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TEOLOGÍA DE LA PREDICACIÓN
La predicación está actualmente en crisis. Su solución radica en hallar, a través de la
Biblia, una auténtica Teología de la predicación.
Hará cosa de unos diez años se hablaba de teología y predicación, es decir, del
contenido doctrinal de nuestros sermones. Hoy el problema se enfoca de otra manera.
Se necesita una reflexión de orden teológico sobre la predicación, una investigación del
ministerio de la palabra, si queremos sacar a la predicación de su actual crisis. No basta
con discutir técnicas prácticas de retórica. Si los Sacramentos incluyen una doctrina y
una práctica en orden a su administración, ¿por qué no ha de ser lo mismo con la
predicación?
Al profundizar en la pastoral, se ha visto que las técnicas de orden práctico son inútiles
sin una reflexión doctrinal. La búsqueda de métodos nuevos ha sido desplazada por un
interés más básico sobre la estructura y contenido del mensaje cristiano.
¿Estaba preparada nuestra teología clásica para esa tarea? Hasta el presente la pastoral
se reducía a una dis cusión, a nivel práctico, de los problemas de nuestros ministerios. La
nueva pastoral vierte teología sobre el misterio de la Iglesia laborante: examina la
Iglesia como una realidad sobrenatural que trabaja dentro de la historia humana, que
penetra gradualmente en la humanidad y va creciendo, en esta fase de su existencia,
hasta el Segundo Advenimiento.
No podemos discutir aquí todo el problema. Lo que sí cae dentro de nuestra órbita es la
relación entre la teología de la predicación y la nueva pastoral.
Predicación y Revelación
¿Por qué no desechar la predicación como un medio pasado de moda? ¿No es mejor el
diálogo, la conversación? No. La predicación es el camino esencial por el que el
Evangelio llega a los hombres; es parte de la misma estructura de la Iglesia; su historia
se remonta hasta Cristo, que la instituyó.
Ya desde el mismo arranque del problema nos encontramos con que la predicación es
un hecho sagrado, un elemento de la realidad revelada de la Iglesia. Lo que histórica y
jurídicamente arranca de Cristo, está impregnado de su poder activo y real. Sólo, pues,
CHARLES DAVIS
Por otra parte, estos dos elementos de la revelación se exigen. Si Dios se dirige a
nosotros, como personas, su mensaje no se adaptaría a la dignidad del hombre, personal
e inteligente, si no encontrara expresión, en el lenguaje. Y la revelación como palabra
incluye en sí misma la acción de Dios; la palabra divina nunca es una simple
información, sino que es un poder dinámico, lleva consigo una acción capaz de realizar
lo que la palabra expresa.
La palabra revelada de Dios es, al mismo tiempo, una invitación efectiva y un mensaje
doctrinal. Aunque en la Sagrada Escritura el aspecto dinámico está más en relieve, con
todo, la idea de contenido de verdad no está ausente. Por eso, hay que realizar la
síntesis. Pero, ya que siempre se ha insistido más bien en el aspecto intelectual, es mejor
subrayar que el mensaje cristiano, la palabra de Dios, es un llamamiento divino con
poder de salvar o juzgar. Que la respuesta a esa llamada no puede ser nunca una actitud
de frío despegue intelectual, sino que implica una rendición a la fe y a la salvación, o
una repulsa y condenación.
Realidad-Palabra en la Iglesia
El acuerdo es total al afirmar que la palabra de Dios en la Iglesia es una palabra viva y
eficaz. Como presente en la Iglesia, esa palabra posee la cualidad dinámica de la palabra
de Dios, que tan insistentemente pregona la Biblia.
Predicación y Sacramentos
Pero la unión palabra-sacramento es aún más íntima. Las palabras son la forma de los
sacramentos, pero no son una fórmula mágica, sino expresiones de la fe de la Iglesia.
Son "pronunciados" inteligibles en continuidad con la predicación. Por tanto, en los
sacramentos, la palabra posee una eficacia sacramental, y podemos, con todo derecho,
considerar a los sacramentos como el más alto ejercicio del ministerio de la palabra en
la Iglesia. Estos lazos íntimos implican que el mejor escenario de la predicación es la
asamblea litúrgica. En términos bíblicos, la asamblea es el cairos para la predicación, el
tiempo más oportuno para su eficacia.
Pero, ¿en qué sentido podemos decir que la palabra es eficaz cuan
La gracia de la fe en la predicación
Sólo creemos cuando tenemos ante nosotros el objeto de la fe: las distintas verdades que
hemos de creer. Y hemos de ser conscientes del motivo de nuestra fe: la razón que nos
impele a ella y fundamenta nuestro asentimiento. El motivo es Dios como Verdad
Primera, que se ofrece a nuestro entendimiento. Y ¿ no es la predicación la que actualiza
nuestra fe y su motivo? Como dice san Pablo: Porque todo el que invocare el nombre
del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo
creerán en aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin haber quien predique? (Rom
10,13-14).
