó, pero su grito se convirtió en un gruñido ahogado cuando
él la hizo rodar para que su cara se hundiera en los cojines. La tiró hacia
atrás, colocando sus caderas sobre el brazo del sofá y luego se arrodilló
detrás de ella.
Emily levantó la cabeza y empezó a girar cuando Hunter hundió
sus dedos en la carne flexible de la parte posterior de sus muslos y la
abrió para él. Olfateó, aspirando su aroma almizclado e inflamando sus
sentidos. La carne de ella brilló cuando se separó y permitió la entrada
de su ansiosa lengua.
Emily jadeó y golpeó los cojines. Se retorció mientras él la
asaltaba, devorándola y haciendo ruidos que le hacían parecer un animal
devorando una presa fresca.
Juntó los codos debajo de ella y arqueó la espalda, levantando las
caderas y abriéndose para quedar lo más expuesta posible para él.
La completa vulnerabilidad y la naturaleza primitiva de Hunter,
combinadas con la tensión de estar casi desnuda todo el viaje, llevaron a
Emily al límite en cuestión de segundos. Se estremeció y gritó en el sofá,
agitándose bajo las manos de Hunter. Hunter la sujetaba con más fuerza
y metía su lengua en grietas y pliegues que la hacían sacudirse y gritar
incluso cuando le fallaba la voz.
Cuando se desplomó por fin en el sofá, Hunter se levantó detrás
de ella y se quitó la ropa. La miró fijamente, con su necesidad por ella
palpitando en su mano. Emily se removió y empezó a levantar la cabeza
de nuevo cuando él rozó su dureza contra su carne hinchada. Ella gimió
y dejó caer la cabeza de nuevo sobre el sofá.
Él dudó, luchando contra el deseo que le hacía palpitar el corazón
en el pecho y le llenaba de un calor que apenas podía soportar. El trasero
de Emily se movió, arqueándose de nuevo y retrocediendo lo suficiente
como para rozarlo. Era toda la señal que necesitaba para guiarse hacia
ella.
Una serie de gemidos salieron de su boca cuando él se enterró
dentro de ella. Después de su anterior liberación, se aferró a él y le instó
a llenarla una y otra vez. Las manos de Hunter se dirigieron a sus caderas
y sus dedos se clavaron en su piel. Se aferró a ella y se enroscó como un
animal, penetrando una y otra vez hasta que ella lo ordeñó hasta el punto
de que él gruñó y gruñó y se sacudió contra ella.
Se colocó detrás de ella cuando ya no quedaban más que unos
cuantos estremecimientos. Le temblaban las piernas y le dolían los
brazos y el pecho. Emily gimió y volvió a juntar los brazos para poder
empujar contra él.
—No te retires —susurró—. Quédate dentro de mí.
Hunter volvió a agarrarle las caderas, con cuidado de evitar las
marcas rojas que sospechaba que serían moratones más adelante, y le
ayudó a sellar sus caderas contra los muslos de ella.
—Me parece una buena idea, —dijo.
Ella gimió y volvió a apoyar la cabeza en el cojín.
—Me has arruinado para todos los demás hombres —murmuró.
Hunter abrió la boca para responder, pero no lo hizo. Parpadeó y
sacudió la cabeza. Había estado a punto de admitir que ella lo estaba
asombrando como ninguna otra mujer lo había hecho. No podía hacer
eso. No lo haría. Al menos, todavía no. Su amor era su trabajo y su vida.
No era el tipo de hombre que se conformaría con algo que no estuviera
en sus condiciones.
Entonces, ¿lo estaba Emily?
—Has estado pensando en algunos trucos nuevos —dijo Hunter
después de que Emily se desplomara en el hueco de su brazo dos horas
más tarde.
Ella gimió y apretó los labios contra su costado. Entre
respiraciones, dijo—: Tengo más, lo creas o no, pero los estoy guardando.
No quiero mostrar todas mis cartas a la vez.
Él se rio.
—¿Qué pasó con lo de ir a lo grande o irse a casa?
—Es una estrategia híbrida, lo admito. Me imagino que te estoy
mostrando la parte de ir a lo grande, pero quiero mantenerte preguntando
cuánto más me queda por revelar.
—Ya veo. Es un juego peligroso. Exagera tu mano y te arriesgas a
dejarme molesto. Si juegas de menos, tu miedo a que me aburra podría
hacerse realidad.
—Lo sé —dijo ella—. Pero quiero que haya algunas cosas
especiales que pueda hacer por ti para que siempre quieras más de mí.
Al menos hasta que consiga que te enamores de mí.
Hunter se rio lo suficientemente fuerte como para empujarla en la
cama.
—¡Eres tan segura de ti misma! ¿Y qué pasará después de que me
hayas envuelto en tu dedo?
Ella lo miró y sonrió.
—Entonces hago las cosas aún mejor. No podrás vivir sin mí, así
que querrás que me mude contigo. Podré recibirte con una cena y una
sonrisa cada noche.
—¿Eso es todo?
—Bueno, puede que me ponga unos tacones altos y unas medias,
si quieres —Hunter sonrió ante la imagen que sus palabras evocaban—.
Y… —prosiguió—, demostraría que soy el tipo de mujer que sólo mejora
una vez que se asegura que está en una relación comprometida con el
hombre de sus sueños. ¿Un hombre de tu posición necesita una belleza
sonriente del brazo? Bueno, si el sexo que te voy a dar no me mantiene
en forma, me aseguraré de ocuparme de ello. O simplemente aumentar
el sexo que tenemos.
Hunter negó.
—Eres demasiado. Sin embargo, me gusta hacia dónde te diriges;
tengo que reconocerlo. Sin embargo, soy el tipo de hombre que está
casado con su trabajo. Siempre es lo primero.
—Mmm, no es cierto. Siempre he sido yo la que se ha corrido
primero.
Hunter frunció el ceño hasta que vio el brillo de su sonrisa. Se
rio. —Chica sucia.
—Sólo en el dormitorio —prometió—. Una dama en público.
—¿Y qué consigues con esto? Esto es una mala negociación por
tu parte.
—Te entiendo —dijo ella antes de estirar el cuello para darle un
beso. Se acurrucó de nuevo contra su costado y colocó su pierna sobre
sus caderas. La movió contra su pene flácido y soltó una suave risita
cuando éste palpitó entre ellos.
—¡Eso es! —Se rio, adornando sus palabras para que ella supiera
que estaba bromeando—. ¡Eres una de esas mujeres buscadoras de oro
que intentan casarse para conseguir dinero! Cambiando la buena
apariencia y el sexo caliente por un viaje gratis.
—¿Sexo caliente? Por favor. Dejé el sexo caliente en el Polo Norte
—dijo Emily.
Hunter se rio y guardó silencio mientras sus palabras se abrían
paso en su mente. Era una mujer muy enérgica y decidida. Él admiraba
eso de ella. Eso y su interminable deseo de complacerlo. Incluso ir un
poco más allá de lo que él creía estar cómodo cuando se trataba de ser
complacido. No era sólo el sexo; era que ella se presentara esta noche y
que hiciera todo lo posible por distraerlo durante el fin de semana para
poder pasar más tiempo con él.
Pero ¿era eso demasiado? Era el hombre que era, con la casa, el
coche y el trabajo que tenía, porque mantenía a sus mujeres distantes.
Nunca las engañaba: cada una sabía exactamente en qué se metía. Un
viaje corto pero lujoso. Emily no era la primera que desafiaba eso y
sobrepasaba sus límites, pero era la primera que había conseguido
salirse con la suya.
—Tengo una oferta de trabajo —mencionó en un tono casual—.
Es curioso, ni siquiera me entrevisté para este.
Sintió que se liberaba parte de la tensión de su cuello. No sabía
que se estaba acumulando, pero saber que ella iba en serio con lo de
conseguir un trabajo propio le alivió.
—¿Ah sí? Qué bien. ¿Fue por el boca a boca o por un amigo o algo
así?
—Algo así —dijo ella—. Tiffany dijo que le habían dado un ascenso
y que necesitaba encontrar un sustituto.
Los ojos de Hunter se abrieron de golpe y levantó la cabeza para
mirarla.
—No, no lo tomes.
Suspiró por la nariz.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No me follo a la gente con la que trabajo.
Emily jadeó y apartó la mirada de él.
—Eso está bien, en un jefe. Pero ¿es eso todo lo que estamos
haciendo, follar?
Hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza hacia atrás.
—Lo siento, ha sido una mala elección de palabras. No me meto
en relaciones con la gente de la empresa. No el tipo de relaciones que
conducen a que los flashes se pasen por mi casa y hagan de las suyas
conmigo, al menos.
—Ya veo —dijo ella y luego dudó—. Nadie tiene que saberlo.
Esta era la razón por la que no se dedicaba a las relaciones.
Bueno, era una razón. Sus escapadas mensuales y la necesidad de ser
libre para hacer lo que quisiera, otra. Sin embargo, no podía decir eso.
Emily, o cualquier mujer que hubiera conocido, no lo entendería.
—¿Y si las cosas no funcionan?
—¿Y si lo hacen?
Él resopló y cambió de táctica.
—De acuerdo, ¿y si lo hacen? ¿Cómo se verá eso en la empresa?
¿Cómo te mirarán los demás y qué dirán y harán a tus espaldas? No, no
es algo que vaya a permitir.
Emily no lo dejó pasar.
—¿Tu empresa tiene una política sobre salir con compañeros de
trabajo?
—No, la tengo y —dijo—. Al igual que mis demás compañeros.
—Oh.
—Tengo muchos clientes en muchas buenas empresas de Detroit.
Tal vez podría hablar con algunas y ver si alguien está contratando para
ti.
—Um, de acuerdo —dijo—. O, si no me dejas trabajar, ¿podrías
cuidar de mí para que esté siempre lista para ti a las primeras de cambio?
Oyó la burla en su tono y lo interpretó como que ella había dejado
el asunto de lado. Al menos por ahora. Se sorprendió; con lo tenaz y
persistente que había sido con él, esperaba que luchara más por el
trabajo. ¿O es que le estaba poniendo a prueba? ¿Quizá no quería
trabajar, sino tantearle para conocer sus pensamientos? Luchó contra el
impulso de fruncir el ceño. Las mujeres son demasiado complicadas.
Se distrajo al sentir los dedos de ella rozando el vello oscuro de su
pecho y bajando por su estómago. Se detuvo, presionando ligeramente
contra su abdomen y soltando una pequeña risa mientras exploraba.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.
—Sólo me aseguro.
—¿Te aseguras? ¿De qué?
—De tus abdominales —dijo antes de moverse e inclinarse para
besar su estómago. Lo miró y se encogió de hombros—. Nunca había visto
unos abdominales así en la vida real. Tuve que asegurarme de que no
estaban retocados.
Hunter dejó caer la cabeza sobre la almohada y se rio.
—Estás loca, ¿lo sabías?
—Mm Mmm —estuvo de acuerdo. Le besó dos veces más los
bultos y los valles del estómago antes de decir—: Ahora cállate; mi madre
me dijo que no hablara cuando tuviera la boca llena.
Hunter frunció el ceño. Levantó la cabeza y dijo—: Tu boca no
está... ¡oh!
Vio cómo Emily guiñaba el ojo mientras terminaba de chupar la
longitud gastada entre sus labios. No esperaba que estuviera listo de
nuevo tan pronto, pero la forma en que ella tarareaba y usaba su lengua
y sus labios en él le hacía estar más que dispuesto a averiguarlo.
Emily mantuvo sus ojos en los de él mientras seguía restaurando
el flujo sanguíneo en su segundo cerebro. Sus dedos bajaron para hacerle
cosquillas y burlarse de la piel entre sus piernas. Pronto Hunter llegó al
punto en el que sintió que podía clavar las uñas en el hormigón y se
acercó a ella.
—Vamos a darle un uso adecuado a eso.
Emily rodeó con sus dedos la base de su pene y sacudió
ligeramente la cabeza. Subió y bajó de él sorbiendo y continuó usando su
mano para acariciarlo.
—Esta vez no. Esto es todo sobre ti. Un anticipo de las próximas
atracciones.
Hunter sonrió y luego jadeó cuando ella volvió a dejar caer su boca
sobre él. Emily le acarició la boca con la habilidad y la energía de una
prostituta de Las Vegas con adicción a la metanfetamina. Levantó las
manos y las deslizó por el contorno de sus abdominales y costillas. Se
frotó por su duro pecho, arrastrando las uñas por sus pezones y
deslizándolas de nuevo por sus brazos hasta que le agarró las manos con
las suyas. Le llevó las manos a la cabeza y las dejó allí, con los dedos de
él entrelazados con su pelo.
Sólo entonces Emily cerró los ojos e inclinó la cabeza para
concentrarse completamente en el placer que le estaba proporcionando.
Hunter gruñó y luchó por no hundir sus dedos en el cuero cabelludo de
ella o por no agarrarle el pelo y tirar de él. El pelo de ella en sus manos
le llenaba de algo más que una sensación de poder; añadía una
distracción que le permitía a ella hacer magia en él. Hunter gimió y se
puso rígido, sus pensamientos oscilaban entre decirle y ver lo sería que
era.
La contorsión muscular de sus piernas se extendió por su cuerpo
y lo dejó incapaz de moverse mientras llegaba a su punto máximo.
Empezó a temblar y luego gruñó la respiración que contenía al ritmo del
bombeo de la mano de Emily y sus hábiles movimientos de succión y
deglución.
Se desplomó de nuevo en la cama mientras Emily se dedicaba a
limpiarlo.
Se arrastró de nuevo por su cuerpo y se acostó y acurrucó contra
él. Le dio dos besos en el pecho y dijo entre ellos—: Ha sido divertido
Hunter gruñó.
—Pero me ha dejado exhausta —admitió y luego bostezó—. Estoy
agotada.
Él se rio.
—¿No debería ser yo quien dijera eso?
Ella se movió un poco, usando su hombro como almohada y
permitiendo que su brazo se deslizara alrededor y la acunara para que
su mano descansara en la parte baja de su espalda. Comenzó a frotar
lentamente.
—Fue una gran excitación —admitió ella—. Supongo que no viste
dónde estaba mi otra mano.
Hunter se despertó de su estupor post-orgásmico y giró la cabeza
para mirarla.
—¿Qué?
—Se suponía que eso era para ti —murmuró ella en su costado—
. Pero maldita sea, igual me corrí primero.
—Buenos días —dijo Hunter al pasar frente al escritorio de su
secretaria—. ¿Ha ocurrido algo esta mañana que deba saber?
—No, señor —dijo Mercedes—. Debe haberse quedado atrapado
en el mismo tráfico que yo esta mañana. Acabo de entrar.
—Tráfico —gruñó en acuerdo. El tráfico no tenía nada que ver.
La verdad era que había llevado a Emily a su casa esta mañana y
se había asegurado de que llegaran lo suficientemente tarde como para
que Tiffany se fuera. No lo había hecho porque no se fiará de ella en su
casa a solas; lo hizo porque sería demasiado fácil para él acostumbrarse
a que ella volviera a casa y lo tratara como decía que quería.
Entró en su despacho y dejó su maletín sobre el escritorio antes
de moverse para desplomarse en su asiento. Estaba cansado, pero de una
manera agotadora y feliz. Incluso le había quitado la necesidad creciente
de cazar. Seguía ahí, acechando en el fondo de su cerebro, pero ella lo
había agotado en muchos sentidos.
Hunter hizo acopio de energía para inclinarse hacia delante y abrir
el cajón en busca de un bolígrafo. Se detuvo y miró el encaje blanco
arrugado en el cajón. El olor a mujer le llegó a la nariz y le hizo inspirar
por la nariz. No era sólo a mujer: había toques de sprays corporales
floridos, detergentes y otros aditivos de limpieza, pero eran sutiles y
tenues. Los aromas secundarios eran fácilmente superados por la
excitación de la dueña del caprichoso tanga.
Hunter alargó la mano y los cogió. Los miró, estudiándolos, y los
dejó reposar en la palma de su mano. No sólo estaban todavía calientes,
sino que estaba seguro de que aún estaban húmedos. Frescos. Volvió a
inhalar, lo que le produjo un escalofrío en la columna vertebral y un
cosquilleo en la piel. Conocía el olor: era tan obvio como una foto firmada.
Tiffany le había dejado un regalo.
Hunter los arrugó en su puño y suspiró. Esto era demasiado.
Buscó su teléfono y esperó a que Mercedes lo cogiera.
—Mercedes, ¿podrías decirle a la señorita Ackers que venga a
verme, por favor?
—Ahora mismo —dijo Mercedes y colgó para ocuparse de la tarea.
Hunter se metió la prenda en el bolsillo y abrió su maletín.
Sacó su portátil y sus papeles y los dispuso en su escritorio para
el día, y luego puso el maletín en el suelo junto a su escritorio justo
cuando alguien llamó a la puerta de su despacho.
Levantó la vista y vio a Tiffany de pie en la puerta abierta.
—¿Necesita algo, Sr. Wynn?
—Por favor —dijo él mientras señalaba la silla en la que ella se
había convertido en una visitante frecuente—. Entra y cierra la puerta.
Tiffany asintió y cerró la puerta antes de acercarse y tomar
asiento. Hoy llevaba una falda holgada de color melocotón que le caía por
debajo de las rodillas y una blusa blanca que no sólo tenía cuello, sino
que estaba abotonada lo suficientemente alta como para que sólo
mostrara un indicio de escote.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó después de sentarse.
Hunter la estudió un momento antes de preguntar—: ¿Cómo va
la búsqueda de trabajo para tu sustituto?
—He encontrado una buena candidata y se supone que vendrá
esta semana para una entrevista —dijo.
—¿Oh?
Tiffany asintió.
—¿Se acuerda de la mujer que llevé a la fiesta de Navidad?
¿Emily?
Hunter hizo una pausa antes de decir—: ¿Pelo oscuro? Sí, creo
que sí.
—Claro que sí —dijo Tiffany con un atisbo de sonrisa—. Nunca se
olvida una cara. Especialmente una bonita.
