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Colaboración

Les damos a todos la bienvenida a lo que hasta ahora es, y


quizá siempre sea, la mayor colaboración de grupos y foros
de traducción. Nada más y nada menos que veinte
diferentes grupos nos hemos unido en estas fechas
navideñas para traerles esta masiva antología de historias
cortas de romance paranormal ambientadas en estas
festividades.

Además de querer traerles este regalo a nuestros


seguidores, queremos dar las gracias a todos los grupos que
han decidido participar y confiar en nosotras. Somos todos
muy distintos y seguro que en ocasiones diferimos más que
nos parecemos, pero el fondo está ahí: Que la barrera del
lenguaje nunca sea un impedimento para poder seguir
leyendo. Ayudar a aquel que no puede acceder a la cultura,
por cualquier motivo. Todos sabemos lo que cuesta esto;
muchísimo tiempo, años de estudio y conocimiento, ganas
de elaborar algo de calidad. Es genial conformar esta
enorme comunidad de traductores y fans.

Y a los que nos leen, su apoyo es fundamental. Cuiden de los


grupos/foros de traducción y nosotros le devolveremos el
agradecimiento con creces.

—Ciudad del Fuego Celestial y Sombra Literaria


Con la participación de
Secret Desires

Traducciones Independientes

Ciudad del Fuego Celestial

Hell of Books

Goddesses of Reading

The Guardians

Starless One

Book Queen

Síndrome de Lectura Compulsiva

Kingdom of Darkness

La Biblioteca de Cassandra

Crows of Neverland

Lucky Girls

Bookzinga

Beautiful Coincidence

The Court of Dreams

Cosmos Books

Sombra Literaria

Letra por Letra

Team Fairies
Estimado lector
El archivo que ahora tienen en sus manos es el resultado del
trabajo de varias personas que sin ningún motivo de lucro,
han dedicado su tiempo a traducir este libro.

Es una traducción de fans para fans, les pedimos que sean


discretos y no comenten de la existencia de este libro si
saben que aún no está disponible en español.

Les invitamos a que sigan a los autores en las redes sociales


y que en cuanto esté el libro a la venta en sus países, lo
compren, recuerden que esto ayuda a los escritores a seguir
publicando más libros para nuestro deleite.

Disfruten de su lectura.
Sinopsis
Era la noche antes de Navidad y en toda la casa ni una
criatura se movía... excepto el ardiente hombre lobo con un
gorro de Santa Claus que vino a seducirte mientras leías...

¡Regálate un paraíso invernal de cambiaformas y vampiros,


elfos y hadas, fantasmas y otras criaturas paranormales!

Veinte historias cortas sobre magia navideña de algunas de


las estrellas del romance paranormal alegrarán tus
vacaciones con besos de bastón de caramelo y amor de
ponche de whiskey. Pasa tus largas noches de invierno con
machos alfa de otro mundo donde el amor verdadero
siempre gana y los espíritus navideños son traviesos y
agradables.
Índice
Caribou's Gift – Eve Langlais

Hunted Holiday: A Vampire Romance – Mandy M. Roth

Lost in Winter – Viola Rivard

Kissed by Temptation – Deanna Chase

Bear Witness: Pearson Security #1 – Michele Bardsley

A Heart in Winter – V. M. Black

Alpha’s First Christmas – Aubrey Rose y Molly Prince

Witches Shall Rise – Tarah Edun

A Christmas to Bear – Carina Wilder

Shadows Beneath the Falling Snow – Cristina Rayne

Home for the Howlidays – Chloe Cole

Everlastingly – Michelle M. Pillow

The Hunter’s Moon – Shawntelle Madison

A Ghostly Gift – Angie Fox

Love Singer – Mimi Strong

Lord of Misrule – J. S. Hope

Blood Deep: Vegas Vampires Libro 1 – Jessa Slade

A Cold Winter’s Bite – Dawn Michelle

Dangerous Distraction – Lola Stuil

Breaking the Stag – Jessica Ryan


Eve Langlais El regalo del caribú

Serie Kodiak Point 1


Eve Langlais El regalo del caribú

Eve Langlais

El regalo del caribu


Serie Kodiak Point 3.5

Serie Kodiak Point 2


Eve Langlais El regalo del caribú

Sinopsis
Maldita sea, un hombre tiene su orgullo y un caribú una cierta
presencia majestuosa, todo lo cual podría terminar arruinado si se
humillaba interpretando a un simple reno en el desfile navideño del
pueblo.

De ninguna manera llevaría el maldito oropel en sus astas.

Como el demonio iba a estar luciendo una nariz roja y tirando de


un trineo.

Pero cambia de opinión cuando se encuentra con la mujer a cargo


del evento.

La madre soltera, Crystal, está haciendo todo lo posible para


ofrecerle a su hija la mejor Navidad de todas. Es la primera que pasan en
Kodiak Point, y no va a dejar que un idiota vanidoso se la arruine a su
pequeña.

Si jugar sucio es lo que se necesita… entonces trae los juegos de


Navidad.

Cuando Crystal y Kyle se golpean la cabeza, y los labios, descubren


más que buena voluntad en esa fiesta navideña. Les han regalado una
segunda oportunidad para el amor.

Serie Kodiak Point 34


Eve Langlais El regalo del caribú

Staff
Traductora: Mdf30y
Correctora: Pily1
Diseño: Lelu y Laavic
Lectura Final: Laavic

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Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Uno
Ya conoces a Boris, Travis, Brody y Reid,
Tipos que patean traseros y van a los extremos.
Pero, ¿recuerdas al ex soldado más vanidoso de todos?

*****

La respuesta fue pronunciada con firmeza.

—De ninguna manera. No va a suceder. Ni en un millón de años.


—Reid podía pedir todo lo que quisiera, pero Kyle se negaba a humillarse
de esa manera. Después de todo, un macho tenía su orgullo y un deber
con su carnet de hombre.

—Ay, vamos. Piensa en los niños. —Lo engatusaba Reid, su alfa del
clan.

—¡Piensa en mí! —exclamó Kyle—. ¿Entiendes lo que estás


pidiendo?

La diversión brilló en la mirada de su amigo.

—Sí. Y sé que no es una misión fácil. Ni una agradable.

—¿Por qué no añadir humillante y castrante a la lista? No lo voy a


hacer. Preferiría que me castigaras.

Como líder del clan que supervisaba a todos los que residían en
Kodiak Point, Reid podría castigar a Kyle por su negativa. Pero en este
caso, Kyle no se movería. Trae el castigo.

No era su culpa que el pueblo careciera de un reno para el próximo


desfile de Papá Noel. Un viejo macho tuvo el coraje de estirar la pata unos
días antes, dejándolos con un equipo de ocho en lugar de los nueve
necesarios. Entonces, por supuesto, todos lo miraron a él. Tuvo que

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Eve Langlais El regalo del caribú

admirar el tamaño de las pelotas de su alfa para que se atreviera a pedirle


que tomara el lugar vacante en el equipo para tirar del trineo de Papá
Noel. Lo admiraba pero aun así se negaba.

Fingir que era un reno. Los caribúes eran criaturas majestuosas


en comparación con esa bestia doméstica de mente simple. Pero había
algunas personas, algo bueno que fueran mis amigos o tendría que
matarlos, que parecían pensar que estaba bien pedirle que interpretara
el papel de uno, solo porque poseía una cornamenta. También la tenía
un alce, pero por lo visto nadie estaba preguntándole a Boris si quería
ese rol. Por otro lado, la mecha del temperamento de Boris era demasiado
corta. Probablemente dispararía a cualquiera que le preguntara.

Misión #732: mejorar mi reputación como alguien agresivo para que


la gente no haga peticiones estúpidas.

Para aquellos que preguntéis, mientras que algunos preferían


tomar notas mentales, Kyle recurría a pensar en las cosas en términos
de misiones, una costumbre de sus días militares. Algunas las completó
con éxito, como la Misión #713, logrando que Betty-Sue le diera un
pedazo de su famoso pastel de manzana. ¡Un éxito! En otras fracasó,
como la Misión #714, su intento de conseguir una segunda porción
resultó con unos nudillos magullados por su infame cuchara de madera.

Travis, el primo más joven de Reid e hijo de la indomable Betty-


Sue, trató de ayudar.

—Amigo, no es tan malo. Piensa en ello como un papel de una


actuación.

El cachorro de oso supo agacharse antes de que el puño de Kyle


conectara con él. Una lástima.

—Actuar es para…

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Eve Langlais El regalo del caribú

—Criaturas del bosque y humanos. Como sigues diciendo —repitió


Reid poniendo los ojos en blanco—. Sabes, podría ordenártelo.

—Prefiero que un oso me patee el culo. —Prefería recibir una paliza


que lidiar con las risas de sus amigos. Los ex soldados del ejército no se
disfrazaban de renos con oropel en la cornamenta y luces intermitentes
incrustadas en el arnés para tirar de un trineo de una morsa demasiado
alegre, que no necesitaba una barba falsa para hacer el papel.

—Scrooge.

—Culparme a mí no va a funcionar —respondió Kyle secamente.

—Eso dices tú.

—Sí, lo digo yo. No me siento culpable en lo más mínimo por decir


que no. Estoy seguro de que el trineo estará bien con solo ocho venados
tirando de él.

—No puedo creer que los prives del reno más famoso de todos.

—Muérdeme1.

—Ja, como si fuera a desperdiciar mi paladar en una bestia dura y


engreída como tú. Pero te arrojaré a los lobos o, en este caso a un puma
—dijo Reid.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Estoy hablando de ti explicando tu negativa a Crystal.

—¿Quién diablos es Crystal?

—Es una recién llegada a nuestra ciudad y servicial voluntaria…

1
Una expresión que también significa vete a la mierda.

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Eve Langlais El regalo del caribú

—Porque ella no sabía nada mejor. —Se rió Travis.

—…a cargo de hacer que el desfile se lleve a cabo. Voy a dejar que
le expliques por qué tu vanidad es más importante que hacer tu parte
para los niños de la comunidad.

¿Decirle a un puma que no iba a hacer el papel de un estúpido


reno?

—No hay problema.

Reid le dio una palmada en la espalda.

—Sí tú lo dices, mi valiente amigo.

¿Qué implicaba? Un puma con demasiada actitud. Todavía no era


un problema. Podría manejar a cualquier viejecita.

Le diré que de ninguna manera.

¡Vaya! Una cosa brillante entró en su línea de visión, y todos los


pensamientos abandonaron su cerebro repentinamente privado de
sangre. Bueno, todo pensamiento inteligente desapareció, pero se formó
una nueva misión.

Misión #733: ¿Quién es el bombón con pantalones vaqueros que


abrazan sus caderas mostrando un culo en forma de corazón? Reid
probablemente lo sabría. Conocía a todos en la ciudad, incluso a la
mayoría de los extraños.

—¡Madre mía! —dijo Kyle, seguido de un silbido bajo—. ¿Y quién


es esa deliciosa criatura?

Reid sonrió con suficiencia.

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Eve Langlais El regalo del caribú

—La mujer que estás admirando, idiota, es a la que estás a punto


de decir que no.

¿No? ¿Por qué iba a decirle…?

Oh. Oh. Maldita sea. Maldito Reid. Bueno, si pensó que una cara
bonita, y un cuerpo caliente le haría cambiar de opinión, se equivocó. Se
resistiría a su encanto. Le diría un firme, aunque no demasiado duro, no.
Entonces encontraría la manera de hacer que ella saliera con él, porque
estaba muy buena.

—Crystal. —Reid la saludó con la mano y la diosa de cabello rubio


con mechas castañas, con una percha2 increíble, no del tipo puntiagudo,
sino del almohadillado, y piel cremosa se acercó.

—Alfa —dijo ella en voz baja.

—Como dije antes, no somos estrictamente ceremoniosos en mi


clan. Llámame Reid. Ya has tenido la desgracia de conocer a Travis. —El
joven oso pardo le sonrió y le guiñó un ojo, lo que hizo gruñir a la bestia
interna de Kyle.

¿Gruñido? ¿Desde cuándo su caribú sabía cómo gruñir o mostrar


signos de celos? Sí, la tía estaba buena, pero aun así, ni siquiera había
hablado con ella.

Aguanta tu cornamenta, no estamos cargando contra nadie,


reprendió a su animal.

Reid pasó el brazo por delante de Travis a Kyle.

—Y este es el tipo del que te estaba hablando. Nuestro único caribú.

2
Rack se traduce por cornamenta, perchero, percha, bastidor, cremallera, pero también
un par de tetas.

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Eve Langlais El regalo del caribú

Como se le iluminaron los ojos verdes ante el anuncio, y la sonrisa


que curvó sus labios tentaron a Kyle hasta el punto de que se perdió parte
de la conversación, su cerebro privado de sangre se sintonizó solo con las
palabras:

—…tan feliz de que te ofrezcas para ayudar.

—So. —Kyle levantó sus manos en un gesto de detenerse—. Sobre


todo el asunto de los renos…

Reid se rió.

—Y esa es mi señal para irme. Vamos, Trav. —Con Travis haciendo


gestos de cortar la garganta y de silencio, y los ojos cruzándose en agonía
a espaldas de Crystal, un Reid riéndose entre dientes y el cachorro con
ansias de morir se alejaron, dejando a Kyle a solas con Crystal.

Ella soltó a borbotones:

—Lo siento, ¿estaba balbuceando? No quise hacerlo. Estoy tan


nerviosa. Después de la amabilidad de Reid y que todos los demás han
demostrado al traerme al clan, estoy decidida a devolver algo,
comenzando por hacer que este desfile sea un éxito. Algo de lo que todos
puedan disfrutar. Es tan amable por tu parte ofrecerte voluntario.

—Sobre el desfile y todo eso, mira, fue Reid quien me ofreció como
voluntario para hacer el papel de un reno.

—Lo hizo. Muchas gracias.

Ay, hablando de tener que sacar con cuidado sus púas del espinoso
arbusto en el que Reid los había metido. Kyle casi hizo una mueca de
dolor al decir las siguientes palabras.

—Sí, no me lo agradezcas todavía, porque voy a tener que declinar.

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Eve Langlais El regalo del caribú

Su cara súper feliz, cambió a una totalmente decepcionada. La luz


en sus ojos murió, y su sonrisa desapareció.

—¿Qué quieres decir con declinar?

—Mira, tengo una cierta reputación que mantener, y hacer el papel


de un reno choca con eso. Estoy seguro de que lo entiendes.

—Claro que sí. Eres un vanidoso. —Y sí, se atrevió a darle una risa
condescendiente.

¿En serio? Había matado a hombres por insultos menores. Pero


ella era una mujer. Eso significaba no dar puñetazos, sino más charla.
¿Tal vez si él lo explicara?

—No soy vanidoso. Simplemente no quiero que la gente se burle de


mí.

—Porque eres vanidoso. ¿Tienes un pavo real en tu linaje? —Se


burló de él tan dulcemente que tardó un momento en entender su insulto.

—Oye. Eso no es agradable.

—Tampoco lo es tu estúpida razón para no ayudar en el desfile.


Supongo que realmente no es una sorpresa. Debería haberlo esperado de
los de tu tipo. —Otra vez el tono despreciativo.

—¿Mi tipo? —Sus cejas se levantaron—. ¿Exactamente de qué tipo


hablamos?

—Un imbécil engreído. Lo sé todo sobre tipos como tú. Todo


tatuado con grandes músculos, pensando que eres lo más caliente con
dos piernas.

Con cuatro también, pero no lo dijo.

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Eve Langlais El regalo del caribú

—Estás acostumbrado a conseguir lo que quieres con una sonrisa


y no te importa a quién puedas lastimar en el proceso.

—Um, ¿es de mí, o estamos hablando de algo más que solo yo en


esto? —Alguien tenía problemas muy arraigados con los hombres.

—No es asunto tuyo. Diría que fue un placer conocerte, pero eso
sería mentira. Gracias por nada.

Con ese violento portazo verbal, giró sus tacones y se alejó


balanceando su dulce culo.

Creo que podría haber arruinado mis posibilidades de meterme en


esos pantalones.

Por alguna razón, le molestó más de lo que pensaba.

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Capítulo Dos
¡De todas las cosas egoístas! Crystal no podía creer el descaro del
hombre, negándose a participar en el desfile porque creía que interpretar
el papel de Rudolph estaba por debajo de él.

¿Qué clase de idiota decía eso?

Kyle lo hizo. Estúpido arrogante, apuesto, construido como un


Dios, idiota.

Simplemente demostraba que en lo que se refería a su radar de


hombres, aún necesitaba una bofetada. ¿Acaso no había aprendido su
lección en lo que respecta a los chicos guapos? Lo único que les
importaba era ellos mismos. Les importaba un bledo si docenas de niños
terminaban decepcionados. No consideraban el hecho de que cualquier
broma que se dirigiera a ellos sería del tipo afable. No podían manejar lo
que consideraban un golpe a su orgullo.

Una lástima, porque si Kyle se hubiera mostrado a sí mismo como


un tipo diferente de hombre, podría haber disfrutado de alguna
bocanada… del tipo caliente, que venía de besos sin aliento.

No se podía negar que a pesar de su naturaleza vanidosa, el hombre


rezumaba atractivo sexual. Conseguía totalmente que su motor estuviera
en marcha. Probablemente sabía cómo moverse en el cuerpo de una
mujer, lo que significaba que era tan erróneo para ella.

Había venido a Kodiak Point para escapar de un ex psicópata con


quien había salido demasiado tiempo porque había pensado con su libido
en vez de con su cabeza.

No puedo hacerlo de nuevo.

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Eve Langlais El regalo del caribú

No cuando había terminado tan mal para ella y su hija pequeña.

Pobre Gigi. Todavía no se había recuperado de su desagradable


ruptura. Fue solo la mención del desfile, que culminaba con la atracción
de Santa Claus deslizándose por la calle principal de la ciudad con sus
ocho renos, “¡Y Rudolph!”, había exclamado Gigi, lo que le devolvió algo
de chispa a sus ojos.

Un destello que Crystal haría cualquier cosa por recuperar


habitualmente.

Seguramente tenía que haber alguna manera, incluso con el corto


plazo que tenía, de encontrar algo o alguien que pudiera representar el
papel.

Por desgracia, cuando se acercó a Reid después de que le


notificaran que había perdido al reno que habría podido actuar como
Rudolph, la única persona en la que él pudo pensar que incluso
remotamente podría llevar a cabo el papel era Kyle.

Y él había dejado clara su posición. Demasiado bueno para ser un


reno. Si alguna vez atrapaba su culo de caribú en la naturaleza, tal vez
dejaría que su puma jugara con él un rato. Unos cuantos arañazos no le
harían cambiar de opinión, pero a ella le harían sentirse mejor.

Pero no tan bien como me sentiría si estuviera rascando su espalda


desnuda en mi piel humana.

Suspiró.

—¿Qué pasa, mamá? —Gigi la sobresaltó con la pregunta, y Crystal


tardó un momento en ver a su hija entre la parafernalia del desfile,
esparcida por el gran garaje tipo hangar. El enorme espacio parecía como
si la Navidad hubiera vomitado sobre él. Donde quiera que miraras, había
montones de cosas. Cajas rebosantes de oropel, remolques pre-decorados

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Eve Langlais El regalo del caribú

con escenas navideñas y luces en trineos para un fácil desplazamiento


por la nieve y hielo de las carreteras. Entre las estructuras y el caos,
colgaban trajes, un verdadero ejército de elfos, muñecos de nieve y
abominables bestias de nieve.

La carita de Gigi miraba entre un par de polainas térmicas de rayas


rojas.

Crystal cayó de rodillas.

—Gatita, ¿qué haces escondiéndote allí? Pensé que estabas


jugando con los otros niños en la sala de recreo.

—Lo estaba.

—¿Y?

Gigi se encogió de hombros, su mirada cayendo.

A pesar de que no respondió, pudo adivinar. Alguien la había


asustado. Probablemente no a propósito. Algo tan simple como un padre
exuberante recogiendo a su hijo y balanceándolo en el aire podría haber
hecho que su pequeña corriera.

Muchas gracias, Malcolm.

—Sabes que aquí nadie te hará daño, ¿verdad?

Un pequeño asentimiento.

—Si alguien te asusta alguna vez, házselo saber a mamá, o si no


estoy por allí, díselo a Reid, nuestro alfa. No deja que los matones
lastimen a las niñas. Se encargará de quien sea que te esté asustando.
—Si Crystal no le arrancaba la cara primero.

—Pero él también da miedo —confíó Gigi.

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Eve Langlais El regalo del caribú

—Porque es un alfa. Pero te prometo que solo es un oso con los


malos. No con las niñas bonitas.

—¿Lo prometes?

—Te lo juro. —Pero no añadió la parte de “que me muera si no


pasa”. No servía de nada tentar al destino sádico, no cuando su teléfono
volvió a vibrar en su bolsillo. ¿Mensaje trescientos dos? ¿Tres? No
importaba. Crystal ya podía adivinar lo que decía.

Te encontraré, y cuando lo haga, volverás a traer tu culo a casa,


donde perteneces.

Alguien no había entendido demasiado bien la notica de su


ruptura. Más bien como si se hubiera negado a aceptar que Crystal no
quería quedarse con él. Había cambiado su número tres veces y se lo
había dado solo a su hermana, que vivía a unos pocos miles de kilómetros
de distancia, y a su abuela. Al gilipollas no le importaba asustar a su
abuelita. No lo dejaría y persuadió a la pobre abuelita para que le diera
el número cada vez. Entonces conservó el número actual para detener su
acoso, manteniéndolo incluso si la llamaba constantemente. Nunca
respondió. No escuchaba sus mensajes de voz. Borraba sus textos. Eso
no detuvo la determinación de él por recuperarla.

Debió volverse loco cuando se dio cuenta que se había vuelto a


mudar. Ya sabía que Malcolm estaba enojado porque no tenía ni idea de
su ubicación. Después de la última vez que la encontró… solo con la
ayuda de un par de mujeres, armadas con spray de pimienta, logró huir
de él. Después de eso, dado que tenía que pensar en la seguridad de Gigi,
no se atrevió a decirle ni siquiera a su familia más cercana a dónde había
huido.

Buena suerte encontrándome ahora.

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Eve Langlais El regalo del caribú

Crystal había encontrado refugio en el lugar más remoto que se


había atrevido a visitar. Kodiak Point. Una población de unos pocos
cientos de personas, dirigidos por un honorable alfa, si se puede creer en
los relatos, que cuando escuchó la historia de su difícil situación, la
recibió con los brazos abiertos y una promesa de seguridad.

Con el tiempo, Gigi con suerte creería en esa seguridad, y una vez
más se convertiría en la niña que solía reír y sonreír al mundo.

Extendiendo los brazos, le hizo una señal con la cabeza a su hija.


Gigi salió de su escondite y se acurrucó en su abrazo. Llevó a su hija
primero al área del centro comunitario donde habían amontonado sus
equipos para actividades al aire libre, luego a su coche para llevarla a
casa, que ellos habían construido por sí mismos.

Mientras Crystal abrochaba el cinturón de seguridad en el asiento


de Gigi, esta dijo en voz baja:

—Solo cuatro sueños más, mamá, hasta el desfile.

—¿Estamos un poco emocionadas por ver a Santa?

—Y a Rudolph.

Y Rudolph. Maldita sea. No pudo evitar pensar en Kyle y


encontrarse enfadada de nuevo.

¿Era demasiado pedirle que su hija recibiera lo único que quería


esta Navidad? La oportunidad de ver a Rudolph guiando el trineo de Santa
Claus.

Sin embargo, un hombre arruinaría el simple sueño de su hija.

Grrrr.

O tal vez no.

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Eve Langlais El regalo del caribú

No se había perdido la forma en la que Kyle la había mirado


inicialmente. Conocía esa mirada. Reconoció ese ardiente interés.

Si fuera necesario jugar sucio para conseguirle a su hija lo que


quería para Navidad… bueno, entonces jugaría sucio. Era hora de sacar
el sujetador bueno… el que unía sus senos en una seria hendidura, y su
suéter de corte más bajo, que le sentaba muy bien, y poner sus tetas a
trabajar para convencer a cierto caribú vanidoso de que quería
representar el papel.

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Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Tres
Al día siguiente, Kyle se tomó el día libre. Ser un especialista de
electrónica para el clan significaba que se mantenía ocupado. Siempre
había cosas que necesitaban reparación, desde cámaras de vigilancia
hasta redes informáticas, o ayudar a Reid a programar su último teléfono,
porque cierto alfa tenía la tendencia de lanzarlo contra la pared cuando
no le gustaban las noticias. Aunque no era un programador de
ordenadores, sí tenía una habilidad especial para el cableado, y le
encantaba hacer que las cosas explotaran. Una habilidad que no tenía
mucho uso ahora que se había retirado del ejército.

Excepto en las fiestas. Hacía unas decoraciones de luces de la


hostia.

Hoy, sin embargo, tenía la intención de realizar un tipo de trabajo


diferente. Llegó temprano al cuartel general del desfile. No porque
hubiera cambiado de opinión. De ninguna manera iba a interpretar a
Rudolph, sin embargo, dado que era un maestro en todas las cosas
eléctricas, pensó que tal vez podría redimirse ofreciéndose como
voluntario para ayudar con los efectos de luz y sonido.

Sonaba altruista. El problema era que sabía la verdadera razón.

Llegó al centro comunitario muy temprano, y sí, a las once en punto


era temprano para que su culo se pusiera en movimiento. Pero lo logró,
con unas cuantas tazas de café. Después de todo, quería impresionar a
cierta puma.

Desde que conoció a Crystal la noche anterior, no había


abandonado su mente, en absoluto. ¿Alguna vez has oído esa expresión:
“Oye, nena debes de estar cansada porque has estado corriendo en mi

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Eve Langlais El regalo del caribú

mente toda la noche”? Sí, eso se aplicaba totalmente a él. Realmente un


poco desconcertante. Por lo general, usualmente no les daba a las
mujeres que salían de su línea de visión mucho más que un segundo
pensamiento. Normalmente. Pero no esta vez.

Ella le había dejado de lado totalmente. No le mostró ningún


respeto, ni una pizca de interés. Y todavía…

Tengo que verla de nuevo.

Algo sobre la puma, su aroma, apariencia, infiernos, incluso su


actitud, lo atraía.

Dado que no sabía dónde pasaba el tiempo libre o vivía, pensó que
la mejor manera de volver a encontrarse con ella otra vez era en el centro
del desfile, que para aquellos que no estuvieran familiarizados con Kodiak
Point significaba el centro comunitario en el corazón de la ciudad.
Probablemente el edificio más grande junto a Beark Enterprises.

Dado que los Cambiaformas necesitaban mucho ejercicio,


especialmente en el caso de los jóvenes, se necesitaba un lugar seguro
para gastar su energía. De ahí la razón por la cual el espacio era
realmente grande. Con una piscina de tamaño olímpico, algunos
gimnasios, una pista de atletismo cubierta, así como un enorme salón
comunitario, porque a los Cambiaformas les encantaba una buena
reunión familiar tradicional o boda, el lugar lo tenía todo. Junto con una
zona con un masivo hangar, que era donde estaban estacionadas las
distintas carrozas mientras la gente trabajaba en ellas.

Ahora algunas personas probablemente pensarían, ciudad


pequeña, carrozas de medio pelo.

Alto ahí. Dado que el invierno, especialmente el tiempo alrededor


de Navidad, estaba la mayor parte de su día en la oscuridad, mantenerse

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Eve Langlais El regalo del caribú

ocupados era de suma importancia. No querrías dejar que esas molestas


dudas se abrieran camino hacia adentro. (Misión #417: No dejes que la
oscuridad te convierta en un psicótico.)

Para combatir pensamientos oscuros, ¿qué mejor manera que una


rivalidad amistosa? También era una oportunidad para mostrar un poco
de talento creativo mientras las horas sombrías pasaban. Y había un
elemento de orgullo, por supuesto, en presentar la carroza alegórica más
impresionante.

Dado que solo había unos pocos cientos de habitantes, el hecho de


que pudieran presumir de diecisiete carrozas más un trineo de Santa, era
la hostia, era francamente increíble.

Pero un dolor en el culo para manejarlo.

El problema era que un grupo de animales encerrados juntos,


compitiendo por el título de la carroza más perversa, podría dar como
resultado una atmósfera de tipo zoológico. O al menos lo había hecho los
años anteriores. Era una razón por la cual tendía a evitar el lugar en esta
época del año, no fuera que se viera envuelto en una disputa demasiado
entusiasta. Como el año en que los zorros polares tuvieron a su carroza
del Winter Wonderland insultada por los osos pardos, cuya contribución
ese año fue una representación de una gigantesca cena de Navidad.

¿Has visto alguna vez una pata de pavo de un metro de largo acabar
con un bosquecillo de abetos? Fue menos traumatizante que ver como el
zorro polar saltaba ágilmente sobre el oscilante muslo de espuma de
poliestireno y se lanzaba a la cabeza del oso, que lanzó un horrible grito
de niña, que Buster aún no había superado. Comenzando una falsa
nevada e incluso una pelea de comida falsa.

Mientras miraba a su alrededor, se asombró del hecho de que la


gente parecía trabajar en armonía. O al menos no se regañaban los unos

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Eve Langlais El regalo del caribú

a los otros. ¿Era obra de Crystal, o la ciudad se había infectado con una
dosis de buena voluntad, o en la forma de Jackson atando a las barras
Nanaimo3 con marihuana de nuevo? Eso resultó en una escasez de
tentempiés masiva por toda la ciudad, ya que las patatas fritas y los
productos azucarados se consumieron en cantidades ridículas. También
condujo a algunas batallas sangrientas mientras la gente se peleó por la
última barra de chocolate. O Henry y el último envase de helado que
quedaba en el pasillo de congelados en la tienda de comestibles.

Para aquellos que se lo pregunten, Kyle ganó en ambos casos.

Pero a Kyle no le importaba que, por una vez, las cosas parecieran
ir bien. Estaba en una misión. Misión #735: Convencer a cierta puma de
que le diera una oportunidad. ¿#734? Oh, esa tenía que ver con comprar
algunos muffins de zanahoria, una docena para desayunar y raros en
esta época del año, dado que su única familia de conejos tenía tendencia
a acumularlos, y un batido de banana y fresa congelado. Misión
cumplida.

Estirando la cabeza hacia la izquierda y luego hacia la derecha,


examinó la vasta habitación hasta que la vio. Tan caliente como antes.
Aferrándose a un portapapeles, con expresión decidida en su rostro,
usando unos indecentes vaqueros ajustados, su tipo favorito, y una
camisa de punto apretada moldeando los pechos más perfectos. Crystal
no lo notó de inmediato.

Así que la miró fijamente. No había nada como poner en marcha el


instinto de un animal. Dudaba que su gato la dejara ignorar su mirada
decidida por mucho tiempo.

3
Nanaimo: La barra de Nanaimo es un postre de origen canadiense popular en toda
Norteamérica. Es un cuadrado de chocolate que no se hornea, y recibe su nombre de la
ciudad de Nanaimo, en la costa oeste.

Serie Kodiak Point 22


Eve Langlais El regalo del caribú

Incorrecto.

No se giró para mirar hacia atrás. Se concentró más, estudiando


cada movimiento felino de ella, la forma en que la coleta le hacía
cosquillas en la nuca. Mmm, ese cuello expuesto era tentador.

Si bien ella se involucró con mucha gente, ni una sola vez se volvió
hacia él. Quizás sus instintos depredadores eran defectuosos.

O no te considera una amenaza, bufó su bestia.

Realmente necesitaba trabajar en la misión para mejorar su


reputación. Esto era inaceptable.

No se rindió. Miró y miró fijamente, ignorando las divertidas


miradas de los demás. No la dejaría ganar. Y finalmente, ajá, su mirada
se desvió en su dirección. Él le lanzó su sonrisa más cautivadora.
Cayendo cuando sus ojos pasaron junto a él y fingió no verlo.

Él frunció el ceño. Esto era nuevo. Normalmente, cuando sonreía,


la gente le devolvía su sonrisa. ¿Había perdido su toque? ¿Su sonrisa se
había roto?

Misión #736: Comprobar el estado de la sonrisa que hace caer


bragas.

Dirigió su mejor sonrisa a un grupo de madres que charlaban en


un grupo al lado de una carroza de pan de jengibre hecha de pan de
jengibre auténtico y caramelos. El paraíso de azúcar para niños y adultos
por igual.

Pero volviendo a su sonrisa de cien vatios. Pestañas revolotearon,


sonrisas coquetas contestaron, e incluso una le hizo señas con la mano.

Misión cumplida.

Serie Kodiak Point 23


Eve Langlais El regalo del caribú

Todo funcionaba bien de su lado, así que, ¿por qué Crystal parecía
inmune?

Ella se alejó de él, y la perdió de vista detrás de una versión gigante


de Frosty the Snowman4.

Después de ajustarse, porque un hombre no perseguía a una mujer


sin antes asegurarse de que todavía tuviera sus pelotas, la siguió.

Su excusa: necesitaba que le asignara una tarea.

Razón real: Quiero estar más cerca. Una simple necesidad, pero
fuerte, que no solo tenía elementos del hombre que lo exigía, sino también
de su caribú. Parecía que su bestia estaba intrigada por el puma, un
depredador de su especie.

Siempre me gustó cortejar el peligro.

El garaje zumbaba mientras varios vecinos trabajaban en las


carrozas. Una radio, en algún lugar, reproducía música navideña, una
melodía ritmica que hablaba de una Navidad blanca. Nunca fue un
problema en esta época del año.

Al llegar al gran muñeco de nieve, dobló la esquina, solo para


contener una mueca de decepción. ¿Adónde había ido? Con todos los
diversos olores que llenaban el lugar, no podía seguirla, no es que su
sentido del olfato fuera el mejor. Eso era más bien un rasgo canino.

Tenaz cuando estaba en una misión, no se dio por vencido.

Deambuló y se encontró ofreciendo una mano a la gente que


montaba la escena del pesebre, lo que por alguna razón requería que
grapara un poco de oropel en un tablón. En la carroza del Grinch, pegó

4
Frosty the Snowman: Frosty el muñeco de nieve. Dibujos animados televisivos
navideños.

Serie Kodiak Point 24


Eve Langlais El regalo del caribú

un poco de cinta adhesiva para sujetar algunos cables. Incluso se


arrastró debajo de un remolque para encontrar una conexión suelta que,
una vez empalmada, causó que las luces estallaran en un brillo cegador,
lo que a su vez resultó en una pequeña ovación del grupo que trabajaba
en ello.

Durante sus diversas tareas, no se encontró con Crystal, pero sí la


vio. El problema era que, cuando terminaba su último trabajo de ayuda
y se movía en su dirección, ya había desaparecido de nuevo.

Maldita mujer. ¿No puede quedarse quieta solo cinco minutos?

Nop. Y luego desapareció por completo. Exploró toda la habitación


sin encontrar rastro. Fue entonces cuando debería haberlo dejado. Irse.
Tal vez fuera a tomarse una cerveza y flirtear con otra persona.

No este hombre en una misión.

Maldita sea, había aparecido por allí ni siquiera al mediodía para


verla, y la encontraría. Con algo de ayuda. Se guardó su orgullo en el
bolsillo, prometiéndole un regalo más tarde, y se acercó casualmente
para preguntarle a Ursa, la abuela de Reid, si había visto a la chica.

Sus ojos parpadearon.

—Kyle, no me digas que por fin hay una dama inmune a tus
considerables encantos.

Sí, a él también le desconcertó.

—Empezamos con el casco equivocado5.

5
Versión animal de la expresión con el pie izquierdo.

Serie Kodiak Point 25


Eve Langlais El regalo del caribú

—Eso he oído. ¿Has cambiado de opinión sobre el papel de


Rudolph?

Kyle casi se retorció bajo la mirada intencionada de Ursa. Había


servido bajo el rinoceronte más duro del ejército. Seguramente podría
resistir la mirada láser de una anciana. Apenas lo consiguió.

—No.

—Una lástima.

Eso fue todo lo que dijo, pero se sintió reprendido.

—Estoy seguro de que el desfile estará bien sin Rudolph liderando


el camino.

Ursa hizo un ruido.

—Si te hace sentir mejor pensar eso.

¿Por qué todos insistían en actuar como si fuera algo tan


importante? ¿Y qué si no quería jugar a ser un monstruo de nariz roja?
No era como si estuviera destruyendo la Navidad él solo.

—Si hemos terminado con el viaje de la culpa, ¿puedes decirme


dónde está Crystal?

—Me pareció verla yendo hacia el establo.

El establo con sus apestosos animales domésticos. Ugh. Por alguna


razón, no le gustaba el lugar. No porque estuviera sucio o mal cuidado.
Por el contrario, los animales cuidados por los Cambiaformas solían ser
las criaturas más mimadas de la zona.

Sin embargo, todo el tema de estar “encerrado en una caja”


enloquecía a Kyle. Había pasado su tiempo en una pequeña prisión,

Serie Kodiak Point 26


Eve Langlais El regalo del caribú

demasiado tiempo, y odiaba cualquier recordatorio. Por lo tanto, casi


decidió esperar a que ella regresara. Pero entonces, se le ocurrió que si lo
veía entre esas bestias de mente simple, quizás entendería mejor su
posición. En una comparación entre los dos, vería que no estaba hecho
para ser un reno.

Como los corrales de los animales no estaban demasiado lejos, se


quitó una chaqueta y corrió hacia allí. Tan pronto como entró, la calidez
del lugar disipó rápidamente el frío, y su sangre se calentó cuando vio a
Crystal acariciando la nariz de una de las criaturas.

Tengo algo que puedes acariciar. Abajo, muchacho. Maldición, pero


ella tenía la habilidad de sacar a relucir su lado cachondo. Escucharla
no mejoró las cosas.

—¿No eres un chico guapo? —canturreó—. Mírate con esos grandes


ojos marrones y ese impresionante conjunto de cuernos.

Ja. Su cornamenta era mucho más grande. Todo en él era grande.

—Podría acariciarte todo el día.

Una oleada de celos ante la atención que recibía el reno le hizo


sentir la necesidad de señalar:

—Sabes que no te entienden.

—Y tú no me entiendes. No parece impedirte que quieras tener una


conversación porque seguro que es por eso por lo que me seguiste. —
Continuó acariciando la nariz de la bestia en lugar de mirar hacia él.

Le molestaba, especialmente porque había adivinado la razón de


su aparición. Sin embargo, no lo admitió.

—¿Qué te hace pensar que te seguí?

Serie Kodiak Point 27


Eve Langlais El regalo del caribú

Lo miró fijamente con sus penetrantes ojos verdes, y arqueó una


sola ceja rubia.

De acuerdo, quizás era un poco obvio. Sonrió mientras extendía


sus manos en capitulación.

—Bien, me atrapaste. Te seguí hasta aquí para hablar. Vine a


disculparme por lo de ayer.

—¿Así que has cambiado de opinión?

—No. Pero…

—No hay peros. A menos que cambies de opinión y planees


ayudarme con el problema de Rudolph, entonces no tengo nada que
decirte.

—No tenemos por qué hablar. Podríamos besarnos. —Incluso para


Kyle, fue descarado, y, a juzgar por los ojos muy abiertos de Crystal,
totalmente inesperado.

—¿No acabas de decir eso? —balbuceó después de unos momentos


de aturdido silencio.

A pesar de que había cometido un error, siguió adelante.

—Entonces, ¿eso es un no?

—Inténtalo con nunca.

—¿Por qué no?

Nuevamente, ella no pudo evitar una expresión de incredulidad.

—¿En serio tienes que preguntarlo?

Serie Kodiak Point 28


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Esto es solo por el asunto de Rudolph? Porque si lo es, entonces


es bastante tonto. Quiero decir, en serio, ¿cuál es el problema si no tienes
a un tipo de nariz roja tirando del trineo? No es como si fuera el fin del
mundo.

—Tal vez, no para ti —murmuró misteriosamente. Con el


portapapeles metido bajo su brazo, se dirigió hacia él, pero cuando fue a
rodearlo, él disparó un brazo y la bloqueó.

—Vamos. Dame una oportunidad. Realmente no soy el imbécil que


me estás haciendo parecer.

—Lo dudo.

—Cena conmigo.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no me gustas.

—Porque no has llegado a conocerme. —Le dio su mejor sonrisa


oh-caramba.

La expresión de ella no cambió.

—Y no quiero.

—Ves, tus labios dicen que no quieres, y sin embargo, tu cuerpo


dice lo contrario. —Sus ojos la miraron fijamente, notando la dura punta
de sus pechos clavándose en su suéter, visibles a través de la abertura
de la cremallera de su chaqueta, su ritmo cardíaco elevado, y la
apariencia sonrojada de sus mejillas.

Serie Kodiak Point 29


Eve Langlais El regalo del caribú

—Es posible que no sea capaz de controlar mis hormonas, y


sospecho que cada vez necesitan más terapia, pero mis capacidades
cognitivas están funcionando bien. Y dicen que me aleje.

Lo cual hizo, agachándose bajo su brazo y saliendo por la puerta,


la fría ráfaga de aire haciendo poco para aliviar el febril calor en su
cuerpo.

Maldita sea, pero esa mujer lo excitaba en muchos niveles.

Casi la persiguió, pero algo le llamó la atención. Algo fuera de lugar


en el establo.

Dados los problemas que su ciudad había tenido recientemente con


ataques y golpes contra los habitantes, no podía ignorarlo.

—¿Quién está ahí? —¿Era alguien a quien posiblemente necesitaba


silenciar por haber sido testigo de su innoble derrota a la hora de
concertar una cita con la obstinada Crystal?

Nadie contestó y, sin embargo, la sensación de que no estaba solo,


y no, no contaban los renos, no se iba. Alguien estaba en el granero con
él.

—Sal, sal, de dondequiera que estés —canturreó, su mano


moviéndose hacia la funda con la pistola que llevaba sujeta bajo su
chaleco de cuero.

Un crujido en un fardo de heno en el otro extremo del establo llamó


su atención, y casi sacó su arma, pero detuvo el movimiento en el último
minuto. Menos mal, porque la cabeza que salió pertenecía a una niña y
no al enemigo.

El cabello rubio con rizos grandes que enmarcaban las mejillas


regordetas hacía los gigantescos ojos verdes que lo miraban fijamente

Serie Kodiak Point 30


Eve Langlais El regalo del caribú

más sorprendentes. Y extraño. Porque miraba. Y miraba fijamente. Sin


embargo, no dijo ni una palabra.

¿Primer impulso? Huye de la adorable niña. En lugar de huir de su


ternura mortal, canalizó a su sargento y le gritó:

—¿Quién eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?

Sus ojos se abrieron de par en par, y con un chillido de miedo, se


zambulló de nuevo en el heno.

Brillante. Simplemente brillante. Asustar a una niña. Como si no


fuera suficiente culpa, ahora se sentía como un Seal6 total. Que rimaba
con Heel7. Pero las focas eran más tontas que su pie.

Y ladrarle a una niña pequeña definitivamente se calificaba como


tonto.

Debería irme antes de empeorar las cosas. Pero dada la edad de ella
y el hecho de que no había otro adulto cerca…

Suspirando. Suavizó su tono.

—Lo siento, cariño. No quise sonar tan áspero. Me tomaste por


sorpresa, lo que es impresionante teniendo en cuenta que solía estar en
el ejército.

Ni una criatura se agitó, ni siquiera un niño.

¿Qué tal una promesa?

—No te haré daño.

6
Seal: Foca, lobo de mar.
7
Heel: Tacón.

Serie Kodiak Point 31


Eve Langlais El regalo del caribú

Nada.

—¿Alguien sabe que estás aquí? —En otras palabras, ¿había algún
adulto cerca que lo liberara para escapar de esta incómoda situación?

Un ligero crujido en el heno le contestó, pero no aclaró la situación.

Otro suspiro pesado lo dejó.

—Vamos, cariño, no puedo dejarte sola aquí. Reid tendría mi


cul...um, trasero. Háblame.

Lentamente, los rizos dorados emergieron con trozos de paja


pegados a ellos. Grandes ojos parpadearon hacia él.

—¿Estás perdida?

Ella sacudió la cabeza.

—¿Tu mamá o tu papá saben que estás aquí?

Una sacudida negativa.

—¿Puedo ayudarte?

Ladeó la cabeza y lo miró detenidamente. ¿Qué pasa con ciertos


miembros del sexo opuesto? ¿De dónde aprendieron esa habilidad para
darte una mirada? Ya sabes cuál. La expresión que te hacía querer
retorcerte, sabiendo que probablemente te estabas quedando corto en su
estimación.

Excepto, que él no falló esta vez. Como si hubiera visto algo que la
dejara satisfecha, el pequeño querubín rubio asintió antes de balbucear:

—Sí.

—¿En qué puedo ayudarte, cariño?

Serie Kodiak Point 32


Eve Langlais El regalo del caribú

—A mí no. A Santa.

—¿Santa? —Casi dijo: “¿Te refieres a Earl?”, antes de que se le


ocurriera, la niña aún no sabía que el gran corpulento vejestorio estaba
representando el papel. Todavía tenía una edad en la que la magia parecía
posible, y que los tipos grandes y gordos en trineos podían y entregaban
regalos.

—Te oí hablar. Debes encontrar a Rudolph. Santa lo necesita para


su trineo.

Oh, mierda en un palo. La niña lo había oído hablar sobre el asunto


de Rudolph con Crystal, y había sacado su propia conclusión juvenil.
¿Cómo explicarlo sin revelar nada?

—Lo siento, cariño, ojalá pudiera ayudar.

Podrías, regañó su conciencia. Solo estás eligiendo no hacerlo.

Cállate, gruñó a su propia mente. Suficiente cuando Reid y Crystal


lo culparon. No necesitaba sus propios pensamientos para agregarlos a
la pila.

¿Cómo es posible que un par de ojos se vean tan tristes? Arrghh.


Kyle casi hizo la señal de la cruz delante de ella porque seguramente tenía
algún tipo de magia trabajando, porque él casi dijo la cosa más ridícula.
Casi le dijo que no se preocupara, que Rudolph estaría allí.

¡Nunca!

—¿Por qué no sales de esa pila de heno y vienes conmigo? Iremos


a buscar a tus padres. Probablemente estén preocupados.

Se alejó de él.

Serie Kodiak Point 33


Eve Langlais El regalo del caribú

Por alguna razón, esto causó una dolorosa punzada en él. Era
demasiado joven para mostrar tanto miedo. Sin embargo, conocía esa
mirada. La llevó cuando era niño y su padre volvía a casa en uno de sus
estados de humor.

—Oh, cariño, no tengas miedo. No te haré daño.

—Pero eres grande.

—Sí, lo soy. Y fuerte. —Hmm, tal vez no debería haber señalado


eso.

Ella asintió.

—Lo eres, y das miedo —agregó.

—¿Yo? —Se agarró el pecho con un fingido horror—. ¿Es esa tu


forma de decirme que soy feo?

Una pequeña risita se le escapó.

—No, tonto. Pero guapo no significa agradable. Eso es lo que dice


mi mamá.

—En algunos casos, probablemente, pero no esta vez. Porque, soy


el tipo más agradable que conocerás jamás.

—Malcolm también dijo que era agradable, pero no lo era. Fue malo
con mi mamá y conmigo.

¿No le gustaría a Kyle darle a ese Malcolm una lección sobre cómo
tratar bien a una mujer?

—Bueno, no soy ese tipo, Malcolm, y puedo decirte ahora mismo,


que nunca soy malo con las damas. —Incluso con las más testarudas—.
Y te diré algo más, si ese tipo Malcolm viniera aquí ahora mismo e

Serie Kodiak Point 34


Eve Langlais El regalo del caribú

intentara cualquier cosa, le patearía totalmente el culo. —Ups vaya


lenguaje.

Afortunadamente ella no pareció darse cuenta.

—¿Eres un caballero?

Casi se rió, pero parecía tan seria. Él se retuvo.

—Caballero con una armadura tatuada, cariño. Así que no


preocupes tu pequeña linda cabecita. Nadie va a tirarse un pedo en tu
dirección mientras esté cerca.

Ella soltó una risa.

—Los pedos no hacen daño.

—Pero seguro que apestan —dijo con una sonrisa y una mueca de
disgusto.

Al parecer, le costó una broma de una función corporal decidir que


él era digno de su confianza. Salió de su montón de heno, agarrando un
andrajoso animal de peluche en un puño regordete. Cuando extendió su
mano, esperó que la estrechara. En vez de eso, se puso en su alcance y
levantó sus brazos.

A pesar de que no pasaba mucho tiempo con niños, reconoció el


gesto universal de “aúpame”. Lo hizo, el peso de la niña ligero como una
pluma, incluso con su chaqueta y botas.

—¿Adónde, cariño?

—Mamá está trabajando en el desfile de Santa.

Serie Kodiak Point 35


Eve Langlais El regalo del caribú

—Entonces vamos a buscarla. —Tal vez también podría obtener


algunas pistas sobre este tipo Malcolm que parecía que estaba bien
amenazando a las mujeres. Quería hablar con el tipo, con sus puños.

Misión #737: Encontrar a este tipo Malcolm y enseñarle una


lección. Un regalo de Navidad para el angelito que tenía en sus brazos.

Serie Kodiak Point 36


Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Cuatro
—¿Qué quieres decir con que ella no está aquí? —Crystal casi le
dijo de nuevo a Abigail, la agotada mujer a cargo de la guardería. Se
necesitaba mucha paciencia para ser voluntaria y ayudar a lidiar con
niños muy activos, especialmente de los Cambiaformas, que tenían
mucha energía y una agilidad que les permitía escalar todo lo que tenían
a su vista. Aun así, su compresión solo llegó hasta cierto punto. Podría
haber sacudido a la mujer cuando regresó para recoger a Gigi, solo para
darse cuenta de que había desaparecido.

En realidad no era culpa de ella. Gigi era una maestra cuando se


trataba de escapar de lugares, especialmente guarderías. El problema
era, ¿a dónde fue?

La gente se movía por todas partes. Había cientos de lugares donde


una niñita de su tamaño podía esconderse.

Pero la encontraría. Siempre lo hacía. Gracias, Malcolm, por ser tan


imbécil.

Teniendo en cuenta sus arrebatos, que nunca podrían predecirse,


la pobre Gigi había desarrollado el hábito de esconderse cuando se
asustaba. La cosa era que no precisaba mucho. Cualquier tipo de voz
elevada. Un hombre con una fuerte carcajada. Incluso la cosa más
mundana podría hacer que su hija saliera corriendo.

Con el tiempo, esperaba que a medida que la vida volviera a la


normalidad, y demostrara que estaba segura en Kodiak Point, perdería el
hábito defensivo y encontraría cierta medida de confianza.

Serie Kodiak Point 37


Eve Langlais El regalo del caribú

Comenzó su búsqueda en el centro comunitario, pero no le tomó


mucho tiempo a ella y a su refinado sentido del olfato darse cuenta de
que su hija no estaba entre los niños que voceaban y gritaban.

Y, su abrigo había desaparecido.

Apuesto a que está de vuelta entre las carrozas. Su hija estaba


fascinada con ellas, y parecía que cada vez que tiraba de un Houdini, el
lugar agitado con todos los remolques y brillos era donde se escondía.

Comenzando en un extremo del garaje, comenzó su búsqueda, solo


para detenerse poco después cuando su hija apareció en el lugar más
inesperado. Los brazos de Kyle.

Sin duda una alucinación.

Se frotó los ojos y se pellizcó antes de volver a mirar.

La situación no había cambiado. Su tímida hija se aferraba a Kyle,


posada en su fornido y tatuado brazo, luciendo para el resto del mundo
como si perteneciera allí. ¿Y realmente estaba sonriendo?

Parpadeó. Siguió igual. Casi le pidió a alguien que la abofeteara.


Estoy equivocada o es el resplandor de las luces. Gigi raramente sonreía,
y ciertamente nunca permitía que hombres extraños la tocaran o la
llevaran por ahí o algo así.

Cuando pasaron varios instantes y nada disipó el espejismo,


comenzó a creerlo, pero aún no lo entendía. ¿Cómo y cuándo había
ganado Kyle la confianza de su hija?

Probablemente hizo trampa y usó esa sonrisa de cien vatios.

El gilipollas.

Serie Kodiak Point 38


Eve Langlais El regalo del caribú

La noche anterior, podría haberse ido a casa con un plan de ataque,


decidida a usar sus artimañas femeninas para seducir al caribú a
capitular. Su determinación no duró. Por la mañana, se había
acobardado.

Dada su reciente experiencia con Malcolm, todavía tenía dudas. ¿O


dudaba de los hombres? De cualquier manera, involucrarse, aunque
fuera brevemente o flirtear con un hombre como Kyle, vanidoso y
pensando de sí mismo como un regalo de Dios para las mujeres, no era
saludable para ella. Divertido probablemente, emocionante en el
dormitorio, pero a la larga, cualquier tipo de coqueteo solo lastimaría a
Crystal, y posiblemente a Gigi.

Cuando se trataba de citas y hombres, necesitaba prestar más


atención, no dejarse atrapar en el paquete, y examinar de verdad lo que
había dentro del hombre. En retrospectiva, debería haber notado las
señales en Malcolm, pero como madre soltera trabajando en dos trabajos
para tratar de mantener a su hija, debido a un padre inútil que se largó
a lugares desconocidos cuando se enteró, anhelaba atención, alguien que
la amara.

Malcolm vio su debilidad, y la explotó. Hizo una buena actuación.


La convenció de que la amaba, le dijo que podían ser una familia, que
cuidaría de ella.

Lo hizo. Solo que no de una manera que cualquier mujer


encontraría saludable.

Sin embargo, se había escapado del gilipollas. Su vida con él


pertenecía al pasado. Ahora vivía para el futuro, un futuro donde Gigi y
Crystal serían lo primero.

No necesitaban a ningún apestoso hombre para completarlas.

Serie Kodiak Point 39


Eve Langlais El regalo del caribú

No necesitaban a un tipo guapo con una brillante sonrisa blanca.

O unos músculos gigantescos.

O una risa contagiosa.

Era hora de atrapar a su hija antes de que hiciera otros


descubrimientos perturbadores. Tal como si besa o no con los ojos abiertos
o cerrados.

Salió decidida, la libido firmemente atada, el puma paseándose


enjaulado en su mente.

Gigi la notó primero y saludó con la mano antes de palmearle las


mejillas a Kyle y cecearle:

—Viene mi mamá.

Bueno, al menos no podía acusarlo de intentar usar a su hija. Una


genuina sorpresa arrugó su cara mientras la contemplaba, del tipo de las
que se quedan boquiabiertos, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Crystal es tu madre?

Los rizos rubios se balancearon.

—¡Lógico! —murmuró él.

—Oye, pequeña Houdini, ¿dónde te escondiste esta vez?

—En el establo.

Donde Crystal había estado pero no pudo notar la presencia de su


propia hija. Menudo cazador/rastreador que haría ella. Adiós también al
premio a la Madre del Año.

Extendió los brazos, pero Gigi se contuvo. ¿Qué demonios…?

Serie Kodiak Point 40


Eve Langlais El regalo del caribú

En cambio, se abrazó al gran caribú y sonrió.

—Kyle me encontró.

¿Kyle? Ya estaban usando su nombre de pila. Qué bonito. Extendió


los brazos a su hija de nuevo.

—Vamos, Gigi. Es hora de ir a casa y cenar. Debes de estar


hambrienta.

Esta vez su hija no dudó prácticamente arrojándose a Crystal. Ella


atrapó la brazada con un gruñido y un tambaleo, un bamboleo inestable
estabilizado por una mano.

El simple toque no debería haber enviado una sacudida de


conciencia a través de ella, pero lo hizo.

No. No. No. No es bueno. Se alejó de Kyle.

—Gracias por encontrarla.

—De nada. Es una gran chica.

Ja. Como si fuera a caer por sus cumplidos. Usar a Gigi como
táctica para conseguir sus favores no funcionaría.

—La mejor, y necesitando comida antes de convertirse en un


demonio arañando y rascando. Adiós.

Sin darle una oportunidad de responder, se alejó de él con Gigi en


su cadera, tratando de ignorar el hecho de que su hija miraba por encima
de su hombro y saludaba con la mano.

Antes de que salieran al frío, abrochó la cremallera de la chaqueta


de Gigi y sacó un gorro y guantes de sus bolsillos, poniéndolos
cómodamente en las manos y la cabeza de su hija.

Serie Kodiak Point 41


Eve Langlais El regalo del caribú

Luego, con Crystal sosteniendo a Gigi firmemente de la mano, se


enfrentaron a la fría noche pero no a la oscuridad, ya que el centro
comunitario tenía las luces encendidas a intervalos regulares en el
estacionamiento.

Unas luces que sin embargo le vinieron bien cuando su coche se


rehusó a arrancar. Resolló lentamente, una, dos, tres veces antes de
morir. Nada. Zilch, ni siquiera un clic.

Sentada en el gélido vehículo, miró al tablero enfadada. El estúpido


pedazo de chatarra viejo solo arrancaba cuando le parecía, y se estaba
volviendo cada vez menos frecuente.

Parecía que tendría que caminar a su casa, que con buen clima
solo serían unos quince o veinte minutos, pero no a temperaturas bajo
cero, arrastrando a una niña hambrienta y cansada. Ugh. Los taxis no
eran exactamente comunes aquí. Sin embargo, probablemente podría
volver dentro y conseguir que alguien las llevara.

Un golpe en su ventanilla la hizo chillar.

Un rostro familiar la miraba.

—¿Necesitas que te lleve? —preguntó Kyle.

¿Orgullo o conveniencia?

Minutos después, habían transferido el asiento infantil, a Gigi, y


Crystal a la camioneta de Kyle. Mientras que la cálida cabina claramente
derrotaba a una caminata ártica, también la hacía sentir incómodamente
consciente de él. Su masculinidad. Su malvada sonrisa. Su conversación
con su hija.

—Entonces, cariño, ¿qué le vas a pedir a Papá Noel para Navidad?

Serie Kodiak Point 42


Eve Langlais El regalo del caribú

—Quiero el Lego Friends Mall8.

Lo cual por ciento treinta dólares no era probable que sucediera.

—Recuerda lo que dije, Papá Noel no siempre puede darte


exactamente lo que quieres. —Con cerca de cincuenta y seis dólares
ahorrados, podía conseguirle a su hija un juego de construcción más
pequeño y algunos artículos de la tienda Dollar Store9, pero solo si lograba
encontrar una niñera para Gigi y conseguir un viaje a una ciudad más
grande en los próximos días, de lo contrario tendría que arreglarse con lo
que las tiendas locales tuvieran en sus existencias.

—Lo sé, mamá. Papá Noel lo hace lo mejor que puede —dijo Gigi,
con toda la exasperación que puede manejar un niño que ha escuchado
un discurso demasiadas veces—. Espero que pueda encontrarme sin
Rudolph para guiar su trineo.

Crystal casi sonrió mientras Kyle se ponía rígido. No había nada


como tener a la niña más linda del mundo para culpar sin querer a un
hombre.

No tardaron mucho en llegar a su casa.

—Este es el lugar —anunció, y Kyle aparcó su camioneta contra un


banco de nieve, junto a la acera.

Hogar dulce hogar. No mucho, un apartamento sobre una librería


que le dieron gratis a cambio de trabajar unas noches a las semanas. La
dueña, una anciana, era amiga de la abuela del Alfa. Entre eso, y la
miseria que ganaba de Reid por hacerse cargo del desfile, que ella
personalmente llamó caridad, pero él llamó deducción de negocios,

8
Lego Friends Mall: Centro Comercial Lego.
9
Dollar Store: Cadena de tiendas que venden todo por un dólar o menos.

Serie Kodiak Point 43


Eve Langlais El regalo del caribú

estaba logrando mantenerse a flote, pero necesitaría un trabajo más


estable, y mejor pagado si quería salir adelante.

—Gracias por el viaje. —Crystal desabrochó a Gigi antes de


deslizarse por el lado del pasajero. De pie en el suelo, extendió los brazos
y bajó a su hija antes de girarse para buscar el asiento infantil.

La mano de Kyle topó con la suya.

—Será mejor dejarlo para mañana.

—¿Perdona?

—Tu coche está estropeado, y necesitarás que te lleven. ¿A qué


hora te recojo?

—Normalmente llegamos a eso de las nueve de la mañana, pero…

—¿Nueve? Eso es prácticamente el amanecer…

—El amanecer es más tarde de eso.

—Aun así. Es temprano.

—Entonces no vengas. Nos las arreglaremos bien por nuestra


cuenta.

—No, no lo harás porque estaré aquí. A las nueve. —Le mostró una
sonrisa mientras se inclinaba para agarrar la puerta lateral del pasajero.
Ella se apartó del camino mientras él la cerraba.

Solo después de que se alejara, ella pensó en decir:

—No te molestes. —Pero ya era demasiado tarde.

Demasiado tarde para algunas cosas, como detener la adoración al


héroe en los ojos de cierta niña.

Serie Kodiak Point 44


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿No es Kyle genial, mamá? Es un caballero.

—Oh, ¿en serio? —Lo habría llamado más un calavera.

—Va a salvarme de los malos.

Si tan solo pudiera, pequeña. Especialmente molesta, pensó con


irritación cuando su teléfono volvió a vibrar, otra vez contra su cadera.

—Vamos, gatita, vamos a alimentarte antes de que te conviertas en


un dragón que él necesite matar. —Al son de las risitas de su hija,
entraron.

*****

Al día siguiente, Crystal no tenía muchas esperanzas de que Kyle


apareciera a las nueve. Había notado que había llegado al centro del
desfile un poco antes del mediodía el día anterior con la mirada de un
hombre que acababa de levantarse de la cama.

¿Solo o no?

Nada de su incumbencia. Sin embargo, eso no le impidió


preguntarse.

Justo cuando se preguntaba por qué no podía dejar de pensar en


él, o de notar cada uno de sus movimientos. Podría haber jurado que
todos los pelos de su cuerpo se izaron en el momento en el que entró al
establo el día anterior. Una cosa era ignorarlo en una habitación llena de
gente, pero era casi imposible cuando estaba solo.

Así que me aseguraré de evitar estar a solas con él.

Había planeado comenzar a prepararse temprano y evitar que él le


ofreciera acercarla.

Serie Kodiak Point 45


Eve Langlais El regalo del caribú

El imbécil arruinó el plan al aparecer a las ocho, con café y donuts.

¡No, los donuts no!

Si Gigi estaba enamorada de él antes, ahora había entrado en un


reino divino. Mientras su hija se lamía felizmente el glaseado de chocolate
mientras miraba Treehouse10, Crystal miró a Kyle por encima de su
humeante taza de café: con tres azúcares y crema. Como le gustaba.

—Esto no va a funcionar —dijo ella, pasando a la ofensiva.

—¿Qué no funcionará? —Fue su inocente respuesta.

¿Inocente? Ja.

—Esto. El café, los donuts, ser tan amable con Gigi.

—En primer lugar, me gusta tu hija, y me gustó antes de saber


quién era su madre. En segundo, bueno, soy culpable de la segunda
parte. Una vez que supe dónde vivías, no fue difícil adivinar dónde irías
a tomar un café y negociar esa información con Mario. —Mario era el tipo
que poseía y administraba la única cafetería de la ciudad.

—¿Negociar? ¿Qué es exactamente lo que le prometiste?

—Tengo que ir el día de San Esteban11 y conectar el sistema Xbox


de su hijo para Navidad.

Ella se rió.

—Veo que Mario es un tipo ocupado. A cambio de café y donuts dos


veces a la semana, le doy un baño a su gato sarnoso.

10
Treehouse: Canal de televisión infantil.
11
San Esteban: 26 de Diciembre.

Serie Kodiak Point 46


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Esa bestia? Eres una mujer valiente.

—En realidad no. Un buen gruñido de mi parte y es masilla en mis


manos.

—Masilla, ¿eh? No sé qué tan suave me encontrarías si me pusieras


las manos encima. —No había nada sutil en su insinuación o su sonrisa.

Agitada, porque a pesar de su charla consigo misma de aliento, se


sintió tentada por su encanto, recurrió a asuntos más mundanos, como
limpiar el azúcar de las manos y cara de Gigi, y luego envolverla en su
ropa de abrigo.

Cuando se dirigían al centro comunitario, notó a una grúa junto a


su coche.

—Oh, no. ¿Qué está haciendo? —exclamó.

—Pete lo está llevando a su garaje para echarle un vistazo. Aunque,


si me preguntas, creo que deberías enviarlo al desguace. Ese coche ha
cumplido ya su tiempo.

—No puedo permitirme uno nuevo, al igual que no puedo


permitirme que alguien lo revise —murmuró, no sin cierta vergüenza.

—No te preocupes por el costo. Pete me debe algunos favores.

—Favores que deberías conservar. No puedo devolverte el dinero.

—Nadie dijo que tuvieras que hacerlo.

No, pero su orgullo ya había aceptado demasiada caridad


últimamente.

—¿Por qué estás tan decidido a ayudarme?

Serie Kodiak Point 47


Eve Langlais El regalo del caribú

Gigi, con la simple elocuencia de un niño, tuvo una respuesta


rápida.

—Porque es un caballero, y los caballeros siempre ayudan a las


princesas en problemas.

No en el mundo de Crystal. Pero tal vez el ciclo terminaría con su


hija, que parecía haber encontrado un campeón en Kyle. La cosa es que
sabía que no debía esperar nada gratis. En última instancia, él esperaría
algo a cambio. Algo que apostaba que involucraría lengua y piel desnuda.

Sigue soñando.

Una vez que llegaron al centro comunitario, trató de deshacerse de


él con la excusa de llevar a Gigi a la guardería. Sin embargo, su hija se
resistió.

—No quiero ir. —Un labio inferior sobresaliendo completó su


obstinado rechazo.

—Mamá tiene algunas cosas que hacer, y luego podremos irnos a


casa. —Esperó la segunda mitad de su habitual discurso, donde rogaba
quedarse con Crystal. Un terapeuta de familia con el que había hablado
la había instado a alentar a su hija a pasar tiempo con otras personas
para fomentar su independencia. Si a Gigi le gustaba o no, pasar tiempo
con otros niños era necesario. Así que se preparó para su refutación
mientras su hija abría la boca.

—Quiero quedarme con Kyle.

Rebobina. Miró a su hija. Eso no era parte de su guión habitual.

—¿Quién quiere quedarse conmigo? —preguntó Kyle.

Crystal saltó antes de que su hija pudiera.

Serie Kodiak Point 48


Eve Langlais El regalo del caribú

—Nadie. Estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer que
tener a una niña pequeña entre los pies.

—Podría venirme bien una ayudante. —Se agachó y se puso a la


altura de Gigi—. ¿Qué dices? ¿Quieres ayudarme?

Ella asintió con entusiasmo, y Crystal se encontró desgarrada. Fue


un gran paso para su hija mostrar la voluntad de pasar el tiempo con
otra persona que no fuera su madre. Pero, en el lado negativo, fue con
Kyle. ¿Necesitaba realmente decir más?

Unos brillantes ojos verdes se encontraron con los suyos, y una


mano regordeta se deslizó en una grande y callosa. Crystal suspiró.

Batalla perdida.

—Vamos a prestar algo de ayuda tecnológica navideña, compinche


—anunció mientras barría a una Gigi riendo en el aire, haciéndola volar
a estilo Superman, con efectos de sonido silbantes.

Hablando de jugar sucio.

Realmente estaba haciendo todo lo posible en su búsqueda para


seducir a Crystal. ¿Cuánto más sucio podía llegar a ser? Por alguna
razón, no pudo evitar imaginarlo desnudándose, revelando el cuerpo que
ocultaba, y entrando en una ducha para asearse, por supuesto,
preparándose para las cosas realmente sucias del menú.

Gracias a Dios que no estaba allí para presenciar su


estremecimiento.

Qué hombre tan increíblemente peligroso. Tan mortal. Cuanto más


lo miraba, más lo deseaba, y sí, fantaseaba, y más temía sucumbir a su
encanto.

Serie Kodiak Point 49


Eve Langlais El regalo del caribú

¿En cuanto a su inocente hija? Por desgracia, la pobre Gigi estaba


perdida.

¿Y quién podría culparla?

Los vigilaba de cerca, como lo haría cualquier madre con una


persona casi desconocida, una con un motivo ulterior, que estaba cerca
de su hija. Eso no le ayudó en su dilema.

Cuando Gigi acompañaba a Crystal, lo hacía con una dolorosa


timidez alrededor de la gente. Si un cajero se dirigía a ella, se encogía
detrás de su madre. Se miraba a los pies antes de responder. Si alguien
hablaba demasiado fuerte, especialmente un hombre, con los ojos muy
abiertos y los labios temblorosos, volaría en busca de consuelo en los
brazos de su madre.

O lo hizo, hasta que envolvió a Kyle alrededor de su diminuto dedo


de bebé.

El hombre, que parecía ser una especie de genio cuando se trataba


de un cableado, tenía una gran demanda mientras paseaba por allí. Con
Gigi posada sobre sus hombros, donde, solo señalando con el dedo,
dirigía sus movimientos. Cuando llegaban a una carroza que necesitaba
que le echaran una mano, bajaba a su hija.

Le fascinó ver la confianza que su hija depositó en él. Si alguien la


asustaba, Gigi retrocedía hasta Kyle, y él la abrazaba, le susurraba algo
o le ponía la mano en el hombro o en la cabeza, lo que por alguna razón
aliviaba la tensión visible en su hija.

Y cuando él ladró a alguien por usar una palabrota frente a una


niña, Gigi no se estremeció. En vez de eso, la picaruela le sonrió.

Serie Kodiak Point 50


Eve Langlais El regalo del caribú

Crystal pasó la mañana en un extremo estado de incredulidad. Era


como si estuviera viviendo en una película navideña muy rara. Como la
Dimensión Desconocida encontrándose con Scrooged12.

Durante el almuerzo, se unieron a la fila para tomar un plato de


comida, montañas de sándwiches, ensaladas de patatas y pollo asado,
porque los Cambiaformas nunca podían comer demasiada carne. El salón
de la comunidad zumbaba con las conversaciones mientras la gente
tomaba un descanso, disfrutando de la comida donada y hecha por
voluntarios de la ciudad. Había más gente de la que incluso Crystal
esperaba, la explicación era que, tan cerca de Navidad, la mayoría de los
negocios estaban cerrando.

Abundaban las risas y los planes.

—Vamos a ir a esquiar a las Rocosas para el Año Nuevo.

—Tengo algo de moonshine13 listo para beber y algunos regalos que


envolver.

—Espera a que Jorge vea lo que compré para Navidad. Es hora de


hacer bebés.

Algunos planes llamaron su atención. Sintonizó a Kyle y lo que


estaba discutiendo con Frank, el hombre a cargo de la carroza de los Tres
Osos, pero, en un giro, se presentó como la de los Reyes Magos.

—Correré a la próxima ciudad y tomaré más luces navideñas de su


Walmart. No es tan grande como el de la ciudad, pero debería tener todo
lo que necesitamos.

Crystal se entrometió.

12
Película titulada Los Fantasmas atacan al jefe.
13 Moonshine: Whisky destilado ilegal de más graduación.

Serie Kodiak Point 51


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Vas de compras? —De repente, la perspectiva de conseguir algo


genial para Gigi esta Navidad se hizo un poco más posible. Por mucho
que odiara pedirle un favor a Kyle, en este caso, habría que hacer
sacrificios. Necesitaba un regalo.

—Sí. ¿Quieres venir?

¿Kyle y ella, juntos, en su camioneta? Abrió la boca para decir que


no, cuando se le ocurrió que no había salido de Kodiak Point en semanas.
Un cambio de escenario sonaba divertido. ¿Pero un viaje de casi dos
horas con él? ¿Podría manejar la tentación?

—No debería. Hay un montón de cosas que tengo que hacer por
aquí.

—Tienes razón, las hay —interrumpió Frank, aun formando parte


de la conversación—. Sé que no soy el único que necesita suministros.
No tiene sentido que vayamos todos. ¿Qué tal si juntamos las listas, junto
con algo de dinero, y tú vas con Kyle para asegurarte de que consigue las
cosas correctas?

¿Cómo decir que no cuando alguien lo convirtió en su trabajo? Hizo


un último débil intento.

—¿Pero qué hay de Gigi?

—Puede venir, por supuesto. —Kyle le sonrió—. ¿Qué dices,


cariño? ¿Estás lista para un viaje por carretera y una cena en McD’s14?

Perfectamente, Kyle la acorraló, haciéndole imposible decir que no.


Pero al menos Gigi serviría como una barrera entre ellos en el viaje.

14
McDonall’s.

Serie Kodiak Point 52


Eve Langlais El regalo del caribú

Es curioso cómo eso realmente no funcionó, dado que cada vez que
miraba por encima de la cabeza de su hija mientras zumbaban a lo largo
del camino cubierto de hielo y nieve, captaba su atención. Y las chispas
volaban al instante.

Cuando llegaron a la tienda, casi salta de la camioneta, anhelando


el aire frío y fresco. También luchó por la claridad mental. Una causa
perdida.

Era media tarde y era cerca de Navidad, el lugar bullía de actividad


ya que muchas personas ultimaban sus compras navideñas. Algo así
como Crystal, que comenzó comprando las cosas necesarias para el
desfile, pero que una vez que consiguió todo, decidió que era hora de
pedir otro favor. ¿Por qué no? De perdidos, al río.

Mientras Gigi dijo ooh, y aah, sobre los árboles de muestra


brillantemente iluminados, Crystal se llevó a Kyle a un lado.

—Necesito unos minutos a solas. ¿Te importaría entretener a Gigi?

—¿Por qué pedir tiempo a solas cuando estoy más dispuesto a


ayudar? —Su guiño trajo rubor a sus mejillas mientras su implicación
calaba en ella.

—No para eso, idiota. Para conseguir… ya sabes. —Inclinó la


cabeza hacia su hija, que soltó una risita a un gordo Santa que había
quedado atrapado en una chimenea inflable.

—Lo sé. Realmente disfruto cuando tus ojos brillan. La mirada de


gatito enojado es sexy. —Completamente impenitente con su respuesta,
Kyle le sonrió, y aunque trató de fruncir el ceño, el calor aún hacía que
sus mejillas ardieran.

Girándose de Crystal, Kyle tomó a Gigi en sus brazos. Ella soltó un


feliz chillido.

Serie Kodiak Point 53


Eve Langlais El regalo del caribú

—Oye, cariño, ¿qué dices si tú y yo vamos a echar un vistazo a…?


—Bajó la voz y le susurró al oído. Dos pares de ojos conspiradores
miraron en dirección a Crystal, y su corazón casi se convirtió en una gran
pila de papilla ante su risa compartida. Y, sí, Kyle soltó una risita. El gran
imbécil, tatuado, vanidoso, estúpido, y adorable, se rió como una
colegiala, con una voz profunda.

Lo odio. Porque no solo hizo que quisiera intentarlo de nuevo con


el amor y una relación, tenía el culo más delicioso en unos vaqueros
ajustados cuando se alejó.

Sin perder el tiempo, se dirigió a la sección de juguetes, solo para


gemir derrotada cuando localizó la sección de Lego, prácticamente vacía.
Era 23 de diciembre, y prácticamente todos los estantes estaban vacíos.
Olvídate de un juego de tamaño decente. Incluso si hubiera podido
permitirse el centro comercial que Gigi quería, o cualquiera de los otros
medianos, no quedaba ninguno. Tuvo que contentarse con los mini
paquetes. Pero se consoló sabiendo que por lo menos Gigi tendría algo
debajo de su mini abeto, que ellas mismas habían cortado y decorado con
palomitas de maíz, macarrones de colores y una mezcla de bolas de
aluminio y espuma de poliestireno. Las monstruosidades pintadas
manualmente fueron realmente un logro culminante para el árbol más
feo del mundo, pero a ambas les encantó.

Apresurándose en sus compras, las llevó a la camioneta y se dirigió


de regreso antes de enviarle un mensaje de texto a Kyle para decirle que
no había moros en la costa.

Nos vemos en la puerta de entrada en solo unos minutos, fue su


respuesta junto con una cara feliz.

El aliento cálido se difundió en una neblina mientras esperaba


fuera, pero disfrutaba del aire frío, sabiendo que demasiado pronto lo
encontraría demasiado caliente otra vez en la camioneta con Kyle. Culpó

Serie Kodiak Point 54


Eve Langlais El regalo del caribú

al hambre como la razón por la que se estiraba ansiosamente para ver a


Kyle y a Gigi.

¿Qué les estaba llevando tanto tiempo?

No había dudas sobre las mariposas en su estómago. El hormigueo


de su cuerpo. La anticipación vibrando a través de ella.

Ugh. Estoy cayendo por el caribú.

Demasiado para una nueva página.

¿O debería mirar la situación bajo una luz diferente?

Había venido a Kodiak Point para empezar de nuevo. Para crear


una vida nueva y mejor para sí misma. Su prohibición de los hombres no
era algo permanente, sino más bien de ser más cuidadosa con a quién
elegir.

Excepto que, en este caso, no era la que necesariamente elegía.


Kyle parecía estar atado y decidido a formar parte de su vida. A diferencia
de sus novios anteriores, no fingía interés en Gigi mientras Crystal estaba
cerca para hacerse ver como un buen tipo. A Kyle le gustaba
genuinamente su hija, probablemente porque ella es absolutamente
increíble.

—Bueno. Bueno. Bueno. Nunca esperé encontrarme contigo aquí.

No. Oh, no. Oh, joder, no.

Solo necesitó girar un poco la cabeza para ver la sonrisa burlona


en la hermosa cara de su ex–novio... y violento acosador, para saber que
el día no terminaría bien.

Serie Kodiak Point 55


Eve Langlais El regalo del caribú

—Malcolm. —Nada más. No, hola, no siento no haber respondido a


tus cientos de locos mensajes de texto y llamadas. Tal vez si se hiciera la
buena, él se iría.

También él se saltó las formalidades.

—¿Qué suerte toparme contigo aquí?

—¿Cómo me encontraste?

—Estaba visitando a un viejo amigo de la universidad durante las


vacaciones. Debe haber sido el destino que ambos termináramos aquí al
mismo tiempo.

—Más bien mala suerte —murmuró.

Sus palabras no pasaron desapercibidas, y su mirada se estrechó.


No era una buena señal.

—Tenemos que ir a algún sitio a hablar. —Su fuerte agarre en la


parte superior del brazo de ella indicaba una conversación
probablemente poco agradable.

Ella tiró y exclamó:

—Suéltame. No iré a ningún lado contigo.

—Cierra el pico antes de que montes una escena.

¿Montes una escena? Oh, causaría una buena escena si eso la


mantenía fuera del alcance de este psicópata.

Pero, antes de que pudiera, ¿un panda gigante vino a rescatarla?

Serie Kodiak Point 56


Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Cinco
Kyle luchó contra eso. Verdaderamente lo hizo, pero el encanto de
Crystal y su hija demasiado linda, lo empujaban al precipicio, del que
podría haber sobrevivido si no hubiera sido por lo que esperaba en el
fondo. Domesticación.

Ahora no lo malinterpretes, no tenía problemas con establecerse,


per se. Finalmente. Pero, al mismo tiempo, el compromiso lo asustaba.
Simplemente no por la razón que la mayoría de la gente pensaba.

Todos en Kodiak Point lo conocían como el ex-soldado y


rompecorazones de la ciudad. Seducía a las mujeres pero nunca se
quedaba con ellas. No hacía ninguna promesa, no echaba raíces reales.

Sin embargo, hubo una vez que ese no había sido el caso. Hace
mucho tiempo, cuando cierto niño, con una pequeña y peluda
cornamenta, estaba en la escuela secundaria, y se enamoró de una
hermosa niña. Y ella también lo amaba.

Si la perfección tenía un nombre, entonces era Bethany. Imagínate


a una chica que poseyera todo lo que un hombre podía desear: amable,
dulce y con un par de turgentes pechos para morirse. Se convirtió en su
primera novia real. Su primer amor. Su prometida antes de irse a la
guerra.

Hizo lo que pudo para mantener correspondencia con ella mientras


estaba en el extranjero, pero llegó un momento en que eso no fue posible.
Un momento en el que su único objetivo era seguir vivo y escapar. Ah, la
desesperación de esos días en los que usaba su rostro para ayudarlo a
pasar el tiempo. Pero se negó a sacar a relucir esa parte desagradable de

Serie Kodiak Point 57


Eve Langlais El regalo del caribú

su pasado. Era un lugar vil al que se había enfrentado, metido en un


armario y echado un candado gigante. Luego tiró la llave.

El tiempo después de su encarcelamiento por el enemigo fue un


tiempo oscuro para él, así que cuando regresó, un poco más viejo,
definitivamente más sabio, ¿podría alguien culpar a un hombre por
necesitar el abrazo de su amada? En vez de eso, recibió el más rudo
despertar.

Con la más inocente de las miradas de unos ojos marrones,


Bethany trató de justificar sus acciones.

—No estaba segura de que volvieras, Kyle. —Una débil explicación,


pensó todavía, dado que había abierto la puerta embarazada casi de
nueve meses, con el hijo de otro hombre.

Sí, no hacía falta decir que la boda fue cancelada. Kyle apoyó
firmemente a la taberna local durante unos meses y podría haberse
vuelto un caribú rabioso, corriendo hacia cualquiera a la vista, si no fuera
por Reid. Reid había sido el que le había hablado para sacarlo de su
desesperación y le había pedido que se uniera al clan del Kodiak Point.

—Necesito a un hombre en quien pueda confiar. Uno que sepa de


tecnología, ya que soy un idiota cuando se trata de algo eléctrico.

Le había ofrecido una oportunidad. Una oportunidad de escapar


del clan al que pertenecía, donde nunca supiera cuándo podría
vislumbrar a Bethany y al hombre que ella eligió sobre él: un lobo normal
de la manada. Y uno sarnoso para el caso.

Aprovechó la oportunidad de cambio, pero no se subió después de


eso al carro del amor y el compromiso. Nunca tuvo interés porque ese
tipo de traición se queda en un hombre. Coloreaba su visión de las

Serie Kodiak Point 58


Eve Langlais El regalo del caribú

mujeres en general. Bethany había roto su confianza cuando se trataba


del concepto del amor y compromiso.

Y luego apareció Crystal. Con su negativa a ceder a su encanto.


Con su fuerte actitud, instintos protectores de madre y una agradable
delantera para ser almohada de su cabeza, sin camiseta, por supuesto.
Agrega a eso una niñita que lo consideraba un caballero... a mí, un
maldito caballero... y que aun así lo hacía reír, y prácticamente había
caído.

Demonios, desde que conoció a la pareja, ya había sentido la


maldición de la domesticación infectándolo, sus palabrotas habían
pasado del núcleo duro a lo más higiénico.

Misión #741: No maldecir alrededor de la pequeña dulzura, que


llegó justo después de la Misión #740: Decirle a Darren que si vuelve a
mirarle el culo a Crystal, necesitará dinero para un dentista.

No maldecir. Levantarse temprano. Ahora de compras. ¿Qué tan


pronto antes de que me tengan usando camisas con cuello metidas por
dentro de los pantalones, en lugar de pañuelos y camisetas de heavy
metal? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que sea víctima del feo suéter
navideño de punto que todos los esposos atados usan en estas épocas del
año?

Argh. Casi hace que un caribú quiera desprenderse de su piel


humana y salir corriendo hacia lo salvaje. La bestia tal vez querría huir
del arnés, pero el hombre no tenía ningún interés en correr.

No, en vez de eso, se metió de lleno en problemas llevando al


pequeño lindo amorcito de compras, primero por un regalo para su
madre. Nada como un regalo para suavizar la postura de una dama.
Esperaba. Lo difícil fue seleccionar un regalo.

Serie Kodiak Point 59


Eve Langlais El regalo del caribú

Al no haber buscado uno para nadie en años... prefería enviarle a


su madre tarjetas con dinero en efectivo... dudó al ver el artículo que Gigi
insistía solemnemente que Crystal necesitaba.

—¿Seguro que quiere esto? —Le preguntó.

Ella asintió con entusiasmo. Puso una mueca de dolor cuando


agarró el objeto y lo metió en el carro. Confiaba en el juicio de Gigi. ¿Qué
diablos sabía él sobre la compra de regalos? Pero por si Gigi se
equivocaba, lanzó dentro un segundo regalo.

Misión #742: cumplida, comprar un regalo a Crystal, era hora de


la Misión súper secreta #739. Habiendo visto la cabeza de Crystal en la
fila de cajas registradoras, corrió con Gigi, sentada en el carrito de las
compras, agarrándose del asa, riéndose mientras corría en el carrito,
hacia la sección de juguetes en busca del juguete de peluche más chulo
de todos los tiempos.

¿Risas de una niñita? El mejor sonido de todos los tiempos. Un


hombre haría cualquier cosa para provocarlo.

Misión #743: Hacer que Gigi repita la risa tan a menudo como sea
posible.

Teniendo en cuenta su nueva misión, tenía una excusa de por qué


estaba cargando con un oso panda gigante cuando se encontró con
Crystal, tratando de desenredarse de las zarpas de un tipo. Dilo como es,
de un puto imbécil muerto si no le quita las manos de encima a mi mujer.

Lo fulminó con la mirada. Pero no tuvo ningún efecto. Por otra


parte, nada gritaba: Soy-un-tipo-duro-que-está-yendo-a-patear-tu-culo-
si-no-te-alejas-del-puma, con un gran animal de peluche grande y
esponjoso. No le extrañaba que el tipo se riera cuando Kyle le gruñó:

—Sé un perrito listo y aléjate de la mujer. —Mía.

Serie Kodiak Point 60


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Un tipo con un osito de peluche gigante está tratando de


amenazarme? —Dicho con el mayor desprecio y totalmente inaceptable.

Temblando de miedo, Gigi se acurrucó junto al panda donde lo dejó


Kyle. Ella alzó sus grandes ojos en su dirección, y no necesitó que ceceara
suavemente “Ese es Malcolm” para adivinar la identidad del imbécil.

Primer regalo de Navidad anticipado para mí. Sabía que había sido
un buen chico este año.

—¿Amenazar? No escuché una amenaza. Escuché una promesa. Y


esta es la última advertencia. Quita tus manos de Crystal o de lo contrario
verás.

—¿O de lo contrario qué, tipo duro?

A punto de mostrarle el qué, Kyle tuvo que forzar su brazo para que
permaneciera a su lado cuando Crystal se liberó de la mano de Malcolm
y se interpuso entre ellos.

Un par de ojos suplicantes se encontraron con los suyos.

—Kyle, ¿podrías por favor tomar a mi hija e ir a algún lugar


mientras me ocupo de esto?

Como si fuera a irse.

Este hombre es una amenaza.

No solo para Crystal, sino para sus misiones en general con


respecto a Gigi y Crystal. Había hecho promesas, y tenía la intención de
cumplirlas, sin mencionar su nueva reputación de caballero que requería
quedarse. Sí, admitiría pero no en voz alta, que la idea de ser el héroe de
alguien era atractiva. Me encantaría totalmente un atuendo de héroe de
cuero.

Serie Kodiak Point 61


Eve Langlais El regalo del caribú

—No me voy a ir —afirmó, pero sí necesitaba que Crystal estuviera


fuera de su camino. Como dudaba que moviera su dulce culo para darle
una línea de visión directa, hizo lo más conveniente. Le pasó un brazo
alrededor de su cintura y emitió un gruñido de satisfacción cuando chilló
de una forma muy femenina, y por dentro se alegró ante el hecho de que
la había tocado. Como sospechaba, se sentía bien.

La colocó a su lado donde ella cerró sus labios y lo miró con un


toque de ira. Gigi abrazó a su madre, su miedo obvio. Crystal se agachó
para abrazar a Gigi contra ella.

¿Mi pequeña dulzura asustada? De ninguna manera. No estaba


sucediendo. Inicialmente había planeado decirle a Crystal que se llevara
a Gigi a otro lugar mientras hablaba con Malcolm. Eso cambió por su
pequeña y temblorosa figura. Alguien necesitaba ver que su caballero no
dejaría que el malvado dragón la amenazara más.

Bajó la mirada para encontrarse con la niña y le preguntó:

—¿Nariz, estómago o mandíbula?

Sobresaltada, a Gigi le tomó un momento responder suavemente.

—Nariz.

—Buena elección. —Le contestó.

Se giró y golpeó tan rápido que el imbécil no tuvo tiempo de


reaccionar. Lo que realmente era sorprendente dados sus genes de lobo,
que Kyle olió tan pronto como se acercó.

Un bonito embalaje sin nada que lo respaldara. Mientras el


cartílago crujía bajo su golpe, el idiota que debería haber escuchado se
tambaleó con un grito. La mayoría de los hombres en este punto habrían

Serie Kodiak Point 62


Eve Langlais El regalo del caribú

llegado a la conclusión de que posiblemente estaban en problemas o que


tal vez lo más inteligente sería alejarse. O, en este caso, correr.

Por suerte para Kyle, Malcolm, el idiota... que obviamente se había


caído muchas más veces de cabeza que nadie que hubiera conocido...
todavía no lo entendía.

—¡Maldito gilipollas! Te enseñaré por pegarme.

¿El hombre no se dio cuenta de que había damas a su alrededor?

—Cuida tu lenguaje. —Le amonestó Kyle—. Hay mujeres y niños


por aquí. —La ironía de eso casi lo hizo reír, pero sonrió cuando el imbécil
le dio una excusa perfecta para actuar, como si realmente necesitara una.
El hecho de que el lobo incluso respirara el mismo aire le ofendía.

—Jódet…

Lo que fuera que Malcolm quiso decir se perdió cuando Kyle entró
en su espacio personal y le dio un rodillazo en el estómago. El aire salió
a borbotones del hombre y se dobló en dos.

No había terminado, sin embargo. Agarró al tipo por el pelo y lo


alejó de las chicas. Aunque no maldijo delante de las damas, había
momentos en los que un hombre necesitaba un lenguaje fuerte,
momentos como ahora.

—Escúchame, jodida excusa miserable para ser un maldito


Cambiaformas. Solo voy a decir esto una vez. Aléjate de Crystal y de Gigi.
Si piensas en acercarte a ella, llamarla, o, demonios, si siquiera piensas
en ella, voy a cazar tu sarnoso culo y te mataré. —Y lo disfrutaría. Parecía
que en lo que respectaba a sus damas, poseía una especie de vena
protectora.

—Joder, no te atreverías. La ley…

Serie Kodiak Point 63


Eve Langlais El regalo del caribú

—Puede besar mi peludo culo de caribú. Sé cómo hacer


desaparecer a un hombre y cubrir mis huellas, así que créeme cuando
digo que si te quiero muerto, te mataré, y no hay una maldita agencia
legal en este mundo que me culpe por ello. ¿Me entiendes? —Le dijo al
idiota esto tan claramente como pudo. Realmente, estaba siendo súper
agradable, tan agradable que sus amigos se habrían burlado de él. Pero…

Malcolm gritó, lo suficientemente fuerte como para que la niñita lo


oyera.

—Jódet…

Un gancho a la nariz ya rota. Otro para partir un labio. Unos


cuantos más solo porque era divertido, y luego tiró a Malcolm al suelo.

Suspiró mientras miraba el montón que gemía en el suelo.

—¿Qué te dije sobre las palabrotas? Algunas personas nunca


aprenden. Recuerda lo que dije. Porque la próxima vez no seré tan amble.
—Míralo, dándole a este imbécil el regalo de Navidad de poder arrastrarse
en vez de necesitar una camilla.

Se dio la vuelta y se alejó, sin molestarse en mirar a su alrededor


para ver si alguien había presenciado el incidente.

¿Alguien podía haber llamado a la policía? Tal vez, pero lo más


probable es que lo atribuyeran a lo que era, un asunto personal que
necesitaba ser resuelto. Aquí arriba, en el todavía indómito Norte, las
cosas no siempre se hacían de acuerdo con la ley. A veces las cosas se
manejaban un poco más directamente, un poco más violentamente. Era
el camino de los Cambiaformas.

Al menos para aquellos que tenían pelotas, o cornamentas, para


hacerlo.

Serie Kodiak Point 64


Eve Langlais El regalo del caribú

Al verlo acercarse, Gigi se retorció en el abrazo de su madre hasta


que Crystal la bajó. La niñita voló hacia él, con los brazos extendidos, y
le atrapó en su agarre. Ya, su peso se asentó en su cadera con una
extraña familiaridad.

Metió la cabeza justo por debajo de su barbilla y susurró.

—Lo lograste.

—Lo hice. Maté al lobo.

—O lo cabreaste —murmuró Crystal cuando la alcanzó.

—No volverá a molestarte ni a ti, ni a Gigi. —Porque si lo hacía…—


. Vamos a cenar algo. No sé vosotras, chicas, pero cargar con ese oso
gigante me ha abierto el apetito. —Con Gigi en su cadera y Crystal
arrastrando sus compras, se dirigieron a su vehículo.

—¿Me atrevo a preguntar por qué tienes un panda gigante? —


preguntó Crystal mientras se abrochaba el cinturón de seguridad en el
asiento del pasajero en su camioneta.

—Es para una niña especial que conozco. El amorcito aquí me


ayudó a elegirlo.

Y eso era todo lo que diría al respecto. Su enigmática sonrisa y su


guiño hicieron a Crystal fruncir sus labios, pero su curioso gato se mordió
la lengua. Una pena. Él tenía tantos usos para ella.

Solo tardó unos minutos en encontrar los arcos dorados. No se dijo


nada del incidente con Malcolm durante la cena, una hamburguesa con
queso para la niña, un sándwich de pollo para una puma y varias
ensaladas para él.

Serie Kodiak Point 65


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Nada de carne? —preguntó Crystal mientras devoraba su


hamburguesa, un destello burlón en sus ojos.

—Soy vegetariano.

Ella casi se ahoga.

—¿En serio?

—No veo el humor.

—¿Así que comes lechuga como un conejo? —preguntó Gigi con


una astucia que solo los niños podían lograr.

Les frunció el ceño, pero se rieron mientras aplastaba su ensalada.


A diferencia de sus hermanos del ejército, no podía lanzarlas al suelo,
clavar su cara en la tierra y frotarlas hasta que renunciaran a sus hábitos
carnívoros.

Así que lo soportó.

Incluso con sus burlas, nunca se había sentido más feliz. Mientras
conducían de regreso a Kodiak Point, con un panda gigante asegurado
en la parte trasera bajo una lona, Gigi se durmió en su asiento infantil,
su cabecita apoyada contra el hombro de Crystal.

Dada la oscuridad y el hecho de que aún faltaba un poco para llegar


a su casa, le preguntó a ella:

—Entonces, este Malcolm, ¿es un ex novio?

—Ex monstruo del control. Actualmente un dolor. Pero uno que


puedo manejar. No tenías por qué hacer eso.

—Sí. Y para que lo sepas, no lo hice por ti.

Serie Kodiak Point 66


Eve Langlais El regalo del caribú

—Déjame adivinar, fue algo del tipo, mi-polla-es-más-grande-que-


la-tuya.

—En primer lugar, nunca dudes que la mía es siempre la más


grande. Segundo, no tiene nada que ver contigo, listilla. Lo hice por ella.
—Inclinó la cabeza hacia Gigi—. Necesitaba ver que un tipo como
Malcolm podía ser derrotado. Ver que los matones no siempre ganan. —
Que los caballeros existían. Pero esa parte se la guardó para él mismo.

—En ese caso, gracias. Es bueno tener a alguien de nuestro lado.


A Gigi podría venirle bien.

Fue directo al corazón de su curiosidad.

—¿Qué le pasó a su padre?

Crystal se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Descubrió que estaba embarazada a los diecinueve


años y voló del nido.

—Cobarde —dijo sin pensar.

—Sí. Lo era. Nunca la ha visto. Nunca contactó conmigo. Nada.

—Yo nunca haría eso. —No podría haber dicho por qué sintió la
necesidad de decir esto—. Un hombre tiene una responsabilidad con su
familia. Su compañera. Su hijo. —Si alguna vez se permitía a sí mismo
ser domesticado, mientras se resistía a que le pusieran las riendas sobre
la cabeza, una vez refrenado, nunca se iría.

—Podrías pensar eso, pero Cory no. Éramos jóvenes. Estúpidos.

—¿Estuviste casada?

Ella agitó la cabeza.

Serie Kodiak Point 67


Eve Langlais El regalo del caribú

—Nunca fuimos compañeros, amantes en el mejor de los casos.


Pero no teníamos nada en común. Rara vez hablamos mucho. A menos
que fuera para preguntar en tu casa o en la mía.

Una mujer que no tenía miedo de admitir que tenía un apetito


lujurioso. Mientras los celos gruñían, y raspaba una pezuña, podría
acorralarlo con el conocimiento de que en ese momento estaba soltera.
No por mucho tiempo, sin embargo, si él tuviera algo que decir.

—Parece que no era el tipo adecuado.

—No. Cuando se trata de hombres, he tomado malas decisiones.


Pero al menos una cosa perfecta salió de ello. —Sin duda alguna de lo
que quería decir, mientras inclinaba la cabeza para tocar la dormida de
Gigi.

—Hablando de malas decisiones, voy a adivinar que estamos


agrupando a este tipo Malcolm, en esa categoría de errores.

—Él está en su propia categoría —murmuró sombríamente.

No hacía falta ser un genio para deducir.

—Viniste a Kodiak Point para escapar de ese idiota.

—Escapar. Esconderse. Encontrar protección. Como habrás


notado, Malcolm es un poco contundente cuando no se sale con la suya.
Simplemente romper con él no servía. Vine aquí para empezar de nuevo.
Para mostrarle a Gigi una vida diferente, mejor, en la que no tenga que
preocuparse por el ladrido de un gilipollas inseguro. Dónde todavía pueda
soñar y creer en lo imposible.

La forma en que dijo la última parte lo golpeó.

—¿Es por eso por lo que estás tan empeñada en este desfile?

Serie Kodiak Point 68


Eve Langlais El regalo del caribú

—Podrías decirlo así. Con todo lo que sucedió, solo quería que
tuviera la Navidad perfecta. —Hizo una mueca—. No sé qué tan bien lo
estoy haciendo. Ni siquiera puedo conseguirle lo que realmente quiere.

—Aunque ella no consiga exactamente lo que pidió si me


preguntas, lo estás haciendo genial. —Y luego hizo algo loco.
Probablemente fue un lapsus mental, como resultado de su pasado
enredado. Cualquiera que fuera la razón, se comprometió con su palabra,
la cual, sollozo, era algo que él nunca rompió—. Lo haré.

—¿Hacer qué? —preguntó ella, su frente arrugada por el


desconcierto.

Todavía podía echarse atrás. No lo había adivinado. O podría hacer


lo correcto, ahogarse y lanzarse sobre la granada de las burlas.

—Seré un maldito reno. —Argh. Horror.

Los labios de ella se curvaron.

—¿Me dejarás enjaezarte con correas de cuero?

Y atarme a una cama. Asintió.

—¿Usarás oropel en tus astas?

Si pudiera matar a cualquiera que se atreviera a burlarse de él.


Otra vez, inclinó la cabeza.

—¿Y la nariz roja parpadeante?

—¿Tengo que ponerme la nariz? —Se quejó.

¿La traviesa sonrisa en sus labios y el brillo en sus ojos? Sí. Habría
usado luces intermitentes en cualquier parte de su cuerpo si ella quisiera.

Serie Kodiak Point 69


Eve Langlais El regalo del caribú

—La nariz es obligatoria.

—Eres perversa —refunfuñó.

A eso ella solo se rió, un sonido ronco que no debería haberle hecho
nada, sin embargo, hizo que el vello de sus brazos se elevara como si lo
cargaran eléctricamente y su pene se hinchara. Qué sonido tan
jodidamente dulce.

Un rato después, cuando la conversación había hecho pasar


volando los kilómetros, llegaron a su casa. Ella se deslizó de un lado de
la camioneta y fue a buscar su bolso del maletero utilitario de la parte de
atrás. La lona con su bulto llamó su atención. Alguien iba a sonreír
cuando consiguiera ese panda gigante la mañana de Navidad.

La encontró en la puerta del lado del pasajero, con Gigi acunada


en sus brazos.

—La llevaré —dijo Crystal, después de que abrió la puerta exterior


de su apartamento que mostraba un impresionante conjunto de
escaleras que subían hacia su casa.

—La tengo. Adelante y abre la puerta. —Sí, adelante, para poder


admirar la flexión de su culo mientras subía por las escaleras. Misión
#738: Mirar su trasero... cumplida.

Un pequeño rellano en la parte superior significaba que él se


apretujó en su espacio mientras Crystal colocaba su llave en la cerradura.
Abriendo la puerta, ella entró y dejó sus cosas en una mesa maltratada
justo en el interior.

Dándose inmediatamente la vuelta, extendió sus brazos hacia su


hija, y él negó con la cabeza. Usando la punta de una bota para sujetar
el talón de la otra, se quitó el calzado y entró. Incluso los hombres

Serie Kodiak Point 70


Eve Langlais El regalo del caribú

Cambiaformas más duros sabían que no debían usar calzado para la


nieve dentro de casa.

—Hombre testarudo.

Él solo sonrió.

Con un movimiento de la cabeza, Crystal lo llevó por su casa, no


un lugar grande de ninguna manera, pero parecía cómodo con el sofá
cubierto por la manta afgana, el sillón de terciopelo mullido y el televisor
demasiado pequeño.

En serio, ¿quién podría vivir con algo más pequeño que sesenta
pulgadas? ¿Y qué era esto? ¡Sin sistema de juego! ¿Ni siquiera una Wii?
Inaceptable. Tendría que rectificar eso.

Es curioso cómo ya pensaba en términos de futuro. El collar


doméstico estaba más apretado. Pero aún no se estaba ahogando.

Había un pasillo estrecho fuera de la sala de estar con algunas


puertas. Una con una G de madera tallada que conducía a una pequeña
habitación, y quería decir pequeña, con una cama individual cubierta por
un brillante edredón de flores. Kyle colocó a la niña dormida encima y
luego retrocedió mientras Crystal hacía la cosa de mamá, quitándole las
botas y el abrigo. Entregándoselos a Kyle, quien los llevó a la sala
principal y los colgó. Luego esperó.

Unos minutos más tarde, Crystal salió, pero no cerró la puerta del
dormitorio. En vez de eso, ella le llamó curvando su dedo.

—Gigi te quiere.

¿A mí? Perplejo, volvió a entrar, rozando a Crystal mientras lo


hacía, el dulce aroma de ella envolviéndolo todo demasiado
placenteramente.

Serie Kodiak Point 71


Eve Langlais El regalo del caribú

Dentro de la claustrofóbica habitación, una Gigi de párpados


pesados le sonrió. Extendió sus brazos mientras decía:

—Buenas noches.

Él se arrodilló, controlando la necesidad de aplastar el pequeño


cuerpecito contra él. El sentimiento más protector se apoderó de él.

Misión #744: Hacer de la hora de acostarse una prioridad para los


abrazos.

Para cuando Gigi lo liberó, ya tenía los ojos cerrados, respirando


con una exhalación. Se levantó y vio a Crystal mirándolos, la tristeza
insinuándose en su mirada. Se dio la vuelta y se alejó. La siguió, cerrando
suavemente la puerta por detrás de él.

Al entrar en la compacta sala de estar, Crystal se mantuvo junto a


la excusa más patética, aunque obviamente amada, de un árbol de
Navidad. Tocó con el dedo una bola de aluminio llena de bultos.

—Gracias de nuevo por todo.

—De nada.

—Yo, eh, supongo que te veré mañana.

Lo haría. Y al siguiente día.

Pero no se iba a ir sin cumplir una misión. Una nueva misión.

Misión #745: Besar a la chica.

Dio un paso hacia ella. No se movió, pero lo miró. Tomó otro,


acechándola como un depredador con una presa asustadiza, irónico dado
su papel opuesto en el reino animal.

Serie Kodiak Point 72


Eve Langlais El regalo del caribú

Cuando se paró en su espacio, Crystal se mantuvo firme, lo miró y


se lamió los labios. Incluso podría haberse estremecido.

—Sé lo que planeas hacer.

—Eso espero, ya que es bastante obvio.

—No puedo permitirme cometer otro error.

Una parte de él anhelaba decirle que no la defraudaría. Que no la


engañaría. Nunca la lastimaría como los hombres de su pasado. Puedes
confiar en mí.

Pero era un hombre que acababa de aceptar representar a Rudolph.


Ya había perdido el suficiente orgullo viril por un día. Así que, en vez de
eso, le mostró a su dama lo que sentía.

Con suerte, ella sabía cómo leer la lengua.

Serie Kodiak Point 73


Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Seis
Me va a besar.

Lo sabía. Podía verlo en los ojos de Kyle y en cómo se movía hacia


ella, cada uno de sus movimientos gráciles, poderosos y alertas. No
escaparía de su beso. No quería.

Llámala tonta, pero desde el momento en que Kyle se había


acercado a ellas, actuando como el héroe que Gigi decía que era, había
querido hacer el papel de damisela. Qué raro que quisiera un cuento de
hadas. Hace tiempo que había perdido la esperanza de lograr un felices
para siempre. Sin embargo, Kyle hizo que quisiera creer de nuevo. Como
cuando jugó el papel de caballero. Un hombre valiente que aún creía en
proteger a los inocentes. Un verdadero príncipe.

Hablando de quién, en todas las historias, ¿no recibía un beso el


tipo que salvó a la princesa por sus esfuerzos?

Debería haberlo hecho y casi lo hizo. A pesar de su enojo porque él


se había metido, no pudo evitar la euforia, ya que venció el miedo de su
hija interpretando al héroe y deshaciéndose de Malcolm. Para su alivio, y
sí, complacida por sus acciones, casi le había dado un beso en el
estacionamiento del Walmart. Como si necesitara una razón para besar
sus deliciosos labios.

Pero necesitaba valor.

Su acobardamiento apareció y evitó que se arrojara a sus brazos,


con una razón válida. En primer lugar, Gigi estaba con ellos, y prefirió no
permitirse ese tipo de actividad frente a su hija. Segundo, estaba
asustada.

Serie Kodiak Point 74


Eve Langlais El regalo del caribú

Asustada de que, una vez más, tomara la decisión equivocada.

¿Qué hacer? ¿Arriesgarse o mantenerlo a distancia?

Por una vez, no fueron solo sus hormonas las que la animaron a
darle una oportunidad a este tipo. Después de pasar un tiempo con él,
hablar con él y ver cómo era con Gigi, su instinto lo aprobaba
sinceramente. Demonios, incluso su gato ronroneaba cuando él estaba
cerca. Eso no había pasado nunca antes. ¿Era una señal?

¿Qué pasa si me estoy equivocando? ¿Podría soportar más


desilusión? La mejor pregunta era, ¿dejaría que el miedo dictara sus
decisiones para siempre?

Ya había pasado un año viviendo en el limbo, ignorando sus


necesidades debido a la incertidumbre y también para asegurarse de que
Gigi no sufriera más rupturas. ¿Pero explorar las posibilidades con Kyle
era realmente tan egoísta? Encontrar al hombre adecuado, un buen
hombre, ¿no las beneficiaría a ambas?

Seguramente, en un momento dado, nos espera una racha de


seguridad y felicidad.

¿Kyle era el hombre para ayudarlas a las dos cosas? ¿Quien les
ayudaría a formar una familia? ¿Para ayudarlas a encontrar un felices
para siempre?

Gigi ciertamente parecía pensar eso. Crystal no estaba ciega. Vio la


adoración en los ojos de su hija cuando miró a Kyle y notó la confianza
que depositaba en él. La diferencia entre el vínculo que Kyle había
formado con Gigi, y el que nunca había existido entre su hija y Malcolm
parecía tan obvio. Si daba el siguiente paso, ya sabía que las cosas serían
diferentes.

Si Kyle pudiera comprometerse.

Serie Kodiak Point 75


Eve Langlais El regalo del caribú

Ya había demostrado que el tipo duro exterior tenía una grieta.


Podría haber empezado pensando que era Joe Cool15, pero desde su
presentación, él pareció haber ajustado su forma de pensar.

Olvida a los Borg16 y su asimilación, soy mamá y le estoy ofreciendo


domesticación.

Y a él no pareció importarle. Parecía que cuanto más tiempo pasaba


con ellas, más se inclinaba hacia una vida familiar que las incluía.
Cuanto más descubría sobre él, más caía enamorada.

Oh, Dios, me estoy enamorando de él. La revelación la aturdió pero


también venció el miedo que le quedaba, razón por la cual, cuando él se
acercó, se mantuvo firme, inclinando la cabeza y cerrando los ojos
mientras él se acercaba a besarla.

Oh, Dios.

Solo necesitó una electrizante presión de labios.

La conciencia instantánea se disparó a través de ella, una emoción


como la que nunca había sentido desde su primer beso. Excepto que no
había nada que detuviera este abrazo. No había razón para detener el
deslizamiento sensual de labios contra labios.

Las respiraciones calientes se fusionaban cuando las bocas se


abrieron para permitir que sus lenguas participaran en una danza
sinuosa. Sus brazos se enroscaron alrededor de su cuello, y los de él
alrededor de su torso, uniéndolos, lo suficientemente apretados como
para que ella pudiera sentir el latido constante de su corazón, la dureza

15
Joe Cool: Podríamos traducirlo por Pepe el Frío, es una persona que permanece
calmada o fría bajo situaciones extremas.
16
Borg: Personajes de la serie Stark Trek alienígenas que mediante la “asimilación” a un
individuo le inyectaban nanoprobes buscando la perfección y convertir a todos en unos
seres similares y dentro de un ser colectivo.

Serie Kodiak Point 76


Eve Langlais El regalo del caribú

de su cuerpo y la evidencia de su erección. No había duda del deseo de


él, del de ellos. La pasión de ellos…

Pasó los dedos por su cabello, arañándolo y tirando, su aliento un


jadeo caliente, que él inhaló. La alzó así que quedó apoyada contra la
pared, su fuerza una parte de él, sin esfuerzo y tan sexy. Con la parte
inferior de su cuerpo, inmovilizó el de ella, frotándola y manteniéndola en
su lugar, dejando sus manos libres para vagar. Y vagaron mientras su
boca saqueaba la de ella, atrayendo un deseo doloroso.

Tócame, quería gemir, pero ya estaba más allá del discurso


coherente, atrapada en las sensaciones del momento.

Pero él no necesitaba que se lo dijeran. Sus dedos encontraron el


borde de la camisa de ella y se deslizaron por debajo, las puntas ásperas
una suave abrasión contra su piel. Los toques ligeros le hicieron
cosquillas en su camino por encima de sus costillas a sus pechos
cubiertos en la cima de su caja torácica. No dejó que la copa de algodón
lo detuviera.

Nada gritaba sexy con el simple sujetador deportivo blanco. No


pareció molestarlo. Su pulgar acarició el pico tenso, la barrera de tela era
una capa sensual que solo hizo que el momento en que él lo empujara
más hacia arriba, desnudando su pecho, fuera aún más excitante.

Contuvo la respiración mientras él rozaba su dedo calloso sobre su


protuberancia. Una y otra vez, frotó y luego pellizcó, lo que la hizo jadear.
¿Cómo podría la provocación de su pezón traerle un placer tan erótico a
su sexo? ¿A quién le importaba? Un escalofrío la recorrió cuando una vez
más lo volvía a apretar.

Y luego se detuvo. No. Si ella hubiera tenido aliento, habría


protestado en voz alta.

Serie Kodiak Point 77


Eve Langlais El regalo del caribú

Movió su cuerpo, empujándola más hacia la pared, lo que


significaba que sus labios se movieron fuera del alcance de ella, pero eso
fue solo porque aparentemente él tenía otro lugar que necesitaba
explorar.

—Kyle. —Su nombre fue susurrado mientras su boca caliente se


enganchaba a su pezón. Él chupó y giró su ágil lengua alrededor de la
punta. Cada tirón, cada chupada, enviaba un golpe de calor a su sexo.

Primero un pecho, y luego el otro. Se tomó su tiempo con cada uno


de ellos, explorándolos y burlándose de ellos mientras toda la sangre de
su cuerpo hervía, todas sus terminaciones nerviosas se enroscaban, y
sus bragas se ponían más y más húmedas.

Sus labios finalmente abandonaron sus dos picos, no es que eso


detuviera su palpitación. Su boca trazó una senda por su vientre hasta
llegar al botón de sus pantalones.

No vio cómo lo hizo, pero de alguna manera logró desabrochárselos,


se separó, y besó la parte superior de su montículo a través de sus
bragas... más algodón industrial... lo que no detuvo su sensual
seducción.

¿O lo haría?

Cuando la bajó y la dejó en el suelo, casi gritó, pero sus labios se


encontraron con los de ella. Y entonces no le importó porque parecía que
él tenía una razón para liberarla, es decir, para poder sacarla de sus
pantalones y arrancarle las bragas.

Un tirón. Una sexy rasgadura de tela para exponerla a él.

Absolutamente sexy.

Serie Kodiak Point 78


Eve Langlais El regalo del caribú

Desnuda para su toque, no perdió el tiempo y la tocó. Ahuecando


su sexo húmedo con su mano mientras chupaba la lengua de ella.

Ella casi se corre.

—Voy a saborearte, Crystal —murmuró contra su boca—. Te


lameré hasta que te corras.

¿Qué mujer cuerda no reaccionaría ante esas palabras?

Demonios, ella prácticamente llegó. Ciertamente se estremeció y


tembló. Gritó y reprimió su máximo placer cuando él cayó de rodillas y la
acarició con su mentón. Su sexo se apretó con fuerza cuando las manos
de él separaron sus muslos, y sintió el cálido roce de su aliento contra su
palpitante coño.

Con su primera lamedura, casi se derrumba, pero las manos de él


la agarraron, abrazándola y sometiéndola a la decadente tortura de su
lengua. Dulce, placentera y erótica tortura.

No le llevó mucho tiempo. Las húmedas y cálidas lamidas y


succiones de su boca provocaron a la carne ya palpitante. Cuando
chasqueó la punta de su lengua contra el clítoris de ella, estaba muerta.

Solo mordiéndose el labio se las arregló para evitar gritar. Pero, oh,
como anhelaba gritar su nombre. Para gritarlo al mundo.

Ola tras ola de placer la recorrieron mientras él se negaba a ceder


en su sensual disfrute de su sexo.

Finalmente, no pudo aguantar más, y se las arregló para jadear.

—Basta.

Con un beso final en sus tiernas partes, se puso de pie y la rodeó


con sus brazos. La abrazó, y ella devolvió el abrazo, ni una palabra fue

Serie Kodiak Point 79


Eve Langlais El regalo del caribú

pronunciada, solo disfrutaron de un momento íntimo que le permitió


recobrar su cordura.

Ahora que la había complacido, era hora de devolverle a él el regalo.

Pero cuando fue a deslizar sus manos a través de su cuerpo hasta


su cintura, él las atrapó y las llevó a sus labios, colocando un beso en
cada una antes de soltarlas.

—Debería irme ahora.

Le tomó un momento procesar el significado de sus palabras.

—¿Te vas? —No podía evitar la incredulidad en su tono,


especialmente porque podía ver la evidencia de su necesidad empujando
contra la entrepierna de sus vaqueros.

—Te dije que era diferente, y te lo voy a demostrar.

—¿No teniendo sexo conmigo? —No pudo evitar el desconcierto.

—Exactamente. Sé que las cosas se están moviendo rápido entre


nosotros, lo que probablemente te esté asustando. Sé que me está
asustando un poco a mí. Pero en el buen sentido. —Se apresuró a
tranquilizar—. No me voy porque no te desee, porque créeme, sí te deseo.

—Dice el tipo que está a punto de salir por la puerta. —Todavía


estaba procesando el extraño giro de los acontecimientos.

—Me voy a casa a tomar una ducha fría y a una cama solitaria.

—No tienes por qué hacer eso. —De verdad, puedes quedarte, aquí
conmigo. Se abstuvo de mendigar en voz alta. ¿Qué le estaba pasando?
Él trataba de actuar como un caballero, y aquí estaba ella, prácticamente
forzándolo a quedarse.

Serie Kodiak Point 80


Eve Langlais El regalo del caribú

—Por mucho que me duela, tengo que irme. Necesitas tiempo para
adaptarte a lo que está sucediendo entre nosotros. Para entender que no
voy a maltratarte a ti y a Gigi. Que soy un hombre con el que puedes
contar. Así que, a pesar de que quiero quedarme de la peor manera
posible, no lo haré. No hasta que crea que me he ganado tu confianza.

¿Honor? ¿Eso todavía existía?

—Estás loco.

—Certificado borderline17 según los psiquiatras del ejército. —


Sonrió—. Pero, a diferencia de mi amigo Boris, no me gustan las armas,
así que me dejaron ir. Sin embargo, aunque podría no haber decorado mi
casa con armas, te advierto que soy un fanático de la tecnología. Unirse
a mí significa soportar el sonido cableado en todas las habitaciones del
lugar. Un sistema de alarma que sabrá si una mosca se tira un pedo. Y
perderme unas horas a la semana jugando con mis amigos en línea.

—Hablas como si estuvieras planeando quedarte.

Una sensual sonrisa estiró sus labios.

—¿Quieres decir que todavía no te has dado cuenta de esa parte?

La esperanza floreció, un punto cálido en su pecho, que no había


sentido en mucho tiempo.

—Tenía miedo de pensar eso muy pronto —admitió—. Me han


decepcionado mucho en el pasado.

—Y eso va a cambiar. A partir de ahora, las cosas serán diferentes.


Para ti y Gigi. Joder, no puedo creer que esté pensando así. Hace unos
días, antes de conocerte, todo en lo que podía pensar era en mí mismo —

17
Borderline: En el límite.

Serie Kodiak Point 81


Eve Langlais El regalo del caribú

dijo con una sonrisa impenitente—. Pero ahora, que me condenen si la


idea de un nosotros, como en familia, no tiene más atractivo.

—Tal vez te infectaste con el espíritu navideño. Podría desaparecer.

—Más bien como si me hubieran golpeado con eso, y no, cariño, no


está desapareciendo. Te hice mi misión.

—¿Misión? —dijo con una risa, curiosamente no perturbada por el


hecho de que estuviera teniendo una conversación, vistiendo solo una
camisa que apenas caía lo suficiente para cubrir sus caderas, con un
hombre que acababa de hacerla correrse. Qué espectáculo debía
representar.

—Sí, misión. Te advierto en este momento que, como parte de mi


desorden o, como me gusta llamarlo a mí, mi adorable rasgo de
personalidad, tiendo a pensar en las cosas en términos de misiones.

Ella arrugó la nariz.

—Vale, ¿y eso qué significa?

—Bueno, por ejemplo, estoy trabajando en la misión #746: Ser el


jodido mejor Rudolph para una niñita.

Ridículamente inquietante, pero lindo.

—Me gusta esa misión, ¿y tienes alguna misión que me concierna


a mí? —¿Coqueto? Sí, pero no pudo evitar preguntar, y no solo por su
curioso gatito interior.

—Muchas en lo que a ti respecta, nena. Y soy un hombre al que le


gusta cumplirlas.

Él movió sus cejas y ella se rió.

Serie Kodiak Point 82


Eve Langlais El regalo del caribú

—Tengo que admitir que me sorprende que estés solo en la #745.

—Eso es porque cada Año Nuevo hago borrón y cuenta nueva. Me


gusta empezar el año de nuevo. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a
atender la misión #747.

—¿Cuál es?

—Tomar una ducha fría y aliviar mis bolas azules antes de ceder
totalmente a la tentación.

—¿Qué pasa si quiero que te quedes?

Él gimió y cerró los ojos mientras canturreaba.

—No debo fallar.

Ella se rió.

—Eres un hombre extraño, Kyle.

—¿Extraño, pero adorable? —dijo, mirándola atentamente


esperanzado.

—Sí.

Aparentemente le gustó su simple respuesta porque entonces la


besó, con los brazos lo suficientemente apretados como para exprimir el
aliento de ella. Pero le gustó eso, le gustó él y lo abrazó con la misma
fuerza.

Entonces, cuando pensó que las cosas se pondrían interesantes, él


huyó, todavía hablándole mientras retrocedía.

Serie Kodiak Point 83


Eve Langlais El regalo del caribú

—Maldita sea, nena, haces que un soldado se olvide de sí mismo.


Estaré aquí para recogeros a las dos por la mañana, y nos vamos a
desayunar.

—¡Buenas noches, Rudolph! —gritó cuando él llegó al último


escalón inferior y tiró de la puerta hacia afuera.

Ella se rió de su gruñido.

—Todavía no puedo creer que esté haciendo eso.

Mientras cerraba la puerta de su apartamento, con una estúpida


sonrisa en su cara, no pudo evitar esperar que esta fuera la mejor
Navidad de su vida.

Serie Kodiak Point 84


Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Siete
La peor. Navidad. De la historia.

Con las pelotas azules, chirriantemente limpio y nervioso por tanto


café, Kyle se preguntaba por su cordura. ¿Por qué me ofrecí voluntario
para hacer esto? ¿No podría encontrar alguien una bomba para que yo
desactive? ¿O exigirme que ponga cable para todos los televisores de sus
casas?

No ayudó el hecho de que su impulso por huir se enfrentaba con


una determinación aún más fuerte de quedarse, y todo debido a cierta
puma que trataba de calmar su irritación.

—Te ves muy guapo —ronroneó Crystal en su oído mientras


acariciaba el pelo entre sus astas—. Y no te preocupes. Estoy segura de
que la brillantina probablemente se caerá cuando cambies.

Él le lanzó una mirada malvada, que debido a que llevaba una nariz
roja y brillante, no la intimidó en lo más mínimo.

—Pobre, pequeño —dijo ella con una sonrisa—. Tendré que


compensarte. Quizás después del desfile podrías venir a cenar.

Decidió que no la destrozaría con sus dientes.

—Podemos ver Rise of the Guardians18.

Una película de Navidad decente con mucha acción. Que no lo


juzgara porque le gustaran las películas de dibujos animados. Juzgarlo
porque sabía la letra de “Let It Go”19 de Frozen.

18
Rise of the Guardians: Santa Claus viene a la ciudad.
19
Let It Go: Canción de la película Frozen, “Déjalo ir”.

Serie Kodiak Point 85


Eve Langlais El regalo del caribú

—Entonces, una vez que Gigi se vaya a la cama, tal vez podrías…

Sí. Sí.

—Ayudarme a envolver sus regalos. Apesto cuando se trata de


empaquetarlos.

Una gran decepción. Sus orejas cayeron, y ella se rió.

—Ah, no te veas tan triste. Sé que parece mucho trabajo, pero haré
que valga la pena. Lo prometo —dijo en un susurro ronco.

Con esas palabras burlonas, se alejó. Si pudiera haber aullado


como un lobo, lo habría hecho. Tal y como estaban las cosas, la miró a la
manera babosa del caribú. Luego gruñó y pateó el suelo como un toro
cuando se dio cuenta de que no era el único hombre que apreciaba la
vista.

Mía. Y no podía esperar a que el mundo, y especialmente los


hombres, lo supieran. Entonces, si todavía se atrevían a mirar, les
mostraría por qué nunca te metías con el tipo que podría descifrar la
contraseña de tu teléfono, y no solo cambiar el mensaje de voz saliente,
sino también darte un tono de llamada muy sucio y fuerte. Una de sus
bromas favoritas y sus mejores recuerdos.

Se podía oír al alce desde una milla de distancia.

¿La mejor parte? Boris era un inepto cuando se trataba de


tecnología y tuvo que pedirle amablemente que le ayudara a eliminar la
ofensiva melodía.

Kyle marcó los nombres y rostros de los hombres que se atrevieron


a admirar lo que era suyo. Luego se sacudió mentalmente.

¿Qué estoy haciendo?

Serie Kodiak Point 86


Eve Langlais El regalo del caribú

Celos, nunca antes experimentados, pero reconocibles. Solo otro


signo de que Crystal era diferente a las otras mujeres con las que había
estado. De ahora en adelante, será solo una mujer. Si bien nunca había
esperado desear una vida doméstica, desde que conoció a Crystal y Gigi,
era en lo único en lo que podía pensar. Todo lo que quería.

Lo que necesito.

No se necesitó una misión para darse cuenta de que a su vida le


faltaba algo desde que había regresado de la guerra. Había tratado de
llenar ese enorme vacío con bebidas, bromas, trabajo, demonios, incluso
había empezado alguna pelea ocasional para ver si golpear cosas
ayudaría.

Nada había funcionado hasta ahora.

Cristal y Gigi, y la vida que tan fácilmente podía imaginar con ellas,
encajaban perfectamente en el vacío. Ofrecían la oportunidad de una vida
feliz, una vida plena. Una nueva existencia que pronto disfrutaría, en
cuanto pasara la próxima hora infernal. Una hora de tortura que
seguramente nunca olvidaría.

Por suerte, nadie en el área de montaje se burló de él por su ridículo


atuendo de Rudolph. Suerte porque el desfile estaba a punto de comenzar
y no tenía tiempo para lavar la sangre de sus cuernos si algún idiota se
atrevía a burlarse de él.

Sin embargo, el inicio del desfile no significó que se moviera,


porque, por supuesto, lideraba el trineo de Santa, lo que significaba que
tenía que tenía que quedarse parado impaciente con su arnés, con una
manada de renos que parecían vacas detrás de él, y Earl, la morsa,
practicando su ho-ho-ho.

Serie Kodiak Point 87


Eve Langlais El regalo del caribú

Las carrozas se movieron, una a una, iluminadas con luces,


relucientemente brillantes. La gente de la ciudad, vestida con ropajes
navideños, se fue con ellas mientras la música navideña resonaba por los
altavoces. La buena voluntad y la alegría deberían haberle hecho poner
sus ojos en blanco. En cambio, lo encontró contagioso. Lo siguiente que
supo fue que su pezuña estaba golpeando al ritmo de “Santa Claus is
Coming to Town”20.

Argh. Dispárame ahora. No. No lo hagas. No podía fallar en su


misión para Gigi. Ella esperaba ver a Rudolph, y lo haría, aunque eso lo
matara.

Adiós, mundo cruel.

Hora de cumplir la misión #746: Ser el mejor maldito Rudolph para


una niña.

Mantuvo la cabeza en alto. Con su cornamenta ataviada con


purpurina y su nariz de un rojo brillante e intermitente. Con el estribillo
de “Rudolph”, salió haciendo cabriolas, conduciendo el trineo de Santa
Claus.

Solo para resistirse en la puerta cuando el pánico repentinamente


lo abrumó.

Todos me verán.

Se reirán.

Me señalarán.

Se burlarán.

20
Santa Claus is Coming to Town: Santa Claus viene a la ciudad.

Serie Kodiak Point 88


Eve Langlais El regalo del caribú

Ellos… ¿me amarán?

Atrapado justo dentro de la puerta no significaba que no pudiera


ver algunas caras expectantes, tanto jóvenes como mayores, así como
gente de mediana edad. Y, sí, sonreían, pero no sonrisas engreídas. Vio
sonrisas felices que indicaban un humor alegre, no burlón.

Sobreviví al hoyo cuando estaba en el ejército. Puedo sobrevivir a


esto.

Salió caminando.

Tintineo.

Paso.

Tintineo.

Comenzó a caminar con paso firme, haciendo que las campanillas


niqueladas de su arnés, aquí no había plata, sonaran.

Después de unos pasos, no prestó más atención a sus zancadas


mientras escuchaba los gritos encantados y exclamaciones de los
pequeños allí presentes.

—¡Rudolph está al frente del trineo!

—Mira lo grande que es comparado con los otros renos.

—Es hermoso.

—Mira el tamaño de sus astas.

—¿No es guapo? —dijo una voz familiar. Los ojos verdes de Crystal
brillaron con agradecimiento y afecto.

Serie Kodiak Point 89


Eve Langlais El regalo del caribú

En cuanto a Gigi, no dijo ni una palabra, solo lo miró con su


brillante mirada, sus manos entrelazadas con deleite y sus labios
extendidos en la sonrisa más grande y feliz.

Su pecho se hinchó. Oh, sí, misión cumplida.

Pero ella no era el único niño que quería su atención. Demonios, si


él iba a hacerlo, más valía que lo hiciera bien. Miró al otro lado del camino
y los dejó en la gloria con el mejor maldito Rudolph que jamás hubieran
visto.

Pasó junto a Crystal y Gigi, siguiendo la ruta marcada para el


desfile.

Había algo locamente adictivo y, sí, satisfactorio de formar parte


del desfile. De llevar alegría a los demás. No es que lo fuera a admitir
alguna vez.

Si sus amigos le preguntaran si le gustó interpretar a Rudolph, se


aseguraría de rascarse las pelotas, les diría que estuvo bien, y enfatizar
el hecho de que lo había hecho por los niños, no porque le gustara hacer
el papel de un monstruo de nariz roja.

Pero, aunque le gustó, no significaba que no estuviera ansioso por


terminar. Tan pronto como hubieron trotado a lo largo de Main Street, se
dirigieron de regreso al hangar, Earl había desembarcado fuera de la vista
de las caritas de los pequeños, para que no se dieran cuenta de que Santa
no era quien parecía ser.

Olvídate de seguir a los otros hasta el área de preparación. Quería


salir de este alocado atuendo y alejarse de su equipo, que parecía pensar
que podían cagar cuando quisieran. Agradeció el hecho de estar por
delante de los desastres que esos dejaban detrás.

Serie Kodiak Point 90


Eve Langlais El regalo del caribú

Al menos obedecieron. Dirigió a los muy impresionados renos de


vuelta al establo. Podrían ser ingenuos, pero reconocían la grandeza
cuando la veían. Respetaban su cornamenta.

Crystal, sin una niña pequeña, estaba allí para encontrarse con él,
con una amplia sonrisa en su rostro.

—¡Estuviste increíble!

Por supuesto que sí. Sacudió su majestuosa cabeza y, sí, hizo una
pose. Si solo Boris, que pensaba que su conjunto de cornamenta era tan
grande, lo hubiera visto. Puede que los de Kyle aún no tuvieran la
envergadura que ese malhumorado alce poseía, pero la suya era más
aguda y mortal.

También era más guapo.

Al menos esperaba que Crystal pensara así mientras acariciaba el


pelaje detrás de sus orejas.

—Gracias —le dijo mientras lo desenganchaba de los arneses.

Incapaz de responder, resopló.

—En serio. Gigi no podía dejar de exclamar lo bien que te veías.


Apenas se dio cuenta de Santa. —Se rió—. Creo que Kyle, el caballero,
podría tener competencia.

Su caribú pareció encontrar esto muy divertido. Kyle menos.


Espera a que vea lo que le compré para Navidad. Entonces se olvidará
totalmente de Rudolph, amigo.

¿Celoso de sí mismo? Irónico, pero podría vivir con ello.

Hablando de ella, ¿dónde está mi amorcito? Hizo un ruido


interrogativo y giró la cabeza de lado a lado.

Serie Kodiak Point 91


Eve Langlais El regalo del caribú

Crystal decodificó su pregunta.

—La dejé con los otros niños en el centro comunitario para que no
se diera cuenta de que cierto reno de nariz roja no era lo que parecía.

Buen plan. Pero lo puso aún más impaciente por desengancharse


para poder ir a buscarla. Quería escucharla de primera mano, y sí,
vanagloriarse de que Rudolph había salvado el desfile.

Mientras Crystal trabajaba en las correas que lo mantenían en el


tiro, se arrastró sobre sus cascos. No podía esperar a quitarse las correas
de cuero para poder cambiar. Tampoco podía esperar a darle un beso a
Crystal. Y ver algunas películas. Y tener la mejor Navidad de todas.

Se quedó quieto mientras Crystal tarareaba una melodía navideña,


sus ágiles manos desabrochándole tan rápido como podía.

Estaban solos aquí, y el resto de la ciudad había ido al centro


comunitario para la fiesta de Navidad planeada para esta noche.

Sin embargo, incluso con el estruendosos sonido de muchos


Cambiaformas congregados no muy lejos, y el sonido de una música
pegajosa, un pequeño sonido lo distrajo. Un pequeño grito que podría
haber pensado que imaginaba si no fuera por la expresión que palideció
en el rostro de Crystal.

No necesitó que ella susurrara “Gigi” para saber que su pequeña


dulzura lo necesitaba.

Pero, ¿dónde estaba ella?

Inclinó la cabeza y olfateó el aire, sin percibir el aroma de ni una


maldita cosa, pero una vez más escuchó, o más como si sintiera, la
angustia de Gigi. Dirigiéndose a su objetivo, muy parecido a un sabueso,
con las campanillas de su maldito arnés sonando, la nariz parpadeando,

Serie Kodiak Point 92


Eve Langlais El regalo del caribú

era un faro para la diana de cualquiera que lo apuntara. Déjalos que lo


intenten.

Deja que quienquiera que pensó que podía asustar a su dulzura,


lo viera ir y le temiera. Sí, miedo, porque iba a cornear al bastardo y luego
pisotearlo por su temeridad.

Para aquellos que se pregunten cómo un extraño pudo haber


entrado en Kodiak Point y haberse acercado lo suficiente como para
atrapar a una niña, era bastante simple. Había un par de veces al año
cuando los extraños se mezclaban y caminaban entre ellos, la mayoría
sin ser notados. Los meses de verano, cuando los curiosos turistas
acudían en masa mientras reinaba la luz del día. En las bodas, cuando
primos salvajes y los de la ciudad se reunían para pasar un buen rato. Y
luego estaba la Navidad, cuando familias, clanes y todo tipo de
Cambiaformas venían de todas partes del mundo para pasar las fiestas
juntos.

Entonces, ¿era difícil para cierto lobo estúpido... que seguramente


había sufrido algún daño cerebral, probablemente olfateando demasiado
pegamento... colarse durante el caos y pensar en huir con una preciosa
niña?

Mi pequeña niña.

Una niña pequeña que él salvaría. No necesitó declarar una misión


en este caso. Ya había hecho una promesa, y la cumpliría.

No estaba solo en su persecución. Una elegante puma, su pelaje de


un rico color dorado, saltaba por delante de él, con todavía jirones de
ropa encima y… ¿era eso un tanga de encaje rojo? Maldita sea. Le hubiera
encantado arrancarle eso a Crystal él mismo más tarde. Pero no, cierto
ex novio simplemente tuvo que aparecer y arruinar la excelente noche de
Kyle. Alguien tiene deseos de morir.

Serie Kodiak Point 93


Eve Langlais El regalo del caribú

Un deseo que él concedería. Con Kyle tronando sobre cuatro cascos


a través de una ciudad que conocía demasiado bien, Malcolm no llegaría
demasiado lejos.

Pero lo intentó.

Malcolm llegó a su camioneta, estacionada no muy lejos del


barranco, antes de girar a su alrededor. Con Gigi agarrada en sus manos,
los ojos muy abiertos por el miedo.

Tan inaceptable.

Kyle soltó un bramido. Crystal gruñó.

Malcolm, con los ojos enrojecidos e inyectados en sangre, con su


largo y oscuro cabello alborotado en todas las direcciones, no pareció
importarle.

—Deteneros donde estáis, o la chica lo pagará —amenazó.

¿Qué clase de gilipollas amenazaba un niño?

Uno muerto.

Dado el peligro que corría Gigi, Kyle se detuvo, pero pateó el suelo,
su aliento humeando por sus fosas nasales, sus músculos tensándose y
listos para entrar en acción.

No estaba solo. Crystal avanzó lentamente hacia Malcolm, soltando


un gruñido de advertencia, que iba a juego con el labio que echó hacia
atrás en un gruñido. Una puma rabiosa lista para proteger a su cachorro.

—Detente ahí mismo —amenazó Malcolm—. Lo digo en serio. Y dile


a tu extraño amigo venado que se vaya o la lastimaré.

Serie Kodiak Point 94


Eve Langlais El regalo del caribú

¿Venado? Oye, alguien necesitaba repasar su terminología porque


Kyle era un caribú y un macho cérvido. Que rimaba con “voy a matar a
ese jodido21”.

Soy poeta y ni siquiera lo sabía.

Un arma apareció en la mano de Malcolm, y la sangre de Kyle se


heló a medida que la situación empeoraba. Olvídate de los chistes, o las
acciones temerarias, necesitaba concentrarse y actuar.

El arma congeló a Crystal en su lugar. Volvió a su forma humana


y no pudo sofocar su atemorizado sollozo.

—No. —Su piel desnuda temblando de frío—. Haré lo que quieras.


No le hagas daño.

Kyle odiaba oírla suplicarle al gilipollas.

—Dile que se vaya. —Apuntó con el arma a Kyle—. Esto no es


asunto suyo.

Crystal le lanzó una mirada frenética que le pedía que se fuera y,


al mismo tiempo, le suplicaba ayuda.

Irse no resolvería nada, así que Kyle se mantuvo firme, un hecho


que Malcolm notó.

—Genial. Un puto imbécil. Parecen estar en todas partes este año


—Se burló—. Siempre quise una cornamenta para colgar en mi pared.

21
La rima es entre “buck” o macho de una especie cérvida y “fuck” o cabrón, pero lo dejo
como jodido para intentar hacer la rima.

Serie Kodiak Point 95


Eve Langlais El regalo del caribú

Bajo las circunstancias correctas, como ahora, el caribú podría


gruñir y lo hizo. Kyle bajó la cabeza y escarbó en el suelo, desafiándolo a
intentarlo.

Fue entonces cuando la bombilla, que no era muy brillante, se


apagó en la cabeza del idiota.

—Espera un segundo. Conozco tu olor. Pero si es el amante de los


ositos de peluche, el que se cree un jodido héroe. Ansioso por una bala,
¿verdad?

En realidad no. Las balas ardían, y él lo sabía. Incluso tenía


cicatrices para probarlo. Pero podría soportar recibir un disparo si eso lo
acercaba lo suficiente como para ocuparse del capullo. O al menos al
alcance de mis cuernos.

Pobre dulce y engañada Crystal. Todavía pensaba que podía


negociar con el idiota loco.

—No puedes esperar salirte con la tuya, Malcolm. Deja ir a Gigi.

Él la agarró con más fuerza, lo que a su vez hizo gemir a Gigi.

Le sorprendió que su furia hirviendo a fuego lento no le saliera por


las orejas.

Solo dame una oportunidad, bastardo.

Malcolm no escuchó la solicitud silenciosa y mantuvo a Gigi como


escudo.

—¿Por qué iba a dejarla ir? Es mi billete para manteneros a raya.


Te conozco. Sé cuánto quieres a esta mocosa. Así que cuando te diga que
subas a la camioneta o si no verás, sé que escucharás si no quieres que
la lastime.

Serie Kodiak Point 96


Eve Langlais El regalo del caribú

La incapacidad para actuar, quemaba. Si solo pudiera alejar a Gigi


del loco bastardo, entonces podría ocuparse del imbécil. Tengo que hacer
algo. Debo rescatarla. Eso lo llevó a un lugar oscuro que no había visitado
en mucho tiempo por sentirse tan indefenso.

No va a ganar. No se lo permitiré. Aguanta, cariño. Ya se me ocurrirá


algo.

Crystal todavía intentó razonar, pero su miedo rodó en olas


palpables.

—Malcolm, no puedes pensar en serio que puedes irte de aquí


conmigo y con Gigi como rehenes. El clan no lo tolerará.

—Lo harán si quieren que ambas sigáis vivas. Deja de parlotear y


ven aquí. ¡Ahora!

—No.

No fue Crystal quien lo dijo, ni Kyle quien todavía vestía su


majestuosa, aunque actualmente inútil, forma. El tímido “no” vino de una
niñita. Una niña pequeña que, mientras estaba asustada mortalmente,
se enfrentó al matón.

—No. —Lo dijo más fuerte y luego hundió sus dientes en el brazo
de Malcolm.

Nada como un par de dientes afilados de un cachorro hundiéndose


en la carne para hacer gritar a un tipo duro como una chica. Malcolm
emitió un grito agudo y empujó a la niña fuera de él.

Justo lo que Kyle quería.

Cargó mientras Crystal, aun desnuda, excepto por ese maldito


tanga, iba hacia Gigi.

Serie Kodiak Point 97


Eve Langlais El regalo del caribú

Bang.

Oh, no.

Debería haber sido él. ¿Por qué el gilipollas no estaba concentrado


en él? Necesito trabajar realmente en la misión #732 porque tal vez así su
reputación lo habría precedido, entonces Malcolm habría apuntado el
arma en dirección a Kyle. Pero no, el enfermo acosador apuntó a Crystal,
quien, con toda su intención en llegar a Gigi, ni siquiera pudo esquivarla.
La bala la golpeó en lo alto del muslo, y gritó de dolor mientras se
desplomaba en el suelo.

Entonces Kyle la perdió de vista cuando sus astas golpearon a


Malcolm, hundiéndose en carne blanda y acertó algunas arterias
importantes. Malcolm ni siquiera pudo pronunciar un último chillido.
Tan pronto como Kyle lo empaló, lanzó al lobo moribundo por el aire.

La gente a menudo se pregunta cómo de fuerte es realmente una


cornamenta de caribú. Cómo de mortífera. Bueno, dado que Kyle fue
capaz de izar a Malcolm en sus puntiagudas astas y trotar con él a un
cierto barranco que atravesaba la ciudad, y todo sin esfuerzo, cualquiera
podría concluir que sus astas estaban construidas para causar estragos.
También eran geniales para tirar un cadáver de un lobo molesto, que
había acechado a su última víctima, hasta una muerte acuosa en la
corriente helada.

¿Se arrepentiría de sus acciones más tarde? ¿Sentiría


remordimiento?

Nah. Bienvenido al mundo de los Cambiaformas. Existían reglas


para mantenerlos en línea y mantener su existencia en secreto. Rómpelas
y no habrá un juicio largo, ni jurado. Solo justicia rápida y final.

Serie Kodiak Point 98


Eve Langlais El regalo del caribú

¿Y para un hombre que pensó que estaba bien amenazar a una


niña y a su madre? No había una segunda oportunidad. No en el mundo
de Kyle.

Adiós, Malcolm.

Un grito llamó su atención.

—Gigi, vuelve.

Salió trotando, de vuelta a donde había dejado a sus chicas, pero


a pesar de que había estado fuera solo unos minutos, solo era Crystal la
que estaba tirada en el suelo, con las manos presionadas sobre una
ensangrentada franja de piel.

—Kyle —dijo a través de sus dientes apretados—. Es Gigi. Se ha


escapado y no puedo seguirla por mi maldita pierna.

Una puma tan dura, quejándose de que le dispararan en lugar del


hecho de que estaba sentada con solo un tanga... un tanga que se
burlaba de él... en la jodida nieve. Al menos no sufriría por ello mucho
tiempo. Kyle pudo escuchar los gritos de la gente del clan mientras
corrían hacia ellos, el disparo había llamado su atención.

Sabiendo que Crystal pronto tendría toda la ayuda, y la ropa que


necesitaba, se fue en busca de una niña perdida.

Por suerte para él, Gigi mantuvo su forma humana, porque si


hubiera cambiado a un ágil gato, no le habría resultado fácil seguirla,
especialmente si hubiera trepado a los árboles que bordeaban el
barranco. Sus pequeños pasos con botas de nieve eran fáciles de seguir,
y no tenía miedo a asustarla, no con esas malditas campanillas en su
arnés todavía tintineando.

Serie Kodiak Point 99


Eve Langlais El regalo del caribú

Oh, y por no hablar de su relampagueante nariz roja que se las


había arreglado para aguantar durante todo el calvario.

Apenas había empezado a preguntarse si alguna vez la alcanzaría...


pequeña o no, ¡la niña podía moverse!... cuando vio un movimiento.
Ahora ten en cuenta que dada la oscuridad y los abetos, la luz no era
exactamente abundante, y su vista no era tan grande como su
cornamenta. Así que se mantuvo preparado, una pezuña levantada, los
cuernos ligeramente inclinados, listo para correr o cargar, dependiendo
de lo que saliera de las sombras.

En esa época del año, vagaban todo tipo de bestias desagradables,


normalmente no tan cerca de la ciudad, pero uno nunca sabía. El
abominable hombre de las nieves lo hizo disfrutando exagerar los
rumores de su existencia. Ahí había una bestia que no necesitaba ayuda
con su reputación.

Así que, dado lo que sabía de la oscuridad y sus posibilidades


ocultas, se mantuvo preparado. Pero, en este caso, lo que voló hacia él
fue una monada rosa que salió corriendo de detrás de la seguridad de
algunas ramas, se arrojó hacia él y abrazó su cuello tan lejos como pudo
alcanzar.

—Me encontraste.

Bueno, uh, por supuesto que sí.

—Me salvaste.

Demonios, sí.

—Me gusta tu nariz roja.

Oh, mierda cree que soy Rudolph.

Serie Kodiak Point 100


Eve Langlais El regalo del caribú

—Te quiero, Kyle.

No. Oh, no. Los caribú no lloran. Parpadean copos de nieve


inexistentes de sus ojos. Sorben por la nariz porque tienen un resfriado,
pero no lloran. Ack. Argh. Suspiro. Kyle se derritió como un malvavisco
sobre un infiernillo de gas encendido.

De acuerdo, entonces estaba un poco afectado por sus palabras.


Le dio un topetazo con la nariz en el brazo y luego le lamió la mejilla.

Ella soltó una risita.

—Ew, me gustan más los besos de verdad.

Él hizo un ruido y movió la cabeza, algo tímido para cambiar. Una


cosa era aparecer desnudo frente a Crystal y a otras mujeres adultas,
otra cosa era hacerlo frente a una niña pequeña.

Afortunadamente, Gigi era tan inteligente como linda. Entendió la


situación, pero luego realmente puso a prueba su afecto por ella cuando
trepó por su tripa, usando las correas que sostenían el maldito arnés con
campanillas.

Cuando se colocó a horcajadas sobre su espalda, él no pudo


moverse, sobre todo por el shock.

¡Ayuda! ¡Alguien está tratando de montar a mi majestuosa bestia!


No solo alguien. Gigi.

Por ella, permitiría el innoble gesto, pero se desharía de cualquiera


que lo comentara.

Nadie más quería morir esa noche, aparentemente, porque no se


dijo nada más que un feliz:

—Gatita. —Cuando Crystal vio a su hija.

Serie Kodiak Point 101


Eve Langlais El regalo del caribú

Después de eso, las cosas se pusieron un poco salvajes cuando la


ciudad los arrastró en su marea y los llevó de vuelta al centro, donde
alguien le dio algo de ropa, que incluía un horrible suéter navideño, y el
doctor le parcheó la pierna a Crystal y le dijo que se lo tomara con calma.

Misión #748: Nada de escaleras para Crystal.

Como si necesitara una excusa para llevarla en brazos. Diablos,


llevó a sus dos chicas a su apartamento cuando finalmente lograron
escapar del ajetreado centro comunitario en busca de un lugar un poco
más tranquilo.

Después de un desfile de duchas, donde se quitaron de la piel los


restos del evento del día y se vistieron, con un regalo de Crystal de
pantalones de franela estampados de Rudolph y una camiseta impresa
con un Papá Noel gordo que decía: “¡Pínchame y muere!, se sentaron a
comer una pizza congelada que habían cocinado en el horno, solo de
queso, por supuesto, además de una ensalada gigante. Vieron una
película de Navidad, y luego Kyle tuvo que ayudar a arropar a Gigi.

Un abrazo y un beso descuidado le fue dado a Crystal.

—Buenas noches, mamá.

—Buenas noches, gatita. —Crystal abrazó a su hija con fuerza y la


besó un par de veces antes de soltarla y dejarle sitio a Kyle.

Él se sentó en un lado de la cama y obedeció cuando un par de


bracitos se extendieron exigentes.

—Buenas noches, Kyle.

También recibió un beso húmedo en la mejilla. Maldito frío. Sorbió


por la nariz.

Serie Kodiak Point 102


Eve Langlais El regalo del caribú

—Buenas noches, cariño —murmuró en un tono ronco debido a su


obstrucción nasal, seguramente por afección en la garganta.

Fue a acostarla, pero ella no había terminado.

—¿Crees que Papá Noel me encontrará? —susurró, con los ojos casi
cerrados.

—Me aseguraré de que lo haga, incluso si tengo que colgar esa nariz
brillante de la chimenea —prometió Kyle.

Misión #749: Encontrar una escalera.

Se fue antes de hacer más promesas escandalosas.

Crystal se rió mientras cerraba la puerta.

—Sabes que ella piensa que te tiene envuelto alrededor de su dedo


de bebé.

—¿Qué quieres decir con “piensa”? Lo hace totalmente. —Se jactó


con una gran sonrisa.

Mientras Crystal se reía, Kyle llevó a su puma al sofá, consciente


de su deber de evitar que esforzara su pierna hasta que sanara, lo cual,
dado sus genes Cambiaformas, no tardaría mucho. Por la mañana,
aparecería como una cicatriz fresca.

Como el único que se podía mover, era responsabilidad de él


recoger las pocas bolsas de regalos, el papel de regalo, cinta adhesiva y
tijeras. Parecía que Crystal no había bromeado cuando dijo que tendrían
que envolver.

A medida que arrugaba su quincuagésimo pedazo de cinta


adhesiva, admitió su derrota.

Serie Kodiak Point 103


Eve Langlais El regalo del caribú

—Y por eso le pago a alguien para que me envuelva las cosas.

—Te diré qué haremos. Los envolveré yo, y tú te quedarás ahí


luciendo bonito.

La fulminó con la mirada.

—¿Por qué me siento halagado e insultado a la vez?

Una pícara sonrisa curvó sus labios.

—Porque soy así de buena.

De hecho, lo era. Con solo el suave resplandor de una lámpara y


las brillantes luces del feo árbol, que no era tan feo ahora que Kyle estaba
acostumbrado a él, finalmente pudo reclamar alivio, alivio de que el día,
aunque tumultuoso, había terminado bien después de todo.

Cuando Crystal colocó el último regalo debajo del árbol, Kyle notó
una decoración en su mesa maltrecha de café. La cosa parecía antigua,
y por alguna razón, la agarró para mirarla más de cerca. Tocó con el dedo
al andrajoso Papá Noel, el terciopelo rojo de su traje fino y desgastado,
pero las mejillas pintadas de rosa y el travieso brillo en sus ojos
resistieron bien la prueba del tiempo a diferencia de la campanita de la
mano del pobre San Nicolás. Hecho de papel dorado brillante, no sonaba.

Girándolo en sus manos, encontró un interruptor en la parte


inferior y lo accionó. Nada, lo agitó. Lo empujó. Pero nada hizo que el
hombre gordito de rojo tocara su campana.

—No te molestes —dijo Crystal mientras se alejaba del árbol para


acurrucarse contra él donde pertenecía—. No ha funcionado en años.

—Entonces, ¿por qué lo tienes?

Serie Kodiak Point 104


Eve Langlais El regalo del caribú

—Originalmente perteneció a mi bisabuela, así que supongo que


eso lo convierte en una reliquia familiar. Cuando me gradué y las cosas
empezaron a irse al infierno para mí, me lo dio porque se suponía que
traería buena suerte.

—¿Algo así como una pata de conejo?

—Supongo, excepto que no lo usábamos para pedir deseos. La


forma en que se suponía que debía funcionar, o lo hacía, era cada
Nochebuena, antes de acostarnos, Nana y yo lo golpeábamos en su gorda
barriga. Él decía: “¡Ho! ¡Ho! ¡Ho!” y tocaba su campanilla. Cuando lo
hacía, Nana decía que eso significaba que tendríamos un año de buena
suerte.

—¿Cuándo dejó de funcionar? —preguntó, aunque podía adivinar.

—No ha hablado, ni tocado la campana desde el año en que me


quedé embarazada y Nana murió. —Soltó una risita teñida con un toque
de amargura—. Supongo que es mi versión de un espejo roto. Pero basta
de cosas tristes del pasado. Esta noche es Nochebuena. Un tiempo de
buena voluntad y todo eso. Un tiempo para nuevos comienzos —
murmuró contra su cuello antes de darle un beso.

Lo que se convirtió en chuparle.

Lo que se convirtió en él tumbado de espaldas, ella desparramada


sobre él y besuqueándose como personas enamoradas.

La palabra A22 debería haberle asustado. La última vez que pensó


que estaba enamorado, lo traicionaron de la peor manera posible. Pero
Crystal no era así. No era voluble. Seguiría siendo sincera. Especialmente
una vez que él obtuviera su confianza y amor.

22
Amor. En este caso estaría incluida en la palabra “enamorados”.

Serie Kodiak Point 105


Eve Langlais El regalo del caribú

Mía.

Una reclamación que debió haber murmurado en voz alta porque


ella susurró:

—Sí, tuya.

Di lo que quieras, había algo perversamente sexy en una mujer en


la que tienes fijado tu punto de mira, que admite en voz alta que te
pertenece. Hacía que un hombre quisiera reclamarla de verdad. No solo
en cuerpo, sino en alma.

Si existía algo así como un vínculo de pareja, Kyle lo iba a


encontrar, aquí mismo, ahora mismo, con esta mujer.

Lo único que le hizo detenerse fue su herida. Tendría que tomarla


con delicadeza, incluso si ella parecía decidida a ignorarlo.

Ella gruñó mientras él la besaba sensualmente y dejaba que sus


manos recorrieran la piel oculta por la parte superior de su pijama.

—¿Podrías dejar de hacer gilipolleces y hacer el amor conmigo,


maldita sea?

—En primer lugar, voy paso a paso. En segundo lugar, sí, señora.
—¿Qué podría decir? Era un hombre al que le gustaban las órdenes
directas, especialmente cuando se alineaban con sus propios deseos.

No pasó mucho tiempo antes de que estuvieran piel contra piel.


Excepto por un pequeño detalle.

—Te has burlado de mí todo el día con los recuerdos de un tanga,


¿y ahora te pones esto? —refunfuñó mientras miraba sus bragas.
Algodón blanco y, por delante, cierto reno feliz.

—Pero brillan en la oscuridad.

Serie Kodiak Point 106


Eve Langlais El regalo del caribú

¿En serio?

Eso tenía que verlo. Apagó la lámpara, pero no tuvo que pensar en
cómo apagar el árbol porque la habitación estaba lo suficientemente
oscura para que pudiera ver el círculo rojo brillante.

—Crystal, con tus bragas tan brillantes, no me guiarás…

—No te atrevas a decirlo —interrumpió con una risa.

—De acuerdo, pero lo estoy pensando. —Se sentó en el sofá junto


a ella y la abrazó. Encajaba en él perfectamente. Piel suave, curvas
exuberantes, un aroma a bayas que hizo que se le hiciera la boca agua.

Sus labios se encontraron y se deslizaron con una pasión que ya


no se contentaba con ir despacio. Necesitaba construirse. La urgencia
palpitaba.

Al igual que su eje.

Él gruñó cuando ella deslizó una mano entre sus cuerpos y lo


agarró, la punta de su pulgar rozando la gota que perlaba su cabeza. Con
movimientos lentos, le acarició, el suave deslizamiento de su mano sobre
su polla haciéndole sisear mientras luchaba por aguantar.

Cómo la deseaba.

Sus dedos se enredaron en su cabello mientras la arrastraba para


darle un beso áspero. Hambriento, devoró su boca y succionó su lengua.
Sus jadeos ardientes eran la medida de la creciente excitación de ambos.

—Te deseo, Kyle —murmuró, el suave soplo de sus palabras


enviando un escalofrío a través de él.

—Te necesito —admitió. Creo que te amo.

Serie Kodiak Point 107


Eve Langlais El regalo del caribú

Ella se congeló.

Uh-oh. Creo que lo dije en voz alta.

Serie Kodiak Point 108


Eve Langlais El regalo del caribú

Capítulo Ocho
—Creo que te amo.

Dada la forma en que Kyle se congeló, como un ciervo atrapado por


unos faros, asumió que no lo había oído mal. También adivinó que él no
quería decirlo en voz alta. Al menos no todavía.

La tensión de su cuerpo insinuaba que él podría huir. El pobre tipo,


ya se había inclinado tanto. Se necesitaba un hombre fuerte, un hombre
decente, para vencer su vanidad y complacer a una niña pequeña. Se
necesitó un hombre con coraje para ir en rescate de ellas. Se necesitó un
hombre enamorado para dejarse asimilar23, um, quiso decir domesticar,
y en un lapso tan corto.

Su pobre caballero. Lo dejó descansar y lo salvó.

—Creo que también te amo.

—¿En serio?

—¿Estás tan sorprendido?

—Diablos, no. Solo pensé que te llevaría más tiempo darte cuenta
de mi grandeza.

—¿Grandeza? —Prácticamente se atragantó, con la risa.

Solo él podía dispararle una sonrisa impenitente, y salirse con la


suya.

23
Referencia a Stark Trek y alienar como hacían los alienígenas.

Serie Kodiak Point 109


Eve Langlais El regalo del caribú

—Admítelo. Fue la cornamenta. Impresionante, ¿eh? Y Boris piensa


que su par de cuernos son tan calientes. Ja. Todo el mundo sabe que los
caribúes lo hacen mejor.

Crystal no pudo evitarlo. Terminó encima riéndose. Y luego


aullando.

Luego riéndose cuando Kyle la atacó con dedos que le hicieron


cosquillas.

—Te enseñaré a reírte de mí —refunfuñó.

Es curioso lo mucho que ella disfrutó con su castigo.

A pesar de su alegre interrupción, la pasión regresó rápidamente y


con fuerza. Las cosquillas se convirtieron en caricias. Las caricias en
bragas arrancadas. Un coño desnudo enfrentándose a una polla dura.

Mmm. Por suerte para mí, la Navidad llega adelantada. Haciendo


que Crystal se esté corriendo. Tal vez más de una vez.

Kyle se envainó dentro de ella, grueso, caliente y duro. La estiró, la


llenó, la tocó, y a ella le encantó. Se arqueó debajo de él, con las piernas
extendidas, dándole un profundo acceso.

Mientras entraba y salía, ella le arañó la espalda, los hombros, todo


lo que podía agarrar para acercarlo más.

Y más cerca.

Se besaron mientras sus cuerpos se movían con ritmo, sus


empujes bienvenidos por su apretado sexo. La dureza de sus
movimientos golpeando su punto G aumentaban su placer en una
espiral. Con un suave grito de su nombre, la dicha se apoderó de ella.
Sus músculos sufrieron espasmos y ordeñaron su palpitante pene hasta

Serie Kodiak Point 110


Eve Langlais El regalo del caribú

que él eyaculó ardientemente dentro de ella. Marcándola con la misma


seguridad que si le hubiera puesto un anillo en el dedo. Reclamándola
con su semilla y sus palabras:

—Mía.

Sin embargo, Crystal era un poco más tradicional cuando se


trataba del apareamiento. Y era, después de todo, una carnívora. Les
gustaban las cosas un poco más permanentes y ásperas. Lo mordió, en
lo alto de su hombro, no salvajemente, pero lo suficientemente firme
como para romper su piel.

En su favor, él solo siseó y no se quejó. Entendió lo que ella hizo.


La confianza que depositó en él. Su segundo “Mía” emergió más profundo,
más ronco.

La tomó en sus brazos y los colocó en posición sentada en el sofá,


sosteniéndola cerca, con la cabeza metida bajo la barbilla de él.

Nunca había estado más satisfecha.

Por eso no hizo ningún sonido de protesta cuando él la dejó en el


cojín a su lado y dijo:

—Mierda, casi lo olvido.

¿Olvidar, qué?

Fuera lo que fuera, requería que se pusiera unos pantalones y


bajara las escaleras. Regresando momentos después cargado de regalos.
Uno, una caja envuelta de un papel plateado brillante con un gran lazo
rojo, llamó la atención de Crystal.

—¿Qué hay en esa caja? —preguntó mientras señalaba.

—Tendrás que esperar y ver, mi curiosa gatita.

Serie Kodiak Point 111


Eve Langlais El regalo del caribú

—¿Es para mí? —El concepto la dejó perpleja. Claro, ella le había
comprado el pijama cuando fue a comprar algunos comestibles antes del
desfile, habiéndole dejado a él y a Gigi a cargo de los arreglos de última
hora de la carroza, pero había agarrado la ropa más como una broma.
Esto, sin embargo, parecía planeado.

—Sí, es para ti, nena. Gigi me ayudó a elegirlo.

Oyendo eso, el amor que sentía crecer por él se hizo más grande.

—Puedo ver cómo va a funcionar esto —bromeó—. Tú y la gatita


confabulándose en mi contra.

—Únete a nosotros —dijo con una mirada—, tenemos acceso a


galletas recién horneadas.

—Ah, pero yo tengo la tarta —bromeó, recostándose contra el sofá,


su risa una invitación.

Cómo amaba a un hombre con energía. Especialmente a este


hombre. Un hombre que le había dado la mejor Navidad que podía
recordar. ¿El regalo de su caribú? Amor y confianza.

Serie Kodiak Point 112


Eve Langlais El regalo del caribú

Epílogo
¿Despertar la mañana de Navidad junto a la mujer que amaba?
Increíble.

¿Tener a una niña chillona volando a la habitación, lanzándose


sobre la cama, y aterrizando sobre sus bolas? Le provocó algunas
lágrimas en los ojos, y casi le hizo emitir un gimoteo poco masculino.

Pero no estaba molesto. ¿Cómo podría estarlo cuando Gigi brillaba


con una felicidad tan obvia, para nada perturbada por el hecho de que él
había dormido en la cama de su madre, una cama que planeaba
compartir todas las noches? Lo cual le recordó…

Misión #750: Consigue una coquilla24 para llevar en la cama.

Misión #751: Recuerda también usar ropa interior.

Mientras Gigi hablaba con entusiasmo sobre los regalos que había
debajo del árbol, no pudo evitar sonreír, principalmente porque Crystal
se acurrucó contra él… la mujer inteligente se había puesto un camisón
en algún momento de la noche.

El rubor calentó sus mejillas cuando ella se quitó las sábanas de


encima para deslizarse fuera de la cama. Kyle se apresuró a buscar su
ropa, con intención de mantener sus partes masculinas cubiertas.

Una sonrisa apareció en la cara de Crystal, la muchacha no se


arrepintió en absoluto de hacer sonrojar a un duro soldado.

Protectores que usan sobre los genitales en algunos tipos de deportes como el fútbol
24

americano.

Serie Kodiak Point 113


Eve Langlais El regalo del caribú

—Oye, gatita, ¿qué te parece si tú y yo vamos a echar un vistazo al


alijo que hay bajo el árbol? Mamá también necesita un poco de café.

—¿Pero qué hay de Kyle? —preguntó Gigi, estirándose para echarle


un vistazo.

—Kyle viene ahora. Él solo necesita, uh…

—¿Hacer pipí? —añadió Gigi amablemente.

Ninguna cantidad de entrenamiento en el ejército podría preparar


a un hombre para ese tipo de candidez.

Crystal resopló mientras Kyle deseaba un agujero en el que pudiera


esconderse.

Cuando las mujeres salieron de la habitación, encontró sus


pantalones del pijama, y se los puso, junto con el suéter navideño que
había pedido prestado la noche anterior. Bien podría ir con todo.

Tendría que asegurarse que le trajeran su ropa. Con suerte, Crystal


tendría espacio para esconderlas. O tal vez deberían, simplemente,
conseguir un lugar más grande para compartir todos ellos.

Puede que ella aún no lo supiera, pero estaba aquí para quedarse.
Había querido decir lo que dijo la noche anterior. Con un corto cortejo o
no, era su ama gemela, y la amaba. Amor real basado en algo más que
en la apariencia o el sexo. Crystal le hizo desear cosas en la vida: un
hogar, una familia, un futuro. Era hora de empezar un legado y
tradiciones. O continuar con una tradición en este caso.

Era casi la hora del osito gigante.

Para aquellos que no lo sabían, el padre de Kyle había servido en


el ejército, lo que significaba que no controlaba cuándo estaba en casa o

Serie Kodiak Point 114


Eve Langlais El regalo del caribú

fuera. Su padre no siempre podía asegurarse de que llegaría a tiempo


para Navidad, pero sin importar en qué parte del mundo se encontrara,
Kyle sabía que cuando se levantara la mañana de Navidad, el animal de
peluche más grande tendría su peludo trasero plantado bajo el árbol. Se
convirtió en una tradición, hasta que se alistó y su padre dijo que era
demasiado viejo para tener unos peluches gigantes. Kyle no estuvo de
acuerdo, pero no importaba. Finalmente había llegado el momento para
que él asumiera el desafío del peluche gigante.

Solo un problema, el árbol de Crystal no era lo suficientemente


grande para acomodarlo este año, pero tenía planes para el siguiente.

Pero primero, necesitaban ocuparse de los regalos que ya estaban


debajo del árbol. Mientras él y Crystal tomaban café en el sofá, Gigi
repartía paquetes envueltos, uno por uno.

Por alguna razón, él tuvo que abrir el primero.

—Ese es mío —anunció Gigi, mientras miraba el paquete lleno de


bultos.

Ansioso por ver lo que contenía, rompió el envoltorio y no pudo


evitar reírse por el paquete múltiple de Hubba Bubba25.

—Te acordaste —dijo, mientras Gigi estaba radiante.

—Por supuesto que lo hizo. Según mi hija, haces los globos más
grandes de la historia.

Le guiñó el ojo a Crystal.

—Nena, yo hago todo lo más grande.

25
Hubba Bubba: Marca de chicles.

Serie Kodiak Point 115


Eve Langlais El regalo del caribú

¿El rubor en sus mejillas? Adorable. No pudo evitar darle un ligero


beso en los labios.

Se abrieron más regalos, incluyendo el que le había traído a


Crystal.

Crystal sacó las pantuflas, una expresión de desconcierto en su


cara.

—¿Son estos los burros de Shrek?

—Lo son. Tu hija dijo que los necesitabas para tus pies.

Ante la mirada perpleja de Crystal, Gigi suspiró y puso los ojos en


blanco.

—¿No te acuerdas, mamá? Dijiste que necesitabas un burro para


tu pie.

Crystal se mordió el labio y logró ahogar la carcajada.

—Así es, gatita. Lo hice.

—¿Te importaría explicarlo? —preguntó Kyle mientras Gigi abría


su próximo regalo.

Se acercó y susurró:

—Yo, uh, podría haberme enfadado un poco un día y haber dicho


que tenía que poner mi pie en un trasero26.

Kyle no se molestó en contener su carcajada, una alegría que


Crystal compartió.

26
Ass, significa trasero, culo, pero también asno.

Serie Kodiak Point 116


Eve Langlais El regalo del caribú

De hecho, toda la mañana estuvo llena de risas y sonrisas. Excepto


cuando Crystal finalmente abrió el otro regalo que él llevó, que era más
como un regalo para él. A pesar de sus mejillas rojas cuando Gigi comentó
que no parecía demasiado cálido, Crystal prometió hacer con ello un pase
de modelos para él, más tarde esa noche. ¡La mejor Navidad de la historia!

Una vez que todos los regalos fueron desenvueltos, llegó el


momento de la sorpresa final de Gigi, mientras las chicas discutían los
méritos de las tortitas versus los waffles para desayunar, Kyle se
escabulló a su camioneta estacionada fuera.

Cuando regresó, habían pasado a discutir el jarabe de arce real


contra el tipo de azúcar moreno. Dejó caer el enorme panda, con una
pequeña modificación, al suelo.

—Kyle, ¿qué estás haciendo? —exclamó Crystal.

—Traerle a Gigi su último regalo. —Algo obvio.

—¿Es para mí? —La sonrisa de Gigi iluminó la habitación.

Agitó el oso gigante, con su conjunto de cornamentas cosidas a su


cabeza hacia ella.

—Por supuesto. Y, mira, lo hice más guapo.

—Ciertamente lo hiciste —dijo Crystal con una sonrisa mientras


ella enlazaba su brazo con el suyo y apoyaba la cabeza en su hombro.

En cuanto a Gigi, abrazó al gran osito, que era casi tan grande
como ella.

Con la misión cumplida, se sentó en el sofá y tiró de Crystal a su


regazo. La sala de estar era un desastre de papel, como debía ser la
mañana de Navidad.

Serie Kodiak Point 117


Eve Langlais El regalo del caribú

Todos los regalos estaban abiertos, o eso pensó él, hasta que notó
una brillante esquina roja que se asomaba desde detrás del árbol.

Crystal lo vio más o menos al mismo tiempo que él.

—¿Otro más? ¿Malcriándola?

—Bueno, sí, excepto que ese no es uno mío.

—Bien, mío tampoco.

Mientras se miraban confundidos, Gigi se acercó al misterioso


regalo y lo sacó. Su dedo regordete trazó las letras en la etiqueta
ornamentada con relieve dorado.

—Para, Gigi —leyó—. De p...a...r...te de Santa.

Kyle miró a Crystal, quién se encogió de hombros, pero antes de


que pudiera zambullirse en el regalo y quitárselo a Gigi, a su
entrenamiento militar no le gustaba un paquete no identificado, la niña
había hecho trizas el papel.

No explotó, pero sus tímpanos prácticamente estallaron por el


chillido.

—Es el Lego Friends Mall —gritó Gigi—. Santa sí lo trajo, mamá.


¡Mira!

Crystal murmuró:

—¿Tú hiciste eso?

Él agitó la cabeza.

—Desearía poder llevarme los honores, pero no pude encontrarlo


por ningún lado.

Serie Kodiak Point 118


Eve Langlais El regalo del caribú

—Pero… —Cristal no podía encontrar las palabras para completar


su frase.

Y no ayudó que el muñeco de Santa Claus de plástico que había


sobre la mesa eligiera ese momento, con o sin pilas, para decir: “Ho-Ho-
Ho, Feliz Navidad”.

Los pelos de sus brazos se erizaron, pero Kyle no alzó un arma a la


figura embrujada de las fiestas. Pero lo haría si sus damas no conseguían
su año de buena suerte.

*****

Unos días más tarde…

La manecilla de los segundos llegó a la medianoche, y el Año Nuevo


resonó con los estridentes aullidos de los Cambiaformas que se volvían
locos de fiesta. Kyle y Crystal optaron por algo un poco más íntimo y
desnudo.

Mientras la besaba y anunciaba el Año Nuevo, limpió la pizarra de


las misiones e inmediatamente planeó su primera y más importante
tarea.

Misión #1: Amar y proteger a mi familia.

Para siempre.

*****

Ahora, prepárate para cantar, porque…

Ya conoces a Boris y Travis, y a Brody y Reid,


tipos que patean culos y van a los extremos.
Pero, ¿recuerdas,
al ex soldado más vanidoso de todos?

Serie Kodiak Point 119


Eve Langlais El regalo del caribú

Kyle, el especialista técnico,


Tenía una cornamenta impresionante.
Y si alguna vez lo ves,
corre si grita “¡Ataque!”

Todos sus enemigos jurados,


pensaron que podrían insultarlo,
así que los inmovilizó con su cornamenta
y los hizo gritar hasta que llegó la muerte.

Luego una Nochebuena fría,


Crystal vino y dijo,
“idiota pomposo, te odio a muerte.
Si crees que voy a salir contigo, entonces estás loco”.

Kyle de repente vio la luz,


y accedió a hacer todo lo que fuera necesario.
Fue entonces cuando aprendió que jugar a ser un reno,
Podría resultar en algunos juegos sensuales.

Espero que tengas las mejores Fiestas con tus amigos y familiares.
Deseándote lo mejor:

Eve Langlais

Fin

Serie Kodiak Point 120


Eve Langlais El regalo del caribú

Sobre la Autora
Eve Langlais nació en la Columbia Británica, pero al ser hija de militar,
ha vivido un poco por todas partes. Quebec, New Brunswick, Labrador,
Virginia (EE.UU.) y por último en Ontario. Su
familia y ella actualmente viven a las afueras de
Ottawa, la capital de su nación.
Eve es la primera persona en admitir que lleva
una vida monótona. Su idea de diversión es ir de
compras al Wal-Mart, le gustan los vídeojuegos,
cocinar y leer. Su inspiración es su marido, ya
que es un macho alfa total. Pero, a pesar de su
ocasional mal genio, lo quiere mucho. Eve dice
que tiene una imaginación retorcida y un
sarcástico sentido del humor, algo que le gusta
reflejar en sus libros.
Escribe romance a su manera. Le gustan los
fuertes machos alfa, con el pecho desnudo y los
hombres lobo. Un montón de hombres lobo. De
hecho, te darás cuenta que la mayoría de sus
historias giran en torno a grandes enormes
licántropos, sobreprotectores que sólo quieren
agradar a su mujer. También es muy parcial con los extranjeros, ya sabes
del tipo de secuestrar a su mujer y luego en coche hacen alguna locura...
de placer, por supuesto.
Sus heroínas, son de amplio espectro. Tiene algunas que son tímidas y
de voz suave, otras que patean a un hombre en las bolas y se ríen.
Muchas son gorditas, porque en su mundo, las chicas tienen unas curvas
¡de miedo! Ah y algunas de sus heroínas son pequeñitas y malas, pero en
su defensa, necesitan amor también.

Serie Kodiak Point 124


Hunted hOLiDAY
A Vampire Romance

Mandy M. Roth
Capítulo Uno
CALABACINES, LA OTRA PALABRA PARA “ESO”
Traducido por Achilles
Corregido por Patty

—Vamos, Dani.
Dani Malloye miró a su amiga Mimi con cautela, segura de que la chica finalmente
había enloquecido y la crisis mental había llegado en forma de exceso de alegría navideña.
Aparentemente, cuando Dani, en una conversación informal, mencionó que no había
celebrado las fiestas en años, Mimi lo vio como un desafío y lo aceptó.
Y lo incrementó diez veces.
Mimi ya había pasado la mayor parte del día nevado en Chicago descargando caja tras
caja de adornos navideños en el patio delantero cubierto de nieve de Dani en un intento
de “poner a Dani de humor” para la temporada. Ninguna cantidad de preparación del lugar
haría que Dani participara en las festividades.
Ella se estremeció, queriendo evitar caer en el dolor recordado. Ya no tenía trece
años. No estaba indefensa. Habían pasado diez años y ella había abrazado su destino. Ya no
estaba débil ni aterrorizada. Incluso con la sensación de empoderamiento, Dani no pudo
volver a encontrar la felicidad en esta época del año. Pero no tenía sentido arruinar el amor
de Mimi por todo eso.
Con una respiración lenta y medida, Dani empujó una sonrisa a su rostro, queriendo
lucir feliz por el bien de su amiga. Actualmente, a Dani le preocupaba que su jardín fuera
un peligro de incendio una vez que las decoraciones estuvieran enchufadas. Hasta ahora, lo
único que bailaba en su cabeza eran las imágenes de su medidor eléctrico girando. Ese era
un recibo de pago que no tenía ningún interés en ver.
Ganaba mucho dinero como asesina, o el nuevo término políticamente correcto,
Ejecutora Preternatural, pero no hacía alarde de dinero ni gastaba imprudentemente. Hubo
un tiempo en que vivía en las calles, sin saber de dónde vendría su próxima comida o
incluso si vendría. Si bien eso había cambiado, no era de las que gastaban innecesariamente.
Mimi, habiendo crecido en el regazo del lujo, realmente no tenía ningún concepto
verdadero del dinero. La chica todavía vivía en la enorme mansión de su familia al otro
lado de la ciudad, y la mayoría de las veces, Mimi tenía su propio chofer para llevarla. No
tenía que trabajar, pero lo hacía de todos modos. Era una de las Magiks sobrenaturales de
la Oficina de Investigaciones Paranormales de Chicago (OIPC). A la gente a cargo le gustaba
repartirlos entre los equipos de ejecutores, en caso de que se necesitara un magik. Mimi
estaba en el mismo equipo que Dani. Se habían conocido durante el entrenamiento y habían
hecho clic de inmediato. Dani y Mimi habían crecido con antecedentes muy diferentes, pero
eso no les había impedido convertirse en las mejores amigas.
En el momento en que Dani vio a un Santa gigante iluminado, todavía en la caja,
casi tan alto como ella, negó con la cabeza, necesitando detener la locura antes de que se
convirtiera en una monstruosidad aún mayor. 
—De ninguna manera. Veto ese.
—Vamos, Dani —suplicó Mimi, sus ojos azul claro muy abiertos y su labio inferior
sobresalía hacia adelante, haciendo pucheros, mientras su cabello rojo asomaba por debajo
de su gorro de punto. La chica tenía una forma de hacer que Dani aceptara casi cualquier
cosa. Era el poder del código de ética de la mejor amiga. Eso, o grandes ojos tristes. Dani no
estaba segura.
—El Santa era demasiado lindo para que me resistiera —agregó Mimi.

3
Dani hizo una pausa, considerando dejar que Mimi se saliera con la suya. 
—No.
—Dani, tienes que admitir que es adorable —Mimi tiró del extremo de la caja,
haciendo todo lo posible para liberar a Super Santa de su envoltorio. Por lo que parecía,
Super Santa pesaba una tonelada.
Estirando los brazos por encima de la cabeza en un intento por aliviar su rigidez,
Dani siguió haciendo un ruido que indicaba que no había manera. Ese ruido fue rápidamente
reemplazado por un gruñido cuando estiró demasiado sus músculos cansados y​​ adoloridos.
Mimi la miró. 
—¿Te checaron en la enfermería después de la pelea de anoche?
Pelea, era una palabra suave para describirlo. Millennium Park había sido el escenario
de una batalla infernal entre aquellos que intentaban controlar a los sobrenaturales y un
grupo selecto de sobrenaturales, que habían decidido que querían hacer lo que quisieran, y
hacer lo que quisieran significaba atacar a los humanos.
Eso era un no definitivo.
Dani, una hábil asesina, y los pocos ejecutores que la acompañaban, habían sido
superados en número cuando fueron emboscados. Casi había conseguido que la mataran
una o dos veces durante todo, pero había salido victoriosa. Varios malos habían escapado y
la OIPC estaba en eso. Si alguno de los delincuentes reaparecía, se notificaría a los ejecutores
de hacer cumplir la ley.
—Estoy bien. Adolorida, pero bien —dijo Dani, aunque estaba un poco peor de lo que
quería admitir—. Pero todavía estoy trazando la línea con Super Santa.
—Asesina del ánimo de las festividades —murmuró Mimi.
Dani estaba a punto de comentar cuando los vellos de la parte posterior de su cuello se
erizaron, queriendo ponerse de punta, pero resistiéndose. Su lado asesino era más sensible a
ciertos tipos de sobrenaturales. Eso pasaba con muchos asesinos. Los sobrenaturales fáciles
de percibir por Dani eran los vampiros.
Una sonrisa quería formarse en su rostro cuando juntó qué vampiro en particular
la estaba mirando. El único por el que se había enamorado. El que resultó ser su jefe. Ella
se resistió, haciendo todo lo posible por actuar como si no lo sintiera, con la mirada fija en
ella desde lejos.
No mires a su casa. No lo hagas, se repitió a sí misma.

4
Cornell Sutton, miembro de una de las familias de vampiros gobernantes y uno de
los jefes de su división de OIPC. Más específicamente, él era su jefe directo y resultó ser un
galán. Alto, vigoroso, con cabello negro como la tinta que le colgaba justo más allá de la
cincelada línea de la mandíbula y los ojos tan oscuros que a menudo era difícil saber cuándo
su demonio cabalgaba sobre su cuerpo. Como la mayoría de los vampiros, era pálido, pero
lo hacía ver bien.
Hombre, oh hombre, lo hacía ver bien.
Todo el cuerpo de Dani se tensó al pensar en Cornell. Él siempre le olía a canela y
productos horneados. Cada vampiro tenía un aroma natural. Él le recordaba a la tarta de
manzana, que era su única debilidad. Una vez le había preguntado a Mimi si ella también
olía productos horneados alrededor de Cornell, pero Mimi la había mirado como si estuviera
loca.
No importaba. El tipo olía lo suficientemente delicioso como para comerlo.
Lástima que él fuera su jefe y un chapado a la antigua.  Era un tipo de persona
que se ceñía a las reglas.  Siempre insistiendo sobre las reglas y regulaciones.  Sobre sus
deberes. Sobre sus formas salvajes.
Principalmente, ella lo ignoraba, no le gustaban las figuras de autoridad y seguir
órdenes. Ella pensó que lo había superado en su racha de desafío, pero luego, hace dos años,
él había hecho lo inimaginable.
El idiota había comprado la propiedad al lado de la casa de Dani, así como las dos
propiedades siguientes más allá de eso, había demolido las casas anteriores en los lotes y
luego había encargado la construcción de una mansión gigante de estilo gótico con terrenos
a juego. El lugar no encajaba ni un poco en el área suburbana. Le sobresalía como un pulgar
dolorido, pero lo había hecho de todos modos.  Se había completado seis meses antes, y
durante esos largos seis meses, Dani se encontró viviendo al lado de su jefe. Probablemente
la estaba mirando porque tenía planes de regañarla por su comportamiento juvenil.
Sí, un total chapado a la antigua.
Uno atractivo.
Pero chapado de todos modos.
Sacudió la cabeza a su amiga. 
—Mimi, estoy trazando la línea allí. Creo que tres Santas ya son suficientes. No estoy
segura de que necesitemos uno gigante encima de los demás. La última vez que lo comprobé,

5
solo había un Santa Claus. También había solo ocho pequeños renos —Hizo comillas con sus
dedos cubiertos con los guantes y luego intentó empujar su largo cabello rubio hacia arriba
y debajo de su gorro sin mucho éxito. Simplemente tenía demasiado cabello para domar—.
¿Entiendes lo de la parte pequeños y sólo ocho?
Sonriendo, Mimi se encogió de hombros. 
—Oye, esos estaban en oferta y mi hermano no me deja decorar nuestros jardines,
así que tienes que lidiar conmigo, te guste o no.
La oferta para Mimi probablemente todavía significaba que había pagado de más por
todo, sin mencionar que realmente no entendía comprar con moderación. Dani ni siquiera
quería adivinar lo que entraba en el recorrido actual.
Dani tocó su barbilla, reflexionando. 
—¿Alguna vez te has preguntado por qué son ocho renos y no, digamos, doce o
incluso veinte? Quiero decir, mira al tipo del que tienen que tirar, no es pequeño.
Mimi gimió. —Dani, no te burles de Santa.
—Mimi —dijo en voz baja, odiando ser portadora de lo obvio—. Te das cuenta de que
eres Fae y eso en sí mismo dice las probabilidades de que seas cristiana y celebres una…
Mimi frunció el ceño. 
—Siempre quise celebrar, pero mi familia no veía el sentido. Conrad piensa que soy
tonta. Me gusta. Me gusta la idea y, honestamente, hay algunas coincidencias interesantes
con las creencias religiosas navideñas y fae, que no están tan lejos de lo que creen los
druidas.
Dani gruñó. —Nunca he tenido un grupo de Fae apareciendo en mi puerta, cantando
villancicos.
Mimi resopló.  —Aún.
—Cierto.
—No debería importar de qué religión soy —dijo Mimi, sosteniendo su decoración
actual de elección como un oso de peluche—. Quiero celebrar, así soy.
—Deberías haber empezado con pasos de bebé y simplemente comprar un árbol —
ofreció Dani.
Mimi suspiró, una expresión derrotada se apoderó de ella. 
—Sabía que se me había olvidado algo.
Tomó toda la fuerza de Dani para no reír. 

6
—¿Quieres decirme que pasaste por todos estos problemas, pero no tienes un árbol?
—Sí —dijo Mimi, luciendo desanimada—. Me olvidé del árbol.
—Cuando me estaba reportando a Cornell, noté que tenía un montón de ellos en su
casa. Puedo robar uno de los suyos.
—Danielle Malloye, no serás un Grinch —dijo Mimi con los ojos muy abiertos.
—El tipo está cargado y estoy bastante segura de que hizo que sus secuaces hicieran
el trabajo pesado. Dudo que se dé cuenta de que falta uno.
Mimi hizo una pausa. 
—Entonces, cuéntame sobre tu última visita con el Sr. Guapo y Atractivo Jefe.
Poniendo los ojos en blanco, Dani se inclinó y recogió un poco de nieve, amontonándola
en una bola de nieve. 
—No hay mucho que contar. Después del fracaso en Millennium Park, en el que se
presentó, por cierto, me exigió que regresara a su casa con él, en lugar de a la oficina. Lo
hice. Dejó que todos los demás involucrados fueran a la oficina.
—¿No crees que es extraño que vivas al lado de uno de los vampiros más influyentes
de Chicago? —preguntó Mimi.
Dani se encogió de hombros. 
—No tengo idea de por qué eligió aquí para construir.  OakTree Ridge no es una
sección prometedora o de moda en la ciudad.
Mimi sonrió. 
—Caramba. Me pregunto por qué.
—¿Qué significa eso?
Mimi se humedeció los labios. 
—Estoy segura de que no tengo ni idea.
Dani trató de ocultar su sonrojo. 
—Fue tan extraño. Irrumpió como un superhéroe durante la batalla y comenzó a
destrozar a los malos.  Cuando el resto se dispersó por los vientos, Cornell caminó a mi
alrededor en círculos, frunció el ceño, me dijo que debería haber esperado a que él llegara
antes incluso de entrar en el área, como si supiera que iba a ser una emboscada, y luego
exigió saber todas las lesiones que había sufrido.
Mimi resopló. 
—¿Se ofreció a besar alguna?

7
—Sé seria.
—Lo soy —dijo Mimi, señalando la casa de Cornell—. El hombre construyó su casa
prácticamente encima de ti. No creo que sea un atrevimiento decir que ciertamente besará
tus puntos heridos. Y los que no duelen.
La casa de Cornell estaba justo detrás de una cerca de hierro que había erigido pocos
días después de que terminara la construcción de la casa principal. Tenía dos perros del
infierno que, aunque adorables, al menos a los ojos de Dani, no se les podía permitir vagar
por el vecindario sin supervisión. Los humanos tendían a asustarse si lo hacían.
Como si los perros del infierno comieran humanos. Preferían a los demonios.
Todo el mundo lo sabía.
De acuerdo, no todos, pero ciertamente cualquiera que supiera algo sobre perros del
infierno lo sabía. No era como si los humanos fueran nuevos para los sobrenaturales. Desde
la fiesta de presentación de los gigantes de los sobrenaturales a mediados de los setenta, los
humanos habían sido educados sobre lo paranormal. Dani era demasiado joven para haber
estado presente durante el Despertar Paranormal, como los medios de comunicación habían
llamado a los sobrenaturales saliendo a la luz. Había leído sobre lo que había sucedido en
ese entonces. 
No había sido bonito para ninguno de los dos bandos.
—¡Oye, Dani, mira! —gritó Mimi, sosteniendo otra decoración en el aire.
Dani dudaba mucho que Cornell estuviera demasiado feliz con la idea de vivir junto
a un país de las maravillas invernal. Si pensaba lo suficiente, tendría que admitir para sí
misma que le había dado a Mimi el visto bueno para continuar con la decoración con la
esperanza de que pudiera irritar a Cornell.
Suspirando, Dani sospechaba fuertemente que estaría lidiando con algunos vecinos
enojados antes de que terminara la semana, y uno sería su jefe.  Ella ya era el enemigo
público número uno en lo que respectaba a la Asociación de Propietarios.  Dani parecía
recolectar citatorios. Al idiota a cargo de la cosa no le gustaban los sobrenaturales en gran
medida. Era uno de los puristas humanos. Un grupo de locos que pensaba que protestando
por todo lo que tuviera que ver con los sobrenaturales, de alguna manera conseguirían que
se fueran. Suponía que no entendía que llevaban aquí más tiempo que los humanos. Por
otra parte, dudaba que le importara.
—¿Dónde debería ponerlo? —preguntó Mimi, sosteniendo un elfo iluminado. Agarraba

8
un libro con escarcha en la parte delantera.
Dani parpadeó varias veces. 
—¿En la Comarca?
Mimi parecía confundida.
No le sorprendió. El lado geek de Dani y sus referencias normalmente eran en balde
con Mimi.
—Lo que creas que es mejor —dijo Dani con un bufido. Mientras Mimi se apresuraba
a ver qué espacios abiertos, si los había, le quedaban en su telaraña de cables de extensión,
Dani se centró en la casa de su jefe una vez más. Podía sentirlo allí, mirándola todavía. La
calentó hasta cierto punto, aunque no estaba segura de por qué.
Porque estás totalmente interesada en él.
Gimió, disgustada con sus pensamientos por señalar lo que se esforzó mucho en
negar.
—Estoy aburrida —dijo Dani. Habían estado decorando durante horas. O más bien,
Mimi había estado decorando y Dani había quedado atrapada afuera, viendo cómo el horror
navideño tomaba forma.
Mimi sacó lo que parecía un arpa de otra caja. Queridos dioses de arriba, la chica
había logrado poner sus manos en un arpa. 
—Podrías ayudar a decorar.
—No estoy tan aburrida —devolvió Dani, pensando en tomar el arpa y algunos de
las otras decoraciones de Mimi y ponerlas sobre la pesimista, pero bien cuidada, propiedad.
Un poco de alegría navideña.
Cornell estaría lívido.
Ella sonrió, gustándole cada vez más la idea.
Dani no pudo evitar reír mientras miraba un conjunto de gárgolas de piedra que
flanqueaban la gran escalera que conducía a su puerta principal. Se verían increíblemente
geniales con un poco de escarcha alrededor del cuello.  Quizás también algunos adornos
en ellos. Se sopló las manos cubiertas con guantes, haciendo todo lo posible por recuperar
algún tipo de sentimiento en ellas.No funcionó.La nieve había empapado los guantes y
prácticamente le había dejado las manos heladas. 
—Me estoy congelando y tengo hambre.
—Eres como una niña pequeña—dijo su amiga riendo—. A menudo siento que

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nuestro tiempo de calidad juntas es que yo te cuido y tú eres una mujer adulta.
—Oh, sí, soy yo la que tiene el complejo infantil. —Dani señaló las cajas de decoraciones
aún sin empacar. El camión de reparto que había llegado temprano en la mañana estaba
lleno hasta el punto de estallar—. A menudo compro en grandes almacenes sus colecciones
navideñase insisto en ponerlas todas, el mismo día, en la misma casa. Sí, seguro soy yo.
Con un bufido, Mimi le estrechó la mano e indicó la casa de Dani. 
—Hice galletas de jengibre y puedo hacernos un poco de cacao cuando terminemos.
Dani suspiró. 
—Yo diría que me sorprende que tengas galletas y chocolate esperando, pero ambas
sabemos que sería una mentira descarada.Me sorprendería más si tus hombres de pan de
jengibre no tuvieran lindas y pequeñas mujeres de pan de jengibre para acompañarlos.
Mimi se sonrojó.
Señalando, Dani se rió. 
—¡Lo sabía!
—Soy predecible. ¿Y qué?—Mimi se encogió de hombros—. A veces es algo bueno.
Mimi tenía razón. Era bueno saber que pasara lo que pasara, Dani podía contar con
ella.
Sabiendo que no iba a poder dejar a Mimi desatendida sin temor a un incendio, Dani
se dispuso a mantenerse ocupada sin ayudar en la decoración. Recogió nieve y comenzó
la tarea sin sentido de construir un muñeco de nieve obsceno. Cada vez que Dani lograba
hacerlo al menos a medias, Mimi pasaba y lo derribaba. Aparentemente, hacer hombres de
nieve y agrandarles los testículos no se consideraba festivo en el libro de Mimi. Tampoco
estaba en el de Dani, pero molestar a Mimi siempre la atraía.
¿Para qué son las mejores amigas?
Después de un viaje rápido a la casa, Dani regresó con lo último que necesitaba para
completar su obra maestra: una zanahoria. Empujó la zanahoria en el muñeco de nieve para
representar su pene y sonrió ampliamente. 
—Ah, eso es decoración.
—Ayúdame. Está atascado —dijo Mimi, moviendo su trasero al ritmo de la música
navideña que había insistido en poner desde su teléfono celular mientras tiraba del enorme
Santa, tratando de liberarlo de su caja—. Es demasiado grande.
Dani rió. 

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—¿Existe un hombre demasiado grande? Hablando de tamaño, necesito una zanahoria
más grande para mi muñeco de nieve. Hmm, ¿crees que un pepino funcionaría mejor?
—¡Dani, quita eso de ahí! —chilló Mimi.
—Bien. Adelante Chupa la alegría de ese espíritu navideño que tanto ansiabas que
tuviera.
Mimi jadeó cuando perdió su agarre sobre el Santa. Cayó hacia atrás y golpeó a Dani,
tirándola al suelo con un ruido sordo. Un dolor sordo centrado en la base del cráneo de Dani. 
—Ay.
—Mierda. Lo siento —dijo Mimi, tratando sin éxito levantarse—. Lugar resbaladizo.
Hay un montón de esos aquí.
El sabor cobrizo de la sangre llenó la boca de Dani.  Tragó y contuvo un gemido
mientras su cuerpo ya maltratado se ajustaba al más reciente ataque de incomodidad. Mimi
se preocuparía si Dani se atrevía a decirle que no se había curado por completo de la batalla
de la noche anterior. Como asesina, Dani se curaba casi tan rápido como la mayoría de los
sobrenaturales. Pero la habían golpeado bastante y le tomaría al menos otro día volver a
algo cercano a la normalidad.
—Manera de derramar la primera sangre.
—Bueno, realmente es la única forma en que puedo hacerte lamer —dijo Mimi,
riendo mientras se sentaba.
Agarrando la muñeca de su amiga, Dani le guiñó un ojo, manteniendo a Mimi sujeta
al suelo. 
—Es la hora del ángel de la nieve.
—¿Dani? —La sorpresa ni siquiera comenzó a cubrir la expresión que Mimi tenía en
su rostro.
—Me escuchaste. Estoy dejando salir a esa niña interior mía. De la que te quejabas.
Ángeles de nieve.  Ahora.  O vuelvo a la erótica construcción de muñecos de nieve.  Solo
que esta vez —extendió las manos ampliamente—, haré que su polla sea del tamaño de un
calabacín.
—Odio cuando usas esas palabras en público —cortó Mimi, arrugando la nariz
mientras Dani agitaba sus brazos y piernas, convirtiéndola en un ángel de nieve—. Podrías
ser un poco más femenina. No te mataría.
Sonriendo, Dani le arrojó un puñado de nieve. 

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—Y yo que pensé que calabacín era una palabra ‘correcta para Mimi’ para eso.
Mimi se limpió la nieve de la cara y puso los ojos en blanco. 
—Sabes a lo que me refiero. Lo juro, dejas que lo primero que te viene a la mente
salga volando. ¿Y alguna vez piensas en otra cosa que no sea sexo?
—Sí, querida. Las visiones de las ciruelas de azúcar estarán bailando en mi cabeza
toda la noche. Si, y solo si, las pesadillas se toman un descanso el tiempo suficiente para
permitir que eso suceda —Ninguna parte de ella quería molestar a Mimi con hablar del
pasado, así que Dani extendió la mano y sonrió—. Vamos, puedes ayudarme a castrar al
muñeco de nieve. Cuando terminemos allí, tengo tres, casi cuatro Santas que podríamos
hacer también. Ah, y doce renos no diminutos. Vaya, podríamos hacer esto toda la noche.
Se puso de pie e hizo un movimiento para correr hacia el gran Santa. Mimi la agarró
por el tobillo y se rió. 
—¡Danielle, no vas a desfigurar las decoraciones navideñas!
—No desfigurar, cariño. —Girándose, ligeramente, Dani intentó romper el agarre
de Mimi sobre ella sin dañar a Mimi. En el momento en que se dio cuenta de que no iba a
funcionar, Dani cedió y cayó hacia adelante. Mimi eligió entonces soltarla, dejando a Dani
resbalando sobre un trozo de hielo. Ambas terminaron de espaldas en la nieve de nuevo,
riendo.

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Capítulo Dos
OFRÉCETE A RELLENAR SU CALCET ÍN

Traducido por Achilles


Corregido por Patty

—¿Hay alguna razón por la que sigues mirando por esa ventana? Lo has estado haciendo
desde el atardecer cuando llegué aquí.
Cornell Sutton deslizó sus dedos alrededor de su vaso de whisky, su mirada oscura
permaneció en su lugar mientras miraba por la ventana de su estudio y hacia el patio
delantero de la vecina. No podía apartar la mirada. Ella estaba fuera esta noche, jugando,
divirtiéndose, luciendo tan despreocupada. Ella mantenía su atención, como ninguna otra
mujer lo había hecho o lo haría.
Dani Malloye.
Anhelaba esos raros momentos en los que podía verla sin preocupaciones y sin
que ella lo supiera.Siempre era tan cautelosa cuando estaba cerca de él y consciente de su
presencia. Anoche, había tenido que luchar para evitar abrazarla y mantenerla así hasta
el amanecer. Había resultado herida en una batalla, una que estaba seguro había sido
organizada para atraer a sus ejecutores y luego tenderles una emboscada.
Cuando se topó con ella en el callejón y la encontró tambaleándose, sujetando su
costado y sangrando, la rabia casi se apoderó de él. El demonio con el que compartía su
cuerpo había querido desatar su infierno sobre los atacantes de Dani. Varios habían logrado
eludir la captura, pero planeaba cazarlos esa noche.Probablemente pensaron que estaban a
salvo, después de haber durado todo el día. Sin embargo, era todo lo contrario.
Tenía su olor.
Y se habían atrevido a hacerle daño a su Dani.
Oh, ciertamente pagarían.
Por ahora, miraría a la rubia que lo cautivó mientras continuaba con sus payasadas
juveniles, trayendo una sonrisa a su rostro.  Un rostro que pertenecía a un hombre que
con demasiada frecuencia se olvidaba de encontrar placer y felicidad en las cosas que lo
rodeaban, un defecto que padecían muchos inmortales. Hastiarse era fácil de hacer.
Últimamente, Cornell se había encontrado cayendo en la trampa.  Pero tenía a
Dani. Ella era su salvación. Su vínculo con la humanidad, aunque en realidad nunca había
sido humano.
Era una mujer curiosa, que se las arreglaba para mantenerlo siempre a la expectativa.
Sabía de su pasado. De los horrores que había soportado a una edad temprana a manos de
aquellos como él: vampiros. Cuando Cornell fue informado de lo que Dani había sufrido, él
salió a cazar a quienes la habían lastimado y les hizo pagar, durante semanas, una y otra
vez. Hasta que comprendieron el error que habían cometido al dañar a Dani y a sus seres
queridos.
Qué error había sido poner una mano sobre su mujer.
Mía.
Una ardiente necesidad se apoderó de él, y sostuvo su bebida con tanta fuerza que se
asombró de no romper el vaso. Había pasado años añorando a la mujer, queriendo conocer la
sensación de su cuerpo contra el suyo, el sabor de sus labios, el sonido que haría al correrse.
—Ahora me ignoras, ¿verdad? —preguntó su mejor amigo y compañero vampiro,
Finn Mackay. El acento del hombre nunca había disminuido en todos los años que había
vivido en Estados Unidos.

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Muchos seres sobrenaturales que tenían siglos a sus espaldas tendían a aferrarse a
ciertos aspectos de la antigüedad. Cornell lo hizo en la forma de su hogar. Lo hizo construir
de memoria, basado en su casa de hace mucho tiempo en Europa. Esta no era la primera
vez que había recreado la mansión similar a un castillo. Lo más probable era que tampoco
fuera la última.
—No.  No te estoy ignorando, a pesar de lo mucho que lo estoy considerando —
respondió Cornell—. Hay una razón por la que estoy mirando por la ventana. Y sospecho
que ya sabes cuál es esa razón.
Finn soltó un silbido y se rió. 
—Sí, te refieres a quién.  Y mi dinero estaría en la rubia alta, no en la pelirroja
diminuta, aunque es guapa. No la echaría de la cama por comer galletas.
Cornell suspiró, mientras todas las razones por las que nunca podría tener a Dani
para él, a pesar de lo que parecían pensar las Parcas, se precipitaron sobre él. Ella era una
asesina nativa. Él era un vampiro. Ella era su subordinada. Él era su jefe. La lista seguía y
seguía. 
—Nunca podría funcionar.
La vio bailar alrededor de un muñeco de nieve obviamente masculino que había
construidoy que era anatómicamente correcto.La amiga de Dani, Mimi, parecía demasiado
concentrada en agregar decoraciones luminosas a una pantalla ya iluminada como para
notar las payasadas de Dani.
Cornell había estado obsesionado con la joven asesina desde la primera vez que la
conoció cinco años atrás, después de que completara el entrenamiento de asesina, y justo
antes de que la llevaran oficialmente a la Oficina para la capacitación de agentes. Ella tenía
dieciocho años en ese momento.  Demasiado joven para que él tuviera los sentimientos
y deseos que había tenido agitándose en su interior. Cornell había puesto a un amigo de
confianza a cargo de supervisar el entrenamiento de Dani dentro de la Oficina, sabiendo que
su fuerza de voluntad estaba demasiado lejos cuando se trataba de la obstinada rubia.
Los últimos años habían sido una dulce agonía para él, estar cerca de ella día tras día,
pero no de la forma que deseaba y anhelaba. La quería en su cama, a su lado como debería
estar una compañera. No se molestó en negar lo que él y su demonio sabían que era verdad,
la verdadera razón por la que se sentía tan atraído por ella.
Ella es mi compañera.

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Sabía la verdad, aunque todavía no la había admitido en voz alta, y mucho menos ante
ella o cualquier otra persona. Además, ella no estaría dispuesta a escuchar tal proclamación
de él.Siempre daba la impresión de que le disgustaba mucho. No importaba. Le tenía más
que cariño.
Con tan viejo como era, sabía que era mejor no luchar contra la naturaleza. Terminó
mal para cualquiera que lo intentó, y por alguna razón, muchos hombres sobrenaturales lo
hicieron.Pensaron que si enterraban la cabeza en la arena y fingían que lo que había delante
de sus narices no era cierto, entonces podrían seguir viviendo de la forma en que se habían
acostumbrado. Supuso que era un defecto de la mayoría de los machos alfa, no importaba
qué tipo de sobrenaturales fueran.
Como vampiro nato, Cornell nunca había sido un esclavo de su demonio en la medida
en que lo fueronsus padres. Pero cuando se trataba de Dani Malloye, no se encontraba más
capaz de controlar su lado demoníaco que un vampiro novato recién engendrado.
Movió su mano libre hacia la ventana mientras la miraba, mirándola reír con su
amiga. Era difícil evitar sonreír también, su expresión era así de contagiosa. Quería tocarla,
conocer la sensación de su piel. Pasaron innumerables horas fantaseando sobre cómo se
sentiría debajo de él, su polla enterrada profundamente en ella, sus cuerpos entrelazados.
—Corny, viejo amigo, viejo amigo —dijo Finn, interrumpiendo los pensamientos de
Cornell—. Puedo oler tu excitación y no quiero estar aquí si vas a empezar a masturbarte. Tan
cercanos como seamos, tengo que trazar la línea en alguna parte. La elijo allí.
Gimiendo, Cornell lanzó una mirada especulativa por encima de su vaso a Finn, que
estaba sentado con las piernas abiertas, cerveza en mano. La cerveza echaba espuma por los
lados del vaso y bajaba por su mano hasta un sofá que valía miles de dólares. 
—No me gusta mucho que me llamen Corny.
—Lo sé —respondió Finn con un movimiento de sus cejas oscuras—. Es por eso que
lo hago.
Finn se puso de pie y se acercó, goteando cerveza en su camino sobre la alfombra del
área oriental, antes de unirse a Cornell en la ventana. 
—Veo la forma en que la miras.  Y no olvidemos dónde estamos, en la casa que
construiste para estar cerca de ella. Eso no es nada espeluznante. No. Ni un poco.
Tenía que admitir que construir su casa directamente al lado de la de Dani era
exagerado, pero no había podido resistirse a estar cerca de ella por más tiempo.

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Cornell se preguntó cuándo y cómo se había hecho tan buen amigo de Finn. Los Sutton
no eran conocidos por ser divertidos y lujos. Kendrick, uno de los hermanos de Cornell, era
aún peor. Vivía de acuerdo con las reglas y encontraba consuelo en la rutina. Él era un líder
nato. Además, Kendrick tenía poca tolerancia hacia Finn. Finn lo incitaba a menudo cuando
se presentaba la oportunidad. Probablemente fue parte del problema. Cornell siempre había
encontrado la perspectiva de Finn refrescante y la acogió con satisfacción. Habían sido
amigos durante siglos, pero algunos días se preguntaba cómo, ya que tenían muy poco en
común. Disfrutaba de la lujuria de Finn por la vida. Muchos vampiros se perdieron a lo largo
de los años, alejándose de sus costumbres humanas.
Finn no.
Si bien Finn era ciertamente una fuerza a tener en cuenta en los círculos de vampiros,
mantuvo su humanidad, pero eso fue quizás porque había comenzado como humano.  A
diferencia de Cornell y sus hermanos. La capacidad de Finn para mantenerse alejado de su
demonio, algo casi inaudito en aquellos que habían sido engendrados, había sido lo que llevó
a Cornell a pedirle al hombre que supervisara el entrenamiento de Dani. Y Finn lo había
hecho orgulloso.
Cornell miró por la ventana, sintiendo un nudo en su interior. 
—Resultó herida anoche.
—Ella está bien. Leí el informe. Golpeada, pero bien, Cornell.
Se puso rígido, el arrepentimiento se apoderó de él, se hundió profundamente y se
instaló en él.
—Debería haber estado allí para ayudarla desde el principio.
—Su trabajo es peligroso y es buena en eso —dijo Finn con tono ligero—. Una de las
mejores ejecutoras de su equipo.
—Lo sé, pero no cambia nada.  Dejé que la lastimaran —dijo, sintiéndose
derrotado. Había estado ocupado con otro asunto y no había podido seguir a Dani como lo
hacía normalmente.
—Te trae mal —Riendo, Finn sacudió ligeramente el hombro de Cornell—. Ve y habla
con ella. No como su jefe sino como hombre. Creo recordar una época, hace mucho tiempo,
cuando eras muy bueno con las damas. Intenta recordar cómo era eso.
—¿Qué le diría?—preguntó. El hombre que había sido hacía mucho tiempo no había
dejado rastro de sí mismo.  Era una mera sombra de quien había sido una vez que se

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trataba de Dani. Érase una vez, él había cortejado a las mujeres a su cama todas las noches,
usándolas para satisfacer sus necesidades, tanto sexuales como sanguíneas, y luego las
olvidaba, sin deseos de repetir las visitas. Dani era diferente. La deseaba tanto que ponía a
prueba sus límites.Mucho más y algo daría. No estaba seguro de qué, y eso lo aterrorizaba—.
A veces, me quedo sin elementos relacionados con el trabajo para discutir con ella.
—Ofrécete a rellenar su calcetín. A las mujeres les encanta cuando se llenan con uno
grande.
Cornell se atragantó con su whisky y Finn le dio unas palmaditas en la espalda.
—Mira, la idea de llenarla con tu alegría navideña te deja sin palabras —respondió
Finn con otra risa.
Cornell gimió. 
—Es realmente asombroso que no te atraviese con una estaca yo mismo.
—Lo sé, ¿verdad? —Finn aplaudió—. También tengo razón sobre que necesitas hacer
tu movimiento.Si no lo haces, podría encontrar a un apuesto bastardo y decidir vivir con él.
Crees que verla lastimarse un poco en una cacería es malo. Imagínate verla follar, será un
demonio. Es joven y está en el mejor momento de su vida. No creo que vaya a permanecer
soltera para siempre. ¿Tú sí?
La sola idea de Dani con otro hombre puso los dientes a Cornell de punta. Su demonio
se encabritó, amenazando con forzar a los colmillos a mostrarse mientras su estado de ánimo
se agriaba. Empujó su vaso de whisky hacia Finn y se dirigió hacia la puerta, agarrando su
abrigo también. Como vampiro, él ya era más genial que la mayoría y no era un fanático
del frío más que nadie.
Finn bebió lo último del whisky y corrió detrás de él, riendo. —No quiero perderme
esto. Ya era hora de que te vampirizaras, Corny —Retiró su celular—. Puedo grabar esto para
que tus hermanos me crean cuando vuelva a contar la historia.
Cornell le dirigió una mirada penetrante. 
—Estoy a punto de hacer un movimiento con mi compañera y ¿te preocupa cómo se
verá esto cuando se vuelva a contar?
—Sí —Movió las cejas—. Debería llamar a Matthew. No lo creerá. Él piensa que los
vampiros son cobardes cuando se trata de reclamar a sus compañeros.
Cornell se detuvo repentinamente y Finn chocó con él por detrás.
—¿Por qué no te sorprende que haya llamado a Dani mi compañera?

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Finn se rió entre dientes. 
—Cada uno de nosotros, excepto ustedes dos, parece que lo hemos descubierto, amigo.
—¿En serio?
—Deberías haber escuchado a tu hermana —dijo Finn—. Ha estado amenazando
con encerrarlos a los dos en una habitación hasta que admitan sus sentimientos el uno
por el otro. Athena es fuerte. Me preocuparía si fuera tú. Ahora, la Operación: Reclamar
Compañera ha comenzado. ¿Qué puedo hacer?
—Evita decir algo que la cabree —respondió Cornell.
—Entonces estás diciendo que no debería hablar. Entiendo —Finn señaló—. Mira,
está en el suelo. Lo mejor es que aproveches esto de inmediato. Ya estás muy atrasado en
hacer un movimiento aquí.
Cornell gimió mientras daba grandes pasos a través de su jardín lateral cubierto de
nieve en dirección al jardín delantero de Dani.
—¿Echaste un vistazo al muñeco de nieve? Dulce misericordia, si la muchacha está
tras una polla que es tan grande como una zanahoria…
Cornell lo miró por encima del hombro. 
—Termina la oración. Te reto.
—No. Estoy bien.

19
Capítulo Tres
ALTO, OSCURO, MUERTO Y EL JEFE

Traducido por Achilles


Corregido por Patty

—Dani Malloye, ¿me engañan mis ojos o estás jugando en la nieve? Un poco mayor para los
ángeles de nieve, ¿no crees?
El sonido de un acento escocés hizo que Dani sonriera. Ella conocía esa voz y había
sido amiga de su dueño desde una edad temprana. 
—Finn, estoy fuera del horario de trabajo, y si estás aquí para ofrecerme horas extras,
paso. Apenas tengo vida. Sutton me tiene trabajando catorce horas al día. Está tratando de
matarme. Estoy segura de ello.
—Lo dudo mucho —respondió Finn.
Con un bufido, Dani se quedó quieta en el suelo, sacudiendo la cabeza. 
—Te equivocas. Estoy bastante segura de que me odia. ¿Por qué más me haría trabajar
el hombre sin parar? Espera. ¿Por qué estás aquí?
—Cornell no te odia, muchacha. Para nada. Y tenía algunos asuntos que atender con
Sutton —dijo con una risa contagiosa—. Te vi afuera. Pensé en pasar por aquí.
Empujándose hacia arriba y despegándose del suelo, Dani dio menos de un paso antes
de que la madre naturaleza decidiera colocarla de espaldas una vez más. Perdió el equilibrio
sobre el parche de hielo, sus pies resbalaron y se dejó caer de espaldas. La incomodidad
estalló en su espalda, pero su orgullo le dolía más que nada. Si hubiera tenido toda su fuerza,
un trozo de hielo no la habría matado.
Finn se rió, extendiendo una mano hacia ella. 
—Punto truculento, ¿eh?
—¿Quieres besar mi herida? —ella preguntó.
—No creo que sea tan prudente. Aunque conozco a alguien aquí que estaría dispuesto
a besarte el trasero —dijo, con una nota sugestiva en su voz profunda—. Sin embargo,
estaría dispuesto a ver cómo suceden las cosas.
Se quedó mirando el rostro sonriente del hombre que la había entrenado cuando la
contrataron como asesina. 
—Por supuesto que me verías hacer una planta a tope.  Estará por toda la oficina
la semana que viene, ¿no? Dime que no sacaste una foto. No necesito ser el comienzo del
próximo video de errores de oficina.
—Och, nunca lo haría —Finn Mackay movió las cejas oscuras—. Además, el video
está lleno de Sasha para esta semana. Sería difícil superar eso.
Ella se rió mientras la ayudaba a ponerse de pie. Con metro setenta y cinco difícilmente
era baja, pero Finn estaba erguido sobre ella. 
—No te creo.
—Mejor así —respondió—. ¿Disfrutando de tu juerga decorativa?
Dani miró hacia el frente de su casa. Ahora era una monstruosidad total y completa. 
—No tanto como Mimi.
Finn rió. 
—¿Ella es responsable de esto?
Gimiendo, Dani movió un poco los hombros, tratando de aflojarlos. 
—Oh sí. De todo.
Finn mostró su notoria sonrisa de chico malo mientras se pasaba una mano por el

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cabello castaño oscuro hasta los hombros. 
—Bueno, no me atrevía a pensar que tuvieras tanta felicidad en ti, muchacha.
Mimi soltó un profundo suspiro y Dani no pudo evitar volverse para ver qué estaba
pasando. La mirada soñadora en el rostro en forma de corazón de Mimi dejó el labio de Dani
curvado. 
—Oh, Dios mío, no me digas que estás dando un suspiro entrecortado por Finn. Es
Finn. Nos burlamos de él todos los días en el trabajo.
—Oye —dijo Finn, sacudiendo la nieve de su abrigo de cuero. Siempre iba vestido como
un tipo rudo que pertenecía a un club de motociclistas. Podría ser parte de uno. Nunca le
había preguntado—. Haré que sepas que todas las demás mujeres, excepto tú, me encuentran
atractivo. ¿Esperas algo mejor? Dime, ¿alguien alto, oscuro, muerto y que sea tu jefe?
—¿Cornell? —Ella se habría reído de la sugerencia, pero tenía razón.  Encontraba
sexy a Cornell. Más sexy de lo que jamás había encontrado a otro hombre—. Oh, por favor,
como sea.
Mimi se lanzó hacia adelante y tomó a Dani del brazo, mientras miraba más allá de
Finn. 
—Probablemente sea suficiente de compartir ahora.  Vamos a buscar galletas y
chocolate.
—Déjala avergonzarse frente a él, pequeña —dijo Finn, con la mirada fija en Mimi. Era
diez centímetros más baja que Dani, y eso la ponía casi treinta centímetros más baja que
Finn.
Espera.
¿Frente a él?
Dani se volvió y encontró a Cornell allí de pie, su expresión ilegible, su mirada oscura
barriéndola, calentando su cuerpo en su viaje. Como de costumbre, estaba vestido con ropa
de diseñador y nada en él estaba fuera de lugar.  El rojo intenso de su camisa se veía a
través de su abrigo negro, largo y abierto. Tenía una bufanda roja a par, y ella se preguntó
si en realidad planeaba todo su atuendo al comienzo de cada noche o si simplemente lo
combinaba perfectamente.
Probablemente lo planeaba.
¿Alguna vez no se arreglaba?
¿Alguna vez lanzó la precaución al viento y vivió la vida al máximo?

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Probablemente no.
Su lengua rosada salió disparada sobre su labio inferior, excitando a Dani más de
lo que debería. Quería esa lengua en lugares que era mejor no mencionar en voz alta. Los
sensibles oídos de Mimi seguramente sonarían y luego Dani recibiría aún más sermones
sobre cómo ser una dama. Aun así, pensar en la lengua de Cornell en su clítoris excitó a
Dani, y algo más.
—¿Disfrutando? —dijo.
Casi dio una respuesta inteligente, pero decidió no hacerlo por el bien de la temporada
y todo. Además, estaba cansada de estar siempre en desacuerdo con él. 
—Así es. ¿Disfrutaste de la vista?
Su ceja se elevó. 
—¿Me sentiste mirándote?
Se sonrojó y miró a Mimi, esperando que su amiga le lanzara un salvavidas. No lo
hizo. Mimi se quedó allí, sonriendo de oreja a oreja. Por eso, Dani estaba considerando robar
los cables de alimentación para las decoraciones.
Mimi juntó las manos y se rió. 
—Hice chocolate. ¿Quién quiere un poco?
La expresión de Finn cambió y Dani casi se rió. El hombre no quería que lo obligaran
a beber chocolate. No podía culparlo.
Cornell dio un paso en dirección a Dani.
—De hecho, salimos para ver si ustedes dos querían unirse a nosotros para tomar
una copa.
Mimi lo miró. 
—No estamos en el menú, ¿verdad?
Dani resopló y se tapó la boca con la mano cubierta con un guante. No quería reírse
abiertamente de la tensión que aún permanecía entre los Fae y los vampiros. Habían tenido
más de un estallido de guerra a lo largo de los siglos entre los dos grupos de sobrenaturales,
y con los inmortales viviendo prácticamente para siempre, incluso los mejores podían
guardar rencor.
Falló, riendo de todos modos. 
—Perdón. Pero realmente, no vamos a meternos en esto de nuevo, ¿verdad?
Mimi suspiró. 

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—Sería más feliz si aceptaran el chocolate, pero aceptaré la rama de olivo, y sí, nos
encantaría tomar una copa.
Dani se puso rígida. 
—¿Nos encantaría?
Cornell estaba de repente justo frente a ella, moviéndose a una velocidad que no
podía seguir, algo que solo el más poderoso de los vampiros podía hacer con respecto a un
asesino. Se apretó contra ella, su mano llegó a su mejilla, y ella notó lo fría que estaba su
piel. Ella frunció el ceño cuando Cornell le apartó algo de la mejilla, su toque la excitó más.
—Tenías nieve encima —dijo, luciendo más sexy de lo que cualquier hombre tenía
derecho a lucir. Maldito sea por haber reducido el atractivo sexual oscuro y melancólico a
una ciencia. Y maldita sea por ser una tonta por eso.
—Oh —respondió ella, pasando su mano sobre la de él. La única vez que le costaba
pensar con claridad era cuando estaba cerca de él. Era como si el tiempo se detuviera mientras
ella miraba hacia arriba y hacia su mirada oscura. Le habría preocupado estar hipnotizada
por él, pero los asesinos natos eran inmunes a esos trucos vampíricos. Habiendo dicho eso,
se sentía como si estuviera total y completamente arrastrada y perdida en sus ojos. Eso
sucedía mucho cuando se atrevió a hacer contacto visual con el hombre.
Mantuvo su mano en su mejilla. 
—Me gustó verte disfrutando.
Inclinó la cabeza. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? Normalmente a estas
alturas le habría gritado órdenes o hablado de lo descuidada que era en sus patrullajes. 
—¿Señor?
Él sonrió, y ella no podía recordar una vez que lo hubiera visto hacer eso antes. 
—Eres la única que me llama señor.
—Supongo que le molesta —respondió ella, su voz baja, su cuerpo atrapado en lo
cerca que estaba.
—Tú y Finn disfrutan mucho de hacer cosas que me molestan —comentó, y maldita
sea si sus labios no parecían estar aún más cerca.
Se quedó quieta, temerosa de que si se movía bien podría besarlo. Demasiadas de
sus fantasías involucraban sus labios sobre los de él. Con el país de las maravillas invernal
de Mimi rodeándolos, las luces reflejándose en el suelo cubierto de nieve, el momento ya
se sentía surrealista: tener la boca de Cornell tan cerca de la suya la estaba empujando

24
demasiado lejos.
Finn tenía razón. Cornell era alto, oscuro y su jefe. Ceder y besarlo sería malo. Muy
malo. Lo peor de su vida.
Maldita sea, si ella no se lanzaba directamente al peor movimiento de todos los
tiempos.
Un segundo, Dani pensó que tenía el control de sus hormonas, y al siguiente, sus
labios se presionaron contra los de Cornell. Los fuegos artificiales explotaron en su cerebro
mientras su corazón latía locamente y su cuerpo hormigueaba de la cabeza a los pies. En el
siguiente aliento, sus labios se separaron y su lengua de repente se unió a la de ella.
Su mente se quedó en blanco.
Nada más que la sensación de su lengua sobre la de ella importaba. Ella inclinó la
cabeza, dándole un mejor acceso a su boca.  Cuando sus manos comenzaron a palpar su
camino sobre su torso, se congeló, dándose cuenta de lo que había hecho.
Más que eso, lo que no había hecho.
Alejarla.
Jadeando, saltó hacia atrás, golpeando el mismo parche de hielo que ya la había
superado más de una vez. Dani cayó con fuerza, pero no estaba sola. Cornell resbaló con ella,
su cuerpo cayendo con el de ella hasta el suelo. De alguna manera, se las arregló para acunar
la parte posterior de su cabeza con las manos y voltear sus cuerpos en el último segundo,
tomando la peor parte de todo su peso sobre él. Ella yacía allí, extendida sobre él, su ingle
presionada contra la de él, sus cuerpos parecían estar en casa el uno con el otro.
Ella gritó.
Él rió.
Ella gritó de nuevo. 
—¡Señor!
—Dani —se burló, antes de darle un manotazo en el trasero juguetonamente.
Ni siquiera se había dado cuenta de que Cornell tenía un lado juguetón.  Ella
permaneció perfectamente inmóvil encima de él. Le tomó un momento darse cuenta de que
se estaban riendo de ellos. Miró hacia arriba y encontró a Mimi y Finn, riendo y caminando
en dirección a la casa de Cornell.
Finn volvió a mirarla. 
—Diviértanse. Sé que lo harán si sigues encima de él así. Alegra el año del hombre,

25
Dani.
Dani casi se cae sobre sí misma tratando de escapar de Cornell. Él se disparó como si
tuviera cuerdas, siempre el modelo de la gracia, y la agarró por la cintura, presionando su
cuerpo contra el de ella una vez más. Él la estabilizó y permaneció en su lugar. Normalmente,
cuando Dani se sentía incómoda, pateaba la mierda viviente de la cosa que la causaba. Eso
era lo que hacía un asesino. No estaba segura de qué hacer ahora. El chico del que había
estado enamorada durante años le devolvió el beso y luego le dio un manotazo en el trasero.
Su patio delantero parecía la sección navideña de una tienda departamental, y su mejor
amiga la acababa de abandonar para lidiar con sus hormonas por su cuenta.
Estoy tan arruinada.
Cornell la giró para mirarla de frente. 
—Dani, nunca estás tan callada.
Confundida, lo miró fijamente.
Parecía divertido. 
—Estaba seguro de haber visto muérdago.
—¿Qué? —preguntó ella, sus labios aun sintiendo las secuelas de su beso.
—En todo esto —dijo, señalando el patio y las decoraciones—. Estoy seguro de que vi
muérdago. Tienes buen ojo.
Comenzó a seguir sus pensamientos. La estaba regañando por besarlo. La cobarde que
había en ella quería tomarlo. Su vena terca se lo prohibía. Enderezó los hombros. 
—No vi ningún muérdago. Solo vi tus labios y decidí besarlos. ¿Qué vas a hacer?
¿Hacerme trabajar aún más horas extra?
Cornell tiró de ella contra él, su mirada ardiente y hambrienta. 
—Estoy considerando hacer que me beses de nuevo.
—¿Q-qué? —apenas logró decir… Las palabras casi se atascan en su garganta. ¿Dónde
estaba su lado feroz? ¿El lado que estuvo cara a cara con sobrenaturales rudos todas las
noches?¿Por qué de repente se redujo a un ciervo frente a unos faros?
Porque tú maldito jefe te comió la lengua.
Correcto. Por eso.
—Deberíamos tomar esa bebida ahora —dijo, insegura de poder confiar en sí misma
un momento más con él tan cerca.
Él sonrió. 

26
—Perfecto.
—Sin embargo, no puedo beber mucho. Estoy de guardia esta noche, ¿recuerdas? —
presionó ella, sabiendo muy bien que él sabía que la había puesto de guardia en el trabajo
esta noche.

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Capítulo Cuatro
ROMPER SUS BOLAS

Traducido por Vee


Corregido por Patty

Dani se sentó en un sofá que estaba segura, costaba más que su casa. Cornell disfrutaba
de las cosas lujosas. No había forma de negarlo. Ella observó a su alrededor en la enorme
habitación, llena de nada más que los mejores muebles. Llevó sus rodillas a su pecho
mientras veía a Finn haciendo todo lo posible para restregarse contra Mimi mientras le
enseñaba a jugar billar. Dani se preguntaba cuanto tiempo pasaría antes de que Mimi usara
su magia para mandar a Finn al pasillo.
Sus pensamientos regresaron al beso que había compartido con Cornell. Ella lo había
conocido por años, lo había deseado por años y había soñado con él besándola.
Tú lo besaste, se recordó a su misma. Pero él la había besado también.
Temblando, se cobijó con la cachemira que Cornell le había dado al entrar a la
habitación, cuando se dio cuenta que tenía frío. Dani ni siquiera se había dado cuenta de
la cantidad de nieve que se había filtrado a través de su ropa mientras había estado afuera
hasta que regresó el calor. Ella se había preocupado por arruinar sus muebles lujosos si se
sentaba empapada sobre ellos. A él no parecía importarle ni un poco.
Cornell preparó el fuego y la observó con esa mirada oscura fija en ella. —Tu suéter
está mojado. ¿Quieres uno seco? Tengo muchos.
¿Podría Dani manejar el usar un suéter del hombre? Probablemente no. Ella ya había
hecho el ridículo afuera. ¿Se atrevería a aceptar la oferta?
Eso sería demasiado estúpido. Estarías desnuda y rogando. Triste.
Ella meneo la cabeza, pensando con agallas. Si decía peligro, peligro, ella iba a escucharlo.
Obviamente Mimi no sería de ayuda para mantener a Dani lejos de arrojarse a los pies de
su jefe, rogando por que la cogiera. Mimi estaba demasiado ocupada encargándose de Finn
mientras arrojaba las bolas de la mesa de billar a la parte más alejada de la habitación. Ella
seguía moviendo su espalda baja mientras Finn se quedaba parado detrás de ella, agarrándose
del palo de billar tan fuerte, que parecía que podría romperlo en dos.
Pobre Finn.
Mimi era del tipo de Fae, que sudaba atracción sexual, y Finn había caído, se había
enganchado y Dani dudaba que algo fuera a salir de ahí, porque mientras Mimi pensaba
que Finn era atractivo, ella no estaba interesada en él. Habían hablado sobre los hombres
que trabajaban con ellas lo suficiente como para que Dani los conociera. Lo que había sido
bueno, tomando en cuenta que Finn es un hombre de las señoritas.
—¿Estás segura? —preguntó Cornell, avivando más el fuego, cada punta de las llamas
excitaban a Dani mientras pensaba en esa acción como algo sexual.
Queridos dioses de arriba, no se quiten la ropa frente a este hombre. Pónganse más ropa.
Como diez suéteres. Quizá veinte.
Ella no podía quitarse de la cabeza el pensamiento del beso, si empezaba a desvestirse,
se hundiría más. —No, me iré a la puerta a buscar uno de los míos. Gracias de todas formas
—Dani se levantó y Zeus, uno de los sabuesos infernales de los Cornell se apresuró hacía
ella, haciéndola caer suavemente sobre el sillón. Zeus después trató se subirse a su regazo—.
Oye, no eres un perro que se pueda sentar aquí. Ya te lo he dicho.
El perro era un gigante amable y había conseguido ablandarla un poco. Ella lo acaricio
detrás de la oreja y después se agachó a besar su cabeza. El perro le recordaba a uno de sus

29
loberos irlandeses, pero con ojos rojos.
—Ese perro es una amenaza —dijo Finn.
—Estoy de acuerdo —agregó Mimi.
Meneando la cabeza, Dani continúo dándole cariño a Zeus. —Es un bebé grande.
—Que se come a los hombres malos cuando le dan permiso —le recordó Finn.
Ella se estremeció. —¿Y eso es malo?
—Los sabuesos infernales de Corny son temibles con todos menos contigo —dijo
Finn—. Le he dicho que debería encerrarlos.
Dani observó a Mimi. —¿Podrías hacerme un favor y golpearlo en las bolas?
Mimi se burló.
—Creo que Zeus prefiere que no te vayas —dijo Cornell, levantando las cejas lo más
que podía, había dejado las herramientas a lado de la chimenea. El tomó su copa de vino y
señalo en su dirección con la cabeza. La mirada sexy en su cara decía que estaba pensando
en el beso también.
Sintió el calor subir de su cuello hasta sus mejillas, pintándolas de rosa. Dani hizo lo
mejor que pudo para ignorar la repentina ola de calor que se apoderó de ella en el segundo
en que su mirada se cruzó con la de Cornell. El hombre era un imán sexy. Verlo dirigía sus
pensamientos sucios y ella realmente quería que su zucchini hiciera una aparición pronto.
Era eso, o poner mucha distancia entre ellos. De otra forma, ella haría mucho más que solo
besar a su jefe.
Ella iba a taclearlo y tenerlo de la forma en la que ella quería. Las políticas laborales
podían irse al diablo. Por la forma en la que él seguía viéndola, no estaba segura de si la
detendría de llevar a cabo sus fantasías.
Cuando su copa chocó con sus labios, sintió como si alguien estuviera besándole el
cuello y luego más abajo, debajo de la capa de ropa empapada y en dirección a sus pechos.
Sus muslos se cerraron mientras el sentimiento de besos plantándose sobre sus pezones la
asaltaba. Puso las palmas de las manos sobre el sofá y tomó un largo suspiro mientras el
placer la quebraba desde dentro. Fuego se posó sobre su estómago y la urgencia de gemir
era demasiada.
No tengas un orgasmo en el sofá de la casa de tu jefe mientras fantaseas sobre él. No lo
tengas.
Fue demasiado tarde.

30
Su cuerpo se sonrojó mientras los efectos del placer pulsando en ella, presionando
una y otra vez en ella. Ya había estado con hombres antes, y su cuerpo nunca había
funcionado de esa forma, nunca había conseguido un orgasmo tan impactante.
Ella estaba segura de que Finn y Cornell podían oler su flujo, y quería correr y
esconderse, avergonzada de haberse atrevido a encontrar final en nada. Estaba a punto
de levantarse cuando una serie de imágenes se proyectaron en sus ojos. Le mostraban
imágenes de ella y Cornell en la cama, rodando sobre las sábanas de satín con los cuerpos
entrelazados. Aunque eso nunca había sucedido, se veía y se sentía real, por lo que su
orgasmo se prolongó. Él entró en ella, su pene la llenaba más allá de cualquier punto posible
haciéndola aferrarse a él, arqueando la espalda y tomándolo más profundo.
La imagen se sentía real. Se sentía tan real como si él estuviera ahí, entrando en ella,
haciéndola gemir y llorar debajo de él. Levantando la cabeza y bajándola para succionar sus
pezones de forma gentil, haciendo que su estómago se apretara antes de que el terminara
entrando en ella por última vez. Ella también terminó, su cuerpo pulsaba mientras las
visiones de ellos continuaban.
Dani vio a Cornell salir de ella antes de darle la vuelta para que se acostara sobre
su estómago. El plantó una serie de besos por su espalda, apretando sus glúteos para que
se abrieran. Él se movió una vez más encima de ella, esta vez su pene estaba alineado
con su trasero. Ella se tensó y él se dobló nuevamente, besando su cuello con delicadeza,
haciéndola gemir otra vez.
Se aferró a las esquinas del sofá, Dani estaba viendo vívidamente las imágenes de
Cornell calmando sus ansias a través de su oscuro canal, haciendo que su cuerpo completo
se incendiara con necesidad de otro orgasmo. Entró por completo en ella y explotó con el
cuerpo temblando. Las imágenes cesaron rápidamente, dejándola jadeando.
Ella se levantó otra vez, determinada a no dejar que el sabueso del infierno la
detuviera. Necesitaba poner más espacio entre ella y Cornell y más capas de ropa también.
Quizá un cinturón de castidad, porque Mimi tenía razón, Dani siempre tenía sexo en su
cerebro. Ahora también su ropa interior estaba empapada.
Zeus intentó regresarla al sillón y Dani negó. —No, chico. No me voy a quedar.
Necesito correr a casa para tomar algo. Regresaré.
De la nada, Cornell estaba frente a ella, llenando el espacio, moviendo a Zeus a un
lado y levantando la barbilla de Dani. —Te acompañaré.

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No estaba ayudando en nada con el espacio.
Ella mordió el interior de su mejilla, intentando encontrar poder de voluntad para
resistirse a ese hombre.
No encontró nada.
—O…Okay —se arregló para decir, sonando más como un gato recién nacido que
como un asesino experimentado.
La risa de Mimi siguió a Dani mientras Cornell la guiaba por la habitación y después
por el pasillo hasta la puerta. Cuando estaban suficientemente lejos de los demás ella se
giró en su dirección, encontrando un poco de algo que podía o no ser valor. —¿Qué está
pasando?
Él apenas y la observó, pareciendo sexy e inocente.
Ella resopló. —Claro. Puedes pararte ahí y actuar como que esto no es raro.
— ¿Raro? —se burló, hablando como lo haría ella en lugar de utilizar su propia forma
elegante de conversación—. ¿Cómo que raro?
Ella gruñó—: Nos besamos. Y ahora estamos haciendo esto de mirarnos por mucho
tiempo. Me está sacando de quicio.
Inclinando su cabeza hacia atrás, se rio, y el sonido profundo pareció posarse en el
centro de sus piernas. Ella tocó su brazo y cerró los ojos, esperando que sus hormonas se
comportaran. Pero, por supuesto que la ignoraron. Cuando Cornell dejó de reírse puso sus
manos a ambos lados de la cara de Dani y la acomodó contra una puerta cerrada, su cuerpo
cubría el de ella por completo.
—¿Que yo quiera estar más cerca de ti te está sacando de quicio?
Ella parpadeo, su cuerpo se estaba llenando de deseo. —Uh-huh.
—Porque yo te asusto y no quieres estar cerca de mí o…
—¡No es eso! —Dani agachó la cabeza, avergonzada de su arrebato. Ella prácticamente
le gritó al chicho que lo deseaba.
—¿Entonces por qué, Dani? —preguntó, su frente tocaba la parte superior de su
cabeza.— ¿Por qué esto te hace sentir tan incómoda?
Ella suspiro por un momento largo. —Porque normalmente tú solo me gritas mucho
y me haces trabajar todo el tiempo.
—Te grito porque me preocupo por ti —respondió—. Te grito porque me da miedo
que algo pueda pasarte. Te grito porque me preocupo demasiado.

32
¿Se preocupaba demasiado?
¿Qué demonios significaba eso?
—Dani —le dijo, su mano se posó sobre su barbulla, forzándola a voltear hacia
arriba—. Todas las veces que sales para patrullar pierdo el aliento. Sé que eres perfectamente
capaz, pero eso no evita que me preocupe.
—Tienes a muchos bajo tu supervisión —respondió con un susurro—. ¿Cómo harías
cualquier cosa si te preocuparas sin parar por todos nosotros?
—Sólo me preocupo por ti —le confesó, robando el último aliento que le quedaba en
los pulmones—. Estoy enamorado de ti. Lo he estado desde el primero momento en que te
vi.

33
Capítulo Cinco
ENORME DOLOR EN EL TRASERO
Traducido por Vee
Corregido por Patty

Ya esta, lo había dicho. Él expresó sus sentimientos y estaba esperando, temiendo el rechazo.
Los segundos pasaron mientras Dani apenas lo observaba, sus ojos estaban abiertos y sus
labios también. Finalmente, Cornell no pudo aguantar más silencio. —Di algo.
—¿Acaso me aplicaste alguna magina de vampiro en el otro cuarto?
Cornell se calmó. Esa no era la respuesta que esperaba. Inclinó la cabeza ligeramente,
pensando en la mejor forma de evitar admitir su mal comportamiento. El había usado una
buena cantidad de poder para influenciarla y poner deseos eróticos en su cabeza. No estaba
orgulloso de eso, pero se dio cuenta que estaba actuando conforme a sus sentimientos.
Dani puso una mano en su cintura. —¿Cómo?
—No fue sencillo —dijo él, bajando la voz—. Tu sangre de asesina te da mucha
resistencia, ni mencionar tu terquedad.
—Debería abofetearte.
El asintió. Ella debería.
Dani se le quedó viendo fijamente. —Espera, ¿A qué te refieres con que me amas? Eso
es estúpido. Tú no me amas.
Él contuvo un gruñido. —Creo que conozco mis sentimientos mejor que tú. Y amarte
no es estúpido. Pretender que no lo hago si es estúpido. Y no voy a pretender, Danielle.
Sus ojos se cristalizaron y una parte de él se ensombreció pensando en la posibilidad
de haberla hecho llorar. Ella tocó su pecho con sus manos. — Las buenas cosas no suelen
pasar en temporada de fiestas.
El cerró los ojos y levantó la cara. Sus propias emociones amenazaban con hacerlo
reaccionar de la peor forma. —Ya lo sé. No pretendía hacerte enojar.
—Cornell —ella susurró, tirando de la parte de delantera de su camisa.
Sus miradas se encontraron.
—También me gustas y mucho —confesó y alegría creció dentro de él. No le había
dicho que también lo amaba, pero de nuevo, Dani no era exactamente el tipo de mujer que
iba por ahí con propuestas dulces saliéndole de los labios. Ella era del tipo que maldecía a
alguien con palabras y frases que le sonrojarían antes que declarar amor de forma poética
por algo o alguien. Él sabía que el que ella se estuviera confesando era algo enorme, tomando
en cuenta su personalidad.
No pudo detenerse de besarla de nuevo. Sus lenguas chocaron y se entrelazaron, lo
siguiente que supo fue que la había levantado sobre sus pies. No tenía intención de llevarla
a casa para que se cambiara de ropa. No iba a darle oportunidad de cambiar de opinión sobre
él.
Sobre ellos.
En su lugar, continuó besándola mientras caminaban en dirección a la gran escalera.
Él la cargó hacia arriba mientras sus bocas seguían unidad. Cuando llegaron al dormitorio,
el rompió el beso por tiempo suficiente como para hablar—: Aquí es donde me dices sí o
no —dijo—. Dani, no sólo me refiero al sexo. Si te llevo a mi cama, voy a reclamarte.
Ella palideció. —¿Reclamarme? ¿Por qué harías eso? Eso significaría que estaremos
juntos por siempre.
Él no pudo evitar sonreír. —Ese es el punto.
—Pero, Cornell, no puedes reclamarme. No soy una vampira. No soy…
Él besó su frente y la dejó sobre sus pies. Si quería irse él la dejaría, porque la amaba

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y nunca la forzaría a aceptarlo. —Eres mi pareja, Dani. Lo supe desde el primer momento
es que puse mis ojos en ti. Esa es la razón por la que Finn te entrenó en mi lugar. Estaba
preocupado de perder el control y reclamarte cuando eras muy joven como para saber en
que te estabas metiendo.
—No soy una vampira —susurró.
—No, no lo eres. Pero no todas las parejas de los vampiros lo son —le recordó.
—Lo son para la realeza vampírica —protestó.
Él sonrió. —Cariño, los últimos vampiros de la realiza que se han juntado con otros
vampiros lo hicieron hace siglos. De hecho, creo que mis padres fueron los últimos.
—Tú eres mi jefe.
Él asintió, sabiendo que ella estaba repasando en su cabeza todos los puntos que
pensaba que podían oponerse a ellos. Él había hecho lo mismo muchas veces.
—Eres un dolor de trasero gigantesco —ella agregó, haciéndolo reír y sonreír.
—Lo soy. Ahora. No te voy a dejar la decisión por completo —Él dio un paso atrás en
dirección a la puerta y al pasillo—. Quédate y sé mi esposa o vete y respetaré tus deseos. No
me gustará, pero lo respetare.
— ¿Estás seguro de que me quieres a mí? —preguntó, sonando frágil y emocional.
Él sabía que ella se sentía sola y poco querible con todo lo que había pasado antes.
—Dani, quiero que seas mía. Estoy cansado de intentar resistirme a ti. Estoy cansado de que
las reglas y las regulaciones me detengan. Naciste para mí y he esperado mucho en mi vida
inmortal para dejar pasar otro día sin ti en él.
Las lágrimas que pensó que ella no soltaría antes estaban deslizándose por sus
mejillas, rompiendo su corazón.
—Eso me gustaría.
—¿Entonces por qué lloras?
—Esta parte del año suele ser horrible —dijo—. Mi familia era…
—Sé sobre eso —replicó, dejando castos besos en su boca—. Dani, yo soy él que hizo
sufrir a todos los que lastimaron a tu familia. Pagaron por sus crímenes.
Ella exclamó—: ¿Fuiste tú?
Él asintió. —Ellos te causaron a ti y a los tuyos mucho dolor y sufrimiento, y tenía
que hacerlo cuando muchos de ellos estaban celebrando, por eso pensé que tenía que regresar
el favor y cazarlos antes de las fiestas.

