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LEIGH PHILLIPS & MICHAL ROZWORSKI

LA REPÚBLICA POPULAR DE
WALMART

CÓMO LAS CORPORACIONES MÁS GRANDES DEL


MUNDO ESTÁN DEJANDO EL FUNDAMENTO PARA
EL SOCIALISMO
La República Popular de Walmart
Leigh Phillips & Michal Rozworski
Publicado en 2019
Traducido y digitalizado en octubre de 2021
Primera Edición

Chemok, ¿editor?
CONTENIDO

AGRADECIMIENTOS.......................................................................................................................... 1
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................. 3
¿Y SI WALMART FUESE UN PLAN SOCIALISTA SECRETO? ................................................ 19
El debate del cálculo económico en el Socialismo ............................................................... 22
La planificación en la práctica .................................................................................................. 31
La distopía Randiana de Sears .................................................................................................. 40
LAS ISLAS DE LA TIRANÍA ............................................................................................................ 47
Ronald Coase pregunta por ahí… .............................................................................................. 48
El debate del cálculo continuó .................................................................................................. 53
La respuesta de Hayek ................................................................................................................ 57
Todos hemos estado mal informados ..................................................................................... 61
Ya que hablamos acerca de hacer que la gente haga cosas… ............................................ 64
Hazte con la máquina, antes de que ella se haga contigo .................................................. 69
Abriendo las puertas al futuro................................................................................................... 73
MAPEANDO EL AMAZON(AS)....................................................................................................... 76
Lo que Amazon planifica ............................................................................................................ 77
La estructura en medio del caos ............................................................................................... 82
Trabajadores perdidos en el Amazon(as) ............................................................................... 87
Tecnologías amazónicas más allá de Amazon ..................................................................... 92
FONDOS INDEXADOS COMO AGENTES ADORMECIDOS DE LA PLANIFICACIÓN.......... 100
Banqueros centrales, planificadores centrales ................................................................... 103
¿Comunismo por fondo indexado? ......................................................................................... 107
¡Incentiva esto! ............................................................................................................................ 111
El Estado innovador .................................................................................................................. 115
LA NACIONALIZACIÓN NO ES SUFICIENTE ........................................................................... 125
El doctor sabe lo que hace ........................................................................................................ 129
¿Cómo planificaba la NHS? ...................................................................................................... 134
En contra del mercado .............................................................................................................. 141
La alternativa planificada y democrática ............................................................................ 145
¿EXISTIÓ UNA PLANIFICACIÓN EN LA UNIÓN SOVIÉTICA? ............................................. 148
Haciéndolo sobre la marcha .................................................................................................... 149
El Gosplán y el Gulag ................................................................................................................. 159
La paradoja del campesinado .................................................................................................. 172
COMUNISMO ESPACIAL DIFÍCILMENTE AUTOMATIZADO ............................................... 181
3, 2, 1… ¡Despegue!........................................................................................................................ 181
Todo lo que entra tiene que salir ............................................................................................ 188
La centrífuga yugoslava ........................................................................................................... 194
La planificación en la práctica (de nuevo) ........................................................................... 200
EL INTERNET SOCIALISTA DE ALLENDE................................................................................ 210
La cibernética es como el pastoreo de gatos ........................................................................ 211
Huelga cibernética ..................................................................................................................... 221
PLANIFICANDO EL BUEN ANTROPOCENO ............................................................................. 228
Pensemos en grande ................................................................................................................. 230
El límite regulatorio ................................................................................................................... 232
El Antropoceno Socialista ........................................................................................................ 234
CONCLUSIÓN: LA PLANIFICACIÓN FUNCIONA ...................................................................... 237
AGRADECIMIENTOS

La idea de este libro nació de una que otra cerveza en un bar


desaliñado de Gastown cuando apenas comenzábamos a ser
amigos. Compartiendo nuestras frustraciones acerca de la
ausencia de una planificación democrática en el debate político
nos dimos cuenta rápidamente que ambos estábamos pensando
en escribir exactamente el mismo libro. Sin embargo, un millón
de planes se forjan de noche en la taberna, solamente para
desvanecerse en a la mañana siguiente. Esta vez, sin embargo, y
sorpresivamente para ambos, tal intriga en realidad tuvo
resultados.
Debido a lo que ha sucedido, estamos en deuda en particular
con Bhaskar Sunkara, editor de la revista Jacobin, quien ayudó a
modelar nuestra tosca idea en el libro que estás sosteniendo en
tus manos, defendiendo el proyecto durante todo el camino.
Agradecemos cálidamente también a Ben Mabie, Andy Hsiao y a
Duncan Ranslem, nuestros considerados editores de Verso.
Además, deberíamos agradecer a Cory Doctorow, Ross
Duncan, Gemma Galdon, Sam Gindin, Scott Kilpatrick, Ken
MacLeod, James Meadway, Derrick O’Keefe, Nick Srnicek,
Nathan Tankus, Tadeusz Tietze y a J. W. Mason por sus
sugerencias durante las diversas fases de desarrollo. Hubiese
sido un trabajo mucho más pobre sin el generoso regalo de su
tiempo y sus acertados comentarios. Cualquier error que haya
permanecido, o lagunas que quedaron desapercibidas son, en
consecuencia, culpa de los autores.
A Leigh le gustaría agradecer a los trabajadores de los
establecimientos de bebidas Habit, Oto y Cenote, donde mucha de
su escritura tuvo lugar, indiferente a las pistas de que él en serio
debería haber comprado otra cosa, teniendo en cuenta lo mucho
que tardó tipeando mientras bebía a sorbos aquel café que a esas
alturas estaba tibio.

1
Los agradecimientos más grandes de Michal van para su
brillante esposa Karolina, sin cuyo ánimo y paciencia este libro
no se habría escrito, y quien tuvo que descubrir cómo se siente
tener a alguien en la casa escribiendo un libro mientras tú estás
tratando de terminar una disertación, o peor, intentando tener
unas vacaciones.
Además, quisiéramos agradecer a todos nuestros
camaradas y amigos quienes ofrecieron apoyo, crítica y ayuda en
las diferentes etapas; ningún libro es un esfuerzo individual, sin
importar cuán meticulosa haya sido su planificación.

2
I

INTRODUCCIÓN

«Así que estás escribiendo un libro celebrando a Walmart,


¿eh?».
«Eh… no. No exactamente. O, bueno, sí, de una forma. Verás,
la maravilla logística que es Walmart nos gusta un poco. Pero es
mucho más complicado que eso».
«Es un tema un poco extraño para un par de socialistas.
¿Cómo es que puedes defender a Walmart, con toda su
destrucción de sindicatos, bajos salarios y destrucción de
comunidades? ¿No son ellos una de las compañías más malvadas
del mundo?».
«No estamos defendiendo a Walmart, y tampoco la
destrucción de sindicatos. Simplemente estamos intrigados
acerca de cómo este epítome del Capitalismo es, además,
paradójicamente, una vasta economía planificada. Bastante
intrigados».
Variaciones de este tema de conversación se han repetido a
sí mismas desde que comenzamos a escribir este libro. Entre
amigos progresistas nuestros, y de forma invariable, se han
levantado cejas preocupadas o sospechosas.
Entonces permítannos ser claros desde el principio:
Walmart es una compañía execrable, siniestra, villana en el peor
sentido.
Lamentablemente, la palabra “flagitious”1 —que significa
“horriblemente criminal o perverso”, pero que también comparte
una raíz con la palabra “flagelar” o látigo, y el término latino

1
La traducción correcta sería «azotador». No se traduce debido a que esto
perjudicaría el flujo del análisis etimológico (N. del T.).

3
flagitium, significando “cosa que avergüenza”— no es común
estos días; siendo, al mismo tiempo, apropiada para una empresa
tan socialmente delincuente de forma flagrante, solamente
permite expresar el odio punzante y feroz que nosotros sentimos
hacia Walmart.
Como cualquier firma, Walmart es forzada por la
competencia en el mercado a reducir costos, principalmente
costos de mano de obra —la porción más flexible y reducible de
los gastos de una empresa. Mientras que nada de esto es bastante
agradable, difícilmente podríamos ser justos al describir a
Walmart solamente como algo malvado. Claro, paga salarios de
miseria, depende de los talleres de explotación laboral asiáticos,
además del trabajo infantil y carcelario, y eviscera las calles
comerciales con el mismo gozo e ímpetu de los torturadores de
Sal Elmo en siglo III. ¿Pero quién no lo hace estos días? Sin
embargo, muy pocas corporaciones parecen llevar a cabo la
humillación de sus trabajadores y prácticas antisindicales de
forma tal celosa y magistral; Walmart presenta la destrucción de
sindicatos no solamente como una característica necesaria de su
negocio, sino que lo sitúa en el mismísimo corazón de su modelo
de negocios. «Yo pago salarios bajos», dijo su fundador, Sam
Walton. «Yo puedo tomar ventaja de eso. Vamos a ser exitosos,
pero la base es un salario bajo, un modelo de beneficios bajos a los
empleados».
Entonces nadie debería concluir, antes de leer una palabra
de lo que decimos (o después de haber leído cada palabra, pero
malinterpretando todo lo que decimos), que este libro intenta ser
una forma de apología moderada a Walmart, o Amazon, o el
Pentágono, o para cualquiera de los otros negocios cuyas
operaciones de planificación y logística investigamos. Ese no es
nuestro propósito. Walmart no debería ofrecer ninguna
inspiración a los progresistas.
Una vez hecha esa clarificación, y ahora que todos están
contentos debido a que no tenemos amor por Walmart, deseamos

4
hablar acerca de cómo nosotros, por otro lado, tenemos
admiración por Walmart, tanto como un epidemiólogo concede
un genio irrefutable a la perversa destreza evolutiva de una
tuberculosis resistente a los fármacos; o de la forma en que
Milton encuentra a Satán, antes que a Jesús, como un personaje
más interesante; o de la forma en la cual Sherlock Holmes puede
vilipendiar y admirar las intrincadas y astutas estratagemas del
maligno y sabio Profesor Moriarty.
¡Si tan solo la eficiencia operacional de Walmart, su genio
logístico, su arquitectura de planificación económica ágil pudiese
ser capturada y transformada por aquellos que aspiran a una
sociedad más equitativa y liberadora!
Pero, ¿por qué a alguien debería importarle un tema tan
árido como lo es, en efecto, la discusión acerca de la toma de
decisiones empresariales, acerca de la asignación óptima de
bienes y servicios? ¿Por qué deberíamos favorecer la
planificación democrática por encima del libre mercado? ¿El
final de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética no
pusieron fin a la idea de que el Socialismo es viable? ¿No es
reducir los excesos del libre mercado lo mejor que podemos
hacer?
Librerías enteras se han escrito acerca de las injusticias y
las contradicciones del Capitalismo, no menos acerca de la
ineludible expansión de la desigualdad (incluso si la pobreza
pudiese reducirse —los extremos de esta ciertamente lo han
hecho en los últimos 300 años y tal, como un resultado de la
presión de los sindicatos y de la izquierda ampliamente
concebida para compartir la riqueza, remontándose hacia atrás,
hasta sus orígenes en la Revolución Francesa), el cercamiento de
la democracia, la creación perenne de crisis económicas y por lo
tanto de desempleo e incluso guerra, pero nosotros no tenemos el
deseo de retomar estos argumentos aquí. Entonces, permítannos
restringirnos a nosotros mismos para aterrizar sobre lo que
posiblemente sea su desventura principal.

5
Definitivamente hay una superposición entre el grupo de
todos los bienes y servicios que son útiles para la humanidad, por
una parte, y todo el grupo de bienes y servicios que son rentables,
por otra. A lo mejor encuentras que la ropa interior es un producto
útil (aunque no sea tan seguro para los comandos); The Gap,
mientras tanto, encuentra rentable producir dicho producto —una
feliz coincidencia, de las cuales hay muchas. Pero el conjunto de
todas las cosas útiles y el conjunto de todas las cosas rentables
no se encuentran correspondidos perfectamente. Si algo es
rentable, incluso si no es útil o es incluso nocivo, alguien
continuará produciéndolo en tanto el mercado sea abandonado a
sus mecanismos.
Los combustibles fósiles son un ejemplo contemporáneo de
esta falla crítica e irremediable. Por más maravillosos que hayan
sido dada su densidad energética y portabilidad —librándonos
energéticamente de los caprichos de la Madre Naturaleza, la cual
puede o no soplar molinos de viento o mover turbinas cuando
deseamos que lo haga— nosotros ahora sabemos que los gases de
invernadero emitidos por la combustión de combustibles fósiles
cambiarán rápidamente la temperatura del planeta lejos de un
promedio que ha permanecido óptimo para el florecimiento de la
humanidad desde la última glaciación. Mientras los gobiernos no
intervengan para reducir el uso de combustibles fósiles y
construir (o por lo menos incentivar la construcción) de la
infraestructura de energía eléctrica limpia que se necesita para
reemplazarlos, el mercado continuará produciéndolos. De igual
forma, no fue el mercado el que cesó la producción de
clorofluorocarburos que estaban destruyendo la capa de ozono;
en cambio fue la intervención reguladora —una especie de
planificación— la cual nos forzó a utilizar otros químicos para
nuestras refrigeradoras y espráis de pelo, permitiendo que esa
parte de la estratosfera (que es hogar de altas concentraciones de
moléculas de oxígeno tripartitas desviadoras de rayos
ultravioletas) pueda recuperarse de forma considerable.

6
Podríamos mencionar historias similares acerca de cómo los
problemas de la contaminación del aire urbano en la mayoría de
las ciudades occidentales o lluvia ácida sobre los Grandes Lagos
fueron solucionados, o cómo las tasas de mortalidad de
accidentes automovilísticos o choques aéreos se han reducido:
mediante la intervención estatal activa en el mercado para frenar
o transformar la producción de bienes y servicios nocivos —pero
rentables. Los estándares impresionantes de salud y seguridad
para la mayoría de operaciones mineras modernas en los países
occidentales fueron alcanzadas no como un resultado de una
pulsión noble por parte de los dueños de las compañías, sino a
disgusto suyo, como una concesión que siguió a su derrota por los
sindicatos militantes.
En cambio, si algo es útil pero no es rentable, no será
producido. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde no hay un
sistema de salud pública universal, un sistema de salud pública
podría ser maravillosamente útil. Pero debido a que no es
rentable, no es producido. El internet de alta velocidad en las
áreas rurales no es rentable, entonces las compañías de
telecomunicaciones aborrecen proveerlo ahí, prefiriendo, en
cambio, escoger a conveniencia vecindarios rentables densos en
población
Y en medio de una crisis global de resistencia a antibióticos,
en la cual la evolución de los microbios está superando
antibiótico tras antibiótico y se incrementa el número de
pacientes muertos por infecciones rutinarias, las empresas
farmacéuticas han abandonado la investigación de nuevas
familias de medicamentos que podrían salvar vidas,
simplemente porque no son lo suficientemente rentables. Que la
amputación o la cirugía para extraer áreas infectadas pueda
volverse una práctica médica común no es una idea agradable.
Pero este curso de acción fue el último que quedó a los doctores
del joven de 19 años David Ricci de Seattle cuando tuvieron que
remover en una cirugía parte de su pierna, la cual tenía repetidas

7
infecciones de bacterias resistentes a los antibióticos —
adquiridas en un accidente de tren en la India— que no podían ser
tratadas, incluso con antibióticos de último recurso altamente
tóxicos. Cada vez que la infección regresaba, más y más de la
pierna tenía que ser extirpada. Mientras que Ricci se ha
recuperado, él vive con el miedo constante de la reaparición de
bichos que no pueden ser combatidos. Como decía una
investigación de 2008 que hacía un «llamado a las armas» por
parte de la Infectious Diseases Society of America (IDSA): «[Los
antibióticos] son menos deseables a las compañías
farmacéuticas e inversores capitalistas porque son mucho más
efectivos que otros medicamentos». Los antibióticos son
efectivos si matan una infección, hasta el punto —días o semanas,
o a lo muchos meses después— en que el paciente deja de tomar
el medicamento. Por otro lado, en el caso de las enfermedades
catastróficas, los pacientes deben tomar su medicina cada día, a
veces por el resto de su vida. Entonces, la investigación concluyó
que son los tratamientos de larga duración —no las curas— las
que llaman el interés en el desarrollo de medicamentos. Las
políticas propuestas por organismos como la IDSA, la
Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea equivalen
a mendigar y sobornar a las compañías farmacéuticas a levantar
un dedo; pero incluso aquí, por menos ambicioso que sea el
enfoque, sigue siendo externo al mercado. (La socialización de la
industria farmacéutica podría ser una aproximación más barata,
rápida y eficaz, pero muchos expertillos la consideran muy
radical, emitiendo demasiado olor a Socialismo).
Más allá de este sector específico, podríamos identificar que
la investigación básica en cualquier campo —ese cielo abierto,
donde los científicos son impulsados simplemente por su
curiosidad y no tienen expectativas de producir ningún producto
mercantilizable, y que es la base de la tecnología y la medicina
que luego terminan siendo, de hecho, bastante rentables—
simplemente no podría ser realizada por el sector privado. Este

8
tipo de investigaciones son extremadamente costosas, pero no
producen ninguna garantía alguna de retorno de dicha inversión.
Ese tipo de investigaciones entonces es un fenómeno totalmente
característico de las instituciones públicas u organizaciones
benéficas privadas en lugar de actores del mercado. De forma
similar, no fue el mercado el que nos llevó a la luna, sino una
empresa enorme del sector público llamada NASA. Hoy en día, si
queremos ser honestos, debemos reconocer que dada la enorme
cantidad de costos asociados a una colonia viable en Marte como
la que propone la SpaceX de Elon Musk (incluso si el costo de
escapar la gravedad de la Tierra se redujera significativamente,
por ejemplo, a través del uso de cohetes reutilizables), todavía
debería haber alguna mercancía rentable resultante de esa
colonia que pueda ser vendida en la Tierra. Si es que hay alguna,
bien por él. Caso contrario, sus inversores rápidamente lo
abandonarán. Así que la colonización de Marte deberá ser un
esfuerzo del sector público o no sucederá.
Pero para muchos progresistas, la historia de la logística y
la planificación parece mohosa y vieja. ¿No hay argumentos
frescos como para convencer de que es necesario montar
barricadas, historias olvidadas de una miserable opresión aún
por contar? Es verdad que hay poco drama o romance en la
historia de la planificación —unas pocas historias de heroísmo
egoísta, valiente sufrimiento o furia por justicia (y no unos pocos
episodios de derrota angustiosa, fracaso y ruina). Pero, en
esencia, la historia de la injusticia y su corrección es una crónica
de esfuerzos a través del tiempo para reducir la inequidad de
todos los tipos: de los que tienen y los que no tienen, de los que
trabajan y los que descansan, de los que tienen voz y quienes no.
Y la inequidad es, a fin de cuentas, una cuestión de asignación
injusta o de las cosas que como tales son el resultado de dicha
asignación injusta.
En otras palabras, a una persona pobre no se le han
asignado las mismas cosas (o la habilidad para comprarlas) que

9
una persona rica tiene. Las necesidades de los ricos y los pobres
se satisfacen y no se satisfacen de formas tremendamente
diferentes: el potencial de articular su humanidad de manera
plena se corta de raíz para unos, mientras que otros tienen
garantizado espacio para florecer. La inequidad limita lo que una
persona, y de hecho una sociedad, podría hacer; delimita nuestra
libertad. Generaciones pasadas han peleado para expandir el
reino de la libertad —para asegurar que todos los humanos
adultos tengan los mismos derechos y para asegurarse de que
cualquier nueva capacidad que venga de la mano de los avances
tecnológicos esté disponible para todos. Y si debemos continuar
esta batalla para corregir la titánica y manifiesta injusticia de
cómo son las cosas, debemos, entonces, librar una lucha acerca
de qué método de asignación de las cosas queremos como
sociedad.
Entonces, cuando preguntamos si otro mundo es posible,
además estamos preguntando: ¿hay un método alternativo para
asignar las cosas? ¿Cómo podemos distribuir las cosas de forma
diferente? ¿Y quién debería decidir cómo son distribuidas? ¿Los
planes que los capitalistas utilizan cada día para llevar bienes y
servicios a las manos de aquellos que pueden pagar por ellos
podrían transformarse para asegurar que lo que producimos
llegue a aquellos que lo necesitan más? ¿Y en el camino de
transformar cómo distribuimos las cosas, podríamos además
comenzar a transformar todo lo demás de la economía —desde
qué cosas producimos y cómo, hasta quién trabaja y por cuánto
tiempo?
Una vez tenemos identificadas formas alternativas de
distribuir cosas, la planificación en todas partes alrededor
nuestro podría comunicarnos aspectos de otro modo de
producción. Más urgente, tal planificación podría además sugerir
características de etapas transitorias en el camino a una
transformación integral de nuestra economía.

10
Bajo el Capitalismo, nuestro actual modo de producción (en
esencia, la forma en la que nuestra sociedad organiza la
economía), el método principal utilizado para distribuir cosas es
el libre mercado. En nuestro mundo los precios por los bienes y
servicios están, en principio, determinados en respuesta a la
oferta y la demanda. Los apologetas del libre mercado dicen que
esto lleva a una situación en la cual la cantidad de cosas
demandadas por los compradores se iguala a la cantidad de cosas
ofrecidas por los productores: una condición que ellos describen
como «equilibrio económico».
Para que un modo de producción sea llamado capitalista no
es suficiente que exista un libre mercado; hay, después de todo,
otras características esenciales del Capitalismo, incluyendo la
explotación en el lugar de trabajo y la necesidad de vender el
trabajo propio para poder sobrevivir. Sin embargo, el libre2
mercado es una condición necesaria para el Capitalismo —una
que, como método de distribución, lleva a una inequidad
creciente a través de disparidades en la distribución del ingreso.
Las interacciones en el mercado inevitablemente producen
ganadores y perdedores, llevando a concentraciones de riqueza.
En el tiempo, estas disparidades crecen como un producto de
estas mismas interacciones de mercado.
Este libre mercado «perfecto» solamente existe en las
mentes de sus defensores más recalcitrantes y entre las páginas
de libros de introducción a la Economía. Los mercados reales
están lejos de este cuento de hadas idealizado: las compañías
coluden con regularidad para mantener afuera a sus
competidores, grandes corporaciones constantemente hacen
lobby para obtener subsidios del gobierno, y es una norma que un
pequeño grupo de jugadores dominan categorías enteras de
productos y fijan precios. Un mercado en particular —el mercado
de trabajo— necesitó siglos de coerción y desposesión para

2
En el texto original se encuentra el sufijo -ish. Lo cual significa que no se
habla de un libre mercado puro, sino de aproximaciones al mismo (N. del T.).

11
convertir campesinos y granjeros en trabajadores dispuestos a
vender su trabajo por un salario. Frecuentemente oferta y
demanda no alcanzan el equilibrio; como resultado, el sistema de
mercado regularmente conduce a crisis de sobreproducción, las
cuales provocan recesiones y depresiones, con consecuencias
desgarradoras para millones de personas. Los mecanismos
competitivos inherentes al mercado catalizan, toman ventaja de,
y exacerban un rango de prejuicios de desigualdad basados en la
identidad (raza, género, sexualidad, y así); llevan a la disrupción
de servicios del ecosistema de los cuales los humanos dependen;
y lleva a las naciones a rivalidades militares que propician
colonización, da lugar al surgimiento del imperialismo y a fin de
cuentas genera guerras. Mientras que el mundo real es por lo
general uno de desordenado desequilibrio, de precios creados a
conveniencia en lugar de emerger del éter competitivo —y, como
veremos, uno configurado por capitalistas que planifican—,
permanece como uno en el cual los mercados determinan mucho
de nuestra vida económica, y, por lo tanto, nuestra vida social.
Por lo general, las críticas a la forma en la que hacemos las
cosas en este momento proponen que el mercado sea
reemplazado, o al menos puesto un freno. Pero si la distribución
no sucede a través del mercado, entonces esto ocurrirá mediante
la planificación económica, también denominada «distribución
directa» —llevada a cabo no por la «mano invisible» sino por
humanos bastante visibles. Precisamente, esta forma de
distribución planificada ya tiene lugar de manera amplia en
nuestro sistema actual, de parte de individuos electos como no
electos por igual, tanto por empresas públicas como privadas, y
de formas centralizadas y descentralizadas. Incluso los archi-
capitalistas Estados Unidos son hogar no solo de Walmart y
Amazon, sino también del Pentágono; a pesar de ser
increíblemente destructivo, el Departamento de Defensa de los
Estados Unidos es el empleador más grande del mundo, y una
operación centralmente planificada del sector público. De hecho,

12
casi todos los países son economías mixtas que incluyen
diversas combinaciones de mercados y planificación.
Precisamente, la planificación ha acompañado a las
sociedades humanas desde que han existido. Miles de años atrás,
las civilizaciones de la antigua Mesopotamia habían creado un
nexo de instituciones económicas que conectaban los talleres de
trabajo y los templos de las ciudades hasta la producción agrícola
campesina en el campo. La Tercera Dinastía de Ur (Ur III), la cual
floreció alrededor de los ríos Tigris y Éufrates cerca del tercer
milenio a.C. fue uno de los primeros en hacer el gran avance de
mantener registros permanentes y generalizados. Algunas
tabletas de arcilla de Ur III incluyen predicciones del crecimiento
de los cultivos basadas en promedios de la calidad del suelo
derivada de años de mantenimiento de registros. Incluso si la
economía estaba todavía a merced de un clima incontrolable,
esta podía ser manejada a un nivel rudimentario. Con el
advenimiento de la contabilidad detallada, expectativas y
aproximaciones —ambas cruciales para la planificación— se
convirtieron en características de la vida económica. Contrario a
la economía local de intercambio-regalo de la prehistoria, la
antigua Mesopotamia vio sistemas de redistribución
centralizada que se parecieron los Estados del bienestar
modernos: impuestos y gravámenes entran, transferencias de
bienes y servicios salen.
A la par de la escritura y las matemáticas, bloques de
construcción de la civilización que se desarrollaron en relación
con el registro económico, los antiguos también desarrollaron el
dinero —solamente que no de la forma en que algunos
economistas imaginan. En un pasaje comúnmente repetido de La
Riqueza de las Naciones, Adam Smith escribió que «la propensión
de trocar, permutar e intercambiar una cosa por otra» llevó a la
división del trabajo, la invención de la moneda y una mayor
complejidad económica. Este pedacito de pretensión del
conocimiento ha sido pasado por siglos y todavía puede

13
encontrarse en la mayoría de libros introductorios de Economía.
El problema con esta intrigante historia es que es falsa. La
especialización se desarrolló dentro de grandes complejos
domésticos donde no había intercambio interno; las cabezas de
hogar distribuían la producción total del hogar entre los
miembros —ellos planificaban. El dinero, por otro lado, emergió
de forma generalizada como una herramienta para los
comerciantes, mercenarios y otros que tenían deudas con los
antiguos templos. A medida que la complejidad económica
crecía, el dinero fue adoptado más como un medio para hacer un
seguimiento de los impuestos y otras transacciones importantes.
Algunos precios fluctuaban en situaciones extraordinarias: por
ejemplo, el precio del grano durante una muy mala cosecha. Sin
embargo, la mayoría del tiempo los precios estaban muy
estandarizados.
La primitiva planificación y el primitivo dinero trabajaban
en sinergia. En Babilonia, por ejemplo, una mina de plata era
dividida en sesenta shekels, correspondiendo a una gur de
cebada dividida en sesenta kur. Cada kur era la ración de comida
dada a los trabajadores a la mitad del día. Entonces un gur era
una ración mensual que valía una mina (bajo un calendario
estandarizado con meses de treinta días, con un festival de año
nuevo que duraba unos pocos días para realinearse al año solar).
Este tipo de equivalencias fáciles simplificaban llevar las cuentas
y planificar.
El incremento de la complejidad de los registros
económicos, la contabilidad y las instituciones sociales, todo
apunta a que las antiguas civilizaciones produjeron algo que no
podría sino ser descrito como un cálculo económico y
planificación. Esto no es para decir que existió algún tipo de
Arcadia de la planificación central en aquel tiempo, lo cual es
igual de acertado que describir a las sociedades cazadoras
recolectoras como algún tipo de Edén igualitario. La planificación
de los antiguos no era solamente rudimentaria y parcial; estaba

14
además lejos de ser una vía racional para asegurar el beneficio
compartido para todos. Por supuesto, la planificación antigua
estaba al servicio de un sistema económico creado para el
beneficio de una pequeña élite que estaban motivados a
mantener su riqueza y poder. ¿Suena familiar?
A pesar de las persistentes inequidades que se extienden
hacia atrás en el mundo antiguo, sin duda hay razones para tener
esperanza hoy en día, incluyendo los millones cuya curiosidad
ha sido picada por referencias al Socialismo por el senador de
Vermont Bernie Sanders durante la primaria presidencial del
2016, y más recientemente por una serie de competidores por
puestos políticos en los Estados Unidos. En el Reino Unido igual,
hasta la escritura de este libro, un desvergonzado socialista,
Jeremy Corbyn, dirige Her Majesty’s Loyal Opposition. A medida
que el debate político se vuelve más polarizado, gente joven entre
el todo, incluso en el centro del orden capitalista anglo-
americano, ahora ven al Socialismo de forma más favorable de lo
que ven al Capitalismo. En Europa, partidos de extrema izquierda
que profesan una retórica que abraza el Socialismo, o al menos
alguna otra forma de hacer las cosas en vez del Capitalismo de
toda la vida —desde Syriza en Grecia hasta Die Linke en Alemania
y Podemos en España— están alcanzando a los partidos
socialdemócratas tradicionales y en algunos casos los están
eclipsando, aunque con éxito variable. Y mientras que en
América Latina la izquierda ha experimentado recientemente
pérdidas electorales, izquierdistas en ese continente han estado
experimentando con ideas socialistas nuevas y viejas, tanto
dentro como fuera del gobierno.
No solamente está la necesidad que clama para que
hablemos acerca de cómo debería ser una alternativa al mercado,
sino una gran cantidad de confusión acerca de qué es la
planificación y su historia. Para tomar un ejemplo: China parece
ser el último hombre en pie en la economía global; su tasa de
crecimiento, incluso si se ha reducido recientemente de algo que

15
salta a la vista a algo simplemente asombroso, se ha logrado a
través de una mezcla entre mecanismos de libre mercado y un
pastoreo muy pesado por parte de planificadores centrales
autoritarios. Parecería que incluso algunos miembros de la
emergente burguesía en aquel país creen que la planificación
económica de Mao fue más prematura que desacertada. Un
artículo de 2018 del Financial Times describe a Jack Ma,
fundador del coloso chino de e-commerce Alibaba Group, como
parte de un movimiento creciente en la República Popular que
argumentan que «el error fatal de la planificación estatal es
simplemente que los planificadores no tienen suficiente
información para tomar buenas decisiones». Él y sus coidearios
creen que el big data puede resolver este problema. ¿Pero es de
esto de lo que hablamos cuando discutimos acerca de una
alternativa?
Incluso si ha pasado más de un cuarto de siglo desde el final
de la Guerra Fría, cualquiera que cuestione los resultados del libre
mercado es inmediatamente catalogado como un apologista de la
Unión Soviética y de sus [naciones] satélites —fallidos regímenes
autoritarios que fueron precisamente economías planificadas.
¿Su colapso, seguido de décadas de decadencia económica no
enseñan que la planificación no funciona?
Esas preguntas están lejos de ser académicas. En tiempos
tan volátiles, no se puede descartar que un candidato o partido
socialista pueda formar un gobierno en el corazón del
Capitalismo. Si ellos no se toman la molestia de bosquejar en el
tiempo lo que una alternativa al mercado podría ser, aquellos
involucrados van a caer de forma inevitable en versiones de lo
que ellos ya conocen. El gusano capitalista-realista, tal y como la
anguila Ceti en Viaje a las estrellas II: la ira de Khan, permanece
envuelto alrededor de nuestra corteza cerebral, impidiendo la
posibilidad de transformación incluso en el momento de su
realización.

16
El momento, entonces, está tan maduro como aguacates
sobre una tostada para destapar una conversación bastante vieja:
una discusión larga pero olvidada sobre la cuestión de la
planificación.
Nuestro objetivo no es ofrecer un estudio comprensivo y
definitivo para esta discusión de casi un siglo, a la cual los
economistas se refieren como «el debate del cálculo económico»
(o «el debate del cálculo en el Socialismo») —si es matemática y
físicamente posible planificar una economía, y si sería deseable
hacerlo—, sino proveer una introducción en lenguaje simple, ojalá
disfrutable para los no iniciados. En general, aquí apuntamos a
unir y hacer más comprensibles ideas y descubrimientos que han
sido olvidados o que se encuentran llenos de jerga matemática u
orientada a la informática, o que se encuentran enterradas en las
páginas de investigaciones de operaciones o de revistas de
gestión empresarial poco leídas. Por lo tanto, nos apoyamos
mucho en el trabajo de historiadores económicos, informáticos y
académicos de comercio. Al escribir una cartilla con respecto a la
planificación, y al desafío de la logística y el cálculo económico,
esperamos tomar este vital debate desde las estanterías de la
academia y reintroducirlo en el campo del combate político.
Sobre todo, nuestro objetivo con este breve texto es
simplemente resaltar un hecho raramente reconocido, pero
obvio, que hasta cierto punto hace del «debate del cálculo» algo
anacrónico: de hecho, ya es el caso de que grandes secciones de
la economía global existen fuera en el mercado y son
planificadas. Walmart es un excelente ejemplo. Entonces la
pregunta acerca de si la planificación puede existir a gran escala
sin ineficiencias económicas incapacitantes está fuera de lugar.
La cuestión es que aquellos proyectos vastos y centralmente
planificados —y son tan vastos que en realidad deberíamos
llamarlos economías centralmente planificadas— no son
planificados de forma democrática.

17
Aunque no suene sexy, nuestro argumento es el siguiente:
cuando nosotros decimos que queremos una sociedad equitativa,
por lo que luchamos es por la planificación democrática. No
existe una máquina que simplemente pueda ser tomada y
manejada por nuevos operadores pero que por lo demás no tenga
cambios; pero existe un fundamento para la planificación que
una sociedad más justa podría tomar y hacerla propia.
Este no es tanto un libro sobre una sociedad futura, sino uno
acerca de la nuestra. Nosotros planificamos. Y funciona.

18
II

¿Y SI WALMART FUESE UN PLAN SOCIALISTA


SECRETO?

¿Podría ser Walmart un plan socialista secreto? Esta es, en


efecto, la pregunta que Frederic Jameson, crítico literario
estadounidense, teórico político marxista y diablillo descarado
colocó en un pie de página de su volumen de 2005 Archeologies
of the Future, una discusión acerca de la naturaleza de la utopía
en la era de la globalización. Desde el declive del optimismo
tecnológico de la posguerra en los 70s, Jameson identifica que la
robusta tradición del pensamiento utopista había menguado
considerablemente; el puñado de utopías frescas que él identifica
que habían emergido —sean estas la estética cyberpunk o los
fanáticos de la globalización a mano de las corporaciones—
carecían de imaginación si las comparamos con sus
predecesoras prometeicas y modernistas, las cuales no se
contentaban solamente con transformar el reino de la
comunicación y la información de la forma en que lo hacen las
utopías contemporáneas. Él dice que estas son apenas
preocupaciones sectoriales, en lugar de ambiciones más grandes,
a nivel social; no son utopías propiamente dichas.
Las utopías contemporáneas supuestamente distantes
toman muy poca ventaja de lo genuinamente nuevo, a lo que
Jameson llama «propiamente utópico», es decir, los recursos
disponibles hoy en día. Pedacitos de un mundo mejor que
podríamos utilizar están floreciendo y tal parece que nadie se ha
dado cuenta. En un breve pie de página, hurgando alegremente
en el consenso progresista que identifica a Walmart como una
cadena de supermercados mayoristas mundial, el Galactus del
Capitalismo, el ideal —posiblemente incluso más que Goldman
Sachs— de todo lo que está mal en todo lo que está mal, Jameson

19
se pregunta si existe la posibilidad de que nosotros nos estemos
perdiendo un detalle acerca de esta maravilla transcontinental
de planificación y logística:

Los utopistas literarios apenas han logrado alcanzar a los


hombres de negocios en el proceso de imaginar y construir (…)
ignorando el despliegue de infraestructura en el cual, desde esta
perspectiva un poco diferente, el Walmart conmemorado por
Friedman se convierte en el prototipo anticipatorio de una nueva
forma de Socialismo por la cual el reproche a la centralización ahora
está probado como algo históricamente fuera de sitio e irrelevante. Es
sin duda alguna una reorganización revolucionaria de producción
capitalista, y una nueva identificación como «Waltonismo» o
«Walmartismo» podría ser un nombre más apropiado para esta nueva
etapa.3

Pero más allá de estos comentarios, la provocación no está


completamente desarrollada. Él deja el consejo ahí colgado hasta
la publicación del ensayo titulado Walmart as Utopia cinco años
después. Aquí él insiste, clamando a todo pulmón, que Walmart
no es solamente una institución útil de la cual «luego de la
revolución» los progresistas podrían (como decía Lenin)
«amputar lo que mutila de forma capitalista a este excelente
aparato». No es un residuo de la vieja sociedad, dice él, sino algo
verdaderamente emergente de la nueva que está por nacer.
Walmart es «la figura de una utopía futura apareciendo entre la
niebla, la cual deberíamos apropiarnos como una oportunidad
para ejercer la imaginación utópica de manera plena, en lugar de
realizar juicios morales o tener una nostalgia regresiva»4.

3
Jameson, F. (2005). Archeologies of the future. Pág. 154. Londres: Verso.
4
Jameson, F. (2016). Wal-Mart as Utopia. Recuperado de
https://www.versobooks.com/blogs/2774-fredric-jameson-wal-mart-as-
utopia.

20
Este no es un susurro edgy5 dicho solamente por las risas;
Jameson está genuinamente fascinado por el advenimiento de
esta entidad insólita que se resiste a una categorización sencilla.
Él la compara con el descubrimiento de una nueva especie de
organismo, o un nuevo tipo de virus. Él se deleita con la aparente
contradicción acerca de cómo la compañía más grande del
mundo, incluso en todo su espectro de dominio —precisamente
debido a su omnipotencia— es descrita por escritores de negocios
con admiración y horror como un boa constrictor que estrangula
al Capitalismo de mercado de manera lenta e inexorable.
Pero incluso aquí, Jameson todavía está más interesado en
utilizar a Walmart como un experimento mental —una
demostración del «carácter dialéctico de la nueva realidad», y un
ejemplo de la noción en la dialéctica como la unidad de
contrarios: la firma como «la expresión más pura de cómo el
Capitalismo se devora a sí mismo, que abole el mercado por los
medios del mercado mismo»6.
Dichos arabescos filosóficos son dignos de mención, pero
nosotros tenemos curiosidad acerca de algo quizás más concreto.
Nosotros deseamos utilizar la provocación de Jameson más allá
de un pie de página o un experimento mental y, a la luz de lo que
nosotros conocemos acerca de las operaciones de Walmart,
volver a visitar una discusión casi centenaria entre aquellos que
defendían al Socialismo y aquellos que presentaban al
Capitalismo como el mejor de todos los mundos posibles. Más
allá del trillado cliché que reza que el Socialismo «está bien en la
teoría, pero es imposible en la práctica», existen, de hecho,
planteamientos acerca de la planificación económica y acerca de
cómo calcular una distribución igualitaria de bienes y servicios
sin la necesidad de mercados. Además, la apariencia de que estos
planteamientos han sido destruidos con la caída de la

5
Neologismo que describe las actitudes de una persona que intentan ser
provocativas. Por lo general su uso es peyorativo (N. del T.).
6
Ibidem.

21
antidemocrática Unión Soviética y sus satélites es meramente
superficial. Y por más contraintuitivo que pueda parecer en un
inicio, la no menos antidemocrática Walmart, y un puñado de
otros ejemplos que vamos a considerar ofrecen un incentivo
poderoso para la hipótesis socialista de que una economía
planificada —esta vez democráticamente coordinada por gente
trabajadora ordinaria en lugar de burócratas o jefes— no es
solamente factible, sino incluso más eficiente que el mercado.
Pero antes de comenzar a explicar cómo Walmart es la
respuesta, primero nos gustaría preguntar: ¿Cuál es la pregunta?

El debate del cálculo económico en el Socialismo

Desde la revolución neoliberal de los 70s y su aceleración


siguiendo el fin de la Guerra Fría, la planificación económica a
escala ha sido ridiculizada desde la derecha hasta la centro-
izquierda, y proyectos planificados tales como el sistema de salud
pública han sido puestos bajo ataque por medio de la
mercantilización en la mayoría de los países. En muchas
jurisdicciones, los sistemas eléctricos que alguna vez estuvieron
en manos del sector público hace tiempo que han sido
privatizados; por lo tanto, los gobiernos comprometidos en
reducir el consumo de carbón de las compañías eléctricas han
tenido pocas opciones más allá de emplear mecanismos de
mercado como el comercio de derechos de emisión o impuestos
sobre el carbono, en lugar de reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero a través de la vía democrática —que
simplemente es ordenar al proveedor de electricidad a cambiarse
a energías libres de emisiones. Casi en todo lugar, transporte,
comunicación, educación, prisiones, policía e incluso los
servicios de emergencia están siendo retirados enteramente o en
parte del sector público y se proveen por actores de mercado.
Solamente las fuerzas armadas permanecen como un monopolio

22
del Estado, y aquí solamente hasta cierto punto, dado el
incremento de multinacionales de seguridad privada tales como
la notoria G4S o Blackwater (cuyo nombre es Academi desde
2011). El puñado de partidos socialdemócratas y liberales7 que
todavía defienden la salud y educación públicas lo hacen
mientras aseguran de manera vaga que «el Gobierno tiene un tol
que cumplir», o que «el Gobierno puede ser una fuerza para el
bien». Pero en realidad no dicen por qué; y en todo caso, esto es
defender más al Estado que a la planificación per se, incluso si «el
Estado» y la «planificación» están lejos de ser sinónimos. Los
socialdemócratas hoy en día pelearían por una economía mixta,
o por una mezcla entre planificación estatal y libre mercado —
pero, nuevamente, ellos lo hacen sin decir el por qué. Si la
planificación es superior, ¿entonces por qué no planificamos
todo? Pero si algunos bienes y servicios son mejor producidos por
el mercado que mediante la planificación, ¿entonces cuáles son
los atributos de estos bienes y servicios particulares que los hace
tales? Toda esta discusión carente de argumentos refleja una
serie de políticas que se rinden ante un indómito status quo,
cuyos arquitectos solamente intentan transformar dicha
capitulación de forma retroactiva en una ideología coherente.
Para gran parte de la socialdemocracia del siglo XXI, las
creencias surgen de la política, en lugar surgir la política de las
creencias. Y mientras esos centristas y conservadores celebran
un mundo donde todo se distribuye a través de los mercados,
ellos todavía no ofrecen argumentos explicando el porqué de su
preferencia a una mezcla de mercado y planificación como algo
superior. Cuando son confrontados, ellos simplemente recurren
al estado actual de las cosas: «Ninguna economía es
completamente planificada o completamente basada en el
mercado». Bueno, dolorosamente esto es cierto. Pero,

7
En el sentido anglosajón de la palabra. Una traducción contextual podría
ser «progresistas» (N. del T.).

23
nuevamente, esto no ofrece ninguna explicación acerca de por
qué su configuración favorita es óptima.
A lo mejor esto es entendible. Los esfuerzos que tuvieron
como epítome la planificación —aquellos como la Unión Soviética
y sus satélites— colapsaron en medio de una oposición popular,
estancamiento económico, un rival geopolítico militarmente
superior y un liderazgo que prácticamente había dejado de creer
en su propio sistema. El otro gran poder estalinista, la República
Popular de China, se alejó de la propiedad estatal, liberalizó su
economía y ahora es la segunda superpotencia del mundo,
mientras que lo que queda de otros Estados Comunistas-con-C-
mayúscula tales como Vietnam o Cuba están siguiendo el camino
de China. Parecería, a primera vista que el mercado ganó la
Guerra Fría y que la planificación perdió.
Incluso si el mercado es de manera concluyente,
inexpugnable e incontestable el mecanismo óptimo para la
distribución de bienes y servicios, ¿entonces por qué las
economías de los países occidentales siguen experimentando
desbalances entre lo que se produce y lo que se necesita —
desbalances que han llevado a severas recesiones y crisis casi
catastróficas desde 1991? ¿Por qué la economía global se salvó por
los pelos (y parecería que temporalmente) de un colapso (casi una
depresión) con respecto a las inversiones en 2008, no por
mecanismos de mercado, sino como resultado de una (modesta)
intervención keynesiana? ¿Cuál es el origen del estancamiento
económico desde la Gran Recesión? ¿Por qué luego de tres
décadas de reducción sostenida de la desigualdad en Occidente
desde el período de posguerra hasta los 70s, la desigualdad se ha
incrementado en los países desarrollados durante los últimos
cuarenta años, disparando una explosión de rabia popular, junto
con una reacción de extrema derecha de un país a otro? ¿Por qué
la infraestructura se está desmoronando y la innovación se ha
estancado? ¿Por qué el mercado no es capaz de resolver lo que
podría ser la amenaza más grande para la modernidad, la

24
resistencia microbiana a los antibióticos —una situación que
podría enviar a la medicina atrás hacía la era Victoriana—,
mientras que el gobierno podría hacerlo? ¿Y por qué el mercado
no puede, abandonado a sus propios mecanismos, enfrentarse al
desafío civilizatorio existencial del cambio climático?
Entonces, la pregunta de mercado contra planificación
debería aparecer sin resolución como nunca antes.
En las últimas décadas del siglo pasado, la pregunta de que
si el mercado o la planificación eran el mecanismo óptimo para
la distribución de bienes y servicios fue aceptada como una
discusión sin respuesta. En las décadas de 1920 y 1930
economistas de izquierda influenciados por el marxismo, por un
lado, y economistas de derecha de la Escuela Austriaca, por el
otro, estaban envueltos en una discusión enérgica —
subsecuentemente conocida como «el problema del cálculo
económico» o «el debate del cálculo en el Socialismo»— acerca de
que si la economía planificada a escala era factible. En ese
momento, los neoclásicos no estaban discutiendo desde una
posición de hegemonía ideológica. La Unión Soviética apenas se
había establecido y los esfuerzos bélicos tanto de los aliados
como de las potencias centrales eran ejercicios inmensos de
planificación centralizada. Para el año 1930, los bolcheviques
habían logrado transformar rápidamente una Rusia feudal en
una industria moderna, electrificada, mientras pocos afuera del
país estaban enterados de la extensión de los crímenes de Stalin,
haciendo que aquellos economistas que deseaban criticar la
planificación tendrían que hacerlo frente a lo que parecía ser una
evidencia sustancial en su contra. Como resultado, partidarios de
ambos lados tomaron la idea de la planificación de manera seria,
y los austriacos tenían que trabajar duro para intentar probar sus
puntos, para mostrar cómo la planificación económica era una
imposibilidad.
El matemático, filósofo positivista y economista político
vienés Otto Neurath instigó el «debate sobre el cálculo» en una

25
serie de artículos resultado de sus experiencias como cabeza del
Departamento de Economía de Guerra en el Ministerio de Guerra
del Imperio Alemán. Un polímata que había estudiado
matemáticas, física, filosofía e historia, cuyo doctorado había sido
acerca de la historia de la Economía, apoyándose en particular en
la economía no-monetaria del antiguo Egipto. Una investigación
de las Guerras de los Balcanes que tuvo lugar entre 1912 y 1913 lo
llevó a concluir que las economías de guerra eran «economías en
especie», o como las llamó, «economías naturales». Economías
naturales eran aquellas en las cuales el dinero y los mercados no
juegan un rol en la distribución de bienes; ahí no hay una unidad
común de cálculo, no hay precios, y la contabilidad toma lugar en
términos de la utilidad de los bienes y servicios, siendo la
magnitud de sus propiedades físicas descritas frente a frente.
Neurath además estuvo sorprendido por el uso de planificación
extensivo por parte del ministerio durante la Gran Guerra.
Durante la revolución socialista de noviembre de 1918, la
cual podría haber logrado derrocar al Imperio Alemán, Neurath
ayudó a desarrollar un plan de socialización de la economía de
Sajonia. Aunque nunca fue un teórico prominente del Partido
Socialdemócrata Austriaco, él creyó que la agitación le daría la
posibilidad de intentar una aplicación práctica de sus ideas. Él
realizó discursos acerca de sus conceptos a masas de mineros en
el sur de Alemania, discursos descritos por su amigo y
colaborador Wolfgang Schumann como «procesiones triunfales».
Mientras que para este tiempo varios grupos políticos de
izquierda buscaban el poder alrededor de Europa, pocos de ellos,
incluyendo a los Bolcheviques en Rusia, habían desarrollado
algún plan para la construcción de una sociedad socialista más
allá de eslóganes llamando a la destitución de los jefes y la
asociación libre de productores. Ahora que los jefes se habían ido,
¿cómo debería funcionar esta nueva asociación libre? Muchos
clamaban por Socialismo, pero pocos podían describir en detalle
cómo eso debería ser. Neurath, por otro lado, comenzó a

26
aventurarse más allá de los eslóganes y anhelos para dar una
forma concreta al Socialismo. Como resultado de la impresión
que Neurath había dejado, el presidente socialdemócrata de
Baviera, Johannes Hoffman, le preguntó para crear e
implementar una oficina de planificación centralizada para su
región también. A su llegada, encontró poco más que caos: sin
personal, sin oficina, ni siquiera una máquina de escribir. De
todas formas, Neurath y sus colaboradores lograron crear las
primeras unidades de planificación económica operacionales,
junto con algunos folletos y conferencias para popularizar los
conceptos. Poco después, los revolucionarios declararon a
Baviera como una república soviética (o «consejo»), pero el
experimento tuvo una vida corta. En mayo de 1919, los
mercenarios de derecha de los Freikorps —unos precursores de
los nazis— entraron a Múnich y destruyeron el gobierno del
consejo, matando a más de 1.000 personas en un feroz combate
callejero y a otros 700 mediante ejecuciones. Neurath fue
arrestado y condenado a dieciocho meses de prisión en
Alemania, pero fue perdonado al final en un arreglo con el
gobierno Austriaco, orquestado por el (entonces) socialdemócrata
y secretario de asuntos exteriores (y teórico marxista) Otto Bauer.
Neurath continuó siendo un actor importante en la política
socialista vienesa mucho después de la derrota del Soviet de
Baviera, participando en el desarrollo de educación para adultos
y el famoso y exitoso experimento de la ciudad referente a las
residencias sociales. Pero últimamente se ha hecho más
conocido debido a que fue el cofundador del Círculo de Viena, un
grupo de científicos y filósofos afines que contribuyeron al
movimiento filosófico del positivismo lógico —en esencia una
actualización al positivismo del siglo XIX (el planteamiento de
que todo conocimiento confiable es el producto de la experiencia
sensorial interpretada a través de la razón) que defendía una
«concepción científica del mundo». Además, se volvió conocido
por un concepto que él denominó «unidad de la ciencia»: la idea

27
de que leyes científicas se aplican en todos lados y en todos los
niveles de organización incluyendo el social e incluso el artístico.
Pero este llamado a la conciliación entre diferentes áreas
del conocimiento no fue un alejamiento derrotista del plano
político, y mucho menos de sus nociones de economía socialista
planificada. Los planes de completa socialización de Neurath se
habían construido sobre teorías de las economías naturales (no
monetarias) y tenían el objetivo de coordinar diferentes tipos de
conocimiento con el objetivo de entender y predecir las
complejidades del mundo social. «Sociología empírica», como él
la describía. Con el objetivo de lograr la eficiencia económica
mientras se evitaba la inequidad social, la estructura
organizativa de la nueva sociedad tendría que ser rigurosamente
científica en sus predicciones de las interacciones
socioeconómicas. En otras palabras, la lucha de Neurath por la
«unidad de la ciencia» surgieron de su percepción de la necesidad
de información de las economías no de mercado.
Pero mientras las ideas económicas de Neurath hoy en día
permanecen prácticamente olvidadas, Ludwig von Mises,
economista de la Escuela Austriaca y héroe de los neoliberales
modernos, se las tomó como algo bastante serio, y haciéndolo
publicó el primer contraataque del debate del cálculo. En su
ensayo de 1920 titulado «El cálculo económico en la comunidad
socialista» Mises fue más allá de lo que en este período era una
larga discusión ética contra el Socialismo: que en este sistema no
habría incentivos para trabajar y por lo tanto no llevaría a la
excelencia. En este corto texto, Mises, por otro lado, propuso las
siguientes preguntas: En cualquier economía más grande que la
primitiva de nivel familiar, cómo podría la planificación
socialista identificar: ¿qué productos producir?, ¿cuánto de cada
cosa debería producirse, qué materia prima utilizar y cuánta de la
misma debería ser utilizada? ¿Dónde debería establecerse la
producción, y qué proceso de producción era el más eficiente?
¿Cómo harían ellos para obtener y calcular este enorme cúmulo

28
de información, y cómo debería transmitirse a todos los actores
de la economía? La respuesta, dijo, es que la inmensa cantidad de
información necesitada —por los productores, consumidores y
cada actor intermedio, y en cada fase y localización de la
producción de la multitud de productos necesitados por una
sociedad— está más allá de la capacidad de tales juntas de
planificación. No es posible que algún proceso humano esté en
capacidad de recolectar todos los datos necesarios, evaluarlos en
tiempo real y producir planes que describan de manera acertada
la oferta y la demanda entre todos los sectores. Por lo tanto,
cualquier economía del tamaño de un país entero que intente
reemplazar las numerosas decisiones de una multitud de
consumidores soberanos con planes burocráticos que trabajan
con datos defectuosos producirían con regularidad desbalances
enormes (tan grandes como un abismo) entre lo que es
demandado y lo que es ofertado. Estas ineficiencias resultarían
en una barbarie social y económica de dimensiones tales —
desabastecimiento, hambrunas, frustración y caos— que incluso
si uno aceptara las inevitables desigualdades y los no pocos
horrores del Capitalismo, el mercado todavía aparecería benigno
en comparación.
Mientras tanto, Mises argumentaba que el
extraordinariamente simple mecanismo de precios en el
mercado, reflejando la oferta y la demanda de recursos, ya
contenía toda esta información. Cada aspecto de la producción —
desde el costo de todos los inputs en todos los tiempos, hasta la
localización de los inputs y los productos, y la cambiante
demanda y gusto de los compradores— está implícitamente
capturado en el precio.
Pero si los precios en el mercado son mucho más simples,
requieren menos esfuerzo y es más sencillo manejarlos,
¿entonces por qué no nos apegamos a ellos?
Los argumentos de Mises de su ensayo de 1920 luego se
desarrollaron en una serie de libros que son descritos hoy en día

29
por sus acólitos como su obra maestra. Y no lo dicen sin razón: es
quizás el argumento más fuerte jamás planteado contra la idea
de Socialismo. ¿Cómo, de hecho, vamos a reemplazar a los precios
con juntas de planificación? ¿Y no es el Socialismo
supuestamente el dominio directo de los trabajadores en lugar de
un reemplazo de jefes no elegidos por un grupo de burócratas? Si
es centralizado por burócratas, ¿cómo se va a obtener toda esa
información? Y si es descentralizado, ¿cómo podrían esos
millones (y a nivel global, miles de millones) de trabajadores
coordinar democráticamente las decisiones de producción?
Neurath, por su parte, insistió en que los precios en el
mercado, como descriptores del comportamiento en una
economía, no están menos corrompidos por esta falta de fidelidad
porque ellos fallan en capturar suficiente información acerca de
las circunstancias materiales de los ciudadanos y fallan en
describir adecuadamente todos los costos o beneficios de las
acciones. En un sistema donde los servicios de salud están
provistos por el mercado, por lo tanto, el precio no describe la
información de la incapacidad de acceder a los servicios de salud,
tal y como el precio no refleja el impacto de las emisiones de
gases de efecto invernadero en la temperatura promedio del
planeta.
Hay mucho más alrededor del debate del cálculo, y nosotros
apenas resaltaremos algunos de sus aspectos matemáticos y
computacionales luego, por ahora este repaso teórico debería ser
suficiente. Es suficiente conocer que, como resultado de esta
discusión, dependiendo de nuestra orientación política, tenemos
que optar o por la información imperfecta del mercado, o por la
información imperfecta de la planificación, sin nunca resolver el
debate. Este punto muerto incluso puede ser twitteado en menos
de 140 caracteres: «¿Qué hay de la imperfección de los datos
llevando a escasez?», «Ah, ¿sí? ¿Qué hay de la imperfección de los
datos llevando a injusticias?».