—Hubo muchas caras esa noche —argumentó Hunter.
—Bueno, ella está buscando un trabajo después de que el último
terminara. Es una buena trabajadora. Fui a la universidad con ella
mientras trabajaba en mi licenciatura. Aunque después de este fin de
semana, no estoy segura de lo que pasa con ella.
—Suena complicado.
Tiffany asintió.
—Mucho. No me quiere decir quién, pero se ha buscado un nuevo
novio. Pasó el fin de semana con él y anoche.
—¿Es eso cierto? ¿Lo hace a menudo? —Tiffany inclinó la
cabeza—. ¿Se queda a dormir con su novio? —Hunter frunció el ceño.
—No es asunto mío. Tampoco el suyo, como directora de Recursos
Humanos —Tiffany se sonrojó y bajó la mirada.
—Pero —continuó Hunter—, en aras de asegurarnos de que
contratamos a gente fiable, quiero que dejes de lado tu amistad y tengas
en cuenta que las personas conocidas por sus decisiones espontáneas y
posiblemente irracionales no son los compañeros de trabajo más fiables.
Tiffany sonrió mientras lo miraba.
—Creía que la creatividad y los avances requerían espontaneidad.
—Con moderación y en los entornos adecuados —corrigió Hunter.
—Bueno, con Emily eso no es una preocupación. Es lo más
estable que hay. Estabilidad aburrida, quiero decir. No deja entrar a
nadie, en cuanto a los chicos. No estoy segura de cómo este tipo lo logró.
¡Su último novio fue en la universidad hace más de dos años! Rompió con
él porque quería centrarse en su carrera después de graduarse.
Hunter gruñó. —Parece que se ha enderezado a una edad
temprana. Ese tipo de personas son buenas siempre que sus objetivos se
alineen con los nuestros.
—Creo que lo harán, pero ya veremos —dijo Tiffany.
—Bien. Ahora, ¿cómo van las otras cosas? ¿Políticas,
reorganización? ¿Qué pasa con el código de vestimenta?
Tiffany abrió la boca para responder y luego se detuvo. Inclinó la
cabeza hacia el otro lado y preguntó—: ¿El código de vestimenta?
Hunter no estaba seguro de si estaba luchando contra una
sonrisa o no. Sabía muy bien que las bragas de su bolsillo eran de ella.
Metió la mano en el bolsillo y recogió la ropa interior en su puño.
—Sí, me preguntaba si éstas están cubiertas por el —Abrió el
puño y dejó caer la ropa interior sobre su escritorio.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par y luego se levantaron
para encontrarse con los suyos. Hunter la observó, preguntándose si se
derrumbaría, confesaría o haría algo completamente distinto.
—¿Puedo... puedo verlos?
Hunter levantó una ceja.
—Bueno, ciertamente no son míos.
Tiffany se rio. Los cogió y los extendió por la cintura. Había
suficiente tela como para que la arrestaran en una playa pública por
exhibición indecente en lugar de por desnudez pública.
—No, espero que no. Quiero decir... no importa, definitivamente
no es una frase que deba terminar en el trabajo.
Hunter sonrió a pesar de la situación.
—Ah, has encontrado la discreción.
Ella se puso rígida. —¿Perdón?
—Tiffany, ¿por qué crees que tienes el puesto que tienes?
Ella frunció el ceño.
—Creí que había dicho que me habías vigilado.
—Sí, y tu desempeño ha sido excelente, con algunos pequeños
contratiempos aquí y allá en el camino. Perfectamente aceptable y nunca
nada que no estuviera justificado.
Sus pupilas miraron de un lado a otro mientras procesaba lo que
él decía. Él olió su sudor nervioso mientras ella sumaba dos y dos. Colocó
las bragas sobre su escritorio. —Sr. Wynn, ¿está sugiriendo que yo hice
esto?
—Aparte de Mercedes, no he tenido ninguna conversación
prolongada con ninguna otra mujer desde hace al menos un par de
semanas.
—Entonces tal vez deberíamos preguntarle a Mercedes —sugirió
Tiffany.
—¿De verdad?
Tiffany se levantó y dejó caer las manos a la cintura de su falda.
Las deslizó por la espalda y se retorció los brazos. Hunter la observó,
confundido, y luego sus ojos se abrieron de par en par cuando ella movió
las caderas y empujó un brazo hacia abajo. Un momento después, la
falda se deslizó sobre sus caderas y cayó al suelo. Llevaba un liguero
unido a unas medias desnudas hasta el muslo. Entre las dos, llevaba un
tanga de color melocotón con un panel frontal de película y dibujos
sedosos en los bordes.
Se llevó la mano a la cintura de las bragas y tiró de ella lo
suficiente como para que volviera a encajar en su piel.
—Como puede ver, me las he puesto hoy —declaró.
Hunter la miró fijamente, con los ojos clavados en su entrepierna,
mientras intentaba encontrar palabras. Su nariz temblaba al aspirar su
aroma, añadiendo excitación a su ansiedad.
—¿Quiere llamar a Mercedes ahora? —preguntó Tiffany. Hunter
levantó los ojos hacia los de ella y vio el fuego en ellos.
—Estoy seguro de que no son de ella —dijo.
—¿Hay alguna posibilidad de que los haya puesto en su escritorio
después de un escarceo y se haya olvidado de ellos?
—Difícilmente —Hunter sacudió la cabeza y forzó una risa—.
Supongo que tendremos que estar atentos a cualquiera que esté
dispuesto a hacerlo. Un comportamiento audaz como éste no debería ser
difícil de detectar.
—Creo que no —convino Tiffany—. ¿Hay algo más que necesite,
señor Wynn?
Hunter miró hacia abajo y luego de nuevo a su rostro.
—No, esa era mi principal preocupación.
—¿Entonces estamos bien?
Hunter mantuvo sus ojos donde debían estar y asintió. —Sí,
estamos bien.
Ella sonrió y se hizo a un lado antes de girarse e inclinarse para
recoger su falda. Se dobló por las caderas, no por las rodillas, y la levantó.
Hunter se vio obligado a contemplar sus impecables mejillas,
divididas únicamente por la sombra de una tela color melocotón. Giró la
falda y se metió en ella con un pie a la vez, revelando atisbos de su
entrepierna cubierta por las bragas. Subió la cremallera de la falda por
detrás y consiguió abrocharla con dedos ágiles antes de girarse y
sonreírle.
—Sé lo que quiero, señor Wynn. Usted me ha demostrado que está
mirando, así que estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. Quiero lo
que pueda darme.
Los ojos de Hunter se abrieron de par en par. ¿Estaba hablando
de trabajo o de otra cosa?
—Creo que todos deberíamos estar observando.
Ella sonrió. —Gracias, Sr. Wynn. Hágame saber si hay algo más
que pueda hacer por usted.
Hunter gruñó cuando ella salió de su oficina y cerró la puerta tras
ella.
Parpadeó, todavía demasiado aturdido por su descarado
comportamiento como para saber cómo comportarse. Sus ojos se posaron
en las bragas y las cogió. Se las llevó a la nariz y volvió a olerlas. Sí, era
su olor, estaba seguro.
Dirigió sus ojos hacia la puerta. Ella le había preguntado si los
había puesto en su cajón. ¿Cómo había sabido ella que estaban en su
escritorio? Y qué había afirmado ella: que se había puesto la ropa interior
que le había enseñado que llevaba hoy. Por lo que él sabía, hoy podría
haber sido justo antes de entrar en su despacho.
Hunter sonrió y volvió a cerrar la ropa interior en su puño. Se
había cubierto el culo con su respuesta, incluso cuando se había
descubierto el culo para demostrarlo. Y qué culo era. Una vez, una mujer
le había dicho que sólo se ponía ropa sexy como ésa cuando necesitaba
una ventaja y quería sentirse sensual. ¿Era por eso por lo que Tiffany se
ponía lo que se ponía, o había otra razón? ¿Lo hacía porque realmente
sabía lo que hacía?
Exhaló un suspiro y trató de pensar si conocía a alguien que
hubiera hecho que un romance de oficina funcionara a su favor en lugar
de en su contra. Entre empleados no era tan destructivo, pero cuando se
trataba de propietarios y empleados... Pleitos en ciernes. Él mismo había
participado en el arbitraje de algunos de ellos.
Con o sin pleito, estaba seguro de una cosa: ella estaba dispuesta
a arriesgar aún más que Emily para conseguir lo que quería.
—¿Sr. Wynn? ¿Quiere que le avise a la hora del almuerzo? —dijo
Mercedes después de tocar en su puerta y asomar su cabeza.
Hunter parpadeó y miro hacia ella. El texto en los papeles pasó de
ser borrosos a ilegibles hace un rato mientras sus pensamientos trataban
con una imagen enviada por mensaje de texto que Emily le había enviado
que amenazaba con quemar su teléfono en su mano. Él estaba perdido
en sus pensamientos y quizás hubiera seguido soñando despierto de no
ser por su secretaria. Le ofreció una sonrisa y dijo—: Gracias Mercedes.
Este es uno difícil. Podría tomar un descanso.
—¿Se va entonces?
Él asintió y tomó su teléfono del escritorio. —Estaré
encontrándome con el Sr. Caskins. Regresaré en la tarde.
—Lo veo entonces.
Hunter tomó su computadora y la puso en su estuche antes de
levantarse de su silla y tomar su chaqueta. Caminó por el pasillo y se
detuvo mientras caminaba a la sala de conferencias que Tiffany había
convertido en su oficina. Aun era un trabajo en progreso y la escuchó
gruñir mientras se acercaba a la puerta abierta. Trató de no imaginar las
diferentes formas en que ella podría haberle hecho gruñir, pero no pudo
evitar mirar.
Tiffany estaba arrodillada en el suelo en frente al cajón inferior
abierto de un gabinete, sus piernas se abrieron para darle palanca.
Hunter vaciló. Necesitaba ponerse en marcha, tenía una cita con Tyler,
pero había algo en ver a Tiffany de rodillas que lo hizo detenerse. Ella
gruñó de nuevo mientras se inclinaba más y trataba de ver el interior del
cajón inferior. Su falda suelta se levantó en la parte trasera, revelando la
parte de sus piernas justo por encima de sus rodillas junto con sus
pantorrillas tonificadas que desaparecían en sus tacones color crema.
Hunter mordió sus labios y se dio la vuelta. Estaba a punto de dar
un paso cuando escuchó a Tiffany maldecir en voz baja. Se dio la vuelta,
la vio ponerse de pie, moviendo su pierna izquierda primero y dándole un
vistazo de más muslo mientras la falda se deslizaba hacia arriba y luego
hacia abajo por su pierna.
Ella miró hacia el cajón y luego se inclinó, contra sus caderas,
antes de empujar el cajón hacia adentro. Su cabeza se movió, dejando
que su cabello se deslizara hacia un lado y dándole una visión clara del
ojo izquierdo de Tiffany cuando lo observó.
Hunter se giró y continuó. Sus mejillas quemaban, con el
conocimiento de que había sido atrapado. Ella no dijo nada y no vino tras
de él. Él asintió y ofreció una rápida sonrisa a la interna frente a su
escritorio y después salió de la oficina y se dirigió a su coche. No fue hasta
que se sentó y echo una mirada nerviosa por la ventana que se dio cuenta
de que ella no había saltado cuando lo vio. Ni si quiera había reaccionado;
solo se había quedado exactamente como estaba.
—¿Cómo sabia ella que yo estaba ahí? —murmuró él.
Apretó el motor de arranque de su Escalade y negó con la cabeza.
El motor retumbó a la vida, calmando su confusión. Hunter se agachó,
ajustó el creciente grosor de sus pantalones y suspiró. Tiffany estaba
llegando a él.
Había sido capaz de olerla en su oficina. Era débil, demasiado
débil para que alguien más lo notara, pero se hundió en él y no lo dejó ir.
Por mucho que necesitara un alivio de su frustración, necesitaba aún
más tiempo alejado de Emily. Tiempo para pensar claramente y no sobre
ella. Ella estaba arruinando su concentración con su deseo de integrarse
por si sola a su vida.
No tenía ningún motivo para quejarse; solo que cuando las cosas
eran demasiado buenas para ser verdad, usualmente lo eran. Si lo dejaba
ir sin control, ella lo impondría y exigiría su tiempo. Exigencias que
interferirían con sus necesidades más primarias. Había cosas sobre él
que ella no sabía. Cosas que ella no podía saber. Su regalo también fue
su maldición, pero lo convirtió en la criatura que era.
Hunter frunció el ceño y se obligó a pisar ligeramente el
acelerador. El potente motor del Cadillac podría ser capaz de saltar a
sesenta millas por hora en el tiempo que le tomaba a su corazón latir una
vez, pero aun así rompería los neumáticos en la superficie fangosa. Lo
último que necesitaba era tener un accidente. ¡Su vida personal era un
desastre suficiente!
Entró en el estacionamiento de la cadena de restaurantes unos
minutos más tarde y se apresuró a entrar en el cálido interior. La
multitud del almuerzo estaba llena, pero vio a Tyler tan pronto como fue
asaltado por la presión de los cuerpos y los olores. El investigador estaba
sentado en la barra, bebiendo una cerveza.
—Es una espera de veinte minutos señor, ¿puedo tomar su
nombre?
Hunter miró a la anfitriona y le ofreció una rápida sonrisa. —
Gracias, pero ya veo mi fiesta.
—Oh, bien, adelante entonces.
Hunter asintió mientras pasaba junto a ella y se dirigía al asiento
vacío junto a Tyler. —Ey —dijo él.
—¿Comprarle una bebida al chico? —preguntó Tyler.
—¿Me comprarás una?
—Así no es como funciona —dijo Tyler—. Serias un pésimo
hombre gay.
Hunter sonrió. —¡Bien!
—Probablemente ni si quiera le darías a un chico un alcance —se
quejó Tyler.
—No eres gay —le recordó Hunter.
Tyler se rio. —Allí esta. Confía en mí, después de lo que te tengo,
probablemente quieras besarme.
—Improbable —dijo Hunter mientras tomaba asiento y le hacia
una señal al barman—. No te tengo trabajando en nada. ¿De qué se trata
esto?
—Hago más que solo escarbar la suciedad de las empresas y las
persona. —recordó él—. Mantengo sus traseros a salvo de todas las cosas
que pasan por alto.
Hunter frunció el ceño. —¿De qué estás hablando?
—¿Esa falda que estas persiguiendo? ¿Emily Moony?
Hunter se puso rígido. —¿Qué hay sobre ella?
—¿Cómo están yendo las cosas?
Hunter abrió la boca y después la cerró mientras el barman
aparecía. —Escoces no, hazlo negro y tostado.
—¿Menús?
—Por favor —dijo Hunter. Señaló con el pulgar hacia Tyler y dijo—
: Él paga.
Tyler se encogió de hombros. —Te lo cobraré.
Hunter sonrió. —Entonces, ¿Qué estabas diciendo?
—No, tú estabas diciendo. ¿Cuál es su historia?
Hunter frunció el ceño. —No hay mucha historia que contar, o al
menos ella no me ha dicho demasiado. Tiene un asociado en el negocio y
está trabajando en su licenciatura.
—Es un poco grande para ir a la escuela, ¿no te parece?
—Ella regresó —dijo Hunter—. Se dio cuenta de que un asociado
no vale un carajo si quieres hacer algo más que contestar teléfonos para
ganarte la vida.
—Oye, conozco a algunos gerentes con títulos de asociado —
argumentó Tyler—. Los gerentes de turno diurno y nocturno en un Taco
Bell cerca de mi casa.
Hunter rio. —Para su crédito, no toleraría la mierda que
probablemente hacen.
Tyler hizo una mueca e inclinó su cerveza en un brindis silencioso
antes de tomar un trago.
—Correcto, entonces Emily. Ella es tímida y callada hasta que
llegas a conocerla, un verdadero petardo. No acepta un no por respuesta.
— ¿Familia?
Hunter frunció el ceño. —Ella no mencionó a nadie.
—¿Esqueletos en su armario?
—Su ultimo novio fue hace más de dos años —dijo Hunter. Se rio
y añadió—: Creo que esta compensado el tiempo perdido. ¡No me había
acostado con alguien tantas veces en años!
Tyler gruñó. —¿Buscadora de oro?
Hunter frunció el ceño. Quería criticar a su amigo, pero se detuvo.
Suspiró y se encogió de hombros. —Honestamente no lo sé. No lo creo.
Por lo menos no creo que esa sea su motivación para follarme tan a fondo
que no puedo dejar de pensar en ella.
Tyler gruñó. —Mi turno.
Hunter tomó la cerveza de barman y miró rápidamente el menú
que había dejado el hombre. Volvió su atención a Tyler. —¿Tu turno?
—Ujum. Ella nació en el norte, en Petoskey. Se mudó aquí por la
escuela y se quedó. Sus padres se divorciaron hace años y después su
padre murió en un accidente de caza. Su madre murió hace unos años
por cáncer de mama.
—Eres un acosador —dijo Hunter.
Tyler se rio. —Ese es un cumplido en mi línea de trabajo.
Hunter se rio entre dientes y bajó su cerveza. —No creo que ese
sea un cumplido en alguna ocasión. Créeme, he leído demasiados casos
de corte.
—El punto es, ella no tiene a nadie. No hermanos o hermanas.
Ningún familiar cercano. Nada. Esta sola y luchando para hacerse un
lugar en el mundo.
—Lo haces sonar patético. ¿O estas intentado hacerme sentir mal
por ella?
Tyler movió las cejas y luego levantó un dedo mientras el camarero
aparecía para tomar el pedido. —Dos órdenes de alitas con su salsa más
picante.
El camarero sonrió y se volvió hacia Hunter. —Ojo de costilla —
dijo él—. No te molestes con los lados, no me los comeré.
El camarero se movió para escribir la orden en la computadora,
dándole a Hunter la oportunidad de mirar a Tyler y esperar a que
terminara.
—Parece como una buena oportunidad, eso es todo.
Hunter tomó otro trago. —¿Por mi o por el viaje?