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—Mi segundo año de entrenamiento, la foto del hombre que mató a mi familia,
muerto y con un moño. ¿Fuiste tú?
Él asintió.
La siguiente cosa que supo fue que ella estaba en sus brazos, acomodándose sobre él.
Sus labios encontraron los de él y sus brazos fueron en búsqueda de su cuello. Ella lo besó
agresivamente al punto en que su pene no podía más. Con un aullido, separó su boca de la
de ella. Sus colmillos estaban en el punto de romper sus mejillas. —Dani.
—Llévame a la cama, Cornell, y hazme tu esposa.
En lugar de cuestionarla o hacerla dudar de su decisión, la tomó y la levantó. Se
apresuró a la habitación pateando la puerta y cerrándola detrás de él. La recostó sobre su
cama victoriana y se ahogo con la visión de ella sobre su cama.
Dani sonrió y comenzó a quitarse la ropa empapada, dejándola de lado de forma
descuidada. Todo ese tiempo, su mirada estaba sobre él mientras se deshacía de su camisa
lentamente. Él quería apresurarse de la misma forma que ella, pero si se atrevía a dejarse
llevar por la urgencia, temía que el demonio dentro de él se robaría el momento. Él quería
que se quedara entre ellos dos. Era su momento. No algo donde él tenía que luchar para
mantener al demonio dentro.
Dani se desnudó en tiempo récord, dejándose solamente en un brasier rojo y pantis a
juego. Cornell acunó sus partes en su mano, estaba preocupado por eyacular en ese momento.
Ella estaba espectacular.
Él pausó sus deseos, su mirada estaba clavada en el lado derecho de ella. Tenía un
moretón que parecía hecho por una bota. Eso acabó con su control y el demonio trepó a la
superficie. Sus colmillos salieron dentro de su boca y el siseó, sabiendo que sus ojos estaban
completamente negros.
Dani nunca mostró signos de miedo. Incluso con lo que había visto de niña, a
vampiros matando a su familia.
Ella levantó los brazos en su dirección y negó. —No estoy tan herida, estaré bien.
¿Cómo sabía lo que lo había empujado al borde del precipicio?
Ella se recargó sobre sus codos, su largo cabello rubio le caía por los hombros. Ella
le ofreció una sonrisa tonta. — ¿Puedes enojarte con los imbéciles que me golpearon más
tarde y tener sexo conmigo ahora?
Claro que él podía.

37
Capítulo Seis
CONVERT IDO EN VAMPIRO

Traducido por Steph M


Corregido por Patty

Dani no podía apartar la mirada del torso de Cornell. Cada gramo de él estaba esculpido y,
con su piel pálida, parecía estar hecho de mármol. Se mordió el interior de la mejilla con
demasiada fuerza y se hizo sangrar. Cornell olfateó el aire y luego se echó hacia atrás; ella
sospechó firmemente que él estaba a punto de dejarla en ese estado de deseo, solo por ser
un caballero.
No iba a pasar nada.
Dani se deslizó hacia adelante rápidamente, agarrándolo por el lazo de sus pantalones
y tirándolo hacia adelante. De repente, su abdomen estaba justo frente a su cara mientras
estaba de pie frente a ella. Ella lo besó justo debajo de su ombligo y él se tensó.
—Dani, puedo oler tu sangre —dijo Cornell, con su voz lacónica y tensa.
Besó más su torso, sus manos moviéndose hacia las caderas de él. Ella tiró de sus
pantalones. Ya estaban desabrochados y la más mínima presión los envío hacia abajo,
exponiendo su polla larga y gruesa, acurrucada en una mata de pelo negro que estaba
bien cuidado. A Dani se le hizo la boca agua al ver la polla de Cornell. El hombre seguía
mejorando cada vez más.
Cornell le tocó la parte superior de la cabeza y la miró fijamente mientras ella
tomaba su eje suave y aterciopelado. Ella pasó la lengua por la parte inferior de su abdomen,
peligrosamente cerca de su mata de pelo. Él siseó, agarrando su cabello, tirando suavemente
de manera necesitada.
Dani llevó la cabeza de su polla a sus labios y sacó la lengua sobre la hendidura en
la punta de su eje. Él se movió, sus caderas haciendo movimientos de empuje controlados,
por ahora.
La posesividad absoluta brilló en su mirada oscura mientras ella lo miraba fijamente,
mientras sus labios se movían sobre la cabeza de su polla; sus dedos estaban envueltos
alrededor de su circunferencia. Su polla se metió más en su boca y ella tarareó, llevándola
aún más profundamente. Sabía tan bien como olía, y ella se sintió un poco tonta al querer
enterrar la cara en su entrepierna. Ella había chupado la polla de un hombre antes. Por
supuesto, ese hombre apenas había sido digno de mención, ya que había durado unos dos
minutos y su polla era pequeña en comparación con la de Cornell, que le llenaba la boca y
le llegaba hasta la garganta. Chupó más fuerte, aumentando también la presión que aplicaba
con las manos.
Cornell echó la cabeza hacia atrás y gimió, su cuerpo se tensó mientras tiraba de
su cabeza hacia él, empujando su polla hasta el fondo. Su saco de bolas se tensó y un calor
salado se deslizó por la parte posterior de su garganta. Ella tragó y deslizó su polla fuera,
limpiándose el labio inferior mientras lo hacía.
La mirada oscura de Cornell brilló con necesidad, se acercó a la cama y se inclinó
sobre ella, con los pantalones alrededor de las rodillas. Metió una mano entre ambos y
ella sintió cómo las uñas de él se alargaban contra la parte interna de su muslo. Ella no se
preocupó. Confiaba plenamente en él.
Le cortó las bragas y luego se acomodó contra su entrada húmeda. Al parecer, no
necesitaba tiempo para recuperarse entre actos sexuales. Sus labios encontraron los de ella
y, al mismo tiempo, Cornell empujó profundo y duro, su cuerpo tenso resistió al principio

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antes de relajarse y permitirle entrar y salir de ella.
Lo hizo, bombeando lentamente y luego aumentando su ritmo. Las piernas de
Dani se envolvieron alrededor de su cintura mientras arqueaba la espalda, llevándolo más
profundo, estimulando su clítoris presionando su región inferior contra su montículo con
cada embestida. Ella jadeó, aferrándose a él, aferrándose con ganas de vivir.
El hombre que había deseado durante años ahora era uno con ella y se sentía perfecto,
correcto. Ella contrarrestó sus movimientos, queriendo ser follada larga y duramente. Cornell
sonrió contra sus labios y luego desaceleró su ritmo.
Gimiendo, rompió el beso y le suplicó—: Más. Más duro.
Él lamió su labio.
—Sabes a sangre.
—Mordí mi mejilla. Ahora muévete, amigo. Más duro. Justo ahora —le dijo ella,
dándole una palmada en la nalga en broma.
El cuerpo de él estaba tenso y le tomó un momento darse cuenta de ello. Él no se
movió y su lado asesino entró en acción, presintiendo que su demonio estaba cerca de
la superficie. Quería sangre. Más específicamente, su sangre. Nunca antes le había dado
voluntariamente su sangre a un vampiro.
La idea de hacerlo con Cornell no la repugnaba. La excitaba más. La humedad inundó
el vértice de sus muslos mientras su polla permanecía enterrada profundamente dentro de
ella. Ella se apretó contra él, inclinando la cabeza hacia un lado, dándole acceso a su cuello.
Cornell golpeó la almohada con una mano.
—¡No!
—Sutton —le susurró, atrayendo su atención hacia ella y revelando lo que sospechaba.
Su rostro estaba transformado parcialmente en forma de vampiro. Tenía miedo de perder el
control, de lastimarla—. Está bien. Lo quiero. Te deseo.
Parecía confundido, pero luego su lengua salió y cubrió sus colmillos. Él asintió y
bajó la cabeza. Se preguntó cuánto control le estaría tomando para no arremeter y morderla
como un salvaje. Supuso que mucho.
En el momento en que sus colmillos le rompieron la piel, un placer como nunca antes
había conocido la asaltó, meciendo su cuerpo desde su centro y provocando un orgasmo que
pensó que podría dejarla inconsciente. Gritando, clavó sus uñas en la parte superior de su
pecho mientras su coño revoloteaba alrededor de su polla.

40
La boca de él permaneció bloqueada en su garganta y el placer continuó, manteniéndola
esclavizada. No podía imaginarse queriendo estar en ningún otro lugar que no fuera debajo
del hombre que estaba dentro de ella ahora. Una agitación comenzó en lo profundo de su
estómago y jadeó cuando sintió como una energía fría la atravesaba. Quitó su mano del
pecho de Cornell y se llevó las yemas de sus dedos a los labios. Saboreó la sangre.
¿Cómo es posible?
Lo rasguñé.
La lamió y una energía fría se intensificó hasta el punto que gritó de placer, las
palabras salieron disparadas mientras lo hacía.
—¡Mío!
La cabeza de Cornell se levantó de golpe y se lamió el carmesí de los labios. —Mía.
La taladró con más fuerza, hasta el punto en que la cabecera golpeó la pared, haciendo
fuertes golpes. Le importaba poco si Mimi o Finn podían escuchar lo que estaba sucediendo,
desde abajo. Lo único que le preocupaba a Dani era ese momento: estar con Cornell.
Él empujó y se mantuvo firme. Esperaba sentir frío, ya que, después de todo, él era
un vampiro. El calor la llenó cuando su polla se movió dentro de ella. Su cuerpo respondió
de la misma manera, corriéndose de nuevo.

Cornell lamió las marcas de los mordiscos en el cuello de Dani, la sangre le corría por la
garganta y su polla se acurrucaba contra su exuberante cuerpo. Ella era suya ahora. Ella lo
había reclamado primero. No esperaba eso, pero no debería haberle sorprendido. Dani era el
tipo de mujer que hacía lo que le placía, al diablo con el orden adecuado. Lo hecho, hecho
está.
No quería salir nunca de su cuerpo. Ella era el nirvana. Su utopía privada, y no tenía
ningún deseo de dejar tal estado. Besó sus labios suavemente.
Ella tocó su mejilla.
—Te rasguñé.
—Te mordí —él le respondió, con un movimiento de sus cejas.
Ella sonrió.
—Sí. Lo hiciste —entonces su sonrisa se desvaneció—. Estás bastante alegre ahora,

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¿no? No te ofendas, pero normalmente eres un poco refunfuñon.
—¿Qué?
—Casi siempre estás molesto.
El se encogió de hombros.
—Me siento menos molesto ahora que te he tenido.
—Ya me di cuenta. ¿Puedo preguntar qué lo provocó?
—Me convertí en vampiro.
Ella arqueó una ceja.
—Dani, solo para ser claro, ya que no eres un vampiro después de todo. Sabes que
ahora estamos emparejados, ¿correcto?
Ella sonrió más ampliamente.
—No. Me perdí esa parte del manual.
Él sonrió.
—Tú, siempre tan sarcástica.
—Oye, me emparejaste —dijo antes de besarlo. De mala gana, se apartó de ella, pero
solo lo suficiente para sostener a su esposa y besarla un poco más, antes de levantarse para
quitarse los pantalones por completo.
Se acarició su pene, su mirada se deslizó sobre la diosa en su cama. Ella era suya.
Por siempre. Y ahora que estaba unida a él, su esperanza de vida ya más larga de lo normal,
por ser una cazadora, igualaría a la suya, ella era inmortal ahora. Tendrían la eternidad para
explorarse uno al otro y compartir la alegría de ser uno.
Ella se arrodilló, sus pechos rebotaron, provocándolo.
—Debería vestirme y bajar. Dejé a Mimi allí con Finn.
Cornell sonrió.
—Están en tu casa ahora. Se fueron poco después de que entramos en el dormitorio.
—Oh, olvidé que puedes escuchar todo —dijo, y luego se apartó un mechón de su
largo cabello rubio de la cara.
Cornell no pudo resistirse más a ella. Avanzó rápidamente y la giró, poniéndola sobre
sus manos y rodillas en la cama, ante él. Ella chilló de risa y luego puso una mano en su
trasero.
—¿Qué tienes planeado? —Ella le preguntó.
Él sonrió.

42
—Voy a rellenar tu calcetín.
Ella se rió más fuerte y él se inclinó, besando su trasero en la nalga antes de dejar
una línea de besos más abajo. Cornell separó las mejillas y luego se inclinó más, lamiendo
una línea a lo largo de su hendidura empapada. Empujó un dedo en su coño húmedo y
apretado y su polla palpitó, deseando más de ella. Su polla nunca tendría suficiente.
Él tampoco tendría suficiente, nunca.
Arrastrándose sobre la cama, sonrió, alineándose con el cuerpo de su pareja. Colocó
su polla y luego condujo a casa, sosteniendo las caderas de Dani mientras profundizaba.
Ahora que eran una pareja unida, podía sentir sus sentimientos, su deseo, su placer, su
felicidad. Sabía que ella también podía sentir el suyo.

43
Capítulo Siete
CAZANDO POR LAS FIESTAS
Traducido por Steph M
Corregido por Patty

Dani rodó sobre su estómago y sonrió cuando el olor de Cornell la envolvió. La había
marcado, la había reclamado como suya y ella no podía estar más feliz. Cuando había
comenzado el día, había asumido que su decisión más importante sería dejar o no que Mimi
siguiera decorando. Dani no tenía idea de que terminaría con un marido.
Un amigo.
No podía dejar de sonreír. Hasta el punto en que le dolían las mejillas. Ella se sentó
lentamente, su camisa de vestir abotonada al azar sobre sus pechos. Su atención se centró
en su habitación, y por primera vez miró a su alrededor, empapándose de la vista de todo.
Su marido era muy sofisticado.
Esposo.
La palabra la hizo sonreír.
Le gustaba el arte, como lo demuestra la cantidad de arte que colgaba por su habitación.
Cuando la mirada de Dani se deslizó hacia las ventanas del piso al techo, se congeló. Era
de noche. Las cortinas no se corrieron. Las luces de la habitación estaban encendidas. Eso
significaba que iban a montar un espectáculo para cualquiera en el vecindario que mirara
desde la calle. Dani invocó su velocidad de cazadora y fue a por el interruptor de la luz,
apagándola, bañando la habitación en la oscuridad. Se movió en dirección a la ventana y
miró hacia afuera, esperando que por ser tan tarde, la mayoría de los vecinos estuvieran en
sus casas. Ella ya era “esa” vecina. No necesitaba agregar nada más.
Mirando hacia afuera, vio al jefe de la Asociación de Propietarios de pie al otro lado
de la calle, sosteniendo una correa con su pequeño perro atado. El hombre miró hacia la
ventana, con la boca abierta. El pequeño perro se acercó a su dueño y luego levantó su
pierna, orinando en el pie de su dueño. El hombre nunca parpadeó ni reconoció que su perro
lo acababa de marcar. Él fue el que fue arrastrado por la vista.
Encogiéndose, Dani pensó en lo que le diría a todos en el vecindario. Sobre cómo él
convertiría los eventos en algo feo. Demonios, probablemente correría el rumor sin parar
de que Cornell, el gran vampiro malo, había atacado a la asesina y se había impuesto a ella.
Y cómo ahora todo el mundo debería esconder a sus esposas, y posiblemente a sus hijos,
porque quién sabía cuál sería el próximo paso del vampiro.
Él era así de canalla, y estaba lleno de tanto odio e ignorancia. Ella no lo dejaría pasar.
Idiota.
Unos brazos se relajaron alrededor del abdomen de Dani y ella se echó hacia atrás,
feliz de que Cornell hubiera regresado. Con un simple toque, hizo que su corazón se acelerara.
Lástima que el humor alegre y la sensación de felicidad se veía estropeada por el fisgón de
afuera. Señaló en dirección al presidente de la Asociación de Propietarios.
—Creo que ha estado echando un vistazo.
Cornell se rió y se aplastó contra ella, su erección era evidente a través de los
pantalones de pijama de seda que usaba.
—Podríamos darle otro.
—Él ya me odia —dijo Dani, su cuerpo respondiendo al de su pareja, pero su mente
pensando en el espectáculo que ya habían montado.
—Odia a todos los que no son como él: rubios, de ojos azules y humanos. Creo que
hay definiciones para su tipo —dijo Cornell.
—Sí, imbéciles.

45
—Ah, mi esposa, la poeta residente de OakTree Ridge —Cornell meció sus cuerpos de
un lado a otro suavemente, besando su cuello en el proceso—. Intentó citarme por construir
una casa con terrenos que se parecían a un cementerio.
—¿Qué le dijiste? —preguntó ella, mirándolo por encima del hombro.
Cornell mostró los colmillos.
—Le dije que por cada citación que recibiera, tomaría medio litro de su sangre como
pago por el tiempo que me dedicaba a leer sus tonterías.
Ella rió.
—¿Y funcionó?
—Él continúa caminando por dicha propiedad —dijo Cornell, volviéndola para mirarlo.
—Hablando de tus propiedades —dijo Dani, con una sonrisa—. Creo que tus gárgolas
al frente se verían increíbles con coronas alrededor del cuello.
Él rió.
—Bueno, ahora son tus gárgolas, así que haz con ellas lo que desees.
Hizo una pausa, pensando en el hecho de que ahora eran una sola unidad.
—Supongo que vamos a vivir aquí y no en mi casa.
—Viviré donde tú quieras vivir —dijo él, con sus labios en su cuello de nuevo—. Mi
hogar está dondequiera que estés, Dani.
—¿Puedo pasar el rato por aquí y pensarlo antes de decidir? —ella le preguntó.
Él mordisqueó ligeramente su cuello.
—Voto por hacer el amor en cada habitación de ambos hogares para ayudarnos a
decidir mejor.
Ella sonrió, le gustó mucho la idea. Entonces lo miró.
—Me encanta esa idea. Y te amo.
Él le Guiñó un ojo.
—Yo también te amo.
Ella lo abrazó.
—Gracias por devolver la felicidad a mis vacaciones.
La besó en la mejilla.
—Eso me recuerda. Ya vuelvo.
Ella lo agarró de su muñeca.
—¿Adónde vas?

46
—A cazar para las fiestas —le contestó, bajando la voz—. Planeo encontrar a los pocos
que lograron eludirnos anoche y enseñarles lo que sucede cuando uno daña a mi pareja.
Dani sonrió.
—Por mucho que te quiera, no necesito más chicos malos muertos envueltos en
moños. Ahora mismo, solo te necesito a ti.
La levantó y ella supo que la llevaría de regreso a la cama. Donde ella quería estar.
—Eso se puede hacer.
Ella sonrió.
Cornell inclinó la cabeza como si escuchara algo a lo lejos.
—Parece que Mimi está haciendo que Finn beba chocolate caliente. Está maldiciendo
a los Fae en voz baja. Ah, y ella está amenazando con golpearlo en la cabeza con un bastón
de caramelo.
—Sí. Suena como a nuestros amigos.

Fin

47
Una Traduccion
de Ciudad del
Fuego Celestial
Sinopsis
Cuando su coche se avería en los Apalaches, Caitlin encuentra
seguridad y pasión en los fuertes brazos de un hombre oso que habita
en las montañas.
Staff
Traduccion
BLACKTH➰RN

♡Herondale♡

~Kvothe

Nea

Roni Turner

Correccion
BLACKTH➰RN

♡Herondale♡

Nea

Roni Turner

Edicion
BLACKTH➰RN

Roni Turner

Diseno
Arrocito
Capitulo uno
Traducido por ~Kvothe
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Roni Turner

Diciembre, 2004

—Tía Cait, ¿vamos a morir de hipotermia?

Caitlin levantó la cabeza del volante para mirar a su sobrina. Sophia


estaba sentada en el asiento del pasajero, con su cinturón de seguridad
todavía abrochado y sus pequeñas manos dobladas cuidadosamente
sobre su regazo. Su aliento estaba suspendido en el aire, expulsado de
unos labios que se estaban volviendo azules. Caitlin extendió la mano y
apretó las manos.

—¿Cómo sabes qué es la hipotermia?

—Lo leí en Internet.

Caitlin la miró con reproche.

—¿Qué te dije sobre Internet? Solo hay estafadores y pedófilos.

—¿Tía Cait?

—¿Sí?

—¿Qué son los pedófilos?

A veces, Caitlin olvidaba que Sophia solo tenía siete años.

Murmurando “No importa” Caitlin se volvió para mirar el parabrisas


nuevamente. La nieve que caía había oscurecido la mayor parte de su
vista, no es que importara. No había nada por delante, excepto un
camino de tierra sinuoso y muchos árboles.

Con un optimismo mínimo, intentó arrancar el coche. Cuando giró


la llave, el viejo sedán hizo un ruido chisporroteante. Al igual que las
veces anteriores, el abridor no se dio la vuelta. Pero a diferencia de las
veces anteriores, cuando el chisporroteo se detuvo, todas las luces del
automóvil se apagaron.

Maldiciendo, Cait intentó arrancar el auto de nuevo, pero fue en


vano. Estaba completa y totalmente muerto.

—No deberías decir esa palabra —dijo Sophia mientras se frotaba


las manos. Parecía excesivamente tranquila y Caitlin lo atribuyó a la
ignorancia de la juventud.

—Lo siento.

Agarrando su bolso, Cait metió su mano adentro. Con el auto


sumergido en la oscuridad, tuvo que examinar ciegamente su
contenido hasta que encontró lo que estaba buscando. Sacó el
dispositivo de metal frío y lo abrió.

La luz artificial que emanaba de su teléfono celular iluminaba el


sedán. Escaneó la pantalla.

23 de diciembre. 12:11. 78% de batería. Una barra de señal.

Caitlin parpadeó sorprendida. No podía creer que tuviera señal tan


lejos en las montañas como estaban. La mitad del tiempo ni siquiera
podía obtener señal en su apartamento. Tenía que ser algún tipo de
señal. Su pulgar se movió al botón «Contactos».

«No lo hagas».

Caitlin miró hacia atrás para ver a Sophia sacudiendo la cabeza.

Su garganta se contrajo, pero logró decir algo.

—Creo que este es el final de la línea, niña.

A falta de un milagro, no había forma de que el coche fuera a


arrancar y no había forma de que nadie los descubriera ahí. Caitlin había
elegido específicamente el camino más alejado porque era muy oscuro
y aislado. En retrospectiva, fue una idea terrible conducir a través de las
montañas en un viejo camino en medio de una noche de invierno. Pero
en realidad, nada de lo que había hecho esa noche era lógico.
—Si no llamo a alguien para que nos recoja, podemos morir de
hipotermia realmente —dijo Caitlin.

—Está bien —dijo Sophia en voz baja—. No tengo miedo a morir.

Aturdida y en silencio, Caitlin puso su teléfono en el tablero y se


hundió de nuevo en su asiento. Por primera vez esa noche, su mente se
quedó perfectamente en blanco.

Se quedó así hasta que la luz de su teléfono se apagó y la oscuridad


regresó. Cerrando los ojos, extendió la mano y tomó las frías manos de
Sophia entre las suyas. Las manos de Caitlin estaban igual de frías, pero
ella las frotó a pesar de todo.

—Tía Cait.

—¿Sí?

—Hay un incendio.

Los ojos de Caitlin se abrieron y recorrieron el auto frenéticamente.


No vio ningún incendio, pero una tenue luz desde afuera de la ventana
de Sophia llamó su atención. Lejos en la distancia, más allá de filas y filas
de árboles, lo vio. Una luz parpadeante que solo podía ser una especie
de fogata.

—¿Crees que hay gente ahí abajo? —preguntó Sophia.

Caitlin se mordió el labio inferior.

—Tal vez.

Consideró la luz en la distancia. ¿Qué tipo de persona estaría a la


intemperie, especialmente después del anochecer? Las montañas
estaban plagadas de animales peligrosos y cambiaformas aún más
amenazantes, bestias que podían tomar la forma de seres humanos.

Tenía que ser una especie de cazador, dedujo. Tal vez un ermitaño o
un recluso. Tal vez un ermitaño o recluso que sabía una o dos cosas
sobre automóviles y podría arreglar el sedán. O tal vez un ermitaño o un
recluso al que le gusta matar mujeres y usar su piel como ropa.
Mientras Caitlin corría mentalmente a través de la multitud de
posibilidades, Sophia se desabrochó el cinturón de seguridad.

Una ráfaga de aire frío barrió el sedán cuando Sophia abrió la puerta.

—Vamos, vamos.

—¡Espera! —gritó Caitlin. Agarró su teléfono celular, lo metió en su


bolso y luego buscó a tientas con su cinturón de seguridad.

Tan pronto como quedó libre, Caitlin abrió la puerta y salió. La nieve
crujió bajo sus pies mientras corría detrás de Sophia, que ya estaba
bajando la colina.

—Ten cuidado —dijo Caitlin, agarrando a su sobrina de la mano—.


Te resbalarás y te romperás el cuello.

—Vamos —dijo Sophia de nuevo, tirando de la mano de Caitlin.

Caitlin ajustó su bolso en su hombro antes de permitir que Sophia


la jalara.

El camino había sido tallado en la ladera de la montaña y todo a la


derecha de la carretera se inclinaba hacia abajo en un valle de colinas
boscosas. Caitlin se agarraba con fuerza a la mano de Sophia mientras
descendían al bosque.

Caitlin estaba segura de que varias veces durante la caminata había


perdido de vista la luz, pero cada vez que estaba a punto de darse por
vencida y regresar, la veía a través de los árboles, más brillante que la
vez anterior.

Escalar la última colina parecía tomar una eternidad y Caitlin estaba


jadeando cuando llegó a la cima. Deteniéndose para poner las manos
sobre sus rodillas, trató de recuperar el aliento. Cuando Sophia no se
detuvo con ella, Caitlin se vio obligada a tambalearse tras ella.

Más adelante, los árboles dieron paso a un camino de nieve


inmaculada. Al final del camino estaba la boca ancha de una cueva, y
en la cueva estaba el fuego.

Al llegar primero al fuego, Sophia extendió sus manos para


calentarlas. Caitlin inspeccionó el área. Había varias huellas que salían
de la cueva, pero la nieve que caía enmascaraba en qué dirección iban.
Las huellas eran las de un hombre grande y algún tipo de animal.

Mientras Caitlin se inclinaba para ver mejor los estampados de


animales, Sophia dijo:

—Mira. Un oso.

Caitlin se congeló durante una fracción de segundo, luego su


cabeza se rompió. Esperaba ver un animal gigante, pero en cambio, se
encontró con la vista de una pequeña criatura marrón acurrucada en
un montón de pieles. Al sonido de la voz de Sophia, levantó y ladeó la
cabeza, mirándolos con tranquila curiosidad.

Caitlin agarró el hombro de Sophia.

—Oh, Dios mío, es un mini oso.

Sophia le dio una mirada plana.

—Es un oso bebé.

—Ah, cierto. Bueno, deberíamos irnos. La mamá osa podría estar por
aquí en algún lugar.

Trató de retroceder, pero Sophia se mantuvo firme.

—Alguien debe haber encendido el fuego —dijo Sophia—. Tal vez les
pertenece.

—Ah, cierto. Está bien.

Caitlin miró a su alrededor, todavía sintiéndose ansiosa. Algo no se


sentía bien. ¿Qué tipo de persona iría al bosque con un oso bebé?

—Es tan lindo —comentó Sophia, tratando de acercarse al oso.

Caitlin apretó su agarre en el hombro de su sobrina.

—Ni un paso más, niña. Volvamos al auto.

—Pero aquí hace calor —dijo Sophia, cavando sus pies.


—Solo tendremos que esperar un poco. Voy a llamar a alguien para
que nos recoja.

Los ojos de Sophia se abrieron alarmados.

—No.

—No tengo otra opción —dijo Caitlin, agachada al nivel de Sophia.

Sus ojos azules se entrecerraron.

—Sí, la tienes. ¿Por qué los adultos siempre dicen eso? Ustedes son
los únicos que tienen una opción en cualquier cosa, siempre.

Caitlin frunció el ceño y cepilló parte de la nieve de los rizos dorados


de Sophia. No estaba segura de cómo explicarle a su sobrina que nunca
se había sentido tan impotente en su vida o que daría casi cualquier
cosa para nunca más tener que volver al condado de Carter.

Mientras miraba a Sophia, tratando de encontrar las palabras que


mejorarían las cosas, Caitlin escuchó un ruido extraño, seguido de aire
caliente en su oído. Miró para ver al oso bebé, olfateándola.

Su primera inclinación fue gritar, pero en el momento en que lo


miró, se sorprendió por lo increíblemente lindo e inofensivo que
parecía.

El cachorro parecía ser un oso negro, pero de cerca, la luz del fuego
iluminó el tono marrón de su borroso pelaje. Sus ojos oscuros estaban
llenos de curiosidad mientras su mirada revoloteaba entre Caitlin y
Sophia.

Bajo el hechizo del cachorro, Caitlin no tuvo el buen sentido de


regañar a Sophia mientras extendían la mano para acariciar su hocico.

—Es tan suave —arrulló Sophia.

El cachorro le lamió la mano, provocando la risa de Sophia. ¿Cuánto


tiempo había pasado desde que Caitlin había escuchado reír a su
sobrina?

¿Semanas?

¿Meses?
Si volvieran al condado de Carter, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que
ella se riera así de nuevo?

Caitlin encendió su teléfono celular.

23 de diciembre. 12:39. 76% de batería. Una barra de señal.

Miró a Sophia, que ahora estaba recibiendo una limpieza facial del
cachorro. Caitlin se tensó, preparada para retirar a Sophia si el cachorro
intentaba algo gracioso, pero parecía no querer nada más que prodigar
a la niña con afecto. Cediendo a su propio niña interior, Caitlin extendió
la mano y lo rascó detrás de la oreja.

Era suave.

—¿Qué estás haciendo aquí solo, lindo?

—No está solo.

Una voz profunda y amenazante hizo que Caitlin se pusiera de pie


tan rápido que se sintió mareada. Se dio la vuelta para ver a un hombre
a unos metros de distancia, su vértigo hizo que su figura se enfocara y
desenfocara continuamente.

Lo primero que notó de él fue lo enorme que era. Era increíblemente


alto y su descomunal anchura se acentuaba por las gruesas pieles que
llevaba sobre sus hombros. Su rostro duro estaba contorsionado por la
ira, una ira que parecía completamente dirigida a Caitlin.

—Lo siento —tartamudeó Caitlin, arrebatando la mano de Sophia—


. No teníamos la intención de molestarte. Nuestro auto se averió y…

Caitlin se acercó, percibiendo las manos del hombre por primera


vez. Eran manos grandes y fuertes. Manos que estaban cubiertas de
sangre.

Su boca se secó cuando comenzó a alejarse del hombre. Cuando dio


un paso adelante, ella apretó su mano sobre Sophia y aceleró su ritmo.

—¡Por favor... Ahh!

Un segundo se estaba alejando del siniestro extraño, y al siguiente,


Caitlin sintió la repugnante sensación de caerse. Escuchó a Sophia
gritar mientras el dolor le golpeaba el cráneo. Entonces, no había nada
más que oscuridad.
Capitulo dos
Traducido por Nea
Corregido por Roni Turner
Editado por BLACKTH➰RN

Caitlin se despertó lentamente. El calor y el confort intentaron


arrastrarla de nuevo a la inconsciencia, pero una sensación de malestar
la hizo levantarse sobre sus codos antes de que sus ojos estuvieran
abiertos.

Tuvo que parpadear varias veces antes de que su entorno se


enfocara. Incluso entonces, lo que vio no tenía sentido. Estaba tumbada
en una cueva, junto a una fogata y entre dos pesadas pieles.

Caitlin buscó en su mente, pensando en su último recuerdo. Había


estado en su casa, esperando que su hermana trajera a Sophia para
pasar la noche. Cuando Heather llegó, con dos horas de retraso, sus ojos
estaban llenos de lágrimas. Heather había dejado a Sophia en el porche
antes de alejarse, con las manos en los bolsillos.

Todo lo que había sucedido a continuación hizo de Caitlin una ola


de descontento. La gota que colmó el vaso, su intento de huida del
condado de County, la avería del coche, el oso, el hombre... el hombre.

Como si sus pensamientos le hubieran hecho volver a la realidad, su


mirada se posó en él. A pocos metros del fuego, estaba sentado en una
roca grande y plana. Sus ojos oscuros y penetrantes la observaban, pero
toda la malicia de antes parecía haber desaparecido.

Casi parecía intrigado por ella.

—¿Dónde está Sophia? —preguntó Caitlin, descubriendo que su voz


estaba gruesa y rasposa.

El hombre asintió hacia la izquierda. Caitlin siguió la dirección del


gesto, divisando el cabello rubio y rizado de su sobrina. Caitlin se
levantó, ignorando el escozor del aire frío, y se acercó a ver cómo estaba.

Sophia estaba profundamente dormida en su propio jergón de


pieles y estaba acurrucada con el cachorro de oso. El alivio la invadió
cuando Caitlin extendió la mano para acariciar la mejilla sonrosada de
Sophia.

—Deberías dejarla descansar.

Caitlin se volvió para mirar al hombre, que seguía mirándola con


interés. Su mirada era inquietante, pero no de la manera que ella
esperaba. Por primera vez, Caitlin se dio cuenta de lo guapo que era el
desconocido.

Tenía una nariz fuerte y aguileña y unos ojos llamativos que parecían
ser de algún tono verde. Su barba corta y desaliñada cubría una
mandíbula bien tallada y enmarcaba unos labios sensuales. Debajo de
su fuerte mentón había un cuello con cordones que llegaba hasta la
clavícula. Un pequeño triángulo de carne se exponía en su pecho y
Caitlin apostaba a que no habría escasez de músculos bajo esas pieles.

Sus labios se movieron, atrayendo su atención de nuevo a sus ojos.

—Deberías volver a tumbarte —dijo—. Te has dado un golpe muy


fuerte en la cabeza cuando te has caído.

Frotándose la nuca, Caitlin miró las pieles de las que había salido y
volvió a mirar al hombre.

—¿Me pusiste debajo de las pieles?

—Habrías muerto congelada si no lo hubiera hecho.

Tenía una voz tan suave y, se atrevería a decir, sexy.

—Gracias. Creo que he hecho el ridículo, ¿no?

No respondió, pero ella creyó ver que sus labios se movían de nuevo.

Se colocó un trozo de pelo detrás de la oreja.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí en medio de las montañas?


¿Encontraste a ese cachorro de oso aquí?

—Es mío.

—¿Como una mascota?


—Es mi hijo.

Ahora, fue Caitlin quien se calló.

Un cambiaformas. Es un cambiaformas.

En realidad, tenía mucho sentido. Un hombre gigante en el bosque,


vestido con pieles. Por supuesto que sería un cambiaformas. Pero
Caitlin no había esperado que un cambiaformas se viera tan humano, o
tan guapo.

Nunca había conocido a un cambiaformas, al menos no que ella


supiera. Vivían en las montañas y rara vez tenían contacto con los
humanos. No se sabía mucho sobre ellos, excepto que eran primitivos y
muy territoriales.

—Entonces, ¿eres un oso? —preguntó finalmente.

Una pregunta tan extraña.

El cambiaformas inclinó la cabeza.

—¿Cuál es tu nombre? El mío es Caitlin.

—Lo sé —dijo él—. Mi nombre es Winter.

Caitlin se frotó las manos.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Tápate —dijo Winter, señalando las pieles.

Caitlin obedeció, aunque le pareció un poco raro que no tuviera


miedo de él. Por muy intimidante que fuera, estaba claro que no quería
hacerles ningún daño.

Una vez que se echó una de las pieles sobre los hombros, Winter
dijo:

—Tu hija me dijo tu nombre.

—¿Sophia? No es mi hija, es mi sobrina.


Caitlin no estaba segura de por qué Winter suponía que Sophia era
su hija. La madre de Sophia era la hermanastra de Caitlin y no podían
ser más diferentes. Heather y Sophia compartían la misma piel pálida y
el cabello rubio rizado, mientras que Caitlin heredó la piel almendrada
y el pelo negro y encrespado de su padre haitiano.

—Me sorprende que Sophia no lo haya mencionado —dijo.

—Estaba muy preocupada por ti. —Hizo una pausa, antes de


preguntar—: ¿Qué haces aquí con una niña?

Una fuerte ráfaga de viento hizo que Caitlin se apretara más las
pieles alrededor de sí misma.

—Iba de camino al condado de Tye cuando mi coche se paró en la


carretera.

Se rascó la barba, y Caitlin notó que sus manos estaban limpias


ahora.

—Carter está a solo unas horas al oeste de aquí —dijo—. Puedo


llevarte parte del camino de vuelta.

—No —respondió ella rápidamente.

—Nunca llegarás a Tye a pie.

Sus hombros se desplomaron.

—Gracias por el voto de confianza.

Se quedó mirando la boca de la cueva. La nieve estaba cayendo más


rápido ahora, además de que ya había por lo menos 15 centímetros en
el suelo. Tye tenía que estar por lo menos a 32 kilómetros de distancia.
Llegar a pie con una niña de siete años a cuestas sería difícil en el mejor
de los casos, pero con el tiempo, sería imposible.

Si aceptaba la oferta de Winter de llevarla al condado de Carter,


podrían volver al día siguiente por la tarde. Tal vez, solo tal vez, nadie se
diera cuenta de que habían tratado de irse. Podría sobornar a alguien
para que la ayudara a recuperar su coche y luego... ¿qué?

¿Intentar huir de nuevo?


¿Devolver a Sophia a Heather?

Fue una prueba de lo indeseable que eran ambas opciones que


Caitlin se encontró preguntando:

—Oye, ¿a dónde te diriges?

Winter parecía reacio a responder, y cuando lo hizo, su respuesta fue


vaga.

—Voy a llevar a mi hijo a casa.

—¿Dónde está la casa?

—Más lejos en las montañas.

—¿Qué tan lejos?

—Un par de días.

—¿Cómo es que estás tan lejos de casa?

—Estuve ayudando en una guerra.

—¿Una guerra? ¿Con quién?

—Los lobos.

—Vaya. Como… ¿hombres lobo?

Sus labios se apretaron.

—Haces muchas preguntas.

Ella le lanzó una mirada de disculpa.

—Lo siento. Hago muchas preguntas cuando estoy ansiosa.

—¿Dónde están sus padres?

—En el condado de Tye. Sophia me estaba visitando. La estaba


llevando a casa.
Caitlin se preguntó si los cambiaformas podían oler las mentiras, y
luego se preguntó si incluso importaba. Siempre había sido una pésima
mentirosa.

Ya fuera aceptando la mentira o sin importarle investigar más,


Winter asintió.

—Bueno, mi oferta sigue en pie. Puedo llevarte de vuelta a las


fronteras de Carter.

Con un pequeño suspiro, Caitlin negó con la cabeza.

—Agradezco la oferta, pero estaremos bien. Estoy segura de que


podré arreglar el coche por la mañana.

Ella no sabía acerca de los coches, al igual que ella no tenía idea de
lo que iba a hacer mañana. Todo lo que Caitlin sabía era que haría todo
lo posible para mantener a Sophia a su lado.
Capitulo tres
Traducido por Nea
Corregido por Roni Turner
Editado por BLACKTH➰RN

A la mañana siguiente, Caitlin se despertó y descubrió que el


cachorro de Winter había sido sustituido por un joven que parecía una
versión en miniatura de su padre. Sophia, que estaba despierta y
comiendo junto al fuego, lo presentó como Cole.

—¿Qué están comiendo? —preguntó, sentándose junto a ellos.

Winter no aparecía por ningún lado, aunque notó huellas frescas en


la nieve fuera de la cueva.

—Estamos comiendo pelo —le informó Sophia.

Caitlin cogió un palo que se había convertido en una improvisada


brocheta. Había una generosa tira de carne en ella que, aunque estaba
ligeramente demasiado cocida, olía deliciosa. Dio un mordisco.

—Esto no sabe a pelo —comentó, dando otro bocado. Fuera lo que


fuera, tenía un sabor fantástico.

—Liebre —dijo Cole—. Parecida a un conejo. Es fresca. Padre la


atrapó anoche.

Caitlin tosió cuando el trozo de carne se alojó momentáneamente


en su garganta. De mala gana, se lo tragó, pero dejó el palo sin dar otro
mordisco.

—¿No te gusta? —preguntó Sophia. Todavía estaba tomando


pequeños bocados de su propia brocheta. Caitlin estuvo tentada de
quitárselo, pero decidió no hacerlo. No había tenido la precaución de
empacar comida y no podía dejar que Sophia se fuera sin comer.

—No me gusta la carne de liebre —dijo Caitlin.

—¿Por qué no? —preguntó Cole.


Cole parecía tener la edad de Sophia y tenía los ojos verdes avellana
más extraños. Caitlin se preguntó si los había heredado de su padre.

—Bueno, creo que la carne de liebre es más bien un gusto adquirido.

—¿Qué carne te gusta comer? —preguntó Cole.

—Oh, no lo sé. Hamburguesas, perros calientes… —respondió Caitlin


encogiéndose de hombros.

—¿Comes perros? —preguntó Cole con incredulidad.

Sophia parecía mortificada.

—Tía Cait, dijiste que no eran perros de verdad.

Caitlin agitó las manos frenéticamente.

—No, no, no son perros de verdad, lo juro. Es solo un apodo.

—¿Por qué los llamas así? —preguntó Cole.

Caitlin suspiró.

—Sabes, haces muchas preguntas, chico.

Los niños desviaron la mirada, su atención cambió a algo detrás de


ella. Aunque no había oído nada que indicara su presencia, Caitlin no se
sorprendió cuando se giró para ver a Winter entrando de nuevo en la
cueva.

Tal vez porque estaba sentada, pero parecía aún más alto que antes.
Su gran figura llenaba la boca de la cueva y proyectaba una sombra
sobre la hoguera moribunda.

—Tienes el motor de arranque roto y la batería está muerta —dijo.

—¿Eh?

—Tu coche. No podrás arrancarlo.

—Oh.
Casi había olvidado su conversación de la noche anterior, por no
mencionar sus terribles circunstancias. Una oleada de ansiedad
amenazó con paralizarla, pero cerró los ojos y la reprimió.

—Cole y yo nos vamos —dijo Winter. Caitlin abrió los ojos a tiempo
para verle apagar el fuego con una pesada bota—. ¿Quieres venir con
nosotros?

Ella sabía que él se refería a llevarla de vuelta a la frontera del distrito


de Carter, pero la forma en que lo expresó le dio una idea, así como una
chispa de esperanza.

—¿Ir contigo a tu casa? Claro.

Sus ojos se entrecerraron con sospecha.

—No me refería a eso.

—Ah, bueno, sigue siendo una gran idea, ¿no crees? —preguntó. Se
puso de pie a su altura, lo que puso la parte superior de su cabeza en
algún lugar alrededor de su músculo pectoral.

—¿Sophia puede venir con nosotros? —preguntó Cole con voz


emocionada.

Inesperadamente, Sophia también parecía esperanzada.

Winter miró a Caitlin, con una mirada calculadora. En lugar de


sentirse intimidada, quedó hipnotizada por sus ojos. Verde avellana,
como los de su hijo, pero sin la inocencia juvenil. No se fiaba de ella.

Puso una mano en su pecho, solo después se dio cuenta de que era
probablemente una invasión de su espacio personal. Afortunadamente,
él no parecía molesto.

—Por favor. Solo necesito unos días para aclararme cabeza y pensar
qué hacer a continuación. Te prometo que no les causaré ningún
problema a ti y a tu hijo —dijo en voz baja.

Después de un largo momento, Winter se quitó una de las pieles


que llevaba. Se quedó boquiabierta mientras él la envolvía y la
aseguraba sobre sus hombros, convirtiéndola en una capa improvisada.
La piel era pesada y aún conservaba su calor y su olor a madera de
sándalo y a humo.

—Gracias —dijo ella.

Winter no respondió. Se agachó para asegurar una piel más


pequeña alrededor de su hijo, y luego otra alrededor de Sophia.

Al verlo atender a su sobrina, Caitlin se sintió extrañamente fuera de


lugar. Ella había sacado a Sophia de su casa en un esfuerzo por
mantener a la niña a salvo, pero ahora empezaba a darse cuenta de lo
elevado que había sido ese objetivo. Apenas podía cuidar de sí misma,
y mucho menos de una niña.

—Voy a cargarte —dijo Winter, devolviendo a Caitlin a la realidad. Se


imaginó al hombre gigante sentándola sobre uno de sus hombros, pero
rápidamente disipó esa idea—. Hazme un favor y recoge las pieles de la
cama después de que cambie.

Cambiar

Va a cambiar.

A un oso.

Y cargarme.

Vaya.
Capitulo cuatro
Traducido por BLACKTH➰RN
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Roni Turner

Después de un día de mareos interminables, Caitlin empezaba a


sentirse como ella misma nuevamente. Montar en el lomo de un oso
sobre el terreno montañoso sobrepasaba a cualquier atracción de un
parque de diversiones en el que hubiera estado.

Mientras Caitlin sabía que debería tomarse el tiempo para pensar


sobre su situación, en su lugar se encontró a sí misma empujando todo
hasta el fondo de su mente para poder escuchar a los niños.

Sophia y Cole estaban sentados frente a ella, charlando a intervalos


irregulares. Los dos niños eran callados y reservados, pero cada uno
tenía algo que lo podía hacer enfrascarse en una conversación.

Para Sophia era el ciervo. Se habían encontrado a muchas familias


de ciervos durante su excursión y, sorprendentemente, no estaban ni
un poco asustados de Winter. Cada vez que Sophia los veía, empezaba
a parlotear sobre lo hermosos que eran e incluso le preguntaba a
Winter si podía acercarse a ellos.

Cole, por otro lado, tenía una curiosidad sin límites y quería una
respuesta para todo. No parecía estar acostumbrado a tener otras
personas con las que podía hablar, lo que lo llevaba a soltar preguntas
al azar ocasionalmente.

Ya había oscurecido cuando Winter se detuvo en un pequeño claro


que estaba rodeado por pinos. Después de bajar de su lomo con piernas
temblorosas, Caitlin ayudó a los niños a bajar antes de poner una de las
pieles en el suelo.

Mientras hacía un pequeño palé , Winter se transformó. Lo miró por


el rabillo del ojo, en parte por fascinación y en parte por voyerismo.
Cuando se había transformado antes, Caitlin había estado demasiado
concentrada en voltear a Sophia como para echar un vistazo. Para
transformarse, Winter tenía que quitarse la ropa.
Esta vez, con Sophia completamente distraída en una conversación
sobre cervatillos, Caitlin observó la transición de oso a humano. Pasó en
segundos y parecía indolora. El cuerpo del oso se encogió y comprimió,
los huesos surgieron y los músculos se apretaron hasta que tomó la
forma de un gran hombre. Estaba de espaldas a ellos mientras se
transformaba y Caitlin no pudo evitar notar que tenía una espalda
increíble.

Antes de que pudiera atraparla mirando, se volteó, ocupándose de


desenredar el cabello suelto de Sophia. Escuchó un suave frufrú
mientras Winter se vestía.

—Voy a buscar comida —dijo. Su voz profunda la asustó y la hizo


brincar—. ¿Estarán bien por su cuenta?

Caitlin se volteó para mirarlo, solo para descubrir que todavía no se


había puesto una camiseta. Era más musculoso de lo que se imaginaba
y la vista hizo que una parte de ella olvidada hace mucho empezara a
palpitar.

Su boca se había secado, así que asintió.

Una vez que se había ido, se tumbó sobre las pieles y puso un brazo
sobre su rostro.

No tenía tiempo de tener flechazos por chicos, mucho menos por


un oso cambiaformas. Sin mencionar que bajo otras circunstancias, un
hombre tan hermoso como él estaría completamente fuera de su liga.

¿A quién intentaba engañar? Incluso como cambiaformas, seguía


definitivamente fuera de su liga. Además, probablemente tenía una
esposa o pareja o como sea que lo llamaran.

Caitlin abrió un ojo, con la intención de preguntarle a Cole, pero fue


distraída por Sophia. Su sobrina le sonrió dulcemente antes de
recostarse y poner su cabeza en el pecho de Caitlin. Caitlin le devolvió
la sonrisa y pasó los dedos por los rizos de su sobrina.

Esa. Esa era la razón por la que no se podía permitir distraerse con
osos guapos.

—Tía Cait, ¿nos contarías una historia? —preguntó Sophia.


—¿Qué clase de historia?

Cole se unió a ellas, sentándose con las piernas cruzadas junto a


Caitlin.

—Una con osos.

Caitlin se rascó la cabeza.

—Bueno, solo hay una historia con osos que conozco.

Empezando con «Érase una vez», Caitlin empezó a contarles el


cuento de Ricitos de Oro y los Tres Osos. Era interrumpida por Cole
solamente una vez cada 30 segundos.

—¿Qué son las gachas? —preguntó.

—Ah, creo que es otra palabra para avena.

—¿Qué es la avena?

Sophia trató de ayudar.

—Es lo que comes cuando te quedas sin cereal.

—¿Qué es el cereal?

Finalmente, Caitlin lo convenció de dejar de hacer preguntas y


enfocarse en disfrutar la historia. Eso duró un minuto entero.

—¿Por qué los osos cambiaformas viven en una casa? ¿Cómo es que
no viven en una cueva?

—Son osos cambiaformas muy progresistas —respondió Caitlin.

—Las cuevas son mucho más seguras que las casas —dijo, en esta
ocasión dirigiéndose a Sophia, quien asintió pensativamente.

—De todos modos, los tres osos volvieron a casa. Había un papá oso,
una mamá osa, y un bebé… —dijo Caitlin aclarándose la garganta.

—No existe tal cosa como una mamá osa cambiaformas —dijo Cole
frunciendo el ceño—. Todas nuestras mamás son humanas.
Caitlin se había olvidado de eso. A pesar de lo poco que sabía de los
cambiaformas, era conocimiento general que las mujeres eran
estériles. Era por eso que se pensaba que los hombres se aprovechaban
de las humanas que vivían en pueblos rurales y aislados, aunque en la
mayoría de los casos, ellas se iban con ellos por su propia voluntad.

Si todos los cambiaformas eran la mitad de encantadores que


Winter, Caitlin podía ver el atractivo. ¿Cuántas veces había deseado de
joven que un hombre apuesto llegara y se la llevara lejos de su
problemática vida? Casi tantas veces como cuando deseaba poder
desaparecer en el bosque y nunca más volver.

—¿Qué tal una tía osa? —sugirió Sophia.

Caitlin sonrió.

—Buena idea, pequeña.

Continuó la historia hasta que llegó al punto donde los osos


encuentran a Ricitos de Oro durmiendo en la cama del bebé oso. Cole
la distrajo con muchas preguntas sobre la casa de los osos y por qué
dormían en camas. Cuando contestó todas sus preguntas, había
olvidado dónde se había quedado.

—¿Qué pasó después de que la encontraron? —preguntó Cole.

—Ah, sí. Bueno, la despiertan y cuando ella los vio, huyó de la casa y
nunca regresó. Fin.

—¿Ese es el final? —preguntó Cole con el ceño fruncido—. Ese no es


un muy buen final.

Caitlin estaba inclinada a concordar con él, pero viendo cómo


terminaban la mayoría de los cuentos de hadas, ese era uno de los
mejores finales. Solo podía imaginarse cómo se sentiría acerca del final
de Caperucita Roja.

—Está bien. ¿Qué final le pondrías tú? —le preguntó, pinchando su


nariz.

Era algo que solía hacerle a Sophia, pero a diferencia de su sobrina,


Cole parecía apreciar el gesto. Se acercó a su toque con los ojos
brillantes.
—Primero, los osos deberían mudarse de la casa a una cueva donde
estén seguros —dijo Cole—. Después, deberían dejar que Ricitos de Oro
fuera a vivir con ellos.

—Me gusta ese final también —dijo Caitlin revolviendo su cabello—


. ¿Qué te parece si de ahora en adelante tú cuentas las historias?

Cole se tomó su sugerencia a pecho y empezó a contar una larga


historia sobre un heroico osezno que rescató a todas las criaturas del
bosque de un incendio forestal. Caitlin mantuvo sus comentarios del
Oso Smokey para sí misma y escuchó pacientemente.

Cuando Winter volvió, los niños lo saludaron brevemente antes de


volver a su cuento. Cole había metido a una familia de ciervos a la
historia, sin duda para atraer la atención de Sophia. La de Caitlin, sin
embargo, estaba puesta solamente en Winter.

Había traído tres pescados y los puso a un lado en la nieve, mientras


hacía una fogata. Había esperado que frotara dos palos, o usara piedras,
o algo primitivo, pero en su lugar sacó un encendedor y le prendió
fuego a un montón de musgo seco. Las flamas se esparcieron
lentamente, consumiendo la madera hasta que hubo una pequeña
fogata ardiendo.

Caitlin y los niños se acercaron al fuego, calentando sus manos


mientras Winter asaba un pescado para cada uno.

Aunque jamás lo admitiría, la trucha no sabía tan bien como el


conejo. Se la comió de todos modos, feliz de tener algo en su estómago.

Cuando terminaron de comer, los niños cayeron rendidos en las


pieles. Caitlin pensó en conversar con Winter, pero estaba observando
el horizonte y parecía pensativo. Decidiendo no molestarlo, se acurrucó
a lado de los niños y cerró los ojos.

El sueño la evadió por un tiempo. A pesar de que la temperatura era


baja, había muy poco viento y se sentía muy caliente bajo las pesadas
pieles. Tan pronto como las quitaba, se congelaba del frío. Estuvo
alternando entre calor y frío hasta que finalmente cayó en un sueño sin
descanso.

En sus sueños, estaba manejando por el mismo camino montañoso


nevado que la noche anterior. Solo que esta vez, las luces del auto no
funcionaban. Trató de frenar, pero los frenos tampoco servían. Lo
siguiente que supo, fue que el auto se estaba descarrilando. Mientras
sentía la enferma sensación de caída libre, Caitlin volteó a ver el asiento
de pasajeros para encontrar a Sophia viéndose perfectamente serena.

«No tengo miedo de morir».

A tempranas horas de la mañana, Caitlin se levantó de las pieles en


un frenesí ansioso. Mientras retomaba el control de su pulso acelerado,
combatió la urgencia de envolver a Sophia en un abrazo. La niña
pequeña estaba abrazada a Cole, quien, en algún momento, cambió a
su forma de oso.

Después de secar un poco de sudor de su frente, se agachó para


acariciar el cabello de Sophia. Un movimiento captó su atención y alzó
la vista para encontrarse a Winter observándola. Estaba sentado frente
a ella en una piel oscura, con la luz del fuego reflejándose en sus ojos.

—¿Me has estado observando toda la noche? —preguntó


bromeando.

—Sí.

Alzó una ceja.

—¿Cómo así?

—Te encuentro atractiva y disfruto verte.

Habló suavemente, probablemente para no molestar a los niños,


pero sus palabras eran imposibles de malinterpretar. Al no estar
preparada para una respuesta tan directa, Caitlin intentó cambiar de
tema. El nerviosismo la hacía escoger un tema al azar.

—Entonces, emm, ¿dónde está la madre de Cole?

Tan pronto como las palabras salieron de sus labios, se estremeció.


¿Podría haber escogido un tema más incómodo?

Afortunadamente, Winter no se veía perturbado.

—Probablemente sigue viviendo en Appomattox.


Curiosa, Caitlin agarró una de las pieles y gateó para sentarse a lado
de Winter.

—¿Por qué está allá y no con ustedes dos?

Winter estuvo callado por un momento, y Caitlin pensó que no le


respondería. Se arrepintió de ser tan curiosa, casi tanto como se
arrepentía de acercarse a él. El hombre olía demasiado bien.

Estaba mirando el fuego mientras empezó a hablar.

—Era joven cuando conocí a Laura. Ella no sabía lo que yo era y yo


no estaba interesado en decirle. Nunca quise una pareja o cachorros.
Solo quería vivir una vida normal.

Winter le dijo sobre cómo se había convertido en un aprendiz del


padre de Laura, el mecánico del pueblo. Winter le propuso matrimonio
en su primer año y ya estaban casados y viviendo juntos en el segundo.
Era divertido pensar en un hombre como Winter adaptándose a la
sociedad humana y siendo un mecánico, nada menos.

—No era feliz —dijo—. Extrañaba las montañas y esconder lo que era
se convirtió extremadamente difícil. Cuando Laura se quedó
embarazada, estaba casi aliviado. Sería imposible criar un cachorro
alrededor de humanos. Tendríamos que dejar Appomattox y volver a
las montañas.

—¿Pero Laura no quería ir? —supuso Caitlin.

Winter soltó una risa seca.

—Cuando le dije lo que era, tuve que rogarle que no se hiciera un


aborto. Las cosas no se pusieron mucho mejor desde entonces.

Caitlin tragó fuerte.

»Pensé que las cosas cambiarían una vez que Cole naciera, pero no
fue así. Se negaba incluso a tocarlo. Se transformó por primera vez
cuando tenía un mes. Después de eso lo tomé y me marché —continuó.

—No puedo creer que le haya dado la espalda a su propio hijo —dijo
Caitlin negando con la cabeza—. Eso es horrible.
Winter le dio una mirada aguda.

—¿Qué harías tú, si tuvieras un hijo que se transformara en un oso?

Caitlin volteó a ver a los niños. Sophia tenía sus brazos alrededor del
cuello de Cole y su cabeza descansaba en la suya. Los dos estaban
roncando y era difícil decir quién lo hacía más fuerte.

—Bueno, en primer lugar —dijo—, me desharía de todas mis


almohadas.

Cuando lo volvió a ver, Winter estaba sonriendo. Enfrentándose con


una vista tan hermosa, tuvo que recordarse a sí misma de respirar. El
hombre era extremadamente guapo.

Permitiéndose ignorar su buen sentido un momento, se preguntó


cómo sería estar con un hombre como Winter. Sus ojos se posaron en
su sensual boca, incluso después de que su sonrisa desapareciera. La
región entre sus muslos dolía, aunque no tenía idea de por qué. Winter
no había hecho nada para sugerir que la quería, salvo…

«Te encuentro atractiva y disfruto verte».

Oh, sí, había dicho eso.

Se atrevió a mirarlo a los ojos, y cuando los vio, sus dedos de los pies
se curvaron. La estaba observando con una intensidad rígida. Sus fosas
nasales se ampliaron y se preguntó si le gustaba su aroma.

Cuando se acercó, el nerviosismo sacó lo mejor de ella y empezó a


parlotear.

—Puedo quedarme despierta si quieres dor…

Winter presionó sus labios contra los suyos, silenciando


efectivamente a Caitlin. Por un momento, se quedó quieta, intentando
procesar lo que estaba pasando. Sus cálidos labios la besaban
habilidosamente, impávidos por su falta de respuesta.

Cuando salió de su estupor, Caitlin empezó a besarlo de vuelta,


encontrándose con su entusiasmo doble. Dejó que las pieles a su
alrededor se cayeran mientras sus manos se alzaron para explorar su
pecho. Bajo las capas de pieles había músculo trabajado mientras
valientemente recorría sus manos por encima.

Cuando su pulgar rozó su pezón, Winter soltó un gruñido bajo,


Caitlin se congeló alarmada.

—Perdón —murmuró, con sus mejillas ardiendo—. No sabía que…


quiero decir, normalmente no hago cosas como esta.

En respuesta, Winter empujó gentilmente su hombro. Perdió el


equilibrio y cayó de espaldas, pero logró apoyarse en sus codos. El oso
cambiaformas se colocó sobre ella, encerrándola con su largo cuerpo.

—Yo tampoco, y además, ahora no es el momento.

Sus ojos se dirigieron hacia donde los niños estaban durmiendo a


unos pocos metros de distancia. Si era posible, la cara de Caitlin se puso
más roja. Se había olvidado por completo de los niños.

Winter volvió a ganar su atención mientras se inclinaba para poner


su rostro encima del de ella. Parecía emanar calor de su cuerpo.

»Pero eso no significa que no habrá tiempo después —dijo.

El tono apasionado de su voz hizo que su interior se contrajera. Todo


su futuro estaba en el aire, pero Caitlin sabía una cosa con seguridad.
Deseaba a Winter.
Capitulo cinco
Traducido por Roni Turner
Corregido por Nea
Editado por BLACKTH➰RN

Después de arrastrarla a su camastro de pelaje, Winter le dijo a


Caitlin que debería volverse a dormir. La despertaría cuando «el
amanecer irrumpiese». Ese fue el motivo por el cual cuando la despertó
solo un momento después, se encontró confundida y desorientada.

—Winter, aún está oscuro afuera —dijo mientras se frotaba los


ojos—. Al amanecer le queda mucho para «irrumpir».

—Despierta a los niños. Prepáralos rápido y en silencio.

Se escuchaba apremio en su voz profunda y sus ojos se abrieron


repentinamente inspeccionando el área. El fuego se había pisoteado y
Winter estaba en proceso de mudar su ropa. Al reconocer que él había
planeado cambiar de forma, comenzó a realizar la tarea que le había
encomendado.

Caitlin solo tuvo que dar un empujoncito a Cole para que se


despertara por completo y se pusiera en alerta. El osezno rápidamente
cambió a la forma humana y empezó a vestirse sin pedir ninguna
explicación. Sophia era un desafío mayor. Normalmente tenía un sueño
ligero, pero esa noche estaba reposando como un saco de piedras.
Incluso cuando Caitlin consiguió despertarla, Sophia era más bien una
muñeca de trapo gruñona que se mecía de un lado a otro rehusándose
a levantarse por sí misma.

Entonces, comenzó el aullido. En un segundo todos se pusieron


rígidos. El persistente sonido heló a Caitlin hasta los huesos. ¿Lobos? O
peor… hombres lobo.

Sophia soltó suave quejido, lo que trajo a Caitlin de vuelta a la


realidad. Inmediatamente Winter completó el cambio de forma
mientras Caitlin se ponía delante de Sophia para protegerla. Cole fue
capaz de alzarse por sí solo y Caitlin se unió a ellos sin un ápice de duda.
Envolvió a los niños con un brazo y agarró el pelaje de Winter con la
mano libre.
Winter partió de inmediato. Caitlin se dio cuenta de que no solo
habían dejado atrás su pelaje, sino también su bolsa. Estuvo a punto de
pedirle a Winter que se la devolviera, pero los aullidos volvieron, esta vez
más cercanos que antes. Su boca se cerró de golpe y apretó su agarre
en los niños.

La luz de antes del amanecer se filtró a través de los árboles


desnudos, proyectando sombras a su alrededor. Winter se movió con
destreza sobre el hostil terreno de rocas, nieve y hielo, sin fallar ni un
solo paso.

Justo cuando Caitlin pensó que quizá habían escapado de sus


perseguidores, tres lobos se materializaron de entre las sombras,
bloqueando su camino. Winter se percató de su presencia una fracción
de segundo antes que Caitlin y se detuvo bruscamente.

Con tan solo una mano protegiéndola, el ímpetu hizo a Caitlin


trastabillar y se cayó, llevándose por delante a los niños. Por alguna
razón, no entró en pánico cuando su trasero golpeó contra el suelo.
Quizá asumiera que los lobos mantendrían la distancia, quizá incluso
que se darían la vuelta y tendrían una larga y pedante conversación con
Winter, lo que claramente daría a Caitlin tiempo de sobra para elaborar
un plan de escape.

Caitlin tuvo que aprender a las malas que ese tipo de cosas solo
ocurrían en las películas.

Su caída llamó la atención de Winter, solo por una fracción de


segundo, pero tiempo suficiente para que los lobos aprovecharan su
distracción.

Dos de ellos arremetieron contra Winter, uno le rodeó por la espalda


y el otro fue a por su garganta. El tercero fue directamente a por los
niños.

Reaccionando por puro instinto, Caitlin se lanzó hacia los niños para
protegerlos. Sintió un dolor abrasante en su brazo, pero no supo si fue
por unos dientes o unas garras. Un sollozo rasgó su pecho, pero se
rehusó a dejar que los niños se fueran.

Winter dejó salir un fuerte rugido. Caitlin elevó la mirada justo a


tiempo para verle cerrar su mandíbula alrededor de la cabeza del lobo,
lanzándole por los aires.
El lobo se las arregló para regresar arrastrándose, pero por la forma
en la que cojeaba hacia la oscuridad, estaba claro de que se había hecho
una herida grave.

Caitlin se puso de pie tambaleándose, ignorando el dolor en du


brazo. Con una fuerte sacudida, Winter arrojó a uno de los lobos desde
su espalda, pero el lobo de su cuello era más persistente. Le tomó varios
segundos a Winter sujetar al lobo bajo sus patas, y entonces, el segundo
lobo corrió hacia él por más.

A través de los árboles, Caitlin podía ver a más lobos acercándose.


La situación era extrema, pero con los llantos de Sophia, tomó toda la
fuerza de voluntad de Caitlin mantenerse unidos. Mientras uno de los
lobos saltaba sobre ellos, su bota chocó contra su cabeza. Se las arregló
para aturdirlo lo suficiente para que Winter reaccionara. El
cambiaformas le dio una patada al lobo con sus patas traseras y fue
bastante más efectivo, al mismo tiempo que Caitlin podía oír el crujido
de los huesos.

La caja torácica del lobo se aplastó. Pensó que la muerte de uno de


los miembros de la manada incitaría más violencia, pero de repente, los
lobos hicieron un alto y se retiraron hacia los árboles. Antes de que
pudiera solar un respiro de alivio, Caitlin se dio cuenta de que estaban
convergiendo.

Otro lobo se les había unido, este siendo bastante más grande que
los otros. Tenía un pelaje liso y marrón y era casi tan alto como una
persona. Los lobos más pequeños le rodearon, contemplándole con
expectación. Era su líder.

Caitlin rezó en silencio mientras Winter se movía para ponerse


delante de ella y de los niños. Elevándose sobre sus cuartos traseros,
dejó salir un estruendoso rugido. Su corazón dio un vuelco. Deberían
arrodillarse y rogar clemencia, no rugir.

Para su desaliento, Cole se libró de su agarre, se giró y se unió a su


padre rugiendo hacia los lobos.

El lobo alfa seguía parado como una estatua, su mirada se enfocó


atentamente en Caitlin. Ella clavó su mirada en sus negros ojos y le
dedicó la expresión más fría que pudo. Con sus ojos verbalizó lo que sus
labios temblorosos no podían. Era exactamente lo mismo que Winter
estaba verbalizando con espeluznante rugido.

Lucharían hasta la muerte para proteger a su familia.

Mucho después, Winter le explicaría que, en ese momento, el lobo


alfa había considerado los pros y contras de atacarlos y que ciertamente
casi había intentado reclamar a Caitlin para sí. Al final, lo más probable
es que hubiera decidido que ella no valía el esfuerzo de pasar las de Caín
con Winter, porque al momento siguiente, dejó salir un áspero ladrido
antes de darse la vuelta e irse. La manada pronto le siguió, dejando a su
compañero caído ahí donde estaba.

Caitlin se armó de valor lo suficiente para llevar a los angustiados


niños a las espaldas de Winter. El oso se detuvo solo un segundo para
asegurarse de que estaban a salvo, antes de comenzar a descender de
la montaña.
Capitulo seis
Traducido por Roni Turner
Corregido por Nea
Editado por BLACKTH➰RN

—Huelo sangre —dijo Cole.

El sol acababa de salir y Winter estaba cruzando un río poco


profundo. Caitlin había estado jugando con la inconsciencia cuando la
declaración de Cole la hizo enfocarse. Recordó la herida que el lobo le
había hecho.

El apagado dolor había sido poco más que una molestia menor y
cuando levantó la manga, pudo ver por qué. Había mucha sangre, pero
lo que fuera que la hubiera perforado solo lo había hecho en dos sitios
y las pequeñas heridas se habían coagulado.

—No te preocupes —dijo ella sonriéndole para tranquilizarle—. Solo


es una herida superficial.

Sin embargo, algo llamó su atención. Había una gran mancha de


sangre en su jersey rosa. Caitlin empujó hacia delante a Sophia para ver
mejor. No recordaba que la hubieran herido en el estómago.

Justo entonces, Sophia se desplomó. Como acto reflejo, Caitlin la


agarró y levantó a Sophia entre sus brazos. El rostro de la pequeña niña
estaba pálido y sus ojos estaban desenfocados.

—Oh Dios mío, oh, Dios mío. Winter, ¡para!

Sin esperar a su respuesta, Caitlin se bajó de su espalda sosteniendo


a Sophia contra su pecho. Se estrelló contra la fría agua del río y cayó de
rodillas en la orilla, quitándole a Sophia su jersey para inspeccionar su
herida.

Junto a unos pocos moretones amarillentos había un corte en su


pequeña espalda. Caitlin dejó salir un agudo alarido cuando vio la
profunda herida. ¿Cómo había permitido que Sophia se hubiera
herido? Incluso peor, ¿por qué no había revisado de inmediato a Sophia
para asegurar que estaba bien tras la marcha de los lobos?
Las lágrimas empañaban su mirada mientras Winter se acercaba a
su lado. Había cambiado a su forma humana, y no se había molestado
en vestirse. Si el frío helado le molestaba, no mostraba signos de ello.

—Dame tu brazo —dijo.

Caitlin asintió rápidamente, aunque no entendía qué quería hacer.


Con una brusca practicidad, Winter desgarró la manga de su jersey y la
convirtió en un torniquete alrededor del vientre de Sophia.

—Mi cueva está aún a unas horas de distancia —dijo—. Una vez
lleguemos, puedo suturar la herida, pero tenemos que movernos
rápido.

◊◊◊
La cueva de Winter olía a humedad, pero era acogedora
igualmente. Acorde a las palabras de Cole, se sentía muy seguro,
mucho más que cualquier casa en la que Caitlin hubiera estado.

Después de anunciar que mantendría a Sophia caliente, Cole


cambió a su forma de oso y se acurrucó junto a la niña tumbada boca
abajo, quien rápidamente se estaba quedando dormida.

Para Caitlin y Winter no habría descanso hasta que no supieran por


seguro que Sophia estaba totalmente bien.

Una vez sus heridas estuvieron limpias y suturadas, Winter


encendió un pequeño fuego. Puso una piel cálida sobre los hombros de
Caitlin antes de sentarse a su lado y envolver su brazo alrededor de su
cintura. Con voracidad, ella se apoyó en él, valiéndose de su fuerza.

La conversación entre ellos fue astillada. Ella pudo notar que Winter
se estaba esforzando para evitar que se estresara, y ella finalmente trajo
a colación el tema innombrable.

—Está acostumbrada al dolor. Por eso no se quejó de la espalda ni


lloró cuando le cosiste la herida.

—¿Los moretones? —preguntó.

—Son de su padre. Al menos creo que todos lo son. —Caitlin


parpadeó y se frotó los ojos, más enfadada que descontenta.
—¿Por eso no querías regresar al Condado de Carter? —Ella asintió.

—Empecé a darme cuenta de los moretones el año pasado.


Heather, esa es mi hermana, siempre ponía excusas cuando sacaba el
tema. «Sophia siempre se está peleando con los chicos» respondía, o
«Sophia es una chica tan activa». Le creí porque, bueno, es mi hermana.
A su marido, Tommy, le gustaba beber; todos lo sabían, pero nunca
pensé que Heather le permitiría pegarle, a ella o a Sophia.

»Cuando seguí viendo esos moretones, intenté preguntarle a


Sophia. Ella siempre corroboraba lo que fuera que Heather decía, pero
noté que mentía. Intenté persuadir a Heather para hacer algo, pero me
dijo que se estaba empezando a ofender con mi intromisión. Temía que,
si seguía preguntando, dejaría de permitir a Sophia estar conmigo.

—¿Por qué no fuiste a la policía? —preguntó Winter.

—Lo intenté, pero era una ciudad pequeña. Tommy era diputado y
su padre había sido el sheriff por más de dos décadas. Cuando intenté
denunciarle en la policía, el diputado literalmente tiró el papel a la
basura. Me dijo que no debía meterme donde no me llaman.

El recuerdo hizo que Caitlin frunciera el ceño, pero al final, estaba


más enfadada con ella misma que con la policía.

—No sabía qué más hacer, así que empecé a ofrecerme como
niñera de Sophia. Me di cuenta de que si podía mantenerla fuera de
casa más a menudo la estaría protegiendo. —Caitlin pasó una mano por
su pelo—. Era una lógica muy tonta. A decir verdad, estaba abrumada y
quería una solución fácil. La mantuve en mi casa lo más posible y me
convencí de que estaba haciendo todo lo posible…

Se fue apagando y cuando habló de nuevo, su tono se volvió


amargo.

—Hace dos días salió para jugar con la nieve. Cuando regresó, decidí
bañarla. Siempre insistía en vestirse sola. Ya había visto los moretones
de sus brazos, pero nunca los de su espalda… Era horrible, y supe que
nunca más podría hacer la vista gorda sobre ello.

»No tenía un plan. Solo empaqué sus cosas y me dirigí a la ciudad


más cercana.
Winter trazó pequeños círculos en su costado.

—Hiciste lo correcto.

—Sí, bueno —respondió con lágrimas brotando de sus ojos—. Todo


lo que he conseguido es que casi la maten. Repetidas veces. Vaya
salvadora que soy.

Winter se agachó para besar su coronilla.

—Has hecho todo lo que has podido, dadas las circunstancias. Te


ayudaré a partir de ahora.

Caitlin se desplomó contra él, permitiendo que las lágrimas cayeran


con libertad de sus ojos. La lógica le decía que no debería poner tan
rápido su futuro y el de Sophia en las manos de un hombre que acababa
de conocer, pero su intuición y experiencia le decía que Winter podía
ser la única persona en la que podía depender.
Capitulo siete
Traducido por ♡Herondale♡
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Roni Turner

Caitlin escuchó susurros entrelazados con risitas y supo que algo


estaba pasando. Segundos después, una bola de nieve se estrelló
contra su nuca. Se volteó con el ceño fruncido para encarar a los
culpables.

Sophia se rio más fuerte, mientras Cole se quedó petrificado, con los
ojos abiertos como platos.

—Yo… Ella me dijo que lo hiciera —dijo luciendo aterrorizado—. Por


favor, no te enojes.

Caminando para pararse enfrente del aterrorizado chico, le dijo:

—¿Estás bromeando? Eres demasiado tierno como para enojarme.

Mientras la postura de Cole se relajaba de alivio, Caitlin lo golpeó con


su mano cubierta de nieve en la cara.

—Pero, de cualquier forma, puedo tomar venganza.

Mientras Sophia se desternillaba de risa, Caitlin atrajo a Cole en un


abrazo, suavizando el golpe de su ataque. El chico no pudo resistirse, y,
de hecho, se acomodó con fuerza en su pecho. Ella lo jaló más cerca,
descansando su barbilla en su cabeza. Decir que se estaba encariñando
con él sería un eufemismo.

Había pasado casi una semana desde que llegó a la cueva de Winter.
Caitlin había previsto que habría otros cambiaformas, pero además de
Cole, Winter vivía solo.

Sophia tuvo una recuperación rápida. La mayoría de los golpes de


su espalda habían desaparecido y la mordida que recibió del lobo
estaba casi curada.

La cabeza de Cole se levantó de su pecho, señalando la llegada de


su padre. Caitlin dirigió su atención a los pinos que bordeaban el área
alrededor de la cueva. Segundos después, Winter apareció, cargando
un fardo de leña bajo el brazo.

Dentro de la cueva Winter usaba ropa mucho más casual que la que
usaba durante el resto del día. Tenía varios pares de jeans y playeras,
pero el favorito de Caitlin era el atuendo de gamuza que llevaba. Le
quedaba muy bien en su tipo de cuerpo y una abertura dejaba al
descubierto una franja de su firme pecho.

Cuando puso sus ojos sobre ellos, Winter sonrió, una mirada de
alegría se extendió por todo su rostro. Ella había visto bastante esa
mirada durante la semana y se preguntaba como su mente podía estar
tan tranquila cuando la suya estaba ardiendo en caos.

Winter se acercó a ellos, sin detenerse mientras se inclinaba para


levantar a Caitlin con su brazo libre. Jadeó con sorpresa y después
empezó a reír, luchando para liberarse de su agarre.

—Cuida a Sophia —le gritó a su hijo—. No se alejen.

—Está bien, padre —respondió Cole obedientemente,

Winter la arrastró hasta su cueva, llevándola hasta la pequeña


caverna donde había dormido la noche anterior. Él la bajó sobre las
mantas y añadió un par de piezas de madera al fuego. Todavía
quedaban restos calientes del fuego anterior y le tomó solo unos
momentos traerlo a la vida.

Cuando terminó, Winter se subió a las mantas, dejando caer


casualmente un brazo alrededor de su cintura. A pesar de lo inocente
del toque, el deseo se enroscó fuertemente en el abdomen de Caitlin.

—Deberíamos poder retirarle los puntos a Sophia en la noche —dijo


Winter.

—¿No crees que es muy pronto? —preguntó, tratando de no sonar


tan esperanzada como se sentía.

Winter negó con la cabeza.

—¿Has pensado qué quieres hacer después?

Solamente cada segundo de cada día.


Con un suspiro, Caitlin decidió ser honesta.

—Supongo que he tomado tu hospitalidad por sentado. Sé que no


puede ser así por siempre.

—¿Por qué piensas eso?

Ella enarcó las cejas.

—Sophia es mi responsabilidad. No puedo simplemente tirarte


todos mis problemas.

—Ella no es un problema —respondió él, dándole una mirada


glacial—. Es una niña, y merece una familia.

—¿Te me estás proponiendo?

—Sé mi pareja.

Caray, si eso no era directo…

El rubor se extendió por toda la cara de Caitlin.

—Habías dicho que no querías una pareja.

Winter se inclinó para pasar sus labios por la sensible piel de su


cuello. Un escalofrío recorrió su espina.

—Era joven —replicó con voz ronca—. Además. A Cole le vendría


bien una madre y Sophia necesita estabilidad.

—¿Y va a encontrar esa estabilidad aquí, en la naturaleza?

Mientras hablaba, Caitlin inclinó su cabeza de costado, dándole


mejor acceso. En respuesta, él movió su lengua para pasarla contra su
piel. Le debió de gustar su sabor, porque procedió a arrastrar su lengua
por toda la longitud de su cuello.

Se detuvo a la altura de su oreja.

—Mucho más que la que encontraría en lo que tu llamas


«civilización».
Movió sus caderas hasta que su erección estaba presionando contra
su trasero. La sensación de eso hizo que la anticipación ardiera en su
estómago.

—¿Qué hay de los lobos? —preguntó—. ¿De verdad estaremos


seguras aquí?

Su mano comenzó a trazar un lento camino por su pecho.

—Déjame a mi preocuparme por eso. No dejaré que nada les pase a


los niños o a ti.

Winter lo hacía sonar muy simple para su gusto, pero Caitlin aceptó
esa respuesta por el momento. Había tenido una semana de mierda y
lo único que quería en ese momento era dejar de pensar, solo por un
momento.

Puso su mano en su nuca, acercándolo para besarlo. Mientras sus


labios se movían sobre los suyos, su mano ahuecó la totalidad de su
pecho. Cuando su grande mano apretó su suave montículo, inhaló
profundamente, dándole la oportunidad de meter su lengua más allá
de sus labios. Ella gimió, apenas creyendo que ese gran y bruto hombre
pudiera ser tan buen besador.

La respiración de Winter se aceleró mientras sus dedos empezaban


a trabajar con los botones de su blusa. Haciéndolo terriblemente lento.
Ella podía sentir la región entre sus piernas mojarse con expectación y
estaba deseando tenerlo dentro.

Cuando se encontró con la barrera que era su brasier, Winter gimió


molesto. Con una risa tímida, se separó un poco para soltar el broche
delantero. Con un suave pop, sus pechos se liberaron. Winter
rápidamente tomó uno, su gran mano hacía que su seno luciera
pequeño en comparación. Sus dedos callosos trazaron círculos
alrededor de su oscuro pezón y lo único que pudo hacer fue gemir.

Él continuó besándola y tocándola por un rato, como si saboreara


su cuerpo. Impacientándose, empezó a aflojar los cordones de su
playera. Con un sonido bajo y ronroneando, Winter la recostó sobre las
pieles, y tiro de la playera por su cabeza.

Se mordió el labio al verlo. El fuego danzaba contra las líneas de


músculos tonificados, acentuando su contorno. Justo debajo de su
ombligo había un rastro de negro y ligero vello que desaparecía bajo
sus pantalones de cuero. Entre sus muslos, había un largo y duro bulto
que hacía que sus dedos ardieron de las ganas de tocarlo.

Como si sintiera su deseo, Winter jaló del lazo que sostenía sus
pantalones. Sin soporte, el grueso cuero se deslizó hasta sus rodillas,
revelando su hinchada hombría que era proporcional al resto de su
enorme cuerpo. Caitlin se lamió los labios, aunque se preguntaba como
eso iba a caber dentro de ella.

Deshaciéndose de sus pantalones, Winter se agachó para reclamar


sus labios. Mientras sus manos se encargaban de bajar sus vaqueros,
ella empezó a explorar su cuerpo, y sus manos se movieron por los
montes y valles de su musculoso cuerpo.

Cuando Winter la liberó de sus pantalones, se calentó. Su mano bajó


para tomar su envergadura. Lo jaló más cerca y Winter siseó, un sonido
que rápidamente se convirtió en un gemido cuando ella rozó la punta
de su verga contra sus pliegues.

Mientras lo usaba para frotar su clítoris, se maravilló con su tamaño.


Siempre consideró que sus dedos eran lo suficientemente largos, pero
ni siquiera alcanzaban todo el ancho de gruesa circunferencia.

Ahora, era Winter quien se estaba impacientando. Con un gruñido,


agarró su muñeca, su agarre la obligó a soltar su miembro. Poniendo
sus manos sobre su cabeza, le dio una mirada que ella bien podría
haber llamado de arrogancia, si no fuera por las líneas de tensión
grabadas en su cara.

Él la necesitaba.

Sin avisar, se hundió en ella. Aún con lo húmeda que estaba, su


tamaño la hizo gemir con una extraña combinación de placer y dolor.

Completamente enterrado en su caliente abertura, Winter tembló


de placer. En lugar de inmediatamente empezar a empujar, se
mantuvo quieto dentro de ella y se agachó para acariciar la parte alta
de su cabeza, el cual era la única parte de ella que alcanzaba debido a
su gran diferencia de tamaño.
Lo escuchó tomar una gran bocanada de su olor, y se encontró a sí
misma preguntándose cuándo había sido la última vez que estuvo con
una mujer.

Entonces, empezó a moverse y todos sus pensamientos la


abandonaron mientras se rendía ante sus deseos.

Se corrieron al mismo tiempo. Era un nivel de intimidad que nunca


había sentido con otro hombre. Cuando acabó, la sostuvo entre sus
brazos y la llenó de besos. Cuando empezó a quedarse dormida, él fue
rápidamente a checar a los niños. Cuando regresó la tomó
nuevamente, tan fervientemente como la primera vez.

¿De verdad podría hacer un futuro para Sophia y ella con Winter y
Cole? Quizá era un poco egoísta de su parte, pero Caitlin quería creer
que podía.

En las semanas que siguieron, cada risa y sonrisa que Sophia daba
le sirvieron como validación. Caitlin había perdido la esperanza de
encontrar una mejor vida para ella y su sobrina, pero gracias a Winter,
encontró una mejor vida para las dos.
epilogo
Traducido por ♡Herondale♡
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Roni Turner

Verano de 2005

Winter volvió a la cueva de mal humor. No menos de quince abejas


le habían picado y había tenido suficiente tiempo para contarlas
durante el camino de una hora de vuelta a la cueva.

Cuando entró a la sala principal, Cole y Sophia inmediatamente se


lanzaron a sus piernas. Cole nunca había sido muy de contacto físico,
como su pareja lo llamaba, pero después de unas semanas de ver a
Sophia monopolizar a Winter, el osezno se había cansado de verlo
desde afuera. Los dos niños se llevaban bastante bien, pero cuando se
trataba de llamar su atención, siempre estaban compitiendo el uno con
el otro.

—¿Lo conseguiste? —preguntó su pareja.

Lo estaba observando expectante desde su camastro. Aunque el


verano estaba siendo particularmente caluroso, la cueva de Winter se
mantenía fresca y, en consecuencia, ella levaba su piel favorita sobre los
hombros. Su cabello era un desastre de nudos y Winter sabia por la
forma en la que se frotaba los ojos que había estado durmiendo.

—Hola a ti también, pareja —dijo, suprimiendo una sonrisa burlona.

Los niños aflojaron su agarre mientras él caminada hacia donde se


encontraba su pareja. Caitlin empezó a hacer pucheros.

—Deja de molestarme —dijo empujándolo ligeramente en el


hombro—. De verdad voy a morir si no lo tienes.

Él enarcó una ceja.

—¿Cómo?

Ella tocó su inflamado vientre.


—Tu cachorro va a salir a empujones de mi vientre.

Cole apareció a su lado, luciendo aterrado.

—¿De verdad puede pasar eso?

Winter les frunció el ceño a ambos, pero fue Sophia quien puso una
mano en el hombro de Cole.

—Cait solo está siendo melodramática —dijo.

Su pareja resopló.

—¿Quién te enseño que…?

Cualquier cosa que Caitlin fuera a decir se perdió cuando Winter


sacó un frasco de su mochila. Lo puso en sus anhelantes manos y ella
no perdió tiempo para abrirlo y hundir sus dedos en su dorado
contenido.

—¿No quieres algo de comer con eso? —preguntó Winter.

Su pareja ya estaba hundiendo nuevamente sus dedos.

—No hay tiempo. Hay que alimentar al bebé.

Winter no pudo suprimir su sonrisa mientras alargaba una mano


para pasarla por su vientre. Había estado sonriendo mucho desde que
Caitlin y Sophia llegaron a su vida. Era extraño como había existido por
tanto tiempo estando solo con Cole. Ahora, no podía imaginarse una
vida sin los dos humanas.

Pasando una mano por la cara de su pareja, limpió una gota de miel
de la comisura de su boca. Caitlin dejó de comer para acercarse.

—Te amo —susurró

—Yo también te amo.


Sobre la
autora
Viola Rivard es una autora bestseller de romance paranormal. Sus
libros presentan sexys machos alfa, así como temas de vida familiar y la
vida en la naturaleza. Puedes escapar a sus libros, comenzando con
Claimed by the Alphas, disponible en todos los lugares en los que se
venden libros electrónicos.
Ciudad del Fuego
Celestial

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Moira
Perséfone

Astartea
Perséfone

Hades
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
ÚNETE A NUESTRA COMUNIDAD
Esta es una breve historia de vacaciones ambientada en el Universo Coven Pointe

El último lugar donde la bruja sexual Mati Ballintine quiere estar es en una fiesta
navideña de una hermandad. Pero cuando el ángel supremo del consejo le ordena
proteger a un nuevo ángel reclutado, no tiene más remedio que ir y apretar los
dientes ante los avances de los chicos de la fraternidad.
La noche va de mal en peor cuando aparece un demonio y está empeñado en
llevar al ángel al infierno. Mati y su novio íncubo Vaughn necesitarán unir fuerzas
no solo para salvar al ángel, sino a todos los demás que el demonio deja a su
paso.
Ir a la escuela a tiempo completo mientras vigilaba a un ángel novato era una
mierda. Sobre todo, cuando la nueva recluta asaltaba mi armario en busca de un
vestido que no la hiciera parecer recién salida de la calesa1 del país Amish.
—Oh, cielos —dijo Janie, con un rubor subiendo por su pálida piel—. Este,
mmm... parece que le faltan un par de metros de tela.
Vi el vestido de seda con tirantes y le envié una sonrisa socarrona.
—Hace el trabajo.
—Sólo si quieres... —Se mordió el labio mientras el calor casi irradiaba de
sus mejillas rojas y brillantes.
Contuve un comentario sarcástico. Maldita sea mi hermana Chessandra por
encargarme al ángel novato. Chessandra era el ángel supremo del consejo de
ángeles y, por suerte, cada vez que tenía un proyecto favorito, me lo encargaba a
mí. Y yo ni siquiera era un ángel, era una bruja. Una bruja sexual, por cierto. No era
exactamente la bruja más respetable a los ojos del público. Pero ese era su
problema, no el mío. Lo encontré empoderador y, admitámoslo, divertido.
Pero también significaba que la mayor parte de mi vestuario se había
comprado específicamente para la seducción. Si Janie iba a buscar en mi armario,
iba a estar muy guapa cuando terminara con ella.
—Pruébate éste —le dije, entregándole un vestido de seda con un
pronunciado escote.
—Yo no...
—Si te pones ese vestido que llevas —recorro con mi mirada escéptica la
longitud de su cuerpo—, vas a sobresalir como una dama de la iglesia en un
concurso de camisetas mojadas.
—¡Mati! —Agarró el vestido y lo apretó contra su pecho—. Si me pongo esto,
podría ir directamente al bar de striptease. No hay manera de que este... pañuelo
vaya a cubrir todo esto. —Arqueando la espalda, agitó una mano delante de su
amplio pecho.
Me abstuve de poner los ojos en blanco.

1
Coche de paseo tirado por caballos
—Sólo pruébatelo.
Se pasó una mano por sus rizos perfectamente enrollados, convirtiendo
involuntariamente su aspecto de demasiado perfecto en uno casualmente
despeinado. Era un comienzo. Se mordió el labio inferior.
—No estoy segura de esto.
—Janie... —Le dirigí una mirada severa.
Tragó, cerró los ojos y desapareció en mi baño.
Dejé escapar un largo suspiro. Janie era una chica dulce y me agradaba de
verdad, solo que no me gustaba mucho la actividad planeada para esa noche. Nos
dirigíamos a una fiesta organizada por su hermandad en la universidad, una casa
griega de élite sólo para aquellos con dones mágicos. Era difícil imaginar que ella
quisiera formar parte del grupo, ya que parecía más feliz en el club de lectura y en
el departamento de teatro. Eso fue hasta que conocí a su madre, una bruja de la
alta sociedad de Memphis cuya vida giraba en torno a la gente de cierto estatus
social y sus conexiones. Janie era una recluta heredera, y si no se hubiera unido,
su madre le habría hecho la vida imposible.
Lo cual era irónico, teniendo en cuenta que Janie era un ángel de bajo nivel
que se pasaba la vida protegiendo almas de los demonios. Ella literalmente tendría
su cuota de encuentros con el infierno. De hecho, ya había comenzado. Hace una
semana, Janie se había cruzado accidentalmente con un par de demonios y apenas
había escapado. Ahora mi trabajo consistía en mantenerla a salvo mientras el otro
ángel residente en Nueva Orleans, Lailah, rastreaba a los demonios.
Me quedé mirando mi armario, contemplando el outfit de la noche. Si Vaughn
estuviera en la ciudad, me pondría el de cuentas plateadas con la abertura hasta la
cadera sólo para torturarlo hasta que pudiéramos llegar a un lugar privado. ¿Por
qué no? Hacía semanas que no me sentía sexy. Saqué el vestido y me lo puse. El
corsé mostraba el suficiente escote como para ser tentador, pero seguía siendo de
buen gusto, mientras que la falda llegaba a medio muslo, mostrando un tramo
amplio de pierna. Fue esa abertura la que puso el vestido en la zona de peligro. Y
me encantó.
La puerta del baño se abrió lentamente, y la cabeza rubia de Janie se asomó
por la esquina, con una mueca en la cara.
—Esto no va a funcionar.
—Trae tu flaco trasero aquí —dije mientras me ponía mis tacones plateados
a juego.
Sus ojos se abrieron de par en par al asimilar mi transformación.
—Janie. —Me puse de pie con las manos en las caderas—. Vamos a llegar
tarde.
Miró el reloj de pared y, con una expresión de dolor, salió del baño. Tenía los
brazos cruzados sobre el pecho, ocultando la profunda caída que mostraba sus
magníficos senos. Maldita sea, lo que habría dado por un par de esas dobles D.
Le sonreí.
—Es perfecto. Con clase y un poco de pecado.
—¿Un poco? —Se acarició los rizos—. Me he estropeado el cabello.
—No, no lo hiciste. —Me acerqué y los despeino un poco más—. Perfecto.
Ahora ponte esos zapatos y nos iremos de aquí.
Se puso los tacones negros que le había dejado. Su ceño se desvaneció al
admirarlos y pareció relajarse un poco. Estaban muy lejos de mis tacones de aguja
de diez centímetros. Aun así, no pudo evitar rodearse con los brazos en un intento
de mantener su escote cubierto.
—Toma. —Le entregué un suéter de punto suelto que le daría una capa de
tela, pero no cubriría realmente nada—. Párate derecha y deja de encorvarte. No
hay nada más atractivo que una chica con confianza. ¿Entendido?
Sus brazos cayeron a los lados mientras forzaba una sonrisa y me seguía
como si estuviera en una marcha de la muerte.
—¿Janie?
—Sí —Sus puños se apretaron, pero al menos no se cubrió el pecho de
nuevo.
—¿Quieres que te saque de esto? Se me puede ocurrir algo.
Apretó los labios, claramente pensativa, y luego negó con la cabeza.
—No. Gracias, pero se supone que he quedado con alguien allí. No quiero
decepcionarlo. Si no, podría aceptar tu oferta. Este tipo de cosas no son lo mío,
¿sabes?
Asentí con la cabeza. Yo lo sabía. Solía ser mi tipo de escena, pero solo
porque los universitarios calientes y cachondos estaban ahí y eran presa fácil. Hoy
en día, me mantengo al margen. ¿Quién necesitaba a los chicos de la fraternidad
cuando tenía a Vaughn, el cazador de demonios incubo más sexy de la ciudad?
—¿Con quién te vas a reunir? ¿Alguien a quien tenga que ver primero?
Un tinte de rubor subió por sus mejillas de nuevo.
—No. Sólo es un atleta al que le di clases particulares el semestre pasado.
Su tía es una bruja, así que conoce nuestro mundo, pero él no tiene ningún poder.
No es una amenaza de ninguna manera. Se suponía que íbamos a traer citas, y
bueno, es un amigo.
—De acuerdo. Bien entonces. —Le guiñé un ojo, decidida a engancharla con
el chico deportista. Si alguien necesitaba una noche con un hombre de sangre
caliente, era ella. Agarrando mi bolso de mano, dije—: Vamos por ellos.
Janie y yo nos quedamos de pie frente a la casa de la hermandad,
contemplando las luces parpadeantes de los copos de nieve. Cada una de ellos era
completamente diferente y parecía flotar en el aire sobre los inmaculados jardines.
—Es precioso —dije.
Janie asintió.
—Llevan días trabajando en la decoración.
—Se nota. —Todo en el lugar era un mágico país de las maravillas
invernales. Caía nieve aislada de color azul-plateado y se acumulaba en los marcos
de las ventanas, dejando una escarcha en los cristales a pesar de los cuarenta y
dos grados que hacía, y las puertas y ventanas estaban cubiertas con guirnaldas
escarchadas en las que florecían flores de pascua vivas.
El aire tenía un sabor a magia poderosa, que me electrizaba. Mi pulso se
aceleró y ese deseo que vivía en lo más profundo de mi ser se precipitó a la
superficie. Maldita sea, ¿dónde estaba Vaughn cuando lo necesitaba?
Había estado fuera de la ciudad las últimas tres semanas, rastreando a un
demonio, y sin su atención, mi poder no estaba exactamente a la altura. Una
desgracia para mí, teniendo en cuenta que tenía que entrar en la fiesta llena de
sobrenaturales y proteger a Janie si aparecía un demonio. Si algo ocurría, iba a
estar seriamente perjudicada en el departamento de magia.
Si hubiera podido elegir, me habría ido directamente a casa, habría
destapado un bote de helado Blue Bell y habría visto un maratón de Netflix. Porque
en mi estado actual, mis feromonas de bruja sexual iban a ser condenadamente
difíciles de mantener en secreto.
Janie se estremeció visiblemente a mi lado en el aire frío de Nueva Orleans.
—¿Preparada? —preguntó, con el castañeteo de sus dientes.
No hacía tanto frío, ¿verdad? Eso era una cosa de ser una bruja sexual,
nuestra sangre corría un poco más caliente.
—Claro.
—Hice un gesto con la mano para que se adelantara.
En cuanto Janie pisó el patio, empezaron a caer del cielo auténticas torres
de nieve mágicas. No pude evitar la pequeña risa que se me escapó cuando uno de
ellos golpeó mi brazo, haciendo que la magia chispeara sobre mi piel.
—Buen toque.
Janie sacudió los brazos, tirando al suelo las brillantes tortugas.
—No me gusta. La magia pica un poco.
—¿De verdad? Eso es inusual.
Se encogió de hombros.
—Siempre ha sido así. Es una de mis manías, supongo —Lo dijo en tono
burlón, haciéndome creer que era algo que había escuchado la mayor parte de su
vida. Mi corazón se quebró un poco al pensarlo. Luego me enfadé. Esta chica era
hermosa e inteligente, y me daba la impresión de que no había escuchado eso lo
suficiente.
Agarré mis dedos alrededor de los suyos.
—Vamos. Vamos a que te vean y a encontrar a ese chico tuyo.
Una pequeña sonrisa curvó sus labios mientras inclinaba la cabeza y me
seguía por el luminoso pasillo.
—Bienvenidos a un beso mágico —dijo la burbujeante bruja de la puerta,
haciéndonos señas para que entráramos—. Aquí están sus recuerdos de la fiesta.
Por favor, pónganselos y luego diríjanse a la estación de champán. Estamos a punto
de empezar.
—¿A punto de empezar? —le pregunté a Janie.
—El encuentro y el saludo. —La expresión de dolor en su cara me hizo reír.
—Está bien. No te preocupes, lo haremos juntas. —Mientras esperábamos
nuestros tragos de champán, abrí la caja envuelta en plata. Dentro había un
brazalete con un copo de nieve que brillaba con poder. Era cálido al tacto y
provocaba un cosquilleo en mi piel. Oh, esto sería divertido si... no importa. Sin
Vaughn, no hay hormigueo. Me puse el brazalete en la muñeca y traté de ignorar la
magia seductora que se acumulaba en mi interior.
—Oh —dijo Janie al tiempo que sacaba un colgante de copo de nieve.
Colgaba de una cadena de plata. Lo levantó, mirando el copo de nieve, pero sin
tocarlo. Luego, con un suspiro, se lo puso al cuello.
Fruncí el ceño.
—¿Vas a ser capaz de llevar eso? ¿Con la magia siendo irritante para ti y
todo eso?
Ella asintió.
—Me acostumbraré.
—No. —Sacudí la cabeza y pasé mis dedos ligeramente por su pecho,
forzando una pequeña dosis de magia para cubrir su piel.
—¡Oye! —Dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos y llenos de
sospecha— ¿Qué has hecho?
Me encogí de hombros y tomé las dos copas que nos tendía el camarero.
—Acabo de poner una barrera entre tú y el copo de nieve encantado para
que no te moleste.
—¡Pero tengo el pecho entumecido!
—Es mejor que irritado, ¿no?
—¿Cómo sabías que eso no me molestaría también? —Se quedó con las
manos en las caderas, mirándome fijamente.
Maldita sea. Se veía muy feroz con los ojos disparando dagas hacia mí. Me
hizo sentir muy orgullosa.
Le di una palmadita en la mano.
—Porque es un hechizo adormecedor, por definición no deberías sentirlo.
¿Lo sientes?
—No... —Ella movió sus pies—. Pero me siento... un poco rara. Como, más
viva o algo así.
¿Debería haberle dicho que era mi energía de bruja sexual? No.
Es mejor dejar que lo descubra por sí misma.
—Es solo la fiesta. La emoción en el aire. —Señalé con la cabeza hacia el
escenario improvisado—. Parece que las cosas están empezando.
Apareció un tipo alto, de cabello arenoso y corte limpio, y deslizó su brazo
alrededor de la cintura de Janie. Ella soltó un pequeño grito mientras saltaba de
sorpresa.
—Hola, soy yo, Janie. —Le sonrió y se inclinó para besarla en la mejilla.
¿Solo un amigo? Si, claro. Escondí una risa y me di la vuelta.
—Chad —dijo sin aliento—. Lo has conseguido.
La tensión sexual que irradiaban los dos era suficiente para que se me
pusiera la piel de gallina. Vaya. Esos dos lo tenían. Y en mi estado de privación de
sexo, su energía me estaba volviendo loca. Di otro paso a la derecha para poner
más distancia entre nosotros, pero me topé con un dios de piel bronceada de
proporciones épicas.
—Disculpa —dije, mirando a los ojos azules más claros que había visto
nunca. Eran hipnotizantes. Me quedé atrapada en su mirada, anonadada por su
belleza—. Eh...
Se rio y dio un paso atrás, dejándome un poco de espacio.
—Hola, Mati.
Me quedé completamente inmóvil, tratando de ubicarlo. Mi historial con los
hombres era bastante largo. Antes de Vaughn, era el tipo de chica que los folla y los
deja. Los vínculos emocionales no eran lo mío. Así que mi lista de parejas sexuales
era más larga que la de la media de veintidós años. ¿Pero este tipo? ¿Este tipo
largo, delgado y con cordones de belleza? Me habría acordado de él.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Él extendió su mano.
—Soy Chase, trabajo con Vaughn.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—¿Y estás aquí porque...?
—Rutina. Cualquier lugar lleno de seres mágicos es una atracción para los
demonios. La fiesta es mi tarea de la noche.
—¿Y Vaughn te dijo que me buscaras?
Asintió con la cabeza.
—Voy a ser tu cita para que nadie más se haga ilusiones. —Su sonrisa era
fácil y burlona.
Las ilusiones no eran exactamente el problema, pero tenía razón. Con él a
mi lado, los hombres se lo pensarían dos veces antes de ponerse a tocar.
—¡Bienvenidos a la velada navideña Kiss of Magic de Wicca Delta Mu! —
Una preciosa pelirroja de brillantes ojos verdes estaba de pie en el escenario
sosteniendo un micrófono—. Estamos muy contentas de que estén aquí para
compartir nuestra mágica velada. Y ahora es el momento de que empiece la fiesta.
—Sus brazos se alzaron en el aire y las luces se apagaron, dejándonos a todos en
completa oscuridad.
Hubo un grito de emocionada sorpresa que recorrió la sala, seguido
inmediatamente por las velas que se encendieron espontáneamente en las mesas
y en los apliques de la pared. Cuando mis ojos se adaptaron, lo primero que noté
fue que todas las mujeres llevaban una pieza de joyería de nívea apariencia que
palpitaba con magia.
Mi cuerpo respondió al instante, haciendo aflorar mi energía sexual. Y no
había nada que pudiera hacer al respecto. Las feromonas de la bruja sexual se
dispersaron entre la multitud.
—¿Qué estás haciendo? —Chase frunció el ceño—. Eso solo va a hacer más
difícil el trabajo de ambos.
—No lo hice a propósito —dije, sin sorprenderme de que supiera
exactamente lo que había pasado. Era un íncubo, por el amor de Dios—. Fue el
influjo repentino de la magia —Señalé mi brazalete—. ¿Lo ves?
Estudió los encantos del copo de nieve y luego miró a su alrededor.
—¿Puedes sentir que irradia de todos?
Asentí con la cabeza.
—Eso es un maldito inconveniente.
Me encogí de hombros. Lo era, pero estaba fuera de mi control.
—Ahora viene la parte divertida —dijo Bubbly Girl, sonriendo—. Cada diez
minutos, las velas brillarán, y esa es la señal de que ha llegado el momento de
conocer a alguien nuevo. Cuando sus amuletos mágicos brillen en azul, significa
que han encontrado a su pareja de baile para el concurso.
—Oh, hija de... —murmuré mientras Chase se reía.
—¿No bailas? —Los ojos de Chase se iluminaron con diversión.
—Oh, yo bailo. Solo que prefiero elegir a mi pareja... y no compito.
Él resopló.
—Claro.
Me giré y lancé una mirada escéptica a lo largo de su cuerpo. Luego le miré
fijamente a los ojos.
—¿Parezco una chica a la que le cuesta conseguir lo que quiere?
Era una cosa muy mala de decir. Tenía ventajas que otras mujeres no tenían
debido a mis poderes, pero maldita sea si esta tipa de la hermandad no era molesta.
¿Qué pasó con dar una fiesta, suministrar alcohol y dejar que todo el mundo beba
hasta pasarlo bien?
Chase solo se rio.
—Supongo que no.
Miré a Janie. Tenía la mano en el pecho de Chad y le sonreía. La mirada de
adoración en su rostro me hizo relajar. Vale, por Janie podía mezclarme con los
chicos de la fraternidad. No era gran cosa.
Chase fue atraído por una pequeña y sexy chica con salvajes tatuajes que
cubrían su hombro. Otras dos chicas se pegaron a la pareja casi inmediatamente.
Sí, el incubo tenía el mismo don... o maldición... que yo. Él estaría ocupado en el
futuro inmediato.
Me giré hacia el tipo de mi izquierda, resignada al hecho de que, si iba a
parecer una más de la multitud, iba a tener que participar.
—Hola —dije—. Así que eres...
—Maldita sea, nena —dijo, prácticamente arrancando mi vestido con su
mirada—. Eres la puta chica más sexy de este lugar.
—Bueno, es no fue tan elegante —dije, con sarcasmo.
Se rio como si le hubiera contado una broma privada.
—Apuesto a que la clase es lo último que quieres cuando se trata de hacerte
gritar. ¿Estoy en lo cierto? —Dio un paso hacia mi espacio personal, y justo cuando
estaba a punto de fulminarlo con un rayo de magia, sentí la familiar energía sexual
de otra persona rozando mi piel.
Vaughn... mi alto, oscuro y precioso íncubo.
Estaba aquí. Justo detrás de mí. Me giré y me quedé boquiabierta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Puede que quieras dar un paso atrás, hermano. —Vaughn miró al idiota
que me había estado mirando.
—Vete a la mierda, imbécil. Mis diez minutos no han terminado. —Los ojos
del chico de la fraternidad estaban entrecerrados, llenos de ira.
Vaughn se puso delante de mí, con el cuello y los hombros rígidos por la
tensión. Mis dedos se movieron para calmarlos mientras contenía una risa. Era más
que capaz de defenderme y Vaughn lo sabía bien, pero este despliegue de hombres
me estaba excitando seriamente.
—Vete —dijo Vaughn—. Antes de que te saque de su presencia con mi
cuerpo.
El chico de la fraternidad pareció crecer un centímetro más mientras se ponía
de pie, con los músculos ondulados por la frustración apenas reprimida. Estaba
bastante segura de que estaba a medio segundo de lanzar un puñetazo, pero uno
de sus compañeros se acercó por detrás y le rodeó los hombros con un brazo.
—Oye, Zen. ¿Qué haces hablando con ese chico guapo cuando las damas
están pululando? —Su habla era arrastrada y estaba claro que había estado
bebiendo mucho antes de llegar a la fiesta.
—¿Zen? —Susurré al oído de Vaughn.
Sus hombros se agitaron con una risa silenciosa.
El chico de la fraternidad me miró por encima del hombro de Vaughn.
—Te veré más tarde, dulzura.
No pude evitarlo. La risa brotó. Me tapé la boca con la mano y parpadeé para
contener las lágrimas de la risa.
—Perra. —El chico de la fraternidad me miró con desprecio, pero cuando
Vaughn dio un paso adelante, su amigo lo arrastró por la habitación.
Vaughn se mantuvo firme por un momento, observando cómo la pareja se
abría paso entre la multitud, y luego se volvió y levantó una ceja mientras me miraba
con exasperación.
Me limité a sonreír y me acerqué, deslizando mi mano dentro de su chaqueta
deportiva negra.
—¿Por qué estás aquí?
Se inclinó y presionó sus labios contra los míos.
—Para besar a mi novia. —Su lengua se deslizó por mis labios separados, y
luego me envolvió en sus brazos y profundizó el beso, reclamándome ahí mismo en
medio de la fiesta.
Mi magia cobró vida, hormigueando por todas partes mientras me apretaba
contra él, y mi cuerpo se calentaba hasta niveles explosivos.
Me abrazó con más fuerza, casi aplastándome contra él en una deliciosa
muestra de posesión.
—Jesús, Mati —gruñó cuando su mano encontró la raja de mi falda. Sus
dedos se clavaron en mi cadera desnuda, apenas manteniendo el control—. Este
vestido debería ser ilegal.
Me aparté y le tomé la mano.
—Por aquí. —Era imprudente y completamente escandaloso, pero Janie y
Chad estaban en medio de la habitación, ambos absortos el uno en el otro, y lo
único en lo que podía pensar era en tocar la piel desnuda de Vaughn, y eso
significaba que necesitábamos un poco de privacidad.
—¿Mati? —preguntó Vaughn.
Le sujeté con fuerza los dedos y lo llevé a la parte trasera de la casa, a una
habitación oscura llena de libros. Era una pequeña biblioteca, probablemente
utilizada por el consejero residente.
—Perfecto.
Los ojos de Vaughn se iluminaron con comprensión, y sin decir una palabra,
me levantó, me hizo girar y reclamó mis labios en un beso de castigo mientras mi
espalda chocaba con la puerta cerrada.
Lo rodeé con las piernas y me dejé llevar por la magia que corría por mis
venas.
Me apretó las caderas, con su dura polla presionando mi centro, y dejé
escapar un pequeño gemido de placer.
—Ha pasado demasiado tiempo —dijo en mi cuello y mordió la sensible piel
de mi garganta.
—Vaughn... —Mi cuerpo se estremeció de necesidad contra él.
—Dime que me deseas, Matisse. —Se retiró, con sus ojos calientes de
lujuria—. Dime que no se trata solo de la magia.
Respiré entre jadeos cortos y necesitados
—¿Qué?
—Dime que te vuelvo loca, de la misma manera que me estoy volviendo loco
con la necesidad de estar dentro de ti.
Lentamente, le quité la chaqueta de los hombros y vi cómo caía al suelo.
Luego, todavía pegada a la puerta, levanté su camiseta negra y pasé mis dedos por
su pecho bien definido, dejando un rastro de luz brillante.
—¿Ves esto?
Él me miró fijamente a los ojos.
—Sí.
—Esto solo ocurre cuando pierdo el control. ¿Te necesito? Sí. ¿Te necesito
dentro de mí? Dios, sí. Y cuanto antes, mejor. —Dejé caer mis manos hasta el botón
de sus pantalones, lo miré fijamente a los ojos y le dije—: Te quiero. Ahora.
La mirada de Vaughn se posó en mis labios mientras ambos permanecíamos
suspendidos en el momento, con mis palabras suspendidas entre nosotros.
Entonces, desabroché el botón de sus pantalones y sus labios se posaron sobre mí,
reclamándome una vez más, alimentando el hambre que nos poseía a los dos.
Su boca estaba en todas partes. Mis labios, mi mandíbula, mi cuello, mi
pecho. Y entonces su mano me agarró la cadera, bajando lentamente la correa de
mi tanga. Estaba completamente atrapada por él.
Entonces la magia se concentró en mi muñeca, se calentó y arrastró toda la
magia que chispeaba entre nosotros directamente al amuleto.
—¿Qué...?
Mi mundo se volvió negro y todo lo que vi fue oscuridad.
El ruido y el parloteo llenaron mis sentidos, seguidos por el lento
desvanecimiento de la oscuridad hacia la luz. Mis pies cayeron al suelo y retrocedí
un par de pasos, tratando de recuperar el equilibrio. Me agarré al brazo de Vaughn,
no, no a Vaughn, a un desconocido y dejé escapar un pequeño grito.
El tipo se rio.
—¿Primera vez en una fiesta de convivencia2?
Parpadeé y mis ojos por fin se enfocaron. Estaba de vuelta en el salón de
baile principal rodeada de gente y de la luz de las velas.
—Eh, sí. ¿Es normal el teletransporte?
—¿Para la hermandad de brujas? Sí. Se supone que es la forma en que
todos se conocen. Pero parece que has estado en medio de algo. —Pasó su mirada
por encima de mí y sonrió.
Le envié una mirada plana mientras me enderezaba el vestido.
—Qué curioso.
—Soy Rave, por cierto —dijo, extendiendo la mano.
—Lo siento, Rave. Me voy. —Y sin mirar atrás, me desvié entre la multitud,
buscando a Janie. Ella había estado en el centro de la sala la última vez que la
había visto. Pero ahora no estaba. Chad estaba allí, mirando a su alrededor,
ignorando a la estudiante que intentaba desesperadamente llamar su atención.
—¡Chad!
Le llamé.
Se dio la vuelta, cruzamos miradas y se acercó a mí. La alumna se puso
delante de él y lo detuvo. Él levantó la vista, claramente frustrado por la distracción.
—Pero es una fiesta de convivencia, Chad. Se supone que debes mezclarte
con todas las hermanas. —La oí decir con la combinación justa de burla y censura—
. ¿Qué voy a poner en mi informe?

2
Mixer party en inglés. Fiesta casual donde los asistentes se reúnen para promover la sociabilidad y
actividades comunales.
—¿Informe? —Pregunté a nadie en particular.
Una chica a mi lado soltó una risita.
—En la próxima reunión de la casa se espera que todos demos un informe
de a quiénes hemos conocido. Esa es la presidenta social. Si no consigue nombres,
habrá un infierno que pagar.
Por Dios. ¿Las brujas se ofrecieron para esto? Estaba dispuesta a admitir
que las decoraciones mágicas eran geniales y que era agradable socializar con
gente de la que no tenías que esconderte, pero esto era llevar las cosas demasiado
lejos.
La mirada de Chad se encontró con la mía. Abrió los ojos y dio un pequeño
movimiento de cabeza, prácticamente rogando que fuera a salvarlo. Sin ver aún a
Janie, cuadré los hombros y me interpuse entre la alumna y Chad.
—Perdona, pero ¿me lo prestas un segundo? —le pregunté a la chica, que
no paraba de hablar de un trabajo trimestral que acababa de escribir.
—¿Qué? Quiero decir, yo y... ah... ¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Es Chad —dije—. Y realmente necesito hablar con él un momento. Lo
traeré enseguida. —Colocando mi mano sobre el antebrazo de Chad, lo arrastré
hacia la parte trasera de la casa donde había un poco más de silencio.
—¿Has visto a Janie?
—Eso es lo que iba a preguntarte. Ella no... Quiero decir, este tipo de cosas
la hacen sentir muy incómoda.
—Sí. Lo sé. —Mierda. ¿Dónde estaba ella?—. Bien, separémonos. Tenemos
que encontrarla.
Frunció el ceño, escudriñando la habitación
—Estoy seguro de que ella...
Había dejado de escuchar. Vaughn acababa de salir de la parte trasera de la
casa, con una chica alta de pelo negro pegada a él. Una bola de celos se formó en
mi pecho y tuve que evitar gruñir en su dirección.
Los celos eran una emoción con la que no estaba familiarizada. Era feo y
nublaba mis sentidos.
—Disculpa —le dije a Chad y me dirigí hacia Vaughn, que se dirigía en mi
dirección.
—¿Seguro que no quieres volver a la oficina? —La puta le pasó la punta de
un dedo por el brazo—. Era tan privado allí.
Vaughn le agarró la muñeca y le quitó físicamente el dedo del brazo.
—Lo siento. Estoy tomado3.
Mi monstruo de los celos se desvaneció al ver que sus ojos se abrieron de
par en par por la sorpresa. Probablemente nunca había sido rechazada tan
descaradamente.
—¿Qué demonios ha pasado? —Me preguntó Vaughn cuando me detuve a
su lado.
Levanté la pulsera.
—Magia de convivencia. Cada diez minutos debemos conocer a alguien
nuevo. A la fuerza, aparentemente.
Entrecerró los ojos y entonces agarró la pulsera y tiró de ella, rompiéndola
con un rápido movimiento. Los brillantes amuletos de los copos de nieve cayeron al
suelo. Inclinándose, me atrajo hacia él y susurró
—Mi corazón casi se detuvo por completo cuando desapareciste así...
desvaneciéndote ante mis ojos.
Como cazador de demonios íncubos, estaba acostumbrado a caminar entre
mundos. Cuando la gente desaparecía podía ser literalmente a otra dimensión.
—A mí tampoco me gusta —dije—. Y nada me gustaría más que irme ahora
mismo, pero tengo que encontrar a Janie. Fue atacada por unos demonios a
principios de esta semana y necesito asegurarme de que está a salvo.
—¿Demonios? Pero entonces por qué estábamos...
—Estaba con Chad. —Saludé a su casi-novio—. No tenía ni idea de que las
joyas se deletrearan para teletransportarse.
Asintió con la cabeza y miró alrededor de la habitación.
—No la veo.
—Yo tampoco. ¿Nos separamos?
—Claro. ¿Nos mensajeamos cuando la veamos?

3
Hace referencia a que tiene pareja, no a que este bebido/alcoholizado.
Asentí con la cabeza, le di un beso rápido y me fui para que Chad se enterara
del plan. Luego me dirigí hacia la gran escalera, que conducía al segundo piso. Un
gigantesco árbol de Navidad se alzaba en lo alto. Al acercarme, me di cuenta de
que todos los adornos, desde las palomas que revoloteaban hasta los renos que
corrían y las velas que parpadeaban, estaban animados con magia. Era un
impresionante despliegue de brujería. Y llamó mi atención. Me detuve a mitad de
camino, fascinada por el poder que irradiaba el árbol. Todos los pensamientos
volaron de mi cabeza mientras miraba al reno corriendo en su lugar. El hechizo era
una pieza mágica perfecta. Sin pensarlo, me acerqué a uno, necesitando tocarlo.
—¡Mati! —Vaughn llamó detrás de mí y me agarró la mano antes de que
pudiera coger el reno—. Es un hechizo de desviación. No lo toques.
—¿Qué? —Estaba desorientada, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
—La magia utilizada en el árbol. Está diseñada para evitar que alguien pase
por delante de él. Probablemente para mantener a la gente fuera de las
habitaciones.
—¿Eh? —Dije tratando de digerir lo que había dicho.
—Mati —dijo de nuevo—. Despierta.
La niebla se despejó y me sacudí mientras la magia intentaba apoderarse de
mí de nuevo. Vaughn puso su mano en mi cintura. Su toque me ancló y todo se
detuvo. El árbol era repentinamente mundano. Ninguno de los adornos se movía y
era como cualquier otro árbol excesivamente decorado.
—Vaya —dije—. ¿Estás bloqueando su magia?
Negó con la cabeza.
—No. Tú lo estás haciendo. Sólo te estoy prestando fuerza.
Maldita sea. Era más débil de lo que pensaba.
—Gracias. Vamos. Janie tiene que estar aquí en alguna parte. —Estaba claro
que no iba a ser capaz de buscar en el segundo piso sin él, teniendo en cuenta el
árbol repelente, pero si estaba haciendo su trabajo, no tardaría en echar un vistazo.
Miré por encima del hombro a la fiesta, escudriñando de nuevo antes de doblar la
esquina hacia el ala izquierda. Ni Chad ni Janie estaban en ninguna parte. Maldita
sea.
Hicimos una rápida comprobación de las habitaciones vacías y, justo cuando
entramos en el ala derecha, vislumbré el vestido de seda rojo que le había prestado
a Janie desapareciendo por una esquina.
—Vamos —le dije a Vaughn.
Corrimos y, en cuanto doblamos la esquina, me detuve bruscamente. Allí
mismo, frente a nosotros, estaba Janie apretada contra la pared, con las piernas
rodeando a Chase, el otro cazador de demonios incubo.
—¿Janie? —Dije tentativamente.
Chase tenía una mano bajo la falda y la otra apoyada en la pared. Una oleada
tras otra de su energía sexual se abalanzó sobre mí, haciéndome mover con
inquietud.
—¡Janie! —Volví a llamar, insistente esta vez. No me reconoció en absoluto.
—¿Debemos irnos? —Preguntó Vaughn en voz baja.
—No. Todo esto está mal. Ella tiene algo con Chad. No este... íncubo.
La ceja de Vaughn se levantó con curiosidad. Luego frunció el ceño.
—Mierda. Está bajo su hechizo.
—¿Chase? —Pregunté.
Al no responder, Vaughn dejó escapar un fuerte suspiro y agarró a Chase por
el bíceps, apartándolo de Janie.
—Amigo. Ya está bien.
Chase soltó a Janie sin miramientos y, sin previo aviso, giró y golpeó a
Vaughn en el estómago.
—Oomph —resopló Vaughn mientras se doblaba.
Chase se situó junto a él, esperando a que se recuperara, preparado para la
pelea que se avecinaba.
Dejé escapar un fuerte jadeo y me tapé la boca con la mano, horrorizada por
lo que veía.
Chase, el cazador de demonios, estaba de pie ante mí, sus ojos brillando en
rojo... una señal segura de que estaba poseído por un demonio.
—¡Janie! Muévete —grité mientras extendía ambas manos frente a mí, con
la magia crepitando en las yemas de los dedos. Era un poder incontrolado y crudo.
Probablemente sólo aturdiría a Chase y al demonio, pero si golpeaba a Janie,
estaría frita.
—¿Qué haces aquí? —Janie se puso de pie, con la cabeza alta—. Te estás
entrometiendo, Mati. Vete. Ahora. —Su tono era seguro y dominante, nada que ver
con la chica a la que había ayudado a prepararse para la fiesta.
Vaughn se enderezó justo a tiempo para que Chase le diera un golpe seco.
Observé con horror cómo su cabeza retrocedía y se estrellaba contra la pared de
yeso.
—¡Vaughn! —Grité mientras me lanzaba sobre Chase, haciéndonos caer a
los dos. Aterricé encima de él, con una mano agarrando su oreja mientras la otra
tenía agarrado uno de sus brazos. Mi magia eléctrica se encendió y salió disparada
hacia él. Sólo que en lugar de aullar de dolor como había previsto, soltó un gemido
bajo y se arqueó ante mi contacto, deleitándose con mi magia.
—Hmm —dijo, envolviendo sus brazos alrededor de mí y rodando hasta que
quedé inmovilizada debajo de él—. No eres la inocente que esperaba, pero maldita
sea si no eres deliciosa. Una bruja del sexo que se rasga con la necesidad. Podría...
—Zas. La empuñadura de la daga de Vaughn rebotó en la cabeza de Chase,
haciéndolo caer de lado, pero no me soltó.
Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa y luego por la rabia.
Sujetando mi brazo con una mano, se puso en pie de un salto y me hizo girar delante
de él, utilizándome como escudo.
—Vas a pagar por eso, Paxton —le dijo a Vaughn.
—Suéltala, Chase, y resolveremos esto de una vez por todas.
Había utilizado toda mi magia para intentar dejar inconsciente a Chase, y
ahora mis piernas se tambaleaban y apenas me sostenían. Necesitaba hacer algo,
lo que fuera, para contraatacar. El odio y la frustración surgieron desde lo más
profundo de mis entrañas. No era una bruja débil. No cuando se trataba de magia o
defensa personal. Este demonio podría volver directamente al infierno antes de
dejar que se apoderara de mí.
El demonio se rio ante las palabras de Vaughn.
—Ella viene conmigo. También el ángel. Las dos juntas. ─Tarareó como si
una de las dos lo estuviera complaciendo allí mismo─. Traviesa y buena para la
mañana de Navidad.
Oh, a la mierda. Mi poder puede haber sido MIA4, pero mi puño no. Nadie
podía hablar de mí de esa manera. Mientras el demonio giraba contra mí, simulando
su fantasía, eché la cabeza hacia atrás, oí el satisfactorio crujido de su nariz y me
acerqué a su entrepierna, cogiendo sus pelotas con la mano y apretando con todo
lo que tenía.
Janie gritó y me abordó, mientras Chase aullaba obscenidades y caía de
rodillas.
—¡Janie! —La agarré de las muñecas, intentando evitar que me arañara la
cara—. Has sido hechizada. Chase está poseído por un demonio.
Sus ojos desorbitados se entrecerraron mientras me estudiaba. Por un
momento, pensé que había llegado a ella.
Pero entonces Chase dijo.
—Janie, no creas nada de lo que dicen. Tú eres mía y yo soy tuyo.
Su magia de íncubo se filtró sobre nosotros, haciendo que mi piel se erizara
con una viscosa mancha demoníaca.
La mirada de Janie se fijó en la suya, y entonces me dio un rodillazo en el
estómago antes de luchar por zafarse de mis garras. Me tambaleé tras ella mientras
Vaughn tiraba de Chase por el cuello, y la pareja se puso en modo de batalla total.
Janie se detuvo a unos metros de ellos, claramente insegura de qué hacer a
continuación.
Vaughn y Chase se enfrentaban golpe a golpe, aunque tenía la sensación de
que Vaughn se estaba conteniendo un poco, sabiendo que Chase estaba poseído
y no era un demonio de verdad. Pero también sabía que haría lo necesario para
acabar con el demonio.
—¿Janie? —Lo intenté de nuevo, extendiendo mi mano hacia ella—. No
dejes que la magia te confunda.
Me miró, con las cejas fruncidas. Sacudió la cabeza y pareció estudiar a
Vaughn y Chase, con los ojos nublados por las preguntas.

4
MIA sigla en inglés para Missed In Action. Perdido en Acción.
—Busca en tu interior tu propia fuerza. Confía en tus instintos. ¿Realmente
estarías aquí arriba con Chase cuando Chad te está esperando abajo?
Miró entre mí y los cazadores de demonios que luchaban a unos metros de
distancia. Entonces, como si se hubiera levantado un velo, su expresión se
transformó en una de pura conmoción y horror. Una mano se levantó y cubrió su
boca abierta mientras sacudía la cabeza con incredulidad.
—No pasa nada. Te han hechizado. —Me acerqué un paso más a ella,
sabiendo que si Chase expulsaba más magia de íncubo, volvería a estar como
antes, bajo su hechizo demoníaco—. Toma mi mano. No pasa nada. Te lo prometo.
Era demasiado nueva en el mundo de los íncubos y los demonios, y como
aprendiz aún no sabía cómo desviar una magia tan poderosa, pero si estábamos
conectadas, podría mantenerla con los pies en la tierra. Nuestros dedos se tocaron
y su columna se enderezó mientras se erguía y miraba a Chase.
—Animal. —Su voz era baja y controlada—. ¿Cómo te atreves a maltratarme
de esa manera? ─Tiró del vestido rojo, intentando bajar el dobladillo para cubrirse
más.
Chase se detuvo un segundo y la miró con una mirada de pura lujuria,
evidentemente, completamente cautivado por su virginidad.
Vaughn aprovechó la oportunidad para darle una patada en el pecho,
haciéndole retroceder unos tres metros.
Rodeé a Janie con un brazo y la dirigí hacia la puerta.
—Voy a sacarla de aquí —le dije a Vaughn—. Vuelvo enseguida.
Ya se cernía sobre Chase, con las ataduras de cremallera en la mano, listo
para sujetar al demonio. Las ataduras eran mágicas, así que Chase tendría que
compartir su cuerpo con el demonio durante un tiempo más hasta que la Hermandad
–los cazadores de demonios– pudieran expulsar al demonio y enviarlo de vuelta al
Infierno.
Janie dejó escapar un pequeño jadeo, se llevó la mano al pecho y dijo.
—No, otra vez no.
Y entonces su cuerpo se desvaneció y desapareció en el aire.
—¡No! ¡Janie! —Maldita sea. Me había olvidado de los encantos y del hechizo
de convivencia.
Me giré, encontrando a Vaughn rodeando a Chase. El otro íncubo estaba
desmayado, con su tez oscura pastosa.
—¿Qué ha pasado? —Le pregunté a Vaughn.
—El demonio huyó al mismo tiempo que Janie desapareció. —Se agachó
junto a Chase y me miró con expresión de preocupación—. Ve tras ella. Tengo que
llevarlo a la Hermandad lo antes posible o podría no despertar.
El contenido de mi estómago se revolvió con ansiedad.
—¿No se despierta?
—Son los efectos de la posesión. Necesita el colectivo para recuperar sus
fuerzas. No hay tiempo para esperar a que se reúnan aquí. —Vaughn agarró la
parte superior del cuerpo de Chase y lo arrastró sobre su hombro.
—Lo llevaré a través de las sombras y volveré enseguida. Tienes que darte
prisa y encontrar a Janie. El demonio no se va a rendir tan fácilmente.
Ni siquiera esperé a ver cómo Vaughn se deslizaba en el mundo de las
sombras, el mundo entre el nuestro y el infierno, un lugar que permitía salir de un
punto y reaparecer en otro. Estaría de vuelta en la mansión de la Hermandad en
segundos. Y, con suerte, volvería a mí poco después. Pero no tenía tiempo para
esperarlo.
Janie era vulnerable.
Salí disparada de la habitación y me dirigí por el pasillo hacia el mágico árbol
de Navidad. Los adornos fueron animados de nuevo y el deseo de detenerme a
admirar el gigantesco abeto5 de Douglas era casi abrumador.
Lo único rescatable era el pánico que se arremolinaba en mi pecho por Janie.
Todavía no tenía las habilidades necesarias para protegerse de un demonio, y la
idea de que su alma estuviera en peligro me ponía físicamente enferma. Tenía que
llegar hasta ella.
Una vez que bajé las escaleras, la energía sexual de la enorme sala se
mezcló con una pequeña chispa de mi magia, fortaleciéndome lo suficiente para
seguir adelante.
Cuando esto termine, Vaughn y yo íbamos a tener una gran noche en el
dormitorio.
Al final de las escaleras me detuve un momento, examinando la multitud en
busca de mi vestido rojo.
Allí estaba. Con Chad junto a los refrescos. Dejé escapar un pequeño suspiro
de alivio y di un paso en su dirección.
—Disculpe, jovencita —dijo una mujer que llevaba un vestido de terciopelo
verde, guantes blancos y una gargantilla de diamantes en forma de copos de
nieve—. ¿Dónde está su amuleto de copo de nieve?
La impresionante cantidad de magia que irradiaba la mujer mayor casi me
hace caer de culo. Sin duda era la bruja detrás de toda la magia que adornaba la
casa.
—No recibí ninguno. —No hace falta decirle que lo rompí y lo dejé en medio
de la pista de baile.
Ella entrecerró los ojos y agarró mi muñeca. Callándome, negó con la cabeza.
—No intente jugar conmigo, señorita Ballintine. —Chasqueó los dedos y el
brazalete apareció en su mano—. Póngaselo de nuevo.
Sacudí la cabeza.

5
Abeto: Árbol de tronco alto y recto, corteza lisa y blanquecina, copa en forma de cono con ramas
horizontales, hojas perennes estrechas y fruto en forma de piña. El abeto es el clásico árbol de navidad.
—Estoy aquí por asuntos oficiales del Consejo de Ángeles, no para participar
en su club social.
—Sé por qué está aquí. —Hizo un gesto con la mano sobre el brazalete. Los
diamantes brillaron, luego la joya de plata voló de su mano y se envolvió alrededor
de mi muñeca, volviéndose a unir por arte de magia—. Es imperativo que parezca
seguir nuestras normas para la seguridad de todos. No puedo permitir que destaque
entre mis chicas.
—Pero...
Levantó una mano.
—He neutralizado el brazalete. Tu hermana y yo nos hemos reunido hoy y
hemos llegado a un acuerdo sobre tu futuro en esta universidad. Ve a verme
después de la fiesta para que podamos discutir los detalles.
Se marchó sin esperar mi respuesta.
—Genial —murmuré y me dirigí hacia Janie y Chad. ¿Ahora a qué me había
apuntado Chessa? Trabajar para mi hermana líder del Consejo de Ángeles se
estaba convirtiendo en un dolor en el culo de grado A.
—¿Janie? —Dije, de pie detrás de ella.
—Está bien —dijo Chad, sin mirarme. Su voz era más baja, rasposa, como
si estuviera resfriado.
Fruncí el ceño.
—¿Chad?
Levantó la vista, con los ojos oscuros e irritados.
—Janie ha tenido una noche difícil. La llevo a casa.
Lo que debería haber sido protector resultó agresivo y autoritario. Mi alarma
se disparó. En lugar de desafiarlo allí mismo, en medio de la fiesta, decidí optar por
un enfoque más sutil.
—Es muy amable de tu parte. Pero ella se queda en mi casa, así que no te
preocupes. Estará bien. —Puse una mano en su hombro—. Janie, ¿lista para irnos?
Me miró por encima del hombro, con los ojos muy abiertos por el miedo.
—Sí. —La palabra fue apenas audible y con su postura rígida, supe que
había algo más en su reacción que lo que había sucedido en el piso de arriba.
—He dicho que te llevaré —dijo Chad, con un tono imponente mientras la
agarraba del brazo y tiraba de ella hacia la puerta. Ella tropezó y casi se cae de
bruces, pero él la mantuvo erguida, prácticamente arrastrándola hacia la puerta.
—¡Whoa! —grité, corriendo tras ellos.
Chad asintió al estudiante a cargo de la puerta mientras desaparecían fuera.
Una estudiante de primer año riéndose y su cita se cruzaron en mi camino.
—¡Mierda! —Me desvié, pero aun así me las arreglé para golpear el brazo de
la chica, derramando el contenido de su vaso rojo por todo mi vestido plateado. El
fuerte hedor del ron impregnaba mis sentidos.
—¡Oye! —La chica se giró, frunciendo el ceño con disgusto—. Cuidado.
La fulminé con la mirada, pero seguí avanzando. No sabía qué pasaba con
Chad, pero de ninguna manera iba a dejar que Janie entrara en su auto.
Irrumpí por la puerta de entrada y al instante me estremecí por el aire frío.
—¡Janie! —llamé, ignorando el viento que me helaba hasta los huesos.
—¡Mati! —La oí llamar desde las sombras del gran roble a la derecha—. Por
aquí.
Corrí a toda velocidad. A menos de tres metros los vi.
Y el terror se apoderó de mí. Una franja de luz naranja pálido brillaba desde
un portal parcialmente abierto justo al lado del árbol. Chad estaba concentrado en
abrirlo, cantando un hechizo que no reconocí, mientras mantenía un férreo agarre
en la muñeca de Janie. Ella luchaba, tirando y pateando, tratando infructuosamente
de escapar de su agarre, pero él era demasiado fuerte.
Demonio fuerte.
¡Maldita sea! El demonio no se había ido. Estaba saltando dentro de
cualquiera que hablara con Janie para llegar a ella. La única manera de deshacerse
de él era llevarlo al mundo de las sombras y obligarlo a volver al infierno yo misma.
No era lo suficientemente fuerte. Lo sabía. No había recargado en semanas.
Pero si no lo intentaba, Janie sería llevada al Infierno, donde quedaría atrapada, y
como ángel caería, se convertiría en un demonio y nunca empezaría a vivir la vida
para la que estaba destinada. No podía dejar que eso sucediera.
—¡Chad! —grité mientras me lanzaba entre ellos, utilizando el peso de mi
cuerpo para romper su conexión.
Janie se desplomó sobre el abundante césped, pero inmediatamente empezó
a retroceder.
Chad, de alguna manera, se las arregló para mantenerse en pie, pero se
cernió sobre mí, con la cara contorsionada por la rabia.
—Perra irritante. Si no estuvieras corrompida, te llevaría a ti en su lugar.
¿Corrompida? ¿Qué diablos significaba eso?
—Parece que es mi día de suerte entonces. Lástima que no pueda decir lo
mismo de ti.
Dejó escapar una carcajada siniestra y extendió la mano, agarrándome por
el cuello. Janie lanzó un grito de alarma detrás de mí.
La magia se enroscó y chispeó en mis palmas, pero cuando rodeé su brazo
con las manos, dispuesta a desatar lo peor de mí, la magia se desvaneció y me dejó
vacía.
Chad ladeó la cabeza y luego se rió.
—¿Esto es lo que han enviado para acabar conmigo? Patético.
Eso sí que me enojó. Mi magia estaba ahí. Podía sentirla agitándose dentro
de mí, pero por alguna razón no salía a la superficie. ¿Estábamos en una zona
muerta? ¿Una emitida por el consejo de brujas para mantener a las brujas a raya?
Era posible. Estábamos en la propiedad de la universidad.
—Vete a la mierda. —Forcé las palabras a pesar de que su mano intentaba
aplastar mi garganta y luego pateé con todo lo que tenía. Mi pie aterrizó en medio
de su pecho, haciéndole retroceder y dirigirse directamente hacia el portal abierto.
Y llevándome a mí con él.
El calor abrasador que irradiaba el portal me decía que nos dirigíamos
directamente al infierno. El pánico se apoderó de mi cerebro, y por un momento no
hice nada. Solo aguanté mientras caíamos a través de la abertura en lo que parecía
cámara lenta.
Entonces mi reflejo de lucha entró en acción y me concentré. En mi mente,
imaginé el gran cuartel general anterior a la guerra de los cazadores de demonios.
El único lugar al que el demonio nunca elegiría ir. Pero mientras se aferrará a mí,
yo tenía el control de su destino. Puede que mi magia no esté al cien por ciento,
pero no hay nada malo con mis habilidades para caminar en la sombra.
En cuanto llegamos al portal, el calor se desvaneció y fue sustituido por una
niebla fría. Los dos nos estrellamos en las sombras en una zona desierta sin nada
distinguible en los alrededores. Sólo la monotonía de la nada. No tenía idea de
dónde estábamos.
Mi corazón empezó a martillear en mi pecho. Una vez había acabado en un
lugar desolado en el que había quedado atrapada, esperando que alguien,
cualquiera, me rescatara porque mi magia me había fallado.
—¿Dónde diablos estamos? —Chad gruñó y se puso de pie de un salto,
acercándose a mí.
Pero fui demasiado rápida. Me desplacé hacia la izquierda y lo rodeé.
—No en el infierno.
Giró, con los puños cerrados en evidente frustración. Bien. Mientras estuviera
concentrado en mí, no volvería a buscar a Janie. Mi magia empezó a burbujear
dentro de mí de la forma en que solía hacerlo cuando caminaba en la sombra, y casi
sonreí de alivio. Esto no se parecía en nada a cuando había estado antes en el
mundo del vacío. Sólo estaba en una parte desierta de las sombras.
Podía intentar irme por mi cuenta de regreso a la universidad, pero si el
demonio tenía alguna habilidad, simplemente me seguiría. No. Realmente no podía
irme hasta que consiguiera expulsar al demonio del cuerpo de Chad, enviarlo de
vuelta a donde pertenece, y luego tendría que arreglármelas para traer a Chad de
regreso a nuestro mundo.
¿Pero cómo podría separar al demonio del hombre? ¿Magia? No sin herir a
Chad. Pero eso era mejor que dejar que el demonio se quedara con su cuerpo.
Cerrando las manos en puños, busqué en mi interior la chispa mágica, y luego
pensé en Vaughn. Imaginé la última vez que habíamos estado juntos. Me permití
experimentar el recuerdo de su tacto, el hormigueo de magia que siempre se
formaba cuando nos conectábamos. Y luego la forma en que me sentía cuando me
amaba.
La magia surgía caliente y brillante desde las profundidades de mi interior y
se esforzaba por ser liberada.
—Oye, demonio —lo llamé.
Sus ojos brillaron rojos de odio.
—Sucia bruja.
—Puede que sea sucia, pero al menos no soy una imbécil apestosa y
desalmada que tiene que robar ángeles para conseguir una cita.
Resopló como si mi insulto fuera patético.
Tal vez lo era, pero me divertía y eso era todo lo que importaba.
—Sal del cuerpo de Chad. Ahora.
—¿O qué? —Levantó una ceja con indiferencia.
—O esto. —Extendí las manos y dejé volar un torrente de magia. Al contacto,
el cuerpo de Chad se convulsionó en el lugar, incapaz de moverse o incluso de caer
al suelo. Se mantenía erguido gracias a la corriente eléctrica de mi magia.
Después de un momento, corté el flujo de energía, sin querer dañar
demasiado a Chad. Esperaba que cayera al suelo, pero el demonio era demasiado
fuerte.
Miró a su alrededor con desesperación, luego se detuvo y se quedó allí, con
el ceño fruncido por la concentración. Entonces soltó un rugido.
—¿Dónde estamos?
Me encogí de hombros, observándolo atentamente.
—No estoy segura.
Se dio la vuelta y vino directo hacia mí. Su alta estructura de dos metros se
alzaba sobre mí mientras sus ojos rojos demoníacos me perforaban.
Era el momento. Ahora o nunca. O salvaba a Chad o.… no quería ni pensar
en la alternativa. Me preparé, sabiendo que si corría sería inútil. Este tipo era un
atleta, y aunque acababa de intentar freírlo, el demonio que lo poseía estaba
demasiado lleno de su propio tipo de magia.
No podía competir con eso. No físicamente. Respiré profundamente,
aproveché mi magia interior y canté:
—Seperatur. Seperatur. Seperatur.
Mis manos conectaron con los hombros de la estrella del fútbol justo cuando
me agarró del pelo y tiró de él. El dolor me recorrió la espalda mientras me retorcía,
tratando de liberar la presión. Pero él sólo tiró más fuerte mientras me daba un
rodillazo en el estómago. Con fuerza.
El aire salió de mis pulmones, dejándome sin aliento. Todo dolía. Mi cabeza,
mi cuello, mi espalda, mi torso. Pero se necesitaría más que eso para derribarme.
En lugar de concentrarme en el dolor, me concentré en el buen chico que había
conocido más temprano en la noche. El que había sido tan protector con Janie. El
que le había sonreído y tomado su mano entre las suyas. El chico dulce que ella se
merecía.
Chad.
Mi magia pulsaba bajo mi piel, calentándose con el propósito. Así funcionaba
la magia de las brujas. Uno alimenta la magia con un propósito. Para la mayoría de
las cosas, si una bruja es lo suficientemente fuerte, se concentra lo suficiente, ni
siquiera necesita un hechizo o una posesión. Aunque esas cosas ciertamente
hacían más fácil lograr el objetivo. Esta vez no. Iba a acabar con él por pura
voluntad.
—Seperatur —dije de nuevo, forzando todo el poder que pude en la palabra.
Apareció una luz roja que cubrió la piel de Chad y sus ojos se abrieron. Un
aullido salió de sus pulmones y se balanceó, golpeándome en el pómulo, pero
apenas lo sentí por la magia que me recorría.
Estaba completamente conectada a Chad a través del demonio, y sabía sin
duda que, si podía aguantar lo suficiente, podríamos obligar al monstruo a salir de
él. Todo lo que tenía que hacer era mantener una conexión física. Pero eso se hacía
cada vez más difícil con cada segundo.
El demonio que llevaba dentro se agitaba salvajemente, con sus miembros
sacudiéndose y arremetiendo. ¡Bam! Otro golpe. Este en mi hombro. Me tambaleé
hacia un lado y apenas me recuperé antes de que otro golpe me alcanzara en el
riñón. Me tambaleé hacia delante, el golpe casi me hizo caer de rodillas.
No sobreviviría a esto por mucho más tiempo. Mis fuerzas y mi magia estaban
disminuyendo. Tenía dos opciones: hacer un último esfuerzo para salvar a Chad o
marcharme.
Los ojos enamorados de Janie pasaron por mi mente, seguidos por el horrible
conocimiento de que, si el cuerpo de Chad era llevado al Infierno, nunca se salvaría.
Ya había decidido.
Consiguiendo el equilibrio, me apoyé en las puntas de los pies, esquivé un
golpe más y luego arremetí. Mi cuerpo chocó con toda la fuerza de Chad y ambos
caímos en un montón de extremidades. Me pegué a él y desaté toda mi magia,
imaginando a Chad libre del demonio y tumbado debajo de mí.
El demonio gritó de agonía y rodó, pero yo me aferré, con mis uñas clavadas
en la piel de Chad. La luz roja que lo cubría creció hasta rodearnos a los dos. Y
entonces, con un último grito miserable, Chad se desplomó sobre mí.
El mundo de las sombras quedó en completo silencio. Mi plan había
funcionado. Tenía que funcionar. La luz había desaparecido y la piel de Chad estaba
húmeda de sudor. Su cuerpo estaba en estado de shock, como era de esperar tras
una invasión demoníaca.
Pero, ¿dónde estaba el demonio? Puse ambas manos en el pecho de Chad
y lo empujé.
Y parado justo encima de mí, en toda su gloria de piel roja, estaba el demonio
de dientes negros, con fuego subiendo por sus brazos.
¡Mierda!

Las llamas crecieron y cuando el demonio levantó los brazos, el fuego se


disparó directamente hacia mí.

Rodé hacia la izquierda, apenas evitando ser chamuscado. Mi corazón


martilleaba contra mi pecho mientras volvía a ponerme de pie, totalmente esperando
otro ataque.

Excepto, que el demonio se volvió hacia Chad, sus brazos levantados


mientras me miraba por encima del hombro.

— Sácame de aquí o lo quemaré vivo.

—¿Qué? —pregunté, agarrando mi cuello con miedo. Chad, aún


inconsciente, estaba indefenso en ese momento—. ¿Qué quieres decir con “sacarte
de aquí”?

—Me atrapaste aquí, perra. Abre un portal o algo. No me quedaré aquí. Algo
en este lugar hace que sea muy difícil pensar.

Las llamas se apagaron y se agarró la cabeza, sacudiéndola como para


despejar las telarañas.

Corrí hacia Chad, preparada para que la sombra nos llevara fuera de allí,
pero tan pronto como me dejé caer a su lado, se abrió un portal y entraron media
docena de cazadores de demonios, Vaughn a la cabeza.

El fuego envolvió al demonio mientras rugía y corría de frente hacia Vaughn.

No pude evitar que el grito escapara de mis labios. Pero fue innecesario.
Vaughn fue demasiado rápido con su daga. Voló y aterrizó en el pecho del demonio.

Desafortunadamente, no hizo nada para frenar al demonio de fuego. Vaughn


lo esquivó y el siguiente cazador de demonios lanzó su daga. Uno tras otro, los
cazadores dejaron volar sus dagas, cada una de ellas aterrizando en el torso del
demonio.
Luego, justo cuando el último encontró su objetivo, los cazadores formaron
un círculo, se acercaron y gritaron: —¡Finem!

El fuego ardió con más fuerza y luego se apagó, dejando solo un montón de
dagas y cenizas.

—Whoa —dije en voz baja.

—¡Mati! —Vaughn corrió a mi lado y me tomó en sus brazos mientras el resto


de los cazadores desaparecían por donde vinieron—. ¿Cómo has llegado hasta
aquí?

Me incliné hacia él, descansando mi cabeza en su sólido pecho, exhausta.

—El demonio saltó hacia Chad, y yo estaba tratando de llevarlo a través de


las sombras a la Hermandad, pero nos quedamos atrapados aquí. Ni siquiera sé
dónde estamos.

—Estás en las sombras cerca de nuestro cuartel general. Solo la Hermandad


puede entrar y salir de las sombras. Es por eso que estabas bloqueada. Pero si
aparece un demonio, el área se cierra y suena la alarma.

Me aparté e hice una mueca. —¿Una alarma? Te tomó bastante tiempo.

—¿Qué? La alarma sonó justo antes de que invadiéramos. ¿Cuánto tiempo


estuvieron aquí?

Me encogí de hombros. —¿Cinco, diez minutos?

Frunció el ceño y sus ojos se nublaron con preocupación. —¿Estuvieron aquí


todo ese tiempo con un demonio?

Asentí.

— Estaba poseyendo a Chad, pero sí. Tuve que obligarlo a salir del cuerpo
de Chad antes de que pudiera acompañarnos de regreso, pero parece que no
hubiéramos podido irnos de todos modos. —Una oleada de miedo me recorrió el
cuerpo. ¿Y si nunca hubieran aparecido? Ahora sería ceniza en lugar del demonio.

Vaughn miró a Chad. —Ahora está despierto. —Tomó mi mano entre la suya
y tiró de mí hacia el lado de Chad.

—Hola— dije, colocando una mano temblorosa en su pecho—. ¿Estás bien?


Nos miró parpadeando. —¿Dónde estoy?

—Las sombras. ¿Recuerdas lo que pasó?

Sacudió la cabeza y se incorporó, haciendo una mueca. —¿Por qué siento


que me han hecho pasar por una picadora de carne?

Una punzada de culpa se estrelló contra mí. —Perdón. Estabas poseído por
un demonio, y tuve que luchar contigo antes de poder sacarlo de tu cuerpo.

—Mierda.

—Sí. —Estuve de acuerdo.

Vaughn le tendió la mano ayudándolo a ponerse de pie. Pero no lo soltó de


inmediato. Miró a Chad a los ojos y luego asintió una vez como si se confirmara algo
a sí mismo.

—¿Qué? —Le pregunté.

—Nada. Solo me aseguro de que esté lo suficientemente bien como para


caminar en la sombra.

Miré de reojo a Vaughn, pero no lo interrogué más. Todo lo que quería hacer
era salir de aquí y ver cómo estaba Janie.

—Estoy bien —dijo Chad, aunque se balanceaba sobre sus pies.

—Aquí. —Envolví un brazo alrededor de su cintura—. Solo apóyate en mí.

—Okey.

—¿Listo?

Cerró los ojos y tragó. —Sí.

Respiré hondo y luego me concentré en la WΔΜ casa. La niebla de sombras


se desvaneció y un segundo después la oscuridad de la noche nos rodeó.

Me tomó un momento para que mis ojos se adaptaran, y mientras estábamos


allí, Chad agarrándome, tratando de mantenerse erguido, perdió la batalla y
descendió lentamente al suelo.

—Vaya —se dijo a sí mismo.


—Estarás bien en unos minutos —dijo Vaughn. Se volvió hacia mí—. Si
quieres ir a buscar a Janie, esperaré con él.

—Gracias. —No lo dudé. No podría irme sin ella,no después de lo que acaba
de pasar. No se sabía si más demonios estaban detrás de su alma de ángel.

La fiesta todavía estaba en pleno apogeo con la mayoría de los participantes


en la pista de baile. Parece que habían encontrado a sus parejas de baile. Todo el
mundo excepto Janie, claro. La vi sentada en una silla cerca de la ponchera.

Me senté a su lado. —¿Lista para irnos?

—Sí. —Sonaba tan abatida, tan perdida, que me dolía el corazón.

Me acerqué y apreté sus dedos. —¿Qué ocurre?

Ella soltó un bufido de risa frustrada. —¿Qué no lo hace? Me besé con un


demonio, y el chico que me gusta ha desaparecido sin siquiera decir adiós.

Me puse de pie de un salto, sin querer dejarla tener una fiesta de lástima. —
Olvídate de pensar que te besaste con un demonio. Él estaba en posesión de un
íncubo y no pudiste detener lo que fuera que sucediera allí. Y en cuanto a Chad,
está afuera esperándote.

Sus ojos se iluminaron ante la mención de su amigo. —¿En serio?

—En serio. Vamos.

Se puso de pie de un salto y estábamos a mitad de camino en la habitación


cuando la bruja del vestido de terciopelo verde me interrumpió. —Recuerdo haberle
dicho que necesitábamos hablar.

Janie no se detuvo. Ella era un ángel en una misión. Ni siquiera me molesté


en pedirle que esperara. Vaughn estaba afuera. Ella estaría a salvo con él.

—Estaba ocupada luchando contra un demonio —dije.

Ella arqueó una ceja con curiosidad. —¿Puedo asumir que ha sido
eliminado?

Apreté los dientes. —Sí. Puede.

—Bien. Ahora, he hablado con su hermana. Esta no es la primera vez que


tenemos problemas con el inframundo. Y está empeorando. Desde que se abrió el
portal de los demonios hace unos meses, hemos tenido tres ataques al campus.
Todos ellos tenían como objetivo a nuestras brujas menos experimentadas. Y ahora
Janie. Su hermana y yo decidimos que es mejor para todos los involucrados si el
consejo de ángeles vigila de cerca no solo a Janie, sino a las brujas de la universidad
también.

—Okey. — Una bola de ansiedad se formó en mi estómago. Chessa tenía la


mala costumbre de obligarme a entrar en situaciones que no eran necesariamente
en mi mejor interés. Y esto prácticamente gritó ¡Corre! ¡Corre ahora mientras
puedas!

—Ella ha decidido que será sus ojos y sus oídos. Y la mejor manera de
hacerlo sin ponerla en peligro inmediato es que se una a WΔΜ. De lo contrario, sí
parece que está investigando, se convertirá en un objetivo instantáneo. Se le
entregará un horario en su residencia mañana por la tarde. La participación en
nuestros eventos es obligatoria.

—Espera, ¿qué? ¿Quiere que me una a la hermandad?

—Sí, Señorita Ballintine. Será admitida en la próxima reunión. —Se arrastró


hacia la multitud, dejándome boquiabierta tras ella.

¡Maldita sea, Chessa! ¿Unirme a una hermandad de mujeres? La iba a matar.


Encontré a Vaughn, Chad y Janie de pie junto al todoterreno negro de
Vaughn. Janie y Chad estaban abrazados, con las cabezas inclinadas, susurrando.
Vaughn, que estaba apoyado en la puerta del conductor, salió a mi encuentro
en cuanto me vio llegar.
―¿Qué pasa? ―preguntó.
―No quieres saberlo.
Sus cejas se alzaron. ―Creo que sí.
Suspiré. ―Acabo de apuntarme a la hermandad. ―Sus labios se movieron.
―No digas ni una palabra. No soy feliz.
―¿Idea de Chessa?
Asentí con la cabeza. Luego miré a Chad y a Janie. ―¿Cómo está?
La oscura mirada de Vaughn se nubló mientras fruncía el ceño.
―Estará bien después de unos días de descanso.
―No me estás diciendo algo sobre él. Me doy cuenta.
Se encogió de hombros. ―Tiene raíces mágicas.
―Sí, tendría que hacerlo para ser invitado a la fiesta de la hermandad. ¿Es
una bruja de algún tipo?
―No. ―Vaughn se inclinó y susurró―: Íncubo. Pero aún no ha sido llamado.
Por eso el demonio estaba enmascarado cuando compartía el cuerpo de Chad.
―Oh, maldición. ―Volví a mirar a Janie.
Ella era un ángel, y aunque ambos eran jóvenes y probablemente no
terminarían juntos para siempre, el hecho era que la vocación de Chad lo llevaría a
una bruja sexual en algún momento, lo que despertaría su íncubo interior. Me
entristeció por Janie cuando llegara ese día.
―Es algo que descubrirán cuando llegue el momento.
―Sí, supongo que sí. ―Me crucé de brazos y temblé por el aire de la
noche―. ¿Cómo está Chase? ¿Y cómo ha conseguido el demonio lo mejor de él?
Vaughn frunció el ceño. ―Estaba intoxicado, lo que le impedía tener uso de
los sentidos. Está bien, pero será disciplinado. Maximus no está contento.

Maximus era el líder de la Hermandad, y aunque parecía un hombre mayor y


dulce, no se andaba con tonterías. Y en este caso, no estaba molesto por eso. Por
sus acciones, Chase había puesto la vida de Janie en peligro.
―Vamos. Te llevaré a casa ―dijo Vaughn, abriendo la puerta del coche.
Sacudí la cabeza. ―Mi coche está aquí y tengo que dejar a Janie en su casa.
―¿Nos vemos en mi casa? ―preguntó esperanzado.
Puse una mano sobre su mejilla y me incliné hacia él, besándolo suavemente.
―Ni siquiera un demonio canalla podría mantenerme alejada.
Sus ojos brillaron. ―Bien. Estaré esperando.

Media hora más tarde, dejé a Janie en la pequeña casa que compartía con
otro par de estudiantes de brujería. La casa estaba protegida contra fuerzas
siniestras y contaba con seguridad privada. Era el único lugar en el que estaba
segura.
―Gracias, Mati ―dijo antes de salir de mi coche―. No puedo ni pensar en
lo que habría pasado si no hubieras estado allí.
―Pero yo estaba, y también Vaughn. Eso es lo que importa ―Le sonreí―.
Y de nada. Todos hemos tenido que confiar en otros para que nos ayuden de vez
en cuando.
―Pero no así ―Sus ojos se abrieron de par en par con un horror tardío―.
¿Demonios? Eso no es normal.
―No es lo normal, pero tampoco es mi primer rodeo ―Fruncí el ceño al
verla―. Pero es algo que vas a tener que aceptar. Quiero decir, como ángel va a
ser tu trabajo salvar almas de esos mismos seres.
―Sí. ―Su tono era cauteloso, pero no podía culparla. Luchar contra los
demonios como una carrera de toda la vida apestaba. Especialmente cuando no
tenía elección en el asunto.
―Intenta no preocuparte por ello ahora. Una vez que estés entrenado y
tengas las herramientas en su lugar, no será tan aterrador. ―Bien. Ni siquiera yo
me creía.
―Buenas noches, Mati. ―Empujó la puerta y salió.
―Buenas noches, Janie. Te has visto increíble esta noche.
Me dedicó una sonrisa de medio lado y se marchó por el camino.
Una vez que estuvo a salvo dentro, dirigí el coche en dirección al barrio de
Lakeview. En quince minutos estaba llamando a la puerta de Vaughn.
―Hola, preciosa ―dijo mientras abría la puerta y me empujaba hacia dentro.
―Hola tu. ―Le rodeé con mis brazos y me fundí en su sólida estructura.
Y sin moverme de su entrada, mi íncubo me estrechó entre sus brazos y
acarició sus dedos por mi pelo repetidamente mientras me llenaba de su fuerza.
―Lo siento mucho, Mati ―susurró.
Levanté la vista hacia él. ―¿Por qué?
―Porque te quedaste a solas con ese demonio y no volví contigo lo
suficientemente pronto ―Me acomodó un mechón de mi largo cabello oscuro detrás
de la oreja―. Pero al mismo tiempo estoy muy orgulloso de ti. Te enfrentaste al
demonio y lo expulsaste de Chad. ¿Tienes idea de la fuerza interior que requiere
eso? Me sorprendes.
Mi corazón se hinchó de amor y, en lugar de responder, me puse de puntillas
y le di un suave beso en la boca.
Sus manos se ajustaron y se posaron en mis caderas, y sus dedos se
clavaron en mis costados. Aquel movimiento encendió una pequeña chispa de
deseo en mi interior y abrí la boca, acogiendo su lengua mientras él profundizaba el
beso con una pizca de desesperada necesidad.
Respondí al instante, todo mi cuerpo cobró vida bajo su contacto.
―¿Vaughn?
Su mano subió por mi costado, enviando cosquilleos de magia por todas
partes. ―¿Sí?
―Llévame a la cama.
Me miró fijamente, con los ojos llenos de deseo. ―¿Estás segura? No
quieres...
―Estoy segura. ―Apreté mis labios contra los suyos una vez más,
reclamándolos como míos. Lo quería. Lo necesitaba. Y no sólo para fortalecer mi
magia, aunque eso era un buen efecto secundario. Se trataba de la necesidad de
sentirme cerca de él después de la batalla. Necesitaba sentirme viva. Necesitaba
que supiera lo mucho que lo amaba.
Sus labios, todavía pegados a los míos, se convirtieron en una pequeña
sonrisa.
―Me alegro de oírlo. ―Luego me cogió en brazos y me llevó por el pasillo
hasta su dormitorio. Cuando llegamos, ya tenía la camisa desabrochada. Así que
cuando me bajó a mis pies, no perdí tiempo en quitársela de los hombros y dejarla
caer al suelo, seguida de su camiseta negra.
Su pecho era glorioso. Todas crestas onduladas y músculos tonificados.
Podría haber pasado felizmente el resto de la noche sólo tocándolo. Bueno, excepto
por el dolor que se intensificaba a medida que pasaba los dedos sobre él.
Retrocedí bruscamente.
Vaughn se limitó a sonreír, sabiendo lo que venía a continuación.
Levanté una ceja y miré la bragueta de sus vaqueros. ―Quítatelos.
Sus ojos no se apartaron de los míos mientras hacía lo que le decían. Los
vaqueros cayeron al suelo y luego se quedó en bóxers esperando. ―Tu turno.
Esta era mi parte favorita. Pasé un dedo por las curvas de mi escote,
manteniendo mis ojos fijos en los suyos mientras sus pupilas se dilataban de lujuria.
Luego, a cámara lenta, bajé la cremallera de mi vestido de lentejuelas plateadas.
―Si quieres que te lo quite, tendrás que hacer el resto.
Vaughn me dio la vuelta suavemente y luego sus dedos sustituyeron a los
míos en la cremallera, continuando lo que yo había empezado. Su aliento era cálido
en mi piel mientras bajaba su boca y arrastraba besos sobre mi hombro, empujando
una correa hacia abajo y luego la otra.
El vestido cayó en un montón a mis pies, dejándome sólo con mi tanga y mis
tacones.
―Sin sujetador ―dijo.
Sacudí la cabeza. ―No es práctico con mi vestido de elección.
―Jodidamente caliente, Matisse. Muy caliente. ―Sus dedos se engancharon
en la correa de mi tanga, y un segundo después estaba completamente desnuda
frente a él, con el cuerpo en llamas por su suave contacto.
Señalé sus calzoncillos. ―Fuera.
Sonrió con esa sonrisa chulesca que le gusta llevar cuando estamos juntos y
tiró de mí hacia él, colocando mis manos en la cintura.
―Haz tú los honores.
―Con mucho gusto ―Besándolo, tiré lentamente de la tela de sus caderas,
un centímetro cada vez, mientras acariciaba mi pulgar sobre su eje aterciopelado,
hasta que dejó escapar un gemido estrangulado.
―Mati ―respiró. Sus calzoncillos cayeron silenciosamente al suelo.
―Te sientes mejor que nunca ―dije rodeando su base con mi mano.
Apretó la palma de mi mano e inclinó la cabeza para rozar con sus dientes
mi pulso, exactamente como me gustaba.

―Oh, Dios ―dije, echando la cabeza hacia atrás.


Sentí el estruendo de la risa en el fondo de su pecho, pero no comenté nada.
Mi deseo siempre le divertía. Pero cuando acaricié mi mano hacia arriba y luego
hacia abajo y de nuevo hacia arriba, todo el humor desapareció, sustituido por una
respiración entrecortada.
Parecía congelado en su sitio mientras lo tocaba. Entonces, de repente, su
mano rodeó mi muñeca y me apartó suavemente de él.
―Me toca a mí ―dijo roncamente.
Sonreí, muy feliz de entregarme a él. Señaló la cama.
―Acuéstate ―Hice lo que me dijo.
―Abre las piernas.
Sus palabras dispararon otra chispa de deseo fundido a mi centro.
―Tócate ―Sus ojos estaban negros de calor y necesidad. Era casi más de
lo que podía soportar.
Pero una vez más hice lo que me dijeron y pasé un dedo por mi resbaladizo
calor.
―Oh, Mati. Maldita sea, chica. Eres tan jodidamente sexy ―Deslicé un dedo
dentro de mí y gemí.
―Mío ―La palabra salió casi como un gruñido mientras Vaughn se cernía
sobre mí. Sus dientes rozaron mi pezón derecho, haciendo que me sacudiera y me
arquease bajo él. Luego pasó a mi pecho izquierdo y pasó su lengua por la sensible
punta, haciéndome perder todo el control.
Mis dos manos se posaron en sus caderas y lo empujé hacia abajo,
abriéndome completamente a él.
―Te necesito ahora, Vaughn. Te necesito dentro de mí.
Entonces estaba allí, su dureza presionando dentro de mí, llenándome,
torturándome con sus lentos movimientos.
Dejé escapar un gruñido frustrado y tiré de él para que se acercara. ―Más
profundo ―le ordené―. Ahora.
Sus caderas empujaron y se ancló dentro de mí. Nos quedamos mirando un
momento, y luego los dos empezamos a movernos, con la magia que nos rodeaba.
Cada nervio estaba vivo de pasión y anhelo, cada caricia acumulaba
potencia, y la deliciosa fricción casi me hace perder la cabeza.
La luz bailaba sobre mi piel y se extendía hacia él, un capullo de magia que
nos rodeaba. Pero desde que me enamoré de Vaughn, el aumento de poder de
nuestra magia ya no me importaba como antes. Lo único que me importaba era el
hombre que estaba encima de mí, el que me hacía sentir viva, poderosa y muy sexy.
Aceleró su ritmo, y yo le correspondí empujando con mis caderas. Nuestra
respiración se aceleró y todo, excepto la ola de pasión que nos consumía, dejó de
existir.
―Vaughn. ―Casi gimoteé mientras la ola crecía más y más hasta que
finalmente mis músculos se apretaron alrededor de él y nuestra magia compartida
chocó, mezclándose. Cuando solté un último grito de placer, el poder se disparó
dentro de mí, fortificando ese lugar profundo que me mantenía fuerte y entera. El
lugar reservado sólo para él.
Aguantó, aguantando mi ola conmigo, y justo cuando estaba bajando, empujó
una última vez y dejó escapar un gemido propio. Una pequeña corriente de magia
fluyó de mí a él, como siempre. Si iba a acostarme con un íncubo, tenía que esperar
que compartiera parte de mi poder.
Vaughn se dio la vuelta, llevándome con él para que yo estuviera tumbada
sobre su pecho. Me besó la parte superior de la cabeza y dijo: ―Te he echado de
menos.
Besé su pecho húmedo. ―Yo también te he echado de menos.
Después de unos momentos, Vaughn pasó sus dedos por mi brazo desnudo.
―Entonces, sobre esta hermandad.
Dejé escapar un pequeño gemido. ―¿Sí?
Se rió. ―No puedo esperar a verte en sus tés de los jueves.
Levantando el codo, le miré con desprecio. ―¿Té del jueves?
Asintiendo, guiñó un ojo. ―Es una tradición. Vestidos, sombreros y guantes.
Vas a parecer...
―¡Ridícula!
―No ―Me tiró de nuevo hacia abajo y rodó hasta que me miró fijamente―.
Adorable. Y la cobertura perfecta para el detalle de seguridad.
Suspire. ―Esa va a ser realmente mi vida a partir de ahora, ¿no?
Asintió con la cabeza. ―Pero valdrá la pena para mantener a salvo al
próximo ángel.
―Puede que tengas razón.
―Sabes que sí. Y también te conozco a ti. Incluso si Chessa no hubiera
ordenado esto, habrías sido el primero en hacer algo al respecto. Admítelo.
―Sí, vale, claro. Cuando se trata de demonios, tengo un poco de rencor.
Pero eso no significa que me habría unido a una hermandad mágica. Sabes que me
gusta trabajar sola.
Me pasó un dedo por el puente de la nariz. ―Mira el lado bueno. Piensa en
todos los amigos que harás.
―O mejor aún, puedo pensar en todos los demonios que puedo devolver al
infierno o convertir en cenizas.
Se rió. ―Lo que sea que funcione para ti, nena. Estaré aquí cuando me
necesites. En más de un sentido.
Vaughn se inclinó para besarme y, una vez más, me perdí en su contacto.
Los demonios y las hermandades podían esperar. Janie estaba a salvo por
ahora y yo tenía un íncubo que domar.
Se echó hacia atrás y se dio la vuelta, buscando algo en su mesita de noche.
―Tengo algo para ti.
Subí la sábana para cubrir mis pechos y me puse de lado.―¿Qué?
―Sólo un pequeño regalo de Navidad ―Extendió una caja de terciopelo de
color burdeos.
―Pero la Navidad no es hasta dentro de una semana ―protesté―. Quieres
que sea una sorpresa, ¿no?
Se rió y se sentó de cara a mí. Sus labios se curvaron en esa pequeña y sexy
media sonrisa. ―Ya es demasiado tarde.
Oh, maldición. Estaba condenada. Estaba enamorada de este íncubo. ―Ven
aquí ―le dije, señalando con un dedo para indicarle que se acercara.
Se inclinó, rozando sus labios sobre mi mejilla. ―¿Sí?
―No te merezco.
Guiñó un ojo. ―Sí, ya lo sabía.
Dejo escapar una carcajada.
―Bueno, tal vez pueda intentar sobornarte. Mira el tercer cajón. ―Era el que
me había dado para los pijamas.
Sus ojos brillaron con diversión mientras se agachaba y sacaba la caja que
había envuelto con tanto cuidado. Era larga y delgada.
―¿Una corbata? ―preguntó.
Resoplé. ―Bien ―Levantando la caja de terciopelo, la señalé con la
cabeza―. ¿Abrimos las dos a la cuenta de tres?
―Lo tienes.
Me senté con las piernas cruzadas y conté. A la de tres, los dos nos pusimos
a reír con nuestros paquetes. Nuestras risas cesaron abruptamente, y yo aspiré un
suspiro, sorprendida por la guardia. En mi caja de terciopelo había un collar de plata
adornado con una daga en miniatura que era una réplica exacta de la daga de
cazador de demonios de Vaughn. Pasé un suave dedo por encima, encantada por
la chispa de magia que irradiaba la hoja en miniatura. Era la firma de Vaughn y tan
personal.
―Es un colgante que me llama si me necesitas ―dijo suavemente―. Estoy
conectado con la magia que contiene. Sólo tienes que rodearlo con una mano y
pensar en mí y te escucharé.
Las lágrimas de felicidad llenaron mis ojos. Esto no era algo que se entregaba
fácilmente. Esto era íntimo e invasivo para él.
Y completamente desinteresado.
―Me encanta ―dije.
Pasó un pulgar por mi pómulo. ―Y te quiero.
Mi cuerpo se calentó de placer y no pude evitar la estúpida sonrisa que
reclamó mi rostro.
―Yo también te quiero. Ahora abre tu regalo.
Volviendo a sonreír, levantó la tapa de la caja y dejó escapar un pequeño
suspiro. ―¿De dónde has sacado esto? ―Dentro había una daga hecha a mano,
infundida con mi magia para ayudar a mantener su propia magia estable cuando no
pudiéramos estar físicamente juntos.
―Me lo hice a medida. Luego lo deletreé.
La levantó, admirando el intrincado tallado de la empuñadura.
―Es increíble. Gracias.
Le quité suavemente la daga, la coloqué en la mesita de noche y luego lo
empujé de nuevo a la cama.
―Feliz Navidad, Vaughn.
―Feliz Navidad, mi bruja sexy ―Me tiró de nuevo a la cama y se puso a
trabajar para que la noche fuera realmente feliz.
Dios, era una bruja con suerte. Y aunque parecía que mis días iban a dar un
giro hacia lo molesto, no me importaba. Tenía a Vaughn a mi lado y eso era todo lo
que necesitaba. Todo lo que siempre había necesitado.
No sabía qué nuevos retos vendrían, pero por esta noche, lo único que existía
éramos Vaughn y yo y la magia que se rasgaba entre nosotros.
STAFF DE GOR

Traducción Corrección
°ELKE
°KERLILU

Revisión final Diseño


°KERAH
°MATLYN

Disfruten de su lectura.

Recuerda que esta una traducción de fans para fans, hecha sin
fines de lucro.
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Ningún miembro del staff de Goddesses of Reading recibe una
retribución monetaria por su apoyo en esta traducción.
Pearson Security #1
CONTENIDO

Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
SINOPSIS

Después de que Gretchen Myers rescata a la bebé de su


hermanastra asesinada casi muere en un accidente de coche no tan
accidental. Cuando se despierta en un hospital de Las Vegas, está
sola... hasta que aparece Rafe Pearson. No solo tiene a la bebé,
sino que se las arregla para rescatarla de otro atentado contra su
vida.

Rafe tiene el tamaño aproximado de un jugador de americano


con el aspecto de un modelo de GQ. Sin embargo, Gretchen nunca
ha visto a un hombre tan solitario. Y él nunca ha conocido a una
mujer tan testaruda. Pero mientras ella y la bebé estén en peligro,
no hay forma de que el ex policía las pierda de vista.

Como cambiante de oso que vive en una cabaña en lo más


profundo de los bosques del monte Charleston, tiene el lugar
perfecto para proteger a sus nuevas cargas. Entonces los
persistentes cazadores rastrean a sus vulnerables presas y Rafe
descubre demasiado tarde que esos asesinos son inhumanos...
UNO
Rafe Pearson se apoyó contra el marco de la puerta y miró la
nieve que caía. Unas nubes ominosas se agitaban en el cielo
nocturno, robando la luz de la luna y las estrellas. El clima de
diciembre se aventuró en la cabaña sólo para ser repelido por el
fuego crepitante del hogar y el suave confort de la luz de las velas.
Sintió el frío del invierno a través de su gruesa camisa manga larga,
pero no podía culpar de sus escalofríos solo al frío.

Él tenía miedo.

¿Dónde estaba ella?


El viento respondió a su silenciosa pregunta con un remolino de
hojas muertas y el traqueteo de las ramas desnudas de los árboles.
Por lo general, estaba muy satisfecho con esta vista: el bosque
alrededor de su casa, la naturaleza pura a pocos pasos. Calmaba
su necesidad humana de consuelo y su necesidad animal de
conexión primitiva. Estos diez acres eran su pequeña parte del
monte Charleston. Su casa era la única en varios kilómetros a la
redonda, y le gustaba que fuera así. La carretera que conducía a la
estación de esquí cercana estaba a treinta minutos a pie, si sólo
utilizaba las dos piernas.

Rafe se llevó las manos a la boca y gritó—: ¡Loba!

La anciana significaba el mundo para él, su única compañía en


estos días solitarios, días que de alguna manera se habían
convertido en años. Casi tres años, si alguien llevaba la cuenta. Él
intentaba no hacerlo, pero sus hermanos y hermanas sí. Por
consenso familiar parecía ser que ya era hora de que siguiera
adelante.

¿Sí? ¿Cómo diablos se suponía que iba a hacer eso?

Desafortunadamente, el clan Pearson tenía una determinación


obstinada envuelta en un amor feroz. Tuvo que admitir que las
visitas de sus hermanos y los guisos de su madre estaban
comenzando a tener el efecto deseado. Pero no estaba preparado.
Su esposa Samantha y su hijo no nacido habían muerto y, con ellos,
una parte de su propia alma. Él decidiría cuándo dejar de llorar, no
ellos.

La cabaña de madera protestaba por la tormenta de nieve que


se avecinaba, con sus crujidos y gemidos tan familiares como una
canción favorita. Rafe cruzó el porche y se asomó a la barandilla
para estudiar la línea de árboles. Comprendía la ironía de que un
cambiante de oso se hiciera amigo de un animal del bosque. Una
ironía que se multiplicaba por cien cuando se contaban todos los
cambia-lobos que vivían en los alrededores. Diablos, la sede de la
Manada de Sombras estaba a tres horas al noreste de Las Vegas.
Y la Manada de Sangre estaba más cerca que eso. Manada de
Sangre. Frunció el ceño. Ahora había un montón de imbéciles
sarnosos en ella.

La una de la madrugada marcó el reloj del abuelo en su


habitación. La una de la madrugada y todavía no ha llegado a casa.
Rafe no tenía ninguna posibilidad de encontrar a Loba en la
oscuridad y mucho menos con la tormenta, pero las pocas
probabilidades no le impidieron ponerse el abrigo y las botas de
nieve. Nunca se había rendido con él y se lo debía. Salió al porche
y cerró la puerta tras de sí.

Su aullido le impidió dar otro paso. El alivio se apoderó de él y


disipó la tensión que abrumaba sus hombros. Esperó, mirando el
borde del bosque. Como era un cambiante de oso, sus otros
sentidos eran mejores que los de un humano, incluida su visión. Vio
cómo los árboles se balanceaban y sus escasas ramas se alzaban
como si quisieran tocar las nubes grises que se iban haciendo más
densas. Allí. Su pelaje gris era casi invisible contra la nieve, pero la
gran bolsa violeta apretada entre sus dientes se destacaba como
un faro.

¿Qué había encontrado?

Loba se acercó al porche y bajó la bolsa a sus pies. Se arrodilló


y la abrazó, pasando las manos por su grueso pelaje. Ella permitió
su muestra de afecto por un momento, luego se zafó de su abrazo
y olfateó la bolsa, mirándolo expectante.

—Bien, chica. ¿Qué me has traído?


Rafe se fijó en los agujeros cortados en la parte superior. ¿Qué
había aquí que había llamado la atención de Loba? El
presentimiento le apretó el estómago mientras abría la bolsa.

El shock lo electrizó.

Un bebé. Estudió las mantas con volantes y el sombrero rosa


de ganchillo. Una niña, pensó, probablemente de tres o cuatro
meses.
—Santa mierda.

Sorprendida por su ferviente exclamación, la niña curvó sus


labios de capullo de rosa y gimió, agitando sus pequeños puños
cubiertos de manoplas hacia él.

Rafe miró a Loba. Ella le ofreció una mirada solemne y sin


pestañear.

—¿Dónde demonios encontraste una bebé?


DOS
Gretchen Myers despertó con un pitido interminable y rítmico.
Estaba atada a una cama, lo único que reconoció en la empalagosa
oscuridad. La cabeza le palpitaba y el pecho le dolía. La había
encontrado. El marido demente de su hermanastra había
encontrado a Gretchen y la había encarcelado. La mataría.

Al igual que mató a Vivian.

Gretchen reprimió un gemido de angustia.

Una franja blanca atravesó la oscuridad total de la habitación.


El miedo se despertó en su interior, pero era sordo y espeso, como
la miel fría. Con los ojos pesados, Gretchen observó una figura
femenina robusta que caminaba rápidamente hacia la cama y se
acercaba a su cabeza. Una luz se encendió. Gretchen parpadeó
ante su dureza, intentando enfocar a la mujer que se cernía sobre
ella.

Gretchen se fijó en el rostro amable, el pelo corto y gris


plateado y el uniforme azul. Entrecerró los ojos ante el rectángulo
de plástico fijado en la parte superior de la mujer. Sally Shake, R.N.
Movió los brazos y se dio cuenta de que lo que creía que era una
correa era en realidad una vía intravenosa insertada en su muñeca
derecha.

—¿Dónde estoy? —Su voz sonaba como el chirrido metálico de


una bisagra oxidada. Intentó humedecer su boca, pero era como
tragar algodón. Tosió y el dolor palpitó en sus costillas. Ouch.

—¡Hola! Soy Sally. Estás en el Hospital Summerlin. Te trajeron


anoche —Sally pareció intuir la terrible sed de Gretchen. Sirvió agua
de una jarra de plástico rosa en un vaso—. Aquí tienes, cariño. Sólo
un poco. Lo suficiente para que se te moje la boca.

Gretchen levantó la cabeza y tomó pequeños sorbos,


resistiendo el impulso de tragar. El agua fría era puro nirvana y, en
ese momento, mejor que cualquier líquido que hubiera probado.
Después de unos momentos, se volvió a hundir en la almohada.
—Gracias.

—De nada.

—Me siento tan cansada.

—Son las medicinas —La mujer con aspecto de abuela dio unas
palmaditas en el brazo de Gretchen—. Estás golpeada, pero te
pondrás bien. ¿Recuerdas algo del accidente de auto?

La memoria parpadeó. La oscura y sinuosa carretera. Dos puntos


de luz que aparecían en el espejo retrovisor. El miedo anudando su
garganta. Sus manos temblando. El crujido del metal. El chirrido de
los neumáticos. Gritos de terror. Los de ella. De Kaylie.

Ay Dios mío.
—¿La bebé está bien?

Sally dejó de mirar los monitores.

—¿Bebé?

—Si. Mi.… eh, hija. Kaylie. Tiene casi cuatro meses —A Gretchen se
le aceleró el corazón. ¿Kaylie se había lastimado cuando el sedán se
estrelló contra los árboles? No. Tenía que creer que la bebé estaba
bien. Gretchen no podía defraudar a Vivian, no cuando el acto final
de su hermanastra en esta tierra había sido proteger a esa dulce
niña.

—Iré a ver cómo está tu hija. El médico estará aquí en cualquier


momento —La sonrisa de Sally le ofreció tranquilidad, pero Gretchen
sabía que era mejor no confiar en nadie. Especialmente la gente que
se esconde tras la máscara de ser profesionales amables. Su borrosa
memoria parecía entrar y salir de foco: nítida un segundo, borrosa al
siguiente. No podía pensar con claridad. Por favor, por favor, que
Kaylie esté bien.
En las últimas veinticuatro horas, todo el mundo de Gretchen
había dado un giro con un encuentro con una mujer a la que no había
visto ni oído desde que eran adolescentes. Que sólo por casualidad
habían vuelto a conectar. O eso creía Gretchen. Ahora se daba
cuenta de que encontrarse con Vivian en el Caesar's no había sido
una coincidencia.
El padre de Vivian y la madre de Gretchen habían sido crupieres
en el Drift Resort. Fue un noviazgo relámpago y un matrimonio
impulsivo. La relación duró menos de cinco años. Cuando Gretchen
tenía quince años y Vivian diecisiete, sus respectivos padres se
divorciaron.

Su madre la llevó a Michigan para que pudieran vivir más cerca


de sus abuelos, y Vivian y su padre se quedaron en Las Vegas.
Gretchen no había vuelto a Nevada desde... hasta ayer.

¿Cómo sabía su hermanastra que estaba en Las Vegas? Había


ganado inesperadamente una escapada de vacaciones hace un mes,
una que solo fue válida para el primer fin de semana de diciembre.
Gretchen se dirigía a una cita en el spa cuando vio a Vivian
caminando por el pasillo. Su breve interacción consistió en un abrazo
y un "¿Cómo has estado?" conversación que duró quizás dos minutos.
Vivian se fue con una sonrisa y un saludo. Más tarde, después de que
Gretchen fue a su habitación de hotel, descubrió una nota en el
bolsillo de su chaqueta.

Encuéntrame en la dirección de abajo a medianoche. Aparca al


final del camino de entrada y ve a la puerta lateral. Mantente lo más
callada posible. Te lo explicaré todo cuando llegues. Lamento ser una
carga para ti, Gretchen, pero eres la única en la que puedo confiar.
Por favor, ayúdame a salvar a mi hija.
Una persona normal habría llamado a la policía y habría dejado
el asunto en sus manos. Pero Gretchen sabía que Vivian no era una
persona normal: conocía el secreto de su hermanastra. Vivian era una
mujer lobo. Había revelado su otro yo para salvar a Gretchen. Así
que, si Vivian estaba en problemas, Gretchen estaba más que
dispuesta a pagar la deuda.

Siguiendo las instrucciones de su hermanastra, Gretchen siguió


las indicaciones del GPS de su coche de alquiler hasta la dirección,
que resultó ser una mansión increíblemente lujosa escondida en la
ladera del monte Charleston. En el momento en que Gretchen llegó
a la puerta lateral, Vivian la abrió y le entregó la bolsa morada que
contenía su tesoro más preciado.

Kaylie.
No me preocupo por mí, pero mi hija se merece algo mejor. Tienes
que llevártela. Por favor.
Nos iremos todas juntas, Vivian.
No hay escapatoria para mí.
No digas eso. Vamos. Vámonos.
No entiendes. Mi marido es Rand Blackthorne.
¡Blackthorne! ¿Está relacionado con...?
Es complicado, Gretch. No quiero que su apellido sea el de él. No
quiero que su legado le pertenezca a ella. Cuando él... esté distraído,
agarra a mi bebé y corre.
¿Distraído? ¿Qué está pasando?
Lleva a Kaylie a Bleed City, Nevada. Pregunta por la tía Lila. Ella
sabrá qué hacer.
Gretchen había protestado, pero Vivian palideció y susurró:
"Viene Rand". Empujó la puerta entre ellas y Gretchen oyó el clic de
la cerradura. La bonita ventana cuadrada brillaba a la luz de la luna.
Su encantadora cortina de encaje se abría en el centro, ofreciendo
una vista astillada hacia el recibidor.

Se quedó paralizada en el diminuto porche de cemento, con la


mano levantada para llamar, desesperada por que Vivian cambiara
de opinión. Entonces, un hombre corpulento, que tenía que ser Rand
Blackthorne, irrumpió en el interior gritando y apuntando con un arma,
tan enfurecido que no vio a ningún testigo. Gretchen nunca olvidaría
su rostro. Nunca olvidaría al monstruo salvaje que apareció tan rápido
cuando levantó el arma y le disparó a su esposa a quemarropa en
la cabeza.

Gretchen se tragó un grito irregular y hueco.

Con lágrimas rodando por su rostro, apretó al bebé contra su


pecho oprimido… y corrió.

—¿Señorita?
Sorprendida, Gretchen parpadeó para borrar los recuerdos y miró
al hombre que estaba en la puerta, con un gráfico en la mano. Era
alto, delgado y vestía una bata de laboratorio blanca. Tenía el pelo
castaño corto y un rostro anodino.

—¿Quién es usted?

—Soy el Dr. McClure —Cruzó a la habitación, con su expresión


cortés y profesional. Sin embargo, sus ojos marrones eran confiados
y amables. Gretchen se relajó—. ¿Es usted la Sra. Myers?

—¿Cómo lo supo?

—Por su licencia de conducir. Su bolso estaba entre los artículos


que EMS recogió cuando la sacaron de la escena del accidente.

—Oh. Por supuesto.

—¿Recuerda algo?

—Pedazos y piezas. ¿Como llegué aquí?

—Los chicos de la fraternidad que iban a la estación de esquí la


encontraron justo después del accidente. Logró salir del coche, pero
luego se desmayó. Tuvo mucha suerte. No sufrió ningún efecto
negativo por estar tirada en la nieve: ni hipotermia ni congelación.

—¿Y qué paso con la bebé? ¿Ella se encuentra bien?

El doctor frunció el ceño.

—Hablaré con pediatría cuando terminemos, ¿de acuerdo? Ahora,


veamos cómo le está yendo.

Apenas había comenzado su examen cuando Sally regresó, la


ansiedad y la preocupación eran evidentes en su expresión.

—Cariño, hablé con la enfermera que estaba de turno cuando


entraste. Estabas sola. No encontraron una bebé.

—Llame a la policía —dijo el Dr. McClure—. Necesitaremos


búsqueda y rescate allí de inmediato.

Sally se apresuró a hacer lo que le había indicado el médico. El


Dr. McClure le dio unas palmaditas en la mano.
—No se preocupe, Sra. Myers. Haremos todo lo posible para
encontrar a su hija.

Gretchen sintió que la sangre se le escapaba de la cara.


Imágenes y sonidos llenaron su mente. Había colocado a Kaylie en el
asiento infantil integrado y con arnés en la parte trasera de su sedán.
Cuando alquiló el coche, el agente había mencionado esa
característica, entre muchas otras, al venderle la mejora. Se alegró de
haber optado por el lujo en lugar de la practicidad.

Lo siguiente que recordó Gretchen fue una camioneta grande y


fea que rugió detrás de su auto y se estrelló contra el parachoques.

Girando.
Deslizando.
Golpeando.
Aturdida, había bajado la bolsa de aire y desabrochado el
cinturón de seguridad. La puerta se abrió y ella se cayó. La nieve
amargamente fría se filtró en su ropa mientras luchaba por ponerse
de pie. Desde el asiento trasero, Kaylie comenzó a llorar. La bebé
había sobrevivido al accidente.

El alivio de Gretchen duró poco. El camión que la había hecho


salirse de la carretera se detuvo detrás de su vehículo.

Los gritos de Kaylie se convirtieron en pequeños y furiosos


aullidos.

Luego escuchó otro aullido, este más profundo, más largo, una
respuesta a la angustia de la bebé.

Cayó hacia delante, con la tierra girando bajo ella. Ese debió de
ser el momento en que perdió el conocimiento. Lo último que
recordaba era aquel espeluznante aullido y todo lo demás estaba
en blanco.

Volviendo al presente, Gretchen miró al Dr. McClure mientras el


pánico se apoderaba de ella. Seguramente, los paramédicos no
habrían pasado por alto a Kaylie si pensaron en sacar su bolso del
coche. ¿Había llegado Rand hasta la bebé? Si sus rescatistas la
habían encontrado justo después del accidente, tal vez Rand no
había tenido tiempo de secuestrar a su hija. Gretchen no sabía qué
era peor: la hija de Vivian cayendo en manos de su asesino o tendida
en algún lugar del bosque, enterrada en la nieve.

Respira, Gretchen. Piensa. Kaylie tenía más posibilidades de


sobrevivir porque no era humana. Los cambiantes de lobo eran más
fuertes en mente y en cuerpo. Pero todavía era muy joven. ¿Cuánto
tiempo podría sobrevivir?

—Tienen que encontrar a Kaylie —Gretchen se aferró al médico—


. Por favor —lloró—. ¡Por favor! Tienen que encontrarla.

—Cálmese. No quiero que se rompas los puntos o agrave su


conmoción cerebral.

—Tiene que encontrar a esa niña. Lo prometí. Lo prometí.

—Sshh —El Dr. McClure se acercó y apretó un botón en la vía


intravenosa de Gretchen—. Todo saldrá bien, señorita Myers.

Gretchen se sintió repentinamente aletargada. Sus párpados


cayeron.

—¿Qué... hizo...?

—Está bien —La tranquilizó el médico—. Necesita descansar.

Gretchen se hundió, sin quererlo, en el olvido.


TRES

Hace diez años…

Las risas eran la peor parte. Los chicos disfrutaban del tormento
de Gretchen. Conocían el desierto mejor que ella, así que la siguieron
a un ritmo preparado para aterrorizar. Lo suficientemente lejos como
para hacerla pensar que podría escapar, pero lo suficientemente
cerca como para que un rápido sprint les permitiera alcanzarla.

Ellos me van a lastimar.

Escabullirse e ir a la fiesta de los mayores en Red Rock Canyon


había sido un gran error. Ahora, Gretchen corría entre los grupos de
rocas y matorrales, la arena llenaba sus zapatos, la respiración se
atascaba en sus pulmones y el miedo nublaba sus pensamientos.

—¿Qué ocurre, bebé? —gritó Trent—. ¡Pensé que te caíamos bien!

—¡Así es! Sabes que quieres algo de esto —añadió Jacob.

Ellos gritaron con más risa.

Las lágrimas escaldaron las mejillas de Gretchen. Trent y Jacob


se habían portado muy bien con ella en el colegio. Eran populares y
guapos, los deportistas de fútbol que le gustaban a la mayoría de
las chicas. Había dejado que la convencieran para asistir a la hoguera
anual, una tradición no oficial que honraba a las clases que se
gradúan. Rara vez se invitaba a los alumnos de los cursos inferiores.
Así que cuando Trent y Jacob se le acercaron, no solo pidiéndole que
fuera, sino también ofreciéndole un paseo en el nuevo Mustang de
Trent, se sintió halagada. Vivian había intentado advertirle, pero
Gretchen no quiso escuchar. Estás celosa de que les guste a ellos y
no tú.
Pero su hermanastra tenía razón. Trent y Jacob ocultaban una
naturaleza fea, más fea aún por su sentido del derecho. Mientras
bebían cerveza tras cerveza, el coqueteo se convirtió en agresión. Ella
había aceptado una lata porque todos los demás estaban bebiendo
y no quería destacar como la más buena. Probó un sorbo, pero al
instante no le gustó el sabor espumoso a trigo. Trent y Jacob no
tardaron en separarla de los demás. Se acercaron a ella, tratando de
tocarla y besarla. No seas una perra. Deberías estar feliz de que te
elegimos, Gretchen. Tienes suerte.
—No seas una bebé. Solo estamos jugando contigo —se burló
Jacob.

—Vamos, Gretchen. Deja de correr —gritó Trent—. Te llevaremos


de regreso a la fiesta.

Ni siquiera estaban tratando de convencerla de sus mentiras. No


les importaba que estuviera aterrorizada. De hecho, la estaban
tratando como a una presa. Jacob y Trent eran dos depredadores
impenitentes en la caza. En el fondo de su alma, Gretchen sabía que
no podía escapar de ellos.

A Gretchen le dolían los costados y le ardían las pantorrillas.


Estaba oscuro, pero utilizaba la miniluz de su llavero para evitar los
agujeros que rompían los tobillos y las plantas que inducían a
tropezar. La desesperación se apoderó de ella. Su mirada se cruzó
con dos rocas que se apoyaban la una en la otra.

Ella era lo suficientemente pequeña como para caber en el


espacio entre ellas. Si se quedaba allí, tranquila, tal vez Trent y Jacob
no la verían ni la escucharían. Eventualmente, se rendirían… ¿no es
así?

Gretchen no tuvo elección. Ella no podía dejarlos atrás. Su única


oportunidad era esconderse. Y preferiría quedarse atrapada sola en
el desierto que a merced de los dos adolescentes borrachos.

Corrió hacia las rocas, su corazón latía tan fuerte que podía sentir
su frenético latido en sus oídos y en su garganta. Patinó hasta
detenerse y cayó de rodillas, arrastrándose hacia adelante. La
seguridad la esperaba a solo unos centímetros de distancia. El alivio
se deslizó a través de ella mientras trataba de encajar en el estrecho
espacio.
Su alivio se tornó ácido cuando unas manos le sujetaron los
tobillos y la arrastraron hacia atrás.

Gretchen gritó.

Dejó caer las llaves y arañó la arena, tratando de encontrar un


hueco. Uno de los chicos la agarró por las caderas y le dio la vuelta.
Ella raspó la piedra y se rompió las uñas al intentar agarrarse.

Pateó y golpeó, pero Trent y Jacob eran más fuertes. Jacob


agarró sus piernas agitadas mientras Trent le subía la camisa y le
agarraba los pechos.

—¡No! —gritó ella—. ¡Paren!

—Déjenla en paz.

El sonido de la voz de Vivian silenció la risa mezquina de los


chicos.

Gretchen se quedó quieta, pero no podía dejar de sollozar. El


miedo le envenenó la sangre, le marchitó los músculos y le arañó los
huesos.

—Vaya, vaya. ¿Vas a unirte a la diversión, Viv? —preguntó Jacob.


Quien no fue capaz de contener del todo su sorpresa ante la
repentina aparición de su hermanastra. Pero su arrogancia era
demasiado grande como para dejarse llevar por ella durante
demasiado tiempo.

—Quítenle las manos de encima antes de que les rompa todos


los dedos.

Gretchen miró a su hermanastra, asombrada por su


comportamiento tranquilo mientras miraba a los atacantes. Vivian la
miró y Gretchen vio el tinte animal en sus ojos. Era el mismo tipo de
iridiscencia que a veces veía en los ojos de su gato Mellow.

Jacob y Trent intercambiaron una mirada. Era como si se


comunicaran psíquicamente. Jacob se puso de pie cuando Trent
agarró a Gretchen y envolvió sus brazos alrededor de sus hombros,
inmovilizándola contra su cuerpo sólido.
—Te diré algo —sonrió Jacob—. Te callas y haces lo que decimos,
y tal vez no te dejemos sola para que te desangres en el desierto.

Vivian sonrió.

—Te haré la misma oferta. ¿Qué te parece, Jacob?

A Jacob no le gustaba que lo desafiaran. Se movió rápidamente,


tratando de darle un revés a Vivian, pero ella lo esquivó y luego le
dio un puñetazo en el plexo solar. Él se tambaleó, sin aliento, y Vivian
le dio una patada en la entrepierna. Duro.

Cayó de costado, acurrucándose en posición fetal mientras


gemía de dolor.

Vivian se volvió.

—Déjala ir, Trent.

—Seguro, bebe —Trent soltó a Gretchen.

Ella se apartó, poniéndose en pie y casi cayendo en los brazos


de Vivian.

Trent se puso de pie lentamente y tuvo especial cuidado de


quitar el polvo de la arena de sus vaqueros. No parecía tan alarmado
por las heridas de su amigo, y seguro que no le tenía miedo a Vivian.

—Amigo. Me voy de aquí. ¿Vas a quedarte con estas perras


raras? —Jacob había conseguido ponerse en pie, pero su expresión
seguía siendo de dolor.

—Continúa. Te alcanzaré.

—Lo que sea, hombre —Jacob se dio la vuelta y se marchó.

En cuanto su amigo se perdió de vista, Trent sacudió la cabeza


y suspiró.

—Los humanos son tan frágiles —Su mirada se centró en


Gretchen—. Débiles. Estúpidos. Ignorantes.

—¿Sigues soltando esa mierda racista que te enseñó tu padre?

Trent gruñó.
—Eres una mestiza. Tu madre humana era demasiado débil para
terminar de dar a luz a una bebé lobo. Ni siquiera tienes una manada.

—No queremos una —dijo Vivian—. Aléjate de Gretchen.

—Le gusto a Gretchen. ¿No es así? —Su sonrisa era pura maldad.

—Las Sombras no tolerarán tu trato con los humanos.

—Es contra la ley de la manada hacerles daño. Retrocede o te


reportaré al alfa.

Gretchen no entendió de qué estaban hablando. ¿Alfa?


¿Manadas? ¿Hombres lobo?

—Vivian —susurró—. ¿Qué está pasando?

—Nada. Vamos —Vivian dejó a Gretchen detrás de ella—. Nos


vamos de aquí. Mantén la distancia, Trent.

—¿O qué? —La cara de Trent empezó a cambiar. Su ceño se


ensanchó, su nariz y sus mejillas se abrieron y su mandíbula se
ensanchó. Se puso a cuatro patas mientras su espalda se arqueaba
y su ropa empezó a hincharse al cambiar su musculatura.

El pelaje brotó y se reveló un abrigo completo y grueso cuando


la bestia que solía ser Trent se sacudió la ropa hecha jirones. Levantó
el hocico al cielo y aulló.

—Corre —dijo Vivian—. No te detengas. No mires atrás.

No fue necesario que se lo dijeran a Gretchen dos veces. Trent


se acababa de convertir en un lobo ante sus propios ojos y estaba
tan aturdida que no podía articular un pensamiento coherente. Pero
cuando se alejó de su hermanastra, el lobo se agachó y gruñó.

Vivian gritó—: ¡No!

Pero fue demasiado tarde.

El lobo saltó.
CUATRO
Gretchen se echó hacia atrás cuando el hombre lobo se
abalanzó sobre ella. Vivian la empujó hacia un lado y ella salió
volando hacia atrás, aterrizando con fuerza sobre su espalda.
Resoplando, se puso a cuatro patas y se levantó.

Cuando se dio la vuelta, había aparecido un segundo hombre


lobo. Su hermoso pelaje blanco brillaba a la luz de la luna. Este lobo
era más pequeño, más elegante. Vivian. Tenía que ser ella. Maldita
sea. Su hermanastra también era una loba.

La loba blanca esquivó fácilmente los torpes ataques de Trent.


Él dejó que su ira dictara su acción. Confiaba en la rabia en lugar de
en la estrategia para ganar el combate y eso le cegaba a todo lo
que no fuera violencia. No se dio cuenta de que Vivian le estaba
alejando de Gretchen. Cuando saltó a las rocas entre las que
Gretchen había intentado esconderse, Trent la siguió. No estaba
preparado para el mordisco que Vivian le dio en la garganta. Gritó y
cayó al suelo, con un ominoso crujido que lo silenció para siempre.

Vivian saltó de las piedras y Gretchen observó horrorizada y


asombrada cómo su hermanastra se transformaba en una mujer
humana desnuda. Vivian se inclinó y sintió el cuello del lobo e hizo
una mueca.

—Mierda.

—¿Está ... muerto?

—Si. Tenemos que irnos —dijo Vivian. Parecía absolutamente


indiferente a su desnudez. Gretchen la siguió aturdida, con el cuerpo
adolorido y la mente dando vueltas. Pronto llegaron al pequeño
Mazda Miata de Vivian—. Sube, Gretchen.

Vivian abrió el maletero del Miata y se puso un vestido camiseta.


Gretchen quería hacer preguntas, pero la adrenalina que la había
mantenido en pie y luchando de repente se disipó. Antes de que
pudiera pronunciar una palabra, el cansancio se apoderó de ella y se
desmayó.
—¿Trent Blackthorne? —Preguntó Harry—. ¿Estás segura?

Vivian había llamado a su padre en el trayecto a casa y le había


contado todo. Él se reunió con ellas en la entrada y llevó a una
cansada Gretchen a su dormitorio. Se metió bajo las sábanas, pero
ahora que estaba a salvo en casa, no podía dormir.

Vivian era una mujer lobo.

Y su padrastro Harry lo sabía.

No, era más que eso. Él también lo era.

Salió del dormitorio y caminó por el pasillo oscuro hasta la


habitación de Viv. La puerta estaba agrietada y oyó voces. Se
detuvo, ladeando la cabeza, y escuchó.

—Tenía que hacerlo, papá. Iban a lastimar a Gretchen.

—Hiciste lo correcto.

—Pedirán una deuda de sangre —dijo Vivian—. Maté a su hijo.

—Nos ocuparemos de eso. Hablaré con el alfa de las Sombras.


Nos comprometeremos con ellos y buscaremos refugio en su recinto.

—¿Y Gretchen? ¿Y Ellen?

—La única forma de protegerlas es enviarlas lejos. Están mejor


en el mundo humano sin nosotros.

—Lo siento, papá.

—No lo sientas, Vivian. Estoy orgulloso de ti. Blackthorne es un


granuja, y crio a sus hijos para que fueran crueles. Tu protegiste a
nuestra familia —Harry besó la cabeza de su hija—. Descansa un poco.
Todo va a estar bien.

Gretchen se coló de nuevo en su habitación y cerró la puerta en


silencio. Se apoyó en ella, con el corazón apretado. Lo había
arruinado todo al ir a esa estúpida fiesta. Ahora, toda su familia
pagaría el precio de ese horrible error.

Se deslizó hasta el suelo, apoyó la cabeza en las rodillas y


sollozó.
CINCO
—¿Fórmula, Rafe?

—A Loba le gusta.

El tendero se rio.

—Realmente complaces a esa vieja coyote.

—Ella estaría ofendida, Tom. No la llamaría coyote en su cara.

—Créeme, no lo haré —Sacudió la cabeza—. Eres el único tipo que


conozco que se haría amigo de una loba adulta. Ella no es
exactamente un cachorro. Puede que esconda una vena de maldad.

—Algunos dirían lo mismo de mí —Rafe puso el resto de la compra


en el mostrador, junto con los pañales.

Las cejas de Tom se levantaron.

—¿Loba sufriendo de incontinencia?

—Son buenos para limpiar ventanas.

—Nunca los compraste antes.

—Lo leí en alguna revista.

—¿Como los Parents?

—Estoy bastante seguro de que fueron Guns and Ammo.

Rafe evitó la mirada escéptica de Tom. Por enésima vez había


deseado poder ir a Las Vegas, donde el anonimato estaba
garantizado. La tormenta no le había dejado otra opción; la carretera
principal que salía de la montaña estaba cerrada y lo estaría hasta
que las quitanieves la despejaran. Quería darse prisa, pero no podía
llamar más la atención de Tom. Su instinto de policía le advirtió que
debía ir con cuidado. Evitaría las preguntas hasta que reuniera más
información sobre la situación de la menor. Supuso que estaba a
salvo al cuidado de Loba durante veinte minutos, especialmente
cuando había descubierto que la niña era una cambiante. El hambre
la había puesto lo suficientemente malhumorada como para que le
salieran orejas y un hocico. No era de extrañar que Loba se sintiera
tan atraída por la niña. Su impulso maternal era fuerte.

Desde la noche anterior, se había estado haciendo una pregunta


inquietante: ¿Por qué una hija de hombres lobo fue abandonada en
un bolso?

No tenía teléfono celular ni teléfono fijo. A propósito. De esa


manera la gente no lo llamaría y diría cosas como: “¿No crees que es
hora de seguir adelante?” o “¿Por qué no vienes con nosotros?” Luego
estaba el favorito de mamá: “Tienes que dejar atrás el pasado para
poder tener un futuro.”

En cuanto se abriera la carretera, iría a la ciudad y a la clínica


veterinaria de su hermana. Al menos, su hermana menor, Lisa,
conocería algunos contactos en las manadas locales. Ella había
tratado a la beta de la Manada de Sombras no hacía mucho tiempo;
tal vez las Sombras estuvieran buscando a la bebé. No quería pensar
que la bebé perteneciera a la Manada de Sangre. No podía, con la
conciencia tranquila, entregar a una inocente a esos bastardos
pendencieros y asesinos. Maldito sea todo. Tenía sus razones para
mudarse a la cabaña y mantenerse alejado de todos. Ahora, tenía
un pequeño manojo de pelusa reabriendo viejas heridas y
forzándolo a entrar en el mundo que había querido dejar atrás.

—Serán veintisiete dólares y cuatro centavos.

Rafe sacudió sus pensamientos y abrió su billetera. Pagó con su


tarjeta de débito, se despidió de Tom y se apresuró a subir a su Ford
Bronco. Llegó a casa en un tiempo récord. A pesar de la nieve, redujo
en dos minutos el trayecto habitual de diez minutos. Loba lo saludó
en la puerta y luego volvió a su lugar de protección, acurrucándose
alrededor de la improvisada cuna de cajón. La bebé seguía
durmiendo, pero su pelo rubio estaba mojado y se le pegaba hacia
arriba.

Él se rio entre dientes.

—Loba, no tienes que limpiarla.


Loba lo miró como diciendo: ¿Qué sabes? Estiró sus patas
delanteras, se acostó y cerró los ojos.

Rafe guardó las provisiones antes de tomar la bolsa violeta y la


examinó por centésima vez en busca de pistas. La mayor parte de la
ropa de la bebé estaba hecha a mano; el nombre de Kaylie estaba
bordado en los dos durmientes. En la bolsa había un biberón, un
paquete de toallitas, un chupón rosa y pañales. Quienquiera que
haya metido a la niña dentro lo hizo con cuidado. La cantidad de
artículos sugería que el viaje iba a ser corto. Los agujeros en la parte
superior... seguro eran para asegurarse de que Kaylie pudiera respirar.
Obviamente, la bebé había sido escondida.

¿Por qué?

Rafe creía que la madre había empaquetado el bolso y colocado


a Kaylie dentro de él. Todo tenía un toque femenino. Se preguntó si
los padres estaban en el bosque. ¿Heridos? ¿Muertos? Los hombres
lobo podrían haber rastreado fácilmente el olor de su hija, al menos
antes de que llegara la tormenta. Se había puesto otro pie de nieve
en el suelo y todos los rastros de las huellas de las patas de Loba
habían desaparecido. Cualquier cambiante que intentara buscar por
el olor o las huellas ahora no tendría suerte.

Rafe había estado escuchando la radio, pero no se había


denunciado la desaparición de un bebé. O los padres no querían
confiar en el sistema de justicia humano o estaban muertos. No tenía
televisión, ni demasiadas comodidades, y prefería no saber lo que
ocurría fuera de sus cuatro paredes. Pero sus oxidados instintos de
protección se habían puesto en marcha, vibrando con una intensidad
que lo ponía al límite.

—Maldita sea —Rafe se dirigió al solitario armario de la cabaña y


sacó el baúl de él. Sonrió mientras abría las hebillas. El hallazgo de
la venta de garaje de su mujer: el equipaje más feo que había visto
nunca. Samantha había querido pintarlo y ponerlo en la guardería. El
baúl era el único recordatorio de la otra vida que guardaba cerca.
Todo lo demás acumuló polvo en el garaje independiente a quince
metros detrás de la cabaña.
Necesitaba encontrar su escáner policial. Sacó la manta de punto
a medio terminar y dudó. Apretando el suave trozo contra su mejilla,
cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió recordar.

—¡Mira, cariño! —Sam le agitó la manta.


Examinó los bordes torcidos y sonrió.
—Creo que ese color puede cegar a nuestro hijo.
—Hija, sabelotodo —Ella frunció el ceño y, como siempre, se sintió
atraído por la curva completa de su boca exuberante—. ¿Es
demasiado feo, Rafe?
—Sí —respondió. Se inclinó y la besó, amando la sensación de sus
suaves labios contra los suyos—. Pero es perfecto. Simplemente
perfecto.
Agarrando el borde del maletero, miró hacia abajo. Su placa
brillaba junto a la foto de Sam. Metió la placa bajo otra caja y
recogió la foto enmarcada. El cristal se había roto; trazó la línea
dentada que cruzaba el rostro de su esposa. Con un suspiro de pesar,
metió la foto bajo el trozo de manta de bebé. Otro minuto de
búsqueda dio con su escáner y cerró la tapa. Ojalá pudiera cerrar la
tapa de sus recuerdos con la misma facilidad.

Rafe dejó el escáner y se arrodilló junto a Kaylie. Las pestañas


rubias se apoyaban en las mejillas de melocotón. Su pequeño pecho
subía y bajaba en un sueño relajado, con los puños regordetes
metidos bajo la barbilla. Resistió el impulso de tocarla y, en su lugar,
dobló la manta alrededor de ella. Loba debió de encontrarla justo
cuando la habían abandonado. No había sufrido por el frío.

Se levantó y se estiró, contemplando la posibilidad de una siesta,


pero entonces Kaylie se revolvió. Sus ojos se abrieron y se metió el
puño en la boca. Sus gruñidos y ruidos de succión le hicieron sonreír...
hasta que sus labios se fruncieron y soltó un gemido infernal. Ya
Kaylie había enseñado a Rafe esta particular melodía. Sabía que
debía revisar el pañal y calentar un biberón

Y sabía, para su avergonzado deleite, cómo abrazarla mientras


comía.
SEIS
Loba se detuvo, con las orejas erguidas hacia delante. Un
gruñido de advertencia retumbó en ella, y Rafe le acarició la cabeza.

—Tranquila, chica. Vamos a revisar.

Kaylie, envuelta en su gorro rosa, sus mitones y su abrigo con


volantes, descansaba dentro de la parka con cremallera de Rafe. Su
cabeza apenas asomaba por la parte superior. Rafe ajustó su brazo
para que quedara más seguro bajo su trasero. La niña se contoneó
un poco antes de acomodarse contra él, y su suave aliento de bebé
le hizo cosquillas en el cuello mientras dormía.

Llevaba un biberón y un chupón en el bolsillo, listos para ser


usados si Kaylie se despertaba. Había pasado las dos últimas horas
agotándolo, así que esperaba que su siesta fuera larga.

Rafe siguió a Loba adentrándose en el bosque. Sabía que se


dirigían a una curva de la carretera. A media milla de la carretera,
Loba se detuvo y ladeó la cabeza. Se quedó quieta, repentinamente
alerta y vigilante.

Voces lejanas rompieron el silencio.

Rafe y Loba se acercaron hasta que Rafe pudo escuchar


claramente la conversación.

—Han pasado dos días, Walt. Esa niña no pudo haber tenido
oportunidad de sobrevivir.

—A Gretchen Myers se le revolvió el cerebro en el accidente.


Probablemente ni siquiera tenga una hija.

—¿Sí? El arnés de la niña en el asiento trasero ha sido mordido.

—Jesucristo y todos los santos. Por favor, dime que un animal no


arrastró a una bebé fuera del coche.

Rafe se asomó entre la maleza. Policías uniformados peinaban


la zona. Su mirada se dirigió al sedán gris accidentado. Tenía unos
daños inmensos. El pie de nieve nueva depositado por la tormenta
ocultaba cualquier marca de derrape, sangre y huellas que pudieran
haber quedado. Incluso con la carretera abierta ahora, una grúa no
se arriesgaría con las carreteras resbaladizas y el profundo terraplén.
No, el sedán se quedaría quieto durante un tiempo.

La policía estaba buscando a Kaylie. Todo lo que tenía que hacer


era salir, entregar a la niña y seguir su camino. ¿Pensarían que la
había secuestrado? Puso los ojos en blanco. Conocía a demasiada
gente en el Metro que se reiría de la idea de que él cometiera un
crimen. Algo en toda esta situación le ponía los pelos de punta.
Definitivamente, no le convencía la idea de entregar una bebé
cambiante a los humanos.

El policía llamado Walt habló.

—Necesitamos ampliar la búsqueda, traer a los perros aquí.

—Sí —dijo el otro policía—. Sabes, tal vez alguien la encontró.

—Si lo hicieron, se la han quedado. Los servicios infantiles no han


registrado ninguna llamada ni han tenido ninguna entrega en las
últimas cuarenta y ocho horas.

Rafe frunció el ceño. La mamá de Kaylie debe estar muy


preocupada. ¿Por qué otra razón una madre loba enviaría a la policía
humana a buscar a Kaylie? Quizás debería entregarla. Luchando
contra su incertidumbre, Rafe dio un paso adelante, extendiendo la
mano separando los arbustos para poder caminar hacia el claro.

Loba agarró la manga de su abrigo con su boca y tiró de él hacia


atrás. Vaciló, mirando a su peluda compañera. Ella pareció
comprender su desgana, incluso si él no. Sus grandes ojos marrones
parecían decir: "Espera".

Los instintos de Loba estaban sincronizados con los suyos y eso


facilitó la decisión. Encontraría a la mamá loba y le llevaría la bebé.
Descubriría más sobre la situación antes de renunciar a la niña que
descansaba tan dulcemente sobre él, y regresaría a su existencia
solitaria y patética.

Después de que volvieran a la cabaña, Rafe puso a Kaylie en su


cuna temporal. Loba se acurrucó de nuevo en el cajón, reanudando
sus funciones de protectora principal. No quería pensar demasiado
en lo que tenía que hacer a continuación. No había abierto el garaje
desde que su familia lo había llenado de cajas y muebles de la casa
de Las Vegas que una vez había compartido con su esposa.

Se apresuró a salir por la puerta trasera y se dirigió al garaje.


Sus botas crujieron en la nieve y su aliento nubló el aire. Le temblaron
las manos cuando puso la llave en el candado y la quitó. La puerta
chirrió mientras se enrollaba y reveló la vida bien conservada de un
viudo.

Encontró rápidamente el asiento del coche. Su madre y sus


hermanos habían preparado el garaje para él, y las habilidades
organizativas de su madre no se habían desperdiciado. Todos los
artículos de la guardería estaban juntos. La silla de auto seguía sin
caja. Él y Sam la habían sacado en espera de llevar a su hijo a casa
en ella.

Pero Sam y el bebé que ella trató de traer al mundo nunca


regresaron a casa.

Cerró la puerta del garaje y volvió a echarle el cerrojo. Luego se


apresuró a ir a la cabaña. Tuvo que admitir que su pena ya no se
sentía como la hoja afilada de un cuchillo nuevo. ¿Cuándo se había
hecho soportable el aguijón del recuerdo? ¿Cuándo había permitido
que el dorado filo de su pena se redujera a un ocasional latido?

Rafe recogió las cosas de Kaylie y las metió en la bolsa violeta.


Puso el asiento para el auto en el Bronco y abrochó a Kaylie en el
artilugio con una facilidad que le recordó su anhelo oxidado de ser
papá. Loba se subió y se sentó junto a la bebé, lamiendo los rizos
rubios de la niña. Kaylie arrulló, sus labios se curvaron en pequeñas
sonrisas de bebé mientras se deleitaba con la atención de Loba.

—Vamos, chica. Tienes que quedarte aquí —Loba lamió la cara de


Kaylie una última vez y, con un gemido, saltó del Bronco. La dejó
entrar en la cabina y ella se acurrucó alrededor del cajón.

—Ella no es nuestra, Loba

Loba dio un ladrido a medias y lo miró con una mirada triste. Él


entendió que eso significaba: la encontré. Ella es mía.
Entregar a Kaylie a su madre estaba rompiendo el corazón de
Loba. Y si Rafe era honesto... también estaba rompiendo el suyo.
SIETE
Rafe conducía con cuidado por la carretera de montaña de dos
carriles maldiciendo a todos los idiotas impacientes que lo pasaban
o tocaban la bocina. Le tomó más de una hora bajar de la montaña
y exhaló un suspiro de alivio cuando llegaron a la carretera abierta.
Ahora era un camino directo a Las Vegas. Cuando llegaron a las
afueras de la ciudad, se detuvo en una cafetería de carretera y utilizó
el teléfono público para llamar al Hospital Summerlin, el centro
médico más cercano al Monte Charleston.

—La habitación de Gretchen Myers, por favor.

—Un momento, te comunico.

Rafe colgó. No quería explicar nada por teléfono. Sería mejor


presentarse con Kaylie y responder a las preguntas de la señora
Myers cara a cara. Probablemente ella pensaba que su bebé estaba
muerta. La idea de que Kaylie sufriera algún daño le apretaba tanto
las entrañas que no podía respirar. No podía imaginar la clase de
agonía que sufría su madre al preguntarse por el destino de su hija.

Llegaron al hospital.

Rafe trató de alisar el pelo rubio de Kaylie, pero varios mechones


obstinados se asomaron. Al menos no tendría que explicarle la baba
de lobo a una madre loba. Con un suspiro, desenganchó a Kaylie y
la recogió en sus brazos. Tomó la bolsa morada y, luchando contra la
sensación de miedo que se instalaba en sus entrañas, entró en el
vestíbulo y pidió indicaciones para llegar a la habitación de la señora
Myers.

Le quitó los guantes y los metió en el bolso. Cuando entraron en


el ascensor, colocó a Kaylie más alto y sintió sus pequeñas manos
presionar contra su cuello. Se sentían suaves y dulces. Como besos
de mariposa. Captó las sonrisas de una pareja de ancianos que
compartía el ascensor.
La mujer miró a la bebé con una expresión llena de ternura. Ella
era humana. Una abuela, si los aromas del perfume White Diamonds
y las galletas recién horneadas fueran un indicio.

—Ella es tu primera bebé, ¿verdad, querido?

Rafe asintió mientras el calor se apoderaba de su rostro. Kaylie


eligió ese momento para arrullar, sus ojos se abrieron mientras
descansaba contra el cuello de Rafe.

La pareja se rio entre dientes.

—Parece que es la niña de papá —dijo el hombre.

El ascensor se detuvo con un fuerte sonido y las puertas se


abrieron. La pareja salió con Rafe. Se despidió rápidamente y se
apresuró por el pasillo hasta la habitación de la señora Myers.

Al acercarse, vio que un hombre con bata de laboratorio, un


médico quizá, se detenía en la puerta. El hombre de pelo oscuro
examinó disimuladamente el pasillo antes de entrar. Rafe aspiró el
olor en el aire. Hombre lobo. Los instintos agudizados por las
experiencias humanas y de los osos alertaron a Rafe. Algo no se
sentía bien. Nunca ignoró sus instintos. Miró por encima del hombro y
vio a la pareja de ancianos que aún caminaban por el pasillo. En
menos de un segundo, tomó la decisión.

—Disculpe —dijo cuando se acercaron—. Estoy visitando a mi


esposa y la última vez Kaylie, nuestra bebé, se asustó con las
máquinas. ¿Le importaría vigilarla unos minutos?

Los rasgos de la mujer se iluminaron de alegría.

—¡Nos encantaría! Iremos al área familiar al final del pasillo y te


esperaremos.

Agarró a Kaylie y la bolsa morada. Rafe se sintió repentinamente


despojado y un extraño pánico lo atravesó. La mujer le dio unas
palmaditas en el brazo.

—Soy Velma, y este es Henry. Tenemos cuatro hijos y nueve


nietos. Tu pequeña estará bien con nosotros.

—Gracias. No tardaré.
—No te preocupes, papi —La mujer hizo un gesto de despedida
con la mano libre—. Ve a ver a tu esposa.

Rafe esperó a que la pareja avanzara por el pasillo antes de


abrir la puerta en silencio. La habitación estaba a oscuras. Silenciosa.
Demasiado silenciosa. Ningún monitor pitaba. Ninguna luz
parpadeaba en las máquinas. Las persianas estaban bien cerradas
contra la luz del sol de la tarde. El vello se le erizó en la nuca.

Olió a hombre lobo al mismo tiempo que percibió movimiento a


su izquierda. Dio un puñetazo en lo alto, haciendo contacto con la
garganta, mientras que simultáneamente aterrizaba una patada
recta en el estómago del cambiante. Un gemido ahogado acompañó
el golpe contra el suelo.

—Espero que no seas realmente un médico —murmuró. Palpó la


pared en busca del interruptor de la luz y lo encendió. El hombre
estaba acurrucado en el suelo. Tenía la cara enrojecida y sudorosa y
los ojos cerrados con fuerza. El golpe en el estómago del hombre
evitó cualquier ruido excepto un lastimoso resuello.

No sabía si ayudar al tipo o darle otra patada. Su mirada se


dirigió a la cama del centro de la habitación. La ocupaba una mujer.
Se dio cuenta de que su brazo colgaba de un lado, inerte e inmóvil.
Las sábanas estaban retorcidas alrededor de su torso y una
almohada le cubría la cabeza.

El corazón de Rafe dio un vuelco.

El bastardo había asfixiado a la madre de Kaylie.


OCHO
Rafe golpeó al falso médico en la mandíbula cuando intentó
levantarse. Los hombres lobo eran fuertes, pero no tenían la fuerza
de un puto oso. El tipo quedó frito.

Se acercó a la cama y quitó la almohada de la cara de Gretchen


Myers.

Ella estaba respirando.

En el momento en que la vio, se sintió atraído por ella. Tenía el


pelo largo, del color del trigo, y su rostro pálido tenía forma de
corazón. Hermosa.

Y ella era humana.

Eso no significaba nada. Si estaba casada con un hombre lobo,


podría haber dado a luz a una bebé cambiante. La idea de que ella
pudiera estar ya apareada le sacudió las tripas. La inesperada
reacción lo hizo tambalearse aún más que su completa y absoluta
atracción por la mujer.

Después de asegurarse de que la mujer estaba bien, Rafe


arrastró a su atacante al pequeño baño. Agarró una toalla de mano
que descansaba sobre el fregadero, metió la parte del medio en la
boca del chico y se la ató con fuerza detrás de la cabeza. Se quitó
el cinturón y lo usó para atar las manos del hombre lobo a la espalda.
Después de que este idiota se despertara, le tomaría un tiempo
liberarse. Rafe planeaba estar lejos antes de que eso sucediera.

Rafe volvió a la cabecera de Gretchen y le tocó la cara. Su


mejilla era suave y cálida. Dios, hacía una eternidad que sus dedos
no bailaban sobre la piel de una mujer. Inhaló su aroma: femenino y
dulce, como la miel. Le encantaba la miel. Después de todo, era un
oso.

Sus ojos se abrieron rápidamente. Quedó atónito por el color:


verde musgo con motas doradas. Vio el bosque, la naturaleza y la
vida reflejados allí. Su corazón dio un vuelco en el pecho. ¿Qué
diablos le pasaba? Entonces notó que su mirada estaba muy amplia
por el miedo.

—No voy a hacerte daño —dijo. No sonaba precisamente cómodo.

—Ese hombre...

—No te preocupes por él. ¿Puedes levantarte de la cama?

—Los medicamentos me dan sueño.

Mierda. Rafe no podría salir del hospital con una paciente al


hombro y una bebé en brazos. Necesitaba que ella se motivara.

—Kaylie está aquí. Te la traje.

—¿La tienes? Oh, gracias a Dios. ¿Dónde está ella?

—Justo al final del pasillo.

El alivio llenó su expresión. Luego frunció el ceño.

—No eres policía, ¿verdad? ¿Qué eres tú?

No quién, sino qué.

—Mi nombre es Rafe Pearson. Solo estoy aquí para ayudar, lo


juro. ¿Su esposo estuvo en el mismo accidente? ¿Dónde está él?

—No estoy casada.

¿No está casada? Eso significaba que era viuda o que era
soltera. Soltera no tenía sentido porque los hombres lobo no se
reproducían indiscriminadamente. Se apareaban antes de tener
bebés. Había sido policía demasiado tiempo. Sabía cuándo alguien
estaba ocultando información. Gretchen Myers tenía secretos y
problemas de confianza. Sin embargo, no podía culparla. Parecía
obvio que estaba operando en un mundo del que sabía muy poco.

—Le di una paliza al tipo que estaba tratando de asfixiarte.


¿Alguna razón por la que un hombre lobo te quiere muerta?

Su rostro se puso pálido como un hueso.

—Ay, Dios mío. Tengo que sacar a Kaylie de aquí.


Su pánico era real, al igual que su angustia. Cuando era policía,
había visto esa reacción demasiadas veces en mujeres que habían
sido víctimas de acoso. Alguien estaba detrás de Gretchen y de su
bebé.

—Vístete. Iremos a buscar a Kaylie y luego las sacaré a las dos


de aquí.

—Gracias —Gretchen se sentó y se quitó la cinta adhesiva que


rodeaba la vía intravenosa. Bajó las piernas de la cama y puso los
pies en el suelo. Su determinación era admirable. Rafe sintió que
había muchas cosas de esta mujer que podían gustarle. La fuerza y
la perseverancia eran tan sexy como la belleza y las curvas
exuberantes. Consiguió ponerse en pie, pero enseguida empezó a
tambalearse.

—Tranquila, cariño —Rafe la guio para que se sentara en un lado


de la cama—. Te traeré tu ropa.

Fue al pequeño armario y sacó lo que encontró: un jersey, unos


vaqueros, unas medias, unas bragas y un sujetador de encaje negro
-que no son los habituales de una madre- y un par de botines con
cremallera. Lo dejó todo junto a Gretchen.

—¿Te importaría darme algo de privacidad? —preguntó, mirando


su ropa interior y luego de nuevo a Rafe. Sus mejillas se volvieron de
un rosa encantador, pero no bajó la mirada. Maldita sea, ella era
linda.

—No hay problema —Se dirigió a la puerta y se apartó de ella.

—¿Cómo encontraste a Kaylie?

Rafe escuchó el roce de la ropa y no pudo evitar imaginar cómo


se vería Gretchen sin ropa. Esos hermosos pechos llenando sus
manos, la sensación de ella retorciéndose debajo de él, gemidos
entrecortados recorriendo su piel mientras se sumergía dentro de su
calor húmedo. Rafe rechazó las imágenes, sorprendido por sus
propios pensamientos. Había pasado mucho tiempo desde que había
tenido inclinaciones lujuriosas. ¿Qué demonios era esa inexplicable
atracción por una mujer de la que no sabía nada?

—¿Rafe?
Cierto. Ella había hecho una pregunta.

—Mi loba la encontró y la trajo a mi cabaña.

Ella podía oír su vacilación. Luego, en voz baja, preguntó—:


¿Quieres decir... estabas en forma de lobo y la encontraste?

Rafe miró por encima del hombro, algo ofendido por ser
confundido con un hombre lobo. Gretchen aún no se había puesto su
suéter, y su mirada vagó por sus pechos tan bien exhibidos en el
sostén de encaje negro. El deseo lo invadió, un anhelo ardiente que
sintió hasta su polla repentinamente animada. Abajo chico. No
tenemos tiempo para jugar.
—¿Te importa?

—Oh. Perdón —Volvió a mirar hacia la puerta—. No soy un hombre


lobo. Soy un cambiante de oso.

—¿Cambiante de oso? ¿Cuántos tipos de cambiantes hay?

—Un montón.

—No tenía idea —dijo imperturbable.

Rafe escuchó un suave gemido. Mierda. Abrió la puerta del baño


y vio que el hombre lobo se acercaba, con los ojos abiertos. Rafe le
dio al aspirante a asesino un gancho de izquierda que lo estrelló
contra el costado de la bañera. El hombre lobo cayó al suelo.

—¿Rafe?

Cerró la puerta y giró.

—¿Qué estás haciendo?

—Ocupándome de algunos asuntos.

Ella no dijo nada. En cambio, preguntó—: ¿Dónde está la bebé?

La bebé. Ni mi hija ni mi hijo. Él frunció el ceño.

—¿Kaylie no es tuya?

Gretchen le miró, atormentada.


—Es mi sobrina. Más o menos. Es una larga historia. Pero su madre
ha... se ha ido —Tragó con fuerza—. Vivian es-era mi hermanastra. Me
pidió que llevara a Kaylie a la tía Lila en Bleed City.

—Bleed City es un protectorado de la Manada de Sombra. Si la


mamá de Kaylie es de esa manada, entonces ¿por qué tienes a su
hija? Las Sombras protegen a los suyos, especialmente a los niños.

—Mira, no lo sé, ¿okay? Vine a Las Vegas para una conferencia,


y Vivian me encontró. Me pidió que llevara a Kaylie a Bleed City y eso
es lo que voy a hacer —A Gretchen le dolía la voz y sus ojos brillaban
con lágrimas no derramadas—. Por favor, ayúdame.

—Lo haré —Rafe se cruzó de brazos y la miró fijamente—. Pero


primero necesito que respondas una pregunta. ¿Quién es el padre de
Kaylie?

—Su nombre es Rand Blackthorne. Mató a mi hermanastra justo


después de que me entregara a Kaylie. Yo corrí. Vino tras nosotros...
y.… y provocó el accidente.

—Lo siento, Gretchen —Soltó un suspiro—. Los Blackthorne son


hombres lobo rebeldes. No se afilian a ninguna manada porque creen
que la reproducción con humanos debilita sus líneas de sangre.

—Sé lo despiadados que pueden ser los Blackthorne.

—Solo queda uno ahora. Después de la muerte de su padre,


Rand se convirtió en el único heredero vivo del legado de
Blackthorne. Si Kaylie es su hija...

Gretchen negó con la cabeza.

—No me importa la política de los hombres lobo. Solo necesito


poner a Kaylie a salvo. Le debo mucho a Vivian.

Rafe asintió.

—Está bien. Vamos.

Gretchen sacó su bolso del armario y se apoyó fuertemente en


Rafe mientras salían de la habitación. Cuanto más caminaba, más
fuerte parecía sentirse Gretchen. Al cabo de unos instantes, ya
caminaba erguida sin su ayuda. Su fortaleza le sorprendió. Tenía la
fuerza de un oso y, al parecer, el corazón de uno. Su dedicación a los
deseos de su hermanastra era encomiable, especialmente cuando
Rand Blackthorne estaba involucrado.

Blackthorne era dueño de un par de casinos y algunos otros


negocios más turbios. Su corrupción lo había puesto en el radar
humano y había sido investigado varias veces por agencias
gubernamentales estatales y federales. Los testigos tendían a
desaparecer y el personal de justicia a menudo era trasladado o
suspendido, lo que dificultaba su enjuiciamiento.

En el mundo de los cambiantes, Blackthorne era un paria. Incluso


si quisiera unirse a una manada, nadie lo aceptaría, ni siquiera la
Manada de Sangre, y eso era mucho que decir.

Llegaron a la pequeña sala de espera y la mirada de Rafe


recorrió la habitación. Contó a tres personas, y ninguna de ellas eran
dulces abuelos ni una bebé loba.

—No entiendo —dijo Gretchen—. ¿Dónde está Kaylie?

—Disculpe —dijo Rafe, atrayendo la atención de la mujer más


cercana.

—¿Vio a una pareja de ancianos con una bebé?

—No —dijo la señora cansada. Hizo un gesto a las otras dos


personas—. Hemos estado aquí todo el día. Nadie más ha entrado.

El terror le cayó al estómago como un peso de plomo. Kaylie se


había ido.
NUEVE
Tía Lila, una mujer delgada de cabello plateado vestida con un
traje de pantalón color lavanda, sirvió café para Gretchen y Rafe,
quienes estaban sentados a la mesa del comedor. Después de
atender a sus invitados, la tía Lila se sentó frente a Gretchen.

Las últimas tres horas habían sido un nebuloso tumulto de


emociones y estrés mientras Gretchen lidiaba con las secuelas de la
medicación y la culpa. Rafe, que no tenía ningún interés en ayudarla,
había conducido directamente a Bleed City, prometiendo a Gretchen
que recuperarían a Kaylie, costara lo que costara.

Rafe se sentó a su lado. El cambiante oso era muy guapo, desde


sus pómulos afilados y su nariz recta, hasta sus labios carnosos y la
linda abolladura en su barbilla. Sus ojos eran de un marrón oscuro,
del color del chocolate derretido. Él era exactamente lo opuesto al
tipo de hombre con el que solía salir. Su miedo a los hombres grandes
y musculosos se había arraigado en ella la noche en que Trent y
Jacob intentaron violarla. Pero la gran presencia de Rafe le
proporcionó una especie de consuelo que no pudo entender del todo.
Su cercanía le dio una sensación de seguridad, que no había
experimentado desde que dejó a Vivian con la bebé. Y cuando dijo
que rescatarían a Kaylie, ella le creyó.

Rafe pareció percibir su angustia y se acercó para frotarle la


espalda. Era una forma tan dulce e impulsiva de ofrecerle consuelo.
Tuvo la repentina y desconcertante constatación de que podía
encontrar muchas cosas que le gustaban de Rafe, entre ellas la
forma en que su piel se estremecía con sus toques platónicos. Sin
embargo, la mirada ahumada de aquellos ojos oscuros no dejaba
lugar a dudas de lo que él pensaba de ella. Y la desnudez. Y hacer
cosas que hacían sudar y gemir a dos personas y... ¡guau! Realmente
necesitaba dejar de pensar en la forma en que la había visto en la
habitación del hospital cuando estaba a medio vestir. Incluso ahora,
su sangre se calentó y su corazón latió con fuerza. La forma en que
se sentía la desconcertó. ¿Cómo podía sentirse tan atraída por él con
todo lo que estaba pasando en este momento? Lo último que
debería hacer era pensar en Rafe Pearson de esa forma. Su deseo
por él se sumó a la pila de culpa que ya había acumulado al fallarle
a Vivian tan completamente.

Gretchen agarró la taza y bebió un sorbo. El café era fuerte y


dulce, justo lo correcto para ayudar a aclarar su mente. No podía
permitir que su miedo por Kaylie o su miedo a Rand la disuadiera de
su propósito. Vivian no quería que ese bastardo asesino estuviera
cerca de su hija y Gretchen se aseguraría de que se cumplieran los
deseos de Vivian.

Su mirada se dirigió rápidamente a la mujer frente a ella. La tía


Lila era el tipo de mujer que no llenaba el silencio con charlas tontas
o preguntas inútiles, y Gretchen se sentía mejor en su presencia.
Irradiaba una calma reconfortante, que duró hasta que sonó el
timbre.

La tía Lila sonrió.

—Los alfas están aquí —Salió para abrir la puerta. Cuando


regresó, un hombre llamativo con el pelo increíblemente largo y una
mujer elegante y ágil la siguieron al comedor.

—Estos son Gray Burke y su esposa, Belle —dijo la tía Lila—. Estos
son Rafe Pearson y Gretchen Myers.

Todos se dieron la mano y saludaron, y luego Gray y Belle se


sentaron a la mesa. La tía Lila también les trajo café y luego se
acomodó en su silla.

—Sabemos que Rand tiene a la bebé —dijo Gray.

—Oh, no —Gretchen parpadeó para contener las lágrimas—. No


puedo dejarla con él. Es un asesino —Les contó todo, desde el
momento en que Vivian le entregó la nota en el hotel hasta el
accidente que la dejó inconsciente.

—Debe haber descubierto su plan de irse —dijo la tía Lila.

—¿Ella lo estaba dejando? —preguntó Gretchen—. Entonces, ¿por


qué no vino conmigo?

—Tomó la decisión de sacrificarse para salvar a su hija. Nada era


más importante para ella que esa niña —dijo la tía Lila.
—Hace un mes, ella vino a las Sombras en secreto y se unió a la
manada —dijo Gray—. Ella y Kaylie son miembros legítimos y tienen
derecho a nuestra protección.

Gretchen dejó la taza de café, aunque sus manos temblorosas


de repente casi la dejan caer.

—¿Hace un mes? —Ella inhaló un suspiro tembloroso—. Ella nunca


planeó dejar a Rand. Gané un concurso de radio para un viaje a Las
Vegas que tuve que hacer este fin de semana. Créame, revisé las
cosas para asegurarme de que fuera legítimo. Pero... Vivian debe
haberlo preparado todo. Así es como supo que estaba en Caesar's.

Se hizo el silencio. Gretchen sintió que se le hacía un nudo en la


garganta, pero maldita sea si se rendía a las lágrimas.

—¿Por qué se casaría con un Blackthorne? Ella... —Se detuvo


antes de confesar lo que Vivian había hecho para salvarla. Había
sido un secreto durante tanto tiempo que no podía soportar decirlo
en voz alta. Haría que todo fuera real: la muerte de Vivian, el
secuestro de Kaylie, el error que Gretchen había cometido y del que
nunca podría retractarse.

—Sabemos lo que hizo —dijo Belle en voz baja. Su mirada era


amable—. Nos explicó que, si no podía seguir cuidando de Kaylie, tú
serías su primera opción para criar a su hija.

—¿Por qué? —Gretchen no pudo contener las lágrimas esta vez—


. No he hablado con ella durante diez años. La última vez que nos
vimos, ella... lo arriesgó todo para salvarme.

La tía Lila, Belle y Grey compartieron una mirada. Entonces el alfa


de la Manada de Sombras asintió.

—Sabemos que ella mató a Trent Blackthorne. El padre de Trent


y Rand exigió una deuda de sangre.

—¿Qué significa eso? —preguntó Gretchen.

—Es la versión de hombre lobo del ojo por ojo. Harry accedió a
ponerse al servicio de los Blackthorne, pero Vivian no podía soportar
la idea de que su padre pagara por lo que ella hizo. En su lugar, se
ofreció a sí misma y fue entregada a Rand como novia.
—¿Cuánto tiempo estuvo casada con él? —preguntó Gretchen,
horrorizada.

—Durante los últimos nueve años —dijo la tía Lila—. Nos dijo que
había tomado precauciones para no quedar embarazada. Rand
quería que ella tuviera hijos.

—Lo que sea que estuviera haciendo para evitar el embarazo o


bien falló o Rand descubrió lo que estaba haciendo y la obligó a
parar —añadió Grey—. Una vez que tuvo a Kaylie, supo que no podía
dejar que su hija creciera como una Blackthorne. Por eso pidió
nuestra ayuda. Y se la dimos con mucho gusto.

—Su vida fue terrible por mi culpa —dijo Gretchen—. Si no hubiera


intentado salvarme de mi estupidez, nunca habría matado a Trent. Ay,
Dios mío —Enterró su rostro entre sus manos y lloró.

El brazo de Rafe cayó sobre sus hombros en un gesto protector


y su amabilidad solo la hizo llorar más fuerte. Después de un tiempo,
el dolor disminuyó y las lágrimas se secaron. Una vez más pudo
enfrentarse a la gente en la mesa.

—Lo que pasó fue un accidente —dijo la tía Lila—. Esta tragedia
le sucedió a Trent porque era una criatura cruel y malévola. No fuiste
la primera chica a la que persiguió al desierto y trató de devastar.
Vivian conocía su verdadera naturaleza; ella le impidió volver a
hacerlo. Se casó con Rand porque es el último Blackthorne. Quería
que la línea muriera con él. Cuando no pudo asegurarse de eso, hizo
planes para salvar a Kaylie.

—¿Estás diciendo que ella trató de matarlo? —preguntó


Gretchen—. Por eso quería que me llevara a la bebé. Ella iba a
terminar con todo.

—Es sólo una teoría —dijo Rafe, rompiendo su silencio—. Nunca


sabremos cuáles eran sus intenciones, así que centrémonos en lo que
podemos hacer —Miró a Gray—. ¿Tienes un plan para rescatar a
Kaylie?

—Lo tenemos —confirmó Grey.


—Yo ayudaré —Rafe pareció indeciso por un momento, luego
asintió—. De hecho, tendrán a todo el clan de osos Pearson a tu
disposición.

—Excelente —Grey se puso de pie—. Sabemos que Kaylie está en


la casa de Monte Charleston. Se han doblado las guardias.
Probablemente está esperando que alguien vaya por la bebé.
Nuestra mejor oportunidad es atacar antes del amanecer.

—¿Matarán a Rand? —preguntó Gretchen.

Su pregunta sorprendió a todos.

Miró a Gray, la resolución se endureció en su corazón.

—Porque si no lo hacen, lo haré yo.

—No tendrás que hacerlo —dijo Rafe—. Me aseguraré de que ese


bastardo deje de respirar.
DIEZ
Rafe no podía dormir. Se sintió sofocado en el pequeño
dormitorio. No vestía nada más que sus boxers, pero su claustrofobia
era implacable. Se quitó las mantas y se puso de pie, caminando
hacia la ventana del lado izquierdo de la cama. Los dormitorios para
invitados estaban arriba en la casa de la tía Lila. Gretchen se había
tomado el que estaba al otro lado del pasillo. Se preguntó si había
podido dormir o si la preocupación la mantenía despierta.

Su culpa la estaba comiendo de adentro hacia afuera. Él conocía


ese tipo de culpa, era la misma que sufrió cuando Samantha murió
tratando de dar a luz a su hijo. Habían sacado al bebé de su útero y
habían tratado de revivirlo... Se tragó el nudo en la garganta. Su hijo.
Había perdido a su esposa y a su hijo esa misma noche. Aneurisma,
dijeron los médicos. El bebé no recibió suficiente oxígeno. Se había
asfixiado en el útero.

Una doble tragedia, una que no se pudo haber evitado.

En el fondo de sus entrañas, siempre creyó que de alguna


manera había matado a Samantha. Ella era una humana que
intentaba dar a luz a un bebé cambiante de oso. Su cuerpo no pudo
soportar el estrés. Su familia había tratado de convencerlo de lo
contrario, al igual que los médicos, pero él no podía... no los
escuchaba. Alguien tenía que pagar por su pérdida y decidió que la
única persona a la que podía castigar era a él mismo. Dejó la fuerza,
se mudó a la cabaña y revivió su dolor una y otra vez. Hasta que
Loba lo encontró. Apareció en su patio trasero cuando estaba
cortando leña, y lo siguiente que supo fue que la estaba alimentando
e invitando a entrar en su casa.

Ese fue el día en que comenzó su curación.

Aunque no pudo dejar de lado lo sucedido, el dolor comenzó a


disminuir. Los recuerdos ya no dolían tanto. Combinado todo eso con
los esfuerzos de su familia, solo había sido cuestión de tiempo antes
de que se reincorporara al mundo.
Kaylie había sido el empujón final.

Le debía mucho a esa niña porque ella lo había hecho sentir de


verdad de nuevo.

Así que sí. Rafe comprendió la culpabilidad de Gretchen. No


podría haber sabido que Trent Blackthorne la atacaría. No sabía que
Trent y Vivian eran lobos, sujetos a reglas que ella no podía entender.
Tampoco podía ver el futuro y saber que Vivian tendría que casarse
con un Blackthorne.

Vivian decidió pagar la deuda de sangre y trató de acabar con


la línea Blackthorne no solo para ella, sino para las generaciones
futuras. Él nunca la había conocido, pero su valentía y honor eran
evidentes. Cualidades que Gretchen tenía en abundancia también.

Un suave golpe sonó en su puerta.

—¿Rafe?

Dejó entrar a Gretchen, con la mirada atraída por el camisón rosa.


Vio la dirección de su mirada y pellizcó el costado del material.

—La tía Lila me lo prestó.