30
Estamos, por lo tanto, en un punto muerto. O al menos así
parecía durante mucho tiempo.

La planificación en la práctica

Mises parecía haber puesto de cabeza incluso el aforismo


que reza que «el Socialismo funciona en teoría, pero no en la
práctica». Él convenció a muchos que la planificación ni siquiera
funciona en la teoría. El problema del cálculo parecía ser el talón
de Aquiles de la teoría socialista.
Si algo funciona en teoría, pero no en la práctica, entonces
debe haber algo malo con la teoría. Pero si es igual de cierto que
algo no funciona en la teoría, pero en la práctica sí funciona,
entonces, nuevamente, algo malo debe tener la teoría. Y aquí es
donde la malvada Walmart entra en nuestra historia. Walmart es
quizá la mejor evidencia que tenemos de que si bien parecería que
la planificación no parece funcionar en la teoría de Mises,
ciertamente funciona en la práctica. Y algo más.
El fundador, Sam Walton, abrió su primera tienda, Wal-Mart
Discount City, el 2 de julio de 1962 en la ciudad de Rogers,
Arkansas, con una población de 5.700 personas. Desde aquel
origen humilde y cliché, Walmart se ha convertido en una de las
compañías más grandes del mundo, disfrutando de unas
emocionantes tasas de crecimiento iguales a las de la República
Popular China, rondando el 8% durante sus cinco décadas y
media de existencia. Hoy en día, emplea a más trabajadores que
ninguna otra empresa privada; si nosotros incluimos empresas
estatales en nuestro ranking, es la tercera contratadora más
grande del mundo luego del Departamento de Defensa de los
Estados Unidos y el Ejército Popular de Liberación8. Si fuera un
país —vamos a llamarlo la República Popular de Walmart—, el

8
Las fuerzas armadas de la República Popular China (N. del T.).

31
tamaño de su economía sería casi igual a la de Suecia o Suiza.
Utilizando los datos de PIB por paridad de poder adquisitivo del
Banco Mundial en el año 2015, podríamos colocarla en el puesto
número 38 entre las economías más grandes del mundo.
Sin embargo, mientras la compañía opera dentro del
mercado, internamente (como cualquier otra empresa) todo está
planificado. No hay un mercado interno. Los diferentes
departamentos, tiendas, camiones y proveedores no compiten
uno contra el otro en un mercado; todo está coordinado. Walmart
no es meramente una economía planificada, sino una economía
planificada con un tamaño similar al de la URSS durante la
Guerra Fría (en 1970 el PIB soviético se posicionó en
aproximadamente 800 miles de millones de dólares actuales,
siendo en aquel momento la segunda economía más grande del
mundo; los ingresos de Walmart en 2017 fueron de 485 miles de
millones de dólares).
Como veremos más adelante, los proveedores de Walmart
no pueden ser considerados en realidad entidades externas, así
que la extensión de su economía planificada es todavía más
grande. De acuerdo a Supply Chain Digest, aquel periódico
ambientado a los negocios y la administración más fascinante
que el artículo de Vice acerca de los hábitos pornográficos de los
líderes de ISIS alrededor del fetiche furry, Walmart tiene stock de
productos provenientes de más de setenta naciones, operando
cerca de 11.000 tiendas en veintisiete países. TradeGecko, una
empresa dedicada a la creación de software de control de
inventarios, describe el sistema de Walmart como uno de los
«proyectos de logística y éxito operacional más grandes de la
historia». No están equivocados. Como una economía planificada,
está venciendo a la Unión Soviética en sus mejores momentos
antes del estancamiento.
Si Mises y sus amigos tuvieran razón, Walmart no debería
existir. La empresa debería haberse estrellado contra la pared
desde hace mucho tiempo debido a la cantidad de cálculos que se

32
deben hacer. Además, Walmart no es única; hay cientos de
compañías multinacionales cuyo tamaño es parecida al Behemot
de Sam Walton, y todas ellas también son —al menos
internamente— economías planificadas.
Los redactores de negocios, asombrados por la compañía,
dicen que el éxito logístico es a fin de cuentas producto de la
obsesión de Sam Walton (aparentemente un tacaño
empedernido) con la reducción de costos, incluso con aquellos
insignificantes; y el aprovechamiento de la ventaja de tener
precios bajos y grandes volúmenes, que permiten incluso mayor
reducción de costos al expandir las economías de escala.
Mientras que dichas reducciones de costos son necesarias para
todas las compañías, tal vez la determinación de Walton con
respecto a eso jugó un papel más allá de lo habitual. Lo que
podemos decir es que la compañía dio un giro hacia la logística
moderna mucho antes que otro montón de empresas gigantes, y
que ha sido la pionera en innovaciones logísticas que faciliten la
reducción de costos.
En 1970, la compañía abrió su primer centro de distribución,
y cinco años después, la compañía había arrendado un sistema
computacional IBM 370/134 para coordinar el control de stocks,
convirtiéndola en una de las primeras empresas en enlazar de
manera electrónica tiendas e inventarios de almacenes. Nos
parecerá extraño ahora, pero antes en las tiendas el stock era
supervisado directamente por los vendedores y mayoristas, en
lugar de utilizar distribuidores. Grandes mayoristas venden
miles de productos de miles de vendedores. Pero el
abastecimiento directo —enviar cada producto directamente a
cada tienda— era profundamente ineficiente, teniendo como
consecuencia el exceso o falta de stock. Incluso los mayoristas
pequeños, que no pueden costear sus propios centros de
distribución, hoy en día encuentran mucho más eficiente
subcontratar las funciones de distribución a empresas logísticas
que proveen este servicio a varias compañías.

33
Imagínate que estás yendo a tu tienda favorita de discos de
vinilo indie, y el asistente de la tienda dice de manera repentina
que no tienen un disco en particular porque su distribuidor no les
ha abastecido, y tú piensas para ti mismo «pero yo sé que este
disco está disponible; ¡salió apenas el mes pasado en Hello Kitty
Pencil Case Records!» —es por eso que la subcontratación de
logística tiene lugar. Sería mucho más costoso en términos de
mano de obra para una pequeña tienda el mantener una relación
comercial con miles de sellos discográficos, y viceversa; pero esa
tienda puede tener una relación con, supongamos, cinco
distribuidores, cada uno de los cuales tiene una relación con cien
sellos. El uso de distribuidores además minimiza los costos de
inventario mientras que maximiza la variedad que una tienda
tiene para ofrecer al mismo tiempo que ofrece a todos dentro de
la cadena de suministro un conocimiento más acertado de la
demanda. Por lo tanto, mientras tu tienda local no traiga álbumes
desde Hello Kitty Pencil Case Records a través de la magia banal
de los distribuidores, tu pequeña tienda local tendrá que
mantener una relación con más sellos discográficos de los que
debería.
En 1988 el gigante de detergentes y artículos de aseo Procter
& Gamble introdujo la técnica de almacenamiento de
reaprovisionamiento continuo9, haciendo alianzas en un inicio
con Schnuck Markets, una cadena de tiendas de San Luis. Su
siguiente paso era encontrar una empresa grande que adoptara
la idea, y en un inicio presentaron la propuesta a Kmart, a la que
no pudieron convencer. Walmart, por otro lado, adoptó el
concepto, y fue debido a eso que el camino a la dominación
mundial de la empresa inició realmente.
«Reabastecimiento continuo» es un nombre equivocado,
debido a que el sistema en realidad aporta un reabastecimiento
muy poco frecuente (desde el proveedor, hasta el distribuidor y de

9
En inglés «stocking technique of continuous replenishment» (N. del T.).

34
allí al minorista) en el cual la decisión acerca de la cantidad y el
tiempo de reabastecimiento recae sobre el distribuidor, no el
minorista. Nuevamente, te estarás preguntando, ¿cómo es esto
una innovación, y por qué hace tanta diferencia? (A lo mejor te
preguntas también: ¿por qué parecería que estoy leyendo una
triste revista de negocios sacada de un aeropuerto que le hace una
mamada al Capitalismo? Sopórtalo. El Socialismo se trata
enteramente de logística, camarada).
La técnica, un tipo de inventario manejado por el vendedor,
funciona para minimizar lo que en negocios se conoce como
efecto látigo10, el hermano librecambista del estalinismo en lo que
a escasez se refiere. Identificado por primera vez en 1961, el efecto
látigo describe un fenómeno: la tendencia cada vez mayor,
conforme uno avanza en la cadena de suministro, del
surgimiento desbalances entre los inventarios frente al producto
demandado, lo cual se extiende hasta el productor y en última
instancia hasta la extracción de materia prima de la compañía.
En esto, cualquier cambio minúsculo en la demanda del
consumidor revela diferencias entre lo que la tienda tiene y lo que
los consumidores desean, lo cual significa que hay demasiado o
muy poco stock.
Para ilustrar el efecto látigo, consideremos el caso de tener
«muy poco» (pese a que el fenómeno ocurre de forma idéntica en
el otro escenario). La tienda reajusta sus órdenes al distribuidor
para satisfacer el incremento en la demanda del consumidor.
Para este punto, el distribuidor ya ha comprado una cierta
cantidad de suministros al mayorista, por lo que tendrá que
reajustar sus propias órdenes —y esto sigue, pasando por el
fabricante hasta el productor de materias primas. Debido a que la
demanda del consumidor tiende a ser variable y su predicción es
inexacta, los negocios deben tener un inventario de reserva
llamado stock de seguridad. Moviéndonos arriba en la cadena,

10
En inglés «bullwhip effect» (N. del T.).

35
cada nodo observará fluctuaciones más grandes, y por lo tanto
mayores requerimientos de stock de seguridad. Un análisis
realizado en 1990 identificó que la escala del problema era
considerable: una fluctuación por parte del consumidor de
solamente el 5% (hacia arriba o hacia abajo) será interpretado por
los otros participantes de la cadena de suministro como un
cambio en la demanda de hasta un 40%.
Al igual que la ola que atraviesa un látigo de verdad luego
de un pequeño movimiento de la muñeca, un pequeño cambio de
comportamiento en un punto resulta en oscilaciones inmensas
en el otro. Los datos en el sistema dejan de ser fieles a la demanda
del mundo real, y mientras más te alejas del consumidor, la
demanda se vuelve más impredecible. Esta impredecibilidad en
cualquier dirección es un factor que contribuye de forma
importante a las crisis económicas, debido a que las compañías
tienen problemas (o fallan) al lidiar con situaciones de
sobreproducción, habiendo producido mucho más de lo que ellos
habían predicho que sería demandado, y siendo incapaces de
vender por encima de su costo lo que ellos habían producido. Un
inventario insuficiente puede ser igual de disruptivo que uno
excesivo, llevando a compras de pánico, una reducción de la
confianza de los consumidores, castigos contractuales,
incremento de los costos como consecuencia de entrenamientos
y despidos (debido a contratación y despidos innecesarios), y
finalmente pérdida de contratos, lo cual puede hundir a una
compañía. Mientras que las crisis son un tema mucho más
amplio y no se reducen solamente al efecto látigo puede ser una
causa clave, atravesando el sistema y produciendo inestabilidad
en otros sectores. Incluso con casos modestos de efecto látigo,
una prevención de dichas distorsiones permiten reducir el
inventario, reducir los costos de administración, mejorar el
servicio al cliente y aumentar su lealtad («¡El producto que desea
está justo aquí, señora! ¡No hay necesidad de revisar en otras
tiendas! Siempre podrá confiar en que nosotros tendremos lo que

36
necesita. ¡Asegúrese de venir con nosotros primero la próxima
vez!»), que a fin de cuentas resulta en mayores beneficios.
Pero hay una trampa —una grande para aquellos que deseen
defender al mercado como el mecanismo óptimo para la
distribución de recursos. El efecto látigo es, en principio,
eliminado si todas las órdenes se corresponden con la demanda
de forma perfecta en cualquier período. Y mientras mayor sea la
transparencia en la información a través de la cadena de
suministro, más cerca se está de alcanzar este objetivo. Por lo
tanto, la planificación, y sobre todo la confianza, apertura y
cooperación en la cadena de suministro —en lugar de la
competencia— son fundamentales para lograr el
reabastecimiento continuo. Este no es el análisis fantasioso de
dos escritores socialistas; incluso los más apasionados
investigadores de negocios y directores de compañías
argumentan que un prerrequisito para una cadena de suministro
exitosa es que todos los participantes de la cadena reconozcan
que todos ganarán más cooperando como un todo confiable, con
intercambios de información, que como competidores.
Por supuesto que el vendedor, por ejemplo, le cuenta al
comprador cuánto éste va a comprar. El mayorista tiene que
confiar en el proveedor en lo referente a decisiones de
reabastecimiento. Los fabricantes son responsables de manejar
los inventarios en los almacenes de Walmart. Walmart y sus
proveedores tienen que estar de acuerdo acerca de cuándo las
promociones van a suceder, y por cuánto tiempo, de manera que
el incremento de las ventas sea reconocido como el efecto de una
campaña de marketing, y no necesariamente como un
incremento brusco de la demanda. Y todos los participantes de la
cadena de suministros tienen que implementar tecnologías que
faciliten el intercambio de información que permitan un flujo real
de datos de ventas, los envíos de los centros de distribución y otra
información logística, de manera que todos los que están en la
cadena puedan realizar sus ajustes ágilmente.

37
Hemos escuchado bastante acerca de cómo Walmart
presiona a los proveedores a vender a un precio particular, dado
que la compañía es tan vasta que desde la perspectiva del
proveedor es conveniente tener el producto en las perchas de la
tienda. Y esto es verdad: Walmart se dedica a lo que denominan
abastecimiento estratégico11 para identificar quién puede proveer
al Behemot el volumen y precio necesitados. Pero una vez un
proveedor está en el club, hay ventajas significativas (a lo mejor
«en el club» es una descripción equivocada; «una vez que un
proveedor es asimilado por Walmart-Borg12» podría ser más
adecuado). Una es que la compañía establece acuerdos
estratégicos de larga duración y gran volumen con la mayoría de
proveedores. La transparencia de datos resultante y la
planificación a través de la cadena reduce los gastos en
comercialización, inventario, logísticas y transporte para todos
los participantes de la cadena de suministros, no solo para
Walmart. Mientras que evidentemente hay transacciones
financieras dentro de la cadena de suministros, la asignación de
recursos dentro de la vasta red de proveedores mundiales de
Walmart, los almacenes y las tiendas minoristas es descrito por
analistas de negocios con regularidad como algo parecido a
comportarse como una sola empresa.
Dándole la vuelta a todo esto, Hau Lee, un profesor de
ingeniería y administración de Stanford, describe cómo lo
contrario puede suceder dentro de una misma empresa, con
resultados desastrosos. En una ocasión Volvo estaba atascado
con un exceso de autos verdes, así que el departamento de
marketing salió con una campaña publicitaria que tuvo éxito y
provocó que se incrementaran las ventas y se redujera el exceso

11
En inglés «Strategic sourcing» (N. del T.).
12
Los Borg son una civilización ficticia del universo de Star Trek que se
caracteriza por unir lo orgánico con lo sintético, además de tener una
mentalidad de colmena. Su objetivo principal es «asimilar» —que significa
transformar a otros seres vivos en Borg— y gracias a esto ir mejorando con
las características de las especies asimiladas (N. del T.).

38
de inventario. Pero nunca le notificaron al fabricante, y éste al ver
el incremento repentino de ventas, pensó que hubo un
incremento en la demanda de autos verdes e incrementó la
producción precisamente de lo que el departamento de ventas
estaba intentando despachar.
Éste fenómeno ocurre de la misma manera tanto en
minoristas como en fabricantes (de todos modos, la fabricación
es apenas otro enlace dentro de la cadena de suministro de la
tienda minorista), siendo Toyota una de las primeras empresas
en implementar una forma de dar visibilidad a la información
tanto dentro como fuera de la empresa a través de su sistema
«Kanban», parecido al sistema de Walmart, aunque el origen de
esta estrategia se remonta hacia la década de 1940. Mientras
Walmart fue fundamental para el desarrollo de la gestión de la
cadena de suministros, hay unas pocas compañías grandes que
no han copiado sus prácticas, sino que utilizan algún método de
visibilidad y planificación que cruza a través de las cadenas de
suministro, extendiendo la planificación que sucede dentro de
una empresa a lo largo y ancho del «mercado» capitalista.
No obstante, Walmart podría ser una de las seguidoras más
dedicadas de esta «empresarización» de las cadenas de
suministros. En la década de 1980 la compañía comenzó a lidiar
directamente con los fabricantes para reducir el número de
intermediarios y para vigilar de forma más eficiente la cadena de
suministros. En 1995 Walmart fortaleció su aproximación de
cadenas de suministro colaborativas bajo el nombre de
Planificación Colaborativa, Previsión y Reabastecimiento13
(PCPR), en la cual todos los nodos de la cadena colaborativa
sincronizan sus previsiones y actividades. A medida que la
tecnología ha avanzado, la compañía ha utilizado PCPR para
fortalecer más la cooperación de la cadena de suministros, desde
ser la primera en implementar el uso de barra de código universal

13
Que en inglés sería Collaborative Planing, Forecasting and Replenisment
(CPFR) (N. del T.).

39
de producto en toda la empresa hasta su relación más complicada
con la identificación por radiofrecuencia. Su gigantesca base de
datos conectada por satélite conecta las previsiones de la
demanda con los proveedores y distribuye datos de las ventas a
tiempo real desde las cajas registradoras a lo largo y ancho de la
cadena de suministros. Analistas describen cómo el inventario y
la manufactura son «jalados»14, casi momento a momento, por el
consumidor, en lugar de «empujados»15 por la compañía hacia las
estanterías. Todo esto muestra cómo se está realizando una
planificación económica a gran escala en la práctica, con la
ayuda de los avances tecnológicos, incluso cuando
supuestamente era imposible —de acuerdo a Mises y sus
coidearios en el debate del cálculo— el manejo de estos datos
infinitos.

La distopía Randiana de Sears

Es una gran ironía que uno de los principales competidores


de Walmart, la venerable y antigua Sears, Roebuck & Company,
fundada hace más de 120 años, se haya destruido a sí misma al
adoptar exactamente lo opuesto a la galopante socialización de la
producción y la distribución llevada a cabo por Walmart. Al
instituir un mercado interno.
Sears Holdings Corporation reportó pérdidas de 2 miles de
millones de dólares en 2016, y un total de 10.4 miles de millones
de dólares desde 2011, el último año que la empresa tuvo
utilidades. Durante la primavera de 2017 estuvo al borde de cerrar,
además de las 2.125 tiendas que ya había cerrado desde 2010 —
más de la mitad de sus tiendas— otras 150 tiendas, y había
admitido públicamente una «duda sustancial» con respecto a su
capacidad de mantener sus puertas abiertas por más tiempo. Las

14
En inglés «pull» (N. del T.).
15
En inglés «push» (N. del T.)

40
tiendas que permanecieron abiertas, por lo general escondidas
detrás de ventanas tapiadas, tenían un triste aire de desolación
similar a las tiendas soviéticas de los 80s: techos con goteras,
ascensores fuera de servicio, acres de estanterías vacías y
pasillos con cajas de cartón medio vacías con mercadería
colocada a capricho. Un zapato negro de talla 9 completamente
nuevo reposa solitario sin su caja en el suelo, su par no estaba ni
en la estantería ni en el depósito. Los empleados que todavía
quedan se han dedicado a cubrir con sábanas las secciones
abandonadas para que los clientes no puedan verlas.
Por supuesto que la compañía ha sufrido, al igual que
muchas otras tiendas físicas16, por el surgimiento de tiendas de
descuento como Walmart y distribuidores online como Amazon.
Pero el consenso tanto de la prensa de negocios como de docenas
de exejecutivos amargados es que la causa principal del malestar
de Sears fue la desastrosa decisión del [antiguo]17 presidente y
CEO de la compañía, Edward Lampert, de desagregar las
diferentes divisiones de la compañía en unidades competidoras
para crear un mercado interno.
Desde una perspectiva capitalista el movimiento parecería
tener sentido. Como los gerentes de los negocios nunca se cansan
de decirnos, el libre mercado es la fuente de toda la riqueza en la
sociedad moderna. La competencia entre compañías privadas es
el motor principal de la innovación, la productividad y el
crecimiento. La avaricia es buena, según la frase atribuida a
Gordon Gekko, de la película Wall Street. Entonces uno debe ser
excusado de preguntarse por qué si el mercado es, de hecho, tan
poderosamente eficiente y productivo como ellos dicen, las
compañías no lo han adoptado como un modelo interno desde
hace tanto tiempo.

En inglés «Brick-and-mortar outlets» (N. del T.).


16

A la fecha de la publicación de esta versión en español, Eddie Lampert ya


17

no es CEO de Sears (N. del T.).

41
Lampert, libertario y un fan del egotismo laissez-faire de la
novelista rusa-estadounidense Ayn Rand, había labrado su
camino desde trabajar en almacenes de adolescente, a controlar
un fondo de inversión de 15 miles de millones de dólares a la edad
de 41 años, gracias a un conjuro de Goldman Sachs. El niño
prodigio era alabado como el Steve Jobs del mundo de las
inversiones. En 2003 el fondo que administraba, ESL
Investments, se hizo cargo de la cadena Kmart (abierta el mismo
año que Walmart). Un año después, él aprovechó esto con la
compra de una Sears estancada (pero que no se encontraba mal
de ninguna manera) por 12 miles de millones de dólares.
En un principio, la estrategia popular de reducción de costos
y despidos despiadados luego de la adquisición logró cambiar la
suerte de la fusión Kmart-Sears, ahora operando como Sears
Holdings. Pero las ambiciones de Lampert fueron más allá de las
historias simplonas de desmantelamiento de activos y el uso de
las operaciones de la empresa como un medio para generar
dinero para invertirlo en otra parte. Lampert tenía la intención de
utilizar a Sears como un enorme experimento de libre mercado
para mostrar que la mano invisible podría superar la
planificación centralizada típica de cualquier otra empresa.
Reestructuró las operaciones de forma radical, dividió a la
compañía en treinta, y luego cuarenta unidades diferentes que
debían competir una contra otra. En lugar de cooperar, como en
una empresa normal, existían divisiones tales como vestimenta,
herramientas, electrodomésticos, recursos humanos, tecnologías
de la información y branding que debían, en esencia, trabajar
como negocios autónomos. Cada uno con su propio presidente,
mesa de directivos, gerente de marketing y un estado de
resultados de pérdidas y ganancias. Una serie de sorprendentes
entrevistas llevadas a cabo en 2013 por Bloomberg Businessweek,
de la mano de la periodista Mina Kimes, a unos cuarenta
exejecutivos describía el cálculo randiano de Lampert: «Si se les
dice a los líderes de la compañía que trabajen de forma egoísta,

42
dijo, ellos dirigirán sus divisiones de forma racional,
incrementando el desempeño total».
Él además creía que la nueva estructura, llamada Sears
Holdings Organization, Actions and Responsabilities, o SOAR,
incrementaría la calidad de los datos internos, y en el proceso le
daría a la empresa una precisión similar a la del estadístico Paul
Podesta, que utilizó mediciones poco convencionales en el equipo
de baseball de los Oakland Athletics (que se hizo famoso por el
libro, y luego la película protagonizada por Brad Pitt, Moneyball).
Lampert colocaría a Podesta en la mesa de directivos de Sears y
contrataría a Steven Levitt, coautor del bestseller de economía
neoliberal Freakonomics, como un asesor. Lampert era un
verdadero creyente del laissez-faire. Parece que nunca le llegó el
memo que clarificaba que la omnipotencia del libre mercado
solamente era una fábula que se contaba a los niños para
asustarlos, y no debería ser tomada en serio por ningún ejecutivo
de empresa.
Entonces, si el departamento de vestimenta quería utilizar
los servicios del departamento de tecnologías de la información
o de recursos humanos, ellos tenían que firmar un contrato, o
utilizar contratistas externos si eso les permitía mejorar el
desempeño financiero de la unidad —sin importar si eso
mejoraba el desempeño de la compañía como un todo. Kimes
cuenta la historia de cómo la popular marca de electrodomésticos
Kenmore18 se había dividido entre la división de
electrodomésticos y la división de branding. Los primeros tenían
que pagar tarifas a los segundos por cualquier transacción. Pero
vender electrodomésticos cuyas marcas no pertenecieran a Sears
era más rentable para la división de electrodomésticos, por lo que
comenzaron a ofrecer un sitio más prominente a los productos
rivales de Kenmore, destruyendo la rentabilidad total. Su marca
de herramientas para el hogar, Craftsman19 —una marca

18
Una marca interna de Sears (N. del T.).
19
Otra marca interna de Sears (N. del T.).

43
estadounidense tan ubicua que tiene un rol protagónico en el
bestseller de ciencia ficción de Neal Stephenson, Seveneves,
5.000 años en el futuro— se negó a pagar regalías adicionales a la
marca de baterías DieHard20, así que fueron con un proveedor
externo, nuevamente, indiferentes de lo que esto significaba para
la compañía como un todo.
Los ejecutivos ponían protectores de pantalla a sus laptops
durante las reuniones para evitar que sus colegas se enterasen de
sus actividades. Las unidades se peleaban por el espacio del piso
y del techo para sus productos. Competencias de gritos entre los
gerentes de marketing de las diferentes divisiones eran comunes
en reuniones cuyo objetivo era quedar de acuerdo acerca del
contenido de los catálogos publicitarios de la semana. Luchaban
por el posicionamiento ideal, buscando optimizar las ganancias
de su unidad particular, incluso a expensas de otra unidad, en
ocasiones con resultados hilarantes. Kimes describe
desarmadores siendo expuestos alado de lencería, y cómo el
departamento de bienes deportivos logró vencer y puso la mini-
moto Doodle Bug para niños pequeños como la portada de la
edición del catálogo del día de las madres. Con respecto a las
diferentes divisiones tragándose menores ganancias e incluso
pérdidas debido a los descuentos en bienes con el objetivo de
atraer a los compradores a otros artículos, ni te cuento. Un
ejecutivo citado en la investigación de Bloomberg describió la
situación como «la disfuncionalidad en su nivel más elevado».
A medida que las utilidades se desplomaban, las divisiones
comenzaban a portarse más agresivas unas con otras, raspando
las pocas reservas de dinero que quedaban. Algo que aplastó más
las ganancias fue la duplicación de trabajo, particularmente una
repetición cada vez más pesada de las funciones ejecutivas por
parte de las unidades no competidoras, que ya no tenían interés
en compartir los costos de las operaciones. Con una falta de

20
Nuevamente, una marca interna de Sears (N. del T.)-

44
interés a nivel de toda la compañía de mantener la
infraestructura de la tienda, algo que cada división veía como un
costo impuesto de forma externa por parte de las otras divisiones,
las inversiones en bienes de capital de Sears cayeron a menos del
1% de sus ingresos, una proporción mucho menor que la de sus
competidores.
Al final, las diferentes unidades decidieron simplemente
prestar atención a sus propias ganancias, mientras la compañía
como un todo estaba condenada. Un antiguo ejecutivo, Shaunak
Dave, describió una cultura de «guerra tribal» y una eliminación
de la cooperación y la colaboración. Una revista de negocios
describió el régimen de Lampert como «dirigir a Sears como al
Coliseo [Romano]». Kimes, por su parte, escribió que si existía
algún libro que describiera acertadamente el modelo, éste era
más Los Juegos del Hambre que La Rebelión de Atlas.
En consecuencia, muchos de los que abandonaron la
embarcación describen los delirios librecambistas atolondrados
del hombre al que llaman «Crazy Eddie» como un experimento
fallido por una razón por sobre todas las demás: el modelo
destruye la cooperación.
De acuerdo a la cabeza de la unidad de baterías DieHard,
Erik Rosenstrauch «las organizaciones requieren de una
estrategia holística». Por supuesto que lo requieren. ¿Pero no es la
sociedad como un todo una organización? ¿Esta lección es menos
verdadera para la economía global de lo que lo fue para Sears?
Para tomar solamente un ejemplo: la combustión continua de
carbón, aceite y gasolina podría ser desastrosa para nuestra
especie como un todo, pero mientras siga siendo rentable para
algunas de las «divisiones» de Eddie, aquellos responsables de
extraer y procesar combustibles fósiles continuarán haciéndolo
mientras eso sirva a sus intereses particulares, el resto de la
compañía —en este caso, el resto de la sociedad— estará
condenada.

45
Sin embargo, frente a toda esta evidencia Lampert proclama
sin arrepentimiento que «los sistemas y las estructuras
descentralizadas funcionan mejor que las centralizadas porque
producen mejor información en el tiempo». Para él, las batallas
entre divisiones dentro de Sears solo podían ser algo positivo. De
acuerdo al portavoz Steve Braithwaite, «los conflictos por
recursos son un producto de la competencia y la amenaza, cosas
que faltaban hace mucho y faltan en las economías socialistas».
Él y aquellos que se están apegando al plan parecen creer
que el modelo convencional de la empresa a través de la
planificación nos lleva al comunismo. No están equivocados del
todo.
Curiosamente, la creación de SOAR no era la primera vez
que la compañía había intentado tener un mercado interno. Bajo
un liderazgo anterior, la compañía experimentó algo similar en
la década de 1990, pero el proyecto fue abandonado rápidamente
luego de que solamente produjera peleas internas y confusión en
los consumidores. Existe un puñado de compañías que también
experimentan alguna versión de mercado interno, pero en
general, de acuerdo al antiguo vicepresidente de Sears, Gary
Schettino, «no es una estrategia de administración que se emplee
en muchos lugares». Podemos concluir que los defensores más
recalcitrantes del libre mercado —los capitanes de la industria—
prefieren no emplear una distribución basada en el mercado
dentro de sus propias organizaciones.
El porqué de esto es una paradoja que la Economía
conservadora ha establecido desde la década de 1930 —una
explicación que sus adherentes piensan que es a prueba de balas.
Pero como veremos en el próximo capítulo, llevada a su
conclusión lógica, su explicación de este fenómeno que reside en
el corazón mismo del Capitalismo, una vez más apoya el
argumento de que se debería planificar toda la economía.

46
III

LAS ISLAS DE LA TIRANÍA

Poco antes de las visiones utópicas basadas en la


planificación interna de Walmart del crítico marxista Frederic
Jameson, una figura mucho más mainstream, el economista
Herbert Simon, tuvo una idea similar. Simon, un polímata,
ganador tanto del Premio del Banco de Suecia en Ciencias
Económicas en memoria de Alfred Nobel (que se describe
comúnmente, y de manera errónea, como el «Premio Nobel de
Economía»), además del Premio Turing (descrito comúnmente —
y de forma más acertada— como el «Premio Nobel de
Computación»), ofreció en 1991 el siguiente experimento mental
—uno que podría parecer fuera de lugar a los lectores del
prestigioso pero ortodoxo Journal of Economic Perspectives:

Supongamos que [un marciano imaginario que viene a


visitarnos] se acerca a la Tierra desde el espacio, equipado con un
telescopio que revela las estructuras sociales. Las empresas se
presentan a sí mismas, digamos, como sólidas áreas verdes, con
tenues contornos interiores que marcan las divisiones y los
departamentos. Las transacciones de mercado se muestran como
líneas rojas conectando a las empresas, formando una red en el
espacio entre ellas. Dentro de las empresas (y a lo mejor incluso entre
ellas) el visitante ve unas tenues líneas azules, las líneas de autoridad
que conectan jefes y varios niveles de trabajadores. A medida que
nuestro visitante mira de manera más minuciosa la escena debajo de
él, podría ver cómo una de las masas verdes se divide, a medida que
una empresa se deshace de una de sus divisiones. O podría ver un
objeto verde absorber a otro. A esta distancia no serían visibles los
contratos blindados21. No importa si nuestro visitante se acercó a los
Estados Unidos, a la Unión Soviética, a la China urbana o a la
Comunidad Europea, la mayor parte del espacio estaría ocupado por

21
Paracaídas de oro (N. del T.).

47
áreas verdes, debido a que prácticamente todos los habitantes serían
empleados y estarían, en consecuencia, dentro de los límites de la
empresa. Las organizaciones serían la característica predominante
del paisaje. Un mensaje enviado a su hogar describiendo la escena
hablaría de «inmensas áreas verdes, interconectadas por líneas rojas»
en lugar de «una red de líneas rojas conectando puntos verdes»22.

El objetivo de la historia de este visitante marciano era dar


una leve reprimenda a sus colegas economistas por ignorar cuán
generalizadas son las relaciones de poder autoritarias y la
planificación en el Capitalismo. La planificación estaba, de
hecho, en todas partes, pese a que la disciplina económica ha
relatado incontables veces aquella historia incluso más
fantasiosa que la visita de un OVNI a la Tierra: el cuento de hadas
de una harmoniosa y autoregulada economía de mercado. Sin
embargo, siempre ha habido una minoría de economistas, como
Simon, que no la han aceptado, y reconocen la omnipresencia,
algunos incluso la promesa, de la planificación.

Ronald Coase pregunta por ahí…

Durante la depresión de 1931, un estudiante de Economía


británico de 20 años había llegado a Chicago para llevar a cabo
un proyecto de investigación poco usual. Él estaba ahí para
estudiar algo que a primera vista parecía obvio; pero en realidad
era todo lo contrario. Ronald Coase fue a los Estados Unidos a
hacer algo que, para el momento, a muy pocos estudiosos en la
todavía joven disciplina de Economía les había importado:
investigar cómo las empresas, la caja negra del corazón de la
economía, operaban en realidad.

22
Simon, H. A. (1991). Organizations and Markets. Journal of Economic
Perspectives, 5(2), 27.

48
La pregunta de Coase era bastante simple, pero además era
una pregunta para la cual la Economía que le habían enseñado
todavía no tenía una respuesta: «¿Por qué existen estas “islas de
poder consciente”? (…) Si la producción está regulada por los
movimientos de los precios [y] la producción podría llevarse a
cabo sin ninguna organización en absoluto, a lo mejor podríamos
preguntarnos: ¿por qué hay organización?». En otras palabras, si
el mercado es la panacea de toda interacción humana, entonces
incluso las tareas más simples —desde «arreglar este librero»
hasta «formatea esta hoja de cálculo»— podrían, teóricamente,
estar direccionadas por precios en los mercados en lugar de por
gerentes dando órdenes. De forma un poco inocente, Coase
preguntó: ¿por qué no se vende y compra todo en su propio
mercado pequeño? ¿Por qué muchas veces hay más Walmarts
que Sears? ¿Por qué las empresas —desde negocios familiares
hasta los Behemots corporativos— existen siquiera?
Noam Chomsky, el gran lingüista y crítico eterno de la
política externa estadounidense dio una respuesta concisa: Las
«islas de poder consciente» de Coase son también «islas de la
tiranía». Por lo tanto, los economistas no tienen la intención de
abrir la caja negra de la empresa porque en ella está el sucio
secreto del Capitalismo. La economía de mercado no solo está
inundada de planificación, sino además de una planificación
autoritaria que concentra la toma de decisiones económicas en
las manos de sus opulentos dueños, y mantiene a los trabajadores
a raya. Las compañías planifican todo desde cómo el dinero es
distribuido entre los departamentos hasta la cantidad exacta que
debería tomar ensamblar una hamburguesa —y en cada caso,
ellos planifican qué trabajador individual realiza qué tarea,
cuándo, dónde y cómo. Cuando inicia la jornada, lo que el jefe diga
se hace.
Sin embargo, abre cualquier libro introductorio de
Economía y el mundo se presenta como un reino de elecciones
casi ilimitado. Entre los himnos a la libertad y a la eficiencia

49
espontánea de los mercados se encuentran apenas unas pocas
palabras acerca de la planificación que se lleva a cabo día a día
dentro de las cuatro paredes de la empresa. Y tampoco ven la
coerción en medio de todo aquello. La planificación dentro del
Capitalismo trata de hacer que la gente haga cosas —sin su aporte
y no necesariamente de acorde a sus intereses. En el mejor de los
casos, los economistas hablarán de la planificación solamente
para ridiculizarla, fallando, o incluso negándose a identificar su
centralidad incluso en un sistema de mercado. Las preguntas
aparentemente ingenuas nos inician en un camino en dirección
a un correctivo.
Sin embargo, Coase no era un camarada. Mientras que él
incluso llego a coquetear con ideas socialistas en su juventud, su
educación económica rápidamente lo llevó hacia la derecha
(lamentablemente, un fenómeno que es bastante común). Coase
argumentó que las compañías hacen toda esta aparente
imitación de la Unión Soviética dentro de sí mismas debido
simplemente a que el costo de dejar a los mercados cada decisión
y coordinación es extremadamente elevado. Esta era una
explicación bastante ingeniosa para la disonancia entre una
copiosa planificación corporativa dentro y a través del sistema de
libre mercado. A los economistas les agrada la frase que dice que
«todo tiene un costo». Coase aplicó esto a los mercados como
tales. Los mercados contienen toda una red de lo que llamamos
«costos de transacción». Escribir un contrato, crear un mercado o
encontrar el mejor precio necesita de recursos y tiempo. Mientras
que el costo de hacer todo esto sea más barato dentro de la
empresa que en el mercado (y lo era), solamente era racional
mantenerlo dentro de la empresa. ¡Así que el «libre» mercado
tampoco es que sea tan libre!23 Coase argumentó que tenía sentido

23
Juego de palabras que no se puede traducir de manera satisfactoria al
español. La frase original era «so the “free” market isn’t really free either!»,
haciendo referencia a que la palabra free en inglés significa tanto «libre»
como «gratis» (N. del T.).

50
que algunas decisiones deberían delegarse a la planificación —
donde se toma una decisión, y eso se hace. La planificación es
más eficiente (pero para Coase, hasta cierto punto). Habiendo
completado su tour por los negocios estadounidenses y
observado su funcionamiento interno, luego de su regreso a
Inglaterra, él compiló sus pensamientos en una charla dada en
1932 a los estudiantes de la University of Dundee, un poco
menores que él, aunque faltarían cinco años para que publicase
sus resultados.
El artículo resultante, La naturaleza de la empresa, contiene
una cita del economista Dennis Robertson —un colaborador
cercano del famoso macroeconomista británico John Maynard
Keynes, y el creador del concepto de la trampa de liquidez— en el
cual Robertson habla acerca de lo curiosa que es la existencia
misma de las compañías, describiéndolas de forma poco
halagadora como «islas de poder consciente en este océano de
cooperación inconsciente, como trozos de mantequilla coagulada
en un cazo con leche cortada»24. Pero donde Roberston apenas
había realizado un comentario acerca del misterio, Coase explicó:
«Hay quienes objetan la planificación económica sobre la base de
que el problema se resuelve a través de movimientos de precios.
A estos se puede responder que hay una planificación dentro de
nuestro sistema económico que es por completo diferente de la
planificación individual antes mencionada, y que es similar a lo
que se denomina planificación económica»25.
Él fue ignorado por su perspectiva. Al día de hoy, mientras
que se reconoce a Coase, y mientras que la planificación es
claramente ubicua y toma lugar a escalas inimaginables, la
mayoría de economistas hablan muy poco al respecto. Los libros
de Economía por lo general brindan explicaciones a profundidad
acerca de los mercados de bienes de consumo, del mercado de

24
Coase, R.H. (1994). La empresa, el mercado y la ley. Pág. 35. Madrid: Alianza
Economía.
25
Ibidem, págs. 34-35.

51
trabajo, del mercado de divisas o incluso la economía en su
conjunto como un gran mercado, pero poco o nada acerca de la
planificación dentro de las empresas. A lo más, los economistas
mencionarán de manera breve a la planificación, y solamente
para ridiculizarla. En gran parte de la Economía convencional26,
la empresa es solamente una ecuación matemática que consume
inputs y produce outputs. El cómo hace esto se pregunta muy
poco; su funcionamiento interno no es lo suficientemente
interesante. O lo suficientemente vergonzoso.
El desprecio deliberado a la realidad de la planificación es
bastante común. Adam Smith, el escocés del siglo XVIII ahora
considerado el padre de la Economía, es famoso por introducir [el
concepto de] la «mano invisible» del mercado. Con esto él no se
refiere a una fuerza mística, sino a la idea de que mientras los
individuos toman decisiones ya sea para vender o para comprar
en la búsqueda de su interés individual, ellos están siendo
guiados por «una mano invisible [que] lo[s] conduce a promover
un objetivo que no entraba en sus propósitos»27 —una sociedad de
bienestar construida a través de un sistema de mercado. La mano
de Smith aparece con regularidad en los libros de Economía como
una prueba de que los mercados producen, sin ningún tipo de
planificación, el mejor resultado posible. Sin embargo, el mismo
Smith entendía que las economías reales involucraban todo tipo
de interacciones no de mercado —incluso la frase «mano
invisible» no aparece más de una vez en la Riqueza de las
Naciones. Smith, por ejemplo, asumía que los dueños de las
fábricas se coordinarían —es decir, planificarían— para mantener
bajos los salarios. Los economistas que le siguieron solamente se
concentrarían en la primera mitad de su historia: que el sistema
de mercado produce orden en el caos, todo por sí solo.

26
También denominada mainstream economics o Economía mainstream
(N. del T.).
27
Smith, A. (1994). La riqueza de las naciones. Pág. 554. Madrid: Alianza
Editorial.

52
Sin embargo, la visión de una economía de mercado
ordenada, pero sin ninguna planificación, no es más que una
fantasía. La planificación existe en el sistema de mercado y a una
escala verdaderamente enorme. Hoy en día el volumen de
transacciones llevadas a cabo dentro de las empresas es tan
vasto como las que se realizan entre ellas. Los gerentes siempre
han estado bastante preocupados con la planificación, pero
solamente podemos aprender acerca de su extensión dentro del
Capitalismo al introducirnos profundamente en textos prácticos
de gestión. Los economistas lo han ocultado detrás de una
maraña de aparente desorden.
Aun así, la fortaleza construida por los economistas
mainstream durante el siglo veinte no es tan monolítica como
para excluir cualquier duda. Las semillas de una crítica del
mundo no planificado yacen dentro de sus propias paredes.
Ciertamente, Coase no estaba abogando por una planificación a
gran escala. Él simplemente fue un economista mainstream que
buscaba ver al mundo honestamente, y darse cuenta del papel
central que jugaba la planificación y el control dentro de las
empresas capitalistas.

El debate del cálculo continuó

Al mismo tiempo que Coase estaba viajando, preguntando a


los gerentes corporativos por qué ellos no tenían mercados que
movieran productos de un extremo del almacén a otro,
economistas en otro lado todavía estaban ocupados discutiendo
si era necesario tener mercados en absoluto. Como se mencionó
anteriormente, Ludwig von Mises argumentó en 1920 que la
planificación socialista de una economía en su conjunto era
imposible porque las complejas economías que tenemos
actualmente necesitan tanto de mercados como de precios. Desde
su perspectiva, los mercados descentralizaban bastas cantidades

53
de información que un único planificador no podría recoger y
calcular. Los precios, por otro lado, hacen que sea posible
comparar una vasta variedad de cosas; sin ellos, él razonaba,
¿cómo sabrían los planificadores el valor relativo de cosas tan
dispares como una fábrica de automóviles y un bolígrafo, y
finalmente decidir cuánto de cada uno debería haber? El
contraargumento que respondió mejor estas inquietudes, al
menos por un tiempo, llegó finalmente en 1937 a manos del
economista polaco Oskar Lange.
La vida y trabajo de Lange estuvieron llenas de
contradicciones. Lange, un eterno socialista y economista
marxista, se sentía en casa tanto dentro de las minucias de la
economía neoclásica mainsteam como en los pies de página de
El Capital de Marx. Pese a que terminó enseñando en la Warsaw
Higher School of Planning and Statistics durante la era del
dogmatismo estalinista de posguerra, Lange también pasó
tiempo en Harvard en la década de 1930 y enseñó en el
departamento de Economía de la University of Chicago de 1938 a
1945, precisamente cuando la última se estaba convirtiendo en el
bastión de la ortodoxia librecambista. Y a pesar de ser un
defensor del Socialismo de mercado, Lange sirvió al Estado
polaco incluso en su encarnación estalinista —primero como un
embajador a los Estados Unidos, y luego como un representante
a las Naciones Unidas, y finalmente como un miembro del
Consejo de Estado. Estas contradicciones, aunque improbables,
funcionaron a favor de Lange en lo que respecta al debate del
cálculo.
Lange había leído a los economistas neoclásicos. Sin
embargo, él creía que sus modelos de la economía capitalista
podrían ser incautados y reutilizados para la planificación
socialista. En el Capitalismo, cuando H&H hace demasiados
pantalones entubados de color púrpura, sus tiendas
eventualmente reducen el precio para seducir a las personas para
que las compren. La demanda se encuentra con la oferta cuando

54
el precio cae —al menos eso es lo que sucede en teoría. En
realidad, los pantalones extra pueden terminar en la basura y la
producción para la próxima temporada de H&M puede terminar
moviéndose a otro lugar donde los salarios sean más bajos para
reducir aún más el precio. Utilizando las ecuaciones de León
Walras, uno de los fundadores de la escuela neoclásica, Lange
escribió un panfleto en 1937 que imaginaba una economía
planificada, que imitaba a los mercados sin estas desventajas.
Los planificadores socialistas ficticios de Lange podrían
manipular «precios sombra» en papel, en lugar de esperar que los
precios reales filtren desde las cajas registradoras hacia las
decisiones de producción. Tal y como una luz ultravioleta en una
escena del crimen, la planificación socialista podría hacer
explícita toda la matemática que solamente sucedía en el fondo
de los modelos del Capitalismo. Lange respondió al desafío de
Mises —acerca de que los precios y los mercados eran necesarios
para cualquier racionalidad económica— al incorporarlos dentro
de un modelo de Socialismo de mercado.
La clave era identificar cómo los planificadores se darían
cuenta de qué precios sobra eran los correctos —aquellos que
asegurasen que la economía socialista estuviera produciendo lo
suficiente, no demasiado, de lo que sea. Para esto, Lange reutilizó
otra idea de Walras: tatonnement. En francés, la lengua nativa de
Walras, la palabra significa «a tientas hacia». Walras imaginó que
los mercados tanteaban hacia los precios correctos hasta que
encontraban el santo grial de la Economía: el equilibrio general,
donde todos los mercados están en balance y la cantidad ofertada
de cada bien o servicio es exactamente igual a la cantidad
demandada. Agrega más matemática, y los economistas
mainstream te dirían que ellos han probado que todo el mundo es
tan feliz como podrían serlo, viviendo en el mejor de los mundos
posibles.
Lange, por otro lado, se dio cuenta que los planificadores
podrían, de hecho, realizar este tanteo mejor que los mercados. En

55
lugar de la economía natural de Otto Neurath, la gente dentro del
Socialismo de mercado de Lange todavía iría a tiendas (dirigidas
por el Estado) para comprar bienes de consumo, indicando a los
planificadores qué es lo que ellos querían que fuera producido.
Los productores —todos, además, propiedad pública— aspirarían
a producir lo que los planificadores tradujeran de la demanda de
los consumidores tan eficientemente como fuese posible, sin
necesidad de dejar espacio para un beneficio luego de cubrir los
costos. A medida que la economía produjera cosas y los
consumidores las compraran, los planificadores podrían correr
ecuaciones, identificar cuándo había demasiado o muy poco, y
ajustar los «precios sombra» hasta que todo se encontrara
sincronizado. Incluso sin tener toda la información correcta
disponible en el momento, Lange esperaba que sus planificadores
tantearan hacia el equilibrio tal y como lo hacían los mercados
en el Capitalismo, solamente que mejor y más rápido. Y
solamente sería cuestión de tiempo antes de que las
computadoras fueran lo suficientemente potentes como para
hacer los procesos todavía más rápidos. Lange pasó sus últimos
años fascinado por la ciencia computacional y la cibernética. En
uno de sus últimos artículos escribió: «el proceso de mercado, con
sus incómodas tientas, parece anticuado. Precisamente, podría
ser considerado como un mecanismo computacional de la era
preelectrónica»28.
Casi al mismo tiempo que Lange desarrollaba su teoría de la
planificación, el economista estadounidense Abba Lerner estaba
trabajando en su propia versión de un Socialismo de mercado.
Los dos pensadores se complementaron el uno al otro tan bien
que la idea de que la planificación socialista podría replicar la
eficiencia capitalista llegó a llamarse el teorema de Lange-
Lerner. Imitando partes de la teoría del Capitalismo, Lange y
Lerner querían mostrar que la planificación podría igualar e

28
Lange, O. (1967). The Computer and the Market.

56
incluso exceder a los propios medios capitalistas para exprimir
la mayor satisfacción humana a los recursos escasos.
Para el momento en que la Segunda Guerra Mundial inició,
muchos economistas clásicos admitieron a regañadientes que
los argumentos de Lange funcionaban —al menos en teoría. Si el
sistema de planificación socialista que Lange y otros
describieron era teóricamente posible, entonces la única
pregunta que quedaba era si aquello era factible. Pese a que los
planificadores corporativos y militares (aversos al Socialismo
pero intrigados por el poder de incluso el cálculo matemático más
simple para la administración y control de recursos) estaban
apenas comenzando a utilizar versiones rudimentarias de
herramientas formales de planificación, era difícil imaginar
cuándo —o si alguna vez— estaría disponible el poder
computacional requerido por los planificadores para poder
resolver las ecuaciones de Lange en un tiempo razonable y a una
escala que englobara al total de la economía. Con propuestas
aparentemente difusas de aplicaciones viables, no había razón
para pregonar el hecho de que los socialistas podrían tener la
razón.

La respuesta de Hayek

Tal derrotismo alarmó a otro economista austriaco,


Friedrich Von Hayek, quien siguiendo los pasos de Mises estaba
determinado en probar que Lange estaba equivocado. Hayek es
más conocido actualmente como el padrino del neoliberalismo,
la ideología pro-mercado que ha logrado dominar la política
pública alrededor de gran parte del mundo, cuya primera
encarnación se ve ejemplificada por las administraciones de
Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en los
Estados Unidos durante la década de 1980. Hayek era explícito
acerca de buscar un cambio en el régimen ideológico. La tregua

57
entre capital y trabajo del Estado de bienestar de la posguerra
apenas se había establecido cuando Hayek se unió a un pequeño
grupo de radicales de derecha para fundar la Mont Pelerin Society
en 1944 —un think tank pro libre mercado adelantado a su
tiempo. Un punto central de su actividad era remodelar la
ideología que tenían para tener lista una reprimenda a Lange,
Lerner y a los otros socialistas que parecían tener la delantera.
Para alguien que creía de forma tan ferviente en el
Capitalismo, Hayek brindó una descripción bastante honesta del
sistema. A lo mejor era precisamente porque estaba tan
comprometido ideológicamente con el Capitalismo que él podía
hablar acerca de sus defectos —todas las maneras en que se
desviaba de las fantasías de los economistas neoclásicos, con sus
humanos perfectos, mercados perfectos e información perfecta.
Hayek cuestionó estas suposiciones centrales. La gente no es
hiperracional —tenemos ideas incompletas e imperfectas acerca
del mundo. Los mercados nunca están del todo sincronizados:
siempre hay demasiado o muy poco de algo. El Capitalismo es
dinámico, un proceso de constante cambio en lugar de un estado
de equilibrio. En este punto final, Hayek se remonta hacia Marx
y Smith. Pero, como veremos, le tomaría algunas décadas a la
Economía mainstream adoptar dichas nociones.
Debemos admitir que Hayek estaba en lo correcto al
rechazar las fantasías mainstream. De hecho, era Lange el que
subestimó los problemas que heredó de la Economía de su
tiempo. Aquí, él difiere de Marx. Mientras que Marx emprendió
una crítica exhaustiva de la escuela clásica, que dominaba
cuando él estaba escribiendo, Lange intentó primero reemplazar
variables «capitalistas» en las ecuaciones de la Economía
neoclásica dominante por variables «socialistas». En el proceso
de hacer eso, él tomó todos los supuestos fallidos del modelo
mainstream. Esto incluía todo desde un Homo economicus
imposiblemente racional, hasta un eventual equilibrio general,
hasta la «completitud» de los mercados —lo cual significa que hay

58
un mercado para toda cosa posible, en todo tiempo posible,
presente y futuro. (En la práctica, la completitud significaría que
podrías aceptar comprar —hoy, a un precio fijo— una unidad de
stock de Amazon, un corte de cabello, o incluso un bloque de
cheddar añejado para que sea entregado en cualquier punto
preciso en el futuro, así tome dos semanas y tres horas a partir de
hoy —¡o incluso cincuenta años!). Estos supuestos no son solo
evidentemente falsos incluso en las variantes más extremas del
Capitalismo; también serían desafiados —de forma lenta y
cautelosa— incluso por los economistas neoclásicos.
Sin este bagaje, Hayek tomó un camino diferente de la
silenciosa aceptación a regañadientes del mainstream. Él
rechazó rotundamente el caso de Lange. Hayek argumentó que
los mercados —incompletos, permanentemente en desequilibrio,
llena de humanos falibles— no solamente agregan y calculan
información. Los mercados son productores de información y
conocimiento. Incluso si el Socialismo de mercado de Lange
permitía a los planificadores calcular de forma mejor y más
eficiente de lo que podían hacerlo los mercados libres, la
planificación todavía sería imposible debido a que los
planificadores no tendrían la información creada por las
interacciones de mercado para utilizarla en sus cálculos.
Comprar y vender a lo mejor no generaba conocimiento científico
y técnico, pero sí creaba todo ese conocimiento de «tiempo y
lugar» que es fundamental para la toma de decisiones eficientes
de producción y distribución. Hayek argumentó que el problema
para los planificadores no era el «cómo» —las ecuaciones que se
debían emplear— sino el «qué» —los datos que van dentro de las
ecuaciones. La copiosa información que los planificadores
necesitan no está disponible hasta que los mercados hagan su
magia. La descentralización crea coordinación: solamente el
mercado puede aglutinar la información que normalmente está
aislada en la cabeza de los diferentes individuos.

