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Voces (de una guerra 
invisible​) 
María de los Ángeles Mena
 

 

Chile en los años de nuestros abuelos 

¿De qué miéchica voy a hablar? 
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En esta especie de ensayo, o lo que sea, hablaremos del pasado. De ese 
pasado a veces intocable, controversial, horroroso. Del pasado que 
muchos mezclan y dicen cosas distintas. Yo diré lo que pienso. Otros 
dirán otras cosas. Cada cual esgrimirá sus argumentos, y quizá esto 
pueda convertirse en un guiso sin sentido de opiniones, de vivencias y 
recuerdos borrosos. No lo sé. Pero esta es, al final, nuestra 
historia. Esto es lo que aquí quiero plasmar. A Chile.  

 

“ 
Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica 
-Salvador Allende Gossens 

” 
La parte final de su último discurso... 
- - - - X 
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El
pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero
tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su


destino. Superarán otros hombres este momento
gris y amargo en el que la traición pretende
imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho
más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las
grandes alamedas por donde pase el hombre libre,
para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

 

Una posible respuesta (de un hombre de derecha) 
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El gobierno de Allende trajo como consecuencia, que su afán revolucionario polarizó a toda la
sociedad chilena entre buenos y malos, pobres y ricos, momios y revolucionarios, donde por
supuesto los buenos eran los pobres y revolucionarios. Se produjo una supresión gradual de la
libertad económica del país, tomando el estado el control de todos los medios de producción,
aparecieron grupos armados marxistas que produjeron o fomentaron las tomas de las fábricas,
industrias y la banca, llevando al país a la bancarrota. Si el efecto fue deseado por el gobierno,
es un tema, muchos piensan que sí, porque al tener por objetivo el control total del estado era
necesario destruir toda la economía del país para construir una nueva sociedad de los
cimientos que esto dejara. Es muy similar a lo que propuso Bachelet cuando planteó instaurar
la retroexcavadora y construir un nuevo modelo económico de sus cimientos. Allende produjo
una sociedad violenta y un odio de clase, donde se perdió el sentimiento de la nacionalidad y
de los objetivos de país que debiese buscar la sociedad, reemplazandolos por los objetivos de
clase que pasaban por la destrucción de toda la población que no adhiriera a los postulados de
clase de Allende. Este presidente y sus ministros y amigos, hacían constantes discursos
incitando al pueblo a la rebelión, y obviamente miedo paranoico en todos los que no eran
marxistas, habían rumores que venían hordas de las poblaciones a invadir barrios en las
noches, y la gente dormía asustadas en sus casas, habían cantos de “los momios al paredón y
las momias al colchón” donde se dejaba claro el destino de los no marxistas en caso de triunfar
el gobierno de Allende. Produjo, miedo, odio y violencia, al país lo empobreció.

Otra posible respuesta (de una mujer de izquierda) 
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Durante el gobierno de Allende hubo una gran polarización política. Pero también un gran
esfuerzo de inclusión a los más postergados. La gente pobre salió a la calle y se la vió y se la
escuchó. Eso causó temor en otros grupos sociales. La polarización se agudizó con la
dictadura pero al revés. Se silenció la voz de los pobres y se les negó.
Las personas consideradas “peligrosas” eran evitadas. Muchos cruzaban la calle para no
saludarte. La gente no quería saber qué pasaba. La sensación de peligro era muy fuerte.
Cualquier opinión disidente, aún la más inocente, podía traer consecuencias.

 

Me gusta imaginarme a Chile de antes que yo naciera. En los años sesenta, por
ejemplo. Plena guerra fría en el mundo entero.

Veo las calles de Santiago, grises, siempre grises, el que yo llamo “efecto blanco y
negro” (porque así son las fotografías que tenemos de ese entonces). La Alameda.
Plaza de Armas. No sé, Providencia, por ahí, esos lugares que eran considerados
“barrio alto” y La Dehesa era puro campo cordillerano. Donde la gente pobre se
agrupaba en cités y los ricos iban con abrigos largos y sombrero.

 

 
Caminemos un poco por ese Chile. Por ese Santiago, mejor dicho. 1960, 64, mejor,
después del Mundial, donde se desordenó un poquito el paisaje con una cancioncilla
pegajosa (​“Gooool, gol de Chile...”​), y me imagino, no sé qué tanto, que los señores
con bigote y sombrero, por un brevísimo instante, esbozaron una leve sonrisa en los
labios. Ya, ya, no seamos tan tacaños: digamos que todos gritaron y saltaron por Chile,
aún cuando haya salido en las clasificatorias por el mero hecho de que todos le tenían
pena por el terremoto del sesenta y, por supuesto, era el país sede.