Tyler sonrió. —Dices que no puedes dejar de pensar en ella.
—Por que ha estado follándome idiota —siseó Hunter—. No por
algo más.
—Seguro —dijo Tyler—. Estoy diciendo que tienes una
oportunidad aquí. Sé jodidamente bien que no tienes a nadie más par el
viaje de la próxima semana, y ninguno de nosotros estaremos felices si
sacamos a una prostituta drogada para que se encargue de las cosas.
Después regresas a una vida normal como la que has estado esperando.
Hunter frunció el ceño cuando sintió el zumbido en su bolsillo.
Cerró los ojos y suspiró, y luego tomó su teléfono. Cuando lo sacó, vio al
osito de peluche llenando su pantalla.
—¿Es ella, no es así? —preguntó Tyler—. Manteniéndose en tus
pensamientos. Hermano, quizás ella sea la pieza de trasero más dulce
que alguna vez has tenido, pero esa no es la vida que llevas. Nosotros no
vivimos de la misma manera en que otras personas lo hacen. Tú sabes
eso también como yo.
Hunter asintió. —Aunque ella es algo especial.
—Lo apuesto —dijo Tyler—. ¿Por qué otra cosa estarías pensando
de esta manera?
Hunter lo miró y asintió. —Si, quizás tienes razón. He estado
diciéndome las mismas cosas a mi mismo. Ha estado pensando en
reemplazar a Tiffany en la recepción.
—Bueno eso no va a funcionar, ¿cierto? —pregunto Tyler.
—No parece así —suspiró Hunter. Deslizó su celular en su bolsillo
y esperó mientras les entregaban la comida—. Me encargaré de ello.
—Sé que lo harás —Tyler asintió y alcanzó su plato de alas—. No
soy el único que anhela la caza. Una vez al año no es suficiente, y los
alces y los ratones no son lo mismo.
—¿Emocionado?
—¿Hmm? —preguntó Hunter. Apartó la vista de la carretera y
descubrió que sus ojos se detenían en la larga extensión de la pierna que
colgaba de debajo de la falda de Emily. No estaba seguro de si ella estaba
usando algún tipo de pantimedias inusuales o pantalones de yoga hechos
de un material translúcido con diseños en ellos. Era llamativo y
emocionante al mismo tiempo.
—¡Sobre este viaje! Tiffany dijo que la oficina realmente muere en
esta época del año por que los socios revisan y no pueden concentrarse
en nada excepto en su viaje de caza anual.
—Oh, sí. Es nuestro escape —dijo él—. Podemos realmente
dejarnos ir y olvidarnos del trabajo. Es todo sobre jugar.
—¡Y este año podrás jugar conmigo! ¡Y además me estás pagando!
Acumula toda esa testosterona en la caza salvaje y luego tráela de vuelta
para desquitarme. Quiero que me prometas algo, ¿de acuerdo?
Hunter levantó una ceja. —Te pagamos para que cocines, limpies
y mantengas el lugar seguro mientras estamos fuera, no para que seas
mi consorte.
—Como sea —Alejó el pensamiento con una sacudida de mano—
. Como si yo no hiciera eso de todos modos. Ahora, ¿sobre esa promesa?
—No puedo prometerlo si no se lo que es.
Emily sonrió. —Siempre el abogado. Bien. Cuando regreses de
cazar, quiero que me tomes. Tómame fuerte y duro y haz lo que quieras
conmigo. Hazme sentir que eres un cazador duro y poderoso.
Hunter tosió sobre su propia saliva. Se volvió para verla sonriendo
con un brillo en los ojos y negó con la cabeza. —Tu eres algo más —
murmuró él.
—¿Sabes lo que deseo ahora mismo?
—¿Huh?
—Que tu fueras como cualquier persona rica normal y que alguien
más manejara —dijo ella mientras se estiraba sobre la consola y corría
su dedo arriba y abajo sobre su muslo—. Porque desabrocharía esos
pantalones y te tragaría por completo ahora mismo.
—Mierda —murmuró Hunter. Luchaba por mantenerse enfocado
en la carretera, pero sus palabras me distraían demasiado. Peor aún
fueron sus dedos cuando se deslizaron por su muslo y se arrastraron
para frotar entre sus piernas. Se movió en el asiento de su Escalade para
darle un mejor espacio.
—Uh, uh —lo tentó Emily y le dio un apretón gentil bajo el
cinturón—. La seguridad primero.
—¿Estás jugando?
Ella sonrió y miró a su alrededor antes de desabrocharse el
cinturón de seguridad e inclinarse sobre la consola. Hunter levantó los
brazos para darle espacio y luego gimió cuando ella presionó sus labios
firmemente contra su cremallera y el bulto que crecía debajo. Ella se
enderezó y abrochó su cinturón de seguridad de nuevo. —Quiero llegar
hasta el campamento de caza —dijo ella—. ¿El avión es grande?
—¿Grande?
Buscó en su bolso y sacó su lápiz labial. —¿Lo suficientemente
grande para acabar con lo que empecé? Siempre quise unirme al club de
la milla de altura.
Hunter gruñó de nuevo. —Maldición, es solo un avión bimotor.
Seis plazas, incluido el piloto y el copiloto. No hay privacidad.
Ella hizo un puchero. —¿Qué tan largo es el vuelo?
—Alrededor de cuatro horas.
—No sé si seré capaz de mantener mis manos alejadas de ti —
Tentó ella—. ¿No dijiste que Stephen ya se había subido? Seis asientos y
cuatro de nosotros, además del piloto y copiloto. Nos ocupamos de los
asientos traseros y quién sabe, quizás qué nos salimos con la nuestra.
Hunter apartó los ojos de ella para evitar un accidente y negó con
la cabeza. —Serás la causante de mi muerte.
Ella sonrió. —Lo prometo, será la muerte más placentera que
puedas imaginar.
Hunter rio. —Sí, Gracias.
Ella sonrió y guardó silencio mientras él continuaba su camino
hacia el Aeropuerto Metropolitano de Detroit. Logró atravesar el tráfico y
el confuso trazado de la carretera con práctica facilidad y aparcó en un
lote privado. Aparcó su todoterreno junto al coche de Tyler y salió del
coche. Agarró su maleta y la de Emily, con una en cada mano, y la
condujo al edificio que les dejaría pasar al aeródromo.
—¿Este es un viaje de casería? —preguntó Emily.
—Sí, ¿por?
—¿Dónde está tu arma?
—En la cabina —dijo Hunter—. Le pertenece a la firma. Me refiero
a la cabina.
—Oh, bien. Me preguntaba eso.
Hunter colocó su bolso en el suelo y abrió la puerta para Emily.
Ella le sonrió rápidamente y lo rozó al pasar, rozando su entrepierna con
el dorso de su mano en el camino. Él se sacudió y la miró fijamente, pero
solo vio un movimiento de su sonrisa antes de que ella estuviera de
espaldas a él. Hunter recogió su bolsa y la siguió murmurando en voz
baja ante el renovado interés que había despertado en él.
Tyler los miró desde la pequeña sala de estar y saludó. —¡Hunter!
Me preocupaba que estuvieras retrasado. ¿Esta es la chica de a que tanto
nos has estado hablando?
Hunter sonrió. —No hay demasiado que decir. Normalmente no
me deja decir una palabra.
Emily se giró sobre él, con la boca abierta en un jadeo fingido de
indignación.
Tyler rio. —De alguna manera lo dudo. Jerry ya está en el avión,
preparándolo.
Emily volvió a girar sobre Hunter. —¿Jerry es el piloto?
Hunter asintió.
—¡No me dijiste eso!
Él se encogió de hombros. —Vamos, vayamos por ahí.
Ella se giró de nuevo, pero no vio a nadie. —Espera, ¿No hay
controles de seguridad que tenemos que hacer primero? ¿Aduanas y todo
eso?
—Jerry se encargó de aclararlo todo y nuestra trayectoria de
vuelo. Nuestros pasaportes ya han sido archivados y aprobados.
—¿Puedes hacer eso? Creí el la TSA tenia que revisarlo todo estos
días.
—Sí, podemos hacer eso —dijo Hunter—. Con los contactos y
tarifas correctos, cualquier cosa puede pasar.
—Eso es genial —dijo Emily. Ella miró al espacio por un momento
y luego suspiró—. Hombre, vivir así debe ser agradable.
Las cejas de Hunter se fruncieron a su comentario tan extraño.
Miró a Tyler y vio a su amigo compartiendo su preocupación. Los ojos de
Emily se concentraron en Hunter y sonrió. —¡Razón de más para que te
convenza de que no fui yo la que se escapó!
Tyler sonrió ante eso. —Buena suerte con ello.
Emily hizo un puchero con los labios y miró a Hunter. Él sonrió
—Ella tiene un argumento convincente, pero nos acabamos de conocer.
Ya veremos.
—Te lo mostraré —prometió ella. Ella miró a Tyler y agregó—: Voy
a ser la última mujer que querrá.
Tyler rio y Hunter tuvo que reír para ocultar el enrojecimiento de
sus mejillas. Una visión fugaz de Tiffany se deslizó en su mente. La nueva
gerente de recursos humanos se había ido hace dos días para pasar las
vacaciones con su familia. Cuando salió del trabajo tarde esa noche, pasó
por su oficina para anunciar su partida y había estado actuando de
manera extraña. Ella había usado el mismo suéter de abrazar la figura
que había tenido todo el día, completo con el escote en V pronunciado
que revelaba tanto el escote como la camisola que usaba debajo. La
diferencia cuando vino a verlo fue la camisola y el sostén que faltaban.
Había luchado por desearle una feliz Navidad en lugar de mirar las
tiendas de campaña en su suéter que sus pezones hacían. La tela de
punto suelto conspiró para atarle la lengua dos veces durante la
conversación. Era tan malo que casi se perdió la forma en que sus
hombros estaban caídos y su sonrisa no tan brillante. Parecía triste por
irse, en lugar de feliz de tener tiempo libre. Antes de irse, le dio un abrazo
y le rozó la mejilla con los labios. Apenas se había dado cuenta del beso;
había estado demasiado ocupado luchando contra el impulso de mirar
hacia abajo a los guijarros duros que le habían pinchado en el pecho.
Tyler habló por él, sacándolo de sus recuerdos. —Esa es una
declaración audaz. Nuestro amigo mutuo aquí es todo un mujeriego.
Emily se encogió de hombros. —Ya verás. A menos de que yo
pueda escoger a la chica que se nos unirá por la noche.
Hunter tropezó en su camino hacia la puerta y dejó caer su
maleta. Se giró para agarrarlo y escuchó a Tyler reírse de él. Emily estaba
sonriendo y tenía ese brillo perverso en sus ojos de nuevo. Hasta ahora,
cada vez que había visto ese destello, ella había hecho algo que le dejaba
alucinado.
—Eso tendrá que esperar hasta que regresemos —dijo Tyler—.
Aterrizaremos en una isla remota con un pueblo cercano alrededor de
dos horas de distancia en monta nieves.
Emily volvió a sacar sus labios pintados de rojo.
Hunter recogió su maleta y caminó hacia la puerta que daba
acceso al aeródromo. —No te preocupes. Tendremos nuestra propia
habitación, por lo menos.
Tyler abrió la puerta para Hunter y Emily y luego los siguió. El
avión de doble hélice Piper Seneca estaba detenido con la puerta abierta
y Jerry caminaba alrededor, haciendo su revisión previa al vuelo. Se
volvió y les hizo una señal con la mano. —¡Estamos listos para irnos!
Hunter dejó que Emily tomara la iniciativa y se quedó para
ayudarla a subir a la cabina de pasajeros del avión. Se detuvo en la
puerta y frunció el ceño. —Los asientos se enfrentan —siseó ella.
Hunter rio entre dientes. —Deja que se acumule —sugirió él—. Te
lo compensaré esta noche.
—Más te vale —dijo y luego le lazó un beso.
Hunter los siguió y guardó su equipaje detrás de los asientos.
Tyler se unió y tomó un asiento mirando hacia atrás entre ellos y los
asientos del piloto. —Pónganse cómodos —sugirió Tyler—. Es un lindo
avión, pero se pone difícil después de unas horas.
—Esto es tan genial —soltó Emily—. Solo he volado una vez,
bueno dos, ya que tuve que regresar, pero esos eran aviones grandes.
Jerry subió al avión y aseguró la puerta. —Es temprano —le dijo
a ella—. El aire está bastante tranquilo por la mañana, por lo que no
deberíamos encontrarnos con demasiadas turbulencias. También nos
mantenemos fuera de la corriente en chorro; los patrones climáticos son
buenos. Podría ser un vuelo aburrido.
—Bien —dijo Tyler—. Me gustan los vuelos aburridos. ¡Son más
seguros!
—Prefiero mi acción en el suelo —concordó Hunter.
Emily se giró y lo besó en la mejilla. —Te enseñaré infinidad de
acción.
Tyler se rio entre dientes y Hunter se sonrojó. Atrapó la mirada de
su amigo y luego miró por la ventana. Iba a ser un fin de semana
inolvidable, pero la acción que iban a ver no se parecía en nada a lo que
ella esperaba.
—Santa mierda, ¡no sabía que tenía esquíes! ¿Cómo despegamos?
—farfulló Emily mientras pasaban junto al avión hacia la orilla del lago
helado. Otro avión, el modelo más pequeño de dos asientos de una sola
hélice que había llevado Stephen, estaba estacionado a diez metros de
distancia.
—Están unidos a las ruedas; todavía hay espacio para que giren
entre los esquís —señaló Jerry.
—Oh. Bien, está bien, los veo ahora —dijo Emily. Se dio la vuelta
y miró a su alrededor, y luego extendió los brazos—. Oh hombre, esto es
tan genial. Es como donde crecí, pero más frío.
La nieve se amontonaba en montones cerca de la orilla. El lago
congelado tenía nieve apilada tan bajo como un pie sobre el hielo en
algunos lugares y más cerca de un metro en otros. Un sendero conducía
desde la orilla hasta una cabaña de troncos con humo saliendo de la
chimenea. La nieve se había quitado, mostrando montones de nieve de
hasta dos metros y medio en algunos lugares.
—Bienvenida a Canadá —dijo Hunter—. Vanos, alejémonos del
frio.
—Oh, ¿acaso me vas calentar?
Hunter la golpeó juguetonamente y la envió tambaleándose hacia
delante para mantenerse fuera de su alcance. Ella se giró, le sacó la
lengua y luego se lamió los labios de manera sugerente. Su gesto sexy
cambió a una boca abierta cuando un grito se escapó y perdió el equilibrio
en un pequeño montículo de nieve.
Hunter se rio y la alcanzo para ayudarla a levantarse de donde
yacía rodeada de nieve. Emily se rio y comenzó a ondear sus brazos y
piernas, haciendo un ángel de nieve. Después de que él giro los ojos, ella
se rio y tomo su mano.
—Bien, ahora tengo frio —dijo ella—. Más vale que me lleves
adentro y me quites esta ropa de nieve.
—¿Para ponerte algo más caliente?
Ella se encogió de hombros. —Solo si así lo quieres.
Los ojos de Hunter se abrieron. —¡Emily!
Ella se rio y tomó mi mano entre las suyas. —Vive un poco. Tú
dijiste que esto es sobre dejar el control a un lado y jugar. Así que
juguemos. Muéstrales a todos lo que es tuyo y solo tuyo.
Él sonrió. —¿Es eso cierto?
—Si eso es lo que quieres.
La condujo por el camino hacia la cabaña. —¿De que estás
hablando? Me perdí.
Ella apretó su mano. —Estoy diciendo que soy toda tuya bebe. Lo
que sea que quieras. Si quieres presentarme a tus amigos, puedes. Si
quieres que los folle mientras miras, lo haré. Si me quieres follar mientras
ellos observan, lo…
—¡Eso es suficiente! —dijo Hunter. La acercó más, pero mantuvo
los ojos fijos en la cabaña delante de ellos—. No te preocupes por eso.
Solo diviértete. Haz lo que necesites hacer y dejaremos que la naturaleza
se ocupe del resto.
Ella se giró y lo miró mientras caminaba hacia atrás nuevamente.
—¿Qué estás diciendo? ¿Quieres compartirme?
Hunter gruñó—: ¡No! No estoy hablando de eso en absoluto.
Quiero decir que dejes de planear el fin de semana. Va a ser emocionante
y nada de lo que esperas.
—¡Oh, como las sorpresas!
—Estas a punto de recibir otra si no te fijas por donde pisas.
Giró y gritó cuando casi chocó contra un banco de nieve.
Hunter la guio por el camino hasta la cubierta. Stephen abrió la
puerta, vestido con una bata que colgaba abierta y dejaba al descubierto
el par de pantalones cortos que llevaba debajo. Emily apretó el freno y lo
miró fijamente. —¡Mierda! —dijo ella. Se volvió hacia Hunter—. No lo
sabía, ¿Jerry y Tyler también están tallados en rocas?
Hunter rio. —Vamos, estas dejando salir el calor.
—Estaba en el sauna cuando escuché el avión —dijo Stephen.
—¿Sauna? ¡O por dios! —chilló Emily antes de despegar y entrar
corriendo en la cabaña.
Stephen la vio pasar junto a él y se volvió hacia Hunter.
—Extasiada.
—No tienes idea —Hunter rio entre dientes.
—¿Dónde está? —llamó Emily mientras saltaba sobre un pie y se
quitaba la bota del otro—. ¡Tengo frio!
Stephen la miró fijamente y le preguntó—: ¿Esta…?
Hunter gruñó—: No hay forma de saberlo —murmuró y entró
detrás de ella—. Em, nos quedamos en la planta baja. Esa puerta de ahí.
Ella se volvió y se quitó la otra bota. —Bien. ¿Y dónde ésta el
sauna?
—Afuera —Hunter le dijo en su camino que dejara sus maletas en
la habitación que iban a compartir—. Por la puerta trasera, está fuera de
la cubierta.
