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Uno de los temas que se destaca en las fuentes son los conflictos sociales en la ciudad

de La Oroya ocasionados por la minera Doe Run. Bravo Alarcón destaca la debilidad
del Estado para hacer cumplir sus regulaciones y la necesidad de muchos pobladores
estimen aceptable tolerar los riesgos de la contaminación a cambio de acceder a
oportunidades abiertas por las operaciones metalúrgicas, mientras que para otro sector
es prioritario una salud de calidad:

Una de las primeras constataciones que se desprenden del conflicto


generado en La Oroya es que las contradicciones no reproducen el ya
clásico esquema que coloca a la empresa y a las poblaciones en posiciones
antagónicas. A diferencia, por ejemplo, del caso del Cerro Quilish (que
enfrentó en 2004 a la minera Yanacocha con la población de la ciudad de
Cajamarca) o de Tambogrande (localidad de Piura que en 2002 impidió la
llegada de la minera Manhattan a su valle frutícola), en La Oroya las
ubicaciones y coaliciones son diferentes: por un lado, existe un importante
sector de la población que junto con organizaciones locales defiende la
continuidad de las actividades metalúrgicas y más bien impugna el papel del
Estado, al que perciben como una amenaza que podría decidir el cierre de la
fundición, lo que cortaría la fuente de ingresos de la ciudad; y, por otro, está
aquel sector de la población local que, apoyada por algunas ONG y
organizaciones sociales, cuestiona la conducta ambiental de DRP y el papel
del Estado en la gestión del conflicto y en la evolución de los impactos
ambientales en La Oroya. (Bravo Alarcón, 2012, p. 95-96)

De esta manera el autor nos da a entender que el conflicto de la ciudad de La Oroya es


de suma complejidad ya que se encuentran intereses contrapuestos, las condiciones
laborales y fuente de ingreso de los pobladores, frente al medio ambiente y su
salvaguarda. Sin embargo, pese a la complejidad del conflicto, este pudo ser evitado y
volvemos a caer en el síndrome de la crónica de una muerte anunciada.

Otro de los temas que se destaca en las fuentes son los problemas complejos
socioambientales en la ciudad de La Oroya. Bravo Alarcón destaca que los problemas
socioambientales se dan de manera consecuente desde hace muchos años, tales hacen
notar la dejadez del estado frente a los conflictos mineros y esto se manifiesta a la

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inadecuada comprensión de los procesos, así como la lentitud de respuestas esto hace
que el conflicto socioambiental siga incrementando en conflictividad.

Según Bravo Alarcón (2012), El problema socioambiental que afecta a La Oroya se


expresa en un esquema de conflicto atípico y complejo marcado por: una situación de
dependencia económica de la ciudad frente a la actividad metalúrgica; presencia de
múltiples actores con posiciones e intereses diferenciados; una actitud ciudadana
predominante que privilegia los beneficios económicos derivados de las operaciones
mineras y que pone en segundo plano los derechos a la salud y a la calidad ambiental;
una gama de percepciones contradictorias sobre el papel del Estado, al que unos ven
como condescendiente con DRP y otros como hostil a su desempeño al frente de la
gestión del complejo metalúrgico. El poco responsable comportamiento de DRP frente a
sus compromisos ambientales (PAMA), así como las vacilaciones del Estado frente a su
obligación de hacer cumplir dicha exigencia ambiental, ameritan la revisión de las
condiciones de aplicabilidad de los mecanismos de remediación ambiental. El cese de
actividades ha contribuido, por un lado, a la disminución ostensible de las emisiones de
dióxido de azufre sobre la ciudad, y, por consiguiente, a una leve recuperación
ambiental; pero por otro, ha tenido un impacto social, comercial y poblacional que está
haciendo de La Oroya una locación que se despuebla, pierde recursos y quiebra su
dinámica comercial y vecinal. Dicha paralización también truncó la opción de certificar
los aparentes progresos que DRP afirma haber logrado en la disminución de sus
emisiones y vertimientos contaminantes, como también impidió verificar su
sostenibilidad en el tiempo (pp. 177-180).