Dejemos ahora de hablar de fútbol. Muy superfluo el tema. Hablemos de la guerra. Sí,
eso mismo. ¿Y qué guerra, me dirán? ¿Qué estupidez es esa? Sí, seguro que creen
que nosotros, los chilenitos, siempre nos mantuvimos al margen de todo. Claro,
ignorantes que de que nos adherimos al eje ROBERTO (Roma, Berlín, Tokio) durante
la Segunda Guerra Mundial, aunque González Videla se apresuró a salir de allí pronto,
antes de que terminara la guerra y acabáramos hechos, en el buen chileno, pebre. Sí,
eso ocurrió, pero no es importante; y aunque quizá estoy hablando de cosas que poco
atañen a la circunstancia, todo, al final se relaciona. Todo. Pero no es, como digo, la
supuesta guerra de la que voy a hablarles, sino de otra. Pero para llegar a ese tema,
debería tocar muchos otros antes, y si no se matan de aburrimiento, quizá, solo quizá,
podrían llegar a comprender algo que yo al menos creo fundamental para las
generaciones que vienen.

 

 
Estamos en 1964, ya lo dije. Son las elecciones presidenciales. Han llegado a los
hogares unos armatostes con pantalla que transmiten imágenes. Una persona, no, son
dos, no, son más de cuatro o cinco mil, prenden el aparato.

Todos, tanto los de centro izquierda, democracia cristiana como los de derecha,
votaron por un mismo candidato aquella vez. ¿Por qué? Por miedo. Por miedo a que
saliera el otro potencial postulante, que era socialista. El candidato electo, el que
arrasó, fue Eduardo Frei Montalva. ​El Kerensky chileno, ​dirían algunos. Con los votos
de la derecha y la falange más moderada, comenzó a tender hacia el otro lado, hacia el
bloque de lo que, estadísticamente, un 70% de Chile consideraba “enemigo”: el
socialismo.

Alto, alto, alto ahí: nuestro Kerenski no era tan Kerenski, porque de socialista tenía
poco. Pero sí sus reformas. ¿Y qué lo llevó, entonces, a esto? Recuerdo haber estado
hace poco leyendo a Freud, donde mencionaba que todo el mundo callaba cuando los
químicos hablaban de química, cuando los historiadores hablaban de historia, cuando
los matemáticos hablaban de matemática… pero sobre la psicología, todos parecen
con el derecho a opinar, sin que sea considerado el psicólogo con la experticia
suficiente como para tener la última palabra en el tema.

Concuerdo con él hasta ese punto. Solo hasta ese punto, recalco, y porque es una
verdad objetiva; el problema es que nuestro psicoanalista explica posteriormente los
perjuicios de ello. Yo no le veo ningún mal. Todos tenemos psiquis, y tal vez, en
palabras de nuestro Freud, seremos “neuróticos”, pero creo que la neurosis de cada
cual y de nuestros pares es capaz de entenderse sin estudiar una carrera. Así que
vamos.

Entendamos bien a Frei, de origen austríaco


(curioso, en alemán su apellido significa “libre”).
Este hombre que militó originalmente el Partido
Conservador, que se salió para fundar un partido
nuevo: la falange nacional. En España, la original
falange había sido creada por el más acérrimo
franquista José Antonio Primo de Rivera (que fue
encarcelado y luego fusilado por los
revolucionarios de las izquierdas), y el partido
apoyó a Francisco Franco en su mandato. Es
decir, la falange en su origen, en Europa,

 

 
representaba la extrema derecha, casi un totalitarismo (de hecho, en un principio era
de una adhesión casi religiosa). Por lo tanto, por mucho que en Chile a eso le quede el
puro nombre, porque del resto nada, tenía eso que matemáticamente podemos
denominar “la marca de clase” (tergiversando por completo su sentido numérico).
Estaba, en el fondo, estigmatizado por un íncipit ultra-conservador.

Pero él no quería eso. Frei quería cambiar Chile. Y eso fue demostrando a medida que
fueron progresando sus ascensos políticos. Finalmente, llegó a nacionalizar el cobre, a
hacer la reforma agraria, a estatizar la educación.