Pudo distinguir las puntas oscuras de sus pezones asomando a


través de la tela sedosa y tuvo que reprimir su gemido de lujuria
espontánea.

—Estoy tan revuelta por dentro —dijo Gretchen—. Quiero dejar de


pensar. Al menos durante un rato. Necesito... —Se interrumpió y lo miró
con una mirada luminosa.

Rafe la tomó en sus brazos y la besó. Ella se hundió en su cuerpo


y él la envolvió completamente en su abrazo mientras profundizaba
la conquista de su boca. La levantó en brazos y la llevó a la cama. El
colchón se hundió bajo su peso cuando se inclinó hacia adelante
para cubrir a Gretchen sobre las mantas desordenadas antes de
unirse a ella.

Sabía que debería estar pensando en la forma en que las cosas


resultaron con Samantha. Debería reconfortar a Gretchen, en lugar
de ceder a sus necesidades más bajas. Pero ella olía tan bien. Y Dios
mío, se sentía como una redención.
Su corazón latía erráticamente. Hacía mucho tiempo que no hacía
el amor con una mujer. No había habido ninguna desde Samantha.
Casi se sentía abrumado por la idea de tomar a Gretchen, de dejar
que llenara los espacios vacíos de su interior, de entregarle lo que
antes había reservado para otra.

Pero lo hizo con gusto.

El fantasma de Samantha se desvaneció y entonces sólo quedó


Gretchen en su mente, en su corazón.

El profundo coral de sus areolas y su pelo rubio se abrieron en


abanico contra las almohadas. Tomó un mechón y lo frotó entre sus
dedos. Era un rubio frío, del color de los atardeceres de invierno.
Inhaló su aroma puramente único, que le recordó una vez más la
dulzura que asociaba a la miel.

Gretchen se inclinó hacia delante y le dio un casto beso en la


boca, pero sus manos, sus perversas manos, se introdujeron en sus
calzoncillos y le acariciaron la polla, que se puso a toda máquina.

El placer nubló su mente. Pero eso no fue nada comparado con


lo que hizo a continuación. Ella empujó sobre sus hombros hasta que
él se acostó de espaldas.

Se arrodilló entre sus piernas y le quitó los calzoncillos. Lo


siguiente que supo fue que su polla estaba envuelta en su cálida y
caliente boca. Su boca se deslizó por su longitud hasta que su lengua
buscadora conectó con sus pelotas, envolviendo sus dedos ansiosos
alrededor de su polla para acariciarla mientras lamía sus testículos.
Entonces su boca y su mano cambiaron de lugar. Mientras su mano
acariciaba y amasaba sus bolas, su boca chupaba la punta de la
polla.

Sintió la suave perforación de su lengua en la hendidura y luego


ella lo estaba sujetando por su aterciopelada garganta húmeda. Se
deleitó con la sensación de su lengua, sus labios, sus manos...

—Espera —dijo con voz ronca—. Ha pasado mucho tiempo para


mí, cariño.

Detuvo sus tiernas atenciones y luego se estiró sobre él. Ella le


rodeó el cuello con los brazos.
—Rafe —susurró.

La ayudó a quitarse el camisón y luego la puso de espaldas,


cubriéndola con su cuerpo musculoso. Le temblaban los dedos al
tomar el tierno peso de su pecho con una mano. Con la respiración
entrecortada por la excitación, hizo rodar el pezón entre el pulgar y
el índice. Se endureció, y el apretado capullo fue una tentación
gratuita.

El coral profundo de sus areolas y sus pezones apretados y


dulces lo llamaban. Agarrando un pecho, se inclinó hacia adelante y
arremolinó su lengua alrededor de un brote, provocándolo con ligeros
y rápidos lamidos hasta que los suaves gemidos de Gretchen le
suplicaron más.

Se llevó el pico tenso a la boca y chupó.

Ella gritó, le metió las manos en el pelo y lo apretó aún más.

Pasó al otro pecho y besó la parte inferior antes de saborear la


areola.

Sus labios apretaron su pezón y lo chuparon con la misma


intensidad que habían dedicado al otro.

Su dura polla se tensó contra el acogedor calor de su feminidad.

Había pasado demasiado tiempo. La necesitaba. La deseaba.


Esto...

Oh, sí. Esto.

Se estremeció de deseo, reprimiendo la profunda necesidad de


destrozarla, de demostrarle ahora mismo lo mucho que significaba
para él.

La polla de él se apretó contra el sexo de ella y entonces ella


se introdujo entre ellos, ajustando su posición para que pudiera
tomarla.

Se movió.

Lentamente.

—Oh, Dios —dijo— Te sientes tan bien, Gretchen.


—Tú también —dijo—. Por favor, Rafe —Ella lo agarró por las
caderas y se retorció contra él, sus golpes cortos, frenéticos y
tortuosos.

Ella se sacudió contra él, sus manos apretadas contra sus nalgas.

Sintió el aumento de su propio placer, el borde desnudo de un


orgasmo amenazador. Él succionó su pezón, igualó sus caricias y
disfrutó de la sensación de que ella lo tomara y lo completara.

Su orgasmo la reclamó escasos segundos antes de que él


perdiera el control. Mientras ella ordeñaba su polla, diciendo su
nombre como un mantra, Rafe gritó, su pene se sacudió con fuerza
mientras derramaba su semilla dentro de ella.

Durante un largo momento, se abrazaron, con los corazones


palpitando y la respiración agitada. Rafe se puso de lado, metió a
Gretchen en el hueco de su brazo y la abrazó.

—¿Deberíamos... hablar o algo? —preguntó Gretchen.

—Sabes, soy un oso —dijo con ternura— y hay una cosa que
realmente nos gusta después de tener sexo increíble con una mujer
hermosa.

Ella arqueó una ceja rubia.

—¿Oh, sí? ¿Qué es eso?

—Acurrucarse —La atrajo aún más y ella se aferró a él, dándole


tanta calidez y consuelo como él trató de darle. A veces, no se
necesitaban palabras.

Pronto, ambos se durmieron


ONCE
Gretchen caminó detrás de Rafe y sus dos hermanos mientras
se arrastraban a través de la colina boscosa hacia la mansión de
madera y cromo que brillaba sobre ellos.

Dos horas antes, tres SUV llenos de hombres lobo, Rafe y


Gretchen se habían reunido en las oficinas de Pearson Security. Tenía
que admitir que despertarse en los brazos de Rafe había sido
maravilloso. Él era cariñoso, sin miedo a envolver sus brazos alrededor
de ella o hacerle cosquillas en las costillas para hacerla reír.

Al entrar en la trastienda de Pearson Security, los hermanos de


Rafe, Gabe y Mike, habían saludado a su hermano mayor con el tipo
de afecto que encierra el término "abrazos de oso".

Rafe no había discutido cuando Gretchen dijo que quería


participar en el rescate de Kaylie. En su lugar, le enseñó a cargar y
apuntar la pistola de 9 mm que ahora llevaba en la cadera. Ella ya
estaba enamorada del oso y este gesto realmente cerró el trato.
Ahora, vestía los mismos atuendos negros que el resto del clan
Pearson, incluido un pesado chaleco antibalas envuelto alrededor de
su torso. Las Sombras estaban liderando la operación, eliminando a
los guardias apostados mientras los hermanos Pearson y Gretchen
entraban en la casa.

Cada uno tenía un auricular sintonizado en la misma frecuencia.


Unos pequeños micrófonos colocados en sus collares les permitían
comunicarse de forma rápida y eficaz. Todos podían escuchar lo que
ocurría con los demás.

Los guardias, doce en total, llegaron a un final rápido y silencioso.


Los hombres lobo tomaron posiciones alrededor de la casa,
preparados para aniquilar a cualquiera lo suficientemente estúpido
como para salir corriendo de la mansión y amenazarlos.

Gretchen y los hermanos oso subieron por el camino de entrada


hasta la puerta lateral de la que Gretchen les había hablado. Mike
pateó la puerta y esta se rompió hacia adentro. Su madera y vidrio
no eran rival para la pura fuerza del cambiante oso.

El vestíbulo conducía a la enorme cocina. Gretchen tuvo una


vaga impresión de electrodomésticos de acero y encimeras de granito
mientras lo recorrían. El comedor estaba despejado, y la siguiente
habitación era una enorme sala de estar con varios asientos y una
chimenea tan enorme que tres personas podían pararse en ella.

—Despejado —dijo Mike—. Pasaremos por el resto de la planta


baja, ustedes dos suban.

Mike y Gabe se marcharon y Gretchen siguió a Rafe por la


elaborada escalera de madera.

Los cuatro primeros dormitorios de la planta superior estaban


vacíos. Supuso que las puertas dobles del final del pasillo conducían
a la suite principal.

Gretchen oyó los lamentos de la bebé intercalados con


pequeños ladridos. Se quedó helada.

Rafe maldijo.

—Él está ahí con ella. Quédate detrás de mí.

Temblorosa y temerosa, Gretchen siguió a Rafe por el pasillo.


Abrió las puertas y su pistola disparó antes de que ella pudiera entrar
en la habitación.

Dos hombres yacían muertos en el suelo. Sentado en la enorme


cama de cuatro postes estaba Rand. Estaba vestido con un traje, con
el pelo oscuro peinado hacia atrás como el de un mafioso de película.
Su sonrisa maliciosa era todo dientes y nada de conciencia. Sostenía
a Kaylie contra su pecho y, por los gritos de la bebé, Gretchen supo
que Kaylie estaba angustiada.

—Acércate más y la mataré.

—¿Tu hija? —se burló Rafe—. ¿Después de todo lo que hiciste


para recuperarla?
—Puedo hacer más bebés —Rand miró a su hija e hizo una
mueca—. No quiero que me recuerden a mi puta esposa —Su mirada
se fijó en Gretchen—. Tú eres la que se llevó a mi hija.

—Me la entregaron —dijo Gretchen—. Ahora es mía.

Las pesadas cejas negras de Rand se alzaron en señal de


sorpresa y se rio.

—¿Una humana? ¿De verdad?

—La humana responsable de la muerte de tu hermano —dijo.

Eso lo hizo bajar la guardia. Rafe se acercó sigilosamente, con


su arma apuntando al cráneo de Rand. Gretchen le siguió, sintiéndose
impotente. ¿Cómo podrían llegar a Kaylie antes de que Rand hiciera
algo para herirla? El gran hombre lobo podría romperle el cuello con
facilidad. El miedo palpitaba en la base de la columna vertebral de
Gretchen.

Rand acarició el pelo de Kaylie mientras hablaba.

—Vivian mató a Trent. Él quería aparearse con ella y en lugar de


hacer aquello para lo que fue puesta en esta tierra, lo asesinó. Tenía
que hacerla pagar por eso. Y lo hice, créeme. Cada día.

La furia brotó dentro de Gretchen.

—Te vas a pudrir en el infierno, justo al lado de tu hermano


imbécil.

La ira y la fuerza de voluntad la impulsaron alrededor de Rafe


y hacia Rand. Éste no parecía alarmado por el hecho de que una
humana se acercara a él, y desde luego no esperaba que Gretchen
le diera una bofetada en la cara con toda la fuerza que fue capaz
de reunir.

—¡Perra! —tronó—. ¡Cómo te atreves!

Gretchen le arrebató a la bebé de las manos. Fue entonces


cuando vio que había escondido una pistola debajo de su preciosa
e inocente hija. Se apartó de él, abrazando a Kaylie con fuerza contra
su pecho. Oyó el ruido de dos balas.
Rafe gritó—: ¡No!

Entonces sintió como si le hubieran dado un puñetazo en los


riñones. Se tambaleó y se quedó sin aliento al caer de rodillas. Se
balanceó, manteniéndose erguida, decidida a proteger a la pequeña
loba en sus brazos.

Lo siguiente que oyó Gretchen fue un espeluznante rugido


animal... ya había oído ese sonido en programas de naturaleza sobre
osos pardos. Avanzó hasta llegar a la pared más lejana, entonces se
giró y se apoyó en ella, con dos dolores gemelos floreciendo en su
espalda.

Un oso pardo se puso de pie sobre sus ancas y clavó sus garras
en el pecho de Rand. El hombre lobo había intentado cambiar a su
otra forma, su rostro era una máscara de humano y de lobo, pero la
furia del oso era demasiada.

Rand cayó de nuevo en la cama, con el pecho ensangrentado y


lleno de pulpa.

Sus ojos se abrieron de par en par y luego se volvieron vidriosos,


y se quedó quieto. Gretchen exhaló un suspiro tembloroso y cerró los
ojos. Todo había terminado.

—¿Gretchen?

—Estoy bien.

—Déjame ver —Se agachó hacia delante y Grant palpó su


espalda—. Gracias a Dios. Las balas están en la chaqueta, no en tu
cuerpo. Probablemente tendrás unos moratones espectaculares.

—Valió la pena —Ella lo miró y parpadeó—. ¿Por qué estás


desnudo?

—Cambié, cariño. La ropa nunca hace la transición.

—¡Rafe!

—Por aquí —Rafe tomó a la bebé de los brazos de Gretchen y


entregó a Kaylie a uno de sus hermanos. Entonces Rafe tomó a
Gretchen en sus brazos y la acunó suavemente.
—Puedo caminar.

—No, no puedes.

—Yo no discutiría con él —dijo Mike—. Es un cabrón testarudo —


Mientras Mike y Gabe caminaban delante de ellos, ambos arrullando
a la bebé, Rafe la miró.

—Estás a salvo, Gretchen.

—Sólo me siento así contigo —admitió—. ¿Es eso raro?

—No. Y si tengo algo que decir al respecto —dijo él, besándola


en la parte superior de la cabeza—. Así va a seguir siendo.
SOBRE LA AUTORA
Cuando no está escribiendo relatos paranormales sobre Broken
Heart, Oklahoma, o series como Violetta Graves ghost mysteries, la
autora de bestsellers del New York Times y del USA Today, MICHELE
BARDSLEY, escribe series de crímenes reales, ficción de terror y
thrillers bajo el nombre de MICHELE FREEMAN. Michele también hace
ganchillo, lee vorazmente y come un chocolate tan negro como su
alma. Reside en Texas con su marido y sus adorables bebés peludos.
Un Corazón en Invierno

Una historia de Vínculos Etéreos

V.M. Black

Swift River Media Group


Washington DC
The Guardians
Sinopsis
Sarah desafió a su familia y se casó por amor con alguien de posición inferior. Su
felicidad con el Barón Marston se multiplicó cuando recibieron a cuatro niños en su familia.
Pero una enfermedad devastadora se ha apoderado de Sarah, una que ha resistido cada
cataplasma y purga de los más grandes médicos de Inglaterra.

Pronto, reclamaría su vida, si no fuera por la promesa de un último sabio, cuyo beso
de vampiro le trae no solo la eterna juventud, sino un vínculo que trasciende todos los
juramentos humanos.

¿Puede cualquier amor mortal, por fuerte que sea, sobrevivir a la seducción de un
vampiro atemporal? Se acerca la Navidad y Sarah solo puede estar en un hogar.

Esta historia está ambientada en el mundo de Vínculos Etéreos.


Staff
Traductoras

Brig20

Azhreik

Corrección y Diseño

Azhreik
Esta traducción está realizada sin fines de lucro.
De Fans para Fans

Apoya al autor adquiriendo sus libros si se publican en


español.
Capítulo Uno
Traducido por Brig20

La dentellada del invierno estaba en el aire, pero Sarah, Lady Marston,


se preguntó si viviría para ver la primera nevada de la temporada.

Habían pasado tres meses desde que una tos persistente había
comenzado a hacer brotar sangre que manchaba de escarlata todos sus
pañuelos, dos desde que sus piernas se habían fracturado por primera vez,
haciéndola caer medio tramo por las escaleras de piedra que conducían
desde la galería hasta el gran salón. La pierna que se había roto en el otoño
no se había podido ajustar correctamente, y después de dos semanas de
fiebre sudorosa y otro mes de estar en cama, el descubrimiento de que
ahora estaba coja permanentemente fue atemperado solo por la débil
seguridad de que ella no estaría viva mucho más para sufrirlo.

Ahora Sarah estaba sentada en el alféizar de piedra de la ventana que


daba al patio delantero de la casa solariega de su esposo, retorció el tercer
pañuelo de ese día en sus manos mientras escuchaba con solo medio oído
las súplicas de su dama de compañía.

—Es un médico excelente, ha estudiado con los más grandes médicos


judíos en las cortes de los musulmanes, estaba diciendo.

—Por favor, mi señora. Simplemente escúchalo.

Sus hijos jugaban abajo. Habían pedido prestado —o robado— un


pequeño barril del tonelero, y ahora lo estaban haciendo rodar por el patio.

Ann y Mary chillaban con una risa salvaje y poco femenina que llegaba
hasta la ventana abierta donde Sarah estaba sentada. Trabajaban juntas
para mantener el barril lejos de su hermano mayor Richard, quien alternaba
entre tratar valientemente de arrebatárselos y fingir ver sus payasadas con
el hastiado disgusto de sus trece años de madurez. El pequeño Henry
caminaba detrás de todos ellos con un palo que alguien realmente debería
quitarle, golpeando indiscriminadamente a cualquiera que fuera lo
suficientemente lento como para permitirle alcanzarlo.

La niñera tardaría horas en quitarles el barro de las batas de lana y


terciopelo, y Sarah estaba segura de que sería necesario remendar las
medias de Henry una vez más. Sonrió con tristeza al pareja en su regazo en
la que había estado trabajando antes de que el último ataque de tos se
apoderara de ella.
—Lady Marston, ¿presta atención a alguna de las palabras que digo?
—Sarah miró hacia arriba y se encontró con los ojos exasperados de su
dama de compañía.

—Sí, Bess, inclino mi oído hacia ti. Ya he consultado con muchos de


los médicos "excelentes". Me sangraron hasta que no debería tener sangre y
me purgaron hasta que me desmayé. Me pusieron cataplasmas, ampollas,
velas y cualquier otra cosa con la que sus artes oscuras pudieran soñar. He
bebido brebajes que me enfermaron hasta la muerte, y me bañé en el rocío
de una luna nueva y enterré un ratón a la luz de una llena.

—Lo sé, mi señora, y uno más...

—No—dijo Sarah, mirando a sus hijos de nuevo. —Estos médicos no


hacen más que apresurarme a la tumba. Voy allí con más velocidad de la
que ya deseo.

—La solicitud proviene de su señor esposo —dijo Bess en voz baja.

Sarah cerró los ojos contra la opresión de su corazón. Y luego, incluso


mientras tragaba con fuerza, comenzó a toser de nuevo, un ataque
prolongado que sacudió sus delgados hombros y desgarró su garganta, la
espuma burbujeante y sanguinolenta manchó el pañuelo que apretó contra
la boca.

Tosió incluso cuando la cabeza le daba vueltas por la falta de aire


hasta que sus pulmones dejaron el último suspiro, y luego aspiró otra
bocanada solo para toser de nuevo. El espasmo no la abandonó hasta que
se sintió débil y temblorosa, con las costillas magulladas por tantos ataques
de ese tipo, doloridas.

Bess se sentó en su taburete a las rodillas de su señora durante todo el


ataque, alarma y desesperación escondidas en su mayor parte detrás de su
cuidadosa máscara.

Sarah parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos, lágrimas que
provenían del dolor y la fuerza del ataque que se había apoderado de ella.
Tragó con cuidado para no desencadenar otro ataque, y dijo, con cuidado: —
¿Dijo en verdad que deseaba que yo viera a este excelente médico?

Bess se mordió el labio. —No debería haber hablado con tanta libertad,
mi señora, de lo que me pidió en secreto, pero temía que no cediera a mis
ruegos.

—No te equivocaste —dijo Sarah secamente. Le había extraído a John,


su señor esposo, el voto de que no volvería a hablar de su enfermedad en su
presencia. De todos los dolores de su muerte, ese había sido el mayor: ver el
dolor que ya había causado en su marido. Y por eso ella le había prohibido
hablar de eso, insistiendo en que el tiempo que aún estuvieran juntos debía
estar lleno de la felicidad que pudieran extraer de los últimos restos de su
vida.

Su prohibición lo había herido, pero él se había inclinado ante su


último deseo y, poco a poco, había visto a su viejo John volver con ella, de
quien se había enamorado ese feliz verano en la finca de su tío el duque.
Era ese John a quien deseaba besarle la mano aunque no se atreviera a
permitirle que le besara los labios por miedo a que su enfermedad se le
contagiara. Era ese John con quien quería pasar las largas horas de la tarde
junto al fuego, tocando el laúd aunque ya no tuviera aliento ni voz para
cantar.

Sarah suspiró y volvió a mirar hacia el patio delantero. Ahora la niñera


había descubierto el desorden que habían hecho sus hijos, y recogía al más
joven y lo despojó de su arma mientras regañaba a los tres mayores con una
apariencia de orden ligeramente avergonzada.

—Si le place a mi señor, veré a este doctor —dijo en voz baja,


preguntándose cuál sería el costo esta vez. ¿Estaría marcada por sus
lanzetas o enferma por sus brebajes? ¿Cuántas de las pocas horas que le
quedaban perdería ante este charlatán?

—Gracias, mi señora —dijo Bess, retorciéndose las manos con un


exceso de alivio—. Gracias.

—No me agradezcas a mí, sino a tu señor—dijo Sarah—. Es su favor el


que concedo.

—Sí, mi señora —dijo la sirvienta—. ¿Lo dejo pasar?

Sarah la miró, arqueando las cejas con sorpresa. —¿Espera afuera,


incluso ahora?

—Sí, mi señora —repitió Bess, esta vez con gran mansedumbre—.


Sabía que tenías esperanza, que no te habías entregado por completo a la
desesperanza como parecía.

Sarah no supo qué responder a eso. No es que se desesperara, no


exactamente. Pero había vivido en su propio cuerpo estos treinta y un años,
y lo conocía como nadie más. Sintió la debilidad en sus músculos, el
esfuerzo con el que respiraba, y eligió no vivir más en la ilusión. ¿Al
reconocer la inminencia y la inevitabilidad de su muerte realmente estaba
cediendo a la desesperación?
Pero este era un argumento de que ella no tenía la voluntad de
comenzar, mucho menos la resistencia para ganar, por lo que simplemente
dijo: —Si él está dispuesto a esperar mi complacencia, nunca será mayor de
lo que es ahora. Envíalo.

—Sí, mi señora —dijo Bess de nuevo, moviendo la cabeza, se puso de


pie y salió de la habitación.

Sarah suspiró. Bess tenía buenas intenciones, al igual que John. Pero
no aceptarían la verdad que ella ya no podía evitar. Era casi tan agotador
vivir entre su negación como lo era estar muriendo.

Cuando la puerta se cerró detrás de Bess, Sarah acomodó las pieles y


las colchas alrededor de sus hombros y piernas y cerró la ventana.

Había logrado silenciar la insistencia de Bess de que sus problemas


surgían por corrientes de aire y escalofríos, pero sabía que sería lo primero
que mencionaría un nuevo médico para establecer su experiencia. Parecía
tener poco sentido argumentar una vez más que muchas personas pasaban
todo el día trabajando al aire libre sin efectos nocivos porque eso solo daría
comienzo a las habituales conferencias sobre humores y constituciones.

Así que cerró la ventana y apagó los sonidos de sus hijos, que ahora
discutían en voz alta con su niñera que, argumentando en realidad, que no
habían causado ningún tipo de problema.

Sarah recogió la media de Richard y terminó de zurcir el último agujero


que le había hecho en la rodilla, cortando el fino hilo de lana con las tijeras
que sacó de la castellana que llevaba en la cintura. Con un suspiro, lo alisó
sobre su rodilla y luego lo dobló con movimientos rápidos y automáticos
antes de ser interrumpida por el rasguño en la puerta.

—Por favor, entre —dijo, y la puerta se abrió.

Bess entró primero, con una expresión de disculpa en su bonito rostro


redondo. —Lady Marston, ¿le presento a Don Argemirus?

Sarah pegó una sonrisa en su rostro y levantó la mirada hacia la figura


alta y vestida de oscuro detrás de la sirvienta. Y la sonrisa desapareció de su
rostro cuando la luz pareció ser absorbida de la habitación.
Capítulo Dos
Don Argemirus no se parecía a ningún médico que Sarah hubiera
visto. No se parecía a ningún hombre que ella hubiera visto, como salido de
uno de los viejos romances que habían pasado de moda —un sacerdote—
caballero con cara de ángel, no un médico de purgas y cataplasmas.

Su cabello era del color dorado brillante de un campo de trigo listo


para la cosecha, rizado alrededor de su rostro como el de un cuadro de Eros
que había colgado en la gran escalera de la gran casa solariega de su tío el
duque, con finos rasgos que eran tan hermosos que rayaban en lo femenino.
Sus ojos eran de un azul intenso y perfecto debajo de cejas que eran
sorprendentemente más oscuras que su cabello rizado, y él miraba al
mundo a través de una franja de pestañas que distraían por su grosor.

También tenía la constitución de los dioses de las pinturas, músculos


evidentes incluso bajo su jubón español negro y la capa corta que llevaba
echada hacia atrás de los hombros. Y cuando sonrió, sus dientes eran tan
perfectos como su rostro, blancos y uniformes.

—Lady Marston —dijo, extendiendo una pierna delante de él mientras


se quitaba el sombrero para presionarlo contra su corazón mientras se
inclinaba. No llevaba gorro debajo de él, y Sarah se encontró mirando la
parte superior de esos perfectos rizos dorados, preguntándose cómo se
sentirían entre sus dedos.

Se enderezó y, en lugar de volver a ponerse el sombrero, lo dejó sobre


la mesa que estaba frente al fuego por consideración al hecho de que ahora
se encontraba en los aposentos más recónditos del barón y lady Marston.

Sarah encontró su voz con gran dificultad. —Don Argemirus —dijo ella,
logrando devolverle la reverencia con un asentimiento—. Le ha ofrecido sus
servicios a mi esposo.

Don Argemirus hizo un gesto de desdén con la mano y, con una


pequeña reverencia, Bess salió de la habitación. Sarah tuvo un momento de
indignación.

¿Cómo se atrevía un médico —que esperaba una audiencia de ella—


enviar a su sirvienta fuera de la habitación? Pero cuando la puerta se cerró
detrás de la mujer, Sarah no logró pronunciar las palabras de reprimenda.
En cambio, se sentó como una virgen con la lengua atada mientras el
hombre tomaba una de las dos sillas de roble de respaldo alto y la llevaba al
lado de Sarah.
—Con su permiso —murmuró, pero se sentó sin esperar su respuesta.
Sarah se sintió ofendida. No, más que ofendida, estaba indignada de que un
médico se tomara tales libertades en su presencia. Podría haberse casado
por debajo de su posición social, pero seguía siendo baronesa, e
independientemente de los títulos que pretendiera, este hombre no era nadie
en absoluto.

Abrió la boca para dar una respuesta mordaz, pero justo en ese
momento, él levantó los ojos hacia los de ella y se quedó en silencio, las
palabras se atascaron en su garganta mientras un rubor subía por su
rostro, ¿porque él agitaba sensaciones que ella había pensado que la
enfermedad había desaparecido?

¿Quién era este hombre que podía despertar esos pensamientos en


ella? ¿Era un mago en verdad, como fingían ser muchos de estos médicos?
Sarah luchó por controlar su corazón que palpitaba repentinamente,
ralentizando su respiración antes de que pudiera enviarla a otro ataque de
tos.

—Lady Marston, me enteré en York de su difícil situación y de su


belleza, y no estaría contento hasta que la viera y decidiera si podía ser de
utilidad para usted —dijo.

—¿Qué tiene que ver mi belleza; o los vestigios que quedan de ella, con
su habilidad en las artes de la sanación? —preguntó Sarah sin rodeos,
recuperando parte de su equilibrio. Este hombre, este extraño, parecía
oscurecer la habitación a su alrededor, incluso mientras se sentaba con
cuidado para que la luz de la ventana no cayera directamente sobre él.

¿Cómo podía un hombre justo llevar tanta oscuridad a su alrededor?

Don Argemirus se limitó a reír.

—Nada en absoluto. O quizás todo. Importa mucho el interés que tenga


en ayudar, ya que creo que puede ayudar a la eficacia de mi tratamiento.

—¿Una cura que solo funciona en una mujer bella? Nunca había
escuchado una charla tan aficionada —dijo Sarah—. Si ha venido a tomar el
oro de mi marido con su lengua de plata, créame que no tengo paciencia con
los aduladores y los ladrones.

Sus ojos brillaban en su hermoso rostro, su palidez era dura y


brillante.

—No necesito los chelines ni las libras esterlinas de su marido. Tengo


mis propias propiedades que me hacen independiente de tales trivialidades.
Soy un caballero filósofo y elijo viajar por el mundo para enriquecer mi
conocimiento de sus funciones. No busco más recompensa que el
conocimiento.

La mirada de Sarah se posó en sus manos, donde dos grandes anillos


brillaban incluso en las sombras, y luego la alzó hacia los broches
encadenados que estaban prendidos a sus hombros para sostener en su
lugar una capa forrada de escarlata.

—¿Su filosofía se extiende a las artes alquímicas, tal vez? —preguntó,


porque los alquimistas eran los únicos eruditos que conocía cuya pretensión
de conocimiento les proporcionaba tales recompensas materiales.

—Soy un buscador de la verdad. No extraigo riqueza de los reyes —dijo


en un tono tal que Sarah no podía perderse de que él entendía que ella
todavía estaba cuestionando su honestidad.

—¿Y qué le dice su "verdad" sobre mí? —preguntó.

—Sufre mucho por una enfermedad que desequilibra los humores


hacia el calor y la humedad —dijo Don Argemirus. Le tendió la mano y,
vacilante, Sarah aflojó el fuerte agarre que tenía alrededor de la media de
Richard y le dio la mano.

El toque de su piel contra la de ella envió una especie de sacudida a


través de su cuerpo, algo que fue tanto alarma como una conciencia visceral
de él. Le dio la vuelta a la mano de ella en la suya, de modo que la palma
quedara hacia arriba. Su piel estaba fría y seca, y deslizó su agarre por su
muñeca para mantener sus dedos contra su pulso palpitante. El mero toque
de sus dedos despertó pensamientos en ella, pensamientos salvajes de todas
las otras cosas que sus dedos, su boca, su cuerpo podían hacerle.

Las palabras que pronunció fueron impersonales y frías en marcado


contraste con la tormenta que había provocado en su cuerpo.

—La hermosa grasa de su juventud se ha consumido en sudores


durante la noche, y sus pulmones ahora trabajan bajo exceso de agua y no
se pueden limpiar, aunque su pañuelo esté manchado con la sangre de tus
esfuerzos.

—Es una aflicción bastante común —dijo Sarah, curvando los dedos a
la defensiva—. ¿Y qué remedio me recomienda? ¿Sangrado? ¿Transpiración?
¿Purgas? ¿Medicamentos?

—Nada de eso le curará —dijo.

Sarah no pudo soportarlo más, retiró la mano de su agarre y cerró los


ojos. Quizás él era un brujo en verdad, porque nadie más que John había
despertado jamás esos sentimientos, esos pensamientos en su interior.
Pero ni siquiera un brujo podría salvarla ahora.

—Entonces, ¿por qué vino? —le preguntó—. Si su medicina no pueden


prevalecer contra mi aflicción, ¿por qué agregarle sus crueles palabras?

—Mis medicamentos no son el último recurso —dijo.

Abrió los ojos y miró a los de él, y la intensidad de su mirada la dejó


sin aliento. Pudo leer algo de lo que él quería decir allí: un insulto para ella,
un grave insulto a su castidad y devoción por su marido, así como una
ridícula invitación a una mujer lisiada que agonizaba a causa de una
enfermedad peligrosa.

—Don Argemirus, no puedo imaginarme qué diablillo se apoderó de


usted para suplicarme audiencia —dijo con frialdad, recurriendo a su tono
más formal para enfatizar su desdén—. Debe saber que tal oferta, si alguna
vez fuera real, debería ser absolutamente imposible para mí.

El médico extendió la mano y Sarah no pudo apartarse cuando él


atrapó un mechón de cabello ralo que se había caído debajo de su gorro de
inválida.

—No le ofrezco ningún insulto sino la oportunidad de vivir. No vivirá


para ver el cambio de un nuevo mes, y mucho menos el reverdecer de un
nuevo año sin mi ayuda.

Ella negó con la cabeza, porque sus ojos y su tacto habían contado una
historia muy diferente.

Pero el doctor prosiguió. —Es un sangrado, pero un sangrado de un


tipo diferente al que se ha acostumbrado. Es una cura de la que hay un
dicho, "si no mata, cura". Si cura, también cambia. Su corazón ya no
pertenecerá a su esposo, y se desatarán los lazos mortales.

—No existe una cura que pueda producir tales cambios —se burló
Sarah, pero su corazón todavía latía con fuerza, y una pequeña parte de su
mente susurró:

«Si alguien tenía la cura, debería ser este hombre.»

Él habló llanamente.

—Esta lo hace. Funciona raramente, muy raramente, pero hemos


aprendido que funciona mejor cuando hay... mucho en lo que trabajar al
principio.

—Mucho —repitió Sarah, temerosa de la palabra, porque sabía que se


refería a todos los extraños sentimientos que había despertado en ella.
—Cuando los sentimientos son excelentes en ambos lados, las
posibilidades de éxito aumentan proporcionalmente.

Y los sentimientos eran excelentes. No deberían ser, ella no debería


sentir nada en absoluto. Miró a este extraño hombre, enojada y confundida
incluso cuando los sentimientos parecían golpearla como un carnero en las
puertas.

—¿Qué pretende con esta confesión? —se las arregló para preguntar
finalmente—. ¿Cree que debería cambiar mi honor y buen nombre por ...
promesas?

—No hago promesas, Lady Marston. La decisión es suya. No le ofrezco


ningún insulto ni trato. Hará lo que su corazón desee, pero si acepta la cura
y sobrevive, su voluntad cambiará.

Una pequeña parte de ella se emocionó con ese pensamiento, incluso


cuando el resto de su mente se rebeló contra él. Siempre había sido fiel a su
John, su primer, único y verdadero amor. No había nada que ni siquiera un
brujo pudiera hacer para cambiar eso.

Sarah levantó la barbilla. —Habla con los desvaríos de un loco.

—Cree —dijo don Argemirus, casi con desprecio—. Incluso ahora, cree.
Y su señor esposo también creerá, porque debe tener esperanza. —Se
levantó—. Voy ahora a contarle mis descubrimientos. Piense en ello, Lady
Marston. La vida es fugaz y la muerte es larga.
Capítulo Tres
Traducido por Brig20

Sarah apenas podía creer las palabras que sus oídos habían
escuchado, mucho menos su significado. Se quedó mirando la puerta
durante mucho tiempo después de que el médico se hubo marchado, hasta
que se abrió para revelar el rostro avergonzado de Bess cuando entró con
una bandeja en la que había un cuenco de gachas con leche.

—Aquí está su cena, mi señora —murmuró, poniéndola sobre la mesa.


Sarah dejó a un lado las medias de Henry y se metió el pañuelo en la manga
antes de liberarse de los abrigos y pieles y empujarse del alfeizar de la
ventana con ambas manos.

Sus piernas se tambalearon bajo su peso. La enfermedad no solo le


había robado las fuerzas, sino que estaba débil por las semanas en cama y
le dolía la pierna lisiada por el peso. Cojeó pesadamente hasta la silla que
estaba frente a la mesa, demasiado orgullosa para pedir ayuda siempre que
pudiera obligar a su cuerpo a trabajar por sí solo, y se sentó pesadamente
frente a la bandeja.

—¿Por qué me dejaste, Bess? —le preguntó a su dama de compañía


con reproche. Bess se había mantenido fiel al lado de Sarah durante las
visitas y las atenciones de demasiados autodenominados médicos en el
pasado. Nunca antes había abandonado a su señora sin un despido
adecuado.

—En verdad, no lo sé —dijo, sonrojándose culpable—. No puedo


entender por qué cuando Don Argemirus me lo ordena, no puedo hacer
nada más que obedecer.

—¿También le ordenó a mi esposo? —preguntó Sarah.

—Él sugirió —dijo Bess—. Él sugirió que podría salvarle.

—Todos los médicos dicen lo mismo y, sin embargo, mi marido no te


había enviado a defender ningún caso que no fuera el de Don Argemirus. —
Las gachas estaban tibias y blandas, la comida de un inválido, lo cual era
apropiado porque Sarah era una inválida. Sarah dejó la cuchara. No tenía
hambre.

La puerta se abrió de nuevo, esta vez sin ningún golpe preliminar.


John Glaston, el barón Marston, les interrrumpió. Había color en las
mejillas que habían estado pálidas durante demasiado tiempo, y la luz de la
risa estaba de vuelta en sus ojos.

—Déjanos, Bess —le dijo Sarah instantáneamente a su dama de


compañía, porque sabía que él llegaría tan cerca de la hora de la cena sólo
cuando sintiera la necesidad más urgente de hablar con ella. Su mirada se
movió rápidamente entre la señora y el amo, la mujer hizo una reverencia y
murmuró—: Sí, mi señora.

John esperó hasta que la puerta se cerró herméticamente antes de


romper su silencio.

—¿Has prestado atención al caso del buen médico?

—Lo hice, mi señor. Escuché su súplica —dijo Sarah pesadamente.

—¿Y no te parece él la imagen misma de la habilidad y la sabiduría? —


preguntó.

—La misma imagen, sí —estuvo de acuerdo. La imagen ciertamente


tenía razón porque había algo en su belleza que era superficial, hueco, como
si no hubiera nada dentro—. Pero él me inquieta en mi mente. Temo que sea
un practicante de algunas artes oscuras.

John asintió con vehemencia. Aunque no era el joven delgado y


atractivo que la había cortejado catorce años antes con tanta persuasión
que ella había desafiado a su familia para fugarse con él, el tiempo había
sido más amable con él que su enfermedad con ella. Todavía tenía sus ojos
oscuros y hermosos y un rostro bien formado bajo su barba muy corta, y
aunque la mediana edad estaba abriendo su cintura en una barriga notable,
todavía se movía con la seguridad de un atleta.

Y para ella, él era más guapo que los propios ángeles, y sobre todo más
que un hombre extraño que parecía llevar oscuridad a su paso.

—¡Tú también puedes sentirlo! —dijo John—. El poder que tiene es


grandioso, estoy seguro.

El dulce John, que se aferraba a cada pajita y deseaba creer a todos


los charlatanes que se enteraban de la difícil situación de su señora. Sarah
negó con la cabeza, dubitativa, recordando cómo su pulso se había
acelerado con su toque cuando nunca antes había corrido por otro.

—¿Pero proviene de los ángeles o del infierno?

John se arrodilló ante ella, tomando sus manos entre las suyas y
besándolas suavemente. Sarah se tambaleó levemente ante su toque, al
saber que demasiado pronto, nunca volvería a sentir sus besos.
Él era su verdadero amor. Años atrás, ella se había sentado a su lado
mientras él leía el discurso de Platón en el que Sócrates había expuesto la
idea de que cada ser humano en el mundo tenía otra parte, otra mitad que
lo haría completo. Ella lo había mirado entonces, y su corazón saltó al
reconocerlo mientras pensaba, «he encontrado mi otra mitad». Y nunca lo
había dudado.

John levantó la cabeza. —No podría soportarlo si te perdiera. No


debería poder seguir solo en este mundo —dijo en voz baja y ferviente.

—Pero debes hacerlo, John. Por el amor de tus hijos y por el amor que
me tienes a mí —protestó Sarah.

—Una vez más. —Aquellos ojos brillantes y amados suplicaron hacia


los de ella—. Sé que te he jurado que no debería molestarte más con mis
peticiones, pero una vez más, paloma mía. Un doctor más. Un brebaje
nocivo o una cataplasma repugnante más. He renegado de mi promesa a ti
solo porque mi amor es más grande incluso que mi honor.

—Oh, mi demasiado cariñoso esposo —dijo Sarah, parpadeando para


evitar las lágrimas que pinchaban sus ojos—. Nunca te digas que venderías
tu honor tan barato, porque mi amor no vale la pena. Si te place, le
concederé su bendición. Ojalá no digas nunca que tu esposa fue menos que
generosa con el corazón que le has confiado.

—¿Aceptarás la propuesta del buen doctor? —preguntó John.

¿Cómo podría Sarah explicarle el miedo en su corazón y las cosas


extrañas que le hizo el hombre? ¿Cómo podía intentar darle sentido a su
propuesta cuando ella misma no la entendía del todo? Don Argemirus no
era un caballero y ella apostaría a que tampoco era un médico corriente.

Sin embargo, con su orgulloso esposo humillado a sus pies, ¿qué


respuesta podría dar sino su consentimiento, aunque le costara el alma?
Puede que su vida mortal no valga su seguridad inmortal, pero la felicidad
de su marido sí. Su felicidad era, si eso significaba más tiempo con él.

Se estremeció levemente ante la blasfemia de ese pensamiento, pero


seguramente sus intenciones debían significar algo. Podría estar viendo
cosas que no estaban allí, albergando miedos sin ningún motivo.

Se dijo a sí misma que estaba enfrentándose a sombras. La cura de


Don Argemirus no funcionaría más que las de las docenas de sabios
eruditos que habían venido antes que él, de todos modos. Resultaría ser un
fraude como todos los demás, independientemente de las cosas extrañas
que hiciera cuando la mirara. Y si aceptar le hacía creer a John que ella
había hecho todo lo que estaba en su poder para vivir, entonces debía
dárselo.

Pero, ¿y si ella no sobrevivía? Esa era otra posibilidad que había


planteado el médico.

Sarah juzgó su propia fuerza y sintió el destello de debilidad de su


propia vida, la laboriosidad de cada respiración. Muy a menudo por la
noche, luchaba por levantarse del sueño, medio ahogada en la espuma que
se había acumulado en sus pulmones. El mes de Adviento estaba muy
avanzado, con la Navidad a una semana de distancia, y temía mucho no
vivir para verla. Si perdía tiempo, no serían más que unos pocos días.

—Sí —dijo finalmente, pesadamente—. Me someteré a sus remedios y


oraré por la liberación de mis aflicciones.

—Mañana —dijo John, apretando sus manos.

—Mañana por la mañana —estuvo de acuerdo.

—Por la sangre de Dios, eres la mejor y más verdadera esposa que un


hombre podría desear —dijo John.

Se puso de pie, y en un exceso de emoción, la tomó por debajo de sus


brazos y la levantó, su poderosa figura soportando la frágil de ella sin
esfuerzo. La atrapó en un beso y, a pesar de saber la estupidez de permitirle
exponerse a su posible contagio, ella le devolvió el beso de lleno,
hambrienta. Sus labios estaban calientes contra los de ella, su lengua
instaba a que abriera la boca, y ella lo dejó entrar mientras el deseo se
retorcía y apretaba bajo en su vientre.

Todas las respuestas femeninas que había temido que se perdieran


para siempre a causa de su enfermedad se despertaron con el toque de su
marido, —despertaron y rugieron— como para compensar sus meses de
represión. En su beso estaba el casi muchacho que la había cortejado por
primera vez y el hombre que había sacado a gritos a la partera fuera de la
habitación cuando ella había dado a Sarah como perdida, quien le había
salvado la vida cuando nadie creía que pudiera ser salvada.

Su boca sabía a hidromiel y a él, y su cuerpo lisiado se amoldaba al de


él como si estuviera hecho para él. Sarah olvidó el constante dolor de su
pierna. Incluso olvidó una parte de su profundo cansancio. Una de sus
manos se acercó para acunar su mejilla mientras la otra la sostenía más
firmemente contra su cuerpo.
Su debilidad cedió a su vigor, su fragilidad a su fuerza. Su útero latía
con su necesidad de tenerlo, un dolor que se retorcía hasta la unión de sus
piernas.

Él se separó, sus ojos duros la miraron profundamente, las alas de sus


cejas bajaron con una mirada de profundo deseo que le cortó el aliento.

—Mi señor —comenzó, luego se detuvo. ¿Qué podía decir ella que
pudiera transmitir cuánto lo amaba, cuánto le dolía el corazón por la idea de
dejarlo?

—Mi más querida y mejor señora —respondió, una sombra de una


sonrisa jugando en sus labios a pesar de que sus ojos todavía ardían. Le
acarició la mejilla suavemente.

—Tu única señora —respondió ella—. Por el momento.

—Para siempre —corrigió, y la besó de nuevo.

Sarah deseaba poder perderse en ese beso para siempre y nunca volver
a salir. Pero finalmente, se interrumpió, y dio un chillido de sorpresa cuando
él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama con dosel, cuidando su pierna
adolorida.

Cuando eran jóvenes enamorados, él la arrojaba sobre la cama y se


zambullía detrás, gruñendo, con sus risitas chillonas. Ahora la colocó sobre
él colchón con cuidado, con reverencia, colocando las almohadas debajo de
su espalda y cabeza para que se mantuviera en un ángulo lo suficiente como
para que no comenzara a toser de nuevo.

—Oh, John —dijo mientras sus manos iban a los cordones de su ropa
interior y medias.

—¿Deseas que me abstenga? —preguntó él, quedándose quieto al


instante.

Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar por un momento debido a la


opresión en su garganta. Tragó saliva para aclararlo. —No. Por Dios, no,
John. Te deseo. Mientras respiro, te deseo.

—Entonces eso es todo lo que importa. —Él aflojó su ropa interior y los
calzoncillos, y se subió a la cama detrás de ella, subiendo sus faldas
mientras se arrodillaba entre sus piernas, deslizándose sobre su cuerpo
mientras mantenía su peso con cuidado sobre un codo.

Su beso atrapó sus labios hinchados, y ella gimió en su boca mientras


pequeños estremecimientos de reacción agitaban sus extremidades hasta
que las puntas de sus dedos cosquillearon mientras ahuecaba su rostro
entre sus manos. Este momento le costaría, le costaría caro, pero en ese
momento, no podía importarle. Esa noche, cuando su pecho se llenara y no
pudiera respirar, tal vez no se despertara en absoluto.

John estaba tirando de las cintas que sostenían sus medias,


aflojándolas y empujándolas hacia abajo para poder acariciar sus muslos,
sus manos moviéndose sobre su sensible piel al mismo tiempo que su boca.
Sus manos eran fuertes, callosas por el trabajo de las riendas y la espada,
las poderosas manos de un hombre poderoso. Pero su toque era tan suave
como si estuviera manipulando un huevo roto.

Con su toque, sintió una dolorosa plenitud entre sus piernas, y movió
sus caderas con su movimiento, rogándole con su cuerpo que subiera por
sus piernas hasta su unión. Ella lo deseaba, lo deseaba con una fuerza que
latía en su cabeza al ritmo de su respiración, su boca, su cuerpo.

Pero él continuó acariciando sus muslos incluso mientras su lengua


acariciaba profundamente su boca hasta que ella hizo un ruido de
desesperada frustración.

Él se interrumpió y ella gritó de nuevo, con un pequeño maullido


involuntario.

—¿Te hago daño? —John preguntó con seriedad.

—Sólo con mi necesidad de ti, tonto cariñoso —dijo, a medio camino


entre la risa y el dolor—. ¡John, eres un provocador!

Ante eso, él le sonrió, con una luz traviesa en sus ojos. —Hace que la
satisfacción sea aún más dulce.

Ante eso, tomó su mano y la colocó directamente en su entrada. —


¡Entonces satisfáceme!

Él se rió de nuevo, luego se detuvo, mirándola fijamente mientras


empujaba profundamente entre sus resbaladizos pliegues. El cuerpo de
Sarah se apretó con fuerza ante la invasión, un escalofrío la recorrió
mientras respiraba con fuerza.

—¿Así, mi amor? —murmuró mientras empujaba un segundo dedo al


lado del primero.

Los músculos de su vientre se tensaron cuando el anillo de músculos


lo abrazó, casi ardiendo por la reacción. Su mano, todavía rodeando su
muñeca, se apretó y él comenzó a moverse dentro de ella, deslizándose hacia
adentro y hacia afuera mientras la acariciaba. John la miró, sus ojos fijos en
los de ella mientras su respiración se aceleraba. Sintió que todo su cuerpo
se tensaba, acercándola al borde, y su mano se contrajo alrededor de su
muñeca.

—Por favor, John. Te quiero conmigo —logró decir. Solo tenía la fuerza
para alcanzar su punto máximo una vez, y se necesitaría la energía
acumulada que debía durar todo el día.

John no discutió. Se apartó y descansó sobre sus rodillas y codos


mientras le permitía liberar su polla de la raja en sus calzoncillos, su capa
cayendo a ambos lados de ellos como alas escarlatas. Sarah apretó su
aterciopelado calor, ya completamente erecto, y lo acarició lentamente. Era
su turno para que su respiración se acelerara, el color se elevó en sus
mejillas por encima de su barba muy corta. Finalmente, dio un gran
estremecimiento y negó con la cabeza.

—Si voy a estar contigo, debes permitirme estar dentro de ti —dijo con
una risa entrecortada.

Sarah se rió, sintiéndose mareada, casi joven de nuevo, e inclinó su


polla hacia su entrada. Él empujó dentro de ella de una vez, y ella jadeó, sus
rodillas subieron a ambos lados para sujetar sus caderas cuando una
reacción la atravesó.

—¿Bien? —desafió él.

—Muy bien—dijo sin aliento, sus manos se deslizaron por su cuerpo


para pasar por su cabello. La última vez, pensó. Esta era la última vez que
lo sentiría allí, dentro de ella. Su fuerza huía día a día, incluso con las
horas, como un reloj de agua que no se puede rellenar.

La última vez que la llenaría, y la última vez que ella lo abrazaría


dentro de su cuerpo como si pudieran convertirse en uno.

Parpadeó con fuerza.

—Entonces, ¿por qué lloras? —preguntó suavemente.

—Lloro sólo de alegría —mintió Sarah.

John agachó la cabeza y lentamente, con la mayor devoción, besó las


lágrimas de sus mejillas. Luego comenzó a moverse dentro de ella,
empujando lentamente al principio, llenándola por completo, empujándola
hasta que sus pelvis se encontraron, besando sus labios, su rostro, su
cuello. Sarah cerró los ojos, apagó su mente y se dejó ir para no hacer más
que sentir, sentirlo a él, a su marido, que la amaba con la adoración de un
suplicante.
Dejó de besarla mientras aceleraba, y la respiración de Sarah se
aceleró, su cuerpo se tensó y se adelgazó, como si pudiera romperse en
cualquier instante.

Y luego vino, una especie de liberación desgarradora, y gritó el nombre


de su esposo, una súplica para que estuviera con ella para siempre, para
que nunca la dejara ir. Con un gemido, la siguió hasta la cima y ella pudo
sentirlo bombeando contra sus nalgas.

Ella bajó lentamente mientras él desaceleraba su ritmo mientras se


ablandaba dentro de ella. Finalmente, se detuvo y la besó, larga y
fuertemente. Cuando él se separó, ella se llevó la mano a los labios
hinchados como si pudiera atrapar el beso y mantenerlo.

Entonces se dio la vuelta, tirando de ella con él para que ella rodara
encima de él, su mano acunando su pierna mala para que no se lastimara
en la maniobra. Sarah se echó a reír, pero el repentino cambio de posición
fue demasiado para sus pulmones y, combinado con su falta de aliento, tuvo
otro ataque de tos.
Capítulo Cuatro
Traducido por Brig20

John se apartó de inmediato. Se sentó y la apretó contra su cuerpo


mientras ella sacaba un pañuelo de la manga y se lo ponía en la boca. Le
dolía mucho toser, le dolían las costillas, le ardían los pulmones y la
garganta, pero aún así el ataque continuaba, cada toma de aire
desencadenaba una nueva ola hasta que ella se hundió contra el cuerpo de
John, las lágrimas corrían por su rostro mientras todo su cuerpo se
quedaba quieto. Temblando en su agarre.

—Perdóname, mi señora —murmuraba John una y otra vez—. Re


ruego me perdones.

Y eso le dolía casi tanto como la tos, que pudiera lamentar tan
profundamente lo que le acababa de dar, casi con certeza la última vez que
estuvieron juntos.

Su enfermedad había destruido la dulzura incluso de este recuerdo


para él. Cuando por fin pudo respirar sin sufrir otro ataque de tos, el flujo
de lágrimas por su rostro cambió de un simple dolor a un gran pesar, y
tragándoselo, volteó su rostro hacia el jubón de John.

Él le acarició el cabello, aún murmurando, hasta que ella finalmente


contuvo su tristeza y levantó los ojos hacia su rostro.

—Nunca debes disculparte por esto —dijo—Fue un regalo, John. Un


gran regalo para mí, para que lo lleve en mi corazón. Tal vez me hayas dado
mi último momento de placer.

—¡Tonta! El doctor Argemirus te curará —le regañó.

—Que sea como dices —asintió Sarah obedientemente—. Pero si sus


artes fallan, deberías saber que nunca me arrepiento de tus atenciones.

Él asintió con la cabeza, sin decir nada, pero Sarah vio la tensión en su
rostro y el movimiento de su garganta mientras tragaba. Un momento
después, se soltó y se puso de pie. Después de alisarse la ropa, tomó la
palangana y la jarra de agua de su lugar sobre la mesa y vertió un poco,
tomando su pañuelo de lino nevado y mojándolo antes de limpiarla suave y
cariñosamente. Lo dejó caer en la palangana y ató las cintas de sus medias
de nuevo antes de tirar de su camisón y faldas hacia abajo sobre sus
piernas.
—Deseo cenar con ustedes esta noche —dijo Sarah impulsivamente
mientras volvía a colocar el tazón y la jarra.

Él se quedó inmóvil, de espaldas a ella. —Puedo cenar aquí contigo.

—No —dijo Sarah—. Quiero ir abajo, al comedor.

—No has bajado a la mesa estas últimas ocho semanas —dijo él, sin
moverse. No había ningún indicio de emoción en su voz, estaba libre de
cualquier indicio de lo que podría estar pensando.

Pero Sarah lo conocía demasiado bien para que eso funcionara.

—Desde que me caí. Lo sé. —Tampoco habían estado juntos como


marido y mujer desde ese día. Hasta esta noche.

—Deberías guardar tus fuerzas.

—Si Don Argemirus va a curarme, mañana tendré más fuerzas —dijo


Sarah. Pero lo que realmente pensó fue que si este iba a ser un día de
momentos finales, este era un momento que no quería perderse. No había
salido de su habitación desde su fatídica caída, y de repente, se sintió
poseída por el temor de que nunca volvería a salir de la habitación a menos
que lo hiciera esa noche.

—Así que lo harás —dijo, finalmente volviéndose hacia ella. Su rostro


tenía una expresión agradable que no la engañó en absoluto.

—Llama a uno los sirvientes para que me lleven —dijo Sarah.

—No necesito ningún ayudante —dijo con desdén—. Así como te


cargué a nuestra casa el día que entraste por primera vez, así te cargaré
hoy.

Se acercó a ella de nuevo y se inclinó, abrazándola con toda la facilidad


como si fuera un bebé. Rodeándole el cuello con los brazos, apoyó la mejilla
contra su pecho.

—¿Ya cenaron?

Él Se rió entre dientes cuando llegó a la puerta, liberando una mano


para deslizar hacia atrás el pestillo que la mantenía cerrada. —Estábamos
casi sentados para nuestra comida cuando Don Argemirus bajó de la
habitación. Traté de ser un buen anfitrión, pero forzosamente tuve que
hablar contigo de inmediato.

Sarah sonrió, porque John siempre había tenido un toque de


impetuosidad.

—Mi queridísimo esposo, debería castigarte.


Abrió la puerta y la atravesó, agarrándola con el pie para cerrarla
detrás de él. —No debería cambiar nada.

—No debería imaginar que podría ser —admitió mientras él se abría


paso a lo largo de la galería hasta donde se veía el gran salón, luego
comenzó a bajar las escaleras. Sus brazos estaban firmes alrededor de ella,
tan fuertes como bandas de hierro, su paso seguro sobre los escalones de
piedra. Ella confió en él sin dudarlo mientras miraba a los reunidos debajo.

Los barones Marston mantenían una casa pasada de moda, y sus


dependientes se reunían para comer bajo su atenta mirada, la pequeña
mesa en la parte superior del estrado dominaba las mesas bajas como lo
había hecho durante siglos. John siempre decía que si iba a ser el señor de
su gente, debía estar entre ellos, y eso era lo que había hecho casi todas las
noches en caso de enfermedad o de salud. Cuando Sarah cayó por las
escaleras y cogió fiebre y yacía sudando y llorando de dolor en su lecho
matrimonial, el deber diario de John durante la cena fue la única vez que se
había apartado de ella en dos semanas.

Uno de los jóvenes pajes vio al barón y a su señora, y dio la alarma.


Las cabezas se volvieron, y luego los bancos rasparon hacia atrás y una ola
de silencio rompió en la habitación mientras su señor descendía con su
esposa inválida.

Su gente se mantuvo en pie mientras John caminaba por el pasillo


central entre las mesas y subía al estrado. Puso a Sarah en su silla, y ella se
hundió contra el respaldo alto y miró a la gente reunida.

—¡Mamá! —La voz aguda de Henry rompió el silencio y el niño se


escabulló del regazo de su niñera y corrió a sus rodillas.

Los brazos de Sarah protestaron mientras lo subía a su regazo, pero su


recompensa fue su cuerpo pequeño y sudoroso acurrucado contra su pecho.

—Mi mamá —dijo Henry con satisfacción, acariciando su brazo


posesivamente.

Sonrisas aparecieron en la pared de rostros solemnes, solo algunas al


principio. Entonces una de las doncellas soltó una risita y estalló una risa
dispersa entre los reunidos cuando todos volvieron a sentarse.

Sarah abrazó a su hijo menor contra su cuerpo mientras miraba a la


multitud, a los rostros de aquellos que habían sido extraños cuando llegó
por primera vez a la mansión de John, pero que ahora eran su gente, al
igual que ella era su señora.
—Mamá, ¿crees que deberías estar aquí? —El rostro de Ann se arrugó
por la preocupación.

—No podía soportar mirar las mismas cuatro paredes por un instante
más —le dijo Sarah a su hija mayor.

Ni Ann ni Richard, que estaban sentados frente a sus padres, parecían


convencidos. Pero no había mucho que Sarah pudiera decirles a sus hijos
para que cambiaran de opinión, así que no dijo nada en absoluto.

Miró a John y el corazón le dio un vuelco, porque junto a él estaba Don


Argemirus.

Por supuesto que el médico se sentaría al lado de su marido, se regañó


a sí misma. Él sería el invitado de honor, ocupando un segundo lugar en
honor solo al de ella. Pero aún así se le encogió el estómago al verlo allí, en
el ajetreado y bullicioso ambiente que era la cena en el gran salón.

Incluso cuando John apiló el plato, con demasiada comida, carne y


pan, tubérculos asados y repollo de principios del invierno, el médico la
miraba con ojos de ángel. Sarah fue de repente muy consciente de la
aspereza de la barba de John, la aspereza de sus manos y la pesadez de sus
rasgos en comparación con el sueño febril del pintor que era Don Argemirus.

—¿Ya ha decidido entonces, Lady Marston? —preguntó, y Sarah


incluso se sorprendió de lo hermosa que era su voz.

Debajo de la mesa, alcanzó el muslo de John, descansando su mano


sobre él para tranquilizarse, para estabilizarse. —Según el consejo de mi
señor esposo, he decidido probar su cura.

Al otro lado del Barón, el doctor chasqueó la lengua, un sonido


satisfecho y sonrió. Sólo entonces Sarah se dio cuenta de cuánta atención
femenina en la habitación estaba fijada en él, como si las mujeres apenas se
atrevieran a apartar la mirada. Sarah también se sintió atrapada en su
mirada, pero era la sensación de un pequeño ratón atrapado en la mirada de
una serpiente.

—Eso fue sabio de su parte. La cura es muy peligrosa y, sin embargo,


es su mejor y única oportunidad.

—Eso es lo que ha dicho —dijo con firmeza.

—¿Y el barón Marston comprende los riesgos? —preguntó.

John frunció el ceño. —¿Qué importancia le da a esa palabra,


"riesgos"?
—Si vive, cambiará para siempre —dijo Don Argemirus—. Lo que a ella
le era querido antes, puede que le resulte en disgusto después.

El ceño de John se profundizó. —No hay arte, en blanco o negro, que


pueda hacer tal cosa.

—Como usted diga —dijo el médico, alzando un hombro en un


encogimiento indiferente, y luego se volvió hacia su comida.

Sarah lo miró por el rabillo del ojo. En verdad, su decisión de bajar


había sido tan tonta como impulsiva, porque sólo el cierre de los tirantes
alrededor de su pecho y el apoyo de la silla la mantenían erguida.

Picoteó su cena para disipar la preocupación de su marido y luchó


contra los ataques de tos que la asaltaban sin previo aviso, pero notó que el
médico apenas comía más que ella.

Se preguntó si él necesitaba comer como lo hacían los mortales o si su


oscuro trato también se había extendido a eso.

El fuego que rugía detrás de la mesa calentó su espalda y las pantallas


de las puertas desviaban la corriente de aire que atravesaba la habitación.
El suelo estaba cubierto de juncos frescos para el Adviento, y ramas de
acebo de bayas rojas y tejos se retorcían con hiedra de hoja perenne y se
colgaban de las paredes. El barón Marston no tenía fondos para músicos en
su pequeña corte, no como en las grandes casas de su tío el duque donde
Sarah había crecido, sino que algunos de sus sirvientes que eran hábiles
con la flauta, el laúd y el cuerno estaban celebrando la festividad en el otro
extremo de la habitación tocando un alegre villancico.

Era realmente Navidad. Sarah no lo había sentido, encerrada en la


habitación del Barón en lo alto de la mansión. Pero aquí, mordisqueando su
comida mientras el pequeño Henry en su regazo mordía su pan, con las
canciones de la temporada y los brotes de vegetación y el fuego crepitante,
se sentía como en Navidad.

Y todo lo que estaba a punto de perder la golpeó en el corazón.

Pero ella pegó una sonrisa en su rostro y asintió con la cabeza y


murmuró ante los comentarios cuidadosamente alegres de su esposo hasta
que, finalmente, él sugirió que tal vez deseara retirarse. Y luego ella asintió
de buena gana y, después de abrazar a sus hijos, le permitió que la llevara
arriba de nuevo, y una vez más los súbditos reunidos se levantaron con
respeto silencioso mientras los músicos guardaban silencio hasta que ella se
había ido.
Sarah sintió la sombra de la muerte sobre ella, como si acabara de
presenciar el ensayo de su propio cortejo fúnebre. Y ella sintió como si su
centro hubiera sido extraído y vuelto a llenar solo con dolor.
Capítulo Cinco
Traducido por Azhreik

Cuando Sarah abrió los ojos y vio la luz de la mañana, elevó una breve
oración de agradecimiento. La noche había sido larga y difícil, porque había
pagado lo que había gastado ese día, además del interés del usurero. Incluso
casi sentada en la cama, el líquido que burbujeaba en sus pulmones casi la
había ahogado, y había pasado la mayoría de la noche tosiendo, con la
asistencia ansiosa de su esposo o Bess.

Cuando se removió, John se despertó con un sobresalto en la silla en


la que se había derrumbado ante el fuego que había mantenido abastecido
para alejar el frío de sus huesos. Pero el frío que ella sentía era el de la
muerte, algo que ningún fuego era lo bastante ardiente para alejar.

—Estoy bien —dijo… o intentó decir, porque sonó como un horrible


croar a través de su garganta dañada. Tragó dolorosamente—. No temas,
solo estoy despertando, mi señor —intentó de nuevo.

John ya estaba a su lado, con los ojos oscuros ensombrecidos por algo
más que el desvelo. —Debo llamar a Don Argemirus para que te atienda.

Sarah atrapó su mano cuando se dio la vuelta. —¡Espera!

Él se detuvo instantáneamente, sujetando su mano. —¿Mi amor?

Sarah abrió la boca, pero no tenía nada que decir. Había prestado
juramento… en la mañana, permitiría al doctor que ejecutara cualquier
magia oscura que pudiera sobre ella. Era de mañana, una mañana que a
veces durante esa noche había temido nunca ver. Nunca antes, incluso en lo
peor de su enfermedad, se había esforzado tanto por respirar. Nunca la tos
se había apoderado de ella con semejante crueldad, sacudiéndola hasta que
apenas podía resollar las toses que le estaban exprimiendo, hasta que orinó
su camisón y la cama porque controlar su cuerpo era igual de imposible
entonces que atrapar la luna.

Desagradable y humillante, había sido una noche que deseaba que


John nunca hubiera visto. Deseaba que él recordara sus largas cabalgatas,
sus cacerías, sus elegantes festines y sus muchos besos y muchos abrazos
que habían tenido lugar en sus aposentos, la alacena e incluso el pajar de
sus propios establos, como si fueran jóvenes plebeyos.

No esa noche, con ella sangrando y temblando y tosiendo y orinándose.


Él no debería tener ese recuerdo. Pero cuando ella había intentado enviarlo
lejos, él no se marchó, así que ella se consoló en su presencia incluso
mientras su corazón lloraba el peso de los recuerdos que él tendría que
soportar cuando ella se hubiera ido.

Pero ahora no había nada más que decir. Había llorado todas sus
lágrimas la noche anterior, y el dolor del duelo ya la había dejado seca. Así
que sencillamente apretó su mano y dijo las palabras que había dicho
muchas veces antes:

—Te amo, mi señor.

Él sonrió suavemente.

—Y yo a ti, mi corazón.

Ella soltó su mano y vestido con solo su camisa, calzas y medias, él


salió de la habitación y se marchó.

Sarah tuvo tiempo para hacer nada más que alisar su camisón
salpicado de sangre (el tercero de la noche) sobre su pecho y mover las
piernas, antes que la puerta se abriera y el doctor entrara.

Don Argemirus era incluso más hermoso de lo que ella recordaba, Eros
en un doblete exquisitamente bordado, y se movía con la gracia ágil de un
bailarín.

—¿Está lista? —preguntó, acercando la silla junto a su cama.

Sarah no pudo más que notar cómo se movía alrededor del estrecho
rectángulo de luz dorada que se proyectaba sobre el piso desde la ventana
de la habitación.

—Nunca estaré más preparada —respondió con absoluta honestidad


mientras él se sentaba a su lado—. ¿Dónde están sus lanzas y
preparaciones?

Él la miró con esos ojos duros y brillantes, sus rizos perfectos se


apretujaban alrededor de su cara angelical.

—¿Me creería si dijera que no necesito ninguno?

Sarah tragó mientras su corazón comenzaba a acelerarse a un ritmo


inestable.

—Debería.

En ese momento, creería si Belzebú mismo saltaba del suelo a sus pies
para llevarse su alma.
Él sonrió y el corazón galopante de ella tropezó mientras su respiración
se aceleraba, con un tirón perturbador en su abdomen bajo.

—Entonces deme permiso para empezar.

Sarah asintió, no confiaba para hablar. Deseaba a Bess en la


habitación, con ella, deseaba que John sujetara su mano. Una alarma
remontó en su interior, como un millar de campanas de iglesia tañendo en
su cabeza. Esto no era correcto. No era natural. Todo respecto a este
hombre estaba muy muy mal.

Él le tocó la mano que descansaba sobre las mantas que cubrían su


cuerpo, y ella jadeó ante la descarga que recorrió su cuerpo, desde su
coronilla hasta los dedos de sus pies. Pero en lugar de apartarla, giró la
mano bajo la suya, aferrándose a él por reflejo mientras las oleadas de
sensaciones la inundaban.

—Muy bien —dijo Don Argemirus, su voz profunda resonó con


satisfacción—. Procedamos.

Y con eso, elevó sus manos unidas hacia sus labios.

La respiración de Sarah se quedó atorada, y abrió la boca para


protestar aunque no era más que un gesto caballeroso. Pero con él, este
hombre o ángel o demonio, parecía cualquier cosa menos caballeroso.

Pero ningún sonido emergió antes que la boca de él se encontrara con


el dorso de su mano, enviando un corto retortijón agudo desde sus labios
hasta el lugar donde las piernas de ella se unían. Jadeó, luego se mordió el
labio, atrapada en el poder de la influencia que pulsaba alrededor de él
como un conejo en una trampa de cazador. De alguna forma, él parecía más
grande, más oscuro, como si se hubiera apoderado de todas las sombras en
las esquinas de la habitación y las hubiera envuelto a su alrededor.

Empujó hacia arriba la manga de su camisón con una mano y le giró el


brazo con la otra mano para que su muñeca desnuda quedara hacia arriba.
Y sosteniéndole la mirada, la besó de nuevo, con labios húmedos,
insistentes contra su piel. Los bordes de su visión se oscurecieron y las
sombras que estaban alrededor de él parecieron tocarla también.

—¡Que Dios me salve! —susurró Sarah, con palabras estranguladas,


apenas audibles.

Argemirus levantó la cabeza.

—No —dijo con sus dientes blancos destellando entre esos hermosos
labios—. Yo te salvaré.
Y antes que Sarah pudiera decir o hacer nada más, él bajó la cabeza
contra su muñeca, y en lugar de la caricia de sus labios llegó una repentina
y aguda puñalada de dolor.

Sarah gritó, pero incluso mientras lo hacía, el dolor se retorció en su


mente, encogiéndose como una serpiente y cambiando repentinamente en
un espasmo de placer que la alcanzó en las entrañas y le robo el aliento de
los pulmones. Ella lo deseaba… más que nada que hubiera deseado nunca
en el mundo, lo deseaba, y a pesar de la debilidad que hizo que sus
extremidades se sintieran como sacos de arena, hizo un desesperado sonido
como maullido en su garganta mientras su cuerpo tenía un espasmo por la
intensidad de su placer y necesidad. Su mano libre estaba en el cabello
sedoso de él, inmovilizando la boca contra su muñeca. El palpitar entre sus
piernas era intolerable, y se enderezó lejos de las almohadas, columpiando
las piernas lejos del borde de la cama.

Don Argemirus rompió el sello de su boca contra el brazo de ella, y


sangre brillante fluyó de los cortes en su muñeca. Sarah gritó de nuevo… no
de dolor, sino de lamento porque no podía soportar que él se apartara de
ella.

—¿Qué hechicería es esta? ¿Qué me está haciendo? —consiguió decir,


pero ya estaba inclinando las caderas hacia las de él mientras él se
acomodaba entre sus piernas.

—Salvándote, nada menos —replicó él. Y entonces le atrapó la nuca


con su mano ensangrentada y tiró de ella hacia su beso.

Una quemazón la atravesó como nada que hubiera sentido nunca, un


calor que derritió su cerebro y vientre y envió chispas detrás de sus ojos.
Podía saborear su propia sangre en sus labios, pero su sabor a cobre solo la
llevó a mayores cotas de locura. Le devolvió el beso con fuerza, deseando
más que la caricia de su lengua en su boca, que parecía atrapar su cuerpo
entero en su agarre. También deseaba el dolor, el latigazo que se retorcía en
su interior convertido en éxtasis.

Gimoteó cuando él apartó su boca, hacia su mejilla y su cuello. La


mano libre de Don Argemirus estaba sobre su calza, tironeando de los
amarres, dejando caer su pantaloncillo y liberando su polla de sus calzas.
Apartó el camisón hacia arriba sin ceremonias, su palma apoyada contra su
muslo desnudo le arrancó un gemido de los labios. Sin preocuparse por su
pierna herida, él tiró de sus caderas hasta el borde de la cama. Y justo
cuando la boca en su cuello se volvía dura, perforando su piel delicada, él la
penetró.
El cuerpo entero de ella estaba en llamas, como si su propia sangre
buscara devorar su cuerpo. Todo lo que él había dicho estaba volviéndose
realidad; la hechicería oscura que ardía en sus venas hasta que creyó que
su cuerpo entero se rompería por necesitarlo incluso mientras la llenaba. Se
deshizo, ya fuera de agonía o éxtasis, no lo sabía, no le importaba, porque
deseaba ambos en igual medida mientras provinieran de él.

Él embistió dentro de su suavidad mientras sus dientes la perforaban


profundamente, y no debería haberse sentido como se sintió, como si los dos
estuvieran conectados por una gruesa soga de puras sensaciones que fueron
directamente a su centro, algo más allá de las simples distinciones de dolor
y placer. Cada nervio gritaba mientras ella se apretaba alrededor de él, con
sus manos aún en el cabello de él, y la otra aferrándolo contra su cuerpo.

Sarah se vio lanzada a una cúspide donde no había aire, ni luz, nada
más que una tormenta de sensaciones que destrozaron los frágiles trozos de
su mente. El calor ardiente en sus venas se volvió cada vez más fuerte hasta
que incineró el placer y entonces su mundo solo fue dolor hasta que la
oscuridad cayó encima de todo.
Capítulo Seis
Traducido por Azhreik

Sarah abrió los ojos e hizo una mueca ante la luz que inundaba a
través de la ventana estrecha, y con su primer respiración, supo que estaba
curada.

Rememoró lo que había sucedido justo antes de que se sumergiera


bajo las oleadas de semiconsciencia. Su cuerpo y el de Don Argemirus
entrelazados, la desesperación de ella, el placer y el terrible, terrible dolor…

Debió haber sido un sueño por la fiebre, una locura, porque era
imposible que Sarah olvidara sus votos matrimoniales y su amor por nada.

Era imposible que pudiera haber sentido eso.

Y aun así, había estado acostada de espaldas en la cama, y no se


estaba ahogando con la espuma en sus pulmones. Se enderezó y no tosió, y
lanzó las piernas por el borde de la cama y se puso de pie.

Y ningún dolor se disparó por su piernas hasta su espalda. Sus


piernas eran de la misma longitud nuevamente, porque ya no estaba tullida
por el hueso que no pudo acomodarse apropiadamente.

Hechicería, de verdad. Sarah se estremeció, con la maravilla y el horror


abrumándola en igual medida. Respiró hondo tan profundamente que sus
costillas casi crujieron, y todo lo que sintió fue el dulce aire gélido del
invierno dentro de su garganta y pulmones.

No sentía dolor. Nada le dolía… ni siquiera el diente que había tenido


adolorido durante tanto tiempo que prácticamente había olvidado que
alguna vez se sintió diferente.

—Ahí esta. Vives.

Sarah se giró ante esas palabras para encontrar a Don Argemirus


sentado en el rincón más oscuro de la habitación, con los brazos cruzados
sobre su pecho. Ahora que su atención se veía atraída hacia él, parecía
imposible que no lo hubiera notado, pero las sombras parecían reunirse a
su alrededor con más espesor, que prácticamente lo tragaban.

Un brujo, eso es lo que él era. Un hombre que había vendido su alma


al diablo mismo.
Y también debía haber vendido la de ella, o no lo desearía tanto.
Incluso con el corazón palpitando de terror ante su visión, apretó las manos
en puños alrededor de la tela de su camisón para evitar estirar las manos
hacia él… para no rogarle que le hiciera de nuevo lo que había hecho antes.

—¿Qué deuda he incurrido con su amo? —consiguió preguntar Sarah,


y se asombró de que su voz casi no temblara.

—¿Amo? —Don Argemirus sonaba divertido—. Yo soy mi propio amo.

Por reflejo, Sarah hizo una señal para alejar el mal. —¡Que Dios me
salve!

Ante eso, él se levantó y se rio, echando la cabeza atrás para revelar la


hermosa longitud de su cuello. —No soy el diablo, querida tonta. Desciendo
de las líneas de ángeles, malditos pero no condenados.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó, retrocediendo mientras él avanzaba


hacia ella. No estaba prestando atención a donde iba y se detuvo
abruptamente cuando su trasero golpeó contra la pesada mesa que estaba
enfrente de la chimenea.

—¿Qué quiero de ti? —repitió él, deteniéndose a meros centímetros de


ella.

Hizo un movimiento como para acariciarle la mejilla, y ella se


sobresaltó aunque los dedos de él solo tocaron el aire, su piel hormigueó por
su cercanía.

—¿Qué te imaginas que quiero de ti? —preguntó.

Ella se imaginó una gran cantidad de cosas salvajes, pensamientos


enloquecidos, pensamientos que nunca había considerado antes que él
pusiera un pie dentro de sus aposentos.

—¿Dónde está mi esposo? —preguntó ella—. ¿Qué le ha hecho a John?

Don Argemirus soltó un ruido irritado y dejó caer la mano.

—Tu esposo, mi señora, espera abajo. Le prohibí la entrada a tus


aposentos mientras sanaba.

Sarah recordó sueños febriles, una mano fría sobre su frente, un toque
que apartó el dolor que destrozaba su cuerpo, y otro cuerpo junto al suyo.

—Entonces, ¿quién…? —Se interrumpió cuando la respuesta obvia le


llegó—. ¡Usted! Insolente, juro que no cometería ningún insulto contra mí.

—Ni lo hice, mi señora —dijo amablemente—. No hice nada que no


quisieras.
Sarah sacudió la cabeza. Nunca podría haber deseado ser infiel a
John. Él era la única razón por la que había accedido al engaño del doctor.

Excepto que sí lo había hecho. En el calor y la locura del momento, no


le había importado nada más que este hombre y lo que le estaba haciendo.
Ni sus juramentos, ni su honor, ni sus hijos.

Ni siquiera John.

Sarah levantó una mano hacia su cuello, tocando por reflejo el lugar
donde los dientes de Don Argemirus habían cortado su piel y derramado su
sangre. La piel estaba lisa e intacta. ¿Entonces había sido un sueño? ¿Era
esto un sueño? Pero se sentía más real que nada que hubiera sentido
nunca. Tal vez John y sus hijos eran el sueño…

Apartó esa línea de pensamiento.

—Deseo que se marche de aquí —dijo—. Márchese y nunca regrese.

—Me temo que pides lo imposible. —Don Argemirus sonrió—. Si me


voy cabalgando de las puertas de tu esposo sin ti, el dolor te volvería loca.

—¿Dolor? —Sarah bufó—. Si estoy curada, ¿qué dolor habría de


sentir?

Esta vez cuando él estiró la mano, sí la tocó, agarrando su barbilla. El


cuerpo de ella chisporroteó de atención, la necesidad de él que había estado
medio somnolienta rugió a la vida.

—Dime que no deseas mis besos con cada respirar —murmuró, sus
pestañas espesas velaban sus brillantes ojos azules.

Sarah abrió la boca para negarlo, pero descubrió que solo podía decir
la verdad. —Así es —exhaló—-. Que los Santos me preserven, pero sí.

La boca de él se alzó… y entonces encontró la de ella, y estuvo perdida


de nuevo, su cuerpo cedió a él instantáneamente mientras su mente se
encendía en llamas.

Cuando se separaron, fue porque él se apartó… él se apartó porque


ella nunca podría.

Y mientras le sonreía de nuevo, ella se percató con desesperación que


nunca podría negarle nada en absoluto.

—Ahora eres mía —dijo—. La sangre que te sanó también unió tu vida
a la mía. Debes olvidar tus antiguos juramentos y vínculos y marcharte
conmigo. No luzcas triste, mi señora, porque ahora las vidas de ellos no son
más largas que la de una mosca para ti.
—¿Qué está diciendo? —exigió Sarah, con la cabeza aún dando
vueltas.

Don Argemirus retrocedió. —No te curé por ahora sino para siempre;
tanto de enfermedades humanas como las vicisitudes del tiempo mismo.

Sarah sacudió la cabeza. —¿Inmortalidad? —preguntó.

Los ojos de él se agitaron de diversión apenas suprimida. —No la


inmortalidad de Tithonus, que se encogió con los siglos hasta convertirse en
un ratón, no. Juventud eterna.

Juventud eterna. Salud eterna. Nunca más se sentaría a las puertas de


la muerte mientras sus pulmones se llenaban y la ahogaban. Nunca más
temería al sueño porque tal vez no vería el siguiente amanecer.

John envejecería y moriría, igual que sus hijos y los hijos de sus hijos.
Pero ella sería joven. Sarah sintió la fuerza en su pierna que alguna vez
había estado tullida. Sería hermosa y fuerte.

Y no podía dudar que Don Argemirus podía darle todo eso.

—¿Qué quiere de mí a cambio? —preguntó—. ¿Mi alma?

Él se rio, jugando con un mechón de cabello que había caído sobre el


hombro de ella hasta su seno.

—Toda esta charla del demonio, diablos y almas. No tiene nada que ver
con esas cosas. Serás mi señora y yo seré tu señor. Para la eternidad.
Realmente, ¡hay peores destinos que ese!

—Su señora —repitió—. Ya tengo un esposo.

—El matrimonio con un mortal es una pobre meta para un inmortal —


respondió él—. ¿Los dioses se casan con hombres? No, aunque pueden
mezclarse con ellos durante un tiempo.

—Blasfema —protestó ella, p ero no pudo apartarse.

—Ah, tal vez —Su encogimiento de hombros fue indiferente—. No


somos dioses, en verdad, sino seres etéreos; yo mismo solo estoy un escalón
por debajo de los ángeles, y tú, un escalón más abajo que eso.

Él apartó la mano y se alejó más, y Sarah sintió que una parte de ella
parecía estrecharse y estirarse con la distancia. Podía imaginar muy bien
que si él abandonaba la mansión ahora, ella realmente podría enloquecer.

—¿No hay escape? —susurró.


—¿Romper la unión entre nosotros? —preguntó Don Argemirus—. Si
hicieras eso, entonces te convertirías en una mortal. No morirías
instantáneamente, pero podrías coger una alergia en verano o la gripe en
invierno y perecer como hacen todos los mortales. Envejecerías, tal vez
incluso serías tullida de nuevo.

Cada una de sus palabras penetró el corazón de Sarah como una


espada. Acababa de ser liberada de la muerte inminente. Tener su sombra
encima de nuevo cuando había estado a punto de ser condenada, congeló su
médula.

Pero Don Argemirus no había terminado. Sonrió con una sonrisa suave
e indulgente.

—Y, por encima de todo, nunca más te tocaría de nuevo, y nunca más
te sentirías como solo yo puedo hacerte sentir. ¿Ese es el destino al que
regresarías?

«Sí.» Sarah deseaba poder decir la palabra. Pero incluso ahora su


cuerpo se excitaba con su presencia, y el recuerdo de su último beso la
cubrió… ese toque había sido más excitante e intenso que incluso los
subidones de amor joven con John.

No podía decir la palabra. No podía decir nada en absoluto. En su


lugar, se quedó meciéndose ante la fuerza de la mirada de él, atontada por
todo lo que él le hizo.

—Como pensé —dijo Don Argemirus—. Te dejaré despedirte de tu


esposo y descendencia. Entonces nos marcharemos.

—¡John nunca me dejará marchar! —protestó Sarah.

—¿No lo hará? —Don Argemirus parecía divertido—. Siéntate, mi


señora. Luces agotada.

Las palabras restallaron como un látigo a través del aire.


Instantáneamente, las piernas de Sarah cedieron y solo al lanzarse a la silla
más cercana evitó colapsar al suelo.

—¿Cómo? —farfulló, su corazón se hundió… porque no solamente se


sentó; deseaba sentarse. Deseaba hacer cualquier cosa que él le dijera. Y
sabía en su corazón que ningún hombre podría resistir su voluntad más de
lo que ella podía.

—Soy el señor de todos los hombres —dijo sencillamente, dándole la


espalda para abrir la puerta de la recámara—. Mi voluntad es la de ellos.
Se quedó parado en el umbral y habló a alguien en tono bajo. Cuando
él se movió para cerrar la puerta, Sarah captó un vistazo de la espalda de
Bess alejándose.

Silenciosamente, Don Argemirus se retiró al rincón ensombrecido


donde había colocado la otra silla. Sarah no pudo hacer más que observarlo,
suspendida entre el anhelo y la desesperanza. John. ¿Cómo podría enfrentar
a John? La mitad de ella quería gritarle que no deseaba verlo nunca más... y
el resto deseaba enterrar el rostro en su pecho para siempre.

Pero no dijo nada, y un corto momento después, hubo una explosión


de ruido en la puerta. Ann y Mary anadearon a través de la puerta primero,
Richard detrás, con Henry en sus brazos.

—¡Estás bien! —exclamó Ann—. Oh, mamá, sabía que funcionaría! ¡Es
la mejor navidad de la vida!

Sarah descubrió que era capaz de desear levantarse de nuevo, y lo


hizo, retrocediendo cuando sus niños se le amontonaron. Se rio, su corazón
se elevó repentinamente mientras los bañaba de besos.

—Mis muñecos, mis adorables muñecos —dijo Sarah, e incluso


Richard condescendió en su dignidad de trece años a que lo abrazara.

—Feliz Navidad, mi señora madre —dijo con gran dignidad.

—¿Es Navidad realmente? ¡Vaya, feliz navidad, entonces, mi ángel! —


Henry croó de deleite, entendiendo nada más que todos los demás estaban
felices, y ella lo tomó en sus brazos y lo besó hasta un ataque de risitas.

—Sí, estoy sana y de buen ánimo, mis queridos, y nunca en mi vida he


estado más feliz de verlos a los cuatro! —les dijo, parpadeando rápidamente
para espantar las lágrimas que le hacían arder los ojos.

—¿Tus impulsos generosos me incluyen también?


Capítulo Siete
Traducido por Brig20

Los ojos de Sarah se abrieron de golpe y se quedó sin aliento ante la


señal de John en la puerta. Aunque era un hombre apuesto en todos los
aspectos, comparado con Don Argemirus, era prácticamente rústico, cada
imperfección magnificada a través de la comparación con la impecabilidad
inhumana del médico.

Pero incluso cuando la parte de ella que Don Argemirus había


cambiado retrocedió de él, en lo más profundo de su corazón todavía
anhelaba a su marido imperfecto, porque era perfecto para ella. Y esa parte
de ella sintió de repente miedo, como si la estuvieran escurriendo entre dos
manos hasta estar en peligro de desaparecer.

—Queridos hijos, por favor permitan que su señor padre hable en


privado con su esposa —dijo ella, besándolos a cada uno por última vez.

Mary y Ann comenzaron una tormenta de protestas, pero Richard tomó


a Henry nuevamente en sus brazos y persuadió a sus hermanas menores a
salir de la habitación con la autoridad del heredero del barón Marston
cuando John entró completamente.

Cuando se fueron, Sarah levantó la barbilla y con gran dificultad,


arrastró sus ojos hacia donde Don Argemirus estaba sentado esperando en
las sombras.

—En privado, señor, por favor.

El hombre se puso de pie, recogió su capa y esbozó una irónica


inclinación antes de retirarse, cerrando la puerta detrás de él. Sarah podía
sentirlo alejándose cada vez más de ella como si una parte de ella estuviera
siendo estirada. El terror que golpeó su corazón fue casi tan malo como el
dolor que le causó detrás de los ojos.

—Mi señor esposo, le dijo Sarah a John, las palabras una confirmación
de lo que sabía que estaba entre ellos.

Su rostro estaba pálido, dibujado en líneas más espantosas de lo que


ella había visto antes. —La curación del médico fue un éxito.

—Lo fue —estuvo de acuerdo. Caminó hacia John, pero él mantuvo sus
brazos en sus costados, y ella no pudo alcanzarlo.

—Dice que ahora vas a ser su señora —dijo.


—Él me ha dicho eso —dijo ella—. No significa nada, John. No puede
significar nada.

—Pero él te curó, Sarah —dijo John.

Sarah no recordaba la última vez que su nombre había salido de sus


labios. Siempre era "mi amor", "mi paloma", "mi esposa". ¿Qué significaba,
que usara su nombre de pila de nuevo?

—Lo hizo, y ahora soy tuya de nuevo —dijo—. Para siempre. Como te
juré.

Ella tocó su mano con la suya, e instantáneamente, él torció su


muñeca para tomar su mano entre las suyas, sujetándola con tanta fuerza
que pensó que él nunca la dejaría ir.

—Él dice que sin él, morirás, Sarah —dijo John—. Él dice que debes
irte con él. ¿Es eso cierto? —Sarah sintió el dolor detrás de sus ojos más
agudamente ahora, y supo que no tendría mucho tiempo lejos del médico
antes de que aumentara de manera insoportable.

—Me temo que puede ser. Me ha hecho algo, John. Mi vida está atada
a la suya.

—Te obligué a hacer esto —dijo John—. Someterte a su cuidado. Y él te


curó, como dijo que podía.

—¿Pero a qué precio? —gritó Sarah.

—No me importa. Mientras vivas, aunque ya no puedas ser mía, me


regocijaré por tu buena fortuna. —Dio un paso atrás ligeramente, poniendo
un poco de distancia entre ellos para poder mirarla de arriba abajo incluso
mientras mantuvo su mano unida a la de ella—. ¡Solo mira! Mira lo que ha
hecho. Le juré a Dios que daría cualquier cosa en este mundo por verte bien
de nuevo, y mis oraciones fueron respondidas. ¿Cómo podría arrepentirme
del costo?

—Pero yo me arrepiento —estalló Sarah—. John, quería vivir para ti.


Para nuestro niños. Sin esas cosas, mi vida no es vida en absoluto. Prefiero
estar pudriéndome en una cripta que apartarme de ti.

—¿Hablas con sinceridad? —Los ojos oscuros de John eran fuentes de


dolor—. Don Argemirus dijo que tus afectos también se apartarían de mí.
Que tu corazón y tu cuerpo se vincularían a él. ¿Puedes jurar que él no te
ha tocado?

Esa era una pregunta que nunca pudo haber imaginado que su esposo
preguntaría… John, tan confiado en el amor y la fidelidad de su esposa, no
como algunos maridos que siempre estaban mirando detrás de los tapices y
debajo de las camas.

Cerró los ojos contra las lágrimas que amenazaban con derramarse. —
No puedo jurarlo, mi amor. Él me hizo.. cuando me desangró y me curó, él
trabajó su magia oscura, y...

John dejó caer su mano y escupió una larga serie de juramentos, sin
maldecirla a ella, pero si al médico y a él mismo en términos ruidosos y
coloridos.

—¡John! —gritó, tratando de detenerlo—. ¡Esposo!

Y en eso, se detuvo, y la miró con ojos muertos. —No. No tu esposo. Yo


destruí eso. Con mi arrogancia y mis certezas, invité a esa serpiente a
entrar; te obligué a aceptarlo. No tengo a nadie más que culpar que a mí
mismo.

—Por favor, no me desprecies —susurró Sarah, sus lágrimas caían


libremente ahora—. Y no le digas a mis hijos que no fui fiel a ti.

John la tomo en sus brazos y ella se derrumbó contra su fuerza, contra


el toque que había temido no volver a sentir nunca más. Su cuerpo no se
emocionó por él como lo hizo por Don Argemirus —un simple mortal— eso
estaba más allá de su poder y habilidad.

—De todas las cosas de este mundo que podría dudar, tú no eres una
de ellas, mi amor. Lo que sea que ha pasado ha pasado por mi propia
arrogancia. Serás feliz de nuevo con el tiempo, si las artes oscuras del
médico pueden hacer que lo ames. Y debo alegrarme por ti, incluso si nunca
más serás mía.

Sarah detuvo sus palabras con un beso y él le devolvió el beso mas


ferozmente de lo que la había besado antes, empujándola contra la mesa.
Realmente no se parecía en nada a lo que Don Argemirus podía hacerle, y
era incluso mucho menos de lo que solía sentir con su marido, como si los
poderes del doctor le hubieran robado esa parte solo para él. Pero a ella no
le importó. Amaba a John y solo a John, y todas las promesas del médico
solo confirmaban cuánto más valía John para ella que cualquier otra cosa
que el mundo pudiera ofrecer.

Cuando finalmente se separó, Sarah dijo: —No. No le hice ningún


juramento. Lo que tiene de mí, lo tomó; tal vez no por la fuerza, pero me lo
robó, sin embargo. No lo haré... siempre seré tu señora, John. No importa
qué brujería o qué deudas tenga con el diablo.

—Pero tienes que ir con él para poder vivir —protestó John.


Ella apretó sus brazos alrededor de él. —Entonces déjame morir aquí,
contigo, como lo iba a hacer.

Ante eso, John tiró del sencillo camisón y la impulsó hacia arriba al
borde de la mesa. El dolor de cabeza era peor ahora, golpeando detrás de
sus ojos, pero Sarah lo apartó de su mente, agarrando los cordones de sus
medias y calzoncillos incluso mientras la besaba una y otra vez, su boca y
su cuello y sus hombros. Besó sus pechos con fervor, los chupó hasta que
ella arqueó la espalda contra su cuerpo. Solo podía sentir una sombra de lo
que le estaba haciendo más allá de los latidos en su cabeza, pero no le
importaba, no le importaría, incluso si esto la mataba.

John se enderezó para tomar su boca de nuevo mientras la penetraba


con un fuerza que la hizo jadear. Ella rompió su beso y enganchó sus
piernas alrededor de él, abrazándolo a ella mientras él empujaba en su
resbaladizo interior una y otra vez. Trató de alcanzar el clímax, pero no
pudo, el dolor en su cabeza la bajaba. Pero la respiración de John se hizo
cada vez más rápida, y ella agachó la cabeza contra su hombro. Sintiendo
en él el placer que se le ocultaba a ella.

Sin previo aviso, soltó su semilla. Ella sintió la diferencia en su cuerpo


mientras sus nalgas se apretaban bajo sus piernas y todo su cuerpo se puso
rígido. Y mientras eso sucedía, algo dentro de ella se hizo añicos, y ella se
vino, también, con la fuerza de una caída desde un parapeto. El dolor detrás
de sus ojos quemó, y de repente la parte de ella que había sido adormecida
por Don Argemirus volvió a la vida rugiendo aunque ella se quedó con una
enorme sensación de pérdida. Lloró mientras se corría, olas temblorosas
atravesaban su cuerpo, nada como la loca intensidad que el médico había
despertado en ella, pero sí con toda la intensidad humana que jamás había
sentido antes.

Y mientras se deslizaba hacia abajo desde la cima, su respiración se


estabilizó gradualmente, reconoció que era absolutamente todo lo que había
querido, a pesar del nuevo vacío que palpitaba dentro de ella.

Un grito vino de la habitación contigua: agonía o desesperación, Sarah


no pudo reconocer cuál. La puerta se abrió de golpe, y en su abertura
estaba Don Argemirus, que parecía dos veces más grande de lo que debería
ser un humano, la oscuridad bullía alrededor de su cuerpo.

—¡Tonta! —rugió, su hermoso rostro retorcido por emociones que ella


no pudo nombrar. Irrumpió en la habitación, su bofetada casual golpeó a
John con una fuerza que lo envió dando vueltas y chocando contra la pared.

—¡John! —Sin hacer caso de su desnudez, Sarah corrió tras él, pero la
mano Don de Argemirus alrededor de su brazo la agarró en seco. La abrazó
sin esfuerzo como lo haría con un niño pequeño, ni siquiera parecía darse
cuenta de que ella tiraba su peso contra él para escaparse.

—¿No sabes lo que has hecho? —prosiguió el médico—. ¿Lo qué has
desechado?

—¡Déjeme ir! —gritó Sarah—. ¡Déjeme ir con él!

En cambio, el hechicero la acercó tanto que se mareó con el poder de


él, el olor de él. Su cuerpo aún cantaba ante su presencia, incluso con el
despiadado agarre que tenía alrededor de su brazo.

—Debería matarlos a los dos por esto —escupió cada palabra entre
dientes apretados .

—Máteme —dijo Sarah imprudentemente—. Solo perdónelo a él. Si no


puedo estar con mi marido, no me importa morir.

Con un ruido de disgusto, Don Argemirus dejó caer su brazo. —


Gracias a los lamentables santos de tu elección, yo no soy de los que buscan
venganza.

Giró y salió de la habitación, cerrando la puerta de golpe en su paso.


Sarah sabía con una certeza que la dejó sin aliento que esta era la última
vez que lo vería, y la profundidad de lo que había forjado entre ellos casi la
hizo gritar, rogarle que se quedara.

Pero ese sello se había roto y el vínculo se había perdido. Ella tenia un
hueco ahora dentro del lugar donde nunca antes había tenido un vacío, y se
dio cuenta de que lo llevaría consigo por el resto de su vida.

Mientras se arrastraba por las piedras del suelo hasta el lado de John
mientras él luchaba para ponerse de pie, sabía que era un precio que
felizmente pagaría cada día a cambio de tener a su familia de regreso. Ella
había perdido el placer que el médico podía darle y la eterna juventud, pero
lo que había ganado era mucho más.

—¿Realmente se ha ido? —preguntó John.

Sarah lo ayudó a ponerse de pie y él se quedó un poco vacilante. Ella lo


miró y vio todo lo que siempre había amado en él, y más. —Él se ha ido, mi
señor.

Se oyó un ruido repentino en la explanada y Sarah miró por puerta a


tiempo para ver al doctor salir por las puertas en un caballo gris,
inconfundible a pesar de que estaba envuelto en capas y pieles que llegaban
hasta sus ojos. Un séquito de cuatro sirvientes viajaba en su estela, los
cascos de los caballos removiendo terrones de barro y arrojándolos al aire.
Sarah abrazó a John con fuerza. El dolor detrás de sus ojos ya no
existía, y sabía que nunca volvería. Se había ido para siempre,
definitivamente.

—Y soy tuya de nuevo, si me quieres.

John gimió. —Oh, Dios, Sarah, mi esposa, ¿cómo no iba a hacerlo?


Bien podría desdeñar mi propia pierna que negarte a ti.

—Feliz Navidad, entonces, mi señor —dijo Sarah con una repentina


opresión en su garganta.

Él sonrió y su corazón se disparó. —Feliz Navidad, mi señora.


Desciende al salón conmigo y celebra tu liberación con tu gente en el
banquete.

Ella le devolvió la sonrisa. —De hecho lo haré. Pero solo tengo una
cosa que debo hacer primero.

Y luego lo besó durante mucho tiempo.


Un Corazón en Invierno © Copyright 2014 V. M. Black

Reservados todos los derechos


Sobre el Autor
V. M. Black es el autor de la serie Aethereal Bonds (Vínculos Etéreos).
Comienza la saga con Life Blood, en la que Cora busca salvar su vida, pero
un vampiro pide el precio máximo. Regístrese en Aethereal Bonds Insider
para obtener acceso exclusivo a adelantos, notificaciones de lanzamiento y
más.
Starless One
Starless One
Cuando Natalie descubre que la manada de Scraptown, con mala
suerte, nunca ha celebrado la Navidad, decide hacer algo al respecto. Pero
antes de convencer a la manada, tiene que convencer a su líder, su
compañero Hutch.

Su plan es sencillo. Atraer al malo y gran alfa a una cabaña remota y


luego usar esas curvas a las que él no puede resistirse para contagiarle el
espíritu navideño. Por desgracia para Nat y Hutch, las cosas rara vez salen
según lo previsto.
Starless One

Esta es una continuación de la historia de Natalie y Hutch de Alpha's


Last Fight y la secuela de Alphas's Last Chance

Si quieres saber más sobre cómo han llegado hasta aquí, ¡no dejes de leer
los dos primeros! aunque se puede leer independiente como una linda
historia corta de navidad,
Encargada de traducción y lectura final:
Umbra Mortis
Starless One

Encargada de Corrección y diseño:


Orion
Natalie

—¡Te voy a matar, Hutch!

Levanté la vista justo cuando el cachorro lanzaba un puño salvaje contra


Hutch y fallaba, girando sin control. Hutch me miró y sonrió mientras
agarraba al cachorro por el brazo y lo ponía a salvo en el centro del ring.
Starless One

—Tranquilo, Dax. Tu pie delantero está demasiado lejos del lado.


Inténtalo de nuevo con... con un poco menos de viento.

Me reí para mis adentros mientras veía a Hutch enseñar a los cachorros
a luchar correctamente. Sus rostros estaban llenos de seria concentración
mientras estaban sentados con las piernas cruzadas en la colchoneta,
mirándolo con adoración. Hutch era normalmente el tipo más grande de la
sala, pero delante de los niños parecía ridículamente enorme.

Se suponía que debía estar aquí ayudando a cuidar a los cachorros,


pero estaban tan embelesados con Hutch que la única ayuda que presté fue
acompañar a los más pequeños al baño de vez en cuando.

Una voz habló desde detrás de las desvencijadas gradas.

—¡Oye, Nat! ¡Ahí estás!

—¡Gina! —Me giré y le di un rápido abrazo—. ¿Qué estás haciendo?


¿Puedo ayudarte?

—¡Ja! ¿Te aburres otra vez? —Preguntó Gina, señalando con la cabeza
hacia el ring—. ¿Por qué no subes y aprendes a luchar?
—Es fácil para ti decirlo —Gina parecía una entrenadora personal: había
estado luchando junto a Hutch desde antes de que él fuera el alfa de su
manada, mucho antes de que lo conociera.

Nuestra manada. Giré el anillo de boda en mi dedo y sonreí. Scraptown


ya se sentía como un hogar, pero a veces resultaba extraño pensar en esta
manada como mi familia.

—Apuesto a que Hutch podría enseñarte algunos movimientos básicos.


Golpe de derecha, gancho de izquierda —dijo Gina—. Serás una profesional
en poco tiempo.

—No creo que esté hecha para pelear —dije—. Y la última vez que Hutch
intentó enseñarme a luchar, me echó un vistazo en sujetador deportivo y me
tiró al suelo. Todo lo que aprendí de esa lección fue que seguro que puede
inmovilizarme si quiere.

—¡Ja!
Starless One

—Me siento como un cabo suelto aquí —admití—. Parece que siempre
estás ocupada con los asuntos de la manada, y no hay mucho en lo que yo
pueda ayudar.

—Eso es porque soy la mejor sheriff del país —dijo Gina inclinando un
sombrero de vaquero imaginario—. Rompiendo peleas y apagando luces.

—Y lo haces muy bien.

—Y Hutch ha estado haciendo un gran trabajo de enseñanza. He oído


que hay dos niños humanos que quieren unirse a la escuela.

—Así es, exactamente, sin embargo —dije—. Todo el mundo tiene algo
importante que hacer por aquí. Excepto yo.

—Tú y Hutch son el corazón y el alma de Scraptown —me tranquilizó


Gina—. Sé que había más cosas que hacer cuando nos mudamos al lote.
Ahora que las cosas se están asentando...
—Soy una tercera rueda. Ni siquiera una tercera rueda. Soy la rueda de
repuesto en el maletero que está parcialmente desinflada por ser inútil —Gina
se rio.

—No seas tan dura contigo misma. ¿No es agradable tomárselo con
calma y no tener que trabajar durante un tiempo?

—Supongo que sí. Pero me pongo muy inquieta.

En el ring, Hutch estaba enseñando a los cachorros a dar patadas.


Extendía la palma de la mano y los cachorros se turnaban para intentar
patearla. Algunos eran tan bajos que Hutch tuvo que arrodillarse. Un
cachorro lanzó una patada que no alcanzó la cabeza de Hutch. Éste esquivó
hábilmente el golpe y envió al niño a intentarlo de nuevo, dándole una
palmadita en la espalda.

—Bueno, después de Navidad construiremos la ampliación del almacén


y estarás más que ocupada.
Starless One

—Hmm —Un pensamiento me vino a la cabeza y me dio vueltas. Se


acercaban las fiestas y nadie parecía estar haciendo nada para prepararse—
. Navidad... Gina, ¿qué hace normalmente la manada para Navidad?

—¿Navidad? Ah, nada especial.

—¿De verdad? ¿Qué tal un gran árbol para toda la manada?

—No, ningún árbol.

—¿Tienen una fiesta de apertura de regalos para los cachorros?

—No, en realidad no.

—¿Y la decoración? —pregunté, con el ceño fruncido.

—No.

—¡¿Entonces qué hacen?!


—Nat, esto no es una gran manada de ricos, somos inadaptados y
forasteros. Los tiempos han sido difíciles, ¿sabes?

—Bueno, claro.

—No hay mucho dinero para árboles y fiestas y cosas. No lo ha habido.


Pero oye, tal vez pregunte a Hutch por un árbol. Podríamos ir al bosque y
elegir uno bueno.

—¡Oh, eso suena divertido! —exclamé—. ¿Quieres ir esta tarde y hacer un


poco de exploración?

—No puedo. Tengo una reunión con Tommy —dijo Gina disculpándose.

—¿Una reunión, o un encuentro? —pregunté, inclinando la cabeza y


guiñando un ojo.

—¡Oye! Te hago saber que discutimos asuntos importantes durante al


Starless One

menos diez minutos antes de... ah, distraernos.

—Hmph —Me crucé de brazos.

—Pregúntale a Hutch —ofreció Gina—. Aunque puede que te cueste


mucho hacerle entrar en el espíritu navideño.

—Aceptaré el reto —dije. En mi mente, los engranajes ya estaban


girando.

Después de que Gina se marchara, esperé en silencio, observando a


mi gran amigo malo entrenar a sus prometedores luchadores durante un
rato, antes de que decidiera que había tenido suficiente por hoy y me
dedicara una sonrisa malvada.

—Oye, Dax, ¿por qué no entrenas con Bryce un rato? Tengo que ir... a
hacer cosas —Le dio una palmadita en el hombro al cachorro y lo empujó
hacia el ring.

—Aw, Hutch, es el doble de mi tamaño. Me pateará el trasero —dijo el


cachorro.
—Tal vez necesites pensar de forma diferente. No tengas miedo de
pelear un poco sucio —dijo Hutch por encima de su hombro.

Le fruncí el ceño exageradamente. No estaba segura de que sugerir que


estos chicos debían luchar de forma sucia fuera la mejor idea. Por otra parte,
era un instructor poco ortodoxo en el mejor de los casos.

Ambos nos giramos para ver cómo el cachorro más pequeño se


enzarzaba con una de las jóvenes promesas de Hutch.

Después de lanzar varios puñetazos que fueron fácilmente rechazados


por el chico más grande, Dax retrocedió y luego tomó una carrera hacia él.
En el último momento, se arrodilló y se deslizó por el suelo entre las piernas
de Bryce y luego...

¡Oh! ¡Oh, querido! Justo en el...

Bryce se desplomó de lado con un gemido, mientras todos los hombres


Starless One

de la sala hacían un gesto colectivo de simpatía. Hutch hizo una mueca y me


dio un encogimiento de hombros de "bien, pero no fue la mejor idea" antes
de retirarse a toda prisa.

Esperé hasta asegurarme de que Bryce estaba bien antes de seguir a


Hutch y arrinconarlo en los vestuarios.

—Hola, luchador —dije, apoyándome en una de las taquillas. Me miró con


una llama ámbar ya en los ojos. Llevaba una toalla blanca alrededor de la
cintura y todo su cuerpo brillaba de sudor. Podía oler el aroma de su deseo
en el aire, el vínculo que nos unía ya me empujaba hacia él.

—Hola, sexy dama. ¿No la conozco de alguna parte?

—Tal vez me hayas visto por ahí —bromeé—. Tal vez me conociste y me
olvidaste.

—No podría olvidar a nadie que se parezca a ti. Y definitivamente no


podría olvidar a nadie que se sienta como tú.
En una sola zancada, me tenía inmovilizada contra las taquillas, con su
única mano libre recorriendo mi cuerpo. No había bromeado con Gina: podía
sujetar mis dos muñecas con una sola mano y mantenerme controlada sin
siquiera sudar. En ese momento, sonrió y me tomó el trasero, dándole un
rápido apretón.

—Sí. Definitivamente recuerdo esta parte de ti.

Chillé cuando me atrajo para darme un profundo beso. El vínculo entre


nosotros se intensificó y dejé aflorar mi lado animal por un breve momento.
El olor de su almizcle se multiplicó por diez y pude oír los latidos de su
corazón. Entonces, el lobo que llevaba dentro se relajó y él también,
apartándose y mirándome a la cara. Su voz era un gruñido grave que me
hizo arder.

—¿Qué haces en el vestuario de hombres, pequeña? ¿Te has perdido?

—Sólo pasé para ver si alguien necesitaba entrar en el espíritu navideño.


Starless One

—¿Así es como lo llamamos ahora? —Dijo Hutch, metiendo su mano


entre mis muslos.

—¡Hutch! —Le aparté el brazo de un manotazo mientras me soltaba,


riendo.

—¿Por qué está aquí, entonces, bonita dama?

—Tuve una idea.

—Ella tuvo una idea. Oh, no.

—Esta es una buena, Hutch. De verdad.

—Bien —dijo, apoyándose en las taquillas—. Ponlo sobre mí.

—Gina y yo estuvimos hablando y pensé que sería una buena idea


organizar algo para Navidad. Así que pensé, ¿por qué no traer a Santa Claus
a Scraptown?
Miré a Hutch con entusiasmo. Él entornó los ojos.

—¿Santa Claus?

—Sí ¡Santa Claus!

—Sabes que Santa no es real, ¿verdad, Nat?

—¡Duh! Ahí es donde entras tú.

—¿Yo?

Hutch tenía una mirada sospechosa. Le pasé un dedo por el pecho


desnudo y le oí inhalar bruscamente cuando llegué al borde de la toalla.

—Podrías ser Santa Claus —dije—. Vestirte con un traje. Repartir regalos.
Podríamos conseguir un gran árbol y hacer que los cachorros lo decoren.
Sería divertido.
Starless One

—Ehhhh, no sé, Nat.

—¿Qué?

—¿Puedes conseguir que alguien más sea Santa?

—¿Por qué? —Mi corazón se hundió—. Eres el jefe de la manada.

—¿Y?

—Y siempre es la cabeza de la familia el que se supone que es Santa


Claus.

—¿De verdad? —Hizo una mueca y sentí que la decepción me invadía.

—Pensé que sería una gran idea —dije—. Papá siempre... Quiero decir,
cuando era niña... —Me mordí el labio. Hacía sólo unos meses que había
muerto, y pensar en pasar la Navidad sin él hizo que se me saltaran las
lágrimas.
—Oye, oye —dijo Hutch, tirando de mí en sus brazos para un fuerte
abrazo—. Nat, lo siento. Oye, mira, es que ahora mismo estoy muy ocupado
con todas las cosas de la manada. Estamos consiguiendo todos los
permisos para que esta escuela de lucha se haga pública, y con las
renovaciones que se avecinan...

—Lo sé, lo sé —dije, apartando las lágrimas. Todo mi cuerpo se


desplomó—. Fue una idea estúpida.

—No, es genial. Sólo que podemos encontrar a alguien más para ser
Santa. Tengo exactamente un fin de semana libre antes de Navidad, y
realmente no quiero pasarlo comprando trajes, ¿entiendes lo que quiero
decir?

—Claro —dije, todavía abatida.

—Sólo quiero alejarme un poco. Tal vez podamos encerrarnos en


nuestra caravana y contagiarnos del espíritu navideño a solas, ¿qué te
Starless One

parece? —Movió las cejas y no pude evitar sonreír.

—De acuerdo —dije. Fruncí los labios, pensando en lo que podía hacer
para animar a Hutch en Navidad. Su primera frase resonó en mis oídos.
Alejarme un poco...

—¿Qué está pasando en esa hermosa cabeza tuya? —preguntó Hutch,


presionando sus labios contra mi frente.

—Planes.

—¿Planes?

—Planes dentro de planes.

—Suena peligroso.

—Peligrosamente impresionante —dije, la idea se me ocurrió—. Sólo no


hagas planes para ese fin de semana, ¿de acuerdo, Hutch?

—¿Qué estaremos haciendo?


—No puedo decírtelo. Es un plan secreto. Pero te va a encantar. Y si no
tienes espíritu navideño al final del fin de semana, me comeré mi media.
Starless One
Hutch

Corrimos.

Nat tomó la delantera. No tenía ni idea de adónde iba, pero me alegraba


de pasar este tiempo con ella en la naturaleza, fuera cual fuera nuestro
destino.
Starless One

No hay nada como correr en pleno invierno. El sudor en los costados,


la forma en que tu respiración se convierte en vapor en el aire frío, el crujido
de tus patas en la hierba congelada. No me refiero a un paseo rápido por el
bosque para desentumecerse. Una carrera de verdad. De larga distancia, a
campo traviesa.

Le llevó un tiempo acostumbrarse a la mochila. Los lobos son


cazadores, no bestias de carga, y no estamos hechos para llevar mucho a
toda velocidad. Pero no éramos sólo lobos, y dondequiera que fuéramos,
parecía que íbamos a necesitar ropa y provisiones.

Me ofrecí a llevarlo todo en mi mochila. Pero Nat insistió en llevarlo ella


y se puso nerviosa cuando le pedí que me dejara mirar dentro. A mi chica sí
que le gustaban sus secretos.

Cuando se trata de la parte más física de nuestra naturaleza -correr,


cazar, luchar, ese tipo de cosas- Nat siempre afirmó que no estaba hecha
para ser loba. Pero se equivocaba. Nunca pudo igualar mi velocidad, pero
su resistencia era impresionante. Aprovechaba las reservas de energía que
nos permitían correr y correr y correr, de una manera que los mejores
corredores de maratón del mundo sólo podían soñar.
De vez en cuando, miraba hacia atrás por encima de su hombro para
ver si me atrapaba, pero yo me conformaba con quedarme atrás y ver a mi
magnífica compañera en pleno vuelo. Podría verla correr todo el día. Aunque
la visión del sudor en sus costados me daba todo tipo de ideas perversas.

Llevábamos unas cuantas horas corriendo cuando se detuvo. Cuando


volvió a adoptar su forma de mujer grande, hermosa y extremadamente
desnuda, me sentí más orgulloso que nunca de llamarla mi compañera.

Me senté sobre mis patas traseras y le di un aullido de agradecimiento.

—¿A qué cree que le está sonriendo, señor? —se burló ella, finalmente
de pie en su forma humana—. ¡Oh! ¡Oh, oh, oh, mierda! Frío, frío, frío.

Empezó a saltar de un pie a otro, y el movimiento le hacía cosas muy


interesantes en el pecho, mientras yo intentaba no aullar de risa.

Puede ser un shock, cuando te cambias de vuelta. Cuando pierdes el


Starless One

pelaje que te aísla de la mordedura helada del viento. Por no hablar de las
almohadillas que impiden que tus pies sientan el frío del suelo.

—Basta ya, Hutch, hablo en serio. Me estoy con... con... congelando


aquí.

El frío me golpeó como un puñetazo en el estómago cuando volví a la


forma humana. No me había dado cuenta de cuánto había bajado la
temperatura en el tiempo que llevábamos de viaje. Sin embargo, tenía un
par de trucos bajo la manga. Me aferré a un trozo del animal que llevaba
dentro mientras estaba de pie. Lo suficiente para que su calor fluyera a
través de mí. Lo suficiente para que el clima fuera más tolerable.

—Ven aquí, sexy —dije—. Te voy a calentar.

Nat se despojó de su mochila y vino corriendo hacia mí. Aunque se


estaba congelando, tenía una gran sonrisa en la cara.

Hay un subidón natural que se produce después de una larga carrera.


Algunos afirman que son las endorfinas las que actúan, pero a mí me gusta
pensar que es una reacción a la paz que encontramos al estar más cerca de
la naturaleza y, sólo por un rato, no tener que preocuparnos por toda la
mierda del mundo real que intenta deprimirnos constantemente.

Sea lo que sea, Nat lo estaba sintiendo, y tuve que prepararme para el
impacto cuando saltó a mis brazos, haciendo una tijera con sus piernas
alrededor de mi cintura. Esto, combinado con el contraste de su carne fría
contra mi piel caliente, me hizo sentir muy excitado. Tal vez las endorfinas
estaban haciendo un número en mí también.

—Guau, estás muy caliente —dijo.

—Tú tampoco estás mal.

—No, quiero decir literalmente. Eres como un horno. No estás enfermo,


¿verdad? —Tuve que reírme cuando me puso una mano en la frente para
comprobar si estaba bien. No podía recordar la última vez que alguien se
había preocupado por mi bienestar lo suficiente como para hacer algo así.
Mi madre, supongo, pero hacía tiempo que se había ido.
Starless One

—Tú también puedes hacerlo. Ella sigue ahí dentro de ti. Todavía
caliente y excitada por la carrera. Sólo siéntelo. Deja que te preste ese calor
—Le hablé al oído, con la voz baja, casi gruñendo. Como a ella le gustaba.

—Bueno, tal vez podría intentarlo si no estuvieras siendo todo... todo


lobo. Y apretando mi trasero. ¡Es una distracción!

—Me lo dices a mí.

Lo recorté. Aunque me fastidiaba mucho, estas cosas eran importantes.


Había dominado estas habilidades como un cachorro. Habilidades que, en
algunas situaciones, podrían salvar tu vida.

Nat había crecido fuera de la sociedad cambiaformas. Viviendo con


humanos y nunca cambiando. Ahora formaba parte de una manada, mi
manada, y tenía que ponerse al día.

Mientras su ceño se fruncía de concentración, sentí un destello de calor.


Su cuerpo se estaba calentando lo suficiente como para protegerla de los
elementos. Pero no por mucho tiempo. El calor de la carrera se desvanecería
y tendríamos que seguir moviéndonos o buscar refugio. El sol no iba a durar
mucho más y...

—¡Nieve! ¡Hutch, está nevando!

—Sí.

—Es perfecto. ¿No crees que es perfecto?

Se inclinó y sus labios se separaron al encontrarse con los míos. Los


pequeños copos de nieve se convirtieron en agua al chocar con nuestras
caras.

Le devolví el beso con una pasión creciente. Nunca me cansaría de


esto. De ella. Habíamos pasado por muchas cosas juntos, y nunca lo habría
conseguido sin ella.

—¿Ya te sientes navideño? —preguntó.


Starless One

—Estoy sintiendo algo, eso es seguro —La acerqué más. La deseaba.


Quería tomarla en ese momento. Pero... tenía un ojo en el cielo que se
oscurecía detrás de ella.

La ligera nevada que tanto la entusiasmaba era sólo el principio. El


tiempo está cambiando, y aquí puede cambiar rápidamente.

Dejé que se deslizara de nuevo al suelo.

—Tenemos que irnos.

Hizo un mohín, claramente decepcionada por mi falta de alegría festiva.


Esto significaba mucho para ella, pero realmente no era el tipo de cosa por
la que pudiera fingir entusiasmo.

—Lo siento Nat, no me gusta la Navidad. Sin embargo, me gustas tú. Me


gusta esto. Me encanta que estemos aquí y estoy seguro de que me va a
encantar lo que has planeado... ¿a dónde demonios nos dirigimos de todos
modos?
—Es un secreto —El mohín se desvaneció al instante de su rostro. Sea
cual sea el secreto, obviamente estaba emocionada por él—. Es... —Miró a su
alrededor por un momento, casi como si estuviera oliendo el aire—. Está justo
sobre esa gran colina... acantilado... cosa, creo. Unos pocos kilómetros más,
tal vez cinco o seis. ¿Sabes lo que es una locura?

Extiendo mis manos. Continúa. Me lo iba a decir de cualquier manera.

—Antes de unirme a la manada, no tenía remedio para orientarme.


Incluso el GPS era un misterio para mí... ¿y los mapas? Olvídate de ello.
Pero ahora que estoy aquí, es como si pudiera sentir los contornos de la
tierra. Como si supiera exactamente dónde estoy y adónde voy.

—Sí, tenemos una especie de sistema de navegación incorporado.


Tenemos más sentidos de los que una persona normal podría soñar —dije.

Uno de esos sentidos era la conciencia de los cambios que se producían


en la presión atmosférica, y ahora mismo, a nuestro alrededor, estaba a
Starless One

punto de caer. La nieve se estaba volviendo más espesa también, el viento


un poco más fuerte. No íbamos a llegar a cinco o seis millas.

—Nat, escúchame.

—Claro, pero mira esta nieve. Quieres construir un...

—¡Nat! Escucha —No me gustaba usar ese tono en particular con ella.
Pero compañera o no, ella seguía siendo parte de mi manada y cuando el
alfa habla, tiene que ser capaz de asegurarse de que la manada presta
atención.

Sus ojos se abrieron de par en par, pero permaneció en silencio.

—Tenemos que movernos. Tenemos que movernos ahora y tenemos


que movernos rápido. —Se abrazó a sí misma y volvió a temblar. La
temperatura caía en picado y el calor que le quedaba de la carrera se
desvanecía rápidamente—. Quédate conmigo. Quédate cerca. Si me
adelanto demasiado, avísame. Aúlla y avísame, ¿de acuerdo? —Asintió con
la cabeza y de repente parecía muy asustada—. Está bien, cariño. Estamos
bien, sólo tenemos que encontrar un refugio hasta que se calme. Quédate
conmigo. No te quedes atrás.

—Bien, Hutch.

Me moví y me dirigí a la colina que teníamos delante. Era una cosa


áspera y fea, con suficiente piedra expuesta como para sugerir que podría
haber algún tipo de saliente, o si teníamos suerte, una cueva.

Miré por encima de mi hombro para asegurarme de que Nat me seguía.


Estaba cerca, con la cabeza agachada tratando de seguir mi ritmo. Disminuí
un poco la velocidad, pero no podíamos permitirnos el lujo de tomárnoslo
con calma. Apenas podía ver ya diez metros delante de mi cara. Iba a ser
difícil encontrar un refugio.

Me pareció oír el aullido de Nat, pero cuando miré hacia atrás ella seguía
allí. Era sólo el viento. Ahora debíamos estar cerca de las rocas dentadas
que rodeaban la base de la colina. No mucho más lejos. La siguiente vez
Starless One

que me volví, ya no estaba.

Mi sangre se convirtió en hielo cuando entrecerré los ojos en la nieve


arremolinada. Mis ojos iban de un lado a otro, buscando cualquier indicio de
movimiento. Mierda. Tenía que encontrarla.

La oí antes de verla. Un largo aullido, pero no estaba angustiada. Me


estaba llamando. Diciéndome que viniera a ella. Fue seguido por algunos
ladridos excitados. Ven aquí. He encontrado algo. Ven a ver.

Era... bueno, era más o menos el tipo de cueva que sueñas encontrar
si te quedas atrapado en medio de una ventisca. Una entrada baja y en
ángulo nos protegía del viento. Pero por dentro era palaciega. Lo
suficientemente grande como para estar de pie y moverse.

También estaba caliente, como si la propia roca estuviera perdiendo


energía. Caliente. Pero, no tan caliente. Todavía necesitamos algo de ropa.

Y entonces me di cuenta.

—¿Nat?

—Sí, Hutch.

—¿Dónde está tu mochila?

—¿Mi…? Oh, mierda. Oh, oh, no. Tenemos que volver —Le di un segundo
para que lo asimilara—. Sí. Por supuesto. No podemos volver. Pero... oh, oh,
mierda. Tenía nuestra ropa. Y otras cosas. Tenía cosas de supervivencia.
Necesitamos cosas de supervivencia, Hutch. Lo necesitamos para
Starless One

sobrevivir.

No pude evitarlo. Me eché a reír.

Nat parecía a punto de explotar.

—¿Qué es lo que tiene tanta gracia?

—Nat. Cariño. Estamos bien. Estamos a salvo aquí. Tenemos refugio,


eso es lo más importante. La tormenta ya está empezando a pasar.
Podemos esperar a que pase —Señalé el camino hacia el que nos
dirigíamos—. La civilización. Tiendas, bares, moteles baratos...

—¿Moteles baratos?

—Moteles baratos... con camas. Mira, sé que no es lo que querías. Pero,


me tienes a mí. Y yo te tengo a ti. Y...

Cuando me abrazó fue como si su cuerpo se fundiera con el mío. Su


carne era tan perfectamente suave. Cada toque me recordaba que había
algo bueno en el mundo, y que tenía que ser un buen hombre para conseguir
mi parte. Para ella, tenía que ser el mejor hombre, el mejor lobo, el mejor
todo.

—Te amo, Hutch.

—Sí. Yo también te amo.

—Sin embargo, voy a necesitar que vayas a buscar mi mochila. Tenía


cosas dentro —dijo, bajando la voz a un susurro—. Cosas sexuales. No quiero
que nadie más la encuentre.

Me reí y la apreté fuerte.

—Cuando se calme un poco, veré qué puedo hacer, ¿de acuerdo?

—Gracias, bebé. Mientras esperamos, vamos a ver qué suministros


tenemos —Cogió mi mochila y rebuscó en ella—. ¿Hablas en serio?
Starless One

—¿Qué?

—Te dije que hicieras la maleta para irte de fin de semana.

—Lo hice.

Sacó el contenido de mi mochila uno por uno, ofreciendo un comentario


continuo como si yo fuera un prisionero al que le dan la libertad condicional.

—Un par de botas. Raspadas. Una camiseta. Negra. Un par de


vaqueros. Ajustados y rotos. Un cepillo de dientes que ha visto mejores días
y un six pack de cervezas. Hutch, ¿en qué estabas pensando?

—Oye, mira, pequeña señorita de los planes secretos, en realidad no


tenía mucho que hacer. Y me gusta viajar ligero, ¿bien? —Me tendió la
cerveza como si me acusara de algo—. ¿Qué? Al menos moriremos felices
si no sobrevivimos.

—No puedo creerlo. No puedo creerlo.

—Créelo, cariño —Sonreí—. Oye, pásame una fría, ¿quieres?


Natalie

Todo estaba jodido y todo era culpa mía.

Ya no tenía ni idea de dónde estaba la cabaña. Con las ráfagas de nieve


que se arremolinaban en el aire, todos mis sentidos estaban alterados. ¡Y
Starless One

ahora estábamos atrapados en una maldita cueva para pasar la noche!

Ya había estado en la cabaña una vez. Con Tommy y su familia, cuando


era sólo una niña. Cuando la economía se hundió y las fábricas cerraron, se
esforzaron por mantenerla. Pero ahora Tommy se dedicaba a desarrollar
propiedades y no estaba en su naturaleza dejar que una oportunidad se
desperdiciara. Así que la había reformado y empezado a alquilarla como una
escapada romántica.

Él y Hutch nunca iban a ser los mejores amigos, pero aun así llevaba
una antorcha para mí y me las arreglé para conseguir que nos la descontara
gratis. Lo cual fue una suerte, porque Hutch y yo estábamos bastante
arruinados.

En mi cabeza me imaginaba acurrucada con Hutch frente a la chimenea


de la cabaña, con mantas cubriéndonos y malvaviscos en nuestro chocolate
caliente. Ahora aquí, estaba temblando tanto que mis dientes parecían
salirse de mi cabeza. Mi trasero se había entumecido desde donde estaba
sentada en la gran roca y la nieve no dejaba de caer afuera. Tenía frío,
estaba casi desnuda y todo era horrible.
Me gustaba llevar las camisetas de Hutch en la caravana. No soy
precisamente menuda, pero me quedan grandes. Él cree que me veo sexy
con ellas y tengo que admitir que me siento sexy, con la tela estirada sobre
mis considerables pechos y el dobladillo de la camiseta llegando sólo hasta
la mitad de mi trasero.

Antes de Hutch, me costaba creer que algún hombre pudiera pensar


que yo era sexy, pero ahora... ¿La forma en que me miraba en esas mañanas
perezosas en las que apenas nos podíamos molestar en salir de la cama?
Ya no era tan difícil.

Desgraciadamente, estar sexy no era precisamente una prioridad en


este momento. Quería mantener el calor y aunque su camisa era mejor que
nada, no era mucho mejor.

Hutch volvió a entrar por la entrada de la cueva. Dejó un montón de


ramas delante de mí.
Starless One

—¡Voila! —dijo, haciendo una gran reverencia.

—Esa no es mi mochila —me quejé.

—Es mejor. Es fuego. Bueno, es todo lo que hace falta para un fuego. —
Hutch se arrodilló y comenzó a apilar las ramas en una especie de pirámide.

—¿Estás haciendo una fogata?

—Claro. Si no, nos moriremos de frío aquí fuera —Fruncí el ceño. Era mi
estúpida culpa si nos moríamos de frío.

—Oye, no te preocupes, Nat —dijo Hutch. Soltó la parte superior de la pila


de la fogata y el montón de ramas se desplomó hacia un lado.

—Si no nos congelamos, moriremos de hambre —dije—. Todas las


provisiones de comida estaban en mi mochila.

—Ya lo veremos —dijo Hutch—. ¿Puedes trabajar en esta fogata mientras


vuelvo a salir?
—¿Vas a conseguir más madera?

—Eso también. Es que no puedo... —sus enormes manos intentaron


juntar las ramitas en un buen montón, y la pirámide de ramas se desplomó
hacia el otro lado.

—Claro —dije, frotándome las manos—. No te vayas muy lejos, ¿bien?

—No te preocupes. Volveré antes de que puedas sacudir la cola de un


cerdo.

—¿Por qué querría sacudir la cola de un cerdo? —Pregunté, pero ya se


había ido—. Estúpida nieve. Estúpida ventisca —murmuré para mis adentros,
tratando de formar una pirámide de ramitas con la madera que había
reunido. Tenía los dedos entumecidos, y refunfuñaba todo el tiempo, incluso
cuando las ramas se unían para formar una respetable pirámide de fogata—
. Ni un maldito malvavisco.
Starless One

Mi estómago refunfuñó conmigo, como si se compadeciera de la falta


de malvaviscos. Por fin tenía una enorme pirámide formada, y me senté a
esperar a Hutch.

¿Por qué había pensado que esto era una buena idea? Podríamos
haber estado acogidos en nuestra caravana en Scraptown. Claro, no era una
escapada a una cabaña en medio del bosque como había planeado, pero al
menos no estaríamos al borde de la muerte. Se me llenaron los ojos de
lágrimas. Lo había estropeado todo, y había arruinado el fin de semana de
Hutch, y nos había puesto en terrible peligro.

Antes de que mi fiesta de la compasión pudiera seguir adelante, Hutch


saltó por la entrada de la cueva en forma de lobo. Tenía algo en la boca, algo
peludo que dejó a un lado antes de acurrucarse a mi alrededor. Enterré mi
cara en su piel y lo abracé con fuerza, las lágrimas resbalando por mis
mejillas. Era cálido y acogedor y todo era bueno. Oí el ruido de su garganta
y sentí una oleada de consuelo.

Mi compañero. No dejaría que nos pasara nada malo.


Me limpié las últimas lágrimas de la cara mientras Hutch volvía a tener
forma humana.

—¿Por qué lloras, Nat? ¡Mira qué impresionante es el montaje de tu


fogata!

—¿Está bien?

—Está más que bien —dijo, sonriendo—. Déjame coger las cerillas y
veremos hasta qué punto está bien.

El fuego se encendió en el fondo de la pila y pronto ardió entre las


ramas. La cueva se calentó casi al instante, y el techo inclinado permitió que
el humo saliera sin que me lloraran los ojos. No es que hubiera importado:
mis ojos estaban enrojecidos por las lágrimas.

—Déjame preparar la cena e iré por más madera —dijo Hutch.


Starless One

—¿Cena?

Pero antes de que pudiera decir nada más, Hutch había cogido las
cosas peludas del suelo de la cueva.

—Conejo —dijo triunfante—. Muy elegante, ¿eh?

No pude evitar una sonrisa, aunque tuve que apartar la vista cuando
salió de la cueva para despellejar los conejos. Cuando volví a abrir los ojos,
los tenía ensartados en un gran palo, con algo de vegetación clavada. Con
las ramas sobrantes, creó un artilugio para sostener la brocheta. Un extremo
del palo sobresalía lateralmente.

—Lo sostienes ahí para girarlo —me explicó Hutch—. ¡Conejo asado!

—¿Qué es la cosa verde? —Pregunté, con desconfianza.

—¡Ramitas de romero! Pensé que le daría algo de sabor.

—Oh —dije, mis hombros se acomodaron hacia atrás, relajados.


Empecé a girar el palo lentamente, el olor a carne hizo que mi estómago
gruñera aún más fuerte. Hutch sonrió.

—Un viaje más por algo de leña extra —dijo—. Luego podemos comer y
acurrucarnos para pasar la noche.

Salió de la cueva con tanta energía que no sabía qué le había pasado.
Tal vez estaba ocultando el hecho de que estaba enojado conmigo. O tal vez
estábamos en más peligro de lo que yo sabía, y esta era su manera de
ocultarlo. Tal vez necesitaba distraerse para no estar enfadado porque yo le
había estropeado el fin de semana.

Con una enorme pila de leña apoyada en el lateral de la cueva, Hutch


se limpió finalmente las manos y suspiró.

—Hecho —dijo—. Ahora a comer.

Nos sentamos hombro con hombro mientras comíamos. La carne de


Starless One

conejo estaba muy caliente, pero Hutch arrancaba pequeños trozos de carne
con los dedos y me los daba poco a poco.

—Esto está delicioso —dije.

El romero se había ahumado en el conejo, e incluso sin ninguna otra


especia era lo suficientemente sabroso como para que me hubiera comido
otro entero. Hutch derritió un poco de nieve en su termo de metal para que
pudiéramos beberla como agua, y para cuando terminé de comer me sentí
totalmente satisfecha. Di un pequeño suspiro y me apoyé en Hutch.

—¿Ves? —dijo—. Esto no es tan malo.

—Hutch, ¿por qué odias la Navidad?

Se rio, una risa corta que era más bien un bufido.

—¿Por qué crees que odio la Navidad?

—Para empezar, no quieres ser Santa.


—Yo sería un Santa Claus terrible. No tengo barba. O una gran barriga.
O...

—Y no quieres decorar. O dar regalos.

Hutch se mordió el labio. Me di cuenta de que había algo que daba


vueltas en su mente. Se tomó un tiempo para hablar, pero le dejé pensar.
Había algo más aquí, algo que necesitaba saber.

—Nat —comenzó—. Tu padre era increíble. Realmente impresionante. Lo


extraño mucho, y sólo pude pasar unos meses con él. Probablemente hizo
todas esas maravillosas cosas navideñas para ti, y lo entiendo totalmente —
Mis labios se separaron. ¿Era esto lo que significaba todo el mal humor? —.
Pero no conseguí nada de eso. ¿Quieres saber lo que hice en Navidad la
mayoría de los años cuando era niño? —Alce las cejas.

» Mi padre vigilaba los barrios ricos y descubría aquellos en los que la


familia estaba de vacaciones. Entonces me obligaba a entrar si tenían una
Starless One

puerta para perros. Me hacía robar todos los regalos. Robar sus joyas. Robar
cualquier cosa.

—Oh, Hutch.

—Ni siquiera me daba los regalos. Podía jugar con ellos si ya estaban
abiertos, pero si no, tenía que guardarlos en el paquete. Después lo
empeñamos todo por dinero.

Abracé a Hutch con fuerza. Después del viaje a Las Vegas, me había
enterado de lo horrible que había sido su padre. Pero nunca le había oído
hablar de esto.

» No es que odie la Navidad, Nat. Sólo que no tengo muchos buenos


recuerdos en torno a ella. Nunca supe cómo era una buena Navidad, y por
eso...

Se quedó sin palabras.

—Hutch, lo siento —dije. Podía oír que mi voz temblaba, y no era el frío
del aire lo que lo había hecho—. Sólo quería hacer las cosas bien para ti.
Pensé que la Navidad debía ser sobre la familia, y pensé que a la manada
le gustaría. Siento todo esto.

—Nat, te quiero. Diablos, esto no está nada mal. He vivido en lugares


peores que esta cueva, ¡aunque huela a oso!

Se rio y yo me reí con él. Mi mano se deslizó por su pecho desnudo. La


luz de las llamas bailaba amarilla y naranja sobre su piel. Me besó la parte
superior de la cabeza, enterrando su cara en mi pelo.

—Y estoy seguro de que a la manada le encantará el árbol que elijamos,


si es que salimos vivos de este bosque.

Sonrió y lo miré a la cara. Era tan dulce. Mi compañero. Mi amor.

—Bueno —dije, bajando mi mano a su pecho—, por si acaso no salimos


vivos de este bosque, quizá deberíamos hacer de esta noche algo
memorable.
Starless One

Los ojos de Hutch se abrieron de par en par y pude ver cómo se


encendía el brillo ámbar de sus iris.

—¿Es así? —preguntó. Su voz era ronca y cruda, y me puso los nervios
de punta.

Lo quería. Lo quería en mis brazos en ese momento. El frío del exterior,


la luz primigenia del fuego y el sabor del conejo, su desnudez, todo ello se
mezclaba para hacerme sentir más loba que humana. Y esta loba quería a
su compañero.

Volviéndome hacia Hutch, dejé que mi mano se deslizara hacia abajo y


lo tocara donde ya estaba duro. Sus labios encontraron los míos, y me
apresó en un beso que estremeció todo mi cuerpo. Sus brazos me
envolvieron con fuerza, su boca caliente contra mí.

Nuestros cuerpos desnudos se entrelazaron mientras Hutch me bajaba


al suelo de la cueva. La tierra cerca del fuego estaba caliente por el calor de
las brasas, y yo arqueé la espalda contra el suelo, levantando las caderas
contra Hutch. Su polla palpitó sobre mi muslo y gruñí.
—¿La dejas salir? —Preguntó Hutch. Se inclinó para que su cara
estuviera a sólo unos centímetros de la mía, y pude sentir nuestras
respiraciones mezclándose entre nosotros.

—Sí —dije. La loba dentro de mí estaba arañando para emerger, y quería


sus sentidos. Quería que ella fuera parte de este apareamiento. Esto era la
naturaleza, y de repente no quería nada más que ser salvaje con Hutch.

—Hazlo —me susurró al oído.

Respiré profundo. Hacía tiempo que no dejaba salir el lobo mientras


hacía el amor. Era difícil equilibrar su presencia con mi propio ser humano,
y aunque cada vez lo hacía mejor, todavía me asustaba un poco mostrar mi
lado animal.

Con los ojos cerrados y los pulmones llenos, entré en mi interior. Ella
estaba allí, esperando, como siempre. Abrí la puerta, sólo un poco, para que
se asomara.
Starless One

Allí. Todos mis sentidos se intensificaron en un instante. Las llamas del


fuego eran puntitos de calor en mi piel, y el frío del exterior traía el aroma de
la nieve y los pinos a la cueva. La tierra cálida bajo mi espalda me empujó,
y pude sentir que casi me convertía. Me eché hacia atrás, evitando que me
moviera.

El equilibrio.

Abrí los ojos y la visión de Hutch encima de mí, con su sonrisa de lobo,
me hizo sentir otra descarga de deseo. Entonces sus ojos brillaron en ámbar
y gemí. El aroma de su almizcle, de su deseo, me llenó las fosas nasales y
me hizo estremecer el cuerpo. Me dolía tenerlo dentro de mí.

—Hutch —jadeé—. Mi compañero —La boca de Hutch bajó por mi barbilla,


caliente y húmeda, enviando descargas eléctricas a través de los nervios de
mi piel. Me besó el cuello y me retorcí bajo su abrazo—. Tómame —gemí—.
Por favor. Oh, Dios, Hutch, por favor. Te necesito.

—Todavía no —susurró. Su aliento era caliente contra mi piel, y su lengua


se deslizó, trazando una línea por mi clavícula.
Se me cortó la respiración cuando su boca encontró mi pezón y sus
labios se cerraron en torno a él. El fuego recorrió mi cuerpo, y si Hutch no
me hubiera inmovilizado contra el suelo, habría salido volando en todas
direcciones. Con el lobo empujando contra mi superficie, no sentí nada más
que el intenso deseo por él.

Lo necesitaba dentro de mí. El hueco dentro de mí hacía que me doliera


el corazón de necesidad, y cuando me chupó el pezón, grité con fuerza y mis
manos se agarraron a su espalda.

—Por favor, por favor, por favor, por favor...

Yo palpitaba de necesidad y él seguía presionando mi cadera, sin


dejarme mover. Entonces una de sus manos se deslizó entre mis muslos,
donde ya estaba resbaladiza y preparada para él. El simple contacto me hizo
gritar, pero en cuanto me tocó se retiró, dejándome vacía y jadeante.

—Hutch, no...
Starless One

—Dime lo que quieres.

—Oh, Dios, Hutch...

—Dime —Su voz era un gruñido que me hizo temblar.

—Fóllame —jadeé—. Por favor, oh, Dios, Hutch, te quiero. Te necesito


dentro de mí. AHORA.

Mi última palabra fue un ronco gruñido de deseo, mellado en el aire.

Sin decir nada más, Hutch separó mis muslos y se sumergió en mí. Grité
fuertemente de doloroso placer cuando su polla se deslizó dentro de mí,
gruesa y dura y tan maravillosa, Dios, tan maravillosa. Me estremecí cuando
el orgasmo me desgarró. Me había llegado tan rápido que no estaba
preparada, y mis dedos rasparon la piel de Hutch mientras me estremecía
en el clímax.

No se detuvo, sin darme tregua. Antes de que la primera oleada de mi


orgasmo se extinguiera, empujó hacia arriba, enviando otra oleada más
profunda de deseo a través de mí. Podía sentirlo en todo mi cuerpo, en mi
alma. Era mi compañero y me reclamaba como suya.

Abrí la boca para gemir, pero entonces su boca estaba sobre mí, y sus
manos estaban sobre mí, agarrándome, masajeándome, tirando de mí hacia
él. Me soltó los labios y grité en busca de aire, pero entonces volvió a
besarme, chupando mi labio inferior entre los suyos, con su lengua
haciéndome cosquillas.

Se balanceó hacia atrás y luego hacia delante, introduciendo su


hinchada polla en mí centímetro a centímetro, agonizante y maravilloso. La
ventisca de fuera rugía y Hutch rugía con ella, el sonido me llenaba mientras
agarraba sus duros músculos y tiraba de él dentro de mí más y más
profundo.

Mi núcleo comenzó a encenderse de nuevo mientras él se mecía hacia


adelante y hacia atrás. Las llamas danzaban sobre nuestras cabezas y el
viento cantaba en la entrada de la cueva, y yo lo apretaba con fuerza
Starless One

mientras se abría paso en mis partes más profundas.

—Natalie —gimió, y su mano recorrió mi pelo, agarrándolo de raíz e


inclinando mi cabeza hacia atrás.

Me incliné hacia atrás de buena gana y su lengua recorrió mi piel, como


si quisiera probar cada parte de mí a través de mi cuello. Como si quisiera
comerme entera. El lobo que llevaba dentro gruñó de placer y me estremecí
cuando el deseo empezó a empujarme de nuevo hacia el límite.

Su piel estaba ahora resbaladiza por el sudor, por el fuego y por nuestra
forma de hacer el amor y tenía que sujetarme con más fuerza para evitar que
me resbalara. Mi cuerpo se retorcía de placer mientras él se mecía una y otra
vez, hacia delante dentro de mí.

—Tu lobo —jadeé—. Hutch —Necesitaba que se uniera a mí, que nuestros
lobos se encontraran juntos. Sentía la atracción hacia el lado salvaje y quería
soltarme por completo, dejarme llevar libremente con él.
Sonrió y vi el brillo ámbar. Las chispas del fuego se reflejaron en sus
ojos cuando surgió su lobo. Sentí que mi cuerpo se alzaba para agarrarlo y
entonces se encontró conmigo.

Nunca habíamos hecho el amor así. Su cuerpo se abalanzó sobre mí,


su polla me llenó, me estiró, mientras yo gritaba de placer, mis gritos llevados
por el viento. La loba salvaje que llevaba dentro encontró a su compañero y
nuestro vínculo me empujó hacia su abrazo.

Estaba duro, palpitando, su cuerpo martilleaba el mío y su aliento era


agitado en mi oído. Sentí que otro orgasmo se acumulaba en mi interior,
acercándome cada vez más al límite. La presión que sentía en mi interior era
imposible, creía que iba a explotar en llamas si duraba más tiempo.

—¡Ohh! —Grité—. ¡OHHHHH!

Entonces Hutch aulló, y mi lobo aulló con él, y mi cuerpo cayó de cabeza
en un orgasmo con él. Ordeñé su polla palpitante con mis músculos tensos,
Starless One

gritando al sentir su semilla caliente llenándome. Se sacudió una vez,


quedándose quieto en la cima de su empuje, conteniendo la respiración
mientras se estremecía conmigo y caíamos el uno dentro del otro, llegando
nuestro clímax como uno solo, rodando sobre y a través de nosotros en una
ola caliente y temblorosa.

Hutch se derrumbó contra mí, rodando hacia su lado mientras me


recogía en sus brazos. Sus labios presionaron mi frente y me besó una y otra
vez, en la nariz, en las mejillas, en los labios, hasta que volví a jadear.

—¡Hutch!

Sonrió y me atrajo en un abrazo que me aplastó. Respiré con fuerza,


disfrutando del aroma de su piel y su semilla, dejando que mi loba se
instalara bajo mi superficie.

—Al menos sabemos cómo no morir congelados —dije, acercándome a


su pecho caliente.

—Mmm —tarareó en mi oído.


Se quedó en silencio durante un momento, y lo único que podía oír era
su respiración y la mía, el crepitar del fuego y el aullido del viento en el
exterior, que sonaban más distantes que antes. Me dejé relajar en sus
brazos, con los ojos cerrados. Estaba cansada, muy cansada.

Antes de dormirme, oí a Hutch murmurar algo más en mi oído.

—Gracias, Natalie. Ese fue... ese fue un muy buen recuerdo navideño.
Starless One
Hutch

Me levanté al amanecer.

Natalie seguía durmiendo junto al fuego, acurrucada en una camiseta


que la hacía parecer muy sexy. Tuve la tentación de despertarla. Estuve
tentado de abrirme paso entre sus piernas y despertarla de una manera que
sabía que le encantaría.
Starless One

Pero yo conocía a mi chica. Y aunque ella podría disfrutar de ese


particular despertar, estaba bastante seguro de que no estaría de humor
para un desayuno de conejo frío y cerveza después. Por no mencionar el
hecho de que necesitaba orinar con urgencia.

Me puse los vaqueros y me dirigí a la entrada de la cueva. Por mucho


que disfrutara de la noche anterior, sabía que no podíamos quedarnos. No a
menos que pudiera recuperar la mochila de Nat.

Al salir de la cueva, me di cuenta de que eso no iba a suceder.


Alrededor, hasta donde podía ver, el suelo estaba cubierto por una capa
considerable de nieve. Es decir, por supuesto que lo estaba, pero no me
había dado cuenta de lo gruesa que sería.

Genial para las postales, no tanto para encontrar mochilas perdidas.

Suspiré mientras me desabrochaba la bragueta y me preparaba para


dejar mi huella en la impoluta manta blanca. Habría estado bien quedarse
un poco más. Sé que no era lo que Nat había planeado, pero había estado
disfrutando. Era exactamente lo que necesitaba ahora.
Mientras me aliviaba, divisé movimiento en mi visión periférica. Algo
rápido, moviéndose de árbol en árbol como si tratara de mantenerse a
cubierto.

Olfateé el aire. Ciervo. Interesante. Sin mencionar que es más


sustancial que el conejo. Excepto que... olfateé de nuevo. Un cambiaforma.
Así que el venado definitivamente no estaba en el menú.

Me sorprendió. Realmente no había muchos cambiadores de ciervos


por aquí. Conocía la ubicación de un par de manadas, justo al otro lado de
las fronteras estatales, pero este era el territorio de los lobos. Y, por razones
obvias, los ciervos tienden a ser bastante asustadizos con los de nuestra
especie.

Una vez que terminé, me giré para mirar a nuestro visitante. Dejando
claro que sabía que estaba allí, pero sin mostrar ningún signo de agresividad.

Dudó, antes de salir de los árboles hacia mí. Cambiando, cuando llegó
Starless One

a media docena de metros.

Mierda.

Verás, lo que pasa con las ciervas es que son hermosas. No me refiero
a una belleza normal, me refiero a una belleza de "¿cómo puede ser real?".
No puedes dejar de mirarlas. Son pequeñas y asustadizas, tienden a ser
bastante tímidas, pero tienen el tipo de cuerpo que haría llorar de celos a una
modelo de trajes de baño.

Pero la mayoría de los hombres, o la mayoría de las personas en


realidad, nunca llegan tan lejos, porque una vez que vislumbras esos ojos,
esos enormes ojos marrones que prácticamente te suplican que te ocupes
de ella y la cuides y la protejas, es bastante difícil apartar la mirada.

—Ya viene. Tiene que salir de aquí, señor. Ya viene.

—Sí, yo... —Traté de alejarme de sus ojos y sólo terminé mirando sus
pechos. Perfectos, montículos pertinaces que parecían haber sido tallados
por el mismo tipo de arriba. Casi tan bonitos como los de Natalie.
Mierda. Necesitaba algo que me ayudara a concentrarme.

—¡Hutch! ¿Qué demonios? —Eso hizo el truco.

Nat salió arrastrando los pies de la cueva con mi camiseta y mis botas
demasiado grandes. Parecía confusa, como si sospechara que aún estaba
soñando, e, imposiblemente, más hermosa a mis ojos que cualquier ciervo
de ojos grandes.

Se apresuró a acercarse a mi lado tan rápido como mis enormes botas


le permitieron y me rodeó la cintura con su brazo de forma posesiva.

La cierva respondió con una sonrisa irónica. Probablemente no era la


primera vez que alguien respondía así a su presencia.

—Oye, Hutch. ¿Quién es tu amiga desnuda aquí?

—Es un ciervo.
Starless One

Nat alzó una ceja inquisitiva.

—Es una Cam-cam-cam. Cambiadora de ciervos

—Soy Jane —dijo con entusiasmo—. Me gusta tu camiseta. Son lobos,


¿verdad? Eso es genial. Pero ya viene, tenemos que irnos.

Nat me miró de forma interrogativa y yo me encogí de hombros como


respuesta. Su suposición era tan buena como la mía. Los ciervos eran
asustadizos, pero éste estaba por todas partes.

—Hola Jane, este es Hutch y yo soy Natalie. Tienes que retroceder un


poco. ¿Quién viene?

Jane empezaba a tener bastante frío. El calor residual de su carrera


estaba desapareciendo. No estaba en condiciones de ofrecerme a calentarla
y tampoco es que tuviéramos ropa de repuesto.
—Volvamos primero a la cueva y podrás empezar desde el principio —
dije.

—Así que se suponía que debía casarme con este ciervo, pero ugh, no
es mi tipo, así que me escapé en su lugar.

—¿Así que es eso lo que viene? ¿Un ciervo? —Pregunté.

—Oh, diablos, no. Neville nunca dejaría la manada. Y aunque lo hiciera,


estoy bastante segura de que podría patearle el trasero, y menos a un tipo
Starless One

grande como tú —Respiró hondo y continuó con el mismo tono medio bobo—
. No. Me escapé y me enrollé con un lobo. Quiero decir que parte de ello fue
todo este asunto de la rebelión, pero parte de ello fue que los chicos-lobo
son simplemente calientes, ¿verdad? Quiero decir... —Miró a Nat con una
sonrisa conspiradora—. El pelo, los músculos, toda esa rabia primaria, por no
hablar de lo buenos que son en la cama, ¿verdad?

No pude evitar hincharme un poco y sonreír. Maldita sea, es cierto.

—Sí, excepto que resultó ser un verdadero imbécil. Siempre metiéndose


en peleas, persiguiendo a otras mujeres, sólo interesado en la cerveza y el
sexo.

—Eso sí me suena —Fue el turno de Nat de sonreír—. ¿Así que él es el


tipo que te persigue?

—Oh, no. Hace tiempo que se fue. Después de dejar su trasero, conseguí
un trabajo detrás del bar en el valle. Había un tipo que seguía viniendo y
tratando de ligar conmigo. Quiero decir que puede que haya coqueteado un
poco, él era un buen propulsor.
» Entonces un día, de la nada, me pide directamente que me case con
él. Yo dije: ''qué demonios, no, vete de aquí''. Pero él no acepta un no por
respuesta. Me coge y me saca de allí como si fuera un saco de patatas.
Entonces me llevó a su cabaña y... y...

Pude sentir que Natalie se tensaba y me abrazaba más fuerte.

—Oh, no, no lo hizo...

—Oh, no, no, no. Nada de eso. Bueno algo así, quiero decir que me
secuestró y encarceló en contra de mi voluntad, así que no soy como su
mayor fan ni nada. Pero no me ha hecho daño ni ha intentado nada raro.
Dice que eso puede esperar hasta que nos casemos. Dice que eso ocurrirá
después del invierno, cuando su cabeza no esté tan borrosa y pueda pensar
mejor.

Nat me miró confundida, pero yo empezaba a entender lo que estaba


pasando.
Starless One

—¿Y es de él de quien huyes?

—Sí, intenté pelear con él, soy bastante buena en una pelea —Eso
parecía... improbable—. Pero al final tuve que correr. Era demasiado grande
y fuerte. Sin embargo, viene a por mí. Puedo captar su olor de vez en cuando.
Está cerca.

Nat le dedicó a Jane una sonrisa reconfortante.

—Bueno, ya no tienes que preocuparte por eso. Puede que seas


bastante buena en una pelea, pero Hutch es... bueno, pelear es una de las
cosas que mejor hace. Puedes sentarte y disfrutar viendo una buena paliza
a la antigua.

Desgraciadamente, la confianza de Nat en mi destreza era errónea.

—¿Este tipo es un oso, Jane? —Pregunté.

Jane asintió, sus ojos imposiblemente grandes me miraban como si yo


fuera su salvador.
—Nat —Me giré para mirar a mi compañera—. Toma a Jane. Vuelve a
Scraptown. Encuentra a Gina y... a Rob o a Ross tal vez. En realidad, a los
dos. Diles dónde estamos, pero tú y Jane quédense en la ciudad, ¿bien?
Intentaré retrasarlo hasta que lleguen.

—¿Hutch? —Nat parecía confundida—, No entiendo. ¿Qué está pasando?


Sólo patéale el trasero y regresaremos todos juntos.

Si fuera tan fácil. Miré a Jane, que miraba a Nat con expresión incrédula.
Ella lo sabía.

—¿Qué?

—Es un oso, Nat. Los osos son... tres lobos, que sepan luchar, que
sepan trabajar juntos. Tal vez podrían derribarlo. Prefiero tener cuatro para
estar seguro. Los osos son fuertes y parece que este se ha vuelto nativo.

—¿Se ha vuelto nativo? —Preguntó.


Starless One

—Algo así como el equivalente a un oso solitario.

Los solitarios, o lobos solitarios, eran en lo que se basaban los antiguos


mitos de los hombres lobo. Si un metamorfo pasaba demasiado tiempo solo
y en forma de lobo, tendía a perder el contacto con su humanidad. La línea
entre el lobo y el hombre se difuminaba y lo que surgía era algo salvaje e
incontrolable.

Para los osos era diferente. Los osos que se convertían en nativos
tendían a fijarse en una sola cosa y no paraban hasta conseguirla. Se
convirtieron en la versión natural de Terminator.

—Bueno, una vez le ganaste a un solitario.

—Ese solitario casi me mata. Si no hubiera sido por ti...

—Y Tommy.

—Sí, gracias por eso, hace casi una semana que alguien me lo recordó.
Si no hubiera sido por ti y por Tommy habría muerto. Y, aun así, si me dan a
elegir, prefiero luchar contra otro solitario que enfrentarme a un oso que se
ha vuelto nativo.

Nat se cruzó de brazos obstinadamente.

—Bueno, no voy a dejar que te enfrentes a él solo.

Podría usar la voz con ella. Podía tirar de rango y ordenarle que volviera.
Ella era mi compañera. Era mi esposa. No me gustaba obligarla a cumplir
mis órdenes. No se sentía bien.

—Bien. Pero no te acerques a él. Quédate atrás y protege a Jane.

—¡Oye! —Ahora era el turno de Jane de objetar—. Puedo ayudar. Puedo


luchar.

—Estoy seguro de que crees que puedes, pero esto es...


Starless One

—He estado haciendo Krag Maga1 desde que tenía cinco años, señor.
Es un mundo duro ahí fuera. Puede que sea pequeña, pero los que estamos
en el otro extremo de la cadena alimenticia tenemos que aprender a
cuidarnos. Tu clase nos enseñó eso de la manera más difícil.

Bien. Sorprendido y algo impresionado. Parecía que había más en Jane


de lo que parecía.

—¿JANE? ¿JAAAAAAANE? ¿DÓNDE ESTÁS? ¿POR QUÉ HUYES?

Maldita sea. Estaba aquí. El discurso lento y arrastrado de un oso nativo


era inconfundible. Los osos no eran exactamente las bestias más brillantes
para empezar. Pero, a medida que su humanidad se desvanecía, se volvían
casi infantiles. Si los niños fueran bestias asesinas de cien kilos.

—Bien. Ya es demasiado tarde de todos modos. Escucha, no me importa


si eres una especie de ninja, Jane, mantente alejada de él. Sólo sigue

1 Sistema oficial de lucha y defensa personal usado por las Fuerzas de Defensa y Seguridad
israelíes, conocido en sus comienzos como krav.
moviéndote. Él vendrá por ti, así que trata de mantenerlo desequilibrado y
confundido.

—Entendido —asintió ella.

—Nat, si consigue pasarme, protege a Jane. No dejes que llegue a ella.


Si está enfadado no se sabe lo que puede hacer.

—Pero qué pasa con...

—Puedo cuidar de mí mismo. Protégela como si fuera parte de la


manada. ¿De acuerdo?

—Claro, sí. Ten cuidado, Hutch.

Gruñí en respuesta. Ser cuidadoso ya no era una opción.


Starless One

—NO ERES JANE.

—No me digas, Sherlock.

El oso se parecía bastante a lo que me imaginaba. Grande y tonto. Pero


había mucho poder allí. Algo más que la fuerza. Poder impulsado por un solo
propósito. Lo hacía aún más peligroso.

—¿QUIÉN ES SHERLOCK? ¿DÓNDE ESTÁ JANE?

Sólo parecía tener un volumen. Bramando.

—Aquí no hay ninguna Jane, Lenny. Sólo los conejos y yo.


Se estaba enfadando. No estaba seguro de si eso era bueno o malo. No
podía ganarle. Y si corríamos existía la posibilidad de que nos alcanzara.
Incluso si no lo hacía, no quería llevar a este gran zoquete de vuelta a mi
manada...

—SÉ LO QUE ESTÁS HACIENDO. DEJA LOS JUEGOS, LOBITO.


¿DÓNDE ESTÁ JANE? —Nat echó a correr desde la boca de la cueva para
distraerlo—. ESA NO ES JANE. PERO TIENE BUENAS TETAS. TAL VEZ
ME LA LLEVARÉ EN SU LUGAR.

Sentí que mi calma se desvanecía.

—Ven, Hodor2. Tendrás que pasar por mí primero.

Sonrió y levantó los brazos mientras se desplazaba. Sus ropas se


hicieron añicos mientras un hombre ya grande se convertía en una bestia
aún más imponente. No me dio tiempo a valorar la situación y se abalanzó
sobre mí con un rugido.
Starless One

Me acerqué desesperadamente al lobo que llevaba dentro, tratando de


aprovechar su fuerza y velocidad, pero era demasiado tarde. Esquivé como
pude cuando el enorme animal se abalanzó sobre mí y me hizo derrapar
sobre la nieve.

No me gusta que lo frene. Le había tomado cinco segundos para


pasarme.

—¡Oye, imbécil!

Al parecer, esa era la forma de Jane de llamar su atención. Lo aprobé.


Me dio la espalda y se dirigió hacia las dos mujeres.

Sacudí la cabeza, para intentar despejar las telarañas. Maldita sea. Yo


era Hutch, alfa de la manada de Scraptown. Yo era más que esto. Había
nacido para proteger. Si ni siquiera podía proteger a mi propia compañera y
a un pequeño ciervo, ¿cómo podía liderar una manada?

2
Hace referencia al personaje de Juegos de Tronos, Hodor, quien era un mozo de cuadras de
Invernalia de gran tamaño y, aparentemente, tonto.
Agaché la cabeza y cargué, desplazándome mientras corría. No podía
vencerlo, pero si conseguía molestarlo o frustrarlo lo suficiente, podría
rendirse. Los osos pueden ser beligerantes y de mente única, pero son
perezosos.

Salté y golpeé su espalda en un ángulo incómodo. Fue como chocar


contra una pared. Los músculos que se movieron bajo su piel bien podrían
haber sido de roca.

Intenté hincarle el diente en el cuello, pero estaba aislado por una capa
tan gruesa de pelo y piel que ni siquiera pude agarrarlo.

Se encogió de hombros como si fuera un juguete. Caí al suelo y rodé,


arrastrándome por la nieve para recuperar el equilibrio. Llegué demasiado
tarde. Antes de que pudiera recuperarme, una enorme pata llenó mi visión
cuando me apartó una vez más. Volví a estrellarme contra la nieve.

Me rugió. Ahora no parecía confundido o molesto. Parecía enfadado. Lo


Starless One

estaba haciendo enfadar.

—Oye, tú. Ven aquí para que pueda patear tu trasero, gran oso tonto.

Jane al rescate de nuevo. No era exactamente lo que tenía en mente,


pero estaba funcionando. Ella lo estaba manteniendo distraído. ¿Pero para
qué? No iba a desgastarlo así. A este paso iba a estar maltratada y rota antes
de que él siquiera sudara.

Pero era el mejor plan que tenía. Me puse en pie, ignorando el dolor de
mis costillas, y volví a correr hacia él.
Natalie

Se acabó mi plan de poner a Hutch de humor para la Navidad. ¿Había


sido un desastre desde el principio y ahora? Era un nivel completamente
nuevo de desastre.

La táctica de Hutch claramente no estaba funcionando. Cada vez que


conseguíamos distraer al oso, Hutch atacaba. Y cada ataque era fácilmente
Starless One

rechazado con una fuerza que hacía crujir los huesos. Hutch se veía más y
más desgarrado a medida que pasaba el tiempo, y no creí que pudiera
aguantar mucho más.

Si no entregábamos a Jane a este maníaco gruñón, iba a destrozar a mi


querido compañero.

Pero nunca la abandonaría. Hutch puede tener sus asperezas, pero


nunca abandonaría a alguien a ese tipo de destino. Él moriría primero, y no
podía dejar que eso sucediera.

Un plan. Necesitaba un plan. Pero Hutch era el luchador, no yo. Pensé


en las veces que lo había visto luchar, ya sea por deporte, o para
protegerme. Pensé en lo feliz que era entrenando a los cachorros. Cómo
había crecido, como hombre, y como líder desde que se asentó en su nuevo
papel.

Y entonces me di cuenta. Tenía un plan...


—Jane, llama su atención. Comprométete con él. Haz que te hable. —
Entrecerró los ojos, insegura de si debía romper las órdenes originales de
Hutch—. Sólo hazlo, ¿de acuerdo? Confía en mí.

Jane asintió y se dirigió hacia el oso. No podía oír lo que decía, pero sus
tonos tranquilos y relajantes estaban surtiendo el efecto deseado.

El oso se frenó y se levantó sobre sus patas traseras antes de volver a


dirigirse a la enorme montaña de un hombre que había venido en busca de
Jane.

Hutch parecía confundido. Se preparó para volver a atacar a su


oponente, pero le hice un gesto para que esperara. Esperaba que confiara
en mí.

Le dije—: Tal vez sea hora de pensar de forma diferente. Tal vez tengas
que luchar un poco sucio.
Starless One

Parecía confundido por un momento, luego una aproximación lobuna de


una sonrisa se extendió por su cara. Lo entendió.

Hutch volvió a cambiar de forma y el lobo, mi lobo, salió a la carga por


la nieve. A mitad de camino hacia su oponente, cambió de nuevo a la forma
humana, sin perder el ritmo. El oso lo percibió y se giró, lanzando un gran y
carnoso puño humano que enviaría a Hutch volando hasta la próxima
semana si conectaba.

No lo hizo. Hutch ya no estaba allí, estaba en la nieve, deslizándose


entre las piernas del hombre más grande, golpeando hacia arriba mientras
lo hacía.

Los ojos del hombretón se abrieron de par en par mientras lanzaba un


graznido estrangulado de dolor y se desplomaba, antes de hacerse un ovillo
en la nieve. Cuando me acerqué, pude oír sus gemidos. Sonaba... casi como
si estuviera llorando.

Encontré mi voz. Dejé salir al lobo, lo suficiente. No podía mandar de la


misma manera que Hutch, pero aún podía intimidar a gente como este
imbécil secuestrador.
—Ella no es tuya. Ninguno de ellos es tuyo. Vete a casa o acabaremos
contigo. —El oso gimió, aun recuperándose del golpe bajo de Hutch—. ¿Lo
entiendes? —Olfateó y asintió.

Hutch se levantó tambaleándose, magullado y ensangrentado. No era


la primera vez que lo veía así y estaba segura de que no sería la última. Los
problemas parecían seguirlo a todas partes.

Quería abrazarlo y decirle que estaría bien, pero no me sentía capaz.


Me sentía desgraciada. Sólo quería ir a casa.

—Volvamos, Hutch. Creo que ya hemos tenido suficientes vacaciones —


Hutch asintió—. Probablemente sea una buena idea. Creo que me rompí una
costilla, tal vez dos. ¿Vienes con nosotros, Bambi?

Jane sonrió.

—Claro. Pero llámame así otra vez y te daré una patada en el trasero.
Starless One

Volvimos a casa, a Scraptown, cuando ya había anochecido. Todo el


mundo estaba bebiendo alrededor de la fogata y yo caminé junto a Hutch
lentamente hacia la luz. Pude ver a Gina interrumpiendo una discusión al
otro lado de la hoguera. Suspiré.

—¿Por qué estás tan triste? —Hutch hizo una pequeña mueca de dolor
en el pecho mientras me abrazaba contra su hombro—. Vamos, Nat. Ya casi
es Navidad. Creía que te gustaban las fiestas.

—¿Cómo eres tan feliz? —Pregunté.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir?


—Iba a llevarte a la cabaña de Tommy. Íbamos a pasar un rato agradable
y relajado y a acurrucarnos en la cama y entonces todo se arruinó. Nos
perdimos, y tuvimos que pasar la noche en una cueva, y luchar contra un
secuestrador, y... y... —Me ahogué en un sollozo. Todos mis planes se
habían destruido por completo.

—¿Y qué, Nat?

Hutch se detuvo justo fuera de la multitud de personas reunidas


alrededor de la hoguera. Me puso ambas manos sobre los hombros.

—Lo siento, Hutch —dije, limpiando una lágrima—. No era mi intención


que resultara tan...

—¿Tan increíble?

Me quedé con la boca abierta y lo miré.


Starless One

—¿Increíble?

—¿Me estás tomando el pelo? —Hutch sonrió como un niño pequeño—.


Tuve que correr con mi maravillosa compañera por la nieve, y tuvimos un
increíble sexo primitivo en una cueva, y rescaté a una damisela en apuros y,
por si fuera poco, pude golpear a un oso de guerra en los testiculos... este
fue el mejor regalo... JAMÁS.

—¿Hablas en serio? ¿Te has divertido?

—Por supuesto que hablo en serio. Fue como si hubieras planeado el fin
de semana perfecto, Nat —Hutch me besó en la frente y me abrazó fuerte
contra su pecho. Estaba tan atónita que sólo pude quedarme allí, con los
brazos a los lados.

—¡Muchas gracias! Son los mejores.

—Eh... supongo que... de nada.


—Maldita sea, claro. Y ahora que he tenido la oportunidad de relajarme,
puedo volver a la manada. Y tú puedes volver a organizar la decoración. Yo
creo que Jane será una buena persona para ayudarte con eso.

—Hablando de Jane, ¿cómo está? ¿Crees que estará bien?

—Creo que estará más que bien —Hutch miró hacia el otro lado de la
fogata. Tres de los chicos de Scraptown estaban pendientes de cada una de
sus palabras, con las caras embelesadas. ¿Ves? Ya es parte de la familia.
Y de eso se trata la Navidad, ¿no?

—Claro —dije, sintiéndome mucho mejor—. Sí. Bueno, me alegro de que


te hayas divertido, Hutch. Incluso si no fue tan romántico como había
planeado.

—Te mostraré lo romántico —dijo Hutch, haciéndome girar antes de


enviarme a una inmersión baja mientras presionaba sus labios contra los
míos.
Starless One

Algunos de los miembros de la manada se volvieron para gritarnos, con


sus rostros amistosos iluminados por las cálidas llamas de la hoguera.

—¡Vamos Hutch!

—¡Bésala como si quisieras!

—¡Así es como lo hace un alfa!

Hutch me soltó, con una amplia sonrisa en la cara. Luego se volvió hacia
el grupo de cachorros que se habían acercado a nuestro lado de la fogata y
caminó hacia la luz, con el pecho hinchado como si acabara de ganar el
premio de la pelea. Y supongo que, en cierto modo, lo había hecho.

—¡Hey, cachorros, dejen que les cuente cómo luché contra un oso!

—¿Un oso?

—¡De ninguna manera!


—¿Cómo le ganaste, Hutch?

—Bueno, todo empezó con una terrible ventisca...

Sonreí a Hutch, de pie frente al grupo de niños, recordando la historia y


gesticulando salvajemente. Gina se acercó tras separar la pelea y se puso a
mi lado.

—Parece que le has contagiado el espíritu navideño —dijo—. No sé cómo


lo hiciste, pero lo hiciste.

—Yo tampoco sé cómo lo hice —dije, sacudiendo la cabeza.

—Ven a tomar un poco de chocolate conmigo —dijo Gina, tirando de mi


brazo—. Asaremos malvaviscos y podrás contarme todo lo que pasó
realmente.

—Claro —dije, pero no pude evitar echar una mirada más hacia el fuego.
Starless One

Las chispas de la fogata se elevaban en espiral hacia el cielo nocturno,


dibujando la silueta de Hutch. La manada era realmente mi familia, y Hutch
también. Y no podía esperar a tener más recuerdos navideños con todos
ellos.

El fin.
Aubrey Rose, autora de bestsellers del New York Times y del USA
Today, vive en el soleado San Diego, donde le gusta tumbarse en una
hamaca a leer sus novelas románticas favoritas. Cuando no está escribiendo
historias apasionantes, se le puede encontrar bailando desnuda frente al
espejo al ritmo de Abba mientras su gato la observa con desdén.

Cuando Molly Prince no está escribiendo sobre chicas grandes, chicos


malos y los problemas en los que se pueden meter, está cuidando de su hijo
pequeño, de su marido y de su perro &hellip y preguntándose por qué los
hombres de su vida necesitan tantos cuidados.
Starless One
Somos un grupo de lectores compulsivos que de forma
gratuita hacemos la traducción de este libro.
No pretendemos perjudicar al autor, por eso te invitamos
a seguirlo y apoyarlo adquiriendo sus libros en físico.
También recuerda ser prudente y cuidar de los grupos de
traducción
TRINI
NANE
DANITA
ESTRELLAXS

ELYZ
SANDRA

LAPISLÁZULI
Sinopsis

Capitulo 1

Capitulo 2

Capitulo 3

Capitulo 4

Capitulo 5

Capitulo 6

Sobre Carina Wilder


No hay nada como la sensación de volver a casa con la familia por
Navidad.

Y es exactamente por eso que Aria ha decidido evitar la suya como


la peste y dirigirse al tranquilo pueblo de montaña Wolf Rock para esquiar,
celebrar la vida de soltera y admirar a la población masculina de
cambiaformas desde lejos.

Es curioso cómo un pequeño accidente puede poner el mundo de


una chica patas arriba. Lucian es un sexy y solitario cambiaformas oso
polar que se ha mantenido alejado de la humanidad durante años, y
espera que ésta le devuelva el favor. Eso incluye a las mujeres torpes que
no son buenas esquiadoras, pero que están notablemente dotadas para
estrellarse contra los árboles.

Después de todo, es Navidad. La temporada del muérdago, de los


hogares cálidos y de los corazones más ardientes.

A Christmas to Bear de Carina Wilder


Traducido por Danita
Corregido por ElyZ

Mierda congelada como un palo.

El esquí estaba roto. Al menos, Aria creyó que lo estaba, ya que


apretó los dientes en un intento de reparar el equipo defectuoso con los
dedos entumecidos. La fijación metálica que debía asegurar la bota de
esquí al propio esquí estaba siendo un maldito, si es que ese era un título
apropiado para un objeto inanimado.

Este fue, en el mejor de los casos, un mal comienzo para unas


vacaciones de Navidad que debían ser relajantes. En lo que inicialmente
había parecido un movimiento sensato, Aria había abandonado
deliberadamente a su familia este año para tomarse un tiempo para sí
misma, lejos en el tranquilo pueblo de montaña Wolf Rock. Nada resultaba
tan tortuoso como pasar las vacaciones con los familiares tras el final de
una relación, y evitar las actividades masoquistas parecía, como mínimo,
aconsejable.

La sola idea de los ojos de todos esos familiares compasivos,


preguntando en silencio—: ¿Estás bien? Por cierto, no me importa, pero es
mi deber preguntar por el ADN. Sé que es totalmente inapropiado
preguntar esto, pero ¿por qué rompieron exactamente? No escatimes en
detalles.

Así que escucha, voy a presumir de mi propia felicidad, mis perfectos


2.3 hijos y mi Porsche delante de ti. Porque es Navidad.

Sí. Había tomado la decisión correcta al marcharse.


Después de todo, lo que había pasado en su vida personal no era
asunto de su familia. Los hechos eran simples: la relación había terminado
porque Aria y su novio se habían distanciado, y eso era todo lo que se
necesitaba saber. La verdad era, por supuesto, que "se habían
distanciado" significaba que Aria le había dado una patada en el culo
cuando le había encontrado jugando a esconder su mini pepino con la
asistente. En su cama. Sobre sus sábanas. No hace falta decir que hacía
tiempo que se habían convertido en un montón de cenizas malolientes.

Ahora sólo era cuestión de inhalar profundamente y apreciar el


hecho de que estaba comenzando la vida de nuevo como una mujer
soltera, fuerte y segura de sí misma que no necesitaba a un hombre. Por
supuesto, convencer a las mujeres de su familia de este hecho era
imposible, lo cual era una razón más para huir lejos, muy lejos de ellas.
Todas tenían la impresión de que una mujer sin un hombre era como un
zapato sin tacón de aguja: apenas funcional, poco atractiva y sin sentido.

Pero Aria se los demostraría. Al menos, pretendía demostrarse a sí


misma lo agradables que podían ser las vacaciones para una mujer
soltera. Y hasta ahora, apestaba a gran escala. El primer día había
consistido en catorce intentos de conseguir que una maldita bota
encajara en su sitio, y en cambio el esquí la rechazaba como un órgano
incompatible.

Sus ojos observaron el horizonte en busca de ayuda mientras seguía


jugueteando inútilmente con su equipo. Una parte de ella no quería pedir
ayuda, ya que eso anularía su propósito de ser una mujer independiente y
poderosa. Pero, maldita sea, ¿por qué el estúpido esquí se mostraba tan
poco cooperativo? ¿Y por qué sentía el impulso de llorar como una niña
de seis años que quiere a su madre? Nada de eso encajaba en su plan
maestro.

El joven que le había alquilado el equipo estaba ocupado


atendiendo a una familia cuyos trajes de esquí de diseño rojo a juego
daban la impresión de que su ineptitud les haría caer en picado desde la
montaña hasta morir en media hora. Nadie que se vista así puede esquiar
de verdad, seguramente. La cantidad de laca en el pelo de la madre era
suficiente para demostrar que el atletismo y la aerodinámica no eran la
prioridad número uno de la familia.

Sí, definitivamente serán un montón de cadáveres en poco tiempo,


pensó Aria. Que perfectos tontos.

Cuando terminó de asegurar a la perfecta e irritante familia en su


propio equipo, aparentemente funcional, y los envió a la pista en el
remonte, el empleado miró y leyó la expresión de Aria: impotencia
mezclada con rabia silenciosa.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó, acercándose tímidamente. Algo en


la cara de la joven decía—: No te acerques a mí. Puede que no muerda,
pero es muy probable que lo intente.

—Sí, esta cosa está siendo una total mierda y no funciona —


respondió Aria, tratando una vez más de asegurar la atadura con los
dedos congelados, y esforzándose por no emitir una cadena de
improperios poco femeninos.

—Está bien, vamos a echar un vistazo —dijo el hombre,


agachándose frente a ella. Con los nervios calmados, Aria lo miró mientras
examinaba su bota, evaluándolo de la forma en que las mujeres recién
solteras lo hacían con los hombres que eran potenciales ligues de rebote.
Su ordenador mental lo escudriñó como si juzgara la compatibilidad
potencial:

Escala de belleza: 8.3. El sujeto es prometedor.

Edad: 18 años más o menos.

(Demasiado joven. Probablemente terrible en la cama)


Tamaño: Delgado. Más pequeño que tú, Aria.

Los hombres flacos son débiles y aplastables.

Rechazar. Rechazar. Rechazar.

Observando el horizonte en busca de criaturas masculinas más


adecuadas.

No hay candidatos viables. Estás destinada a morir sola.

El empleado, que al principio parecía no tener más suerte que Aria


con la atadura, parecía uno de los normales que poblaban la ladera de la
montaña: un humano enjuto y amante de la naturaleza que trabajaba en
el pueblo de la montaña porque era bonito y, más probablemente,
porque le gustaba jugar al Hacky Sack y fumar hierba. Pero su tipo era
aburrido y palidecía en comparación con la población de cambiaformas,
que era la razón principal por la que había elegido este lugar para sus
vacaciones. Los hombres de Wolf Rock eran supuestamente fuertes,
grandes y hermosos. Las mujeres eran grandes de la misma manera suave
que Aria. Hay que reconocer que también eran hermosas, aunque a ella
no le interesaba tanto mirarlas. Pero se estaba dando cuenta rápidamente
de que los cambiaformas y las colinas de esquí no se mezclaban. Todos los
que había visto hasta ahora eran humanos. Humanos delgados,
superficiales y fastidiosos.

No era tanto que buscara la atención de los hombres, sino que


quería sentir que podía mezclarse con ellos. Y aunque no era una
cambiaformas, probablemente podría pasar por una en un apuro. Al
menos aquí no tendría una madre que le ladrara durante las vacaciones
para que dejara las golosinas, o una abuela que le insinuara que sus
proporciones estaban mal. Cuando vio a su abuela en Acción de Gracias,
la anciana la evaluó con una valoración poética—: Tu cintura es gruesa.
Eres demasiado alta. Tus pechos no están bien. Y esos muslos. Dios mío.
Tuviste suerte de atrapar a un hombre en primer lugar.

Es fácil, después de todo, cuando tienes noventa años y estás


demacrada, quejarte de todos los demás sobre cómo deberían verse. Es
una de las grandes ventajas de la vejez.

Por fin, el joven, que parecía llevar un cuarto de hora haciendo


chasquidos sin sentido con el equipo de Aria, colocó un trozo de metal en
su sitio y dijo—: Ya está, todo listo. Ya puedes subir la colina.

—Gracias —dijo Aria, poniéndose en pie con toda la inestabilidad de


un cervatillo dando sus primeros pasos. Se sintió enrojecer bajo la mirada
del empleado.

—Esquías, ¿verdad? Si no, puedes tomar una lección para


principiantes en la colina de los conejos —sugirió el Sr. No tan atractivo,
convirtiéndose en un fastidio instantáneo.

—Sí, sé esquiar. Es que fue hace tiempo —contesto Aria. Además,


lárgate, pensó, dirigiendo una mirada en su dirección. Él pareció captar la
indirecta y se alejó, dejándola sintiéndose como un idiota por su hostilidad.
Al fin y al cabo, sólo intentaba ser útil.

Tras unos minutos acostumbrándose a los esquís, Aria consiguió


dirigirse al telesilla, cuya tranquila soledad fue un alivio. A pesar de que
faltaban pocos días para la Navidad, la colina no estaba repleta de
esquiadores y, por un momento demasiado breve, el lugar parecía
pertenecerle a ella y a nadie más. No hubo conversaciones en el remonte.
Nadie se preguntaba por qué estaba sola durante las vacaciones. Al
menos por ahora.

Observó cómo el paisaje se movía a cámara lenta por debajo


mientras las figuras bajaban la montaña con sus esquís, algunas con
suavidad, otras más bien como perezosos que bajaban palmo a palmo.
Aria esperaba estar en la primera categoría, aunque había un cierto
atractivo en la segunda.

Mientras el ascensor ascendía, vio algo que le pareció extraño: una


figura solitaria, de pie al borde de un bosque. No había esquís, ni un equipo
vistoso. Sólo un hombre, y de gran tamaño, que miraba hacia ella. Incluso
desde la distancia, Aria pudo ver que era un hombre apuesto, bien
construido, con el tipo de mandíbula cuadrada que gritaba macho alfa.

Pero incluso cuando empezó a verlo bien, él desapareció entre los


árboles. Debió de ser un guardabosque, pensó, o uno de los empleados de
la estación de esquí.

Cuando llegó a la cima y consiguió saltar del ascensor sin incidentes,


contempló el paisaje blanco, que era cegador bajo un cielo azul claro. A
su alrededor, en la distancia, había picos nevados que hacían que su
propia colina pareciera muy pequeña en comparación. A su izquierda,
unos cuantos padres y sus hijos se dirigían hacia lo que parecía una
pendiente fácil, así que Aria se alejó, eligiendo en su lugar un descenso un
poco más ambicioso. No había mentido cuando dijo que sabía esquiar. De
hecho, se le había dado muy bien cuando tenía, catorce años o así. Uff.
Hace diez años. Sin embargo, ¿no decían que era como montar en
bicicleta?

No. No, no lo dijeron.

Nunca nadie dijo eso.

Mierda.

Por un momento se tranquilizó, respirando el frío seco del aire de la


montaña y dándose tiempo para contemplar la vista. La ciudad estaba
muy abajo. Bajando la colina, a su derecha, estaba el bosque nevado
donde había visto al hombre misterioso: una serie aparentemente
interminable de altos árboles de diversos tipos, cuyas ramas estaban
sujetas por la pesada capa blanca que los cubría. Delante de ella, hasta la
base de la ladera, había un mar blanco, marcado por las huellas de todos
los esquiadores que ya habían descendido, lo que le recordaba que era
posible. Esta era su trayectoria prevista.

Y sólo podía esperar bajar en algo que se pareciera vagamente a


una línea recta.

En la linde del bosque se fijó en una serie de carteles que parecían


existir únicamente para divertir a los turistas. Estaban decorados con frases
concisas como "Entre aquí y se arriesga a ser asesinado horriblemente" o
"No alimente al oso. Ni le hable. Ni siquiera lo mire". Muy entretenidos,
pensó Aria mientras los examinaba. Incluso, muy bonitos. Todo el mundo
sabía que la vida salvaje no era un problema grave en una ciudad
poblada por cambiaformas. Ningún animal era tan estúpido como para
acercarse.

Pero ahora sólo se estaba distrayendo, posponiendo lo inevitable.


Era el momento de actuar. Se había dejado caer por la ladera de una
montaña. Sola. La mujer fuerte, independiente y solitaria que no
necesitaba un hombre, ni siquiera una familia. Era sólo ella y la madre
naturaleza, para conquistar la gran bestia que era esta montaña.

De repente, el plan parecía defectuoso. Tal vez la montaña no


necesitaba ser conquistada. O tal vez alguien más debería hacerlo.

—Al diablo —murmuró—. Sonríe, Aria. Sonríe.

Este era su mantra estos días. Todo lo que había sucedido


recientemente la sumía en frecuentes ataques de antipatía, lo que le
parecía un rasgo mucho menos atractivo que cualquier exceso de peso o
imperfección física. En algún lugar había leído que, si te pones una sonrisa
en la cara, en realidad mejora tu estado de ánimo. Después de muchos
intentos, llegó a la conclusión de que esta táctica no se aplicaba a las
mujeres que habían sido jodidas por imbéciles narcisistas que no podían
mantener sus pequeñas partes masculinas dentro sus pantalones, pero aun
así, sonreír tenía que ser algo bueno, ¿no?

Y así, con la sonrisa falsa en su lugar, llegó la alegría de lanzarse por


un acantilado implícito y casi literal. Por una montaña. Parecía una forma
tan buena de acelerar su nueva vida de soltera como cualquier otra. Con
los ojos cerrados, Aria respiró profundamente y se impulsó con los bastones,
empujando su cuerpo sobre el borde de la ladera con lo que sólo podría
describirse como un poco de confianza.

No es tan empinado, ¿verdad? Es sólo una pendiente. Una


pendiente suave, y me deslizaré por ella lentamente, con la gracia de un
lirio con algo de sobrepeso flotando por la superficie de un estanque, se
dijo a sí misma, con los labios todavía curvados en una sonrisa decidida.

Y al principio casi tuvo éxito, al recurrir a su cerebro para acceder a


la información que había aprendido años antes durante sus clases. La
velocidad era buena, la postura era buena, todo era bueno. Las rodillas
dobladas, los músculos relajados. Excelente. Realmente era como andar
en una bicicleta. Más o menos.

Cuando consiguió bajar un tercio de la pendiente, su estado de


ánimo evolucionó hacia algo parecido a la comodidad. Esto era fácil, y lo
estaba haciendo muy bien. El chalet estaba cada vez más cerca, y pronto
estaría de vuelta en el telesilla, subiendo para otra carrera. De hecho, se
sentía tan bien con su actuación que empezó a especular que los que la
rodeaban probablemente la estaban observando y pensando—: Vaya, es
increíble. Debe ser una atleta olímpica. —Fue en el momento en que Aria
olvidó los méritos de la modestia cuando las cosas empezaron a ir mal. En
algún momento en el que se planteó si podría ganar una medalla en el
gran eslalon, las cosas dieron un giro literal para peor.
Como si se encontrara ahora sobre una placa de hielo, pareció
acelerar de repente, dirigiéndose hacia el bosque prohibido y lleno de
osos, en lugar del agradable y acogedor manto blanco que debía llevarla
al fondo de la colina. Intentó una vez más acceder a lo más profundo de
su cerebro para recordar los movimientos que tan bien había conocido en
su adolescencia. Bien, Aria.

Gira.

Inclínate.

Desplaza tu peso hacia aquí...

No. Así no.

HACIA allá.

Y mientras lanzaba su centro de gravedad hacia la izquierda, vio un


movimiento a su derecha. Fue sólo un momento, pero sus ojos se dirigieron
hacia él, divisando al hombre de nuevo. El que había visto desde el
ascensor. Esta vez estaba más cerca, apoyado en un árbol con una sonrisa
divertida en su rostro mientras la observaba.

Dios mío, era una cosa hermosa. Y que distraía lo suficiente como
para desviar a Aria aún más de su curso, lo que hizo que una vez más
arrojara su peso a un lado. El sonido resultante fue suave, pero claro y
repugnante.

La fijación de su esquí había cedido de nuevo, liberando su pie


calzado en un estado de inestabilidad que le recordaba a Aria haber
intentado patinar borracha sobre hielo en su juventud. Y cuando sus
piernas comenzaron a abrirse, se encontró haciendo otra imitación de un
cervatillo recién nacido, esta vez uno que bajaba disparado por una
montaña a cincuenta y cinco kilómetros por hora. La elección estaba
clara: hacer los splits a velocidad supersónica.
O, tal vez con un poco menos de probabilidad de causar la muerte:
sacar la bota del esquí y esperar lo mejor.

Al final, fue una decisión fácil. Levantó el pie derecho y el solitario


esquí avanzó sin ella, montaña abajo, deleitándose con su nueva libertad
mientras Aria se encontraba ahora con un solo pie, pero deslizándose
demasiado rápido, incapaz de controlarse a sí misma o a la gravedad. El
esquí que le quedaba parecía decidido a introducirse en los pinos y deseó
haber escuchado a sus padres cuando era niña y haber tomado clases de
piano en lugar de esquiar.

Para colmo de males, por el rabillo del ojo, mientras se deslizaba


hacia su destino, pudo ver a la pequeña y feliz familia de esquiadores que
se movía en perfecta armonía, bajando con facilidad por la pendiente,
balanceándose de un lado a otro como profesionales mientras pasaban
volando.

Malditos sean ellos y su estúpida aptitud.

No pienses en ellos. Sonríe, Aria.

Sonríe.

Mierda.

De acuerdo, en serio, ¿cómo DIABLOS me detengo?

Los árboles parecían venir ahora hacia ella en lugar de lo contrario, y


cada vez eran más altos y oscuros ante su rostro. En un instante le vino a la
mente el recuerdo de un primo que se había pasado la temporada de
invierno en la cama, con la pierna en tensión y múltiples roturas tras un
accidente de esquí. Eso no ocurrirá aquí. No así, se dijo a sí misma.

Intentando dejar que el sentido común se impusiera sobre el rígido


horror que ahora impregnaba cada una de sus células, echó su peso
hacia atrás con la esperanza de poder detenerse utilizando la fricción de
su cuerpo sobre la nieve.

Y si hubiera aterrizado en la propia nieve, podría haber disminuido la


velocidad, pero en lugar de eso, de alguna manera bajó sobre el esquí, lo
que la convirtió en un rápido y estrecho tobogán. De repente, ella era un
equipo de Bobsled de una sola mujer. Uno muy bueno, si no se tiene en
cuenta que se supone que los trineos no se estrellan contra los pinos.

El impacto llegó demasiado rápido para que Aria lo registrara. Fue


uno de esos momentos horribles que parecen pasar a cámara lenta y, sin
embargo, no hay una reacción lo suficientemente rápida como para
evitar el fatal desenlace. Seguía sentada, pero al salir disparada hacia
abajo, su pierna derecha suelta chocó con el tronco del árbol. Ahora,
desorientada, continuó bajando la colina hacia el denso pinar antes de
detenerse finalmente a unos 30 metros.

Por fin se echó hacia atrás, con la cabeza en contacto con el suelo
firme bajo ella, y trató de respirar.

Estás viva, pensó. Eso es algo. Da las gracias. Sin embargo, sonreír ya
no era una opción válida.

Aria sabía que la fuerza con la que se había golpeado contra el


árbol era demasiado grande; no había forma de que saliera sin daños
colaterales. Sin embargo, la idea de que debía evaluar las repercusiones
de la colisión era demasiado horrible. Significaba mirar una pierna que con
toda probabilidad estaba sangrando, o algo peor. Sin embargo, al
principio no había dolor. Sólo una sensación de shock. Ni siquiera podía
recordar dónde se había golpeado, sólo que lo había hecho.

Las náuseas y el mareo la golpearon cuando finalmente se incorporó


y miró la pierna. Por suerte, no había ningún signo evidente de daño. Quizá
se había golpeado en el ángulo perfecto. Tal vez tenía superpoderes y sus
huesos eran asombrosamente duros. Tal vez podría bajar la montaña y
nadie se enteraría de lo idiota que era, a pesar del solitario esquí que
probablemente ahora se estaba examinando como prueba de la
esquiadora desaparecida, tonta y solitaria que aprendería a vivir en el
bosque, consumiendo sólo nieve como sustento.

Aria dedicó unos minutos a ordenar sus pensamientos antes de tener


el valor de intentar ponerse en pie. De alguna manera, en medio de todo
el caos, se aferró a sus bastones de esquí. Los utilizó para impulsarse,
levantándose tentativamente sobre su pie izquierdo, ahora un cervatillo
recién nacido con una sola pierna, aún más inestable que antes.

Éxito. Se había conseguido la verticalidad. Y ahora era el momento


de cambiar algo de peso a su pie derecho.

Aquí vamos. Sólo inclínate un poco hacia la derecha y pon tu pie en


el suelo. Puedes hacerlo, Aria. Sólo un poco...

Y ese fue el momento en el que supo que estaba realmente jodida.

Algo en su pantorrilla se sentía como si fuera a doblarse en la


dirección equivocada y ceder por completo si era lo suficientemente tonta
como para poner un gramo más de su peso en ella; todo lo que Aria sabía
en ese segundo era que causarse más daño no era una opción.

Se le llenaron los ojos de calientes lágrimas mientras miraba a su


alrededor, escudriñando la ladera de la montaña densamente arbolada
en busca de indicios de un plan de escape.

¿Cómo iba a salir de esta situación? ¿Bajando a saltos por la


montaña, esperando que una pierna rota no fuera un problema mientras
lo hacía sobre una superficie hecha enteramente de nieve y hielo? No, eso
sería una locura. Pero la terrible verdad era que era lo único que podía
hacer.
Se agachó, haciendo una mueca de dolor al tratar de desatar la
fijación de su esquí izquierdo. Si lograba saltar con la torpe bota, sería una
hazaña increíble. Y demasiado ridículo para las palabras.

El esquí se desprendió por fin y ella quedó libre. Plantó los bastones
en el suelo y se liberó saltando una vez hacia la izquierda, evitando
hábilmente el maldito esquí que le había servido de tobogán. Ese breve
salto fue brutal. El dolor le subió por la pierna al aterrizar, renovando la
sensación de náusea con una venganza.

Volvió a saltar, un paso, luego otro, y otro, hasta que pudo apoyarse
en el tronco de un árbol cercano. La distancia que la separaba de la
colina de esquí le parecía ahora un millar de kilómetros. Aria recordó una
película que había visto sobre un hombre que se había caído y se había
destrozado una pierna, y luego se había arrastrado kilómetros hasta
ponerse a salvo a través de un paisaje helado. Ese hombre probablemente
pesaba 50 kilos, pensó. Y probablemente tenía algo por lo que vivir,
alguien que lo quería. También podría dejarse comer por los lobos. Al
menos se alegrarían de ello.

Por supuesto, en los alrededores de Wolf Rock era tan probable


encontrarse con cambiaformas como con lobos de verdad. Mientras
intentaba dar unos cuantos saltos más, Aria distrajo su mente del dolor
preguntándose si los cambiaformas comían mujeres heridas.

Mientras cubría el espacio entre ella y el siguiente árbol, notó en


silencio la distancia que había desde allí y la colina de esquí, que calculó
era de al menos 25 metros. Y una vez que la alcanzara, tendría que bajar
sin la ayuda de los fuertes troncos verticales de los árboles para apoyarse.
Su única esperanza era que alguien la viera y viniera a ayudarla. O tal vez
enviar un helicóptero. Y un barril de whisky. No necesariamente en ese
orden.
Tomó otra resolución mientras avanzaba: ésta era la última vez que
se tomaba unas vacaciones sola que implicaran actividades que
desafiaran a la muerte. La próxima vez, se prometió en silencio, iría a una
fábrica de almohadas.

Respirando con dificultad, trató de llenar su mente con todo lo que


no fuera el hecho de que su pierna estaba arruinada. Cachorros. Flores.
Incluso su ex novio. La rabia dirigida a él sería más fácil de soportar que
este dolor. Si tan sólo pudiera transferir su propia agonía a su mentiroso y
tramposo trasero.

Saltó de nuevo. El siguiente árbol. Bien hecho, Aria. Mantén el ritmo.


Puedes hacerlo.

Sonríe.

Esta vez la sonrisa salió como una mueca de dolor. El tipo de


expresión facial que repugnaría a los hombres y haría que las mujeres se
arrugaran de simpatía. Pero no hay lágrimas. No en este momento. Sólo el
gesto decidido de una mujer fuerte e independiente que es
perfectamente capaz de cuidar de sí misma.

Al llegar al séptimo árbol se desplomó en el suelo, dejándose sentar


en la tierra firme que rodeaba el tronco y que le ofrecía una especie de
isla para descansar, aunque no la más cómoda. Echó la cabeza hacia
atrás, cerrando los ojos.

—¿Rezamos por la muerte o sólo esperamos que esto sea una gran
historia para contar a mis nietos? —murmuró en voz alta. Luego se rio. Una
risa baja y gutural por lo ridículo de todo aquello. Sólo cuando el dolor
regresó con fuerza decidió levantarse de nuevo, y empujó con las manos,
tratando de levantarse, con la espalda contra el tronco del árbol.

Fue entonces cuando un sonido la distrajo de la agonía. Una rama se


quebró. No, no una ramita. Algo más grande. Un tronco de árbol, por lo
menos. Y el chasquido resonó en el bosque, recordándole el horrible
sonido de un hueso rompiéndose. ¿Qué demonios fue eso? Se desplomó
aún más. Tal vez era ayuda. Un grupo de búsqueda. Un rebaño de
hombres semidesnudos y con buen cuerpo que venían a rescatarla de su
cruel destino, a colocarla en una camilla y a darle un masaje, a alimentarla
con drogas mágicas y a examinarla bajo luces cálidas antes de
escayolarle la pierna y hacerle el amor... Incluso un hombre con brazos
fuertes serviría. El sexo sería un buen extra, pero no absolutamente esencial.

—¿Hola? —dijo, con una voz más temblorosa de lo que pretendía.


Luego, imprimiendo más confianza a su tono, añadió—: Hola, ¿hay alguien
ahí? Estoy herida. ¿Podría ayudarme?

La fuente del chasquido sólo respondió continuando su


aproximación mientras más ramas caían víctimas de su atormentador.
Detrás de Aria el ruido continuaba con un ritmo constante.

Chasquido…. chasquido... chasquido

Entonces, un nuevo sonido. Una especie de resoplido. Una


respiración pesada. Oh, cielos.

Tal vez había algún viejo pervertido viviendo en el bosque. ¿Cuáles


eran las probabilidades?

Aria se giró hacia su derecha, mirando alrededor del tronco del


árbol. Nada.

Ahora a su izquierda, girando la cabeza lentamente.

Y entonces se congeló.

El enorme rostro frente al suyo no era humano. Y no era un lobo que


viniera a comérsela, aunque de ninguna manera estaba segura de que
ella no sería la cena. La cabeza del oso era al menos dos veces más
grande que la suya, y sus fosas nasales se contraían y expandían con cada
resoplido dirigido hacia ella. Por fin, una sensación para adormecer el
dolor.

Miedo.
Traducido por Trini
Corregido por Sandra

El oso polar miró a los ojos de la mujer, los suyos fríos, profundos y
oscuros. Al principio parecía solo estar interesado en su rostro, disfrutando
de la fiesta visual mientras la víctima temerosa ante él retrocedía con algo
así como terror.

Bien, pensó. Debería tener miedo.

La había visto por ahí, en el telesilla y de nuevo bajando la colina


con sus atractivas e inestables piernas. Algo de ella le atraía; tal vez era su
rostro, que era una mezcla expresiva de belleza y emoción. O tal vez era el
cuerpo curvilíneo que ninguna cantidad de ropa de invierno podía ocultar.
Las caderas y los senos de una mujer eran una alegría para la vista, incluso
para un hombre que no disfrutaba de la vista muy a menudo. Tal vez aún
más para un hombre así.

Observó ahora cómo su cabeza se empujaba hacia atrás contra el


árbol y sus ojos se cerraban, como si ella se resignara a la idea de que él
estaba a punto de arrancarle la garganta. Incluso levantó la cabeza como
para ofrecerse a él.

Oh, vamos, pensó. ¿En serio? No soy un maldito vampiro.

—Oh Dios, oh Dios, oh Dios —murmuró—. Tengo la vida más estúpida


del planeta.

Si los osos pudieran reír, lo habría hecho en ese momento. Sí, supuso
que esto era lo último en la lista de fantasía de una mujer joven. Pero, ¿por
qué estaba sentada bajo un árbol tan lejos de la colina de esquí? Más
importante aún, ¿por qué ella había vagado por su tierra?

Sí, era una esquiadora de mierda. Pero muchos otros lo eran, sin
embargo, nadie había entrado en esta parte del bosque en siglos. Y así le
gustó. Era lo mejor para él, pero lo más importante, para ellos. Solo un
idiota se atrevería a acercarse a su dominio.

Realmente era bonita, esta joven errante y tonta. Que al menos él


podía admitirlo a sí mismo, disfrutando de admirar su apariencia física
mientras se sentaba tan quieta como una pintura. Su cabello era largo y
oscuro, un poco ondulado. Su piel era clara, el tipo de sombra marfil que
uno tenía que proteger del sol. Y sus labios, cerrados como si estuvieran en
una especie de postura protectora, estaban llenos y rosados. Siempre
había tenido debilidad por los labios en forma de puchero.

Los ojos de la mujer se cerraron con fuerza, el oso retrocedió unos


centímetros y cambió a forma humana.

El resoplido cesó, y el aliento caliente que Aria había sentido


segundos antes pareció retroceder. Permitió que un ojo azul se abriera.

Bueno, ahora sabía sin lugar a dudas lo que había sucedido: estaba
muerta. La colisión la había matado. Y ahora estaba en camino al cielo. Un
hombre desnudo, un gran hombre desnudo cuyo cuerpo estaba cubierto
de una serie de músculos que solo podían compararse con los que podrían
pertenecer a una estatua de bronce de algún tipo de dios guerrero, se
paró frente a ella. Cuando su otro ojo se abrió, pensó en pellizcarse. Sin
embargo, pellizcarlo podría haber sido más agradable.

El hombre cruzó los brazos frente a su pecho. Claramente no sintió la


necesidad de ocultar lo que había entre sus piernas, y Aria pudo ver por
qué; si alguna parte de ella se veía tan bien, pensó, habría estado
desnuda todo el tiempo.

—¿Qué estás haciendo en mi tierra? —preguntó el hombre, su voz


profunda rompiendo la fría quietud y enviando un escalofrío a través de
ella.

—Yo... ¿tu tierra? ¿Qué dices? Esta es una colina de esquí. —Los ojos
de Aria, que habían sido fijados entre las piernas del hombre, se dispararon
a su cara.

—No. Eso —dijo el hombre, señalando detrás de él hacia el pedacito


de blanco desnudo que todavía parecía a kilómetros de distancia—, es
una colina de esquí. Este es mi territorio. Y no deberías estar aquí.

—Dile eso a mí esquí. Me trajo aquí. —Aria miró a su alrededor en


busca del tablón solitario que había dejado atrás, traicionado por su
compañero.

—Tu incapacidad para realizar una tarea física increíblemente simple


no te excusa de invadir mi espacio. Por favor, vete ahora.

Ahora Aria cruzó los brazos. ¿Quién demonios pensó este tipo que
era?

—Escucha, amigo. Supongo que piensas que eres el Sr. Fantástico


porque puedes convertirte en un oso de peluche blanco gigante y pasar el
rato por el bosque desnudo y pulido. Pero tengo tanto derecho a estar
aquí como tú. Además, no puedo irme. Si pudiera, lo habría hecho hace
algún tiempo.
—Mis profundas disculpas. No me di cuenta de que habías estado
atada al árbol con una extensión de cadena. —El hombre se inclinó hacia
adelante y examinó el tronco del árbol como si fuera serio, y Aria tardó un
momento en darse cuenta de que los cambiadores de osos polares
usaban el sarcasmo.

—También puedo estar encadenada a eso. Mi maldita pierna está


jodida. Creo que está rota. —Con eso, su voz tembló ligeramente. Aria se
encontró deseando una vez más a su madre.

La cara del cambiador se suavizó por un momento, y Aria casi pensó


que sentía algo así como remordimiento por su dureza. Probablemente no,
sin embargo.

—¿Puedes estar de pie? —preguntó.

—No. No en ambas piernas. Si miras hacia atrás, verás por mis huellas
que salté hasta aquí.

El hombre se volvió y estudió la serie de huellas impresas que ella


había dejado atrás. —Ya veo —dijo—. Bueno, no vas a poder saltar todo el
camino cuesta abajo. Esta no es la pendiente del conejito, ya sabes.

—Veo lo que hiciste allí —dijo Aria, lo suficientemente molesta como


para resistir la sonrisa que quería formarse—. Perdóname si no estoy de
humor para el humor lindo y no muy divertido. Entonces, ¿qué sugieres?

El cambiaformas se arrodilló frente a ella, sus rodillas se hundieron en


la capa poco profunda de nieve firme. Los ojos de Aria se movieron hacia
sus muslos, que eran gruesos y musculosos, preguntándose si sentía el frío
como ella. Por lo que estaba acurrucado entre los muslos, supuso que no.
No había contracción. Y si lo hubiera, ella tendría una intensa curiosidad
por ver qué sucedía cuando él llegase a los trópicos.
Completamente desinteresado en dónde estaban enfocados sus
ojos, el hombre alcanzó su pierna derecha. Aria hizo un guiño, sin darse
cuenta, sacudiendo su rodilla hacia su pecho, una acción que dolía como
una perra.

—Por favor —dijo—. Me gustaría ayudarte, lo creas o no.

—Um, gracias —dijo. Sonaba más a una pregunta que a otra cosa;
esta oferta de ayuda parecía poco característica del hombre que
acababa de conocer. Él no la golpeó como un alma generosa, de alguna
manera.

—Te quiero fuera de mi tierra. La única manera de llegar allí es


sanándote. O llevarte, y eso significaría ser visto. No es una gran idea.

Así que su generosidad se basa en el egoísmo. A pesar de ser medio


oso polar, en realidad es un hombre típico, deliberó Aria.

Dejó que su pierna se enderezase nuevamente, esperando que él


intentara empujar la tela que la cubría hacia arriba para evaluar el daño.
Pero en su lugar colocó su mano sobre ella suavemente, como si estuviera
acariciando una pluma. Comenzó en la parte superior de su muslo y
permitió que su mano se deslizara hasta su bota. A medida que la mano
pasaba por encima de cada centímetro, Aria sentía que se relajaba, la
tensión en su cuerpo la abandonaba. Pero lo que era más sorprendente
era que su dolor parecía desaparecer a medida que se movía; el hueso de
su pantorrilla, que había estado causando tal tormento, de repente se
sintió entero de nuevo.

—¿Qué eres...? —No completó la oración. En cambio, ella le permitió


terminar, mirando su rostro. Le parecía que sus rasgos se contorsionaban en
una especie de dolor propio, como si él estuviera sintiendo lo que ella
había sentido, la agonía insoportable de todo se movía en su propio
cuerpo.
Cuando por fin le quitó la mano, su rostro volvió a un estado de
relajación y simplemente la miró a los ojos nuevamente y dijo—: Levántate.

—No puedo. Yo...

—Ponte de pie.

Se puso de pie y le ofreció su mano derecha. La tomó con la


izquierda y se levantó, dudando en poner peso sobre su pierna derecha.
Cuando por fin lo hizo, no hubo ninguna de las agonías que se dispararon
anteriormente. De hecho, aparte de una especie de dolor residual, no
había dolor en absoluto.

Ella pudo absorberlo ahora. Él era alto, una buena cabeza más alta
que ella, y era una mujer de 1.80 metros. Los ojos marrones oscuros la
miraban desde debajo de una gruesa cabeza de cabello rubio arenoso.
Su mandíbula era cuadrada y con rastrojos, sus labios suaves y llenos. Si lo
hubiera visto en la calle, podría haber asumido que era un atleta, pero no
un cambiaformas de osos. Ciertamente no es un oso polar. Nunca había
oído hablar de tal cosa.

—¿Qué me acabas de hacer? —preguntó.

—Usé mi don. —Ahora le estaba examinando la cara y Aria se sintió


cohibida, desacostumbrada a estar tan cerca de un hombre hermoso, y
mucho menos a que la escudriñara. Se preguntó si la encontraría repulsiva
y se reprendió a sí misma. No importaba. Sólo era un hombre. Un tipo que
podía convertirse en un oso y luego curar su pierna rota con su mente y su
mano. Pero aun así. Sólo un tipo.

—Lo siento. No entiendo lo que quieres decir con eso —dijo ella.

—Los cambiaformas tenemos dones. Habilidades que la mayoría de


los humanos no pueden comprender, y mucho menos acceder a ellas.
Algunos pueden leer la mente. Algunos pueden ver el futuro. Yo curo. Es lo
que soy capaz de hacer.

—Eso es increíble —pareció susurrar—. Eres increíble. Pero, ¿te ha


hecho daño?

—Estoy bien. Sólo me duele por el momento. —Su voz era tierna y
suave, luego pareció enderezarse y su rostro adoptó una mirada distante
de resolución—. Y como dije, sólo lo hice para que te fueras.

—¿Así que quieres que me vaya? —preguntó. No tenía idea de por


qué; era una pregunta estúpida. Por supuesto que sí.

—Yo... quería que te fueras —dijo—. Así que deberías irte.

Pero en lugar de retroceder y dejarla pasar, dio un paso más cerca


de ella, su cuerpo en contradicción directa con sus palabras. Su mano
derecha aterrizó en su cintura, apretándola suavemente a través de su
chaqueta de esquí. Aria miró primero su rostro y luego sus ojos comenzaron
a navegar alrededor de su forma nuevamente. El sudor se deslizaba sobre
su pecho, y unas gotas se deslizaban por su carne tensa. De alguna
manera, en el frío, su cuerpo estaba caliente, agitado como si se hubiera
esforzado.

Un goteo de transpiración parecía llevar sus ojos a otra vista.


Apuntando hacia su rostro estaba su pene hinchado, su longitud y
circunferencia ciertamente dignas de un cambiaformas de oso polar.
Parecía en este momento actuar como una barrera entre ellos,
manteniendo a los dos separados. Él parecía consciente de su estado y no
estaba dispuesto a permitir que la tocara, pero ella no quería nada más en
ese instante que poner sus manos sobre él, una atracción implacable que
reemplazaba todo lo que había estado sintiendo minutos antes.

Mientras miraba, salivando, sintió que sus ojos se abrían y luego,


sonrojada, devolvió su mirada a su rostro.
—Estas... —comenzó, antes de recordarse a sí misma que señalar la
excitación de un extraño generalmente estaba mal visto—. Quiero decir, ni
siquiera sé tu nombre. —Su voz jadeaba, como si la hubieran golpeado en
el pecho. A pesar de la falta de dolor, sintió como si algo la hubiera
enrollado, aunque lo que era, no podía comenzar a decirlo.

—Lucian —dijo. Dejó caer su mano a un lado como si nunca hubiera


tenido la intención de tocarla en primer lugar.

—Soy Aria. —La respuesta se dio a pesar de la falta de una pregunta.

—Aria.

Le encantaba el sonido de su nombre en sus labios.

Sus ojos todavía fijos en ella, su mano fue a su mejilla y él barrió su


cabello hacia atrás, enganchándolo detrás de su oreja.

—Deberías dejarme ahora, Aria.

—¿Podrías ayudarme? Quiero decir, no veo cómo puedo bajar la


montaña. —Ella sabía a estas alturas que podía, pero todo en ella le dijo
que lo mantuviera en su vida por más tiempo, aunque solo fuera por unos
minutos.

—Estarás bien —dijo—. No puedo ir contigo. Nunca voy a la ciudad.

—¿Por qué no?

Por un momento, Aria pensó que veía ira en su rostro, una reacción a
su pregunta. Rápidamente logró calmar cualquier emoción que estuviera
tratando de surgir.

—Digamos que no soy muy bienvenido allí.

—Pero eres un cambiaformas. El pueblo está lleno de gente como tú.


—No hay nadie como yo en Wolf Rock, créeme. —Los ojos de Lucian
se movieron hacia el profundo bosque—. Aquí me mantengo aislado, y me
gusta que sea así. A ellos también.

—¿Quiénes son “ellos”? No lo entiendo.

—No es tu lugar para entender. Ahora vuelve a la ciudad, vuelve a


los cambiaformas, a la gente, a lo que sea por lo que viniste aquí.

—No sé por qué vine aquí. —Las palabras surgieron en silencio, con
seriedad, de su boca.

—Te diré que no has venido aquí para romperte la pierna en dos
partes, sólo para que te la arregle un cambiaformas de oso polar que
podría partirte en dos. Eso no es lo que la mayoría de la gente llama unas
buenas vacaciones de Navidad.

—En realidad, la parte más bonita de mis vacaciones has sido tú —


dijo. En un instante, su mente se centró y soltó—: Me quedo en la posada
de la calle principal. Iré al pub esta noche para tomar una copa. Si quieres,
por favor ven. —Su propia pelota la sorprendió. Este no era un
comportamiento típico de su parte, particularmente cuando un dios alto
de un hombre estaba de pie desnudo frente a ella.

Lucian sonrió entonces, por primera vez. Oh, querido Dios. Tenía
hoyuelos. Era demasiado.

—Eres una chica extraña. La mayoría de la gente ya habría huido de


mí —dijo.

—No huyo. Me quedo atrapada en situaciones estúpidas y luego me


patearé por ello más tarde. Pero no eres una situación estúpida y quiero
verte de nuevo.

—Te lo dije, Aria. No entro en Wolf Rock.


—Entonces dime dónde vives.

—Es mejor que no lo haga. Escucha, sigue tu camino. Deja de


estrellarte contra los árboles. Y deja de tratar de hacerte amiga de los
cambiaformas que es mejor dejar solos.

Con eso finalmente se volvió y se alejó. Aria lo vio irse, esperando a


que se volviera y la mirara. Pero no lo hizo. En el último momento antes de
que él desapareciera de la vista, ella vio un destello de blanco mientras
cambiaba a forma de oso.

Se volvió y caminó, sin dolor, hacia el blanco de la colina de esquí.


Traducido por Trini
Corregido por Sandra

El Hunter's Head Pub fue decorado para Navidad, adornos colgando


de sus diversos trozos de decoración. Incluso la falsa cabeza humana que
estaba montada en la pared, símbolo de la intolerancia de los
cambiaformas hacia los cazadores que una vez habían invadido el área,
llevaba una luz roja parpadeante en su nariz, que recordaba a Rudolf el
Reno.

Varios lugareños se reunieron, tomando una pinta y charlando sobre


sus planes para reuniones familiares y para evitarlos. Aria se sentó sola en el
bar, sus ojos ocasionalmente lanzándose a la entrada. De alguna manera
esperaba ver a Lucian, aunque se sentía bastante segura de que lo había
dicho en serio cuando dijo que nunca entró en Wolf Rock.

El camarero, Cam, era uno de los pocos normales que había;


parecía que el pub atendía principalmente a los cambiaformas.

—Así que estabas en la colina de esquí hoy —le dijo a Aria, mirando
la etiqueta que estaba unida a la cremallera de su chaqueta—. ¿Y cómo
fue?

—El esquí no fue genial. Pero el resto fue interesante —dijo,


sonriendo—. Conocí a alguien allá arriba, en la colina.

Cam levantó una ceja. —¿Oh? Sospecho que él era la parte


interesante, ¿sí?

—Él era... extraño. Un cambiaformas.


—Tenemos muchos de esos alrededor. Sin embargo, no suelen
esquiar. A la mayoría de ellos no les gusta la constricción de las botas; difícil
de convertir en un animal en esas cosas.

—No estaba esquiando. Parecía vivir en las montañas, de hecho.

—Lucian —dijo el camarero. Su boca se cerró como si el mismo


nombre se negara a permitir que se pronunciaran otras palabras.

—Sí. ¿Lo conoces?

—Todos lo conocen. Excepto que nadie lo hace realmente. Él es de


ese tipo. Un recluso, un ermitaño, incluso.

—Es un ermitaño terriblemente guapo.

—Bueno, él es un cambiaformas. —Se rio Cam—. Decir que son


guapos es como decir que el Papa es católico, o que lleva...

—No termines esa frase —carcajeó Aria—. No quiero que la imagen


del encantador Lucian sea mancillada por ello.

—Me parece justo.

—Entonces, ¿qué sabes de él?

Cam limpió una jarra de vidrio mientras miraba a Aria. —Tiene una
historia —dijo—. Hay una razón por la que no lo ves en la ciudad muy a
menudo.

Aria se inclinó hacia adelante, como si le pidiera a Cam que


confiara en ella. Era camarero, después de todo. ¿No era eso lo que
hacían?

—¿Y? ¿Cuál es la razón?


—Los cambiaformas son criaturas difíciles. Quiero decir, no me
malinterpretes; Me gustan mucho. Son mis mejores amigos, y me gustan
mucho más que la mayoría de las personas. Pero no olvides que son en
parte animales. No es como con los humanos; nos gusta fingir que tenemos
instintos animales, pero no somos nada en comparación con alguien que
es parte salvaje. Y los osos polares son algunos de los animales más salvajes
que hay.

—No me parece fuera de control —dijo Aria, recordando el suave


toque de la mano del hombre en su pierna.

—Bueno, tienes suerte, entonces. Ha perdido su mierda más de una


vez en esta ciudad. ¿Sabías que los osos polares son nuestros únicos
depredadores naturales? El único animal que se ha documentado para
cazar humanos.

Aria sintió que retrocedía ligeramente, con la mandíbula tensa.

—Así es —continuó Cam—. Y no es exactamente un instinto que


puedas apagar.

—¿Entonces es un cazador de humanos?

—No “es”. Pero “era”, sí. Ha estado involucrado en algunos negocios


a lo largo de los años. Oh, nunca con nadie que no lo merezca, pero
tenemos un sistema de justicia aquí. Lucian tenía la costumbre de volverse
pícaro y enfrentarse a los malos por su cuenta. Pero el lobo alfa está a
cargo de las cosas en esta ciudad. Hay una ley a considerar. Lucian, al
menos el oso en él, se comportó como si estuviera por encima de la ley, y
es peligroso, por decir lo menos. Pero él lo sabía, así que despegó y dejó la
ciudad. Por supuesto, eso fue cuando el viejo alfa estaba en el poder.
Podría ser bienvenido ahora.

—No creo que sea peligroso. Me ayudó cuando estaba... perdida —


dijo Aria, defendiendo al hombre que apenas conocía.
—Escucha, es un buen hombre. Hace lo que tiene que hacer para
controlar lo que hay en él, y en su mayor parte eso significa permanecer en
las colinas. Lo respeto por eso. Tiene que ser una vida solitaria.

—Sí, lo hace —dijo Aria—. Parece incorrecto que un hombre así no


comparta su vida con alguien, cuando consideras a todas las personas
que son horribles y terminan con parejas. Es gracioso, ya sabes. Siempre he
pensado en el cambio como un privilegio. Supongo que puede ser una
maldición.

—Oh, es un privilegio. —La voz era de un hombre, pero alta y un


poco rallante. Aria no había notado al extraño sentado varios metros a su
derecha, en el otro extremo de la barra. Estaba segura, sin embargo, de
que él no había estado allí cuando llegó—. Oye, Cam —dijo el hombre.

—Oye, Trevor. —El camarero puso los ojos en blanco hacia Aria y le
dio la espalda. Claramente, este no era su cliente favorito.

—¿Así que te gustan los cambiaformas? —dijo el hombre, invitándose


a sí mismo a la conversación.

—No todos —respondió Aria. Algo sobre el extraño, que era guapo
pero un poco demasiado hábil para su gusto, no le sentó bien.

—Bueno —dijo, de pie y acercándose—. ¿Qué piensas de los zorros?

—Creo que son parásitos que matan a los gatos domésticos y


propagan la rabia —respondió.

Trevor se rio y se sentó en el taburete junto al de ella. Algo sobre su


presunción hizo que Aria quisiera golpearlo en la cara.

—Dime cómo te sientes realmente —dijo, inclinándose para que ella


pudiera oler su aliento.
Oh, qué lindo. Sin duda, había comenzado a beber antes de llegar
al pub. Por el olor de las cosas, también había comido un cubo de
pescado podrido. Qué tipo con clase.

—Siento que no deberías estar sentado tan cerca de mí —dijo, de


pie—. Y siento que hueles como una cervecería que se especializa en
cerveza con sabor a queso mohoso y carne rancia.

—Eres una bromista. Eso me gusta.

—No estoy bromeando en absoluto. Y son los hombres como tú los


que le dan a tu género un mal nombre. —Con eso, Aria se volvió para salir
del bar. Era casi medianoche, y claramente Lucian no iba a aparecer—.
Nos vemos, Cam —dijo.

El camarero le mostró una sonrisa y le dijo—: Mantente alerta, Aria.

—Lo haré.

Aria se abrochó el abrigo y se aseguró la bufanda alrededor del


cuello. La caminata a la posada no fue larga; solo unas pocas cuadras,
pero hacía frío y la bravuconería, y algo sobre el zorro Trevor le había
enviado un escalofrío por la columna vertebral.

Wolf Rock se volvía silenciosa por la noche, y Aria sólo podía suponer
que en Navidad esto era más frecuente de lo habitual. Si había
cambiaformas nocturnos, permanecían ocultos, y por ahora parecía ser la
única persona en la calle principal. Por lo menos, era una noche tranquila,
aunque decepcionante.

Cuando había caminado una cuadra, permitió que sus músculos


tensos se relajaran y comenzó de nuevo a pensar en Lucian. ¿Qué le había
hecho? En el momento en que él la había tocado, ella había sentido que
todo su cuerpo se relajaba, como si él controlara cada nervio y músculo
dentro de ella. Lo único con lo que podía compararlo era la sensación
justo después de tener un orgasmo cuando toda tu forma quiere
desplomarse y hundirse en una cama, piso o lo que sea en lo que te estés
apoyando en ese momento. Si Lucian pudiera hacer eso con un toque,
pensó, ¿de qué demonios sería capaz en la cama?

Se detuvo frente al escaparate de una tienda, mirando


distraídamente la variedad de decoraciones navideñas que rodeaban
algunos llamativos suéteres navideños. No tenía interés en los productos,
pero quería hacer una pausa por un momento para reflexionar sobre el
hombre desnudo que había visto solo unas horas antes. ¿Qué estaba
pensando en este momento? ¿Recordaba siquiera su nombre? Tal vez ella
simplemente había sido una molestia temporal para él. Pero ella había
sentido algo. Había sido golpeada por una atracción inmediata hacia él, a
pesar del dolor, a pesar de la desafortunada circunstancia de su
encuentro.

Nunca se había sentido así en su vida.

—Oye, bebé. Te verías sexy en uno de esos.

Aria saltó, sacada de su ensoñación momentánea por la voz nasal


del cambiaformas de zorro, que se acercaba sigilosamente detrás de ella.

—Jesucristo —dijo—, me sobresaltaste.

—Soy silencioso como una tumba —dijo. Sonrió, revelando dientes


que estaban separados por huecos indecorosos y manchaban una
combinación de amarillo y marrón. Su aliento olía aún peor que antes, si
eso era posible.

—Bien por ti —dijo, reanudando su caminata hacia la posada.

—Sí, bien por mí —dijo Trevor, que aparentemente pensaba que era
bienvenido a acompañarla—. Especialmente en la cama. Puedo correrme
sin hacer ruido.
—Tu madre debe estar orgullosa. —Aria aceleró su ritmo. Este tipo era
irreal.

—Entonces, ¿quieres probarme? Apuesto a que nunca has sido


penetrada por un cambiaformas.

Penetrada. ¿En serio?

—No, no lo he hecho. Y creo que lo mantendré así. Gracias por la


generosa oferta, sin embargo.

Trevor dejó de caminar entonces. Bien, pensó Aria. Quédate, chico.

—No me estás entendiendo —le dijo a su espalda—. Te voy a follar.

—No, no lo harás —dijo, con los ojos fijos en el letrero iluminado de la


posada en línea recta.

De repente sintió que algo agarraba su brazo izquierdo y lo tiraba


hacia atrás. El bastardo se había abalanzado sobre ella, y ahora estaba
levantando su antebrazo detrás de ella, pareciendo arrancarlo de su
zócalo. Si nada más, era fuerte.

Aria gritó de dolor y su voz se atrapó en su garganta. Se preguntó si


debería soltar un grito espeluznante, o si incluso podría hacerlo.

—Vas a venir a mi casa como una buena chica —murmuraba en su


oído, su aliento caliente se infiltraba en el espacio entre su bufanda y su
cuello—. Y te vas a quitar la ropa y te voy a hacer todo, y lo digo todo,
para ti.

Aria se quedó quieta, tratando de averiguar qué hacer a


continuación. Parecía que protestar podría enfurecer al hombre. Pero no
había manera en el infierno de que ella fuera a ninguna parte con él.

—No —dijo simplemente.


—¿No? —respondió, con la voz en alza—. Está bien. Te tomare aquí
mismo.

A continuación, empezó a desabrocharle el abrigo por detrás,


agarrándola con sus ásperas manos. Ella cerró los ojos, esperando la
oportunidad de zafarse de sus garras. Pero él era mucho más fuerte de lo
que parecía.

Justo cuando sintió que él alcanzaba la parte delantera de sus jeans,


Aria sintió un golpe, como si una ráfaga gigante de viento hubiera pasado,
y de repente la mano que la había estado sosteniendo y la que la había
estado desnudando se habían ido, despegados por una gran fuerza.

Sus ojos se abrieron y se volvió para ver a un gigantesco oso polar, su


hombro más alto que su cabeza, de pie sobre Trevor. Con su pata golpeó
la cara del hombre, dejando una serie de profundos golpes en su mejilla.

—¿Qué demonios, hombre? A la mierda —gritó el cambiaformas


zorro, tratando en vano de cubrirse la cabeza con los brazos—. Solo estaba
recibiendo algo de acción.

El oso agarró al hombre por la chaqueta, tomando su cuello en su


gran boca, y lo arrojo varios metros hacia el otro lado de la calle. Trevor
yacía quieto, las tenues luces brillaban sobre él.

Aria miró al oso, que ahora se volvió hacia ella.

—Gracias —dijo—, otra vez.

Lucian se paró frente a ella un momento después. Tomó sus brazos


en sus manos. —¿Estás herida? —preguntó—. Lo mataré si lo estás.

—Estoy bien —dijo, el calor la llenaba—. Ahora que estás aquí estoy
bien.
—¿Qué pasa contigo? ¿Cuántas veces puedes meterte en
problemas en un día?

Aria se enfrió ante su tono. Sí, ella era una molestia para este
hombre. Bueno, al diablo con él.

—Parece que este lugar y yo no estamos de acuerdo —dijo—. Pero


como dije, muchas gracias por tu ayuda. —Con eso se dio la vuelta y
procedió a alejarse.

—No. Aria, espera —dijo el cambiaformas—. Lo siento. Estoy


enfadado, pero no contigo. Ese cabrón iba a violarte. No puedo soportar
la idea.

—No pasa nada. Es un borracho y yo soy una chica grande.

—Su embriaguez no es una excusa para... tocarte.

—No, tienes razón. —La voz de Aria se suavizó cuando se volvió para
enfrentarlo—. Realmente aprecio que ayudes. —Miró la figura en la calle,
cuyo lado se agitaba suavemente—. ¿Crees que está bien?

—Lo aturdirá. Los cambiaformas somos bastante resistentes, por si no


lo sabías.

—He escuchado. Así que dime, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé
que nunca entrabas en Wolf Rock.

Lucian se enderezó a toda su altura, endurecido en protesta. —No lo


hago —dijo. Aria pensó que detectó un rastro de hoyuelo bajo las luces.

—¿Me estás diciendo que en realidad no estás aquí? Porque si es así,


estoy a punto de llamarte mentiroso.

—Estoy aquí —dijo—. Tenía curiosidad, supongo. Sobre ti. Y aunque la


curiosidad mata a los gatos, aparentemente es útil para los osos polares.
—¿De qué tenías curiosidad?

—Quería saber qué te hace funcionar. Como dije, eres una chica
extraña. Supongo que a veces me aburro un poco y me siento solo en esa
montaña. Ofreciste una distracción.

—¿Entonces eso es lo que soy? ¿Una distracción?

—Me estás distrayendo.

—Y eres un encantador serio con tus suaves líneas de conquista. —


Aria cruzó los brazos y dejó que se formase una sonrisa tímida en sus labios.

En respuesta, Lucian sonrió completamente ahora, dientes blancos


brillando en el tenue resplandor de la calle. —No me interesan las líneas de
conquista. Soy honesto. Es aburrido, lo sé. No soy un seductor inteligente de
mujeres. Solo lo cuento como lo veo.

—¿Y qué ves ahora? —preguntó Aria.

—Una mujer que vino volando a mi vida hoy. En un esquí. Una mujer
que debería haberse quedado lejos. Nunca debería haberte conocido.
Pero lo hice, y ahora no puedo sacarte de mi cabeza.

Aria sintió una oleada de electricidad entonces, un destello


momentáneo de algo de energía que nunca antes había encontrado.
¿Fue esto una simple adulación? No, la adulación y los cumplidos eran
superficiales. Esto era algo más profundo. Desde que ella había puesto los
ojos por primera vez en Lucian, ella había querido encontrar su camino en
su mente, y allí estaba, dentro de él como él había encontrado su camino
dentro de ella.

—Lo harías... ¿podrías llevarme a la posada, Lucian? —preguntó,


olvidando que estaba desnudo.
—Sí. Sin embargo, dame un segundo. —Con eso, cruzó la calle,
pasando al roncador Trevor, y agarró un bulto que había estado
reposando en la acera. No tardó mucho en tirar la ropa que estaba oculta
en su interior. Antes de regresar a Aria, hizo una pausa y se agachó sobre el
cambiaformas de zorro, pasando una mano por encima de su cara y
cuerpo. Luego levantó al hombre suavemente y lo llevó a una tienda,
apoyando su cuerpo inconsciente contra él. Trevor ahora parecía un
borracho que dormía plácidamente, lo que era al menos en parte preciso.

Lucian se dirigió hacia Aria, con el rostro relajado.

—Probablemente no sea del mejor gusto para pasear a las damas


por la ciudad sin ropa puesta. Y sobre todo no es del mejor gusto dejar a
los cambiaformas sangrando en medio del centro de la ciudad.

—No, supongo que no. —Se rio Aria, pensando que ella no tenía
objeciones personales a su desnudez, pero que tenía toda la razón sobre
los cambiaformas.

Cuando los dos caminaron la corta distancia hasta la puerta


principal de la posada, Lucian se volvió hacia ella.

—Bueno —dijo.

—Bueno. —Aria se encontró moviendo su peso de un pie a otro


mientras miraba su rostro.

—Gracias de nuevo. Por todo lo que has hecho hoy.

—De nada, Aria. —Él la miraba a los ojos, la intensidad habitual en la


suya. En el poco tiempo que lo conocía, Aria se había dado cuenta de
que Cam tenía razón: era imposible conocerlo realmente.

Esto solo se confirmó cuando Lucian la agarró, con ambas manos en


la cintura, y tiró de su cuerpo hacia él. En un instante sus labios estaban
sobre los de ella, cálidos y deliciosos. La besó profundamente, enviando
una onda expansiva a través de su cuerpo. La intensidad se relajó
rápidamente hasta convertirse en algo parecido a la flacidez mientras ella
entregaba su cuerpo a él, permitiendo que sus fuertes manos la
sostuvieran. Cuando su lengua encontró la de ella, exploró delicadamente
su punta, y ella tomó su sabor, su aroma, todo su cuerpo. Una mujer, pensó
Aria, puede decir mucho sobre un hombre por la forma en que usa su
lengua cuando se besa. Y Lucian acababa de transmitir mil palabras con
un solo toque.

Cuando el beso terminó, Aria se encontró emitiendo un suspiro


inadvertido. Miró a los ojos del cambiaformas de oso una vez más y,
fortalecida por su coraje, consiguió—: ¿Podrías por favor venir a mi
habitación conmigo?

—Sí.

Era una palabra, expresada con entusiasmo. El día, que había


comenzado tan mal, estaba terminando muy bien.
Traducido por Nane
Corregido por ElyZ

En los segundos previos a la llegada a su puerta, Aria se encontró


temblorosa, casi arrepentida. ¿Qué estoy haciendo? ¿Y si no le gusta lo
que ve? ¿Y si huye gritando al ver la celulitis? ¿Qué bragas me puse? Sin
embargo, mientras permanecían en silencio en la entrada de la habitación
306, se impuso una tranquila resolución. Esta era una oportunidad única en
la vida. Tendría a este hermoso hombre para ella sola durante una noche.
Esto, pensó, era lo que significaba ser una mujer fuerte y soltera.

Pero incluso cuando estaba llena de pensamientos decididos, una


mano reacia se enredó de repente alrededor de su brazo.

—Espera —dijo Lucian, con una mirada preocupada. —No sé si


deberíamos hacer esto.

—¿Hacer qué? Sólo vienes de visita.

—Creo que esto es un poco diferente a una visita a la casa de la


abuela, Aria. Ambos sabemos a dónde puede llevar. Seguramente nos
llevará.

Aria se inclinó hacia él, una inusual confianza que le decía que
acorralara al hombre en su cama. —A donde podría llevar es a una noche
muy agradable. ¿Qué hay de malo en eso?

—No quiero hacerte daño.

—Lo sé. Me has salvado de un hueso roto y un cambiaformas


borracho. Es bastante obvio que no quieres romperme a la mitad.
—No es eso lo que quiero decir. No quiero hacerte daño físicamente.

Aria deslizó su llave en la cerradura. —Entra, Lucian. Vamos a hablar.

Él la siguió. La habitación estaba ocupada en gran parte por una


cama de tamaño King, solicitada deliberadamente por ella para que
pudiera deleitarse con la gloria de la soledad y la libertad. Ahora estaba
especialmente satisfecha con su elección.

—Siéntate —casi tuvo que ordenarle. Lucian accedió y se sentó en el


borde de la cama.

—Soy fuerte, Aria —dijo.

—Sé que lo eres.

—Quiero decir que no conozco mi propia fuerza. He herido a gente


antes, en esta... —Cortó la frase.

—¿Situación? —preguntó Aria.

—Sí. Me alejo de la gente, incluso de otros cambiaformas, por eso.


Podría partirte en dos. —Con eso, él se puso de pie de nuevo y se cernió
sobre ella, abrumándola con su físico.

Aria se acercó y le puso una mano en el pecho caliente. —Pero no lo


harías —dijo convencida—. Nunca podrías.

Con eso, inclinó su barbilla hacia arriba y besó sus labios. Tuvo que
ponerse de puntillas para hacerlo. Al principio Lucian respondió con un
roce cortés, pero en unos segundos Aria sintió que la rodeaba con sus
brazos y que su boca estaba sobre la suya, con sus suaves labios
acariciando los suyos y su lengua explorando su sabor. Sus manos se
deslizaron por la espalda de ella hasta posarse, decididas, en sus redondas
caderas, que él atrajo hacia las suyas.
Aria pudo sentir cómo se endurecía contra ella, cómo su longitud
crecía a medida que se besaban, y su propio cuerpo respondía de la
misma manera. Bajo el sujetador, sus pezones se endurecieron hasta
convertirse en guijarros de color rosa oscuro. Entre las piernas, sus bragas se
humedecieron por la necesidad que tenía de él, y su cuerpo la instó a
encontrar una forma de invitarlo a entrar.

Lucian no habló más; en su lugar, buscó la cremallera del abrigo,


tirando hacia abajo tan suavemente como pudo antes de apartar la
prenda. Cuando vio el jersey que había debajo, una lana suave que
abrazaba sus curvas, dejó escapar un suspiro, y sus hoyuelos volvieron a
aparecer. Su mano se dirigió de nuevo a la cintura de ella, encontrando su
camino bajo la suave lana hasta llegar a la carne blanca.

Aria sintió que se tensaba y se estremecía cuando él lo hacía, y su


timidez le impidió disfrutar momentáneamente.

Lucian le levantó el jersey, revelando la piel de marfil en su vientre,


antes de arrodillarse ante ella y salpicar su cuerpo con suaves besos. Los
ojos de Aria se dirigieron al techo como si se tratara de una súplica para
que aquel hombre la deseara, y luego se recordó a sí misma que lo hacía.
Estaba con ella. Había venido a buscarla, y ahora estaba arrodillado ante
ella, adorando su cuerpo. Y pronto serían uno.

Volvió a mirar hacia abajo y hundió los dedos en su espesa cabellera


mientras su boca continuaba el recorrido a lo largo de ella, con las manos
levantando aún más su jersey para que ahora se viera su sujetador. Era
negro, medio de encaje, de modo que Lucian tenía una visión parcial de
sus pezones, y Aria se alegró de haberlo llevado. Las manos del
cambiaformas se dirigieron a sus pechos, deslizándose sobre ellos con una
caricia que la devolvió al momento en el bosque en que él la había
curado. Cuando sintió que los dedos recorrían suavemente sus firmes
pezones, se permitió susurrar—: ¿Ves? Puedes ser amable.
Lucian la miró, con sus ojos oscuros buscando aprobación. Necesita
sentirlo tanto como yo, pensó ella. Le indicó con la cabeza que
continuara; todo lo que estaba haciendo era perfecto.

Su mano derecha estaba en el delicado encaje que cubría su


pecho izquierdo, apartándolo ahora para revelar el pezón que buscaba su
contacto directo. Su nariz rozó el capullo rosado y un suspiro surgió de
entre los labios de Aria. Lucian parecía entender la sensibilidad y las
terminaciones nerviosas femeninas. Sus labios se fruncen, chupan y su
lengua se mueve. Oh, Dios mío. Sí.

Su dedo índice izquierdo se deslizó hasta su descuidado pezón


derecho, que se levantó exigiendo más atención, y en unos instantes fue
Aria quien se resistió a atacarle, arrancándole la ropa y ordenándole que
estuviera dentro de ella.

—Eso se siente... tan... bien...

Mientras disfrutaba del sabor de su suave piel, los dedos de Lucian


encontraron el camino hacia el botón de la parte delantera de sus
pantalones y consiguió desabrocharlos con destreza, bajando la
cremallera y apartando el tejido vaquero de sus caderas. Aria lo observó,
contenta de haberse afeitado y de llevar bragas negras.

Lucian la olfateaba ahora, con la nariz metida entre sus muslos,


inhalando profundamente.

—Oh, dulce Señor —le dijo él. —Hueles a Navidad.

Aria soltó una carcajada. —¿Canela y bastones de caramelo? —


preguntó.

—A sexo —dijo él, besándola a través de la delicada seda.


Aria se quitó lentamente el jersey mientras Lucian le bajaba los
pantalones. Al diablo con la autoconciencia; ahora era suya. La deseaba
y eso era suficiente.

Todavía de rodillas, Lucian deslizó dos dedos por debajo de la


delicada tela que cubría su húmedo coño y tiró de ella hacia un lado,
revelando una estrecha franja de pelo recortado. Dejo escapar otro
suspiro.

Con un ligero toque, besó el pedazo de piel rosado que surgía de


entre sus labios, hinchados y ansiosos por su contacto. Ahora Aria se limitó
a gemir, con su dignidad por la ventana desde hace tiempo. Lucian
también gimió, bajo ella. ¿O era un gruñido?

Y de repente la empujaron de lado sobre la cama, y Aria volvió a


reírse. Hasta que vio su cara. Nunca había visto una mirada tan decidida
en ningún hombre. Había alguien que la quería -no, no la quería; la
necesitaba- y la iba a tener.

Le bajó las bragas, el elástico rozándole la piel, y las tiró al otro lado
de la habitación antes de volver a meter la cara entre sus piernas.

Y entonces se dio un festín. Aria observó cómo su boca exploraba,


sin dejar ningún milímetro de piel rosada sin atender. Al principio, su lengua
se abrió paso, lamiéndola como si fuera un suave helado, pero luego su
apetito pareció volverse más voraz y sus labios la engulleron. Chupó sus
labios mientras su lengua se lanzaba en dardos hacia su clítoris, enviando
ondas de sensación a través de su cuerpo.

—Suavemente, ahora —le susurró mientras él la comía. —Más


despacio, cariño.

En lugar de eso, le separó los muslos y le besó desde el coño hasta la


rodilla izquierda. Su boca ascendió por su pierna, la pantorrilla
enganchada sobre su hombro, y con los ojos cerrados la acarició con
labios excitados. Luego recorrió el otro muslo y de nuevo hacia la carne
ansiosa que esperaba pacientemente entre sus piernas.

Es un chico voraz, pensó ella.

Fue cuando él se abrió paso besando su muslo derecho que ella


comenzó a comprender sus preocupaciones.

Los ojos de Lucian se abrieron y gimió al ver la piel blanca. Al


principio sólo eran sus labios los que se movían a lo largo de su cuerpo,
pero luego la mordió suavemente, lo que la hizo retorcerse de placer.

En un momento, sin embargo, vio cómo se alteraban sus dientes.


Aparecieron los caninos, no, los colmillos. Volvió a pellizcar, y esta vez sacó
sangre.

—¡Ay! —El sonido surgió de ella inesperadamente. Su intención era


ser paciente, ayudar a guiarlo.

Pero con la exclamación él retrocedió, apartándose mientras un


hilillo de rojo se deslizaba por su piel.

—Oh, Dios mío, Aria, lo siento mucho —dijo, con la mano tendida
hacia ella. Sin embargo, no la tocó; parecía aterrado de hacerlo.

—Está bien —dijo ella—. No es nada.

—¿Cómo que no es nada? Te he hecho sangrar. —Con eso se


levantó, dando vueltas como si no estuviera seguro de cómo proceder.

—Lucian —lo llamó Aria, con voz tranquila—. Ven aquí.

El cambiaformas se quedó en su sitio.

—Ven —repitió Aria.


Se acercó y ella le tomó la mano.

—Cúrame —dijo.

—Yo...

—Hazlo.

Él deslizó una mano sobre ella. Esta vez sólo dio un pequeño respingo
cuando Aria sintió que la pequeña herida se curaba.

—Ahora bésame despacio.

Lucian se inclinó y le besó la pierna y luego los labios.

—¿Lo ves? Todo es mejor así —dijo ella.

Pero se alejó de nuevo.

—Esto fue un error. Sabía que lo era. Supe que estaba en problemas
en el momento en que te vi. Lo siento mucho. Tengo que irme.

—No. Por favor, no lo hagas.

—Lo siento.

Con eso se dio la vuelta y salió de su habitación.

Aria se sentó, abatida, en su cama. Un hombre la había engañado.


Ahora, uno la había mordido.

Ella prefería al de los dientes con diferencia.


Traducido por Nane
Corregido por ElyZ

La mañana del 21 de diciembre comenzó con una ligera nevada y


una mujer confusa que se obligaba a levantarse de su cama de
matrimonio vacía.

La calle principal estaba decorada con grandes bolas de papel


blanco que colgaban de cables que se entrecruzaban entre sus dos
aceras. Entre ellas se suspendían pequeños adornos rojos que daban a
todo el lugar una atmósfera mágica. Aria deambuló mirando escaparates
de gente que no existía y fantaseando con una vida que tal vez nunca
existiera.

