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La acción del cantar empieza con el destierro del Cid por su amo el rey Alfonso VI que es
puesto en su contra por unas intrigas palaciegas. A partir de ahí empiezan las aventuras,
batallas y victorias del Cid, desde que sale de Castilla hasta que conquista Valencia a los
moros. Habiendo ya formado reino y obispado en Valencia el Cid casa a sus hijas con los
infantes de Carrión, los cuales posteriormente dejarán abandonadas a sus esposas infringiendo
una gran deshonra a ellas y a su padre. El rey Alfonso convoca cortes en Toledo y los vasallos
del Cid retan y vencen a los de Carrión vengando el honor del Cid y sus hijas, que finalmente
se vuelven a casar con los infantes de Navarra y Aragón, emparentando al Campeador con los
reyes de España.
El Cid viendo que Minaya tarda ya tres semanas decide emprender la marcha y por donde pasa
las ciudades sojuzga y le pagan tributo, incluida la misma Zaragoza. Minaya regresa con
doscientos castellanos y todos se ponen muy contentos al recibir noticias de sus parientes.
Las correrías y saqueos llegan a oídos del conde de Barcelona que lo toma como una afrenta.
Éste enojado porque el Cid recorre sus tierras y al parecer por otra afrenta en que hirió a su
sobrino reúne tropas de moros y cristianos y se dispone a alcanzarlo. El Cid intenta calmar al
conde mandándole una carta pero no lo convence y el Campeador se da cuenta de que ya no
puede evitar la batalla.
Arenga a los suyos haciéndoles ver que su ejército está en clara ventaja porque se encuentra
mejor equipados y por su mejor posición estratégica. El Cid vence la batalla, hace prisionero al
conde Ramón y gana su espada Colada que valía más de mil marcos. Al conde prisionero
manda lo custodien en una tienda y le den de comer pero éste avergonzado quiere dejarse
morir de hambre. Le promete dejarlo en libertad pero no devolverle nada de su ganancia pues
lo necesita para los suyos. El conde marcha receloso pero el Cid se encuentra feliz con los
suyos contando la gran riqueza que han acumulado.
La barba del Cid ha crecido ya mucho desde que lo desterraron e hizo la promesa de no
cortarla. Todos los que lo han acompañado se encuentran ahora nadando en riquezas con las
que él ha pagado su lealtad. Se hace aconsejar por Minaya ya que quiere formar un estado allí
en Valencia con todos los que con él se encuentran. Por esta razón manda juntar a sus
súbditos para poderlos contar. Tiene tres mil seiscientos, muchos más de aquellos con los que
salió de Castilla. Manda a Minaya a Castiella con un regalo de cien caballos para el rey y con la
petición de que le deje sacar de su reino a su mujer y sus hijas. Lo acompañan cien hombres y
lleva mil marcos de plata de los que debe dar quinientos al abad.
Llega a Valencia un clérigo guerrero y culto llamado el obispo don Jerónimo. Por las hazañas
del Cid viene preguntando. Éste para dar gracias a Dios de sus victorias quiere fundar un
obispado en Valencia y así se lo comunica a Minaya para que también de esto lleve noticias a
Castilla. Se le da a don Jerónimo el cargo de obispo con el cual puede enriquecerse
grandemente. Los cristianos muestran gran alegría pues ya hay obispo en Valencia.
Minaya se dirige a Carrión donde se encuentra el rey Alfonso. Lo encuentra al salir de misa y le
relata todas las hazañas del Cid, la toma de Valencia y la creación del obispado. Le entrega su
regalo y le comunica el deseo del Cid de que deje salir a sus mujeres. El rey se muestra
contento y acepta con agrado. Sin embargo el conde Garci Ordóñez que allí se encuentra
muestra recelo y gran envidia.
El rey decide devolverle sus tierras a aquellos a las que se las confiscó y permite marchar a los
que se quieran unir al Cid. Mientras esto sucede los infantes de Carrión hablan entre ellos. Se
dan cuenta de que las riquezas del Cid son grandes y entonces piensan que si se casaran con
sus hijas ganarían mucho, aunque por ahora no dicen nada. Quedando la cosa así se despide
Minaya del rey recibiendo su bendición, no sin antes recibir la petición de los infantes de
Carrión de que salude al Cid de su parte.