Hay, por cierto, una cosa que en este Kerenski nuestro hay un detalle que me llama un
poco la atención, que voy a contar aquí como una especie de ​dato freak ​que
redondeará, al fin y al cabo, la biografía de este señor. Hace poco salió toda una
histeria de gente chillando como pajarracos porque se generaliza el término “hombres”
para “humanidad”, “ellos” para “ellos y ellas”, o “ciudadanos” para “ciudadanos y
ciudadanas”. En fin. Frei, muchísimo antes de que ese griterío se pusiera de moda, y
que Michelle Bachelet partiera sus discursos con “chilenos y chilenas”, él ya lo usaba.
De hecho, lo estuve leyendo en un discurso suyo, que se refería a “​los hombres y
mujeres que a lo largo de este territorio constituyen nuestra patria​”

El lector impaciente debe estarse preguntando, desde luego, dónde quedó la guerra
que mencioné antes. Vamos por parte.

No quiero hablar yo del gobierno de Allende. Me queda muy grande. El de Pinochet


más aún. Pero la gracia que tiene cada historia reciente es que su voz aún no se
apaga, es un murmullo que uno aún puede oír, e ir dilucidando su significado.

La voz de un preso político 
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La verdad es que cuando caí detenido hubo gente que se movilizó, no sabiéndolo yo
porque además estuve largo tiempo incomunicado. Uno de ellos, quien seguramente
fue el que contactó a Jaime Guzmán, fue un compañero de curso: Sergio Gutiérrez
Irarrazaval, un joven de gran calidad intelectual y humana. Era hijo de un ex embajador
de Chile en Estados Unidos, en tiempo del Presidente Jorge Alessandri. Me visitó dos
veces en la cárcel, a pesar que fue nombrado como Secretario de la Juventud por la

 

 
Junta Militar. Era de derecha, pero muy decente; de una corriente más liberal y no
ultramontana, como lo era la inmensa mayoría, aunque no toda, la gente de derecho de
la Católica. Sergio se portó extraordinariamente bien conmigo y en especial con vuestra
madre. En un tiempo en que la gente atravesaba a la otra acera para no saludarte. En
un tiempo que se hacían denuncias por conocidos, sino por "amigos", que ponían en
riesgos la libertad y la vida de personas. Sergio fue noble y sincero. Ninguna especial
amistad nos unía. Desconozco cómo supo de mi situación, pero corriendo todos los
riesgos del caso estuvo dispuesto a poner una cuota de verdad en mi caso. Poco
tiempo duro en el cargo y nunca más apareció en algo público ligado a la dictadura. Se
dedicó al ejercicio libre de la profesión. Por él guardo el más grande de los afectos,
pero nunca más lo ví. Sólo volví a verlo en el momento en que fui a la misa de cuando
falleció su padre.

(...)
En diciembre de 1973 fui trasladado a la Cárcel Pública de Santiago y Mercedes,
embarazada de nuestro tercer hijo(a) quedó con arresto domiciliario en la casa de mis
padres, pues su madre había fallecido el 3 de octubre y mi suegro se había asilado en
la Embajada de Holanda. Mi familia tomó conocimiento que el Fiscal Militar ad hoc,
General Washington Carrasco, me imputaba ser alto dirigente del MIR y me pedía
como pena la de presidio perpetuo y a
Mercedes 20 años de cárcel. Algunos
compañeros de curso de la Escuela de
Derecho, se movilizaron -algunos de ellos
destacados abogados de derecha- pues les
contaba que esa acusación era falsa. Nunca
fui del MIR como tampoco habíamos
participado en el "delito" de sedición militar,
del que se nos acusaba. Algunos de ellos se
comunicaron con Jaime Guzmán y pidieron
su intercesión dado que la acusación se
basaba en hechos falsos. Un día del mes de
diciembre de 1973 o en enero de 1974, se le
pidió a Mercedes que se comunicara con
Jaime, en forma telefónica. El la atendió
muy amablemente, le dijo que estaba
informado de mi situación y que después de
hacer algunas consultas lamentaba

 
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comunicarle que le era imposible hacer algo ya que al propio ex Presidente Jorge
Alessandri, quien intercedió por alguna persona, cuyo nombre desconozco, le habían
dicho que no. Esto se le decía para que Mercedes comprendiese que si a Jorge
Alessandri le dijeron que no, él -Jaime Guzmán- no tenía ninguna posibilidad de hacer
algo por mí, en un caso tan delicado como es o era la imputación de sedición militar.
Esa es la historia que yo conocí estando preso y hasta el presente. Alguna vez, en el
curso de la vida, algún dirigente de la DC, Edgardo Riveros, que fuese diputado y
Subsecretario de Gobierno, me relató que había sabido que Jaime Guzmán se había
preocupado de mi caso.La verdad es que dada la oscuridad y brutalidad del tiempo
vivido, siempre agradecí el gesto humanitario de preocuparse por algún perseguido.
Era un tiempo donde no teníamos derecho alguno, ni siquiera el derecho a ser
reconocidos como personas. Muchos años después, en 1991, siendo Presidente de la
Izquierda Cristiana, mataron a Jaime Guzmán. Lo lamenté enormemente.
(Fragmento)