Cuando llegó a una cafetería, un cartel en el escaparate le llamó la


atención.

¡CARNAVAL DE INVIERNO, 22 de diciembre!

Ven a conocer a los cambiaformas de Wolf Rock, a competir en


concursos y a comer algodón de azúcar.

Leones, Tigres y Cerveza.

¡No te lo pierdas!

Al parecer, los festejos iban a tener lugar en el bosque, a las afueras


de la ciudad. Parecía que esto era algo habitual; las fiestas en Wolf Rock
rara vez tenían lugar en el interior.
Aria entró en la tienda y pidió un chocolate caliente. Se suponía que
era la bebida reconfortante por excelencia, ¿no? En cualquier caso, en lo
que respecta a las bebidas sin alcohol.

—¿De qué se trata esta feria? —le preguntó a la camarera, que


tenía la complexión de una cambiaformas.

La mujer se volvió hacia ella, con los ojos azules claro fijos en los
suyos, y sonrió.

—Es genial. Lo hacemos todos los años. Fingimos que es para los
turistas, pero en realidad se trata de los cambiaformas. Una forma de
celebrar juntos las fiestas, especialmente para los que no tienen familia.

—¿Hay muchos cambiaformas sin familia, entonces?

—Sí, te sorprendería. Por eso Wolf Rock es tan importante. Nos da una
comunidad. Muchos de nosotros fuimos repudiados cuando éramos
jóvenes, o perdimos a nuestros padres en el camino. No es la vida más fácil
del mundo.

—No, me imagino que no lo es. —Aria pensó ahora en el oso polar


que vivía tan aislado incluso de los que deberían haber sido su familia
sustituta. —¿Conoces a Lucian? ¿El cambiaformas oso polar?

—Claro —dijo la mujer. —Todo el mundo lo conoce. Tiene una casa


de hielo en las colinas.

—¿Casa de hielo?

—Sí. Es bastante sorprendente, en realidad. La construyó de un


glaciar en las montañas. No está muy arriba, se puede llegar andando. Se
mantiene congelada todo el año y él vive dentro de ella.

—¿Puedes decirme dónde está?


—Claro que puedo. Pero no estarás pensando en ir de excursión
hasta allí, ¿verdad? Lucian puede ser una verdadera pesadilla si te
aventuras en su territorio.

—Oh, tengo alguna idea, créeme —contestó Aria. —Estoy de


acuerdo con tomar mi vida en mis manos.

La joven anotó las indicaciones en un trozo de papel y dijo—: Que


tengas suerte. Aunque sospecho que no la necesitarás. —Si Aria no lo
hubiera sabido, habría pensado que la mujer le estaba leyendo la mente.

—Gracias —dijo.

Cuando terminó de tomar el chocolate caliente, se puso en marcha.


La casa estaba aparentemente a tres kilómetros, en dirección a la colina
de esquí. Justo en las afueras del pueblo había un sendero que la llevaría
casi todo el camino.

Tardó más o menos una hora en subir la pendiente, y la vista al final


de la caminata mereció la pena: los picos de las montañas la rodeaban, y
ante ella se extendía un gran glaciar blanco. En uno de sus extremos,
arropado por las laderas rocosas, había una pequeña casa.

Al acercarse, Aria vio que no era en absoluto lo que esperaba.


Cuando la barista había mencionado una "casa de hielo", su mente había
evocado un iglú. Esto era otra cosa, algo muy hermoso.

Sus paredes eran translúcidas y parecían brillar en tonos de agua y


azul bajo el sol. Era como si alguien hubiera construido el edificio con
bloques de hielo, que al final se habían fundido para formar unas paredes
lisas y fluidas que parecían casi hechas de líquido.

En el interior podía distinguir el movimiento, pero ningún detalle; las


gruesas paredes distorsionaban cualquier contenido de la propia casa.
Estaba a unos 30 metros de distancia cuando surgió una figura.
Lucian, el hombre, que sólo llevaba pantalones vaqueros, sin zapatos ni
camisa. Tan guapo como siempre, incluso desde la distancia.

Se quedó esperándola y, en esos últimos pasos, Aria se sintió de


nuevo cohibida. ¿Qué le diría a este hombre? Algo más como—: Creo que
te amo y quiero tener tus bebés osos polares. Tómame ahora, en este
glaciar, por dios. —No, esa no sería la mejor idea.

—Hola —dijo cuando estuvo cerca.

—Hola —Él no parecía contento de verla—. Veo que has encontrado


mi mansión.

—Este es un lugar impresionante —dijo ella, mirando la estructura.

—Gracias. Es mi hogar. —La gran figura de Lucian bloqueó la


entrada, pero se hizo a un lado—. Entra —dijo.

Aria entró y se quedó atónita. La luz del sol se colaba a través del
cristal helado, iluminando todo el interior con suavidad.

El mobiliario era escaso pero hermoso; una vieja mesa de madera,


unas cuantas sillas, un sofá y, escondidos, un pequeño baño y un
dormitorio que parecía contener una cama envuelta en un edredón de
algodón blanco.

—Esto es precioso, Lucian —dijo.

—Me alegro de que te guste.

—Me gusta. —Aria se volvió hacia él y dio un paso para acercársele.

—No. No lo hagas —dijo.

—¿De verdad no quieres que te toque?


—Quiero que me toques. Quiero tocarte. Quiero... quiero estar
dentro de ti. Con tantas ganas. Ni siquiera lo sabes, Aria.

—¿Entonces qué? ¿Te preocupa llegar a morderme demasiado


fuerte?

—Me preocupa llegar a matarte. Puedo curar muchas cosas, pero la


muerte no es una.

—¿Y qué? Si me matas durante el sexo, qué manera de morir sería


esa.

—No bromees.

—¿Quién bromea?

—Bueno, no creo que tus amigos o tu familia se apresuren a


perdonarme, y menos en esta ciudad. Está muy mal visto follar a los turistas
hasta la muerte.

—No me di cuenta. No he leído la lista de ordenanzas.

Lucian se permitió sonreír por fin. —Jesús, eres frustrante —dijo—. En


todos los sentidos posibles.

—Bien. Escucha, tengo una propuesta para ti. Nada de sexo. Ven a
la feria conmigo mañana por la noche.

Lucian se tensó y su sonrisa desapareció.

—Por favor, Lucian. Significaría mucho para mí.

—¿Por qué?
—Porque me gustas. Mucho. Y porque odio pensar en ti aquí solo.
Tienes una familia en Wolf Rock. Miles de hermanos y hermanas, y tú los
evitas.

—Ellos me odian.

—No lo hacen. En absoluto. Creen que eres un monstruo gigante y


aterrador cuando en realidad eres un oso de peluche. Eres el hombre más
dulce y generoso que he conocido. Tampoco empiezas a saberlo, porque
nunca llegas a ver cómo es la gente en realidad, cómo te perciben. Eres
mucho mejor de lo que crees.

Lucian se sentó en una de las sillas de madera, con su gran cuerpo


desplomado y los músculos tensos.

—Está bien —dijo.

—¿Estás de acuerdo? ¿De verdad? —Aria era ahora toda sonrisas y


dio un paso adelante, queriendo echarle los brazos al cuello, pero se
detuvo—. Bien. No te arrepentirás. Te lo prometo. Nos vemos en la posada
a las siete.

—Te creo, pequeña. No me arrepentiré. —Se volvió hacia ella y


volvió a sonreír—. Ahora sal de aquí antes de que me convierta en el oso
de peluche y te arranque la garganta.

Con eso, Aria le dejó.


A las siete de la tarde del día siguiente, llamaron a la puerta de la
habitación 306. Cuando Aria la abrió, el apuesto hombre al que había
llegado a comprender sólo un poco estaba ante ella, con un abrigo de
lana, una bufanda de cachemira y una sonrisa.

—Hola —dijo Lucian—. Estás muy guapa.

—Tú también. Muy elegante.

—Bueno, como no me dedico a las citas, no sabía qué se supone


que deben llevar los hombres en situaciones como ésta. —Lucian parecía
cohibido.

—Estás perfecto —dijo Aria, agarrando su abrigo de la cama—.


Vamos, salgamos. Recuerda: he dicho que nada de sexo.

Los dos salieron de la posada y él los guio hacia un sendero que Aria
aún no había explorado.

—Hace mucho tiempo que no vengo por aquí —dijo—, como bien
sabes.

—¿Cómo te sientes con todo esto?

—Bien. —Lucian dejó escapar una rara risa. —No, no bien. Aterrado.

—¿Por qué?

—Porque estamos a punto de ir a las fiestas de los cambiaformas.


Porque no me siento bienvenido. Porque pierdo el control con demasiada
facilidad.

—Te mantendré a raya. Soy fuerte, como... bueno, no soy realmente


tan fuerte como tú. Pero prometo abofetearte si haces algo estúpido.
—Sabes, te tomaré la palabra —dijo Lucian, levantando una ceja en
su dirección. —En realidad, sería muy divertido verte intentarlo.

—Eres un poco sucio, para un chico que nunca tiene sexo.

—Los más sucios son los que nunca tienen sexo. Tengo que ocupar
mi mente de alguna manera.

—Me parece justo.

Hablaron mientras se acercaban a una zona del bosque que


parecía brillar débilmente en la oscuridad. Entre los árboles de delante,
Aria vio faroles colgando de las ramas y pudo oír voces riendo, incluso
cantando villancicos.

—Esto es hermoso —dijo.

—Sí, los cambiaformas tenemos un don para este tipo de cosas.


Realmente, todos deberíamos ser organizadores de fiestas.

Aria se rio entonces. Imaginando osos decorando ambientes.

Cuando salieron a la luz, vieron a una multitud de personas


arremolinadas, bebiendo sidra caliente y jugando a juegos de feria.
Esculturas de hielo de lobos, leones, águilas y osos estaban colocadas aquí
y allá, sin duda representando a la población de Wolf Rock.

—Hola, Lucian —dijo una voz procedente de la derecha de Aria—.


Me alegro de verte.

Un hombre grande, de pelo oscuro y ojos azul claro, se acercó y le


estrechó la mano. Como otros cambiaformas, era guapo, pero había algo
más. Aria detectó un aire de respeto cuando los demás se colocaron
alrededor, mirando hacia él, casi como si fuera una celebridad.
—Tristán. Yo también me alegro de verte. —Incluso la voz de Lucian
denotaba una especie de reverencia. ¿Quién era este tipo?

—¿Y tú eres...? —preguntó el hombre, volviéndose hacia Aria.

—Oh, lo siento. Esta es Aria. Es mi... una amiga. —La presentó algo
nervioso—. Aria, este es Tristán. Es el alfa de la manada de lobos de aquí, lo
que le convierte en el jefe del pueblo.

Aria extendió su mano con guantes en señal de saludo.

—Encantada de conocerte, Tristán —dijo.

En ese momento, una niña se acercó corriendo y agarró al alfa por


la pierna. Sus grandes ojos azules miraron a Lucian.

—Y esta es mi hija, Trista —dijo el alfa, sonriendo—. Se está divirtiendo.


¿Verdad, cariño?

La pequeña niña hundió la cara en los vaqueros de su padre como si


quisiera disimular.

—Es preciosa —dijo Aria.

—Gracias. —Tristán se agachó y acarició el pelo de su hija—.


Escucha, Lucian, sé que estás ocupado. Pero quiero hablar contigo alguna
vez. Ya no te veo por aquí.

—Soy muy reservado. Ya lo sabes. Es lo mejor.

—No estoy de acuerdo. Y nos vendría bien tener un gran oso polar
cerca cuando hay problemas. Espero que consideres pasar más tiempo en
la ciudad.
—Pero Tristán, tú conoces mi pasado. Sabes que he causado
problemas por aquí. Incluso la otra noche un cambiaformas zorro intentó
atacar a Aria y lo tiré al otro lado de la calle.

—Precisamente por eso te quiero cerca. —Tristán se rio, con un tono


despreocupado—. De todos modos, piénsalo. Considera que cualquier
cosa que haya ocurrido antes es agua pasada.

—Lo haré.

Con eso, Tristán levantó a su hija y se la llevó, hablándole


suavemente al oído.

—Parece simpático —dijo Aria mientras se alejaban, observando los


diversos puestos que vendían algodón de azúcar, palitos luminosos y cosas
por el estilo mientras reflexionaban sobre el extraño mundo de los
cambiaformas.

—Lo es —respondió Lucian—. Es curioso; la gente siempre piensa que


alfa es sinónimo de 'imbécil', pero no es así. Tristán es uno de los mejores
tipos que conozco.

—Bueno, entonces, ustedes dos deben llevarse bien. ¿Vas a aceptar


su sugerencia de acercarte más?

—Probablemente no. Me he acostumbrado a estar solo. Además,


¿qué iba a hacer en la ciudad? No soy un tipo social. No sé cómo estar
con la gente. O con otros cambiaformas.

—Tú sabes cómo estar conmigo.

—Te mordí, Aria. —Lucian se detuvo y la miró—. Te hice daño.


—Nunca podrías hacerme daño realmente. No, a menos que fuera
emocional. —Aria resistió su deseo de tocarle la cara, pero era uno de los
retos más difíciles a los que se había enfrentado en su vida.

—Nunca podría herirte emocionalmente. Significas tanto para mí.

Con eso, se detuvo y la atrajo detrás de él, protegiéndola con sus


brazos. Aria estaba confundida hasta que se giró y vio a Trevor, el
cambiaformas zorro, de pie frente a ellos. Su rostro, a pesar de la curación,
aún mostraba señales del altercado.

—Maldito. No puedo creer que hayas sido tan estúpido como para
venir aquí —dijo Trevor, elevando su voz en un gruñido—. Debería hacer
que te arresten. ¿Dónde está Tristán? —Miró a su alrededor. Empezaba a
reunirse una multitud, tanto de cambiaformas como de humanos, algunos
desconcertados y otros entretenidos.

—¿Me harías arrestar por defender a una mujer de tu lascivo y


borracho trasero? Eso es muy elegante de tu parte —dijo Lucian. Aria
podía sentirlo respirar profundamente, tratando de contener a su oso—. Sí,
por favor, que alguien busque a Tristán. Estoy seguro de que querrá
enterarse de esto.

Trevor dio un paso adelante y clavó ambas manos en el pecho de


Lucian. El hombre grande apenas se movió; el cambiaformas de zorro era
simplemente demasiado pequeño y débil en contraste con su propia
altura y fuerza.

—Yo en tu lugar no me metería con eso.

La voz provenía de Tristán, que salía de entre los miembros del


público improvisado.

—Este tipo casi me mata —dijo Trevor.


—Me enteré. Y te lo merecías. Y si quieres un juicio, podemos tenerlo.
Pero tengo la extraña sensación de que prefieres evitar ese tipo de
publicidad para ti, Trevor.

—Vete a la mierda, alfa.

Con esas palabras, varios de los hombres presentes dieron un paso


adelante en defensa de su líder.

—Alto —dijo Tristán, indicándoles que no se movieran. Se volvió hacia


Lucian—. No te culpo. Por querer destrozar a este tipo. Yo habría hecho lo
mismo.

Lucian asintió en silencio.

Tristán se dio la vuelta y se alejó, y Trevor, con sorna, se alejó en


dirección contraria. Lucian se volvió hacia Aria.

—Lo siento —dijo.

—¿Por qué? Siempre me proteges. Nunca deberías lamentarlo.

La multitud comenzaba a dispersarse ahora, decepcionada por la


pelea que nunca ocurrió.

—Aria —dijo Lucian. Le rodeó la cintura con las manos y la atrajo


hacia él. La sensación era como estar envuelta en calor y afecto, y ella
quería que nunca terminara—. ¿Puedo hacerte una pregunta muy
importante?

—Sí. —La palabra se le escapó sola.

—¿Podrías... podrías... tomar una copa de sidra conmigo?

Aria le dio una fuerte palmada en el brazo, sonriendo. —Eres horrible


—dijo.
—Contéstame. Por favor. Te lo ruego. No me hagas esperar.

—Bien, Lucian. Tomaré una copa de sidra contigo.

—Me acabas de hacer el hombre más feliz del mundo.

—Y tú me has puesto lívida. Tienes suerte de que no te muerda.


Traducido por Estrellaxs
Corregido por Sandra

Los dos pasaron la mayor parte de la noche comiendo, bebiendo y


riendo juntos. Lucian parecía por fin estar relajándose, al menos un poco.

—Es genial tener nieve alrededor —exclamó Aria mientras


caminaban—. Esa es una cosa que odio de mi casa en California. La
Navidad nunca se ha sentido realmente como Navidad, ¿sabes? La hierba
no debería estar verde en esta época del año.

—Estoy de acuerdo —dijo Lucian—. Debería ser blanca como el de


un oso polar... trozos blancos.

—No preguntaré por eso por el momento. Dime cómo terminaste


aquí —dijo Aria mientras se sentaban en dos sillas talladas en hielo. Los
pasteles calientes que estaban en proceso de comer emitían una
bocanada de vapor que se disipaba en el aire a su alrededor.

—Eso es fácil. Era joven y escuché que había un área en las


montañas donde los cambiaformas podían ir y mantenerse alejados de la
civilización. Fue una obviedad.

—Pero quiero decir, ¿siempre fuiste antisocial? —Aria estaba


pensando ahora en su propio escape a Wolf Rock, dejando atrás a todos
los que amaba.

—No. De niño era amigable. Todavía lo soy, más o menos. —Sonrió,


pero Aria también detectó un tic.

—Entonces, ¿qué cambió?


—Fue mi agresividad. Simplemente nunca aprendí a controlarla. O
confiar en mí mismo. Ya fuera besando a una chica o peleando con un
chico. Nunca he sido capaz de adaptarme a mi propia fuerza.

—¿No crees que podrías aprender?

Lucian la miró entonces. —No lo sé. —Se acercó y tomó su mano en


la suya. Ella sintió su calor incluso a través de su mitón—. Tal vez si tuviera el
maestro adecuado.

—Lucian —respondió ella—. Antes de que Trevor apareciera, estabas


a punto de decirme algo.

—¿Lo estaba? No lo recuerdo ahora.

Aria se hundió en su silla. Este hombre era tan frustrante.

—Bien, entonces, lo diré —dijo—. Me gustas. Pero no es eso. No es


una cuestión de “me gusta”. Ese primer día que nos conocimos, algo pasó.
En mí. No sé qué fue. No sé cómo explicarlo. Significas algo para mí. No
quiero dejarte ir.

—Pero tienes que hacerlo. Yo también. —Se paró ahora, mirándola—


. Se está haciendo tarde. Debería acompañarte a casa.

Aria sintió una daga en su corazón. Este hombre, que se suponía que
era tan indisciplinado, era tan bueno simplemente afirmando que no
debían estar juntos. No parecía justo. ¿Cómo era que las emociones la
estaban comiendo y él parecía estar bien?

Ella se levantó y caminaron en silencio por un tiempo, de regreso por


el sendero hacia la ciudad.

—No puedo soportar esto —dijo finalmente.

—¿Qué?
—Esto. Sea lo que sea. Tú y yo. Tengo sentimientos por ti. No sé cómo;
todo ha sucedido tan rápido.

—Solo crees que lo haces porque te ayudé.

Aria se detuvo en seco. —¿Cómo te atreves a decir eso? —Sintió que


sus ojos se humedecían y la forma ya oscura frente a ella se volvió borrosa.

—Es cierto, ¿no?

—Dios, no, no es cierto. No soy una puta damisela en apuros, Lucian.


Si no hubieras aparecido en la colina de esquí, habría encontrado mi
camino hacia abajo. Si no hubieras aparecido en la calle...

—¿Entonces qué, Aria? ¿Habrías luchado contra un cambiaformas?

—Seguro que el infierno lo habría intentado.

—Bueno, no podía dejarte. ¿No lo ves? Necesito cuidarte.

—¿Por qué?

—Porque yo...

—¿Porque tú qué? ¿Qué, Lucian? Dilo.

—Te adoro. No sé cómo puedo sentirme así tan rápido acerca de


alguien. Te necesito. Y me asusta, Aria.

Ahora las lágrimas fluían libremente. Alegría y tristeza se mezclaban


en su corazón; sabiendo que probablemente se iría y nunca lo volvería a
ver. Que parecía querer expulsarla de su vida a pesar de todo.

Lucian pareció entender. La tomó en sus brazos y la tiró suavemente


hacia su pecho. Aria permaneció en silencio, dejando que solo unas pocas
lágrimas cayeran en su abrigo antes de alejarse. Comenzaron a caminar
de nuevo y pronto las luces de la calle principal fueron visibles.

—Me quedaría aquí para ti, ya sabes —dijo después de un silencio.

—Sé que lo harías. Pero no puedes. No deberías.

—Lucian, se supone que debo volar el día de Navidad, de regreso a


California. Si decides que quieres que me quede, me encuentras en la
posada y me lo dices. La pelota está en tu tejado.

Lucian se quedó callado y Aria evitó mirarlo por temor a que hacerlo
la hiciera llorar de nuevo.

Cuando llegaron a la puerta principal de la posada, Lucian se


detuvo.

—Bueno, aquí estamos —dijo. Estudió su rostro, que era difícil de leer.
Era como si estuviera buscando las heridas que había infligido a pesar de
su insistencia en que nunca podría lastimarla.

—Aquí estamos —respondió.

—Me inspiras, Aria. —Los ojos de Lucian miraban profundamente en


los suyos, que estaban más húmedos de lo que le hubiera gustado—. Me
haces querer ser mejor en todos los sentidos. Solo por eso significas el
mundo para mí. Pero necesitas regresar a tu hogar y a tu familia, y olvidar
al hombre roto que estás dejando aquí.

Aria abrió la boca para protestar y la volvió a cerrar. Finalmente


simplemente dijo—: Buenas noches, Lucian. —Y se dio la vuelta, entrando
en el edificio y dejando que la puerta se cerrara detrás de ella.

—Buenas noches, dulce cosa.


La noche fue difícil. Aria se dijo una y otra vez que Lucian había
hecho lo correcto, pero no logró convencerse repetidamente de que todo
era lo mejor. ¿Cómo podría ser?

Sonríe.

No podía estar con un cambiaformas solitario. Incluso si a ella le


gustaba. Incluso si ella lo amaba. Incluso si era el hombre más amable y
mejor del mundo.

El sueño nunca llegó realmente; en cambio, se desató un debate


interno y se preguntó si alguna vez terminaría, si alguna vez sería capaz de
alejarse y olvidar este lugar y al cambiaformas. De alguna manera,
independientemente de lo despiadado que había sido su ex, había
logrado sacarlo de su mente con relativa facilidad. Pero Lucian era
diferente. Fue su bondad y su variedad de defectos lo que la hizo gravitar
hacia él. No era una damisela en apuros. Ella era fuerte y quería rescatarlo.

Al día siguiente permaneció en su habitación, llamando para que le


entregaran el desayuno. Alrededor de la una del mediodía se dio cuenta
que estaba siendo patética, esperando a ver si él llamaba o se mostraba.

—No —dijo en voz alta, resuelta a la luz de la tarde—. Tengo que


aprender a vivir sin él. Lo hice durante veinticuatro años. También puedo
comenzar de nuevo ahora.
Finalmente se levantó para empacar sus cosas para el vuelo que
debía partir a la tarde siguiente. Pasaría hoy explorando la ciudad, y
haciendo algunas compras de última hora.

Su corazón no estaba en ello mientras deambulaba, y al final de la


tarde se encontró de vuelta en la cafetería, apoyada contra el mostrador,
donde vio a la misma joven que había visto en su visita anterior.

—¿Fuiste al carnaval? —preguntó la barrista, con voz ansiosa.

—Lo hice, sí.

—Oh, bien. Espero que haya sido divertido. ¿Y Lucian? Estabas


preguntando por él. Me alegra ver que estás viva, si realmente te
aventuraste a su lugar.

—Oh, estoy viva, al menos por fuera.

La mujer pareció sentir que debía callarse en ese momento y le


entregó a Aria su chocolate caliente antes de agregar—: Oye, escucha.
Los cambiaformas son difíciles. Debería saberlo. Yo soy uno de ellos. Pero
ya sabes, cuando caen, caen con fuerza, de una manera que la gente no
siempre entiende. Y a veces ellos mismos no lo entienden. De todos modos,
buena suerte para ti, pase lo que pase.

Aria se alejó y se sentó en un mostrador junto a la ventana. Si era


posible que un cambiaformas cayera más fuerte que ella, se compadeció
de ellos. No había nada tan alegre ni nada tan doloroso como el amor.

Después de que el chocolate caliente había encontrado su camino


en su estómago vacío, se fue para regresar a la posada. Sabía
perfectamente por qué lo hacía: para ver si había noticias de cierto oso
polar. Nada, al parecer, se podía lograr mientras ella no supiera si él había
estado en contacto. Si estaba pensando en ella. Si le importaba un poco.
Pero cuando llegó a la recepción, no había mensajes. Parecía que
en este aspecto, Lucian seguía siendo la esencia de la disciplina. Disciplina
exasperante, loca.

—Mujer fuerte, solitaria e independiente que no necesita un hombre.


—Aria se recordó a sí misma mientras se arrojaba a su cama.

Parecía que la falta de sueño de la noche anterior la alcanzó


entonces. Cuando despertó eran las cinco de la mañana. Tenía varias
horas antes de tomar el servicio de transporte al aeropuerto.

Eso era tiempo suficiente.

Se acostó en la cama hasta que el cielo comenzó a brillar de color


rosa; los primeros rastros del amanecer. Y con el sol naciente iluminando el
día, se puso la ropa, se envolvió en su abrigo y bufanda y salió de la
posada. Ella sabía el camino ahora, y en una hora se estaba acercando al
glaciar. Aunque ella le había dicho que la pelota estaba en su cancha, se
dijo a sí misma que simplemente había mentido. Ella tenía algo que decir
en esto, ¿no? ¿Cómo podría regresar a casa sin al menos decir adiós? Por
lo menos, sería descortés.

Más discusiones internas la enfurecieron cuando salió del bosque y


contempló el glaciar ante ella. Caminó hacia la casa en la base, decidida
a que estaba haciendo lo correcto.
Al principio no podía verlo; las sombras proyectadas desde el bajo
sol sobre las montañas parecían ocultar su paradero. Pero a medida que
se acercaba se dio cuenta de que no era un truco del sol en absoluto.

La casa se había ido.

Aria se encontró corriendo ahora, hielo duro y resbaladizo bajo sus


pies. ¿Qué estaba pasando?

La casa era solo un montón de escombros congelados. Sus restos


eran inidentificables, excepto para su ojo perspicaz; reconoció trozos del
grueso hielo que había servido como paredes, esparcidos como grava.
Pero era como si alguien con un martillo neumático hubiera tenido un día
de campo con él, o tal vez un oso polar enojado. Así que Lucian se había
ido. Pero, ¿a dónde había ido?

Aria buscó a su alrededor rastros de él; cualquier cosa. Pero no había


huellas; la nieve fresca cubría cualquier rastro que pudiera haber tomado.

—Así que él quería liberarse de mí tanto que hizo esto. —Pensó, la


miseria la superó.

La caminata cuesta abajo constituyó un millar de limpiezas de su


cara con guantes de lana húmeda. Ahora, al menos, lo sabía. Podía tener
un cierre. Él no la quería y nunca la había querido.

Se recompuso antes de llegar a la posada. En una hora más o


menos, el transporte vendría a recogerla y se dirigiría a casa. En su mente
este lugar había sido un sueño, y trataría de satisfacerse con eso. Era la
única manera de dejarlo atrás.

El viaje en el auto e incluso el vuelo fueron borrosos; Aria pasó todo el


tiempo evitando el contacto visual con extraños y deseando poder
acelerar el tiempo.
Cuando por fin aterrizó en California, se subió al primer taxi que vio. El
cielo estaba despejado y el tiempo era cálido. Al menos eso era algo. Pero
ahora se enfrentaba a la Navidad con su familia, habiendo perdido a dos
hombres en el transcurso de unas semanas.

Me pregunto cuánto cuesta un vuelo a Bali, pensó. No hay


cambiaformas allí, apuesto.

El viaje en taxi duró demasiado tiempo debido al tráfico esperado en


la hora pico que siempre lograba golpear a los viajeros cansados. Pero
después de una eternidad de sufrimiento en el asiento trasero, por fin el
conductor giró hacia su calle.

—Está a la derecha —dijo—. La que tiene la boca de incendios al


frente.

—¿Y la nieve? —preguntó el hombre.

—No, no hay... espera, ¿qué?

El conductor señaló hacia adelante. —Nieve —dijo.

Aria miró. Todo su césped y techo estaban recubiertos de lo que


parecía un manto de nieve fresca. El taxista se detuvo y ella salió,
desconcertada mientras él le entregaba su equipaje. Cuando dio un paso
adelante, metió un dedo del pie debajo de la pelusa blanca, que resultó
ser algo así como guata de algodón sobre su propiedad.

—Los he visto hacer esto en los sets de filmación —dijo el


conductor—. ¿Alguien filmando aquí?

—No que yo sepa —dijo Aria.

—Bueno, probablemente fueron los miembros de tu familia,


entonces.
—Sí, deben haber sido.

Entregó el pago y la propina antes de llevar su equipaje por la


pasarela hasta la puerta de su casa. Después de extraer la llave de su
bolso y pelear brevemente con su cerradura, abrió la puerta.

En el interior, las cosas parecían intactas y una pila de correo se


registraba en el suelo. Caminó por la casa, buscando señales de que
alguien había estado allí. Su hermana tenía una llave, pero claramente no
había pasado.

—Aria.

La voz vino detrás de ella. Saltó, pero no tanto por miedo como por
un corazón que instantáneamente se llenó de intensa emoción. Lucian. Se
quedó quieta y cerró los ojos, temerosa de que también estuviera soñando
esto.

—Dijiste que nunca tuviste nieve —dijo, acercándose—. Así que te


traje un poco.

Las manos se movieron lentamente alrededor de su frente y sintió


que su cuerpo presionaba su espalda.

—¿Todavía vas a insistir en tu ridícula regla de “no sexo”? —le susurró


al oído.

—No. —Se volvió para mirarlo—. Espera un minuto —dijo—. ¿Qué


pasó con tu casa? Estoy enojada contigo. —Sin embargo, apenas lo decía
en serio.

—¿Por romper mi casa? Esa cosa necesitaba trabajos de renovación


de todos modos. Tenía fugas.
—No creo que el derretimiento del hielo cuente como “permeable”.
—Se rio.

—Oh, ¿es eso lo que era? Oh, bueno, demasiado tarde.

—No me hagas abofetearte, Lucian. Dime.

—Decidí que tenías razón. Tristán tenía razón. Es hora de olvidar mi


pasado y seguir adelante. Es hora de dejar de alejar a la gente. —Volvió a
poner sus manos en su cintura y la tiró hacia él—. Y tirar de ellos. Al menos,
una persona. —Con eso la besó tiernamente.

Las manos de Aria fueron a su cuello y lo besó de vuelta, una


cascada de emoción fluyendo a través de ella. Todo lo que siempre había
querido estaba sucediendo en este instante. Bueno, casi todo.

Decidida a ver todas sus fantasías cumplidas por fin, tomó su mano,
que él la ofreció con gusto.

—Sin duda te has dado el recorrido —dijo, atrayéndolo hacia la


escalera—. Pero realmente no has experimentado mi lugar correctamente.

—¿Oh? —Lucian se dejó arrastrar por las escaleras, agachándose


para evitar golpearse la cabeza contra el techo bajo.

—No. Ningún hombre conoce realmente una casa hasta que una
mujer se ha salido con la suya con él dentro de ella.

—Me inclino a estar de acuerdo. Y me gustaría mucho conocer


mejor tu casa.

En su habitación, Aria se volvió hacia él de nuevo, de pie para


admirar al hombre que de alguna manera se había encaminado a una
gran distancia de su casa, como el héroe de algún sueño perfecto. Era tan
hermoso en esta casa como lo había sido en el bosque esa primera tarde.
Solo había una diferencia: estaba vestido. Y eso fue un gran crimen.

Ella alcanzó con los dedos ansiosos y subió la parte inferior de su


camiseta hacia arriba. Lucian levantó los brazos y se rio cuando sus manos
tocaron el techo. Se liberó de la prenda.

Aria se paseó y lo miró fijamente, su cuerpo la emocionaba por su


fuerza y perfección. Los músculos atados cubrían su torso, cada uno
cambiando ligeramente a medida que se movía. Sus jeans colgaban un
poco para que un toque de pelo se burlara de Aria, quien pensó que
podría comenzar a babear.

En cambio, dio un paso adelante y los desabrochó, luego bajó la


cremallera para que los jeans se alejaran y cayeran al suelo, revelando
delgados bóxers de algodón con una ramita de muérdago impresa en la
parte delantera.

—Lindo —dijo. La palabra no comenzó a describir el bulto dentro de


los pantalones cortos que parecía estar intentando escapar.

Lucian se encogió de hombros y sus hoyuelos lo hacían más


adorable de lo que cualquier hombre tenía derecho a ser.

—Tu turno —dijo, alcanzándola con las manos—. O mejor dicho, mi


turno.

Con eso comenzó a desnudarla, comenzando con su suéter. Con sus


dedos la trató con la delicadeza de una flor cuyos pétalos estaba tirando
hacia atrás, lenta y cuidadosamente para no dañarlos. Cada centímetro
de ella se reveló como por primera vez, el cambiaformas disfrutando de las
vistas en un estado de asombro y dicha. Exhaló pesadamente mientras sus
pechos se burlaban de él con su redondez y finalmente se liberaron, solo
un delgado trozo de tela entre él y su superficie perfecta.
Mientras besaba su cuello, deslizó una mano debajo de cada correa
de su sostén, y Aria sintió que la piel de gallina se elevaba sobre su carne
mientras los dedos fuertes se deslizaban lenta y suavemente por sus
hombros. Los labios suaves la acariciaron con ternura. Aquí estaba un
hombre que ahora estaba decidido a dedicarse a su placer y a tratarla
como una diosa hecha de porcelana. Rompible, frágil, delicada y
adorada.

Lucian se movió hacia abajo, su boca rozó su cuello, su hombro,


hasta la parte superior de sus pechos blancos. Aria sintió una oleada de
humedad entre sus piernas mientras lo veía festejar de nuevo con ella,
confiada en que esta vez se controlaría a sí mismo.

Ahora estaba de rodillas, desabrochándole los pantalones vaqueros


mientras sus manos se dirigían a su cabello, su cara, sus hombros duros y
musculosos. Esos irresistibles muslos suyos, que habían sido demasiado
tentadores la última vez, estarían ante él en un momento, pero él los
besaría ligeramente. Los trataría con delicadeza.

La tela vaquera se desprendió de su cuerpo con facilidad, y con ella


las bragas de encaje que llevaba. Cuando Lucian las bajó, inhaló
profundamente y cerró los ojos. —Perfección —susurró, aspirando su
aroma.

Aria salió de los jeans y se paró frente a su amante, su sujetador la


única prenda que quedaba por conquistar.

Con un dedo Lucian tiró de su satén, revelando lentamente su pezón


izquierdo que comenzó a crecer firme para él, su punta le suplicaba que lo
apretara entre sus labios.

—Oh, sí —dijo, moviéndolo con la punta de su dedo y


posicionándose ante ella mientras el brote rosa se endurecía a una
pequeña piedra en respuesta. Él la miró a la cara mientras ella le sonreía,
tomando el momento, la adoración completa. Él para ella; ella para él.

Muy por debajo, vio que de los bóxers de muérdago estaba


asomándose la gruesa cabeza de su polla, que brillaba ligeramente con
un poco de líquido claro. Su hermosa y jugosa polla que había querido
desde el primer momento en que la vio. Solo tenía que esperar que él no la
hiciera esperar demasiado.

—Cómeme —dijo, apartando la rodilla derecha de la izquierda—.


Haz que me corra por ti, Lucian.

—¿Estás segura? —preguntó, recordando la última vez que había


estado en esta posición.

Aria se sentó en el borde de la cama y tomó su rostro entre sus


manos, los dedos dirigiendo su boca hacia su hendidura sensible. —Estoy
segura. Por favor, Lucian. Quiero que me lamas. No me hagas rogar.

Con eso, deslizó su lengua sobre su abertura, cubriéndola con una


mezcla de su humedad y la suya.

—Bien —dijo—. Ahora besa mi clítoris.

Suavemente pellizcó la capucha rosa entre su pulgar y el dedo


índice antes de tirar de ella hacia atrás para exponer su perfecto y
delicioso brote. Aria observó cómo su polla se movía en respuesta, tan
ansiosa por estar dentro de ella como por ser invadida por su grosor.
Siguiendo su orden, Lucian le dio un suave beso en su clítoris expuesto y ella
convulsionó suavemente, su cuerpo tomó el relevo de su mente.

—Sí —dijo—. Eso es todo. Otra vez.

Otro beso. Labios suaves aterrizaron sobre ella repetidamente


mientras Lucian permitía que sus manos la abrieran ahora, y para que su
lengua la explorara, para provocarla suavemente mientras ella gemía
sobre él.

Sus dedos se movieron hacia sus labios, reemplazando su lengua y


deslizándose a lo largo de su delicada humedad mientras aterrizaba una
suave lamida en su brote endurecido, que parecía contraerse bajo el
toque más suave. Deslizó un dedo grueso hacia adentro, y luego dos, y
luego lentamente, rítmicamente, la folló con ellos mientras su pelvis se
empujaba hacia su mano, alentándolo e invitándolo a entrar en ella.

Con su mano izquierda alcanzó los pezones que se habían


levantado para saludarlo, frunciéndose con fuerza por su toque. Mientras
pasaba un dedo índice sobre la superficie de uno y luego del otro, Aria
volvió a poner la cabeza hacia atrás y gimió. Ella confiaba plenamente en
él. Esta vez no se extraería sangre. Solo el tipo de agonía más dulce
imaginable.

—Tócate a ti mismo —dijo, mirando hacia abajo de nuevo—. Quiero


ver cómo acaricias esa hermosa polla tuya. Para mí, Lucian.

Dios. Esta mujer y su asertividad, pensó.

Sin dudarlo tiró de sus bóxers con una mano. En un instante, su puño
se envolvió alrededor de su grueso eje, masajeando la piel tensa que dolía
por encontrar su camino dentro de ella. Aria se sentó, observando su gran
mano, cuyos dedos apenas podían sortear su grosor mientras lo
acariciaban suavemente.

Él la miró de nuevo, sus ojos oscuros traicionando una sonrisa


inmediata cuando su lengua se dirigió hacia ella de nuevo, moviendo su
clítoris mientras empujaba sus dedos dentro de su canal. Estaba tan
apretada, tan mojada.

—Oh, sí —gimió—. Eso es algo tan bueno, dulce. Voy correrme


viéndote. No te detengas.
La lengua de Lucian respondió a sus palabras, moviéndola más
fuerte ahora mientras sus labios se fruncían a su alrededor, sus dedos se
dirigían hacia ella mientras imaginaba su polla, hinchada hasta el punto de
estallar, dentro de ella, abriéndola de par en par, golpeándola.

—Oh... Dios...

Por fin ella se estremeció contra él, embistiendo su pelvis hacia


adelante para que sus dedos se encontraran con sus profundidades, y él
sintió que su abertura lo apretaba con fuerza una, dos veces y una y otra
vez mientras se corría con olas violentas.

Lucian no la soltó fácilmente, continuando lamiéndola en suaves


golpes incluso cuando los estremecimientos se disiparon. Todo su cuerpo
temblaba y los dardos de electricidad atravesaban cada nervio con cada
movimiento de su lengua. Todo en él estaba determinado y diseñado para
su placer.

—Te quiero dentro de mí —dijo—. Ahora. Por favor. Lo necesito.

Lucian se puso de pie, lamiendo sus jugos de sus dedos y agarrando


su polla en su mano.

—Tengo miedo de lastimarte —dijo en voz baja.

—No lo harás. No lo harás. Por favor. Dame esa polla gigante y


hermosa tuya, Lucian. —Sus ojos le suplicaron—. Lo quiero más de lo que
nunca he querido nada en este mundo.

Se movió hacia ella hasta que la cabeza de su polla se acurrucó


entre sus labios, burlándose de ella mientras dejaba escapar un pequeño
gemido. Ya podía sentir su tamaño, cuánto abriría su apretado coño. Fue
paciente, sin embargo, mientras él se relajaba en ella tentativamente.
Cada centímetro era el cielo, y su canal se envolvía alrededor de él como
si lo consumiera como él lo había hecho con ella.
Cuando por fin estaba dentro, Lucian se inclinó hacia adelante y
permitió que su lengua moviera un pezón, luego el otro, sus puntas
rosáceas se elevaron aún más para encontrarse con su boca. Luego,
moviéndose hacia arriba, besó sus labios con ternura, sus lenguas parecían
derretirse mientras aliviaba su longitud palpitante de nuevo fuera de ella.

Apartando su rostro, fijó sus ojos en los suyos y empujó hacia adentro,
esta vez con más fuerza. Aria mantuvo sus ojos fijos en los suyos como si
estuviera tranquila.

Fuera.

Luego dentro.

—Duro.

Era una orden, pronunciada por una mujer que sabía exactamente
lo que quería, las consecuencias y todo.

Lucian se retiró y luego embistió su pelvis en sus profundidades


mientras ella soltó un grito.

—¿Estás bien, nena? —preguntó.

Sus ojos se entrecerraron y sonrió.

—Dios, sí —dijo—. Más.

De nuevo se retiró y repetidamente su cuerpo chocó con el de ella,


sus muslos se estrellaron contra su carne. Esta vez más rápido. Comenzó a
conducirse con fuerza hacia ella, empujando implacablemente, sus bolas
hinchadas por ella, queriendo y doliendo por explotar dentro de su
hermoso y apretado coño.

Aria soltó gimoteo tras gimoteo mientras corcoveaba debajo de él,


sus uñas rastrillando sus hombros, brazos y espalda. Ella podría haber
sacado sangre, lo sabía, pero la idea de eso era más excitante para
ambos.

Lucian la agarró de las caderas, sus nudillos blancos bajo la tensión, y


la embistió aún más fuerte mientras gritaba de placer inquebrantable.
Podía sentir que se acercaba a la inevitable explosión. Dios, esta mujer es
sexy. Su cuerpo estaba diseñado para follar y él no quería que terminara.

Finalmente se retiró, reacio a separarse de ella de ninguna manera.


La besó larga y duramente, y con una sonrisa, la volteó bruscamente sobre
su frente. Aria dejó escapar un sonido que denotaba sorpresa mezclada
con diversión. Lucian estaba aprendiendo sobre su propia fuerza, y era tan
bueno.

—Necesito mirar este hermoso culo tuyo —dijo, con su polla brillando
con su humedad—. Quiero follarte desde todos los ángulos.

En respuesta, Aria se levantó para que estuviera en sus manos y


rodillas, ofreciéndose a él, invitándolo a tomarla y mostrando su total
confianza. Su coño brillaba con humedad, un hogar húmedo para él,
acogedor, cálido y tentador.

Sintió un lametón; Lucian estuvo de rodillas en un momento,


golpeándola de nuevo. Dios mío.

Luego una fuerte estocada y él estaba profundamente dentro de


ella. Manos en sus caderas, tirando de ella hacia atrás, su cuerpo
embistiendo el de ella mientras se conducía con fuerza hacia sus
profundidades, su canal ordeñando su polla con cada empuje firme.

—Oh, Dios, bebé —gimió—. No voy a durar mucho más. Voy a tener
que correrme dentro de ti...

—Sí. Córrete por mí, mi hermoso hombre. Mi hermoso Lucian.


A medida que su ritmo se aceleraba, Aria sintió que sus extremidades
hormigueaban, ninguna parte de su cuerpo estaba segura de cómo lidiar
con esta nueva sensación. La polla perfecta, que parecía tocar sus nervios
más profundos; el hombre perfecto. Y algo más. Algo intangible. Ella gritó
de nuevo, rogándole más. Más golpes. Más follar. Córrete por mí. Córrete
en mi dulce coño.

Entonces, por fin, sintió que se corría en ella; la sostuvo con fuerza
contra su torso mientras pulsaba y sus jugos explotaban dentro de ella.

Aria sintió lágrimas en sus ojos, sorprendiéndola con su seriedad.


Conocía a Lucian desde hacía poco tiempo y, sin embargo, sentía que
había pasado una eternidad desde que supo por primera vez que lo
quería. Este era el momento en que sus sueños se estaban cumpliendo.
Solo tenía que esperar que no fuera la única vez.

Con su cuerpo presionado contra su espalda, Lucian la sostuvo por


detrás. Su calor la envolvió como aire tropical caliente, acariciando cada
centímetro.

—He vivido durante años. He visto muchas cosas —dijo el


cambiaformas—. Pero nunca he sido tan feliz como soy en este momento.

—Feliz Navidad, Lucian. —Aria deseaba poder verle sonreír. Pero ella
estaba segura de que él lo sentía.

—Feliz Navidad, Aria.

Fin.
Es la autora de la serie Wolf Rock Shifter, la trilogía
Billionaires and Curves y la serie The Sought by the Alphas. Le
gusta escribir sobre mujeres fuertes y reales con actitud,
defectos, inseguridades y cuerpos que no se fabrican en
laboratorios.
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Raven

Raven

Black Swan

Morgana

Raven
Cuando una visita inédita del rey supremo de los elfos, Kirion, interrumpe
los planes habituales de la princesa elfa Miriel durante el solsticio de invierno,
es la menor de sus preocupaciones, un solo toque del poderoso rey podría
revelar un secreto que ella y su familia han guardado desesperadamente durante
más de cien años. Sin embargo, el rey Kirion también podría alterar la vida de
Miriel para siempre.
Un cuento de aventuras ambientado dos mil años antes de los
acontecimientos relatados en Claimed by the Elven King.
Cuando Miriel vio al Rey Kirion por primera vez, su único pensamiento fue,
Mamá se equivocó.
Su madre describió una vez al gobernante supremo del Segundo Reino como
un ser frío y poderoso, pero que desprendía una belleza casi mortal, ya que su
sola presencia solía asombrar y abrumar a todos los que se atrevían a
acercarsele. Ahora, mientras se hallaba al lado del asiento del trono de su madre,
la reina Isilya, Miriel no pudo evitar mirar cómo el rey se acercaba al estrado.
Un cabello del color del oro puro fluía sobre sus hombros hasta la mitad de la
cintura; como hilos de seda dorados. El contraste de ese brillante tono era
bastante llamativo en comparación con el azul oscuro de su túnica. No, no
existía nada "frío" en aquel hombre. Más bien, su propia presencia parecía arder.
Con una expresión neutra, observó cómo el rey Kirion asentía con la cabeza
en señal de reconocimiento a los dos monarcas Lithviri. Entonces sus padres se
levantaron y bajaron del estrado para darle la bienvenida al rey con una
inclinación de cabeza mucho más marcada.
—La Casa Real de Nalldir y los Lithviri le dan la bienvenida a Su Majestad
a nuestras tierras— dijo su padre, el rey Arandur.
No era la primera vez que Miriel se preguntaba por qué el rey Kirion decidió
hacer su visita precisamente ahora. No importó que la última vez que él había
ido a su ciudad fuera antes de su nacimiento, pero venir en el solsticio de
invierno... Bueno, era inaudito que el monarca vigente dejará en manos la
realización de las ceremonias sagradas propias de su reino.
Su padre hizo un gesto con la mano tras él, indicándole a su hermano, Elion,
y a ella que se acercaran. Miriel volvió a ponerse de pie junto a su madre y se
inclinó profundamente ante su visitante, procurando mantener la mirada baja.
Por el rabillo del ojo, pudo ver a Elion hacer lo mismo. Era la primera vez que
veía a su hermano inclinarse ante alguien que no fuera su padre, lo que le hizo
comprender la importancia del Sidhe que tenían delante.
—Ha pasado bastante tiempo —comentó el rey Kirion mientras contemplaba
a toda su familia con un solo movimiento de ojos, y su profunda voz retumbó
con un poder que ella pudo sentir hasta los huesos.
Miriel miró subrepticiamente al rey mientras se enderezaba. Podía sentir
literalmente el aura de su proximidad, así como la intensidad de su mirada,
aunque sus ojos permanecían fijos en su padre mientras seguían intercambiando
cumplidos. Era como si el aire del entorno se hubiera espesado
exponencialmente y empezará a oprimirla con fuerza. Le dieron muchas ganas
de huir y de someterse por completo a su voluntad.
Se conformó con mantenerse rígida y apartar la vista del resto de la pista. Las
palabras de su madre no habían captado la verdadera esencia de esta
experiencia. Su sola presencia la hizo temblar. ¿Cómo sería recibir una mirada
directa de esos ojos llenos de conocimiento acumulado durante miles de años?
Miriel volvió a recordar incómodamente una conversación que tuvo con su
padre el día anterior, cuando este le informó que el rey Kirion iba a estar
presente durante las fiestas del solsticio de invierno de este año.
—Nuestro gobernante supremo no ha puesto un pie en estas tierras en quizás
doscientos años. Dado el momento, no puedo pensar que sea simplemente para
un intercambio de cumplidos. Tú y Elion deben ser cuidadosos.
En aquel momento, sus palabras la habían llenado de inquietud. Nunca se le
dio muy bien navegar por las diversas intrigas de la corte de los elfos, sobre
todo teniendo en cuenta la naturaleza secreta de su pasado, una historia que
nadie más, aparte de otros tres individuos conocían. Como resultado, era raro
verla en cualquier compromiso social lejos del lado de la reina Isilya, su madre
actuaba como su escudo ante todas las preguntas potencialmente peligrosas.
Así, se había ganado la reputación de ser tímida, algo que no pensaba reprimir
en absoluto.
Miriel había pensado que su padre se refería a que debía tener doble cuidado
con que el rey Kirion se enterara de su secreto, pero ahora, mientras escuchaba
los amables tonos de los dos monarcas, no podía evitar preguntarse si su padre
quería insinuar algo totalmente distinto. Hace más de una década que cumplió
cien años. Ya era el tiempo suficiente donde se le exige a una princesa de la
Casa de Nalldir que se casará…
Sus ojos se dirigieron hacia el rey Kirion, y tras darle otro rápido vistazo
cuando la voz de Elion entró a la conversación. Su hermano estaba quizás tan
rígido como ella, ya que soportaba toda la atención del rey mientras
conversaban en tono bajo y serio.
Miriel se relajó un poco. Sin duda, sus asuntos se referían al Reino en su
totalidad y no a algo tan común como la búsqueda de una nueva esposa. No se
informó algo sobre la muerte de su reina, y aunque hubiera fallecido, la Casa
Real de Elerren siempre se casaba con una de la Casa Orviri de Vanvir, según
aquel antiguo acuerdo entre las dos razas Sidhe. A Lithviri nunca le había
importado ceder el trono de reina suprema a Orvir Sidhe, y no veía ninguna
razón por la que su padre quisiera cambiar eso ahora, y mucho menos hacer
cualquier tipo de acuerdo sin al menos hablar primero con ella.
Un suave roce con su mano la sacó bruscamente de sus pensamientos y sus
ojos se dirigieron inmediatamente a su madre. Durante un breve momento,
Miriel vio un atisbo de preocupación en los ojos de la reina antes que la llevaran
de vuelta a formar una sola fila frente a la corte con su padre y su hermano,
mientras el rey Kirion se colocaba al frente para recibir a los nobles que
quisieran saludar personalmente al gobernante supremo. Suspiró para sus
adentros. Realmente odiaba estas sesiones de la corte con dignatarios visitantes.
Siempre parecían durar días en lugar de unas pocas horas. Con alguien tan
importante como el rey Kirion, temía que los saludos se prolongarán
literalmente hasta bien entrada la noche.
Al menos tengo que esperar a mañana por la noche, intentó consolarse
mientras observaba con creciente consternación cómo todos los nobles
presentes empezaban a hacer cola para tener la oportunidad de hablar con el rey
supremo.
Sin embargo, al cabo de media hora de observar pasivamente a su pueblo
dándole la bienvenida al rey con muy poca variación, su madre volvió a rozar
discretamente su mano.
—Tu padre y Elion representarán a nuestra familia durante el tiempo que
queda —susurró la reina Isilya—. Debemos atender el resto de nuestros deberes.
Vamos.
Miriel no necesitó que se lo dijeran dos veces. Las dos miembros de la realeza
abandonaron en silencio la sala del trono por la puerta del rey, detrás del estrado.
Todo el mundo estaba tan obsesionado con el rey Kirion que ella dudaba que su
ausencia se notaría.
—Sólo te miró una vez a modo de saludo —dijo su madre en cuanto salieron
del alcance de los guardias que protegían la puerta por la que acababan de
salir—. Temía que su motivo de venir fuera pedir tu mano, pero ahora parece
que estaba equivocada.
—Pero la reina aún vive, ¿no es así? —preguntó Miriel, todavía ansiosa a
pesar de las palabras tranquilizadoras de su madre.
—Sí. Sin embargo, han pasado casi seis mil años desde su unión, y el trono
del Segundo Reino sigue sin un heredero directo. No es inaudito que el
gobernante supremo tome una segunda esposa si la primera no produce un
heredero viable. No es una vida que desearía para ti, pero si Su Majestad
Supremo te lo pidiera, tu padre no tendría motivos para negarse al respecto sin
que fuera visto como un gran insulto a la Casa de Elerren.
—Se me ocurre una razón —dijo Miriel en voz baja, mientras empezaban a
subir las escaleras del ala real.
—Ya han pasado más de cien años —dijo su madre con firmeza—, y no he
oído ni un susurro que haga mis sospechas ciertas.
—Pero tú misma lo dijiste. El Rey Kirion es diferente, poderoso. Estando hoy
tan cerca de él, pude sentir literalmente ese poder. Todavía estás preocupada —
Miriel sonrió irónicamente—. Puedo ver tu preocupación en tus ojos, no
importa cuánto intentes ocultarlo.
La reina negó con la cabeza.
—Esa preocupación la tenemos todos. Si no es para buscar una nueva novia,
¿Qué otra nefasta situación le haría dejar sus tierras en un día tan importante
como el solsticio?
—Yo también me lo preguntaba —admitió Miriel.
—Por ahora, todo lo que podemos hacer es prepararnos para las diversas
ceremonias de mañana. Pronto sabremos si nuestras preocupaciones están
justificadas.
Miriel no pudo evitar escudriñar los rostros tanto de su padre como el del rey
Kirion, mientras ambos monarcas conversaban en voz baja en la gran mesa, el
resto de los nobles celebraban el solsticio con música y bailes al interior del
gran salón del palacio. Como siempre, se sentó junto a su madre, rechazando
cortésmente cualquier oferta de baile con su habitual timidez. Después de todo
este tiempo, se preguntaba por qué alguien seguía molestándose con ella,
especialmente cuando todos creían que su reserva se debía a que su padre la
había prometido al heredero del trono de Malviri.
Ninguno de los dos reyes parecía otra cosa más que tranquilidad, sus cuerpos
se mostraban relajados. Incluso el poder que el rey Kirion había estado
irradiando desde que apareció por primera vez en la sala del trono se vio
notablemente apagado. Realmente, su aspecto era el de dos viejos amigos
poniéndose al día tras una larga ausencia. Sin embargo, Miriel no podía
relajarse, no era capaz de deshacerse de la sensación de cómo su calma era
simplemente el sosiego antes de la tormenta. Al fin y al cabo, junto con Elion,
habían pasado toda la tarde y la mayor parte de la noche hablando de los Altos
Poderes. Ni siquiera su madre sabía lo que decían, ya que no había tenido la
oportunidad de hablar en privado con su marido antes que comenzaran los
diversos rituales del Solsticio de Invierno.
Como no quería que la sorprendieran mirando, Miriel volvió a centrar su
mirada en las bailarinas. Sus ojos inmediatamente identificaron a Elion y a su
esposa mientras giraban con gracia en medio de las parejas. Su expresión se
volvió melancólica. Lo que daría por poder unirse a ellos. Si se atreviera a
permitir que alguien la tocara, a sentir el abrazo de alguien que no fuera su
familia…
Se estremeció mentalmente. Era inútil desear algo que muy posiblemente no
podría ser nunca. Por mucho que su madre insistiera en que había pasado un
tiempo prudente sin incidentes, Miriel sabía que nunca dejaría de preocuparse
pensando que alguien se enteraría de su secreto.
Algunas de las hijas de los nobles solteros revoloteaban en pequeños grupos
de tres y cuatro cerca de la gran mesa. Los rumores sobre los propósitos a los
que aspiraba su rey supremo en sus tierras habían corrido por todo el palacio
desde antes de su llegada en el día de ayer, y el consenso parecía ser, como
Miriel y su madre habían creído inicialmente, que el rey Kirion buscaba una
segunda esposa. Dado que todos ya la creían comprometida con otro, tal vez
esperaban llamar la atención del rey Kirion, especialmente ahora en este entorno
más informal en el que era infinitamente más accesible. Puede que su madre no
deseara que se convierta en consorte real, ni siquiera del rey supremo, pero el
hecho es que se trataba de una posición muy codiciada y prestigiosa.
Miriel les deseó de todo corazón que tuvieran éxito. Mientras permaneciera
a la vista del rey Kirion, no había forma que la reina le permitiera excusarse de
la sala durante la noche, como era su costumbre durante este tipo de
celebraciones, pero especialmente durante el solsticio de invierno. Más allá de
los rituales de unión con la tierra que su padre realizaba cada año y que eran
importantes para todos los Sidhe bajo su mandato, este día tenía un significado
aún mayor para Miriel debido a un secreto que ni siquiera sus padres conocían,
uno que temía que le prohibieran disfrutar si lo llegaban a saber. Hacer bailar a
las jóvenes nobles con el rey le proporcionaría la distracción que necesitaba
para salir sin ser descubierta.
Sin embargo, después de la llegada de otra víctima, empezaba a parecer que
el rey Kirion no tenía ningún deseo de complacer a las aspirantes, y a Miriel le
resultaba cada vez más difícil ocultar su impaciencia. Volvió a mirarlo y se
sorprendió al encontrarse con los ojos del rey, que le devolvía la mirada con una
expresión bastante impasible. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándola? Sonrió
amablemente e hizo un gesto de reconocimiento antes de dirigir su atención a
su madre sin esperar a ver su reacción, si es que la había.
—Supongo que Su Alteza no desea participar en el baile esta noche —
comentó Miriel en voz baja, esperando a que su madre le ofreciera más
información.
La reina la miró pensativa.
—No es conocido por permitirse esas cosas, pero sólo he estado en el palacio
del Rey Supremo tres veces en mi vida y nunca durante una celebración tan
importante como el solsticio. Sin embargo, estoy segura que aceptaría si se le
ofreciera tu mano para un baile —esto último lo dijo con un matiz de pregunta.
Miriel sonrió con fuerza.
—Sabes que eso no puede ser, madre. Además, sólo estaba haciendo una
observación. Me parece una pena que también se pierda una actividad que le
gusta mientras ambos hacen de anfitriones. Aunque no puedo ofrecerme como
compañera, hay muchas otras que lo pueden hacer en mi lugar.
Su madre empezó a responder, pero se detuvo cuando los dos reyes se
levantaron de repente y empezaron a dirigirse hacia ellas. Miriel sintió que se
ponía rígida al verlos acercarse. Fue todo lo que pudo hacer para evitar que su
creciente ansiedad se reflejara en su expresión mientras seguía a su madre para
recibirlos.
—Disculpen, señoritas —dijo el rey Kirion, con una voz que parecía
atravesarla—, pero debo retirarme de la fiesta por un momento —entonces, de
repente, su mirada se dirigió a ella con todo su peso—. Espero que ambas se
unan a nuestra conversación cuando regrese.
—Será un placer, Majestad —dijo Miriel amablemente, sin saber qué pensar
de sus palabras, bastante inocuas si las hubiera dicho cualquier otro. Si tan sólo
pudiera obtener una interpretación de su padre, pero su expresión no revelaba
nada.
Asintiendo a la reina, el rey Kirion salió del gran salón, con tres de sus
guardias siguiéndolo. Miriel estudió su espalda mientras se marchaba, pero su
comportamiento aún no delataba lo que realmente pensaba.
Se volvió hacia su padre.
—¿Está todo bien?
Una extraña emoción brilló en sus ojos, pero desapareció antes que ella
pudiera intentar descifrarla.
—Está por verse —respondió enigmáticamente.
—Padre… —Miriel se interrumpió, sin saber qué quería preguntar o incluso
si debía hacerlo.
El rey sonrió y se inclinó para besarla en la frente.
—No te preocupes, mi pequeña Elle. Sea cual sea el propósito de nuestro rey
supremo, no es el que temía inicialmente.
Miriel frunció el ceño. Eso no ayudaba a aliviar su propia ansiedad, ya que
su padre nunca especificaba cuáles eran esos temores.
Le tendió el brazo.
—Ven. Unámonos a tu hermano mientras esperamos el regreso de Su
Majestad.
Sentada a solas en la mesa alta, Miriel observó atentamente a sus padres
mientras bailaban entre los cortesanos, esperando la mejor oportunidad para
salir de su campo de visión. En el momento en que sus familiares le dieron la
espalda, Miriel se escabulló rápidamente entre la multitud y se dirigió a la
salida. Al llegar a la puerta, uno de los guardias de palacio se puso en silencio
detrás de ella.
—Voy a subir un momento al ala real —le informó por encima del hombro.
Es cierto, pero eso no implicaba que planeara quedarse por mucho tiempo.
No tenía ni idea de cuánto iba a tardar el rey Kirion en marcharse ni de cuánto
pensaba socializar con ellos cuando volviera. Esta era probablemente su única
oportunidad de continuar con sus planes habituales del solsticio, aunque sólo
fuera por unos momentos. Tendría que ser suficiente.
Una vez en su habitación, Miriel sólo se tomó unos minutos para agarrar su
capa con capucha y cambiarse las zapatillas por un par de botas hasta los tobillos
más adecuadas en caso que la nieve se presentase este año. Entonces se dirigió
al balcón.
El aire de la noche era gélido, pero agradable después del calor sofocante del
gran salón. Se acercó a la balaustrada de piedra y se inclinó un poco para mirar
la oscuridad de su jardín, que estaba muy por debajo. De vez en cuando, los
guardias de palacio patrullaban los jardines privados, y tras haber estado a punto
de ser sorprendida por uno de esos guardias un par de años atrás, Miriel siempre
se aseguraba que su jardín estuviera vacío antes de bajar.
Cuando estuvo segura que no había nadie abajo, sus ojos barrieron los
balcones de la suite de sus padres y de las habitaciones de los invitados como
una precaución adicional, pero todos estaban vacíos. Satisfecha, Miriel se
acercó a la balaustrada circular situada junto a la pared del palacio y tiró de las
gruesas lianas que crecían a lo largo del muro, probando su fuerza hasta estar
segura que soportarían su peso.
Con un último vistazo a su alrededor para cerciorarse que estaba sola, Miriel
se subió con cuidado a la balaustrada; sus manos se agarraron con fuerza a un
par de gruesas lianas antes de estirar una pierna para encontrar un punto de
apoyo entre los enmarañados tallos y hojas. Una vez asegurada, comenzó a
descender lentamente.
—Esa es ciertamente una forma interesante de entrar en tu jardín —comentó
de repente una voz profunda desde algún lugar por encima de ella, haciendo que
Miriel casi perdiera el control al saltar prácticamente al vacío.
Se agarró con fuerza y miró desesperadamente hacia el balcón, con el corazón
a punto de salírsele del pecho, pero no veía a nadie. Estaba cerca del borde, así
que optó por bajar de un salto el resto del camino. Una vez en el suelo, comenzó
a inspeccionar frenéticamente todos los balcones a la vista por encima de ella,
pero todos parecían tan vacíos como antes.
—Aquí arriba, en el muro perimetral —dijo esa misma voz con un toque de
diversión.
Miriel se congeló. Se dio cuenta por fin de quien era esa voz. De todas las
personas que podían atraparla ahora...
Se giró lentamente y levantó la mirada. Y allí estaba el rey Kirion, sentado
en lo alto de la pared, con las piernas colgando sobre el borde más lejano y la
parte superior del cuerpo retorcida para mirarla. Estaba demasiado arriba para
que ella pudiera verle bien el rostro, y eso hizo que su corazón comenzara a latir
más frenéticamente. En nombre de los Altos Poderes, ¿qué estaba haciendo allí
arriba?
—Su Majestad —saludó con una inclinación de cabeza, sin saber qué más
hacer en esta incómoda situación.
—¿Salió a tomar el maravilloso aire que nos dan estas montañas? —preguntó
sin ninguna clase de variación.
Una pregunta llena de múltiples trampas. Por eso se mantuvo tan cerca de su
madre desde que llegó el rey supremo, temiendo quedarse a solas con ese
poderoso elfo. No había manera que ella tuviera la habilidad de igualar el
ingenio de una mente que ha vivido durante milenios.
Sin embargo, se obligó a mirarlo de nuevo, aunque lo que realmente quería
era salir corriendo.
—Algo así —aceptó, pero no dio más detalles—. Parece que hemos pensado
lo mismo —añadió, con la esperanza de alejar la conversación sobre sí misma.
La miró en silencio durante un largo e incómodo momento. Miriel sintió que
la tensión aumentaba en sus hombros mientras se esforzaba por no inquietarse
bajo su mirada. A pesar de que él estaba al menos tres pisos por encima de ella,
podía sentir su mirada sobre su cuerpo como si sus ojos la tocaran físicamente.
Entonces, de pronto, entre un parpadeo y otro, el rey desapareció.
¿Qué...? fue todo lo que su mente perpleja consiguió antes que el rey Kirion
apareciera bruscamente a un solo paso delante de ella, haciéndola retroceder.
—Mis disculpas —dijo—. No quise asustarte. Sólo asumí que conocías mi
habilidad de desplazamiento.
Ah, por supuesto. Miriel se relajó un poco.
Sacudió la cabeza y le ofreció una pequeña sonrisa.
—No hace falta que se disculpe, Su Majestad. Mi madre me habló de ello una
vez, pero lo cierto es que me sorprendió.
—¿Le gustaría acompañarme arriba? Me alegraría mucho hablar con usted
un momento antes que tengamos que volver a la celebración.
El corazón de Miriel se hundió. Aunque el frío probablemente los llevaría al
interior dentro de una hora más o menos, el rey Kirion definitivamente insistiría
en escoltarla de vuelta al gran salón. Una vez que volviera a estar bajo la mirada
de sus padres, no habría forma que se le diera la oportunidad de escabullirse por
segunda vez.
Como no veía la forma de evitarlo, se limitó a asentir con la cabeza, temiendo
que su voz delatara su decepción.
Sólo cuando él ya estaba lo suficientemente cerca, como para deslizar sus
brazos alrededor de su cintura, y entonces, se dio cuenta, con súbito pánico, que
la estaba tocando. Entonces, el mundo que los rodeaba se difuminó, y ella estaba
de pie sobre el muro del perímetro antes que pudiera terminar de jadear. Miriel
se aferró instintivamente a su túnica cuando una fría ráfaga de viento la golpeó,
e inmediatamente dejó caer las manos a los lados, horrorizada. ¡Uno no se
agarraba simplemente al rey supremo por cualquier motivo!
Al parecer, sin darse cuenta de su angustia, el rey Kirion la soltó y se acercó
al borde, donde procedió a instalarse en su posición anterior. Miriel permaneció
congelada durante unos tensos latidos antes de obligar a sus piernas a moverse.
Se sentó cuidadosamente a su lado, con la distancia de un brazo entre ambos,
haciendo un gran alarde de arreglar sus faldas para darse tiempo a calmarse.
La había tocado y, por algún milagro, no parecía que hubiera notado nada
raro. Ella no quería tentar su suerte permitiéndole una segunda oportunidad.
—¿Te gustan los lugares altos? —preguntó Miriel, una vez más, tratando de
alejar la conversación de sí misma.
—Sólo en lugares donde no se me pueda molestar con facilidad —respondió.
Miriel inclinó la cabeza.
—Entonces siento haberme entrometido en tu soledad.
—No lo hiciste —le aseguró—. Elegí llamarte, ¿lo recuerdas?
Le devolvió la mirada. Sus ojos estaban fijos en ella con la misma expresión
intensa e incomprensible que había llevado desde la primera vez que lo vio.
Rápidamente bajó la mirada hacia las manos que había enhebrado en su regazo.
—Debes pensar que soy rara.
—Más que raro, es curiosidad —dijo—. Simplemente no esperaba ver a la
apacible y tímida princesa de Lithviri bajando por la fachada del palacio con
una habilidad tan practicada, nada menos que con sus galas de la corte. ¿Acaso
iba a reunirse con alguien que no deseaba que los demás vieran?
Miriel no pudo evitar la breve carcajada que brotó de sus labios ante su
franqueza.
—Siempre temí que, si me atrapaban, ese sería el primer pensamiento que
tendrían el rey y la reina, y que no creerían ninguna de mis protestas.
—Se dice que Arandur te ha prometido al heredero Malviri. Como no es un
matrimonio por amor, no me extrañaría que tuvieras un amante.
Ella lo miró con dureza.
—¿Has oído ese rumor incluso en tus propias tierras?
Sus ojos se entrecerraron ligeramente.
—¿Rumor?
Asintió con la cabeza, moviéndose un poco por la repentina incomodidad. No
era algo que debiera discutir con el rey supremo, pero sólo podía culparse a sí
misma por alentar sus preguntas en lugar de tratar de redirigir la conversación
hacia un tema más seguro y apropiado.
—Mi padre no le ha hecho tal oferta al rey Malviri —admitió de mala gana.
Hizo una pausa y luego añadió un poco avergonzada—. Tengo la costumbre de
caminar sola, lejos de las multitudes y el ruido, durante al menos un par de
marcas cada solsticio. Es un tiempo para mí, a solas, para recordar el pasado,
un tiempo que ni siquiera mis padres saben que me permito. Los guardias de
palacio insistirían en acompañarme si entrase en mi jardín de la forma habitual.
Por eso, uso las lianas en su lugar.
—Comprensible —dijo mientras dirigía su mirada hacia las montañas a lo
lejos.
En ese momento, el rey supremo parecía tan triste. A Miriel le entraron ganas
de acercarse y poner una mano en su hombro para consolarlo. Agarró su falda
con fuerza en ambos puños para no actuar con tanta precipitación.
—El pasado puede ser una carga pesada —continuó, con los ojos aún fijos en
algún punto del horizonte—. Por eso me complace compartir mi propio tiempo
de soledad contigo esta noche.
—Apenas estoy en mi segundo siglo de vida —se aventuró a dudar—. No
puedo ni siquiera comprender el peso de un milenio, mucho menos de ocho. No
estoy segura de cuánto consuelo puedo ofrecerte, Su Majestad.
—Tu presencia, por sí sola, es suficiente —dijo, y se volvió hacia ella, con el
calor de su mirada clavada directamente en ella, de modo que su pecho se agitó
dolorosamente en una oleada de emociones confusas.
Y entonces sonrió.
Fue sólo un pequeño levantamiento de las comisuras de sus labios, pero los
efectos que produjo en un rostro ya de por sí exquisito fueron impresionantes.
Incluso en la oscuridad, su rostro parecía irradiar luz, sus ojos se encendían con
una chispa de poder, de vida. Era lo más hermoso y aterrador que había
presenciado nunca, y la dejó momentáneamente demasiado aturdida para
pensar, y mucho menos para reaccionar.
Por eso, cuando Kirion le tendió la mano, Miriel ni siquiera se atrevió a
apartarla. La frialdad de su propia mano fue calentada y la sacó de su
fascinación, sus ojos descendieron hacia sus manos unidas con algo parecido al
pánico. La estaba tocando de nuevo.
Estaba hecho. No le quedaba más que levantar la vista y afrontar las
consecuencias de su descuido. Por pura voluntad, calmó su acelerado corazón
y miró su rostro.
La expresión del rey era intensa, pero no había nada de la ira esperada, la
acusación que ella había temido durante la mayor parte de su vida. En todo caso,
en sus ojos sólo había un indicio de perplejidad durante un breve momento antes
de que Miriel sintiera que le apretaba la mano ligeramente.
¿Podría ser que su madre hubiera tenido razón todo el tiempo? ¿Había pasado
el tiempo suficiente como para no tener que temer el descubrimiento de su
secreto?
—¿Miriel? —inquirió él, con mil preguntas enterradas en su tono.
—Yo... perdóneme, Su Majestad —dijo ella, y luego decidió que un poco de
verdad era necesario aquí—. No estoy acostumbrada al tacto de los demás y me
sobresalté momentáneamente. —Apretó tímidamente su mano en lo que
esperaba que fuera una forma de tranquilizarla.
Sus ojos se volvieron pensativos.
—Arandur mencionó que eras un alma sensible, aunque no creí que lo
hubiera dicho tan literalmente. Mi sola presencia debe pesarte, ya que la fuerza
de mi alma es considerable.
—No me importa —fue lo único que se le ocurrió decir.
Estaba profundizando en las mentiras que estaba acostumbrada a decir,
mucho más de lo que había pretendido con este poderoso ser. No debería haber
permitido que el rey Kirion siguiera creyendo que su aversión a ser tocada se
debía a una fuerte capacidad empática, pero...
Volvió a girar la cabeza para contemplar el paisaje nocturno ante ellos antes
de volver a hablar.
—Debes tener preguntas —dijo—, sobre por qué he venido a tus tierras.
—No me corresponde a mí preguntarlo —dijo Miriel con diplomacia, aunque
su corazón se aceleró un poco por la expectativa—. Como mi padre no me ha
hablado de ello, entonces no debe haber considerado que sea algo que yo
necesite saber. Basta con que Elion esté al tanto.
—O simplemente es que no ha encontrado la oportunidad.
Miriel se puso rígida. ¿Qué estaba tratando de decir? Sus pensamientos
volvieron a la conversación que había tenido ayer con su madre.
—Temía que su razón para venir fuera pedir tu mano...
Sus ojos se posaron en las manos aún unidas y tragó nerviosamente,
sintiéndose repentinamente muy tímida. —Tal vez... —respondió.
Kirion se volvió para mirarla de nuevo, y Miriel casi jadeó ante la fuerza de
la melancolía en sus ojos. Era lo último que esperaba ver.
—Todo el Segundo Reino está actualmente al borde de un gran cambio —
dijo—. Aunque los signos han estado presentes desde hace tiempo, son pocos
los que los han visto por lo que son. De hecho, esas mismas señales son la razón
por la que he buscado la soledad en la noche del solsticio de invierno durante
miles de años. ¿Sabéis, por supuesto, que el trono supremo no tiene heredero
directo?
Ella parpadeó con curiosidad.
—Sí.
El rey suspiró, sonando de repente cansado.
—Lo que el Reino no sabe, fuera de un puñado de almas, es que por el espacio
de una marca hace varios miles de años, el trono sí tuvo un heredero.
Los ojos de Miriel se abrieron de par en par. Pero eso significaría... ¿por qué
demonios le estaba contando este trascendental secreto?
—Tuviste un hijo —dijo en voz baja, una oleada de tristeza la recorrió al ver
el destello de dolor en sus ojos que no podía ocultar del todo.
Asintió con la cabeza.
—Casi desde el primer momento en que pude percibir el alma de mi hijo, la
reina enfermó de muerte, tanto que su sanadora temió no sólo por la vida del
niño, sino por la de la madre. Así, la reina se mantuvo en reclusión durante todo
el embarazo, y el inminente nacimiento nunca fue revelado públicamente en
preparación para lo peor. No hace falta que te diga el estigma asociado a un
nacimiento tan malogrado.
—No —aceptó ella.
—Que haya ganado y perdido un hijo en la noche del solsticio de invierno,
en un día que celebra nuestro vínculo vital con nuestras tierras, me llenó de una
pena tan terrible que me cegó ante la calamidad a la que pronto se enfrentará
nuestro pueblo hasta hace muy poco.
—¿Y has hablado con mi padre sobre esto? —preguntó ella—. ¿Sobre su
difunto hijo?
—No.
Miriel estaba más que sorprendida.
—Entonces por qué...
Kirion volvió a sonreír, y sus palabras se interrumpieron al instante al
perderse en su belleza por segunda vez esa noche.
—Hay algunas cosas que tú, sola, tienes que entender —dijo, levantando la
mano de ella hacia sus labios para rozar un ligero beso en el dorso, sus ojos
observando su rostro con atención.
—Mi padre… no, mi madre… nunca me permitiría servir como consorte real,
ni siquiera al rey supremo —dijo lentamente, sin poder creer que estuvieran
teniendo esta conversación.
Le soltó la mano y se acercó deliberadamente a ella hasta que sus costados
casi se tocaron. Entonces, levantó lentamente las manos y ahuecó suavemente
sus mejillas. Ella se quedó helada, sin saber cómo debía reaccionar, o incluso
cómo quería reaccionar.
—No busco una consorte real —dijo en voz baja—. He venido a sus tierras
en busca de mi nueva reina.
Entonces se inclinó hacia delante y capturó sus labios en un beso firme antes
de que ella pudiera siquiera entender sus palabras. Su primer instinto fue jadear,
abriendo la boca a una lengua resbaladiza que empezó a acariciar sensualmente
la suya antes de que pudiera apartarse. Se estremeció ante esta sensación
totalmente nueva y cerró los ojos, entregándose a la lengua y los labios de él e
intentando corresponderle sin tener experiencia personal.
Miriel podía sentir el poder del rey supremo incluso en su beso, sus labios
exigentes, aunque de alguna manera tiernos, haciendo que ella quisiera darle
todo a pesar de haber pasado tan poco tiempo con él. Todo su cuerpo se sentía
caliente incluso con el frío del aire, mientras que inconscientemente apretaba
sus propias faldas como reacción.
Podía sentir la cálida exhalación de él en sus labios cuando se alejó lo que le
pareció una eternidad, haciéndole cosquillas en la carne ahora hinchada y
sensible. Abrió los ojos y lo vio mirándola fijamente con ojos oscurecidos por
varias emociones que no podía nombrar fácilmente. Fue entonces cuando su
cerebro se puso al día y se dio cuenta de la enormidad de lo que acababa de
ocurrir. Aunque el rey supremo había iniciado el beso con poca antelación, era
innegable que, una vez superado el shock inicial, había disfrutado enormemente
del beso.
—¿Mi-mi rey? —Miriel tartamudeó, con la confusión, el deseo y la timidez
que se agitaban en su interior.
Kirion apoyó su frente contra la de ella y cerró los ojos.
—La reina Althea ha abdicado a su trono —dijo—. Fue con el propósito de
permitir que otra novia de la Casa Vanvir asumiera el título con la esperanza de
que me diera el heredero que Althea no pudo. Sin embargo, ellos no ven lo que
yo veo.
—¿Qué ves? —Miriel respiró, su pecho se apretó dolorosamente en reacción
a mil emociones desconocidas.
Kirion abrió los ojos y se apartó para mirarla solemnemente.
—Que actualmente estamos al borde de otra Plaga de Infertilidad.
Esta vez Miriel sí jadeó en voz alta. La Plaga de la Infertilidad era algo
confinado a las páginas de su historia antigua, algo de lo que había aprendido
pero que nunca pensó que se convertiría en una realidad durante su tiempo.
—Creía que los Sidhe de antaño habían vencido la aflicción —dijo insegura.
—Como la mayoría —coincidió—. Sin embargo, sólo se trató el síntoma, y
ahora la mayoría cree que lo que era sólo un remedio temporal era una cura. Ya
hay una cantidad significativamente menor de niños que nacen en todo el Reino,
especialmente entre los Orvir Sidhe de mi antigua reina. Me temo que la
infertilidad golpeará completamente a las hembras de la Casa Vanvir en la
próxima generación, y el resto de las Casas le seguirán en los próximos mil
años. Es mi mayor deseo dejar a los futuros hijos que pueda tener las mejores
oportunidades para prolongar el futuro de mi línea de sangre.
—La tasa de natalidad aún no ha disminuido tanto aquí entre los Lithviri, por
lo que viajé aquí durante este tiempo intermedio en el que aún no se ha elegido
una novia para mí y no se elegirá hasta el solsticio de verano. Mi plan era
permanecer aquí entre los Lithviri durante el lapso de dos estaciones para
encontrar una novia adecuada —le mostró una sonrisa irónica—. No esperaba
que la princesa Lithviri despertara mi interés trepando por las enredaderas con
tanta intrepidez esta noche.
Miriel bajó los ojos, sin saber cómo reaccionar a su comentario.
—No puedo imaginarme cómo podría interesarle a alguien de su experiencia
ser testigo de un comportamiento tan poco digno —dijo en voz baja.
—Es eso mismo lo que me interesa —dijo él con seriedad, haciendo que ella
volviera a mirarle a la cara. Levantó una mano y le pasó ligeramente las yemas
de los dedos por la mejilla en una caricia cariñosa que le hizo sentir un
cosquilleo en la piel—. En ese momento, pude ver un trozo de tu verdadera
esencia libre de las limitaciones de tu rango. Me atrae como pocas cosas lo han
hecho en estos últimos siglos.
—Pero... —empezó, y luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que
quería decir realmente. Su mente era un torbellino de emociones confusas
gracias a su repentino e inesperado beso. No tenía ni idea de cómo debía sentirse
al respecto, de todo lo que él acababa de decirle.
Kirion se inclinó y la besó en la frente.
—No hace falta que me respondas esta noche —dijo—. Como he dicho, no
esperaba sentir un interés tan fuerte tan pronto después de mi llegada —miró
por encima del hombro—. Además, probablemente ya ha pasado la hora de que
nos reincorporemos a las festividades. Tendremos mucho tiempo para hablar,
para pasar tiempo juntos, en los próximos días si eso es lo que deseas.
Miriel no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en sus labios.
—Será un placer —dijo con sinceridad.
Por muy confundida e insegura que se sintiera sobre el beso que habían
compartido, de lo único que estaba segura era de que quería hablar más con él.
Fuera lo que fuera lo que esperaba del rey supremo, no era esa persona franca y
totalmente accesible que estaba sentada a su lado en el muro del perímetro.
Estaba muy lejos del poderoso ser que había vislumbrado por primera vez en la
sala del trono y que la había hecho temblar.
Se preguntaba si, de hecho, se esforzaba por mantener su poder bajo control,
si este lado más amable de él era una fachada o si realmente había vislumbrado
un poco de su verdadero carácter. Bueno, sólo el tiempo lo diría, y por el
momento, ella estaba más que dispuesta a concedérselo. Ahora que otra persona
la había tocado y había demostrado que sus temores eran inútiles, por primera
vez en su vida, Miriel sentía que el futuro estaba completamente abierto para
ella.
—¿Te acompaño a tu balcón? —preguntó Kirion con un toque de diversión.
Miriel dudó. Probablemente aún faltaban un par de marcas para la
medianoche. Si se apresuraba, aún tendría tiempo de seguir con al menos
algunos de sus planes anteriores. La cuestión era si podría persuadir al rey para
que la dejara hacer.
—Si no le importa, Su Majestad —dijo ella—, ¿puede llevarme al jardín en
su lugar? Todavía hay algo que deseo hacer antes de regresar al gran salón.
—¿Oh? —preguntó él con más interés del que ella hubiera querido.
Le mostró una sonrisa de disculpa.
—Así como tú tienes cosas que deseas recordar en soledad en esta noche, yo
también tengo un lugar que deseo visitar en soledad. Ten por seguro que no
tardaré en llegar.
Kirion la estudió durante un largo e inquieto momento antes de asentir
finalmente y decir:
—Como quieras.
Una vez más, Miriel se encontró envuelta en sus brazos y el mundo se
desvaneció. Un suspiro después, sintió el suelo bajo sus pies.
—Gracias —dijo ella, sintiendo que los brazos de él se soltaban de su cuerpo
mientras se alejaba. No hacía tanto frío aquí, en el suelo, pero se encontró
temblando de todos modos, echando de menos su calor y un poco incomodada
por esa constatación.
Asintió con la cabeza.
—Quizás me honres con un baile cuando vuelvas.
Sus ojos se iluminaron.
—Me gustaría mucho, Su Majestad.
Luego, con una última inclinación de cabeza, el rey desapareció de la vista,
dejándola reflexionar sobre la complejidad del rey supremo.
Miriel atravesó en silencio la puerta que separaba su jardín del jardín de la
reina, y sus ojos recorrieron la oscuridad a su alrededor en busca de posibles
guardias, pero la zona estaba inmóvil. Podía oír los débiles sonidos de las risas
y la música de las profundidades del palacio y, por un momento, una oleada de
preocupación la recorrió.
Sin duda, el rey Kirion se había reunido con sus padres en la mesa alta, y
ellos se estarían preguntando adónde se había ido. Sin saber si el Rey supremo
había revelado a su padre sus intenciones de encontrar una novia, no
necesariamente les informaría de su encuentro fortuito, ni de su promesa de
regresar al gran salón tan pronto como concluyera sus asuntos.
Sin embargo, Miriel llevaba todo el año esperando esa noche, y era un alivio
que aún tuviera tiempo suficiente antes de que terminara el solsticio para
disfrutar de lo que había llegado a considerar su regalo anual.
Se envolvió la capa con más fuerza mientras una ráfaga de viento la
atravesaba. Probablemente, esta noche volvería a nevar. Aunque los magos
elfos impidieron que la nieve entrara en todos los jardines y en el patio, los
terrenos más allá de la muralla estarían sin duda llenos de las hermosas
acumulaciones que a ella le gustaban. Tal vez incluso podría invitar al rey
Kirion a dar un paseo entre ellos.
La idea la hizo detenerse. ¿En qué demonios estaba pensando? Él era su
gobernante supremo. Sólo había pasado menos de una marca a solas con él y ya
empezaba a impregnar sus pensamientos como si lo conociera de toda la vida.
¿Cómo su curiosidad inicial se había convertido en esto tan rápidamente?
Ahora, más que preocupada, Miriel se apresuró a atravesar el jardín de su
madre hasta el pequeño bosquecillo de árboles del centro, deseosa de apartar su
mente del encuentro con el rey por el momento. Bastante inocuo a primera vista,
se trataba de la puerta de entrada de la realeza al Inbetween, el plano de
existencia entre los reinos de los elfos y los humanos.
Con una última mirada a su alrededor para cerciorarse de que estaba sola,
Miriel se introdujo entre un par de árboles concretos y la oscuridad de la noche
fue sustituida instantáneamente por la atmósfera gris y brumosa siempre
presente en el Inbetween. La espesa hierba le hacía cosquillas en los tobillos
mientras se apresuraba a cruzar la vasta pradera, dejando que su sentido de la
espesura del aire que la rodeaba la guiara como siempre hacia el lugar secreto
con el que había tropezado veinte años atrás.
Invisible a simple vista, sólo su curiosidad por saber qué causaba esa extraña
pesadez en el aire una noche del solsticio de invierno en la que buscaba
realmente la soledad, lejos de los cortesanos que reían y bailaban, le recordaba
la carga del secreto que llevaba consigo y que la había llevado a ese asombroso
y maravilloso descubrimiento. Sólo cuando alargó una mano para tocar la zona
en la que el aire parecía casi tan sustancial como el agua, encontró lo que había
llegado a llamar "La Grieta".
Al cabo de unos instantes, Miriel se encontraba en el nexo de aquella pesadez.
Una oleada de emoción la recorrió mientras avanzaba, preguntándose qué
encontraría esta vez. Entonces, sin previo aviso, una mano agarró uno de sus
brazos y la hizo detenerse a mitad de la Grieta, mientras gritaba de sorpresa. Se
dio la vuelta, con el corazón en la garganta, pero sintió que ese mismo corazón
se hundía en la boca del estómago cuando sus ojos se encontraron con la forma
del rey supremo.
Se quedó congelada, incapaz de formar un solo pensamiento coherente
mientras miraba al rey Kirion con los ojos muy abiertos. Había estado tan
concentrada en seguir las variaciones de la densidad del aire que no se había
dado cuenta de que la seguían.
Sin embargo, en lugar de una mirada de castigo, su mirada sólo reflejaba una
leve curiosidad.
—Supongo que ese "lugar" que mencionaste antes está dentro del reino
humano —dijo, señalando con la cabeza su cuerpo, que ya estaba parcialmente
dentro de la Grieta y, por lo tanto, oculto a la vista.
—¿Me ha seguido? —En cuanto las palabras salieron de sus labios, Miriel se
estremeció internamente. No había querido que su pregunta sonara tan
acusadora.
Sus ojos se clavaron en los de ella.
—Imagina mi preocupación cuando tu fuerza vital se desvaneció
abruptamente.
¿Quieres sentirlo? quiso preguntar, pero se obligó a asentir y a relajar los
hombros.
—Mis disculpas por haberle causado tanta preocupación, Su Majestad.
—Miriel —dijo él, levantando la otra mano para acariciar su mejilla—. No
estamos entre la corte de los elfos. No es necesario que seas tan formal conmigo
cuando estamos solos.
Le dirigió una sonrisa tímida, tratando de ignorar lo suave y agradablemente
cálida que se sentía la mano del rey apretada contra su mejilla.
—Todavía me encuentro de vez en cuando hablando formalmente con mi
padre cuando estamos solos, la costumbre está tan arraigada, pero lo intentaré.
Su mirada se dirigió a la Grieta y frunció el ceño.
—Has abierto un curioso tipo de camino. Nunca lo había visto hacer de esta
manera.
Miriel se encogió de hombros, nerviosa.
—Yo no la he creado —admitió, pero no dio más detalles.
—Arandur, entonces —dijo Kirion pensativo, y Miriel no le corrigió,
esperando que dejara el tema por completo. Volvió a dirigir esa mirada
pensativa hacia ella—. ¿Es realmente un lugar que deseas visitar dentro del
reino humano? —preguntó de repente.
—Lo es —dijo Miriel lentamente, preguntándose por el extraño trasfondo de
emoción que oía en su tono.
Hizo una pausa y se volvió para mirar la Grieta, pero aún no podía ver lo que
había más allá. ¿Se atrevía a revelarle ese secreto tan particular, que ni siquiera
su madre conocía?
—¿Te gustaría acompañarme? —preguntó Miriel, vacilante, mirando hacia
atrás para medir su expresión—. Es mejor que lo veas por ti mismo, ya que
nunca podría esperar describirlo como se merece.
Kirion le soltó el brazo y le cogió la mano, uniendo sus dedos.
—No he tenido una invitación más intrigante en milenios —dijo con una
pequeña sonrisa—. ¿Puedes decirme al menos qué región vamos a visitar?
Miriel sonrió.
—Creo que lo dejaré como una sorpresa —respondió burlonamente,
maravillada por su propia audacia. Ayer habría preferido cortarse el brazo antes
que hablar con tanta libertad y familiaridad con el rey supremo.
Entonces lo arrastró a través de la Grieta antes de que pudiera comentar. Sus
ojos fueron asaltados casi inmediatamente por cientos de luces de colores, y
Miriel no pudo evitar soltar una carcajada de absoluto placer. Había esperado
que fuera esta escena en particular la que los recibiera. Se volvió hacia su
compañera emocionada, pero en lugar de asombro, la expresión de Kirion era
alarmantemente pétrea e ilegible.
—Miriel... esto es... —su tono estaba mezclado con algo parecido a la
conmoción si hubiera sido cualquier otra persona la que hablara, mientras sus
ojos captaron lentamente el bosque de luces multicolores que tenían ante ellos.
Y era un bosque, o al menos una arboleda considerable. En ese momento se
encontraban en la entrada de un espectáculo que ella había recorrido más de una
docena de veces en los últimos veinte años.
El pecho de Miriel se apretó dolorosamente en un principio de pánico. Su
reacción distaba mucho de lo que ella esperaba. ¿Había cometido un gran error
al traerlo aquí? Era casi como si al ver algo que obviamente no entendía hubiera
cambiado todo su comportamiento al de alguien que acababa de presenciar un
peligro totalmente inesperado.
Le apretó la mano con inseguridad.
—No pasa nada. Aquí no hay peligro.
—Esto no es el reino de los humanos —afirmó Kirion, con los ojos fijos en
lo que era, para él, una escena totalmente ajena.
—Lo es —insistió ella—. Sólo que no es el que nadie ha visto nunca. Al
menos no todavía.
—¿Todavía no? —repitió él, mirándola con el ceño fruncido.
Miriel negó con la cabeza.
—Me estoy explicando mal—Señaló detrás de ellos—. Esa puerta no la hizo
mi padre ni, sospecho, nadie más.
La comprensión brilló en sus ojos.
—Un desgarro natural en el tejido de la realidad, entonces —aventuró.
—Eso es lo que yo también creo. Me topé con ella hace veinte años. Es una
puerta que sólo aparece el día del solsticio de invierno. Al principio, todo esto
me confundía tanto como a ti, pero después de explorar las maravillas de este
lugar, llegué a comprender, con el paso de los años, que éste es, en efecto, el
reino humano, sólo que un reino humano muy, muy lejano en el futuro.
Los ojos de Kirion se entrecerraron con fuerza antes de darse la vuelta, con
su mano apretada alrededor de la de ella como si temiera que saliera corriendo,
y se acercó a uno de los árboles más cercanos que bordeaban los límites de un
sendero lo suficientemente grande como para que un carruaje lo recorriera, con
sus ramas y su tronco envueltos en hilos de aparentemente cientos de pequeñas
luces de color rojo, verde, azul y blanco. Sus botas apenas si molestaban el suelo
cubierto de nieve, una consecuencia de la incapacidad de un Sidhe para
manifestarse completamente dentro del reino humano, algo que ella había
lamentado a menudo en el pasado.
Extendió la mano libre y tocó con precaución una de las luces azules. Cuando
no le quemó, la agarró entre el pulgar y el índice y la apretó ligeramente, con
los ojos escrutando.
—Es de cristal —dijo finalmente tras un largo momento de silencio sólo roto
por el suave silbido del viento—. Sin embargo, aunque mi mano sólo se haya
manifestado a medias en este reino, esperaba sentir al menos una pizca de calor,
ya que esta rareza arde por dentro con energía —soltó la luz y se volvió para
mirarla con bastante intensidad—. ¿Has visto humanos en este lugar? ¿Fueron
ellos quienes iluminaron los árboles de esta extraña manera?
Miriel asintió y luego señaló hacia el norte.
—También hay una ciudad humana cerca, a menos de una marca de distancia
a pie. Basta con visitarla para ver que su progreso supera en eones a todos los
asentamientos humanos que he presenciado al entrar en el reino humano por las
puertas habituales. Este espectáculo que tenemos ante nosotros se hizo para
celebrar su propia versión del solsticio. También han revestido muchas de sus
estructuras con estas luces. Los humanos lo llaman 'Navidad'.
—No percibo nada más que la fauna local.
—Probablemente es mucho antes del amanecer aquí. Cada vez que he
atravesado la Grieta, nunca es el mismo día, nunca es el mismo momento del
día. Hubo momentos en los que salí a la luz del mediodía. Aunque la Grieta del
Intermedio sólo se abre durante el solsticio de invierno, lo que hay más allá es
siempre una sorpresa. Lo único consistente ha sido que siempre está a pocos
días del solsticio en este lado.
—¿Por qué no has contado a tus padres un descubrimiento tan extraordinario?
—Temía que me prohibieran volver, y mis visitas anuales a este lugar se han
convertido en algo muy querido para mí.
Kirion suspiró.
—Tendrían razón en prohibírtelo. Los caminos que se abren naturalmente
entre los dos reinos son siempre inestables, peligrosamente. Cada vez que los
atraviesas corres el riesgo de quedarte atrapada aquí —volvió su mirada hacia
los árboles bellamente iluminados, y su expresión se suavizó—. Sin embargo,
puedo entender lo que te atrae para volver —Miriel le apretó la mano con
entusiasmo—. Entonces permíteme mostrarte más. Esto no es más que el
principio de un camino que lleva a varias muestras de las creaciones de los
humanos. He visto a muchos humanos a lo largo de los años caminando o
montados en un carro por este mismo camino y deleitándose con este
espectáculo visual tanto como yo.
Mientras caminaban, comenzó a caer una ligera nevada. No pasó mucho
tiempo antes de que los pequeños copos se convirtieran en una espesa ráfaga.
Imaginó que, si alguno de los humanos pudiera verlos ahora, sólo aparecerían
al ojo humano como sombras caminando de la mano bajo la nieve que caía. No
podía decidir si eso sería una visión romántica o desconcertante.
Unos cuantos copos le hicieron cosquillas en la nariz, y Miriel no pudo evitar
reírse con alegría.
—Me encanta cómo se sienten los copos de nieve revoloteando contra mi piel
aquí en el reino humano —confesó ante la mirada interrogante de Kirion—. No
más sustancial que un aliento fresco.
Los labios del rey se torcieron ligeramente.
—No sólo la nieve, sino que puedo ver cómo te deleitas con un chaparrón
repentino.
—Se sabe que he hecho eso una o dos veces —ella aceptó con una sonrisa.
Una ligera curva en el camino le llamó la atención y su sonrisa se amplió—.
¡Oh! ¡Hemos llegado!
Olvidando momentáneamente que era el rey supremo a quien llevaba de la
mano, Miriel tiró con entusiasmo de Kirion hacia adelante al doblar la última
esquina, y los árboles iluminados dieron paso a un amplio claro lleno de las
creaciones iluminadas que ella quería que viera. Luego se detuvo y volvió a
mirar a su compañero, emocionada por ver su reacción.
Tal vez fuera el resultado de miles de años de educar habitualmente sus
emociones, pero la única reacción que mostró fue un leve ensanchamiento de
los ojos al asimilar la escena que tenía ante sí. Varios escenarios habían cobrado
vida gracias al arte de los cables y a la multitud de esas pequeñas luces
multicolores. Unos pasos más adelante, unos armazones de alambre envueltos
en hilos de luces blancas con las inconfundibles formas de varios ciervos se
agachaban como si fueran a pastar la vida vegetal que asomaba a través de la
nieve en sus "pezuñas". A pocos pasos de los ciervos, un grupo de mini árboles
creados enteramente con alambre y luces parecía titilar de forma similar a las
estrellas del cielo nocturno.
Kirion soltó su mano y se acercó cautelosamente a uno de los ciervos y
observó en silencio cómo su cabeza se hundía lentamente en el suelo y volvía a
levantarse una y otra vez.
—¿Cómo se logra esto? —preguntó mientras Miriel se acercaba a su lado.
—No estoy segura —respondió ella—. Nunca los he visto erguidos, sólo
ocasionalmente movidas.
El rey asintió y luego su mirada se fijó en algo más allá de los árboles de
alambre. Miriel apartó su atención de él y casi se echó a reír cuando se dio
cuenta del objeto que había captado su atención.
—Esa es una representación de una figura que los humanos llaman "Santa
Claus"—ofreció, sin poder evitar completamente la diversión en su voz—. Al
parecer, trae regalos a todos los niños humanos cada año durante la celebración
de la Navidad.
Kirion se volvió hacia ella, con una expresión de clara perplejidad.
—Eso no parece posible.
Miriel se encogió de hombros.
—Tal vez sea sólo una historia.
—Tal vez.
Pasaron los siguientes momentos paseando y observando todas las coloridas
creaciones. De vez en cuando, el rey le hacía alguna pregunta, pero por lo
demás, lo observaba todo en silencio. A Miriel no le importaba. Era más que
suficiente poder mostrarle todo aquello. De hecho, se alegró especialmente de
que fuera el primero del reino de los elfos, aparte de ella, en verlo. Cuando antes
había expresado su deseo de pasar más tiempo con ella, probablemente nunca
se había imaginado que lo pasarían maravillándose con estas creaciones
humanas.
—Aquí está la prueba final ante mí —dijo Kirion de repente, mientras estaban
ante una hilera de palos con ganchos rojos y blancos, mirándola con ojos que
parecían penetrar hasta su alma.
—¿Prueba? —repitió confundida mientras se retorcía instintivamente bajó su
mirada.
Él le tomó lentamente el rostro entre sus manos y le pasó los pulgares
suavemente por las mejillas.
—Que una vez fuiste humana.
Que alguien conociera su secreto más profundo de forma tan descarnada le
pareció tan chocante que lo único que pudo hacer Miriel fue quedarse
paralizada, su mente se detuvo en una mezcla de pánico y miedo, pero no sólo
eso, sino que se sintió afectada.
Ya no me querrá.
Caminando juntos entre los despliegues de luz, sintiendo tanta alegría por
poder compartir una de sus pocas actividades atesoradas con el rey Kirion, se
dio cuenta de lo mucho que le había permitido entrar en su corazón esta noche.
Una humana no era ningún tipo de compañera para el rey supremo de los elfos,
por mucho que ahora se pareciera a una elfa.
—Por favor, no se enfade, Su Majestad —suplicó Miriel—. Mi padre sólo
quería protegerme de la censura. Sé que deberíamos habérselo dicho
especialmente, pero...
Kirion se inclinó bruscamente y la silenció con sus labios. Miriel estaba tan
conmocionada que permaneció inmóvil e insensible, su mente incapaz de
comprender lo que estaba sucediendo. Él se apartó tras unas suaves caricias de
sus labios, pero siguió acunando su rostro entre sus manos.
—No estoy enfadado, Miriel —dijo en voz baja—. Supe desde el momento
en que tú y Elion os pusisteis delante de mí ayer en la sala del trono que tenías
un alma humana.
—Usted... lo sabía…
Asintió con la cabeza.
—No es muy conocido, pero puedo leer fácilmente las almas de los demás
como si fueran las almas de mis propios hijos.
—Entonces, ¿por qué...? —Miriel se interrumpió y bajó los ojos, incapaz de
continuar. El rey le levantó la barbilla y le ordenó con firmeza:
—Mírame.
Ella accedió a regañadientes. El peso de esos ojos antiguos que la miraban
era casi demasiado para soportarlo, pero se obligó a no apartar la mirada.
—¿Te crees indigna de mí? —adivinó él. Cuando ella permaneció en silencio,
él le soltó la barbilla y la estrechó entre sus brazos—. ¿No he confesado ya
cuánto me ha atraído la esencia de tu espíritu? No pensé en otra cosa que en ti
desde el momento en que nos separamos en tu jardín. Saber que una vez fuiste
humana sólo fortaleció mi deseo de conocerte, de experimentar el mundo a
través de los ojos de alguien que era más que un Sidhe.
Suspiró y la abrazó con más fuerza contra su cuerpo. La sorpresa y la
incertidumbre hicieron que sus brazos quedaran sueltos a los lados.
—Para alguien que ha vivido tanto tiempo como yo, tu singularidad es algo
que deseo casi tan desesperadamente como mi deseo de tener un hijo, si no,
temo que pronto me estanque. Nadie más podría ser un compañero más digno.
—No deberías pensar tanto en mi potencial —susurró Miriel contra su
pecho—. Sólo te decepcionará.
—Que lo creas de verdad es la razón por la que no lo harás.
El tono del rey contenía una nota extraña, y Miriel levantó la cabeza para
mirarlo interrogante. La intensa mirada de Kirion la hizo temblar de aprensión
y de algo parecido a la excitación. Nunca nadie la había mirado con tanta
intensidad.
—Hace tal vez siglos que no deseo nada ni a nadie —dijo—. Deseo mostrarte
cuánto, aquí bajo la nieve que cae rodeada de esta maravilla visual, si me lo
permites.
Lentamente, Miriel levantó los brazos para rodear su cintura, devolviéndole
el abrazo mientras su mente daba vueltas. Entregarse tan íntimamente a otro era
algo que creía que nunca experimentaría, pues temía que un simple contacto
revelara su humanidad. Aunque siempre había sentido curiosidad por el acto en
sí, casi se sorprendió de lo mucho que lo deseaba, de lo mucho que quería
experimentarlo con él. Parecía apropiado que su primera experiencia erótica
fuera aquí, un lugar donde ambos existían físicamente por igual dentro de los
dos reinos.
—Sí —respondió Miriel con sencillez, y la sonrisa de él como respuesta fue
tan hermosa e hipnotizante como antes.
Kirion soltó el agarre de la cintura de ella y levantó las manos para soltar el
broche de su cuello y abrir la capa. Le quitó la capa de los hombros y la extendió
sobre el suelo cubierto de nieve, entre la hilera de bastones de caramelo
parpadeantes y un gran muñeco de nieve que se iluminaba con fuerza desde
cada uno de los tres segmentos que componían su cuerpo. Entonces Miriel fue
levantada repentinamente y cayó sobre la capa, sus labios buscaron hambrientos
los suyos antes de que ella pudiera hacer más que jadear.
No hubo reservas en el beso del rey supremo, su lengua se sumergió en la
boca de ella incluso cuando se tragó su jadeo. Esta vez la lengua de ella se movió
para enredarse lentamente con la de él, aunque un poco tímidamente. Las
nuevas sensaciones la hicieron temblar, y se agarró a sus hombros con fuerza
mientras él se cernía sobre ella, desesperada por encontrar algo a lo que aferrarse
mientras empezaba a ahogarse en tantas sensaciones nuevas y emociones
desconocidas.
Una de las rodillas del rey se interpuso entre sus piernas extrañamente
abiertas, incitándola a que las abriera más, antes de que él empujara la falda de
su vestido hacia arriba y se acercara para acomodar su cuerpo entre los muslos
de ella con un firme y agresivo empuje de sus caderas contra su ingle ahora
desnuda. Podía sentir su calor incluso a través de su traje de etiqueta, y una
sensación de excitación nerviosa y satisfacción la invadió.
No le importaba que estuvieran prácticamente expuestos aquí, en medio de
las exposiciones navideñas, a cualquiera que pasara por allí, dos sombras
moviéndose en medio de la pasión. En ese momento, el mundo sólo consistía
en los cosquilleantes copos de nieve que caían sobre ellos y Kirion.
Los labios de él bajaron por la barbilla de ella hasta la base de su cuello
mientras sus manos se ocupaban de desatar el corpiño. Dejó escapar un gemido
de sorpresa cuando la boca de Kirion se fijó en su punto de pulso y chupó con
fuerza. Encontró que una de sus manos se levantaba por sí sola del hombro de
él para recorrer el cabello dorado que se desparramaba sobre sus hombros y le
hacía cosquillas en la cara, las delicadas hebras se deslizaban sobre sus dedos
con más suavidad que la seda.
Miriel no tardó en sentir el aire fresco contra sus pechos cuando por fin se
liberaron de detrás de aquel grueso y restrictivo material. Kirion deslizó la
palma de la mano por la curva de su pecho izquierdo hasta que lo agarró con
firmeza y posesión, amasando con los dedos. Bajó la boca hacia el otro,
aferrando el pezón y procediendo a atormentar el bulto que se endurecía
rápidamente con los dientes y la lengua mientras ella se retorcía y jadeaba bajo
él.
El rey se movía tan rápida y agresivamente que Miriel no podía pensar con
claridad. Así de cerca, la fuerza de su aura era también casi abrumadora,
envolviendo todo su cuerpo hasta que se sintió como si la abrazaran dos
hombres.
—Kirion —gimió, suplicó, y sus dedos se aferraron a su hombro y a su
cabello.
Él levantó la cabeza, con los ojos entrecerrados por una inconfundible lujuria
que rápidamente se transformó en preocupación como reacción a algo que debió
ver en la expresión de ella. Le acarició la mejilla con suavidad.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó.
Miriel le ofreció una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.
—El poder que fluye naturalmente de tu cuerpo puede ser algo abrumador a
veces —admitió.
Kirion se levantó para besar sus labios suavemente. Ya podía sentir que la
presión que la rodeaba disminuía significativamente.
—¿Mejor? —preguntó él, con su boca apenas a un suspiro de la de ella.
Sus labios rozaron brevemente los de él cuando asintió, haciéndola temblar
mientras una ráfaga de sensaciones inundaba el tejido hipersensible. Luego, su
boca volvió a presionar con firmeza contra la de ella, y su mente se volvió
rápidamente confusa por el placer que le produjo el hecho de que él empezara
a apretar lentamente sus caderas, aún vestidas, contra la ingle desnuda de ella.
Los brazos de Miriel se enredaron en su cuello y sus muslos se apretaron
instintivamente alrededor de sus caderas mientras el suave material de sus
calzones se frotaba deliciosamente contra el centro de su placer hasta que ella
se mojó y levantó las caderas con abandono para unirse a él en su sensual danza.
Demasiado pronto, Kirion detuvo sus caderas, haciendo que un ruido
involuntario de protesta saliera de los labios de ella. Miriel podría haberse
avergonzado de su total pérdida de control si su mente no hubiera estado
reducida a papilla.
Kirion bajó una mano entre sus cuerpos hasta donde palpitaba entre sus
piernas, sus dedos pasaron como fantasmas sobre su clítoris, haciendo que ella
se arquease instantáneamente contra su mano en busca de más de esa deliciosa
fricción.
Miriel separó su boca de la de él con un jadeo.
—Por favor, Kirion, necesito... —suplicó, apretando su cuello
desesperadamente.
Los labios de Kirion se torcieron ligeramente, y entonces introdujo
bruscamente dos de sus dedos en su interior. Miriel echó la cabeza hacia atrás
con un grito ante esta nueva sensación. Apretó los músculos internos en torno a
esos dedos mientras él empezaba a introducirlos y sacarlos de ella lenta y
cuidadosamente, con el pulgar frotando firmemente su clítoris en círculos lentos
y deliberados, hasta que ella estuvo a punto de perder la cabeza de placer.
Sus labios estaban de nuevo en su garganta, besando y chupando su carne
húmeda con agresividad, con la intención de marcarla como suya incluso
mientras seguía dándole placer hasta el borde del clímax. Cuando Miriel
finalmente llegó al límite, sintió como si la tremenda presión que había estado
acumulando en su ingle hubiera explotado literalmente. Se estremeció
violentamente mientras una oleada tras otra de placer se estrellaba en su cuerpo,
inundando sus sentidos tan completamente que no pudo respirar durante lo que
le pareció una eternidad.
Y aun así Kirion continuó introduciendo sus dedos en ella, besándola
suavemente a lo largo de sus mejillas y labios hasta que sus caderas arqueadas
se desplomaron de nuevo en el suelo. Con un último lametón y beso en la boca
de ella, Kirion retiró sus dedos y se sentó para bajarse los calzones lo suficiente
como para liberar su miembro hinchado.
Volvió a colocarse en la entrada de la mujer, frotando la cabeza de su polla a
lo largo de su pliegue y contra su clítoris, aún palpitante, un par de veces antes
de penetrar bruscamente en su interior hasta la empuñadura. Miriel gritó y se
arqueó contra la ingle de Kirion cuando una fuerte sacudida de dolor le subió
por la columna vertebral, pero luego rodeó su cintura con las piernas y levantó
los brazos temblorosos para tirar de él hacia su cuerpo.
Kirion se detuvo un momento, con los ojos cerrados y la frente pegada a la
de ella, permitiéndole adaptarse a la considerable circunferencia que estiraba su
virgen pasaje. Sus dedos la habían aflojado un poco, pero seguía estando
increíblemente tensa. Sólo cuando su temblor disminuyó y ella empezó a
retorcerse un poco bajo él, abrió los ojos y empezó a empujar sus caderas con
un ritmo lento y constante.
Los dedos de Miriel se aferraron a la túnica que cubría su espalda mientras
las profundas y poderosas embestidas del rey rozaban lugares sensibles dentro
de ella que no sabía que tenía, avivando las llamas de su placer una vez más.
Casi podía sentir que sus ojos la tocaban mientras él observaba su rostro con
atención sin perder nunca el ritmo.
Se esforzó por sostenerle la mirada, queriendo ver el momento de su clímax,
para quizás verle perder un poco de esa poderosa conducta de rey y saber que
era ella la que le había hecho perderla. Como si leyera sus pensamientos, Kirion
sonrió y bajó la cabeza para besarla sin aliento, sus caderas empezaron a
aumentar su velocidad hasta que una vez más la había acariciado hasta el
clímax. No fue hasta que él dio una última y fuerte embestida y un torrente de
calor cubrió su pasaje que Miriel se dio cuenta de que había cerrado los ojos
mientras se corría, abriéndolos con el tiempo suficiente para ver la cara de
Kirion contorsionarse durante unos latidos en éxtasis.
Su rostro de pasión era tan hermosa como su sonrisa.
Tal vez fue una suerte que esto hubiera ocurrido dentro del reino humano.
Miriel se imaginaba que ya estarían medio congelados si Kirion se hubiese
atrevido a cogerla mientras yacía entre las derivas que en ese momento
rodeaban el palacio de Lithviri. Por así decirlo, las ráfagas de nieve que el viento
soplaba sobre sus cuerpos parcialmente expuestos mientras permanecían
entrelazados por encima de su capa se sentían tan suaves y agradables como una
brisa fresca en lugar de dolorosamente heladas. A menudo se había lamentado
de su estado sombrío mientras exploraba el reino humano, pero después de esta
noche, no volvería a quejarse.
—Puedes decirme… —dijo Kirion, rompiendo el cómodo silencio del sofoco
que había caído entre ellos—, ¿cómo una niña humana acabó siendo la princesa
Lithviri?
Miriel levantó la cabeza para mirarlo. Sabía que esa pregunta llegaría y se
había preparado para ella.
—El rey me encontró vagando por el Inbetween cuando tenía cinco años —
—respondió—, hambrienta, sedienta y asustada en un lugar que bien podría
estar en otro planeta.
Una ceja rubia se arqueó mucho más.
—¿El Inbetween? ¿Cómo, en nombre de los Altos Poderes, has podido entrar
sin la ayuda de un Sidhe?
—Honestamente no lo sé. Mi padre cree que me tropecé con una vieja puerta
que quedó en el olvido. Todo lo que sé es que un momento estaba corriendo por
el bosque detrás de mi casa, y luego, entre un parpadeo y el siguiente, estaba
atravesando un campo de flores silvestres bajo un cielo gris.
Kirion acarició distraídamente su cabello.
—Tan joven, ¿no fuiste capaz de poner nombre a tu casa?
Miriel negó con la cabeza.
—Si me hubiera llevado de vuelta al reino humano a través de una puerta
creada por sí mismo, habría sido imposible volver a encontrar mi hogar por
mucho que hubiéramos buscado —señaló los adornos que los rodeaban—. Es
la misma razón por la que conocí el significado de todo esto. Esta sociedad, esta
época de la historia de la humanidad está muy cerca de aquella en la que nací.
Su mano se detuvo.
—Una niña humana del futuro...
—Sí, aunque no lo descubrimos hasta que mi padre empezó a llevarme al
reino humano después de un par de décadas de vivir en el mundo de los elfos,
y me di cuenta que se trataba del reino humano como había sido varios miles de
años en el pasado. Por lo tanto, no había ninguna puerta, aparte de la que me
había traído inicialmente a través del tiempo y el espacio, que pudiera enviarme
a casa, y nunca se encontró. La Grieta que cruzamos esta noche para venir aquí
puede muy bien ser la misma, pero no importa. La familia que dejé atrás era una
familia abusiva, y no tengo ningún deseo de reclamar mi humanidad.
—Entonces, ¿por qué venir aquí?
Miriel sonrió tímidamente.
—Supongo que por razones sentimentales. La época de Navidad y todo el
espectáculo que la rodea era algo que me encantaba de pequeña. Era el único
aspecto luminoso dentro de tantos recuerdos oscuros.
Kirion negó con la cabeza.
—Me parece sorprendente que Arandur e Isilya hayan conseguido mantener
el secreto de tus orígenes humanos durante tanto tiempo.
—Sólo ellos y Elion saben la verdad. Padre efectuó personalmente una
transición en mi cuerpo.
—Es un mago excepcional —aceptó Kirion—. Debo asegurarme de
agradecerle a fondo el extraordinario regalo que me ha proporcionado.
Miriel arrugó la nariz en señal de confusión.
—¿Regalo?
Se inclinó y le dio un suave beso en la nariz.
—Mi nueva novia.
—¿Estás tan seguro de quererme? —preguntó Miriel, sintiéndose
repentinamente con alfo de vergüenza.
—¿No acabo de demostrártelo? —dijo él, con su mano bajando por su
espalda para apretarle el trasero juguetonamente.
En lugar de sentirse avergonzada, sus acciones le hicieron sonreír.
—Debo advertirte que mi madre está muy contenta porque aún no me caso y
vivir en el palacio indefinidamente.
Kirion sonrió y la abrazó con más fuerza contra su pecho.
—Entonces, tal vez tengamos suerte de tener todo el invierno y la primavera
para hacerla cambiar de opinión.
Cristina Rayne es la autora de la serie Claimed by the Elven King. Descargue
la primera parte de la primera serie de forma gratuita en algunas tiendas online.
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Shadows Beneath.
Somos grupos de traductores independientes que aman la lectura.
Traducimos libros que sabemos que les pueden gustar. Saga que empezamos la
terminamos, así que siéntanse tranquilos de empezar libros bajo nuestro
nombre, ya que estarán completos.
Home For The Howlidays

Chloe Cole

Traducción de Fans para Fans, sin fines de lucro


Traducción no oficial, puede presentar errores
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1
Sinopsis

Nicklaus Maslov dejó Stone Creek, Montana, en su espejo


retrovisor hace tres años y nunca planeó volver. Las
costumbres de su manada eran anticuadas, y la chica que
amaba nunca sería suya. Pero cuando su padre, el alfa de la
manada, le envía un mensaje urgente, no puede negar el
instinto de protección que lo atrae de vuelta a su ciudad natal,
ni la atracción de la cual se alejó...
A Petra Stevens le han pisoteado el corazón una vez y jura
que no volverá a ocurrir. Cuando su antiguo amante y
compañero de manada regresa a Stone Creek, toda la rabia y
el dolor que sintió cuando él se fue salen a la superficie... junto
con otros sentimientos que no puede controlar. Si puede
evitarlo mientras esté en la ciudad, las cosas irán bien.
Pero el destino tiene otros planes.

2
Capítulo 1

—Hijo de puta.
Nicklaus se ajustó con más fuerza la parka alrededor de
sus hombros e hizo una mueca cuando otro globo húmedo de
nieve se deslizó por el interior de su bota. No echaba de menos
esta parte de Montana. Incluso con su temperatura corporal
tres grados más alta que la de un ser humano normal, los
inviernos aquí seguían siendo tan fríos como una puta mierda.
Atravesó el metro de polvo blanco que conducía a su nueva
casa, refunfuñando en voz baja durante todo el camino. Si su
hermano pudiera verlo ahora. Ivan se habría reído a carcajadas
y le habría dicho que vivir en Aruba lo había ablandado. Tal
vez lo había hecho, pero el conocimiento no lo calentaba en lo
más mínimo.
De hecho, hasta ahora, estar de vuelta en su ciudad natal
era todo lo que había imaginado que sería cuando se había ido
tres años atrás.
Nada bueno.
Los recuerdos se agolpaban sobre él como una bandada de
cuervos furiosos, y por mucho que lo intentara, no podía
luchar contra ellos.

3
—Como puedes ver, el lugar necesita algo de amor. Hace
tiempo que una familia no vive aquí, así que está un poco tosco
en los bordes. Tal vez sea yo, pero me gusta así. —La menuda
y rubia agente inmobiliaria lanzó una sonrisa por encima del
hombro que sugería que la deteriorada cabaña no era lo único
que tenía un aspecto un poco tosco y de su agrado.
Se pasó una mano por su barbilla rasposa y reprimió su
irritación. No era culpa de ella que el único lugar para alquilar
a corto plazo en un radio de treinta kilómetros fuera este
agujero de mierda. Además, él no necesitaba mucho. Un
recipiente para orinar, una sartén, algo de comida y una
hornalla para cocinarla eran suficientes.
Y calor. Definitivamente, algo de calor.
La mujer abrió la puerta principal con una llave y ambos
zapatearon para quitarse el barro antes de que ella lo
condujera a la austera y anticuada cocina.
—Compré las cosas que habías pedido y conecté la nevera
para ti, así que deberías tener todo listo. El café está ahí. —
Señaló con la punta del dedo un par de armarios de madera de
arce desgastados antes de extender la otra mano. —Y aquí
están las llaves. La puerta trasera y la delantera comparten el
mismo mecanismo de cierre, y la segunda llave es para el
cobertizo de atrás. Allí hay un soplador de nieve si lo necesitas,
así como algunas palas y demás.
Dejó su bolsa de viaje y tomó las llaves de ella, forzando
una sonrisa cortés. Lo único que quería era recostar la cabeza

4
y dormir un poco. Había tenido un largo vuelo, y no había sido
capaz de detener el parloteo de su cerebro ni un segundo.
—Sé que dijiste que hacía tiempo que no volvías, y hay
unos cuantos sitios nuevos para comer que han abierto. Moe's
Grill, en la esquina de Main y Barstow, está bastante bien si te
gustan las costillas y cosas así, y luego un pequeño cuchitril
llamado Caroline's, en la calle Market, tiene unos guisos y una
sopa fabulosos, perfectos para una comida de invierno. —Le
dedicó una prolongada sonrisa y se acarició el cabello. —Si
necesitas a alguien que te ayude a familiarizarte con la zona,
tienes mi tarjeta.
Ella le sostuvo la mirada demasiado tiempo y él tragó un
suspiro. ¿Qué tenía él que las mujeres arrogantes y estiradas
parecían ir en masa en su dirección? Ese no era su tipo, pero
eso no las detenía. Tal vez fuera la barba desaliñada que lo
hacía parecer peligroso o algo así.
Tomó nota mentalmente de que debía afeitarse cuando
tuviera la oportunidad, porque cuanto menos atención
recibiera, mejor. De hecho, si conseguía entrar y salir de la
ciudad antes de Navidad sin cruzarse con nadie conocido
aparte del hombre al que había venido a ver, sería más feliz
que un cerdito en una casa de ladrillo.
—Agradezco la oferta, Marjorie. —Le puso una mano en el
hombro, que se sentía huesudo incluso a través de las capas
de su parka de plumas, y la condujo hacia la puerta. —Y

5
gracias por encontrar este lugar con tan poca antelación. Sé
que ha sido duro para ti.
Ella hizo un gesto con la mano como si no hubiera sido
nada mientras él abría la puerta. —Cuando quieras. Llama si
necesitas algo... lo que sea —dijo, esta vez añadiendo un guiño
para asegurarse de que la entendía.
—Lo haré. —No realmente.
—Además, se supone que esta noche habrá mal tiempo,
así que ten cuidado. —Se rodeó la cintura con los brazos y salió
al frío de Montana.
Él la vio irse, soltando un suspiro de alivio. Un obstáculo
superado. Sólo faltaban diez más.
Diablos, eso era un eufemismo. El hecho de tener que
lidiar con cualquier asunto de la manada para el que su padre
lo había convocado contaría por una docena.
Tal vez después de la siesta se daría una vuelta por la
ciudad y encontraría uno de esos nuevos restaurantes. Un
plato de estofado caliente le vendría muy bien ahora y le daría
un último respiro antes de la reunión de mañana.
Subió el termostato y se metió en la estrecha cama que
estaba en la esquina más alejada de la cabaña de una sola
habitación. No había cerrado los ojos ni un segundo cuando
los recuerdos volvieron a invadirlo.
La visión del ataúd de su gemelo cuando lo enterraron.
La cruel pelea con su padre.
Y Petra. Siempre Petra.

6
***
—Quiero un litro de Italian Wedding para llevar.
Petra Stevens se puso detrás de la barra y se pasó una
mano por la frente, echando un rápido vistazo al reloj. Faltaba
más de una hora para el cierre y los pies ya la estaban
matando. —Claro que sí, Sra. Davis. Unos cinco minutos.
¿Quiere un poco de pan para acompañar?
—Oh, sí. Frank se disgustaría mucho si llevara la sopa a
casa sin él. —La sonrisa casi desdentada de la anciana hizo
que Petra quisiera devolverle la sonrisa a pesar de sus
doloridos dedos, y no luchó contra el impulso.
—Pondré un poco más en la bolsa, entonces.
La Sra. Davis se acomodó en uno de los taburetes de la
barra y Petra entró en la cocina arrastrando los pies.
—Una Italian Wedding grande para llevar.
Su mejor amiga y socia, Lita, se paró frente a la cocina
industrial y le dio un alegre pulgar hacia arriba. —Ya lo tienes,
chiquilla.
¿Chiquilla?
—¿Qué te tiene tan animada? Esta noche volverá a nevar
y mañana lloverá a cántaros. El trabajo será una mierda, y tú
estás aquí sonriendo como una loca.
Habían tenido tres días buenos seguidos, lo cual era un
milagro, pero hasta ahora, el invierno las estaba matando y

7
aún no era Navidad. Si hubiesen tenido más personal que ellas
dos y Rosie, su empleada a tiempo parcial, habrían tenido que
despedirlos por la temporada.
Aparentemente, lo que tenía a Lita de tan buen humor era
más grande que eso.
—Me llamó —dijo, sirviendo un poco de sopa en una
cazuela, con una sonrisa extendiéndose por su rostro
juguetón. —Chad. ¿El tipo con el que salí dos veces la semana
pasada? Va a venir a buscarme a la hora del cierre y luego
iremos a su casa para tomar chocolate caliente y ver una
película.
—Eso es genial. Sé que has dicho que parece muy
agradable. —Petra pegó una sonrisa en respuesta y esperó que
pareciera genuina.
Se alegraba por su amiga. De verdad. Pero Lita era famosa
por enamorarse perdidamente, salvajemente, y luego tener el
corazón espectacularmente roto, hasta el punto de que apenas
podía funcionar.
Y luego encontraba un nuevo chico y lo volvía a hacer.
Aunque una parte de Petra admiraba su tenacidad, otra
no podía evitar preguntarse si a su amiga le faltaba un tornillo.
Un corazón roto era más que suficiente para toda la vida. La
idea de exponerse, una y otra vez, para que un tipo la
destrozara emocionalmente parecía un ejercicio de
masoquismo.

8
—Deja de poner esa cara —le dijo Lita por encima del
hombro mientras removía la sopa caliente con una cuchara de
madera.
—Ni siquiera estás mirándome —murmuró Petra.
—No me hace falta. Apuesto un millón de dólares a que
tienes esa expresión de desaprobación. Pero, ¿adivina qué? —
Su amiga se encontró entonces con su mirada, y blandió su
cuchara en señal de advertencia. —Me importa una mierda.
¿Sabes por qué? —No esperó la respuesta de Petra. —Porque
merezco ser amada, estar enamorada y ser feliz. Y tú también.
Petra apenas resistió el impulso de poner los ojos en
blanco. Lita no paraba de leer libros de autoayuda sobre citas
y de citarlos a quien quisiera escucharlos. Después de un
tiempo, resultaba irritante, pero dado que Lita también era
muy divertida, generosa hasta la saciedad y el tipo de amiga
que no sólo te ayudaría a esconder los cadáveres, sino que
también los quemaría o desmembraría si fuera necesario,
perderla no era una opción.
Sin embargo, ya era suficiente.
—Si me prometes que no tendré que ir a alimentarte a la
fuerza durante una semana si esta vez no funciona, me
mantendré al margen de tu vida amorosa. Pero entonces
tendrás que mantenerte al margen de la mía. —Petra alargó la
mano para alcanzar el recipiente de sopa que Lita estaba
tapando, con la esperanza de acelerar el proceso para poder

9
salir de la cocina antes de que su amiga se pusiera en modo
sermón.
—Estaría muy dispuesta a ello. Excepto que tú no tienes
una vida amorosa en la que yo no me meta. Así que... —Lita se
encogió de hombros y le entregó la sopa a Petra, con la sonrisa
en la cara. —Pero en serio. ¿No crees que tres años son
suficientes, cariño? Sé que te hizo daño, pero ya es hora de que
vuelvas a subirte al caballo.
Petra ignoró la punzada de dolor que acompañó a las
palabras y metió el recipiente y una mini barra de pan en una
bolsa blanca antes de girar sobre sus talones y dirigirse hacia
la puerta giratoria. —No necesito un caballo. Puedo valerme
por mí misma, gracias. Tengo que volver al trabajo.
Atravesó la puerta y se colocó detrás de la barra, aspirando
un poco de aire. Lita tenía razón en una cosa. Habían pasado
tres años, y eso era demasiado tiempo para permitir que un
hombre la lastimara. Pero lo último que necesitaba era que otro
se abalanzara sobre ella y tomara el relevo. Lo que Lita no sabía
era que Petra no era como todos los demás que conocía, y que
su especie no amaba como los humanos.
Los hombres lobo amaban profundamente y para siempre
y a veces hasta el punto de sentir dolor. Las rupturas
simplemente no ocurrían. Lo único que separaba a los
verdaderos compañeros era la muerte.
Ergo, Klaus no era tu verdadero compañero, o no te habría
dejado.

10
Lo que significaba que había alguien más por ahí a quien
ella podía amar más que a Klaus, y que era su verdadero
compañero. ¿Y si ese era el caso? Ella nunca quería conocerlo.
Incluso ahora, sólo pensar en su ex hacía que todo dentro
de ella doliera. Empujó hacia atrás la sensación de
presentimiento que se deslizó sobre ella.
—¿Todo listo, querida? —preguntó la Sra. Davis, mirando
a Petra con expectación desde su posición en el otro lado de la
barra.
Petra asintió, con las mejillas calientes. Había estado de
pie sosteniendo la sopa como una idiota. —Sí, lo siento.
Déjeme que la anote.
Dejó la bolsa en la barra entre ambas y atendió a su
cliente, esperando contra toda esperanza que no fuera el
último de la noche. Una rápida mirada por la ventana truncó
ese pensamiento y se estremeció. Todavía les quedaba más de
una hora antes de cerrar, pero el cielo ya se había oscurecido
por completo, y las nubes ondulantes eclipsaban la luna.
—Será mejor que me vaya a casa antes de que empiece a
llover. —La campanilla de la puerta tintineó cuando la Sra.
Davis salió corriendo, y Petra apartó una creciente sensación
de pánico.
Un local vacío sería el beso de la muerte para su psique
esta noche. Mantenerse ocupada era la única forma de
mantener la cordura cuando Klaus ocupaba el primer plano de
su mente.

11
Sus días favoritos eran aquellos en los que corría desde el
amanecer hasta el atardecer. El verano era lo mejor. El
restaurante estaba lleno de gente y cuando se metía en la cama
por la noche, estaba demasiado cansada para soñar.
Demasiado agotada para recordar, o extrañar en absoluto. El
modo en que él olía. Su sabor. La forma en que sus manos...
Mierda.
Decidida a encontrar algo con lo que ocupar su tiempo, se
giró hacia la pared de botellas de licor de tonos brillantes.
Hacía tiempo que no las quitaba todas y hacía una limpieza a
fondo.
Se puso en cuclillas y subió el volumen del pequeño
reproductor de CDs que había en uno de los armarios, dejando
que los acordes de Fitz and the Tantrums llenaran la acogedora
pero vacía habitación. Se subió las mangas de su jersey de lana
y se puso a trabajar.
Media hora más tarde, parte de la tensión había empezado
a disminuir y se encontró cantando mientras trabajaba. Una
vez que terminara aquí y se diera el gusto de tomarse una taza
de chocolate caliente antes de ir a la cama, tal vez tendría la
oportunidad de descansar esta noche a pesar de todo.
La música estaba demasiado alta para oír la campanilla,
pero el aire gélido que le llegó a la nuca le hizo saber que tenía
un nuevo cliente. Se inclinó y bajó el volumen justo a tiempo
para escuchar su saludo.
—Buenas noches.

12
El sedoso barítono le provocó una oleada de calor a pesar
de la puerta abierta y se quedó inmóvil, aterrorizada de
enfrentarse a él y confirmar lo que su corazón ya sabía, pero
igualmente asustada de no hacerlo.
—¿Está bien ahí atrás, señorita?
Se giró lentamente, con todos los nervios encendidos, y
combinó la cara con la voz. Y allí estaba él.
Nicklaus Maslov.
Su antiguo compañero de manada.
Su antiguo amante.
El hombre que la había arruinado para cualquier otro.
El hombre que había jurado matar si volvía a verlo.
Todos los pensamientos racionales se desvanecieron bajo
el fuego de su rabia mientras una neblina roja nublaba su
visión. Se agachó y saltó hacia delante, dejando atrás la barra
de un salto, con los dientes al descubierto.
—Tú, hijo de puta.

13
Capítulo 2

No sabía lo que le esperaba cuando entrara en el


restaurante de Caroline, pero la agresión física definitivamente
no lo era.
Su adrenalina se disparó cuando una mujer se abalanzó
sobre él, todo dientes y gruñidos. Apenas giró la cara a tiempo
para evitar que las uñas se deslizaran por su mejilla. Le rodeó
la cintura con los brazos mientras se peleaban hasta que
finalmente la inmovilizó contra el suelo. Y cuando lo hizo, el
daño corporal fue la menor de sus preocupaciones.
Petra Stevens lo miraba con sus preciosos ojos verdes que
brillaban con una furia desenfrenada. Su estómago se hundió
incluso cuando la necesidad inmediata e insistente de estar
dentro de ella lo asaltó. A pesar de la conmoción inicial, se
sentía como un alcohólico que lleva tres años sobrio y se
encuentra sumergido en una fuente de whisky.
Todo lo que tenía que hacer era abrir la boca y probar...
—Tienes mucho valor para venir aquí, bastardo —siseó
Petra desde debajo de él, con una furia desprendiéndose de ella
en olas casi palpables.

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—¿Te puedes creer que no tenía ni idea de que trabajabas
aquí? —preguntó él, tratando de mantener la voz baja y firme
para no irritarla más. Incluso en su forma humana, él era
mucho más fuerte que ella, pero podía verlo en sus ojos. Ella
estaba a un movimiento en falso de cambiar y, si eso ocurría,
podía causar un daño importante. Por no mencionar el hecho
de que, a pesar de la falta de clientes, seguía siendo un lugar
público. Cualquiera podía entrar en cualquier momento.
No era la forma en que esperaba avisar a sus compañeros
de manada de que estaba de vuelta en la ciudad.
—No, no lo creería. Porque eres un mentiroso y no creo
nada de lo que dices. —Luchó contra él, moviendo las caderas
para quitárselo de encima, pero él la conocía lo suficiente como
para saber que dejarla levantarse ahora sería un error. Era una
bola de furia, y hasta que no gastara esa energía, sería un
barril de pólvora.
Dios, la echaba de menos.
El olor familiar y la sensación de su cuerpo ágil contra el
suyo le provocaban una respuesta física que no podía controlar
y se movió, inclinando las caderas lejos de las de ella.
Usando las manos con las que había rodeado sus
muñecas, la empujó más firmemente contra el suelo,
sosteniendo su mirada. —No puedo permitirme el lujo de que
vuelvas a perder el control. Podemos quedarnos así toda la
noche o puedes calmarte. ¿Qué será?

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—Que te jodan —gruñó ella, luchando contra él como él
sabía que haría, retorciéndose, sacudiéndose y agitándose. Si
hubiera sido un hombre menos fuerte, las cosas no estarían
bien para él. Sin embargo, tal y como estaba la situación, ella
no era rival para él, y finalmente se calmó, respirando
entrecortadamente.
—¿Te sientes fuerte ahora, Nicklaus? ¿Porque puedes
dominarme? —preguntó ella, con un tono que hacía que el
invierno de Montana pareciera cálido en comparación.
Él negó lentamente con la cabeza y dejó de presionar sus
muñecas. —No. Me siento como un maldito idiota. Lo siento
mucho. Nunca habría venido si hubiera sabido que te vería
aquí.
Las mejillas que habían estado sonrojadas por la rabia se
volvieron blancas como el hueso y su cara quedó rígida por el
dolor.
—Mierda, no es eso lo que quería decir. Si se llamara
Petra's lo habría sabido...
Se tragó el resto de la frase porque el daño estaba hecho.
Ella siguió clavándole su mirada mientras él pensaba en ello.
Caroline's. Llamada así por su difunta y querida abuela y una
de las ancianas de la manada.
Antes de que pudiera formar otra disculpa insuficiente, las
bisagras chillaron a su extremo derecho.
—No sé qué está pasando aquí, pero en cualquier caso, voy
a necesitar que te alejes de mi amiga. —Una rubia de aspecto

16
atlético se encontraba en la puerta abierta de la cocina.
Llevaba un teléfono móvil en una mano temblorosa y un
cuchillo de carnicero en la otra. —Tengo un amigo fornido
estacionado en la parte de atrás, con el 911 preparado para
que llame, o puedo ir yo misma a quitarte a este imbécil de
encima, Petra. Háblame, cariño.
Él y Petra volvieron a cruzar sus miradas y los
pensamientos de ella se adentraron en los de él. Había sido
una manada de un solo hombre durante tanto tiempo que la
intimidad del contacto mental le robó el aliento. Tardó un
segundo en dejar de concentrarse en la sensación y centrarse
en el mensaje de ella.
Deja que me levante para que pueda ocuparme de esto. Ella
no conoce a los de nuestra especie y esto luce mal.
Se echó hacia atrás cuando Petra le soltó las manos.
—Está bien —le dijo a su posible protectora, moviéndose
hasta que él se arrodilló lejos de ella para que pudiera sentarse
erguida. —Nos conocemos.
—Sí, bueno, conozco a muchos tipos, pero la mayoría de
ellos no consiguen inmovilizarme en el suelo de esa manera sin
invitarme a cenar primero —dijo la otra mujer, dando un paso
amenazante más cerca.
—Fue un malentendido, eso es todo —dijo Petra,
poniéndose en pie con la gracia que él siempre había admirado.
—Te lo prometo. No pasa nada.

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Se levantó para ponerse a su lado y le tendió una mano a
la loca del cuchillo.
—Siento el susto. Soy Klaus Maslov. Encantado de
conocerte.
Sus ojos se entrecerraron hasta convertirse en rendijas
mientras miraba su mano como si fuera un escorpión vivo y
palmeaba el cuchillo. En todo caso, la presentación la había
hecho parecer aún menos estable.
—La oferta sigue en pie, Petra. Todavía estoy dispuesta a
cortarlo en pedazos. Tú decides.
Dejó que su mano ignorada cayera a su lado, esperando a
ver cómo se desarrollaba todo esto. Estaba claro que Petra lo
había mencionado, y lo que fuera que hubiera dicho no era
bueno.
Sin embargo, de algún modo retorcido, se alegró de que lo
hubiera mencionado. Una parte de él siempre se había
preguntado si ella había superado su ruptura mejor que él. A
juzgar por su reacción y la de su amiga, suponía que no.
Antes de dejar Stone Creek, le había dicho que quería que
siguiera adelante. Que encontrara a otra persona. Y, si lo
hubieran presionado, habría jurado sobre una pila de biblias
que era cierto. Pero ahora, al verla frente a él, con su cabello
color miel y sus exuberantes curvas... La idea de volver y
descubrir que ella lo había superado por completo lo habría
matado.
Porque no estaba ni cerca de superarla.

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—Puedo encargarme de ello, Lita. Te juro que está bien. —
Petra extendió la mano y extrajo suavemente el cuchillo de la
mano de su amiga. —Tu cita está esperando. ¿Por qué no te
adelantas? Yo terminaré y cerraré, y luego te llamaré cuando
esté en casa, ¿de acuerdo?
Las dos mujeres intercambiaron largas miradas de
indagación antes de que Lita finalmente asintiera, lentamente.
—De acuerdo, pero quiero que conste en acta. No estoy
contenta con esto. —Se giró y le dirigió una mirada fulminante.
—Y si no me llama en una hora, sé tu nombre, sé cómo eres, y
te cazaré. —Lo apuntó con un dedo índice antes de girar sobre
sus talones y dirigirse a la cocina.
Durante un momento de tensión, la habitación quedó en
silencio, salvo por el nuevo sonido del frío golpeando las
ventanas.
—Me disculpo por haber perdido los nervios —dijo Petra
en voz baja, girándose hacia él. La furia que se había encendido
en esos ojos verde botella había desaparecido, dejando atrás
una tristeza cansada que le hacía doler el estómago. —
¿Podemos culpar a un día largo y a la pura sorpresa de verte
aquí de repente?
—No es culpa tuya. Debería haberme informado antes de
llegar a la ciudad. Creía que trabajabas para la manada
dirigiendo el departamento de marketing de la cervecería. —En
el momento en que las palabras salieron, quiso retractarse. Tal

19
vez ella estaba demasiado conmocionada como para haberlo
captado.
Se puso rígida y su mirada voló hacia la de él.
Yyyyy, tal vez, no.
—Hace sólo dos años que acepté ese trabajo. ¿Me has
estado espiando? —preguntó, con un tono plano.
Ahora tenía que dar explicaciones, pero casi valía la pena
ver cómo se volvía a enfadar. La Petra enojada, él podía
manejarla. ¿Petra triste? Le daban ganas de destruir el maldito
lugar con sus propias manos y castigar al responsable.
Esta vez, sin embargo, el único culpable era él.
—De vez en cuando, husmeo un poco para asegurarme de
que todo está bien. No sólo contigo. Con toda la manada.
Quedaban dieciocho, pero no era difícil de comprobar.
Todos estaban juntos, vivían en la misma zona y trabajaban
para la misma empresa. Hasta ahora, aparentemente.
Debería haberlo dejado pasar. Pedir disculpas de nuevo y
volver a salir por donde había venido.
En lugar de eso, se encontró presionando. —¿Por qué
dejaste la cervecería?
Agarró el trapo blanco de la barra y empezó a dar vueltas,
limpiando migas imaginarias y reacomodando taburetes. —
Compré este local con una amiga. Necesitaba un poco de
espacio.

20
Eso era lo que había escuchado. Por mucho que echara de
menos los aspectos de estar en una manada, la constante
unión y todas las reglas pasaban factura a un cuerpo.
—Me alegro por ti.
La observó mientras se movía, tratando de no concentrarse
en el movimiento de sus caderas redondas o en el aroma de su
pelo cuando pasaba junto a él, pero era imposible.
Tenía que irse. Salir de allí antes de que dijera o hiciera
algo realmente estúpido.
—Te he echado de menos, Pet.

***
La habitación pareció tambalearse, como un Tilt-A-Whirl,
y ella se agarró al taburete más cercano para sujetarse.
—No puedes llamarme así —susurró ella, apenas capaz de
hacer salir las palabras de su garganta demasiado apretada.
—Ya no.
¿Por qué sucedía esto ahora? Justo cuando por fin estaba
recuperando el equilibrio. Se había atrevido a establecer
algunos límites con la manada y a forjar su propio camino
profesional. Había conseguido su propia casa, iniciado un
negocio y hecho una amiga humana. Todos los grandes logros
que ella no habría sido capaz de siquiera intentar un año
antes. En ese entonces todavía estaba tan rota después del

21
abandono de Klaus, que la idea de tratar de empezar de nuevo
parecía imposible.
Así que tal vez todavía soñaba con él. Y claro, había veces
que se sentía vacía por dentro. Pero había otras veces que era
feliz.
O, al menos, estaba contenta.
Su presencia hacía temblar los cimientos de la frágil
estabilidad que le había llevado casi tres años cultivar.
—No sé por qué has vuelto, y francamente, no me importa.
Sólo necesito que te apartes de mi camino mientras estés aquí.
—Tiró el trapo sobre la barra y volvió a enfrentarse a él, con el
corazón palpitando en su pecho mientras intentaba armarse
de valor contra el poder que él tenía sobre ella. —Me debes eso,
Klaus.
Ignoró la atracción que sintió cuando su aroma llenó sus
fosas nasales. Alejó la atracción de aquellos ojos de chocolate
con leche que la observaban. Reprimió el deseo de rodear con
sus dedos esos anchos y musculosos hombros. En su lugar, se
concentró en el dolor que sentía en su interior. Esa
desesperación y esa sensación de autoconservación, y la
empujó hacia afuera, tocando su conciencia con la de ella por
segunda vez.
Por favor, vete. Por favor, vete.
Se concentró sólo en esas palabras... en ese sentimiento,
hasta que fue como un canto en su mente que cruzaba un
puente hacia la de él.

22
De repente, una sensación de pérdida tan profunda que le
robó el aliento la inundó y dio un paso atrás por reflejo,
golpeando bruscamente su cadera contra el taburete que tenía
detrás. Conocía la textura de su propio dolor. Lo conocía tan
íntimamente que sólo tardó un segundo en registrarlo.
El dolor que sentía en ese momento no era suyo en
absoluto. Pertenecía a Klaus.
Se quedó mirando sus insondables ojos oscuros, con sus
emociones descontroladas. Antes de que pudiera reaccionar y
lanzar un bloqueo mental para proteger sus pensamientos, la
conexión entre ellos vaciló y luego se rompió, dejándola sola
con su propia conciencia una vez más.
Klaus levantó ambas manos en señal de rendición. —
Mensaje recibido. Me voy. Y no te volveré a molestar. Tengo
algunos asuntos con Niles y luego seguiré mi camino.
Se dio la vuelta para irse y las palabras salieron de sus
labios antes de que pudiera detenerlas. —¿Qué fue lo que
sentí, Klaus? ¿Pasó algo mientras no estabas aquí? —Maldita
sea su estúpida boca. No era de su incumbencia. Él no era de
su incumbencia.
—Mierda, lo siento. Ha pasado mucho tiempo desde... —
Se interrumpió, restregándose una mano por la cara. —Estoy
fuera de práctica. Por favor, cree que no fue intencional. Es lo
último que quería que vieras.
¿Tal vez todavía estaba sufriendo por la muerte de Ivan?
El accidente había sido hace años, y ella y el resto de la

23
manada habían sufrido la pérdida de su gemelo junto con él.
Ella sabía lo mal que se lo había tomado. Se había acostado
junto a él en la cama, y había compartido el dolor.
Pero nunca se había sentido así. Esto era diferente. Como
una herida abierta en lugar de una cicatriz de años. ¿Una
nueva herida? Tal vez una mujer le había roto el corazón
mientras estaba fuera.
Le estaría bien merecido.
Incluso cuando el pequeño pensamiento mezquino cruzó
su mente, se evaporó. En el fondo no se sentía así. De hecho,
odiaba la idea de que él tuviera ese tipo de dolor.
—Estamos a punto de cerrar y queda un poco de la sopa
de hoy en la olla —se encontró diciendo. —Es probable que
mañana cerremos debido al clima y sólo se desperdiciará. Deja
que te ponga un poco en un recipiente para llevar.
No esperó su respuesta. En su lugar, se dirigió a la cocina,
haciendo todo lo posible por ignorar el chispazo de electricidad
que se produjo entre ellos al pasar junto a él.
En el momento en que la puerta se cerró tras ella, se llevó
las yemas de los dedos a las sienes y se frotó en un intento de
evitar el dolor de cabeza que le subía por la nuca. Sus
emociones eran tan volátiles que se estaba provocando un
latigazo interno. Si no se controlaba, se iba a deshacer en
patéticos sollozos antes de que él saliera del edificio.
Eso sería una gran conversación cuando se reuniera con
su alfa. Ella podía imaginarlo.

24
Klaus diría: —Me encontré con Petra anoche.
La mueca de dolor de Niles apenas sería visible a través de
la barba castaña que parecía cubrir la mayor parte de su
rostro. —¿Y cómo fue eso?
—Muy bien. Me atacó, me dio sopa y luego se echó a llorar.
Eso no favorecería exactamente la postura de 'puedo
valerme por mí misma' que había adoptado con Niles desde que
se había mudado el año pasado.
Pero ella era una persona diferente. Una persona más
fuerte, y ahora era el momento de demostrarlo, aunque sea a
sí misma.
—Tienes esto, chica —murmuró en voz baja, enderezando
los hombros.
Le daría a Nicklaus su sopa, le desearía una cortés
despedida y volvería al trabajo. Y cuando se acostara para
dormir esa noche, lo bloquearía completamente de su mente.
Como si nunca hubiera ocurrido.
Casi podía oír al diablillo que tenía en el hombro
resoplando...

25
Capítulo 3

Lo mejor que podía hacer, lo correcto, era marcharse


ahora. Atravesar la puerta y no mirar atrás.
Un gruñido retumbó en su pecho mientras se maldecía a
sí mismo. ¿Cómo diablos se había metido en esto? No había
vuelto a la ciudad desde hace 24 horas y ya estaba jodiendo
las cosas.
Entonces, ¿por qué no te vas, imbécil?
Cerró los ojos y se metió las manos en los bolsillos de los
vaqueros. Alejarse de Petra había sido una de las cosas más
difíciles que había tenido que hacer, sólo superada por el
entierro de su gemelo. Incluso eso había llegado con una
sensación de finalidad. Ivan se había ido y no había una
mierda que pudiera hacer al respecto.
Esta cosa con Petra era interminable. Un dolor que se le
revolvía en las tripas porque ella estaba viva y ahí fuera
respirando el mismo aire que él y mirando el mismo cielo de
Montana que él, pero no podía estar con ella.
Era tan estúpido, tan absurdo, pero los de su clase podían
ser tercos cuando se trataba de dejar de lado la tradición. Su
padre, Niles, había sido progresista en muchos aspectos. Se

26
mantuvo firme con la manada de Pray cuando se levantaron
contra los Kotke para salvar la vida de una mujer. Prohibió la
caza de humanos en sus tierras. Pero cuando se trataba de su
hijo, era tan firme como una montaña.
Con Ivan muerto, Klaus estaba en línea para ser el próximo
alfa una vez que Niles renunciara. Lo que significaba que su
esposa sería elegida para él entre un selecto grupo de hembras,
entre las cuales no estaba Petra.
¿Su opción? Quedarse en Montana y seguir enamorándose
de ella con más intensidad, profundidad y locura, o alejarse de
ella ahora, antes de tener que hacer eso, y matarlos a los dos
en el proceso.
Ahora, aquí estaba él, con ella de pie a menos de dos
metros de distancia, siendo amable con él por encima de todo.
O, al menos, todo lo amable que podía ser. Lo cual, teniendo
en cuenta cómo la había lastimado, era mucho decir. Sólo
ahora, al verla después de todo este tiempo, se preguntó si
podría haberlo manejado de otra manera. El resultado habría
sido el mismo de cualquier manera. Sólo que al menos ella
sabría que él había quedado tan destrozado como ella por la
ruptura.
Una ruptura que ninguno de los dos quería, dijo su
subconsciente.
—He puesto un poco de pan en la bolsa —dijo Petra
mientras volvía a entrar en la habitación, la puerta batiente
cerrándose tras ella. —Parece que a la gente le gusta.

27
Había olido la masa fermentada cuando entró en el local.
Probablemente eso y todas las especias de la sopa eran lo que
habían hecho que no percibiera su olor al principio. Pero ahora
que lo había percibido, lo envolvía como una niebla sensual y
no podía quitársela de encima.
Y no quería hacerlo.
Agarró la bolsa y dio las gracias con la cabeza. —¿Cuánto
te debo?
Ella negó con la cabeza y le dedicó una pequeña y triste
media sonrisa. —Nada. Por los viejos tiempos. —Se movió de
un pie a otro y miró por la ventana por encima del hombro de
él, con las cejas fruncidas. —Sin embargo, deberías irte. Ahora
sí que está bajando la temperatura.
Siguió su mirada y le ofreció una inclinación de cabeza,
sabiendo que ella tenía razón, pero también sabiendo que, una
vez que saliera por la puerta, no tendría una buena excusa
para volver a verla. —Gracias por la sopa. Y de nuevo, me
disculpo por la visita sorpresa. No volverá a ocurrir.
Esta vez no había duda del dolor que brillaba en sus ojos,
y él dio un paso instintivo hacia ella.
—Eso es definitivamente lo mejor —dijo ella, con un tono
más agudo que antes.
La sopa era una rama de olivo, pero esa rama sólo llegaba
hasta cierto punto. Ella sería educada, pondría buena cara, y
tal vez incluso se abstendría de atacarlo si se volvían a
encontrar, pero no eran amigos.

28
Eso era mejor. No habría sido capaz de estar en la misma
habitación con ella más de treinta minutos sin tocarla. Ni
siquiera se culpaba por ello. Era la ciencia. Su química era una
fuerza de la naturaleza, innegable y absorbente. Incluso ahora,
le picaban las palmas de las manos por la necesidad de sentir
su piel.
—Adiós, Klaus.
Le echó una última y larga mirada, grabando su imagen
en su cerebro. Ella no había cambiado mucho. Seguía siendo
redonda en todos los lugares correctos. Pelo largo y color miel
recogido en la parte superior de la cabeza con un nudo, ojos
verdes penetrantes que parecían mirar dentro de su alma, y
labios carnosos hechos para morder. Sólo que ahora parecía
más segura de sí misma. Ya no era la chica despreocupada que
se dejaba llevar por la corriente. Esta mujer parecía dispuesta
a patear traseros y a imponerse. En todo caso, eso sólo la hacía
más hermosa para él.
—Adiós, Petra.
Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, maldiciéndose por
idiota a cada paso. ¿Qué clase de imbécil se aleja de una mujer
así?
Aparentemente, esta clase, porque lo estás haciendo de
nuevo.
Porque no tenía otra opción. Podía quedarse hasta que
llegara el momento de que su padre eligiera a su compañera o

29
mandarlo a la mierda y obligar a Petra a elegir entre él y la
manada.
Hablando de un jodido desastre. Nada había cambiado.
Giró el pomo y abrió de un tirón la pesada puerta de nogal.
El aire helado lo golpeó como una bofetada y apretó los dientes.
Perfecto. Por lo menos, cuando volviera a su cabaña, sería un
polo humano. Adormecido, ojalá de adentro hacia afuera.
Porque una vez que se descongelara, haberla dejado de
nuevo iba a doler como una mierda.

***
La puerta se cerró detrás de él con una firmeza que hizo
que su corazón se partiera en dos. Apretó el puño contra la
boca para contener el aullido lastimero que quería salir de sus
labios.
¿Cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo pudo Klaus Maslov
volver a entrar en su vida durante menos de quince minutos y
reabrir la herida que le había costado tres años reparar?
Incapaz de contenerse, cruzó la habitación hacia la
ventana y se asomó, ansiando una última mirada de él. Sin
embargo, esta noche no podría mirar, porque un muro blanco
la recibió. La nieve, tan espesa, que la luz de las farolas casi
no se veía. No podía ver ni un metro más allá de la ventana, y
mucho menos vislumbrar a Klaus alejándose.

30
Mierda.
Se dirigió a la puerta, sin prestar atención a todas las
campanas de advertencia que sonaban y tintineaban en su
interior. La abrió de golpe, se llevó la mano a los labios y gritó.
—¿Klaus?
No hubo respuesta y lo intentó por segunda vez, con el
pulso acelerado mientras todos los posibles escenarios
terribles pasaban por su mente.
Había visto unas cuantas tormentas como esta en su vida,
pero nunca había visto una que se desarrollara tan
rápidamente, de cero a sesenta de esta manera. No era sólo
una ventisca, era un completo blanqueo. Del tipo que la gente
se desorienta y muere a pocos metros de sus casas. Por
supuesto, eran hombres lobo y Klaus era más fuerte que la
mayoría, pero no era inmune a la hipotermia, y seguro que no
era inmortal.
—¡Klaus! —volvió a gritar en la amarga noche, y el miedo
hizo que el ácido le quemara la garganta.
—Estoy aquí —dijo él. Unos pasos subieron los escalones
y, un segundo después, apareció su rostro sonrosado. Su pelo
negro ya estaba cubierto de nieve y se lo sacudió con una
sonrisa sombría. —No quería asustarte. Te oí la primera vez,
pero ya había empezado a cambiar y...
Se interrumpió y señaló su camisa. El calor de su cuerpo
ya estaba derritiendo la nieve que se le pegaba y su camisa
colgaba hecha jirones alrededor de sus enormes hombros.

31
—No pasa nada. —Dio un paso atrás para dejarlo pasar y
cerró la puerta tras él. —Vamos a tener que esperar un buen
rato, sin embargo. Puede que a Niles no le entusiasme mi
nueva ocupación, pero se enojará mucho conmigo si te dejo
salir y te pasa algo.
Él asintió e hizo una mueca de dolor.
—¿Te has hecho daño?
—Sólo mi orgullo —admitió con una sonrisa irónica
mientras sacudía una pierna. Un montón de nieve cayó al
suelo desde el fondo de sus vaqueros. —Mientras cambie,
llegaré bien a mi casa. Hará frío, pero me las arreglaré. Son
sólo unos pocos kilómetros.
Lo que no sería nada para él en una noche normal. ¿Pero
una noche como esta?
—No puedo dejar que lo hagas. —Ella tragó con fuerza y
apartó su mirada de la dura extensión de su pecho
semidesnudo. —Toma asiento y empieza con la sopa. Tengo
algunas camisetas de Caroline en la oficina de atrás de nuestra
noche de apertura el verano pasado.
Giró el cerrojo de la puerta y puso el cartel de 'Abierto' en
'Cerrado' antes de salir corriendo de la habitación como si el
mismísimo diablo le pisara los talones.
Todo esto se sentía mal. Como un presagio enigmático que
un gitano mecánico pintado de forma chillona escupiría en un
trozo de papel amarillento por 25 centavos en un parque de
atracciones de segunda categoría.

32
Te quedarás atrapada por la nieve con el hombre que amas
más que nada en el mundo y que no puedes tener.
En este punto, parecía que el ahogamiento sería menos
doloroso.
Abrió de un empujón la puerta de su oficina del tamaño de
una estampilla de correos y cerró la puerta detrás de ella,
apoyándose en ella como soporte.
Ahora eres más fuerte. Puedes manejar esto.
¿Primera orden del día? Ponerle algo de ropa a ese hombre
antes de que su loba interior le quitara la decisión de las manos
y saltara sobre sus huesos.
Se lanzó hacia la caja aún medio llena de artículos y sacó
un puñado de camisetas. Las dos primeras eran de tirantes, lo
que no serviría de mucho, y la tercera era para mujer, pero la
última era una talla grande de hombre. Sería ajustada, pero al
menos le cubriría la piel.
Pruébalo.
Silenció los susurros procedentes de sus partes más bajas
y salió de la oficina con la prenda sostenida frente a ella como
un escudo.
—Aquí tienes —dijo, fingiendo despreocupación mientras
lanzaba la camiseta en dirección a Klaus. Luego se ocupó del
mando de la televisión, poniendo las noticias.
—...a lo que es, según todos los indicios, la peor tormenta
que ha visto la zona en cincuenta años. Y, señoras y señores,
resguárdense, porque no da señales de atenuarse —dijo el

33
animado meteorólogo mientras señalaba un mapa de aspecto
ominoso que parecía corroborar su predicción.
Ella soltó un chillido y cambió de canal. Si se quedaban
atrapados aquí toda la noche...
—Haré lo posible por no estorbarte —dijo Klaus en voz
baja.
De mala gana, se giró hacia él, justo a tiempo para ver
cómo tiraba los restos de su camiseta mojada a la papelera que
había al final de la barra.
Intentó no mirar. Realmente lo intentó, pero era como si
sus ojos estuvieran poseídos por un demonio. Un demonio
desvergonzado que no podía saciarse una vez que había
echado un vistazo a ese torso desnudo. Esos gloriosos
abdominales. Aquel estrecho rastro de pelo oscuro que
desaparecía tras el cierre de botones de sus vaqueros de tiro
bajo.
Se humedeció los labios, repentinamente secos, y trató de
formular la respuesta que él esperaba. —No me estorbas —dijo
finalmente.
Debería haber estado bien. El contenido de su respuesta
era totalmente inocuo.
Sin embargo, ¿la respuesta? No tanto.
Su voz sonó tranquila. Incluso ronca, y aún no había
apartado la mirada de su cuerpo, a pesar de que sabía que él
la estaba mirando.

34
—¿Petra? —Su nombre era medio gemido, medio gruñido.
Una advertencia, pero que ella no se atrevió a escuchar
mientras daba un paso hacia él, como atraída por un imán.
—¿Nicklaus? —murmuró en respuesta antes de dar un
segundo paso. Cuanto más se acercaba a él, más se imponían
sus instintos a su cerebro.
La camiseta seca estaba cerrada en un puño a su lado
mientras una infinidad de emociones jugaban sobre su
hermoso rostro. Tristeza. Arrepentimiento. Esperanza. Incluso
miedo.
Pero ella se centró en la última. Necesidad pura, sin
adulterar.
Cualquiera que fuera la fuerza que los había unido a ella
y a Klaus esta noche, ahora estaban aquí. Podía enterrar su
cabeza en la arena y esconderse de él, o podía aceptarlo.
Aprovecharlo al máximo. Agarrarlo por las pelotas y montarlo
para que valiera la pena. Porque eso es lo que haría una mujer
verdaderamente fuerte. Viviría este día como si fuera el último,
se enfrentaría a sus miedos y tomaría lo que quería.
Y esta noche, más que ningún otra cosa, quería a Klaus.

35
Capítulo 4

Cuando Petra se lanzó esta vez contra él, no fue con ira. Y
en el momento en que ella lo tocó, él estuvo perdido. El calor
de su piel y la sensación de tenerla de nuevo entre sus brazos
ahuyentaron el frío y, de repente, se convirtió en un infierno.
Sabía que debía detener esta locura. Aunque estuvieran
solos aquí. Aunque su dulce y suave boca acabara de unirse a
la de él. A pesar de que ya podía sentir el calor entre sus
muslos cuando ella rodeó su cintura con las piernas y hundió
su lengua entre sus labios.
Este era un viaje de ida a la Villa del Dolor.
Tragó con fuerza y trató de ignorar la oleada de sangre que
llegaba a su polla. Esto no estaba bien. Dejar que esto
sucediera y recordarles a ambos lo bueno que había sido,
sabiendo que no podían estar juntos. Sabiendo que no podía
esperar que ella diera la espalda a la manada y se fuera con él.
¿Qué clase de hombre le pediría a su mujer que tomara una
decisión así?
—Jesús... —gimió contra la boca de ella mientras la
camiseta que sostenía caía al suelo. Intentó separar las piernas
de ella de las suyas, pero en cuanto sus manos entraron en

36
contacto con sus muslos, lo único que pudo hacer fue clavar
los dedos y anclarla con más fuerza contra su hinchada
entrepierna. Estaba atrapado con la misma seguridad que si
estuviera encadenado, y su determinación se debilitaba cada
vez más.
Ella se apartó y bajó la cabeza para cerrar los dientes sobre
su cuello y morder con la suficiente presión como para hacerlo
estremecerse y enviarle otro rayo de lujuria.
Dios, ella no había olvidado su punto débil.
—Tienes que pensar en esto... —empezó él, pero entonces
los dientes de ella encontraron su oreja y empezó a
mordisquearla mientras giraba sus caderas, apretándose
contra él.
—No. —Como si su contacto no lo estuviera volviendo loco,
ese sensual susurro de ella podría poner de rodillas a cualquier
hombre.
Apretó los dedos con más fuerza en un esfuerzo por
impedir que sus manos se deslizaran hacia su redondo trasero
y la hicieran trabajar sobre su tensa erección.
Ella volvió a morderle la garganta y luego se apartó para
que estuvieran frente a frente.
—No te pido nada más que esta noche. No tiene que
significar nada en absoluto.
Abrió la boca para discutir, pero dejó que se cerrara. Era
mejor no pedir promesas que ella no pudiera cumplir.

37
Lentamente, aflojó su agarre y se deslizó por la parte
delantera de su cuerpo hasta situarse ante él. Rastreó la línea
de pelo que se dirigía a la cintura de sus vaqueros y luego, con
un rápido movimiento, le abrió la bragueta de par en par. La
polla de él apareció, dura como un tubo de plomo y
desesperada por su toque.
Incluso en la oscuridad, pudo distinguir el brillo de sus
blancos dientes mientras ella dejaba escapar un bajo silbido
de placer.
—Todo para mí —murmuró, casi para sí misma.
Él sabía lo que ella estaba pensando. Podía sentir el sutil
movimiento de su cuerpo mientras bajaba lentamente, y eso le
dificultaba pensar con claridad.
Siempre le había gustado tenerlo en la boca. Le encantaba
burlarse de él, lamerlo y chuparle la polla hasta que él se
apretaba contra ella, deseoso de liberarse.
Los recuerdos de aquello lo invadieron y deseó con todas
sus fuerzas enhebrar sus dedos en su espeso cabello color miel
y guiar su cabeza mientras ella lo tomaba profundamente.
—Quítatelos —murmuró ella. Pero no esperó a que él
reaccionara. Con un movimiento suave, le bajó los pantalones
hasta los tobillos. Se quitó las botas y las apartó de un
puntapié mientras ella se arrodillaba frente a él.
Dios, haz que tenga fuerzas.
—Levántate —murmuró él, tomándola por los hombros e
instándola a levantarse. La sangre corría por sus oídos, tan

38
fuerte que apenas podía oírse a sí mismo. —Te necesito
desnuda.
Sus palabras parecieron tardar un segundo en ser
registradas, pero cuando lo hicieron, ella asintió, su pequeña
lengua rosada saliendo para mojar su labio inferior.
—De acuerdo. —Dio un paso atrás, las luces detrás de la
barra la bañaban en un cálido y dorado resplandor.
—Primero los vaqueros —le ordenó él, ya tan ido, que su
voz era toda arenilla.
Sus mejillas se sonrosaron y dudó. —Klaus...
—Puedes hacerlo tú, o puedo hacerlo yo por ti, pero no voy
a esperar ni un segundo más para verte.
Ella lo miró fijamente por un momento, aspiró un poco de
aire y bajó la mano para desabrochar sus jeans ajustados a la
piel. Su mirada se dirigió al instante a la protuberancia de sus
pechos, que se tensaban contra la profunda V de la camiseta
mientras ella tiraba de los vaqueros hasta el suelo.
Ella se enderezó de nuevo, y él se tomó un largo momento
para absorber la vista. Toda esa piel cremosa, la plenitud de
sus caderas y el nefasto trozo de encaje negro que le impedía
ver todo lo que tenía que ofrecer.
—Gira para mí —dijo. Esta vez, no hubo vacilación. Ella se
movió, mostrándole la suave curva de su muslo, y luego su
espalda.
La necesidad se apoderó de él, cruda y caliente, cuando su
culo quedó a la vista. Joder, podría escribir canciones sobre

39
ese culo. Probablemente lo había hecho, en varias noches de
borrachera en algún bar del Caribe. Una de esas noches
tortuosas en las que la echaba tanto de menos que la única
forma de poder descansar era bebiendo hasta quedarse
dormido.
Podía oír su respiración entrecortada cuando ella se quitó
la camisa por encima de la cabeza y se desabrochó el sujetador,
mostrándole la columna vertebral. Era tan sensible allí.
Cuando él le pasaba la lengua por esa zona y volvía a subir,
ella se retorcía.
Su polla se agitó al recordarlo y le costó mucho trabajo no
presionar una mano en su espalda, hundir sus dientes en su
nuca y deslizar su polla hinchada profundamente en su
interior.
Pero tenía que hacerlo durar. Porque, independientemente
de lo que ella hubiera dicho, él sabía que no era así.
Esto era importante.
Para él. Para ella. Para ellos. Y este recuerdo podría
durarles toda la vida.

***
Debería tener miedo.

40
Demonios, debería estar aterrorizada. Estaba de pie en un
precipicio a punto de lanzarse. Sin red. Sin paracaídas. Sólo
una caída libre.
Pero qué viaje.
Su olor, su sabor, su voz... era como si todo estuviera
hecho específicamente para volverla loca, y ella estaba cansada
de luchar contra ello. Cansada de echarlo de menos. Cansada
del dolor.
Él estaba aquí ahora, y ella iba a aprovechar cada
segundo.
Se acercó a uno de los taburetes de la barra y se giró hacia
él mientras se sentaba, quitándose las bragas y tirándolas a
un lado. —¿Vas a quedarte ahí de pie?
Su mirada oscura se volvió ardiente y se acercó a ella,
desnudo. Su cuerpo parecía tallado en mármol, de ángulos
duros y músculos ondulados, y su polla se balanceaba, gruesa
y orgullosa, mientras se movía.
El corazón le martilleó con fuerza en el pecho cuando él la
alcanzó y cerró sus grandes y fuertes manos sobre sus rodillas.
Sus miradas se cruzaron mientras él le abría los muslos para
hacerse un hueco.
Inclinó la cabeza hacia abajo, con la boca tan cerca de su
oreja que su cálido aliento le provocó escalofríos. —Tengo
planes para ti, Pet —susurró.
Luego, sin decir nada más, se puso en cuclillas y le pasó
la lengua por la parte interior del muslo. Empezó por la rodilla,

41
chupando y mordiendo la piel, deteniéndose de vez en cuando
para soplar aire fresco sobre la carne húmeda.
Ella se retorcía contra él, anticipando ya el final del juego,
desesperada por sentir su boca en ella. Clavando las manos en
su espeso pelo negro, lo instó a subir.
—Por favor, Klaus.
Él debió oírlo en su voz. Sintió lo desesperada que estaba,
porque no se burló de ella ni la obligó a pedírselo dos veces. En
lugar de eso, se lanzó como un hombre hambriento, abriendo
su carne caliente y cerrando la boca sobre ese apretado e
hinchado manojo de nervios, trabajándolo con la lengua.
Las estrellas estallaron detrás de sus párpados cuando
cada lametazo, cada chupada, hizo que una ráfaga de éxtasis
cargado de adrenalina corriera por sus venas. Pero entonces,
con la misma rapidez con la que había empezado, se apartó de
nuevo y empezó con la rodilla opuesta.
Ella debería haber sabido que no iba a precipitarse.
Nicklaus se enorgullecía de ser minucioso.
—No me tortures —gimió ella.
Se detuvo a centímetros de su piel y ella pudo sentir el
calor de su aliento mientras la hacía esperar. Dentro y fuera.
Caliente y frío.
—Te gusta eso, si mal no recuerdo —dijo por fin, y
entonces volvió a chupar con fuerza su piel y ella dejó escapar
un agudo jadeo.

42
—Me gusta, me gusta —empezó ella, pero entonces él
volvió a lamer su núcleo y todo pensamiento racional dio paso
a una necesidad ciega. Aunque hubiera querido discutir con
él, ahora no podía hacerlo. No podía hablar.
Aferró sus manos al pelo de él con más fuerza, jadeando
cuando unos dedos inteligentes se unieron a su boca,
separando sus resbaladizos pliegues.
—Ah, tan jodidamente húmeda —murmuró él contra ella
mientras introducía un dedo en su calor.
El culo de ella chirrió contra el taburete de madera
mientras arqueaba las caderas contra él.
—Tan apretada. Me muero de ganas de sentirlo en mi polla
—gruñó, metiendo y sacando el dedo en largos y duros
empujones.
Sus palabras y la crudeza de su tono le hicieron sentir un
escalofrío antes de instalarse entre sus caderas. La presión
aumentaba tan rápido que estaba al borde...
Se movió tan bruscamente que el taburete se golpeó contra
la barra y ella jadeó, abriendo los ojos para verlo de pie ante
ella como un ángel vengador.
—Necesito estar dentro de ti. No puedo soportarlo, joder.
—Su voz sonaba como si hubiera estado chupando cristal y
eso sólo la hizo mojarse más por él. Sabiendo lo mucho que la
deseaba. Sabiendo que no estaba sola en esto.
Extendió una mano y cerró los dedos alrededor de su
gruesa polla, deleitándose con la sensación de la seda sobre el

43
acero. El bajo siseo de placer de él la estimuló mientras
trabajaba su polla lentamente, hacia arriba y hacia abajo,
pasando el pulgar por la cabeza hinchada.
—Tan bueno —murmuró él antes de inclinarse hacia su
pecho, tomando un pezón entre sus dientes y jugueteando con
su lengua. Ella arqueó la espalda para introducirse más
profundamente en su boca, incluso mientras apretaba el
agarre y lo acariciaba más rápido. Su polla se puso
increíblemente dura, con una sedosa gota de líquido saliendo
de la punta.
Él se enderezó, con los ojos encendidos mientras la
miraba. Tenía la mandíbula tensa y el pulso en el cuello latía
con fuerza. Sustituyó su mano por la suya, se agarró a sí
mismo y se inclinó hacia ella, provocando su abertura,
deslizándose por sus resbaladizos pliegues hasta que ella se
estremeció contra él. Sus caderas se levantaron para
encontrarse con él mientras la cabeza de su gruesa polla se
deslizaba en su coño.
Dios, era incluso mejor de lo que ella recordaba. La forma
en que la tocaba no se parecía a nada más. Se retorció debajo
de él, desesperada por más. Desesperada por tenerlo más
cerca.
Él se flexionó, presionando su dura longitud unos
centímetros más dentro de ella. Ella no podía respirar, no
podía pensar. Se estremeció por el esfuerzo de permanecer

44
quieta y se mordió el labio para no suplicar mientras él la
llenaba un poco más.
Soltó el agarre mortal que tenía en los lados del taburete y
se aferró a sus enormes hombros. Le encantaba su cuerpo. Era
duro donde ella era blanda. Tan grande y masculino que
conseguía hacerla sentir delicada y poderosa a la vez. Si tan
solo él lo terminara. Si le diera lo que tanto necesitaba.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y abrió su mente,
alcanzando la de él con un pensamiento frenético.
Por favor.
El nombre de ella fue un gemido en los labios de él cuando
se retiró y luego se sumergió en lo más profundo con una larga
embestida.
Todas las terminaciones nerviosas se dispararon a la vez y
ella sollozó mientras su cuerpo se estiraba para acomodarlo.
Cuando por fin estuvo enterrado hasta la empuñadura, soltó
un grito ahogado, la respiración entrando y saliendo de sus
pulmones.
—Petra —gruñó, y el mundo se oscureció a su alrededor,
con un único destello de luz.
Nicklaus. Siempre Nicklaus.
Se revolvió contra él sin pensar, moviendo las caderas con
tanta insistencia que se perdió en el arrastre y la atracción de
sus cuerpos mientras se movían. Era insistente, codicioso y
áspero. Un dar y tomar. Estaban recuperando el tiempo

45
perdido y, de alguna manera, este reencuentro robado era aún
más dulce que cualquier otra vez.
Ella presionó besos en cualquier parte del cuerpo que
pudiera alcanzar. Su cuello, su pecho, sus hombros.
Las manos de él, que buscaban, encontraron sus pechos y
los ahuecaron suavemente al principio, y luego con más
firmeza. Encontró sus pezones tensos y los acarició hasta que
ella gimió. Luego, sus dedos bajaron por su estómago y
bajaron, deslizándose entre sus cuerpos acelerados.
Le acarició el clítoris, que estaba en tensión, y su coño se
apretó alrededor de él en respuesta. Dios, sus manos eran
mágicas: acariciaban ese punto tenso hasta que ella casi
perdía el control, y luego se retiraban y lo rodeaban
suavemente antes de volver a trabajar con más fuerza.
Ella gritó y clavó los talones en los duros músculos de su
culo, necesitando sentirlo todo. Tenerlo tan profundo como
pudiera ir y luego más profundo.
El balanceo se volvió más salvaje, hasta que el golpeteo de
la piel sobre la piel resonó en el bar.
Ella estaba cerca. Tan cerca...
La necesidad se extendió entre sus muslos,
consumiéndola, hasta que se estremeció y gritó. —¡Dios, sí,
Klaus!
Cuando llegó el clímax, éste se abatió sobre ella como un
maremoto, arrastrándola. Todo su cuerpo se agitó y tembló, su
estrecho canal se contrajo alrededor de su gruesa polla una y

46
otra vez, hasta que sus gritos se convirtieron en los de él. Él se
movió más deprisa, con un movimiento cada vez más frenético,
mientras ella luchaba por mantener la cabeza fuera del agua y
no ahogarse completamente en él.
—Joder, Petra —gimió, y luego se congeló sobre ella antes
de seguirla hasta el borde, corriéndose a chorros, llenándola
con su calor.
Con las manos de él en sus caderas y su aroma en su piel,
dejó que sus ojos se cerraran para memorizarlo. Para capturar
esta sensación y mantenerla cerca de su corazón, mientras se
mordía las palabras que sabía que él no quería oír.
Quédate. Por favor, quédate.

47
Capítulo 5

Klaus se levantó a la mañana siguiente antes que el sol. El


olor del pelo de Petra le llenó las fosas nasales y, durante un
segundo, se quedó acostado, respirándola. Estaba durmiendo
sobre una pila de delantales en el suelo de un bar, y nunca
había estado más contento.
No en Aruba, en la playa bebiendo ron rodeado de
hermosas vistas y hermosas mujeres.
Ni en Mozambique... en la playa, rodeado de hermosas
vistas y hermosas mujeres.
Nunca.
Petra murmuró en sueños y dejó escapar un suave
ronquido. Su corazón dio un vuelco en su pecho cuando ella
se acurrucó cerca, enterrando su nariz más profundamente en
su cuello.
¿Cómo podía dejar esto? ¿Dejarla a ella? Era todo lo que
siempre había querido... y todo lo que no podía tener.
Las palabras de su padre en la carta manuscrita pasaron
por su mente.
Es hora de volver a casa y asumir tus responsabilidades.

48
La bola caliente de ira que tenía en sus entrañas ardía con
más fuerza, y deslizó suavemente su brazo por debajo de la
cabeza de Petra.
Niles tenía razón. Ya era hora de que se hiciera hombre y
asumiera alguna responsabilidad. Y iba a empezar ahora
mismo. Porque a pesar de lo que Petra había dicho, la noche
anterior había significado algo. Había significado todo.
La primera vez, la segunda y la tercera. Puede que ella no
estuviera preparada para escucharlo ahora, pero él tenía
mucho que decir.
Tan pronto como se ocupara de su padre.
Se puso en pie sin hacer ruido y se tomó un segundo para
extender las mantas improvisadas de forma más uniforme
sobre Petra. Con una última y larga mirada hacia ella, dormida
y tranquila, se dirigió a la puerta.
Giró el cerrojo y cerró los ojos, abriéndose a su lobo. Dejó
que el zumbido de su interior se convirtiera en un gruñido, que
lo llenara, que saturara su alma. Sucedió en un instante. El
estiramiento y el cambio de los músculos y los huesos, el
cambio de hombre a bestia.
Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba más cerca del
suelo, su visión era más nítida, su sentido del olfato tan agudo
que podía oler el contenedor de basura a cincuenta metros de
distancia a pesar del metro y medio de nieve que lo cubría y de
la puerta de cristal que tenía delante.

49
La abrió de par en par con el hocico y miró a la izquierda
y luego a la derecha en el grisáceo amanecer. Por suerte, los
humanos estaban siendo inteligentes hoy. Todavía estaban en
la cama, sin ningún lugar al que ir después de una tormenta
de este tamaño hasta que pudieran despejarla.
Se adentró en el país de las maravillas invernales,
aprovechando sus anchas patas y el frío extremo que había
compactado la nieve con fuerza, y fue capaz de deslizarse por
la cima, sólo cediendo cada cuatro o cinco pasos, hundiéndose
lo suficiente como para que se lo tragara hasta el pecho. A
pesar de su espeso y oscuro pelaje, hacía frío.
Pero no lo suficientemente frío como para enfriar la ira que
lo quemaba por dentro.
Probablemente debería esperar. Seguir el código de
conducta y hablar con su padre a la hora indicada. Presentarse
así a altas horas de la madrugada sólo haría que las cosas
empezaran con mal pie. Pero ya no le importaba una mierda.
El camino de ocho kilómetros hasta el recinto le llevó el
triple de tiempo del que debería, y para cuando llegó a la puerta
de su padre, sus patas estaban más allá del punto de
entumecimiento y cada respiración gélida le hacía arder el
pecho.
Se detuvo en el porche, dudando sólo un instante antes de
cerrar los ojos. Con una mueca de dolor, llamó a su humano a
primera línea y lo dejó salir.

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—Maldito hijo de puta —espetó con los dientes apretados
mientras su forma cambiaba. El frío que había sido casi
demasiado para soportar como lobo ahora se enterraba en su
interior y se tragó otra sarta de maldiciones.
—Te lo has buscado —observó su padre
despreocupadamente desde su posición en la puerta. Tenía los
brazos cruzados sobre su enorme pecho mientras sacudía la
cabeza, mirando a Klaus de pies a cabeza. —¿Esto no podía
esperar medio día más hasta que despejaran algunas de las
carreteras principales, al menos? —Abrió la puerta principal
de un empujón mientras murmuraba en voz baja algo que
sonaba mucho a 'hijo de puta testarudo', pero Klaus lo ignoró
y pasó junto a su padre hacia el gran salón de la casa de su
infancia.
El calor de la chimenea lo envolvió y aspiró.
—¿Tienes café? —dijo rasposamente, flexionando los
dedos y haciendo una mueca de dolor cuando la sangre se
apoderó de ellos en una ráfaga de pequeñas puñaladas.
—La tetera ya está puesta. Percibí tus pensamientos
agitados a un kilómetro de distancia. Parece que tienes algo en
mente, hijo. —Niles dirigió su perspicaz mirada oscura a Klaus
y luego sacudió la barbilla hacia el largo pasillo que había
detrás de él. —El ala oeste está igual que como la dejaste.
Deberías tener algo de ropa en el armario. Estaré en la cocina
cuando estés listo para hablar.

51
Klaus caminó hacia el dormitorio que solía ser suyo y abrió
la puerta.
Niles no había exagerado. Era como retroceder en el tiempo
unos cuantos años. Nada había cambiado, ni siquiera las fotos
familiares que plagaban las paredes. Klaus e Ivan de jóvenes,
pescando en el lago Echo. Niles observando con orgullo cómo
los dos recibían sus diplomas en el instituto. Fotos de su
madre en el jardín justo un año antes de que falleciera.
Se tragó el nudo en la garganta y apagó la oleada de
emoción que amenazaba con desbaratarlo. A pesar del frío, a
pesar del dolor, a pesar de todo, estaba en casa por primera
vez en tres años. Eso tenía que despertar algunos
sentimientos. Pero eso no significaba que él perteneciera a este
lugar.
Agarró una toalla del cuarto de baño y se secó
enérgicamente antes de sacar su vieja sudadera favorita y un
par de pantalones de gimnasia. Después de ponerse un grueso
par de calcetines de lana, se dirigió a la cocina, preparándose
mentalmente para la batalla.
El aroma de un café fuerte y caliente lo saludó e inclinó la
cabeza en señal de agradecimiento cuando su padre le entregó
una taza humeante.
—¿Cómo le va al resto de la manada últimamente? —
preguntó, tomando asiento en la isla de granito. Había visto
varias de las otras casas de la zona cuando pisó por primera
vez las tierras de la manada, pero a juzgar por el paisaje

52
nevado, parecía que incluso los hombres lobo habían optado
por no desafiar el clima para una típica carrera matutina.
—Bien. La cervecería va bien. No puedo quejarme. Vamos
a ser internacionales en la primavera. Tenemos dos nuevos
cachorros. —Klaus no pudo ver la sonrisa escondida en la
barba de su padre, pero sí en sus ojos. —Rachael y Sean
tuvieron gemelos el mes pasado.
Klaus dio un largo trago a su taza, saboreando el amargo
calor pero también el segundo extra que le dio para responder
a esa noticia. Sin duda, fue un golpe fuerte y rápido. Su mejor
amigo y compañero de manada había sido padre y ni siquiera
lo sabía. Y gemelos. Era una noticia agridulce. Eran bastante
raros para su especie, pero aún más raros en la manada de
Stone Creek. De hecho, él e Ivan habían sido los únicos dos en
los trescientos años de historia de la manada. Hasta ahora.
La mano le tembló un poco al dejar la taza sobre la losa de
granito que tenía delante.
—¿Todos sanos y bien? —preguntó, manteniendo la
mirada clavada en algún lugar de la enorme barba de su padre
en lugar de mirarlo a los ojos. El viejo siempre parecía ver
demasiado.
—La madre manejó los nacimientos como una guerrera, y
tanto Ivan como Nicklaus están muy bien. Aunque, al parecer,
les gusta dormir tanto como a sus homónimos cuando eran
cachorros.

53
El peso de esa bomba lo golpeó en una docena de niveles
y su mente se descontroló. Su amigo, con el que no había
hablado desde que se marchó, lo había honrado poniendo a
sus preciosos gemelos su nombre y el de su querido hermano.
¿Cómo podía un hombre corresponder a ese tipo de gesto?
Seguramente, no marchándose de nuevo.
Klaus se pasó una mano por el pelo y se acomodó en su
asiento. —¿Por qué me llamaste a casa, papá? Sabías por qué
me había ido, y por lo que veo, nada ha cambiado. ¿Qué estoy
haciendo en Montana?
—¿Por qué no me lo dices?
—Ni siquiera sé a qué te refieres —murmuró él, ya
frustrado por ese comentario ambiguo. —Estoy aquí porque me
has pedido que venga.
—Claro. Y te he pedido que vengas dos veces antes. Y antes
de que te fueras, te pedí que no te fueras. ¿Quién es este
hombre que está ante mí y que de repente hace lo que se le
dice? —Tomó asiento en la silla frente a Klaus y se encontró
con su mirada. —Así que te pregunto de nuevo, hijo, ¿por qué
has venido?
Deja que el viejo llegue al fondo de la cuestión.
—Porque tenía asuntos pendientes. Cosas que tenía que
decir y hacer.
Niles extendió una mano en un gesto de 'la palabra es toda
tuya'.

54
—Te quiero, papá. Quiero a la manada. —Un hecho que se
había hecho aún más evidente para él ahora que había vuelto
a Montana. Era como si el hielo de su pecho hubiera empezado
a descongelarse al segundo de llegar aquí, a pesar del frío. —
Pero no puedo permitir que me digas con quién me voy a casar.
Estoy enamorado de Petra. No debí irme la primera vez sin
decírselo. Sin darle al menos la opción de irse conmigo o
quedarse. —Miró la negrura de su taza de café como si
contuviera todas las respuestas y se encogió de hombros. —
Diablos, tal vez sea egoísta incluso ofrecérselo, pero tal vez soy
un hombre egoísta. Al menos tengo que intentarlo. Y si no
puedes aceptar mi elección de compañera, entonces esta visita
será corta. Si Petra viene conmigo, nos iremos mañana. Si no,
no puedo quedarme aquí de todos modos. No con ella tan
cerca. No podría soportarlo.
Niles se recostó en su silla y asintió, con un brillo reflexivo
en los ojos. —Bueno, eso ha sido todo un discurso. Ahora me
toca a mí.
Mientras hablaba, un pequeño núcleo de esperanza echó
raíces en el corazón de Klaus.

***
—Deberías haberme dejado matarlo cuando tuve la
oportunidad —murmuró Lita, haciendo que la cuchilla que

55
tenía en la mano descendiera a toda velocidad para partir
limpiamente por la mitad el pollo que tenía sobre la tabla de
cortar de madera. —Ese fue tu primer error.
Si tan sólo hubiera sido el último.
Petra parpadeó para contener el torrente de lágrimas y
trató de mantener la voz firme.
—Sabía lo que estaba haciendo. Él nunca me hizo ninguna
promesa. No tenía por qué hacerlo. Yo estaba dispuesta a
aceptarlo, aunque sólo fuera por una noche, sabiendo cómo
me sentiría después.
Todo era cierto. De lo que no se había dado cuenta era que
reabrir esa herida dolería mil veces más que la primera. ¿Era
la sabiduría añadida de los últimos años? ¿La comprensión de
que lo que habían tenido era tan raro y precioso y el saber con
cada fibra de su ser que las probabilidades de encontrarlo de
nuevo eran casi nulas? Sea como fuere, hoy era el peor día de
su vida, y sólo iba a ser más difícil.
Cuando se despertó esta mañana para encontrar que el
espacio que Klaus había ocupado estaba frío y que él se había
ido, se sintió mal, pero resignada. No era más de lo que
esperaba... aunque mucho menos de lo que su patético
corazón había esperado, a pesar de sus firmes palabras de la
noche anterior. Entonces el alfa había convocado una reunión
en el recinto para un anuncio importante esa noche, y esa fue
la gota que colmó el vaso.

56
Dado que los caminos habían sido despejados, tuvo que
abrir el restaurante esa tarde, a pesar de que era propensa a
estallar en lágrimas en cualquier momento. Ahora tendría que
sentarse en una habitación con Klaus y fingir que no había
pasado nada. A eso se sumaba el estrés de preguntarse sobre
el motivo de la reunión. Niles rara vez convocaba una fuera de
las revisiones trimestrales, a menos que tuviera que ver con la
cervecería, pero si ese fuera el caso, ella no habría sido incluida
en su lista de convocados.
No, esto era un asunto de la manada. Asuntos que
concernían a Klaus. Y era importante.
El pensamiento del que había estado tratando de huir toda
la tarde se le vino encima ahora y no pudo bloquearlo.
¿Y si Niles estaba listo para renunciar y hacer a Klaus alfa?
¿Sería el atractivo de la posición lo suficientemente fuerte
como para que Klaus se doblegara a la voluntad de su padre y
aceptara un matrimonio concertado? Perderlo de nuevo ya era
bastante malo. ¿Perderlo y tener que verlo con otra?
Se tragó la bilis que le subió a la garganta y forzó una
sonrisa para su mejor amiga. —Realmente no fue su culpa. Fui
yo quien inició las cosas. Sin embargo, aprecio tu disposición
a mutilar o matar por mí.
Lita había manejado la noticia de su noche con Klaus y su
abrupta partida casi tan mal como Petra, e incluso ahora,
estaba cortando las verduras para la sopa de esa noche con la

57
suficiente agresividad como para enviar la zanahoria volando
en todas direcciones, como metralla naranja.
—Eres la sal de la tierra1, y ese tipo es un auténtico imbécil
si no lo ve. Puedo hablar con Chad si quieres. Ver si tiene algún
amigo...
—Agradezco la oferta, pero no estoy interesada en pasar
tiempo de esa manera con nadie. —Ella había omitido una
pequeña palabra en esa frase. Más. Ella no estaba interesada
en pasar tiempo de esa manera con nadie más. Estar con Klaus
la noche anterior sólo le había recordado lo bueno que era lo
que había entre ellos.
Petra sacudió la cabeza para despejarla y miró su reloj, el
temor hacía que su estómago se sacudiera como una carpa en
tierra. —Tengo que ir a eso que te decía.
Le había dicho a su amiga que había heredado algunas
acciones de la cervecería y que habían programado una junta
de accionistas, lo cual era cierto a medias. Tenía algunas
acciones. Y odiaba mentir a Lita, pero era un mal necesario. La
Ley Suprema de los Lobos prohibía contar su existencia a
cualquier humano. Decirle la verdad a Lita sólo la pondría en
peligro si otras manadas menos tolerantes se enteraban.
Eso no hacía más fácil el engaño. Tal vez algún día...
—Si puedo salir pronto de la reunión, volveré para
ayudarte a cerrar, ¿de acuerdo?

1 Se dice de una persona que es buena, amable y honesta.

58
Lita puso los ojos en blanco y la empujó hacia la puerta
batiente con un gesto de la mano. —Rosie y yo podemos
arreglarnos. Ve. Y tómate el resto de la noche para llorar.
Parece que te vendría bien.
La oferta era tan dulce como la chica que la hacía, e
incluso eso hizo que las lágrimas ardieran en sus ojos. —Te
quiero —murmuró, y salió corriendo por la puerta antes de
empezar a llorar de verdad.
Lo último que quería era entrar en la casa del alfa con los
ojos hinchados y enrojecidos, transmitiendo exactamente lo
mucho que le dolía, porque al diablo con eso. En su lugar, se
centró en el enojo.
Enojo con ella misma por haberse fundido con él otra vez.
Tan. Jodidamente. Fácil.
Enojo con Klaus por no estar dispuesto a luchar por ellos.
Enojo con Niles por hacer de esto una pelea.
Si podía aferrarse a esa furia que burbujeaba bajo la
superficie, justo debajo del dolor, tal vez podría salir de esa
reunión y alejarse de Klaus con la cabeza en alto.
¿Y luego? Podría ir a casa y permitirse a sí misma
romperse en pedazos.

59
Capítulo 6

Klaus estaba de pie en el vestíbulo paseando. El escalofrío


que lo había perseguido desde que llegó a la ciudad no aparecía
por ningún lado. De hecho, se sentía como si estuviera
ardiendo.
—Vas a hacer un agujero en esa alfombra —dijo Niles,
mirándolo desde su asiento en una otomana de cuero junto a
la chimenea.
—Te compraré una nueva —replicó.
Las oscuras y pobladas cejas de su padre se fruncieron,
pero antes de que pudiera responder, sonó el timbre de la
puerta. Klaus cruzó la habitación y abrió la puerta principal, y
su pulso se aceleró al hacerlo. La mayor parte de la manada ya
estaba reunida en el gran salón, y un destello de decepción lo
recorrió al darse cuenta de que no era Petra. Sin embargo, la
alegría le pisó los talones al ver las caras de Rachael y Sean,
cada uno con lo que parecía ser un paquete de mantas azules.
—Santa mierda, me alegro de verte, hombre —dijo Sean,
sus ojos azules volviéndose sospechosamente brillantes
mientras se inclinaba hacia adelante, tirando de Klaus para un
abrazo de hombre con un solo brazo.

60
La manta que los separaba se retorció y dejó escapar un
suave estornudo, y Klaus se apartó, con el corazón golpeándole
las costillas.
—Nicklaus, te presento a Ivan. Nuestro bebé. Dos minutos
más joven. —El orgulloso padre sonrió mientras tiraba de las
mantas y mostraba la cara redonda y de mejillas rosadas de
su hijo.
Ivan. Sólo con mirarlo sintió un impulso que nunca antes
había sentido. De ver a su propio hijo, envuelto y regordete.
Para enseñarle a jugar a la pelota. O una niña podría ser aún
mejor. Quizá ella también quisiera jugar a la pelota. Podría
enseñarles a pescar, como había hecho su padre...
Klaus se aclaró la garganta, repentinamente seca, y
extendió un dedo para acariciar la frente del bebé. —Yo... no
sé qué decir. Siento haberme perdido todo, hombre. Lo siento
mucho.
Sean negó con la cabeza y le puso una gran mano en el
hombro. —Hiciste lo que tenías que hacer. No vuelvas a pensar
en ello. Ahora estás aquí y eso es lo que cuenta.
Era extraño lo que ocurría con la familia de la manada.
Con sólo esas palabras, el aire se despejó y fue como si no
hubiera pasado nada de tiempo.
—Es un grandullón, ¿eh? —dijo, sonriendo mientras el
pequeño Ivan arrullaba y hacía burbujas con sus labios de
capullo de rosa.

61
Rachael se rió y le dedicó una sonrisa cansada pero llena
de alegría mientras le presentaba al bebé número dos, un clon
del primero. —Y aquí está tu tocayo. Supongo que no tengo
que decírtelo, es el alborotador.
—No me sorprende en absoluto. —Se inclinó para besar la
mejilla de Rachael, y luego se apartó, instándoles a entrar en
la casa. —Qué hacemos aquí parados, vamos. Estamos
esperando a Petra y luego podremos empezar.
—Bueno, no tienen que esperar mucho —dijo una voz
grave desde detrás de Rachael, haciendo que se le erizaran los
pelos de la nuca. —Ya estoy aquí. Me disculpo por llegar tarde,
tenía que asegurarme de que el restaurante estuviera atendido.
Rachael y Sean le dieron a Petra un abrazo a su vez, y ella
hizo un ooh-ed y ah-ed sobre los bebés, notablemente
ignorándolo por completo.
Era justo. Si hubiera sabido que no iba a volver a casa de
Caroline después de hablar con su padre, le habría dejado una
nota, pero para el momento en que habían hablado y habían
puesto en marcha las cosas para esta noche, no había habido
tiempo para volver.
Eso había hecho que Petra se enojara, lo cual le parecía
bien. Ella había venido. Esa era la mitad de la batalla. Ahora
bien, si pudiera atravesar el muro de ira con el que ella
prácticamente vibraba, tal vez tendría una oportunidad en el
infierno...

62
No te mereces una, le recordó la vocecita dentro de su
cabeza.
Y aún así, esta vez, no iba a caer sin luchar.

***
—Ahora que todos están aquí, la reunión puede comenzar.
La voz del alfa resonó en la gran sala revestida de cedro y
cesaron las conversaciones. Niles tenía una sonrisa fácil y un
rostro de oso que lo hacía parecer casi dulce, pero era un líder
hasta la médula. Sabio, inteligente y justo en la mayoría de las
cosas, era tan querido como apreciado, pero hoy, Petra quería
increparlo. Golpearle el pecho y decirle que sus valores
anticuados la habían destruido.
En lugar de eso, la sensación que se acumulaba en su
pecho cada vez que estaba en su presencia también lo hacía
ahora al mirarlo. Él era el alfa de la manada y cuando hablaba,
ellos lo escuchaban.
—Primero, demos todos la bienvenida a Nicklaus de vuelta
a casa en Stone Creek.
La sala estalló en aplausos y silbidos, y Klaus les dedicó
una sonrisa tensa. Podía sentir sus ojos en ella, pero se negó
a ceder al impulso de encontrar su mirada.
—Ha sido un largo camino hasta el día de hoy, pero estoy
encantado de anunciar que, el día de Navidad, no sólo asumirá

63
el papel de alfa, sino que también ha entrado en razón y
finalmente tomará una compañera.
Los abucheos y los gritos se hicieron más fuertes mientras
el mundo de Petra se rompía. La desesperación bañó su furia
como un cubo de agua helada y desapareció en una bocanada
de vapor, dejando atrás sólo la agonía. No podía quedarse aquí.
No en esta casa. No en Stone Creek. Ni siquiera en Montana.
No si eso significaba tener que pensar en Klaus en el mismo
estado con su nueva esposa.
Se llevó el puño a la boca para ahogar el sollozo que se
abría paso y giró hacia la puerta, desesperada por escapar. El
viejo y justo Niles acababa de costarle su familia. ¿No había
perdido ya suficiente?
—Petra, ¿puedes unirte a nosotros en el centro de la
habitación, por favor? —llamó Niles.
Ella se congeló, a medio paso, el deseo de correr casi tan
fuerte como el tirón de su loba. El instinto de obedecer era
fuerte, y cuanto más luchaba ella contra él, más fuerte
presionaba él. Era como si sus pies estuvieran hundidos en
arenas movedizas.
—Es dura, eso te lo aseguro —dijo Niles con una risa.
Entonces sus pies se movieron mientras ella giraba para
enfrentarse a él. —Tienes mucho valor —gritó ella, con
lágrimas en la cara. Ya no le importaba. Que ellos las vean. —
¿Crees que esto es divertido? ¿Joder la vida de la gente?

64
El jadeo colectivo de la sala le dio una malvada sacudida
de satisfacción. Al menos iba a marcharse en una explosión de
joooooooodete.
—Petra...
Klaus se acercó a ella, con la mano extendida, y ella
retrocedió un pie como si él estuviera blandiendo un cuchillo.
Y bien podría haberlo hecho. Nada podría herirla más que su
toque en este momento.
—Y tú. ¿Dejaste que me convocara aquí para presenciar
esto? —Entonces se encontró con su mirada, y lo que vio allí
casi la partió en dos. Parecía arrepentido. Y triste.
Porque se compadece de ti.
—Dejé que te convocara aquí porque te amo. —Volvió a
acercarse a ella, y esta vez no retrocedió. —Siempre te he
amado. —Sus ojos oscuros eran sinceros pero sus palabras no
tenían sentido.
—¿De qué estás hablando? —Ella miró al padre y luego al
hijo, y de nuevo, la confusión batallando con la pena. ¿Era esto
una especie de broma de mal gusto? —No me amas. Te vas a
casar con otra persona.
—No. —Sacudió la cabeza lentamente y tomó su mano
temblorosa entre las suyas. —Me voy a casar contigo. Es decir,
si me aceptas. Eso es lo que hemos estado discutiendo todo el
día. Cómo explicar a las familias de mis potenciales
compañeras originales sin iniciar una guerra ahora que mi
padre nos ha dado su bendición.

65
Hablaba en serio. La sangre le subió a los oídos mientras
trataba de encontrarle sentido a todo aquello. Klaus nunca
sería tan cruel como para jugar con ella de esta manera. ¿Pero
cómo podía ser esto?
—¿Así que ahora me quieres? —Una parte muy profunda
de ella gritó, rogando que su boca se detuviera. Que tomara lo
que se le ofrecía con ambas manos y corriera. Tener a Klaus
de esta manera era mejor que no tenerlo en absoluto. Iba a
arruinar todo con su estúpida boca si no la cerraba.
Y aún así...
—Tu padre decide que ahora soy una compañera
adecuada, y si te casas conmigo, serás alfa. ¿Así que ahora
estás dispuesto a quedarte conmigo? ¿Y cuando era difícil,
Klaus? —Ella tragó con fuerza para deshacerse del nudo en la
garganta. —¿Dónde estabas entonces? Te diré dónde. —La
rabia que se había ido volvió de golpe, multiplicada por diez. —
En Aruba. Mientras yo lloraba a mares durante casi un año,
sintiendo que me habían arrancado la mejor parte de mí, con
tripas y todo, tú estabas en alguna maldita playa tomando sol
y viviendo la buena vida.
—¿Es eso lo que piensas? —Hizo una pausa y miró
alrededor de la habitación, mirando a cada uno de sus
compañeros de manada por turnos. —¿Es eso lo que piensa
alguno de ustedes?

66
Los murmullos bajos eran incoherentes, pero el significado
detrás de ellos era claro. Llevaba tres años desaparecido. Nadie
sabía qué pensar.
—Intentaría decirte la verdad, pero las palabras son poco
convincentes —dijo en voz baja. Inspiró y cerró los ojos,
apretando la mano de ella con más fuerza.
Al instante, ella pudo sentir el golpe contra su psique. Con
el corazón en la garganta, lo dejó entrar. No hubo vacilación.
No hubo ningún rodeo ni una suave fusión de mentes. Los
pensamientos de él asaltaron los de ella, pasando por encima
de sus propios sentimientos y conciencia, sustituyéndolos por
los de él.
El dolor la apuñaló por dentro como un atizador caliente.
La soledad, la desesperación. Cerró los ojos y se aferró al
respaldo del sofá para apoyarse mientras los recuerdos, los
recuerdos de Klaus, pasaban por su mente como una película
que nunca había visto. Había playas, sí, pero los placeres no
se encontraban en ninguna parte. Había mucha bebida, rabia
y tristeza. Autorecriminación y arrepentimiento. Estaba Ivan,
y su madre, estaba la última charla que había tenido con Niles
antes de irse para siempre.
—La amo, pero no la haré elegir. La manada significa todo
para ella.
—Yo te habría elegido a ti —susurró entrecortadamente al
Klaus que tenía ahora delante, enviando el mensaje con el
corazón además de con la cabeza. —Siempre has sido tú.

67
Y el último recuerdo. De hoy.
—Si no puedes aceptar mi elección de compañera, entonces
esta visita será corta. Si Petra viene conmigo, nos iremos
mañana.
Él no había buscado la bendición de su padre. La había
exigido.
Dirigió su mirada a Niles. —¿Por qué ahora? Si estabas
dispuesto a mirar más allá de las viejas costumbres, ¿por qué
no nos diste tu bendición hace tres años?
—Klaus no estaba preparado —dijo Niles con suavidad. Se
encogió de hombros, con los ojos llenos de dolor. —Yo era un
hombre roto cuando Ivan murió. Y también lo era Klaus. No
era lo suficientemente fuerte emocionalmente tras el golpe de
perder a su hermano como para enfrentarse a mí. ¿Cómo
podría ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a alguien
más como alfa? Habríamos tenido que lidiar con la ira por los
tratados rotos con las otras manadas por su matrimonio. Las
tensiones hubieran sido altas. Habríamos sido blancos fáciles,
listos para ser cazados. Cualquier macho renegado podría
haber llegado y hacerse con el control. —De repente parecía
mucho más viejo que sus sesenta años. —Sé que parece cruel,
y lamento haberte causado dolor, pero créeme, el dolor fue
compartido por igual. Había perdido a un hijo, y me deshice
del otro.

68
Quería seguir enojada. Resentir todo el tiempo perdido y
las lágrimas, pero su tristeza era tan evidente que era
imposible no sentirla.
—De vez en cuando, me acercaba. Para ver si él estaba
sanando. Para ver si estaba listo para volver a casa conmigo.
—Inclinó su desgreñada cabeza hacia ella. —Y contigo. Pero no
lo estaba. Hasta ahora.
Klaus le rodeó la muñeca con los dedos y la atrajo hacia
él. —No voy a decir que estoy de acuerdo con sus métodos,
pero los entiendo. Si no puedes perdonarlo y sigues queriendo
irte, estoy contigo. —Su expresión era solemne mientras
acariciaba suavemente la piel de su muñeca. —Eres mi
verdadera compañera, y te seguiré hasta el fin del mundo si
me lo permites. Pero si quieres quedarte, somos bienvenidos
aquí. Solo tienes que decirlo.
Cómo había cambiado este día tan rápidamente. Todavía
estaba mareada por ello. Klaus no sólo la amaba, sino que
quería casarse con ella y tenerla a su lado mientras dirigía su
manada.
La manada de ellos.
La respuesta llegó a ella, segura y verdadera como la
Estrella del Norte.
—No quiero irme. —Miró alrededor de la habitación a los
observadores embelesados, que tenían una gran sonrisa
estúpida. —Esta es mi familia. Tú eres mi compañero. Y te
amo, Nicklaus Maslov. —Entonces se lanzó a sus brazos,

69
dejando que la alegría la inundara como una cálida lluvia de
verano.
Cuando sus labios se encontraron con los de ella, sus
compañeros de manada aullaron de alegría. Incluso los bebés
se unieron.
Klaus la acercó, estrechando su suave cuerpo contra el
suyo, y ella se derritió contra él. Lo tenía todo. Su restaurante,
su amor y su manada.
Esta... esta sería una Navidad para recordar.

Fin

70
Sobre la autora

Chloe Cole es una autora de novelas románticas


paranormales de gran éxito en el New York Times y una de las
mitades de la pareja más feliz del mundo. Ella y su apuesto
marido residen actualmente en Pensilvania con un par de hijos
adolescentes y sus dos perros, Gimli y Pug.
Cuando no está haciendo de sirvienta, cocinera, chófer o
terapeuta, se la puede encontrar leyendo casi todo lo que
puede conseguir, desde novelas para jóvenes adultos hasta
libros sobre la teoría del póquer.
Odia los bichos (excepto las mariquitas, por lo bonitas que
son), pero le encanta el chocolate. También le gusta escribir
historias románticas apasionadas, pero también espera
publicar algún día algo que su padre pueda leer sin querer
sacarse los ojos con palos afilados.
Si tuviera que elegir otro oficio, sería pirata. O, tal vez, una
ninja. Oooh, ¡o una Gryffendor!
Suscríbete a la lista de correo de Chloe Cole para recibir
extractos y fechas de publicación.
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vistazo a Prey (Montana Wolves, Libro Uno).

71
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una compensación económica por ello. Recuerda ser prudente y cuidar de
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Huyendo de sus atacantes y golpeada por una tormenta invernal, Maura


O'Brian se abre camino a través de la nieve, desesperada y sola. Se topa con
lo que cree que es una granja aislada y abandonada donde las voces
extrañas son más espantosas que lo que aguarda afuera. Las señales siguen
apuntando a la misma persona: Jack. Su mismo nombre llena su corazón con
un anhelo tan intenso que hará cualquier cosa para encontrarlo.

¿Es Jack real o simplemente su imaginación febril esperando un milagro?


Andromedas

~Darkness🥀

Daughter of the Barrel

Dark Regent

TinkerHell

Daughter of the Barrel

Johwa

Mer Brekker

Queen♡

Ευδαιμονία

SevenCrow
Traducido por Dark Regent
Corregido por Johwa

La nieve era bonita hasta que te veías obligada a correr a través de


montones de ella con tacones y pantimedias. Maura no podía sentir los
bloques congelados que eran sus pies, pero se obligó a seguir adelante. El
satén púrpura mojado ofrecía poca protección. Cuando se puso el vestido
aquella noche, nunca había pensado que decidirse por el escote descubierto
se convertiría en una de las peores decisiones de su vida. El vestido de fiesta
estaba destinado a ser divertido y festivo, no a protegerla de los elementos.
Aunque la falda hasta las rodillas le permitía mover las piernas bajo un bulto
de satén, gasa y cintas, ofrecía muy poca protección.

El rastro que dejaba a través del blanco impoluto era fácil de seguir,
pero no había forma de escapar de él. Por esta razón, tuvo que seguir
adelante. Si se detenía, la encontrarían. Si se detenía, moriría de frío.

—Sigue moviéndote, sigue moviéndote —repetía su cerebro, un mantra


interminable que empujaba sus piernas hacia adelante.

Un gemido salió de sus labios en un soplo. Esto no puede ser. Esto no. A
ella no. Esto no.

Maura suplicó a una fuerza invisible del universo que la dejara despertar,
que hiciera de aquello un sueño. Anhelaba a sus padres, a la policía, a un
guardabosques, a cualquiera que pudiera sacarla del frío. Al principio se
limitó a correr, tan fuerte y rápido como pudo. La luna llena revelaba la
crudeza del paisaje de Kansas, el campo plano y nevado solo interrumpido
por las líneas de árboles plantados durante la Gran Depresión para actuar
como un bloque de viento que impidiera que otra oleada de polvo ahogara la
tierra.

Su padre se lo había contado. Por eso tantos campos estaban bordeados


de árboles. Este tipo de campos significaba agricultores. Significaba granjas.
Ayuda.
Siguió caminando con un propósito sin sentido. La liberación de su
helado infierno llegó a través de una pequeña luz en la distancia. Apuntó hacia
ella, mirando hacia atrás para ver si la seguían. Sus ojos estaban tan fríos que
no podía estar segura de si eran figuras en la oscuridad o protuberancias en
el paisaje.

La luz le dio esperanzas y se esforzó al máximo, movida por la adrenalina


y el miedo. Pronto se formó en la noche la forma de una sola ventana, y luego
la silueta de una vieja casa iluminada por la luna. Maura tropezó y cayó contra
una valla de madera que delimitaba la propiedad. Necesitó todas sus fuerzas
para levantar el pie y lanzar su cuerpo por encima. Cayó sobre la tierra helada
y miró hacia la salvación. La puerta principal se abrió con un chirrido, y desde
el interior trajo consigo un rayo de luz parpadeante.

—Ayuda —susurró, tratando de arrastrarse antes de caer al suelo.



El sonido de una trompeta saludó a Maura cuando abrió los ojos.


Jadeando, se revolvió en una cama mohosa, y luchó antes de poder ver bien
que nadie la atacaba. Respiró profundamente y luego otra vez, esperando que
su corazón dejara de latir con fuerza. Un farol arrojaba luz sobre la
polvorienta habitación. El papel tapiz se enroscaba a lo largo del borde
inferior de la pared, dejando al descubierto el viejo listón y el yeso que
estaban debajo. Espejos opacos y cortinas hechas jirones decoraban la
habitación, como si hubieran sido olvidadas y dejadas a la deriva. Una vieja
llave maestra colgaba de un clavo con una cinta verde descolorida, aunque no
parecía haber ninguna cerradura en la que pudiera encajar.

Gordos copos de nieve pasaban por la ventana, iluminados únicamente


por la luz de la linterna. Al quitarse las sábanas del cuerpo, Maura observó
que su bata púrpura sin tirantes se había secado. Las medias se habían
enganchado y le faltaban los zapatos. Un calefactor radiante calentaba las
gruesas tablas del suelo. Se acercó al cristal, incapaz de ver más allá de la
fuerte nevada, en la oscuridad del más allá.

Los habitantes de la granja debían de haberla metido dentro. ¿Estaba a


salvo ahí? Hacía calor y estaba viva. La habían metido en una cama. Por el
momento, eso sería suficiente.
Maura se alejó a trompicones de la ventana, sintiéndose desubicada. Su
reflejo deslustrado la miraba desde el espejo. Los mechones castaños
enmarcaban su rostro en una maraña de grandes rizos. La palidez de su piel
le recordaba lo cerca que había estado de la muerte a la intemperie. Sus ojos
marrones estaban enrojecidos y recordaba el frío que sentía en la cara. Sin
duda se pondría enferma más tarde y se sorprendió un poco de que la fiebre
no hubiera aparecido ya. Aunque, ahora que lo pensaba, se sentía extraña. Un
dolor sordo se apoderó de ella, no necesariamente doloroso, solo una
conciencia constante.

Se dirigió a la puerta, pero se dio cuenta de que no había ninguna. Presa


del pánico, corrió hacia la pared y alisó las manos sobre el viejo papel. Empujó
los patrones de diamantes para sentirlos debajo. Levantó el espejo de la
pared, se golpeó la cadera contra la calefacción y empujó el clavo que
sostenía la llave maestra. Entró de alguna forma, así que tenía que haber una
manera de salir.

¡La ventana! Podía arrastrarse por la ventana. Pero, ¿a dónde? ¿Hasta


dónde la esperaban sus atacantes? ¿Descalza en la nieve para morir de
hipotermia? O podía quedarse dentro donde estaba atrapada, pero al menos
caliente. Alguien la dejó entrar, la salvó, seguro que pronto irían a ver cómo
estaba. No la dejarían ahí para que muriera. La solución era probablemente
tan asombrosamente sencilla y ella estaba demasiado cansada por su calvario
como para averiguarla.

Maura se arrastró de nuevo a la cama y se tapó con las mantas. Podía


oler la humedad, pero estaba cálida y segura. Lo único que tenía que hacer
era esperar.
Traducido por Dark Regent
Corregido por Johwa

No vino nadie.

Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. Una mujer solo podía esperar un tiempo antes de
que el miedo le hiciera cosquillas en el fondo de sus pensamientos. Golpeó
las paredes, pisoteó el suelo, intentó abrir la ventana sellada, se miró en el
espejo opaco hasta que su propio rostro pareció burlarse de ella. Entonces
se le ocurrió que podría estar en una habitación del ático y que la puerta
podría estar en el suelo.

Tomó la linterna y la colocó sobre las tablas de madera. Arrastrándose


con las manos y las rodillas, buscó una bisagra. Después de explorar todo el
piso, presionando y tirando de todas las tablas, finalmente vislumbró una
esperanza. Una pequeña puerta, apenas lo suficientemente grande como para
arrastrarse, estaba oculta parcialmente por el poste de la cama. El diminuto
picaporte parecía haber sido construido para una muñeca, pero el ojo de la
cerradura, de latón deslustrado, era lo suficientemente grande como para que
cupiera la llave maestra de la pared. Alguien había tallado en la madera
“Eternamente1”.

Maura apartó la cama y tomó la llave. La cerradura no giraba fácilmente


y tuvo que usar las dos manos para encontrar la fuerza necesaria para abrirla.
La pequeña puerta se abrió de golpe. Una brisa fresca entró en la calurosa
habitación desde la oscuridad del otro lado. Se puso en pie y recogió la
linterna. Cuando sus ojos volvieron a la puerta, una luz se había encendido en
el interior, y no necesitaba la linterna para ver.

1 N. del T. Traducción literal del título de la novela.


Una voz susurró desde el interior, ligera y aguda como la de un niño
excitado.

— ¿Crees que esta vez vendrá o huirá?

—No lo sé —respondió otra voz más tranquila.

—No tiene mucho tiempo. No puede seguir haciendo esto. La casa no se


mantendrá en pie para siempre. Tal vez debería entrar y guiarla desde la
puerta. Estoy seguro de que puedo encontrar lo que Jack quiere.

—Silencio o te escuchará. Interferir no ayuda. Ya lo intentamos.

—¿Jack? —susurró Maura, su cuerpo se despertó instantáneamente por


el nombre.

Ese no era el momento de desear, y sin embargo eso era lo que sentía.
Un hormigueo surgió en su piel, un recuerdo de manos cálidas y besos
profundos. Pero no conocía a nadie llamado Jack. ¿Cómo podía excitarse por
un nombre?

¿Cómo podía sentirse segura y cálida cuando estaba atrapada en una


vieja casa durante una tormenta de nieve?

Con una sola salida, se metió en la abertura.

—Alguien debería decirle a Jack que se está escapando —decidió la


niña—. Yo iré. Tú vigila.



Nada.

Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. ¿Cómo entró en esa habitación sin puerta? ¿Por qué
no había salida?

Frenética, había destrozado la marchita prisión, arrancó las cortinas de


la ventana, arrancó el espejo de la pared, tiró la estúpida llave de decoración
al suelo. ¿Cómo podía estar en una habitación sin salida?
¿Y si sus secuestradores la encontraban? ¿Y si la mantenían ahí y tenían
una especie de cámara de tortura en el sótano? Con o sin nieve, no podía
quedarse. Tenía que huir, luchar para sobrevivir. Recordó vagamente haber
visto un viejo camión agrícola en el exterior antes de desmayarse. Si apoyaba
la cara en el cristal, podía ver su silueta. Podía ser que no comprendiera del
todo lo que estaba ocurriendo, pero había una sensación de urgencia en su
interior. Tenía que pedir ayuda.

Agarró el espejo y lo lanzó contra la ventana. El cristal se hizo añicos.


Agarró la colcha de la cama y envolvió la esquina con su puño para golpear
los trozos de cristal que quedaban en el alféizar. Luego se pasó el grueso
material alrededor de los hombros para calentarse y protegerse de los
fragmentos rotos. Fuera de la ventana había un enrejado de hiedra muerta,
convenientemente colocado, que actuaba como una escalera y la ayudaba a
bajar. Intentó llevar la linterna con ella, pero se cayó al suelo nevado y se
apagó. Ahora, ayudada únicamente por la luz de la luna, bajó
temblorosamente por el lateral de la casa. Bajó de un salto, alejándose de los
cristales rotos en la nieve.

El frío le picaba los pies a través de las medias mientras corría hacia la
vieja camioneta. La letra roja descolorida en el lateral del vehículo azul decía:
“Jack Everla”. El vehículo era de principios de la década de 1950, con un
parabrisas plano y sólido, faros integrados en la parrilla y un chasis
redondeado. Era el modelo exacto que ella había querido de niña.

Maura abrió de un tirón la chirriante puerta metálica antes de


arrastrarse al interior. Había llaves en el contacto, pero el motor apagado no
emitió ni siquiera un gemido de vida. Ya tenía mucho frío y no quería volver
a correr. Quizá no hubiese otra casa en kilómetros. Considerando sus
opciones, la granja parecía la opción más segura. No tenía pruebas de que la
gente de dentro fuera peligrosa. Tal vez se enfadaran por haberles roto la
ventana, pero podría ofrecerse a pagar por ello.

Sin muchas opciones, se dirigió al desvencijado porche. Las oscuras


ventanas solo dejaban entrever lo que había dentro. Apretó la cara contra el
cristal, tratando de ver. No tardó en intentar abrir la puerta. Al abrirla, la luz
iluminó el oscuro porche. El resplandor de un árbol de Navidad iluminaba la
habitación delantera, con las pequeñas bombillas blancas parpadeando
lentamente. No había podido verlo a través de la ventana exterior, lo que no
tenía ningún sentido lógico. Al igual que la habitación sin puerta de arriba, la
casa estaba cubierta de polvo.

Maura permaneció en silencio. Sus pies descalzos dejaban huellas en el


suelo mientras se encerraba. Había fotos colgadas en la pared y, al pasar las
yemas de los dedos por el polvo de una de ellas, descubrió los ojos oscuros
de un rostro apuesto. El hombre no sonreía, como parecía ser habitual en las
viejas fotografías en tonos sepia. Una fina cicatriz recorría su sien izquierda.
Algo en él le resultaba familiar, creándole una sensación de calidez, pero
probablemente había muerto hacía años. Aun así, se quedó un buen rato
mirando su cara, intentando recordar por qué le resultaba familiar. ¿Quizás
conocía a su nieto? ¿Salió con su nieto? Le pasó el dedo por la barbilla para
descubrir su boca. Sus labios se estremecieron, como si hubiera besado esa
boca antes y quisiera hacerlo de nuevo, desesperadamente.

—¿Eres Jack Everla? —susurró. El nombre Jack le resultaba familiar,


como si lo hubiera dicho cientos de veces, pero eso no tenía ningún sentido
lógico. Nada aquí tenía sentido.

El suave sonido de un disco llamó su atención y la apartó del apuesto


cuadro. Se puso de puntillas hacia él. La colcha se le cayó de los hombros. Los
instrumentos de metal y madera tocaban la música de la Big Band, con un
sonido nítido salpicado por los golpes y arañazos ocasionales de la aguja de
un disco. Esa música debía ser alta, no suave.

Las escaleras de madera crujían al subirlas, aunque intentara ponerse de


puntillas. Una tenue luz provenía de debajo de una puerta, atrayéndola hacia
ella. La música se hizo más fuerte. Giró el pomo ovalado y entró en el interior
de la habitación para enfrentarse a quienquiera que estuviera allí. En cuanto
cruzó la puerta, la música se detuvo abruptamente como si nunca hubiera
existido.

La habitación sin puerta.

La ventana rota había sido reparada y la zona ordenada como si ella


nunca hubiera estado allí. Se dio la vuelta para salir, pero la puerta había
desaparecido y se golpeó contra la pared en su apuro.

—¡Ay! —Maura jadeó, poniéndose la mano sobre la nariz herida.


—Deberíamos decirle a Jack que se ha perdido —dijo una voz infantil—
. Nunca tarda tanto.

—Le abrí la puerta —respondió otra voz joven.

—No deberías haber hecho eso. Los demás se enfadarán si se enteran


de que has interferido.

—¿Qué otra cosa podía hacer? Jack quiere que venga. Le ha costado
mucho encontrarla esta vez.

Temblando, Maura miró a su alrededor para ver quién estaba hablando.


En su lugar, encontró algo que no había visto antes: una pequeña puerta en la
pared lo suficientemente grande como para arrastrarse. Una llave maestra
estaba en la cerradura. Aunque escuchó, las voces no volvieron. ¿Qué opción
tenía? No podía quedarse encerrada. El viejo auto no funcionaba. La granja
estaba abandonada. Eran las primeras voces que escuchaba desde su carrera
por la nieve. Tardó mucho tiempo en encontrar el valor para ir hacia la
apertura.



No había salida.

¿Cómo llegó a esa habitación sin puerta? ¿Dónde estaba la persona que
la sacó de la nieve? No recordaba haber llegado hasta allí, así que alguien tuvo
que traerla. ¿Por qué no la dejaron salir de la habitación? ¿O al menos la
revisaron?

Era posible que los minutos parecieran horas y que las horas parecieran
días. Maura no tenía sentido del tiempo, solo percibió que la noche y la nieve
persistían en el exterior. Se frotó los ojos y se paseó por el suelo de madera.
La llave tenía que significar algo.

Donde había una llave, había una cerradura.

Sujetando la llave maestra, buscó un hueco en el que encajarla. Levantó


el descascarillado papel pintado y pasó las manos por el suelo. El calor del
radiador la mantenía alejada de intentar salir por la ventana. Todavía le
escocían los pies por su carrera por la nieve y no había manera de que se
enfrentara a esos elementos de nuevo. Sería mejor encontrar un camino hacia
abajo. Quizá tuvieran un teléfono. O botas y un abrigo. O las llaves del auto.
Recordó vagamente haber visto una vieja camioneta agrícola antes de
desmayarse. En todo caso, el piso de abajo debería estar menos polvoriento
y podría haber algo de comida. No recordaba la última vez que había comido.
Aunque, en realidad, no tenía hambre, así que no era una prioridad inmediata.

Si había una forma de entrar en esta habitación, había una forma de


salir.

Golpeó los postes de la cama y comprobó que eran sólidos. Levantando


el lado de la colcha, buscó bajo el colchón. Sus manos dieron con un viejo
libro y lo sacó. En la portada del diario había calcomanías de mariposas. Con
una letra muy curvada que le recordaba a Maura estar en la escuela
secundaria, una chica joven había escrito, una y otra vez, en las páginas,
“Señora Taylor, Señora Jack Taylor, Señor y Señora Jack Taylor”, junto con
garabatos de un hombre y una mujer juntos haciendo varias cosas mundanas:
conduciendo un coche, comiendo en un restaurante, viendo la televisión.
Fuera quien fuera la chica, sus dibujos eran mucho menos gráficos de lo que
habrían sido los de Maura a esa edad.

A continuación, Maura miró debajo de la cama y encontró una pequeña


puerta con un pomo diminuto. La palabra “Eternamente” estaba grabada en
la madera. Qué extraño que no se hubiera dado cuenta antes. Estaba segura
de que nunca había visto nada parecido. El ojo de la cerradura tenía el tamaño
perfecto para la llave. Se apresuró a introducirla en la cerradura. Se le
pusieron los pelos de punta. Tenía que salir de la habitación. Cualquier lugar
era mejor que ese.

Al abrir la puerta, Maura se encontró con una suave iluminación. Metió


la cabeza en la abertura para mirar. Una pared de madera le impedía ver, pero
vio que la luz provenía de la esquina.

—Shh —le pareció oír a alguien susurrar.

—Ha sido demasiado rápido —respondió una segunda voz—. No ha


podido encontrar nada útil.

—Quizá se dé la vuelta. A veces se da la vuelta.

—¿Quién está ahí? —llamó Maura mientras metía los brazos por la
abertura y se empujaba contra la pared para atravesar su cuerpo—. ¿Eres la
chica que escribió el diario? ¿Es esta tu habitación?
—Demasiado pronto, demasiado pronto —dijo la voz—. Avisa a Jack.
Traducido por Andromedas
Corregido por Queen♡

El voluminoso peso de la falda de satén de Maura hizo que sus caderas


se engancharan en el marco de la mini puerta. Con todas sus fuerzas empujó
su cuerpo a través de la pequeña abertura. Al mirar hacia arriba, descubrió
que el techo era demasiado bajo como para estar de pie. Arrastrándose,
Maura siguió su camino hacia la luz que se asomaba por la esquina. Cuando
logró alcanzarla y se asomó hacía un lado, descubrió que la luz se había
movido hacia otra esquina.

Como un ratón en un laberinto, se arrastró con las manos y las rodillas,


girando esquina tras esquina, tratando de alcanzar la luz. Le dolían las palmas
de las manos. Las tablas del suelo de estaban acolchadas solo por el material
de su falda bajo sus rodillas magulladas. Cuanto más se adentraba en el túnel,
más rápido se movía, desesperada por salir.

El aire se volvió más frío, con una ligera brisa que olía a aire libre. El
resplandor amarillo de la luz se transformó en el tinte azul de la luz de la luna.
Se arrastró por el túnel y salió de un montículo de tierra cubierto de nieve. El
bosque se extendía a su alrededor. La densa maleza bloqueaba todo, excepto
pequeños puntos de luz danzante.

—Lo has conseguido. —La voz masculina fue acentuada por el golpe de
madera sobre madera.

Maura jadeó y se giró a tiempo para ver una figura que cerraba el túnel
para que ella no pudiera volver. Se alejó de él, arrastrando sus pies descalzos
sobre la nieve. La hojarasca del bosque se clavó en sus pies, y la hizo tropezar.

El hombre se volvió hacia ella. Llevaba una capa oscura y respiraba con
dificultad, como si hubiera corrido mucho. Los ojos oscuros le resultaban
familiares, pero solo en un sentido fugaz, como un rostro en la multitud, un
pasajero de un autobús. No lograba reconocerlo. Una fina cicatriz se
encontraba sobre su sien izquierda, una herida hecha hacía tiempo ya curada.
—Llegas temprano. —Sonrió, con una mirada encantadora que
pretendía atraerla, pero ella no confiaba en esa sonrisa.

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¿Por qué me encerró en esa habitación?


—Maura levantó la mano para alejar al desconocido—. ¡No te acerques a mí!

—Me llamo Jack. Yo…

—¿Jack Taylor? —¿Esa era su casa? ¿La casa de infancia de su esposa? La


idea de que él estuviera casado la golpeó con fuerza y descubrió que no le
gustaba. Aunque, no había ninguna razón lógica por la cual debiera estar
celosa.

—Oh, así que esta vez fueron los periódicos. —Jack parecía
decepcionado por la revelación.

—¿Me estabas observando? —Maura lo miró con cautela—. ¿Es esto una
especie de juego enfermizo?

—Juego —repitió él con tristeza—. Oh, cómo me gustaría.

La respiración de Maura se hizo más profunda.

—Vas a huir, ¿verdad?

Maura no esperó a que terminara. Salió corriendo del túnel ya cerrado.


Aunque la nieve cubría el suelo, no se sentía tan espesa como la primera vez,
o tan fría. Tal vez había perdido permanente la sensibilidad en sus pies. Se
lanzó a través de los árboles, dividida entre el camino más fácil y rápido o el
de la maleza espesa y más sigiloso.

Poco a poco la nieve se fue despejando, como si corriera en la estación


invernal, saliendo de entre los densos árboles hacia un valle. La calidez la
rodeaba, no el calor artificial radiante que combate el invierno, sino la luz del
sol calor de la primavera. Pequeños jadeos la saludaron mientras las
mariposas saltaban en el aire.

—¡Maura! —gritó Jack tras ella.

Las mariposas se abalanzaron en forma de pequeños aviones. Intentó


pasar a toda velocidad, pero se enredaron y bloquearon su huida.
—Maura, detente —dijo Jack, alcanzándola.

Por alguna razón se vio obligada a obedecer. El miedo la invadió, pero


no era miedo a él. De hecho, quería darse la vuelta y quedarse con él.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella, mirando el oscuro bosque


invernal y luego al brillante valle de primavera—. ¿Dónde estoy?

—Dispérsense —ordenó Jack a las mariposas. Al instante rompieron la


formación y revolotearon alrededor de las flores como si nada hubiera
pasado.

—¿Qué me diste? —Estaba demasiado asustada para moverse—. Estoy


alucinando. Nada de esto es real. Es una especie de sueño inducido por la
fiebre.

—No esperábamos que despertaras tan pronto. Estás en el camino


equivocado de nuevo. —Empujó hacia atrás su capa para revelar una túnica
blanca y más ajustada, pantalones de cuero negro con cordones cruzados a
los lados. ¿Quién se viste así? ¿Actores de Shakespeare?

Maura se quedó mirando demasiado tiempo sus caderas y se distrajo


momentáneamente por los fuertes muslos y la cintura afilada. En otras
circunstancias...

—Nada de esto tiene sentido. Tengo que correr. No sé por qué, solo
necesito correr.

La primavera se sentía segura. Quería quedarse, pero una fuerza


exterior le decía que huyera.

—Todavía hay tiempo para volver a empezar —dijo Jack—. Cierra los
ojos y recuerda. Puedes encontrar el camino correcto. Tienes que
encontrarlo.

Maura se encontró obedeciendo mientras cerraba los ojos.

—Vuelve al principio y hazlo de nuevo —le instó.

—Quiero quedarme aquí contigo. No quiero ir —dijo ella, la


desesperación la llenaba. Y era cierto. Se estaba bien ahí en la primavera. La
dulzura de su voz la tranquilizó. Su mirada la atrajo y quería tocarlo, estar con
él.

—Lo sé, pero tienes que volver a intentarlo. Vuelve al principio. Lo


recuerdas, ¿verdad? Los copos de nieve en Nochebuena. Son mágicos, ¿no es
así? Pequeños reinos de hielo perfectos...

—Reinos de hielo perfectos condenados a derretirse —terminó Maura.

—Nunca entendí eso —rio.

—Estaba un poco borracha —susurró ella—. Estaba diciendo tonterías.

Ella había estado admirando los copos que caían contra su abrigo, sin
prestar atención mientras salía de la fiesta un poco ebria en Nochebuena y
se dirigía a su coche. Un gnomo de jardín se asomaba entre la nieve. La acera,
ya limpia, tenía grietas en las viejas losas. El miedo y el temor la invadieron
con muchísima intensidad. Jadeando, luchó contra el recuerdo y sacudió
violentamente la cabeza.

—¡No!

Cuando abrió los ojos, Jack estaba más cerca que antes. Su mano se
cernía sobre su mejilla. No la tocó, pero la expresión de sus ojos decía que
quería hacerlo. El anhelo dentro de él era palpable y crudo. Sus labios estaban
apretados con demasiada dureza. Sus ojos se entrecerraron en concentración
como si estuvieran conteniendo las lágrimas.

—Vuelve. Lo encontrarás —dijo

—No sé lo que estoy buscando. —Una parte de ella quería obedecer la


extraña petición, aunque no tuviera sentido. ¿Ir a dónde? ¿Al túnel? ¿A la
habitación sin puerta? El miedo regresó al pensar en correr en la nieve. No
quería volver a la nieve. Ahí hacía calor. Estaría segura. El peligro acechaba
en la nieve.

Quería quedarse allí. Para siempre.

No tenía sentido.

Su cuerpo le decía que corriera.


—Aléjate de mí —ordenó, luchando contra la confusión. La boca de Jack
había estado a punto de besarla. Ella sintió el calor de su aliento en su mejilla.
La desesperación brilló en sus ojos.

—Recuerda —susurró—. Eternamente.


Traducido por Andromedas
Corregido por Queen♡

Maura sintió la atracción del invierno hasta lo más profundo de su alma.


El calor se sentía tan agradable contra su piel y, sin embargo, todavía tenía el
impulso de correr hacia el oscuro bosque. No era algo que quisiera hacer,
sino algo que las fuerzas externas la obligaban a hacer.

—Pareces cansada —dijo Jack—. Quizá deberías cerrar los ojos y


descansar. —Los párpados de Maura se volvieron momentáneamente
pesados. Estaba cansada. ¿Cómo no iba a estarlo después de todo lo que había
pasado? Balanceándose sobre sus pies, murmuró—: Creo que tengo fiebre.
Estoy viendo cosas. No puedo concentrarme. Nada de esto es real.

El dorso de su mano le tocó ligeramente la frente.

—Tal vez estás recordando.

—¿Qué se supone que debo recordar?

—No puedo decírtelo —dijo él—. Lo intenté una vez. No terminó bien.
Tiene que ser de esta forma.

—Pero nos acabamos de conocer. No te conozco. —Ella se balanceó de


nuevo. Los dedos de él se sentían familiares contra su piel. La caricia despertó
un profundo anhelo dentro de ella y le resultaba difícil concentrarse.

—Claro que sí. —Sus labios rozaron los de ella suavemente—.


Eternamente.

—¿Por qué sigues diciendo eso? —No se apartó de su beso. Nada de


aquella noche tenía sentido, pero al menos su contacto no era traicionero.
Estar junto a él era lo más segura que se había sentido en toda la noche—.
¿Quién eres, Jack?

En lugar de responder, la besó de nuevo. O tal vez esa fue su respuesta,


un beso suave.
Maura no se movió, solo dejó que sucediera. El agotamiento hacía que
sus miembros se sintieran pesados. Los pies le escocían, un contraste frío con
el tacto de él. Sus dedos se deslizaron por su mejilla y su cuello para acariciar
su cara. Ella sintió que se agitaba violentamente.

—Maura, por favor, encuéntralo —susurró contra su boca—. No sé


cuánto tiempo nos queda. Me temo que todo lo que tenemos son estos
momentos robados.

Sus labios se movieron a lo largo de los de él y ella no quiso pensar en


nada más. Se apretó contra su calor, sintiendo que él podría dejarla ir pronto.
Necesitaba sentir algo más que el frío, lo abrazó con desesperación.

La firme presión de su cuerpo se moldeó contra ella. Su deseo era


evidente en la elevación de su excitación, en la febril exploración de sus
manos.

Al tocarlo, sus manos sabían cómo le gustaba que lo acariciaran. Maura


no conocía a ese hombre, estaba segura de ello, pero su cuerpo respondía
como si recordara el sabor de su boca y las líneas de su pecho. Su dedo
recordaba la hendidura de su columna vertebral bajo la camisa.

Deseó que le contara lo que estaba pasando. Estaba claro que sabía la
respuesta. ¿Qué debía recordar ella? ¿Por qué la habitación y el túnel? ¿Por qué
existía ese lugar entre estaciones? ¿Cómo podía estar acostada en un valle
totalmente en primavera junto a un bosque invernal?

Los suaves pétalos del campo la amortiguaban. Maura se negó a abrir


los ojos, pues temía que si lo hacía se vería atrapada de nuevo con los pies
descalzos en la nieve. Si esto era su alucinación moribunda, entonces quería
aceptarla. Enganchó sus pulgares en su cintura y empujó. Con un poco de su
ayuda, logró liberar su erección. El resto de su ropa pareció derretirse de su
piel para revelar la carne caliente que había debajo.

La emoción brotó de él en pequeños estallidos, pulsando en sus


terminaciones nerviosas como si su deseo por ella fuera algo tangible que se
transmitiera entre ellos. El sonido de sus gemidos le pedía más. Cuando le
subió la falda para agarrarle tiernamente el trasero, no se resistió. Eso es lo
que quería, un final al tortuoso dolor de su piel, a la incertidumbre de su
mente. Nada tenía sentido en este mundo excepto Jack.
Jack tiró del corpiño de su vestido para dejar al descubierto el pecho.
Sus labios abandonaron de los suyos solo para encontrar un pezón dolorido.
Él tiró de sus medias y escucho cómo se rompían. El ansia de su deseo estaba
en esa misma acción, como si no pudiera esperar a desnudarla por completo.
Segundos más tarde, sus caderas se presionaron entre los muslos de ella.

Hicieron el amor en el suelo del valle, con los cuerpos entrelazados,


suave pero desesperados. No hubo vacilación cuando él entró en ella y en ese
segundo ella lo conoció, y los sentimientos que despertó en ella le resultaron
familiares. Aunque quería que el momento durara para siempre, mientras
intentaba filtrar el placer de sus recuerdos, su clímax llegó a tal punto que no
tuvieron más remedio que caer al vacío. Él se puso rígido sobre ella y se le
cortó la respiración.

Maura jadeó y finalmente abrió los ojos. Una lágrima se deslizó por su
mejilla.

—¿Jack? Eres tú. Me acuerdo de ti. Eternamente. —El frío volvió con una
ferocidad, comenzando por sus punzantes pies. El dolor no se negaría
mientras la amenaza de la muerte la arrastraba a sus despiadados brazos.

—Escúchame, Maura. La magia está disminuyendo. Debes romper el


bucle o perderemos...

—Oh, no, lo siento. No, no, no, todavía no. Jack, todavía no. Solo un
minuto más.

—Recuérdame —susurró mientras su cuerpo se desvanecía sobre el de


ella. Las lágrimas mancharon sus mejillas en su desesperación—. Recuerda a
Jack. Etern...
Traducido por ~Darkness🥀
Corregido por Mer Brekker

Maura presionó su rostro contra la ventana de vidrio de la habitación


sin puerta, tratando de ver a través de la nieve que caía. Alguien había cavado
en el gran patio, limpiando el blanco para que el barro se asomara y
deletreara las palabras: “Recuerda a Jack Everlas”.

Las palabras estaban frente a su ventana, como si las hubiera dejado


para que las encontrara. Pero, ¿quién era Jack Everlas y por qué debía
recordarlo?

Si alguien escribió eso en el césped y todavía era visible en la tormenta


de nieve, entonces tenía que estar cerca. ¿Quizás abajo en la casa? La
habitación estaba en lo alto, así que tal vez este era un ático y ella
simplemente no estaba encontrando el pestillo adecuado para salir. Quitando
la llave del esqueleto de la pared, la usó para raspar en el alféizar de la
ventana. Lo habían pintado cerrado y tomó un poco de esfuerzo romper el
sello.

Cuando logró abrirlo lo suficiente como para arrastrarse, enganchó sus


pies a la celosía e intentó cerrarlo una vez más, para que el calor no escapara.
La linterna desde el interior de la habitación proyectaba luz sobre la nieve.
Se afijó por el costado de la casa y luego trotó hasta el porche. Asomándose
por la ventana, trató de ver si alguien estaba en casa. La casa estaba oscura.

Maura probó la perilla. La puerta estaba abierta, así que se dejó entrar.

—¿Hola?

Ninguna respuesta vino más allá del resplandor parpadeante de las luces
de Navidad en un árbol desnudo. En realidad parecía triste, solo y húmedo,
un intento a medias de decorar para las fiestas.
—Mi nombre es Maura. Me ayudaste. Sé que es una tontería, pero no
pude encontrar una manera de salir de la habitación del ático, así que escalé
hacia abajo.

Seguía sin respuesta.

No parecía que alguien viviera allí. Los muebles eran viejos y no habían
sido usados durante décadas. Tal vez las luces de los árboles eran las únicas
que funcionaban. Explicaría por qué estaban encendidas, pero no otras. Solo
para estar segura, probó el interruptor de luz. No pasó nada. Al menos la casa
estaba caliente. Eso era algo.

Las pistas formaban un sendero por el pasillo polvoriento. Alguien había


estado ahí recientemente. Las siguió con cautela. Mirando, vio un golpe limpio
en el polvo en un viejo marco de fotos que revelaba una cara hermosa. Los
ojos eran amables. ¿Quizás el dueño de la granja en sus días de infancia? Tocó
ligeramente la cicatriz en su sien, preguntándose dónde lo había visto antes.

—Ojalá hombres como tú todavía existieran —susurró—. Los solteros


disponibles en estos días son algo triste… —Una fuerte sensación la llenó y
detuvo sus palabras. ¿Qué estaba olvidando? ¿A quién estaba olvidando?