Emily se quitó la chaqueta y la arrojó sobre el respaldo de una
silla. —¿Vienes conmigo? Apuesto a que podemos empezar a sudar más
rápido de esa manera —Hunter se rio entre dientes y se volvió hacia la
cama deshecha. Dejó las maletas encima y accionó los pestillos para
abrirlas—. Voy a dejar mi maleta —le gritó por encima del hombro—.
Puedes guardar la tuya si quieres.
Emily no respondió, lo que provocó que Hunter se diera la vuelta.
Ella no estaba en el dormitorio con él, pero vio sus calzas tiradas en un
desorden arrugado en el suelo. Sus ojos se ensancharon antes de darse
cuenta de lo que estaba haciendo. Se dirigió a la puerta del dormitorio y
siguió el rastro de ropa caída hasta la puerta trasera. Vio un destello de
carne pálida cuando su trasero y su pierna desaparecieron por la puerta
trasera de la cabaña.
—¡Cielos Hunter! —espetó Stephen desde la puerta principal.
—¿A caso ella… estaba desnuda? —preguntó Jerry desde la
puerta abierta.
Tyler estaba dentro, mirando con la boca abierta.
Hunter miró la ropa variada y eligió su falda, camisa y ropa
interior. —Sep, ella está desnuda.
—Te has superado a ti mismo —dijo Jerry.
Tyler sonrió y asintió hacia Hunter.
—¿Vas a unírtele? —preguntó Stephen—. Por qué no había
terminado ahí de dentro.
El cuello de Hunter se tensó. Emily estaba con él, no…
—¿Qué pasa? —interrumpió Tyler su línea de pensamientos.
Hunter miró la ropa y luego a Stephen. —Nada. Estaré justo ahí,
adelante.
—¿Me perdí de algo? —preguntó Stephen—. ¿Hay algún
problema?
—No, ninguno —dijo Hunter—. Sé porque estamos aquí. Si
comienzo a actuar estúpido, solo recuérdenmelo. Ella ha trabajado algún
tipo de magia en mí en las últimas semanas, pero me cansaré de ella lo
suficientemente pronto.
Jerry frunció el ceño. —Hunter…
Tyler le sacudió la mano a Jerry. —Eso es bueno, hermano.
Sabemos lo que somos.
Hunter asintió y miró hacia ella.
—Eso es bueno —dijo Stephen y le dio una palmada en el hombro
a Hunter mientras pasaba junto a él hacia la puerta trasera—. No
habíamos tenido a alguien que pareciera tan sabroso aquí durante años.
Hunter hizo una mueca y asintió. —Oh, ella estará perfectamente
jugosa —dijo y forzó una risita. Tragó y se volvió para regresar al
dormitorio para cambiarse a una bata antes de dirigirse al sauna. Podía
recoger su propia ropa cuando volviera. Por eso estaba aquí, después de
todo. O al menos eso es lo que pensaba.
Emily dejó el último plato sobre la mesa y se deslizó en el asiento
del banco junto a Hunter. Le guiñó un ojo antes de dirigirse al filete que
tenía en el plato. Había empezado con un filete de menos de la mitad del
tamaño de los que estaban comiendo los hombres. Ellos devoraban los
suyos, con la sangre acumulada en sus platos por la carne apenas
cocinada. Ella había insistido en cocinar la suya hasta el final.
—No se olviden de las patatas —dijo Emily.
Los cuatro cazadores se miraron entre sí y luego a ella, con
expresiones que mostraban una falta de interés casi infantil por el gran
cuenco de puré de patatas. Los brotes de color, en su mayoría verdes pero
algunos rojos y amarillos, animaban los terrones blancos.
Emily hizo un mohín. —Me he esclavizado sobre esa estufa de leña
caliente para hacerlas —Agitó el dedo alrededor de la mesa mientras
añadía—: Y he tenido que ponerme esta bata caliente y que pica para
evitar que los animales se hagan una idea equivocada de mí. Será mejor
que se la coman.
Jerry suspiró y alargó la mano para coger la cuchara. La hurgó y
dejó caer una porción en su plato, empapando la sangre de su filete y
luego levantando un poco con el tenedor. Lo olió y se burló, y luego sonrió
ante la mirada de indignación de Emily. Se lo metió en la boca y masticó
antes de tragar.
Hunter fue el siguiente en probarlos, pero se detuvo cuando
Stephen se agarró la garganta y empezó a tener arcadas. Tyler estaba a
medio camino de ponerse en pie antes de que el abogado abandonara el
acto y se riera. —Están buenos —admitió.
—Sí, lo están —coincidió Jerry.
Tyler los probó y fue el primero en volver a por otro poco. Hunter
probó unos cuantos bocados más antes de apartar su plato. —Sí, bueno
—murmuró.
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Emily.
—Ha sido una semana muy larga. No tengo mucha hambre —dijo
él.
Emily frunció el ceño. —Te ha gustado, ¿verdad?
—Oh, sí, estaba bueno.
—¿Estaba el filete lo suficientemente cocinado?
Él sonrió con satisfacción. —Estaba bien, Em. Podrías haberle
quitado los cuernos, limpiarle el culo a la vaca y ponerle una marca de
parrilla a cada lado y me habría parecido bien.
Le sacó la lengua. —¡Qué asco!
Hunter sonrió. —Voy a tomar un cigarro y un poco de whisky.
¿Limpiaras?
—Sí, señor —dijo con un guiño diabólico—. ¿Puedo envolver mis
labios alrededor de algo también?
Jerry tosió y Tyler se rió. Stephen miró a Hunter durante un largo
momento y luego giró la cabeza. —Buena idea, Hunter. Me uniré a ti.
Emily se relamió mientras se levantaba y luego se volvió para ver
a Hunter mirándola fijamente. Sonrió y se inclinó para apoyar la cabeza
en su brazo. —Deja que me divierta un poco —susurró.
El gruñido de Hunter retumbó en su pecho.
—No ese tipo de diversión —prometió ella—. Lo guardaré para ti,
más tarde.
—¿Tienes una hermana? —preguntó Tyler—. Voy a buscar a
alguien el próximo año.
Emily se rió y se levantó. —Sólo yo, lo siento. Adelante, señores.
Dejen que me cambie y luego prepararé las bebidas.
—¿Cambiarte? —preguntó Hunter con el ceño fruncido.
—Bueno, sí, estoy desnuda bajo esta bata. Quiero limpiarme y
ponerme algo. Te mereces algo sexy por traerme aquí.
Hunter gruñó. —De acuerdo.
—Tomaré vino —dijo Tyler mientras caminaba con Hunter y Jerry
hacia las sillas de la sala de estar alrededor de la estufa—. No me gusta
el rotgut que beben los demás.
Emily sonrió y recogió los platos y los llevó a un cubo que
utilizaban para la basura. Metió la basura y luego puso los platos en una
cubeta de plástico que usaría para lavarlos más tarde. Se dio la vuelta y
se dirigió al dormitorio que compartían ella y Hunter, desapareciendo de
la vista excepto por el ocasional destello de tela o piel a través de la puerta
abierta.
—¿De dónde la has sacado? —siseó Jerry.
—Te lo dije, es la compañera de cuarto de Tiffany —dijo Hunter
con voz suave después de mirar hacia la puerta para asegurarse de que
Emily no estaba escuchando.
—Lo sé, pero maldita sea, tío. ¡Ella es algo más! —dijo Jerry.
—Casi lo suficiente para hacer que un hombre renuncie a su
libertad y a su estilo de vida —coincidió Stephen.
—Casi —murmuró Hunter y suspiró.
La sonrisa de Tyler se convirtió en un bostezo. Observó cómo las
llamas lamían la madera detrás de la pantalla de la puerta de la estufa y
se movió para ponerse más cómodo en la silla de madera.
Emily salió del dormitorio y cruzó la habitación, con los tacones
de aguja de cinco centímetros de sus zapatos negros golpeando el suelo.
Llevaba unas medias de rejilla blancas que le llegaban hasta los muslos
y desde allí se sujetaban con ligas que desaparecían bajo la minifalda
negra ribeteada de encaje blanco. La parte superior de su
autoproclamado uniforme era lo suficientemente fina como para no dejar
nada a la imaginación.
Ignoró las miradas de los cuatro hombres mientras trabajaba en
la cocina, preparando bebidas y recogiendo puros. Dejó caer el
cortapuros y se agachó para recuperarlo, abriendo las piernas antes de
doblar las caderas.
Hunter se estremeció al recordar a Tiffany realizando una
maniobra idéntica.
—Qué coño —siseó Stephen—. Hunter, mucho más de esta burla
y no voy a jugar bien.
Hunter gruñó y ahuyentó sus pensamientos sobre la chica de
Detroit. O dondequiera que se hubiera ido de vacaciones. Vio cómo Emily
traía una bandeja con bebidas y cigarros, sus caderas se balanceaban lo
justo para añadir la cantidad adecuada de movimiento a sus curvas y a
las bebidas en los vasos.
Se detuvo junto a Jerry primero y le dejó escoger su opción y
encender su cigarro antes de pasar a Tyler y luego a Stephen. Llevó el
cigarro y el whisky restantes a Hunter y luego dejó la bandeja sobre la
mesa antes de arrodillarse junto a él. Hunter la observó, con el ceño
fruncido.
—¿Puedo? —preguntó ella mientras cogía el puro y el cortador.
Hunter miró a Stephen y vio que tenía toda su atención. Sonrió y
asintió a Emily. —Por supuesto.
Su lengua se deslizó entre sus brillantes labios rojos y acarició el
extremo redondo del puro. Cuando brilló a la luz del fuego, levantó el
cortapuros y cortó el extremo. Recibió el puro cubano y cortó el otro
extremo antes de sostenerlo y estudiar el tabaco envuelto en hojas.
Sumergió el extremo que había lamido en el vaso de whisky y luego lo
volvió a levantar frente a ella.
Emily volvió a sacar la lengua y atrapó un goteo de whisky que
caía del cigarro. Sus labios se redondearon en forma de O y los deslizó
sobre el extremo del puro. Se lo pasó por los labios e hizo un suave ruido
de sorbo antes de tragar. Alargó la mano, dejó la maquinilla y cogió el
mechero. Encendió el mechero y lo acercó al borde del puro mientras
daba una calada hasta que el extremo brilló de color rojo cereza.
Emily se lo sacó de la boca, deslizando los labios sobre él y
dejando rastros de carmín en las hojas. Estudió el extremo brillante y
luego sonrió y se lo entregó a Hunter. Se echó hacia atrás, sentada sobre
las pantorrillas, y vio que él la miraba con una media sonrisa en la cara.
Miró hacia abajo y vio que los pantalones de correr que él se había puesto
después de la sauna mostraban la clara silueta de lo que ella acababa de
hacerle.
Emily se levantó y recogió el plato. Se giró y vio a los otros
hombres mirándola, con la ceniza acumulándose en las puntas de sus
cigarros. —¿Alguien necesita algo mientras estoy levantada?
—Que me jodan —susurró Jerry.
Emily sonrió y miró a Hunter. —Lo siento, soy de Hunter. ¿Algo
más?
Jerry se rió. —No, um, estoy bien.
Tyler tosió y tomó un trago de su vino y luego volvió a beber.
—Sí, trae la botella por mí —dijo cuándo su vaso estaba vacío.
Emily le guiñó un ojo y se abrió paso por el suelo de madera para
coger la botella y llevársela. Se la entregó y luego se acercó de nuevo al
lado de Hunter. —No hay suficientes sillas —hizo un mohín.
Hunter enarcó una ceja y miró el sofá. Era de madera, lo que
evitaba la amenaza de que los ratones mordieran los cojines. —¿Te has
olvidado del sofá? —preguntó.
Ella se mordió el labio y dijo—: Esperaba poder sentarme contigo.
—Realmente estás llevando esto de la criada francesa a un nuevo
nivel, ¿no es así? No sabía que te gustaba el cosplay.
Sus mejillas se encendieron y bajó la mirada. Se arrodilló de
nuevo y se apoyó en su pierna. —Siempre ha sido una especie de fantasía
pervertida mía.
—Bueno, eso lo explica —murmuró Stephen y bebió un fuerte
trago de su whisky. Se puso de pie y dio un paso torpe antes de detenerse.
—Por favor, siéntese, señor Miller —dijo Emily mientras se ponía
en pie de un salto—. Estoy aquí para todas sus necesidades. Bueno, para
la mayoría de ellas. ¿Necesita otra bebida?
Él gruñó y le entregó su vaso antes de dejarse caer de nuevo en
su silla. Hunter inclinó la cabeza. —¿Estás bien, Steve?
—He trabajado mucho hoy —murmuró Stephen—. No comí hasta
la cena. ¿Has visto la nieve que he quitado con la pala?
Jerry cacareó e incluso Tyler sonrió mientras rellenaba su taza
por segunda vez. Emily regresó un momento después con el vaso de
Stephen lleno con cuatro dedos de whisky. Se lo entregó, sus dedos se
detuvieron un momento en los de él y luego esperó mientras él tomaba
un trago para asegurarse de que estaba satisfecho.
—Gracias— balbuceó él con los ojos fijos en los duros pezones de
ella que se asomaban a través de su traje de película.
Emily se enderezó y volvió al lado de Hunter. Se arrodilló y se
apoyó en él, apoyando la cabeza en su muslo antes de girarse para
besarle la rodilla.
Sus miradas se alternaban entre Emily y la cocina. Ella no se
esforzó en ocultar nada, sino que se concentró en frotar la pierna de
Hunter y en estar lo más disponible posible. O tan disponible como
Hunter la dejaba. Se levantó cuando alguien necesitaba que le llenaran
las bebidas.
Se produjeron algunos intentos de conversación, pero se
desvanecieron y volvieron a caer en el silencio de la embriaguez. Stephen
se sacudió en su silla y dejó caer su vaso. El pesado vaso rebotó en el
suelo de madera, derramando los restos de su bebida al rodar. —Mierda
—balbuceó y se levantó de golpe—. Estoy borracho.
Hunter se rió y Jerry soltó una risita. —Vete a la cama —balbuceó
Tyler—. Tienes un gran día mañana.
Stephen asintió y trató de levantarse. Se desplomó en su silla y
dejó escapar un suspiro ebrio.
Jerry se levantó a trompicones y se acercó a Stephen. —Vamos,
asesino de alces —dijo el abogado. Agarró la mano de Stephen y los dos
consiguieron tambalearse hacia la escalera que llevaba al desván. Les
esperaba un dormitorio cerrado y una zona abierta con dos camas.
Emily y Hunter los observaron subir la escalera sin incidentes.
—Que me jodan —murmuró Hunter.
—¿Asesino de alces? ¿Qué pasa con eso? —preguntó Emily.
Hunter giró la cabeza para mirarla fijamente. Sus ojos se
entrecerraron y luego forzó una carcajada. —La caza —dijo y agitó la
mano—. Quería un gran alce y acabó consiguiendo uno pequeño.
Emily ocultó su jadeo detrás de la mano y luego soltó una risita.
—Oye, ¿dónde están tus armas? No las he visto por ninguna parte.
—¿Armas? —Hunter frunció el ceño—. Cerradas con llave. Las
sacaremos mañana.
—Oh —Hizo un mohín y luego se encogió de hombros. Se volvió y
miró a Tyler. El IP2 estaba desmayado en su silla con la baba corriendo
por su barbilla. Se rió y se volvió hacia Hunter—. Voy a hacer lo que
quiera contigo aquí mismo, en medio de esta cabaña. Si tus amigos se
despertaran, podrían ver cómo te follo.
Hunter la miró boquiabierto. —¿Qué? No, no lo harás. Dormitorio.
Emily sacudió la cabeza. —Uh, uh, te quiero, nene. Te quiero aquí.
Ni siquiera sabes lo excitante que es esto. Una gran fantasía. Como,
¡enorme!
Emily se levantó y le agarró la mano. La metió por debajo de la
falda y presionó los dedos de él contra su raja descubierta. Los ojos de
Hunter se abrieron de par en par.
—Vaya. Creo que acabo de correrme un poco.
Emily dejó escapar un gemido estremecedor. —Sí, lo has hecho.
¡Oh, Dios mío! Voy a... espera.
Hunter la observó mientras daba un paso atrás y tanteaba para
soltar los clips de sus ligas. Se levantó la falda y la subió de un tirón,
comprobando que la parte superior estaba unida a ella. Se la puso por
encima de la cabeza y la tiró al suelo, dejándola sólo con los tacones y las
medias. No perdió el tiempo antes de sentarse a horcajadas sobre la mano
de él que Hunter no se había molestado en retirar.
Deslizó sus dedos a través de sus pliegues y enterró dos dedos
dentro de ella. Dejó escapar un gemido y se estremeció. —Oh, nene, me
voy a correr. Sigue haciéndolo.
Hunter sonrió y sacudió la cabeza, ahuyentando las sombras que
se colaban en los bordes de su visión. Sacó los dedos con un ruido de
aplastamiento, ganándose un gemido de ella. Los deslizó por la piel detrás
de su coño y murmuró—: ¡Gánatelo!
A Emily se le cortó la respiración. —Hombre sucio —siseó—.
¡Nunca he hecho eso!
—Hay una primera vez para todo —consiguió él.
Ella se mordió los labios y volvió a estremecerse cuando la palma
y la muñeca de él presionaron su sexo húmedo. —Quería dejarlo para
más tarde —susurró ella.
—Uh uh —murmuró Hunter—. Ahora.
Ella asintió. —Hazlo a lo grande o vete a casa. De acuerdo, nene
—dijo y se agachó para sujetar la mano de él entre sus piernas. Ella se
movió, moviendo las caderas mientras las yemas de los dedos de él se
enganchaban en su otro lugar especial. Estaba tan mojada que sus jugos
estaban por todas partes, incluidos los dedos de él. Estaba muy mojada;
2
Investigador Privado
era ahora o nunca. Empujó las yemas de sus dedos y giró las caderas,
obligando a que la punta de su grueso dedo corazón empezara a
penetrarla casi antes de que se diera cuenta de lo que había pasado.
—¡Oh, joder! —gimió—. ¡Espera! ¡Para! ¡Oh, es… oh!