Para entender esto, esta carta, debemos tener claros algunos conceptos previos, claro.
No quisiera dictar ninguna cátedra, no es la intención que tengo en estos momentos,
sin embargo, hay que saber quién fue Jaime Guzmán, qué era el MIR y alguna que otra
cosa más. Así que, solo por ese motivo, interrumpiré por un instante el sonido que
quería hacer oír.

El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) es, precisamente, eso, un


movimiento. Algunos dirán terrorista, otros, simplemente revolucionario. Siempre se ha
movido solo, no formó parte de la coalición de izquierda durante la UP… pero, por
favor, ya háganme callar. Dejemos que hable por sí mismo.

 
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A nuestros militantes y al pueblo mirista ​(dice un dirigente del movimiento, en un


artículo reciente publicado en uno de sus folletines que dudo que se pueda llamar
periódico):

La voz del MIR 
- - - - X

No es un secreto ni una sorpresa para nadie que existen distintas expresiones del
mirismo en Chile. Cada expresión y fuerza política en particular posee sus
peculiaridades y énfasis específicos, los cuales por supuesto se reconocen en

 
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diferentes aspectos de lo que el MIR desarrolló en determinados momentos de su vida
orgánica. Frente a ello siempre hemos pensando y sostenido públicamente que todas y
cada una de estas expresiones organizativas son respetables, valiosas y positivas en la
medida que se asumen consecuentemente en la lucha revolucionaria. También hemos
comprendido siempre que el proceso de unidad entre estas fuerzas (cuestión que se ha
venido dado en varios casos los últimos años) es un problema que debemos abordar
con seriedad y buena disposición por parte de todos quienes componemos la franja
mirista. Siempre hemos estado dispuesto a conversar y acercar posiciones sobre la
base de un principio elemental: la honestidad.
La diáspora mirista a la cual nos arrastraron un puñado de militantes con ideas
reformistas y socialdemócratas ya quedo en el pasado. Los traidores y los mentirosos
de todo orden se han mostrado frente a nuestro pueblo tal cual son. Salvo algunos…
Medianamente distinta es la situación del MIR conducido por la dinastía de Demetrio
Hernández y su esposa Mónica Quilodrán. Ambos sujetos han hecho toda una carrera
política (es en 1993 cuando se conforman realmente producto de la unidad entre
sectores dispersos del mirismo renovado y reformista) usufructuando de la imagen del
MIR, su historia y su trayectoria. Levantando la bandera, los colores y la mística mirista
han logrado instalarse como el “MIR oficial” (como les gusta señalar en sus patéticas
actividades públicas, por ejemplo) entre las conciencias de algunos sectores de nuestro
pueblo y de la izquierda chilena, introduciendo la confusión y la desesperanza entre
quienes depositan sus ilusiones en el proyecto revolucionario mirista.

 
Y hasta aquí, he presentado casi la versión únicamente izquierdista. La versión, al final,
que menos he conocido. Pero, ¿qué ocurre, acaso, con mi abuelo, que tenía campo,
por ejemplo, en el año 1973, y en diciembre de ese año le sería expropiado?

Para él, la llegada de Pinochet fue un milagro. No voy a describir ni imaginar nada,
porque en estos instantes ando carente de imaginación. Él tampoco escribía mucho,
así que carezco de la posibilidad de copiar y pegar alguna carta suya. Me conformaré
con esos datos. Datos, datos, eso le importa mucho a la gente de derecha. La
infografía, que calce, que la estadística esté a su favor. Todo, al final, se reduce a
datos. Datos.

 
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Pero sigamos hablando.

Los que más se destaca del gobierno de Pinochet, es que desde inmediato se
restableció el orden en el país​, dirán los de derecha, los hijos de los latifundistas, los
mal (o bien) llamados “momios”. Escuchemoslos.