Las huellas conducían arriba, probablemente a donde la habían llevado


a la habitación sin puerta. Tal vez la nota en la nieve era su forma de hacerle
saber que volverían. Si buscaban ayuda, era posible que sus huellas que se
alejaban se perdieran en la nieve, a diferencia de los profundos surcos que
habían tallado para su mensaje. La vieja camioneta afuera apenas parecía
funcionar.

En lugar de subir las escaleras, exploró el nivel principal de la casa.

La mayoría de las habitaciones estaban vacías, excepto por algunas


piezas extrañas de muebles abandonados. La cocina tenía latas antiguas en el
armario que decían “Jackrabbit Tobacco” y “Jack-o-Lantern Pie Filling”. Un
recorte de periódico con cinta amarillenta que ya no se pegaba a nada yacía
en el suelo. Era una imagen de un automóvil abandonado junto a la carretera
con el titular: “Misteriosa desaparición de dos lugareños”. El frágil papel se
desmoronó en polvo cuando trató de levantarlo para leer el artículo.

Hacía mucho tiempo, alguien había pegado mariposas de colores, ahora


embotadas por el polvo, en una pequeña puerta. Maura se asomó al interior,
solo para encontrar viejos escalones de madera que conducían a una bodega.
Se sintió alrededor de la pared y encontró un viejo interruptor de luz de
botón. Las luces parpadearon cuando las encendió.

—¿Hola? —llamé. Nadie respondió, no es que esperara que lo hicieran.

A Maura no le gustaba la sensación general de los sótanos en un buen


día. Diciéndose a sí misma que solo echaría un vistazo rápido, probó cada
paso para asegurarse de que sostuviera su peso. La antigua base de bloques
de piedra caliza se inclinó hacia adentro y la tierra dura hizo un piso desigual.
Las telarañas colgaban en cuerdas sucias, abandonadas por sus fabricantes
las arañas. Las luces parpadearon violentamente, amenazando con apagarse.
Comenzó a retirarse, solo para detenerse cuando vio un pequeño cofre en el
piso debajo de las escaleras. Estaba escondido y era fácil de olvidar.

Cuanto más se acercaba Maura para recuperar el cofre, más rápido


parpadeaban las luces. Lo agarró y se lanzó por las escaleras. Las luces se
apagaron por completo y ella se quedó tropezando de regreso a la cocina. Al
encontrar un asiento en el viejo sofá cerca de las luces parpadeantes del
árbol, colocó el pecho sobre sus rodillas y lo desempolvó. La palabra
“Eternamente” estaba tallada en la parte superior.

Un aullido sonó afuera y ella saltó, dejando caer el pecho para mirar por
la ventana. Presionó su cara contra el vidrio. La nevada había comenzado a
llenar el nombre de Jack.

—Recuerda a Jack —susurró. Un pensamiento perdido le molestaba el


cerebro. ¿Quién era Jack?

Maura se volvió hacia el cofre. Las imágenes se habían derramado en el


suelo como recuerdos ocultos: sus recuerdos. Una fiesta de Nochebuena con
el vestido que ahora llevaba, sonriendo y levantando una copa de champán.
¿Qué hacía una foto de esa misma noche en una vieja caja en una casa
abandonada?

Sus manos temblaron mientras la alcanzaba. El oropel roció su cabello


en la foto y estaba sonriendo. Algo pequeño se había hundido en su vaso,
pero no podía salir. Temblando, se arrodilló en el suelo. Las imágenes no
tenían sentido. No tenía lógica: las llaves de su auto en la mano, la manga de
su abrigo con copos de nieve gordos, las huellas en la nieve, una cara borrosa,
una piedra agrietada, un gnomo de patio espeluznante.
Y luego el rojo sangre carmesí que manchaba el suelo, un ángel de nieve
destruido, un zapato perdido.

Esos eran sus recuerdos, pero no podía ponerlos en orden o contexto.


Agarró el cofre, tentada a empujarlos a todos hacia adentro como si no
existieran. Un dolor sordo se formó detrás de su ojo. Las luces de los árboles
parpadearon sobre la cara sonriente de su foto, una imagen que parecía decir:
“Comienza aquí”, y así lo hizo.
Traducido por Daughter of the Barrel
Corregido por Mer Brekker

—Maura, un brindis —dijo un hombre, cuya voz lejana resonó en su


mente—. Te conocí hace un año cuando literalmente te caíste en mis brazos
y me provocaste quemaduras de tercer grado con tu café ridículamente
grande. Pero incluso cuando mi cara se llenó de ampollas, supe que no podía
ir a la sala de emergencias hasta que tuviera tu número.

Maura soltó una pequeña carcajada. Sus labios se movieron, como


cuando se tomó esa foto, y contestó:

—Como mucho te manché la camisa. —La imagen cambió, como si la


cámara se desplazara por su vestido de satén púrpura—. Solo te di mi número
porque me hiciste sentir culpable.

Sonaron risas, la alegría achispada de una fiesta. El eco fantasmal parecía


venir del interior de la granja, de una habitación que ella no podía ver. Se
levantó lentamente del suelo y se sentó en el sofá.

El hombre continuó:

—¿Podrías guardar silencio? Esta es mi propuesta de matrimonio.

Maura hizo un débil ruido. ¿Propuesta de matrimonio?

—Tenía un montón de cosas inteligentes preparadas para decirte —


había dicho—, un montón de razones por las que deberías decir que sí, por
las que somos perfectos, pero la verdad es que cuando te miro me olvido de
todo lo lógico. Así que, Maura Caroline O'Brian, di que te casarás conmigo y
me harás eternamente tuyo.

—Sí, Jack, sí —le dijo Maura al recuerdo. El rostro fotográfico y borroso


de Jack se enfocó. Recordó su sonrisa y lo feliz que era cada vez que él
entraba en la habitación. Recordó su primera pelea, su primer beso y la
primera cita. Tantos pequeños momentos que crearon una relación.
Recordaba lo que sentía cuando la abrazaba, cómo sus nervios saltaban
cuando él la tocaba. Cada vez que se iba de noche en un viaje de trabajo, ella
lo anhelaba terriblemente. El deseo de abrazarlo parecía ahogarla incluso
ahora. Desde ese primer momento, supo que él era su para siempre.

El anillo había estado en la copa de champán, y al principio no se había


dado cuenta del precioso diamante cuadrado. Sus amigos los habían rodeado
de amor. Fue la noche perfecta, la felicidad era tan intensa que temió que no
pudiera durar. bebió demasiado y Jack tuvo que ayudarla a llegar al coche
porque tropezó con un trozo de acera roto y se enganchó las medias en la
horquilla de un gnomo del césped. Siempre había odiado a ese espeluznante
gnomo.

Maura miró la foto de las llaves.

—Dámelas —había dicho Jack, arrebatándole las llaves de la mano.

—Ojalá nevara siempre —había gritado Maura, dando vueltas en


círculos hacia la calle. Los copos caían sobre su abrigo mientras bailaba.

—Ven aquí —dijo Jack—. Estás cubierta de nieve.

—No es nieve. Son pequeños reinos de hielo perfectos condenados a


derretirse. —En ese momento había tenido mucho sentido.

—Estás perfectamente loca, mi amor —había respondido él.

Quería pasar su vida con Jack. Había tanto por delante de ellos que su
corazón prácticamente había estallado con la anticipación de sus vidas juntos.
Llegar al coche fue un borrón, al igual que el largo tramo de asfalto mojado
en una carretera oscura, y los muchos carteles que anunciaban una Feria del
Renacimiento.

—Deberíamos ir a eso —había dicho con una risa—. Me encantaría verle


en cuero apretado, mi señor.

—Como desee, mi señora —había respondido Jack—. Pero solo si usted


también viste con cuero ajustado.

Maura se había reído mientras observaba como las luces de la calle


brillaban en su anillo hasta que desaparecieron, y entonces la noche se tragó
la vieja carretera. Se quedó mirando la cara de Jack en la cual se reflejaban las
suaves luces que salían del tablero de mando del coche. La radio del coche
emitía música de grandes bandas. A él le encantaba ese tipo de cosas y
siempre intentaba llevarla a fiestas y clubes de jazz.

—¿Miraste dentro del anillo antes de ponértelo para enseñárselo a las


chicas? —preguntó él, balanceándose en el asiento del conductor.

Maura se rio y se lo quitó del dedo. Abrió la guantera para encender una
luz y leer el grabado en voz alta:

—Eternamente.

—Eternamente tuyo —fue como dijeron—, te amo. —Era especial


porque era de ellos, no utilizado en los siglos anteriores, un amor nuevo, su
amor.

—Ooh…—dijo ella, sonriendo ante su dulzura—. Lo mismo digo, cariño,


por siempre y para siempre tuya.

El recuerdo se hizo real, arrastrando a Maura hacia él. Jack redujo la


velocidad del coche y se apartó a un lado de la carretera. Se desabrochó el
cinturón de seguridad y le dirigió una sonrisa muy seductora.

—¿Qué? ¿Aquí? —Maura se rio, aunque sintió su voluntad.

—Llevo toda la noche queriendo quitarte ese vestido. —Deslizó su


asiento hasta el fondo y lo reclinó—. ¿Qué dices?

Maura miró a su alrededor.

—Nadie conduce por aquí —le aseguró, con un tono que destilaba
persuasión melosa. Jack se llevó la mano a la hebilla del cinturón y se bajó la
cremallera de los pantalones. Su miembro se liberó y lo acarició.

—Deberíamos esperar hasta llegar a casa. —Las palabras fueron poco


convincentes mientras ella se desabrochaba el cinturón de seguridad.

Quitó la mano de su pene y se acercó a su muslo para subirle la falda.

—Será como nuestra primera cita.

Maura echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—No me acosté contigo en nuestra primera cita.


—Pero durante toda la primera cita pensé en cómo te sentirías sentada
a horcajadas en este coche. —Maldita sea, tenía una sonrisa persuasiva
cuando la quería. Funcionaba siempre.

Maura buscó su zapato.

—Déjatelos puestos. —Él la atrajo hacia su regazo.

—Pero llevo medias. —Ella se deslizó más cerca de él en el asiento.

—Ábrelas con la uña y aparta las bragas. —Él volvió a acariciar su


miembro y se burló—: Será mejor que te des prisa. Ha empezado a hacer frío.

—Déjame juzgar. —Maura se inclinó para besar su erección y él se


sacudió cuando sus labios envolvieron la punta. Ella comenzó a alejarse
cuando él empujó su nuca suavemente y empujó hacia arriba un par de veces.
La firme presión hizo que ella lo chupara automáticamente.

—Aunque disfruto corriéndome en tu boca, realmente quiero tu coño.


—Le soltó el pelo—. Te compraré medias nuevas.

Maura se rio y metió la mano entre las piernas para rasgar el delicado
material.

—Oh, sí —respiró con entusiasmo—. Ahora ponte a horcajadas sobre


mí.

Los coches nunca fueron un ajuste ideal, pero aun así la excitaba.
Mientras se sentaba a horcajadas sobre él en ese espacio reducido, dejó que
su sexo bailara sobre la punta de su eje. Los ojos de él se centraron en sus
pechos mientras la tomaba por las caderas.

—No sé, Jack —susurró ella, jugando con él—. ¿Y si alguien viene a
vernos?

La idea le excitó más y gimió.

—Les diré que fuiste una chica mala y que tuve que parar el coche.

—Te gusta cuando soy mala, ¿verdad? —Ella empujó hacia abajo en él,
dejando que la llenara.
—Mierda. —Fue todo lo que consiguió mientras ella se movía encima de
él.

La posición no les permitía llegar tan profundo como ella quería, pero
el contacto físico fue suficiente para que su cuerpo alcanzara el clímax. El
placer la recorrió, y el orgasmo de Jack se unió al suyo. Fuera, la noche nevada
era tan tranquila y apacible, como si los atrapase en el interior de su propio
globo de nieve privado.

Maura fue arrancada del placer del recuerdo y su conciencia estaba de


nuevo en la granja. Sintió que una lágrima se deslizaba mientras levantaba la
vista del recuerdo inducido por la imagen, mirando las luces del árbol que
tenía delante, sin verlas realmente. Se tocó el dedo anular, tratando de
deslizar la joya de nuevo, y al mismo tiempo no encontró el anillo en su mano.
Los recuerdos se combinaron con el presente en una caótica sinfonía de
imágenes y sonidos borrosos. El papel pintado se enroscaba en las costuras,
sujetado por cuadros polvorientos. Un claxon sonó. Las luces de Navidad
parpadeaban, transformándose en faros y volviendo a cambiar. Su cuerpo se
balanceaba violentamente, aunque el sofá no se movió. Se golpeó la cabeza
contra una barrera invisible. La sangre le corría por la cara desde el lugar
donde se había golpeado.

—¿Jack? —gimió Maura, sujetando su cabeza. Su cuerpo picaba mientras


intentaba empujar hacia arriba. Las luces del árbol desaparecieron,
sustituidas por las brillantes motas de nieve que caían frente a sus faros.
Acababan de hacer el amor y se habían apartado para poder terminar el viaje
a casa. Jack hizo un ruido débil. La sangre corría por su cara, saliendo de su
sien izquierda.

Maura parpadeó con fuerza antes de forcejear con su cinturón de


seguridad. Agarrando su abrigo del asiento, lo presionó contra el lado de su
cara para conseguir que el sangrado se detuviera.

—Jack, cariño, está bien. No pasa nada. Estoy aquí.

Él gimió en respuesta.

Ella oyó voces fuera del coche, pero no pudo distinguir lo que estaban
lo que decían.

—¡Ayuda! Aquí dentro, está herido. Por favor, necesitamos ayuda.


—Robert, cállate —gritó alguien. El hombre tenía un acento rural, como
si viniera del sur de Oklahoma. Los kanseños no suelen hablar así.

—¿Qué? No. Necesitamos ayuda —gritó Maura confundida.

—Busca su bolso —continuó el hombre, como si ella no hubiera hecho


ningún ruido—, luego abre el maletero. Date prisa antes de que venga alguien.

¿Les estaban robando? Maura se acercó a Jack y buscó algún tipo de


arma mientras le sujetaba el abrigo en la cabeza para detener el sangrado.

—No viene nadie a estas horas de la noche —respondió Robert—. Si lo


hacen, encenderemos las luces de emergencia y diremos que los hemos
encontrado así. Probablemente nos darán una recompensa o algo así por ser
buenos samaritanos. Además, no se nota que los hayamos embestido. Este
pequeño coche no puede abollar la bestia. Esa parrilla está hecha para
arrollar cualquier cosa en su camino. Al igual que yo.

La ventana se rompió detrás de ella y gritó asustada. Jack parpadeó,


sorprendido y aturdido. Alguien metió la mano detrás de ella.

—No nos toquen —gritó ella—. ¡Déjenos en paz!

—Toma. Revisa su bolso —dijo Robert, arrebatándolo del asiento y lo


arrojó detrás de él. Le sonrió con una boca llena de dientes manchados de
tabaco.

—¡Mierda! —gritó su compañero, su voz venía de detrás de Robert—. La


perra solo tiene veinte dólares.

—No solo veinte dólares. Mira lo que tenemos aquí, Stan. —Robert
desbloqueó la puerta y la abrió de golpe—. ¡Una reina del baile! Toda vestida
y lista para la fiesta de después.

Unas manos ásperas tiraron del pelo de Maura, arrastrándola fuera del
coche y en la nieve. Sus brazos se agitaron, sin hacer mucho daño mientras
luchaba por liberarse.

—Nunca pude ir a un baile de graduación —dijo Stan.

Cuando su atacante la soltó, trató de alejarse arrastrándose. Esto


pareció divertir a los hombres. Gritó cuando Stan la agarró por la falda y tiró.
—¿A dónde crees que vas, reina del baile?

—No soy la reina del baile. Por favor, solo estamos de camino a casa
desde una fiesta. No hay razón para dejar que esto se salga de control. Solo
toma mi bolso y vete. —Incluso cuando trató de razonar con ellos, no pudo
evitar el temblor de su voz o el miedo de su cara.

Robert le dio una patada en el estómago para hacerla callar. Maura rodó
sobre su espalda, agarrándose el abdomen. La pateó por segunda vez,
golpeándola a lo largo de la parte exterior del muslo. Las lágrimas rodaron
por sus mejillas.

Las botas hicieron crujir el suelo cerca de su cabeza. Las piernas se


alzaban a ambos lados de su cara.

—Agarra ese anillo.

Robert tiró de su mano, arrancando su nuevo anillo de compromiso de


su dedo. Ella lo observó desde el suelo mientras él lamía la piedra antes de
guardarlo en el bolsillo.

—Deberías haber traído más dinero esta noche, cariño. Así podría
haber pagado un lote de lagartijas como había planeado. Pero, como no lo
hiciste, supongo que puedes ocupar el lugar de la puta.

—Aléjate de ella —gritó Jack. Cargó contra su atacante, saltando por


encima de ella a Stan y tirándolo al suelo—. ¡Corre, Maura! —Jack golpeó a
Stan en la mandíbula antes de que Robert envolviera los brazos de Jack desde
atrás para inmovilizarlos a los lados. Jack clavó los pies en el suelo y obligó a
su cuerpo a caer hacia atrás. Robert se estrelló contra el coche. La sangre de
la herida de la cabeza de Jack salpicó la nieve.

—¡Jack! —Ella no quería dejarlo. Buscó un arma, pero no encontró


ninguna.

—Consigue ayuda —ordenó Jack—. ¡Ve, Maura!

Maura obedeció, corriendo tan rápido como pudo sobre el duro


pavimento.

—Detenla —ordenó Robert—. ¡Detengan a la perra!


Maura gritó y cambió el rumbo hacia el campo nevado. El frío picaba sus
pies. Oyó a Jack gritar que corriera más rápido. No se volvió. El miedo le decía
que estaban justo detrás de ella y no se atrevía a mirar para confirmarlo.

Alguien tenía que encontrarla. Alguien tenía que ayudar a Jack.

No estaba segura de lo lejos que había corrido, solo de que no podía


detenerse, incluso mientras se arrastraba a través de los montones de nieve
con la escasa protección que le proporcionaban el satén húmedo y las medias.
Tenía que haber una granja por aquí. Alguien tenía que estar trabajando esos
campos.

Maura sabía que si dejaba de moverse sus atacantes podrían encontrarla.


Ella trató de mantenerse paralela al camino. Susurró oraciones que salieron
de ella en pequeñas bocanadas de aire. Le rogó a una fuerza invisible del
universo que la dejara despertar, para que fuera un sueño. Ansiaba a sus
padres, a la policía, a un guardabosques, cualquiera que pudiera sacarla del
frío. Las lágrimas se congelaron antes de caer. Se dijo a sí misma que solo
tenía que pasar la siguiente línea de árboles, luego la siguiente, y la siguiente...

Al llegar a una valla, gimió, apenas pudo lanzar su cuerpo por encima.
Maura se derrumbó en el suelo y trató de arrastrarse. Nada más que un campo
de nieve se extendía ante ella. Los músculos de sus pantorrillas se agarrotaron
por las bajas temperaturas y no podía sentir los pies. En algún lugar del
camino había perdido sus zapatos y no se había dado cuenta. La presión había
aumentado bajo la herida de la cabeza, hinchando su ojo. Le dolía el estómago
por el lugar donde la habían pateado.

Se había equivocado de camino.

Solo un pequeño descanso para recuperar el aliento y luego empezaría


a moverse de nuevo.

Rodando sobre su espalda, miró a la luna llena. El dolor en sus miembros


fue sustituido por el entumecimiento. Los copos de nieve caían sobre su cara,
pero no los sintió caer.

—Jack —susurró. Cada pizca de su alma que le quedaba fue enviada a él,
deseando que supiera lo mucho que lo amaba. Rezó para que estuviera a
salvo—. Eternamente.
La salvación nunca llegó.
Traducido por TinkerHell
Corregido por Mer Brekker

—¡Jack! —Maura apareció caminando. No entendía por completo lo que


estaba sucediendo, solo que necesitaba encontrar a Jack. Su harapiento
vestido estaba manchado con sangre, la delgada gasa, rasgada, el satén,
cubierto de manchas de agua. No estaba así antes.

Cojeó hasta la puerta, determinada a encontrarlo. ¿Y si estaba al otro


lado de la calle esperando a que volviera? Empujó la manilla, pero no pudo
abrirla. Frenéticamente, luchó ante el hecho, pateando y gritando por
escapar de la sucia casa.

—¡Jack! ¡Jack!

Recordó la ventana del segundo piso y se abrió camino, intentando


encontrar una habitación sin puerta. Subió descalza por la escalera. Solo
había una puerta. La sacudió y entró. La habitación era un desorden, como
si alguien la hubiera sacudido mientras ella no estaba. El espejo estaba hecho
trizas en el suelo. La cama había sido volcada, dejando a la vista una pequeña
puerta abierta en la pared.

Al ver la palabra Eternamente, grabada en ella, tal como en el anillo de


compromiso, supo que Jack estaba, de alguna manera, mostrándole el
camino. Una luz apareció desde dentro y se empujó hacia adelante por el
estrecho camino. Se arrastró por el túnel, sin importarle donde fuera a dar
mientras que Jack estuviera al otro lado.

Salió hacia un montículo de nieve al otro lado del bosque.

—¡Jack!

Dio vueltas en círculos. ¿Por dónde debería comenzar a buscar?

—Tú… —susurró Jack tras ella. Ella alzó su mirada hacia el—. Tú luces
diferente
—Jack, los hombres… — Se apresuró a él y pasó sus manos por su cara
para encontrar la cicatriz de su sien—. ¿Qué sucedió? ¿Cómo escapaste?
¿Cómo sanaste tan rápido? —Lo observó cuidadosamente para comprobar
que estaba desarmado. Examinando su túnica y pantalones de cuero, no pudo
evitar sonreír un poco—. ¿De dónde sacaste estas ropas? ¿Alguien de la feria
renacentista te encontró? No entiendo.

—Te acuerdas de mí. —Estaba demasiado asustado para moverse.

—Por supuesto que te recuerdo, Jack. Nos vamos a casar, me lo pediste


recién esta noche más temprano. Yo… — Maura frunció el ceño y agarró su
camisa entre sus manos—. ¿Q–Qué está sucediendo? ¿Por qué me miras así?
No has cambiado de parecer, ¿verdad? No ha transcurrido ni siquiera un día…
Jack.

—Dijiste mi nombre

—Sí. Eres Jack Michael Taylor. En nuestra primera cita, me dijiste que tu
segundo nombre era Susanna, solo para que sintiera pena por ti. Funcionó
porque me hiciste reír y te dejé hacer algo más que besarme esa noche,
después de que me llevaras a casa.

—Eres tú, Maura, eres tú. —Jack la abrazó fuertemente y todo su cuerpo
temblaba mientras explotaba en llanto. Su mano frotaba toda su espalda—.
Encontraste tu camino hasta mí.

Maura le dejó abrazarla.

—¿Cómo escapaste de esos hombres?

Sus caricias se detuvieron, pero no la dejó ir.

—Tuve suerte. Peleamos. Uno de ellos dejó caer un arma. Les apunté,
subieron a su camioneta y huyeron. El auto no funcionaba porque chocaron
su parte frontal, solo hacían cuatro grados esa noche. Tomé tu abrigo y corrí
tras de ti. —Las lágrimas gotearon sobre su hombro, y supo que estaba
llorando—. Tenía una costilla rota por lo que no podía moverme lo bastante
rápido. Lo siento Maura. Llegué demasiado tarde

—¿Demasiado tarde? Jack, estoy aquí. Estaremos bien.


—Maura, te lo estoy diciendo, moriste. Has estado muerta desde hace
treinta años. Has estado atrapada en un bucle, reviviendo esa noche. Te
encontré esa noche en medio de la nieve, estabas azul y congelada. Yo quise
morir también. Y luego un hombre en un traje negro apareció. Me dijo que
no podía cambiar el hecho de que estuvieras maldita por las circunstancias
de la persecución en los campos de Kansas, pero podía construir una casa a
la que pudieras llegar, una casa llena de recuerdos que te invitara a entrar y
te guiara hasta mí. Desde esa noche, corres por los campos, pero finalmente
encuentras tu camino hasta aquí, hasta mí.

—No entiendo.

—Eres un efecto residual.

—Muy gracioso, Jack. ¿Luzco como un fantasma para ti? —Comenzó a


reír, pero se detuvo—. ¿Qué tan fuerte te pegaste en la cabeza?

—Solo escucha, Maura. Este hombre extraño sintió un poco de


compasión al ver mi tristeza. Me dijo que tenía que sacrificar mi vida para
darle suficiente poder para hacer esto posible. Lo hice porque así tendría la
oportunidad de estar contigo otra vez. Pero no me dijo todo. Yo no podría
entrar en la casa contigo o en tus recuerdos, y tú no recordarías todo lo que
sucedió. Casi nunca me recordabas y si lograbas hacerlo, era brevemente. He
vivido por aquellos segundos en los que me encuentras. Si te digo que te amo,
u otra cosa importante, vuelves a tu esencia residual en el bucle y comienzas
a correr otra vez.

—Hablas en serio. —Maura se apartó de el—. No creo en fantasmas.

—Eso no importa. —El negó significativamente.

Maura se sentía extraña, ¿pero de ahí a ser un fantasma? ¿Cómo es que


eso era posible?

—Al comienzo llegabas más seguido —continuó—. Algunas veces no


podías encontrar el camino tan rápidamente y seguías uno equivocado, pero
simplemente reiniciabas el bucle nuevamente y al final atravesabas la puerta.
Algunas veces te tomaba días o semanas. Una vez te tomó menos de un día
y no estábamos listos para recibirte.

—¿Estábamos?
—Las mariposas. Lo que mejor las describe es que son como hadas. Las
escucho hablar, pero no veo sus rostros.

—Mariposas parlantes, fantasmas y el ángel de la muerte en un traje


negro.

Él ignoró su escepticismo.

—A lo largo de los años he sido capaz de poner las piezas en orden


dándome cuenta de que en la habitación que estabas había una pequeña
puerta y era así como me encontrabas. En un comienzo, me reconocías con
más facilidad. Tu casa estaba limpia y las pistas a la vista, por lo que ellas te
guiaban fácilmente hasta mí. Había cuadros en las paredes, detalles en los
periódicos y señales sobre quien eras. Pero con el transcurso de los años, las
pistas se cubrieron de polvo, el poder de la casa falló, las pistas con mi
nombre y mi rostro comenzaron a desvanecerse, eso hizo cada vez más difícil
para ti volver a encontrar el camino de vuelta, he esperado meses para verte.
Las mariposas me advirtieron que una vez la magia se haya ido, tú ya no
podrías encontrar la casa y estarías en el bucle para siempre a menos que
descubrieras la verdad.

—Él no está mintiendo —dijo una suave voz. Maura se volteó para ver
un pequeño insecto amarillo brillante volando a su lado—. Mira tus pies. Estás
de pie en la nieve y ni siquiera sientes frío.

Maura comenzó a estremecerse ante el recordatorio del clima.

—Tu mente está metiéndose en el camino —dijo Jack.

Maura forzó su cuerpo a dejar de reaccionar y el sentimiento de frio se


volvió a ir.

—Realmente estoy muerta, soy un fantasma. Entonces, ¿en cualquier


momento voy a reiniciar y a revivir esa noche otra vez? —La crueldad de tal
existencia no cabía en ella. Quería llorar, pero al mismo tiempo quería
aferrarse a Jack y aprovechar cada momento que pudiera a su lado—.
Bésame.

Jack la tomó en sus brazos y la apretó contra él. Sus labios se


encontraron. Ella gimió, sintiendo ese amor. Si hubiese tenido que escoger un
momento en el cual pudiera permanecer para siempre, habría sido ese.
—Siento que debas permanecer aquí esperando, solo —dijo ella—.
Sabiendo que lo que está sucediendo debe ser lo peor de lo que estoy
atravesando. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que me vaya otra vez?

—Creo que quebraste el ciclo. Nunca habías recordado los ataques


antes. No sé si volverás a irte.

—¿Entonces que sucederá? ¿Caminaremos hacia la luz brillante y


desapareceremos? —Maura lo sostuvo fuertemente. No quería dejarlo ir.

—Honestamente, no sé qué somos ahora. No sé qué lugar es este, el


paraíso, un reino de fantasía, una burbuja mágica, el purgatorio, pero es
nuestro. Podemos tener la vida que nos fue robada por una eternidad. —Jack
llenó su rostro de besos.

—No puedo creer que cargaste con esto por treinta años. ¿Cómo es que
no te volviste loco? Dar tu vida por… —Gesticuló hacia los árboles a su
alrededor—. …esto.

—Habría esperado por cien años solo para pasar un momento más
contigo, Maura. Además, eres una mujer inteligente, sabía que encontrarías
la verdad, finalmente.

—¿Cómo encuentras algo cuando no sabes lo que estas buscando? —


Pasó sus dedos sobre su cicatriz.

—Nunca dándote por vencido. —La tomó en sus brazos y la cargó a


través de los árboles nevados. —Creo que la peor parte era cuando llegabas
a mí y no te podía decir todo lo que guardaba en mi corazón. ¿Cómo decirle
a la mujer que amas “te amo” sin ser capaz de decirlo?

—Eternamente tuya —susurró en su cuello.

—Sí, eternamente —respondió con ternura—. No sé qué sucederá ahora


mi amor, pero estamos juntos y es todo lo que importa.

FIN
Michelle M. Pillow, autora de All Things
Romance, es una autora galardonada con
varias publicaciones que escribe sobre
muchos géneros de ficción romántica. Es
mejor conocida por su saga de romance
futurista de cambia-dragones: Dragon
Lords.

www.MichellePillow.com
La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con el
único fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre es el inglés,
y no son traducidos de manera oficial al español.

El staff de LG apoya a los escritores en su trabajo, incentivando la compra


de libros originales si estos llegan a tu país. Todos los personajes y situaciones
recreados pertenecen al autor.

Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento.

¡Disfruta de la lectura!
Créditos
Traductoras
Jessibel

Flor

Kiki

Correctora
Lelu

Lectura Final & Diseño


Jessibel
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Sinopsis
Kaden Windham hará cualquier cosa para proteger a su manada de lobos,
incluyendo salvar a una cazadora de lobos moribunda. La cazadora Cynthia
McGinnis no quiere o necesita su protección. Y a pesar del llameante fuego que
hay entre ellos, preferiría acabar con él que convertirse en su compañero.
Capítulo 1
Traducido por Jessibel
Corregido por Lelu

La mayoría de las mañanas, después del tratamiento de quimioterapia,


Cynthia se despertaba en casa con la boca seca como algodón y un dolor de
cabeza tan terrible como haber sido golpeada por un martillo.

Sus ojos se abrieron de golpe y se sentó. La oscuridad llenaba los rincones


del dormitorio. Solo la luz que entraba por debajo de la única puerta a su
izquierda proyectaba un resplandor en el suelo. Después de la quimioterapia, su
habitación estaba normalmente a oscuras. Las migrañas basadas en la luz eran
bastante comunes para ella.

Las mantas, que deberían haber sido de algodón suave, estaban


rígidas. En lugar del aire fresco y refrescante de un humidificador, el aire era
seco y cálido, con el sutil aroma de pinos blancos y abetos. Casi como si estuviera
en una cabaña.

¿Por qué no estaba en su habitación? Le daría una paliza a su hermano


por dejarla recuperarse en una posada fuera de lo común donde servían
bandejas de desayuno con caras felices de sol.

—Zach…

El nombre de su hermano murió en sus labios como una sacudida familiar


para estar alerta por el peligro que se apoderaba de ella. Primero movió su
mano. Luego una pierna. Cada miembro estaba rígido como si hubiera dormido
más de lo habitual. Una búsqueda a lo largo de las sábanas solo reveló que
alguien había dejado un lugar cálido a su lado. Ella no había dormido sola.

Luchó contra la temerosa golondrina que bailaba a lo largo de la parte


posterior de su garganta. Si no estaba en casa, no tendría armas. Un cazador
siempre llevaba algo útil.
—Sé que estás despierta —dijo una profunda voz masculina desde la
esquina a su derecha.

Tan rápido como pudo, se arrastró fuera de la cama hacia la


puerta. Cuando dio algunos pasos, su cuerpo se rebeló. Su estómago se contrajo
con fuerza cuando una oleada de náuseas la recorrió.

Ahora no. Ahora no. Ahora no.

Después de cada sesión de terapia con un delicioso cóctel de drogas, fue


una de las afortunadas en tener náuseas intensas. Y todas y cada una de las
veces vomitaba sus tripas como un chico universitario inclinado en su cuarto de
baño, adorando el altar de porcelana. La terapia de intensificación para el cáncer
es una mierda.

El sonido de sus arcadas debió de incitar al extraño a actuar. En segundos


estaba a su lado, con un cubo en las manos. Después de tantas visitas al
hospital, la vergüenza de un acto tan personal había desaparecido. Enfermera
tras enfermera la habían visto vomitar. Otro extraño no importaba mucho.

La sostuvo con un brazo fuerte alrededor de su cintura y la ayudó a


sostener el cubo. Incluso cuando sus rodillas se doblaron, la abrazó. Con
demasiada facilidad.

—Te tengo —dijo en voz baja—. Terminará pronto.

Cuando terminó, su cabeza se inclinó hacia atrás. Episodios como estos


siempre tomaban la poca fuerza que le quedaba.

—No deberías haberte levantado.

La alzó y la acostó en la cama. Una vez que estuvo acomodada, abandonó


brevemente la habitación con el cubo y regresó poco después. Mientras tanto,
los latidos de su corazón se aceleraban. No fue el suave canto de su voz lo que
la alarmó, sino el calor que irradiaba de su piel. Había perdido un poco de peso,
pero él la había levantado como si no fuera nada. ¿La habían capturado los
hombres lobo mientras estaba tan vulnerable y débil?

—¿Dónde estoy?

En lugar de preguntar ¿Quién eres?, se apegó a una pregunta más segura.

Él se rio entre dientes.


—A salvo, Cynthia.

Entonces sabía su nombre.

—“A salvo” no es una respuesta suficientemente buena.

—Has estado durmiendo durante casi veinticuatro horas después de tu


tratamiento de quimioterapia en Vancouver. Si estuvieras en peligro, ya estarías
muerta, cazadora.

—¿Dónde está Zach?

Trató de mantener el temblor fuera de su voz.

El hombre no respondió.

Sus ojos finalmente se habían adaptado a la oscuridad. Una única ventana


con pesadas cortinas y la puerta eran los únicos puntos de salida. Cada uno
requería al menos cinco pasos. Llevaba una camiseta delgada y un par de
pantalones cortos. Dependiendo de las condiciones invernales del exterior, no
duraría mucho a menos que lo llevara y encontrara ropa adecuada.

Sus dedos temblaron. Hace un año, antes de su diagnóstico de cáncer,


habría usado la pistola atada a su muslo para convertirlo a él y a cada hombre
lobo matón en queso suizo. Al menos dos balas de plata en el pecho harían el
trabajo.

—¿Lo mataste? —preguntó lentamente.

—No.

Cyn pudo distinguir débilmente al hombre que estaba apoyado contra la


pared. Era alto, de hombros anchos y cintura esbelta. No podía distinguir el color
de su cabello; de hecho, lo único que podía distinguir eran sus ojos. En la
oscuridad, se reflejaban como los de un felino. Como el de un depredador. Trató
de sostener su mirada, pero la intensidad de sus ojos la obligó a
parpadear. Mantente alerta, Cyn.

—Buscas un rescate, ¿no? —gestionó ella—. ¿Derribar a la cazadora


debilitada y usarla para proteger tu cuenta bancaria?

Se cruzó de brazos.
—Ni siquiera cerca.

—¿Entonces qué quieres?

—Quiero que te calmes primero. Los latidos de tu corazón son demasiado


elevados.

Como si le importara. Ella hizo un ruido grosero. Los de su especie vivían


para conquistar y dominar. Desde que el mundo había descubierto que los
hombres lobo deambulaban por las ciudades, los cazadores habían tenido que
intensificar su juego para limpiar la carnicería de los villanos que perseguían los
problemas.

—No tengo ningún medicamento para la arritmia si su corazón falla, por


lo que necesita relajarse —agregó.

Cyn se volvió hacia él. ¿Era médico? Por mucho que quisiera saltar de la
cama, él tenía razón. Después de vivir prácticamente en el hospital unas cuantas
veces, no estaba ansiosa por regresar.

El silencio se deslizó entre ellos. La imperiosa necesidad de hacer


preguntas no se detuvo. ¿Cómo llegó aquí? ¿Dónde diablos era aquí ? ¿Qué
había pasado desde el momento en que recibió su tratamiento hasta ahora?

—¿Dónde está mi hermano? —dijo con los dientes apretados.

—Él no está aquí.

El hombre se apartó de la pared. Con un movimiento de su mano, abrió


las cortinas para revelar el cielo nocturno. En lugar del horizonte de Vancouver,
no había nada más que montañas y árboles interminables que salpicaban un
valle expansivo. Ni un solo signo de civilización.

—Tu hermano regresó a Vancouver —dijo el hombre—. Te dejó conmigo


en Prince George, y desde allí te traje a mi cabaña en las montañas.

***
La mujer de cabello oscuro que yacía en su cama miró por la ventana. Un
arco iris de emociones cruzó sus rubicundos
rasgos. Indiferencia. Enfado. Temor. Duda.

Su boca formó una línea recta, pero su ceño se frunció como si su


enfermedad la golpeara. El cuerpo de ella era débil para el lobo que había en
él. Antes que Kaden la curara, su olor había sido amargo y fuerte, casi como
regaliz negro. Cada vez que exhalaba, su cuerpo recitaba una lista de
problemas. La lista conducía a una conclusión obvia: ella estaba muriendo.

Y, sin embargo, la feroz resolución de su voz decía lo contrario.

—Mi hermano nunca me abandonaría con gente como ustedes.

Escupió la palabra "gente" como si fuera una maldición.

—¿Por qué estabas acostado a mi lado?

Ella no lo miró cuando preguntó.

—Tenía que curarte.

—No eres tan bueno. Todavía me siento como la mierda.

Su barbilla se inclinó hacia arriba, y él captó diversión en sus ojos gris


claro.

—No me crees.

—La curación del hombre lobo alfa es una mentira.

El rumor era algo que escuchaba de vez en cuando de los hombres lobo
como un intento de ganarse la simpatía o justificar un lugar para ellos entre los
humanos. Ella lo desafiaba a negar su afirmación con su mirada endurecida.

Dio un paso hacia ella, un gruñido se formó en su pecho. Ella se quedó


helada. Sus manos apretaron la manta y los músculos de sus piernas se
tensaron como si realmente planeara atacarlo. Esta racha de determinación
suya fue entretenida solo por un tiempo.

Pasaron los minutos. Su cuerpo temblaba, pero no se detenía y miraba


hacia otro lado.
Avanzó hacia ella más rápido de lo que podía parpadear. En un momento
estaba al otro lado de la habitación, y al siguiente, la tenía inmovilizada en la
cama con su cuerpo sobre el de ella. No para lastimarla, sino para hacer un
punto claro.

—No hagas que me arrepienta de mi decisión de ayudarte, cazadora —


gruñó.

Esta vez tuvo su atención. Ella tenía las manos extendidas sobre su
pecho. Su débil empujón no fue nada. Incluso comparado con un hombre. Giró
la cabeza hacia un lado, dejando al descubierto el cuello como un cachorro, como
si le hubieran enseñado eso. Cuando se había acostado a su lado durante la
noche, al principio se había acercado lo suficiente para tocarlo, pero no mucho
más. Pero a medida que la noche se hacía más profunda y el frío se filtraba por
las grietas, sintió el escalofrío a lo largo de su piel y no pudo evitar atraerla hacia
él. Supuso que había perdido peso, pero aún tenía curvas femeninas. Su brazo
había descansado a lo largo de la suave pendiente entre su cintura y su
cadera. Un ajuste perfecto.

—¿Y qué obtienes por ayudarme? —preguntó ella finalmente.

¿Eso era todo lo que le importaba? Responderle no haría ninguna


diferencia; ella ya lo había juzgado en el momento en que se dio cuenta que era
un hombre lobo.

Cuando él no le respondió, ella permaneció en silencio. Lo tomó como un


desafío. Especialmente después que su estómago gruñó. A pesar que la ira
flotaba fuera de ella en oleadas, no sería una gran amenaza. Por ahora. Se
levantó y salió de su dormitorio hacia la cocina en la habitación contigua. Hora
de buscar lo que necesitaba. Regresó al dormitorio y descubrió que ella no se
había movido. Permaneció quieta mientras él se acercaba.

—Bebe.

Inclinó el vaso hasta que ella se vio obligada a saciar su sed. Luego
presentó unas pastillas.

Ella hizo una pausa.

Él resopló.

—Es Zofran, por si acaso quieres dejar de vomitar. Tu elección.


Ella miró las pastillas blancas contra las náuseas que tenía en la
mano. Luego a su rostro.

Su mano se cernió sobre su palma abierta. Las tenues cicatrices blancas


a lo largo de sus nudillos parecían marcas de garras. Cuando lo sorprendió
mirándole la mano, rápidamente se bebió las pastillas.

Los ruidos del exterior de la cabaña llamaron su atención. Quizás fue un


ciervo pasando. Si era uno de sus amigos, ahora no era el momento para que
fueran entrometidos.

—Vuelvo enseguida.

Miró por la ventana de la sala de estar que daba a la cima. No podía ver a
nadie más allá de los árboles. De todos modos, no a simple vista. Si alguien
estaba cerca, quienquiera que fuera no quería que lo vieran. Él sonrió. Si tenía
una visita, se enfrentaría a ella después que ella descansara. Regresó a la
habitación para encontrarla acostada en la cama con los brazos cruzados y la
beligerancia en todo su rostro.

—Tu hermano me advirtió —dijo Kaden—. Pero no esperaba que fueras


tan terca como un conejo bizco al ser arrastrado a un huerto de zanahorias.

—¿Qué razón tengo para creer que no estás mintiendo? —Los latidos de
su corazón se volvieron erráticos y se quedó sin aliento en respuesta—. ¿Que no
me has secuestrado del hospital?

Necesitaba curarla de nuevo, pero tenía la sospecha que ella no estaría


dispuesta a cooperar.

—Necesitas descansar ahora. Responderé a cualquier pregunta que tengas


más tarde.

Ella puso los ojos en blanco.

—Si tuviera un arma en este momento...

—La estarías usando para mantener los ojos abiertos —suministró.

La mujer respiró profundo y parpadeó. El ceño que intentó mantener en


su lugar se hundió.

—¿Qué me diste?
—Algo que te ayuda a relajarte. Porque en cualquier momento vas
a intentar derribarme.

—Así es —murmuró—. Solo dame un cuchillo.

Los latidos de su corazón acelerados alcanzaron un ritmo más estable.

Estuvo tentado de contar hacia atrás hasta diez, pero ella se durmió
mucho antes de que él llegara a siete. Algunos mechones de su cabello negro le
habían caído sobre su rostro. Se recordó a sí mismo mientras le quitaba el
cabello que estaba siendo amable con ella y que su primera noche juntos en su
cama no había sido nada.

Cada vez que la ayudaba, su apego a ella se hacía más fuerte, pero la unión
con ella no iba a suceder. Después que su ex novia Hayley se fuera hace más de
un año, se dijo a sí mismo que no necesitaba otra distracción. Especialmente si
esa distracción podría potencialmente traer la caída de su manada.

Además, agregar a una ex cazadora a su manada no les iría bien a los


demás y crearía disensión. La curaría lo mejor que pudiera y, cuando llegara el
momento, la enviaría a su camino. Incluso si su hermano le había prometido
ayudar a su manada a cambio de su vida. Cualquier otra cosa era inaceptable.
Capítulo 2
Traducido por Jessibel
Corregido por Lelu

El dolor había desaparecido cuando Cyn se despertó de nuevo. Los dolores


familiares en los músculos a lo largo de sus brazos y piernas que la saludaban
cada vez que se movía ya no estaban allí. Los dolores podrían haber sido un
recuerdo lejano si no los hubiera experimentado no hace mucho tiempo.

Alguien se acostó en la cama con ella. No alguien, sino el hombre lobo.

La parte de atrás de su cabeza descansaba contra su pecho y sus gruesos


brazos la envolvían. Él había extendido su mano derecha sobre su estómago. Un
calor sedoso se extendió desde su estómago y felizmente, a sus miembros. Sus
músculos se volvieron líquidos y sus estaban a punto de esfumarse. Por mucho
que quisiera romperle el brazo y huir, no se había sentido tan relajada en tanto
tiempo. Mes tras mes se había sentido como una auténtica mierda al
despertarse. Día tras día en el que se hacía más difícil pensar en el pronóstico
del médico.

Tiene menos de un año de vida, señorita McGinnis. Quizás solo unos meses.

Un dolor familiar golpeó su pecho, penetrante y profundo, cada vez que


recordaba esa mañana. La habitación fría del médico. Su escritorio
desordenado. La forma en que el mundo se redujo a una película fotograma a
fotograma.

Después de conocer su destino, se sintió sola mientras se adaptaba a sus


nuevas circunstancias. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se había
acercado tanto a un hombre? El último había sido hace un año, antes de su
diagnóstico. Michael. Ella apartó los pensamientos sobre él. Era demasiado
precioso para este lugar. Y, sin embargo, extrañaba que la abrazaran. Durante
la quimioterapia, su hermano solía tomarle la mano para consolarla, pero eso no
era lo mismo que tener a alguien envuelto en sus brazos alrededor de ti mientras
temblaba y sufría.
El hombre lobo a su lado la hacía sentir protegida y ese era un sentimiento
desagradable para personas como él.

Con la paciencia de una mangosta esperando a que la víbora atacara,


deslizó su mano alrededor de su cintura. El sigilo era la lección de un cazador
desde el primer día. Los hombres lobo tenían una audición muy superior, pero
con un enfoque planificado, un cazador experimentado podría burlarlos.

Ella rodó fuera de la cama, cada movimiento fue hecho poco a poco. El
tiempo se prolongó hasta que estuvo de pie. Ella esperó. Él se recostó en la cama
de lado, su pecho subía y bajaba al ritmo. En cualquier segundo, probablemente
abriría los ojos y la agarraría. Pero nunca lo hizo.

Retrocedió hacia la puerta, esperando y rezando que la fría madera bajo


sus pies no gimiera. Para cuando sus dedos rozaron el pomo de la puerta, había
pasado suficiente tiempo para que él se moviera, pero seguía durmiendo. El
pomo chasqueó un poco cuando lo giró. Su mano tembló, pero eso fue todo.

Tan rápido como se atrevió, abrió la puerta y salió corriendo. La habitación


más allá del dormitorio era mucho más grande de lo que esperaba. Un escaneo
rápido reveló cinco puntos de salida. Tres ventanas en la sala de estar, una
entrada a lo que debía ser la cocina y la puerta de entrada. Hora de correr.

Por muy tentada que pudiera estar de ir a la cocina y tomar un cuchillo,


todavía no estaba en condiciones de acabar con un hombre lobo sano en su
propio terreno. Tenía más posibilidades de enfrentarse al chico triste que vestía
disfraces de lobo en Playland en Vancouver.

Entonces, suministros primero. Con una parte de su atención en la puerta


del dormitorio detrás de ella, miró alrededor de los sencillos sofás de algodón
hasta que vio una bolsa familiar. ¡Bingo! Tomó su maletín del hospital y lo abrió.

Ni una sola arma dentro. Incluso se había llevado la navaja suiza en un


bolsillo lateral. Pequeño lobo inteligente.

Al menos la ropa que se había cambiado en el hospital estaba allí. Un par


de jeans y una camiseta. Su ropa interior larga para cuando tuviera
escalofríos. Sin embargo, sin chaqueta. El perchero alto al lado de la puerta
principal solo tenía un abrigo grueso. Ella lo comprobó. El abrigo era demasiado
grande para ella y olía a él. Su mano se detuvo, tocando el material suave usado
en el forro del interior. Su colonia flotaba de los pliegues, suave y rica como el
ron de laurel.

Maldita sea, no quería recordatorios de este tipo durante su escape, pero


haría lo que fuera necesario. Tan rápido como pudo, se puso la ropa interior
larga y luego la ropa. Se encogió de hombros sobre el abrigo y casi se la traga
por completo. Las puntas de sus manos asomaban por las mangas y la parte
inferior le llegaba a las rodillas. Ehh, necesitaría protección de los elementos de
todos modos. Tomó su bolso y se dirigió hacia la puerta. El hombre lobo había
dejado sus bocadillos después del hospital dentro de la bolsa; le durarían un
tiempo hasta que llegara a Prince George. Con un suave chasquido, abrió la
puerta y salió.

Solo para ver algo brillante y parpadeando en el camino. Las luces rojas y
verdes se encendieron y resplandecieron en el árbol de Navidad que bloqueaba
el camino hacia los escalones del porche. Su boca se abrió. Faltaban cuatro días
para Navidad y, ¿ahora estaba viendo esto?

¿Qué estaba haciendo esto aquí? ¿Era una especie de broma enfermiza?

Cada adorno le resultaba demasiado familiar desde su infancia. La corona


de palitos de helado que había hecho en primer grado. Las diminutas
campanillas de plástico que su padre había traído a casa de un largo viaje de
caza a Florida. Incluso las cintas carmesí atadas al final de las ramas. Ella miró
desde la estrella de plástico en la parte superior, hacia el único objeto
debajo. Alguien había dejado un papel doblado atado a una piedra.

Su nombre había sido escrito en el exterior con la pulcra letra de Zach. Lo


reconocería en cualquier lugar. La cinta que sujetaba la nota a la roca cedió
fácilmente. Ella leyó rápidamente la nota:

Este es el único regalo que puedo darte esta Navidad. No importa cuánto me
odies, tienes que vivir y proteger a Ty cuando te mejores.

Zachary
Capítulo 3
Traducido por Flor
Corregido por Lelu

Si Zach hubiera estado delante ahora mismo, ella le habría dado una
paliza y luego lo habría matado a tiros. La furia la recorrió y la obligó a apretar
los puños. ¿Cómo se atrevía a tomar esa decisión por ella? Su vida era suya y la
forma en que terminara era su elección.

El simple hecho de mirar el árbol le hizo un nudo en el estómago. Era el


mismo árbol de plástico que habían utilizado sus padres. Ni demasiado alto ni
demasiado bajo. Como cazadores, sus padres no poseían mucho. Vivir en la
carretera era a menudo necesario para mantener a sus hermanos a salvo de las
bandas de hombres lobo del centro de la ciudad.

Cuando se mudaban, mamá y papá nunca dejaban el árbol atrás. Era una
tradición que siempre se mantenía por normalidad. El Día de Acción de Gracias
era opcional. ¿Por qué no comer un sándwich de pavo? El Día del Trabajo era
solo una excusa para dormir hasta tarde. Pero la Navidad era diferente y Zach
había dejado este árbol aquí para dejar claro su punto de vista: dejarla con ese
hombre lobo había sido su decisión. Que lo condenen a un infierno ardiente con
piscinas llenas de fuego provocando hemorroides.

Respiró profundo unas cuantas veces y se aferró a su bolso y a la nota


hasta que se le entumecieron los dedos. Su visión se nubló con las lágrimas.

¿Cómo pudiste, Z?

El frío del aire convirtió sus exhalaciones en niebla. Finalmente, soltó la


nota y dejó que se alejara con la brisa. Por mucho que quisiera marcharse,
muchos de esos adornos le pertenecían y el idiota de su hermano se los había
regalado al enemigo. Metió lo que pudo en la bolsa.

Luego caminó hacia el sur y no miró atrás.


***

Los pulmones de Cyn ardían, pero no había corrido ni un solo kilómetro.


Sigue adelante. No te detengas. El mantra era demasiado familiar. Especialmente
cuando correr era más aconsejable que luchar.

Siguió bajando por un camino nevado. Los parches de hierba muerta entre
la nieve fangosa le facilitaban el paso. La luz del sol naciente la guiaba hacia el
suroeste. Encontraría Príncipe George si no se daba por vencida.

De niña había visitado la ciudad con su familia durante un interminable


viaje por carretera a Alaska desde Seattle. El viaje había sido largo y aburrido,
pero recordaba con cariño las montañas. Al sur estaba Longworth Peak y el río
Fraser. Los cielos más claros podían verse ahora junto con la bruma de la Aurora
Boreal. A estas alturas de la mañana, las luces danzantes podían verse a
kilómetros de distancia. Pero ahora no era el momento de hacer turismo. Por
mucho que no quisiera admitirlo, ese hombre lobo le había hecho algo. Cada
paso firme en la nieve se lo decía. Unos días atrás había tenido que ser llevada
en silla de ruedas al hospital. El alma afortunada que pudo recibir quimioterapia
justo antes de Navidad. Un billete de lotería que había querido rechazar.

—Siempre podemos hacer el tratamiento después de Año Nuevo —había


sugerido su médico.

—Creo que es la mejor opción, Cyn —había dicho Zach.

Resopló mientras se concentraba en la línea de árboles que tenía delante.


Su hermano había estado planeando su captura todo el tiempo. Sabía muy bien
que ella aceptaría el tratamiento. Para tener una oportunidad de remisión, tenía
que hacerlo. Incluso si hubiera regresado a su familia muy enferma se obligaría
a pasar las vacaciones descansando. La rabia volvió a recorrerla, pero se frenó
cuando una ligera sensación rozó su nuca. Esa sensación de cosquilleo cuando
alguien te persigue. Años de huir de su presa la obligaron a escuchar a su
cuerpo. Ese instinto humano de estar alerta ante el peligro no era algo que
debiera ignorarse.

Mantuvo su paso despreocupado y su mirada al frente. No podía saber


cuántas personas la seguían o a qué distancia estaban, pero lo único que era
evidente era lo difícil que se había vuelto caminar. La nieve a lo largo de los
acantilados comenzó a soplar hacia el este. Los cielos del oeste seguían siendo
oscuros por la noche, pero en lugar de consumirse por la luz del sol naciente,
los cielos oscurecidos del oeste se volvieron más siniestros.

Respiró profundamente, maldiciendo a cada paso. Adivinar las distancias


era una habilidad que se le daba bastante bien. Tenías que serlo cuando se
rastreaban enemigos que viajaban rápidamente a pie. Desde su posición hasta
la carretera más cercana, que conducía a Príncipe George, debía haber al menos
treinta kilómetros. El camino no era más que bosque. En un buen día, cuando
ella estaba en su mejor momento, se podían hacer treinta kilómetros a una
carrera constante.

Una paciente de quimioterapia con una tormenta en ciernes y un enemigo


desconocido pisándole los talones, era un asunto totalmente distinto. Una brisa,
fría y amarga, agitó su abrigo y se estremeció. ¿Podría correr si fuera necesario?
¿Hasta dónde llegaría? Solo un tonto seguiría adelante con estas probabilidades.
Y su madre no había criado a ninguno.

Se dio la vuelta y regresó a la cabaña. Por mucho que quisiera encontrar


a Zach y evitar que hiciera alguna tontería, no estaba en condiciones de llegar
hasta Príncipe George y eludir a quienquiera que estuviera detrás de ella.

Maldita sea. Maldita sea.

Sacudió la cabeza e intentó no sonreír. Al menos Zach había sido


minucioso con su plan, lo que demostraba que aún tenía un par. La había dejado
aislada y con alguien que tenía una especie de formación médica. Pero, ¿qué
ganaba ese hombre lobo por curarla? Ella no era exactamente material de
esposa. Nadie hacía algo así gratis. Todavía no había conocido a un humanitario
entre sus filas.

Ahora se estaba acercando a la cabaña. La casa debería estar a oscuras,


pero las luces de la cocina estaban encendidas, así como las del salón. La nieve
empezaba a caer y el viento se había levantado aún más, silbando entre las
ramas. Se subió aún más la cremallera del abrigo hasta que lo único que tenía
era un pequeño agujero para respirar.

Con cuidado, se acercó al porche y miró por la ventana. Nadie se movía en


el salón. El árbol de Navidad ya no estaba. En el tiempo transcurrido desde que
se fue, alguien lo había llevado a la casa y ahora el árbol estaba en una de las
esquinas. Todos los adornos que ella no se había llevado estaban colocados de
nuevo. No en los lugares correctos, pero habían sido colgados con cuidado.

Así que había estado despierto todo el tiempo y la había dejado irse.

¿Por qué?

El frío del aire se introdujo en el hueco y bajó por su garganta. No podía


quedarse aquí fuera de esta manera. Entrar a atacarlo era una opción. Tenía
unos cuantos adornos en su bolsa. Podía abordarlo y estrangularlo hasta la
muerte con la alegría navideña y los cristales rotos. Por mucho que quisiera
entrar, decidió recorrer la casa para ver qué otras opciones había disponibles.
No había mucho. Un pequeño cobertizo con un enorme candado estaba justo
detrás de la casa. El frío candado era tan grande como su mano. Más allá de eso,
los árboles eran difíciles de pasar por alto.

Lo que le pareció fascinante fue la falta de un generador o de líneas


eléctricas. ¿De dónde sacaba la casa la energía?

Sus piernas se doblaron como un aviso de que había estado expuesta


demasiado tiempo. Era hora de enfrentarse a él de nuevo. Entró por la puerta
principal. ¿Por qué molestarse en intentar colarse cuando su anterior intento de
tipo ninja había fracasado?

En cuanto abrió la puerta, una nube de calor bañó su rostro. La chimenea


del otro extremo de la habitación estaba encendida y el calor era bienvenido. Y
los olores. Sopa y pan frescos, calientes.

Le vendría bien algo de comida de verdad después de caminar. Los sonidos


de la cocina revelaron la ubicación del hombre lobo. Con precaución dejó el
abrigo en el sofá y tomó asiento cerca del fuego para calentarse las manos. La
bolsa estaba en su regazo, cerca por si tenía que tomar una decisión de última
hora.

—¿Te divertiste en tu pequeño paseo? —dijo la voz del hombre lobo desde
la cocina.

—Fue... educativo.

—¿Quieres comer algo?


Su primer pensamiento fue decir no, pero su estómago pensó lo contrario
y gruñó.

—Tomaré eso como un sí rotundo.

Salió con dos cuencos de comida y siguió con las bebidas. Ella vio la nieve
en sus botas. Así que él había sido su pequeño acompañante. Bastante rápido.

—No quiero tu comida.

—Como quieras.

Tomó un lugar en la pequeña mesa en el lado opuesto de la habitación. Su


postura era informal. Incluso colocó pan caliente y un cuchillo sobre la mesa. La
hoja era grande y le dio la espalda para ir a la cocina.

¿De verdad creía que era tan inofensiva?

—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

Fue lo que preguntó en su lugar.

—Mucho antes que te movieras, capté tus intenciones.

Eso no es bueno.

—Eres la cazadora más ruidosa que he conocido —dijo.

—Oh, de verdad.

—Golpeaste cada tabla del suelo de aquí a la puerta. Por no hablar de


cómo bailabas por el porche agarrando esos adornos.

Ella puso los ojos en blanco. Estúpido oído de hombre lobo.

Se sentó y no mucho después de su primer sorbo de sopa, su cuerpo se


rebeló. El hambre le rebanó las entrañas. En el pasado, había tenido tantas
náuseas que había rechazado la comida, pero ahora era diferente. El hombre
lobo le había hecho algo, y fuera cual fuera el regalo que le habían hecho, había
gastado esa energía y ahora era una cáscara.

Mientras evitaba su mirada, se levantó y ocupó el único lugar frente a él


en la mesa. Él siguió comiendo, sin mirarla siquiera. Incluso el pan y el cuchillo
habían quedado en su lado de la mesa.
Esto tenía que ser una maldita prueba. Una divertidísima. No más de
treinta centímetros los separaban. Todo lo que tenía que hacer era agarrar el
cuchillo y apuntar a su pecho. Tal vez incluso tirar la sopa caliente sobre su
cabeza por si acaso.

—Tu nivel de azúcar en la sangre está bajando —refunfuñó.

La mano que debía apuñalarlo temblaba ligeramente. Eso era una mala
señal. Empujó el vaso de jugo hacia ella.

—Bebe.

La orden fue firme.

Ella dudó, golpeando el tablero de la mesa con las yemas de los dedos. Dar
el control a un alfa nunca era una buena idea, pero su cuerpo se impuso. El
líquido frío bajó de golpe por su garganta. El efecto no tardó en producirse y
pronto se elevó de manera embriagadora.

A continuación, deslizó una píldora por la mesa.

Oh, diablos, no. Ella se rio.

—No voy a caer en esa mierda otra vez.

—Te has bebido el jugo, ¿no?

Su ceja se levantó.

Pequeño e inteligente lobo que pronto estará muerto. ¿Había algo en el jugo
esta vez? Sus dedos se acercaron al cuchillo. Dejó la pastilla junto al pan y siguió
comiendo.

—¿Había algo en la bebida? —preguntó ella.

—Córtame una rebanada de pan, ¿quieres?

Tenía unas bolas enormes. Incluso su otro hermano Ty nunca hizo ese
tipo de mierda.

Ella volteó el cuchillo en una mano y lo estrelló contra la barra de pan. La


mesa tembló por el golpe.

—¿Así es como los cazadores cortan su comida?


No se había inmutado. Ni siquiera una reacción.

—Ya quisieras. —Tomó un bocado de su comida con un resoplido—. Oye,


hombre lobo, ¿qué tal una sesión de preguntas y respuestas?

—No había nada en el jugo. Solo pulpa, jugo de naranja y agua. Te bebiste
lo último que tenía. —Tomó el pan y arrancó una rebanada—. ¿Qué más quieres
saber que no hayas aprendido ya? Viste el árbol de Navidad. Te moviste mucho
más rápido cuando te despertaste. ¿Qué hay que saber?

Todo.

—La razón. Zach me envió aquí para ser curada, pero vamos, no hay
manera de que un hombre lobo acepte tal cosa. No de una cazadora. He oído los
rumores. Que un alfa sin pareja consideraría a las mujeres humanas.
Especialmente las que tienen enfermedades incurables. Las convierten en
hombres lobo para curarlas.

Se encogió de hombros.

—Suena bien.

—Zach es como yo. Durante años ha querido acabar con la banda que
mató a mis padres, y ahora que me he quitado de en medio, nadie puede impedir
que se vengue.

—¿Así que crees que le di información sobre cómo encontrar a la ganga?

—Puedes apostar tu peludo trasero a que creo que eso es lo que pasó.

Él suspiró.

—¿Podrías creer que tal vez lo hizo porque te ama? ¿Qué quería que
vivieras en lugar de encontrar al asesino de tus padres?

Una parte de ella lo creía. Durante todas las citas, a las que le dejaba
asistir, él había sido su conductor y su apoyo. Pero en el fondo, la ira había
empezado a crecer en su sangre. Antes que enfermara, había surgido una pista
sobre la ubicación de la banda, solo para desaparecer junto con su salud.

—Tu rostro me dice que tienes dudas —dijo el hombre lobo en voz baja.
Él arrancó otro trozo de pan y lo colocó junto a su cuenco. De mala gana,
ella tomó un sorbo de su sopa y contuvo un suspiro. Estaba deliciosa. El espesor
justo para un guiso de carne.

Le había preguntado si tenía dudas. Ella estaba nadando en dudas en


abundancia. Si lo que estaba pasando era cierto, su hermano la había dejado
aquí para aparearse con un hombre lobo. La sola idea no tenía sentido. ¿Creía
Zach que estaría de acuerdo con esto? ¿Que estaba tan mal que necesitaría
meterse en la cama con este chico y aparearse con él? El tipo vivía en medio de
la nada, pero no era tan feo como para tener que usar una bolsa de papel. Si
hubiera sido un humano, las cazadoras estarían encima de él, considerándolo
como un futuro marido. Pero él no era humano. Era el enemigo. Y,
desgraciadamente, uno atractivo.

Ahora que no estaban en la habitación oscura, trató de evitar verlo. Tenía


el tipo de barbilla que la mayoría de los hombres envidiarían, fuerte y segura. La
camiseta que llevaba no ocultaba los firmes músculos de su pecho y sus brazos.
La luz de la lámpara de techo daba en la parte superior de su espesa cabellera.
Lo suficientemente grueso como para que una mujer lo agarrase mientras la
besaba. El delicioso pensamiento la recorrió y lo apartó de un manotazo antes
que sus ojos se dirigieran a su boca.

Besa mi trasero.

Raspó el fondo del cuenco. ¿Cómo se había comido la sopa tan rápido? El
pan estaba igual de bueno. Intentó arrancar un trozo y no lo consiguió. En su
lugar, utilizó el cuchillo. Cuando manejó la hoja, él ni siquiera levantó la vista.

—Lo que sea que estés escondiendo, te lo voy a sacar.

Jugó con la empuñadura. Todavía sin obtener una reacción de él.

Entonces ella se puso de pie y él se levantó.

Ahora estamos hablando. En lugar de ir hacia ella, se apresuró a ir a la


cocina.

Eso sí que fue inesperado.

—Oh, maldición —musitó desde la otra habitación.


Ella lo siguió, viendo en el momento justo, no justo en el buen sentido,
cómo una pared blanca se abalanzaba sobre la cabaña. En un momento la luz
del día llenó la habitación, y en el siguiente, el exterior se volvió oscuro.
Capítulo 4
Traducido por Jessibel
Corregido por Lelu

—¿Era eso lo que pensabas? —preguntó en voz baja al lado de Kaden.

—Desafortunadamente.

Sus manos formaron puños y respiró profundo. A su lado, la cazadora


todavía sostenía el cuchillo, su mirada se centró en la ventana y la manta blanca
que la cubría.

En lugar de quedarse allí como un tonto, se puso manos a la obra. Esto


había sucedido un par de veces desde que se mudó aquí por primera vez. Una
gran cantidad de nieve en lo alto de las montañas y un desencadenante a
menudo enviaban ventisqueros hacia las áreas más bajas. Lo que no había
anticipado era que esto sucedería después de haber limpiado la mayoría de los
derrames hace una semana.

¿Y qué estaba haciendo hace una semana? Planificando un secuestro a


cambio de la seguridad de su manada.

Irrumpió en la puerta principal. Sólo para encontrar cuando la abrió otra


pared blanca. Fue de ventana en ventana. A través de cada habitación y el
resultado fue el mismo. La mayor parte del tiempo había al menos una grieta
libre. Un lugar donde la casa no estuviera cubierta.

—Oye, hombre lobo, ¿tienes un ático? —preguntó ella detrás de él.

—Tenía planes para uno algún día, pero nunca sucedió. Un sótano parecía
más práctico para almacenar alimentos.
Justo encima de ellos estaba el techo, nada más. Con las herramientas
adecuadas, podrían atravesarlo si tuvieran que hacerlo. Lástima que esas
herramientas estuvieran en el cobertizo.

Su rostro se había puesto pálido desde que había comido.

—¿Qué tan claustrofóbica eres? —preguntó.

Extendió la mano para tocarla, pero se detuvo a tiempo.

—Para nada. No creerías los lugares en los que tuve que esconderme para
tender una emboscada a mis objetivos. Una vez me escondí en un basurero...

—Tendremos que desenterrarnos. O debería decir que tendré que


desenterrarnos.

—¿Qué pasa con el aire?

—Deberíamos estar bien por uno o dos días.

Ella parecía tranquila ahora, tomó la noticia mucho mejor de lo que él


esperaba. Pero no estaba tan preocupado por Cynthia como por las personas
fuera de su casa que probablemente habían sido golpeadas por la misma
avalancha. Tenía que salir para ver cómo estaban.

Lo primero era lo primero. Reunió tantas cacerolas como pudo de los


gabinetes de la cocina. Si ella lo atacaba, la ataría a la cama si era necesario. En
cambio, se acercó, observando su progreso. Regresó a la puerta, recogiendo
tanta nieve como pudo en los contenedores. Dejó algunos de ellos cerca de la
chimenea para que se derritieran mientras tiraba al resto en el fregadero.

Durante su segundo viaje, las luces se apagaron, dejando la casa a


oscuras. Solo quedaba la luz de la chimenea encendida.

—¿Cuál es la fuente de energía de este lugar? —preguntó ella.

—Un cable de un generador en un cobertizo al norte de aquí.

—Lo que significa que algo le pasó a ese cobertizo.

Él asintió, cavando aún más rápido. Ésta no era una buena señal. Algo
malo había sucedido y había estado demasiado distraído con la cazadora para
atenderlo.
Caminó pesadamente hacia la puerta.

—¿Quieres ayuda?

¿Por qué no podía irse a la cama ya? ¿Era tan fácil para ella olvidar que
era una paciente de leucemia terminal?

—Quédate junto al fuego y mantente caliente. La temperatura bajará


pronto y no estás bien.

Ella tomó uno de los cuencos.

—¿Pero no me curaste?

Contuvo un gruñido.

—Desafortunadamente, no funciona de esa manera. Se necesita tiempo...


entre otras cosas. Todo lo que hice fue darte la fuerza que antes no tenías.

—Me empiezan a doler los brazos de nuevo. Aunque no está tan mal.

Hizo una pausa en medio del trabajo. La necesidad de tocarla y curarla lo


afectó.

—Toma la aspirina en la mesa.

—Así que eso es lo que fue.

—Sin sedantes esta vez.

—¿Zach creía honestamente que me quedaría contigo?

—Supongo que lo hizo.

—Todo esto hubiera fracasado si te hubiera matado.

Él se rio entre dientes. Todavía tenía que conocer a una cazadora como
ella.

—¿Tú y qué ejército?

—Ya no estoy en mi mejor momento. Incluso yo sé eso.

Deslizó los dedos por el cabello muy corto. La mayoría de los pacientes con
los que se había encontrado durante su residencia en medicina interna habían
hecho un esfuerzo preventivo para cortarse el cabello, pero ella se había quedado
con un estilo sencillo. Se inclinó, apoyó la cabeza en las manos y su cabello cayó
sobre su rostro. ¿Habría sido más espeso antes de la quimioterapia? ¿Sus
mejillas más llenas? ¿Sus caderas más anchas?

Después de tomar la píldora, fue a buscar los cuencos que él había llenado.

—¿Tienes una pala? —preguntó ella.

—Está afuera. Con cualquier otra cosa de valor. Dejé un cuchillo en la


casa por motivos prácticos. Sin embargo, no vale la pena.

Ella sonrió.

—Así que no confías en mí con un cuchillo.

Él puso los ojos en blanco.

—Simplemente siéntate y deja de intentar ayudarme.

Pero ella persistió hasta que él detectó su agotamiento, así como algo más
siniestro. Los efectos de la quimioterapia se apoderaron de ella. Tropezó con una
olla en el camino hacia el fregadero.

Con unos pocos pasos, la alcanzó y le arrebató el cuenco.

—No más. Ve a sentarte.

Ella lo miró.

—¿Hablas en serio? No soy un perro.

Con facilidad la levantó y se dirigió al sofá más cercano a la chimenea. Era


tan ligera como la recordaba de cuando la había llevado montaña arriba hasta
la cabaña. Zach lo había seguido con la caja del árbol de Navidad. En ese
momento pensó que el humano se había vuelto loco. ¿Por qué no dejarle una
nota a su hermana y terminar? Ahora que había pasado tiempo con ella,
descubrió que la idea del hombre era necesaria. Todavía tenía que reconocer a
una mujer tan terca. Ella tampoco cejaría en sus preguntas.

Casi la deja en el suelo, luego, pensándolo bien, agarró una manta del
armario. Después de sentarla, la cubrió con la manta. Allí, ahora podría hacer
un trabajo real.
Su mano se cerró sobre su brazo. Él se quedó quieto.

Ella apartó el rostro como si no quisiera que él la viera, pero él olfateó su


sufrimiento, bastante fuerte para su nariz, como cebolletas amargas.

—¿Qué ocurre?

Hacer preguntas en lugar de evaluar a los pacientes a través de su olor y


lenguaje corporal era lo que hacían los humanos y los de su clase lo
esperaban. La mayoría de sus pacientes nunca supieron que era un hombre lobo
y era lo mejor. Se le habría negado la oportunidad de asistir a la escuela de
medicina.

—El dolor ha comenzado de nuevo. —Su voz parecía extraña, como si el


filo de un cuchillo la atravesara—. Por favor, no me dejes.

—¿Has tenido dolor todo este tiempo?

Se sentó junto a ella en el sofá. Lo suficientemente cerca para que sus


hombros y rodillas se toquen.

—Zach dijo que soy una experta en ocultarlo para ahora.

—Puedo conseguirte analgésicos más fuertes si lo deseas.

Trató de levantarse de nuevo, pero el agarre en su brazo persistió, incluso


apretándolo por un momento.

—Puedo atravesarlo. Lo he hecho antes.

El dolor tenía que ser peor. Prácticamente podía sentir las terminaciones
nerviosas disparándose contra su piel donde sus cuerpos hacían contacto.

—¿Dónde duele?

—¿Importa eso ya? He perdido la pista de todos los resultados del


informe. Los hemocultivos. Las muestras de heces.

Ella hizo una mueca de enojo.

—Sólo puedo imaginarlo.


Él miró su rostro y ella miró el fuego. Se moría por controlarla, por tomarla
en su regazo y colocar la palma de su mano sobre su cuerpo. ¿Aceptaría ella su
curación?

—Por favor, déjame examinarte.

Rara vez preguntaba cuándo se trataba de su carga. La mayoría de las


veces, los pedidos eran suficientes cuando alguien lo necesitaba.

—Zach siempre me tomó de la mano —dijo finalmente. Así que le tomó la


mano. La palma estaba fría, por lo que tomó su pequeña mano con la más
grande.

—¿Tienes un nombre?

Ella lo había estado llamando oye, hombre lobo por un tiempo. No pudo
evitar sonreír.

—Kaden.

Ella articuló su nombre. Su respiración era mucho más audible ahora. Y


la nieve siguió cubriendo todas las aberturas de la casa. Si trabajaba todo el día
podría despejar un agujero, pero incluso las necesidades de los demás más allá
de esa puerta no se comparaban con las de la mujer a su lado. Así que se sentó.

El silencio llenó la habitación, excepto por el chisporroteo ocasional del


fuego.

Ella siseó a su lado, apretando su mano con más fuerza. Maldición. La


tomó en sus brazos. Le importaba un carajo si no quería ser curada o estar cerca
de él. Permitirle luchar.

Pero su cabeza cayó contra él en cambio. Apoyó la mejilla cerca del punto
de pulso en su cuello, su respiración era constante sobre su piel desnuda. Cada
centímetro de ella estaba frío y luchó contra el creciente deseo de llevarla a su
cama y calentarla adecuadamente.

—¿Alguna vez has estado enfermo antes? —preguntó, poniendo fin al


silencio.

—Nunca.

—Tienes suerte.
—Nací de esta manera.

Como todos sus hermanos menores. Vivir en el noroeste de Canadá había


sido más difícil, pero su manada estaba a salvo en comparación con los que
vivían en el sur de las ciudades.

—Mi hermano Ty siempre ha sido el enfermo —dijo—. Tiene diabetes. Uno


pensaría que eso le haría simpatizar con los demás que se preocupaban por él,
pero siempre ha sido un idiota.

No pudo resistirse a sonreír, tratando tan disimuladamente como pudo de


mover el brazo debajo de sus piernas para cubrirlas.

—Yo también tengo una hermana así. Tiene suficiente equipaje para abrir
una tienda de equipajes.

—Como la mayor, solía ser la fuerte de la que todos dependían. Nunca me


he roto un solo hueso de mi cuerpo. Todas esas misiones y lo más con lo que me
he enfrentado fue un resfriado. —Ella resopló—. El karma es una perra malvada
y vil con un dedo del pie torcido.

—Ahora, con eso estoy de acuerdo. Como mayor, se esperaba que yo


cuidara de los demás y cubriera sus desórdenes. —Él suspiró—. Los de mi clase
han cometido demasiados errores. Se suponía que las manadas revelarían
nuestra existencia en paz, pero algunos mestizos han arrasado y ahora nos
cazan como animales.

Su mano estaba más cerca de su estómago ahora. La piel desnuda sería


perfecta, pero nunca dejaría que se acercara tanto. Meros centímetros separaban
su mano de donde necesitaba estar. Quería hacerlo.

—Estás tan caliente —suspiró.

El ascenso y la caída de su pecho atrajeron su mirada. La camiseta que se


puso cubría su cuerpo pero aún revelaba la curva de sus senos. Sus pezones
sobresalían y su imaginación se volvió loca, alimentándola con imágenes de su
boca lamiendo su dulce piel. Ella gritaba cada vez que su lengua rodeaba el
pico. Inhaló profundamente, tratando de resistir al lobo que se agitaba dentro de
él. La parte salvaje que quería tomar a esta mujer fuerte y vincularse con
ella. Tenía un impulso interminable, solo una hembra alfa poseería tal cosa. Pero
ella también era cazadora.
Mantén tu polla en tus pantalones, amigo.

—Descansa ahora.

Su respiración se ralentizó un poco. Sus dedos se movieron poco a poco


sobre su cadera. Viajó por debajo de la camiseta que llevaba hasta el
estómago. Él reprimió un gruñido cuando su trasero rozó su ingle. Casi ahí. La
gruesa tela de calzoncillos largos bloqueaba su acceso, pero estaba lo
suficientemente cerca. Contén la respiración. No te muevas. Sus dedos se
abrieron ampliamente y cerró los ojos, concentrándose en la creciente tensión
en su cabeza. El arco apretado que cuando se soltaba alimentaría su cuerpo con
magia curativa. Una parte de él se convertiría en parte de ella. Sanar a otros
requería concentración, pero no pudo evitar relajarse mientras ella se relajaba
en sus brazos. Con la persona adecuada, el placer rebotaba en él. Un gemido
escapó de su boca y un escalofrío lo recorrió.

De repente, la mano de Cynthia que sostenía su mano izquierda se soltó y


apretó la que tenía en el estómago.

—Estoy agradecida y todo eso, pero no me interesa lo que me estás


vendiendo, Kaden.

Estaba sin aliento, pero ahora un tono más duro se alineaba en las
palabras. Ella solo quería que él la consolara y nada más.

—No vendo nada.

Podía apartar su mano con facilidad, pero no lo hizo.

—No quiero lo que estás ofreciendo.

Su mandíbula se contrajo.

—¿No quieres vivir?

—Oh, quiero vivir. —Ella se animaba más a cada minuto—. Y una vez que
termine mi quimioterapia, estaré bien.

Levantó las cejas. Necesitaba trabajar en sus mentiras.

—No lo estás haciendo bien. —Lo que debería haber salido fue: te estás
muriendo, pero ella no necesitaba escuchar eso. Necesitaba escuchar a alguien
decir que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para asegurarse que
sobreviviera—. Y te guste o no, me veo obligado a curar a los heridos. ¿Has
pensado alguna vez en cómo se siente tu hermano y en lo que estaría dispuesto
a sacrificar para salvarte? He visto a las familias sufrir de primera mano en las
ciudades donde solía trabajar. ¿Has visto la desesperación que tiene un padre
por curar a un hijo? ¿Qué tiene un marido por su esposa?

Ella tragó visiblemente. Luego, moviéndose más rápido de lo que esperaba,


trató de quitarle la mano del estómago.

—No me importa —dijo ella—. No confío en nadie de tu clase y no necesito


que me arregles.

No luchó contra ella, incluso cuando trató de darle un cabezazo. El golpe


en su cabeza falló y ella golpeó el sofá en su lugar. Cuando se acercó lo suficiente
para golpearlo, él le agarró el antebrazo en medio del movimiento.

—¡Suficiente! —tronó. Todo su cuerpo se tensó, el lobo se retorcía bajo su


piel hambriento de pelea. No había forma de que pudiera quedarse aquí con él—. Si
eso es lo que quieres, no volveré a tocarte.

Ella no se movió en su regazo, simplemente le devolvió la mirada con tanta


ferocidad como él le lanzó. En el momento en que él soltó su brazo, ella se bajó
de su regazo y se sentó en la oscuridad de un rincón lejano.
Capítulo 5
Traducido por Flor
Corregido por Lelu

En el momento en que su trasero se durmiera, Cyn iba a reducir la


población de hombres lobo de la zona por uno. Si no se dormía ella primero. Pero
no se durmió; de hecho, recogió tazón tras tazón de hielo, abriendo camino hasta
que una lanza de luz penetró en la habitación a través de la puerta principal.
Había pasado mucho tiempo y ahora el sol poniente era la última luz que tenían.
Lo que probablemente significaba que pasarían la noche solo con el fuego para
calentarse y alumbrarse.

No miró hacia ella en todo el tiempo. Pala tras pala, viaje tras viaje, se
deshizo de la nieve lo suficiente como para revelar el exterior. El aire frío entraba
y ni siquiera la manta que le rodeaba los hombros la mantenía caliente.

En cuanto a cuánto tiempo seguiría enfadada con él, para siempre parecía
una gran opción. Sin embargo, quedarse para siempre en un rincón oscuro no
le llenaba la barriga ni hacía desaparecer el dolor. Con cada minuto que pasaba,
se sentía más cerca de las náuseas, más cerca del momento en que se despertara
en la cama de Kaden.

¿Pero no era eso lo que quería? pensó. ¿No le había dicho que no quería su
ayuda? En esencia, ¿preferiría morir antes que dejar que un hombre lobo la
curara? Todo su entrenamiento, todas las palabras que su madre le había
enseñado sobre los hombres lobo luchaban contra lo que había experimentado
durante las últimas veinticuatro horas.

Tienen una necesidad imperiosa de dominar y engañar, Cyn. No caigas en


sus suaves palabras y trucos, solía decir su madre.

Sin embargo, a ella no le habían hecho daño. Su mirada se dirigió al sofá.


No hacía más de unas horas que estaban sentados allí con ella en su regazo. Y
maldita sea, pero él la había hecho sentir bien.
Mientras Kaden estaba en la cocina, una sombra pasó por la abertura.
Intentó retroceder hacia la pared, pero enseguida se dio cuenta que no había
lugar para ir. ¿Había alguien ahí fuera? No una, sino dos sombras más pasaron.

—La estás asustando. Retrocede —dijo Kaden.

Su cabeza giró hacia la cocina. ¿Asustada? ¡Puf! Todavía no estaba en su


lecho de muerte.

—¿Estás bien, Kaden? —preguntó una voz de mujer.

—Todavía vivo y coleando.

Sonaba aburrido.

—Por medio segundo, me preocupó que esa perra te hiciera daño.

¿Perra? Cyn respiró profundamente.

—¡Cuida tu boca, Naomi!

Kaden entró en la sala de estar y pasó por delante de ella.

—¿Qué? —dijo la mujer—. Me has dicho que es una cazadora. No puedes


lanzar a uno de esos locos sin que te corten en el proceso.

La frenética excavación despejó una abertura más amplia hasta que Kaden
pudo arrastrarse hacia el exterior. Ella miró con curiosidad mientras él hablaba
con quienquiera que estuviera fuera. Se esforzó por oír, pero no pudo captar lo
que se decía.

Se levantó lentamente y se dirigió hacia la abertura. Solo para tener que


arrastrarse de nuevo hacia el interior cuando una nueva persona se abrió paso.

—¿Quién eres? —susurró Cyn—. ¿Eres Naomi?

Esta mujer tenía que ser otro hombre lobo. Había algo en la postura de la
mujer de pelo oscuro, la forma suave en que se inclinaba a través del agujero y
se deslizaba dentro. Sus rasgos eran familiares. Cyn había visto antes esa nariz
perfecta y esa barbilla hendida. El mismo cabello negro y los mismos ojos verdes.
¿Estaba relacionada con Kaden?

La mujer lobo no respondió a su pregunta. En cambio, se centró en ella.


No muy lejos, detrás de la persona que debía ser Naomi, apareció otra. Un
hombre alto.

—Te dije que no te apresuraras a entrar aquí —bramó.

¿Quiénes son todas estas personas? El hombre observó a Cyn. No con


curiosidad: sus cejas estaban bajas y sus fríos ojos negros la miraban fijamente
como si hubiera determinado todas las formas posibles de diseccionarla. Su piel
era de color marrón claro, mientras que la barba incipiente de su rostro tenía
toques de rojo y marrón. Su postura era rígida, pero segura de sí misma. Los
hombres como él llevaban escrito en el rostro "asesino a sueldo".

Kaden entró último. El frío del exterior lo siguió.

Como los demás no se sentían muy conversadores, mantuvo la boca


cerrada.

—¿Qué tan mal está ahí afuera, Sinister? —preguntó Kaden mientras se
encogía de hombros en su abrigo.

—Una mierda —murmuró el hombre. Sus ojos no se apartaron de los de


ella.

—¿Alguna estimación de cuánto tiempo llevará recuperar la energía?

—No. —Evidentemente, era un hombre de muchas palabras.

Todo el mundo clamaba afuera. Con solo la manta, Cyn temblaba contra
el viento. La avalancha había eliminado muchos árboles, dejando una franja de
tierra desnuda desde arriba. Sin todos los árboles en el camino, se sorprendió al
ver más cabañas cuesta arriba. Al menos siete. Todo este tiempo los árboles las
habían ocultado.

Kaden miró la colina y maldijo.

—Esto no es bueno. Ahora estamos expuestos.

—¿A quién? —preguntó Cyn.

—A cualquiera que tenga los medios para encontrar manadas ocultas —


espetó Naomi—. Gente como tú.
Cyn sabía muy bien a qué tipo de gente se refería Naomi. Los solitarios.
No todos los cazadores de hombres lobo tenían clanes. Los solitarios cazaban a
los hombres lobo que huían de las ciudades y los exterminaban a cambio de
recompensas de los clanes más grandes. Si el derrumbe había ocurrido hace
menos de un día, no se sabía cuándo un solitario podría encontrar este conjunto
de edificios ocultos.

Desde el suelo, Sinister recogió un rifle de francotirador Mossberg. Una


belleza. El hombre alto la miró como si prácticamente la desafiara a lanzarse a
por él.

Kaden le puso el abrigo sobre los hombros, pero ella rechazó la oferta.

—Vuelve a entrar —dijo él—. Tengo trabajo que hacer y no estás en


condiciones de quedarte aquí fuera.

Tenía razón. De mala gana, regresó a la cabaña a través de la abertura en


la nieve. Se sorprendió al ver que Naomi la seguía. ¿Creía Kaden que necesitaba
compañía? Una enfermera no era necesaria en este momento.

El interior era más frío ahora, incluso con el fuego moribundo. La


oscuridad se extendía como un manto sobre todo. Se dirigió al sofá y se sentó.

Naomi siguió de pie allí.

—Mi hermano estará ocupado por un tiempo, cazadora. —Su sonrisa


felina se extendió ampliamente—. Nunca debió dejarte a solas conmigo.
Capítulo 6
Traducido por Jessibel
Corregido por Lelu

—Esto no se ve muy bien, Windham —murmuró Sinister a Kaden.

Kaden esperaba en la entrada del cobertizo del generador. La única parte


en la que la avalancha no se había derrumbado. La tensión lo llenó hasta el
punto en que agarró la puerta lo suficientemente fuerte como para doblar el
metal. La nieve había derribado árboles, lo que a su vez había diezmado el techo
del cobertizo del generador y la pared del fondo.

Sin energía significaba que no había calefacción ni electricidad. Cualquier


alimento podía trasladarse al exterior o al sótano, pero los suministros médicos
que requerían refrigeración, no congelación, eran otra historia. Especialmente si
Cynthia los necesitaba. Y al ritmo que iba, en cualquier momento esa cazadora
lo golpearía con una emergencia médica.

Trató de hacer a un lado los pensamientos sobre la cazadora.

—¿Qué tan malo es “no se ve muy bien”?

—Necesitamos limpiar el carburador y las bujías. Limpiar la nieve y


reparar las paredes. Si me deshago del servicio de guardia durante unos días,
me llevará al menos setenta y dos horas.

—Maldición.

Al menos había mucha madera para las chimeneas.

—Sí.

No había suficiente tiempo en el día para lo que había que hacer. Había
llegado a depender de Naomi para algunas cosas. Si su hermana no hubiera
estado tan amargada después de regresar con él hace unos meses, la situación
no sería tan complicada. Hayley era parte de ese problema. Los recuerdos de esa
mujer empañaban su día aún más.

Sinister miró hacia arriba.

—¿La cazadora está mejor?

—Realmente no. —Deseó poder decir que sí. Cynthia hacía las cosas más
difíciles de lo que tenían que ser—. ¿Cómo está tu hombro?

—Una picadura de mosquito. Tu hermana no me hizo daño.

Kaden se rio entre dientes. No llamaría a una puñalada en el hombro una


mera picadura de mosquito, pero Sinister no era como la mayoría de los hombres
humanos. Hace unos meses, cuando Naomi apareció en su puerta, encontró a
Sinister en su cabaña en lugar de a él. Cuando regresó de su viaje de pesca de
dos días, encontró a Sinister cortando leña, y sangrando, mientras su hermana
preparaba la cena.

Por mucho que trató de curiosear en lo que había sucedido entre los dos,
su hermana se había negado a divulgar los detalles.

Sonó un buscapersonas conectado a la cadera de Sinister. Solo dos veces


desde que se había mudado aquí había escuchado sonar la alarma del
perímetro. Maldición.

—Parece que ha venido a jugar un profesional independiente —dijo


Kaden.

La incertidumbre lo atravesó. El miedo era algo que rara vez albergaba a


menos que temiera por la vida de sus seres queridos.

Sinister esbozó una sonrisa y sacó una .45 de las profundidades de su


abrigo.

—¿Qué hay de Naomi y la cazadora?

—Estarán bien. Naomi la cuidará bien.

***
—¿Qué diablos se supone que significa eso? —arrojó Cyn.

—Algo le pasó después que Hayley se fue —dijo Naomi, con voz tranquila
y fría. El hombre lobo se alejó de la única fuente de luz en la habitación, la salida
a través de la puerta estaba parcialmente cubierta. La oscuridad del rincón se lo
tragó—. Se ha vuelto muy apacible, pensando que podría proteger a la manada
si nos enviaba lejos hasta que encontrara un lugar más seguro.

¿Quién diablos es Hayley y qué tiene eso que ver conmigo?

Cyn se encogió de hombros para mantener el rostro serio, pero las


campanas de advertencia sonaron fuerte a través de su cráneo. Tenía un hombre
lobo en medio de un juego de poder. Malas condiciones de iluminación. Y solo
una forma de salir de la casa.

—Eso suena como un problema personal entre tú y tu hermano. ¿Qué


tengo que ver con todo esto?

—No eres lo suficientemente fuerte para ser su pareja —dijo Naomi desde
la esquina. Cyn ya no podía verla—. Nuestra manada está debilitada en este
momento y si tú... murieras... habría un eslabón menos débil entre nuestras
filas.

¿Era esta la hermana de la que Kaden había estado hablando que tenía
problemas? No conocía los detalles de lo que estaban pasando entre Zach y
Kaden. Era hora de aclarar las cosas.

—No sé qué estarás pensando, pero no tengo ningún interés en quedarme


aquí. A mi modo de ver, deberíamos unir fuerzas y golpear a Kaden. Después de
eso, buscamos a mi terco hermano que lo ayudó.

—No me importa cuánto le gustes. Mi idea es mejor —gruñó Naomi. Su


cabeza emergió de las sombras, revelando sus brillantes ojos amarillos.

En un momento como este, Cyn no podía hacer ninguna estupidez. Entrar


aquí sin conocer su entorno era un juego mortal, pero lo que sí sabía era la
distribución de la habitación antes que se apagaran las luces.

Naomi saltó y Cyn se apartó del camino. Usando el impulso de Naomi, la


arrojó al otro lado de la habitación sobre la mesa de la cocina. Los sonidos de
vidrios rotos y madera astillada rebotaron en las paredes. Naomi era mucho más
rápida, tal vez incluso un poco más fuerte, pero no vio la bolsa llena de alegría
navideña antes que golpeara con fuerza en su rostro.

Cyn se encogió ante el sonido de los adornos rompiéndose. Dio un paso


atrás, lista para golpear de nuevo, pero Naomi lanzó un fuerte golpe y conectó
con su rostro. El puñetazo en la mejilla la meció con fuerza y la envió hacia la
pared más cercana. La madera dura no perdonaba. Maldita sea, estaba
oxidada. Eso era lo que te hacía estar sentada.

Se puso de pie lo más rápido que pudo y levantó las manos para proteger
su rostro. Los golpes de Naomi cayeron en sus antebrazos, pero todavía le dolían
muchísimo. No había delicadeza en la forma en que luchaba la joven; tal vez era
la falta de entrenamiento formal de combate. Los golpes fueron lanzados con
abandono sin técnica ni precisión.

Cuando llegó una oportunidad y la mujer expuso su costado, Cyn se le


acercó con un golpe al mentón seguido de dos ganchos de derecha. A diferencia
de Cyn, Naomi no bloqueó cuando la golpeó en el costado de su cabeza. Después
de algunos golpes más duros, Naomi agregó algo de distancia entre ellas.

Cyn se tomó un segundo para recuperar el aliento. Nada mal para una
chica que se había ido tambaleando a la cama todos los días la semana pasada.

No seas engreída, solía decir su padre. Sigue reevaluando tu campo de


batalla y tu objetivo. Lo más probable es que estén enojados y listos para
arrancarte la garganta después que los patees.

—No eres lo suficientemente buena para él —escupió Naomi.

—¿Y quién eres para juzgar?

—Eres débil. Puedo oler la muerte por todas partes.

Cyn se rio entre dientes.

—Debes estar refiriéndote a todos los hombres lobo que he


matado. ¿Quieres ser la próxima?

No tenía planes de matar a Naomi, pero si las cosas se complicaban, no


tendría reparos en dejarla inconsciente.
En lugar de dejar que Naomi se recuperara, Cyn se abalanzó contra ella,
corriendo por la habitación. Chocaron contra el árbol de Navidad y terminaron
en el suelo. El único lugar donde no quería estar. En la oscuridad rodando por
la madera con un hombre lobo. Un rasguño profundo en la espalda y un
mordisco en el hombro hicieron que se enfureciera. Ella rodó sobre la espalda de
Naomi y aseguró sus manos alrededor del cuello de la mujer. Con un último tirón
hacia arriba, la obligó a arquear la espalda cuando una mueca fue arrancada de
la garganta de la mujer.

—¡Perra! —ella gimió.

Naomi se retorció y se sacudió para salir del agarre, pero Cyn había
ejecutado este movimiento demasiadas veces para cometer errores. Naomi se
crispó y luego se desmayó. Cyn la soltó de inmediato y se tambaleó para ponerse
de pie. Una revisión rápida del pulso de Naomi reveló un latido constante.

—Creo que fui lo suficientemente buena... por ahora.

Se alejó de Naomi, sus piernas temblaban un poco. La adrenalina en su


cuerpo se desvanecería pronto, dejándola vulnerable. Se frotó la zona dolorida y
palpitante de la mejilla. ¿Cómo se había metido en esta mierda?

Su maldito hermano.

Si su tratamiento de quimioterapia hubiera salido según lo planeado,


estaría sentada en casa viendo programas en Netflix con una bolsa de palomitas
de maíz de tamaño industrial. La idea de ver toda la temporada de Firefly parecía
mucho más atractiva. Ahora daba la bienvenida al resto.

Todo debería haber estado en silencio en la habitación, pero su cabeza se


precipitó hacia arriba cuando escuchó disparos.

***

Para cuando Kaden llegó a la cresta sobre las cabañas, una rabia creciente
se había acumulado en su estómago, apretándose cada vez más. Este lugar
estaba destinado a ser un refugio seguro. Un territorio que había establecido
para su manada.
Se hicieron disparos a su derecha. Hacia el sur, al menos a una milla de
distancia, vio a alguien escondido entre los árboles. Un rifle de largo alcance en
la mano. Entonces ese era su objetivo. El lobo en él lo empujó hacia
adelante. Busca tu presa. Se acercaba la luna llena y había pasado un tiempo
desde que su necesidad de cazar se había saciado.

El hombre con uniforme militar se acercó aún más, buscando una posición
ideal desde la que disparar. No vendría nadie más, pero el hombre estaba
fuertemente armado.

Kaden se agachó y se quitó el abrigo. Miró a Sinister e intercambiaron


asentimientos. Luego cayó su ropa. Los pinchazos bailaron a lo largo de su piel
mientras la necesidad de transformarse se apoderaba de él. Las garras
escocieron las yemas de los dedos y saltó primero. Eso fue solo un dolor
momentáneo comparado con los huesos rotos y la carne cambiante. Había
soportado la incomodidad cada vez. El precio que tenía que pagar por el poder
del lobo.

El bosque floreció en colores vivos y su objetivo se volvió demasiado


claro. Kaden no necesitaba poder verlo mientras corría hacia el sur en un amplio
arco. Lo encontraría solo por el olor. La pólvora era fuerte y metálica en su
lengua y el olor se hacía más fuerte cuanto más se acercaba. Para cuando estuvo
detrás del profesional independiente, un rastro claro de pasos llevó a Kaden
hacia su objetivo. Redujo la velocidad, el entusiasmo hizo que los latidos de su
corazón se aceleraran.

Casi ahí. Más adelante podía ver claramente a Sinister apuntando,


esperando el momento oportuno para disparar. El hombre solitario estaba detrás
de un afloramiento rocoso y era difícil de ver.

El movimiento en las cabañas hizo que Kaden se quedara helado. Cyn salió
de la suya. Sin manta y un tambaleo a su paso. Ella escudriñó el horizonte como
si buscara el origen de los disparos.

El solitario ladeó la cabeza y miró hacia arriba.

—¿Cynthia? ¿Qué carajo?

El hombre alcanzó algo en su cadera. Una pistola, una radio, a Kaden no


le importaba. Se lanzó hacia adelante, embistiéndolo contra el afloramiento. El
rifle de largo alcance del cazador clamó en el suelo. Lo que debería haber hecho
era someter al hombre mayor, pero los solitarios eran todos iguales. Si este
hombre supiera su posición, informaría y vendrían más hombres. Más muerte.

Apretó la garganta del cazador. Observó cómo sus ojos rodaban hacia
atrás en su cabeza mientras le cortaban el aire.

Un hombre a cambio de muchos era algo con lo que Kaden tendría que
vivir.

El solitario se quedó quieto y Kaden lo dejó atrás para apresurarse colina


arriba hacia Cyn. Ella todavía estaba afuera y había visto todo el intercambio,
que probablemente era la razón por la que lo estaba mirando. Un indicio de su
miedo lo alcanzó, agrio como el sudor, y se acumuló a lo largo de su sien. Captó
el moretón a lo largo de su mejilla y se contuvo.

La cabaña estaba en silencio excepto por un latido constante de alguien


dentro. Destellos de lo que podría haber sucedido tropezaron ante sus ojos y le
tomó todo lo que tenía para evitar irrumpir en esa cabaña para reprender a su
hermana. Concéntrate en Cynthia, se recordó a sí mismo.

Cynthia siguió retrocediendo hasta que llegó a uno de los árboles cerca de
la cabaña. Todo el tiempo, su mirada nunca dejó la de él. La ira que hervía a
fuego lento bajo su piel se enfrió y fue reemplazada por algo más:
agotamiento. Primero flaquearon sus rodillas y se agarró al árbol para
apoyarse. Dio un paso hacia ella y se puso rígida.

Él se quedó helado. Cada parte suya sintió lo que se avecinaba. Su latido


lento. La forma en que jadeaba por cada respiración y parpadeaba como si se
aferrara a la conciencia con las yemas de los dedos. En el momento en que ella
cerró los ojos, él se transformó de nuevo en un hombre, sin importarle si era
testigo del evento.

Cuando la levantó, ella no se movió. Su pelea se había ido. Por ahora,


pensó con el ceño fruncido. Le había dicho que no la tocaría más. Tendría que
romper esa promesa pronto y habría consecuencias.

Tanto si la curas como si no, sabes que la quieres, pensó.

Una sombra lo cruzó. Sinister no habló. Fue lo mejor.

—Ve a la cabaña y comprueba a Naomi —dijo Kaden—. Hizo algo muy


tonto y si hablo con ella, me enfadaré.
Tembló, luchando por mantener su agarre alrededor de Cyn no demasiado
fuerte.
Capítulo 7
Traducido por Kiki
Corregido por Lelu

Esta vez, cuando Cyn se despertó, se encontró con una casa ruidosa y un
fuerte dolor de cabeza. Del tipo normal que tiene la gente cuando ha dormido
demasiado tiempo. Sin embargo, no se sentía como una mierda. Debería haber
una enorme marca de mordedura en su hombro, pero no la había. También
faltaba el bulto bajo el ojo.

Lo que se convirtió en preocupación inmediata fueron las mantas. No eran


de Kaden. El jovial estampado rosa con flores no parecía de su gusto. El
mobiliario era escaso, sólo una cómoda y un baúl. Cuando se asomó a un rincón
oscuro, se quedó boquiabierta. Cajones, cajas y lo que fuera, llenos de armas.
Armas de gran calibre, ballestas y suficientes cuchillos como para afilar las
ramas de esos pinos en un millón de puntas de lanza.

Así que ahí es donde guarda toda su alegría navideña.

Más allá de la puerta cerrada, oyó voces.

—Que esté despierta no significa que tengamos que irnos —ladró una voz
de mujer. La de Naomi—. ¡Esta es mi casa!

—Haz lo que se te dice. —Esta vez fue la voz aguda de Kaden.

Naomi se rio.

—Sigo estando en contra de la idea de traer a un cazador para que nos


ponga en peligro.

—Se hizo un trato y estoy dispuesto a vivir con las consecuencias.

—¿Y esas consecuencias afectarán a toda la manada? ¿Afectarán a todo el


trabajo que hemos puesto en este lugar? ¿Tu Shangri-La en las montañas?
Cyn se levantó de la cama de matrimonio. Naturalmente, crujió. ¿De qué
estaban hablando? ¿Qué trato se había hecho? ¿Su hermano había hecho algún
tipo de trato con ellos por su vida?

Se esforzó por seguir escuchando, pero cuando llegó al salón sólo encontró
a Kaden sentado en el sofá. Se sentó de nuevo en el asiento, con los pies
apoyados en la mesa de centro.

—¿Dónde están? —preguntó ella.

—Te oí levantarte y les dije que se fueran.

Esta vena protectora de él la molestaba, pero no había nada que pudiera


hacer al respecto.

—¿Cuánto tiempo me dejaste dormir esta vez? —preguntó.

—El tiempo necesario para que te recuperes.

Ella argumentó.

—No hay tiempo suficiente para arañar la superficie de ese problema.

Tomó asiento en el lado opuesto del sofá. Un poco de distancia le vendría


bien hasta que resolviera lo que ocurría entre ellos. Se sentó un rato, casi
esperando que él tuviera algo que decir. ¿No era un alfa? ¿No quería tomar el
control de la situación?

—Mira, por mucho que quiera cazar a tu hermana y darle una paliza por
pegarme, puedo ser adulta y dejarlo pasar. Lo que no puedo dejar pasar es a ti
y lo que está pasando en este lugar porque es más grande de lo que puedo
imaginar. Sospecho que estás haciendo un refugio para tu manada.

—Un intento de muchos —respondió secamente.

—¿Crees que vendrán más autónomos?

—Probablemente no. Si alguien hiciera sonar las alarmas, más de un


cazador vendría por nosotros.

Asintió, recordando al hombre que había visto antes que Kaden lo matara.
Gregory era un maldito solitario que sólo aparecía durante las grandes reuniones
de cazadores cada dos años. La oportunidad de acabar con un alfa era una
muerte demasiado deliciosa como para compartirla con otros. Pero entonces,
Gregory la había visto. ¿Y si otro cazador la había visto y había informado de su
paradero a su clan? Era una cazadora viviendo en una guarida de hombres lobo.
Una traidora. Se le revolvió el estómago al pensarlo, pero era la verdad.

—No debería quedarme aquí —dijo finalmente—. Pondría en peligro a


todos.

—Mentira. —Se acercó más a ella. Trató de moverse hacia el otro lado,
pero no había lugar para ir.

Su cabeza giró para mirarlo.

—Soy una cazadora, Kaden. Mi gente caza a la tuya.

—Aquí no.

—¿En tu, como lo llamaría Naomi, Shangri-La? ¿Una utopía para los
hombres lobo? Tal y como yo lo veo, hay demasiados huevos malos en la caja
como para apartar los malos sentimientos. Se puede ganar dinero cazando a los
de tu clase.

Su boca formó una línea dura.

—¿Alguna vez has cobrado un sueldo?

No miró hacia otro lado. Se negó a avergonzarse por hacer lo que creía
correcto.

—Personalmente, no me importa si te pagan. Lo que importa es el


momento. Tu hermano me pidió que te salvara la vida. Dijo que su hermana
mayor era más valiosa para él que incluso su clan. Al principio no le creí, pero
ahora sí.

Puso los ojos en blanco.

—Me conoces desde hace cuánto, ¿dos o tres días? ¿Cómo sabes qué clase
de persona soy?

La oscura sonrisa de su rostro se ensanchó mientras sus cejas bajaban.


Se inclinó hacia ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera oler el
whisky que había estado bebiendo.
—Para la mayoría de los hombres lobo, pueden olfatear a los inútiles
después de una carrera de medianoche. Es diferente con los alfas. Es mi trabajo
evaluar. Una noche contigo fue más que suficiente para mí. Eres increíble en
más de un sentido.

—Todavía no puedo quedarme. —Intentó ser vehemente, pero tenerlo tan


cerca le estaba haciendo algo en su interior—. No voy a mentir. Me atraes, pero
tú y yo no podemos tener una relación. —Suspiró—. Incluso tuve que dejar ir a
otra persona.

—¿Por qué lo dejaste ir? —preguntó en voz baja.

—Era perfecto.

Se rio.

—No de la manera que piensas. —Hizo una pausa—. Michael tenía el tipo
de vida que yo podría haber tenido si no me hubiera convertido en cazadora.
Llevaba tacones a los cócteles. Paseos en yate por la bahía. Un apartamento en
la ciudad. Pero lo rechacé todo. Tuve que hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque tomé una decisión, Kaden. —Su voz se volvió rígida—. Elegí
protegerlo de mi estilo de vida. Aunque me hubiera casado con él, ¿qué haría si
los hombres lobo vinieran por él para chantajear a mi clan? ¿Y si tuviéramos
hijos y acabáramos muertos como mi...?

La tomó del brazo.

—Eso nunca pasaría si estuvieras conmigo. Te protegería. A nosotros.


Cada noche que has estado aquí, te has acostado en mi cama. En mis brazos.
Se sentía bien. —La punta de su dedo rozó su rodilla—. Dame otra buena razón
para no quedarte.

Tenía un millón más una, pero no podía hablar. Finalmente, se rindió.

—Me dijiste que no me tocarías más.

—Después de tu pelea con mi hermana, tuve que hacer lo necesario para


mantenerte con vida. Aunque luché contra la necesidad de hacerte mía.
Su estómago se descompensó y sintió su mirada acalorada. Él puso la
mano en su rodilla. El calor de su palma debería haberla enfadado, pero en
cambio sintió placer. De alguna manera, tenía que poner una barrera entre ellos
antes de ceder a lo que también sentía. Aquí estaba, sentada junto a un alfa y
no estaba cumpliendo con las obligaciones que sus padres le habían inculcado
cada día: exterminar a las alimañas. Enamorarse de uno de ellos era inaceptable.

—No lo entiendes, ¿verdad? —Respiró profundamente—. Si dejo que me


cures por completo, renunciaré a mi humanidad. Tendría que renunciar a la
causa por la que he luchado durante años.

Su agarre en la rodilla de se hizo más fuerte. No había lugar para que ella
se fuera.

—Quiero que te quedes... Me dije que era mi impulso para curarte. La


necesidad de ayudar a otra persona, pero cada vez que estamos juntos quiero
más. —Su mirada la recorrió desde su rostro hasta sus piernas—. Hueles tan
bien. Me estás volviendo loco.

—¿Qué estás diciendo? —Jadeo. Le vino a la mente un "qué pasaría si" y no


pudo quitárselo de la cabeza. ¿Y si él pudiera ser la normalidad que necesitaba?

Sus labios estaban casi lo suficientemente cerca como para rozar los de
ella, pero no llenó el espacio.

—Me preocupo por ti. —Suspiró—. Y quiero volver a tocarte, pero estoy
dispuesto a esperar hasta que estés lista para venir a mí.
Capítulo 8
Traducido por Kiki
Corregido por Lelu

Cyn no podía creer que hubiera dicho eso. ¿Se preocupaba por ella? ¿Se
había vuelto loco? Pero cuando su mano se posó en el pecho de él, la misma
pregunta podía hacerse sobre ella. Los latidos de su corazón retumbaron bajo
su palma. Era la que le hacía eso.

El hombre cuyos labios se cernían sobre los suyos no era el mismo que
había conocido cuando se despertó en la cama. Las capas ocultas que desconocía
estaban ahora al descubierto para que las viera.

Incluso después de haberlo visto atacar a aquel cazador, pudo ver su


verdadero lado. No era un bruto ni un estafador como los hombres que ella
cazaba, así que ¿qué era? ¿Y qué lugar podría ocupar en esta nueva vida?

Él la estaba esperando. Tenía que ser ella la que tendiera el puente.

Se puso de pie, como si apartarse de él fuera a hacerlo desaparecer. Pero


seguía percibiendo su olor, y el calor del lugar donde la había tocado persistía.
Ahora él estaba de pie detrás de ella, con su aliento revoloteando sobre su
cabeza.

Tal vez si se enfrentaba a él y le decía que planeaba irse, la dejaría ir. Buena
suerte intentándolo. Cuando se encontró con su mirada, la cruda intensidad de sus
ojos verdes disolvió cualquier palabra que tuviera acumulada en la lengua.

Dilo. Dile que te vas.

En su lugar, apretó sus labios contra los de él. Qué alegría. Un segundo
después, su espalda se estrelló contra la pared. El árbol de Navidad se agitó,
haciendo que las luces rojas y verdes bailaran contra las paredes. Él apretó su
cuerpo con el suyo. Cada centímetro duro de él, desde el estómago hasta las
piernas, la mantenía en su sitio. Su respiración era dura y pesada, la parte
primitiva de él se hacía evidente en sus ojos cerrados. Con una mano, estiró los
brazos de ella por encima de la cabeza, permitiéndole acceder a su cuello. Su
boca se alejó de la de ella para mordisquearle la mandíbula hasta la sensible piel
del cuello. Ella se esforzó por tocarlo. Para sentir su rostro o explorar la anchura
de su espalda.

Gruñó contra su boca.

—No te muevas. Quiero probar cada parte de ti.

La cabeza de ella se inclinó naturalmente cuando el beso se hizo más


profundo. La lengua de él rozaba la de ella, dominante y audaz. Con cada
movimiento de su lengua, la mano de él, que había descansado en la cadera de
ella, serpenteó bajo la camisa para tirarla hacia arriba. En el momento en que la
mano de él tocó su piel, la palma de su mano irradió un calor similar al de la
miel. La fuerza se apoderó de sus miembros y su cuerpo tembló de puro placer.
Pero no sería divertido si se quedaba así toda la noche mientras el buen doctor
la curaba.

Ella sonrió. Oh, no, no vas a ser el capitán de este barco por mucho tiempo.

Consiguió arrancar una de sus muñecas de su férreo agarre. Con una


mano libre, Cyn le agarró el brazo y lo curvó con un tirón a su espalda. Él gruñó,
no de incomodidad, sino de sorpresa. Sobre todo cuando ella lo apartó de un
empujón. Ahora los separaban unos cuantos metros. Él esperó, con la
respiración agitada en la silenciosa habitación.

Ahora este juego podría ser jugado en sus términos.

—Cyn... —jadeó.

Los gruesos músculos de sus antebrazos se crisparon y su boca se abrió


para mostrar los dientes apretados. ¿Estaba pendiendo de un delgado hilo como
ella? ¿Esforzándose por hacer que este momento durara en lugar de follar sin
miramientos?

Sus miradas se cruzaron. Ella dio un paso hacia él. Le puso el dedo índice
en el pecho y lo empujó hacia atrás hasta que la parte trasera de sus piernas
chocaron con el sofá. Él se sentó y se puso a horcajadas en su regazo. Se quitó
la camiseta. Agarró la suya y cuando los botones le dieron problemas, le arrancó
la camisa. A la mierda los botones.
Era pura perfección. Duros abdominales. Incluso la deliciosa forma de V
de sus caderas.

Ella probó su piel, besando, chupando y mordisqueando sus labios. Con


cada lametón lo saboreaba. La salinidad de su cuello. La mordida seca del whisky
a lo largo de sus labios. Él estaba igual de ansioso. Sus manos estaban por todas
partes, agarrando sus caderas, desabrochando su sujetador, amasando su
trasero. Cada toque añadía combustible al frenesí que crecía bajo su piel.

Mientras tanto, ella movía sus caderas, frotando su núcleo a lo largo del
bulto bajo su cremallera. Se movía lentamente hacia adelante y hacia atrás. Se
sacudió contra él hasta que las manos de él se fijaron en las caderas de ella y él
empujó hacia arriba.

—Cyn... —siseó—. Estás haciendo que sea difícil controlarme.

Había demasiadas piezas de ropa entre ellos. Quería todo de él. Sin límites
establecidos por cazadores u hombres lobo.

Se empujó hacia arriba y se quitó los jeans y las bragas. Ahora estaba
desnuda ante él. Esperaba que la llevara a la cama, incluso que la inclinara
sobre el sofá y la penetrara. Pero se sentó allí. Todavía en ropa interior, cuestión
que ella remediaría pronto, y lo único que hizo fue mirar. Se fijó en la curva de
sus pechos desnudos. Sus cejas se alzaron con diversión y su lengua salió para
lamerse el labio inferior, luego su atención se dirigió al anillo de oro que
sobresalía de su ombligo.

A continuación, su mano se levantó y rozó con la yema del dedo el


elaborado tatuaje de su cadera. La huella roja de una pata que era el símbolo de
su clan de cazadores.

—Bonito tatuaje.

Pasó la yema del dedo por su pezón y jadeó. Luego hundió la yema del
dedo en la unión húmeda entre sus muslos.

Sólo esa caricia desde su nudo hasta la entrada de su canal la hizo gemir.

Intentó atraerla hacia él, pero su mirada se desvió hacia sus vaqueros.

—Demasiada ropa.
La media sonrisa de él provocó algo en su interior. Sin decir nada, se
desabrochó los jeans y se los quitó. Lo más apropiado sería encontrar su mirada
hambrienta, pero quería ver lo que había estado tocando durante los últimos
minutos.

A continuación, se quitó los calzoncillos y salió su polla, gruesa y larga. La


punta se extendía hasta el ombligo. Maldita sea, era un sabroso manjar festivo
a la espera de ser devorado.

—Creo que ya estamos a la par —susurró ella.

Lo empujó hacia atrás en el sofá y él la atrajo hacia él. Se inclinó sobre su


longitud, su núcleo se estiró para acomodar su circunferencia. A lo largo de los
años había tenido un amante de vez en cuando, nunca una aventura de una
noche, pero todos habían sido humanos. Nunca se había sentido tan voraz, tan
hambrienta de hacer el amor.

Las manos de él apretaron sus muslos mientras volvía a levantarse


lentamente. El calor abrasaba su piel desde donde él seguía curándola.

—Oh, Cyn... eres hermosa.

Volvió a bajar, disfrutando lo mucho que él la llenaba. A pesar de lo


agonizante que era el ritmo lento, había algo tan íntimo en enfrentarlo. Labios
contra labios. Sus gritos de placer se absorbieron en la boca de él.

Llegó al clímax, los músculos de su estómago se tensaron mientras su


cuerpo se estremecía.

—Arriba.

Como no se movió, la levantó de encima con facilidad. Sus piernas apenas


la sostenían, así que la levantó y se dirigió al dormitorio.

Él estaba entre sus piernas antes que tuviera la oportunidad de


desplazarse hasta la cama. Con un fuerte empujón, estaba dentro. Él gruñó y
todo lo que pudo hacer fue aferrarse.

Cada empujón le robaba el aliento, su cuerpo caía en un profundo abismo.


Tan profundo que tal vez nunca saldría.

Ella llegó primero a la cima, pero él siguió adelante, alimentando el fuego


desbordante en ella.
—Toda mía —dijo, con todo su cuerpo estremeciéndose. Se acostó en
silencio con ella; el único sonido en la habitación era el de sus respiraciones
aceleradas.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—No creo que bien sea la mejor palabra para lo que siento ahora mismo.

—¿Y entonces cuál?

Pensó por un momento, lo cual fue bastante duro. Cyn no sería la última
chica en rechazar el sexo duro de vez en cuando, pero lo que acababa de ocurrir
era más que alucinante. Cada hueso de sus piernas no tenía sustancia; su
garganta estaba seca por gritar su nombre. E incluso con todo eso, su núcleo se
apretó de nuevo por la anticipación. En respuesta, su polla se endureció y volvió
a empujar. Muy lentamente.

Maldito lobo insaciable.


Capítulo 9
Traducido por Kiki
Corregido por Lelu

No hay nada en el mundo como despertarse y sentirse preparada para


patear el trasero a todos los que te han molestado en el pasado. La fuerza se
extendía a través de Cyn. Incluso su cabello tenía el brillo y el volumen de sus
días de instituto. Pero una cosa era segura, no era un hombre lobo todavía. Él
no se había ofrecido a cambiarla y ella no lo había pedido. Levantarse y dejar la
cama fue como cualquier otro día.

Kaden se dio la vuelta sobre la espalda y colocó las manos detrás de la


cabeza. Estaba despierto. Una mirada a él era demasiado. Los músculos de sus
brazos se flexionaron y tuvo que apartar la mirada. Una perfección absoluta
desde el pecho hasta el lugar donde las mantas escondían la mejor parte. Se
quedó junto a la cama esperando que dijera algo, pero no lo hizo. Cuando dio un
paso, la cama gimió como si alguien más se estuviera levantando. No miró hacia
atrás.

¿Intentaría detenerla? Con cada paso que daba, se recordaba a sí misma


que no era la misma mujer a la que habían tenido que llevar en brazos a la
cabaña. Estaba lo suficientemente bien como para cuidar de su hermano y
volver.

Volvería, ¿no?

El salón estaba en penumbras. Kaden mantenía una distancia respetable


detrás de ella. Todas las cortinas se habían dejado cerradas y sólo asomaban
rayas de luz por las rendijas. Algo nuevo sobre la chimenea llamó su atención.
Un juego de medias. Cuatro de ellas con nombres cosidos en la parte superior.
Mejor dicho, tres. Ella tenía una, al igual que Kaden y Naomi, mientras que la
media de Sinister era un calcetín de gran tamaño, escandalosamente blanco, con
su nombre escrito con bolígrafo en la parte superior. Resopló. No se sorprendió.
Alguien, probablemente Sinister, había entrado mientras ellos estaban ocupados
en el dormitorio y había dejado caramelos, caramelos de verdad, en las medias.

Alguien había dejado su bolso junto a la puerta. Lo recogió y se puso las


botas.

Era el día de Navidad. Cada Navidad, los niños McGinnis se reunían donde
la familia consideraba que era seguro y abrían los regalos y comían algún tipo
de ave quemada. Zach era el peor cocinero, pero lo intentaba y todos se
esforzaban por tragar uno o dos bocados. Excepto Ty. Él sólo se quejaba.

Sin embargo, esta Navidad era diferente. El árbol roto estaba en el lugar
equivocado. No había regalos. Las luces estaban apagadas como si todo lo que
le importara estuviera muerto. Abrió la ventana por si acaso. Afuera había una
capa de nieve fresca. Un clima navideño perfecto.

Se encogió en el abrigo de Kaden, negándose a mirar al hombre de la


habitación. Sintió su mirada inquebrantable. Si lo miraba, sospechaba que su
determinación se desvanecería y todos esos nuevos sentimientos que tenía por
él nublarían su juicio.

Si salía ahora, cuando llegara a la autopista y luego a Prince George,


podría llegar a Vancouver en unas diez horas. No es que no haya hecho autostop
antes.

Acomodó su bolso y salió de la casa. Se oyó el sonido de la puerta


abriéndose y cerrándose tras ella. En cualquier momento esperaba que él la
agarrara del brazo. Que dijera algo para detenerla. Para su sorpresa, fue el lobo
oscuro el que terminó caminando a su lado. Era enorme. Algo a lo que temer,
pero ahora sólo se sentía segura.

Su mano rozó el suave pelaje de su costado.

No pudo evitar pensar en lo que había pasado el otro día. Kaden había
matado a alguien para defender a su manada. Había protegido a sus seres
queridos como le había dicho que haría. También te protegería a ti, susurró una
voz en su cabeza.

El lobo permaneció a su lado mientras caminaba por la nieve. El paisaje


era hermoso. La luz de la mañana se reflejaba en la nieve y una ráfaga de aire
fresco sopló en su rostro.
La satisfacción la invadió y ese sentimiento abrumador la hizo dejar de
caminar. Esta era su primera Navidad sin discusiones. Sin una tarea inminente
que la atormentara. Las cabañas eran pequeñas, más o menos del tamaño de su
apartamento, pero cuando se vivía con tanta sencillez, ¿para qué se necesitaba
más? Podía quedarse aquí. No más cacerías. No más oír hablar de familiares
muertos. ¿Pero podría quedarse aquí con Kaden? Michael no podía darle una
vida normal y Kaden tampoco, pero el hombre lobo era algo igual de maravilloso.
La forma en que la hacía sentir segura. La forma en que había dado una parte
de su alma para que ella pudiera vivir más tiempo.

El lobo daba vueltas delante de ella y bloqueaba el camino. Podía rodearlo


si quería hacerlo. Como había planeado cuando salió de la casa. Pero en ese
momento supo que había terminado de correr. Había terminado de buscar lo
normal. En lugar de morir, podría seguir viviendo con alguien que no tuviera que
esconderse. Y cualquier peligro al que se enfrentaran, lo harían juntos.

En lugar de rodear a Kaden, recogió un poco de nieve. No tenía guantes,


pero no pensaba aguantar la nieve mucho tiempo. Con una sonrisa traviesa, le
lanzó la bola. Antes de captar la reacción del lobo, se dio la vuelta y salió
corriendo. ¿Qué clase de tonta se quedaría ahí parada?

Reírse le sentó bien. ¿Cuándo fue la última Navidad en la que tuvo una
pelea de bolas de nieve con sus hermanos? Hacía tantos años que había perdido
la cuenta. Cuando llegó a la cabaña, se dio cuenta que estaba sola. Revisó el
valle y no pudo verlo.

La bola de nieve que la golpeó en un lado de la cabeza salió de la nada. De


acuerdo, se lo merecía. Kaden salió de entre los árboles, bastante desnudo, y se
acercó a ella sosteniendo más nieve.

—¿Has terminado? —preguntó él con una sonrisa.

—Ya que estás desnudo, sí.

Levantó las manos en señal de rendición. Maldita sea, ni siquiera se


estremeció. Dejó caer la nieve y se acercó a ella. El silencio pasó entre ellos, pero
todo el tiempo ella sostuvo su mirada. Vio el atisbo de una sonrisa en su hermoso
rostro. ¿Era esto lo que se sentía al enamorarse de alguien? ¿Este sentimiento
en el que podías quedarte en el frío sin que te importara nada? ¿Siempre que esa
persona especial estuviera a tu lado?
—¿No tienes frío? —preguntó ella finalmente. Abrió el abrigo y lo invitó a
abrazarla.

—No tanto.

Él rodeó su cintura con los brazos. Su calor irradiaba contra su piel


mientras ella apoyaba la mejilla en su pecho. Inhaló. Olía delicioso. Todo
masculino.

—No te preocupa el encogimiento, ¿verdad? —soltó. Tenía que decirlo.

—Así que te has dado cuenta.

Sus cejas bailaron.

Sabelotodo.

Utilizó su mano para inclinar su barbilla y la besó prolongada y


lentamente. Por un momento, ella se olvidó del frío, del hecho de ser cazadora y
de cualquier otro recelo. Sólo existía esa franja de tiempo perfecta con Kaden y
eso era más que suficiente para ella.
Capítulo 10
Traducido por Kiki
Corregido por Lelu

Cyn tenía toda la energía del mundo y, no obstante, dormía mejor que en
años. Tal vez era el hombre que la abrazaba quien lo hizo posible. No había olores
artificiales. No había hospitales. Ni pitidos de monitores cardíacos.

Si se quedaba aquí, se libraría de eso y también lo tendría a él.

—Sigues retorciéndote —dijo él contra su frente. Su aliento era cálido—.


Si sigues así, puede que tenga que hacerte el amor hasta que vuelvas a quedarte
dormida.

Esa era una oferta que quería considerar.

—Ya dormí bastante, pero no estoy lista para levantarme.

Él rio entre dientes y pasó su mano por el brazo. El firme contacto le puso
la piel de gallina.

Después de hacer el amor de nuevo, se acostaron desnudos, con los


miembros entrelazados. Fue Kaden quien volvió a romper el silencio.

—Mi manada viene hacia aquí. Tu hermano ha... hecho su parte en los
términos de nuestro acuerdo.

Ella tragó saliva visiblemente.

—¿Me aceptarán?

Él besó su frente, lentamente.

—Pronto serás mi compañera y una vez que eso ocurra, nunca te dejaré
ir. Pase lo que pase, estarás a mi lado.

—¿Y qué pasa si intento irme de nuevo?


Ella percibió su sonrisa en la oscuridad.

—Ya te seguí dos veces antes, para que pudieras decidir por ti misma, pero
no tendrás tanta suerte si lo vuelves a intentar. —Besó su cuello, atrayendo su
pierna sobre su cadera—. Ahora eres mía.

Ella se rio.

—Una verdadera pelea. Muy bonito. No lo tendría de otra manera.

Fin
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.

2
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No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes
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Sinopsis______________________________________________________ 4
Capítulo 1 ____________________________________________________ 5
Capítulo 2 ___________________________________________________ 13
Capítulo 3 ___________________________________________________ 18
Capítulo 4 ___________________________________________________ 28
Capítulo 5 ___________________________________________________ 34
Capítulo 6 ___________________________________________________ 42
Sobre la autora _______________________________________________ 45

3
Verity Long no desea ver fantasmas, y tampoco quiere que nadie
sepa su pequeño secreto. Pero cuando un espíritu revoltoso crea
problemas en la tienda navideña de su amiga, Verity y su nuevo amigo
gángster muerto deciden echar un vistazo.

Allí descubren un misterio de ocho décadas de gestación y tienen la


tarea de reunir a un par de amantes apartados por la guerra antes de que
estén condenados a pasar la eternidad separados.

4
El fantasma del gángster se ajustó su sombrero de paja toquilla,
exponiendo brevemente el agujero de bala redondo en el centro de su frente.
Sin duda habría sido una herida espantosa, si ésta no brillara en blanco y
negro, junto con el resto del cuerpo de Frankie Valentine.

El antiguo matón de nariz ganchuda miró el tablero de ajedrez ubicado


en el suelo entre nosotros, contemplando su siguiente movimiento con el
enfoque de un comandante que planea una batalla épica.

Distraídamente, buscó la pitillera en el bolsillo delantero izquierdo de


su traje.

—Nada de fumar —dije.


5
Me echó un vistazo.

—Sí. Podría matarme.

Nos sentábamos en el salón trasero, a la luz parpadeante de una vela


rosa gruesa en un plato en el suelo junto a nosotros. La electricidad de mi
casa funcionaba perfectamente. Y me consideraba una chica moderna. Pero
debido a problemas de dinero, vendí el candelabro centenario.

Un fuego crepitaba en el hogar. Frankie y yo habíamos recogido la


madera en el porche mientras el sol lanzaba rayas naranjas y púrpuras a
través del horizonte.

Me había ejercitado con los leños. Frankie había observado y hecho


comentarios sarcásticos. A él le costaba demasiada energía mover cosas en
el plano mortal. Así que me dejó la tarea.

Frankie señaló el tablero.

—Haz que mi reina se mueva en diagonal, tres espacios a la izquierda.

Entrecerré los ojos para ver a qué se refería.


—No creo que las reinas puedan ir en esa dirección.

—Claro que pueden —resopló—. Soy el que te está enseñando,


¿recuerdas?

Sí, pero no pensé que estuviera más allá de él hacer trampa.

A Frankie también le gustaba que las piezas encarasen perfectamente


al frente. No en ángulo, ni hacia atrás. ¿Quién diría que los fantasmas
podían ser tan obsesivos?

Seguí adelante y acerqué su pieza. Técnicamente, era mi invitado y


descubrí que disfrutaba tratándolo como tal.

Además, se lo debía. Mucho.

El mes pasado, atrapé accidentalmente su espíritu en mi propiedad


cuando arrojé su urna funeraria en mis rosales. En ese momento, creí que
mi ex prometido me había dado un jarrón viejo y sucio, que hacía tiempo

6
debió ser enjuago con la manguera.

Gran error.

Ahora tenía un fantasma residente que vivía en mi casa victoriana de


dos pisos. Frankie tenía el poder de mostrarme el mundo sobrenatural de
una manera que nadie más podía. Con su ayuda, me había convertido en
una cazadora de fantasmas. Brevemente. Para salvar mi casa.

Ahora estaba tratando de volver a la normalidad.

Si por “normal” te refieres a pasar el rato un viernes por la noche con


un gángster hace mucho tiempo muerto.

Frankie me miró mientras pasaba mis dedos por diferentes piezas.


Decidiendo.

Su urna se encontraba sobre la chimenea de mármol, encima de una


cadena de copos de nieve casera y junto a un pequeño árbol de plástico de
la tienda de todo por un dólar. Les había encargado a los hijos de mi amiga
Lauralee que hicieran adornos de papel.

—¿Cuándo es el siguiente trabajo? —preguntó.


Mi espalda sufrió un pequeño tirón y la estiré. Hubiera sido bueno
tener una mesa y sillas, pero solo me quedaban unos pocos cientos de
dólares de nuestro último trabajo y no quería arriesgarme a gastarlos. Sabía
lo que era quedarte prácticamente sin dinero. No iba a pasar por eso por
muebles.

—No quiero ser una cazadora de fantasmas —le admití.

—Estuviste bien —dijo, sin rastro de ironía—. ¿Esto tiene que ver con
que salgas con el poli?

Dejé escapar una risa tímida.

—No. —Por otra parte, Ellis Wyatt probablemente tampoco querría


que yo cazara fantasmas. Casi nos matan cuando nos enfrentamos a un
poltergeist en su propiedad.

Frankie esbozó una sonrisa.

7
—Lo entiendo —dijo a sabiendas—. Lo hiciste para tener sexo, no por
el dinero.

—Ew, no. —Sí, así era como Ellis y yo nos habíamos enamorado,
pero—. Eso no significa que quiera volver a hacerlo.

Frankie sonrió.

—Si, claro que sí.

Oh, Señor. Me alegré cuando escuché que llamaban a la puerta


principal.

—Soy yo —llamó mi hermana. Las bisagras chirriaron cuando Melody


entró.

No la esperaba esta noche, pero eso no quería decir nada. Pasó por mi
sala vacía y entró directamente en el salón. Su cabello rubio estaba recogido
en un moño desordenado y llevaba un recipiente Tupperware.

—Hola, Verity. Hola, Frankie.

Me puse de pie y la abracé.

—¿Cómo sabías que él andaba cerca? —pregunté. La mitad del


tiempo, Frankie desaparecía en el éter o dondequiera que fueran los
fantasmas.

—Él siempre arrincona a tu reina —dijo.

Frankie gimió.

—Aw, vamos.

Volví a mirar el tablero de ajedrez, tratando de ver dónde estaba en


problemas, pero me distraje cuando Melody me entregó el recipiente de
delicioso olor.

—Mmm… papas asadas, salsa —le abrí la tapa—… de cebolla —


agregué con puro deleite.

—Hice demasiada carne asada —dijo, como si sucediera todo el


tiempo.

Mentía con alevosía. Melody apenas podía hornear un pollo. Cuando


no estaba poco cocido o quemado hasta quedar crujiente, se olvidaba y
dejaba el paquete de menudencias en el medio.
8
Desde que mi hermana se enteró de que yo vivía a base de fideos
ramen y barras de granola, había estado comprando comidas listas para
llevar, guardándolas en Tupperware y entregándomelas bajo la apariencia
de Martha Stewart.

—Gracias —le dije, manteniendo la fachada. De lo contrario, pasaría


a la fase dos, en la que intentaría darme dinero que no tenía.

Se mordió el labio inferior.

—Tengo que confesar. No estoy aquí solo para darte la cena esta vez.
—Hizo una mueca—. Mi amiga necesita ayuda con un fantasma.

Frankie soltó una carcajada.

—Fantástico. Ella lo hará.

Menos mal que Melody no podía verlo ni oírlo. Le lancé una mirada
peligrosa. Parecía demasiado complacido consigo mismo, flotando junto a la
chimenea.
—Esta… cosa que hago —dije, volviendo mi atención a Melody—, tiene
que ser un secreto. —La gente de nuestra pequeña ciudad sureña ya creía
que era una oveja negra. Sería una locura añadir algo a los chismes.
Además, el trabajo era peligroso y aterrador. Yo era diseñadora gráfica de
oficio—. Necesito trabajos de diseño.

—¿Como va eso? —reflexionó, sabiendo la respuesta.

No muy bien. Desde que ofendí a la primera familia de Sugarland,


Tennessee, al dejar a su hijo en el altar, mi negocio independiente se había
agotado.

Ahora estaba saliendo en secreto con su hermano, Ellis.

No sabía cómo las cosas podrían empeorar, pero estaba dispuesta a


apostar que lo harían si ese pequeño dato se conocía.

O si empezaba a perseguir fantasmas.

9
Me dirigí a la cocina con mi cena.

Melody me siguió.

—La buena noticia es que ella no puede pagarte de todos modos.

—Esto mejora cada vez más —reflexioné.

Melody encendió las luces.

—Ella tiene un buen juego de cocina usado que te dará —agregó,


agarrando mi único plato de plástico de un lavaplatos junto al fregadero—.
Es mi amiga Julie de la preparatoria.

—Ella me agrada. —Julie siempre había sido amable conmigo. Era


dueña de una tienda de reventa en el centro. La tienda tenía algunas
antigüedades de lujo de alta gama, pero gran parte de la mercadería
consistía en artículos buenos y poco usados.

Aun así…

Le quité el plato a mi hermana y deslicé todo la comida asada en él.

—¿Qué quiere Julie que haga?


Mi hermana se apoyó en la encimera.

—La tienda siempre ha estado encantada. Se marchará por la noche


y volverá para encontrar monedas de un centavo apiladas en su caja
registradora. O abrirá por la mañana y olerá humo de cigarro. Una vez, vio
cómo una exhibición completa de picaportes antiguos comenzaba a temblar
como si estuviéramos teniendo un terremoto o algo así. Un cliente también
lo vio.

—¡Uf! —Localicé un tenedor y dispuse mi comida en la isla de la


cocina—. Parece que tiene más de un fantasma —dije, comiendo—. Y si el
lugar ha estado embrujado por un tiempo, incluso podrían pensar que la
tienda es de ellos. —Los espíritus tendían a volverse posesivos después de
décadas en el mismo lugar.

Probé un bocado. Mmm. Melody le había hecho un pedido al


restaurante. Podía saborear la grasa de la carne fresca y el toque de romero
en la salsa.

Melody frunció el ceño. 10


—Ella no necesita que te deshagas de todos los fantasmas. Solo el que
está hurgando en su vitrina de coleccionables.

—¿Qué significa eso? —pregunté, dándome cuenta de que me había


olvidado de servirme agua. Agarré un vaso de plástico y me dirigí al
fregadero.

—Julie tiene esta vitrina de vidrio antiguo en la parte trasera de la


tienda —dijo Melody.

—Es tan alto como una persona y está lleno de cosas extravagantes e
inusuales. También hay muchos artículos rompibles que se pueden abollar,
como figurillas de porcelana, tabaqueras antiguas y frascos de perfume.
Cierra con llave por la noche, vuelve por la mañana y la vitrina sigue cerrada,
pero los objetos de valor del interior están esparcidos. Anoche perdió el brazo
de un pastor.

—Eso no suena demasiado trágico —dije, tomando un sorbo.

—Ella podría arreglarlo, pero ahora es una pieza restaurada en lugar


de una original. Julie no gana mucho dinero en su tienda. No puede
permitirse el lujo de objetos de colección rotos. —Melody se apartó del
mostrador—. Si continúa, podría sacarla del negocio.

—Auch. —Sabía todo sobre un negocio en quiebra y lo que le hacía a


una persona.

—Ella sabe que es un fantasma. Nadie más que Julie puede entrar a
la tienda o abrir la vitrina. Ella lleva el único juego de llaves de la tienda. —
Melody cruzó los brazos sobre su pecho—. Ella está realmente molesta,
Verity. —Ella negó con la cabeza—. Sé que no debería haberle hablado de ti.

—No deberías haberlo hecho —concordé. Melody y Ellis eran las


únicas dos personas que conocían mi secreto.

Melody siguió adelante de todos modos.

—Pero está en serios problemas. Tú tambien. Seamos realistas, te


vendría bien alguna dirección, o al menos algunos muebles.

11
—Me molesta eso —le dije. Sobre todo porque era verdad.

—Ella te dará un juego de cocina si puedes deshacerte de su fantasma


destructivo —insistió mi hermana. Miró a mi plato—. Quizás también
podamos pedir platos.

Eso estaba muy bien.

—Pero, ¿te has detenido a considerar exactamente cómo se supone


que debo saber qué fantasma está causando el problema?

—No lo sé —dijo a la defensiva—. Tú eres la experta.

Solté una carcajada.

—No sé lo que estoy haciendo.

Melody no dejó que eso la detuviera.

—Julie promete guardar tu secreto y nunca decírselo a nadie.

—Gah. Bien. —Podía ver que ella nunca dejaría pasar esto. Y sería
bueno hacer algo constructivo.

Pasé una mano por mi cabello. Ellis no estaría feliz, pero no era su
decisión. Me tomé un segundo para pensar. No quería que se preocupara.
Por supuesto, no lo vería hasta nuestra cita de mañana por la noche.

—Lo haré —dije—, con una condición.

—Dila —dijo, como si esto fuera simple.

Dejé caer mi mano.

—Vamos esta noche.

De esa manera, todo terminaría y estaría bien antes de que tuviera


que mencionarle algo a Ellis.

Melody se animó.

—A ella le encantaría eso. La llamaré ahora mismo.

—Muy bien entonces —dije, volviendo a mi carne asada. Necesitaría


la energía. Con suerte, no me había metido en demasiados problemas.

Pronto lo averiguaríamos. 12
New for You se encontraba en una hilera de escaparates de piedra que
habían adornado Main Street desde principios del siglo XX. Me encantaba
esta parte de la ciudad, no solo por su tradición, sino también por su
permanencia.

Julie nos recibió en la puerta.

—Estoy tan contenta de que estés aquí. —El cabello rojo fuego se
asomaba por debajo de su colorido pañuelo en su cabeza mientras cambiaba
el letrero a Cerrado y nos hacía pasar al interior.

Una silla moderna de color blanco brillante de los años sesenta se


encontraba sobre una alfombra afelpada chocolate inspirada en los setenta.
Candelabros antiguos colgaban del techo de hojalata. 13
Julie me estrechó la mano y la sostuvo un poco más de lo que
esperaba.

—Gracias, Verity —dijo, sin cuestionar mi poder o cómo lo había


obtenido. No había desconfianza en sus ojos, simplemente gratitud y
determinación—. Necesito arreglar esto.

—Haré mi mejor esfuerzo —le dije. No podía garantizar nada.

Ajusté la bolsa de cáñamo sobre mi hombro. Contenía una billetera,


brillo de labios, chicle, todo lo que haría un bolso normal, con la adición de
la urna de Frankie. La única forma en que podía traer al fantasma conmigo
era llevarme a cuestas su lugar de descanso final. Esta golpeaba contra mis
llaves, lo que provocó que Julie comprobara dos veces.

Me limité a sonreír.

—Me gusta tu tienda.

Un leve rubor manchó sus mejillas.


—A mí también. Es un trabajo de amor. —Miró de mí a Melody—. Y a
veces se vuelve un poco… inusual. Vamos, déjame mostrarte lo que tengo.

Su falda verde fluida se deslizó alrededor de sus tobillos mientras nos


conducía de regreso a la tienda.

—Este espacio solía albergar el bar más antiguo de la ciudad, un lugar


realmente varonil, fundado durante la administración de McKinley —dijo—
. Ni siquiera dejaron entrar a las mujeres hasta 1952. —Dibujos
descoloridos en marcos de madera abarrotaban la pared izquierda. Vi
retratos dibujados a tinta y una acuarela del ayuntamiento mientras se
construía. Julie notó lo que me llamó la atención—. Esos son originales del
bar. Los dejé porque no quería alterar las Tapas de cerveza.

—¿Tapas de cerveza? —pregunté, escaneando la mezcolanza de


marcos. Las imágenes mostraban personas. Entonces los vi. Docenas y
docenas de tapas de botellas cubiertas de polvo colocadas en la parte
superior de los marcos.

—Muchos chicos de Sugarland tomaron su último trago aquí antes de


partir para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Cada uno dejaba una
14
tapa de cerveza en uno de los marcos detrás de la barra y la quitaba cuando
regresaban. Todo el mundo les invitaría a beber. Celebrarían. Las que
quedan allí son para recordar a los soldados que nunca regresaron a recoger
su tapa. No podíamos perturbar eso.

Me alegré de que no lo hubiera hecho. Iba a ayudar a una buena


persona, una que respetaba a las personas, tanto vivas como muertas.

—¿Cuánto tiempo has tenido este edificio?

Ella sonrió.

—Mi mamá lo compró en 1974. Ella fue quien inició New for You. Al
menos diez años después de que ella compró este espacio, tendrías a estos
veteranos, en su mayoría hombres, pasando por allí, pensando que iban a
entrar en la Cervecería de Doc.

Me detuve cerca de un retrato de un chico soldado de infantería por


el que sus amigos brindaban en un bar. Los vellos de mi nuca se erizaron a
la vez que una ráfaga de aire frío descendió sobre mí. Quizás también habían
regresado algunos clientes que habían muerto hacía mucho tiempo.

—¿Frankie? —siseé—. Por favor, dime que eres tú.

—Eso desearías —dijo, directamente detrás de mí—. Este lugar está


repleto.

No había visto nada todavía, y no lo haría hasta que Frankie levantara


el velo y me mostrara lo que los demás no podían ver.

Julie me miró con atención.

—¿Quieres ver la vitrina encantada?

—Por supuesto —dije, resistiendo el impulso de señalar que cada


centímetro de este lugar probablemente estaba embrujado.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Melody cuando pasamos por unas


cuantas mesas de cocina, un aparador y un escritorio. Apenas miré nada de
eso—. ¿Qué estás pensando? —presionó.

No tenía respuesta para ella. No sabía qué esperar en este momento. 15


Julie se detuvo frente a una vitrina alta con intrincados adornos de
latón.

—Aquí es donde he tenido problemas —dijo, deteniéndose. Los cuatro


estantes forrados de terciopelo negro contenían una gran variedad de
tesoros, desde pendientes de herencia hasta pipas antiguas, frascos de
perfume y abrecartas.

Una sombra permanecía detrás de un juego de afeitar de porcelana


anticuado.

—¿Ven eso? —pregunté.

Tanto Julie como Melody se acercaron.

—¿Qué? —susurró mi hermana.

Podría no ser nada. No lo sabía. Frankie ni siquiera me había


sintonizado todavía y ya había empezado a ver cosas.

Este lugar era poderoso.


Ambas me miraron, como si esperaran que sacara una mochila de
protones de los Cazafantasmas y resolviera el problema allí mismo.

Julie desvió la mirada y se aclaró la garganta.

—Puedo encerrarte. Estarás a salvo.

De los vivos. Ella no podía ayudarme con los muertos.

Antes de que se fuera, necesitaba aprender algunas cosas.

—Melody me dijo sobre todo que has tenido espíritus que mueven
objetos o los hacen sonar. —Se necesitaba mucha energía para que eso
sucediera, pero no necesariamente me asustaba. Me preocupaban más los
fantasmas destructivos. Podría significar un poltergeist—. ¿Crees que los
objetos en la vitrina fueron dañados intencionalmente?

Ella no vaciló.

—Sí.

—Eso me temía —murmuré para mí. 16


Los ojos de Julie se agrandaron como platos, como si de repente se le
hubiera ocurrido que podía salir de aquí y nunca mirar nunca atrás. Quizás
debería. Sería tan, tan fácil.

—Melody dijo que necesitabas una mesa de cocina —dijo


rápidamente—. Dime qué está sucediendo con mi exhibidor, o incluso cómo
solucionarlo, y podrás elegir.

—Te lo agradezco —dije, mientras mi hermana deslizaba su mano en


la mía y la apretaba.

—Siéntete libre de sentirte como en casa en cualquiera de los muebles


mientras estás aquí —agregó Julie.

Hmm… eso realmente era un bonus. Un sofá de terciopelo púrpura de


aspecto cómodo se extendía al borde de un pequeño bosque de sillas que no
combinaban. No había disfrutado de un buen asiento en un sofá desde que
vendí el mío hace uno o dos meses.

Julie sacó las llaves de su bolsillo.


—Bien, entonces. —Me entregó un papelito—. Aquí está mi número
de celular. Llámame si me necesitas.

—Gracias —dije, aceptándolo, sabiendo que ella no podía ayudarme


con esto.

Melody se quedó atrás mientras su amiga se preparaba para irse.

—¿Estarás bien? —preguntó.

—Bien —le aseguré.

Eso esperaba.

Me dio un abrazo.

—Ahora ve. —Cuanto antes comenzara mi trabajo, antes tendríamos


nuestras respuestas. Además, no quería hablar con Frankie delante de
nadie.

—Esto es algo bueno —me recordó.


17
Sinceramente esperaba que tuviera razón.
La tienda se sintió más oscura después de que Melody y Julie se
fueron. Vacío. Sí, los candelabros resplandecían en lo alto. Las lámparas de
exhibición brillaban en escritorios y aparadores. Julie incluso había
encendido la roja sombreada junto a su caja registradora.

Pero el tono del lugar cambió. Se sentía como una casa grande y vacía
después del anochecer.

—¿Estás bien? —preguntó Frankie.

—Claro —dije, deslizando mi bolso de mi hombro. Yo había elegido


esto. Sabía lo que tenía que hacer. Dejé mi bolso, junto con la urna de
Frankie, en el suelo junto al sofá violeta—. Déjame al menos sentarme y
disfrutar de muebles reales por un segundo antes de que me asustes. 18
El gángster se rió entre dientes mientras me acomodaba en los suaves
cojines de terciopelo.

—Wow —gruñí, dejándome relajar por ese breve y dorado segundo.

Bien, tal vez dos. Cerré los ojos, deleitándome en ello.

Hasta que un escalofrío me invadió.

Oh, no.

Las lámparas se atenuaron. El sonido de pisadas sobre madera dura


resonó por toda la habitación.

Abrí los ojos de golpe y vi que el espacio se oscurecía. Sombras


siniestras se derramaron por el techo, nublando las lámparas, oscureciendo
la realidad que conocía.

El fantasma había comenzado a mostrarme el otro lado.

—Aww, Frankie —dije, poniéndome de pie mientras unas telarañas


fantasmales se deslizaban sobre la pieza y se enganchaban en el terciopelo—
. Te pedí que esperaras.

Estaba de pie a mi izquierda, a unos treinta centímetros por encima


del suelo de roble.

—Lo hice. Te dejé sentarte primero.

Cualquier otra discusión murió en mis labios cuando una vieja barra
de madera brilló en el foco a lo largo de la pared del cuadro.

El hombre calvo que estaba detrás llevaba gafas negras redondas y


una camisa blanca de manga corta combinada con tirantes. No podía tener
más de cincuenta años. Y pude ver directamente a través de él.

Me estremecí levemente. Sí, había aceptado este trabajo. Un trabajo


más. Pero pensé que nunca me acostumbraría.

Una mezcla de voces se mezclaron, hablando y riendo. Los vasos


tintinearon.

Lentamente, una colección de clientes apareció a la vista. Cada uno


de ellos apareció en blanco y negro.
19
Un hombre con traje oscuro y sombrero de fieltro se apoyaba contra
el mostrador, bebiendo una cerveza mientras hablaba con un soldado
sincero de la Guerra Civil, un sargento con patillas y uniforme de gala.

Ahora eso no lo había visto antes. Me dolía el pecho y me di cuenta de


que me había olvidado de respirar.

—Pensé que este lugar se abrió durante la administración de


McKinley. —De acuerdo, no era buena con las fechas, pero sabía que
McKinley vino después de Lincoln.

Frankie resopló.

—¿Qué? ¿Eso significa que esté cerrado para un chico que quiere
tomar una copa?

Tragué saliva.

—Entiendo —reflexioné, sabiendo que él no entendería el sarcasmo—


. Que tonto de mi parte.
Una multitud de hombres jóvenes con pantalones de vestir y camisas
de vestir de manga corta estaba cerca de la esquina delantera, rodeando a
uno de los suyos. Se reían y le daban palmaditas en la espalda. Llevaba un
uniforme militar de época y tomaba un sorbo de cerveza consciente de sí
mismo.

—¡Oye! —Un hombre de cabello rizado con un gran bigote y barba


entró directamente por la puerta principal, con los brazos extendidos. Era
imposible no notarlo. El hombre lucía una desagradable chaqueta deportiva
de la década de 1970 que habría enorgullecido a Rodney Dangerfield.

Un grupo de chicos gritó:

—¡Ringo!

Chocó los cinco con los hombres que estaban cerca de la puerta, el
tipo del sombrero de fieltro y el soldado de la Guerra Civil.

Parece que Ringo pasaba on frecuencia.

Su mirada se posó en mí. 20


—Bonitas tetas —dijo, apuntando una sonrisa voraz en mi dirección.

Dios, qué cerdo. Crucé los brazos sobre mi pecho y me acerqué un par
de pasos a Frankie.

—Está bien, ¿cómo podemos saber cuál de estos tipos está causando
el daño? —Me gustaría hacer el trabajo y salir de aquí. Las sombras, la
sobrecarga de testosterona, lo sobrenatural de este lugar, me asustaban.

Frankie esbozó una amplia sonrisa, negándose incluso a mirar hacia


abajo.

—Actúa casual —murmuró entre dientes—. Deja de mirarme.

—¿Por qué? —pregunté. Esperaba que este lugar no fuera peligroso


para él. Había estado bien las otras veces que me había mostrado el otro
lado. Le di una rápida mirada. Llevaba el mismo traje gris y corbata de
siempre. ¿Su complexión? Gris acuoso. ¿El agujero de bala? Todavía ahí, en
medio de su frente—. ¿Tienes algún problema? ¿Necesitas que vaya a buscar
tu urna?
—¡Caramba! —Hizo una mueca—. Tu problema es que hablas antes
de pensar.

—¿Qué? —El miedo recorrió mi espalda cuando el camarero le


susurró algo al chico del sombrero de fieltro. Tanto él como el soldado de la
Guerra Civil se volvieron hacia nosotros.

El sargento apoyó los brazos en la barra.

—¿Quieres decir que ella puede vernos?

Oh, diablos.

El tipo ruidoso de la chaqueta deportiva se animó.

—¡Maravilloso!

Frankie maldijo en voz baja.

—Tu lo dijiste. Antes, eras solo otro más de los vivos, caminando por
su bar, fingiendo no ver nada ni a nadie.
21
—Y ahora soy una chica —dije, terminando su pensamiento.

El daño ya estaba hecho. El señor 1970 se pavoneó directamente


hacia mí, como si fuera el dueño del lugar. El cantinero arrugó su toalla y
la arrojó sobre una bandeja, mirando.

El fantasma asqueroso se alisó el bigote mientras me desnudaba con


la mirada.

—Bueno, hola —dijo, guiñando un ojo—. Tu nombre debe ser Lucky


Charms porque eres mágicamente deliciosa.

Me volví hacia Frankie.

—¿De verdad acaba de decir eso?

—Tú empezaste esto —dijo Frankie, sin ninguna simpatía—. Traté de


detenerte.

Al hablarme. Tácticamente hablando, esa fue una manera horrible de


hacer que me callara y prestara atención.

Ringo se tambaleó, como si escuchara algún tipo de música. O eso o


estaba tratando de verse genial. Se desabotonó la camisa de vestir para
mostrar, ew, un bosque de vello en su pecho.

—¿Alguna vez lo hiciste con los muertos? —Sacó un medallón de oro


de su camisa y lo tocó—. Tengo una camioneta estacionada afuera.

—Argh. —Necesitaba una ducha ahora—. ¿Qué crees que voy a decir
a eso? —exigí—. ¿Llevarme a tu camioneta?

—Bueno, está bien —dijo, perdiendo completamente mi punto.

El sargento de la Guerra Civil se detuvo a mi lado, desplazando a


Frankie.

—Mil perdones, señorita, por este… bruto.

Ringo se burló.

—Estabas pidiendo lecciones la semana pasada.

Lanzó una mirada fulminante a Ringo. Chispas de energía bailaron


sobre mis brazos, hormigueando. 22
—Eso es solo porque necesito una esposa.

—Perfecto —dije—. ¿Estas personas hablan en serio? —le pregunté a


Frankie.

Los modales del sargento se suavizaron cuando se volvió hacia mí.

—Te aseguro que sé cómo tratar a una dama, incluso en momentos


como este. —No estaba segura de a qué momento se refería exactamente
mientras trataba de alejarme. Su toque frío y aguado se filtró a través de mí,
helándome hasta los huesos—. Ahora, ¿está tu padre aquí?

Oh, cielos.

—Ya es suficiente —dije, alejándome de ambos.

Sí, era divertido ser considerada virgen y puta en el lapso de un


minuto, pero no tenía tiempo para fantasmas cachondos.

Rodeé al sargento en zigzag y casi me topé con la pandilla de tipos de


la década de 1940. Un Matt Damon alto y bien formado, que miraba al
frente, sonrió como si yo fuera lo mejor que había visto en un año.

—¿Quieres tomar una copa y fumar con nosotros? —Sus amigos


estaban detrás de él, ansiosos de que dijera que sí—. Nunca se sabe —
continuó—. Hoy podría ser el último. Mejor que cuente, ¿verdad?

No exactamente. Sentí que uno venía detrás de mí. Los fantasmas


tendían a lanzar aire frío. Si era Ringo, sería mejor que no me tocara. No me
gustaba esa sensación de humedad.

—De acuerdo. —Frankie se lanzó sobre mi hombro izquierdo y se


interpuso entre ellos y yo—. Sepárense. —Abarrotó la pequeña porción de
espacio personal que los otros fantasmas me habían dado—. Entiendo que
es una sheba —les dijo—, pero está bajo mi protección y no voy a permitir
que actúen como un montón de cowboys de farmacia.

No entendí la jerga, pero tenía una idea bastante clara de que


simplemente me había defendido.

—Vaya, Frankie. No sabía que te importaba.


23
Sus mejillas se oscurecieron mientras se arreglaba la corbata.

—Solo estoy tratando de proteger tu reputación.

Excelente.

Me acerqué a la barra, lejos de la multitud, y traté de entender.


Siempre había sido buena con la gente, y hasta ahora, eso se había
extendido a los fantasmas.

—Entiendo que ustedes no han visto a una chica en algunos años —


comencé.

—Intenta décadas —dijo el cantinero, dándome un guiño mientras


limpiaba los vasos.

Será mejor que no se una. Ya tenía más pretendientes no muertos de


los que cualquier chica podía soportar razonablemente.

—Vamos a bajar el tono un poco —sugerí—. Traten de ser más


misteriosos. Eso también funciona con las chicas muertas, ¿saben? —
Porque si una chica fantasma elegible entraba aquí, garantizado que la
espantarían.

Ni siquiera era de su tipo y me sentí como la última chuleta de cerdo


del plato.

De hecho, solo había un chico además de Frankie que efectivamente


no me estaba coqueteando.

El soldado de la Segunda Guerra Mundial se sentaba en el extremo


más alejado de la barra, acunando su bebida y actuando como si ni siquiera
estuviéramos allí. Eso me pareció muy atractivo.

Tenía un aspecto fuerte a su alrededor, como si hubiera realizado


trabajos manuales. Quizás trabajó en una granja. Una gorra del ejército
cubría gran parte de su cabello oscuro muy corto. Parecía seguro, estable.

Me acerqué a él, sin perder de vista a la multitud detrás de mí.

—Me gusta tu estilo.

—¿Solo porque no estoy actuando como esos payasos? —Tomó un


trago de su bebida y soltó una risita de autocrítica—. No quieres ser como
24
yo.

Luché contra el impulso de sentarme en el taburete junto a él. Su


forma etérea no me retendría. Mi mirada captó una foto en blanco y negro
descolorida en la pared frente a nosotros, una unidad del ejército. Bien
podría ser suya. Tapas de botellas polvorientas mantenían su vigilia en la
parte superior.

—¿Te preocupa la guerra? —pregunté, preguntándome si era uno de


los muchos que no regresaron.

Trazó círculos en su botella.

—Eso se terminó. Lo ha sido por un largo tiempo. —Extendió una


mano—. Soldado John Cleveland.

En lugar de eso, saludé con la mano.

—Verity Long.

—Bien —dijo, retrocediendo—. Lo creas o no, a veces se me olvida. —


Un músculo de su mandíbula se tensó—. Sin embargo, nunca me olvido de
ella. La guerra me costó a mi prometida.

Lo vi tomar otro trago largo.

—Lo siento.

Resopló, como si no quisiera mi simpatía. Al mismo tiempo, pude ver


que necesitaba a alguien con quien hablar.

—Ella realmente me amaba. Sólo a mí —añadió, mirándome por


primera vez—. Pero ahora no puedo encontrarla. —Soltó un largo y profundo
suspiro.

Qué triste. Sin embargo, no pensé que él quisiera escuchar eso. De


hecho, no sabía qué decir, así que solo escuché.

—Ella no está en el plano inmortal —dijo, pareciendo perdido—. Eso


significa que ella todavía está viva. En algún lado. Pero no puedo

25
encontrarla. Es como si hubiera desaparecido.

No estaba segura de qué decirle.

—Quizás tus amigos del bar puedan ayudarte a buscar. —


Ciertamente necesitaban algo constructivo que hacer.

—Ha. No. ¿Has visto a esos idiotas?

No iría tan lejos, pero estaba molesto.

—No lo entiendes. Nunca has estado muerta —dijo, su frustración


crecía—. Incluso en la muerte, puedes sentir esa conexión. Sabes que a
alguien le importas. —Cuadró los hombros, preparándose para lo que tenía
que decir a continuación—. Con ella, todavía puedo sentirlo, pero se está
desvaneciendo. Como si se estuviera rindiendo.

—No puedes pensar de esa manera —le dije.

—No puedo permitirme no hacerlo. Estamos en serios problemas. Ella


necesita entender cuánto la amo. Eso nos une. Es la única forma en que
puedo estar con ella por la eternidad, como prometí. Es la única forma en
que podemos encontrarnos con seguridad, después de, ya sabes…
—Que ella muera —dije, terminando por él—. Ella tiene que saber —
aventuré. No parecía el tipo de persona que ocultaba sus sentimientos—.
Tal vez has estado muerto tanto tiempo que es más difícil sentirlo.

Él asintió.

—Esperaba que fuera algo así. —Enterró su rostro entre sus manos,
se frotó los ojos—. Entonces su anillo apareció aquí la semana pasada. Le
di ese anillo como promesa cuando me embarqué. Ella lo dejó ir —dijo,
perdido. Se me puso la piel de gallina—. Ella debe haberlo vendido. Me
rompe el corazón.

Sentí un nudo en la garganta.

—Viste su anillo en la vitrina, ¿no?

—Sí —dijo simplemente—. Había sido de mi madre. Mi prometida lo


sabía. ¿Y si ella ya está muerta? Si es así, murió sin ese vínculo amoroso. Y
ella se ha ido.

Oh, vaya. No se veía bien. Pero no podía darse por vencido. Yo tampoco 26
lo haría.

—¿Puedes decirme su nombre? —Si todavía estuviera viva, la visitaría.


Sugarland no era un lugar grande. Incluso podría conocerla.

—Maime Bee Saks —dijo con esperanza y un toque de miedo—. Vive


con sus padres en 215 East Perlman Street, cerca de Brandywine Park.

—No he escuchado ese nombre —admití. Tenía que estar en sus


noventa a estas alturas. Sinceramente, dudaba que todavía viviera con sus
padres. Incluso podría haberse casado y cambiado de nombre. Podría ser
cualquier cantidad de cosas—. Eso no significa que no podamos
encontrarla.

—He estado en su casa, mi casa, sus lugares favoritos. Ni siquiera sé


por qué. —Él soltó una risa fuerte—. No puedo decir nada. No puedo decirle
cuánto la amo.

Señor, él era un sueño. La mayoría de las mujeres que conocía


matarían por ser amadas así.

—Ni siquiera puedo sostener su anillo —dijo, cruzando las manos


frente a sí—. No puedo recogerlo del estante.

No, no podía. Era un milagro que pudiera haber movido cualquier cosa
en ese caso. El fantasma ciertamente estaba decidido o desesperado.

—Se lo llevaré —le prometí. Seguramente Julie lo entendería.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó, su esperanza encendida. Me


regocijó y me asustó a la vez. Había una posibilidad muy real de que pudiera
fallar. Aún así, me encontré asintiendo—. Hay enfermedad alrededor del
anillo —dijo—. Si todavía está aquí, no le queda mucho tiempo. —Sus ojos
se llenaron de lágrimas—. ¿Y qué significa que ella lo haya dado? ¿Que
dejara mi anillo en una tienda de segunda mano? —Vio la forma en que me
sorprendió—. Sé dónde estamos realmente. No he renunciado a mi vínculo
con el mundo mortal. No mientras ella todavía pudiera estar allí. Tengo tanto
miedo de perderla para siempre.

—No lo harás —dije, haciendo una promesa que haría cualquier cosa

27
por mantener—. La encontraré. —Resolvería esto. Se lo merecía, después de
haber luchado y muerto por nuestro país.

¿En cuanto a cómo? Bueno, también tenía que averiguar eso.


—¿Quieres hacer qué? —preguntó mi hermana.

—Su nombre es Maime Bee Saks —dije, mirando a Julie abrir la


vitrina.

Llamé a Julie de inmediato. Ella y Melody habían tomado un bocadillo


por la noche en la cafetería y les expliqué todo mientras conducían juntas
de regreso a la tienda.

—Lo último que escuchó fue que vivía en 215 East Perlman Street,
cerca de Brandywine Park.

28
Julie hizo una mueca.

—Ahí es donde entró el nuevo centro comercial —susurró, como si eso


impidiera que el fantasma la oyera. Quería decirle que el soldado Cleveland
estaba de pie entre nosotras.

—Está bien —le dije—. Solo tenemos que encontrar dónde vive ahora.
—La pelirroja sacó un anillo plateado del soporte de exhibición. Diminutas
virutas de zafiro azul se agrupaban alrededor de una gran perla.

—Gracias por dejarme llevarle esto —dije, mientras lo deslizaba en


una caja de anillos.

—Es una pieza maravillosa —dijo, entregándome todo—. Pero es lo


correcto. Dile al soldado Cleveland que me alegro de poder ayudar.

—Él lo sabe —dije en voz baja. Lo sostuve por un momento mientras


John pasaba sus dedos romos sobre la perla luminosa. Lo atravesaron.

—Espero que vengas conmigo —le dije.

Tragó saliva.

—Lo haré —dijo—. No seré de mucha ayuda. Hay una razón por la que
nos reunimos aquí. Este lugar tiene la energía de generaciones de clientes
felices. Me da fuerzas. Cuanto más me alejo de aquí, más débil soy.

Entendía.

—Si es necesario, la traeremos aquí.

Sí, me estaba volviendo demasiado optimista, pero teníamos que


avanzar a toda velocidad en esto.

Cerré la caja del anillo y la guardé en mi bolso.

—Te haré saber lo que mi hermana y yo encontramos —le dije a Julie.

Melody me miró con recelo.

—No esperas…

—Necesito que nos lleves a la biblioteca —le dije. Ella abría tres
mañanas a la semana. Tenía una llave—. Esta noche.

29
Ella plantó sus manos en sus caderas.

—Esto empezó contigo —le recordé—. Recuerdo que dijiste algo sobre
lo importante que es utilizar los recursos que tenemos para ayudar a las
personas.

Frunció los labios.

—Si solo quieres terminar esto antes de ver a Ellis, entonces no tienes
suerte. No voy a romper las reglas para que no molestes a tu novio.

—No se trata de eso. —Y no era mi novio, al menos todavía no—. Si


Maime Bee Saks se rinde por completo, perdemos el enlace. Además, el
soldado Cleveland sintió enfermedad alrededor del anillo. No tenemos
mucho tiempo.

Ella vaciló. Le había mostrado su foto en la pared. La encontré


mientras esperaba a Melody y Julie. Él se encontraba sonriendo entre una
fila tras otra de soldados que se dirigían a la guerra. También encontramos
su nombre escrito a mano con tinta blanca abajo.

—Bien, lo haré —dijo rápidamente—. Me pone nerviosa.

No pude evitar sonreír.


—Ven al lado oscuro conmigo. —Quizás debería decirle que teníamos
galletas.

La biblioteca de la ciudad estaba ubicada en el medio de la plaza del


pueblo, justo más arriba de la calle de la tienda de Julie. Era anterior a su
edificio en unos veinte años.

Estaba oscuro. No es de extrañar. Íbamos a medianoche.

Los edificios de esta parte de la ciudad se habían construido en una


época en la que cada puerta y ventana se consideraba una obra de arte. Y
aunque habían usado ladrillo y madera para la Avenida Principial, la plaza
del pueblo estaba hecha de piedra caliza blanca.

Estacionamos justo enfrente, a la sombra de la gran estatua de


nuestro fundador a caballo. La oscuridad envolvía la biblioteca, y tuve que
30
admitir que parecía un poco espeluznante, incluso antes de que trajéramos
a dos fantasmas allí con nosotras.

Mi hermana nos dejó entrar y las grandes puertas de madera se


abrieron con un fuerte crujido resonante.

—Es una suerte que no podamos permitirnos un guardia de seguridad


—dijo mientras nos conducía al cavernoso vestíbulo. Aspiré el reconfortante
aroma de los libros antiguos—. No sabría cómo explicar esto.

—Empecemos con las guías telefónicas —dije, poniéndome manos a


la obra—. Para Sugarland y cualquier ciudad o condados dentro de un radio
de cincuenta millas.

—Has pensado en esto —dijo apreciativamente mientras


atravesábamos un salón principal y nos dirigíamos al área de investigación
a la izquierda.

—Por supuesto —dije. Claro, no siempre miraba antes de saltar. En


este caso, sabía que teníamos una fecha límite.
Filas y filas de estanterías contenían libros gruesos que detallaban la
historia local, los datos del censo y los registros de la guía telefónica. Agarré
el de Sugarland y me dirigí a una mesa robusta. Melody tomó libros para los
tres condados circundantes y se unió a mí.

Varias horas más tarde, habíamos buscado en todas las guías


telefónicas de todas las ciudades y condados de Tennessee y los estados
cercanos. Melody había iniciado sesión en los datos del censo desde 1940
hasta la actualidad.

Nada.

Esperaba que fuera difícil de encontrar. Me preocupaba


profundamente que ella no tuviera ningún registro personal.

—¿Que hacemos ahora? —pregunté preocupada. Mi voz resonó por la


biblioteca silenciosa. Ni siquiera vi a los fantasmas. Sin duda estaban
conservando su energía. Había aprendido de Frankie lo fácil que podían

31
desgastarse y lo difícil que era mantener una presencia en el plano físico.

—Vamos —dijo Melody, dirigiéndose a una sección en la parte


posterior etiquetada Genealogía—. Veremos anuarios antiguos.

Sí, pero…

—Eso no nos va a decir dónde vive.

Continuó sin inmutarse.

—Podría darnos una mejor idea de su nombre. Quizás lo estamos


escribiendo mal. Puede que nos falte una parte.

Dudaba mucho que el soldado Cleveland me hubiera dado mala


información. Aun así, sería estupendo ver cómo era Maime.

Melody me entregó el anuario de la Preparatoria Sugarland de 1942 y


tomó uno del pueblo para ella.

—Una cosa que he aprendido sobre investigación. Uno sigue ahí.


Nunca sabes qué te dará un respiro.

El lomo crujió cuando lo abrí y vi una foto del equipo de béisbol. Era
difícil imaginar que esos niños engreídos hubieran jugado a la pelota en mi
antiguo instituto hace más de setenta años. Se parecían a los típicos jóvenes
atletas, tan duros y seguros de sí mismos.

Me volví hacia las fotos de la clase, hacia la clase de último año de


1942. Y la vi.

Mary Bee Saks, apodada “Maime”.

Ella sonreía alegremente, su cabello negro azabache cuidadosamente


rizado lejos de su rostro en forma de corazón.

—Mira esto —le dije a Melody. Luego nos volvimos para ver a John
Cleveland, “Johnny”, con un suéter y una pajarita. Parecía como si no le
importara nada en el mundo. Casi no lo reconocí.

Había necesitado ver esto, tener en mis manos la verdad innegable de


que esta mujer había existido. Pero, ¿por qué dejó de existir después de
1942?

32
Dejé escapar un suspiro de frustración.

—¿Estás bien? —preguntó Melody.

—Por supuesto —dije, frotando una mano sobre mi cara. Mis


párpados se sentían como papel de lija.

Debíamos estar perdiendo algo, una pieza vital del rompecabezas. No


sabía qué.

—Se acerca el amanecer —dijo. Un leve rastro de sol matutino ya


había comenzado a iluminar las ventanas detrás de nosotras, tiñendo el
mundo de gris—. Necesito ir a casa y limpiar para poder abrir la biblioteca
para los ciudadanos respetuosos de la ley.

—Bien —dije, apoyando mi cabeza en mis manos, sin querer irme


todavía. La respuesta se sentía como si estuviera fuera de alcance. Algo
sencillo. Si tan solo pudiera verlo. Me negaba a creer que la mujer del libro
que tenía frente a mí fuera de alguna manera inalcanzable.

Pronto sería demasiado tarde.

—Descansa un poco —dijo Melody cuando nos levantábamos—.


Cuídate.
Eso no ayudaría al soldado Cleveland. Ni nos compraría tiempo.

Me alegré de no verlo cuando Melody cerró la biblioteca. No pensé que


podría mirarlo a los ojos en ese momento.

—Vamos —dijo, cuando terminamos de apagar las luces—.


Pensaremos en otra cosa mañana.

Dejé que me llevara a mi casa. Yo no tenía mi auto.

Pero no le prometí que me quedaría en casa.

Tuve una idea más, un último disparo a ciegas. Solo esperaba que nos
diera las respuestas que necesitábamos.

33
Amanecía cuando detuve mi viejo Cadillac al cementerio de Holy Oak.
Arbustos cuidadosamente recortados rodeaban el gran parque
conmemorativo. Las puertas de hierro estaban abiertas.

Pasé por delante de la cabaña del cuidador y el cobertizo de jardinería,


y seguí recto por Resurrection Avenue. Conocía bien el lugar. Había llevado
a mi abuela aquí muchas veces para colocar flores en la tumba de mi abuelo
y mi padre. Luego hice lo mismo junto a su lápida.

En lugar de girar a la derecha hacia la sección más nueva, lo hice a la


izquierda.

Las rocas saltaban de debajo de mis neumáticos cuando las bóvedas


más antiguas aparecieron a la vista. Criptas centenarias agrupadas en la 34
neblina brumosa del amanecer.

Jadeé y agarré el volante cuando vi espíritus entre las tumbas.

—Caramba —dije, mirando mi bolso con la urna. Frankie podría no


ser lo suficientemente fuerte para sentarse a mi lado, pero definitivamente
me estaba ayudando a ver.

Esta era la primera vez que venía de visita desde que Frankie se había
convertido en parte de mi vida. Reduje la velocidad cuando una mujer joven,
de no más de dieciocho años, me miraba desde la puerta de la bóveda de su
familia. Me estremecí y seguí conduciendo.

Respira hondo, me dije a mí misma, esperando no ver nada demasiado


inquietante. Me dirigí directamente hacia el fondo, más allá de las bóvedas,
los monumentos y las estatuas de ángeles afligidos, hasta la esquina trasera
derecha de Holy Oak, donde yacían enterrados los soldados de la Segunda
Guerra Mundial.

A medida que me acercaba, la gran cantidad de tumbas me asombró.


No debería haberlo hecho. Había pasado antes por este lugar. Comprendí el
precio que habían pagado los hombres. Pero después de conocer al soldado
Cleveland, después de ver su expresión esperanzada mirándome desde ese
anuario, el campo de más de un acre de lápidas se sintió surrealista.

Él era más joven que yo cuando murió.

Hileras ordenadas de lápidas blancas se alineaban con precisión


militar. Estacioné cerca y me tomé mi tiempo para salir del coche mientras
un soldado con ropa de paracaidista completa vagaba por una fila cerca de
la parte trasera.

Concéntrate. Él tenía todo el derecho a estar aquí, al igual que yo.

Mantuve mis llaves en mi mano mientras me acercaba a la primera


fila de tumbas.

Necesitaba ceñirme al plan.

Las tumbas solían contener flores. Si alguien le había dejado un ramo

35
de flores a Johnny, tal vez hubiera incluido una nota. Podría buscarlos y
pasar a visitarlos.

Si era demasiado que esperar, incluso una etiqueta de florista me


permitiría saber quién colocó las flores, quién todavía recordaba a John
Cleveland y si conocían a una chica que alguna vez se había llamado Mary
Bee Saks.

Me estaba quedando sin opciones.

La fila cuatro, cerca del frente, tenía las Cs. Caminé en silencio, con
reverencia, hasta que me paré ante su tumba:

Jonathan Reeves Cleveland

Privado

Ejército de EE. UU. Segunda Guerra Mundial

11 de febrero de 1923

31 de octubre de 1942

La lápida relucía de color blanco. La hierba inmaculadamente podada


llenaba la base de la piedra y se me cayó el alma a los pies. No existía
evidencia de que alguien hubiera venido de visita.

Me enfureció por un momento y luego me recordé a mí misma que tal


vez a él no le quedaba familia. Sus amigos probablemente habían muerto.
Quizás Maime era la última que quedaba.

Lo que me entristeció de nuevo.

Esperaba que John no hubiera podido seguirme tan lejos. No


necesitaba ver abandonado su lugar de descanso final.

—Lo siento —susurré—. Voy a seguir intentándolo.

Incliné la cabeza y dije una oración rápida por él, o por esperanza, no
estaba segura de cuál.

Lentamente, con pesar, me retiré hacia el auto.

Quizás podía encontrar algo más en la biblioteca. Quizás Melody y yo


habíamos pasado por alto una pista vital. Mis pasos fueron más lentos,
como si dejar este lugar significara admitir la derrota. 36
¿A quién engañaba? Lo hacía.

Un banco de mármol se ubicaba debajo de un roble alto cerca de la


carretera. El espíritu de una mujer joven se sentaba en él, tejiendo. Sus
dedos trabajaban con destreza en las agujas y me pregunté cuánto tiempo
había estado en eso. Su falda larga y su camisa blanca de cuello alto
parecían ser del principios de siglo. Sin embargo, el suéter que tenía en las
manos seguía a medio terminar.

Me uní a ella en el banco, apoyando los codos en mis rodillas. Había


tomado este caso; dije que haría la diferencia. Lo prometí. Y no tenía idea de
cómo hacerlo bien.

Suspiré y traté de aclarar mi mente. Me concentré en la hierba verde,


los cantos de los pájaros, el chasquido de las agujas de tejer.
Tranquilizándome, dejé que la belleza de la mañana se apoderara de mí. Me
gustaba esta hora del día. Estaba tranquilo. Pacífico. Muy diferente a mi
rutina últimamente.

Tuve la oportunidad de ayudar a un valiente soldado y a la dulce


Maime. No podía dejar pasar eso, incluso sabiendo lo que sabía ahora, que
podría ser imposible.

El sol calentó mi espalda a medida que quemaba el rocío de la


mañana.

Miré a mi lado y vi que el espíritu había desaparecido. Estuvo aquí un


momento, se fue al siguiente. Supuse que era así para todos.

Una anciana se acercó por mi izquierda. Un rubor rosado cubría sus


pómulos marcados y resaltaba su rostro en forma de corazón. Llevaba una
falda de flores con zapatillas, junto con una chaqueta ligera. Su zancada
vacilaba, su paso lento. Me eché a un lado un poco en mi banco, para hacerle
saber que agradecería la compañía si necesitaba un descanso antes de
continuar.

Ella sonrió agradecida mientras se acercaba.

—Gracias —dijo, tomando el lugar que había dejado el fantasma—. Mi


salud no es tan buena últimamente. —Le temblaban las manos al doblar
una sobre la otra—. Por lo general, soy estoy yo a esta hora de la mañana.
37
—Me gusta por la mañana —le dije—. Es pacífico. Tendré que recordar
eso la próxima vez que vaya a ver a mi papá y a mi abuela.

El viento sopló en la bufanda que se había atado sobre el cabello.


Levantó una mano, asegurándose de que permaneciera sujeta.

—Vengo aquí por mi esposo.

Eso tenía que ser difícil.

—Siento tu pérdida.

—Yo también —dijo en voz baja—. Mi vida hubiera sido muy diferente
si hubiera sobrevivido a la guerra.

No tenía ninguna duda.

Nos sentamos en silencio por un momento, frente a las tumbas.

—Él lo era todo para mí —dijo simplemente—. Nunca quise a nadie


más.

—Eso es genial —le dije. No disminuía la pérdida, pero tenía que ser
reconfortante disfrutar de ese tipo de certeza.

Mostró una pequeña sonrisa.

—Fue dificil. Especialmente en ese entonces. Crié a nuestro hijo sola.


—Ella negó con su cabeza—. Él nunca conoció a su papá. Él no ve la
necesidad de volver, simplemente me deja aquí de camino a tomar un café.
Pero me gusta estar aquí. Me hace sentir cerca. —Se llevó las manos al
cuerpo, como si desahogarse la hubiera expuesto de alguna manera. En mi
opinión, era algo bueno poder hablar de las cosas importantes de la vida—.
De todos modos… —se levantó del banco—, será mejor que me vaya.

—Me alegró haber hablado contigo —dije, honestamente feliz de que


ella hubiera sentido que podía, aunque solo fuera por un rato.

La miré mientras se dirigía hacia el campo de lápidas y deseé saber


cómo consolarla. Pasó la fila uno, las filas dos y tres, y comenzó a avanzar
lentamente por la fila cuatro.

Era una posibilidad remota, pero aun así me hizo sentir un cosquilleo
en el estómago.
38
Me puse de pie, no ansiosa por obstaculizar su privacidad en ese
momento. Sin embargo, se detuvo muy, muy cerca de donde yo había
estado. Podría ser una ilusión o podría ser más. Apenas me atrevía a tener
esperanzas mientras me dirigía rápida y silenciosamente hacia ella.

Con la cabeza inclinada, colocó una tapa de botella en la tumba del


soldado Jonathan Cleveland.

Ella lo conocía. Quizás se había casado con un amigo suyo. O


incluso…

Me acerqué lentamente mientras ella estaba de pie, con la cabeza


inclinada, ante la tumba. Esperé hasta que terminó su oración.

—Disculpa —comencé, metiendo la mano en mi bolso. Mis dedos se


cerraron alrededor de la caja del anillo—. No quiero molestarte. ¿Pero
reconoces esto? —Abrí la caja. En el interior se encontraba el anillo de
perlas.

Ella jadeó y se llevó una mano a la boca.


—¿Cómo conseguiste eso?

La había sorprendido. O era una persona terrible o simplemente había


hecho algo muy bueno.

—Estoy buscando a Mary Bee Saks —dije, con la garganta apretada—


. Maime.

Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando tocó la perla con un dedo,


de forma muy similar a como lo había hecho Johnny.

—Esto pertenecía a su madre.

Johnny me dijo lo mismo.

A riesgo de sonar completamente ridícula, forcé las palabras.

—¿Eres… Maime? —Se parecía a la chica de la foto del anuario, esa


ligereza en ella, ese rostro en forma de corazón.

Ella asintió, las lágrimas corriendo por sus mejillas.


39
Oh, cielos. Sentí el escozor detrás de mis ojos.

—Tómalo —dije, colocando la caja en su mano—. Es tuyo.

Abrió la boca. La cerró.

—Gracias —susurró, tocándola como si no pudiera creer que fuera


real—. No me importa cómo lo conseguiste.

No podía decírselo. Realmente no.

—Me pidieron que te lo devolviera —dije—. Johnny querría que lo


tuvieras.

Lo deslizó en su dedo, una risita estalló de ella que se convirtió en


hipo.

—Le dije que lo usaría para siempre. —Le quedaba perfectamente. Ella
apretó su mano—. Mi madre lo tomó y dijo que no me lo devolvería. No lo he
visto desde ese día. —Levantó la mano y observó con asombro cómo
brillaba—. Mi hermana debe haberlo guardado después de que mamá
falleció. Ninguna de las dos volvió a hablarme jamás. —Su rostro se
desanimó al recordar el dolor—. Sissy falleció el mes pasado. Tuve que verlo
en el periódico.

—Eso es horrible. —No podía creer que fueran tan duras.

Su mirada se dirigió de nuevo a su tumba.

—Lo que dije antes… sobre que nos casamos. Teníamos la intención
de casarnos. Sabíamos que lo haríamos. Luego lo llamaron antes de lo que
pensábamos. —Se retorció las manos—. No se había ido un mes antes de
que supiera que estaba embarazada. Esos días… bueno, simplemente no
era como es ahora. Mi madre sabía que aún no nos habíamos casado. Me
echó cuando se lo conté. Fui a casa de mi tío en Memphis y me cambié el
nombre a Cleveland. Les dijimos a todos que yo era su viuda. Lo era, ¿sabes?

—Lo sé —dije. Sin duda.

Apretó los ojos con fuerza mientras otra lágrima se deslizaba


libremente.

—Me dijeron que no le importé. O no me habría hecho eso. 40


—A él le importa. —Más de lo que jamás sabría. A no ser que…

¿Cómo podría empezar a explicar? Puede que no me creyera. Pero su


esperanza, su felicidad eterna, podían estar en juego.

Tenía que intentarlo. Mi voz se quebró.

—Tengo un amigo… —Eso no serviría. Me preparé y lo solté todo—.


Puedo comunicarme con los espíritus. —Maldita sea, maldita sea, maldita
sea—. Johnny me pidió que te buscara, que te diera el anillo. Él te ama con
todo su corazón.

Ojalá pudiera retirarlo. Al mismo tiempo, anhelaba algo más concreto


que decirle, algún tipo de evidencia irrefutable para demostrar que no estaba
inventándolo. Supuse que aquí es donde los psíquicos eran etiquetados
como fraudes.

Pero ella se aferró a cada una de mis palabras. Gracias a dios. Así que
agregué:

—Él dice que eres su único amor verdadero. —Ella merecía saberlo.
Simplemente asintió, tragando saliva.

—Él es el mío también.

41
—Pensé que querías una mesa —dijo Melody, mientras me dejaba caer
sofá púrpura nuevo-para-mí de mi salón.

Eché la cabeza hacia atrás.

—Esto se siente mucho mejor —dije, pasando mis manos sobre el


terciopelo.

En cuanto retiramos el anillo de Maime de la exhibición y se lo


devolvimos, los disturbios en la vitrina de coleccionables cesaron. Solo
esperaba que eso significara que Maime había comenzado a creer de nuevo
y que el soldado Cleveland la había encontrado. Pasé por allí al día siguiente
y al siguiente, pero él no había regresado al bar.
42
Intentaría de nuevo esta noche.

Mientras tanto, Julie me había dado a elegir entre cualquier artículo


de la tienda y yo dije “sofá” antes de que pudiera cambiar de opinión.

No me arrepiento. Incluso si mi hermana pensaba que derrapé un


poco.

Podría leer aquí. Dormir aquí. No necesitaba volver a ponerme de pie.

—Verity —gritó Frankie desde la puerta trasera—. Necesitas ver esto.

—En un minuto —respondí. O quizás nunca.

Él brilló a la vista a mi lado.

—Tienes invitados.

No pensé que se refería al tipo físico.

—Está bien —dije. Era lo único que pudo hacer que me moviera—.
Vamos —agregué a mi hermana mientras me levantaba del celestial
terciopelo púrpura.
—Solo tú —dijo Frankie—. Querrás hacer esto bien.

Lo seguí por la cocina y salí al porche trasero. Entonces me detuve en


seco. Apenas pasando el manzano, Johnny y Maime Cleveland estaban
junto a mi lago. Él brillaba en blanco y negro. Ella se aprecía a la chica que
había visto en la foto del anuario.

Maime había muerto. Y se veía radiante.

Llevaba un sencillo vestido azul, con su cabello oscuro rizado


alrededor de su rostro. Bonita como una postal. Su imagen apareció en color
transparente, como lo hacían los espíritus recién fallecidos.

No pude evitar sonreír a medida que me acercaba.

—Espero que no nos estemos entrometiendo —dijo ella, apretando las


manos contra su pecho, su anillo brillando con un brillo etéreo.

El hecho de que lo tuviera ahora significaba que probablemente había

43
muerto usándolo. Estuve agradecida de nuevo por haber tenido la
oportunidad de devolvérselo, de que pudiera quedárselo para siempre.

—Me preguntaba qué les pasó a ustedes dos —dije, deteniéndome


frente a ellos. Johnny tenía su brazo alrededor de su cintura y sonreía como
si hubiera triunfado en la vida.

Él lo había hecho.

—Es difícil para ella aparecer —dijo, mientras la sonriente Maime


titilaba—. Ella no ha estado aquí por mucho tiempo.

Debería haberla buscado a ella en los obituarios en lugar de a él en la


tienda.

Ella le dio un tímido y emocionado beso en la mejilla.

—Gracias —me dijo.

—Fue un placer —le dije. Realmente lo fue.

Vi como ella se desvanecía. Él me guiñó un ojo y luego la siguió.

—¿Todavía crees que deberías dejar de buscar fantasmas? —preguntó


Frankie.
Había olvidado que estaba detrás de mí.

—No lo sé —le dije—. Fue una vez.

—Eso marcó una gran diferencia —señaló.

Sí, lo hizo.

—Piénsalo —sugirió, en un tono que dejaba claro que esto estaba lejos
de terminar. Se dirigió hacia el porche—. Ahora ven. Melody está calentando
la lasaña que preparó para ti.

Regresé a la casa con él.

—Sabes que ella realmente no…

—Sí, sí. Pero a veces tienes que seguir el juego —se encogió de
hombros—, estar abierto a las cosas.

—Es verdad —dije, sabiendo que no solo estaba hablando del delicioso
olor a ajo y orégano que venía de mi cocina.
44
Capté la mirada del fantasma a mi lado. Me habían dado un don, una
oportunidad. Y Frankie tenía razón. Sería un crimen desperdiciarlo.
Angie Fox es la autora de la serie Accidental Demon Slayer, que
presenta a una asesina de demonios reacia y la pandilla de brujas
motociclistas de su abuela. El primer libro, The Accidental Demon Slayer,
está gratis en todas las plataformas electrónicas. Consigue más información
45
sobre descuentos y libros gratuitos registrándote para recibir las
actualizaciones de los nuevos lanzamientos de Angie Fox.
46
Página 2
Una historia corta de Mimi Strong

U
na esforzada música, descubre que es una bruja que puede lanzar
hechizos con sus canciones. O al menos eso es lo que dice su sexy
profesor.

3
Página
DIRECCIÓN DE TRADUCCIÓN:
Scherezade

TRADUCCIÓN & INTERPRETACIÓN:


Alex274, carib, eilo, Eliza, flori24523, Fxckmodel, Isa 229, Mimosina, Pole &
Scherezade

CORRECCIÓN:
Scherezade

LECTURA FINAL:
Scherezade

DISEÑO DE IMAGEN:
Scherezade
4
Página
M
ientras crecía, nadie me dijo que era una bruja de canciones, pero
sí habían dicho que mi canto era mágico. Mi bisabuela me dijo que
el "don" se había saltado varias generaciones antes de resurgir en
mí. Pensé que el "don" del que hablaba significaba mi capacidad para convertir los
insultos en cumplidos y hacer que cualquier situación fuera más divertida.

Prometió contarme más en mi decimoctavo cumpleaños, pero no vivió lo


suficiente. Lo que hizo, bendita sea, fue dejarme a Puerquito, su camioneta
Volkswagen, recién pintada en un tono personalizado de rosa fuerte. Combinó ese
regalo con suficiente dinero para que pudiera viajar durante un año después de la
escuela preparatoria, tocando mi música por todo el país.

La vida es tu escuela, decía su carta.

Después de un año de viaje, recibí otra carta de su abogado.

Ahora la escuela es tu escuela, decía la nueva carta con la hermosa letra de mi


bisabuela. Has experimentado la vida en la carretera y ahora es el momento de
desarrollar tus fundamentos. No será fácil, pero esta es la mejor escuela del país para
alguien con tu talento.

Firmó la carta con su habitual mancha de un beso con lápiz labial. Una vez
que me sequé las lágrimas, empaqué en la camioneta y me dirigí hacia el oeste, a la
escuela de música, donde ya estaba inscrita. Su carta había llegado tarde, así que
llegué al campus dos días tarde para el semestre, pero quince minutos antes de la
primera clase de ese día.

La camioneta necesitaba urgentemente una afinación y hacía ruidos como


blat-blat cuando entré en el estacionamiento de la escuela. La gente se volvió y miró
5

fijamente el Volkswagen rosa intenso, pero no por mucho tiempo, porque estaba
Página

lejos de ser el vehículo más inusual allí. El estacionamiento estaba lleno de autos
artísticos, adornados con joyas y cabezas de muñecos, además de, no uno, sino tres
carrozas fúnebres.

Desafortunadamente, el estacionamiento estaba realmente lleno. Sin un lugar


para estacionar cerca de la escuela, llegaría tarde a mi primera clase. Me dirigía hacia
la salida cuando noté que una de las carrozas fúnebres se iba. Obedeciendo las líneas
de dirección pintadas en el pavimento, di vueltas en busca del lugar.

Antes de que pudiera estacionar, un idiota en un convertible aceleró desde la


dirección opuesta y me robó el lugar. Bajé la ventanilla y dije con dulzura:

—Disculpa, pero me estaba estacionando allí.

Salió del convertible y se quitó las gafas de sol. Sentí una punzada de envidia.
No solo era rico, por el aspecto del auto, sino que también era muy atractivo, con el
brillante cabello negro y ojos azules.

—Lo siento, pero no quiero llegar tarde a clase —dijo con falsa sinceridad.

—No digas que lo sientes si no lo haces. Ese es mi lugar y lo sabes. Retrocede


tu cacharro antes de que salga de esta camioneta y te obligue a hacerlo.

Sí, debería quedar asentado aquí que cuando conocí a Arturo, cuyo nombre
descubriría en breve, realmente llamé a su costoso convertible un cacharro, y lo
amenacé con violencia física. También deberían saber que soy una chica, y una
pequeña, por lo que fue una de esas amenazas vacías que uno hace después de estar
en la carretera durante quince horas seguidas, de sobrevivir con una dieta a base de
líquidos con cafeína y palitos de carne asada suministrados por estaciones de
servicio.

Arturo, sin embargo, aún no conocía mi divertido sentido del humor y me


tomó la palabra. Se subió las mangas de la camisa y levantó los puños como un
boxeador.

—Toma un poco —dijo—. Te dejaré golpearme dos veces antes de que haga
un movimiento.

Estaba sonriendo, pero yo no me estaba riendo.


6
Página

El tipo tuvo suerte de que todavía no supiera que era una bruja, o podría
haberle lanzado un hechizo de ensuciar los pantalones y arruinarle el día.
El tiempo pasaba, así que pisé el acelerador e intenté rodearlo con la
camioneta, dejando que los neumáticos chirriaran con desprecio.

Sin embargo, el Volkswagen tenía su propio estilo. Su nombre era Puerquito,


y fiel a su nombre, tragó el combustible con avidez mientras eludía lentamente a
Arturo, haciendo un indigno ruido de blat-blat karputta-putta-blorp-blorp. El motor
de Puerquito era ruidoso, pero no lo suficiente como para ahogar la risa del idiota
rico.

7
Página
E
stacioné a cinco cuadras de la escuela y corrí todo el camino hasta el
edificio donde tenía mi primera clase. Ya tenía dos días de retraso para
el semestre, y otros diez minutos no me habrían matado, pero había
conducido toda la noche, y era la moral de la cuestión.

O tal vez fuera mi terquedad.

Como mis pronto a ser descubiertos poderes mágicos, la terquedad era otro
rasgo que había heredado de mi bisabuela.

Por lo tanto, llegué al salón de clases respirando con dificultad y escudriñé la


habitación en busca de una silla libre. Había algunas disponibles en la parte de atrás,
pero la que yo quería estaba en la primera fila. En realidad, no soy una estudiante
de primera fila, pero esta silla era irresistible, porque había sido asegurada por el
Señor Idiota Rico.

De espaldas a la puerta del aula, estaba sentado en el borde del escritorio,


hablando casualmente con otra persona. Una pila de libros de música y partituras
estaban junto a su trasero en el escritorio. Claramente, era el escritorio en el que
planeaba sentarse cuando comenzara la clase.

Mi vena competitiva empezó a hacer efecto. Este es el mismo rasgo de


personalidad que había hecho que mis siete hermanos y hermanas sacaran pajitas
para determinar quién tendría que ser mi compañero para los juegos de charadas.
Lo curioso es que, durante mucho tiempo, pensé que la persona con la pajita corta
era la ganadora y conseguía ser mi pareja. El día que descubrí la verdad, la vida se
volvió un poco menos dulce.

Sin embargo, robar la silla del Señor Idiota Rico sería genial.
8

Me deslicé en su lugar justo mientras sonaba la campana.


Página
Se puso de pie, se dio vuelta, fijó sus ojos azul océano de ensueño en mí, y
dijo:

—Creo que ese es el lugar de otra persona.

Me encogí de hombros.

—¿El lugar de otra persona? —Empujé la silla hacia atrás y me palmeé los
muslos—. Lo siento, pero no quería llegar tarde, así que tomé la primera silla vacía
que vi. Siempre hay espacio aquí en mi regazo, niñote.

Sonrió, luego miró a alguien de pie detrás de mí, y dijo:

—Escuchaste a la dama. Toma asiento. La clase está a punto de comenzar.

Fue a la pizarra en la parte delantera del salón y comenzó a escribir su


nombre: Profesor Arturo J…

No vi su apellido, porque un joven greñudo en una camisa de tela escocesa


tomó su asiento legítimo en su silla. Encima de mí. Como si no fuera nada más que
una de esas coberturas de asientos con cuentas de madera que instalan en los retiros,
en los asientos de cubo de sus caravanas.

Una chica normal no se encontraría en tal situación, pero si lo hiciera,


probablemente se disculparía y tomaría otro asiento en la parte posterior del salón.

Yo no.

Decidí sentarme toda la clase de esa manera. Incluso logré meter mi cuaderno
entre mi rostro y la espalda del dueño del asiento para tomar notas.

La clase fue sobre composición, que es el término elegante de la escuela de


música para la parte de la composición que no son las palabras. Y fue una gran clase.
Nunca lo habría admitido en el rostro de Arturo, por supuesto, pero era un
magnífico instructor.

Todo lo brusco que fue en el estacionamiento se traducía en confianza y


pasión cuando hablaba de música. Siguió hablando de cómo las canciones son la
forma más poderosa de hechizos mágicos en el mundo moderno, conectando
9

corazones y mentes de una manera que nada más puede.


Página

—¿Anotaste esto? —preguntó— Sí tú. Debajo del caballero a cuadros.


Me incliné alrededor del estudiante usándome como una silla acogedora.

—Hechizos mágicos... conectando corazones y mentes... bla, bla. Oiga, señor


J, ¿estarán todos sus pensamientos profundos en el examen? ¿O también habrá
algunas preguntas sobre la composición real?

Los estudiantes a mi alrededor se rieron. Los ojos azules de Arturo se


entrecerraron y sus cejas se levantaron con respeto por mi honestidad y mi
consentimiento, o así me gusta pensar.

Cruzó a su escritorio y corrió su dedo por una hoja de papel allí.

—Tu nombre es... ¿Zebrina?

Acomodé mi mano libre en una pistola imaginaria y disparé balas de asombro


en su dirección.

—¡Lo tiene, señor J! Todos mis amigos me llaman Zeb, o Zebbie, o incluso
Pequeña Zebbie, debido a que soy tan pequeña y dulce.

Frunció el ceño, al no disfrutar del valor de entretenimiento adicional que


llevé a su clase de composición.

Seguí adelante:

—Puedes llamarme así, simplemente no me llames retrasada. —Disparé otras


dos balas imaginarias de asombro en su dirección—. Solo un poco de humor de del
mundo del espectáculo. Lo siento. He estado de gira el año pasado. Es un estilo de
vida. Solo dejaré de hablar ahora y le permitiré enseñar a su clase, señor J.

—Gracias —dijo solemnemente, entonces regresó a la pantalla de proyección


y a las cosas pesadas.

Tomé notas a un ritmo furioso, tratando de mantenerme al día.

El resto de la clase voló rápidamente, y cuando se terminó, el profesor nos dio


una pila de tareas, luego empacó sus cosas y se fue sin una palabra.
10

El joven greñudo con tela a cuadros que había estado sentado en mí, se
levantó, miró hacia atrás, luego me miró dos veces.
Página

—¡Eres real! —exclamó.


—Por supuesto que soy real. ¿Pensaste que estabas alucinándome? ¿Estás
drogado?

Él sonrió lo suficientemente amplio como para dejarme saber que sus


respuestas a esas dos preguntas fueron sí y extremadamente, sí.

Así fue como conocí a Kenny, quien más tarde se convirtió en mi mejor amigo
y compañero de cuarto.

En realidad se convirtió en mi compañero de cuarto la primera noche, cuando


le confesé que no tenía dónde dormir, excepto el interior de Puerquito.

Kenny ascendió ser mi mejor amigo cinco semanas después, cuando sostuvo
mi cabello y palmeó con suavidad mi espalda mientras vomitaba medio lote de sus
brownies de hongos experimentales, que había asumido erróneamente eran libres
de drogas. Compartimos la culpa de esa debacle en particular por igual, porque
mientras le pregunté a Kenny si eran brownies de marihuana, él lo negó y me
prohibió que los comiera. Pero debería haber sabido que no puedo resistirme al
chocolate, y yo debería haber sabido que Kenny no hornea nada libre de drogas.

Todo eso puede parecer que no tiene nada que ver con lo que sucedió entre
Arturo y yo, pero en realidad lo hace. Ya verás.

11
Página
D
e la forma en que lo vi, Arturo y yo éramos archienemigos, como
Batman y el Guasón. O como alguien más y Gatubela. Realmente no
sé cosas de cómics, pero por favor imagínenme como Gatubela en
esta metáfora.

Él intentaría enseñar la composición de la música, y yo le ofrecería


comentarios constructivos durante la clase. Siempre levantaría la mano y esperaría
hasta que me llamara, por supuesto. No soy un animal.

Pensé que estaba disfrutando de nuestro ingenio reparador, honestamente.


Algunos días estaría cansada de quedarme en toda la noche estudiando o trabajando
a través de una nueva canción, y subrayaría algunos de mis materiales a Kenny. Él
rascaría su frente y sacaría su lengua, de la forma en que siempre hace cuando está
pensado profundamente, y escribía preguntas interesantes para preguntarle al señor
J.

Agitaba la mano, esperaba a que me llamaran y luego preguntaba lo que sea


que Kenny me pasara. Nota al margen: la letra de Kenny se parece a la de un robot.

En mi tercera semana en clase, la pregunta, tal como me la hizo Kenny, fue


dividida en dos partes:

—Señor J, esos jeans que está usando son realmente dulces. ¿Vienen también
en tallas de hombre?

La clase se rio bastante, gracias a mi excelente entrega.

Arturo apagó el proyector y se sentó en el borde de su escritorio con los brazos


cruzados. Me eché a reír junto con la clase, porque hasta ese momento no me había
12

dado cuenta de lo estrechas que eran las caderas de Arturo. No era el tipo más alto
de los alrededores, y de repente se me ocurrió que en realidad podría estar usando
Página

jeans del departamento de chicos.


—Zeb, hablas mucho, y no solo en mi salón de clases. Hablas entre tus
canciones. Estuviste en el Depot anoche, ¿no? Para alguien que se anuncia a sí misma
como cantante, no cantaste mucho, ¿verdad?

Todos dejaron de reír. La actuación en vivo de anoche había sido un desastre


y algunas personas lo sabían.

—¿Usted estaba allí? —pregunté.

Sacudió la cabeza y echó hacia atrás su cabello oscuro y ondulado. Sus ojos
azules brillaban con malevolencia.

—Vio todo —suspiré—. Estaba teniendo una mala noche. Todo el mundo
tiene noches libres. —Mi interior se apretó, y no en el buen sentido.

—Lo has perdido —dijo—. Esta mañana, viniste a mi salón de clases y me


atacaste porque tienes miedo. Has perdido tu mojo.

—¡No! —Tan pronto como respondí, me di cuenta de que al gritar la


respuesta, prácticamente lo había admitido. Él estaba en lo correcto. Había perdido
mi mojo.

Continuó:

—Tu primer show después de que apareciste en la ciudad... no estuvo mal.


Pero te fuiste, Zeb. Fuera de tu liga y fuera de tu juego.

—¿Ha estado viniendo a todos mis shows? —Negué con la cabeza con furia—
. No es justo.

—Por supuesto que no es justo. Para ser justos, me habría sentado al frente y
te habría molestado.

La clase colectivamente contuvo el aliento, luego soltó una risita, riéndose de


mí en lugar de conmigo. ¡Los traidores! Incluso Kenny estaba sonriendo. Me acerqué
y le moví la oreja. Respondió moviendo mi oreja con el doble de fuerza. Kenny no
recibió el memo sobre no golpear a las chicas.
13

Me senté allí, me escocía la oreja por el jalón y mi rostro ardía por ser
avergonzada frente a mis compañeros de clase.
Página
Tenía que hacer algo, así que miré fijamente a los ojos azules de Arturo y le
supliqué:

—¿Puede ayudarme a recuperar mi mojo?

—Soy un genio de la composición y las matemáticas, Zeb. Puedo hacer


cualquier cosa.

—Me gusta especialmente su modestia.

—Es la primera vez que me dices algo agradable. Será mejor que no digas
nada más durante el resto de la clase y lo arruines. Nos vemos hoy después de la
escuela y hablaremos de tu problema de mojo.

Simulé cerrar la cremallera de mis labios y asentí con la cabeza.

La clase tomó una eternidad y mantener la boca cerrada fue doloroso.


Finalmente, sonó la campana y todos recogieron sus cosas para su próxima clase.

Durante mis otras clases, les pregunté a mis profesores si pensaban que había
perdido mi mojo. Ninguno de ellos sabía de lo que estaba hablando, y mucho menos
habían ido a verme actuar.

—Ya sabe, el mojo —traté de explicar—. Cuando tocas las notas


correctamente y sientes como si hubieras enhebrado una aguja con un rayo de luz
de todos en la audiencia. Puedes mover la aguja a través del tapiz como quieras, a
través del dolor o la alegría, y todos estarán ahí contigo. Si tiras del hilo de dos
personas y las miras a los ojos mientras cantas las notas, puedes enamorarlas.

Mi última profesora del día, una mujer de cabello blanco que llevaba tres
pares de anteojos en una cadena alrededor de su cuello, se rio y me dijo que tenía
una imaginación maravillosa.

—Ustedes los jóvenes —dijo—. Siempre queriendo creer en lo místico en


lugar de tocar sus escalas o aprender sus tríadas.

Dejé su salón de clases y regresé a toda prisa al salón habitual de Arturo. Lo


encontré al piano, tocando una melodía. Las notas se arremolinaban alrededor, el
14

ritmo embriagador.
Página

Me deslicé silenciosamente en una silla. Siguió tocando y me desabotoné la


blusa para dejar que mi piel respirara las notas.
—Zeb, sé lo que eres —dijo sin volver la cabeza en mi dirección.

—Solo somos nosotros, Arturo. No hay necesidad de insultos. ¿Puedes


ayudarme con mi mojo, o qué?

Siguió tocando las sexys notas y mi temperatura siguió subiendo. Tenía sed,
pero no de agua. Quería su dulce boca en la mía. El deseo era tan poderoso que
apenas podía mantenerme sentada.

Se volvió y me miró por encima del hombro.

—Muéstrame tu encanto de desvío básico —dijo.

Solté un bufido y le hice un gesto con la mano que suelo reservar para los
malos conductores que le cierran el paso a Puerquito.

Dejó de tocar y se dio la vuelta en el banco del piano.

—No tienes que ocultar quién eres a mi alrededor —dijo—. Soy un brujo.

Puse los ojos en blanco.

—Y un genio de las matemáticas. Lo sé.

De repente, estaba frente a mí, arrodillado para que estuviéramos al nivel de


los ojos.

—Zeb, sé lo que necesitas —dijo. Su voz estaba cargada de deseo, y sus ojos
eran tan brillantes, ya ni siquiera eran azules. Sus ojos eran… amatista. Púrpura.

Lancé una respuesta.

—¿Qué necesito?

Se inclinó en mi espacio, colocando una palma en mi rodilla, donde quemaba


como una brasa arrojada desde una fogata rugiente. Llevó su hermosa boca a mi
oreja, y me dijo lo que necesitaba para recuperar mi magia.

Fue un acto físico, que nos involucraba a los dos, y hubo una palabra con F.
15

Tiré hacia atrás el brazo y le di una bofetada en el rostro, lo bastante fuerte


Página

como para dejar impresa mi mano en su mejilla.

En el incómodo silencio seguido a la bofetada, dije:


—Asqueroso. Eres tan viejo. Y eres mi profesor.

Se incorporó, sentándose en sus talones y sonriendo.

—Zeb, casi tienes veinte. Apenas tengo cuatro años más que tú. La
universidad desaprueba la fraternización, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.
Sus ojos continuaron quemándome, todavía siendo un poco raros y de color
amatista.

—Bien. Lo has dejado claro —dije—. Te dejaré en paz. Lamento intentar hacer
tus clases más divertidas.

Su sonrisa gradualmente se volvió en un ceño fruncido. Sus hermosas cejas


se juntaron en confusión.

—Zeb, ¿de verdad no sabes que eres una bruja de canciones? —Sacudió la
cabeza, lo que atenuó sus ojos a su normal azul frío—. Lo siento. No me di cuenta
que estabas operando sin la guía de un aquelarre. Debería haberlo sabido… por la
manera en que actúas. Tan salvaje. Tan hermosa. Tan...

—¡En serio estoy reportándote al decano! —Salté de la silla y me moví


rápidamente para poner el escritorio entre nosotros.

Me miró, su expresión una mezcla intoxicante de dulzura y hambre sexual.

—Zeb, solo quiero ayudarte.

Retrocedí dos pasos y espeté:

—Solo quieres hacer la palabra con F a tu mejor estudiante en la palabra con


P.

Luego me di la vuelta y hui del salón.

En realidad tenía que darle todos los puntos a Arturo. No solo había
adivinado que era una virgen que ni siquiera podía decir palabras sucias, ni mucho
menos hacerlas, sino que eficazmente había recuperado el control de su clase.
16

Al día siguiente, me retiré de su clase de composición, jurando nunca hablar


con él de nuevo.
Página
Kenny renunció a la clase por solidaridad, aunque ni siquiera le diría la
naturaleza de mi colapso durante dos semanas más.

17
Página
P
asé cada minuto enfocada en mis habilidades de interpretación
musical. Tenía horas extra, por dejar la clase de composición, y usé el
tiempo para practicar en mi guitarra hasta que mis dedos sangraron.

No sirvió, sin embargo. Tocaba en cada concierto de bajo presupuesto y


micrófono abierto en la ciudad, e incluso Kenny tenía que admitir que estaba
empeorando, no mejorando.

Me tomé un par de días libres, pensando que era falta de descanso lo que
estaba matando mi magia, pero eso no ayudó.

Un sábado en la tarde, cinco semanas después de que había empezado la


escuela de música, holgazaneaba por la casa en pijama, amenazando con dejarlo.

Mis compañeros de piso —los cuatro, si cuentas al perro, que debería contar,
ya que es más grande que yo— me dijeron que aguantara. Dijeron que cada artista
atraviesa una mala racha. Es cómo averiguas de qué estás hecha.

Me lamentaba por mi magia, y la injusticia de la vida, y eventualmente todos


excepto el perro me dejaron por más actividades estimulantes. Y el perro solo se
quedaba porque tenía galletas.

Fue gracias al perro que la siguiente cosa horrible sucedió. El perro saltó en
el sofá después de que las galletas habían desaparecido y lamió las migas de mi
camiseta y rostro, haciéndome reír. Con ese poco contacto, me sentí un cinco por
ciento mejor.

Mi imaginación se encendió, y trajo a Arturo, como mi imaginación lo había


estado haciendo por las últimas dos semanas.
18

Si las migas lamidas de mi barbilla por un perro me animaban, podía


Página

imaginar cuán estimulante podría ser dejar a Arturo hacerme sus cosas pervertidas
de hombre.
Me tomó menos de cinco minutos encontrar su número de teléfono para
organizar una cita sexual. Era bastante claro lo que quería. Le escribí lo siguiente:

Arturo, tengamos una cita sexual ahora mismo. No necesitas llevarme a


cenar, porque acabo de comer. Envíame tu dirección y llevaré a Puerquito. Tengo
un colchón en la parte de atrás. Por favor consigue tus propios condones, no
porque esté avergonzada de comprar los míos, sino porque no sé qué tamaño
usas.

Diez largos minutos después, respondió con su dirección, así como estas
cuatro sexys palabras:

Listo cuando lo estés.

Corrí hacia la cocina y le dije a Kenny que me iba a una cita sexual.

—Zeb, cubriré tu alquiler si necesitas un préstamo. No hay necesidad de


recurrir a la prostitución.

—No está pagándome por eso —dije—. A menos… crees… no importa. —Me
incliné y olí el cacao en polvo—. ¿Estás haciendo brownies de marihuana?

—No. Me he quedado sin mantequilla de cáñamo. —Me golpeó la mano—.


No toques. Estos no son para ti. Prométeme que los dejarás en paz.
Me volví para irme y grité por encima del hombro:

—¿Quién necesita chocolate cuando tienes una caliente cita sexual?

—¡Buena suerte en tu cita sexual, Zeb! ¡No te rías cuando veas su tú sabes
19

qué!
Página

Grité por el pasillo:


—¡No me reí cuando vi accidentalmente el tuyo en la ducha la semana
pasada!

—¡Sí, lo hiciste, Zeb! ¡Te reíste y tomaste una foto con tu teléfono!

—¡Los años universitarios se tratan de crear recuerdos, Kenny!

20
Página
P
aré en la mansión de Arturo justo cuando el sol se estaba poniendo.
Parecía terriblemente rico para alguien que enseñaba a tiempo parcial
en una escuela de música. Quizás si hubiera sabido que era un brujo,
las cosas podrían haber ido de otra manera.

Después de nuestra última interacción, busqué en Google algunas cosas


básicas, comenzando con la frase “bruja de canciones”. Encontré páginas de fans de
un cantante llamado Stevie Nicks, pero no mucho más.

Puerquito se quejó cuando entré en el impecable camino pavimentado de


Arturo. Las casas circundantes parecían lo suficientemente elegantes como para
tener su propio personal. Revisé mi cabello en el espejo retrovisor y luego toqué la
bocina tres veces. Arturo no abrió la puerta principal de su mansión de inmediato,
así que toqué la bocina dos veces más.

Finalmente salió de la casa, luciendo bastante irritado para alguien a solo


unos segundos de una caliente cita sexual.

Me asomé por la ventana y le pregunté:

—¿Trajiste los obsequios de la fiesta? ¿Extra-mediano?

Murmuró algo en voz baja, luego dio la vuelta y se sentó en el lado del
pasajero.

—Hola —dije entre dientes—. He echado de menos verte alrededor.

Se sentó en su asiento, mirando al frente.

—También te he echado de menos —admitió malhumorado—. Dos de tus ex


21

compañeros de clase han aceptado el trabajo de payaso de la clase, pero no son Zeb
Página

y Kenny. No tienen imaginación. Me sorprende que hayan superado el proceso de


admisión.
—Hablando de admisiones… ¿cómo entré sin ni siquiera presentar una
solicitud? No he preguntado a los profesores porque me preocupa que se den cuenta
de su error y me echen.

—Eres un legado, Zeb. Tu bisabuela fue una de las socias fundadoras de la


escuela de música.

Jadeé.

—¿Conocías a mi bisabuela? Pensé que eras viejo, pero Dios mío.

Se volvió y me dio una mirada sucia que gradualmente se fundió en una


sonrisa cuando vio que estaba bromeando.

—¿No sabías sobre la participación de tu familia en la escuela?

—No. Mi bisabuela se ha ido ahora y creo que quiso decirme muchas cosas,
pero no tuvo tiempo.

—Tenemos algunas grabaciones de ella en los archivos y fotos. Era una mujer
hermosa, como tú te verías, sin todas las cosas raras. Y era una talentosa bruja de
canciones.

Resoplé.

—Dices bruja de canciones como si fuera algo real.

—Zeb, ¿en serio no crees en la magia?

Cruzé la distancia entre nuestros asientos y le di a Arturo un apretón en la


rodilla. Su pierna se sentía sorprendentemente firme e interesante. Una sensación
vibrante me atravesó.

—No sé. Intentemos hacer algo de magia —susurré sensualmente.

Se inclinó hacia mí y acarició el borde de mi mandíbula con el dorso de sus


dedos. Sentí algo, como estrellas explotando. Supuse que eran solo mis hormonas y
una respuesta química perfectamente normal. Acarició mi mejilla, esta vez mientras
22

murmuraba una secuencia de números.


Página
Vislumbré mi mejilla en el espejo retrovisor y jadeé. Las estrellas eran reales.
El lado de mi rostro estaba iluminado como una bola de discoteca, con destellos
púrpuras centelleando hacia mí.

Arturo, aun cantando los números, levantó la mano entre nosotros, la palma
hacia mí. Más destellos púrpuras se arremolinaron y destellaron ante mí,
fusionándose dentro y fuera de su piel.

La magia es real.

En ese momento, atravesé una puerta metafórica hacia el nuevo mundo. En


un momento, era una chica que no creía en la magia, no sabía que era una bruja de
canciones, y luego Arturo me mostró su luz y todo cambió.

Lo miré a los ojos, que brillaban con el mismo tono púrpura.

—Bésame —dije.

Se inclinó un poco más y acercó sus labios a los míos. Encontré su beso con
hambre. Las chispas volaron hacia arriba, saliendo de nosotros y lloviendo como
confeti. La mayor parte de la luz era purpura, pero parte era dorada.

Mi magia es dorada.

Nos besamos por poco tiempo, luego se apartó.

—¿Vamos a hacer esto?—preguntó.

Mis labios estaban hormigueando por sus besos, y el resto de mi cuerpo


estaba haciendo una fiesta, con una banda musical y diez trompetas.

Volví a mirar el futón desplegado en la parte trasera de la camioneta. Si la


boca de Arturo en la mía hacía tanta magia así, estaba deseando ver qué más había.

Me levanté del asiento y empecé a arrastrarme hacia el futón. La puerta del


pasajero se abrió, dejando salir algunos de nuestros fuegos artificiales.

—¡Cobarde! —le grité a Arturo, que se estaba escapando.


23

—No me llames cobarde —dijo malhumorado—. Tengo una cama


Página

perfectamente buena dentro de mi casa perfectamente buena. Por mucho que me


gustaría que las cosas se pusieran en marcha dentro de tu cacharro rosa... eh... —Se
inclinó hacia atrás en la camioneta y bajó la voz para terminar—: ¿Tal vez
deberíamos entrar en mi casa? Puedo enseñarte algunas cosas.

Abrí abruptamente la puerta lateral y salí de un salto.

—Claro.

Miró con culpabilidad su lujoso vecindario y luego agarró mi mano. Sentí la


chispa entre nuestras manos y sonreí por cuán romántico estaba siendo. En ese
momento no me di cuenta de que había agarrado mi mano para acelerar nuestra
caminata hasta la puerta de su casa, para que menos de sus vecinos me vieran.

Llegamos a su puerta y estaba tan emocionada que empecé a dar saltos de


alegría una y otra vez. No todos los días se puede entrar en la guarida de un brujo.

24
Página
A
rturo me llevó a conocer su casa. Solo tenía seis habitaciones, así que
apenas era una mansión según mis cálculos, pero era muy bonita.
Mármol por todas partes. Demasiado mármol para mi gusto, pero
con un toque femenino y algunas paredes de colores, podría ser preciosa.

Me enseñó su biblioteca, que estaba llena de libros antiguos encuadernados


en cuero. Agarré uno de la estantería.

—¿Son hechizos? —pregunté.

Me quitó el libro.

—Mejor aún. Es una primera edición de La familia Robinson Suiza.

—Uh. Aburrido. ¿Dónde están los libros de hechizos? ¿Qué tipo de magia
puedes hacer?

—¿Has oído hablar del comercio diurno? —Pulsó un punto secreto en una
estantería y se abrió una puerta. Me condujo a través de ella, hacia una sala interior
con múltiples monitores de ordenador.

—Aquí es donde hago la magia —explicó—. Verás, todo funciona con


algoritmos, fórmulas matemáticas.

Me guio a un pequeño recorrido por la sala, explicando cómo el comercio


mundial era como una sinfonía y que, si se tenían los datos adecuados, se podía ver
lo que hacía el director de orquesta, y... algunas otras cosas. Siguió hablando. Yo
seguía levantando las cejas, fingiendo interés. Al final, mis cejas estaban tan altas
que mis ojos casi se salían de mi cabeza.
25

—Te estoy aburriendo —dijo. El brillo amatista de sus ojos se extinguió por
completo.
Página

—Es mucho para asimilar, todo a la vez.


—No puedes contarle esto a nadie.

—¿Por qué lo haría?

Frunció el ceño y me condujo fuera de la habitación. Utilizando mis


asombrosos poderes de observación, deduje que estaba malhumorado porque
habíamos tardado demasiado en llegar al sexo. Aunque nunca había tenido un
novio, ni había besado a nadie antes de ese día, tenía el presentimiento de que, si
entrábamos en el dormitorio, la luz amatista volvería a sus ojos. Y tal vez a otros
lugares.

Me enseñó con mal humor el resto de la mansión, gruñendo explicaciones


monosilábicas sobre las habitaciones.

—Comida —dijo cuando recorrimos la cocina—. Huéspedes —dijo de las


habitaciones más pequeñas—. Dormir —dijo cuando llegamos al dormitorio
principal.

Tomé su mano y lo empujé para que me siguiera hasta la cama.

—¿Solo dormir? ¿No viene nada más a tu mente?

Apartó la mirada, fingiendo desinterés. Sabía lo que estaba tramando. Se


estaba haciendo el duro. Ese pequeño descarado.

Lo tumbé de espaldas sobre la cama y empecé a darle una lluvia de besos en


el rostro. Cada beso dejaba una marca, como los besos que mi bisabuela dejaba al
pie de sus cartas, salvo que los míos eran dorados, brillantes y mágicos.

Arturo me dedicó una sonrisa socarrona y empezó a devolverme los besos.


Por fin, la magia había vuelto. Se acabó lo de hacerse el duro.

Su cuerpo delgado y musculoso se tensó debajo de mí. Pronto estábamos


rodando y estuvo encima de mí. Me inmovilizó los brazos y me sujetó mientras me
acariciaba el pecho con su nariz a través de mi ropa. Hice un ruido para hacerle saber
que me gustaba, pero apenas lo necesité. Las chispas doradas brotaron de mi cuerpo
como si fuera el 4 de julio.
26

—Tómame —jadeé—. He esperado por tanto tiempo, Arturo. Quiero que seas
Página

tú.
Agarró la parte delantera de mi blusa de botones y la separó de un tirón,
haciendo volar los botones. Luego me besó por todo el cuerpo mientras me quitaba
el resto de la ropa. Me retorcí en la cama y, de alguna manera, me las arreglé para
encontrar su camisa a través del espectáculo de luces brillantes y arrancársela.
Cuando nuestros pechos desnudos se tocaron, hubo un crujido audible y luego todo
se quedó quieto. La luz retrocedió hacia nuestros cuerpos, pero podía sentirla dentro
de mí, brillando.

Levanté la mirada hasta sus hermosos ojos y le dije:

—Te amo.

Su rostro se paralizó.

—Zeb —dijo.

Me agaché y agarré el botón de sus jeans.

—Sigue —dije con voz ronca—. Olvida que he dicho eso. Solo fue el
espectáculo de luces. Vamos, quítate los jeans. Quiero que dispares tu cohete del
amor dentro de mí.

Se apartó y se bajó de la cama. Retrocedió hacia la puerta.

—Zeb, es demasiado peligroso.

—La vida es peligrosa, Arturo. Súbete a la montaña rusa. No me digas que


eres feliz sentado en el carrusel, dando vueltas y vueltas, sin llegar a ninguna parte.

—¿El carrusel? Ni siquiera sé de qué estás hablando.

—Ya somos dos.

Nos miramos en silencio. No tenía a Kenny allí para pasarme notas, así que
tardé un poco en ordenar mis pensamientos.

Finalmente, dije:

—Abraza el peligro, señor J. Puedes sentarte detrás de las pantallas de tu


27

computadora y estar detrás de tu escritorio para dar tus clases, pero no puedes
Página

controlarlo todo —Golpeé las sábanas de la cama a mi lado—. Ahora trae tu


monstruoso y bonito cuerpo hacia aquí y vamos a echar un vistazo a tus apreturas.
—Lo siento. —Recogió su camiseta desgarrada del suelo y me dio la espalda.

—Estoy desnuda —dije—. Si sales de esta habitación, no volverás a ver todo


esto. No hasta que esté en la portada de Rolling Stone, con una guitarra ocultando
con gusto todas las partes buenas.

—Estoy deseando ver eso —dijo sin el menor atisbo de humor.

—¡Estoy bromeando! —grité—. Mis bravuconadas son todas ficticias. Nunca


saldré en la portada de nada, salvo quizá en un libro de cupones para el centro
comercial, e incluso entonces, serían solamente mis manos. No soy nadie.

—Eres especial.

Resoplé. Aquí estaba el mejor profesor de la universidad diciéndome que era


especial. Me llenó de rabia.

—Eres especial.

Empecé a gritar:

—¡Genial! Ahora has ido y me has llenado la cabeza con estas cosas mágicas,
además me dices que soy especial, y ahora creo que realmente podría serlo. ¿Pero
sabes a qué conducen los grandes sueños? A grandes dolores de cabeza. Y todo será
culpa tuya cuando fracase. Maldito seas, señor J.

—¿Maldito sea?

—Maldito seas por ver algo especial en mí.

Le habría maldecido por un montón de cosas, incluida la frustración sexual,


pero ya se había ido.

Recogí mis cosas, apretando los dientes para no llorar. Apretar los dientes no
funcionó. No sé por qué la gente lo hace, porque lo único que consigue es que el
llanto sea más doloroso.

Me destrozó la blusa, así que busqué en su armario algo para andar en casa.
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Escogí la camisa azul que había llevado el primer día que nos conocimos y me la
puse.
Página
Salí del dormitorio y lo encontré en la cocina, despegando las etiquetas de los
recipientes de plástico de almacenamiento e imprimiendo nuevas etiquetas con una
rotuladora Dyno.

—¿Te parece bien que me prestes tu camisa?

—Bien —dijo.

¿Bien? No quería que estuviera bien.

Me rasqué la nuca y gemí como hacía el perro cuando tenía pulgas, porque
parecía lo correcto después de que alguien te rechazara durante una cita sexual.

Arturo chasqueó los dedos para llamar mi atención y señaló con la cabeza una
tarjeta de visita que había en la encimera de la cocina entre nosotros.

Plaza de los Búhos, salón 142

Domingos, 3pm

Sin maníes ni derivados lácteos.

—Es el aquelarre local —dijo—. Deberías haberte registrado con ellos tu


primer día en la ciudad, pero como no lo sabías, probablemente te dejarán ir con una
advertencia.

—En realidad no soy un miembro del aquelarre, por si no lo has notado.


Necesito hacer lo mío. ¿Hay alguna página web o algo donde pueda conseguir lo
básico? ¿Cuándo aprendo los hechizos?

—Solo tienes que ir a la reunión —dijo.

—¿Estarás allí?
29

—No. Solamente voy a las Juntas Generales.


Página

—¿Juntas Generales? Ya me estoy muriendo de aburrimiento.


—Simplemente ve —dijo—. Prométeme que irás. Tu magia es poderosa y me
preocupa que alguien pueda salir herido.

Tomé la tarjeta de la encimera y la miré mal.

—Iré a ese estúpido aquelarre, ¿y sabes qué más? Voy a volver a inscribirme
en tu clase de composición.

—Bien. Tu composición es mediocre.

—Tus besos son mediocres.

Parecía genuinamente herido por esto. Me habría disculpado, pero todavía


me escocía su rechazo, así que giré sobre la punta del pie de forma dramática y me
marché con la cabeza bien alta.

Cuando llegué a casa, fui directamente por los brownies recién horneados de
Kenny, que no me di cuenta llevaban hongos alucinógenos.

Me había comido cinco brownies y medio cuando el papel pintado de la


cocina empezó a bailar. Miré al perro, quien llevaba un esmoquin, sin razón alguna.

—¿Por qué estás tan elegantemente vestido? —le pregunté.

El perro, al que por suerte no le había dado de comer ningún brownie, porque
sabía que el chocolate era tóxico para los perros, respondió a mi pregunta con:

—Llevo esmoquin porque te voy a llevar al baile de graduación de los perros.

—¡El baile de graduación para perros suena increíble!

—Tenemos que decorar la casa —dijo.

Me alegré de cualquier cosa que me hiciera olvidar que Arturo me rechazó,


así que felizmente recorrí la casa colocando decoraciones para el baile de graduación
de perros.

Dos horas más tarde, Kenny salió de su habitación y nos encontró al perro y
30

a mí envueltos en papel higiénico, compartiendo un plato de comida enlatada para


perros. La comida era deliciosa.
Página
Kenny corrió a la cocina, hizo un conteo rápido de los brownies restantes,
luego llamó al número de emergencia de control de intoxicaciones para hacerles una
pregunta hipotética.

Continué con el baile de graduación, felizmente inconsciente. Todos los elfos


del papel pintado de la cocina bailaban a mi alrededor y estaba muy feliz. Todo era
mágico. Yo. El papel tapiz. Todo.

Kenny me dio un vaso de lo que llamó "jugo mágico de graduación". Me lo


tomé, sin darme cuenta de que era jarabe de ipecacuana. Siguió mucha emoción, la
mayor parte en el inodoro del baño.

Esa noche, Kenny me mostró sus verdaderos colores. Su aura brillaba con un
tono naranja-dorado similar al mío.

—Todo estará bien —dijo con dulzura mientras palmeaba mi espalda—. Las
cosas tienen una forma de funcionar.

—Eres mi mejor amigo —le dije entre arcadas—. Nunca antes había tenido
un mejor amigo.

—Yo tampoco. Nos mudábamos mucho cuando era pequeño, porque mi


padre era un brujo.

Me volví y miré hacia arriba desde el baño.

—¿Tu papá es un brujo?

—Sí, y yo también.

—¿No se supone que es un secreto? ¿Por qué me lo dices?

—Zeb, tienes chispas saliendo de tus oídos cada vez que vomitas. No querías
decírmelo, pero lo hiciste. Lo justo es justo.

Me consiguió un vaso de agua y pasamos la siguiente hora sentados en el


suelo del baño, hablando y riendo. Le conté todo lo que sabía sobre mi condición de
bruja, incluido el desastre de mi cita sexual sin sexo.
31

Kenny agarró un paño y me limpió la barbilla.


Página

—Aguanta —dijo—. Todo va a estar bien.


—Seguro. Sí. Soy una bruja y todo eso, pero seguiré siendo virgen para
siempre.

Hizo una mueca.

—Si me dejas ver algunas cosas gay en mi computadora portátil, podría


intentarlo.

—Eres el mejor amigo que una chica podría tener, Kenny.

Luego comencé a llorar y él comenzó a llorar, y el perro entró y exigió saber


por qué no estábamos en el baile de graduación. Los hongos tardarían otras
veinticuatro horas en abandonar mi sistema, pero los recuerdos... los recuerdos de
esa noche durarían toda la vida.

32
Página
E
l domingo, fui a mi primera reunión de aquelarre. Los ancianos se
enojaron conmigo por no registrarme con ellos inmediatamente
cuando llegué a la ciudad, pero cuando se enteraron de quién era mi
bisabuela, se animaron.

Aprendí que mi situación no era tan inusual. Mucha gente no se entera de sus
poderes de brujería hasta los veinte años. Las familias realmente se lo ocultan a
propósito, hasta que la joven bruja sea lo suficientemente madura para manejar las
responsabilidades.

—Eso explica por qué nadie me lo dijo —dije—. Soy la persona menos
madura que conozco. ¿No deberían lanzarme un hechizo de olvido? ¿Para la
protección de todos?

Uno de los ancianos dijo:

—Buena idea. —Y comenzó a hojear un pequeño cuaderno.

—Sin olvidar los hechizos —dijo Kenny—. Zeb puede manejarlo. Es algo
competente en otras áreas de su vida.

Le di a Kenny una dulce sonrisa, agradecida de tener un mejor amigo tan


increíble que mintiera por mí.

La reunión duró dos horas, principalmente política, luego hicimos una pausa
para comer algo y las otras brujas me pidieron que les tocara una canción.

No tenía mi guitarra conmigo, pero otra mujer me prestó la suya. Ella también
era una bruja de canciones, y me convertiría en su aprendiz en breve, pero a partir
33

de ese momento, todavía nos estábamos evaluando la una a la otra.


Página

Su hermosa guitarra estaba perfectamente afinada en el primer hechizo que


iba a aprender bajo sus instrucciones, así que comencé a tocar una de mis canciones
originales, sobre una chica cuyo esposo se está marchando a la guerra.
Todos los brujos y brujas escucharon y fueron lo suficientemente educados,
pero parecían incluso menos interesados que mi peor audiencia.

—Lo siento —dije después de terminar—. Mi mojo se ha ido. Esta aspirante a


bruja de canciones no tiene mojo.

—Eso es porque estás tocando covers de canciones —dijo un hombre calvo y


de aspecto jovial—. Sé que tú misma escribiste esa canción, pero sigue siendo un
cover. Zeb, no eres una mujer cuyo esposo la deja para ir a la guerra. No tienes tres
niños hambrientos.

—Pero soy una artista. Se supone que debo ponerme en el lugar de otras
personas. ¿O no?

La mujer cuya guitarra había tomado prestada respondió tarareando una


melodía. No había palabras, pero vi una imagen en mi mente mientras cantaba. En
la imagen de ensueño, vi a una chica, alimentando vacas en un campo. Sus botas se
quedaron atascadas en el pasto sucio. Liberó un pie y cayó de espaldas en el barro
frío. No se levantó de inmediato. Se quedó ahí acostada porque la tierra húmeda
estaba fragante y extrañaba a alguien, pero la esencia de la nueva vida en el barro la
hacía sentir mejor.

Toda la experiencia de ver una visión compartida me dio escalofríos y me


puso la piel de gallina de los pies a la cabeza. Era mágico.

—Muy bien —dijo el hombre calvo cuando terminó.

Ella me sonrió.

—Sí, podemos ponernos en los zapatos de otras personas. Y deberíamos


hacerlo. Pero primero, debemos aprender a gatear antes de correr. Comienza con la
verdad, Zeb. ¿Puedes hacer eso?

Miré la guitarra en mis manos, luego toqué una rápida progresión armónica.
Enlacé algunas palabras.

—Me drogué con hongos anoche, llevé a un perro a la fiesta de graduación,


34

oye, así es como va.


Página

Asintió para alentarme a continuar, y así lo hice.

Toqué una canción que inventé en el momento.


Yo, Zeb, aspirante a bruja de canciones, toqué para un aquelarre de brujas, y
fue la peor. No solo mi peor presentación. Sino la peor presentación. De cualquier
cantante, en cualquier avenida, del mundo.

Y ellos lo disfrutaron.

Lo disfrutaron con una cuchara, y pidieron más.

Y así es como aprendí a dejar de pretender ser alguien más, y toqué música
como yo misma.

Solo Zeb.

Con la más mínima cantidad de hongos todavía en mi sistema.

Pero sobre todo simplemente Zeb.

35
Página
C
uando vi a Arturo en la escuela el lunes, de vuelta en su clase de
composición, actuó como si nada hubiera pasado entre nosotros el fin
de semana.

Agité mi mano en el aire y le hice una pregunta estúpida sobre la tarea. Todos
se rieron, y volvimos a la normalidad.

Casi.

A veces cuando lo miraba a los ojos, notaba un brillo amatista. Magia


ocasionalmente se desataba entre nosotros cuando pasaba al lado de mi escritorio.

Personas regulares no podían ver nuestros fuegos artificiales, pero eran tan
reales como su camisa azul, la que había tomado prestada de su casa y ahora usaba
como una funda de almohada. Siempre que subía a la cama en la noche, después de
un largo día de estudiar ya fuera música o simplemente hechizos de bruja de
canciones de nivel básico, frotaba mi mejilla contra su camisa y fingía que mi
almohada era el pecho de Arturo.

Si alguien preguntara, lo negaría, por supuesto. Le dije a Kenny que usaba la


camisa azul como funda de almohada porque los hilos de mis sábanas no eran lo
suficientemente buenos y rasguñaban mi rostro. Cuando llegó la navidad, mis otros
compañeros de casa contribuyeron y me dieron nuevas sábanas lujosas, así que,
desde ese momento, tuve que mantener mi almohada de Arturo escondida en el
armario durante el día.

Los compañeros de casa me preguntarían ocasionalmente sobre qué eran las


nuevas canciones. Había estado recurriendo a la honestidad y escribiendo sobre mis
sentimientos por Arturo: algunos buenos, algunos malos. Él me había animado
36

cuando me dijo que era especial, pero también me desilusionó. Duro. Justo en mi
Página

corazón.
—El amante es un personaje compuesto —les decía a las personas—. Es un
arquetipo. Es el que se fue.

Mis audiencias me creían, y les gustaba porque podían imaginar a la persona


en mi canción como alguien que los había abandonado, o alguien que todavía no
había llegado.

Mayormente decía la verdad en las presentaciones a causa de mi nueva


estrategia de abrazar la honestidad, pero mantenía la identidad de Arturo para mí.
No quería que toda la ciudad supiera que Zeb, cantante y compositora
extraordinaria además de divertida chica de ciudad, estaba enamorada de su
estirado profesor de composición.

Para cuando llegó el verano, y el año escolar estaba acabando, había logrado
una sólida B promedio, lo cual es bueno para alguien como yo, cuyo espíritu salvaje
es difícil de re direccionar en los exámenes finales.

Kenny obtuvo C en su mayoría, pero una A+ en composición. Era realmente


bueno componiendo cuando no estaba demasiado drogado. Yo obtuve una C- en
composición, pero menos mal aun así pasé y no tendría que tomar la clase del señor
J el siguiente semestre, asumiendo que regresara.

Las cosas con el aquelarre estaban yendo bien, y por bien, quiero decir
fabulosamente. Mi nueva mentora me estaba enseñando técnicas de canto que no
podía imaginar que fueran posibles. Tocábamos juntas como un dueto, y siempre
me eclipsaba, pero estaba ganando terreno. Trabajaba duro para hacerla sentir
orgullosa

Mis nuevos poderes de bruja de canciones hicieron que las presentaciones


fueran aún más interesantes. A veces estaba tocando en una cafetería, atrapada en
mis propios pensamientos, y empezaba a tirar de los hilos del público y los retorcía
todos juntos, tocando alrededor y las cosas sucedían sin que lo intentara. Una noche
37

estaba pensando en lo que podría haber pasado si Arturo no hubiese salido de la


habitación esa noche, y oí unos extraños jadeos y gemidos en el público. Antes de
Página

darme cuenta de lo que ocurría, había provocado que tres damas y un caballero
tuvieran un espasmo de placer espontáneo.
Las propinas fueron buenas esa noche.

38
Página
L
legó el día de la graduación y toda la escuela de música se reunió en el
auditorio para una ceremonia. La escuela ofrece un programa de
varios años, pero muchos estudiantes solo cursan el primer año de
aspectos fundamentales, que es un programa completo por sí solo. (Escúchame,
parezco un folleto de la universidad. Sinceramente, no recibo ningún soborno, lo
juro).

A partir de ese día, no estaba segura de si volvería para un segundo año.


Kenny y yo planeamos salir a la carretera durante el verano, para ver a dónde nos
llevaba el camino.

Primero, teníamos que sobrevivir a la ceremonia y a un montón de cosas


emotivas y descuidadas.

Intento no ser cursi y llorona, pero ver a todos en el auditorio me afectó


mucho. Fue como la graduación de la preparatoria, solo que sin todos los idiotas. Te
va a tomar unos minutos imaginar algo tan especial. De hecho, estoy escribiendo
una canción sobre eso. Me está costando encontrar palabras que rimen con
porquería.

¿Grandulones de segunda categoría?

¿Lazo de tonterías?

En fin...

En mi bolsa ese día había una camisa azul recién lavada y doblada. Pensaba
devolver la prenda a su legítimo dueño, pero estaba demasiada nerviosa para
acercarme a Arturo antes de que ocupara su lugar en el escenario para la ceremonia.
39

Esperé a que dijeran mi nombre y crucé el escenario para recibir mi diploma


Página

de primer año. Tras recibir el papel enrollado, avancé por la fila, estrechando las
manos de todos mis profesores.
Cuando la palma de Arturo chocó con la mía, saltaron chispas. Me miró a los
ojos y casi tuve uno de esos espasmos de placer espontáneo. Miré alrededor con
nerviosismo, aunque no era necesario. La gente normal no suele ver las chispas que
saltan de las brujas y los brujos, y aparte de Arturo y yo, Kenny era el único otro
brujo en la universidad.

—Necesito verte —dijo Arturo.

—Tuviste tu oportunidad y te fuiste. Eso fue hace casi un año. Han pasado
muchas cosas desde entonces, señor J. He cumplido veinte años y he crecido. Mucho.
Ahora lo sé todo sobre los suavizantes de ropa. ¿Sabías que no solo sirven para evitar
la carga estática? Puedes poner uno en el fondo del contenedor de basura de la
cocina y tu cubo seguirá oliendo a fresco.

Sus ojos azules bailaron con luces amatistas.

—Has cambiado.

—También seguí adelante. Para que conste, no puedes recuperar tu camisa


azul. El perro se la comió. Lo siento.

Murmuró una serie de números y unas acusadoras chispas doradas volaron


desde mi boca, hasta mi bolsa.

Atrapada. Abrí la cremallera, tomé su camisa azul y se la entregué,


refunfuñando.

—Ustedes, los brujos de las matemáticas y sus hechizos arcaicos de la verdad.

—Shh —dijo—. Más tarde. Esta noche.

Tiró la camisa en la silla detrás de él y se giró para estrechar la mano del


siguiente alumno. De sus manos salieron chispas naranjas, porque el siguiente
alumno era Kenny.

Me giré y miré a Kenny con los ojos muy abiertos mientras salíamos del
escenario.
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—Chico sucio —le dije.


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—No me mires así —dijo él—. Tengo veinte años. No me gusta mucho más el
señor J que cualquier otro hombre heterosexual de menos de cincuenta años en este
auditorio.

—Bien, porque me pido al señor J.

—¿Sí? ¿Intentando de nuevo esa cita sexual? ¿Una caliente noche juntos antes
de que tú, yo y el perro salgamos de viaje mañana?

Suspiré.

—Una chica puede soñar.

—Ese es un buen nombre para la banda. Tú, yo y el perro.

—Es confuso y raro. Me encanta.

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Página
K
enny y yo no pensábamos asistir al baile del post graduación, pero
dos cosas nos convencieron:

1. Los dos teníamos curiosidad por saber de qué quería


hablarme Arturo.

2. La solicitud de Kenny para que el perro fuera declarado animal de terapia


oficial fue aprobada. Ese mismo día recibimos su chaleco amarillo oficial y se lo
pusimos como un hechizo mágico de larga duración. Ahora el perro podía ir a
cualquier parte y ayudar a Kenny a lidiar con su ansiedad, por lo que no tendría que
tomar tantos medicamentos solo para poder salir de casa. Como el perro estaba bien
vestido y listo para ir de fiesta a cualquier sitio, declaramos el baile de post
graduación como una graduación perruna y los tres nos pusimos elegantes.

Me sometí a que me transformaran a imagen y semejanza de una autentica


jovencita. Kenny no es el tipo de amigo gay que hace cambios de imagen, así que
llamó a unos amigos suyos y sacaron la lija y el quitamanchas y se pusieron a trabajar
en mí y en mis crustáceos.