59
Sin embargo, Hayek estaba escribiendo antes del
advenimiento del big data, que está probando los límites acerca
de cuánta información granular puede ser recolectada. Parecería
que además escribió en feliz ignorancia de Coase, que había
demostrado cuán endeble es realmente el barniz de la toma de
decisiones descentralizadas, incluso en los mercados
capitalistas.
Si bien Hayek suena como un demócrata radical, dicha
afinidad es puramente superficial. Lo que él persigue no es
libertad para la gente, sino libertad para la información y el
dinero —esos dos lubricantes centrales de la actividad mercantil.
Los seres humanos, después de todo, no son capaces de coordinar
de forma democrática sistemas complejos, así que deben
someterse a los dictámenes del mercado, incorporando sus
decisiones anónimas sin importar cuán profundos sean los
costos sociales que genere. El argumento en contra de la
planificación depende de forma clara de la entrega ideológica de
Hayek.
Por extraño que parezca, pese a que las ideas de Hayek
confrontaban frontalmente a los socialistas de mercado, estas
fueron ignoradas en un inicio, a lo mejor porque estas eran
críticas no solamente a la izquierda, sino también a la opinión
económica dominante. En aquel momento, cuando incluso
Richard Nixon decía que «ahora todos somos keynesianos»,
¿cómo podría estar fuera de sintonía su retórica maximalista? El
debate del problema cálculo siguió desarrollándose en las
páginas de revistas económicas de difícil acceso. El mundo, por
otro lado, seguía girando.
Pero poco después de la sorprendente declaración de lealtad
de Nixon, las ortodoxias económicas existentes a ambos lados del
Muro de Berlín fueron cuestionadas de forma violenta. En la
década de 1970 el «Socialismo real» estaba sumido en una crisis
económica y sus grietas comenzaban a mostrarse. El «mundo
libre» también estaba atribulado, experimentando su crisis

60
económica más severa del período de posguerra. Las élites
políticas y económicas vieron en la crisis una oportunidad para
deshacer su compromiso de posguerra con los trabajadores, un
pacto que no surgió por amor, sino por miedo a la revolución. Fue
en este contexto que la nueva heterodoxia defendida por Hayek
se volvió eficaz por fin fuera de los muros de la academia.

Todos hemos estado mal informados

Algo increíble sucedió en la disciplina de la Economía en la


década de 1970: los profesores descubrieron de forma súbita que
los seres humanos no eran el equivalente a calculadoras
andantes. A la par de esta revelación, muchas de las más
aclamadas creencias económicas habían sido puestas en duda.
Gran parte de todo el proyecto de la Economía mainstream desde
finales del siglo XIX se había construido sobre la base de seres
humanos perfectamente racionales. Los modelos de mercados
que trabajaban en conjunto en una aparente harmonía, así como
aquellos argumentos que postulaban que el sistema de mercado
producía los mejores resultados estaban sostenidos sobre el
supuesto fantasioso de que cada uno de nosotros tenía toda la
información permanentemente en la punta de nuestros dedos.
A medida que algunos economistas comenzaron a
cuestionar la noción de humanos hiperracionales, ellos
encontraron en la noción de Coase sobre los costos de
transacción un concepto útil que podría salvar al resto de la
disciplina. El nuevo campo de la Economía con costos de
transacción transformó la perspectiva de Coase acerca de la
planificación dentro del Capitalismo en una fábula acerca de una
humanidad fallida. Si nuestro mundo difería de uno poblado por
seres perfectamente racionales, entonces algunas transacciones
no de mercado podían ser admitidas a regañadientes dentro del
sistema de mercado —siempre que nuestras imperfecciones

61
fuesen más costosas que los beneficios que podríamos obtener de
los mercados. ¡Incluso nuestras imperfecciones podrían ser
incorporadas al mismo cuento que reza que el Capitalismo es el
mejor de los mundos posibles!
Sin embargo, una vez se ha abierto la Caja de Pandora de la
humanidad fallida, esta es difícil de cerrar. Joseph Stiglitz, otro
ganador del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas
en memoria de Alfred Nobel, el cual la izquierda a veces utiliza
para brindar credibilidad a las políticas de antiausteridad,
primero se hizo conocido al profundizar la crítica al supuesto de
la racionalidad humana mientras seguía defendiendo a los
mercados. Contrario a la mitología anterior de un Homo
economicus perfectamente racional —que no se encontraba en
ningún lado en realidad, pero que era adorado por los
economistas—, la Economía de la Información que Stiglitz ayudó
a despegar comenzó desde la idea aparentemente obvia de que
obtener y utilizar información es usualmente costoso, y a veces
imposible.
Un ejemplo que a los economistas les encanta utilizar es el
mercado de los seguros de salud privados. Una aseguradora no
puede hacer demasiado para saber si una persona que compra un
seguro está relativamente sana. Desarrollar una imagen cada vez
mejor cuesta cada vez más. En cierto punto, los costos hacen que
la posterior adquisición de información deje de tener sentido. De
la misma forma, contratar a un mecánico para que desarme e
inspeccione el motor de un carro usado para identificar si se trata
de un «limón»29 puede costar más que el auto como tal. Los
mercados pueden fallar: algunas personas terminarán pagando
de más por seguros de salud, mientras otras no estarán
aseguradas. El pintoresco concesionario de automóviles usados

29
En el inglés estadounidense, un lemon o «limón» es un automóvil que no
deja de presentar problemas tras su compra (N. del T.).

62
de tu localidad a lo mejor no es el primer lugar en el que piensas
cuando hablamos de un mercado que funciona correctamente.
Más allá de los mercados individuales, Stiglitz y otros
estaban buscando respuesta a una pregunta más grande: ¿Qué
pasa si la economía en su conjunto es algo así como una
concesionaria de automóviles usados? Una vez que se acumulan
suficientes ejemplos de mercados fallidos, toda la eficiencia y la
justicia del sistema pueden ser puestas en duda. En pocas
palabras, la Economía de la Información en última instancia
desafía al argumento de que el Capitalismo, a pesar de sus fallas,
es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, en lugar de ver
a los problemas de información como una razón para explorar
alternativas de toma de decisiones colectivas y democráticas que
pudiesen acercar a la gente y a la información, los economistas
se pusieron manos a la obra para hacer que la teoría de mercado
funcione a pesar de las imperfecciones humanas. Desde la
década de los 70s, la Economía de la Información ha generado
cada vez más ideas ingeniosas para incentivar a la gente o a las
organizaciones a hacer cosas —todo, por supuesto, dentro de los
límites del Capitalismo de mercado.
El diseño de mecanismos es una idea de este tipo. Este
rincón oscuro de la Economía que los economistas construyeron
significa obligar a la gente o a las compañías a revelar
información que de otro modo estaría mantenida en secreto. Un
nuevo formato de subasta creado por un grupo de economistas en
la década de 1990 con el objetivo de ayudar al gobierno de los
Estados Unidos a vender frecuencias telefónicas a empresas de
telecomunicaciones es un caso ejemplar. La subasta tenía reglas
diseñadas para obligar a las empresas a revelar cuántos derechos
sobre las frecuencias en realidad necesitaban —el mentir haría
que perdieran derechos frente a sus competidores. El diseño
benefició al gobierno con cientos de millones de dólares más de
lo esperado y ahora es un estándar en el mundo entero.

63
El diseño de mecanismos es un tipo de planificación,
aunque uno bastante indirecto. La toma de decisiones
económicas de cualquier tipo —ya sea una planificación como tal
o un mercado «diseñado»— necesita la recolección de unidades y
piezas de información que se encuentran dispersas entre la
gente. Pero los problemas de información no imposibilitan otras
formas de llevar a cabo las cosas. En lugar de crear procesos
complejos que en última instancia beneficia a unos pocos
grandes jugadores, los gobiernos podrían escoger correr un
sistema de telefonía móvil público, el cual se podría constituir
como un paso más hacia una mayor socialización. Sin embargo,
en la otra perspectiva, los gobiernos obtienen algo de dinero en la
subasta, pero entregan el control sobre un recurso valioso. Esto
deja un mercado dominado por un pequeño grupo de grandes
jugadores que pueden cobrar precios exagerados respaldados por
un servicio al cliente mediocre.
Otros mecanismos «alinean incentivos» —por ejemplo, al
intentar asegurarse de que los trabajadores internalicen y actúen
de acuerdo a los objetivos de la administración, o asegurarse que
los gerentes internalicen los objetivos de los accionistas y actúen
de acuerdo a ellos. El diseño de mecanismos es solo un ejemplo
más de que incluso el libre mercado debe ser planificado. Los
mercados del mundo real deben ser construidos y reconstruidos
de manera consciente.

Ya que hablamos acerca de hacer que la gente haga cosas…

Lo que hace tan importantes a la teoría de Coase y a la


Economía de la Información es que nos muestran por qué la
planificación capitalista que toma lugar a nuestro alrededor es un
punto ciego no solamente en Economía, sino en el día a día de
todo el mundo.

64
La Economía mainstream ignora la naturaleza disciplinaria
de los negocios. Tiene mucho que decir acerca de la competencia
entre empresas, pero pasa por alto cuestiones acerca del poder
dentro de ellas. Las explicaciones intrincadas para reunir a los
trabajadores en las empresas rodean un problema fundamental:
hay un abismo separando a la libertad formal de los trabajadores
para dejar su trabajo, si no les gusta, del hecho de que tenemos
que trabajar para sobrevivir, y por lo tanto no tenemos en realidad
esa de libertad en absoluto. Los trabajadores son organizados bajo
el mandato literalmente despótico de los gerentes dentro de las
empresas (una empresa no es una democracia) porque,
fundamentalmente, no tienen otra alternativa. Incluso en
aquellos lugares de trabajo donde la gerencia ofrece a los
trabajadores un poco de control en la toma de decisiones, afuera
de una representación sindical fuerte, este don de libertad y
democracia es ofrecido (y retirado) a gusto de la gerencia. Esto es
la definición de autoritarismo, lo cual es el gobierno
antidemocrático —las «islas de la tiranía» de Chomsky. Muchas
veces confundimos la violencia de los déspotas con aquello que
hace que el despotismo esté mal. Pero mucha de esta violencia es
una herramienta grotesca para obligar a la sumisión. Es esta falta
de libertad —el control incuestionable de un humano sobre otro—
lo que se constituye como el peor crimen.
Bajo el Capitalismo, las empresas compran el tiempo y la
energía de los trabajadores, y durante ese tiempo, ellos pueden
disponer de los trabajadores como deseen (dentro de los límites
de las leyes de la física y los límites legales o sindicales que son
resultado de la lucha de clases). Uno de los pocos economistas
que indagó dentro de la caja negra que son las empresas antes de
Coase fue Karl Marx. Marx identificaba a la empresa como un
instrumento para extraer beneficios de las espaldas de los
trabajadores. Él partió de un hecho simple: a los trabajadores se
les paga un salario por su tiempo, no por lo que producen. El
beneficio viene de la diferencia entre lo que una empresa pueda

65
pagar a sus trabajadores (además del costo de los materiales, los
cuales fueron extraídos de la tierra por otros trabajadores) y el
valor que estos mismos trabajadores están en capacidad de
producir.
Coase pensó que las empresas planificaban simplemente
para reducir costos. Para Marx, lo que sucedía dentro de las
empresas era mucho más importante: esto determinaba cómo
todo lo que producimos es repartido entre nosotros. Cómo
producimos los bienes y servicios está íntimamente relacionado
con la manera en que se distribuye lo producido, qué va a quién.
En el Capitalismo la clase de los propietarios (gente de negocios
o accionistas) reciben mucho más en relación a lo que recibe la
clase de productores (los trabajadores).
El ejercicio de planificación centralizada que ejerce el
gerente de forma tiránica dentro de su pequeña provincia es, por
lo tanto, no solamente un medio para un fin más efectivo, como
pensaba Coase, sino un reflejo de cómo la economía funcionaba
en la realidad. La relación adversa entre los jefes y los
trabajadores que el Capitalismo engendra no es un accidente
resultado de la simple introducción de los costos de transacción
por los mercados, que son evitados de mejor manera a través de
la planificación. Sin embargo, para los economistas mainstream,
la disputa entre los trabajadores y los gerentes solamente aparece
en el contexto del «shirking»30. El GPS instalado dentro del tractor
del conductor, el rastreador que monitorea los descansos para ir
al baño o las aplicaciones de los trabajadores de cuello blanco que
registran su historial de búsqueda en internet son solamente los
azotes necesarios para que uno haga lo que se le pide; los
beneficios son como las zanahorias en un palo.
Sin embargo, el holgazaneo es una respuesta bastante
racional de alguien que tiene poco o nada que decir sobre su

30
La tendencia del trabajador a realizar menos trabajo del acordado. De aquí
en adelante se traducirá como «holgazaneo» (N. del T.).

66
trabajo, que por lo general no tiene un profundo sentido de
responsabilidad colectiva y que conoce que el beneficio de lo que
hace termina en el bolsillo de otra persona. La holgazanería no es
una tendencia innata hacia la pereza, sino la forma en que las
personas se comportan en el Capitalismo. Toda sociedad
compleja tendrá gente con intereses diferentes y a veces
conflictivos que necesitan cooperar hacia objetivos comunes. Los
humanos se han aventurado y han logrado proyectos en
conjunto, desde aquellas cosas mundanas hasta lo
espectacularmente ambicioso, mucho antes del advenimiento
del Capitalismo y de su sutilmente coercitivo mercado laboral —
precisamente, a veces involucrando una coerción mucho más
explícita. Sin embargo, a través de la historia, la gente además ha
encontrado formas para planificar y actuar en conjunto sin jefes
que les digan qué es lo que debían hacer.
En respuesta a cualquier mención de una cooperación
humana duradera que no estuviese mediada por los mercados, en
particular aquellas desvinculadas de los incentivos brindados
por el mercado de trabajo —que básicamente sería trabajar o
morir—, los defensores del sistema de mercado a menudo sacan
a discusión el tema de la «tragedia de los comunes». La frase,
acuñada por el ecologista Garrett Hardin en un artículo de la
revista Science publicado en 1968, se refiere a que un recurso
compartido se agota inevitablemente como consecuencia de la
sobreexplotación de los individuos actuando en busca de su
interés personal. Los comunes prototípicos empleados para
ilustrar esto son, por ejemplo, una tierra de pastoreo abierta y
compartida por una aldea. Si los granjeros solamente supervisan
las vacas que les pertenecen, en lugar de la totalidad del ganado,
cada uno permitirá que sus vacas se sobrealimenten, y la tierra
compartida en conjunto rápidamente se convertiría en desierto.
En el transcurso de su larga carrera, Elinor Ostrom, la única
mujer en ganar el premio «no en realidad Nobel» de Economía en
sus cincuenta años de existencia, trabajó mucho para refutar esta

67
historia grotesca. Ella compiló evidencia de grupos gestionando
recursos comunes e identificó que en muchos casos los comunes
no solamente sobrevivían, sino que prosperaban. En lugar de ser
arrasados por un interés egoísta irreflexivo, los recursos
compartidos eran en realidad administrados por complejos
conjuntos de reglas sociales establecidas en el tiempo. Ostrom
estudió la tierra de pastoreo de las aldeas de los Alpes suizos y
descubrió que habían sido preservadas para uso común por más
de 500 años. Basada en esto y otros estudios de caso, Ostrom fue
más allá e identificó las condiciones que ayudaban a que los
recursos comunes fuesen protegidos —por nombrar algunos:
participación en la toma de decisiones de los usuarios con
respecto a los recursos, la capacidad de monitorear el uso,
sanciones socialmente significativas y mecanismos de solución
de conflictos.
Descubrimientos que cuestionen la tragedia de los
comunes, al igual que la idea de la planificación como tal, podrían
ser en un inicio polémicos. Es una creencia implícita de nuestra
era que los únicos incentivos reales son los monetarios —que el
despotismo es una parte necesaria del trabajo, y que es en gran
medida debido al miedo de perder sus ingresos que la gente
trabaja hacia objetivos comunes. Sin embargo, esta no es una
realidad humana, sino una realidad capitalista. Mientras que
siempre habrá trabajo que necesite hacerse, también habrá
muchas formas de organizar dicho trabajo —para planificarlo y
asegurarse de que se llegue a hacer. En la práctica, los comunes
no son necesariamente trágicos.
Incluso dentro del Capitalismo, estudios han demostrado
que una jerarquía más horizontal lleva a un mejor trabajo en
equipo y a una mayor productividad. De forma similar, incluso
delegar todas las decisiones de operación diarias a los
trabajadores, mientras que se deja solamente las decisiones
estratégicas a los gerentes, puede incrementar la productividad.
¡Es increíble lo que puede lograr el darle a la gente mayor poder

68
de decisión sobre su proceso de trabajo! Una economía
socializada y verdaderamente democratizada —ya sea a través de
representantes laborales, concejos comunitarios o formas más
directas de democracia— puede ofrecer un autogobierno
significativo sin la necesidad del poder ilegítimo de un humano
sobre otro. Por el momento, simplemente extender la membresía
de un sindicato empuja en contra de las islas de la tiranía, dando
a los trabajadores al menos unos niveles mínimos de condiciones
laborales hoy, y cimentando el camino para una mejor
democracia en el futuro.

Hazte con la máquina, antes de que ella se haga contigo

Hoy en día, décadas después de que las reformas inspiradas


en Hayek fuesen discutidas y aprobadas en los parlamentos, y las
numerosas campañas de evidente intimidación en los puestos de
trabajo, la membresía de los sindicatos está estancada o en
declive, mientras que la democracia en el lugar de trabajo
permanece como un sueño distante, hoy más que nunca. Se nos
dice que celebremos un trabajo más «flexible», que nos
regocijemos en la nueva libertad de cambiar de trabajo de forma
más frecuente. Sin embargo, pese a las transformaciones que
trajeron el outsourcing y la desagregación de las cadenas de
abastecimiento en piezas pequeñas, la mayoría de gente
permanece en trabajos estables, pero bastante malos, en los
cuales tienen poco qué decir acerca de cómo se desarrolla dicho
trabajo. A pesar de todo el entusiasmo alrededor de los mercados
y la elección, la planificación continúa siendo el modus operandi
de las empresas.
Lo que ha cambiado es que con el advenimiento de la era de
las tecnologías de la información es posible capturar enormes
cantidades de información. ¿Qué es lo que hacen Facebook y
Google? Nos instan, de forma gentil y bajo nuestro

69
consentimiento a revelar información de nosotros mismos. Su
modelo de negocio es la Economía de la Información traída a la
vida. Por ahora, ellos utilizan estos datos acumulados para
vender espacios de publicidad —¿Quién diría que el epítome de la
alta tecnología sería hacer que la gente indicada viese anuncios
de camisetas pintorescas con la frase «tengo un esposo polaco y
conozco cómo utilizarlo»?—, pero las posibilidades son mucho
más amplias.
Uber y otros amores mediáticos de la «economía
colaborativa» combinan la extracción de información con
encontrar nuevas maneras de reducir los costes de transacción.
Como buenos capitalistas que son, ellos lo están haciendo a
expensas de los trabajadores y la democracia (y otros capitalistas,
por ejemplo, los financistas que siguen arriesgándose a inyectar
dinero a un negocio como Uber a pesar de que hasta ahora no ha
logrado generar utilidades). La extensión tan rápida de los
tentáculos de Uber se debe en parte a su ejército de lobistas con
excelente paga, que engatusan y amenazan a los gobiernos de las
ciudades a puerta cerrada para que reduzcan las regulaciones
sobre los monopolios de taxis.
Los conductores de Uber, por un lado, son «colaboradores»
mal pagados. Ya no son clasificados como trabajadores (excepto
en el Reino Unido donde los juzgados restauraron sus derechos
como trabajadores), ellos pueden obtener un ingreso menor al
mínimo y tienen menos derechos laborales. Tal y como muchos
otros trabajadores en otros sectores, ellos están bajo una
constante vigilancia a través de los datos, algo casi panóptico.
Uber utiliza un sistema de calificación de cinco estrellas en el
cual los conductores deben tener un puntaje promedio de 4.6
estrellas para continuar trabajando para la compañía. Uber puede
«sugerir» ciertas normas para que sus conductores las sigan
(cuánto sonreír, qué tipo de servicios extra ofrecer, etcétera), pero
en realidad es el riesgo de tener solamente una mala calificación
lo que los obliga a mantenerse alineados. Sin embargo, no hay

70
una regla de arriba hacia abajo; cuando los negocios se
encuentran recolectando datos constantemente y analizando
información, una administración estricta surge de abajo hacia
arriba. El modelo de negocio de Uber es utilizar la Economía de la
Información para hacer mucho más que solo vender espacios
publicitarios. La habilidad de la compañía de hacer que la gente
se comporte de determinada manera sin decírselo
explícitamente no es algo único y no es otra cosa que el
refinamiento de la habilidad del Capitalismo de hacer que la
gente sea cómplice de su propia falta de libertad —un
refinamiento posible debido a un control cada vez más grande de
una información cada vez más vasta.
Por otro lado, en lugar de ser el heraldo de un lugar de
trabajo distópico en todas partes, Uber también podría ser un
candidato natural para ser una cooperativa de trabajadores. Todo
lo que Uber provee, después de todo, es una aplicación; la
compañía no es nada más que un intermediario. Una red de
propiedad comunitaria de conductores utilizando una aplicación
similar podría establecer tarifas y reglas de trabajo de manera
democrática, aquí y ahora. Una cooperativa de conductores
podría ser bastante superior al Behemot alimentado por capitales
riesgosos que tenemos hoy en día, incluso si se tratase de una
forma de empresa que, mientras que introduce una democracia
en el trabajo mayor a la que es normalmente posible en el
Capitalismo en el corto plazo, además está sujeta a los mismos
imperativos de búsqueda de ganancia, tal y como cualquier otra
empresa en el Capitalismo —imperativos que promueven la
autoexplotación con el objetivo de competir con otras empresas,
y por lo tanto destruyendo estos mismos impulsos democráticos.
Redes sociales similares podrían ser administradas como
servicios públicos en lugar de monopolios privados —recuerda
que creamos la electricidad pública o los servicios de agua
potable luego del fracaso del Capitalismo de los robber barons en
el siglo XIX. Una de las grandes preguntas del siglo XXI será: ¿de

71
quién son y quién controla los datos que se están convirtiendo
cada vez más en un recurso económico clave? ¿Serán estos el
combustible para una planificación democrática o por el
contrario para un nuevo Capitalismo autoritario? Buscar una
respuesta a estas preguntas requiere que nosotros reconozcamos
los inmensos desafíos que nos presenta el Capitalismo de los
datos del siglo XXI: ¿Cómo podríamos nacionalizar corporaciones
multinacionales que rebasan e irrespetan las fronteras
nacionales, y a menudo juegan con las jurisdicciones? ¿Cómo
podemos asegurar la privacidad con tantísimos datos bajo
control colectivo o estatal?
Los datos, que por el momento se encuentran en manos de
empresas privadas, están haciendo posible una producción más
eficiente, pero al mismo tiempo está permitiendo una
supervisión mucho más cercana, y la planificación corporativa
moderna apenas está comenzando a tomar ventaja de esta nueva
información disponible. Un resultado es una libertad ilusoria de
los trabajadores. Si constantemente producimos información
tanto dentro como fuera del trabajo, nosotros no tenemos la
necesidad de estar supervisados de forma tan directa —pero el
jefe todavía está observando, y lo hace de una forma tan cercana
como nunca antes podría haber sido posible. Los datos y la
medición hablan por sí mismos: los gerentes pueden ver cuántas
partes produce un trabajador por minuto, o cuántos paquetes
entrega un repartidor por hora.
El incremento del autogobierno en el trabajo —
aparentemente sin gerentes, pero todavía vigilados de manera
minuciosa— es apenas un síntoma de aquellos grandes cambios
que se avecinan. A medida que los salarios, tanto en los Estados
Unidos como en gran parte del hemisferio norte, se han
incrementado a paso de tortuga, o directamente se han estancado
desde la década de 1970, los trabajadores han contraído más y
más deuda personal solamente para sobrevivir. Al mismo tiempo
los gobiernos han recortado los beneficios públicos, dejando a los

72
trabajadores más vulnerables cuando son despedidos o están
enfermos o lastimados. Incluso Alan Greenspan, el expresidente
del Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos, calificó
de «traumatizados» a los trabajadores de hoy en día. Traducido,
esto significa que las presiones para comportarse de forma
disciplinada ahora existen por fuera de las jerarquías verticales.
El Capitalismo está atascado con la planificación incluso si
transforma con regularidad sus técnicas de planificación. Hoy en
día, la planificación capitalista existe tanto en el antiguo sentido
jerárquico que estudió Coase, así como en formas nuevas y más
indirectas, que toman inspiración en la Economía de la
Información.

Abriendo las puertas al futuro

Existe una vieja broma entre los historiadores de la


Economía que dice que un libro de texto de microeconomía a
nivel de doctorado de la década de 1960 podría confundirse con
un libro de texto del departamento de planificación de una
universidad de La Habana. En el libro de microeconomía, el libre
mercado genera los precios que dictan cuánto de todo se produce
y de qué manera las cosas son distribuidas; en el libro de
planificación, un planificador resuelve las mismas ecuaciones
generando las proporciones equivalentes de producción y
distribución. La versión del Socialismo de Oskar Lange y la
ortodoxia económica del siglo XX compartían los mismos
supuestos erróneos. Con el tiempo, como se describe en este
capítulo, muchos hicieron añicos a estos supuestos: Los
mercados son costosos, dijo Coase. Los seres humanos no son
calculadoras infinitamente poderosas y que lo saben todo,
argumentó Stiglitz. Incluso Hayek estaba en lo correcto: el
Capitalismo es dinámico, no estático, y rara vez se encuentra en

73
una situación de equilibrio como la que imaginaban Lange y la
Economía convencional.
Pero la Economía de la Información además desafía el
contraargumento que planteó Hayek a Lange, de que el mercado
es el único medio por medio del cual podemos producir toda la
información que un planificador requeriría en primer lugar.
Debido a que los mercados a veces fallan en descubrir la
información precisa, y eso que revelan podría ser falsa. Además,
el enorme cúmulo de actividades económicas que siguen
teniendo lugar fuera del mercado —dentro de las cajas negras que
llamamos Walmart, o Amazon, o General Motors— son evidencia
en contra de Hayek. Al mismo tiempo, el desarrollo de las
tecnologías de la información nos muestra solamente cuánta
información es posible tener en la punta de los dedos. Hayek
describe los precios como «un sistema de telecomunicaciones»;
hoy en día tenemos telecomunicaciones mucho más precisas y
poderosas que pueden comunicar información directamente sin
la necesidad de estar mediadas por los precios. Los argumentos
de Hayek podrían haber tenido utilidad para desarmar algunas
de las visiones de Lange acerca de la planificación, pero no
deberían detener a los socialistas contemporáneos de defender
una planificación democrática que además es un proceso de
descubrimiento.
La Economía, si es que va a ser utilizada por aquellos que
desean una sociedad igualitaria, necesita dejar atrás sus mundos
de fantasía. Paul Samuelson, el economista mainstream que
alguna vez fue el más influyente de la era de posguerra, y el autor
del libro de Economía utilizado en la mayoría de programas de
pregrado desde la década de 1950 hasta finales de la década de
1970, observó que en la visión idealizada que animaba a ambos
lados del debate del cálculo, no importaba si era el capital el que
contrataba al trabajo, o el trabajo el que contrataba al capital. La
densa red de abstracciones completamente oscurece lo que
significa ser un jefe o un trabajador, un dueño de recursos o un

74
dueño de un cuerpo y una mente que pueden ponerse a trabajar
por un salario.
El economista Duncan Foley describe esta laguna en el
debate del cálculo: «la verdadera importancia de la elección
histórica entre en Socialismo y el Capitalismo es precisamente lo
que queda fuera del debate del cálculo en el Socialismo: las
relaciones sociales a través de las cuales la gente se organiza
para producir». Cuando decimos que estamos interesados en la
forma en que las cosas se distribuyen, nos referimos a que
estamos interesados en cómo la sociedad está organizada. ¿Quién
da las órdenes, quién las obedece? ¿Qué se considera como
«trabajo», y qué es lo que se considera como tareas del hogar?
¿Quién cría a los niños, y quién lava los platos?
Estas son apenas unas pocas de las grandes preguntas que
cualquier Economía de la equidad tendría de responder. La
planificación no solamente es posible, sino que se encuentra a
nuestro alrededor, pero de formas jerárquicas y
antidemocráticas. Cómo se vería una planificación diferente y
democrática es una pregunta que una nueva generación de
economistas progresistas debería comenzar a discutir, debatir y
probar a través de la modelización de forma urgente.
Pero a la pregunta de que si la información debería ser
descubierta y creada a través de un sistema que de forma
inevitable genera inmensa desigualdad social mientras priva a la
mayoría de la gente de decidir cómo trabajan, o por otro lado
debería crearse mediante una reflexión democrática que fomente
la equidad, la respuesta debería ser obvia.

75
IV

MAPEANDO EL AMAZON(AS)

Amazon está en camino de desarrollar poderes psíquicos. O


al menos esa es la fantasía que uno se podría imaginar luego de
leer la columna llena de fantasía y adrenalina que fue publicada
en 2014 en un periódico luego de que la tienda de libros
convertida en una tienda mayorista registró una patente para un
nuevo proceso denominado «envío anticipado». Amazon podría
conocer qué es lo que quieres comprar antes de que tú mismo lo
sepas. Para el momento en ordenaste la última novela para
adultos de John Green, otra jarra de frijoles artesanales o esa
maravillosa olla de presión que cocina el cerdo más rápido que la
velocidad de la luz, el paquete posiblemente esté ya en camino.
Pese al tremendo clickbait hiperbólico que generaron los
periodistas en aquel momento, lo que esta patente describe fue en
realidad un pequeño avance de algo que Amazon ya está
haciendo. Es una pequeña extensión del tipo de datos que la
compañía ya está recolectando y de la logística colosal y
tentacular que ya articula. Amazon, que ha construido su
posición de mercado mayorista en la espalda de la revolución de
la internet, es la compañía de tecnología más grande en utilizar
tecnologías de la información para distribuir bienes de consumo.
En resumen, Amazon es un maestro planificador. Son este tipo de
innovaciones logísticas y algorítmicas las que desmienten el
viejo argumento librecambista de que incluso si la planificación
puede ofrecer grandes cosas como las fundidoras de acero, los
ferrocarriles y la atención médica, tropezaría al primer intento de
planificación de artículos de consumo. A fortiori, Amazon ofrece
técnicas de producción y distribución que están esperando ser
expropiadas y reutilizadas.

76
Lo que Amazon planifica

Desde su inicio a finales de los noventas, cuando vendía


solamente libros, Amazon se ha expandido potencialmente,
hasta satisfacer gran parte del consumo diario de los hogares
[estadounidenses]. Haciendo eco de la integración horizontal de
Walmart, la compañía incluso ha comenzado a incorporar
productores de las cosas que vende a su propia red de
distribuidores, colocando sus propios trabajadores en las fábricas
y almacenes de sus proveedores clave. Bajo lo que la compañía
denomina su programa «Vendor Flex», el número de
tiritas/curitas que Johnson & Johnson produce, por ejemplo,
puede depender en parte de las necesidades de Amazon. Este
brinda al Behemoth mayorista un rol en la administración de la
producción que se extiende más allá de sus propias fronteras
corporativas.
Más allá de simplemente distribuir productos, Amazon está,
tal y como Walmart, «jalando» la demanda. De hecho, en sus
inicios, Amazon contrató tantos gerentes de alto nivel de
Walmart para su desarrollo logístico que los Waltons le plantaron
una demanda. Los miles de millones de gigabytes de información
del consumidor que Amazon recolecta y los maravillosos
algoritmos que utiliza para analizar estos datos le brindan una
imagen increíblemente detallada de qué es lo que la gente quiere
comprar, y cuándo. Mientras tanto, la integración de las
operaciones con los productores asegura que los productos
puedan estar listos en suficiente cantidad. Aquí también, dada la
escala real de su economía, podemos ver los ajustes y arranques
de un modelo de producción más integrado y una planificación
de la distribución, por más jerárquico y servil que pueda ser para
con sus jefes. Podríamos describir a Jeff Bezos como el Stalin
calvo y sin bigote del mayoreo online.
Sin embargo, en el fondo Amazon sigue siendo (por el
momento) una red gigantesca de distribución de bienes de

77
consumo. La era del internet ha permitido el surgimiento de un
nuevo tipo de modelo de mayoreo para movilizar bienes desde los
productores hacia los consumidores, y Amazon tomó ventaja de
esta posibilidad mejor de lo que cualquiera de sus rivales podría
haberlo hecho. Amazon ahora controla casi la mitad de las ventas
online en los Estados Unidos. Así que cuando Amazon planifica,
planifica a lo grande. Algunos de los problemas de planificación
de Amazon son los mismos que experimentaron otras enormes
redes de distribución; otros problemas son completamente
nuevos. Sin embargo, en esencia, la historia de Amazon es otra
anécdota de lograr una planificación adecuada —en otras
palabras, hacer que las cosas vayan del punto A al punto B tan
barato como sea posible. Mientras esta tarea es aparentemente
simple, necesita planes para todo desde la ubicación y la
organización de los productos en los almacenes, hasta minimizar
los costos de entrega de paquetes a los consumidores y acortar
las rutas de entrega. La revista Wired describe a la compañía
como «un motor vasto e inteligente para satisfacer los deseos de
los consumidores».
Debemos agregar esto al hecho de que Amazon, tal como
cualquier otra compañía de internet, recolecta incontables
cantidades de datos de sus consumidores. Una tienda física
común no sabe qué productos miras, cuánto tiempos pasas
mirándolos, cuáles colocaste en tu carrito y luego volviste a
colocar en el estante antes de llegar a la caja registradora, o
incluso cuáles «desearías» tener. Pero Amazon lo sabe. Este
tsunami de datos no solamente involucra información del
consumidor, sino que se extiende a lo largo de la cadena de
suministro, y la compañía utiliza estos datos a su favor siempre
que puede. Su problema de planificación ya no es la optimización
del espacio para el tránsito, que presentaba un desafío para
cualquier compañía grande antes de la era del internet, sino la
optimización del big data —cantidades de información que son
producidas en volúmenes, variedades y velocidades tan colosales

78
que las técnicas y software tradicionales de procesamiento de
datos resultan insuficientes.
El tamaño de Amazon —su ambición de convertirse en la
«tienda para todo»— introduce problemas significativos para sus
sistemas de tecnologías de la información. Una cosa es entregar
miles de productos a cientos o incluso miles de tiendas
minoristas, tal y como lo haría un vendedor tradicional. Otra cosa
es entregar millones de productos a millones de consumidores.
Los problemas que Amazon debe solucionar para ser más
eficiente pueden ser muy complicados, incluso si no parecen
serlo a simple vista.
Los problemas de almacenamiento y transporte
mencionados anteriormente son una clase particular de desafíos
matemáticos conocidos como «problemas de optimización». En
un problema de optimización, nuestro objetivo es hacer algo de la
mejor manera posible, sujeto a un número de límites a nuestra
acción, o incluso «restricciones». Digamos, dadas tres rutas
posibles diferentes a través de una ciudad para entregar un
paquete, ¿cuál es la más rápida dado el número de semáforos y
calles en un solo sentido? O de forma más realista para Amazon,
al entregar un cierto número de paquetes al día, la compañía está
limitada por el horario de vuelos de reparto, la velocidad de los
aviones, la disponibilidad de camiones de reparto y una serie
limitaciones adicionales, además del tráfico de la ciudad. Existen
además eventos aleatorios, tales como un mal clima, que pueden
cerrar aeropuertos —y mientras que estos son esporádicos,
también son más frecuentes en algunos lugares en determinadas
fechas que en otros.
Cada día que te movilizas al trabajo, estás resolviendo un
problema de optimización relativamente simple. Pero la
matemática detrás de la optimización es bastante compleja para
problemas con más de un puñado de restricciones. Dada una
cantidad suficiente de variables (condiciones que pueden
cambiar) a ser optimizadas y suficientes restricciones, incluso la

79
supercomputadora más poderosa que podemos construir en la
actualidad, armada con el mejor algoritmo que seamos capaces
de diseñar, sería incapaz de resolver algunos de estos problemas
en lo que nos queda de vida, e incluso en lo que queda de vida al
universo. Muchos de los problemas de Amazon caen de lleno en
dichas categorías.
Así que mientras que las patentes para la entrega con
drones reciben toda la atención mediática, las verdaderas
maravillas en el corazón de sus operaciones son en realidad
técnicas matemáticas esotéricas que le ayudan a manejar y
simplificar estos problemas de optimización. Para dar un
ejemplo, estas patentes clave ayudan a Amazon a planificar cómo
mover de mejor manera los artículos entre los estantes de los
almacenes y las puertas de los consumidores. La solución de
estos problemas involucra en parte «balance de carga»: de la
misma forma en que tu computadora distribuye las tareas para
no colapsar el sistema, Amazon decide dónde construir sus
inmensos almacenes y cómo distribuir los productos entre ellos
para asegurarse que ninguna parte de su sistema sobrepase su
capacidad.
Para ser claros, los métodos de planificación de Amazon no
son soluciones completas a problemas de optimización que para
poder ser resueltos requerirían más tiempo que la existencia
misma del universo, sino que son simplemente las mejores
aproximaciones para evitar la explosiva complejidad
matemática. Sin embargo, Amazon todavía prefiere planificar en
lugar de dejar la optimización a las señales de precios en el
mercado. Los ingenieros de Amazon rompen problemas en
pedazos más pequeños, simplificándolas o encontrando otras
formas de dar a una computadora la posibilidad de resolverlas en
segundos, en lugar de eones. Lo que Amazon busca es la
simplificación; el objetivo es hacer que los problemas sean
simples en lugar de resolverlos con absoluta precisión.

80
De nuevo, tomemos el ejemplo de entregar órdenes al menor
costo. Incluso el cálculo de esta pregunta aparentemente simple
para encontrar el método de entrega más barato para las órdenes
de un solo día podría salirse de nuestras manos rápidamente. No
hay una sola forma correcta para enviar una orden dentro de las
miles o millones que se entreguen en un día determinado, porque
el costo de cada orden depende de todas las otras. ¿Será que el
avión del aeropuerto de Louisville, Kentucky a Phoenix estará
lleno? ¿El vecino de abajo ordenó su cepillo de dientes eléctrico
utilizando express shipping, o se le puede entregar el cepillo junto
a tu libro el día de mañana? La complejidad aumenta todavía más
cuando Amazon considera no solamente todas las rutas
alternativas posibles —las cuales controla—, sino que además las
ajusta a la posibilidad de eventos aleatorios tales como un clima
severo, e intenta predecir las órdenes del día siguiente. Este
problema de optimización de «asignación de órdenes» tiene
cientos de millones de variables, y no una solución sencilla. El
problema es tan complejo que no existen aproximaciones que
permitan tomar en cuenta cada aspecto del problema.
Pero pese a tales problemas, el proceso de planificación
dentro de Amazon no se cae a pedazos. Mientras que Amazon
depende de condiciones laborales horribles, bajos impuestos y
salarios de miseria, a fin de cuentas, funciona. Los problemas de
planificación a los que se enfrentan corporaciones individuales
bajo el Capitalismo tienen soluciones «bastante buenas». Tal y
como este libro argumenta reiteradamente, la planificación
existe a una escala enorme dentro de la caja negra de la
corporación —incluso si se trata de algo «bastante bueno» en
lugar de perfecto.
Esa es la clave: encontrar las mejores aproximaciones
posibles, incluso si son parciales. Los modeladores de Amazon
trabajan para reducir el tamaño de problemas complejos e
intratables, para construir planes que no se extiendan al tiempo
infinito, ni respondan a todos aquellos posibles eventos

81
aleatorios que podrían suceder en cada paso, pero eso
simplemente funciona. Esto significa acercarse lo más que se
pueda a la verdadera respuesta de una pregunta de planificación
en un marco de tiempo realista y haciendo uso del poder
computacional disponible. Incluso si fuese imposible utilizar un
«algoritmo de algoritmos» para encontrar de forma mecánica el
algoritmo que mejor se aproxima al problema original, la
creatividad entra en juego.
A medida que el poder computacional se incrementa y la
ciencia matemática avanza, nuestras soluciones a los problemas
de optimización mejoran constantemente. El problema de la
planificación no es uno de una precisión del 100%, sino uno de
eficiencia en el uso del poder computacional disponible para
obtener el 80% o 95% de precisión en el camino. Y recuerda que el
mercado tampoco es 100% preciso; los precios están en constante
cambio, y la economía se ajusta constantemente. Lejos de la
fantasía de la «Economía básica» del equilibrio económico, el
mercado jamás se encuentra ni cerca de una perfecta
sincronización entre lo que deseamos y lo que se produce.

La estructura en medio del caos

Describir a Amazon como una inmensa máquina de


planificación no se alinea demasiado a la imagen que se ha
construido como el ícono de la disrupción de la «nueva
economía». Incluso antes de que Silicon Valley se convirtiese en
el antro del Capitalismo global, la planificación se encontraba
bien escondida detrás de la fachada de la competencia. Hoy en
día, esa fachada se ha convertido en algo más ornamental: todo
lo que ves es un sitio web y luego el paquete en tu puerta. Atrás
del escenario, sin embargo, Amazon se presenta como un
revoltijo caótico de los artículos más variados viajando entre
almacenes, proveedores y destinatarios finales. En realidad,

82
Amazon se especializa en el manejo de un caos inmenso. Dos de
los mejores ejemplos de esto son el sistema de «almacenamiento
caótico» que Amazon utiliza en sus almacenes, y el sistema de
recomendaciones que zumba en el fondo de su sitio web,
diciéndote en qué libros o implementos de jardín podrías estar
interesado.
El sistema de recomendaciones de Amazon es la piedra
angular del éxito de la compañía. Este sistema integra aquellos
artículos usualmente útiles que aparecen en la sección «los
clientes que compraron esto también compraron…» del sitio web
(aunque en ocasiones las recomendaciones pueden parecer
bastante cómicas: «comprados juntos con frecuencia: bate de
béisbol + pasamontañas negro»). Los sistemas de
recomendaciones resuelven algunos de los problemas de
información que históricamente han sido asociados a la
planificación. Son una innovación crucial para aquellos que
sueñan con economías planificadas que además estén en
capacidad de satisfacer lo que los consumidores desean,
históricamente la ruina de los sistemas estalinistas. El caos de
los gustos y opiniones individuales se condensan en algo más o
menos útil. Un universo de las calificaciones y reseñas más
disparatadas —siempre parciales y en ocasiones
contradictorias— pueden, si son analizadas correctamente,
proveer información bastante útil y lucrativa.
Amazon además utiliza un sistema al que llama «filtración
colaborativa artículo-a-artículo»31. La empresa hizo un gran
avance cuando ideó su algoritmo de recomendaciones, logrando
evitar errores comunes que afectaron a los primeros motores de
recomendaciones. El sistema de Amazon no busca similitudes
entre la gente; aquellos sistemas no solamente se vuelven más
lentos a medida que millones de personas son identificadas, sino
que reportan cruces significativos entre gente cuyos gustos son

31
En inglés item-to-item collaborative filtering (N. del T.).

83
de hecho bastante diferentes (por ejemplo, los hípsters y los
boomers que compran los mismos bestsellers). Amazon tampoco
agrupa a la gente en «segmentos» —algo que con regularidad
termina simplificando de más las recomendaciones, al ignorar la
complejidad de los gustos individuales. Finalmente, las
recomendaciones de Amazon no están basadas en simples
similitudes, tales como libros, palabras clave, autores o géneros.
En su lugar, el algoritmo de recomendación de Amazon
encuentra vínculos entre los artículos basados en la actividad de
las personas. Por ejemplo, un manual de reparación de bicicletas
podría ser comprado, evidentemente, junto a una caja de
herramientas que tenga herramientas útiles para reparar
bicicletas, pese a que dicho set no se comercialice como tal. Las
dos cosas a lo mejor no están relacionadas de forma obvia, pero
es suficiente que algunas personas las compren o las busquen
juntas. Al combinar millones de interacciones entre gente y
cosas, el algoritmo de Amazon crea un mapa virtual de su
catálogo que se adapta bastante bien a la nueva información,
incluso ahorrando precioso poder computacional cuando es
comparado con otras alternativas —sistemas de
recomendaciones engorrosos que intentan identificar usuarios
similares o encontrar similitudes abstractas.
Así es cómo los investigadores de los laboratorios de la IBM
describen a las recomendaciones de Amazon: «cuando toma en
cuenta el comportamiento de otros usuarios, la filtración
colaborativa utiliza el conocimiento grupal para formar
recomendaciones basadas en usuarios afines»32. Este filtrado es
una buena réplica, basada en tecnologías de la información, a una
de las críticas que Hayek dirigió en contra de sus adversarios
socialistas en el debate sobre el cálculo en la década de 1930: que
solo los mercados pueden agrupar y utilizar la información
dispersa en la sociedad. La era del big data está probando que

32
Jones, M. (2013). Recommender systems, Part 1: Introduction to
approaches and algorithms. Pág. 2.

84
Hayek estaba equivocado. Los sistemas de tecnologías de la
información actuales y deliberadamente planificados están
comenzando a crear «conocimiento grupal» (inteligencia
colectiva, o información compartida que solo emerge de las
interacciones dentro o entre grupos de gente) a partir de
necesidades y deseos individuales. Y Amazon no solamente
rastrea las transacciones de mercado. Más allá de lo que compras,
la compañía recoge datos acerca de lo que buscas, los caminos
que tomas entre artículos, cuánto tiempo pasas en la página de
cada artículo que buscas, qué colocas en tu carrito solamente para
retirarlo luego, y mucho más.
Hayek no podría haber imaginado la vasta cantidad de
datos que hoy en día puede ser almacenada y manipulada por
afuera de las interacciones de mercado (y para ser justos, incluso
muchos marxistas asumieron que la miríada de variables
caprichosas asociadas en particular con los artículos de consumo
excluye su capacidad de socialización), pese a que él ciertamente
habría admirado a capitalistas como Bezos, que son dueños de los
datos y los utilizan para incrementar sus obscenas fortunas. Es
una deliciosa ironía que el big data, el productor y descubridor de
tantísimo conocimiento nuevo, podría algún día facilitar aquello
que Hayek pensaba que solo los mercados eran capaces de hacer.
Enserio, no hay un paso demasiado grande entre un buen
sistema de recomendaciones y la patente de Amazon para el
«envío anticipado». Tiene una viabilidad que supera cualquier
bombardeo publicitario de Silicon Valley, cualquier charla TED o
cualquier artículo de tecnología entusiasta. La razón de que este
fenómeno distributivo aparentemente psíquico, pero
genuinamente convincente, pueda funcionar en realidad no es
resultado de algún truco psicológico, publicidad subliminal, o
poder de sugestión de algún hipnotizador, sino de algo mucho
más simple: estimación de la demanda. Que no es más que
inmensos cúmulos de datos que miden las relaciones entre
productos y gente; Amazon ya es bastante exitosa en la

85
identificación de la demanda para productos particulares, hasta
un nivel inimaginable de detalle.
La gran pregunta para los igualitaristas es: ¿la demanda de
quién cuenta, y por cuánto? En el Capitalismo, se trata de un dólar,
un voto: aquellos con las billeteras más gordas tienen mucha más
influencia en lo que la sociedad produce simplemente porque
tienen un poder de compra mucho mayor. Tenemos unos pocos
super yates en lugar de una sobreabundancia de viviendas para
todos; y podríamos decir lo mismo cuando se trata de artículos
que consumo a los que damos prioridad para su producción y
distribución.
En nuestro sistema irracional, el propósito definitivo de la
recomendación de productos es brindar ventas y utilidades para
Amazon. Los científicos de datos han identificado que, en lugar
de inmensas cantidades de reseñas de consumidores, que en
realidad tienen poco impacto, son las recomendaciones las que
disparan las ventas de Amazon. Las recomendaciones ayudan a
vender no solamente artículos de nicho menos populares —donde
es complicado recolectar información solo es necesaria una
recomendación para influir en nosotros— y bestsellers que
constantemente aparecen cuando estamos navegando.
Al alejarnos de los intereses corporativos de Amazon, el
sistema de recomendaciones se presenta como una forma de
administrar e integrar grandes cúmulos de trabajo social.
Muchos de nosotros dedicamos tiempo a escribir reseñas y dar
estrellas a productos de forma libre, sin la esperanza de ningún
beneficio, o solamente navegamos sin complicarnos demasiado
en Amazon y otras plataformas de tecnología. Este es un trabajo
del que nosotros y otros se benefician. Incluso en el transcurso de
un día, nosotros podríamos trabajar sin paga de forma repetitiva
al calificar todo: desde lo relativamente inocuo, como la calidad
de una llamada en Skype, hasta lo más serio, tal como
publicaciones, comentarios y vínculos en Facebook y Twitter,
hasta aquello que potencialmente podría impactar en la vida de

86
otras personas, como la «calidad» de los conductores de Uber. En
el Capitalismo, el trabajo social de muchos se transforma en
ganancias para unos pocos: la filtración podrá ser «colaborativa»,
pero los intereses a los que sirve son competitivos y bastante
privados.

Trabajadores perdidos en el Amazon(as)

Mientras que muchos de nosotros podríamos terminar


empleando nuestro tiempo libre en realizar el trabajo social que
permite a Amazon perfeccionar su sistema de recomendaciones,
los almacenes de Amazon funcionan utilizando trabajo
asalariado que se encuentra sin sindicalización y que se
desenvuelve con regularidad bajo pésimas condiciones laborales.
Antes de prestar atención al trabajo como tal, repasemos
rápidamente el lugar de trabajo. Los puntos focales de la red de
distribución de Amazon son sus almacenes, a los cuales la
compañía llama «centros de reabastecimiento»33. Estos casi
siempre utilizan el mismo espacio que varias canchas de fútbol
americano, por lo general repleto de estanterías. Amazon utiliza
una forma peculiar de organización llamada «almacenamiento
caótico», en el cual los bienes no están en realidad organizados:
no hay una sección para los libros o una subsección para la
ficción o el misterio. Todo está amontonado. Puedes encontrar un
libro infantil compartiendo lugar con un juguete sexual, caviar
junto a alimento para perros.
Una vez más, la poderosa planificación es la que le permite
ahorrar a Amazon en lo que resulta ser una inexistente
organización del almacén. A cada artículo que entra al centro de
reabastecimiento se le asigna un código de barras único. Una vez
dentro del almacén, los artículos van en contenedores, los cuales
también tienen un código individual y único. El software de

33
En inglés, fulfillment centers (N. del T.).

87
Amazon sigue la pista tanto de los artículos como de los
contenedores a medida que se mueven por el almacén. El
software siempre sabe qué artículo se encuentra dentro de qué
contenedor y dónde se encuentra dicho contenedor. Dado que los
artículos se pueden encontrar fácilmente, las entregas de los
proveedores pueden ser descargadas donde sea más
conveniente, en lugar de ser metódicamente organizadas y
reorganizadas.
El almacenamiento caótico de Amazon podría ser una
metáfora al sistema de libre mercado: a primera vista, parecería
que el caos se organiza a sí mismo. Órdenes y paquetes se acercan
a través del sistema y los clientes obtienen lo que desean. Pero al
igual que con el libre mercado, una inspección más próxima nos
permite ver indicios de una planificación deliberada en cada
paso. Sistemas de tecnologías de la información altamente
refinados dan sentido al almacenamiento caótico, siguen la pista
de los artículos desde el momento en que llegan al almacén hasta
el momento en que salen, y se aseguran de que todo quede en su
sitio de forma aparentemente sobrenatural. Todo ordenado,
coordinado, planificado, y ningún mercado a la vista que realice
ninguna de estas miles de millones de decisiones de distribución.
Además, la planificación está presente en los detalles más
minuciosos de la jornada laboral de los obreros en el almacén.
Aparatos de escaneo portátiles les dicen a los trabajadores a
dónde ir para recoger artículos y órdenes. Los trabajadores son
apéndices de las máquinas que indican de forma precisa qué
rutas seguir entre estanterías y cuánto tiempo debería tomar
hacerlo: «Somos máquinas, somos robots; conectamos nuestro
escáner, lo sostenemos en nuestras manos, hasta podríamos
conectarlo a nosotros mismos»34. Un importante investigador
británico especializado en estrés en el lugar de trabajo que fue
contactado por la BBC aseguró que las condiciones de trabajo en

34
BBC. (2013). Amazon workers face 'increased risk of mental illness' .
Recuperado de https://www.bbc.com/news/business-25034598.

88
los almacenes de Amazon podrían generar terribles daños físicos
y mentales.
A principios de esta década, la alta gerencia de operaciones
de Amazon concluyó que sus almacenes todavía eran muy
ineficientes, así que fueron de compras por algo mejor. En 2012
Amazon compró Kiva Systems, una empresa de robótica, y ahora
utiliza sus robots para poner todo el sistema de estanterías en
funcionamiento. Los centros de reabastecimiento actualizados y
automatizados de Amazon ahora tienen estanterías que se
mueven y humanos que permanecen en su lugar —lo opuesto a lo
que normalmente se ve en un almacén. Robots planos, similares
a aspiradoras automáticas, recorren el suelo del almacén a través
de caminos previamente asignados. Pueden levantar estanterías
enteras del suelo y llevarlas por los mismos caminos hasta
«estaciones de selección». Estas son pequeñas áreas designadas
donde los seleccionadores de órdenes humanos se paran, toman
los artículos de los contenedores y los ponen en otros
contenedores a medida que las unidades de almacenamiento
vienen y van.
El costo social, físico y mental de entregar las cosas
correctas a la gente correcta recae a fin de cuentas en los
trabajadores que hacen que la máquina funcione —sin importar
si los trabajadores son conducidos dentro de un laberinto de
estanterías con un escáner manual, o si recogen órdenes en un
lugar mientras los robots se acercan y se alejan de ellos. Los
reporteros chupamedias de la revista Wired están asombrados
por la subyugación de los Chaplins de estos Tiempos Modernos
del siglo XXI: «las estaciones de empaque son un torbellino de
actividad donde los algoritmos ponen a prueba la resistencia
humana»35.

Wholsen, M. (2014). A Rare Peek Inside Amazon's Massive Wish-Fulfilling


35

Machine. Recuperado de https://www.wired.com/2014/06/inside-amazon-


warehouse/.