Pero no basta con una exposición externa para que creamos. Se necesita también una
iluminación interior de nuestro entendimiento y una motivación de nuestra voluntad,
cosas las dos que son trabajo de la gracia.
Nuestra posición, por lo tanto, es la que sigue: la predicación, además de ser una
exposición del mensaje cristiano, provoca en nosotros un testimonio interior, la gracia
necesaria para llegar al acto de fe. Estos dos elementos son, necesarios para una justa
CHARLES DAVIS
Más aún. El predicador se une a Cristo y se convierte en instrumento del Espíritu Santo
por el poder del orden. Parece razonable, pues, que la acción del ministro de la palabra,
divinamente designado, cause, cuando anuncia el mensaje cristiano, la gracia sin la cual
sus oyentes son incapaces de captar, en un acto de fe, el contenido salvador de lo que se
está diciendo. Si no sostenemos esta afirmación, no podremos llegar a entender
perfectamente los textos bíblicos, según los cuales la predicación de los apóstoles era la
misma palabra de Dios, y no palabras acerca de Dios. Citemos una vez más a san Pablo:
Por eso también nosotros damos gracias a Dios incesantemente de que, habiendo
vosotros recibido la palabra de Dios, que de nosotros oísteis, la abrazasteis no como
palabra de hombre, sino tal cual es verdaderamente, como palabra de Dios, la cual
ejerce su eficacia en vosotros los creyentes (1 Tes 2,13). La palabra que predicamos,
pues, no es una palabra muerta, vivificada después, al margen de nuestro ministerio,
sino la palabra viviente y salvífica de Dios. Actualizamos la palabra en toda su plenitud,
la palabra iluminada por la acción del Espíritu. Mediante la palabra externa ofrecemos
la luz de la fe.
Otra razón, que nos patentiza aún más, esta diferencia, es que la predicación tiene una
estrecha dependencia con la aptitud del ministro. Su personal incapacidad puede destruir
la eficacia de su predicación, ya que él ha de construir el signo que causa la gracia. No
así en los sacramentos: su eficacia no depende del ministro, basta que éste observe las
normas prescritas por la Iglesia. El predicador ha de poseer un genuino conocimiento
del mensaje, y ha de serle absolutamente fiel. En la medida en que el sacerdote predica
fielmente la palabra de Dios, el poder esencial de sus palabras procede no de la
elocuencia humana, sino del Espíritu Santo.
CHARLES DAVIS
Decir que la predicación es ocasión de gracia es cierto, pero no suficiente para salvarla
como mediación de la palabra viva de Dios. Es una afirmación demasiado amplia y, a la
vez, demasiado limitada. Demasiado amplia, si se toma como ocasión de gracias
actuales de todas clases, ya que su objeto es la fe. Demasiado limitada, si se está de
acuerdo con los teólogos que afirman que la virtud infusa de la fe viene ya dada en el
primer acto de fe, aun antes de la santificación, ya que no hay que negar a la predicación
el poder de conceder esa virtud infusa.
Y como quiera que el poder divino de la predicación no viene dado ni por los méritos
del ministro ni por los de los fieles, estamos justificados al hablar de una eficacia ex
opere operato.
Resumen final
Lo dicho hasta aquí podría resumirse diciendo que Cristo es el principio dula
predicación. Su principio histórico: la estableció Él. Su principio jurídico: el ministro es
el autorizado portavoz de Cristo, comisionado por Él.. Su principio activo. su poder lo
engendra el Cristo resucitado, que nos envía el Espíritu.
Evangelización y Catequesis
que en Él se cumplió nuestra salvación. Su mejor tiempo será el de las Misiones, ya que
es ahí donde nuestra fe vuelve a renovarse.
La fe, una vez engendrada, requiere alimento. Aquí entra la Catequesis, que es una
comunión, un acercamiento más intimo a Cristo. Por eso, su objeto es presentar el
mensaje evangélico en detalle e iniciar a los fieles en los sacramentos. También ha de
ser ella cristocéntrica, ocupando el misterio pascual el centro. Toda catequesis ha de ser
dogmática, moral y litúrgica. El dogma no es una. teoría, sino un misterio salvífico, que
exige una respuesta moral y que se recibe, en su realidad, en los sacramentos. La moral
cristiana no es un comportamiento ético, sino un modo peculiar de vivir el cristianismo,
basado en las verdades de la fe y que encuentra su expresión y fuente en la liturgia. Y la
liturgia no es un conjunto de ceremonias tradicionales, sino el misterio de Cristo hecho
presente sacramentalmente tomó objeto de nuestra fe y fuente de la vida cristiana.
No hay que olvidar nunca que la catequesis es una prolongación del kerygma; y que
siempre incluye: un regreso a la conversión, como punto de arranque inicial de nuestra
nueva vida. Esto es muy importante en la educación de los. niños católicos, si queremos
que su adhesión a la fe se convierta en una decisión personal.
Conclusión
Bibliografía:
Michael Schmaus. Katholische Dogmatik, III/1 Die lehre von der Kirche, München,
1958, 744-98 (trad. castellana IV, 711-64).