Estoy bromeando sobre crustáceos. Practico la higiene básica. Pero, según los
gays, mis cutículas estaban muy estropeadas y el divertido arco iris de colores en mi
cabello era una auténtica pesadilla. Lo que sea.

Cuando terminaron, lucía exactamente como la vieja fotografía de mi


bisabuela. Casi lloro por todo mi vestido vintage. Rápidamente tarareé un hechizo
para mí misma no-lloraré-ahora. Mientras me miraba en el espejo y me escuchaba
tararear, reconocí la melodía como la canción de cuna que mi bisabuela solía
cantarme. Con ese recuerdo, ni siquiera el hechizo pudo contener las compuertas.
42

Kenny me recogió del suelo, sin embargo, y nos metimos en Puerquito con el
Página

perro y condujimos al baile.


Una vez que llegamos allí, miré alrededor de la pista de baile por Arturo, pero
no pude verlo. Antes de que pudiera ir a preguntar alrededor, alguien me pidió
bailar. Era una divertida canción retro, así que baile. Luego otro chico me pidió
bailar. Y otro.

¡El cambio de imagen estaba funcionando demasiado bien! Era la chica más
popular del baile, muchísimo, para mi fingido horror.

Dos horas después, mis pies estaban cansados de bailar cuando un rostro muy
familiar apareció frente a mí.

Era Arturo, luciendo espectacularmente guapo en un esmoquin real.

El chico con el que estaba bailando frunció el ceño, tomando nota de que el
esmoquin real triunfó sobre su camiseta con estampado de esmoquin, y rápidamente
nos dejó a los dos.

—Te has convertido en la señorita popularidad —dijo Arturo sobre la música.

Sacudí mis puños de izquierda a derecha como pompones miniatura.

—¡Vota por Zebbie para Reina del Baile!

—No hacemos eso aquí.

Toqué el hoyuelo de su mentón con un dedo.

—Hay una primera vez para todo.

Atrapó mi mano y besó las puntas de mis dedos mientras me miraba a los
ojos. Una ráfaga de destellos Salió de repente de... llamémosle “debajo de mi
vestido”.

¡El horror! Dejé de bailar y crucé las piernas. Los otros estudiantes no podían
ver la luz mágica, pero Arturo sí. Sus ojos brillaron amatistas.

La luz volvió a apagarse. No sabía qué hacer. Las chispas nunca antes habían
salido disparadas de mis partes femeninas. Mi mentora bruja de canciones debería
43

haber mencionado algo como esto.


Página

Podría haberme acurrucado en la pista de baile, rezando por la muerte por


vergüenza, pero estaba bastante segura de que eso no detendría los destellos
disparando como una crinolina delatora de excitación. Entonces, me di la vuelta y
corrí.

Corrí tan rápido como pude.

Arturo me persiguió, frenando solo para recoger mis zapatos mientras caían.
Me siguió al exterior, al aire fresco y oscuro de la noche. Seguí corriendo. Tenía la
intención de hacer algo de ejercicio, y ahora era el momento.

—No te avergüences —gritó detrás de mí.

—¡Nunca volveré a usar un vestido! —sollocé.

Me agarró de la mano y tiró de mí para detenerme debajo de una farola.

—Creo que es sexy. —Extendió la mano hacia mi mejilla y tiró de mí


gentilmente para enfrentarlo a él y sus brillantes ojos purpura—. Zeb, creo que todo
sobre ti es sexy.

—Soy como un hidratante de incendios roto que lanza chispas calientes.

—Luces hermosa, para un hidratante de incendios roto. ¿Tu cabello es de un


solo color?

—No me mires con tus sexys ojos purpura de brujo.

—¿Mis ojos son purpura? Bien, supongo que no hay forma de ocultarlo. Eso
significa que te deseo.

—Tú no me deseas, Arturo. Crees que lo haces, pero tan pronto como me
tengas desnuda, te iras de nuevo.

Puso mi mano en su boca y beso mis dedos de nuevo. Más chispas, y esta vez
las sentí. Por todos lados. Mis dedos desnudos se enroscaron contra los adoquines
del camino.

—Estaba asustado esa noche —dijo.

—Eres supersticioso. Mi aquelarre me dijo todos esos mitos sobre brujos y


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brujas robando los poderes del otro durante el sexo. Dijeron que todo son leyendas
Página

urbanas, algo que los brujos inventan para librarse del compromiso. Nada más que
cuentos de viejos brujos.
—Mi miedo no tenía nada que ver con la magia, Zeb. —Se acercó más, así
nuestras narices estaban casi tocándose—. Tenía miedo de la magia más poderosa
de todas. El amor. —Me besó—. Pero ya no tengo miedo.

Y con esas palabras no mágicas, el hechizo fue lanzado.

Arturo ya no tenía miedo, así que yo tampoco.

Lo besé de vuelta, entrelazando mis brazos alrededor de su cuello para que


no escapara. Nos besamos bajo la farola de la calle hasta que estábamos jadeando
para respirar.

Me alejé y le di el infierno por meses de tortura. Fue una agonía sentarme en


su aula y centrarme en las lecciones cuando solo quería arrancarle la ropa y
mordisquearlo por todas partes. Me dijo que sentía lo mismo.

—Zeb, soy un brujo de las matemáticas, y finalmente averigüe la formula.


Uno más uno es igual a infinito, cuando el amor es parte de la ecuación. Zeb, te amo.

Rápidamente tarareé la canción de cuna no-lloraré-ahora, luego dije:

—¿A dónde vamos desde aquí?

Me besó, luego murmuró:

—¿A mi casa?

—Demasiado lejos. Mi camioneta está estacionada ahí.

Hizo una mueca, mostrando su lado estirado, pero lo besé tan fuerte, que
cambió de opinión sobre hacerme el amor en una camioneta vintage. Me envolvió
en sus brazos, diciendo que tenía que hacerlo, ya que no llevaba zapatos, y me llevó
a la camioneta.

Cerramos las cortinas de las ventanitas y nos arrancamos la ropa. Había


abastecido la camioneta con algunos hechizos de protección sexual no mágicos en
anticipación de mi caluroso verano de gira, así que le entregué un paquete cuadrado
y preparó su brillante cohete de amor.
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Cayó en mis brazos y suavemente me asaltó mientras gemía por comentarios


Página

útiles. Todo parecía encajar bien, por lo que podía decir. Sus dedos dejaron huellas
en mi piel y viceversa. Sus besos eran como agua y fuego al mismo tiempo, y me
volví loca por él.

—Eres hermosa —dijo.

—Eres un gran mentiroso, como Kenny.

Se movió contra mí y conmigo, marcando un hermoso ritmo con una


sincronización perfecta.

—Admite que eres hermosa.

Le respondí en un susurro:

—Tus ojos solo ven belleza, y eso es todo lo que hay. Soy toda tuya.

—Eres mía.

—Uno más uno.

Él sonrió.

—Infinito.

Nuestra luz se fusionó cuando llegamos al final y se cernió sobre nosotros


como una estrella. Clavé mis dedos en la musculosa espalda de Arturo y murmuré
que lo amaba. Me juró su alma, desde ese momento en adelante.

La estrella se convirtió en supernova.

46
Página
C
uando la camioneta está rockeando no vengas a golpear.

Esa es la nueva calcomanía que aplicamos al parachoques


de Puerquito antes de salir de la ciudad para nuestra gira de
verano.

Nuestra banda, la que pronto será famosa, Tú, yo y el perro, tenía un cuarto
miembro: Arturo. No era el mejor cantante de respaldo y su trabajo con la guitarra
rítmica necesitaba aflojarse, pero aportó su experiencia en la composición a nuestra
composición. Además, trajo su dinero y su convertible, remolcando un nuevo
remolque con nuestro equipo de banda.

Sin embargo, no lo traje por su dinero. Lo traje porque tan pronto como ambos
admitimos lo enamorados que estábamos, no podíamos soportar pasar una noche
separados. Bromeé diciendo que necesitaba un chaleco amarillo, como el del perro,
para poder ser mi animal de terapia oficial.

Le gusta cuando lo llamo "animal". Dice que saco a relucir su tigre interior. Y
saco a relucir su tigre interior... con frecuencia. A veces lo hago en habitaciones de
hotel a lo largo de la carretera, y a veces literalmente a lo largo de la carretera, me
detengo a un lado para que podamos tenernos el uno al otro dentro de Puerquito.

Dicen que cuando un brujo y una bruja tienen sexo, pueden robarse los
poderes el uno al otro. Por un tiempo, me preocupé de que fuera cierto después de
todo. Me estaba volviendo más poderosa día a día. Entonces Arturo dijo que su
magia también se estaba fortaleciendo. Hemos decidido que la leyenda debe ser
cierta, pero hace lo contrario cuando ambas personas dan en lugar de recibir.
Cuando están enamorados.
47

Amor.
Página

El amor es mi fuerza motriz en estos días, en todos los sentidos. Amo las giras
y amo aKenny y el perro. Ambos están felices en la carretera, viviendo sus aventuras.
Les preocupaba que Arturo se uniera a la banda, pero yo hago pequeñas cosas para
asegurarles mi amor infinito. Por ejemplo, la semana pasada les reservé a Kenny y
al perro un masaje en pareja en un spa que ofrece tratamientos El Perro y Yo. Ambos
salieron relajados y olían bien, con lazos rojos a juego en la cabeza.

A veces puedo ser dulce, gracias a la magia del amor.

El amor es lo que me hace seguir adelante en los días que se hacen demasiado
largos. Como cuando Arturo no escucha las instrucciones de manejo y pierde
nuestra caravana de dos vehículos en sus llamados atajos. Siempre que tengo la
tentación de renunciar, simplemente atraigo mi energía, me preparo una taza de té
y tarareo una útil canción de cuna. Si lo espero, pronto volveré a sentir el amor. La
vida puede ser una montaña rusa, pero también es un carrusel, dando vueltas y
vueltas.

Cuando el amor es bueno, es realmente bueno.

Nuestra banda está empezando a tener seguidores. Me llaman La Cantante


del Amor y la gente jura que les suceden cosas mágicas en nuestros shows.

Lo he visto con mis propios ojos.

Canto y el carrusel sigue girando.

Las personas que han perdido toda esperanza la encuentran de nuevo.

Las parejas que se han enamorado se vuelven a ver, debajo de las arrugas del
tiempo y las dificultades y los niños y las facturas y cualquier otra cosa por la que la
gente pelea cuando debería confiar en el amor.

Canto para todos ellos, sobre lo que sé que es verdad. Recojo los hilos que se
han deshecho y los vuelvo a meter en el tapiz de la vida y el amor, al que pertenecen.
Todos nosotros, entrelazados, somos más fuertes cuando estamos atados el uno al
otro, con los brazos entrelazados y los corazones entrelazados.

Dios los bendiga, a todos mis amigos, y que reconozcan la magia cuando la
encuentren. Que nunca pierdan el control de lo que los hace brillar.
48

Zeb, se desconecta
Página
N
ota de la autora mejor vendida del NYT Mimi Strong: ¡Gracias por
leer! Espero que hayas disfrutado Love Singer. Había tenido la
idea de esta historia por casi tres años antes de finalmente llegar
a escribirla para esta antología. Si lees mis otros libros publicados como Mimi Strong,
verás que generalmente escribe romance erótico contemporáneo. Lo hago, sin
embargo, ¡también escribe libros paranormales! Pues echar un vistazo a mi serie
GHOST HACKERS, la cual está publicada bajo mi seudónimo T. Paulin.

Mimi Strong.
49
Página
Esta traducción fue hecha SIN FINES DE LUCRO.
Traducción de lectores para lectores.
Apoya al escritor comprando sus libros.
Ningún miembro del staff de TCOD
recibe una retribución monetaria por su apoyo en esta traducción.
Por favor no subas captura de este archivo a alguna red social.
Contenido
Staff
Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Sobre las autoras
Linden
Whitney Houston

Blessdus
Mad O'Malley

S-Da'Neer

Nyx
La reportera Alessandra “Alex” Donati está en Venecia persiguiendo la
historia de su carrera. Mientras la ciudad se prepara para las festividades
navideñas, Alex sigue la pista de un grupo que celebra un festival mucho
más antiguo, y mucho más oscuro, que ofrece sexo y sacrificio a cambio
de poder y riqueza.

Alex es inteligente. Ella está entrando en esto con los ojos abiertos. Ella cree
que puede manejar cualquier cosa que la ciudad y sus antiguos ritos le
den, incluido el magnífico líder del culto Sebastian Assante, pero está
equivocada.

A medida que las líneas entre la fantasía y la realidad se desdibujan, se ve


atrapada en la pasión y el exceso del Festival Saturnalia, y le encanta. La
atención es emocionante. El calor y la lujuria de los ritos es vertiginoso, y el
hambre de los juerguistas embriagador... pero cuando se quitan las
máscaras, lo que hay debajo es aterrador.
Mientras el avión entraba en su giro final, Alessandra Donati, Alex para
sus amigos americanos, miraba por la ventana a las frías aguas azules de la
laguna veneciana que se vislumbraban a la vista debajo de ellos. Una sola
frase se repetía una y otra vez en su mente.

Lo que haga falta.

Esa era la promesa que se había hecho a sí misma al salir la sala de


prensa ayer y tenía la intención de cumplirla. Sabía que esta era su mejor
oportunidad, tal vez la única oportunidad, de demostrarle al imbécil
machista de su editor que que tenía lo que se necesitaba para ser una
reportera de primera línea y no tenía intención de desperdiciarla.

Con 25 años y graduada en la prestigiosa escuela de periodismo de


Columbia, Alex pensó que sería sencillo encontrar un trabajo bien
remunerado como reportera en Nueva York y comenzar la carrera que
sabía que la llevaría a conseguir el Pulitzer que que había estado planeando
desde el segundo grado. Pero dieciocho meses después de la graduación
todavía no había sido capaz de encontrar un trabajo y, en un acto de lo
que algunos podrían llamar desesperación, aceptó un de Gordon Jones
como reportera junior para la Global News Network..

Seis meses más tarde, seguía sacudiendo la cabeza.

Decir que trabajar para GNN estaba muy lejos del tipo de reportaje
que esperaba a estas alturas era como llamar al Gran Cañón un gran
agujero en el suelo. Con titulares como Jardín del Edén encontrado en
Maine y Murciélago demanda a una aerolínea francesa, las supuestas
noticias de GNN eran a menudo todo menos eso. Sin embargo, el trabajo
ayudó a pagar el ridículo alquiler de su apartamento en el Village y le
permitía estar fuera y una buena cantidad de tiempo gracias, en parte, a la
creencia de su editor de que las noticias reales deben ser reportadas por
hombres y solo hombres. Las mujeres eran sólo un escaparate, en su opinión,
y eran más adecuadas para hacer piezas de relleno en las noticias
nocturnas. Más de una vez le sugirió que llevara su lindo trasero al Canal 5
donde podría hacer algo bueno para los espectadores en casa. Le daban
ganas de golpearle en la cara con una taza de café, pero el comentario
seguía siendo irritante. Él debía haber visto algo en ella, se recordaba a sí
misma, porque, después de todo, la había contratado.

Las cosas podrían haber seguido así indefinidamente si el genio no


hubiera llegado a la reunión editorial de ayer.

Los reporteros del personal superior habían estado presentando sus


historias para el número anual de Navidad y Jones había estado derribando
uno por uno, quejándose de que todo era la misma mierda de siempre y
que necesitaban algo nuevo, algo bueno para variar, cuando Alex había
dado el siguiente paso.

—¿Qué tal una exposición completa sobre un antiguo culto sexual


que todavía opera hoy en día?

La sala se quedó en silencio al oír su voz.

Era una regla permanente que los reporteros junior estaban solo para
ayudar al personal superior con el trabajo pesado, comprobación de
hechos y similares que consideraban de hechos y demás, que consideraban
inferiores a ellos.

El personal subalterno podía asistir a las reuniones editoriales, pero no


debían entrometerse en ellas de ninguna manera y eso incluía abrir la boca
y dirigirse al grupo.

La cabeza de Jones giró en su dirección más rápido que una que una
serpiente y por un momento pareció que iba a soltar uno de sus habituales
golpes de lengua en su dirección cuando se detuvo.

—¿Qué has dicho? —Preguntó.


—Dije que puedo entregar una exposición completa sobre un antiguo
culto sexual que utiliza la Navidad como camuflaje para su ritual más
importante del año, un festival de una semana lleno de libertinaje del más
alto nivel.

La miró fijamente, con los ojos clavados en los suyos.

—¿Y dónde, por favor, se puede encontrar este supuesto festival?

Por un centavo, por una libra.

—En Venecia.

Jones no dudó. Sin quitarle los ojos de encima dijo —¿MacGuire?

—¿Sí?

—Consigue la información que necesitas de Alessandra y luego


reserva en el primer avión a Venecia. Quiero un primer borrador en mi
escritorio para el final de la semana.

MacGuire era un reportero senior que había estado con la red durante
más de quince años. Alex no se sorprendió en absoluto que Jones había
lanzado la historia; ella había estado esperando esto.

—Buena suerte —le dijo a MacGuire, riendo. Los ojos de Jones se


entrecerraron— ¿No crees que pueda conseguir la historia?

Manteniendo su mirada fija en Jones, Alex dijo: —¿Come sta tuo


Italiano, MacGuire?

¿Cómo está tu italiano, MacGuire?

Cuando el gran irlandés no respondió, ella dijo: —Pensi davvero che


qualcuno sta per parlare a te?

¿De verdad crees que alguien va a hablar contigo?


Jones miró a uno y otro lado y luego frunció el ceño hacia Alex.

—¿Cuál es tu punto? —Preguntó irritado.

—¿Mi punto? —Alex volvió a reírse—. Simplemente esto. Puedes seguir


adelante y enviarlo, pero no tiene ni una oportunidad en el infierno de
conseguir esta historia. No sabe hablar el idioma. Él parece y actúa como
un extranjero. No hay manera de que alguien vaya a abrirse sobre algo tan
peligroso como esto a a un tipo tan grande como él.

MacGuire abrió la boca para protestar pero Jones lo silenció con una
mano levantada.

—¿Y tú crees que puedes?

Alex asintió. —Claro que puedo! Soy italiana, ¿recuerdas? Crecí en las
afueras de Venecia. Conozco la ciudad, conozco las costumbres, el idioma
y la gente. Si mi información es correcta, algunas de las personas más
influyentes en la ciudad son parte de este culto. No hay manera de que la
gente vaya a abrirse a un extranjero sobre cosas así. Necesitas a alguien con
los contactos adecuados; si no, estás muerto en el agua antes de empezar.

Jones se quedó sentado, sin decir una palabra, y Alex estuvo tentada
a seguir hablando, pero se olvidó de la idea antes de que se afianzara en
sus pensamientos. Lo tienes, se dijo a sí misma, mantén la boca cerrada y
espera a que muerda el anzuelo.

Sus instintos resultaron ser correctos.

—Tu historia, tu dinero. Si se te ocurre algo publicable, discutiremos el


reembolso de algunos de tus gastos cuando vuelvas.

Hace una semana ella habría saltado a la oportunidad, pero sabía


que si aceptaba su primera oferta sin discutir, sólo confirmaría en su mente
todo lo que él había dicho sobre su talento y su capacidad para hacer el
trabajo.

Negó con la cabeza.


—Yo cubriré mis gastos diarios, pero tú pagarás el billete de avión y
me proporcionas una cuenta de gastos que pueda utilizar en caso de
emergencia. Además, me pagas la misma tarifa que le pagarías a MacGuire
por la historia cuando vuelva con ella.

Ella creyó ver una chispa de aprobación en sus ojos cuando se recostó
en su silla y dijo: —Hecho. Pero asegúrate que vuelvas con una historia que
pueda publicar.

—Lo haré; puedes estar seguro de ello—respondió Alex.

De acuerdo, ella había exagerado un poco sobre sus contactos y su


habilidad para acercarse al corazón de la historia, pero ¿qué más podía
hacer? Si no hubiera hablado, seguiría atrapada en esa sucia oficina
archivando números atrasados en lugar de mirar por la ventana mientras su
vuelo se alineaba para aterrizar en el aeropuerto Marco Polo de Venecia.
Había hecho lo correcto; sabía que lo había hecho.

Lo que fuera necesario.

El piloto llevó el avión a un aterrizaje sólido, aunque ligeramente


aterrizaje y Alex esperó tranquilamente a que los que estaban delante de
ella que se bajaran del avión. Cuando llegó su turno, se deslizó fuera de su
asiento, tomó su bolsa del compartimento superior y salió del avión. Siguió la
pista de aterrizaje hasta la terminal y desde allí al vestíbulo donde la
esperaban los agentes de Inmigración.

La cola para los visitantes extranjeros se extendía de un lado a otro de


la zona de espera y Alex pensó que sus compañeros de viaje tendrían suerte
si lograban pasar en una hora.

Por suerte, el pasaporte que llevaba en la mano era rojo, lo que la


identificaba como ciudadana italiana, y la cola que tenía que hacer era
mucho más corta. Se dirige al funcionario de Inmigración, que examina su
documentación, le devuelve el pasaporte y sigue su camino.
Una vez que pasó por Inmigración, se dirigió a la aduana. Sólo llevaba
una maleta y no tenía nada que declarar, así que tardó aún menos. Cinco
minutos después estaba fuera de la terminal y se dirigió a la pasarela
cubierta que conducía a los muelles donde los visitantes esperaban para
tomar uno de los muchos medios de transporte acuático que cruzan la
laguna hasta Venecia.

Alex se abrió paso entre la multitud para llegar al otro lado de los
muelles y continuó por un estrecho pasillo entre edificios hasta llegar a una
plaza abierta o, como se conoce en Venecia, piazza. A su izquierda,
bordeando la laguna, estaba la entrada de su hotel.

El Hotel Próspero era un pequeño establecimiento de propiedad


privada que atendía a viajeros de negocios de alto nivel que hacían
repetidos viajes a Venecia a lo largo del año pero que no querían las
molestias, o el coste adicional, de alojarse en la propia Venecia.

Alex conocía a la familia propietaria y había conseguido una


pequeña habitación con vista al canal para su estancia en la ciudad. Se
registró en la recepción, pagando por adelantado con la tarjeta de gastos
que Jones le había dado el día anterior, y luego se dirigió a su habitación.
Una vez dentro desempacó su ropa, lo poco que había traído, y se paró
frente a la ventana, contemplando las luces de Venecia al otro lado de la
laguna.

Su historia estaba ahí fuera y pretendía encontrarla.

Hacía varios años que no estaba en casa y sentía que la ciudad la


llamaba. Lo único que deseaba nada más que encontrar un bonito pub y
tomar una copa de vino para celebrar su regreso a Italia, pero el vuelo había
sido largo y sabía que una copa pronto se convertiría en dos, que a su vez
se convertirían en cuatro y antes de que se diera cuenta estaría hasta las
tantas de la mañana.

Eso simplemente no serviría. Especialmente si quería estar fresca para


su reunión en la mañana.
Así que en lugar de explorar la vida nocturna veneciana, Alex se puso
una camiseta fresca y un par de sudaderas y luego se acurrucó en el sillón
junto a la ventana con su cuaderno para revisar lo que había reunido para
su historia hasta el momento. No era mucho.

La mayor parte era información de fondo sobre el festival. Al menos,


lo que pudo encontrar sobre él, lo cual, hay que reconocerlo no era mucho.

El festival de Saturnalia tenía sus raíces en la antigua Roma como una


celebración en honor a Saturno, el dios de la agricultura.

Lo que comenzó como un evento de un solo día creció con el tiempo


en un festival que comenzaba el 17 de diciembre y se extendía durante siete
días seguidos. Comenzaba con un sacrificio público en el templo, seguido
de una semana de alegría y desenfreno general.

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio


Romano, el emperador prohibió la fiesta de Saturnalia y todas las demás
similares, sustituyéndolas por la celebración de las fiestas de Navidad y
Pascua en su lugar. Los que no estaban dispuestos de dejar ir a los antiguos
dioses todavía practicaban en secreto y era una rama de uno de esos
grupos que Alex estaba cazando en Venecia dos siglos después.

Durante años había persistido el rumor de que había un grupo dentro


de la ciudad de Venecia que todavía celebraba el festival de Saturnalia
con sus sacrificios de sangre y sus aventuras de una semana en el libertinaje.
Algunos afirmaban que aquellos que participaban eran adoradores del
diablo, otros que no eran nada más que un culto sexual glorificado, pero
una cosa en la que todas las versión de la historia coincidía en que el grupo
estaba formado por algunos de los hombres y mujeres exitosos y de la alta
sociedad veneciana. También se rumorea que fue su participación en el
festival que permitió a estas personas llegar a la cima y mantenerlos allí año
tras año.

Alex tenía siete días para averiguar si esos rumores eran ciertos y, si lo
eran, para escribir el tipo de historia que elevaría a la Red de Noticias
Globales a alturas más gloriosas de lo que su editor jamás imaginó.
Siete días.

Haría lo que hiciera falta.


Alex se despertó a la mañana siguiente sintiéndose renovada y
preparada para afrontar el día. Claramente la decisión de la noche anterior
había sido la correcta. Una sola noche en la ciudad era un pequeño precio
a pagar por para evitar el dolor de cabeza que siempre acompaña al jet
lag y que iba a necesitar su ingenio para lo que iba a venir.

Se levantó de la cama, se duchó y se vistió con unos unos jeans


ajustados, una camiseta de tirantes y unas sandalias. Las mañanas en esta
época del año podían ser frescas en Venecia, así que se puso una chaqueta
de cuero ligera sobre el resto de su ropa y luego se dirigió a la puerta.

Sabía desde el momento en que decidió seguir con esta historia que
no podía hacerlo sola. Llevaba demasiado tiempo fuera de Venecia; ya no
sentía el pulso de la ciudad bajo sus pies. Necesitaba a alguien que estuviera
inmerso en el flujo y reflujo de las calles, alguien que supiera que la brillante
fachada escondía una oscuridad que habitaba en lo más profundo el fétido
corazón de la ciudad, alguien que pudiera decirle exactamente dónde los
ricos y poderosos habían enterrado los cuerpos que habían arrojado a un
lado en su ascenso a la cima.

Necesitaba a Gianni.

Se conocían desde que eran niños, creciendo en el mismo barrio,


asistiendo a las mismas escuelas. Cuando Alex se había ido a Nueva York,
Gianni se unió al cabinerri, al igual que su padre y sus hermanos mayores
antes que él. Si alguien podía darle una pista sobre la secta Saturnalia, sería
él.

Antes de embarcar en el avión en Nueva York, ella llamó y le dijo que


estaría en la ciudad durante unos días. Él inmediatamente sugirió que se
reunieran, ahorrándole a ella la molestia de hacerlo. El plan era quedar para
almorzar a lo largo de la Fondamenta della Misericordia, una franja de
restaurantes y cafés que bordean el canal en el barrio de Cannaregio.
Desde su hotel tardaría unos veinte minutos. Un vistazo a su reloj le dijo que,
si se daba prisa, podría llegar a tiempo.

Alex salió del hotel y caminó las tres manzanas que separan el paseo
marítimo. Una vez allí, ignoró las multitudes que rodeaban las paradas de
taxis acuáticos y se dirigió directamente al vaporetto1, o autobús acuático,
más cercano y se subió a él.

El billete que había comprado en el aeropuerto era válido para


cualquiera de las rutas de vaporetto de la ciudad durante la siguiente
semana; todo lo que tenía que hacer era mostrarlo al embarcar y ya está.

Una vez a bordo, se dirigió a la proa del barco, donde podría bajar
fácilmente sin tener que esperar detrás de la multitud de pasajeros que
normalmente suben y bajan en medio del barco. El suave balanceo del
barco era una sensación familiar y se puso de pie fácilmente sin necesidad
de apoyo cuando el barco se puso en marcha. Permaneció allí, durante
varias paradas, hasta que las cruces de mármol blanco en la cima de la Ca
d'Oro se pusieron a la vista.

La "Casa de Oro" de Venecia, creada para el patricio Marino Contarini


como regalo para su esposa y modelada según de la casa dorada del
emperador Nerón en Roma, era una de las postales de Venecia para Alex.
El oro que había adornado su fachada podría haber desaparecido hace
tiempo, pero el reluciente mármol blanco que se reflejaba en las aguas del
Gran Canal era glorioso en sí mismo. La Ca d'Oro había sido una residencia
privada durante muchos años, pero su último propietario, el barón Giorgio
Franchetti, la había llenado de antigüedades y obras de arte y luego lo
cedió a la ciudad. La ciudad, a su vez, la convirtió en la Galería Franchetti
para exponer adecuadamente la magnífica colección del Barón. Era uno
de los lugares favoritos de Alex en Venecia.

Pero hoy no; ya iba con retraso.

1
Vaporetto: Un vaporetto (plural: vaporetti) es un tipo de embarcación utilizada en Venecia como un medio
de transporte público debido a la particular disposición de la ciudad, que posee canales navegables en lugar
de carreteras.
Cuando el vaporetto se detuvo en el rellano junto a la Ca d'Oro, Alex
bajó del barco, echó una última mirada nostálgica al edificio y se dirigió a
una de las calles adyacentes. Unos minutos de caminata la llevaron a la
Strada Nova, la calle más larga de Venecia. Construida en 1871, lo que hace
que el nombre, más bien irónico a los ojos de Alex, corría paralela al Gran
Canal e incluso había sido un canal. En la actualidad era un paseo peatonal
con puestos de frutas y verduras, panaderías, heladerías y pequeñas y
tranquilas tiendas. Alex se abrió paso entre la multitud, ya que esta vía es
una de las favoritas de los visitantes de Venecia, hasta que llegó a la Riva di
Noale, donde giró hacia el norte. Siguiendo cinco minutos por la orilla del
canal, llegó a una pasarela que cruzaba la orilla opuesta y la depositaba en
la Fondamenta della Misericordia.

Ahora hay que encontrar a Gianni, pensó, echando un vistazo a su


reloj para asegurarse de que no se estaba retrasando demasiado.

Se dirigió a la Misericordia, buscando la trattoria donde habían


acordado reunirse. Estaba un poco menos que en la Strada Nova y Alex se
encontró disfrutando de las vistas y los sonidos familiares que la rodeaban
mientras avanzaba. El olor a café recién hecho de una cafetería cercana,
que se mezclaba con el aroma del pan recién horneado que llegaba a ella
desde más allá de la manzana. No se había dado cuenta, pero había
echado de menos Venecia; en cierto modo, se alegraba de estar en casa.

A mitad de cuadra había dos trattorias con nombres muy similares y


Alex se dio cuenta de que no sabía exactamente en cuál de ellas debía
encontrarse con Gianni.

Miró a la multitud de mesas que había fuera de la primera, pero no vio


a Gianni, y siguió caminando hacia el otro establecimiento. No había dado
más de una docena de pasos, cuando oyó que alguien la llamaba por su
nombre.

—¡Alessandra!

Se giró y vio a un hombre con el cabello oscuro y bien cortado


saludándola desde una mesa fuera de la trattoria que acababa de pasar.
Al principio no lo reconoció, pero cuando volvió a llamarla pero cuando la
llamó por su nombre se dio cuenta de que su voz le resultaba familiar.

Era Gianni.

Ya no era el joven de cabello rizado, sonriente y con algo de


sobrepeso que había dejado atrás cuando se dirigió a Nueva York y a la
vida universitaria en Columbia.

En su lugar era un hombre musculoso vestido elegantemente con ropa


informal que mostraba su físico delgado pero no lo exhibía en la cara. Incluso
desde aquí podía ver los músculos en los brazos y se preguntaba cuánto
tiempo había pasado en el gimnasio para conseguir un físico así. Nunca, en
todos sus días, habría imaginado que Gianni tuviera el aspecto que tenía
ahora.

La vida estaba llena de sorpresas, al parecer.

Se apresuró a acercarse, le dio un abrazo y un rápido beso en cada


mejilla, y se acomodó en la silla que él galantemente le tendía.

Tomando asiento, le sonrió y le dijo: —¡Me alegro tanto de verte!

Hacía casi ocho años que no se veían, pero eso no parecía importar,
ya que rápidamente volvieron a sus viejas andadas como si hubieran
comido juntos ayer. Ellos ordenaron rápidamente y pasaron la siguiente hora
comiendo y poniéndose al día de todo lo que había pasado en sus
respectivas vidas desde la última vez que se vieron. Se sentía tan natural y
confortable estar cerca de él que evitó hablar de negocios durante el
mayor tiempo posible, sin querer que el almuerzo terminara.

En consecuencia, fue Gianni quien abordó el tema primero.

Dejó los cubiertos, se limpió la boca con la servilleta y dijo: —Muy bien,
dilo, Alessandra. Sé que esto no es sólo una visita social; prácticamente estás
vibrando de excitación. ¿Qué haces realmente en Venecia?

Ella desvió la mirada, tratando de controlar sus emociones.


¿Era realmente tan evidente? Si iba a conseguir esto, todo el trabajo,
no sólo conseguir lo que necesitaba de Gianni, aparentemente iba a tener
que trabajar en su cara de póquer.

Poniendo lo que esperaba que fuera una expresión seria, se giró hacia
él y le preguntó: —¿Qué puedes decirme sobre el Festival de Saturnalia?

Frunció el ceño y se lo pensó un momento. —Antiguo ritual romano,


¿no es así? —dijo por fin.

—Ese no. El moderno.

—¿Qué moderno?

—El que la élite de la ciudad asiste cada año para mantenerlos en la


cima de su poder. El que ha sido silenciado y encubierto durante décadas,
tal vez incluso siglos. El que voy a exponer en un artículo de portada de la
que se hablará durante meses.

La mirada de Gianni le dijo que eso era lo último que esperaba que
dijera. Se recuperó rápidamente, dejando que la expresión de sorpresa
desapareciera de su cara y tomando un sorbo de su vino para darse tiempo
a pensar. Alex había utilizado esa táctica de demora suficientes veces para
reconocerla en otro.

Cuando volvió a dejar la copa, la miró y le dijo: —No puedes hablar


en serio.

—Oh, pero lo hago —respondió ella.

Le explicó cómo se había arriesgado ante su editor y lo importante


que era volver con una historia con algo de sustancia real.

Gianni esperó a que terminara y se rió.

—La misma Alessandra de siempre. Siempre buscando la manera de


poner a los hombres que te rodean en su lugar.
El comentario fue dicho sin rencor y por eso Alex no se ofendió,
aunque le tocó la fibra sensible. Gianni siempre había sido uno de esos tipos
de personas y Alex simplemente no estaba hecha de esa manera. Si ella
quería algo, iba por ello, como estaba haciendo ahora.

La gente como Gianni no siempre entendía lo que, para ellos, parecía


un pensamiento único, a menudo a expensas de otros.

—Ja, ja. Muy gracioso —respondió ella—. Entonces, ¿vas a ayudarme


o no?

Levantó las manos, con las palmas hacia arriba, y se encogió de


hombros. —Me encantaría hacerlo, Alessandra, de verdad que sí, pero lo
que buscas no existe. No persigues más que rumores y cuentos de hadas.

—No lo creo.

—¿Por qué no me sorprende?

Se inclinó hacia delante, atrapando la mirada de Gianni con la suya.


Se aseguró de que él pudiera ver el acero en sus ojos mientras dijo: —Mira
Gianni, deja la mierda para los turistas, ¿eh? Sabes tan bien como yo que
en esta ciudad ocurren muchas más cosas detrás de las escenas que la
mayoría de la gente nunca se da cuenta. No estamos hablando de la teoría
de la conspiración de la semana aquí; los rumores sobre este grupo han
existido durante décadas.

—¿Y qué? —dijo Gianni—. Los rumores de que la CIA mató a Kennedy
han existido durante décadas, también. ¿Significa eso significa que la CIA
realmente lo hizo?

Dado que probablemente lo hicieron, eso sería un sí, pensó Alex.


Estuvo a punto de decirlo en voz alta, pero luego se dio cuenta de que
probablemente no le iría muy bien a Gianni y se las arregló para no hacerlo.
Gianni estaba demasiado ocupado exponiendo el resto de su argumento
como para darse cuenta.
—Que la gente lo crea no significa que sea cierto. Si lo fuera, el mundo
estaría aún más jodido de lo que ya es. Quiero decir, piensa en lo que estás
diciendo, Alessandra. ¿Es qué realmente crees que hay gente por ahí
usando algún tipo de magia ritual para tener éxito?

Eso fue demasiado lejos, incluso para ella. —¡No, por supuesto que no!
Pero lo que yo crea no importa. Lo importante es lo que ellos creen.

Gianni frunció el ceño. —¿Pero no entiendes?

—Eres policía, Gianni. Sabes mejor que yo que la gente cree todo tipo
de locuras. Desde OVNI hasta Pie Grande, el poder de las pirámides a los
zombis; la lista es interminable.

—¿Y?

—Entonces, ¿cuál es la única cosa que todos y cada uno de esos


grupos tiene en común? Te lo diré, todos ellos son verdaderos creyentes.
Puedes hablar con ellos hasta que te pongas azul en la cara, mostrarles toda
la evidencia disponible en el mundo que lo que creen no es real, y no
escucharán ni una sola palabra de lo que digas. No importa si no es real.
Ellos creen que lo es y esa creencia gobierna su forma de pensar y actuar
sobre el tema.

Gianni admitió a regañadientes que tenía razón.

—Volviendo a mi punto de vista entonces. No importa si creemos que


se puede ganar fama y fortuna participando en un antiguo ritual. Sólo
importa que otros lo hagan. Y si lo hacen, probablemente van a seguir
haciéndolo, año tras año. De ahí que los rumores persistan.

La miró fijamente durante un largo momento y luego dijo —Estás loca,


¿lo sabías?

En ese momento Alex supo que lo tenía, pero resistió el impulso de


celebrarlo; no quería molestarlo.

En su lugar, extendió la mano por encima de la mesa y tomó la suya.


—Mira, sé que parece una locura, pero investiga un poco por mí,
¿quieres? Tú conoces esta ciudad y a la gente que la habita mejor que
cualquier otra persona que conozco; si alguien puede llegar al fondo de
esto, eres tú. Puedes hacer eso por mí, ¿verdad? Por los viejos tiempos.

Gianni suspiró. —Bueno, bien —dijo, levantando las manos en señal de


rendición—. Lo haré, pero sólo con la condición de que te olvides toda esta
tontería y pases la semana conmigo aquí en Venecia si no encuentro nada
que corrobore los rumores. ¿Trato?

—¡Trato! —Dijo Alex, sonriendo.

Encontraría algo. Ella sabía que lo haría.

Si quería mantener su trabajo, tenía que hacerlo.


Después de separarse de Gianni, Alex regresó al Gran Canal y tomó
otro vaporetto, esta vez hasta la estación de tren de Venecia-Santa Lucía,
donde compró un billete para el siguiente tren a Mestre, el suburbio industrial
de Venecia en el borde de la península. Esperó menos de diez minutos y más
o menos el mismo tiempo después llegó a su destino.

Una vez en Mestre, salió de la estación y pidió un taxi y le pidió al


conductor que la llevara a las oficinas regionales de Il Gazzettino, el diario
más importante de Venecia. El trayecto se alargó un poco más de lo
habitual, gracias a un inesperado tráfico vespertino, pero a Alex no le
importó ya que le dio tiempo a organizar sus pensamientos para el trabajo.

Llevaba tanto tiempo fuera de la ciudad que ya no sabía quién era


quién en la sociedad veneciana. Ese hizo un poco difícil escribir una
exposición sobre ellos y su participación en un antiguo ritual, por lo que tenía
la intención de utilizar la tarde para rectificar ese problema.

Al llegar a su destino, mostró su credencial de prensa de Global News


Network a la recepcionista y le dijo que estaba interesada en leer los
números anteriores para ayudar a un reportaje sobre las vacaciones en
Venecia. Después de obtener la aprobación del redactor jefe de turno, la
recepcionista le mostró los archivos y le dijo, con una sonrisa, que se tomara
el tiempo que quisiera; la oficina estaba abierta veinticuatro horas al día.

Alex empezó con las dos últimas semanas, repasando los números
diarios con una lenta deliberación, página tras página. Ella leyó todo, desde
los artículos hasta los anuncios, tratando de hacerse una idea general de lo
que estaba ocurriendo en la ciudad. Prestó especial atención a las
secciones de Negocios y Sociedad, familiarizándose con los nombres que
aparecían una y otra vez. Cada nombre representaba a un individuo que
podría pertenecer al culto de Saturnalia y, por tanto, un objetivo potencial.
Lo difícil iba a ser separar el trigo de la paja; ¿cómo iba a averiguar quién
era y quién no era un miembro?

No lo habría admitido en voz alta, pero por el momento no tenía ni


idea.

Relájate, se dijo a sí misma. Gianni saldrá adelante.

Gianni terminó de teclear los parámetros de su búsqueda en el


ordenador, se sentó y miró la pantalla un momento para asegurarse de que
los había introducido todos correctamente, y luego extendió el brazo y pulsó
la tecla Enter con el dedo para poner en marcha el conjunto de resultados.

La expresión amarga de su rostro coincidía perfectamente con su


estado de ánimo.

La verdad es que llevaba años sintiendo algo por Alessandra; el


flechazo en el patio de la escuela de sus días de escuela primaria se había
convertido en una lujuria total cuando se convirtieron en adolescentes, pero
nunca había tenido el valor de hacer un movimiento en ella.

Cuando ella le dijo sus planes de ir a la escuela en Nueva York él se


sintió devastado, pero se aseguró de ocultárselo de ella. Ella estaba muy
emocionada y él no quería arruinar eso para ella.

Al final, su partida había sido lo que necesitaba para sacarlo de su


propia apatía y ponerlo en el camino que lo había llevado a donde estaba
hoy.
Había empezado a hacer ejercicio, lo que le ayudó a perder
suficiente peso para solicitar el carabinierri2 como su padre y su hermano y
el extenuante entrenamiento al que le obligaron a someterse una vez que
lo habían aceptado, había hecho el resto para moldear la forma que tenía
hoy. Con sus familiares en el cuerpo cuidando de él y ayudándole a navegar
por las aguas, se las arregló para moverse rápidamente a través de las filas
a su actual posición como detective.

Los policías tienden a ser iguales en todo el mundo. Muchos de los


brillantes, dedicados e idealistas que entran en la profesión con el deseo de
defender el bien público, pronto se encuentran con el hecho innegable de
que el mundo es un lugar de mierda y que, a veces, es necesario seguir la
corriente para seguir adelante. Gianni no era diferente.

La vida de un policía en Italia estaba llena de compromisos y él había


aprendió a transigir con los mejores.

Y ahí estaba la causa de su mal humor.

Había escuchado cosas durante su tiempo en la fuerza, cosas


inusuales. No estaba hablando de informes de investigaciones o el uso de
fuerza excesiva; eso era casi esperables en esta época. No, el tipo de
rumores de los que hablaba sólo se susurraban a altas horas de la noche,
lejos de los ojos y oídos de la oficialidad, entre los hombres de las filas que
no tenían nada que ganar y todo por perder si se encargaban de interferir.
Los rumores de la complicidad de la policía en todo, desde el comercio
sexual hasta los asesinatos políticos, y eso era sólo la punta del iceberg.
Fueron las referencias oblicuas a incluso cosas oscuras que se esconden en
las sombras de la ciudad que realmente le ponían los pelos de punta a
Gianni.

Cosas como la fiesta de Saturnalia.

Había mentido cuando fingió que no se había enterado cuando


Alessandra le preguntó. La verdad era que había oído los mismos rumores

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Carabinierri: El Arma de Carabineros, anteriormente denominado Cuerpo de Carabineros, es un cuerpo de
Gendarmería y un organismo de seguridad del Estado italiano.
que ella. Simplemente nunca había seguido ninguno de ellos porque el
tema era uno de los que eran considerados prohibidos por las bases.

A partir de hoy, sin embargo, no tenía el lujo de ignorarlo. Si había algo


que sabía sobre Alessandra Donati era esto. No sólo era sexy, hermosa e
inteligente, sino que era más terca que una mula corsa. Si quería una historia,
movería el cielo y el infierno para conseguirla. Buscaba debajo de cada
piedra, iluminaba todos los rincones oscuros, y en general, se convertía en
una molestia para todos los implicados hasta que tuviera lo que quería.

No había manera de que él pudiera soltarla en Venecia para tratar


de descubrir la información por su cuenta. Ella le daría la vuelta a la piedra
equivocada y descubriría mucho más que las serpientes que vivían debajo.
Lo que tenía que hacer era gestionar el flujo de la información hacia ella.
De esa manera podría monitorear su progreso y estar allí si y cuando se
encontrara con problemas.

Nada como rescatar a la damisela en apuros para generar buena


voluntad y afecto.

Por eso estaba sentado en la oficina en su día libre ejecutando


consultas de búsqueda y haciendo lo que podía para parecer que estaba
trabajando en un asunto oficial. Por suerte, se le consideraba generalmente
como un adicto al trabajo por sus compañeros, así que no creía que tuviera
problemas si alguien notaba su presencia. Si alguien lo hacía e incluso
llegaba a que se preguntara por qué estaba mirando la información que
tenía delante, pensó que podría alegar que formaba parte de una
investigación legítima e inventar una historia que acompañara con la
mentira. Alessandra, por otro lado, no tenía ese lujo.

Gianni había empezado por hacer una lista mental de los individuos
prominentes de la ciudad que sospechaba que podrían estar involucrados
en un grupo de este tipo, si es que existía. No tenía ningún criterio específico,
sólo una corazonada gracias a varios comentarios, observaciones y/o
actividades que había presenciado a lo largo de los años en su función
oficial de carabinero. Para cuando terminó, tenía una lista de casi treinta
nombres. La introdujo en el ordenador y ahora esperaba que le
proporcionara un resumen del expediente policial existente de cada
individuo, que podría transmitir a Alessandra.

Lo que estaba haciendo era técnicamente ilegal, pero sabía que la


información se intercambiaba y se vendía, a veces se perdía
intencionadamente, por lo que no le preocupaba que lo atraparan.
Tampoco le preocupaba la ética en cuestión; él, al menos, sólo estaba
dando la información a un periodista y no a un idiota del crimen organizado.

Sabiendo que Alessandra pediría un informe de personas


desaparecidas para los periodos de tiempo sospechosos si no lo incluía con
el resto de sus datos, decidió ejecutarlo y quitárselo de encima. Estableció
el marco temporal para cubrir los últimos diez años en general, pero redujo
el enfoque para incluir sólo las dos semanas antes y dos semanas después
de las Navidad. Pensó que era suficiente; si el grupo realmente estaba
ofreciendo "sacrificios" como parte de este supuesto ritual, entonces no
querrían retener a sus víctimas más tiempo del necesario.

Venecia era una gran ciudad turística y como tal tenía su cuota de
personas desaparecidas. La mayoría aparecía uno o dos días después de
haber sido reportados como desaparecidos, el resultado de la falta de
comunicación entre las partes involucradas y no víctimas de un juego sucio,
pero algunos no. Aunque la incidencia de los delitos violentos era
considerablemente menor en Italia que en EE.UU., seguía ocurriendo.

Gianni se sorprendió cuando la impresora escupió varias hojas de


papel con la información básica: nombre, edad, altura, peso, fotografía y
último lugar conocido de cada una de las personas que habían
desaparecido durante el período de tiempo seleccionado.

Tomó las hojas de la impresora y las metió en un sobre de papel manila


con el resto de la información que había recopilado en nombre de
Alessandra. Cuando terminó, se giró a su escritorio y llegó justo a tiempo para
ver cómo la pantalla de su ordenador se llenaba de nieve blanca,
parpadeaba varias veces y luego se restablecía.

Entre los parpadeos, en lo más profundo de esa nieve electrónica, le


pareció ver un rostro que le miraba fijamente
Estaba allí y desaparecía de nuevo en el espacio de un latido.

Si no hubiera estado mirando justo al centro de la pantalla cuando


ocurrió, probablemente no lo habría visto.

Pero lo vio.

Podía oír su pulso golpeando en sus oídos, podía sentir sus manos
temblando mientras sus glándulas suprarrenales descargaban adrenalina en
su sistema en respuesta a su sorpresa.

Cualquier otro día habría descartado la situación sin más. Estaba


utilizando un equipo anticuado y Windows no era conocido como la
plataforma más fiable. Pero dada su línea de pensamiento durante la última
hora su mente se apoderó de un pensamiento que surgió sin proponérselo
desde las profundidades.

¿Y si lo estaban observando?

Se detuvo, frunciendo el ceño.

Una parte de él se preguntaba quiénes eran ELLOS mientras que el


otro lado estaba más que feliz de perseguir ese pensamiento errante de
vuelta a la madriguera del conejo.

¿Y si le estaban observando? ¿Y si sabían que estaba sobre ellos?


¿Qué harían? ¿Hasta dónde llegarían?

Podía sentir que su ritmo cardíaco se aceleraba y que de repente


sintió que los ojos de todo el mundo en el detective junior justo fuera de la
ventana de su oficina se encontraban. Prácticamente podía sentir sus
miradas quemando un agujero en la parte posterior de su cabeza.

Se dio la vuelta, sólo para encontrar que todos seguían con sus asuntos
sin ni siquiera una primera, ni una segunda, mirada en su dirección.
Gianni volvió a mirar la pantalla del ordenador y vio todo normal. Era
casi como si lo hubiera imaginado.

Relájate, idiota, se dijo a sí mismo, era sólo un fallo informático del


ordenador. Pasa todo el tiempo con esta mierda tan antigua.

Se obligó a respirar profundamente y a concentrarse en volver a


controlar su ritmo cardíaco. Para cuando lo hizo, su miedo por el mal
funcionamiento de la pantalla del ordenador había pasado. Estaba
convencido de que había imaginado todo. Sin embargo, eso no le impidió
borrar la memoria caché del ordenador antes de apagar la máquina; más
vale prevenir que lamentar.

Cuando terminó con eso, tomó el teléfono y marcó el número que


Alessandra le había dado antes en el almuerzo. Esperó a que ella contestara
y dijo: —Tengo la información que me pediste.

—¡Genial! Ha sido rápido. ¿Dónde quieres que lo recoja? Tengo que


ocuparme de algunas cosas por aquí —dijo— pero ¿qué tal si quedamos
para tomar algo más tarde y te lo traigo entonces.

—Está bien, me parece bien. ¿Dónde?

Le indicó cómo llegar a una pequeña cafetería a poca distancia de


su hotel. —¿Qué te parece a las siete?

—Perfecto. Y gracias por hacer esto, Gianni. Te debo una.

Sonrió al oír eso, y pensó: Y pienso cobrarlo mientras colgó el teléfono.


Alex colgó el teléfono con Gianni y luego miró a su alrededor los
papeles apilados como las paredes de una mini fortaleza. Si no empezaba
a guardarlo todo, nunca llegaría a tiempo a la reunión con Gianni.

Por suerte, uno de los asistentes de investigación que trabajaba en los


archivos se ofreció a ayudarla y juntos consiguieron devolver todos los
ejemplares a su sitio después de que ella hiciera copias de lo que necesitaba
con el dinero de GNN, por supuesto en menos de treinta minutos.

Como ya estaba en tierra firme, le resultó sencillo tomar el tren local


desde Mestre hasta el aeropuerto Marco Polo y desde allí caminar las pocas
manzanas hasta su hotel. Comprobó en el mostrador si había mensajes y se
sorprendió al encontrar uno esperándola de su editor, Jones. No decía lo
que quería, sólo que había llamado y que esperaba que ella se pusiera en
contacto con él lo antes posible.

Alex se rio cuando lo vio; no tenía tiempo para ser micro gestionada a
tres mil kilómetros de distancia y sabía perfectamente que él no trataría así
a un reportero veterano, es decir, a un hombre.

Que espere, pensó. Cuando tuviera algo que valiera la pena, se


pondría en contacto con él.

El tren había tardado más de lo que ella esperaba, gracias a algún


problema en las vías, así que no llegó al hotel hasta cerca de las 6:15. No
tuvo tiempo de bañarse, así que se dio una ducha rápida y se vistió, optando
por algo más elegante que lo que se había puesto para el almuerzo de esa
mañana. Eligió una blusa de seda y una falda ajustada que le llegaba justo
por encima de las rodillas, combinada con un par de tacones negros. Al
mirarse en el espejo, asintió satisfecha: estaba sexy, pero con clase.
La noche era fresca pero confortable y disfrutó del corto paseo hasta
el café de la plaza contigua al hotel. Aunque era de noche y estaba sola,
Alex no estaba preocupada por su seguridad. Venecia no era Nueva York;
lo único de lo que tenía que preocuparse aquí era de algún carterista o
ladrón de bolsos. Como no llevaba ninguno de los dos, ni cartera, ni bolso,
pensó que estaría bien.

Al llegar a la cafetería, miró a su alrededor buscando a Gianni, pero


no lo vio. En lugar de quedarse en la puerta, eligió una mesa en el interior en
vez de en el patio. La iluminación era mejor allí y quería echar un vistazo a
la información que Gianni traía consigo más pronto que tarde, por si tenía
alguna pregunta. Se dijo a sí misma que después de hacer un poco de
negocios, se dedicaría a disfrutar de un rato con su viejo amigo. Llamó a un
camarero, pidió una copa de vino y se dispuso a esperar a Gianni.

Gianni estaba a medio camino de la cafetería donde había quedado


con Alessandra cuando se dio cuenta de que había encontrado una cola.

Había retrasado intencionadamente la reunión lo suficiente como


para que tuviera tiempo de pasar por su apartamento para ducharse y
cambiarse. Se vistió con pantalones oscuros y una camisa blanca, y luego
añadió una chaqueta y un par de zapatos de cuero para completar el look.
Dejó caer su carné de policía y su teléfono móvil en el bolsillo de la chaqueta
y luego se colocó la funda que portaba su arma de servicio en el cinturón,
a la altura de la cadera, donde la cola de la chaqueta la cubriría. Se miró
en el espejo para asegurarse de que el arma no se veía y ya estuvo.

Venecia estaba dividida en seis sestieri, o distritos, y cada uno tenía su


propio sabor único. El apartamento de Gianni estaba situado en el sestiere
conocido como San Polo, justo al norte del Campo di San Polo, lo que le
situaba justo en el corazón de la ciudad. La zona en la que vivía era una
mezcla de entornos residenciales y comerciales y las calles, o calles
estrechas entre edificios, estaban bastante concurridas a esa hora. Para
llegar a tierra firme, podía elegir entre dos rutas: ir hacia el norte, hasta el
Gran Canal, y tomar un vaporetto por el camino más largo, o ir a pie hacia
el oeste, a través de San Polo y Santa Croce, hasta la estación de tren,
donde podría coger el tren de cercanías que lo llevaría de vuelta al
aeropuerto.

Sabiendo que los vaporettos estarían todavía atestados de turistas a


esa hora y que las motoscafi3, o lanchas que funcionaban como taxis
acuáticos, solían ser más caras de lo que le gustaba pagar, Gianni optó por
atravesar la ciudad a pie.

Llevaba unos diez minutos caminando cuando levantó la vista al


pasar por la entrada de una pasarela y se dio cuenta de que, en sus
cavilaciones, había llegado demasiado lejos; debería haber cruzado por el
último puente y no por éste. Consideró seguir adelante y cruzar por un
puente posterior, pero en el último momento decidió no hacerlo y giró a la
izquierda.

Mientras se dirigía al otro lado del canal, vio a un hombre con ropa
oscura que se apresuraba a atravesar la multitud a su paso.

La brusquedad de las acciones del otro hombre, combinada con el


hecho de que el tipo miraba a todas partes menos a él, hizo que el radar
mental de Gianni se diera cuenta. Siguió caminando hasta llegar al otro
extremo de la pasarela y entonces se apartó del tráfico peatonal,
agachándose como si fuera a comprobar los puños de sus pantalones, pero
en realidad aprovechó el movimiento para mirar hacia atrás en la dirección
de la que había venido.

Al primer hombre se le había unido un segundo.

Estaban a más de media docena de metros el uno del otro, pero


Gianni se había girado en el momento justo y había captado la mirada que
pasó entre ellos. A cualquier otra persona le habría parecido inocua una
mirada casual y nada más, pero Gianni había seguido a más de un

3
Motoscafi: Motoscafi: transporte acuático.
sospechoso, había estado en su posición más de un par de veces, y por eso
lo reconoció como lo que era. Parecía que alguien había estado
observando.

No sólo habían estado observando, sino que habían estado lo


suficientemente preocupados por lo que había estado haciendo como
para poner un par de sabuesos en su cola.

Por un momento, consideró tirar el sobre de información al canal y


decirle a Alessandra que no había encontrado nada, aunque sólo fuera
para protegerla. Ella tenía algo en mente, algo grande. Si estaban
dispuestos a seguir a un carabineri, ¿qué harían con una mujer sola?

Lo único que lo detenía era la propia Alessandra. Si ella se enteraba


de que había abandonado la historia sólo para protegerla, nunca
escucharía el final de la misma. Era mejor hacer lo que podía para proteger
incluso cuando le entregaba la información a ella.

Eso significaba que tenía que asegurarse de que el sobre llegara a


Alessandra sin que esos hombres lo descubrieran.

Se puso en marcha una vez más, caminando un poco más rápido


ahora, utilizando su conocimiento de la zona en su beneficio. Tomó atajos
por varias calles y cruzó varios canales más pequeños por una pasarela en
un esfuerzo por hacer desaparecer no sólo a sus dos perseguidores, sino a
cualquier otro que pudiera estar operando con ellos. Un buen equipo de
vigilancia solía estar formado por al menos cuatro o seis personas, de modo
que pudieran desconectarse con regularidad y reducir las posibilidades de
ser detectados entre la multitud.

Diez minutos después, tras utilizar la mayoría de las técnicas de


vigilancia que había aprendido a lo largo de los años, estaba casi seguro
de que los dos hombres que había localizado estaban trabajando solos.

Eso es bueno, pensó, dos que puede manejar. Ahora sólo tenía que
asegurarse de que no lo atraparan con la información encima si las cosas
iban mal.
Vio una tienda de mensajería local en el otro lado del canal y la visión
le dio una idea. Se apresuró a cruzar la pasarela y comprobó si había alguna
señal de persecución antes de deslizarse dentro de las puertas del pequeño
establecimiento.

—¿Puedo ayudarle? —le preguntó la joven detrás del mostrador.

Gianni sacó su identificación policial del bolsillo y se la mostró a la


mujer. —Haces entregas locales, ¿verdad?

—Por supuesto, signore4. Podemos tener su paquete en cualquier lugar


de la ciudad a media mañana.

Gianni negó con la cabeza. —Eso no es suficiente. Se trata de un poco


de emergencia y lo necesito allí dentro de la próxima hora. ¿Puedes
hacerlo?

No se inmutó. —¿Qué tamaño tiene el paquete?

El detective puso el sobre que llevaba sobre el mostrador.

—¿Y a dónde va?

—Al Hotel Prospero. A cargo de Alessandra Donati, una de las


huéspedes del hotel.

Tomó un bolígrafo que estaba en el mostrador cercano, abrió el sobre


y marcó un nombre en la primera lista que encontró dentro. Una vez hecho
esto, volvió a cerrar el sobre y escribió el nombre de Alex y el nombre del
hotel en la parte delantera.

Justo cuando terminó, el timbre de la puerta detrás de él sonó y se dio


la vuelta, su mano se dirigió automáticamente al arma que llevaba en el
cinturón, creyendo que sus perseguidores le habían encontrado, pero sólo
era uno de los mensajeros que volvía de una carrera.

4
Signore: señor en italiano.
Ignorando las miradas que le dirigía el chico, Gianni se acercó a la
ventana y se inclinó un poco para mirar la calle lo mejor que pudo a través
del cristal, en busca de una persecución. Seguía sin ver nada.

Quizá los había perdido.

Volvió a acercarse al mostrador y le dijo a la empleada: —¿Puede


hacerlo?

La joven sonrió. —Por supuesto, signore. Pero habrá que pagar un


pequeño recargo por la entrega urgente.

No le importaba lo que costara. —Sólo asegúrese de que llegue en la


próxima hora. Es importante.

La empleada asintió. —Por supuesto, signore.

Pagó la cuenta, volvió a mirar por la ventana para asegurarse de que


no había moros en la costa, y salió de la tienda sin el sobre.

Ya se sentía mejor. No tener la información sobre él cuando sus


perseguidores lo alcanzaran, le permitiría negar el hecho en caso de que
tuviera que hacerlo. También le permitiría mantener a Alessandra aislada de
lo que estaba ocurriendo hasta que pudiera averiguar quién o qué estaba
detrás de la persecución.

Gianni se dirigió a la vía principal más cercana que le permitiera


moverse en dirección a la estación de tren. En lugar de intentar esconderse
de sus perseguidores, se dirigió a la calle a un ritmo tranquilo, a la vista de los
que le rodeaban. Si los que le seguían eran buenos, no tardarían en
alcanzarlo.

Como sospechaba, no tardaron mucho.

Menos de diez minutos después de que saliera de la tienda de


mensajería lo alcanzaron y retomaron su posición anterior, siguiéndolo a una
distancia discreta pero sin dar ningún paso para ocultar su presencia. Gianni
fingió no verlos mientras los guiaba en dirección a la estación de tren,
esperando el momento oportuno.

Poco a poco, como por una señal preestablecida que Gianni no vio,
los dos hombres empezaron a acercarse.

Era exactamente lo que Gianni esperaba.

Es hora de obtener respuestas, pensó.

Esperó a que se acercaran a unos pocos metros y entonces giró


bruscamente a su derecha, atravesando un grupo de turistas que charlaban
como arpías frente a la entrada de una estrecha calle entre varios edificios.
Los turistas le gritaron por su descortesía, ya que supuso lo harían, y la
repentina conmoción fue suficiente para delatar su posición a sus
perseguidores.

La persecución había comenzado.

Esta vez, sin embargo, sabía exactamente a dónde los llevaba y por
eso tomó atajos por varias calles interconectadas hasta llegar a una
pequeña plaza al borde de un canal. Una farola iluminaba buena parte de
la zona y él se situó a la luz, asegurándose de ser visible, y esperó a que sus
perseguidores se acercaran a él.

Llevaba allí sólo unos segundos cuando una voz habló desde el muelle
a su izquierda.

—Disculpe, oficial. ¿Podría ayudarme con algunas direcciones?

Gianni miró en esa dirección y vio a un tipo delgado con jeans y una
chaqueta oscura, con un mapa turístico en las manos, girándolo hacia un
lado y otro mientras intentaba averiguar dónde estaba exactamente. La
expresión de su cara era casi cómica. Gianni le echó un vistazo, descartó
que fuera una amenaza y volvió a centrar su atención en la dirección por la
que había venido.

En cualquier momento...
Pero no aparecieron.

¿Dónde diablos se habían metido?

—¿Oficial? —Volvió a preguntar el hombre.

—Sí, sí, ¿a dónde quieres ir? —Gianni contestó distraídamente, sin dejar
de mirar a lo largo del canal.

—Bueno —comenzó el turista, caminando hacia Gianni con la cabeza


baja mientras seguía estudiando al hombre—. Se supone que he quedado
con mis amigos en la piazza Dellacorda, pero me temo que me he desviado.

El italiano del hombre había sido bastante bueno hasta ese momento,
pero pronunció "piazza" como "pee-ass-a", lo que hizo reír a Gianni. Al
levantar la vista, el hombre le miró fijamente, como si Gianni fuera lo más
importante del mundo.

Las campanas de alarma empezaron a sonar en la mente de Gianni


y de repente se preguntó cómo el tipo había sabido que era un oficial de
los carabinieri cuando estaba vestido de civil.

Por desgracia, la pregunta le llegó demasiado tarde para que le


sirviera de algo.

Mientras Gianni echaba mano a su pistola mientras intentaba


retroceder de la amenaza que se avecinaba, el hombre que tenía frente a
él de repente arremetió con una mano, asestando un golpe en la garganta
de Gianni.

El detective sintió una repentina punzada de dolor y luego un chorro


de líquido caliente que le corría por el pecho mientras sangre empezó a
brotar del corte que acababa de abrirse en su garganta.

Apretando las manos sobre la herida, Gianni trató frenéticamente el


flujo de sangre mientras trataba de alejarse del hombre que tenía delante,
seguro de que habría otro ataque.
El asesino, sin embargo, no hizo ningún movimiento hacia él. Se quedó
donde estaba, lamiendo distraídamente la sangre de las puntas de sus
dedos mientras observaba al detective luchar por su vida.

La total despreocupación del hombre por lo que acababa de hacer


asustó a Gianni más que cualquier otra cosa y se dio la vuelta para intentar
escapar, pero sus pies le traicionaron, enredando uno sobre el otro y
arrojándolo sobre la que había recorrido a toda prisa momentos antes.

Podía sentir cómo se le escapaba la vida, la sangre fluyendo más


rápido mientras su corazón se acelera frenéticamente en respuesta a su
pánico, y los bordes de su visión empezaron a oscurecerse.

Los latidos de su corazón sonaban como un tambor de caldera en sus


oídos, casi ahogando los pasos de su asesino cuando el hombre se acercó,
pero no pudo pasar por alto la expresión plana del hombre mientras lo
miraba con indiferencia.

Por primera vez, el asesino habló: —Debería haber dejado las cosas
claras, detective. Quizá la próxima vez no se meta en los asuntos de los
demás. –El asesino hizo una pausa y luego chasqueó los dedos como si
recordara algo.

—Excepto que no va a haber una próxima vez, ¿verdad? detective?

Se rio entonces; se rio como si fuera la cosa más divertida en todo el


mundo, un hombre agonizando a sus pies, y esa fue la última visión que
Gianni vio.
Alex esperó, pero Gianni no apareció.

Permaneció en la mesa quince minutos, luego veinte, pero no había


rastro de él. Las llamadas a su teléfono móvil no obtuvieron respuesta.
Intentó llamar a la comisaría donde trabajaba, pero le dijeron que ese día
no estaba de servicio y que no podían facilitar información personal a
personas ajenas a la empresa.

Finalmente, a los cuarenta y cinco minutos, decidió que, fuera lo que


fuera lo que había ocurrido, él no iba a llegar esa noche, así que pagó las
bebidas que había tomado y se dirigió a su hotel.

Cuando entró por la puerta y se dirigió al ascensor, oyó una voz que
la llamaba desde el otro lado de la habitación.

—¡Signorina5 Donati!

Se giró para ver a uno de los botones que se acercaba a toda prisa
con un grueso sobre en sus manos.

—El mensajero ha dejado un paquete para usted, signorina —dijo,


entregándoselo con una sonrisa.

Ella le dio las gracias y le dio una buena propina, quién sabe, podría
necesitar su ayuda para algo más adelante y un poco de buena voluntad
ahora era de gran ayuda en el futuro y luego subió al ascensor. Tras pulsar
el botón de su planta, examinó el sobre.

No era nada del otro mundo, sólo un sobre de manila estándar con su
nombre y su hotel garabateados en la parte delantera, como si el autor

5
Signorina: señorita en italiano.
hubiera tenido prisa. No reconoció la letra, ni el nombre de la empresa de
mensajería que lo había entregado.

Una pareja subió al ascensor con ella y entonces ella impaciente


decidió esperar a estar en su habitación antes de abrirlo. En el momento en
que cruzó la puerta lo hizo, abriendo la tapa y derramando el contenido en
su mano mientras se hundía en el borde de la cama.

Varias carpetas gruesas, una pila de informes de personas


desaparecidas y un puñado de páginas con notas garabateadas se
desparramaron sobre la cama. Un vistazo le bastó para reconocer el
material como la investigación que Gianni había prometido entregarle.

En uno de los archivos había una nota pegada con un clip. Lo sacó y
lo leyó.

Estoy ocupado. Llamaré cuando puedas.

Estaba firmada con una "G" garabateada.

La visión de la nota hizo mucho para calmar sus temores sobre Gianni
y sintió que se le quitaba un peso de encima que ni siquiera sabía que tenía.
La vida de un reportero ya era bastante mala; no podía imaginar lo que era
ser policía.

Satisfecha de que no le había pasado nada malo a Gianni, Alex se


quitó el vestido y se puso una camiseta y unos pantalones de yoga, luego
se acurrucó en el sofá con el material que Gianni había enviado apilado en
su regazo y empezó a leer.

Tardó dos horas en leerlo todo.

Los archivos contenían información sobre diferentes personas


influyentes en Venecia que Gianni pensó que merecían su atención. Entre
ellos se encontraban varios políticos, los directores generales de varias
empresas, tanto públicas como privadas, un pintor de fama mundial, un
multimillonario solitario y una estrella del pop que se había disparado
repentinamente en las listas de éxitos aparentemente de un plumazo. Los
hombres superaban en número a las mujeres en dos ocasiones, pero eso era
de esperar.

Varios de ellos habían estado involucrados con la policía, con


acusaciones de todo tipo, desde fraudes hasta secuestros y asesinatos, pero
ninguna de las acusaciones había llegado a nada. Eso, por supuesto, no
demostraba que no estuvieran implicadas en los supuestos delitos, sólo que
la policía no había tenido pruebas suficientes para hacer que algo
trascendiera.

Alex archivó mentalmente a los acusados de los delitos más graves


para futuras consultas.

A continuación, dirigió su atención a la pila de informes de personas


desaparecidas. Se remontaban a cinco años atrás, pero sólo abarcaban el
periodo comprendido entre el 1 de noviembre y el 30 de enero de cada uno
de esos años. Incluso con esa limitación, Alex se sorprendió del número de
personas desaparecidas en Venecia cada año. Mucho más de lo que
esperaba y eso la preocupaba y la entusiasmaba a la vez.

Tal vez tenía algo de razón, después de todo.

Dividió los informes en dos montones, los hombres en uno y las mujeres
en la otra. Revisó las dos pilas, un informe cada vez, leyendo los detalles
pertinentes de cada caso: el aspecto de la persona desaparecida, dónde
estaba y qué hacía cuando se la vio por última vez, los problemas que
podría haber tenido antes de su desaparición. Le llevó un rato, pero cuando
terminó no le pareció que hubiera encontrado nada importante.

Alex tomó la pila de la izquierda y extendió los informes en filas delante


de ella para poder ver todas las fotografías juntas al mismo tiempo. Esto le
permitió ver algo que no había notado antes: tres de las mujeres eran
sorprendentemente similares.

Tenían poco más de veinte años, el cabello largo hasta los hombros,
rasgos delicadamente bellos y cuerpos que habrían enorgullecido a un
instructor de fitness. Dos de ellas eran modelos de moda ¡gran sorpresa! y la
tercera era asesora financiera de un banco privado.
Además de la similitud de sus rasgos, había otro elemento que unía a
las tres mujeres: todas habían sido vistas regularmente en la ciudad en
presencia de Paolo Galván.

Ese sí era un nombre con el que Alex estaba familiarizado. Galván


procedía de uno de los linajes más antiguos de Venecia y se había hecho
cargo del negocio textil de la familia cuando su padre había muerto en un
accidente de auto cuando Paolo tenía apenas veintitrés años. Durante las
dos últimas décadas había manejado la empresa con tanta delicadeza
como aplomo, ampliando la empresa textil original hasta convertirla en un
conglomerado multinacional con intereses en todo tipo de sectores, desde
la moda femenina hasta la industria aeroespacial.

Un archivo policial sobre Galván había sido incluido en la pila que


Gianni le había enviado, pero era uno de los más escasos y contenía sobre
todo informes de incidentes de sus días de juventud, cuando tenía afición a
meterse en peleas después de beber demasiado. Su única interacción con
la policía desde que asumió el mando del imperio familiar había sido en
forma de donaciones a la ciudad destinadas específicamente a unidades
de respuesta a emergencias.

El lado cínico de Alex se preguntaba si eran más un soborno que


donaciones y eso le bastó para desplazar a Paolo Galván de la columna de
persona de interés a la de objetivo principal en su mente. El expediente
policial contenía una fotografía de Galván, fechada en los últimos seis
meses, y la sacó ahora para echarle un vistazo.

Podía ver que era un hombre guapo, sorprendente de hecho. Se


acercaba a los cuarenta años, pero podía pasar fácilmente por una
década más joven, con un rostro delgado enmarcado por el cabello oscuro
y una barba cuidada. Exudaba tal sensación de vitalidad que parecía estar
en movimiento incluso en el escenario inmóvil de la fotografía. Era
musculoso, con los hombros anchos y la cintura estrecha, como un gimnasta
o un bailarín, pero esa vitalidad iba acompañada de una sensación de
agresividad que decía que nunca tendría tiempo ni paciencia para esos
menesteres.
Se preguntó cómo sería acostarse con él. ¿Sería de los que toma y no
da, o sería el tipo de hombre que se enorgullece de satisfacer a su pareja
antes de excitarse él mismo? ¿Tal vez un poco de ambas cosas?

Ya basta, se dijo a sí misma. Recuerda para qué estás aquí.

Dejando a un lado la fotografía y los informes, encendió su portátil y


empezó a investigar.

Tres horas más tarde encontró el premio gordo. Una columna


vespertina de rumores mencionaba que Paolo Galván sería uno de los
invitados de honor en una fiesta que se celebraría mañana por la noche
para conmemorar la apertura de una nueva galería de arte en el elegante
barrio de Dorsoduro. Se trata de un evento de etiqueta, al que sólo se puede
acceder con invitación, pero al que están invitados algunos miembros de la
prensa y Alex pensó que podría entrar con sus credenciales de prensa.

Si consigo acercarme a Galván, quizá pueda hacerlo hablar, pensó.


Le había llevado varias horas «y varios miles de dólares de su cuenta
de gastos» prepararse para el evento de la noche. Se compró un vestido
negro entallado a medida con la espalda abierta y una abertura en el muslo
por delante, diseñado para mostrar destellos de su pierna cada vez que se
moviera. Su estrategia era sencilla: alejar la atención de su rostro dándoles
otra cosa en la que fijarse. El vestido le quedaba mejor que cualquier otro
que hubiera llevado antes «¡por ese precio, mejor!» y sabía que le quedaba
bien. Malditamente bien, de hecho.

Después de comprar el vestido, fue a la peluquería y el estilista había


hecho un trabajo maravilloso para domar su cabello, habitualmente
recalcitrante, añadiendo rizos y un brillo vibrante, pero dejando el largo
prácticamente en paz. Cuando terminó, Alex se miró en el espejo y se
sorprendió al darse cuenta de que, con su nuevo aspecto, podría haber
pasado fácilmente por cualquiera de las tres mujeres desaparecidas que
fueron vistas por última vez con Paolo Galvan.

Sin duda, una forma de llamar su atención.

Cuando volvió al hotel, intentó llamar a Gianni pero la llamada fue


directamente al buzón de voz, como la noche anterior. Se dijo a sí misma
que él debía de estar ocupado en algún trabajo policial esencial, comió
tarde y se preparó para la noche.

Para cuando terminara, Paolo Galvan no sabría lo que lo había


golpeado.
La galería donde se celebraba el evento estaba en la orilla norte del
río Malpalga, uno de los canales más pequeños que se adentra en el
corazón del barrio de Dorsoduro desde el Gran Canal. Los taxis acuáticos
estaban amontonados a tres metros de profundidad cuando ella llegó, lo
que le dio unos segundos para reconocer el territorio.

Para su consternación, no era nada de lo que esperaba. Un conjunto


de escalones de piedra subía desde la orilla del agua hasta un amplio
rellano. Una alfombra roja se extendía desde lo alto de los escalones hasta
la entrada de la galería, donde dos grandes porteros con trajes negros
recibían a todos los invitados. Los miembros de la prensa se alineaban a
ambos lados de las cuerdas de terciopelo que bordeaban la alfombra, y los
flashes de las cámaras y las preguntas a gritos llenaban el aire cada vez que
un recién llegado cruzaba la alfombra.

A pesar de todos sus preparativos, no pensó en que ella misma sería


el centro de atención. «Pensó que podría colarse por la puerta trasera con
el resto de la prensa», y ahora sus pensamientos daban vueltas febriles
mientras intentaba averiguar cómo iba a arreglárselas. Antes de que se
diera cuenta, las otras embarcaciones se habían alejado y su chófer se
acercaba a las escaleras, donde dos miembros del personal la esperaban
para ayudarla a salir de la embarcación.

¿Y ahora qué? le gritó su mente mientras salía del barco.

No tenía ni idea. De hecho, estaba completamente perdida. Cada


vez que miraba todas esas luces y cámaras, su mente simplemente
tartamudeaba y se quedaba en blanco.

Antes de darse cuenta, se encontró caminando hacia el personal de


seguridad que la esperaba, con las cámaras encendidas a su alrededor.
Podía oír las preguntas que le gritaban, sin duda porque era una cara nueva
y desconocida en la escena, pero se dejó llevar como la marea. No podría
haber respondido aunque quisiera.

Esto no va a funcionar nunca, pensó, con el corazón latiendo tan


fuerte que temió que el personal de seguridad pudiera oírlo cuando se puso
delante de ellos, pero para entonces ya era demasiado tarde para hacer
otra cosa que no fuera ser valiente.

El guardia de seguridad de la derecha le sonrió, la personificación de


la cortesía, pero ella notó que la sonrisa no llegaba a sus ojos.

—¿Su invitación, signorina? —dijo él.

—Por supuesto —respondió ella, devolviéndole la sonrisa y luego hizo


ademán de buscarla en su bolso de mano—. Sé que la tengo por aquí…

Le concedió uno o dos momentos más, que, en realidad, eran más de


lo que ella merecía; después de todo, el bolso era muy grande. Cuando ella
no presentó la invitación en ese momento, él dijo: —Lo siento, señorita,
tendrá que apartarse si no tiene un…

Lo que el guardia dijo a continuación se perdió cuando Alex sintió una


mano en su espalda desnuda y una presencia a su lado.

—¡Aquí estás, querida! ¡Me preguntaba dónde te habías metido!

La voz era masculina y decididamente americana. Alex miró a su


izquierda y se encontró con el par de ojos más azules que jamás había visto.
Cuando pudo apartar la mirada, descubrió que los ojos pertenecían a un
hombre rubio y atractivo de su edad. Iba vestido con un esmoquin
perfectamente confeccionado que se ajustaba como un guante a su físico
evidentemente bien musculado. Le sonrió, le guiñó un ojo y se volvió hacia
el guardia.

—Ella está conmigo —le dijo al hombre y luego le entregó una


invitación.

Mientras Alex sólo podía quedarse allí, muda y aturdida, el guardia le


dijo: —Un placer, como siempre, señor Goodfellow —y luego se volvió y la
saludó con la cabeza—. Mis disculpas, signorina. Disfrute de la velada.

Ella fue muy consciente del toque de la cálida mano en su espalda


desnuda mientras la guiaba entre los guardias y el edificio. Dejó que la
condujera a través de la sala principal de la galería hasta un rincón tranquilo,
fuera del bullicio del espectáculo, donde finalmente encontró su voz.

—Supongo que debería darte las gracias.

Él se rio; era una buena risa, profunda y despreocupada, como si no


tuviera ninguna preocupación en el mundo. Ayudó a aliviar la tensión que
casi la había abrumado en el rellano.

—Si crees que un agradecimiento es suficiente estás muy equivocada.


Al menos debería recibir tu nombre a cambio de tan galante ayuda, ¿no?

Ella sonrió. Parecía guapo y encantador. Una potente combinación.


Lástima que estuviera aquí por una presa mucho mayor.

—En efecto, lo haces —respondió ella, con una risa propia—. Alex
Donati.

Esbozó una pequeña reverencia. —Cody Goodfellow.

—Un placer conocerte.

—No, el placer es todo mío. —La estudió un momento, luego


preguntó—: ¿Detecto un poco de Nueva York debajo de ese encantador
acento italiano tuyo?

—Si es así, tienes un excelente oído. Me gradué en Columbia.

—Déjame adivinar… ¿relaciones internacionales?

Oh, inteligente, también.

—Nada tan interesante —respondió ella—. Periodismo, me temo.

—Ah. Ahora las cosas empiezan a tener un poco más de sentido.


Irrumpiendo en la fiesta por una primicia, ¿no?
Su tono bromista no había cambiado pero Alex se sonrojó sin
embargo, porque eso era exactamente lo que estaba haciendo. Más
vergonzoso aún fue el hecho de que su intento de hacerlo habría originado
una muerte prematura si no hubiera sido por su ayuda. Se sintió obligada a
explicarse.

—Sí, sobre eso… —empezó ella, pero él la cortó.

—No digas más —dijo él, cogiendo dos copas de champán de la


bandeja de un camarero que pasaba por allí y le entregó una—. Tu secreto
está a salvo conmigo, aunque debo admitir que me fascina que te tomes la
molestia de ver un montón de cuadros malos.

—Entonces es bueno que no esté aquí por el arte —respondió ella.


Ahora que ya no eran el centro de atención empezaba a sentirse más
cómoda y empezó a mirar a su alrededor, prestando atención a los que la
rodeaban y, para su sorpresa, vio a Paolo Galvan casi inmediatamente.
Estaba entre un pequeño grupo de personas al otro lado de la sala, con una
rubia alta y con mucho peso a su lado, e incluso desde donde ella estaba
parecía más grande que la vida, más “allí” que cualquiera de los que lo
rodeaban. Cuando reía, su risa parecía llenar la habitación, y cuando
sonreía podía hacerte sentir el centro de atención incluso cuando no te
estaba mirando. Alex se encontró de repente con el deseo de saber qué se
sentiría estando a solas en una habitación con él, que esos ojos se centraran
en ella y sólo en ella, ser el blanco de toda esa enérgica vitalidad que
desprendía en oleadas.

Y así, sin más, decidió seducirlo.

Era la forma más rápida y fácil «¡y no digamos la más placentera!»


para acercarse a él, para atravesar las defensas que su posición y su riqueza
habían erigido a su alrededor y entrar en su círculo íntimo, donde podría
encontrar la información que buscaba.

Se había olvidado por completo del pobre Cody Goodfellow de pie


a su lado hasta que él tosió cortésmente, y dijo: —Supongo que no necesito
preguntar por quién estás aquí.
El sonido de su voz, tan cerca de su oído, la sacó de la extraña
atracción en la que Galvan, sólo con su presencia, parecía haberla
envuelto.

—¿Qué? Oh, lo siento… um… Cody.

Por un segundo no pudo recordar su nombre, lo cual lo que resultaba


extraño porque esa era una de las habilidades que había cultivado como
reportera: recordar nombres.

¿Realmente Galvan era tan embriagador?

Sacudió la cabeza como para despejarla y luego miró a Goodfellow.


—¿Fui tan evidente?

—En absoluto —dijo él, sonriendo.

—No es así.

—¿Cómo? —preguntó él, la imagen de la inocencia con una sonrisa


de un kilómetro de ancho.

—Así —dijo ella, aunque eso era precisamente lo que acababa de


decidir hacía menos de treinta segundos. Ella trató de cubrir su propia
confusión con—, Necesito la historia o mi editor me va a matar.

Goodfellow se encogió de hombros. —No me corresponde juzgar,


Alex. Una advertencia, si me permites.

—Te escucho —dijo Alex, pero su mirada ya se había desviado hacia


Galvan. ¿Qué lo hacía tan atractivo?

Goodfellow cambió casualmente de posición, cortando su vista de


Galvan y la obligó, por el hecho de que ahora estaba frente a ella, a
prestarle atención.
—El señor Galvan tiene la costumbre de masticar y escupir a los que
están demasiado tiempo a su alrededor. Especialmente a las jóvenes
encantadoras como tú.

Ella sonrió y asintió con la cabeza. —Tomo nota, señor Goodfellow.

—Uh oh, he sido degradado a señor Goodfellow —dijo él con una


risa—. Tomaré eso como mi señal para irme. Buena suerte «y buena caza »
signorina Donati.

Saludó a un conocido y se marchó, dejando a Alex de pie por sí misma


a un lado. Eso estaba bien para ella; tenía que pensar en un plan de ataque.

¿Cómo llamar la atención de un hombre que es el centro de atención


de la sala? Se preguntó.

La respuesta, cuando llegó a ella, fue casi demasiado obvia.

Es fácil. Se le ignora.

Alex tenía la corazonada de que la vanidad de Galvan no le dejaría


irse sin descubrir por qué no la había cautivado como había cautivado a
todos los demás en la sala. Tendría que acercarse y averiguarlo por sí mismo.
Y para cuando eso ocurriera, él habría hecho el noventa por ciento del
trabajo para ella. El anzuelo estaría puesto; todo lo que ella tendría que
hacer en ese momento era enrollarlo con una mano hábil pero firme.

Era un plan bastante decente y creía que tendría muchas


posibilidades de éxito. Todo lo que tenía que hacer era sentarse y ser
paciente.

Cambió su copa de champán vacía por una llena y se dispuso a ver


qué pasaba.

Que empiece el juego.


Diez minutos después la vio desde el otro lado de la habitación por
primera vez. Una mirada de sorpresa cruzó momentáneamente su rostro
«¿quizá por el gran parecido que tenía con las tres mujeres desaparecidas
con las que había estado involucrado?» pero rápidamente controló sus
rasgos y volvió a su conversación.

Durante los siguientes minutos, él la miró dos veces más, pero en cada
una de ellas ella se limitó a responder a su mirada con la suya propia, sin
reconocer su interés ni alentarlo.

Tal y como ella esperaba, su falta de respuesta fue demasiado inusual


para que él se resistiera.

Unos instantes después, él se separó del grupo y se acercó en su


dirección.

Se acercó a ella y le dijo: —Creo que no he tenido el placer.

Ella se giró y lo miró, atrapando y sosteniendo la mirada por un


momento antes de decir: —No, no lo has tenido.

Eso fue todo; nada más.

Tuvo el efecto deseado.

Él se rio, casi divertido. —Tienes razón, no lo he hecho. Pero me gustaría


mucho hacerlo —dijo. La miró de arriba abajo, lentamente, y lo hizo con la
cantidad justa de seguridad en sí mismo y de genuina admiración como si
estuviera disfrutando de una hermosa obra de arte en lugar de estar
mirando a alguien que pasaba por la calle.

Dos podían jugar a ese juego.


—¿Lo harías ahora? —preguntó ella, dirigiéndole la misma mirada a su
vez.

Volvió a reírse, está vez más fuerte, llamando la atención, pero Alex no
apartó la vista, manteniendo su atención completamente en él. Al parecer,
fue una decisión acertada.

—Oh, sí —dijo él, y la repentina ronquera de su voz al responder a su


desafío, hizo que su cuerpo se estremeciera y encendió un calor en ella.

Por un centavo, por una libra. No tenía sentido retroceder ahora.

Dejó su vaso en una mesa cercana y deslizó un brazo entre los de él.

—Si es así, ¿qué estamos esperando?

Se quedó momentáneamente desconcertado, pues sin duda


esperaba una larga y prolongada persecución antes de la recompensa
final, pero su vacilación fue rápidamente sustituida por una sonrisa tan
amplia como la del Gato Cheshire. —Con que así, ¿eh? —dijo, y la condujo
a través de la multitud hacia una escalera en la parte trasera del edificio.

Tardó un momento en saber lo que tenía en mente pero cuando lo


hizo, se puso en marcha y se detuvo de repente. —¿Parezco el tipo de mujer
que quiere follar en la trastienda de una fiesta? —preguntó por encima del
ruido de sus compañeros de fiesta.

—Por supuesto que no, signorina. Es demasiado hermosa para un


compromiso tan grosero y nunca sugeriría tal cosa —dijo él con una
expresión tan solemne que ella supo que sabía que estaba tratando de no
sonreír—. Mi helicóptero está en el techo.

¿Helicóptero?

Por un momento, la palabra no tenía sentido, ya que estaba fuera de


sus expectativas de cómo uno se movía de un lugar a otro, pero luego
encajó y le sonrió por primera vez.
—Correcto. Helicóptero. Sabía eso.

Él le devolvió la sonrisa y reanudaron su huida clandestina, con sus dos


pares de guardaespaldas siguiéndolos detrás.

Alex no distinguía un Bell Ranger de un Huey Cobra pero podría


decirte cómo se veía la ciudad de Venecia desde el aire.

Gloriosa.

Las luces de la ciudad brillaban en las aguas de la laguna como una


joya deslumbrante, resaltando lo místico del Gran Canal y todos sus primos
menores. Galvan hizo que el piloto se detuviera sobre la ciudad durante
varios momentos, permitiéndole que se lo bebiera todo, y luego giraron y se
dirigieron al oeste hacia tierra firme.

Una vez instalados, le tomó la mano y le dijo, —Perdona mi


descortesía. Soy Paolo, Paolo Galvan.

Con la intención de no revelar demasiado, ella dijo: —Alessandra.

Un destello de esa sonrisa ya conocida. —¿Sin apellido? ¿Sólo


Alessandra?

—¿No puede una mujer tener un poco de misterio? —dijo ella y dirigió
la conversación hacia otros asuntos. Galvan era un buen conversador y ella
disfrutaba de hablar con él mientras volaban hacia su destino, pero su
mente estaba en otras cosas. Era hiperconsciente de su cercanía, la extraña
atracción que había sentido en la galería era mucho más poderosa con él
tan cerca. Podía sentir que se excitaba con sólo estar sentada junto a él,
como si su cuerpo reaccionara ante él en un nivel primario completamente
separado de su razonamiento intelectual. Todo lo que quería hacer era
empujarlo hacia atrás en su asiento, arrancarle la ropa y montarlo en ese
mismo momento.

Diez minutos después estaban aterrizando en el césped de una finca


a varios kilómetros de la costa. Una magnífica casa «una mansión, en
realidad» de mármol rosa italiano estaba a unas decenas de metros de
distancia, brillando bajo las luces artísticamente dispuestas que el paisajista
la había colocado cuidadosamente para mostrarla en todo su esplendor.
Galvan esperó a que sus guardaespaldas desembarcaran y abrió la puerta,
salió y se echó hacia atrás para ofrecer una mano para ayudar a Alex a salir
también.

Una vez dentro, Galvan la condujo a un estudio muy masculino con


muebles de madera oscura y cuero. Se acercó a un carrito de licores en la
esquina y le preguntó si quería un trago, pero ella lo rechazó. Sólo había una
cosa que quería en ese momento.

No se anduvo con rodeos. Lo miró fijamente y luego miró con atención


a los guardaespaldas que estaban cerca de la entrada. —¿No hay algún
lugar un poco más privado al que podamos ir? —preguntó.

El dormitorio principal era tres veces más grande que su apartamento


en Manhattan y eso sin contar el baño con su jacuzzi hundido o el vestidor
de tamaño completo. Un par de puertas francesas se alineaban en la pared
del dormitorio, frente a la cama, y ella podía ver un balcón que daba a la
parte trasera de la propiedad.

Mientras miraba por las puertas, Galvan se acercó detrás de ella. Se


inclinó y le besó el cuello. Su deseo era tan grande en ese momento que sus
labios eran como un punto de calor abrasador mientras trazaban una línea
justo debajo del lóbulo de la oreja hasta la nuca.

Ella jadeó ante su contacto y se inclinó hacia él, descubriendo al


hacerlo que no era la única excitada. Sus brazos la rodearon, rodeando su
cintura, mientras su dura polla la presionaba a través de la fina seda de su
vestido. Tuvo que luchar contra el impulso de gemir cuando empezó a
mover el trasero, provocándolo con su cuerpo al igual que él lo hacía con
su lengua.

Alex sabía que en otros treinta segundos se levantaría el vestido y le


ordenaría que la tomara en ese mismo momento por detrás, así que se
apartó, no queriendo que él tuviera control. En lugar de eso, lo agarró de los
antebrazos y lo hizo girar para que estuvieran frente a frente pero con él de
cara a la cama en vez de a las puertas. Empujándolo hacia atrás, se inclinó
para besarlo, con su lengua se adentró en sus labios abiertos, y luego
profundizando mientras ella presionaba contra él.

Ella sintió que él gemía en lo profundo de su garganta y respondió a


eso poniendo una mano detrás de su cabeza, tirando de él con más fuerza
en el beso, mientras que con la otra mano se introducía entre ellos y lo
acariciaba a través de los pantalones. Sus manos se deslizaron por debajo
del vestido y le acariciaron las nalgas, y ella pudo sentir la humedad que
crecía entre sus piernas a medida que sus dedos se acercaban a su centro
con cada caricia.

Incluso la suave seda de su vestido se sintió de repente demasiado


limitada para ella. Rompió su beso y se apartó, alcanzando y
desabrochando el cierre del vestido para que se deslizara por su cuerpo y
cayera en un charco a sus pies, exponiendo su cuerpo a su mirada. Dejó
que la adsorbiera por un momento, disfrutando del crudo deseo que
llenaba sus ojos, sabiendo que estaba teniendo el mismo efecto en él que
él en ella. Se acercó, pero cuando él alargó la mano para tocarla ella
apartó las manos juguetonamente, sin dejarlo hacerlo.

Cuando él abrió la boca para protestar, ella puso su dedo en ella,


haciéndolo callar.

—No te muevas —dijo ella—, o dejaré de hacer lo que estoy


haciendo.

Eso fue suficiente para que él mantuviera las manos a su lado, qué era
exactamente lo que ella quería. Ella desabrochó su camisa, arrastrando sus
dedos por su pecho bien definido y por sus duros abdominales, luego se
inclinó y atrapó uno de sus pezones entre sus labios y chupó.
Cuando él se acercó a ella, quizás para hacer eso mismo, ella se
sacudió las manos y se arrodilló frente a él. Normalmente era una amante
mucho más pasiva, pero él había encendido algo en lo más profundo de su
ser, sacando su agresividad a la superficie y, por primera vez, no estaba
interesada en ceder el control. Le desabrochó el cinturón, le desabrochó los
pantalones y se los bajó hasta los tobillos, dejando libre su larga y gruesa
polla.

Se le hizo la boca agua.

Extendió la mano y envolvió la base del pene con sus dedos,


bombeándolo en su mano varias veces, amando el grosor caliente de él en
su mano.

—Alessandra —empezó a decir él, pero ella ya no escuchaba, movió


su cara hacia delante para engullir la cabeza de su polla entre sus labios.

Él gimió entonces, largo y profundo, y a ella le gustó tanto el sonido de


eso que comenzó a girar su lengua contra la parte inferior de su pene
mientras empezaba a mover su cabeza lentamente hacia arriba y hacia
abajo, chupando y lamiendo simultáneamente en un esfuerzo por conseguir
que él gimiera de nuevo. Sabía tan bien como olía y los sonidos que emitía
la volvían loca de deseo.

Alex movía la mano al compás de los movimientos de su cabeza, y


luego levantó la otra mano para acariciar sus testículos. Ella sintió que se
apretaban y supo que él se estaba acercando. Ella retrocedió un poco ante
eso, soltando sus testículos y metiendo la mano entre sus propias piernas,
encontrándose resbalosa y más que lista para él. Comenzó a frotar su clítoris
con los dedos, haciendo que un fuego caliente la recorriera y haciendo que
su vientre se apretara, y al mismo tiempo quería seguir, quería correrse sobre
sus propios dedos mientras su caliente humedad salpicaba la parte posterior
de su garganta.

Pero Galvan tenía otros planes.


La agarró por los hombros y le sacó la polla de la boca, y ambos
jadearon cuando se liberó. Esta vez no le dio la oportunidad de darle
órdenes, sino que la puso de pie y la recogió en sus brazos. La llevó y la puso
en la cama, con las piernas colgando sobre el costado. Por un segundo, se
puso sobre ella, con su polla hacia arriba entre ellos, y todo lo que ella quería
era que él se la metiera hasta el fondo.

En su lugar, agarró la parte posterior de cada muslo y empujó sus


piernas hacia arriba y hacia afuera, abriéndose a él mientras bajaba la cara
para lamer su núcleo.

Uno, dos, tres largos latigazos de su lengua, acariciando su clítoris al


final de cada golpe, y eso fue todo lo que necesitó para llevarla al límite. Su
orgasmo explotó a través de ella, envolviéndola con su intensidad, su
cuerpo temblaba incontrolablemente mientras lo aguantaba. Él esperó a
que terminara de temblar y luego la movió más arriba en la cama, dándole
espacio para arrodillarse entre sus piernas.

Su necesidad y deseo eran tan intensos que un solo orgasmo no iba a


ser suficiente para satisfacerla y lo único que quería era que él le metiera la
polla. Él se movió hacia adelante, presionando contra su húmeda entrada,
pero luego se contuvo, usando su mano para mover su polla en un
movimiento circular similar a lo que había hecho con sus caderas,
burlándose de ella.

—Por favor —dijo ella, deseándolo, necesitándolo, pero lo único que


hizo fue conseguir que él se burlara un poco más de ella.

Si él no lo va a hacer, lo haré yo, pensó ella.

Apoyó los pies en el colchón y empujó sus caderas hacia él,


literalmente empalándose en su eje. Siguió empujando hasta que se hundió
por completo dentro de ella.

—Espera —jadeó él.

Como el infierno, pensó ella.


Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, usando sus pantorrillas
para acercarlo, apretándose contra él para estimular su clítoris mientras él
cedía y comenzaba a moverse dentro de ella, bombeando lentamente y
luego aumentando su ritmo, deslizándose dentro y fuera. Cada nervio ardía,
cada movimiento la hacía sentir un placer que la recorría, y sabía que él
sentía lo mismo.

Sus manos estaban en sus pechos, acariciando sus pezones entre el


pulgar y el índice mientras su polla la penetraba. Sintió el calor que se
acumulaba en su interior por segunda vez, otro orgasmo que avanzaba
implacable, y como no quería correrse sola, se metió entre sus cuerpos y le
agarró los testículos con una mano.

Eso fue todo lo que necesitó.

Un fuerte gemido escapó de sus labios cuando sintió que su polla


empezaba a palpitar dentro de ella, vaciándose en su interior, y ella le siguió
de cerca, dejando que el placer le recorriera el cuerpo hasta que se
desplomaron uno al lado del otro, agotados.

Permanecieron inmóviles durante varios minutos, dejando que su


respiración y su ritmo cardíaco volvieran a la normalidad. Galvan la atrajo
hacia él, con la espalda pegada a su pecho, y luego subió la sábana para
que los cubriera a ambos.

—Duerme ahora —le dijo suavemente y luego comenzó a dormirse él


mismo.
Con el extraño deseo que se había apoderado de ella ahora saciado,
Alex volvió a centrarse en lo que había venido a hacer. Esperó a que Galvan
se durmiera del todo y se deslizó en silencio bajo su brazo y salió de la cama.
Se quedó allí, en la penumbra, esperando a ver si se despertaba, y cuando
no lo hizo, asintió satisfecha y se puso a trabajar.

Su vestido estaba tirado cerca, pero lo dejó donde estaba y tomó su


camisa de vestir en su lugar, tirando de ella y abotonándola lo suficiente
para que no se abriera. Sí Galvan se despertaba y la encontraba
deambulando, quería que pensara en su cuerpo semicubierto y no en lo
que estaba haciendo en la habitación. El vestido parecería como si se
estuviera yendo; la camisa, en cambio, como si quisiera estar más cerca de
él.

Había suficiente luz de luna entrando por las puertas francesas que
daban al balcón y no le costó ver su teléfono móvil en la mesita de noche
junto a la cama. Pensando en que era un lugar tan bueno como cualquier
otro para empezar, se acercó, lo tomó y lo llevó hacia la puerta, con la
intención de examinar en otra habitación donde no estuviera tan
preocupada por hacer ruido y despertar a Galvan. Estaba casi allí cuando
oyó que un hombre tosía en el pasillo.

¡Se había olvidado por completo de los guardaespaldas de Galvan!

Alex apartó la mano de la puerta y miró de nuevo a la cama,


asegurándose de que Galvan seguía durmiendo. Al ver que lo estaba,
buscó otro lugar al que ir.

No podía husmear en la casa con los guardias de servicio. Si la


descubrían, le harían saber a Galvan lo que había hecho. Si no la
arrastraban inmediatamente para enfrentarse a él.
Hasta ahí el plan A.

Buscó otra solución y su mirada se posó en el amplio balcón al otro


lado de las puertas francesas.

¿Por qué no? pensó. Había un par de tumbonas; si se sentaba en una


de ellas, Galvan no podría ver lo que estaba haciendo si se despertaba. Y si
él salía a investigar, ella oiría la puerta y podría deshacerse del teléfono
antes de que él pudiera atraparla con él.

Unos segundos más tarde, se deslizó a través de las puertas dobles y


salió al balcón. Sin poder resistirse a echar un vistazo, miró los elegantes
jardines y la piscina que había justo debajo. La luz de la luna brillaba en el
agua y Alex se encontró preguntándose si estaría caliente. ¿Galvan la
mantenía climatizada? ¿Podrían bañarse juntos más tarde, con el agua
alrededor y entre sus formas desnudas mientras se unían de nuevo para
repetir su actividad anterior?

Alex sacudió la cabeza, despejando la imagen que había estado


intentando formarse. No era el momento de distraerse.

¡Concéntrate, chica, concéntrate!

Escogió una silla que estaba situada con el respaldo que daba a las
puertas francesas detrás de ella y se deslizó en ella. El cojín estaba fresco
pero no húmedo, el rocío de la noche aún no se había acumulado en él.

Alex pulsó el botón de encendido del teléfono de Galvan y la pantalla


se encendió de inmediato, lo que la hizo respirar de alivio. No había que
lidiar con el código de seguridad, afortunadamente.

En lugar de buscar entre los contactos, los mensajes de texto y el


correo electrónico de Galvan «una tarea que seguramente le llevaría horas»
Alex decidió utilizar los protocolos de transferencia interna del teléfono para
hacer una copia de seguridad de todo el material en su propio teléfono.
Eran la misma marca en general y ambos modelos estaban equipados con
la misma función Bluetooth. Era simplemente cuestión de activar la
aplicación en ambos teléfonos, ponerlos de nuevo en su lugar, y luego
esperar a que los datos pasaran de uno a otro.

La ligera brisa soplaba sobre la piel de sus piernas mientras esperaba


y la suave caricia le recordó las manos de Galvan antes, acariciando uno
de sus muslos mientras él se movía suavemente dentro de ella, y ella dejó
que su mente vagara mientras esperaba, recordando.

Oyó un ruido sordo, como si Galvan hubiera dejado caer algo en el


dormitorio detrás de ella y no podría haberla sacado de ese momento más
rápido si le hubieran tirado un cubo de agua helada sobre su cabeza.

Con el corazón en vilo, agarró los teléfonos, los desconectó y dejó


caer el de Galvan en la maceta de helechos. Entonces, y sólo entonces, se
giró para mirar hacia la sala de estar, esperando ver a Galvan de pie junto
a las puertas francesas buscándola.
Lo que encontró fue algo totalmente distinto.

Un hombre estaba de pie en la puerta abierta del dormitorio, a


contraluz de las luces del pasillo, por lo que era difícil ver sus rasgos. Esas
mismas luces, sin embargo, permitían ver fácilmente la figura del
guardaespaldas que yacía inmóvil en el pasillo detrás del recién llegado.

¿Qué demonios?

La luz junto a la cama se encendió y a través de las puertas francesas,


Alex pudo ver a Galvan sentado en la cama, su mano aún bajo la sombra
de la lámpara que estaba a su lado mientras se giraba para ver qué pasaba.

Varias cosas sucedieron muy rápidamente después de eso.

El intruso se precipitó hacia la cama y al pasar a la luz, Alex tuvo una


rápida visión de sus rasgos antes de que el ángulo de su postura le bloqueara
la vista y hubiera jurado que estaba viendo al hermano de Galvan, si no a
su gemelo, tan cerca como estaban sus rostros. Sin embargo, sus
pensamientos en ese sentido se vieron interrumpidos cuando Galvan gritó —
¡No! —y levantó las manos para rechazar el ataque del intruso.
También podría haber estado tratando de detener un tren fuera de
control con sus propias manos.

El intruso lanzó un golpe con la mano y, desde la posición de Alex,


parecía que había abofeteado a Galvan en la cara. Pero cuando la
delgada línea roja que apareció repentinamente a través de su garganta
se abrió como una flor floreciente y la sangre salpicó su garganta y su pecho,
Alex supo que el golpe había sido mucho peor que una simple bofetada.

Galvan estaba muerto antes de saber lo que estaba ocurriendo.

Era demasiado para Alex.

Un grito involuntario salió de sus labios y rompió el silencio del aire


nocturno.

En el interior de la habitación, el intruso giró sobre sí mismo, buscando


el origen del sonido.

Había algo raro en la cara del tipo. Sus rasgos parecían estar
cambiando, fundiéndose y reformándose en nuevas y diferentes formas en
el espacio de una fracción de segundo, como ver una presentación de
diapositivas a muy alta velocidad, los detalles pasaban casi demasiado
rápido para que el ojo los viera, dejando nada más que impresiones
dispersas.

En medio de todo eso, él empezó a acercarse a ella.

¡Oh, mierda!

Se levantó de la tumbona y miró hacia las puertas, tratando de


averiguar qué hacer. Era consciente de su casi desnudez y el hecho de que
con la entrada a la habitación bloqueada por el intruso, no había ningún
lugar al que pudiera ir.

¡Sal de aquí! gritaba una parte de ella mientras el otro miraba


frenéticamente en busca de algún lugar, cualquier lugar para escapar.
Pero no encontró nada.

¡Estaba atrapada!

Cuando el intruso se puso delante de las puertas francesas y alcanzó


el picaporte, Alex pensó que su corazón iba a estallar de tanto latir. Podía
oír a alguien gritando y sólo se dio cuenta segundos después, cuando su
garganta se bloqueó por el miedo, ahogando el sonido, que había sido ella.

Las puertas francesas se abrieron con tanta violencia que una de ellas
se desprendió de sus bisagras, ensuciando la alfombra con vidrios rotos y
madera astillada.

Alex sintió que algo presionaba con fuerza su espalda y se dio cuenta
de que había retrocedido hasta la barandilla. No había otro lugar al que
pudiera ir que no fuera hacia abajo.

Hacia abajo.

Apartó la mirada del asesino y miró por encima de la barandilla.

El agua brillante de la piscina la llamaba desde abajo.


—No lo hagas —dijo el asesino por detrás de ella y eso fue todo el
estímulo que necesitaba. Apoyando las manos en la barandilla, se impulsó
y se dejó caer por el otro lado justo cuando el intruso se abalanzó sobre ella,
intentando detenerla.

Llegó demasiado tarde.

Alex cayó hacia el agua como una piedra.


Alex cayó al agua con los pies por delante, sumergiéndose en las
profundidades. Puede que le pareciera que había tardado una eternidad,
pero la caída desde el segundo piso no era tan alta; golpeó el fondo de la
piscina con fuerza, pero el agua frenó su entrada lo suficiente como para
que no se hiciera daño al hacerlo. Dobló las rodillas para absorber parte del
impacto y luego se impulsó, dirigiéndose de nuevo hacia la superficie.

Oyó disparos por encima de ella cuando rompió la superficie del agua
y supuso que más guardias de seguridad de Galvan se enfrentaban al
intruso.

Espero que maten a ese bastardo, pensó, mientras nadaba hacia la


orilla y salió del agua fría «que no estaba caliente después de todo» y volvió
a tierra firme para quedarse temblando en el aire de la noche.

Otra ráfaga de disparos atrajo su atención hacia arriba. Por encima


del sonido de las armas escuchó un rugido furioso, como el de una bestia
salvaje enfurecida, y se encontró alejándose de la piscina con sus miembros
temblorosos.

Fue bueno que lo hiciera. Segundos después, dos figuras cayeron


sobre la misma barandilla de la que había saltado momentos antes y
cayeron al agua enredadas. La sangre fluyó negra a la luz de la luna,
extendiéndose por la superficie, y luego los dos cuerpos volvieron a la
superficie, flotando boca abajo y sin moverse.

Uno de ellos era el asesino.

Alex se dio la vuelta y comenzó a tropezar por el césped detrás de


ella. A lo lejos pudo ver una carretera y tuvo la vaga idea de llamar a un
auto que pasara y pedirle que llamara a la policía.
Detrás de ella, algo chapoteó en el agua.

Alex se giró y encontró al asesino mirándola fijamente desde el borde


de la piscina.

—Corre mientras puedas, pajarito —dijo, a través de dientes


ensangrentados.

Alex hizo lo que se le dijo; se dio la vuelta y huyó por el césped tan
rápido como le permitieron sus pies.

Podía oír al asesino saliendo del agua pero no se atrevió a mirar atrás.
Mantuvo sus ojos enfocados en el bajo muro de piedra que marcaba el
límite de la propiedad a unos cien metros de distancia y obligó a sus pies a
seguir avanzando hacia adelante, un paso tras otro.

Podía sentir su mirada sobre ella, haciendo que su piel se erizara. Sabía
que debía ser todo un espectáculo, su trasero desnudo en la camisa
empapada que llevaba, pero trató de no pensar en ello, al igual que
intentaba no pensar en los cortes que ahora cubrían sus pies descalzos o en
lo que iba a hacer si llegaba a la carretera y no había nadie para ayudarla.

No pienses, ¡sólo corre! se reprendió a sí misma. El asesino eligió ese


momento para gritar: —Te veo, pajarito —despreciando su paso.

Chocó contra el muro y medio cayó, medio trepó por encima de la


altura de su cintura, sin apenas sentir la maraña de matorrales y espinas que
bordeaban el camino al otro lado. Alex salió a la calle a trompicones,
mirando a un lado y a otro.

Por favor, suplicó en silencio. ¡Por favor! ¡Ayúdenme! ¡Que alguien me


ayude!

Como si respondiera a su grito, un auto apareció a toda velocidad en


la esquina a menos de doscientos pies de distancia, sus faros brillantes de
esperanza en la oscuridad de la noche.
—Oh, Dios —dijo, y salió a trompicones al centro de la carretera,
agitando los brazos por encima de la cabeza.

El vehículo corrió hacia ella, con el motor acelerado, y Alex finalmente


encontró el valor para mirar hacia atrás. El asesino estaba casi en el muro
de piedra; ¡unos minutos más y la tendría!

Los frenos chirriaron y el auto se deslizó de lado, girando hacia ella y


deteniéndose a unos metros de distancia. Su mente lo catalogó como un
Mercedes negro incluso cuando la puerta del pasajero se abrió de golpe
desde el interior y una voz la llamó desde el volante.

—¡Deprisa! ¡Sube!

Reconoció la voz. Pertenecía a Cody Goodfellow.

¿Qué demonios está haciendo aquí? pensó, incluso mientras se lanzó


al interior del auto, a escasos centímetros de que el asesino la alcanzara.

Goodfellow no esperó a que ella cerrara la puerta. En el momento en


que su trasero tocó el asiento de cuero, gritó: —¡Sujétate! —y pisó el
acelerador, haciendo que los neumáticos echarán humo y que él y el auto
dieran una vuelta de campana mientras los sacaba de allí.

FIN DEL VOLUMEN UNO


J.S. Hope es el seudónimo de dos de las autoras más vendidas a nivel
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Staff
Traducción:
Tatiana
White Demon
Darkmoon

Corrección:
Seshat
Medusa

Revisión final:
Scarlett

Diseño:
Veilmont
Sinopsis
Una reticente reportera de “Noticias del Misterio”, cuya madre
desapareció una Navidad, se encuentra en Las Vegas para las fiestas,
atrapada en una batalla entre los ejércitos de la luz y de la oscuridad.
Sólo un guerrero de 700 años de edad, herido en el alma y maldito con
la vida eterna, puede salvarla, antes de que su propio tiempo se agote.
Pero la peligrosa magia que la hizo temer por su cordura y lo convirtió
a él en vampiro aún no ha terminado con ellos, y mundos largamente
perdidos están en curso de colisión en la noche más profunda del año...
Prólogo
—Los faes volverán al reino iluminado por el sol. —Bajo su manto de
glamour, la sala del trono había adquirido la forma de un bosque
invernal, oscuro y profundo, pero la poderosa voz del rey resonaba
como si todos estuvieran dentro de un tambor de metal.
—Aunque la Edad de Hierro ya pasó, nos quedamos aquí, encerrados
en Phaedrealii, y nuestra corte se ha marchitado.
Los faes se habían reunido a la orden de su nuevo rey, pero
permanecían medio ocultos tras los negros troncos de los árboles.
Algunos estaban escondidos en lo alto de las agujas, y otros flotaban sin
ser vistos en la niebla. Susurraban entre ellos, un sonido como de
campanas lejanas. Campanas inquietas y rotas.
—Para vivir —dijo el rey más suavemente—, debemos ser libres. —
Acarició con su mano el cuello de la elegante tigresa dorada que tenía a
su lado.
A diferencia de la mayoría de las criaturas de la corte fae, ella no
estaba enmascarada en el glamour. Su rugido de placer —un sonido
cálido y terrenal— derritió algunos cristales de hielo que caían y ablandó
la implacable mandíbula de él. La compañera del rey era una wereling,
una cambiaforma que había ayudado a derrotar la locura de la Reina
Undone no hacía mucho tiempo. Juntos, este rey usurpador y su mujer
wereling estaban cambiando la corte fae desde dentro.
Hugo de Grava podría haber aplaudido la liberación de los
Phaedrealii, pero era el único que estaba encadenado.
Cuando los cortesanos reunidos se despidieron, Hugo se quedó. No
por elección. Su guardia había clavado el extremo de sus grilletes en el
suelo. El hierro que rodeaba sus brazos con pesados eslabones no le
quemaba como a un fae, pero el mero peso le ataba. Con el tiempo,
podría soltarse, pero ¿adónde iría?
A ninguna parte.
Así que permaneció inmóvil mientras el rey y su tigresa lo rodeaban
con el mismo paso depredador. Cuando el wereling le rozó el muslo,
Hugo recuperó el aliento y un tenue aroma le hizo cosquillas en la nariz:
dulce y brillante.
Ella llevaba la luz del sol en su piel.
Le asaltó un recuerdo sombrío, un reflejo negro de la luminosa
tentación que estaba más allá de su alcance. Cerró los ojos y apretó los
puños contra el impulso de alcanzarla, de enredar sus dedos en lo que
podría haber sido. Si intentaba tocarla, no dudaba que el Rey Raze El
Destructor, lo mataría.
Si solo pudiera.
En cambio, se aferró a su correa, deseando que terminara su miseria.
Para su sorpresa, las esposas se deslizaron fuera de sus muñecas. Al
quitárselas bruscamente, sus brazos se levantaron de golpe. Unas manos
cálidas y fuertes lo atraparon y sus ojos se abrieron de golpe para dejarlo
mirando a la tigresa, que ahora era una mujer desnuda con el pelo
castaño bañado por el sol que caía sobre unos pechos llenos.
El rey hizo un ruido bajo en su garganta, muy parecido a un gruñido.
—Lo siento —murmuró la mujer. Hugo no sabía si se dirigía a su
compañero o a él—. Nuestros guardias fueron demasiados entusiastas.
Les pedimos que te escoltaran, no que te encadenaran.
Hugo apartó las manos de ella, luchando por controlar su pulso
acelerado.
—¿Buscando a alguien a quien culpar por sacar a nuestra reina
destronada de Phaedrealii?
Raze se quitó la capa corta y la colocó alrededor de su compañera
desnuda. Se volvió hacia Hugo, con los hombros tensos al descubierto
por un chaleco ceñido a la piel.
—¿Qué sabes de eso?
Hugo se encogió de hombros.
—Rumores, nada más. Ni siquiera la Reina Undone en toda su tiranía
pudo evitar que los cortesanos murmuraran. —Cuando la expresión del
rey se ensombreció, preguntó—: ¿Así que deduzco que ella se ha ido?
El rey no contestó, pero si su wereling, cuyo nombre era Yelena; oh,
sí, los faes también murmuraban sobre eso, sobre cómo los
cambiaformas compartían sus verdaderos nombres sin miedo.
Ella asintió
—La reina escapó de una celda de hierro —dijo Yelena—. Lo que
significa que tuvo ayuda, presumiblemente de alguien no tocado por el
hierro, como tú. Se llevó a los peligrosos faes con ella, y no sabemos
dónde ha ido.
—No importa —dijo Raze—. Los guardianes que mantenían a los
Phaedrealiis encerrados y protegidos están fallando. Catastróficamente.
No podríamos haberla contenido para siempre. —El resoplido de
sorpresa de Hugo le valió una mirada irónica del otro varón—. Supongo
que ese rumor aún no se ha difundido.
Hugo tragó con fuerza, saboreando de nuevo la luz del sol.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Hasta qué algún humano inconsciente tropiece con los
Phaedrealii? ¿O hasta que los faes salgan a la calle? ¿O hasta que la reina
regrese para matarnos a todos? —Raze se encogió de hombros—. La
corte siempre se ha mantenido al margen del flujo de los siglos, pero
ahora... Nuestro tiempo se ha acabado.
—¿Por qué me cuentas esto? —Hugo metió los brazos doloridos en
los pliegues de su áspera túnica. Los de su clase siempre habían rondado
los márgenes de los Phaedrealii, ignorados en su mayor parte, sufriendo
para permanecer sólo por una peculiaridad en su condición que
resultaba ser el equilibrio de una necesidad en la corte.
—Si los faes van a salir al mundo —dijo Yelena— necesitan que
alguien vaya primero. Un explorador.
Hugo se puso rígido. A juzgar por su mirada significativa, sabía que
había sido explorador una vez.
Tal vez ella no sabía cómo su espionaje había traído la ruina a sí
mismo y a todo lo que amaba.
Pero incluso cuando Hugo negó con la cabeza, el rey continuó
inexorablemente:
—Tú eras humano. Los conoces. Hay que prepararlos para nuestro
regreso. Por nuestro bien. Y por el suyo.
—¿Crees que me importa ayudarte? —La voz de Hugo sonaba áspera
en sus propios oídos—. ¿O a ellos?
—Te importa —dijo Yelena. Sus ojos brillaban con el oro de la bestia—
. O no seguirías aquí.
La miró fijamente. Si ella conocía su pasado, debía saber que todos
sus deseos desesperados no habían salvado a nadie.
—Si hago esto por ti, esa es la bendición que pido.
El rey inclinó la cabeza.
—¿Qué bendición?
—Déjenme ir. Levanten esta oscura maldición de mí.
La mujer-tigre aspiró un suspiro de sorpresa.
—¿Crees que puedes abandonar tu magia sin más?
Por supuesto que ella no podía entenderlo. Los cambiaformas no
tenían magia tal y como la conocían los faes; la verita luna de los
werelings —su llamada Segunda Verdad— hacía que sus formas
animales fueran tan fundamentales como sus atributos humanos. Yelena
pulsaba con una poderosa fuerza vital que no se podía negar, que le
tentaba incluso a él. No es de extrañar que Raze El Destructor estuviera
dispuesto a destrozar Phaedrealiis para estar con ella, abandonando el
tabú milenario de los faes contra las emociones profundas.
Pero Hugo había perdido sus deseos, todos palidecieron hasta
volverse fríos y grises como las sombras de este lugar. No quería nada
de ninguno de los tres mundos: fae, wereling o el reino humano
iluminado por el sol, que ahora estaban en curso de colisión. Liberarse
de todo ello para siempre... Bueno, tal vez podría desenterrar un último
deseo.
—Déjame ir —repitió—, y seré tu espía.
A pesar del murmullo de protesta de Yelena, Raze asintió lentamente.
Hugo se enderezó. Por primera vez en mucho tiempo, su corazón se
sintió ligero. Sus labios se curvaron en una casi sonrisa, aunque las
afiladas puntas de sus incisivos le atravesaron la carne.
—Muy bien —dijo el rey—. Ya hemos encontrado un lugar conocido
por su indulgencia, y entre los humanos, esta es una temporada de paz
y reflexión, por lo que tú manifestación serán menos... impactantes.
Yelena negó con la cabeza.
—¿Paz en la tierra, buena voluntad hacia las hadas, los hombres lobo
y los vampiros? Hay cosas que hasta a mí me cuesta creer.
Capítulo 1
Nada era más triste que la Navidad en Las Vegas.
Las luces rojas, verdes y blancas se atenuaban patéticamente en el
resplandor del neón. El hedor de la desesperación que con demasiada
frecuencia acompaña a las vacaciones de invierno era su propia capa
gruesa bajo el humo de los cigarrillos y el implacable tintineo de los
tragamonedas. Y ni siquiera el gordo Elvis podía hacer convincente el
traje de Santa Claus.
Por otra parte, una reportera de Conspiracy Quarterly que sale furiosa
de la oficina de su psiquiatra en la víspera de la Nochebuena
probablemente no debería quejarse de credibilidad.
—No estoy loca. —Mientras decía las palabras, bueno, más bien las
murmuraba, Avery Hill sabía que el hecho de decir algo así en voz alta
aumentaba las probabilidades de que estuviera loca de remate. O, como
mínimo, al borde de la locura—. Sin embargo, no estoy preparada para
los medicamentos. O para un compromiso voluntario, maldita sea. Sólo
necesitaba hablar.
Intentó no recordar que los psiquiatras y la medicación, incluso el
encarcelamiento, no podían ayudar a todo el mundo. Pero en esta época
del año, los recuerdos eran más difíciles de reprimir. A medida que las
noches se hacían más largas y el pulso de la luz y la vida se reducía, las
barreras entre los mundos se adelgazaban...
Bien, eso era definitivamente una locura.
Pero era cierto.
Uf, no se extraña que su doctora se alejara lentamente. Había
intentado explicarle lo que su madre siempre pensaba, pero las palabras
le salían confusas, y ahora...
—Lo que sea. Con una gran dosis de “Jodanse todos”.
Avery se subió las solapas de su abrigo burdeos hasta la cadera y se
alejó por la calle. Tan lejos de las brillantes luces de Strip, la ciudad no
tenía mucho que ofrecer. Incluso las exóticas palmeras y los serenos
tonos pastel de la arquitectura parecían desteñidos bajo el oblicuo sol de
invierno, opacados a cincuenta tonos de zombi.
En su móvil sonó el ominoso redoble de órgano descendente de la
Tocata de Bach y Fuga en Re Menor. Lo comprobó por reflejo, aunque
sabía que el aviso era para la puesta de sol de las 4:30, a menos de una
hora.
Las cosas salían por la noche...
—Los tipos raros, solteras y abuelos que se dirigen al buffet —
murmuró—. Eso es lo que sale al atardecer en Las Vegas.
A pesar de sus palabras, aceleró el paso, sus botas de tacón
repiqueteaban con una convicción de ocho centímetros a cada paso.
No debería haber perdido ni un minuto con el psiquiatra. Ese tiempo
habría estado mejor empleado en buscar la historia que la sacara de esta
maldita ciudad. Una ciudad que le recordaba demasiado dolorosamente
los buenos tiempos perdidos. Pero si su madre había regresado a Las
Vegas, quizá buscando los mismos recuerdos felices que Avery, se había
ido. Y por una vez, parecía que la esquizofrenia de la mujer había
tomado la decisión más sensata. Avery haría bien en seguir sus pasos en
este caso.
Con un dedo corazón a los dos “Hola, nena” que pasaban en un
Celebrity oxidado, tomó una calle lateral y llegó a una parada de
autobús en Fremont. En el otro extremo de la ruta estaba el centro de Las
Vegas. Y en su escabroso corazón estaba su historia: el solitario
propietario del último casino de Las Vegas, Deon Barrows.
Lo que definitivamente sonaba como un alias para sus sentidos
arácnidos periodísticos. Si conseguía demostrarlo, y si conseguía una
mísera foto del hombre, ocuparía la primera página de cualquier sección
de negocios que eligiera.
Por supuesto, primero tenía que encontrarlo, y luego tal vez
convencerlo de que le contara los secretos de su vida...
—Un poco de Xanax1 no vendría mal ahora mismo —reflexionó.
Una mujer mayor que esperaba en la parada del autobús se alejó, casi
chocando con un hombre alto y moreno con una larga gabardina que
venía detrás de ella.
Avery suspiró. Ahora estaba asustando a los lugareños, y en esta
ciudad, eso requería algo de esfuerzo.
Cuando llegó el autobús, en su mayoría vacío, se alejó de los pasajeros
—por lo que estaba segura de que estaban agradecidos— y se acomodó
en el asiento de la esquina trasera, donde nadie podía leer por encima
de su hombro. Primero comprobó su saldo bancario. Sí, eso era casi tan
malo como su equilibrio emocional. Necesitaba algo de dinero rápido si
quería seguir adelante.
Con otro suspiro más largo, sacó su lista de posibles tareas, ya
mecanografiada en forma de práctico titular, a la espera de su copia.
«Chupacabras en los túneles de aguas pluviales de Flagstaff». Uf. Los
chupacabras eran tan del 2008.
«Luces sobre el Mojave: ¿ETs o PEM2?» Las únicas dos opciones,
obviamente.
«Muerte en el Valle de la Muerte». Se ha invertido mucho tiempo en
esa idea.
«Mi mágica Navidad en Las Vegas».

1
N. del T. Fármaco que se utiliza para el tratamiento de los estados de ansiedad, especialmente en las crisis
de angustia, agorafobia, ataques de pánico y estrés intenso.
2
N. del T. Pulsos Electromagnéticos.
Dejó que la pantalla en blanco cayera en su regazo y miró a ciegas
hacia delante, pasando el pequeño amuleto de oro en forma de corazón
por su cadena alrededor del cuello. Se le revolvió el estómago al ver lo
bajo que había caído. Sus antiguos colegas del Times se morirían. ¿De
dónde Ho sacaba esas ideas? Se suponía que ella era la loca. Ho le había
dicho una vez que era en parte nativo americano y que había adoptado
el nombre de Howahkan —Significa “voz misteriosa”— Creía. Algo así,
para simbolizar su incansable búsqueda de la “verdad”, pero había
investigado lo suficiente como para saber que no era más que un chico
muy pálido que vivía en una habitación libre sobre el garaje de su madre
en Omaha. Aun así, Conspiracy Quarterly: Explorations of the Uncanny
& Inexplicable (Exploraciones de lo extraño y lo inexplicable), generó un
dinero asombrosamente bueno a través de suscriptores y publicidad. El
pobre Ed Murrow se revolcaría en su tumba.
Resopló para sí misma.
—Ahora hay una historia digna de CQ.
En los asientos laterales de la parte delantera del autobús, el hombre
de pelo oscuro inclinó la cabeza para mirarla. No pudo oírla por el ruido
del motor, pero ella se guardó el collar, con las mejillas sonrojadas por
la vergüenza.
Y algo que iba un poco más allá. Aunque apartó la mirada
inmediatamente, sus brillantes ojos de obsidiana parecían grabados a
fuego en su mente.
Era delgado y de aspecto hambriento, como los “magos” callejeros
que desaparecían las monedas (y a veces las carteras) y las reaparecían
(las monedas, no las carteras) con una floritura y una sonrisa astuta.
Echó otra mirada furtiva, pero el hombre volvía a mirar al frente. No era
lo suficientemente guapo como para ser un artista de uno de los muchos
espectáculos del casino, sus rasgos de perfil eran severos: la mandíbula
y los pómulos duros, la nariz aguileña. Sólo la espesa cabellera lo
suavizaba, e incluso así, el color era implacablemente negro.
Sin embargo, los mendigos no podían elegir, y ¿qué era ese dicho
sobre los mendigos y los caballos? Había pasado mucho tiempo sin
desear o montar.
Avery apoyó la frente en la ventana, dejando que el cristal frío aliviara
su piel caliente. No tenía sentido alterarse por nada. El hombre no era
nada, y su futuro no era nada. Volvió a mirar su teléfono. Navidad mágica
en Las Vegas. A la mierda.
No es que se creyera ninguna de las locuras que escribía para Ho.
Diablos, la mitad de ellos ni siquiera recordaba haberlos escrito, ya
que los redactó después de dudosas sobras de medianoche y demasiado
café. Sin embargo, de vez en cuando, cuando Ho la enviaba a tomar una
foto o un vídeo o a hablar con una “fuente”, sentía un extraño cosquilleo
en la nuca que le decía que tal vez...
Lo que sea. Ho estaba dispuesto a pagarle por recorrer el país, y no le
importaba que ella le sugiriera lugares. Lugares en los que ella y su
madre se habían detenido tantos años atrás, dejando su propia marca de
locura en un viaje que ella nunca había entendido.
No es que Avery haya encontrado ninguna señal de su madre. Tal vez
había sido hospitalizada en algún lugar. O, lo que es más esperanzador,
tal vez estaba estabilizada, pero no lo suficientemente estable como para
recordar el nombre de Avery.
O quizás estaba muerta.
Avery se enderezó en su asiento, con la garganta contraída. No. No
iba a ir allí cuando no había pruebas. No se iba a rendir, ni con su mamá
ni con la cordura.
Lo bueno es que ella se dedicaba a encontrar la verdad. La mayor
parte del tiempo.

***
Avery se bajó del autobús al final de Fremont y se encontró con el
bullicio de los turistas de vacaciones. Muchos no estaban vestidos para
el desierto en invierno y se agrupaban para escapar del viento frío que
bajaba de las montañas al ponerse el sol. Sacó una bufanda con flecos de
su mochila y se alegró de los calcetines peludos por encima de la rodilla
que llevaba bajo la falda de cuadros.
Cruzó la calle, esquivando coches y mirones, para unirse a la multitud
que se filtraba en el centro comercial para peatones de la Fremont Street
Experience.
Entre los casinos y todos los cuerpos, por no hablar de las millones de
bombillas de los carteles de alrededor y de la marquesina arqueada de
arriba, la temperatura subió unos cuantos grados, así que se desabrochó
el abrigo. Con sus botas de tacón y su pelo alborotado por el viento, tenía
un aspecto lo suficientemente coqueto como para burlarse en una
entrevista. Y siempre podía ponerse las gafas cuando necesitaba parecer
seria.
Se abrió paso entre la multitud hasta el final de Fremont, donde el
nuevo y enorme casino ComeTrue dominaba la calle circundante.
Aunque la fachada era brillante y atractiva, el edificio se perdía de vista
en la creciente oscuridad. De la noche surgió el traqueteo de un tren que
pasaba por las vías paralelas a Las Vegas Boulevard: un monótono
recordatorio de la vida cotidiana que transcurría a la sombra de la
espléndida experiencia de Las Vegas.
Hablando de salpicaduras. Como era el primer fin de semana que el
casino estaba abierto, Barrows tenía que estar en el lugar. ¿Qué
multimillonario podría resistirse a verse a sí mismo ganando más
millones, verdad?
Avery utilizó su teléfono para capturar algunas fotos del exterior.
ComeTrue tenía un ambiente retro futurista que de alguna manera la
hacía querer quedarse boquiabierta y burlarse al mismo tiempo.
A veces odiaba su propio cinismo. ¿De qué le había servido? Aparte
de alejarse de su madre.
Con los tacones repiqueteando con decisión sobre la baldosa de
mármol, avanzó hacia la puerta arco iris de ComeTrue.
El interior era el típico exceso de Las Vegas, un aluvión de estímulos
que excitaban todos los sentidos. Además de un indicio de algo más.
Algo... Maldita sea, no iba a decir mágico, sean cuales sean las palabras
que Ho había puesto en su cabeza. Pero le recordaba a la forma en que
mamá solía tomarla de las manos y daban vueltas y vueltas hasta que
Avery se reía maníacamente... a punto de vomitar. Entonces su mamá
paraba bruscamente y decía:
—Mira. Mira a tu alrededor, cariño. ¿Qué ves? —La mayoría de las
veces, luces giratorias, pero a veces algo... más. Gah.
No podía explicarlo. Tragó saliva y, a pesar de que le temblaban los
dedos, se hizo las clásicas fotos de turista —incluso la seguridad más
prepotente no pudo con la avalancha de selfies—, pensando que las
examinaría más tarde para ver qué era lo que le provocaba ese extraño
flashback.
Fingió una sonrisa para la cámara de su móvil y la volteó para mirar
la pantalla.
Él estaba detrás de ella.
Su corazón tartamudeó y luego duplicó su ritmo. Puede que el
hombre de pelo negro del autobús sólo estuviera visitando el nuevo
casino, como miles de personas, como ella, pero la miraba con ese brillo
hambriento en los ojos. Su gabardina de cuero negro se abría en torno a
sus largas piernas como si se hubiera acercado a ella a grandes zancadas.
Avery giró sobre sus talones, dispuesta a lanzarle una mirada
realmente fulminante.
Pero él se había ido.
Ella escudriñó la multitud sin encontrarlo.
—Pervertido —murmuró. No necesitaba esta distracción. Se volvió
para continuar su búsqueda en el casino.
Y se estrelló contra su pecho.
Capítulo 2
Hugo sostuvo a la mujer, rodeando con sus dedos la parte superior de
sus brazos. Un temblor recorrió el cuerpo de la mujer —la conciencia
instintiva de una criatura cazada, atrapada— pero ella se limitó a
mirarlo, con los ojos verdes entrecerrados, y ni siquiera intentó
apartarse.
Ah. Así que no se consideraba realmente atrapada.
No pudo evitar que sus labios se torcieran, aunque tuvo cuidado de
no mostrar sus colmillos. Sólo había cometido ese error una vez, cuando
atravesó el portal del rey desde Phaedrealii hacia el amanecer. A pesar
de lo bajo y pálido que había sido, el toque de luz en su piel se sentía tan
bien que se había olvidado de sí mismo.
Pero sólo por un momento. El estridente grito del desaliñado caballero
en el callejón del que había salido le recordó rápidamente. Parecía que
sus habilidades de explorador se habían oxidado un poco durante su
tiempo en la corte fae.
Pero se había adaptado rápidamente a Las Vegas. Aunque el mundo
había cambiado durante el tiempo que pasó con los faes, en muchos
aspectos sorprendentes seguía siendo el mismo. O tal vez los faes lo
habían acostumbrado a la extrañeza.
Con la ayuda de Yelena, había conseguido un lugar donde alojarse,
junto con ropa adecuada y una cosa llamada teléfono móvil por si la
policía local lo trasladaba a la fuerza. No estaba seguro de qué
impropiedades tendría que cometer para atraer una atención tan
negativa sobre él. Por lo que sabía, en Las Vegas se toleraba la desnudez
parcial, la embriaguez considerable, la lascivia absoluta y cualquier otro
tipo de comportamiento desenfrenado, al menos una vez que se ponía
el sol.
De hecho, el mundo no había cambiado mucho.
Al escuchar la lista de pecados, su mirada se desvió hacia la mujer que
tenía en sus brazos, desde sus ojos verdes hasta su boca roja como una
amapola. La puesta de sol y el hecho de que su presa finalmente cayera
al suelo habían despertado sus instintos de cazador, despertando una
necesidad oscura como nunca había visto en este lugar de luces
interminables y sombras ocultas.
—¿Por qué me has estado siguiendo? —Su voz era ronca. Ya la había
oído antes cuando la seguía, pero así de cerca, vibraba a través de él,
hasta los huesos—. Y no lo niegues —continuó ella—. Te vi cuando esos
tipos me llamaron antes de subir al autobús.
—Hola, bebé —murmuró.
Sus ojos verdes se estrecharon aún más mientras se ponía rígida.
—¿En serio?
En un instante más, ella trataría de alejarse de él. Entonces tendría que
dejarla marchar o verse obligado a demostrar lo fácil que era sujetarla.
No tenía intención de enfrentarse a ella todavía, tenía la intención de
seguirla un poco más, aprender más sobre ella como una vez aprendió
las estrategias de los ejércitos, pero ella lo había visto y le había obligado
a hacerlo.
—Te necesito —dijo—. Así que te he seguido.
—Necesito que me quites las manos de encima. Antes de que grite. —
Y aún no le había visto los colmillos.
Abrió las manos, sosteniéndolas en alto de par en par para mostrar su
buena fe.
—Mis más sinceras disculpas, Sra. Hill. Lo que quise decir es que
usted es una escritora y necesito sus palabras.
—Bueno, seguro que sabes cómo ganar el corazón de un escritor.
Levantó la barbilla para mirarle fijamente.
—¿Has leído mi material?
Él sacó su teléfono. En la pantalla aparecía la pequeña foto de su presa
enmarcada sobre las palabras “Por Avery Hill”. Su pelo castaño estaba
muy peinado hacia atrás y unas gafas de ojo de gato ocultaban sus
preciosos ojos verdes, pero su blusa blanca se había desabrochado
parcialmente para mostrar más que un indicio de escote abultado
alrededor de la cadena de oro de su collar.
Ella gimió.
—Oh, Dios. No me extraña que venda tantas suscripciones.
Hugo inclinó el aparato para admirarlo de nuevo.
—¿No lo sabías?
—Intento no leer esas tonterías.
Frunció el ceño, consternado.
—Pero tú lo escribes, ¿no?
—Desgraciadamente. —Ella le devolvió el gesto con el ceño
fruncido—. ¿Por qué?
Evitando su pregunta por el momento, insistió.
—¿Así que tu historia sobre los hombrecillos verdes era falsa? ¿No
viste elfos?
—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no los vi. Y no eran elfos; eran
extraterrestres.
Se echó el pelo hacia atrás. A diferencia de su foto, normalmente
llevaba el pelo suelto alrededor de los hombros. A veces, cuando estaba
cansada, parecía esconderse detrás de las gruesas ondas rojizas, pero
ahora mismo se encendía con un fuego interno aún más seductor para
él que aquel primer amanecer.
—Nadie los vio porque y esto te va a impactar... —Se inclinó hacia él
y bajó la voz a un susurro, atrayéndolo más cerca, dejándole respirar la
tentadora calidez de su cuerpo—. No son reales.
Se levantó de golpe.
—Pero tú escribiste sobre ello
—Porque así me gano la vida.
—Así que mentiste.
El surco entre sus cejas se convirtió en un ceño fruncido.
—¿Creías que era verdad? —resopló—. Debería haber adivinado que
el primer tipo que me tocará en Las Vegas estaría más loco que yo.
Hugo se había convertido en el hombre del rey fae por una razón:
ganar su libertad. Sin embargo, al oír la palabra “tocará” el fuego oculto
en ella se encendió en el espacio que los separaba. Su pulso se aceleró
ante la intensidad casi dolorosa.
Ella era su oportunidad de salvación. Desgraciadamente, ella vivía
aparentemente de las mentiras, y el rey fae no lo liberaría de su
maldición hasta que la obligara a ver la verdad.
Dio medio paso hacia delante, cerniéndose sobre ella.
—¿Cómo puedes escribirlo si no crees?
Ella inclinó la cabeza sin retroceder, con la barbilla levantada en un
ángulo desafiante.
—Si hay algo que he aprendido en Conspiracy Quarterly, es que
nunca te creas tu propia estafa. —Barrió su mano hacia afuera—. Mira
este lugar. ¿Qué crees que espera Deon Barrows que se “haga realidad”
aquí? Un buen dinero, eso es. Aunque no me cabe duda de que me
mentirá a la cara cuando le haga esa pregunta.
Hugo consideró rápidamente todo lo que ella había dicho.
—¿Esperas encontrarte con este Barrows?
—Ojalá. El tipo es un maldito fantasma.
Hugo lo dudaba.
—Sé que lo harás realidad.
Su tenacidad era una de las razones por las que Yelena había elegido
a Avery como contacto: «Esta chica puede derribar a un troll de Internet
en un tuit» había dicho la mujer wereling. «No se va a derrumbar
cuando descubra que los trolls existen de verdad».
Pero Avery agachó la barbilla como si esquivara sus palabras de
apoyo.
—Yo… Gracias. Tengo que hacerlo, de verdad. —Su mirada verde se
alejó de él, y luego regreso, como si pensara que iba a desaparecer de
nuevo.
Dudaba de sí misma en muchos niveles. Sabía que la había
desconcertado su velocidad antinatural de antes, pero no se permitía
cuestionar lo que había visto.
La decepción surgió en él. El Destructor se había empeñado en revelar
a los faes a través de los narradores del día. Yelena había aceptado,
aunque había advertido que no sería tan sencillo. Hugo se estaba dando
cuenta de que no sería sencillo en absoluto.
—Yo también tengo negocios con Barrows —dijo.
Avery se cruzó de brazos.
—¿Qué asunto? —preguntó con suspicacia—. Mira, amigo, si trabajas
para otro periódico...
—No. Él y yo tenemos... amigos en común. Tengo un trato para él.
—¿Esto es algo de la mafia? —Se golpeó el labio inferior—. En
realidad, podría usar eso.
Hugo observó el trazo de su afilada uña sobre la jugosa curva de su
boca. Le vendría bien un poco de eso...
Con enorme esfuerzo, centró su atención. No estaba aquí para dar
rienda suelta a su naturaleza retorcida. A pesar de las tentaciones que lo
rodeaban, había resistido sus impulsos desde que llegó. Pero no estaba
seguro de cuánto tiempo más podría resistir. Toda la corte fae nunca le
había llamado como esta solitaria mujer humana, con su diversión y sus
recelos, su intensidad y su exuberante cuerpo...
—...llamarte? —decía.
Él parpadeó al verla.
—¿Perdón?
—Dije —ella extendió la palabra lentamente—, ¿cuál es tu nombre?
—Hugo. —Su nombre, que había sido el suyo toda la vida, y algo más,
sonó arcaico cuando se lo dijo—. Hugo de Grava.
—¿Hugo? Qué clase de nombre... está bien, Hugh —dijo ella—. Ya que
me has estado acechando, obviamente sabes quién soy. Y a pesar de lo
que puedas estar pensando después de ver esa foto, soy una periodista
seria. O lo era...
—¿Qué ha pasado?
La pregunta surgió antes de que pudiera acallarla. La curiosidad
siempre lo había dominado, incluso cuando era pequeño.
Al final, la curiosidad había sido su perdición, y lo habría sido de
nuevo si la furia incandescente de sus ojos hubiera sido flechas ardientes
lanzadas hacia él.
—Tú no tienes que hacer las preguntas —dijo entre dientes
apretados—. Ese es mi trabajo.
Inclinó la cabeza.
—Así que déjame preguntarte —dijo—. ¿Es tu trato con Barrows algo
que va a hacer que nos disparen? No es algo que rompa el trato, pero
quiero estar preparada. Hice un reportaje sobre unos supervivientes a
las afueras de la ciudad, y estaban muy agradecidos de que sólo les
hiciera parecer la mitad de raros de lo que son, así que sé que puedo
conseguir algunos chalecos antibalas y balizas transpondedoras si crees
que esto puede salir mal.
No entendió del todo sus palabras, pero por el brillo de sus ojos,
habría sido una espléndida doncella guerrera. Sin embargo, a pesar de
su audacia, no creía que estuviera preparada para escuchar que el rey
fae y su compañera sospechaban que Deon Barrows era un fae pícaro o
un wereling. Ciertamente no era humano. Su imperio de las luces estaba
construido sobre ilusiones. Los muros eran lo suficientemente sólidos, y
el dinero obtenido por sus juegos podía gastarse y volverse a gastar a
diferencia del oro de los faes, pero en el fondo eran mentiras.
No era de extrañar que Avery Hill, con su agudo instinto, haya
elegido a Barrows como objetivo.
Sacudió la cabeza lentamente.
—No puedo darte los detalles... —Levantó la mano cuando ella
empezó a protestar—. Todavía. Basta con decir que, cuando se dé cuenta
de mi presencia, exigirá una reunión. Puedes acompañarme.
Ella le miró fijamente.
—¿Y por qué harías esto por mí?
—Te lo dije. Necesito tu otra experiencia.
—Con pequeños hombres verdes. —Su tono era plano.
—Y sus similares.
Ella movió los labios hacia un lado mientras se giraba para alejarse de
él unos pasos.
—Tan sexy —murmuró—. Lástima que esté loco.
Sabía que estaba demasiado lejos y que ella había hablado demasiado
bajo para que él la oyera. Si él mismo hubiera sido humano. Tal vez era
el momento de empezar a desafiar su creencia de lo que era real.
—No estoy loco —dijo.
—¿Qué? —Se giró para mirarlo.
Continuó como si ella no hubiera hablado.
—Esta noche hay un ensayo del desfile de Nochebuena de mañana.
Sospecho que Barrows asistirá. Incluso si no lo hace, alguien de su
personal superior estará allí, y una vez que me vean, me llevarán a él.
Avery lo estudió.
—¿Por qué te querrían?
Como ella acababa de decir que lo encontraba sexy, él perdonaría la
nota de duda en su voz.
—Todo el mundo lo hace —dijo él—. Es mi maldición.
Se apartó de ella y se adentró en el casino.
—Espera. —El ruido sordo de sus pasos siguió detrás de él—. ¿Dónde
estás... a dónde vamos?
—A matar el tiempo. —La frase le hizo torcer los labios, aunque se
acordó a tiempo de ocultar los colmillos.
Como la mayoría de los edificios de esta ciudad, ComeTrue tenía una
entrada extravagante. Pero cuanto más se adentraba uno, las
habitaciones se volvían aún más extravagantes.
El sencillo diseño floral que se repetía en la alfombra se torció
salvajemente, cada paso imposiblemente diferente del anterior. En lugar
de las ordenadas hileras de mesas y máquinas de juego, los dispositivos
se volvieron peculiares, algunos tan grandes como tronos, otros
diminutos sobre pedestales, algunos ni siquiera parecían aceptar dinero,
lo que dejaba la duda de qué tipo de pago aceptaban y el bullicioso
estruendo cambió a suaves gongs y susurros aún más extraños.
—Esto es de... —Avery dio varios pasos largos para acercarse a su
hombro.
Él acortó su zancada lo suficiente para igualarla.
—¿Locos?
Le lanzó una mirada de reojo.
—Lo siento.
—No lo hagas. —No dejaría que el sentimiento le impidiera abrir su
estrecha visión del mundo.
Los condujo a un bar oscuro en el extremo de un camino enmarañado
de ranuras.
Una docena de mesas redondas, iluminadas únicamente por
pequeñas lámparas colgantes, estaban rodeadas de banquetas de medio
círculo con respaldo alto. Unas cortinas translúcidas con lágrimas de
cristal facetado serpenteaban entre y alrededor de las mesas, brillando
como láminas de lluvia sobre un estanque de nenúfares por la noche.
Mientras se despojaban de sus abrigos y se deslizaban en una de las
cabinas forradas de terciopelo, Avery lo miró. Sus ojos, muy abiertos,
brillaron con la luz ambiental.
—Qué raro, tipo —dijo—. No me habría imaginado que elegirías este
lugar para beber.
—Tropecé con el accidentalmente —admitió—. Es increíble lo que
puedes encontrar cuando estás perdido.
Ella sonrió.
Era la primera vez que lo hacía, al menos desde su punto de vista,
aunque llevaba días siguiéndola. La insinuación de los dientes blancos
detrás de sus labios curvados le dio un golpe bajo en las tripas: un golpe
mortal, si hubiera sido una espada.
Dios, ella le hizo pensar en armas y en camas al mismo tiempo. Se
había vuelto aún más retorcido de lo que adivinaba en su tiempo con los
faes.
—Hombres —dijo ella—. Nunca preguntan por direcciones.
No era un hombre. Ya no lo era.
Debido a la curva de la mesa, no estaban sentados uno frente al otro,
sino más bien en ángulo. Si él extendiera la mano, podría recogerla bajo
su brazo.
—¿Qué quieres preguntarme?
Por un momento, pensó que ella se encogería de hombros ante la
pregunta, pero entonces apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia él.
Aunque la mesa bajo su brazo era una pantalla iluminada que les
incitaba a jugar al azar, su mirada verde era aún más brillante y se fijaba
en él sin vacilar.
—¿Crees en los extraterrestres?
Sólo había leído algo de su obra, así que no estaba seguro de cuánto
entendía. Pero pudo ver, por el gesto de sus cejas, que ella no creía que
él debiera creer. Sin embargo, tenía que empezar a hacerla cambiar de
opinión o la verdad le dolería más de lo necesario.
—Creo que nadie lo sabe todo. Y a veces confesamos incluso menos
de lo que sabemos.
Ella le dirigió un lento parpadeo.
—Apuesto a que eres un buen bailarín con esos suaves movimientos.
¿Bailar? No había bailado... en mucho tiempo.
—Una vez lo hice —reflexionó.
Una mujer humana con falda corta pasó por delante de su mesa y
apenas se detuvo para preguntar:
—¿Qué puedo ofrecerles?
—Vodka con arándanos —dijo Avery.
Hugo levantó dos dedos y la mujer continuó su circuito.
—Hugh, tengo que decirte que esta es la segunda cita más extraña en
la que he estado —dijo Avery—. Y eso es decir algo.
Frunció el ceño, dándose cuenta de que no le gustaba ser el segundo
con ella.
—¿Quién fue el primero?
—Un tipo me llevó a una réplica de Stonehenge en Oregón y me dijo
que si esparcimos esporas de hongos en un círculo en el solsticio de
invierno y nos desnudamos mientras cantamos el deseo de nuestro
corazón, abriríamos una puerta a otra dimensión.
Ella se rió una vez. Hugo sonrió con cuidado. Si las esporas estaban
cebadas con la magia de los faes, ese portal podría aparecer.
—No tienes que desnudarte conmigo.
Su sonrisa se transformó en algo más irónico.
—Creo que eso es lo más bonito que me ha dicho un chico con el que
he salido.
—No soy un tipo cualquiera.
—Ya lo veo.
No lo hizo. Todavía no. Y se encontró inseguro —no reacio— de cómo
revelar la verdad.
Había una manera rápida e innegable, por supuesto. O, en realidad,
dos maneras puntuales...
Pero en lugar de enseñar los colmillos, bebió un trago de la bebida que
apareció casi mágicamente junto a su codo cuando la camarera pasó a
toda velocidad. La camarera cerró la cortina de cuentas que rodeaba la
mesa, envolviéndolos en sombras cambiantes y brillantes. En la
penumbra, el clarete de la bebida le recordó la primera noche después
de su cambio, cuando se despertó confundido, horrorizado y con un
hambre voraz. Caer en Phaedrealii le había salvado de eso, al menos. La
sangre de los faes era de muchos colores, pero raramente roja.
Por muy inquietantes que fueran los recuerdos, la embriagadora
dulzura del bocado subrayaba lo hambriento que había estado en la
corte de los faes. Los faes aceptaban a regañadientes a monstruos como
él para desviar los poderosos impulsos que casi habían sido su
perdición. Pero sus sutiles e inhumanas pasiones estaban más aguadas
que la bebida que tenía en la mano.
Nunca había tenido la oportunidad de beber hasta la saciedad. Avery
levantó su vaso.
—Por conseguir lo que queremos.
Sin esperar su respuesta, chocó su vaso contra el de él. El frágil
tintineo lo estremeció.
Ella se tomó la mitad de la copa y la dejó sobre las imágenes
cambiantes de la mesa. Hizo girar el vaso entre sus dedos, haciendo que
las luces bailaran como el agua sobre su piel.
—Háblame de la historia que quieres que escriba.
—Primero déjame preguntar, ¿abriste el portal aquella noche en
Stonehenge? —Si había estado al borde de Phaedrealii, aunque fuera
brevemente, eso explicaría su afición a la “locura”.
—No era realmente Stonehenge. —Su sonrisa volvió a parpadear, un
poco burlona—. Y como era pleno invierno, de ninguna manera me iba
a desnudar. Así que no brotó nada, ni las esporas de los hongos, ni
mucho menos mi cita.
—Hay magia en desnudarse.
Sus labios se fruncieron en una mueca de decepción.
—Maldita sea, y yo que empezaba a pensar que realmente no eras
como los demás.
Alargó la mano para cogerla, deteniendo el inquieto juego de sus
dedos sobre el cristal.
—Contra la oscuridad y el frío, tu fuego desnudo es un desafío. —
Girando suavemente la mano de ella con la palma hacia arriba, le pasó
el pulgar por el pulso de la muñeca interior.
Sus dedos se cerraron en un puño y los largos músculos de su
antebrazo se tensaron invisiblemente dentro de la larga manga de su
sedosa blusa verde, listos para apartarse o para golpearlo. Pero los
latidos de su corazón se aceleraron bajo su agarre, y sus pupilas se
hincharon con una emoción visceral.
Sus labios se separaron, lo suficiente para dejar salir un suave aliento.
Inhaló ese aliento, dulce como la miel de verano.
—Eso es lo que haces con tus historias, ¿no? Desnudas secretos para
que todos los vean.
Sacudió la cabeza lentamente.
—Esas historias no son secretos. Son mentiras.
La miró fijamente a los ojos, deseando que no apartara la mirada.
—¿Y si no lo fueran?
—Lo son. Debería saberlo, ya que yo los escribí.
—Y tú te conoces muy bien.
—Lo hago. —Pero su voz vaciló—. Dime, ¿qué quieres?
Capítulo 3
—Quiero largarme de aquí. —Avery juró que decía en serio cada
palabra, pero no soltó la mano.
¿Qué clase de nombre era Hugo de Grava? La tez oscura del Viejo
Mundo, que le había hecho suponer que era de la mafia, no era del todo
correcta, a pesar de que los vaqueros negros ajustados y la camisa de
rayas negras bajo la gabardina sugerían que se trataba de un gángster
de la ciudad. Pero era algo peligroso.
Aunque su tacto era exquisitamente suave, su pulgar apenas rozaba
los tendones y las venas de su muñeca, su mirada de obsidiana casi la
cortaba con su intensidad. Quiso culpar a la pésima iluminación y a la
sensación de aislamiento en la cabina con cortinas por su acelerado
ritmo cardíaco, pero entonces, ¿por qué no se iba de verdad?
En cambio, su mirada se deslizó hacia su boca. Tenía unos labios finos,
casi crueles en su ascética severidad, pero la granadina del cóctel le había
añadido un delicado matiz y un destello de humedad que le hizo
sospechar que no siempre era duro.
Maldita sea, debía ser el alcohol que la hacía pensar así. A pesar de
que había bebido menos de la mitad y de que la copa había sido poco
generosa para empezar. Ni siquiera podía sospechar que le había pasado
algo, ya que lo había estado observando todo el tiempo.
Observándolo demasiado cerca. Se movía con la gracia del arte
marcial —había dicho que le gustaba bailar— y a ella siempre le habían
atraído los artistas. Pensó que la forma en que veían el mundo de
manera diferente podría ayudarla a entender mejor a su madre. En lugar
de eso, ella misma había empezado a tomar caminos equivocados, como
había hecho con el chico de las setas.
Al menos había aprendido a detectar las mentiras, aunque ahora las
dijera ella.
—Eres libre de irte cuando quieras. —Su voz era aún más suave que
su toque—. Pero nadie es realmente libre, ¿verdad?
—Movimientos suaves y filosofía —dijo ella—. Es como si te hubieran
hecho a medida, sólo para mí.
Por un momento, sus lentas caricias se detuvieron y frunció el ceño,
pensativo.
—Puede que tengas razón.
Había una nota siniestra en su voz que le hizo saltar la alarma.
Y aun así no se apartó. No podía irse, se dijo a sí misma, no si quería
tener acceso a Barrows.
Pero no estaba segura de que eso fuera todo lo que quería.
Era esta época del año. Siempre la ponía nerviosa. Mucha gente está
deprimida en Navidad, incluso personas cuyas madres no se habían
desvanecido a través de un círculo de acebo delante de ellos... Avery
apartó el recuerdo. Sólo tenía que pasar los próximos días. Luego
llegaría el año nuevo con su falsa promesa de un nuevo comienzo.
Por una vez, sin embargo, su armadura de escepticismo parecía
incapaz de mantener su columna vertebral rígida. Definitivamente se
inclinaba por Hugo, con sus comentarios crípticos y su oferta demasiado
buena para ser cierta de una historia que tenía el poder de cambiar su
vida.
Pero tal vez estaba cansada de cuestionar todo. Tal vez sólo quería
tomar algo o alguien al pie de la letra y no preguntarse qué estaba
pasando por debajo. Las luces tenues, la cortina y los asientos de
respaldo alto convertían la cabina en un extraño capullo. El tipo de lugar
del que podría surgir algo nuevo. Como, por ejemplo, un nuevo
recuerdo que sustituyera a los viejos que ni siquiera estaba segura de
que fueran reales.
La ridícula idea hizo que las campanas de alarma de su cabeza
sonaran con más fuerza.
A no ser que fueran máquinas tragamonedas. Tal vez estaba a punto
de tener suerte.
A diferencia de todas las apuestas que había a su alrededor, ella sabía
que este momento podía ser algo seguro. Si ella lo quería.
Lentamente, curvó sus dedos hacia adentro, rozando la parte inferior
de su muñeca. Su piel era cálida, casi caliente, y por una fracción de
segundo, fantaseó con pasar una fría noche de invierno arropada contra
él. No buscaba una estación, sólo un momento al que no se había
entregado en mucho tiempo.
Ella relajó el sutil tirón hacia atrás de su cuerpo y él se llevó la mano a
los labios, besando la fina piel donde se aceleraba su pulso. Como ella
había sospechado, su boca era más suave de lo que parecía. El aliento de
él le acarició la manga, y su necesidad aumentó.
Sus pestañas, negras y puntiagudas, se agitaron hacia abajo, y quedó
hipnotizada por una repentina sensación de vulnerabilidad en él.
Tomó aire, a punto de preguntarle qué quería, pero en un movimiento
sin esfuerzo, él le pasó el brazo por detrás de los hombros, presionando
la muñeca que acababa de besar contra su cadera y atrapándola en la
jaula de su propio abrazo mientras la atraía hacia la fuerte curva de su
pecho.
El aliento que había tomado la dejó en un suspiro, y su mano libre se
agitó en el asiento de terciopelo. Sus ojos negros la miraban con desafío.
El parpadeo de los juegos de lotería en la mesa proyectaba los planos de
su rostro en luces y sombras hipnotizantes.
Si hubieran estado en un callejón vacío, el movimiento habría sido
una amenaza aterradora; si hubieran estado bailando, habría sido muy
sexy. Su corazón dio un golpe, como si no estuviera seguro de qué
camino tomar.
Con su mano libre, enhebró sus dedos en el revuelto cabello negro de
él y lo atrajo hacia un beso.
Como si ésa hubiera sido la única invitación que él necesitaba, su boca
se abrió sobre la de ella, voraz. Su hambre alimentó la de ella, le apretó
el pelo para inclinar su cabeza lo suficiente como para sellar la cerradura
entre sus lenguas que se buscaban.
Era una danza: un limbo de labios, un tango de lenguas, un ballet de
aliento, cada movimiento una especie de historia. Pero, con la misma
maestría con la que la había envuelto en sus brazos, percibió la
desesperación y la urgencia bajo el vodka en su beso.
Obviamente, para él también había pasado mucho tiempo desde el
último beso.
La convicción la sacudió. ¿Realmente creía que podía conocerlo tan
bien, después de diez minutos, un trago y medio beso? Se estaba
engañando a sí misma de nuevo.
Y sin embargo, sabía. Tan. Bien.
Quería más, pero cuando se abalanzó sobre él, sus dientes
chasquearon, sólo un pequeño ruido, como el de una cerradura que cede
ante una llave. Se estremeció cuando su lengua rozó algo afilado en la
boca de él, y el más leve indicio de sabor a cobre, apenas perceptible por
encima de la mordedura del arándano, aromatizó el beso.
Se congeló, cada músculo se puso rígido.
¿Llevaba retenedor? Como no quería avergonzarlo, contuvo una
risita. Bueno, eso hacía que su hombre misterioso pareciera mucho más
real.
Se obligó a aflojar el agarre del pelo de él, arrastrando las yemas de
los dedos por el borde afilado de su pómulo hasta la curva exterior de
sus labios, enmarcando su beso.
Él se estremeció ante la caricia. La tensión petrificada lo abandonó
mientras su cuerpo se hundía contra el de ella.
¿Cuánto tiempo había pasado para él?
Dejó que su mano bajara, recorriendo una raya negra de su camisa
sobre la curva dura y oculta de su pectoral —a él se le cortó la
respiración— y bajando aún más hasta la bragueta de sus vaqueros.
Sintió más hasta que oyó su gemido, y él dejó caer la cabeza contra el
asiento forrado de terciopelo. Avery podría haber gemido también ante
la creciente longitud que encontró esperándola. ¿Un beso y ya estaba así
de preparado? Maldita sea. Había pasado mucho tiempo.
Una oleada de poder femenino la recorrió, como si se hubiera bebido
toda la botella de vodka barato. No estaba bien, no era seguro, no era
ella.
Pero con su cínica armadura perdida, todo lo que tenía era esta
imprudente lujuria para salir adelante.
Al deslizar los labios por el lateral de su cuello, que estaba tenso,
ahuecó la palma de la mano para acariciar su erección, midiéndola a
través de la tela. Oh, sí, él la había provocado con sus misteriosas
maneras; ahora le tocaba a ella torturarlo con un placer inequívocamente
explícito. La maldición que pronunció la hizo exhalar una suave
carcajada contra el pulso de su garganta.
—Otra vez —gruñó.
Le dio otro toque.
Sus caderas se levantaron hacia la mano de ella, pero dijo:
—No. Eso no. Ríete. No he escuchado risas en... demasiado tiempo.
Volvió a resoplar, no tanto por diversión como por incredulidad.
Qué hombre tan extraño era. Pero no pudo evitar la punzada en el
pecho ante su melancólica petición. Sabía lo que era olvidar cómo reír.
El alcohol y la soledad eran una combinación terrible y potente. ¿Y la
idea de que él pudiera entenderla de alguna manera? Hacía que su
cabeza diera vueltas como una droga caída en el fondo de su cóctel de
miseria navideña.
—Tal vez ambos podríamos ser felices —murmuró—. Sólo por esta
noche.
Con otro de esos movimientos impresionantes, casi imposibles, la
levantó y la puso a horcajadas sobre su regazo. Su falda escocesa se
levantó y sus rodillas se apretaron contra el asiento aterciopelado a
ambos lados de sus estrechas caderas, mientras la mesa de lotería
sostenía su trasero.
—Hugo —jadeó ella, apoyándose en sus anchos hombros—. Aquí no.
Sus fuertes manos se flexionaron sobre los muslos de ella, desnudos
por las medias por encima de la rodilla. Pero no miró la piel que había
expuesto. En cambio, la miró fijamente a los ojos.
—Este es el único momento que tenemos —dijo—. ¿Crees que alguien
está mirando? ¿Crees que a alguien le importa? Que el resto del mundo
se vaya al diablo.
Era un casino; por supuesto que alguien estaba vigilando. Cámaras de
seguridad, como mínimo. Pero su temerario nihilismo se estrelló contra
su deseo de que alguien se preocupara.
O quizás ese alguien fuera él.
Se inclinó hacia delante para presionar sus labios en la coronilla de su
oscura cabeza. Su pelo era otra cortina más íntima entre ellos y el
mundo. Cerró los ojos cuando las manos de él subieron por sus caderas,
dentro de la blusa. Su tacto era tan caliente que casi resultaba frío, y ella
se estremeció ante la confusión de sus sentidos.
Los botones de su blusa se abrieron, uno a uno, desde el interior.
Tal vez era un mago después de todo. Y menos mal que llevaba
puestas sus bragas poderosas; había planeado enfrentarse a un hombre
importante cuando se vistió esta mañana, aunque no de esta manera.
Retorció su collar de corazón para que el amuleto colgara detrás de
ella, olvidado por el momento, mientras él besaba la parte interior de su
pecho izquierdo.
Su aliento se estremeció sobre su piel mientras susurraba algo en
francés. Sonaba como otra maldición.
O tal vez una oración.
La mano de él elevó el montículo y su pezón rozó el encaje, enviando
una sacudida a través de sus terminaciones nerviosas hasta su vagina.
Gimió y apretó los hombros de él para mantenerse firme.
Pero cuando el calor húmedo de su boca se cerró sobre su carne
dolorida, lamiéndola a través del sedoso encaje, la firmeza salió por la
ventana inexistente del casino. Se retorció sobre la mesa y sus uñas se
hundieron en su camisa.
Con el pulgar, arrastró hacia abajo el borde de su sujetador, liberando
su pezón distendido. Emitió un sonido en el fondo de su garganta, un
gruñido que la estremeció.
—Tan exuberante —murmuró—, tan encantador.
Arrastró la parte plana de su lengua en un círculo perezoso sobre la
sensible punta y terminó con un movimiento que la hizo tambalearse
sobre su trasero con un gemido.
Debió de entenderlo como una exigencia sin palabras, porque su otra
mano exploró lentamente el interior de su muslo, masajeando el cierre
instintivo de sus músculos hasta que se abrió más para él. Recorrió la
parte superior de la braguita de encaje por encima de su montículo,
luego bajó por un lado del triángulo de tela hasta la necesitada humedad
que se filtraba, y luego subió por el otro lado, terminando donde había
empezado en la parte superior del triángulo.
Levantó la cabeza para mirarle.
—¿Qué estás esperando?
—Tal vez estoy perdido de nuevo. —Sus ojos de obsidiana estaban
medio cerrados.
¿Ahora el hombre quería direcciones?
Pero cuando él levantó la mirada hacia ella, ella vio incertidumbre en
sus profundidades. Se alzaba sobre él en el asiento de respaldo alto, con
las medias deslizándose hasta las pantorrillas mientras se deslizaba por
el terciopelo.
Le enmarcó la cara entre las manos y le besó con fuerza, sin importarle
que sus dientes volvieran a chocar. El sabor de la sangre era más fuerte
esta vez, y debería haber sido malo, repugnante. Pero, en cambio, fue un
brutal recordatorio de que la vida era ahora y fugaz, como la luz del día.
—Estás aquí —dijo ella en voz baja—. Conmigo.
Lentamente, se acercó al espacio entre sus cuerpos. Las yemas de sus
dedos jugaron sobre el centro lloroso de su cuerpo, trazando sus formas
a través del fino encaje.
Avery se rió suavemente.
—Bueno, ya casi estás ahí.
Capítulo 4
Fue la risa lo que lo hizo.
Sabía que la mezcla de sangre era la culpable de su excitación en
espiral. Su largo ayuno había debilitado su control, y cuando Avery se
había cortado con su incisivo... Con un gemido, pasó un dedo por la
delicadeza oscura como el vino que escondía su carne de mujer. Contra
el encaje, su piel era cremosa y se sonrojaba con su antojo.
La humedad de ella cubría su piel, otra fuente —casi tan potente como
la sangre— para saciar su hambre abrumadora. El placer de ella
golpeaba contra él con alas de seda, delicadas y exigentes a la vez.
Alimentarse de los faes nunca había sido así. Mucho antes de caer en
la corte eterna, los faes habían reprimido sus pasiones. Temían el caos
de las emociones poderosas. Quizás con razón, ya que su desenfreno les
había llevado a la derrota durante sus llamadas Guerras de Hierro
contra los humanos que se extendían por la tierra.
Pero significaba que su sangre lo dejaba más hambriento que si sólo
se hubiera muerto de hambre.
Sin embargo, podría haber resistido la tentación que tenía ante sí, si
no fuera por esa risa, el suave aliento que era la alegría de la vida misma.
Avery Hill era un festín al que no podía resistirse.
Lamió el débil brillo de lujuria de su pezón hinchado y ella maulló.
Ella se agachó, abriendo su entrada sobre la mano de él. Él deslizó otro
dedo dentro de ella mientras su pulgar acariciaba el pequeño punto
oculto de su deseo. Otro jadeo, tan tentador como su risa. En esos
sonidos roncos, sintió que se animaba.
—Di mi nombre otra vez —ordenó—. La forma en que lo dices, corta,
como si no quisieras perder el tiempo que tenemos.
—Hugo —gimió ella—. Oh Dios, Hugh, no pares.
—Nunca.
Aunque Avery no tenía ni idea de cuánto tiempo era realmente.
Sus músculos internos se aferraron a los dedos de él, deseándolo. El
sentimiento era mutuo. Estaba inundado del aroma de ella, rico y cálido,
con un toque de viento del desierto todavía atrapado en su pelo. Echó la
cabeza hacia atrás y él la miró fijamente mientras las luces jugaban sobre
su piel febril.
Tan hermosa. Un aullido posesivo amenazó en el fondo de su
garganta, y él agachó la cabeza contra el pecho izquierdo para
reprimirlo. Ella lo apretó más con un gemido agudo mientras su vagina
se estrechaba contra él, haciendo palpitar su placer.
Con la mano que tenía libre, le bajó el borde del sujetador,
empujándolo bajo el peso de sus pechos, de modo que la carne blanca
con su pezón rojo hinchado quedaba completamente al descubierto.
Avery rechinaba, jadeaba, cabalgaba contra su mano con tanta fuerza
que a él le dolía el miembro por simpatía. Y por anhelo.
Emitió un sonido agudo y apretó los muslos alrededor de sus dedos.
En lo más profundo de ella, sintió que sus músculos se agarrotaban.
Y le mordió el pecho.
No profundo. Sus colmillos sólo perforaron la frágil y regordeta carne
sobre su pezón.
Su mano estaba preparada para atrapar su grito. El calor húmedo le
abrasaba la palma de la mano al mismo tiempo que sus dedos inferiores
se empapaban de su orgasmo.
Justo cuando su boca se inundó con el vívido aroma y sabor de su
sangre.
Aunque sus dientes la habían perforado, era ella quien lo llenaba, de
adentro hacia afuera. Su miembro se sacudió tan fuerte que temió
correrse en sus vaqueros. Pero los trapos sucios eran un pequeño precio
a pagar por tan lujosas delicias. Todo su ser estaba inundado por ella, su
mente se arremolinaba con sus réplicas.
Respiraron en sincronía durante una eternidad. O quizá no tanto. Tal
vez ese único latido llenó el espacio entre el nunca y el para siempre.
Quería cerrar los ojos y hundirse en esa oscuridad perfecta y no
levantarse jamás.
Pero él ya sentía que la tensión volvía a su cuerpo. Mantuvo la mano
sobre su boca, tensando su cuello hacia atrás un momento más, mientras
le pasaba la lengua por el pecho, lamiendo la evidencia de su mordisco.
Se agitó contra él, y él sintió el retroceso de su placer
sobreestimulado... y su deseo igualmente fuerte de escapar de su
contacto.
El repentino cambio en sus emociones le produjo un escalofrío. Y esta
vez sí cerró los ojos, aunque sólo brevemente, ante el dolor. no sabía
todavía lo que era, pero instintivamente sabía que le había robado algo.
Incluso mientras intentaba darle una satisfacción a cambio de su
supervivencia.
Un momento. ¿Cuándo había olvidado que la existencia continua no
era la razón por la que estaba aquí?
Ella le había hecho olvidar.
Suavemente, retiró los dedos del cuerpo de ella, retiró sus dedos del
cuerpo, mientras que con la otra palma de la mano recorría la columna
arqueada de su garganta. Se estremeció y él sintió un espasmo en el
cuello mientras tragaba con fuerza. Le dio un último y suave beso por
encima del pezón izquierdo, donde los diminutos pinchazos de sus
dientes eran casi invisibles, y luego le colocó el sujetador de encaje en su
sitio y le abrochó la blusa con manos que sólo temblaban un poco.
Seguía sentada, tensa, encima de él, con la cabeza inclinada hacia un
lado para que el pelo le cayera sobre la cara. Pero él percibió la inquietud
en su mirada oculta de reojo.
De debajo de su copa, sacó la servilleta, húmeda por la condensación,
y la pasó por los apretados rizos de su vello púbico antes de dejar que
sus bragas cayeran en su sitio.
Con un grito ahogado, ella cerró las piernas, atrapando su mano.
—No te necesito...
Cortando el pensamiento no te necesito la agarró por las caderas y la
levantó de la mesa, haciéndola girar en su agarre y depositando su
trasero en el asiento junto a él, pero dejando las rodillas de ella sobre su
regazo y las botas sobre el asiento al otro lado de él.
Menos mal que tenía las rodillas dobladas, ya que el miembro de él
sobresalía con la suficiente fuerza como para que le doliera si se sentaba
en su regazo.
Le subió las medias por encima de las rodillas, con un tacto ligero y
hábil y tratando de ignorar el aroma cálido y almizclado que salía de
debajo de la falda. Su incertidumbre y sus dudas eran más difíciles de
ignorar. La mezcla seguía arremolinándose entre ellos, uniéndolos a un
nivel más profundo que la intimidad.
Se desvanecería, y pronto, ya que no había bebido profundamente.
Aunque sospechaba que el recuerdo de su risa ronca le dejaría una
cicatriz.
Ella lo miró, con el labio inferior atrapado entre los dientes de una
manera que puso a prueba su contención.
Se bebió el último trago y lo dejó con un brusco tintineo sobre la mesa
de cristal. La servilleta, húmeda con los jugos de ella, estaba enrollada
en su bolsillo.
Después de un momento, dejó escapar un corto aliento, una versión
atrofiada de la risa que había sido su perdición.
—No puedo creer...
Tal vez la lista era demasiado larga para hablar en voz alta, o tal vez
realmente lo creía, pero cuando ella no continuó, él le dio una sonrisa
torcida. Él sabía que esta vez había un destello de colmillo.
—Oye, nena. Lo que pasa en Las Vegas...
Su mirada se fijó en la boca de él y luego subió para encontrar su
mirada.
—No hagas eso.
—¿Qué? —Ladeó la cabeza.
—Pretender que eres uno de esos tipos.
No se había dado cuenta de que fingir era una opción. Pero tal vez ella
tenía razón; ¿quién habría pensado que un monstruo como él podría
seguir temiendo el rechazo?
—Dame la mano.
Lo miraba fijamente. Sus rodillas, apretadas sobre su regazo,
temblaban imperceptiblemente, como si quisiera correr.
—¿Por qué?
—¿Quieres saber qué clase de hombre soy?
Oh, no podía resistirse a un desafío. Su curiosidad sería su perdición,
como lo había sido la de él.
Lentamente, desplegó su mano hacia él, con los dedos abiertos.
—Pensé que tal vez eras un mago de la calle. ¿Eres un adivino?
Le agarró la muñeca con una manilla suelta.
—No. Soy un vampiro.
Capítulo 5
Avery dio un tirón hacia atrás.
Pero no llegó muy lejos. En el momento en que sus músculos se
tensaron, él la bloqueó. Todo el peso de ella hacia atrás no movió sus
anchos hombros ni un milímetro.
Así que no era uno de esos tipos de “Hola, nena”. Era uno de esos
tipos locos. Tal como ella sospechaba. Maldición, maldición, maldición.
¿Sabía cómo elegirlos, o qué? Y él había tenido esos dedos inflexibles
dentro de ella.
Maldita sea.
—Suéltame —dijo con los dientes apretados—. Esto se acabó.
—Creo que te sorprendería saber cuántas cosas continúan mucho
tiempo después de que crees que han terminado.
Lo miró fijamente.
—¿Qué? ¿Cómo los vampiros?
—El verdadero nombre de mi especie es ravpyrii —dijo. Luego lo
deletreó para ella—. Es la aproximación más cercana en cualquier
lengua humana. Lo necesitarás para tu historia.
Sabía que debía gritar. Sí, su falda escocesa seguía levantada y la
cabina cerrada olía a sexo, pero esas humillaciones no eran nada.
Nada en absoluto comparado con el vasto vacío de locura que percibía
a su alrededor.
Pero no gritó. Nunca había sido su forma gritar. Incluso cuando debía
hacerlo.
—¿Por eso me has estado acosando? ¿Para escribir una historia para
Conspiracy Quarterly sobre que eres un vampiro?
—Ravpyrii —corrigió—. Significa “el que no se quema”. No morimos.
Perduramos a través de los tiempos, eternamente renovados por las
fuerzas vitales de los demás. La energía de sus emociones, tus
emociones, es un fuego que nos alimenta. Soy un ravpyr.
Durante un segundo, se quedó mirándole, intentando ver más allá de
sus mentiras. Pero sus ojos negros nunca se apartaron de los de ella. El
único tipo que podría haber creído por lo que ella había pasado, y
pensaba que era un vampiro. Lo siento. Ravpyr.
Ella ahogó una risa burlona.
El aliento hizo que el encaje de su sujetador se moviera sobre su piel,
y su pecho izquierdo se retorció. No era dolor, sino un susurro de placer.
Un borde afilado.
Apretó su mano libre sobre el dolor fantasma.
—Me has mordido —acusó.
Él enarcó una ceja negra.
—Sí. Necesitaba mostrarte.
—¡No puedes ir por ahí mordiendo a la gente!
Aquellas cejas aladas cayeron en un surco profundo.
—Yo no “voy por ahí”. Te elegí a ti. Eres la primera en... mucho
tiempo.
Su cerebro daba vueltas, sin ir a ninguna parte, como si él tuviera un
control tan fuerte sobre su mente como sobre su cuerpo.
—Muéstrame tus dientes.
—Ah, buena toma.
Ella lo miró fijamente.
—Si eres un antiguo vampiro, ¿qué sabes de buenas tomas?
—He estado viendo pago por evento en mi suite. —Se encogió de
hombros—. No puedo seguirte cada hora del día.
—Porque la luz del sol te convertirá en cenizas.
—El que no se quema, ¿recuerdas? —Sacudió la cabeza—.
Concedemos a los humanos el consuelo de la luz del día, pero eso no los
salvará. Si los ravpyrii son criaturas de la noche, es sólo porque arden
más en la oscuridad. —Por primera vez, su mirada se apartó de la de
ella, mirando más allá, sin ver—. Y quizás porque preferimos no ver tan
claramente todo lo que hemos perdido.
La nota sombría en su voz la hizo ponerse rígida.
—Dices humano como si no lo fueras.
Eso le devolvió la atención a ella, pero la expresión sombría se
mantuvo.
—No lo soy. Ya no. —Se llevó la mano de ella a los labios—. Tú lo has
pedido, así que déjame enseñarte.
—Espera. —Ella se apartó, pero los músculos duros como el hierro de
él ni siquiera se movieron, conteniéndola con facilidad—. No importa.
Te creo. Sólo... déjame ir.
Su aliento se posó sobre su pulso acelerado.
—¿Creerás por miedo en lugar de descubrir la verdad por ti misma?
¿Qué clase de periodista eres?
—De las que escriben historias inventadas. —Su corazón latía tan
fuerte que pensó que podría desmayarse. Pero no estaba segura de sí era
miedo... o anticipación.
—Anticipación —murmuró.
Se atragantó.
—¿Estás leyendo mi mente?
—No, estoy leyendo tu sangre. La energía fluye por tu cuerpo, por tu
sudor, tus lágrimas, tus fluidos. La mezcla que tomé de ti antes sigue en
mí, y te conozco. Al menos hasta que se desvanezca.
—Entonces deja que se desvanezca. Porque esto... no. No.
Él esperó, posado sobre su muñeca, mirándola fijamente a través de
un mechón de pelo negro que había caído sobre sus ojos de obsidiana.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Qué me desvanezca?
Abrió la boca para decir exactamente eso. Pero no salió nada.
Así que inclinó su boca sobre su muñeca. Y mordió.
Respiró con sorpresa. No por el dolor —no era mucho peor que un
corte de papel o una inyección hipodérmica, y ya había tenido muchos
a lo largo de los años— sino por el florecimiento de las sensaciones en
su interior. La traviesa emoción que había sentido antes, el miedo
instintivo cuando se dio cuenta de que no podía escapar de él, el
creciente asombro de que él pudiera ser lo que decía ser... Todo se
mezclaba como un exótico cóctel que fluye hacia la boca de alguien.
Su boca.
Se concentró en la boca de él sobre su muñeca. Sus labios finos y
torneados estaban sujetos como si le estuviera haciendo un chupetón,
pero sintió el tirón hasta su vagina. Su pecho, donde él la había mordido
antes, le dolía por ser tocado, y ella apretó su mano sobre la palpitación.
El pezón se asomaba a través del sujetador y la blusa, clavándose en el
centro de la palma de la mano.
Avery dejó escapar un suave gemido y, tras un último y persistente
golpe de lengua, él levantó la cabeza. Dos pequeños pinchazos
salpicaban la oscura y elevada vena de su muñeca.
—Piensa en un número —dijo—. Cualquier número.
—¿Qué? —Su mente seguía dando vueltas.
—Sesenta y nueve.
Ella jadeó.
—Pervertido.
—Tú lo has pensado.
Lo había hecho, aunque no exactamente en el sentido matemático.
—Suerte. ¿En qué número estoy pensando ahora?
—Veintiuno.
Esto no era posible. ¿Cómo podía creerle? Su mente giraba más rápido
que cualquier ruleta. Intentó disimular su incertidumbre con una
sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, Dios mío. Podríamos hacer trampa en las cartas.
Él se rió.
Sonaba oxidado, como si hubiera olvidado cómo hacerlo, pero ella
estaba demasiado concentrada en su boca como para prestarle toda su
atención. Sus blancos dientes brillaban bajo las luces de neón que se
colaban a través de las cuentas de la cortina.
No, no sólo dientes. Colmillos. Las dos puntas estaban tocadas con
sangre. Su sangre.
Los incisivos no eran obscenamente largos, apenas llegaban por
debajo del nivel de sus otros dientes. Y en cierto ángulo, casi parecían
normales, sólo necesitaban el retenedor que ella había imaginado antes.
La extrañeza sería bastante fácil de descartar si no le hubiera dicho...
Su sonrisa se aplanó, ocultando sus dientes.
—Ahora estás pensando en cuatro, veintiuno A. Que es el código aquí
para la enfermedad mental. Pero no estás pensando que estoy loco.
Tienes miedo de estarlo.
Cerró los dedos en un puño, y la piel sensible del interior de su
muñeca se retorció.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando.
Su mirada oscura se suavizó, y su agarre en la muñeca de ella se
desplazó para sostener su mano en su lugar.
—Era... tu madre. Te llevó a lugares, te mostró cosas que aún no
puedes entender. Eso fue hace mucho tiempo, creo, pero tu mente aún
da vueltas con todo eso.
Avery se estremeció.
—No has leído eso de mí en ningún sitio...
—No tuve que hacerlo. Está en ti, justo debajo de la superficie. —Le
pasó el pulgar por el dorso de la mano, donde se veían trazos de venas
azules bajo la piel—. Como tinta invisible. Pero lo compartiste conmigo.
Ella observó el hipnotizante círculo de su pulgar.
—Mi madre me llevó a algunas aventuras salvajes cuando era
pequeña. Pero cuando la encerraron por esquizofrenia, crecí sobre todo
con mis abuelos. La querían, por supuesto, como me querían a mí, pero
me explicaron lo enferma que estaba. Ahora no puedo estar segura... —
De lo que no estaba segura era de por qué, en nombre de Dios, le estaba
contando toda esa historia antigua.
—Ahora no sabes qué creer sobre lo que realmente pasó cuando eras
una niña. O lo que está pasando ahora.
Deseó tener la fuerza necesaria para sacar su mano de la de él. No la
fuerza física, ya que sabía que no podía igualarle en eso, sino la fuerza
emocional. ¿Se la había quitado con su mordisco? Ya no quería huir de
él; quería acurrucarse contra su pecho.
—No ayuda que casi todo lo que escribo sea mentira.
Inclinó la cabeza.
—Te gustan los fenómenos y los raros, las teorías conspiratorias. Te
gusta el olor del incienso del templo y beber tés inidentificables. Escribes
con tu nombre real, pero te gustaría tener un nombre secreto...
—Para. —Fue demasiado. Ella se apartó de él—. Deja de leerme.
—Sigues estas historias porque cada mentira que desvelas te acerca
un paso más a la verdad. Bueno, aquí estoy.
Su agarre era implacable, pero no era tanto que la estuviera sujetando
como que le estaba dando una oportunidad. Una oportunidad de saber
finalmente...
—Sigue dudando de ti misma si debes hacerlo —dijo—. Pero eso no
cambia el hecho de que soy real. Y quiero que dejes que el mundo sepa
que soy real.
No podía dudar más, no con su mirada directa y sus colmillos, por no
hablar de su sangre en esos colmillos, y la forma en que él sabía más de
ella de lo que jamás había contado a nadie.
—¿Por qué quieres que te exponga? —No sería más fácil para él que
para su pobre madre.
—Porque se avecinan más rarezas —dijo—. Y si esas rarezas se van a
descubrir, prefieren que sea una experiencia placentera para todos los
implicados.
—¿Vienen más? Correcto. Dijiste que había otros ravpyrii. —Ella
tropezó un poco con la extraña palabra—. ¿Qué idioma es ese, de todos
modos? ¿Francés, como tu nombre?
Sacudió la cabeza.
—Ningún idioma que tú o cualquier humano conozca. Sin embargo,
no importa, ya que los ravpyrii son tan raros que probablemente nunca
te encuentres con otro. Por lo que sé, soy el único ravpyr aquí en el reino
iluminado por el sol. Los otros que existen en secreto entre ustedes son
los werelings, cambiaformas que viven entre dos verdades: sus cuerpos
humanos y sus almas animales. El tercer reino es el Phaedrealii, la corte
de los faes. En tiempos pasados, se les llamaba la Gente Brillante.
—¿Hadas? —Ella empujó los dedos de su mano libre, la mano que no
seguía aferrada a la de él, como si él no fuera el causante de toda su
consternación, en su pelo, frotándose la sien—. Ni siquiera puedo...
Sí. Sí, ella podía. Pero si este tipo era real, ¿habían sido reales también
todas las alucinaciones de su madre? Dejó escapar un suspiro
tembloroso.
— Bien, ¿qué reino es el tuyo?
Él dudó.
—Es una larga historia. Yo era humano, como tú, pero fui maldecido
con una perversión retorcida de la magia fae. Ahora no pertenezco a
ninguna parte.
Avery no pudo contener un suspiro.
—Magia. Maldiciones. ¿Por qué no?
—Podría ser un artículo de dos páginas —dijo solemnemente.
Ella lo miró fijamente con los ojos entornados. Él le devolvió la mirada
con una leve sonrisa en los labios. La expresión atenuó las severas líneas
de su rostro, y sus ojos de obsidiana parecían menos un abismo
aterrador y más el cielo nocturno estrellado del desierto.
Era guapo. Ella ya lo sabía. Y sexy. Sí, definitivamente eso. Y tenía
oscuros secretos —vaya si los tenía—, lo que siempre le había resultado
irracionalmente fascinante. Pero también había una profunda empatía
en él, como si supiera demasiado y, sin embargo, hubiera seguido
adelante.
Tal vez eso vino de ser inmortal.
—Dios mío —murmuró—. ¿Por qué han elegido a un vampiro como
abanderado?
Se encogió de hombros.
—Los humanos aman a los vampiros.
—¡En la televisión!
—Exactamente. Se creen todo lo que ven en la televisión.
—No van a creer esto. —Hizo una pausa, pensando—. Pero por eso
me eligieron, ¿no? Como escribo cosas que la gente no tiene que creer, si
las cosas van mal, puedes tirarme debajo del autobús de la locura.
La diversión persistente abandonó su rostro.
—No vendrán a por ti con horcas y antorchas encendidas. No en este
tiempo y lugar. —Sus dedos se apretaron alrededor de los de ella casi
con dolor—. Nunca permitiría que nadie te hiciera daño.
Tragó saliva ante el tono de timbre de su voz. No estaba mintiendo
sobre esto más de lo que había mentido sobre ser un vampiro. Ravpyr,
lo que sea.
Pero no podía permitirse caer ciegamente bajo su hechizo. ¿Acaso los
ravpyrii tenían hechizos como las hadas —fae, lo que sea—
aparentemente?
—Puede que no me maten, pero podrían encerrarme en la celda que
dejó mamá.
—Entonces te sacaré. Puede que todos no crean al principio, pero la
semilla será plantada. Qué es lo único que importa.
—¿Por qué? ¿Por qué te importa que creamos en ti? No eres
Campanita que se muere si no aplaudimos. —Hizo una pausa—. ¿O lo
eres?
Sus pestañas oscuras cayeron hasta la mitad de sus ojos.
—Los lugares donde antes nos escondíamos están desapareciendo. Es
inevitable en el mundo actual que algún humano tropiece con nosotros.
Y he visto lo que ocurre cuando la gente se enfrenta a sus miedos más
profundos. Por el bien de todos, debemos influir en el desarrollo de la
historia.
Intentó mantener un tono ligero.
—Un vampiro portavoz.
Le soltó la mano.
—Yo no era un portavoz. Fui un soldado. Y prefiero no ver el regreso
de los faes a la guerra de nuevo en el reino iluminado por el sol.
—Vienes en paz. Eso es lo que dicen todos. —Sus dedos se sentían
extrañamente fríos sin su toque persistente. ¿Pueden los dedos sentirse
solos? Puaj, eso sonaba patético en su propia cabeza—. Entonces, ¿qué
quieres de mí?
—Conspiracy Quarterly se dirige a medio millón de personas que
están... especialmente dispuestas a escuchar nuestro mensaje.
Empezando por ellos y con tu ayuda, los faes y los werelings abrirán los
ojos de los humanos a su existencia. A cambio, te conseguiré la
entrevista con Barrows que tanto deseas.
La repentina desconfianza en su tono hizo que se le erizaran los pelos.
—¿Qué hay para ti?
—Tengo una promesa del rey de los faes para deshacer mi maldición.
Ella asintió dubitativa.
—Entonces, todos ganan.
Con delicadeza, le quitó las piernas que aún estaban colgadas sobre
su regazo. Ella se apresuró a volver a poner las botas en el suelo, donde
debían estar, y no extendidas sobre él como una drogadicta que quiere
una dosis más.
Definitivamente no es eso.
A pesar del brusco desalojo, le tendió la mano.
—¿Vamos?
Como si no acabara de reprenderse a sí misma, puso su mano en la de
él y se acercó, empujando su falda hacia abajo.
—¿Vamos a dónde?
—A mirar lo que hay al otro lado. —Le dedicó una fina sonrisa con un
destello de colmillo.
Hombre, después de lo que ya había visto, ¿qué otras sorpresas podría
deparar el resto de la noche?
Capítulo 6
Las piernas le temblaban, su miembro seguía duro como el hierro, y
las emociones de Avery seguían palpitando en él como las réplicas del
orgasmo que no había tenido.
Al menos no tendría que lavar la ropa.
Ese pensamiento no reconfortó a Hugo tanto como esperaba. Mientras
guiaba a Avery hacia el interior de la caprichosa madriguera que era el
casino ComeTrue, sus pensamientos tomaron un giro decididamente
más oscuro.
Raze y Yelena le habían pedido que investigara a Barrows como otro
canal para transmitir su mensaje. Ahora deseaba haberse centrado en el
magnate solitario y haber dejado al margen a la animosa pero sensible
reportera.
Estaba abrumada por los cambios en su visión del mundo,
desequilibrada ante la posibilidad de que los años con su madre no
hubieran sido una locura después de todo.
Peor aún, sospechaba que aún flotaba en la euforia emocional de su
mordida.
La magia retorcida que maldecía a los ravpyriis les robaba la fuerza
vital y los condenaba a una eternidad chupando de otros para
sobrevivir. El agujero negro donde solían estar sus pasiones provocaba
una respuesta en sus presas, como una reacción alérgica, con sus
emociones buscando llenar el vacío que percibían en él. Cualquier
sentimiento que indujera —miedo, dolor, furia, éxtasis— se vertía en él.
Cuanto más fuerte, mejor.
Había provocado la fascinación de Avery por él, y ahora repercutía en
ella. Con el tiempo, disminuiría. Él esperaba.
Encontrarían a Barrows para darle un incentivo, y luego Avery podría
dormir las diversas sorpresas que había soportado. Por la mañana, él le
daría el resto de lo que necesitaba para terminar su artículo.
Tal vez, mañana por la noche, reclamaría su recompensa y Raze, el
Rey Destructor, levantaría por fin su maldición. Que pudiera poner fin
a su condenada existencia en Nochebuena parecía el mejor regalo que
podía esperar.
Salieron a un cruce abovedado, parecido a un mercado en el centro de
una plaza. Las tiendas y los restaurantes se alineaban en el vestíbulo y
bullían de actividad; comprar un pañuelo o un bollo de canela era, al
menos, algo seguro. Un cielo en trampantojo estaba pintado a lo largo
del techo abovedado, capturando escenas desde una mañana de
primavera hasta una noche de invierno, ya que el vestíbulo se extendía
hasta casi perderse de vista.
Hugo se detuvo, frunciendo el ceño en la distancia.
—No me había dado cuenta antes —murmuró—. Es imposible que el
pasillo sea tan largo.
Ella siguió su mirada.
—Pero lo es, claramente.
—Nada está claro.
—Mi lema para esta noche es creerlo todo —ella dijo—. ¿Qué te
molesta?
—Aquí hay más magia de la que incluso yo estaba dispuesto a tragar.
Se pellizcó el puente de la nariz.
—De acuerdo. Sólo... haré que mi editor reserve tres páginas para el
artículo.
La miró con leve alarma.
—Te lo estás tomando muy bien.
Ella le miró por encima de los nudillos, arrugando los ojos.
—¿Y mi otra opción es...?
¿Qué había visto con su madre? ¿La había predispuesto a creer?
¿O se estaban formando líneas de presión invisibles que se agrietarían
si se tocaban de la manera equivocada? Tendría que tener cuidado hasta
estar seguro.
Dio otro paso pero ella le agarró del brazo.
—Tengo que ir al baño de mujeres. Espera aquí.
Antes de que él pudiera responder, ella se alejó. Al parecer, la magia
no podía hacer mucho.
Impaciente, se paseó cerca de un grupo de otros hombres
abandonados. Justo cuando se le ocurrió, tardíamente, que podría haber
huido, regresó, oliendo a jabón, agua, lápiz de labios y, más débilmente,
a lágrimas.
Miró fijamente a sus ojos enrojecidos.
—Avery...
Ella levantó una mano para detenerlo; las heridas punzantes eran
apenas más que recuerdos en su suave piel.
—Estoy lista. Vamos.
Se resistió.
—Algo pasó...
—Mierda, sí —siseó—. Han pasado muchas cosas. Y estoy lidiando
con eso. Ahora vámonos.
Tal vez debería haber previsto que habría una tercera opción: ella
podría creer, derrumbarse, y aun así volver triunfal.
La admiración surgió en él. Había conocido a mujeres fuertes en su
pasado, aunque sus oportunidades de expresarse habían sido más
restringidas que las de Avery. A veces fatalmente. Pero, al igual que
ellas, se enfrentaba a las pruebas que se le presentaban sin inmutarse.
Por muy orgulloso que estuviera de ella, una serpiente de vergüenza
se deslizó por él al pensar que, a la primera oportunidad, volvería
corriendo al adormecido olvido de los Phaedrealii. Por lo visto, no tenía
el mismo valor que las mujeres a las que tenía en tanta estima.
Detrás de un falso árbol, entre una joyería y un bar de whisky, le
mostró una entrada de servicio. Dejó que sus dedos pasaran por el
teclado de seguridad y luego tecleó el código. La puerta se abrió con un
clic.
Ella se agachó bajo su brazo.
—Realmente eres bueno con los números... ¿O mordiste a alguien
para conseguir esa información?
La siguió hasta el pasillo blanco sin adornos.
—Te dije que eras la primera en mucho tiempo. —Cuando ella soltó
un suave bufido, él añadió—: El código cambia a diario, pero puedo
seguir el sudor de las teclas.
—Los ravpyriis están llenos de trucos. Supongo que también son
increíbles faroleando. —Con las manos en las caderas, giró un lento
círculo, estudiando el espacio, antes de terminar su lectura y enfrentarse
a él—. ¿Cuánto tiempo es “mucho tiempo”?
Se había lavado la cara, y unos mechones de pelo húmedo le caían por
ambas mejillas. El rojo se había oscurecido hasta convertirse en ébano,
lo que hacía que su piel pareciera más pálida que nunca. Se llevó la mano
a la cabeza para no sentir el impulso de llevar esos mechones detrás de
las orejas.
—¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntar—. Ya sabes, para la historia.
—Desde que probé la fuerza vital de un humano, casi setecientos
años.
—Sete... —Su garganta se movió al tragar—. Siete de la suerte,
supongo.
—En efecto. —Dio un paso más hacia ella, pero ella se apartó de él—.
Entonces, ¿a dónde vamos exactamente?
Su retirada le molestó, pero reprimió la punzada de decepción. Sólo
estaba aquí para conseguir que ella ayudara a los faes y a los werelings,
no para ayudarse a sí mismo. Y menos aún para ayudarse a sí mismo.
Le hizo un gesto para que continuara por el pasillo.
—El personal del casino ha estado trabajando sin descanso en el
desfile navideño. Barrows quiere lanzarlo con un espectáculo
inolvidable.
—No es una tarea fácil en Las Vegas —dijo Avery.
—Los preparativos se están llevando a cabo en el sótano y no se
revelarán hasta mañana por la noche. Si hacemos una pequeña escena,
sé que Barrows querrá tratar con nosotros personalmente.
Ella asintió con fuerza, como si algo hubiera encajado en su mente.
—Porque es uno de ustedes, ¿no? Entonces, ¿por qué no lo tienes en
tu marcación rápida? ¿Por qué tienes que venir a llamar a su puerta
trasera como un don nadie?
Hugo levantó las cejas, de nuevo impresionado. No era de extrañar
que Yelena hubiera sugerido a Avery como su punto de contacto a pesar
de sus extravagantes líneas secundarias. En lugares oscuros donde la
mayoría de los humanos temían asomarse, ella descorría los velos y
miraba con ambos ojos bien abiertos.
—Creemos que es un fae o quizás un wereling, sí. Pero un criminal,
por alguna razón perdida para la corte y las manadas.
—Aparentemente estar perdido le ha funcionado bastante bien. ¿Qué
te hace pensar que aceptará ser parte de tu salida del armario?
—Tiene más que perder, y que ganar, que la mayoría de nosotros.
Querrá opinar sobre cómo va esto.
—Pero que los humanos tengan voz y voto... no tanto.
—Eres humana. Y aquí estás.
Sus ojos verdes se abrieron de par en par, como si la realidad —o la
realidad de su realidad alterada— se hubiera hundido de nuevo.
—Oh, mierda. Lo soy, ¿no?
Se apartó para abrir otra puerta que no estaba cerrada.
—Los humanos primero.
—Ja. —Pasó por delante de él, con los tacones de las botas resonando
en el hueco de la escalera.
El descenso fue más largo que un tramo de escaleras; no había
apreciado lo profundo que era el casino, aunque se trataba de un trabajo
de excavación física, no de una ilusión de prestidigitación.
A mitad de camino, el sonido de las voces llegó hasta ellos.
Avery lo detuvo con una mano en el codo.
—Se me acaba de ocurrir que no has contestado si este era el tipo de
trato que podría hacer que nos dieran un rodillazo. Voy a enmendar esa
pregunta para preguntar si podríamos, no sé, convertirnos en ranas.
Frunció el ceño. La mezcla que le había sacado antes se estaba
evaporando, pero percibió los cuentos de hadas que se arremolinaban
en su cabeza, teñidos de asombro y miedo.
—¿Por qué ranas?
—Porque no se me ocurre nada menos adecuado para un desierto en
invierno.
Sin poder evitarlo, se inclinó para besarla. Comenzó como un rápido
impulso, pero se transformó en una larga y prolongada fusión y en un
inestable balanceo sobre el borde de los escalones. Ella levantó la mano
para apoyarse, no en la barandilla de la escalera, sino en él, y sus dedos
recorrieron su garganta hasta la curva de su mandíbula.
Cuando finalmente se retiró, la mano de ella lo siguió, su pulgar
descansando ligeramente en la curva de su labio inferior.
—¿Por qué fue eso?
—En caso de que te conviertas en una rana. —Se encogió de hombros.
—Oh. Bien entonces. —Inclinó la cabeza hacia un lado y miró hacia
otro lado.
Esta vez, cedió al impulso de alisarle el pelo. Los mechones se
enroscaron alrededor de sus dedos, casi pero no tan sedosos como su
coño.
—¿Adelante? —preguntó.
—Siempre.
No era necesariamente así, pero apreciaba su valentía.
En el sótano, encontraron un bullicio que rivalizaba con la multitud
de arriba. La mayoría iba vestida de negro sobre negro, así que Hugo
encajaba bastante bien. Un trío con cajas apiladas en los brazos miró de
pasada a Avery, pero no dijo nada.
Se colocaron en fila detrás del trío y continuaron por el estrecho
pasillo hasta que éste se abrió en una vasta cámara. Las columnas de
hormigón se alzaban entre las sombras de los conductos expuestos,
como si hubieran sido engullidas por el esqueleto de una ballena, pero
los tubos fluorescentes suspendidos iluminaban un alegre caos de
decoraciones navideñas. En el suelo había metros de banderines y luces,
que suponían un peligro de tropiezo para la docena de trabajadores que
montaban casitas en miniatura que se asemejaban a diversos dulces.
Otras dos docenas de personas adornaban un pequeño bosque de pinos
falsos. Toda una manada de ciervos con cuernos igualmente falsos,
encabezado por uno con la nariz roja, pasaba por delante de ellos sobre
rodillos, tirando de un gran trineo vacío.
—Así que los elfos de Santa viven en el desierto —dijo Avery—. Los
niños se sentirán muy decepcionados.
—¿Elfos? —Hugo estudió a los trabajadores más cercanos—. Estos no
son faes. Son humanos.
—Estaba bromeando.
Un ruido de estallido los sacudió, y alguien se rió mientras una nube
brillante de partículas blancas descendía sobre el bosque.
—¡He encontrado el soplador de nieve!
Alguien más estornudó.
Hugo frunció el ceño.
—¿Quién está al mando? Esa es la persona que queremos encontrar.
—¿Estás seguro de que es el momento adecuado? —Avery cambió de
un pie a otro—. Tal vez deberíamos esperar hasta que las cosas no estén
tan mal.
Levantó una ceja hacia ella.
—¿Tienes miedo?
Ella resopló.
—¿Yo, asustada? Hará falta más de lo que he visto hasta ahora. —Hizo
una pausa y añadió—: Sin ofender ni nada.
—Tal vez debería haberte mordido más fuerte.
Avery echó la cabeza hacia atrás para mirarle, con unos pocos copos
de purpurina blanca brillando en los mechones rojos de su pelo. Pero
fue el brillo de sus ojos lo que lo cautivó.
Definitivamente no estaba asustada.
Dio un paso hacia ella, con la mandíbula abierta para aspirar el aroma
de su excitación, pero ella se puso de puntillas y le señaló el camino.
—Mira, veo un trajeado con un portapapeles. Si quieres encontrar a
los responsables, sigue a los trajeados con portapapeles.
Agarrando un candado mal ajustado a su hambre, Hugo giró sobre su
talón para caer al lado de ella.
—¿Los trajeados y portapapeles tendrán respuestas para nosotros?
—Probablemente no. Pero delegarán para no tener que lidiar con
nosotros. —Levantó la mano—. ¿Disculpe, señora?
La mujer rubia, que estaba dirigiendo la limpieza de la inesperada
nevada, lanzó a Avery una mirada hostil.
—Si estás aquí por el casting de pintura corporal o por el ensayo de la
coral, ambos están en la sala de convenciones C, al final del pasillo.
Avery respondió negativamente, pero Hugo se distrajo
momentáneamente.
¿Pintura corporal? De forma imprevista, su imaginación le
proporcionó una posible explicación.
Con Avery como ejemplo explícito.
Puede que fuera un monstruo, pero si había algo que le hacía cantar
como un ángel...
Exhaló un gruñido subliminal, nada que Avery hubiera oído, pero la
otra mujer le miró.
Ambos se congelaron.
Ella también era ravpyrii.
Capítulo 7
Avery continuó:
—Esperábamos que pudiera... —Al darse cuenta de que nadie la
escuchaba, se detuvo.
La mirada de Hugo se fijó en la otra mujer, cuyos ojos grises estaban
muy abiertos por la sorpresa.
Avery frunció los labios, sintiéndose como una novia cuyo novio
acababa de tener un doble encuentro con una ex que pasaba por allí.
—Se conocen, ¿eh?
La mujer estaba tan concentrada en Hugo como él en ella.
—¿Quién es usted?
Demasiado para que se conozcan. Pero Avery ató cabos rápidamente.
Lo cual no fue difícil si se tenía en cuenta que la vehemencia de la
pregunta de la mujer dejó entrever sus dientes. No es algo en lo que
Avery se hubiera fijado normalmente, si no fuera porque había tenido
una de esas noches.
Hugo había dicho que era el único ravpyr del mundo. Bueno, el único
que conocía. Aparentemente estaba equivocado. Cielos, ¿era la última
humana que quedaba?
Tendría que acordarse de apagar las luces al salir.
Cambiando sobre la marcha, Avery anunció:
—Estamos aquí con una propuesta para el señor Barrows. Es, ah, algo
fuera de lo común, supongo que se podría decir.
Eso atrajo la atención de la otra mujer. Cruzó los brazos sobre su
chaqueta azul marino y su portapapeles empujó la pequeña etiqueta de
bronce con su nombre en la solapa.
—El Sr. Barrows... no está disponible para reuniones.
La reacción debería haber sido rutinaria, pero por la vacilación, Avery
supo que la mujer estaba nerviosa.
—¿Sólo con humanos? —Avery ladeó la cabeza con una sonrisa lo
suficientemente amplia como para mostrar sus dientes, que no eran
puntiagudos, mientras escudriñaba la etiqueta con el nombre—.
Dígame, señora Dyer, ¿qué le parecería una visita del rey de los faes?
Era un farol, por supuesto. Pero la respiración entrecortada de Hugo
le dio un agradable aire de asombro, como si ella acabara de tender una
alfombra real.
Estaba claro que Tira Dyer no tenía las cartas necesarias para ello. Sus
ojos grises se estrecharon hasta convertirse en rendijas.
—¿Y qué sabes tú de los faes?
Avery buscó en su bolso y sacó su teléfono.
—Avery Hill, reportera en misión para Conspiracy Quarterly. —Por
una vez, no se encogió al decirlo. Era la primera vez que significaba algo.
Mostró el logotipo semioficial de la página web.
—Y este es mi... colega, Hugo de Grava. —Esperaba que su propio
tropiezo no hubiera sido demasiado evidente. —Estamos seguros de que
el Sr. Barrows va a querer hacer un comentario sobre nuestra historia.
—¿Qué historia es esa?
—Que las probabilidades en ComeTrue son aún más extrañas de lo
que nosotros, pobres humanos, podríamos haber imaginado.
Con una mirada tardía a su alrededor, Dyer les indicó que se alejaran
de los demás trabajadores. Se pusieron al otro lado de los árboles de
Navidad a medio adornar.
—No sé... —Se pasó la punta de los dedos por los labios. Su mano
temblaba, pero el peso de su tacto era lo suficientemente fuerte como
para blanquear su labio sobre el incisivo—. No sé qué puedo decirte.
Hugo dio medio paso hacia ella.
—No tienes que decirnos nada —dijo, con un toque de encanto del
viejo mundo en su voz—. Sólo déjanos hablar con Barrows.
Avery quería abofetearlo por hacerse el buen policía con una mujer
bonita. Dyer, con su elegante blandura —por no hablar de su buen
trabajo remunerado—, era todo lo que Avery no era. Tal vez ser
físicamente atractiva era una causa o un efecto de la fisiología ravpyrii.
Podría ser un buen comentario para su artículo. Suponiendo que
pudiera superar esa sensación de celos lo suficiente como para escribirlo.
No tenía derecho a estar celosa, se dijo con firmeza. Hugo no era suyo.
Ni siquiera eran de la misma especie.
Dyer dejó caer la mano a su lado y tomó aire para tranquilizarse.
—Lo siento, pero el señor Barrows me puso a cargo de las operaciones
diarias aquí, y no voy a traicionar su confianza hablando con los
periodistas.
Hugo la estudió.
—¿Y hablarías con otro ravpyrii?
Bajó tanto la voz que Avery tuvo que inclinarse, aunque no había
nadie lo suficientemente cerca como para escuchar.
—Deon hizo este lugar para los ravpyriis para que no tengamos que...
no tengamos que hacer las cosas que solíamos hacer para sobrevivir. Los
sentimientos... todo lo que necesitamos, está aquí, todo el tiempo, sin
forzar a nadie, sin que nadie lo sepa.
¿Sentir? ¿Era un eufemismo para alimentarse?
—Alguien lo sabrá, algún día —dijo Hugo—. Con el tiempo, los
humanos descubrirán que no están solos.
Dyer lanzó su rubia cabeza con displicencia.
—Si el dragón del fondo del Lago Ness puede mantener vivo el
misterio, nosotros también.
Avery se enderezó de golpe.
—¿Qué? Dra...
—Los humanos ni siquiera han sido capaces de localizar el portal de
anillo de algas frente a las Bermudas. —El labio de Dyer se levantó en
una mueca que mostraba su afilado colmillo—. Siguen pensando que es
un triángulo, ¿y crees que van a creer que los vampiros viven en Las
Vegas? El CG y el Photoshop nos salvan el culo siempre.
—No pueden ignorar los dientes en la yugular —dijo Hugo.
Dyer se encogió de hombros.
—Hay cosas más raras por aquí.
Avery prácticamente podía sentir que la mujer se cerraba, apretada
como la bóveda de un casino.
—El Sr. Barrows podría no tener opción de exponer la verdadera
naturaleza de su reino vampírico.
Dyer levantó una ceja esculpida.
—¿Es eso una amenaza, viniendo de alguien que entregó su sangre
tan, tan fácilmente? Huelo su saliva en ti. ¿Cuántas veces dejaste que te
mordiera? Te llamaría puta, pero eso no se aplica realmente, ¿verdad?
Ya que no te dio nada a cambio.
Avery podría haber estado dispuesta a sonrojarse, sobre todo con el
recuerdo de la lengua de Hugo en su boca, pero esta fuente obstinada la
sacó de quicio.
Mientras la perra bocona siguiera hablando hasta que dijera algo útil...
—Al menos fue honesto conmigo. No trata de ocultar quién es. —
Arqueó una ceja—. A diferencia de otros.
Dyer dio un paso amenazante hacia Avery.
—¿Es eso todo lo que se necesita para chupar de ti? ¿Honestidad?
Entonces te diré que ningún humano merece compartir lo que hemos
hecho aquí. Ven, deja tu dinero y unos días de tu vida con nosotros, pero
luego vete a casa y déjanos en paz.
—Suficiente. —Hugo la agarró del brazo y la hizo girar—. Avery no
es quien te expondrá. El rey fae ha tomado a una wereling como
compañera, y desean caminar libremente por el reino iluminado por el
sol. Esta nueva regla se aplicará a todos. Estoy aquí para invocarla.
La mujer ravpyrii se puso rígida y miró fijamente la mano de él que le
agarraba el codo. Sus pupilas se dilataron hasta ennegrecer sus ojos, y
Avery sospechó que había algo más que sangre en sus torceduras.
—¿Qué voy a decir para disuadirte? —preguntó Dyer en voz baja—.
Hay algunos de nosotros que todavía necesitamos la noche, no, la
queremos —puso su mano sobre la de Hugo—, beberías unirte a
nosotros.
Avery apretó la mandíbula contra el gruñido instintivo de posesión
ante el contacto de la otra mujer con su hombre.
¿Su hombre? ¡Acababa de conocerlo! E independientemente de lo que
hubieran hecho en ese breve tiempo juntos, o de cuántos fluidos
corporales hubieran intercambiado, ella no tenía ningún derecho sobre
él, ni él sobre ella.
Pero no pudo evitar echar una mirada de reojo a su rostro.
Sus rasgos austeros se fijaron en líneas aún más ásperas, si eso fuera
posible, sus ojos se entrecerraron, como si la seducción murmurada
fuera un cuchillo en sus costillas y estuviera siendo demasiado duro
para reaccionar.
—Tengo mi propio lugar esperándome. —Se apartó de ella.
Pero Dyer no retiró su mano de la suya.
—Entonces deberías entender lo que haremos para proteger a los
nuestros.
—¿Cuánto tiempo para ti? —preguntó.
Avery ladeó la cabeza, sin saber qué le estaba preguntando.
Dyer finalmente dejó que su mano se deslizara en un puño apretado.
—Eso no es algo que compartamos con extraños —dijo—. Ya lo sabes.
—Vengo de una época en la que los ejércitos, las plagas, el hambre y
la magia negra marchaban sin piedad por el mundo. Créanme cuando
les digo que no vale la pena arriesgar todo lo que aprecian contra las
fuerzas a las que se enfrentarán.
Aunque era rubia, Dyer palideció aún más.
—¿Así que nos pides que tiremos todo lo que nos queda?
—No te estamos preguntando a ti —dijo Avery—. La pregunta va
para Deon Barrows.
Dyer sacudió la cabeza, pero no en señal de negación, sino más bien
de confusión, y Avery supo que se estaba debilitando.
—Sólo llámalo —instó Avery—. Problemas como estos son la razón
por la que se les paga mucho dinero.
La otra mujer le lanzó una mirada despiadada.
—¿Quieres que le llame? ¿Quieres encontrarte con problemas como
nunca has conocido en carne propia?
Eso no sonaba prometedor.
Al otro lado de la habitación, un fuerte gemido metálico la
interrumpió. Alguien gritó y Dyer se volvió.
—Oh, con un demonio, se van a matarse si no...
El metal chilló, y los tres salieron del bosque temporal para ver a los
empleados vestidos de negro dispersándose como hormigas.
Una media docena de banderolas bordadas con copos de nieve y
acebo habían sido colgadas para enderezarse de un conducto superior,
pero el peso combinado de la pesada tela estaba doblando el tubo,
arrancándolo de la pared.
Dyer se adelantó.
—Sal de ahí abajo. No, no lo intentes, sólo déjalo caer...
Antes de que pudiera terminar, algo salió del extremo roto de la
tubería.
Al principio, Avery pensó que se trataba de una gigantesca bola de
polvo, tan grande como si una secadora de ropa entera se hubiera
convertido en pelusa gris, pero de la áspera esfera surgieron unas largas
patas de araña. La cosa —estaba viva— se arrastró hacia la abertura de
la pared, pero no pudo alcanzar el agujero mientras la tubería se
estrellaba contra el suelo, con las banderas saliendo detrás de ella.
La cosa saltó a un lado justo cuando el conducto se estrelló con un
estruendo de cristales rotos y una ráfaga de purpurina. Las pancartas se
amontonaron en un montón deforme.
Todo el mundo se congeló con incertidumbre.
Hasta que la cosa se abrió paso por debajo de los estandartes. Sus tres
patas con pinchos brillaron a lo largo de los bordes como cuchillas, y la
pesada tela se convirtió en confeti en menos de un segundo. Corrió por
el suelo hacia las casas de jengibre.
El chillido del metal desgarrado no tuvo nada que ver con tres
docenas de gritos de aspirantes a elfos.
—¿Qué...? —Avery cortó su propia maldición. Si los vampiros eran
reales, las arañas gigantes de tres patas no podían estar muy lejos,
¿verdad? Avery se dirigió hacia el caos, con el teléfono fijo —en
horizontal, gracias— en la mano. El vídeo de CQ se iba a hacer viral.
Dyer estaba justo detrás de ella.
—¿Enviaste a un diablillo a espiarnos? —Su tono era estridente.
—Eso no es nuestro —espetó Hugo.
Avery giró la cabeza para mirarle fijamente, con cuidado de que su
teléfono siguiera la acción.
—¿Qué es un diablillo?
—Una criatura de la antigua corte fae.
—¡Un espía! —Dyer volvió a escupir.
—Barrows tiene enemigos, obviamente —dijo Hugo—. Pero no
nosotros. Al menos no todavía.
La mujer ravpyrii se giró hacia él.
—Mátalo y se reunirá contigo. Sólo mátalo.
Avery aspiró un poco de aire.
—¡Hugo, espera! Esa cosa parece peligrosa.
—Lo es. —Se quitó la gabardina de cuero y se la colgó del brazo como
si fuera el capote de un torero mientras avanzaba.
Avery giró hacia Dyer.
—¡¿No vas a ayudarle?!
Dyer se dirigió a la puerta.
—Tengo que sacar a los humanos. No pueden presenciar esto. No
dejes que el diablillo se escape. Si llega al casino, la gente saldrá en
estampida. Cientos podrían morir.
La cosa, el diablillo, saltó sobre una de las casas de pan de jengibre con
un ruido metálico. Se aferró a las gomitas de plástico que decoraban el
tejado.
Lo que había parecido esponjoso desde la distancia era en realidad
escamas erizadas y dentadas. Un ojo bulboso giraba desde el centro de
su cuerpo gris, siguiendo a la gente que huía a su alrededor.
Dos mujeres jóvenes se habían refugiado contra la valla de plástico de
galleta. Una de ellas vio a la criatura que se cernía sobre ellas. Se aferró
a su amiga y gritó; era justo, pensó Avery. La mujer se sacudió contra la
valla, rompiendo el plástico, y ambas cayeron por el agujero.
Como si respondiera, el diablillo sacó una de sus patas con pinchos a
través de sus escamas, emitiendo un agudo gemido. El sonido atravesó
el cráneo de Avery, que se tapó la oreja con una mano, haciendo una
mueca de dolor. Pero no pudo evitar que el vídeo se grabara. Los que
estaban más cerca de la criatura cayeron de rodillas, con los brazos
alrededor de sus cabezas, encorvándose a la defensiva.
Hugo había acelerado a la carrera, recorriendo la gran sala a pasos
imposibles, casi borrosos. Sorteó a los caídos, agachándose a mitad de
camino para coger algo del montón de confeti que el diablillo había
dejado al caer.
Un largo palo de metal que había sostenido uno de los estandartes
brillaba en su mano como una lanza.
El diablillo volvió a chillar y una grieta atravesó el cristal del teléfono
de Avery. La pantalla se oscureció.
—¡Maldita sea! —Avery se metió el teléfono inservible en el bolsillo,
con la mano temblando al darse cuenta de que desvelar el otro mundo
podría no ser sin derramamiento de sangre.
Corrió detrás de Dyer, arrastrando unos cuantos cuerpos
conmocionados mientras avanzaba.
—¡Uno de los tigres se escapó! —espetó Dyer. El guardia de seguridad
con cabeza de bala la miró con los ojos muy abiertos—. ¡Muévete!
¿Un tigre? ¿Era eso lo que todos se dirían a sí mismos? Para sorpresa
de Avery, el guardia de seguridad ni siquiera intentó mirar hacia atrás
mientras lo empujaba a él y a otra mujer hacia las puertas. Dyer iba
delante de ellos, arreando a los humanos aturdidos.
Ella miró hacia atrás para encontrarse con la mirada de Avery.
—Cierra las puertas. Ahora.
—Hugo sigue ahí dentro —protestó Avery—. Y dos más por lo menos.
—Cierra. Las. Puertas.
Así era siempre, se dio cuenta Avery. La gente se negaba a ver lo que
no era conveniente. Incluso cuando lo sabían mejor.
El hombre de seguridad que estaba a su lado agarró la puerta más
cercana y la cerró de un tirón.
No, carajo. Había perdido a su madre por este tipo de locura. Avery
salió corriendo por la otra puerta antes de que se cerrara de golpe.
Volvió a correr a través de la carnicería de la fiesta que había salido
mal, patinando sobre las agujas de pino falsas esparcidas y tropezando
con los lazos de la guirnalda. Las luces fluorescentes brillaban sobre los
cristales rotos y todo parecía demasiado brillante. Miró frenéticamente
a un lado y a otro.
Un sollozo histérico la hizo girar. Las dos jóvenes se dirigieron hacia
ella, abrazadas la una a la otra.
Ella las estabilizó.
—¿Están las dos bien?
Cuatro ojos ennegrecidos por el rimel embadurnado se fijaron en ella.
—¿Qué fue eso?
Avery lo tomó como un sí condicional y las llevó a toda prisa hacia la
puerta lateral. No se fiaba de que la seguridad de Dyer no los hubiera
encerrado; parecía tan asustada como para echarlos a los lobos. O a los
tigres. O a los diablillos.
—Atraviesen el segundo salón de baile y salgan al pasillo. La Sra. Dyer
está allí con todos los demás. Ella les explicará todo.
Sí, que lo haga, pensó Avery con rencor.
Detrás de ellas, el diablillo volvió a chillar, y las dos chicas se hicieron
eco con reverberaciones gemelas.
Avery hizo una mueca y las empujó hacia adelante.
—¡Vayan!
No se demoraron en hacer más preguntas.
Avery volvió a la sala grande.
¿Dónde estaba Hugo?
Allí. Una versión en miniatura del casino ComeTrue se alzaba en el
extremo de la aldea de pan de jengibre. El diablillo estaba encaramado
en la carpa. Había borrado la mayor parte del mensaje de “Feliz
Navidad”, por lo que todo lo que quedaba era “eli avi”. Se dirigía hacia
abajo con una pata con pinchos. Sólo podía pensar en un hombre que
podría seguir de pie debajo de esa cosa cuando todos los demás
huyeron.
Corrió hacia él.
Toda su vida había estado huyendo de cosas que no podía creer, de lo
que la gente le decía que no podía ser real. Ya no.
Al menos, con sus otras patas aferradas a su terreno elevado, el
diablillo no podía hacer ese horrible ruido. Recordando cómo se había
armado Hugo, agarró un fino bastón de caramelo de metal mientras se
lanzaba por el pueblo de jengibre. El palo era un poco más largo que un
bastón. Cuando le dio un golpe experimental, él respondió con un
silbido despiadado.
Era suficiente. Agarró un calcetín de Navidad de gran tamaño que
colgaba de una puerta delantera y metió la mano dentro. Tres grandes
campanas tintineaban alegremente en la punta. No era tan varonil como
el guante de cuero negro de Hugo, pero el grueso brocado ofrecía cierta
protección.
Salió a trompicones por el lado más alejado del pueblo, frente al casino
en miniatura. Durante medio segundo, su cerebro intentó engañarla con
un déjà vu. Pero ya había estado aquí, frente a la entrada de ComeTrue,
hacía apenas una hora.
Para entonces no tenía ni idea de cómo iban a cambiar todo.
El diablillo tenía el terreno elevado pero no podía ir a ninguna parte.
Si saltaba para escapar, Hugo estaba allí mismo.
Él blandía su lanza improvisada, su camisa negra se tensaba sobre los
músculos de sus hombros, y ella tuvo otro lapsus momentáneo al ver el
aspecto que debía tener hace setecientos años.
El diablillo se escabulló por la mitad de la carpa para apuñalarle, y él
paró con la punta del asta de la pancarta. El metal chirrió contra la pierna
afilada del diablillo y éste retrocedió.
A pesar de su magistral postura, su abrigo de cuero alrededor del
brazo colgaba hecho jirones. Avery miró su media de brocado y tragó
con fuerza.
Probablemente era una idiota por estar aquí, pero al menos no estaba
loca.
Qué era lo único que importaba.
Y al menos podría servir de distracción.
Saltó hacia delante, balanceando el bastón de caramelo con un
estridente silbido.
—¡Oye! ¡Diablillo!
—¡Avery!
Uy, no había querido ser una distracción para él.
Cuando Hugo se sacudió hacia ella —¿quién era el idiota ahora?— el
diablillo se lanzó desde la marquesina.
Justo en su espalda expuesta.
—¡Hugh! —Ella se lanzó hacia él.
El diablillo era sobrenaturalmente rápido, pero ella estaba más cerca.
Apartó a Hugo de la trayectoria del golpe del diablillo. Cayeron con
fuerza, pero él ya los estaba haciendo rodar mientras el diablillo se abría
paso por el suelo hacia ellos. Cada golpe de las tres patas arrancaba
astillas de hormigón del suelo, y la columna vertebral de Avery se heló
ante la evidencia de su fuerza de martillo.
En su última tirada, Hugo la hizo girar por el suelo y ella se alejó de
él derrapando. Su arma del bastón de caramelo se perdió de vista.
—¡Sal de aquí! —rugió. El diablillo se levantó detrás de él sobre dos
patas, la tercera preparada para empalarlo.
Como el infierno.
Gritó sin decir nada y se lanzó contra el diablillo con la velocidad de
un corredor. Uno de los tacones de su bota se rompió y ella se tambaleó,
balanceándose con fuerza con la media navideña de gran tamaño. Los
cascabeles de la punta sonaron.
Sólo pretendía enredar la pata de la daga en un metro de brocado
antes de que descendiera, pero en el instante en que los cascabeles
tocaron al diablillo, su garra se ennegreció y un espiral de humo aceitoso
ensució el aire.
El diablillo retrocedió sobre las dos patas que le quedaban, con el
ruido de sus escamas.
Con miedo, adivinó Avery. O tal vez la versión fae de un improperio.
Por un instante, casi le dio pena. ¿Qué hacía en este mundo? Quizá
sólo quería volver a casa...
Entonces saltó hacia su cabeza.
Ella gritó y cayó de espaldas sobre su trasero, con los brazos apoyados
detrás de ella para amortiguar la caída. Estaba mirando la culminación
de todas sus pesadillas, justo a la cara. Bueno, el globo ocular, ya que no
tenía cara.
Sólo un globo ocular abultado, amarillo azufre como las fosas del
infierno...
—¡Las campanas, Avery! Las campanas son de hierro. ¡Balancéalas!
Se lanzó con el escudo de las medias, tanto para negarse a ceder a sus
pesadillas como para reaccionar a la orden de Hugo.
El diablillo retrocedió para evitar el repicar de las campanas.
Este fue el peor villancico de la historia.
Desde detrás de ella, unas manos fuertes la apartaron, con la suficiente
dureza como para dejarle moratones. Hugo le arrancó los cascabeles de
la punta de las medias y clavó su lanza en los lazos donde habían sido
ensartados: uno, dos, tres. Los cascabeles sonaron cuando se puso en pie.
El diablillo se encontró con él a mitad de camino, con todas las
escamas abiertas con un sonido como el de cien serpientes de cascabel.
Hugo saltó más alto de lo que cualquier humano podría, invirtiendo
su lanza en el aire para sostenerla como una estaca. El diablillo giró el
ojo para seguir su vuelo y condujo las campanas hasta el amarillo azufre.
Avery sintió más que oyó su grito, un lamento subvocal que la
desgarró. Se encogió cuando una sustancia viscosa verdosa brotó de la
herida. Motas de putrefacción salpicaron sus brazos levantados.
Fue un golpe fuerte, pero temió que no fuera mortal... hasta que vio el
humo que se enroscaba.
Tosió y retrocedió más rápido.
—Avery. —Hugo se agachó junto a ella—. ¿Estás herida?
—Puf —dijo ella. Fue la única respuesta que pudo invocar.
Le puso una mano en el hombro, con más suavidad que cuando la
apartó del diablillo, deteniendo su huida.
—Está muerto —dijo suavemente—. Estás bien.
Nunca volvería a estar bien, ahora que sabía que el mundo no sólo no
era plano, sino que tampoco era redondo, sino que estaba del revés y al
revés, y su cabeza daba vueltas como si se hubiera tragado todo el
alcohol de Las Vegas.
—Mi madre. Ella... Lo que pasó fue real. Ella desapareció ante mis
ojos. Nunca pensé... Yo... Oh Dios. Todo es real.
Le puso una mano bajo la barbilla y le apartó la cara de la criatura. La
miró fijamente, con sus ojos negros buscando.
—¿Te vas a desmayar?
Ella frunció el ceño.
—Desmayarse es tan de hace setecientos años. Ya no lo hacemos.
Una sonrisa suavizó la fina línea de sus labios.
—Tomaré nota.
—Aunque podría vomitar —advirtió.
Pero negó con la cabeza.
—Creo que no.
—No me conoces tan bien.
—Ahora te he visto luchar. Una vez que ves luchar a un guerrero, lo
conoces de una manera que no conoces a ningún otro. —Su sonrisa se
hizo más profunda, sacando un hoyuelo en su mejilla— O ninguna otra.
Una guerrera no debería arrodillarse por una araña de pesadilla y un
tacón de bota roto. O por un fugaz hoyuelo.
Avery levantó la barbilla de su agarre y dejó que su mirada volviera a
dirigirse al diablillo.
—¿Está realmente muerto?
Asintió con la cabeza.
—El hierro es letal para los faes.
—¿Cómo sabías que las campanas eran de hierro?
—No lo hice, no hasta que el metal quemó al diablillo. Muy pocas
cosas en el reino iluminado por el sol están ya forjadas con hierro frío,
por lo que los faes pueden incluso contemplar el regreso. Sólo esperaba
poder hacerle al diablillo el suficiente daño como para incapacitarlo con
el acero.
—Antes de que te matara. —A pesar de sus mejores intenciones
periodísticas, su voz tembló.
—No podía dejarlo escapar.
—Creía que estabas aquí para presentar al mundo a los faes.
Levantó una ceja.
—No queremos una guerra, pero tampoco queremos que cunda el
pánico. Un diablillo no es el mejor embajador de los faes.
Se estremeció.
—Sí, es cierto. De los dos, me quedo con el vampiro sexy.
Se quedó un momento en silencio, y sus ojos oscuros estaban de
repente más opacos que de costumbre.
—¿Lo harías?
Se sonrojó, el calor la recorrió como un rayo. Tuvo que ser el shock
persistente de la pelea. No podía estar enamorada de un tipo con
colmillos. Simplemente no.
Aunque... técnicamente sí. Ella era una escritora de Conspiracy
Quarterly, después de todo. Si iba a hacer la historia bien...
Desvió la mirada y se encontró mirando al diablillo. Más humo
aceitoso surgió alrededor de la lanza en su globo ocular, y la sustancia
viscosa verde se extendió mientras el cadáver se desplomaba sobre sí
mismo.
Con un escalofrío, ella también se apartó de él. Pero cuando dio un
paso para retirarse, se tambaleó.
Hugo estaba a su lado, con su mano en el codo.
—Tranquila. Te tengo.
Podría tenerla, toda ella, ahora mismo, sobre una pila de osos de
peluche desechados, si su libido temerario se saliera con la suya. Había
oído que el peligro era afrodisíaco, pero siempre pensó que eso era algo
que la gente decía cuando no le gustaban las ostras. Para ella, el
periodismo nunca fue la gloria de cubrir guerras y catástrofes; sólo
quería respuestas, hacer que todo en el mundo encajara en ordenados
centímetros de columna. Y ahora se encontraba en primera línea de una
invasión que nadie creería. Al menos no sin su ayuda.
Se apoyó en la mano de Hugo mientras levantaba cada pie para
quitarse las botas. Las tiró a un lado y se enderezó con las medias. La
pérdida de esos preciosos centímetros la hacía sentir más desequilibrada
que la pérdida del tacón, pero al menos sería capaz de correr si era
necesario.
Cuando se enderezó, Hugo se alisó el pelo. No se había dado cuenta
de que le colgaba en la cara.
—Estás muy callada —dijo.
—Supongo que no sé qué pensar. O en quién confiar. He leído todos
los cuentos de hadas y conozco la mitología, y no es que el otro lado
haya sido particularmente amistoso con los humanos la mayor parte del
tiempo.
—Te dije que los faes no quieren otra guerra.
—Otra... Entonces, ¿quién envió esa cosa de espía?
Él dudó.
—Los diablillos pertenecían al que ocupaba el Trono de Acero antes
del rey.
—¿Y dónde está ese tipo ahora?
—Ella. La Reina Undone fue liberada de su celda irrompible y
desapareció. Algunos faes muy peligrosos escaparon con ella.
Avery resopló.
—¿La Reina Undone? Bueno, parece el tipo de persona que deja el
pasado en el olvido.
La insinuación de un hoyuelo apareció de nuevo en su mejilla antes
de desvanecerse.
—Ella era un monstruo, pero durante siglos gobernó sobre monstruos
peores y mantuvo la paz, aunque a un precio terrible. El reino iluminado
por el sol evitaba la interferencia de los faes, salvo en raras incursiones,
porque ella los mantenía encerrados.
Con un escalofrío, Avery se rodeó de brazos.
—Y aun así me pides que allane el camino para su regreso.
—Ya no tienen elección. Y tú tampoco.
Antes de que pudiera discutir —y definitivamente iba a discutir—, las
puertas dobles del otro lado de la habitación se abrieron con un chirrido.
—Todo está bien aquí —dijo Avery y luego, cuando tres cabezas se
asomaron, añadió—: No gracias a todos ustedes.
Tira Dyer entró a grandes zancadas, flanqueada por dos hombres de
gran tamaño con la palabra “seguridad” convenientemente rotulada en
letras grandes sobre sus pechos aún más grandes. No se veían los
dientes, pero de alguna manera Avery sabía que todos eran ravpyrii; tal
vez fuera la forma suave y rápida en que se movían o los bordes afilados
de sus rasgos.
El trío se situó en el lado más alejado del diablillo de Hugo y Avery.
Uno de los machos miró el cadáver que se disolvía y tragó saliva antes
de poner los ojos al frente. Así que no todos los ravpyriis eran tipos
rudos.
Dyer ni siquiera miró hacia abajo.
—Hemos barrido el casino y no hemos encontrado ningún otro
intruso. —Sus ojos grises eran fríos—. Aparte de ustedes dos, por
supuesto.
—Que acaban de salvar tu Nochebuena —le recordó Avery.
—De nada.
—Tengo que preguntarme qué nos deparará la noche de mañana —
reflexionó Hugo.
Todos se giraron para mirarle, y él se encogió de hombros.
—El casino estará al máximo de su capacidad, y estoy seguro de que
los festejos se transmitirán por todas partes. ¿Qué mejor momento para
atacar para conseguir la máxima exposición?
Dyer negó con la cabeza, con una expresión de asombro.
—Pero lo detuvimos.
—Destruimos un diablillo —corrigió Hugo—. La reina destronada de
los faes tiene más de donde vino eso y peor además.
Dyer se alejó, como si rechazara sus palabras.
—Se suponía que esto era nuestro santuario. —Se giró hacia él—. No
tenemos ninguna disputa con los faes o los werelings. ¿Por qué vendría
esta reina por nosotros?
—Por la misma razón que vinimos a ti. Porque el santuario de
Barrows es ahora un faro para lo preternatural.
Como la mujer ravpyrii parecía vacilar, Avery insistió.
—Tenemos que hablar con Barrows. Especialmente si hay más por
venir.
Dyer negó con la cabeza.
—No puedes. —Cuando Avery respiró con fuerza, levantó una
mano—. Porque todavía no está aquí. Pero tiene que llegar mañana.
Él hizo ese lugar para que fuera una fiesta de todos los sentimientos
y, por supuesto, vendría a participar.
Avery se preguntaba de cuántas personas tenía que alimentarse, y
cuántos ravpyriis estaban escondidos entre el personal.
Había perdido su alegría infantil por la Navidad en un antiguo círculo
de acebo mientras su madre se adentraba en la nada. ¿Esta Nochebuena
estaba destinada a terminar no en un anillo de bayas rojas sino en
sangre?
Capítulo 8
Hugo no estaba tocando a Avery, pero la sintió vacilar a su lado, la
fuerza insaciable que había mostrado hasta ahora se estaba agotando.
Sabiendo que ella no apreciaría que la minaran ante sus adversarios, no
la alcanzó aunque cada nervio de su cuerpo le pedía a gritos que la
atrajera hacia sus brazos, lejos de los agudos ojos de los otros ravpyriis.
Y si era sincero, le sorprendió descubrir una tribu de aquellos como
él, que aparentemente habían encontrado el equilibrio con su existencia
antinatural. Los únicos ravpyriis que había conocido habían caído en
Phaedrealii como él, atraídos inadvertidamente por su maldición a
portales faes olvidados.
Como si el propio reino iluminado por el sol tratara de expulsarlos.
Pero aquí, en este páramo desértico de luces artificiales y artilugios,
se habían hecho un hueco.
Le dedicó a Dyer una brusca inclinación de cabeza.
—Muy bien. Nos reuniremos con Barrows cuando llegue. Mientras
tanto, quiero ver sus planes para los eventos de mañana. Tengo algo de
experiencia con las líneas de batalla. Tal vez vea un punto débil que la
reina pretende explotar. —Los guardias de seguridad miraron a Dyer
con incertidumbre, pero ella asintió con un movimiento de cabeza aún
más cortante que el suyo.
—Y necesitaremos una habitación donde podamos esperar.
—Que sea una suite —interrumpió Avery.
Dyer frunció el ceño, pero señaló con un dedo al ravpyr que estaba a
su lado. Se dio la vuelta, tecleando algo en su teléfono.
—Informaré al señor Barrows de lo que ha ocurrido aquí esta noche
—dijo Dyer, con un tono bajo y retumbante—. Si él cuestiona algo de lo
que me has contado...
—Estoy segura de que tendrá preguntas —dijo Avery antes de que la
otra mujer pudiera completar la amenaza—. Dios sabe que yo sí.
Intercambiaremos respuestas.
El guardia de seguridad dirigió su teléfono a Dyer, que apretó la
mandíbula y dijo:
—La Suite Lotus está abierta. Tomen el ascensor privado del vestíbulo
de registro hasta el nivel del ático. El código del ascensor y de la suite es
“escarlata”. Enviaré el programa y los esquemas de mañana a la
habitación y me pondré en contacto con ustedes cuando el señor
Barrows esté disponible.
Hugo asintió y se giró, extendiendo finalmente la mano hacia la
espalda de Avery. Bajo el contacto, por muy ligero que fuera, percibió la
rectitud de su columna vertebral y, por alguna razón, eso lo tranquilizó.
Por muy confundida y agotada que estuviera, no se doblegaría.
—Sr. de Grava. —La voz de Dyer, más suave que antes, lo detuvo en
seco. Cuando él miró hacia atrás, ella dijo—: Hugo. No importa la razón
por la que estés aquí, el señor Barrows te haría un lugar si te juras a él.
Muchos de nosotros venimos de... circunstancias difíciles, pero él lo
entiende. Todo lo que los faes y los werelings te han prometido,
ComeTrue te lo puede dar, además de la compañía de tu propia especie.
Cerró los ojos por un momento.
—Prometieron quitarme esta maldición.
Cuando volvió a mirar, los otros ravpyriis lo observaban con miradas
cerradas.
—No se puede quitar —dijo Dyer—. Nunca. Ya lo sabes.
No respondió, sino que se limitó a guiar a Avery alrededor del
diablillo humeante que ahora era poco más que un montón de ceniza
apestosa. Las campanas brillaban a través de la destrucción, como si la
sangre las hubiera purificado.
En silencio, los dos recorrieron el casino en sentido inverso, subiendo
las escaleras hasta la planta principal, pasando por las tiendas y los
restaurantes, a través de los pasillos abarrotados de jugadores
inconscientes. Como si la noche rodara hacia atrás.
Pero por una vez, no estaba deseando volver a su antigua vida. Si no
hubiera venido aquí, no habría besado a Avery, nunca habría probado
su deseo.
Sin las botas, era más pequeña a su lado, la parte superior de su cabeza
apenas le llegaba al hombro. Quería envolverla en sus brazos, ocultarla
del mundo. No estaba seguro de si el impulso era más bien protector o
posesivo, aunque sospechaba que ella rechazaría ambas cosas de plano.
En el ascensor, un guardia de seguridad humano los miró pero no
habló mientras Avery marcaba el código que Dyer les había dado.
Ascendieron, todavía en silencio, y cuando el ascensor se abrió, se
dirigieron por el pasillo hacia un conjunto de puertas dobles talladas con
una flor de loto.
Avery volvió a introducir el código y las puertas se abrieron.
Entraron juntos en la puerta.
Finalmente, Avery dejó escapar una respiración audible junto con una
maldición muy suave.
Cruzaron el umbral y cerraron las puertas. Ella se hundió
bruscamente en el suelo, con la espalda apoyada en el loto y las piernas
con medias extendidas hacia delante.
Hugo giró alarmado, pero ella le devolvió el gesto.
—Sólo... sólo necesito un segundo, ¿vale? Ve a asaltar el mini bar y ya
voy.
No estaba muy seguro de lo que era un mini bar, pero sabía que lo
habían despedido.
Un rápido recorrido por las habitaciones le mostró la gran sala de
estar y el dormitorio, igualmente espacioso, además de un baño casi tan
grande. Evitó los espacios íntimos y volvió a la sala principal, donde
Avery estaba de pie con una botella de cristal en la mano.
—No hay mini bar, lo que apesta —dijo—. Sólo las cosas de alta gama
que me van a dejar con el culo al aire. Así que no debería hacer esto,
pero... —Dio un largo trago a la botella. Las luces que entraban por las
ventanas del suelo al techo brillaban a través del cristal tallado, y
pequeños prismas danzaban por su cuello. La ondulación de su
garganta al tragar onduló la cadena de oro e hizo que su pulso palpitara,
lento y pesado.
Con un grito ahogado de licor, bajó la botella y se la acercó.
—¿Quieres un poco?
Oh, él quería.
Le quitó la botella de la mano con suavidad y colocó sus labios donde
habían estado los de ella. Incluso por encima del ardor del alcohol,
percibió su delicado sabor. El ardor que lo recorrió no tenía nada que
ver con el whisky.
Ella seguía su camino por la habitación, aunque sus pasos eran más
serpenteantes que los de él. Desapareció en el dormitorio, y él cerró los
ojos, imaginándola pasando la mano por la superficie sedosa de la cama
grande y redonda, el lujoso conjunto de almohadas en tonos de joya
esparcidas como flores de loto en un estanque tranquilo. Su pálida piel
brillaría contra las brillantes sábanas...
Se tragó una maldición cuando la botella se le escapó de los dedos
flojos y sus ojos se abrieron de golpe. Pero era Avery quien estaba a su
lado, tirando del whisky.
Bebió otro trago y le devolvió la botella en la mano.
—No me dejes beberlo todo. Aunque te lo suplique.
Quería que ella rogara mientras él se la bebía.
Se dirigió al sofá en forma de L dispuesto frente a una amplia pantalla
en blanco. Todavía de pie, tomó un teclado de la mesa baja situada frente
al sofá. Tocó algo y la pantalla cobró vida.
—No hay mensajes —informó—. Dyer no ha enviado nada todavía.
Debería comprobar que no nos ha encerrado aquí.
A pesar de sus sombrías palabras, no se dirigió a la puerta. Se limitó
a dejar el teclado en el sofá y a mirarle fijamente, con los brazos colgando
sin fuerza a los lados, y sus ojos verdes enormes y ensombrecidos.
Con otra maldición, se dirigió hacia ella.
Dejó la botella sobre la mesa y le rodeó los brazos con los dedos. Ella
se dejó llevar por su agarre, aunque su mirada no se desvaneció.
—Supongo que ahora estás asustada —dijo.
—Sólo necesito terminar el resto de la botella.
—Definitivamente no. —La giró cuidadosamente por los hombros—.
Necesitas otro tipo de refresco líquido.
La acompañó hacia el baño.
—¿Sabías que hasta que llegué aquí, nunca había experimentado la
fontanería interior?
Lo miró por encima del hombro.
—¿Setecientos años sin ducharse? Maldita sea.
—Apesta —estuvo de acuerdo.
Fue recompensado con su sonrisa torcida.
—Aprendes rápido. Como un niño pequeño, aprendiendo primero
todas las malas palabras. —Su sonrisa se desvaneció—. ¿Por qué se nos
pegan las partes malas?
Por mucho que quisiera contradecirla, seguía sufriendo sus heridas
setecientos años después.
En el baño, estudió por un momento los mandos de la ducha. La
habitación que Raze y Yelena le habían procurado estaba bien, pero su
bañera no tenía tantas boquillas. Con un encogimiento de hombros, los
encendió todos y la habitación empezó a llenarse de vapor.
No se molestó en encender las luces. El cuarto de baño no tenía
ventanas propias, pero la pared que compartía con el dormitorio era
toda de bloques de vidrio, por lo que las luces multicolores de los casinos
de la calle les llegaban en tenues serpentinas.
Con manos lentas, le desabrochó los botones de la blusa, empezando
por abajo, dándole tiempo a objetar. Pero ella se limitó a agachar la
cabeza, con el pelo cayendo alrededor de su cara en mechones oscuros.
Entonces sus manos se cerraron sobre las de él.
—¿Te ha sorprendido?
Miró hacia abajo, donde ella estaba tocando los cortes en su manga.
—A pesar de tener sólo tres piernas, los diablillos son notoriamente
rápidos. —Cuando ella retiró la tela para exponer los cortes de su brazo,
él se estremeció.
Las heridas rezumaban un icor translúcido, apenas teñido de rosa por
la sangre que le había sacado antes.
—¡Hugo! ¿Por qué no me dijiste que estabas herido?
—Los diablillos no son venenosos, y los de mi clase no enferman.
Además, el cuero soportó la mayor parte del daño. —Yelena le había
dado el largo abrigo de cuero con una risita, diciendo que era de rigor
para un vampiro.
—Pero debe doler —incitó Avery.
De nuevo, no podía negar su afirmación, así que no dijo nada.
Empezó a desabrocharle la camisa negra.
—Vamos, los dos vamos a lavarnos el pelo este día.
Quería entretenerse con la revelación, pero sus manos temblaban de
tal manera que los momentos fugaces parecían llegar a él con un suave
enfoque: su blusa cayendo abierta para revelar el sujetador de encaje,
oscuro como el vino contra su piel blanca; la curva de su vientre y luego
sus muslos cuando se desabrochó la falda; la fuerte flexión de sus
pantorrillas cuando se arrodilló para empujar hacia abajo sus medias de
lana.
De rodillas, con las manos sueltas alrededor de los esbeltos tobillos de
ella, le dio un beso en el triángulo de material sedoso que cubría su
montículo. El aroma de su deseo, que aún perduraba débilmente desde
su encuentro anterior, volvió a sonrojarse cuando ella puso la mano en
su coronilla.
—Hugh... —Sus manos se deslizaron por su pelo y por los lados de su
cuello, hasta que le agarró los hombros, instándole a levantarse. Le echó
la camisa hacia atrás, emitiendo un sonido sordo de angustia cuando vio
dónde la pierna del diablillo había traspasado su improvisado guante
de cuero. Tres agujeros rasgados atravesaban su bíceps hasta perforarle
el pecho por encima del corazón—. Oh Dios —susurró—. Si hubieras
sido humano...
—Pero no soy. —No estaba seguro de por qué sentía la necesidad de
recordárselo; en lugar de tranquilizarla, escuchó una cruda advertencia
en su voz.
—Debería volver a matar a esa cosa —dijo con un gruñido en el labio.
Por alguna razón, quiso reírse, no por su audacia sino porque ella
sabía lo que era...
Y seguía sin tener miedo. Incluso era protectora con él, el monstruo
que no moriría.
Las manos de ella se detuvieron en el cierre de sus pantalones, y la
maravilla que había en su interior se transformó, como uno de los faes
más peligrosos, en algo más profundo y oscuro.
Ella lo miró a través de sus pestañas, sus ojos verdes brillando
misteriosamente en la luz acuosa.
—¿Puedo?
—Por favor —dijo ronco.
Ella le bajó la cremallera y él gimió cuando su erección se liberó.
Volvió a mirarle, esta vez con ojos divertidos.
—Debería haber sabido que un tipo de 700 años iría en plan comando.
No pudo responder, paralizado por la cálida exhalación de ella que
recorría su gruesa carne mientras ella le bajaba el vaquero negro por las
caderas.
Ella frunció los labios y él volvió a gemir cuando su imaginación
envolvió esos labios de la forma más íntima. Ella lo miró con
incertidumbre.
—¿Estás herido aquí abajo?
—El dolor está a punto de matarme.
Sus ojos volvieron a arrugarse.
—Oh, lo entiendo. Al agua contigo entonces.
Se quitó las botas y los calcetines con presteza y la siguió a la ducha,
siseando cuando el chorro caliente de múltiples ángulos le picó en las
heridas.
Ella le pasó las manos por el pecho.
—Tipo duro. —Pasó por delante de él para accionar un dispensador
en la pared que arrojaba un gel verde pálido. Él se estremeció al recordar
las vísceras del diablillo, pero la fragancia de pino mentolado lo
tranquilizó—. Eucalipto —dijo ella.
—Huele bien.
—Y antibacteriano, aunque dices que no tienes riesgo de infección.
Extendió el gel sobre sus hombros y la espuma blanca surgió bajo sus
manos. Ella mantuvo la mirada fija en sus esfuerzos como si fuera lo más
importante que podía hacer.
—Ravpyr —murmuró, el trazo de sus dedos se hizo más lento y se
ensanchó sobre su piel—. Realmente existes. Supongo que no debería
sorprenderme demasiado. Muchas culturas humanas tienen alguna
versión de los vampiros.
Inclinó la cabeza hacia delante para dejar que el agua se deslizara
sobre su pecho, quemándose en los agujeros sobre su corazón.
—Hace milenios, faes y werelings y otras criaturas caminaban
libremente por el reino iluminado por el sol. Formaban parte de su
historia antigua y nunca abandonaron sus historias. —Puso una mano
en su cadera para acercarla—. Ahora tus historias harán que los
humanos nos conozcan de nuevo.
Ella extendió más jabón en un círculo sobre su pecho perforado.
—Bien. De todos modos, en la mayoría de nuestras viejas historias, los
vampiros no están... técnicamente vivos.
Al ver la inquietud en el tono de ella, sus dedos se apretaron en la
curva de su cadera. Como si ella fuera a huir de él ahora. Puso su otra
mano sobre la de ella, aplanando sus palmas por encima de su corazón.
—¿Sientes eso?
Sus cejas se arrugaron.
—Tu pulso.
—Respiro. Mi corazón late. Sangro, aunque es cristalino si no está
teñido de jugos prestados. —A pesar de la interminable agua caliente,
un escalofrío le recorrió—. La maldición me ha hecho más rápido y más
fuerte, más instintivamente consciente. Supongo que los ravpyriis
existen en algún lugar entre la magia de los faes y el animalismo de los
werelings. De ahí los dientes afilados. —Exhaló lentamente.
»Y sí, ravpyrii significa “el que no puede ser quemado” porque nunca
nos extinguimos. Nuestros parientes humanos no nos injuriaron por
estar muertos. Nos odiaban por no morir nunca.
La mano de ella se cerró en un puño bajo la suya, pero él no estaba
seguro de si lo rechazaba o reaccionaba al recuerdo del dolor que no
podía evitar en su voz.
Finalmente, ella dijo:
—Me alegro de que no hayas muerto esta noche.
—Como yo. —Y para su sorpresa, era cierto.
Se puso de puntillas y se deslizó por su pecho enjabonado para
besarlo. Su boca se inclinó sobre la de él, instando a sus labios a
separarse. Al sentir el mordisco del whisky en su lengua, cerró los ojos,
deleitándose con la sensación. La respiración, el pulso, la sangre, todo se
aceleró con su creciente hambre.
Ella dejó escapar un gemido cuando su miembro la pinchó. Bajando
entre sus cuerpos, tomó la carne hinchada con la mano y le dio una
caricia. Las caderas de él se agitaron contra las de ella, y él jadeó,
inhalando el agua y el perfume de sus propias ansias.
Había pasado tanto tiempo...
Pero en realidad, él la había mordido hacía apenas unas horas. Sin
embargo, la necesitaba de nuevo.
Y otra vez.
La hizo girar bajo el chorro hasta que ambos quedaron limpios y la
levantó en brazos. Ella chirrió, pero sus pasos fueron firmes incluso en
el suelo resbaladizo. La llevó, todavía chorreando, al dormitorio.
—Las luces... —Sus pestañas se agitaron tímidamente.
—Que brillen. —La tumbó en la cama de loto y la miró fijamente—.
Quiero verte, cada parte de ti.
Medio cerrados, sus ojos verdes le brillaban. Curvó su cuerpo en
exuberantes arcos de tentación, tan opulentos como las almohadas de
satén de la cama.
—¿Te preguntas dónde morderme ahora?
—Cada parte de ti —repitió.
Ella se estremeció, sus ojos brillaron aún más.
—Deja suficiente para mi corazón.
—Sólo aceptaré lo que tú estés dispuesta a darme. —Se deslizó sobre
ella, su piel húmeda contra la suya como un beso de cuerpo entero y
boca abierta. Ella soltó un gemido bajo y necesitado que resonó en los
lugares huecos de él, calmando el vacío al mismo tiempo que agudizaba
el dolor de su necesidad.
Pasó las manos ligeramente por su cuerpo, como si conjurara su forma
de la nada. Cada nervio se iluminó como las innumerables luces de la
ciudad a su paso.
Él podría no estar muerto, pero sólo ahora, con ella, estaba realmente
vivo.
Capítulo 9
Tal vez fue el whisky. Tal vez todo fue un sueño.
Tal vez estaba realmente loca después de todo.
Pero Avery sabía que deseaba esto como nunca había deseado nada
en su vida. Las luces de Las Vegas que entraban por la ventana del
dormitorio hacían brillar las lentejuelas multicolores del agua sobre su
piel. Se inclinó bajo Hugo, abriendo las piernas para acogerlo en el
centro de su cuerpo. Su miembro se acurrucó en su centro, una marca
caliente y palpitante. Bajo las palmas de las manos de ella, los flancos
húmedos de él ondulaban con tensión mientras se contenía.
—No te haré daño —dijo. Su voz era apenas más que un gruñido—.
No soy el monstruo que dice la mitología. Ni lo seré nunca. Preferiría
destruirme a mí mismo.
Ella subió las manos para apartar de sus ojos los mechones
chorreantes y desordenados. Si hubiera estado dispuesta a gritar, al ver
el brillo de las profundidades de obsidiana podría haber sido el
momento. Pero pensó que sus gritos se habían agotado por esta noche.
—He visto un monstruo esta noche —le recordó—. Y no eras tú.
Bajó para besarla, sus bíceps se flexionaron a ambos lados de ella en
una flagrante muestra de poder. Ella cerró los ojos cuando las afiladas
puntas de sus colmillos le presionaron los labios, demasiado suaves para
perforarlos, pero tan cerca...
Cuando él levantó la cabeza, ella arrastró las pestañas a regañadientes
para encontrarse con su solemne mirada.
—Ser ravpyrii significa que no soy portador ni propago la infección
—dijo—. También impide la concepción. Esas minúsculas vidas son
destruidas por la maldición de la incineración.
Le acarició la mandíbula apretada. A pesar de lo avanzado de la hora,
ninguna barba rozó su palma.
—Así que supongo que tienes lo del sexo seguro resuelto.
—¿Seguro? No lo sé. —Su voz se apagó.
—Sé que me dirías si hubiera un peligro.
—Lo hay —dijo al instante.
Ella levantó la cabeza para besarle y se mordió el labio con el incisivo.
—Es un tipo de emoción diferente. Del tipo que creo que podría
volverme adicta.
Sus fosas nasales se encendieron y una luz violenta iluminó sus ojos
negros desde el interior.
—Eres demasiado valiente —gruñó—. Vas tras Barrows. Atacaste al
diablillo. —Su labio se curvó, no tanto una sonrisa como un destello de
colmillo—. Burlándote de mí.
Ella se agachó para sopesar su miembro en la palma de la mano. La
mata de pelo que rodeaba el saco era escasa, al igual que los ligeros rizos
del pecho. Sólo lo suficiente para dar textura, como si hubiera sido hecho
para deleitar las yemas de sus dedos y cosquillear sus pezones.
—No tienes ni idea de lo peligrosa que soy —le informó.
—Asústame. —Esta vez, su voz era casi un ronroneo.
En su lugar, lo acarició y tuvo que contener un grito ahogado cuando
su carne se hizo más gruesa en su mano. Una pizca de incertidumbre le
hizo saltar el corazón; sus dedos dentro de ella habían sido tan buenos,
pero su erección desenfrenada era otra historia.
—No te haré daño —volvió a murmurar—. No puedo, no sin hacerme
daño. Así de cerca, tus sentimientos se convierten en los míos.
—¿Sentimientos? —Apenas podía concentrarse en sus palabras, sus
sentimientos, mientras él se frotaba contra ella, eran tan intensos.
—Eso es lo que la maldición ravpyrii nos roba, y el desbordamiento
de la energía humana es lo que nos mantiene vivos.
—¿No hay sangre?
—Sólo porque tu sangre corre con tus pasiones, al igual que el aliento
y las lágrimas. —Le pasó un dedo por el labio donde se había cortado
con él y luego le metió el dedo en la boca.
Saboreó la sangre metálica mientras pasaba la lengua por la yema del
dedo.
Él entrecerró los ojos.
—Peligrosa, ciertamente.
Él liberó su dedo y untó con su propia saliva su clítoris suplicante. Ella
jadeó ante su contacto, suave pero inflexible.
—¿Te entregarás a mí, Avery Hill? ¿Toda tú?
—Sí —gimió ella.
La contundente cabeza de su miembro se introdujo en ella y ella
inclinó las caderas para dejar que se introdujera en su carne tensa. Él
exhaló un suspiro agitado y se detuvo mientras ella jadeaba al ritmo de
él, dejando que su cuerpo se adaptara a la invasión privada.
Sus cuerpos se unieron como un amanecer en el desierto, lento,
inexorable... y más caliente a cada momento. Él salió de ella casi por
completo y bajó la cabeza para chuparle el pecho. Ella gimió al sentir el
roce de sus dientes sobre su pezón distendido, y él pellizcó ligeramente
el otro brote tenso, atormentándola con destellos de brillante placer.
Se aferró a sus brazos, sus dedos se hundieron en musculo grueso y
protector. No era de extrañar que él hubiera podido sacarla de la ducha
como si fuera una corista de cuarenta kilos. El potente deslizamiento de
su miembro en su coño la elevó aún más, cada empujón avivó su
excitación, hasta que los temblores de sus músculos internos se
extendieron a todas las extremidades. Apretó los talones detrás de su
trasero, instándole a ir más rápido, incluso mientras extendía los brazos
a ambos lados, sujetándose a la tierra con las manos en torno a los
magníficos cojines.
Pero a pesar de su desesperado agarre, a pesar de su delicioso peso
que la inmovilizaba contra las sábanas, iba a caer, iba a...
En su siguiente empuje, ella se inclinó sobre las sábanas, guiándolo
hasta su núcleo.
—Ahora —gritó ella—. Tómame ahora.
Con cada terminación nerviosa cantando, sintió los dientes de él en su
garganta, la cadena de oro tensándose. Como la última vez, el mordisco
no fue más que un pinchazo, pero una vibrante emoción se extendió por
su pecho y bajó hasta su vientre como si se hubiera tragado una máquina
tragamonedas a la que le hubiera tocado el premio gordo,
persiguiéndola como una botella de whisky rebosante de un solo
bocado. Y la emoción fue más allá, hacia los espasmos de su vagina,
desencadenando otro estallido orgásmico que recorrió todas las venas.
Ella arqueó el cuello hacia su boca, queriendo más, más, más. Él chupó
con fuerza.
Y entonces lo sintió. Él estaba allí, con ella. Se estaba viniendo, duro y
violento, y ella lo sintió. Volvió a tener un orgasmo, junto con él, su
cuerpo se aferró a su carne palpitante, y sintió que se cerraba en torno a
él... no, a ella... no, a él.
Y resultó que, después de todo, tenía un último grito dentro de ella,
que sonaba con un placer estremecedor.
Pero de alguna manera él se lo tragó, directamente de su garganta, y
cuando echó la cabeza hacia atrás con un rugido ahogado, ella escuchó
un eco de su voz en su boca.
Entonces se desmayó.
Sólo era consciente del cosquilleo que la invadía y del silencio de su
respiración al compás de la de él.
Un momento, si era consciente, no estaba inconsciente.
Se dio cuenta de que sólo era su pelo negro lo que tapaba sus ojos. En
lugar de aplastarla con su peso desplomado, se mantuvo en pie sobre
ella, sus antebrazos apoyados a ambos lados de ella, temblando.
Resopló una vez y las sedosas hebras negras se agitaron, dejando
pasar un rayo de luz cambiante.
—Hugh —murmuró—. ¿Sigues conmigo?
Sintió que sus labios formaban los sonidos, y escuchó su nombre con
sus propios oídos, y sin embargo también lo escuchó por segunda vez,
no como un eco —la superposición era simultánea—, sino con una
profundidad especial. Como se sentía cuando un amante susurraba su
propio nombre.
Ella escuchaba lo mismo que él.
Cuando él levantó la cabeza para mirarla, ella tuvo una visión
vertiginosa de sí misma a través de sus ojos.
Y ella era... gloriosa.
Pero era mentira; tenía que serlo. Era imposible que su piel fuera tan
luminosa o su pelo tan vivo. Las curvas y las olas de su cuerpo no podían
ser tan tentadoras, ni siquiera para un hombre que aparentemente no
había tenido sexo en setecientos años.
—Dudas de mí —dijo suavemente—. Desnudas tu cuello ante mí sin
ningún reparo, pero no puedes creer lo que veo con mis propios ojos.
La vergüenza, junto con un toque de desvergonzada satisfacción, la
recorrió.
—Bueno, resulta que sé que también crees en los vampiros.
Se inclinó para acariciar su garganta.
—¿Ahora no lo haces?
Una punzada redoblada de placer brotó de sus labios hacia afuera, y
ella se estremeció.
—Tal vez deberías intentar convencerme de nuevo.
Él se rió, una brisa suave sobre su piel sensibilizada.
—¿Cuánto dura? —preguntó—. Esta conciencia.
Rodó hacia su lado, llevándola con él, con el muslo de ella pegado a
la cadera de él, sus cuerpos aun profundamente conectados.
—No mucho tiempo. —La estudió—. Te molesta.
—No. —Pero sabiendo que él podía percibir su prevaricación, se
enmendó,
—Es simplemente extraño.
—Tanto es así.
Ella curvó los labios con ironía.
—Es cierto.
—El vínculo se desvanece junto con la mezcla que tomé de ti a través
de tu sangre y sudor y… -—trazó la punta de un dedo en una espiral
poco profunda a través de su cuerpo, desde la punta de su hombro
bajando por sus costillas hacia atrás hasta la unión húmeda de su
miembro enterrado en su coño—, y otros jugos.
Ella se apretó a él involuntariamente, y él respondió con una flexión
dentro de ella. Los dos jadearon, y la cabeza de ella giro como si no
hubiera suficiente aire entre ellos.
Definitivamente podría volverse adicta a esto.
—Sólo pídelo —susurró—. Y te lo daré.
La idea era a la vez estimulante y aterradora. Ningún amante se había
revelado ante ella tan voluntariamente.
—¿Cómo te pasó esto? —Ella apoyó la cabeza en el duro rizo de su
bíceps, observándolo—. ¿Qué te convirtió en un ravpyr?
Cerró los ojos, y dentro de ella, su miembro se marchitó. Oh, caramba,
debería haber adivinado que esto no era una conversación de almohada,
por muy exóticas y serenas que fueran las almohadas.
—Hugo. —Le tocó la mejilla—. Hugh. —Ella esperó a que sus
pestañas ridículamente largas se alzaran, sus ojos negros recelosos—. Lo
siento. Eso fue grosero. Es tu turno de mentir, si quieres.
—No. Sabía que en algún momento tendría que decírtelo. Para eso
estoy aquí, después de todo: para revelarme al mundo. —Dejó escapar
un suspiro—. El rey fae y su compañera wereling me eligieron porque
mi historia en el mundo humano podría ayudarme a probar lo que digo.
Conozco secretos que los historiadores aún no han desenterrado.
Su mano se agitó con el impulso de coger un bolígrafo y escribirlo
todo.
—Setecientos años. La Edad Media. Fue entonces cuando fuiste...
maldecido.
Él asintió, con su mandíbula apretada rozando sus nudillos.
—Mi prometida, Sibilla, era una bruja.
—Tu... —¿Su prometida? Quiso darse una patada a sí misma por el
golpe de abatimiento en su pecho. Por supuesto que había tenido una
mujer en su vida. Era sexy, fuerte y firme; eso nunca pasaba de moda.
Modificó la pregunta—: Una bruja. ¿De verdad?
—En aquellos días, nadie cuestionaba que las brujas existían.
A pesar de todo lo que había ocurrido esta noche, Avery sacudió la
cabeza al pensar en inquisiciones y cazas de brujas. Luego pensó en los
años de su madre en la institución y decidió que era mejor no juzgarla.
—¿Y Sibilla te convirtió en vampiro?
—Un error. Un terrible error. —Él se estremeció, y ella se acercó a su
espalda para agarrar el edredón de satén, tirando de él sobre ambos en
un capullo húmedo y con aroma a sexo—. Nuestra aldea se encontraba
en tierras disputadas entre señores en guerra. Nuestros campos se
habían quemado demasiadas veces como para molestarse en contarlas,
y todos habíamos perdido a nuestros parientes por el hambre y las
enfermedades. Cuando era apenas un niño, fui llevado por un bando
para explorar y espiar, y aunque escapé, más tarde fui reclutado por el
otro ejército. Muchos chicos corrieron la misma suerte y murieron
luchando. Sibilla perdió a dos hermanos en contiendas, y sólo quería que
se acabaran los combates, que nos dejaran en paz.
»Las mujeres de su familia siempre habían sido parteras, herboristas
y cerveceras. No era inusual para la época, pero Sibilla era todo eso... y
algo más. Había rumores sobre lo bien que funcionaban sus pociones.
»Pero ella era amable y generosa, aunque primero me enamoré de la
forma en que nadaba desnuda en el estanque del molino en las noches
de luna; perdóname, era joven, así que los susurros nunca llegaron a los
sacerdotes. Hasta que juró acabar con la muerte.
Avery movió el codo para deslizarlo por debajo de su cabeza, y él
apretó su mejilla contra la suave piel de la parte superior de su brazo
donde latía el pulso.
—Debe haber sido una fuerza de la naturaleza.
Asintió con la cabeza.
—Y ella hizo eso parte de su hechizo. Invocó viejas magias que habían
permanecido intactas desde que los faes abandonaron el reino
iluminado por el sol.
»El hechizo era una cosa hecha de miedo, dolor y muerte, un arma
para blandir contra los ejércitos que marchaban sobre nosotros.
»Era demasiado para mantenerlo en secreto. Los dos señores se
enteraron, y los sacerdotes también, y vinieron con la sangre en la
cabeza. Corrí a casa para advertirle, pero la magia había sido convocada.
Se negó a irse conmigo, diciendo que el hechizo nos mantendría vivos,
pasara lo que pasara.
Cuando inclinó la cabeza hacia su pecho, Avery le besó el revuelto
cabello.
—¿Su hechizo salió mal?
—No recuerdo mucho, pero los soldados descendieron a nuestro claro
mientras una niebla salía de su caldero. Un arquero disparó y yo la
aparté.
»La flecha de la ballesta me atravesó —se pasó los dedos por el
vientre—, justo cuando se desató la magia. Caí en el fuego.
Avery aspiró un poco y puso su mano sobre la de él.
—Me desperté en las frías brasas —continuó—, y la flecha de la
ballesta estaba enterrada entre los ojos de Sibilla. Ella me salvó.
Renunció a la magia para salvarme. Y la forma en que me miró a través
de las cenizas... —Se estremeció de nuevo, a pesar de la cercanía del
abrazo de Avery.
—Ella te quería —le recordó Avery, con el corazón apretado y
dolorido por su angustia—. Por supuesto que quería que vivieras. Ella
no podría haber detenido ese impulso más de lo que tú podrías haber
detenido la flecha con tus propias manos.
—Pero el hechizo era para todo el pueblo, no para mí solo. Volví
tambaleándome. Por una vez, los ejércitos habían trabajado juntos, y no
dejaron ninguna piedra en pie. Sólo un puñado de aldeanos sobrevivió,
y tomaron los restos destrozados de nuestros hogares y me apedrearon
hasta la muerte.
—Oh Dios, Hugo... —No tenía idea de qué más podía decir.
Se encogió de hombros.
—O lo que creían que era la muerte. Tal vez se arrepintieron de su
furia, o tal vez sabían en qué me había convertido y temían la venganza
de mi espíritu, porque se quedaron el tiempo suficiente para enterrarme
en una tumba poco profunda en la encrucijada entre los dos señores.
Cavé para salir y enterré a Sibilla en el agujero que me habían hecho.
Pero más profundo, mucho más profundo. Hay artefactos en esa tumba
que harían que los estudiosos modernos reescribieran la historia que
creen conocer. Y te daré la ubicación para probar mi afirmación.
—No. —Ella puso su mano bajo su barbilla y levantó su cara—. Hugo,
no. Eso no es... Encontraremos otra manera.
Sacudió la cabeza, zafándose de su agarre.
—Sibilla querría que la magia de los faes y el misterio de los werelings
volvieran al mundo. Si estaba dispuesta a sacrificar su vida para acabar
con una guerra, seguro que renunciaría a la paz de su tumba olvidada.
En el silencio que se produjo entre ellos, Avery dejó escapar una
respiración insegura.
Tras un largo momento, preguntó:
—¿Crees que esa historia se venderá?
Ella cerró los ojos. Podía justificar los informes falsos que presentaba
Ho para la revista Conspiracy Quarterly. Al menos podía decirse a sí
misma que sólo los idiotas se tragaban esas historias, pero esto... Eran
vidas reales, y muertes, y vidas de nuevo, una historia antigua que aún
respiraba. Y todavía le dolían los recuerdos.
—No puedo creer que hayas podido aguantar tanto tiempo —susurró.
—El tiempo pasa de forma diferente en la corte de los faes y a veces
podía olvidarlo, simplemente ir a la deriva, pero ahora... —Sus ojos
oscuros eran planos y sombríos—. Ya no puedo soportarlo. No puedo.
Quiso alcanzarlo de nuevo, pero él ya se había alejado de ella una vez.
Sólo podía ofrecerle lo que había venido a buscar.
—Contaré tu historia y la de Sibilla —prometió—. No dejaremos que
vuelva a haber una guerra.
Ella sabía que él debía percibir su sinceridad, su determinación, pero
se levantó de la cama y se dirigió al baño. Tras el chapoteo del lavabo y
un sombrío silencio, regresó con una bata de casino de felpa, una bata a
juego en el puño que puso a sus pies.
—Quiero ver si Dyer nos ha enviado los planes para mañana por la
noche.
Sin esperar su respuesta, él se dirigió a la otra habitación.
Sintiéndose un poco cruda —y no sólo vaginalmente— utilizó el baño
ella misma. Se lavó y se detuvo, estudiándose en el espejo. Una tenue
imagen posterior, que desapareció rápidamente, le dijo que él había
hecho lo mismo.
¿Qué había visto? Tenía el mismo aspecto, pero hacía tiempo que le
habían dicho que lo que creía ver no siempre era cierto. Por una vez,
pensó que aquellos bienintencionados detractores tenían razón.
Se unió a Hugo en el sofá del salón, acurrucándose no demasiado
cerca de él, sin querer imponerse. No intentó cerrar el espacio entre ellos.
Ya había conseguido encontrar la pantalla de mensajes que ella había
llamado antes, y esta vez había varios listados. Abrió los archivos para
él, barajándolos en la gran pantalla del televisor, y le mostró cómo
alternar y buscar. Intentó mirar los esquemas que él estaba estudiando
—después de todo, era muy probable que fueran invadidos por faes
malvados antes de que Papá Noel bajara por la chimenea—, pero su
mirada volvía una y otra vez al hombre que estaba a su lado.
Se dio cuenta fácilmente, pero ella ya sabía que lo haría. Al fin y al
cabo, era un macho con un mando en la mano.
Y tal vez todavía estaba usando lo que había absorbido de ella.
Ese pensamiento la hizo hundirse más en la bata esponjosa, como si
pudiera tragársela. ¿Qué había visto él cuando se miraba a sí mismo a
través de sus ojos? ¿Qué parte de su anhelo se había manifestado?
No es de extrañar que se haya alejado. Una cosa era que la gente
sospechara que estaba loca o que era una mentirosa o —Dios no lo
quiera— una verdadera teórica de la conspiración, pero que se pensara
que estaba desesperada y sola, a un paso de hablar consigo misma todo
el tiempo, aunque sólo fuera porque no había nadie más cerca para
responder.
Sí, la verdad dolía.
Nunca había tenido tiempo para una relación de pareja. Siempre había
alguna nueva tarea que la alejaba, o la preocupación de que la
esquizofrenia la reclamara a ella también. Los pocos hombres con los
que había intentado compartir su vida no habían sido capaces de
soportar la intensidad. Pero lo que sentía ahora, el deseo de acercarse a
Hugo, no podía seguir achacándolo a la locura o al trabajo. Ya no.
A pesar de la incomodidad, quería ayudarle aunque los planes que
aparecían en la televisión no tenían mucho sentido para ella. El reloj de
la parte inferior de la pantalla indicaba que eran poco más de las dos de
la madrugada. En la universidad, ella la llamaba la hora estúpida,
cuando la última descarga de cafeína y azúcar de medianoche del
supermercado de la esquina había desaparecido. Hoy en día,
consideraba que era la mejor hora para escribir textos absurdos para CQ,
pero esta noche —o esta mañana, en realidad— no tenía más palabras.
Ella culpó al whisky. Y al sexo. Si tan sólo tuviera alguien con quien
hablar, alguien que le creyera y la ayudara a averiguar si el resto del
mundo estaba preparado para creer.
Tocó el pequeño corazón de su collar. En todas las Navidades desde
que su madre había desaparecido, Avery nunca la había echado tanto
de menos.
Se durmió con las lágrimas no derramadas salando sus pestañas con
fuerza.
Capítulo 10
Hugo la dejó dormir. Hizo una pausa en su estudio de los planos del
casino para arrancar una manta suave y bordada del respaldo del sofá y
extenderla sobre Avery, que se había desplomado contra los cojines. Su
respiración tranquila lo distraía más de lo debido, pero menos que su
vibrante energía cuando estaba despierta.
Incluso después de arroparla con la manta, dejando sólo el brillo de
su pelo aún húmedo y la curva de la mejilla tocada con sus cortas y
gruesas pestañas, no volvió a prestar atención a su trabajo.
Le había dicho que el vínculo entre ellos se desvanecería, pero todavía
lo sentía.
Se había obligado a poner un poco de espacio entre ellos y, sin
embargo, los sabores y las texturas de ella permanecían en su mente, en
su cuerpo.
En su alma.
Ni siquiera sabía si aún tenía alma. La teología de su tiempo juzgaba
claramente a las brujas como su prometida y a las criaturas de la
iniquidad como él. Un monstruo que ciertamente nunca quiso ser.
Después del trato que habían recibido él y Sibilla, no estaba dispuesto a
conceder a los humanos el beneficio de la duda, o el daño de la fe, por
así decirlo.
Entonces, ¿por qué le había dado a Avery tantos detalles sobre el
origen de su maldición?
Habría bastado con decir que una bruja había cometido el acto y que
él conocía la ubicación de su tumba sin marcar con los diversos tesoros
de su época para probar su procedencia.
Había revelado demasiado de su recordado horror. Pero al menos no
le había contado cómo se tambaleó el primer día con la piel ennegrecida
y los huesos rotos por las piedras de los aldeanos. El hechizo que Sibilla
había lanzado funcionó como había previsto: no moriría por esas heridas
no letales. No importaba cuánto le doliera.
La magia latente, atiborrada de nuevo de sangre y fuego, había
debilitado la barrera entre el reino iluminado por el sol y los Phaedrealii.
Como la maldición lo había convertido en un monstruo por derecho
propio, ya no era humano, había caído en la corte de los faes.
Cuando la vieja reina le dio a elegir entre quedarse y desangrar la
energía traicionera de sus díscolos súbditos, o ser arrojado de nuevo al
mundo que había conocido y que lo quemaría y lapidaría de nuevo de
buena gana, él se había convertido tontamente en la sanguijuela de la
corte.
Pero el nuevo rey y su compañera creían que la pasión de los faes
podría devolver la magia al reino iluminado por el sol y renovar el
equilibrio de este mundo. Un mundo que había cambiado desde su
tiempo en él. ¿Qué otra cosa explicaría la disposición de Avery a abrirle
los brazos teniendo en cuenta lo que era?
Había vuelto al mundo sólo porque necesitaba que el fae lo liberara.
Y sin embargo... a pesar de la inminencia de que se le concediera su
deseo, necesitaba toda la fuerza bruta de su cuerpo de ravpyrii para
obligarse a apartarse de esta mujer a su lado.
Si la Reina Undone atacaba al día siguiente, tal vez mataría los últimos
vestigios de sus propias emociones y así salvaría a Avery de la perdición
que le esperaba si se quedaba a su lado.