89
Otro artículo más crítico ha sido menos amable con Amazon
al exponer lo que estas pruebas de resistencia implican. En 2011,
el periódico local de Lehigh Valley, Pennsylvania, el Morning
Call, investigó el centro de reabastecimiento de Amazon de la
zona. Los trabajadores dijeron que se enfrentaban a cuotas
imposibles de lograr, calor sofocante y constantes amenazas de
despido. En los días más calurosos del año, Amazon tenía
paramédicos a la mano fuera del almacén para tratar a los
trabajadores agotados por el calor —una solución barata como
una curita/bandita para Amazon, que deja en claro su poca
estima de la salud y la seguridad; aparentemente condiciones de
trabajo humanas no son una de las restricciones de sus
algoritmos de optimización. Fue solo después de que esta historia
estallara en los medios nacionales, dañando la imagen de la
compañía, que Amazon comenzó a adecuar algunos de sus
almacenes con aire acondicionado. De hecho, solamente uno de
aquellos veinte trabajadores entrevistados en la historia de
Morning Call dijo que Amazon era un buen lugar para trabajar.
Los trabajadores investigados por la prensa reportan con
regularidad un sentimiento de estrés constante debido a la
supervisión. Ser demasiado lento para seleccionar o empacar un
artículo, o incluso tomar un descanso demasiado largo para ir al
baño resulta en la acumulación de puntos. Obtener una cantidad
suficiente de estos puntos podría terminar en un despido. Pronto,
este sentimiento de vigilancia constante podría volverse mucho
más visceral: en febrero de 2018, Amazon patentó una muñequera
que monitorea cada movimiento de la mano de un trabajador en
tiempo real. Y Amazon presiona a los trabajadores no solo contra
el reloj, sino contra otros trabajadores. Los almacenes de Amazon
están administrados por una mezcla de trabajadores temporales
contratados por subcontratistas y trabajadores permanentes
contratados por Amazon. Las posiciones permanentes son pocas,
pero llevan consigo un poco de seguridad, una paga un poco
mayor y beneficios limitados; son como la zanahoria en un palo

90
para los trabajadores temporales, alentando la competición y el
trabajo excesivo, generando un ambiente de incertidumbre y
miedo.
Con la ayuda de los robots, el tiempo promedio de llenar una
orden en un almacén automatizado por la tecnología de Kiva se
ha reducido drásticamente de noventa minutos a quince. Las
condiciones de trabajo, sin embargo, no han mejorado: el trabajo
continúa siendo tan aburrido y agotador somo siempre, los
almacenes siguen calientes, y el ritmo de trabajo puede ser
absurdamente rápido, sin importar el nivel de automatización.
Mientras que los trabajadores en los almacenes automatizados de
Amazon permanecen en pie todo el día para intentar llevar el
ritmo a los robots que se aproximan, los trabajadores de los
almacenes sin automatización podrían terminar caminando casi
el doble de distancia de lo que podría caminar un repartidor de
correos o un típico cartero. Incluso las pequeñas cosas como la
distancia a las salas de descanso pueden ser un obstáculo —en
ocasiones el camino de ida y vuelta puede consumir la mayoría
del descanso.
Largas horas por poca paga son la norma en un almacén de
Amazon, pero los trabajadores de cuello blanco relativamente
bien remunerados de la empresa también se enfrentan a un
ambiente de trabajo agotador. Un artículo del New York Times de
2015 reveló un ambiente de excesivo trabajo y «darwinismo
flagrante» que los empuja hasta el límite de sus capacidades
físicas y emocionales. Incluso si el motor de Amazon es la
planificación sofisticada, esta está siendo implementada dentro
de los límites de una ideología dominante de cruenta
competencia que quiebra a los trabajadores de cuello blanco y
azul de diferentes maneras. Dicho de otra manera, Amazon está
haciendo exactamente lo que Marx describe en un pasaje del
Manifiesto Comunista: «la burguesía no puede existir sin
revolucionar constantemente los instrumentos de producción, es
decir, las condiciones de producción, o sea, todas las relaciones

91
sociales»36. Nuestra tarea debería ser separar lo bueno que nos ha
traído esta tecnología, de los tentáculos de un sistema que
degrada a los trabajadores e impide una planificación más
racional.

Tecnologías amazónicas más allá de Amazon

Pese a ser el modelo del nuevo y disruptivo Capitalismo


dependiente de la internet, Amazon sigue teniendo un aparato de
planificación parecido al que han tenido desde siempre otras
compañías. En otras palabras, Amazon es una inmensa máquina
planificada para distribuir los bienes. Es un mecanismo de
estimación, manejo y satisfacción de demanda para una amplia
gama de cosas que deseamos y necesitamos. Es una colección de
miles de sistemas de optimización que trabajan apilados uno
sobre el otro para llevar a cabo la tarea aparentemente simple de
mover los objetos desde los productores hacia los consumidores.
En lugar de una anarquía del mercado, una vez entramos a
Amazon entramos a un mecanismo de planificación sofisticado,
uno que nos ofrece no solamente las claves de cómo deberíamos
manejar la demanda y la oferta de bienes de consumo en una
sociedad no basada en la ganancia, sino además advertencias a
los que podrían constituirse como planificadores públicos.
Un periodista especializado en asuntos económicos, el
británico Paul Mason, sugiere algo parecido en su libro
Postcapitalismo, donde imagina un futuro donde los datos
acumulados por Amazon y otras grandes empresas son
utilizados para regular la producción. Se imagina una
planificación comprensiva que tiene la labor de separar y
satisfacer la oferta y la demanda. Para Mason, la tecnología
capitalista será eventualmente el medio que nos permita ir más

Marx, K. & Engels F. (1948). Manifiesto Comunista (Edición del Centenario).


36

Pág. 9. Santiago de Chile: Babel.

92
allá del sistema que las creó. La construcción del Socialismo, sin
embargo, no es tan simple. En lugar de optimizar la satisfacción
de nuestras necesidades y deseos, además de las condiciones de
trabajo de los obreros y los vecindarios, los planes de Amazon
están encaminados hacia la maximización de las utilidades de
sus accionistas —o futuras utilidades, puesto que Amazon
continúa destinando dinero de sus ventas a investigación,
tecnologías de la información e infraestructura física para ahogar
a sus competidores. Planificar en búsqueda de ganancias es de
hecho un ejemplo de la red capitalista de ineficiencias de
distribución. Las tecnologías de planificación con las que sueñan
los ingenieros de Amazon son una forma de satisfacer un grupo
de necesidades sociales —aquellas que terminan enriqueciendo a
unos pocos, empleando de mala manera el trabajo social gratuito
que se le brinda y degradando a los trabajadores. Una economía
democratizada para el beneficio de todos necesitaría de
instituciones que aprendan acerca de los intereses y deseos de la
gente, y optimicen y planifiquen complejas redes de distribución
a través de sistemas de tecnologías de la información; pero
también podría verse diferente, quizás como de otro mundo
comparada a los sistemas que tenemos hoy en día, y se
esforzarían en alcanzar objetivos diferentes.
Hay tres desafíos que deberían hacernos reflexionar antes
de cantar victoria y declarar que el problema de la planificación
democrática ha sido solucionado.
Primero, ¿existe una factibilidad técnica a gran escala? La
dificultad de planificar y optimizar incluso tareas tales como la
entrega de los paquetes de Amazon demuestran que designar
sistemas para la planificación de una economía en su conjunto
sería todo menos trivial. Los algoritmos que ponen en marcha
todo, desde el sistema de recomendaciones de Amazon hasta el
motor de búsqueda de Google todavía están en pañales —son
relativamente simples, haciendo lo mejor que pueden para
estimar deducciones, y tienden a fallar. Los algoritmos se

93
enfrentan a problemas sistémicos tales como el uso compartido
de dispositivos por personas pobres y de clase trabajadora,
además de personas que no dominan el inglés; ante estos
problemas, su capacidad de «leer» matrices es limitada. Nos
vemos en la necesidad de enfrentarnos tanto las barricadas como
los problemas de optimización.
En segundo lugar, la planificación llevada a cabo por
Amazon y otros todavía depende considerablemente de los
precios en las interacciones que tienen lugar por fuera de las
fronteras de la empresa como tal. Amazon compra sus inputs —
desde la inmensa cantidad de artículos que almacena, hasta los
contenedores en los que se encuentran, hasta los servidores que
corren su base de datos— en el mercado; mientras tanto, los
consumidores también tienen a consideración los costos
relativos de los artículos cuando deciden si añadirlos a su carrito
de compras virtual. Esto significa que no se trata simplemente de
reutilizar las tecnologías existentes, expulsando a los jefes y
manteniendo todo lo demás igual.
Pese a que existe una planificación sin mercado dentro de
las corporaciones, es una forma jerárquica y antidemocrática de
planificación que es necesaria para poder sobrevivir y prosperar
en el mercado. Muchos elementos de este aparato de
planificación, su propia forma y propósito, están condicionados
por esa jerarquía antidemocrática. Un sistema de planificación
democrático construido desde el principio se vería bastante
diferente. Para poder tener una ligera impresión o pronóstico de
cómo se vería un mundo sin mercado, comparemos la sección de
libros de Amazon con un catálogo en línea de una librería
pública37. El catálogo de la librería también contiene una inmensa
red de libros interconectados —pero ni un solo precio. Y sería
posible almacenar mucha más información de la que está
contenida en un catálogo en línea: por ejemplo, ¿cuánto tiempo la

37
O con Library Genesis (N. del T.).

94
gente gasta mirando un libro? ¿cuántas páginas en realidad
leyeron (de algún libro digital)? ¿hicieron clic para ver si el libro
se encuentra disponible en su vecindario? ¿Están dispuestos a
reservarlo (y, por lo tanto, hacerlo incluso si hay otras diez
personas en espera por delante de ellos)? Y finalmente ¿qué
recorrido siguen a través del catálogo en línea? Este ejemplo de
un catálogo expandido de una librería nos indica que nosotros
podríamos construir no solo herramientas de recomendación,
sino también modelos de intereses, demandas y necesidades que
son independientes de los precios.
Y en último lugar: mientras que el big data recolectado y
procesado por Amazon es precisamente el tipo de herramienta
que podría permitir superar estos obstáculos del cálculo
económico a gran escala —y de hecho ya está siendo utilizado de
esta forma por los Amazons y los Walmarts (ni hablar de los
Facebooks y los Googles) del mundo—, debemos reconocer que la
inmensa cantidad de datos que son propiedad tanto de
corporaciones y Estados a la par de un potencial liberador
también traen consigo una capacidad potencial de restringir la
libertad.
La historia de Target enviando promociones acerca de
pañales y comida para bebés a un montón de futuras madres que
todavía no sabían que estaban embarazadas basándose en datos
minados de patrones de compras individuales podría parecernos
pintoresco en la actualidad. Hoy en día estamos a una sola
búsqueda en Google con las palabras «mal sueño» para que
durante meses se nos bombardee con publicidad de almohadas
en cada red social a la que entremos. Existen ejemplos más
reveladores: en 2012 la aplicación «Girls Around Me»38 utilizaba
una combinación de localización geográfica y datos de redes
sociales para permitir que individuos encuentren todo tipo de
detalles personales acerca de las mujeres en su vecindario que

38
Chicas cerca de mí (N. del T.).

95
habían utilizado el servicio «check-in» de Facebook o Foursquare.
El diario británico Daily Mail le puso como apodo «la aplicación
para stalkear mujeres», mientras que el autor de ciencia ficción
Charles Stross imaginó un futuro próximo donde podrían existir
otras combinaciones mucho más repugnantes —¿Podrían crear
los antisemitas una aplicación que busque «judíos cerca de mí»?
Más allá del sector privado, Estados alrededor del mundo
también están incrementando el uso y mal uso del big data.
Departamentos de policía en los Estados Unidos han comenzado
a experimentar con algo llamado «vigilancia predictiva» para
predecir delincuentes, víctimas, identidades y lugares de los
crímenes. Es la llegada al mundo real del «pre-crimen» que
describió Philip K. Dick en su libro Minority Report39. De forma
similar, la Integrated Joint Operations Platform de China
combina los datos de múltiples fuentes, incluyendo el rastreo
online y el reconocimiento facial con ayuda de cámaras de
seguridad, así como registros de salud, legales y bancarios para
poder identificar a posibles disidentes políticos. En Xinjiang, un
territorio en disputa que es hogar de un longevo conflicto entre la
mayoría étnica china Han y la minoría musulmana Uyghur, los
sospechosos son investigados, visitados por la policía, detenidos
sin ningún juicio ni sentencia e incluso enviados a «centros de
educación política». Activistas por los derechos humanos están
preocupados de que la gente de Xinjiang no esté en capacidad de
resistir o combatir este nivel de vigilancia tecnológica. Y todo
esto también es planificación.
Todo esto basta para que los progresistas tomen en serio la
declaración que el Tío Ben hizo a Peter Parker: que un gran poder
conlleva una gran responsabilidad. ¿En el momento en que
logremos tomar el poder, seremos capaces de actuar de mejor
manera que los gobiernos estadounidense y chino?

39
Un concepto similar lo maneja la serie de anime japonesa Psycho-Pass (N.
del T.).

96
Hay quienes declaran alegremente que para poder utilizar
el big data para la planificación, todo lo que tendremos que hacer
es anonimizar los datos, o «des-identificarlos» —lo que significa
arrancar de forma irreversible cualquier identificador que
contengan. Google y Facebook dicen que ellos hacen
precisamente esto cuando emplean sus anuncios dirigidos por
comportamiento; los sujetos de investigación humanos en
medicina u otras pruebas científicas son «des-identificados» para
proteger su privacidad; e identificadores de pacientes tales como
nombre, fecha de nacimiento, número telefónico, dirección, etc.
son borrados de los registros electrónicos de salud antes de ser
utilizados por las autoridades o investigadores. Todo parece
bastante simple. Sin embargo, hay una dificultad clave: un
número cada vez mayor de científicos computacionales
considera que una des-identificación permanente puede ser
imposible, no solamente tecnológicamente, sino en principio.
Esto porque sin importar cuán riguroso haya sido el proceso
para anonimizar los conjuntos de datos, siempre existe la
posibilidad de que en algún punto en el futuro pueda ser
comparada con otro grupo de datos que sea publicado (o filtrado)
de forma que la re-identifique. En una conversación privada que
sostuvimos, Cory Doctorow, autor de ciencia ficción y activista
por los derechos digitales, nos explicó cómo puede suceder esto:

Imagina que el Servicio Nacional de Salud británico (NHS)


publica datos de prescripción que contengan el doctor, la fecha y el
lugar, pero no los nombres de los pacientes. Entonces imagina que
Uber o Transport for London tienen una filtración que revela un
enorme conjunto de viajes. Al correlacionar esos viajes con las
prescripciones podrías, probablemente, re-identificar a un gran
número de personas de los datos «anonimizados» del NHS. (…) Las
bases de datos que tienen empresas como Amazon contienen la
semilla de la destrucción de la imagen de millones de personas —todo
tipo de cosas, desde dilatadores anales, hasta remedio para hongos,
hasta libros acerca de Socialismo o ateísmo, hasta lencería. La

97
publicación de dichas bases de datos tiene el poder de causar inmenso
daño, y no deberíamos ser joviales y hospitalarios con eso.

Pero dichos escenarios no son resultado de una ficción


especulativa. En 2017 Strava, la popular aplicación de teléfonos
móviles ambientada a llevar registro de las rutas de fitness
publicó cerca de 13 billones de puntos de GPS de sus usuarios —
su «mapa de actividad global»—, un registro público, pero des-
identificado, de 700 millones de viajes realizados en bicicleta,
corriendo, trotando y nadando, 1.4 billones de puntos de latitud y
longitud, y una distancia total de 16 miles de millones de
kilómetros que cubrían la grabación de una actividad equivalente
a 100.000 años. La compañía estaba bastante orgullosa de lo que
describió como «la base de datos más grande, rica y bella de su
tipo. Es una visualización de dos años de datos de entrenamiento
de la red mundial de atletas de Strava»40. Un par de meses
después, Nathan Ruser, un analista del Australian Strategic
Policy Institute, un think tank del sector de la seguridad, expuso
en Twitter que debido a que tanto soldados, como marineros y
aviadores formaban parte del extenso grupo de atletas que
utilizaban con regularidad Strava, los datos publicados también
revelaron accidentalmente localizaciones «claramente
identificables y mapeables» de bases militares estadounidenses,
rusas, australianas y turcas, algunas de las cuales se habían
mantenido hasta entonces en secreto. La localización de bases
operacionales en la Provincia de Helmand, en Afganistán,
estaban ahí para que cualquiera pudiese verlas. Ruser incluso
identificó puntos de GPS en la Antártica que no correspondían a
ninguna instalación de investigaciones. «¿Podría tratarse de una
base secreta?», comentó de forma jocosa.

40
Robb, D. (2017). Building the Global Heatmap. Recuperado de
https://medium.com/strava-engineering/the-global-heatmap-now-6x-
hotter-23fc01d301de.

98
¿Podemos superar la dicotomía entre Capitalismo de
vigilancia contra Comunismo de vigilancia? ¿Podría un gran
distribuidor de bienes como Amazon o una red social como
Facebook ser construida como una cooperativa internacional sin
fines de lucro, democráticamente controlada por una sociedad
independiente tanto del mercado como del Estado?
Debemos admitir que estas son preguntas difíciles para las
cuales no tenemos respuesta. Pero todos deberíamos comenzar a
plantearnos cuáles podrían ser las respuestas.
Ha llegado el momento de concretar, en lugar de abstraer,
propuestas para la democratización de la gobernanza, la
economía y la planificación globales, incluyendo aquellos
problemas de geolocalización, redes sociales, búsqueda, minería
de datos, machine learning y computación ubicua. Porque sucede
lo siguiente: el monstruo del big data ha sido desatado. Ya están
aquí tanto la vigilancia ubicua de las corporaciones como la
vigilancia ubicua del Estado. Necesitamos una tercera opción —
una que vaya más allá de la dicotomía Estado contra mercado.

99
V

FONDOS INDEXADOS COMO AGENTES


ADORMECIDOS DE LA PLANIFICACIÓN

Incluso si los apologetas del libre mercado más perceptivos


podrían estar prestos a aceptar que la planificación a gran escala
ocurre dentro de las empresas capitalistas, se mantendrían
insistentes en que la innovación y la asignación racional de
inversiones a nivel de toda la economía son obstáculos
insuperables para cualquier intento de planificación. Regresarían
a su argumento original: que el mercado es simplemente un
asignador más eficiente, la única forma de garantizar los
incentivos «correctos» para invertir o innovar. Sin embargo, al
igual que con la gigantesca planificación de la producción y
distribución que tiene lugar tras bambalinas en los gigantes
corporativos como Walmart y Amazon, también se da el caso de
que la inversión y la innovación ocurren fuera de los
mecanismos del mercado mucho más de lo que los defensores del
mercado están dispuestos a admitir; o tal vez, ni siquiera se han
dado cuenta de aquello.
Empecemos por la inversión. Invertir es, en el fondo, el acto
de destinar una parte de la actividad económica de hoy a la
capacidad de producir más en el futuro. Aquí también, más allá
de la producción y distribución actuales, las empresas deben
hacer planes para asignar aquellos bienes y servicios que
producirán aún más bienes y servicios en el futuro. En resumen,
deben planificar la inversión: construir las fábricas que
fabricarán los aparatos del mañana, los hospitales que
albergarán a los pacientes del mañana, las vías del tren que
transportarán el comercio del mañana y los molinos de viento,
represas o reactores que los alimentarán a todos.

100
La inversión se presenta a menudo como un sacrificio y,
como resultado, está imbuida de moralismo. En dicha historia, los
inversores son ahorradores, y no solo eso, sino ahorradores
heroicos que anteponen el bien futuro a la gratificación
momentánea. En realidad, son propietarios de una parte
desproporcionada de los recursos comunes de la sociedad,
producidos no por ellos mismos sino por sus trabajadores; a
través del robo diario del valor producido por los trabajadores,
tienen un poder desproporcionado sobre cómo se organiza la vida
social. No somos los primeros en señalar esto. En el Capitalismo,
los trabajadores reciben menos en salarios que el valor de la
fuerza de trabajo que proporcionan para producir los bienes y
servicios que consumirá la sociedad; esta diferencia es la
ganancia, parte de la cual se destina a la inversión y alimenta el
crecimiento capitalista. Es por eso que la inversión no es un
sacrificio, como mucho es el sacrificio del valor producido por
otras personas.
Yendo más allá, es un error común pensar que el mercado
de valores es la principal fuente de fondos de inversión. De hecho,
la mayor parte de la inversión de capital estadounidense
proviene de las ganancias, no del mercado de valores.
Cuando los tiempos son buenos y llueven las ganancias, la
creencia de que las cosas solo pueden mejorar aflora con
demasiada facilidad entre los ricos y poderosos. Se incrementan
las inversiones. El malvado dinero busca ahora hacer el bien, se
desarrolla el exceso de capacidad y la sobreproducción —y
eventualmente hay un crash a medida que los inversores se dan
cuenta de que no todos podrán sacar provecho de la situación.
Hay dos reglas mutuamente excluyentes de las crisis
capitalistas: «¡que no cunda el pánico!» y «¡sálvese quien pueda!».
Es por eso que las caídas siguen inevitablemente a los auges, y el
sistema pasa por ciclos recurrentes a un costo humano
significativo.

101
Las recesiones, que aumentan el desempleo y la pobreza,
disciplinan a los trabajadores; el saqueo, tal como describió el
economista polaco Michal Kalecki, es el dispositivo disciplinario
clave del Capitalismo, y quizás una posesión aún más importante
para los dueños de los negocios que las ganancias. Esto es debido
a que el poder de dejar a los trabajadores sin trabajo es lo que le
da a un propietario el poder sobre otros seres humanos, no
solamente la riqueza y las ganancias. Aquello entrega al jefe (al
menos durante las horas de trabajo) nada menos que un látigo
parecido al que tenía el esclavista. Le da al jefe la habilidad de
utilizar a los seres humanos como herramientas a su voluntad —
como una brocha, un martillo o una hoz. Es un recordatorio de
cómo funciona el sistema en el nivel más básico. Las recesiones
también disciplinan al capital, imponen un cambio de guardia y
crean las condiciones para nuevos episodios de acumulación. El
sistema en su conjunto se regenera y refina a sí mismo, nuevas
formas que esconden las mismas relaciones sociales.
Sin embargo, estos ciclos de auge y caída no son pura
anarquía. El Capitalismo también tiene algo parecido a un
planificador central de toda la economía: el sistema financiero —
el caballo que tira de la carreta, que regula los ánimos y raciona
las inversiones. El economista J. W. Mason, quien desarrolló la
idea de [podemos identificar a] las finanzas como planificadoras
en una serie de artículos en la revista Jacobin, escribe: «el
excedente lo asignan los bancos y otras instituciones financieras,
cuyas actividades son coordinadas por planificadores, no por los
mercados. (…) Los bancos son, en palabras de Schumpeter, los
equivalentes privados al Gosplán41. Sus decisiones referentes a
los préstamos determinan qué nuevos proyectos obtendrán una
parte de los recursos de la sociedad»42. Los bancos deciden

41
Fue en su momento el comité para la planificación económica de la Unión
Soviética (N. del T.).
42
Mason, J. W. (2016). Socialize Finance. Recuperado de
https://www.jacobinmag.com/2016/11/finance-banks-capitalism-markets-
socialism-planning.

102
cuándo una empresa obtendrá un préstamo para construir una
nueva planta, cuándo una familia obtendrá una hipoteca, o
cuándo un estudiante obtendrá un crédito para sus gastos de
matrícula y manutención —y los términos en los cuales cada
préstamo será pagado. Cada crédito es una cosa abstracta que
cubre algo bastante concreto: trabajo para los trabajadores, un
techo sobre la cabeza de alguien o la educación de alguien.
Al direccionar la inversión, el sistema financiero sirve
fundamental para gestionar las expectativas sobre el futuro —
conectando el hoy con el mañana. Las tasas de interés, las
regulaciones del sector financiero y las decisiones de préstamos
son la forma en que el Capitalismo elige entre diferentes planes
económicos posibles. La inversión de hoy está destinada a
generar beneficios mañana. La regulación define los términos
mismos de cómo se contabilizan los recursos: qué constituye una
ganancia o cómo funciona la cartera de préstamos de un banco.
Las mejores conjeturas del sistema financiero sobre la
rentabilidad futura, en última instancia, incognoscible,
gobiernan cómo se destinan los recursos concretos. Tan sencillo
como eso. Sin embargo, incluso aquí, comenzamos a ver cómo la
economía capitalista no es tan anárquica como nos quieren hacer
creer los defensores del libre mercado.

Banqueros centrales, planificadores centrales

En el núcleo de cualquier sistema financiero


contemporáneo se encuentra el banco central, el banquero de
banqueros. Por lo general, los banqueros centrales son más
visibles durante las crisis, cuando intervienen para apuntalar el
sistema financiero ofreciendo préstamos cuando el pánico se
apodera de todos. Sin embargo, incluso en tiempos «normales»,
los bancos centrales, a través de la regulación y la política
monetaria, ayudan a establecer el ritmo general de creación de

103
crédito y, en última instancia, de actividad económica en general.
A menudo presentados como responsables y neutrales políticos,
los bancos centrales son de hecho seres políticos con objetivos
políticos, estrechamente integrados con el resto del sistema
financiero privado.
Tomemos, por ejemplo, a la Reserva Federal de los Estados
Unidos. Su liderazgo ha estado muy preocupado por la rapidez
con que crecen los salarios, lo que están haciendo los sindicatos
y cómo está cambiando el equilibrio de poder dentro de los
lugares de trabajo —aquello a lo que los socialistas llamarían «el
estado actual de la lucha de clases». A menudo, en términos muy
explícitos, la Reserva Federal se interesa bastante en la relación
entre empleados y empleadores, trabajo y capital, tanto como
cualquier organizador sindical. Los archivos de actas de
reuniones que datan de la década de 1950 revelan que los
banqueros centrales hablaban con franqueza y conocimiento de
causa sobre qué sindicatos estuvieron negociando en el
momento y su fuerza relativa. Se prestó especial atención a los
sectores automovilístico y del acero; los dirigentes de la Fed
podrían haber estado incluso más interesados en la estrategia de
United Steelworkers (USW) o United Auto Workers (UAW) que en
el representante sindical promedio.
Esto fue cierto durante la Edad de Oro del crecimiento
capitalista de posguerra. Estas son las opiniones del gobernador
C. Canby Balderston, tal como se describen en las actas de la
reunión del Comité Federal de Mercado Abierto de la Reserva
Federal el 3 de marzo de 1956:

Las acciones del Sistema [de la Reserva Federal] deberían ser lo


suficientemente decisivas como para hacer que los empresarios se
den cuenta del peligro de una espiral de precios y salarios, y no
abdiquen (cuando frenen las negociaciones salariales esta primavera
y verano) de la forma en que lo harían si sintieran que simplemente
podrían aumentar sus precios y seguir vendiendo bienes. Él

104
(Balderston) esperaba que los sindicatos comprendieran los peligros
de una espiral de precios y salarios.43

Aquel verano, la Fed terminó tomando medidas decisivas,


elevando las tasas de interés, ya que una huelga siderúrgica
exitosa empujó a los banqueros centrales al bando de Balderston.
Durante los años 1957 y 1958 se experimentó una breve recesión
propiciada en parte por estas tasas más elevadas. Pero los
gobernadores de la Fed fueron explícitos en cuanto a que habían
aplicado deliberadamente un freno a la economía, alterando los
costos de inversión, para cambiar el clima en el cual el capital
negociaba con los trabajadores. Planificaron para anular lo que
hubiese resultado si el mercado (de trabajo) hubiese funcionado
libre de cualquier intervención.
Sucedió algo parecido durante los primeros ocho meses de
la recesión provocada por el impacto del petróleo entre 1973 y
1974; las tasas de interés continuaron aumentando, coincidiendo
muy bien con la negociación de la UAW con los tres fabricantes
de automóviles más grandes. Cuando la Fed bajó las tasas para
estimular la inversión y contrarrestar la caída, los dirigentes de
la Fed alegaron que, a diferencia de la política fiscal expansiva
llevada a cabo por el Congreso y el presidente, presumiblemente
a expensas de la voluntad democrática, sus acciones
independientes serían mucho más fáciles de deshacer cuando la
economía volviese a «recalentarse» y los trabajadores empezaran
a exigir más cosas. Y fueron desechas, bastante rápido: como se
sabe, en 1980, bajo el liderazgo de Paul Volcker en la Reserva
Federal de la administración Carter, el organismo utilizó tasas de
interés altísimas para lanzar un asalto, no solo (o principalmente)
a la inflación, sino sobre todo al poder restante de los trabajadores
organizados. Y en la década que siguió a la crisis financiera de

43
Balderston, C. FOMC Minutes, 3 March 1956, pp. 26-7. Citado en Dickens, E.
(2016). The Political Economy of U.S. Monetary Policy. New York: Routledge.
Pág. 68.

105
2008, la política monetaria liderada por la Fed jugó un papel
sobredimensionado; de hecho, la desconfianza por el gasto
estatal se ha consolidado como un sentido común desde el
advenimiento del llamado «neoliberalismo» en la década de 1970.
Para gestionar el estancamiento en curso, los bancos centrales
del Norte Global han realizado compras masivas de bonos,
hipotecas y otros tipos de acciones, lo que aumenta su poder
regulatorio y de fijación de tipos. La ironía aquí es que aquel
departamento irresponsable y antidemocrático dentro del
Estado, los bancos centrales, ha intervenido en la economía a
pesar del consenso de la élite en contra de la intervención estatal
en la economía.
Por supuesto, el camino nunca está completamente
alineado entre las acciones de los bancos (tanto centrales como
privados) y lo que sucede en la economía en general. Algunas
intervenciones fallan. Y los objetivos y las tácticas cambiarán
para reflejar el equilibrio de poder en la economía: en principio, la
planificación llevada a cabo por el sistema financiero podría
respaldar con la misma facilidad, por un lado, una economía de
alta productividad que distribuya de manera más uniforme el
crecimiento (como sucedió en la década de 1950), o por otro, una
economía de cortoplacismo corporativo y transferencias
ascendentes de riqueza (como ha sucedido desde la década de
1980).
Los administradores financieros de la economía global —la
gran mayoría trabajan en bancos privados en lugar de bancos
centrales u otros bancos públicos— forman parte de una clase, no
de una sala de control. Comparten mucho en términos de riqueza,
posiciones de poder, educación y almuerzos en Davos. Pero, como
individuos, tienen sus propias historias, inclinaciones
ideológicas y visiones sobre la mejor manera de estabilizar al
capital. La planificación a gran escala es algo común,
tecnocrático y sistémico, no una conspiración. Las redes de poder
e ideología se replican sin la necesidad de una maquinación

106
evidente. La planificación de toda la economía en el Capitalismo
es tan difusa que muchas cosas pueden interponerse incluso en
los planes mejor trazados, sin importar la inevitable pero
impredecible dinámica de crisis del propio sistema. Y así, a
medida que el Capitalismo avanza entre auges y caídas, sus
administradores cambian de planes de prosperidad a planes de
supervivencia frente a la crisis, todos ellos elaborados e
implementados de forma imperfecta.

¿Comunismo por fondo indexado?

El Capitalismo contemporáneo está cada vez más integrado


a través del sistema financiero. ¿Qué entendemos por
integración? Bueno, por ejemplo, la probabilidad de que dos
empresas del inmenso índice S&P 1500 del mercado de valores de
los Estados Unidos tengan un propietario común que posea al
menos el 5% de las acciones de ambas es hoy en día un
sorprendente 90%. Hace apenas veinte años, la posibilidad de
encontrar este tipo de propiedad común era de alrededor del 20%.
Y los fondos indexados (que invierten dinero de forma pasiva),
los fondos de pensiones, los fondos soberanos y otros fondos
gigantescos de capital unen a los actores económicos aún más
estrechamente entre sí a través de sus enormes fondos
monetarios. La gestión pasiva de dichos fondos es una estrategia
de inversión relativamente novedosa, que implica la retención de
una amplia franja de activos que replica un índice existente que
a su vez apunta a replicar un mercado completo; en este modelo,
limitar la compra y la venta todavía ofrece una diversificación
robusta, pero con costos de transacción limitados y tarifas de
administración bajas. La gestión pasiva es cada vez más común,
no solo dentro de los mercados de valores, sino entre otros tipos
de inversión, y está desplazando a la norma histórica (pero
costosa) de las estrategias de gestión activa, que utilizan
administradores de fondos y corredores para comprar y vender

107
acciones y otros vehículos de inversión, desplegando su
investigación y conocimiento para intentar superar al mercado.
Este cambio de la inversión activa a la pasiva en los últimos
años no es novedad. Pero sus implicaciones son sistémicas y
profundas para la noción misma de un mercado competitivo.
Un inversionista que tiene participaciones en una aerolínea
o empresa de telecomunicaciones desea que estas superen a las
demás para incrementar sus utilidades a expensas de otros, así
sea de forma temporal. Pero un inversionista que tiene una
pequeña parte de cada aerolínea o empresa de
telecomunicaciones, de la forma en que sucede con los fondos
índice gestionados de forma pasiva, tiene objetivos radicalmente
diferentes. La competitividad ya no importa; el objetivo
primordial ahora es exprimir lo más que se pueda a los clientes y
trabajadores de toda una industria —no importa qué empresa lo
haga. En principio, la competencia capitalista debería tender a
reducir las ganancias totales en un sector, en última instancia, a
cero. Esto se debe a que, aunque cada empresa aspira
individualmente a obtener el mayor beneficio posible, hacerlo
significa encontrar formas de socavar a los competidores y, en
consecuencia, reducir las oportunidades de beneficios en todo el
sector. Los grandes inversores institucionales y fondos de
inversión pasiva, por otro lado, movilizan a sectores enteros
hacia un tipo de concentración que se parece más a un monopolio
—con jugosas utilidades, debido a que las empresas tienen menos
motivos para socavarse unas a otras. El resultado es un tipo de
planificación bastante capitalista.
Esta curiosa situación llevó al columnista de negocios de la
revista Bloomberg, Matt Levine, a preguntarse en el título de un
importante artículo de 2016: «¿Son los fondos índice
comunistas?». Levine se imagina una transición lenta desde los
fondos índice actuales, que utilizan estrategias de inversión
simples, hacia un futuro donde los algoritmos de inversión
mejoren cada vez más y más, hasta que «en el largo plazo, los

108
mercados financieros tenderán hacia el conocimiento perfecto,
una especie de planificación central —realizada por el mejor
Robot Asignador de Capitales»44. Para él, el Capitalismo
terminaría creando su propio sepulturero —excepto que estos
serían los algoritmos, no los trabajadores.
Esta idea, que las finanzas en sí mismas socializarán la
producción, puede parecer clickbait, pero en realidad no es algo
tan novedoso. Los escritores de izquierda lo han dicho con
frecuencia desde hace más de un siglo, sobre todo el economista
marxista Rudolf Hilferding, cuyo Das Finanzkapital, publicado en
1910, ya postulaba un cambio del Capitalismo competitivo que
Marx había analizado a algo mucho más centralizado, con
tendencia hacia un monopolio manejado por las finanzas y un
Estado bajo su control. El mismo debate ha resurgido incontables
veces desde entonces: desde la escuela del «capital monopolista»
liderada por los economistas marxistas Paul Baran y Paul
Sweezy en la década de 1950 (que fue bastante influyente en
algunos sectores de izquierda durante algún tiempo), hasta
debates más desconocidos sobre el control bancario en los años
setenta y ochenta. La noción resurgió con el economista de
izquierda Doug Henwood en su libro Wall Street, que analiza el
sistema financiero estadounidense y su papel en la organización
de la actividad económica. Publicado en 1997, en pleno apogeo de
la era Clinton en los Estados Unidos, el libro es notablemente
profético, presagiando la mezcla tóxica que vemos hoy en día
entre la creciente desigualdad, ingresos estancados para la clase
trabajadora y crisis impulsadas por la especulación, la cual se
basa sobre todo en la ingeniería financiera —no se trata de una
imagen color de rosa de las finanzas comiéndose a ellas mismas,
sino más bien una en la cual las finanzas nos están digiriendo
lentamente a todos nosotros.

44
Levine, M. (2016). Are Index Funds Communist?. Recuperado de
https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2016-08-24/are-index-
funds-communist.

109
Si bien en términos prácticos puede ser más fácil transferir
a propiedad común un fideicomiso de ingresos de bienes raíces
que posee el título de cientos de viviendas que apoderarse de
cientos de viviendas directamente —o hacerse cargo de un solo
fondo indexado que posee millones de acciones que apoderarse
de cientos de fábricas—, políticamente la tarea no es menos
complicada. Mover ceros y unos en una transacción electrónica
requiere tanto poder de clase como asaltar las barricadas. Los
agentes progresistas del cambio —aquellos que podrían impulsar
y llevar a cabo una socialización radical de la inversión— están
muy lejos de los centros del Capitalismo financiero. Por sí solo,
un algoritmo de inversión no puede cavar la tumba del
Capitalismo hoy más que un telar mecánico en el siglo XIX.
Ambas son herramientas inanimadas creadas por el Capitalismo,
que abren nuevas posibilidades para los socialistas que desean
transformar al mundo a favor de las mayorías, pero estas
herramientas no son nada sin fuerzas políticas organizadas
dispuestas a reutilizarlas de forma más útil.
¿Qué tipo de demandas de transición podrían hacer tales
fuerzas para acelerar la futura socialización? Hay pasos
relativamente pequeños, pero significativos, como la creación de
un sistema de pagos público —para asegurarse de que cada vez
que utilices tu tarjeta de crédito o débito, no sea una empresa
privada la que establezca los términos—, o una agencia de
calificación crediticia pública —para desplazar a empresas como
Moody’s o Standard & Poor’s, que desempeñan un papel clave en
la determinación de cómo se distribuye la inversión entre
distintos proyectos, y recientemente ayudaron a desviar una
parte considerable de ella hacia hipotecas basura que casi
colapsaron a la economía mundial. Luego están los proyectos
más grandes del sector público, como un aumento masivo en la
construcción de viviendas públicas —que coloca la tierra en
propiedad común, saca a la vivienda del mercado y destruye su
papel como activo de inversión—, y su corolario, un sistema de

110
pensión pública ampliada. En cuanto a quienes tienen el poder
financiero, qué mejor manera de desempoderarlos que de forma
directa, a través de propuestas para gravar las grandes
concentraciones de riqueza o disminuir el rol que los accionistas
y el mercado de valores tienen sobre el sector corporativo —en
última instancia empoderando a los trabajadores que producen
los bienes y los servicios, y a las comunidades que los utilizan.
Todas estas reformas sirven para hacer a la planificación algo
público y explícito, en lugar de algo oculto y privado, como lo es
hoy en día. En palabras de J. W. Mason:

Una sociedad que se sometiera completamente a la lógica del


intercambio mercantil se haría pedazos, pero la planificación
consciente que restringe los resultados del mercado dentro de límites
tolerables debe ocultarse del público porque si se reconociera el papel
de la planificación esto deslegitimaría la idea de que los mercados son
naturales y espontáneos, y abre camino a la posibilidad de una
planificación consciente con otros fines.45

La cuestión no es si la economía se planificará en su


conjunto, o no se planificará en absoluto. En cambio, la pregunta
es si los actuales administradores del dinero continuarán como
los planificadores capitalistas del siglo XXI, o si nosotros, la gente
común, comenzaremos a rehacer nuestras instituciones
económicas, introduciendo a la democracia en su núcleo, y
haremos que la planificación, que ya existe, deje de estar oculta.

¡Incentiva esto!

45
Mason, J. W. (2016). The Fed Doesn’t Work For You. Recuperado de
https://www.jacobinmag.com/2016/01/federal-reserve-interest-rate-
increase-janet-yellen-inflation-unemployment/.

111
Hasta este punto es probable que los defensores del mercado
se retiren a otra línea de defensa: los incentivos. Incluso si los
capitalistas ya planifican aquí y allá (o incluso en prácticamente
todas partes, como hemos mostrado), solamente los mercados
pueden garantizar la eficiencia que proviene de tener los
incentivos adecuados. Los administradores socialistas
simplemente desperdiciarán fondos de inversión como resultado
de «restricciones presupuestarias blandas»46 —la noción de que
los administradores siempre pueden obtener más recursos—,
creando ciclos viciosos de asunción de riesgos excesivos y
reportes falsos.
Sin embargo, los incentivos son simplemente otra forma de
responder a la pregunta: «¿Cómo hacemos que las personas
hagan cosas sin decirles directamente que lo hagan?». El mayor
incentivo en el Capitalismo es que sin un trabajo, un obrero
perderá su hogar, sus pertenencias y finalmente morirá de
hambre. Este es el azote que disciplina al «trabajador libre», el
terror que obliga a un trabajador a quitarse la gorra ante cada
capataz o gerente. Este dispositivo se encuentra en el corazón
mismo del sistema, sin embargo, no se menciona en ningún
llamado a «obtener los incentivos correctos» de los periodistas de
negocios o los reformadores neoliberales.
La lista de incentivos socialmente dañinos es mucho más
larga. Hay incentivos para pagar salarios de pobreza, mantener
condiciones de trabajo precarias, expulsar a los pobres de sus
vecindarios, producir bombas y utilizarlas. Incluso los precios de
las acciones, supuestamente los precios más precios que existen,
reflejan más bien apuestas en lugar de fundamentos económicos.
La otra cara de la moneda son todo tipo de sanciones ajenas al
mercado que existen y han existido a lo largo de la historia de la
humanidad. Los mercados no son la única, ni siquiera
remotamente la mejor manera de llevar a cabo proyectos

46
En inglés soft Budget constraints (N. del T.).

112
comunes que requieran comprometer a personas y recursos en el
tiempo y en el espacio. Lo que temen los defensores del
Capitalismo no es la planificación, sino la democratización.
Friedrich von Hayek —quizás el defensor más honesto del
mercado, cuya honestidad lo llevó a pasar por alto los cuentos de
hadas del equilibrio y la eficiencia que postulaban los teóricos
mainstream, y a apoyar abiertamente a dictadores de derecha
como Pinochet— enmarcó la funcionalidad de incentivo de los
mercados y los precios de dos formas. Primero, postuló que los
precios recolectan información dispersa, conectándola con
decisiones sobre recursos concretos, especialmente su uso
futuro. Incluso ignorando que el sistema de precios está
inevitablemente ligado a la producción de desigualdades y
explotación, la tesis de Hayek de que solo los precios pueden
facilitar la «acción social a distancia» es cada vez menos
plausible en la actualidad. Redes de cables, torres y ondas de
radio atraviesan la Tierra con el único propósito de entregar
flujos de información cada vez más abundantes. Hay miles de
miles de millones de datos —de todo, desde cómo utilizamos las
cosas hasta qué pensamos de ellas, hasta qué recursos fueron
necesarios para su fabricación— que podrían formar la
información base de la toma de decisiones ajenas al mercado
acerca del uso a futuro de los recursos.
El segundo argumento de Hayek, que los precios también
son indispensables para el descubrimiento de nueva
información, ha sido analizado recientemente por los
economistas socialistas griegos John Milios, Dimitris
Sotiropoulos y Spyros Lapatsioras. El trío escribe:

Con el establecimiento de la planificación central no habrá un


«proceso de descubrimiento» por parte de los administradores, por lo
tanto, no habrá un comportamiento capitalista adecuado y, por lo
tanto, no habrá eficiencia en términos capitalistas. Al final, toda
restricción seria de los mercados de capitales amenaza la

113
reproducción del espíritu capitalista. (…) El desencadenamiento de las
finanzas no solo canaliza el ahorro hacia la inversión de una manera
particular, sino que también establece una forma particular de
organización de la sociedad capitalista.47

En resumen, Hayek podría tener razón en que los precios


ayudan al descubrimiento bajo el Capitalismo; sin embargo, esa
idea no se puede generalizar a todos los sistemas
socioeconómicos, incluso el que podría reemplazar al
Capitalismo.
Las instituciones capitalistas afectan nuestro
comportamiento de múltiples maneras, desde lo que hacemos
hoy hasta lo que queremos —o tenemos que hacer— mañana. El
Capitalismo no es solo un medio para distribuir bienes y servicios
—aunque también lo es. Es una forma de estructurar a la sociedad.
La planificación que ocurre todavía está incrustada y oculta bajo
la fachada de los mercados. Entonces, en cierto modo, es de vital
importancia «conseguir los incentivos adecuados» para
mantener estas instituciones sociales y económicas. La amenaza
de desinversión es una fuerza disciplinaria para el capital y sus
administradores, tanto como el desempleo es una fuerza
disciplinaria para los trabajadores. Los proyectos se aceptarán si
y solo si se piensa que son rentables, un criterio que ha producido
una letanía de maravillas tecnológicas junto a una letanía
igualmente grande de miseria humana.
Si la planificación democrática tiene la capacidad de
transformar la economía, es probable que también nos
transforme a nosotros. Somos criaturas muy maleables —
sistemas biológicos restringidos y moldeados por nuestro
entorno y entre nosotros. Creamos sociedad, pero la sociedad
también nos crea a nosotros; uno de los éxitos del Capitalismo, y

47
Sotiropoulos, D., Milios, J. & Lapatsioras, S. (2013). A Political Economy of
Contemporary Capitalism and its Crisis. Pág. 102. Nueva York: Routledge.

114
especialmente su variante neoliberal más reciente, ha sido
inculcar la competencia en cada vez más aspectos de la vida. Lo
contrario también ha sucedido aquí y allá: por ejemplo, unas
pocas décadas de socialdemocracia nórdica lograron producir
ciudadanos más dispuestos a cooperar. Los científicos sociales
han entendido desde hace mucho tiempo que la construcción de
instituciones diferentes también nos convertirá en personas
diferentes. ¿Seguiremos necesitando incentivos? En el sentido
más amplio de estar motivados para hacer cosas, por supuesto
que lo haremos. Pero es una teoría pobre de la vida social la que
dice que la creación o la innovación solo pueden tener lugar con
la perspectiva de una ganancia monetaria personal.
Como desarrollamos anteriormente, el conjunto de todos los
bienes y servicios que son rentables puede superponerse con el
conjunto de bienes y servicios que son útiles para la sociedad,
pero no coinciden perfectamente. Si algo no es rentable, como
hemos podido observar con los nuevos tipos de antibióticos, no
importa cuán beneficioso sea, no será producido. Mientras tanto,
si algo es rentable, no importa cuán dañino sea, seguirá
produciéndose, tal como sucede con los combustibles fósiles. El
problema es generalizar al comportamiento en el Capitalismo
como la totalidad del comportamiento humano. Las inversiones
—es decir, la toma de decisiones acerca de cómo dividimos
nuestros recursos entre nuestras necesidades presentes y
futuras— podrían planificarse de manera que respondan a las
necesidades humanas en lugar de a las necesidades de ganancia
de los inversores.

El Estado innovador

Pero incluso si la inversión —destinar recursos para su uso


futuro— puede ser planificada, ¿qué hay de la innovación, el
descubrimiento de esos nuevos usos? A primera vista, la

115
innovación no parece algo que seamos capaces de planificar.
Pero, tal y como la inversión, que ya está sujeta a una conspicua
y copiosa planificación, gran parte, si no toda la innovación hoy
en día sucede por fuera del mercado. La historia que se cuenta
regularmente da demasiado crédito a los individuos, al destello
de genialidad del inventor. Pero la mayoría de la innovación es
social. Procede en pasos pequeños, y la mayoría de las veces no
se da como consecuencia de las señales de los precios sino a
pesar de ellas: innumerables descubrimientos se hacen cada día
por trabajadores en líneas de ensamblaje o computadoras de
escritorio que no reciben reconocimiento, al igual que sucedió
con los grandes descubrimientos que fueron producidos en
laboratorios de investigación que no solamente estuvieron
financiados sino dirigidos por el Estado. Steve Jobs no inventó el
iPhone; tal y como señala de forma brillante la economista ítalo-
estadounidense Mariana Mazzucato, casi la mayor parte de sus
componentes son producto de la innovación estatal.
En su libro The entrepreneurial state, Mazzucato resalta que
si bien la miríada de ejemplos de actividad emprendedora del
sector privado no se puede negar, no se trata de la única historia
de innovación y dinamismo. Ella se pregunta:

¿Cuánta gente sabe que el algoritmo que hizo a Google tan


exitoso fue financiado por un ente del sector público, la National
Science Foundation; o que los anticuerpos moleculares que
proporcionaron la base para la biotecnología (antes de que el capital
de riesgo se aventurara en el sector) se descubrieron en los
laboratorios públicos de la Medical Research Council en el Reino
Unido?48

48
Mazzucato, M. (2013). The entrepreneurial state: debunking public vs.
private sector myths. Pág. 27. Nueva York: PublicAffairs.

116
Lejos del prejuicio de que el Estado es lento y burocrático, y
el mito del ágil sector privado, ella señala que, de hecho, las
empresas son inevitablemente reacias al riesgo, debido a la
necesidad de un retorno de la inversión en un plazo
relativamente corto. En cambio, la realidad es que el Estado,
desde Internet y computadoras personales hasta teléfonos
móviles y nanotecnología, ha guiado proactivamente a nuevos
sectores fuera de sus períodos más inciertos e imprevisibles —y
en muchos casos incluso hasta la comercialización. Y este no es
un caso en el que el Estado llene los vacíos del sector privado,
corrigiendo las fallas del mercado. El Estado era fundamental:

Ninguna de estas revoluciones tecnológicas se habría


producido sin el papel protagónico del Estado. Se trata de admitir que,
en muchos casos, ha sido el Estado, no el sector privado, quien ha
tenido la visión de un cambio estratégico, atreviéndose a pensar —
contra viento y marea— en lo “imposible”49

En los Estados Unidos, aparentemente el país más


capitalista de todos, este proceso se ha ocultado tanto debido a
que gran parte de él ha ocurrido bajo la dirección del Pentágono,
esa parte del gobierno donde incluso el más ferviente republicano
defensor del libre mercado se permite a sí mismo disfrutar los
placeres de la planificación central. De hecho, la guerra y la
planificación económica tienen una larga historia juntas, y el
siglo XX, lleno de conflictos, requirió el impulso público a gran
escala de la planificación y la innovación.
La Segunda Guerra Mundial —una forma nueva y más
terrible de la guerra total— dio lugar a un régimen de
planificación integral en tiempos de guerra, incluso en el corazón
capitalista. En 1942, en los Estados Unidos, se crea la Junta de

49
Mazzucato, M. (2011). The entrepreneurial state. Pág. 20. Londres: Demos.

117
Producción de Guerra50 (WPB). Su accionar fue muy amplio,
abarcando todo, desde la fijación de cuotas de producción hasta
la distribución de recursos y la fijación de precios. El WPB, el gran
experimento nacional de Estados Unidos en planificación
económica, fue responsable de convertir las industrias [que
funcionaron] en tiempos de paz a la producción de guerra,
asignando y priorizando la distribución de materiales,
racionando artículos esenciales como gasolina, caucho y papel, y
suprimiendo la producción no esencial. Tuvo sus éxitos —los
aliados lograron salir victoriosos—, pero su corta existencia se vio
comprometida por luchas internas entre el personal civil y
militar, y socavada por negocios que siempre veían por sus
propios intereses, compitiendo para salir de la guerra con mayor
fuerza.
Pero la planificación en tiempos de guerra surgió más allá
del WPB. Una agencia más pequeña llamada Defense Plant
Corporation fue responsable de más de una cuarta parte de la
inversión total durante la guerra en nuevas plantas y equipos;
con ella, el gobierno terminó construyendo y controlando
algunas de las instalaciones de fabricación más modernas de los
Estados Unidos en aquel momento. Más allá del esfuerzo de
guerra inmediato, el gobierno financió y planificó la
investigación básica que condujo a grandes avances. El Proyecto
Manhattan, que finalmente desarrolló la bomba atómica, es
bastante conocido, pero hubo otros avances, resultado de tales
esfuerzos, que fueron indiscutiblemente buenos desde el punto de
vista social, entre los que se encuentra la producción en masa del
primer antibiótico, la penicilina.
Antes del advenimiento de los antibióticos, a menos que se
sometiera a una cirugía, la mortalidad por neumonía era del 30%,
y por apendicitis o ruptura del intestino, del 100%. Antes del
descubrimiento fortuito de la penicilina por Alexander Fleming,

50
En inglés, War Production Board (N. del T.).

118
los pacientes con envenenamiento en la sangre producido por un
pequeño corte o rasguño llenaban los hospitales, pese a que los
doctores no podían hacer prácticamente nada por ellos. La
primera persona a la que se le suministró penicilina, el agente de
policía de Oxford de cuarenta y tres años, Albert Alexander, se
había rasguñado un costado de la boca mientras podaba rosas.
Los rasguños evolucionaron en una infección potencialmente
mortal, con grandes abscesos que cubrían su cabeza y afectaban
sus pulmones. Fue necesario extirpar uno de sus ojos. El
descubrimiento de la penicilina podrá haber sido obra de un
escocés, pero en 1941, cuando gran parte de la industria química
británica estaba inclinada hacia el esfuerzo bélico y la derrota de
Londres a manos de Hitler como una posibilidad real, estaba claro
que la producción a gran escala de penicilina tendría que ser
trasladada a los Estados Unidos.
Se colocó a dirección de la División de Fermentación del
Departamento de Agricultura de la Northern Regional Research
Laboratory (NRRL), en Peoria, Illinois, un programa de alta
prioridad que buscaba incrementar el rendimiento de la
penicilina; una medida que resultó vital para las innovaciones
que hicieron que la producción a gran escala de penicilina fuese
posible. Howard Florey, el farmacólogo australiano quien junto
con el bioquímico británico de origen alemán Ernst Chain y
Alexander Fleming ganaría el Premio Nobel de Medicina de 1945
por el desarrollo de la penicilina, visitó varias compañías
farmacéuticas para intentar generar interés en el medicamento,
pero se decepcionó con los resultados. El Comité de Investigación
Médica (CMR) de la Oficina de Investigación y Desarrollo
Científico (OSRD) —creada en junio de 1941 para garantizar que la
atención adecuada se dirigiera a la investigación científica y
médica relacionada a la defensa nacional a medida que se
acercaba la guerra— convocó a una reunión a los dirigentes de
cuatro empresas farmacéuticas para recalcarles lo urgente que
era su participación y para asegurarles la asistencia del gobierno.

119
La respuesta, sin embargo, fue pesimista. Sólo durante la segunda
conferencia de este tipo, diez días después del ataque a Pearl
Harbor, se ganó la discusión. Fundamentalmente, el gobierno
obtuvo un acuerdo para compartir la investigación entre los
diferentes actores a través del CMR —un desarrollo cooperativo
que resultó decisivo en el incremento de la producción, ya que
cada empresa resolvió diferentes aspectos del problema general,
cada uno en sí mismo un problema infernal. Como lo describió
John L. Smith de Pfizer: «el moho es tan temperamental como un
cantante de ópera, los rendimientos son bajos, el aislamiento es
difícil, la extracción es un asesinato, la purificación invita al
desastre y el ensayo no es satisfactorio»51. A pesar de los éxitos de
la producción inicial bajo los auspicios de la OSRD, la utilidad
manifiesta de este medicamento maravilloso para el esfuerzo de
guerra, antes de la invasión de la Europa ocupada, llevó a la Junta
de Producción de Guerra en 1943 a asumir la responsabilidad
directa de aumentar la producción. La Junta ordenó a veintiún
empresas que participaran en la expansión agresiva de la
producción de penicilina, cada una de las cuales recibió prioridad
en materiales y suministros de construcción. En tiempos de
guerra, los líderes gubernamentales no confiaban en que el sector
privado estuviese a la altura: el suministro de toda la penicilina
que se producía estaba controlado por la WPB, que la distribuía a
las fuerzas armadas y al Servicio de Salud Pública de los Estados
Unidos. La producción se disparó de 21 mil millones de unidades
en 1943 a 1,7 billones de unidades en 1944 (justo a tiempo para el
desembarco de Normandía, el Día D), hasta 6,8 billones de
unidades a finales de la guerra.
Una vez finalizó la guerra en 1945, la planificación se
abandonó rápidamente, los departamentos se cerraron y las

51
Programa de Lugares Emblemáticos Internacionales de la Historia de la
Química de la ACS. (2021). Descubrimiento y desarrollo de la penicilina.
Recuperado de
http://www.acs.org/content/acs/en/education/whatischemistry/landmark
s/historia-quimica/descubrimiento-desarrollo-penicilina.html.

