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de La Oroya ocasionados por la minera Doe Run. Bravo Alarcón destaca la debilidad
del Estado para hacer cumplir sus regulaciones y la necesidad de muchos pobladores
estimen aceptable tolerar los riesgos de la contaminación a cambio de acceder a
oportunidades abiertas por las operaciones metalúrgicas, mientras que para otro sector
es prioritario una salud de calidad:
Otro de los temas que se destaca en las fuentes son los problemas complejos
socioambientales en la ciudad de La Oroya. Bravo Alarcón destaca que los problemas
socioambientales se dan de manera consecuente desde hace muchos años, tales hacen
notar la dejadez del estado frente a los conflictos mineros y esto se manifiesta a la
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inadecuada comprensión de los procesos, así como la lentitud de respuestas esto hace
que el conflicto socioambiental siga incrementando en conflictividad.
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Otro de los temas que se destaca en las fuentes son los conflictos sin respuesta en la
ciudad de La Oroya. Bravo Alarcón destaca que el medio ambiente se encuentra en
colisión por las actividades metalúrgicas desarrolladas y tales distan de ser resueltos, ya
que el estado y la empresa DRP para evadir responsabilidades postergan los plazos de
solución:
Por el lado político, el caso muestra la pugna entre actores (locales, nacionales y hasta
internacionales) con percepciones, posiciones e intereses encontrados y con asimetrías
de poder bastante pronunciadas, lo que se expresa en un conflicto socio ambiental en
que algunos resaltan o minimizan la gravedad de la contaminación; unos se contentan
con algunas acciones como respuestas al problema; y otros amplían el escenario del
conflicto involucrando a nuevos actores, como una forma de balancear las disparidades
de poder. Sin embargo, las tres formas de iniciativa han logrado poner el caso de La
Oroya en el foco de la atención pública y mediática, convirtiéndolo en un caso icónico,
una suerte de emblemático ejemplo en negativo de aquello a lo que no se debería llegar
en términos de salud pública ambiental en el país. Las medidas participativas se han
tropezado con escenarios sociales poco propicios al consenso, como la dependencia de
la ciudad respecto a la continuidad de las operaciones metalúrgicas, condición
estructural que pone en segundo plano los derechos a la salud y prioriza los ingresos
económicos y el acceso al empleo. El tejido social y la sociedad civil en La Oroya son
relativamente débiles, por lo que las propuestas participativas no han culminado en
respuestas terminantes y decididas que gocen del respaldo de la población (Bravo
Alarcón, 2012, pp. 178 - 180).
Con la cita presentada anteriormente nos da a entender que el tema es bastante complejo
y relevante ya que el conflicto es evidente y este surge cuando la población observa que
su calidad de vida y del medio ambiente son afectadas por la minería, mientras que unos
están interesados que esta se siga desarrollando de manera irresponsable por un tema
económico, otros están preocupados en la protección de su salud y por ende el medio
ambiente.
Otro de los autores, Julián Elizabeth, explica acerca del costo social sin resolver
ocasionado por Doe Run. Se refiere a los efectos que la producción provocó casi de
manera inmediata un considerable impacto social, económico y ambiental en el entorno,
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con una solución tantas veces aplazada y como resultado se tiene una acumulación de
contaminación en la zona. Según Julián Elizabeth (2018):
Se podría decir que durante estos años se ha podido constatar la gravedad de los daños a
la salud de los que han sido víctimas los pobladores de La Oroya a causa de la
contaminación a la que han estado y continúan estando expuestos. En esa medida, el
Estado debe asumir sus obligaciones y cumplir a cabalidad las medidas cautelares de
protección a las víctimas.