***
Había hecho todo lo que pudo y luego apagó la pantalla para sentarse
a ver a Avery dormir, acurrucada en la esquina del sofá, con el pelo
revuelto como ondas de color rojo oscuro sobre la manta blanca bordada
con diminutas flores de loto en hilo de oro. A medida que el sol se alzaba
sobre el desierto, la fina capa de nubes se iluminaba hasta convertirse en
una lámina de plata pura. Sabía que la luz cambiante la despertaría, pero
si se levantaba para correr las cortinas, temía interrumpir sus sueños.
Mejor ser despertado por la luz que por él, una criatura de la
oscuridad.
Entonces, ¿por qué alargó su mano para tocar los mechones salvajes
de su pelo?
El teléfono de la habitación sonó, el timbre musical disonante en el
silencio.
Tira Dyer no se identificó cuando Hugo descolgó el teléfono, pero su
voz enérgica y contundente era inconfundible. Un Ravpyrii no
necesitaba dormir como tal, pero su tono era áspero.
—Recibí sus notas sobre nuestros esfuerzos de seguridad más
temprano —dijo—. Se las envié al Sr. Barrows. Se reunirá con ustedes en
dos horas. Estoy enviando el desayuno y algunas otras cosas, y te
llamaré cuando el Sr. Barrows esté listo para ti.
Cortó sin esperar su respuesta.
Levantó una ceja al teléfono mientras colgaba y se giró para ver a
Avery observándole desde su manto. Sus mejillas aún estaban suaves y
sonrojadas por el sueño, pero sus ojos verdes eran agudos. Y un poco
cautelosos.
Aunque era lo mejor, su cautela lo atravesó como la lanza de hierro
con punta que había devastado al diablillo.
—La luz del sol no te hace daño. —Su voz estaba casi tan crispada
como la de Dyer.
—Si fuera así, el desierto sería un mal lugar para un santuario
ravpyrii. —Como ella iba a tener que escribir la historia explicando su
especie y todo lo demás, añadió—: Buscamos las sombras porque la
oscuridad oculta nuestra alteridad.
—No tan bien como crees. —Ella seguía metida en la manta, con los
pequeños lotos subidos hasta la barbilla, pero por el movimiento de los
pliegues, adivinó que se tocaba el cuello donde él no podía ver—.
Tenemos menos de diez horas de luz del día, así que ¿qué sigue?
Transmitió el mensaje de Dyer y Avery se puso en pie, con los dedos
de los pies desnudos asomando bajo la manta que la envolvía.
—No sé si debería rezar para pedir mimosas o no —murmuró
mientras se dirigía al dormitorio.
Hugo se acercó a la ventana para ponerse a la luz del sol invernal y
sacó su propio teléfono. Pero no fue la tigresa wereling ni el rey fae
quienes contestaron.
—Taberna Sun-Down —dijo un hombre desconocido, Este es Beck.
Sin inmutarse, Hugo preguntó:
—¿Está Yelena?
—¿Eres el vampiro?
Hugo frunció el ceño.
—Si no lo fuera, sería una pregunta muy irresponsable.
—Tranquilo. Nadie que no deba oírlo lo creerá de todos modos.
Aunque eso era bastante cierto, no tranquilizaba a Hugo.
—¿Dónde está Yelena?
—Con su novio, lidiando con algunos... problemas en la corte. Ni que
decir tiene que allí no tienen buenas conexiones de telefonía móvil, así
que me dio el teléfono y me dijo que tal vez llamarías. ¿Qué necesitas?
Esta noticia era preocupante a muchos niveles. Los problemas en
Phaedrealii debían ser realmente graves para distraerlos de sus planes de
regresar al reino iluminado por el sol. Y ahora un desconocido tenía el
teléfono de Yelena y era el único contacto de Hugo.
Y Dios en el cielo, ¿quién llamaría novio al rey de los faes?
Como si oyera su dudosa reverberación a través de la línea telefónica,
el desconocido —Beck— dijo:
—Conozco a Yelena de mis días en el ejército. Es capaz de
emborracharme por debajo de la mesa, al parecer, los tigres tienen una
mayor tolerancia a la cerveza casera que los lobos, pero mientras estaba
allí, me hizo creer que su loco plan para unir nuestros mundos podría
funcionar. Así que dime qué necesitas.
Hugo lo pensó un momento más, pero no vio que tuviera más
opciones que cuando se había enfrentado a la reina de los faes hace
setecientos años. Si Yelena le había confiado a este lobo los secretos del
rey, él no podía hacer menos.
—Necesito ese ejército que mencionaste.
El ladrido de risa sorprendida de Beck se desvaneció cuando Hugo le
explicó su situación.
—Los días volverán a ser más largos —dijo Beck— y la luna nueva
está creciendo. —Por supuesto, un lobo conocería las fases de la luna—.
Si la vieja reina va a hacer un movimiento pronto, tiene que ser ahora,
mientras sus poderes son más fuertes.
—Será esta noche —declaró Hugo—, es una criatura de la locura y el
delirio.
Beck resopló.
—Siendo ese el caso, ¿qué mejor momento o lugar para atacar que Las
Vegas en Navidad?
—En efecto.
—Pero no puedo reunir un gran ejército antes del anochecer. Raze
todavía está luchando por estabilizar las puertas fae. No sé cuánta fuerza
puede mover de esa manera. Y mi manada está en Oregon. No te
alcanzaremos antes de que se ponga el sol.
Hugo aplastó la palma de su mano sobre el vidrio frío, mirando la
pálida luz en su piel. Así que estaba esencialmente solo, con una mujer
vulnerable que confiaba en él para sobrevivir.
Su mano se cerró en un puño contra el cristal transparente.
—Comunícate con Yelena cuando puedas —dijo. Y se preguntó si su
tono sombrío no congelaría el cristal—. Dile que revelar a los faes en el
reino iluminado por el sol podría estar sucediendo antes de lo que ella
deseaba.
—Aguanta todo lo que puedas —dijo Beck—. Vamos a ir. Y podría
tener algunas personas más cercanas que puedan ayudar. Mantén este
teléfono encendido.
Pero cuando cortó, Hugo se preguntó si algo podría ayudar.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus dudas. Cuando respondió, uno
de los guardias de seguridad ravpyrii de la noche anterior empujó un
carro largo cubierto de lino a través de la puerta. La parte superior del
carro estaba cargada con fuentes cubiertas para servir y varias bolsas
grandes decoradas con insignias de las tiendas de la planta baja.
El interés de Hugo se animó cuando el ravpyr tiró a un lado la ropa
para revelar el interior sembrado de metal oscuro.
—Hierro forjado en frío —dijo—. Casi imposible de encontrar, todo es
acero en estos días. El Sr. Barrows nos hizo pasar la noche refinando lo
que pudimos sacar.
Mientras que Hugo había pasado la noche con algo aún más preciado.
Pensó que debería sentirse mal por eso, pero si eran sus últimas horas
en el mundo...
Levantó una vara de madera rematada con un eje de hierro afilado y
con púas.
—Primitivo. —Cuando el guardia se erizó, agitó la mano para evitar
una protesta—. Los faes también son viejos. Te sugiero que creen
grilletes y cadenas a juego. Una punta de hierro como esta guja3 matará
a los faes menores, pero algunos de los más poderosos serán más
difíciles de dominar.
El guardia frunció el ceño pero asintió, Y no se fue. Cuando Hugo
arqueó una ceja en cuestión, el ceño del ravpyr se hizo más profundo.
—Dicen que es casi tan mayor como el señor Barrows.
¿Dicen? Hugo no estaba seguro de que apreciara ser el blanco de los
chismes más que de quemar y lapidar.
—No lo sabría. Todavía no lo he conocido.
—Yo tampoco. Pero nos preguntamos… —El guardia se movió, sus
manos apretando y abriendo a sus costados, marcando segundos de
silencio—. Escuchamos que tiene una cura. —Después de un último
apretón de nudillos blancos, sus dedos se separaron, como si soltara
algo—. Veo venir a toda esta gente, especialmente los últimos dos días,
y son tan… tan todo. Felices, tristes, canela... —Respiró hondo, dejando
al descubierto sus incisivos—. Y vistiendo tanto rojo, como...
Hugo sugirió gentilmente
—¿Cómo sangre?
—¡Como malditas señales de alto! —El guardia dio unos pasos
agitados en los confines de la puerta—. Como si me estuvieran diciendo
que... pare, que no tengo derecho a que la fuerza vital simplemente fluya
de ellos. —Se giró para enfrentarse a Hugo—. Pero lo quiero tanto.
¿Qué podría decirle al otro ravpyr? Aparentemente, ComeTrue no era
un santuario para todos.
—No tengo cura —dijo.
El hombre frunció el ceño.
—Pero escuchamos a los faes y los werelings…

3
N. del T. Una guja (del francés vouge) o archa era un arma de asta medieval.
—No somos como ellos. Fuimos convertidos por la magia que
manipulan los faes, pero la magia no es nuestra por derecho. Tenemos
la destreza física de los werelings, pero eso tampoco es natural para
nosotros. No pertenecemos a ningún mundo y, sin embargo, no tenemos
salida.
En un momento de silencio hirviente, las manos del ravpyr se
apretaron de nuevo, los nudillos se blanquearon como si sus huesos
buscaran escapar.
—Estaba buscando algo un poco más esperanzador —dijo.
—¿Esperanza? —Hugo negó con la cabeza—. Podría chupar eso
durante un siglo y aún no tener suficiente para compartir. Pero después
de esta noche, puede que no nos importe a ninguno de los dos.
No le sorprendió en absoluto que el guardia golpeara las puertas
cuando se fue. Hugo se volvió para encontrar a Avery de pie donde
estaba fuera de la vista.
—Parecía asustado —dijo.
—Todos deberíamos estarlo.
—Pero eres inmortal.
—Lo que no significa que no nos puedan matar. —Giró el carrito hacia
la mesa frente al sofá y ella atravesó la habitación para unirse a él—. Y
eso no significa que no queramos más.
—¿Más? —preguntó ella suavemente.
—Más que no morir. —Levantó la tapa de uno de los platos para
servir—. Canela.
Ella se acercó más.
—Es la temporada. —Agarró un tenedor y se inclinó junto a él para
cortar una sección de la pasta rociada con glaseado. El aroma de su piel,
su propio tipo de especia cálida y deliciosa, hizo que sus sentidos
giraran—. Si como esto y me termino el whisky, estaré tan lista para
escribir tu historia.
Volvió a sujetar la tapa del plato, fallando por poco su segunda
puñalada al pastel, y ella le dedicó una sonrisa torcida.
—Nos reuniremos con Barrows pronto —le recordó. Sacó la guja de
debajo del mantel—. Y es necesario poder manejar uno de estos además
de un bolígrafo.
Al estudiar el arma, sus ojos se agrandaron, el verde se iluminó con la
luz clara y fría del exterior.
—Tendré que decirle a mi editor que gastare en una armadura.
—Esos estaban hechos de acero, por lo que no te servirían de nada
contra los faes. Es mejor que corras —encontró su mirada fijamente—,
quizás deberías irte ahora mismo.
Ella se puso rígida.
—¿Irme?
—Esta noche se pondrá fea.
—Pensé que habías venido a verme porque necesitabas un testigo.
—A una rueda de prensa, no a una guerra.
Ella resopló.
—Estás captando nuestra jerga con asombrosa facilidad.
—He tenido una buena maestra. Estaba leyendo números anteriores
de Conspiracy Quarterly mientras dormías. Tienes habilidad con las
palabras.
Ella cogió un segundo plato y un cuenco de fruta del carrito y lo llevó
a la mesa del sofá, donde se arrodilló graciosamente en el suelo. Ella
reveló un desayuno más nutritivo de huevos y tostadas, pero no lo miró
mientras revisaba lentamente su comida.
—No pensé que hubiera mucho que aprender de CQ.
—También busqué tus historias en el periódico anterior.
Su tenedor chirrió sobre el plato. Dejó el acero con cuidado y tomó
una naranja en su lugar. El aroma brillante y alegre mientras clavaba los
dedos en la corteza fue un contrapunto discordante a su expresión
sombría.
—Así que eres un detective de Internet y un guerrero medieval.
—No tuve que mirar mucho, escribiste con el mismo nombre. —La
vio pelar metódicamente la naranja en una larga franja—. Si no te gustan
las historias que escribes para CQ, ¿por qué usas tu nombre real?
Ella dividió la naranja, vaciló un momento, luego le arrojó la mitad, lo
que él interpretó como que no estaba demasiado enojada con su acecho
en línea.
—Estupidez —dijo al fin—. O terquedad. O tal vez quemar mis
puentes para poder señalar la razón por la que no puedo volver jamás.
— ¿Por qué te fuiste? —Cuando ella levantó la vista bruscamente, se
comió una rodaja de naranja y se encogió de hombros—. No soy tan
buen detective —él la miró a los ojos directamente—, preferiría que me
lo dijeras tú misma.
Se preguntó si tendría que recordarle que ya había compartido su
pasado, pero después de un momento, suspiró.
—Cuando tenía once años, estaba visitando a mi madre en Navidad.
Ella estaba en una institución, una institución mental. —Ella lo miró
para ver si entendía y él asintió. Había leído su artículo de CQ sobre
asilos embrujados—. Parecía feliz. Inusual así que, debería haber
advertido eso. Pero pensé que era por las vacaciones, porque estaba allí
con ella. —Ella miró la media naranja ahuecada en sus manos—. Tonta
de mí.
—Mencionaste tus aventuras con ella cuando eras una niña.
Avery hizo una mueca y se comió un trozo de naranja, masticando
con más vigor del necesario.
—Ahora estoy pensando que algunas de las cosas que afirmó podrían
haber sido ciertas: criaturas sobrenaturales siguiéndola, vislumbres de
mundos extraños, ese tipo de cosas. Esa vez, me estaba diciendo que
finalmente había encontrado una manera de entrar.
Hugo se puso rígido.
—¿En Phaedrealii?
Avery negó con la cabeza.
—Ella no le dio un nombre. Pero se estaba haciendo tarde y mis
abuelos venían a recogerme. Ella me dio mi regalo —se tocó el cuello—
, un pequeño amuleto de corazón que anidaba dentro de un amuleto de
corazón más grande. Dijo que el corazón grande era para ella y el
corazón pequeño era para mí, así que siempre estaríamos juntas. Luego
me hizo salir a caminar con ella en la nieve. Dijo que quería mostrarme
la entrada.
»Había un jardín cerca del estanque, y pensé que me llevaría a la
glorieta y me diría que era una cápsula de viaje en el tiempo o algo así.
Pero ella había cavado un agujero debajo del seto de acebo, y se arrastró
dentro. Me asusté, pensando que se iba a caer por el otro lado del
estanque, así que asomé la cabeza detrás de ella. El acebo no era un seto,
había crecido en un círculo, hueco en el medio y...
Hugo se sentó en el borde del sofá a su lado.
—Una puerta a la corte fae.
—Sea lo que sea… ella simplemente… desapareció. Desapareció justo
frente a mí. —Levantó otra sección de naranja, mirándola como si no
estuviera muy segura de qué era, luego puso los restos en su plato—.
Retrocedí y corrí hacia el estanque. El borde estaba helado y el hielo no
estaba roto. No había forma de que pudiera haberse caído, pero no había
huellas en la nieve en ningún lugar excepto por donde habíamos
caminado. El personal llamó a la policía y miramos por todas partes,
pero... —Ella negó con la cabeza—. Nadie creyó lo que estaba diciendo.
—La barrera alrededor de Phaedrealii siempre ha sido más delgada
para algunos. Los tocados por magia o maldiciones —ella lo miró con
comprensión en sus ojos—, artistas que ven el mundo diferente a la
mayoría, niños, locos. —Cerró los ojos brevemente, buscando en sus
recuerdos—. Encontré pocos humanos verdaderos en Phaedrealii,
ninguno que pudiera haber sido tu madre. —Cuando ella dejó escapar
un suspiro tembloroso, él hizo un sonido de advertencia—. Pero la corte
es un lugar vasto e inexplorado. Cuando volvamos a hablar con el rey,
podemos hablarle de ella. Y cuando caigan las puertas, tal vez ella
reaparezca.
Avery inclinó la cabeza, las ondas de su cabello cayeron alrededor de
su rostro.
—Debería haberme arrastrado detrás de ella, pero estaba asustada…
—No lo hagas —dijo bruscamente. Extendió la mano para poner su
mano sobre su hombro y flexionó los dedos con la fuerza suficiente para
sacarla de su espiral descendente. Avery lo miró con los ojos
entrecerrados por el dolor, no por su agarre, lo sabía, sino por lo que
había dentro de ella—. No podrías haberlo sabido —le dijo.
—E incluso si lo hubieras sabido, no podría haberla detenido —No
más de lo que podría haber hecho cuando saltó en medio del hechizo de
Sibilla.
Después de un largo momento, su brillante mirada fija en la de él,
asintió con la cabeza.
Movió la mano para acariciar su cabello, deleitándose con la forma en
que los mechones se enroscaban alrededor de sus dedos.
Avery inclinó la cabeza contra sus nudillos con un suspiro.
—Me convertí en periodista porque quería tratar solo con hechos:
fuentes que podía entrevistar, cifras que podía verificar, mentiras que
podía exponer. En el Times, no entregué una historia hasta que supe que
estaba bien. Hace dos años, me asignaron un caso de secuestro familiar.
Bastante sencillo: un padre sin custodia con antecedentes de crisis
psicóticas secuestró a su hijo.
— ¿Otro defecto en la barrera Phaedrealii?
—No. Terminó felizmente. Encontraron al niño, el padre consiguió
arreglar sus medicamentos. Asistí a su maldito juego de béisbol después
de la terrible experiencia y fue maravilloso. —Se pasó la mano por la
mejilla aunque no había nada allí, y él imaginó que era sólo el recuerdo
de las lágrimas lo que la molestaba—. Fue entonces cuando me di cuenta
de cómo podría haber, debería haber terminado para mí.
»He estado buscando a mamá desde entonces. Y cuando la encuentre,
creeré todo lo que me diga, solo por verla. —Ella se estiró para sujetar
su mano alrededor de su muñeca, un poder en su agarre que lo
sorprendió—. Es esa estúpida esperanza que mencionaste. Por eso no
puedo irme ahora. Si los faes están llegando, este podría ser el momento
más cercano que he estado a recuperarla.
Sabía que era una pérdida de tiempo pedirle que se fuera, y por un
instante pensó en forzar el asunto. Pero entendió su deseo de cambiar el
pasado.
Demonios, estaba aquí exactamente por la misma razón.
Se puso de pie y le tendió la mano. Sin dudarlo, ella puso su palma
sobre la de él. La confianza implícita apretó su pecho tanto con horror
como con placer mientras la levantaba. Ella sabía lo que era y el errores
que había cometido, y aun así estaba dispuesta a estar a su lado, sin
hacer preguntas.
Le entregó una de las bolsas del carro.
—Si estás demasiado loca para salvarte, nos reuniremos con Barrows
en una hora.
Ella le dedicó una sonrisa torcida.
—Me pregunto si esta entrevista será más adecuada para CQ o para
el Times.
Se preguntó si tendría la oportunidad de escribir algo.
Ella llevó su bolso al baño y él esparció el contenido del suyo sobre la
cama. Tira Dyer le había proporcionado ropa limpia, bastante justo ya
que el apuñalamiento del diablillo arruinó la suya, aunque no había un
abrigo de cuero para reemplazar el desgarrado, una pena. Le había
gustado el aspecto elegante y podía entender por qué los vampiros
preferían el look.
Los vaqueros negros le quedaban pegados a la piel y se flexionaban
cuando se movía. Se puso las botas, que estaban donde se las había
quitado la noche anterior.
Por un momento, su peso pareció inmovilizarlo contra el suelo. Si tan
solo pudiera pasar otra noche descalzo con Avery...
Agarró la camisa de algodón de manga corta, también negra, de la
cama y se la sacó por la cabeza, como si pudiera apartar el pensamiento
nostálgico. No había venido aquí para pasar sus noches con una mujer
tan dañada como él. Independientemente de lo que pasara después, no
le quedaban noches que realmente pudiera llamar suyas.
La camisa era más ajustada de lo que hubiera elegido para sí mismo,
y las alas grises delineadas en el pecho lo hicieron fruncir el ceño con
más ferocidad que se justificaba.
Leyó las palabras al revés. «¿País murciélago? Los Ravpyriis no
cambian de forma a murciélagos».
Avery salió del baño. Su mirada vagó por su cuerpo, sus labios se
arquearon.
—Es una referencia literaria. Se ve bien en ti. —Una chispa de calor en
sus ojos hizo que se quedara sin aliento antes de que ella bajara la mirada
hacia su propia camisa verde oliva, donde un rostro de ojos saltones y
mentón delgado se extendía sobre sus pechos—. Obtuve el Área 51. No
hubiera imaginado que Dyer tuviera sentido del humor.
Como si el ajuste de la camisa no fuera lo suficientemente tentador,
unas ajustadas mallas negras ahuecaron su trasero de una manera que
hizo que sus manos se crisparan con anhelo. Se había recogido el pelo
en una gruesa trenza por el cuello, los mechones rojos brillaban contra
su piel, pálidos excepto por el pequeño hematoma que le había dejado
el mordisco.
Cerró los ojos ante la posesividad que lo invadió.
—¿Hugo? —Sintió el calor de su mano flotando cerca de su antebrazo
desnudo. El teléfono sonó y el espacio se abrió de nuevo entre ellos.
Avery tomó la llamada y escuchó por un momento.
—Nos dirigiremos hacia allí. Por cierto, gracias por las camisetas
novedosas. Nadie nos dará una segunda mirada. —Cuando colgó, tomó
su mochila. Mientras se ponía de pie para colgársela al hombro, levantó
la barbilla—. Tiempo de la función.
Capítulo 11
Caminando por el vestíbulo del casino hasta el segundo ascensor
privado con la etiqueta “Solo para el personal”, Avery deseó haberse
detenido en las tiendas para reemplazar las bailarinas, adornadas con
diamantes de imitación con las palabras “¿Qué pasó...?” en un dedo del
pie y “¿en Las Vegas?” por el otro, que Dyer había incluido en su bolsa
de ropa. Pero ella no suponía que hubiera un excedente del ejército en
el mercado ComeTrue, por lo que la posibilidad de encontrar botas de
combate era probablemente nula de todos modos.
Y además, probablemente no deberían hacer esperar a un vampiro
multimillonario.
En el ascensor, marcó el código de seguridad y salieron disparados al
último piso. Se dio cuenta de que quería alcanzar la mano de Hugo, pero
apretó los dedos en un puño para desterrar el deseo. Pensaría que ella
era solo una chica humana asustada.
Lo que técnicamente era ella.
Qué vergonzoso descubrir que había pasado todos estos años
supuestamente buscando respuestas, pero cuando el momento de la
verdad estaba ante ella, una parte de ella todavía quería cerrar los ojos.
Pero ya no era una niña que temía mirar lo que podría haber debajo de
la cama.
Diablos, se había metido en la cama con el monstruo.
En lo que respecta a las charlas de autoestima, probablemente no era
una para los carteles de motivación, pero el recuerdo añadió un poco de
chispa a su caminar cuando la puerta del ascensor se abrió y salieron.
Ante ellos se extendía una enorme sala sin terminar de barras de
refuerzo desnudas y cables expuestos. El suelo de cemento se extendía
hasta las ventanas distantes en los cuatro lados. Como ComeTrue era
más alto que cualquier otro rascacielos del centro, la vista se extendía
del desierto a la montaña, de la ciudad al Strip. Una figura alta estaba de
pie en el panel de vidrio más cercano, mirando hacia la luz invernal.
Hugo siguió adelante y Avery se apresuró a seguirlo cuando Deon
Barrows se volvió hacia ellos.
Iba vestido todo de negro, desde Oxford hasta los pantalones
arrugados y puntas de alas. Un toque de plata en sus rastas negras le dio
un brillo masculino sutil, como un Rolex particularmente caro. Se
parecía tanto a lo que ella había imaginado que podría haber estado un
poco decepcionada. Excepto sus ojos sorprendentemente pálidos,
especialmente impactantes contra su piel oscura, le advirtieron que en
una ciudad de dinero y vicio, él era el depredador supremo.
Tenía su teléfono celular afuera, la cámara lista, pero Barrows levantó
una palma plana. Para su sorpresa, la piel de la base de sus dedos parecía
áspera. ¿De dónde sacó los callos un vampiro multimillonario? Quizás
no debería extrañarse.
—Por favor, abstente —dijo. No podía ubicar el ligero acento en su
voz. Fuera lo que fuera, había intentado desterrarlo—. Prefiero no
quitártelo.
Ella le hizo un pequeño ceño fruncido; comenzaría confundida y
luego escalaría a molestarse si era necesario
—Pensé que si aceptabas reunirte con nosotros, entenderías nuestra
razón para venir. Estamos haciendo una historia.
—Tira dijo que estaban aquí para traer de vuelta a los faes. Eso no
tiene nada que ver con los ravpyrii.
Hugo cruzó los brazos sobre el pecho, ampliando su postura.
—Lo hace si la Reina Undone ha elegido el castillo de tus sueños para
sus propias pesadillas.
—Especulaciones —Barrows movió un dedo antes de que su puño se
cerrara sobre la tosca evidencia de su máscara no del todo perfecta.
Avery resopló
—Dijo el hombre... —extrajo la palabra el tiempo suficiente para ser
sardónica—, que hizo su primer millón de fluctuaciones del mercado
temporal en el precio del oro.
Barrows se encogió de hombros.
—Oro, licor, carne, pecado. Hay alguna desviación en la línea de base,
pero se sorprenderían de lo bien que mantienen su valor a lo largo del
tiempo.
—Con esa actitud, no es de extrañar que decidieras establecerte en Las
Vegas.
— Podemos vivir aquí sin que nadie lo sepa y con toda la energía de
los sentimientos humanos que necesitamos. —Sus ojos pálidos brillaban
como soles del desierto—. Esto no lo arriesgaré, ni por un fae o un
wereling.
—¿Por unos humanos? —pinchó—. Fuiste uno, una vez.
—Casi olvidado, te lo aseguro. —Su mirada se entrecerró en Hugo—.
¿Por qué defenderías a alguno de ellos? Sé que realmente no te puede
importar lo que les suceda.
—No lo sabes —dijo Hugo, su voz más fría que la luz del exterior—.
Y no te conozco, pero has pasado suficientes años para saber que el
cambio es inevitable. Y teniendo en cuenta lo que has construido aquí,
debes saber que las probabilidades nunca están a nuestro favor.
—Están en el mío —gruñó Barrows.
Pero en su irritación, Avery escuchó un toque de ambigüedad. Él no
estaba seguro de lo que se avecinaba, y dado que su historial en el
mercado de valores era testimonio de sus cojones de acero, el hecho de
que vacilara era suficiente para provocar un pánico total en ella.
Excepto que ella tenía un trabajo que hacer.
—Te diré una cosa —dijo, extendiendo las manos como un buen
tiburón de cartas—. Si la Reina de las hadas no aparece esta noche, nos
vamos. Los faes y los wereling encontrarán otro lugar para organizar su
regreso.
Hugo movió las puntas de sus botas.
—Avery...
Ella levantó un dedo.
—Los faes tienen un historial de hacer tratos. Y el señor Barrows es un
hombre de apuestas, ¿verdad?
Sus nervios se tensaron ante la sensación de dos machos ravpyrii
enfocando sus ojos negros y pálidos en ella. Se sentía algo... sexy.
Hugo dejó escapar un suspiro lento.
—Eres una molestia, Avery Hill.
Ella se encogió de hombros.
—Por lo general, dicen loca. —Ella cerró las manos con un aplauso
mientras miraba a Barrows—. Pero si la reina viene y te ayudamos a
luchar contra ella, ComeTrue se convierte en el centro de la campaña
para el regreso de los faes y el resto de este loco mundo.
Barrows estuvo en silencio tanto tiempo que pensó que lo había
perdido.
Finalmente, dijo:
—De cualquier manera, esto suena como una pérdida para mi gente.
Ella sacudió su cabeza.
—De una forma, te echan a la acera, y sospecho que sabes cómo es eso.
—Su cabeza se echó hacia arriba, los ojos pálidos se entrecerraron, pero
ella continuó—: De otra manera, ganas aliados que nunca antes has
tenido.
—Aliados. —Escupió la palabra con amargura y se volvió hacia
Hugo—. Tira me ha dicho que los faes hicieron un trato genial contigo.
Para liberarte de la maldición ravpyrii.
Al lado de Avery, Hugo se enderezó.
—Ella ya me ofreció un lugar entre tu gente si me alejaba de mi
promesa. Lo rechacé.
Barrows reveló su colmillo con desprecio.
—Eres un tonto al creer las promesas de un Fae. La magia ravpyrii no
se puede romper.
Hugo inclinó la cabeza.
—No es del todo cierto.
—No sin matarte —espetó Barrows.
—Eso… es verdad.
El corazón de Avery se aceleró con un doloroso latido lateral.
—Hugo, si sabías que el fae no podía cambiar el hechizo que te alteró,
¿por qué dijiste que los ayudarías?
Él no dijo nada. El sol de invierno empañado agregaba más sombras
que luz a su mirada distante.
—¿Hugo? —Ella se atragantó. ¿Qué no le estaba diciendo?
En el tenso silencio, Barrows respondió por él.
—Porque quiere morir. La magia Fae lo hizo y el fae puede deshacer
la acción.
Una fría oleada de conmoción debilitó las rodillas de Avery. Se giró
para mirar a Hugo.
—Eso no es... —Cierto. En el borde despiadado de su mandíbula y el
negro insondable de sus ojos, vio su reversión al hombre imponente que
se había acercado a ella hace apenas un día.
Se le revolvió el estómago y la naranja tenía un sabor amargo en la
parte posterior de la garganta. ¿De verdad había creído que llegaría a
conocerlo? ¿Qué había algo entre ellos? De acuerdo, ella no diría magia,
sabiendo lo que hacía ahora, pero había pensado que tenían una
conexión, un vínculo compartido de vidas difíciles que se volvían más
confusas por influencias misteriosas que no podían controlar. Y, sin
embargo, esos mismos misterios los habían unido. Pero incluso mientras
él fingía estar preocupado por lo que le había pasado, todo el tiempo
sabía que no se alejaría de la noche con vida. Y volvería a estar sola.
—Avery. —Él dio un paso hacia ella y ella retrocedió reflexivamente.
Barrows soltó una risa fría
—Incluso esta simple humana sabe que has cometido un error.
—Sí, he cometido muchos —gruñó Hugo—. Pero este será el último.
—Ser ravpyrii es un regalo.
—¡Una maldición! —Hugo cortó el aire con una mano.
—Solo porque lo has pensado así —dijo Barrows—. Pero he hecho de
ComeTrue un refugio para nosotros: lujo, privacidad, un banquete de
fuerza vital en constante cambio. Aquí no habrá muerte. No, a menos
que alguien lo desee.
—Hugo. —Sin su pensamiento consciente, la mano de Avery alcanzó
al hombre a su lado, pero solo llegó a la mitad antes de que la obligara a
bajar—. Deberías escucharlo. Si tiene otra forma...
—No hay otra forma. —Su voz crepitaba como si se rompiera hielo_.
Es otra prisión, como Phaedrealii. Una mentira tentadora. _Él encontró
su mirada, sus ojos negros más ensombrecidos que nunca—. Estoy
luchando por la libertad de los faes y los werelings porque eso es lo que
yo también quiero. No quiero otros setecientos años de esto.
Extendió la mano para abarcar el espacio que los rodeaba con sus
vistas hacia los horizontes en todos los lados, pero su corazón expuesto
y vacío.
Barrows frunció el ceño.
—Solo porque aún no he traído al decorador...
—Dí lo que sea necesario —dijo Hugo, sus palabras ineludibles—. No
será suficiente.
Barrows levantó la barbilla con expresión tensa
—Entonces solo necesito algunos miles de millones más.
En otras circunstancias, Avery podría haberse reído de la mirada
arrogante del magnate de los casinos, pero el nudo en su garganta era
un grito de negación ante la desesperanza de Hugo.
No era justo. No estaba bien. Finalmente encontró a alguien que
realmente podía entenderla, cuyo toque la trajo a la vida de una manera
que nunca había experimentado, ¿y él preferiría morir? ¿Qué decía eso
sobre sus posibilidades de hacer las paces con su propia jodida
existencia?
Una mezcla repugnante de furia y desesperación se reprimió detrás
del grito hasta que consideró seriamente “decorar” el ático de Barrows
con algo de “Fuerza vital” que les permitiría a ambos machos ravpyr
saber exactamente lo que ella estaba “sintiendo”.
Pero había jurado que no dejaría que los simples hechos se
interpusieran en el camino de sus grandes verdades. Se acercaba un
nuevo mundo, uno en el que podría reunirse con su madre y encontrar
explicaciones para algunos de los extraños y alegres recuerdos de su
infancia. Era todo lo que había estado buscando estos últimos años.
Apretó el puño alrededor del dije del collar con tanta fuerza que la punta
diminuta del corazón le mordió la palma.
Si Hugo de Grava quería su libertad, ella no se interpondría en su
camino y tampoco dejaría que él la detuviera.
Aunque, cuando pensó en lo que podrían haber sido juntos, casi, casi,
usó la palabra magia.
Capítulo 12
Barrows era un canalla de primer orden, pero Hugo le creyó al otro
ravpyr cuando aceptó el desafío de Avery: si la Reina Undone hacía su
movimiento y era repelida con éxito, se reuniría con Raze el Destructor
y su compañera wereling en el regreso de los faes.
—Podría funcionar —admitió a regañadientes—. En las últimas
décadas, he tenido más dificultades para mantener una fachada
convincente. —Le lanzó una mirada fingida a Avery—. Principalmente
por los molestos reporteros.
Ella le dedicó una leve sonrisa. Lo cual era más expresión de la que le
había dado a Hugo desde que Barrows lo había expuesto.
—Nosotros, los simples humanos, tenemos tan poco a nuestro favor
en comparación con los vampiros, las brujas, las hadas y los hombres
lobo. Al menos podemos ser molestos.
Los inquietantes ojos de Barrows la miraron, el hielo se derritió.
—No es tan simple, supongo. Puedo ver qué hay más en ti que una
molestia.
La descarada evaluación del ravpyr puso los pelos de punta a Hugo.
La respuesta atávica era más adecuada para los hombres, pero no pudo
detenerla. Avery era suya. Él había estado dentro de ella y ella en él. La
idea de que alguien más la tocara tan íntimamente y se deleitara con la
mezcla única de su humanidad apasionada arrancó un aullido silencioso
de sus profundidades.
Pero como le había dicho a Barrows, había hecho su elección antes de
poner un pie fuera de phaedrealii. Aunque Avery lo tentó a elegir de
nuevo, a tirar de la palanca del destino impredecible y tomar otra
oportunidad, no pudo atraerla más hacia el enredado y peligroso
mundo que estaba desvelando. Y él no perdería ni podría perder a una
persona más que amaba por el paso del tiempo que no lo tocaba.
Cada vida era una apuesta, lo sabía. Pero debido a la maldición
ravpyrii, siempre perdería. Cada vez. Y simplemente no estaba
dispuesto a intentarlo de nuevo. Ya sea que eso lo convirtiera en un
realista o en un cobarde, no estaba seguro y se negó a que le importara.
No es que importara, ya que parecía que Avery no iba a hablar con él
nunca más. Después de su reunión con Barrows, ella le dijo que volvería
a su habitación para trabajar en su historia y le sugirió sin rodeos que se
fuera a otra parte.
Así que encontró a Dyer, que ya había recibido la actualización de
Barrows, y estaba hablando con sus cohortes ravpyrii en un sótano
cerrado casi tan desolador como el ático sin terminar de Barrows. A
pesar de toda la charla de Barrows sobre el lujo y la privacidad, su
santuario alardeado todavía a veces olía más a una fortaleza. La ravpyra
le señaló con la barbilla a modo de reconocimiento, y él sintió el destello
de miradas furtivas en él mientras estaba de pie contra la pared con los
brazos cruzados.
Dyer distribuyó dispositivos a medio camino entre el teléfono celular
que Yelena le había dado y el teclado de la computadora que Avery
había usado en su suite. La ravpyra le entregó uno. Con un toque de
aspereza, murmuró:
—¿Sabes cómo usar esto?
Esperaba que Avery no estuviera siendo indulgente cuando ella dijo
que aprendía rápido.
—Lo resolveré.
Dyer se volvió hacia el grupo.
—En las tabletas están sus asignaciones...
Con una mirada circunspecta a sus compañeros más cercanos, Hugo
empujó la pantalla. Se las arregló para no maldecir, en voz alta y en
francés, cuando la pantalla estalló en un color desenfrenado. Era todo lo
que había estudiado la noche anterior: el diseño del casino y sus
terrenos, la ruta del desfile por las calles exteriores, el horario del
personal de seguridad, en la palma de su mano. Se preguntó qué haría
el antiguo fae con esta nueva magia.
—...así que no sabemos cómo o incluso si habrá un ataque —decía
Dyer— pero si lo hace, esta es nuestra casa y la defenderemos. Hasta la
muerte.
Una crepitante oleada de energía zumbó por la habitación (al menos
todos se habían alimentado recientemente y bien, y eran fuertes en su
resolución) pero nadie celebró, por lo que Hugo estaba agradecido.
Sabía demasiado bien que la furia justa no era garantía de victoria.
Cuando los ravpyrii se marcharon, algunos le hicieron asentimientos
tentativos. Al parecer, Dyer había sido sincera en cuanto a encontrar un
lugar en su santuario, si así lo deseaba. La camaradería ofrecida calmó
un punto crudo dentro de él que nunca antes había notado. La pérdida
inevitable sería otro punto de dolor, aunque no tan malo como alejarse
de la furiosa mujer humana en su suite en algún lugar muy por encima
de él.
Pero él también tenía que aferrarse a su propósito si quería su libertad.
Giró sobre sus talones para seguir a los demás y Dyer lo acompañó.
Cuando trató de entregarle la tableta, ella negó con la cabeza.
—Quédatelo. El Sr. Barrows agradeció tus sugerencias para reforzar
las posiciones en la calle. Si la perra fae viene por ahí, estaremos listos.
—La reina puede estar Undone y vulnerable, pero sigue siendo de la
realeza y por su temperamento es incapaz de no hacer una entrada.
Dyer frunció el ceño.
—Le dije a Deon que deberíamos salir, empezar de nuevo en otra
parte, dejarte morir por este espectáculo fae, ya que eso es lo que tanto
deseas.
—Puedo decir que eres joven —dijo suavemente—. El mundo todavía
te huele a primavera. Barrows ve el invierno y sabe que incluso ravpyrii
no durará para siempre.
—Habla por ti mismo.
—Lo hago.
Ella gruñó en el fondo de su garganta.
—Maldigo los poderes que trajeron aquí.
—Ponte en la fila.
Abrió la boca para devolver el fuego, pero su teléfono sonó y él se
apartó para contestar mientras ella se alejaba con un último resoplido
hostil.
—¿Beck? —dijo Hugo.
—Un amigo —respondió una voz grave y desconocida—. Y más cerca
de ti que su manada. Dijo que va a ser una noche calurosa en la Cuidad
del Pecado y que te vendría bien un poco de ayuda para apagar
incendios. O controlándolos, dependiendo.
Hugo habló largamente con el hombre y solo se desconectó cuando el
teléfono emitió una nueva llamada.
—Te enviaré lo que tenemos —prometió antes de cambiar.
—Hugo —dijo Yelena, con alivio en su voz—. Acabamos de recibir
noticias de Beck. ¿Está todo bien?
—Por el momento —respondió—. Al menos ahora tenemos una idea
bastante clara de adónde fue la reina después de que escapó de su
prisión.
—Fabuloso —arrastró las palabras la tigresa wereling—. Como si no
tuviéramos suficientes problemas.
—Tu amigo lobo dijo que estás lidiando con problemas en phaedrealii
—dijo Hugo.
—Recuérdeme por qué una gatita buena como yo se enamoró de un
fae tan malo. —Incluso a través de la magia negra de las comunicaciones
inalámbricas de larga distancia, la diversión y el afecto vibraban en su
tono. Amor por el Rey Destructor.
Hugo negó con la cabeza, contento de que la wereling no pudiera ver
su desconcierto.
—Estoy seguro de que entenderá si sientes la necesidad de desistir.
A pesar de lo que sucediera en la corte, ella se rió.
—Raze no se escapará tan fácilmente.
Lo que sea que estaba pasando en phaedrealii debía ser malo y el rey
probablemente se enfrentaba a un peligro adverso, pero por un lento
latido de su corazón que ya no era humano, Hugo deseó poder ser el
rey, no por riquezas o poder, sino por tener una amante que pronunciará
su nombre con tal posesividad aterciopelada.
Aunque no se estaba imaginando la poderosa gloria dorada de la
tigresa, sino una belleza carmesí más oscura.
Le hizo a Yelena la misma promesa que le había hecho al contacto de
Beck y se desconectó. Hizo una pausa, sabiendo que necesitaba el trabajo
que había hecho en la computadora en la suite.
Bueno, si iba a salvar al mundo de la Reina Undone, tendría que
enfrentarse a la acusadora mirada de Avery Hill.

***
Cuando las puertas de la suite Lotus se abrieron silenciosamente,
Avery se concentró más en la pantalla del televisor donde estaba
escribiendo sus notas. Pero sabía exactamente quién la acechaba. Por el
rabillo del ojo, su figura de negro sobre negro debería haber sido
alarmante. En cambio, cada nervio de su cuerpo anhelaba ir hacia él
como si hubiera pasado las últimas dos horas caminando por el Valle de
la Muerte y alguien simplemente le hubiera ofrecido sombra y una
cerveza grande y helada.
Había estado en Las Vegas el tiempo suficiente para saber que
después del anochecer era cuando la vida realmente comenzaba.
Él se detuvo, justo fuera de su alcance, y se asomó allí. El olor de él, el
persistente jabón de eucalipto combinado con su propia fragancia, como
el elegante té negro y el bosque primigenio, la invadió y su coño se tensó
con anhelo.
Después de lo que se sintió cerca de una eternidad, dejó escapar un
suspiro de sufrimiento, que no era una excusa para respirar más de su
esencia exótica, y dijo:
—¿Qué? —Si hubiera podido elegir una palabra más corta, lo habría
hecho.
—Te necesito.
La tensión en su núcleo se extendió a su pecho. Te necesito. Ella podría
haberle dicho lo mismo. ¿Cómo puede ser tan cierto después de menos
de un día? Y un día corto de invierno, además.
—Eso es lo que dijiste ayer para meterme en esta mierda —dijo con
sarcasmo.
—¿Puedes ayudarme a enviar las medidas de seguridad de esta noche
a algunas personas?
¿Un macho, de cualquier especie de criatura, realmente estaba
pidiendo su ayuda? El mundo realmente debía estar llegando a su fin.
Ella se sentó con un bufido y él rodeó el borde del sofá para unirse a
ella en los cojines. Se quedó mirando su trabajo publicado en la
televisión.
—Tienes una foto de Barrows. Pensé que nunca nadie había tomado
una.
—Mientras nos estaba gritando, un simple humano que quizás
conozcas tomó una desde un teléfono celular. —Ella fulminó con la
mirada la pantalla—. Todavía se ve más distinguido de lo que tiene
derecho a ser.
Hugo gruñó de acuerdo y puso una tableta de alta gama en su regazo
junto con su teléfono.
—Estos... —indicó los planos en la tableta—, necesitan ir aquí. —Le
mostró los contactos de su teléfono.
No quería entrometerse, no porque no sintiera curiosidad, sino
porque sabía que era mejor no prolongar el contacto cuando todo su
cuerpo zumbaba bastante con su cercanía. Pero ella estaba en la primera
línea del cambio más profundo que el mundo podría haber conocido.
Mitos, leyendas y cuentos para dormir salían del armario, y necesitaba
estar cerca de él. La historia y la humanidad lo demandaron.
Sus propios deseos traidores no figuraban en su decisión en absoluto.
Ella envió los archivos como él le había pedido, su mirada se detuvo
en el avatar de la mujer con el glorioso cabello castaño dorado.
—¿Quién es Yelena? —Estaba satisfecha de que su tono no fuera ni un
poco celoso.
Ella debió haberlo engañado porque él respondió con distraída
indiferencia:
—Ella es la compañera wereling del rey fae. —Pero luego decidió que
no lo había engañado en absoluto, porque él la miró con ironía y
agregó—: No la conozco muy bien, más allá de mi creencia de que siente
más por el rey de lo que es sabio.
Emociones entrelazadas rodaban dentro de ella: un alivio vergonzoso
de que la hermosa Yelena ya tenía dueño y una preocupación
inquietante de que Hugo no tuviera a nadie que pudiera disuadirlo de
su camino fatal.
—No creo que se cuente ninguna historia en ningún lugar del mundo,
el mío o el tuyo, donde el amor sea sabio —dijo.
Levantó la vista de la tecnología y se encontró con su mirada, sus ojos
negros firmes
—Tú de todas las personas lo sabrías.
No pudo discernir por su tono si eso era un golpe o un respaldo.
Pero por una vez no estaba interesada en indagar en busca de la
verdad. Ella se inclinó para besarlo. Para que se diera cuenta de todo lo
que estaba tirando: ella, ellos, esto.
Al instante, sus manos se enterraron en su cabello, como si solo
hubiera estado esperando su invitación. Ladeó su cabeza para inclinar
su boca sobre ella, el beso se hizo más profundo hasta que ella imaginó
un camino ardiente desde sus labios hasta su coño, su corazón en llamas
en el medio.
Él inclinó su cuello más hacia un lado, sus largos dedos extendidos
sobre su pulso rabioso. Y aunque solo se habían tocado, apenas
intercambiado saliva, ella lo sintió por dentro, se sintió moviéndose
dentro de él. El circuito de retroalimentación fuera del cuerpo debería
haber sido espantoso como el infierno. En cambio, su miembro la estaba
alcanzando, ni siquiera tuvo que ahuecar sus vaqueros para saberlo, y
sus bragas estaban mojadas de deseo.
Se desnudaron a medias en el sofá a la luz del invierno, él con los
vaqueros medio abajo y ella con la camisa medio levantada. Empujó las
copas de su sostén debajo de sus pechos, llenando la carne dolorida
hasta su boca. Él succionó su rígido pezón, la sangre le subió a la piel, y
ella gimió, agarrando su pelo negro y desgreñado con una mano, su
trasero desnudo con la otra, instándolo a que entrara, ven ahora, ahora,
ahora.
Se sumergió en ella con abandono y coreó su nombre.
Excepto que la habitación hizo eco solo con el sonido de sus jadeos, la
succión resbaladiza de su miembro embistiendo en su coño listo.
Ella lo estaba escuchando, en su cabeza, escuchando la necesidad
irregular sin ninguna de las frecuencias moduladoras agregadas por la
respiración y la lengua. Ella estaba profundamente en él, sintió su
desolación, su hambre.
—Oh, Hugh —susurró—. Por supuesto que todavía puedes soñar con
querer más.
Se corrió con un espasmo violento, y el placer casi insoportable que
atrajo todos sus músculos a la tensión que rompió los huesos provocó
su propio orgasmo. Se tambaleó alrededor de él, tirando de él al ras de
su cuerpo, el sudor y el semen uniéndolos, su lengua atravesó sus
incisivos en un beso con la boca abierta.
El sabor de ella lo hizo correrse de nuevo, y ella hizo eco de él
impotente, extasiada, sus cuerpos entrelazados, aliento y sangre en un
círculo eterno.
***
Excepto que no podría durar. Avery supo el momento en que volvió
en sí misma, sintió que se retiraba mientras su pasión se enfriaba. Su
ausencia dolía, y ella no podía imaginar cómo sería cuando él realmente
se hubiera ido.
Salió de ella, aunque ella no pudo evitar que su tierna carne se tensara
alrededor de él, sus húmedos pliegues lo liberaron con un suave sonido
como arrepentimiento. Su mandíbula se tensó cuando su propio cuerpo
protestó por la separación, su brazo temblaba donde se había apoyado
en el respaldo del sofá.
Ella no trató de contener una ráfaga de diversión maliciosa por su
vulnerabilidad postcoital. Podía correr, pero ella no se lo iba a poner
fácil.
—Avery...
—Si dices algo que rime remotamente con “lo siento”, te mataré yo
misma, seas inmortal o no.
Se cernió sobre ella, su brazo ahora bloqueado con fuerza de granito
mientras la miraba.
—No iba a decir nada por el estilo.
—¿Entonces qué? —Se encogió de hombros, lo que hizo que su sostén
volviera a su lugar y se bajó la camiseta.
Su mandíbula se flexionó de nuevo, como si esos dientes puntiagudos
no fueran lo suficientemente afilados como para morder lo que quisiera
decir.
—Quería decirte cuánto te admiro.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados. En realidad, esto se perfilaba
como algo peor que lamentarlo.
—¿En verdad?
—Estás dispuesta a seguir con tus preguntas incluso cuando no te
gustan las respuestas. Mereces más.
Desde que le había dicho eso, no estaba demasiado impresionada con
este discurso de despedida.
—¿Más que qué?
—Más que lo que te hizo la magia —respiró hondo—. Más que yo.
—Los faes y sus poderes no han sido buenos para ninguno de los dos,
sea en serio o no —le recordó—. Por eso estamos aquí: para asegurarnos
de que eso cambie esta vez.
—Ha sido demasiado para mí. —Extendió la mano para tocar su
mejilla, pero se apartó de él y él se detuvo—. No puedo cambiar cómo
me siento.
—No te pedí que cambiaras nada. —Ella lo inmovilizó con su mirada,
no dispuesta a darle la oportunidad de malinterpretarlo—. Te dejé
entrar sabiendo exactamente lo que eres. Sabía que eras demasiado
mayor para mí, que debajo de tu elegante exterior eres incluso más
cínico que yo, que eres un maldito vampiro. Y todavía. Yo te. Dejé.
Entrar.
Fue su turno de estremecerse, como si cada pequeña palabra fuera
más cruel que un pinchazo.
—Solo porque usé los poderes de mi maldición para manipularte y...
dejarme entrar.
—¿Oh sí? —ella le dedicó una sonrisa que era toda dientes mientras
deslizaba sus pies nuevamente dentro de sus bragas y leggings—.
¿Crees que puedes manipularme? Solo inténtalo. Y déjame saber cómo
te va. Porque esta cosa entre nosotros, esta mezcla, tú la llamaste, el
vínculo de sangre, va en ambos sentidos, en caso de que no te hayas
dado cuenta. No puedes engañarme sin engañarte a ti mismo.
Él retrocedió, tan rápido que estuvo en el otro extremo del sofá antes
de que ella pudiera parpadear, sus vaqueros todavía caían alrededor de
sus muslos.
Avery le sonrió
—Sí, eso te asusta, ¿no? Más que los monstruos que se avecinan. Más
que morir. Tienes miedo de que después de setecientos años de no tener
que sentir nada, puedas encontrar una nueva razón para vivir.
—Esto no es vida —gruñó. Su columna se estremeció por la furia en su
voz, pero sintió el pánico y el dolor justo debajo de la superficie—. No
queda nada de quien fui. Solo existo de las sobras de los demás, de la
energía sobrante y de las emociones robadas.
—¡Así es la vida! Renacer continuamente de lo que solíamos ser y
cómo cambiamos gracias a nuestras conexiones con los demás. —Ella se
puso de rodillas para ponerse los leggings por el culo y él retrocedió otro
tramo del cojín—. Dijiste que la wereling del rey lo ama demasiado.
Bueno, ¿sabes qué? De repente me siento más optimista de que el mundo
sepa que la magia existe o la vida eterna o incluso demostrar que los
vampiros no brillan. —Cuando tomó aliento, ella acopló la mano en él—
. Cada Navidad me preguntaba si este sería el año en que mamá volvería
y diría que todas las historias que me contaba eran ciertas. Ahora sé que
quizá no vuelva a verla, pero la querré toda mi vida y nunca dejaré de
tener esperanza. Eso es algo a lo que me aferraré incluso cuando no haya
razones para creer.
Por un instante, se vio tan afligido, con los ojos negros muy abiertos,
que pensó que tal vez su arrebato había roto algo en él. O tal vez
atravesado.
Pero luego parpadeó, y cuando sus largas pestañas se abrieron, las
profundidades de obsidiana de su mirada estaban vacías de las
emociones que había afirmado que los ravpyrii anhelaban, que todavía
estaban rebotando a través de ella como metralla destrozándola desde
el interior. ¿No sería un festín de vampiros?
En cambio, Hugo retrocedió del sofá, colocando sus vaqueros
suavemente en su lugar sobre su miembro, todavía medio hinchado: un
guerrero herido escondiendo su vulnerabilidad detrás de vaqueros
negros y una mirada plana.
—Yo también tengo esperanzas —dijo al fin—. Que tu madre está en
algún lugar de phaedrealii, que el rey y su compañera serán libres de
compartir su amor y magia con el mundo. Pero no tengo ninguna para
mí.
—¿Qué tal si queremos darle a Sibilla un entierro adecuado? ¿Qué hay
de reivindicarla por intentar salvar tu aldea?
—Puedes hacer de esa tu próxima historia. Y luego puedo enterrarme.
Le hizo una pequeña reverencia, pero estaba lo suficientemente lejos
como para que ella no pudiera arremeter: no físicamente como lo había
amenazado, y aparentemente no pudo alcanzarlo incluso a través del
frágil vínculo que aún se extendía entre ellos.
Y se fue antes de que ella pudiera decir una palabra más
Capítulo 13
Los acordes menores de Tocata y Fuga de Bach sonaron desde el
teléfono de Avery. No tuvo que comprobarlo, ni siquiera por costumbre,
porque había estado mirando los cielos durante la última media hora.
La luz plateada en el cielo despejado se convirtió en oro puro, pero la
oscuridad estaba cerca cuando el sol se puso detrás de las Montañas de
la Primavera.
Esperaba que todos vivieran para ver la primavera.
—Deberías haberlo alimentado —dijo Dyer.
Avery levantó la cabeza, ya que no había visto a la hembra ravpyrii
acercarse. Dyer se reunió con ella en la ventana que daba a Fremont
Street. El bar detrás de ellas estaba casi vacío, las máquinas
tragamonedas vacías cantando sus canciones solitarias, ven y tócame.
Pero debajo de ellas, la calle se estaba llenando de juerguistas.
Avery miró a la otra mujer con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando?
—Si eres la única de la que Hugo se está alimentando, deberías
haberle dado más de ti misma para amplificar sus poderes ravpyrii.
Ante el frío rubor del miedo, Avery se apoyó contra el cristal de la
ventana.
—Yo... él sí... me mordió. —Ella le había dado su sangre y otros fluidos
corporales además.
Dyer resopló.
—Bueno, entonces, supongo que realmente quiere morir. Porque no
tomó lo suficiente.
Eso era cierto, pensó Avery con una oleada de desesperación que casi
la hizo caer de rodillas. Ella había querido darle todo de ella, y él había
tomado incluso menos de lo que necesitaba para vivir. ¿Necesitaba que
dijera las palabras en voz alta? Sus dedos se cerraron en puños contra la
ventana. Como si pudiera sostenerse en la superficie resbaladiza. O tal
vez abrirse paso y encontrarlo allí.
No le habían dado una posición fija en su red de seguridad;
deambularía por donde estaba el problema. Esa había sido la tarea para
la que lo habían secuestrado cuando era un niño, y aunque sabía que
esto era por una causa mejor, le dolía el pasado que debía estar
atormentándolo esta noche.
Aunque había emergido de phaedrealii a un desierto lleno de luces, este
no era un reino iluminado por el sol para él, solo más sombras de viejos
recuerdos y mala magia.
—Tengo que ir con él. —Se apartó de la ventana.
Pero la mano de Dyer en su hombro la inmovilizó contra el cristal.
—Simplemente te interpondrías en el camino.
También es cierto. El frío de la noche que se avecinaba se filtró a través
de la columna vertebral de Avery. Ella había accedido a observar desde
el bar. El plan de batalla de Hugo había exigido una guardia en el nivel
superior, pero sospechaba que la habían elegido para la tarea
simplemente porque era una simple humana, no era adecuada para
ninguna otra. Incluso el solitario Barrows tenía asignada una ruta de
patrulla; no era una amenaza para su privacidad, ya que nadie en la calle
sabría siquiera quién era.
Aun así, Avery agarró la muñeca de Tira con la fuerza suficiente para
doblar los tendones, y se alegró de ver los ojos de la otra mujer abrirse
con sorpresa.
—Tener un testigo de las festividades no es importante en
comparación con asegurarse de que esto no se convierta en un baño de
sangre —espetó—. Hay personas, humanos, como solías ser, por ahí. Y
no tienen a nadie además de Hugo y tu ravpyrii para pasar la noche a
salvo. Si hay algo que pueda hacer, tengo que hacerlo.
La otra mujer la estudió durante un largo momento. Su agarre se
aflojó.
—Entonces ve. Pero probablemente tú también mueras.
—Algún día. —Estuvo de acuerdo Avery y le dio a la otra mujer una
mirada de reojo.
Tira resopló.
—En el último control, Hugo estaba afuera de la entrada de servicio
trasera donde comenzará el desfile.
Avery asintió. Sus piernas, tan temblorosas un momento antes, se
tensaron para sacarla a la carrera, pero se contuvo.
—No sé cómo te convertiste en ravpyrii, pero no tiene por qué ser una
maldición.
Con otro bufido, Tira se alejó.
—No soy tu amante oscuro con un corazón fatalista. Lo que soy ahora
está a mundos de distancia de lo que era entonces, y no cambiaría nada.
Como ya estaba fuera del alcance del oído, Avery no se molestó en
recordarle que incluso para los inmortales, se avecinaba un cambio.
Corrió a través del casino hacia la parte trasera del edificio,
maldiciendo sin aliento por las proporciones gigantescas de todos los
casinos, cada uno tratando de superar al anterior.
Y ComeTrue bien podría ser el último.
Sintió que debía estar cerca de la medianoche, pero su teléfono mostró
que solo habían transcurrido quince minutos antes de que saliera por las
puertas traseras de la entrada de servicio. El muelle de carga daba al
lado mucho menos impresionante de Las Vegas. Un tren que pasaba se
dirigía al patio de ferrocarriles, y ella se preguntó por la gente que seguía
con sus vidas en esta Nochebuena, trabajando, cocinando, envolviendo
regalos para mañana por la mañana. Quizás a algunos no les importaba
en absoluto la festividad. Poco sabía ninguno de ellos...
Un monto de luces brillaban sobre la escena detrás del casino, y ella
podría haber adivinado que la batalla ya había sucedido, excepto que las
voces gritaban con expectación y humor. Un hombre corpulento con un
traje de Papá Noel con lo que parecía una barba muy real y una barriga
aún más real estaba diciendo "Jo-Jo-Jo" lo suficientemente fuerte como
para ahogar el tren y las charlas de las elfas con poca ropa a su alrededor,
así que Avery no se molestó en gritar el nombre de Hugo, simplemente
se sumergió en el caos navideño.
El bosque siempre verde, cargado de adornos brillantes y guirnaldas
de acebo, y las cabañas de pan de jengibre —incluso reconoció la que
había sido el terreno elevado del diablillo— estaban todos montados en
carrozas. Tan alegres como estaban, especialmente con las máquinas
brillantes que lanzaban bocanadas de "nieve" y el vigorizante aroma del
clavo, crearon su propia ciudad en miniatura, repleta de gente. Y Hugo
estaba en algún lugar entre ellos.
Deteniéndose en seco debajo de una señal de tráfico que decía "Polo
Norte - 3723 millas", Avery cerró los ojos y dejó escapar un suspiro lento.
Tira Dyer dijo que Hugo no había tomado suficiente de la mezcla de
Avery, y se horrorizó al pensar que eso podría ser cierto. Pero ahora se
preguntaba. ¿Cómo era posible que algo tan fuerte entre ellos no fuera
suficiente?
Era estúpido pensar eso, por supuesto. Toda su infancia deseando que
su madre fuera "normal" no había sido suficiente. Toda su búsqueda en
los últimos años no había dado resultados. Incluso intentar olvidar había
sido un fracaso. ¿Cuántas pruebas necesitaba de que el simple deseo no
era la certeza de recibir? Un montón de niños mañana por la mañana la
respaldarían en eso.
Y todavía...
Lo que había tenido con Hugo desafiaba el cinismo que había
cultivado al principio para protegerse de las historias que le había
contado su madre y la imparcialidad desapasionada que había formado
parte de su propia imagen como periodista. No podía protegerse de lo
que sentía por Hugo, no quería.
—Te quiero —murmuró.
Giró un círculo lento y ciego, deseándolo con todo su cuerpo y alma.
Luego abrió los ojos y caminó hacia su corazón.

***
Hugo se apartó del camino de una tormenta de nieve. Los acróbatas
estaban ataviados de la cabeza a los pies con brillantes trajes blancos y
azules, radios simétricos dispuestos como cristales de hielo, y aun así
lograron dar saltos y lanzarse unos a otros desde sus hombros como si
las leyes de la naturaleza no se aplicaran a ellos. A pesar del esfuerzo,
sus sonrisas nunca flaquearon.
No era de extrañar que los faes hubieran elegido este lugar para dar
rienda suelta a su magia.
Y no es de extrañar que la reina lo quisiera para ella.
Mientras los copos de nieve acrobáticos se dirigían por la calle, una
banda completa estalló en sintonía y siguió detrás de ellos. La
Nochebuena en ComeTrue estaba oficialmente en marcha.
Hugo mantuvo la mirada siempre en movimiento, buscando el feo
parpadeo gris de un diablillo o la espantosa gloria de la Reina Undone.
Yelena había dicho que no tenían idea de lo fuerte que sería la reina
destronada. Carecía del poder acumulado de la corte detrás de ella, pero
seguía siendo la realeza fae, con el poder que eso implicaba, y se había
llevado a seres violentos y malévolos con ella. Peor aún, ya no estaba
sujeta a las leyes de los phaedrealii que habían mantenido restringidos
sus poderes más potentes.
Todo era posible. Nunca apreció cómo una frase aparentemente tan
esperanzadora podía contener tanta advertencia.
A través del auricular de radio que le había dado Dyer, escuchó a los
otros ravpyrii registrándose, pero guardó silencio. No tenía nada que
añadir. Todavía. Aunque los pequeños pelos de su nuca se erizaron de
inquietud.
Giró un círculo lento, escaneando. La banda había recorrido la mayor
parte del camino hacia la calle, su música resonando alegremente bajo
el dosel. Un grupo de bailarines con leotardos de rayas rojas y blancas
se abrían paso entre los músicos, arrojando bastones de caramelo,
algunos del tamaño de su dedo en forma de gancho, otros tan grandes
como su brazo, a la feliz multitud.
Su simple placer, tanto del público como de los artistas, lo invadió con
los mismos tonos de rojo alegre y blanco brillante. Pero debajo de la
diversión latía un pulso más oscuro en tonos sombríos: carmesí y cristal,
sangre y hueso, fuego y escarcha asesina...
Por un momento, su garganta se cerró con el horror recordado de la
maldición que se extendió para tragarlo entero. Luego gruñó
suavemente, sabiendo que el micrófono enviaría sus palabras a los
demás:
—Ella está aquí.
Capítulo 14
Los gritos de los ravpyrii en su oído no lo frenaron mientras se abría
paso entre la multitud.
—¡No veo nada!
—¿Estás seguro?
—¿Qué estamos buscando? ¿Qué es?
¿Cómo no iban a resonar sus sentidos de ravpyrii con la marejada de
destrucción que se avecinaba? Por lo visto llevaban demasiado tiempo
viviendo en el desierto como para reconocer los maremotos, o ninguno
de ellos había sido maldecido tan brutalmente como él.
—¡Allí! En medio de la calle de servicio —espetó—. La carroza con los
árboles de Navidad y el acebo. Han crecido en un círculo. Es un portal
feérico.
—Pero no pueden crecer —dijo alguien lastimeramente a través de su
auricular—. Son árboles falsos. Todo en el desfile es falso.
—Bueno, ahora son jodidamente reales —dijo Hugo. Se preguntó si
Avery apreciaría su nuevo dominio de su lenguaje inapropiado.
También se preguntó si volvería a verla, al menos el tiempo suficiente
para un último beso y la oportunidad de disculparse por estar
demasiado paralizado para tomar lo que ella le había ofrecido. Y
después ella lo mataría por pedir perdón. Pero prefería morir a manos
de ella que de cualquier otra forma.
Siguió adelante, tratando de atravesar la multitud lo más rápido
posible sin provocar el pánico. Incluso a media calle de distancia, aspiró
una bocanada de aire con la fragancia de las agujas de pino. Y otro
aroma... Algo demasiado salvaje y sobrenaturalmente dulce. Con un
matiz de muerte.
—El portal se está abriendo —dijo—. Sabe que la hemos encontrado y
no va a esperar para hacer su entrada triunfal.
—Sin embargo, hay menos testigos. Tal vez aún podamos contener
esto. —La voz de Barrows no provenía del auricular de Hugo, sino a su
lado. El ravpyr igualaba su ritmo implacable.
Hugo le echó una mirada de reojo, no sabía si molestarse o divertirse
ante el implacable afán del otro macho por controlar la deteriorada
situación en la que estaban metidos.
—¿Sabes cómo cerrar un portal feérico?
—Esperaba delegar eso en ti.
—La magia de los portales es notoriamente voluble, incluso para los
propios faes. Así es como los humanos desprevenidos han caído dentro
y los faes embaucadores lograron escapar, incluso a lo largo de los
milenios en los que la corte permaneció perfectamente cerrada.
Barrows resopló.
—Si realmente es tan voluble, deberíamos ser capaces de
desestabilizarlo nosotros mismos. —Se tocó el auricular—. Tira, dile al
maestro de ceremonias que retrase la carroza del bosque, y luego haz
que el resto del desfile baje por Fremont tan lejos y tan rápido como sea
posible. Puedes hacer que la banda toque Flight of the Bumblebee a doble
velocidad para lo que me importa. Una vez que abran espacio, apaguen
las luces entre el bosque y el resto del desfile. Y activa el espectáculo de
las copas de los árboles ahora. Con suerte, eso mantendrá a la multitud
alejada de nosotros. —Hizo una pausa, obviamente escuchando su
respuesta—. Bueno, esperemos que Papá Noel lleve un pañal debajo de
ese traje porque está en el lado equivocado del desfile, y la mierda está
a punto de volverse complicada.
Mientras avanzaban, las luces se apagaron. Detrás de ellos, la
multitud de Fremont vitoreó mientras la música se acercaba, y un arco
iris de luz floreció a través de la marquesina que cubría la calle.
El revuelo de colores chillones convirtió el repentino charco de
oscuridad en algo misterioso y amenazante. Los artistas y los empleados
del casino, atrapados en el tramo de desfile detenido en el lado más
alejado de la sombra, se arremolinaban inseguros, y Hugo se preguntó
qué se le habría ocurrido a Dyer para que el maestro de ceremonias le
dijera a la multitud. Quizá el pánico no fuera tan malo ahora, antes de
que el portal se abriera de par en par. Algunos humanos podrían morir
en la estampida, pero...
Un destello de rojo sobre verde intenso al otro lado casi le hizo
tropezar.
—¿Qué hace ella aquí abajo? —El pavor bombeó la sangre que le había
sacado por las venas, agudizando su horror—. Se supone que estaría al
otro lado del casino, por encima de esto.
Barrows siguió su mirada.
—Tu pequeña humana no acepta muy bien las órdenes. ¿Por qué no
la compeliste?
Hugo le lanzó una mirada contrariada.
—¿Alguna vez has intentado eso con alguien?
—Pues no. No los mantengo mucho tiempo como para necesitarlo.
Pero lo he visto en las películas.
Sin dignarse a responder eso, Hugo abandonó al otro ravpyr y se
sumergió en la sombra.
Sus ojos de ravpyrii se adaptaron casi al instante, pero en la
penumbra, el grueso gris de los diablillos era casi invisible. El primero
le apuñaló en el pecho antes de que pudiera gritar. Sólo su velocidad
sobrenatural le salvó de un golpe debilitante. Se llevó la mano al
auricular mientras deslizaba el largo cuchillo de su otra manga.
—El portal está abierto —dijo—. Ya tengo diablillos en el suelo, y
quién demonios sabe qué más. Todo el mundo, traiga sus culos aquí.
Llevo el cuchillo por encima de la mano en un golpe salvaje. El
apestoso chisporroteo de la hoja de hierro en el ojo del diablillo se perdió
en el ensordecedor chillido del segundo diablillo detrás de él. El fae sacó
dos de sus patas a través de sus ruidosas escamas, arrancando otro
macabro gemido, mientras saltaba sobre su tercera pata hacia la cara de
Hugo.
Arrastró su segundo cuchillo más largo para liberarlo de su funda en
la columna vertebral y maldijo cuando una docena de gritos de diablillo
se unieron a los otros desde la oscuridad.
Estaba rodeado.

***
Avery vio a Hugo desaparecer en el lugar donde se habían apagado
las luces, y luego lo perdió de vista. Se precipitó hacia delante para ir
tras él, pero un horrible grito ululante, que reconoció demasiado bien, la
detuvo en seco. Hubo un momento de silencio y luego el infierno se
desató a su alrededor.
Los humanos con sus diversos trajes huyeron en todas direcciones, o
lo habrían hecho, si no fuera porque los ravpyrii, fácilmente
distinguibles en su negro básico de seguridad, estaban saliendo a la
carga. El choque de las dos fuerzas hizo que todo se detuviera
momentáneamente.
Y Avery se encontró frente al bosque de pinos y acebos mientras una
sustancia espeluznante, no humo ni niebla, sino algo parecido a un velo
de luz apolillada atravesado por hilos de un amarillo sulfuroso se
arremolinaba desde el centro del círculo.
Un portal a phaedrealii.
Si su madre estuviera aquí para ver esto. Pero probablemente ya lo
había visto. Y tal vez incluso ahora estaba mirando desde el otro lado.
La idea era completamente improbable, y sin embargo la hizo
avanzar. Así que estaba de pie en la base del bosque cuando las primeras
criaturas explotaron desde el velo de luz amarillenta.
¡Murciélagos vampiros! La comparación instantánea casi la hizo reír
en voz alta. Una carcajada espeluznante, eso sí. Unas alas negras y
coriáceas brotaron de sus oscuros hombros y se abrieron de par en par,
avivando el hedor de las cenizas. Eran tan altos como Hugo, o incluso
más, e igualmente masculinos, lo que ella notó porque estaban desnudos
excepto por las bandoleras que llevaban en el pecho sobre vetas de
amarillo tóxico.
Cuatro de los terroríficos guerreros de ébano salieron del círculo,
planeando en el aire sobre el bosque en miniatura, mientras el velo de
luz amarillenta duplicaba su tamaño más y más. La purpurina giraba en
una bruma centelleante, atrapada en el vórtice de aire que se
desplomaba.
Se acercaba algo grande.
El silencio de los humanos-ravpyrii se rompió cuando los humanos
vieron el cuadro imposible, pero los gritos se perdieron en el estruendo
de la música de Fremont. Aun así, Avery no podía imaginar que nadie
pudiera pasar por alto lo que realmente estaba pasando aquí.
Porque esto era definitivamente mágico.
Y a pesar del brillo, era definitivamente del tipo oscuro y retorcido.
Los humanos que huían habían esparcido trozos de la carroza y piezas
de los disfraces. Desde su posición, Avery vio un puñado de personas
en el suelo, algunas arrastrándose, otras sin moverse. Pisoteados o
inconscientes, no estaba segura y no podía parar a comprobarlo.
Porque la reina se acercaba.
El velo de luz amarillenta se amplió aún más, envolviendo la mitad
de la calle de servicio. Seguramente todo el mundo en Fremont vendría...
Pero Avery estaba congelada, mirando la luz.
Lo recordaba. De cuando era joven, muy joven. Su madre
levantándola en alto con un agarre inestable, diciendo: «¿Ves, cariño?
Los sueños se hacen realidad».
Nunca antes esa posibilidad le había resultado menos atrayente que
en este mismo momento.
Agarró la guja en su mano. Había cogido el arma de la suite de camino
a los muelles y se había quedado sorprendida por su peso, ya que la
pesada empuñadura de madera maciza no era suficiente para
contrarrestar la enorme hoja de hierro. Pero, a pesar de sus gruñidos al
bajar, ahora le parecía demasiado endeble y habría estado encantada de
tener dos. O tres.
En realidad, necesitaba cuatro, una para cada guerrero demonio...
No, cinco. Porque la zorra que estaba a punto de entrar le había
robado a su madre. En la víspera de Navidad, hace mucho tiempo.
Aspirando una bocanada de aire afilado con brea y hielo, dio un paso
hacia el círculo de árboles.
Pero la sangre hirviente en sus venas se cuajó cuando los lobos
aullaron.
Capítulo 15
Mientras emergían de la oscuridad, sus ojos amarillos era todo lo que
se podía ver, más brillantes que los soles para la vista ravpyrii de Hugo.
Luego los lobos y coyotes se arremolinaron sobre los diablillos. Los
lobos eran rápidos y numerosos, y tuvieron a los diablillos
inmovilizados en un momento.
Barrows apareció junto a él con un segundo hombre a su lado. El pelo
largo del desconocido era del mismo color marrón polvoriento que el de
los coyotes, y sus ojos en su amplio rostro mestizo eran igual de dorados.
La espada que llevaba en la mano era de hierro negro.
Entre los tres despacharon a los diablillos en una cacofonía de gritos.
Antes de que el último estuviera muerto, Hugo ya corría hacia la nube
de magia feérica que brotaba de la puerta.
¡Avery!
Ella estaba de pie, una oscura figura curvada entre los árboles rectos
y el siniestro resplandor. Su corazón se golpeó contra su pecho con
pánico, como si pudiera llegar a ella sin él.
Como si ella ya tuviera su corazón.
El portal estaba abierto, y un cuarteto de cazadores oscuros la guardia
privada de la realeza fae rodeaba la columna de luz. Los cazadores eran
mucho más poderosos que los diablillos y tenían además la ventaja de
poder volar. Pero no eran nada ante su reina.
Ella emergió como la muerte en invierno, destrozando la magia que
la rodeaba, su esbelta forma blanca como una estrella lejana, sus alas tan
anchas como las de sus cuatro cazadores juntos, y rojas como mil
campos de batalla. Tropezó y cayó de rodillas ante la fuerza de su
presencia.
Detrás de él, un coro de aullidos le dijo que los werelings habían sido
detenidos de forma similar y sin contemplaciones.
—Ravpyr. —Su voz se sentía a la vez envolvente y cerca de su oído.
Casi se apuñala en la cabeza con su hoja de hierro y se arranca el
auricular. Pero, por supuesto, ella no necesitaba tales trucos modernos.
No cuando tenía el suyo propio.
—Ravpyr. —El tono de la mujer era de censura, como si él siguiera
siendo una de sus criaturas, aunque más baja que el menor de sus
cortesanos—. Las emociones que una vez drenaste de mis faes han sido
liberadas. Al igual que yo. Ya no requiero tu servicio.
Hubo un tiempo en que esas eran las únicas palabras que quería
escuchar.
—Y tampoco son tuyas para comandar, señora.
Su rostro le recordó a la imagen de barbilla puntiaguda y ojos saltones
de la camisa de Avery. En lugar de pelo, un nimbo de zarcillos retorcidos
rodeaba su cabeza, desangrándose en el espacio que la rodeaba.
Y la negrura de los ojos de la reina no tenía fondo.
—Ah —dijo—. Te entregaste a mi usurpador.
—No me dejaste ningún otro lugar al que ir.
Ella sonrió.
—¿Te unes a mí ahora?
Si hubiera querido una muerte invernal...
—¡No!
Avery se abrió paso entre los árboles, con la guja en la mano
desgarrando las guirnaldas de acebo.
La otra rodilla de Hugo golpeó el hormigón mientras vacilaba. ¿Cómo
podía enfrentarse a la reina? No sólo era una locura, sino que debería
haber sido esclavizada como él.
Excepto que la reina había trazado su ataque para los faes y los
werelings. Y para los ravpyrii cuyo santuario pretendía tomar como
propio.
¿Por qué molestarse con los simples humanos?
Y sin embargo, sólo ella se enfrentó a la reina.
Pero ahora ella era parte de él. Su esencia lo había tentado a regresar
del borde de su propio abismo. ¿Podría él recurrir a ese vínculo?
Fijando su mirada en el cuerpo de ella, que formaba parte de él desde
el primer mordisco y que aún no conocía del todo, un país de las
maravillas que no quería abandonar nunca, buscó el vínculo más allá de
la piel, más allá de la sangre, hasta el núcleo de lo que ella era.
Y de lo que ella había hecho de él.
Un hombre que lucharía por su pueblo, un hombre que lo intentaría
contra todo pronóstico.
Un hombre que podía volver a amar.
Se puso en pie de un empujón, dejando que el impulso de la cabeza lo
impulsara hacia Avery justo cuando el primer cazador descendía sobre
ella.
La golpeó con un gruñido y cayeron a un lado, rodando bajo el borde
de un ala negra que atravesaba los árboles. Por encima del hedor del
carbón, la esencia de las agujas de pino rotas les rodeaba.
—Hugo —jadeó Avery—. Te vi. Te sentí...
—Te necesito —le dijo él—. No sólo ahora, sino siempre.
—Hugh...
—Quédate abajo. —Cogió la pesada guja del suelo donde había caído.
—¿Qué estás haciendo?
Se alzaba sobre ella.
—Creo que deberíamos elegir un árbol de Navidad. Es esa época del
año, por si no lo sabías.
Ella lo miró fijamente, atónita.
—¿Estás loco?
Él levantó la guja detrás de su hombro como si fuera un hacha.
—Tal vez un poco. Lo recogí de ti.
Lo blandió con toda su musculatura ravpyrii y esa pequeña esperanza
que ella le había dado.
Fue suficiente.
El hierro forjado en frío mordió profundamente.
Unas alas negras batieron por encima de ellos, y el pino tembló,
haciendo llover agujas con un susurro que, de alguna manera, se impuso
al grito de la reina. Hugo retrocedió y volvió a golpear.
Esta vez, parte de la esperanza era suya.
La guja no era un arma de filo, pero los árboles no eran puramente del
reino iluminado por el sol. La magia del portal fae que los imbuía se
rompió al contacto con el hierro, haciéndose añicos con astillas de
madera y luz. Avery se abalanzó junto a él, empujando el tronco, con los
brazos enterrados en el acebo y los adornos brillantes.
El árbol cayó.
Despojado de su glamour una vez roto el círculo, el portal comenzó a
derrumbarse. El velo de luz amarillenta se absorbió hacia dentro. La
reina extendió las manos y sus dedos, de una longitud sobrenatural,
buscando la magia destruida y tratando de volver a tejerla.
Con el cambio de enfoque de su magia, el control que había tomado
sobre los werelings y ravpyrii que se enfrentaban a ella vaciló. Volvió a
gritar con una rabia terrible. Los lobos aullaron en respuesta, y Barrows
gritó por encima del silbido del aire que caía en el portal en ruinas.
—¡Ravpyrii, vengan al festín!
Vestidos de negro, los ravpyrii rodearon el círculo roto. La reina
retrocedió, alejando conscientemente las manos y las alas de la furia y la
ferocidad de aquellos numerosos ojos. Por una vez, Hugo se dio cuenta
de que el vacío que los su especie tenían que llenar con las fuerzas vitales
de otros salvaría su hogar, a cada uno de ellos, y quizás por ahora, al
menos al mundo.
Avanzaron hacia la reina, cerrando su círculo. Los cazadores oscuros
se mantuvieron indecisos, y en un latido del corazón, fue demasiado
tarde para ellos.
La reina agarró a sus cazadores, con sus largos dedos rodeando sus
tobillos, como una niña que agarra sus muñecas. Sus alas se encendieron
una vez más, agitando un miasma cegador de agujas de pino, purpurina,
polvo y alguna otra sustancia que no había venido de este lado del
portal.
Hugo tiró de Avery bajo su brazo, protegiéndola de la tormenta. La
mayoría de los otros ravpyrii se estremecieron. Aunque mantenía sus
ojos lacrimosos bien abiertos, aún no podía vislumbrar lo que había más
allá mientras la reina se retiraba. Ella y los cazadores se desvanecieron,
y lo último de la magia del portal se desintegró, saliendo hacia el cielo
nocturno.
El portal se hizo añicos, convirtiendo los árboles que quedaban en
cenizas y lanzando a los ravpyrii en todas direcciones. Hugo cerró los
ojos mientras se envolvía por completo alrededor de Avery y rodaba,
con la metralla atravesándole. Si no la hubiera agarrado...
Pero lo había hecho, y nunca la dejaría ir.
—¡Suéltame! —Ella le apartó el brazo, levantándose con dificultad. Se
tambaleó un paso hacia el círculo roto—. No está. —Su voz era áspera—
. ¿Y si...?
Él se abrió paso hasta su lado a través de los escombros y le puso la
mano en el hombro tembloroso.
—Nosotros la encontraremos. Dondequiera que esté.
Después de un momento, Avery inclinó la cabeza para mirarle
fijamente. Una lágrima atravesó el débil brillo de su rostro.
—¿Quiénes “nosotros”? Le pediste al rey fae que te liberara. —Las
últimas palabras fueron dichas en un jadeo.
Los restos alojados en su cuerpo no eran nada comparados con el
dolor de su corazón por haberle hecho esto a ella, su valiente y
esperanzada humana. Apartó la lágrima y la apretó en su puño,
negándose a que ese dolor la tocara. Lentamente, dejando que ella viera
lo que había en sus ojos, se inclinó para besar la humedad de su mejilla.
Pasó las manos por su cabello revuelto y se encontró con su mirada.
—Eso ya lo has hecho tú.
En la calle detrás de ellos, el espectáculo llegó a su fin con los músicos
entrando en un villancico dulcemente melódico. Incluso desde esta
distancia, podía oír a la gente cantando sus sueños navideños.
Respiró agitadamente, tratando de captar esa música en su alma.
Lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, deslizó sus
manos para enmarcar su rostro, con los pulgares en los puntos de la
mandíbula donde latía su pulso. Sus ojos verdes brillaron, sus labios se
separaron al susurrar su nombre, y él se inclinó para devolverle la
canción, alegre y brillante, en un profundo beso.
—¿Con qué estás soñando? —le preguntó cuándo finalmente levantó
la cabeza.
Ella le dedicó una lenta sonrisa.
—Contigo.
Desde el cielo estrellado, las astillas del hechizo del portal roto se
unieron en pequeños cristales perfectos y se posaron suavemente en la
tierra.
Estaba nevando en Nochebuena.
Capítulo 16
Cuando salió el sol en la mañana de Navidad, una escasa pulgada de
nieve espolvoreaba la ciudad, permaneciendo mucho más allá del
momento en que debería haberse derretido. Los brillantes cristales
llenaban las grietas de las calles y añadían un brillo adicional alrededor
de las innumerables luces de los casinos. El efecto fue desapareciendo
poco a poco mientras los atareados lugareños y los turistas embobados
recorrían el centro de la ciudad.
Detrás de ComeTrue, Avery se agachó para barrer con la punta de un
dedo la nieve que se había asentado sobre los escombros dejados por el
ataque de la reina.
—Qué raro —dijo—. No hace nada de frío. —Rozó el pulgar y el
índice. Los cristales desaparecieron, pero dejaron un brillo en su piel.
—Me sorprende que aún puedas asombrarte. —Hugo le tendió una
mano—. No pierdas nunca eso.
Deslizó la palma de su mano sobre la de él, y la puso en pie, acortando
la distancia entre ellos para que el calor de su cuerpo empezara a
derretirla.
—Contigo cerca, dudo que tenga la oportunidad. —Ella alzó la mano
para tocarle el labio inferior, queriendo dejar su brillante marca en él—.
¿Te quedarás?
—Cuando le pedí al rey fae que acabara con mi maldición, no vi
ninguna razón para vivir. No podía creer que hubiera una razón para
seguir. Me demostraste que estaba equivocado. —Él se inclinó para
acercar su boca a la de ella, y Avery saboreó la rica oscuridad de su
aliento. Y algo más dulce y salvaje: los cristales feérico que habían caído
en la noche.
Ella le pasó el brazo por la espalda y no lo soltó ni siquiera cuando los
pinos destrozados se estremecieron como si cobraran vida,
desprendiendo la nieve encantada. Las hojas oscuras y fibrosas del
eléboro se enroscaban alrededor de los troncos marrones rotos,
estallando en flores blancas con centros dorados a medida que se
extendían.
Desde el centro del portal fae salieron el rey y su compañera wereling.
Avery miró de reojo a Hugo, ansiosa.
—¿Debo hacer una reverencia o algo así? —susurró. Aunque iban
vestidos con vaqueros y abrigos largos, el de él de cuero gris marengo y
el de ella de pata de gallo naranja, seguían siendo de la realeza.
Hugo frunció los labios.
—¿Alguna vez lo has hecho?
No fue una respuesta, pero mantuvo la columna vertebral recta
mientras la pareja se acercaba. La habían hecho partícipe de sus planes,
y no quería que pensaran que sería tan fácil de manipular la próxima
vez.
No dudaba que habría una próxima vez.
Cuando se detuvieron, tomó aire.
—Solo para que lo sepas, no puedes liberar a Hugo, aunque él lo
desee, porque ahora es mío.
El rey frunció el ceño, pero la mujer de pelo leonado que estaba a su
lado se rió.
—Supongo que lo que pasa en Las Vegas realmente se queda en Las
Vegas. —Le tendió la mano a Avery—. Soy Yelena Morozova, y este es
Raze. Estamos en deuda contigo. Por hacer huir a la Reina Undone... —
Sacudió la cabeza—. Aun así, me temo que su derrota fue demasiado
fácil y que lo que sucedió anoche no es lo último que veremos de ella.
Tentativamente, Avery estrechó la mano que le ofrecía. El calor —
físico y emocional— era casi abrumador, y se arrimó de nuevo al lado
de Hugo.
—Salda la deuda dejando que Hugo salga de tu corte, libre y limpio.
Su brazo alrededor de ella se tensó.
—Avery, no. Usa el pago de la deuda para encontrar a tu madre...
Ella se zafó de su agarre y lo miró fijamente.
—No a costa de tu vida.
—Si eso es lo que se necesita...
—¡No! Ese no es el sacrificio que quiero de ti. —Se agarró el labio
inferior entre los dientes para silenciarse. Y para que él pudiera captar
el tentador indicio de su sangre saliendo a la superficie.
El rey levantó una mano.
—Independientemente de lo que creas saber sobre los faes, te aseguro
que no concedemos deseos no deseados. —Cuando Yelena tosió
suavemente, añadió—: Al menos ya no. Tampoco tenemos a tu madre
cautiva, como rehén. De hecho... —Instó a Yelena a dar un paso
adelante—. Hemos encontrado esto.
Yelena buscó en el bolsillo de su abrigo y sacó una brillante cadena de
oro.
—Hugo mencionó el collar que tu madre compartió contigo.
En el extremo de la cadena colgaba un corazón de oro con un pequeño
corazón recortado en el centro.
Avery se tocó la garganta, la sorpresa la heló más que aquella noche
de la infancia arrodillada en la nieve.
—¿Es eso...? —Lentamente, extendió su mano abierta.
—Esperábamos que pudieras decírnoslo con seguridad. —Yelena
puso la cadena en la palma de Avery—. Muchos de los faes tienen
afinidad por el oro, así que puede haber sido robada y pasada
numerosas veces, pero estamos tratando de rastrearla hasta su origen.
No sé qué encontraremos, pero... al menos no tendrás que seguir
preguntándote.
Avery dejó escapar un suspiro estremecedor.
—Gracias. Esto es... —Apretó el puño alrededor de la cadena—. Es de
ella. Estoy segura.
—Aquí. —Hugo le tocó la muñeca—. Permíteme.
Le tendió la mano y él abrió el cierre para deslizar el amuleto
alrededor de su cuello. Los dos corazones, el grande y el pequeño, se
acurrucaron.
—No dejaremos de buscar —murmuró él—. Ni de tener esperanza.
Ella lo miró a los ojos.
—Y nos aseguraremos de que Sibilla vuelva a casa también. —Se giró
para mirar al rey fae—. ¿Y Hugo ya no está bajo tu mando?
El rey inclinó la cabeza.
—Él organizó nuestra reunión con Barrows. Como se acordó. Creo
que podemos seguir desde aquí. —Levantó una ceja oscura hacia
Hugo—. Eres libre de irte o quedarte, según tus deseos.
Avery miró al macho fae con los ojos entrecerrados, con desconfianza.
Definitivamente, esto era demasiado bueno para ser verdad.
—Para que me quede claro, ¿no lo matarás?
—No lo haré —dijo Raze—. Pero si se queda, tú sí que podrías hacerlo.
Ella se puso rígida.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Si un ravpyr elige una fuente para la fuerza vital que necesita para
existir, entonces envejecerá con esa fuente y finalmente morirá con ella.
—Raze se encogió de hombros cuando Avery soltó una negación—. Te
sorprendería saber las pocas reglas que un rey puede hacer en realidad.
—Giró su pesado hombro ante el juguetón puñetazo de Yelena y luego
le cogió el codo y la arrastró a su lado, aunque ella era una mujer alta y
poderosa por derecho propio. La miró fijamente—. El gusto se convierte
en antojo. —Bajó la voz, como si fuera sólo para ella—. Y el deseo se
convierte en algo esencial en cada respiración, en cada latido del
corazón, hasta que nada más sirve. Esta es una verdad que conozco, y
nada la romperá.
La mujer lo miró fijamente con sus ojos amarillos brillando.
—Siempre sabes qué decir —ronroneó.
Raze se abalanzó para besarla.
—Y ahora digo que tenemos que hacer un pacto con Barrows, y luego
quiero probar mi suerte con esos supuestos bandidos mancos. —Lanzó
una mirada imperiosa a Hugo—. Yo también te deseo buena suerte,
hombre. Que haya suficiente brillo y oro en el reino iluminado por el sol
para todos nosotros.
La pareja se alejó hacia ComeTrue, cogidos del brazo, con los cristales
blancos arremolinándose tras ellos.
Avery se giró hacia el silencioso ravpyr que tenía a su lado,
acercándose a él.
—Hugh...
Él le cogió las manos y se las llevó al pecho, con sus ojos de obsidiana
brillando desde dentro.
—Este es mi regalo, Avery. Vine a este mundo sin nada, pero ahora
puedo pasar mi vida junto a ti, contigo. Si lo aceptas, te daré mi amor.
En un remolino casi tan impresionante como la nieve que los faes
dejaron a su paso, se encontró en su suite, con los eléboros de la rosa de
Navidad esparcidos por la cama grande y redonda mientras Hugo la
desnudaba.
Desenganchó los dos collares y los colocó en la mesilla de noche.
—Te encontraremos.
—Lo haremos —juró Hugo—. En cierto modo, ella nos unió.
—Entonces está destinado a ser —dijo Avery con decisión.
Con sus poderosos brazos, Hugo la levantó para besarla. El sol
plateado de invierno que brillaba a través de la ventana deslumbró sus
ojos, y más aún, el impulso de su pulso mientras la fuerza de su amor
florecía en venas carmesí a través de los pétalos blancos.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás ante la caricia caliente de su lengua
contra su garganta, y pensó en la primera línea para su historia.
Mi mágica Navidad en Las Vegas.
Sobre el Autor

Jessa Slade escribe romance paranormal, romance de


fantasía urbana y romance de ciencia ficción;
básicamente, ¡cualquier cosa con explosiones Y besos!
Una historia traducida por:

Sombra Literaria
Moderadora
-Patty

Traducción
-Patty Giovanna Majo L
FerGonz Liv PaoTomé

Corrección
Hades -Patty Giovanna
FerGonz

Lectura Final & Formato


-Patty

Diseño
LAPISLÁZULI
SINOPSIS
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
SOBRE LA AUTORA
Diciembre significaba más para Hunter Wynn que
vacaciones y tiempo libre de un trabajo estresante como
propietario de un bufete de abogados. Significaba la
escapada anual por la que vivían él y sus socios. Un viaje a los
fríos bosques de Canadá para una cacería invernal. Solo y
aislado, cualquier cosa podía suceder, y sucedió.
Este año fue el turno de Hunter de traer un invitado de
honor, y acaba de conocer a la chica perfecta para ello.
Bonita, inteligente y sin amigos ni parientes cercanos. La única
pregunta que queda es si Hunter puede hundirle los dientes
antes de que ella le clave las garras.
Un hombre con un traje gris oscuro diseñado para costar más que
el PIB1
de una nación del tercer mundo miró a los tres hombres que
estaban junto a él en la barra.
—¿A quién le toca este año?
—A Hunter —respondió otro hombre, éste con traje azul marino.
Hunter, con un traje negro a juego, inclinó su copa en señal de
reconocimiento. —Caballeros, intentaré que no se sientan
decepcionados.
El cuarto hombre del grupo llevaba una chaqueta de tweed
marrón. Se rió y dijo—: Somos abogados, ¡no creo que el título se aplique!
Los ojos oscuros de Hunter brillaron mientras tomaba un sorbo
de su bourbon y se daba la vuelta. —Deberíamos mezclarnos. Después
de todo, es la fiesta de nuestra empresa.
—Fiesta de Navidad, eso es estúpido —dijo el traje azul—. ¡Es una
fiesta de Navidad! Toda esta mierda de ser políticamente correcto tiene
que terminar.
—Jerry, cálmate. Relaciones Públicas, ¿recuerdas? Ahora pon
una sonrisa y mézclate —dijo Stephen, el socio del traje gris.
Hunter se rió y se alejó para caminar entre los abogados, los
asistentes jurídicos, los pasantes y otras personas en la sala de
conferencias. Era su fiesta anual y no se habían escatimado gastos. ¿Y
por qué no? Eran un bufete de abogados de gran éxito que atendía no
sólo a las tres principales de Detroit, también a otras empresas de alto
perfil en la expansión metropolitana.
Hunter y sus socios habían trabajado duro para construir su
bufete de abogados. No fue la pura suerte lo que les hizo ricos. Tenían
talento, instinto asesino y un pequeño extra que les daba ventaja.
Hunter olfateó, tomando los innumerables perfumes, colonias y
desodorantes de la habitación. Los dejó a un lado y profundizó en busca
de sudor y otros aromas más dulces. Sonrió a su secretaria, Mercedes, al
otro lado de la habitación y siguió avanzando. Había pocas posibilidades

1
Producto Interno Bruto
de que encontrara la respuesta a su apuesta aquí, pero era un hombre
que sabía cómo conseguir sus objetivos.
—¿Sr. Wynn? —preguntó Mercedes, con la voz tan jadeante como
siempre. Era una de las razones por las que la había contratado. Su voz
podía desanimar a un hombre. Era casi sensual y dejaba a la gente con
la duda de si hablaba en serio o sugería algo más íntimo con su tono. Él
había sido capaz de ver a través de ella inmediatamente, pero reconoció
el potencial que tenía—. ¿Necesita algo, señor?
—Sí —Hunter se detuvo y le ofreció una sonrisa—. Necesito
asegurarme de que lo estás pasando bien.
—¿Señor? ¡Oh! Sí, por supuesto —soltó una risita, su risa era
igual de jocosa y burlona que su voz.
—Esta noche es para ti, Mercedes. Para ti y para todos los que
pasan largas horas y noches solitarias para que la WMA tenga éxito. No
vuelvas a preocuparte por mí, ¿me oyes?
Mercedes sonrió y asintió. —Sí, señor Wynn. Gracias.
—No, gracias a ti —dijo Hunter. Miró al hombre de piel oscura que
observaba a Mercedes y le hizo un gesto con la cabeza—. ¿Es tu cita?
Mercedes miró detrás de ella y luego a Hunter. Era difícil de
distinguir con su maquillaje y su piel oscura, pero se estaba sonrojando.
Él podía oler su repentina timidez. —Sí, es Alan.
—Bueno, será mejor que me lo presentes. Insisto —dijo Hunter e
hizo un gesto con la mano para que Mercedes le indicara el camino.
Todavía sonrojada, se movió entre las mesas y dejó que sus largas
piernas se deslizaran por la hendidura abierta de su vestido morado para
cubrir la distancia. Hunter admiró las curvas de sus fuertes pantorrillas
y la forma en que se movía con sus tacones de diez centímetros. Pensó
que los zapatos de color burdeos se verían aún mejor en el aire con sus
piernas separadas, pero tenía una política sobre la mezcla de negocios
con placer.
—Alan, éste es el Sr. Wynn, mi jefe —dijo una vez que llegaron a
la mesa en la que estaban sentados.
Alan se levantó y sonrió mientras ofrecía su mano. —¿Wynn?
¿Cómo el hotel?
Hunter se rió. —Ah, Las Vegas. Me encanta esa ciudad. Sí, se
escribe igual pero no hay relación, por desgracia. Aunque si por
casualidad conoces a los propietarios y necesitan un abogado...
Alan se rió ante el suave discurso de Hunter. —Mercedes siempre
habla bien de ti. Bueno, casi siempre.
—¿Oh? —preguntó Hunter—. Supongo que algunas noches
quemará unas sábanas y hará que la pintura se desprenda de las paredes
con los nombres que me ha puesto.
—¡Sr. Wynn! —jadeó Mercedes.
Hunter se rió. —Trabajamos duro, Mercedes tanto como
cualquiera. No sé qué haría sin ella. Se merece lo mejor. Espero que
puedas dárselo.
La sonrisa de Alan vaciló, pero la retomó inmediatamente. —Como
yo. Ella es definitivamente algo especial.
Hunter asintió con la cabeza y decidió que por la vergüenza que
sentía Mercedes era mejor seguir adelante. —Si me disculpan, tengo que
mezclarme. Ha sido un placer conocerte, Alan. Cuando necesites un
consejo sobre cómo manejar a Mercedes durante uno de sus estados de
ánimo, házmelo saber.
—Señor...
Hunter se inclinó y rozó sus labios contra la mejilla de ella en un
educado beso social. Ella guardó silencio y se estremeció. Hunter asintió
de nuevo a Alan y se alejó.
Se movía entre la multitud sonriendo, asintiendo y estrechando
manos. Su trabajo consistía en asegurarse de que sus empleados se
sintieran apreciados. Algunos, como Jackie, la asistente jurídica con su
blusa escotada y su falda corta a juego, eran más fáciles de apreciar que
otros.
Hunter se acercaba al final de sus rondas cuando un nuevo aroma
captó su nariz. Se giró, su estómago se apretó al situar el aroma sin
pensarlo. El perfume Chanel se mezclaba con el aroma natural de Tiffany,
la directora de la oficina y recepcionista del bufete. Estaba tan guapa
como siempre, con el pelo recogido en una especie de moño que parecía
flotar sobre su cabeza. Eran las mujeres como Tiffany las que convertían
a los hombres como él en el estereotipo de jefe lascivo.
Hunter se giró y se dirigió hacia Tiffany y su acompañante incluso
antes de que entregaran sus chaquetas al personal del hotel contratado
para ayudar. Sonrió al acercarse a ella. Su vestido era largo pero elegante.
Valía más de lo que su salario merecía, pero a Hunter no le importaba.
Se veía increíble en él.
—¡Tiffany! —dijo sin fingir su felicidad por verla—. Me alegro de
que hayas podido venir.
—¡Sr. Wynn, gracias! No me lo perdería por nada del mundo —
dijo mientras se giraba hacia él. Ella le devolvió la sonrisa y parecía tan
genuina como parecía, pero él podía oler su vacilación. Ella esperaba
problemas. Si no de él, de alguno de los otros socios. Él, Jerry y Stephen
habían hablado de su carácter reservado—. Sr. Wynn, ésta es mi
acompañante de esta noche, Emily —dijo Tiffany mientras se giraba para
mirar a la persona que estaba a su lado.
Hunter se dio la vuelta, parpadeando y observando a la nueva
mujer. Sonrió y le ofreció la mano por reflejo, pero en su interior su mente
se debatía con el concepto. ¿Era Tiffany lesbiana? ¿Por eso se mostraba
siempre tan profesional y retraída, incluso en las reuniones privadas?
¿Podría la empresa tener una lesbiana en la recepción?
—Emily, por favor, llámame Hunter —le dijo mientras le cogía la
mano y se la llevaba a los labios.
Emily se sacudió como si la hubieran pinchado por la espalda.
Sonrió y se sonrojó antes de tenderle la mano y decir—: Hola, soy... oh,
lo siento, ya lo han dicho. Entonces, ¿Hunter? Es un nombre muy bonito.
Sonrió y entonces recordó que Emily era la cita de Tiffany. Frenó
su entusiasmo antes de decir—: Me ha servido de mucho hasta ahora —
dijo—. Por favor, señoras, disfruten de la fiesta.
Hunter se giró y miró alrededor de la habitación hasta que captó
la mirada de Tyler. Le hizo un gesto con la cabeza y luego señaló hacia la
barra. Tyler regresó su asentimiento y se reunió con él allí después de
terminar su conversación con dos abogados.
—¿Ya has encontrado a alguien? —preguntó Tyler en voz baja
mientras esperaban a que les refrescaran las bebidas.
Hunter sonrió. —Difícilmente. ¿Hay alguna posibilidad de que se
te haya escapado algo en tus comprobaciones de antecedentes de nuestra
gente?
—Siempre hay una posibilidad. Soy bueno, pero no he inventado
la rueda.
Hunter se rió. —Como si necesitáramos ruedas.
—¿Por qué, qué pasa?
—Necesito que investigues a alguien por mí. Alguien de cara al
público. Concretamente su orientación sexual.
Tyler enarcó las cejas y se volvió para mirar a su alrededor. No
había nadie cerca, salvo la camarera y, después de dejarle la bebida, se
volvió para dejarlos solos. —¿Quién?
—Tiffany Ackers, nuestra recepcionista. Está aquí con una mujer.
Dijo que era su acompañante.
Tyler se giró y examinó la habitación antes de volver a mirar a
Hunter. —Ella es linda. Una especie de alhelí, pero linda a su manera.
—No me di cuenta —admitió Hunter.
Tyler lo observó durante un momento antes de reírse y tomar un
trago. —Wow, realmente eres un idiota.
Hunter frunció el ceño. —¿Por qué?
—La igualdad de derechos y todo eso está de moda. Conoces la
ley, sabes lo que pasa con la discriminación.
Hunter suspiró. —Me importa un bledo con quién se acueste. De
hecho, probablemente pagaría mi salario durante un mes sólo para verlas
a las dos hacerlo.
—Con clase —señaló Tyler.
Hunter suspiró. —Eso es una charla de hombres y lo sabes. La
cuestión es que tengo una imagen comercial que cuidar. Es una mierda,
pero tengo clientes de alto perfil que podrían molestarse si esto se hiciera
público.
—¿No estás interesado en defender los derechos LGBT en Detroit?
—¿De verdad? —preguntó Hunter antes de tomar un trago—.
Sabes muy bien con qué tipo de gente tratamos. No han llegado a donde
están por ser comprensivos o tolerantes. Haz la comprobación y avísame.
—Sigo pensando que estás siendo un idiota.
—Está bien. Me han llamado cosas peores —dijo Hunter.
Tyler se encogió de hombros. —Yo lo hago.
Hunter sonrió. —¿Para qué están los amigos?
—Feliz Navidad, Sra. Smith: ¡su marido ha muerto, pero la buena
noticia es que mi cliente no es responsable! —murmuró Hunter para sí
mismo.
Bebió un trago del escocés aguado y luchó contra el impulso de
estornudar. Era una pérdida de tiempo y esfuerzo; no podía quitarse el
hedor de la nariz. Los cigarrillos estaban prohibidos en los lugares
públicos desde hacía unos años en Detroit, pero el hedor se había
instalado en las paredes, el techo y el suelo. Luchó para que no se le
arrugara la nariz y se concentró en la chica que giraba en el poste del
escenario.
Hunter suspiró y miró su bebida. Se suponía que era una
celebración: acababa de ganar un caso entre su cliente y un proveedor
de piezas sobre la responsabilidad de un módulo de frenado defectuoso.
Las demandas que llegaban ahora se desplazaban hacia el proveedor;
aunque su cliente tuviera que retirar las piezas del mercado, al menos ya
no se les culpaba de matar a la gente.
Apartó su bebida. Necesitaba irse. Las bailarinas no eran
personas esta noche, sólo carne con demasiado perfume y maquillaje.
Esto no era lo que él necesitaba. De hecho, sólo estaba allí porque no
había hecho ningún progreso en la búsqueda de una mujer para llevar a
su escapada anual especial. Esperaba seguir teniendo suerte después de
que el juez fallara a favor de su cliente.
Una camarera con un uniforme diseñado para que una chica de
Hooter's parezca que va a la iglesia se detuvo junto a su mesa. —No
pareces feliz. ¿Necesitas otro trago, o no te gustan las pelirrojas?
Hunter la miró, sonriendo por instinto. Algo en su rostro cambió.
Sus ojos, decidió. Sí, las arrugas de la esquina se hicieron más
profundas. Intentó percibir su aroma, pero todos los perfumes y colonias
baratas del club de caballeros supuestamente de alta gama estaban
desordenando sus sentidos. —Me gustan las pelirrojas —dijo—. De
hecho, podría engullirlas.
Se rió. —Apuesto a que sí. ¿Necesitas otro trago?
—Me temo que su camarero se quedará sin hielo —dijo—. ¿Cómo
te llamas?
Levantó una ceja y miró su camisa. —Ah, sí, la lectura. Lo doy por
sentado desde que aprendí a una edad tan temprana.
La sonrisa de Hunter se endureció en su rostro. —Eres luchadora.
Eso me gusta. Ahora, ¿por qué no me dices tu nombre?
—¿De verdad no puedes leerlo?
—Puedo, pero quiero escucharte decirlo. Me dice lo que piensas
de ti misma.
La camarera lo miró fijamente durante un largo momento. —
Penny —admitió—. Me llamo Penny. Ahora, ¿quieres un trago o no?
—¿Qué pasó con lo de que el cliente siempre tiene la razón?
Penny suspiró. —Mira colega, parece que tienes las cosas claras.
Un traje muy bonito, un pelo perfecto, una gran sonrisa, y probablemente
algún coche deportivo importado en el aparcamiento. Apuesto a que tu
mayor problema es evitar que las chicas se empapen de crema en tus
asientos de cuero italiano.
Los ojos de Hunter se abrieron de par en par ante su arrebato. —
Vaya —dijo—, y que conste que mi coche deportivo es americano; mis
clientes no estarían contentos si comprara uno extranjero.
Ella lo ignoró y siguió adelante. —Deja de perder el tiempo
conmigo, ¿vale? Tengo problemas y mis problemas tienen problemas, así
que dime si quieres una copa o no.
—Antes era curioso y educado. Ahora que sé que no te importa
que sea educado, sólo tengo curiosidad. Dime, Penny, ¿qué problemas
tienes? —insistió Hunter.
Penny suspiró. —Bien. Mi novia acaba de dejarme porque sigo
teniendo recuerdos de la vez que mi padre y sus amigos se
emborracharon y me golpearon. Así que ahora no tengo ayuda para
vigilar a mi hijo y está solo en casa ya que su padre, mi hermano, está en
la cárcel.
Hunter parpadeó un par de veces y luego se rió. —Esa es una lista
de lavandería. ¿Algo de eso es cierto?
—¿Acaso le importa a un tipo como tú? —espetó—. Tengo trabajo
que hacer y tú no estás comprando. Y lo que sea que estés vendiendo, no
me interesa.
Hunter abrió la boca, pero Penny se dio la vuelta y se alejó y fue
directamente a la barra. Vio que el camarero le miraba y luego volvía a la
camarera. Hunter suspiró. Demasiado para Penny. Dio un sorbo a su
agua con sabor a whisky e hizo una mueca. Ya había tenido suficiente.
Había otros casos en los que debería estudiar. O tal vez debería echar un
vistazo a los progresos que algunos de los otros abogados estaban
haciendo con los suyos. Cualquier cosa era mejor que ser abatido por
una camarera en un club de striptease.
Hunter se levantó y arrojó un billete de veinte sobre la mesa. Se
detuvo y lo miró fijamente, y luego sonrió y recuperó el billete. Lo
sustituyó por uno de cincuenta, sospechando que eso haría enfadar a la
camarera. Se dirigió hacia la salida, pero tuvo que frenar cuando sintió
que su teléfono vibraba en el bolsillo.
Rebuscó en su bolsillo justo cuando un hombre grande con un
olor corporal lo suficientemente fuerte como para luchar contra los
abrumadores olores del club se puso delante de él. —¿Hay algún
problema? —preguntó el portero.
Hunter levantó su teléfono. —Tengo que atender una llamada.
Discúlpeme.
—Hemos oído que Penny te ha hecho pasar un mal rato,
queríamos asegurarnos de que no te ha echado —dijo el portero,
ignorando las necesidades de Hunter.
El abogado asintió. —Entendido. Gracias.
—¿Así que lo hizo?
Hunter suspiró y vio cómo la llamada de Tyler iba a su buzón de
voz. Se centró en el gorila. —No, no lo hizo. Pensé que era refrescante.
Fue agradable no tener a alguien que me bese el culo por una vez. De
hecho, creo que probablemente sería una buena abogada.
Los ojos del portero se abrieron de par en par. —¿Una abogada?
—Se rió—. Se lo haré saber.
—Hazlo. Ahora si me disculpas, tengo que devolver esta llamada.
—¿Qué? Oh, lo siento. Vuelve cuando quieras.
—Por supuesto —dijo Hunter y pasó por delante del gorila que se
retiraba. Salió del club antes de volver a llamar a Tyler. El investigador
contestó al tercer timbre.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hunter.
—He investigado un poco sobre tu recepcionista —dijo Tyler—.
Tengo malas noticias para ti.
Hunter maldijo en voz baja. —¿Es gay?
Tyler se rió. —No, no lo es.
Hunter frunció el ceño y caminó por la calle hacia el aparcamiento
donde estaba estacionado su coche. —¿Entonces cuál es el problema?
—Esto significa que sólo queda una posibilidad: no le gustas.
Hunter miró su teléfono y frunció el ceño. —Ja-ja —dijo—.
Últimamente me encuentro con mucho de eso, parece ser.
—Debes haber olvidado que eres un abogado. No le gustas a
nadie.
Hunter suspiró. —¿Cómo podría olvidarlo? Con amigos como tú,
quiero decir.
Oyó la risa de Tyler, pero un destello de color verde entre una
multitud le llamó la atención. Miró al otro lado de la calle a una mujer
que se movía entre la multitud nocturna con un vestido verde. Le
favorecía mucho la figura. Casi demasiado bien, dependiendo de la
ocasión en que lo llevara. Había algo en ella que le resultaba familiar.
—Gracias por revisarla —dijo Hunter—. Hablaré contigo más
tarde.
—¿Cuál es la prisa?
—Algo acaba de surgir —dijo Hunter.
—De acuerdo, tendrás mi factura —dijo Tyler—. Aunque los
proyectos como ella son la razón por la que me metí en esta línea de
trabajo.
Hunter se rió y terminó la llamada. No perdió de vista a la mujer
mientras se alejaba. Se giró y empezó a caminar en la misma dirección
que ella. La policía dirigía el tráfico e intentaba evitar que la gente fuera
atropellada, lo que siempre era bueno, excepto en la única ocasión en
que tuvo que cruzar la calle.
Siguió caminando y esperando. Aprendió a una edad temprana a
tomarse en serio su nombre. Era un cazador. Podía ser paciente si era
necesario.
Hunter siguió a la chica hasta que la multitud empezó a
dispersarse. La gente se retiraba a buscar sus coches o a dirigirse a los
restaurantes y bares después del partido de los RedWings de Detroit. La
mujer siguió adelante, tirando de su chaqueta y acelerando lo suficiente
como para que sus tacones empezaran a chocar contra el pavimento.
Hunter acortó la distancia entre ellos. Seguirla mucho más tiempo
sería sospechoso con todos los demás siguiendo su propio camino.
Estaba lo suficientemente cerca como para captar su olor y recordó los
muchos aromas de la fiesta de su empresa. Su labio se curvó en una
sonrisa de autocomplacencia al darse cuenta de que estaba perdiendo el
tiempo.
Levantó la cabeza para encontrarse con la mujer, Emily, que giró
la cabeza para encontrar su mirada. Sus ojos se entrecerraron y luego se
ensancharon mientras sus labios se separaban. Él vio que salían
bocanadas de aire de su nariz y de su boca. —¡Sr. Wynn!
Hunter sonrió y asintió. —¡Emily! Me ha parecido reconocerte.
¿Cómo estás?
—Um, bien —tartamudeó ella y luego miró a su alrededor—.
Qué… um, esto es un poco raro.
Él se rió y se detuvo a unos pasos de ella. —Te refieres a la parte
en la que parece que te estoy acosando a altas horas de la noche en el
centro?
Ella se rió un poco y asintió. —Um, sí. Supongo que eso es un
poco tonto. Estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer que eso.
Hunter sonrió y se encogió de hombros. Se giró lo suficiente como
para mirar alrededor de la zona y frunció el ceño. —Es tarde, hace frío y
te estás alejando de las zonas más seguras.
—Tú también —señaló ella.
—Te vi y quise ver cómo estabas —dijo Hunter. Se rió—. Eso
suena espeluznante, ¿no? No es... oh, espera, si estuviera siendo
espeluznante eso es exactamente lo que diría.
—¿Sr. Wynn? —preguntó ella, deteniéndolo antes de que dijera
algo más—. Um, usted no es uno de esos tipos ricos que lo tienen todo
así que tienen que romper la ley para encontrar la emoción, ¿verdad?
—Soy abogado, querida. Sé lo que le pasa a la gente que rompe la
ley.

—Buen punto. Um, bueno, mi coche está aquí arriba, así que
debería estar bien. Gracias por comprobar cómo estoy.
Hunter miró más allá de ella mientras consideraba lo que había
dicho. Podía oler su ansiedad luchando contra su interés. —Emily, por
favor, no hay aparcamientos o rampas por aquí que yo sepa. ¿Supongo
que es una parada de autobús o la casa de un amigo a la que te diriges?
Ella jadeó. —Cómo es que... sí, a una parada de autobús.
—Eso es una tontería —le dijo él—. Ven conmigo. Te llevaré a
casa.
—¡Oh no! ¡No podría! Quiero decir, estaré bien, sólo...
—Para. Estás vestida para matar, te comerían viva en un autobús
del metro —dijo Hunter—. Mi coche, por otro lado, complementaría tu
vestido bastante bien.
—Um, no debería. Además, ¿qué diría Tiffany si me dejas en su
apartamento?
Los ojos de Hunter se entrecerraron. —¿Tiffany?
—¡Oh, Dios mío! ¡Sueno totalmente como una lesbiana! No lo soy.
Somos compañeras de piso y amigas, eso es todo. Pero si aparezco con
su jefe, nunca me dejará vivir.
—Realmente no hay excusa que puedas inventar que suene
convincente —la presionó—. Te diré algo, sin embargo, si me dejas
llevarte, te dejaré para que no me vea, e incluso le daré a Tiffany un
aumento.
—¿Qué vas a hacer? —soltó ella. Se quedó mirando su sonrisa
hasta que sacudió la cabeza y se rió—. ¡Bien, pero más vale que sea uno
bueno!
Él se rió y se hizo a un lado para poder hacerle un gesto con la
mano para que volviera por el otro lado. Sus mejillas estaban más rojas
que el frío cuando aceptó su oferta y se puso a su lado. Se detuvo y lo
miró. —No sé a dónde vamos
—Bien dicho. Por aquí entonces, querida. Estoy en un lote privado
—dijo él.
—Por supuesto que sí.
—Por supuesto que sí —aceptó él y caminó junto a ella por la calle.
Él mantenía un ritmo lo suficientemente lento como para que ella pudiera
seguirlo sin problemas, pero lo suficientemente rápido como para
obligarla a concentrarse en permanecer con él.
—¿Qué haces aquí abajo? —le preguntó ella después de haber
caminado media cuadra.
—Ver a algunos clientes después de que hayamos terminado de
ganar un caso hoy —dijo—. Frustrante, pero esa es la razón por la que
no soy un abogado civil o penal.
—¿Por qué es frustrante? —Ella mordió el anzuelo que él le
ofrecía.
Hunter ocultó su sonrisa. —Algunos defectos en los vehículos
están causando que la gente se lesione. Mis clientes han tenido que
luchar contra los abogados que intentan demandar a la gente a sacar
provecho de esta desgracia.
Le miró y sonrió. —He leído sobre esa retirada del mercado.
¿Módulos de freno?
Él asintió.
—Así que ganaste y te ganaste un sueldo. A mí me parece un buen
día —dijo encogiéndose de hombros.
—Eso es lo que me digo a mí mismo. Es una pena, sin embargo,
la única ayuda que puedo ofrecer a las personas que resultaron heridas
es demostrar que fue culpa del proveedor por no haber actuado con la
debida diligencia en sus productos.
Inclinó la cabeza mientras le miraba y luego apartó la mirada con
una risa suave.
—¿Qué? —preguntó él.
Ella se encogió de hombros y sonrió. —Nada, sólo un pensamiento
tonto.
—A veces esos son los mejores.
—Es una tontería.
—Entonces hazme reír.
Ella suspiró. —Eres un abogado. Se supone que no debes
preocuparte por la gente.
Él se rió. —¿Eso me hace menos abogado?
—¡Oh, no, claro que no! —se apresuró a decir ella—. ¿Tal vez uno
mejor? Al menos si defendieras a gente.
—Odio perder —admitió—. Especialmente si significa que alguien
sale herido. Eso y que me gusta ser rico, pero odiaría ganar dinero de
sangre para conseguirlo.
Ella se rió. —Es usted casi un enigma, señor Wynn.
—¿Un enigma? —preguntó él—. ¿Por qué?
—No esperaba que fuera usted complicado —dijo ella—. Es casi
como si debajo de ese traje de mil dólares, hubiera un corazón que late
con sangre caliente.
—¡Ay! —bromeó él—. ¿Es un chiste de tiburones?
Ella sonrió.
—Cruza aquí —sugirió él mientras frenaban para tomar una
curva—. Por ahí caminamos solo un poco. Y hablando de estar por aquí,
¿qué estás haciendo aquí abajo? ¿Y vestida así? ¿Una cita?
Se rió. —¡Si me vistiera así para una cita, esperaría ganar
suficiente como para no tener que devolverlo a la tienda mañana!
La risa de Hunter se unió a la suya. —Es un mercado más
pequeño en Detroit de lo que crees. Nueva York, Denver, Phoenix y Los
Ángeles son los lugares donde las chicas pueden ganarse bien la vida así.
Emily se quedó boquiabierta. —Dios mío, ¿acabas de darme
consejos sobre cómo ser una prostituta de clase alta?
—No son consejos, sólo hechos —dijo él—. Sin embargo, estoy
legalmente obligado a desaconsejarte de hacerlo, sin embargo. Romperías
demasiados corazones.
Ella se sonrojó y desvió la mirada. Él le dedicó unos instantes y
continuó por la calle hasta que giró en un aparcamiento con postes de
acero que impedían que nadie entrara o saliera de la rampa. —¿Has
aparcado aquí? —preguntó ella—. ¿Cómo se entra o se sale?
—Tengo un código —dijo él y señaló la caseta de seguridad con
una consola en el exterior—. Hay un guardia dentro, así que intenta no
parecer amenazante.
Emily se rió. —¿Yo? ¿Amenazante?
—Oh sí, no se sabe qué armas puedes tener escondidas bajo ese
vestido —dijo él.
Ella se miró a sí misma y volvió a mirar hacia arriba. Abrió la boca
y luego la cerró. Sus mejillas se encendieron y él pudo oler no sólo la
ansiedad, sino a la excitación. A diferencia de sus nervios, era un aroma
suave y cálido en el frío de diciembre.
Hunter retrocedió. Emily le intrigaba. La había descartado dos
veces, pero ella estaba demostrando ser mucho más interesante de lo que
había pensado. No era el tipo de hombre que buscaba una relación a
largo plazo, pero una a corto plazo era muy divertida. Era parte de la
razón por la que él y sus socios celebraban su salida anual.
—Estaba haciendo una entrevista en el MGM —dijo ella mientras
él la guiaba hacia el ascensor.
—Ese no es el vestido que llevaría una camarera o un croupier —
le señaló.
—Esperaba un puesto de dirección —dijo ella—. Voy a ir a la
escuela para obtener mi licenciatura en negocios.
Hunter se fijó en ella y asintió. —¿Una licenciatura?
—Tengo mi título —añadió—. No fue suficiente para salvarme de
ser despedida de Coughlin Marketing, así que volví a estudiar.
—Ah —dijo—. Lamento escuchar eso. Me aseguraré de tenerlo en
cuenta le dé un aumento a Tiffany. Ella tiene que mantenerte hasta que
consigas algo más.
—¿Hablas en serio? ¿Realmente vas a darle un aumento porque
yo accedí a que me llevaras a casa? ¡Oh, Dios mío! Espera… no esperas
que yo…
Hunter se rió. —¿No habíamos aclarado ya que no eras una
prostituta?
Ella exhaló un suspiro de alivio. —Entonces, ¿por qué hacerlo?
—El refuerzo positivo funciona mucho mejor que el negativo —dijo
él—. Demuestra que voy en serio y que me importa.
Ella lo miró fijamente hasta que él se volvió para mirarla con un
brillo en los ojos. Ella apartó la mirada, sonrojándose de nuevo.
—Aquí mismo —dijo Hunter mientras señalaba su coche.
—¡Oh, oh! —jadeó ella mientras miraba el coche deportivo rojo
oscuro—. ¡Es un hermoso Corvette!
—Cuidado —advirtió él—. Empezaré a hablar de ella, y no quiero
que te pongas celosa.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Cómo podría estar celosa de esto?
¡Me acostaría con ella si fuera una mujer, y ni siquiera podía tomar una
ducha en la clase de gimnasia con las otras chicas!
Hunter se rió y le abrió la puerta del coche. —Cuidado al intentar
sentarse en ella podría hacer que tu vestido me mostrara esas armas que
mencioné antes.
Emily sonrió. —¡Me arriesgaré! —Le cogió la mano con una de las
suyas y usó la otra para sujetar su vestido contra sus piernas mientras
se sentaba y se echaba hacia atrás. Ella giró sus piernas hacia arriba
juntas en el coche, girando en el asiento y luego suspiró al acomodarse
en él. Emily pasó las manos por la suave consola de cuero y admiró las
elegantes curvas del salpicadero, la palanca de cambios manual y la
electrónica de última generación del Z06—. Es increíble.
—Ella es increíble —la corrigió Hunter.
Emily sonrió. —Lo siento. No quiero ponerla celosa.
—Ella comparte —dijo Hunter.
—¡Oh, entonces será mejor que me muestre lo que puede hacer!
Hunter se rió y cerró la puerta. Caminó alrededor del coche,
estirando su cuello hasta que estalló. Parecía que iba a resultar ser una
buena noche después de todo.
—¿Sr. Wynn? —preguntó Mercedes desde la puerta de su
despacho.
Hunter levantó la vista del caso que estaba estudiando y miró su
reloj. —Llegas temprano —observó.
—La verdad es que no. Normalmente no tengo nada con lo que
interrumpirte tan temprano.
Hunter le ofreció una sonrisa. —¿Es una interrupción buena o
mala?
Mercedes frunció el ceño. —No estoy segura. Tiffany, de la
recepción, quería hablar contigo.
—¿Oh? —Hunter meditó un momento. Mercedes y Tiffany se
llevaban bien, pero sabía que también había cierta tensión entre ellas.
Como directora de la oficina, Tiffany también estaba a cargo de las
secretarias y los empleados, excepto Mercedes y las secretarias del otro
socio. Ellas vivían fuera del dominio de la hermosa rubia y sólo rendían
cuentas a sus jefes—. Dame un minuto y hazla pasar —dijo.
Mercedes sonrió. —Por supuesto, señor Wynn.
—Ah, ¿y Mercedes?
—¿Sí?
—¿Cómo te trata Alan? Es Alan, ¿verdad?
—Nos va bien —dijo ella—. Sin embargo, no tiene sentido
apresurar las cosas, ¿sabes?
Hunter se rió. —Todo va muy bien. Espero que las cosas sigan
yendo bien. Si tienes algún problema, sin embargo...
Mercedes sonrió. —Estaré bien, señor. Gracias por su amabilidad.
—Siempre. Eres mi número uno por aquí, y no dejes que nadie te
diga lo contrario.
Ella salió y cerró la puerta, dándole la oportunidad de recoger sus
papeles y meterlos de nuevo en una carpeta antes de que Tiffany llamara
a la puerta y la abriera. Entró y cerró la puerta tras de sí antes de levantar
los ojos hacia los de él e intentar sonreír. Fue un intento débil que se
desmoronó cuando él enseñó los dientes en una sonrisa.
—Señorita Ackers, ¿qué puedo hacer por usted?
Ella se quedó quieta, fuera de sus manos jugueteando con el
dobladillo de su falda que terminaba justo por encima de sus rodillas. Él
podía oler su sudor nervioso. —Sr. Wynn, he recibido el aviso de que mi
nómina se ha debitado hoy en mi cuenta.
—Crédito, querida —la corrigió él—. Un débito sería si tomáramos
dinero de usted.
Su máscara se rompió por un momento, mostrando un ceño
arrugado de irritación, pero la borró con un pensamiento. —Sí, supongo
que tiene sentido.
—Lo siento —ofreció una disculpa falsa—. Las palabras son cosas
poderosas, ya sabes. Nos ganamos la vida con ellas. Pero no es por eso
que estás aquí. ¿Hay algún problema con su cuenta?
—No señor, ni mucho menos. Bueno, no si es correcto. Creo que
hubo un error cometido. Recibí más de lo que debía, pero cuando fui a
Madeline al respecto, me dijo que lo viera a usted.
—Ah, eso. Sí, bueno, has hecho un trabajo tan notable para
nosotros que sentí que hemos pasado por alto tus talentos demasiado
tiempo.
—Gracias, pero es un gran aumento —dijo ella.
Él asintió. —¿No lo vales?
—¿Señor?
Hunter se inclinó hacia adelante y señaló una de las sillas de felpa
en su lado de su escritorio. Ella se dirigió a ella, con las manos aún
aferradas a su falda.
Tiró de ella mientras se sentaba para evitar que tirara y se
amontonara.
El resultado final dejó a Hunter luchando para evitar que sus ojos
trataran de ver en las sombras entre sus piernas.
—Tiffany, trabajas muchas horas y te mantienes al tanto de un
personal del que todos dependen. Puede que no tengan las credenciales
o la oportunidad de hacer lo que yo y mis asociados hacemos, pero sin
ellos nuestros trabajos serían imposibles. Mantener nuestros niveles de
éxito y rentabilidad sería imposible. Sin embargo, cada uno tiene
diferentes deseos y necesidades. Lo que haces es como pastorear gatos y
lo haces bien. Quiero recompensarte por ello.
Tiffany se puso rígida. —Sólo hago mi trabajo. No vale tanto.
Hunter se rió. —También es un incentivo para ir más allá.
Ella parpadeó un par de veces y asintió. —Ya veo. ¿Qué es
exactamente lo que tiene en mente? ¿Estamos hablando de un ascenso o
de otra cosa?
—Dado su excelente servicio, confío en que encontrará la forma
de justificar el aumento —dijo con una sonrisa—. Hablo en nombre de la
empresa cuando digo que valoramos la lealtad. El tipo de puesto que
ocupas requiere mucha responsabilidad, por lo que también debería
permitir ciertas bonificaciones. Se espera que su discreción esté entre
esas responsabilidades.
Sus pechos subían y bajaban dentro de su ajustado vestido
mientras respiraba profundamente. Él inhaló su ansiedad y luego notó
cómo se desvanecía y fue reemplazada por algo más. Algo más almizclado
y dulce.
—Voy a tener las manos llenas —dijo mientras rodaba sus
hombros—. Me has doblado el sueldo. Eso va a requerir un montón de
justificación.
El ceño de Hunter se frunció. Abrió la boca, pero se distrajo un
momento cuando se dio cuenta de que el dobladillo de su falda parecía
haberse levantado hasta su medio muslo. Entre su falda arrugada y la
forma en que estaba tensa entre sus muslos separados, pudo ver que sus
piernas estaban cubiertas de medias que brillaban bajo la suave luz de
su oficina.
Cerró los labios y carraspeó. Por muy atractiva que fuera su oferta
tácita, tuvo que recordarse a sí mismo que no estaba interesado. A pesar
de que el creciente olor de su excitación se filtraba en sus sentidos.
—Lo ves como una duplicación; yo lo veo como un coste
recurrente del negocio que confío en que no afectará en nuestros
resultados. De hecho, sabiendo lo mucho que trabajas y la dedicación y
determinación que me estás mostrando ahora, espero que las mejoras de
eficiencia en la oficina compensen con creces esto.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par. —¿Sr. Wynn? No sé
si lo entiendo.
—Es fácil de entender. Eres una joven hermosa que tiene una
mente y un hambre aún mayor que su belleza. Use eso, Srta. Ackers,
porque la belleza es algo fugaz. Mantén tus objetivos en mente, querida,
y concéntrate siempre en hacer lo que hay que hacer para alcanzarlos.
Las mejillas de Tiffany enrojecieron y luego su control se rompió
cuando una sonrisa irónica asomo en la comisura del labio. —A menos,
claro, que requiera usar mi belleza fugaz para llegar a donde quiero ir.
Hunter se rió y se arrepintió. No quería animarla, pero ella tenía
las feromonas de una seductora. —¡Sí, eso es! Usted está bien en su
camino, señorita Ackers.
—Gracias, Sr. Wynn —sonrió. Sus piernas se crisparon mientras
encontraba una manera de ensancharlas otro medio centímetro—. La
lealtad es muy importante para mí también. Estoy deseando demostrar
lo leal que puedo ser.
Hunter luchó contra sus impulsos. No, el deseo de hacer un
agujero en sus medias de nylon y... ¿y si sólo llevaba medias y un liguero?
Su aliento se le atascó en la garganta al ver a Tiffany inclinada sobre su
escritorio con la falda levantada y...
—Tiffany, es maravilloso —consiguió decir. Miró el reloj y luego a
su puerta—. Tengo una reunión con los socios a la que llego tarde. Quizá
en otro momento podamos hablar de lo que piensas.
Ella sonrió y se puso en pie. Su vestido volvió a caer por sus
piernas sin ninguna señal de que se hubiera arrugado más. —Por
supuesto. Estoy deseando que llegue.
Hunter tragó saliva y comenzó a ordenar las carpetas en su
escritorio. Tenía una reunión, pero le quedaba media hora para que
empezara. Él necesitaba un poco de tiempo para despejarse. La puerta
se abrió con un clic y se cerró un momento, lo que le permitió relajarse y
volver a preguntarse hasta dónde llegaban sus medias.
—¿Sr. Wynn?
Hunter levantó la vista y vio a Mercedes de pie en la puerta. —
¿Sí?
—¿Va todo bien? Has estado mirando esa carpeta durante un rato
Hunter miró la carpeta y luego sonrió. —Es un caso complicado
—admitió.
Mercedes enarcó una ceja. —Ya veo. ¿Aún vas a la sala de juntas?
El señor Caskins ya ha llegado.
Hunter miró su reloj. Había perdido varios minutos soñando
despierto con Tiffany. Demasiados más y tendría que enfrentarse a las
burlas de sus compañeros. Necesitaba entrar y hablar con Tyler antes de
que todos llegaran. Más control de daños, no quería que el hombre
hablador hablara sobre la investigación que había hecho sobre Tiffany.
Hunter se acercó a la mesa de conferencias ejecutiva frente a Tyler
y le ofreció una sonrisa.
—Me alegro de que hayas podido venir.
—Ustedes son mi mayor cliente en este momento —dijo.
—Siempre —corrigió el abogado.
Tyler sonrió y se encogió de hombros.
—¿Hacer un movimiento con la secretaria?
—¿Qué? ¡No! —soltó Hunter. Resopló y se tomó un momento para
serenarse—. No hago eso con la gente con la que trabajo.
Tyler chasqueó los dedos. —¡La otra chica!
—¿Qué? ¿Qué otra chica?
—La que creías que se tiraba el rubio.
—Tyler, por favor.
Tyler le movió un dedo y asintió.
—Estoy sobre ti, viejo hijo. Creo que acabo de descubrir quién es
el invitado de este año.
—Aún no he elegido a nadie —argumentó Hunter. Abrió la boca
para decir algo más cuando Stephen entró con Jerry. Se reían de algo
que había dicho uno de ellos. Jerry cerró la puerta y ambos tomaron
asiento al final de la mesa, Stephen junto a Tyler y Jerry más cerca de
Hunter.
—Buen trabajo con el caso de los frenos —dijo Jerry.
Hunter gruñó. —Gracias. ¿Cómo va el tuyo con Blue Cross?
Jerry gimió.
—No nos pagan lo suficiente. Juro que el estado y los médicos
están conspirando para que sea imposible despedir a nadie en un
sindicato nunca más.
—¿Cómo si no van a conseguir que la gente les vote? —sugirió
Tyler.
—Hunter, ¿qué es eso de aumentar el salario de Tiffany?
—Las responsabilidades también —dijo Hunter—. Ella ha hecho
un gran trabajo para nosotros. La estoy retando a que descubra qué es
lo que sigue.
—¿Qué significa eso?
—Quiero que asuma más el papel de recursos humanos —dijo
Hunter—. Ya lo tiene y me parece una obviedad.
—Cuidado, es rubia —dijo Jerry.
Stephen se rió y añadió—: ¡Una obviedad podría ser más de lo
que ella puede manejar!
Hunter rió con ellos a pesar de sus sentimientos hacia ella.
—También es una rubia de buen ver —dijo Tyler—. Es que…
—Tuve una larga charla con ella esta mañana —interrumpió
Hunter—. Va a dar un paso al frente. Ella también se calentó conmigo.
—¿Te ha calentado? —preguntó Jerry.
Stephen gimió. —Jesús, ¿has…?
—¡No! —soltó Hunter en un esfuerzo por detenerlo. Fue inútil.
Jerry hizo la pantomima de una mujer haciendo una mamada. Hunter se
rió a su pesar—. Me refiero a que ha dejado de actuar con tanta frialdad
y reserva. Creo que llevaba tiempo queriendo una oportunidad para
probarse a sí misma. Ahora la tiene. Apuesto a que va a brillar.
—No estarás pensando en ella para el retiro, ¿verdad? —preguntó
Stephen.
Hunter frunció el ceño.
—No, creo que es un activo para la empresa. No me gustaría
perderla.
—Sí, tiene algunos activos, sin duda —asintió Tyler con otra ronda
de risas.
—Entonces, ¿quién es el invitado de honor? —Stephen empujó.
Se frotó las manos—. Me estoy poniendo ansioso. La del año pasado fue
muy divertida. Las salidas de caza mensuales no se pueden comparar,
sobre todo porque es un mes raro en el que podemos escaparnos los
cuatro.
—Perseguir a ese oso fue divertido, se resistió —añadió Jerry.
Stephen resopló, ganándose un encogimiento de hombros de
Jerry.
—Aún no estoy seguro, pero no te preocupes. Encontraré a
alguien y te prometo que será uno de los mejores que hayamos tenido.
—Se me hace corto el tiempo —dijo Stephen.
Hunter sonrió.
—Trabajo mejor bajo presión.
Tyler resopló. —Vaya, el ego se está haciendo profundo aquí.
Jerry se aclaró la garganta—: Hablando de ego, hablemos de las
cifras del mes pasado. Para el trimestre, estamos alcanzando nuestro
pronóstico. Con Hunter terminando su caso, la factura debería salir esta
semana. Asumiendo un pago neto de cuarenta y cinco, nosotros…
—Vamos, sabes muy bien que lo llevarán a sesenta días —dijo
Stephen.
Jerry suspiró y asintió.
—Probablemente. Pero eso nos deja bien parados para el primer
trimestre del año que viene, y eso sin los retenes.
—Tengo un nuevo negocio potencial —añadió Stephen—. Una
empresa de software que se ocupa de algunos problemas de propiedad
intelectual.
Hunter recordaba que Emily había mencionado la empresa de la
que la habían despedido y se preguntaba las razones de ello. Más aún,
se preguntó si tal vez ella sería una de las muchas que podrían estar
sufriendo algunos juicios por despido improcedente con los que Coughlin
podría necesitar ayuda.
—Jerry, deberías comprobar el marketing de Coughlin —sugirió
Hunter—. No es una empresa sindicalizada, pero puede que necesiten
asesoramiento legal sobre algunos asuntos laborales.
Jerry gruñó y sacó su teléfono inteligente del bolsillo y tocó una
nota en la pantalla.
—¿Coughlin Marketing? —preguntó Stephen—. ¿De dónde has
sacado ese dato?
Hunter se encogió de hombros.
—Escucho cosas.
Tyler tosió en su mano, ganándose dos miradas y un resplandor.
—¿Qué? Aquí hay polvo —murmuró y se aclaró la garganta—.
Necesito un trago.
Hunter resopló y se volvió hacia Jerry mientras empezaba a
hablar de las finanzas pasadas, presentes y futuras. Los socios se
reunían todos los jueves y normalmente Hunter seguía la reunión con la
misma hambre con la que perseguía todo.
Ahora que había pensado en Emily, la reunión se alargaba
mientras se encontraba dividido entre los pensamientos sobre el
comportamiento anterior de Tiffany y soñar despierto con Emily. A pesar
de todo, Tyler seguía mirándolo con ojos que daban a entender que
sabían más de lo que debían.
—¿Hola?
Hunter respiró aliviado cuando escuchó la voz de Emily al
contestar el teléfono. No le preocupaba que Tiffany descolgara, estaba en
el trabajo, sino que no contestara nadie y en el contestador apareciera su
número.
—¿Emily?
Oyó su respiración aguda antes de que dijera—: Sí. ¿Quién
habla?
—Lo siento, soy Hunter. Ya sabes, el hombre que tuvo la suerte
de tenerte en un trío con mi coche la otra noche.
—¡Oh, Dios mío! ¡Hunter! Quiero decir, ¡señor Wynn!
Hunter se rió.
—Por favor, llámame Hunter. Me preguntaba si tenías algún plan
para más adelante. Tengo dos entradas para un partido de los Redwings
y una de ellas lleva tu nombre.
—Oh, ¿Redwings? ¿Un partido de hockey de verdad? Nunca he
estado en uno de esos. ¿Hace frío? Quiero decir, todo ese hielo…
—¿Es eso un sí? —interrumpió Hunter.
—¿Esto es real?
—Muy real.
—Pero… Está bien, supongo.
—¿Supones?
—Bueno, tenía unos planes muy serios de pintarme las uñas de
los pies y luego acurrucarme con un gran y mimoso protector que siempre
ha estado ahí para mí, pero esta parece una de esas oportunidades que
no me atrevo a dejar pasar.
Hunter frunció el ceño. ¿Mimoso? No le interesaba hacer un
amigo. Tampoco le interesaba alguien con mucho equipaje.
—Si tienes a alguien más…
—¡No! —dijo casi a gritos en el teléfono. Un instante después, se
dio cuenta de lo que había hecho y se apresuró a explicar—: Quiero decir
que no… ¿Cuál es tu número de teléfono?
Hunter frunció el ceño.
—¿Mi número de teléfono? ¿Te refieres al que te acabo de llamar?
—¡Qué, oh! ¡Mierda! Debes pensar que soy una idiota.
—Claro que no —mintió Hunter—. Te he pillado con la guardia
baja y no estás acostumbrada a eso. Perfectamente comprensible.
—De acuerdo, bien. Um, dame un minuto, ¿vale?
La llamada no estaba siendo como él esperaba. Sorprendido él
mismo, respondió—: Um, vale. Pero no tengo mucho tiempo.
—Sólo un minuto, lo prometo. Gracias.
Hunter abrió la boca para responder cuando se dio cuenta de que
la conexión se había cerrado. Se giró, miró su teléfono y parpadeó. Le
había colgado. Nadie le había colgado. Él estaba…
Hunter se detuvo cuando su teléfono zumbó con un mensaje
entrante. Abrió el texto y vio la imagen de un enorme oso de peluche
marrón. Lo miró fijamente y luego no pudo evitar reírse. Su teléfono sonó
en sus manos con un número diferente que no conocía, el mismo número
que había enviado el mensaje con la foto. No había conseguido
controlarse, pero contestó de todos modos.
—Grande y mimoso protector, ahora lo entiendo.
—El señor Ruffles me ha salvado de más monstruos debajo de la
cama y en el armario de los que puedes imaginar. Lo siento por el hombre
que cree que puede sustituirlo —respondió Emily con voz seria.
—Ya veo —dijo Hunter—. Bueno, si me dejo llevar, puedo ser un
tipo bastante peludo.
—No sé, este es un pelaje de calidad. ¿Puede soportar una
lavadora y una secadora? Te diré qué: deja la lucha de monstruos al Sr.
Ruffles. Hay otros agujeros en mi vida que necesitan ser llenados.
Hunter resopló al teléfono.
—¿Acabas de decir "agujeros que necesitan ser llenados"?
—¡Oh, Dios mío! —chilló Emily—. ¡No quise decir eso! ¡Oh, mierda!
Debes pensar que soy un… bueno, no lo soy. Sea lo que sea.
Hunter se llevó la otra mano a los ojos y luchó por no volver a
reírse. Sintió la tensión en la cara y el cuello. Ella era otra cosa.
—Creo que eres refrescante —le dijo—. Encantadora y original.
Guapa.
—¿Crees que soy guapa?
—Bueno, ahora mismo sí. Cuando te vi la otra noche, estabas
absolutamente deslumbrante.
Ella no respondió, pero él la oyó jadear.
—Así que el partido empieza a las siete y media. ¿Puedo recogerte
a las seis? Cenaremos después.
—Oh, Dios mío, esto está sucediendo de verdad, ¿no? —respiró
ella.
—Esa era una de esas preguntas retóricas que se supone que
debes guardar para ti?
Se quedó en silencio un momento y luego gimió.
—Sí, sí lo era. Acabo de descubrirme por completo, ¿no es así?
—Me temo que sí —le informó—. Y en aras de la equidad, quiero
que sepas que voy a utilizar eso en mi beneficio.
—Oh, Dios mío —gimió ella.
—Totalmente —dijo burlándose de ella.
Ella volvió a gemir.
—¡Mierda! ¿Qué hora es? ¿Las dos y cuarto? Oh, mierda, ¡tengo
que irme! Tengo que prepararme.
Hunter levantó una ceja.
—Tienes cuatro horas.
—Mire, señor, he estado en muchas entrevistas últimamente;
tantas que creo que me regalan un juego de cuchillos para carne con la
próxima. Sé lo que se necesita para dar una buena impresión y
aparentemente no lo he hecho todavía. Así que tal vez esta sea mi
oportunidad. Todo tiene que ser perfecto.
—Wow, ahora incluso me estás haciendo sentir un poco
presionado y esto fue mi idea.
—¿Tú? —preguntó Emily—. Oh. Pensaste que esto era para ti. Lo
siento. No, me refiero a ese precioso coche tuyo. ¡No quiero que piense
que he recortado nada!
Hunter se rió y negó con la cabeza.
—Sólo sé tú misma y ella quedará impresionada. De hecho,
incluso hablaré bien de ti.
—Eres demasiado dulce —dijo Emily—. Bueno, tengo que irme.
Te veré más tarde. Ah, y señor. Digo, Hunter, gracias.
Hunter sonrió y terminó la llamada. Estudió el peluche en su
teléfono y añadió su número a sus contactos, con el animal como foto.
Ahora sólo tenía que comprar las entradas para el partido y terminar el
trabajo. Lo que probablemente significaba que no haría más trabajo hoy;
era viernes y no tenía ningún caso pendiente en el que no pudiera
trabajar durante el fin de semana.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Hunter arriesgó una mirada a su cita y luego obligó a sus ojos a
volver a subir desde sus largas piernas encerradas en sus ajustados
pantalones de yoga hasta la carretera.
—No puedo creer que nunca hayas visto un partido de hockey y
seas de Detroit.
—¿Qué? Oh. Sólo trozos. No lo entendí. Pero ayudaste. Fue
divertido verlos vencer a los Blackhawks esta noche. Me gusta cuando se
chocan.
—Cuerpo a cuerpo —suministró—. Se llama body checking.
—Oh, sí. De todos modos, esa no es mi pregunta —dijo Emily. Se
movió en su asiento para girarse y mirarle, subiendo una pierna lo
suficiente como para crear sombras bajo su jersey—. Quiero saber por
qué dejaste que esta hermosa dama pasara tanto frío.
Hunter tuvo que volver a mirarla. Parpadeó, perdiéndose por un
momento al ver el atisbo de una sonrisa en sus labios. Emily alargó la
mano y pasó los dedos por la palanca de cambios de una forma que le
pareció escandalosa.
—¿Mi coche? —preguntó él.
—Por supuesto —dijo ella—. Hay que tratar bien a una dama si
quieres mantenerla cerca, ya sabes.
Hunter se rió y giró hacia la autopista para salir de Metro Detroit.
—Bueno, la miman a menudo. La bañan, la depilan y todo eso. Si
hace mal tiempo, no sólo si hace frío, sino si hay hielo o nieva, cogeré mi
otro coche. Pero, como tú has dicho, una chica tan bonita quiere que la
conduzcan mucho y le gusta que la vean.
Emily se rió.
—Por qué, señor Wynn, si no lo conociera mejor, pensaría que la
está acusando de ser poco femenina.
Hunter sonrió.
—En las situaciones adecuadas, se sorprendería de lo que puede
hacer.
—¿Cuando no hay nadie más cerca para mirar?
Hunter parpadeó.
—Sí, algo así.
—Ya veo. Entonces, ¿a dónde vamos ahora?
—Había planeado un asador, si te parece bien.
—¿Bistec? —preguntó ella.
Hunter frunció el ceño.
—No eres vegetariano, ¿verdad?
Emily se rió.
—¡Dios, no! Es que no estoy segura de poder comer algo tan
pesado como un filete. Aunque probablemente tengan ensaladas, ¿no?
—¿Te preocupa tu figura? Te prometo que no diré nada si comes
lo suficiente como para dejar de tener hambre.
Emily sonrió.
—Así que mucho para mi figura de niña.
—Eres toda una mujer, por lo que veo.
Ella jadeó. —¿Por lo que se ve?
Hunter le dirigió una sonrisa.
—Bueno, no lo he visto todo.
Ella se rió.
—Suave. Muy suave.
—La mayor cacería —dijo—. El corazón de una mujer.
Ella lo estudió un momento antes de preguntar.
—¿Es eso lo que buscas, mi corazón?
Hunter sonrió con satisfacción. Estaba llena de sí misma y no
temía demostrarlo. Si eso se percibía en una entrevista, él podía entender
por qué la habían rechazado tan a menudo; hacía falta un jefe raro para
contratar a alguien con tanta confianza.
—Es un poco pronto, ¿no crees?
—¿Oh?
—He cazado muchas cosas en mi vida —dijo—. Caza mayor y
menor. La emoción está en la persecución.
Emily frunció el ceño.
—Espera, ¿es eso lo que es? ¿Soy un trofeo más?
Hunter mantuvo su expresión neutral.
—Supongo que tendremos que esperar y ver, ¿no?
Ella le miró fijamente un momento más y luego se volvió para
mirar por la ventanilla delantera. Pasaron varios kilómetros bajo los
neumáticos del Corvette antes de que ella dijera—: No estoy segura de
tener tanta hambre.
Hunter se volvió para mirarla. Sonrió, ganándose un destello de
irritación en los ojos de ella.
—¿Así de fácil?
Ella se giró para mirarle y le dejó que lo hiciera.
—Sí. Así de simple. Soy una persona de verdad, ¿sabes? Quizá no
sea asquerosamente rica y quizá no sea tan educada como tú, pero sigo
siendo una persona. No merezco que me traten como un animal que
espera ser cazado.
Miró la pantalla de navegación del salpicadero que mostraba las
carreteras próximas.
—Está bien, te llevaré a casa entonces.
—¡Jesucristo! —espetó—. No me lo puedo creer. Aquí estoy
estresada por si te gusto o no. ¿Debo insinuarme o ser juguetona? ¿Debo
dejarlo todo en la primera cita o intentar que te escurezcas?
Dejó escapar una risa aguda.
—Siempre hay que dejarlo si te interesa.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Así sabrás si soy bueno en la cama. ¿Puedo hacer que te corras?
No, sé que puedo hacerlo. ¿Puedo hacer que olvides a todos los demás
hombres con los que has estado? ¿Puedo hacer que grites mi nombre y
te desmayes? Eso es lo que tienes que averiguar. Si no puedo, ¿para qué
perder el tiempo? ¿Por qué seguir con la caza?
Emily lo miró con la mandíbula abierta. Sacudió la cabeza e
intentó hablar, pero sólo acabó mirando fijamente varios segundos más.
—Eso me permite decidir a mí también —le dijo él—. ¿He perdido
el tiempo? ¿O te dedicaste lo suficiente como para que valiera la pena mi
esfuerzo? El cuerpo envejece y se desvanece, Emily. La belleza cambia y
se vuelve gris. La pasión y la energía, duran tanto como las dejemos.
¿Tienes el tipo de pasión y energía para mantener mi interés? ¿Puedes
hacer que no quiera nada más que a ti?
—Mierda —consiguió susurrar Emily.
—Has estado llena de vida y confianza hasta ahora. ¿A dónde ha
ido a parar eso?
—No puedo… ¿es así como habla la gente rica? ¿Simplemente
dicen lo que se les pasa por la cabeza?
—Por supuesto —dijo Hunter—. Las palabras son cosas
poderosas. Justo el otro día, le estaba diciendo lo mismo a tu compañera
de piso cuando vino a preguntarme por el aumento que había recibido.
Emily se crispó y le interrumpió para preguntar—: ¿De verdad le
has dado un aumento?
Hunter sonrió mientras salía de la autopista y se dirigía al norte.
—Ella pensó que yo quería más de ella. Ella también lo ofreció.
—¡Esa zorra!
Hunter se encogió de hombros.
—No me tiro a la gente con la que trabajo. Si no, te habría ofrecido
un trabajo.
Ella se puso rígida.
—¿Qué? Espera un momento. No hemos… ¿quién ha dicho que
me vaya a dormir contigo?
—No te preocupes, dormir viene después —le dijo Hunter.
—¿Después? —repitió ella.
—Después de que te desmayes.
—Oh. Mi. Dios.
Hunter la vio girarse y mirar por la ventanilla del coche. Sus ojos
se movían de un lado a otro, prueba de que estaba pensando
frenéticamente y sin saber qué decir o hacer. Podía oír su respiración
acelerada, su charla la excitaba incluso cuando la indignaba. Y lo que es
más importante, podía oler su excitación.
A ella le gustaba, aunque todavía no se diera cuenta. Estaba
excitada y quería más. Hunter se desvió hacia una pequeña carretera y
luego hacia una comunidad cerrada.
—Qué… esto no es… —Emily cerró la boca cuando el portón se
abrió frente a ellos. Hunter se adelantó y redujo la velocidad cuando se
abrió la puerta del garaje de su casa. Cuando se detuvo, ella encontró su
voz y exigió—: ¿Qué estás haciendo?
Hunter aparcó el coche y se volvió hacia ella.
—Me has pedido que te lleve a casa.
—¡Esta no es mi casa!
Él sonrió.
—Es cierto, pero ¿cómo vas a saberlo si no?
—¿Saber qué? —replicó ella.
—Saber si estás tan mojada como crees.
Ella jadeó y se removió en su asiento.
—¡Maldita sea, Hunter! Yo…
—Bésame —exigió él—. No pienses; cede y haz lo que quieras.
Bésame.
Ella, en cambio, lo miró fijamente y negó con la cabeza.
—Yo…
Él se giró hacia ella, más rápido de lo que ella esperaba, pero lo
suficientemente lento como para hacerla jadear. La atrajo hacia él y
presionó sus labios contra los de ella. Ella se puso rígida y luego comenzó
a derretirse en sus brazos. Sólo duró un momento antes de que se
recompusiera y volviera a tensarse. Se empujó contra él y retrocedió.
—No puedes hacer eso —jadeó y siguió jadeando.
—Acabo de hacerlo —señaló Hunter—. Y no me gusta que me
nieguen. Lo dejaré pasar, pero tienes que decidir lo que quieres ahora
mismo. ¿Estás dispuesta a descubrir lo que te excita?
Ella gimió y se volvió para mirar las herramientas de la pared de
su garaje. Volvió a mirarlo, con el labio atrapado entre los dientes, y
sacudió la cabeza lentamente.
—¿Qué pasa? —susurró—. ¿Cómo puedes hacerme esto?
Hunter sonrió.
—Vamos a averiguarlo.
Ella volvió a morderse el labio y asintió, y luego se inclinó sobre
el asiento y separó los labios para encontrarse con los de él.
—¿Señor Wynn?
Hunter bloqueó la pantalla de su teléfono y levantó la vista.
—Lo siento, no le he oído llamar.
—Debe ser un caso grave en el que estás trabajando —dijo
Mercedes—. Tampoco has contestado a mi llamada. A Tiffany le gustaría
hablar contigo, si tienes un momento…
—Algo así —aceptó sin dejarse llevar por las fotos que había hecho
a Emily. Eran trofeos, pero ella le había hecho demostrar que no tenía
trofeos similares de todas las mujeres con las que había estado. Sólo las
mejores, le aseguró. Y no había mentido.
—¿La hago pasar? —Intervino Mercedes.
Demasiado para no dejarse llevar por sus recuerdos del fin de
semana pasado con Emily. ¿Y ahora Tiffany quería hablar con él? ¿La
compañera de piso de Emily? Suspiró por la nariz.
—Sí, adelante. Acabemos con esto.
Mercedes ladeó la cabeza lo suficiente como para mostrar que su
respuesta la pilló desprevenida
—Está bien, la haré pasar.
Hunter metió el teléfono en el bolsillo durante la breve pausa que
hubo antes de que Tiffany abriera la puerta y entrara. La cerró tras ella,
dándole la oportunidad de apreciar su atuendo. Unos tacones azules
abiertos, bajo una falda y una chaqueta azul marino a juego. Incluso las
uñas de sus pies se habían pintado del mismo tono de azul.
—Hace calor aquí —murmuró mientras se apartaba de la puerta
para mirar hacia él y revelar que llevaba una blusa blanca debajo de la
chaqueta. La blusa estaba desabrochada lo suficiente como para resaltar
el collar de plata que brillaba en su abundante escote.
Hunter sonrió y señaló el mismo asiento que había ocupado
antes.
—Por favor, señorita Ackers, tome asiento y dígame qué puedo
hacer por usted.
Ella dudó y luego caminó por el suelo de madera de su despacho
con sus caderas contoneándose lo suficiente como para que él se fijara
en ella. Mantuvo la atención en su rostro, sabiendo que no debía
arriesgarse a dar a la mujer que esperaba que se encargara de todos los
recursos humanos la oportunidad de construir un caso contra él.
—Un par de cosas —dijo ella después de sentarse y cruzar las
piernas.
La acción hizo que su falda se deslizara por la pierna y dejara al
descubierto una generosa cantidad de piel a lo largo de la parte del muslo.
—He estado pensando en lo que has dicho. Tengo algunas ideas,
pero no sé cómo llevarlas a cabo. ¿Hablo con usted sobre ellas, o debería
hablar con otra persona?
—Supongo que eso depende. ¿Qué tipo de ideas son?
—Organizativas, aparte de mejorar mi juego y encontrar maneras
de hacer que mi personal sea más eficiente.
—¿Su personal? —desafió Hunter.
Tiffany se sonrojó y miró su mano en el regazo. Volvió a mirarlo
y dijo—: Lo siento. Los considero míos desde que los entrené y me ocupo
de sus diversas peticiones. Eso es parte de los cambios organizativos que
me gustaría hacer. Un grupo de empleados que yo administraría según
la flexibilidad del trabajo. El día a día no cambiaría mucho, pero agilizaría
todo tipo de cosas. Tiempo libre, vacaciones, días de enfermedad,
cobertura del trabajo y notificaciones, siempre que se necesiten recursos
adicionales, e incluso más cosas que aún no he pensado.
—Gestión de las funciones de recursos humanos —guio Hunter.
Tiffany asintió con la cabeza y una sonrisa se dibujó en sus
labios.
—¡Sí, exactamente!
—Aquí hemos volado bastante flojo y rápido, lo reconozco —dijo
Hunter—. El tiempo libre es necesario y se juzga caso por caso. Las
vacaciones están un poco más formalizadas, pero no se rastrean ni un
poco. ¿Estás dispuesta a asumir todo eso?
Sus ojos se abrieron de par en par. Se giró para mirar por la
ventana y luego volvió a mirar a Hunter. Había fuego en sus ojos cuando
dijo—: ¡Sí!
—Eres ambiciosa, ¿verdad? —preguntó Hunter. Ella abrió y cerró
la boca una vez antes de asentir.
—Lo soy. Como dijiste el otro día, tengo metas que quiero alcanzar
y estoy concentrada en hacerlo.
—Ya veo. Eso es algo bueno —dijo Hunter—. ¿Crees que puedes
manejar estas nuevas responsabilidades desde la recepción?
Ella ladeó la cabeza.
—No veo por qué no. Haré lo que sea necesario para poder
manejar el trabajo. No hay nadie esperándome en casa. Puedo quedarme
hasta tarde para hacer lo que quieras que haga.
Hunter luchó contra el instinto de levantar una ceja o reírse.
Tenía el presentimiento de que ella sabía exactamente lo que estaba
diciendo y que podía tomarse de muchas maneras.
—Eso está bien —respondió—. Pero estoy viendo algo más que
desarrollarte a ti. ¿Qué hay de los demás?
—¿Otros? —El ceño de Tiffany se frunció—. ¡Oh! ¿Te refieres al
desarrollo de los empleados? ¿Las revisiones de rendimiento y cosas así?
Asintió con la cabeza.
—Aquí somos terribles en eso. Seguro que es una fuente de
cotilleos en la nevera, ¿no?
Ella sonrió y asintió. Se levantó para picar su cuello y luego se
abanicó la cara.
—Realmente hace calor aquí.
—Debe ser el sol de la mañana —dijo. Él no notó el calor, pero sí
el aroma cálido y almizclado que llenaba su despacho desde donde ella
estaba sentada.
—¿Le importa que me quite la chaqueta?
Hunter se encogió de hombros.
—No hay nada malo en ello.
—Gracias —murmuró antes de desabrochar los botones inferiores
y ponerse de pie.
Se lo quitó de los hombros mientras se dirigía al perchero de su
despacho y lo colgaba de una percha. Se ajustó la camisa y se dio la
vuelta, sonriendo mientras volvía a su asiento.
—Mucho mejor.
Hunter la observó acercarse y vio que su blusa bien podría haber
estado hecha de papel de arroz. No tenía sujetador, pero era lo
suficientemente joven como para que sus amplios pechos se asentaran
altos y orgullosos en su pecho. Podía ver los tenues círculos oscuros de
sus areolas a través de la camisa y sus pezones frunciendo la ya apretada
camisa. Si no la conociera, pensaría que tenía frío en lugar de calor. No
se permitió más que una mirada fugaz por debajo de su cuello antes de
decir—: Necesitamos políticas y alguien que las administre. Es una gran
tarea la que estoy viendo aquí, pero estoy muy contento de que la haya
escogido.
—Puedo hacerlo, señor Wynn. Lo haré.
—No creo que su escritorio sea el lugar adecuado para usted —
sugirió Hunter.
Por un breve momento, se le pasó por la cabeza la idea de decirle
que estaría mejor encima de su escritorio, pero la dejó pasar.
Tiffany se lamió los labios, devolviendo algo de brillo a su
reluciente carmín.
—¿Dónde podría sentarme?
—Podemos hacer que una de las salas de conferencias se
convierta en un despacho para usted. Es un poco brusco, pero ¿le parece
un buen título el de directora de Recursos Humanos?
Sus ojos se abrieron de par en par hasta el punto de que Hunter
temió que se le cayeran en el regazo. Los labios de Tiffany se separaron
en su mayor sonrisa hasta el momento y se movió en su asiento,
descruzando las piernas y separándolas mientras se inclinaba hacia
delante. No se molestó en comprobar que se había bajado la falda, pero
con el escote a la vista y los botones restantes de la blusa esforzándose
por contener sus pechos, probablemente no importaba.
—¡Sí! —chilló. Hunter se rió de su arrebato y la vio sentarse de
nuevo mientras sus mejillas se ponían rojas.
—¡Lo siento, esto es tan excitante! —admitió—. Trabajo mucho
para ti, para el bufete, quiero decir. Pero empezaba a preocuparme que a
nadie le importara.
—A mí me importa —le aseguró Hunter. No era una mentira,
técnicamente. A él le importaba su negocio y ella era parte de ese negocio.
Estaba claro que ella quería mucho más que un negocio, pero ahí era
donde él ponía el límite.
—Te creo —dijo ella y luego volvió a mirar su regazo donde sus
dedos jugaban con el dobladillo de su falda—. Muchas gracias por esta
oportunidad, señor Wynn. Haré que esté orgulloso de mí.
—Estoy seguro de que lo harás, Tiffany —dijo—. Ahora ve a elegir
un despacho y haremos que algunos de los becarios empiecen a trabajar
en él. Pide un buen escritorio y lo que necesites. Entonces podrás
empezar. Ah, también tendrás que encontrar un sustituto para la
recepción.
Sus ojos se iluminaron.
—¡Conozco a la persona adecuada!
—Excelente —dijo Hunter.
Tiffany se levantó y sonrió antes de inclinarse hacia delante y
obligar a su blusa a luchar por su vida de nuevo. Hunter se levantó con
ella y le cogió la mano, estrechándola y sonriendo.
—Felicidades —le ofreció.
Ella dejó escapar una risita antes de contenerse y darse la vuelta
para acercarse y coger su chaqueta. Deslizó los brazos en ella y se volvió
parcialmente hacia él.
—¿Sr. Wynn?
Hunter levantó la vista de donde juraba que uno, sino dos, de los
botones de la blusa se habían soltado y que se podía ver la turgencia de
sus pechos hasta el fleco rosado de su areola desde el lateral.
—¿Sí, señorita Ackers?
—¿Qué le parece un código de vestimenta?
Hunter la miró fijamente y parpadeó dos veces mientras trataba
de procesar lo que había dicho. ¿Un código de vestimenta? No llevaba
sujetador y prácticamente se había arrancado el top delante de él.
—¿Qué, um, tenías en mente?
—La mayoría de nosotros vestimos bien, ¿no crees?
—Impecablemente —dijo Hunter antes de que se le ocurriera
suavizar su respuesta.
Tiffany se sonrojó, pero se giró para mirarle de frente antes de
continuar.
—Los internos y los oficinistas, sobre todo. Creo que, si quieren
formar parte de un negocio como éste, deberían vestirse más como tal.
Los clientes pasan por aquí a menudo y no deberían ver a alguien que se
toma su trabajo de forma tan informal. Creo que envía un mensaje
equivocado. E incluso si no se les ve, puede ser desmoralizante para otros
que se toman su trabajo en serio.
—Tienes algunos puntos buenos ahí —dijo Hunter mientras
abotonaba distraídamente su chaqueta de abajo hacia arriba.
Su blusa se había abierto definitivamente más; con ella de cara
a él, él podía ver la hinchazón interior de sus pechos casi hasta donde se
redondeaban en la parte inferior. Abrocharse la chaqueta no ocultó la
blusa abierta, pero sí cubrió sus pezones.
Ella sonrió y se volvió hacia la puerta. Con la mano sobre ella,
miró hacia atrás una última vez.
—Creo que lo que llevamos dice mucho de nosotros —continuó—
. Y cómo lo llevamos.
Hunter asintió.
—Claro que sí. Todas las herramientas del oficio. La psicología…
muy útil en nuestra línea de trabajo.
—¡Absolutamente! —asintió y miró hacia abajo mientras
levantaba el pie detrás de ella—. Es muy agradable encontrar a alguien
que entienda estas cosas. Incluso los pequeños detalles son importantes.
Como el hecho de que me desvíe de mi camino para intentar combinar
mi ropa interior con mis calcetines.
Hunter parpadeó ante el inusual comentario y luego dejó que sus
ojos se posaran en el pie levantado de ella. Ella movió la pantorrilla un
par de veces, definiendo el músculo sin el brillo sedoso de las medias y
haciendo rebotar el pie un par de veces. Cuando bajó el tacón al suelo,
volvió a sonreír y abrió su despacho.
Hunter esperó a que la puerta se cerrara antes de expulsar el aire
reprimido en su pecho. No llevaba calcetines.
Hunter pulsó el botón de arranque de su lavavajillas y se apartó
del mostrador. Recogió su teléfono de camino al salón y se desplomó en
su enorme sillón. Tenía que bajar a su gimnasio del sótano, pero no sin
antes de ocuparse de algo. Abrió sus fotos en el teléfono y comenzó a
deslizarse por las imágenes cándidas, y clasificadas para adultos, de
Emily de nuevo. No se cansaba de verla.
Se había desvivido por complacerle, lo que le sorprendió tanto
como le encantó. Había recibido su cuota de placer y algo más, pero se
defendía y hacía lo posible por dar tanto como recibía. No le había hecho
nada que él no hubiera experimentado antes, pero su energía y
dedicación llevaron las cosas a un nuevo nivel. Se sintió tan cautivado
que su primera noche se convirtió en el día siguiente y también en la
noche siguiente.
Su teléfono sonó en su mano, sobresaltándolo cuando la pantalla
cambió de la imagen de Emily ahuecando sus pechos como si se los
estuviera ofreciendo a él a la de un peludo oso de peluche.
—¡Mierda! —murmuró, sorprendido no sólo por la discordancia
entre las imágenes, sino también porque Emily le llamara mientras él
estaba ocupado admirándola.
Respondió a la línea diciendo—: ¿No es la regla tres días después
de una cita antes de llamar? Sólo han pasado dos.
—Esperaba que eso se esfumara después de que no me dejaras
salir hasta el domingo —respondió Emily—. ¿Has comido ya?
Hunter se rio.
—Me estoy preparando para hacer ejercicio.
—¿Hacer ejercicio? ¿De qué tipo? ¿Has comido?
—Vaya, son muchas preguntas —dijo.
—¿Te molesta eso?
—Todavía no —admitió—. Felicidades —Emily se rio.
—No estoy segura de cómo tomarme eso. Um, si preparo comida
¿puedo ir?
—¿Quieres traerme comida?
—No, es sólo una estratagema inteligente para volver a verte.
Hunter se rio. —Ahora no es tan inteligente.
—Te hizo reír. O eres muy educado o has visto algo en mí que te
ha gustado.
Hunter sonrió y echó un rápido vistazo a la foto del oso de peluche
en su teléfono. Era un fuerte contraste con la gata salvaje en la cama que
era.
—Todavía estoy muy interesado.
—Bien, entonces déjame entrar.
—¿Dejarte entrar? —Hunter se sentó en su silla y miró a su
alrededor—. ¿Estás aquí?
—Esperando a llegar a la puerta —dijo—. Déjame entrar, por
favor. Quiero verte.
—Eso es casi espeluznante.
—He estado pensando en algunos trucos nuevos que puedo hacer
y que me gustaría probar —bromeó ella.
Hunter maldijo en voz baja. —¿Por qué no lo has dicho?
—Quería sorprenderte —dijo—. No se me dan bien las sorpresas.
Estoy aprendiendo eso de ti —dijo Emily—. Ahora date prisa y déjame
entrar. Hace frío aquí fuera.
—¡Frío! ¡No tienes coche! ¿Qué estás haciendo?
—Me he bajado en la parada de autobús que hay al final de la
calle y he ido andando —dijo. Hunter sacudió la cabeza.
—Date prisa —dijo y colgó el teléfono. Hojeó su teléfono e hizo una
rápida llamada a la caseta de vigilancia autorizando su ingreso y luego
se dirigió a la puerta de su casa. Esperó casi cinco minutos hasta que
sonó el timbre.
Hunter abrió la puerta y vio a Emily de pie con los brazos pegados
a los costados y las manos metidas en los bolsillos. Su aliento se congeló
en el frío aire de diciembre, pero sonrió cuando lo vio. La barbilla le
temblaba un poco por el frío, lo que hizo que él se apartara y le hiciera
un gesto para que entrara.
—Gracias —dijo mientras pasaba junto a él y dejaba el bolso en
la mesita que había junto a la puerta.
Hunter la observó, y sus ojos se fijaron en el abrigo hasta la rodilla
que llevaba y en sus piernas desnudas que desaparecían dentro de unas
botas de diseño de imitación. Cerró la puerta cuando ella se dio la vuelta.
—¿Coges mi abrigo? —preguntó.
Hunter sonrió y sacudió la cabeza con incredulidad.
—Vaya apuesta que has hecho. Tienes una confianza de nivel
olímpico, ¿lo sabías?
—Es tu culpa —dijo ella—. Me enseñaste a llegar hasta el final o
irme a casa.
Hunter sonrió.
—Supongo que lo hice. Bien, tomemos ese abrigo. Espera,
¿mencionaste comida?
Se giró de espaldas a él y se abrió el abrigo. Hunter lo cogió y se
lo quitó de los brazos, con los ojos en blanco mientras lo hacía. No llevaba
nada debajo. Tuvo un breve recuerdo de Tiffany el día anterior.
—Eres una de esas chicas que combinan sus calcetines con su
ropa interior, ¿verdad?
Ella parpadeó y miró hacia abajo y luego sacó los pies de sus
botas.
—Supongo que lo soy. ¿Conoces a muchas chicas así?
—He oído que existen —murmuró Hunter.
—Oh, la comida... —dudó y ofreció un encogimiento de hombros
de disculpa que parecía demasiado bonito para ser real—. Bueno, tengo
algo que esperaba que comieras.
Una docena de respuestas diferentes pasaron por la mente de
Hunter. Las desechó todas. No era el momento de hablar. Dejó caer el
abrigo y la cogió en brazos. Emily jadeó y luego soltó un gemido antes de
ser silenciada por los labios de él cubriendo los suyos.
Salieron a trompicones de la entrada hacia el comedor que Hunter
había convertido en sala de estar. Cansado de tropezar el uno con el otro,
Hunter barrió a Emily y se ganó un chillido de placer. Ella le rodeó el
cuello con los brazos para sujetarse mientras él la llevaba a su sala de
estar, donde había estado sentado sólo unos minutos antes.
—No puedo creer que esté haciendo esto —respiró ella—. ¡Esto es
como un cuento de hadas!
Hunter se rio y dijo—: Te voy a comer, Caperucita Roja.
Emily sonrió y se levantó para atacar su cuello con la boca.
Lamió, mordió y chupó su carne hasta que él gruñó y la tiró en su
sofá. Emily gritó, pero su grito se convirtió en un gruñido ahogado cuando
él la hizo rodar para que su cara se hundiera en los cojines. La tiró hacia
atrás, colocando sus caderas sobre el brazo del sofá y luego se arrodilló
detrás de ella.
Emily levantó la cabeza y empezó a girar cuando Hunter hundió
sus dedos en la carne flexible de la parte posterior de sus muslos y la
abrió para él. Olfateó, aspirando su aroma almizclado e inflamando sus
sentidos. La carne de ella brilló cuando se separó y permitió la entrada
de su ansiosa lengua.
Emily jadeó y golpeó los cojines. Se retorció mientras él la
asaltaba, devorándola y haciendo ruidos que le hacían parecer un animal
devorando una presa fresca.
Juntó los codos debajo de ella y arqueó la espalda, levantando las
caderas y abriéndose para quedar lo más expuesta posible para él.
La completa vulnerabilidad y la naturaleza primitiva de Hunter,
combinadas con la tensión de estar casi desnuda todo el viaje, llevaron a
Emily al límite en cuestión de segundos. Se estremeció y gritó en el sofá,
agitándose bajo las manos de Hunter. Hunter la sujetaba con más fuerza
y metía su lengua en grietas y pliegues que la hacían sacudirse y gritar
incluso cuando le fallaba la voz.
Cuando se desplomó por fin en el sofá, Hunter se levantó detrás
de ella y se quitó la ropa. La miró fijamente, con su necesidad por ella
palpitando en su mano. Emily se removió y empezó a levantar la cabeza
de nuevo cuando él rozó su dureza contra su carne hinchada. Ella gimió
y dejó caer la cabeza de nuevo sobre el sofá.
Él dudó, luchando contra el deseo que le hacía palpitar el corazón
en el pecho y le llenaba de un calor que apenas podía soportar. El trasero
de Emily se movió, arqueándose de nuevo y retrocediendo lo suficiente
como para rozarlo. Era toda la señal que necesitaba para guiarse hacia
ella.
Una serie de gemidos salieron de su boca cuando él se enterró
dentro de ella. Después de su anterior liberación, se aferró a él y le instó
a llenarla una y otra vez. Las manos de Hunter se dirigieron a sus caderas
y sus dedos se clavaron en su piel. Se aferró a ella y se enroscó como un
animal, penetrando una y otra vez hasta que ella lo ordeñó hasta el punto
de que él gruñó y gruñó y se sacudió contra ella.
Se colocó detrás de ella cuando ya no quedaban más que unos
cuantos estremecimientos. Le temblaban las piernas y le dolían los
brazos y el pecho. Emily gimió y volvió a juntar los brazos para poder
empujar contra él.
—No te retires —susurró—. Quédate dentro de mí.
Hunter volvió a agarrarle las caderas, con cuidado de evitar las
marcas rojas que sospechaba que serían moratones más adelante, y le
ayudó a sellar sus caderas contra los muslos de ella.
—Me parece una buena idea, —dijo.
Ella gimió y volvió a apoyar la cabeza en el cojín.
—Me has arruinado para todos los demás hombres —murmuró.
Hunter abrió la boca para responder, pero no lo hizo. Parpadeó y
sacudió la cabeza. Había estado a punto de admitir que ella lo estaba
asombrando como ninguna otra mujer lo había hecho. No podía hacer
eso. No lo haría. Al menos, todavía no. Su amor era su trabajo y su vida.
No era el tipo de hombre que se conformaría con algo que no estuviera
en sus condiciones.
Entonces, ¿lo estaba Emily?
—Has estado pensando en algunos trucos nuevos —dijo Hunter
después de que Emily se desplomara en el hueco de su brazo dos horas
más tarde.
Ella gimió y apretó los labios contra su costado. Entre
respiraciones, dijo—: Tengo más, lo creas o no, pero los estoy guardando.
No quiero mostrar todas mis cartas a la vez.
Él se rio.
—¿Qué pasó con lo de ir a lo grande o irse a casa?
—Es una estrategia híbrida, lo admito. Me imagino que te estoy
mostrando la parte de ir a lo grande, pero quiero mantenerte preguntando
cuánto más me queda por revelar.
—Ya veo. Es un juego peligroso. Exagera tu mano y te arriesgas a
dejarme molesto. Si juegas de menos, tu miedo a que me aburra podría
hacerse realidad.
—Lo sé —dijo ella—. Pero quiero que haya algunas cosas
especiales que pueda hacer por ti para que siempre quieras más de mí.
Al menos hasta que consiga que te enamores de mí.
Hunter se rio lo suficientemente fuerte como para empujarla en la
cama.
—¡Eres tan segura de ti misma! ¿Y qué pasará después de que me
hayas envuelto en tu dedo?
Ella lo miró y sonrió.
—Entonces hago las cosas aún mejor. No podrás vivir sin mí, así
que querrás que me mude contigo. Podré recibirte con una cena y una
sonrisa cada noche.
—¿Eso es todo?
—Bueno, puede que me ponga unos tacones altos y unas medias,
si quieres —Hunter sonrió ante la imagen que sus palabras evocaban—.
Y… —prosiguió—, demostraría que soy el tipo de mujer que sólo mejora
una vez que se asegura que está en una relación comprometida con el
hombre de sus sueños. ¿Un hombre de tu posición necesita una belleza
sonriente del brazo? Bueno, si el sexo que te voy a dar no me mantiene
en forma, me aseguraré de ocuparme de ello. O simplemente aumentar
el sexo que tenemos.
Hunter negó.
—Eres demasiado. Sin embargo, me gusta hacia dónde te diriges;
tengo que reconocerlo. Sin embargo, soy el tipo de hombre que está
casado con su trabajo. Siempre es lo primero.
—Mmm, no es cierto. Siempre he sido yo la que se ha corrido
primero.
Hunter frunció el ceño hasta que vio el brillo de su sonrisa. Se
rio. —Chica sucia.
—Sólo en el dormitorio —prometió—. Una dama en público.
—¿Y qué consigues con esto? Esto es una mala negociación por
tu parte.
—Te entiendo —dijo ella antes de estirar el cuello para darle un
beso. Se acurrucó de nuevo contra su costado y colocó su pierna sobre
sus caderas. La movió contra su pene flácido y soltó una suave risita
cuando éste palpitó entre ellos.
—¡Eso es! —Se rio, adornando sus palabras para que ella supiera
que estaba bromeando—. ¡Eres una de esas mujeres buscadoras de oro
que intentan casarse para conseguir dinero! Cambiando la buena
apariencia y el sexo caliente por un viaje gratis.
—¿Sexo caliente? Por favor. Dejé el sexo caliente en el Polo Norte
—dijo Emily.
Hunter se rio y guardó silencio mientras sus palabras se abrían
paso en su mente. Era una mujer muy enérgica y decidida. Él admiraba
eso de ella. Eso y su interminable deseo de complacerlo. Incluso ir un
poco más allá de lo que él creía estar cómodo cuando se trataba de ser
complacido. No era sólo el sexo; era que ella se presentara esta noche y
que hiciera todo lo posible por distraerlo durante el fin de semana para
poder pasar más tiempo con él.
Pero ¿era eso demasiado? Era el hombre que era, con la casa, el
coche y el trabajo que tenía, porque mantenía a sus mujeres distantes.
Nunca las engañaba: cada una sabía exactamente en qué se metía. Un
viaje corto pero lujoso. Emily no era la primera que desafiaba eso y
sobrepasaba sus límites, pero era la primera que había conseguido
salirse con la suya.
—Tengo una oferta de trabajo —mencionó en un tono casual—.
Es curioso, ni siquiera me entrevisté para este.
Sintió que se liberaba parte de la tensión de su cuello. No sabía
que se estaba acumulando, pero saber que ella iba en serio con lo de
conseguir un trabajo propio le alivió.
—¿Ah sí? Qué bien. ¿Fue por el boca a boca o por un amigo o algo
así?
—Algo así —dijo ella—. Tiffany dijo que le habían dado un ascenso
y que necesitaba encontrar un sustituto.
Los ojos de Hunter se abrieron de golpe y levantó la cabeza para
mirarla.
—No, no lo tomes.
Suspiró por la nariz.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No me follo a la gente con la que trabajo.
Emily jadeó y apartó la mirada de él.
—Eso está bien, en un jefe. Pero ¿es eso todo lo que estamos
haciendo, follar?
Hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza hacia atrás.
—Lo siento, ha sido una mala elección de palabras. No me meto
en relaciones con la gente de la empresa. No el tipo de relaciones que
conducen a que los flashes se pasen por mi casa y hagan de las suyas
conmigo, al menos.
—Ya veo —dijo ella y luego dudó—. Nadie tiene que saberlo.
Esta era la razón por la que no se dedicaba a las relaciones.
Bueno, era una razón. Sus escapadas mensuales y la necesidad de ser
libre para hacer lo que quisiera, otra. Sin embargo, no podía decir eso.
Emily, o cualquier mujer que hubiera conocido, no lo entendería.
—¿Y si las cosas no funcionan?
—¿Y si lo hacen?
Él resopló y cambió de táctica.
—De acuerdo, ¿y si lo hacen? ¿Cómo se verá eso en la empresa?
¿Cómo te mirarán los demás y qué dirán y harán a tus espaldas? No, no
es algo que vaya a permitir.
Emily no lo dejó pasar.
—¿Tu empresa tiene una política sobre salir con compañeros de
trabajo?
—No, la tengo y —dijo—. Al igual que mis demás compañeros.
—Oh.
—Tengo muchos clientes en muchas buenas empresas de Detroit.
Tal vez podría hablar con algunas y ver si alguien está contratando para
ti.
—Um, de acuerdo —dijo—. O, si no me dejas trabajar, ¿podrías
cuidar de mí para que esté siempre lista para ti a las primeras de cambio?
Oyó la burla en su tono y lo interpretó como que ella había dejado
el asunto de lado. Al menos por ahora. Se sorprendió; con lo tenaz y
persistente que había sido con él, esperaba que luchara más por el
trabajo. ¿O es que le estaba poniendo a prueba? ¿Quizá no quería
trabajar, sino tantearle para conocer sus pensamientos? Luchó contra el
impulso de fruncir el ceño. Las mujeres son demasiado complicadas.
Se distrajo al sentir los dedos de ella rozando el vello oscuro de su
pecho y bajando por su estómago. Se detuvo, presionando ligeramente
contra su abdomen y soltando una pequeña risa mientras exploraba.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.
—Sólo me aseguro.
—¿Te aseguras? ¿De qué?
—De tus abdominales —dijo antes de moverse e inclinarse para
besar su estómago. Lo miró y se encogió de hombros—. Nunca había visto
unos abdominales así en la vida real. Tuve que asegurarme de que no
estaban retocados.
Hunter dejó caer la cabeza sobre la almohada y se rio.
—Estás loca, ¿lo sabías?
—Mm Mmm —estuvo de acuerdo. Le besó dos veces más los
bultos y los valles del estómago antes de decir—: Ahora cállate; mi madre
me dijo que no hablara cuando tuviera la boca llena.
Hunter frunció el ceño. Levantó la cabeza y dijo—: Tu boca no
está... ¡oh!
Vio cómo Emily guiñaba el ojo mientras terminaba de chupar la
longitud gastada entre sus labios. No esperaba que estuviera listo de
nuevo tan pronto, pero la forma en que ella tarareaba y usaba su lengua
y sus labios en él le hacía estar más que dispuesto a averiguarlo.
Emily mantuvo sus ojos en los de él mientras seguía restaurando
el flujo sanguíneo en su segundo cerebro. Sus dedos bajaron para hacerle
cosquillas y burlarse de la piel entre sus piernas. Pronto Hunter llegó al
punto en el que sintió que podía clavar las uñas en el hormigón y se
acercó a ella.
—Vamos a darle un uso adecuado a eso.
Emily rodeó con sus dedos la base de su pene y sacudió
ligeramente la cabeza. Subió y bajó de él sorbiendo y continuó usando su
mano para acariciarlo.
—Esta vez no. Esto es todo sobre ti. Un anticipo de las próximas
atracciones.
Hunter sonrió y luego jadeó cuando ella volvió a dejar caer su boca
sobre él. Emily le acarició la boca con la habilidad y la energía de una
prostituta de Las Vegas con adicción a la metanfetamina. Levantó las
manos y las deslizó por el contorno de sus abdominales y costillas. Se
frotó por su duro pecho, arrastrando las uñas por sus pezones y
deslizándolas de nuevo por sus brazos hasta que le agarró las manos con
las suyas. Le llevó las manos a la cabeza y las dejó allí, con los dedos de
él entrelazados con su pelo.
Sólo entonces Emily cerró los ojos e inclinó la cabeza para
concentrarse completamente en el placer que le estaba proporcionando.
Hunter gruñó y luchó por no hundir sus dedos en el cuero cabelludo de
ella o por no agarrarle el pelo y tirar de él. El pelo de ella en sus manos
le llenaba de algo más que una sensación de poder; añadía una
distracción que le permitía a ella hacer magia en él. Hunter gimió y se
puso rígido, sus pensamientos oscilaban entre decirle y ver lo sería que
era.
La contorsión muscular de sus piernas se extendió por su cuerpo
y lo dejó incapaz de moverse mientras llegaba a su punto máximo.
Empezó a temblar y luego gruñó la respiración que contenía al ritmo del
bombeo de la mano de Emily y sus hábiles movimientos de succión y
deglución.
Se desplomó de nuevo en la cama mientras Emily se dedicaba a
limpiarlo.
Se arrastró de nuevo por su cuerpo y se acostó y acurrucó contra
él. Le dio dos besos en el pecho y dijo entre ellos—: Ha sido divertido
Hunter gruñó.
—Pero me ha dejado exhausta —admitió y luego bostezó—. Estoy
agotada.
Él se rio.
—¿No debería ser yo quien dijera eso?
Ella se movió un poco, usando su hombro como almohada y
permitiendo que su brazo se deslizara alrededor y la acunara para que
su mano descansara en la parte baja de su espalda. Comenzó a frotar
lentamente.
—Fue una gran excitación —admitió ella—. Supongo que no viste
dónde estaba mi otra mano.
Hunter se despertó de su estupor post-orgásmico y giró la cabeza
para mirarla.
—¿Qué?
—Se suponía que eso era para ti —murmuró ella en su costado—
. Pero maldita sea, igual me corrí primero.
—Buenos días —dijo Hunter al pasar frente al escritorio de su
secretaria—. ¿Ha ocurrido algo esta mañana que deba saber?
—No, señor —dijo Mercedes—. Debe haberse quedado atrapado
en el mismo tráfico que yo esta mañana. Acabo de entrar.
—Tráfico —gruñó en acuerdo. El tráfico no tenía nada que ver.
La verdad era que había llevado a Emily a su casa esta mañana y
se había asegurado de que llegaran lo suficientemente tarde como para
que Tiffany se fuera. No lo había hecho porque no se fiará de ella en su
casa a solas; lo hizo porque sería demasiado fácil para él acostumbrarse
a que ella volviera a casa y lo tratara como decía que quería.
Entró en su despacho y dejó su maletín sobre el escritorio antes
de moverse para desplomarse en su asiento. Estaba cansado, pero de una
manera agotadora y feliz. Incluso le había quitado la necesidad creciente
de cazar. Seguía ahí, acechando en el fondo de su cerebro, pero ella lo
había agotado en muchos sentidos.
Hunter hizo acopio de energía para inclinarse hacia delante y abrir
el cajón en busca de un bolígrafo. Se detuvo y miró el encaje blanco
arrugado en el cajón. El olor a mujer le llegó a la nariz y le hizo inspirar
por la nariz. No era sólo a mujer: había toques de sprays corporales
floridos, detergentes y otros aditivos de limpieza, pero eran sutiles y
tenues. Los aromas secundarios eran fácilmente superados por la
excitación de la dueña del caprichoso tanga.
Hunter alargó la mano y los cogió. Los miró, estudiándolos, y los
dejó reposar en la palma de su mano. No sólo estaban todavía calientes,
sino que estaba seguro de que aún estaban húmedos. Frescos. Volvió a
inhalar, lo que le produjo un escalofrío en la columna vertebral y un
cosquilleo en la piel. Conocía el olor: era tan obvio como una foto firmada.
Tiffany le había dejado un regalo.
Hunter los arrugó en su puño y suspiró. Esto era demasiado.
Buscó su teléfono y esperó a que Mercedes lo cogiera.
—Mercedes, ¿podrías decirle a la señorita Ackers que venga a
verme, por favor?
—Ahora mismo —dijo Mercedes y colgó para ocuparse de la tarea.
Hunter se metió la prenda en el bolsillo y abrió su maletín.
Sacó su portátil y sus papeles y los dispuso en su escritorio para
el día, y luego puso el maletín en el suelo junto a su escritorio justo
cuando alguien llamó a la puerta de su despacho.
Levantó la vista y vio a Tiffany de pie en la puerta abierta.
—¿Necesita algo, Sr. Wynn?
—Por favor —dijo él mientras señalaba la silla en la que ella se
había convertido en una visitante frecuente—. Entra y cierra la puerta.
Tiffany asintió y cerró la puerta antes de acercarse y tomar
asiento. Hoy llevaba una falda holgada de color melocotón que le caía por
debajo de las rodillas y una blusa blanca que no sólo tenía cuello, sino
que estaba abotonada lo suficientemente alta como para que sólo
mostrara un indicio de escote.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó después de sentarse.
Hunter la estudió un momento antes de preguntar—: ¿Cómo va
la búsqueda de trabajo para tu sustituto?
—He encontrado una buena candidata y se supone que vendrá
esta semana para una entrevista —dijo.
—¿Oh?
Tiffany asintió.
—¿Se acuerda de la mujer que llevé a la fiesta de Navidad?
¿Emily?
Hunter hizo una pausa antes de decir—: ¿Pelo oscuro? Sí, creo
que sí.
—Claro que sí —dijo Tiffany con un atisbo de sonrisa—. Nunca se
olvida una cara. Especialmente una bonita.
—Hubo muchas caras esa noche —argumentó Hunter.
—Bueno, ella está buscando un trabajo después de que el último
terminara. Es una buena trabajadora. Fui a la universidad con ella
mientras trabajaba en mi licenciatura. Aunque después de este fin de
semana, no estoy segura de lo que pasa con ella.
—Suena complicado.
Tiffany asintió.
—Mucho. No me quiere decir quién, pero se ha buscado un nuevo
novio. Pasó el fin de semana con él y anoche.
—¿Es eso cierto? ¿Lo hace a menudo? —Tiffany inclinó la
cabeza—. ¿Se queda a dormir con su novio? —Hunter frunció el ceño.
—No es asunto mío. Tampoco el suyo, como directora de Recursos
Humanos —Tiffany se sonrojó y bajó la mirada.
—Pero —continuó Hunter—, en aras de asegurarnos de que
contratamos a gente fiable, quiero que dejes de lado tu amistad y tengas
en cuenta que las personas conocidas por sus decisiones espontáneas y
posiblemente irracionales no son los compañeros de trabajo más fiables.
Tiffany sonrió mientras lo miraba.
—Creía que la creatividad y los avances requerían espontaneidad.
—Con moderación y en los entornos adecuados —corrigió Hunter.
—Bueno, con Emily eso no es una preocupación. Es lo más
estable que hay. Estabilidad aburrida, quiero decir. No deja entrar a
nadie, en cuanto a los chicos. No estoy segura de cómo este tipo lo logró.
¡Su último novio fue en la universidad hace más de dos años! Rompió con
él porque quería centrarse en su carrera después de graduarse.
Hunter gruñó. —Parece que se ha enderezado a una edad
temprana. Ese tipo de personas son buenas siempre que sus objetivos se
alineen con los nuestros.
—Creo que lo harán, pero ya veremos —dijo Tiffany.
—Bien. Ahora, ¿cómo van las otras cosas? ¿Políticas,
reorganización? ¿Qué pasa con el código de vestimenta?
Tiffany abrió la boca para responder y luego se detuvo. Inclinó la
cabeza hacia el otro lado y preguntó—: ¿El código de vestimenta?
Hunter no estaba seguro de si estaba luchando contra una
sonrisa o no. Sabía muy bien que las bragas de su bolsillo eran de ella.
Metió la mano en el bolsillo y recogió la ropa interior en su puño.
—Sí, me preguntaba si éstas están cubiertas por el —Abrió el
puño y dejó caer la ropa interior sobre su escritorio.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par y luego se levantaron
para encontrarse con los suyos. Hunter la observó, preguntándose si se
derrumbaría, confesaría o haría algo completamente distinto.
—¿Puedo... puedo verlos?
Hunter levantó una ceja.
—Bueno, ciertamente no son míos.
Tiffany se rio. Los cogió y los extendió por la cintura. Había
suficiente tela como para que la arrestaran en una playa pública por
exhibición indecente en lugar de por desnudez pública.
—No, espero que no. Quiero decir... no importa, definitivamente
no es una frase que deba terminar en el trabajo.
Hunter sonrió a pesar de la situación.
—Ah, has encontrado la discreción.
Ella se puso rígida. —¿Perdón?
—Tiffany, ¿por qué crees que tienes el puesto que tienes?
Ella frunció el ceño.
—Creí que había dicho que me habías vigilado.
—Sí, y tu desempeño ha sido excelente, con algunos pequeños
contratiempos aquí y allá en el camino. Perfectamente aceptable y nunca
nada que no estuviera justificado.
Sus pupilas miraron de un lado a otro mientras procesaba lo que
él decía. Él olió su sudor nervioso mientras ella sumaba dos y dos. Colocó
las bragas sobre su escritorio. —Sr. Wynn, ¿está sugiriendo que yo hice
esto?
—Aparte de Mercedes, no he tenido ninguna conversación
prolongada con ninguna otra mujer desde hace al menos un par de
semanas.
—Entonces tal vez deberíamos preguntarle a Mercedes —sugirió
Tiffany.
—¿De verdad?
Tiffany se levantó y dejó caer las manos a la cintura de su falda.
Las deslizó por la espalda y se retorció los brazos. Hunter la observó,
confundido, y luego sus ojos se abrieron de par en par cuando ella movió
las caderas y empujó un brazo hacia abajo. Un momento después, la
falda se deslizó sobre sus caderas y cayó al suelo. Llevaba un liguero
unido a unas medias desnudas hasta el muslo. Entre las dos, llevaba un
tanga de color melocotón con un panel frontal de película y dibujos
sedosos en los bordes.
Se llevó la mano a la cintura de las bragas y tiró de ella lo
suficiente como para que volviera a encajar en su piel.
—Como puede ver, me las he puesto hoy —declaró.
Hunter la miró fijamente, con los ojos clavados en su entrepierna,
mientras intentaba encontrar palabras. Su nariz temblaba al aspirar su
aroma, añadiendo excitación a su ansiedad.
—¿Quiere llamar a Mercedes ahora? —preguntó Tiffany. Hunter
levantó los ojos hacia los de ella y vio el fuego en ellos.
—Estoy seguro de que no son de ella —dijo.
—¿Hay alguna posibilidad de que los haya puesto en su escritorio
después de un escarceo y se haya olvidado de ellos?
—Difícilmente —Hunter sacudió la cabeza y forzó una risa—.
Supongo que tendremos que estar atentos a cualquiera que esté
dispuesto a hacerlo. Un comportamiento audaz como éste no debería ser
difícil de detectar.
—Creo que no —convino Tiffany—. ¿Hay algo más que necesite,
señor Wynn?
Hunter miró hacia abajo y luego de nuevo a su rostro.
—No, esa era mi principal preocupación.
—¿Entonces estamos bien?
Hunter mantuvo sus ojos donde debían estar y asintió. —Sí,
estamos bien.
Ella sonrió y se hizo a un lado antes de girarse e inclinarse para
recoger su falda. Se dobló por las caderas, no por las rodillas, y la levantó.
Hunter se vio obligado a contemplar sus impecables mejillas,
divididas únicamente por la sombra de una tela color melocotón. Giró la
falda y se metió en ella con un pie a la vez, revelando atisbos de su
entrepierna cubierta por las bragas. Subió la cremallera de la falda por
detrás y consiguió abrocharla con dedos ágiles antes de girarse y
sonreírle.
—Sé lo que quiero, señor Wynn. Usted me ha demostrado que está
mirando, así que estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. Quiero lo
que pueda darme.
Los ojos de Hunter se abrieron de par en par. ¿Estaba hablando
de trabajo o de otra cosa?
—Creo que todos deberíamos estar observando.
Ella sonrió. —Gracias, Sr. Wynn. Hágame saber si hay algo más
que pueda hacer por usted.
Hunter gruñó cuando ella salió de su oficina y cerró la puerta tras
ella.
Parpadeó, todavía demasiado aturdido por su descarado
comportamiento como para saber cómo comportarse. Sus ojos se posaron
en las bragas y las cogió. Se las llevó a la nariz y volvió a olerlas. Sí, era
su olor, estaba seguro.
Dirigió sus ojos hacia la puerta. Ella le había preguntado si los
había puesto en su cajón. ¿Cómo había sabido ella que estaban en su
escritorio? Y qué había afirmado ella: que se había puesto la ropa interior
que le había enseñado que llevaba hoy. Por lo que él sabía, hoy podría
haber sido justo antes de entrar en su despacho.
Hunter sonrió y volvió a cerrar la ropa interior en su puño. Se
había cubierto el culo con su respuesta, incluso cuando se había
descubierto el culo para demostrarlo. Y qué culo era. Una vez, una mujer
le había dicho que sólo se ponía ropa sexy como ésa cuando necesitaba
una ventaja y quería sentirse sensual. ¿Era por eso por lo que Tiffany se
ponía lo que se ponía, o había otra razón? ¿Lo hacía porque realmente
sabía lo que hacía?
Exhaló un suspiro y trató de pensar si conocía a alguien que
hubiera hecho que un romance de oficina funcionara a su favor en lugar
de en su contra. Entre empleados no era tan destructivo, pero cuando se
trataba de propietarios y empleados... Pleitos en ciernes. Él mismo había
participado en el arbitraje de algunos de ellos.
Con o sin pleito, estaba seguro de una cosa: ella estaba dispuesta
a arriesgar aún más que Emily para conseguir lo que quería.
—¿Sr. Wynn? ¿Quiere que le avise a la hora del almuerzo? —dijo
Mercedes después de tocar en su puerta y asomar su cabeza.
Hunter parpadeó y miro hacia ella. El texto en los papeles pasó de
ser borrosos a ilegibles hace un rato mientras sus pensamientos trataban
con una imagen enviada por mensaje de texto que Emily le había enviado
que amenazaba con quemar su teléfono en su mano. Él estaba perdido
en sus pensamientos y quizás hubiera seguido soñando despierto de no
ser por su secretaria. Le ofreció una sonrisa y dijo—: Gracias Mercedes.
Este es uno difícil. Podría tomar un descanso.
—¿Se va entonces?
Él asintió y tomó su teléfono del escritorio. —Estaré
encontrándome con el Sr. Caskins. Regresaré en la tarde.
—Lo veo entonces.
Hunter tomó su computadora y la puso en su estuche antes de
levantarse de su silla y tomar su chaqueta. Caminó por el pasillo y se
detuvo mientras caminaba a la sala de conferencias que Tiffany había
convertido en su oficina. Aun era un trabajo en progreso y la escuchó
gruñir mientras se acercaba a la puerta abierta. Trató de no imaginar las
diferentes formas en que ella podría haberle hecho gruñir, pero no pudo
evitar mirar.
Tiffany estaba arrodillada en el suelo en frente al cajón inferior
abierto de un gabinete, sus piernas se abrieron para darle palanca.
Hunter vaciló. Necesitaba ponerse en marcha, tenía una cita con Tyler,
pero había algo en ver a Tiffany de rodillas que lo hizo detenerse. Ella
gruñó de nuevo mientras se inclinaba más y trataba de ver el interior del
cajón inferior. Su falda suelta se levantó en la parte trasera, revelando la
parte de sus piernas justo por encima de sus rodillas junto con sus
pantorrillas tonificadas que desaparecían en sus tacones color crema.
Hunter mordió sus labios y se dio la vuelta. Estaba a punto de dar
un paso cuando escuchó a Tiffany maldecir en voz baja. Se dio la vuelta,
la vio ponerse de pie, moviendo su pierna izquierda primero y dándole un
vistazo de más muslo mientras la falda se deslizaba hacia arriba y luego
hacia abajo por su pierna.
Ella miró hacia el cajón y luego se inclinó, contra sus caderas,
antes de empujar el cajón hacia adentro. Su cabeza se movió, dejando
que su cabello se deslizara hacia un lado y dándole una visión clara del
ojo izquierdo de Tiffany cuando lo observó.
Hunter se giró y continuó. Sus mejillas quemaban, con el
conocimiento de que había sido atrapado. Ella no dijo nada y no vino tras
de él. Él asintió y ofreció una rápida sonrisa a la interna frente a su
escritorio y después salió de la oficina y se dirigió a su coche. No fue hasta
que se sentó y echo una mirada nerviosa por la ventana que se dio cuenta
de que ella no había saltado cuando lo vio. Ni si quiera había reaccionado;
solo se había quedado exactamente como estaba.
—¿Cómo sabia ella que yo estaba ahí? —murmuró él.
Apretó el motor de arranque de su Escalade y negó con la cabeza.
El motor retumbó a la vida, calmando su confusión. Hunter se agachó,
ajustó el creciente grosor de sus pantalones y suspiró. Tiffany estaba
llegando a él.
Había sido capaz de olerla en su oficina. Era débil, demasiado
débil para que alguien más lo notara, pero se hundió en él y no lo dejó ir.
Por mucho que necesitara un alivio de su frustración, necesitaba aún
más tiempo alejado de Emily. Tiempo para pensar claramente y no sobre
ella. Ella estaba arruinando su concentración con su deseo de integrarse
por si sola a su vida.
No tenía ningún motivo para quejarse; solo que cuando las cosas
eran demasiado buenas para ser verdad, usualmente lo eran. Si lo dejaba
ir sin control, ella lo impondría y exigiría su tiempo. Exigencias que
interferirían con sus necesidades más primarias. Había cosas sobre él
que ella no sabía. Cosas que ella no podía saber. Su regalo también fue
su maldición, pero lo convirtió en la criatura que era.
Hunter frunció el ceño y se obligó a pisar ligeramente el
acelerador. El potente motor del Cadillac podría ser capaz de saltar a
sesenta millas por hora en el tiempo que le tomaba a su corazón latir una
vez, pero aun así rompería los neumáticos en la superficie fangosa. Lo
último que necesitaba era tener un accidente. ¡Su vida personal era un
desastre suficiente!
Entró en el estacionamiento de la cadena de restaurantes unos
minutos más tarde y se apresuró a entrar en el cálido interior. La
multitud del almuerzo estaba llena, pero vio a Tyler tan pronto como fue
asaltado por la presión de los cuerpos y los olores. El investigador estaba
sentado en la barra, bebiendo una cerveza.
—Es una espera de veinte minutos señor, ¿puedo tomar su
nombre?
Hunter miró a la anfitriona y le ofreció una rápida sonrisa. —
Gracias, pero ya veo mi fiesta.
—Oh, bien, adelante entonces.
Hunter asintió mientras pasaba junto a ella y se dirigía al asiento
vacío junto a Tyler. —Ey —dijo él.
—¿Comprarle una bebida al chico? —preguntó Tyler.
—¿Me comprarás una?
—Así no es como funciona —dijo Tyler—. Serias un pésimo
hombre gay.
Hunter sonrió. —¡Bien!
—Probablemente ni si quiera le darías a un chico un alcance —se
quejó Tyler.
—No eres gay —le recordó Hunter.
Tyler se rio. —Allí esta. Confía en mí, después de lo que te tengo,
probablemente quieras besarme.
—Improbable —dijo Hunter mientras tomaba asiento y le hacia
una señal al barman—. No te tengo trabajando en nada. ¿De qué se trata
esto?
—Hago más que solo escarbar la suciedad de las empresas y las
persona. —recordó él—. Mantengo sus traseros a salvo de todas las cosas
que pasan por alto.
Hunter frunció el ceño. —¿De qué estás hablando?
—¿Esa falda que estas persiguiendo? ¿Emily Moony?
Hunter se puso rígido. —¿Qué hay sobre ella?
—¿Cómo están yendo las cosas?
Hunter abrió la boca y después la cerró mientras el barman
aparecía. —Escoces no, hazlo negro y tostado.
—¿Menús?
—Por favor —dijo Hunter. Señaló con el pulgar hacia Tyler y dijo—
: Él paga.
Tyler se encogió de hombros. —Te lo cobraré.
Hunter sonrió. —Entonces, ¿Qué estabas diciendo?
—No, tú estabas diciendo. ¿Cuál es su historia?
Hunter frunció el ceño. —No hay mucha historia que contar, o al
menos ella no me ha dicho demasiado. Tiene un asociado en el negocio y
está trabajando en su licenciatura.
—Es un poco grande para ir a la escuela, ¿no te parece?
—Ella regresó —dijo Hunter—. Se dio cuenta de que un asociado
no vale un carajo si quieres hacer algo más que contestar teléfonos para
ganarte la vida.
—Oye, conozco a algunos gerentes con títulos de asociado —
argumentó Tyler—. Los gerentes de turno diurno y nocturno en un Taco
Bell cerca de mi casa.
Hunter rio. —Para su crédito, no toleraría la mierda que
probablemente hacen.
Tyler hizo una mueca e inclinó su cerveza en un brindis silencioso
antes de tomar un trago.
—Correcto, entonces Emily. Ella es tímida y callada hasta que
llegas a conocerla, un verdadero petardo. No acepta un no por respuesta.
— ¿Familia?
Hunter frunció el ceño. —Ella no mencionó a nadie.
—¿Esqueletos en su armario?
—Su ultimo novio fue hace más de dos años —dijo Hunter. Se rio
y añadió—: Creo que esta compensado el tiempo perdido. ¡No me había
acostado con alguien tantas veces en años!
Tyler gruñó. —¿Buscadora de oro?
Hunter frunció el ceño. Quería criticar a su amigo, pero se detuvo.
Suspiró y se encogió de hombros. —Honestamente no lo sé. No lo creo.
Por lo menos no creo que esa sea su motivación para follarme tan a fondo
que no puedo dejar de pensar en ella.
Tyler gruñó. —Mi turno.
Hunter tomó la cerveza de barman y miró rápidamente el menú
que había dejado el hombre. Volvió su atención a Tyler. —¿Tu turno?
—Ujum. Ella nació en el norte, en Petoskey. Se mudó aquí por la
escuela y se quedó. Sus padres se divorciaron hace años y después su
padre murió en un accidente de caza. Su madre murió hace unos años
por cáncer de mama.
—Eres un acosador —dijo Hunter.
Tyler se rio. —Ese es un cumplido en mi línea de trabajo.
Hunter se rio entre dientes y bajó su cerveza. —No creo que ese
sea un cumplido en alguna ocasión. Créeme, he leído demasiados casos
de corte.
—El punto es, ella no tiene a nadie. No hermanos o hermanas.
Ningún familiar cercano. Nada. Esta sola y luchando para hacerse un
lugar en el mundo.
—Lo haces sonar patético. ¿O estas intentado hacerme sentir mal
por ella?
Tyler movió las cejas y luego levantó un dedo mientras el camarero
aparecía para tomar el pedido. —Dos órdenes de alitas con su salsa más
picante.
El camarero sonrió y se volvió hacia Hunter. —Ojo de costilla —
dijo él—. No te molestes con los lados, no me los comeré.
El camarero se movió para escribir la orden en la computadora,
dándole a Hunter la oportunidad de mirar a Tyler y esperar a que
terminara.
—Parece como una buena oportunidad, eso es todo.
Hunter tomó otro trago. —¿Por mi o por el viaje?
Tyler sonrió. —Dices que no puedes dejar de pensar en ella.
—Por que ha estado follándome idiota —siseó Hunter—. No por
algo más.
—Seguro —dijo Tyler—. Estoy diciendo que tienes una
oportunidad aquí. Sé jodidamente bien que no tienes a nadie más par el
viaje de la próxima semana, y ninguno de nosotros estaremos felices si
sacamos a una prostituta drogada para que se encargue de las cosas.
Después regresas a una vida normal como la que has estado esperando.
Hunter frunció el ceño cuando sintió el zumbido en su bolsillo.
Cerró los ojos y suspiró, y luego tomó su teléfono. Cuando lo sacó, vio al
osito de peluche llenando su pantalla.
—¿Es ella, no es así? —preguntó Tyler—. Manteniéndose en tus
pensamientos. Hermano, quizás ella sea la pieza de trasero más dulce
que alguna vez has tenido, pero esa no es la vida que llevas. Nosotros no
vivimos de la misma manera en que otras personas lo hacen. Tú sabes
eso también como yo.
Hunter asintió. —Aunque ella es algo especial.
—Lo apuesto —dijo Tyler—. ¿Por qué otra cosa estarías pensando
de esta manera?
Hunter lo miró y asintió. —Si, quizás tienes razón. He estado
diciéndome las mismas cosas a mi mismo. Ha estado pensando en
reemplazar a Tiffany en la recepción.
—Bueno eso no va a funcionar, ¿cierto? —pregunto Tyler.
—No parece así —suspiró Hunter. Deslizó su celular en su bolsillo
y esperó mientras les entregaban la comida—. Me encargaré de ello.
—Sé que lo harás —Tyler asintió y alcanzó su plato de alas—. No
soy el único que anhela la caza. Una vez al año no es suficiente, y los
alces y los ratones no son lo mismo.
—¿Emocionado?
—¿Hmm? —preguntó Hunter. Apartó la vista de la carretera y
descubrió que sus ojos se detenían en la larga extensión de la pierna que
colgaba de debajo de la falda de Emily. No estaba seguro de si ella estaba
usando algún tipo de pantimedias inusuales o pantalones de yoga hechos
de un material translúcido con diseños en ellos. Era llamativo y
emocionante al mismo tiempo.
—¡Sobre este viaje! Tiffany dijo que la oficina realmente muere en
esta época del año por que los socios revisan y no pueden concentrarse
en nada excepto en su viaje de caza anual.
—Oh, sí. Es nuestro escape —dijo él—. Podemos realmente
dejarnos ir y olvidarnos del trabajo. Es todo sobre jugar.
—¡Y este año podrás jugar conmigo! ¡Y además me estás pagando!
Acumula toda esa testosterona en la caza salvaje y luego tráela de vuelta
para desquitarme. Quiero que me prometas algo, ¿de acuerdo?
Hunter levantó una ceja. —Te pagamos para que cocines, limpies
y mantengas el lugar seguro mientras estamos fuera, no para que seas
mi consorte.
—Como sea —Alejó el pensamiento con una sacudida de mano—
. Como si yo no hiciera eso de todos modos. Ahora, ¿sobre esa promesa?
—No puedo prometerlo si no se lo que es.
Emily sonrió. —Siempre el abogado. Bien. Cuando regreses de
cazar, quiero que me tomes. Tómame fuerte y duro y haz lo que quieras
conmigo. Hazme sentir que eres un cazador duro y poderoso.
Hunter tosió sobre su propia saliva. Se volvió para verla sonriendo
con un brillo en los ojos y negó con la cabeza. —Tu eres algo más —
murmuró él.
—¿Sabes lo que deseo ahora mismo?
—¿Huh?
—Que tu fueras como cualquier persona rica normal y que alguien
más manejara —dijo ella mientras se estiraba sobre la consola y corría
su dedo arriba y abajo sobre su muslo—. Porque desabrocharía esos
pantalones y te tragaría por completo ahora mismo.
—Mierda —murmuró Hunter. Luchaba por mantenerse enfocado
en la carretera, pero sus palabras me distraían demasiado. Peor aún
fueron sus dedos cuando se deslizaron por su muslo y se arrastraron
para frotar entre sus piernas. Se movió en el asiento de su Escalade para
darle un mejor espacio.
—Uh, uh —lo tentó Emily y le dio un apretón gentil bajo el
cinturón—. La seguridad primero.
—¿Estás jugando?
Ella sonrió y miró a su alrededor antes de desabrocharse el
cinturón de seguridad e inclinarse sobre la consola. Hunter levantó los
brazos para darle espacio y luego gimió cuando ella presionó sus labios
firmemente contra su cremallera y el bulto que crecía debajo. Ella se
enderezó y abrochó su cinturón de seguridad de nuevo. —Quiero llegar
hasta el campamento de caza —dijo ella—. ¿El avión es grande?
—¿Grande?
Buscó en su bolso y sacó su lápiz labial. —¿Lo suficientemente
grande para acabar con lo que empecé? Siempre quise unirme al club de
la milla de altura.
Hunter gruñó de nuevo. —Maldición, es solo un avión bimotor.
Seis plazas, incluido el piloto y el copiloto. No hay privacidad.
Ella hizo un puchero. —¿Qué tan largo es el vuelo?
—Alrededor de cuatro horas.
—No sé si seré capaz de mantener mis manos alejadas de ti —
Tentó ella—. ¿No dijiste que Stephen ya se había subido? Seis asientos y
cuatro de nosotros, además del piloto y copiloto. Nos ocupamos de los
asientos traseros y quién sabe, quizás qué nos salimos con la nuestra.
Hunter apartó los ojos de ella para evitar un accidente y negó con
la cabeza. —Serás la causante de mi muerte.
Ella sonrió. —Lo prometo, será la muerte más placentera que
puedas imaginar.
Hunter rio. —Sí, Gracias.
Ella sonrió y guardó silencio mientras él continuaba su camino
hacia el Aeropuerto Metropolitano de Detroit. Logró atravesar el tráfico y
el confuso trazado de la carretera con práctica facilidad y aparcó en un
lote privado. Aparcó su todoterreno junto al coche de Tyler y salió del
coche. Agarró su maleta y la de Emily, con una en cada mano, y la
condujo al edificio que les dejaría pasar al aeródromo.
—¿Este es un viaje de casería? —preguntó Emily.
—Sí, ¿por?
—¿Dónde está tu arma?
—En la cabina —dijo Hunter—. Le pertenece a la firma. Me refiero
a la cabina.
—Oh, bien. Me preguntaba eso.
Hunter colocó su bolso en el suelo y abrió la puerta para Emily.
Ella le sonrió rápidamente y lo rozó al pasar, rozando su entrepierna con
el dorso de su mano en el camino. Él se sacudió y la miró fijamente, pero
solo vio un movimiento de su sonrisa antes de que ella estuviera de
espaldas a él. Hunter recogió su bolsa y la siguió murmurando en voz
baja ante el renovado interés que había despertado en él.
Tyler los miró desde la pequeña sala de estar y saludó. —¡Hunter!
Me preocupaba que estuvieras retrasado. ¿Esta es la chica de a que tanto
nos has estado hablando?
Hunter sonrió. —No hay demasiado que decir. Normalmente no
me deja decir una palabra.
Emily se giró sobre él, con la boca abierta en un jadeo fingido de
indignación.
Tyler rio. —De alguna manera lo dudo. Jerry ya está en el avión,
preparándolo.
Emily volvió a girar sobre Hunter. —¿Jerry es el piloto?
Hunter asintió.
—¡No me dijiste eso!
Él se encogió de hombros. —Vamos, vayamos por ahí.
Ella se giró de nuevo, pero no vio a nadie. —Espera, ¿No hay
controles de seguridad que tenemos que hacer primero? ¿Aduanas y todo
eso?
—Jerry se encargó de aclararlo todo y nuestra trayectoria de
vuelo. Nuestros pasaportes ya han sido archivados y aprobados.
—¿Puedes hacer eso? Creí el la TSA tenia que revisarlo todo estos
días.
—Sí, podemos hacer eso —dijo Hunter—. Con los contactos y
tarifas correctos, cualquier cosa puede pasar.
—Eso es genial —dijo Emily. Ella miró al espacio por un momento
y luego suspiró—. Hombre, vivir así debe ser agradable.
Las cejas de Hunter se fruncieron a su comentario tan extraño.
Miró a Tyler y vio a su amigo compartiendo su preocupación. Los ojos de
Emily se concentraron en Hunter y sonrió. —¡Razón de más para que te
convenza de que no fui yo la que se escapó!
Tyler sonrió ante eso. —Buena suerte con ello.
Emily hizo un puchero con los labios y miró a Hunter. Él sonrió
—Ella tiene un argumento convincente, pero nos acabamos de conocer.
Ya veremos.
—Te lo mostraré —prometió ella. Ella miró a Tyler y agregó—: Voy
a ser la última mujer que querrá.
Tyler rio y Hunter tuvo que reír para ocultar el enrojecimiento de
sus mejillas. Una visión fugaz de Tiffany se deslizó en su mente. La nueva
gerente de recursos humanos se había ido hace dos días para pasar las
vacaciones con su familia. Cuando salió del trabajo tarde esa noche, pasó
por su oficina para anunciar su partida y había estado actuando de
manera extraña. Ella había usado el mismo suéter de abrazar la figura
que había tenido todo el día, completo con el escote en V pronunciado
que revelaba tanto el escote como la camisola que usaba debajo. La
diferencia cuando vino a verlo fue la camisola y el sostén que faltaban.
Había luchado por desearle una feliz Navidad en lugar de mirar las
tiendas de campaña en su suéter que sus pezones hacían. La tela de
punto suelto conspiró para atarle la lengua dos veces durante la
conversación. Era tan malo que casi se perdió la forma en que sus
hombros estaban caídos y su sonrisa no tan brillante. Parecía triste por
irse, en lugar de feliz de tener tiempo libre. Antes de irse, le dio un abrazo
y le rozó la mejilla con los labios. Apenas se había dado cuenta del beso;
había estado demasiado ocupado luchando contra el impulso de mirar
hacia abajo a los guijarros duros que le habían pinchado en el pecho.
Tyler habló por él, sacándolo de sus recuerdos. —Esa es una
declaración audaz. Nuestro amigo mutuo aquí es todo un mujeriego.
Emily se encogió de hombros. —Ya verás. A menos de que yo
pueda escoger a la chica que se nos unirá por la noche.
Hunter tropezó en su camino hacia la puerta y dejó caer su
maleta. Se giró para agarrarlo y escuchó a Tyler reírse de él. Emily estaba
sonriendo y tenía ese brillo perverso en sus ojos de nuevo. Hasta ahora,
cada vez que había visto ese destello, ella había hecho algo que le dejaba
alucinado.
—Eso tendrá que esperar hasta que regresemos —dijo Tyler—.
Aterrizaremos en una isla remota con un pueblo cercano alrededor de
dos horas de distancia en monta nieves.
Emily volvió a sacar sus labios pintados de rojo.
Hunter recogió su maleta y caminó hacia la puerta que daba
acceso al aeródromo. —No te preocupes. Tendremos nuestra propia
habitación, por lo menos.
Tyler abrió la puerta para Hunter y Emily y luego los siguió. El
avión de doble hélice Piper Seneca estaba detenido con la puerta abierta
y Jerry caminaba alrededor, haciendo su revisión previa al vuelo. Se
volvió y les hizo una señal con la mano. —¡Estamos listos para irnos!
Hunter dejó que Emily tomara la iniciativa y se quedó para
ayudarla a subir a la cabina de pasajeros del avión. Se detuvo en la
puerta y frunció el ceño. —Los asientos se enfrentan —siseó ella.
Hunter rio entre dientes. —Deja que se acumule —sugirió él—. Te
lo compensaré esta noche.
—Más te vale —dijo y luego le lazó un beso.
Hunter los siguió y guardó su equipaje detrás de los asientos.
Tyler se unió y tomó un asiento mirando hacia atrás entre ellos y los
asientos del piloto. —Pónganse cómodos —sugirió Tyler—. Es un lindo
avión, pero se pone difícil después de unas horas.
—Esto es tan genial —soltó Emily—. Solo he volado una vez,
bueno dos, ya que tuve que regresar, pero esos eran aviones grandes.
Jerry subió al avión y aseguró la puerta. —Es temprano —le dijo
a ella—. El aire está bastante tranquilo por la mañana, por lo que no
deberíamos encontrarnos con demasiadas turbulencias. También nos
mantenemos fuera de la corriente en chorro; los patrones climáticos son
buenos. Podría ser un vuelo aburrido.
—Bien —dijo Tyler—. Me gustan los vuelos aburridos. ¡Son más
seguros!
—Prefiero mi acción en el suelo —concordó Hunter.
Emily se giró y lo besó en la mejilla. —Te enseñaré infinidad de
acción.
Tyler se rio entre dientes y Hunter se sonrojó. Atrapó la mirada de
su amigo y luego miró por la ventana. Iba a ser un fin de semana
inolvidable, pero la acción que iban a ver no se parecía en nada a lo que
ella esperaba.
—Santa mierda, ¡no sabía que tenía esquíes! ¿Cómo despegamos?
—farfulló Emily mientras pasaban junto al avión hacia la orilla del lago
helado. Otro avión, el modelo más pequeño de dos asientos de una sola
hélice que había llevado Stephen, estaba estacionado a diez metros de
distancia.
—Están unidos a las ruedas; todavía hay espacio para que giren
entre los esquís —señaló Jerry.
—Oh. Bien, está bien, los veo ahora —dijo Emily. Se dio la vuelta
y miró a su alrededor, y luego extendió los brazos—. Oh hombre, esto es
tan genial. Es como donde crecí, pero más frío.
La nieve se amontonaba en montones cerca de la orilla. El lago
congelado tenía nieve apilada tan bajo como un pie sobre el hielo en
algunos lugares y más cerca de un metro en otros. Un sendero conducía
desde la orilla hasta una cabaña de troncos con humo saliendo de la
chimenea. La nieve se había quitado, mostrando montones de nieve de
hasta dos metros y medio en algunos lugares.
—Bienvenida a Canadá —dijo Hunter—. Vanos, alejémonos del
frio.
—Oh, ¿acaso me vas calentar?
Hunter la golpeó juguetonamente y la envió tambaleándose hacia
delante para mantenerse fuera de su alcance. Ella se giró, le sacó la
lengua y luego se lamió los labios de manera sugerente. Su gesto sexy
cambió a una boca abierta cuando un grito se escapó y perdió el equilibrio
en un pequeño montículo de nieve.
Hunter se rio y la alcanzo para ayudarla a levantarse de donde
yacía rodeada de nieve. Emily se rio y comenzó a ondear sus brazos y
piernas, haciendo un ángel de nieve. Después de que él giro los ojos, ella
se rio y tomo su mano.
—Bien, ahora tengo frio —dijo ella—. Más vale que me lleves
adentro y me quites esta ropa de nieve.
—¿Para ponerte algo más caliente?
Ella se encogió de hombros. —Solo si así lo quieres.
Los ojos de Hunter se abrieron. —¡Emily!
Ella se rio y tomó mi mano entre las suyas. —Vive un poco. Tú
dijiste que esto es sobre dejar el control a un lado y jugar. Así que
juguemos. Muéstrales a todos lo que es tuyo y solo tuyo.
Él sonrió. —¿Es eso cierto?
—Si eso es lo que quieres.
La condujo por el camino hacia la cabaña. —¿De que estás
hablando? Me perdí.
Ella apretó su mano. —Estoy diciendo que soy toda tuya bebe. Lo
que sea que quieras. Si quieres presentarme a tus amigos, puedes. Si
quieres que los folle mientras miras, lo haré. Si me quieres follar mientras
ellos observan, lo…
—¡Eso es suficiente! —dijo Hunter. La acercó más, pero mantuvo
los ojos fijos en la cabaña delante de ellos—. No te preocupes por eso.
Solo diviértete. Haz lo que necesites hacer y dejaremos que la naturaleza
se ocupe del resto.
Ella se giró y lo miró mientras caminaba hacia atrás nuevamente.
—¿Qué estás diciendo? ¿Quieres compartirme?
Hunter gruñó—: ¡No! No estoy hablando de eso en absoluto.
Quiero decir que dejes de planear el fin de semana. Va a ser emocionante
y nada de lo que esperas.
—¡Oh, como las sorpresas!
—Estas a punto de recibir otra si no te fijas por donde pisas.
Giró y gritó cuando casi chocó contra un banco de nieve.
Hunter la guio por el camino hasta la cubierta. Stephen abrió la
puerta, vestido con una bata que colgaba abierta y dejaba al descubierto
el par de pantalones cortos que llevaba debajo. Emily apretó el freno y lo
miró fijamente. —¡Mierda! —dijo ella. Se volvió hacia Hunter—. No lo
sabía, ¿Jerry y Tyler también están tallados en rocas?
Hunter rio. —Vamos, estas dejando salir el calor.
—Estaba en el sauna cuando escuché el avión —dijo Stephen.
—¿Sauna? ¡O por dios! —chilló Emily antes de despegar y entrar
corriendo en la cabaña.
Stephen la vio pasar junto a él y se volvió hacia Hunter.
—Extasiada.
—No tienes idea —Hunter rio entre dientes.
—¿Dónde está? —llamó Emily mientras saltaba sobre un pie y se
quitaba la bota del otro—. ¡Tengo frio!
Stephen la miró fijamente y le preguntó—: ¿Esta…?
Hunter gruñó—: No hay forma de saberlo —murmuró y entró
detrás de ella—. Em, nos quedamos en la planta baja. Esa puerta de ahí.
Ella se volvió y se quitó la otra bota. —Bien. ¿Y dónde ésta el
sauna?
—Afuera —Hunter le dijo en su camino que dejara sus maletas en
la habitación que iban a compartir—. Por la puerta trasera, está fuera de
la cubierta.
Emily se quitó la chaqueta y la arrojó sobre el respaldo de una
silla. —¿Vienes conmigo? Apuesto a que podemos empezar a sudar más
rápido de esa manera —Hunter se rio entre dientes y se volvió hacia la
cama deshecha. Dejó las maletas encima y accionó los pestillos para
abrirlas—. Voy a dejar mi maleta —le gritó por encima del hombro—.
Puedes guardar la tuya si quieres.
Emily no respondió, lo que provocó que Hunter se diera la vuelta.
Ella no estaba en el dormitorio con él, pero vio sus calzas tiradas en un
desorden arrugado en el suelo. Sus ojos se ensancharon antes de darse
cuenta de lo que estaba haciendo. Se dirigió a la puerta del dormitorio y
siguió el rastro de ropa caída hasta la puerta trasera. Vio un destello de
carne pálida cuando su trasero y su pierna desaparecieron por la puerta
trasera de la cabaña.
—¡Cielos Hunter! —espetó Stephen desde la puerta principal.
—¿A caso ella… estaba desnuda? —preguntó Jerry desde la
puerta abierta.
Tyler estaba dentro, mirando con la boca abierta.
Hunter miró la ropa variada y eligió su falda, camisa y ropa
interior. —Sep, ella está desnuda.
—Te has superado a ti mismo —dijo Jerry.
Tyler sonrió y asintió hacia Hunter.
—¿Vas a unírtele? —preguntó Stephen—. Por qué no había
terminado ahí de dentro.
El cuello de Hunter se tensó. Emily estaba con él, no…
—¿Qué pasa? —interrumpió Tyler su línea de pensamientos.
Hunter miró la ropa y luego a Stephen. —Nada. Estaré justo ahí,
adelante.
—¿Me perdí de algo? —preguntó Stephen—. ¿Hay algún
problema?
—No, ninguno —dijo Hunter—. Sé porque estamos aquí. Si
comienzo a actuar estúpido, solo recuérdenmelo. Ella ha trabajado algún
tipo de magia en mí en las últimas semanas, pero me cansaré de ella lo
suficientemente pronto.
Jerry frunció el ceño. —Hunter…
Tyler le sacudió la mano a Jerry. —Eso es bueno, hermano.
Sabemos lo que somos.
Hunter asintió y miró hacia ella.
—Eso es bueno —dijo Stephen y le dio una palmada en el hombro
a Hunter mientras pasaba junto a él hacia la puerta trasera—. No
habíamos tenido a alguien que pareciera tan sabroso aquí durante años.
Hunter hizo una mueca y asintió. —Oh, ella estará perfectamente
jugosa —dijo y forzó una risita. Tragó y se volvió para regresar al
dormitorio para cambiarse a una bata antes de dirigirse al sauna. Podía
recoger su propia ropa cuando volviera. Por eso estaba aquí, después de
todo. O al menos eso es lo que pensaba.
Emily dejó el último plato sobre la mesa y se deslizó en el asiento
del banco junto a Hunter. Le guiñó un ojo antes de dirigirse al filete que
tenía en el plato. Había empezado con un filete de menos de la mitad del
tamaño de los que estaban comiendo los hombres. Ellos devoraban los
suyos, con la sangre acumulada en sus platos por la carne apenas
cocinada. Ella había insistido en cocinar la suya hasta el final.
—No se olviden de las patatas —dijo Emily.
Los cuatro cazadores se miraron entre sí y luego a ella, con
expresiones que mostraban una falta de interés casi infantil por el gran
cuenco de puré de patatas. Los brotes de color, en su mayoría verdes pero
algunos rojos y amarillos, animaban los terrones blancos.
Emily hizo un mohín. —Me he esclavizado sobre esa estufa de leña
caliente para hacerlas —Agitó el dedo alrededor de la mesa mientras
añadía—: Y he tenido que ponerme esta bata caliente y que pica para
evitar que los animales se hagan una idea equivocada de mí. Será mejor
que se la coman.
Jerry suspiró y alargó la mano para coger la cuchara. La hurgó y
dejó caer una porción en su plato, empapando la sangre de su filete y
luego levantando un poco con el tenedor. Lo olió y se burló, y luego sonrió
ante la mirada de indignación de Emily. Se lo metió en la boca y masticó
antes de tragar.
Hunter fue el siguiente en probarlos, pero se detuvo cuando
Stephen se agarró la garganta y empezó a tener arcadas. Tyler estaba a
medio camino de ponerse en pie antes de que el abogado abandonara el
acto y se riera. —Están buenos —admitió.
—Sí, lo están —coincidió Jerry.
Tyler los probó y fue el primero en volver a por otro poco. Hunter
probó unos cuantos bocados más antes de apartar su plato. —Sí, bueno
—murmuró.
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Emily.
—Ha sido una semana muy larga. No tengo mucha hambre —dijo
él.
Emily frunció el ceño. —Te ha gustado, ¿verdad?
—Oh, sí, estaba bueno.
—¿Estaba el filete lo suficientemente cocinado?
Él sonrió con satisfacción. —Estaba bien, Em. Podrías haberle
quitado los cuernos, limpiarle el culo a la vaca y ponerle una marca de
parrilla a cada lado y me habría parecido bien.
Le sacó la lengua. —¡Qué asco!
Hunter sonrió. —Voy a tomar un cigarro y un poco de whisky.
¿Limpiaras?
—Sí, señor —dijo con un guiño diabólico—. ¿Puedo envolver mis
labios alrededor de algo también?
Jerry tosió y Tyler se rió. Stephen miró a Hunter durante un largo
momento y luego giró la cabeza. —Buena idea, Hunter. Me uniré a ti.
Emily se relamió mientras se levantaba y luego se volvió para ver
a Hunter mirándola fijamente. Sonrió y se inclinó para apoyar la cabeza
en su brazo. —Deja que me divierta un poco —susurró.
El gruñido de Hunter retumbó en su pecho.
—No ese tipo de diversión —prometió ella—. Lo guardaré para ti,
más tarde.
—¿Tienes una hermana? —preguntó Tyler—. Voy a buscar a
alguien el próximo año.
Emily se rió y se levantó. —Sólo yo, lo siento. Adelante, señores.
Dejen que me cambie y luego prepararé las bebidas.
—¿Cambiarte? —preguntó Hunter con el ceño fruncido.
—Bueno, sí, estoy desnuda bajo esta bata. Quiero limpiarme y
ponerme algo. Te mereces algo sexy por traerme aquí.
Hunter gruñó. —De acuerdo.
—Tomaré vino —dijo Tyler mientras caminaba con Hunter y Jerry
hacia las sillas de la sala de estar alrededor de la estufa—. No me gusta
el rotgut que beben los demás.
Emily sonrió y recogió los platos y los llevó a un cubo que
utilizaban para la basura. Metió la basura y luego puso los platos en una
cubeta de plástico que usaría para lavarlos más tarde. Se dio la vuelta y
se dirigió al dormitorio que compartían ella y Hunter, desapareciendo de
la vista excepto por el ocasional destello de tela o piel a través de la puerta
abierta.
—¿De dónde la has sacado? —siseó Jerry.
—Te lo dije, es la compañera de cuarto de Tiffany —dijo Hunter
con voz suave después de mirar hacia la puerta para asegurarse de que
Emily no estaba escuchando.
—Lo sé, pero maldita sea, tío. ¡Ella es algo más! —dijo Jerry.
—Casi lo suficiente para hacer que un hombre renuncie a su
libertad y a su estilo de vida —coincidió Stephen.
—Casi —murmuró Hunter y suspiró.
La sonrisa de Tyler se convirtió en un bostezo. Observó cómo las
llamas lamían la madera detrás de la pantalla de la puerta de la estufa y
se movió para ponerse más cómodo en la silla de madera.
Emily salió del dormitorio y cruzó la habitación, con los tacones
de aguja de cinco centímetros de sus zapatos negros golpeando el suelo.
Llevaba unas medias de rejilla blancas que le llegaban hasta los muslos
y desde allí se sujetaban con ligas que desaparecían bajo la minifalda
negra ribeteada de encaje blanco. La parte superior de su
autoproclamado uniforme era lo suficientemente fina como para no dejar
nada a la imaginación.
Ignoró las miradas de los cuatro hombres mientras trabajaba en
la cocina, preparando bebidas y recogiendo puros. Dejó caer el
cortapuros y se agachó para recuperarlo, abriendo las piernas antes de
doblar las caderas.
Hunter se estremeció al recordar a Tiffany realizando una
maniobra idéntica.
—Qué coño —siseó Stephen—. Hunter, mucho más de esta burla
y no voy a jugar bien.
Hunter gruñó y ahuyentó sus pensamientos sobre la chica de
Detroit. O dondequiera que se hubiera ido de vacaciones. Vio cómo Emily
traía una bandeja con bebidas y cigarros, sus caderas se balanceaban lo
justo para añadir la cantidad adecuada de movimiento a sus curvas y a
las bebidas en los vasos.
Se detuvo junto a Jerry primero y le dejó escoger su opción y
encender su cigarro antes de pasar a Tyler y luego a Stephen. Llevó el
cigarro y el whisky restantes a Hunter y luego dejó la bandeja sobre la
mesa antes de arrodillarse junto a él. Hunter la observó, con el ceño
fruncido.
—¿Puedo? —preguntó ella mientras cogía el puro y el cortador.
Hunter miró a Stephen y vio que tenía toda su atención. Sonrió y
asintió a Emily. —Por supuesto.
Su lengua se deslizó entre sus brillantes labios rojos y acarició el
extremo redondo del puro. Cuando brilló a la luz del fuego, levantó el
cortapuros y cortó el extremo. Recibió el puro cubano y cortó el otro
extremo antes de sostenerlo y estudiar el tabaco envuelto en hojas.
Sumergió el extremo que había lamido en el vaso de whisky y luego lo
volvió a levantar frente a ella.
Emily volvió a sacar la lengua y atrapó un goteo de whisky que
caía del cigarro. Sus labios se redondearon en forma de O y los deslizó
sobre el extremo del puro. Se lo pasó por los labios e hizo un suave ruido
de sorbo antes de tragar. Alargó la mano, dejó la maquinilla y cogió el
mechero. Encendió el mechero y lo acercó al borde del puro mientras
daba una calada hasta que el extremo brilló de color rojo cereza.
Emily se lo sacó de la boca, deslizando los labios sobre él y
dejando rastros de carmín en las hojas. Estudió el extremo brillante y
luego sonrió y se lo entregó a Hunter. Se echó hacia atrás, sentada sobre
las pantorrillas, y vio que él la miraba con una media sonrisa en la cara.
Miró hacia abajo y vio que los pantalones de correr que él se había puesto
después de la sauna mostraban la clara silueta de lo que ella acababa de
hacerle.
Emily se levantó y recogió el plato. Se giró y vio a los otros
hombres mirándola, con la ceniza acumulándose en las puntas de sus
cigarros. —¿Alguien necesita algo mientras estoy levantada?
—Que me jodan —susurró Jerry.
Emily sonrió y miró a Hunter. —Lo siento, soy de Hunter. ¿Algo
más?
Jerry se rió. —No, um, estoy bien.
Tyler tosió y tomó un trago de su vino y luego volvió a beber.
—Sí, trae la botella por mí —dijo cuándo su vaso estaba vacío.
Emily le guiñó un ojo y se abrió paso por el suelo de madera para
coger la botella y llevársela. Se la entregó y luego se acercó de nuevo al
lado de Hunter. —No hay suficientes sillas —hizo un mohín.
Hunter enarcó una ceja y miró el sofá. Era de madera, lo que
evitaba la amenaza de que los ratones mordieran los cojines. —¿Te has
olvidado del sofá? —preguntó.
Ella se mordió el labio y dijo—: Esperaba poder sentarme contigo.
—Realmente estás llevando esto de la criada francesa a un nuevo
nivel, ¿no es así? No sabía que te gustaba el cosplay.
Sus mejillas se encendieron y bajó la mirada. Se arrodilló de
nuevo y se apoyó en su pierna. —Siempre ha sido una especie de fantasía
pervertida mía.
—Bueno, eso lo explica —murmuró Stephen y bebió un fuerte
trago de su whisky. Se puso de pie y dio un paso torpe antes de detenerse.
—Por favor, siéntese, señor Miller —dijo Emily mientras se ponía
en pie de un salto—. Estoy aquí para todas sus necesidades. Bueno, para
la mayoría de ellas. ¿Necesita otra bebida?
Él gruñó y le entregó su vaso antes de dejarse caer de nuevo en
su silla. Hunter inclinó la cabeza. —¿Estás bien, Steve?
—He trabajado mucho hoy —murmuró Stephen—. No comí hasta
la cena. ¿Has visto la nieve que he quitado con la pala?
Jerry cacareó e incluso Tyler sonrió mientras rellenaba su taza
por segunda vez. Emily regresó un momento después con el vaso de
Stephen lleno con cuatro dedos de whisky. Se lo entregó, sus dedos se
detuvieron un momento en los de él y luego esperó mientras él tomaba
un trago para asegurarse de que estaba satisfecho.
—Gracias— balbuceó él con los ojos fijos en los duros pezones de
ella que se asomaban a través de su traje de película.
Emily se enderezó y volvió al lado de Hunter. Se arrodilló y se
apoyó en él, apoyando la cabeza en su muslo antes de girarse para
besarle la rodilla.
Sus miradas se alternaban entre Emily y la cocina. Ella no se
esforzó en ocultar nada, sino que se concentró en frotar la pierna de
Hunter y en estar lo más disponible posible. O tan disponible como
Hunter la dejaba. Se levantó cuando alguien necesitaba que le llenaran
las bebidas.
Se produjeron algunos intentos de conversación, pero se
desvanecieron y volvieron a caer en el silencio de la embriaguez. Stephen
se sacudió en su silla y dejó caer su vaso. El pesado vaso rebotó en el
suelo de madera, derramando los restos de su bebida al rodar. —Mierda
—balbuceó y se levantó de golpe—. Estoy borracho.
Hunter se rió y Jerry soltó una risita. —Vete a la cama —balbuceó
Tyler—. Tienes un gran día mañana.
Stephen asintió y trató de levantarse. Se desplomó en su silla y
dejó escapar un suspiro ebrio.
Jerry se levantó a trompicones y se acercó a Stephen. —Vamos,
asesino de alces —dijo el abogado. Agarró la mano de Stephen y los dos
consiguieron tambalearse hacia la escalera que llevaba al desván. Les
esperaba un dormitorio cerrado y una zona abierta con dos camas.
Emily y Hunter los observaron subir la escalera sin incidentes.
—Que me jodan —murmuró Hunter.
—¿Asesino de alces? ¿Qué pasa con eso? —preguntó Emily.
Hunter giró la cabeza para mirarla fijamente. Sus ojos se
entrecerraron y luego forzó una carcajada. —La caza —dijo y agitó la
mano—. Quería un gran alce y acabó consiguiendo uno pequeño.
Emily ocultó su jadeo detrás de la mano y luego soltó una risita.
—Oye, ¿dónde están tus armas? No las he visto por ninguna parte.
—¿Armas? —Hunter frunció el ceño—. Cerradas con llave. Las
sacaremos mañana.
—Oh —Hizo un mohín y luego se encogió de hombros. Se volvió y
miró a Tyler. El IP2 estaba desmayado en su silla con la baba corriendo
por su barbilla. Se rió y se volvió hacia Hunter—. Voy a hacer lo que
quiera contigo aquí mismo, en medio de esta cabaña. Si tus amigos se
despertaran, podrían ver cómo te follo.
Hunter la miró boquiabierto. —¿Qué? No, no lo harás. Dormitorio.
Emily sacudió la cabeza. —Uh, uh, te quiero, nene. Te quiero aquí.
Ni siquiera sabes lo excitante que es esto. Una gran fantasía. Como,
¡enorme!
Emily se levantó y le agarró la mano. La metió por debajo de la
falda y presionó los dedos de él contra su raja descubierta. Los ojos de
Hunter se abrieron de par en par.
—Vaya. Creo que acabo de correrme un poco.
Emily dejó escapar un gemido estremecedor. —Sí, lo has hecho.
¡Oh, Dios mío! Voy a... espera.
Hunter la observó mientras daba un paso atrás y tanteaba para
soltar los clips de sus ligas. Se levantó la falda y la subió de un tirón,
comprobando que la parte superior estaba unida a ella. Se la puso por
encima de la cabeza y la tiró al suelo, dejándola sólo con los tacones y las
medias. No perdió el tiempo antes de sentarse a horcajadas sobre la mano
de él que Hunter no se había molestado en retirar.
Deslizó sus dedos a través de sus pliegues y enterró dos dedos
dentro de ella. Dejó escapar un gemido y se estremeció. —Oh, nene, me
voy a correr. Sigue haciéndolo.
Hunter sonrió y sacudió la cabeza, ahuyentando las sombras que
se colaban en los bordes de su visión. Sacó los dedos con un ruido de
aplastamiento, ganándose un gemido de ella. Los deslizó por la piel detrás
de su coño y murmuró—: ¡Gánatelo!
A Emily se le cortó la respiración. —Hombre sucio —siseó—.
¡Nunca he hecho eso!
—Hay una primera vez para todo —consiguió él.
Ella se mordió los labios y volvió a estremecerse cuando la palma
y la muñeca de él presionaron su sexo húmedo. —Quería dejarlo para
más tarde —susurró ella.
—Uh uh —murmuró Hunter—. Ahora.
Ella asintió. —Hazlo a lo grande o vete a casa. De acuerdo, nene
—dijo y se agachó para sujetar la mano de él entre sus piernas. Ella se
movió, moviendo las caderas mientras las yemas de los dedos de él se
enganchaban en su otro lugar especial. Estaba tan mojada que sus jugos
estaban por todas partes, incluidos los dedos de él. Estaba muy mojada;