Hunter hizo que su muñeca se estrellara contra su clítoris y que
su cuerpo pasara de estar rígido y en estado de shock a temblar y luego
a sacudirse mientras él sobrecargaba sus sentidos. Consiguió
mantenerse erguida durante unos segundos más antes de caer hacia
delante y aterrizar sobre él. La mano de él se soltó, pero ella se las arregló
para sentarse a horcajadas sobre su pierna y continuó apretándose
contra él mientras él aguantaba su sorpresivo orgasmo.
Cuando su cuerpo dejó de sacudirse, levantó la cara del pecho de
Hunter y lo vio mirándola con ojos aturdidos. Apretó los labios contra su
cuello e inhaló su aroma varonil. Lo lamió, saboreándolo, antes de
levantarse para presionar sus labios contra los de él. Él se revolvió contra
ella, pero no consiguió corresponder a su beso.
Emily suspiró y se levantó. Miró a Tyler y frunció el ceño. Estaba
inconsciente, gracias a las patatas y a la botella de vino que había bebido.
Se volvió hacia Hunter y le cogió las manos con las suyas. Una de ellas
estaba pegajosa con sus jugos, lo que le valió una triste sonrisa. —Vamos,
amante. Te prometí una noche increíble y voy a cumplirla.
Hunter gruñó y se las arregló para levantarse lo suficiente como
para que ella lo ayudara a tambalearse hasta el dormitorio. Lo guió hasta
la cama y lo empujó sobre ella. Hunter cayó con un gruñido. Emily le
agarró los pantalones de correr y se los bajó de un tirón, dejando al
descubierto su miembro medio hinchado. Se lamió los labios y lo miró.
—No vas a servir para mucho, cariño —dijo—. Lo siento. Puede
que hayas bebido demasiado.
La respiración de Hunter salió sibilante por su boca mientras
intentaba, y no conseguía, responder.
—No te preocupes. Voy a cuidar de ti. No pararé hasta que lo
hagas. No te contengas, cariño, deja que ocurra. Voy a hacer que
duermas muy bien.
Se subió a la cama y se puso a horcajadas sobre sus piernas.
Volvió a lamerse los labios y se acercó a él. —Tengo que admitir —
susurró—, que voy a echar de menos esto.
Hunter se movió. Algo le volvió a tocar, esta vez en el labio. Hizo
que la piel le picara y se extendiera, recorriendo la curva del labio y
llegando a la boca. Hunter probó el rico líquido cobrizo e inhaló el aroma
de la sangre. Sangre fresca. Sus ojos se abrieron y miró el techo de
troncos donde el carmesí se acumulaba y goteaba sobre la cama.
Cerró la boca y tragó el sabor, lo que provocó un estruendo en lo
más profundo de su vientre. La bestia que yacía enjaulada en su interior
tiró de sus cadenas. Había esperado lo suficiente. La caza prometida se
acercaba y Hunter luchaba por contener al cazador que llevaba dentro.
¿Habían empezado sin él? Eso no tenía sentido. Eran una
manada. Hermanos unidos por el don que compartían. Además, el plan
era que ellos salieran primero y que obligaran a Emily a salir al bosque o
que la acecharan en la cabaña si se negaba a salir. Era brutal, pero era
la caza que exigía el lobo que llevaban dentro. Las vidas normales no eran
para ellos.
Hunter se lamió los labios, saboreando más sangre. Su cuerpo se
estremeció, luchando por cambiar y transformarse. Sacudió la cabeza y
reprimió un gruñido.
Lo que estaba pasando no estaba bien. Había demasiado silencio.
Se movió y se puso de lado, tratando de entender por qué tenía los brazos
y las piernas entumecidos.
Consiguió mirar hacia abajo y vio que estaba desnudo. Entrecerró
los ojos, miró su entrepierna y poco a poco fue juntando recuerdos
inconexos de Emily. Se había desmayado por el único vaso de whisky,
pero recordaba que ella le había dicho que no se preocupara, que cuidaría
de él.
Sus ojos volvieron a mirar al techo mientras un escalofrío le
recorría la espalda. ¿Acaba de ocuparse también de sus compañeros?
Hunter se impulsó y trató de incorporarse. Acabó rodando por el
lado de la cama y cayendo al suelo. A Hunter se le escapó la respiración
del pecho y se quedó jadeando. Se sentía agotado y débil. Patético. ¿Qué
le pasaba?
El sonido de pisadas contra la madera captó su atención. Intentó
reprimir su jadeo y mirar hacia atrás. Era Emily; tenía que serlo.
Reconoció el mismo sonido de sus tacones contra el suelo de madera. Y
cada vez era más fuerte: se estaba acercando.
Los pasos se detuvieron. —Oh, pobrecito, te has caído de la cama.
Hunter se giró y trató de mirar hacia atrás. Con el rabillo del ojo,
vio a Emily de pie, todavía con los tacones y las medias blancas. Tenía
un aspecto diferente. Sus medias estaban manchadas y con sombras
oscuras. Su piel también estaba descolorida. Se giró un poco más para
intentar verla. Su visión era borrosa, pero podía oler la sangre que
pintaba su piel. Sus ojos, incluso desenfocados, se vieron atraídos por el
destello de plata en su mano.
—¿Qué? —jadeó.
—Lo siento, cariño. No se suponía que te despertaras.
Hunter se tumbó de espaldas y encontró la fuerza necesaria para
volver a cruzar el suelo a pocos centímetros de ella. —¿Qué estás
haciendo? —jadeó.
—Sombra nocturna —dijo ella—. Una mezcla en las patatas
embotaba tus sentidos para que no la olieras ni la probaras en tus
bebidas. Aun así, se necesita mucho para matar a monstruos como tú.
Demasiado para ocultarlo. ¿Pero incapacitarte? Eso sí podría hacerlo.
—¿Por qué?
Su rostro se transformó. Se estremeció y gruñó mientras decía—:
¡Porque son malvados! ¡Son monstruos! Me han traído aquí para
matarme. No lo niegues.
Hunter negó con la cabeza, pero no dijo nada.
—Fue alguien como tú quien mató a mi padre —continuó. Levantó
el cuchillo en la mano y lo hizo girar, dejando que la luz del fuego de la
estufa brillara en él—. Plata. Tu clase no se curará de esto.
—¿Paladín? —tartamudeó Hunter, nombrando a la secta de
fanáticos religiosos que eran conocidos por cazar a los de su clase.
Emily frunció el ceño y bajó la hoja unos centímetros. —¿Qué?
¿Qué es un paladín?
Hunter negó con la cabeza.
—¡Dime! —siseó ella y dio un paso adelante.
—La iglesia —escupió—. Un culto secreto.
—Oh —dijo ella y luego se encogió de hombros—. No, soy un
cazador de lobos. No formamos parte de ninguna religión. No necesitamos
a Dios para tener una razón para matar a monstruos como tú; todos
tenemos nuestras propias razones.
Hunter miró a su alrededor y sintió un cosquilleo en los brazos.
La sensación estaba volviendo, pero no sería a tiempo. El lobo que llevaba
dentro estaba chasqueando y rugiendo. Quería soltarse, pero no sabía si
podría hacerlo. ¿Se quedaría atrapado en la agonía de un estado medio
cambiado? ¿Eso lo mataría? ¿Le mostraría a Emily que realmente era un
monstruo? ¿Haría más fácil que ella le hiciera daño?
—Sin embargo, me divertí contigo —dijo Emily, dejando caer el
odio de su voz—. Me trataste muy bien y, aunque seas un hijo de puta
egocéntrico, sabes follar.
—Em… para. No necesitas hacer esto.
Ella se rió. —¿No lo necesito? ¿Crees que podemos volver a la
normalidad ahora? Jerry y Stephen ya están muertos. Tyler se está
desangrando, pero no tuve oportunidad de acabar con él antes de oírte
aquí. ¿Cómo podríamos explicar eso?
Hunter se quedó con la boca abierta mientras luchaba con lo que
ella había admitido. Sus ojos volvieron a mirar al techo donde caía la
sangre. Por supuesto, tenía sentido. ¿Por qué si no iba a haber sangre
allí arriba? La sangre le había despertado. Le había dado algo de control
sobre sí mismo. Hizo que la bestia interior tuviera hambre de más.
—¿Me estás gruñendo? —preguntó Emily. Se rió—. Ese es un plan
increíble.
—Accidentes de caza —jadeó Hunter—. Entonces tienes lo que
quieres. Todo lo que dijiste que querías.
—Claro, hasta que encuentres la forma de matarme cuando no
esté mirando —escupió Emily, cambiando de nuevo su humor.
—¡No! —Hunter negó con la cabeza—. No lo haría. Yo... mira, esto
fue difícil. Para mí. Lo hice porque tenía que hacerlo. Por la manada.
Estaba...
—¡Tu manada está muerta ahora! —gruñó y dio otro paso
adelante.
—¡Claro! —Hunter se aferró a lo que ella dijo—. Así que nadie
puede impedir que te ame.
Emily dudó, sus párpados se movieron. Se mordió el labio y luego
sacudió la cabeza de un lado a otro. —¡No! ¡Eres vicioso! Sin corazón. Un
carnicero. He visto lo que hacen los de tu clase. Eres un abogado...
¡probablemente eres incluso peor que el que mató a mi padre!
—¡Emily, no! —jadeó Hunter, pero ella no podía hablar. Se dirigió
hacia él, una visión de belleza violenta en su lencería manchada de
sangre. Levantó sus brazos de madera para defenderse y se golpeó en la
cara con su propia mano. El lobo que llevaba dentro exigió su liberación
y gritó, liberando sus restricciones mentales e invocándolo. Era su única
oportunidad
Una explosión sacudió la casa y lo dejó aturdido antes de que
pudiera empezar a moverse. A través del zumbido de sus oídos, oyó a
Emily gritar.
Dejó caer los brazos y la vio rodar por el extremo de la cama.
Hunter rodó y se tambaleó, retorciéndose y consiguiendo mirar
debajo de la cama. El cuchillo yacía en el suelo a los pies de la cama,
brillando con una seductora mirada de pureza que él sabía que le
quemaría tanto como meter el puño en la estufa. Emily juraba y lloraba
desde el otro lado de la cama. Se revolvió y se cayó y luego volvió a
intentarlo. No pudo distinguirla bien para saber qué le había pasado, pero
la sangre en el suelo le hizo estar seguro de que se había hecho daño.
Se arrastró a los pies de la cama y miró el cuchillo. Al otro lado,
Emily salió de rodillas y con una mano. La otra la aferraba a su costado
en un intento de contener la sangre que se le escapaba por los dedos.
Sus ojos se encontraron y compartieron su miedo e incertidumbre. El
rostro de Emily se contorsionó, sus ojos se entrecerraron y sus dientes
se mostraron en un gruñido que parecía estar en casa en el duro clima
del norte. Sus ojos se posaron en el cuchillo y su cuerpo se tensó.
Hunter sabía lo que tenía que hacer si esperaba sobrevivir para
ver el mañana. Llamó a su lobo y se oyó gritar mientras sus músculos y
ligamentos se estiraban y reventaban. Sus huesos se reconfiguraron y
reacomodaron, distorsionando su piel mientras el pelaje brotaba de sus
poros. El veneno le ralentizaba y hacía que la agonía de los cambios fuera
cien veces peor. No sabía si estaba vivo, muerto o si aún tenía un cuerpo
al que recurrir cuando ordenó a sus patas caninas que clavaran sus
garras en las tablas del suelo y lo impulsaran hacia la mujer que se
apresuraba a recoger la miserable hoja de plata
—¡Oh, mierda!
Hunter levantó la cabeza ante la interrupción. Gruñó, la sangre
goteando de sus dientes. Una mujer estaba de pie en medio de la sala de
estar, con un rifle al hombro, pero apuntando al suelo entre ellos. Ella lo
levantó y le apuntó a él.
—¡No te muevas! ¡Oh, Dios mío! ¿Emily? ¿Es... está ella...? ¡Joder!
Hunter forzó la rabia y el hambre. Lentamente calmó sus labios
temblorosos y se puso de pie en la habitación sobre el cuerpo de su presa.
El último aliento de Emily hizo gárgaras en la ruina destrozada de su
garganta y su mano cayó al suelo. El cuchillo con el que había tratado de
matarlo fue arrojado a un lado donde lo había dejado caer.
Se lamió los labios peludos y se apartó del cuerpo de Emily. El
cambio a lobo había quemado el veneno de su sistema y lo había dejado
reseco. El olor de la sangre de Emily y el sabor en sus labios llamaron al
lobo en él. Empezó a bajar la cabeza y luego la volvió a levantar para
mirar fijamente a Tiffany.
—La has matado —susurró ella mientras el arma bajaba unos
centímetros. Las orejas de Hunter se levantaron y se volvió para mirar el
agujero en su costado que conducía a una herida de salida más grande
en su espalda. Volvió a mirar a Tiffany y dejó escapar un suave woof.
—Oh, joder —susurró. Miró hacia un lado y luego hacia atrás, sus
labios atrapados entre los dientes—. El señor Caskins está sangrando
mucho. Um, Sr. Wynn, es usted, ¿verdad? Quiero decir, no puedo
asegurarlo, pero creo que es usted. La forma en que me está mirando,
quiero decir. He visto esa mirada, como si quisieras comerme... Aunque
nunca, nunca pensé en ello literalmente. No lo vas a hacer, ¿verdad?
Hunter respiró profundamente y lo dejó salir. Cerró los ojos y forzó
al lobo enfurecido a su interior. Oyó el grito de Tiffany a miles de
kilómetros de distancia mientras su cuerpo se transformaba en un
hombre. Levantó la vista de sus manos y rodillas hacia ella.
—Oh, joder, eso es espeluznante —susurró Tiffany. Ella había
bajado el arma lo suficiente como para que volviera a apuntar al suelo
entre ellos—. Tenía razón, eres tú.
—Baja el arma —exigió Hunter mientras se levantaba.
—¿Qué? ¿Por qué? Duh, porque te da miedo. Um, no. Todavía no.
Tiene balas de plata, para que lo sepas.
Los ojos de Hunter se entrecerraron. —¿Qué? ¿Lo sabías?
Ella asintió. —Trabajamos juntas —dijo mirando a Emily.
Hunter volvió a mirar a Emily. —Le disparaste.
Tiffany dejó escapar un suspiro desgarrado. —Yo... ella... lo hice.
Hunter la miró fijamente durante un largo momento y luego se
dirigió a la puerta de su dormitorio. Ella se movió, retrocediendo con cada
paso que él daba, pero mantuvo la pistola apuntando al suelo. Miró hacia
el lado donde Tyler estaba sentado en su silla con la sangre empapando
la camisa de su lado. Goteaba en el suelo en un chorro constante.
Hunter frunció el ceño. El cuchillo era de plata; la herida tardaría
demasiado en sanar. Atravesó la habitación y agarró la camisa de Tyler,
desgarrándola y miró la herida en su costado. Cada respiración
superficial que hacía el hombre provocaba burbujas de sangre salieran
de la herida y corrieran por su costado. Hunter sacudió la cabeza y se dio
la vuelta. —Joder.
—¿No puedes salvarlo?
—Plata —dijo Hunter—. Y ha sido envenenado con belladona.
Tiffany asintió. —Eso ralentiza su curación y le hace vulnerable.
¿Cómo sobreviviste?
—No tuve tanto —dijo Hunter. Se giró para mirarla—. ¿Eres uno
de esos cazadores de lobos?
—Lo soy —dijo ella. Miró a Emily y luego a otro lado—. Lo era.
Yo... nosotras éramos amigas. Bueno, no realmente. Compañeras,
supongo. Hicimos lo que hicimos porque ambas odiábamos a los hombres
lobo.
Hunter frunció el ceño. —Lo eras es correcto. Me dejaste
acercarme demasiado. Puedo matarte antes de que puedas dispararme.
Tiffany pulsó el disparador del rifle y dejó que el cargador cayera
al suelo. Tiró del cerrojo hacia atrás, expulsando el cartucho cargado y
haciendo que la bala cargada rodara por el suelo. Con el arma vacía, la
dejó en el suelo y la dejó caer con estrépito. —Te he salvado —dijo.
Sus ojos se entrecerraron. —¿Por qué? ¿Qué quieres? Dijiste que
me odiabas.
—Odio a los hombres lobo —corrigió ella. Se sonrojó y miró
alrededor de la habitación—. Odiaba. Tal vez todavía lo haga, no lo sé.
Las cosas cambian, ¿sabes? La gente cambia.
—Entonces, ¿qué quieres y por qué debería dártelo?
—Quiero lo que puedas darme —dijo—. Te lo dije el otro día, haría
cualquier cosa por ti. Me abriste los ojos, Hunter. Me mostraste que no
eres el frío y cruel bastardo que la mayoría de los de tu clase son. Me
diste una oportunidad. Me hiciste ver que sí te importa.
Hunter soltó una carcajada. —Te di un aumento porque le dije a
Emily que lo haría.
Sus ojos se redondearon. —¿Qué?
—Te había estado observando, pero la oportunidad con Emily hizo
que todo se juntara.
—Espera, ¿la amabas?
Hunter consideró su pregunta por un breve momento y luego negó
con la cabeza. —No. Era demasiado buena para ser verdad.
Los ojos de Tiffany se entrecerraron. —¿Qué significa eso?
—¿No quería nada más que estar conmigo? ¿Ser mi criada,
esposa, chef y sirviente sexual? ¿Qué mujer quiere realmente eso? Es el
sueño de un hombre, tal vez, pero ella me mantuvo lo suficientemente
distraído para no cuestionarlo como debería haberlo hecho.
Tiffany tragó saliva. —Yo... en realidad conozco a algunas chicas
así. Son inteligentes y podrían hacer casi cualquier cosa, pero les gusta
ser innovadores. O al menos así se llaman a sí mismas. No lo entiendo.
Hunter parpadeó y sacudió la cabeza. —¿Qué?
—Lo siento. Sólo lo señalaba. Son bastante raras, pero si buscas
en Internet, puedes...
Hunter agitó la mano, cortándola. —Me has estado tomando el
pelo durante semanas —dijo.