La voz de un derechista 
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Había un desorden y caos tan grande que se había perdido todo respeto a toda clase
de autoridad, la autoridad a los padres en la familia, a los profesores en el colegio, a las
autoridades políticas y administrativas en el aparato estatal, en la empresa la autoridad
del empleador tampoco era respetada ni obedecida por los empleados, con las
consecuencias que eran de esperar provocando el estancamiento de la producción del
país, y desabastecimiento, similar a lo que actualmente se puede percibir en
Venezuela. Produjo un vacío de poder que en los grupos intermedios fue ocupado por
fuerzas paramilitares de ultra izquierda y de extrema derecha, producto de la inercia de
la fuerza pública que estaba paralizada, con enfrentamiento que iban escalando en el
tiempo, y grupos que empezaron a armarse paulatinamente. Paralelamente
aparecieron las mafias que empezaron a operar al margen del mercado regulado por el
gobierno, que vendían y compraban sus productos sin considerar los precios oficiales
que trataba de regular el gobierno, eso produjo a un rápido desabastecimiento, porque
nadie quería vender en el mercado formal, que tenía precios fijados por el gobierno, por
supuesto mucho más baratos, y se prefería venderlos en el mercado negro a precios
muy superiores, eso produjo corrupción porque se abastecen en empresas estatizadas
coludidos con los propios interventores del gobierno en las empresas. Había una época
con ansias de reformar toda la sociedad, y la juventud estaba en las calles pidiendo la
revolución, como un fin en sí mismo. La gente sufriendo, y el país en decadencia.
Había además amenazas militares del Perú, Bolivia y Argentina, y se acercaba el
centenario de la guerra del Pacífico Chile no tenía fuerzas armadas operativas capaces
de contener amenazas externas.
Una vez que las fuerzas armadas asumieron el poder, se cortó de inmediato la fiesta
revolucionaria, la disciplina volvió de inmediato a la sociedad. Incluso cambió el

 
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lenguaje, y la gente decía “positivo” o “negativo” como los militares, hablaban de
movilizarse de “infantería” en vez de decir simplemente que andaban a pie.
Se suprimió el control de precios de inmediato, y con eso el mercado negro dejó de
tener su razón de ser, y el mercado se llenó de productos que antes no estaban a
disposición del público​.

La administración pública cambió, ​me decía, ​de manera que la burocracia estatal
comenzó a trabajar con una sola meta, hacer crecer el país, se hablaba de “reconstruir
el país” porque el daño causado por los 1000 días de Allende había sido tan grande
que era partir de cero. Los militares discutieron cuál sería el modelo económico que se
debía implantar en Chile, Pinochet y Fuerza Aérea eran más partidarios de establecer
un régimen corporativista, en un inicio las relaciones eran buenas con la Democracia
Cristiana, esta última pensaba que los militares irían a entregar el país de inmediato, lo
que no ocurrió, y fue produciendo la decepción y oposición de la DC. Con esto el
almirante Merino toma la iniciativa, e introduce un grupo de chilenos alumnos de la
universidad católica que estudiaban economía en la universidad de Chicago, que
ingresaron al aparato económico del gobierno e implantaron el modelo de economía de
libre mercado aplicando las últimas teorías económicas en boga en la escuela de
economía de Chicago recién aprendidas, es lo que se llama “El Ladrillo”, el crecimiento
económico del país se disparó de inmediato, hubo una bonanza económica que duró
hasta el año 1979, fecha en que en Chile reventó el mercado internacional por los
“Petrodólares”, entre 1979 y 1983 fueron años de crisis económica y estrecheces el

 
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país estuvo muy mal que los militares pudieron sostener porque tenían el poder
absoluto, y profundizaron las medidas económicas, en 1984 el país empezó salir de la
crisis, en 1986 se vivía una euforia económica. Sin embargo, la oposición a los militares
aprovecharon la larga crisis económica de los 80 para unirse, con apoyo de la iglesia
católica, se hizo la Asamblea Nacional, se articularon y llamaron a votar por el No en el
año 1988 derrotando a Pinochet en el plebiscito, quien trató de reencantar a la gente
con el progreso económico del país, que se denominaba el jaguar de Latinoamérica por
estar al mismo nivel de corea y tailandia y Singapur, los tigres asiáticos, pero la
propaganda de izquierda puso énfasis en el tema de los derechos humanos que no se
respetaron en el gobierno de Pinochet y lo derrotaron.
Por eso el mérito de Pinochet fue haber llevado al país a ser por un breve período, la
potencia sudamericana, y llevar a Chile al umbral del del desarrollo, lo que no discute
ningún observador imparcial.

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