2
Investigador Privado
era ahora o nunca. Empujó las yemas de sus dedos y giró las caderas,
obligando a que la punta de su grueso dedo corazón empezara a
penetrarla casi antes de que se diera cuenta de lo que había pasado.
—¡Oh, joder! —gimió—. ¡Espera! ¡Para! ¡Oh, es… oh!
Hunter hizo que su muñeca se estrellara contra su clítoris y que
su cuerpo pasara de estar rígido y en estado de shock a temblar y luego
a sacudirse mientras él sobrecargaba sus sentidos. Consiguió
mantenerse erguida durante unos segundos más antes de caer hacia
delante y aterrizar sobre él. La mano de él se soltó, pero ella se las arregló
para sentarse a horcajadas sobre su pierna y continuó apretándose
contra él mientras él aguantaba su sorpresivo orgasmo.
Cuando su cuerpo dejó de sacudirse, levantó la cara del pecho de
Hunter y lo vio mirándola con ojos aturdidos. Apretó los labios contra su
cuello e inhaló su aroma varonil. Lo lamió, saboreándolo, antes de
levantarse para presionar sus labios contra los de él. Él se revolvió contra
ella, pero no consiguió corresponder a su beso.
Emily suspiró y se levantó. Miró a Tyler y frunció el ceño. Estaba
inconsciente, gracias a las patatas y a la botella de vino que había bebido.
Se volvió hacia Hunter y le cogió las manos con las suyas. Una de ellas
estaba pegajosa con sus jugos, lo que le valió una triste sonrisa. —Vamos,
amante. Te prometí una noche increíble y voy a cumplirla.
Hunter gruñó y se las arregló para levantarse lo suficiente como
para que ella lo ayudara a tambalearse hasta el dormitorio. Lo guió hasta
la cama y lo empujó sobre ella. Hunter cayó con un gruñido. Emily le
agarró los pantalones de correr y se los bajó de un tirón, dejando al
descubierto su miembro medio hinchado. Se lamió los labios y lo miró.
—No vas a servir para mucho, cariño —dijo—. Lo siento. Puede
que hayas bebido demasiado.
La respiración de Hunter salió sibilante por su boca mientras
intentaba, y no conseguía, responder.
—No te preocupes. Voy a cuidar de ti. No pararé hasta que lo
hagas. No te contengas, cariño, deja que ocurra. Voy a hacer que
duermas muy bien.
Se subió a la cama y se puso a horcajadas sobre sus piernas.
Volvió a lamerse los labios y se acercó a él. —Tengo que admitir —
susurró—, que voy a echar de menos esto.
Hunter se movió. Algo le volvió a tocar, esta vez en el labio. Hizo
que la piel le picara y se extendiera, recorriendo la curva del labio y
llegando a la boca. Hunter probó el rico líquido cobrizo e inhaló el aroma
de la sangre. Sangre fresca. Sus ojos se abrieron y miró el techo de
troncos donde el carmesí se acumulaba y goteaba sobre la cama.
Cerró la boca y tragó el sabor, lo que provocó un estruendo en lo
más profundo de su vientre. La bestia que yacía enjaulada en su interior
tiró de sus cadenas. Había esperado lo suficiente. La caza prometida se
acercaba y Hunter luchaba por contener al cazador que llevaba dentro.
¿Habían empezado sin él? Eso no tenía sentido. Eran una
manada. Hermanos unidos por el don que compartían. Además, el plan
era que ellos salieran primero y que obligaran a Emily a salir al bosque o
que la acecharan en la cabaña si se negaba a salir. Era brutal, pero era
la caza que exigía el lobo que llevaban dentro. Las vidas normales no eran
para ellos.
Hunter se lamió los labios, saboreando más sangre. Su cuerpo se
estremeció, luchando por cambiar y transformarse. Sacudió la cabeza y
reprimió un gruñido.
Lo que estaba pasando no estaba bien. Había demasiado silencio.
Se movió y se puso de lado, tratando de entender por qué tenía los brazos
y las piernas entumecidos.
Consiguió mirar hacia abajo y vio que estaba desnudo. Entrecerró
los ojos, miró su entrepierna y poco a poco fue juntando recuerdos
inconexos de Emily. Se había desmayado por el único vaso de whisky,
pero recordaba que ella le había dicho que no se preocupara, que cuidaría
de él.
Sus ojos volvieron a mirar al techo mientras un escalofrío le
recorría la espalda. ¿Acaba de ocuparse también de sus compañeros?
Hunter se impulsó y trató de incorporarse. Acabó rodando por el
lado de la cama y cayendo al suelo. A Hunter se le escapó la respiración
del pecho y se quedó jadeando. Se sentía agotado y débil. Patético. ¿Qué
le pasaba?
El sonido de pisadas contra la madera captó su atención. Intentó
reprimir su jadeo y mirar hacia atrás. Era Emily; tenía que serlo.
Reconoció el mismo sonido de sus tacones contra el suelo de madera. Y
cada vez era más fuerte: se estaba acercando.
Los pasos se detuvieron. —Oh, pobrecito, te has caído de la cama.
Hunter se giró y trató de mirar hacia atrás. Con el rabillo del ojo,
vio a Emily de pie, todavía con los tacones y las medias blancas. Tenía
un aspecto diferente. Sus medias estaban manchadas y con sombras
oscuras. Su piel también estaba descolorida. Se giró un poco más para
intentar verla. Su visión era borrosa, pero podía oler la sangre que
pintaba su piel. Sus ojos, incluso desenfocados, se vieron atraídos por el
destello de plata en su mano.
—¿Qué? —jadeó.
—Lo siento, cariño. No se suponía que te despertaras.
Hunter se tumbó de espaldas y encontró la fuerza necesaria para
volver a cruzar el suelo a pocos centímetros de ella. —¿Qué estás
haciendo? —jadeó.
—Sombra nocturna —dijo ella—. Una mezcla en las patatas
embotaba tus sentidos para que no la olieras ni la probaras en tus
bebidas. Aun así, se necesita mucho para matar a monstruos como tú.
Demasiado para ocultarlo. ¿Pero incapacitarte? Eso sí podría hacerlo.
—¿Por qué?
Su rostro se transformó. Se estremeció y gruñó mientras decía—:
¡Porque son malvados! ¡Son monstruos! Me han traído aquí para
matarme. No lo niegues.
Hunter negó con la cabeza, pero no dijo nada.
—Fue alguien como tú quien mató a mi padre —continuó. Levantó
el cuchillo en la mano y lo hizo girar, dejando que la luz del fuego de la
estufa brillara en él—. Plata. Tu clase no se curará de esto.
—¿Paladín? —tartamudeó Hunter, nombrando a la secta de
fanáticos religiosos que eran conocidos por cazar a los de su clase.
Emily frunció el ceño y bajó la hoja unos centímetros. —¿Qué?
¿Qué es un paladín?
Hunter negó con la cabeza.
—¡Dime! —siseó ella y dio un paso adelante.
—La iglesia —escupió—. Un culto secreto.
—Oh —dijo ella y luego se encogió de hombros—. No, soy un
cazador de lobos. No formamos parte de ninguna religión. No necesitamos
a Dios para tener una razón para matar a monstruos como tú; todos
tenemos nuestras propias razones.
Hunter miró a su alrededor y sintió un cosquilleo en los brazos.
La sensación estaba volviendo, pero no sería a tiempo. El lobo que llevaba
dentro estaba chasqueando y rugiendo. Quería soltarse, pero no sabía si
podría hacerlo. ¿Se quedaría atrapado en la agonía de un estado medio
cambiado? ¿Eso lo mataría? ¿Le mostraría a Emily que realmente era un
monstruo? ¿Haría más fácil que ella le hiciera daño?
—Sin embargo, me divertí contigo —dijo Emily, dejando caer el
odio de su voz—. Me trataste muy bien y, aunque seas un hijo de puta
egocéntrico, sabes follar.
—Em… para. No necesitas hacer esto.
Ella se rió. —¿No lo necesito? ¿Crees que podemos volver a la
normalidad ahora? Jerry y Stephen ya están muertos. Tyler se está
desangrando, pero no tuve oportunidad de acabar con él antes de oírte
aquí. ¿Cómo podríamos explicar eso?
Hunter se quedó con la boca abierta mientras luchaba con lo que
ella había admitido. Sus ojos volvieron a mirar al techo donde caía la
sangre. Por supuesto, tenía sentido. ¿Por qué si no iba a haber sangre
allí arriba? La sangre le había despertado. Le había dado algo de control
sobre sí mismo. Hizo que la bestia interior tuviera hambre de más.
—¿Me estás gruñendo? —preguntó Emily. Se rió—. Ese es un plan
increíble.
—Accidentes de caza —jadeó Hunter—. Entonces tienes lo que
quieres. Todo lo que dijiste que querías.
—Claro, hasta que encuentres la forma de matarme cuando no
esté mirando —escupió Emily, cambiando de nuevo su humor.
—¡No! —Hunter negó con la cabeza—. No lo haría. Yo... mira, esto
fue difícil. Para mí. Lo hice porque tenía que hacerlo. Por la manada.
Estaba...
—¡Tu manada está muerta ahora! —gruñó y dio otro paso
adelante.
—¡Claro! —Hunter se aferró a lo que ella dijo—. Así que nadie
puede impedir que te ame.
Emily dudó, sus párpados se movieron. Se mordió el labio y luego
sacudió la cabeza de un lado a otro. —¡No! ¡Eres vicioso! Sin corazón. Un
carnicero. He visto lo que hacen los de tu clase. Eres un abogado...
¡probablemente eres incluso peor que el que mató a mi padre!
—¡Emily, no! —jadeó Hunter, pero ella no podía hablar. Se dirigió
hacia él, una visión de belleza violenta en su lencería manchada de
sangre. Levantó sus brazos de madera para defenderse y se golpeó en la
cara con su propia mano. El lobo que llevaba dentro exigió su liberación
y gritó, liberando sus restricciones mentales e invocándolo. Era su única
oportunidad
Una explosión sacudió la casa y lo dejó aturdido antes de que
pudiera empezar a moverse. A través del zumbido de sus oídos, oyó a
Emily gritar.
Dejó caer los brazos y la vio rodar por el extremo de la cama.
Hunter rodó y se tambaleó, retorciéndose y consiguiendo mirar
debajo de la cama. El cuchillo yacía en el suelo a los pies de la cama,
brillando con una seductora mirada de pureza que él sabía que le
quemaría tanto como meter el puño en la estufa. Emily juraba y lloraba
desde el otro lado de la cama. Se revolvió y se cayó y luego volvió a
intentarlo. No pudo distinguirla bien para saber qué le había pasado, pero
la sangre en el suelo le hizo estar seguro de que se había hecho daño.
Se arrastró a los pies de la cama y miró el cuchillo. Al otro lado,
Emily salió de rodillas y con una mano. La otra la aferraba a su costado
en un intento de contener la sangre que se le escapaba por los dedos.
Sus ojos se encontraron y compartieron su miedo e incertidumbre. El
rostro de Emily se contorsionó, sus ojos se entrecerraron y sus dientes
se mostraron en un gruñido que parecía estar en casa en el duro clima
del norte. Sus ojos se posaron en el cuchillo y su cuerpo se tensó.
Hunter sabía lo que tenía que hacer si esperaba sobrevivir para
ver el mañana. Llamó a su lobo y se oyó gritar mientras sus músculos y
ligamentos se estiraban y reventaban. Sus huesos se reconfiguraron y
reacomodaron, distorsionando su piel mientras el pelaje brotaba de sus
poros. El veneno le ralentizaba y hacía que la agonía de los cambios fuera
cien veces peor. No sabía si estaba vivo, muerto o si aún tenía un cuerpo
al que recurrir cuando ordenó a sus patas caninas que clavaran sus
garras en las tablas del suelo y lo impulsaran hacia la mujer que se
apresuraba a recoger la miserable hoja de plata
—¡Oh, mierda!
Hunter levantó la cabeza ante la interrupción. Gruñó, la sangre
goteando de sus dientes. Una mujer estaba de pie en medio de la sala de
estar, con un rifle al hombro, pero apuntando al suelo entre ellos. Ella lo
levantó y le apuntó a él.
—¡No te muevas! ¡Oh, Dios mío! ¿Emily? ¿Es... está ella...? ¡Joder!
Hunter forzó la rabia y el hambre. Lentamente calmó sus labios
temblorosos y se puso de pie en la habitación sobre el cuerpo de su presa.
El último aliento de Emily hizo gárgaras en la ruina destrozada de su
garganta y su mano cayó al suelo. El cuchillo con el que había tratado de
matarlo fue arrojado a un lado donde lo había dejado caer.
Se lamió los labios peludos y se apartó del cuerpo de Emily. El
cambio a lobo había quemado el veneno de su sistema y lo había dejado
reseco. El olor de la sangre de Emily y el sabor en sus labios llamaron al
lobo en él. Empezó a bajar la cabeza y luego la volvió a levantar para
mirar fijamente a Tiffany.
—La has matado —susurró ella mientras el arma bajaba unos
centímetros. Las orejas de Hunter se levantaron y se volvió para mirar el
agujero en su costado que conducía a una herida de salida más grande
en su espalda. Volvió a mirar a Tiffany y dejó escapar un suave woof.
—Oh, joder —susurró. Miró hacia un lado y luego hacia atrás, sus
labios atrapados entre los dientes—. El señor Caskins está sangrando
mucho. Um, Sr. Wynn, es usted, ¿verdad? Quiero decir, no puedo
asegurarlo, pero creo que es usted. La forma en que me está mirando,
quiero decir. He visto esa mirada, como si quisieras comerme... Aunque
nunca, nunca pensé en ello literalmente. No lo vas a hacer, ¿verdad?
Hunter respiró profundamente y lo dejó salir. Cerró los ojos y forzó
al lobo enfurecido a su interior. Oyó el grito de Tiffany a miles de
kilómetros de distancia mientras su cuerpo se transformaba en un
hombre. Levantó la vista de sus manos y rodillas hacia ella.
—Oh, joder, eso es espeluznante —susurró Tiffany. Ella había
bajado el arma lo suficiente como para que volviera a apuntar al suelo
entre ellos—. Tenía razón, eres tú.
—Baja el arma —exigió Hunter mientras se levantaba.
—¿Qué? ¿Por qué? Duh, porque te da miedo. Um, no. Todavía no.
Tiene balas de plata, para que lo sepas.
Los ojos de Hunter se entrecerraron. —¿Qué? ¿Lo sabías?
Ella asintió. —Trabajamos juntas —dijo mirando a Emily.
Hunter volvió a mirar a Emily. —Le disparaste.
Tiffany dejó escapar un suspiro desgarrado. —Yo... ella... lo hice.
Hunter la miró fijamente durante un largo momento y luego se
dirigió a la puerta de su dormitorio. Ella se movió, retrocediendo con cada
paso que él daba, pero mantuvo la pistola apuntando al suelo. Miró hacia
el lado donde Tyler estaba sentado en su silla con la sangre empapando
la camisa de su lado. Goteaba en el suelo en un chorro constante.
Hunter frunció el ceño. El cuchillo era de plata; la herida tardaría
demasiado en sanar. Atravesó la habitación y agarró la camisa de Tyler,
desgarrándola y miró la herida en su costado. Cada respiración
superficial que hacía el hombre provocaba burbujas de sangre salieran
de la herida y corrieran por su costado. Hunter sacudió la cabeza y se dio
la vuelta. —Joder.
—¿No puedes salvarlo?
—Plata —dijo Hunter—. Y ha sido envenenado con belladona.
Tiffany asintió. —Eso ralentiza su curación y le hace vulnerable.
¿Cómo sobreviviste?
—No tuve tanto —dijo Hunter. Se giró para mirarla—. ¿Eres uno
de esos cazadores de lobos?
—Lo soy —dijo ella. Miró a Emily y luego a otro lado—. Lo era.
Yo... nosotras éramos amigas. Bueno, no realmente. Compañeras,
supongo. Hicimos lo que hicimos porque ambas odiábamos a los hombres
lobo.
Hunter frunció el ceño. —Lo eras es correcto. Me dejaste
acercarme demasiado. Puedo matarte antes de que puedas dispararme.
Tiffany pulsó el disparador del rifle y dejó que el cargador cayera
al suelo. Tiró del cerrojo hacia atrás, expulsando el cartucho cargado y
haciendo que la bala cargada rodara por el suelo. Con el arma vacía, la
dejó en el suelo y la dejó caer con estrépito. —Te he salvado —dijo.
Sus ojos se entrecerraron. —¿Por qué? ¿Qué quieres? Dijiste que
me odiabas.
—Odio a los hombres lobo —corrigió ella. Se sonrojó y miró
alrededor de la habitación—. Odiaba. Tal vez todavía lo haga, no lo sé.
Las cosas cambian, ¿sabes? La gente cambia.
—Entonces, ¿qué quieres y por qué debería dártelo?
—Quiero lo que puedas darme —dijo—. Te lo dije el otro día, haría
cualquier cosa por ti. Me abriste los ojos, Hunter. Me mostraste que no
eres el frío y cruel bastardo que la mayoría de los de tu clase son. Me
diste una oportunidad. Me hiciste ver que sí te importa.
Hunter soltó una carcajada. —Te di un aumento porque le dije a
Emily que lo haría.
Sus ojos se redondearon. —¿Qué?
—Te había estado observando, pero la oportunidad con Emily hizo
que todo se juntara.
—Espera, ¿la amabas?
Hunter consideró su pregunta por un breve momento y luego negó
con la cabeza. —No. Era demasiado buena para ser verdad.
Los ojos de Tiffany se entrecerraron. —¿Qué significa eso?
—¿No quería nada más que estar conmigo? ¿Ser mi criada,
esposa, chef y sirviente sexual? ¿Qué mujer quiere realmente eso? Es el
sueño de un hombre, tal vez, pero ella me mantuvo lo suficientemente
distraído para no cuestionarlo como debería haberlo hecho.
Tiffany tragó saliva. —Yo... en realidad conozco a algunas chicas
así. Son inteligentes y podrían hacer casi cualquier cosa, pero les gusta
ser innovadores. O al menos así se llaman a sí mismas. No lo entiendo.
Hunter parpadeó y sacudió la cabeza. —¿Qué?
—Lo siento. Sólo lo señalaba. Son bastante raras, pero si buscas
en Internet, puedes...
Hunter agitó la mano, cortándola. —Me has estado tomando el
pelo durante semanas —dijo.
Ella tragó y asintió. —Pensé que me querías. Al principio, por lo
menos. Luego Emily me habló de ti y de ella, y me confundí. Tu seguías
mostrando interés, sin embargo. Pensé que tal vez eras sólo el cerdo que
había imaginaba que eras hasta que la invitaste a la cacería. Nos
habíamos dado cuenta de lo que sucede aquí. En la caza, quiero decir.
Hunter olfateó y se volvió para mirar a Tyler. Su aliento era
siseando y gorjeando a través de los labios entreabiertos. Motas de rojo
manchaban sus labios y espumaban en las comisuras de la boca. Hunter
sacudió la cabeza y se volvió a Tiffany. —¿Sabías lo de la caza? ¿Por qué
no la ayudaste y nos mataste a todos?
—Pensé que la matarías y luego volverías conmigo —susurró ella.
Apretó los ojos y negó con la cabeza—. No creí que fuera a tener éxito, no
por sí misma, pero entonces me contó su plan. Supe que tenía que venir.
Tenía que ayudar.
—Llegas demasiado tarde —señaló él.
—No —Ella le miró fijamente mientras negaba con la cabeza—. Te
ayudé.
—¿Porque crees que me quieres?
—¡Lo hago! —insistió ella—. Es una locura y probablemente por
las malditas feromonas que liberan los de tu clase. Y tal vez porque me
excita el peligro y la emoción de estar cerca de alguien como tú. Pero todo
eso no es más que un buen momento. En realidad, es porque me diste
una oportunidad. Me viste y me elegiste y me hizo sentir especial. Usted
hizo eso, Sr. Wynn, no un asesino sociópata.
—No soy un asesino sociópata —argumentó él.
Ella miró junto a él al cuerpo en el suelo de su habitación. —Oh
¿de verdad?
—Me estaba defendiendo.
—Bien —dijo Tiffany—. ¿Y los años anteriores? ¿Qué hay de cada
mes cuando te vas a cazar?
—No voy todos los meses —dijo Hunter—. Y cuando lo hago, es
por alce, ciervo, caribú y oso. Sólo cazamos una persona una vez al año,
y nunca he matado a uno antes.
—Espera, ¿sólo matan a una persona una vez al año? —preguntó
ella. Inclinó su cabeza y luego levantó sus ojos acusadores hacia los de
él—. Pero tú ayudaste a matar a gente inocente, ¿verdad?
Él suspiró y asintió brevemente. —Yo los rastreaba y los
perseguía, pero Tyler era el que casi siempre iba a matar. Stephen,
cuando podía, pero Tyler normalmente le ganaba.
Ella asintió. —¿Necesitas hacer eso? ¿Matar a la gente, quiero
decir?
—No.
Ella jadeó. —Pensé… pero tú… mis amigos me dijeron que tenías
que hacerlo o te volvías loco y no podías volver a cambiar. Te volvías
sanguinario y matarías a todos los que encontraras.
—¿Ha sucedido alguna vez algo así? —desafió Hunter—. ¿Has
leído alguna vez sobre un lobo haciendo eso?
—¿Qué? No. Quiero decir, supongo que no. A no ser que lo hayan
tapado.
—No has leído sobre ello porque nunca ha ocurrido. La caza es
una emoción, pero no es necesaria. La caza de animales salvajes es igual
de satisfactoria.
Tiffany parpadeó y miró fijamente al espacio, con los ojos
revoloteando de un lado a otro sin ver nada. —Todas esas mentiras —
susurró.
Hunter se volvió de nuevo mientras Tyler se sacudía en su silla y
luego se desplomaba sobre sí mismo. El aire y la sangre salieron de él
hasta que se quedó anormalmente quieto en la silla de madera. Hunter
se volvió hacia Tiffany. —Ya está hecho. Todo menos yo.
—Y yo —respiró Tiffany—. Yo estaba aquí. Lo vi.
—Me refería a mi clase. Mi manada. Soy todo lo que queda.
Tiffany se lamió los labios y miró a su alrededor. Miró a Tyler y
luego a otro lado, estremeciéndose antes de centrarse en los pies de
Hunter. —¿Y ahora qué hacemos?
Hunter suspiró. —¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Con la moto de nieve. Espero que tengas gasolina aquí para
poder volver.
Sonrió. —Muy bien. Esta es la historia. Yo estaba fuera
persiguiendo un rastro de sangre —dijo—. Me perdí en la oscuridad hasta
que vi una luz brillante entre los árboles. Cuando volví, la cabaña era un
infierno y no pude entrar a ayudar.
Los ojos de Tiffany se abrieron de par en par. —¿Vas a quemarlos?
Asintió con la cabeza. —No puede haber ninguna prueba.
Ella tragó con fuerza. —¿Qué... qué pasa conmigo?
Hunter la miró fijamente lo suficiente como para que ella
empezara a juguetear con sus manos y las mirara fijamente.
—Sabes lo que pasó aquí.
Ella levantó sus ojos hacia los de él. —¡No se lo diré a nadie! Se lo
prometo. Por favor, Sr. ¡Wynn! Quiero ayudarle. Estar con usted. Ser
como usted.
Hunter inclinó la cabeza. —¿Quieres ser como yo?
—¡Jesús! Sí, te lo he estado diciendo todo el tiempo. ¿Quiero lo
que puedas darme? ¡Eso es lo que significa!
—La mayoría de la gente muere —advirtió—. Suele tardar unas
cuatro semanas y cuando el cambio se apodera de ellos, tienen que
luchar contra él y dominarlo, o mueren.
—Me arriesgaré. No soporto vivir como lo he hecho. Todo el miedo
y el odio y nunca conseguir nada. En las últimas semanas desde que te
fijaste en mí, mi vida ha sido tan diferente. Mucho mejor. Si puedo tener
eso y ser como tú, y estar contigo...
Hunter suspiró. —No se me dan bien las relaciones.
Tiffany arriesgó una sonrisa. —A mí tampoco. Mírame, acabo de
disparar a lo más lo más parecido a un amigo que tengo. ¿Qué tal si
tratamos de apestar en las relaciones juntos y ver qué pasa?
—¿No tienes miedo de estar mordiendo más de lo que puedes
masticar?
—Dios mío, ¿de verdad acabas de hacer esa broma? —Tiffany
sacudió su cabeza—. Bien. No, no lo hago. Sé que me ayudarás a
superarlo. He visto la clase de hombre que eres debajo de la máscara de
abogado.
Hunter asintió. —Muérdeme.
—¿Qué?
—Muérdeme. Rompe la piel. Prueba mi sangre y mi carne.
—¡Mierda!
—¿Quieres esto? Eso es lo que tienes que hacer.
—¿Pensé que tenías que morderme y no matarme?
Sacudió la cabeza. —Quienes sean esos cazadores de lobos de los
que aprendiste son idiotas.
—¡Ya lo creo! —aceptó ella. Ella tragó mientras el silencio se
extendía entre ellos—. ¿Cómo?
—Cristo —murmuró Hunter antes de lanzarse hacia delante y
agarrarla.
Tiffany gritó mientras él rasgaba su abrigo de invierno con sus
poderosas manos y le arrancó la sudadera del cuello. Él enterró su cara
en el pliegue de su cuello y la mordió, sus dientes se afilaron y
sobresalieron al perforar la suave carne donde el hombro se unía al
cuello.
Aserró la herida y lamió la sangre antes de retirarse, dejándola de
pie, inestable y con el pecho agitado. Se llevó la mano al hombro y luego
la levantó para mirarla. —¿Me has mordido? —susurró. Ella lo miró y
luego bajó de sus ojos, donde algo más se agitaba—. Y te ha gustado.
—Así es —admitió él.
Tiffany se quedó mirando mientras su hombría se alzaba en todo
su esplendor y luego agarró su camisa y terminó de quitársela. Se
desabrochó los pantalones de nieve y los vaqueros y se los quitó de una
patada antes de acercarse a él. —Lo quiero. Muéstrame —susurró antes
de besarlo y saborear su sangre en los labios. Hunter la levantó y la llevó
al sofá. Se sentó con ella en su regazo, pero ella no estuvo satisfecha
hasta que se levantó y se movió para para poder sentarse a horcajadas
sobre él. Lo mantuvo quieto y se hundió, separando su carne y gimiendo
mientras lo introducía en su interior. Cuando no pudo ir más lejos, lo
miró fijamente y luego le presentó sus firmes pechos.
Hunter le mordió los pechos y le pellizcó los pezones, haciéndola
gritar y retorcerse en su regazo. Ella lo montó, subiendo y bajando sobre
su dureza mientras él le acariciaba los pezones torturados. Cuando no
pudo aguantar más, le levantó la cabeza y lo besó, con sus dientes
golpeando sus labios y rozando su lengua.
Se estremeció, abrumada por estar por fin follando con él y que
eso significara tanto. Tuvo que romper el beso y jadeó en su oído mientras
se acercaba a su punto álgido.
—Hazlo —gruñó Hunter—. Si lo quieres, tómalo. Únete a mi
manada. Conviértete en mi compañera.
Tiffany gimió y sintió las primeras olas de placer en su cuerpo. Se
abalanzó sobre él y comenzó a girar sus caderas, aplastando su sexo
empapado contra su pubis mientras él palpitaba dentro de ella. Saboreó
su carne en el mismo lugar donde él la había mordido y lo sintió bajo sus
dientes. Su piel era firme y esponjosa. Casi gomosa, pero sabía a sal y a
hombre. Hunter la agarró por las caderas y la empujó hacia arriba,
hinchándose y explotando y llenándola de un calor que ella no había
imaginado. Su orgasmo la llevó al límite, cegándola con su intensidad y
obligando a sus músculos a contraerse y explotar. Incluyendo su
mandíbula. Cuando pudo volver a concentrarse, probó la sangre. Su
sangre. Más que la mezcla caliente de cobre y sal, sintió algo gomoso en
su boca. Ella chupó su herida y movió el material fibroso alrededor con
su lengua. Hunter respiraba con dificultad a su lado y emitía suaves
gruñidos en su garganta.
Ella lo besó de nuevo y levantó la cabeza, deteniéndose sólo para
sacar el pálido trozo de carne de entre sus labios y lo levantó. Sus ojos se
redondearon mientras lo miraba fijamente.
—Cómetelo —dijo Hunter—. Es mi carne. Te hará más fuerte. Te
hará más fácil ser como yo.
—¿Tú... comes... gente?
—Podemos —dijo—. Hazlo. Pronto cambiarás. Eres fuerte.
Decidida. Ambiciosa. Puedes vencer al lobo y ser como yo.
Ella asintió. —Lo haré. —Ella chupó su carne entre sus labios y
se la tragó. Se lamió los labios y volvió a besarlo.
Cuando el beso terminó, Hunter la miró fijamente. —Una manada
de dos —dijo—. Es un buen comienzo.
Ella soltó una risita. —¿Y tú eres el alfa?
—Claro que sí. Haces lo que yo diga.
—Todo lo que digas —aceptó ella—. Soy tu compañera.
Dawn Michelle es madre de dos hijos. Después de años
de ver a su esposo escribir novela tras novela y no tratar de
escribir el tipo de historias en la que ella estaba interesada,
decidió que era tiempo de ir a por ello e intentarlo.
Si disfrutaste de leer a Dawn y quieres tener la
oportunidad de leer más sobre ella y nuevas publicaciones, no
olvides seguirla en redes.
Puedes conocer más sobre su personalidad en:
dawnmichelle@novelconceptpublishing.com.
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Este documento es una traducción realizada por


Letra por Letra, un grupo dedicado al amor por los
libros y a las bellas historias en ellos. Nuestro trabajo
es totalmente sin fines de lucro y tampoco recibimos 2

una compensación económica por ello. Nuestra única


intención es que los libros y autores que su idioma no
es español, sean conocidos en Latinoamérica.

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SINOPSIS
Bellamy salió de cacería para capturar a Knight, un
peligroso ángel caído. Pero cuando lo encuentra también
encuentra algo que pensó que nunca encontraría: el amor.

3
STAFF
Traducción
Mrs. Grey

Corrección
Mrs. Strauss

Lectura final
Mrs. Darcy

4
Diseño
Mrs. Wrangler
DISTRACCIÓN PELIGROSA

Una novela de los Guardianes, parte 1

Lola St. Vil

5
1
L a carcasa de cristal tiene el tamaño aproximado de una caja de
anillos; contiene una sustancia líquida de color rojo y brilla a la luz.
Se llama Rah. Es un símbolo del corazón de un ángel. Regalarlo a
alguien equivale a pedirle a ese alguien que se case contigo. Y eso es
exactamente lo que Derek me está pidiendo. Quiere que le
pertenezca... para siempre.
Mierda.
Estamos sentados en el restaurante más exquisito y romántico de
París: Restaurante Le Meurice. El restaurante, inspirado en Versalles,
está adornado con lámparas de cristal, mármol y luz de velas. Al otro
6
lado de la ventana, los copos de nieve hacen un elegante ballet
mientras caen al suelo. Las calles arboladas se llenan de luces y
adornos navideños. Los humanos pasan alegremente con sus gruesos
abrigos y bolsas de las compras.
Derek se aclara la garganta amablemente. Eso me saca de mis
pensamientos y me devuelve a nuestra mesa. Miro al Rah, que refleja
mi imagen. Soy hermosa. Antes de que pongas los ojos en blanco,
debo mencionar que soy un ángel y que la mayoría, si no todos, somos
agradables a la vista de los demás.
Tengo el cabello largo y negro que enmarca perfectamente mi
rostro. Mis ojos son grises y brumosos, mis largas pestañas hacen que
sea difícil que pase desapercibida. Y mis pómulos altos, mi cutis
impecable y mis labios carnosos sirven para realzar mi belleza. Sin
embargo, si hay algo que me hace destacar es mi figura. Mis piernas
bien formadas, mis brazos tonificados y mis curvas son lo que más
llama la atención.
Intento no llamar demasiado la atención; llevo el cabello en una
sencilla coleta baja y me maquillé muy poco. Y aunque secretamente
soy una amante de dioses de la moda como Alexander McQueen,
Giambattista Valli y Elie Saab, generalmente no los uso. En cambio,
opto por prendas sofisticadas y clásicas de Giorgio Armani, Tom
Ford y Donna Karan.
Aunque hago todo lo posible por restar importancia a mis
atributos físicos, algo que no me atrevo a hacer es renunciar a los
tacones. Cuando me pongo unos tacones de 15 centímetros de Miu
Miu, Manolo o Louboutin, todo está bien en el mundo.
¿Hasta dónde llega mi amor por los zapatos?
Hay momentos en los que un ángel puede empezar a perder la fe
en la humanidad.
Cuando eso ocurre, Omnis, el creador de todas las cosas, nos
aconseja visitar lugares de la tierra que puedan devolvernos la fe y el
7
asombro en los humanos.
Para ello, algunos ángeles van a lugares donde los humanos rinden
culto, otros ángeles van a museos y otros van a salas de conciertos
para escuchar composiciones bellamente arregladas. Pero para mí, no
hay una expresión más verdadera de la belleza, la creatividad y el
genio de la humanidad que el departamento de calzado de Saks Fifth
Ave.
Lo único que me obsesiona más que mi calzado es mi trabajo. Es
así: en el mundo de los ángeles hay una jerarquía. Y entre los más
poderosos están los ángeles Para. Y dentro de los Para hay un
pequeño grupo de élite llamado los Omari; somos cazadores.
Rastreamos y capturamos a los ángeles que han roto las reglas. Yo
soy la primera y única miembro femenina. Incluso con los tacones
puestos, puedo volar, atacar y luchar contra muchos de mis
compañeros de equipo.
Ser la primer miembro femenina es un honor, pero también es un
verdadero dolor de cabeza. Todos los ojos están puestos en mí. Si no
logro capturar a un delincuente, es como si todas las mujeres Para
fallaran. Sin embargo, si capturo a uno, lo que hago muy a menudo,
es tratado como si fuera pura suerte. Apuesto a que no sabías que los
ángeles podían ser cerdos sexistas, pero así es.
No he estado en el trabajo mucho tiempo, pero he trabajado
incansablemente desde que fui aceptada en el grupo. El
entrenamiento y las batallas diarias son suficientes para hacer que
cualquiera quiera rendirse, pero yo no. Mis padres me inculcaron la
noción de que podía hacer cualquier cosa. Y eso es lo que realmente
creo: puedo hacer cualquier cosa.
Vuelvo a mirar el Rah sobre la mesa.
Bueno, casi cualquier cosa...
—¡Bellamy! —dice Derek.
8
—¿Sí? —respondo, demasiado aturdida para pensar en otra
respuesta.
—Te estoy preguntando si vas a aceptar mi Rah —dice
suavemente.
—Lo sé —digo sinceramente.
—Entonces... ¿cuál es tu respuesta? ¿Aceptarás mi Rah y me darás
el tuyo a cambio? O, como dicen los humanos, ¿quieres casarte
conmigo? —pregunta.
Derek también es un Para, pero no forma parte de los Omari. Tiene
el cabello castaño, una sonrisa perfecta y ojos cálidos. Hace más de
un año que salimos. Es amable, sincero y divertido.
Entonces di que sí a su propuesta, tonta.
—Bellamy, ¿eres feliz estando conmigo? —me pregunta.
—Sí, por supuesto que soy feliz.
—¿Pero no tan feliz como para aceptar mi Rah?
—No he rechazado tu oferta. —Le recuerdo.
—¿Así que tu respuesta es un sí? —presiona.
—No —respondo.
—Oh —dice, con tristeza.
—No, quiero decir, esa no es mi respuesta —respondo, perdiendo
la paciencia conmigo misma.
—Bellamy, te amo. ¿Sientes lo mismo por mí? —pregunta.
—Sí, sabes que sí.
—Entonces cásate conmigo.
—No es que no quiera, es que el momento es malo. Acabo de
empezar a ser Omari.
—¿Y eso qué tiene que ver? 9
—Tengo demasiadas cosas ahora Derek, tenemos que darle algo
de tiempo.
—Esto es una locura. Nos amamos y deberíamos hacerlo oficial.
—De nuevo, no estoy diciendo que no. Estoy diciendo que
esperemos hasta que las cosas se calmen.
—¿Sabes que es gracioso? Que siento que esperar es todo lo que
he estado haciendo. Espero que me devuelvas las llamadas, espero
que me devuelvas los mensajes, y últimamente espero recibir
mensajes tuyos diciendo que una vez más vas a cancelar los planes
de la cena.
—Bueno, no es que vayas a pasar hambre —bromeo,
recordándole que los ángeles no necesitamos comer.
—Bellamy, necesito que seas seria. Últimamente lo único que te
ha preocupado es ser Omari y encontrar a ese fugitivo psicópata,
Knight.
—Knight mató a su novia a sangre fría. Vio como una mezcla que
le dio succionó el alma de su cuerpo. Es un ángel peligroso, y sí, haré
lo que sea necesario para asegurarme de que pague por lo que hizo.
—¿Hacer lo que sea necesario, aunque signifique ponernos en
riesgo? —pregunta.
—No.
—¿Entonces por qué sigues haciéndolo?
—Tú y yo estamos bien —respondo mientras tomo su mano.
—¿De verdad? —me reta.
—Sí.
—¿Cuál es el lugar de encuentro favorito de Knight? 10

—Vamos, Derek, estás actuando como un niño —lo regaño.


—Compláceme. ¿Cuál es el lugar favorito de Knight?
—Un bar de ángeles y demonios llamado Flesh & Fools
—respondo de mala gana.
—¿Dónde fue visto por última vez?
—Derek —le advierto.
—¿Dónde fue visto Knight por última vez? —Vuelve a insistir.
—En Estados Unidos, a las afueras de Wyoming.
—¿Y qué tipo de Coy le gusta beber a Knight? —pregunta.
El Coy es una bebida alcohólica para los ángeles. Hay diferentes
sabores como Euforia, Dicha y Serenidad. Pero también hay bebidas
con sabor a demonio llamadas Coy Dark, con sabores como Ira,
Arrepentimiento y Odio.
—Knigth bebe Coy Dark.
—¿Qué sabor? —añade.
—Venganza.
—Bellamy, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una
conversación sin decir el nombre Knight? —acusa.
—Eso no significa nada; rastrearlo es parte de mi trabajo —le
explico.
—¿Cuál es la canción que te dije que no me he podido quitar de
la cabeza todo el día?
—Um...
—¿Cuándo es mi cumpleaños?
—¿Qué? Yo sé tu cumpleaños. Es el veinte de diciembre... oh,
mierda, lo siento tanto... lo siento —respondo, tapándome la boca.
11
¿Cómo he podido olvidar el cumpleaños de Derek? ¿Qué clase de
novia hace eso?
—Me equivoqué, lo siento. Las cosas son una locura en el trabajo.
Tenemos que encontrar a Knight —le digo.
—Quieres decir que tienes que encontrarlo.
—¿Qué estás diciendo?
—Atrapar a este tipo es más que una misión para ti. Es como una
venganza o algo así —señala.
—Elizabeth amaba a Knight y él la traicionó. Pagará por ello
—le juro.
—Ni siquiera la conociste. Estás sacando lo que le pasó a tu
hermana en esta misión.
—Esto no tiene nada que ver con mi hermana. Todo lo que quiero
es que Knight pague por su crimen —digo.
—Puede ser, pero ahora mismo, los que pagamos somos nosotros:
tú y yo.
—Derek, esta misión es importante para mí. Quiero que me
apoyes.
—Te apoyo al cien por ciento. Pero no sé cuánto tiempo más
puedo hacer esto… no quiero estar solo en esta relación.
—Sé que las cosas han sido difíciles últimamente, pero junto a
Malakaro, la fuente de todo los males, Knight es el fugitivo más
buscado. Atraparlo sería un gran negocio para mí. Necesito que seas
más paciente —le recuerdo.
—Y yo necesito que estés en mi vida. Pero no lo estás. Estás
teniendo una aventura con tu trabajo y estoy harto de que me dejen
de lado.
—He trabajado duro para entrar en el Omari. Sabes lo difícil que
es para mí ser la única mujer en el equipo. 12
—No hagas eso. No me trates como si fuera un idiota insolidario.
Te he apoyado y lo seguiré haciendo porque te creo. Pero te estás
alejando de mí... de nosotros. Y cuanto más te alejas, más cerca estás
de Knight. Siento que estoy compitiendo con un asesino por tu
atención. No me merezco eso.
Odio discutir con los chicos sólo para descubrir que tienen razón.
—No, no te mereces que te hagan a un lado —respondo mientras
le agarro la mano.
—Entonces dime que tú y yo vamos bien y que Knight no se
interpondrá entre nosotros —dice Derek.
—Knight será atrapado. Los Omari se encargarán de eso. Sin
embargo, justo aquí y ahora, tú eres mi objetivo. Tengo un trabajo
para ti —ronroneo.
—¿Y cuál es? —pregunta con una sonrisa tortuosa.
Señalo discretamente hacia mis pechos. A Derek le encanta lo
llenos y flexibles que son. Siempre se burla de mí porque mis pezones
tienden a ir hacia dentro y no se despiertan sin que su lengua los
estimule. Me inclino hacia él, le pongo mi mano en su muslo y le
susurro al oído.
—¿Puedes ayudar a las “chicas” a salir a jugar?
—Con mucho gusto —responde.
Me roza ligeramente el muslo mientras me mordisquea la base del
cuello. Cierro los ojos y dejo caer la cabeza hacia atrás. Quedan muy
pocos humanos en el restaurante, pero Derek sugiere que vayamos a
un lugar más privado.
¿Por qué quiere romper el ambiente? Casi no hay nadie aquí.
Suspiro, pero pongo una sonrisa. El hecho es que Derek nunca fue
del tipo aventurero. Pero por una vez me gustaría que me llevara sin
pedir mi consentimiento. Quiero que rompa los botones de mi blusa 13
con sus dientes, que rompa la suave tela por la mitad, y que me quite
el sujetador deslizando su lengua entre el encaje de mi sujetador y mi
carne.
Quiero que deje de recorrer el camino que normalmente recorre
para conseguir que yo tenga un Arc: orgasmo de ángel. Quiero que
sea espontáneo, temerario y que tenga hambre de mí. Me moriría por
tenerlo lamiendo lugares que sólo ha rozado antes, chupando partes
del cuerpo que sólo ha besado antes, y pasar horas visitando partes
que normalmente se detiene y dice un rápido "hola".
—No quiero ir a casa, te quiero ahora. Ahora mismo —le digo
mientras me pongo de pie.
—¿Quieres decir aquí mismo? —pregunta con incertidumbre.
—Hay un guardarropa en la parte delantera y un baño de señoras
más grande que la mayoría de casas, en la parte de atrás. Tú elige —
lo animo.
—Eres muy tonta, Bell. En serio, agarremos nuestros abrigos y
volvamos al hotel —dice mientras llama a un camarero y le pide la
cuenta.
Decepcionada, sonrío ligeramente y sigo su plan.
No puedo discutir con él. En primer lugar, olvidé su cumpleaños,
en segundo lugar, dejé de lado el tema del matrimonio, al menos por
ahora. Y tercero, he cancelado más veces de las que cualquier ser
debería perdonar. Suspiro y me resigno a otra noche de sexo
"aceptable".
Una vez fuera del restaurante, me agarra de la mano y empezamos
a caminar por las calles de París. Lo quiero, aunque a veces desearía
que hubiera partes de él que pudiera cambiar. Estoy segura de que
hay muchas cosas que le gustaría cambiar de mí. De todos modos, el
sexo no es tan importante. Lo que importa es el amor, el compromiso
y el apoyo.
14
Y los vibradores. Los vibradores también importan.
Los vibradores de Ángel se llaman Kandy. Y créeme, soy una
mujer golosa. Puede ser tan frustrante a veces porque no quiero herir
a Derek pero necesito que sea más dominante. Necesito que llegue a
las alturas que sólo he alcanzado sola.
He probado la lencería, los juguetes sexuales y los juegos de rol,
pero nada funciona.
¿Siempre va a ser así? ¿Siempre voy a querer más pasión de la
que él puede dar?
Intenté avivar su fuego, pero hasta ahora no he tenido suerte.
¿Debería bajar mis expectativas y aceptar que Derek es quien es?
Podría conseguir otro chico, pero de nuevo, amo a Derek. Él es el
primero en elogiarme por hacer un buen trabajo y la última persona
en juzgarme cuando lo estropeo. Es inteligente, siempre me hace reír
y no se siente amenazado por mí. Sabe escuchar y es desinteresado.
¿Renunciarías a todo eso por un buen orgasmo?
Espera, no respondas a eso.
Al igual que los humanos, fingir un orgasmo para un ángel es un
trabajo duro. Se llama bombeo. Cuando llegamos al orgasmo, aparece
una esfera recubierta de plasma a nuestro lado; cuanto más grande es
el orgasmo, más grande es la esfera.
Si no lo fingiera, la esfera nunca aparecería.
Para fingirlo, tienes que concentrarte realmente y pensar en algo
que te haga delirar de felicidad. Eso engaña al alma de un ángel para
que piense que ha alcanzado los niveles más altos de felicidad. Si la
pareja está realmente interesada el uno al otro, intercambiarán
temporalmente un rasgo físico.
Suspiro. 15

Eso sería genial: sexo alucinante e intercambio de poder.


Mi móvil vibra mientras caminamos por las pintorescas calles
empedradas. Atiendo, hablo unos instantes y cuelgo. Derek me mira,
sacudiendo la cabeza.
—No me digas que tienes que irte —dice.
—Lo siento. Han visto a Knight.
—¿Dónde? —pregunta.
—En una cabaña abandonada en lo profundo de las montañas.
—Así que lo cancelas, otra vez —dice.
—Te lo compensaré, lo prometo.
Me suelta la mano y sigue caminando.
—No puedes estar haciendo un berrinche en serio porque tengo
que ir a trabajar —grito, enfadándome.
—¿Crees que realmente soy tan mezquino? —dice, girandose
hacia mí.
—Bueno, si no es eso, entonces ¿por qué estás enfadado?
—No estoy enfadado; estoy cansado.
—¿Cansado de qué?
—Bellamy, la única vez que sonreíste esta noche, la única vez que
tus ojos realmente salieron a la luz fue cuando se mencionó a Knight.
No tenías esa sonrisa cuando te propuse... a lo que todavía no he
obtenido respuesta. Ni siquiera sonreíste así cuando dije que
volviéramos al hotel.
—Estoy feliz de que al fin tengamos una pista, ¿eso está mal? —
pregunto.
16
—Lo que está mal es que la emoción que debería estar reservada
para nosotros ha sido gastada en él. Sólo te gusta oír hablar de un
ángel y no soy yo —dice mientras empieza a marcharse enfadado.
—No quiero que nuestra cita termine así... —le respondo
suavemente.
Se gira hacia mí una vez más y habla con una ligera angustia en
su voz.
—Bell, si seguimos así, la cita no será lo único que se acabará...

No mucho después, vuelo al cielo, mis alas se deslizan con gracia


en el aire.
Pronto, me encuentro en las cordilleras nevadas de Wyoming. Los
otros miembros Omari están en camino. Me dijeron que los esperara,
pero yo pensé en inspeccionar la zona mientras tanto. Si Knight
realmente se está escondiendo aquí, quiero estar entre los primeros
en encontrarlo.
Mientras subo por el camino de la montaña helada y rocosa, la
cara de Derek pasa por delante de mí. Nunca lo había visto tan
alterado. Hacerle daño a un tipo como Derek es como atropellar a un
cachorro. No hay razón para ello. Sin embargo, siento como si
siguiera haciéndolo más y más.
¿Tenía razón sobre mi sonrisa? ¿Sólo me ponía feliz cuando se
mencionaba a Knight?
Cree que estoy obsesionada con un asesino. Pero en realidad,
estoy obsesionada con mi trabajo. Sería así de intensa sin importar a
quién estuviera persiguiendo.
17
¿De verdad, Bell?
De acuerdo, tal vez a veces, cuando leo sobre Knight y cómo él
una vez más evadió la captura, siento una pequeña... punzada. No es
nada importante. Principalmente me enfurece que Knight siga en
libertad. Pero sí, una pequeña parte de mí admira sus habilidades de
combate y sus maniobras de vuelo. Pero eso no significa que esté
obsesionada.
¿Qué hay de la semana pasada?
¡Maldita sea! Deseo que Omnis pueda apagar mi mente a veces
pero no puedo. Y antes de que preguntes, la semana pasada tuve una
especie de sueño. Los ángeles no sueñan todas las noches como los
humanos. De hecho, es raro que soñemos. Pero algunas veces cuando
algo se nos queda grabado en el cerebro...
De acuerdo, he soñado con Knight, ¿y qué? Eso es por querer ser
buena en mi trabajo. Significa que tengo trabajo en mi mente.
Lo que tú y Knight estaban haciendo en tus sueños no tenía nada
que ver con el Omari, Bellamy Ann Parker, y lo sabes.
Bien, entonces mi sueño no estaba relacionado con el trabajo.
¿Qué clase de ángel sueña con un fugitivo? Y qué sueño fue. Fue tan
vívido y se sintió tan real; no puedo evitar verlo como si estuviera
sucediendo ahora mismo...
Comienza en una sala con altos techos abovedados, suelos de
madera oscura y una gran ventana que da a la calle de París. Frente a
mí hay unas puertas francesas dobles con suaves cortinas blancas.
Estoy sentada en el borde del asiento de la ventana, con un vestido
blanco transparente que apenas me cubre los muslos.
Desbloqueo la cerradura de la ventana y la abro ligeramente. Eso
hace que el viento entre en la habitación y revele un inminente
peligro. Knigh, está de pie detrás de las cortinas, todo el tiempo,
observándome. Sus enormes y poderosas alas parecen abarcar toda la
longitud de la habitación. Mide un imponente metro ochenta. Lleva 18
solamente un par de pantalones. Sigo las líneas de sus bien definidos
pectorales, todo el camino hasta sus abdominales y su torso en forma
de V. Sus brazos musculosos y sus muslos duros como rocas
advierten de su increíble fuerza. Sus grandes manos están
parcialmente ocultas en los bolsillos de sus jeans y llaman la atención
sobre la gran dureza masculina entre sus piernas.
Quiero ir a detenerlo y llevarlo a mi equipo, pero no puedo
moverme. No puedo moverme porque además de su estatura
imponente, más grande que la vida, sus brillantes ojos azul eléctrico
me prohíben moverme. De alguna manera, este criminal es capaz de
controlarme desde el otro lado de la habitación.
Trago saliva mientras camina lentamente hacia mí. Lo miro. Sus
ojos me recuerdan a las llamas azules. Una vez que nuestros ojos se
encuentran, es imposible apartarse. Knight me habla sin decir una
palabra. Y no te equivoques, no está dando sugerencias; está dando
órdenes.
Me dice sin palabras que me apoye en la pared. Nunca se me
ocurre objetar. Mi cuerpo ya no es mío. Knight ha tomado mis
pensamientos, mi mente y mi cuerpo como rehenes. El fugitivo es mi
dueño, con alas y todo.
Hago lo que me dice y me apoyo en la pared. Sus ojos estudian
cada centímetro de mi cuerpo, desde los dedos de mis pies pulidos
con uñas rojas hasta la curva de mis pechos.
Siento más calor por su mirada ardiente que por la lengua de
cualquier hombre.
Cuando me mira los pezones a través de la tela blanca y
transparente de mi vestido, separa ligeramente sus labios como si
estuviera sediento. Mis pezones se endurecen con anticipación. Se
acerca y me pasa el pulgar por los labios. Su contacto hace que las
19
sensaciones eléctricas recorran todo mi cuerpo. Él sigue recorriendo
mis labios con su pulgar. Incapaz de resistir el deseo que me recorre,
tomo su dedo en la boca.
Saboreo un dedo a la vez, lentamente. Para cuando llego a su dedo
medio, me siento en parte mareada por el éxtasis y el deseo. Mis alas
se agitan salvajemente contra el aire mientras abro las piernas,
desesperada por obtener más de él.
Roza la punta de mi pezón endurecido con su dedo índice mientras
desciende por mi cuerpo. Desliza mis bragas blancas de encaje y satín
de entre mis piernas; lentamente. Lo deseo tanto que me duele.
Finalmente, él desliza mis bragas más allá de los dedos de mis pies y
cae al suelo.
Knight se arrodilla ante mí y roza ligeramente las paredes de mis
muslos con sus labios. Cada vez que entra en contacto con mi piel,
una oleada de placer me invade.
Luego se sumerge más profundamente entre mis piernas y lame
los pliegues de mi entrada en forma circular. Jadeo y dejo caer la
cabeza hacia atrás.
Por el rabillo del ojo, veo a una anciana que nos mira desde su
ventana del otro lado de la calle. De hecho, hay unas cuantas ventanas
abiertas frente a nosotros, con humanos entrometidos. No me
importa. No puedo decirle a Knight que se detenga. Él hace lo que
quiera, aunque pudiera hacer que parara, no querría hacerlo. Me
moriría si se detuviera. Me moriría.
Sin previo aviso, me tira bruscamente hacia él. Ahora está entre
mis muslos y tiene pleno acceso a mi húmedo clítoris. Su magistral
lengua busca la punta hinchada de mi centro. Sus movimientos son
hábiles, precisos y minuciosos. Encuentra lo que busca y lo golpea
ligeramente. Grito mientras el éxtasis sacude todo mi cuerpo. Golpeo
la palma de mi mano contra la ventana mientras él golpea mi centro.
Otra vez. 20

Otra vez.
Otra vez.
—Knight; piedad, por favor —le ruego.
Mi súplica sólo lo estimula más. Chupa mi clítoris hinchado tan
profundamente que las sacudidas de placer surgen entre mis piernas
y se extienden por todo mi cuerpo, provocando que me sacuda
incontroladamente. Me provoca disminuyendo la velocidad, para
luego acelerar de nuevo. Me lame ligeramente durante unos instantes,
pero luego me penetra con fuerza con su lengua una vez más.
Se siente tan bien dentro de mí que empiezo a jurar en un idioma
que aún no se ha inventado.
—¡Estás jodidamente loca, bájate! —grita alguien, sacándome de
mi fantasía.
Me doy la vuelta justo a tiempo para ver cómo un demonio me
lanza su bola de fuego.
No hay tiempo para reaccionar. El ser que me gritó salta en el aire
y me tira al suelo. La bola de fuego pasa zumbando por mi cabeza y
aterriza a unos metros de distancia.
Sabiendo que no hay tiempo para levantarse, permanezco en el
suelo, abro la palma de la mano y una bola brota de mi mano
dirigiéndose directamente al demonio. El demonio recibe un golpe en
el hombro. Pero eso no le impide seguir viniendo por mí. Le lanzo
una serie de bolas y cae al suelo solo para que otras dos docenas de
demonios emerjan de la zona boscosa.
—Tú encárgate de los que están al aire libre. Yo iré tras los que
están en los árboles —dice el ser.
Mientras las bolas de fuego se arremolinan a nuestro alrededor,
me levanto del suelo y miro al ser que está dando órdenes
21
groseramente.
—¡Knight!
—Sí, ¿nos conocemos? —pregunta mientras apunta a los
demonios de alrededor.
—Soy parte de los Omari. Estoy aquí para llevarte —grito,
todavía sorprendida de que el Para ángel que está ante mí sea real.
—Gran frase para ligar, cariño, pero ahora no es el momento de
insinuaciones —dice.
—¿Qué? Yo no...
—¡Cúbreme! —grita mientras se adentra en el bosque.
Hay demasiadas bolas de fuego zumbando por encima; no tengo
tiempo para discutir con el fugitivo. Me lanzo al aire y lanzo bolas de
fuego a los demonios decididos a destruirme.
Consigo acabar con tres de ellos sin esfuerzo. Pero el cuarto, es
más hábil que los otros. Se adentra en el bosque y se esconde en la
espesura de los árboles. Nosotros estamos entrenados para maniobrar
y rastrear en muchos escenarios diferentes, incluyendo el bosque. El
demonio también puede estar a la intemperie.
—No te muevas —ordeno mientras me acerco sigilosamente por
detrás de él con una bola de fuego totalmente cargada y lista para salir
en la palma de mi mano.
—Perra —dice.
—¿Qué es eso? No te oigo por el ruido de la carne quemada —le
respondo, mientras le lanzo la bola de fuego. 22
Grita mientras todo su cuerpo explota en un estallido de luz.
Justo entonces Knight sale de detrás de uno de los árboles con una
enorme bola de fuego apuntando hacia mí. El fugitivo va a matarme.
No sé por qué me sorprende esto... después de todo es un criminal.
Sin embargo, por alguna razón me siento traicionada por el acto. Es
como si tuviéramos algún tipo de acuerdo y ahora se retractara de
nuestro trato.
Bellamy, no tenías ningún trato, idiota; ¡muévete!
Me tiro al suelo, pero Knight no reajusta su puntería. En su lugar
envía la bola de fuego donde siempre quiso enviarla, al demonio que
está detrás de mí. El demonio muere al instante.
—Lo ví parado allí, ya lo tenía —miento.
—Claro, princesa, lo que tú digas —dice, negando con la cabeza.
—Perdonen que los interrumpa amantes, pero tengo que matarlos
ahora —dice el demonio, mientras nos ataca desde arriba.
Antes de que Knight y yo podamos montar un contraataque, al
demonio se le unen seis más de sus amigos. De momento no estamos
en condiciones de atacar.
En este momento se trata realmente de no dejarse matar.
Knight y yo salimos corriendo hacia el bosque con los demonios
en nuestro camino. Envían bolas de fuego que caen a escasos
centímetros de nosotros.
—Tenemos que conseguir refuerzos; ¿dónde están los otros
Omari? —me pregunto en voz alta.
—Hay una estación de esquí en la base de esta montaña llena de
humanos. Ya sabes lo que eso significa —responde Knight.
—No vendrán a rescatarnos hasta que todos los humanos estén a
salvo —respondo. 23

—Así es, parece que somos todo lo que tenemos —dice Knight
mientras explora la zona.
—No te preocupes. No hay que tener miedo. No dejaré que te
lleven —le aseguro.
—¿Qué? ¿Crees que puedes proteger...?
Lo derribo al suelo. Los dos salimos volando hacia atrás y
chocamos contra un árbol.
—Si querías acercarte a mí sólo tenías que pedírmelo, princesa
—dice, mirándome sugestivamente.
—Había un demonio... lo que sea. Vamos —le digo.
—Tengo una cabaña no muy lejos de aquí, sígueme.
Se pone en marcha y yo voy justo detrás de él.
Puedo ver la cabaña justo delante de nosotros, pero antes de que
podamos llegar a ella, los demonios organizan un ataque concentrado
y la hacen explotar. La erupción nos hace volar por los aires una vez
más hasta el suelo. Sólo que esta vez Knight no se levanta. Lo agito,
pero no se despierta. Lo llamo por su nombre, pero no obtengo
respuesta. Los demonios, viendo que Knight y yo estamos débiles,
descienden sobre nosotros.
Miro a mi alrededor en busca de una escapatoria y lo único que
hay cerca de nosotros es un pequeño cobertizo a unos metros de
distancia. Pensando rápidamente, invoco una enorme ola de fuego en
la palma de ambas manos. Sabiendo que no es suficiente para acabar
con todos los demonios, lanzo la bola hacia la cabaña en llamas.
Luego coloco rápidamente a Knight y a mí en un Holder... una prisión
en forma de burbuja.
Mi plan funciona; el poder de mi ataque cuando se combina con
las llamas provoca una mini explosión nuclear. El Holder nos protege
24
a Knight y a mí, pero los demonios del cielo caen al suelo sin vida.
Knight comienza a despertar lentamente y me mira.
—¿Acabas de salvarme? —pregunta.
—Puedes apostar tu dulce trasero, princesa —le respondo.

Knight y yo nos dirigimos hacia el cobertizo. Él puede caminar


por sí mismo, pero se mueve un poco lento. Me lleva algo de tiempo,
pero finalmente soy capaz de entrar en el cobertizo. Miro a mi
alrededor y hay muy poco con lo que podemos trabajar en términos
de refugio. El cobertizo tiene montones de madera, herramientas
humanas y algunos equipos de campamento. Coloco un cierre en el
cobertizo para que nadie pueda entrar o salir.
Fuera del cobertizo oímos que los demonios intentan entrar.
—Tenemos que quedarnos aquí hasta que los Omari vengan por
nosotros —le digo.
—Estás herida —dice, preocupado, mientras se incorpora
lentamente.
Miro hacia abajo y descubro que estoy sangrando por el costado.
—No me había dado cuenta —respondo mientras inspecciono el
profundo corte en mi lado derecho.
Knight mira a su alrededor y encuentra una mochila en un rincón,
cerca del equipo de campamento. La abre y encuentra algunas piezas
de ropa. Las rompe en pedazos y saca un frasco de su bolsillo.
—Esta mezcla debería curarte. Sólo tengo que poner un poco en
la herida —dice.
Me echo hacia atrás. Sonríe ante mi reacción.
25
—Después de todo lo que hemos pasado, me duele que no confíes
en mí —dice, fingiendo estar herido.
—Debería hacer que te refrenen —le respondo.
—Bien, pero primero necesito saber tu nombre —dice mientras se
acerca e inspecciona mi herida.
—¿Por qué necesitas saber mi nombre? —pregunto con
brusquedad.
—Siempre obtengo el nombre de una mujer antes de que me
refrene. De lo contrario, es impersonal —bromea.
—Confía en mí, no hay nada personal en esta situación —lo
corrijo.
—Depende de ti, pero me parece justo porque supongo que sabes
mucho sobre mí —dice.
—Sé de ti porque es parte de mi trabajo. Ahora entrégame la
mezcla.
—No podrás aplicarla tú misma. Al menos no la primera
aplicación —dice.
—Al diablo que no puedo, entrégamelo —exijo.
—Es Tirol —dice.
—¡Maldita sea! —le respondo.
Tirol es una mezcla que es mejor que cualquier otra cuando se
trata de curar una herida. Pero también es la más dolorosa. Los
ángeles se retuercen y gritan durante la primera aplicación.
—Bien —respondo de mala gana.
Se arrodilla en el suelo a mi lado y saca el frasco, pero se detiene
justo antes de abrirlo. Lo miro y sé exactamente lo que quiere.
—Bien, me llamo Bellamy —replico. 26

—¿Bellamy qué?
—Parker —respondo.
—Ya está, ¿fue tan malo?
—Sólo pon la maldita mezcla —le ordeno.
Él sonríe y me dice que me prepare. Lo hago, pero una vez que la
mezcla de color azul hace contacto con mi piel, jadeo con un dolor
horrible.
—Ya casi he terminado —dice.
—Date prisa —exijo.
—Si lo aplico demasiado rápido, no funcionará. Ya lo sabes. Sé
valiente niña —se burla.
—Llámame niña una vez más y te abriré la puta cabeza.
—No sé qué se ha arrastrado por tus alas y ha muerto, princesa,
pero yo te he salvado la vida. Habrías sido impotente sin mí en el
bosque.
—Que te den —respondo, enfadándome.
—Juro por el Omnis que las mujeres no tienen nada que hacer en
el campo de batalla. ¿No hay otra cosa que puedas hacer? ¿Algo en
lo que seas mejor? Estoy pensando en la jardinería o en dar clases de
vuelo a los ángeles bebés —dice.
—¡Te he salvado la maldita vida! Puedo hacer cualquier cosa que
ustedes, idiota, puedan hacer, y si vuelves a faltarme al respeto así,
juro por el Omnis que...
—¡Hecho! —dice.
Miro a mi lado y la mezcla azul se ha aplicado y aunque sentí
dolor, no fue insoportable. Me hizo enojar a propósito para que
tuviera algo más en que concentrarme. 27
—No tenías que ser un idiota para distraerme del dolor —le digo.
—Algo me dice que hablar de flores y películas de chicas no
habría mantenido tu atención —replica.
—Bien, da igual. Me volveré a aplicar otra dosis del Tirol más
tarde... yo misma —le informo.
—¿Eso es un “gracias”? —me pregunta.
—Ni siquiera un poco.
Sonríe, sacude la cabeza y vuelve a sentarse a mi lado.
—Te he visto antes. Tú y los demás me perseguían en la India —
dice.
—Casi te agarramos —respondo.
—O eso quieres creer.
—Si hubiéramos llegado sólo tres minutos antes...
—Entonces tú y yo no estaríamos compartiendo este precioso
momento —bromea.
—En cuanto los humanos estén a salvo nos iremos de aquí y te
llevaré.
—Tú fuiste la última —dice.
—¿Qué?
—En la India, tú fuiste la última Omari que salió del mercado
donde yo estaba escondido. Todos se fueron, pero tú te quedaste. ¿Por
qué? —pregunta.
—Soy buena en mi trabajo —le informo.
—También fuiste la última en despegar en Groenlandia y Costa
Rica.
—De nuevo, buena en mi trabajo. ¿Cómo sabes que fui la última 28
si ya te habías ido? —le pregunto.
—Tuve que esperar que se despejara el camino. Había humanos
por todas partes. Fue entonces cuando me di cuenta de que aún me
buscaban. Te encontré... interesante.
—¿De verdad? ¿Por qué? —pregunto.
—Me buscaste como si nos hubiéramos conocido antes. Como si
estuvieras buscando a alguien que conocieras personalmente. Así que
cuando los Omari estaban cerca, yo escapaba pero me quedaba para
ver si mi “amiga” seguía tras mi pista.
—Siempre estuve tras tu pista, y créeme, no somos amigos —lo
corrijo.
—Dedicas más tiempo a buscarme a mí que cualquier otra persona
de tu equipo. ¿Qué opina él de eso?
—¿Quién es “él”? —pregunto.
—Tu hombre. Sé que tienes uno —acusa.
—¿Por qué estás tan seguro de eso?
—Es imposible que un pedazo de rabo caliente como tú no se esté
follando a algún pobre ángel —dice con seguridad.
—No le estoy haciendo nada. Él está bien. Estamos bien. Nuestra
relación está bien. Está mejor que bien. Él me ama. Yo lo amo.
—Joder, pobre chico —replica.
—Derek es feliz con las cosas como son.
—¿Cómo es él? —pregunta Knight.
—Es fiable, amable y digno de confianza.
—Suena como un Golden retriever —dice.
—¿Estás llamando perro a mi novio?
—No, creo que tú lo has hecho. 29
—Resulta que Derek es el amor de mi vida —respondo.
—Es tan genial que vas por el mundo persiguiéndolo. Oh, espera,
eso es lo que haces por mí —bromea.
—No te hagas ilusiones, Knight. Tú eres un trabajo para mí. Derek
es el único con el que vuelvo a casa por la noche. A él le doy... todo.
—Sí, y estoy seguro de que recibes todo eso de vuelta, ¿verdad?
—¿Qué significa eso?
—No importa. Tú y el señor perfecto suenan muy bien juntos —
responde.
—Lo estamos. Me pidió que me casara con él.
¿Por qué le cuento todo esto?
—¿Dijiste que sí? ¿Le diste tu Rah? —pregunta Knight, sonando
extrañamente alarmado.
—No, todavía no. Pero seguro que lo haré —respondo.
Me muestra una sonrisa arrogante.
Lo odio. En serio.
—¿Por qué demonios sonríes así? —le digo.
—Me parece que cuando quieres algo vas por ello sin importar lo
que sea. Pero en este caso...
—Tienes razón, Knight. No quiero casarme con Derek. No quiero
a ningún hombre más que a ti —me burlo, poniendo los ojos en
blanco.
—A veces la mierda que dices en broma...
—¡Basta, Knight, déjalo ya! Derek es un gran hombre.
—Oye, ¿dónde está el altar de Derek más cercano? Hace mucho
tiempo que no lo adoro —dice Knight.
30
—No es perfecto, pero al menos sé que no me envenenará.
Knight me mira con ojos fríos y muertos. Mis palabras lo han
enfurecido. Siento la necesidad de decir que lo siento, pero lo reprimo
porque Knight es un asesino; no recibe disculpas. La herida empieza
a dolerme de nuevo, así que extiendo la mano para agarrar la mezcla.
—¿Quieres bajarte? —me pregunta.
—¿Qué? ¿Cómo te atreves? Estoy ocupada. Tengo un novio y
nunca me acostaría con...
—No princesa, quería decir si quieres bajarte de mí —corrige.
Es entonces cuando me doy cuenta de que al inclinarme hacia
delante para alcanzar la mezcla, estoy prácticamente tumbada encima
de él. Nuestras caras están muy juntas; mis pechos están a centímetros
de sus labios, los músculos de sus abdominales sostienen firmemente
la parte superior de mi cuerpo. Mientras tanto, la parte inferior de mi
cuerpo se ha acomodado entre sus muslos. Me separo de él, me aclaro
la garganta y me arreglo la ropa.
—Y no te preocupes por mí, princesa, yo nunca te follaría —dice
con crudeza.
—Me alegro de oírlo —respondo.
Sé que no debería preguntar lo que estoy a punto de preguntar,
pero no me importa. Necesito saber. Y si morimos aquí, no quiero
hacerlo con una pregunta en mis labios. Aún así, no quiero que sepa
que quiero desesperadamente una respuesta, así que cuando hablo,
ordeno que mi voz sea tranquila y calmada.
—¿Por qué? —pregunto.
—¿Por qué, qué? —dice.
—Por qué nunca... me follarías —respondo.
—Sería demasiado cruel.
31
—No lo entiendo —confieso.
—Tu novio suena como muchos ángeles que conozco. Siempre
siguiendo las reglas, manteniéndose dentro de las pautas del
“comportamiento apropiado de los ángeles”. Apuesto a que cuando
follan, ni siquiera arruga las sábanas. Entonces llego yo queriendo
hacerte cosas que tu cuerpo ni siquiera puede comprender. Dudo que
sobrevivas.
—Vaya, has llevado la arrogancia a un nuevo nivel.
—Yo no presumo, es una tontería. La verdad es que apesto en un
montón de mierda, pero soy bueno follando, siempre lo he sido. Eso
no me hace un mejor ángel. No me hace un tipo bueno o malo.
Simplemente es.
—¿Así que crees que no podría manejarte? —pregunto.
—Creo que si quieres a tu novio deberías dejar de mirarme la
polla.
Me burlo y me alejo de él, fingiendo estar ofendida. La verdad es
que estoy más avergonzada que ofendida. Y aún más que mi
sensación de vergüenza es mi sensación de decepción. No quiero
apartar la mirada de ninguna parte de él; especialmente de esa parte.
—Vaya, ¿fuiste así de encantador con tu novia? —respondo.
No necesito ver su cara para saber que he tocado una fibra
sensible. Por un lado, no tiene una respuesta rápida y preparada. Y
por el rabillo del ojo, lo veo bajar ligeramente la cabeza. Me arriesgo
y lo miro.
Tenía razón. Cuando levanta la vista, hay tristeza en sus ojos y
más pesar de lo que un ángel debería albergar solo.
—Ella significaba mucho para ti, me doy cuenta.
—No vamos a hablar de esto —dice con severidad. 32

—Si Elizabeth significaba tanto para ti, ¿por qué la mataste?


—¿QUÉ DIJE? —Se enfurece.
—Bien, pero para que lo sepas, lamentar que se haya ido no te
hace menos asesino —señalo.
—Ustedes, bastardos Omari, siempre creen que lo saben todo. Yo
no maté a Lizzie. Yo nunca...
—¿Qué pasó?
—Estaba en un bar esperándola, una chica se me acercó y se
cabreó cuando la rechacé. Le dijo a su novio que me acerqué a ella
para que pudiera vernos pelear como malditos perros. Semanas
después, me lo encontré en otro bar, y pensó en vengarse de mí
poniendo una mezcla en mi bebida. Pero no era mi bebida, era la de
Lizzie.
—¿Así que alguien más mató a tu novia?
—Sí.
—Deberíamos ir tras él entonces, si estás diciendo la verdad
—respondo.
—Hubo una audiencia y ustedes, bastardos de Para, decidieron
que el ángel sólo quería hacerme daño, no matarme. Así que se libró.
—¿Por qué la bebida la mató? —pregunto.
—Ella era mucho más pequeña que yo. Lo que sólo me habría
dañado a mí, terminó destruyéndola a ella. Hizo efecto rápidamente.
Murió en cuestión de minutos —dice distante.
—¿Entonces eres inocente? —pregunto.
—Ya no.
—¿Qué significa eso?
33
—No importa —dice.
—Te hemos encontrado porque tú lo has querido. Te has vengado
del ángel, ¿no es así?
No dice nada, pero la mirada que me lanza me hace saber que
estoy en lo cierto. No mató a su novia, pero no era en absoluto
inocente.
—Dejaste que te encontráramos a propósito, ¿no es así? —lo
presiono.
—Tenía una misión, y ya la cumplí —responde suavemente.
—¿Hay alguna posibilidad de que el tipo no esté muerto? —le
pregunto.
Me mira con una mirada mortal. Sea quien sea ese ángel, ya se ha
ido.
—¿Te hizo sentir mejor eliminarlo? —pregunto.
—Ya no lo hago —dice.
—¿Hacer qué?
—Sentir.
Algo en el tono de su voz simplemente me rompe el corazón.
¿Desde cuándo empecé a sentirme mal por los asesinos?
Justo en el momento en que empezaste a soñar con tener sexo oral
con ellos, Bellamy...
Entonces le cuento sobre mi hermana Bay y cómo murió. Ella
estaba saliendo con un Quo: mitad ángel, mitad humano. Él quería
impresionarla, así que dijo que era más poderoso de lo que realmente
era. Estaban siendo atacados por unos demonios y ella se olvidó de
pedir ayuda porque sabía que los dos podían manejar algunos
demonios por su cuenta. Pero resulta que ella pasó la mayor parte de
la batalla protegiendo al Quo. Al final, le costó la vida.
34
—¿Qué le hiciste al Quo? —pregunta.
—Nada.
—¿Cómo no pudiste ir tras él? —pregunta.
—Fuiste tras el asesino de Lizzie, pero eso no cambió el hecho de
que ella se había ido, ¿verdad?
—Supongo que no.
—Todo lo que hizo fue meterte en problemas, y ahora tengo que
llevarte cuando mi equipo llegue aquí.
—No me ves llorando, ¿verdad? —pregunta.
—¿Porque eres tan malditamente duro?
—Porque estoy tan malditamente vacío. No me importa lo que me
pase. Ella se ha ido. Nada importa ahora —responde.
—Me sentí así con la muerte de Bay. Todavía lo hago a veces. Es
como si la pena se filtrara en cada parte de tu cerebro y sólo quisieras
sentir algo más; cualquier otra cosa —añado.
Sin pensarlo, me inclino y chupo lentamente su labio inferior. Él
separa mis labios con su lengua durante unos instantes frenéticos.
Luego, me rodea el cuello con su mano poderosa y me mira a los ojos.
—Si empiezo, no pararé —me advierte.
Miro su rostro atormentado. Y le lanzo mi propia advertencia.
—Prepárate para sentir algo.

35
No recuerdo cómo sucedió. Todo lo que sé es que en cuestión de
segundos los dos nos habíamos desnudado. Normalmente soy algo
tímida y necesito tiempo para calentarme. Esta vez es diferente. Esta
vez hay una necesidad hambrienta que me impulsa.
Alargo la mano descaradamente y pruebo sus labios una vez más.
La sensación de su lengua contra la mía me provoca un cosquilleo en
la espalda. La sensación crece tanto que empiezo a alejarme,
temiendo que implosione. Es demasiado. Lo deseo demasiado.
Él percibe mi vacilación y pone sus grandes manos a ambos lados
de mi cara, asegurándome tan suavemente que apenas puedo soportar
la pasión que me atraviesa.
Gimo intensamente cuando reclama mi boca con su hábil lengua.
Me chupa el lóbulo de la oreja mientras acaricia las puntas de mis
endurecidos pechos con sus dedos. Su tacto es suave al principio. Se
mueve en pequeños círculos, apenas rozando mis pezones. A medida
que se endurecen con su tacto, los aprieta con la cantidad justa de
presión.
Dulce Omnis, ayúdame.
Justo cuando no puedo soportar más el placer que llega a mis
puntas hinchadas, se los mete en la boca. Chupa mis pezones como si
fueran su única fuente de vida. Sus movimientos son salvajes y de
búsqueda. Explora vorazmente las laderas de mis pechos.
Me alejo un poco; es mi turno de explorarlo. Recorro con mis
dedos las líneas de sus abdominales increíblemente tensos. Hago
dibujos en su pezón con mis dedos. Luego los acaricio con la lengua.
Cuando coloco mis labios abiertos contra su pezón, sólo suspira. Pero
cuando los masajeo con mi lengua, una y otra vez, grita con fuerza.
Y pronto estamos encerrados en un frenesí de chupar, lamer y morder.
El deseo entre mis piernas crece más allá de mi comprensión. El
deseo de tener a Knight dentro de mí es tan abrumador que me
36
debilita. Sé que él también me está deseando, porque puedo sentirlo
debajo de mí; está duro como una piedra.
Rodeando su rigidez con la mano, le toco suavemente la punta. Se
endurece aún más con mi contacto. Lo rozo lentamente. Él se aferra
más a mí, entonces sin previo aviso, me sumerjo entre sus piernas y
lo meto en mi boca. Subo y bajo su polla rítmicamente. Nunca había
tomado un miembro tan rígido y largo. Me llena toda la boca. Lo
chupo febrilmente, y luego lo deslizo por mis labios como si estuviera
aplicando lápiz labial.
—Joder —dice.
Sin poder resistir más, me levanta en el aire sin esfuerzo y me tira
al suelo, de espaldas. Me abre las piernas y no pide permiso; no lo
necesita. Todo lo que soy le pertenece de verdad a él. Knight extiende
la mano y explora entre mis muslos con las yemas de los dedos y
encuentra un chorro resbaladizo y cálido. Retira los pliegues de mi
sexo y llega al centro.
Juega conmigo haciendo contacto con mi clítoris y apartándose
justo cuando empieza a sentirse bien. Gimo para que pare, pero él
disfruta volviéndome loca de deseo. Justo cuando la lujuria que me
recorre está a punto de estallar, se introduce en mí. Me llena hasta el
último centímetro. Es casi demasiado para asimilarlo. Antes de que
mi cuerpo tenga tiempo de ajustarse a su longitud y circunferencia,
Knight comienza a empujar. La fricción se siente como un éxtasis tan
abrumador. Pero me niego a apartarme. Se siente demasiado bien
dentro de mí.
Knight se desliza dentro de mí con un ritmo perfecto. Cada vez
que empuja, mi cuerpo responde. Su polla encuentra lugares dentro
de mí que no sabía que existían: lugares suaves, silenciosos y oscuros
que albergan bolsas de placer. Cada vez que descubre un nuevo lugar,
me estremezco y grito su nombre.
Está tan dentro de mí que tengo que plantar mis pies firmemente
a cada lado para no perder el equilibrio.
37
Nunca había estado encima durante más de unos minutos, pero
algo en el empuje temerario, salvaje y animal de Knight me hace
sentir segura. Me hace sentir que puedo ser un bicho raro y que nadie
me juzgará. Mi cuerpo puede sentirlo, también. Por primera vez en
mi vida, puedo hacer lo que quiera hacer.
¿Y qué quiero hacer?
Follar.
Con un movimiento rápido, me siento y me empalo lentamente en
su gran polla. Coloco mis pies a ambos lados de él. Me muevo hacia
arriba y hacia abajo por su polla.
Él se agarra a mis caderas y juntos nos movemos a un ritmo
perfecto.
Estar encima me da mucho poder, me da un impulso de confianza.
Ahora tengo el control. Y ahora voy a provocarlo y torturarlo.
Aumento la velocidad e invierto las direcciones. Él gime mientras lo
azoto en un frenesí de lujuria. Él separa sus labios, toma mi pezón y
lo chupa sin piedad. Al mismo tiempo, pasa su dedo medio por la
punta de mi sexo.
—Knight —grito, sin poder evitarlo.
Encuentra un punto dentro de mí, ligeramente a la izquierda.
Cuando lo roza suavemente con la punta de su polla, inhalo
bruscamente. Knight es atento y observador. Sabe que ha encontrado
mi punto.
Lo toca una y otra vez.
—Mierda —jadeo mientras la habitación gira a mi alrededor.
Lo aprieto aún más fuerte y más rápido que antes. Él gruñe y me
sujeta con más fuerza. No quiero correrme, pero hay demasiadas
sensaciones que se producen a la vez. Estamos el uno dentro del otro
de todas las maneras posibles. Mis pechos están dentro de sus labios, 38
sus dedos exploran mi sexo a fondo, y su miembro ha tocado mi punto
en el ángulo perfecto, de manera que mis piernas tiemblan. Grito
hacia él:
—Oh, mierda, mierda, voy a...
—No te atrevas —me ordena.
—Por favor —le ruego.
Tengo que correrme o moriré. No hace caso a mis súplicas. En
cambio, continúa llevándome al borde de la locura sexual con su
lengua, sus dedos y su polla.
—No puedo aguantar... oh, mierda —grito.
Al mismo tiempo, me toca el punto y me muerde suavemente el
pezón.
El ligero dolor que emana de mis pechos se funde con el dulce
éxtasis de su polla; no puedo aguantar más.
—¿Puedo correrme, Knight? Por favor.
—Sí, cariño.
Tan pronto como las palabras salen de su boca, nuestros cuerpos
se estremecen con el éxtasis. Nos recorre una ola tras otra. De repente,
un gran orbe de plasma crece y se asoma a unos metros de distancia.
Hemos tenido un orgasmo de ángel. Fue tan poderoso que
terminamos teniendo un intercambio. Yo asumo temporalmente su
color de ojos y él toma el mío.
Débil y agotada, me derrumbo sobre él. No hablamos; hablar
requiere energía. En su lugar, saca una manta cercana y nos cubre.
—¿Sientes que haya pasado esto? —me pregunta.
—Tengo que hablar con Derek y lo haré. Se merece saberlo. Pero
no Knight, no lo siento —respondo mientras busco refugio en su
pecho.
—Bien. No puedo soportar que te sientas mal por lo que acabamos 39
de hacer.
—No sabía que te importaba —respondo.
—Nunca me había importado... antes.
—Nunca he tenido un intercambio. Nunca he estado tan conectada
con alguien que intercambiamos el color de los ojos.
—Para mí, sólo ocurrió con Lizzie —responde.
—¿Y tú? ¿Estas arrepentido? —le pregunto.
—Nunca —dice, acariciando mi oreja.
El mundo real explota y exige entrar. Pero sólo necesito unos
momentos a solas con él. Entonces podré dejar que el mundo entre de
nuevo. Cierro los ojos y finjo que el mejor momento de mi vida no
está a punto de llegar a su fin...
No me había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado. Cuando
abro los ojos, es de noche y estoy sola. Knight no está en ningún sitio.
¿A dónde se fue? ¿Cómo salió del cobertizo por su cuenta?
Despertar y darme cuenta que Knight ha desaparecido no es lo que
me perturba. Es el hecho de que pudo haberme utilizado para escapar.
¿Puede ser?
Se ha ido, tonta. Te engañó.
Afuera oigo al equipo gritar mi nombre. Me dicen que es seguro
y que puedo salir. Pero no me siento segura; me siento utilizada. Miro
por la ventana y al aire, como si Knight estuviera allí esperándome.
40
No está.
Lo has dejado entrar y ha jugado contigo. Eres tan estúpida.
¿Todo fue una mentira? ¿Nuestro tiempo juntos fue sólo para que
él pudiera encontrar una manera de liberarse?
Me pongo la ropa de nuevo y me preparo para lo que está a punto
de suceder; cuando les diga que dejé escapar a Knight, me sacarán
del equipo.
Salgo al exterior. Encuentro los restos carbonizados de varios
demonios en la montaña. El equipo me dice que los humanos están a
salvo.
Me preguntan si he visto a Knight en la zona. Estoy a punto de
responder cuando siento algo en el bolsillo de mi chaqueta. Saco una
nota escrita con letra apresurada.
“Bellamy, cuento con que hagas lo que siempre haces...”
Sonrío alegremente y le digo al equipo que no tengo ni idea de
dónde se fue el fugitivo. Ellos se van, pero yo me quedo atrás para
asegurarme de que no se nos escapa nada.
Como suelo hacer...
Han pasado dos horas y sigo en esta montaña esperando a Knight.
Tal vez me equivoqué sobre lo que significaba su nota. Tal vez
me equivoqué en muchas cosas.
—Resulta que me veo bien con tu color de ojos. ¿Cuándo
intercambiamos otra vez? —dice detrás de mí.
Me giro y encuentro a Knight de pie a unos metros.
—Soy Omari. Eres un fugitivo. Tendré que retenerte —me burlo
mientras me dirijo a él.
—Al principio sólo eras una distracción divertida —dice.
—¿Y ahora? 41

—Ahora eres peligrosa —dice.


—¿Mi trabajo me hace peligrosa?
—No, tus labios sí...
—Sabes que no dejaré de cazarte —le advierto mientras me
inclino para besarlo.
—¿Y qué gracia tendría eso? —responde mientras reclama mis
labios.
Me inclino hacia él y nos fundimos en un frenesí de besos. Hay
pasión, calor y éxtasis en la forma en que nuestras lenguas se
entrelazan. Pero también hay una paz. El tipo de paz que viene tras
conseguir lo que te das cuenta que siempre anhelaste en secreto...
SOBRE LA AUTORA

42

Lola St.Vil es una escritora galardonada. Ha escrito dos


series de romance paranormal. Vive en Hollywood y le gusta
interactuar con los lectores.
Sinopsis

Celeste pensaba que lo tenía todo: una educación universitaria, un


gran trabajo y la cabeza bien puesta sobre los hombros. Pero la tragedia ha
hecho que todo se derrumbe.
Ahora está sola y trata de recoger los pedazos de su vida.
Por suerte, hay un misterioso y sexy desconocido que ha estado ahí
toda su vida. Pero, ¿la engañaron sus ojos hace tantos años cuando se
conocieron? ¿Puede realmente convertirse en un alce?
Staff

Traducción

Hada Zephyr

Hada Carlin

Corrección

Hada Aerwyna

Lectura Final

Hada Zephyr

Diseño y Diagramación

Hada Zephyr
Capítulo 1

―¿Papá? ― llamó Celeste ―. ¿Dónde estás, papá?


Miró a su alrededor, al país de las maravillas del invierno que la
rodeaba. Una fresca capa de nieve había caído durante la noche, cubriendo
el tranquilo bosque que había detrás de su casa. Incluso a los ocho años
sabía que estaba bendecida: los demás niños del colegio no tenían un patio
como este. Muchos de ellos vivían en la ciudad con patios vallados. Pero el
padre de Celeste había decidido que su hija tendría más, y había comprado
la casa de sus sueños: una monstruosidad de tres mil pies cuadrados y dos
pisos que daba al Parque Nacional de Pine Bluff.
Celeste llevaba jugando en el bosque desde que tenía uso de razón.
Mientras que los días de la mayoría de los niños estaban llenos de Xbox y
televisión, los de ella estaban llenos de exploración y aventura. Sin
embargo, lo más lejos que había viajado era hasta el arroyo. Su padre
siempre le advertía que no fuera más lejos, pero hoy no le hizo caso.
El pánico empezó a apoderarse de ella mientras giraba en círculos;
todas las direcciones eran iguales. Estaba atrapada en un laberinto de pinos
nevados, cada uno de los cuales era una copia del anterior. Hacía frío, pero
eso no impedía que las lágrimas rodaran por sus mejillas mientras corría
frenéticamente en círculos gritando por su padre.
Él había estado allí hace unos minutos, cortando leña con su vieja
hacha medio rota. Tenía dinero para comprar una nueva, pero siempre
decía que aquella tenía carácter. Su padre siempre buscaba el carácter en
todo, una de las razones por las que había comprado la casa. Ahora el
carácter del bosque amenazaba con tragársela para siempre.
Ella no había querido alejarse de él. Él estaba cortando y ella vio un
conejo, un hermoso destello marrón surcando los campos nevados.
Seguramente podría encontrar el camino de vuelta; lo único que
quería era ver el conejo de cerca. Ahora no había conejo ni papá, y la
esperanza también se evaporaba rápidamente.
Finalmente, hizo lo que siempre hacía en situaciones como esta: se
derrumbó en el suelo y lloró aún más. Con suerte, su padre oiría el llanto y
vendría a rescatar a su pequeña. De lo contrario, estaba condenada a morir
congelada en la tierra que hace unos minutos le parecía tan maravillosa.
Sus sollozos resonaron entre los árboles, rebotando y volviendo a ella
con fuerza mientras llenaban el aire fresco y frío. Nada le parecía bien.
Todo estaba mal en esta escena. A medida que la inmensa sensación de
malestar empezó a instalarse, dejó de llorar y empezó a ver el mundo que la
rodeaba de una forma que no había visto antes.
La nieve tenía un brillo espeluznante y el cielo gris parecía dispuesto
a aplastarla en cualquier momento. Algo estaba definitivamente mal; esto
no era como el bosque detrás de su casa. El miedo la congeló mientras se
ponía de pie y miraba a su alrededor tratando de averiguar de dónde
provenía esa sensación de otro mundo. ¿Estaba soñando?
Un estruendoso crujido llenó el aire, haciendo que Celeste cayera
hacia delante asustada. La fría nieve picó su ya agrietada piel al enterrarse
en ella. Rápidamente se alejó, intentando darse la vuelta y encontrar el
origen del terrible ruido que la había asustado. ¿Era un oso? ¿Un fantasma?
¿Un lobo? Algo se abalanzaba sobre ella y acababa de partir un
tronco por la mitad. Sus brazos y piernas tardaron en reaccionar, sus
reflejos se vieron afectados por el aire helado, pero finalmente se dio la
vuelta y se limpió la nieve. Sus ojos se posaron en su posible atacante y una
sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.
Tentativamente, avanzando por detrás de un árbol, apareció el más
hermoso animal que había visto en toda su vida. Sus ojos bajaron hasta sus
pequeñas pezuñas, encontrando una ramita rota. Su miedo había
desaparecido por completo, sustituido por una excitación que amenazaba
con hacerla saltar por los aires. Esto era mucho mejor que cualquier
conejito. Era una cría de alce, dirigiéndose hacia ella.
―Está bien, preciosidad ―dijo, quitándose uno de los guantes y
extendiendo la mano. El animal la miró con aprensión, con sus grandes ojos
marrones brillando en la luz gris del mundo de los sueños en el que ella
había entrado. Avanzó con cautela, olfateó el aire y retrocedió, apartando la
cabeza de ella.
Celeste pensó rápidamente y rebuscó en el bolsillo de su abrigo,
buscando los restos de su merienda. El animal volvió a retroceder cuando
ella sacó el puño, pero pareció encenderse de emoción cuando abrió la
mano para revelar varios Cheetos. El animal saltaba de un lado a otro,
girando en círculos y luciéndose.
―Vamos, pequeña ―dijo ella, acercándose―. Puedes cogerlo si
quieres.
La aprensión que había mostrado el alce siguió el mismo camino que
el miedo de Celeste. La adorable criatura saltó hacia adelante, haciendo reír
a Celeste cuando se acercó a ella. Su aliento era caliente, calentando su
mano congelada mientras se inclinaba para comer la golosina que le había
ofrecido.
―¡Eso hace cosquillas! ―dijo, riendo con alegría mientras su boca le
hacía cosquillas en la mano.
Engulló con avidez todo lo que tenía, dejándole solo una mano
pegajosa y húmeda. El alce giró en otro círculo, echándose hacia atrás
mientras resoplaba.
―Lo siento ―dijo ella, poniendo las manos a los lados―. No tengo
nada más.
El animal bajó la cabeza y empujó el costado de Celeste, casi
haciéndola caer en la nieve profunda.
―¡Oye! ―dijo ella, tratando de sonar autoritaria como su padre―.
¡Detente o arruinarás tu cena!
El animal ladeó la cabeza, como si entendiera lo que había dicho,
antes de dejarse caer sobre su trasero junto a ella.
―¿Me has entendido?
Sin reacción.
―¿Estás seguro?
Sin reacción.
―¿Eres chica?
Sin reacción.
―¿Eres chico?
El animal resopló y la miró, delatándose.
―Eres un chico hermoso ―dijo ella, frotando la parte superior de su
cabeza. Él se inclinó hacia ella, disfrutando del contacto―. Ojalá pudiera
llevarte a la escuela.
El animal volvió a resoplar, lamiendo su mano.
―¡Eso hace cosquillas! Para, alce tonto.
El animal se inclinó hacia atrás, todavía escuchando sus órdenes.
Celeste se dio cuenta que esto tenía que ser un sueño; era la única manera
de explicar la extraña sensación que tenía. Además, sabía que los alces no
podían entender las órdenes de un humano, porque no estaban
domesticados. Había aprendido todo sobre los animales salvajes en la
escuela, y su maestra le había advertido que se mantuviera alejada de ellos,
pero había algo en este que la atraía.
―¿Por qué estás aquí solo?
Los ojos del animal se agrandaron y emitió como un grito al aire, su
doloroso llanto reverberó contra los árboles y regresó a ellos con el mismo
volumen con el que partió.
―¿Estás solo? ¿Has perdido a tu mami?
El animal volvió a frotar su cabeza contra su brazo, grandes lágrimas
apareciendo en sus ojos.
―Aww, no estés triste, Señor Alce. Siento que eches de menos a tu
mami. Echo de menos a mi papá. Estaba cortando leña y entonces me alejé.
Ahora estoy perdida y no lo encuentro.
El alce respondió llorando lúgubremente de nuevo y lamiéndola
rápidamente en la mejilla con su lengua serpenteante.
―¡Eso hace cosquillas! ¡Deja de hacer eso! Nunca he besado a un
chico y no quiero que mi primer beso sea con un alce. Supongo que
podemos hacernos compañía hasta que encontremos a nuestros papás.
El alce no respondió; se limitó a sentarse con satisfacción a mirarla.
Celeste le devolvió la mirada, estudiando sus ojos. Había algo en ellos, algo
inteligente. Se sintió como si estuviera de nuevo bajo el patio de recreo
mirando a Bobby Warchowski. Todo el mundo los rodeaba, desafiándolos a
besarse. Era un juego estúpido al que jugaban los niños, pero a ella le daba
miedo hacerlo. Los ojos de Bobby habían mostrado tanta calidez y cariño.
Era como si tuviera más de siete años, leyendo sus emociones como un
profesional experimentado. Ella había visto tristeza y arrepentimiento en
sus ojos ese día, pero al final la ayudó cuando se dirigió a la multitud de
espectadores y les dijo que se fueran.
Todos llamaron a Bobby gallina y se burlaron de él mientras se
alejaba, lanzando a Celeste una última sonrisa antes de salir corriendo.
Por desgracia, Bobby se había mudado poco después de terminar el
curso escolar, dejando a Celeste sin el chico inteligente y atento que
siempre le había gustado. Los únicos chicos que quedaban en su colegio
eran pequeños monstruos mugrientos que preferían tirarle del cabello o
meterle gusanos por la espalda en lugar de sentarse tranquilamente en un
banco y compartir un zumo.
Todo lo relacionado aquel día con Bobby volvió a inundar su cerebro
mientras miraba fijamente los inteligentes ojos del alce. ¿Este animal
realmente la entendía? ¿O estaba dando demasiadas vueltas al asunto?
―¿Qué eres? ―susurró, perdiéndose en la mirada del alce.
―¡Celeste! ―gritó su padre desde detrás de los árboles―. Por el
amor de Dios, Celeste, ¿dónde estás? ¿Celeste? Celeste!
Celeste dio un salto y giró la cabeza, buscando a su papá. Todavía
estaba lejos, oculto por la espesa arboleda, pero por el sonido de su voz se
dirigía directamente hacia ella.
―¡Mi papá! ―gritó―. Ha venido a salvarnos.
Celeste se giró para mirar a su alce y ahogó un grito cuando se
encontró con la sorpresa de su corta vida. Su alce había desaparecido y en
su lugar había un niño desnudo. Tenía unos ojos muy oscuros, como si dos
trozos de carbón ardieran en su interior. Su cabello oscuro estaba
desgreñado y caía hacia abajo, casi ocultando sus hermosos ojos.
Estaba demasiado sorprendida para hablar. Estaba agachado frente a
ella, con una enorme sonrisa en su bonita cara. Celeste sintió un subidón de
emoción mientras su corazón se hinchaba como cuando hojeaba las revistas
para adolescentes de su prima mayor. ¿Quién era ese chico y dónde estaba
su alce?
―¿Quién...? ―empezó a decir, pero él soltó una risita y la cortó
lanzándose hacia delante, con sus labios encontrándose con los de ella.
Su primer beso no se parecía a nada de lo que había imaginado; era
mejor. Sintió un cosquilleo en todo el cuerpo mientras intentaba reprimir su
propia risa. Finalmente, el chico apartó sus perfectos labios de ella y le
guiñó un ojo antes de girar y correr más rápido de lo que cualquier chico
debería ser capaz hacia el bosque.
―¡Espera! ―dijo ella―. ¡Vuelve! ¿Quién eres?
Justo cuando desapareció más allá de la línea de árboles, su padre
irrumpió por el que estaba detrás de ella.
―¡Cariño! ―gritó, levantándola del suelo y apretándola tanto contra
su cuerpo que pensó que podría asfixiarse―. ¡No vuelvas a hacerme eso,
nena! Casi le provocas a papá un ataque al corazón.
Las lágrimas corrían por su cara roja, acumulándose en su tupida
barba negra.
―Lo siento, papá ―dijo ella, tratando de contener sus propias
lágrimas―. He visto un conejito.
―¡Si quieres un conejito, te compraré uno, cariño! Por favor, no me
vuelvas a hacer eso. Papá no podría vivir sin ti. ¿Entiendes?
―Sí, papá.
―Vamos a casa.
Giró sobre sí mismo, dirigiéndose rápidamente hacia el arroyo y su
casa. Celeste enterró su rostro en el hombro de él, tratando de olvidar toda
la experiencia. La extraña sensación que había tenido antes había
desaparecido y el mundo había vuelto a la normalidad. Estaba a salvo y
calentita en los brazos de papá. Se arriesgó a echar una mirada más en la
dirección en que había corrido el niño. Justo cuando ella y su padre
llegaron al arroyo, vio al niño asomar la cabeza por detrás de un árbol,
todavía riendo.
Capítulo 2

Bray se congeló; había algo cerca. Podía olerlo viajando hacia él en el


frío viento otoñal. El Viejo Invierno no había llegado a su casa, pero cada
día la Madre Naturaleza amenazaba con dejar caer la fría nieve blanca que
siempre lo dejaba ciego ante la depredación.
Se puso rígido y miró a su alrededor, tratando de averiguar la
dirección de la que provenía el olor. El viento se arremolinaba con
demasiada fuerza y las hojas crujían al ser arrastradas por el viento,
dejándolo confundido y solo.
Con un fuerte resoplido bajó sus impresionantes astas y comenzó a
dar golpes con la pata trasera, advirtiendo a cualquier animal que fuera lo
suficientemente estúpido como para probarlo. Era más grande que
cualquier alce que se hubiera visto, casi del tamaño de un alce.
Los hombres lobo sabían lo suficiente como para dejarle a él y a su
manada en paz, pero los viejos lobos grises normales no eran tan listos. Él
había ensartado a suficientes de ellos con su estante de dieciséis puntos que
uno pensaría que la lección estaba aprendida; por desgracia, no lo estaba.
Su gran estatura permitía a todos saber que era el macho alfa rey
entre los alces del Parque Nacional de Pine Bluff. El único que podía
rivalizar con él era su hermano menor Dallas. Juntos eran el grupo de
solteros más fuerte del parque y siempre presumían del harén más
impresionante. Los machos alfa venían desde kilómetros de distancia para
desafiarlos, pero siempre se encontraban cojeando, esperando el celo del
año siguiente.
Desgraciadamente, su potencia y fuerza lo convertían en un objetivo
perfecto para los cazadores. Por lo general, no se permitía a los cazadores
entrar en el parque donde vivían los alces, pero últimamente había oído
rumores de los humanos sobre la superpoblación. Los alces se habían
adentrado en el parque, lejos de las casas y las carreteras, pero los
cazadores los seguían a todas partes.
Casi en el momento justo, un disparo sonó en el bosque, astillando la
punta de una de sus astas. El cazador había ido por su cabeza, pero al
parecer tenía muy mala puntería. Bray levantó la cabeza y vio a un hombre
a unos cuarenta metros de distancia, escondido entre dos arbustos. Estaba
preparando otro disparo, pero Bray no le dio la oportunidad de hacerlo.
En cambio, bajó la cabeza y cargó directamente contra el viejo gordo.
Los ojos del cazador se abrieron de par en par por el miedo y comenzó a
tantear con su arma, tratando de levantarla para efectuar el disparo mortal.
Todos estos humanos eran iguales. Eran hombres grandes y duros
cuando podían disparar a un alce indefenso desde la distancia; pero
cuando Bray dirigía su atención hacia, ellos se convertían en bebés babosos
que pedían ayuda. El hombre siguió tanteando con su arma, pero
finalmente se rindió, se la colgó del hombro y giró para correr.
Bray siguió persiguiendo al tonto lo mejor que pudo. Finalmente
alcanzó al cazador, atrapando al hombre por la espalda con su cornamenta
y tirándolo al suelo. El hombre se revolvió y pidió ayuda, pero Bray no lo
dejó ir. Se levantó sobre sus patas traseras y golpeó con sus poderosas
pezuñas el pecho y el estómago del hombre, expulsando todo el aire del
cazador. Oyó un crujido satisfactorio cuando una de sus pezuñas aterrizó
de lleno en las costillas del hombre.
Con un último y poderoso golpe, le dio en la mandíbula, dejándolo
inconsciente.
Bray se quedó mirando al cazador durante unos minutos más,
considerando la posibilidad de acabar con él para siempre. No. No era un
asesino y no podía matar al hombre. Lo que haría sería dejarlo allí para que
sufriera en silencio.
Bray agarró el rifle del hombre entre los dientes y se lo quitó del
hombro, preparándose para llevárselo. Los alces habían intentado reunir
todos los rifles de cazadores que pudieron. Su harén era como un pequeño
ejército, un día listo para volverse contra los cazadores que pensaban que
podían matar a un animal inocente por deporte.
No había ningún deporte en usar un arma en un animal indefenso y
un día, si decidían que era el momento, se lo demostrarían a los asquerosos
cazadores.
Bray se dio la vuelta y se alejó trotando con su recién adquirida arma,
dejando al hombre con sus recién adquiridas heridas. Tal vez el cazador se
lo pensaría dos veces antes de volver a introducir su arma en los dominios
de Bray y amenazarlo a él o a su harén.
No fue un largo viaje de vuelta a las tierras llanas y abiertas donde su
manada se encontraba hoy, pero lo que vio al llegar lo dejó perplejo.
Su hermano estaba sentado en una roca, cambiado a forma humana y
cubierto de barro. Era obvio que había estado revolcándose en su forma de
alce y rociándose para ser más atractivo para las hembras del harén.
La mayoría de las hembras estaban cambiadas a sus cuerpos de alce,
simplemente holgazaneando o masticando hierba. Sin embargo, había tres,
las favoritas de su hermano, que lo rodeaban en la roca. Sus manos le
palpaban todo el cuerpo cincelado, recorriendo la longitud de sus
abdominales de arriba abajo. Una tenía un fuerte agarre en el eje rígido de
su hermano, trabajándolo con una coordinación que una mujer humana no
podría tener.
A Bray no le molestaba que su hermano estuviera ocupado
preparándose para aparearse con las hembras; después de todo, era el celo
y eso era lo que hacían durante el celo. Pero después de su experiencia con
el cazador no le pareció prudente ser tan descarado con sus
transformaciones en público.
Al principio su hermano no se fijó en él; estaba demasiado metido en
los placeres que recibía de sus compañeras. Una de ellas, una bonita chica
de cabello castaño que solía ser algo tímida, estaba inclinada sobre su
pecho, con su lengua recorriendo sus pectorales. Otra, una rubia
impresionante con unas curvas que hacían que incluso Bray deseara
perderse en ellas, estaba encima de Dallas, con sus grandes pechos
rodeando su cabeza, que estaba echada hacia atrás en éxtasis. Por último,
había otra chica de cabello castaño con un cuerpo absolutamente
impresionante que estaba trabajando el eje de su polla con una velocidad y
una destreza asombrosas. Todo el tiempo se lamía los labios mientras sus
ojos se centraban en la bulbosa cabeza morada.
Respectivamente se llamaban Lily, Blossom y Tulip. Pero todos los
demás las llamaban las flores de Dallas porque siempre estaban a su
alrededor.
Bray no estaba seguro de si el apodo era divertido o merecía la pena,
pero no era un macho alfa celoso, así que nunca utilizó el apodo. Tenía sus
propios favoritos, pero intentaba prestar la misma atención a todos los
miembros del harén. Después de todo, tanto él como Dallas acabarían
apareándose con todas las hembras.
Justo cuando llegó, con el arma del cazador aún en la boca, Blossom
levantó la vista y saltó hacia atrás, dando un pequeño grito al verlo. Esto
hizo que las otras dos dejaran de hacer lo que estaban haciendo y
levantaran la vista, y los ojos de ambos se posaron en la asta rota y en el
arma que tenía en la boca. Ambas comenzaron a retroceder, dejando a
Dallas solo y todavía felizmente ignorante.
―¿Qué demonios, señoras? ―preguntó, mirando a su alrededor. A
veces Bray pensaba que su hermano era un tonto inconsciente, y esta era
una de esas veces―. Creía que esta fiesta estaba comenzando.
Tulip señaló a Bray, con la boca abierta. Finalmente, los ojos de Dallas
se posaron en Bray y salió disparado de la roca, dejándose caer frente a
Bray y saltando de un pie a otro por la sorpresa. Su erección se había
ablandado mientras el asunto estallaba frente a él.
―¡Jesús, Bray! ―graznó―. En nombre de Dios, ¿qué le ha pasado a
tu asta?
Bray dejó caer el rifle al suelo y se movió, levantándose por encima
de su hermano y atrayendo las miradas de todas las hembras de los
alrededores. Con un metro ochenta y cinco, y cerca de ciento veinte kilos,
era una imagen impresionante, incluso para un humano. Se elevaba
fácilmente por encima de Dallas, recordando a todos quién estaba
realmente al mando.
―Un cazador me disparó, obviamente ―dijo Bray―. ¿Qué demonios
estás haciendo?
―Solo estaba... ―Dallas se interrumpió, volviendo a mirar sus flores.
―Estabas a punto de tener una maldita orgía al aire libre ―terminó
Bray por él.
―¿Y qué? ―preguntó Dallas, mirando incrédulo al suelo―. Es el celo
y es mi derecho aparearme con las hembras de nuestro harén.
―Es tu derecho ―dijo Bray, tratando de recordarse a sí mismo―.
Pero ahora mismo no es prudente hacerlo, no con la llegada de los
cazadores.
―No sabía que los cazadores hubieran vuelto ―dijo Dallas, posando
sus ojos en el arma que yacía a los pies de Bray. Las fosas nasales de Dallas
se encendieron y sus labios se curvaron hacia atrás en señal de repulsión
mientras miraba la creación asesina.
―Lo están ―dijo Bray―. He oído rumores de algunos de los machos
alfa que me han desafiado.
―Creía que solo intentaban despistarte para poder robarnos el harén
―dijo Dallas. Este, rara vez aceptaba el reto de otro macho alfa;
normalmente era Bray quien intimidaba y echaba a cualquier intruso.
―Yo también creía que estaban echando humo ―dijo Bray―. Pero la
amenaza ha regresado.
Dallas miró a lo lejos, sus pensamientos se desvanecieron. Bray sabía
que estaba recordando la última vez que la manada se había sobrepoblado.
Cuando los cazadores habían llegado y matado a su otro hermano, Husky,
y reducido su grupo de solteros de tres a dos.
―Tenemos un plan ―dijo Bray―. Ya lo sabes. Tenemos que reunir a
todo el mundo e irnos.
―¿Estás convencido que sea seguro? ―preguntó Dallas, mirando a
su alrededor con nerviosismo―. ¿Viajar tan cerca de los humanos?
―Tendrá que serlo ―dijo Bray―. No tenemos otra opción, hermano.
―Pero tan cerca de los humanos, estamos obligados a ser más
cuidadosos. El celo de este año será horrible si no podemos desplazarnos
libremente.
―¿Preferirías ser asesinado por un humano llorón y cobarde
escondido en los arbustos? ¿Es así como preferirías morir para poder follar
a quien quieras, cuando quieras?
―Por supuesto que no ―dijo Dallas, mirando al suelo―. Te seguiré,
hermano.
―Así tiene que ser ―dijo Bray―. Tenemos que volver a la zona fuera
del viejo barrio. Es la única manera de mantener a los cazadores lejos de
nosotros. No se les permite cazar en esa zona del parque.
―¿Pero qué pasa con los humanos? Si nos ven cambiar...
―Debemos tener cuidado.
Bray se había girado para empezar a recoger sus cosas, para
prepararse para el largo viaje de vuelta a la civilización, cuando sintió que
una fuerte mano le agarraba el hombro. Se giró para ver a Dallas
mirándole, con fuego en los ojos.
―Hermano, esto no es por ella, ¿verdad?
Bray apartó rápidamente la mano de Dallas, con la mandíbula
apretada por la ira.
Sabía que las venas tipo oruga de su cuello debían de estar abultadas
porque Dallas retrocedió rápidamente.
―No me hables de ella.
―Lo entiendo. Ella fue tu primer beso. La primera ternera que te
atrajo.
―No es una ternera, es humana. ―Bray miró al suelo, sin querer
tener esta conversación. Si Dallas lo presionaba, se arrepentiría.
―Sabes que estaremos cerca de ella cuando vayamos, hermano.
―Eso no lo sabemos. Ella pudo haberse mudado de esa casa hace
mucho tiempo. Fue hace quince años.
―La has visto desde entonces.
―No he tenido contacto con ella.
―Y, sin embargo, hablas de ella cada vez que termina el celo,
hermano. Sabes que nunca podrás tener una vida con ella. Ella nunca
entendería lo que eres o como es nuestra forma de vida. No funcionaría.
Bray volvió a levantar la vista, y esta vez la mirada en sus ojos
advirtió definitivamente a Dallas. Sus manos se levantaron y retrocedió,
temiendo estar a punto de recibir un puñetazo de su hermano mayor.
―Recojan sus cosas y hagan correr la voz ―dijo Bray, señalando las
flores que se habían reunido detrás de Dallas―. Ustedes tres hagan lo
mismo.
No discutieron; inmediatamente se pusieron a la tarea que les había
encomendado. Dallas se quedó mirando a su hermano durante unos
segundos más antes de apartar su larga melena negra de la cara y ponerse a
la tarea. Bray era el rey ciervo en este harén, y todos lo sabían. A los alces
adultos se les suele llamar macho alfa, pero Bray se había hecho llamar
ciervo, al igual que los ciervos machos. A sus ojos, estaba por encima de los
otros machos alfa y tenía que diferenciarse de alguna manera. “Ciervo”
siempre parecía mucho más regio, mucho más real. Eso es exactamente lo
que era: el rey de sus dominios.
Capítulo 3

―¡Papá, no te quiero cerca el sábado por la noche! ―se quejó


Celeste―.¿No puedes salir con tus amigos o ir a tu estudio?
―Si mi niña va a tener una fiesta, entonces voy a estar aquí para
supervisar ―advirtió Randall Braun―. No voy a tener ninguna fiesta de
“Girar la botella” o de “besarse” en mi guardia.
―Eres tan patético, papá ―dijo Celeste, poniendo los ojos en
blanco―. Ya nadie hace fiestas así. No estamos en los años cincuenta.
―¿Qué edad crees que tengo? ―preguntó Randall―. Estaré aquí y
haré hamburguesas a la parrilla. Será un buen momento, y no quiero
perderme la fiesta de dieciséis años de mi niña. Además, habrá otros padres
aquí también.
Celeste sintió que toda la sangre se le escapaba del rostro. ¿Otros
padres? ¿En qué estaba pensando? ¿Había invitado a los padres de sus
amigos a quedarse? Esta iba a ser la peor fiesta de todas. Más le valdría no
volver a ir a la escuela, porque su vida social estaría arruinada.
Pasó el resto del día en su habitación enojada. Eran los primeros días
de octubre, por lo que el aire exterior no era ni demasiado caliente ni
demasiado frío, lo que le permitía dejar la ventana abierta. Podía oír a su
padre en su gigantesca terraza arreglando las mesas y las sillas mientras
escuchaba un rock and roll cutre mientras cantaba. ¿Estaba empeñado en
arruinar su vida?
Finalmente, Celeste se acercó a la fiesta y miró por la ventana.
Su padre seguía allí abajo tarareando su música y encendiendo la
parrilla. Miró el bosque a lo lejos, aquel en el que se había perdido de
pequeña. Siempre la tranquilizaba mirar el parque natural que había detrás
de su casa. No tenía un patio trasero vallado, sino una extensión de hierba
de la longitud de un campo de fútbol antes de llegar a la línea de árboles.
Había una colina a lo lejos que se asomaba por encima de los árboles.
De vez en cuando pillaba a algún excursionista o a algún animal en la
colina y siempre se veían increíbles con el telón de fondo del perfecto y
tranquilo cielo del campo. Se había prometido a sí misma que algún día
aprendería a pintar e inmortalizaría esa belleza en un lienzo. Hasta ahora ni
siquiera había hecho el esfuerzo.
Era el atardecer y la colina estaba tan hermosa como siempre. El cielo
se había vuelto de un naranja inquietante que se mezclaba con el púrpura
del cielo nocturno. Unas pocas estrellas empezaban a aparecer, dándole a
todo, una sensación de ensueño. Celeste sonrió al recordar la sensación que
había tenido de pequeña cuando conoció al extraño niño en el bosque.
Parecía que había pasado una eternidad, pero nunca olvidaría la sensación
de estar en un mundo diferente.
Mientras miraba fijamente, se le ocurrió que esa misma sensación
estaba empezando a aparecer de nuevo en su mente. Podía sentirlo en su
corazón. De repente, su padre y su terrible música se sintieron a un millón
de kilómetros de distancia; solo estaba ella y la colina en la distancia.
Nunca se había aventurado a subir la colina. De hecho, nunca había tenido
el valor de pasar el arroyo después del día en que estuvo a punto de
perderse. Incluso ahora, cuando sus amigos venían y querían explorar, se
negaba a pasar el arroyo, mintiendo a sus amigos y diciéndoles que más
allá de ese punto era propiedad privada. Siempre parecía funcionar,
aunque a veces la miraban con una mirada, llamándola silenciosamente
cobarde.
Lo único que deseaba era salir flotando por la ventana y volar por el
hermoso paisaje hasta aterrizar en la colina. Se quitaría los zapatos y
sentiría la hierba entre los dedos. Tal vez habría flores en las que podría
revolcarse y oler mientras el aire fresco de la noche la bañaba.
Sería un lugar de paz y armonía, para que las abejas que zumbaban
por las flores no la molestaran, solo zumbarían un hola y seguirían con sus
alegres asuntos. Tal vez otros animales se unirían a ella. Un simpático lobo
que quisiera que le frotara la barriga o un majestuoso pájaro cantor que
quisiera bañarla con su lírica armonía. Aunque el animal que más esperaba
era un alce poderoso con enormes astas que no quería otra cosa que
sentarse a su lado y dejar que le frotara detrás de las orejas. Entonces quizá
se transformaría en el hombre de sus sueños. Todo en aquella colina
perfecta.
Celeste abrió los ojos, dándose cuenta que llevaba un buen rato de pie
junto a su ventana. Al principio pensó que estaba soñando, pero enseguida
se dio cuenta que estaba de nuevo en tiempo real. Chilló y se metió detrás
de las cortinas, escondiéndose de cualquiera que mirara por la ventana.
―¿Calabacita? ― llamó Randall desde la terraza―. ¿Estás bien?
Ella se recompuso rápidamente y volvió a asomarse a la ventana.
Sabía que lo había visto: un gran alce situado en la cima de la colina frente a
su casa.
La colina estaba vacía; no había nada en ella. ¿Había soñado el alce o
era real?
―¿Celeste? ― volvió a llamar Randall.
―Estoy bien, papá ―gritó ella por la ventana―. Solo he visto una
araña, eso es todo.
―Te tienen más miedo a ti que tú a ellas, querida. Date prisa y
prepárate. Los invitados llegarán pronto.
Celeste puso los ojos en blanco y se dedicó a la tarea de ponerse
guapa, mientras tenía que preocuparse que su padre estuviera en guardia
todo el tiempo.
No era justo; otros niños no tenían que lidiar con esto. No tenía una
madre que la ayudara con las cosas de chicas como hacían las demás; su
madre se había marchado hacía mucho tiempo. Ahora solo estaban Randall
y Celeste.
Al final se decidió por el vestido negro más bonito que encontró, uno
con flores rojas estampadas por todas partes. No era tan corto como para
atraer la ira de su padre, pero tampoco era tan largo como para parecer una
mojigata. Apenas le llegaba a las rodillas, mostrando lo suficiente de sus
curvilíneas piernas de jugadora de baloncesto. Lo combinó con unos
tacones rojos brillantes y un pintalabios rojo rubí. Su larga melena negra
solía ser bastante cooperativa y hoy no era diferente. Estaba bendecida con
una melena perfecta y una piel que se bronceaba con el más mínimo toque
de sol; al menos tenía eso a su favor.
Por primera vez desde su discusión con su padre, apareció en la
terraza, esperando a que él no la avergonzara.
―Cariño, estás preciosa ―dijo él, acercándose a toda prisa y
cogiéndola en brazos―. No puedo creer en qué mujer te has convertido.
Al principio se limitó a mantener los brazos a los lados, antes de
subirlos finalmente para abrazar a su padre. Esto era extraño y un poco
cursi. Randall Braun nunca hablaba así. Mientras la abrazaba, sintió que
algo húmedo le tocaba el hombro.
―Papá ―le preguntó torpemente―. ¿Estás llorando?
Randall se apartó, dándole rápidamente la espalda y llevándose la
manga a la cara.
―No ―mintió―. Es solo el humo de la parrilla. Me irrita los ojos.
Dio un exagerado resoplido falso y le sonrió. Antes que pudiera decir
algo más, un fuerte grito vino de un lado de la casa. Se giró para ver a su
mejor amiga, Kaitlyn, caminando por la esquina con una gran bolsa de
cumpleaños y sus dos padres a cuestas.
―¡Hola, chica! ―dijo Kaitlyn, sonriendo―. ¡Feliz cumpleaños, chica
grande!
Kaitlyn iba un curso por detrás de ella y acababa de cumplir quince
años, así que Celeste era como un modelo mayor a seguir para ella. Se
conocían desde que Kaitlyn se había mudado al final de la calle cuando
Celeste tenía diez años y desde entonces eran inseparables.
Los padres se saludaron y la fiesta comenzó en serio. Poco a poco
fueron llegando más invitados y, al poco tiempo, la fiesta se convirtió en un
auténtico jolgorio en el que los adolescentes hablaban y reían mientras sus
padres hacían lo mismo.
―Tu padre es muy guay ―dijo Tyler Reifert, el chico más guapo que
Celeste había visto nunca―. Es muy divertido.
Celeste, Tyler, Kaitlyn y otras tres chicas de su clase estaban de pie
junto a la terraza charlando mientras los padres ocupaban la terraza.
Había otros adolescentes pululando dentro y fuera de la terraza, pero
Celeste y su grupo estaban decididamente alejadas de la acción.
―Es patético ―respondió Celeste, poniendo los ojos en blanco.
―¿Por qué? ―preguntó Kaitlyn―. Siempre me ha gustado tu padre.
―¿En serio? ―preguntó Celeste, extendiendo las manos a los
lados―. Es que siempre está ahí, siempre está en mis asuntos.
―¿Y? ―preguntó Tyler―. Al menos tu padre se preocupa por lo que
haces.
―Lo que sea ―dijo Celeste―. He visto a tu padre en los partidos. Es
el padre más ruidoso en las gradas.
―Porque quiere que sea buena en baloncesto para que consiga una
beca en una gran escuela. Eso es lo único que le importa. Intento hablar con
él de otras cosas y encuentra la manera de dirigir la conversación hacia el
baloncesto.
―Parece que quiere vivir vica.... vico... vicon... lo que sea a través de
ti ―dijo Kaitlyn.
―Lo que sea ―dijo Tyler―. Ya ni siquiera me gusta jugar al
baloncesto. No creo que vaya a jugar esta temporada.
―¿Qué? ―preguntó Celeste, casi derramando su bebida―. Sin
embargo, estás en el último año. Tienes que jugar.
―¿Quién lo dice?
―¡Todos! ¡Eres nuestra única oportunidad de ganar el estatal!
―¿Nuestra? Tú juegas en el equipo de las chicas, Celeste. ¿Por qué no
van a ganar el estatal? Estoy cansado que me traten como un caballo de
carreras.
―Estás loco, Tyler ―dijo Celeste, poniendo los ojos en blanco.
―Lo que sea ―dijo, dejando su bebida en la barandilla de la
terraza―. Me voy. Feliz cumpleaños, y sé buena con tu padre.
Tyler comenzó a caminar hacia la parte delantera de la casa,
dejándola de pie con la boca abierta y sus cuatro amigos mirando con
horror.
―¡Tyler, espera! ―gritó ella, alcanzándolo mientras él desaparecía en
la oscuridad junto a la casa―. No te vayas.
―Sí, Celeste ―dijo él, con las manos en los bolsillos y los hombros
encogidos―. Tengo que ir a casa de todos modos. Mi padre ha salido con
unos amigos y mi madre está sola.
―¿Y?
―No me gusta dejarla sola en casa.
―¿Por qué te importa tanto lo que pasa con tus padres? ―preguntó
Celeste, curvando los labios con disgusto.
―Es que no lo entiendes ―dijo él, burlándose de ella―. Que pases
una buena noche.
―Por favor, no te vayas, Tyler ―dijo ella, extendiendo la mano y
sujetando su brazo.
―Realmente quería salir contigo esta noche.
―¿Por qué?
Ella se mordió el labio inferior y trató de darle a Tyler su mejor
expresión sexy mientras apretaba su cuerpo contra el de él. ―Porque me
gustas, tonto.
Los ojos de Tyler se agrandaron y dio un paso atrás, poniendo las
manos en alto en defensa. ―Whoa, espera un minuto, Celeste. Tengo novia.
Inmediatamente el mundo de Celeste se rompió. ¿Novia? ¿Qué?
―¿Tú qué?
―Tengo novia. ¿No lo sabías?
―¿Quién?
―Mandy Santiago.
―¿La base de Central Pine Bluff?
―Sí.
―Ese es nuestro rival.
―¿Y?
―¿Por qué estás en la cama con el enemigo?
Tyler volvió a reírse antes de alejarse. ―No estoy en la cama con
nadie, Celeste. Es solo el instituto. Madura.
Le costó todo lo que tenía para no gritar o llorar mientras él se
alejaba, dejándola sola y humillada. Desgraciadamente, las lágrimas
empezaron a brotar cuando se giró y vio que todas sus amigas se habían
acercado, captando todo lo que se decía. Todas la miraban con ojos
juzgadores, cada una de ellas elaborando una respuesta condescendiente
diferente.
La única que parecía preocuparse de verdad era Kaitlyn, que parecía
estar a punto de llorar también.
―Celeste, yo... ―empezó a decir, pero fue rápidamente silenciada
por la mano furiosa de Celeste que voló para bloquear sus palabras.
―¡Ahora no! ―gruñó, pasando por delante de todas ellas y rodeando
la terraza. Solo quería estar sola, para resolver el final de su vida. Se dirigió
al otro lado de la casa, al columpio donde siempre iba a pensar y a estar
sola. Las lágrimas salían a borbotones de sus ojos mientras se dejaba caer en
el columpio de madera, esperando poder gritar su humillación.
―Soy tan estúpida ―murmuró―. Solo una niña estúpida.
Tras varios minutos de autodesprecio, decidió que era hora de volver
a la fiesta. Sus invitados la estarían esperando y su estómago empezaba a
rugir. Una de las hamburguesas de su padre podría ser útil en este
momento. Cuando se levantó, miró a su alrededor para ver si alguien más
había abandonado la zona principal de la fiesta para adentrarse en su zona
de compasión. Todo el mundo seguía socializando, y ella estaba sola.
Había comenzado a caminar hacia la terraza cuando algo llamó su
atención. Algo en la línea de árboles. Había un invitado de la fiesta parado
allí.
Cuando miró al invitado, la sensación de otro mundo empezó a
invadirla de nuevo. De repente, los invitados a la fiesta estaban en otro
planeta y ella estaba sola en el bosque.
Un chico que no podía ser mucho mayor que ella estaba de pie junto
a los árboles, bañado por la luz plateada de la luna. Era difícil distinguirlo
por completo, pero era muy alto, como los chicos del equipo de baloncesto.
A diferencia de ellos, tenía una estructura musculosa. Su corazón empezó a
latir rápidamente mientras miraba cada parte de su escultural cuerpo.
Sentía que su rostro se sonrojaba al mirarlo. Solo existían dos personas en el
mundo, Celeste y el Dios plateado que la observaba desde los árboles.
Desde la distancia pudo ver que su piel era pálida y sus ojos oscuros. No
debería haber sido capaz de ver sus ojos desde tan lejos, pero de alguna
manera volaron a través del campo y se clavaron en su corazón.
Y luego, en un instante de movimiento, desapareció, dejándola sola
en la oscuridad junto a la casa. ¿Le habían visto los otros invitados? ¿O era
solo una aparición fantasmal que venía a rescatarla?

Con un sobresalto, Celeste se sentó en la cama, mirando la oscura


extensión de su dormitorio. ¿Por qué había soñado con esa noche? Era la
peor noche que podía soñar, la noche en que alguien la había puesto en su
lugar por su actitud infantil.
Si ella supiera entonces lo que Tyler había sabido. Miró la foto de su
padre en la mesilla de noche e inmediatamente sintió que las lágrimas
empezaban a brotar. Había dejado su habitación tal y como estaba el día
que ella se fue a la universidad. A lo largo de la universidad y de su primer
año de trabajo no había cambiado nada; siempre había tenido la esperanza
que un día su pequeña regresaría a casa.
Ahora ella estaba en casa y él se había ido.
Celeste nunca se había sentido tan perdida en toda su vida. Creía que
lo tenía todo resuelto. Había jugado al baloncesto los cuatro años de la
universidad y había sido dos veces All-American 1. Había conseguido un
0F

puesto de ayudante de posgrado en el equipo y estaba en camino de


convertirse en entrenadora, pero todo se había venido abajo cuando los
padres de Kaitlyn la llamaron para decirle que había habido un accidente.
Randall había estado limpiando unos matorrales con su tractor
cuando algo se había atascado. Cuando bajó a comprobarlo, el cargador
frontal se liberó y le cayó encima, golpeándolo en la cabeza. Había muerto
mientras ella corría a casa para estar con él.
―Nunca pude despedirme ―susurró ella, tocando su foto.
Había crecido mucho desde aquella noche, apreciando a su padre y
las cosas que había hecho por ella. Aunque ella fue a la universidad a
cuatro horas de distancia, Randall había encontrado tiempo para ir a cada
uno de sus partidos, incluso a los que ella entrenaba. Nunca había olvidado
a su pequeña. Ella intentó ir a casa en todas las fiestas, pero al mirar atrás
deseaba haber hecho más viajes de fin de semana para verlo. Él siempre
había estado ahí para ella, excepto ahora, cuando más lo necesitaba.
―¿Qué voy a hacer? ―se preguntó, caminando hacia la ventana y
mirando su colina. Seguía allí, tal y como recordaba cuando la había
mirado la pasada Navidad, la última vez que había visto a su padre. Ni
siquiera lo había visto en su veintitrés cumpleaños, aunque él había
llamado y enviado un regalo.
―Navidad ―murmuró, sintiendo que las lágrimas volvían a
aparecer. Miró al suelo. Era principios de noviembre y las vacaciones
estaban a la vuelta de la esquina. Este sería su primer año en el que las
pasaría sola.
Levantó la vista, el mundo fuera de su ventana borroso gracias a sus
lágrimas.

1
Término de Estados Unidos para referirse a las personas que son miembros de un
equipo que han sido seleccionados como los mejores jugadores amateur dentro de un
determinado deporte.
Se las limpió rápidamente para asegurarse que tenía una imagen
clara de lo que estaba viendo. Y así fue, estaba allí, en la cima de la colina
frente a su casa. Llevaba cinco años fuera de casa, pero su alce seguía
esperando.
Capítulo 4

Bray miró a la manada que se había formado detrás de él. La noche


anterior había viajado más lejos que en mucho tiempo, buscando un lugar
para trasladar su rebaño. Había sido una noche especialmente fría, en
realidad inusualmente fría. El anochecer se había convertido en el único
momento seguro para viajar, porque les ayudaba a evitar a los cazadores y
el frío adicional mantenía a los lobos a raya. Aun así, había sido un manojo
de nervios durante el viaje. Nunca dejaría que su hermano o las hembras lo
vieran nervioso; no era propio de un macho alfa en su posición. Después de
todo, él era el ciervo. Su encuentro con la muerte el día anterior había sido
demasiado cercano; no había forma que Dallas pudiera proteger a su
manada de los lobos, los cazadores o un alce alfa invasor.
El viaje le había llevado casi todo el atardecer y la noche, pero había
encontrado un buen lugar, un lugar conocido. Dallas nunca lo dejaría de
lado; estaba cerca de donde habían crecido. Pero su exploración no se
detuvo allí; al final había encontrado el camino de vuelta a su casa.
Había una luz encendida en uno de los dormitorios del piso superior
y una figura se asomaba a la ventana. ¿Era ella o su padre? No tenía la
menor idea, pero esperaba con toda su alma que fuera su padre. Si era ella,
podría perder todo lo que había construido durante toda su vida. El
encanto de su primer beso era casi demasiado para soportar. Ya de
pequeño había visto algo especial en ella, algo maravilloso. Cada vez que él
volvía a poner los ojos en ella, ojos que ella no sabía que la observaban
salvo una fatídica noche hace siete años, se había convertido más y más en
una mujer deseable. Pero luego se había ido y él había asumido que había
seguido con su vida.
Probablemente tenía un marido humano, un fuerte proveedor que
siempre la mantendría a salvo. Una belleza como la suya no podía pasar
mucho tiempo sin que un compañero fuerte la reclamara. Seguramente ella
seleccionaría a los débiles y rechazaría a cualquiera que no mostrara su
fuerza. Bray no conocía bien las relaciones y costumbres humanas. De vez
en cuando, cuando no había celo, él y Dallas se ponían ropa humana y
entraban en la ciudad humana para intentar pasar desapercibidos. Lo
hacían fatal, pero no les detenían, solo les miraban raro.
Dallas lo odiaba. Odiaba cambiar a su forma humana y odiaba
encerrar su cuerpo en la ropa. Lo único que disfrutaba eran las miradas que
les dirigían las hembras humanas cuando caminaban por las calles: se
comía esa parte.
Bray tenía que admitir que también disfrutaba de esa parte, más que
cuando un miembro de su manada le dirigía la mirada.
Sabía que no debía tener esos pensamientos. Era un alce, no un
humano. Su lugar estaba en la naturaleza, esparciendo su semilla y
asegurando la siguiente generación durante el celo. Los lujos humanos
como una cama caliente, comida caliente y criar a sus propios hijos no
estaban en su futuro.
La misteriosa belleza que le había perseguido toda su vida no estaba
en su futuro, no podía estarlo. Su padre la quería; siempre estaba ahí para
ella.
Bray había visto el amor de su padre de primera mano cuando la
había rescatado en el bosque hacía quince años. ¿Tenían los humanos la
suerte de tener un padre que siempre estaba ahí? A él le parecía que sí,
pero, de nuevo, no entendía del todo sus costumbres.
―¿A dónde nos llevas? ―preguntó Dallas, acercándose a él.
Bray no quería perder tiempo en mover el rebaño. Cada día que
permanecían a la intemperie era un día más en el que coqueteaban con
peligro. Todas las hembras de su manada se habían quejado de tener que
vestirse, pero todas lo habían hecho a regañadientes. Era demasiado
arriesgado hacer que todas se movieran por el bosque a plena luz del día en
forma de alce; estarían caminando en fila a través de un pelotón de
fusilamiento.
Cada hembra llevaba un sencillo vestido azul o blanco y unos zapatos
negros que se acababan de poner. Los vestidos eran lo único que podía
hacer que las hembras se pusieran; eran lo único que no les constreñía. Bray
y Dallas llevaban su atuendo humano normal: vaqueros azules, botas y una
camiseta blanca.
―Ya sabes a dónde vamos ―dijo Bray con severidad. No iba a dar a
su hermano ningún espacio para discutir. Por desgracia, Dallas se había
apareado con sus tres flores la noche anterior y se sentía especialmente
fuerte y viril.
―Solo quieres verla. ―El tono de voz de Dallas subió un poco al
final.
―No te quejes, hermano ―dijo Bray, abalanzándose sobre esa
pequeña vulnerabilidad―. Es impropio de un macho alfa en tu posición.
―No estoy lloriqueando ―dijo Dallas, bajando la voz para que la
manada no pudiera oírle―. No puedes dejar la manada para poder estar
con esta humana.
―¿He dicho alguna vez que pensaba hacer eso?
―No ―dijo Dallas, respirando profundamente antes de continuar―.
Pero nos estás acercando a ella. ¿Vas a dejarme todas las noches para
espiarla como hacías cuando éramos más jóvenes? ¿Es eso lo que estás
haciendo?
―No ha estado allí en cinco años, hermano. Te estás preocupando
por nada.
―¿Entonces por qué vamos a casa?
―Porque es el único lugar que nos es familiar. Estaremos a salvo.
―¿Y si otro macho alfa ha marcado el territorio?
―Entonces lo echaremos.
―Quieres decir que lo echarás. ―No era un comentario sarcástico, era
una súplica. Dallas no había trabado astas con otro macho desde que
Husky había muerto.
En ese entonces los hermanos eran fuertes y se turnaban para
defender su manada. Después de la muerte de Husky, algo había muerto
dentro de Dallas. El siguiente encuentro que tuvo había resultado en una
derrota y habían perdido un tercio de su manada a manos del macho alfa.
Desde entonces había confiado en Bray para luchar.
―Creo que puedes hacerlo, hermano ―dijo Bray, sonriéndole―. Eres
más fuerte de lo que crees. Tu almizcle es fuerte y tu estatura es enorme.
Probablemente puedas intimidar a otro macho alfa antes que llegue a
trabar las astas.
―Aun así, es arriesgado.
―No siempre estaré aquí para sacarte de apuros, hermano.
Dallas contempló las palabras de Bray durante unos instantes antes
de levantar la vista, con una renovada ira escrita en su cara.
―¡Porque piensas dejarme por la humana!
―No pienso hacer nada de eso, hermano.
―¡Si dices una sola palabra a esa humana, hemos terminado, Bray!
Bray se detuvo y se volvió hacia Dallas, mirándole lo suficiente como
para intimidar a su hermano y que diera medio paso atrás.
―¿Quién eres tú para darme órdenes, pequeño?
―Esta es nuestra manada ―dijo Dallas, tragando con fuerza―.
Puedo opinar sobre lo que es mejor para ella. Si quieres abandonarnos por
una humana, entonces ya no eres apto para liderar.
―¿Y cómo vas a detenerme?
―Te desafiaré ―dijo Dallas, tartamudeando y tropezando con sus
palabras―. Me enfrentaré a ti y tomaré el control.
―Me gustaría ver eso ―dijo Bray, riendo―. Cuando llegue ese día,
avísame, porque será el último día que viva como un alce.
―¿Por qué? ―preguntó Dallas.
―Porque nunca podré volver a mostrar mi cara después de perder
contra ti.
Dallas se quedó allí, con la boca abierta en señal de insulto y los
puños por la ira. Bray no tenía más tiempo para sus edictos y exigencias
infantiles; tenía que poner a su manada a salvo. Se dio la vuelta y comenzó
a dirigirla hacia delante, dejando a Dallas enojado. Desgraciadamente, su
hermano tenía razón; si se apareaba con la humana, probablemente ya no
sería apto para liderar la manada. La parte más aterradora era que no sabía
si podría ayudarse a sí mismo si ella estaba allí; esperemos que no lo
estuviera.
Capítulo 5

El funeral fue un asunto sombrío para Celeste. Mientras lloraba en


privado, mantenía una fachada fuerte y pétrea ante los demás.
Desgraciadamente, muchos de los ancianos del pueblo lo tomaron como
una completa falta de compasión o de sentimientos, en lugar de la fuerza
que tenía. Al final del velatorio corrió el rumor que iba a vender la casa,
mudarse a otro estado y no volver a hablar con nadie de su familia.
La última parte era cierta. Hasta donde podía recordar, habían sido
su padre y ella. Su madre hacía tiempo que había desaparecido; se había
fugado con un hombre más joven cuando Celeste tenía solo tres años.
Todos sus abuelos habían muerto cuando ella era adolescente y su padre no
tenía hermanos ni primos. No fue su elección olvidar a su familia;
simplemente no tenía ninguna que olvidar. Pero eso no impidió que los
rumores se hicieran más fuertes.
Más de una vez quiso barrer toda la comida que la gente había dejado
en la mesa y gritarles a todos que se fueran de su casa. Pero esa no era la
forma en que su padre hubiera querido que se comportara, así que
mantuvo la cara de piedra. Nada la afectaría hoy, no externamente.
Hacia el final del velatorio estaba sola en la cocina, mirando por la
ventana, cuando una voz familiar rompió su silenciosa contemplación; una
voz familiar y bienvenida.
―¿Cómo lo llevas? ―preguntó Kaitlyn.
Celeste se giró para mirarla. Kaitlyn seguía siendo la niña delgada y
hermosa de siempre. Su cabello liso y rubio oscuro seguía colgando por
debajo de los hombros y sus rasgos sencillos seguían siendo estupendos,
incluso sin maquillaje.
Llevaba un sencillo vestido negro que ocultaba su esbelta figura,
siempre modesta.
Hacía al menos tres años que no se hablaban ni se veían, no desde un
Día Acción de Gracias. Celeste se sintió de repente muy consciente de sí
misma frente a su amiga, nunca cambiante. La última vez que se miraron,
Celeste estaba en lo mejor de su carrera universitaria de baloncesto y tenía
un cuerpo delgado y duro que lo reflejaba. Ahora sus sesiones de
entrenamiento habían sido sustituidas por largas sesiones de cine y el único
ejercicio que hacía era caminar desde la cancha de prácticas hasta su
oficina. Por suerte, solo se había vuelto más curvilínea, en lugar de
rechoncha, pero seguía sin estar contenta con su aspecto general en
comparación con la bella Kaitlyn.
―Estoy bien ―dijo, respondiendo finalmente después de mirarla
varias veces de arriba abajo―. Solo que no sé qué voy a hacer.
―Estoy aquí para ti ―dijo Kaitlyn, poniendo su mano en el hombro
de Celeste―. Cualquier cosa que necesites, solo pídela.
―Ni siquiera sé lo que necesito. ―Celeste se desplomó hacia atrás
contra la encimera, usándola para sostenerse mientras se cubría el rostro
con las manos―. Me tomé un permiso del equipo, pero necesito volver.
Todo se está desmoronando a mi alrededor. No quiero dejar la casa de
papá sola hasta después de la temporada. Quiero estar aquí.
―¿Vas a venderla?
Celeste tuvo que respirar profundamente varias veces para evitar que
las lágrimas brotaran, pero lo consiguió. ―Quiero decir, en cierto modo
tengo que hacerlo, pero no quiero. Estaba tan orgulloso de este lugar. Era la
casa de sus sueños, la cabaña de madera perfecta en el límite de la
naturaleza. Amaba esta casa y este barrio. No puedo dejar que un extraño
lo estropee.
―¿Ha hablado Tyler contigo?
Celeste se enderezó. No había hablado con su antiguo amor desde la
graduación del instituto. ¿Estaba él aquí? Miró a su alrededor y Kaitlyn,
todavía tan en sintonía con su amiga como siempre, leyó a Celeste
inmediatamente.
―No está aquí. Bueno, estuvo aquí, pero se fue. Se fue a casa a
recoger algunas cosas. Volverá cuando se vaya todo el mundo.
―¿Te dijo eso?
―Bueno, sí ―dijo Kaitlyn, mirando al suelo. Celeste sintió
inmediatamente un nudo en el estómago. Sabía lo que Kaitlyn se disponía a
decir y no sabía si podría soportarlo, pero tenía que ser fuerte por su
padre―. Celeste, estamos viviendo juntos.
Si estaba molesta, su rostro ciertamente no lo mostraba. En cambio,
sonrió.
―¿De verdad? Eso es estupendo. ¿Cuánto tiempo llevan saliendo?
―Desde hace poco más de un año ―dijo Kaitlyn, todavía mirando al
suelo―. Va muy rápido, pero eso me gusta y a él también.
―Te ves maravillosa ―dijo Celeste, buscando a tientas algo más que
decir―. Estoy segura que es porque eres feliz.
―Siento no habértelo dicho antes ―dijo Kaitlyn―. Pero con lo poco
que hablamos y lo que pasó entre ambos...
―Kaitlyn, detente ―dijo Celeste, levantando la mano―. Por favor,
no lo hagas. Eso fue hace siete años, y han pasado muchas cosas desde
entonces. No puedo reclamar a un tipo para siempre, ¿verdad?
Kaitlyn sonrió. Ver la hermosa sonrisa de su amiga, sin los frenos a
los que estaba acostumbrada, en realidad trajo calidez a su corazón.
―Supongo que no. ¿Estás saliendo con alguien?
―No tengo tiempo para eso. Los asistentes graduados se mueven
rápido. Estoy en la cola para un puesto de asistente de entrenador, y si voy
más despacio no lo conseguiré.
―Bueno, dejaré que Tyler hable contigo.
―¿Sobre qué?
―Este es su bebé, Celeste. Le esperaré.
Así que el velatorio siguió sin mucha más conversación. Al cabo de
otra hora, la gente se despidió e intercambió falsas cortesías antes de
marcharse; incluso Kaitlyn se fue. Celeste volvió a estar sola, sola en la casa
vacía de su padre.
―Nunca me voy a acostumbrar a esto ―dijo, mirando las fotos de la
pared. La mayoría de ellos eran crónicas de su vida, pero había algunos
carteles de películas del oeste y algún que otro adorno del oeste en la
pared.
Nunca le había gustado el cuadro de Los Siete Magníficos ni la calavera
de vaca, pero no se atrevía a quitarlos.
Una hora después que todos se fueran, sonó el timbre de la puerta. Se
alisó el vestido y se miró el cabello en el espejo; sabía que sería Tyler.
Cuando abrió la puerta, allí estaba él, mirándola con la misma sonrisa
que recordaba. Al igual que Kaitlyn, acababa de convertirse en una versión
mayor de sí mismo.
―Hola, Celeste ―dijo él, inclinándose y dándole un suave abrazo―.
¿Te dijo Kaitlyn que iba a venir?
―Sí ―dijo ella, indicándole que entrara―. ¿Quieres tomar algo?
Todavía me queda algo de café.
―Eso sería genial ―dijo él―. Está oscureciendo y haciendo frío ahí
fuera.
―Parece que va a ser un invierno muy frío. Puede que incluso
tengamos nieve en Acción de Gracias.
―Sí, puede ser.
Hablaron un poco más y él le dio el pésame mientras ella les
preparaba café. Finalmente se sentó en el sofá, dejando una carpeta sobre la
mesa de café. Se sentó en el viejo sillón de cuero de su padre en la cabecera
de la mesa, inclinándose y sonriendo torpemente.
―¿De qué querías hablarme?
―¿Kaitlyn te preparó?
―No.
―¿Sabes a qué me dedico ahora?
―No.
―Bueno, me meteré de lleno en el asunto ―dijo riendo.
―Eso sería genial.
Su respuesta lo desconcertó por un segundo. La miró de reojo antes
de reírse y sacudirse. ―Eso es lo que me gusta de ti, que vas al grano.
Celeste, soy el subdirector de deportes del instituto.
―Eso es genial ―dijo ella, preguntándose cuál era el punto―. Estoy
segura que eres muy bueno en ello.
―Me gusta pensar que lo soy. Últimamente me han dado muchas
más responsabilidades.
―Estoy segura que puedes manejarlo.
Volvió a reírse. ―Sí puedo. Iré al grano. Me han pedido que contrate
a un nuevo entrenador de baloncesto femenino y te quiero a ti, Celeste. Eres
mi primera y única opción.
Se sentó de nuevo en la silla de su padre y dejó escapar un largo
silbido. Esto no era lo que esperaba cuando Kaitlyn le dijo que tenía que
hablar con ella. Ella había pensado que tal vez él quería comprar la casa,
para al menos mantenerla medio dentro de la familia. Esto era enorme.
―¿Yo?
―Ya he hablado con el entrenador Abbott sobre ti, Celeste. Dijo que
no podía recomendarte lo suficiente para el puesto.
―¿Hablaste con mi jefe?
―Bueno, tuve que pedir permiso para hablar contigo sobre el tema.
Estaba entusiasmado con la idea que te hicieras cargo.
―No sé ―dijo ella, mirando al suelo―. Todo esto es bastante fuerte.
―Kaitlyn me habló de la casa ―dijo él, mirando a su alrededor―.
Sobre cómo te sentías. Piénsalo así, podrás quedarte aquí y mantenerla en
tu familia.
¿Realmente estaba tomando este ángulo para contratarla? No sabía si
debía sentirse insultada o impresionada por lo astuto que era. Era obvio
que la quería de verdad; había hecho todo lo posible por mover los hilos
adecuados.
―¿Cuándo me necesitarías para empezar? ―preguntó ella.
―Bueno, las chicas están haciendo un campamento de entrenamiento
ahora mismo ―dijo él―. Yo diría que después de las vacaciones de
Navidad. Ahora mismo tenemos una entrenadora interina, pero está lista
para retirarse.
―Esta es una gran decisión, Tyler ―dijo ella―. Realmente necesito
pensarlo.
―Lo sé ―dijo él, palmeando el archivo que había puesto sobre la
mesa de café.
―Este es el contrato de trabajo, así como información sobre cada
jugador y artículos sobre la temporada pasada. Es todo lo que necesitas
saber sobre el equipo del que te harás cargo. Mi tarjeta también está ahí.
―Bien, Tyler. Gracias.
―Bueno, se está haciendo tarde ―dijo él, mirando hacia atrás, al cielo
del atardecer.
―Claro, claro ―dijo ella, poniéndose de pie y acompañándolo
rápidamente a la puerta―. Ya te llamaré.
―Hasta pronto, Celeste ―dijo él, deteniéndose al salir por la puerta
principal―. Es maravilloso volver a verte. Espero que lo sepas.
―Gracias, Tyler. Lo mismo para ti y Kaitlyn.
―Ella te echa de menos. No seas una extraña.
―No lo haré.
Celeste cerró la puerta y se giró, agarrando los lados de su rostro.
Esto era fuerte, muy fuerte. ¿Podría realmente hacerlo? Siempre había
soñado con ser entrenadora jefe pero, ¿en su antigua universidad y tan
pronto como había terminado su carrera como jugadora? Lo había hecho
bien como entrenadora, asumiendo más responsabilidades que la mayoría.
El entrenador Abbott le había dicho más de una vez que ella era una
entrenadora solo de nombre y que él la veía como una entrenadora
asistente, aun así, esto era un animal diferente.
Hablando de animales...
Se dirigió a la puerta trasera y echó un vistazo a la arboleda, viendo
una figura que se escabullía justo cuando bajaba las persianas. Era él;
seguía allí y seguía observando. ¿Era un fantasma? Mientras se ponía la
parka, solo se le ocurrió un pensamiento: Voy a averiguarlo.
Capítulo 6

El aire de la noche de noviembre solía ser fresco y frío, pero nunca


tan intenso como cuando empezaba a nevar. Sin embargo, esta noche era
diferente: estaba helando. Mientras Celeste caminaba por su patio trasero,
empezó a dudar.
¿Y si ese tipo no era lo que ella creía que era? ¿Y si era una especie de
preso fugado que vivía en el bosque? ¿Estaba siquiera segura que lo que le
había sucedido de niña era real? Todo había parecido un sueño. Por lo que
ella sabía, había sido una alucinación inducida por el miedo y no había
existido ningún niño que pudiera convertirse en un alce.
A medio camino de la línea de árboles se detuvo y miró hacia su casa.
Era una bestia sombría que se alzaba en la distancia. Estaba tan oscuro, tan
solitario. No, tenía que seguir adelante. Esto era lo que necesitaba, tenía que
descubrirlo. Esto era el destino; no había manera de evitarlo. Si realmente
era el chico que la había cuidado desde que tenía ocho años, tenía que verlo
cara a cara.
Seguramente se preocupaba por ella. ¿Por qué si no la observaría
durante tanto tiempo? Ella lo necesitaba ahora más que nunca.
Celeste se detuvo junto a la línea de árboles, respirando
profundamente y tratando de ignorar la sensación que la invadía de nuevo.
No era una sensación familiar, pero la había sentido varias veces en su
vida. La sensación de otro mundo se apoderó de su corazón de nuevo
mientras las alarmas se disparaban en su cabeza. La sensación de
perversión natural, como si lo que fuera a ver no estuviera destinado a ser
visto, la había asustado cuando era más joven. Sin embargo, esta noche era
diferente. Esta noche se sintió vigorizada por ello.
—Ya voy —susurró para sí misma mientras salía con valentía de su
patio y se adentraba en el bosque.
Tenía una idea general de dónde estaba su colina; estaba más allá del
arroyo y no muy lejos de donde se había perdido antes. Comprobó su
teléfono, todavía tenía señal. Su teléfono tenía una aplicación que le
permitía configurar el GPS que la llevaría de vuelta. Nunca lo había
utilizado, pero ahora era un momento tan bueno como cualquier otro. Sacó
el teléfono y puso el marcador, esperando que la señal no se desvaneciera
cuando llegara a la colina. Su casa era obviamente visible desde la colina,
así que si todo lo demás fallaba podía empezar a bajar la colina en dirección
a su casa y no detenerse.
Desafortunadamente, el bosque era muy llano; los árboles formaban
un laberinto que fácilmente haría que alguien se perdiera si no prestaba
atención.
Esta noche Celeste se aseguró de agudizar todos sus sentidos
mientras encendía su linterna y comenzaba a caminar hacia la colina. Tenía
que ir por un camino recto o se perdería buscándolo. Mientras caminaba
sintió un nudo en la boca del estómago. La perspectiva de perderse en el
bosque resultaba aterradora, pero no lo suficiente para disminuir la
emoción que sentía.
Las preguntas pasaron por su mente a una velocidad que no creía
posible.
¿Estaría él allí? ¿Le hablaría o seguiría escondiéndose? ¿Recordaría el
momento especial que habían compartido de niños? ¿Era un buen tipo?
¿Qué es lo que hace? ¿Qué era él? ¿La amaba? ¿Era por eso que siempre
estaba mirando? ¿Sabía que ella se había ido y que había vuelto
recientemente? ¿Por eso venía a vigilarla? ¿Sabía lo de su padre? ¿Será
comprensivo y la consolará?
Había tantas preguntas que quería formularle, esperando que él
tuviera todas las respuestas. El nerviosismo comenzaba a crecer ahora,
superando su euforia. Hace unos minutos se había sentido libre y viva,
pero a medida que los árboles se cerraban a su alrededor empezó a sentirse
sola y asustada. A lo lejos, un búho ululó y una rama de árbol se estrelló. Se
detuvo y viró su cabeza, sin querer girar los pies y perder el sentido de la
orientación.
No había nada en el bosque, nada cerniéndose sobre ella. No oyó
nada más que la suave brisa que silbaba entre los árboles. La rama del árbol
probablemente se había caído debido al viento; tenía que seguir diciéndose
eso. El búho volvió a ulular, lo que no ayudó en absoluto.
—Cállate, pájaro estúpido —susurró. Aquello parecía una película de
terror y lo único que podría empeorarla sería el aullido de un lobo en la
distancia. Celeste se detuvo y escuchó, esperando que un lobo diera una
serenata a la luna, pero por suerte la noche permaneció en silencio.
Se había puesto las botas de nieve para estar más abrigada y se había
puesto unos leggings para cubrir las piernas previamente desnudas, pero el
frío cortante seguía abriéndose paso y entumeciendo los dedos de los pies.
¿Iba a nevar todo el invierno?
Un invierno, cuando tenía doce años, había nevado más que ningún
otro invierno y la comida escaseaba para los animales del parque natural.
Los guardas del parque llegaron a un acuerdo con la asociación de vecinos
para colocar balas de heno y comederos en los patios traseros de las casas
que daban al bosque.
Al principio, Celeste se había decepcionado porque ningún animal
entraba en su patio. El heno permaneció allí durante días. Pero un día fue
mágico.
Una manada entera de alces salió del bosque y empezó a comer del
heno. Eran como renos, pero más grandes y con astas más puntiagudas.
Inmediatamente, Celeste se acordó de su amigo alce de años atrás y le
había rogado a su padre que la dejara salir a acariciarlos.
Pensándolo mejor, le había ordenado que se quedara dentro porque
no conocía el temperamento de los alces. Había observado desde su
ventana cómo el gran macho, de ancha cornamenta, había arreado a las
hembras para que comieran y luego las había llevado de regreso al bosque.
Era tan hermoso, tan majestuoso y tan dueño de su manada. Él era el
general y ellos los soldados, nunca cuestionaban sus órdenes.
Cuando llegó al arroyo y vio el agua fría que corría, Celeste anheló
tener ese tipo de control en su vida. Ansiaba tener un dominio absoluto
sobre todo lo que la rodeaba, sin preocuparse por nada.
Si tan solo tuviera al majestuoso líder para indicarle la dirección
correcta en este momento.
Celeste cerró los ojos y respiró profundamente, colocando su mano
sobre su esternón para estabilizarse mientras escuchaba el tranquilo flujo
del agua.
Había empezado a sudar al mirar el arroyo, recordando el día en que
podría haber muerto, pero ahora no había nada de eso.
Tras unas cuantas respiraciones profundas, estaba preparada para
conquistar el arroyo y finalmente acceder al otro lado del bosque.
—Puedo hacerlo —susurró, abriendo los ojos y dando un paso
adelante. Se detuvo en el borde, mirando el agua que fluía y el fondo
fangoso. Había unas cuantas rocas que sobresalían del agua, lo
suficientemente altas y planas como para poder utilizarlas para cruzar. Con
facilidad, se subió a la primera roca y luego a la siguiente. La tercera estaba
un poco más lejos y se dio cuenta que tendría que saltar sobre un pie para
llegar a ella.
No era gran cosa; Celeste siempre había sido una buena atleta y
destacaba en el baloncesto. Con confianza, saltó a la siguiente roca.
Sin embargo, la habilidad atlética y el coraje no significan nada frente
a una roca húmeda y resbaladiza. En cuanto su pie tocó la roca, empezó a
resbalar. Agitó los brazos para intentar estabilizarse, pero fue inútil. Su
trasero inmediatamente sintió el frío al aterrizar en la corriente, el agua
salpicando y aterrizando en la parte superior de su cuerpo. Por suerte,
acababa de aterrizar sobre su trasero y no había caído al agua; sus zapatos
también estaban mojados, pero las botas de nieve parecían hacer su trabajo
y la protegían.
—¡Esto es genial! —gritó ella, salpicando sus manos en el agua.
Inmediatamente, sus manos se dispararon para cubrir su boca. Estaba
sola en el bosque de noche, buscando a un hombre misterioso. No era
precisamente el entorno más seguro para alzar la voz.
Celeste se olvidó de su trasero mojado y del agua a sus pies cuando
saltó y comenzó a correr por el arroyo, saliendo finalmente a tierra firme,
pero no se detuvo. Siguió corriendo, empujando las ramas de los árboles a
un lado y esperando que cualquier depredador lascivo se lo pensara dos
veces antes de intentar atraparla. No detuvo su carrera nocturna hasta que
se encontró cara a cara con la colina.
Se elevaba en un ángulo pronunciado, sobresaliendo del bosque
como un ominoso centinela vigilante. Probablemente podría ver kilómetros
en la cima y no iba a perder el tiempo para llegar hasta allí. A Celeste le
recordaba al campo de entrenamiento de baloncesto, ya que subió la colina
con toda la determinación que tenía. Fue una carrera empinada, que dejó
sus cuádriceps ardiendo y sus pulmones gritando por aire, pero en unos
pocos momentos había conquistado la bestia y estaba de pie en la cima.
La cima de la colina era un hermoso claro con tres árboles en el centro
que proporcionaban un interesante dosel para proteger a cualquiera que
quisiera recostarse y descansar. La hierba estaba baja en algunos puntos,
como si los animales hubieran estado pastando. Tal vez su alce había
estado aquí; tal vez había tomado su última comida aquí.
Celeste dio un giro completo, contemplando la belleza de un lugar
que siempre había conocido, pero que nunca había mirado de verdad.
Cuando terminó su giro, estaba frente a su casa. Tanto esta como las demás
casas se alejaban del bosque interminable y de las llanuras abiertas que
había contemplado en las otras direcciones, un recordatorio silencioso, que
el hombre siempre estaría allí con la naturaleza, sin dejarla nunca en paz.
Justo cuando estaba a punto de girarse y explorar los árboles, un
crujido llamó la atención de Celeste. Se volvió hacia los árboles, buscando
el origen del sonido. Tampoco estaba sola; la naturaleza había encontrado
el camino hacia su colina. Un gran alce, con la cornamenta más grande que
Celeste jamás había visto, salió por detrás del grupo de árboles, mirándola
con tranquilidad. Había estado alrededor de otros ciervos antes, que se
mostraban asustadizos y temerosos de los humanos, pero este la miró
tranquilamente antes de avanzar. Cuando bajó la cabeza, ella vio que la
punta de una de sus astas estaba destrozada, arruinando la perfecta
simetría de su magnífica cornamenta.
—Hola —dijo ella, enderezándose y poniendo su cara más valiente.
—Soy Celeste. ¿Te acuerdas de mí?
El alce se detuvo y resopló. Era evidente que la majestuosa bestia
había entendido sus palabras.
—Puede que no me recuerdes, ya que nos conocimos hace mucho
tiempo, cuando éramos unos niños. Entonces eras un alce, pero te
convertiste en un niño y me diste un beso. ¿Te acuerdas de eso?
El alce resopló y pisoteó con su pezuña en señal de protesta. Celeste
se quedó helada y las palabras se le atascaron en la garganta. ¿El alce estaba
descontento con sus preguntas o estaba nervioso? ¿Era un alce de verdad
que estaba a punto de embestir? Aunque la punta de una cornamenta
estaba rota, todavía tenía muchas más puntas con las que atacarla.
El alce dio media vuelta y comenzó a dirigirse al borde de la colina,
dejándola sola. El corazón de Celeste salió de su pecho antes de aterrizar en
su estómago. No podía ser así como terminaba. Él siempre estuvo ahí y
ahora se iba.
—No, espera —dijo ella, extendiendo la mano—. Por favor, no me
dejes.
El alce siguió su camino.
—Por favor, —dijo ella, sin gritar más. Sentía que las lágrimas
empezaban a brotar de nuevo—. No te vayas. Eres todo lo que tengo. Estoy
completamente sola.
El alce se detuvo y giró su gran cabeza hacia ella, sus grandes y tristes
ojos considerando sus palabras. En un momento que Celeste nunca
olvidaría, el alce se giró y comenzó a cambiar. Su enorme estructura
comenzó a compactarse y retorcerse mientras escuchaba el signo revelador
de la rotura de huesos y el chasquido de tendones. La cornamenta se
rompió y cayó cuando un hombre se levantó el lugar que ocupaba el alce.
Decir que era impresionante sería un flaco favor hacia él. El hombre
que estaba ante ella era hermoso. No tenía los rasgos faciales suaves de la
mayoría de los hombres de hoy en día; estaba cortado por un patrón
diferente. Su mandíbula era dura y angulosa. Sus ojos eran como dos orbes
marrones y muy grandes. Estaban parcialmente ocultos por el desgreñado
cabello negro, dándole un aire primario y animal. Era tan alto como los
jugadores de baloncesto masculinos de su instituto, pero no era delgado y
larguirucho como ellos. Cada parte de su cuerpo estaba llena de músculos
perfectamente redondeados y cincelados.
Mientras ella intentaba recuperar el aliento por asimilarlo todo, él
avanzó. Su velocidad era inhumana y en tres rápidos pasos su largo andar
había llevado a colocarse frente a ella. Celeste gritó al darse cuenta que su
nariz estaba a escasos centímetros de su pecho.
—Tú... —empezó a decir.
No le permitió terminar la frase. En su lugar, sus manos se alzaron,
sujetándola bruscamente por los lados de la cara. Él miró profundamente
en sus ojos jade, y la insinuación de una sonrisa apareció en su rostro. Justo
cuando ella se sintió relajada, el rostro de él se adelantó y sus labios
encontraron los de ella con facilidad. Los movió hábilmente sobre los
suyos, saboreándolos suavemente.
Celeste empezó a retroceder, al tiempo que levantaba las manos para
sujetarlo por la nuca y atraerlo hacia ella. Le devolvió el beso apasionado
con el mismo deseo que él. Durante unos instantes, los problemas del
mundo se desvanecieron mientras dos amantes perdidos volvían a
encender algo que había comenzado quince años atrás. Había magia en los
labios de este hombre y había iluminado el mundo de Celeste.
Capítulo 7

Bray sabía que lo que estaba haciendo estaba mal; iba en contra de
todo lo que él y Dallas habían hablado ese mismo día. Había prometido que
no pasaría nada, pero cuando la vio de cerca por primera vez en quince
años no pudo evitarlo. El mero hecho de verla desde la distancia lo había
excitado y emocionado de un modo que no había creído posible.
Mientras se movía y la miraba, sintió que su polla se agitaba mientras
la sangre corría hacia ella. Ella era hermosa, absolutamente radiante. Tenía
curvas que él no recordaba de la última vez que la vio, pero cada una
estaba en el lugar correcto. Sus piernas eran largas y fuertes, haciéndolo
anhelar inmediatamente frotar cada parte de su cuerpo por ellas. Sus
pechos eran grandes y rellenos, y le pedían que enterrara su cara en ellos.
Sus ojos de jade eran absolutamente fascinantes; había magia en ellos. Tenía
el mismo cabello negro azabache que él, y el suyo le llegaba hasta la mitad
de la espalda.
Cuando ella comenzó a hablar, la conversación que había tenido con
Dallas voló por su mente y se dispararon las alarmas, advirtiéndolo que no
la tocara y se alejara. Toda su vida se había basado en pasar todo el año
preparándose para la temporada de celo y luego esparciendo su material
genético durante la misma. Cuando miró los orbes de jade, no solo vio a la
mujer más hermosa del mundo, sino también una ventana a su propia
alma, una ventana que revelaba una habitación claramente vacía. Algo
faltaba en su vida, pero estaba cien por cien seguro que acababa de
encontrarlo.
—Tú... —comenzó a decir.
Sin palabras, solo acciones. Eso fue lo único en lo que pudo pensar
Bray. Antes que otra palabra más pudiera salir de sus labios increíblemente
perfectos, quiso los suyos presionados contra ellos. Con una rapidez que la
sobresaltó, sujetó su rostro y apretó sus labios. Inmediatamente su cuerpo
respondió, haciéndolo saber que había hecho lo correcto. Su polla crecía
con la excitación del momento y, por primera vez desde aquel fatídico día
hace quince años, sintió mariposas en el estómago.
Al principio, ella pareció sorprendida y aprensiva, apartándose de él,
pero cuando él siguió presionando, ella respondió de la misma manera,
sujetando su rostro con fuerza y devolviendo el beso. Cuando ella lo
aceptó, él se sintió fortalecido. Podía oler la excitación de ella y respondió
colocando la cabeza de su rígida vara contra su muslo. Inmediatamente,
una de sus manos se apartó de su rostro y agarró su virilidad, apretándola
suavemente antes de subir y bajar por su longitud.
Sus manos eran pequeñas y suaves, y se ajustaban perfectamente a la
circunferencia de su miembro. Su mano siguió acariciándolo, haciendo que
sus piernas se debilitaran y temblaran.
Su determinación había desaparecido por completo. Tenía que
tenerla.
Bray le quitó su gran abrigo, dejándolo caer al suelo detrás de ella.
Luego le subió el vestido por encima de la cabeza, desprendiéndolo
fácilmente hacia un lado y revelando todas sus deliciosas curvas. Ella cayó
de espaldas sobre su abrigo, abriendo las piernas y mirándolo con lujuria
en sus ojos. Bray deslizó cada una de sus botas con cuidado, revelando los
pies más hermosos que jamás había visto. Mientras sacaba cada bota,
acercó sus labios a los dedos de los pies, chupando cada uno de ellos y
pasando la lengua por la longitud del pie. Ella echó la cabeza hacia atrás y
gimió suavemente mientras sus manos se movían detrás de ella para
desabrochar el sujetador.
Se deslizó lentamente por la parte delantera de ella para liberar cada
uno de sus grandes pechos. Bray nunca había visto unos pechos como los
dos perfectamente redondos que tenía delante. Le bajó el pie y su mano se
adelantó para pellizcar uno de los duros brotes de sus pezones. Ella volvió
a gemir cuando él lo pellizcó entre el pulgar y el índice. Finalmente, sus
dedos se abrieron para rodear todo el montículo, apretándolo ligeramente
en su mano.
En respuesta a su suave caricia, ella se llevó la mano a la cintura de
los leggings y empezó a deslizarlos por su trasero. Bray respondió dejando
caer el pecho y bajando las manos para unirse a ella y quitarle los leggings.
En un rápido movimiento, ella se había unido a él para quedar
completamente desnuda.
Se inclinó hacia delante, provocando su húmeda abertura con la
cabeza hinchada de su polla. Ella gimió de aprobación cuando él empezó a
pintar con ella el hinchado nudo de su clítoris, sintiendo que la emoción
irradiaba por su polla y sus muslos.
Ella estaba lista para él y él estaba listo para ella. Se llevó el puño a la
cabeza y lo acercó a la abertura de la mujer, preparándose para introducirlo
en su interior. Justo cuando estaba a punto de introducirse, ella lo miró con
una repentina angustia en los ojos.
—Espera —susurró ella—. Ni sé tu nombre siquiera.
—Bray —susurró en respuesta.
—Soy Celeste.
Bray no respondió a eso, tan solo sonrió y miró con amor a la mujer
que había perseguido toda su vida desde que tenía memoria. Al diablo con
Dallas y la manada; esto era lo que siempre había deseado desde que había
estado vivo. El vacío del apareamiento durante la temporada de celo había
desaparecido; la soledad de pasar la mayor parte de su tiempo en grupos
de solteros tratando de sobrevivir estaba flotando. De ahora en adelante,
solo estaban su amor y él.
Bray respiró con fuerza mientras se enterraba hasta la empuñadura
en su interior. Ella arqueó la espalda y gritó, pero no se apartó. Él lo tomó
como una invitación a continuar, sintiendo que las paredes de ella
apretaban su polla hinchada, casi forzándolo a explotar dentro de ella justo
en ese momento.
Ignoró su propio deseo y comenzó a centrarse en la belleza que yacía
ante él. Sus caderas se movían de un lado a otro, lentamente al principio,
pero con suavidad. Ella yacía debajo de él jadeando y gimiendo mientras su
polla la penetraba una y otra vez. Una de sus hermosas piernas comenzó a
subir y él la deslizó rápidamente sobre su hombro, inmovilizándola.
—Ohhhh, —respondió ella mientras él lo hacía, cambiando su
expresión facial por una de doloroso placer. Puso la otra pierna sobre su
hombro, inmovilizándola y separándola. Con sus piernas sobre sus
hombros, se puso de puntillas y aprovechó el efecto de apalancamiento
para empezar a penetrarla.
Celeste gimió con fuerza y arañó su espalda, absorbiéndolo todo.
Podía escuchar sus pieles chocando entre sí, y sentir la poderosa oleada de
un orgasmo recorriendo su cuerpo. Ella comenzó a tensarse y a gritar en el
aire de la noche mientras Bray sentía lo mismo. Con un fuerte gruñido
explotó dentro de ella, liberando hasta la última gota que tenía en su amor.
Había sucedido muy rápido; ahora ambos se agitaban y estremecían,
tratando de reponerse mientras luchaban contra las réplicas del orgasmo
que los había conmovido.
Finalmente, Bray se apartó y se desplomó en el suelo junto a ella.
Respiró profundamente y miró a su amada, dándose cuenta que estaba
completamente desnuda en el frío aire de la noche. Su instinto de
protección se impuso y la envolvió en la parka que había traído, haciéndola
rodar contra su cuerpo para que pudiera filtrar el calor que él siempre
irradiaba.
—Estás caliente, —dijo ella, apoyando la cabeza en su pecho.
—Siempre corro en caliente, —dijo—. Es un rasgo de cambiantes.
Ella no levantó la vista; siguió tumbada con el rostro enterrado en su
pecho.
—Así que no lo he soñado. Eres un alce.
—Lo soy —dijo.
—¿Es algún tipo de maldición mágica? —preguntó.
—¿Maldición mágica?
—¿Ya sabes, como el príncipe convertido en rana?
—No —dijo, riéndose de lo absurdo de su observación—. Soy un
cambiaformas. Supongo que en términos humanos podrías llamarme,
hombre-alce.
—¿Cómo un hombre lobo? —Podía sentir cómo se tensaban sus
músculos.
—Sí, como un hombre lobo, solo que me convierto en un alce.
—¿Entonces los hombres lobo son reales? —Él podía decir que la idea
la asustaba.
Por lo poco que había visto de la cultura humana, sabía que los
hombres lobo eran presentados como máquinas asesinas sin sentido a las
que los humanos debían temer, nada que ver con los verdaderos
metamorfos 2. 1F

—Lo son, —dijo, tratando de sonar tranquilizador—. Pero son como


yo. Solo intentan cuidar de sus manadas y vivir la vida, nada que temer.
—¿Tienes una manda?
—Tengo una manada, ya que es la temporada de celo.
—¿Te refieres a la temporada de apareamiento?
—Sí. De lo contrario, vivo solo con mi hermano.
—Entonces eso... —dijo, sentándose y pareciendo afligida—. ¿Fue
porque es la temporada de apareamiento?
—¡No! —dijo, sentándose—. No, en absoluto. Fue porque no podía
soportar no tocarte más. Todos estos años observándote, pensando en ti.
No podía esperar más por ti. Tenía que tenerte.
—¿Y ahora qué? —preguntó—. ¿Vas a volver a tu manada y tener un
montón de sexo?
—Está en nuestra naturaleza esparcir nuestra semilla genética
durante la temporada de apareamiento —dijo, dándose cuenta que sus
respuestas sinceras probablemente no lo estaban haciendo ganar puntos en
este momento—. Pero no me gusta vivir mi vida así.
—¿Cuántos hijos tienes? —preguntó con recelo.

2
La palabra "metamorfo" está formada con raíces griegas y significa "que cambia de
forma". Sus componentes léxicos son: el prefijo meta- (más allá), morphe (forma).
—Probablemente una docena más o menos. No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Bueno, no los veo. Nuestra naturaleza es aparearnos y luego seguir
adelante. La hembra cría al ternero.
—Creo que he cometido un gran error —dijo, buscando a tientas su
ropa—. No soy una hembra y no me interesa un padre indolente 3. 2F

—No lo entiendes —dijo Bray, tratando de calmarla—. Ya no quiero


ser así. Ya no quiero seguir la naturaleza. Lo único que quiero es estar
contigo. Eres mi destino, Celeste. Siempre has estado ahí para mí.
Dejó caer su ropa e inmediatamente se llevó una mano al rostro para
cubrir las lágrimas que empezaban a brotar.
—He venido a buscarte porque yo también te necesito. Estoy sola y
tú siempre has estado ahí. Pero esto es demasiado para mí en este
momento. No eres humano; eres completamente diferente a todo lo que
estoy acostumbrada. Creo que he cometido un error.
—Celeste, por favor —dijo él, pero ella estaba demasiado ocupada
poniéndose la ropa con una rapidez asombrosa. Nunca había visto a un
humano moverse tan rápido, pero una mujer avergonzada aparentemente
poseía poderes sobrehumanos.
—Lo siento, Bray —dijo ella—. Tengo que ir a casa. Tengo mucho que
pensar.
—¿Qué he hecho? —preguntó él, confundido por su reacción.
—Nada —dijo ella, poniéndose de pie y mirándolo—. Estuviste
perfecto, pero no eres lo que necesito ahora. Tengo una vida allí y la tuya es
demasiado diferente. No puedo obligarte a ser algo que no eres, Bray.
Simplemente no puedo. Adiós.
—¡Celeste, espera! —gritó, pero ella ya había desaparecido, corriendo
por la ladera de la colina para escapar de él. Podría haber cambiado

3
Indolente: Persona que tiene pereza y falta de voluntad para hacer una cosa.
fácilmente y perseguirla, obligarla a detenerse y hablar con él. También
podría haberla capturado con la misma facilidad y obligarla a irse con él.
Sin embargo, nada de eso le pareció correcto. En su lugar, la dejó marchar.
Bray ahogó sus propias lágrimas al ver cómo se desvanecía lo único que le
había parecido correcto en su vida.
Capítulo 8

Celeste pasó el mes siguiente intentando recomponer su vida. Evitaba


conscientemente mirar al bosque o a la colina. La primera noche que lo hizo
vio la sombra de Bray, en forma de alce, mirándola desde la cima.
Ya no podía soportar mirarlo o pensar en él.
¿Qué la había poseído para entrar en el bosque y encontrarlo? ¿Por
qué no había protestado mientras se besaban e hicieron el amor? No, no
habían hecho el amor; era solo sexo. Ella era humana y él era una especie
de amalgama mitad hombre mitad alce. Era algo sacado de una película de
terror, no de una historia de amor.
¿Cómo podrían tener una vida juntos?
Su madre los había abandonado cuando Celeste era muy pequeña,
dejando a su padre solo para que se valiera por sí mismo. Bray hacía lo
mismo todos los años. Nunca conoció a sus propios hijos; simplemente
esparció su semilla y siguió adelante. Ella entendía que era solo la
naturaleza, pero también había un componente humano en él.
¿Cómo podía hacer eso? No era completamente un animal. No podía
aceptarlo y no podía involucrarse con él.
El mes de noviembre pasó volando. Tuvo varias discusiones con el
entrenador Abbott y en repetidas ocasiones, él le dijo lo que creía que era
mejor para ella. Finalmente, después que ella le dijera por décima vez que
iba a volver para unirse a su personal, él le dijo que no habría un puesto de
entrenadora disponible para ella más allá del nivel GA.
Michigan State acababa de despedir a todo su cuerpo técnico, y él
tenía la oportunidad de incorporar a su plantilla a su principal asistente. Se
trataba de una decisión puramente deportiva, pensada para mejorar el
equipo, pero eso no quitaba el dolor que sentía por ello.
De mala gana, llamó a Tyler y accedió a aceptar el trabajo en su
ciudad natal. Prácticamente pudo escucharlo dar volteretas por teléfono;
aparentemente, ella era un producto mucho más atractivo en la ciudad de
lo que ella pensaba.
Dondequiera que fuera, la gente la felicitaba y le daba las gracias por
haber aceptado esta tarea. No sólo iba a dirigir las carreras de baloncesto de
estas chicas, sino también a moldearlas en las jóvenes que llegarían a ser.
Era una tarea imponente, no obstante, a medida que pasaban las semanas
se iba involucrando cada vez más, hasta que no pudo recordar ningún
momento en el que no quisiera entrenar a las Lady Geysers. Las Geysers,
qué nombre.
Con el tiempo, olvidó por completo la tristeza de no tener a su padre
y el dolor de perder al que consideraba su único amor, mientras se lanzaba
de cabeza a su carrera. El campo de entrenamiento fue una experiencia
agotadora, una que las chicas no olvidarían pronto. Iban a ser el equipo
más en forma de la liga, eso era seguro.
Pasó Acción de Gracias con Kaitlyn y Tyler, disfrutando de una
comida con los padres de Kaitlyn. Era difícil estar cerca de los padres de
Kaitlyn sin su padre, pero lo soportó.
Prepararon tanta comida y la sirvieron continuamente en el plato de
su invitada, asegurándose que se lo comiera todo. Cuando todo terminó,
estaba tan llena que no podía moverse. Cada paso era doloroso, así que se
dirigió al sofá y se dejó caer, sin querer moverse durante varias horas.
Todos los demás se movían por la casa mezclándose y hablando,
dejándola a ella en la televisión viendo a los Low Dallas Cowboys
enfrentarse a los Miami Dolphins en una lucha defensiva. ¿Era una buena
defensa o un mal ataque? Celeste empezaba a inclinarse por lo segundo, lo
que la hacía dormir. Pero su inminente sueño se vio arruinado por la caída
del padre de Kaitlyn en el sofá junto a ella.
Bill siempre había sido un hombre amable, siempre dispuesto a
ayudar a su padre cuando lo necesitaba. Los dos se habían convertido en
mejores amigos después que ella se fuera a la universidad. Estaba
agradecida que Bill hubiera ayudado a ver la soledad de su padre.
—¿Cómo estás, calabacita? —le preguntó, usando el apelativo de su
padre.
—Bastante bien —dijo ella—. Estoy llena. Gracias por invitarme.
—Siempre eres bienvenida aquí —dijo—. Eres una más de la familia.
—Gracias —dijo ella, sonriendo dulcemente—. Eso significa mucho.
—Solo deseo que seas más feliz —dijo, suspirando—. Siempre le
prometí a tu padre que Katherine y yo cuidaríamos de ti si alguna vez le
pasaba algo. No creo que hayamos hecho un buen trabajo hasta ahora.
—Soy una mujer adulta —dijo, sacudiendo la cabeza—. No necesito
que me cuiden.
—Oh, claro —dijo él, mirándola—. Puedes cuidarte físicamente, eso
es seguro. Además, ahora tienes un buen trabajo. Pero, ¿cómo estás,
realmente?
—Estoy genial.
—Tesoro, estás sola en esa gran casa. Me siento fatal que vuelvas a
casa sola todas las noches.
—Está realmente bien.
—Lo sé —dijo, moviendo la mano despectivamente—.
Probablemente tengas razón. Todo el mundo es tan independiente hoy en
día. La gente se casa con sus carreras y cría perros en lugar de hijos. Solo
tienes que saber que siempre hay alguien que te quiere, cariño. No estás
sola.
—Gracias, Bill —dijo ella, inclinándose y acercándose a él para darle
un abrazo.
—Siempre estaré aquí para vosotros.
—Y nosotros para ti, tesoro.
Cuando se separaron, Bill se levantó y se dirigió a la cocina, dejando a
Celeste sola con sus pensamientos nuevamente. El partido de fútbol la iba a
dormir; tenía que cambiar de canal.
Mientras cambiaba de canal se encontró con las noticias locales,
emitiendo un reportaje en el parque. Estaban hablando con un
guardabosque que se parecía a Dudley Do-Right.
Tenía el pecho hinchado y el sombrero bajo para tratar de parecer lo
más oficial posible.
—Estoy aquí con el guardabosque Devon Traylor del Parque
Nacional de Pine Bluff.
—Bienvenido, Ranger Traylor.
—Gracias, Kristy.
—¿Está presentando un nuevo programa para la temporada
navideña?
—Así es —dijo él, sonriendo con la mayor sonrisa comemierda que
ella había visto nunca—. Desde ahora y hasta Año Nuevo vamos a pagar el
doble de lo que pagamos normalmente por cada cadáver de alce que nos
traigan los cazadores. Ahora bien, deben tener licencia y solo pueden
llevarse la cornamenta como trofeo.
—¿Y por qué hace esto, Ranger Traylor?
—Bueno, Kristy, estamos invadidos de alces. Han estado
destruyendo muchas especies de plantas en el parque y están dañando el
ecosistema. Hemos intentado reintroducir lobos en el parque, pero no están
matando al ritmo que esperábamos.
—¿No es así como resolvieron su problema con los ciervos en
Yellowstone?
—Lo es, pero no está funcionando aquí. Ahora es su temporada de
apareamiento, lo que significa que está a punto de haber otra explosión
demográfica. Lo que realmente necesitamos es que la gente salga a cazar en
número récord este año. Pagaremos un buen dinero por los cadáveres y la
carne se procesará y se enviará a los refugios y bancos de alimentos locales
para alimentar a los pobres y necesitados. Están haciendo una obra de
caridad al matar a estos animales. Si la naturaleza no los controla, entonces,
por Dios, lo haremos nosotros.
—¿Qué pasa si no se controlan las cantidades?
—Entonces, el parque acaba teniendo muchos problemas, Kristy. Sus
roces matan ciertos tipos de árboles y se están devorando grandes
extensiones de terreno. A medida que se vuelvan más valientes,
comenzarán a invadir nuestros vecindarios. No creo que nadie quiera que
Fido se encuentre con un alce adulto. No acabaría bien para el mejor amigo
del hombre.
Kristy soltó una carcajada increíblemente falsa y el guardabosque
Traylor se infló, obviamente sintiéndose un hombre por haber provocado
esa respuesta de su terrible candidez.
Todo eso se convirtió en un ruido de fondo para Celeste mientras se
sentaba en el sofá, con los ojos casi desorbitados. Se había encontrado con
Bray muy cerca de su casa, ¿eso significaba que su manada estaba cerca?
Los cazadores iban a salir en número récord. Bray iba a estar en peligro.
No estaba segura que pudieran estar juntos, pero eso no significaba
que quisiera ver morir a Bray. Él había estado ahí toda su vida y, por
mucho que ella intentara negarlo, habían hecho el amor y había sido muy
especial. Él había perdido parte de una cornamenta: ¿era de un cazador?
Tenía que advertirlo.
Era demasiado tarde para aventurarse esta noche; ni siquiera estaba
segura de dónde encontrarlo. Pero mañana lo encontraría y lo avisaría.
Tenía que hacerlo, era lo que su corazón deseaba.
Capítulo 9

—Levántate, hermano —instó Dallas, poniéndose en cuclillas frente a


Bray—. Muévete y haz el celo con algunas de nuestras hembras. El frío se
acerca, ¿puedes sentirlo? Pronto la temporada de celo habrá acabado y solo
seremos nosotros dos. ¿Quieres entrar en la soltería habiendo perdido todas
estas hembras? Tenemos una manada muy bonita esta temporada.
Bray desvió la mirada y se quedó mirando a lo lejos, tratando de
ignorar a Dallas y sus constantes pullas. Tenía el corazón roto desde el
momento en que vio a Celeste desaparecer por la ladera de la colina. Ella
era lo primero en lo que pensaba al despertarse y lo último en lo que
pensaba antes de dormirse. Sin ella, su vida no tenía sentido. No tenía
sentido andar en celo con esas hembras. La mera idea que él participara en
la temporada de apareamiento era la razón por la que ella se había ido.
Hacía un mes que no la veía y no había hecho mucho más que estar
tumbado y comer de vez en cuando. Había perdido algo de peso y no había
vuelto a adoptar su forma humana en al menos una semana. ¿Qué sentido
tenía? Era un alce, no un humano. ¿Por qué se le había otorgado la
capacidad de convertirse en humano?
Soy humano solo en cuerpo, pensó. Soy un alce dentro de un cuerpo
humano.
Esas palabras habían pasado por los recovecos de su mente
repetidamente durante el último mes, y siempre abriendo su camino al
frente para estrellarse en su proceso de consciente razonamiento. La idea
no resultaba menos deprimente cuando pensaba en ella.
Su depresión estaba empezando a hundir al resto de la manada y a
Dallas. Ningún otro macho había desafiado por el dominio, pero si lo
hubieran hecho, él y Dallas podrían haberlo perdido todo. ¿Querría Dallas
estar con él después que su inacción le hubiera llevado a la derrota?
La noche en que ella se marchó, él estaba demasiado afectado para
volver a la manada. En su lugar, se sentó en la colina y contempló la casa
de ella, añorando a su amor de toda la vida, que había vuelto a entrar
brevemente en su vida antes de desaparecer de ella en un instante.
Sabía que su angustia y abatimiento no eran una cualidad atractiva,
pero en ese momento ya no le importaba. Simplemente ya no tenía ningún
propósito para él; no valía la pena vivir sin ella. Tal vez otro alce
compitiendo por sus hembras podría haberlo salvado, tal vez habría
despertado algo primario dentro de él, pero por ahora no había nada.
Dallas había pasado los dos primeros días después que Bray volviera
de acoplarse con la hembra humana lanzando acusaciones a su hermano.
La olió en Bray y supo que su hermano había estado tramando algo malo,
alejándose para probar la fruta prohibida. Bray no lo había negado, pero
tampoco lo había admitido. En cambio, le había dado a Dallas un buen
golpe con el dorso de la mano, haciendo que su hermano se desplomara,
humillándolo frente a la manada.
Dallas se había levantado de un salto, dispuesto a tomar represalias,
pero pareció pensárselo mejor cuando vio el fuego en los ojos de Bray.
Dallas no tenía ninguna posibilidad de enfrentarse a su hermano en una
pelea justa y lo sabía mejor que nadie. Finalmente, se echó atrás en la
confrontación física, aunque seguía increpando a Bray cada vez que podía.
Pero incluso eso se había quedado en el camino cuando el estado de Bray
no mejoró.
—Hermano, no sé qué te ha deprimido —dijo Dallas, todavía en
cuclillas junto a Bray—. Pero no puede ser tan grave. ¿Es por la humana?
¿Ha pasado algo con la humana?
Bray enterró su nariz en la tierra.
—Sabía que era la humana —dijo Dallas, extendiendo la mano y
frotándola por el largo y poderoso cuello de su hermano—. Sé que es
deprimente en este momento, pero vosotros dos nunca podrían estar. Te
perdono por lo que has hecho, hermano. Vuelve a la manada conmigo y
toma tu posición como jefe principal una vez más. Nadie pensará menos de
ti. Estas cosas pasan. Lo sé mejor que nadie. Tu relación nunca podría ser,
pero el resto de tu vida sí y se te está escapando.
Bray se sentó y miró a su alrededor. No lo había pensado en esos
términos, pero tenía sentido. Quizá había sido una quimera pensar que
podría vivir su vida con Celeste. Era un alce, no un humano, aunque
anhelara las comodidades de la vida humana.
¿Cuántos de mis hijos no conozco? se preguntó. ¿Cuántos he criado por
ahí? ¿Acaso el fruto de mis entrañas está resentido por no haberlo criado?
Bray nunca había conocido a su padre, como era la costumbre de los
alces, pero eso no le impedía preguntarse qué clase de alce era. Esto no
estaba bien; eran en parte humanos. No podían rendirse a su naturaleza
interior.
Tenían que empezar a mezclar las dos partes.
Dallas retrocedió cuando Bray empezó a cambiar y girar,
compactándose en su cuerpo humano por primera vez en una semana. Se
sentía como si estuviera arrastrándose a un agujero, embutido en él, pero al
mismo tiempo se sentía bien.
—No —dijo Bray, inclinando la cabeza—. Lo siento, hermano, pero
voy a dejar la manada.
—¿Qué? —preguntó Dallas, persiguiéndolo—. ¡No puedes
abandonar la manada! ¿Qué pasa con la temporada de celo?
—¿A quién le importa la temporada de celo? —preguntó Bray,
dirigiendo su furia hacia su hermano—. ¿Realmente te hace feliz
emparejarte con tantas hembras? ¿Dar constantemente parte de ti a tantas
reses diferentes, cuando en realidad deberías estar dando todo lo que tienes
a una sola hembra? Somos parte humana, por Dios, hermano. Los humanos
tienen la capacidad de amar, ¡amor incondicional! ¿Vamos a tirar eso por la
borda para ser animales por el resto de nuestras vidas?
—Somos animales —dijo Dallas, cruzando los brazos.
—¿Lo somos? ¿Eso es todo lo que somos? —preguntó Bray,
extendiendo los brazos a un lado—. ¿Por qué puedo hacer esto, entonces?
¿Por qué puedo convertirme en un hombre, si no es porque se supone que
soy humano? Si se supone que solo somos animales, entonces eso es todo lo
que seríamos. No seríamos diferentes de los otros alces sin cerebro que
pueblan el parque. Pero somos más, más que simples animales.
—Esa humana te ha envenenado la mente —dijo Dallas, con la
mandíbula apretada y los músculos del cuello abultados. Estaba a punto de
explotar.
—¡Ella me abrió los ojos, hermano! Ella los abrió a un mundo que
siempre quise, pero nunca tuve las agallas de intentar tomar. ¿Cuántos
hijos tenemos cada uno? ¿Cuántos?
—No lo sé —dijo Dallas.
—¡Exactamente! —dijo Bray—. No tenemos ni idea porque nunca nos
hemos molestado en quedarnos después de la temporada de celo. Nunca he
conocido la alegría de la paternidad. Nunca se me ha hinchado el corazón
de orgullo al mirar los ojos de mi hijo recién nacido. Todo eso cambia. He
terminado con el celo, he terminado con las manadas, he terminado con
defenderme en los concursos de golpes de cabeza, he terminado con todo.
—No puedes —dijo Dallas, dando un paso adelante. De repente, bajó
los brazos y dio un paso atrás, con la cara retorcida por la repugnancia—.
¡Tú!
Bray se dio la vuelta, su cara se puso caliente y sus ojos se agrandaron
cuando el catalizador más grande para su cambio entró en el claro. Celeste
estaba allí, vistiendo un jersey verde de cuello alto que no hacía nada por
ocultar la curva de su pecho y un par de vaqueros azules ajustados. En la
cabeza llevaba un gorro de punto blanco y unos guantes a juego cubrían
sus manos. Su hermoso cabello negro caía por debajo del gorro,
enmarcando la belleza de su rostro mientras el sol de la mañana se reflejaba
en su piel bronceada. Hacía frío fuera, pero aquí estaba ella sin abrigo.
Instintivamente, Bray quiso saltar hacia ella, rodeándola con sus brazos
para protegerla del áspero frío del aire de finales de noviembre. En cambio,
retrocedió con aprensión, temiendo lo que pudiera hacer la manada. En
silencio, se colocó entre ella y las celosas hembras que habían empezado a
levantarse y a agruparse en una turba furiosa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Bray.
—¿De verdad querías decir todo eso? —preguntó Celeste, apretando
las manos sobre su corazón—. ¿Era todo cierto?
—Por supuesto que sí —dijo Bray, sonriéndole.
—¿Cada palabra?
—Cada palabra —confirmó, asintiendo con la cabeza. Se adelantó,
escuchando los siseos y abucheos de la manada mientras tomaba las manos
de ella entre las suyas.
—Eres todo lo que quiero, Celeste. Eres todo lo que siempre quise.
Siempre pensé que esto era lo que debía hacer. Creía que debía ser el
animal en el que podía convertirme. Tú me has mostrado el hombre en el
que puedo convertirme y quiero ser él. Quiero serlo para ti y para nadie
más.
—Me encantaría —dijo Celeste, rodeando su cuello con los brazos y
abrazándolo con fuerza. Él le devolvió el abrazo de inmediato, oyendo el
aire estallar en sus vértebras al apretarla con todas sus fuerzas.
—Déjame coger mis cosas —dijo—. Entonces volveré contigo. Voy a
dejar todo esto atrás.
—Está bien —dijo ella, limpiando una lágrima del rabillo del ojo—.
Solo necesitaba escucharlo, eso es todo.
—Lo sé, cariño —susurró—. Te perdono.
Cuando se dio la vuelta, encontró a Dallas parado frente a él, con los
puños apretados con fuerza.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Me voy —dijo Bray, empujándolo y dirigiéndose a la bolsa en la
que guardaba su ropa humana—. Para siempre.
—¡No puedes hacer eso! —protestó Dallas, pisando fuerte en el suelo.
—Te necesito, hermano.
—No es así —dijo Bray, volviéndose—. Hermano, eres más fuerte de
lo que crees. Puedes seguir viviendo como un animal, o puedes mudarte a
la ciudad como yo y comenzar una nueva vida.
—No soy un humano —declaró Dallas—. Soy un alce.
—Yo también seré siempre un alce, hermano —dijo Bray—. Pero ya
no negaré más al humano que también soy.
Bray levantó la vista mientras recogía sus cosas y se dio cuenta que
las mujeres susurraban y señalaban a Dallas. No hacía falta leer la mente
para saber de qué estaban hablando. Sin la fuerza de Bray, Dallas les
resultaba inútil. Iban a dejar a Dallas y a encontrar un compañero más
fuerte. Bray quería a Dallas tanto como a Celeste, así que no podía hacerle
eso a su hermano.
El tonto cabezón quería seguir viviendo como antes y Bray lo iba a
condenar alejándose.
—Y otra cosa, hermano —dijo Bray, poniéndose de pie y flexionando
los músculos de su pecho—. Me llevo todas mis reses conmigo.
—¿Qué? —gritaron Dallas y Celeste al unísono. Una erupción de
vítores y silbidos provino de la manada de reses.
—Está bien —susurró Bray, guiñando un ojo a Celeste—. Solo tienes
que seguirnos.
Dallas parecía confundido al principio, pero cuando Bray se acercó a
la manada se le encendió una bombilla en los ojos. —¡Aléjate de mis reses!
—¿Tus reses? —preguntó Bray, girando y tratando de sonar
amenazante—. No recuerdo que me las hayas ganado. Siempre he
protegido esta manada y me la llevaré conmigo. El celo no ha terminado.
—Te vas a vivir con los humanos —dijo Dallas—. No permitiré que
mezcles mi manada con ellos.
—Intenta detenerme —dijo Bray.
Sin otra palabra, Dallas se transformó rápidamente en su forma de
alce. Bray hizo lo mismo, elevándose sobre su hermano menor. Ambos
bajaron la cabeza y empezaron a patear el suelo, preparándose para trabar
la cornamenta.
Capítulo 10

Celeste no podía creer lo que estaba sucediendo. En el lapso de un


par de minutos se había topado con su amante largamente perdido y su
manada, lo había escuchado decir todo lo que siempre había querido oír, y
ahora estaba a punto de presenciar un duelo con su hermano en una
especie de sangrienta demostración de dominio masculino.
Comprendió lo que estaba haciendo; la colección de hembras
desnudas, increíblemente en forma y hermosas, que se encontraban en la
distancia no aceptarían a su hermano como líder. Era obvio que su hombre
era el macho más fuerte y en mejor forma, siempre liderando el
espectáculo. Su hermano solo lo acompañaba, pero Bray no permitiría que
se quedara en un exilio solitario porque se marchara.
Era como si un jefe de la mafia dejara el negocio: tenía que asegurarse
que todo el mundo supiera quién estaba al mando en su ausencia, de lo
contrario se produciría el caos. Bray estaba haciendo lo correcto, lo que
hacía que Celeste estuviera aún más orgullosa de él.
Gritó y retrocedió de un salto cuando un fuerte chasquido atravesó el
aire de la mañana. Los dos machos habían embestido el uno al otro,
encontrándose de frente y trabando las astas. Dallas estaba esforzándose y
luchando mientras intentaba girar la cabeza de su hermano. Bray ni
siquiera parecía estar sudando mientras mantenía su posición. Dallas se
retorcía y empujaba mientras Bray permanecía completamente inmóvil.
Para horror de Celeste, Bray comenzó a empujar a Dallas,
empujándolo hacia atrás. Con un rápido giro de cuello comenzó a voltear a
Dallas sobre su lado.
¿Qué estaba haciendo? ¿La emoción del duelo había despertado su
instinto animal? Era la única explicación que entraba en el cerebro de
Celeste.
Se quedó allí, con las manos en la cabeza mientras intentaba no
llamar a Bray y destruir toda su farsa. Las hembras se agarraban unas a
otras y saltaban mientras señalaban el evidente dominio de Bray. En ese
momento él levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Celeste.
Sus grandes ojos marrones se centraron en los de ella y parpadeó.
Inmediatamente se vio transportada de regreso al primer día en el bosque,
el primer día que conoció a Bray y el primer día que sus labios se habían
tocado. Entonces, había tenido la misma mirada en sus ojos que ahora.
En un instante todo había terminado. Bray dejó escapar un grito
doloroso y terrible mientras comenzaba a deslizarse hacia atrás, sin poder
luchar ya contra el empuje de Dallas. Percibiendo su oportunidad, Dallas
rápidamente volteó su cuello, levantando a Bray del suelo y golpeándolo
contra su costado con fuerza. Destrabó sus astas y se acercó al suave y
expuesto estómago de su hermano, apoyando las puntas de su cornamenta
contra él.
Bray se encogió en señal de sumisión, entregando su estómago al
golpe mortal de su hermano. El golpe nunca llegó; en su lugar, Dallas
caminó hacia atrás, permitiendo a Bray ponerse de pie y darse cuenta de su
derrota. Celeste no sabía qué estaba pasando por la mente de Bray, pero
sabía que, fuera lo que fuera, no podía ser fácil para el poderoso macho. Se
había dejado romper por amor, por ser humano. Le había dado algo que
ella nunca podría devolver. Ninguno de los dos volvería a estar solo.
Todas las hembras se abalanzaron cuando Dallas volvió a su forma
humana. Sus manos agarraban y frotaban a Dallas, todas se ofrecían para
ser las primeras en ser embestidas por su nuevo y fuerte líder.
Lentamente, Bray se levantó y se cambió de ropa, haciendo todo lo
posible por permanecer recatado y no ser visto por la manada. Se puso
unos vaqueros ajustados, una camiseta blanca y un par de botas vaqueras
antes de caminar hacia Celeste y rodearla con el brazo.
De alguna manera, se veía aún mejor con ropa humana, si es que eso
era posible.
Se quedó sin aliento casi tanto como la primera vez que lo había visto
hacía un mes. Era magnífico.
—Gracias —susurró ella, frotando su mano por su espalda.
—No, gracias a ti—susurró él—. Gracias por estar ahí para mí.
—Siempre estaré ahí —susurró ella.
—Yo también.
Cuando se dieron la vuelta para marcharse, una campanada de
alarma sonó en la cabeza de Celeste. Abrió los ojos desmesuradamente y se
giró de nuevo, mirando a Dallas y a la manada.
—¡No vine aquí a buscar a Bray!
—¿Qué? —preguntaron Dallas y Bray.
—No vine a llevarme a Bray —dijo, sonriendo tímidamente—. Quiero
decir que es un bonito consuelo y sin duda lo aceptaré, pero esa no era mi
principal razón para venir aquí.
—¡Di lo que piensas y vete de mi territorio, humana! —dijo Dallas,
con su voz retumbando en el claro. Todas las hembras rieron y aplaudieron
mientras él hinchaba el pecho. Rápidamente retrocedió cuando Bray se
adelantó, lanzándole una mirada de advertencia.
—Puedo hacer eso —dijo ella, interponiéndose entre ellos para
mantener la paz.
—Hubo un reportaje en las noticias. Esperan que un número récord
de cazadores entren en la zona para controlar a los alces. Los guardas del
parque están ofreciendo enormes recompensas por los cadáveres de alce,
porque creen que están invadiendo el lugar.
—No somos nosotros los que estamos invadiendo el lugar —dijo
Dallas—. Es el verdadero alce.
—Sí —respondió Bray—. Nuestras hembras no son tan fértiles como
un alce normal. La temporada de celo tal vez solo produzca una cría a la
vez, si tenemos suerte.
—¿Qué? —dijo Celeste—. Te pregunté cuántos hijos tienes.
—Y ya te dije que no lo sé —dijo Bray.
—Pero dijiste que te apareabas para difundir tu material genético.
—Lo hacemos —respondió Dallas—. Pero eso no significa que
tengamos éxito. ¿Alguien de aquí ha tenido alguna vez una cría?
La mayoría de las hembras negaron con la cabeza, y la mayoría bajó
la mirada después avergonzada.
—¿Así que no os preocupan los cazadores?
—No —dijo Bray—. Por eso nos acercamos a los humanos y
decidimos pasar la mayor parte del tiempo en forma humana. Eso
mantendría a los cazadores a raya.
—No es un paseo por el parque —dijo Dallas—. Prefiero ponerme en
celo como un humano, pero es una mierda tener que ser humano todo el
día.
Muchas de las hembras ofrecieron su apoyo a la posición de Dallas.
—Bueno, entonces, supongo que no hacía falta que viniera aquí —
dijo Celeste, sintiéndose de repente muy avergonzada. Había metido las
narices donde no debía.
—No viniste sin ningún motivo —dijo Bray, rodeándola con el
brazo—. Te vas exactamente con lo que necesitabas.
—Supongo que sí —dijo Celeste, levantando la vista hacia él y
sonriendo. Bray le devolvió la sonrisa con tanta calidez que podría haber
calentado fácilmente el duro aire frío que los rodeaba.
—Adiós, hermano —dijo Bray—. Me has vencido justamente. Cuida
de la manada y no dudes en visitarnos cuando hagas tu viaje al
asentamiento humano durante la temporada de soltería.
—Adiós, hermano —dijo Dallas, guiñando un ojo mientras se daban
la vuelta para alejarse.
—¿Y ahora qué? —preguntó Bray.
—Tenemos que conseguirte ropa nueva y un trabajo —dijo Celeste,
riéndose.
—¿Un trabajo? —preguntó—. Quizás he cometido un gran error.
Se dio la vuelta y se burló corriendo de vuelta a la manada. Celeste
soltó una risita y le dio una palmada en el pecho. —Compórtate.
—Hará falta mucho para obligarme a hacer eso —le susurró al oído
antes que su lengua saliera disparada y recorriera el camino desde su oreja
hasta la base de su cuello. Celeste se estremeció y sintió que la humedad se
acumulaba en su ingle. La vida iba a ser divertida.

Celeste estaba sentada en el alféizar de su antigua habitación,


mirando la nieve que cubría su colina en la distancia. Habían pasado seis
años desde que fue a la colina y encontró al amor de su vida, el hombre que
la amaría y protegería para siempre.
En momentos como este, solo tenía que alejarse de los rigores de la
vida y reflexionar sobre lo increíble que había sido su viaje. Su padre
estaría muy orgulloso de lo que había logrado desde que él se marchó
trágicamente de su vida.
Había ganado tres títulos estatales seguidos y este año se preparaba
para conseguir el cuarto en cinco temporadas. Era la mañana de Navidad y
estaba casada con un hombre como ningún otro, eso era un hecho.
—¿Mami? —llamó una vocecita desde su vieja cama—. ¿Ya es hora
de abrir los regalos?
Celeste se giró y sonrió a la carita que la miraba desde la cama.
Breanna solo tenía tres años, pero lo sabía todo sobre la Navidad.
—¡Me pareció oír a Papá Noel anoche! —exclamó, sentándose en la
cama.
—¡Estaba en el tejado con sus renos!
—¿Estás segura que no eran tu padre y el tío Dallas haciendo el
tonto? —preguntó Celeste.
—Oh —dijo Breanna, cayendo de nuevo en su almohada y
frunciendo el ceño—. No es justo.
—En realidad —dijo Celeste, sonriendo—, ahora que lo pienso, papá
y el tío Dallas se quedaron abajo toda la noche. Mami los vio. Debe de
haber sido Papá Noel.
—¿Sí? —preguntó Breanna, sentándose de nuevo en la cama y
riendo—. ¡Vamos a ver si nos ha dejado regalos!
—Está bien —dijo Celeste, sacando a su pequeña maravilla de la
cama—. ¡Vamos a correr con papá y tu hermano por las escaleras!
—¡Está bien! —dijo Breanna, corriendo para abrir la puerta—. ¡Papi!
¡Randall! ¡El último en bajar es un huevo podrido!
El hermano mayor de Breanna pasó volando en un instante, con sus
pezuñas golpeando en el suelo de madera.
—¡No es justo! —gritó Breanna, corriendo hacia el pasillo—. ¡No
puedes cambiar! ¡No puedo hacer eso todavía!
Mientras Celeste corría para reunirse con ellos, fue detenida en la
puerta por la pared de granito que era su marido. Levantó la vista hacia él,
notando el brillo en sus grandes ojos marrones mientras él miraba los
suyos.
—Feliz Navidad, preciosa —dijo.
—Feliz Navidad, hermoso —dijo ella—. Te amo.
—Yo también te amo.
Se inclinó, poniendo sus labios sobre los de ella, besándola con la
misma avidez que cuando la había encontrado en la colina seis años atrás.
Habían pasado por muchas cosas en los últimos seis años, más que la
mayoría, pero de alguna manera se las habían arreglado para soportarlo
todo. Y en ese tiempo la pasión y los fuegos artificiales que volaban cuando
sus labios se encontraban nunca habían disminuido. Él había estado ahí
para ella cuando era una niña, y siempre estaría ahí. Él era su ciervo.
Fin
Sobre el Autor

Jessica Ryan es la autora de la popular serie "Bucklin Wolves''. La


saga comenzó con "Taken By The Wolf” cuando el sheriff de Bucklin,
Rowan, salva a la bella y curvilínea Eva de una muerte segura a manos de
una mortífera banda de moteros cambiaformas.
GRACIAS POR LEERNOS

ESPERAMOS QUE HAYAN DISFRUTADO DE ESTA
TREPIDANTE ANTOLOGÍA.

RECUERDEN APOYAR A TODOS LOS GRUPOS DE


TRADUCCIÓN QUE HAN HECHO ESTO POSIBLE, Y A TODOS
LOS AUTORES PARA QUE NOS SIGAN TRAYENDO
CONTENIDO.

¡LES DESEAMOS FELIZ NAVIDAD Y QUE TENGAN UN


PRÓSPERO AÑO!
Staff
MODERADORAS
BLACKTH➰RN (CDFC)

-PATTY (SL)

RONI TURNER (CDFC)

DISEÑO
KERAH (GoR)

MAQUETACIÓN PDF
RONI TURNER (CDFC)

MAQUETACIÓN EPUB
JACKYTKAT (CDFC)

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