Ella tragó y asintió. —Pensé que me querías. Al principio, por lo
menos. Luego Emily me habló de ti y de ella, y me confundí. Tu seguías
mostrando interés, sin embargo. Pensé que tal vez eras sólo el cerdo que
había imaginaba que eras hasta que la invitaste a la cacería. Nos
habíamos dado cuenta de lo que sucede aquí. En la caza, quiero decir.
Hunter olfateó y se volvió para mirar a Tyler. Su aliento era
siseando y gorjeando a través de los labios entreabiertos. Motas de rojo
manchaban sus labios y espumaban en las comisuras de la boca. Hunter
sacudió la cabeza y se volvió a Tiffany. —¿Sabías lo de la caza? ¿Por qué
no la ayudaste y nos mataste a todos?
—Pensé que la matarías y luego volverías conmigo —susurró ella.
Apretó los ojos y negó con la cabeza—. No creí que fuera a tener éxito, no
por sí misma, pero entonces me contó su plan. Supe que tenía que venir.
Tenía que ayudar.
—Llegas demasiado tarde —señaló él.
—No —Ella le miró fijamente mientras negaba con la cabeza—. Te
ayudé.
—¿Porque crees que me quieres?
—¡Lo hago! —insistió ella—. Es una locura y probablemente por
las malditas feromonas que liberan los de tu clase. Y tal vez porque me
excita el peligro y la emoción de estar cerca de alguien como tú. Pero todo
eso no es más que un buen momento. En realidad, es porque me diste
una oportunidad. Me viste y me elegiste y me hizo sentir especial. Usted
hizo eso, Sr. Wynn, no un asesino sociópata.
—No soy un asesino sociópata —argumentó él.
Ella miró junto a él al cuerpo en el suelo de su habitación. —Oh
¿de verdad?
—Me estaba defendiendo.
—Bien —dijo Tiffany—. ¿Y los años anteriores? ¿Qué hay de cada
mes cuando te vas a cazar?
—No voy todos los meses —dijo Hunter—. Y cuando lo hago, es
por alce, ciervo, caribú y oso. Sólo cazamos una persona una vez al año,
y nunca he matado a uno antes.
—Espera, ¿sólo matan a una persona una vez al año? —preguntó
ella. Inclinó su cabeza y luego levantó sus ojos acusadores hacia los de
él—. Pero tú ayudaste a matar a gente inocente, ¿verdad?
Él suspiró y asintió brevemente. —Yo los rastreaba y los
perseguía, pero Tyler era el que casi siempre iba a matar. Stephen,
cuando podía, pero Tyler normalmente le ganaba.
Ella asintió. —¿Necesitas hacer eso? ¿Matar a la gente, quiero
decir?
—No.
Ella jadeó. —Pensé… pero tú… mis amigos me dijeron que tenías
que hacerlo o te volvías loco y no podías volver a cambiar. Te volvías
sanguinario y matarías a todos los que encontraras.
—¿Ha sucedido alguna vez algo así? —desafió Hunter—. ¿Has
leído alguna vez sobre un lobo haciendo eso?
—¿Qué? No. Quiero decir, supongo que no. A no ser que lo hayan
tapado.
—No has leído sobre ello porque nunca ha ocurrido. La caza es
una emoción, pero no es necesaria. La caza de animales salvajes es igual
de satisfactoria.
Tiffany parpadeó y miró fijamente al espacio, con los ojos
revoloteando de un lado a otro sin ver nada. —Todas esas mentiras —
susurró.
Hunter se volvió de nuevo mientras Tyler se sacudía en su silla y
luego se desplomaba sobre sí mismo. El aire y la sangre salieron de él
hasta que se quedó anormalmente quieto en la silla de madera. Hunter
se volvió hacia Tiffany. —Ya está hecho. Todo menos yo.
—Y yo —respiró Tiffany—. Yo estaba aquí. Lo vi.
—Me refería a mi clase. Mi manada. Soy todo lo que queda.
Tiffany se lamió los labios y miró a su alrededor. Miró a Tyler y
luego a otro lado, estremeciéndose antes de centrarse en los pies de
Hunter. —¿Y ahora qué hacemos?
Hunter suspiró. —¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Con la moto de nieve. Espero que tengas gasolina aquí para
poder volver.
Sonrió. —Muy bien. Esta es la historia. Yo estaba fuera
persiguiendo un rastro de sangre —dijo—. Me perdí en la oscuridad hasta
que vi una luz brillante entre los árboles. Cuando volví, la cabaña era un
infierno y no pude entrar a ayudar.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par. —¿Vas a quemarlos?
Asintió con la cabeza. —No puede haber ninguna prueba.
Ella tragó con fuerza. —¿Qué... qué pasa conmigo?
Hunter la miró fijamente lo suficiente como para que ella
empezara a juguetear con sus manos y las mirara fijamente.
—Sabes lo que pasó aquí.
Ella levantó sus ojos hacia los de él. —¡No se lo diré a nadie! Se lo
prometo. Por favor, Sr. ¡Wynn! Quiero ayudarle. Estar con usted. Ser
como usted.
Hunter inclinó la cabeza. —¿Quieres ser como yo?
—¡Jesús! Sí, te lo he estado diciendo todo el tiempo. ¿Quiero lo
que puedas darme? ¡Eso es lo que significa!
—La mayoría de la gente muere —advirtió—. Suele tardar unas
cuatro semanas y cuando el cambio se apodera de ellos, tienen que
luchar contra él y dominarlo, o mueren.
—Me arriesgaré. No soporto vivir como lo he hecho. Todo el miedo
y el odio y nunca conseguir nada. En las últimas semanas desde que te
fijaste en mí, mi vida ha sido tan diferente. Mucho mejor. Si puedo tener
eso y ser como tú, y estar contigo...
Hunter suspiró. —No se me dan bien las relaciones.
Tiffany arriesgó una sonrisa. —A mí tampoco. Mírame, acabo de
disparar a lo más lo más parecido a un amigo que tengo. ¿Qué tal si
tratamos de apestar en las relaciones juntos y ver qué pasa?
—¿No tienes miedo de estar mordiendo más de lo que puedes
masticar?
—Dios mío, ¿de verdad acabas de hacer esa broma? —Tiffany
sacudió su cabeza—. Bien. No, no lo hago. Sé que me ayudarás a
superarlo. He visto la clase de hombre que eres debajo de la máscara de
abogado.
Hunter asintió. —Muérdeme.
—¿Qué?
—Muérdeme. Rompe la piel. Prueba mi sangre y mi carne.
—¡Mierda!
—¿Quieres esto? Eso es lo que tienes que hacer.
—¿Pensé que tenías que morderme y no matarme?
Sacudió la cabeza. —Quienes sean esos cazadores de lobos de los
que aprendiste son idiotas.
—¡Ya lo creo! —aceptó ella. Ella tragó mientras el silencio se
extendía entre ellos—. ¿Cómo?
—Cristo —murmuró Hunter antes de lanzarse hacia delante y
agarrarla.
Tiffany gritó mientras él rasgaba su abrigo de invierno con sus
poderosas manos y le arrancó la sudadera del cuello. Él enterró su cara
en el pliegue de su cuello y la mordió, sus dientes se afilaron y
sobresalieron al perforar la suave carne donde el hombro se unía al
cuello.
Aserró la herida y lamió la sangre antes de retirarse, dejándola de
pie, inestable y con el pecho agitado. Se llevó la mano al hombro y luego
la levantó para mirarla. —¿Me has mordido? —susurró. Ella lo miró y
luego bajó de sus ojos, donde algo más se agitaba—. Y te ha gustado.
—Así es —admitió él.
Tiffany se quedó mirando mientras su hombría se alzaba en todo
su esplendor y luego agarró su camisa y terminó de quitársela. Se
desabrochó los pantalones de nieve y los vaqueros y se los quitó de una
patada antes de acercarse a él. —Lo quiero. Muéstrame —susurró antes
de besarlo y saborear su sangre en los labios. Hunter la levantó y la llevó
al sofá. Se sentó con ella en su regazo, pero ella no estuvo satisfecha
hasta que se levantó y se movió para para poder sentarse a horcajadas
sobre él. Lo mantuvo quieto y se hundió, separando su carne y gimiendo
mientras lo introducía en su interior. Cuando no pudo ir más lejos, lo
miró fijamente y luego le presentó sus firmes pechos.
Hunter le mordió los pechos y le pellizcó los pezones, haciéndola
gritar y retorcerse en su regazo. Ella lo montó, subiendo y bajando sobre
su dureza mientras él le acariciaba los pezones torturados. Cuando no
pudo aguantar más, le levantó la cabeza y lo besó, con sus dientes
golpeando sus labios y rozando su lengua.
Se estremeció, abrumada por estar por fin follando con él y que
eso significara tanto. Tuvo que romper el beso y jadeó en su oído mientras
se acercaba a su punto álgido.
—Hazlo —gruñó Hunter—. Si lo quieres, tómalo. Únete a mi
manada. Conviértete en mi compañera.
Tiffany gimió y sintió las primeras olas de placer en su cuerpo. Se
abalanzó sobre él y comenzó a girar sus caderas, aplastando su sexo
empapado contra su pubis mientras él palpitaba dentro de ella. Saboreó
su carne en el mismo lugar donde él la había mordido y lo sintió bajo sus
dientes. Su piel era firme y esponjosa. Casi gomosa, pero sabía a sal y a
hombre. Hunter la agarró por las caderas y la empujó hacia arriba,
hinchándose y explotando y llenándola de un calor que ella no había
imaginado. Su orgasmo la llevó al límite, cegándola con su intensidad y
obligando a sus músculos a contraerse y explotar. Incluyendo su
mandíbula. Cuando pudo volver a concentrarse, probó la sangre. Su
sangre. Más que la mezcla caliente de cobre y sal, sintió algo gomoso en
su boca. Ella chupó su herida y movió el material fibroso alrededor con
su lengua. Hunter respiraba con dificultad a su lado y emitía suaves
gruñidos en su garganta.
Ella lo besó de nuevo y levantó la cabeza, deteniéndose sólo para
sacar el pálido trozo de carne de entre sus labios y lo levantó. Sus ojos se
redondearon mientras lo miraba fijamente.
—Cómetelo —dijo Hunter—. Es mi carne. Te hará más fuerte. Te
hará más fácil ser como yo.
—¿Tú... comes... gente?
—Podemos —dijo—. Hazlo. Pronto cambiarás. Eres fuerte.
Decidida. Ambiciosa. Puedes vencer al lobo y ser como yo.
Ella asintió. —Lo haré. —Ella chupó su carne entre sus labios y
se la tragó. Se lamió los labios y volvió a besarlo.
Cuando el beso terminó, Hunter la miró fijamente. —Una manada
de dos —dijo—. Es un buen comienzo.
Ella soltó una risita. —¿Y tú eres el alfa?
—Claro que sí. Haces lo que yo diga.
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Dawn Michelle es madre de dos hijos. Después de años
de ver a su esposo escribir novela tras novela y no tratar de
escribir el tipo de historias en la que ella estaba interesada,
decidió que era tiempo de ir a por ello e intentarlo.
Si disfrutaste de leer a Dawn y quieres tener la
oportunidad de leer más sobre ella y nuevas publicaciones, no
olvides seguirla en redes.
Puedes conocer más sobre su personalidad en:
dawnmichelle@novelconceptpublishing.com.
1
¡Apoya al autor comprando sus libros!
3
STAFF
Traducción
Mrs. Grey
Corrección
Mrs. Strauss
Lectura final
Mrs. Darcy
4
Diseño
Mrs. Wrangler
DISTRACCIÓN PELIGROSA
5
1
L a carcasa de cristal tiene el tamaño aproximado de una caja de
anillos; contiene una sustancia líquida de color rojo y brilla a la luz.
Se llama Rah. Es un símbolo del corazón de un ángel. Regalarlo a
alguien equivale a pedirle a ese alguien que se case contigo. Y eso es
exactamente lo que Derek me está pidiendo. Quiere que le
pertenezca... para siempre.
Mierda.
Estamos sentados en el restaurante más exquisito y romántico de
París: Restaurante Le Meurice. El restaurante, inspirado en Versalles,
está adornado con lámparas de cristal, mármol y luz de velas. Al otro
6
lado de la ventana, los copos de nieve hacen un elegante ballet
mientras caen al suelo. Las calles arboladas se llenan de luces y
adornos navideños. Los humanos pasan alegremente con sus gruesos
abrigos y bolsas de las compras.
Derek se aclara la garganta amablemente. Eso me saca de mis
pensamientos y me devuelve a nuestra mesa. Miro al Rah, que refleja
mi imagen. Soy hermosa. Antes de que pongas los ojos en blanco,
debo mencionar que soy un ángel y que la mayoría, si no todos, somos
agradables a la vista de los demás.
Tengo el cabello largo y negro que enmarca perfectamente mi
rostro. Mis ojos son grises y brumosos, mis largas pestañas hacen que
sea difícil que pase desapercibida. Y mis pómulos altos, mi cutis
impecable y mis labios carnosos sirven para realzar mi belleza. Sin
embargo, si hay algo que me hace destacar es mi figura. Mis piernas
bien formadas, mis brazos tonificados y mis curvas son lo que más
llama la atención.
Intento no llamar demasiado la atención; llevo el cabello en una
sencilla coleta baja y me maquillé muy poco. Y aunque secretamente
soy una amante de dioses de la moda como Alexander McQueen,
Giambattista Valli y Elie Saab, generalmente no los uso. En cambio,
opto por prendas sofisticadas y clásicas de Giorgio Armani, Tom
Ford y Donna Karan.
Aunque hago todo lo posible por restar importancia a mis
atributos físicos, algo que no me atrevo a hacer es renunciar a los
tacones. Cuando me pongo unos tacones de 15 centímetros de Miu
Miu, Manolo o Louboutin, todo está bien en el mundo.
¿Hasta dónde llega mi amor por los zapatos?
Hay momentos en los que un ángel puede empezar a perder la fe
en la humanidad.
Cuando eso ocurre, Omnis, el creador de todas las cosas, nos
aconseja visitar lugares de la tierra que puedan devolvernos la fe y el
7
asombro en los humanos.
Para ello, algunos ángeles van a lugares donde los humanos rinden
culto, otros ángeles van a museos y otros van a salas de conciertos
para escuchar composiciones bellamente arregladas. Pero para mí, no
hay una expresión más verdadera de la belleza, la creatividad y el
genio de la humanidad que el departamento de calzado de Saks Fifth
Ave.
Lo único que me obsesiona más que mi calzado es mi trabajo. Es
así: en el mundo de los ángeles hay una jerarquía. Y entre los más
poderosos están los ángeles Para. Y dentro de los Para hay un
pequeño grupo de élite llamado los Omari; somos cazadores.
Rastreamos y capturamos a los ángeles que han roto las reglas. Yo
soy la primera y única miembro femenina. Incluso con los tacones
puestos, puedo volar, atacar y luchar contra muchos de mis
compañeros de equipo.
Ser la primer miembro femenina es un honor, pero también es un
verdadero dolor de cabeza. Todos los ojos están puestos en mí. Si no
logro capturar a un delincuente, es como si todas las mujeres Para
fallaran. Sin embargo, si capturo a uno, lo que hago muy a menudo,
es tratado como si fuera pura suerte. Apuesto a que no sabías que los
ángeles podían ser cerdos sexistas, pero así es.
No he estado en el trabajo mucho tiempo, pero he trabajado
incansablemente desde que fui aceptada en el grupo. El
entrenamiento y las batallas diarias son suficientes para hacer que
cualquiera quiera rendirse, pero yo no. Mis padres me inculcaron la
noción de que podía hacer cualquier cosa. Y eso es lo que realmente
creo: puedo hacer cualquier cosa.
Vuelvo a mirar el Rah sobre la mesa.
Bueno, casi cualquier cosa...
—¡Bellamy! —dice Derek.
8
—¿Sí? —respondo, demasiado aturdida para pensar en otra
respuesta.
—Te estoy preguntando si vas a aceptar mi Rah —dice
suavemente.
—Lo sé —digo sinceramente.
—Entonces... ¿cuál es tu respuesta? ¿Aceptarás mi Rah y me darás
el tuyo a cambio? O, como dicen los humanos, ¿quieres casarte
conmigo? —pregunta.
Derek también es un Para, pero no forma parte de los Omari. Tiene
el cabello castaño, una sonrisa perfecta y ojos cálidos. Hace más de
un año que salimos. Es amable, sincero y divertido.
Entonces di que sí a su propuesta, tonta.
—Bellamy, ¿eres feliz estando conmigo? —me pregunta.
—Sí, por supuesto que soy feliz.
—¿Pero no tan feliz como para aceptar mi Rah?
—No he rechazado tu oferta. —Le recuerdo.
—¿Así que tu respuesta es un sí? —presiona.
—No —respondo.
—Oh —dice, con tristeza.
—No, quiero decir, esa no es mi respuesta —respondo, perdiendo
la paciencia conmigo misma.
—Bellamy, te amo. ¿Sientes lo mismo por mí? —pregunta.
—Sí, sabes que sí.
—Entonces cásate conmigo.
—No es que no quiera, es que el momento es malo. Acabo de
empezar a ser Omari.
—¿Y eso qué tiene que ver? 9
—Tengo demasiadas cosas ahora Derek, tenemos que darle algo
de tiempo.
—Esto es una locura. Nos amamos y deberíamos hacerlo oficial.
—De nuevo, no estoy diciendo que no. Estoy diciendo que
esperemos hasta que las cosas se calmen.
—¿Sabes que es gracioso? Que siento que esperar es todo lo que
he estado haciendo. Espero que me devuelvas las llamadas, espero
que me devuelvas los mensajes, y últimamente espero recibir
mensajes tuyos diciendo que una vez más vas a cancelar los planes
de la cena.
—Bueno, no es que vayas a pasar hambre —bromeo,
recordándole que los ángeles no necesitamos comer.
—Bellamy, necesito que seas seria. Últimamente lo único que te
ha preocupado es ser Omari y encontrar a ese fugitivo psicópata,
Knight.