120
plantas gubernamentales se vendieron a la industria privada. Sin
embargo, paradójicamente, las corporaciones estadounidenses
terminaron la guerra más fuertes de lo que la comenzaron. Los
gigantescos contratos del gobierno, los apoyos de precios y las
leyes antimonopolio relajadas funcionaron para impulsar las
ganancias y hacer crecer a las corporaciones. El régimen de
planificación en tiempos de guerra necesitaba hacer que las
empresas subieran abordo, por lo que, durante la guerra, mientras
los burócratas del gobierno tomaban algunas de las decisiones de
alto nivel, las empresas seguían controlando la producción. En
última instancia, la guerra permitió una versión de planificación
favorable al capital: la producción seguía siendo realizada
principalmente por grandes empresas pertenecientes a cárteles
aún más grandes, aunque con una dosis significativa de
racionamiento gubernamental. Al mismo tiempo, aumentó el
alcance de la planificación económica realizada dentro de las
corporaciones.
La combinación de un gobierno más grande y
corporaciones más grandes que surgieron de la Segunda Guerra
Mundial llevó incluso a la derecha a cuestionar si el Capitalismo
daría paso a alguna forma de planificación económica. Joseph
Schumpeter, compañero de viaje de Hayek, pensó que la
sustitución del Capitalismo por alguna forma de planificación
colectivista era inevitable. Ferviente antisocialista, Schumpeter,
sin embargo, vio cómo el Capitalismo de su época estaba
coordinando a la producción y creando instituciones cada vez
más grandes —no solo empresas, sino agencias
gubernamentales— que planificaban internamente a escalas
mayores. Pensó que era solo cuestión de tiempo antes de que la
planificación burocrática superara, por su peso, al dinamismo del
mercado. El surgimiento de la gestión económica keynesiana y
la experiencia de la planificación en tiempos de guerra
convencieron a Schumpeter de que la transición al Socialismo
que tanto despreciaba era inevitable, sino inminente.

121
En cambio, el inicio de la Guerra Fría después de 1945
produjo un ferviente anticomunismo por parte del gobierno, junto
con una visión estrecha y tecnocrática de la gestión económica.
El gobierno veía como algo positivo el aumento de la
productividad, e incluso la coordinación entre empresas; pero
como algo negativo a cualquier movimiento para extender la
democracia a la economía. La preocupación de las élites por una
creciente militancia, tanto entre los soldados de base que todavía
estaban en Europa como entre los trabajadores en los Estados
Unidos, provocó que incluso cuando la retórica oficial exaltaba en
voz alta las virtudes del Capitalismo de libre mercado, en la
práctica, el Estado de Bienestar estadounidense se expandió. Al
igual que con el Estado de Bienestar emergente de Europa
Occidental, las élites aceptaron a regañadientes la reforma social
como el mal menor ante la amenaza inmediata de la revolución
social. Las empresas llegaron a un acuerdo: el gobierno jugaría un
papel más importante en la economía, apoyando la innovación
básica y asegurando que los productos y servicios finales
producidos por las empresas encontraran mercados, mientras
que al mismo tiempo profesarían un apoyo inquebrantable al
libre mercado.
El principal semillero de la innovación planeada con fondos
públicos fue en Pentágono de posguerra, que coordinaba agencias
gubernamentales que serían responsables del desarrollo inicial
de computadoras, aviones de reacción, energía nuclear, láseres y,
en la actualidad, gran parte de la biotecnología. Su enfoque se
basó en el método de asociación entre el gobierno y la ciencia
para la investigación básica y aplicada que fue iniciado por el
Proyecto Manhattan de los Estados Unidos, el Reino Unido y
Canadá durante la Segunda Guerra Mundial. Con el lanzamiento
soviético del Sputnik en 1957, como sostiene Mariana Mazzucato,
los altos cargos de Washington estaban petrificados de que se
estaban quedando atrás tecnológicamente. Su respuesta
inmediata fue la creación, al año siguiente, de la Agencia de

122
Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), una
agencia que —junto con agencias aliadas que el Pentágono
consideraba vitales para la seguridad nacional (incluida la
Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos y la NASA)—
apoyaría la investigación del espacio, algo que podría no producir
resultados durante décadas. La DARPA supervisó la creación de
departamentos de informática a lo largo de la década de 1960 y,
en la década siguiente, cubrió los altos costos de fabricación de
prototipos de chips de computadora en un laboratorio de la
University of Southern California.
Mazzucato enumera doce tecnologías cruciales que hacen
«inteligentes» a los teléfonos inteligentes: (1) microprocesadores;
(2) chips de memoria; (3) discos duros sólidos; (4) pantallas de
cristal líquido (LCD); (5) baterías a base de litio; (6) transformada
rápida de Fourier; (7) el internet; (8) protocolos HTTP y HTML; (9)
redes de celdas (o redes celulares); (10) sistemas de
posicionamiento global (GPS); (11) pantallas táctiles; y (12)
reconocimiento de voz. Todas estas fueron apoyadas por el sector
público durante etapas clave de su desarrollo.
Vemos un fenómeno similar dentro del sector farmacéutico,
pero esta vez con respecto al papel crucial que juegan los
laboratorios gubernamentales y las universidades públicas en el
desarrollo de nuevos fármacos radicales, conocidos como
«nuevas entidades moleculares» (NME) —particularmente
aquellas a las que se les da una clasificación «prioritaria» (P)—, en
contraposición a los medicamentos «me too», más económicos de
desarrollar y, por lo tanto, más rentables (tratamientos existentes
con fórmulas ligeramente modificadas, que son favorecidas por
las grandes farmacéuticas). Mazzucato cita a Marcia Angell,
exeditora del New England Journal of Medicine, quien
argumentó en 2004 que si bien las grandes compañías
farmacéuticas culpan de los altos precios de los medicamentos a
los costos exorbitantes de investigación y desarrollo, la realidad
es que fueron los laboratorios financiados por el gobierno los

123
responsables de alrededor de dos tercios de las NMEs
descubiertas durante la década anterior. Hay que ir más allá de la
concesión de que las empresas farmacéuticas privadas han sido
improductivas y declarar que en la guerra contra las
enfermedades han estado ausentes sin permiso durante décadas.
Todo esto nos recuerda la admiración y condena
simultáneas que tenía Karl Marx para con el Capitalismo del siglo
XIX. Le ponía furioso que un sistema tan increíble, más
productivo que el feudalismo o la esclavitud o cualquier otra
estructura económica anterior, también pudiera ser tan
inexorablemente restringido, tan acotado, tan perezoso con
respecto a lo que podía producir. Todas estas cosas que
posiblemente podrían beneficiar a la humanidad (sean estas
conocidas, conocidas desconocidas o desconocidas desconocidas
de Rumsfeld) podrían no ser producidas jamás en tanto no sean
rentables, ¡o incluso lo suficientemente rentables! A esto es a lo
que se refería Marx cuando rabiaba en contra de la «traba de la
producción»52. El progreso humano, la expansión de nuestra
libertad, se ha visto frenado hasta ahora por este sistema
irracional.

52
«Al alcanzar cierto grado de desarrollo, [este modo de producción] genera
los medios materiales de su propia destrucción. A partir de ese instante, en
las entrañas de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten
trabadas por ese modo de producción». Marx, K. (2011). El Capital. Tomo I.
Vol. 3. Pág. 952. México D.F.: Siglo XXI Editores.

124
VI

LA NACIONALIZACIÓN NO ES SUFICIENTE

El 5 de julio de 1948 entró en vigor en el Reino Unido la Ley


del Servicio Nacional de Salud, que establece el primer sistema
de salud pública universal y gratuita del mundo. A pesar de la
aprobación de la ley por el gobierno laborista dos años atrás, la
creación formal del NHS siguió siendo profundamente incierta y
una fuente de debate conflictivo hasta el momento de su llegada.
En un discurso ante el parlamento el 9 de febrero de 1948 el
ministro de Salud, Aneurin Bevan, exhortó a sus colegas:

Creo que es una triste reflexión que este gran acto, al que todas
las partes han contribuido, en el que todos los sectores de la
comunidad están interesados, haya tenido un nacimiento tan
tormentoso. (…) Debemos enorgullecernos de que a pesar de nuestras
ansiedades financieras y económicas todavía podemos hacer la cosa
más civilizada del mundo: anteponer el bienestar de los enfermos a
cualquier otra consideración.53

Sin embargo, la historia del NHS británico es mucho más


que una historia sobre el cuidado de los enfermos. Es una saga de
un siglo de lucha por alguna forma de planificación controlada
democráticamente bajo el Capitalismo, una de las principales
razones de la tempestad de su nacimiento y los conflictos que
sigue generando. El NHS (bastante radical, pero no
revolucionario) señaló el potencial de una lenta erosión del
mercado en una esfera importante de la vida. Planteó la
posibilidad de una planificación democrática que inicialmente

53
Bevan, A. NHS Historic Hansard, 9 February 1948. Recuperado de:
https://api.parliament.uk/historic-
hansard/commons/1948/feb/09/national-health-service.

125
coexiste con el Capitalismo, un embrión del nuevo mundo que se
desarrolla dentro de los confines del viejo y cansado mundo. Pero,
así como ya hemos visto cómo el simple acto de planificar,
incluso a gran escala como lo hacen Walmart o Amazon, no es
suficiente, resulta que simplemente poner la planificación en
manos del Estado es igualmente insuficiente para que esta
semilla florezca realmente.
«Nye» Bevan, como llamaron sus simpatizantes al
carismático líder de izquierda del Partido Laborista que tenía la
tarea de establecer el NHS tras la aplastante victoria electoral del
laborismo en julio de 1945, dijo que «el NHS es Socialismo». Antes
de su creación y a lo largo de su historia, muchos de los oponentes
del NHS también lo han visto de esta manera y han actuado
consecuentemente. Si bien el NHS es hoy en día el cuarto
empleador más grande del mundo, empleando directamente a 1,4
millones de personas y superando a todas las demás
instituciones —incluyendo a la monarquía—, lamentablemente
también es, entre los británicos, una prueba viviente de cómo el
sueño de un servicio público universal se ha visto amenazado,
reducido a un lío entorpecido de instituciones públicas y privadas
atravesadas por los mercados. Es un ejemplo del bloqueo de un
inmenso potencial.
Sin embargo, incluso en su mejor momento —y pese a toda
la compasión que encarna, y las vidas que ha mejorado y
salvado— el NHS no alcanzó el horizonte de la posibilidad
democrática. Una breve historia de cómo llegó a ser esta
expresión institucional imperfecta de la decencia humana, esta
democracia real pero incompleta, y cómo se planeó, ofrece mucho
más que una combinación abstracta de ideas entre las visiones
libertaria y estatista del Socialismo.
La historia del NHS no comienza en los pasillos del
Parlamento británico en Westminster, sino en las aldeas mineras
y las ciudades industriales nacidas del sudor humano que
impulsó la Revolución Industrial. Antes del NHS, la atención

126
médica era en gran medida un lujo. Los ricos contrataban
médicos personales; el resto simplemente prescindió o dependió
del mínimo de alivio proporcionado por las iglesias o el Estado.
Los gobiernos locales establecieron hospitales rudimentarios
para los pobres, pero en el mejor de los casos eran insuficientes y,
en el peor, más parecidos a las cárceles. A menudo, mantenían a
los enfermos y a los débiles separados del resto de la sociedad, en
lugar de curarlos —metiendo a los desempleados e incontratables
bajo una alfombra escuálida y fétida, llamándolo caridad.
Para contrarrestar esta injusticia, las organizaciones de la
clase trabajadora de todo tipo comenzaron a experimentar con la
ayuda mutua. Los trabajadores formaron «sociedades amigas»,
uniendo pequeñas cuotas mensuales de trabajadores
individuales para pagar a los médicos y administrar clínicas
gratuitas ocasionales. A medida que crecían, algunas sociedades
podían contratar médicos a tiempo completo e incluso construir
sus propias clínicas, ofreciendo atención a familias enteras, en
lugar de solo a los trabajadores (en su mayoría hombres). La
atención médica de esta gente fue más avanzada en los valles
mineros del sur de Gales, donde prosperó la cultura de la clase
trabajadora. A principios del siglo XX, incluso pequeños
hospitales caseros estaban surgiendo junto a los pozos negros.
Fue este espíritu de ayuda mutua lo que permitió a las
comunidades sobrevivir a las recesiones económicas. Se puso a
los mineros desempleados a trabajar realizando tareas
administrativas como la recaudación de tarifas —que a su vez se
redujeron en esos momentos—, y los médicos también se vieron
obligados a aceptar un recorte salarial en proporción a los
ingresos más bajos de la sociedad. Esta simple solidaridad
mantuvo intactos los servicios, incluso cuando escaseaba el
dinero. Las clínicas dirigidas por trabajadores en Gales y en todo
el Reino Unido se encontraban entre los primeros planes de
seguros a gran escala para la atención médica, anteriores tanto al
seguro público nacional (como en Canadá o Francia) y al seguro

127
privado (como en los Estados Unidos). La clase trabajadora se
organizó a sí misma para lidiar de forma colectiva con un
problema que afectaba a cada individuo, pero con el que ningún
individuo podía lidiar por sí mismo. Fue la semilla de la medicina
socializada.
A medida que los trabajadores se organizaron más, estas
clínicas financiadas por ayuda mutua crecieron aún más en
escala y número. La membresía se abrió a comunidades enteras,
más allá de los mineros y sus familias. A su vez, y a través de los
sindicatos, los trabajadores exigieron a sus patrones no solo
mejores condiciones laborales, sino también al gobierno una
redistribución radical de los recursos, incluido el establecimiento
de la atención médica como un derecho. En esencia, se trataría
de un sistema sanitario público: el mismo fenómeno de ayuda
mutua se extiende a toda la sociedad y, fundamentalmente,
requiere que quienes tienen mayores medios paguen una mayor
parte de la financiación. Empujado a actuar para contener
demandas más amplias y la difusión de ideas socialistas, el
gobierno del Reino Unido creó, en 1911, un plan de seguro nacional
limitado. Este primer intento de atención médica financiada con
fondos públicos, sin embargo, estuvo lejos de ser integral: incluso
después de dos décadas, el Seguro Nacional cubría solamente al
43% de la población, la mayoría de ellos hombres en edad de
trabajar.
Hoy en día los médicos pueden ser algunos de los
defensores más firmes de la salud pública, ayudándonos a
reconocer, por ejemplo, que las vacunas no brindarán la defensa
crucial de la inmunidad colectiva a menos que se vacune a toda
una comunidad. Pero en ese momento, no eran solo los ricos,
como podría suponerse, sino también la mayoría de los médicos
los que se oponían al establecimiento de la atención médica
pública. El primero no quería cargar con nuevos impuestos para
pagar servicios universales que beneficiarían de manera
desproporcionada a la mayoría pobre y trabajadora; estos últimos

128
temían que un plan nacional no solo reduciría sus ingresos, sino
que también desafiaría su control administrativo sobre el aspecto
de la atención médica.
Ambos temores estaban justificados. A medida que se
expandieron, los esquemas dirigidos por los trabajadores
comenzaron a desafiar el poder absoluto de los médicos sobre la
atención médica. Las sociedades de trabajadores no se enfocaban
tanto en las decisiones clínicas individuales, más bien, querían
tener voz en la planificación, en cómo se asignaban los recursos.
¿Se invertirían los nuevos ingresos en la construcción de clínicas
y la contratación de enfermeras, o se dirigirían a las cuentas de
ahorro de los médicos? Las sociedades más progresistas
abogaban por que los médicos se convirtieran en trabajadores
asalariados en lugar de contratistas. La gente, entonces, invirtió
en la expansión de la práctica médica en lugar del incremento de
las fortunas personales. Como en cualquier otro sector, la
medicina tiene sus propias especificaciones logísticas. Se deben
tomar decisiones acerca de dónde se colocarán las clínicas, cómo
dividir las tareas entre las enfermeras y los doctores, qué
afecciones deben tener prioridad, etc. Poder opinar sobre estas
cosas va más allá de la simple redistribución de recursos; más
bien, los trabajadores británicos estaban exigiendo la
democratización de todo un sector de la economía.

El doctor sabe lo que hace

Los aspectos a cambiar eran formidables. La atención


médica fue (y a menudo sigue siendo) en gran medida
paternalista: el médico sabe lo que hace y los pacientes deben
hacer lo que se les diga. Los médicos también suelen ser
pequeños empresarios, y no solo en el Reino Unido. Deciden
mucho más que la receta que prescriben; tienen influencia sobre
dónde se establecen las clínicas, qué tecnología médica utilizar y

129
qué cuenta como una necesidad de salud legítima y cuál no. Por
supuesto, dentro de los confines de la sala de operaciones o
exámenes, los médicos son expertos con legitimidad. Tienen
habilidades y conocimientos especializados que son el resultado
de años de formación médica. Contrario a las afirmaciones de
ciertos charlatanes de hoy en día, el advenimiento de la ciencia
médica representó incuestionablemente un salto cualitativo más
allá del pensamiento mágico y la credulidad que lo precedieron.
La teoría medieval que postulaba que un desequilibrio de los
cuatro humores era lo que causaba cierta enfermedad no puede
competir con la teoría microbiana de la enfermedad. Como dice
la letra de «La Internacional», el famoso himno socialista:
«¡Atruena la razón en marcha, / es el fin de la opresión! / ¡Legión
servil en pie de lucha, / dejad atrás la superstición!»54.
Pese a eso, los médicos no son los únicos expertos en
medicina. Aunque las enfermeras fueron clave para la prestación
de cuidados en el Reino Unido de principios del siglo XX, la
enfermería se consideró menos valiosa porque estaba asociada a
la feminidad y a la escasa habilidad. Subyugadas en la sociedad
como mujeres, las enfermeras desempeñaron durante mucho
tiempo un papel subordinado en los hospitales y tenían poca
participación en la configuración de un sistema que se
paralizaría rápidamente sin ellas. Como mínimo, la
democratización tendría que abarcar a todos los trabajadores
involucrados en la producción de la atención médica.
Sin embargo, la salud y la enfermedad se extienden mucho
más allá de las cuatro paredes de una clínica u hospital, y más
allá del conocimiento médico de los participantes de la salud; no
son un compartimento aislado de nuestras vidas. Por ejemplo, si
alguien contrae una enfermedad pulmonar puede depender tanto
de la contaminación como de las respuestas del sistema de salud,

54
Traducción contextual de la letra de The Internationale en inglés. La letra
original en español sería: «Arriba, parias de la Tierra. / En pie, famélica
legión. / Atruena la razón en marcha, / es el fin de la opresión» (N. del T.).

130
como los epidemiólogos serán los primeros en recordar. La
enfermedad crónica durante la vejez depende de toda una
historia de vida, que se remonta a la calidad de la integración
social como adulto hasta la nutrición infantil y la educación
primaria. Las lesiones relacionadas con el trabajo dependen en
gran medida del tipo de trabajo que hacemos y los tipos de
protecciones de seguridad que tenemos, desde las reglas contra
el asbesto hasta la voluntad de los sindicatos de luchar por ellas.
Los investigadores de la salud hoy en día los denominan
«determinantes sociales de la salud». Si bien la medicina puede
ser un campo de especialización limitado, la atención médica
abarca todo lo que hacemos. No es solo una responsabilidad
individual, sino que se ve profundamente afectada por el aspecto
de la sociedad y el nivel de su toma de decisiones colectivas. Por
ejemplo, ¿qué se considera un problema de salud legítimo y qué
se puede descartar? ¿Estás deprimido porque esa es tu
personalidad o porque tienes dos trabajos con remuneración
mínima que te aturden la mente? ¿Eres tú o es el Capitalismo?
Estas preguntas van al corazón de cómo se ve la
planificación democrática en la práctica en cualquier lugar, no
solo con respecto a la atención médica. Porque si queremos un
sistema más igualitario para aplicar lo mejor del conocimiento
técnico humano de manera más efectiva, sin tener que sentarnos
en reuniones interminables o emitir una serie interminable de
votos, entonces tendremos que renunciar a cierto poder en la
toma de decisiones —para delegarlo ya sea a expertos, gerentes
(electos) o representantes. Al mismo tiempo, si bien la atención
médica debe ser brindada por expertos, no debería ser
administrada exclusivamente por ellos. La cuestión de si las
personas deberían ser consumidores pasivos de medicamentos o,
en cambio, sus co-creadores activos es un tema común a lo largo
de la historia de la salud pública, dondequiera que haya surgido.
El médico británico Julian Tudor-Hart describe las semillas de la
transformación que más adelante serían desarrolladas por el

131
NHS: «Esta nueva economía que está brotando en el corazón del
NHS depende del crecimiento de un elemento que siempre ha
existido, pero que apenas se está reconociendo de forma lenta y
reciente: el poder y la necesidad de los pacientes como
coproductores. (…) Una vez liberados de la diferencia, las
expectativas públicas se convierten en una fuerza irresistible,
proporcionando elementos iniciales de responsabilidad
democrática que se pueden retener y ampliar rápidamente». Este
es un llamado a un nuevo sistema, uno basado en la
responsabilidad mutua, el control democrático de los recursos y
la participación de todos los afectados en la toma de decisiones,
una lucha que ya habían asumido los trabajadores británicos a
inicios del siglo XX.
La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo, sobre todo las
perspectivas de una verdadera asistencia sanitaria pública.
Cuando la guerra se apoderó de Europa, el gobierno británico
introdujo la planificación en los principales sectores de la
Economía. Había límites en los mercados, incluido el mercado de
la asistencia sanitaria. La ganancia, aunque siempre presente,
estaba al menos dentro de ciertos límites, temporalmente
secundaria al objetivo de ganar la guerra. En aquellos tiempos
oscuros —esta «medianoche del siglo», como describió al período
el socialista libertario Victor Serge— el susurro de nuevas
instituciones más planificadas democráticamente era una señal
de lo que era posible. El Servicio Médico de Emergencia (EMS)
administrado por el gobierno demostró a la gente común que la
provisión médica podía asignarse de acuerdo con las necesidades
humanas —incluso el conjunto limitado y sesgado de
necesidades dictadas por las condiciones de la guerra—, en lugar
del beneficio privado.
La clase trabajadora británica salió de la guerra
envalentonada. La planificación había funcionado. Los
capitalistas se vieron obligados a sacrificar ganancias para ganar
la guerra y el sistema no colapsó. El país necesitaba una

132
reconstrucción, y la guerra también había demostrado que con
suficiente intervención en la economía todos los que necesitaban
un trabajo podían conseguirlo. Esta sensación potencial impulsó
al Partido Laborista a una victoria aplastante en las elecciones
celebradas al final de la guerra. El programa laborista era
reformista pero arrollador: las instituciones de un nuevo y
extenso Estado de Bienestar quedarían atrapadas en el mercado.
Aunque no sería hasta 1948 cuando se estableció oficialmente el
nuevo Servicio Nacional de Salud, su creación fue el mayor logro
del gobierno de la posguerra. La atención médica se hizo gratuita
en el punto de servicio, se pagó gracias al cobro de impuestos y
estuvo disponible universalmente. A diferencia de otros sistemas
públicos de salud, los hospitales no solo se financiaron con
fondos públicos, sino que se nacionalizaron.
Los médicos, encabezados por la Asociación Médica
Británica (BMA) protestaron ferozmente contra el sistema
público que se avecinaba, temiendo perder sus privilegios.
Dijeron que Bevan era un «fürer médico» y que el NHS era un
«nazismo progresivo». Amenazaron con paralizar el nuevo
sistema. Pero como la medicina seguía siendo una profesión
lucrativa, y la opinión pública se opuso firmemente a ellos, las
amenazas de los médicos eran en su mayoría huecas. Nye Bevan,
que había experimentado de primera mano el sistema de ayuda
médica mutua en Tredegar, el pueblo minero galés donde nació,
declaró: «¡Te vamos a tredegarizar!».
Sin embargo, la BMA tenía razón en algo. El laborismo había
resucitado la vieja exigencia de las sociedades amigas —que los
médicos se convirtieran en servidores públicos asalariados, en
lugar de pequeños empresarios independientes que eran
contratados por el Estado—, pero la BMA insistió en que los
médicos deberían seguir teniendo un poder independiente,
formalmente más allá del mandato de la dirección democrática
inmediata. Ante la feroz oposición de la BMA, Bevan finalmente
admitió que los médicos de familia, a diferencia de los de los

133
hospitales nacionalizados, seguirían siendo contratistas
independientes —o como diría él, «llenándose la boca con oro». A
los pocos meses de la creación del NHS, la gran mayoría de los
médicos, aunque de mala gana, se inscribieron. La planificación
pública venció a los intereses privados.

¿Cómo planificaba la NHS?

La primera tarea del nuevo NHS fue convertir un mosaico


inadecuado de clínicas, hospitales y otros servicios en un sistema
de salud pública universal que funcione correctamente. La
planificación inicial fue rudimentaria. En 1948, mientras el Reino
Unido, como gran parte de Europa todavía se estaba recuperando
de los bombardeos, demoliciones y ruina de la guerra, las
estadísticas detalladas eran prácticamente inexistentes. El
primer dispositivo informático verdaderamente universal del
mundo, la Small-Scale Experimental Machine (SSEM) de la
Universidad de Manchester, ejecutó su primer programa el 21 de
junio de ese año. A fines de 1949, el mundo albergaba un total de
cuatro dispositivos similares, y estos estaban funcionando de
forma tentativa. Todavía faltaban décadas para el uso
generalizado de las computadoras. El Ministerio de Salud
estableció presupuestos y prioridades, pero no planeó mucho
más. Los presupuestos anuales para los hospitales eran muy
simples: tome las cifras del año anterior y auméntelas en la
medida en que aumenta todo el presupuesto del NHS. El NHS
creció, pero este método de aumentos anuales proporcionales
encerró y perpetuó las desigualdades que existían en vísperas de
su creación.
Al igual que en la actualidad, donde las regiones menos
pobladas sufren una falta de internet de alta velocidad porque las
empresas de telecomunicaciones seleccionan las áreas más
rentables para atender (y dejan que el resto del país se pudra, no

134
les importa demasiado), gran parte del país entró en la era del
NHS sin hospitales, o en el mejor de los casos con hospitales en
mal estado, una situación que no se corregiría durante años. La
primera gran iniciativa seria de planificación a cualquier escala
no llegaría hasta la década de 1960. Su objetivo era precisamente
abordar estas desigualdades mediante la construcción de más y
mejores hospitales, especialmente en las zonas más pobres. El
Plan Hospitalario de 1962 del entonces gobierno conservador fue
una gran promesa, pero casi de inmediato se encontró con una
insuficiencia crónica de fondos, lo que presagia gran parte de la
historia futura del NHS.
Sin embargo, una década más tarde, bajo otro gobierno
laborista, la planificación efectiva parecía estar en el horizonte.
En los documentos de política pública, el objetivo al que aspiraba
el NHS ahora era «equilibrar las necesidades y prioridades de
manera racional, y planificar y proporcionar la combinación
correcta de servicios para el beneficio de la ciudadanía». En la
práctica, tres cambios señalaron la posibilidad de una
planificación democrática más exhaustiva.
Primero, el NHS expandió los horizontes de la salud. Una
reorganización en 1974 creó las «Autoridades de Salud del Área»
(AHAs), cuyos límites coincidían perfectamente con los de los
gobiernos locales. Las AHAs estaban destinadas a integrar mejor
la atención médica en la planificación local de otros tipos, ya sea
que se trate de alcantarillas, carreteras, centros comunitarios o
escuelas. El potencial era, en principio, inmenso: la atención
médica podría ser más que una simple reacción a la enfermedad
y comenzar a influir en los determinantes sociales de la salud
más amplios.
La misma reforma de 1974 cambió la forma en que se
administraba la atención médica. Los nuevos equipos de gestión
local integraron las tres partes del NHS que se habían gestionado
de forma independiente desde 1948: hospitales, clínicas médicas
familiares y centros de salud comunitarios para ancianos y

135
personas con graves dificultades de salud mental. Para bien o
para mal, estos equipos tomaban decisiones por consenso
(ampliando algo que había sido parte del NHS desde su fundación
en las juntas de consenso de tres personas, compuesto por un
médico, un gerente y una enfermera, que dirigían hospitales
individuales). Trabajando junto a estos equipos de gestión de
consenso estaban los «Consejos de Salud Comunitarios» (CHC). A
las organizaciones locales que representaban a las personas
mayores o discapacitadas se les otorgó el derecho a elegir un
tercio de los miembros de cada CHC. Cuando se crearon, los CHC
no tenían autoridad directa para la toma de decisiones, pero
tenían una promesa genuina de transformar democráticamente
el NHS. Con la representación de la comunidad, los CHC
demostraron que era posible abrir la opaca jerarquía del NHS a las
voces de los pacientes y los ciudadanos de abajo hacia arriba.
Finalmente, en 1976, el NHS se comprometió a distribuir los
recursos de acuerdo con las necesidades de salud, una
transformación potencialmente radical. Teniendo en cuenta las
diferencias regionales de edad y morbilidad, el Grupo de Trabajo
de Asignación de Recursos (RAWP) amplió enormemente los
esfuerzos para corregir las desigualdades inherentes a la era
anterior al NHS. Las regiones con mayores necesidades (que a
menudo eran las más pobres) ahora recibirían mayores
presupuestos. El documento de Prioridades para la Salud y el
Servicio Social del mismo año incorporó el racionamiento y las
prioridades en los presupuestos establecidos por el NHS central.
Al identificar áreas clave de gasto, los políticos y gerentes que
administraban el servicio finalmente pudieron destetar a los
médicos de parte de su poder heredado de una manera que Nye
Bevan solo podría haber soñado.
Las reformas de la década de 1970 mantuvieron una fe
ingenua en los tecnócratas de arriba hacia abajo, reforzando la
noción paternalista de que la experiencia puede anular la
democracia, la cual había animado en parte la creación del NHS

136
—una noción compartida por políticos laboristas y
conservadores. Muchas de estas reformas simplemente crearon
nuevas capas de burocracia poco democrática y con fobia a los
ciudadanos. Pero estas reformas también llevaron en ellas las
semillas de una reestructuración más radical del NHS. En lugar
de planificar solamente la cantidad de atención médica que era
necesaria y su ubicación —las preguntas importantes que los
planificadores de la década de 1960 tuvieron que abordar
primero—, estas reformas también podrían haber sentado las
bases para una planificación que abordara cómo se producía la
atención médica y, lo más importante, quién participaba en la
toma de decisiones.
Sin embargo, en lugar de aumentar la democracia dentro del
sistema, la mayoría de las reformas de los años setenta
fracasaron ante la crisis económica que se estaba gestando. La
crisis del petróleo de principios de la década de 1970 vio cómo los
precios y el desempleo se disparaban a la vez —algo que los
economistas de todas las corrientes mainstream habían dicho
que se suponía que ya no iba a suceder. Se suponía que el régimen
de auge y caída fue resuelto por el keynesianismo, que fue
resultado del compromiso de posguerra entre el capital y el
trabajo. En respuesta a la nueva crisis, a lo largo de la década de
1970 y principios de la de 1980, las élites del Reino Unido (como
en los Estados Unidos y gran parte de Occidente) lanzaron un
asalto al acuerdo económico de posguerra que había garantizado
salarios más altos y servicios públicos para los trabajadores a
cambio de altas tasas de crecimiento y altas ganancias para los
negocios. Con las ganancias amenazadas, el incremento de los
salarios y la expansión de los servicios públicos fueron atacados
por la derecha en el Reino Unido y en todo el Norte Global. Los
sindicatos del Reino Unido lanzaron una última gran ola de
huelgas, que alcanzó su punto álgido en 1979. No fue suficiente.
Las expectativas de los trabajadores de mejores condiciones
estaban en la mira cuando el gobierno conservador más

137
derechista desde la guerra, encabezado por Margaret Thatcher,
llegó al poder ese mismo año. La marea se había vuelto contra el
Estado de bienestar; el capital había decidido que era hora de
romper el pacto de posguerra con el trabajo.
Las reformas de la década de 1970 cayeron, una a una, en la
visión de la derecha para la atención médica. Norman Fowler, el
ministro de salud de Thatcher, eliminó a las autoridades de salud
del área en 1982, incluso antes de que tuvieran la oportunidad de
integrarse con los gobiernos locales. Un año después, Fowler
eliminó la administración por consenso y restableció la
responsabilidad individual de los gerentes, una política a la que
llamó «administración general». Los consejos comunitarios de
salud sobrevivieron dos décadas más que las AHAs —
desaparecieron en 2003— pero incluso cuando se les permitió
seguir cojeando, siguieron siendo, más que nada, un cuerpo débil
de protesta. El sistema de los RAWP se mantuvo, pero los
principios detrás de ellos pronto fueron transformados, esta vez
por el Nuevo Laborismo en lugar de los conservadores. Bajo el
primer ministro laborista Tony Blair, las métricas que habían
servido de ayuda en la planificación se transformaron
lentamente en objetivos de desempeño para los gerentes.
En la década de 1980, un espíritu empresarial se infiltró en
el NHS. No surgió de la nada: los ideólogos que alguna vez fueron
marginales de la derecha culparon durante mucho tiempo de
todas las deficiencias del NHS a los presupuestos mal gastados y
a la falta de «elección» por parte de los pacientes. Si bien los
problemas de los servicios deficientes y los largos tiempos de
espera eran reales, los temores sobre presupuestos «fuera de
control» fueron en gran medida un bulo. El NHS de hecho carecía
de los fondos suficientes. El gasto en salud como porcentaje del
PIB había comenzado en un mísero 3% del PIB en 1948, creciendo
solo a alrededor del 6% hasta la década de 1980. En ese momento,
Francia gastaba alrededor del 9% del PIB en atención médica, y

138
Alemania el 8%; por lo tanto, el NHS fue y sigue siendo un timo en
relación a otros países.
Incluso en 2014, el Reino Unido gastó poco más del 9% del
PIB en atención médica, todavía por debajo del promedio de los
países del Norte global. En comparación, el sistema basado en el
mercado en los Estados Unidos abarca casi el doble de esa cifra,
el 17% del PIB, mientras sigue negando atención a millones —un
modelo de ineficiencia económica. El contraargumento de la
derecha —que cualquier presupuesto, por grande que sea, nunca
será suficiente— se estrella contra el suelo. Los presupuestos de
salud se han mantenido relativamente estables, excepto en el
único país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE), que mantiene un sistema mayoritariamente
privado.
Pero incluso el 6% del PIB sigue siendo una gran parte de la
economía que permite relativamente pocas oportunidades de
obtener ganancias. Las protestas de la derecha sobre el control de
costos proporcionaron cobertura a las corporaciones de atención
médica que se beneficiarían incluso si solo se vendiera una parte
del NHS. Aquello que frenó la privatización fue que el NHS
regularmente encabezaba las encuestas de las instituciones más
confiables entre el electorado británico. Es bastante conocido que
incluso la revolucionaria neoliberal de Margaret Thatcher tuvo
que prometer durante un discurso en su propia convención del
Partido Conservador en 1982 que «el NHS está seguro en nuestras
manos». Pero para 1988, momento en que Thatcher anunció una
importante reforma del NHS, estas palabras quedaron vacías
luego de casi una década de un gobierno de extrema derecha y
una batalla mucho más prolongada contra el Estado de Bienestar.
Tres años después, el primer ministro sucesor de Thatcher,
John Major, introdujo la mayor reforma en la historia del NHS: el
«mercado interno». Aunque los conservadores no pudieron poner
al NHS en el mercado, encontraron una manera de poner al

139
mercado en el NHS, con un resultado final que no fue ni chicha
ni limonada.
El gran cambio se denominó «división comprador-
proveedor». Antes de esta reforma, un médico remitía a un
paciente a un hospital o clínica local para cualquier otro servicio,
como un análisis de sangre, un reemplazo de cadera o un
trasplante de hígado. El NHS pagaba al médico y financiaba al
hospital, por lo que ningún dinero cambiaba de manos de forma
explícita entre los dos. En el mercado interno, similar a la debacle
de Sears descrita anteriormente en el libro, los hospitales y las
clínicas de atención comunitaria «vendían» servicios. Ellos eran
los proveedores. Los médicos, las autoridades sanitarias locales u
otras agencias del NHS eran compradores que, a su vez,
«compraban» estos servicios en nombre de sus pacientes.
En el transcurso de la década de 1990, un consenso entre los
laboristas y conservadores en torno a la eficiencia de asignación
de los mercados y la competencia reemplazó al consenso de
posguerra en torno a la planificación y el servicio público.
Margaret Thatcher dijo que Tony Blair —elegido en 1997 como
primer ministro, el primer laborista desde la década de 1970— fue
su mayor logro. Autodenominado de centro izquierda, su
gobierno del Nuevo Laborismo, favorable al mercado y favorable
a las empresas, trabajó para expandir la reforma de mercado de
los conservadores (aunque en este punto solo dentro del NHS en
Inglaterra, ya que Escocia, Gales e Irlanda del Norte obtuvieron
más autonomía, y en gran medida se alejaron de la reforma de
mercado). En el NHS inglés, los compradores, ahora llamados
«comisionados», se volvieron completamente independientes de
la jerarquía del NHS, atenuando así la responsabilidad de los
votantes. Junto con más mercados, los nuevos laboristas
también crearon nuevas instituciones, como el Monitor y la
Comisión de Calidad de la Atención, para actuar como
reguladores de mercado. En casi todos los casos, estos
organismos independientes de «expertos» eran formalmente

140
burocracias públicas, en lugar de actores de mercado —al igual
que los bancos centrales independientes o la Comisión Europea—
, sin embargo, disminuían cada vez más la responsabilidad para
los votantes, a pesar de su ubicación dentro del Estado. Una vez
más, el diagrama de Venn del conjunto de agentes estatales y el
conjunto de agentes democráticos muestra superposición, pero
no coincidencia, entre los dos. La propiedad pública no significa
en sí misma propiedad democrática; y, como muestran las
reformas de mercado del NHS, la propiedad pública puede que ni
siquiera signifique desmercantilización. El Estado ahora
supervisó un sistema fragmentado en lugar de uno planificado
que estaba más unificado.
Una vez la puerta hacia una amplia transformación de
mercado estuvo agrietada, la coalición de Conservadores y
Liberal-Demócratas de David Cameron después de 2010 la abrió
de par en par. Su Ley de Salud y Atención Social de 2012 amplió
el acceso a proveedores explícitamente con fines de lucro e
introdujo la competencia sobre los contratos de comisionamiento
—un contrato que asigna quién puede firmar otros contratos. En
ese momento, incluso la Asociación Médica Británica —la misma
organización de médicos que inicialmente había luchado contra
Bevan para mantener el espacio para los negocios privados y los
privilegios profesionales— estaba haciendo frente a las reformas
que serían una puerta de entrada para que las corporaciones de
la salud primero se hicieran cargo de algunos espacios y luego
acapararan grandes sectores de la NHS. En los años posteriores a
esta revisión, más del 10% del gasto total del NHS ya se destinó a
proveedores con fines de lucro.

En contra del mercado

La historia del NHS desde la década de 1990 no es solamente


una de un conflicto entre la planificación y los mercados;

141
también es un recordatorio de que los mercados deben
construirse y mantenerse, un punto que los neoliberales
entendieron bien, ya que se propusieron hacer precisamente eso.
Los mercados son creaciones humanas; de hecho, la prehistoria
que planteó Adam Smith donde los valientes humanos neolíticos
se las arreglaban a través de «trocar, cambiar y permutar» es tan
inexacta como el Edén creacionista donde los humanos
montaban dinosaurios. En lugar de ser naturales e inevitables,
los mercados son una institución planificada. El NHS es el
ejemplo perfecto de ese esfuerzo consciente en la creación de algo
que en última instancia es antidemocrático —donde la fuerza de
tu voz es el tamaño de tu billetera—, anárquico y, a menudo,
irracional. Tres décadas después, el NHS central es cada vez más
un vehículo sin timón para repartir dinero, a medida que la
planificación de todo el sistema se ha ido erosionando. Se
suponía que la competencia haría que el NHS fuera más eficiente,
aumentaría la calidad de los servicios y daría voz a los pacientes.
Sin embargo, en todos los aspectos, ha hecho poco; y, en cambio,
ha socavado los valores básicos del NHS —que la atención médica
sea universal, accesible y gratuita.
Las reformas del mercado introdujeron muchos costos
nuevos. Pese a que su objetivo fue la reducción de la burocracia
gubernamental, la densa jungla de contratos entre proveedores y
compradores de hecho requirió muchísimos nuevos burócratas.
Para 1994, tres años desde que se implementó mercado interno,
el NHS había contratado a 10.000 nuevos administradores. Si bien
los costos de administración representaron solo el 5% del
presupuesto total del NHS en la década de 1980, en 2005 casi se
había triplicado, hasta el 14% del total. Con esto nos debería
quedar claro que la planificación fue más eficiente que el
mercado en varias ocasiones. Un informe de 2014 del Centro para
la Salud y el Interés Público del Reino Unido calculó el costo de
administrar el mercado interno en un estimado de £ 4,5 mil

142
millones por año55 —suficiente para pagar docenas de nuevos
hospitales.
Un servicio de salud público y universal puede amalgamar
costos. En este sistema, los hospitales no tienen que cobrar por
procedimientos individuales (o sus componentes, como la
anestesia); en cambio, los costos se absorben en un presupuesto
común a partir del cual se contratan cirujanos y se compran los
suministros. El control de los recursos también puede ocurrir sin
la mediación de precios internos: por ejemplo, a través de una
simple priorización de servicios. La complejidad de la medicina
moderna (y el aumento de la atención preventiva) significa que
aislar los costos no solo es difícil, sino en gran medida arbitrario.
Pero a pesar de que es difícil trazar una línea recta entre los
pequeños gastos en salud y los resultados de dichos gastos, el
mercado interno requiere que los servicios se dividan en tales
«productos» para tener un precio. Administrar la red de contratos
resultante no solo es ineficiente; va en contra de las tendencias
socializadoras de la sanidad pública.
Los mercados dentro del servicio de salud no solo son
costosos, sino que también están lejos de los simples modelos
descritos en los libros de texto de Economía. Lo que los
economistas llaman «barreras/costos de entrada» son muy
elevadas: la construcción de nuevos hospitales es una opción
disponible solo para el Estado o para las pocas grandes
corporaciones de salud. Y sin el Estado, estas corporaciones
terminan dominando el mercado, lo que lleva a una escasa
competencia, además de un desperdicio y duplicación
generalizados. Los consultores y los comercializadores, por
ejemplo, han florecido en el mercado interno del NHS. Los
socialistas han señalado durante mucho tiempo que el marketing
es un gran desperdicio de recursos y energía humana bajo el
Capitalismo, pero además no está acorde a la atención médica:

55
En promedio, 7,41 miles de millones de dólares de la época (N. del T.).

143
los recursos que podrían destinarse a salvar vidas o curar
enfermedades se desperdician en atraer a los médicos para que
elijan una clínica en lugar de otra para una remisión.
¿Todos estos costos adicionales han generado nuevos
beneficios? En el mejor de los casos, es difícil de decir. Cada
paciente llega al tratamiento con su propio registro personal,
incluidos todos los determinantes sociales de la salud, lo que
dificulta enormemente la comparación. A nivel agregado,
recuerde que a medida que Inglaterra avanzaba en la senda del
mercado, Escocia decidió a fines de la década de 1990 volver a un
NHS más público, donde los pacientes no son solo consumidores
de atención médica, sino propietarios del propio servicio. Desde
entonces, el NHS escocés ha mejorado con mayor velocidad en
indicadores importantes, como el tiempo de espera para una
cama de hospital o una ambulancia. En otras medidas, como la
esperanza de vida, la brecha entre la Escocia relativamente más
pobre y su prima del sur se mantiene estable.
Las dificultades para medir la calidad no han impedido que
los impulsores del mercado pretendan que es simple. Como parte
de sus reformas, los nuevos laboristas incluso crearon un sistema
de calificación de tres estrellas, como las reseñas de conductores
de Uber, pero para hospitales. Como era de esperar esto salió
extremadamente mal. Por ejemplo, bajo el sistema de estrellas,
los cirujanos cardíacos en los hospitales de Londres estaban
menos dispuestos a realizar operaciones de alto riesgo pero que
salvan vidas porque podrían dañar la calificación de su hospital.
Los fanáticos del libre mercado, que se quejaban de que los
incentivos perversos dejaban languidecer la calidad bajo la
planificación, crearon sus propias perversiones.
Entonces, si la competencia no puede pretender ser más
eficiente o brindar mayor calidad, ¿puede al menos dar a los
pacientes esa "voz"? De hecho, resulta que tener varios
proveedores médicos para escoger no es una prioridad para los
usuarios. En una encuesta reciente del Reino Unido, el 63% de las

144
personas clasificaron la justicia como su valor más importante
en la atención médica. La elección de quién brinda el servicio, sin
embargo, fue la última. Es más, donde las condiciones se vuelven
más peligrosas para la vida y los tratamientos son
tecnológicamente más avanzados, las personas demuestran aún
menos deseo de participar en las decisiones médicas. Y las
encuestas también han encontrado que las personas prefieren
tener más voz sobre el tipo de tratamiento que reciben que sobre
quién lo ofrece. La gente claramente desea tener voz en la toma
de decisiones de atención médica, pero darse cuenta de esto
requiere una democratización diferente y más profunda que la
proporcionada por el mercado. Involucrar a los pacientes
tratándolos como si fueran consumidores que eligen el champú
en la farmacia es muy diferente a brindarles a los pacientes una
autonomía más informada sobre su propia salud.

La alternativa planificada y democrática

Hoy, después de casi tres décadas de las reformas de


mercado, cada año el NHS administra más la competencia que la
atención médica. Planifica por poder. Menos espacio para la
planificación estratégica significa que las decisiones las toman
unidades independientes más pequeñas que están enredadas en
redes de contratos cada vez más grandes. Por supuesto, antes de
la década de 1990 el NHS todavía planificaba muy poco y la
planificación no era lo suficientemente democrática. Y también
estaba crónicamente subfinanciado. La lenta expansión del
mercado interno —el dicho de Margaret Thatcher de que «no hay
alternativa»— a la atención médica fue una forma de salir del
impasse de finales de la década de 1970 —antidemocrático e
ineficiente para el sistema, pero lucrativo para los proveedores
privados.

145
Pero había, y hay alternativas. En el lugar de los tecnócratas
de antes y los comisionados de hoy, podemos imaginar consejos
de salud comunitarios que combinan representantes elegidos del
público en general, miembros de grupos locales de defensa de la
salud y expertos en ciencia médica y provisión de medicina, así
como representantes elegidos por los propios trabajadores
médicos. Las personas elegidas de la comunidad podrían recibir
una formación básica en política sanitaria y ciencias de la salud.
Podríamos imaginar un consejo de consejos, que pudiera manejar
cuestiones de prioridades, de salud preventiva y de
racionamiento en todo el sistema. En algunos asuntos donde el
conocimiento técnico es más importante, los votos podrían
ponderarse. También hay espacio para una participación
genuina en la toma de decisiones para el paciente en el
consultorio del médico. Los resultados de la encuesta de
pacientes antes mencionada muestran que las personas no
quieren servicios de atención médica específicos de proveedores
específicos, sino simplemente estar saludables. Un sistema de
salud que cuente con recursos suficientes y los distribuya de
manera equitativa podría emprender este camino, al menos
dando a los médicos más tiempo con los pacientes, alentando así
a que las relaciones sean menos paternalistas. Más adelante, la
salud podría integrarse en la planificación fuera del sistema de
salud (planes para vecindarios y lugares de trabajo) integrando la
atención de salud formal con la planificación democrática en
torno a los determinantes sociales de la salud.
Una planificación más profunda y democrática uniría a los
trabajadores sanitarios con los pacientes y comunidades enteras
como coproductores activos de la salud y propietarios colectivos
de un servicio sanitario. La idea misma de un NHS, incluso
cuando está siendo socavada y parcialmente desmantelada,
representa la posibilidad de esta nueva economía. Un sistema
público universal —gratuito en el punto de servicio y pagado con
impuestos (como era el objetivo de Bevan), pero que encarna la

146
democracia humanista, de abajo hacia arriba, en lugar de la
caridad estatal tecnocrática y paternalista— es además uno que
construye su propia circunscripción y crea un nuevo tipo de
persona —más dispuestos a cooperar y a ver sus propios destinos
vinculados cooperativamente con los de los demás.
Los capitalistas «librecambistas», como hemos visto,
terminan planificando más de lo que creemos. El ejemplo del
NHS nos demuestra que incluso los grandes proyectos de
planificación estatales no son siempre completamente
democráticos —y, en la medida en que existen, están siempre bajo
constante amenaza de privatización. Por lo tanto, la
desmercantilización (la eliminación del aprovisionamiento
mediante el mercado de bienes y servicios) es solamente una
condición necesaria para la democratización de la Economía;
pero no es una condición suficiente.
La semilla de una planificación racional, democrática y
emancipatoria de los servicios públicos ciertamente fue
sembrada en el NHS. Sin embargo, tanto para la salud como para
cualquier otro sector, la nacionalización no es suficiente.

147
VII

¿EXISTIÓ UNA PLANIFICACIÓN EN LA UNIÓN


SOVIÉTICA?

«Todo este asunto acerca de Walmart y Amazon, incluso el


NHS parece bastante bueno y positivo», nos imaginamos que
dices entre dientes. «Pero existía esta cosa llamada Unión
Soviética. ¿A lo mejor oyeron hablar de ella? Bastante
desagradable. Gulags. Policía secreta. Millones de muertos. Los
pantalones no tenían bragueta. No había piñas ni Elvis. Y el
colapso de la URSS como que demostró de forma irrefutable la
imposibilidad de la planificación, ¿no les parece?».
Los críticos de izquierda de la Unión Soviética suelen
encontrar la explicación de su fracaso en la naturaleza atrasada
y esencialmente feudal de la economía prerrevolucionaria, en la
presión continua de la amenaza militar de Occidente, en las
supuestas lagunas democráticas de las estructuras organizativas
leninistas, o en los intereses de clase de los antiguos burócratas
zaristas de los que el Estado obrero inexperto no tenía más
remedio que depender.
Estas explicaciones de izquierda sobre el ascenso del
estalinismo no son necesariamente incorrectas. Pero aquí nos
interesa específicamente la teoría elaborada por los
conservadores, para quienes el totalitarismo se relaciona
directamente con una economía planificada. Igualmente, nos
interesa cómo el público en general se convenció de esta
explicación: que la Unión Soviética demostró no solo que la
planificación no funciona, sino que es inherentemente
autoritaria.
Nuestro argumento es que, si bien la sustitución del
mercado por la planificación es una condición necesaria para
una sociedad igualitaria, no es una condición suficiente. La

148
planificación debe ser democrática. Mises y Hayek lo
entendieron al revés: no es que la degradación de la información
económica que es resultado de la planificación conduzca al
autoritarismo, sino que el autoritarismo impulsa la degradación
de la información, lo que socava la planificación.
Se ha escrito una biblioteca entera de libros sobre el fracaso
del experimento bolchevique, y ensayar estos argumentos sería
tan tedioso para nosotros como fastidioso para nuestro lector. Sin
embargo, cualquier libro que discuta la planificación no puede
ignorar lo que fue el intento más grande de la historia —o al
menos, el intento más grande antes de Walmart. Nos guste o no,
la historia de la Unión Soviética transcurre a través de ideologías
económicas en todo el espectro político. Nuestro objetivo,
entonces, es brindar una narrativa lo más concisa posible, libre
de los peores ejemplos de escolasticismo y sectarismo del siglo
pasado sobre el tema, que ubique el lugar de la planificación —y
la falta de ésta— en la tragedia soviética.

Haciéndolo sobre la marcha

Es extraño que pese a que los bolcheviques se embarcaron


en el experimento económico más radical del siglo pasado en
realidad no llegaron al poder con una estrategia económica
específica. No tenían planos por ahí que ilustraran cómo se
podría implementar el Socialismo. Karl Marx y Friedrich Engels
pueden haber descrito de manera magistral la economía política
del modo de producción capitalista, pero dejaron pocas
descripciones específicas de cómo sería el reemplazo que
esperaban.
Al regresar a Petrogrado en abril de 1917 luego de su exilio
en Suiza, Vladimir Lenin también desarrolló no más que los
trazos más amplios de un programa económico. Sus «Tesis de
abril», un par de discursos dirigidos a sus compañeros

149
bolcheviques, enumeran la necesidad de poner fin de inmediato
a la guerra, confiscar las grandes haciendas y transferir la
totalidad del poder estatal a los soviets —los consejos que
representan directamente a los trabajadores que habían surgido
en el transcurso de la revolución que derrocó a la dinastía
Romanov. Esto incluiría la unión inmediata de todos los bancos
en un único banco nacional controlado por el Soviet de
Petrogrado. Pero eso es todo. Y la octava tesis advierte: «No
[tenemos la] “implantación” del Socialismo como nuestra tarea
inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata
del control de la producción social y de la distribución de los
productos por los Soviets de diputados obreros»56. A diferencia de
la detallada teorización de Neurath sobre cómo deberían
organizarse las industrias socialistas, Lenin y otros bolcheviques
habían prestado poca atención a cómo se dirigiría la economía
después de la toma del poder.
En su discurso de junio al primer congreso de todos los
soviets de todo el país, Lenin declaró que el programa de
respuesta a la crisis económica que asolaba el país era hacer
públicas las ganancias de los capitalistas, «detener a cincuenta o
cien de los millonarios más ricos», y pasar el «control» a los
trabajadores57. En su historia económica de la URSS de 1969, el
economista ruso-escocés Alec Nove señala, sin embargo, que la
palabra rusa «kontrol» no significa «toma de control» per se, sino
que tiene más un sentido de inspección y verificación similar al
francés «contrôle des billets»: «El énfasis [de Lenin] estaba en la
prevención del sabotaje y el fraude por parte de los capitalistas.
Sin embargo, de vez en cuando, “kontrol” se convertía en control,
convirtiéndose en una regulación completa de la producción y

56
Illich, V. (1917). Las tareas del proletariado en la presente revolución (“Tesis
de abril”). Recuperado de:
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/abril.htm.

57
Illich, V. (1961). I Congreso de los Soviets de diputados obreros y soldados
de toda Rusia. Obras Escogidas (Tomo II). Pág. 83. Moscú: Progreso.