Con la cita presentada anteriormente nos da a entender que las oportunidades


económicas en el Estado son prioritarias, y que los temas de salud de calidad,
socioambientales pasen a segundo plano de importancia. Cabe comentar la situación de
dependencia económica a la minería en ese sector metalúrgico, los pobres antecedentes
de responsabilidad ambiental (RS) de Doe Run y el incumplimiento de sus
compromisos ambientales, solo demuestra que el Estado opta por una conducta flexible
ante la aplicación de las normas ambientales y las propuestas de solución sin punto de
partida, hacen que Doe Run tome evasivas y prorrogas cuantas veces quieran.

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Otro de los temas que se destaca en las fuentes son los conflictos sin respuesta en la
ciudad de La Oroya. Bravo Alarcón destaca que el medio ambiente se encuentra en
colisión por las actividades metalúrgicas desarrolladas y tales distan de ser resueltos, ya
que el estado y la empresa DRP para evadir responsabilidades postergan los plazos de
solución:

Por el lado político, el caso muestra la pugna entre actores (locales, nacionales y hasta
internacionales) con percepciones, posiciones e intereses encontrados y con asimetrías
de poder bastante pronunciadas, lo que se expresa en un conflicto socio ambiental en
que algunos resaltan o minimizan la gravedad de la contaminación; unos se contentan
con algunas acciones como respuestas al problema; y otros amplían el escenario del
conflicto involucrando a nuevos actores, como una forma de balancear las disparidades
de poder. Sin embargo, las tres formas de iniciativa han logrado poner el caso de La
Oroya en el foco de la atención pública y mediática, convirtiéndolo en un caso icónico,
una suerte de emblemático ejemplo en negativo de aquello a lo que no se debería llegar
en términos de salud pública ambiental en el país. Las medidas participativas se han
tropezado con escenarios sociales poco propicios al consenso, como la dependencia de
la ciudad respecto a la continuidad de las operaciones metalúrgicas, condición
estructural que pone en segundo plano los derechos a la salud y prioriza los ingresos
económicos y el acceso al empleo. El tejido social y la sociedad civil en La Oroya son
relativamente débiles, por lo que las propuestas participativas no han culminado en
respuestas terminantes y decididas que gocen del respaldo de la población (Bravo
Alarcón, 2012, pp. 178 - 180).

Con la cita presentada anteriormente nos da a entender que el tema es bastante complejo
y relevante ya que el conflicto es evidente y este surge cuando la población observa que
su calidad de vida y del medio ambiente son afectadas por la minería, mientras que unos
están interesados que esta se siga desarrollando de manera irresponsable por un tema
económico, otros están preocupados en la protección de su salud y por ende el medio
ambiente.

Otro de los autores, Julián Elizabeth, explica acerca del costo social sin resolver
ocasionado por Doe Run. Se refiere a los efectos que la producción provocó casi de
manera inmediata un considerable impacto social, económico y ambiental en el entorno,

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con una solución tantas veces aplazada y como resultado se tiene una acumulación de
contaminación en la zona. Según Julián Elizabeth (2018):

Los elevados niveles de contaminación contribuyen a la mayor incidencia de


las enfermedades relacionadas con las vías respiratorias. Debido a esto, el
costo estimado, a través de la metodología integrated assessment, asciende a
US$ 329 millones para el año 2005. Más aún si se asume que en términos de
política ambiental no se realizan acciones correctivas o poco efectivas
durante los siguientes 10 años, donde el costo social en valor presente
representaría el 3,5% del PBI nacional y el 7,4% respecto al PBI de Lima.
Este monto estimado representa un importante costo social para el Perú que
no se reconoce y que debería incorporarse con el fin de promover políticas
correctivas y coercitivas que permitan, primero, hacer cumplir las leyes
normadas y, segundo, como consecuencia, reducir los niveles de
contaminación, además de la pérdida social estimada, dentro de la ciudad y
en razón de su morfología y vientos, los contaminantes son arrastrados y
concentrados en las microcuencas atmosféricas, lo que agudiza el problema
para los Conos Norte y Este de la ciudad de La Oroya, lugares donde se
concentran significativos porcentajes de población con escasos recursos y
que, por lo tanto, son más vulnerables (pp. 22-23). 

Se podría decir que durante estos años se ha podido constatar la gravedad de los daños a
la salud de los que han sido víctimas los pobladores de La Oroya a causa de la
contaminación a la que han estado y continúan estando expuestos. En esa medida, el
Estado debe asumir sus obligaciones y cumplir a cabalidad las medidas cautelares de
protección a las víctimas.

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