—Knight mató a su novia a sangre fría. Vio como una mezcla que
le dio succionó el alma de su cuerpo. Es un ángel peligroso, y sí, haré
lo que sea necesario para asegurarme de que pague por lo que hizo.
—¿Hacer lo que sea necesario, aunque signifique ponernos en
riesgo? —pregunta.
—No.
—¿Entonces por qué sigues haciéndolo?
—Tú y yo estamos bien —respondo mientras tomo su mano.
—¿De verdad? —me reta.
—Sí.
—¿Cuál es el lugar de encuentro favorito de Knight? 10
Otra vez.
Otra vez.
—Knight; piedad, por favor —le ruego.
Mi súplica sólo lo estimula más. Chupa mi clítoris hinchado tan
profundamente que las sacudidas de placer surgen entre mis piernas
y se extienden por todo mi cuerpo, provocando que me sacuda
incontroladamente. Me provoca disminuyendo la velocidad, para
luego acelerar de nuevo. Me lame ligeramente durante unos instantes,
pero luego me penetra con fuerza con su lengua una vez más.
Se siente tan bien dentro de mí que empiezo a jurar en un idioma
que aún no se ha inventado.
—¡Estás jodidamente loca, bájate! —grita alguien, sacándome de
mi fantasía.
Me doy la vuelta justo a tiempo para ver cómo un demonio me
lanza su bola de fuego.
No hay tiempo para reaccionar. El ser que me gritó salta en el aire
y me tira al suelo. La bola de fuego pasa zumbando por mi cabeza y
aterriza a unos metros de distancia.
Sabiendo que no hay tiempo para levantarse, permanezco en el
suelo, abro la palma de la mano y una bola brota de mi mano
dirigiéndose directamente al demonio. El demonio recibe un golpe en
el hombro. Pero eso no le impide seguir viniendo por mí. Le lanzo
una serie de bolas y cae al suelo solo para que otras dos docenas de
demonios emerjan de la zona boscosa.
—Tú encárgate de los que están al aire libre. Yo iré tras los que
están en los árboles —dice el ser.
Mientras las bolas de fuego se arremolinan a nuestro alrededor,
me levanto del suelo y miro al ser que está dando órdenes
21
groseramente.
—¡Knight!
—Sí, ¿nos conocemos? —pregunta mientras apunta a los
demonios de alrededor.
—Soy parte de los Omari. Estoy aquí para llevarte —grito,
todavía sorprendida de que el Para ángel que está ante mí sea real.
—Gran frase para ligar, cariño, pero ahora no es el momento de
insinuaciones —dice.
—¿Qué? Yo no...
—¡Cúbreme! —grita mientras se adentra en el bosque.
Hay demasiadas bolas de fuego zumbando por encima; no tengo
tiempo para discutir con el fugitivo. Me lanzo al aire y lanzo bolas de
fuego a los demonios decididos a destruirme.
Consigo acabar con tres de ellos sin esfuerzo. Pero el cuarto, es
más hábil que los otros. Se adentra en el bosque y se esconde en la
espesura de los árboles. Nosotros estamos entrenados para maniobrar
y rastrear en muchos escenarios diferentes, incluyendo el bosque. El
demonio también puede estar a la intemperie.
—No te muevas —ordeno mientras me acerco sigilosamente por
detrás de él con una bola de fuego totalmente cargada y lista para salir
en la palma de mi mano.
—Perra —dice.
—¿Qué es eso? No te oigo por el ruido de la carne quemada —le
respondo, mientras le lanzo la bola de fuego. 22
Grita mientras todo su cuerpo explota en un estallido de luz.
Justo entonces Knight sale de detrás de uno de los árboles con una
enorme bola de fuego apuntando hacia mí. El fugitivo va a matarme.
No sé por qué me sorprende esto... después de todo es un criminal.
Sin embargo, por alguna razón me siento traicionada por el acto. Es
como si tuviéramos algún tipo de acuerdo y ahora se retractara de
nuestro trato.
Bellamy, no tenías ningún trato, idiota; ¡muévete!
Me tiro al suelo, pero Knight no reajusta su puntería. En su lugar
envía la bola de fuego donde siempre quiso enviarla, al demonio que
está detrás de mí. El demonio muere al instante.
—Lo ví parado allí, ya lo tenía —miento.
—Claro, princesa, lo que tú digas —dice, negando con la cabeza.
—Perdonen que los interrumpa amantes, pero tengo que matarlos
ahora —dice el demonio, mientras nos ataca desde arriba.
Antes de que Knight y yo podamos montar un contraataque, al
demonio se le unen seis más de sus amigos. De momento no estamos
en condiciones de atacar.
En este momento se trata realmente de no dejarse matar.
Knight y yo salimos corriendo hacia el bosque con los demonios
en nuestro camino. Envían bolas de fuego que caen a escasos
centímetros de nosotros.
—Tenemos que conseguir refuerzos; ¿dónde están los otros
Omari? —me pregunto en voz alta.
—Hay una estación de esquí en la base de esta montaña llena de
humanos. Ya sabes lo que eso significa —responde Knight.
—No vendrán a rescatarnos hasta que todos los humanos estén a
salvo —respondo. 23
—Así es, parece que somos todo lo que tenemos —dice Knight
mientras explora la zona.
—No te preocupes. No hay que tener miedo. No dejaré que te
lleven —le aseguro.
—¿Qué? ¿Crees que puedes proteger...?
Lo derribo al suelo. Los dos salimos volando hacia atrás y
chocamos contra un árbol.
—Si querías acercarte a mí sólo tenías que pedírmelo, princesa
—dice, mirándome sugestivamente.
—Había un demonio... lo que sea. Vamos —le digo.
—Tengo una cabaña no muy lejos de aquí, sígueme.
Se pone en marcha y yo voy justo detrás de él.
Puedo ver la cabaña justo delante de nosotros, pero antes de que
podamos llegar a ella, los demonios organizan un ataque concentrado
y la hacen explotar. La erupción nos hace volar por los aires una vez
más hasta el suelo. Sólo que esta vez Knight no se levanta. Lo agito,
pero no se despierta. Lo llamo por su nombre, pero no obtengo
respuesta. Los demonios, viendo que Knight y yo estamos débiles,
descienden sobre nosotros.
Miro a mi alrededor en busca de una escapatoria y lo único que
hay cerca de nosotros es un pequeño cobertizo a unos metros de
distancia. Pensando rápidamente, invoco una enorme ola de fuego en
la palma de ambas manos. Sabiendo que no es suficiente para acabar
con todos los demonios, lanzo la bola hacia la cabaña en llamas.
Luego coloco rápidamente a Knight y a mí en un Holder... una prisión
en forma de burbuja.
Mi plan funciona; el poder de mi ataque cuando se combina con
las llamas provoca una mini explosión nuclear. El Holder nos protege
24
a Knight y a mí, pero los demonios del cielo caen al suelo sin vida.
Knight comienza a despertar lentamente y me mira.
—¿Acabas de salvarme? —pregunta.
—Puedes apostar tu dulce trasero, princesa —le respondo.
—¿Bellamy qué?
—Parker —respondo.
—Ya está, ¿fue tan malo?
—Sólo pon la maldita mezcla —le ordeno.
Él sonríe y me dice que me prepare. Lo hago, pero una vez que la
mezcla de color azul hace contacto con mi piel, jadeo con un dolor
horrible.
—Ya casi he terminado —dice.
—Date prisa —exijo.
—Si lo aplico demasiado rápido, no funcionará. Ya lo sabes. Sé
valiente niña —se burla.
—Llámame niña una vez más y te abriré la puta cabeza.
—No sé qué se ha arrastrado por tus alas y ha muerto, princesa,
pero yo te he salvado la vida. Habrías sido impotente sin mí en el
bosque.
—Que te den —respondo, enfadándome.
—Juro por el Omnis que las mujeres no tienen nada que hacer en
el campo de batalla. ¿No hay otra cosa que puedas hacer? ¿Algo en
lo que seas mejor? Estoy pensando en la jardinería o en dar clases de
vuelo a los ángeles bebés —dice.
—¡Te he salvado la maldita vida! Puedo hacer cualquier cosa que
ustedes, idiota, puedan hacer, y si vuelves a faltarme al respeto así,
juro por el Omnis que...
—¡Hecho! —dice.
Miro a mi lado y la mezcla azul se ha aplicado y aunque sentí
dolor, no fue insoportable. Me hizo enojar a propósito para que
tuviera algo más en que concentrarme. 27
—No tenías que ser un idiota para distraerme del dolor —le digo.
—Algo me dice que hablar de flores y películas de chicas no
habría mantenido tu atención —replica.
—Bien, da igual. Me volveré a aplicar otra dosis del Tirol más
tarde... yo misma —le informo.
—¿Eso es un “gracias”? —me pregunta.
—Ni siquiera un poco.
Sonríe, sacude la cabeza y vuelve a sentarse a mi lado.
—Te he visto antes. Tú y los demás me perseguían en la India —
dice.
—Casi te agarramos —respondo.
—O eso quieres creer.
—Si hubiéramos llegado sólo tres minutos antes...
—Entonces tú y yo no estaríamos compartiendo este precioso
momento —bromea.
—En cuanto los humanos estén a salvo nos iremos de aquí y te
llevaré.
—Tú fuiste la última —dice.
—¿Qué?
—En la India, tú fuiste la última Omari que salió del mercado
donde yo estaba escondido. Todos se fueron, pero tú te quedaste. ¿Por
qué? —pregunta.
—Soy buena en mi trabajo —le informo.
—También fuiste la última en despegar en Groenlandia y Costa
Rica.
—De nuevo, buena en mi trabajo. ¿Cómo sabes que fui la última 28
si ya te habías ido? —le pregunto.
—Tuve que esperar que se despejara el camino. Había humanos
por todas partes. Fue entonces cuando me di cuenta de que aún me
buscaban. Te encontré... interesante.
—¿De verdad? ¿Por qué? —pregunto.
—Me buscaste como si nos hubiéramos conocido antes. Como si
estuvieras buscando a alguien que conocieras personalmente. Así que
cuando los Omari estaban cerca, yo escapaba pero me quedaba para
ver si mi “amiga” seguía tras mi pista.
—Siempre estuve tras tu pista, y créeme, no somos amigos —lo
corrijo.
—Dedicas más tiempo a buscarme a mí que cualquier otra persona
de tu equipo. ¿Qué opina él de eso?
—¿Quién es “él”? —pregunto.
—Tu hombre. Sé que tienes uno —acusa.
—¿Por qué estás tan seguro de eso?
—Es imposible que un pedazo de rabo caliente como tú no se esté
follando a algún pobre ángel —dice con seguridad.
—No le estoy haciendo nada. Él está bien. Estamos bien. Nuestra
relación está bien. Está mejor que bien. Él me ama. Yo lo amo.
—Joder, pobre chico —replica.
—Derek es feliz con las cosas como son.
—¿Cómo es él? —pregunta Knight.
—Es fiable, amable y digno de confianza.
—Suena como un Golden retriever —dice.
—¿Estás llamando perro a mi novio?
—No, creo que tú lo has hecho. 29
—Resulta que Derek es el amor de mi vida —respondo.
—Es tan genial que vas por el mundo persiguiéndolo. Oh, espera,
eso es lo que haces por mí —bromea.
—No te hagas ilusiones, Knight. Tú eres un trabajo para mí. Derek
es el único con el que vuelvo a casa por la noche. A él le doy... todo.
—Sí, y estoy seguro de que recibes todo eso de vuelta, ¿verdad?
—¿Qué significa eso?
—No importa. Tú y el señor perfecto suenan muy bien juntos —
responde.
—Lo estamos. Me pidió que me casara con él.
¿Por qué le cuento todo esto?
—¿Dijiste que sí? ¿Le diste tu Rah? —pregunta Knight, sonando
extrañamente alarmado.
—No, todavía no. Pero seguro que lo haré —respondo.
Me muestra una sonrisa arrogante.
Lo odio. En serio.
—¿Por qué demonios sonríes así? —le digo.
—Me parece que cuando quieres algo vas por ello sin importar lo
que sea. Pero en este caso...
—Tienes razón, Knight. No quiero casarme con Derek. No quiero
a ningún hombre más que a ti —me burlo, poniendo los ojos en
blanco.
—A veces la mierda que dices en broma...
—¡Basta, Knight, déjalo ya! Derek es un gran hombre.
—Oye, ¿dónde está el altar de Derek más cercano? Hace mucho
tiempo que no lo adoro —dice Knight.
30
—No es perfecto, pero al menos sé que no me envenenará.
Knight me mira con ojos fríos y muertos. Mis palabras lo han
enfurecido. Siento la necesidad de decir que lo siento, pero lo reprimo
porque Knight es un asesino; no recibe disculpas. La herida empieza
a dolerme de nuevo, así que extiendo la mano para agarrar la mezcla.
—¿Quieres bajarte? —me pregunta.
—¿Qué? ¿Cómo te atreves? Estoy ocupada. Tengo un novio y
nunca me acostaría con...
—No princesa, quería decir si quieres bajarte de mí —corrige.
Es entonces cuando me doy cuenta de que al inclinarme hacia
delante para alcanzar la mezcla, estoy prácticamente tumbada encima
de él. Nuestras caras están muy juntas; mis pechos están a centímetros
de sus labios, los músculos de sus abdominales sostienen firmemente
la parte superior de mi cuerpo. Mientras tanto, la parte inferior de mi
cuerpo se ha acomodado entre sus muslos. Me separo de él, me aclaro
la garganta y me arreglo la ropa.
—Y no te preocupes por mí, princesa, yo nunca te follaría —dice
con crudeza.
—Me alegro de oírlo —respondo.
Sé que no debería preguntar lo que estoy a punto de preguntar,
pero no me importa. Necesito saber. Y si morimos aquí, no quiero
hacerlo con una pregunta en mis labios. Aún así, no quiero que sepa
que quiero desesperadamente una respuesta, así que cuando hablo,
ordeno que mi voz sea tranquila y calmada.
—¿Por qué? —pregunto.
—¿Por qué, qué? —dice.
—Por qué nunca... me follarías —respondo.
—Sería demasiado cruel.
31
—No lo entiendo —confieso.
—Tu novio suena como muchos ángeles que conozco. Siempre
siguiendo las reglas, manteniéndose dentro de las pautas del
“comportamiento apropiado de los ángeles”. Apuesto a que cuando
follan, ni siquiera arruga las sábanas. Entonces llego yo queriendo
hacerte cosas que tu cuerpo ni siquiera puede comprender. Dudo que
sobrevivas.
—Vaya, has llevado la arrogancia a un nuevo nivel.
—Yo no presumo, es una tontería. La verdad es que apesto en un
montón de mierda, pero soy bueno follando, siempre lo he sido. Eso
no me hace un mejor ángel. No me hace un tipo bueno o malo.
Simplemente es.
—¿Así que crees que no podría manejarte? —pregunto.
—Creo que si quieres a tu novio deberías dejar de mirarme la
polla.
Me burlo y me alejo de él, fingiendo estar ofendida. La verdad es
que estoy más avergonzada que ofendida. Y aún más que mi
sensación de vergüenza es mi sensación de decepción. No quiero
apartar la mirada de ninguna parte de él; especialmente de esa parte.
—Vaya, ¿fuiste así de encantador con tu novia? —respondo.
No necesito ver su cara para saber que he tocado una fibra
sensible. Por un lado, no tiene una respuesta rápida y preparada. Y
por el rabillo del ojo, lo veo bajar ligeramente la cabeza. Me arriesgo
y lo miro.
Tenía razón. Cuando levanta la vista, hay tristeza en sus ojos y
más pesar de lo que un ángel debería albergar solo.
—Ella significaba mucho para ti, me doy cuenta.
—No vamos a hablar de esto —dice con severidad. 32
35
No recuerdo cómo sucedió. Todo lo que sé es que en cuestión de
segundos los dos nos habíamos desnudado. Normalmente soy algo
tímida y necesito tiempo para calentarme. Esta vez es diferente. Esta
vez hay una necesidad hambrienta que me impulsa.
Alargo la mano descaradamente y pruebo sus labios una vez más.
La sensación de su lengua contra la mía me provoca un cosquilleo en
la espalda. La sensación crece tanto que empiezo a alejarme,
temiendo que implosione. Es demasiado. Lo deseo demasiado.
Él percibe mi vacilación y pone sus grandes manos a ambos lados
de mi cara, asegurándome tan suavemente que apenas puedo soportar
la pasión que me atraviesa.
Gimo intensamente cuando reclama mi boca con su hábil lengua.
Me chupa el lóbulo de la oreja mientras acaricia las puntas de mis
endurecidos pechos con sus dedos. Su tacto es suave al principio. Se
mueve en pequeños círculos, apenas rozando mis pezones. A medida
que se endurecen con su tacto, los aprieta con la cantidad justa de
presión.
Dulce Omnis, ayúdame.
Justo cuando no puedo soportar más el placer que llega a mis
puntas hinchadas, se los mete en la boca. Chupa mis pezones como si
fueran su única fuente de vida. Sus movimientos son salvajes y de
búsqueda. Explora vorazmente las laderas de mis pechos.
Me alejo un poco; es mi turno de explorarlo. Recorro con mis
dedos las líneas de sus abdominales increíblemente tensos. Hago
dibujos en su pezón con mis dedos. Luego los acaricio con la lengua.
Cuando coloco mis labios abiertos contra su pezón, sólo suspira. Pero
cuando los masajeo con mi lengua, una y otra vez, grita con fuerza.
Y pronto estamos encerrados en un frenesí de chupar, lamer y morder.
El deseo entre mis piernas crece más allá de mi comprensión. El
deseo de tener a Knight dentro de mí es tan abrumador que me
36
debilita. Sé que él también me está deseando, porque puedo sentirlo
debajo de mí; está duro como una piedra.