150
distribución por parte de los trabajadores, en la “organización
nacional” del intercambio de granos por productos
manufacturados, etc. Pero cómo iba a suceder esto… no estaba
definido»58.
A medida que avanzaba 1917, a medida que los ferrocarriles
se derrumbaban, los empleadores saboteaban la producción, la
hambruna amenazaba y una desorganización general hacía
metástasis, la cuestión de qué se entiende por «control» de los
trabajadores comenzó a imponerse de manera menos abstracta.
Era cada vez más claro que se requería de algún tipo de
coordinación de la producción y la distribución —ya fuera
realizada por el Estado o por los trabajadores— para superar el
caos que se extendía rápidamente.
En vísperas de la Revolución de Octubre, Lenin escribió que
el Capitalismo ya había creado en sí mismo un excelente
mecanismo de coordinación cuya «deformación capitalista»
podría simplemente extirparse: un útil aparato contable parecido
al de los bancos, los «sindicatos» (efectivamente grupos de
empresas) y el servicio postal. Este aparato podría ser tomarse
«ya formado del Capitalismo»59. Comenzamos a ver cómo Lenin
se apoya en la misma necesidad de planificación económica que
había propuesto Otto Neurath: «Un banco único del Estado, el más
grande de los grandes, con sucursales en cada distrito, en cada
fábrica, supone ya nueve décimas partes del aparato socialista.
Supone una contabilidad nacional, un cálculo nacional de la
producción y distribución de los productos; es, por decirlo así,
como el esqueleto de la sociedad socialista»60.
Sin embargo, los bolcheviques no llegaron al poder en
octubre y luego nacionalizaron la totalidad de la economía al día

58
Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition).
Pág. 34. Londres: Penguin Books.
59
Illich, V. (1961). ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? Obras
Escogidas (Tomo II). Pág. 214. Moscú: Progreso.
60
Ibidem.

151
siguiente. La planificación centralizada llegó a cuentagotas,
sobre una base ad hoc —a menudo como reacción a la
interrupción o el colapso de las relaciones de mercado normales
y la escasez agudizada a medida que la guerra civil se extendía
por todo el país— en lugar de mediante el despliegue gradual de
una estrategia integral para reemplazar el mercado. El invierno
de 1917 fue severo. Cuando los trabajadores abandonaron la
ciudad en busca de alimentos, las fábricas tuvieron que cerrar
debido a la escasez de mano de obra, lo que agravó aún más la
escasez, mientras que el gobierno intentó racionar los alimentos
y otros artículos esenciales a través del Estado o las cooperativas.
Fue la necesidad, no la ideología, lo que impulsó la prohibición
del comercio privado de artículos de consumo. A medida que se
agotaron los suministros, no solo de las necesidades del
consumidor, sino también de materias primas y combustible, se
produjo, según Nove, «una escalada fatalmente lógica del grado
de control estatal, la operación estatal y finalmente también la
propiedad estatal»61.
El 27 de noviembre, el Congreso de los Soviets emitió un
decreto sobre el control de los trabajadores, otorgando mayores
poderes a los comités de fábrica. Ahora podían «interferir
activamente» en todos los aspectos de la producción y la
distribución, y sus decisiones condicionaban a los propietarios de
las fábricas. Sin embargo, el decreto no fue tanto una luz verde
para que los comités de fábrica se hicieran cargo de la
producción, sino un imprimátur legal de lo que ya había estado
sucediendo desde hace meses. Como se pregunta Nove, ¿era esto
kontrol o control?
La escala y el calendario en el que se realizaría la
nacionalización eran igualmente inciertos. Los académicos
soviéticos de la época no están de acuerdo con si el partido tenía

Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition).


61

Pág. 49. Londres: Penguin Books.

152
siquiera un plan básico para la nacionalización de todos los
principales sectores industriales.
Sin embargo, en diciembre de 1917, se estableció el Consejo
Supremo de Economía Nacional, o VSNJ (Vesenjá), para elaborar
las normas generales de regulación de la vida económica del
país. Tenía el derecho de requisar y efectuar la «sindicación»
obligatoria de varias ramas de la industria. En estos primeros
días, varias secciones de Vesenjá incluso incluían gerentes y
propietarios, a menudo superpuestos con los sindicatos
comerciales sectoriales (asociaciones comerciales) que habían
existido antes de la revolución. Como señala Nove, incluso las
oficinas y gran parte del personal siguieron siendo los mismos62.
Si la esencia del Socialismo es la generalización del
principio democrático a todas las áreas económicas que
actualmente están supervisadas por los propietarios no electos
de empresas privadas, entonces, ¿qué diferencia hay para los
trabajadores, o incluso para cualquier persona de la sociedad, si
las decisiones económicas las toman burócratas no electos en
lugar de jefes no electos? La democracia es el corazón palpitante
del Socialismo y, como veremos, es el freno crucial contra la
ineficiencia económica.
Entonces, en la época de la Revolución de Octubre, es
probable que hubiera al menos algunas corrientes que
reconocieron que si bien la nacionalización era una medida
necesaria, no se suponía que representara el objetivo final. Este
fue ciertamente el caso entre los elementos socialistas más
libertarios, incluso cuando otros argumentaron que una
extinción inmediata del Estado era una ilusión ultraizquierdista.
Si bien la totalidad de la flota mercante fue nacionalizada
formalmente en enero de 1918, algunas nacionalizaciones se
debieron incluso a la negativa de los empleadores a aceptar el

62
Ibidem, pág. 46.

153
gobierno de los consejos de trabajadores y a su preferencia por la
toma de control estatal como la opción menos intolerable.
El caos y el alcance de la nacionalización no autorizada de
la industria desconcertaron a las autoridades centrales; ese
mismo año, decretaron que ninguna expropiación podría ocurrir
sin el consentimiento del Vesenjá. En junio, sin embargo, se
produjo una reversión total del esfuerzo por aplicar los frenos con
la adopción de un decreto que nacionalizaba todas las fábricas,
inaugurando el período comúnmente llamado «Comunismo de
guerra». El comercio exterior, la distribución urbana de alimentos
y otros artículos quedó bajo la dirección del Estado, mientras que
la requisición de alimentos a los campesinos (que resultaría ser
brutal) se introdujo en un intento de enfrentar la amenaza de la
hambruna. Se tomaron estas medidas no en apoyo de una
nacionalización desde abajo, o para promover la causa de la
democracia socialista, sino para imponer algo de orden a las
condiciones caóticas de un contexto de creciente guerra civil, la
cual se había esparcido por gran parte de Rusia entre el Ejército
Rojo Bolchevique y los «Blancos» —monarquistas, conservadores
y fuerzas proto-fascistas que eran respaldadas por Gran Bretaña,
Francia, los Estados Unidos, Japón y otros diez ejércitos
extranjeros—, además de varios socialistas no-bolcheviques. Se
interrumpieron el suministro de materiales y alimentos y las
comunicaciones, lo que agravó la crisis a medida que la escasez
se hacía cada vez más aguda. Además de todo esto, en marzo, los
términos impuestos por Alemania en el Tratado de Brest-Litovsk
para poner fin a la Gran Guerra en el Frente Oriental habían sido
punitivos, con Rusia perdiendo grandes extensiones de tierra
cultivable e industrias productivas a manos de las potencias
centrales, y las naciones occidentales en su conjunto estaban
imponiendo un bloqueo naval contra el gobierno obrero naciente.
Entre el comienzo de la Gran Guerra entre 1914 y 1921, la
producción bruta de toda la industria se desplomó en dos tercios;
la producción de carbón disminuyó en dos tercios y la generación

154
de acero y electricidad (la que existía) en aproximadamente
cuatro quintos, mientras que las importaciones se desplomaron
en un 85% y las exportaciones en un poco menos de 99%.
La restauración del orden no solo era imperativa, sino
también popular. Y, de hecho, vemos repetidamente a lo largo de
la historia cómo los Estados capitalistas en condiciones de guerra
total también se han involucrado en una nacionalización
generalizada —o al menos en la centralización de las decisiones
de inversión, el racionamiento y un control estatal de la
economía mucho mayor que el que normalmente se obtiene bajo
el Capitalismo en una época de paz. Para los bolcheviques, como
Roosevelt o Churchill unas dos décadas después, ganar la guerra
entraba en conflicto con las ineficiencias del mercado. Había una
necesidad terrible de extender el control estatal.
Hubo figuras de la Oposición de Izquierda como Nikolái
Bujarin y Karl Radek que se opusieron a las inclinaciones de
Lenin hacia la disciplina y la autoridad gerencial, e incluso
aquellas hacia los incentivos materiales, el trabajo a destajo y el
pago de salarios más altos a los especialistas que a otros
trabajadores. Gran parte de lo que estaba ocurriendo parecía una
refutación de los objetivos democráticos e igualitarios del
marxismo y, sobre todo, de su deseo de trascender la dominación
en favor de un nuevo reino de libertad. Pero al mismo tiempo, la
derrota en la guerra civil podría significar la pérdida del primer
gobierno obrero del mundo. Objetivos tan nobles como los que el
mismo Lenin había articulado anteriormente tendrían que
esperar. Rusia estaba desesperadamente subdesarrollada, su
economía aplastada. Lo mejor que se podía hacer era que los
bolcheviques resistieran tanto como pudieran con la esperanza
de que la revolución mundial prometida se extendiera a naciones
más industrializadas como Alemania o Gran Bretaña, lugares en
los que Marx y otros socialistas esperaban que surgiese dicha
revolución mundial, en lugar de un pantano económico todavía
en gran parte feudal como Rusia.

155
Después del colapso del rublo y de que el gasto público se
financió mediante la impresión de dinero, los gastos corrientes
de gran parte de la economía comenzaron a salirse del
presupuesto; como resultado, los pagos en efectivo comenzaron a
valer cada vez menos. Los consejos económicos locales
resolvieron que las empresas industriales estatales debían
entregar sus productos a otras empresas siguiendo las
instrucciones del Vesenjá sin necesidad de pago, y que debían
recibir los materiales y servicios que necesitaban de la misma
manera. Los ferrocarriles y la flota mercante también deberían
transportar mercancías de forma gratuita. Posteriormente, a los
trabajadores del sector estatal, y más tarde a otros trabajadores
urbanos e incluso a algunos residentes rurales, ya no se les
cobraba por su miserable ración de alimentos («raciones gratis,
cuando había algo para racionar»63, escribe Nove), mientras que
el correo, el transporte y otros servicios municipales eran
gratuitos y los salarios se pagaban principalmente en especie.
Los gastos se convirtieron más en una práctica de contabilidad
que en un intercambio. Como describe Nove: «El dinero perdió su
función efectiva dentro del sector estatal de la economía»64.
A fines de 1918 un nuevo organismo, llamado Comisión de
Utilización, encargado únicamente de la cuestión de la
distribución, comenzó a redactar balances de materiales, el
germen de lo que se convertiría luego de algunas décadas en
sistemas soviéticos de planificación mucho más sofisticados. El
deseo ideológico de una sociedad sin dinero se fusionó con las
exigencias de una economía en crisis. Para 1919, el borrador del
programa del Partido Comunista establecía que el comercio debía
ser reemplazado sin desviaciones por una «distribución de
productos planificada y organizada por el gobierno», mientras
que debían hacerse preparativos para «la abolición del dinero».
Algunos incluso teorizaron que era el caos de las revoluciones

63
Ibidem, pág. 68.
64
Ibidem, pág. 58.

156
mismas lo que produciría la rápida desaparición de las relaciones
capitalistas, como el intercambio de dinero y mercancías en el
mercado.
Al principio, en medio del colapso, lo mejor que pudo hacer
Vesenjá fue más una mitigación del desastre que una
planificación centralizada. Ordenó lo que había que producir,
distribuyó lo que se podía distribuir e intentó introducir la
coordinación entre los sectores económicos. No obstante, en
septiembre de 1919, Bujarin estimó que entre el 80 y el 90% de las
industrias más grandes habían sido nacionalizadas. La
expropiación de empresas más pequeñas, sin embargo, se
descartó como algo que estaba «absolutamente fuera de lugar», ya
que sería imposible organizar esa producción y distribución a
pequeña escala. Un decreto a principios de ese año prohibió la
nacionalización de talleres con menos de cinco empleados,
aunque sí se produjeron grandes nacionalizaciones ad hoc de
empresas de este tamaño, pero sin ningún plan coherente, ya que
las autoridades (donde existían) se precipitaban «de cuello de
botella en cuello de botella»65. Mientras tanto, una vasta
economía sumergida exacerbó la escasez y la inflación, y extrajo
recursos lejos de las prioridades de la guerra. Y así, en noviembre
de 1920, a pesar de la absoluta incapacidad y clara falta de deseo
de los administradores, con su embrionaria capacidad de
planificación para manejar decenas de miles de operaciones
minúsculas, un decreto anunció la nacionalización de toda la
pequeña industria.
Mientras que Lenin al final se salió con la suya al reinstalar
la administración unipersonal en los lugares de trabajo, esto
tomó varias formas. En algunos lugares esto significó tener a un
trabajador a cargo, con un especialista —lo que en esencia era un
administrador antes de la revolución— que lo aconsejaba. En
otros lugares esto significó que un especialista estaba a cargo, con

65
Ibidem, pág. 64.

157
un comisario-trabajador que en ocasiones podía aconsejar, pero
no tenía autoridad sobre él. Algunos, que se posicionaban
políticamente dentro de los Bolcheviques y se los denominó la
Oposición Obrera, deseaban que el sindicato se hiciese cargo de la
economía, mientras que León Trotsky, comandante del Ejército
Rojo y prácticamente el arquitecto de la victoria bolchevique en
la guerra civil, abogaba por la completa militarización del trabajo.
Él creía que la urgencia del cataclismo justificaba el
establecimiento temporal de un «ejército laboral» que operara
bajo disciplina militar. Sin embargo, sería una simplificación
absurda el identificar dichas discusiones como algo que tenía
lugar entre una tendencia derechista, centralizadora y más
autoritaria, por un lado, y una tendencia más izquierdista y
libertaria por el otro. Las discusiones fueron feroces, y figuras
claves vacilaron entre varias posiciones a medida que las
condiciones cambiaban. Lenin, por su parte —mientras que
apoyaba una estricta disciplina y una organización más
centralizada en beneficio del interés general, e incluso la
militarización del trabajo de vez en cuando— pensó que Trotsky
había ido demasiado lejos. Él creía que los sindicatos debían
mantener su importante función como una representación
sectorial de los trabajadores. Precisamente debido a que la
situación en aquel momento demandaba tal distorsión
burocrática y centralizadora de los objetivos socialistas, él creía
en la necesidad de mantener la habilidad independiente de los
sindicatos para luchar por los intereses de sus miembros en tal o
cual fábrica. El control sindical de la economía en efecto
transformaría a los sindicatos en los brazos gerenciales del
Vesenjá, representando el interés de la gerencia con respecto a
los trabajadores, lo cual entraría en conflicto con su rol histórico
de representar el interés de los trabajadores con respecto a la
gerencia. Sin embargo, el esfuerzo de lograr establecer una mayor
disciplina desembocó en un mayor control del partido por sobre
los sindicatos (en algunos casos con complicidad, debido a que el
personal involucrado era frecuentemente miembro de los dos), y

158
luego, a medida que la democracia soviética estaba siendo
estrangulada, el Estado saldría victorioso de esta disputa.

El Gosplán y el Gulag

Como dijimos anteriormente, no es necesario que nosotros


añadamos algo a la extensa literatura que describe las purgas que
exterminaron a la mayoría de los antiguos bolcheviques que
habían realizado la revolución, la gran hambruna que fue
responsable de la muerte de cerca de 12 millones de personas (en
mayor parte ucranianos), el sabotaje de la Revolución Española,
el gulag, la represión de los levantamientos obreros en Hungría y
Checoslovaquia, o la invasión de Afganistán. Sin embargo,
nosotros estamos interesados en considerar los factores
económicos del deterioro, y en particular deseamos identificar si
es que la planificación es una causa del (o contribuye al) aumento
del autoritarismo —tal y como Nove, el socialista de mercado, y
prácticamente la mayoría de los socialdemócratas, liberales y
conservadores han argumentado—, o, por el contrario: si es que es
de hecho es el autoritarismo aquello que destruye la
planificación.
Inmediatamente en octubre, los campesinos habían
comenzado a distribuir la mayor parte de la tierra y a dividirla
entre ellos. Mientras que la distribución de la tierra estaba
alineada a los objetivos de la revolución y estaba siendo
impulsada por el gobierno emergente, el proceso pronto resultó
en la imprevista incapacidad de alimentar a las masas urbanas,
una crisis que resultó en un profundo antagonismo entre las
ciudades y el campo, que solo podría ser resuelto a través de una
brutalidad que podría considerarse como uno de los más grandes
crímenes de la historia.
La reorganización de las granjas y de los inmensos Estados,
por supuesto, había tenido un impacto tremendo en la producción

159
agrícola, sobre todo a medida que los campesinos tenían luchas
internas con respecto a cómo la tierra debería ser distribuida.
Existían campesinos ricos y pobres. Algunos deseaban poner un
freno a la distribución, mientras que otros apoyaban la
colectivización de la producción. Pero el hambre que acechaba a
las ciudades no fue resultado de estos enfrentamientos, sino
resultado de una contradicción entre los intereses inmediatos de
los trabajadores urbanos y de los campesinos, sin embargo, se
había hecho mucho daño a la unidad de aquellos que empuñaban
el martillo en la fábrica y aquellos que blandían la hoz en los
campos. Gran parte del campesinado no eran trabajadores
agrícolas contratados por un jefe, sino algo más parecido a los
siervos feudales, pese a que la servidumbre había sido abolida
formalmente en 1861, siendo los nobles o el Estado mismo
aquellos que expropiaban un porcentaje de lo que era producido y
entonces lo vendían en el mercado. El origen de la riqueza en
Rusia, al igual que en todos los otros países antes del surgimiento
del Capitalismo, era este robo estacionario directo a los
campesinos. El incentivo del campesino para producir cualquier
excedente estaba entonces impulsado por su necesidad de
sobrevivir, de asegurarse de que hubiese suficiente remanente
para comer luego de que el terrateniente hubiese tomado su
porción.
Las raciones de pan en Petrogrado eran tan ínfimas que los
trabajadores —muchos de los cuales habían sido, apenas una
generación atrás, campesinos— comenzaron a regresar a sus
pueblos para poder alimentarse; algunas fábricas incluso
tuvieron que cerrar sus puertas debido a la muerte de los
trabajadores. El nuevo gobierno estaba entre la espada y la pared.
La mejor opción podría ser producir un grupo de bienes
industriales ligeros y bienes de consumo que los campesinos
podrían desear, por lo tanto, incentivando al campesinado —
muchos de ellos se habían limitado a producir para su
subsistencia en pequeños terruños redistribuidos— a producir

160
suficiente excedente para lograr comprar dichos artículos. El
desorden y el caos resultantes de la revolución y la guerra civil
ya habían hecho de esta una tarea bastante difícil, pero el
problema se agudizaba debido a la necesidad de generar la
producción industrial pesada necesaria para producir las armas
y los vehículos necesarios para ganar la guerra. Incluso cuando,
a sorpresa de muchos, la guerra civil comenzó a estar a favor de
los bolcheviques en 1920, los revolucionarios comenzaron a
temer que ejércitos extranjeros, mucho más ricos y
tecnológicamente avanzados, podrían volver a invadir en
cualquier momento. Los bolcheviques se enfrentaban a una
paradoja: un giro a la producción industrial ligera podría resultar
en la destrucción de la revolución desde afuera; pero si no
realizaban ese giro hacia la producción industrial ligera, la
revolución podría destruirse desde dentro.
En resumen, los soviéticos sufrían debido a un sector
agrícola que todavía debía ser integrado al Capitalismo. De haber
tenido un emergente Capitalismo a nivel nacional que hubiese
convertido a estos campesinos en trabajadores agrícolas, como
había venido pasando desde hace bastantes décadas en Europa
Occidental, estos trabajadores podrían haber tenido un interés
común con los trabajadores industriales de las ciudades y los
pueblos a favor de la colectivización de la producción. Pero en su
lugar, la revolución había liberado a los campesinos y los había
transformado en pequeños propietarios.
La escasez de alimentos generó acumulación, especulación
y por lo tanto inflación, y estos generaban aún más escasez.
Durante los años 1918 y 1919 cerca del 60% del consumo urbano
tenía lugar gracias al mercado negro.
Tal y como venía sucediendo con otras áreas de la
producción, distribución y mercados rotos, las autoridades
centrales comenzaron a implementar mecanismos mucho más
agresivos de distribución.

161
En mayo de 1918 se había dado poderes al Comisariado del
Pueblo de Alimentos (Narkomprod) para obtener alimentos a la
fuerza. Sus oficiales, junto a regimientos de trabajadores armados
y la policía secreta (Checa) expropió las reservas de aquellos que
fueron acusados de acumular, mientras que se arrasaba a los
campesinos pobres a través de una campaña de confiscación de
granos a los denominados «kulaks» (también denominados
«campesinos ricos»). Estas confiscaciones de alimentos luego de
un tiempo se convertirían en la «Prodrazvyorstka»66, un sistema
regularizado de compra forzosa por un precio fijo —pero poco
atractivo— parecido a los programas de confiscación de granos
llevados adelante por el zar durante la Primera Guerra Mundial.
Los precios eran, en ocasiones, tan bajos que la compra bien
podría haberse llamado confiscación, y poco podía comprarse
con tan ínfima suma. Como se puede entender, los campesinos se
opusieron, sobre todo porque la comida que quedaba luego de que
los agentes de la Prodrazvyorstka se habían ido no era suficiente
como para alimentarlos a ellos mismos. Los levantamientos no
fueron algo extraño. El programa solamente había profundizado
el desabastecimiento y la especulación debido a que los
campesinos escondían sus granos, los vendían en el mercado
negro, o simplemente no enseñaban las semillas —¿por qué razón
habrías de trabajar si la totalidad del fruto de tu trabajo sería
robada eventualmente? A medida que las cuotas crecieron hasta
más del triple, la producción colapsó.
La guerra civil, la Prodrazvyorstka y una sequía severa en
el este y sureste resultaron en una cosecha de grano en 1921 que
apenas llegó a dos quintos del promedio de preguerra, generando
una hambruna, acompañada con una epidemia de tifus, en la cual
millones murieron a pesar de las medidas de emergencia y la
reducción de los impuestos alimenticios en las regiones
afectadas.

66
Literalmente «reparto de alimentos» (N. del T.).

162
Incluso hasta este punto, debido al temor que tenían los
campesinos al retorno de los terratenientes, ellos permanecieron
leales a los bolcheviques para asegurar su victoria en la guerra
civil para 1922. Mientras tanto, debido a toda la furia que sentían
en contra de los campesinos «egoístas» que no tenían la habilidad
de producir para el interés del bien común, Lenin, Trotsky,
Bujarin y otros líderes bolcheviques comenzaron a plantear que
las requisas de emergencia no eran una solución de largo plazo a
la contradicción entre los intereses de los trabajadores urbanos y
el campesinado. Un impulso de la producción agrícola sería
imposible sin algún tipo de incentivo al campesinado. Una vez se
había logrado una frágil tregua, los líderes consideraron la escala
del desastre del «Comunismo de Guerra» y estaban convencidos
de la necesidad de retroceder en aquello en lo que otros creían que
era un avance galopante hacia el Socialismo. El gobierno no se
enfrentaba solamente a revueltas campesinas: trabajadores en
Petrogrado también comenzaron a realizar huelgas en contra de
las ínfimas raciones de pan; la Prodrazvyorstka fue reemplazada
gradualmente por un impuesto de alimentos significativamente
menor que las cuotas de producción [anteriores]; poco después,
una revuelta de marineros en Kronstadt, hogar de la Flota del
Báltico, había cimentado para finales de la guerra civil esta
perspectiva de la necesidad de dar un paso atrás. Ya para 1923 el
área cultivada había regresado a 90% de los niveles anteriores a
la guerra, y mientras que las cosechas todavía eran inferiores a
1913, la escasez no era tan desesperante como antes.
Una aproximación más cautelosa que reintrodujo
elementos de mercado con el objetivo de desarrollar
principalmente la agricultura privada y un sector industrial
ligero ahora sería el objetivo de la Nueva Política Económica
(NEP) —una concesión que los bolcheviques pensaron que sería
necesaria durante un largo período de tiempo. Lenin tenía la
esperanza de que su duración no superase los veinticinco años;
otros pensaron que eso era el mínimo necesario.

163
La legalización del comercio privado por parte de la NEP
resultó rápidamente en un éxito, particularmente en lo que
respecta a artículos de consumo en el campo. Pequeñas fábricas
que habían sido nacionalizadas ahora estaban en manos de
emprendedores y cooperativas, mientras que el Estado se aferró
a la industria pesada, a las finanzas y el comercio exterior. El
discurso de la abolición del dinero desapareció a medida que las
empresas estatales comenzaron a verse en la necesidad de operar
con lo básico de la contabilidad comercial. Los recursos
necesarios para la producción, principalmente el combustible,
ahora debían ser pagados con fondos obtenidos de las ventas en
lugar de crédito. A su vez, se volvió a pagar los salarios en dinero,
e impuestos para los servicios municipales se volvieron a
implementar. Las fábricas ahora operaban autónomamente,
comportándose como unidades competitivas en búsqueda de
beneficios y evitando las pérdidas. Concesiones petroleras y
madereras fueron entregadas a capitalistas extranjeros, con la
esperanza de que ellos introdujeran esa maquinaria moderna que
se necesitaba.
Dada la considerable distribución de bienes a través del
mercado que fue reintroducida durante la NEP, es difícil para
nosotros decir cuánta planificación estaba teniendo lugar.
Sectores estratégicos de la industria pesada estaban siendo
cuidadosamente dirigidos por su respectiva división de la
Vesenjá con respecto a qué producir, y cuándo, mientras que las
industrias de bienes de consumo tuvieron libertad de producir
sus propios planes productivos, tomando como referencia al
mercado. Una vez más, citando a Nove: «La palabra
“planificación” tenía un significado bastante distinto entre 1923 y
1926 con respecto a lo que luego se identificó con aquella palabra.
No existía un programa de producción y distribución
completamente planificado, no existía una “economía
planificada”»67. Lo que surgió en lugar de una planificación

67
Ibidem, pág. 96.

164
operacional fueron predicciones, recomendaciones y guías que
facilitaban a los superiores la discusión de prioridades para las
decisiones de inversión estratégica. En muchos aspectos, lo que
se estaba obteniendo hasta este punto no era radicalmente
diferente a algunas de las economías occidentales más estatistas
del período de posguerra, debido a que gran parte de la economía,
particularmente el carbón y el acero, estaban en manos públicas
—pese a que a lo mejor esto tenía un carácter más esporádico,
debido a que el nuevo Estado desorganizado todavía se estaba
estableciendo.
Simultáneamente a todo esto, la guerra civil había coartado
las libertades civiles y había atrofiado la democracia soviética.
Millones de trabajadores, incluyendo a los más políticamente
activos, murieron en combate. Aquellos que habían sobrevivido
lo habían hecho al regresar a sus pueblos a raspar lo suficiente
como para comer, inmiscuyéndose en actividades de mercado
negro, o a través de la adhesión a los nuevos aparatos del Estado.
El funcionamiento diario del gobierno dependía de los que alguna
vez fueron burócratas zaristas, y todo el discurso de la extinción
del proletariado fue apenas una exageración. Los soviets habían
dejado de ser órganos de gobierno de los trabajadores, y se
convirtieron en su lugar en algo para los trabajadores —o incluso
por y para los burócratas. Ya no existía ningún ejercicio de poder
real por parte de los soviets. La restricción de las libertades
civiles, además de una guerra total contra enemigos en todos los
frentes, nunca cesó —incluso cuando aquella frágil victoria fue
lograda. Pese a que la mayor parte de los partidos políticos se
oponían a la revolución antes de octubre, para el final de la guerra
civil los bolcheviques fueron el único partido efectivo que
quedaba. Era a partir de fraccionamientos dentro del partido, no
entre partidos, que el descontento político era expresado. Pero en
1921, enervados por el eco de las ideas de la Oposición de Izquierda
dentro del Partido Comunista, además de la Rebelión de
Kronstadt —además de la cantidad de miembros del Partido

165
Comunista que se habían sumado a la revuelta— el liderazgo
cometió lo que podría considerarse su error más grave, dejando el
camino libre a lo que sería el proceso de estalinización posterior:
se legisló la prohibición de facciones dentro de los bolcheviques.
Si bien su intención era ser una medida temporal hasta que las
cosas se calmaran, incluso aquellos que apoyaban la medida
temían lo que podría generar como resultado.
Durante la década de 1920, y pese a la prohibición formal de
las facciones, las discusiones acerca de qué es lo que se debía
hacer eran omnipresentes, y el debate se volvía cada vez más
duro. Luego de la muerte de Lenin en 1924, Joseph Stalin, líder de
la facción «de centro» bolchevique que se había posicionado en
medio de los dos extremos entre continuar con la NEP y
recolectivizar la agricultura en nombre de la rápida expansión de
la industria pesada, emergió hasta una posición de poder. Las
reuniones en las que se realizaban las discusiones por lo general
se enfrentaban a cuadrillas de matones estalinistas que los
interrumpían con insultos, jergas y provocaciones, incluso
golpes. El hooliganismo estuvo acompañado de un inquietante
dominio de la policía secreta, el Directorio Político Unificado del
Estado (OGPU). A partir de mediados de 1926 y en adelante, la
mayor parte de las figuras de oposición, tanto de izquierda como
de derecha, fueron expulsadas de posiciones de influencia. Los
oposicionistas (o aquellos que alguien sospechaba que fueran de
oposición) eran arrastrados desde sus camas en la noche y luego
presos o exiliados sin ningún cargo. En 1928, Trotsky y sus
colaboradores fueron exiliados a partes remotas de la unión;
entonces, en 1929, con la izquierda derrotada, Stalin centró su
atención en los últimos remanentes de la extraña crítica
autoritaria, entre ellos Bujarin. Bujarin confesó tener «errores
ideológicos» y fue brevemente y parcialmente rehabilitado, pero
luego de algunos años se uniría a sus antiguos camaradas
bolcheviques que habían hecho la revolución, asesinado de una
forma u otra en la Gran Purga.

166
Luego de la guerra civil, el crecimiento económico fue
rápido, pero sin reactivar, reparar o renovar la capacidad
existente, reparar las vías de tren averiadas o reabsorber trabajo
en las fábricas. El output industrial —secuestrado por una falta de
capital y la pérdida de trabajadores habilidosos en la guerra—
siguió siendo minúsculo. La paradoja urbano/rural en el corazón
de los horrores de la confiscación del comunismo de guerra no
desapareció, incluso cuando la economía estaba reviviendo. A
finales de 1928 el arado de madera y las hoces manuales
siguieron siendo la tecnología agrícola más común para millones
de pequeños propietarios. Para ir más allá de la restauración de
la situación que existía antes de la guerra se debía realizar mucha
más inversión.
Una vez se logró superar la mitad de la década y se llegó a
los últimos años, el período de la NEP no había terminado, sino
que había sido eclipsado. Se realizaron experimentos de controles
de precios en una gran cantidad de bienes de consumo, lo cual
impulsó a los empresarios a limitar la producción, una vez más
produciendo escasez en una amplia gama de productos. Por lo
tanto, la elección que podían tomar las autoridades eran: por un
lado, relajar dichas políticas de fijación de precios y
esencialmente dejar en manos del mercado la distribución de
bienes bajo la NEP, o por otro lado un control más sistemático de
la producción y la distribución de las mercancías clave.
Ciertamente la última tenía más atracción ideológica para
muchos, pero podría generar desabastecimiento y cuellos de
botella, en lugar de renovar el fervor por el Socialismo, lo cual
desembocó en el incremento de los controles administrativos y
finalmente la adopción de una planificación más centralizada.
Al final, el país se enfrentó al mismo problema de
desarrollo al que se han enfrentado todos los países en desarrollo:
¿Qué persona de la sociedad debería llevar el peso de la necesidad
de acumulación de capital para la inversión necesaria? A partir
de 1926 una rápida industrialización tuvo lugar, además de un

167
crecimiento lento que dependía de la expansión de la agricultura
privada y la industria ligera; todo esto estuvo respaldado por una
hostilidad en contra del campesinado que haría parecer benignas
en comparación a todas las requisas del Comunismo de Guerra.
En otoño de ese año, una conferencia del partido respaldó el
fortalecimiento de la industria pesada en el sector estatal sobre
otros sectores, con el objetivo de alcanzar rápidamente —y luego
superar— a las naciones más avanzadas industrialmente. Para
orquestar esto se debía realizar un plan de largo plazo. La tarea
recayó a un subcomité gubernamental bastante secreto, el
Comité Estatal de Planificación, o «Gosplán».
Establecido en febrero de 1921, el Gosplán tuvo la tarea de
crear un solo plan económico para todo el país, el cual sería
recomendado a los superiores para su toma de decisiones en el
Consejo de Trabajo y Defensa, un gabinete económico-militar
establecido para mover a Rusia más allá del acercamiento ad hoc
a la planificación necesario durante la guerra civil. El Gosplán
debía, además, desarrollar el presupuesto e investigar opciones
para la moneda, crédito y banco. Bajo la NEP, el Gosplán involucró
a contadores, muchos de los cuales eran expertos que no eran
miembros de los bolcheviques, los cuales crearon lo que podría
decirse que fue el primer sistema nacional de contabilidad en la
historia —una contabilidad completa de la actividad de un país:
los agregados de su producción, ingreso y gasto. Un puñado de
naciones occidentales comenzarían a adoptar dichas prácticas
en las décadas de los 30s y los 40, haciéndolo mucho más luego
de la Segunda Guerra Mundial.
Luego de 1926 el rol de la Gosplán se endureció. Para 1927 el
trabajo preliminar para el primer plan quimestral estaba en
marcha, entre una creciente presión política para adoptar
objetivos de crecimiento más ambiciosos; una versión inicial
sería reemplazada luego por una versión optimizada, y luego
reemplazada nuevamente por una versión con objetivos mucho
más realistas. Debido a que era una tarea colosal, la puesta en

168
marcha del plan requería más información y estadísticas de
todos los diferentes sectores de la que podía estar disponible en
aquel momento. En septiembre de 1928, Bujarin tachó a las tasas
de crecimiento esperadas como algo excesivo y desbalanceado.
Durante la primera exposición, mantenida aquel año, se
desacreditó a todos aquellos que llamaban a tener cuidado como
«saboteadores» pagados por gobiernos extranjeros. Aquellos
expertos que presentaban análisis que no eran lo suficientemente
optimistas perdieron rápidamente sus puestos.
No sabemos si sea prudente decir que hubo una
«planificación» en lugar de una carrera caótica de cuello de
botella en cuello de botella, sin embargo, el primer plan
quinquenal, de 1928 a 1932, requirió de una reorganización —una
sistematización de los procesos, con reiterados desbalances. La
intersección de funciones entre el Vesenjá y el Gosplán fue
resuelta al final mediante la delegación de funciones de la
primera a la segunda. El crédito y el banco fueron de igual
manera reformados. Los trusts habían tenido hasta este punto la
capacidad de ofrecerse crédito entre ellos, pero esto resultó en
inversiones que ocurrían de forma que no se mantenían
apegadas al plan quimestral. Por eso en 1930 los préstamos inter-
empresariales fueron prohibidos, y reemplazados por préstamos
directos a través del banco estatal y el desarrollo de un «plan
financiero unificado» que cubría todas las decisiones de
inversión.
Lo que luego se llegó a conocer internacionalmente como la
«economía planificada» emergió a tropezones durante lo que
faltaba de la década. Las empresas estatales fueron puestas bajo
dirección del Comisariado del Pueblo —lo que en la mayoría de
países hoy en día se denominaría un ministerio o un
departamento— con el director de cada empresa siguiendo las
órdenes directas de cada Comisariado. Cada uno producía planes
para sus empresas alineándose a los objetivos de política
generales establecidos por la Gosplán y, luego, compararían el

169
rango de consecuencias de los diferentes planes y trabajaban
para reconciliarlos a través de un sistema de «balances
materiales» —en esencia una hoja de balance no de ganancias o
pérdidas, sino de output material de todos los sectores y la
presunta utilización y las necesidades de todos los sectores. A
medida que procedían la producción y la distribución —a veces
alcanzando, no alcanzando o excediendo las proyecciones—
miles de cambios eran realizados en los balances materiales, tal
y como sucede con cualquier empresa capitalista en Occidente. Y,
como veremos más adelante, la experiencia soviética dio origen
a las técnicas de planificación, de logística y de contabilidad que
luego fueron adoptadas por las empresas capitalistas y que
permanecen en el núcleo de su planificación interna hasta hoy.
En este sentido, un plan quimestral no era uno operacional, sino
uno estratégico; los planes operacionales, en contraste, debían
proyectarse a un año, o menos. Y, tal y como ocurre dentro de la
mayoría de departamentos de las empresas capitalistas
occidentales, el uso de precios era bastante limitado. Todo esto
requería planes de producción y distribución y por lo tanto
información detallada de cada empresa, con el nivel de detalle
más granular posible. Para el momento en que inició la Segunda
Guerra Mundial existían veintiún Comisariados Industriales del
Pueblo. Uno podría decir que la URSS comenzó a operar como una
sola fábrica, un pueblo-compañía que se extendía a través de un
sexto del mundo.
A inicios de la década de 1930 la oposición política había
desaparecido. A medida que la represión se convertía cada vez
más en el procedimiento operativo del partido, los cientos de
burócratas involucrados en la producción de los planes, además
de los administradores de cada fábrica, mina o riel temían por sus
trabajos, sus familias e incluso sus vidas. El partido purgó a
400.000 de sus miembros en 1933.
Víctor Serge, novelista belga-ruso y socialista libertario
cuyas novelas fueron censuradas en la URSS, describe en sus

170
memorias cómo durante ese año cuando había salido una fría
mañana en busca de medicina para su esposa enferma él se dio
cuenta de que alguien lo estaba siguiendo. Esto era bastante
normal, pero esta vez sus seguidores lo estaban siguiendo más
cerca de lo normal. «Investigaciones criminales. Sírvase
seguirnos, ciudadano, para verificar su identidad»68. En un
minuto se encontraba en una celda sin ventanas de la prisión de
Lubianka; un conductor del Dirección Política de Estado (GPU)69
—arrestado por escuchar a unos amigos leyendo en voz alta un
panfleto contrarrevolucionario sin denunciarlos a todos ellos
inmediatamente— le dijo que este era el lugar donde los
prisioneros eran llevados para ser ejecutados. Un compañero de
celda les explicó que él había sido arrestado por supuestamente
registrar a una comisión la venta de una máquina de escribir de
un oficial por otro. Un par de agrónomos explican que los
directores del Comisariado del Pueblo para la Agricultura habían
sido detenidos por el GPU, treintaiocho en total. Su crimen había
sido sugerir brindar una mayor autonomía a las granjas. Una
importante revista académica los había acusado de ser agentes
enemigos y saboteadores, y de «infectar a los caballos con
meningitis». Una noche, Serge descubre que todos ellos habían
sido ejecutados.
Cualquier persona con cierta habilidad estaba bajo
sospecha, incluso cuando Stalin demandaba un mayor
entrenamiento de la caballería. Dentro de la misma Gosplán,
aquellos economistas que solicitaban ser más cautelosos
también fueron acusados de ser saboteadores. Los objetivos
«modestos» de inicios del plan quimestral fueron denunciados
por ser parte del «deliberado pesimismo» de los «planificadores-
saboteadores» burgueses. Pero todos ellos estaban condenados si
es que lo hacían, y condenados si es que no lo hacían. Los planes

68
Serge, V. (2019). Memorias de un revolucionario. Pág. 377. Madrid:
Traficantes de Sueños.
69
Fue la policía del Estado Soviético entre los años 1922 y 1934 (N, del. T.).

171
que eran excesivamente ambiciosos también eran atacados
como un sabotaje intencionado. El sabotaje además estaba
especificado como un crimen en el código penal de la era
estalinista. Luego, durante la misma década, a medida que la
Gran Purga estaba en pleno auge, incluso los organizadores del
censo de 1937 fueron enviados a campos por el crimen de
sabotaje, debido a que los resultados mostraban que Rusia tenía 8
millones de ciudadanos menos de lo que se tenía previsto —una
refutación empírica de la proclamación pública de Stalin de que
el modelo soviético había sido tan efectivo que había resultado en
el incremento de 3 millones de ciudadanos cada año.

La paradoja del campesinado

De alguna manera, pese a las tragedias y a los intentos, la


URSS se convirtió en la segunda superpotencia del mundo —la
primera nación en poner a un ser humano en el espacio—, cuyo
único rival económico fue los Estados Unidos. ¿Cómo se logró
este gran salto adelante?
La respuesta la podemos encontrar en las decisiones de
aquellos que deseaban resolver «la paradoja del campesinado» a
la fuerza, y veían en las libertades civiles un privilegio
inalcanzable de la burguesía, en el mejor de los casos, o un plan
maléfico por parte de los opositores de clase con el objetivo de
frenar la construcción del Socialismo, en el peor. Durante mucho
tiempo se estuvo de acuerdo en que la producción agrícola
solamente podría avanzar de manera sustancial a través de la
concentración de tierras y la eliminación de la agricultura de
subsistencia, como había ocurrido en la mayoría de los países
capitalistas avanzados. Durante un tiempo, los fracasos y los
excesos del Comunismo de Guerra habían producido un nuevo
sentido común alrededor de que dicha transición debía lograrse
a través de incentivos cuidadosos y lentos en lugar de una

172
revolución desde arriba. Aquel delicado consenso no duró
demasiado.
A lo mejor debido a la hambruna, a la escasez de productos,
y a los bajos precios de los granos, además de las cosechas de 1927
que resultaron menores que las del año anterior, la paciencia del
régimen se había agotado. Las confiscaciones no fueron
suficientes para alimentar a las ciudades y al ejército, y mucho
menos para entregar suficientes insumos a la industria. Por otro
lado, el clima, y por lo tanto la cosecha, habían sido decentes
aquel año; de hecho, en los Urales y la Siberia occidental había
sido bastante buena.
Algunas personas del liderazgo de los bolcheviques
presionaban por un incremento en los precios del grano, y por lo
tanto una reducción en los fondos que deberían gastarse en la
industrialización, pero Stalin y sus simpatizantes, ahora en el
poder, fueron al ataque. ¡Los campesinos ricos deben estar
acumulando! Por primera vez, utilizando lo que se conocería
después como el «Método de los Urales-Siberia», se tomaron
acciones directas sin siquiera asegurarse de que existiese un
consenso en lo que quedaba de las estructuras formales de toma
de decisiones. Stalin envió a una tropa de oficiales y a la policía a
cerrar mercados, expulsar a los vendedores privados y ordenó a
los campesinos a entregar el grano bajo amenaza de arresto.
Stalin solicitó a los oficiales locales la expropiación de grano a los
kulaks y a los «especuladores». Otros oficiales de alto mando
comenzaron a copiar el método en otras regiones, incluso pese a
que varios miembros del Politburó se opusieron. Bujarin, antes de
ser llevado a juicio por traición y ser ejecutado, denunció la
extracción de tributo militar-feudal que estaba teniendo lugar,
muy al estilo de Genghis Khan, pero solamente lo hizo en privado.
En una conversación con su camarada oposicionista Lev
Kámenev dijo en 1928: «Stalin es un instigador maleducado que
subordina todo a la preservación de su propio poder. Él ha hecho

173
concesiones ahora, solamente para poder cortar cabezas en un
futuro. El resultado de esto será una policía estatal».
Pese a todas estas medidas coercitivas, las campañas de
expropiación lograron recolectar menos granos que el año
pasado. Stalin anunció que él estaba convencido de que la
colectivización forzosa —además de asegurarse de que los
campesinos pagaran un sobreprecio por los bienes
manufacturados y fuesen remunerados insuficientemente—
podría producir los ingresos necesarios para industrializar el
país. Las expropiaciones podrían, además, facilitarse si las 25
millones de pequeñas granjas fuesen grupadas en unas pocas
(pero inmensas) granjas.
Las cuotas de recolección de grano anteriores, aunque
crueles, habían dado poder a los soviets locales a demandar o
encarcelar a los hogares que no habían entregado la cantidad
demandada. Ahora dichas cuotas eran impuestas sobre pueblos
enteros, con el objetivo de imponer presión colectiva sobre los que
ellos denominaron como «elementos kulak», la primera ola de lo
que terminaría siendo la «liquidación de los kulaks como clase».
Durante el año 1929 hubo, como era de esperarse, un
incremento del 49% en las adquisiciones de grano estatales en
relación al año anterior, lo cual podría haber empujado a Stalin a
acelerar lo que él llamó la «Gran Ruptura» en un artículo de
noviembre de ese año. Para el 20 de febrero de 1930 se había
anunciado que la mitad de los campesinos se había incorporado
a las granjas colectivas, algunos incluso semanas después de que
la Gran Ruptura se hubiese puesto en marcha formalmente.
Los kulaks y cualquiera que fuese acusado de ser un kulak
no podían ingresar a los nuevos colectivos, sino que eran
arrestados y deportados. Stalin le dijo al Comité Central que los
kulaks se estaban alistando para destruir al régimen soviético,
pero materialmente, el proceso de «dekulakización» tenía como
fin aleccionar al resto para que se uniesen a los colectivos, para

174
acelerar el proceso. El caos, la oposición y la resistencia eran
resultados previsibles, acompañados de una aguda reducción de
las cosechas. Asumiendo que sus reservas vitales les serían
retiradas, los campesinos comenzaron a asesinar a los animales
a gran escala. Mientras tanto los animales de las nuevas granjas
colectivas murieron por negligencia, debido a que no tenían
experiencia en la cría de animales en masa, además, los
activistas del partido que fueron enviados a dirigir el proceso no
tenían conocimiento alguno respecto de sus actividades. En
Kazajstán la población ovina se redujo en más de cuatro quintos.
Una ola de suicidios empujados por el pánico inundó a los
campesinos bien acomodados.
En muchas regiones, un inmenso grupo de campesinos, los
«kolkhoz», simplemente se retiraron de las granjas colectivas. A
lo mejor la parte más irónica de todo este terrible proceso fue que
muchos de esos fugitivos de hecho formaron cooperativas mucho
más simples para poder sobrevivir. Nove dice con tristeza que
«una de las grandes tragedias de este período es que estas y otras
formas de cooperación genuina fueron arrasadas con rapidez»70.
Muchos otros campesinos huyeron hacia las ciudades. El
gobierno respondió al rápido crecimiento de la población urbana
extrayendo mucho más grano, pese a que las cosechas habían
sido pobres. En 1931, las expropiaciones fueron de tal magnitud
que el grano que quedó [a los campesinos] no fue suficiente como
para comer. Pese a que se relajaron más medidas en medio del
caos, en 1932 una gran hambruna azotó a todas las regiones
productoras de grano del país, resultando en la muerte de entre 3
y 7 millones de personas. Es en este período que escuchamos
historias de canibalismo entre los sobrevivientes del Holomodor
ucraniano, o la «plaga del hambre».

70
Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition).
Pág. 172. Londres: Penguin Books.

175
Entre todos estos horrores, una vez más descubrimos que
lejos de aquella idea de que la planificación generó información
pobre y por lo tanto escasez, lo cual a su vez generó autoritarismo,
lo que sucedió fue todo lo contrario: es el autoritarismo lo que
merma la calidad de la información en el sistema. Tal vez el
mejor ejemplo acerca de cómo la autoridad ilegítima merma la
información ocurrió durante el proceso de colectivización. El
gobierno, evidentemente, motivó la utilización de tractores por
parte de los campesinos para incrementar la productividad. Por
lo cual los «departamentos políticos» del servicio de tractores
estatales envió a voluntarios especialmente seleccionados y
políticamente confiables a los pueblos para desarrollar la
capacidad de utilizar dicha maquinaria agrícola, para introducir
algo de orden en el caos, además de ser un mecanismo de
supervisión política a los campesinos. En circunstancias
normales, alejados de esta sobre-politización, podríamos
describir el primer elemento de este proceso como «extensión
agrícola»: extender el conocimiento técnico y científico desde la
academia hacia la granja, una práctica común entre los países
occidentales desarrollados. En pocas palabras, es la educación de
los campesinos a través de la práctica. Pero durante el proceso de
colectivización, cuando estos voluntarios llegaron al lugar,
ocurrió lo contrario: fueron los expertos los que aprendieron de
los campesinos. Estos voluntarios hablaron con los campesinos
y se dieron cuenta de lo que había pasado. Ellos se dieron cuenta
de la inmediata necesidad de reducir las cuotas requeridas y de
introducir incentivos positivos a los campesinos. Pero en
respuesta a estos descubrimientos, el liderazgo estatal concluyó
que se debía purgar a las granjas colectivas de «saboteadores»
entre aquellos que llevaban las cuentas, los agrónomos y los
distribuidores —destruyendo, en el proceso, la información más
importante en la base de la economía.
No podemos subestimar el impacto profundo y
desestabilizador que tuvo la Gran Purga entre 1936 y 1938 en la

176
economía, en la cual cerca de 700.000 individuos fueron
ejecutados y más de 1,5 millones fueron detenidos, de acuerdo a
los registros desclasificados después del fin de la Guerra Fría. En
los Tribunales de Moscú, la mayor parte del antiguo liderazgo
bolchevique fue obligado a confesar su conspiración en contra
del régimen, por lo cual fueron ejecutados o encarcelados. Para
1938, de los 1.966 delegados al último congreso del partido en 1934,
1.108 habían sido arrestados; asimismo 98 de los 139 antiguos
miembros del Comité Central. En la muerte o en el gulag, a estos
antiguos bolcheviques se les sumaron ingenieros, técnicos,
estadísticos, administradores, ejércitos de servidores civiles y
figuras claves responsables de la planificación, incluyendo al
ministro de finanzas. Aquellos que lograban escapar de la
represión fueron completamente intimidados, siguiendo órdenes
mecánicamente y evitando cualquier responsabilidad o
iniciativa en el más mínimo error.
Ese deterioro de la información ocurrió en todos los niveles
de la sociedad, en todos los sectores, debido a que los guardianes
de los datos cruciales eran encarcelados o asesinados, ellos se
volvieron demasiado temerosos de reportar datos certeros, o en
otros casos fueron reemplazados por incompetentes
políticamente confiables que eran incapaces de obtener,
transformar y entregar información precisa. Si la recolección de
datos de forma diligente, cuidadosa y precisa es el fundamento
de la planificación, entonces la Unión Soviética en la era de Stalin
podría considerarse una parodia de economía planificada.
Pero si este fuese el caso —si Rusia fue en realidad un caso
perdido en materia económica de tal magnitud—, dicen los
defensores de Stalin: ¿Cómo es posible que el país fuese capaz de
producir el material necesario para ganar la Segunda Guerra
Mundial? (Porque, si somos honestos, fue la URSS la que ganó la
guerra contra los Nazis, con el Reino Unido y los Estados unidos
jugando solamente un papel secundario). ¿Cómo fue posible que
luego de la guerra Rusia estuvo en capacidad de poner el primer

177
satélite, y al primer humano en el espacio? ¿Y cómo fue posible
que Moscú brindara seguridad social gratuita a todos sus
ciudadanos y transformara una población de campesinos
iletrados en una población completamente alfabetizada,
extendiese la educación segundaria y tuviese varios de los más
grandes logros y descubrimientos en ciencia y tecnología aparte
de los Estados Unidos?
Primero debemos recordar que todos esos logros fueron
experimentados solamente por aquellos que sobrevivieron a las
purgas y a la Gran Hambruna. Una ligera mejora en la calidad de
vida significa poco si no estás vivo. Segundo, si estamos en
capacidad de entender que los faraones pudiesen construir las
pirámides y las esfinges, y que los capitalistas están en capacidad
de construir vías ferroviarias y cohetes espaciales, podríamos
también considerar que los déspotas están en la capacidad de
construir flotas de tanques y centrales hidroeléctricas. Sin
embargo, la pregunta es si este es el método más igualitario y
eficiente de hacer las cosas —y si es que es sustentable.
Tal fue la situación caótica y desmoralizadora en la que la
URSS se encontraba en medio de la Segunda Guerra Mundial. Es
considerable que el país tuviese la capacidad de ganar la guerra.
Pero en lo que respecta a la desorganización y al declive
económico al final de la década, la centralización de toda la
planificación de los recursos durante la última década ayudó
bastante. A medida que la guerra continuaba, las decisiones
referentes a la inversión y colocación de recursos de igual forma
fue cada vez más centralizada en los Estados Unidos, el Reino
Unido y la Alemania Nazi. Tal parece que las guerras totales
tienen poca paciencia al letargo de los actores de mercado
privados, sin importar si es que son socialistas o capitalistas los
que tienen el timón del país. Rusia, por su parte, comenzó a
intensificar la planificación, produciendo planes cada cuatro
meses y luego planes mensuales, con mucho más detalle que
antes de la guerra.

178
El período inicial de posguerra al final de la década de
gobierno estalinista estuvo consumido por la reconstrucción y
recuperación de una economía arrasada por la guerra. Ahora que
la guerra se había acabado, en lugar de una relajación de la
gobernabilidad totalitaria lo que aconteció fue un período de
mayores restricciones, incluido el abandono de las pretensiones
de gobernabilidad democrática: los congresos del partido no
tenían lugar, y las reuniones del Comité Central eran poco
frecuentes. La planificación se convirtió cada vez más en una
prisionera del capricho estalinista, debido a que muchas
preguntas importantes eran decididas por él sin ninguna
participación de los trabajadores, los economistas o los
especialistas. La cabeza del Gosplán fue despedida en 1949 y al
final fue fusilado.
Lenin escribió en 192371 en referencia al tamaño del desafío
que se presentaba ante ellos: «Tenemos conocimiento de
Socialismo, pero no tenemos conocimientos de organización en
escala de millones de personas, conocimientos de organización y
distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes
bolcheviques no nos enseñaron esto. (…) No hay folletos
bolcheviques sobre ello, y en los folletos mencheviques tampoco
se menciona el problema en absoluto»72. Precisamente
podríamos decir que el deterioro de la situación en la temprana
Unión Soviética se debió en parte a estos vacíos en el marxismo
clásico del cual los arquitectos del nuevo sistema dependían.
Lejos de ser la planificación económica la causante del
autoritarismo durante el período estalinista, identificamos que el
período estaba inundado de arbitrariedades a medida que la
dirigencia estalinista saltaba de capricho en capricho. A esto no
se le puede dar el nombre de democratización de la toma de

71
Fe de erratas. La frase la dijo durante un discurso que dio en la Reunión del
CEC de Toda Rusia, el 29 de abril de 1918 (N. del T.).
72
Illich, V. (1979). Informe sobre las tareas inmediatas del poder soviético.
Obras Completas (Tomo XXIX). Págs. 53-54. Madrid: Akal.