Minaya se dirige a San Pedro donde se encuentran las damas. Les narra todo lo sucedido, da
los quinientos marcos al abad y con los otros quinientos prepara el viaje de las mujeres.
Cuando se disponen a marchar aparecen los judíos Raquel y Vidas pidiendo su dinero y
Minaya les asegura que por lo que hicieron por él seguro los recompensará. Todavía antes de
partir se les unen más de setenta hombres y mientras cabalgan por tierras de Castilla son
custodiados por mensajeros del rey y alojados en todas partes.
El Cid recibe a los mensajeros de Minaya con noticias de su mujer y sus hijas y entonces
manda a sus hombres, Muño Gustioz, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y el obispo Don
Jerónimo, con cien jinetes para que las encuentren en Medina. Llegando a Molina le piden al
moro Abengalbón que los acompañe con cien hombres más.
En Medina todo está preparado y Minaya al ver gente armada acercándose piensa mal y envía
mensajeros. Son los hombres del Cid. Regresan todos juntos siempre custodiados por los de
Abengalbón y ya cerca de Valencia mandan un aviso al Cid que a su vez manda doscientos
jinetes al encuentro de las damas. Dejando el alcázar al cuidado de otros hombres sale él
mismo a recibirlas sobre su caballo Babieca que desde ese día se hará famoso en toda
España. En mitad de una gran pompa las mujeres entran en la ciudad y el Cid las sube al
alcázar para que desde ahí contempla Valencia.
El rey de Marruecos se encuentra muy enojado porque cree que el Cid se ha metido en sus
tierras. Manda entonces entrar a sus hombres por mar y allí plantan sus tiendas. El Cid al ver
las huestes de moros da gracias a Dios por ponerle delante esta oportunidad de defender
Valencia, su heredad, delante de sus hijas y su mujer. Éstas muy atemorizadas al oír los
tambores moriscos son tranquilizadas por el Cid.
Al ver a los moros entrando ya por la huerta de Valencia las mesnadas del Cid salen de la villa
a su encuentro. Matan a quinientos y a los demás persiguen hasta el campamento moro.
Regresan y preparan el plan de batalla para el día siguiente. Minaya le pide al Cid ciento treinta
hombres para atacar la retaguardia.
A la mañana siguiente el obispo canta la misa, bendice a todos y le pide al Cid que le permita
que las primeras heridas sean hechas por su espada. Todos salen ya a la batalla por las torres
de Quart dejando las puertas resguardadas. Son cuatro mil cristianos contra cincuenta mil
moros. El Cid montado en Babieca va sembrando la muerte a diestra y siniestra. Hiere al rey
moro Yucef pero éste huye a ocultarse en un castillo. De los cincuenta mil moros solo han
quedado un centenar y las ganancias son de tres mil marcos, mil caballos y las tiendas
preciosas de los moros. El Cid quiere mandarle de presente al rey Alfonso la tienda del rey
moro toda labrada en oro.
Pero Bermúdez y Minaya son enviados por el Cid para llevar a Castilla el regalo del rey y
manda decirle que mientras viva será su servidor. Los mensajeros llegan a Valladolid donde se
encuentra el rey. Éste recibe con agrado los presentes y las noticias de sus batallas y victorias.
El conde Garci Ordóñez muestra envidia del Cid, pues cuanto más crece su honra esto a él
más le humilla. Los infantes de Carrión cavilan algo con el conde.
El rey Alfonso ofrece comodidades a los mensajeros mientras los de Carrión traman casarse
con las hijas del Cid, ya que creen que esto les dará honra y riqueza, entonces le piden al rey
que medie y les trate el casamiento. Éste acepta aunque con reticencias y le comunica a
Minaya y Bermúdez que por lo bien que ahora le sirve el Cid recibirá su perdón y que puede ir a
visitarlo cuando quiera. Además les dice que los infantes de Carrión quieren casarse con sus
hijas y les pide lleven de esto noticias al Cid.