Rodeando su rigidez con la mano, le toco suavemente la punta. Se
endurece aún más con mi contacto. Lo rozo lentamente. Él se aferra
más a mí, entonces sin previo aviso, me sumerjo entre sus piernas y
lo meto en mi boca. Subo y bajo su polla rítmicamente. Nunca había
tomado un miembro tan rígido y largo. Me llena toda la boca. Lo
chupo febrilmente, y luego lo deslizo por mis labios como si estuviera
aplicando lápiz labial.
—Joder —dice.
Sin poder resistir más, me levanta en el aire sin esfuerzo y me tira
al suelo, de espaldas. Me abre las piernas y no pide permiso; no lo
necesita. Todo lo que soy le pertenece de verdad a él. Knight extiende
la mano y explora entre mis muslos con las yemas de los dedos y
encuentra un chorro resbaladizo y cálido. Retira los pliegues de mi
sexo y llega al centro.
Juega conmigo haciendo contacto con mi clítoris y apartándose
justo cuando empieza a sentirse bien. Gimo para que pare, pero él
disfruta volviéndome loca de deseo. Justo cuando la lujuria que me
recorre está a punto de estallar, se introduce en mí. Me llena hasta el
último centímetro. Es casi demasiado para asimilarlo. Antes de que
mi cuerpo tenga tiempo de ajustarse a su longitud y circunferencia,
Knight comienza a empujar. La fricción se siente como un éxtasis tan
abrumador. Pero me niego a apartarme. Se siente demasiado bien
dentro de mí.
Knight se desliza dentro de mí con un ritmo perfecto. Cada vez
que empuja, mi cuerpo responde. Su polla encuentra lugares dentro
de mí que no sabía que existían: lugares suaves, silenciosos y oscuros
que albergan bolsas de placer. Cada vez que descubre un nuevo lugar,
me estremezco y grito su nombre.
Está tan dentro de mí que tengo que plantar mis pies firmemente
a cada lado para no perder el equilibrio.
37
Nunca había estado encima durante más de unos minutos, pero
algo en el empuje temerario, salvaje y animal de Knight me hace
sentir segura. Me hace sentir que puedo ser un bicho raro y que nadie
me juzgará. Mi cuerpo puede sentirlo, también. Por primera vez en
mi vida, puedo hacer lo que quiera hacer.
¿Y qué quiero hacer?
Follar.
Con un movimiento rápido, me siento y me empalo lentamente en
su gran polla. Coloco mis pies a ambos lados de él. Me muevo hacia
arriba y hacia abajo por su polla.
Él se agarra a mis caderas y juntos nos movemos a un ritmo
perfecto.
Estar encima me da mucho poder, me da un impulso de confianza.
Ahora tengo el control. Y ahora voy a provocarlo y torturarlo.
Aumento la velocidad e invierto las direcciones. Él gime mientras lo
azoto en un frenesí de lujuria. Él separa sus labios, toma mi pezón y
lo chupa sin piedad. Al mismo tiempo, pasa su dedo medio por la
punta de mi sexo.
—Knight —grito, sin poder evitarlo.
Encuentra un punto dentro de mí, ligeramente a la izquierda.
Cuando lo roza suavemente con la punta de su polla, inhalo
bruscamente. Knight es atento y observador. Sabe que ha encontrado
mi punto.
Lo toca una y otra vez.
—Mierda —jadeo mientras la habitación gira a mi alrededor.
Lo aprieto aún más fuerte y más rápido que antes. Él gruñe y me
sujeta con más fuerza. No quiero correrme, pero hay demasiadas
sensaciones que se producen a la vez. Estamos el uno dentro del otro
de todas las maneras posibles. Mis pechos están dentro de sus labios, 38
sus dedos exploran mi sexo a fondo, y su miembro ha tocado mi punto
en el ángulo perfecto, de manera que mis piernas tiemblan. Grito
hacia él:
—Oh, mierda, mierda, voy a...
—No te atrevas —me ordena.
—Por favor —le ruego.
Tengo que correrme o moriré. No hace caso a mis súplicas. En
cambio, continúa llevándome al borde de la locura sexual con su
lengua, sus dedos y su polla.
—No puedo aguantar... oh, mierda —grito.
Al mismo tiempo, me toca el punto y me muerde suavemente el
pezón.
El ligero dolor que emana de mis pechos se funde con el dulce
éxtasis de su polla; no puedo aguantar más.
—¿Puedo correrme, Knight? Por favor.
—Sí, cariño.
Tan pronto como las palabras salen de su boca, nuestros cuerpos
se estremecen con el éxtasis. Nos recorre una ola tras otra. De repente,
un gran orbe de plasma crece y se asoma a unos metros de distancia.
Hemos tenido un orgasmo de ángel. Fue tan poderoso que
terminamos teniendo un intercambio. Yo asumo temporalmente su
color de ojos y él toma el mío.
Débil y agotada, me derrumbo sobre él. No hablamos; hablar
requiere energía. En su lugar, saca una manta cercana y nos cubre.
—¿Sientes que haya pasado esto? —me pregunta.
—Tengo que hablar con Derek y lo haré. Se merece saberlo. Pero
no Knight, no lo siento —respondo mientras busco refugio en su
pecho.
—Bien. No puedo soportar que te sientas mal por lo que acabamos 39
de hacer.
—No sabía que te importaba —respondo.
—Nunca me había importado... antes.
—Nunca he tenido un intercambio. Nunca he estado tan conectada
con alguien que intercambiamos el color de los ojos.
—Para mí, sólo ocurrió con Lizzie —responde.
—¿Y tú? ¿Estas arrepentido? —le pregunto.
—Nunca —dice, acariciando mi oreja.
El mundo real explota y exige entrar. Pero sólo necesito unos
momentos a solas con él. Entonces podré dejar que el mundo entre de
nuevo. Cierro los ojos y finjo que el mejor momento de mi vida no
está a punto de llegar a su fin...
No me había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado. Cuando
abro los ojos, es de noche y estoy sola. Knight no está en ningún sitio.
¿A dónde se fue? ¿Cómo salió del cobertizo por su cuenta?
Despertar y darme cuenta que Knight ha desaparecido no es lo que
me perturba. Es el hecho de que pudo haberme utilizado para escapar.
¿Puede ser?
Se ha ido, tonta. Te engañó.
Afuera oigo al equipo gritar mi nombre. Me dicen que es seguro
y que puedo salir. Pero no me siento segura; me siento utilizada. Miro
por la ventana y al aire, como si Knight estuviera allí esperándome.
40
No está.
Lo has dejado entrar y ha jugado contigo. Eres tan estúpida.
¿Todo fue una mentira? ¿Nuestro tiempo juntos fue sólo para que
él pudiera encontrar una manera de liberarse?
Me pongo la ropa de nuevo y me preparo para lo que está a punto
de suceder; cuando les diga que dejé escapar a Knight, me sacarán
del equipo.
Salgo al exterior. Encuentro los restos carbonizados de varios
demonios en la montaña. El equipo me dice que los humanos están a
salvo.
Me preguntan si he visto a Knight en la zona. Estoy a punto de
responder cuando siento algo en el bolsillo de mi chaqueta. Saco una
nota escrita con letra apresurada.
“Bellamy, cuento con que hagas lo que siempre haces...”
Sonrío alegremente y le digo al equipo que no tengo ni idea de
dónde se fue el fugitivo. Ellos se van, pero yo me quedo atrás para
asegurarme de que no se nos escapa nada.
Como suelo hacer...
Han pasado dos horas y sigo en esta montaña esperando a Knight.
Tal vez me equivoqué sobre lo que significaba su nota. Tal vez
me equivoqué en muchas cosas.
—Resulta que me veo bien con tu color de ojos. ¿Cuándo
intercambiamos otra vez? —dice detrás de mí.
Me giro y encuentro a Knight de pie a unos metros.
—Soy Omari. Eres un fugitivo. Tendré que retenerte —me burlo
mientras me dirijo a él.
—Al principio sólo eras una distracción divertida —dice.
—¿Y ahora? 41
42
Traducción
Hada Zephyr
Hada Carlin
Corrección
Hada Aerwyna
Lectura Final
Hada Zephyr
Diseño y Diagramación
Hada Zephyr
Capítulo 1
1
Término de Estados Unidos para referirse a las personas que son miembros de un
equipo que han sido seleccionados como los mejores jugadores amateur dentro de un
determinado deporte.
Se las limpió rápidamente para asegurarse que tenía una imagen
clara de lo que estaba viendo. Y así fue, estaba allí, en la cima de la colina
frente a su casa. Llevaba cinco años fuera de casa, pero su alce seguía
esperando.
Capítulo 4
Bray sabía que lo que estaba haciendo estaba mal; iba en contra de
todo lo que él y Dallas habían hablado ese mismo día. Había prometido que
no pasaría nada, pero cuando la vio de cerca por primera vez en quince
años no pudo evitarlo. El mero hecho de verla desde la distancia lo había
excitado y emocionado de un modo que no había creído posible.
Mientras se movía y la miraba, sintió que su polla se agitaba mientras
la sangre corría hacia ella. Ella era hermosa, absolutamente radiante. Tenía
curvas que él no recordaba de la última vez que la vio, pero cada una
estaba en el lugar correcto. Sus piernas eran largas y fuertes, haciéndolo
anhelar inmediatamente frotar cada parte de su cuerpo por ellas. Sus
pechos eran grandes y rellenos, y le pedían que enterrara su cara en ellos.
Sus ojos de jade eran absolutamente fascinantes; había magia en ellos. Tenía
el mismo cabello negro azabache que él, y el suyo le llegaba hasta la mitad
de la espalda.
Cuando ella comenzó a hablar, la conversación que había tenido con
Dallas voló por su mente y se dispararon las alarmas, advirtiéndolo que no
la tocara y se alejara. Toda su vida se había basado en pasar todo el año
preparándose para la temporada de celo y luego esparciendo su material
genético durante la misma. Cuando miró los orbes de jade, no solo vio a la
mujer más hermosa del mundo, sino también una ventana a su propia
alma, una ventana que revelaba una habitación claramente vacía. Algo
faltaba en su vida, pero estaba cien por cien seguro que acababa de
encontrarlo.
—Tú... —comenzó a decir.
Sin palabras, solo acciones. Eso fue lo único en lo que pudo pensar
Bray. Antes que otra palabra más pudiera salir de sus labios increíblemente
perfectos, quiso los suyos presionados contra ellos. Con una rapidez que la
sobresaltó, sujetó su rostro y apretó sus labios. Inmediatamente su cuerpo
respondió, haciéndolo saber que había hecho lo correcto. Su polla crecía
con la excitación del momento y, por primera vez desde aquel fatídico día
hace quince años, sintió mariposas en el estómago.
Al principio, ella pareció sorprendida y aprensiva, apartándose de él,
pero cuando él siguió presionando, ella respondió de la misma manera,
sujetando su rostro con fuerza y devolviendo el beso. Cuando ella lo
aceptó, él se sintió fortalecido. Podía oler la excitación de ella y respondió
colocando la cabeza de su rígida vara contra su muslo. Inmediatamente,
una de sus manos se apartó de su rostro y agarró su virilidad, apretándola
suavemente antes de subir y bajar por su longitud.
Sus manos eran pequeñas y suaves, y se ajustaban perfectamente a la
circunferencia de su miembro. Su mano siguió acariciándolo, haciendo que
sus piernas se debilitaran y temblaran.
Su determinación había desaparecido por completo. Tenía que
tenerla.
Bray le quitó su gran abrigo, dejándolo caer al suelo detrás de ella.
Luego le subió el vestido por encima de la cabeza, desprendiéndolo
fácilmente hacia un lado y revelando todas sus deliciosas curvas. Ella cayó
de espaldas sobre su abrigo, abriendo las piernas y mirándolo con lujuria
en sus ojos. Bray deslizó cada una de sus botas con cuidado, revelando los
pies más hermosos que jamás había visto. Mientras sacaba cada bota,
acercó sus labios a los dedos de los pies, chupando cada uno de ellos y
pasando la lengua por la longitud del pie. Ella echó la cabeza hacia atrás y
gimió suavemente mientras sus manos se movían detrás de ella para
desabrochar el sujetador.
Se deslizó lentamente por la parte delantera de ella para liberar cada
uno de sus grandes pechos. Bray nunca había visto unos pechos como los
dos perfectamente redondos que tenía delante. Le bajó el pie y su mano se
adelantó para pellizcar uno de los duros brotes de sus pezones. Ella volvió
a gemir cuando él lo pellizcó entre el pulgar y el índice. Finalmente, sus
dedos se abrieron para rodear todo el montículo, apretándolo ligeramente
en su mano.
En respuesta a su suave caricia, ella se llevó la mano a la cintura de
los leggings y empezó a deslizarlos por su trasero. Bray respondió dejando
caer el pecho y bajando las manos para unirse a ella y quitarle los leggings.
En un rápido movimiento, ella se había unido a él para quedar
completamente desnuda.
Se inclinó hacia delante, provocando su húmeda abertura con la
cabeza hinchada de su polla. Ella gimió de aprobación cuando él empezó a
pintar con ella el hinchado nudo de su clítoris, sintiendo que la emoción
irradiaba por su polla y sus muslos.
Ella estaba lista para él y él estaba listo para ella. Se llevó el puño a la
cabeza y lo acercó a la abertura de la mujer, preparándose para introducirlo
en su interior. Justo cuando estaba a punto de introducirse, ella lo miró con
una repentina angustia en los ojos.
—Espera —susurró ella—. Ni sé tu nombre siquiera.
—Bray —susurró en respuesta.
—Soy Celeste.
Bray no respondió a eso, tan solo sonrió y miró con amor a la mujer
que había perseguido toda su vida desde que tenía memoria. Al diablo con
Dallas y la manada; esto era lo que siempre había deseado desde que había
estado vivo. El vacío del apareamiento durante la temporada de celo había
desaparecido; la soledad de pasar la mayor parte de su tiempo en grupos
de solteros tratando de sobrevivir estaba flotando. De ahora en adelante,
solo estaban su amor y él.
Bray respiró con fuerza mientras se enterraba hasta la empuñadura
en su interior. Ella arqueó la espalda y gritó, pero no se apartó. Él lo tomó
como una invitación a continuar, sintiendo que las paredes de ella
apretaban su polla hinchada, casi forzándolo a explotar dentro de ella justo
en ese momento.
Ignoró su propio deseo y comenzó a centrarse en la belleza que yacía
ante él. Sus caderas se movían de un lado a otro, lentamente al principio,
pero con suavidad. Ella yacía debajo de él jadeando y gimiendo mientras su
polla la penetraba una y otra vez. Una de sus hermosas piernas comenzó a
subir y él la deslizó rápidamente sobre su hombro, inmovilizándola.
—Ohhhh, —respondió ella mientras él lo hacía, cambiando su
expresión facial por una de doloroso placer. Puso la otra pierna sobre su
hombro, inmovilizándola y separándola. Con sus piernas sobre sus
hombros, se puso de puntillas y aprovechó el efecto de apalancamiento
para empezar a penetrarla.
Celeste gimió con fuerza y arañó su espalda, absorbiéndolo todo.
Podía escuchar sus pieles chocando entre sí, y sentir la poderosa oleada de
un orgasmo recorriendo su cuerpo. Ella comenzó a tensarse y a gritar en el
aire de la noche mientras Bray sentía lo mismo. Con un fuerte gruñido
explotó dentro de ella, liberando hasta la última gota que tenía en su amor.
Había sucedido muy rápido; ahora ambos se agitaban y estremecían,
tratando de reponerse mientras luchaban contra las réplicas del orgasmo
que los había conmovido.
Finalmente, Bray se apartó y se desplomó en el suelo junto a ella.
Respiró profundamente y miró a su amada, dándose cuenta que estaba
completamente desnuda en el frío aire de la noche. Su instinto de
protección se impuso y la envolvió en la parka que había traído, haciéndola
rodar contra su cuerpo para que pudiera filtrar el calor que él siempre
irradiaba.
—Estás caliente, —dijo ella, apoyando la cabeza en su pecho.
—Siempre corro en caliente, —dijo—. Es un rasgo de cambiantes.
Ella no levantó la vista; siguió tumbada con el rostro enterrado en su
pecho.
—Así que no lo he soñado. Eres un alce.
—Lo soy —dijo.
—¿Es algún tipo de maldición mágica? —preguntó.
—¿Maldición mágica?
—¿Ya sabes, como el príncipe convertido en rana?
—No —dijo, riéndose de lo absurdo de su observación—. Soy un
cambiaformas. Supongo que en términos humanos podrías llamarme,
hombre-alce.
—¿Cómo un hombre lobo? —Podía sentir cómo se tensaban sus
músculos.
—Sí, como un hombre lobo, solo que me convierto en un alce.
—¿Entonces los hombres lobo son reales? —Él podía decir que la idea
la asustaba.
Por lo poco que había visto de la cultura humana, sabía que los
hombres lobo eran presentados como máquinas asesinas sin sentido a las
que los humanos debían temer, nada que ver con los verdaderos
metamorfos 2. 1F
2
La palabra "metamorfo" está formada con raíces griegas y significa "que cambia de
forma". Sus componentes léxicos son: el prefijo meta- (más allá), morphe (forma).
—Probablemente una docena más o menos. No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Bueno, no los veo. Nuestra naturaleza es aparearnos y luego seguir
adelante. La hembra cría al ternero.
—Creo que he cometido un gran error —dijo, buscando a tientas su
ropa—. No soy una hembra y no me interesa un padre indolente 3. 2F
3
Indolente: Persona que tiene pereza y falta de voluntad para hacer una cosa.
fácilmente y perseguirla, obligarla a detenerse y hablar con él. También
podría haberla capturado con la misma facilidad y obligarla a irse con él.
Sin embargo, nada de eso le pareció correcto. En su lugar, la dejó marchar.
Bray ahogó sus propias lágrimas al ver cómo se desvanecía lo único que le
había parecido correcto en su vida.
Capítulo 8
-PATTY (SL)
DISEÑO
KERAH (GoR)
MAQUETACIÓN PDF
RONI TURNER (CDFC)
MAQUETACIÓN EPUB
JACKYTKAT (CDFC)