179
decisiones, de ninguna manera. Dadas las sospechas que recaían
sobre los expertos, tampoco podría ser descrito como tecnocracia.
Todos los niveles de la sociedad, pero especialmente aquellos que
tenían roles administrativos o predictivos, vivían en constante
temor de la policía secreta, el gulag, el paredón de fusilamiento, y
quedaban petrificados al pensar en entregar resultados
equivocados o datos erróneos a sus superiores, o incluso tomar
responsabilidad por sus decisiones. En tales circunstancias, es
evidente que dicho autoritarismo destruiría la calidad de la
información necesaria para una planificación efectiva.
Por lo que cuando preguntamos por qué la planificación a
escala de la economía en la Unión Soviética podría triunfar en la
forma de Walmart pero fracasar en las manos de Stalin, la
respuesta yace en la pregunta como tal.
La planificación sin-mercado estuvo lejos de ser sinónimo
de bolchevismo, y tal y como varias perspectivas ahistóricas de
la derecha tendrían en mente hasta este punto, los incipientes
soviets no entraron pateando la puerta conociendo mucho acerca
del tipo de economía que deseaban construir. Fue un desastre que
solamente comenzaría a solucionarse durante el breve liderazgo
del líder de posguerra Nikita Jrushchov —una época que, como
podemos ver, dio inicio a las innovaciones en planificación y
matemática que desembocaría, irónicamente, en los sistemas
que hoy en día han sido ampliamente adoptados por las
corporaciones, y, a fin de cuentas, en los algoritmos que
«dominan el mundo».

180
VIII

COMUNISMO ESPACIAL DIFÍCILMENTE


AUTOMATIZADO

Si la planificación soviética era tan pobre durante sus


primeras décadas, es difícil para nosotros llamar a aquel
fenómeno planificación. ¿Cómo, entonces, es que el país se
levantó hasta convertirse en un superpoder, la segunda
economía más grande del mundo luego de los Estados Unidos?
¿Cómo logró la URSS pasar de una condición a la que Marx llamó
«idiotez rural» a construir un fuerte Estado de Bienestar junto a
una sociedad lo suficientemente avanzada como para lograr un
Sputnik o un Yuri Gagarin?
Estas contradicciones se resuelven si nos alejamos de la
noción de que para encontrar utilidad en algo de la Unión
Soviética debemos defender al sistema como un todo. Las
empresas más grandes de occidente jamás simpatizarían con el
comunismo; muy al contrario. Sin embargo, estas empresas
capitalistas adoptan felizmente los métodos de programación
lineal que fueron desarrollados en parte por la Unión Soviética
para coordinar internamente sus propios esfuerzos. Hoy en día,
podemos hacer lo mismo: ver qué lecciones podemos aprender e
identificar qué fue lo que salió mal.

3, 2, 1… ¡Despegue!

La presidencia de Nikita Jrushchov de 1952 hasta 1964


estuvo caracterizada por la liberación de inmensas cantidades de
prisioneros políticos, el destierro de los estalinistas, una aguda
reducción de los poderes policiales, una reducción de la censura,
la apertura al contacto con el extranjero, la transformación

181
cultural, un manejo certero de las distorsiones estadísticas, una
relativa descentralización de la toma de decisiones y sobre todo
un increíble crecimiento económico.
No sería correcto describir a la Unión Soviética como un
Estado no totalitario, apenas unos meses después del «discurso
secreto» —en el que denunciaba a Stalin y el culto alrededor de su
personalidad— de Jrushchov en el XX Congreso del Partido
Comunista de la Unión Soviética fue que los tanques invadieron
Hungría. Fueron enviados para reprimir un levantamiento obrero
que había sido inspirado por eventos similares en Polonia: una
rebelión, posiblemente hasta una revolución que no se
diferenciaba de lo que había ocurrido en Octubre de 1917 en Rusia:
colapso del gobierno, surgimiento de consejos obreros y
alistamiento de miles de milicias populares que luchaban juntos
en contra de la policía estatal de la URSS. Uno podría decir que
Jrushchov fue presionado a actuar de esta forma tan represiva
precisamente para preservar su «primavera» antiestalinista en
contra de los simpatizantes de Stalin que de otro modo lo
hubieran derrocado (y que finalmente hicieron precisamente
eso). Pero deberíamos dar crédito de que, pese a todas sus
diferencias, Jrushchov fue tanto un producto como el arquitecto
de aquel mismo sistema autoritario y estalinista.
Sin embargo, ocurrió, por casi una década, una innegable
liberalización. Lo que luego se conoció como el «Deshielo de
Jrushchov» les dio la capacidad a las repúblicas de manejar sus
propias economías. Se realizaron conferencias de especialistas
con el objetivo de aprender del extranjero las mejores prácticas,
mientras que los directores, oficiales y lideres sindicales eran
agrupados en discusiones consultativas para desarrollar los
planes quinquenales. Jrushchov solucionó en parte el flujo de
valor entre el campo y la ciudad a través de la condonación de
deudas, la reducción de cuotas y el incremento en inversión en
maquinaria agrícola, electrificación, fertilizante y muchas otras
medidas cruciales. Los kolkhoz podían ahora notificar al centro

182
qué es lo que iban a producir, en lugar de que fuese al revés, y fue
el trabajo de la Gosplán el reconciliar estos «planes de acción
desde las bases» entre los productores y los objetivos a nivel
nacional.
El crecimiento en la década de 1950 fue rápido. Un inmenso
programa inmobiliario coincidió con una enorme ola migratoria
de los campesinos hacia las ciudades a medida que las
transformaciones tecnológicas del agro redujeron radicalmente
la necesidad de trabajo. Algunos avances en educación y
entrenamiento estuvieron entre los más grandes logros de la
época, junto a un impresionante programa de seguridad social y
la elevación del estatus de la mujer, a medida que muchas
mujeres se convertían en ingenieras, técnicas y juezas
muchísimo tiempo antes de que dichos logros fuesen alcanzados
en otros lugares.
Esta fue la edad de oro de la Unión Soviética. Vio el
lanzamiento del Sputnik en 1957; el primer ser humano enviado
al espacio, Yuri Gagarin, en 1961; la primera mujer en el espacio,
Valentina Tereshkova, en 1963 (un logro que los Estados Unidos
no conseguiría hasta 1983, siendo aquella la tercera mujer en el
espacio); y, de acuerdo a los análisis de los historiadores con
acceso a los archivos soviéticos luego de la Guerra Fría, un
crecimiento económico que fue superado solamente por Japón.
Hoy en día, cuando pensamos en la URSS lo primero que nos
viene a la mente es el terror del gulag en la década de 1930 y el
escenario postapocalíptico de las estanterías vacías de los
supermercados en la década de los 80s. Pero, como Francis
Spufford nos recuerda en Red Plenty, su novela histórica
publicada en 2010 y que trata precisamente de este período, y
donde el protagonista no es un personaje individual, sino la idea
misma de planificación económica, esta fue una era —en el
apogeo del boom de posguerra de Europa y Estados Unidos— en
la cual el éxito económico soviético, así como la destreza
tecnológica y científica [de la URSS] tuvo a redactores de

183
periódicos occidentales, cabecillas de grupos de expertos y
asesores presidenciales con la preocupación y hasta la
convicción de que, tarde o temprano, serían superados por la
superpotencia comunista.
Como escribe Spufford en The Guardian describiendo las
ideas clave de su novela:

No era el país revolucionario en el que pensaba la gente, lleno


de banderas rojas y discursos ardientes, representados a través de la
iconografía de las películas de Eisenstein; ni la Unión Soviética
estalinista de movilización de masas, terror y un fervor totalitarista y
austero. Este era, de repente, un lugar fruncido pero gerencial, un lugar
civil y tecnológico, todo lleno de laboratorios y rascacielos, que estaba
haciendo el mismo tipo de cosas que Occidente, pero intimidando a
todos —durante un tiempo— al parecer que podría hacerlo mejor. (…)
Parecería que nos hemos olvidado de aquella era en la cual el lugar se
veía [a la URSS] en un estado de madurez confiada, desafiante y
expansiva.73

Jrushchov confiaba tanto en la prosperidad en crecimiento


de su país que había predicho que la URSS superaría
económicamente a los Estados Unidos para 1970, y habría
alcanzado ciertos aspectos de aquella sociedad post-escasez
plenamente igualitaria, con abundantes lujos y con cada vez
menos necesidad de trabajar que fue prometida por Marx —de
cada uno de acuerdo a su capacidad, para cada uno de acuerdo a
su necesidad— para 1980.
Sin embargo, todos sabemos que no sucedió absolutamente
nada de esto. Entonces, ¿qué fue lo que frenó a la Unión Soviética?

73
Spufford, F. (2010). Red plenty: lessons from the Soviet dream. Recuperado
y traducido de https://www.theguardian.com/books/2010/aug/07/red-
plenty-francis-spufford-ussr.

184
El economista Alec Nove, al cual hemos citado
anteriormente en este libro, sostiene que la planificación conduce
inevitablemente al autoritarismo. Spufford, más comprensivo
que Nove con este período de la historia soviética, muestra más
matices, pero su conclusión, como la de Nove y la de muchos
otros autores, sigue siendo que [el autoritarismo] fue una
consecuencia del intento de coordinar una economía sin el uso
de las señales de los precios en el mercado.
Un episodio central del libro de Spufford describe la
destrucción de una máquina utilizada en la producción de rayón,
una fibra semisintética, y las dificultades para obtener un
reemplazo. El suceso inesperado generó una revisión de las
proyecciones y los cronogramas de la fábrica que produce las
máquinas de rayón, y esto a su vez forzó la alteración de las
proyecciones y los cronogramas de todas las fábricas que
producían las partes que formaban la máquina, y en
consecuencia de la materia prima que era necesaria para hacer
aquellas piezas. Las olas de impacto se extienden por toda la
economía en lo que un crítico llamó una «explosión combinatoria
de pesadilla». El episodio está ahí solamente para ilustrar lo que
ocurre, momento a momento, con cada una de las miles de
millones de mercancías de la economía. Todo afecta a todo.
¿Cómo era posible identificar todas esas variables? E incluso si
pudiésemos rastrear todo esto, utilizando miles de las
supercomputadoras más modernas del siglo con la capacidad de
procesamiento del siglo XXI, ¿cómo podríamos calcular todo
aquello, y los constantes cambios que tenían lugar diariamente o
minuto a minuto?
A pesar de todo el triunfo del Sputnik y el aumento de los
bienes de consumo duraderos, persistieron deficiencias críticas
repetidas, y los productos con regularidad no cumplían con las
necesidades de los usuarios. A medida que la economía crecía, los
requisitos de información solo aumentaron, al igual que la
complejidad de los planes, junto con la necesidad de que las

185
personas redactaran los planes y los reconciliaran
permanentemente con los resultados. Peor aún, la prioridad bajo
Stalin había sido la industria pesada, con su gama limitada de
productos. En gran parte el sistema de planificación había sido
eficaz con respecto a las decisiones crudas y a gran escala que
necesitaban las industrias básicas como la minería, la
producción de acero, la industria pesada y la generación de
electricidad. Pero una vez que los artículos de consumo se
convirtieron en el centro de atención, la cantidad de productos se
disparó naturalmente, junto con la complejidad de rastrear,
evaluar y conciliar todos los factores de producción, y con esto la
probabilidad de error también se incrementó.
En The Economics of Feasible Socialism, Nove evaluó que
había unos 12 millones de productos identificables diferentes,
desde zapatos marrones hasta cojinetes de bolas y diferentes
patrones de tela, producidos por casi 50.000 fábricas diferentes,
sin contar las diversas granjas, estructuras de transporte y venta
al por mayor y puntos de venta. Las interdependencias de todas
estas cadenas de suministro deben optimizarse de acuerdo con
un rango de variables, incorporando factores como reparación,
reemplazo, innovación tecnológica, cambio de gusto, pagos al
presupuesto estatal, reducción de costos, productividad y, por
supuesto, tiempo. Como dice una broma soviética de la época: «los
matemáticos han calculado que para redactar un plan preciso y
completamente integrado para el suministro de material solo
para Ucrania durante un año se requiere el trabajo de toda la
población del mundo durante 10 millones de años».
Frente a estos problemas tan recurrentes, el liderazgo se
involucró en repetidos experimentos de reorganización de las
instituciones administrativas y de planificación, pero no
tuvieron demasiado éxito. Tales reformas constantes en sí
mismas comenzaron a perturbar a la planificación. El Deshielo
de Jrushchov, sin embargo, también permitió una repentina
libertad de discusión y crítica, y por lo tanto un resurgimiento del

186
debate económico. Muchos planificadores y economistas eran
conscientes del problema: datos fundamentalmente
insuficientes, de mala calidad y la incapacidad de procesar lo que
tenían.
Surgieron dos respuestas a este inconveniente. La primera
buscaba aumentar el papel del afán de lucro y la libertad de las
diferentes empresas para contratar entre sí; en otras palabras,
una restauración, en mayor o menor grado, de las relaciones de
mercado, incluso si las empresas seguían siendo propiedad del
Estado.
La segunda, personificada por el matemático Leonid
Kantoróvich, el único ciudadano soviético que ganó el Premio de
Ciencias Económicas del Banco Nacional de Suecia en memoria
de Alfred Nobel. Junto a sus compañeros del Instituto de
Economía Matemática de Moscú, Kantoróvich creía que se
encontraría una solución mediante el uso de las nuevas
computadoras electrónicas para mejorar la optimización. Pero
incluso aquí no había forma de que pudieran imaginar
computadoras capaces de manejar los vastos flujos de
información de millones de productos, por lo que esto tenía que
combinarse con cierta flexibilidad a nivel de empresa. En una
atmósfera de mayor libertad y debate, el desafío atrajo a algunas
de las mejores mentes matemáticas que jamás había producido
el país.
Pero para considerar sus respuestas a la crisis y evaluar si
Nove y otros estaban en lo cierto para concluir que la
planificación a gran escala es simplemente imposible, es decir,
responder a la pregunta de si podría haber alguna otra conclusión
que el colapso de la Unión Soviética a fines de la década de 1980,
tendremos que saltar a través del Atlántico hacia los Estados
Unidos de la década de 1940, así como retroceder el reloj y volver
a algunos de los argumentos presentados en el debate del cálculo
económico en el Socialismo.

187
Todo lo que entra tiene que salir

El término «análisis de insumo-producto»74, que marca una


de las ramas más importantes de la Economía, fue concebido
durante la Segunda Guerra Mundial para describir el trabajo del
economista de Harvard de origen ruso Wassily Leontief y la
Oficina de Estadísticas Laborales, trabajo por el cual Leontief más
tarde ganaría un Premio Nobel de Economía (algo así). Una tabla
de insumo-producto ofrece una representación simplificada de
los flujos de insumos y productos entre las industrias y, en última
instancia, los consumidores. En efecto, es una hoja de cálculo:
cada fina horizontal representa cómo el output de una industria
en particular es utilizado como input por otra industria y
consumidores, mientras que cada columna vertical representa
todas las entradas utilizadas por cualquier industria. La tabla
demuestra cuantitativamente la dependencia de cada industria
de todas las demás industrias. Un aumento en la producción de
Legos requiere un aumento en la entrada de plástico, y, por lo
tanto, un aumento en la producción de plástico.
Esas tablas son utilizadas por empresas y departamentos
dentro de las empresas para planificar la producción, para
cumplir con los objetivos de producción y para analizar cuáles
serían los efectos en las salidas con cambios en varios insumos
(y viceversa). La tabla permite calcular la cantidad de un
producto A en particular que se requiere para producir una
unidad de producto B. Leontief describió su trabajo de esta
manera: «Cuando se hace pan, se necesitan huevos, harina y
leche. Y si quieres más pan, debes usar más huevos. Hay recetas
de cocina para todas las industrias de la economía».
Aunque publicó la primera tabla input-output en un artículo
de 1936, el propio Leontief dijo que el economista León Walras

74
También llamado «análisis input-output» (N. del T.).

188
había producido versiones más rudimentarias de tales tablas en
el siglo XIX, o incluso por François Quesnay el siglo XVIII (su
Tableau économique) —y, por supuesto, también lo hizo Marx.
Uno de los mayores avances de Leontief fue convertir las
ecuaciones de Walras en álgebra lineal. Este avance es lo que
impulsó la adopción del análisis de insumo-producto después de
la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos y,
posteriormente, a nivel internacional.
Parecido a la batalla a veces tonta entre Newton y Leibniz
sobre quién había sido el que inventó el cálculo (respuesta:
ambos), durante la Guerra Fría, y después, se dedicó una gran
cantidad de esfuerzo a evaluar los orígenes del análisis input-
output para decidir si fue una innovación estadounidense o
soviética (¡e incluso dentro de la URSS si fue una innovación
bolchevique o menchevique!). Sin embargo, es interesante que
fueron los primeros esfuerzos de la Unión Soviética para «andar
a tientas en la oscuridad», hablando en términos de Mises, lo que
dejó una impresión en un joven Leontief —como sugiere una
investigación posterior a la Guerra Fría.
En 1925 una veintena de economistas soviéticos bajo la
dirección de P. I. Popov desarrollaron un balance contable
económico nacional bastante rudimentario —centrándose en seis
ramas principales de la economía y un puñado de subsectores—
similar a cómo los contadores preparan un balance. La
innovación aquí es el salto mental de ver la economía nacional
como una especie de gigantesca empresa única. Aquel mismo
año, Leontief publicó una revisión del trabajo sobre balances
nacionales de Popov y sus colegas. Incluso antes, el economista
Alexander Bogdánov había propuesto un procedimiento iterativo
para aumentar constantemente la granularidad de las tablas
económicas nacionales, y Nikolái Bujarin, a quien ya conocemos,
se basó en el trabajo de Bogdánov para idear una formalización
matemática de las tablas económicas de Marx para una

189
reproducción ampliada que a su vez sentó las bases para Popov y
su equipo.
Pero, como hemos visto, el terror de Stalin significó que en
la Gosplán se desarrolló poco más que estos equilibrios
materiales nacionales. De hecho, como sostiene la historiadora
económica Amana Akhabbar, la mayoría de los economistas de
la década de 1920 permanecían ignotos o sin enseñanza en las
universidades hasta su resurgimiento durante el Deshielo de
Jrushchov. A finales de los años 50 el análisis input-output, que
a los economistas les pareció una técnica estadística rigurosa en
medio del Deshielo, con pronósticos considerablemente más
precisos que los toscos esquemas económicos de los que habían
dependido hasta entonces, fue «importado» de América de
regreso a Rusia de la mano del economista y matemático
soviético Vasily Nemchinov. A Nemchinov se le atribuye la
introducción de métodos matemáticos a la planificación central,
y el establecimiento, en 1958, del primer grupo del país para
estudiar Economía matemática, que más tarde se convertiría en
el Instituto Matemático Económico Central.
Sin embargo, durante su carrera en los Estados Unidos,
Leontief decía insistentemente que su trabajo no se basaba
realmente en la economía soviética. Teniendo en cuenta que era
un refugiado de la Rusia estalinista, esto es más que
comprensible. Después de la Segunda Guerra Mundial, Leontief
perdió rápidamente los apoyos financieros gubernamentales y
del ejército de los Estados Unidos tras las acusaciones de que se
estaban utilizando fondos federales para desarrollar «tecnología
comunista», todo en el marco del McCarthysmo. Es irónico que
fue solamente gracias al interés de las empresas privadas —
principalmente Westinghouse Electric Corporation, que vio
utilidad en esta técnica— que fue capaz de continuar con sus
investigaciones.
Este teatro de Guerra Fría de disfrazar la economía
estadounidense con ropajes soviéticos y viceversa, incluso hasta

190
el punto en que gran parte del conglomerado estadounidense
había rescatado técnicas económicas soviéticas es una
característica que veremos repetirse una y otra vez.
El desarrollo inicial de la programación lineal, una rama de
las matemáticas disponible en la actualidad para un estudiante
universitario en cualquier disciplina con un par de años de
matemáticas, estuvo fuertemente influenciado por el análisis de
input-output. En pocas palabras, la programación lineal explora
métodos para encontrar el mejor resultado dada una serie de
restricciones. Pasaría a ser adoptado ampliamente dentro de la
Microeconomía y dentro de las corporaciones en Occidente para
planificar la producción, el transporte, la tecnología y de hecho
cualquier tarea que involucre múltiples variables y que apunte a
maximizar las ganancias mientras se minimizan los costos y
recursos.
Las empresas utilizan habitualmente herramientas de
programación lineal para resolver problemas complejos de
decisión relacionados con la logística de la cadena de suministro,
la programación de la producción, el transporte o cualquier forma
de asignación de recursos. Desarrollado en la Unión Soviética por
Leonid Kantorovich, y publicado en un folleto de 1939 con el
nombre de Métodos matemáticos para la organización y la
producción, el descubrimiento de la programación lineal siguió a
una solicitud de una fábrica de madera contrachapada que quería
optimizar su producción. La técnica, al tomar datos de matrices
de entrada insumo-producto, ofreció una forma de resolver toda
una clase de acertijos similares.
Se aplicó por primera vez durante la Segunda Guerra
Mundial para resolver problemas de suministro militar, pero
posteriormente fue olvidado, o más bien reprimido. El principal
problema, entre muchos, fue que Kantorovich contrapuso la
«Economía Matemática» a la «Economía Política» soviética
convencional. Sus oponentes detectaron el aroma de algo no
marxista. En un bosquejo matemático-biográfico de 2007 de

191
Kantorovich realizado por su alumno A. M. Vershik, éste habla de
un «veto interno» —una autocensura no solo de los asuntos
económicos, sino incluso de los aspectos matemáticos que la
gente se imponía a sí misma— que duró hasta 1956. La
«desclasificación» del tema llegó con la nueva esperanza que
presentaba el Deshielo de Jrushchov.
El matemático y economista holandés-estadounidense
Tjalling Koopmans, alguien bastante alejado de Kantoróvich, ideó
un método similar para el análisis de la asignación óptima de
recursos. Ambos recibirían otro Nobel de Economía en 1975 por
su descubrimiento conjunto. Un tercer individuo, el matemático
estadounidense George Dantzing, nuevamente
independientemente de los otros dos, pero un poco más tarde,
justo después de la guerra, desarrolló una formulación de
programación lineal para resolver problemas de planificación
para la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. En 1947 ideó el
«método simplex», también denominado algoritmo simplex
dentro de la programación lineal. Las industrias lo adoptarían
rápidamente para su planificación interna y sigue utilizándose
en la actualidad; La revista New Scientist calificó recientemente
este giro estadounidense sobre la cuestión de la optimización
soviética como el «algoritmo que gobierna el mundo».
Tal y como los archicapitalistas estadounidenses salvaron
la obra de Leontief, en la Unión Soviética fueron los especialistas
militares los primeros en ahondar en la programación lineal, ya
que eran los únicos con acceso a textos extranjeros sobre el tema,
traducidos al ruso, aunque no publicados a nivel nacional. Su
interés no era la cuestión más amplia de la planificación
económica, sino el control de sistemas, en sí mismo un
subconjunto del tema de la distribución de recursos, que es al
final, evidentemente, el alta y el omega de la Economía. Ni un
coronel ni un solo general habían oído hablar de Kantoróvich.
Vershik recuerda haber visitado un instituto de investigación del
Ministerio de Defensa en Moscú en 1957 y contarles sobre el

192
trabajo de su mentor Kantórovich. «Para ellos, que acababan de
comenzar a estudiar la literatura estadounidense sobre la
programación lineal, esto fue una revelación»75.
En ese momento se estaba produciendo una readecuación
más amplia de la cibernética y había aumentado la urgencia de
introducir computadoras en el ejército. Kantórovich fue invitado
a dar una conferencia pública sobre su tema favorito. Los
especialistas militares, que hasta aquel momento solamente
habían estado utilizando fuentes estadounidenses obtenidas a
través de canales secretos, se emocionaron al descubrir que era
uno de los suyos el que había sido pionero en este campo.
Kantoróvich escribió:

Descubrí que una gama de problemas del carácter más diverso


relacionados con la organización científica de la producción
(cuestiones sobre la distribución óptima del trabajo de máquinas y
mecanismos, la minimización de la chatarra, la mejor utilización de
materias primas y materiales locales, combustible, transporte, etc.)
conducen a la formulación de un solo grupo de problemas
matemáticos (problemas extremos). (…) Pero el proceso de resolverlos
es prácticamente inutilizable, ya que requiere la solución de decenas
de miles o incluso millones de sistemas de ecuaciones para
completarlos.76

La idea de Kantoróvich era que los planificadores evaluaran


los precios óptimos, un esquema en el que las valoraciones
determinadas objetivamente o los «precios sombra» —un número
teórico asignado a los artículos en lugar de un precio— se
calcularían a partir de los costos de oportunidad sin la necesidad
del «total conocimiento de la información» que personas como

Vershik, A. (2007). L. V. Kantorovich and linear programming. Pág. 6.


75

Kantoróvich, L. V. (1960). Methods of Organizing and Planning Production.


76

Management Science, 6(4), 368.

193
Mises y Hayek dijeron que era indispensable para planificar el
trabajo. Al igual que Lange, Kantoróvich demostró que el cálculo
económico racional fuera del mecanismo del mercado era, en
principio, una posibilidad.
Recuerde que la planificación económica puede ser útil
tanto para las empresas capitalistas como para las economías
socialistas. Internamente, las empresas son economías
planificadas no diferentes de la Unión Soviética: economías
planificadas jerárquicas y antidemocráticas, sin duda, pero
economías planificadas de todos modos. La diferencia radica en
su función objetivo (la meta) y cómo se determina. En la empresa
capitalista, la técnica se pone al servicio de maximizar las
ganancias en beneficio de los propietarios y, de hecho, la mayoría
de los libros de texto y manuales de software de programación
lineal asumen la ganancia como objetivo. En la sociedad
socialista, la función objetivo puede seguir siendo un aumento de
la riqueza, pero de la sociedad en su conjunto; es decir,
matemáticamente similar a la maximización de beneficio, pero
socialmente determinada. La expansión constante del tiempo
libre podría ser otra función objetiva, al igual que la
maximización de los servicios de los ecosistemas y la
minimización de su interrupción. De esta manera, vemos cómo si
bien la sustitución de la asignación de mercado por la
planificación económica puede ser una condición necesaria para
la realización del Socialismo, no es una condición suficiente: debe
estar atada a la democracia.

La centrífuga yugoslava

Los partisanos de la noción del Socialismo de mercado


sostienen que existe una forma simple de conciliar ambos
elementos. El Capitalismo utiliza los mercados para asignar

194
recursos; por lo tanto, no puede existir Capitalismo sin mercado.
Pero puede existir mercado sin Capitalismo.
Tenga en cuenta que el Socialismo de mercado es distinto
de la socialdemocracia. Podemos describir la socialdemocracia
como una filosofía que acepta la insuperableidad del mercado al
tiempo que reconoce sus inevitables desigualdades, apuntando
así a una economía mixta que equilibre la asignación de mercado
y no de mercado entre el Estado y el sector privado, al tiempo que
promueve derechos laborales sólidos. En una sociedad
socialdemócrata, el sector público conserva la responsabilidad de
los bienes y servicios esenciales como la atención médica, la
educación y los servicios de emergencia; monopolios naturales
como la generación de electricidad, la gestión del agua y los
ferrocarriles; e industrias de importancia estratégica como la
siderurgia, la silvicultura, el petróleo y la minería. (Aunque en la
mayoría de los países, desde la década de 1970, pocos servicios
públicos —la vigilancia policial, necesaria para la protección
imparcial de los derechos de propiedad de los que depende el
mercado, y las fuerzas armadas, necesarias para el
mantenimiento de la integridad del Estado— siguen siendo
desmercantilizados, la mayoría las empresas de servicios
públicos se han privatizado y casi no existe propiedad pública de
la industria).
El Socialismo de mercado, sin embargo, es algo
completamente diferente. Bajo el Socialismo de mercado no hay
propiedad privada de la industria, pero la asignación de bienes y
servicios todavía ocurre a través del mercado. Los trabajadores
son dueños de sus propias empresas, en forma de cooperativas,
que en competencia entre sí venden sus productos y sobreviven,
se expanden o fracasan en función de la demanda. Debido a los
caprichos del mercado, como en la socialdemocracia, algunos
sectores clave, como el de la salud, aún pueden estar en manos
del sector público, pero sigue siendo una sociedad de mercado.
Un sistema así se beneficia de la supuesta asignación eficiente

195
del mercado, evitando la esclerosis burocrática y eliminando la
«clase propietaria», la burguesía. Además, no hay jefes y el lugar
de trabajo se gestiona democráticamente.
Pero los partidarios del Socialismo de mercado tienen que
dejar de lado la realidad de que los bienes y servicios producidos
en los mercados, incluso los mercados socialistas, seguirán
siendo solo aquellos que puedan generar ganancias. Y, como
hemos comentado, el conjunto de cosas que son beneficiosas se
superpone solo en parte con el conjunto de cosas que son
rentables. Los nuevos tipos de antibióticos, el internet rural de
alta velocidad y los vuelos espaciales tripulados serían tan
difíciles de entregar en un mercado socialista como en uno
capitalista, sin una intervención significativa y planificada en el
mercado. Mientras tanto, es probable que se sigan produciendo
artículos que son rentables, pero activamente dañinos, como los
combustibles fósiles.
La anarquía del mercado también sufre inevitablemente de
duplicación y sobreproducción, y en consecuencia la producción
de crisis económicas. Así como sucede con los mercados
capitalistas que funcionan con ganancias —la diferencia entre
cuánto cuesta producir algo, incluidos los salarios pagados a los
trabajadores, y cuánto se puede vender el producto—, bajo el
Socialismo de mercado, el uso de la señal de precios también
generaría un exceso de ingresos para las empresas más
eficientes (incluso si se transforman en cooperativas de
trabajadores) y pérdidas para las desafortunadas. Los socialistas
de mercado, entonces, tienen que explicar cómo este sistema
redistribuiría las «ganancias» de manera equitativa entre la
población. Más importante aún, ¿cómo garantizaría su solución
que el afán de lucro, uno que exprime más trabajo de los
trabajadores y crea incentivos para producir en exceso, no
resurja? Ampliado, el mercado y el afán de lucro crean ciclos de
auge y caída en toda la economía que perjudican a las personas y
desperdician recursos. Por su propia naturaleza, los mercados

196
producen desigualdades —desigualdades que, mientras exista un
mercado, sólo son mejorables, no erradicables. Y ha sido
sistemáticamente la desigualdad lo que ha provocado conflictos
económicos a lo largo de la historia.
Esta no es una discusión abstracta. Después de la Segunda
Guerra Mundial, Yugoslavia bajo el mariscal Tito adoptó una
variación del Socialismo de mercado. La escisión de Stalin y Tito
de 1948 envió a los líderes de la joven república multinacional a
buscar un camino alternativo al modelo burocrático soviético
para la construcción del Socialismo, lo que los llevó a
experimentar con lo que llamaron «autogestión de los
trabajadores» o radničko samoupravljanje. Bajo este sistema,
mientras las fábricas permanecían formalmente bajo propiedad
estatal, los trabajadores dirigían la producción (nuevamente, es
cierto que no con control total) en su lugar de trabajo, las
mercancías producidas se vendían en el mercado y luego los
trabajadores de una empresa en particular se quedaban con los
ingresos excedentes.
A medida que el papel de las fuerzas del mercado se
expandió bajo Tito, particularmente con la abolición de la
determinación de los salarios por parte del gobierno y el
advenimiento de una dependencia al éxito o fracaso de una
empresa en particular para asegurar el ingreso personal, la
competencia entre empresas aumentó y la desigualdad entre
trabajadores, categorías de habilidades, lugares de trabajo,
sectores y lo que es más inquietante, regiones, también se
incrementó. Inevitablemente, algunas fábricas serán superiores
a otras en la producción de mercancías, o tendrán la suerte de
estar ubicadas en una región más desarrollada, con mayores
niveles de educación, mejor infraestructura de transporte o
cualquier cantidad de ventajas. El Estado trató de equilibrar esto
a través de la redistribución: políticas preferenciales regionales
como la imposición de impuestos a las empresas más rentables
para financiar la industrialización de las regiones menos

197
desarrolladas o para apoyar las áreas agrícolas. Pero esto, a su
vez, provocó una impugnación de políticas y decisiones de
inversión basadas en la región. El historiador económico de la
Universidad de Glasgow, Vladimir Unkovski-Korica, ha
argumentado que los lugares de trabajo particulares tendían a
identificarse menos con la política en su conjunto que con los
intereses de la gestión empresarial o de su gobierno regional. La
primera huelga laboral en el joven país ocurrió ya en 1958, en una
mina en la rica república de Eslovenia, impulsada por un
resentimiento a la canalización de lo que los trabajadores veían
como su riqueza hacia la mejora de la desigualdad regional. Pero
esto no se debió simplemente a que los trabajadores en mejor
situación se veían perjudicados por los altos impuestos; cualquier
esfuerzo por equilibrar la desigualdad, necesariamente un
esfuerzo centralizado, corría el riesgo de ser visto como un
retorno de la hegemonía serbia.
Como si no fuera suficiente estar atrapado entre un
centralismo igualitario visto como chovinismo serbio, por un
lado, y un resurgimiento del nacionalismo regional, por el otro,
Yugoslavia también enfrentó el desafío de un creciente déficit en
la balanza comercial, hasta el punto en que hasta un tercio de la
inversión interna dependía del exterior. Peor aún, mientras que
inicialmente esta ayuda había llegado en forma de subvenciones,
en los años 60 estas subvenciones se habían convertido en
préstamos. El gobierno respondió con una mayor orientación
hacia las exportaciones, lo que a su vez benefició a algunas
fábricas y regiones más que a otras. La estrategia de desarrollo
integrado de todo el país fue finalmente abandonada en 1963 a
través de la disolución del Fondo Federal de Inversiones bajo
presión regionalista; sus fondos fueron distribuidos a los bancos
locales, lo que solo aceleró la centrifugación de Yugoslavia al
tiempo que socavaba las economías de escala y una división del
trabajo racional y apropiada para la región. Como era de esperar,
la lógica de mercado de empresas que compiten entre sí impulsó

198
el restablecimiento de las jerarquías en el lugar de trabajo, así
como un énfasis cada vez mayor en las travesuras financieras y
las estrategias de marketing —históricamente visto por los
socialistas como un tumor derrochador que desperdicia recursos
útiles— a expensas de la producción. Proliferaron las inversiones
derrochadoras y los préstamos insostenibles a medida que las
empresas de bajo rendimiento intentaban mejorar su posición en
el mercado. Para servir estas onerosas deudas, la jerarquía
gerencial restablecida, ayudada por un aparato de autogestión
debilitado, hizo lo que hace cualquier gerente capitalista normal:
precarizar los salarios y las condiciones laborales. El desempleo
volvió. Y todo esto antes de las crisis económicas mundiales y los
shocks petroleros de la década de 1970.
¿Significa esto que no hay lugar para el Socialismo de
mercado o las cooperativas en ninguna concepción de una
sociedad justa? Depende del marco de tiempo que consideremos.
Abandonemos la visión del Socialismo de mercado y la
planificación democrática como rivales. En cambio, veamos a las
cooperativas y al Socialismo de mercado (o elementos del mismo)
como mecanismos de puente hacia la desmercantilización y la
planificación, como un medio para generar confianza en la gente
común de su propia capacidad para gobernar un lugar de trabajo
sin jefes —y en última instancia para gobernar la totalidad de la
economía.
También puede haber determinados productos básicos o
sectores que sean más difíciles de desmercantilizar que otros.
Como vimos en los inicios de la Unión Soviética y la China de
Mao, mientras que gran parte de la industria pesada era
relativamente fácil de desmercantilizar (al menos tan fácil como
fue su desmercantilización en cualquier Estado capitalista, como
para la producción de acero y carbón en la Europa occidental de
posguerra), los intentos de desmercantilizar la agricultura
subyacen a las barbaridades por las que estos dos regímenes son
más conocidos: el Holodomor y el Gran Salto Adelante.

199
Una de las lecciones clave de la historia del «Socialismo
realmente existente», es decir, la variedad estalinista, maoísta o
titoísta, es que debemos mantener la mente abierta en cuanto a lo
que funciona, experimentar con diferentes formas económicas y
sentirnos cómodos con el cambio, abandonando ciertas hipótesis
ante nuevas evidencias.

La planificación en la práctica (de nuevo)

Entonces, ¿qué salió mal en la Unión Soviética? La novela


de Francis Spufford, Red Plenty es, al menos en parte, la historia
de cómo Kantoróvich fracasó en sus esfuerzos para que se
adoptara su plan, pero sin embargo estaba tan convencido de la
estrategia que, como señala Spufford, todavía estaba escribiendo
cartas presionando al Politburó hasta su muerte en 1986. El
desafío fue la necesidad de ir más allá de «en principio», hacia «la
práctica».
El algoritmo práctico que Kantoróvich ofreció en un
apéndice de su trabajo de 1960 sobre el tema podía resolverse con
papel y lápiz, pero solo era manejable para problemas de escala
limitada. Cuando se trataba de resolver problemas más
complejos, Kantoróvich recomendó una técnica aproximada de
agregar procesos de producción similares y tratarlos como un
solo proceso. En aquel momento tanto en la URSS como en los
Estados Unidos tales ejercicios fueron realizados en gran parte
por «computadoras» humanas (demostrado en la película Hidden
Figures de 2016, sobre las mujeres «computadoras» que hicieron
posibles las primeras misiones espaciales de la NASA). Si bien las
ideas de Kantoróvich fueron recibidas con distintos niveles de
entusiasmo, la capacidad de computación en ese momento era
demasiado limitada para emplear la técnica de planificación
detallada de toda la economía y, en cambio, se utilizó para

200
elaborar planes para empresas particulares, o como máximo,
sectores.
El campo de la cibernética había sido un tabú ideológico,
condenado oficialmente como un mecanismo estadounidense de
neutralización del control de los trabajadores. Con Jrushchov, se
había producido un cambio: la Academia de Ciencias publicaba
ahora la revista Cybernetics in the Service of Communism, y
Moscú había ordenado la construcción de fábricas de
ordenadores. Víktor Glushkov, el fundador de la cibernética
soviética, incluso recibió luz verde para desarrollar una red
informática descentralizada, una Internet soviética, pero nunca
se completó. Era muy pequeño, demasiado tarde. Cuando el
Deshielo llegó a su fin, con el golpe de Estado derrocando a
Jrushchov y el regreso de los estalinistas en 1964, la informática
soviética estaba muy por detrás de sus contrapartes occidentales.
No existía un estándar común y las computadoras y los
periféricos eran frecuentemente incompatibles. La potencia
informática limitada del país fue la razón principal del fracaso de
su programa lunar tripulado y, a principios de la década de 1970,
los líderes soviéticos decidieron abandonar el desarrollo de una
industria informática nacional y optaron por piratear las
computadoras occidentales.
Sumado a este abandono de la computación, el
autoritarismo no desapareció y fue revivido bajo Brézhnev, una
vez más socavando la calidad de la información necesaria para
participar en la planificación. Y una vez que se descubrió el gran
colchón económico del petróleo en Siberia, los cibernéticos,
informáticos y reformadores económicos que todavía estaban
comprometidos con la planificación parecieron dejar de ser
necesarios. La próxima versión de los reformadores económicos,
en los años 80, sería una variedad más orientada al mercado, que
casi había renunciado a la idea de planificación y al Socialismo.
Después de la caída de la Unión Soviética, el debate se
convirtió naturalmente en algo así como una discusión

201
académica, más que una controversia viva, y ciertamente un
discurso que se perdió para aquellos comprometidos en la lucha
por la justicia social del día a día.
Pero en la década de 1990, dos científicos informáticos
progresistas, Paul Cockshott de la Universidad de Glasgow y su
colaborador, la economista Allin Cottrell de la Universidad de
Wake Forest, comenzaron a argumentar en una serie de artículos
académicos que las técnicas algorítmicas mejoradas habían
vuelto a hacer que valiera la pena explorar la cuestión.
En su libro de 1993, Towards a New Socialism, un texto que
en algunos lugares parece más una polémica de izquierda que un
libro de texto de programación universitaria, Cockshott y Cottrell
argumentan en contra de la idea de que la planificación está
destinada al fracaso, empleando nuevos conocimientos del
mundo de las ciencias de la computación: «Los desarrollos
modernos en la tecnología de la información abren la posibilidad
de un sistema de planificación que podría superar al mercado en
términos de eficiencia (en la satisfacción de las necesidades
humanas) y equidad»77.
Las computadoras son mejores que los mercados —así era el
argumento. Todas las preocupaciones de Mises y Pareto —que, si
bien en teoría, el cálculo económico socialista no es diferente del
cálculo del mercado, sigue siendo poco práctico— se estaban
volviendo irrelevantes por el cambio tecnológico. Sin embargo,
sostienen, si bien el proyecto se ve facilitado por cierto nivel de
sofisticación técnica, no es tanto la disponibilidad de
computadoras centrales ultrarrápidas lo que ha sido la principal
limitación. Sería suficiente una red de planificación distribuida
de computadoras personales bastante modestas, conectadas por
un sistema de telecomunicaciones para toda la economía y

77
Cockshott, P. & Cottrell, A. (1994). Information and Economics: A Critique
of Hayek. Recuperado de
http://www.dcs.gla.ac.uk/~wpc/reports/hayek/hayek.html.

202
empleando un sistema estandarizado de identificación de
productos y bases de datos informáticas. Sin embargo, requeriría
el acceso universal a las computadoras y el libre flujo de
información.
Dada una nueva oportunidad de vida por el advenimiento
de las nuevas tecnologías, el debate ha continuado en la década
del 2000. Una réplica de 2002 a la perspectiva de Cockshott-
Cottrell del lógico polaco Witold Marciszewski de la Universidad
de Varsovia argumentó que la planificación socialista requeriría
lo que se llaman súper máquinas de Turing, o
hipercomputadoras, computadoras teóricas que van más allá de
la computabilidad de las computadoras estándar, que algunos
afirman no solo son físicamente imposibles de construir, sino
que son lógicamente imposibles de diseñar. Y en 2006, Robert
Murphy, un joven economista de la Escuela Austriaca del Pacific
Research Institute, un grupo de expertos de libre mercado de
California, empleó el argumento diagonal del teórico de
escenarios Georg Cantor para afirmar que la lista de precios en la
matriz de cualquier junta de planificación debería contener no
simplemente miles de millones o billones de precios, sino —como
con el conjunto de todos los números reales o el conjunto de todos
los subconjuntos de enteros— un número infinito incontable de
ellos, lo que hace imposible el cálculo socialista de toda la
economía en principio, no solo en la práctica, [sino hasta en
teoría], porque la lista completa de todos los precios nunca podría
aparecer. Piénselo de esta manera: sin importar cuán grande sea
el conjunto de números enteros, extendiéndose hasta el infinito
(0, 1, 2, 3… ∞), dada una cantidad infinita de tiempo, podría
contarlos simplemente enumerándolos uno tras otro. Pero la
infinidad de números reales que se ajustan entre 0 y 1 es aún
mayor, ¡y contiene un número infinito de infinitas cadenas de
números enteros! Y por eso nunca, ni siquiera con una cantidad
infinita de tiempo, podría contarse. Dice Murphy que este
segundo tipo —un infinito incontable— describe el conjunto

203
completo de precios necesarios para participar en la
planificación.
Esencialmente, Cockshott, Cottrell, Marciszewski, Murphy
y un puñado de otros habían revivido el debate sobre el cálculo
latente durante mucho tiempo, pero lo reformularon como un
problema para el campo de la teoría de la complejidad
computacional, una rama de la informática teórica que busca
clasificar la dificultad inherente de la teoría de la complejidad
computacional, diferentes tipos de problemas y los recursos
necesarios para resolverlos. De la misma manera que los
neurocientíficos en las últimas décadas han robado los debates
sobre la teoría de la mente a los filósofos, los teóricos de la
complejidad y los científicos de la computación están robando
este debate a los economistas y a los politólogos.
Sin embargo, la discusión aún permanece en gran parte
oculta dentro del ámbito de las revistas científicas, e incluso allí,
para muchos, se ha convertido en una especie de juego de salón
matemático. No hay una audiencia activa fuera de una pequeña
pizca de académicos. Una vez más, es el realismo capitalista: «Es
evidente que una economía no de mercado es absurda, Jim, pero
solamente como un ejercicio para mis estudiantes…».
Publicada apenas dos años después de la crisis financiera
de 2008, la novela de Francis Spufford sobre planificación
económica, Red Plenty, provocó una explosión de respuestas,
particularmente en internet. Quizás el más interesante de ellos
fue un ensayo extenso del estadístico Cosma Shalizi de la
Carnegie Mellon University, autodenominado «vagamente
izquierdista», quien «aprendió programación lineal en las rodillas
de su padre cuando era niño». En él, argumenta en contra de la
esperanza de Spufford de que a medida que mejore la capacidad
de procesamiento, la idea de planificación pueda regresar.
Muestra cómo el cálculo de una lista de precios óptimos por parte
de los planificadores resulta tan complejo como el cálculo del
plan óptimo en sí, debido a la interdependencia de todas las

204
variables posibles dentro de una economía. Hablando en
términos generales, está presentando un argumento similar a los
de Murphy y Marciszewski, aunque al menos admite que, en
lugar de ser completamente imposible, el problema podría
volverse técnicamente manejable después de un siglo de la ley de
Moore (que postula que la potencia de la computación se duplica
aproximadamente cada dos años), si la ley se mantiene.
Pero esto sitúa la planificación óptima en el ámbito de la
ciencia ficción, más que en el de las opciones serias que se
pueden considerar hoy. Recurrimos a la posición deprimente de
que los precios en el mercado no son otra cosa que el mejor
mecanismo para el procesamiento de toda la información
necesaria para asignar los recursos de manera eficiente. ¿Por qué
gastar tanta energía en la construcción de lo que de otro modo
sería inmanente en el intercambio de mercado?
«Necesitamos (…) alguna forma sistemática para que los
ciudadanos proporcionen retroalimentación sobre el plan, a
medida que se realiza»78, escribe Shalizi. «Hay muchas, muchas
cosas que decir en contra del sistema de mercado, pero es un
mecanismo para proporcionar retroalimentación de los usuarios
a los productores y para propagar esa retroalimentación por toda
la economía, sin que nadie tenga que rastrear explícitamente esa
información»79. Ahora, a diferencia de Murphy y Marciszewski,
Shalizi no es un defensor del libre mercado. Reconoce, y está
horrorizado por, lo que producen los mercados: «En el extremo, el
mercado literalmente mata de hambre a la gente, porque
alimentarlos es un uso menos “eficiente" de los alimentos que
ayudar a los ricos a comer más»80.

78
Shalizi, C. (2012). In Soviet Union, Optimization Problem Solves You .
Recuperado de https://crookedtimber.org/2012/05/30/in-soviet-union-
optimization-problem-solves-you/.
79
Ibidem.
80
Ibidem.

205
Reconoce que en muchas áreas (al menos en algunos
países) —como educación, salud, vigilancia, bomberos, búsqueda
y rescate y respuesta a desastres— la planificación se utiliza para
asignar recursos, y hace un mejor trabajo que el mercado.
Entonces, al igual que Nove, aboga por una economía mixta en la
que algunos bienes y servicios se eliminan de la asignación del
mercado.
Pero esto es una chapuza. Si el argumento de la asignación
de mercado es correcto, debería serlo también para estos ámbitos.
¿Por qué deberían funcionar tan bien la sanidad, la educación y
los bomberos si la teoría muestra que deberían conllevar
monstruosas ineficiencias? (De hecho, los libertarios hacen
exactamente este argumento: que también debería haber un
mercado no solo en la salud y la educación, sino también en la
policía, los servicios de bomberos y las fuerzas armadas). En otra
inversión del viejo engaño de la derecha de que «el comunismo
funciona en teoría, pero no en la práctica», el comunismo parece
funcionar de nuevo en la práctica, pero no en teoría.
Pero entre las grandes ineficiencias en la asignación de
recursos y la optimización absolutamente perfecta e inmaculada,
está la realidad: el lugar donde realmente vive la gente. Aquí hay
una serie de confusiones que se relacionan con la complejidad de
llegar a una solución algebraica exacta de un problema, en lugar
de obtener una respuesta económica aceptable a un problema.
Según Cockshott, si se toma una economía grande y se utilizan
técnicas estándar de insumo-producto —el método desarrollado
por el economista ruso-estadounidense Wassily Leontief para
representar relaciones económicas entrelazadas, que se usa
comúnmente en la actualidad para calcular el PIB—, se puede
representar como una matriz enorme, con columnas para cada
industria y filas para la cantidad de cada producto de otra
industria que consumirá. Entonces, para, digamos, la columna de
la industria del acero, en la parte inferior dirá cuánto acero se

206
produce, mientras que las filas indicarán cuánto carbón, cuánto
mineral de hierro o cuánta piedra caliza se utiliza.
Ahora, en principio, el número de pasos en este cálculo de
matriz para alcanzar una cierta mezcla de producción final
crecerá como el cubo del tamaño de su matriz; de modo que, si
tiene una matriz con, digamos, 10 millones de entradas, parecerá
que, para obtener una respuesta, el número de pasos necesarios
será de 10 millones elevado a tres. Pero esto es solo si elige
escribirlo como una matriz, porque si lo hiciera, encontraría que
casi todas las entradas en la matriz serían cero, ya que no usa,
digamos, piedra caliza para hacer un libro. La mayoría de las
cosas no se utilizan en otros procesos. Por lo tanto, la mayoría de
los productos requieren solo una pequeña cantidad de insumos.
«La concepción de que todo afecta a todo no es cierta. Usted
puede desagregar muchos aspectos de la economía», dice
Cockshott. A través de la experimentación, Cockshott y sus
colegas sugieren que esta desagregación permite que el número
de pasos crezca logarítmicamente en lugar de exponencialmente,
simplificando enormemente la complejidad del problema. En
esencia, esto significa que al principio hay un rápido aumento en
el número de pasos, seguido de un período en el que el
crecimiento se ralentiza. Sin embargo, el crecimiento continúa, a
diferencia de un caso en el que el número de pasos comienza
lentamente y luego aumenta muy rápidamente a medida que
avanza.
Cockshott explica: «Usted dice: “Solo quiero obtener una
respuesta a tres cifras significativas, porque ¿cuántas empresas
realmente pueden planificar su producción para más que esto?”.
Porque no desea una solución exacta, sino una aproximación a
un cierto número de cifras significativas». Este requisito más
estricto para el cálculo también limita el número de pasos de
iteración que debe ejecutar en el algoritmo. «Entonces, cuando lo
miras en términos de un problema práctico en términos de cómo
los datos están realmente estructurados, lo que exige el mundo

207
real, te das cuenta de que estás tratando con algo mucho más
simple de lo que sugiere el álgebra abstracta». Esto es algo que
ahora es relativamente conocido en informática. Hay muchos
algoritmos que atacan problemas que, en principio, son
intratables, pero en la práctica podemos usarlos para resolver
muchos problemas porque solo son intratables para ciertos
rangos de números.
Cockshott ha llevado el debate del ámbito de la teoría a la
experimentación. Es muy difícil hacer una investigación práctica
en planificación por razones obvias, pero después de probar sus
ideas con una computadora departamental modestamente
avanzada que cuesta alrededor de 5.000 libras afirma haber
resuelto tales ecuaciones de optimización para una economía
aproximadamente del tamaño de Suecia en aproximadamente
dos minutos. Él proyecta que si hubiera usado el tipo de
computadoras que usa el departamento de física de su
universidad o cualquier centro de pronóstico del tiempo,
entonces sería una cuestión muy simple para economías más
grandes, con el tiempo de ciclo para el cálculo en el orden de
horas, en lugar de meses, o años, o millones de años.
«Es relativamente fácil demostrar que estos algoritmos son
manejables. Son polinomios o subpolinomios. Están en la mejor
clase de manejabilidad. Se adaptan fácilmente a las economías
de escala industrial con una fracción del poder de procesamiento
que tiene Google».
La pregunta, entonces, pasa a la recopilación de la
información correcta. Pero esto también se está volviendo más
fácil, ya que los productos se rastrean cada vez más mediante
códigos de barras, y los compradores y proveedores comparten
vastas bases de datos que contienen información que monitorea
todos los aspectos de la producción, el pedido de componentes, el
cálculo de costos, etc.

208
Ahora, todo esto es una aseveración extraordinaria. La
metodología y los resultados de Cockshott deben ser
cuestionados y replicados por otros investigadores. Pero algo de
esta réplica ya ha sucedido justo delante de nuestras narices. Las
colosales corporaciones multinacionales e instituciones
financieras ya se dedican a la planificación interna, pero a escala
mundial, coordinando actividades económicas en continentes
separados. Cockshott señala al transporte aéreo como la primera
industria en estar sujeta a una planificación computarizada
integral, bajo el sistema de reserva de aerolíneas Boadicea, que se
lanzó en la década de 1960. Los empleados de envíos también son
cosa del pasado.
Para ser claros: una economía sin mercado no es una
cuestión de planificadores centrales que no rinden cuentas, o
programadores igualmente irresponsables o sus algoritmos que
toman las decisiones por el resto de nosotros. Sin la participación
democrática de los consumidores y productores, la experiencia
diaria de los millones de participantes vivos en la economía, la
planificación no puede funcionar. La democracia no es un ideal
abstracto atado a todo esto, sino la piedra angular del proceso.
Y lo más importante, la toma de decisiones económicas
democráticas, descentralizadas y asistidas por computadora no
surgirá como un conjunto de reformas tecnocráticas del sistema
que puedan simplemente imponerse. Primero debe haber una
transformación fundamental de las relaciones y estructuras de la
sociedad, incluida la confección de nuevas redes de
interdependencia, marcos por los que las masas populares
tendrán que luchar, construir y, en última instancia, sostener. Si
bien dicho sistema puede y debe construirse desde cero, para
alcanzar la escala de lo que se requiere de manera realista tanto
para construir una economía justa como para hacer frente a la
crisis ecológica, este sistema tendrá que ser global y completo en
sus demandas de liberación humana y avance tecnológico.

209
IX

EL INTERNET SOCIALISTA DE ALLENDE

La historia de Salvador Allende —presidente de la primera


administración marxista elegida democráticamente, que murió
cuando el general Augusto Pinochet derrocó a su administración
de apenas tres años en un golpe de Estado respaldado por Estados
Unidos el 11 de septiembre de 1973— es bien conocida y
lamentada entre progresistas. Para gran parte de la izquierda, el
aplastamiento del gobierno de Allende representa un camino
revolucionario no tomado, un Socialismo diferente al de la Unión
Soviética o China, comprometido con la democracia
constitucional, el Estado de Derecho y las libertades civiles,
incluso frente al terror de los paramilitares fascistas. La letanía
de los horrores de los derechos humanos cometidos bajo Pinochet
y las historias de «los desaparecidos» —un eufemismo para las
más de 2.000 víctimas secuestradas en secreto por Pinochet cuyo
destino el Estado se negó a clarificar— eclipsaron un experimento
audaz y pionero en la planificación económica cibernética que se
inició bajo Allende.
El proyecto, llamado Cybersyn en inglés y Proyecto Synco
en español, fue un esfuerzo ambicioso (quizás demasiado
ambicioso) para conectar la economía y, de hecho, la sociedad. Se
ha descrito en The Guardian, no sin razón, como una «Internet
socialista» —un proyecto que se adelantó décadas a su tiempo.
En gran parte desconocido durante décadas, finalmente ha
recibido reconocimiento. Alrededor del cuadragésimo
aniversario del golpe de Pinochet, apareció una serie de artículos
en los principales medios de comunicación, desde el New Yorker
hasta el popular podcast 99% Invisible, muchos basados en una
extensa investigación y entrevistas con los arquitectos de
Cybersyn realizadas por un ingeniero eléctrico y la historiadora

210
de tecnología Eden Medina para producir su texto sobre los
triunfos y tribulaciones del equipo Cybersyn, Cybernetic
Revolutionaries. La razón de la oleada de interés en Cybersyn
hoy, y de la recuperación de su historia, se debe en parte a su
notable paralelo con la Red de Agencias de Proyectos de
Investigación Avanzada (ARPANET) del ejército de los EE. UU., la
precursora de Internet, y la revelación, como algo salido de un
universo alternativo, que una estructura similar a Internet puede
haber sido desarrollada por primera vez en el Sur Global. La
atracción por la historia de la Internet socialista de Chile
probablemente también se deba a la gran cantidad de lecciones
para hoy que ofrece este artefacto de la revolución democrática
de Allende —«aromatizado con vino tinto y empanadas», como él
dijo— sobre privacidad y big data, el peligros y beneficios de
Internet de las Cosas, y la aparición de la regulación algorítmica.
Nuestro interés aquí, sin embargo, es principalmente
considerar Cybersyn en términos de su éxito, o como un
instrumento de planificación económica no centralizada.
Liberados de las limitaciones de la Guerra Fría, hoy podemos
considerar Cybersyn de manera más objetiva y preguntarnos si
podría servir como modelo para superar tanto al libre mercado
como a la planificación centralizada.