Cuando se entera el Cid pide su opinión a Minaya y Bermúdez que le contestan que lo que él
piense les parecerá bien. Finalmente decide hacer caso de lo que le pide el rey, además de que
los infantes tienen muy buen puesto en la corte. Los mensajeros también le comunican la
intención del rey de tener un encuentro para ofrecerle la prueba de su favor y él decide que la
entrevista se celebre sobre el río Tajo mandando mensajeros de regreso con esta noticia.
Al recibirla el rey decide que el encuentro se realice en tres semanas. Los preparativos de la
cita se hacen en dos partes. Un séquito numeroso acompaña al rey Alfonso VI, sus mesnadas
leonesas, gallegas y castellanas y por supuesto también los infantes de Carrión. El Cid deja
Valencia al cuidado de Álvaro Salvadóñez y don Galindo el de Aragón. Las damas quedan a su
cuidado encerradas en el alcázar, del que no podrán salir hasta el regreso del Cid.
Por fin se encuentran en el Tajo y el Cid se postra ante el rey llorando emocionado. Éste le
concede el perdón y le dice que desde ese día volverá a ser bienvenido en su reino. Los
infantes de Carrión saludan al Cid y el rey le pide a sus hijas que se casen con ellos. Éste le
contesta que tanto él como ellas están a disposición de lo que el rey ordene y así deciden que
se casarán. Pero no quiere entregar a sus hijas por su mano y pide al rey que designe un
representante que lo haga. Minaya es el elegido. Se despiden y regresan a Valencia donde el
Cid anuncia a sus hijas el casamiento, éstas se muestran satisfechas porque piensan que de
ahora en adelante nada les faltará. El Cid sin embargo recela del casamiento y quiere dejar
claro que las casa por petición del rey y no por su propia voluntad.
Empiezan los preparativos para las bodas y se decora el palacio. Los de Carrión se presentan
ante el Cid y doña Jimena y Minaya entrega a sus hijas. Todos salen de palacio, se dirigen a
Santa María donde el obispo don Jerónimo les da la bendición y canta la misa. Las bodas
duran quince días, el Cid se muestra contento y los de Carrión viven en Valencia los dos años
siguientes recibiendo agasajos de todo el mundo.
Éste se despide de los infantes no sin antes amenazarlos y presintiendo la desgracia de las
hijas del Cid.
Los infantes siguen su camino hasta el poblado de Corpes donde ordenan acampar. A la
mañana siguiente mandan a sus criados que se adelanten pues quieren quedarse solos con
sus esposas. Entonces les anuncian que allí serán ultrajadas, las despojan de sus vestiduras y
las azotan. Aunque las damas les ruegan que las dejen, ellos deciden que allí se vengarán de
la ofrenta del león y así desfallecidas las dejan dándolas por muertas.
Mientras los infantes se dan a la fuga alabándose de su cobardía Félez Muñoz que había sido
mandado a la delantera sospecha que algo no va bien y se separa del séquito internándose en
el bosque para esperar a sus primas. Vuelve atrás en su busca y las encuentra desmayadas.
Las intenta reanimar y cuando lo consigue les da agua, las cubre con su manto y las monta en
su caballo. Las lleva hasta San Esteban donde encuentra a un siervo de Minaya que las
hospeda y les ofrece cuidados.
Estas noticias llegan a oídos del rey Alfonso y también del Cid, que manda a Pero Bermúdez y
a Minaya con doscientos hombres para que traiga a sus hijas. El Cid las recibe en Valencia
donde les promete que no serán deshonradas y encontrarán un mejor casamiento. Manda un
mensaje al rey Alfonso con Muño Gustioz para que le pida justicia y le dé derecho contra los
infantes de Carrión. El rey medita por largo tiempo y le promete reparación. Convocará a cortes
en Toledo donde deberán presentarse todos sus vasallos incluidos los infantes.
Los de Carrión tienen miedo de ir a las cortes porque allí se encontrarán al Cid, así que le piden
al rey que les perdone la obligación de asistir. El rey se niega y les dice que deben rendir
cuentas de una queja que contra ellos tiene el Campeador. Los infantes piden consejo a sus
parientes y reciben el apoyo del conde Garci Ordóñez enemigo declarado del Cid.