La cibernética es como el pastoreo de gatos

En 1970, el recién elegido gobierno de coalición de Unidad


Popular de Salvador Allende se convirtió en el coordinador de un
revoltijo desordenado de fábricas, minas y otros lugares de
trabajo que en algunos lugares habían sido administrados por el
Estado desde hacía mucho tiempo, en otros estaban siendo recién
nacionalizados, mientras que algunos estaban bajo ocupación de
los trabajadores, y otros aún permanecían bajo el control de sus
gerentes o propietarios. La anterior administración centrista del

211
demócrata cristiano Eduardo Frei ya había nacionalizado
parcialmente las minas de cobre, el producto de mayor
exportación del país. El gobierno de Frei también había
desarrollado un programa masivo de construcción de viviendas
públicas y amplió significativamente la educación pública, todo
con una asistencia sustancial de los Estados Unidos. Washington
estaba preocupado de que, si no pagaba por las reformas sociales,
sería testigo de la revolución social dentro del hemisferio que
consideraba propio. Por lo tanto, secciones sustanciales
relativamente pequeñas de la economía de Chile ya estaban en el
sector público cuando los socialistas asumieron el control,
llevando la capacidad de gestión de la burocracia al límite. Se
requería una estrategia de coordinación más eficiente.
El jefe de la Corporación de Fomento de la Producción de
Chile, que en aquel momento tenía 29 años, Fernando Flores,
responsable de la gestión de la coordinación entre las empresas
nacionalizadas y el Estado, había quedado impresionado con los
prolíficos escritos sobre cibernética de gestión de un científico
británico de investigación de operaciones y asesor de
administración llamado Stafford Beer. Flores había estudiado
ingeniería industrial en la Universidad Católica, pero al hacerlo
también se había formado en investigación de operaciones, esa
rama de las matemáticas aplicadas en busca de soluciones
óptimas a problemas complejos de toma de decisiones. Es una
disciplina que más bien parece un revoltijo, que se basa en el
modelado, el análisis estadístico, la ingeniería industrial, la
econometría, la gestión de operaciones, la ciencia de la decisión,
la informática, la teoría de la información e incluso la psicología.
En el curso de sus estudios y sus primeros trabajos para los
ferrocarriles chilenos, Flores se había encontrado con los textos
de Beer sobre cibernética. Mientras que el trabajo de Beer, por el
cual había ganado una reputación internacional sustancial, se
enfocaba en técnicas de gestión más eficientes, según las
entrevistas de Medina con Flores, este último estaba cautivado

212
por cómo la «base filosófica conectiva» de la cibernética de
gestión de Beer podía servir a la visión de Allende de un
Socialismo democrático antiburocrático en el que los
trabajadores participaran en la gestión, y que defendiera las
libertades civiles individuales. La cibernética de la gestión,
razonó Flores, podría ayudar al joven gobierno a «pastorear los
gatos» de los sectores público y cooperativo.
El término «cibernética» hoy tiene algo de un aura
ingenuamente tecnoutopista, o incluso un terror distópico. Pero
en su fundamento, el campo de la cibernética simplemente
investiga cómo diferentes sistemas —biológicos, mecánicos,
sociales— manejan de manera adaptativa la comunicación, la
toma de decisiones y la acción. La primera edición del libro de
Beer de 1959 sobre el tema, Cybernetics and Management, ni
siquiera hace referencia a las computadoras y, como Medina
desea enfatizar, el propio Beer fue un crítico intransigente de
cómo las empresas y el gobierno desplegaban las computadoras.
La cibernética no se gestiona mediante algoritmos. No es el
taylorismo digital.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el matemático del MIT
Norbert Wiener y su colega de ingeniería Julian Bigelow se
encargaron de desarrollar formas de mejorar la orientación de los
aviones enemigos. Tras consultar con uno de los primeros
neuropsicólogos, los dos desarrollaron un aparato que
automáticamente ayudaba al artillero humano a corregir su
puntería a través de lo que llamaron retroalimentación, un
método circular de control mediante el cual las reglas que
gobiernan un proceso se modifican en respuesta a sus resultados
o efectos. Hoy en día, esto puede parecer obvio (y su misma
obviedad es probablemente un producto de cuán influyentes se
han vuelto las nociones cibernéticas en nuestra cultura; de aquí
proviene la palabra «retroalimentación»), pero en aquel
momento, esta fue una revelación en un contexto en el cual los
sistemas de control causales dominaban («si sucede esto,

213
entonces pasa aquello»). Como relata Richard Barbrook en su
historia de 2007 sobre los albores de la era de la informática,
Imaginary Futures, a pesar de que el origen de la disciplina fuese
militar, Wiener tomaría una posición radical frente a la Guerra
Fría y la carrera armamentista, no solo declarando que los
científicos tenían la responsabilidad de negarse a participar en la
investigación militar, sino afirmando la necesidad de una
interpretación socialista de la cibernética. «Las grandes
corporaciones dependían de una casta especializada de
burócratas para dirigir sus organizaciones»81, señala Barbrook.
«Dirigieron el “Panóptico” gerencial que aseguró que los
empleados obedecieran las órdenes impuestas desde arriba.
Supervisaron el financiamiento, la fabricación, la
comercialización y la distribución de los productos de la
corporación»82. Wiener primero, y Beer un poco más tarde,
concibieron la cibernética como un mecanismo de prevención de
la dominación: un desafío importante al que se enfrentan los
administradores de cualquier sistema suficientemente complejo,
según Beer, es que tales sistemas son «indescriptibles en detalle».
Haciendo eco de esta preocupación, tres años antes de que
los tanques soviéticos aplastaran el levantamiento de
trabajadores y estudiantes en la primavera de Praga en 1968, dos
autores checoslovacos, Oldrich Kýn y Pavel Pelikán, publicaron
Kybernetika v Ekonomii, un libro que desafiaba el sistema de
planificación central de arriba hacia abajo. En él, se centraron en
el papel clave de la información veraz en la coordinación de las
actividades económicas, ya sea a través del mercado o mediante
la planificación, argumentando que la capacidad humana para
recibir y procesar información es inherentemente limitada. Un
alto grado de jerarquía centralizadora requiere que los tomadores
de decisiones de alto nivel tengan una gran capacidad de
procesamiento de información. Al mismo tiempo, además de la

81
Barbrook, R. (2007). Imaginary Futures. Pág. 57. Londres: Plato Press.
82
Ibidem.

214
mala calidad de la toma de decisiones resultante de la
incapacidad de un individuo o incluso un pequeño grupo de
humanos para procesar más de una cierta cantidad de
información, la sobrecentralización también puede resultar en el
aumento de los costos de transmisión y procesamiento de la
información, siendo «muchas veces superior a las estimaciones
más pesimistas de pérdidas que podrían ocurrir con una
reducción efectiva de la información y una descentralización de
gran parte de la toma de decisiones»83. En cambio, Kýn y Pelikán
propusieron que la cantidad de información se reduzca
gradualmente a lo largo de la jerarquía, con cada lugar en la
jerarquía disfrutando de un cierto grado de libertad para tomar
decisiones independientes: «No toda la información recopilada a
continuación puede llegar a los lugares más altos. El problema,
por supuesto, es cómo reducir la información sin perder lo
esencial para la toma de decisiones»84.
Por otro lado, como Beer sabía, demasiada
descentralización y autonomía podría producir resultados
caóticos que socaven el bienestar del sistema en su conjunto,
produciendo una sobreproducción debilitante o escasez. Por lo
tanto, su modelo tenía como objetivo promover un máximo de
autoorganización entre los componentes a través de redes de
comunicación redundantes, laterales y de múltiples nodos, al
tiempo que conservaba algunos canales de control vertical para
mantener la estabilidad sistémica y la planificación a largo plazo.
En lugar de la dicotomía abstracta de centralización versus
descentralización, preguntó: ¿Cuál es el grado máximo de
descentralización que aún permite que el sistema prospere?
Allende se sintió atraído por la idea de una industria
dirigida racionalmente y, por recomendación de Flores, se

83
Kyn, O. & Pelikan, P. (1965). Cybernetics in Economics. Czechoslovak
Economic Papers, 5, 14.
84
Ibidem.

215
contrató a Beer para asesorar al gobierno. Beer, por su parte,
frustrado por ver solo una implementación parcial de sus ideas
por parte de las empresas a las que asesoraba, se sintió atraído
por la posibilidad de poner en práctica su visión completa, y en
una escala mucho más amplia de lo que había intentado hasta
ahora.
Y esa visión implicaría la vinculación de una red de
comunicación en tiempo real, conectando fábrica con fábrica, y
hacia arriba a la Corporación de Fomento de la Producción
(CORFO), despachando rápidamente datos tanto lateral como
verticalmente y, por lo tanto, permitiendo respuestas rápidas en
todos los puntos de la red frente al cambio de condiciones en el
sistema. Los datos recopilados también serían procesados por
una computadora central para producir proyecciones
estadísticas sobre el comportamiento económico futuro. Además,
el sistema involucraría una simulación por computadora de la
economía chilena en su conjunto, que Beer y sus colegas
denominaron «CHECO» (CHilean ECOnomy). Sin embargo, en su
primera visita a Chile, Beer se enfrentó a la realidad de los
limitados recursos informáticos del país: solo cuatro mainframes
de rango bajo a medio que eran propiedad de la Empresa de
Computación e Informática de Chile (ECOM), que ya estaban en
gran parte saturados con otras tareas. A lo sumo, ECOM podría
ofrecer tiempo de procesamiento en uno de esos dispositivos, un
IBM 360/50. Como dice Medina, Beer estuvo construyendo una
red informática de una sola computadora.
Pero la clave era la red, no el tipo de máquina que hacía la
red. Entonces, como solución, Beer sugirió conectar a la única
computadora central de IBM una red de comunicaciones de
máquinas de télex —esos dispositivos que parecen máquinas de
escribir automáticas de los 70 que se ven en Todos los hombres
del presidente, descendientes directos del sistema de telégrafo y
fabricados por primera vez en la década de 1930—, que eran
bastante comunes en Chile y en aquel momento eran incluso más

216
confiables que los teléfonos. Inicialmente, Beer pensó que estaba
trabajando en un proyecto para desarrollar un sistema de control
y comunicaciones más responsable y receptivo entre los gerentes
de fábrica designados por el gobierno, o «interventores», para usar
la terminología chilena de la época, y CORFO. Previó que los
interventores de cada empresa utilizarían las máquinas de télex
para transmitir datos de producción a la máquina de télex de la
Empresa de Computación e Informática de Chile. Los operadores
informáticos allí traducirían esta información en tarjetas
perforadas que se introducirían en el mainframe, que a su vez
utilizaría software estadístico para comparar los datos actuales
con el rendimiento pasado, en busca de anomalías. Si se
descubriera tal anomalía, los operadores serían notificados y
luego notificarían tanto al interventor en cuestión como a CORFO.
CORFO entonces le daría al interventor un breve período para
resolver la anomalía por sí mismo, ofreciendo a la empresa un
cierto grado de autonomía de la toma de decisiones más alta, y al
mismo tiempo, aislando a los tomadores de decisiones del
gobierno de lo que de otra manera podría ser un tsunami de datos
al transmitir solo lo que era crucial. Solo si el interventor no
pudiera resolver el problema intervendría CORFO. De esta
manera, en lugar de que todas las decisiones de producción se
tomen de manera centralizada de arriba hacia abajo, habría un
proceso iterativo de «acumulación», como Beer lo describió, con
políticas transmitidas hacia abajo a las fábricas y las necesidades
de las fábricas transmitidas hacia arriba al gobierno,
adaptándose continuamente a las nuevas condiciones. Beer, un
severo crítico de la burocracia soviética, también creía que las
comparaciones estadísticas producidas centralmente reducirían
la capacidad de los gerentes de fábrica para producir cifras de
producción falsas, como sucedió en la URSS, y permitirían un
descubrimiento mucho más rápido de cuellos de botella y otros
problemas. El objetivo era el control económico en tiempo real —
que para entonces, socialista o no, era una ambición asombrosa—
, o lo más cercano posible. Hasta aquel momento, los métodos

217
convencionales de presentación de informes económicos de
Chile incluían extensos documentos impresos que detallaban la
información recopilada mensualmente, o incluso anualmente.
Paul Cockshott, el informático que conocimos antes, que ha
escrito extensamente sobre la posibilidad de una planificación
postcapitalista con la ayuda del poder de procesamiento
contemporáneo, es un gran admirador de Cybersyn: «El gran
avance de los experimentos de Stafford Beer con Cybersyn es que
fue diseñado para ser un sistema en tiempo real en lugar de un
sistema que, como lo habían intentado los soviéticos, era
esencialmente un sistema por lotes en el que se tomaban
decisiones cada cinco años».
Allende, también, tan pronto como se familiarizó con cómo
funcionaba el sistema, empujó a Beer aún más para expandir sus
posibilidades de «descentralización, participación de los
trabajadores y antiburocracia». El deseo de Allende de que el
Proyecto Synco no fuera una respuesta tecnocrática a la
planificación económica según las líneas soviéticas, sino una
herramienta en manos de los trabajadores en el taller para
participar ellos mismos en la toma de decisiones, impresionó a
Beer, e insinuó una aplicación mucho más amplia del sistema
que solo el sector nacionalizado. Para entonces Beer también se
estaba radicalizando con los acontecimientos del país, más allá
del trabajo de consultoría que realizaba para CORFO. Allende
estaba trabajando en terreno fértil.
Incluso antes de la elección del gobierno de coalición de seis
partidos de la Unidad Popular de Allende, Estados Unidos había
gastado millones en esfuerzos de propaganda contra la izquierda
y para apoyar a los demócratas cristianos. Tras la
nacionalización de la industria del cobre (incluso con el apoyo
unánime de la oposición democristiana), principal exportación
de Chile, Estados Unidos cortó los créditos y las empresas
multinacionales que habían sido propietarias de las minas
trabajaron para bloquear las exportaciones. Los propietarios de

218
fábricas y tierras acudieron a los tribunales para tratar de
bloquear las reformas, y sectores de la derecha llamaron
abiertamente a un golpe militar, una opción apoyada por la CIA.
Si bien los aumentos salariales sustanciales para los trabajadores
manuales y de cuello blanco inicialmente habían reducido
drásticamente el desempleo y contribuido a un fuerte
crecimiento económico del 8% al año, este bloqueo de facto pronto
paralizó la economía y limitó la disponibilidad de artículos de
consumo. Con los aumentos salariales persiguiendo menos
artículos, apareció la escasez y la inflación paralizante, lo que a
su vez provocó acusaciones de acaparamiento de la clase media.
El gobierno de Unidad Popular de Allende —que la clase
trabajadora consideraba su gobierno— estaba siendo amenazado
a nivel nacional e internacional. Los obreros y campesinos se
estaban radicalizando; la sociedad en su conjunto se estaba
polarizando.
Las circunstancias de un gobierno amenazado obligaron al
equipo de Beer a trabajar con un cronograma de choque. El
proyecto fue desafiado en varios frentes que no fueron aliviados
por la aceleración del cronograma, pero las dificultades fueron
menos tecnológicas que sociales. Los científicos de investigación
operativa tenían que realizar estudios de cada empresa
nacionalizada y establecer qué indicadores de producción
necesitaría rastrear el software y cuáles debería ignorar. Esta no
fue una tarea sencilla, incluso para un modelo simplificado que
no pretendía representar toda la complejidad de la economía
chilena, sino simplemente descubrir los factores clave que tenían
el mayor impacto en los productos. Sin embargo, el modelo
CHECO debía ir más allá de los factores de producción —
productividad y demanda— para considerar la oferta monetaria
—inversión e inflación. Pero el equipo estaba teniendo
dificultades para obtener la información necesaria para probar el
modelo. Los datos de minería tenían dos años de retraso. Los
datos agrícolas fueron escasos. En algunas empresas, los

219
procesos avanzados de recopilación de información ni siquiera
existían. Al final, si bien CHECO pudo ejecutar modelos
experimentales que exploraban la inflación, el tipo de cambio y el
ingreso nacional, así como modelos simplificados de toda la
economía y de un puñado de sectores, el equipo vio estos
esfuerzos solo como un experimento, no para ser utilizado para
desarrollar políticas.
Además, a pesar del deseo de Beer y Flores, y la insistencia
de Allende de que el proyecto logre un sistema participativo,
descentralizador y antiburocrático, el papel de los trabajadores en
la fábrica era a veces insignificante, y los ingenieros de Cybersyn
tendían a hablar primero con la alta dirección de la empresa,
luego a los mandos intermedios, y finalmente a los ingenieros de
producción en la fábrica. La historia del proyecto de Medina tiene
cuidado de no romantizar los resultados. Los ingenieros
consultaron con los comités de trabajadores, pero no de forma
regular. Además de esto, para poder modelar fábricas
individuales, necesitaban capacitación postsecundaria en
investigación de operaciones, y Chile en ese momento tenía un
grupo muy limitado de graduados que habían recibido esa
capacitación. El equipo enfrentó la resistencia de los gerentes de
fábrica, cuya posición de clase los hizo menos comprensivos con
el proyecto, o que simplemente no entendían cuál era su
propósito. A pesar de las instrucciones a los ingenieros de fábrica
de que trabajaran con los comités de trabajadores, nuevamente
las divisiones de clases plantearon una barrera: los ingenieros, en
cambio, eran condescendientes con los trabajadores y preferían
hablar con la gerencia. Medina, en su investigación, encontró
muy poca evidencia de que los trabajadores de base
desempeñaron un papel importante en la configuración del
proceso de modelado.
Pero también uno se puede imaginar que el mismo sistema
pueda ser utilizado de una manera muy diferente, armando en
lugar de desarmando a los trabajadores. De hecho, incluso en

220
forma embrionaria, la red de comunicaciones Cybersyn ayudó a
grupos de trabajadores a autoorganizar la producción y la
distribución durante lo que de otro modo habría sido una huelga
de camiones paralizante, montada por intereses comerciales
conservadores y respaldada por la CIA, en 1972. Al hacerlo, ofreció
al gobierno de Allende, en apuros, un breve período de acción.

Huelga cibernética

Fue durante la huelga que Cybersyn se puso en ejecución.


La red podría permitir al gobierno obtener información inmediata
sobre dónde la escasez es más extrema y dónde se encuentran
los conductores que no participan en el boicot, y movilizar o
redirigir sus propios activos de transporte para mantener las
mercancías en movimiento. Pero esta no fue una simple
operación de arriba hacia abajo, dirigida desde el Palacio de La
Moneda por el presidente y sus ministros. La huelga había
obligado a las operaciones del sector público cercanas entre sí a
trabajar juntas en «cordones industriales» —literalmente,
“cinturones industriales”»— para coordinar el flujo de materias
primas y productos manufacturados. Los cordones, a su vez,
trabajaron con organizaciones comunitarias locales, como
grupos de madres, para ayudar con la distribución. El
funcionamiento autónomo de estos cordones refleja formas de
autodirección espontánea de los trabajadores y la comunidad que
parecen surgir con regularidad durante tiempos de agitación
revolucionaria, o de otra manera en tiempos de crisis o desastres
naturales, ya sea que los llamemos «consejos», «comités
d’entreprises» (Francia), «soviets» (Rusia), «szovjeteket»
(Hungría) o «shorai» (Irán). Rebecca Solnit, comentarista
progresista, describe en su historia social de las comunidades
extraordinarias que surgen en momentos tan extremos, A
Paradise Built in Hell, cómo lejos de la caótica y hobbesiana
guerra de todos contra todos que imagina la élite, es una

221
organización tranquila y decidida la que prevalece. En repetidas
ocasiones descubrió cómo los comentarios de quienes intentaban
sobrevivir a través de terremotos, grandes incendios, epidemias,
inundaciones e incluso ataques terroristas a pesar de los
horrores experimentados reflejaron cuán verdaderamente vivos,
llenos de propósito común e incluso alegres se sentían. No es de
extrañar que una corriente rica y longeva de pensamiento
socialista libertario, que recorre los escritos de personas como
Rosa Luxemburgo, Anton Pannekoek y Paul Mattick, enfatice
aquella organización, tales «consejos», como la base de la
sociedad libre que desearon construir. El gran desafío es la
ampliación de esa organización democrática y sin mercado. Ésta
es la versión destilada del debate sobre el cálculo económico: las
jerarquías relativamente planas parecen perfectamente capaces
de coordinar democráticamente la producción y distribución
para un número limitado de bienes y servicios, para un número
reducido de personas y en una geografía limitada. Pero, ¿cómo
podrían los innumerables productos que necesita una economía
moderna, nacional (o incluso global), con su compleja red de
cadenas de suministro entrecruzadas, miles de empresas y
millones de habitantes (miles de millones, si consideramos el
caso global), producirse sin enormes burocracias ineficientes y
metastatizadoras? ¿Cómo se integran armoniosamente los
intereses del nodo de producción local con los intereses de la
sociedad en su conjunto? Lo que puede ser de interés para una
empresa local puede no ser de interés para el país.
Lo que sucedió en Chile en octubre de 1972 puede que no sea
la respuesta definitiva a estas preguntas, pero abre la puerta a
algunas posibilidades.
El 15 de octubre, Flores sugirió al director del proyecto
CHECO que aplicaran lo que habían aprendido de su
experimentación para combatir la huelga. Establecieron un
centro de comando central en el palacio presidencial, conectado
a través de las máquinas de télex a una serie de unidades

222
operativas especializadas que se centraron en diferentes sectores
clave: transporte, industria, energía, banca, suministro de bienes,
etc. Esta red permitió al gobierno recibir actualizaciones de
estado minuto a minuto directamente desde ubicaciones en todo
el país, y luego responder con la misma rapidez, enviando
pedidos a través de la misma red. Un equipo en el palacio analizó
los datos que llegaban y los recopiló en informes, de los que los
líderes gubernamentales dependían para tomar decisiones. Si a
una fábrica le faltaba combustible, repuestos, materias primas u
otros recursos, estos datos fluían a través de la red a otra empresa
que podía ayudar. También se compartió información sobre qué
carreteras estaban libres de opositores, lo que permitió que los
camiones que permanecían bajo control público se reorientaran
y evitaran bloqueos. Medina observa cómo algunos historiadores
enfatizan, en cambio, el papel de la movilización popular desde
abajo para romper la huelga, pero ella argumenta que esta es una
dicotomía innecesaria. Si bien no eliminó la jerarquía vertical, la
red conectó el centro de comando del gobierno con las
actividades horizontales en el terreno. Medina escribe: «La red
ofreció una infraestructura de comunicaciones para vincular la
revolución desde arriba, liderada por Allende, con la revolución
desde abajo, liderada por trabajadores chilenos y miembros de
organizaciones de base, y ayudó a coordinar las actividades de
ambos en tiempos de crisis»85. Ella sostiene que Cybersyn
simplemente se desvaneció en un segundo plano, «como suele
ocurrir con la infraestructura»86. El sistema no les dijo a los
trabajadores qué hacer; los trabajadores y sus representantes en
el gobierno simplemente utilizaron el sistema como una
herramienta para ayudarlos a hacer lo que querían hacer.
La realidad de los chilenos, que lograron dirigir una
tecnología en lugar de lo contrario debería mitigar las

85
Medina, E. (2011). Cybernetic Revolutionaries. Pág. 150. Londres: The MIT
Press.
86
Íbid, pág. 151.

223
preocupaciones potenciales de que nuestra hipótesis —que la
potencia de procesamiento y las redes de telecomunicaciones
contemporáneas pueden funcionar para superar el desafío del
cálculo económico— es una solución tecnocrática; que estamos
argumentando que relegamos la responsabilidad de construir la
sociedad democrática y sin mercado a un algoritmo. Es
completamente lo contrario.
Mientras tanto, la estrategia de Flores resultó ser un éxito,
reduciendo la escasez. Los datos del gobierno mostraron que los
suministros de alimentos se mantuvieron entre el 50% y el 70%
de lo normal. La distribución de materias primas continuó con
normalidad en el 95% de las empresas cruciales para la economía,
y la distribución de combustible en el 90% de lo normal. Los
informes económicos ahora se basaban en datos que se habían
recopilado y entregado en todo el país solo tres días antes, donde
anteriormente tales evaluaciones gubernamentales habían
tardado hasta seis meses en producirse. A finales de mes, la
huelga estaba prácticamente interrumpida y claramente no
había logrado su objetivo de paralizar el país. Chile todavía
funcionaba. Un ministro le dijo a Beer que si no hubiera sido por
Cybersyn, el gobierno se habría derrumbado la noche del 17 de
octubre.
El resultado inspiró a Beer a imaginar aplicaciones aún más
amplias de la cibernética para apoyar la participación de los
trabajadores. Este exconsultor de negocios internacionales se
había movido en una dirección casi anarcosindicalista (el
anarcosindicalismo es la filosofía política que defiende una
sociedad sin gobierno coordinada directamente por los
trabajadores a través de sus sindicatos): «La respuesta básica de
la cibernética a la pregunta de cómo el sistema debe organizarse
es que debe organizarse a sí mismo». La ciencia y la tecnología
podrían ser herramientas utilizadas por los trabajadores para
ayudar a coordinar democráticamente la sociedad, de abajo hacia
arriba, superando de una vez por todas la dicotomía

224
centralización/descentralización. En lugar de que los ingenieros
e investigadores de operaciones elaboren los modelos de las
fábricas, los programadores estarían bajo la dirección de los
trabajadores, incorporando su profundo conocimiento de los
procesos de producción en el software. En lugar del modelo
soviético de enviar grandes cantidades de datos a un punto de
comando central, la red distribuiría, vertical y horizontalmente,
solo la cantidad de información necesaria para la toma de
decisiones. Para Beer, escribe Medina, Cybersyn ofreció «una
nueva forma de control descentralizado y adaptativo que
respetaba la libertad individual sin sacrificar el bien colectivo»87.
Pero nosotros, más de cuatro décadas después, tenemos
algunas preguntas pendientes, una de las cuales es si un sistema
utilizado en condiciones de emergencia, cercanas a una guerra
civil en un solo país —que cubre un número limitado de empresas
y, ciertamente, solo logra mejorar parcialmente una situación
desesperada— se puede aplicar en tiempos de paz y a escala
mundial.
Después de la huelga el gobierno siguió usando la red, y
tenía planes de extenderla, pero nunca sabremos si todo habría
funcionado. El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas armadas
chilenas finalmente iniciaron el golpe de Estado contra Allende
que Estados Unidos había buscado durante tanto tiempo. Según
la mayoría de las evaluaciones, incluido un informe del año 2000
sobre el asunto de la Comunidad de Inteligencia de Estados
Unidos, los conspiradores procedieron con un asentimiento
implícito de Washington. A las siete de la mañana de aquel día,
la Armada de Chile se rebeló y tomó el puerto marítimo de
Valparaíso. Dos horas después, las fuerzas armadas controlaban
la mayor parte del país. Al mediodía, el general del ejército,
Gustavo Leigh, ordenó a los aviones Hawker Hunter bombardear
el palacio presidencial, mientras los tanques atacaban desde

87
Íbid, pág. 173.

225
tierra. Cuando Allende se enteró de que habían tomado el primer
piso de La Moneda, ordenó a todo el personal que saliera del
edificio. Formaron una cola desde el segundo piso, bajaron las
escaleras y se dirigieron a la puerta que daba a la calle. El
presidente avanzó a lo largo de la línea, estrechando las manos y
agradeciendo a todos personalmente.
El presidente Salvador Allende luego caminó hasta el Salón
Independencia en el lado noreste del palacio, se sentó y colocó un
rifle que le había dado Fidel Castro entre sus piernas, colocando
el cañón debajo de su barbilla. Dos disparos le arrancaron la
coronilla.
El régimen militar del general Augusto Pinochet detuvo
inmediatamente el trabajo del Proyecto Cybersyn, destruyendo
físicamente gran parte de lo que se había construido, aunque la
documentación más importante sobrevivió debido a las rápidas
acciones de las figuras clave involucradas. Para 1975, además de
asesinar, desaparecer y torturar a miles, obligando a miles de
personas a huir como refugiados políticos a lugares como
Canadá, la junta también había implementado el primer
experimento del mundo en lo que se conocería como
neoliberalismo, prescrito por economistas, la mayoría de los
cuales había estudiado en la Universidad de Chicago con Milton
Friedman, quien luego asesoraría al presidente republicano de los
Estados Unidos, Ronald Reagan, y a la primera ministra
conservadora del Reino Unido, Margaret Thatcher. La junta
siguió al pie de la letra las recomendaciones de estos «Chicago
Boys»: privatización de gran parte del sector público, reducción
del gasto público, despidos masivos de funcionarios públicos,
congelación de salarios y desregulación de toda la economía.
Desde entonces, casi todos los gobiernos del mundo han
adoptado variaciones sobre este modelo neoliberal, con diversos
grados de celo o desgana, produciendo una enorme desigualdad
en gran parte de Occidente —es cierto que no siempre
acompañada de escuadrones de la muerte entrenados por la CIA

226
que empujan a sindicalistas fuera de helicópteros en pleno vuelo,
o cortando los dedos y la lengua de los cantantes de folk de
izquierda que tocaban la guitarra. Reavivar el sueño de planificar
de abajo hacia arriba hoy significa deshacer primero los daños,
incluso en el mundo de las ideas, del medio siglo neoliberal.

227
X

PLANIFICANDO EL BUEN ANTROPOCENO

Lo que es rentable no siempre es útil y lo que es útil no


siempre es rentable. Éste, uno de los temas principales de este
libro, se aplica tanto a pequeña como a gran escala. Como hemos
visto, no importa cuán beneficiosas puedan ser las nuevas clases
de antibióticos, no son lo suficientemente rentables, por lo que no
se producirán. Mientras tanto, muchos otros productos básicos,
como los combustibles fósiles, que socavan el florecimiento
humano o incluso amenazan nuestra existencia, siguen siendo
rentables y, por lo tanto, sin intervención regulatoria, las
empresas seguirán produciéndolos. El afán de lucro del mercado,
no el crecimiento o la civilización industrial, como han
argumentado algunos ambientalistas, causó nuestra calamidad
climática y la biocrisis más grande que ha existido. El mercado
es amoral, no inmoral. No tiene dirección, sino su propia lógica
interna que es independiente del comando humano.
Sería muy útil reducir la combustión de combustibles
fósiles de nuestra especie, responsable de aproximadamente dos
tercios de las emisiones mundiales de gases de efecto
invernadero. También sería útil aumentar la eficiencia de los
insumos en la agricultura, que, junto con la deforestación y el
cambio de uso de la tierra, es responsable de la mayor parte del
tercio restante.
Sabemos cómo hacer esto. Una gran cantidad de
electricidad producida en plantas nucleares e hidroeléctricas,
respaldada por tecnologías de energía renovable más variables
como la eólica y la solar, podría reemplazar casi todos los
combustibles fósiles en poco tiempo, limpiando la red y
entregando suficiente generación limpia para electrificar el
transporte, la calefacción y la industria. La descarbonización de

228
la agricultura es más complicada y aún necesitamos una mejor
tecnología, pero comprendemos qué camino debemos tomar.
Desafortunadamente, siempre que estas prácticas no generen
ganancias o no generen suficientes ganancias, las empresas no
las implementarán.
Escuchamos informes regulares que afirman que la
inversión en energía renovable ahora está superando la
inversión en combustibles fósiles. Esto es bueno, aunque a
menudo es el resultado de los subsidios para los actores del
mercado, que generalmente se derivan de los aumentos en el
precio de la electricidad que afectan a las comunidades de la clase
trabajadora, más que de los impuestos a los ricos. Incluso si, en
términos relativos, se destina más dinero a la energía eólica y
solar que al carbón, el aumento absoluto de la combustión de
India y China, entre otras naciones, probablemente nos empujará
más allá del límite de dos grados Celsius que la mayoría de los
gobiernos han acordado que es necesario para evitar un cambio
climático peligroso.
En pocas palabras, el mercado no está generando suficiente
electricidad limpia, ni está abandonando suficiente energía
sucia, ni tampoco lo hace con la suficiente rapidez. La directiva
relativamente simple de «limpiar la red y electrificar todo» que
resuelve la parte de la ecuación de los combustibles fósiles no
funciona para la agricultura, que requerirá un conjunto de
soluciones mucho más complejas. También en este caso,
mientras una práctica en particular genere ganancias, el
mercado no la abandonará sin regulación o reemplazo del sector
público. Los liberales y los verdes argumentan que deberíamos
incluir los impactos negativos de la quema de combustibles
fósiles (y sus corolarios agrícolas, algunos sugieren un impuesto
al nitrógeno) en los precios de los combustibles. Según sus
estimaciones, una vez que estas externalidades aumenten el
precio del carbono a 200 o 300 dólares por tonelada (o hasta 1000
dólares por tonelada, según la Asociación Nacional de

229
Fabricantes de EE. UU.) el mercado, ese asignador eficiente de
todos los bienes y servicios, resolverá el problema.
Dejando de lado las grotescas desigualdades que resultarían
de aumentar constantemente los impuestos a toda la población,
incluso cuando la clase trabajadora y la gente pobre gasta una
mayor proporción de sus ingresos en combustible, los defensores
de los impuestos al carbono han olvidado que su solución al
cambio climático, el mercado, es la misma causa del problema.

Pensemos en grande

¿Cómo es que un precio del carbono podría crear una red de


estaciones de carga rápida de vehículos eléctricos? Tesla solo los
construye en aquellas áreas en las que puede depender de las
ganancias. Al igual que una empresa de autobuses privada o un
proveedor de servicios de Internet, Elon Musk no proporcionará
un servicio que no genere dinero (o al menos, uno que no
convenza a los inversores de que algún día ganará dinero; Tesla
actualmente funciona en pérdidas, es un agujero negro para el
capital de riesgo). El mercado deja que el sector público cubra el
vacío.
Este no es un argumento abstracto. Noruega ofrece
estacionamiento y carga eléctrica gratuita a vehículos eléctricos,
permite que estos automóviles usen carriles para autobuses y
recientemente decidió construir una red de carga a nivel
nacional. Gracias a su política intervencionista, los vehículos
eléctricos en el país a enero de 2018 representaron más del 50%
del total de ventas nuevas, más que en cualquier otro lugar. En
comparación, apenas el 3% de los automóviles en California son
eléctricos.
Los costos iniciales de algunos de estos cambios
representan un obstáculo importante. Tomemos, por ejemplo, la

230
energía nuclear. Desde una perspectiva de todo el sistema, la
energía nuclear convencional sigue siendo la opción más barata
gracias a su enorme densidad energética; también cuenta con
una menor cantidad de muertes por teravatio/hora y una huella
de carbono más baja. La única fuente de energía con una menor
huella de carbono es la eólica terrestre. Pero, al igual que los
proyectos hidroeléctricos a gran escala, los costos de
construcción son considerables. El Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático señala que, si bien la energía
nuclear es limpia y no intermitente, y tiene una pequeña huella
en la tierra, «sin el apoyo de los gobiernos, las inversiones en
nuevas (...) plantas no son económicamente atractivas en los
mercados liberalizados»88. Las empresas privadas se niegan a
iniciar la construcción sin subsidios o garantías públicas. Esto
explica por qué el esfuerzo de descarbonización más rápido hasta
ahora ocurrió antes de que la liberalización del mercado europeo
envolviera sus dedos alrededor del cuello de las economías de sus
Estados miembros. El gobierno francés pasó aproximadamente
una década construyendo su flota nuclear, que ahora cubre casi
el 40% de las necesidades energéticas del país.
De manera similar, para integrar las energías renovables
intermitentes a su máximo potencial, necesitaríamos construir
«superredes» de transmisión inteligente con balanceo de carga,
voltaje ultra alto y que abarquen continentes o incluso todo el
mundo para reducir tanto como sea posible sus oscilaciones
volátiles. Si bien es posible que el viento no sople y el sol no brille
en una región, siempre hay otro lugar del planeta donde el viento
y el sol están haciendo lo que queremos que hagan cuando
queremos que lo hagan. Necesitamos planificar este proyecto
sobre la base de la confiabilidad del sistema, es decir, la

88
IPCC; Bruckner T, et al. (2014). Energy systems. Climate Change 2014:
Mitigation of Climate Change. Contribution of Working Group III to the Fifth
Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate. Pág. 542.
Cambridge: Cambridge Univ Press.

231
necesidad. Un mosaico de empresas privadas de energía solo
construirá lo que sea rentable. Y los costos iniciales aquí son
inmensos. China tiene sus ojos puestos precisamente en esto a
través de su iniciativa Global Energy Interconnection. ¿El precio
de una red eléctrica mundial? 50 billones de dólares.

El límite regulatorio

Muchos verdes exigen un retiro de la gran escala, un


regreso a lo pequeño y local. Pero esto también diagnostica
erróneamente la fuente del problema. Reemplazar a todas las
multinacionales por mil millones de pequeñas empresas no
eliminaría el incentivo del mercado para alterar los servicios de
los ecosistemas. De hecho, dadas las grandes deseconomías de
escala de las pequeñas empresas, la disrupción solo se
intensificaría.
Como mínimo, necesitamos regulación, ese ejercicio de
zambullirse en la planificación económica. Una política
gubernamental que requiera que todas las empresas que fabrican
un producto en particular utilicen un proceso de producción no
contaminante socavaría las ventajas obtenidas por los altos
contaminantes. Esta es la opción socialdemócrata y tiene mucho
que ofrecer. De hecho, debemos recordar cuán fructífera ha sido
la regulación desde que adquirimos una comprensión más
profunda de nuestros desafíos ecológicos globales.
Remendamos nuestra deteriorada capa de ozono;
devolvimos las poblaciones de lobos y los bosques a Europa
central; relegamos a la ficción la infame niebla londinense de
Dickens, Holmes y Hitchcock, aunque las partículas de carbón
todavía asfixian a Beijing y Shanghái. De hecho, gran parte del
desafío climático que enfrentamos proviene de un Sur global
subdesarrollado que busca con razón ponerse al día.

232
Por lo tanto, solo una economía global y democráticamente
planificada puede matar completamente de hambre a la bestia.
Pero esta propuesta plantea algunas preguntas básicas:
¿Podemos imponer una planificación democrática global de una
sola vez, en todos los países y en todos los sectores? Fuera de la
revolución mundial, esto parece poco probable. Pero podemos, no
obstante, mantener ese ideal como estrella polar, como algo por
lo que trabajar durante algunas generaciones, extendiendo
constantemente el dominio de la planificación democrática
sobre el mercado. Además, ¿deberíamos eliminar por completo el
mercado? ¿No reemplazaría eso simplemente la regla del
mercado con la regla del burócrata? La propiedad pública no es
suficiente para la justicia social ni para la optimización
ambiental, y el miedo a la burocracia y su pariente cercano, el
estatismo, es racional.
Pero la planificación democrática no tiene por qué implicar
la propiedad estatal. A menos que crean que la democracia tiene
un límite superior, incluso los anarquistas clásicos deberían ser
capaces de imaginar una economía global, sin Estado, pero
planificada. Ya sea administrado por el Estado o de otro modo,
debemos asegurarnos de que cualquier modo de gobernanza
global que no sea de mercado se adhiera a principios
genuinamente democráticos.
Sin duda, deberíamos debatir el papel y el tamaño del sector
público. ¿Podríamos aprovechar las potencias logísticas y de
planificación, los Walmart y las Amazon del mundo, y
reutilizarlas para una civilización igualitaria y ecológicamente
racional? ¿Podríamos convertir estos sistemas en un «Cybersyn»
global, el sueño de Salvador Allende de un Socialismo
computacional democrático? Analicemos primero si eso es
posible y deseable; luego, averigüemos cómo asegurarnos de que
gobernamos los algoritmos y que ellos no nos gobiernan a
nosotros.

233
El cambio climático y la biocrisis más amplia revelan que
múltiples estructuras de toma de decisiones locales, regionales o
continentales son obsoletas. Ninguna jurisdicción puede
descarbonizar su economía a menos que otras también lo hagan.
Porque incluso si un país descubre cómo capturar y almacenar
carbono, el resto del mundo seguirá enfrentándose a un océano
que se acidifica. Verdades similares son válidas para los flujos de
nitrógeno y fósforo, el cierre de los circuitos de entrada de
nutrientes, la pérdida de biodiversidad y la gestión del agua dulce.
Más allá de las cuestiones ambientales, podríamos decir lo
mismo sobre la resistencia a los antibióticos, las enfermedades
pandémicas o los asteroides cercanos a la Tierra. Incluso en áreas
de políticas menos existenciales, como la manufactura, el
comercio y la migración, demasiados nodos interconectados
unen a nuestra sociedad verdaderamente planetaria. Una de las
grandes contradicciones del Capitalismo es que aumenta las
conexiones reales entre las personas al mismo tiempo que nos
anima a vernos como individuos monádicos.
Todo esto demuestra tanto el horror como la maravilla del
Antropoceno. La humanidad controla tan plenamente los
recursos que nos rodean que hemos transformado el planeta en
meras décadas, a una escala que los titánicos procesos
biogeofísicos tardaron millones de años en lograr. Pero una
capacidad tan asombrosa se está ejerciendo a ciegas, sin
intención, al servicio de las ganancias, en lugar de las
necesidades humanas.

El Antropoceno Socialista

Los investigadores del clima a veces hablan de un «buen


Antropoceno» y un «mal Antropoceno». Este último describe la
intensificación, y quizás la aceleración, de la alteración
involuntaria de los ecosistemas de los que dependemos los seres

234
humanos. El primero, sin embargo, nombra una situación en la
que aceptamos nuestro papel como soberanos colectivos de la
tierra y comenzamos a influir y coordinar los procesos
planetarios con propósito y dirección, promoviendo el
florecimiento humano.
Tal intento de dominar el sistema terrestre puede parecer, a
primera vista, lo último en arrogancia antropocéntrica; pero esto
es precisamente lo que argumentamos cuando decimos que
queremos detener el cambio climático, incluso si no nos damos
cuenta de que es lo que estamos diciendo. Porque, ¿por qué le
habría de importar al planeta Tierra la temperatura particular que
predominó durante la mayor parte de los últimos siglos, un
período muy inusual de estabilidad de la temperatura global? La
vida en esta roca, desde que emergió por primera vez hace cuatro
mil quinientos millones de años, ha experimentado temperaturas
globales promedio mucho más altas que incluso las peores
proyecciones de calentamiento global antropogénico. El fallecido
paleontólogo, socialista y ambientalista comprometido Stephen
Jay Gould una vez rechazó todas las sugerencias de que
necesitamos «salvar el planeta». «¡Deberíamos ser así de
poderosos!» el respondió. «La tierra estará perfectamente bien. ¡Es
la humanidad la que necesita ser salvada!». Incluso haciendo
declaraciones muy simples e inobjetables como «el
calentamiento global aumentará los fenómenos meteorológicos
extremos y, por tanto, debemos tratar de evitarlo», estamos
adoptando ineludiblemente una postura antropocéntrica:
nuestro objetivo es estabilizar una temperatura óptima por el bien
de la humanidad.
No podemos alcanzar este digno objetivo sin una
planificación democrática y una superación constante del
mercado. La escala de lo que debemos hacer (los procesos
biogeofísicos que debemos comprender, rastrear y dominar para
prevenir el cambio climático peligroso y las amenazas asociadas)
es casi insondable en su complejidad. No podemos confiar en el

235
mercado irracional y no planificado con sus incentivos perversos
para coordinar los ecosistemas de la tierra.
Contrarrestar el cambio climático y planificar la economía
son proyectos de ambición comparable: si podemos gestionar el
sistema terrestre, con todas sus variables y miríadas de procesos,
también podemos gestionar una economía global. Una vez
eliminada la señal de los precios, tendremos que realizar
conscientemente la contabilidad que, en el mercado, está
implícitamente contenida en los precios. La planificación deberá
tener en cuenta los servicios de los ecosistemas incluidos
implícitamente en los precios, así como aquellos que el mercado
ignora. Por lo tanto, cualquier planificación democrática de la
economía humana es al mismo tiempo una planificación
democrática del sistema terrestre.
La planificación democrática global no es meramente
necesaria para el buen Antropoceno; es el buen Antropoceno.

236
XI

CONCLUSIÓN: LA PLANIFICACIÓN FUNCIONA

La planificación existe a nuestro alrededor y claramente


funciona; de lo contrario, los capitalistas no harían un uso tan
amplio de esta. Ese es el mensaje simple de este libro, uno que
golpea el corazón del dogma de que «no hay alternativa». Hoy,
este lema thatcherista ya se está marchitando bajo la presión de
su propio éxito. Ha creado un pacto antisocial: un mundo de
creciente desigualdad y estancamiento generalizados. Pero
también está bajo ataque desde dentro. Desde los almacenes de
Amazon hasta las fábricas de Foxconn, y las principales ramas
de la industria, el sistema capitalista opera sin señales de precios
ni mercados. Planifica, y planifica bien.
Sin embargo, si la buena noticia es que la planificación
funciona, la mala noticia es precisamente que actualmente
funciona dentro de los confines de un sistema de ganancias que
restringe lo que se puede producir a lo que es rentable; y mientras
sea rentable, el sistema permite que se siga produciendo lo
dañino. Las ganancias empujan a la planificación capitalista a
lograr eficiencias notables en el uso de recursos y el trabajo
humano. Pero nada impide que las largas horas con salarios de
pobreza, los métodos de producción que destruyen el clima y el
transporte con combustibles fósiles sean insumos para los
planes; de hecho, una serie de incentivos económicos fomentan
precisamente esto. Amazon es al mismo tiempo un mecanismo
de planificación extremadamente complejo basado en el ingenio
humano como un lugar inhumano para trabajar. Unos 150 años
después, tenemos la misma reacción de asombro y terror ante las
contradicciones del Capitalismo del siglo XXI que tuvo Marx
frente a su antecedente victoriano.

237
Nuestro mundo, por supuesto, es muy diferente al suyo —
uno en el que una búsqueda fortuita de ganancias fue impulsada
por la energía de vapor y la expansión colonial. El nuestro es un
mundo de computación ubicua y algoritmos predictivos cada vez
más sofisticados, superpuestos a siglos de acelerado cambio
tecnológico y social.
Y, en este caso, Thatcher se equivocó en otro aspecto. No
solo dijo que «no había alternativa», sino que fue más allá y afirmó
que «no existe la sociedad». Los lemas de Silicon Valley sobre unir
a la gente pueden parecer cursis, pero en ese grano se esconde
una pizca de verdad que refuta este segundo dicho thatcherista.
El Capitalismo nos acerca, ahora más que nunca. Nuestras
acciones individuales se basan en cadenas de actividades de
otros que abarcan todo el mundo. Se necesitan cientos, si no miles
de trabajadores para fabricar un dispositivo y todos sus
componentes. Muchos de estos vínculos son invisibles para
nosotros: desde los mineros en África que desentierran metales
de tierras raras hasta los trabajadores en Vietnam que fabrican
pantallas OLED, y los millones que ensamblan teléfonos en las
fábricas de Foxconn que se asemejan a pequeñas ciudades, gran
parte de su trabajo se realiza en condiciones poco diferentes a las
de los molinos y minas de la Gran Bretaña del siglo XIX, que
fueron peligrosas, superpobladas y exigían un ritmo de trabajo
inhumano. Y todo ese trabajo se basa en una segunda economía
de producción doméstica, aún más oculta, cuyo peso no
compensado sigue recayendo en gran parte en las mujeres. Todo
lo que vemos es ese último individuo anónimo, aunque también
indispensable, a menudo un trabajador minorista con salario
mínimo que entrega una caja.
La precisión de un resultado de búsqueda de Google o de un
producto recomendado en Amazon se basa en el trabajo no
remunerado de millones de personas en todo el mundo, haciendo
clic y dando me gusta, enviando un número incalculable de

238
pequeños paquetes de información —ese supuesto obstáculo para
la planificación a gran escala— al rededor del mundo.
Los destellos de esperanza de una forma diferente de hacer
las cosas se presagian en la sofisticada planificación económica
y la intensa cooperación a larga distancia que ya está ocurriendo
bajo el Capitalismo. Si el sistema económico actual puede
planificar al nivel de una empresa más grande que muchas
economías nacionales y producir la información que hace que
dicha planificación sea cada vez más eficiente, entonces la tarea
para el futuro es obvia: debemos democratizar y expandir este
ámbito de planificación —es decir, difundirlo al nivel de
economías enteras, incluso de todo el mundo.
En muchos aspectos ya se han sentado las bases de este
modo de producción alternativo; ya llevamos, en nuestros
bolsillos, acceso a más información y poder de cómputo de lo que
cualquiera de los protagonistas de aquellos debates pasados
sobre las posibilidades de la planificación hubiera soñado. Al
mismo tiempo, no podemos subestimar el potencial de abuso que
se deriva de la gran cantidad de información que la planificación
requiere y libera. Los desafíos profundos para la expansión de la
democracia y la planificación son inherentes a este avance
tecnológico, incluida la protección de la libertad y la privacidad
individuales, y sería peligroso e irresponsable minimizarlos.
No basta con decir: «¡Exprópiese!». Tenemos que pensar
mucho sobre cómo asegurarnos de que las ya enormes
cantidades de información controladas por grandes burocracias
corporativas irresponsables no se conviertan en la base de
nuevas burocracias irresponsables (estatales o no). Como
muestran los dos gemelos de la planificación antidemocrática, la
Unión Soviética y Walmart, la planificación por sí sola no es
sinónimo de Socialismo. Es la condición previa, sin duda, pero no
es una condición suficiente. Esto significa que necesitamos tener
conversaciones duras sobre el Estado y la nacionalización. La
nacionalización desmercantiliza, pero ¿democratiza? Friedrich

239
Engels, en Del Socialismo utópico al Socialismo científico,
advirtió en contra de la noción de que la nacionalización por sí
sola es la panacea:

Pero recientemente, desde que Bismarck emprendió el camino


de la nacionalización, ha surgido una especie de falso Socialismo, que
degenera alguna que otra vez en un tipo especial de Socialismo,
sumiso y servil que en todo acto de nacionalización, hasta en los
dictados por Bismarck, ve una medida socialista. Si la nacionalización
de la industria del tabaco fuese Socialismo, habría que incluir entre
los fundadores del Socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el
Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente
vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas
del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le
impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red
ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas
y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de
ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo,
para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la
fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni
directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada
de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las
instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la
Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del
ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta
muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo
III, por un hombre muy listo.89

En cualquier caso, para muchas de las empresas


transnacionales actuales, desde Walmart y Amazon hasta Google
y Shell, ¿qué Estado haría la nacionalización? ¿Las Naciones
Unidas? Tal vez algún día, pero a día de hoy sigue siendo una
mesa de conferencias intergubernamental, no una democracia.

89
Engels, F. (2006). Del Socialismo utópico al Socialismo científico (Primera
ed.). Pág. 79. Madrid: Fundación Federico Engels.

240
No deberíamos sugerir que la planificación es simplemente
una cuestión de «hacerse cargo de la máquina»; menos aún «el
gobierno» asumiendo el control y dejando la máquina como está.
Dado que gran parte de nuestro mundo social —nuestras reglas y
costumbres, hábitos y preconceptos, estos mismos sistemas de
planificación— han sido influenciados por la lógica del mercado,
no es simplemente un mundo que debe ser tomado, sino uno que
debe ser transformado.
Del mismo modo, no podemos dejar de preocuparnos por la
libertad humana de todas las formas de dominación. La
economía capitalista ya es un reino de «falta de libertad» —un
término utilizado por el economista marxista Gerry Cohen para
incluir las coacciones más básicas del Capitalismo, como la
incapacidad de la gran mayoría de negarse a trabajar por un
salario. Sin una democratización completa de cualquier aparato
de planificación postcapitalista corremos el riesgo de crear
nuevas coacciones. Por lo tanto, en lugar de una sociedad dirigida
por planificadores tecnocráticos, queremos una sociedad
democratizada de planificadores ciudadanos.
¿Cómo construimos precisamente una democracia así, una
más completa que nuestra actual cosecha de parlamentos? Ese
sería otro libro en sí mismo. Durante gran parte de la historia de
la izquierda, sus grandes batallones procedían abrumadoramente
de las clases trabajadoras. Sin embargo, durante las dos últimas
generaciones, una gran cantidad de pensadores progresistas
(aunque ciertamente no todos) han venido de la academia, en
particular de las humanidades —historia, derecho, filosofía,
literatura— y de las ciencias sociales —sociología, antropología,
economía, ciencias políticas. Cualquier izquierda futura que se
tome en serio la cuestión de la planificación también tendrá que
depender en gran medida de los talentos de la informática, la
investigación de operaciones, la combinatoria y la teoría de
grafos, la teoría de la complejidad, la teoría de la información y
campos afines. Y la transformación necesaria para que sea

241
democrática, en lugar de tecnocrática, tendrá que ser dirigida por
(no en nombre de) los trabajadores de Walmart, Amazon,
Facebook y otras transnacionales.
Los seres humanos han confiado durante mucho tiempo en
la planificación, desde la simple distribución llevada a cabo por
las primeras civilizaciones asentadas, hasta los complejos
cálculos que sustentan a los gigantes corporativos de hoy,
pasando por esos raros casos, como la guerra o el desastre,
cuando las reglas de la compleja economía actual se suspenden
temporalmente y la planificación se hace cargo en las escalas
más grandiosas. Tenemos la esperanza de que la izquierda, y de
hecho la sociedad en su conjunto, pueda recuperar la ambición de
hacer de esa planificación un modelo para su visión a largo plazo.
Para hacerlo, necesitamos estudiar cómo funciona hoy, diseñar
demandas de transición para expandir su alcance y soñar con
transformar su funcionamiento por completo para ofrecer un
reino futuro de verdadera libertad.
La planificación ya está en todas partes, pero en lugar de
funcionar como un componente básico de una economía racional
basada en la necesidad, está entretejida en un sistema irracional
de fuerzas del mercado impulsadas por las ganancias.
La planificación funciona, pero no para nosotros.

242
243

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