Llega el plazo y todos se reúnen en las cortes. Cuando llega el Cid entra en Toledo con sus
mejores galas y cien hombres. Cuando lo ven todos se levantan de sus asientos incluido el rey.
Los únicos que no lo hacen son los de Carrión. El rey abre la sesión para encontrar derecho
sobre el asunto del Cid que ya todos conocen y para que se proclame la paz entre los
litigantes. Le pide que empiece su demanda al Cid. Éste aclara que por dejar a sus hijas no
siente deshonor ya que fue el rey y no él quien las hizo casar. Pero les reclama a los infantes
las espadas Colada y Tizona que les regaló. Éstos parlamentan con sus parientes y creyendo
que así habrán de librarse de otras demandas deciden devolvérselas. El Cid se las regala a
Pero Bermúdez y Martín Antolínez. Pero el Cid realiza entonces su segunda demanda, que le
devuelvan el ajuar de sus hijas, los tres mil marcos que él les dio. Los infantes se lamentan
pues ya han gastado gran parte del dinero, pero finalmente se lo pagan reuniendo cuanta cosa
valiosa pueden encontrar. Los infantes salen muy malparados con esta resolución del juicio.
Acabada ésta, la demanda civil, el Cid expresa la gran deshonra que no puede olvidar y
propone retar a los infantes enumerando las traiciones que infringieron a él y sus hijas. De
pronto se levanta Garci Ordóñez insultando al Cid y sus hijas y defendiendo a los infantes. El
Cid le contesta recordándole aquel sitio de Cabra en el que le cortó la barba.
Los infantes se levantan para defenderse y entonces son retados por Pero Bermúdez y Martín
Antolínez. En ese momento llega a las cortes Asur González, hermano de los infantes, e insulta
al Cid. Muño Gustioz también lo reta. El rey Alfonso proclama se termine esta discusión y que
los que se han retado tendrán que enfrentarse.
Acabada esta cuestión llegan dos mensajeros de los infantes de Navarra y de Aragón a pedir la
mano de las hijas del Cid. El rey concede el casamiento y decide que los retos se celebren
dentro de tres semanas en las vegas de Carrión y que él viajará con los vasallos del Cid y será
su protector.
El Mío Cid da sus últimos consejos a sus tres lidiadores y regresa a Valencia.
Pasan las tres semanas y mucha gente se reúne en Carrión para ver los retos. Los infantes
piden se excluyan de ellos a las espadas Colada y Tizona pero el rey no acepta. Éste señala
jueces y advierte a los de Carrión, que van acompañados por muchos de sus familiares y
vasallos, que si intentan algún fraude con los del Cid tendrán que vérselas con su ira.
Se producen los enfrentamientos y todos los de Carrión son heridos y se retiran declarándose
vencidos. Los del Cid emprenden el camino de regreso y son recibidos con gran alegría por el
Cid. El alborozo es general en Valencia y más aumentan las fiestas cuando se celebran los
segundos matrimonios de las hijas del Cid con los de Navarra y Aragón, de forma que ahora el
Cid se convierte en pariente de los reyes de España. Así acaba el poema no sin antes el juglar
anunciar que el Cid dejó este siglo el día de Pentecostés.
Personajes principales
El Cid: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador es el héroe y protagonista por excelencia de
todo el poema. Alrededor suyo se trazan todas las intrigas, batallas, aventuras y desventuras
que constituyen la trama de los diferentes cantares.
El rey Alfonso VI: Rey de Castilla, Navarra y Aragón es el señor del Cid, al que primero
destierra y luego perdona y vuelve a proteger.
Doña Jimena: Esposa del Cid.
Las hijas del Cid: Se casan con los infantes de Carrión y la posterior ofrenta que éstos les
infringen constituye el núcleo del segundo cantar.
Los infantes de Carrión: Junto con Garci Ordóñez son los enemigos cristianos del Cid.
Minaya Álvar Fáñez, Pero Bermúdez, Martín Antolínez, Muño Gustioz y el obispo don
Jerónimo: Son los hombres del Cid, vasallos leales y valerosos que lo acompañan en todas
sus aventuras.